Historia de España [7.1] 9788423948000, 8423948005, 9788423948277, 8423948277, 9788423949984, 8423949982, 9788423989010, 8423989011

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Spanish; Castilian Pages [882] Year 1980

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Historia de España [7.1]
 9788423948000, 8423948005, 9788423948277, 8423948277, 9788423949984, 8423949982, 9788423989010, 8423989011

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HISTORIA

DE ESPANA TOMO

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VII

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HISTORIA DE ESPA~A FUNDADA POR

RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL

DIRIGIDA POR

JOSÉ MARIA JOVER ZAMORA

TOMO VII

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LA ESPA&A CRISTIANA DE LOS SIGLOS VIII AL XI VOLUMEN 1

EL REINO ASTUR-LEONÉS (722 a 1037) SOCIEDAD, ECONOM1A, GOBIERNO, CULTURA Y VIDA POR

CLAUDIO SÁNCHEZ-ALBORNOZ

ESPASA-CALPE, S. A. MADRID

1980

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ES

PROPIEDAD

e Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 1980

Impreso en España Printed in Spain

Depósito legal: M. 153-1958 ISBN 84-239-4800-5 (Obra completa) ISBN 84-239-4981-8 (Tomo 7, volumen 1)

Talleres gráficos de la Editorial Espasa-Calpe. S. A. Carretera de lrún, km. 12,200. Madrid-34

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)

PRESENTACIÓN POR

JOSE MARIA JOVER ZAMORA

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El 23 de marzo de 1927 -y esto es pura historia de nuestra historiografía-, don Ramón M_enéndez Pidal, mayor de edad, catedrático de la Universidad Central, domiciliado en la cuesta del Zarzal, número 23, de la villa de Madrid, aceptaba de Espasa-Calpe, S. A., .el encargo de dirigir la publicación de «una Historia de España compuesta de 12 tomos de 600 páginas cada uno aproximadamente ( ...). La obra abarcará desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días, y comprenderá la Historia de América desde su descubrimiento hasta la independencia de cada una de sus repúblicas». Se autorizaba, al mismo tiempo, al señor Menéndez Pidal «para añadir algunos tomos más a los doce proyectados, si así lo cree conveniente». La dirección de la H1sToR1A comprendería «dos años de preparación y todo el tiempo que dure la impresión» (1). Así nació, hace algo más de medio siglo, lo que estaba llamado a ser, sin duda, el más ambicioso empeño colectivo asumido, hasta la fecha, por la historiografía española de nuestro siglo XX. Ocho años más tarde, casi en vísperas de la guerra civil, verá la luz el primer tomo publicado de tal HISTORIA, que lo será el 11 (España romana). Hoy, en estos comienzos de 1980, mientras se encuentr.a en la imprenta y próxima a ver la luz una nueva edición -enterament~ nueva, en la totalidad de su estructura y de su redacción- de aquella pionera España romana, asistimos con satisfacción cumplida a un hecho que marca un hito decisivo en la ya larga trayectoria de la empresa historiográfica puesta en marcha, en 1927, por don Ramón Menéndez Pidal: la aparición del volumen que viene a iniciar una nueva etapa de aquélla, bajo el signo de unas coordenadas de todo· orden muy distintas de las que presidieran su primer alumbramiento. ( 1) Debo esta referencia a don Mariano Gilaberte. director general adjunto de Espasa-Calpe, S. A., testigo de eJ1.cepción de la gestación y las vicisitudes de la HISTORIA DE &PAFIA de don Ramón Menéndez Pidal.

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HISTORIA DE ESPA~A

Que este volumen haya sido redactado íntegramente por don. Claudio Sánchez-Albornoz es algo que llena de alegría tanto a los editores de la HISTORIA DE EsPA~Acomo a su actual director y al conjunto de sus colaboradores. Alegría de ver materializada en el libro que el lector tiene en sus manos la añeja vinculación de don Claudio a esta HISTORIA, desde los tiempos anteriores a la guerra civil; alegría de incorporar a aquélla los frutos del coraje, del tesón, de la indómita capacidad de trabajo del primer medievalista español de nuestros días. Pero alegría también -¿por qué no decirlo?- ante el simbolismo que entraña el hecho ·de que sea «el tomo de don Claudio», así designado en la esperanza nuestra de muchos años, el que inicie esta nueva andadura de la vieja HISTORIA. Una andadura nueva cuya frontera ha saltado de aquella docena de tomos del proyecto primitivo a una programación de más de cuarenta volúmenes; y de las previsiones hacederas desde los años veinte de nuestro siglo, a las que se vislumbran cuando ya quedan harto más cerca las señales del siglo XXI que los tiempos, irremisiblemente convertidos en materia histórica, de «la prosperidad», de «los años de esperanza», de. «la dictadura»: de aquel cogollo de los años veinte en que todavía no había asomado su faz agorera la crisis del veintinueve. En efecto, por encima de tantos cambios -de extensión, de planteamiento, de número de colaboradores invitados a la empresa común- como forzosamente · han de diferenciar esta segunda etapa de la HtsToRtA DE EsPA~AMENÉNDEZ PmALde la larga primera que la antecedió el encontrar en los umbrales de aquélla la personalidad y la obra de don Claudio SánchezAlbornoz ha de confortarnos a cuantos sentimos el deseo de que la empresa recomenzada signifique la segunda etapa de una misma HISTORIA;nunca nada que pueda parecer una HISTORIA distinta. Con su inmensa experiencia histórica -adquirida en los archivos, en los libros, en la vivencia apasionada de su propio tiempo-, con su entrega a la ciencia y a su patria, con su lealtad y su honestidad para consigo mismo y para con sus convicciones, con su fecundísima longevidad, Sánchez-Albornoz es una especie de testimonio vivo, entre nosotros, de aquella Edad de Plata trágicamente cortada, en la trayectoria de nuestra cultura nacional, por la catástrofe de la guerra civiJ. Nadie mejor que él para establecer, en la ya larga historia de nuestra HISTORIA, el eslabón entre pasado y futuro, entre tradición y esperanza.

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La experiencia demuestra que la conciencia nacional de un pueblo requiere, en cada etapa de su Historia, una monumental historia escrita, de

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XI

PRESENTACIÓN

obligada referencia expresa o tácita -recuérdese el papel desempeñado, en sus momentos respectivos, por la del padre Mariana o por la de don Modesto Lafuente- que, por su indiscutida apoyatura científica en el nivel de su tiempo, por sus dimensiones y por su claridad expositiva, venga a ser una especie de enciclopedia del saber histórico relativo a la propia nación; sin perjuicio del recurso, en presencia de problemas o de temas concretos, a una bibliografía más especializada y monográfica, encaminada en todo caso al rejuvenecimiento y a la sustitución progresiva de aquellas grandes obras clásicas. En los años de plenitud de la llamada Edad de Plata de la cultura española -en los años de Ortega y de Unamuno, de Zuloaga y Vázquez Díaz, de Albéniz y de Falla, de Machado y García Lorca; también de Altamira, de Menéndez Pida) y Ballesteros-, la HISTORIA DE EsPARA del gran historiador de La España del Cid ( 1929) nacía con el designio de cumplir la función apuntada, si bien sobre la base de un saber histórico que, precisamente en el contexto de tal Edad de Plata, había alcanzado un notable desarrollo, especialmente en cuanto se refiere al conocimiento de la época de los Austrias (historiadores de la generación de la Restauración) y a la investigación sobre temas de historia antigua y medieval. Era posible, en suma, abordar una HISTORIA DE EsPARA a la europea, concebida y realizada como vasta empresa colectiva en que cada tomo resultara de la colaboración de un equipo de especialistas calificados; en este espíritu surgió, desde los años veinte del presente siglo, bajo el impulso y la dirección de don Ramón y en el marco de un círculo en que predominaban medievalistas y arqueólogos -los sectores más progresivos, a la sazón, desde un punto de vista metodológico, en la historiografía española-, el designio de acometer la gran tarea. En la España de 1935, la aparición del primer volumen publicado de tal H1sT0RIA (el 11: España romana, según quedó advertido) constituyó un acontecimiento de primera magnitud en los anales de la ciencia histórica española. Y ello no sólo por la considerable aportación que aquel volumen supuso para el conocimiento de la época tratada; sino también y aun sobre todo por lo que representaba de espectacular iniciación de un proyecto historiográfico y editorial con escasos precedentes en la historia de nuestra cultura. La guerra civil, sobrevenida poco después, vino a infligir un rudo golpe a las perspectivas de continuidad de esta obra, no hay que recordar en cuántos y cuán diversos planos. Hubo autores que no llegaron a poder redactar la colaboración que en principio tenían adjudicada. Pero hubo, sobre todo, una trabajosa lentitud en la adopción de un ritmo de gestación y

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XII

HISTORIA DE ESPA~A

publicación de nuevos volúmenes que, pese a la buena voluntad de director y de editores, la HISTORIA sólo acertará a superar de manera discontinua. Apenas terminada la contienda, en 1940, ve la luz el tomo 111(España visigoda); transcurrirán siete años antes de que la publicación recobre el pulso (1947: España prehistórica; 1950: España musulmana(/); 1952: España protohistórica; 1954: España prerromana; 1956: España cristiana. Comienzo de la Reconquista; 1957: España musulmana (11); 1958: España en tiempo .de Felipe //). Durante los años sesenta prosigue, a un ritmo semejante, la publicación de la obra, apareciendo distintos volúmenes relativos a la baja Edad Media, al reinado de los Reyes Católicos, a la época de Carlos V. Cuando en 1968 muere, a los noventa y nueve años de edad, don Ramón DE EsPA~Aque iniciara su publicación un tercio Menéndez Pida), la HISTORIA de siglo antes había manifestado dos cualidades de muy distinto signo. En primer lugar, su vitalidad, su resuelta resistencia a morir: treinta y dos años formaban un plazo lo suficientemente largo como para acreditar que a la H 1sTORIA menendezpidaliana no había de ocurrirle lo que le ocurrió a su predecesora, la HtsTORIADE EsPA~Aque, bajo los auspicios de la Real Academia de la Historia, iniciara su publicación, dirigida por don Antonio Cánovas del Castillo, en tiempo de la Restauración (2). Pero, en segundo lugar, quedaba evidenciada también la distancia existente entre la magnitud del empeño y los recursos de ejecución hasta entonces disponibles. La todavía escasa densidad de la historiografía española para responder a un reto de tales dimensiones, las dificultades inherentes a una situación de difícil y prolongada posguerra, las dificultades de programación y dirección que resultaban, más que de la avanzada edad de su fundador y director, de la misma incansable y multiforme actividad investigadora ejercida por él mismo hasta el fin de sus días, eran factores que determinaban una insuperable parsimonia en la aparición de los volúmenes, como testimonian sus fechas respectivas de publicación. Es justo recordar en este punto la ayuda que en aquellos años difíciles encontró el fundador y director de la HtsTORIAen dos excelentes colaboradores colocados al frente de la secretaría de la misma: primero, don (2) Historia General de España, escrita por individuos de número de la Real Academia de la Historia, bajo la dirección de ( ... ) don Antonio Cánovas del Castillo, Madrid, 1890-1894, 18 vols. «Quedó incompleta -apostilla Sánchez Alonso-, y los volúmenes que se escribieron son de mérito desigual• (Fuentes .... 1, Madrid, 1952. pág. 27). La ambiciosa obra respondla a iniciativa y plan del mismo Cánovas del Castillo. director de la Academia de la Historia a la sazón; «Cánovas promovió la fundación de idónea sociedad, El Progreso Editorial, y distribuyó las respectivas materias entre los más prestigiosos especialistas. Unos dieron cima a su labor: otros no la realizaron, como el propio Cánovas, y a la muerte de éste la obra quedó interrumpida para siempre• (Fernández Almagro, Cánovas. Su vida y su política. Madrid, 1951, págs. 558-560). Cánovas se había reservado la parte relativa a la Casa de Austria: entre los colaboradores que no llegaron a redactar la parte que tenian asignada figura Menéndez y Pelayo.

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XIII

PRESENTACION

Pedro Aguado Bleye, y después, don Cayetano Alcázar Molina, ambos figuras destacadas en nuestra historiografía de la época. Tras la muerte de Menéndez Pidal comienza a hacerse incierto el futuro de la obra, cuya expectativa de continuidad alientan, sin embargo, incansablemente, hombres como don Luis García c;te Valdeavellano y don Ciriaco Pérez Bustamante; pero, sobre todo, la resuelta voluntad de Espasa-Calpe de proseguir la tarea legada por Menéndez Pidal. En 1968 -es decir, en el mismo año de la muerte de don Ramón- aparece el volumen relativo a La España de Fernando VII, redactado por don Miguel Artola; al año siguiente, los dos volúmenes de La España de los Reyes Católicos, que lo fueron por don Luis Suárez, don Juan de Mata Carriazo y don Manuel Fernández Álvarez. Al morir en 1975 don Ciriaco Pérez Bustamante, dejaba entregado el original de su volumen sobre La España de Felipe /11, que será publicado cuatro años después.

*** Fue por entonces -hacia finales del setenta y cuatro- cuando recibí de Espasa-Calpe, por mediación de don Ciriaco Pérez Bustamante, el honroso DE EsPA~Ael volumen relativo a La encargo de redactar para la H1sTORIA España de la Restauración. Pocas semanas después este encargo se ensanchaba en unas dimensiones abrumadoras, al ofrecerme Espasa-Calpe la dirección de la entera HISTORIA DE EsPA~Afundada y dirigida hasta su muerte por don Ramón Menéndez Pidal. Mi aceptación -tras algunos meses de reflexión y de análisis racional del problema- fue un acto de fe, no tanto en mis propias fuerzas como en un conjunto de circunstancias objetivas que estaban ahí, alentando la sugestiva aventura de infundir nueva vida y nuevo dinamismo al hasta ahora principal monumento de nuestra historiografía novecentista. En mi ponderación de tales circunstancias jugaron, de manera decisiva, las siguientes. En primer lugar, el formidable desarrollo de la historiografía española desde mediada la década de los ·cincuenta -con el creciente auge de los estudios de historia moderna y contemporánea; con la roturación de nuevos campos de investigación, en especial los relativos a la historia social y económica; con la vivificante apertura a corrientes historiográficas transpirenaicas; con el notable incremento de vocaciones entre las últimas promociones universitarias ... - venía a poner a disposición del posible rejuvenecimiento de la vieja H1sTORIA DE EsPMilA la oferta potencial de un conjunto de investigadores, de investigaciones nuevas ya cumplidas o en curso de realización, de hipótesis y perspectivas renovadoras, de que obviamente no pudo disponer aquélla durante las primeras décadas de su

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HISTORIA DE ESPAJiilA

XIV

trayectoria. En efecto, desde los años sesenta del presente siglo la historiografía española no es ya quehacer exclusivo de un reducido círculo de especialistas de talla excepcional, como los que se hicieron presentes en los tomos publicados de la HISTORIA.La historiografía española es ya hoy, y lo será cada vez más, un extenso campo de conocimiento e investigación científica en que las grandes figuras tradicionales -cabezas de escuela, que hicieron posible el desarrollo actual de nuestra disciplina- han proliferado en muchedumbre de especialistas, que cultivan sectores diferenciados de la historia integral: historiadores de la sociedad, de la economía, de la política, de las ideologías, de la cultura, de la religión, de las relaciones internacionales... Sobre esta realidad de la investigación histórica en la España de nuestros días cabía pronosticar que, de surgir dificultades para una continuación, un rejuvenecimiento y una puesta al día, éstas no procederían, en la generalidad de los casos, de escasez de especialistas. Por lo demás, permítaseme decir que, en mi decisión de aceptar la dirección científica de la HISTORIADE EsPA'tilAde Menéndez Pidal, entró en mucho, quizá de manera literalmente decisiva, el afán de contribuir a salvar a todo trance, si ello era factible, la continuidad de este gran monumento de nuestra historiografía contemporánea. No fui parco ni optimista al exponer, en su momento, los riesgos ni los flancos inseguros de una empresa de dimensiones poco habituales: para que el conjunto del edificio resultara conforme a los sillares puestos con anterioridad a 1975; para que el conjunto de las series moderna y contemporánea fuera adecuado en sus dimensiones y en la profundidad de su tratamiento al conjunto de las series antigua y medieval; para que la historia social, económica, cultural recibiera -como exige la historiografía de hoy- un tratamiento semejante al de la clásica «historia externa», era preciso alcanzar la frontera de los 40 tomos. En este punto fue decisiva la actitud de Espasa-Calpe, resuelta a aportar sus recursos técnicos y materiales -también su experiencia de cincuenta añospara que prosiguiera, más allá de la muerte de su fundador y en forma que no desdijera del propósito inicial de este último, la H1sToR1ADE EsPArilAde Menéndez Pidal. No acumularé adjetivos; pero tampoco silenciaré el hecho de que jamás he visto a una entidad de finalidad no específicamente cultural apostar tan resueltamente por una empresa intelectual de altos vuelos, como a Espasa-Calpe en trance de respaldar la continuación y el rejuvenecimiento de esta obra. Ciertamente valía la pena; vale la pena. Uno de los primeros historiadores españoles de nuestros días -José Antonio Maravall- se refirió hace más de veinte años a Menéndez Pidal como personalidad digna de ser colo-

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PRESENTACIÓN

XV

cada en esa línea que jalonan San Isidoro, Jiménez de Rada, Alfonso X, el padre Mariana y Cánovas, por cuanto acertó a iniciar una nueva etapa en el desarrollo de nuestra historiografía. Trasponiendo la idea, del ámbito de las personalidades al de las obras objetivadas, de los historiadores a las historias, creo que otro tanto cabría decir, sin excesivo riesgo, de la gran Historia nacional planeada por aquél. Proseguirla, renovarla, completarla es, a mi juicio, un deber de la actual generación de historiadores españoles. Con plena conciencia de las dificultades de la empresa, con conciencia aún más clara y precisa de mis limitaciones, pero resuelto a que por mí no quedara, acepté la tarea -nada fácil- de elaborar un nuevo plan de conjunto para la totalidad de la obra, en que tuvieran puesto adecuado los tomos ya publicados; de allegar colaboraciones; de articular contenidos de volúmenes, en estrecho contacto con los especialistas encargados de su redacción, pero con la mira puesta en la homogeneidad y en la unidad interna de la totalidad de la obra.

*** Poco hubiera podido el empeño editorial, y menos aún la buena voluntad PmAL, sin la resde la nueva dirección de la HISTORIA DE EsPARAMENÉNDEZ puesta afirmativa de un numeroso conjunto de historiadores españoles e hispanistas extranjeros -más de 150, hasta la fecha- a nuestra petición de colaboración. Esta respuesta afirmativa de lo más granado de la historiografía española garantiza, en primer lugar, que la HISTORIADE EsPARAMENÉNDEZ PmAL no va a ceder un ápice, en esta su segunda andadura, de la calidad científica que le imprimiera su fundador. Pero certifica, al mismo tiempo, que somos muchos los que estamos dispuestos a poner nuestro esfuerzo al servicio de la prosecución de la empresa iniciada por don Ramón. En este segundo lustro de la década de los setenta se ha trabajado mucho en la PmAL; se han programado muchos volúmenes; HISTORIA DE EsPAl'IAMENÉNDEZ se han redactado muchos millares de folios que muy pronto -así lo esperoharán de la continuidad y de la renovación de la HISTORIADE EsPAl'IA MENÉNDEZ PmALalgo más que una promesa. En tanto se escriben estas líneas está en prensa -la nueva España romana. en dos volúmenes, totalmente rehecha, según se advirtió; lo está también el tomo XXXIV relativo a La era isabelina y el sexenio democrdtico ( J834-1874 ). Muy pronto lo estarán otros seis, cuyos originales respectivos están a punto de ser completados. Otros varios se encuentran en vías de avanzada redacción.

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HISTORIA DE ESPAfilA

XVI

En este horizonte de esperanza después de un trabajo duro, significa mucho para nosotros -para Espasa-Calpe y para todos los colaboradores de la H1sToR1ADE EsPAfilAMENf:NDEZ PmAL - la aparición de este tomo VII, en su primer volumen dedicado a EL REINO ASTUR-LEONÉS.Significa, ante todo, una aportación extraordinariamente valiosa al acervo del medievalismo español. Significa un rotundo paso adelante, al medio siglo largo de su fundación, de esa vieja H1sToR1ADE EsPAfilA,en cuya continuidad y remozamiento estamos empeñados. Y significa, en fin, la presencia cálida y viva de nuestro querido y admirado don Claudio en esta coyuntura decisiva de la H1sTORIA, difícil bisagra entre el ayer y el futuro. JOSÉ MARIA JOVER. Madrid, Ciudad Universitaria, enero de 1980.

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EL REINO ASTUR-LEONÉS (722 a 1037) SOCIEDAD. ECONOMIA. GOBIERNO. CULTURA Y VIDA

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PROLOGO Si los musulmanes no hubiesen conquistado España en el siglo VIII, los españoles no habrían conquistado América en el XVI. ¿Paradoja? No, realidad. No fueron casuales nuestras gestas americanas. Muchas veces he dicho y he · escrito que sólo nosotros pudimos descubrir, conquistar y colonizar el Nuevo Continente y más de una lo he probado. Realizamos la magna aventura como consecuencia de la forja de nuestro talante singular al afirmarse viejas características del horno hispanus primitivo durante los largos, largos siglos que duró nuestra Reconquista. Recordemos que mientras Roma conquistó las Galias en una campaña, tardó doscientos años en conquistar España. Recordemos las palabras de Tito Livio: Hispania non quam Italia modo sed quam u/la pars terrarum bello reparando aptior erat locorum hominumque ingeniis. «España más que Italia y como parte alguna de la tierra era a propósito para hacer y proseguir la guerra por la naturaleza del país y de sus habitantes.» Pero las características de los pueblos no son históricamente inmutables. Yo no puedo vacilar. Porque era España como es y éi:amos los hispanos .como Tito Livio nos describe pudimos llevar a cabo la empresa reconquistadora. El Islam se extendió por muchas y muy diversas tierras, sólo de España fue expulsado. Pero me parece igualmente seguro que la Reconquista afirmó nuestras características ancestrales y que esa afirmación nos permitió, podríamos decir mejor, nos empujó a realizar la gran aventura americana. Creo haber logrado demostrar en mi España un enigma histórico cómo antes de 1492 eran los castellanos proclives a las bélicas y caballerescas hazañas. Fueron ellas los prolegómenos de las magnas y a veces inverosímiles de los conquistad~ada por la, muralla s ro ma na,

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DESPOBLACIÓN Y REPOBLACIÚ]';

Las empresas repobladoras se acometían: per iu.uionem regis, sub nomine regis, per edictum regis, per decretum regis, per ordinationem regi.1·.per ordinationem dominicam: es decir, por orden expresa y singular del soberano se iniciaba cada una de las repoblaciones oficiales. Consta también que, a veces, el monarca dictaba un decretum genera/e con miras al incremento de la población de una tierra o de una ciudad, no desierta, pero. sí, demográficamentc débil. Consta que Alfonso III dictó uno en favor de la repoblación de la diócesis de Lugo. Y ha llegado hasta hoy noticia de una orden de Ordoño 11 del 910 a los condes gallegos que regían condados entre el mar y el Lesute y el ~avía y el Sil para que abrieran casas en la antigua Lucus Augusti. Varios testimonios de índole diversa y más o menos parleros nos permiten conocer el proceso habitual de las repoblaciones oficiales. Aludo a un pasaje de lbn f:lyyansobre la repoblación de Zamora personalmente por Alfonso 111;a la sentencia recaída en un pleito mantenido por el obispo asturicense lndisclo que acompañó al conde Gatón, hermano de Ordoño l. cuando, apenas asegurado éste en el trono. encomendó al citado magnate la repoblación de la vieja Asturica Augusta: a una noticia, tardía pero de autenticidad indiscutible, sobre la colonización en 872 por un magnate llamado Odoario de la comarca de que era centro Aquas Flaviw (Chaves): a un diploma relativo a la repoblación de las tierras portugalenses en 873 por orden de Alfonso 111,diploma sin duda rehecho en fecha imprecisa pero sobre un texto originariamente auténtico; y al muy comentado proceso mantenido en 1025 por el obispo de BragaLugo contra unos labriegos de tierras bracarenses que reivindicaba como siervos de la sede. El testimonio de lbn f:lyyan reza así: «Dice 'Isa ibn Ahmad: y en ese año (280 H. = 893 C.) dirigióse Adefonso, hijo de Ordoño rey de Galicia. a la ciudad de Zamora la despoblada y la construyó y urbanizó y la fortificó y pobló con cristianos y restauró todos sus contornos. Sus constructores eran gentes de Toledo y sus defensas fueron erigiáas a costa de un agemi de entre ellos. Así pues, desde aquel momento comenzó a florecer la ciudad y sus pobladores se fueron uniendo unos a otros y las gentes de la frontera fueron a tomar sitio en ella.» Este pasaje del Muqtabis nos descubre cómo a veces era el mismo rey quien iba a la plaza que deseaba repoblar, cómo la colonización se iniciaba con la fortificación y urbanización del centro umbilical del país que se intentaba volver a la vida. cómo a veces eran ricos repobladores mozárabes quienes costeaban la erección de las defensas -cabe imaginar otras veces trabajando en ellas a la masa de los colonizadores-. cómo después se realizaba la puebla de los contornos de la plaza y cómo se ampliaba poco a poco la densidad demográfica de la urbe mediante el afluir continuo de nuevos pobladores. Por el segundo testimonio sabemos que el pueblo del Bierzo bajó en masa a poblar Astorga presidido por el conde Gatón. Con él iba el obispo lndisclo que había de restaurar la sede. El prelado, «de su presa». ocupó Villa Vimineta «ad Biforcos in squalido iacente»: el conde confirmó tal ocupación: el obispo repoblador señaló sus limites. hizo ararla y sembrarla, llevó a ella sus ganados y edificó en ella casas y cortes. Cincuenta compañeros de repoblación atestiguaron la realidad de tales hechos. La noticia es preciosa y precisa. Asegura el carácter oficial y colectivo de la repoblación, pero descubre que el encargado de su rectoría no repartía las tierras de la zona. Los repobladores actuaban siguiendo las prácticas de los espontáneos colonizadores de otrora; tomaban presuras de campos yermos y sin amo: los delimitaban mediante señales acostumbradas y realizaban los cultivos y construcciones característicos del escalio. La importante novedad atestiguada por el proceso fallado en León en 878 estriba en la confirmación por el delegado regio, por el conde Gatón. de las presuras llevada~ a cabo por los repobladores. En efecto. si el mismo prelado se hizo confirmar su «presa» de la

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F1G. 11. - Vista del poblado de Paradaseca . en el valle de Los Aneares (El Bierzo). ( Foto Marques de Santa Maria del Vil/ar /

villa de Vimineta -limitaba con la del caudillo de la puebla . el hermano del re y Ordoño- no podemo s dudar de que otro tanto harían todo s los repobladores . El tercer te stimonio registra el avance de las repoblaciones colectivas hacia 'lo que podríamos llamar su burocratización . Habían transcurrido veinte años, el rector de la puebla llega a la ciudad capital de lá región cuya colonización le había sido encomendada , construye castillos y aldeas, fortifica las ciudades, puebla las villas, les fija límites ciertos y divide todo entre los colonizadores. Entre ellos un familiar del magnate repoblador recibe una villa en la que había do s iglesias que estaban abandonadas de sde hací a más de dos siglos y las recibe, para poblarl as y recon struirla s, mediante una escritura que de s.u mano rubricó el delegado del monarca. La iniciativa individual , aún en vigor como sistema de repoblación al restaurarse Astorga en 852, do s décadas de spués en 872, había dado pa so a un sistema de rep arto de los bienes raíces ha sta allí aba ndonados ; al reparto ordenado del país entre los colonizadores; a un rep a rto que implicaba . sí, la vivificación de los biene s recibidos - siempre el escalio como e le me nto afirmativo de la ocupación- pero que se garantizaba mediante un a confirmación esc ritu ra ría suscrita por el mag nate Odo ario - a quien el re y habí a encomendado la puebla. U n ceñido estudio crítico del cuarto documento a que he aludido antes me ha permitido deducir que en abril del 873 Alfonso III consultó con sus colaboradores, entre ellos con el mag nate Vímara Pérez. reconqui stador de Oporto -probablemente en Guimaraes y poco ant es de la muert e del citado magn ate - so bre la repo blación de las tierra s portugalenses. Y que, d ado s los pregones acos tumbrad os, muchos hombres libre s pr oce de nte s de las zonas lucen se y sa linien se pobl aro n el país y se lo dividieron mediante presuras . El texto no s de sc ubre previo esc uch ar por los reyes a sus co nde s y prelados antes de ord e nar una repoblació n oficia l: la llama da a la emp resa a potenciales poblado res mediante el único método co nocido e nt onces de co muni cación de los gobernantes con las ma sas: mediante e l pregón

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DESPOBLACIÓN

Y REPOBLACIÓN

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público; la integración de los colonizadores por gentes capaces de decidir de sus propios destinos , por hombres libres a quienes el texto llama con razón «boni homines», y el empleo por ellos del sistema de las presuras como habían hecho los bercianos al poblar Astorga . En el curso del proceso mantenido por el obispo de Braga-Lugo en 1025 contra unos labriegos bracarenses, reivindicados por él como siervos de la sede, los acusados se defendieron alegando que sus antepasados habían ido a poblar desde Oviedo con el conde Vímara Pérez y que habiendo ocupado varias villas cum cornu de rex. dieron al rey la quinta parte de las mismas. Ahora bien, aunque no fuera verdadero su alegato sobre la condición de sus abuelos -yo no dudo de su autenticidad-, su afirmación sobre la reserva al rey del quinto de las villas ocupadas haciendo sonar el cuerno real, acredita lo habitual de la ceremonia posesoria y del quintar a favor del soberano, por los colonizadores, de los bienes aprehendidos en esas repoblaciones oficiales. El alegato de los labriegos confirma, además, lo sabido por el testimonio relativo a la repoblación de Astorga: la salida en masa de grupos de repobladores a las órdenes del magnate repoblador . Por el proceso astorgano y por otro, proyeccíón tardía de la empresa de Odoario en Chaves , sabemos que solían acompañar al encargado de la puebla obispos, abades y otros miembros de la clerecía . Por orden real se hicieron otras muchas colonizaciones estatales colectivas reinando Alfonso 111-las he señalado antes e insistiré sobre ellas al estudiar su reinado-, pero, junto a ellas y quizá ya reinando Ordoño 1, también se llevaron a cabo por regio mandato repoblaciones no de ciudades y regiones sino de villas, es decir, de pequeños poblados o de explotaciones rurales más o menos extensas. Sabemos , en efecto, que por mandato real se re alizaron diversas presuras: Per nostram ordinationem declaró en 889 el Rey Magno que Pelayo Pérez aprehendió la villa de Aliste en tierras de Braga. Sarracina y Falquito, confeFtG. 12. - Vista del río Miño , en los alrededores de Lugo. / Foto Ksado J

F1G . 14. - Santiago de Compostela (La Coruña) . facavaciones en la catedral. Umbral de la segunda puena de la fachada norte, en la iglesia de Alfonso 111.( Foto cedida por don Manuel Chamoso Lamas)

Santa María Alba, en tierras leonesas, y que Alfonso III tomó también en presura: por intermedio de sus siervos, la villa de Alkamin, cerca de Tordesillas; personalmente, la iglesia de San Mamés, en el suburbio de la ciudad de Zamora y, a medias con unos particulares, villas situadas en Vama (Portugal). Y tenemos numerosos testimonios de que, como ellos, aprehendieron diversas propiedades, en diversas regiones de vieja y de nueva colonización, div~rsos laicos y eclesiásticos: condes, obispos, abades, comunidades religiosas o simples repobladores, y de que las habían aprehendido ora directamente, ora por sus gente s a ctuando en su nombre. Durante largas décadas permaneció vivo el recuerdo de las presuras realizadas personalmente por magnates de Alfonso 111, en las zonas de cuya colonización oficial habían sido encargados o en otras inmediatas; aludo a las de Bettoti y Odoario. por ejemplo. Sabemos que Bermudo Gatónez, hijo del conde Gatón. hermano de Ordoño 1 y repoblador del Bierzo, reinando también Alfonso III, tomó en presura la villa de Orniol a en la misma región regida por su padre. Y consta además documentalmente que los obispos Nausto de Coimbra y Sisnando de Santiago acordaron dividirse la villa y la iglesia de Silva Scura en tierras de Braga que habían aprehendido los homines del primero y un abad presidiendo los hombres del segundo . Sabemos incluso de una presura realizada por un siervo quien transmitió luego a sus eñores la villa por él ocupad a, villa que de él había recibido nombre. Las presuras de Ordoño I y de Alfonso III ; la primera de bienes don ado s luego por el infante don García, nieto del real pre sor, la segunda de una villa

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transacciones mercantiles de un pueblo y así en realidad ocurrió en la monarquía de Asturias primero y en la de León después. El intercambio se realizaba , al modo primitivo, mediante el trueque de objeto por objeto ; las multas se pagaban en cabezas de ganado; muchas veces, incluso cuando se habla de sueldos en los documentos, ha de entenderse que se refieren a mercancías por valor del número indicado de solidi. En ocasiones, los diplomas se expresan con toda claridad y dicen tantos sueldos en paños, en cibaria , en caballos , etc . Las cifras en sueldos tenían , pues, sólo un valor nominal, sin necesidad de más aclaración se entendía que se trataba de una cantidad imaginaria que había necesidad de pagar o que de hecho se pagaba en mercancías, en cabezas de ganado o en medidas de grano. El sueldo era una moneda de cuenta. Muchas veces no se tomaban el trabajo de hacer esas referencias al sueldo y el valor de las tierras o de los objetos o la cuantía de las multas se expresaba directamente en modios de trigo o de cebada, en cabezas de ganado o «in pane et bibere,., como dicen multitud de diplomas. A nuestro juicio , la medida de granos: el modium sirvió de base a muchas valoraciones. Se fijó en un sueldo el valor de un modium de trigo (la mayoría de los documentos arrojan esta equivalencia) y en relación al modium de trigo se fijaban a veces las escalas de precios que regían en el mercado . En la segunda mitad del siglo x y en la primera del XI, en contramos moneda al peso conforme se acostumbró a emplear en muchos pueblos en la segund a etapa de su desenvolvimiento económico. Los textos hablan con relativa frecuencia de solidos pondere pensaros. En el Fuero de León se menciona la moneta regís y la moneta urbis. Pero sin duda tal mención procede de la copia adulterada del mismo que debemos al Libro de los Te stamentos de Oviedo . Pero quede el estudio del problema monetario para otro ca pítulo. Quiero , empero , insistir en que los reyes leone ses no acuñaron numerario.

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VIDA ECONÓMICA

En orden a las medidas usadas en el reino astur-leonés, predominaba .la tradición romano-visigoda más que la influencia árabe. Unidades métricas de capacidad fueron, según las regiones , el modium o la hemina . En casi todo el reino era más usual el modio . pero en tierras leonesas se empleaba con particularidad -y aún se emplea- la hemina. Divisores del modio eran el quartarius y el sex tarius, de uso muy general en todas partes . Para líquidos, especialmente para el vino , hallamos empleado el compendia/e. La proporción entre aquéllas continuaría probablemente siendo , conforme a la tradición romana, la siguiente Quartarius . . . .. Hemina .. ... . .. Sextarium .. .. .. Modium . .. .. . ..

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El sistema de pesas seguía estando basado en la unidad libra que se menciona con frecuencia en los diplomas . También hallamos varias citas del divisor más usual : la uncia. De medidas itinerarias se encuentran referencias al paso y a la milla. En cuanto a las medidas de superficie , para tierras dedicadas al cultivo de cereales, se acudió a la capacidad de sem-

FrG. 48. - Mopedas califales , de la época de Hixem 11. Museo Arqueológico, Madrid . (Fot o Oron oz)

bradura tomando como unidad el modio. Y, respecto a las viñas, se tuvo en cuenta como unidad la extensión trabajada por un hombre en la cava. Se dijo, tierra de tantos modios de siembra , ieVinea ad sex operarios de cabatura». 6. Moneda de cambio y moneda de cuenta. Sostuve en su día que durante los siglos que alcanzó a vivir el reino astur-leonés , los reyes de Oviedo primero , y los de León después , no acuñaron numerario. Había negado tales acuñaciones mi maestro de numismática, Antonio Vives; quiero rendirle aquí el home naje de mi devoción discipular. Basó su teoría en la falta total de piezas labradas por tales soberanos . Su celo y su éxito en la búsqueda y en el hallazgo de las más raras y singulares monedas hispanas medievales , celo y éxito de que estaba yo seguro, me inclinaron a aceptar su negativa ; y fortificaron esa inclinación mis investigacion es· detenidas y exhaustivas en los fondos diplomáti cos de la época . Aparecen en éstos , te stimonios frecuent es de

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HISTORIA DE ESPA~A

la circulación de muchas piezas de orígenes diversos -aludiré en seguid a a ellas- . Las escrituras hacen también numerosas referencias a pagos de plata «pondere pessata» y al uso del modio de trigo como moneda de cuenta . Y muchos documentos atestiguan lo habitual del cambio directo de los más variados bienes : propiedades rurales o urbanas, animales domésticos, lienzos , paños. utensilios de casa, objetos de lujo , productos de la tierra , etc. Esa triple realidad, apoyada por la falta de hallazgos numismáticos , fuerza a suponer interpolación de un copi~ta tardío la alusión de las Leyes Leonesas de 1020, es decir, del Fuero de León. a la monera regis y a la monera urhis. Su acuñación a principios del siglo XI es incom-

FrG. 49. - Monedas árabes acuñ adas en Có rdoba . Mu s eo Arqueológico, Madrid . ( Foro Or onoz)

patible con el sincron1co empleo de los diver sos instrumentos de pago registrados en los diplomas de la época. Son precisamente leoneses y contemporáneos de las leyes los muchos documentos en que se consignan negocios jurídicos realizados mediante la entrega de plata al peso. Consta que Alfonso VI (t 1109) sólo en el último año de su vida y tras un dramático forcejeo con el astuto prelado compostelano, Diego Gelmírez , que llegó a amenazarle con el fuego del infierno, otorgó a la iglesia del Apóstol Santiago , patrono y protector de la cristiandad hispana , el privilegio de acuñar moneda . Es absolutamente increíble que antes de 1108 ningún rey leonés hubiera concedido a una ciudad el derecho que Alfonso regateó en tal fecha al Santo bajo cuyo patrocinio creían combatir los cristianos contra los musulmanes. Y es por ellos seguro que únicamente desde las primeras décadas del siglo XII empezaría a fabricarse la moneta urbis legionense. Cuanto sabemos sobre los retoques que sufrieron los viejos textos en la oficina de la catedral ovetense, de donde procede la copia más antigua del Fuero de León , permite atribuir a una modernización de la frase primitiva la referencia en él a la moneda real y a la moneda concejil, en 1020. Y confirman la realidad del retoque, las frecuentes citas de solidos y de argenzos en diversos preceptos del Fuero en los que ocasionalmente se habla de la mon eta regís y de la moneda urbis ; y el hecho

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F1G .

50. - Vista aérea de Santiago de Compostela (La Coruña) . /Foto T. A. F. )

mismo de que en alguno de los pasajes del texto ovetense de las leyes leonesas, donde se menciona la mon_eda real, sea muy clara la manipulación. Que el retoque del texto pri~itivo del Fuero de León respondiera a la lógica incidencia que pudiera tener en las prácticas fiscales y penales leoneses la efectiva acuñación de moneda por Alfonso VI (t 1109) y de moneda concejil por la ciudad de León durante el reinado de doña Urraca (1109-1126), siempre antes de la formación del Liber Testamentorum pelagiano es una posibilidad que no quiero negar para ser justo con los escribas ovetenses. Pudieron éstos reproducir una reproducción de las leyes ya modernizada en la misma León, cuando a principios del siglo XII se hizo habitual la circulación por ella de la moneta regis y de la moneta urbis. Pudo ser el mismó don Pelayo quien ordenase la alteración de la primitiva redacción del fuero para dar pruebas de estar informado de las últimas novedades monetarias leonesas; no debe olvidarse el gusto del prelado por retocar las crónicas que caían en sus manos , a veces impulsado por puras vanidades de erudito . Mas , aún en el caso de que un siglo después de la fecha en que se redactaron las leyes leonesas, se hubieran modificado éstas oficialmente -me inclino a dudar de que así ocurriese- cuanto queda argüido fuerza a negar que en el texto primero del Fuero se aludiera a la moneda del rey y a la moneda de la ciudad . Y queda así anulado el único indicio favorable a la realidad de la circulación , durante el período astur-leonés , de numerario acuñado por las instancias centrales de la monarquía o por ivi civitas o urbe leonesa. Ningún hallazgo numismático ni diplomático reciente ha rectificado la teoría ideada por mi maestro Vives y por mí comprobada documentalmente . Parec e, por tanto , seguro que

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HISTORIA

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los reyes astur-leoneses no acuñaron numerario. Lo es también que, como los textos acreditan, al mismo tiempo que se realizaban frecuentes cambios directos de objetos por objetos, circulaban por el reino viejas y nuevas monedas; monedas en uso antes de las invasiones islámicas y del nacimiento del reino de Asturias y monedas acuñadas por los emires y los califas cordobeses. Ninguna rectificación debo hacer a lo que escribí en 1926 y 1928 sobre la circulación en el reino astur-leonés de viejas monedas romanas. De 952 data la escritura de venta de una villa en territorio portugués por XXVIII solidos romanos usum terre nostre, dice el vendedor. Por lo que había podido comprobar acerca del valor habitual de los bienes raíces y por la misma frase «de uso en nuestra tierra», no me pareció prudente ver en tal escritura una .



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FrG. 51. - Reverso de un dirhem del califa Abderramán 111, acuñado en Medina Azahara. Gabinete Numismático, Barcelona . (Foto Orono z)

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alusión a sueldos de oro del Imperio romano tardío o del Imperio bizantino. La villa comprada por Froila a Vivildi habría alcanzado un precio fabuloso de haber sido pagada en sólidos áureos. Y si juzgué improbable que en 952 siguieron en uso al norte del Duero los viejos sueldos de los emperadores romanos, tuve por increíble que jamás hubiesen circulado allí los sueldos de los emperadores bizantinos. Era habitual a la sazón, como veremos luego, el empleo de la voz solidos para designar piezas de plata. ¿Incurrí en error al ver en los solidos romanos del documento portugués del 952 un testimonio de la circulación de viejos denarios romanos argénteos por tierras galaico-portuguesas? No lo creo. En todo caso nunca podríamos juzgarlos sueldos bizantinos. Había caído en desuso la práctica hispanogoda de llamar romanos a los emperadores con sede en Constantinopla y a sus súbditos . Y de haber aludido a sueldos de Bizancio, los notarios del reino de León los habrían calificado de greciscos, como llamaban a los paños, a los tapices, a las casullas, a las dalmáticas y a los demás objetos bizantinos de lujo, importados, a lo que parece, por judíos. Numerosos documentos, también portugueses y gallegos, mencionan diversos negocios jurídicos concluidos mediante el pago de solidos gal/icanos, ca/icenses, gal/icarios o gal/eganos o en bienes en tales sueldos valorados. Registré en su día escrituras de los años 900, 905, 914,929,935,941,955,984, 1000, 1004, en que aparecían mencionados tales sueldos. Frente a la frecuente consideración de esos solidos como sueldos francos, me incliné tímidamente a tenerlos por sueldos de Galicia. Me movieron a ello : el empleo habitual de la palabra francisco en el reino astur-leonés para designar los objetos de procedencia ultrapirenaica y la exclu siva procedencia galaico-portuguesa de las citas registradas ¿Cómo explicar -me pre-

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VIDA ECONÓMICA

guntaba- que sólo se hable de solidos gal/icanos en Gallaecia aludiendo a sueldos francos? ¿Por qué había de ser en la apartada Galicia donde corriera la moneda franca? Puesto que en algún documento se les llama gal/eganos ¿entenderían los hombres del siglo x por sueldos gal/icanos, no sueldos de las Galias sino de Gallaecia? No me atreví a pasar de la duda a la afirmación, porque no acertaba a explicarme a qué clase de moneda podían reí erirse las escrituras al mencionar los sueldos en cuestión. Nadie había presentado hasta entonces solidos acuñados en Galicia premuslim y su acuñación en ella y únicamente en ella después de la invasión islámica no sólo era perfectamente inverosímil; estaba contradicha por la frase solidos gal/icarios usui terre nostre de un documento portugués del 924. El estudio de Reinhart sobre los solidos suevos, naturalmente acuñados en Gallaecia, ha comprobado lo fundado de mis conjeturas. Los sueldos gallicanos, gallicenses, gal/icarios, calicenses o galleganos que aparecen en escrituras galaico-portuguesas fechadas entre el año 900 y· el año 1004, eran simplemente los solidos de los reyes suevos que rigieron Galicia hasta su vencimiento por Leovigildo, muy avanzado el siglo VI. Esos sueldos llegaron pronto a pesar entre 3,60 y 3,75 gramos en lugar de 4,50 gramos que pesaban los sueldos imperiales romanos. Su peso y su arte ha permitido a Reinhart diferenciarlos de éstos. Registré también en su día la circulación en el reino astur-leonés de dirhemes andaluces. Se refieren a ellos documentos también galaico-portugueses de 943, 972, 984 y 1016. En ellos se registran transacciones económicas o negocios jurídicos concluidos mediante la entrega de solidos o de argentum mahomati, hazimi o kazimi, nombres con que se alude a los directores de la ceca cordobesa bajo cuyo cuidado se acuñaron. No hace mucho se ha encontrado en Navarra un tesoro de 204 dirhemes de la época emiral fechables entre los años 166 y 295 de la héjira, 782 a 907 de Cristo. No podrá sorprendernos que un día cualquiera se descubra otro tesoro parejo en el solar de la monarquía astur-leonesa. Basta el hallazgo navarro para tener por seguro que antes de los años en que aparecen registrados dirhemes andaluces en documentos galaico-portugueses ya circularían pór el reino de Oviedo. Tampoco debo rectificar lo que sostuve acerca del uso de piezas diversas de plata, pesadas en sueldos, para pagar ventas o compras de bienes raíces, muebles o semovientes o para concluir cualesquiera otros negocios jurídicos. Lo atestiguan numerosos documentos leoneses: uno de 9~; otro de 1010; tres de 1021; cuatro de 1022; uno de 1024; otro de 1028; dos de 1030; uno de 1031; tres de 1032; y otros de 1033 y 1034. En la escritura de JOIO se declara cómo se hacía públicamente el peso de las piezas de plata; el vendedor recibió «in pretio X argenteis solidos et fuerunt in pondere pesatos coram multitudine». Aunque la mayoría de los testimonios por mí reunidos corresponden a principios del siglo XI, como hay alguno fechado a mediados del x. creí probable que, pesándose de antiguo las piezas de plata, sólo se introdujera tardíamente en las fórmulas notariales la costumbre de consignar tal detalle. Me han fortificado en tal opinión dos textos de 968 y 980 en que el precio de l9s bienes vendidos aparece pagado en «solidos de argento puro», pues parecen aludir a la entrega de plata al peso antes del año mil. Y conserva vigencia lo que afirmé sobre el empleo del modio de trigo y de la oveja como moneda de cambio o de pago, y con la equivalencia de un sueldo de plata. Son numerosos los testimonios en que se valúan en modios, utensilios de casa, prendas de vestir o animales domésticos. La equivalencia de la oveja, el sueldo y el modio se comprueba mediante diversos documentos leoneses y gallegos. En varias escrituras de 961, 962, 964 y 1005, procedentes del monasterio de Celanova, se mencionan ovelias modiales; en una del

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monasterio de Sahagún del año 1004 se estima en un sueldo un modio de trigo; en un documento de Santillana de 1020 se suman indistintamente hasta formar una sola cifra en modios, los modios y los sueldos en que se tasaban los objetos recibides por un particular en precio de los bienes que vendía; y en dos diplomas leoneses de 951 y de 1008 se valora una oveja en un modio y 100 ovejas en cien sueldos. Pero si todas mis afirmaciones de antaño siguen siendo válidas, al enfrentar hoy otra vez el problema monetario astur-leonés en su conjunto debo hacer algunas decisivas observaciones nuevas. Sostuve en su día que los tremises visigodos de oro siguieron corriendo en el solar primitivo del reino de Asturias. Así resulta de varios documentos del monasterio de Santo

52. - Capilla mozárabe de San Miguel de Celan ova, junto a los muros del monasterio de San Salvador . F1G .

( Foto Archivo Esposa-Ca/pe)

Toribio de Liébana: en uno del 796 se aprecia un buey en un sueldo y un trémise y una vaca en esa misma cifra, y en otra escritura de 827 se habla de un buey negro valorado también en un sueldo y un trémise. Señalé que hasta mediados del siglo IX siguió usándose el trémise como moneda de cambio y afirmé que en adelante cayó en desuso la áurea moneda visigoda para ser reemplazada por la de plata. Debo hoy matizar esta afirmación . Escaparon a mis búsquedas varios documentos del monasterio de Celanova en que se habla de linceos y de /enzios tremisales -en los años 935, 937, 961, 962, 967 y 1005- de los puercos «uno tremisale et a/io de vi quartarios» -en 990- y de una saia noua tremisale -en 1005-. Es, por tanto, seguro que en las tierras donde se alzaba el monasterio mencionado, durante todo el siglo x, aún se valoraban en trémises algunos lienzos, algunas prendas de vestir y algunos animales. ¿Ocurría otro tanto en toda Galicia? ¿Tales valoraciones implicaban la auténtica circulación de trémises visigodos? No me atrevo a contestar afirmativa ni negativamente a estas preguntas. Sólo una vez parece aludirse a sueldos de oro fuera de Celanova. En un documento del monasterio de

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VIDA ECONÓMICA

Sobrado del 835 se valoran en «solidos 111et uno tremise», un «hove colore marceno», un «manto laneo vilado et chomacio» y 12 quesos. Queda dicho que algunos documentos galaico-portugueses del siglo x hablan de solidos gallicanos o gal/eganos que cabe identificar con solidos áureos. Pero en otros muchos se mencionan éstas o las otras cifras de sueldos sin calificativo alguno. ¿Se aludía en ellos a sueldos de oro o a sueldos de plata? Si en la escritura del 835 la valoración registrada no hubiese excedido de «solidos• Ilh, no habríamos podido concluir a qué clase de sueldos aludía. Puesto que consta la circulación por Galicia de solidos áureos de origen suevo y de trémises de origen visigodo ¿podemos suponer -repito-· que incluso se registraban sueldos de oro cuando el texto no definía el metal en que estaban acuñados? En documentos gallegos de 927 y de 947 se valúan unas yeguas en 3 y en 2 sueldos; en escrituras del 951 y del 979 se estiman unos caballos en 4· y 3 sueldos; y en textos del 920, 941 y 951 se aprecian bueyes o vacas en un sueldo. Esas valuaciones sorprenden porque las especies equina y bovina se valoraban mucho más hacia la misma época en León y Castilla, e incluso valieron más en Galicia en fechas posteriores. Podría explicarse el mayor precio de bueyes y vacas en tierras de nueva colonización, a las cuales los repobladores debieron importar animales domésticos desde las zonas de antiguo habitadas, y porque la meseta de León y Castilla era menos propicia que la Galicia, rica en pastos, para el mantenimiento de ganado vacuno. Y cabría admitir -y así lo admití yo en tiempos- que el caballo alcanzó superior estimación en las llanuras castellano-leonesas porque, tierras fronterizas, los cristianos necesitaron disponer en ellas de abundantes fuerzas montadas para la guerra contra el moro. Pero para explicar el alza del valor de yeguas, caballos, vacas y bueyes en Galicia con el correr del tiempo, a falta de causas lógicas que le hagan verosímil, debemos admitir como probable la sustitución de las piezas de oro por las piezas de plata como moneda de cambio. ¿Cuándo y cómo se produjo la sustitución? No es posible contestar estas preguntas de modo tajante. Me inclino a creer -nada garantiza mi conjetura- que a ese reemplazo debió contribuir el uso temprano y general de numerario argénteo en León y Castilla. Ese uso parece seguro. Ni en Castilla ni en León hallamos alusiones a sueldos que podamos suponer áureos. No se mencionan en las escrituras solidos gallicanos ni trémises visigodos; se alude repetidamente en ellos a solidos argenteos; cuando algunas penas pecuniarias se valúan en oro se estiman en talentos o en libras; los animales domésticos, los utensilios de casa y las prendas de vestir empiezan pronto a valorarse en cifras muy superiores a las registradas en sueldos áureos en las escrituras galaico-portuguesas, y el alza del coste general de toda clase de bienes al filo del año mil se explica por la gran crisis padecida por la cristiandad occidental como resultado de las terribles campañas de Almanzor que asolaron la meseta castellano-leonesa durante veinte años. Pero, rebus sic stantibus, queda en pie el problema de por qué, cómo y cuándo empezó a usarse el so/idus argenteus para moneda de cuenta y de cambio en reemplazo de los viejos trémises de oro visigóticos. Yo admití antaño «la sustitución, en el reinado de Alfonso 11 (791-842) según lo más probable, del antiguo sistema monetario visigodo basado en el patrón oro y que tenía como unidad el trémise o tercio de sueldo, por el sistema monetario carolingio en que la nueva unidad era el sueldo de plata» y añadí que si no se acuñaron en el reino de Asturias sueldos argénteos, se aceptó en adelante el so/idus ultrapirenaico como moneda de cuenta y de cambio. Si hubiera pruebas o indicios de que en verdad había habido una sustitución oficial del patrón oro visigodo por el sistema carolingio cabría suponer que había tenido lugar rei-

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nando Alfonso 11, tan ligado a Carlomagno que los cronistas francos llegaron a hacer de él un horno del primer emperador medieval de Occidente. Pero no existen tales pruebas ni tales indicios y, por ello, ni creí antaño ni creo hoy en una disposición legal del Rey Casto decretando el reemplazo del oro por la plata. Tal ordenanza es inverosímil puesto que, a lo que sabemos, los reyes de Oviedo no dictaron decreta ni capitulares y porque, según queda dicho, no acuñaron monedas . Es además incompatible con la política neogótica de Alfonso 11, quien, según la Crónica llamada de Albelda, intentó restaurar la tradición visigoda en el · palacio -es decir, en el Estado- y en la Iglesia. Y de haber existido, habría tenido vigencia también en Galicia que naturalmente formaba parte del reino de Oviedo, y en Galicia siguió circulando moneda de oro; y la habría tenido asimismo en Asturias, donde todavía a principios del siglo x se concluían en trémises algunos negocios jurídicos.

FrG. 53. - Monedas carolingias, de principios del siglo rx. encontradas en las excavaciones efectuadas en la catedral de Santiago de Compostela . Son el mejor testimonio del temprano inicio de las peregrinaciones ultrapirenaicas al templo del Apóstol. ( Foto cedida por don Manuel Chamoso Lama s )

No, no es verosímil que la sustitución del patrón oro visigodo se hubiera realizado por las instancias centrales del Estado. Más lógico parece que la mudanza fuese resultado · de la coincidencia entre la paulatina desaparición de los trémises áureos, al transcurrir décadas sin que se realizaran nuevas acuñaciones, con la cada día más frecuente circulación por el reino de sueldos de plata carolingios y de dirhemes andaluces, argénteos asimismo. Al cabo también la falta de oro contribuyó decisivamente a la desaparición del patrón áureo en la Europa occidental y a su reemplazo por el talón argénteo. ¿Pero cuándo la desaparición de los viejos trémises de oro, coincidiendo con el correr de los sueldos argént~os carolingios y de los dirhemes de Córdoba, pudo provocar la sustitución del patrón áureo como moneda de cuenta y de cambio? Es seguro que desde las primeras décadas del siglo VIII dejaron de acuñarse piezas de oro en el norte cristiano. Antes de un siglo debieron, por tanto, escasear en el reino de Asturias y especialmente en las tierras de nueva colonización al sur de los montes, pobladas por emigrantes pobres, claro está, en su gran mayoría y que no habrían podido llevar consigo monedas de oro. Y no contradicen este supuesto las alusiones a piezas áureas en los textos, pues, como acreditan algunas escrituras, en vez de trémises se entregaba un buey, un manto de lana y doce quesos (835) o un carnero y cebada (868) o se pagaban en «pannos uel argento et boues» (905) los sueldos gal/icanos en que se había fijado el precio de una iglesia. Los contactos políticos de Oviedo y Aquisgrán se iniciaron a fines del siglo VIII. Muy pronto comenzaron a visitar el sepulcro de Santiago en Compostela peregrinos ultrapirenaicos; en las excavaciones recientemente practicadas en el templo del Apóstol, se han

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hallado monedas carolingias en las ruinas de la primitiva iglesia edificada por Alfonso 111 (899). Y no sabemos en qué fecha comenzó el tráfico mercantil entre el reino de Asturias y el imperio franco, pero ya en la primera mitad del siglo x empezamos a encontrar en los documentos referencias a objetos franciscos. La repoblación de la meseta del Duero se hizo con gentes del solar primitivo del reino -gallegos, astures, cántabros y vascones- pero también por mozárabes, habituados a emplear en sus transacciones dirhemes cordobeses de plata. La emigración mozarábica comenzó ya en el siglo VIII y se intensificó -en los llanos de León sobre todo a mediados del siglo IX con Ordoño 1 (850-866)-. Los mozárabes pudieron conservar en sus nuevas sedes sus hábitos de emplear monedas de plata y pudieron habituar a ello a sus convecinos. La doble coincidencia de la escasez creciente de monedas áureas y de la circulación de piezas argénteas del imperio carolingio y de la España· islámica, debió producir antes del año 900, cambios de importancia en las transacciones económicas y en los negocios jurídicos por lo que hace al uso de una nueva moneda de cuenta y de cambio. La atenta lectura de los documentos de la primera mitad del siglo IX autoriza las siguientes conclusiones: a) No se registran concretamente solidos argenteos. Sólo se citan, que yo sepa, en la donación del obispo Fredulfo al monasterio de Valpuesta en 844, probablemente falsa y en todo caso mal datada. b) Cuando es posible fijar la calidad de los sueldos mencionados en los diplomas de tal época es evidente que se alude a solidos aureos: ya porque expresamente resulta clara tal condición, ya porque lo magro de las cifras consignadas en función de la importancia del negocio jurídico con el que se relacionan, hace inverosímil que el texto aluda a sueldos de plata. Sólo conozco un caso dudoso: la estimación en quince sueldos sin calificativos -de la parte de una viña y de un pomar que en 842 vendieron a Alfonso y Adosinda varios propietarios de tierras en Nandos. En la segunda mitad y sobre todo en el último tercio del siglo IX, diversos documentos aluden en cambio a sueldos que podemos juzgar solidos argenteos,ya porque son calificados de tales (891-897), ya porque las cifras que dan los textos, por lo elevadas, habida en cuenta la calidad del negocio jurídico con ocasión del cual se citan, hacen increíble que la escritura se refiera a sueldos de oro. En la carta de dote de Sisnando a su esposa Ildoncia del 887, se lee, por ejemplo: «In ornamento uel uestimento solidos CCCC.» Ahora bien, aunque el novio poseía una gran fortuna, es dudoso que hubiese gastado 400 sueldos de oro -unos 6.000 sueldos de plata- en los vestidos y preseas que regalaba a su prometida. En 895, Alfonso 111, al donar una villa a San Martín de Prada, declara haberla adquirido en 80 sueldos y una villa en el suburbio de Astorga no podía valer en tal fecha 1.400 sueldos de plata, supuesto el costo habitual de tales propiedades en el reino astur-leonés. Y, en 897, la heredad que junto al Castrum de Rege, en tierra de León, vendieron Nunilo y Bonello a Apazi en 500 sueldos no pudo en modo alguno valer siete mil solidos argenteos. Fue, pues, en la segunda mitad del siglo IX, cuando, a lo que podemos suponer, se generalizó en el reino astur-leonés el uso de la plata, como moneda de cambio y de cuenta. Siguieron calculándose en talentos, en libras o en sueldos de oro las graves penas con que se amenazaba a los contraventores de los dispositivos documentales, y en Galicia siguieron empleándose los áureos solidos gal/icanos:pero el triunfo del patrón argénteo fue ya seguro. En el siglo x y hasta la caída del reino astur-leonés, abundan ya las referencias documentales, precisas o sobreentendidas, a sueldos de plata; precisas porque se citan concretamente solidos argenteos y sobre~ntendidas porque las cifras de sueldos que se registran en las escrituras no pueden referirse sino a piezas de plata. Esas referencias abundan especial-

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mente, claro está, en León y Castilla, pero incluso en la conservadora Galicia llega a abrirse camino el empleo del nuevo sistema para la fijación de precios y penas. Y el triunfo del mismo acabó siendo tan completo que en el último tercio del siglo x empezaron a fijarse en sueldos que no podían ser sino solidos argenteos las penas en metálico a cuyo pago se conminaba a los posibles contraventores de las más varias clases de escrituras. ¿Cuál fue la importancia de la devaluación sufrida por el signo monetario astur-leonés al triunfar el uso de la plata como moneda de cambio? Manuscritos tardíos del Líber Judiciorum o Fuero Juzgo incluyen el siguiente precepto: «De pondere et mensura. Auri Libra l: LXXII solidos auri. Uncia una: VI solidos. Statera auri I: III solidos. Drag_ma I: XII argenteos. Tremise I: quinque argenteos. Seliqua I: argencium et tercia pars argencii. Baldres faciunt argencontabile.» Este precepto aparece en un códice, antaño en San Isidoro de León, fechada en 1020 y en el que se reproducen disposiciones de los p_ostrcros reyes godos

F1a. 54. - Monedas califales de Hixem II. Museo Arqueológico, Madrid . (Foto Oronoz)

y algunas más tardías . Él nos autoriza a señalar la equivalencia del oro a la plata en el reino astur-leonés. La devaluación hubo de implicar, por tanto, cambios sociales y económicos profundos. No pudo ser igual, por ejemplo, estimar el valor penal de un noble en 500 sueldos de oro como se hace en la redacción vulgata del Líber Judicum, que en 500 sueldos de plata como establecen ya las Leyes de Castrojeriz del 974. Para precisar al pormenor la importancia de tales cambios necesitaríamos conocer también cuánto pesaba el sueldo de plata que llegó a ser moneda de cuenta y de cambio. De haberse aceptado en Asturias el sistema monetario carolingio, la libra, de unos 360 gramos, habría abarcado unos 20 sueldos que habrían pesado, así, unos 18 gramos cada uno. El dirhem cordobés pesa de 1,50 a 2,70 gramos, ¿cuál de los dos modelos se imitó? La inclinación a lo carolingio que mostró la cristiandad astur-leonesa se mueve a creer que se aceptaría el sistema franco y no el andaluz . Pero no me atrevo a formular sino tímida conjetura . En algunos documentos castellanos y leoneses se citan a veces arienzos de argento y a veces se les distingue a las claras de los solidos argenteos, y en las Leyes de León de 1020 se diferencian los pagos que habían de hacerse en sueldos de los que habían de hacerse en argenzos; y de la comparación entre la importancia de las penas o de las gabelas que habían de satisfacerse en unos y en otros resulta la inferioridad de los argenzos o arienzos

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frente a los sólidos. ¿Llamarían leoneses y castellanos sueldos a las piezas de plata de unos 18 gramos y arienzos a las de 2,7 gramos, las unas procedentes de allende el Pirineo o calculados conforme al peso habitual de los sueldos frente a la libra, y otras de procedencia andaluza o pesadas conforme al modelo de los dirhemes cordobeses? Mientras la casualidad no nos brinde una noticia aclaratoria, habremos de resignarnos a la duda.

F1G. 55. - Sueldo visigodo, de oro, de la época de Recaredo . Biblioteca Nacional, París . (Foto Oronóz)

Con el sistema monetario carolingio basado en el so/idus argenteus se recibió también probablemente en el reino astur-leonés el uso de los denarios a 12 el sueldo. Pero me inclino a creer · que esa recepción fue tardía -no empiezan a aparecer citas de denarios hasta fines del siglo x- y que siguió al arraigo definitivo de la plata en sustitución del oro como moneda de cambio y de cuenta. Era lógico que primero y despaciosamente se reemplazase el so/idus aureus· suevo y visigodo por el so/idus argenteus y que sólo tras esa sustitución, que hubo de producir alteraciones de consideración en el costo de la vida y en la fijación de penas y gabelas, empezasen a veces a calcularse en dineros los pagos de cantidades ínfimas que ni siquiera podían hacerse en argenzos. No me atrevo, sin embargo, a dar tampoco por resuelta la cuestión del inicio y desarrollo del uso del cobre en el reino astur-leonés. En período del pasado de mi patria tan lleno de problemas, será ése uno de los muchos que esperan todavía solución. Quede reservada para nuevos investigadores. F1a. 56. - Anverso y reverso de dos monedas carolingias de los siglos x y XI. ( Foto Archivo Esposa-Ca/pe)

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7. El precio de la vida en el reino astur-leonés. Como los reyes astur-leoneses no acuñaron numerario, el valor de las cosas se traducía en una cifra, mayor o menor, de la teórica moneda de cuenta en uso a la sazón. Era ésta el sueldo de plata, probablemente fijado al peso de 20 en libra de 300 gramos, y sus equivalentes: el modio y la oveja. Estas equivalencias nos están demostrando el carácter agrario y ganadero de la sociedad regida por los reyes de León, y nos permiten, incluso, fijar el cultivo de los cereales y el pastoreo del ganado ovino en la base de la economía astur-leonesa. Los documentos del reino astur-leonés -muchos publicados, pero muchos todavía inéditos- nos ofrecen una serie numerosa de valoraciones de los más varios objetos y de las más diversas especies de ganado referidas a esa unidad monetaria del sueldo de plata, pondere pensato, como dicen a veces los textos, o, también a los equivalentes de aquélla: la oveja y el modio de trigo. De la época y de la región a que nos referimos, no se nos han conservado sino fundaciones monásticas, escrituras de donación, venta o arriendo -de arriendo con arreglo a las formas jurídicas en uso por entonces, tan diversas de las nuestras- y los documentos procesales. En la inmensa mayoría de aquéllos y de éstos se enajenan, se arriendan o se disputan, bienes raíces, derechos reales o derechos sobre los servicios de las clases dependientes, o se debaten cuestiones penales. La naturaleza de. las fuentes diplomáticas astur-leonesas salvadas del olvido no es, por tanto, ciertamente, la más propicia para transmitirnos noticias abundantes sobre el precio de la vida. Pero, para fortuna nuestra, la misma falta de numerario acuñado, falta que obligaba a los astur-leoneses a emplear como moneda de cambio, con mucha frecuencia, bienes muebles o semovientes, en las enajenaciones de bienes raíces, y el carácter singular de las donaciones en el derecho al uso, han trocado las varias clases de escrituras señaladas en textos parleros que nos brindan muchos datos de interés para el tema de este estudio. En efecto, en muchas de las ventas o procesos, el precio de las cosas o de los derechos disputados o vendidos está expresado en bienes muebles o semovientes; pero en muchos, también, se fija en sueldos, modios u ovejas: el valor de los objetos o de los ganados recibidos a cambio del bien raíz o por el derecho enajenado, o de las cosas o facultades sometidas a litigio. En el derecho germánico, que presidía, en general, las relaciones jurídicas entre los hombres en el reino astur-leonés, no había ninguna transmisión de bienes gratuita y como, por ello, para dar eficacia a las donaciones, el favorecido con ellas cedía al donante, in offertione, in roboramento o in honore, un bien mueble o un semoviente, al fijar en la escritura de cesión el objeto o el animal contradonado por el donatario, a veces se llegaba a precisar el valor de la cosa o del bruto, recibido por el otorgante de un bien raíz o de un derecho real. Y como los delitos más diversos se castigaban con penas pecuriiarias, expresadas en sueldos, y como muchas veces se pagaba en bienes raíces, muebles o semovientes, la suma de aquéllos a que ascendía la calumpnia, es decir, la pena, al hacer la reducción de la moneda de cuenta a la moneda de cambio, no rara vez se descubre, también, el valor de algún animal o de alguna cosa, en los documentos de índole penal. Por cuanto queda dicho, la abundancia entre los diplomas astur-leoneses salvados hasta hoy: de ventas, de donaciones y de escrituras procesales -civiles o penales- nos ha permitido espigar muchas noticias sobre el precio de los objetos más diversos y de las más varias especies de ganados. Pero, claro está, que dados los cauces por los· que. esas noticias han llegado hasta nosotros, nuestra información no alcanza a conocer sino aspectos parciales de , la escala de los valores de las cosas. Nos escapa, por ejemplo, la tabla de precios de los productos alimenticios: aves, hortalizas, frutas, quesos, sal, aceite, sebo, miel, vino, sidra ... y

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la de los productos de uso diario en los hogares humildes. No se compraban, de ordinario, iglesias, casas, terrenos, viñas, pomares, salinas o molinos, por unas gallinas, por un puñado de nabos, por una caldera o por unos sobeos. No se daban in offertione, in roboramentoo in honore a los donantes generosos, sino alhajas, caballos, animales de valor u objetos de lujo. Y ni se pleiteaba sobre,palomas o frutas, ni se pagaban las penas pecuniarias en miel o vino. Pero, si no se olvida que las escalas de precio en estudio se refieren al misterioso período de tiempo que media entre los años 800 y 1050 y sólo a la parte de Península comprendida entre el Duero y el Cantábrico, se estimarán en su justo valor los resultados obtenidos en mis investigaciones. No obstante su pobreza, no han sido superados por lo que hace a ningún otro período ni a ningún otro reino hispano durante la Edad Media, ni siquiera por lo que se refiere a ninguna región de la España moderna. Para facilitar su estudio he agrupado los datos recogidos en cuadros diversos: «Ornamentos de iglesia y alhajas», «Utensilios de casa», «El traje», «Arreos de cabalgan, «Ganado caballar», «Ganado vacuno», «Ganado mular», «Otras especies de ganado», y «Valoraciones varias». Dentro de cada cuadro he distinguido las regiones de donde procedían las noticias, reuniendo por separado las de Asturias, Galicia, Portugal, León y Castilla, salvo cuando la parvedad de los pormenores cosechados hacía innecesaria tan minuciosa distinción. He respetado de ordinario la grafía, contradictoria y muchas veces torpe o bárbara, de los diplomas. He precisado en cada caso la procedencia del texto publicado o inédito de donde deriva el dato utilizado. Y ·he agrupado las indicaciones de cada cuadro por orden cronológico, para que puedan advertirse, en algunos casos, las oscilaciones de los precios o, por mejor decir, el eterno crecer de los valores de las cosas.

••• La lectura de las tablas de precios que publica aquí nos impone una primera e imperiosa conclusión: el enorme desnivel que separaba el valor de los objetos de lujo, de los precios alcanzados por las cosas de uso diario, por la mayoría de las especies de ganado y por los cereales. Obsérvense las valoraciones de los ricos ornamentos de iglesia, de las diversas alhajas, de algunos raros paños y de varias lujosas sillas de montar. Tales precios se explican: por lo precioso de los materiales empleados en su fabricación: plata, oro y a las veces piedras preciosas, y por tratarse, en otros muchos casos, de productos de importación extranjera, traídos de lejanas tierras por mercaderes judíos, a lo que cabe suponer. Las ricas cruces regaladas por Alfonso II y Alfonso 111a las iglesias de Oviedo y de Santiago y las arquetas y cálices de la época llegados hasta hoy nos demuestran que había perdurado en el reino de Asturias la tradición de la fina orfebrería visigoda, aunque hubiera cambiado el gusto y aun la técnica. Dos trozos de tejidos leoneses, labrados conforme a la moda y al arte cordobeses de la época, junto a la noticia del establecimiento en tierras de León de unos tiraceros andaluces, parecen testimoniar la existencia de una incipiente industria textil en el reino astur-leonés. Sabemos del uso, en éste, de diversos objetos: franciscos (de Francia), spaniscos(de la España mora), greciscos(de Bizancio) y doxtovies (de Doxtova, en Persia). Y en nuestros cuadros aparecen valorados en 500 sueldos tres pannos greciscos; en 500 también, unos pannos romesinos; en 500 asimismo, un /ectumpal/eum (lecho con tapices) y en 200, otro /ectum palleum; y casi sin duda podemos afirmar que todos ellos eran de importación foránea: unos por la procedencia confesada de los mismos y otros por su probable fabricación en las manufacturas cordobesas de tapices.

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Comparados después entre sí los precios de los objetos de fabricación del país y los de las diversas especies de ganado, pueden obtenerse las siguientes conclusiones: a) Tras los objetos de lujo y de importación extranjera, ocupaba el caballo y la mula el primer lugar en la estimación de los naturales del reino astur-leonés. b) Los seguían algunos utensilios de comedor : las ecudillas de plata, o de dormitorio, los cobertores, y varias prendas de vestir : las camisas de seda, los mantos de piel y cierto género de sayas, jubones o paños. e) .Por bajo de tales objetos se estimaba el ganado vacuno. d) Y ocupaban el último lugar, en la escala de valores , las cosas de uso diario: colchones, lienzos, pieles de conejo o de cordero y las cabezas de ganado asnal, ovino, caprino o de cerda. No es difícil explicar las causas de esta jerarquía de valoraciones. Respondía, como siempre han respondido los precios de las cosas, en todos los pueblos y a través de todos los tiempos, a la ineludible ley de la oferta y la demanda, ineludible aun en las épocas de economía dirigida, épocas que se han sucedido en la historia de cada nación con más frecuencia de lo que podríamos suponer hoy y con mucha mayor frecuencia de lo que hubiese sido menester para el bien de los pueblos.

F1G. 57. - Orfebrerí a visigoda . Cruz de To rr edo njimeno . Mu sco Arqueológico. Córdoba. / Foto Or onoz)

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F1G. 58. - Escena de guerreros a caballo , de una página del Beato de Liébana de El Burgo de Osma (Soria) . / Foto Oron oz)

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Tras un largo proceso, que he estudiado en otra parte, la caballería había ya triunfado como arma fundamental de combate, hace mil años, en Al-Andalus, es decir, en la España mora, y allende .el Pirineo. Los habitantes de la monarquía astur-leonesa tenían ya que habérselas con grandes ejércitos musulmanes integrados por miles de jinetes. Para defenderse de ellos hubieron de organizar cuerpos montados numerosos. Y, por ello, el caballo hubo de alcanzar el más alto precio en la estimativa de los cristianos del reino de León. Los cuadros regionales que he trazado nos aseguran, a las claras, que tal fue la causa de la elevada valoración de tan noble bruto. Sorprende lo bajo de los precios del ganado caballar en Galicia, lo alto de los que alcanzó el mismo en Castilla y la frecuencia con que los textos leoneses nos hablan de caballos y nos fijan, como valor de la especie equina, cifras que ocupan una posición intermedia entre las ínfimas de las escrituras gallegas y las máximas de los diplomas castellanos. Esas diferencias se explican fácilmente en función de la diferente importancia alcanzada por la caballería de guerra en cada una de las tres regiones. Después de la doble campaña del 825 que terminó en las batallas de Naharón y de Anceo y de la expedición de 'Aba al-Ra~an II en 840, Galicia no volvió a recibir la incómoda visita de las fuerzas musulmanas hasta la expedición de «Almanzor» contra Santiago (997). Repoblado el norte de Portugal -entre el Miño y el Duero y hasta el Mondego luego- en el último tercio del siglo IX, y colonizada la tierra leonesa hasta Zamora y Toro, hacia la misma época, Galicia quedó muy lejos de la frontera con el moro y los gallegos no sintieron, por ello, la precisión de combatir como jinetes para librarse de las acometidas sarracenas. La paz y otra serie de factores espirituales, sociales y políticos, que no puedo analizar aquí, facilitaron, además, en Galicia, el surgir y el medrar de grandes señoríos eclesiásticos y de muchas grandes propiedades; la población urbana y rural de toda la región acabó viviendo bajo el yugo de los señores; y en tal dependencia, con la raya fronteriza muy lejos de sus casas, los bellísimos valles gallegos no asistieron al nacimiento de la caballería villana, que triunfó, en cambio, muy pronto, en la tierra llana de León y de Castilla. Vieron estas dos aparecer con harta frecuencia a los muslimes durante los siglos IX y x, y, en el primero de ambos, hubieron de sufrir la acción devastadora de sus armas, hasta muy al interior de sus fronteras. Para resistir a los jinetes sarracenos, leoneses y castellanos hubieron de habituarse a la lucha a caballo. Las prácticas hípico-guerreras difundieron el gusto y el uso del caballo. Hasta los juniores y solariegosllegaron, por ello, a poseerlo antes del año 1000, en tierras de León y de Castilla. Había surgido ésta en la zona del reino astur-leonés más combatida por los islamitas y, en gran parte, como consecuencia de esa lucha. Cuando extendió sus fronteras hacia el sur, sus valles ondulados primero, y sus llanuras, luego, constituyeron excelente palenque para el combatir de las fuerzas montadas. Los condes de Castilla, rebeldes contra León, y con su frontera amenazada cada año por los moros, necesitaron, con más urgencia aún que los reyes leoneses, de cuerpos de jinetes. Y para organizarlos, a la par que otorgaron tierras a los nobles con cargo al servicio de guerra a caballo, concedieron privilegios a los villanos que quisieran luchar como jinetes, y dieron así origen a la peculiarísima institución española de la caballería villana. He aquí explicadas las causas del desnivel que separaba el valor de los caballos en las diversas regiones del reino astur-leonés: lo reducido del precio en Galicia del ganado caballar, lo abundante de las indicaciones sobre caballos y sus valoraciones en los diplomas leoneses y lo alto de la cotización de aquéllos en Castilla. Y he aquí explicado también, por la necesidad de organizar cuerpos montados, la elevada valoración de los caballos, frente a la

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Fra . 59. - Detalle de un tejido hispano-árabe del siglo IX, existente en la colegiata de San Isidoro (León). / Foto Mas)

conseguida por los más ricos utensilios de mesa o de lecho, y frente a la lograda por algunas raras prendas de vestir y por las demás especies de ganado. Si esos caros utensilios de mesa o lecho o esas no comunes prendas de vestir alcanzaron luego precios superiores a los del ganado vacuno, y si una escudilla de plata, los cobertores de un lecho, una camisa de seda o un manto de piel de conejo o de cordero ... valían más que una vaca, un toro o un buey, no es dificil descubrir las causas de tales diferencias de valoración. De una parte, lo rudimentario de la industria local, que no sería capaz de producir en abundancia esos utensilios o esas prendas, forzaría, quizá, a su importación de AIAndalus o de Francia, y tal importación elevaría el precio de tales objetos. Y de otra, envilecería el valor de vacas, toros, ovejas, etc., el desarrollo de la ganadería en las diversas regiones del reino astur-leonés : en las de clima y vegetación atlántica y lluviosa, por la abundancia de pastos, y en León y Castilla, porque, cuando la tierra sobra y la población falta, los hombres se han dado siempre y se dan aún a la cría de ganado .

••• La atenta lectura de los cuadros estadísticos que publico nos suscita otros varios comentarios de interés. Quizá no proceden casualmente de Galicia y de Portugal las indicaciones reunidas sobre los precios de ricos ornamentos de iglesia y de alhajas diversas. El mozara.bismo de algunas zonas portuguesas norteñas y el nacimiento y desarrollo en tierras gallegas de grandes señoríos eclesiásticos y laicos explicarían esa singularidad. Obsérvese que no he logrado reunir ninguna noticia parecida de la libre e igualitaria Castilla, donde no había ni poderosos monasterios ni ricos magnates -con excepción del conde- y donde predominaban los infanzones pobres y los pequeños propietarios libres, agrupados en embrionarias comunidades rurales horas de toda potestad señorial. En contraposición a la evidente pobreza de noticias sobre precios de utensilios de casa , prendas de vestir y caballos, procedentes de las dos Asturias -la de hoy y la Asturias de

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luación obligada del valor de la moneda. Fue corolario inevitable del azote de la guerra; fue fruto amargo de la devastación que acompañó 11 las campañas de Ibn Abr 'Amir AlMan,ur. En 981 «Almanzor» se apoderó de Simancas, en 988 tomó Coimbra, León y Zamora, y en 997 llegó hasta Compostela; y entre tales fechas el reino de León, desde Castilla hasta Galicia, sufrió una serie de acometidas formidables que, complicadas primero con la guerra civil entre Ramiro 111y Bermudo II y, después, con la revuelta general de los condes contra el Rey Gotoso, sembraron la miseria y la ruina del uno al otro confin del solar de la monarquía astur-leonesa. Un documento del 988 nos describe, con acentos trágicos, la desolación de la tierra legionense tras una de las expediciones de «Almanzor»; otros diplomas de la misma región trazan cuadros parejos por lo que hace a los alrededores mismos de León, y consta que ésta, capital del reino, fue arrasada, con saña, por el gran caudillo sarraceno. En una sociedad así sacudida hasta en sus cimientos, y de tal modo empobrecida que los monjes de los monasterios más ricos del reino se hallaron un día privados hasta de lo más necesario, inevitablemente hubieron de conseguir valores excepcionales los ganados y los bienes muebles. Y es ley económica eterna, que rara vez descienden a su nivel anterior, tras una catástrofe pareja, los precios que habían repuntado muy alto como consecuencia de la crisis.

••• He dicho antes que ha escapado a mis buscas minuciosas el precio de los productos alimenticios y de los más modestos objetos del ajuar doméstico. Sólo he logrado averiguar que un p/umatio o colchón valía un sueldo en Galicia, el año 1000; un carro, tres sueldos en León en 969; tres sueldos, también, un almud de cebada en Castilla en 984, tras el inicio de las empresas de «Almanzor»; y, como queda hace poco consignado, seis eminas de vino y tres modios de cibaria. cuarenta sueldos en tierras leonesas el año 1001, en los días de la gran tribulación, después de la destrucción de la capital del reino por lbn Abi 'Amir. He tenido mejor éxito por lo que hace a la valoración de bienes rafees: iglesias -entonces sometidas al comercio de las gentes-, villas o granjas, cortes, casas, solares, molinos, heredades de pan llevar, viñas, pomares, prados, dehesas, etc ... Abundan, en efecto, las indicaciones del precio en que eran vendidas esas diversas especies de bienes inmuebles, íntegra o parcialmente; y he utilizado ya algunas de tales noticias en mis Estampas de la vida en León hace mil años. Pero entre un caballo y otro caballo, entre un buey y otro buey, entre una saya y otra saya, no puede haber las infinitas diferencias que pueden separar una herrén de otra herrén, una viña de otra viña, una corte de otra corte, un pomar de otro pomar. Por eso, los cientos y cientos de datos que nos brindan los textos sobre el valor en venta de las diversas clases de bienes raíces, no son aprovechables en la misma medida que los relativos a bienes muebles o semovientes. Quizá algún día puedan ser reducidos, sin embargo, a cuadros estadísticos, los pormenores que los documentos nos ofrecen sobre los precios de casas o de tierras, siempre que estén señalados en ellos la calidad y la extensión de los bienes inmuebles enajenados en virtud o Esposa-Ca/pe )

Consta que Bermudo II ordenó que s·us sayones recorrieran el reino para investigar la condición social de los labriegos y para obligar a los nietos de los homines mandationis a continuar -surviendo a la mandación a que pertenecían. Lo refieren las Leyes Leonesas de 1017. También fueron muy tur~ados los días de la minoría de Alfonso V, bajo el regimiento de Menendo González , señoreando todavía el califato el hijo de Almanzor y creciente la estrella del conde Sancho de Castilla . Quizá porque el reino sufrió de tales disturbios y de los coletazos del anárquico reinado de Bermudo II se realizaron nuevas pesquisas parejas de las registraBas en las leyes de 1017. Tenemos noticia documental de algunas llevadas a cabo en Galicia en 1007 y de otras en tierras leonesas. Ellas atestiguan el celo, a veces excesivo , de los oficiales reales por incorporar a las circunscripciones administrativas que regían cuantos homines podían ser sospechosos de haber dependido de ellas . De uno de los documentos resulta que, aún después de muerto Bermudo II , anduvieron los sayones llevando a cabo las investigaciones por él decretadas. Y otro descubre la diligencia con que todavía en 1012 se procuraba anexar a un mandamento real incluso villas y homines poseídas por instituciones religiosas y que originariamente habían sido adquiridas mediante una legítima presura. Probablemente se juzgaba que las dos etapas de revueltas habían facilitado la liberación de los homines mandationis, ya mediante la ficción de una genealogía que remontara su status persona ·! a la plena independencia jurídica y económica de los repobladores , ya mediante su ingreso en la dependencia, acaso más benigna, de un monasterio o de una sede. Consta que , avanzado el reinado de Alfonso V, no se había logrado restablecer el viejo orden fijando en su antigua condición a campesinos que habían aprovechado la anarquía

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para liberarse de la coyuntura fiscal. A fin de volver a su status jurídico anterior a los homines mandationis, en el Fuero de León de 1020 se decreta que los maiorinos reales de cada mandación realizaran nuevas investigaciones y poseemos testimonios diplomáticos de que, en verdad, se llevaron a cabo. Ahora bien, si los dos preceptos legales, de 1017 y de 1020, parecen justificados por el deseo de salvar las consecuencias de las revueltas de los días de Bermudo II y de Alfonso V, ¿se me reprochará que vea en las pesquisas de los sayones del Rey Gotoso y en 1as investigaciones de los merinos de su hijo una nueva prueba de la vinculación de los homines mandationis con la administración regia? Me parece absolutamente inverosímil que Bermudo · 11 hubiese ordenado a sus sayones que recorriesen todo su reino a caza de labradores dominicalmente dependientes de particulares. Y creo también igualmente inverosímil quo Alfonso V dispusiese que el merino real de cada mandación realizase las pesquisas precisas para comprobar que éstos o aquéllos campesinos eran labradores en tierras señoriales. Nada más natural, en cambio, que imaginar al padre y al hijo procurando vindicar oficialmente para las regias mandaciones a hombres a ellas vinculados, ya por descender de los viejos pr_ivatique desde la época goda venían habitando en las viejas unidades administrativas, ya porque sus progenitores habían sido asentados en las nuevas mandaciones organizadas en las tierras del Duero, oficialmente colonizadas desde el inicio de la repoblación por Ordoño l. En manos de magnates, obispos o abades, las antañonas mandaciones a ellos donadas por los reyes, por lo directo de la acción de sus nuevos señores sobre los moradores en ellas, era menos fácil a éstos sustraerse a la unidad económica por ellos cultivada que a los habitantes en el gran número de las mandaciones que seguían aún al filo del año 1000 bajo el lejano control de la realeza. ¿Se me condenará si a la par sospecho que en la redacción de los preceptos de las Leyes Leonesas sobre los .¡omines mandationis influyeron las dificultades mismas que la anarquía había producido en el reino? Me parece probable que para evitar nuevos problemas, se adoptaran los acuerdos que registran los dos cuerpos legales. Recordemos que en el de 1017, tras referir las investigaciones realizadas por los sayones de Bermudo 11, se dispuso que las heredades que entonces no se tomaron para las mandaciones no volvieran a ser sometidas a una nueva pesquisa. Es licito adivinar en tal derecho como un deseo de realizar un corte de cuentas pacificador. Pero, el precepto en cuestión no puso acaso fin a los viejos problemas. Con ocasión de la turbada minoría de Alfonso V y de las inquietudes de su reinado, algunos campesinos continuarían en situación incierta y," por ello, al redactarse el llamado Fuero de León de 1020, quizá con la intención de acabar con toda posible querella, tras ordenar la investigación, por los merinos, de los casos en litigio y de reconocer la libertad de movimiento de quien no quería seguir labrando la vieja unidad económica por los suyos explotada, se fijó como requisito previo para poder ejercerla, la entrega por él de la mitad de sus bienes. No creo que sin la fluida situación creada por las revueltas que agitaron el reino durante los reinados de Bermudo y Alfonso se habría llegado a formular tales preceptos. Ni si se habría legalizado y generalizado la exigencia de las indemnizaciones registrada ya en la donación de Frunimio II del 917. Porque no puede pensarse en una vieja norma consuetudinaria. Si lo hubiese sido, ni Fernando Ansúrez en 976 en tierras leonesas, ni los reyes navarros en 943. 984. 1020 y 1028 en tierras riojanas, hubieran requerido a los labriegos desertores de los fundos por"=llos labrados, la entrega no de la mitad, sino de todos sus bienes propios. La exigencia de una indemnización a los homines mandationis que abandonaban los campos que labraban y el

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monto mismo de tal indemnización, habría resultado de la trasvasación de viejas normas de los señores de las mandaciones que por merced real habían sido segregadas de su directa vinculación originaria con la corona. Pero la trasvasación habría sido resultado del intento de cortar la situación anárquica provocada por las causas repetidamente expuestas. Los acuerdos de las Leyes Leonesas de 1020 sobre las pesquisas por los merinos reales de los iuniores-homines mandationis naturalmente no se terminaron en «horas veinticuatro». Todavía en 1025 pleitearon Sancho Flainiz, en representación del conde Rodrigo Ordóñez «qui homines inquirebat de comitatu», y el abad de Celanova sobre si un particular llamado Suario Mitóniz debía pertenecer al mandamento o al monasterio. Me atrevo a tener a Sancho Flainiz por merino del conde y a considerar que, como disponía el Fuero de León. intentaba probar que Suario Mitóniz era iunior u homo mandationis. 8. De los homines mandationis a los iuniores de heredad. Un último y dificil problema nos sale al paso en este análisis del origen y condición de los homines mandationis. La identificación de éstos y de los iuniores en los textos legales legionenses. No es posible dudar de tal identificación. No sólo resulta evidente de la comparación entre los preceptos XI de las Leyes Leonesas de 1017 y IX del llamado Fuero de León. La atestiguan frases de las más viejas. En la ley XII de las mismas se dispone que, terminadas las investigaciones de los sayones de Bermudo 11, quien fuese iunior debía servir a la mandación y que las heredades no tomadas en tales días para una mandatio no volvieran a ser investigadas. Y también permite llegar a iguales conclusiones la ley XI del Fuero de León que supone a los iuniores habitando en las mandaciones. No es fácil explicar cómo pudo llegarse a la identificación del homines mandationis y de los iuniores. Queda demostrada la relativa temprana aplicación del último vocablo, desde relación de dependencia antes de mediados del siglo x. a gentes situadas en una estr~a del rey o de particulares. Y no creo que ·pueda dudarse de que se llamó «Hombres de mandación» a los nietos de los privati visigodos, vinculados a una unidad administrativa y obligados al pago de las tradicionales cargas fiscales, pero conservando el status jurídico de la plena ingenuidad. Hubo de producirse, por tanto, una trasvasación histórica de los términos empleados originariamente para designar a cada uno de los dos grupos. Un deslizamiento que llevó a llamar iuniores a los primitivos homines mandationis, o que llevó a calificar de hombres de mandación a los viejos iuniores. Invito a meditar sobre las dificultades que habrían obstaculizado la realización de uno u otro proceso semántico. No es fácil explicar cómo habrían recibido el nombre de iuniores los miembros de las respublicae ingenuorum, nietos de los moradores en los commissa o comitatos de la época goda. que fueron luego los homines mandationis. Me parece imposible que habiéndose llamado originariamente iuniores a gentes de status jurídico semicolonático, hubiesen sido después tardíamente calificados de homines mandationis. Este calificativo no fue fugaz y ocasionalmente aplicado en las Leyes Leonesas. A más de la segura vinculación remota con una unidad administrativa de quienes eran llamados hombres de mandación, importa no olvidar que los mismos textos legales hablan de mulieres mandationis. Esa expresión aparece además en un precepto íntimamente enlazado con los relativos a los lwmbres de mandación; en un precepto que, al fijar los derechos y deberes de los maridos de tales mujeres, coincide con los que otorgan a los hombres de mandación los decretos de las dos leyes legionenses.

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al sur del Pirineo, llegaría a llamarse iuniores a los hijos jóvenes de los colonos romanos. Según las Constituciones imperiales pertenecían a los domini de sus padres y, por tanto, a ellos se hallaban vinculados por sus personas. No es por ello imposible que se les bautizara con un vocablo que aludiera a su condición de jóvenes hijos de colonos. Lo transmitirían a sus sucesores históricos primero y, después, incluso a los sucesores de sus progenitores. Habría facilitado tal transmisión el desgaste sufrido en el uso diario por el nombre de colonus. Recordemos que se los llamó tributarii y que en la legislación hispano-goda no aparece el viejo y clásico nombre antiguo. luniores habría poco a poco igualado en el uso diario a los dos vocablos ahora citados que a veces aparecen en los textos visigodos. Como he dicho oportunamente de iuniores habla ya uno ley de Egica. Quizá alguien arguya que por un camino parejo pudo llegar a llamarse iuniores primero a los hijos de los moradores en commissa, comitatos y mandationes y después a sus mismos padres. Se oponen, empero, a tal conjetura muchas dificultades. Primero, la gran diferencia que apartaba originariamente a colonos y tributarios de una parte, y a los privati de la otra. Ninguna constitución imperial ni ninguna ley visigoda ató a sus tierras a los pequeños propietarios ni a sus hijos. Cuando tras una larga etapa que abarcó el curso de los siglos VII a x. se completó la degradación jurídica de los antiguos possessores y quedaron vinculados de facto a una circunscripción administrativa, era ya muy tarde para que sus hijos iuniores dieran nombre al grupo social por aquéllos integrado. Y además, de la misma manera que los moradores en condados y mandaciones tenían aún libertad de movimiento al dictarse las Leyes Leonesas así gozarían de ella también sus hijos. Con lo que faltaría el requisito básico que pudo llevar a calificar de iuniores a los colonos y tributarios: su prieta dependencia personal del dominus de sus padres. No es demasiado aventurado explicar así el origen de la expresión homo mandationis. Se venía usando y aun abusando de la palabra homines para designar a los miembros de los más variados grupos sociales en alguna manera en dependencia. Ese uso y abuso se habría proyectado sobre los nietos de los privati. cuando en el curso de la segunda mitad del siglo X se acentuó el proceso de su declinación jurídica. Habían llegado a ser vinculados de factu al commissum, comitatus o mandatio en que vivían y un día imprecisable fueron llamados homines de commisso, comitatu o mandatione. El día en que fue preciso aludir a un grupo de ellos. Con ocasión del litigio entre los comites o imperantes rectores de dos condados vecinos acerca de los servicios de los hombres en ellos moradores. Por haberse decidido y realizado la vindicación de algunos de ellos para que siguieran cumpliendo sus deberes fiscales en el distrito que habitaban. En la confirmación regia a una institución religiosa del hecho consumado de la emigración a uno de sus dominios de un grupo de familias o simplemente de un individuo aislado que abandonando el commissum. el comitatus o la mandatio o la que se hallaban o se hallaba vinculado, de hecho habían o había entrado en las tierras de un cenobio. O en una real autorización para que los moradores en un distrito administrativo pudieran libremente trasladarse al coto de un monasterio o de una sede. Entre las expresiones homo de commisso, de comitatu o de mandatione habría triunfado la última en la lengua jurídica oficial, quizá porque sincrónicamente el vocablo mandatio triunfaba a la sazón en todo el reino y especialmente en tierras legionenses. Cuando se dictaron las Leyes Leonesas hacía tiempo que la voz commissus había empezado a caer en desuso. En el valle del Duero, hubo además pocos condados y muchas mandaciones. Y era natural que los redactores de las Leyes de 1017 y de 1020 prefirieran la designación homines mandationis.

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Ahora y mujeres exégeta a y por qué

bien, mientras no podemos, por tanto, dudar de que una cierta clase de hombres se vinculaban jurídica y políticamente con una mandación, desafío al más agudo explicarse cómo y por qué se les habría llamado originariamente iuniores y cómo ese vocablo, cuyas conexiones con la dependencia de una unidad administrativa

F1G 135. - Re y Egica. Miniatura del códice Albe lden se . Bibli oteca de El Escorial (Madrid).

(Fo to Oronoz)

so n inadivinables, pudo ser sustituido tardíamente por uno que rimaba a maravilla con el primitivo legal enraizamiento del grupo social en una mandación. Podemos reconstituir sin demasiado esfuerzo el camino que pudo llevar al vocablo iunior a designar al grupo rural colonático que integraban los tributarios. Tuvo el término iuniores di ve rsos sentidos en el mundo antiguo. Es notorio que en el Imperio romano tardío se aplicó a los reclutas; sirva de ejemplo la Constitutio de Constancia del 353. De un pasaje de la Notitia Dignitatum parece duducirse que milites iuniores llegaron a constituir a modo de cuer pos de policía . Cabe sospechar que por este camino se acabó empleando el vocablo cues tión para designar a los age nte s jóvenes (?) al servicio de duces, comites, iudices, centenarii y missi dominici en la Galia franca. Pero, no es aventurado sospec har que , a lo men os

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F IG . 136. - Pue nte sobre el río Bern esga , a su paso por la ciudad de León . ( Foto Sán chez-Durán )

Desechados como posibles caminos de aproximación de las dos calificaciones homines mandat ionis y iuniores las sendas hasta ahora exploradas, es forzoso adentrarse por las otras que se nos brindan en la encrucijada de conjeturas dignas de examen. Algunos documentos del condado de Castilla presentan a algunas villas castellanas habitadas por iuniores y por iuvenes inupciis. Poco sabemos de la condición jurídica de los mismos . Podemos suponerlos jóvenes colonizadores de predios ajenos, con dere ·cho a abandonar las heredades que labraban porque, como queda dicho, consta que lo tenían los cultiva dores de diversos lugares del monasterio de San Millán de la Cogolla. En el acuerdo a que llegaron el 1093 el obispo de León don Pedro y varios inf~nzones propietarios en el valle del Bernesga se estipuló: «Et hominis ipsius pontificis non recipiantur in her~ditatibus illorum militum, exceptis iuvenibus pueris et virginibus excursis.» Otra vez aparecen acudiendo jóvenes a colonizar en tierras ajenas. El concierto es tardío y se complementa con el deber de tales juveniles colonizadores de reintegrarse, a la muerte de sus padres, a las heredades que éstos habían tenido del prelado. Pero no por ello deja de ac reditar la realidad de las repoblaciones por gentes en edad temprana. Es muy fuerte , por ello, la tentación de suponer que en el siglo x repobladores jóvenes se asentarían en predios ajenos gozando de la libertad de movimiento que las Leyes Leonesas otorgan a los iuniores; repobladores que mediante sus roturaciones y plantaciones pudieron adquirir biene s propios de cuya mitad podían disponer libremente -, ya para venderlas a quienes les pluguie se, fuesen noble s u hombres de behetría, ya para indemni zar a los dueños de las hered ades por ellos labra da s, en caso de abandonarlas .

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He juzgado normal que, junto a los nietos de los pr.ivati hispano-godos, integraran el grupo social que ellos formaban en Galicia, los habitantes de las mandaciones surgidas en las tierras de nueva colonización en el valle del Duero. No puedo negar que estos nuevos homines mandationis serían naturalmente colonizadores, ni que entre ellos figurarían muchos hombres jóvenes, es decir, muchos iuvenes inupciis. Pero me niego a admitir que lo hubiesen sido todos, ni siquiera los más. Consta, por ejemplo, que no lo fueron los repobladores de Brañosera. No hallo testimonios documentales que acrediten la juventud de quienes recibieron tierras ad populandum. Y aunque era grande la sed de hombres de los llanos del' Duero, ¿no parece más verosímil que los rectores de las empresas repobladoras prefiriesen asentar familias que jóvenes solteros? Podía _esperarse de aquéllas una perduración en las nuevas mandaciones y temerse que éstos las abandonaran en busca de mejoras o simplemente de mujeres. Cuando algún texto nos brinda detalles sobre la repoblación de una villa o de una hereditas en el valle del Duero, aparece aquélla llevada a cabo por grupos familiares, por individuos que por su condición cabe concluir que no eran jóvenes, o por grupos llegados de una misma región y conjuntamente asentados en un lugar. Si las mandaciones y en general todas las tierras del Duero se hubiesen repoblado por iuniores, alguna vez habría aparecido, además, el vocablo iunior, en las citadas concesiones ad populandum o en cualquier otra clase de contratos de arrendamiento, en las típicas cesiones prestimoniarias o en las cartas pueblas que pueden ya documentarse desde mediados del siglo XI. Conozco, empero, centenares de tales documentos y no recuerdo ninguno de los tipos de préstamos agrarios reseñados en que aparezca el término iunior aplicado a los prestimoniarios, arrendatarios o colonizadores. No me atrevo a negar que excepcionalmente surja una escritura en que figure el vocablo en cuestión. Pero la realidad de que la gran mayoría de tales textos le silencian nos autorizaría ya a vacilar, si no a negar, que fueran y que se llamaran iuniores los colonizadores de las mandationes y de las villas del valle del Duero. A asegurarnos de q~_e no lo fueron viene el hecho, por mí señalado muchas veces, de que la repoblación del valle del Duero se hizo principalmente por gentes llegadas del norte cristiano o del sur musulmán -los mozárabes- que tomaron tierras en presura y constituyeron las numerosas masas de pequeños propietarios libres o de libres enfiteutas, cuya existencia comprueba ampliamente la documentación de la época. Deseo, por último, hacer notar que en la concesión de Fernando I en 1042 al monasterio de Arlanza, se autoriza a repoblar al de San Mamés con advene y con iuvenes y tal distinción comprueba que naturalmente ni siquiera en Castilla y en el siglo XI eran iuniores todos los que acudían a poblar en tierra ajena. Y también deseo recordar que en el acuerdo del obispo de León y los infanzones del Bernesga la autorización a los hijos de los hombres del prelado a ir a poblar en las tierras de los milites representaba un compromiso excepcional que no puede acreditar la frecuencia de las repoblaciones juveniles. Ahora bien, la doble y segura inclusión que el silencio de unos textos y lo parlero de otros nos permite obtener nos impide aceptar que la conjunción entre las dos expresiones homines mandationis y iuniores de las Leyes Leonesas se debiera al hecho de haber sido repobladas por iuvenes las mandaciones de la terra de foris. Para llegar a tal conjunción habría sido, además, necesario que en fecha temprana, bastante antes de la redacción de las Leyes Leonesas de IO17, el vocablo iunior, supuestamente surgido en el valle del Duero como consecuencia de su repoblación por iuvenes inupciis, iuvenes pueros o virgines excursa.r, hubiera atravesado raudo las montañas que separan la

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terra de foris de Galicia y de Asturias y se hubiese aplicado -¿por qué?- a los nietos de los privati que habitaban en las mandaciones que aún continuaban sujetas a la autoridad real. Recordemos que las Leyes Leonesas de 1017 cuentan que los sayones de Bermudo II realizaron en todo el reino las pesquisas decretadas para reincorporar a las diversas circunscripciones los homines mandationis ya simultáneamente llamados iuniores. Ahora bien, como el reino abarcaba con las tierras del Duero, Asturias y Galicia, parece seguro que reinando el Rey Gotoso (t 999) ya se habría realizado la yuxtaposición de los dos calificativos . Pero de suponerla obra del empleo del vocablo iuniores para designar a los colonizadores del valle del Duero sería preciso admitir que en el extremo noroeste hispano se había producido una inundación incontenible del uso del nuevo vocablo aplicado en el sur a los colonizadores: inundación incompatible con cuanto queda dicho sobre la limitada y excepcional repoblación de las mandaciones surgidas en el valle del Duero por jóvenes colonos en relación de dependencia y con la realidad del empleo frecuente en Galicia de las expresiones homines de comitato y homines mandationis durante los reinados de Bermudo 11, de su hijo y de su nieto. ¿Se me podrá reprochar que ante esta serie de razones me parezca inaceptable considerar la yuxtaposición de los dos calificativos horno mandationis y iunior como resultado del proceso repoblador de la tierra cismontana del reino de León? Y he hablado repetidamente de yuxtaposición porqu~ no puede discutirse el diferente origen histórico de los términos F1G. 137. - Vista de las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza (Burgos) . ( Foto Oronoz)

F1G. 138. - Documento de donación del obispo Fruminio II a la catedral de León , en el a ño 928 . Archivo de la catedral, León . ( Foto Servicio Nacional de Microfilm J

hombres de mandación y iunior. Las mandationes surgieron en zonas que no se despoblaron. poco o nada sacudidas por los huracanes de la repoblación; en Galicia y en Asturias. Y como nada justifica que en esas primitivas mandaciones se aplicara el vocablo iunior a los moradores en los commissa como resultado de una colonización juvenil, es seguro que el uso del término en cuestión hubo de ser fruto tardío de una conjunción, en el uso popular y en las prácticas legales, de los dos vocablos originaria e históricamente aplicados a dos grupos sociales diferentes . Y he aquí un nuevo problema. El de fijar cuándo se empezó a llamar iuniores a los homines mandationi s. Me parece forzoso rechazar la antigüedad de tal práctica. Recordemos que no se empleó la voz iunior en la donación de Frunimio II a la iglesia legionense de la villa de Yerzolanos, habitada , a lo que creo haber probado , por gentes que podríamos juzgar hombres de mandación , ni en la confirmación por Ramiro III en 976 a Sahagún de la villa de Foracasas , poblada por gentes que también podemos juzgar de la misma estirpe que los moradore s en Yerzolanos . Y todavía no se emplea en las pesquisas realizadas en Galicia en 1007 por oficiales re ales, con la intención de vindicar para éste o el otro distrito real -co mitatu s, mandati o o mandamentu s- a alguno s campe sino s acogidos a tierras del monasterio de Cel a nova.

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Pero junto al problema cronológico de la conjunción de los dos calificativos, interesa buscar una explicación histórica a tal realidad. Importa adivinar -he renunciado a escribir, demostrar por lo difícil del problema- cómo pudieron llegar los homines mandationis a recibir el segundo nombre de iuniores. Comencemos por recordar que el vocablo iuniores se usó ya en tierras galaico-portuguesas para designar a los nietos de los colonos o tributarios romanos. Y por recordar también el proceso semántico que pudo llevar a tal aplicación. Los hijos iuniores de los colonos, vinculados personalmente a los domini de sus padres, habrían acabado por dar nombre al grupo social que ellos y sus progenitores integraban. ¿Se aplicó a los homines mandationis el nombre de iuniores por trasvasación hacia ellos del que llevaban desde temprano los tributarii descendientes de los colonos romanos? No me parece ello imposible y quiero llamar la atención sobre el tono dubitativo de la respuesta. La degeneración histórica de los nietos de los privati, al vincularlos a un distrito administrativo, atar sus heredades al pago del impuesto, convertirlos, en verdad, de propietarios en tenentes de las tierras que labraban y llegar a hacer vindicable por funcionarios reales su propia dependencia de la regia potestad, acercó acaso en el concepto popular a los tributarios y a los hombres de mandación. Quizá los primeros seguían manteniendo teóricamente su originaria ingenuidad. Recordemos que fueron calificados de ingenuos incluso los homines donados por Bermudo II en 997 a San Vicente de Pombeiro que podían ser puestos en un cepo si intentaban desertar de las tierras del monasterio. Y acaso fue más teórica que real la libertad de movimiento de los segundos, puesto que para ejercerla debían abandonar las tierras que cultivaban, entregar la mitad de sus adquisiciones -o todas ellas antes de que se dictaran las Leyes Leonesas- y marchar a la aventura para convertirse en prestimoniarios, a veces de peor condición de la que ellos tenían antes de la voluntaria deserción de sus campos. No es imposible que todo ello acercase en la mente popular a tributarios y homines mandationis y que por ello fuese posible la trasvasación de aquéllos a éstos del nombre de iuniores, desde muy temprano recibido por los nietos de los colonos. En algunas regias concesiones, de condados, de mandaciones o de villas se hacía constar que sus habitantes deberían servir a las instituciones religiosas concesionarias de la merced no como siervos, sino como ingenuos. En otras se disponía que los homines habitantes en las villas donadas habrían de servir usu ingenuitatis o sicut homines ingenui. En diversas escrituras reales se recalca la ingenuidad de los moradores de las circunscripciones o en los predios donados. En numerosos textos se establece claro contraste entre la plebe y los ingenuos residentes en las tierras cedidas. Se califica a veces de respublica ingenuorum al conjunto de los habitantes de un territorio. Y no faltan testimonios en que se diferencia a los /iberi de los ingenui y en que, sin caracterizar a las claras el servicio prestado por los hombres que con ciertos dominios se donaban, cabe suponer que no se consideraba a aquéllos como siervos. No sólo eran, por tanto, calificados de ingenuos los nietos de los privati moradore~ en los commissa o mandationes reales que se cedieron repetidamente a la iglesia apostólica de Compostela, a la episcopal de Lugo o a éste o el otro señorío gallego. Esa extensión del reconocimiento de la ingenuidad a gentes situadas en estrecha relación de dependencia, a veces territorial y a veces puramente personal, produjo una declinación continua de la antigua dignidad que la misma condición de ingenuo había implicado. Fue tal esa declina-

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c1on que se usó con frecuencia una expresión distinta para designar a quienes, libres de nacimiento como todos los ingenuos, habían conservado su plena libertad apoyada en la propiedad plena y sin hallarse sometidos sino a la potestad real, y no con lazos de dependencia dominal sino con vínculos meramente políticos. Esas gentes fueron llamadas boni homines o filii bonorum hominum, conservando un calificativo remoto que había quizá servido para diferenciar a los honesliores de los humi/iores o vi/iores en la época goda. No pertenecieron a esta categoría social los homines mandationis; figuraron en el grupo de los ingenui que podríamos llamar dependientes. En dependencia y no sólo política de los comites e imperatores aparecen ya en la primera mitad del siglo x. En la segunda, esa dependencia se acentuó de prisa hasta convertirse en una vinculación casi dominical. La declinación jurídica de los nietos de los Pl'.ivali -del populus romanorum como les llamó el infante Don Fruela en 975- puede seguirse en los textos. El acuerdo de los condes de Camota y A viancos en tiempos de Ramiro 11 (t 950) la pone ya de manifiesto. Cierto que reconocieron a los moradores en ambos commissa la facultad de cruzar los lindes que separaban los dos comitatus, penetrar en el distrito vecino y casarse en él. Pero el hecho mismo de que se les otorgara tal autorización, suscita la sospecha, a lo menos, de su sumisión a una tutela legal y, a lo más, de una cierta limitación de su antigua libertad de movimiento. Los homines habitantes en lós condados de Camota y A viancos ¿tendrían el mismo derecho de trasladarse a otros comitatus y de casarse y asentarse en ellos? En 987 Bermudo II confirmó al monasterio de San Juan del Yermo los homines que, procedentes de diversos comitatus, se hubiesen establecido en los dominios del cenobio y autorizó a trasladarse a ellos a los miembros de la plebe tributaria del condado vecino, o del que llama tercero, es decir, del inmediato al comitatus limítrofe. Si con la frase plebs tributaria el Rey Gotoso aludiera a los homines mandationis, lo que no es imposible, nos hallaríamos en presencia de un testimonio precioso de cómo era ya vacilante la vieja libettad de movimiento de los nietos de los privati. El abad de San Juan del Yermo no habría procurado obtener la regia legalización del establecimiento en sus dominios de homines procedentes de diversos condados y la autorización para que acudieran a ellos los hombres de otros comitatus, ·si los moradores en tales distritos hubiesen podido desplazarse libremente sin traba alguna a donde les viniera en gana. Por las Leyes Leonesas de 1017 sabemos que en tiempos del Rey Gotoso anduvieron sus sayones por todo el reino investigando quiénes eran homines mandationis. El precepto les llama iuniores, pero dispone que aquéllos a quienes fuese probado que lo fueran, sirvieran en adelante a la mandatio. ¿Se intentaba el registro de los labriegos obligados al pago del impuesto? Sin duda, sí. Pero puesto que los convictos de haberlo estado quedaban --ellos y sus heredades- adscriptos al servicio de la mandación en que habitaban, en verdad las pesquisas de los sayones de Bermudo II mostraron lo vertical de la caída de los antiguos derechos de los nietos de los pl'.ivati, ya que eran en realidad claveteados en su desagrado status social, sin promisorias esperanzas de cambio. Consta que en el año 1007, el regente de Alfonso V, Menendo González, desconociendo el r:emoto acuerdo de los condes de Camota y de A viancos de los días de Ramiro 11, viejo ya de más de medio siglo, ordenó que un sayón investigase qué homines del condado de A viancos habían pasado a los de Camota y Bauegio. Cedidos éstos desde hacía muchas décadas a la iglesia compostelana, se quería reivindicar para el comitatus aún sometido a la vieja autoridad, a quienes de él hubiesen desertado o a los descendientes de los mismos. Esa orden no hubiese sido dictada si no hubiera caducado, a lo menos en la mente de un

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139. - Alfonso V y la reiy.r.•l•,fnia ura fel Libro de los Testamentos, de la Ce · bl~~~\/ 1 Espasa-Ca/pe)

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gran magnate, la vieja libertad de movimiento de los nietos de los pr.ivati. La potencia espiritual de la sede apostólica logró hacer volver las aguas a su antiguo cauce y que se reconociera la validez del viejo pacto entre los rectores de los condados de Camota y A viancos de los días de Ramiro 11, pero ahí queda el mandato del regente del reino como prueba segura de la declinación del status jurídico de los homines mandationis y de su vinculación de facto al condado en que habitaban. Y no podemos dudar del arraigo de hecho de tal vinculación. Algunos documentos acreditan que en el mismo año de 1007 se realizaron otras vindicaciones de homines de mandamento, parejas de_las llevadas a cabo en los condados de Camota y de Bauegio. Y en el año 1019, al confirnfar Alfonso V a la sede compostelana todos sus privilegios, dispuso que si hombres de algunos condados entrasen en el señorío de Santiago, fueran recibidos en él, pero que sus heredades quedaran en el comitatus que habían abandonado al convertirse en hombres de Santiago; y no podemos dudar del sentido de esa merced porque naturalmente se exceptuó de tal legalización la incorporación a los dominios apostólicos de siervos, libertos u hombres del rey, a no ser que algún soberano, algún conde o algún otro señor los hubiesen cedido al Apóstol, mediante escrituras que el soberano confirmaba. Un año antes de que se dictara el Fuero de León aparecen aquí prefigurados los preceptos de éste sobre la restringida libertad de movimiento del homo mandationis, restringida en cuanto implicaba la pérdida de su heredad por el homo desertor. La férvida devoción a Santiago había quizá llevado a Alfonso V a no exigir una indemnización a quien abandonaba un condado, pero esa devoción no había sido bastante para autorizar al emigrante a conservar las heredades que labraba. Y en todo caso me pregunto por qué habría Alfonso V decretado la libre entrada en el coto jacobeo de los hombres de sus condados, si la libertad de movimiento de los mismos no hubiese estado de facto de algún modo trabada. La misma sospecha suscitan dos concesiones reales posteriores. En el año 1020 Alfonso V en una merced por él otorgada al monasterio de San Esteban de Piadela dispuso que junto a quienes le servían uso ingenuitatis le sirviesen quienes fueran a poblar en sus tierras desde un comitatus. Y todavía en 1065, habiendo llegado Femando I a Compostela «causa orationis». y habiéndosele quejado el obispo don Pelayo de que sus agentes en Portugal querían inquietar a los hombres que la sede alli tenía procedentes de diversas mandaciones, al confirmar los privilegios del coto de Santiago, creyó conveniente disponer que cuantos hombres de sus mandamentos o su realengo llegaran a habitar en las villas, iglesias o monasterios del Apóstol le sirviesen como le servían sus propios hombres, mediante sus propios maiorinos. Esta degradación del status jurídico de los homines mandationis hubo de aproximarlos a los tributarios o iuniores. A esa aproximación pudieron además contribuir otros factores. Las gabelas que pagaban los primeros habían conservado su originario carácter público hasta muy avanzado el siglo X y eran de índole privada desde hacía centurias las que satisfacían los tributarios nietos de los colonos romanos. Pero unas y otras eran llamadas tributum por la primitiva condición de débitos fiscales de las sumas que los dos grupos sociales debieron remotamente ingresar en el erario. Ahora bien. la identidad de la calificación de las cargas dinerarias de los homines mandationis y de los tributarii ¿no contribuiría, con la registrada declinación jurídica de los hombres de mandación, a facilitar la aproximación de éstos y de los tributarios en la mente del pueblo y de las autoridades? Hoy podemos distinguir las diferencías jurídicas que apartaban a quienes eran nietos de los possessores de la época goda de los nietos de los plebei o colonos de la misma etapa his-

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tórica. ¿Podrían al filo del año 1000 llegar a las mismas precisiones el rey, los magnates, la clerecía y sobre todo las masas populares habituales creadoras del habla que recogen luego los escribas? Me inclino a contestar negativamente a esta pregunta porque nos es hoy a veces difícil determinar si los ingenuos a quienes se refiere este y el otro documento eran homine .1 mandationis, nietos de privati , o tributarii-iuniores , nietos de colonos . Ni siquiera tras un minucioso examen crítico del contenido jurídico de algunos diplomas podemos llegar en ocasiones a conclusiones definitivas sobre la condición de los labriegos en las escrituras mencionadas . He aquí un ejemplo de las dificultades y vacilaciones que suscitan algunos documentos. He alegado antes una donación de Bermuda II a la iglesia de San Juan del Yermo como testimonio de la existencia de los llamados tributarii. Hace poco la he traído a capíF1G .

140. - Arca de plata de Fernando I y doña Sancha . Colegiata de San Isidoro (León). (Foto Mas /

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tulo al estudiar la degradación jurídica de los homines mandationis. Me han movido a este doble uso de un mismo texto las dudas que su análisis suscita. He demostrado la degradación histórica de los homines mandationis y su vinculación de facto al distrito en que habitaban. Quizá gozaran aún teóricamente de libertad de movimiento en los días de Bermudo 11. Ahora bien, no podrá sorprender que en una época de crisis de las viejas concepciones jurídicas fuese difícil a los hombres afinar en la característica social de éstos o los otros campesinos y que por ello se produjera la confusión entre grupos lejanamente diferenciados en su origen, pero aproximados por el proceso de desgaste de la situación legal de los más privilegiados y por el de posible mejora de los menos favorecidos al permanecer durante años y años labrando una misma tierra. Pues debemos tener en cuenta que los tribuitarios dependían, sí, de un dominus por sus personas y que, sin duda, ocasionalmente serían por él empleados en servicios y oficios diversos, pero que también fueron consagrados al cultivo de las heredades de su señor. A fines del siglo x habría, por tanto, hominis mandationis. de facto casi atados a un predio, y tributarios. faltos de libertad de movimiento, pero de hecho establecidos en una heredad. No puedo, además, asombrarme de la aproximación que he hallado porque una de las fórmulas imperiales, aunque distingue a los tributarii de los homines publici que eran, a lo que parece, el equivalente carolingio de los hominis mandationis hispanos se los yuxtapone en la concesión a una institución religiosa, de un valle y de los tributos que de ellos se exige por el fisco. La trasvasación a los homines mandationis del nombre vulgarmente aplicado desde antiguo a los tributarii presenta, empero, algunos problemas. Parece que ni durante el reinado de Bermudo II ni durante el de su hijo, los escribas sucumbieron a la moda popular. No recuerdo ningún testimonio de que llamaran iuniores a auténticos hombres de mandación. La confusión de las dos diversas denominaciones aparece todavía vacilante en las Leyes Leonesas de 1017 y sólo se consagra en las de 1020, he ahí un nuevo argumento a favor de la relativa distancia cronológica entre ellas que vengo defendiendo. Pero cualquiera que fuese el proceso de la trasvasación y la época en que ella se generalizó y se consagró legalmente, la aplicación a los homines mandationis del nombre de iuniores no implicó la confusión de los dos grupos sociales. Pudo llamarse iuniores a los nietos de los privati y de los p/ebei, pero unos y otros permanecieron jurídicamente distintos. El mismo vulgo apreció su diversidad y adjetivó el nombre común con calificativos claramente diferenciadores de las dos clases. Unos y otros eran hombres dependientes, pero unos dependían por sus heredades y otros por su cabeza. La degradación de los homines mandationis en el curso del siglo x. les había vinculado individualmente de facto al distrito en que habitaban -recordemos las reivindicaciones de que fueron víctimas reinando el Rey Gotoso y durante la minoridad de su hijo-, y había vine:ulado de iure sus predios a la mandatio donde se residían. Las medidas de Bermudo II y del regente de Alfonso V en daño de la libertad de movimiento de los hombres de mandación habían probablemente respondido a un criterio defensivo: al intento de frenar lo que hiperbólicamente podríamos llamar evaporación de la clase que aquéllos integraban, por su ingreso en dominios de instituciones religiosas o de magnates laicos. Pero restaurada la paz, los legisladores de 1017 y de 1020 reconocieron la ancestral libertad de movimiento de los nietos de los privati y les consintieron trasladarse de una mandación a otra. Pero bajo el peso de las largas décadas de degradación de sus antepasados, decretaron

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F1G141.- Alfonso V . Miniatur a del ~o Catedral de Leó ¡l iíl1fe~ r6~1

de la~ Espmpas.

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la pérdidá de las heredades que labraban caso de que se movieran a su arbitrio, lo que equivalió, a las claras, a establecer la vinculación jurídica de aquéllas a la mandatio. Los tributarii-iuniores nunca rompieron su relación personal con un dominus y nunca enraizaron jurídicamente en un fundo. En el curso del siglo XI, los reyes aludieron a sus iuniores sin marcar diferencias entre ellos. Y todavía a comienzos del siglo XIII, aunque se conservaba viva la tradición de los días del Fuero de León, se hablaba de un modo impreciso de iuniores de realengo. Mas el vulgo atento a las circunstancias repetidamente señaladas, olvidando las viejas denominaciones, dio validez a la novísima, pero distinguiendo los iuniores de Hereditate de los iuniores de capite. ¿Desde cuándo? No sé. No he investigado el pequeño problema. El diploma que nos ha conservado tal distinción data de los días de Alfonso IX ( 1188-1230). Pero al margen del problema aquí explorado, cualquiera que hubiese sido la causa del descarrío de la concepción popular al aplicar el mismo nombre a dos grupos sociales de dispar genealogía y de status jurídico distinto; cualquiera que hubiese sido el cauce por el que se habría llegado a producir el entrevero onomástico y cualquiera que hubiese sido la fecha tardía en que habrían comenzado a ser llamados iuniores los homines mandationis. yo no puedo dudar del origen y de la condición social de los hombres de mandación de las Leyes Leonesas y ni puedo vincularlos genéricamente con los colonos romanos ni puedo identificarlos con los prestimoniarios que fueron surgiendo en el valle del Duero. La relativa analogía de los derechos y deberes de éstos y de los homines mandationis -pago de un canon, limitación en su facultad de enajenar las heredades que labraran, libertad de movimiento, pero con pérdida del fundo cultivado e indemnización al abandonarlo- eran obligada consecuencia de las coincidencias que acercaban el estilo de vida de unos y otros y de la imitación del statu.r jurídico de los hombres de mandación por los propietarios de villas y heredades cuando las daban a poblar. Pues importa no olvidar el desnivel cronológico que existe entre la aparición de las unidades administrativas llamadas mandationes y, por tanto, entre la vinculación a ellas de los nietos de los privati, y las más viejas noticias que tenemos de concesiones prestimoniarias. De las primeras poseemos testimonios desde la tercera década del siglo x y de las segundas de casi un siglo más tarde. No sorprende por ello que, como he dicho antes, en ninguna carta puebla ni en ninguna concesión individual de prestimonio aparezca la palabra iunior. De iuniores de hereditate no se habla hasta muy avanzado el siglo XII, mientras siguen apareciendo en los textos iuniores de realengo, a las claras sucesores de los homines mandationis. Por lo dicho, mientras me parece improbable la relación genética de los homines mandationis y de los jóvenes repobladores, no me parece imposible la relación tardía que he establecido entre iuniores-colonos y h~mines mandationis. Ambos grupos fueron, eso sí. grupos residuales de una época lejana. Los prestimoniarios constituyeron en cambio la aurora de una sociedad rural nueva. 9. Los libertos. Naturalmente, no soy el primero en estudiar a los libertos astur-leoneses. Hace tres cuartos de siglo les consagró Muñoz y Romero muy breves páginas en el minúsculo librito donde estudió las clases sociales del reino de León, pero basó sus noticias sobre ellos en no más de media docena de documentos de la época que aquí nos interesa. Gama Barros les dedicó brevísima atención, sin añadir sino algunos textos portugueses a los ya utilizados por el estudioso español. Puyo!, al ocuparse de nuevo de los libertos hace no muchos años. no hizo avanzar las breves indicaciones de sus predecesores, pues se limitó a aprovechar las

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Fórmulas Visigodas en la más torpe de sus ediciones y los documentos alegados ya por Muñoz y Romero. Y después nadie ha vuelto despaciosamente a enfrentarse con los libertos astur-leoneses, aunque les hayan dedicaqo someras alusiones algunos eruditos al socaire del estudio de temas emparentados con el de la condición social y jurídica de los liberti. No me parece, por tanto, inútil acometer de nuevo el examen frontal de la cuestión. A. Formas de acceso a la libertad. De la servidumbre sólo pudo salirse durante el período astur-leonés: por prescripción, por redención y por emancipación. A lo que parece deducirse del silencio de los textos, cayeron en desuso la mayoría de las posibles fórmulas de alcanzar la libertad sin manumisión previa que conoció la Lex Visigothorum, y el régimen de fugas a lugares de asilo fue posterior a la época en estudio, aunque al final de ésta se iniciase. Los cautivos sarracenos podían salir de la servidumbre mediante el pago de un rescate. Hay más de un testimonio en la historia política, y alguno también en los diplomas, de la redención de prisioneros musulmanes . La cuantía del rescate variaría según la importancia

F1G. 142. - Musulmanes vencedores, con cautivo s y botín de guerra . Detalle de un códice medieval. / Foto Archi vo Esposa-Ca/pe /

social y la riqueza del cautivo . Alfonso III recibió la fabulosa cantidad de cien mil monedas de oro por Hasim ben 'Abd al-Aziz, ministro de Muhammad . En un documento leonés se fija en cambio la redención de un siervo .moro en 200 sueldos. Cuando se había entrado en servidumbre en calidad de deudor insolvente, el pago de la suma adeudada permitía al siervo recobrar la libertad. Ningún texto legal de la época astur-leonesa atestigua el legítimo acceso de los siervos a la libertad como result ado de la pre scripción de cincuenta años. Pero consta que en los

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procesos donde se debatía la condición servil de algunos campesinos, éstos alegaron en apoyo de su condición de libres el haber vivido como tales durante un muy largo período de tiempo. Y ello nos autoriza a sospechar que la prescriptio de. los derechos del dominus sobre el servus podía permitir a éste acceder a la condición de líber, como en la época visigoda. Los documentos astur-leoneses no ofrecen testimonios precisos de que continuaran empleándose las diversas fórmulas de emancipación que conoció la monarquía hispanogótica. No hay noticias de que siguiera en uso la manumissio in ec/esia durante el período asturleonés, aunque tal práctica pasó del derecho constantiniano a los derechos populares germanos. No es imposible, sin embargo, que el viejo sistema de emancipación en la iglesia se oculte detrás de alguna de las manumisiones per cartam llegadas hasta hoy. Tampoco hay vestigios documentales de la fórmula de uso frecuente en los demás reinos de origen bárbaro en la época que estudiamos: la emancipación por denario y por mano del rey, que se había propagado desde Francia a los demás _países de abolengo germano. No obstante, pueden ser indicio del empleo de la manumisión por mano del rey dos diplomas de 954 y de 1006, en los que aparece el príncipe heredando a algunos libres que no dejaban sucesión, y uno dé 985 donde consta que una mujer hubo de solicitar autorización real para legar a Sahagún bienes que había recibido de sus señores; pues es sabido que en los países donde este género de liberación fue frecuente, el rey heredaba a los libertos manumitidos de tal forma. De las dos primeras escrituras se deduce la condición de ricos propietarios de los sujetos cuya herencia reclamaba el monarca, pero ello no contradice de modo tajante la pertenencia de los mismos a la clase de los libertos; y en la tercera, de 985, aparece bastante clara la antigua condición servil de la mujer que hubo de solicitar autorización del rey para disponer de sus heredades. Las dos fórmulas de emancipación más usadas en la monarquía astur-leonesa fueron las llamadas per cartam y per testamentum. De la primera quedan múltiples testimonios. Ya particular y directamente, en escritura especial, ya con ocasión de la cesión o de la venta del predio que labraban, fueron muchos siervos manumitidos por sus dueños en los reinos de Asturias y León. La segunda fórmula, transmitida a los reinos bárbaros por el derecho popular romano, perduró en la monarquía astur-leonesa en uso muy frecuente, como prueban varios diplomas de procedencias diversas. Es de observar que esta floración vigorosa de la antigua práctica romana es peculiar de la sociedad e·n estudio, pues en los demás países de la Europa de entonces no fue tan frecuente como entre nosotros. Más interesante aún es el hecho de que en el reino leonés no se emancipase en los testamentos propiamente dichos, sino mediante el sistema de los ejecutores testamentarios de probable abolengo germano. Es curioso que una práctica de origen romano se transmute de esta manera y pase a ser empleada en la fórmula germánica sustitutiva del testamento. La manumisión no se concedía siempre a todos los miembros de la misma familia. En ocasiones se otorgaba la libertad a los hijos y se conservaba en servidumbre a los padres, y a veces, por último, a la inversa, eran éstos los manumitidos. B. Clases diversas de libertos. No todas las manumisiones otorgaban iguales derechos a los manumitidos. Las menos concedían al siervo la plena libertad desde el instante mismo de la emancipación, sin impo• nerle ninguna obligación ni limitar en manera alguna sus derechos civiles. Del período astur-leonés conocemos sólo dos liberaciones de tal naturaleza. Una reproduce con más o

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menos exactitud las viejas fórmulas de las manumisiones más amplias de la época hispanogoda, a su vez sin duda enraizadas en la tradición jurídica de Roma, puesto que en ella se eleva a la sierva manumitida a la condición de ciudadana romana. En otro caso, la emancipación se hace al socaire de una designación de ejecutores testamentarios, y en ella se concede la total libertad con sencillas palabras, sin claro antecedente en las formas clásicas de manumisión; con palabras .que van a repetirse, en cambio, en las liberaciones posteriores y que implican la potestad del liberto de elegir libremente su señor. Las más de las manumisiones, por generosas que fueran sus términos, limitaban de algún modo la total- libertad del emancipado. Entre las que otorgaban a los libertos más amplios derechos pueden distinguirse dos grupos. ln_tegran uno las emancipaciones que sólo limitaban durante la vida del manumisor o de una tercera persona la integral libertad del emancipado. Y constituyen el segundo las manumisiones que sólo imponían a los libertos mínimos deberes perpetuos. Poseemos varios ejemplos de emancipaciones que otorgaban plena libertad en una fecha fija. Para pedir a Dios la salud de una hija nacida enferma, un noble matrimonio -ella era hermana de la reina Elvira, mujer de Ordoño 11- manumitió a cien siervos, los sometió al patrocinio de la doliente y dispuso su liberación de todo vínculo de dependencia a la muerte de aquélla. Una religiosa limitó los deberes de obediencia de sus siervos y libertos a la duraci~n de su vida y de la vida de su tía y les concedió para después libertad plena. Y Ordoño II decretó que un grupo de siervos, a quienes sometía como libertos al patrocinio del obispo de Santiago, Sisnando, se convirtieran después de los días del prelado en ingenuos, sólo obligados, como todos los de· Galicia, al pago del tributum quadragesima/e. A los libertos favorecidos con emancipación de las incluidas en el segundo grupo solían imponerse algunos deberes religiosos a modo de sufragios por memoria de su antiguo señor. Lo más corriente era obligarles a entregar anualmente a un monasterio o a una iglesia un cirio, una limosna para los sacerdotes· o pan para los pobres, en el día en que los fieles conmemoraban el recuerdo de uno de los instantes de la vida de Jesús o de la Virgen o la festividad de un santo de la devoción del emancipador. Se fijan como fechas en que habían de satisfacerse tales cargas: las fiestas de Santa Maria, San Pedro, Santo Tomé, San Adrián, Santa Natalia, San Fructuoso y los aniversarios del natalicio del Señor, de Santiago o de Santa Eulalia. Estas formas de emancipación, que se practicaron también allende el Pirineo durante el periodo franco y que, al perdurar en vigor, dieron origen a una clase especial de libertos, la de los cerarii o cerosensua/es. debieron ser bastante frecuentes en los reinos de Asturias y León. Atestigua tal frecuencia el considerable número de diplomas llegados hasta hoy que nos han conservado memoria de tal género de concesiones de libertad. No eran éstas uniformes. Difcrian en la amplitud de los derechos otorgados a los cerarii y en las fechas en que los alcanzaban. Sabemos de algunos particulares que liberaron a sus siervos de todo patrocinio, sin imponerles otro deber que el entregar un cirio y una limosna en los días del natalicio de Santiago y de Santa Eulalia, o en las festividades de Santa María o San Adrián. San Rosendo concedió una manumisión casi plena mediante la fórmula tradicional de elevar a la manumitida a la condición de ciudadana romana, pero obligó a la favorecida con ella a llevar un cirto y a hacer una oblación el día de Navidad y le prohibió que vendiera sus bienes, sino a sus herederos o al monasterio de Celanova. En otra ocasión el manumisor dispuso que sólo a su muerte alcanzaran sus siervos la privilegiada situación de libres exentos de todo vinculo de clientela y sin más obligación que la de hacer una ofrenda y una limosna el día de Santo Tomé y el de San Fructuoso. Rosendo, obispo dt:

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F1c; 143. - n príncipe y dos obispos. Miniatur a del códice Emilianen se . Folio 95. Bibliote ca de El Esco rial (Mad rid ). ( Foto Or onoz)

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Mondoñedo, sometió a sus libertos al patrocinio benévolo de un monasterio, con la única condición de llevar un cirio y pan para los pobres en las festividades celebradas por el cenobio a cuya protección les sometió. Y en un único caso consta que la obligación de llevar un cirio y de hacer una limosna en una fiesta religiosa doblaba las otras cargas generales que pesaban sobre los libertos para con sus patronos. La mayoría de las escrituras de manumisión nos ofrecen, sin embargo, fórmulas variadas de emancipación restringrda. En ellas se sujeta a los manumitidos a la condición de patrocinados de alguna iglesia o de algún monasterio y con frecuencia se les mantiene en patrocinio de los descendientes del manumisor. Estos dos grupos de libertos debían a sus patronos obsequia, rationes, debita o exactiones; es decir: obediencia, rentas y servicios. En los documentos aparecen vendidos, cedidos y donados con las tierras que cultivaban o sin ellas. Otros diplomas acreditan que, a las veces, los patronos pleiteaban sobre sus libertos y que. en ocasiones, reivindicaban judicialmente a los que les eran arrebatados por otros señores o escapaban a su patrocinio. Naturalmente, se enajenaban sólo los derechos de patronato, sólo se pleiteaba sobre ellos y sólo ellos eran reivindicables. Las personas mismas de los libertos no eran susceptibles de enajenación ni de disputa judicial, pues la emancipación les había convertido en hombres libres y sus hijos eran ya ingenui, es decir, liberi. por nacimiento, como se declara en algunas escrituras. Pero las alegadas atestiguan a las claras que en los casos de manumisión restringida, los derechos de patrocinio podían ser transmitidos a terceros, no sólo por herencia, sino mediante cualquiera de las variadas fórmulas de enajenación de bienes, servicios o derechos y que, como ellos, podían ser reivindicados en justicia. Pueden. por tanto, distinguirse tres clases de libertos: a) Los que a partir de la fecha misma de su manumisión o de otra, en ésta prefijada, alcanzaban la libertad plena y quedaban horros de todo vínculo de patrocinio personal con el manumisor o con sus familiares. Ascendían a tal condición algunas siervas, acaso enlazadas por muy prietas relaciones afectivas con los manumisores; los siervos de algunas mujeres sin parientes cercanos y los de algún príncipe o algunos magnates poderosos, a quienes razones piadosas movían a la generosidad y que por su riqueza podían permitirse el lujo o el placer de prescindir de los servicios de los emancipados. b) Los cerarii o cerocensuales, es decir, los libertos sometidos a patrocinio perpetuo, pero con deberes tan leves que equivalían a la accesión total a la libertad. Solían ser eclesiásticos, matrimonios sin hijos o laicos sin descendencia los generosos manumisores que limitaban las obligaciones de sus manumitidos a la ofrenda de cirios o limosnas en algunas festividades religiosas. e) Los libertos de quienes, tironeados con fuerza pareja por el deseo de alcanzar gracia a los ojos de Dios y por el cuidado de los intereses terrenales, daban libertad a algunos de sus siervos o a todos pero sin renunciar a sus servicios y rentas. La emancipación restringida con reserva del patrocinio brindaba una fórmula jurídica perfecta a tales devotos egoístas, a la par no muy ricos y no carentes de hijos. En este grupo de libertos se incluían. con no pocos siervos personales ascendidos a la condición de servidores libres o encomendados, una mayoría de casati o adscripticios que seguían labrando como colonos perpetuos o tributarios las tierras que hasta allí habían cultivado como serví. Mediante la enajenación voluntaria de los derechos de patrocinio sobre ellos por sus antiguos domini o por los descendientes de sus manumisores, se convertían a veces los emancipados de esta clase en libertos ecclesiae.

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C. Condición jurídica de los libertos. No podían ser iguales los derechos de las tres clases de libertos ahora señaladas. Se diferen ciaban ya por lo que hacía a su libertad de movimiento. La tenían plena los que habían sido favorecidos con la plena libertad. En las cartas de manumisión que la otorgaban se hacía expresa mención de la ilimitada facultad del manumitido de domiciliarse libremente, con palabras como éstas: fi a otros distiato!""o,para concederles cargos en palacio, ya por haber cometido desmanes en sus circunscripciones o alzándose en armas contra el rey; ya simplemente porque así le placía. La amovilidad de los gobernadores está peñectamente comprobada. Múltiples textos nos muestran a los condes, a los imperantes y a los potestades nombrados siempre por el rey, nunca sucediendo por herencia a sus padres en el condado o en la mandación que gobernaban. Varios diplomas nos permiten demostrar, precisaff\ente en relación a Castilla que se ha presentado por algunos regida por un conde hereditario y único, la realidad de esos traslados de un mismo delegado regio de uno a otro condado. Ya hemos dicho que existían hc1ciafines del siglo IX y principios del x en tierras castellanas cuatro circunscripciones independientes: Lantarón, Burgos, Cerezo y Castilla. Varios magnates gobernaron sucesiva y alternativamente en esa época los cuatro condados referidos. De Gonzalo Téllez consta que el año 903 era conde de Castilla, en

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F10. 211. - Portada de la iglesia de Cerezo de Riotirón (Burgos). (Actualmente situada en el paseo de la Isla de la misma capital.)/ Foto Santi/

mayo def 911 de Lantarón y en -913 de Cerezo . El conde Munio Núñez regía Castilla en 899 y la volvió a gobernar en 909, después de Gonzalo Téllez que ocupó el condado como se ha dicho el año 903. Gonzalo Fernández que, mientras Munio Núñez era conde de Castilla en 899 lo era a su vez de Burgos, gobernó Castilla el año 912, el 914 Burgos, otra vez y quizá el 915 Burgos y Castilla a un tiempo. El año 917 hallamos un conde Fernando de Castilla; el 921, en 922 y en 926 regía los distritos de Burgos y Castilla Nuño Fernández. En 929 eran condes de Castilla y de Lantarón, respectivamente, Fernán González y Alvaro Harramelliz; en 931 Gutier Núñez gobernaba el comisso de Burgos y en 932 Fernán González toda Castilla. No cabe prueba más completa de la movilidad de los condes en ese período en el que se pretendía que el condado castellano era ya semiindependiente . Otros textos del siglo x nos muestran siempre a los condes en un régimen de interinidad que se perpetúa en los siglos siguientes. Gama-Barros ha probado el carácter amovible de los tenentes y condes a fines del siglo XII y principios del XIII y nosotros hemos encontrado múltiples testimonios que añadir a los reunidos por el sabio historiador portugués en relación a esa época tan avanzada de la Edad Media. • Estamos muy lejos de creer, sin embargo, en una absurda contradanza de condes , de imperantes y de potestades, que a nada hubiera conducido. Lo normal sería sin duda que perdurasen largos años al frente de una mandación o de un condado, y aun en ocasiones de por vida. Algunos textos nos muestran, en efecto, que los reyes a veces respetaban a los

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LAS INSTITUCIONES

POLfTICAS

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comites, a los imperantes o a los potestates en sus distritos hasta el final de sus días, no porque hubiesen llegado los comitatos a ser vitalicios sino porque buscaban de mantenerles en sus cargos cuando de seguro estaban satisfechos de sus servicios. A veces incluso concedían a los hijos o descendientes de un conde , de un imperante o de una potestad los condados o mandaciones de sus padres , pero sin que esto supusiera reconocimiento de un derecho de herencia que no existía, pues se trataba de casos excepcionales y en los cuales a veces el hijo no reemplazaba directamente al padre sino después de haber gobernado el distrito otro magnate . Mientras en la Europa ultrapirenaica los condados y en general los oficios de la administración se habían convertido o se estaban convirtiendo en hereditarios, en el reino astur-leonés continuaban, por tanto , siendo gobernados por delegación del mona rca y temporalmente por oficiales públicos en el verdadero sentido de esta palabra. La soberanía de los reyes continuaba siendo plena en este orden de cosas. Los reyes nombraban para regir los comissos a quienes les placía. Ya elegían para tales cargos a miembros de la alta nobleza, ya a simples infanzones , ya a humildes ingenuos que entraban de esta forma en las filas de la aristocracia. A veces encargaban del gobierno del condado a un obispo , a veces a un abad y en ocasiones hasta un aldeano o colono que lograba elevarse a cargo de tanta importancia. La voluntad del príncipe no tenía limitación ni cortapisa alguna. Podía encomendar el regimiento de un distrito a dos infanzones , a un menor bajo la tutela de una mujer , incluso en algunos casos una dama gobernaba por el rey una mandac ión o llevaba el título de condesa.

F10 . 212. - El obispo San Fro ilán, en el parte luz de la puert a a la que da nom bre , en la catedral de León . / Foto Sá nchez-Durán/

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En varios diplomas hallamos a algunos prelados rigiendo por delegación regia cienos distritos. No se trataba de tierras de la propiedad de la sede adornadas con el privilegio de inmunidad o sobre las que ejercía señorío el obispo, sino de verdaderas delegaciones temporales idénticas a las que podía conceder a un conde, a un imperante o a una potestad. Los diplomas no dejan lugar a duda. Sus fórmulas son iguales a las que hemos visto se empleaban en los nombramientos de condes. Los reyes no concedían a los prelados las mandaciones «pro vestris utilitatibus peragendis», como se dice en las cartas de inmunidad, sino «pro nostris», como hemos visto que se decía en los documentos con que se entregaban a los condes. Sabemos que rigieron en esta forma varias circunscripciones San Rosendo, el obispo de León, Froilán, y algunos otros. Los casos de gobierno dúplice de una mandación pertenecen a tierras gallegas. Entre otros consta que el condado de Aviancos lo estuvo por los infanzones Fortes Didacus y Arias Aloitiz. Niños y mujeres al frente de commissos y comitatus no aparecen con frecuencia, pero tampoco son casos únicos en la historia leonesa. Quizá se imagine por quienes no conozcan los matices de nuestra vida jurídica que tales gobiernos de mujeres y niños prueban la heredabilidad de los condados, pero se equivocan los que así piensan. Sí, en el reino astur-leonés, por razones que escapan a nuestra percepción, tuvo la mujer, como veremos al estudiar el derecho privado, una recia personalidad jurídica. En todos los órdenes de la vida del derecho su situación fue excepcional en relación a la que tuvo en la Europa de entonces. Quizá haya que pensar en una tradición indígena anterior a la romanización y a la germanización de la Península, pues no es fácil explicar los privilegios de la mujer española dentro de la órbita de ambas concepciones legales. Pero sea cualquiera la causa de ese régimen es indudable que tanto los derechos privados como en los judiciales, incluso mujeres casadas aparecen entregadas a la vida jurídica. No puede sorprender esa excepcional intervención de las mujeres en el gobierno de los condados cuando en pleno siglo x una mujer reinó durante la minoridad de Ramiro 111. Otro tanto puede decirse de los menores a quienes también desde mediados del siglo citado se les crea un ambiente legal favorable. Precisamente el texto que conservamos del gobierno de un condado por un menor prueba que no ocupaba el cargo por herencia, puesto que a la muerte de su padre rigió el comisso un delegado del rey y sólo luego se nombró al pequeño para el cargo de su progenitor bajo la tutela de su madre. Estos casos prueban que había en León un movimiento general propicio al reconocimiento y al respeto de los derechos de las mujeres y de los menores, movimiento que preparó los reinados de los reyes iuniores Ramiro 111y Alfonso V y la regencia de doña Elvira. No olvidemos, además, que ese conde era miembro de la familia real.

••• Los condes, los imperantes y los potestates tenían atribuciones plenas en los órdenes judicial, económico, militar y policiaco. Ejercían su autoridad por delegación real, pero aquélla se extendía a todas las facetas d~ la vida jurídica. «Quidquida vobis injunctum ve/ ordinatum acceperint inexcusabi/iter adimpleant atque peragant11,decía la fórmula usual en los nombramientos de los condes refiriéndose al pueblo que habitaba el condado. Sin embargo, sus poderes no eran arbitrarios, habían de respetar las costumbres locales. Así lo ordenó Ordoño 111al donar el condado de Ventosa a la iglesia de Santiago «Et non impercnt eos absque consultam rationem».

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FrG. 213. - Vista aérea del castro de Cacabelos, en el condado de Ventosa (León) . ( Foto Aviación Militar)

Dentro de estos límites los comites, los imperantes y los potestates intervenían en las distintas esferas adonde llegaba entonces la acción del Estado. A ellos correspondía en primer término la dirección de las tareas repobladoras. Ya hemos tratado de este punto en otra parte . Los condes a la cabeza de las personas de su familia y de su dependencia y de las gentes que querían seguirles se trasladaban al territorio cuyo gobierno le había sido confiado. Ya en él, restauraban las ciudades que estaban arruinadas dentro de los límites del condado, procedían después a la construcción de castillos y fortalezas en los lugares en que la def.ensa del país lo exigía y repartían por último entre las familias que les habían seguido solares en la ciudad y villas y heredades en los campos. Autorizaban las presuras particulares y confirmaban las que se habían hecho sin su permiso, en una palabra, dirigían la colonización y la organización del commissus. Cuando se trataba de distritos repoblados de antiguo, como muchas veces quedaban en ellos tierras yermas, siempre les correspopdía esa facultad s~ñalada . r,especto de las. pre- · suras . Por lo demás, el conde, el imperante o el potestas permanecían ajenos a la vida económica de su distrito, pues en general las cuestiones de esta naturaleza caían fuera de los fines del Estado y estaban abandonadas a la iniciativa de las comunidades locales. Les correspondía tan sólo en orden a la hacienda la recaudación de los impuestos y la cobranza de las penas pecuniarias. A los condes, imperantes o potestates pagaban los «Homines mandationes o juniores» del rey y en general los ingenuos no nobles el «tributum o censum•, también llamado tributum quadragesimale, a ellos tocaba el exigir la prestación de los servicios de índole pública , tales como anubdas y mandaderías a que estaban obligados los ingenuos del commisso y la de los trabajos agrícolas de carácter señorial que gravaban a la población tributaria. Les competía también la recaudación de los impuestos indirectos : portatico, montatico, herbático dentro de sus distritos. Y, por último , la percepción de las

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HISTORIA DE ESPA¡q-A

penas pecuniarias en que incurrían los delincuentes de todo género. En orden al ejército el comes, el imperante o potestates era el jefe militar del distrito. Bajo su mando prestaban el servicio de armas los habitantes del mismo. El llamado Fuero de León consigna expresamente el deber que sobre los hombres pesaba de ir en fonsado con los condes como fuese costumbre; y las crónicas y los diplomas les presentan cumpliendo sus obligaciones militares. En efecto, les vemos combatir con los normandos que varias veces devastaron las costas astures y gallegas durante los siglos IX y x; aparecen peleando al frente de las tropas reales contra los magnates rebeldes y, por último, sin descanso les hallamos en eterna guerra contra los musulmanes. Ya resistían encerrados en sus castillos el asedio de los sarracenos, ya entraban en son de algara en tierras enemigas, ya ponían sitio y rendían a veces fortalezas o ciudades de los emires o de reyezuelos independientes, ya presentaban batalla a los ejércitos infieles a las órdenes del rey, por mandato regio o por su propia cuenta. Los condes, recibida la orden real llamando a las gentes a la guerra, que les era transmitida por los sayones del rey; convocaban a los moradores de su distrito y comunicaban el llamamiento a los señores de tierra inmunes, para que ellos a su vez llamasen a los habitantes de sus villas o aldeas. El día fijado, en el lugar previamente determinado por el conde, se reunía la hueste del condado que marchaba unida a incorporarse al ejército real. A los condes, imperantes y potestates incumbía el obligar a todos los hombres del condado o de la mandación a acudir a la hueste y a ellos correspondía también la cobranza de la fonsadera, redención del servicio de armas o pena impuesta a los que no cumplían su deber militar. No debía estar permitido a los condes, imperantes o potestates convocar por sí mismos y sin previa orden real la mesnada de la circunscripción que regían en nombre del monarca. Para la guerra defensiva debió concedérseles amplia iniciativa en el llamamiento de los hombres a la pelea y en la dirección de la resistencia al enemigo. Las circunstancias lo exigían así, ya que el estado de lucha era continuo, salvo excepciones, y en todo momento podían aparecer las tropas musulmanas simplemente para razziar el país o para hacer una campaña de conquista. Las crónicas cristianas y las crónicas árabes coinciden en presentarnos a los condes actuando por su cuenta en casos de tal naturaleza. Abenalatir y Abenadari, siguiendo a Arib Ben Sad, nos refieren, por ejemplo, la resistencia del conde Rodrigo de Castilla contra los ataques de los musulmanes en los últimos años del reinado de Ordoño I y pintan con detenimiento la célebre batalla de El Morcuin en que Rodrigo fue vencido. Los mismos cronistas relatan las victorias de las tropas sarracenas sobre los otros condes de Castilla, que llama príncipes de Touka. El Mellaha y Bordjia. El Albeldense, por su parte, describe al detalle las dos campañas de Almondhir de los años 881 y 883, en las cuales correspondió resistir el primer choque a los condes Vigila y Rodrigo, que resistieron en Cellorigo y Pancorbo los asaltos impotentes del ejército cordobés. Además, cuando el rey no salía a campaña o se trataba de realizar una expedición a tierras muy lejanas del reino o era necesario combatir en dos sitios distintos a la vez, delegaba en un conde la dirección de la hueste que había de dar el golpe preparado. Ordoño I envió al conde Pedro al frente de las tropas gallegas a combatir a los normandos; al conde del Bierzo Gatón a la cabeza de un importante ejército en auxilio de los toledanos sublevados contra Córdoba y al conde Rodrigo a combatir la fortaleza de Talamanca, situada en el valle del Tajuña. Los condes tenían, además, funciones judiciales dentro de sus distritos. El placitum germano subsistente quizá por bajo de la legislación oficial de la romanizante monarquía

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F1a. 214. - Puerta en las murallas de Talamanca del Jarama . (Foto Oronoz)

- visigoda, adquiere--aAOra.nue.va vida y es en adelante pieza importantísima del mecanismo judicial. El conde, el imperante o el potestas de la tierra reunían el concilium. que así se llamaba a la asamblea judicial de los hombres libres del distrito en la monarquía astur-leonesa. Presidiéndola por sí mismo o mediante un delegado ocasional hacían justicia. No se trata de casos aislados en los que esporádicamente juzgaba el conde con el concilium. sino de una diaria y constante actuación al frente de este organismo de abolengo germano . Muchedumbre de documentos prueban sin dejar un solo resquicio a la duda esta frecuente reunión de la asamblea judicial que el conde, el imperante o el potestas presiden. Los diplomas en que aparece sustanciando litigios ante ella se suceden sin interrupción durante todo el período astur-leonés y proceden de las regiones más apartadas de la monarquía . Los condes o sus vicarios elegían de entre los filii benenatorum y de entre los boni homines (a nuestro juicio nobles e ingenuos respectivamente) un número variable de judices. No hay documentos en los que se diga expresamente que eran designados por el conde, pero de ordinario se les llama suos judices . Estas palabras y las prácticas de los demás estados germano-romanos hacen suponer que fuese el iudex o comes (con ambos nombres se les designa en los diplomas) quien los elegía en cada caso. No es tan fácil fijar la función del comes, de los iudices y de los boni homines en el juicio. Las demandas civiles o las querellas penales se presentaban ante el conde, el imperante o el potestas que daba plazo a las partes

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HISTORIA DE ESPARA

mediante sus sayones para que acudiesen a juicio. Si las partes directamente no firmaban el pacto acostumbrado comprometiéndose a acudir ante el tribunal del condado, el conde ordenaba la prenda judicial para obligarles a presentarse ante los jueces. El comes, el imperante o el potestas convocaba el placitum o concilium,pero ¿y después? Ya veremos al estudiar el procedimiento cómo la principal misión del juzgador era, conforme a la tradición germana, fijar el género de prueba que babia de practicarse y que sólo muy rara vez llegaban a sentenciar las causas. Pero ¿quién juzgaba? ¿El conde, los judices, los boni homines? Desde luego parece que éstos a lo sumo aprobaban con su asentimiento, quizá tácito, el acuerdo de los jueces; mas es aventurado fijar la actuación respectiva de los condes y de los jueces. En la mayoria de los textos el comes permanece al margen del proceso y son los judices quienes juz.ganpor su mandato, en otros el conde tiene, empero, una activa intervención en el litigio. La competencia del tribunal del comes, del imperante o del potestas se extendia a todo género de asuntos civiles y penales. Ante el conci/iumy el comes vemos resolverse litigios de orden civil sobre cuestiones de familia o de libertad; ante ellos se tramitaban las reivindicaciones de bienes raíces y de bienes muebles y ante ellos, por ultimo, se llevaban las causas por delitos contra la honestidad, contra las personas, etc. Cuando las partes no firmaban una agnitio y habia sentencia, el conde ordenaba a sus sayones la ejecución del fallo. Los condes tenian derecho a percibir una cantidad pro suo judicato de la parte que había perdido el litigio y a veces recibían también regalos in oj/ercionede la parte favorecida por el agnitio o por la sentencia. Los comites, los imperantesy los potestates ejercían, además, de seguro en orden a la conservació~ de la paz, a la policía, al nombramiento de oficiales subalternos aquellos poderes inherentes a la autoridad que por delegación regia disfrutaban en sus distritos respectivos. Suponemos que tendrian asimismo la facultad de imponer multas a los contraventores de sus órdenes, pues era esta atribución de los condes en toda Europa y en algunos documentos del reino astur-leonés aparecen amenazando con una pena pecuniaria a los que no cumpliesen las disposiciones contenidas en el diploma. Ignoramos, en cambio, la cuantía máxima de las multas que podían y solían imponer.

••• Los condes vivían sujetos a la potestad suprema de la Corona. En el orden económico estaban obligados a entregar en los palacios del rey, al parecer anualmente en los dias de San Pedro o de las calen4ilaade· septiembre, unaaparte de los impuestos y de las penas pecuniarias que se recaudaban en sus distritos. La negligencia en tal entrega solfa estar penada con una multa de consideración. En 9 IO, Ordoño 11, a poco de ceñirse la corona, quizá incluso en vida de su padre, requirió de los comites e imperantesdel norte de Galicia que en tales fechas depositaran en Lugo el tributum y la quadragesimaque le debian, y los citados oficiales prometieron hacerlo so pena de cuatro talentos de oro. Si, los reyes se cuidaban de que los gobernadores de distrito hicieran efectivas las sumas que por conceptos habian de entregar al erario real. Cuando un conde se negaba a pagarles le trataban como a rebelde y acudian a combatirle al frente de las tropas reales. Sancho el Craso murió envenenado por un comes a quien Sampiro llamaba también dux, que se habia resistido a entregar los tributos al soberano, que había ido a reducirle por fuerza de armas.

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LAS INSTITUCIONES POL1TICAS

Condes, imperantes y potestates cuando el monarca convocaba al ejército estaban siempre obligados a concurrir al llamamiento real no como vasallos, según empezaba a ser o era ya práctica general en Europa, sino como oficiales públicos en el sentido más estricto de esta palabra. Cuando uno o varios de ellos no cumplían las órdenes del rey, éste se cuidaba de castigar la audacia de los rebeldes, para evitar la repetición de hechos análogos. A los condes de Castilla contemporáneos de Ordoño II costó años de prisión el no haber asistido a la batalla de Valdejunquera. No les era permitido hacer la guerra ni firmar la paz por su propia cuenta . La crónica llamada de Albelda nos refiere que el reyezuelo zaragozano debelado a diario por los condes de Álava y Castilla no cesaba de enviar mensajeros a Alfonso 111a fin de renovar la amistad que su traición había roto para siempre. Como funcionarios públicos, no como vasallos estaban obligados, por último, a acudir a las reuniones del palacio cuando los reyes les llamasen y a sentarse con los prelados en el tribunal del monarca. Su dependencia de la Corona no era, sin embargo, tan estrecha como en el período hispano-godo. Los condes no estaban ahora remunerados directamente por el soberano como en la monarquía toledana. Los condes, imperantes y potestates abusaban de su autoridad en el ejercicio de sus funciones. Con mucha frecuencia utilizaban sus cargos para enriquecerse, aumentando sus patrimonios. Facilitaron sus empresas las cifras que debían pagarles quienes acudían ante su . j.usticia. En u.n_a éppc_a ~e vi9a_ásp~r.a y dur_a _eran frecuentes los delitos contra la propiedad, los delitos de sangre y los delitos sexuales. Hurtos, heridas, muertes, fornicaciones llenan las páginas de los que con palabras modernas podríamos llamar diarias noticias de hechos diversos. Quienes cometían tales desmanes acusados ante la autoridad condal o por ésta descubiertos debían pagar a más del judicato. es decir, a más de lo que podríamos llamar aranceles judiciales, penas pecuniarias de cuantía diversa según la importancia del delito y según las costumbres locales, pues, o no se conocían o no se aplicaban con frecuencia las penas de prisión. Ahora bien , por la ausencia de circulante, como diríamos hoy -es sabido que los reyes astur-leoneses no acuñaron numerario-, cualquiera que fuese la cifra en sueldos argénteos a que ascendiese el judicato y la calumnia, como no solían ser gentes de ,fortuna quienes realizaban el hurto, herían o mataban a alguien o tenían la mala suerte de que se descubriesen

F1G_ 215. - Texto .del códice Albeldense . Biblioteca de El Escorial (Madrid) . / Foto

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300. - Plant a de la bas ílica de Alfonso III en Santiago de Co mposte la, rcfcrenciada con la act ual ca tedral. ( Dibujo según don Manuel Chamoso Lamas )

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LA IGLESIA

de la condena a ser corneado por un toro del obispo Adulfo de Santiago. Pero tales relatos no habrían sido escritos sin la realidad del poder absoluto de los príncipes sobre la clerecía. Pelayo habría tenido puntual noticia de la deposición y encarcelamiento por Alfonso VI del obispo de Compostela, Diego Peláez. Al estudiar el Palatium regis he alegado múltiples intervenciones reales en la vida de la Iglesia. Con respaldo del Palatium. algunos prelados vindicaron viejos dominios otrora concedidos a sus sedes. Al Pa/atium acudían para el restablecimiento de la disciplina en algunos cenobios. Con su Pa/atium investigaban los príncipes sobre la vida religiosa de algún monasterio. Con la colaboración de su Palatium. los reyes procuraban la restauración de las instituciones religiosas que necesitaban ayuda. También con su Palatium los soberanos fundaron algunos cenobios ... Eran resueltas en reuniones ordinarias o plenas del Palatium. constituido en tribunal, litigios suscitados entre prelados, monasterios y laicos de diversa condición. A veces eran, empero, directamente los reyes quienes resolvían problemas diversos de la vida de la clerecía, ya ordenando la reintegración en un claustro de un monje vagante, ya autorizando la celebración de un concilio provincial. Incluso en alguna ocasión se acudió al príncipe por algún obispo para poder dotar algún cenobio con bienes de su sede. En magnas congregationes presididas por los soberanos, algunos prelados procuraban asegurar los límites de sus diócesis. Como contrapartida de la total intervención en la vida de la Iglesia, las sedes episcopales fueron enriquecidas con cuantiosas e importantísimas donaciones reales. Fueron las de Oviedo, León, Lugo y Santiago las más favorecidas por los príncipes. La del Apóstol consiguió inmensos dominios territoriales; la siguieron en riqueza y señoríos la lucense y la ovetense y no les fue en zaga la establecida en la Legio Septima Gemina. Las dos iglesias galaicas recibieron de la realeza muchos condados enteros y una importante participación en las rentas del fisco. También fueron favorecidas por los reyes las de Astorga, Orense y Mondoñedo. Por los avatares de la historia no conocemos al pormenor las riquezas de los obispados de la zona portuguesa. Urge trazar un registro diplomático y geográfico de los dominios de cada una de las sedes del reino astur-leonés, destacando sus inmunidades, sus propiedades territoriales, los ingresos fiscales de que disfrutaban, las gentes sometidas a su autoridad dominical y señorial. Recibieron no pocas donaciones de particulares, pero las bases de su poderío estaban en las mercedes conseguidas de los príncipes. Compensación, como queda dicho y repetido, de la sumisión fáctica y jurídica al monarca, esa lluvia de mercedes fue proyección normal de la piedad de los príncipes y de su continua demanda de auxilio celestial en sus duras batallas contra el moro. El Salvador, María y Santiago atraían especialmente la anhelante súplica de los reyes y esa súplica se vertía en lluvia de mercedes. No es imposible incluso que Ramiro JI ofreciera al Apóstol un tributo en los días angustiosos de Simancas. Los obispos. Elevados los obispos a sus cátedras episcopales por decisión regia, o, a lo menos, con su aprobación o consentimiento, eran solemnemente entronizados mediante ceremonias que no conocemos bien y vivían en sus sedes asistidos y rodeados por clérigos regulares y seculares que constituyeron los bulbos de los futuros cabildos. El obispo era en su sede pontífice máximo, y, como tal, jefe y juez de todos los clérigos seculares y regulares que vivían en la misma. A él seguía reservada la potestad de consagrar

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presbíteros y de bendecir iglesias y capillas dentro de su obispado. Natura1mente, no ha llegado hasta hoy ningún acto de consagración por un obispo de un presbítero o de un diácono durante la época en estudio, pero no podemos dudar de que perduraría la tradición visigoda. A veces me inclino a sospechar que los muchos confirmantes que suscriben documentos eclesiásticos titulándose abbas. eran a modo de párrocos establecidos por los prelados en diversos lugares de sus sedes. El artículo III de las Leyes Leonesas de 1020 consagra la plena autoridad de los obispos sobre los monasterios de religiosos y de religiosas, incluso sobre los refuganos. Sería muy aventurado suponer que tal precepto consagrase normas extrañas a la tradición regnícola.

F1G . 301. - El obispo Martín . Miniatura del Libro de los Testamentos . Catedral de Oviedo.

(Foto Oronoz)

Los diplomas astur-leoneses muestran, además, la decisiva intervención de los prelados en los monasterios y la suprema autoridad de aquéllos sobre ellos, de no haber éstos obtenido una exención legal. Esa dependencia se explica no sólo por los preceptos de las reglas monásticas hispanas, sino porque en el período astur-leonés muchos monasterios fueron fundados por obispos. Esa dependencia está, además, acreditada documentalmente . En más de una escritura se ve a algún prelado castigando a monjes libidinosos como si de clérigos

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LA IGLESIA

seculares se tratase. En otras, se concede al obispo cierta intervención en la elección del abad, se coloca a los monjes bajo la autoridad inmediata del prelado o se conceden a los obispos censos que habían de pagar los fieles a la sede. La proliferación de las iglesias de propiedad privada, fórmula jurídica heredada de las prácticas hispano-godas, alzó dificultades ante la plena potestad episcopal sobre no pocos de los clérigos de su diócesis. Han llegado a nosotros nombramientos por los propietarios de tales iglesias de los clérigos que las regentaban y en ningún caso podríamos dudar de que eran por ellos designados. En la época visigoda correspondía a los obispos confirmar tales nombramientos. No poseemos testimonios de que en la época astur-leonesa conseryaran los prelados tal potestad. No me atrevo, empero, a dudar de que la poseyeran. Es tema que merece nuevas y detenidas investigaciones. Numerosas escrituras acreditan que, además de invocarse el nombre del patrono celestial que era venerado en la iglesia matriz del obispado, se citaba con frecuencia al prelado de la sede en las donaciones regias y privadas que a la misma se otorgaban. A él correspondía la explotación de las propieélades de su iglesia. Era señor de los siervos de la misma: de él dependían los libertos por cualquier razón a ella vinculados; y los juniores de capite y de hereditare y los incomuniatos de la misma. Regulaba las prestaciones que unos y otros debían a la sede. Firmaba los contratos de arrendamienro con quienes de una u otra manera querían entrar en dependencia de su iglesia. Era señor de los dominios inmunes de la misma. Nombraba villicos, maiordomos o maiorinos y sayones para el ejercicio de su autoridad en aquéllos. Recibía en vasallaje a infanzones y caballeros. Administraba la hacienda de su sede. A las arcas de la misma iban a parar los diezmos que debían los fieles y las rentas de las tierras de su iglesia. Como juez intervenía en los procesos penales contra los clérigos de su obispado aunque también eran ellos llevados ante el tribunal regio y, a veces, ante los concilia populares. Los obispos desempeñaban papel importante en el gobierno de la monarquía. Ya como miembros del Aula Regia, ya como jueces delegados para presidir tribunales especiales, ya como gobernadores de commissa, comitatus o mandationes, e incluso de ciudades como la sede regia. San Rosendo rigió varios condados que habían sido regidos en tiempos por sus ascendientes y por su padre. Gonzalo, obispo de León a mediados del siglo x. gobernó la ciuitas regia. Otros varios prelados ocuparon asimismo cargos semejantes. Algunos tuvieron por los reyes fuertes castillos. En toda Europa había a la sazón coepiscopos, de ordinario combatidos por los prelados de la diócesis. También existieron en el reino astur-leonés, según probaron en su día Flórez y Risco. Entre nosotros hubo asimismo prelados-abades que habitaban y gobernaban monasterios. De ellos se ocupó Gómez-Moreno en sus Iglesias mozárabes. Cixila durante muchos años vivió en el de San Cosme y San Damián «in loco Abeliare». San Rosendo fundó y gobernó el de Celanova. Cahi/dos. Documenté otrora -en mis Estampas de la vida en León hace mil año.\·- el collegio prepositorum et c/ericorum que, en 941 vivía in regula Sancte Marie Legionensi ciuitate. De los monachis de la Iglesia de León hablan también escrituras de 953, 954, 984 y 985. Y otros textos atestiguan la realidad de esos grupos de monjes y clérigos en otras diócesis del reino. Aparecen, por ejemplo, en documentos compostelanos de 867. 898, 915 y 941 ; en alguno se habla de la comune collatione Sancti Jacohi. En algunas escrituras de avanzado el siglo x y de

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F1G . 302. -

Documento de Alfonso IV al abad Cixila . Año 928. Archivo de la catedral de León . / Foto Oronoz )

principios del XI se les llama canonicos . Tal ocurre en una donación de Bermuda II a Santiago del 991; en un documento ovetense del IO11 y en un diploma de Astorga de 1036. De su colaboración al regimiento de la diócesis no podemos dudar ; no es posibl e, empero , fijar las funciones del conjunto de los que rodeaban al prelado ; faltan te stimon ios precisos . Ni tampoco, por la misma razón, podemos precisar las dignidades que fueron surgiendo en el conjunto del grupo. Sólo excepcionalmente aparecen los prepo sitos y mu y tardíamente los arch[diáconos. Se titulan abbas muchos confirmantes de diplomas de procedencia clerical. No es fácil precisar si tales confirmaciones aludían a quienes regentaban monasterios o a miembros de los que he llamado bulbos de cabildos . El número de los que suscribían algunas escrituras sin relieve parece excluir la hipótesis de que tales abbates fueran en verdad abades de claustros monacales. Pero insisto en registrar mis vacilacione s. No es posible precisar si los grupos de clérigos que rodeaban a los prelados se regían por la regla agustiniana o si se introdujo en el reino de León la acordada en el Concilio de Aquisgrán del 816. López Ferreiro cree que rigió ésta. Campillo, que no se aplicó ningun a de las dos. Los documentos no permiten afirmar ni negar nada en concreto. Clero secular. Del clero secular sabemos muy poco . Ignoramos la preparac1on que recibían para el ejerci _cio de su ministerio. Presumimos que existirían ya escuelas en las ciudades asiento s de las sedes. Se conservan algunos diplomas que suscriben individuos calificados de magistros o de gramati cos. Los primeros aparecen en escrituras de Lugo (973), de León (993 y 1008), de tierras portuguesas (1004) . Un Petru s gramati cus figura como testigo en una donación de Frunimio II a su Iglesia de León en 928. Hay alguna referencia documental de escuela monásticas pero no es seguro que en ellas se formaran los clérigos seculares . Es probab le. empero, que continuase en vigor la tradición visigoda .

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Los clérigos de órdenes mayores que vivían en ciudades episcopales formaban los capítulos a que hemos hecho antes referencia sin que, según hicimos notar , podamos precisar nada concreto en relación a las normas que regían su vida comunitaria. Mantúvose el celibato eclesiástico y se procuró afirmar la pureza de costumbres de la clerecía. Se había ésta relajado probablemente en los últimos tiempos de la monarquía toledana , tal vez como consecuencia de la entrada de godos en las filas de la clerecía, incluso en el episcopado. Debió crecer el mal con ocasión de la catástrofe que siguió a la invasión islámica. De tales relajamientos da noticia la Crónica de Alfonso III que atribuye la pérdida de España a los pecados de clérigos y laicos. En ella se refiere que Fruela I se propuso restaurar la pureza de costumbres de la clerecía. No hay después indicio de tolerancia de sus liviandades . Son frecuentes los castigos impuestos por delitos sexuales cometidos por clérigos o por religiosas . Aludí a ellos en mis Estampas de la vida en León hace mil años. El pueblo participaba, a veces violentamente, en tales problemas. El de León asaltó, por ejemplo, el claustro de vírgenes impúdicas que regía doña Proniílina. He recogido muchos testimonios de las penas legales en que incurrieron diversos varones religiosos. Remito a las notas de mi estudio El régimen de la tierra en el reino astur-leonés. Monacato. El monacato adquirió un desenvolvimiento enorme en el reino astur-leonés . Se fue éste poblando de cenobios a medida que avanzaban s1;1sfronteras hacia el sur. Los monjes tomaron parte muy activa en la repoblación . Las comunidades monásticas fueron roturando yermos , poblando desiertos, volviendo a la vida las regiones más apartadas y solitarias . Los reyes dispensaron grandes favores a tales monasterios . Les concedieron tierras , siervos , colonos, exenciones, comunidades. Los particulares les hicieron donaciones cuantiosas. a veces enormes. Y pronto se formaron grandes abadías, no tan grandes ni tan ricas como las de la Europa de allende el Pirineo, pero al cabo lo bastante como para destacarse entre la masa de grandes, de medianos y de pequeños propietarios laicos que poblaban el reino. En mi Despoblación y repoblación del valle del Duero registré pacientemente los numerosísimos cenobios que me fue dable documentar en las diversas regiones de la monarquía astur-leonesa desde la fundación por el rey Silo en 775 del monasterio de Lucis entre el Eo

F10 . 303. - Obispos entregando unas reliquias . Detalle de una página del códice Emilianense. Fol. 112. Biblioteca de El Escorial (Madrid ). ( Fo/o Or onoz)

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HISTORIA DE ESPA~A

y el Masma . Están fechados en 787, 788, 790, 800, 804, 807, 811, 818, 822, 832, 836, 842, 846,849,850 , 853,854,855,856 , 860,863,867,868,870,871,873,875 , 882, 883,889 , 895, 898, 899, 900, 902, 905, 906, 907, 909, 910, 913, 918, 921, 922, 925, 928, 930, 931, 941, 945, 947, 950, 951, 952, 954, 963, 964, 974, 975, 977, 1011, 1014, 1020. Y debo advertir que en algunos años se fundó más de un claustro, que carecemos de la data exacta de la fundación de varios y que he prescindido de los documentables en la sede regia. «En la urbe regia de León -escribí otrora- desde la Puerta del Obispo podía salirse a la Cauriense con ligeros rodeos teniendo siempre a derecha o izquierda algún cenobio. Ya antes de entrar en la ciudad se alzaban, junto a la primera puerta señalada, San Pedro de los Huertos y la iglesia de los Santos Justo y Pastor, pasada aquélla se hallaban a un lado y otro del carral, Santa María y el templo de Santiago, con Santa María lindaba el monasterio de San Andrés Apóstol y desde él se llegaba hasta San Juan, frontero de la muralla del poniente, pasando por San Miguel Arcángel y San Pelayo Mártir. Fuera de la Puerta Cauriense se encontraba San Marcelo, San Adrián, San Miguel y más allá el de San Claudia. »Al margen de la ruta trazada se hallaba el de San Salvador junto al Arco del Rey y el de Santa Cristina. Y apenas comenzado el siglo XI se consagraron : el de San Julián en el corazón de la ciudad; el de Santa Leocadia en la carrera que iba de la Puerta del Obispo a la Cauriense, junto a Santa María; el de San Vicente también junto a Santa María; el de San Pedro cerca de la Puerta del Conde ; el de San Román en las inmediaciones de la Cauriense; el de San Juan Bautista apoyado en el Archo de Rege; el de San Feliz y Santa María, también junto a la cerca murada; y el de San Martín en el Mercado .» Los monasterios se fundaron por los reyes, por los obispos, por abades mozárabes venidos de tierras de moros y por particulares. En su inmensa mayoría se regían por las reglas españolas de San Fructuoso y San Isidoro y en buen número eran dúplices . integrado s por comunidades de varones y de mujeres. F1G. 304. - Lápida de consagración de la iglesia de San Pedro de los Monte s (León ). Año 919 . Está reflej ada la fundación de dicha iglesia por San Fructuoso, así como la restauración en el año 895 por San Genadio . (Foto cedida por Ed. Everest)

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F1G 305. - Plano de Leó n. hac ia el año 1000, con det a lle de sus edificios , mu ra llas y pu e rtas . ( Fo10 M as)

sos. Son varios los que se han ocupado de los códices escritos en letra visigoda. Hace tiempo que mi viejo amigo y com' pañero de mocedad, de cátedra de Academia y de destierro, Agustín Millares, trabajó para poner al día el catálogo y la bibliografía de tales manuscritos. De las series ya publicadas. de la de Millares, podrá entresacarse la colección de los libros procedentes del reino astur-leonés. El lector puede encontrar en la obra de Morales (Ambrosio). y en otras muy posteriores, la serie de manuscritos hallados en las viejas bibliotecas del norte de España, manuscritos en buena parte perdidos. Y he aquí las noticias que nos brindan, sobre libros, los documentos del período asturleonés, celosamente recogidas por mí: a) en las ediciones de diplomas que debemos a eruditos antiguos y modernos: b) en las colecciones facticias de copias -cartularios, tumbos, becerros o cabreos- realizadas en la Edad Media o en los tiempos modernos por monasterios o cabildos; e) y en los depósitos de los archivos españoles: en el Histórico Nacional de Madrid y en los archivos catedrales del solar primitivo del reino de León. Este estudio estaba por hacer y arroja una cantidad de citas de volúmenes muy varios, de los que sólo una pequeña parte alcanzaron a conocer los viejos investigadores de las antigüedades españolas y de los que sólo han llegado muy pocos hasta hoy. Para permitir apreciar la frecuencia en el manejo y lectura de cada obra, he agrupado, a continuación del título de la misma, las citas de las donaciones hechas de ella. por reyes. obispos, abades, presbíteros y laicos: a catedrales, monasterios e iglesias. Estas citas atestiguan la enorme desproporción que existía en el copiar y difundir de las obras sagradas y profanas. Lo escaso y a veces único de la mención de los autores clásicos: Juvenal, Catón. Virgilio ... , y lo singular de la fama entre los cristianos, de los ahora citados, descubren la pobreza de manuscritos latinos paganos que padecían los hombres cultos del reino asturleonés. No disponían tampoco de muchos códices de los autores cristianos más antiguos, a juzgar por la poco frecuente cita de los poetas: Juvenco. Prudentio o Dracontio, y la única de la Historia Ec/esidstica de Eusebio y Rufino. El fondo principal de las lecturas de los asturleoneses era la Biblia, en su conjunto o en los libros que la integran: las obras de las grandes figuras de la iglesia universal: Jerónimo o Agustín: las de los padres españoles: Isidoro, Ildefonso, Fructuoso, Julián, Fulgencio, etc., las Vitae Patrum en general o las vidas de algunos santos peninsulares: las reglas monacales de San Benito, de San Isidoro o de San Fructuoso: el Liber Canonum o colección canónica de la iglesia española. el Liber Judicum o Lex Vüigothorum y la Explanatio in Apoca/ipsim del autor hispano-godo Apringio y del monje de la Liébana, del siglo VIII: Beato. De algunas otras obras, menos conocidas hoy, hay también rara mención, pero quizá sólo dos procedan de autores de la época: los Comentarios del Apocalipsis de Beato de Liébana (789), que fue el libro más copiado y leido a la sazón en aquella sociedad turbada por terrores y esperanzas extraordinarias; y una Disputa del agua, el aceite y el vino. asunto que se repite en la poesía goliardesca medieval.

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F 1G .

335. - Pág inas de los Come!@ftg:iflQ(~!Jifffillipsis por Beato de Liébana. Copia de la B&Nfr\' eR d · . to Oronoz )

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LAS LETRAS

El siglo x fue en el reino asturleonés un siglo de una rudeza incompatible con el florecer de la vida del espíritu. Del IX asturiano se nos han conservado dos crónicas y algunas inscripciones poéticas. Del siguiente, sólo la continuación de uno de aquellos cronicones, poco posterior al año 920 y realizada por un hombre de la generación anterior; y después nada: ni inscripciones poéticas, ni epitafios, ni consagraciones de valor literario. Incluso decae, hasta el extremo límite de la degradación, la prosa bárbara de los diplomas. La sociedad astur-leonesa vuelve a la infancia, por lo que hace a la actividad espiritual, en aquel siglo, por otra parte decisivo en el cuajar de la España cristiana y de la nación española. En el reino de León, de los Ordoños, Alfonsos, Ramiros, Sanchos y Bermudos, se vivió entonces de las creaciones artísticas e industriales de AI-Andalus. Hasta los libros menos vulgares que en él se leyeron procedían de aquél y fueron llevados al norte por los mozárabes emigrantes, por los laicos, los clérigos y los monjes cristianos, que en los días de persecución y de guerra civil, padecidos por la España mora, huyeron a acogerse a las tierras libres del reino leonés. Una vez más en la historia de España, la fuerza vital de los pueblos peninsulares norteños recibía fecundaciones culturales de los pueblos hispanos del sur: España ha sido siempre fruto de los contactos y de las aportaciones de todos. ALCll\41 ET ADELELl\41:

Versos.

Cixila a Abeliare (927-lgl. Moz. pág. 348). (Exp/anatio in Apocalipsim?).

APRINGII:

Genadio a S. Tomé (915-Yepes, t. IV, fol. 447). AUDACI

AC PONPEGII:

Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). AUDACIS SERGII: li~r. Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). AUGUSTINI:

Adosinda al monasterio S. Martín de Lalln (1019-lgl. Moz., pág. 327). AUGUSTINI:

Civilalis Dei.

Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). A UGUSTINI:

De Trinilale.

Genadio a la iglesia S. Tomé (915-Yepes, t. IV, fol. 447). Bun Exp/analio in Apocalipsim. Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46) .. BF.NEDICTI: ( Regu/ae?J.

Genadio a ta iglesia de S. Tomé (915-Yepes, t. IV, pág. 447) lquilano al monasterio de Santiago de León (914-T. León, fol. 379, vta.) Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepcs, t. 111, pág. 20). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-T. Celanova, fol. 191). Mummadona a Guimarii.es (959-P. M. H. Dipl., et Ch., pág 46). Felicia al monasterio de Santiago (970-T. León, fol. 334). Ansur a Sahagún (973-8. G. Sahagún, fol. 53). Adosinda al monasterio de S. Martln de Lalln (1019-lgl. Moz .. pág. 327). Biblia o Bibliotheca. Alfonso III a la iglesia de Oviedo (908-Arch. Cat. de Oviedo). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Frunimio 11, obispo de León, a su iglesia (928-Arch. Cat. de León, Dipl. núm. 1330. Theoda y Argonta al monasterio de Sahagún (930-Escalona. Ap. 111 o XIV, pág. 387). Mummadona al monasterio de: Guimaraes (950-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Castrorum Liber.

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HISTORIA DE ESPARA

Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). CATONIS MARcu: liber. Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). CLAUDIANI:

Cixila al monasterio de Cronicarum libri /11. Cixila al monasterio de DANIEUS: Expositum. Cixila al monasterio de De litteris iuris. Cixila al monasterio de DoNATI: De arte. Cixila al monasterio de DRACONTII: liber. Cixila al monasterio de

Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Abeliare (927-lgl. Moz .• pág. 348).

EFREM:

Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-951-E. S., t. XXXIV. pág. 454). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Epistolae diversorum. Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Epistolarum liber. Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348). EucHERu: libe,. Cixila al monasterio de Abcliare (927-lgl. Moz., pág. 348). EUGENU: Diversos libe/los. Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). EusEBII ET RUFINI: Historia Eclesiástica. Mummadona al monasterio de Guimaraes (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). EzECHIELIS:

Cixila al monasterio de Abcliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Forum Judicum o liber Gothicum. Beato, presbítero, a la iglesia de Sta. María, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova. fol. 17 vta.). Adosinda al monasterio de S. Martín de Lalln (1019-lgl. Moz., pág. 327). FRUCTUOSI: (Regulae?J. Mummadona al monasterio de Guimaráes (959-P. M. H .• Dipl. et Ch., pág. 46). FULGENTIJ:

Oveco, obispo de León al monasterio de San Juan de Vega (950-51-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Genera Officiorum. Beato. presbítero, a la iglesia de Sta. María, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (887-T. Celanova. fol. 17 vta.). Genadio a S. Tomé (915-Yepes, t. IV, fol. 447). Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepcs. t. 111,pág. 20). G REGOR11: Expositium Ezechielis. Genadio a la iglesia de S. Tomé (915-Yepes, t. IV, fol. 447). Rosendo a la iglesia de Almerezo (887-L. Ferreiro 11, pág. 14). GREGORII (MAGNI): Dialoga o Geronticon. Sisnando, obispo, al monasterio de Picosagro (904 L. Ferreiro, t. 11, pág. 59). Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepes, t. 111, fol. 20). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-T. Celanova, fol. 191). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch .. pág. 46). G REGORU: f Moralia ). Alfonso III a la iglesia de Oviedo (908-Arch. Cat. de Oviedo). Genadio a la iglesia de S. Tomé (915-Yepes. t. IV, fol. 447). H IERONIMI: De viris illustribus.

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LAS LETRAS

Mummadona al monasterio de Guimarii.es (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). H IF.RONIMI (AGUSTINt): Epistolae. . Beato, presbítero, a la iglesia de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta. ). Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepes, t. III, fol. 20). Epistolae.

H1ERONIM1:

Genadio a la iglesia de S: Tomé (915-Yepes, t. IV, fol. 447). 1LDEFONSt: De 11irginitateSanctae Mariae. Alfonso III a la iglesia de Oviedo (908-Arch. Cat. de Oviedo). Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348), Theoda y Argonta al monasterio de Sahagún (930-Escalona, Ap. 111-XIV,pág. 387). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Adosinda al monasterio de S. Martln de Lalln (1019-Igl. Moz., pág. 327). Instituciones:

Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch .• pág. 46). Is100R1:

Etimologiae.

Genadio a la iglesia de S. Tomé (915-Yepes, t. IV, fol. 447). Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348). Mummadona al monasterio de Guimarles (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Sententiae.

(ISIDORI):

Ermegildo al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-XI, pág. 383). Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-951-E. S.. t. XXXIV, pág. 454). Synonimae.

(1s100Rt):

Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepes, t. III, fol. 20). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-51-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Adosinda al monasterio de S. Martln de Lalln (1019-lgl. Moz., pág. 327). JoHANNIS

CASSIANI:

Collationes Seniorum.

Frunimio 11, obispo de León, a su iglesia (928-Arch. Cat. de León, Dipl. núm. 1330). Oveco. obispo de León, ¡ll monasterio de S. Juan de Vega (950-51-E. S.. t. XXXIV, pág. 454). JoHANNIS

HosAURI'.

Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348). JuuANJ:

Prognosticon Futuris Temporis.

Beato, presbítero, a la iglesia de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-Celanova, fol. 17 vta.). JUVENALIS:

Líber.

Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Laterculum.

Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepes, t. 111,pág. 20). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Liber Canonum.

Beato. presbítero, a la iglesia de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17). Alfonso III a la iglesia de Oviedo (908-Arch. Cal. de Oviedo). Fruminio 11, obispo de León, a su iglesia (928-Arch. Cat. de León, Dipl. núm. 1330). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Libe, Collationum.

Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). MARTINI:

Adosinda al monasterio de S. Martln de Lalín ( 1019-Igl. Moz., pág. 327). Prosopopeia et de efficienciam aquae. vini et olei.

Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348). PROSPERJ:

Genadio a la iglesia de S. Tomé (915-Yepes, t. IV, fol. 447). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz.• pág. 347). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-51-E. S., t. XXXIV, pág. 454). FRUDENTII:

LiMr.

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HISTORIA DE ESPAl~A

Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). V~rsarium. Adosinda al monasterio de S. Martln de Lalln (1019-Igl. Moz., pág. 327). V1RGILII: En~idos. Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348). Vita Sancti A~miliani. Alfonso III a la iglesia de Oviedo (908-Arch. Cat. de Oviedo). Vita Sancti Martini. Alfonso III a la iglesia de Oviedo (908-Arch. Cat. de Oviedo). Vita~ Patrum. Fruminio, obispo de León, al monasterio de Santiago y Sta. Eulalia de Vinagio (873-E. S., t. XXXIV, pág. 427). Beato, presbltero, a la iglesia de Sta. María, S. Pedro y S. Pablo de Amogio (889-T. Celanova, fol. 17). Genadio a la iglesia de S. Tomé (915-Yepcs, t. IV, fol, 447). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-51-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Z,\CHARIAE: Expositium. Cixila al monasterio de Abeliare (927-Igl. Moz., pág. 348).

He aquí la serie numerosa de citas que ofrecen los documentos de la época acerca de los libros de liturgia más usuales: lilwr Antiphonarum. Beato, presbitero, a la iglesia de Sta. Maria, S. Pablo y S. Pedro de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta.). Alfonso III al monasterio de Tuñón (891-E. S., t. XXXVII, pág. 339). Adalino, abad, a Leovigildo, presbltero (910-A. H. N. Clero Lugo Cat., Leg. 735). Genadio a la iglesia de S. Pedro de Monte (915-Yepcs, t. IV, fol. 447). Iquilino al monasterio de Santiago de León (917-T. León, fol. 349). Ordoño II a Samos (992-Yepcs, t. 111, fol. 20). Ordoño II al monasterio de S. Cristóbal de Láncara (922-Yepcs, t. 111, fol. 20). Abo a Sahagún (925-8. C., Sahagún, fol. 135). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Theoda y Argonta al monasterio de Sahagún (930-Escalona, Ap. 111-XIV,pág. 387). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Fáfila al monasterio de San Vicente de Miño (952-T. Celanova, fol. 191). Sisnando 11, obispo y su padre, a Samos (955-L. Ferreiro, t. 11, Ap. pág. 156). Monnio Nequetez al monasterio de Salcedo (955-Llorente, t. III, pág. 333). Mummadona al monasterio de Guimaraes (959-P. M. H. Dipl., et Ch., pág. 46). Meliki, presbltero, al monasterio de Sahagún (960-Escalona, Ap. III-XXXV, pág. 405). Guifredo al monasterio de Sta. María de Piasca (966-A. H. N. Clero Sahagún, Leg. 620, núm. 413) . El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (960-E. S., t. XVIII, pág. 331 ). Felicia al monasterio de Santiago de León (970-T. León, fol. 334). Ansur a Sahagún (973-8. G. Sahagún, fol. 53). Da. Senior al monasterio de Gemonde en tierra de Lemos (976-Arch. Cat. de Lugo, Reales, 1, núm. 4). Pedro, obispo de Santiago, a la iglesia de Sta. Eulalia de Curtis (995-E. S., t. XIX, 1, pág. 386). Velasco Monniz a Sahagún (996-8. G. Sahagún, fol. 147). Adosinda al monasterio de S. Martln de Lalln (1019-Igl. Moz., pág. 327). Fredinando Flainiz al monasterio de Benevivere (1020-A. H. N. Clero Bembibre, Leg. 1157). Geroldo, presbltero, a S. Pedro de Soto (1040-S. Vicente de Oviedo, pág. 34). lilwr Canticorum. Adalino, abad, a Leovigildo, presbltero (910-A. H. N. Clero Cat. de Lugo, Leg. 735). Beato, presbltero, a las iglesias de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta.). Mcliki al monasterio de Sahagún (960-Escalona, Ap. 111-XXXV,pág. 405). Adosinda al monasterio de S. Martín de Lalln (1019-lgl. Moz., pág. 327).

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LAS LETRAS

li/Nr Comicum. Frunimio, obispo de León, al monasterio de Santiago de Vinagio (873-E. S., t. XXXIV, pág. 427). Beato, presbltero, a la iglesia de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17). Alfonso III al monasterio de Tuñón (891-E. S., t. XXXVII, pág. 339). Sisnando, obispo de lria, al monasterio de Montesacro (914-H. N. Clero Montesacro). Genadio a la iglesia de S. Pedro de Montes (915-Yepcs, t. IV, fol. 447). Genadio a la iglesia de S. Tomé (915-Yepcs, t. IV, fol. 447). Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepcs, t. 111,fol. 20). Ordoño II al monasterio de S. Cristóbal de Uncara (922-Yepcs, t. 111,fol. 20). Ermenegildo al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-XI,pág. 383). Pusillo a la iglesia de Lugo (923-T. Viejo de Lugo, fol. 57). Abo a Sahagún (925-8. G. Sahagún, fol. 135). Cixila al monasterio de Abcliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Theoda y Argonta al monasterio de Sahagún (930-Escalona, Ap. 111-XIV,pág. 387). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-51-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-T. Celanova, fol. 191). Mummadona al monasterio de Guimarles (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Guifredo al monasterio de Sta. Maria de Piasca (966-A. H. N. Clero, Sahagún, Leg. 620, núm. 413). El conde Ossorio Gutiérrcz al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S., t. XVIII, pág. 331). Ansur a Sahagún (973-8. G. Sahagún, fol. 53). Da. Senior al monasterio de Gemonde en tierra de Lemos (976-Arch. Cat. de Lugo, Reales, 1, núm. 4). Pedro, obispo de Santiago, a la iglesia de Sta. Eulalia de Curtis (995-E. S., t. XIX, pág. 386,. Velasco Monniz a Sahagún (996-8. G. Sahagún, fol. 147). Adosinda al monasterio de S. Martln de Lalln (1019-lgl. Moz., pág. 327). Geroldo, prcsbltero, a S. Pedro de Soto (1041-S. Vicente de Oviedo, pág. 34). Li/Nr Himnorum. Adalino, abad, a Leovigildo, presbltero (910-A. H. N. Clero Lugo. Cat., Lcg. 735). Beato, presbltero, a las iglesias de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta.). Meliki al monasterio de Sahagún (960-Escalona, Ap. 111-XXXV,pág. 405). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S., t. XVII, pág. 331). li/Nr Horarum. Frunimio, obispo de León, al monasterio de Santiago y Sta. Eulalia de Vinagio (873-E. S., t. XXXV, pág. 427). Beato, presbltero, a la iglesia de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17). Genadio a la iglesia de S. Pedro de Montes (915-Yepcs, t. IV, fol. 447). Ermegildo, al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-XI,pág. 383). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-51-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Meliki, presbltero, al monasterio de Sahagún (960-Escalona, Ap. 111-XXXV,pág. 405). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S., t. XVIII, pág. 331). Da. Senior al monasterio de Gemonde en la tierra de Lemos (976-Arch. Cat. de Lugo, Reales, 1, núm. 4). Pedro, obispo de Santiago, a la iglesia de Sta. Eulalia de Curtis (995-E. S., t. XIX, pág. 386). Li/Nr Manual~. Alfonso III a la iglesia de Oviedo (908-Arch. Cat. de Oviedo). Adalino, abad, a Leovigildo, presbltero (JO-A. H. N. Clero Lugo Cat., Leg. 735). Beato, prcsbltero, a las iglesias de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta.). Alfonso III al monasterio de Tuñón (891-E. S., t. XXXVII, pág. 339). Sisnando, obispo, al monasterio de Picosagro (904-L. Ferreiro, t. 11, pág. SS). Sisnando, obispo de lria, al monasterio de Montesacro (914-A. H. N. Clero Montesacro). Genadio a la iglesia de S. Pedro de Montes (915-Yepcs, t. IV, fol. 447 vta.). Ordoño II al monasterio de S. Cristóbal de Uncara (922-Yepcs, t. 111, fol. 20). Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepcs, t. 111,fol. 20). Ermegildo al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-Xl, pág. 383). Pusillo a la iglesia de Lugo (923-T. Viejo de Lugo, fol. 57, vta.). Abo a Sahagún (925-8. G. Sahagún, fol. 135). Cixila al monasterio de Abcliare (927-lgl. Moz., pág. 348).

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Oveco. obispo de León al monasterio de S. Juan de Vega (950-E. S., t. XXXIV. pág. 454). Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-Celanova, fol. 191). Monnio Nequetez al monasterio de Salcedo (955-Llorente, t. 111, pág. 333). Meliki al monasterio de Sahagún (960-Escalona, Ap. 111-XXXV, pág. 405). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (960-E. S., t. XVIII, pág. 331). Ansur a Sahagún (973-8. G. de Sahagún, fol. 53). Da. Senior al monasterio de Gemonde en tierra de Lemos (976-Arch. Cat. de Lugo. Reales l. núm. 4). Pedro. obispo de Santiago, a Sta. Eulalia de Curtis (995-E. S., t. XIX, pág. 386). Adosinda al monasterio de Santa Maria de Lalln (1019-lgl. Moz., pág. 327). líber orationum. Frunimio, obispo de León, al monasterio de Sta. Eulalia de Vinagio (873-E. S., t. XXXIV, pág. 427). Beato, presbítero. a la iglesia de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta.). Alfonso III al monasterio de Tuñón (891-E. S., t. XXXVII, pág. 339). Alfonso III a la iglesia de Oviedo (902-Arch. Cat. de Oviedo). Adalino. abad, a Leovigildo, presbltero, (910-A. H. N. Clero Lugo Cat., Leg. 735). Sisnando, obispo, al monasterio de Picosagro (904-L. Ferreiro, t. 11, pág. 55). Sisnando, obispo de Iría, al monasterio de Montesacro (914-A. H. N. Clero Montesacro). Genadio a la iglesia de S. Pedro Montes (915-Yepes, t. IV, fol. 447 vta.). Ordoño 11 al monasterio de Samos (922-Yepes, t. 111, fol. 20). Ordoño II al monasterio de San Cristóbal de Láncara (922-Yepes, t. 111. fol. 20). Ermegildo al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-XI, pág. 383). Pusillo a la iglesia de Lugo (923-Viejo Lugo, fol. 57, vta.). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz. pág. 348). Theoda y Argonta al monasterio de Sahagún (930-Escalona, Ap. 111-XIV, pág. 387). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-E. S., t. XXXIV, pág. 459). Sisnando II a Sobrado (955-L. Ferreiro, t. 11, Ap., pág. 156). Monnio Nequetez al monasterio de Salcedo (955-Llorente, t. 111, pág. 333). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S.• t. XVlll, pág. 331). Pedro, obispo de Santiago, a la iglesia de Sta. Eulalia de Curtís (~5-E. S., t., XIX, pág. 386). Adosinda al monasterio de S. Martín de Lalln (IOl9-lgl. Moz., pág. 327). Geroldo, presbítero, a S. Pedro 't:le Soto (1040-Vicente de Oviedo, pág. 34). líber ordinum. Frunimio. obispo de León, al monasterio de Santiago de Vinagio (873-E. S.. t. XXXV. pág. 427). Beato, presbítero, a la iglesia de S. María, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celan ova, fol. 17). Alfonso 111 al monasterio de Tuñón (891-E. S., t. XXXVII, pág. 339). Sisnando. obispo. al monasterio de Picosagro (904-L. Ferreiro, t. 11, pág. 55). Adalino. abad, a Leovigildo. presbítero (910-A. H. N. Clero Lugo Cat., leg. 735). Sisnando, obispo de lri, al monasterio de Montesacro (914-A. H. N. Clero). Genadio a la iglesia de S. Pedro de Montes (915-Yepes, l. IV, fol. 447). Ermegildo al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-Xl, pág. 383). Pusillo a la iglesia de Lugo (923-T. Viejo de Lugo. fol. 57). Abo al monasterio de Sahagún (925-8. G. Sahagún. fol. 135). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Theoda y Argonta al monasterio de Sahagún (930-Escalona, Ap. 111-XIV, pág. 387). Oveco. obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-T. Celanova. fol. 19). Monnio Nequetez al monasterio de Salcedo (955-Llorente, t. 111, pág. 333). Mummadona al monasterio de Guimaraes (959-P. M. H .. Dipl. et Ch .. pág. 46). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S.. t. XVlll. pág. 331). Velasco Monniz al monasterio de Sahagún (996-8. Sahagún. fol. 147). Adosinda al monasterio de S. Martín de Lalín ( I019-lgl. Moz., pág. 327). Fredinando Flainiz al monasterio de Benevivere ( 1020-A. H. N. Clero, Bembibre, Leg. 1157). Geroldo. presbítero. a S. Pedro de Salo (1040-S. de Vicente de Oviedo. pág. 34). Liher Pa.uionum. Alfonso II al monasterio de Tuñón (891-E. S., t. XXXVII, pág. 339).

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LAS LETRAS

Sisnando, obispo, al monasterio de Picosagro (904-L. Ferreiro, t. 11, Ap. pág. 55). Sisnando, obispo de lria, al monasterio de Montesacro (914-A. H. N. Clero Montesacro). Genadio a la iglesia de S. Pedro de Montes (915-Yepes, t. IV, fol. 447 vta.). Theoda y Argonta a Sahagún (930-Escalona, pág. 387, Ap. 111-XIV). Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-T. Celanova, fol. 191). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. H. N .. Dipl. et Ch., pág. 46). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S.• t. pág. 331). Adosinda al monasterio de S. Martín de Lalfn ( l019-lgl. Moz., pág., 327). Fredinando Flainiz al monasterio de Benevivere (1020-A. H. N. Clero Bembibre. Leg. 1157). Geroldo, presbítero, a S. Pedro de Soto (1040-S. Vicente de Oviedo, pág. 34). Liber Precum. Ermegildo al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-XI, pág. 383). Pusillo a la iglesia de Lugo (923-T. Viejo de Lugo, fol. 57 vta.) Abo a Sahagún (925-8. G. Sahagún, fol. 135). Cixila al monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Theoda y Argonta al monasterio de Sahagún (930-Escalona, Ap. 111-XIV,pág. 387). Mummadona al monasterio de Guimaries (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Meliki, presbítero, al monasterio de Sahagún (960-Escalona, Ap. 111-XXXV,pág. 405). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S., t. XVIII, pág. 331). Da. Senior al monasterio de Gemonde en tierra de Lemos (976-Cat. de Lugo, Reales 1, núm. 4). Pedro. obispo de Santiago, a la iglesia de Sta. Eulalia de Curtís (995-E. S.• t. XIX. pág. 386). Velasco Monniz a Sahagún (996-8. G. Sahagún, fol. 147). Liber Psalmorum o Psalterium. Adalino, abad, a Leovigildo (910-A. H. N. Clero Lugo Cat., Leg. 735). Beato. presbítero, a las iglesias de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta.). Alfonso III al monasterio de Tuñón (891-E. S., t. XXXVII, pág. 339). Sisnando, obispo. al monasterio de Picosagro (904-L. Ferreiro, t. 11, pág. 55). Sisnando, obispo de lria, al monasterio de Montesacro (914-A. H. N. Clero Montesacro). Genadio a la iglesia de S. Pedro de Montes (915-Yepes, t. IV, fol. 447 vta.). Genadio a la iglesia de S. Tomé (915-Yepc¡, t. IV. fol. 447). lquilano al monasterio de Santiago de León (917-T. León, fol. 349, vta.). Ordoño II al monasterio de Samos (922-Yepes, t. 111, fol. 20). Ordoño II al monasterio de S. Cristóbal de Láncara (922-Yepes, t. 111, fol. 20). Ermegildo al monasterio de Sahagún (922-Escalona, Ap. 111-XI, pág. 383). Pusillo a la iglesia de Lugo (923-T. Viejo de Lugo, fol. 57 vta.). Abo a Sahagún (925 B. G .• fol. 135). Cixila al -monasterio de Abeliare (927-lgl. Moz., pág. 348). Oveco, obispo de León, al monasterio de S. Juan de Vega (950-E. S., t. XXXIV, pág. 454). Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-T. Celanova, fol. 191). Monnio Nequetez al monasterio de Salcedo (955-Llorente, t. 111, pág. 333). Mummadona al monasterio de GuimarAes (959-P. M. H., Dipl. et Ch., pág. 46). Meliki, presbítero. al monasterio de Sahagún (960-Escalona, Ap. 111, XXXV, pág. 405. El conde Ossorio Gut_iérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S., t. XVlll, pág. 331). Felicia al monasterio de Santiago de León l970-T. León. fol. 334). Da. Senior al monasterio de Gemonde en tierra de Lemos (976-Arch, Cal. de Lugo, Reales l. núm. 4). Pedro, obispo. a la iglesia de Sta. Eulalia de Curtís (995-E. S., t. XIX. pág. 386). Velasco Monniz a Sahagún (996-8. G. Sahagún. fol. 147). Adosinda al monasterio de S. Martin de Latín (1019-lgl. Moz., pág. 327). Fredinando Flainiz al monasterio de Benevivere (1020-A. H. N. Clero, Benevivere, Leg. 1157). Geroldo, presbítero, a S. Pedro de Soto (1040-S. Vicente de Oviedo. pág. 34). liher sermonum. Adalino, abad, a Leovigildo, presbítero (910-A. H. N. Clero Lugo Cal., Leg. 735). Beato. presbítero, a las iglesias de Sta. Maria, S. Pedro y S. Pablo de Arnogio (889-T. Celanova, fol. 17 vta.J. Fáfila al monasterio de S. Vicente de Miño (952-T. Celanova, fol. 191). El conde Ossorio Gutiérrez al monasterio de Villanueva de Lorenzana (969-E. S .. t. XVIII. pág. 331).

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Da. Senior al monasterio de Gemonde en tierra de Lemos. (976-Arch. Cat. de Lugo, Reales 1, núm. 4). liMr Spiritualium. Adalino, abad, a Leovigildo, presbltero (880-A. H. N. Clero, Lugo Cat., Leg. 735).

ADVERTENCIA

Este registro puede ser completado añadiendo a él algunas reí erencias procedentes de documentos del período asturiense. Sirven de ejemplo las reí erencias al Libro de Job y a las epístolas de San Pablo que Roseado, obispo de Mondoñedo, donó al monasterio de Almerezo en 887 (López Ferreiro, II. pág. 14). Y puede completarse con citas procedentes de diplomas publicados después de la aparición de esta monografía y con las reí erencias a obras isidorianas recogidas por Díaz y Diaz en su reciente libro De Isidoro al siglo X l. pág. 177. Me importa, empero, declarar que al trazar estas páginas, con excepción del registro detallado de los libros litúrgicos intenté sólo dar idea del conjunto de las lecturas de los leoneses de hace mil años, y no aspiré a brindar una exhaustiva anotación bibliográfica de aquélla.

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CAPÍTULO VIII HISTORIOGRAFÍA 1. Manifestaciones. - 2. La redacción original de la crónica de Alfonso 111.- 3. El autor de la crónica llamada de Albelda. - 4. ¿Una crónica asturiana de los días de Alfonso 11? - 5. La Crónica Profética. 6. Sobre la autoridad de las Crónicas de Albelda y de Alfonso lll. - 7. El anónimo continuador de Alfonso 111.- 8. Sampiro. - 9. Laterculus y Annales.

SUMARio:

1. Manifestaciones.

El reino astur-leonés conoció una no desdeñable producción historiográfica. Sus manifestaciones al correr de las décadas fueron, empero, esquemáticas y por desgracia para los historiadores de ayer y de hoy muy parcas en noticias. Escritas en una torpe latinidad, son pobres manifestaciones del bajo nivel literario en que había caído la tradición visigoda. Es colosal el desnivel que las separa de la historiografía hispano-islámica contemporánea. Habían nacido en una patria, Asturias, que no había conocido apenas una cultura digna del nombre de tal antes de la invasión sarracena. En Asturias se escribieron los primeros y la mayor parte de esos poquísimos textos históricos. Sólo a principios del siglo XI encontramos una crónica redactada al sur de los montes. He estudiado detenidamente esta producción historiográfica de los reinos de Oviedo y de León. Es parca su enumeración. A) Una crónica redactada a fines del siglo vm o principios del IX por alguien enraizado en la tradición postrimera de la época visigoda, por quien había recibido noticias de gentes que habían presenciado la cat"ástrofe, crónica por desgracia perdida. B) El Epítome Ovetensis. mal llamado Crónica de Albelda, que abarca un esquema de historia universal y el relato de las gestas del reino de Asturias hasta avanzado el reinado de Alfonso 111.Escrito en Oviedo en 881 y prolongado en 883, por un clérigo que conoció la crónica perdida del siglo vm y que extiende su relato hasta las postrimerías del último año citado. C) Una crónica extraña que se ha llamado Profética porque anunciaba el fin del señorío musulmán en España. Escrita por un mozárabe emigrado en Asturias, se basaba en una forzada interpretación de una profecía de Ezequiel. D) La crónica que podríamos llamar regia, que debemos al rey cronista Alfonso 111 de Oviedo. Posterior al 883, su real autor se inspiró en la crónica asturiana perdida y en la

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Profética, pero adicionó sus noticias con otras personales que llegaban hasta el inicio de su reinado en 866. E) La refacción erudita de la crónica regia de Alfonso el Magno por un clérigo culto. que halló bárbaro el texto del príncipe y lo redactó añadiendo algunos detalles, modificando distintos pasajes del monarca y suprimiendo otros. F) Las breves páginas en que un clérigo contemporáneo de Ordoño II redactó la historia de los reinados de Alfonso 111y de sus hijos, hasta mediado el del p;íncipe de quien fue contemporáneo. G) La crónica de Sampiro, notario de Bermudo II y luego obispo de Astorga. que redactó la historia del reino de León, desde el Rey Magno hasta sus días. H) Algunos pobres y esquemáticos anales. Voy a brindar algunas páginas detenidas sobre tales textos.

2. La redacción original de la crónica de Alfonso I11. Una de las cuestiones más discutidas y más interesantes de resolver en el campo de la historiografía medieval española es la relativa a la crónica llamada por el padre Flórez de Sebastián de Salamanca. Había él depurado las deficientes ediciones de la misma publicadas hasta sus días, y logrado el asenso de la posteridad para sus opiniones respecto a la paternidad de la obra en estudio; el éxito de su esfuerzo estaba, sin embargo, muy lejos de ser definitivo. Un jesuita español, García Villada, ha dado a la estampa otro estudio y otra edición crítica más cercana de lo apetecible, y un erudito francés. Barrau-Dihigo, la ha comentado extensamente. Para García Villada la crónica es obra personal o, al menos. de la iniciativa del gran monarca. La carta, que precede al texto de la misma en los manuscritos más puros, es en su opinión prueba suficiente de la supuesta paternidad de Alfonso 111. Las redacciones posteriores carecen de valor, e incluso la que él llamaba 8, conservada en el famoso códice Rotense, es una simple refundición de la primera. a la que se añaden pasajes de «sello marcadamente legendario», empeorándose el estilo y la construcción sintáxica. Barrau-Dihigo no acepta la teoría de García Villada. Dejando a un lado las correcciones que propone al texto y las páginas que consagra al estudio de la rima, del ritmo y de las fuentes de la crónica, su hipótesis puede resumirse en estos términos: La atribución de la obra a Sebastián de Salamanca es inadmisible, pero su atribución a Alfonso 111es precaria. Ya extraña el hecho de que un rey, que ocupa el trono en plena adolescencia y lleva unaexistencia agitada, ora luchando con los musulmanes. ora sofocando revueltas interiores. se dedique a escribir de historia para instruir a uno de sus familiares, y no menos sorprende la circunstancia de que un guerrero esmalte su relato con frecuentes citas de las Sagradas Escrituras. Pero, de otra parte, la falsedad de la supuesta carta del príncipe al prelado. quita todo apoyo a la opinión de García Villada, y esa falsedad se pone de manifiesto porque en ella se hacen afirmaciones erróneas y porque está en contradicción paladina con el texto de la crónica. San Isidoro no terminó su historia de los godos con Wamba, como se dice en el falso mensaje. y, mientras en él se sostiene que después del santo arzobispo nadie había escrito de historia hasta entonces, en el relato de la crónica se cita la obra de San Julián, posterior al prelado hispalense, y a través de las páginas del cronicón se adivina que su autor conoció también la Continuatio Hispana, obra del siglo vm. y quizá una fuente perdida escrita en el 1x. El rey no fue, pues, según el crítico francés, autor de la narración que debe llamarse, por tanto, Seudo-Alfonso. Barrau-Dihigo se ocupa por último, de la

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redacción B (que nosotros llamaremos Rotense) con mayor detenimiento que García Villada . A su juicio está escrita con naturalidad y sencillez, mientras que el Seudo-Alfonso se preocupa por escribir con elegancia. Y con frecuencia ofrece una información más sucinta , pero a veces más exacta que la primera redacción. No obstante, Barrau-Dihigo no se atreve a suponer que el texto Rotense descanse, como parecía natural, sobre una versión anterior a la del Seudo-Alfonso; su dependencia de esta última es para él indudable, pero al admitirla tropieza de nuevo con dos dificultades: En la segunda redacción se advierte una gran abundancia de variantes comunes a una especial familia de manuscritos de la primera, representada por el códice Ovetense, y algunas propias de la otra, encabezada por el códice Soriense . Luego, o el autor del cronicón de Roda ha seguido una recensión anterior a estos códices, o en fecha muy remota se ha producido un texto mixto de ambos , del cual procede la crónica Rotense. cosa que parece probable a Barrau-Dihigo. Con posterioridad a estas dos teorías , en nuestra opinión equivocada s, pero sin duda construidas con rigor científico. un escritor y un erudito, Cabal y Blázquez, han vuelto sobre el mismo tema . Para Cabal , el autor del cronicón que nos ocupa ahora, no fue otro que Sisnando, obispo de Santiago en tiempos de Alfonso 111. Según él, del texto mismo de la crónica se deduce con claridad sobrada que hubo de ser escrita por un alto dignatario eclesiástico aficionado a citar con frecuencia pasajes de las Sagradas Escrituras, por un

F1 G. 336. - Ordoño l. Min iatur a del Tumb o A de la biblioteca de la ca tedr al de Sant iago de Compostela (La Co ruñ a). / Foto Oronoz !

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obispo o clérigo de la intimidad del monarca de Asturias, que conocía bien la tierra liebanense y que hubo de intervenir en la repoblación de Portugal. Nacido Sisnando en la Liébana, capellán del Rey Magno, y como tal, morador en Oviedo largos días, y, por último, prelado de Compostela cuando se repoblaba Portugal con gallegos, a él debió encomendar el Rey Magno la composición de la obra atribuida al príncipe. Blázquez opina que las dos redacciones de la crónica de Alfonso 111se deben: a Sebastián, obispo de Arcábica y de Orense, la conservada en el códice de Roda, y a Dulcidio, obispo de Salamanca, la tenida por primera por Flórez y García Villada. Mas, para él, ninguna de las dos terminaba con la muerte de Ordoño 1, sino que incluían: la Rotense hasta el año 883, y h:M.tadespués de la batalla de Gormaz la que atribuye al obispo Dulcidio. Tales son las cuatro hipótesis más modernas acerca de la crónica que nos ocupa, defendida la primera con nuevos argumentos por García Villada en su último artículo, y tenida la segunda como definitiva por Barrau-Dihigo en su nuevo libro sobre Asturias. Si se exceptúa a Blázquez, todos han partido hasta aquí, sin embargo, en sus razonamientos, de un supuesto gratuito: la prioridad del texto conocido de antiguo en relación al conservado en el códice Rotense. Se ha afirmado sin prueba alguna concreta, no ha habido siquiera intención de probar un aserto que se daba como inconcluso. Se ha partido de una cierta evidencia, basada en las suposiciones, gratuitas también, de que los episodios originales de la considerada como segunda redacción tienen sabor legendario y de que su estilo bárbaro acredita ser refundición, por su rudeza misma, ~el otro texto, más parco en noticias y relativamente correcto en la forma. Pero, en verdad, no son estas circunstancias prueba suficiente, ni siquiera indicio de la prioridad hasta ahora admitida. Se debe a Gómez-Moreno la idea de que el texto Rotense era anterior al conocido y divulgado. Cuando en 1921 publicó su Introducción a la Historia Silense, apuntó ya su contradicción a la tesis aceptada hasta entonces por todos. lhteresado a la sazón el sabio arqueólogo por el estudio de las crónicas latinas españolas, se propuso realizar una nueva edición de la que nos ocupa, y comenzó a redactar un nuevo estudio sobre ella. Sin embargo, acuciado Gómez-Moreno por otras empresas de más fuste, abandonó la acometida, pero no sin comunicarnos sus ideas cuando redactábamos la Historia del reino de Asturias y, con posterioridad, incluso sus apuntes. Los razonamientos de nuestro amigo y maestro y el análisis detenido de la crónica nos convencieron de que era forzoso invertir los términos del problema y partir del texto Rotense en nuestras investigaciones asturianas. Ante el silencio de Gómez-Moreno, creímos antaño llegado el momento de probar la prioridad de la tenida hasta aquí como segunda redacción de la crónica de Alfonso 111. Al hacerlo, autorizados por Gómez-Moreno, refundimos aquí con nuestros propios argumentos los suyos de que hemos tenido noticia. El gran arqueólogo ha aceptado en su día esta exposición. Ya Barrau-Dihigo advirtió cómo la crónica, que hemos llamado bárbara o Rotcnse, está escrita en sencillez y naturalidad, mientras que el autor del texto divulgado en los siglos últimos se esfuerza para escribir en lenguaje elegante. La observación de Barrau-Dihigo es justísima. Son dos tipos diversos de latinidad: la una torpe, deshecha; la otra mejor concertada, con pretensiones retóricas. Aquélla es el habla de laicos semieducados, la que asoma en los diálogos pintorescos que aparecen en los procesos de la época; ésta es la lengua cultivada, la literaria y oficial, enseñada en los monasterios, que lleva siempre el refrendo de presbíteros y obispos. Recoge varios ejemplos, de los que sólo algunos cita Barrau-Dihigo para probar su aserto.

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F 1G . 337. - Códice d~ \l9(ia . Aca~lJ.4,c

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(Madrid) . ( Fofo Or onoz ¡

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Barrau-Dihigo advierte además que la crónica Rotense usa de transiciones como éstas: «Jam nunc revertamur ad ordinem regni» (párrafo 6), «Sed redeamus ad illum tempu!i» (párrafo 7), «Sed redeamus ad causam» (párrafo 23) y abusa de las palabras prefatus. !iuprafatus. predictus. y que nada de esto se encuentra en la erudita. Nota también que aquélla repite varias veces las mismas frases y se sirve de términos banales, mientras que ésta disfraza la misma idea con expresiones diferentes, y evita en lo posible las palabras vulgares. La observación del crítico francés es exactísima. Así el texto Rotense declara que Wamba, Ervigio, Egica, Witiza, Pelayo, Alfonso I, Aurelio, Silo, Mauregato, Bermudo I y Ramiro I murieron fine. morbo o morte propia, y a la inversa la crónica erudita evita tales repeticiones y se expresa de este modo: Fine propio decessit. in pace quie,ü. ,·itam in pace finivit. morte propia decessir. dece.uit in pace, etc. Igual cuidado en variar la construcción en una, y parejo descuido en .acudir a idénticas palabras, para consignar el mismo pensamiento en la otra, se advierten, por ejemplo, en pasajes como éstos: B

A

Nec hoc miracu/um si/ebo. quod uerius factum esse cognosco (párrafo 15). Sed nec illud si/euo quod uerum factum esse cognosco (párrafo 25).

Nec hoc stupendum miracu/um praetermitterdum est (párrafo 15). Sed nec il/ud si/ebo quod verum factum esse cognosco (párrafo 25).

De otra parte, mientras la redacción menos cuidada es relativamente sobria en adjetivos y en adverbios, el uso de éstos constituye una característica debilidad del cronista erudito. ¿Es razonable creer que sobre el segundo de estos textos, cuidado y literario, se fraguase el primero? ¿Existe ejemplo de que un texto relativamente clásico se vertiese en estilo miserable? Que el estilista recoja materiales históricos adobándolos a su sabor. que el abreviador condense, son hechos normales; pero que un hombre sin gramática ni léxico se complazca en deshacer la obra culta, parece inverosímil, y más en el siglo x. cuando no se ·pensaba en vulgarizaciones. Si proseguimos además la comparación entre las dos redacciones, mientras no hallaremos indicio alguno en la Rotense que permita explicar tal sorprendente e inusitado proceder. a la inversa toparemos en la otra con multitud de retoques, mutilaciones y adiciones manifiestas que aclaran el propósito de la pluma erudita al reí undir el texto bárbaro. Con carácter de correcciones hállanse variantes notables: Mientras sólo dos de estas correcciones parecen fundadas, y carecemos de datos para rechazar otras, muchas de ellas descubren en el escriba erudito ignorancias históricas: El texto más cuidado coloca la llegada de Mahamuth después del año 820, cuando al margen del otro y por los autores árabes consta fue en 835: aquí el corrector o refundidor. guiándose a ciegas por el orden expositivo de su original, vició la frase indebidamente. Es probable que yerre también diciendo que Alfonso I fue general bajo Egica, pues mediando cincuenta y seis años entre las muertes de ambos. forzosamente lo alcanzaría demasiado joven. Más verosímil es que tuviera lugar una sublevación de siervos que una rebelión de libertos, y así es muy probable que tenga razón la crónica de Roda, contra la redacción culta de la misma, tanto más cuanto que el Albeldense, tan puntual de ordinario. llama también siervos a los levantados en armas en los días de Aurelio. Errada es. asimismo. la corrección que el texto culto hace a la fecha señalada por el otro para la muerte de Alfonso 11: con la crónica Albeldense, fija aquél tal suceso en 843. mientras el autor de la redac-

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F1G . 338 . - Vista de las llamadas Torres del Oeste, en la ría de Pontevedra, levantadas para actuar contra las invasiones de normandos y musulmanes . (Foto Paisajes españoles)

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c1on erudita la fecha en 842, y su error es notorio, pues él mismo lo descubre poco después, cuando hace morir a Ramiro I en 850, tras de siete años de reinado. Por último, si Alfonso 11 murió en 843, y a esta data se añaden los meses que hubieron de invertirse en la sublevación de Nepociano, en la ida de Ramiro I de Castilla a Galicia, en la reunión de un ejércit-o por el rey legítimo para combatir a su adversario, en su entrada en Asturias y en la lucha y vencimiento del rebelde , llegaremos sin esfuerzo al año 844 en que aparecieron los normandos en las costas cristianas. Y así, más exacta parece la frase «per idem tempus» con que encabeza el texto Rotense el relato de la invasión pirática de aquellas gentes, que la empleada por el otro al mismo propósito: «/taque subsequenti tempore ...» En cuanto a las demás correcciones, o parecen buenas, o carecemos de datos para rechazarlas. La crónica erudita resulta también plagada de interpolaciones y variantes, a veces sin valor . . Si nos detenemos a considerar estas interpolaciones y variantes, y otras diver sas, advertiremos que la corrección introducida por el cronista en el texto Rotense es notoria . Al historiar el reinado de Witiza nos relata aquél : la disolución de las asambleas eclesiásticas por el príncipe, su conculcación de los cánones y su trato con muchas concubinas, y acto

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seguido nos refiere cómo, para impedir que se reuniese un concilio con el intento de poner coto a sus desmanes, mandó a los clérigos que tuviesen mujeres. El escriba erudito encontró acaso ofensivo para el clero la afirmación de que el monarca se hubiese ganado la benevolencia de obispos y presbíteros ante sus liviandades permitiéndoles también casarse, y para vindicar la fama del sacerdocio hispano-godo, corrigió el texto referido y dijo: que habiendo el rey tratado con numerosas concubinas, para evitar la censura eclesiástica cometió todo género de atropellos contra el clero y le forzó a seguir su conducta. No pensó el buen escriba que, dada la prepotencia de la iglesia visigoda, más fácil hubiera sido al rey incurrir en su enojo al perseguirla, que halagando sus humanas pasiones obtener benevolencia para sus pecados. Corregido aparece asimismo en la crónica sabia al pasaje donde se describe la abdicación de Bermudo I y la entronización de Alfonso el Casto: Luego de referirnos la crónica Rotense, cómo Bermudo, después de su renuncia al trono, «cum Adefonso plurimis annis karissime uixit». con torpeza notoria hace morir al rey diácono en el mismo año en que fecha la unción de su sobrino. El clérigo erudito topa con el error del texto que refunde y, con un oportunísimo retoque, fija en el año mencionado, no la muerte, sino la abdicación del rey Bermudo. La corrección del texto más pulido es también evidente al relatar la subida al trono del Rey Casto: Donde la redacción bárbara dice que, muerto Silo, todos los magnates de palacio con la reina Adosinda hicieron rey a Alfonso, el autor erudito cita a Adosinda primero que a los nobles, y, despreciando la frase vulgar de uso diario y oficial en las escrituras de aquel tiempo, «omnes magnati palatii». la sustituye por la más culta, aunque menos usada, «omni ojficio palatino». Ese prurito de apartarse del lenguaje corriente le lleva además, cuando describe el prodigio que siguió a la muerte de Alfonso, yerno de Pelayo, a reemplazar las palabras «curiales ojficii palatini». de tradición visigoda y que perduran a veces en los documentos de la época, por la frase erudita «excubiae palatinae», que no hallamos en el latín de los diplomas. Por último adviértase que, mientras en la redacción bárbara se dice simplemente que Ramiro hizo la guerra a los normandos, el texto menos rudo habla del envío contra ellos de un ejército «cum ducibus et comitibus», resucitando así el cargo de duque, que no existía a la sazón más que en el lenguaje barroco y adulador de algunos escribas y nunca se empleaba en documentos oficiales. Algunas de sus mutilaciones se delatan también de modo manifiesto: Mientras la redacción vulgar consigna la reunión de concilios bajo Wamba, y dice más tarde al historiar a Ervigio: «Multa synoda egit; legesque a predecessore suo editas ex parte corripit, et alias ex nomine suo adnotar_eprecepit». el cronista erudito silencia los sínodos del reinado de Wamba y al escribir después: «legesque ab Vuambane institutas corrupil et alias ex nomine suo edidit». deja adivinar la amputación llevada a cabo. Más adelante, el texto Rotense, luego de referir la muerte de Bermudo el Diácono, fecha y relata la unción de Alfonso el Casto, y añade: «Anno regni eius tertio arabum exercitus ingressus est Asturias.» Pero la crónica pulida, al hacer el retoque de que hablamos arriba para fijar la fecha de la abdicación del Rey Diácono, olvida registrar la unción del rey Alfonso y, después de la frase relativa a Bermudo « Vitam in pace finiuit». sin hablar del nuevo soberano escribe «Huius regni anno tertio». traicionando así el corte realizado. Y finalmente su afición a las amplificaciones retóricas y a los adjetivos muy sonoros no se detiene ni ante el error posible, y así, en vez de repetir la frase sencilla de la crónica bárbara «per locum Amo.ua». por el placer de escribir «per praeruptum montis que a uulgo ape1/atur Ammosa», convierte en escarpado monte los puertos del nombre señalado; y por el

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gusto de decir «praecipiterdescenderunt».donde el texto Rotense usaba sólo el verbo, yerra sin enterarse, por ignorar que desde Amuesa hasta la Liébana tuvieron los musulmanes que ascender dos veces para bajar por último de manera más suave. La crónica erudita añade tan sólo algunas noticias históricas de algún valor. Advirtamos que, de los dos pasajes más importantes del texto erudito, uno ahonda con deleite en la tradición de los hijos de Witiza y otro presenta a los godos rehaciéndose en Asturias y reconstituyendo el reino deshecho por la invasión árabe. ¿Sería aventurado, a la vista de estos detalles, atribuir al autor de esta crónica intenciones benévolas para los godos, cuya responsabilidad en la catástrofe trata de desviar hacia los hijos del penúltimo monarca toledano, e intenta compensar con su intervención en el comienzo de la Reconquista? Abundan, por el contrario, en la considerada como segunda redacción, en la Rotense, detalles y noticias que no encontramos en la tenida por primera. Barrau-Dihigo puntualiza estas diferencias en su trabajo. Podríamos, sin embargo, añadir muchas a las recogidas por él. Entre tales adiciones destacan, como más importantes, los textos bíblicos sobre los pecados de los clérigos, la sumisión de los godos vencidos a los árabes invasores, la noticia sobre el modesto cargo de espatario ejercido por el futuro rey de Asturias en Toledo, las relaciones de Munuza con la hermana de Pelayo, la persecución de éste y su elección por los astures y la purificación de las costumbres del sacerdocio en tiempos de Fruela. ¿Es casual el hecho de que el texto pulido carezca de estos pasajes, en que se esfuma la supuesta no interrumpida resistencia de los godos, en que Pelayo aparece como simple miembro de la guar~a real de Rodrigo y Witiza y en que tan mal parado sale el clero? No olvidemos que, precisamente en el cronicón de estilo más cuidado, se encuentran aquellos otros pasajes en que se trata de explicar la conducta de Witiza frente a presbíteros y obispos de modo más favorable a éstos que en el texto Rotense, en que recae sobre los hijos de aquel príncipe la responsabilidad de la catástrofe, y que presentan a los godos, refugiados en las tierras de Asturias, eligiendo a. Pelayo como rey y restaurando así la monarquía toledana. Con estos antecedentes a la vista, ¿no nos sentiremos inclinados a concluir que, junto con la pretensión de corregir el disparatado latín del texto primitivo, movió al erudito refundidor el deseo de vindicar la memoria del pueblo y del clero visigodos? Si consideramos además que en esta crónica de lenguaje más pulcro se calla el modesto cargo palatino de espatario que Pelayo había ejercido, se le llama descendiente de reyes, como a Alfonso el Católico, y se supone a éste general bajo Egica, ¿no podrá adivinarse en aquel silencio y en estas adiciones el prurito de enlazar la Reconquista con la tradición goda, y de hacer verosímil el renacer del reino de Rodrigo en Asturias? ¿Cómo afirmar que los godos acogidos a las montañas asturianas eligieron a Pelayo por rey, y acto seguido añadir que el nuevo príncipe había sido simple miembro de la guardia real, de ascendencia ignorada? ¿No responderán a igual propósito las adiciones que introduce para hacer de Munuza uno de los cuatro generales que realizaron la conquista de España, y de Alkama uno de los caudillos que con Táric invadieron Iberia? ¿No alteraría así las frases inexpresivas del texto bárbaro para mostrar a la posteridad cómo Dios había dado venganza a los godos de sus debeladores, permitiéndoles vencer y matar a dos de los principales jefes sarracenos que los habían humillado? ¿Podrían explicarse tales mutilaciones, retoques, correcciones y variantes retóricas a la inversa? No extraña que un cronista laico, reflejando fielmente la tradición llegada a su noticia, declare sin reparo la conducta censurable del clero en tiempos visi-

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339. - Iglesia de Santa Maria del Naranco (Ovicdo) . ( Foto Orono:z:J

godos , haga a Pelayo espatario de Witiza y Rodrigo y atribuya a los astures la rebelión contra los musulmanes; ni sorprende que un clérigo cualquiera, influido por el deseo de glorificar la dinastía y de justificar al sacerdocio, alterase la redacción original en la forma indicada. Pero ¿puede creerse que un rudo lector de la crónica sabia en el siglo IX o en el x. se decidiera a modificar el texto divulgado para destacar los pecados de obispos y presbítero s, para humillar a los monarcas callando la ascendencia regia de Pelayo y convirtiéndole en mero soldado de la guardia, y para combatir el neogoticismo dominante atribuyendo a los astures la rebelión y el triunfo? Por último , ¿no delata además el texto literario de la crónica su carácter de arreglo, de refundición del primitivo, cuando acumula variantes, amplificaciones y retoques sobre puntos de geografía y en la descripción de los edificios ovetenses? La lista de ciudades conqui stadas por Alfonso I se organiza en él según orden topográfico , se localizan y describen det alladamente las iglesias del Nar anco y de Oviedo y se puntualiza el sitio donde fue sepultado Alfon so el Casto. ¿No viene todo ello a confirmar lo equivocado de tener tal redacc ión como primer a? ¿No resulta inverosímil que el autor de la crónica Rotense de shiciese el ord en top ográfico por mero capricho , e hiciera una confusa descripción de iglesia s

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y sepulcros teniendo a la vista un texto claro, concreto y ordenado? ¿No es más natural suponer que el estilista depurador del lenguaje ordenase la exposición incoherente y pintase conforme a sus conocimientos personales los edificios a que de una manera vaga se aludía en el texto primitivo? ¿No se traiciona por último, a las claras el culto refundidor cuando modifica la breve frase, alusión al templo de San Tirso y añade, ttcuius operis pulchritudo plus praesens mirare quam eruditus escriba laudare»? De cuanto queda expuesto resulta que no podemos admitir, por tanto, como verdad inconcusa la prioridad de la crónica sabia sobre la crónica vulgar. Por el contrario, el ánimo se inclina a creer en la mayor antigüedad del texto escrito sin afectación, con naturalidad, en estilo sencillo, obra probable de un laico, y adivina en la redacción cuidada y pretenciosa la pluma de un clérigo con pujos literarios, que se complace en pulir el deshecho latín de la crónica bárbara y la interpola con amplificaciones retóricas sin valor, olvida copiar algunos datos del original que quizá no creyó exactos, añade muy pocos de su particular conocimiento y de éstos algunos evidentemente equivocados, ordena varias veces las citas geográficas con arreglo a su posición respectiva, localiza y describe al detalle iglesias y edificios, suprime, en cambio, palabras que no entiende, y, guiado por el propósito de ensalzar a los reyes y a los godos y de excusar al clero, mutila o transforma aquellos pasajes que contradecían sus puntos de vista. Esta hipótesis explica algunas dificultades con que tropezó el ilustre hispanista BarrauDihigo y que intentó aclarar a su manera. En efecto, la prioridad del texto Rotense nos da resuelto el problema de la mayor afinidad de aquél con la crónica de Albelda, afinidad que dejó probada Barrau-Dihigo en su notable estudio. Nada más natural que el parentesco entre ellos: el texto rehecho había de separarse del cronicón Albeldense más que la crónica primitiva. El hallazgo, en la considerada hasta aquí como segunda redacción, de variantes comunes a las dos familias principales de manuscritos de la otra, resulta fácilmente explicable al corresponder la mayor antigüedad a aquélla. En cambio, es menos verosímil la formación en fecha tan remota, como quiere Barrau-Dihigo, de un texto mixto de las copias dispares de la redacción culta, texto que hubiera servido de base a la crónica Rotense, si ésta hubiese sido, en efecto, la segunda. Un indicio vehemente nos ofrece, por último, la diversa redacción del pasaje en que se habla del sepulcro de Rodrigo en Viseo: B

A

Rudis namque nostris temporibus quum ciuitas Viseo et suburbis eius iussu nostro esset propulatus (pág. 107).

Rudis namque nostris temporibus quum Viseo ciuitas et suburbana eius a nobis propulata esset {pág. 61).

El autor de la crónica Rotense dice ttiussu nostro» y el de la otra «a nobis». El Albeldense y Sampiro nos hablan de que Alfonso 111repobló toda la región en que Viseo estaba enclavada; nadie, sino el rey podía escribir iussu nostro. pues sólo en nombre del monarca y por su orden se hacían las pueblas. El refundidor, clérigo erudito, no se atreve a emplear las palabras del príncipe, impropias en su pluma, y escribe a nobis. haciendo perder su individualismo a la frase del texto primitivo. Quizá sea tenida como aventurada la teoría que defendemos, en abierta contradicción con el criterio admitido modernamente, pero a buen seguro que no participaban de él los

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F1G. 340. - Iglesia de San

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341. - Miniaturas de un códice procedentes de Santo Domingo de Silos (Burgos). Musco Británico (Londres)

cronistas latinos de la Edad Media. Sin excepción utilizaron -algunos exclusivamente y otros con preferencia- para narrar la historia del reino de Asturias la redacción que consideramos como primitiva . El autor de la Historia Silense, el de la crónica Leonesa o Najarense, Lucas de Tuy y Rodrigo Ximénez de Rada la siguieron puntualmente, desconociendo algunos y despreciando otros el texto vulgarizado en los siglos últimos con prerrogativas de original. Pero al invertir así los términos de la cuestión, queda resuelto también el problema relativo al autor de la, para nosotros, primera redacción de la crónica. Conforme queda dicho, no pudo éste ser otro que Alfonso 111. A través de toda la crónica se advierte la pluma de un laico, y el iussu nostro a que acabamos de referirnos, parece argumento de fuerza para su atribución al rey. La repoblación de las tierras que se iban conquistando no se hacía personalmente por el monarca; de ella se encargaban condes, obispos, magnates o comunidades religiosas por mandato del príncipe. Si el a nobis de la redacción erudita pudo ser escrito por cualquier cristiano, porque al cabo por los cristianos en general fue repoblada Viseo, sólo el rey pudo escribir «iussu nosrro». Los argumentos con que se ha pretendido apartar la hipótesis del rey cronista son de valor escaso. No habría sido Alfonso III el único guerrero historiador ; otros le habían precedido y siguieron en el doble empleo de la espada y la pluma ; ni fue su existencia más agitada que la de otros ilustres capitanes que

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como él escribieron historias; p~r el contrario, los últimos quince años del siglo IX, que coincidieron con la crisis más grave del emirato cordobés, cuando 'Abd Allah apenas si era respetado más allá de los muros de Córdoba, brindaron al reino de Asturias horas sin angustia que el Rey Magno aprovechó para sus empresas repobladoras y reconstructoras, y que pudo también utilizar para consagrarse a tareas literarias. Sus citas de la Sagrada Escritura, como ha dicho con razón García Villada en su último artículo, «son lugares comunes que podía conocer el rey sin estar vers.ado en la ciencia y lectura de los Libros Sagrados». Nada nos impide, además, suponer que lo estuviera, pues el Albeldense elogia o6U sabiduría con palabras análogas a las que emplea refiriéndose a San Agustín y a San Fulgencio, y sabemos de su bibliofilia por algunos códices que llevan su ex libris.

3. El autor de la crónica llamada de Albelda. La Crónica de Albelda ha esperado durante mucho tiempo la atención de un erudito contemporáneo que hiciera su edición crítica y sacara a luz un estudio definitivo sobre ella. Se habían ocupado de la misma, con detención, Flórez y Fita; Mommsen analizó la parte relativa a romanos y godos: Barrau-Dihigo y García Villada trataron incidentalmente de algunos temas a ella concernientes, al ocuparse del cronicón de Alfonso 111;le dedicaron luego atención Cabal y Blázquez; al parangonarla con el cronicón regio hube yo de estudiarla de soslayo; pero ha sido Gómez-Moreno quien la ha editado científicamente y quien le ha dedicado un examen frontal y un análisis sagaz. Sus páginas sobre el lenguaje, estilo y contenido de la Albeldense no pueden ser mejoradas. En dos monografías he planteado e intentado resolver el problema de las fuentes de la crónica en estudio. En el primero probé su independencia de la obra de Alfonso 111y apunté la sospecha de su derivación por separado de un original común. En el último, de fecha reciente, confío haber alegado pruebas sobradas para tener por cierto que en el reinado de Alfonso 11 (791-842) se escribió en Asturias un cronicón, hoy perdido pero que aprovechó Ahmad al-Razi en el siglo x, y que luego leyó Ambrosio de Morales en el siglo XVI. Y claro está, que probada la redacción a principios del siglo IX de un texto narrativo que abarca hasta la entronización del Rey Casto, el común e independiente aprovechamiento del mismo por los autores de las dos crónicas posteriores al 883 explicaría los contactos y aproximaciones de los pasajes en ellas dedicados a ese período histórico. Me propongo estudiar aquí la cuestión relativa al autor de la Albeldense, por juzgar que se halla todavía sin aclarar, no obstante los esfuerzos realizados por la erudicción contemporánea. Ya Flórez rechazó con gran acopio de razones la errónea atribución de la crónica a Dulcidio y a Román, abad de la Cogolla. Cuatro eruditos han intentado luego fijar la paternidad de la Albeldense en los últimos tiempos, mas cada uno ha llegado a resultados diferen tes. El padre Fita ha sostenido, sin alegar prueba alguna de consideración, que la crónica fue obra de Sebastián, obispo de Orense, para quien, según él, escribió Alfonso III la suya apresuradamente el año 884. También para Cabal, la Crónica de Albelda fue obra del referido Sebastián, obispo antes de Arcábica en tierras musulmanas. La información que de las tradiciones islamitas parecería haber alcanzado el autor del cronicón aquí estudiado, se avenía a maravilla con la condición de prelado mozárabe del referido obispo. Cabal, que coincide con la opinión de Fita, aunque la pasa en silencio, ha podido romper esta lanza en defensa de su conjetura, pero no lo ha hecho así. Cree que Sebastián hubo de agradecer tal conocimiento de la historia sarracena al presbítero Dulcidio, viajero en Córdoba en el año 83 del siglo nono. Cabal alega por razón de su hipótesis el agradecimiento que debía al

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HISTORIOGRAFIA

monarca el obispo de Arcábica, acogido en Galicia y establecido por Alfonso en la silla de Orense, gratitud que le llevó a historiar la vida de aquél príncipe y a cantar sus hazañas. Flaco argumento es éste ciertament-e. El pasaje del diploma de Alfonso 111del 883, donde se narra que Sebastián de Orense había presidido antes la cátedra de Arcábica ha sido señalado, por Barrau-Dihigo, como desdichada interpolación del texto primitivo; pero aunque no lo sea como he demostrado en otra parte, todos los prelados de la época, eran nombrados entonces por el rey y le debían la misma devoción que el elegido por Cabal para atribuirle la Crónica de Albelda. Mas, aun admitiendo que Sebastián hubiera sido de abolengo mozárabe, otras dificultades se alzan para tenerle por autor de la Albeldense. ¿Cómo se explica que el obispo de una sede gallega posea tan pobre información de los sucesos acaecidos en el Occidente de la Península, durante los reinados comprendidos entre Wamba y Ordoño 1 -obsérvese que calla las sublevaciones de los gallegos contra Fruela y contra Silo- y en los días de Alfonso 111?¿Por qué, en cambio, conocía Sebastián al pormenor los incidentes ocurridos en Castilla durante las campañas de 882 y de 883, mientras él regía la sede de Orense, a cientos de leguas de distancia de Pancorbo, Cellorigo y Castrojeriz, cuyos gobernadores registra y cuya suerte le interesa? Si algún indicio puede deducirse de la misma crónica acerca del lugar donde hubo de escribirse, es adverso, sin género alguno de duda, a la tierra gallega. Blázquez opina que fue Alfonso 111el autor de aquella parte de la Crónica de Albelda que va del reinado de Wamba hasta Ordoño l. En su carta a Sebastián, el Rey Magno declara que con las noticias recibidas de sus mayores había escrito una crónica breve, que abarcaba precisamente ese período, y como ninguna de las procedentes de aquel tiempo es más breve que tal porción del Albeldense, ni a lo que cree Blázquez está compuesta sobre la tradición oral, ésa debe ser, concluye, la obra del monarca. Mas para que la argumentación de Blázquez partiese de una sólida base sería previo y preciso requisito la autenticidad de la carta indicada, puesta en duda por Barrau-Dihigo; carta además que, a creer el mismo Blázquez, sólo aparece en manuscritos muy posteriores a la fecha probable de la crónica. Sería necesario, de otra parte, que fuese permitido separar dicha epístola de la crónica de Sebastián o de Alfonso 111para ayuntarla al Albeldense y que pudiera arrancarse de éste como parte autónoma y distinta el fragmento que Blázquez toma de él para regalárselo al monarca. Faltos de la osadía que requieren tales mutilaciones y ayuntamientos, no nos atrevemos a divorciar la carta -de la fuente a que acompaña en los manuscritos medievales y modernos-, ni nos aventuramos a segregar del Albeld~nse la parte que comprende desde Wamba hasta Ordoño. Si nada autoriza a separar la supuesta epístola de Alfonso a Sebastián, del cronicón a que va unida por una serie de partículas y enlaces evidentes, menos que nada permite distinguir la porción reí erida del cronicón de Albelda del resto de la obra. Con el mismo estilo seco y cortado se halla escrita, las mismas frases empleadas antes y después se repiten en ella, las mismas construcciones sintácticas que en las otras secciones aparecen, se usan también en la que ahora nos importa, y el mismo léxico que en ella se comprueba domina asimismo en los otros fragmentos de la crónica. Convencidos de la autenticidad de la predicha carta del príncipe al obispo, aun dándola por buena no nos fuerza, sin embargo, a superar nuestra osadía realizando los divorcios y segregaciones reí eridas. Si en ella se llama breve al cronicón del rey no creemos que nadie pueda tener al mismo por extenso. Harto celebraríamos y habrían todos, sin duda, celebrado que no fuera breviter la crónica de Alfonso III o de Sebastián de Salamanca; de no merecer tal calificativo de otra manera conoceríamos hoy la historia del reino de Asturias.

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Gómez-Moreno, al estudiar hace muchos años la Crónica de Albelda , antes de haber destacado la independencia de la Crónica Profética , apuntó sobre el autor de la primera una conjetura que, a la sazón , parecía convincente. Supuso que la Albeldense debió de ser escrita por un monje mozárabe de Monte Laturce, donde hubo por aquella época un monasterio -incorporado a Albelda en 950-, cuyos abades Adica y Habibi daban fe de mozarabismo y en el que se veneraba ya por entonces el cuerpo de un santo varón llamado Prudencio. Como se creía aún que integraban la fuente en estudio una serie de noticias sobre la España musulmana, Gómez-Moreno pudo decir del supuesto cronista : ccSabía mucho de historias árabes y quizá sabía su lengua.» Y tenla razón al afirmarlo, puesto que parecía conocer la genealogía de los Omeyas conforme a versiones orientales muy antiguas , parecía coincidir con las tradiciones arábigas al relatar de modo sucinto la conquista de España por Tarfq y Musa, parecía enterado con exactitud de la cronología de los valíes de AI-Andalus anteriores a la venida de ºAbd al-Ral_unan I, parecía poseer puntual información sobre los años de reinado de los emires que gobernaron la España musulmana hasta el 883 y parecían tener valor fonético sus transcripciones de los nombres arábigos. Y mientras hubiera sido muy extraño que un clérigo norteño hubiese estado tan mal al tanto de la historia y del habla de los islamitas españoles, era, en cambio, muy natural que un mozárabe

F10. 342. - Pedestal visigodo en la sala de Abderramán 1, de la mezquita de Córdoba . (Foto Orono z)

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manejase la lengua oficial de AI-Andalus y tuviera noticia de las tradiciones y de la vida de los hispano-árabes. Gómez-Moreno alegaba, además, en apoyo de su tesis la supuesta predilección del autor de la Albeldense por la región que se extiende desde Aragón hasta la tierra castellana. La observación no era gratuita. Nuestro cronista registra, en verdad escrupulosamente, los acontecimientos que se sucedieron en Álava y Castilla, declara los condes que regían aquellos distritos y describe con detalle el paso de los ejércitos cordobeses por aquella comarca. Muestra también interés por la poderosa familia de los Banü Qasi', y tiene noticia de sus miembros más ilustres, así como de muchos pormenores de su historia, de sus triunfos, de sus luchas intestinas y de sus negociaciones con Alfonso 111. En cambio, el autor de la Albeldense se muestra peor informado de los sucesos que ocurrieron en la zona occidental del reino cristiano, e ignora o calla las relaciones del Rey Magno con Ibó Marwan, el Gallego, de Mérida, y con los toledanos. Gómez-Moreno creía que el autor de la Crónica de Albelda llegaba a levantar la punta del velo que ocultaba su persona en el anónimo, al describir la campaña de Ordoño I contra «Muza», el «Tercer rey de España». La observación era acertada. En tal pasaje, el Albeldense, tan parco, conciso y descarnado en sus relatos, se detiene a narrar con fruición un incidente nimio. Refiere que, herido «Muza» en la batalla con el rey asturiano, fue recogido y puesto a salvo ab amico quondam e nostris. No parecería verosímil que por mera casualidad hiciese esta excepción y narrase este hecho. Más natural era suponer que el cronista, monje en un monasterio próximo al sitio donde combatieron islamitas y cristianos, se detuviera a referir con celo extraordinario un pormenor tan insignificante, precisamente por tratarse de un suceso acaecido en lugar tan cercano a su cenobio y quizá por haber tenido intervención personal en lo ocurrido. Y Gómez-Moreno aducía por último en apoyo de su conjetura sobre el autor de la Albeldense la circunstancia de que los manuscritos de tal crónica proceden de San Miguel de la Cogolla, de Albelda y de otra localidad, incierta pero sujeta también a Navarra durante el siglo x. El gran arqueólogo e historiador sigue hoy creyendo, como antaño, que la Albeldense fue escrita por un monje mozárabe de Monte Laturce, pero su opinión ha dejado de ser válida. Al desgajar de la Crónica de Albelda todos los pasajes relativos a la historia árabe que integran el original de la Profética, Gómez-Moreno ha anulado toda aquella parte de su alegato sobre el mozarabismo del anónimo cronista, basado en su supuesto dominio de la historia y de la lengua árabe. Mas es el caso que ése era su argumento de más peso. Los demás están muy lejos de ser convincentes. Cierto que el Albeldense acredita conocer la historia de los Banü Qasi' durante los años 882 y 883, pero los acontecimientos que en ese bienio cambiaron los destinos de los descendientes del gran «Muza» incidieron de tal modo en la vida del reino cristiano que no podían ser ignorados por cualquier cortesano de Alfonso 111.Cierto también que el autor de la Crónica de Albelda registra los ataques de las huestes cordobesas tales años a tres plazas de Alava y Castilla, y los nombres de sus defensores, pero no describe con menor detalle los sucesos ocurridos en tierras leonesas a lo largo del citado bienio; y mientras es natural que un hombre del séquito del monarca cristiano conociera el curso de la lucha en la frontera oriental del reino, es duro de creer que en el monasterio de Monte Laturce, en· tierras de los Banü Qasi', se tuviera noticia puntual de los alrededores de León y de lo que en ellos había sucedido. Y es s~guro además que en los años 882 y 883, quienquiera que fuese, el anónimo cronista seguía a la

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F1G . 343. - Lector ante el atril o analogio, del códice Albeldense. Biblioteca de El Escorial (Madrid). (Foto Orono z)

corte del Rey Magno, pues conocía al pormenor los tratos con Hasim ibn 'Abd-al-'Aziz con Alfonso, no ignoraba las demandas de paz dirigidas al último por el nuevo jefe de los Banü Qasi· -el traidor Muhammad ben Lope, nieto de «Muza»-, sabía del envío a Córdoba del presbítero Dulcidio y declara que aún no había regresado a Oviedo en el mes de noviembre; y claro está que un monje mozárabe del valle del lregua, dominado a la sazón por un enemigo del monarca asturiano, no podía estar informado de tales intimidades de la corte ovetense. Hacía tiempo, además, que el autor de la Crónica de Albelda vivía cerca del monarca de Asturias . Lo acredita la frecuencia con que le llama su rey o su príncipe y su conocimiento de la persona, de los hechos y de los servidores de Alfonso 111. Su retrato y su elogio de éste sólo pueden explicarse en un cortesano. Sólo un clérigo de la confianza del Rey Magno podía saber con exactitud la organización del episcopado del reino el año 881, y podía tener interés en registrarla en las páginas de su crónica. Y sólo cabe suponer enterado al pormenor de las campañas de los musulmanes contra las tierras leonesas, de la expedición del soberano astur a Lusitania y de sus empresas repobladoras en el occidente peninsular, a quien tuviera fácil entrada en la corte asturiana. Confirma esa condición del Albeldense su dominio de la cronología de los antecesores de Alfonso 111,que no dejaría de registrarse en la memoria de los palatínos o en la regia notaria. Y la remacha su estadía en la sede regia de Oviedo, de la que no cabe dudar, pues describe de visu las construcciones realizadas en ella por Alfonso 11, Ramiro I y el Rey Magno y llega a copiar en su obra la inscripción sepulcral del Rey Casto en la catedral ovetense.

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¿Qué valor puede tener frente a todas estas circunstancias coincidentes la frase de la Albeldense sobre la salvación de «Muza» en Monte Laturce ab amico quondam e nostris? Me parece que ninguno. Con ella pudo aludir simplemente a la intervención amical de un cristiano renegado, en favor del caudillo de los Banü Qasi'. Nada contradice que con el e nostris se refiera a uno cualquiera de los habitantes del reino de Oviedo y nada acredita que el amigo de «Muza» fuera precisamente miembro de una comunidad mozárabe. La existencia de un monasterio en Monte Laturce , cuando Ordoño triunfó del «Tercer rey de España» es, además , menos que segura. Las primeras noticias sobre el mismo proceden de un siglo después , data de 924 el diploma de fundación del claustro de Albelda por el rey de Navarra , y mientras sería extraño que los dos monasterios hubieran sido erigidos bajo el señorío de los Banü Qasi', rebeldes frente a Córdoba pero de cuya sincera fe musulmana no tenemos motivo de dudar -no olvidemos, además, que la ciudad de Albelda fue fundada por «Muza» poco antes de su derrota por el rey de Ovie_do- nada más verosímil que el establecimiento de monjes mozárabes en el valle del lregua , tras la conqu ista por Sancho de Pamplona en 921 del castillo de Viguera que defendía el paso a la Rioja desde Soria . Y, por último , ni siquiera impone el origen riojano de la crónica la transmisión manuscrita de la misma; porque nunca ese argumento decisivo en favor de la patria de una obra histórica la de los códices más viejos en que se nos ha conservado -proceden del de Rod a en Aragón los de la crónica asturiana de Alfonso III- , y porque la Albeldense puede leerse en una familia de manuscritos sin vinculación con la Rioja . En efecto, aparece reproducid a:

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344. - Episcopus Mureanus. Códice Albeldense . Fol. 214. Bibliote ca de El Escor ial. (Foto Oronoz) F1G .

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