Historia de España [11] 9788423948000, 8423948005, 9788423948277, 8423948277, 9788423949984, 8423949982, 9788423989010, 8423989011

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Historia de España [11]
 9788423948000, 8423948005, 9788423948277, 8423948277, 9788423949984, 8423949982, 9788423989010, 8423989011

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HISTORIA DE ESPANA MENÉNDEZ PIDAL

~

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TOMO XI

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HISTORIA DE ESPANA ~

MENENDEZ PIDAL DIRIGIDA POR

JOSÉ MARÍA JOVER ZAMORA

TOMO XI

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LA CULTURA DEL ROMÁNICO SIGLOS XI AL XIII LETRAS. RELIGIOSIDAD. ARTES CIENCIA Y VIDA

POR

FRANCISCO LÓPEZ ESTRADA, JUAN GIL, ANTONIO LINAGE CONDE, ISIDRO G. BANGO TORVISO, ÁUREA DE LA MORENA, MARÍA LUISA MARTÍN ANSÓN, ISMAEL FERNÁNDEZ DE LA CUESTA, JUAN VERNET, JULIO SAMSÓ e INÉS RUIZ MONTEJO

COORDINACIÓN

Y PRÓLOGO POR

FRANCISCO LÓPEZ ESTRADA

ESPASA CALPE, S. A. MADRID

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PROPIEDAD

© Espasa Calpe, S. A., Madrid, 1995 Impreso en Espa~a Printed in Spain Impresión y encuadernación: Mateu Cromo, S. A. Pinto (Madrid) Depósito legal: M. 153-1958 ISBN 84-239-4800-5(Obra completa) ISBN 84-239-8901-1(Tomo 11)

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir. almacenar en sistemas de recuperación de la información ni transmitir alguna parte de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado -electrónico. mecánico, fotocopia, grabación, etc. - , sin el permiso previo de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Editorial Espasa Calpe. S. A. Carretera de Irún. km 12,200. 28049 Madrid

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COLABORADORES

DEL PRESENTE VOLUMEN

FRANCISCOLóPEZ ESTRADA, Catedrático Madrid.

Emérito

de la Universidad

Complutense

de

JUAN GIL, Catedrático de Filología Latina en la Universidad de Sevilla. ANTONIOLINAGECONDE,Doctor en Derecho y en Letras. Profesor de Historia del Derecho en la Universidad de San Pablo, CEU, Madrid. ISIDROG. BANGOToRVISO, Catedrático de Arte Antiguo y Medieval en la Universidad Autónoma de Madrid. ÁUREA DE LAMORENA,Catedrática de Historia del Arte Medieval en la Universidad Complutense de Madrid. MARÍA LUISAMARTÍNANSÓN,Profesora Titular de Arte Antiguo y Medieval en la Universidad Autónoma de Madrid. ISMAELFERNÁNDEZDE LA CUESTA,Catedrático del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Presidente de la Sociedad Española de Musicología. JUAN VERNET,Catedrático Emérito de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Barcelona. Jcuo

SAMSÓ,Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Barcelona.

INÉS Ru1z MoNTEJO, Profesora Titular de Historia del Arte Medieval en la Universidad Complutense de Madrid.

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PRÓLOGO POR

FRANCISCO LÓPEZ ESTRADA

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l. Planteamiento de un estudio cultural. -11. La cultura románica. - El románico, asegurado por la vía de la filología.-EI románico, aplicado a los estudios artísticos.-III . El estilo románico . IV. El románico, entre la tradición romana y una nueva noción de unidad europea: su peculiaridad española. -V. El renacimiento románico. -VI. Desarrollo del volumen. -NOTAS.

SUMARIO:

l.

PLANTEAMIENTO

DE UN ESTUDIO CULTURAL

Conviene, en primer lugar, iniciar este volumen con la consideración de un grupo de palabras que han de intervenir reiteradamente en el curso de las sucesivas páginas por ser todas ellas sustantivas en el mismo; éstas son: cultura, románico, estilo y renacimiento. La terminología intelectual inventa los términos convenientes en cada circunstancia histórica; esto ocurre, sobre todo, para establecer y nombrar los conceptos propios de una situación cultural. Las palabras cultura y románico, que encabezan este volumen, se refieren a un concepto y a una situación históricos; consideran una realidad general y concreta que ha existido en el pasado desde una nueva perspectiva que pretende dar una significación al conjunto de la época. Veremos que con este fin la palabra románico designa un espacio de la historia que hemos de delimitar . El curso de la historia necesita ser dividido en partes para su mejor conocimiento. El procedimiento más sencillo es acudir a las unidades «naturales» de tiempo (año y sus compuestos: lustro, década, siglo y milenio); sin embargo, para dar a la sucesión de los hechos y las obras de los hombres una determinada unidad, establecida con un criterio inteligible, se acude a constituir conceptos complementarios que reúnen unas características que se estiman comunes. Estos conceptos resultan de una eficacia limitada y no siempre son aceptados por todos los historiadores, pero algunas de estas palabras acaban por ser de uso común en un determinado grado de la lengua intelectual. La periodización ( o establecimiento de divisiones en el curso de la historia) y los problemas que plantea

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HISTORIA DE ESPAÑA

XII

e implica la denominación del período correspondiente son cuestiones que conviene tratar en el comienzo de este libro sobre la cultura del románico en España. La organización de esta HISTORIADE ESPAÑAobliga a que en este volumen nos ocupemos de la cultura del período románico. Conviene decir que la palabra cultura no es hoy de las que suscitan un gran entusiasmo intelectual: algunos la tienen como un comodín en el que todo cabe sin demasiado orden. Sin embargo, el término posee una historia que conviene conocer, aun contando con que este léxico es el que menos fortuna ha tenido entre los filólogos. Aquí la usaremos en el sentido amplio que tiene hoy y que María Moliner recoge en su Diccionario con esta definición: «Conjunto de los conocimientos, grado de desarrollo científico e industrial, estado social, ideas, arte, etc., de un país o de una época»; y en una acepción más amplia: «Conjunto de la actividad espiritual de la humanidad» 1• La palabra, por tanto, tiene que acoger un amplísimo contenido que en este volumen hemos procurado ordenar de la manera más conveniente. Precisamente para que quede patente la complejidad de su significación, realizaremos un breve recorrido de su tradición semántica. El significado general y común que tuvo cultura en la lengua española desde la Edad Media hasta el siglo XVIII fue el de «ejercicio de las labores agrícolas», equivalente al término actual cultivo; ha venido alternando con éste, y cultura se usaba en los tratados de agricultura y en la poesía. Un ejemplo muy conocido de esta aplicación poética se halla en sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), en el comienzo de un conocido soneto: Rosa divina que en gentil cultura eres, con tu fragante sutileza, magisterio purpúreo de belleza, enseñanza nevada a la hermosura ...

No es de extrañar que llegara a juzgarse pedante y en el filo del siglo x1x dejara de usarse, incluso en el lenguaje poético. Sin embargo, la fuerza de la etimología es tal que para Jovellanos cultura es todavía «cultivo agrícola». Las otras acepciones que recoge el Diccionario de autoridades (1726) derivan de esta primera, pues señala que «metafóricamente» es «cuidado y aplicación para algo que se perfecciona» e incluso «culto, reverencia y adoración». La aplicación del término al dominio intelectual queda latente y era posible en cualquier ocasión. Esto se encuentra ya en la Edad Media, en que Enrique de Villena se refiere a que «los dedicados a la sciencial cultura non entiendan de las mundanales cosas y agibles ... » como los que se ocupan de «administraciones activas»2. La relación de cultura con culto aparece en Gonzalo Correas (1627): «como algunos que se llaman cultos y poetas de este tiempo, que se pagan de

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XIII

PRÓLOGO

sus obras y sus culturas»3. En Leandro Fernández de Moratín (1792), el término, aunque aplicado a un asunto literario, aparece ya dispuesto para el uso que le espera en el siglo x1x: don Pedro, el personaje que encarna la sensatez y el buen criterio neoclásico, se escandaliza de la horrenda comedia que se representa y dice: «¿Qué pensarán de nuestra cultura los extranjeros que vean la comedia de esta tarde?» 4. Impulsada la palabra por este contenido semántico, pronto pierde las aristas críticas y aun burlescas que pudieran proceder de su relación con el culteranismo, se desvanece la otra relación con la ciencia agrícola y queda preparada para adquirir el elevado prestigio que adquiere a lo largo del siglo XIX. Esto ocurre, sobre todo, por medio de las obras de los filósofos (Herder, Hegel, Rickert, Frobenius, Spengler y otros más); de esta manera en la cultura fueron reuniéndose los valores de mayor consideración intelectual y concentrándose la actividad más noble del hombre en su labor tanto material como espiritual. Se aplicó al presente y al pasado, y fue anuncio de futuro; y así acabó por ser una palabra de uso general y que, más o menos, entiende la gente que adquiere conciencia histórica de la vida. Esto ha llegado al punto de que en la administración política de muchas naciones se creara el Ministerio de Cultura, cuya labor se relaciona (y a veces se enfrenta) con el de la Educación y la Enseñanza. El de Cultura pretende fomentar la creación en el hombre, sobre todo la de índole artística, más allá de lo que implica el compromiso social de la enseñanza. De este modo, la cultura representa un término que implica un sinfín de actividades y su resultado, de las que es autor y receptor el hombre que vive en una época determinada; llega así a constituir el marco de su vida social y política y, a través de círculos cada vez más estrechos, rodea la vida privada y aun penetra en la consideración de la intimidad personal. No hay hombre sin cultura, y avivar la cultura se considera hoy función de todos los que están implicados en ella. La significación de la palabra es, por tanto, múltiple. Por una parte, la cultura se estudia reuniendo los datos objetivos que se desprenden de la mencionada actividad humana: las obras que resultan del ejercicio de las Bellas Artes suelen ser las más mencionadas; también, los objetos que el hombre crea para su aprovechamiento o diversión; cualquier huella que ha dejado en el espacio geográfico que se pretende estudiar; y, en último término, con ella se describe el mundo en el que vive el individuo. Por otra, la cultura (sobre todo, cuando es histórica y está situada en el pasado, como es nuestro caso) exige elaborar una selección para destacar las obras que se estimen «modélicas» o destacadamente representativas en nuestra percepción actual de ese pasado. Entonces, la cultura se convierte en una especie de escaparate en donde se exhibe un grupo histórico y se establecen las afinidades entre sus componentes.

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XIV

HISTORIA DE ESPAÑA

De una manera radical cabe decir que no es posible encontrar un especialista de la cultura, pues requiere un conocimiento equilibrado de un gran número de cuestiones y técnicas. Su planteamiento recuerda en cierto modo el espíritu de la Enciclopedia, tanto de la medieval como de la dieciochesca. Las consecuencias del romanticismo y, sobre todo, el desarrollo del concepto de «pueblo» y sus aplicaciones (en especial, en relación con el de «nación») orientaron el ámbito en el que se organizó el estudio de las culturas; el folclore añadió otras perspectivas y amplió su campo. De esta manera la cultura acabó por ser el complemento obligado de los manuales de historia, como ocurre en nuestro caso. De lo indicado, se desprende la dificultad metodológica propia de un estudio establecido con un criterio cultural. Una vez más la cultura funciona aquí como ancilla humanitatis, si es que es posible encerrar en la unidad humana la compleja trama de la realidad creada por el hombre de una época determinada; en nuestro caso, de la románica.

11. LA CULTURA

ROMÁNICA

Llega, pues, la ocasión de referirnos a la palabra que limita el contenido de este volumem: románica. El término comprende dos usos gramaticales diferentes: el adjetivo (cultura románica, como es nuestro caso) y su conversión en nombre (el románico, que recoge sustantivamente las características del adjetivo). Observemos que no ha llegado a crearse una derivación *romanismo para esta segunda acepción, paralela a clasicismo, romanticismo, goticismo, etc. Sí se ha difundido, aunque poco, otra derivación: romanidad, que en español ha comenzado a usarse para designar el espacio geográfico y su población en los que se aseguró el desarrollo de las manifestaciones románicas. Todos estos términos son de reciente incorporación a la lengua española y su uso está limitado a determinados círculos intelectuales 5 • La palabra románico (y sus equivalentes semánticos en otras lenguas) se inventó en el siglo XIX precisamente en dos dominios de estudio: el de la lengua, en su vertiente científica, la filología, y el de la teoría de arte medieval, sobre todo en relación con la arquitectura. Después ocurrió la irradiación de su uso hacia otros aspectos culturales, hasta llegar a su aplicación al conjunto de la vida del hombre de la época, tal como dijimos antes. La conciencia de la modernidad de la palabra se acusa entre los artistas y los críticos actuales 6 • Conviene, por tanto, que hagamos un breve recorrido en estas dos vías de la implantación del término románico y su reflejo en la lengua española.

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XV

PRÓLOGO

El románico, asegurado por la vía de la filología. La aparición de esta palabra fue posible desde los mismos orígenes de la lengua, y sus usos iniciales se fijaron en cuanto a Roma y lo que le era propio: romanus. El núcleo inicial se establece en relación con la cultura romana (la propia del Imperio romano, sobre todo); sobre él se van reuniendo significaciones conjuntas que resuenan en el uso moderno de las lenguas europeas. Una de ellas es la de lo que se opone a barbarus para enfrentar dos maneras de vida: la que es propia del orden guiado por Roma, y la que implica el desorden propio de los bárbaros. Otro sentido es el que procede del uso medieval de las denominaciones lingua romana, opuesta a lengua latina, entendiendo por la primera la vernácula (sobre todo, en textos franceses), y por la segunda, el latín, sobre todo escrito y con implicaciones literarias y científicas. La ascendencia hasta la cultura romana de la Antigüedad aparece filtrada por estas significaciones que atraen sobre románico una voluntad de relación con la cultura romana; y al mismo tiempo se implica el uso de la lengua común en la que se sitúa una radicación que es consecuencia del origen romano. En castellano hubo una palabra propia, de orden tradicional: romance (romanz, román), procedente de una etimología romanice, cuyo significado inicial era el de la lengua entendida por todos y común al pueblo de la época que tratamos 7 • Independientemente del latín que pudiera saber el escritor en cuestión (y, en este caso, nos hemos referido a Berceo, que algo, y puede que bastante, sabría), el propósito era escribir en la lengua vernácula para que la obra pudiera divulgarse entre los más, que eran los que la sabían, y no entre los menos, que eran los conocedores del latín. Romance también significó «composición, poema» en términos generales; a esto se añadió la relación que romance mantuvo inicialmente con los relatos de ficción, obras de sentido simbólico, personajes tópicos y estructura idealizadora 8. Y, por fin, romance designó una determinada forma métrica con una variedad de contenidos: épicos, narrativos, líricos. Contando con esta compleja tradición del término, romance se usó para traducir el significado del grupo más importante de estudios que aquí nos importa considerar, cultivados sobre todo por los alemanes: romanischen Philologie. Sin embargo, la presión que supone la conveniente uniformización del léxico de la ciencia filológica condujo a que se prefiriese románico para designar las lenguas que proceden del latín y que las otras palabras (romano, neolatino, etc.) fuesen quedando de lado 9 ; y que romance se aplicase sustancialmente a la forma métrica que había recibido este nombre.

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XVI

HISTORIA DE ESPAÑA

El románico, aplicado a los estudios artísticos.

Fueron los tratadistas del arte los que se plantearon el estudio de la incorporación del término a las historias del arte. Así ocurre con Juan Antonio Gaya Nuño, que escribe: «En cualquier caso, románico era la discutible traducción del término roman» 10• El término románico apareció en el curso de la consideración de las artes en la Edad Media, durante el siglo XIX. En esta época los historiadores del arte hubieron de abrir un espacio en el que pudiera situarse una caracterización propia de determinadas formas artísticas que necesitaban una denominación. Antes, el tiempo que iba desde la caída del Imperio romano hasta que se registraba la . en

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LA BIOGRAFÍA

posición al tractim et spaciose que sigue); 7 nolint (así Cruz); 10 in una (léase ima); cifum (Cirum Cruz; corríjase tifum); deum benedixerunt (deum om. Cruz; léase dominum); instatura (instatam Cruz; léase in statera: la cruz es como una balanza de la que cuelga Cristo, el precio del mundo); professorem (léase ille); uo/entes ei dabant (léase con Cruz possessorem); esse (léase esset); illo tanto studio (léase ille); uolentes ei dabant (léase uolenter); nauibus; futurum rursus (si no hay que corregir rursus en ratus); 17 quamquam (léase quamque); 19 stremitatem por strenui- (así Cruz).

No puede faltar en los albores nacionalistas una traslación prestigiosa. Cuenta Roberto de Monte 62 que Alfonso Enríquez convirtió la sede de Lisboa en arzobispado, con permiso del Papa, y que consiguió llevar a ella los restos de San Vicente, «aunque otra cosa afirma el monje Aimoino». Corría en efecto una antigua tradición 63 , avalada por los musulmanes, según la cual la tumba del santo había sido trasladada a la iglesia de San Vicente del Cuervo, emplazada en el cabo del mismo nombre. Como es lógico, nadie se ocupó de comprobar la autoridad de los testigos de la traslación. Unos mozárabes {latinizados una vez más como mixti Arabes) liberados por Alfonso Enríquez se encargaron de localizar la sepultura, que llevaron gozosos en 1173 a la catedral de Lisboa, donde las sagradas reliquias pronto comenzaron a obrar milagros, recogidos por la ágil pluma de maestre Esteban, cantor de la catedral. Gracias a esta serie de veinticuatro portentos vemos que, además de curar a paralíticos, apopléticos, lisiados y posesos (en uno de ellos entraba el demonio por el dedo meñique de su mano derecha: XX), San Vicente, instalado en su nueva sede, se convirtió en patrono de los pescadores (XVI-XVII), siendo asimismo muy valiosa su ayuda para recuperar las cosas perdidas o hurtadas (XIII-XV). Edición en PMH SS. 1, págs. 95 y sig. Háganse las siguientes correcciones: prol. inutilis; IX quanta post (es decir, potest) diligentia; XII aperentihus ( = a parentibus); beneficiis ( = beneficus); XIII per uiam et inuium ( = peruiam et inuiam).

6.

La hagiografía dominica.

El siglo xm está presidido por una gran figura: Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la Orden de los Predicadores (t Bolonia 1221). Su canonización el 3 de julio de 1234 incitó a sus hermanos de Orden a poner por escrito su vida de acuerdo con un oficio propio, pues su fiesta no podía ser celebrada en un oficio común. El carácter litúrgico de la Vida de Santo Domingo, compuesta por el gallego Pedro Ferrando (t h. 1254-1259), probable autor asimismo del oficio en uso en 1239 y de una Crónica de la Orden citada por Ambrosio Taegio, ha sido puesto de relieve por H. Chr. Scheeben: algunas apostillas marginales de los códices (como Par. Bibl. Nat. 3820) demuestran que se trataba de una legenda, es decir, que constituía las nueve lecciones de maitines, legenda aprobada muy probablemente en el Capítulo general de la Orden de 123664.La vida realza la figura del santo nacido en las postrimerías del mundo para salvación de los infieles y, muy en particular, de los herejes anidados en la región de To losa; especial interés tiene la ordalía por el fuego a que fue sometido un escrito de Santo Domingo y otro de un albigense, último eco literario de la prueba que sufrió la liturgia mozárabe. La Legenda Petri Ferrandi fue editada por Van Ortroy, Analecta Bol/andiana, XXX (1911). págs. 54 y sigs.: Mom,meflla Ordinisfratrumpraedicatorum, XVI, Romae, 1935. págs. 209 y sigs. Hay traducción en L. Galmés-V. T. Gómez, Santo Domingo de Guzmán. Fuentes para su conocimiento, Madrid, 1987, págs. 219 y sigs.

También a la nueva Orden perteneció Pedro González, natural de Frómista, quien, siendo deán de Palencia, abandonó la gloria eclesiástica por la humildad mendicante. Habiendo alcanzado gran fama de milagrero, murió en 1246 en Tuy, en cuya catedral fue enterrado con solemne funeral oficiado por el propio obispo don Lucas, el venerable cronista. La vida celebra sus

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HISTORIA DE ESPAÑA

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milagros, narrando entre ellos cómo el taumaturgo resistió en dos ocasiones a la tentación de malas mujeres y las dos por el mismo procedimiento, invitándolas a acostarse con él en su capa, cubierta previamente de tizones ardiendo, sin que ni él ni el manto sufrieran daño alguno, milagros que tuvieron lugar el primero en el asedio, no de Sevilla, como dice la vida, sino de Córdoba, al que había sido llamado por el propio Fernando III , y el segundo ya en la diócesis de Lugo. Fue, según nos dice el biógrafo , hombre «de no alta estatura, de aspecto

Santo Domingo de Guzmán , detalle de La Virgen de los Reyes Católicos. Museo del Prado . Madrid

apacible, suave por su natural forma de hablar y alegre de rostro », descripción que parece convenir a todos los santos en aquellos siglos: sin ir más lejos, a San Rosendo (I 3) o a San Teotonio (9). Editada por Flórez . Esp. sagr., XXIII, págs. 245 y sigs. (y ante s, págs . 131 y sigs.)

Poca huella literaria dejaron , por desgracia , los frailes dominicos en su expansión por el mundo. Con uno de ellos , el catalán fray Bernardo , se encontró en Armenia al franciscano flamenco Guillermo de Rubruc a la vuelta de su viaje a Karakorum; y fray Bernardo pensaba continuar su camino hasta llegar a la corte de Sartak , uno de los kanes de los mongoles en tiempo de Mangu Kan , sin que sepamos más de sus ulteriores andanzas por el Oriente 65 •

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LA BIOGRAFÍA

NOTAS 1 La España del Cid, II, pág. 915. En un clérigo de Salamanca piensa C. SMITH(La creación del «Poema del Cid», Barcelona, 1985. págs. 75 y sigs.). usando argumentos que no acaban de convencerme. ' «La Historia Roderici y su fecha de redacción». Saitabi, XI (1961). págs. 241 y sigs. 3 Historia y poesía en torno al Cantar del Cid, Barcelona, 1973. págs. 131 y sigs. • Cfr., por ejemplo, el prólogo a la pasión de Valeriano, Tiburcio, Máximo y Cecilia (pág. 25, Fábrega Grau). de Emeterio y Celedonio (pág. 238). de Torcuato y compañeros (pág. 255) o de los innumerables mártires de Zaragoza (páf 371). Cfr. J. GIL. Miscel/anea Wisigothica, Sevilla. 1991. pág. 102 (fórmula XXXIII). 6 Reflexiones parecidas encabezan otras crónicas, como, por ejemplo, los Annales Pegarúenses (MGH SS. XVI, pág. 234). 7 R. MENÉNDEZPIDAL(La España del Cid, 11, págs. 911 y sigs.). seguido por E. Falque, llega a distinguir seis fragmentos: l." El Cid en Castilla (1063-1079): 2.0 El primer destierro. El Cid en Zaragoza (1080..1084): 3.º Vuelta del Cid a Castill • DE BERCEO

La poesía de la corte de Alfonso X recogió también la materia religiosa de los milagros entre la lírica en lengua gallega. En este caso, la consideración de la Virgen como la más alta señora se acentúa, en primer lugar, sobre todo en las cantigas de las fiestas que estaban destinadas al canto y al uso litúrgico en la iglesia y que están en relación con las corrientes que incorporan la poesía tradicional a estas aplicaciones religiosas. A este grupo se unen las poesías en loor de la Virgen, también muy extendidas por la cristiandad. Gonzalo de Berceo escribió unas Laudes a la Virgen Madre 21, composición en 233 estrofas de la cuaderna vía, mezcla de una vida y de unos loores, de la que se declara autor en estso términos: Aun merced te pido qui est romance fizo,

por el tu !robador fue tu entendedor. (est. 232.)

Los términos trovador y entendedor proceden de la lírica de los trovadores y denotan que obras de esta naturaleza contaban con la experiencia provenzal para su formulación. La procedencia de estos loores es tan general que no se le ha encontrado una fuente concreta. Y otra consecuencia que hay que extraer es que, además de la lírica tradicional que pudiera haber en la lengua castellana (y vale para las otras), esta obra de Berceo y las que indicaremos ponen de manifiesto que hubo un cultivo de la lírica en castellano. Giuseppe Tavani indica que «Se poi si

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LA LÍRICA MEDIEVAL

nega ai castigliani del Duecento l'esperienza lírica, la poesía castigliana del Tre e Quattrocento resta priva di radici, avulsa da ogni legame con una tradizione culturale indígena»; hay que considerar una «continuita di evoluzione tematica e formale (e in parte linguistica) tra la lírica galego-portoghese e quella cosidetta galego-castigliana»22 • Hay que contar, pues, con este encabalgamiento poético de la manera flexible que permita una continuidad escasamente documentada en el período románico. En esta línea se encuentran también otras piezas sobre la Virgen, referidas a episodios de su vida en los que tiene ocasión de mostrar la grandeza de sus penas en cuanto a su Hijo; esto le otorga un grado de heroicidad femenina como mujer que reúne los dolores más vivos de la humanidad. Esto se manifiesta en el Duelo que fizo la Virgen el d{a de la Passión de su Fijo Jesuchristo 23 , composición de 210 estrofas de la cuaderna vía, escrita por Berceo. El poeta, impuesto en su función, vuelve a decir de ella: «tú seas bien trobada» (est. 207); y esto justifica que el Duelo pueda ser considerado como una «obra eminentemente lírica» (en el grado del lirismo heroico al que nos referimos) y que se acusa en el uso del leixa-pren o encabalgamiento estrófico. El asunto es muy común en la literatura medieval y reincide una vez más en los Evangelios como fuente literaria. Tiene, además, la originalidad de intercalar en el curso del Duelo un «canto de vela» que los judíos entonan acomodando la letra a la situación evangélica en una acertada composición de orden paralelístico, testimonio indirecto de uno de los usos propios de la lírica tradicional.

LAS «CANTIGAS A NUESTRA SEÑORA» DE ALFONSO

X

Alfonso X, como hemos dicho, escribió cantigas en loor de la Virgen, entremezcladas con las que ahora trataremos. Propiamente todas son cantigas en loor de Nuestra Señora 24, pero ahora trataremos las que más convienen con nuestro propósito, que son las narrativas en las que el elogio se acompaña con la narración de un milagro. Es un caso semejante en la intención con los Milagros de Berceo, pero de una constitución diferente; en Berceo, el caso se trataba según la tradición de la narración ejemplar, y en Alfonso X, el relato se comprime en favor de la exaltación lírica de la Virgen. La diferente disposición rítmica de ambas obras favorece esta intención. Por otra parte, Alfonso X fue un rey que dio un gran impulso literario a su lengua vernácula, el castellano; y en este caso, para la alabanza de la Virgen, se vale de la misma lengua que usa para la lírica profana, o sea, la lengua-género gallega. Esto confirma que en los loores y milagros considera que está escribiendo una obra para la que usa el mismo artificio que sostiene la poesía de ascendiente trovadoresco. Así ocurre que en esta «versión a lo divino» de estos procedimientos literarios, el caso del milagro que se expone comienza con una cabeza o estribillo inicial; en este inicio se reduce a cifra poética la intención del milagro y que puede ser una enunciación de sus favores: A Groriosa grandes faz miragres por dar a nos paz. (Cantiga 68. l. pág. 229.)

O una petición de gracias: De gra~a chea e d'amor de Deus, acorre-nos. Sennor. (Cantiga 80, l. pág. 258.)

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Folio de la can tiga 28, que trata de cómo Santa Maria defendió Constantinopla de los moros que la combat ían . Bibliote ca del monasterio de El Escorial

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HISTORIA DE ESPAÑA

sa y alemana. Es el titulado «¡Ay Iherusalem!» 29 , y canta el dolor del pueblo cristiano por la caída de esta ciudad (1244) en un verso que tiene como base el hexasílabo que sería propio de la endecha. Es un canto de cruzada, puesto que se refiere a los hechos de la Guerra santa de los cristianos de Oriente, pero se convierte en un planto por referirse a la derrota ocurrida en Jerusalén: Bien querría más convusco plannir, llorar noches e días, gemir e non dormir, que contarvos prosas de nueuas llorosas (vv. 6-10.) de /herusalem.

Probablemente se escribiría en relación con el Concilio de Lyón de 1274 y pudiera referirse a la predicación franciscana, que se valía de la poesía en lengua vernácula para sus propósitos religiosos. La mención de Jerusalén se repite en el fin de cada estrofa para producir un efecto obsesivo. Eugenio Asensio, en el estudio de esta obra, escribe: «Confluyen en nuestro poema elementos clericales y juglarescos, giros estilísticos tradicionales y otros de origen misterioso» 30 ; según este crítico es «un tipo de planto narrativo, más adecuado para el canto que para la recitación».

LA POESÍA FOLCLÓRICA ROMÁNICA

Acogemos bajo este epígrafe los testimonios, en parte indirectos, de la existencia de la poesía folclórica durante el período románico. No cabe duda de que hubo, durante este período, una poesía de categoría popular, que procedía de una tradición y que se actualizaba en la interpretación de cada canción de esta clase, matizándose y renovándose según el imperativo de la circunstancia de su emisión. Refiriéndose al paso de los siglos que van desde la caída del Imperio romano hasta el comienzo de las literaturas vernáculas, Menéndez Pidal escribió: «La lengua y la poesía son una misma cosa. Los pueblos hijos de la gran cultura latina no podían pasarse cinco largos siglos sin un solaz literario, y ese solaz existía» 31 • La cuestión está en encontrar las vías por las que esta canción haya llegado a la escritura o siquiera a la noticia documental. En este punto enviamos a la parte en que Ismael Fernández de la Cuesta desarrolla la cuestión de Cfr. JULIOCARO BAROJA, Tecnología popular española, Madrid, Editora Nacional, 1983 pdssim (contiene una colección de nueve artículos sobre distintos temas). 81 Cfr. RAMÓNMARTf, «Hacia una arqueología hidráulica: la génesis del molino feudal en Cataluña», en Critica. Historia Medieval, 1988, págs. 165-194; A. SANZ DE S~NTAMARfA,Molinos hidrdulicos en el Valle Alto del Ebro (s. IX-XV), Vitoria, Publicaciones Diputación Foral de Alava, 1985, 263 págs.; A. AGUIRRESORONDO,Tratados de molinología ( Los molinos de Guipúzcoa), San Sebastián, Editorial Eusko Ikaskuntza, 1988, 841 págs. 82 Cfr. JORDIBOLÓSI MASCLANS y JOSEPNUETI BADIA,Els molins fariners, Barcelona, Ketres, 1983; JULIOCARO BAROJA,«Norias, azudas. aceñas», en Tecnología popular (véase nota 80), págs. 241-407; DONALDR. HILL, «Tecnología andalusí», en el catálogo de la exposición El legado científico andalusf, Madrid. Ministerio de Cultura, 1962, págs. 157-172. to Cfr. J. M. FóRNEAS, «Un texto de lbn Hi~ám al-Lajmi sobre las máquinas hidráulicas y su terminología técnica,., en Misceldnea de Estudios Árabes y Hebraicos, XXIII, 1974, págs. 53-62; R. Dozv, Supplément, l. pág. 665, s. v. saqiya, y 695, s. v. saniya. 84 Cfr. THOMASF. GLICK, «Molins d'aigua a l'Horta medieval de Valencia: Observacions a un article de Vicen~ M. Rosselló», en Afers i Fu/Is de recerca i pensament, IX, 1990, págs. 9-22. 85 Cfr. el artículo «MA.», en Encyclopédie de /'Islam, V, Leiden, E. J. Brill, págs. 886-896. En España no parece que se construyeran grandes embalses, salvo el proyectado por Jaime I el Conquistador en Balchite; cfr. HENRI GOBLOT, «Dans l'ancienne Iran. Les techniques de l'eau et la grande histoire», en Annales, XVIII, 13 (1963), págs. 491-520. 86 Cfr. LEONORMARTfNEZMARTIN,«Al- Madd wa-1- Yazr», en Encyclopédie de /'Islam Leiden, E. J. Brill, V. págs. 953-954. 87 Uno de ellos, cfr. PEDRODE LLANO,O Muiño de Mar de A Seca (22 págs.). ha sido restaurado recientemente por el Colexio de Arquitectos de Galicia, y una buena descripción de todos estos ingenios puede verse en el artículo de Be~ña Bas, s. v. «Muiño,., en la Gran Enciclopedia Gallega. Utilizo aquí el texto dactilografiado que me facilitó el profesor Walter Minchinton (27 junio 1986). 89 Cfr. M. MOREITI y Lou1s V. DIV0NE, «Los modernos molinos de viento», en Investigación y Ciencia (agosto de 19~, págs. 70-77. Cfr. pág. 153, y MA0QARI, Kitáb nafo. al-~ib... , edición de 11:fSÁN -ABBAs, vol. 1, Beirut, DAr ~Adir, 1388/1968, pág. 202. 91 Cfr. ELIASSERRARAFOLS,«El molino de viento. Un breve capítulo de la Historia de la Técnica», en Humanidades (Mérida, Venezuela), 111, núm. 9, págs. 43-55. 92 Cfr. C. HUARD y A. GROHMANN,«KAghad», en Encyclopédie de /'Islam, Leiden, E. J. Brill, IV, 1978, páginas 437-438. 93 Cfr. R. SELLHEIM,«Kir~As»,en Encyclopédie de /'Islam, Leiden, E. J. Brill, V, 1986, pág. 171. 94 Cfr. ORIOL V ALLSI SUBIRÁ,La conservació del paper, Barcelona, Memorias de la Real Academia de Ciencias, XLVI, número 5. Véase, desde un punto de vista distinto. MARTINLEVEY, Mediaeval Arabic bookmaking and its relation to early chemistry and pharmacology, Filadelfia, Transaction of the American Philosophical Society, 1962, 79 págs., que analiza la obra del príncipe zirí lbn BMis (1007-1061) sobre materiales utilizados por los escribas. 95 Cfr. ALBERTBARELLAMIRÓ, Una aproximación a la historia de la técnica textil y de la confección, Barcelona, Costura 3, 1982, 124 págs. Sobre el origen de la etimología de la palabra batdn no hay acuerdo, pero. en todo caso, aparece ya empleada a principios del siglo XII. El tema ha sido tratado además, extensamente, por el mismo Barella en

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HISTORIA DE ESPAÑA

las Memorias de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, cfr. núms. 812 (1982); 816 (1983), 840 (1986), 885 (1990), etc. 96 Cfr. M. MARTfNI Ros I F'ERRANCALABUJGI ALSINA. «Le voile huméral de Saint Eudald», en Cieta. Bulletin, LXVI, 1988, págs. 45-52. Un buen museo de telas «ricas» se encuentra en el monasterio de Las Huelgas. Véase, además, las voces siguientes del Glossarium ... (cfr. nota 42) referentes a tejidos de seda: chesgua (944), bombicum (1020), ciclotomo (1023), o bien otros tejidos o pieles para el vestuario, como berregano (1047, tela de calidad inferior). cebellinus (1062, piel de marta cibellina). cordues (1078, cordobán), bocheren, bocarcio (1081 y 1088. telas de Bujara), etc. "' Buena exposición de conjunto en FELIPEA. CALVO, La España de los metales. Notas para una historia, Madrid, Patronato Juan de la Cierva, 1964. Puesta a punto sobre estos temas, en el IV Congreso Internacional de Minerfa: La Mineria Hispana e Iberoamericana. Contribución a su investigación histórica, vol. I, Estudios, León, Cátedra de San Isidoro, 1970. Véanse especialmente para este período MANUELC. DIAz Y DIAZ (págs. 261-274) y MIGUEL GUAL CAMARENA(págs. 275-294). 98 Cfr. MORERA I SOLA y BARRUECOI JAOUL, Llibre de la Farga, Barcelona, 1983; P. MOLERA, Investigación y Ciencia, LXXIII, 1982; J. R. LUANCO,Quimica General, Barcelona, 1884, pág. 761. "9 Cfr. M. Rrn. «El monasterio de Santa María de Alaón y su patrimonio en el siglo IX», en Homenaje a don José Maria Lacarra de Miguel en su jubilación del profesorado, vol. l, Zaragoza, 1977 págs. 63-85, continuado, años más tarde, por el mismo autor en Principe de Viana, XLVII, 1986. anejo 3, págs. 635-649. 100 La carta 91 de Servat Loup, abad de Ferriers, del año 851 pide a un amigo veinte árboles para construir una barca «mejor que las que puede comprar» (nota del profesor Riu). IDI Cfr. KARAGI, La civilisation des eaux cachés. Traité de /'explotation des eaux souturaines (composé en /017), traducción y comentario de ALY MAZAHERY, Niza, Universidad y Ministerio de Cultura y Artes del Irán, 1973. 185 gágs. 1• Cfr. C. E. DUBLER, «Los caminos a Compostela ... », en AI-Andalus, XIV, 1949, pág. 75. Sobre la verdadera localización de las minas más célebres, cfr. ELIAs TERÉS, «Sobre el topónimo "Almadén", en AI-Anda/us, XLI, 1976, págs. 225-234, que pasaron a dominio castellano ya a mediados del siglo XII. Éstas, y la pre-organización de la mesta, que consagró mucho más tarde Alfonso X el Sabio, consiguieron mantener las tierras meridionales de la Meseta en manos cristianas (cfr. nota 156). 103 Cfr. A.Y. AL-HASSANy D. R. HtLL, art. «Ma'din», en Encyclopédie de /'Islam, V, 1986, págs. 971-974. 104 Cfr. ALI DARMOUL, Les épaves sarrasines (cfr. nota 62). Puede verse, como ejemplo, para el fin de este período, J,uuo NAVARROPALAZÓN,Una casa islámica en Murcia. Estudio de su ajuar (siglo XIII), Murcia, Centro de Estudios Arabes y Arqueológicos «lbn Arabí», 1991, 279 págs. ios Cfr. N~ll! 'an a/-Andalus min Kitdb TarsI' al- ajbdr wa-tanwI' al-dfar... ta·lif A~mad b. 'Umar b. Anas al'U~ri, editados por 'ABD AL·'Azlz AL-AHWANI,Madrid. Instituto de Estudios Islámicos, 1965, pág. 19; JEAN FRAN>. - La tierra de los navarros es «rica en pan, vino, leche y ganados». - Castilla «carece de arbolado»; y abunda «en pan, vino, carne, pescado, leche y miel». - En Galicia encuentra, por último, «una tierra frondosa, con ríos, prados de extraordinarios vergeles ... »; aunque echa en falta «las tierras de labor», el «pan, el trigo y el vino». Considera, en cambio, que está «bien abastecida» de «pan de centeno y sidra ... leche y miel, y pescados de mar grandes y pequeños» 8 • Este es el marco para la vida hispano-cristiana de los siglos XI y XII, donde también todos, señores, eclesiásticosy campesinos, buscarán, según su condición, el medro o la pura subsistencia.

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A partir del siglo x la acció n colonizadora provocó un cambio sustan cial en el paisaje . la repobl ación defor esta de inmedia to y rot ura los territ orios adquirid os con el fin de crea r terraz gos dedicados. sobre todo , al cereal. Alrededo res de l castillo de Gormaz

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CAPÍTULO I

LA VIDA CAMPESINA

SUMARIO: l. El retrato social del campesino.-//. El marco físico: la aldea y la casa. -La aldea de la repoblación. Lugares de ocio y convivencia. -El paisaje organizado. -Relaciones y normas de vecindad. -El caserío medieval. - En el interior del hogar.-III. El ritmo de la vida: la conformación de lafamilia.-EI matrimonio y la boda. El sino de la mujer.-Nacimiento y crianza de los hijos.-Sucesión y herencia en la comunidad familiar.-lV. El ritmo del tiempo: el calendario agr(cola. -La arada y la siembra. -La cabaña campesina y el rito de la matanza. El reposo invernal. -Labores de primavera. -Siega, trilla y vendimia. - V. Las constantes de la vida diaria. - El yantar cotidiano. - El espectro de la enfermedad. - La indumentaria campesina. - VI. La religiosidad del campesino. - La parroquia, centro de la vida espiritual.-La práctica de los sacramentos.-lglesia y ritos agrarios.NOTAS.

l.

EL RETRATO SOCIAL DEL CAMPESINO

En esa realidad profundamente agraria y rural, desplegada en un interminable paisaje, el campesino se erige en el primer protagonista de la historia; máxime si, como sucede, la historia es el relato de la vida cotidiana en el que priman, si no los sentimientos inaprehensibles en la distancia, sí, al menos, el esfuerzo del hombre por sobrevivir. La tierra en la Edad Media es fuente por excelencia de riqueza; es el gran reto diario al que hay que vencer; y en este esfuerzo, aunque alentado por las autoridades, sólo el campesino, como dice V. Fumagalli, «se midió realmente con los árboles para derribarlos e hizo cultivable un suelo virgen hasta aquel entonces» 9 • Pero, a pesar de esto, el campesino en la Edad Media es un hombre despreciado por la sociedad laica que, heredera de tradiciones culturales grecorromanas y bárbaras, desdeña el trabajo, ensalza el ocio y sólo justifica la ocupación militar. La Iglesia, por su parte, ensalzando la vida contemplativa y justificando el trabajo como vía expiatoria, tampoco favorece una nueva actitud ante el trabajo campesino; aunque en el esquema tripartito de la sociedad, que difunde a principios del siglo XI, reconozca la fuerza moral de estos hombres siempre y cuando acepten de buen grado su condición y se conviertan con su trabajo en el puntal económico del resto de la sociedad 10• Sin embargo, la postura de menosprecio hacia el campesino pervive en la literatura caballeresca -y en consecuencia en la sociedad feudal- de tal modo que, cuando narra encuentros entre el caballero y el campesino en la espesura del bosque, su hábitat natural, le describe con rasgos tan deformes que más parece una bestia, fea e inmunda, que un hombre: Tenía una gran cabezota más negra que la carbonilla y había más de un palmo entre los dos ojos, y tenía grandes mejillas y una enorme nariz aplastada, con grandes orificios muy anchos, y gruesos labios, más rojos que carne asada. y grandes dientes amarillos y feos ... (Aucassin et Nicolette/ 11•

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Cuando la poesía es satírica, la imagen de la campesina es también la mejor fuente para la ironía y la caricatura: Tenía la cabeza mucho grande y sin guisa cabellos cortos , negros. como corneja lisa, ojos hundidos , rojos; ve poco y mal divisa; mayor es que de osa su huella cuando pisa. (Libro de Buen Amor , Arcipreste de Hita) 12•

El campesino ha sido siempre fuente para la ironía y la caricatura , despreciado por la sociedad laica y menospreciado por la propia Iglesia. Campesino s · cultivando la tierra . Calendario de San Isidoro de León

11. EL MARCO FÍSICO: LA ALDEA Y LA CASA La creación de aldeas se inicia al compás de la Reconquista, cuando, tras la ocupación militar , se consolida el nuevo dominio territorial con una «repoblación pobladora », capaz de lograr el entramado humano que ponga en explotación las tierras adquiridas y constituya , a la vez, la base de una nueva organización política y social 13• Aquí , los campesinos , procedentes en gran parte del norte peninsular, donde vivían apiñados en los pequeños valles , sin apenas medios de subsistencia, juegan , sin duda , un papel primordial. Desean nuevas tierras , nuevos horizontes, una nueva vida para ellos y sus familias; y, a pesar de la incertidumbre y de los peligros de unas regiones ya más próximas a la frontera musulmana , aceptan las sugerencia s..de reyes , magnates e instituciones para colonizar los territorios conquistados e ir creando o asegurando pequeños asentamientos. Además , como aliciente y estímulo para posibles pobladores , se conceden Fueros y Cartas Pueblas, en los que un amplio abanico de exenciones y privilegios promete mejorar notablemente las condiciones jurídicas y sociales de estos hombres 14 •

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Y así surge habitualmente la aldea de los siglos XI y xn: cuando una autoridad respalda con privilegios económicos y jurídicos a los colonizadores, organiza la repartición de la tierra y contribuye, en la medida de lo posible, a que los pobladores dispongan de medios de subsistencia mientras roturan y preparan la tierra para futuros cultivos 15• La aldea de la repoblación. La aldea surge allí donde la naturaleza depara al hombre las condiciones necesarias para asentarse y vivir: un lugar con agua, soleado y resguardado del viento, y tierras cultivables en las cercanías. Aquí, en la Península, también parece fundamental, debido a la Reconquista, que los nuevos asentamientos, pendientes tanto de su habitabilidad como de su defensa, ocupen alguna prominencia del terreno como protección y apoyo frente a un eventual ataque enemigo. Es más, todo hace suponer que los nuevos pobladores se instalan en principio tan sólo en recintos amurallados de carácter estratégico, dando lugar a un tipo de asentamiento rural, en alto y fortificado, específicamente mediterráneo e hispano, al que la muralla confiere ciertos rasgos semiurbanos. Posteriormente, al parecer no antes de la segunda mitad del siglo xn, a medida que el dominio hispanocristiano va afianzándose y las posibilidades demográficas lo permiten, surgirán las pequeñas aldeas abiertas que, pese a todo, seguirán teniendo como referencia y apoyo los encintados más próximos 16• No obstante, cabría también preguntarse si, aparte de estos requisitos, se prefieren lugares donde quedaran vestigios de algún «elemento inmutable». En realidad muchos asentamientos se instalaron en antiguos poblados romano-visigodos, quizá buscando la certeza de que el lugar reuniera las condiciones básicas para ser habitado. Pero posiblemente fuera aún más decisivo en el ánimo de los pobladores encontrar los restos de una iglesia o de una necrópolis como prolongación, en la nueva tierra, de sus recuerdos, sus ritos y sus creencias 17• Sin embargo, no es fácil precisar cómo eran las aldeas en la Edad Media. A falta de excavaciones y estudios que permitan profundizar en su conocimiento, tan sólo el ejemplo de muchos pueblos de la Península, con restos de estructuras medievales, autorizan en cierto modo a crear un estereotipo o modelo de aldea capaz de aproximarse a la realidad. Ubicada en una ladera o elevación del terreno, buscando la protección de la cuesta, tendría a sus pies, unos cientos de metros más abajo, en el valle o en el llano, los campos de cultivo. El caserío, diseminado en la pendiente o apiñado en un altozano, estaría construido con materiales tan ligados al entorno geológico -madera, adobe, piedra- que apenas resaltaría del paisaje; y unas pocas calles, prolongación de los caminos que comunicaban el pueblo con el exterior, formarían un entramado irregular, en torno al que se dispondrían las casas, confluente, a pesar de todo, en un espacio más amplio, punto neurálgico del pueblo, donde se instalaría la plaza y la iglesia. Estas serían las calles «principales»; mientras que callejas y carriles, marcados por el paso de vecinos y ganados, constituirían la red secundaria que uniría las casas entre sí, casas con calles, y se abriría a los campos circundantes 18• Lugares de ocio y convivencia. Parece difícil que la estratificación social de la comunidad, todavía poco acentuada, condicionara la distribución de las gentes por el pueblo según su condición y actividad; aunque es factible que los menestrales, posiblemente reducidos a la fragua y el molino, ocuparan las zonas cercanas al agua, en tanto que los vecinos pudientes tenderían a agruparse en la zona «noble» del lugar, junto a la plaza, donde quizá tampoco faltara una taberna.

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De existir una pequeña comunidad étnico-religiosa, judía o mudéjar, también viviría en un mismo sector de la aldea, como forma de mantener y proteger sus creencias y sus costumbres 19 • En la aldea son pocos los puntos de encuentro y reunión entre vecinos salvo aquellos, como el abrevadero, la fuente, el molino o la fragua, donde se coincide habitualmente al hilo del trabajo. Aparte de las casas, la plaza es el único lugar que cobija los momentos de ocio y convivencia; y allí los hombres, bajo el gran olmo o guarecidos en la taberna, se intercambian noticias, hacen proyectos y hasta pueden plantearse posibles reivindicaciones. Cuando hace buen tiempo les imitan las mujeres que, en grupo aparte, a lo mejor aprovechan el rato de conversación, a la luz del sol, para despiojar a sus pequeños; porque la charla, el encuentro, sólo parece estarles permitido en el interior de la casa o mientras realizan sus quehaceres en el lavadero, en la fuente, en el horno comunal o en la puerta del molino haciendo vez para la molienda 20• Algunas de estas infraestructuras, dispersas por la aldea y tan necesarias para el desarrollo de la vida familiar, son conocidas gracias tanto a representaciones artísticas o descripciones como a su propia fisonomía y carácter, que apenas han evolucionado en los medios rurales. El horno, por ejemplo, sería una pequeña construcción con bóveda de cuarto de esfera, cuyo uso estaría regulado por normas locales que fijarían las horas en que debía encenderse, el número de panes que entraba en cada hornada, el precio del servicio, o «poya», y otras prescripciones destinadas a velar por la buena cochura del mismo, sin menoscabo para la hogaza. En la fragua volvería a aparecer el horno, aunque esta vez de tiro forzado, y alimentado con uno o dos fuelles; en tanto que el yunque se dispondría en un cepo de madera, apoyo donde el herrero golpearía y trabajaría el metal con mazos, martillos y tenazas, poco más o menos como hasta años relativamente recientes. El herrero era el artesano más prestigioso de la comunidad; su dominio sobre el hierro, metal preciado y costoso, a la vez que símbolo de poder y progreso, le confería dotes casi «mágicas», rubricadas además por el propio ambiente de la fragua, donde el fuego, la llama y el martinete creaban una atmósfera de «prodigio y fascinación». El molino impulsado por agua comenzó a proliferar a partir del siglo XII, cuando la intensificación del cereal lo hizo realmente necesario. Se situaban junto a los pequeños ríos en lugares a veces algo más distantes del pueblo, donde hubiera un desnivel de terreno apto para aligerar o impulsar la corriente; de lo contrario tenían que derivar algún canal a partir de una presa remansada en el cauce alto del río. Según las representaciones más antiguas, la rueda mayor sumergida parcialmente en el agua se unía a las muelas mediante unos engranajes de madera; y el pequeño edificio, en lugar de situarse encima de la rueda hidráulica, se asentaba ya en tierra firme, a la orilla del río. Su difusión eliminó la práctica de la molienda en el hogar con la primitiva muela de mano. La construcción del molino era muy costosa; en especial la adquisición de las muelas y de las piezas de hierro necesarias para su buen funcionamiento. Por eso, en el dominio señorial, el molino, como el horno, eran obra y propiedad del señor, manifestación de su poder y un medio para obtener nuevos beneficios; pero también podía ser comunal, con derecho a uso de los vecinos, estipulado en las «veces», con días y horas prefijados, de que disponía cada familia para moler el grano. El trabajo del molinero o el pago de las «maquilas» eran aspectos asimismo regulados por documentos y fueros, que incluso se detenían en precisar las formas de utilización de la presa y los canales a la hora de pescar y regar las huertas, que, por cierto, no solían quedar muy lejos del molino. Ya en el siglo XIII comienza a haber noticias de molinos de viento 21 •

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La iglesia era la señal de identid ad y convivencia colectiva de la aldea, por lo que se procur aba que fuera el edificio más notable de la comunid ad . Iglesia de Nuestra Señora de las Vegas, Pedraz a. Segm~a

El mercado, otro punto de encuentro , se celebraba asimismo en la plaza , siempr e que existiera en la aldea una cierta actividad comercial capaz de movilizar al campesino para vender los excedentes y lograr de este modo unos ingresos suplementarios. Esto probablemente sólo ocurriría en aldeas próxima s a un burgo o un camino principal ; y aun así , apenas se comerciaría con producto s como el trigo o el vino, básico s para la alimentación. Más bien centrarían sus tran saccione s, basadas en una circulación monetaria muy elemental , en productos de gallinero y granja , fruta fresca o seca, que so y leche y pequeños trabajos de artesanía 22 • La plaza comparte, en cambio, protagoni smo con la iglesia a la hora de celebrar las fiestas. esparcidas a lo largo del año, y simultánea s casi siempr e con el acontecer religioso. La iglesia, como el cemente rio, que suele estar detr ás , supone la concreción y la práctica de una s necesidad es espiritual es ya enraizadas en la vida popular. Pero , encarnada en la parroquia , adquiere además una dimensión decisiva en la conformación de la comunidad , como elemento de cohesión física y social de la aldea, señal de su identidad y conciencia colectiva . Por todo este conjunto de sentimiento s, la aldea procura que su iglesia sea el edificio má s not able de la comunidad ; y casi siempre lo consigue . Sus dimensiones resultaban incluso excesivas en relación con el peq ueño caserío; y era el único, o casi el único , edificio construido en

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piedra; aunque por falta de medios se tuviera que acudir frecuentemente a la mampostería. Aun así, procuraban realzarla con ciertos elementos de sillar y una decoración escultórica que, según la propia Institución, serviría para recordar conceptos de salvación y pecado. Supuestamente románica, como corresponde a la mayor parte de los siglos XI y xn, tendría una sola nave y ábside semicircular con arcos de medio punto por doquier; y sería una de las últimas construcciones del pueblo, realizada cuando ya se hubieran atendido las necesidades más perentorias de la población 23 • El paisaje organizado.

Pero la aldea no sólo comprendía el núcleo formado por las viviendas, la iglesia y las dependencias precisas para el desarrollo de la vida rural; sino que abarcaba una demarcación, más o menos amplia, según el número de pobladores, con dos tipos de paisajes distintos, que permitían a las familias campesinas mantener a la par actividades agrarias y ganaderas. En uno, preparado y condicionado mediante labores de roturación, se extendían las tierras de cultivo; en otro, en cambio, se mantenía y respetaba el paisaje natural, con objeto de que el ganado se beneficiara de la pastura y los vecinos pudieran explotar el bosque. Se dibujaba así, en torno a la aldea, un espacio dividido en tres zonas o círculos bien delimitados: en el primero o más interior se situaban las viviendas, las eras y las huertas cercadas, de disfrute individual, cuyo cultivo, por su necesidad de cuidados y dedicación, requería la proximidad de la casa. En el segundo aparecían los terrazgos de cereal y vid, divididos en campos para su explotación individual; y, por último, surgía un tercer círculo de pasto y bosque, de aprovechamiento colectivo 24 • Sin embargo, ni las fuentes históricas ni la propia imaginación llegan a perfilar mínimamente los aspectos materiales y rutinarios de la aldea, que sustentan y nutren la vida diaria. Tan sólo se puede pergeñar el panorama de un pueblo sucio y enfangado, de casas endebles y hediondas a causa de la falta de higiene y de la promiscuidad de hombres y animales, con calles reducidas a estercoleros, sin más drenaje para las aguas residuales que el puramente natural. Relaciones y normas de vecindad.

No obstante, este era el pueblo «sentido» como una comunidad de vida y de intereses, desde el momento en que sus tierras comenzaron a dar fruto y la necesidad de una regulación comunal para cuestiones económicas y jurídicas generó vínculos de reciprocidad entre los diversos hogares. El pueblo puede ser más o menos grande, entre doce y sesenta vecinos en Castilla; veinte y noventa en Cataluña, algo más poblada; pero nunca es un simple agregado de viviendas campesinas. Es una comunidad de vida y una comunidad económica. La vecindad es la base del desarrollo de la vida comunitaria; relación que abarca desde la simple contigüidad de la vivienda a un conjunto de normas que regulan las relaciones vecinales y las formas de ayuda recíproca. Incluso el nacimiento, el bautizo, la boda o la muerte eran motivo de rigurosas normas de vecindad, en las que el compromiso de ayuda lo mismo comprendía la asistencia al parto o la participación de los vecinos en los acontecimientos familiares festivos, que la preparación del entierro y los funerales en caso de muerte. Pero, para pertenecer al vecindario hay que residir y poseer; es decir, tener en el lugar bienes inmuebles y encender «fuego», crear un hogar; al mismo tiempo que ser vecino supone la protección del «fuero>>local, el disfrute de los bienes comunales y la participación en los órganos de la comunidad aldeana.

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ñas ventanas tapadas con lienzos encerados. Las cubiertas, sustentadas sobre un armazón de madera, serían en su mayor parte de ramaje entretejido; y sólo algunas veces, según las regiones y las disponibilidades económicas, se emplearían tejas o tejamaniles de madera o piedra. En el interior del hogar.

El interior de la casa es, si cabe, aún más desconocido. Los calendarios agrícolas del arte románico podrían proporcionar algún dato cuando reflejan al campesino refugiado en la casa, junto a la lumbre, durante los meses de invierno. Sin embargo, la vivienda apenas está sugerida; y tan sólo el fuego permite adivinar que el campesino se encuentra en la cocina, pieza fundamental de la casa, calentándose en la proximidad del hogar. En estas representaciones, por regla general, el fuego arde en el mismo suelo, de arcilla o tierra apisonada, sin que sea visible algún agujero o conducto para el humo, que se esparciría por toda la estancia y ascendería hasta salir por las fisuras del ramaje. Pero, a veces, como reflejan otros calendarios, se abrían tragaluces; y es posible que, ya en el siglo xn, se construyeran chimeneas para encauzar la humareda, paliando así un problema especialmente gravoso en estas casas; incluso tratarían de colocarlas en rincones o paredes comunes a la cocina y al dormitorio, si lo había, con el fin de caldear también este aposento. El fuego suponía, aparte de calor, un foco de luz nada despreciable a consecuencia de la estrechez de puertas y ventanas. Esto explica que, durante el invierno, la mayor parte de las actividades de la casa se realizaran en tomo al hogar; aunque es factible que ni aun así hubiera luz suficiente, necesitando la iluminación añadida de unas velas, unas candelas de junco, quizá unos candiles o unas teas embreadas 26• El mobiliario, pobre y escaso, se encontraba en la cocina, único recinto de la casa capaz de contrarrestar el frío con su lumbre; y que, por ello, durante el invierno, resumía dentro de sí la vida familiar. El dormitorio era simplemente el lugar donde se dormía, frío y desaliñado; sustituido incluso, en los días más crudos, por el mismo «hogar», cuando la familia debía trasladar sus jergones de paja junto al fuego para poder soportar mejor el frío. En esta cocina, pues, se aprovecharía al máximo el espacio disponible: en el grosor de los muros se abrirían alacenas que, junto a anaqueles de madera, servirían para colocar la vajilla y el utillaje doméstico. En ganchos, también de madera, clavados en la pared, colgarían las ropás y ciertos útiles del campo; y los muebles propiamente dichos se reducirían a unos sencillos taburetes, casi siempre dispuestos en tomo al fuego, una mesa para comer y algunas arcas y artesas donde guardar objetos y alimentos. Los calendarios agrícolas, si no fueran tan parcos a la hora de representar el interior de la casa, proporcionarían sin duda datos muy interesantes acerca del mobiliario y sus formas de utilización. Pero en la escena del campesino ante el fuego, el taburete en el que aparece sentado es la única pieza visible de la estancia; y sólo el banquete de Navidad, la otra escena de interior, permite deducir algo más, no tanto por los muebles empleados como por la disposición de viandas y vajillas, que refleja, al menos, usos y costumbres en tomo a la comida. Quizá como expresión de una mayor pobreza, el campesino aparece alguna vez con los alimentos en las rodillas. Pero habitualmente se sienta ante una mesa formada por una simple tabla de madera que, en ocasiones, presenta, en lugar de pies fijos, unos borriquetes plegables para facilitar su retirada tras la comida. Como norma, utiliza el taburete, pese a que el banco fuera un asiento común del moblaje campesino.

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La asamblea vecinal representa el órgano básico de la administración campesina, cuya principal tarea consistía en regular los aspectos de la vida interna de la aldea, especialmente los económicos, aunque con escasas atribuciones y en dependencia de las autoridades del territorio. La asamblea, convocada a toque de pregón, de campana o mediante el sonido de algún instrumento (añafil o cuerno), se reunía, por lo general, los domingos después de misa, en la plaza o en la propia iglesia. La asistencia era obligatoria, y se castigaba con una multa a todo vecino que no acudiera. La aldea, además, se insertaba en una demarcación eclesiástica, la parroquia, que trascendía a lo civil, y que era un elemento decisivo en la progresiva cohesión del grupo local 25. El caserío medieval.

La vivienda campesina completa el marco físico de la vida rural. Pero adentrarse en el conocimiento de estos hogares intentando entrever su estructura o su «intimidad» resulta poco menos que imposible, ya que son construcciones endebles, de vida muy corta, y, a medida que se van reconstruyendo, incorporan los cambios impuestos por el paso del tiempo y una mejora de las condiciones de vida. Sólo cabe, pues, atenerse a una visión sucinta. La España cristiana de esta época, profusa en paisajes distintos a pesar de sus limitaciones fronterizas, no podía ofrecer un tipo unitario de casa rural. Su estructura, pues, dependería, sin olvidar las tradiciones constructivas de la región, de las condiciones climáticas, de los materiales disponibles y de las formas económicas y el tipo de vida de sus habitantes. En el clima mediterráneo, según los expertos, predominaba la casa construida en piedra; aunque en el caso de la Península tal predominio parece atenuado por la utilización del adobe, material duradero y aislante en los climas secos, y muy frecuente en las zonas arcillosas de la meseta. En regiones de montaña o simplemente pedregosas sí debía prevalecer la piedra, básicamente en forma de mampuestos, que no exigían labra; y podían recurrir al mortero de barro y paja en caso de que escaseara la cal. En áreas de montaña pizarrosa se utilizarían lajas de pizarra; y sólo en zonas de bosque, presuntamente reducidas, se acudiría a la madera. Las viviendas, construidas sobre el nivel del suelo y apoyadas en cimientos, acostumbraban a tener más de una planta, quizá condicionadas por la falta de espacio habitual en las aldeas, constreñidas por la muralla o por los propios accidentes del terreno. Si era de una planta, ocuparía lógicamente un solar mayor, capaz de permitir que en tomo a un corral o patio se articularan la vivienda y los anejos necesarios para la vida familiar. En este caso, no sería extraño que personas y animales compartieran la vivienda, aunque en zonas separadas, buscando en la proximidad del ganado una fuente de calor. Cuando tenía más de una planta, en un solo edificio, y consiguientemente en un espacio menor, se aglutinaban vivienda y anejos distribuidos y separados en altura. Aun así no faltaba el corral para la volatería en la parte trasera; y, dejando el piso inferior para almacén y establo, se lograba un efecto similar al de la casa de una sola altura: que los animales sirvieran para aislar la vivienda, en el piso alto, del frío y la humedad. Un tercer piso, en caso de que lo hubiera, serviría de sobrado o cámara; y, según parece, una escalera exterior comunicaba los pisos entre sí. La casa, como es lógico, procuraba defender a sus habitantes de los rigores del clima; y muchas de sus peculiaridades estaban determinadas por esta urgencia. Buscaba, por ejemplo, la orientación más soleada; los muros alcanzaban el máximo grosor posible; y las aberturas, muy escasas, se repartían entre la puerta, casi siempre común a hombres y animales, y peque-

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El mantel , normalmente de cáñamo , se reservaba para las mejores fiestas ; si bien a veces los alimentos se disponen sobre la propia tabla , como un signo más de ciertas diferencias sociales por razones de riqueza . También la vajilla ofrece diferentes matices de bienestar y abundancia ; pero es proverbial la ausencia de platos y cubiertos frente a la profusión de fuentes , marmitas o potes , de diferentes tamaños y formas, que servían de plato común a todos los comensales ; y que con jarras, copas y otros recipientes constituían el grueso de la vajilla confeccionada básica-

Campe sino sentado frente al fuego sobre un taburete . Escena del Calendario de Beleña de Sorbe, Guadalajara

mente en barro o madera. Sólo recurrían al metal , y no siempre , cuando las vasijas y utensilios debían tener relación con el fuego. Se comía , pues , en la misma fuente , e incluso del mismo caldero ; los alimentos , a excepción de sopas y guisados, se comían con las manos , ya que los cubiertos se destinaban más bien a usos culinarios ; y sólo en el mejor de los casos se bebía en jarro individual, donde se había vertido el vino directamente desde la barrica . Aymeric Picaud , en la Guía del peregrino , reafirma con su relato la mayor parte de estas apreciacion es: En casa de un navarro se tien e la costum bre de comer toda la familia ... mezclando todos los platos en una so la cazue la, y nada de cucharas , sino con las propi as manos y bebe n todo s de un mismo jarro .

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En el banquete de los calendarios el campesino suele aparecer solo. Estas representaciones sometidas a un marco pequeño y estricto no permiten la concreción de la familia que, raramente, aparece representada en la mujer que le acompaña. No obstante, la mesa solía estar reservada a los hombres de la casa, en tanto que mujeres y niños se acomodaban en tomo a la lumbre. El agua se almacenaría en cántaros y se bebería directamente de los botijos, como el que espera calmar la sed del campesino en el calendario de Beleña de Sorbe, tras la recolección de la mies. Arcas y artesas en número dispar, según las disponibilidades de la familia, complementaban el escaso mobiliario. En el arca se guardaban algunos objetos de adorno y la indumentaria de fiesta, resguardada así del roce propio de las perchas; pero, según los casos, servía también para almacenar víveres, función compartida con las artesas, en general estrechas y altas, que asimismo se utilizaban para amasar el pan. El «hogar» también llevaba consigo una serie de instrumentos destinados a facilitar el guiso. Es evidente que, si disponían de los medios necesarios, evitaban que los calderos cocieran sobre las brasas, empleando llares o trébedes que permitieran aislar los recipientes del fuego. Unas barras de metal o madera enganchadas al techo dejaban colgar embutidos y jamones, mejor curados cuanto más tiempo recibieran el calor y el humo de la lumbre. El dormitorio era común para toda la familia; y en cada cama, de gran anchura, dormían varias personas juntas, sin diferenciar adultos y niños, que, a falta de ropa apropiada, solían cubrir sus cuerpos desnudos con mantas de piel o de basta lana. Un simple entramado o bastidor de madera servía para colocar el jergón; y, si era necesario, bancos o arcones hacían de cama añadiéndoles unos almadraques de paja. La «intimidad» de la alcoba era algo totalmente desconocido; y el uso de la cama matrimonial, en sustitución de estos lechos colectivos, debió ser muy tardío. Sólo en las casas más acomodadas unas cortinas cerraban y delimitaban los lechos, aquí con una estructura de madera más idónea, no tanto para salvaguardar el pudor como para protegerlos del frío 27•

III.

EL RITMO DE LA VIDA: LA CONFORMACIÓN DE LA FAMILIA

La familia del campesino se perfila con nitidez tras el cobijo de la casa y el resguardo de la aldea. Aunque los calendarios agrícolas, el mejor retrato del rústico en la Edad Media, se centren casi exclusivamente en la figura del campesino, resulta imposible imaginar su existencia sin el entorno y la ayuda de una mujer y unos hijos, que, junto a él y alrededor del hogar y el «puchero», constituyan y den vida a la comunidad familiar. El campesino vive en la aldea, agrupado en unidades familiares que configuran la célula básica de su estructura social. Sin embargo, la familia no es tanto una comunidad de lazos afectivos como una unidad económica y jurídica, que protege a sus miembros bajo la autoridad del padre, y permite desarrollar la actividad necesaria para que sus pequeñas explotaciones permitan la manutención y el abastecimiento de la propia familia 28 • A partir de los siglos IX y x comienza a perfilarse el modelo de familia nuclear, compuesto básicamente por padres e hijos; aunque todavía entremezclado con la familia extensa, capaz de integrar en su seno hasta tres generaciones con sus respectivas familias. De cualquier modo, no se puede entender el grupo matrimonial estricto si no es en el marco de la comunidad familiar y bajo las condiciones del grupo familiar amplio.

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Según Genicot, tiende a desaparecer la gran familia precisamente ante la actitud de las autoridades civiles y eclesiásticas que por motivos diferentes ven con hostilidad la solidaridad moral y material de esos clanes: las autoridades civiles, porque intentan evitar su fuerza y los problemas que solían generar cuando en determinados litigios reclamaban el derecho a la venganza privada. Las autoridades religiosas, porque preferían la fragmentación familiar y, consiguientemente, hereditaria para facilitar las donaciones piadosas 29 • Sin embargo, como en el resto del Occidente europeo, en la España cristiana fue la misma repoblación la que impulsó la familia nuclear como tipo dominante de familia campesina. Cuando en las aldeas se extendieron los terrazgos, con el aumento de la densidad de población y el incremento de las pequeñas heredades, se desarrolló la tendencia a la limitación numérica dentro del hogar que, no obstante, en áreas dedicadas a la ganadería mantuvo su inclinación a la familia extensa. De este modo, pues, hay que imaginar, tras el campesino de los calendarios agrícolas, una pequeña familia compuesta por padre y madre, de uno a tres hijos, y quizá algún abuelo, en consonancia con una casa rural que, por su reducida capacidad, no suele agrupar a muchas personas en tomo al «fuego». El matrimonio y la boda.

La familia se originaba en el matrimonio, considerado, especialmente en la Alta Edad Media, como un «negocio jurídico», en el que primaba el libre consentimiento de ambas partes, aunque forzado socialmente casi siempre por los intereses económicos de los padres y parientes que, en definitiva, eran quienes decidían y pactaban la unión, dentro, eso sí, de los límites de una misma condición social, como concepto especialmente arraigado en el mundo campesino. Porque los parientes, tanto como los padres, controlaban de cerca el nuevo matrimonio, ya que suponía la incorporación de un nuevo elemento, el cónyuge, en la comunidad familiar, y la vinculación con otra familia 30• La Iglesia, paulatinamente, a medida que fue penetrando en la ceremonia, primero con la bendición, más tarde, ya en el siglo XIII, dándole carácter sacramental, intentará dignificar el matrimonio con nuevos planteamientos si no de amor, sí, al menos, de coincidencia religiosa y fidelidad entre los cónyuges, poniendo especial acento en el mutuo consenso y en los deberes del hombre hacia la mujer y los hijos. La boda, pública y solemne, como proponía la Iglesia para evitar irregularidades, se basaba fundamentalmente en dos actos: el «desposorio» y la «entrega». En el «desposorio» se acordaban las condiciones económicas y el momento de la boda. Era el contrato celebrado normalmente entre el padre de la novia y el novio, en el que se estipulaba la dote de la novia y los bienes que otorgaría el novio, las «arras», como precio a su futura potestad sobre la esposa, asegurando al mismo tiempo su eventual viudedad. La «entrega», o la boda, constituía el acto jurídico propiamente dicho, en el que los padres, inicialmente, entregaban la novia al novio en la puerta de la casa. Ahora bien, cuando la Iglesia se introdujo en la ceremonia, la «entrega» se hacía en la puerta del templo, ante el sacerdote, que, tras bendecir a la pareja, celebraba, ya en el interior del recinto, una misa y la velación, imponiendo el velo sobre los contrayentes. Fiestas aldeanas y otras ceremonias complementarias, como la bendición de los anillos, de los regalos, del tálamo nupcial, acompañaban a este tipo de enlace que, muy frecuentemente, culminaba en un banquete de bodas, una vez que la novia hubiera traspasado el umbral de la casa del esposo.

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Sin embargo, no todas las bodas gozaban de tanta solemnidad. Entre los campesinos más pobres existía otro tipo de celebración, denominado «a yuras», «a solas» o «a furto», mal visto por la Iglesia, pero válido en cuanto que salvaba el principio del consentimiento mutuo. Se reducía al acto del «desposorio» en el que la pareja, posiblemente sin mediación de dote o «arras», por exiguas que fueran, expresaba recíprocamente su voluntad de recibirse por marido y mujer. Aun así, sorprende el alto número de uniones extramatrimoniales, la «barraganía», contempladas incluso en algunos fueros, pero desterradas progresivamente de la vida social a medida que la Iglesia va introduciendo el carácter sacramental del matrimonio 31• Las mujeres contraían matrimonio entre los quince y los diecisiete años; en tanto que el varón esperaba al menos hasta los veinte; aunque quizá fuera frecuente, como dice Fossier, que permaneciera soltero aún más tiempo, a la espera de conseguir una cierta «posición»32 • El sino de la mujer.

Constituida la familia, el hombre adquiere una autoridad absoluta sobre la mujer y los hijos, respaldada por el propio derecho medieval. Es cierto que la mujer goza de un status y una personalidad jurídica similar a la del hombre; pero queda, no obstante, sometida a la potestad del marido, puesto que su condición femenina la situaba en la sociedad como un ser inferior; postura ratificada por la propia Iglesia que, pese a su tímido intento de revalorizar el papel de la mujer, la sigue considerando, conforme a la tradición patrística, inferior tanto desde el punto de vista corporal como espiritual. Habitualmente, cuando la mujer se casa tiene que abandonar su hogar y su gente para establecerse en la nueva casa y en el entorno del cónyuge, a veces extraño y lejano; y a partir de aquí iniciará una nueva vida, anclada en constantes maternidades, que en muchos casos acabarán con su propia existencia. El retrato es duro y amargo, pero real. La mujer, en su etapa fértil, entre los veinte y cuarenta años, tan sólo podrá espaciar sus maternidades con los períodos de lactancia, que llega a prolongar hasta los veintidós meses; y son tantos los casos de muerte puerperal que pocos matrimonios sobrepasan los diez años de duración. Es normal, pues, que el hombre contraiga segundas e incluso terceras nupcias. La mujer, además, en las áreas rurales, en una larga jornada de sol a sol, mientras el hombre permanece en el campo, debe ocuparse de múltiples tareas. En la casa cuidaban el fuego del hogar, preparaban los alimentos, controlaban las reservas, hilaban y preparaban materiales para tejer y asumían el cuidado y la educación de los hijos aún de corta edad. Fuera de ella, atendía al huerto próximo a la casa, al ganado, a las aves de corral, y acudía, cómo no, al trabajo de la tierra cuando las intensas labores de la recolección lo requerían; y a veces, también, servía como criada en la casa de algún señor o campesino acomodado. Es tal su capacidad de gestión que, en cierto modo, como contrapeso de todo lo expuesto, la mujer campesina, siempre bajo la dirección y tutela del cabeza de familia, organiza y establece, tanto o más que el propio campesino, las normas que rigen la vida diaria de la familia 33 • Pero conviene no olvidar los lazos afectivos que pueden reinar en la comunidad familiar, y que, en ese caso, suavizarían el autoritarismo marital en pro del reparto de derechos y responsabilidades con la esposa más equitativo y justo. No debía ser lo habitual; pese a que la Iglesia en el Concilio de Letrán, en 1215, impone las amonestaciones a toda la cristiandad con el fin de

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poner freno a los numerosos matrimonios clandestinos, que buscaban precisamente en la ocultación el modo de favorecer los sentimientos sobre los intereses y gustos de padres y parientes. En el arte románico apenas se recogen manifestaciones de ternura conyugal en el ámbito campesino; y cuando la literatura hace referencia a la relación conyugal, se centra casi exclusivamente en el aspecto de la honra femenina, como si fuera la mayor preocupación o el mayor problema en los entresijos de la vida marital. Los mismos Fueros, cuando media el adulterio de la mujer, conceden prioridad absoluta al marido para que tome venganza, llegando a permitir que la mate al mismo tiempo que a su amante. Y aunque no se puede omitir que algunos fueros conceden la misma prerrogativa a la mujer en caso de adulterio masculino, cabe presuponer que, dada su condición de inferioridad y sometimiento, sería una situación poco habitual. El hombre cifra su honra en principios como el valor, la lealtad y el cumplimiento de la palabra empeñada; pero también en la de su mujer, que sustenta la suya en la castidad y en la fidelidad a su cónyuge 34• En la Disciplina clericalis, de Pedro Alfonso (principios del siglo XII), pretendiendo advertir a jóvenes e indoctos acerca del carácter lujurioso de las mujeres, temática propia de la tradición cuentística, el maestro demuestra al discípulo a través de una serie de relatos la inclinación de las mujeres a engañar al marido en su ausencia. Sin embargo, en un momento del diálogo el maestro no deja de hacer referencia a la felicidad que una mujer casta y honrada puede deparar a su familia: El discípulo: «Nadie hay que pueda guardarse de la picardía de la mujer, a no ser que le guarde Dios ... » El maestro: «No debes creer que todas las mujeres son iguales porque también en muchas de ellas puede hallarse bondad y castidad y una buena mujer significa tener fiel guardián y buena familia ... » («De las buenas mujeres». Disciplina c/erica/is) 31•

Nacimiento y crianza de los hijos. Los hijos, especialmente deseados si son varones, como fuerza de trabajo y garantía de sucesión, eran con frecuencia víctimas de una elevada tasa de mortalidad infantil: nacían muchos, pero pocos llegaban a la edad adulta. Hambres y otras carencias, enfermedades y los problemas de higiene debidos a la suciedad y estrechez de las viviendas campesinas, provocaban tal mortalidad en niños y recién nacidos que, a pesar de los muchos nacimientos, las familias quedaban reducidas a un pequeño número de vástagos. Aun así, los historiadores insisten en el aumento progresivo del promedio de hijos vivos por pareja fecunda desde el siglo X al XIII, época en la que este promedio se sitúa entre dos y tres. Los niños en la Edad Media, protegidos de un modo especial por su vinculación a los muertos, como intermediarios entre los seres vivos y los del más allá, según las creencias campesinas, veían regulada su niñez por disposiciones locales, inspiradas en normas canónicas, que marcaban a los padres unas pautas de conducta respecto a los hijos. La infancia propiamente dicha, bajo el cuidado de la madre, duraba hasta los siete años, edad en la que los hijos pasaban a la niñez; y ya podían ser prometidos en matrimonio o encaminados hacia el estado clerical, según la voluntad de los padres. Esta era una etapa sometida a la figura paterna, que esperaba a la pubertad, declarada a los catorce años si era varón, o doce si era hembra, para confirmar sus acuerdos, aunque no alcanzasen la mayoría de edad hasta los veinticinco años. La tutela del padre subsistía mientras no abandonaran la casa familiar.

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Pasada la infancia , el padre asume la «formación » de los hijos , intentando encauzar actividad para que , en el espacio más corto de tiempo , lleguen a convertirse en fuerza trabajo imprescindible para el buen funcionamiento de la casa. A través de pequeños trabajos les va familiarizando progre sivamente con el manejo de aperos, en el trato de los animales domé sticos ; en suma, con las leyes de la vida agraria,

su de los sin

Los niños arrojaba n una elevada tasa de mo rtalid ad : nacían mucho s pero pocos llegaba n a ad ultos . Viñetas de la cantiga 21, que rep resen tan el milagro de la Virgen resucitando a un niño . Biblioteca del monasterio de El Escorial

olvidar insertarlo s, conforme avanza su edad, en los comportamientos sociales típico s de la aldea. En lugar es de re serva señorial suelen trabajar desde edades muy tempranas en la casa del señor; mientras cooperan con e l padre , al mismo tiempo , en tarea s menores , como espigueo de los campos ya sega do s, o en la custodia de l rebaño.

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La hija , en contraste con el hijo del que se espera una contribución a la economía familiar más eficaz y activa , sufre desde la cuna la desestimación de la mujer propia de la época. Incluso parece que era destetada antes que el varón ; hecho que justificaría en parte la acusada mortalidad femenina en este período 36• Dedicada como zagala al pastoreo , su único y presumible futuro será el matrimonio ; y, por ello , la madre , con más competencias ante las hijas que ante los hijos , procura ya desde su niñez adiestrarla en los menesteres que le serán afines . Todo parece indicar que la hija sólo es valorada cuando los progenitores piensan en la vejez o en la enfermedad , y desean para entonces los cuidados de una hija en vez de los de un hijo: Pero crece, mi hijita, futuro báculo de tu padr e en la quejo sa vejez ; cuando la vista se nieble , atiéndelo diligente y le serás de más ayuda que un hijo . (La hija natural, Gualtero de Chatillón) 37•

Sucesión y herencia en la comunidad familiar .

La permanencia institucional de la familia a lo largo del tiempo se hace realidad , entre otros factores , a través de la sucesión y de los mecanismos de la herencia . Aunque los núcleos familiares tienen su propio patrimonio y actúan como propietarios de sus bienes , de hecho las distin tas familias de una misma parentela se apoyan en un sustrato económico común , constituido por la comunidad patrimonial de la familia , cuyo principio es mantener se a salvo de cualquier operación económica que implique la dispersión de los biene s patrimoniales fuera del círculo familiar. Esto no obsta para confirmar , a través de la documentación de la época , el protagonismo del grupo económico familiar compuesto por padres e hijos .

La sucesión y herencia en la comunidad familiar estaba regulada por los Fuero s. En la imagen, viñetas de las Cantigas (Códice Rico. 89 c-d) en las que se ven la escena del parto y la presentación del niño a los familiares

Los Fueros regulan con precisión todo lo concerniente a los mecanismos de la herencia, y, partiendo de un sistema de sucesión directa de ascendiente s a descendientes o viceversa, cuidan de un modo especial que la división entr e hermanos se haga a part es iguales o , al meno s, en la forma más equitativ a posible . E n el espíritu de los Fueros también está latente la defensa, conservación e incremento de la unidad patrimonial, al menos mientr as los hijos perman ezcan solteros; después , al formar cada

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uno su propia familia, voluntariamente, podrán permanecer unidos al primitivo grupo o desgajarse del mismo para constituir una distinta con su nuevo núcleo. No obstante, la pervivencia de la unidad patrimonial, con la puesta en común de los bienes heredados por los padres, debió ser muy corriente en estos siglos; máxime si, como parece, el mantenimiento de la comunidad de bienes tenía ventajas de tipo fiscal. Cuando los grupos familiares adquieren grandes proporciones, la situación se hace insostenible; las dificultades y los problemas jurídicos se acumulan; y la disgregación en nuevos grupos económicos familiares se afronta como la única solución posible. En caso de orfandad, los parientes más cercanos, y en última instancia la ley, tutelan a los menores de edad 38 •

IV.

EL RITMO DEL TIEMPO: EL CALENDARIO AGRÍCOLA

El campesino de los calendarios parece transmitir la imagen del pequeño propietario que, libre o dependiente de un señor, detenta el dominio útil de la tierra. Muchos campesinos, ciertamente, viven como criados en casa de un señor, o prestan su trabajo como jornaleros con carácter temporal. Aquí, sin embargo, el protagonista de la historia será el campesino, padre y cabeza de familia, que, al margen del sistema socio-jurídico imperante, dirige la unidad económica familiar. Así, bajo sus órdenes, la familia campesina dedica toda su actividad a la pequeña explotación, cuyos rendimientos, lejos de producir unos beneficios, aspecto desconocido en la economía campesina, tan sólo aseguran, con dificultades y contratiempos, la pervivencia familiar, cubriendo sus necesidades alimenticias y proporcionándole los bienes básicos de indumentaria y utillaje. Sin duda el entramado «casa y familia», con el trabajo de todos sus miembros, configura las unidades de producción y consumo que sustentan la vida agraria medieval 39 • Y así lo refleja la villana en el verso: Señor, todo mi linaje y familia veo ir y venir a la podadera y al arado ... pero hay quien se hace caballero y debería labrar la tierra los seis días de la semana. («El otro día cerca de un seto», Malcabrú) ..".

Los calendarios agrícolas del románico hispano, sin dejar de atenerse a unas fuentes literarias o a unas tradiciones artísticas que confieren cierto convencionalismo a la imagen, recogen y plasman, a veces con precisión, tipos y formas de cultivo que, con el apoyo de otras fuentes, resultan reveladores de los sistemas y formas de producción características de la época. Así pues, calendarios como el de Beleña de Sorbe, el del monasterio de Ripoll, San Isidoro de León y otros más, esparcidos por el románico rural de la Península, serán aquí el hilo conductor que permita una aproximación al trabajo del campesino, anclado en la tierra y regido por los ciclos agrícolas 41 •

La arada y la siembra. Pocos calendarios reflejan la labor del arado y la siembra que inicia el ciclo agrícola, quizá ante la dificultad de situar el trabajo, repetido varias veces al año, en una época precisa, condicionada además por los diversos tipos de cultivo y dependiente de las variaciones climáticas.

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En realidad , desde finales de septiembre, desde las fiestas de San Miguel , el campesino simultanea la arada y las siembras con los trabajos propios de la vendimia. Pero en los calendarios la sementera suele aparecer en el mes de noviembre , cuando ya han acabado en parte las labores vitícolas y el campesino ultima la preparación de los suelos para que reciban las semillas de invierno. En Beleña de Sorbe , en el mes de noviembre , se representa el arado y la siembra: el campesino se dispone a esparcir la semilla desde una bolsa o saco sujeto en su brazo izquierdo ;

Desde las fiestas de San Miguel , a finales de septiembre. el campesino simultaneaba la arad a y la siembra con la vendimia . Labrador prep arando el suelo para la siembra . Calendario de Beleña de Sorbe. Guadalajara

mientras que una pareja de bueyes uncida por el yugo y preparada para amelgar la tierra , se halla dispue sta para tirar del arado que permanece en reposo 42 . La escena alusiva a la sementera del cereal de invierno rubrica la importancia de este cultivo en la producción agraria medieval , como ingredient e básico en la dieta alimenticia , y sustancial , por tanto , para el mantenimiento de la familia campesina. El cereal de invierno es el grano panificable , primordialmente el trigo , no tanto por las condiciones de suelo y clima , a veces poco favorables , como por las exigencias del señor , que reclama pan blanco para su mesa. Cebada y centeno, en cambio , de cultivo poco exigente, debían ocupar menos terrazgo , a pesar de que resultaran más útiles por su fácil adaptación al consumo animal y humano ; máxime si, como parec e, el campe sino consumía fundam entalment e pan de centeno , pan negro , y tranquillón, una mezcla de trigo y otros granos.

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Aunque no aparezca un paisaje de fondo, la escena se puede situar en la zona de terrazgo, segunda franja paisajística en torno a la aldea, dedicada al cereal y la vid. Los campos adoptaban formas regulares e indistintamente aparecen cercados o abiertos; es decir, sin setos o vallas protectoras, según estuviera regulada la actividad ganadera de la región, ya que en las tierras cerealícolas las cercas sólo tenían razón de ser como forma de preservar las parcelas de la penetración de los animales 43 • Como en el resto de las zonas mediterráneas, secas y de suelos ligeros, en los campos cerealeros de la Península predominó el sistema de año y vez que alternaba cultivo y barbecho. Se sembraba un año el cereal; pero una vez recogido el fruto, en el otoño siguiente, no se volvía a sembrar. Los ganados entraban a pastar en el espigajo; y las tierras se dejaban en descanso para que se nitrogenaran y recuperaran la humedad perdida por el cultivo. Era el barbecho, que preparaba la sementera del nuevo otoño. Sin embargo, cabe imaginar que los campesinos organizaran el ciclo de siembras según las tradiciones agrarias, la calidad del suelo y las condiciones climáticas; y que en tierras marginales, en las más pobres, donde no se podía practicar el año y vez, realizaran el cultivo al tercio, en el que se alternaba el grano con un año de erial y otro de barbecho. Mientras, en zonas más húmedas y fértiles, la producción de cereal de invierno se asociaba a las gramíneas de primavera o a las legumbres, proporcionando así grandes ventajas al campesino: la reducción de los barbechos, cierto escalonamiento en los trabajos agrícolas y mejor utilización de la mano de obra y del utillaje disponible 44 • El arado, formado por el útil y el tiro de bueyes, equipo especialmente valioso en el seno de la economía rural, cobra aquí, en Beleña, singular relevancia. Se observa el tipo de arado deslizante y ligero que, especialmente apropiado para los suelos mediterráneos, secos y poco profundos, tan sólo quiebra y desmenuza la capa superior de la tierra. Realizado en madera, permite ver el timón, la cama curva y la esteva, dejando oculto el dental que se desliza por el suelo para abrir el surco, y que en su punta se remataría con el único refuerzo de hierro: la reja. La yunta, de dos bueyes, revela, por su parte, la importancia de estos animales en los trabajos agrícolas de la época. A pesar de su lentitud, ofrecían las ventajas de su fuerza, su fácil mantenimiento y su propio valor como animal de cría o de carne, una vez que no pudieran tirar del arado. Ante la escasez de avena, propia de estos campos, se descarta la utilización del caballo en el laboreo; y, aunque cabe la posibilidad de que el asno y la mula fueran incorporados a las tareas de labranza, su uso, al parecer, quedó relegado a la locomoción y al transporte. Un minucioso y detallado yugo cornal, que se une al timón, permite comprobar cómo la coyunda o soga atada a los cuernos, ya desaparecidos, reposa sobre unas almohadillas o meleneras destinadas a evitar el roce de las correas de cáñamo, esparto o cuero sobre la piel de los animales. Es tal la importancia y significación del arado en la vida rural que la propia tierra se mide en aranzadas (extensión de tierra que podía trabajar en un día un hombre y una pareja de bueyes, equivalente a un acre); y la posesión de tan preciado apero presupone para el campesino un elemento básico en la estratificación social de la comunidad. Sin embargo, frecuentemente, recurrirán al tiro del señor, si lo hubiere; puesto que no muchos campesinos disponían de animales de labra para trabajar los campos; e incluso algunos puede que ni lo necesitaran al no tener tierras suficientes para hacer uso del arado. Por ello, a veces, dos o más hogares unían sus bienes, que individualmente eran escasos, para aumentar y compartir terrazgo, aperos y ganado 45 • Asimismo en Beleña, entre hombre y yunta, sobre una piedra, descansa la aguijada, con punta y gavilán en sus extremos, que sirven para picar a los animales y para limpiar y desbrozar el arado.

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En todos los hogares había una pequeñ a cabaña ganad era , que servía de complemento a la modes ta economía familiar. Pastor con sus ganados . Det alle de las pintur as del techo del Panteón Real. Colegiata de San Isidoro . León

La cabaña campesina y el rito de la matan z a. La mayoría de los calendarios, sin embargo, repre sentan en el mes de novi embre la matanza del cerdo , recogiendo la costumbre campesina de sacrificar al animal durante este mes , o en los primeros días de diciembre , con el fin de proveer sus despensas de carne cuando ya el frío era inten so y resultaba más fácil su con servación . En todos los hogares debía existir una mod esta cabaña, según el pasto disponible , que servía de complemento a su economía. Porque no sólo era fuente de alimentación; también les proveía de abono y, en caso de contar con algún animal de labor , incrementaba considerablemente el rendimiento del trabajo familiar . En consecuencia, a vacas y bueyes se destinaba el mejor forraje. La pequeña cabaña les permitía reunir , asimismo , productos alimenticios básicos y necesarios. Con la cabra y la oveja , tambi én apreciada por su lana , ambas de fácil mantenimiento en el ejido y las barbecheras , satisfarían sus nece sidades de leche , y podrían disponer, acabada su vida útil , como con los bóvidos , de carne y pieles para hacer cueros. Algunas aves de corral les proporcionarían huevo s, que, quizá , sirvieran para pagar rentas en especie . Y unas colmenas les compensarían con miel , materia edulcorant e altamente estimada. El cerdo , no obstante, era el animal más preciado de la economía campesina , ya que constituía la principal fuente de carne. Ni su cría ni su alimentación exigían dema siadas atenciones ; y, además, en poco tiempo, alcanzaba la mad urez suficien te para ser sacrificado. Esta debe ser la

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causa de que la matanza aparezca con insistencia en los calendarios y que incluso algunos, como el de Ripoll o el de San Isidoro de León, lleguen a plasmar, en el mes de octubre, la montanera, cuando el porquero sacude las ramas de encina para que las bellotas caigan al suelo y el animal pueda así cebarse. Tal como recogen las fuentes iconográficas, los puercos tendrían gran semejanza con los jabalíes: cabeza alargada, de hocico prominente, patas altas y delgadas y cuerpo recubierto de pelos fuertes y tiesos, que se erizaban sobre el lomo en forma de crin. Asnos o mulas y perros complementarían, presuntamente, la cabaña campesina. Unos serían los animales idóneos para el transporte y la locomoción; los otros cumplirían importantes servicios como acompañantes de caza y salvaguardas del hogar y el rebaño 46. El reposo invernal.

En diciembre, enero y febrero, la representación del banquete de Navidad o el campesino calentándose al fuego, aluden a la inactividad y al reposo propios de los meses de invierno. Algunos calendarios, sin embargo, hacen referencia a ciertos trabajos, complementarios para la economía doméstica, como aprovisionarse de leña o elaborar quesos, que sitúan al rústico, y no de modo fortuito, en el marco donde se mueve básicamente en invierno, entre el bosque y el hogar. La espesura del bosque, a pesar de las limitaciones impuestas por concejos o señoríos, era el lugar al que todos acudían para aprovisionarse: el herrero, de carbón para su fragua; el cura, de cera destinada a velas y cirios; el campesino, de leña y madera para su casa, sus aperos y sus cercas; cuando no acechaba animales o recolectaba frutos silvestres. Justamente en esta figura, aprovisionándose de leña, se detienen los calendarios de San Claudio de Olivares (Zamora) y Santa María de Ripoll, en los meses de diciembre y enero. También en el bosque y en invierno, aunque no aparezca en los calendarios, el campesino practicaba la típica caza de subsistencia capaz de asegurar cultivos y ganados, y proporcionar al tiempo carne y pieles necesarias para la indumentaria y el equipamiento doméstico. De igual modo, como sugieren muchos capiteles románicos, se debían organizar monterías, dirigidas por el «montero» a toque de bocina o cuerna, y encaminadas a capturar jabalíes, osos o venados con la ayuda de los perros. Pero en este caso ya no se trataba de una acción de caza aislada, emprendida por el campesino de un modo individual y anárquico, sino más bien de la unión de varios hombres de la aldea que, por iniciativa del señor o de la propia comunidad, acudían en grupos a batir alimañas cuya captura suponía, para unos y para otros, una fuente de recursos digna de ser tenida en cuenta. En el mes de febrero el campesino también se aproximará al río buscando en los peces el alimento sustitutorio de la carne para los días de la cuaresma 47 • En contraste y como complemento a las tareas peculiares del invierno, el calendario de Ripoll, en el mes de febrero, le recluye en la casa elaborando quesos junto a su mujer. La escena permite recordar que el campesino en la invernada realiza múltiples actividades manuales. Fabrica o repara, con el material recogido en el bosque, los útiles de labranza y vendimia ya desgastados, muchos de madera y de tan fácil elaboración que, cuando requerían alguna pieza complementaria de metal, los llevaba al herrero prácticamente confeccionados. Debía atender además al posible arreglo de la vivienda, a su equipamiento, a la confección de cestas y cuévanos o a las necesidades de indumentaria; aunque muchos de estos trabajos fueran compartidos por la mujer y los hijos.

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Los calendarios olvidan, sin embargo, que el rústico y su familia, en los meses de invierno, dedican parte de su tiempo libre a actividades y reuniones de carácter festivo con amigos y vecinos 48. Labores de primavera.

En el mes de marzo el campesino sale del hogar y vuelca de nuevo su cuerpo en la tierra para ocuparse del laboreo propio de la primavera. Debe acondicionar el huerto, mantener cierta vigilancia sobre el cereal, para que cardos y malas hierbas no inunden los sembrados, y atender a los animales que ahora requieren salidas más frecuentes en busca de los nuevos pastos. Además, como en este momento se alzan las rastrojeras, y el ganado abandona las tierras en barbecho, las propias barbecheras exigen el inicio de una serie de rejas imprescindibles para las siembras siguientes. Sin embargo, los calendarios reflejan tan sólo la poda de la viña, posiblemente porque la vid, junto al cereal, era ingrediente primario de la alimentación y se extendía con prodigalidad por todos los terrazgos. Al parecer, casi todas las tenencias campesinas tenían alguna porción de tierra dedicada al cultivo de la vid; y el vino, por ordinario y peleón que fuera, nunca faltaba en el consumo familiar como bebida confortante y calórica. En Beleña de Sorbe y en San Isidoro de León, con una asombrosa fidelidad al apero característico de la poda, se recoge la acción del campesino que, tras una primera cava y el abonado, cercena la planta para favorecer el crecimiento de las ramas productivas. La podadera, instrumento cortante de hoja curva y ancha, comporta, además, como se puede observar, los elementos necesarios para llevar a cabo todas las operaciones de la poda: el gancho, remate del instrumento, para extirpar sarmientos inútiles; el filo, para cortar las ramas con frutos; y el talón, especie de hacha inserta en su dorso, para suprimir las partes muertas de la cepa. En vueltas posteriores, con la azada se aporcaban y desaporcaban alternativamente los pies de las cepas, para mejorar su crecimiento; y se tendría especial cuidado en impedir la aparición de sarmientos estériles, las serpias, nacidos tras la ya citada poda 49 • Pero el calendario de Ripoll es aún más valioso cuando se intenta ahondar, más allá del trabajo de la vid, en las ocupaciones propias de estos meses del año. En marzo el campesino insiste en el cuidado de la viña; aunque aquí, en vez de podar, cava con una azada la tierra de alrededor, compacta por el frío. En los meses siguientes, y esto es lo importante, continúa realizando quehaceres cotidianos, en sustitución de los símbolos habituales de abril y mayo, que, de un modo convencional, exaltan a la primavera en casi todos los calendarios. Así, en abril, acompaña a pacer al ganado en las dehesas, ya germinadas con las primeras lluvias de primavera, sugiriendo incluso que el campesino debe encontrarse en la zona de pasto y bosque, tercer círculo envolvente de la aldea, subrayada con árboles, desde la que puede contemplar los campos de mies situados en la franja inmediata, ya más cercana al pueblo. Y en mayo recoge con sus hijos la fruta temprana, ayudándose de una vara, en alusión al pequeño huerto donde se cultivaban, junto a algunos árboles frutales, legumbres y hortalizas que suponían, como la carne, una base importante de los alimentos que acompañaban al pan. El campesino destinaba a estos cultivos las tierras húmedas o de ribera más próximas al pueblo, con el fin de asegurar su riego. a veces con la ayuda de norias y molinos, y poder

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proporcionarles con facilidad, gracias a su cercanía a establos y corrales, el abonado conveniente. De cualquier modo, dada la escasez de su cabaña, encontraba grandes dificultades a la hora de estercolar las tierras. Debía restringir el abonado a vides y huertos, especialmente a estos últimos, y conformarse con el abono vegetal y animal que se producía en las aldeas con la mezcla, hollada por los animales, de estiércol, paja, hojas podridas, restos de alimentos y las propias deyecciones humanas. Con el pequeño huerto, casi siempre cuidado por la mujer, la familia se proveía de legumbres, de berzas también empleadas para el consumo animal, de tubérculos, como nabos, rábanos, cebollas, y quizá de alguna planta industrial, lino y cáñamo fundamentalmente, necesarios para las labores de hilar y tejer y para la confección de corderías. Entre los árboles frutales esparcidos por el huerto, manzanos, higueras, perales, ciruelos y nogales serían las especies más comunes; sin olvidar que la fruta temprana de Ripoll pudiera aludir a los cerezos 50 • Tras los ritos y fiestas de primavera, en junio el rústico siega el heno con la hoz dentada, a veces con guadaña, como en el calendario de Hormaza, con el fin de almacenar en los establos el forraje indispensable para los animales, cuando ya en invierno escasean los pastos del ejido y las barbecheras. La penuria de pastos naturales condicionaba la propia existencia de ganado, condenado muchas veces a ser sacrificado o vendido en parte, especialmente en la invernada, para salvar las reses imprescindibles en la economía familiar. Ante este problema dedicaba ciertas tierras a prados de siega o herrenales de gramíneas, destinadas específicamente a forraje, que en la proximidad de las aldeas, junto a los huertos, buscarían la frescura y la humedad de alguna hondonada. Serían pequeñas parcelas, posiblemente cercadas, como corresponde al aprovechamiento individual, donde sólo entraría el ganado para aprovechar las rastrojeras una vez el forraje hubiera sido segado 51 • Siega, trilla y vendimia.

En los meses siguientes los calendarios reflejan de un modo fidedigno la recolección del cereal y la vid. Este es un período crucial para el campesino, puesto que ahora, tras una climatología propicia o adversa, podrá hacer «cuentas» del rendimiento de sus tierras y asegurar en mayor o menor medida la alimentación y la propia supervivencia de él y de los suyos. Durante los meses de julio y agosto trabaja el cereal. Primero siega la mies con la hoz, procurando dejar una parte del tallo para que las cañas sirvan como rastrojo y acaben estercolando la tierra. La hoz, como se percibe en San Isidoro de León, solía tener el filo dentado, ya que el corte en «sierra» sacudía con menos fuerza las espigas maduras y reducía así la pérdida de grano. Las gavillas, una vez secas, se trasladaban a las eras para ser trilladas; momento que plasma el calendario de Ripoll cuando el campesino carga con la ayuda de su mujer un haz sobre sus hombros; aunque probablemente para estas labores de carga y traslado recurriera a la horca y al carro, como recoge el mes de agosto en la puerta de Hormaza, o incluso a los lomos de un jumento. En las eras utiliza indistintamente, según los calendarios, el mayal o el trillo arrastrado por bueyes. En León, en El Frago o en San Pedro de Treviño el campesino desgrana las espigas con el mayal, utensilio compuesto por dos palos, uno más corto que otro, unidos por una cuerda, cuya propia sencillez lo ponía al alcance de cualquier heredad por pequeña y pobre que fuera.

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El mayal era especialmente útil cuando, por razones climáticas, se trasladaba la trilla al interior de los graneros, como solfa suceder en zonas centroeuropeas. Pero cuando la trilla se realizaba en las eras, como ocurre en las áreas mediterráneas, la utilización de animales y trillos agilizaba enormemente esta labor. En Beleña, también en San Claudio de Olivares, el campesino realiza la parva con un trillo arrastrado por bueyes, en el que el tablero, de madera, tachonado en su parte inferior de puntas de pedernal o de hierro, requería para incrementar su rendimiento el peso del campesino, aquí sentado sobre él. El bieldo de su mano izquierda anuncia que aventará inmediatamente después, aprovechando un día soleado y ligeramente ventoso, para separar el grano ylapaja 52 • Septiembre y octubre están dedicados al laboreo de la vid; y aunque tradicionalmente los calendarios aluden a la vendimia y al trasiego del caldo, ambos aspectos no son más que un somero compendio de unos trabajos fatigosos y prolongados, que abarcan la recolección de la uva, su fermentación y el almacenamiento del vino ya en época próxima a la Navidad. En Ripoll, no obstante, retraen estas labores al mes de agosto, con la imagen del campesino y su hijo preparando los toneles que van a utilizar. La reparación de estos y otros recipientes se hacía normalmente, como ya se ha visto, durante el invierno; pero poco antes de la vendimia procedían a su limpieza y comprobaban su estado verificando si las barricas estaban debidamente enarcadas. En la recolección participa toda la familia, a pesar de que las representaciones ignoren este esfuerzo colectivo. Pero en cualquier caso, solo o acompañado, el campesino corta los racimos con las manos para depositarlos cuidadosamente en cuévanos de madera o mimbre; aunque cabe pensar que otras veces utilizaría el cuchillo o la podadera. Los calendarios centran la vinificación en el trasiego del vino del odre al tonel, cuando ya ha cesado la fermentación tumultuosa; y sólo algunas veces detallan más este proceso representando el momento de atestar las cubas con la ayuda de un embudo, como en El Frago, para suplir con mosto la merma del vino provocada por la fermentación 53• Con estas tareas se cumple y cierra el ciclo agrícola, que «parece consagrado en el tiempo cíclico del eterno retomo» (Le Goff). Y la naturaleza de nuevo se encamina hacia el invierno: Caen las hojas de las ramas. el verdor desaparece, el calor todo lo abandona y se va, pues el sol ha llegado a los últimos signos del cielo. El frío dai\a las cosas delicadas, la bruma hiere a las aves y la filomena se lamenta por todas ellas, porque les falta el calor del aire. No hay agujero sin agua. los prados carecen de hierba. el dorado sol se va de nuestra tierra. Se acercan los días de nieve y las noches frías. (Paisaje de despedida, atribuido a Golfas)

V.

'-4.

LAS CONSTANTES DE LA VIDA DIARIA

El yantar cotidiano.

En la España cristiana de los siglos XI y xn el aumento progresivo de la superficie dedicada al cereal, provocado en parte por la roturación y el desmonte inherentes a las nuevas conquistas, y también por el crecimiento natural de la población, determina un tipo de sustento basado, como en gran parte del Occidente europeo, en los derivados del cereal.

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El pan de centeno o tranquiUón era, como ya se ha visto, la base de la comida campesina. Sin embargo , su elaboración, con algún elemento en forma de fermento o levadura que esponjara la masa , exigía la utilización del horno comunal, o el del señor si lo hubiere , ya que las casas de la aldea carecían habitualmente de hornos . Incluso en algunos calendarios agrícolas el pan del banquete navideño presenta una marca incisa como referencia al signo de identificación , que permitía a cada familia distinguir sus hogazas cuando se cocían en el horno colectivo.

El vino era la bebida cotidiana, sust ituido por la sidra en determinadas zonas del norte de España . Escenas de la siega y la vendimia ; abajo , un lagar para pisar la uva . Miniaturas del Comentario del Apocalipsis, del Beato de Liéba na. Museo de la Catedral , El Burgo de Osma , Soria

Pero también en el fuego del hogar se cocinaba asiduamente el cereal. Las gachas, por ejemplo, de grano machacado , cocido con agua o leche y un ribete de sal, constituían el hervido más corriente; a veces transformado en tortas , cuando una parte de las mismas se tostaban fuera de la olla. Sin embargo, la comida diaria no carecía de carne; aunque , como las hortalizas y las legumbres , no fuera su ingrediente fundamental , sino el companagium, es decir , el alimento ingerido en menos cantidad , que acompañaba al pan. La carne de cerdo era sin duda la más preciada de la época, posiblemente por su acumulación de grasa; pero , asimismo, al margen de su calidad y buen sabor , el cerdo era el animal destinado a la alimentación más rentable y útil de la cabaña campesina: aparte de la carne y el tocino , se aprovechaban las vísceras , la corteza y la sangre; y la propia carne constituía el componente básico del embutido , producto favorecido por las buenas condiciones de conserva que se generaban en el hogar .

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En proporción menor, y sólo cuando el animal dejaba de ser útil, se consumía carne de vaca, de reses menores o aves de corral; sin despreciar, como es obvio, la carne de ciertos animales salvajes capturados en los días de caza. El pescado, en cambio, ya fuera de mar o de agua dulce, solía ser el manjar preferido de los días de vigilia ante la prohibición de comer carne y productos lácteos. Huevos, leche y queso forman también parte del yantar común, correspondiéndole al queso, además, un lugar especial, digno del mejor bocado, cuando el campesino invitaba a compartir su mesa; en tanto que verduras y legumbres, frescas o secas, condimentaban con frecuencia el guiso de la noche, quizá porque ambos productos, como la misma fruta, con su valor nutritivo y calórico, reconfortaban el estómago del campesino tanto como un pedazo de carne. El vino era la bebida cotidiana, sustituido por la sidra en determinadas zonas del norte de España. Mientras que el hidromiel, mezcla hervida y fermentada de agua y miel, de tradición romana, de usarse, tendría seguramente una aplicación medicinal. Se solía comer dos veces al día: en el desayuno o almuerzo (el prandium), y en la cena, llamada «sopar» en Cataluña. Eran las comidas más copiosas. Pero no hay que descartar una colación intermedia, más frugal, al mediodía, aproximadamente en la «hora sexta» 55• El espectro de la enfermedad.

Precisamente muchas enfermedades en la Edad Media tienen su punto de partida en este sistema de alimentación, tan falto de proteínas y vitaminas, que, aparte de generar problemas de crecimiento, malformaciones óseas, afecciones cutáneas o infecciones, predisponía al contagio en el momento mismo en que se desataba cualquier «peste» o enfermedad epidémica. Estos eran simplemente los problemas derivados de la malnutrición; sin contar otros muchos momentos, aunque sólo fueran a nivel regional, no continental, en los que, tras períodos climáticos adversos, las malas cosechas, apenas superiores a los granos sembrados, provocaban tales hambrunas que los campesinos pobres se veían obligados a alimentarse de cualquier cosa que sus estómagos pudieran digerir: alforfón, castañas molidas y hervidas, cortezas de árbol o hierbas silvestres. Las consecuencias eran dramáticas y se ponían de manifiesto a través de una gran mortandad. El espectro, pues, de la enfermedad y de la muerte estaba siempre presente en el horizonte del campesino cuyas condiciones de vida, además, incrementaban la debilidad y la indefensión de su organismo ante la amenaza de cualquier dolencia: las casas eran frías y húmedas; su indumentaria, insuficiente para combatir el frío; la suciedad y el hacinamiento de las viviendas, propicios a la proliferación de ratas, pulgas, piojos y otros agentes transmisores de enfermedades, que debían pulular normalmente entre sus ropas y a su alrededor. Y ante la falta de protección de fuentes y pozos, utilizarían muchas veces aguas contaminadas 56 • No es extraño, por tanto, que en la España cristiana de los siglos XI y xn el término medio de vida superase en muy poco los cuarenta años 57• En el «Poema Piers the Plowman», interesante visión del mundo rural en el siglo XIV. se cita una serie de enfermedades que parecen comunes en el devenir de la vida cotidiana: ... fiebres y flujos, catarros y fiebres corales. calambres y dolores de muelas. reúmas y llagas purulentas. bilis y viruelas, accesos ardientes,

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LA VIDA CAMPESINA y pústulas sarnosas, frenesíes y males terribles: