Historia de España [10.2] 9788423948000, 8423948005, 9788423948277, 8423948277, 9788423949984, 8423949982, 9788423989010, 8423989011

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Historia de España [10.2]
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HISTORIA DE ESPAÑA MENÉNDEZ PIDAL TOMO X

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HISTORIA DE ESP ANA ,

MENENDEZ PIDAL

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DIRIGIDA POR

JOSÉ MARÍA JOVER ZAMORA

TOMO X

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LOS REINOS CRISTIANOS EN LOS SIGLOS XI Y XII VOLUMEN II

ECONOMÍAS SOCIEDADES INSTITUCIONES POR

HILDA GRASSOTTI, LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ, ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE, ELOfSA RAMÍREZ VAQUERO y AGUSTÍN AL TISENT

ESPASA-CALPE, S. A. MADRID

199 2

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PROPIEDAD

© Espasa-Calpc, S. A., Madrid, 1992 Impreso en Espai\a Printed in Spain Depósito legal: M. 153-1958

ISBN 84-239-4800-5 ISBN 84-239-4813-7

(Obra completa) (Tomo 10, 2.ª)

Talleres gráficos de la Editorial Espasa-Calpe, S. A. Carretera de Irún, km. 12,200. 28049 Madrid

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COLABORADORES DEL PRESENTE VOLUMEN HILDA GRASSOTTI, Profesora de Historia de Espafia en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Académica correspondiente de la Real Academia de la Historia. LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ, Académico de Mérito de la Academia Portuguesa de la Historia. Profesor Emérito de la Universidad Autónoma de Madrid. ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE, Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Navarra. ELOÍSA RAMÍREZ VAQUERO, Profesora de Historia Medieval en la Universidad de Navarra. AGUSTÍN AL TISENT, Monje del Monasterio de Poblet (Tarragona). Académico de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona.

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LEÓN Y CASTILLA PARTE SEGUNDA

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ORGANIZACIÓN POLÍTICA, ADMINISTRATIVA Y FEUDO-VASALLÁTICA DE LEÓN Y CASTILLA DURANTE LOS SIGLOS XI Y XII POR

HILDA GRASSOTIT

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CAPÍTULOI

EL ESTADO

SUMARIO: l. Su concepto: ¿Patrimonial? ¿Feudal? ¿De cardcter polltico? - 11.Su estructura jurldica. - l. La soberanía regia. - 2. Deberes de naturaleza de los súbditos. - III. Sus transformaciones. - l. Avances vasallático-señoriales y réplica de la realeza. - 2. Recepción del Derecho Romano. - IV. Sus fines. - l. La guerra contra el moro. - 2. Vivificación del país. - 3. Mantenimiento de la paz. - 4. Fijación del Derecho: su formulación. 5. Protección a la Iglesia. - V. Sus órganos. - l. El poder real. - A) Régimen sucesoria! y «ordinatio principis,o.- B) Títulos reales: el Imperio. - C) La «iussio regis». Sus proyecciones. - a) Repobladoras. - b) Legislativas. - c) Judiciales. - d) Eclesiásticas. - e) Administrativas y fiscales. - D) El coto regio. - E) La ira regia. 2. Colaboradores del rey. - A) Oficiales superiores del «Palatium». - B) La Curia regia. - C) Las Cortes: su origen. - 3. Delegados del rey. - A) «Comites», «potestates» y «tenentes». - B) El «dominus villae». C) Funcionarios subalternos. - a) El merino. - b) El sayón. - 4. Limitaciones del poder real. - A) Delegaciones permanentes: la inmunidad y el señorío. - B) Interferencias vasallático-beneficiales. - C) Exenciones concejiles. - D) Las Cortes frente al rey. - VI. Sus medios. - 1. La Hacienda. - A) Panorama general de la fiscalidad. - B) El botín. - C) Las parias. - D) El «petitum». - E) La moneda. - F) La moneda forera. - 2. El Ejército. - A) La capitanía real. - B) Deberes de los súbditos. - C) Exenciones nobiliarias. - D) Las milicias. a) Reales. - b) Señoriales y vasalláticas. - c) Concejiles. - E) Las Órdenes Militares. - F) Gastos bélicos. - G) Paces y treguas. - 3. La Justicia. - A) El tribunal regio: organización y facultades. - B) Los tribunales de los oficiales reales. - C) Las asambleas judiciales.

l.

SU CONCEPTO: ¿PATRIMONIAL? ¿FEUDAL? ¿DE CARÁCTER POLÍTICO?

Es muy difícil fijar los lineamientos precisos del Estado durante los dos escasos siglos que median entre 1037, fecha de la muerte de Vermudo III, el último monarca de la dinastía que suele llamarse pelagiana, y el advenimiento al trono de Femando III. Siempre ha sido compleja la idea del Estado en los pueblos del Occidente europeo en la Edad Media. Hace muchas décadas preocupó a grandes historiadores. No dejó de interesar a algunos estudiosos españoles. No hay razones suficientes para negar el título de un Estado de derecho a la monarquía visigoda. La estructura de las relaciones entre las organizaciones centrales rectoras de la misma y el pueblo fueron indudablemente de derecho público. No mermó esa realidad la existencia en tomo al rey de los grupos a él ligados por vínculos personales. Aludo a los fideles y gardingos. Ni su número ni su situación jurídica bastan a otorgar una silueta precisa a la vida del Estado. Se ha demostrado la existencia de un prefeudalismo visigodo. ¿No contribuirían los vínculos que enlazaban a esos grupos prefeudales con el príncipe a asegurar la autoridad del mismo en el

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HISTORIA DE ESPAÑA

complejo juego de las relaciones del jefe del Estado con los súbditos? Me inclino a contestar afirmativamente a esta pregunta. Luego las singularidades históricas del asturorum regnum, primero, y del reino astur-leonés, después, antes fueron propicias a afirmar que a atenuar el poder real y, por ende, la articulación que estoy llamando estatal por hallarse regida por relaciones que he denominado de derecho público. Aunque de facto se produjeran levantamientos nobiliarios, la crisis social que determinó la ruina de la monarquía visigoda y el comenzar de nuevo la formación de fuerzas marginales que hubieran podido desvirtuar la vieja concepción, me parece que se afirmó ésta. La decadencia de la monarquía leonesa en la segunda mitad del siglo X y la escisión definitiva por entonces de Castilla hizo tambalear a lo que creo la articulación política del reino. Pero no encuentro testimonios de que de iure la transformasen. Los últimos reyes de León quizás comprendieron el peligro de lo que podríamos llamar feudalización de la monarquía con el desdibujamiento de la autoridad soberana. Tal vez por ello buscaron apoyo especial en dos ideas: una, la exaltación del poder real por cima de las viejas fórmulas fermentando la concepción del imperio porque el monarca en su condición de imperator se colocaba más allá de todas las flaquezas fácticas que la realeza padecía. Y además acudiendo gustosos a la tradición gótica con citas frecuentes de la Lex Visigothorum particularmente con ocasión de las revueltas nobiliarias. Vermudo II y Alfonso V no sólo se titulan imperatores, sino que a cada paso mencionan concretamente la ley 11.1.6 (8) del Liber Judicum que castigaba los crímenes contra el rey y la patria. Con razón mi maestro Sánchez-Albomoz en un estudio inédito aún ha defendido la teoría de que la monarquía astur-leonesa constituyó un Estado de derecho público. ¿Cambió el rumbo de la organización política del reino con el acceso al trono del navarro Femando I? Dos peligros acechaban la perduración de la vieja estructura del Estado vigente hasta entonces: uno, el triunfo del patrimonialismo con el arraigo de la idea de que el rey podía disponer de la monarquía como de sus bienes propios; otro, el crecimiento del larvado prefeudalismo astur-leonés y su transformación en un régimen feudo-vasallático de tal envergadura que pudiese desvanecer la concepción ancestral del Estado. Es difícil que en los veintiocho años que reinó don Femando se hubiera realizado un cambio decisivo y se hubiese afianzado la concepción patrimonial del Estado. No podemos negar empero que a su muerte dividió el reino entre sus hijos. Si no hubiera hecho sino apartar las dos organizaciones políticas que vivían desunidas -y a veces enfrentadas- de León y Castilla, podríamos pensar en la necesidad de mantener separada la vida histórica de dos pueblos. Es tentador atribuir a la ascendencia navarra de Femando I la división patrimonial a que me refiero. A Sancho 111de Navarra sucedieron tres de sus hijos en la comunidad histórica que llegó a regir. Ramos Loscertales, en teoría aceptada por Lacarra, ha hecho observar que Sancho el Mayor se limitó a apartar políticamente, cara al futuro, las tres parcelas históricas que había gobernado. Y que no se puede hablar de su división del reino. No es lícito dar esa explicación al gesto de don Femando porque creó el reino de Galicia. Claro que ésta tenía una innegable personalidad dentro de la monarquía que la diferenciaba en verdad de León y Castilla. Mas no me atrevo a afirmar que Femando I tuviera una clara concepción de ese tríptico de pueblos que había regido durante casi tres décadas. ¿No influiría en la partición una quizás explicable devoción hacia el segundogénito don Alfonso? En todo caso no creo posible dar por firme la patrimonialización del Estado puesto que además los hados clementes volvieron a unir los tres reinos en la persona del futuro conquistador de Toledo. Su reinado constituyó un período clave de la historia española. Sufrió Alfonso VI, como es notorio, una gran influencia de las ideas y de las prácticas políticas ultrapirenaicas. Sus relacio-

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EL ESTADO

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Vermudo III , último rey leonés de la dinastía que suele llamarse pelagiana. Libro de Esuimpas, siglo x:m. Catedral de León

nes con Cluny , sus casamientos con princesas francesas , la internacionalización del régimen de la Iglesia, la colonización de la misma por prelados y monjes extranjeros , la llegada de peregrinos francos y de caballeros ultramontanos y especialmente el matrimonio de dos de éstos con dos de sus hijas no pudieron menos de provocar un deslizamiento de la vieja concepción estatal hacia las fórmulas feudales de la vecina Francia. Parecen acreditar ese deslizamiento en la vida del Estado la creación para sus dos yernos de dos entidades autónomas a la moda de los grandes ducados y de los grandes feudos de más allá de los Pirineos. Y la creación asimismo de un reino de Galicia autónomo para su nieto el futuro emperador Alfonso VII. Pero al mismo tiempo es también evidente el acrecentamiento fáctico del poder de los últimos reyes astur-leoneses por dos entrelazados procesos: la sumisión a tributo de los Taifas que llenó las arcas castellano-leonesas con cuantiosas sumas de dinares de Al-Andalus y que brindó, por tanto , a don Alfonso unas posibilidades de acción tentacular frente a las fuerzas eruptivas vasalláticas de la sociedad que regía. Y después la conquista de Toledo al asegurar el dominio de la zona de entre Duero y Tajo , afirmó , ¡y cómo! , la autoridad soberana . Su título /mperator Hispaniae proclama a toda voz la realidad de esa fortificación fáctica del poder real.

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HISTORIA DE ESPAÑA

Tal fortificación no podía menos de provocar proyecciones jurídicas de carácter estatal. El Cid arrojándose a los pies de don Alfonso, llevándose a la boca hierbas del campo y realizando otros gestos humildosos atestiguan que el gran vasallo que él era reconocía la suprema autoridad -me atrevo a decir pública- del príncipe. La idea de esa autoridad estaba en su mente y en la mente de los habitantes del reino. La supuesta o real sublevación del obispo de Santiago y de los nobles gallegos, en connivencia con fuerzas políticas foráneas, fue vencida por Alfonso VI no en función de poderes feudo-vasalláticos, sino de su autoridad soberana incluso invocando la ya citada ley 11.1.6 (8) del Liber Judicum para castigar a algún rebelde. Y dos testimonios muy cercanos a su muerte acreditan que los habitantes en el reino -un concejo y un magnate- reconocían sus deberes de naturaleza -retengamos la palabra-, es decir, de súbditos frente al monarca. El rey era el señor natural de los moradores de Lugo, renuentes en reconocer la autoridad del nieto de Alfonso VI en Galicia. Y cuando doiía Urraca reclamó la entrega de sus tenencias o gobiernos a todos los magnates del reino al ser repudiada por el Batallador, Pedro Ansúrez, que tenía tierras de éste tras haber prestado un homenaje vasallático, consideró deber primario el que le unía a la reina como señora natural, es decir, como encamación del Estado frente a sus deberes vasalláticos para con el aragonés. Esas ideas de naturaleza, de dependencia jurídico-política cara a la encamación de los poderes centrales, va a perdurar y a afirmarse. Lo acreditan una fuente poética (el Poema del Cid) y otra narrativa (la Chronica Adefonsi lmperatoris). El siglo XII presencia en León y Castilla la batalla entre las viejas tradiciones estatales de carácter público y el deslizamiento hacia articulaciones de tipo feudo-vasallático. Esa batalla es evidente durante el reinado de Alfonso VII, hijo de un borgoñón e imbuido de ideas europeizantes. Gustó de concertar vinculaciones vasalláticas dentro y fuera de Espafia, convirtiéndose en sefior feudal de los otros soberanos peninsulares -incluso de Alfonso Enríquez de Portugal- y de príncipes ultrapirenaicos. Recogía, sí, en parte una tradición de su abuelo; pero él la exaltó y amplió. No sé si su coronación como emperador representó una culminación de ese deslizamiento o por el contrario constituyó una reacción interior frente a la exacerbación de las articulaciones feudo-vasalláticas. Varios factores coadyuvaron a mantener la autoridad real por cima de tal deslizamiento. No cabe en modo alguno olvidar la flojera jurídica de la articulación sefiorial y vasallática del reino frente a la monarquía. Las concesiones beneficiarias de gobiernos y tenencias eran siempre, siempre, revocables y la revocabilidad superaba incluso la debilidad temporal del poder real. He aludido antes al caso de Pedro Ansúrez frente a la repudiada doña Urraca. La ira regia, por mí vinculada con tradiciones estatales visigodas y de muy frecuente uso por los soberanos leoneses y castellanos, ofreció a éstos una libertad de maniobra frente a cualquier vinculación fáctico-jurídica feudalizante de los magnates de su reino al poder desterrarlos sin apelación y sin extravasar mediante brutales medidas fórmulas legales. Ningún magnate podía hacer la más pequeña sombra al soberano y si él lo había hecho a su capricho podía deshacerlo. El amor del rey era la única clave de la vida jurídica de los magnates de León y Castilla. Aun en los momentos de máxima influencia ultramontana los monarcas siguieron dominando sin control la llanura vasallática castellano-leonesa. De otra parte importa recordar el crecimiento de la vida municipal -podríamos decir mejor de las organizaciones populares- en el reino de León y Castilla. Alfonso VI en su política defensiva frente a Navarra había otorgado ya fueros municipales fronterizos. Pero la conquista de Toledo al poner en manos de la monarquía la extensa zona comprendida entre Duero y Tajo determinó la creación de una serie de grandes concejos: Segovia, Ávila, Salamanca ... Esos concejos organizaron pronto milicias, milicias que en las

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EL ESTADO

El rey es considerado como la encarnación personal del Estado en la sociedad señorial castellana. Miniatura del Libro de Estampas en la catedral de León, con la imagen de Ordoño II

horas de crisis del gobierno de doña Urraca defendieron la frontera del reino . Aunque Toledo no tuviera organización municipal era un centro urbano de importancia innegable. El rey tuvo por tanto a mano fuerzas populares , bélicas y fiscales a un tiempo , que le permitieron contrabalancear el deslizamiento hacia una articulación estatal de tipo vasallático y mantener principios de derecho público en cuya base se encontraba la suprema autoridad del rey como encarnación del Estado. He aludido antes al triunfo de la idea de naturaleza. No obstante el crecimiento de las fuerzas feudo-vasalláticas en León y en Castilla en esa primera mitad del siglo XII , me parece seguro que triunfó la idea, todavía imprecisa y desdibujada pero firme, de que el reino era una comunidad regida estatalmente desde la cumbre por el poder soberano del monarca. Los propios vasallos a la moda europea del príncipe eran fáctica y jurídicamente muy inferiores y dependientes del mismo. Los dos regímenes , señorial y vasallático , tascaron el freno a lo que creo frente a la autoridad política del monarca. Su abuelo había feudalizado , podríamos decir , la moneda del señorío del Apóstol. Alfonso VII fue en cambio duro con Gelmírez . El Emperador dividió el reino entre sus hijos . ¿Retroceso hacia la patrimonialidad ? No sé . No puedo pensar en una oposición entre la Castilla conc ejil y el León y la Galicia señorial es como motivación de ese fraccionamiento . Aunque a veces en texto s leon eses asoma un a la par

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HISTORIA DE ESPAÑA

admirativo y envidioso juicio no siempre amical hacia los castellanos. Más que en un retroceso hacia la patrimonialización del Estado parece aclarar la división la realidad de que muerto su primogénito - le he sacado a la luz de la Historia- y no teniendo el rey sino dos hijos y habiéndoles dado el título de reyes dentro de su concepción mayestática del Imperio, se sintió forzado a entregar a cada uno de ellos en verdad una monarquía. Pero no creo que esta realidad baste para presentar al reino de León y Castilla como un Estado patrimonial. Nunca más en adelante aparece en él ni una larvada inclinación hacia esa concepción estatal. ¿Se diferencian o declinan hacia rumbos distintos en adelante León y Castilla? ¿Triunfa en ésta una afirmación de la idea del Estado como organización de derecho público por obra del auge que adquieren en ella las organizaciones municipales y por la no existencia ab origine de grandes señoríos ni de grandes vasallos? ¿Triunfaban entre tanto en el reino de León y Galicia, ésta como es notorio superfeudalizada, una concepción menos firme de la ideal del Estado? Si inicialmente se produjo ese deslizamiento, fue pronto frenado por la situación difícil -siempre los hombres haciendo la Historia- de Alfonso IX en los comienzos de su reinado. Ahí está la que mi maestro ha llamado «Carta Magna Leonesa» de 1188 dando perfiles acentuadamente públicos a la organización del Estado. Dura batalla entre las dos tradiciones. Alfonso IX, que acababa de otorgar a su pueblo una ley que no dudo en calificar de expresa proyección en la vida regnícola de ideas jurídico-públicas, besa la mano como vasallo de su primo el rey de Castilla. El triunfo sin embargo de la monarquía como una organización de derecho público se consolida en las décadas inmediatas. Otra vez el peligro islamita. A Alarcos y a Las Navas concurrieron no sólo las milicias señoriales y vasalláticas, sino las concejiles. Las Órdenes Militares afirmaron al cabo a lo que creo el poder real. El Derecho Romano que se recibió entonces en los dos reinos contribuyó a esa afirmación. Femando III llegó a ser rey en verdad por el voto popular de los concejos castellanos reunidos en el Prado de la Magdalena de Valladolid. El triunfo por sus gentes obtenido sobre los Laras le aseguró tras todos los zigzagueos que hemos marcado en un entrecruce de ascensos y descensos de las primitivas tradiciones estatales heredadas del reino visigodo. Castilla legó a la historia futura de España un Estado relativamente fuerte de iure más que de facto.

II.

Su ESTRUCTURA JURÍDICA l.

La soberan{a regia.

Organizado el Estado castellano-leonés como entidad de derecho público, importa fijar el contenido y los límites de la soberanía política -no vacilo en calificarla así- que el monarca ejercía. En todo el ámbito del país el rey tenía el poder de ordenar, prohibir y castigar. Estos derechos no se hallaban coartados por previas mercedes regias y alcanzaban a todos los habitantes en el reino cualquiera que fuese su jerarquía social y política. El rey determinaba la norma legal en función de la cual desempeñaba la triple potestad señalada y conforme a la cual se desarrollaba la vida jurídica de la comunidad. Pero claro está que podía variar tal norma a su arbitrio. El poder real siguió calificándose en sus comienzos de iussio regis y de potestas regis. En fecha imprecisa, tal vez muy avanzado el reinado de Alfonso VI, empezó a hablarse de la auctoritas regia; encontramos ya tal título en los días de doña Urraca. Más tarde, Alfonso VII, a lo que creo, introdujo la expresión regis maiestas; la he hallado por vez primera en un privile-

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EL ESTADO

La soberanía política en el Estado castellano-leonés consistía en el poder que el rey tenía de ordenar , prohibir y castigar sin coartarse por previas mercedes regias, alcanzando a todos los habitantes del reino sin excepción. Alfonso VI , según el Tumbo A de la biblioteca de la catedr al de Santiago de Compostela

gio de 1131 a los maestros y operarios de la catedral de Santiago y en seguida en el Fuero de Oreja de 1139. Aunque no perdió vigencia el viejo calificativo de potes tas regis, el de regia maiestas continuó empleándose por los hijos y nietos del Emperador ; incluso lo usó Femando III . Se había llamado también imperium, originariamente , al poder soberano en el reino de Asturias. Por contaminación con ideas ultrapirenaicas se consideró al cabo la voz imperator como un calificativo exaltante del poder real. Adquirió tal énfasis especialmente durante la decadencia leonesa, con el propósito de fortificar la vacilante autoridad regia. Le emplearon con más rigor de autenticidad Fernando I , Alfonso VI y sobre todo Alfonso VII. Los cronistas aludieron, a veces , a la regia soberanía calificándola de culm ina regni. El poder real estaba avalado por lo que fuera de España se denominó bann regius y en León y Castilla el coto regio ; es decir , por una penalidad singular que amparaba la llamada «paz del rey». La legislación y la tradición habían fijado el monto de las penas de los diversos delitos que pudiera cometer cualquier morador en el reino , monto que fue transformán-

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HISTORIA DE ESPAÑA

Doña Urraca sufrió numerosas revueltas a lo largo de su reinado, igual que los monarcas de la segunda mitad del siglo XII. Retrato de doña Urraca , siendo reina de Galicia . Tumbo A de la biblioteca de la catedral de Santiago de Compostela

dose con el curso del tiempo, a lo que creo, en función de los cambios y devaluaciones monetarias. Los quebrantadores de la pax regis debían satisfacer, originariamente al menos , 60 sueldos. Esta cifra se fue ampliando , como es natural, hasta lo inverosímil -mil áureos- a medida que avanzaba el proceso señalado. La pax en cuestión defendía al palacio real, los lugares donde el rey se encontrase y aquellos otros a los que el soberano concedía la ficción jurídica de su presencia. Ninguna personalidad por alta que fuese su jerarquía podía escapar a los mandatos regios; incluso a veces algunos reyes se permitieron castigar y encarcelar a ciertos prelados: eso hicieron Alfonso VI y doña Urraca con los arzobispos compostelanos Diego Peláez y Gelmírez, y doña Teresa de Portugal con el que ocupaba la silla bracarense . Paralelo a la paz regia era el amor del rey que incluía en el ámbito jurídico-legal a cuantos habitantes en el país no lo habían perdido. Su pérdida y, por tanto, la caída en la ira regis, según veremos luego detenidamente , colocaba fuera de la ley en cuanto rompía la vinculación normal de un hombre con la encamación del Estado , con el monarca. Implicaba el destierro y,

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EL ESTADO

a veces, la confiscación de los bienes. Constituía el máximo delito la traición al soberano y acarreaba naturalmente la máxima pena. La soberanía regia en la triple proyección antes mencionada -ordenar, prohibir y castigar- colocaba al monarca, suprema instancia de la vida pública, por cima de las organizaciones señoriales, vasalláticas y municipales. Claro está que del poder real habían ellas emanado. Y era lógico que pudiera dominarlas. Era el rey quien concedía un señorío, era el rey quien aceptaba a alguien como vasallo suyo y era el rey quien dictaba un fuero dando vida legal a un municipio. Pero el rey podía jurídicamente retirar un señorío (Alfonso VII amenazó a Gelmírez, arzobispo de Santiago, con despojarle del señorío del Apóstol). De la voluntad regia dependía la perduración de un vínculo vasalla] y, por ende., el disfrute de las tierras y honores que como recompensa el vasallo recibía: doña Urraca privó de ellas a Pedro Ansúrez y Femando 11,en los comienzos de su reinado, a un grupo de magnates encabezados por el conde Ponce de Minerba. Y la regia voluntad podía tomar a un municipio una parte de su término e incluso privarle de su autonomía otorgando señorío sobre él a quien bien le pluguiere. El rey resolvía los problemas que pudieran surgir entre diversos magnates laicos o eclesiásticos -recordemos los encontronazos entre los Laras y los Castros resueltos por Alfonso VIII a favor de los primeros- entre los moradores en un señorío y su señor -no olvidemos las prolongadas tensiones entre el concejo y el obispo de Lugo a lo largo de varios reinados- y entre municipios y señores o entre municipios limítrofes -el vencedor en Las Navas confirmó acuerdos sobre lindes y aprovechamiento de montes entre Guadalajara y U ceda, Cuéllar y Peñafiel, Valladolid y Peñaflor, Montalbán y Maqueda, Escalona y Talavera, Palencia y Dueñas ... - . El mismo monarca resolvió cuestiones diversas entre el maestre de Santiago y el concejo de Ocaña, entre el prelado de Osma y el concejo de San Esteban de Gormaz ... Alfonso IX solucionó un problema suscitado entre los monasterios de Gumiel y La Vid y dos señores. Sólo de facto se hallaba limitada esa triple intervención real en los tres regímenes, en cuanto no le era fácil despojar de un señorío a un magnate, ni interrumpir el vínculo vasallático que le unía a un gran señor, ni zaherir a un gran concejo (recordemos la irritación de Salamanca cuando Femando II repobló en sus términos Ciudad Rodrigo). Al rey correspondía como jefe del Estado la suprema potestad bélica. A ella se hallaban sometidos señores y concejos sin otras excepciones que las por él otorgadas. El rey ordenaba el inicio de las hostilidades, dirigía las campañas y concertaba la paz. La soberanía regia se extendía al mantenimiento de la paz pública. Al rey correspondía la alta justicia -según un cronista Alfonso VIII la ejerció potenter et sapienter hasta el fin de sus días- y el aseguramiento de la misma en todo el ámbito de la monarquía mediante la designación de delegados temporales -tenentesque él podía trasladar a diferentes circunscripciones e incluso privar de sus gobiernos. A fin de mantener la paz el rey podía naturalmente acudir a la violencia si el caso lo exigía. Los príncipes padecieron no pocas rebeliones abiertas o larvadas; podríamos alegar multitud de ejemplos. Ningún soberano estuvo exento de alzamientos y conjuras; entre las más famosas cabe citar la de Rodrigo Ovequiz contra el conquistador de Toledo; la de Gonzalo Peláez contra Alfonso VII. Doña Urraca sufrió numerosas revueltas y ni siquiera se vieron libres de levantiscos magnates los monarcas de la segunda mitad del siglo XII. Sólo tardíamente los reyes consintieron -digamos mejor un rey en un momento difícil- en establecer normas limitativas de su soberanía. Aludo a la llamada «Carta Magna Leonesa» que Alfonso IX de León hubo de otorgar en 1188. En ella aceptó incluso no «hacer guerra y paz» -los dos más firmes atributos de la realeza- sin el consentimiento de su curia.

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HISTORIA DE ESPAÑA

2. Deberes de naturaleza de los súbditos. Proyección y respaldo de la soberanía regia en un Estado de derecho ha sido siempre el deber de obediencia y lealtad de los súbditos, dentro de las prescripciones establecidas por la ley o por la costumbre. La relación de subordinación de los habitantes en el reino con el monarca derivaba primordialmente del nacimiento en el territorio del Estado y era, por tanto, un vínculo inquebrantable. Esa vinculación pública de los súbditos con el príncipe recibió primero el nombre de fidelitas y se llamó naturaleza. Esta relación que prefiguraba la moderna idea de la ciudadanía, venía de lejos. Es probable que procediese de la que unía a los moradores en el país con el soberano en lqs reinos germánicos surgidos sobre el Imperio Romano y a los habitantes en la España goda con sus príncipes. Todavía se usó el vocablo fideles para designar al conjunto de los moradores en el país en los días de Alfonso 111. Sabemos que en la España visigoda ese vínculo se ratificaba al advenimiento de cada nuevo monarca por el juramento de fidelidad que los súbditos prestaban en el acto solemne de la ordinatio regis. No tenemos testimonios de que ello ocurriera durante el período que me ocupa . Ni Sánchez-Albomoz ni yo hemos logrado encontrar ni siquiera un indicio de su realización a lo largo de los siglos x, XI y XII. Es perturbadora la noticia de que Alfonso VIII al comprobar que no podía ocupar de modo perdurable la Gascuíia absolvió a los nobles y al pueblo gascón del juramento y del homenaje que le habían hecho. ¿El vencedor en Las Navas había requerido a comienzos del siglo XIII el juramentum y el hominium en Gascuíia porque los nobles y el pueblo castellano lo prestaban de antiguo a los reyes? Permite contestar afirmativamente a esta pregunta el relato que nos brinda el acta de confirmación de los fueros de Guipúzcoa por Alfonso VIII en el año 1200. Llamado por los guipuzcoanos en su auxilio porque el rey Sancho de Navarra había querido sojuzgarles y elegir un juez para ellos, después que, por ellos ayudado, cruzó el río Gelavarreta y superó al navarro, le prestaron obediencia y juramento y le besaron la mano delante de sus optimates y prelados. No cabe imaginar que en las dos ocasiones se realizaron gestos extraños a las prácticas regnícolas castellanas y es seguro que también los moradores en Castilla jurarían obediencia y besarían la mano al monarca en el inicio de su reinado. No sabemos cuándo empezó a prestarse ese hominium a los soberanos castellano-leoneses. Esa ceremonia fue trasvasación a la esfera del derecho estatal del hominium -repito la palabra- que debían prestar los vasallos al señor y podemos explicarla como proyección de la teoría jurídica que hacía vasallos de la realeza a los grandes concejos de la monarquía, porque eran éstos, es decir, los municipios de realengo, quienes hacían homenaje a los reyes. Como una parte de los moradores en el reino lo prestaban en virtud de su directa relación de vasallaje y los concejos por obra de la ficción señalada, el hominium llegó a ser fórmula de reconocimiento de la autoridad regia por los súbditos. Los primeros testimonios que incluyen al homenaje entre las ceremonias que se realizaban con ocasión de la sublimatio principis datan de los reinados de Enrique I (1214) y de Femando 111(1217). Latinizantes los autores de la Historia Compostelana manejaron ya en alguna ocasión la palabra súbdito. La encontramos asimismo utilizada en la Chronica Adefonsi lmperatoris. Triunfó empero en el uso común otro vocablo. Poseemos pruebas incontrastables de las primeras décadas del siglo XII del empleo de la expresión señor natural aplicada al soberano. Era normal esa precisión terminológica ante la multiplicidad de significados que había llegado a tener la palabra señor. Era necesario diferen-

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Biblia mozárabe del siglo x, con representación de los símbolos

de los evangelistas . Catedral de León

ciar de alguna manera las relaciones de tipo estatal de las vinculaciones vasalláticas nobles. He hablado del reconocimiento del señorío natural de Alfonso VII por los habitantes del concejo de Lugo cuyo señor era el obispo. He hablado de cómo doña Urraca pidió a Pedro Ansúrez como señora natural las tierras que aquél tenía del Batallador. El Cid arrojado del reino por Alfonso VI y, por tanto, quebrado su vínculo vasallal, dispuso sin embargo el envío de obsequios al monarca, su señor natural. Readmitido en la regia merced rogó al soberano, su natural señor , que le diese su amor. Los concejos de Carrión, Burgos y Villafranca de Montes de Oca se sometieron al Emperador porque era su señor natural. Cuando entraron en Burgos doña Berenguela y don Fernando, la clerecía y el pueblo todo los recibieron espléndidamente , alabando al Señor porque les había librado de sus enemigos «et fincauan en el sennorio de la su natural sennora». Esta expresión, así afirmada a lo largo del siglo xn , implicó naturalmente el reconocimiento de la vinculación con el príncipe de los naturales del reino. Expliqué otrora el proceso que llevó a la fijación de tal vocablo: el nacimiento en el ámbito de la monarquía. Era lógico que acabara entremezclándose con la voz súbdito y que a la postre se generalizase la palabra natural; aparece ya en el Tratado de Nájera-Logroño sellado en 1179 entre Alfonso VIII de Castilla y Sancho VI de Navarra y en el de Cabreros celebrado en 1206 entre Castilla y León.

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El deber de subordinación de los súbditos se convirtió de tal modo en deber de naturaleza y abarcó, por ende, el sometimiento a los mandatos regios. Era un deber general de obediencia que obligaba a todos los moradores en la patria, como se llamó en ocasiones al reino en su conjunto, y era la contrapartida natural de la soberanía regia. Como ésta se extendía por cima de las relaciones vasalláticas y señoriales, el deber de naturaleza triunfó frente a ellas. He aludido dos veces al caso del concejo de Lugo que no obstante ser de señorío episcopal reconoció el señorío natural del Emperador. La variedad de sentidos que la voz vasallo adquirió en tierras castellano-leonesas debió de llevar al uso del vocablo en cuestión para calificar a los súbditos y debió de llevar al surgimiento de la expresión vasallo natural; la hallamos ya en el pacto de Calatayud de 1198 rubricado entre los dos Alfonsos de Aragón y Castilla. Existía empero otra situación. Un hombre podía nacer dentro de un señorío jurisdiccional y no puede sorprender que se considerase natural del titular del mismo. Surgió entonces una yuxtaposición de naturalezas: la señorial y la real. Es evidente que esta doble naturaleza de todos los nacidos en el reino con el monarca y los nacidos en un señorío con el señor llegó a crear una complicada teorética jurídica y lingüística. Los moradores en las tierras de realengo llegaron a ser juzgados doblemente naturales del rey: como nacidos en el reino y como nacidos en su señorío. La naturaleza podía adquirirse también por residencia en el territorio del Estado. ¿En qué situación se hallaron los extraños al país, los «francos», establecidos en ciudades y lugares en el período en estudio, los moriscos cuya presencia es segura a partir de Alfonso VI y los hebreos cuya población creció después de la conquista de Toledo? Es muy dudoso que puedan considerarse vasallos naturales de los príncipes castellano-leoneses. Constituían judíos y moriscos grupos de población subordinados de manera especial y directa al rey, se hallaban por éste protegidos y estaban sujetos a tributo y a la prestación de servicios. En cuanto a los «francos» concentrados en civitates y poblaciones, gozaban de la protección directa del monarca y, a veces, de un «fuero» o estatuto jurídico peculiar. La relación de naturaleza adquirió pleno desarrollo en el siglo XIII. Como tantas otras concepciones estatales, fue definida y desenvuelta por los maestros redactores de Las Partidas; se alude también a ella en El Espéculo.

III.

Sus

TRANSFORMACIONES

1. A vanees vasallático-señoriales y réplica de la realeza. Hace ya muchas décadas demostró Sánchez-Albomoz que los reyes astur-leoneses mantuvieron la tradición visigoda y vivieron rodeados de fideles. Demostró también que los condes y altos dignatarios eclesiásticos lo estuvieron de servidores a los que calificaban de suos infanzones. Y publicó asimismo un documento de los días de Vermudo 111en el cual aparece clara la cadena vasallática. Por mi parte he alegado un diploma que acredita la acción del soberano en la vida diaria de la organización feudo-vasalla} de la época en cuestión. Aludo a la intervención de Alfonso V en el status jurídico del vasallo de un vasallo. De éste y de otros textos cabe deducir que el monarca señoreaba en verdad la protofeudalidad que había comenzado a enroscarse en torno a la autoridad regia en el curso de los siglos IX y x. Ignoramos el conjunto de las relaciones de tal índole en tiempos de Fernando l. Nada autoriza a sospechar que se produjeran grandes novedades durante su reinado.

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Los reyes astur-leoneses , según demostró ya Sánchez-Albornoz , mantuvieron la tradición visigoda viviendo rodeados de fideles . Retrato de Vermudo II , según el Tumbo A de la biblioteca de Santiago de Compostela

Fue clave por lo que hace al avance vasallático el largo período -treinta y siete años- en que el reino de León y Castilla estuvo regido por Alfonso VI. Son muy conocidas -ya he aludido a ellas- las proyecciones ultrapirenaicas en el orden sociopolítico de la España alfonsí. Entregó el monarca a los cluniacenses muy importantes sedes episcopales, incluso la primada de Toledo y algunos poderosos monasterios. Contrajo él matrimonio con princesas francesas. Casaron sus hijas con magnates borgoñones. La esperanza de enriquecimiento en tomo a la corte y en la empresa contra el enemigo secular atrajo al reino a algunos caballeros de ultramontes. Las peregrinaciones a la tumba jacobea adquirieron un ritmo y un volumen insospechables medio siglo antes. Por el camino de Santiago circularon grupos de peregrinos de todas las clases sociales , sin excluir a los nobles . En las ciudades y villas que cruzaba, y aun en otras muy variadas , se establecieron numerosos inmigrantes (fueron legión en Toledo). Y tras ellos penetraron en León y Castilla nuevos y nuevos colonizadores para probar fortuna en las plazas ganadas al Islam entre Duero y Tajo. Esos matrimonios , viajes, asentamientos , colonizaciones ... , provocaron, entre otras novedades , la recepción de instituciones de derecho feudal y señorial.

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EL ESTADO

Los fueros municipales son los encargados de regular la vida de una comunidad local. Portada del Fuero de Uclis. Siglo xm . Biblioteca Nacional, Madrid

Paralelo a este acrecentamiento de la organización vasallal se produjo un aumento y una fortificación del régimen sefiorial. Los monarcas astur-leoneses habían concedido inmunidades positivas y negativas, especialmente a las iglesias de su reino . Apenas conocemos mercedes similares a los magnates laicos. No podían ser sin embargo dispares en su contenido jurídico. Iban de la prohibición de la entrada de los funcionarios regios en la tierra acotada a la concesión perpetua de la autoridad gubernativa mediante la clásica fórmula en la que se decía de los moradores en la tierra inmune ad vestram concurrant iussionem pro vestris utilitatibus per agendi. En todo caso, esas tierras así desprendidas de la soberanía real estaban en manos de la clerecía y apenas en las de la nobleza que debían al monarca heredades y gobiernos . El crecimiento geográfico del reino y el de la propia aristocracia habría ya determinado un arraigo y una fortificación de lo que hemos llamado el régimen señorial.

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El conquistador de Toledo dispuso de nuevas tierras -aumentó enormemente las fronteras de su reino- y de cuantiosas sumas de dinares producto de las parias satisfechas por los reyezuelos de Taifas; tierras y sumas con que favorecer a sus vasallos y enriquecerlos. Y éstos lograron así medios económicos que a su vez les permitieron reclutar personales catervas vasalláticas. Oaro que quienes figuraban entre los favorecidos por don Alfonso con tierras -en tenencia o en propiedad-, aunque vasallos suyos en el sentido técnico del vocablo, eran en verdad sus criaturas. No olvidemos que la Historia Compostelana dice que eran hechura del monarca los magnates del reino por haberlos enriquecido o por haberlos elevado a la nobleza. Esta elevación de su statw y la dependencia que ella implicó respecto de la realeza determinó que a la postre dependieran de ella los vasallos de sus vasallos. El deslizamiento hacia el triunfo de las relaciones vasallales se acentuó en los reinados sucesivos. Tanto doña Urraca como su hijo Alfonso VII, para defenderse de las dentelladas del Batallador y de la aristocracia, hubieron de acrecentar el número de quienes les servían vasalláticamente y el monto de sus recompensas; ambos extorsionaron fuertes sumas a importantes iglesias y monasterios del país a fin de dar soldadas a sus milites. Arfo revuelto... -son conocidas las ingratas horas que madre e hijo sufrieron- medró la aristocracia. Los dos soberanos tuvieron en los nuevos dominios alcanzados por Alfonso VI tenencias y honores, es decir, gobiernos que brindar a sus vasallos. Importa destacar que con excepción de la única y anómala tenencia hereditaria de Portugal -calificada de feudal por Verlinden- concedida por el conquistador de Toledo a su yerno Enrique de Borgoña, todas las tenencias y honores fueron revocables a voluntad del soberano. Es fácil comprender que esa temporalidad contribuyó a tornar muy prietos los vínculos de los clanes vasallales con la monarquía. Alfonso VII, europeizante en términos hasta entonces desconocidos, hubo de aceptar como fórmula normal la intensificación de lo que hemos llamado cadena vasallática. He trazado en su día un registro pormenorizado de la gran cantidad de vasallos que él conoció y que conocieron sus sucesores. En la cumbre de la cadena vasallática los soberanos de León y Castilla habían logrado vinculaciones extra regnícolas ya por motivaciones políticas ya por modas feudalizantes. Alfonso VI había recibido el hominium de dos reyes de Aragón. En el vasallaje del Emperador ingresaron el monarca de Navarra, los condes de Barcelona y de Tolosa, el rey moro Zafadola y diversos magnates ultrapirenaicos (no olvidemos que su Imperio se extendió del Ródano al Atlántico). Sabemos que fue asimismo reconocido como señor por su primo el rey de Portugal. Y a su hijo Sancho 111prestó hominium el barcelonés y de él se declaró su vasallo el soberano de Navarra. No puede por ello sorprender que tales monarcas recibieron hominium de numerosos magnates de su propio reino y que lo recibieran también sus sucesores. Frente a la situación de los reyes astur-leoneses rodeados de un puftado de fideles y con una nobleza que les debía su encumbramiento por obra de donaciones de tierras, en su mayoría yermas, no es difícil comprender los cambios ocurridos. Si no prisioneros de sus vasallos, la realidad colocaba a los soberanos castellano-leoneses ante poderosos grupos nobiliarios que les juraban fidelidad besándole la mano -more hispano- al ingresar en su vasallaje. ¿Cómo dudar de que en parte contrabalancearían en su conjunto la fuerza positiva de la realeza en la mecánica política del reino? No debemos sin embargo subestimar la potencia de la monarquía ante tales clanes vasalláticos. La realeza tuvo en sus manos cartas de triunfo que le permitieron someterlos.

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La influencia de las instituciones y de las ideas que llegaron a tierras castellano-leonesas en los días de Alfonso VI y de su nieto el Emperador, acrecentaron y afirmaron las exenciones y derechos que caracterizaban a la inmunidad y fueron paulatinamente aflojando los lazos que ligaban a sus beneficiarios con la monarquía, y al mismo tiempo determinando la concesión de privilegios cada día más numerosos, en los que de ordinario la fórmula no era ya la de prohibir la entrada de los funcionarios regios en el coto sino la de donar la tierra cum suo directo, et suo foro, sicut ad regale ius pertinet, fórmula de la que podemos alegar testimonios de Alfonso VII a Enrique l. Gracias a Hinojosa conocemos desde hace más de medio siglo la serie de fueros municipales, es decir, de ordenamientos de la vida de una comunidad local, otorgados por nobles, prelados y abades. No era ya una pequeña extensión de tierra, acaso muchas veces yerma, la regida por un miembro de las dos aristocracias. Poseían éstos dominios mucho más considerables. Y en algunas ocasiones se había fortalecido la potestad de los señores. Los arzobispos de Compostela pudieron parangonarse decorosamente con los grandes feudatarios franceses en lo que a extensión y privilegios de sus dominios se refiere. Recordemos que se dijo de Gelmírez regiam potenciam a regibus habebat. Y recordemos también la concesión del derecho a acuñar moneda al mismo prelado por Alfonso VI hundido espiritualmente después de la derrota de Uclés. La crisis bélica que provocaron las invasiones africanas llevó, como es sabido, a la creación de las Órdenes Militares de Caballería, y es notoria la generosidad de los reyes de León y Castilla en el otorgamiento de poderosos señoríos a las mismas.

*** La imagen del reino castellano-leonés en su doble facies, vasallática y señorial, se acercaba en algunos aspectos, aunque con muchas diferencias, a la de los países de ultramontes. Habían incluso florecido los prestimonios como sombras de los feudos de la Europa occidental; no olvidemos la frase del Concilio de Burgos de 1117:feudum, quod in lspania prestimonium vocant. De facto no pudo menos de influir este doble avance de los dos regímenes señalados en el volumen y en el ejercicio del poder soberano de los monarcas. Fueron sin embargo etapas pasajeras, provocadas por desastres en la lucha contra almorávides y almohades, las que presenciaron esa influencia temporaria de hecho, de los vasallos reales y de los señores de la monarquía. Contaba ésta no sólo con la tradición jurídica que colocaba al poder real muy alto, por cima de los dos regímenes a que estoy aludiendo, sino que disponía del auxilio de las masas populares que, frente a lo ocurrido allende los montes, no habían perdido el hábito de batirse y se habían articulado en grandes y poderosos concejos. Sánchez-Albomoz ha insistido muchas veces en que la acción de los concejos fronterizos salvó a Castilla en dos ocasiones de la riada almorávide y almohade. ¿Sentían celos los señores de esas fuerzas populares o concejiles? Una tradición, no sé si exacta, atribuyó la rota de Alarcos a la desazón de la aristocracia laica frente a la devoción de Alfonso VIII hacia el conjunto de las organizaciones populares. La firme tradición que ponía al rey en la cumbre -culmina regni- le permitió superar las fuerzas de las dos organizaciones, vasallática y señorial. El juego de las tenencias, de libre disponibilidad por el monarca, y la esperanza de alcanzar nuevos medros colocaba individualmente a los magnates en una situación de dependencia fáctica y jurídica por lo que hacía al soberano. Los señores legislaban para los que por contaminación de la terminología feudo-vasallática se llamaban también vasallos, es decir, para los moradores villanos en sus tierras. Aquéllos

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llegaron a conseguir que junto a la naturaleza, o sea, a la obediencia debida al rey por todos los habitantes en el país, existiese una naturaleza señorial, un vínculo de subordinación a natura con ellos de los habitantes en sus tierras. Primó siempre empero, según creo haber demostrado, el deber de naturaleza frente al monarca sobre el que obligaba con los señores a los moradores en sus señoríos. Y primó asimismo la autoridad regia sobre la de los señores. Nunca alcanzaron éstos la plenitud de la justicia. La justicia real penetraba en el señorío cuando el señor daba lugar a ello por negligencia y en los cuatro clásicos casos: forzamiento de mujeres, latrocinio, alevosía y quebrantamiento de camino. El rey tenía además otros resortes jurídicos poderosos cara a los señores. Muy rara vez terminaban en el señorío los procesos judiciales. Casi siempre cabía la apelación a la justicia regia. Fueron excepción las concesiones a las Órdenes Militares de que las apelaciones finalizasen en los maestres. Los soberanos tenían en sus manos la poderosa arma del monopolio de la acuñación de moneda que la tradición les atribuía, monopolio que utilizaron en ocasiones para maniobras no siempre honestas. Sólo tres señoríos alcanzaron ese preciado derecho: el insignificante de San Antolín de Palencia, el gran monasterio de Sahagún y la sede compostelana. Los restantes tenían la obligación de aceptar la moneda regia. Los señores estaban sujetos al deber de «hacer guerra y paz» y de acudir a la convocatoria del soberano cuando llamaba a curia o cortes (sólo se eximieron de ambas obligaciones los prelados jacobeos en los días de doña Urraca). El monarca tenía el derecho de yantar, si no en todos, en algunos señoríos ... Y su ira podía acabar con el señor o el vasallo más prepotente, desterrándole e incluso confiscándole sus bienes. Sí. Los reyes pudieron enfrentar el crecimiento de los dos regímenes, vasallático y señorial, gracias al funcionamiento de la ira o indignatio regis. Ésta habría resultado empero ineficaz si los monarcas no hubiesen contado con fuerzas económicas y bélicas activas y eficientes. Tuvieron como aliado al pueblo, al que fuera de España se calificaba de «tercer estado». Sánchez-Albomoz ha estudiado las proyecciones numerosas de la reconquista y la repoblación en la vida económica, social y política de León y Castilla y ha insistido con frecuencia en el tema. La reconquista y la repoblación crearon unas masas populares cuya fuerza bélica y cuyo servicio fiscal se vertían en el cauce del poder soberano de la realeza. Porque dispusieron de la potencia militar y económica de los numerosos grandes y pequeños concejos que habían madurado al norte y al sur del Duero y que surgieron en el valle del Tajo, pudieron los monarcas contar con fuerzas bélicas no vasalláticas -las milicias concejiles- y con fuerzas bélicas nobles no vasalláticas, en cuanto eran recompensadas mediante el pago de soldadas bélicas, según demostraré en lugar oportuno. De la notable significación de las huestes militares de los concejos en el período aquí en estudio, tenemos relevantes noticias en diversas crónicas -de Alfonso VII, Latina de los reyes de Castilla, De Rebus Hispaniae, de la población de Ávila ... - y asimismo por algunas fuentes narrativas y diplomáticas islamitas. Como consecuencia de ese surgir y de ese medrar en los reinos de León y Castilla -vivieron separados setenta años- de esa serie de grandes y pequeños concejos, los monarcas tuvieron a su disposición jinetes y peones de tipo estatal junto a los de carácter feudo-vasallático. «Ningún señor podía movilizar fuerzas equiparables a las huestes de un gran concejo», ha escrito mi maestro. Y me apresuro a declarar que no existe hiperbolización alguna de esa red de grupos concejiles. En el tratado firmado en 1216 entre Alfonso IX de León y Enrique I de Castilla, al determinar sobre la solución de las posibles querellas que pudieran suscitarse entre sus súbditos, se

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Página del Fuero Juzgo (Líber Judicum). En este fuero se recoge la viva

tradición jurídica del período aquí examinado . Siglo XIII. Archivo Municipal de Murcia

estableció que fueran resueltas por los municipios que ocupaban la frontera desde el Tajo al Duero , y desde el Duero al Cantábrico por los concejos de la línea divisoria y por los nobles que tuviesen en ella heredades. El meollo de los dos reinos estaba, por tanto, integrado por concejos; sólo muy al norte, en las tierras que no sufrieron el impacto de la repoblación, había en la frontera dominios señoriales. No podemos desconocer además la gran potencia fiscal que alcanzaron los concejos. Y como constituían núcleos urbanos importantes y numerosos -remito al mapa de mi maestro sobre la Castilla concejil en 1188- podían asistir a los reyes con contribuciones y gabelas. Examinaré despacio los dos temas . No creo empero que nadie pueda dudar del socorro que las fuerzas populares procuraron a la realeza a fin de dominar desde la altura , jurídicamente y de hecho , a las fuerzas de la cadena vasallática y de los señores . De ese dominio tenemos pruebas decisivas. El conde Rodrigo González de Lara , que por su estirpe y sus dotes militares tenía la principal ciudad del reino , Toledo , hubo de salir de Castilla y de entregar a Alfonso VII todas sus tenencias cuando el monarca le puso mala cara. Gonzalo Peláez , el más poderoso magnate asturiano , después de alzarse varias veces contra el Emperador , acabó siendo desterrado , marchando a Portugal , donde murió . El conde Gómez Núfiez,

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uno de los más activos y potentes magnates de Galicia, por no sabemos qué amistosas relaciones con Portugal en los días del Emperador, hubo de huir del reino, cruzar los Pirineos y tomar los hábitos en Cluny. Como es sabido, los jefes de las dos más poderosas familias castellanas -Castro y Lara- murieron en el destierro. En avenencias celebradas entre sefiores jurisdiccionales y los concejos de sus sefioríos se declaró una vez -aludo a la concertada por el obispo de Mondofiedo y el concejo de Vinieroque el monarca era el dominus de toto, y otra -me refiero a la sellada entre el monasterio de Sahagún y el concejo de Villacet- que los moradores ayudarían a su sefior contra todos los hombres del mundo saluo iure domini nostri regir. Y si esto ocurría en el reino de León, más feudalizado -perdóneseme el vocablo impropio- que el de Castilla, no podemos dudar de que en éste todavía sería más firme el poderío real. Probablemente los redactores del Fuero Viejo -ignoramos la fecha de redacción primerarecogieron la viva tradición jurídica del período aquí examinado al expresar: «Estas cuatro cosas son naturales al sefiorio del Rey, que non las deve dar a ningund ome, nin las partir de si, ca pertenescen a el por razon del sefiorio natural: Justicia, Moneda, Fonsadera, e suos yantares». 2. Recepción del Derecho Romano. La recepción en Occidente del Derecho Romano justinianeo conjuntamente con la del derecho canónico de las Decreta/es y acompafiada por la del lombardo-feudal, recepción acusada ya desde fines del siglo XII, pero sobre todo de manera progresiva a partir de la siguiente centuria, respondió a causas generales conocidas. Entre ellas cabe destacar la proclividad de los soberanos al robustecimiento del Estado y de su regia autoridad y para obtener la superioridad y perfección técnica del nuevo Derecho. Un determinado clima preparó la admisión del Derecho Romano en España. Sefialemos, por una parte, la general vigencia del Liber Judicum visigodo en casi toda la zona cristiana peninsular y en los núcleos mozárabes del sur musulmán, como derecho supletorio de las nuevas costumbres o fueros que iban surgiendo. Y por otra, acaso un cierto conocimiento del citado antiguo derecho romano que pudo conservarse a través de las escuelas canonicales y de los estudios de teología y de derecho canónico. Precisamente de esos círculos catedralicios -acostumbrados a enviar a algunos de sus miembros a estudiar al extranjero- proceden los primeros grupos de asistentes a las escuelas italianas. Sí; la fama de los grandes maestros de Bolonia -y de Montpellier, en el sur de Francia- atrajo a sus aulas a numerosos estudiantes hispanos. Esa afluencia se iniciaría en la segunda mitad del siglo XII y cobraría un gran impulso entrado ya el siglo XIII. Sabemos que se mantuvo en las centurias siguientes extendiéndose en grado menor a otras Universidades. El extraordinario aflujo de juristas peninsulares hacia la escuela boloñesa está evidenciado en la primera mitad del 1200 por la abundancia en ella de nombres hispanos (el calificativo hispanus se aplicó a numerosos alumnos y profesores boloñeses) y por la diversidad regional de su procedencia (entre las 18 nationes de escolares ultramontanos que integraban el cuerpo universitario, figuraban las de Portugal, Castilla, Aragón, Cataluña y Navarra). En su mayoría tales escolares eran eclesiásticos quienes naturalmente se consagraban al derecho canónico, estudiado luego con el romano y profundizado especialmente en el terreno procesal. Nuevos y poderosos focos del romanismo jurídico constituyeron muy pronto los Estudios Generales o Universidades peninsulares, espléndidas réplicas de ese florecimiento universita-

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Sepulcros de Alfon so VIII y doña Leonor , fundadores del monasterio de Las Huelga s. Monasterio de Las Huelg as, Burgo s

rio de ultramontes. Por lo que hace a León y Castilla , sabemo s que Alfonso IX fundó la Universidad de Salamanca a fines de 1218. Consta que en tierras castellanas las Escuelas de Palencia tenían fama al finalizar el siglo XII . Recibieron las mismas un impulso superior con el obispo don Tel10 Téllez y con Alfonso VIII, a quiene s se atribuy e la creación de la Universidad local. Lucas de Tuy fija el hecho cronológicamente después de la fundación de Las Huelgas y del Hospital del Rey. Ximénez de Rada , en su De Rebus Hispan iae, nos informa que el citado soberano «trajo sabios de las Galias y de Italia, para que nunca faltasen en su reino disciplinas de la sabiduría ». El momento de tal fund ación con el carácter de Estudio General debe ser posterior a 1211, en el que don Tel10 era toda vía electo , y anterior a octubre de 1214, en que murió el soberano . La reorganiz ación de tales Uni versidades y la creación de otra s cae fuera de los límites cronológico s de este trab ajo . La consecuencia efectiva de esa obra docente y científica de las Universidades extranjeras e hispana s fue naturalm ente la formaci ón de una nueva clase o estamento pro fesional , la de los juri stas o letrados, quienes, al regresar de aquellas casas con su form ación jurídica según el nuevo espíritu , ya se convirtieron en asesores de la rea leza, ya ocuparo n los altos cargos de la corte y de los tribun ales, ya pasaron a desempe ñar las funciones de jueces en las curias desplazando a los antiguos ju eces legos o pr obi homin es. E intervinieron asimismo en la redacción de

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EL ESTADO

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las leyes. Sospecho incluso que influirían en la notoria tendencia de algún soberano -aludo a Alfonso IX - a dictar una larga serie de decretos. Algún testimonio aislado, corno la referencia de las Cortes de León de 1208 a un principio procesal de derecho canónico y civil -el de prevalecer el foro del demandado- , revela un claro ambiente de pre-recepción en el occidente peninsular. No ha faltado quien lanzara la hipótesis de una intervención de esos primeros juristas rornanizantes en la redacción de los derechos locales, redacción encarada fundamentalmente a fines del XII y primera mitad del XIII. Ello se deduciría del aspecto formal de ciertos fueros municipales más elaborados y perfectos -Soria y Cuenca- y aun de ciertos detalles de su contenido. Aludo a un trabajo de Otero Varela, publicado hace casi veinte años. Según este autor, los fueros municipales extensos implicarían una reacción contra el derecho justinianeo; habrían sido una consecuencia indirecta de la presencia de aquél en el ambiente jurídico del país. Los municipios los habrían elaborado como «realidad vivida» que pudiera oponerse al nuevo Derecho que les disputaba el campo. Mas como el derecho local no constituía un sistema completo se vieron en la precisión de emplear los principios del Derecho Romano que se empeñaban en combatir. Tal Derecho habría así penetrado por dos caminos en los fueros municipales: por imperiosidad y porque fueron juristas expertos en el derecho justinianeo sus redactores. Habría ello constituido lo que Otero Varela llama la avanzadilla de la recepción que precede a la recepción total cristalizada en el código-enciclopedia de Alfonso X. Está por estudiar por los juristas españoles la acción de esa recepción del Derecho Romano en la estructura y fines del Estado castellano-leonés. Juristas aparecen empero en la curia regia de los últimos soberanos de León y Castilla. Sería necesario examinar una a una las sentencias de la misma para conocer cómo se vertieron en ellas las novedades jurídicas . De todas maneras el deslizamiento se inicia apenas en el período aquí examinado. Su imposición fue poderosamente alentada por las iniciativas de los grandes monarcas del siglo XIII , Femando 111y su hijo el Rey Sabio. En tiempos del primero le vemos cuajar e influir en las relaciones de naturaleza con sus súbditos, iniciadas ya en la época objeto del presente estudio.

Alfonso X fue el encargado de recoger la obra jurídica elaborada hasta la época en un código-enciclopedia. Miniatura del Rey Sabio , a caballo , en el Tumbo A de la biblioteca de Santiago de Compostela

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HISTORIA DE ESPAÑA

IV.

Sus

FINES

El Estado durante los siglos XI y XII tuvo, como el astur-leonés estudiado por Sánchez-Albomoz, fines específicos de índole pública y medios relativamente poderosos para el cumplimiento de los mismos. Nadie puede dudar de que existió una organización política para el regimiento de las relaciones entre los moradores en el país y para su salvaguardia y aseguramiento. Figuran entre esos fines: a) La guerra contra el enemigo secular, primordial para la misma supervivencia de la comunidad. La continuidad del Estado como unidad independiente de carácter público dependía de las victorias que pudieran alcanzarse frente al sur musulmán; b) La fijación de los principios jurídicos por que se regían tradicionalmente o debían regirse en adelante las relaciones entre sí y con el Estado de los que eran por él regidos. A nadie escapa que toda articulación estatal se ha basado históricamente y deberá basarse siempre en un conjunto de normas de derecho relacionadas con el ayer o totalmente renovadas; c) La ampliación y aseguramiento del solar sobre el que fue estructurándose el Estado. Naturalmente la repoblación de las tierras ganadas al moro, en su gran mayoría yermas, y la defensa de las fronteras eran empresas capitales para la perduración del Estado; d) La protección a la Iglesia. Mi maestro ha demostrado cómo la lucha contra los islamitas era al mismo tiempo una contienda interregnícola y una guerra religiosa. No sólo se peleaba por la libertad de la comunidad, sino por la fe de Cristo. Era lógico y normal que se favoreciese a las instituciones religiosas puesto que se admitía la ayuda del Altísimo en las ininterrumpidas batallas que agitaron al reino durante siglos; y e) El mantenimiento de la paz pública, misión que abarcaba diferentes aspectos: 1) sumisión a la norma jurídica vigente y a la autoridad del soberano de quienes vivían en el reino, venciendo alzamientos regionales o rebeliones y conspiraciones: 2) el castigo de cualquier género de delitos contra un miembro de la comunidad con desconocimiento de la ley o de la costumbre, y 3) la solución de los pleitos civiles que pudieran suscitarse entre los habitantes en el país con quebrantamiento o negación de un derecho (quam bonís principís est sedare lites, et pacem inducere, declaró Femando II al aprobar una concordia entre la catedral de Ciudad Rodrigo y la de Salamanca). 1.

La guerra contra el moro.

Fin esencial y primario del Estado astur-leonés había sido la creación misma de la sociedad cuya rectoría le incumbía; sin una sociedad que regir y articular no hay, no puede haber, Estado. Podrían fuera de España haber disentido los pueblos regidos por una organización estatal. Al sur de los Pirineos no era ello posible. Necesitaban defender la propia existencia de la comunidad por el Estado regida. Esa comunidad había estado en peligro de aniquilamiento muchas veces durante los tres siglos de vida del reino astur-leonés; había estado en trance de aniquilamiento cuando los ejércitos islámicos llegaban al corazón de Asturias, de Galicia o de las tierras cantábricas. Había sufrido crueles zarpazos durante la primera mitad del siglo x y se había quedado inválida y reducida casi al no ser por obra de las campañas de Almanzor. Los reyes leoneses del siglo XI gozaron de muchas décadas de relativa euforia con ocasión del fraccionamiento del Califato en los reinos de Taifas, horas de euforia que culminaron en la toma de Toledo. Apenas necesito recordar los desastres de Zalaca y Uclés. La misma Toledo se tambaleó. Sánchez-Albornoz ha traído a capítulo la escena en que de rodillas en la catedral

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EL ESTADO

toledana la clerecía suplicaba al Señor que librara a la ciudad de caer en manos de Ali b. Tasufin. Luego las milicias concejiles de Segovia, Ávila, Salamanca, Madrid, Toledo salvaron el reino ensangrentado por la discordia civil combatiendo al enemigo islámico en su propio solar. Es sabido empero cómo se perdieron las tierras del Tajo y cómo cayó prisionero hasta el Princeps Militiae Toletanae.

Otros años de euforia. Se ganó Córdoba y se llegó a asediar a Almería. Pero en seguida irrumpió la riada almohade. Nuevamente Toledo en peligro. Fueron amenazadas incluso las tierras del Norte de la Cordillera Central. Otra vez las milicias concejiles llevaron la guerra hasta Andalucía y contuvieron el peligro. De nuevo empero, el desastre de Alarcos (1195). El Estado había tenido durante la etapa astur-leonesa y tuvo ahora de 1037 a 1217 como fin esencial la guerra contra el moro. Todos los otros fines palidecían ante esa primordial y esencial tarea. Lo he escrito hace muy poco: debía proveer a mantener libre la sociedad por él regida y a evitar pérdidas de plazas y castillos, arrasamientos, cautiverios ... Inmensa, monocorde y permanente empresa. El Estado era el rey. Cualesquiera de las acciones de esa encarnación del Estado eran mínimas frente a la gran aventura. Unos años de flaqueza y llegaba la crisis, el desastre, la mediatización. En general -salvo el triste período de guerra civil de los días de doña Urraca o de las tristes horas de la minoridad de Alfonso VIIIlos reyes enfrentaron ese fin primordial del Estado. Como queda dicho, en algunas etapas proveyeron a cumplir el bélico fin del Estado los concejos fronterizos. El califa almohade hubo de organizar un gran ejército - lo ha referido Sabib al-Sala y con filial emoción abulense mi maestro- para poder derrotar a los diablos de Ávila. Algunos monarcas cristianos claudicaron en ese deber. Después de Alarcos, el joven Alfonso IX de León pactó con los moros. Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón le combatieron en represalia por su traición. Sancho VII el Fuerte en Navarra también claudicó, estuvo en Cartagena esperando poder pasar a África. Lavó su pecado en Las Navas. Y el leonés después de esta decisiva victoria volvió a cumplir su misión sagrada. La guerra contra el enemigo secular ha sido calificada por Sánchez-Albomoz de clave de la historia hispana. Me atrevo a juzgarla el fin supremo del Estado durante los siglos cuya historia me ocupa. Porque de su cumplimiento pendía -repito- la existencia y la libertad del pueblo cuya rectoría le correspondía por irrenunciable ley histórica. 2.

Vivificación del país.

En ningún país de Occidente el Estado tuvo que acometer entre sus fines peculiares una tarea tan intensa, tan continuada, tan monocorde como constituyó en los reinos de León y Castilla la vuelta a la vida de las zonas conquistadas a los islamitas y el restañar de las heridas demográficas que la emigración a las tierras nuevas producía en el solar antiguo de la monarquía. No puede hoy dudarse de la despoblación del valle del Duero. Los reyes astur-leoneses habían realizado magnos esfuerzos para volverle a la vida. Habían enviado delegados regios encargados de la repoblación de las diversas comarcas. Habían facilitado la presura individual y colectiva. Habían entregado tierras a laicos y eclesiásticos con indicaciones precisas sobre su población. Habían facilitado el surgir de comunidades rurales, es decir, de aldeas (envío a las páginas de mi maestro sobre el tema). De pronto empero y casi por artes de magia, después del largo asedio de Toledo, la frontera llegó al Tajo. Las tierras de allende los montes -sorianas, segovianas, abulenses, salmantinas- estaban casi desiertas. El rey Alfonso VI habla de las fieras que poblaban el obispado de

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Las tierras de allende los montes -sorianas, segovianas, abulenses , salmantinasestaban casi desiertas . La Crónica de la población de Avi/a nos ofrece curiosos relatos de la vuelta a la vida de la ciudad, tras la Reconquista. Vista general de Ávila

Segovia. La Crónica de la población de A vi/a nos ofrece un relato pintoresco de la vuelta a la vida de la ciudad. Conocemos detalles de la repoblación de Salamanca. Esas repoblaciones hubieron de dar un tirón de los antiguos moradores nunca abundosos del solar de la vieja monarquía . Gran empresa para el Estado la ordenación de esa aventura. Y escribo aventura porque lo fue en la mayoría de los casos la que realizaron los repobladores. Sabemos , por ejemplo, que Ávila tuvo que quemar sus montes a fin de defenderse de los ataques musulmanes de las ciudades moras del valle del Tajo. Y gran aventura porque no fue además unitemporal. Las campañas de los almorávides -sitiaron Toledo y destrozaron el país recién ocupado- y de los almohades -Alfonso VIII y Pedro II de Aragón hubieron de enfrentarlos para impedir que penetraran en Castilla la Vieja - forzaron a reiterar nuevas empresas poblatorias al sur de los montes. Las repoblaciones de los días del conquistador de Toledo y las de sus sucesores hasta los del vencedor en Las Navas fueron una hazaña única en la Europa contemporánea . ¿Cómo no imaginarlas decisiva finalidad del Estado castellano-leonés durante los siglos X1 y Xll? El Estado, muy de acuerdo con la tradición, abrió canales y dejó mucha parte de la empresa a la iniciativa individual y a lo que Sánchez-Albomoz ha llamado «el afán de medros rápidos y súbitos». No conocemos muchos pormenores pero me parece probable que Alfonso VI hiciese

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llegar a las tierras norteñas la noticia del botín territorial que se brindaba en el sur a los espíritus inquietos y ambiciosos . Consta que en la etapa astur-leonesa se hacían pregones invitando a acudir a las nuevas pueblas. Fecit intonare buccinis et vibrare hastas, habría podido escribir un curioso cronista aludiendo a esa llamada en los siglos XI y XII. Abundan en la toponimia de los Extrema Durii (las tierras de allende el Duero vistas desde la Vieja Castilla) aldeas llamadas Gallegos , Castellanos , Navarros ... , clara alusión a quienes fueron a poblar en los alfoces de las ciudades nudos de comunicación -Sepúlveda, Segovia, Ávila, Salamanca, Alba ... - . El Estado debió organizar la vida religiosa y la vida urbana de las mismas nombrando obispos y cabildos para crear de nueva planta la primera y dictando fueros para impulsar la segunda. Hubo quizás de proveer a los vaivenes económicos que los desplazamientos de pobladores produjesen y al entrecruce migratorio de gentes de muy varios orígenes: no olvidemos la llegada de catervas de francos. Y debió proveer a la defensa de la zona repoblada levantando murallas, fortalezas y castillos. El Estado no sólo debió llamar a nuevos pobladores y facilitar su nueva vida ; hubo acaso de enfrentar tensiones. No era fácil la existencia en las tierras nuevas. Naturalmente, no se desplazarían hacia el sur gentes blandas y bien avenidas con la vida. Avanzarían con sus familiares hombres duros y en ocasiones incluso hombres al margen de la ley. No podríamos apetecer mejor prueba que el

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Alfonso VI otorgó en el Fuero de Sepúl• veda exenciones penales por delitos de sangre y en cambio condenó a pagar la máxima pena en caso de hurto. Folios 41r y 41v del Fuero romanceado de Sepúlveda . Facsímil de la Biblioteca Nacional, Madrid

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Fuero de Sepúlveda. Alfonso VI otorgó en él exenciones penales por delitos de sangre y condenó a pagar la máxima pena en caso de hurto. El problema no se circunscribió a esta plaza. Alfonso VII autorizó a que fuesen a poblar a Salamanca quienes hubieran cometido homicidios o tuvieran «enemigos». Y dispuso que en Oreja se admitiesen a los incursos en la ira regis. Y no fueron únicos, claro está, los ejemplos ahora registrados. El Estado hubo de preocuparse por mantener la paz entre esas gentes ásperas y violentas, gentes que procedían, según queda dicho, de patrias muy distintas. A Ávila llegaron pobladores de Cinco Villas, Covaleda, Estrada, Los Bravezos y otros lugares de Castilla. Pronto surgieron banderías entre ellos; su Crónica nos las relata. El Estado debió proveer a la solución de la serie de problemas enunciada. Las instancias centrales del mismo fueron siempre generosas en orden a exenciones fiscales para atraer a nuevos y nuevos pobladores. Gran empresa y gran aventura la de la repoblación, repito. El Estado estaba encamado en la persona y en la autoridad real. Fueron los monarcas, como veremos después, quienes debieron llevar sobre sí la dura responsabilidad de cubrir ese fin estatal que acabo de esbozar. 3.

Mantenimiento de la paz.

Ningún Estado digno del nombre de tal puede subsistir como organismo de derecho público en una sociedad sacudida por la violencia y no sometida al reinado de la justicia. El Estado astur-leonés había tenido como normas esenciales de su vida la sumisión a la ley y a la autoridad regia de todas y cada una de las facciones regionales o nobiliarias que agitaron su vida. Hubieron los monarcas de Oviedo de someter rebeliones de vascos y gallegos, de los siervos y de muchos magnates. Los de León tuvieron que enfrentar la secesión castellana y, durante la decadencia leonesa, a muy varios y a veces poderosos magnates. Y después de los años tristes de los sacudones de Almanzor hubieron de resolver numerosos litigios surgidos en el período anárquico que el reino presenció. El Estado durante la época en estudio hubo de enfrentar también problemas en parte similares. No conocieron los reyes castellano-leoneses tantas rebeliones regionales como los ovetenses, pero sí numerosos problemas nobiliarios, algunos muy graves y a lo largo de varias décadas de guerra civil provocada por los choques de doña Urraca con el Batallador y con su hermana doña Teresa de Portugal. En el curso de esa etapa turbulenta surgieron asonadas en Segovia y las revueltas burguesas de Sahagún y Compostela. No concluyeron empero ahí los problemas que alteraron la paz. El Emperador tropezó con diversos condes y magnates. La minoría de Alfonso VIII fue triste y revuelta. Femando II enfrentó el alzamiento salmantino. Su hijo vio agitado su reino por una creciente violencia ... El Estado tuvo, por tanto, como una de sus principales misiones contrarrestar esta larga serie de perturbaciones proveyendo a la restauración de la paz. con el empleo de la fuerza con frecuencia, y no pocas veces con el castigo que la ira regia implicaba. El Estado que estuvo a punto de disolverse durante la decadencia leonesa -recordemos la segregación de Castilla y la etapa de discordias que ahogaron la autoridad regia reinando Sancho I y Ramiro 111- salió a flote y se salvó de perecer gracias a la acción de Fernando I y de sus sucesores; sufrió, sin embargo, la amputación de Portugal. El mantenimiento de la paz interior constituyó una difícil empresa en medio de las grandes tormentas que provocaron las dos invasiones almorávide y almohade y de las estúpidas divisio-

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nes de la unidad del reino por Femando I en 1065 y por Alfonso VII en 1157. El Estado sobrevivió empero gracias a los esfuerzos de quienes le encamaban. Y a la acción de la justicia real. Pues el mantenimiento de la paz por el Estado exigía además el ejercicio equitativo del dar a cada uno su derecho en los múltiples litigios que en la vida diaria de una sociedad van surgiendo entre los diversos miembros que la integran. Pleitos civiles podríamos decir, pero también cuestiones de honor o de sangre que en un mundo áspero como era el castellano-leonés se suscitaban, ora entre magnates por mil problemas distintos, por todos los imaginables que podían apartarles en disputas de bienes o de honras, ora entre ellos y estamentos religiosos, ora entre éstos, ora entre concejos. El Estado hubo de salir al paso de las violencias que podían surgir entre hidalgos, reglamentando en las Cortes de Nájera desafíos y rieptos. E incluso hubo de proveer mediante normas generales a evitar la pauperización de los recursos propios de la monarquía, dictando disposiciones contra la amortización de bienes raíces en manos de la clerecía y de la nobleza. La paz política y la paz judicial bajo el imperio de la ley. Sin los tropezones que en ese camino sufrió el reino o sufrieron los reinos, no habría habido historia. Fue sangrienta y a veces acuciante empero la que supuso el cumplimiento de este fin esencial de todo Estado a través de los siglos. 4.

Fijación del Derecho: su formulación.

Acabo de declarar que uno de los fines del Estado consistió en la fijación de la ley que había de regir la convivencia de los ciudadanos entre sí y sus relaciones con la autoridad regia. No habían legislado los reyes de Asturias y León hasta las magnas reuniones leonesas de 1017 y de 1020. Teóricamente se consideraba vigente el Libe, Judicum o Lex Visigothorum. Se alude a éste en muy diversas ocasiones y, según he escrito antes, de modo especial por los últimos soberanos de la dinastía pelagiana que presenciaron la decadencia del reino. Y hasta se conoció una apelación a sus preceptos -ire ad Librum - en algunos litigios. Claro está que mediante privilegios los soberanos astur-leoneses eximieron del cumplimiento de las normas vigentes a varias instituciones religiosas y a algunos laicos creando así en verdad otro Derecho. Tras las tormentas que habían convulsionado al país con ocasión de las campañas de Almanzor y acuciado por la necesidad de volver a la vida la tierra, Alfonso V se vio en la precisión de dictar las célebres Leyes Leonesas en los años arriba señalados. Imitándole en 1055, Femando I después de su victoria en Atapuerca reunió el gran congreso de Coyanza. Se lo ha presentado como un concilio en el estricto sentido del vocablo, pero confío en haber demostrado que fue una asamblea mixta de prelados y magnates que legisló a la par sobre problemas religiosos y políticos. El paso estaba empero dado y en adelante, cuando las circunstancias lo exigieron, los reyes de León y Castilla fueron dictando prescripciones de índole diferente no sólo por el contenido de las mismas, lo que es natural, sino por los métodos de formulación que para dictarlas se emplearon. En términos generales el Estado, encamado en los monarcas, procuraba fijar normas jurídicas para los más varios asuntos que pudieran interesar al país. Alfonso VI legisló para revisar y renovar las antiguas leyes de su reino (1076); para frenar las adquisiciones de bienes por la Iglesia y la nobleza (1089); sobre la imposición de nuevos tributos ante la crisis financiera provocada por las victorias almorávides (1091). Doña Urraca puntualizó los derechos bélicos de los caballeros leoneses, sus gabelas mortuorias y las penalidades de quienes se pasaran al moro (1109) ... Ad salutem regni totius Hispaniae dictó diversas leyes Alfonso VII luego de ser

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1-IlSTORIADE ESPAÑA

Al reunir Femando I en Coyanza a prelados y magnates, pudo legislar sobre problema s religiosos y políticos a la vez. Diurna/ de Femando I y doña Sancha. Catedral de Santiago de Compostela

coronado Emperador en 1135... Y así sus sucesores , antes y después de 1185 y de 1188, verdaderos hitos en la historia de la legislación castellano-leonesa. Todo s dictaron , además , numerosísimos fueros municipales a fin de regular pormenorizadamente la vida jurídica de las grandes y pequeñas comunidades urbanas que fueron surgiendo en el riñón y en la frontera de los dos reinos (no olvidemos que vivieron setenta años separados ). Y a veces determinaron normas de convivencia para comunidades multinacionales , como fue el caso de Toledo. He declarado fechas magna s en el mundo de la legislación castellano-leone sa las de 1185 y 1188 porque en la primera Alfon so VIII dictó el embrión del futuro Ord enamiento de Nájera , clave constitucional de la vida castellana ; y en la segunda Alfon so IX acordó una a manera de constitución reguladora de la vida política de su reino. Aludo a la que Sánchez-Albomoz ha llamado «Carta Magna Leone sa», en la que campea la justicia en favor de las masas populares y se condena los desmanes del rey y de los nobl es. En 1202 y en 1208 el mismo Alfonso IX volvió a dictar leyes a fin de salir al cruce de dificultades económicas y de cuestiones vasallático-prestimonial es y eclesiásticas. Y el castellano Alfon so VIII después de la decisiva victoria de Las Navas confirmó los fueros municipales

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de su reino e invitó a los nobles a que le llevasen escritas sus costumbres jurídicas, iniciativa que había de conducir a la redacción del Fuero Viejo. A la época astur-leonesa durante la cual parecía todo resuelto por las viejas leyes y en la cual las articulaciones sociales y estatales no sufrieron excesivas convulsiones, sucedió una etapa creadora y conflictiva. Se perfilaron en ella nuevas organizaciones centrales y locales, maduraron clases sociales, antes embrionarias , y la vida económica alcanzó niveles hasta entonces no sospechables. Toda esa serie de nuevos problemas, de nuevas apetencias, de nuevas esperanzas y ambiciones, de fricciones nuevas , de crisis fiscales.. . requirió una reglamentación jurídica por parte del Estado. Éste necesitó trazar rumbos para enfrentar las dificultades que, con frecuencia, amenazaban perturbar la vida del reino y de los ciudadanos. Fue, por tanto, precisa una constante labor legislativa. La monarquía tuvo necesidad de llenar ese fin primordial del Estado que es la convivencia en paz bajo el imperio de la ley de los moradores en el país. No hay faceta del diario vivir del reino de León primero y de las dos comunidades regnícolas después que no se aborde, trate y solucione en las abundantes constitutiones , decreta y juditia -así llaman los monarcas a sus preceptos- que han llegado a nuestras manos. El curso de las décadas fue planteando nuevos problemas atañentes a la organización total del reino o a la existencia de los pobladores en los concejos. El Estado, encamado en los reyes -vuelvo a repetir la expresión-, fue saliendo al paso de los mismos y fue intentando resolverlos. 5.

Protección a la Iglesia.

He declarado fin primero y primordial del Estado la guerra contra el moro en cuanto creaba unas veces y defendía otras la propia pervivencia de la sociedad por él regida. La guerra contra el moro no era sin embargo una contienda como las muchas que la Europa ultrapirenaica conoció en esta época. No sólo era una guerra por la propia pervivencia de la sociedad regida

Los reyes y el pueblo solicitaban del Señor su auxilio en las bataUasdonde acudían obispos y religiosos. Detalle del Beato de Liébana de la catedral de Gerona, ea el que dialogan el rey y un obispo

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por el Estado y por su defensa contra los zarpazos enemigos. Era lo que Sánchez-Albomoz ha llamado una guerra divinal; era una guerra contra un enemigo de fe diferente, que en esa diferencia radicaba la motivación básica de sus ataques. Era la lucha contra quienes calificaban a los cristianos de idólatras politeístas porque adoraban al Dios trino y Uno. Era una guerra que hacían en el nombre de Dios y a su servicio. Los musulmanes destrozaban con placer iglesias y monasterios. Durante el período astur-leonés no sólo perecieron ciudades y poblados; se destruyeron por los sarracenos cenobios, sedes episcopales, iglesias... y hasta fue profanada la tumba del Apóstol. Los reyes y el pueblo solicitaban del Señor su auxilio en las batallas. Las huestes populares concejiles llevaban como bandera la Cruz de Cristo y la efigie de María. Ofrecían a Ésta el botín que pudieran alcanzar en los combates. De rodillas comulgaron en Las Navas antes de la batalla. Y un solemne Te Deum coronaba la victoria. A las batallas acudían obispos y religiosos. En Valdejunquera habían caído prisioneros dos prelados. Tres murieron en Alarcos. Dirigían a veces huestes bélicas. Todos los de Castilla estuvieron en el sitio de Cuenca. El arzobispo don Rodrigo alentó a Alfonso VIII en la jornada de Las Navas. No cabe asombrarse de que el Estado tuviese como uno de sus fines esenciales la protección a la Iglesia que «tenía el oído de la divinidad» -digámoslo con una metáfora francesa-, cuyas oraciones subían al cielo en demanda de ayuda a los cristianos combatientes, que cada día en multitud de catedrales, iglesias y cenobios se prosternaban ante el Señor, María y los santos a fin de requerir las gracias del Salvador del hombre. Nada más natural que la conversión en un fin del Estado, encamación del pueblo cristiano, la protección a la Iglesia. En la etapa aquí en estudio cuaja el mito del Santiago jinete y capitán de los ejércitos. El Silense recoge ya la leyenda. Se esculpen relieves y va despaciosamente avanzando la fe en ese bélico celestial auxiliar. Sánchez-Albomoz ha establecido la cronología de ese avance. El Apóstol Jacobo no fue invocado aún por las milicias concejiles ni en Las Navas. Mas, despaciosamente como queda dicho, avanzaba esa fe contribuyendo a afirmar la esperanza en la divina protección y, por ende, dramatizando los deberes de los súbditos de los Alfonsos o Femandos en proteger, ayudar y enriquecer a la Iglesia. La primera misión de los monarcas astur-leoneses fue la restauración y la creación de nuevas sedes. Nuevas fueron, por ejemplo, las de Oviedo, León y Zamora. Le siguió la fundación de monasterios; el registro de los creados o favorecidos por los soberanos de Asturias y León es interminable. No regatearon su protección a la Iglesia los reyes de la dinastía navarra, Femando I, Sancho II y Alfonso VI. El primero había decidido la restauración de las sedes arrasadas en Galicia y de las por él ganadas a punta de lanza cuando le sorprendió la muerte. Sabemos que esa empresa fue llevada a cabo por su hijo don Sancho, quien volvió a la vida las sillas episcopales de Orense, Braga y Lamego. La primera misión que se impuso Alfonso VI tras la conquista de Toledo fue convertir en iglesia la mezquita. Consta que restableció la archidiócesis primada y se preocupó por restaurar las sedes de Ávila, Salamanca, Segovia ... La protección de don Alfonso a la Iglesia fue más lejos: para renovar su cultura la colonizó con clérigos ultramontanos. Se vinculó estrechamente con Cluny ofreciendo un censo anual y escuchando sus consejos. Recordemos la carta dirigida a San Hugo, abad de Marsella: De romano autem officio quod iussione tua recepimus terram nostram admodum deso/atam esse ( «Sabed que nuestro reino está desolado porque hemos adoptado el rito romano por tu orden»). Y el mismo soberano aceptó la intervención papal en las asambleas eclesiásticas nacionales y en el nombramiento de los prelados de sus diócesis. Muy grave debió considerar la

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EL ESTADO

actuación del obispo de Compostela Diego Peláez para que se atreviera a deponerle y a encarcelarle. Llegó en cambio, en las postrimerías de su vida, luego del desastre de Uclés, a otorgar al arzobispo jacobeo Diego Gelmírez el privilegio de acuñar moneda. La devoción del Estado y de la monarquía ante la Iglesia no menguaron durante los reinados del Emperador y de sus sucesores en León y Castilla. Centenares de donaciones fueron hechas por ellos a sedes, monasterios e iglesias. El Estado vertía y vertía sus favores hacia las instituciones religiosas. Su protección a la Iglesia del Altísimo fue doblada en ocasiones de intervención en la vida de la clerecía. El Estado cobraba sus favores imponiendo su autoridad sobre obispos y abades. Alfonso VIII declaró que eran de la Corona las fortalezas de la Iglesia. No podemos sorprendemos de ese entrecruce de favores y de exigencias. El Estado encamado en el rey, celoso de sus derechos, aunque abría la mano en sus mercedes, la cerraba a veces sobre los hombres y los bienes de la Iglesia. En vísperas de Las Navas, Alfonso VIII, gran derrochador de concesiones a la Iglesia, se aventuró a tomar un tercio de los bienes de aquélla. Y los prelados castellanos declararon expresamente sus deberes de obediencia frente a Femando 111.

v. Sus ÓRGANOS 1. El poder real.

A)

Régimen sucesoria/ y «ordinario principis».

Como Sánchez-Albomoz ha demostrado, la tradición electiva visigoda sirvió de modelo al sistema sucesoria) del reino astur-leonés en sus comienzos. A lo largo del siglo X fue empero arraigando de hecho el principio hereditario. Y digo de hecho porque todavía durante las décadas centrales de esa centuria existía el convencimiento de que la monarquía era de iure electiva. Junto a casos de pacífica herencia hallamos ejemplos de la perduración del añejo sistema. Recordemos la formularia elección del pequeño Ramiro 111y las auténticas de Ordoño IV y de Vermudo II por los magnates levantados en armas contra los legítimos soberanos. Fue postrera empero la elección del Rey Gotoso. Tras ella la monarquía hereditaria se impuso sin tropiezos. A la muerte de Vermudo 111(1037) fue juzgada heredera del trono leonés su hermana doña Sancha como hija de Alfonso V. No ejerció sin embargo la potestad soberana. Correspondió la misma a su marido el navarro Femando I, hasta allí conde de Castilla, quien se hizo coronar y ungir como soberano de León. La auténtica reina se limitó a figurar permanentemente al lado de su regio esposo, a influir en su voluntad y a ejercer, según está demostrado, una acción decisiva en lo que suele llamarse leonización de las tradiciones castellanas. Es notorio que en 1063 Femando I con el consejo de los magnates repartió sus reinos entre sus hijos Sancho, Alfonso y García. El monarca dispuso, por tanto, de sus reinos como de su propio patrimonio. El primogénito se negó a aceptar tal partición y se opuso más tarde a la misma con las armas. Son conocidas las discordias civiles que llevaron al trono a Alfonso VI, sus matrimonios y su tardía descendencia masculina. La muerte de su único hijo varón, don Sancho, en 1108, en la rota de Uclés, planteó un caso difícil de sucesión hereditaria. El conquistador de Toledo brindó una solución realmente revolucionaria a principios del siglo XII. Reunió en la gran ciudad del Tajo a todos los nobles del

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reino para realizar una expedición contra los almorávides, y ante ellos declaró heredera del trono a su hija mayor , doña Urraca , viuda del conde Ramón de Borgoña y madre del pequeño Alfonso Raimúndez , a quien su abuelo entregó la tenencia o señorío de Galicia . Doña Urraca casó - no sabemos si antes o después de la desaparición del anciano y angustiado monarca con Alfonso I de Aragón el Batallador. Ese matrimonio no fue un requisito para el reconocimiento del derecho sucesorio de la primogénita de Alfonso VI ni implicó la transmisión de la soberanía al aragonés. Consta que la reina ejerció la iussio regís -airó a su ayo Pedro Ansú-

Alfonso VI originó graves conflictos sucesorios, como consecuencia de sus matrimonios y su tardía descendencia masculina. Retrato del rey castellano en el Libro de Estampas de la catedral de León

rez- mucho antes de firmar con su marido a fines de 1109 un acuerdo político (pactum sponsalicium). Otorgaba éste a cada uno de los cónyuges potestad soberana en el reino del otro; declaraba heredero de ambos al hijo que naciera de su unión; a falta del mismo sucedería doíia Urraca a su marido en Aragón y don Alfonso a su mujer en León y Castilla y reservaba los derechos del pequeño Alfonso Raimúndez a heredar los reinos de su madre a la muerte del padrastro . La posterior separación de los regios esposos invalidó el pacto e hizo reinar sola a doña Urraca. Importa empero señalar que , aunque el acuerdo se hubiese cumplido , la legítima heredera de Alfonso VI había sido la mayor de sus tres hijas y que como tal doña Urraca había tomado posesión plena del reino de su padre . Por primera vez en la historia de León una mujer

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desempeñó por sí misma la potestad soberana no sin crear serios problemas al país. Su desgobierno facilitó la segregación de Portugal. Ningún obstáculo hallamos en las siguientes décadas por lo que hace a la transmisión del poder. No puede asombramos que Alfonso VII sucediera a su madre y que llegada la hora de su muerte dividiera sus reinos entre sus dos hijos, Sancho 111de Castilla y Femando II de León. Esta división, sin tener las trágicas consecuencias de la de Femando I, fue dañosa para la vida de la monarquía porque volvieron a separarse León y Castilla retrogradando a los días lejanos de la secesión castellana. Queda dicho que ahora al incorporarse Toledo al reino de Castilla cambió radicalmente el equilibrio fáctico de las dos coronas. La partición de los reinos por Femando I y por Alfonso VII había producido tantos y tan graves perjuicios a la cristiandad peninsular que fue generándose entre los intelectuales de la época -clerecía y juglares- un movimiento de opinión adverso a tales repartos y favorable a la sucesión de la realeza por orden de primogenitura. La temprana muerte de Sancho 111llevó al trono de Castilla a un niño, Alfonso VIII, produciéndose una conflictiva minoridad sin otro precedente que la de Ramiro 111,de ingrato recuerdo. Su tío, el leonés Femando 11, abrigó la esperanza de realizar la unión de las dos monarquías, pero el niño-rey refugiado tras las murallas de Ávila mantuvo en sus sienes la corona. El rey de Las Navas tardó diecinueve años en lograr que cuajara el heredero varón. Doña Berenguela -la Grande- fue su primogénita. En 1187 parecía destinada a sucederle. Por ello Alfonso VIII al desposarla con el príncipe Conrado de Alemania la hizo jurar heredera del trono en la famosa curia de Carrión. Para alcanzar la paz entre los dos reinos separados por la inconsulta disposición de Alfonso VII el Emperador, doña Berenguela hubo de casar después con su tío el leonés Alfonso IX, sucesor de Femando 11. Los reyes de Castilla y el reino todo recibieron con alborozo en 1189 el nacimiento del infante don Femando, «esperanza de los pueblos», según el autor de la Crónica General. Los hados inclementes truncaron empero su promisoria existencia en octubre de 1211. Y otra vez Castilla tuvo que enfrentar una minoridad, la de Enrique I, último hijo de don Alfonso y doña Leonor, que no tenía aún once años. En el curso del siglo XII la aristocracia y en especial la familia de los Lara habían escalado grandes peldaños en el dominio de las fuerzas políticas del país. El pequeño monarca murió pronto víctima de un accidente durante un juego de niños. Habría debido sucederle doña Berenguela. El reino estaba en manos del clan de los Laras bajo la regencia y tutoría del ambicioso conde don Álvaro. La heredera, separada canónicamente del rey de León, tuvo noticia de la muerte de su hermano antes de que el leonés la conociera y consiguió que le enviase al hijo de ambos, Femando, joven de dieciocho años. Tropezó la reina con la resistencia del regente y sus amigos y con la desconfianza de los concejos, que no guardaban buen recuerdo del gobierno muliebriter de doña Urraca. Después de laboriosas negociaciones con las ciudades de entre Duero y Tajo, en una magna reunión de sus representantes celebrada en Valladolid, delegados de los mismos solicitaron en su nombre y lograron sin esfuerzo que doña Berenguela renunciase a sus derechos en su hijo el futuro Femando 111el Santo. Le alzaron rey cantando el Te Deun laudamus, le prestaron el debido homenaje y le juraron fidelidad los magnates, los clérigos y los representantes de las ciudades y villas del reino. En el verano de 1217 se resolvió en Valladolid el problema sucesoria! planteado, con respeto de la tradición nacional castellana pero conforme a la opinión pública creada por los antes llamados intelectuales de la época en el transcurso del siglo XII.

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Nada cambió al acceder al trono el navarro Fernando l. Por el autor de la llamada Historia Si/ense sabemos «que fue consagrado en la iglesia de Santa María de León y ungido rey por el católico obispo Servando de venerada memoria », el 22 de junio de 1038. En el Libro de Horas que lleva su nombre aparece con el cetro y consta que se cubrió con la regia clámide y ciñó gemmatam coronam. Con motivo de la inundación del reino por prácticas , ritos , instituciones ... ultrapirenaicas en los días de Alfonso VI no es imposible que se introdujera la ceremonia de la entrega de la espada que aparece en una de las tres ordenaciones de Alfonso VII. Sabemos por la Historia Compostelana que , niño aún , en 1110, fue llevado con noble y grande pompa a la Iglesia de Santiago , en la que el arzobispo Gelmírez , de pontifical , y el clero , ornado con las vestimentas eclesiásticas , le recibieron procesionalmente . El prelado le condujo ante el altar donde reposaban los restos del Apóstol y allí le ungió conforme a los cánones, le entregó la espada y el cetro , le coronó con la diadema áurea y le hizo ocupar la sede pontifical. Celebrada luego la misa solemnemente , según la costumbre , se trasladaron al palacio arzobispal , donde Gelmírez ofreció un gran convite espléndidamente servido al que fueron invitados todos los próceres de Galicia . De este modo transcurrió el día entre himnos de júbilo y cánticos de alegría. Si no olvidamos el afrancesamiento de la que había sido corte de don Raimundo de Borgoña y de la clerecía compostelana , podríamos aceptar sin esfuerzo que Alfonso VII fue ordenado en su niñez conforme a un rito extraño .

La consagración de los príncipes con el óleo bendito inclina a juzgar la unción real como la «ceremonia » esencial de la ordinatio regis. Escena de esa unción real en el Ant ifonari o mozárabe de la catedral de León

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A Fernando 111 el Santo le alzaron rey cantando el Te Deum laudamus y prestándole el debido homenaje manual los magnates, clérigos y repr esent antes de villas y ciudades del reino. Retra to de Fernando III en el Tumb o A de la catedr al de Santiago de Compostela

Conocemos la ordinatio , es decir, la ordenación de los últimos reyes visigodos; la ha estudiado Sánchez-Albornoz . Sabemos que abarcaba la coronaci ón, la ocup ación del solio regio , el juramento y la unción . Ignoramo s todo en cambio sobre las ceremonias con que fueron proclamados los primero s reyes de Asturias. Es probabl e que el tradici onal ordo perdurase en el pequeño reino surgido en el norte bajo el caudillaje de la nobleza goda no colaboracioni sta. Los ritos señalado s -coronación , unción y ocup ación del solido real- continuaron practicándose en la monarquía astur-leonesa; refleja esa realidad el Anti fonario visigodo-mozárabe de la catedral de León terminado en la primera mitad del siglo x . No es imposible que se añadiera entonc es a tale s rito s la entr ega del cetro. De los textos narrativos y diplomáticos cabe deducir que la unción fue la ceremonia más import ante y la que más fuer temente impresionó a los contempor áneos. Como ha escrito Sánchez-Albornoz , «el carácter divinal de la guerra contra los musulmanes y las hora s crueles que en ella padecieron les forzaro n a implorar el auxilio celestial. .. los movieron quizás a juzgar prom esa esperanzadora de socorro divino la consagración de sus príncipes con el óleo bendito y los inclinaro n a juzgar la unción real como la ceremonia esencial de la ordinatio regis».

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El futuro Emperador fue coronado en Santa María de León en 1126. Su cronista nos ha dejado un conciso relato. Por él consta que a las ceremonias de dentro del templo acompañaba alguna que se realizaba en las calles y plazas de la ciudad, ceremonia cuyo origen y fecha de iniciación desconocemos. Tal el levantamiento de pendones por el nuevo soberano. La coronación de don Alfonso en 1135 fue en líneas generales semejante a la llevada a cabo en Galicia en 1110, exceptuada la ceremonia de la unción, que fue innecesaria por estar ya ungido el monarca. Nuevamente el autor de la Crónica refiere al pormenor lo ocurrido el día de Pentecostés del citado año en Santa María de León. El rey revestido con una capa de oro y piedras preciosas, notablemente trabajada y colocado el cetro en sus manos, teniendo a la derecha al rey de Navarra García Ramírez y a su izquierda al obispo legionense don Arias, seguidos del clero, fueron ante el altar, entonando el Te Deum entre las aclamaciones de los asistentes -obispos, abades, nobles, no nobles y la plebe toda, a más de reyes, duques y magnates extranjeros-, que a una voz gritaban: ¡Viva el Emperador! Tras la bendición por el prelado de León se ofició una misa y concluyó la ceremonia con un espléndido convite en los palacios regios y con la entrega de grandes estipendios a obispos y abades y considerables limosnas en ropas y alimentos a los pobres. De este texto se desprende la importancia y relieve que había adquirido el manto real, cuya textura enriquecían sin cesar los monarcas, y al propio tiempo cabe advertir que el Te Deum formaba ya parte de las solemnidades de la ordenación. Las ceremonias descriptas en la Historia Compostelana y en la Crónica de Alfonso Vil se acercan aunque no coinciden con las registradas en el llamado Ceremonial de Cardeña, de fecha desconocida pero al parecer copiado en Castilla en las últimas décadas del siglo XI. Constituye este Ceremonial una copia fiel del usado en las entronizaciones de los monarcas francos, germanos y anglosajones. Mi maestro ha conjeturado que acaso devolvieron de más allá de los montes, adornado y transformado, un ceremonial derivado del utilizado en las transmisiones del poder real durante el período godo. Y ha conjeturado también con gran temor que pudo pasar la frontera y copiarse en tierras castellanas con ocasión de la recepción del rito romano-galicano a fines del 1000 o a principios del 1100. Acaso dejaron el Ceremonial en el claustro los cluniacenses a quienes Alfonso VII había entregado Cardeña en 1142 al abandonar el monasterio tres años después llevándose el oro, la plata y los tesoros del cenobio. Ignoramos cómo fueron ordenados reyes los hijos y los nietos de Alfonso VII; ni siquiera podemos tener por seguro que fueran ungidos. Cabe destacar sin embargo que los soberanos prestaron atención especial al ceremonial de coronación; se preocuparon por aumentar con nuevos detalles su aparato y suntuosidad. Ramón Berenguer de Aragón y Cataluña, al recibir en feudo de Sancho 111Zaragoza, Calatayud y otros lugares, se obligó ante el castellano a acudir a la corte cuando se le llamase y a tener un estoque desnudo en su coronación. Acabo de escribir que desconocemos la ordenación de los sucesores inmediatos del Emperador. Los cronistas nos brindan una imagen desvaída pero novedosa de la entronización de Enrique I y de Femando 111.La Crónica latina de los reyes de Castilla cuenta que a la muerte del glorioso rey {Alfonso VIII), su hijo Enrique fue sublimado en el reino y recibido por todos los castellanos, los prelados de las iglesias y los pueblos de las ciudades y le hicieron omagium manuale. Y don Rodrigo Ximénez de Rada y la recién citada Crónica latina, al ocuparse de don Femando, expresan que le alzaron rey cantando el Te Deum y que le hicieron homenaje manual todos los que estaban presentes tanto los magnates como el pueblo de las ciudades y de las villas.

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Según demostré hace años, con el beso en la mano se anudaba en León y Castilla una relación vasallática de tipo que podríamos llamar feudal. Y a imitación de tal ceremonia se reconoció con el beso en la mano -eso era el homenaje manual- el señorío político del rey por sus vasallos naturales, o sea, sus súbditos. Lamentablemente no he podido precisar desde cuándo se prestaba ese besamanos a los nuevos monarcas. Me he referido a esta cuestión al examinar los deberes de naturaleza de los habitantes en el reino. Expliqué entonces esta ceremonia como transvasación a la esfera del derecho estatal del homenaje que debían prestar los vasallos al señor y podemos explicarla como proyección de la teoría jurídica que hacía vasallos de la realeza a los grandes concejos de la monarquía, porque eran éstos, es decir, los municipios de realengo, quienes hacían homenaje a los reyes. Como una parte de los moradores en el reino lo prestaban en virtud de su directa relación de vasallaje y los concejos por obra de la ficción señalada, el hominium llegó a ser una fórmula de reconocimiento de la autoridad regia por los súbditos. A lo que creo, a comienzos del siglo XIII el homenaje manual a los reyes nuevos era una vieja práctica. No olvidemos que Las Partidas -11.13.20- penaron con la caída en alevosía a quienes no se presentasen a besar la mano al nuevo soberano y sabemos que el código alfonsí recogió la tradición nacional. He escrito también al ocuparme de los deberes de naturaleza de los súbditos que ni Sánchez-Albomoz ni yo hemos logrado encontrar ni siquiera un indicio de la realización del juramento de fidelidad por los súbditos al rey a lo largo de los siglos X, XI y XII, juramento habitual en la época goda. Es comprensible que ese primitivo juramento a los reyes por el pueblo en el momento de su accesión al trono fuese reemplazado por el llamado hominium manuale. El quebrantamiento del homenaje era castigado con rudísimas penas inmediatas de mayor efectividad que las ultraterrenas con que eran amenazados quienes violaban un juramento. Mi maestro ha llegado a hablar de una secularización de la monarquía. Y no sólo por el triunfo del beso en la mano, sino por el abandono de la multisecular práctica de la unción. Según he dicho antes, no sabemos que fueran ungidos los sucesores del Emperador. Y las crónicas declaran tajantemente que no lo fueron los de Femando el Santo. No podemos interpretar tal cambio y tal olvido como una prueba de la declinación de la fe de la cristiandad peninsular. Había decaído la influencia de la Iglesia en el equilibrio político de la sociedad regida por los soberanos castellano-leoneses al mismo tiempo que ascendía el poder de la nobleza y del pueblo; tales las reflexiones ofrecidas por mi maestro. B)

Títulos reales: el Imperio.

Los reyes astur-leoneses se habían llamado pomposamente a sí mismos Serenissimi y habían apoyado pleonásticamente sus preceptos y mandatos con calificativos de esa voz derivados; lo ha demostrado Sánchez-Albomoz. El título oficial de los monarcas de los siglos XI y XII fue, naturalmente, el de rex. Lo apostillaron casi sin excepción con palabras que vinculaban su autoridad con el Altísimo y se denominaron Dei gratia Rex o sub Dei gratia princeps. En algunas ocasiones se titularon Serenissimus Rex o Serenissimus Prínceps y en otras se llamaron Rex hispaniarum, hispaniarum Princeps o lspaniae Regine. En particulares circunstancias algún monarca -el leonés Femando 11- evidenció más ambición que realidad -no era soberano de Castilla- al titularse Rex hispanorum. En réplica a ese ambicioso título también se llamó Rex hispanorum el castellano

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Alfonso VIII. Alfonso VII de modo balbuciente al comienzo de su reinado , y el futuro vencedor en Las Navas de modo frecuente se denominaron Rex et Dominus. Rex dominus se llamó asimismo Alfonso IX de León . La adulación notarial adornó la figura de los soberanos con hiperbólicos adjetivos. Alfonso VII fue calificado de glorioso, pio, felici, semper inuicto, y su hijo Femando II , de illustrissimus, uictoriossimus, invictissimus e inclitus. Y famosísimos fueron llamados ambos más de una vez. En el camino de las señaladas titulaciones se cruzó , como es notorio , la llamada «idea imperial leonesa », que merece especial atención. Quiero antes , sin embargo , volver a destacar la concepción divinal del poder que asoma aquí y acullá en los documentos reales. Monarcas y notarios pensaban que el reino era una delegación de la suprema autoridad del Señor . Nos autem divina procurante clementia dum apicem Regni conscendimus, et tronum gloriae de manu Domini et ab universis fidelibus accepimus , declaró , por ejemplo, Femando I en 1046. Sus sucesores siguieron la misma senda - Dei, a quo regni potestas est mihi tradita, expresó Alfonso IX- y siempre amenazaron en primer término con la ira de Dios a los quebrantadores de sus disposiciones .

La idea imperial leonesa . Privilegio de Alfon so VII el Emperador , rey de Castilla . Th e Hispa nic Societ y of Am erica. New York

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Los monarcas de León se titularon reges, nunca se llamaron a sí mismos emperadores. Miniatura de Ramiro II, rey de León , en el Tumbo A de la catedral de Santiago de Compostela

Es sabido que en el reino de León los gobernadores de distrito se titularon a veces imperatores porque recibían una tierra ad imperandum (para su regimiento) . Y es sabido también que se contraponía o yuxtaponía tal título al de comites porque conde era una pura dignidad cortesana que en modo alguno suponía el gobierno de tierras; demostró tales realidades mi maestro hace más de sesenta años. Los monarcas de León se titularon reges; nunca se llamaron a sí mismos emperadores. Sánchez Candeira, Barrau Dihigo , Sáez y Sánchez-Albornoz han puesto de relieve la falsedad de las escrituras en las que Alfonso 111 se nombra lmperator Hispaniae y Ordoño II se titula Serenissimus Imperator. Y otras en las que se alude al ius imperiale de los soberanos legionenses . A partir de comienzos del siglo x sin embargo de modo nada frecuente algunos reyes calificaron en documentos regios de imperatores a sus progenitores o antecesores y ciertos notarios atribuyeron título parejo al monarca reinante o a otro ya muerto . El vocablo en cuestión se aplicó a reyes niños o débiles políticamente , que no obtuvieron brillantes victorias frente al sur musulmán y que fueron vencidos por soberanos de la misma dinastía.

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La concesión del título imperial no implicó la existencia de un imperio en el sentido jurídico y político de la palabra; implicó la floración de la llamada «idea imperial leonesa», en la cual desembocó el neogoticismo que había arraigado en las mentes y voluntades de los clérigos y nobles que habían rodeado a los reyes de Asturias tras el fallido intento de Alfonso II de restaurar el ordo gótico en el palacio y en la Iglesia. Según ha demostrado mi maestro, pudo ser decisiva para la acuñación de esa idea imperial la primera década del reinado de Ramiro 11, a quien algunos escribas leoneses por vez primera llamaron rex magnus o rex imperator. El mismo historiador ha señalado el «conjunto de impulsos oscuros y de fuerzas tan poderosas como entrelazadas» que contribuyeron a la acuñación de aquélla de una manera todavía imprecisa y no bien dibujada a mediados del 900: éxitos políticos y militares del príncipe dentro y fuera del reino, justa admiración de clérigos y magnates cortesanos, adulación temerosa y el deseo de exaltar su dignidad mayestática en emulación del título califal que se había arrogado 'Abd al-Rahman 111y de marcar su superioridad sobre el rey de Navarra. Nacida en tomo a León -sólo cristalizó en textos pertenecientes a ese reino; lo ha destacado García Gallo-, la idea imperial fue utilizada luego para afianzar la tambaleante autoridad de los poco enérgicos soberanos que se sucedieron en la segunda mitad del siglo X. A medida que se agudizó la decadencia de la monarquía leonesa y la crisis sincrónica del poder soberano -a nadie escapa la impotencia cristiana cara al sur musulmán- se acentuó, como paliativo, la exaltación del poder mayestático de esos cada vez más débiles monarcas mediante el otorgamiento del título imperatores. Ramiro 111se atrevió a llamarse Flavius Basileus Princeps Magnus. La idea imperial leonesa triunfó al cabo tras un lento madurar. Aunque según queda dicho, no logró articular un imperio en el estricto sentido político y jurídico del vocablo, consiguió mantener viva la hegemonía histórica del reino que había intentado restaurar la monarquía de Toledo. Los estados cristianos peninsulares -Cataluña, Navarra, Aragón- llegaron a reconocer en el primer tercio del XI -no lo habían hecho en la centuria anterior- como emperadores a los reyes de León (la conquista de la sede regia por Sancho 111el Mayor de Navarra movió a éste a titularse imperator y a acuñar moneda con el título de emperador). Y no cabe olvidar que algún cronista musulmán calificó de rey godo a Alfonso V. Llegamos así a la época en estudio. Con Femando I, primer soberano de la dinastía navarra, no cambia la idea imperial. Los notarios le llaman emperador de vez en vez y no desde temprano, y en ocasiones llaman imperatrice a su mujer, doña Sancha, la legítima reina de León. Nunca se tituló don Femando a sí mismo emperador, no le conocemos ambiciones imperiales y no consta que su sobrino el rey de Navarra tras Atapuerca se convirtiese en su vasallo. Según ha señalado mi maestro, no cabe ver proyección de la idea imperial leonesa en sus triunfos y sometimiento a parias de los reyezuelos musulmanes. Con la accesión al trono de su hijo Alfonso VI sí se produjo un giro decisivo en la tradición imperial legionense. El conquistador de Toledo se tituló a sí mismo oficialmente emperador y el deseo de rechazar las pretensiones de Gregorio VII al señorío de España - basadas en la supuesta donación de Constantino- le indujo a extender su título imperial a toda España. Menéndez Pidal ha reunido los textos en que se llama Imperator Hispaniae, totius Hispaniae lmperator, lmperator constitutus super omnes Hispaniae nationes, lmperator magnificus triunphator. Teóricamente su imperio se circunscribió a los reinos sobre los que ejercía soberanía. De hecho, su incuestionable superioridad -recordemos que sus estados se extendían del Mondego al Ebro y desde el Tajo al Cantábrico- obligó a todos -cristianos y moros- a someterse a sus designios.

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El Imperio de León existió en su estricto sentido técnico jurídico-político al ascender a la dignidad imperial Alfonso VII . Vista de la decoración del Panteón de los Reyes de la colegiata de San Isidoro , León

Es conocida la política europeizante de don Alfonso -he hablado de ella más de una vezy la inundación del reino por prácticas ultrapirenaicas ; entre ellas las feudales . Se cruzaron éstas con las aspiraciones imperiales del conquistador de Toledo . Su conjunción habría sido promisoria por lo que hace a la concreción de la unidad española. La anudación de vínculos vasalláticos con el emperador por los otros reyes cristianos peninsulares constituía un eficaz medio para afianzar el reconocimiento por ellos del imperio hispánico y la hegemonía política del monarca sobre ellos. No se cumplieron empero los requisitos para que ello fructificase y la idea imperial no favoreció la unificación de España . La oleada almorávide demolió el poderío alfonsí; las guerras civiles que estallaron a la muerte de Alfonso VI durante el desgobierno de su hija doña Urraca redujeron el reino a la impotencia , y cuando Alfonso VII restauró la regia autoridad y el poderío vital de la monarquía , se había roto el equilibrio de poder entre León y Castilla y los restantes estados cristianos de la Península. Recordemos el mapa de España en la tercera década del siglo XII. Además , ni Alfonso VI tuvo la habilidad diplomática ni el talento político para llevar adelante la empresa imperial ni su nieto Alfonso VII supo ganarse la simpatía de los aragoneses cuando marchó a su reino ; en caso contrario Ramiro el Monje no habría casado a su

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La ocupación del reino caesaraugustano condujo a la unión de Aragón y Cataluña . Detalle de la decoración en las archivoltas de la iglesia de Santa María, en Uncastillo , Zaragoza

hija doña Petronila con Ramón Berenguer IV de Barcelona; matrimonio provocado por la indudable torpeza de Alfonso VII y que hizo surgir al oriente de sus reinos un estado poderoso que andando el tiempo equilibraría el potencial político e histórico de León y Castilla . Alfonso I de Aragón el Batallador usó también el título imperator incluso después de romper su matrimonio con doña Urraca . Según hemos visto arriba , el 26 de mayo de 1135 en Santa María de León se realizó por primera vez un ordinario imperatoris al ascender a la dignidad imperial Alfonso VII; por primera vez existió en su estricto sentido técnico jurídico-político el Imperio de León. El solemne rito de la coronación convirtió la idea imperial en una institución de derecho público. Alfonso VII fue extremadamente vanido so y esa vanidad le movió a saltar las fronteras de la Península y a extender su soberanía imperial del Ródano al Atl ántico . La comunidad política por su vanidad creada no era desgraciadamente viable ; las tierra s sobr e las que imperó carecían de vínculos históricos y políticas adecuadament e sólidos. Y - como ha escrito Sánchez-Albornoz- «al desbordar de modo antihistórico las lindes de su imperio hizo imposible su perdurabilidad , debilitó la fuerza efectiva de su imperial poder y a la postre contrarió la promisoria proyección positiva del viejo imperio leonés hacia la unificación política de Hispania ». Contra este objetivo conspiró asimismo el carácter feudal del imperio leonés. Fácil es advertir que el régimen feudo-vasallático -m e ocuparé de él oport unamen te- de Alfonso VI a su nieto sin olvidar a su yerno Alfonso el Batallador , contribuyó al fraccionamiento de España .

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El conquistador de Toledo, siguiendo la moda de ultramontes, había cedido en tenencia hereditaria a sus yernos borgoñones Portugal y Galicia. Y si ésta se reincorporó a la unidad estatal de la monarquía tras la muerte del conde don Raimundo y la accesión al trono del joven Alfonso VII, no ocurrió otro tanto con Portugal. El Emperador no intentó jamás recuperar el reino que injustificadamente había nacido a orillas del Atlántico. Y se conformó con un reconocimiento de vasallaje por parte de su primo Alfonso Enríquez, quien más adelante al convertirse en vasallo de la Santa Sede se apartó definitivamente del Imperio. La fuerte influencia de ultramontes por lo que hace a las cesiones feudales llevó al Emperador a cometer un grave error, grave error naturalmente frente al futuro de la política unitaria de España. Aludo a la entrega in honorem de Zaragoza a su cuñado Ramón Berenguer IV de Barcelona, reino que había ocupado tras la muerte de su padrastro el Batallador con el asenso forzado o voluntario de Ramiro II de Aragón. La ocupación del reino caesaragustano condujo a la unión de Aragón y Cataluña y su misma cesión feudal llevaba en sí el germen del desgajamiento. Guiado por los mismos influjos ultrapirenaicos, don Alfonso cometió el último y más nefasto error: el reparto del reino entre sus dos hijos, Sancho y Femando. Ello significó no sólo la separación de León y Castilla, sino la ruina del imperio leonés y un rudo golpe en el caminar hacia la unidad hispana. A nadie escapa que aunque Castilla no hubiese caído en la anarquía, ni Sancho ni Femando tenían la autoridad precisa para mantener la organización imperial. Uno y otro carecieron de la necesaria fuerza para imponerse al conde-rey de Aragón y Cataluña, al monarca navarro, y no pudieron soñar con renovar el pacto de vasallaje con los soberanos portugueses. Desde entonces Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón-Cataluña recorrieron independientemente el difícil y azaroso camino que la Providencia les marcó. C)

La «iussio regis». Sus proyecciones.

Queda dicho que el poder real se denominaba en la época astur-leonesa iussio regis, que literalmente podríamos traducir por mandato del rey. lussio regis siguió llamándose a la autoridad regia en el período aquí estudiado en el reino de León primero (1037 a 1157) y en los de Castilla y León después (1157 a 1217). En éstos alternó con otras expresiones también registradas: auctoritas regia, regia maiestas, potestas regia... Por su eufonía voy a usar en estas páginas la vieja denominación ya clásica durante el reinado del primer soberano de la nueva dinastía navarra, Femando I (1037-1065). Y voy a referirme a la iussio regis de continuo al examinar sus proyecciones; podríamos decir el ámbito de actividades a que se extendía la acción continua de la iussio regis. Era ella la manifestación activa del poder real. No tenía éste límites precisos en la vida diaria de la comunidad regida por el príncipe -se usó mucho más el vocablo rex; cabría puntualizar que casi de modo exclusivo-. Pero prínceps tenía una vieja y lejana tradición y por ello me ha venido a la pluma como a veces saltaba a la de los cronistas o los notarios. He escrito que no tenía límites precisos el poder real y quiero aclarar la afirmación. Me parece seguro que los derechos reconocidos en la ley o la tradición a los diversos miembros de la sociedad y a las diversas instituciones eclesiásticas o laicas, constituirían otros tantos topes al caprichoso empleo por los monarcas de la iussio regis. ¿Podían privar a un infanzón o a un hidalgo de su condición de tal? ¿Podían los reyes exigir más de 500 sueldos por la muerte de un noble? ¿Podían revocar una concesión de inmunidad, es decir, de señorío? ¿Podían atropellar los lineamientos jurídicos de las libertades de un municipio? ¿Podían reducir a un hombre a la

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servidumbre inconsultamente? ¿Podían fallar un litigio o un proceso injustamente dando la razón a quien no la tenía supuesto el procedimiento formulista al uso? Quizás podían hacerlo de iure, quiero decir , que acaso inconsultamente podían cometer tal atropello . Pero no he escrito en vano tal vocablo . Al hacerlo atropellarían los derechos que ellos o sus antecesores o la misma tradición jurídica y moral del reino habían creado . Podríamos concluir que la iussio regís, el mandato real , tenía como límites la ley o la costumbre que hubiese adquirido vigor jurídico. Pienso que de hecho podía sí quebrantar el rey leyes vigentes y costumbres en vigor , pero incurriendo en tiranía . Tema sabroso el de registrar los casos en que el ejercicio de la iussio

La iussio regis continuó con esa denomi nación en Castilla. incluso bajo el reinado del pr imer soberano de la dina stía navarr a, Fernando l. En la ilustración , el monarca caste llano y doña Sancha , dentro del Dium a/ m o~árabe de la catedr al de Santiago de Compo ste la

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Las lineas generales de repoblación de tierras nuevas estaban dirigidas o se hacían en nombre del rey . En Á vita, los repobladores originarios de Cinco Villas, Lara y Covaleda fueron de los más privilegiados por haber llegado primero. Cenotafio de los Santos Vicente , Sabina y Cristeta , en la iglesia, de San Vicente de Avila

regis podía haber realizado tales atropellos. Registro ct1tícilporque ningún notario habría consignado por escrito el atropello y porque los cronistas , siempre oficiosos y transidos de devoción humildosa hacia los príncipes , rara vez se aventuraban a hacer tales registros. Y cuando ha llegado hasta hoy el eco de un atropello real , ha perdurado o edulcorado por el temor o por el favor real o envuelto en leyendas que es difícil despojar de la floración normal de la imaginación popular. La iussio regis o mandato del rey se proyectaba , según he escrito, a todos los ámbitos de la vida de la comunidad. He agrupado tales proyecciones como Dios me ha dado a entender. No dudo de que podrían trazarse otros cuadros distintos . Creo empero haber abarcado los aspectos más exaltantes y exultantes de la acción de la realeza , encamando , repito , al Estado .

a)

Repobladoras .

He registrado antes en líneas generales como una de las misiones fundamentales del Estado la repoblación de las tierras nuevas y he señalado que esa misión abarcaba muy varios y complejos problemas que iban desde la atracción de pobladores a la organización de las nuevas pueblas y a la solución de las numerosas y conflictivas cuestiones que tales pueblas acarreaban . Encamado el Estado en la figura del monarca , en la época astur-leonesa las empresas repobladoras se habían acometido per iussionem regis, sub nomine regis, per edictum regis, per

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decretum regís, per ordinationem regís, per ordinationem dominicam. Por orden expresa y singular del soberano se iniciaba, por tanto, cada una de las repoblaciones oficiales. No varió el sistema en los siglos aquí examinados. Las pueblas se hacían por el rey o en nombre del rey. Fueron ellas diversas, en parte, de las muy varias y complejas de los primeros siglos de la Reconquista. Había ésta avanzado a paso lento. Queda dicho que con la toma de Toledo se planteó de modo urgente la vuelta a la vida de una enorme extensión de tierra, la comprendida entre Duero y Tajo. Algún monarca de Oviedo había dirigido él mismo alguna puebla. No dejaron los soberanos de León y Castilla de presidir empresas parecidas, pero por las urgencias bélicas tal vez tuvieron mayor precisión de delegar en otros las grandes aventuras repobladoras. No podemos imaginar a Alfonso VI afrontando en persona las pueblas de Ávila, Salamanca, Segovia, Escalona, Madrid ... , porque los almorávides estaban fuertes y duros más allá de la frontera. Las Crónicas de este período no dedican tanta atención como las antiguas a tales empresas poblatorias y no disponemos del caudal documental de la época anterior; ahora fueron núcleos urbanos con un extensísimo alfoz, casi una provincia actual, los que debieron ser restaurados. Vuelvo a aludir a Ávila, Segovia, Salamanca ... En los primeros tiempos no hubo en ellos cenobios capaces de transmitimos pormenores de tales empresas y los cronistas tenían demasiados temas bélicos que narrar para prestar atención a aquéllas. Más por tradición que por textos diplomáticos sabemos, por ejemplo, que el conquistador de Toledo encomendó a su yerno el conde don Ramón la repoblación abulense y salmantina. Y sabemos que había encargado la de Sepúlveda, menos importante que las citadas, a un merino llamado Pedro Juan. Era empero sin duda el rey quien fijaba la norma jurídica que había de regir a la población vuelta a la vida. Creo que es necesario distinguir en esa vuelta a la vida el problema que podríamos calificar de humanal de la llegada de repobladores, de la posterior organización de la puebla. Casualmente conocemos un sabroso relato de la repoblación de Á vila: «Quando el conde don Remondo, por mandado del rey don Alfonso que ganó a Toledo (que era su suegro) ovo de poblar a Avila, en la primera puebla vinieron gran compaña de buenos ornes de Cinco Villas e de Lara e algunos de Covaleda. E los de Covaleda e de Lara venfen delante, e ovieron sus aves a entrante de la villa. E aquellos que sabfan catar de agüeros entendieron que eran buenos para poblar allf, e fueron poblar en la villa lo más cerca del agua. E los de Cinco Villas, que venfan en pos dellos, ovieron essas aves mesmas. E Mufto Echaminzuide, que venfe con ellos, era más acabado agorador e dixo, que los que primero llegaron, que ovieron buenas aves. más que herraron en possar en lo baxo ~rea del agua, e que serían bien andantes siempre en fecho de armas, mas en la villa que no serien tan poderosos nin tan honrrados como los que poblasen de la media villa arriba. E fizo poblar y a aquellos que con ~l vinieron. E oyemós dezir a los ornes antiguos, e desque nos llegamos assf lo fallamos, que fue verdadero este agorador lo que dixo. E entre tanto vinieron otros muchos a poblar a Avita, e señaladamente infan~ones e buenos ornes de Estrada e de los Brabezos e otros buenos ornes de Castilla. E estos ayuntaron con los sobredichos en casamientos e en todas las otras cossas que acae~eron. E porque los que vinieron de Cinco Villas eran más que los ottros, la otra gente que era mucha que vino poblar en Avila llamáronlos serranos; pero dio Dios a todos grande e buena andan~a en aquella pobla~ión.»

Cabe imaginar escenas semejantes al iniciarse la vuelta a la vida de las otras poblaciones citadas. Como Ávila, Salamanca surgió de la nada. Los documentos de la catedral nos ofrecen puntuales noticias acerca de la tardía y lenta repoblación de la ciudad a partir de 1102. También brindan los textos datos sobre la multiplicidad de los grupos de repobladores que fueron llegando a ella y a su tierra a lo largo del siglo XII. Se acogieron en el solar salmanticense gentes de

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Las tierras cristianas fronterizas y orientales de Soria fueron favorecidas por la acción repobladora de Alfonso I de Aragón . Reproducción de su sepulcro , en el monasterio de Montearagón . De Iconografía Española .. . , por V. Carderera

todas las tierras: gallegos, bracarenses , portucalenses, serranos, castellanos , de las ciudades del Duero -Toro y Zamora, por ejemplo-, de la mozarabía meridional y .. . ultrapirenaicos. Sí; durante el primer siglo de su vida histórica , es posible documentar en Salamanca la presencia de un crecidísimo número de los globalmente llamados francos . La comenzada repoblación de Salamanca no se amplió ni se intensificó notablemente durante el reinado de Alfonso VII . Fueron los reyes leoneses Fernando II y Alfonso IX quienes pusieron mucho ahínco en la empresa . El primero extendió la obra repobladora a las tierras de Ledesma y Ciudad Rodrigo. Y al segundo se debe la transformación de la ciudad . Carecemos de testimonios pormenorizados sobre una primera y temprana repoblación de Segovia. Sabemos empero que estuvo prácticamente desierta hasta que fue restaurada por Alfonso VI en 1088. He aludido antes a una declaración del monarca según la cual halló las tierras segovianas yermas, sólo habitadas por osos , jabalíes y muy diversas fieras , cuando las pobló , cultivó y fortificó. Pero había que poblar también los alfoces y que proseguir lentamente la repoblación de las ciudades. A tal fin llegaron gallegos , aragoneses , navarros, gentes de la montaña santanderina , vascos y francos . Aragoneses aparecen en tierras de Segovia ; altamiranos , gallegos y navarros , en las de Ávila; gallegos y francos , en las de Salamanca ; vascos debieron poblar Gorría y Mingorría en las abulenses ... Las tierras sureñas y orientales de Soria fueron favorecidas por la acción repobladora de Alfonso I de Aragón, a quien la Historia conoce como el Batallador. Inmediatamente después de la puebla se dictaría la norma de convivencia en la ciudad , norma generosa porque, como he dicho al hablar de los fines del Estado , acudirían a las nuevas pueblas gentes de muy diferente catadura moral cuya vida en común no sería fácil. Ninguna prueba mejor que las prescripciones contenidas en el Fuero de Sepúlveda concedido por Alfonso VI en 1076. En él se garantiza la libertad de los raptores o ladrone s que llevasen a la ciudad a las mujeres raptadas y las cosas robadas . Se reduce a un mes el plazo que garantizaba la posesión de su casa por el repoblador . Se le otorgaba el derecho de testificar contra los infanzone s o nobles . Se obliga a éstos a estar a juicio con cualquier poblador a quien deshonr ase n so pena de

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poder ser muertos sin castigo, es decir, «de salir enemigo». Se concede a los pobladores exención de pena caso de matar a un hombre de Castilla y poder huir al norte del Duero. Se condena a la máxima calumnia -300 sueldos- y a ser declarado enemigo a quien siguiera a su «omiciero» y le matare al norte del Duero. Se libera a los pobladores de pagar más del octavo de la calumnia en que incurrieran por muerte de un hombre y más del séptimo de cualquier otra, pero se condena a pagarla íntegra caso de hurto. Se prohíbe que fueran prendados en juicio, so pena de pagar el doble de la prenda y el coto regio de LX sueldos. Se les exime de mañería y de fonsadera y también de portazgo en todos los mercados de Castilla. Se reduce la responsabilidad por muerte de merino. Se impone al concejo a ayudar a quien el senior -gobernador de la plaza- forzare con engaño; se exime a los pobladores de responder a cualquier demanda de aquél sino en juicio y se le prohíbe testificar contra ellos y retarles a duelo judicial. Se les brinda tal vez libertad para elegir juez, en todo caso habría de ser morador en la villa. Se exime de facendera a los alcaldes. Se libera a los jinetes y peones de ir al fonsado sino a lides campales o si el rey estuviera cercado. Se autoriza a los caballeros a tomar libremente señor a excepción de entre los enemigos del monarca. Y se prohíbe a éste hacer fuerza a los pobladores en sus casas a fin de tomar posada cuando fuese a la ciudad. Atraer a pobladores: he ahí la preocupación fundamental del rey-legislador. Pero juntamente con las disposiciones registradas tendientes a tal fin y junto a las tendientes a la regulación de los problemas que pudieran surgir entre ellos -asesinatos, hurtos, separaciones matrimoniales ... - , se trataba de organizar la vida que cabría llamar urbana reglamentando las relaciones del senior o dominus villae -como queda dicho, gobernador de la plaza por el reycon los habitantes en la misma, estableciendo las autoridades municipales -alcaldes, merinos, sayones-, obligando a que éstos fuesen moradores en la ciudad, fijando los deberes bélicos y fiscales de los pobladores, etc. Tales son los preceptos fundamentales del Fuero de Sepúlveda. Tales serán también los de los fueros primitivos de Ávila y Salamanca, perdidos pero reproducidos en fueros portugueses. La acción repobladora de los reyes abarcaba, repito, la atracción de grupos humanos, la organización de la puebla y también la regulación de la vida en ciudades ocupadas por sus viejos moradores a las que se llamaba a nuevas gentes con el propósito de asegurar el dominio regio sobre ellas. Probablemente a ese intento respondieron los fueros fronterizos de Nájera, Logroño, Miranda ... , otorgados por Alfonso VI tras ocupar las zonas que se anexaron del reino de Navarra aprovechando la crisis producida en Peñalén. Si los examinamos despacio no dejaremos de advertir la misma tónica que en la repoblación de las plazas del valle del Duero: exenciones, privilegios, libertades, una articulación concejil, una limitación de los poderes de los delegados del monarca ... , mercedes que asegurarían la población de las ciudades de la nueva frontera. Tal vez se procedió de idéntica manera ab initio en las ciudades del valle del Tajo conquistadas por Alfonso VI no yermas sino pobladas. Aludo a Madrid, Escalona, Guadalajara ... y especialmente a Toledo. Se había rendido esta última mediante una capitulación generosa. Quedaron inicialmente en ellas sus viejos pobladores divididos entre musulmanes y mozárabes. Eran éstos fieles a Cristo y al Fuero Juzgo, como los ha definido Sánchez-Albornoz, pero quizás no eran demasiado bélicos. Había que defender la plaza. Para ello se llamó por el rey a nuevos pobladores. Llegaron gentes de Castilla. Mas llegaron también francos. Cuádruple convivencia. Al monarca importaba sobre manera la vida y los derechos de los nuevos pobladores. Y dictó el conocido precepto legal que va marcando esos derechos al pormenor y regulando los deberes de castellanos y francos. Era una puebla de tipo de repoblación diferente al

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Organizar la vida urbana , reglamentando las relaciones del Senior o dominus villae con los habitantes de la villa y establecer las autoridades municipales son ejemplos de la normativa recogida en los fueros. Folios 3r y 3v del Fuero romanceado de Sepúl veda. Facsímil de la Biblioteca Nacional , Madrid

de las ciudades yermas. Era sin embargo una puebla al cabo y como tal de la rectoría del soberano . No se organizó , por tanto , en Toledo , un concejo como se había organizado en las otras ciudades. No podía organizarse. Era una ciudad en armas, regida por el Princeps Militiae Toletanae, naturalmente designado por el rey. Siempre el rey , a lo menos teorética y jurídicamente , dirigiendo la puebla y así siguió ocurriendo con el correr del tiempo. El ataque de Yusuf b. Tasufin que arruinó la zona recién ocupada del valle del Tajo forzó a Alfonso VII a una nueva tarea reconquistadora y repobladora. Prueba de ésta es el Fuero de Oreja de 1139. Oreja, a orillas del Tajo, había amenazado a Toledo largos años . Su asedio por don Alfonso fue muy duro. Durante él tuvo lugar la escena caballeresca en que dos reyes y un princeps islamitas intentaron salvar la plaza sitiada atacando Toledo defendido por la emperatriz. Ésta desde la torre del alcázar les hizo decir: «No es de hombres combatir con una mujer. Si queréis pelear id a Oreja y luchad con el Emperador », frases que movieron a los enemigos a levantar el cerco . Y se ganó Oreja. El monarca no demoró su puebla. Otra vez se dictó una ley reguladora de la vida en la plaza. Otra vez se otorgaron generosas concesiones a sus pobladores. ¿Qué conducta siguió el soberano en la Mancha y en las ciudades andaluzas que ganó? Continuaron los monarcas dirigiendo las pueblas y en ocasiones lo hicieron personalmente. Personalmente Alfonso VIII fundó Plasencia , a orillas del Ambroz , en 1186. Conquistada por los musulmanes hubieron sus moradore s de repoblarla después . El mismo Alfonso VIII repobló Segura y fundó Béjar en 1208.

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El tirón dado por la repoblación de las tierras fronterizas produjo, según he escrito antes, no pocos claros en el interior del reino. Afortunadamente los reyes dispusieron para llenar esos vacíos de un elemento humano inesperado algunos siglos antes. Me refiero a los francos, los francigenos de los documentos oficiales. A partir de los primeros triunfos bélicos de Alfonso VI empezaron a llegar a España gentes de más allá de los Pirineos; unos atraídos por las peregrinaciones a Santiago quedaban luego en el país; otros como directos inmigrantes y colonizadores. Esa corriente migratoria fue in crescendo con el tiempo. A más de los establecidos en Sahagún en fecha relativamente temprana del siglo XII, sabemos, por ejemplo, que Alfonso VIII los estableció junto a los hispanos en la norteña puebla de Frías. Y es indudable que no sería ésta la única plaza donde fueron asentados. Con tales inmigrantes ultrapirenaicos aumentó el rey de Las Navas las pueblas de Santo Domingo de la Calzada, Medina de Pomar ... Los gallegos habían sentido ya el sabroso placer migratorio que han seguido sintiendo hasta hoy y habían producido algunos vaciamientos en su región. Los soberanos de León hubieron por tanto de llenar los claros por aquéllos dejados en sus comarcas. Femando II y Alfonso IX procedieron por ende a realizar pueblas en el seno del país. Dieron a tal fin numerosos fueros que ha registrado mi maestro. Disponemos concretamente de noticias de dos pueblas en Galicia de importancia: una en Tuy, ciudad fronteriza con el ya segregado Portugal, y La Coruña en un espolón marítimo de la región y en las cercanías de la famosísima Torre de Hércules, el faro norteño de historia milenaria. Pro utilitati regni mei ( «para utilidad de mi reino») llevó a cabo tal puebla Alfonso IX. Las no siempre pacíficas relaciones entre los dos reinos de León y de Castilla fueron otro incentivo para la repoblación de plazas fronterizas; pro defensione regni mei (para la defensa de mi reino) amplió el mismo monarca la puebla de Mayorga. Los sucesores del Emperador sintieron la urgente necesidad de someter a una intensa reorganización las zonas interiores de sus reinos, sobre todo las más norteñas. Conocemos el estado lamentable de la faja costera cántabro-atlántica en los primeros decenios del siglo XII. Los musulmanes devastaban y despoblaban las costas que se extendían entre Coimbra y los Pirineos obligando a sus moradores a abandonarlas desde la mitad de la primavera hasta mediado el otoño. Y no ignoramos las depredaciones de los islamitas en las comarcas marítimas de Galicia y Asturias. Esta situación -acabó en 1147 con la conquista de Lisboa y Almería, los dos principales centros de la piratería musulmana- explica la tardía incorporación a una vida urbana organizada de los míseros núcleos de población de tales comarcas y la intensidad que, desde mediados del siglo XII, revistió la política repobladora de iniciativa regia en la faja costera castellano-leonesa. En Castilla la política repobladora de Alfonso VIII se centró especialmente en la fachada marítima de las Asturias de Santillana y Trasmiera; y desde 1200 también se aplicó al afianzamiento político y militar en el importante sector guipuzcoano arrebatado a Navarra. A los deseos fundacionales del vencedor de Las Navas deben su configuración como entidades urbanas las cuatro villas de la costa cántabra llamadas a desempeñar un destacado papel en la historia marítima castellana: Castro Urdiales, Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera. Con menor intensidad se dejó sentir la acción repobladora alfonsí en las demás regiones interiores del reino -la Rioja, Castilla la Vieja y frontera con León-, siendo prácticamente nula en el sector vizcaíno; en el alavés, sometido antes de su reintegración a Castilla al impulso repoblador de los reyes navarros, se mantuvo la situación por éstos establecida. A lo largo de estas páginas he presentado a los reyes castellanos y leoneses haciendo esta o la otra puebla. Sí; siempre eran los monarcas quienes personalmente como en los casos de Tuy, La Coruña, Frías, Medina de Pomar ... o mediante delegados reales -un conde y un magnate

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EL ESTADO

La puebla de Santo Domingo de la Calzada fue aumentada considerablemente por Alfonso VIII con inmigrantes ultrapirenaicos . Vista de las murallas de la ciudad riojana , levantadas por Pedro I

laico hicieron la puebla de !brillos en los días de Alfonso VIII-, quienes dirigían la tarea repobladora como proyección jurídica y social de su poder soberano . Delegaron empero su autoridad por lo que hacía a las pueblas de ciudades y villas en gentes de muy diversa categoría que iba desde el conde don Ramón, yerno de Alfonso VI, a un merino real. Los monarcas hicieron algo más. Al otorgar señoríos jurisdiccionales debieron autorizar tácitamente a los señores a acrecentar los pobladores de los mismos. Ello explica que en ocasiones hallemos a obispos, abades, magnates o maestres de las Órdenes Militares repoblando diversos lugares. Juzgo preciso reiterar una vez más que del monarca emanaba sin embargo la potestad repoblatoria. Y concluyo estas páginas destacando: a) Que junto a la restauración que podríamos llamar socioeconómica de ciudades yermas o de débil población, los soberanos cuidaron de organizar su vida religiosa y eclesiástica cuando fue ello posible. Don Jerónimo, el obispo del Cid, comandó por encargo de Alfonso VI la clerecía salmantina y zamorana . Segovia dependió treinta años de la diócesis de Toledo y la principal preocupación de don Alfonso fue la restauración de la antigua sede archiepiscopal de la ciudad del Tajo. b) Que no debe imaginarse la aventura

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repobladora como regia actividad subsidiaria. Fueron centenares las poblaciones o creadas de la nada o cuya puebla fue acrecentada durante los siglos XI y xn; centenares las repobladas o pobladas por los monarcas directamente o mediante delegados especiales y centenares las que lo fueron por señores de toda condición. Sánchez-Albomoz nos ha abrumado con una copiosísima lista de fueros directamente poblatorios o en los que la puebla era concretamente establecida. b)

Legislativas.

Dedit imperator mores et /eges in uniuerso regno suo ( «El Emperador dictó costumbres y leyes para todo su reino»): así refiere la Chronica Adefonsi lmperatoris los acuerdos por él tomados tres días después de su coronación. ¡Costumbres y leyes! Mando, praecipio, statuo, sanctio, constituo, prohibeo ... : así inauguran sus leyes y mandatos los soberanos de León y Castilla de los siglos XI y XII. Sapiatis quod ego mando; istud mandat dominus rex pro directo in terra sua, precisó a veces algún monarca legislador. Tenían conciencia tales soberanos de que, como encamación del Estado, poseían el derecho y el deber de fijar la norma jurídica. No negaré que en ocasiones algún rey de firme temple dictara leyes y costumbres por propia iniciativa. Creo empero que habitualmente eran asistidos en su tarea legislativa, ya por sus consejeros más íntimos, miembros de su palacio, ya por asambleas más o menos extensas y de poderes cada vez más amplios. Mores et /eges (recordemos las palabras de la Crónica de Alfonso VII). Muchas de esas leyes tuvieron un fin concreto, las menos se refieren a problemas de índole general. Al ocuparme de los fines del Estado he reseñado algunas leyes dictadas por los monarcas que rigieron León y Castilla durante el período en estudio. Extenderé ahora ese registro. Fueron las mismas muy variadas en cuanto a su contenido: ad restaurationem nostre Christianitatis ( «para la restauración de la sociedad en general»), Femando I en 1055; ut antiquas leges et propria instituta revolverem ac renovarem ( «para revisar y renovar las antiguas leyes y las propias»), Alfonso VI en 1076; ut reddatis mihi de unaquaque corte populata ... II si. isto anno una vice ( «deberéis darme este año una vez de cada corte poblada dos sueldos»), Alfonso VI en 1091; mando vos taliforo («os otorgo esta ley») doña Urraca en 1109; Constituí et juramento firmavi quod omnibus de regno meo ... servarem mores bonos («Establezco y confirmo mediante juramento que respetaré las buenas costumbres a todos los habitantes en mi reino»), Alfonso IX en 1188; Violentas et iniurias extirpandas ... constituí ( «A fin de extirpar las violencias e injurias ... dispongo»), Alfonso IX en 1188; Datum est iuditium ínter me et ipsos ab e/ectis ·juidicibus ( «Acuerdo concluso con los electos jueces»), Alfonso IX en 1202; Hanc /egem edidi mihi et a meis posteris omnibus obseruandam ( «Dicté esta ley que ha de ser observada por mí y por mis sucesores»), Alfonso IX en 1208... He aquí algunas frases definitorias de las leges, constitutiones, decreta y judicia regis. El tono imperativo es en todos preciso. El rey legisla. Y lo hace incluso cuando califica de iuditium el texto de la ley de 1202, aludiendo al acuerdo a que previamente había llegado con la Iglesia, la nobleza y el pueblo. Fueron muy variados los métodos, el contenido y las formas con que los monarcas ejercieron su autoridad legislativa. De tres maneras legislaron los reyes de León y Castilla. Mediante privilegios regionales o locales que creaban situaciones jurídicas nuevas ora enraizadas en la tradición, ora en ruptura con ella. Poseemos muchedumbre de ejemplos que inundarían estas páginas -apenas si un solo soberano castellano-leonés dejó de emplear este sistema-; entre ellos figuran numero-

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EL ESTADO

Entre los territorio s reconquistado s más avanzados a la sazón que han conservado sus fueros se encuentran Madrid , Guadalajara o Escalona. Folio lr del Fuero de Madrid . Facsímil de la Biblioteca Nacional , Madrid

sísimas concesiones de inmunidad y señoríos. Urge realizar un índice completo de las mismas. Dictaron además leyes municipales . Corresponde a la etapa en examen el desenvolvimiento de los núcleos urbanos en el antiguo solar de la monarquía -que apenas sobrepasaba la línea del Duero- , en las tierras conquistadas en la frontera de Navarra y en la inmensa extensión incorporada al reino , entre Duero y Tajo , tras la conquista de Toledo . Aludo claro está a los fueros concejiles. La palabra foro (fuero) tenía el significado clásico de ley. La tradición califica a don Sancho de Castilla de «el conde de los buenos fueros ». Fernando I otorgó ya algunos imitándole quizás. La gran empresa es empero posterior . Se nos han conservado los dos del triángulo Nájera-Logroño-Miranda , incluso muchos de la vieja Castilla y del viejo León , de la zona nuevamente adquirida y de tierras tan avanzadas a la sazón como Madrid , Guadalajara y Escalona. Se han perdido algunos de importantes ciudades castellanas -Ávila , por ejemplo-. Es sin embargo posible reconstruirlo s acudiendo a los otorgados en Portugal conforme al modelo hoy desaparecido. Hace más de un siglo Muñoz y Romero publicó una larga colección de ellos. Se han editado muchísimo s después . Tengo noticias de que García Gallo tiene en el telar una nueva colección.

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Legislaron también los soberanos de León y Castilla mediante decretos -leyes brevesconcisos y terminantes o barrocos, despaciosos y a veces eruditos, según sus respectivos temperamentos. Tales disposiciones tendían naturalmente a solucionar problemas concretos: el exterminio de la magia, la persecución de ladrones y malhechores, la erradicación de la creciente violencia, la conclusión de tensiones señoriales, la aceptación de la moneda regia o la autorización para labrar moneda señorial, la fijación de fórmulas procesales anómalas o habituales ... Los preceptos más trascendentes e importantes se dictaban de acuerdo con la curia regia. Así la disposición de Alfonso VI tendiente a evitar la amortización de bienes en manos de la Iglesia y la nobleza. Así la exigencia por el mismo monarca de una contribución extraordinaria. Así las prescripciones decretadas por Alfonso VII tres días después de su coronación. Así la llamada «Carta Magna Leonesa» de Alfonso IX. Así las constitutiones sobre ladrones, raptores y malhechores del mismo monarca. Así las célebres Leyes de Benavente de 1202 sobre los prestimonios y la compra de la moneda y de León de 1208 otorgando una serie de privilegios a la clerecía, entre ellos la exención del petitum (pedido) y del portazgo. Cambió, sí, la composición de la asamblea. De las reuniones de la clerecía y los magnates congregados en los primeros tiempos -Coyanza- se llegó paso a paso a los magnos congresos de 1188, 1202 y 1208, a los que asistieron los procuradores elegidos por las ciudades. Como consecuencia de tal variación cambió también la terminología y la fraseología de los preceptos. Al enunciar la función legislativa del Estado he aludido a las que he calificado de magnas asambleas de 1185 y de 1188. No sin temor me permito creer que en la primera fecha se reunieron las llamadas Cortes de Nájera, en las cuales, según el Libro de los Fueros de Castiella, el Fuero Viejo asistemático y el Ordenamiento de Alcalá, habría dictado el emperador Alfonso VII dos importantes preceptos. En uno habría fijado la perduración en su status de las heredades de realengo, abadengo y solariego y en el otro habría decretado normas sobre las enemistades, paces, treguas, desafíos y rieptos entre los nobles. Sánchez-Albornoz había intentado comprobar la reunión de la asamblea en los días de Alfonso VII. Y había tenido la fortuna de encontrar una alusión a ella en un diploma del año 1218. Ha sido hallada más tarde otra alusión a la misma asamblea un año anterior. De los dos textos se deduce que los acuerdos de la curia najerense no estaban demasiado lejanos. En uno de ellos se declara que tras una pesquisa se comprobó que los bienes cuestionados, propiedad de la Iglesia, habían sido adquiridos antes de la asamblea en cuestión. Por feliz que fuera la memoria de los pesquisidores, parece poco probable que abarcase hasta sucesos ocurridos con anterioridad a 1157 -fecha de la muerte del Emperador- y, por tanto, a lo menos, a sesenta años antes. El profesor Lacarra ha encontrado una mención a una Curia congregada por Alfonso VIII precisamente en Nájera en 1185. La asamblea parece haber tenido gran relieve puesto que en algunas escrituras se expresa: «El año en que el rey don Alfonso reunió su curia en Nájera.» ¿Nos hallamos en presencia de la asamblea en que se dictaron los dos preceptos que pasaron después a las compilaciones y códigos antes mencionados? ¿Al cabo de las décadas se habría trasladado a Alfonso VII acuerdos de Alfonso VIII? Me inclino a responder afirmativamente a estas preguntas. En el más antiguo de los documentos alegados se califica de cortes a la citada reunión. No sin temor creo que el año 1185 el rey de Las Navas tomó los acuerdos trascendentales que se recogen en los textos legales señalados. La importancia de la asamblea y su eco documental e histórico me autorizan a pensar que Alfonso VIII llamó ya a Nájera a los representantes de los que podríamos denominar los tres estados. Consta que dos años después convocó a los concejos para firmar las capitulaciones

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Es lógico empero que, por el ambiente histórico-político en que vivió Castilla durante el reinado de Alfonso VIII, los tropezones entre los miembros de la nobleza requiriesen la adopción de los preceptos que más o menos adobados pasaron a los textos legales posteriores ya mencionados. Por desdicha desconocemos el texto preciso de los acuerdos najerenses. Si hubiesen sido como yo me inclino a suponerlos, la curia de León de 1188 habría sido eco de la de Nájera. Se fue empero más lejos en la legionense. Tres años antes Alfonso VIII de Castilla estaba bien asentado en el trono; había conquistado Cuenca y no había sido vencido en Alarcos. Quizás conforme a las fórmulas clásicas escribiría statuimus, constituimus, mandamus, decrevimus ... El soberano de León acababa en cambio de acceder al trono, muy joven, y enfrentado a un poderoso monarca castellano (recordemos que llegó a besarle la mano en Carrión). Tenía además detrás una Galicia nobiliaria y señorial y, según arriba queda dicho, hubo de abordar problemas más agudos que los que cabe suponer enfrentó el rey de Las Navas en Nájera. Alfonso IX comenzó por decretar y asegurar, mediante juramento, que respetaría a todos los de su reino las buenas costumbres establecidas por sus antecesores. Decretó y juró también que sometería al juicio de su curia cuantas denuncias le fuesen presentadas contra cualquier habitante en el país. Prometió que no haría guerra y paz ni tomaría acuerdos sin congregar a los prelados, nobles y hombres buenos por cuyo consejo debía regir el reino. Estableció que él y todos respetarían las propiedades de los moradores en la monarquía; dispuso por ello que fuesen sometidas a los jueces ordinarios las querellas que pudieran suscitarse acerca de los bienes de los particulares; y otorgó apelación ante su persona contra la negligencia de las autoridades judiciales. Prohibió terminantemente que alguien hiciese asonadas en su reino, bajo muy graves penalidades: pago del doble del daño causado y pérdida del amor regio y del beneficio y la tierra caso de tenerla en derecho. Prohibió asimismo que alguien osase hacer justicia en su nombre o se atreviera a apoderarse por fuerza de bienes ajenos. Puntualizó el procedimiento para impedir los abusos de los jueces. Estableció que nadie se opusiese a las autoridades judiciales ni les sustrajera las prendas, cuando quisiesen hacer justicia a alguien. Fijó las sumas que deberían pagar quienes entorpecieran el ejercicio de la justicia. Dispuso que si algún daño sobreviniere a uno de los jueces mientras estuviese administrando justicia, todos los hombres de la tierra deberían pagarle el perjuicio sufrido caso de que quien hubiese cometido el daño careciera de medios para satisfacerlo; y que fuese declarado traidor y alevoso quien por casualidad le matase. Ordenó las penas que sufrirían quienes no se sometiesen a las citaciones y acuerdos judiciales (los nobles llegaban a perder la condición de tales). Juró la inviolabilidad del domicilio y libró de culpa a quienes cometiesen homicidio en su defensa o al ayudar a ella. Garantizó el ejercicio de la justicia contra aquellos que abandonaban sus residencias a fin de escapar a su acción. Prohibió también que pasaran a la Iglesia las heredades por las cuales la monarquía recibía ingresos. Y obligó a jurar a los prelados, caballeros y ciudadanos que le aconsejarían fielmente para mantener la justicia y asegurar la paz ante todo el reino. «No podemos ver detrás de estas leyes -ha escrito Sánchez-Albomoz-, como detrás de los preceptos de la Carta Magna Inglesa. el celo de las dos noblezas por salvaguardar sus privilegios y derechos y para limitar la autoridad del soberano. No es difícil descubrir en ellas el intento del pueblo de garantizar la paz y la justicia generales, más contra los atropellos, violencias, soberbias e injusticias de los poderosos que contra los del rey. aunque también procurara asegurarse frente a éste ... No es aventurado, por tanto, suponer que su redacción respondió a las demandas populares y que se dictaron por inspiración del pensamiento político del pueblo;

Las Leyes de Brna\ente de I 202 regulan la situación legal frente a la realeza de los bienes prcstimonialc, lt'n1dos por laicos o por instituciones religiosas. Vi,ta dl'i castillo de Bcnavente

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En las Cortes de Nájera de 1185, Alfonso VIII dictó dos importantes preceptos : la perduración en su status de las heredades de realengo , abadengo o solariego y la creación de las normas de convivencia entre los nobles . Vista general de Nájera

matrimoniales de su hija con el príncipe Conrado de Alemania. ¿Es excesivamente audaz imaginar que esa auténtica convocatoria castellana fue posible porque ya en las Cortes de Nájera estuvieron presentes los delegados concejiles? Parece muy probable que don Alfonso llegase en ellas con su pueblo a un acuerdo similar al que fumó el monarca de León en 1202 de renunciar a rebajar la ley de la moneda a cambio de un impuesto (luego llamado moneda forera). Si se hubiese realizado en Nájera , en 1185, no sorprendería la convocatoria ahora aludida de 1187. ¿Junto a los otros acuerdos que llevaron al Ordenamiento de Alcalá deberíamos al rey de Las Navas esa importante novación? ¿Conjeturas? ¿Hipótesis? El historiador tiene el derecho de brindarlas a sus colegas con honestidad científica, no presentándolas como afirmaciones y realidades . Creo empero que las recién expuestas responden a la verdad de los hechos. Y creo también que deberemos juzgar en adelante el año 1185 fecha clave en la legislación castellana. Uno de los acuerdos , el relativo a la fijación del status jurídico de los bienes de la monarquía , de la clerecía y de la nobleza , quizás fue reiteración de viejas disposiciones que databan de fines del siglo XI. El relativo a las enemistades, desafíos y rieptos entre los hidalgos no tuvo , que sepamos , antecedentes históricos .

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ni es osado ver en ellas clara muestra de la vivaz y aguda sensibilidad de éste ante los negocios públicos.» Naturalmente, el buen gobierno, la paz interior y la pureza de la justicia no favorecerían las desmedidas ambiciones de poder y de riqueza de las dos aristocracias. Sus problemas e intereses eran muy otros. A su turno lograron ver colmadas sus aspiraciones. Las Leyes de Benavente de 1202 regulan la situación legal frente a la realeza: a) de los bienes tenidos en préstamo -prestimoniospor laicos -nobles o no- de una institución religiosa; y b) de los tenidos por una de éstas de manos de un infanzón o caballeros, o sea, de un miles. Interesaba a la clerecía y a la nobleza determinar si tales bienes debían estar sometidos a las mismas prescripciones y tener idénticos privilegios y cargas ante la autoridad regia que los bienes de propiedad particular de los prestimoniarios, es decir, de los usufructuarios de aquéllos. Los prestimonios tenidos de por vida gozaban de las mismas exenciones y estaban sujetos a los mismos deberes que las tierras propiedad de nobles, burgueses o eclesiásticos. Pero los recibidos por ellos debían igualarse jurídicamente con las heredades de abadengo si el prestimonio había sido dado ad tempus (temporalmente) o si las tierras fuesen tenidas inpignus. Y en las mismas Cortes de 1202 don Alfonso llegó con los representantes de los tres estados allí congregados a un acuerdo que suele llamarse «compra de la moneda real». Nobleza, pueblo y clerecía le otorgaron un impuesto nuevo a cambio de su renuncia a alterar el valor de la moneda, rebajando, como venía practicándose, la ley de las piezas argénteas y aun tal vez de las áureas. No dudo en calificar a este acuerdo de importantísimo. El crecimiento de los gastos públicos ha obligado siempre a los poderes estatales a quebrar la moneda, es decir, a envilecerla. Ahora bien, las devaluaciones siempre han producido un alza en el costo de la vida. Inteligentemente la curia de 1202 en su conjunto -nobleza, clero y pueblo- brindó al rey de León una indemnización en forma de tributo a cambio, como queda dicho, de que no procediese a disminuir el valor efectivo del circulante. ¿Innovó la curia legionense al sellar tal acuerdo con el monarca? No sé. No es imposible que fuese el mismo imitación del castellano al que antes he aludido y del que parecen haber dado noticia los ricos-hombres de los días del Rey Sabio. Según he escrito arriba, los reyes ora legislaban personalmente, ora lo hacían de acuerdo con su curia. Es sabido que esta asamblea en sus primeros tiempos integrada por los oficiales de la corte, la alta nobleza y el alto clero, fue ampliada en su contenido con el correr del tiempo. Alfonso VI habló de la presencia en ella «de los mejores de su tierra». El cronista del Emperador aludió a la asistencia a ella de los jueces de las ciudades de la entonces llamada Extremadura, es decir, de las tierras entre Duero y Tajo. El clima histórico era, por ende, propicio para que a Nájera y a León concurrieran representantes designados por cada una de las ciudades del reino. Recordemos que Alfonso IX juró cumplir los acuerdos adoptados en la asamblea. Las grandes leyes comenzaron, por tanto, a ser obra precisa no sólo de la colaboración del rey y de las dos aristocracias, sino del pueblo. c) Judiciales. La iussio regis se proyectaba muy especialmente en el ejercicio de la justicia. He definido antes ésta como la obligada sumisión general a la ley de todos los habitantes en el reino, hoy diríamos de todos los ciudadanos. Esa sumisión a la norma jurídica vigente abarcaba naturalmente dos aspectos: la vida en paz conforme a los preceptos legales al uso en el país y el

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La vida conforme a la ley en vigor no era siempre fácil en el reino, como tampoco lo había sido con anterioridad en el período astur-leonés. Detalle de un guerrero en las archivoltas de la iglesia de Santa María de Piasca, en Cantabria

justiciero reconocimiento de los derechos de cada uno si eran disputados o atropellados por otros . La vida en paz conforme a la ley en vigor no era siempre fácil en el reino. No lo había sido en el período astur-leonés; no lo ha sido nunca en ningún país y en ninguna época. La convivencia de los moradores bajo la cúpula de un Estado está siempre expuesta a las ambiciones de unos , a las inquietudes de otros , a la agitación social o a los brotes de violencia colectiva ... , tan eternos como el hombre. Y tan viejas como el mundo han sido las disputas entre los hombres por estos o los otros bienes , por estos o los otros derechos , por estas o las otras orgullosas honras. Los litigios civiles y penales habían llenado la historia social de los reinos de Oviedo y León y siguieron llenando la historia de las muchas décadas que transcurrieron entre 1037 y 1217. Con una diferencia frente al otro problema de los quebrantamientos de la paz. De éstos tenemos noticias por textos narrativos, ni siempre numerosos ni siempre expresivos . Y de litigios y procesos , como daban lugar al reconocimiento de propiedades o derechos , solemos tener lluvia de testimonios documentales. Cicerón había definido la justicia como la máxima virtud -justitia omnium est regina et domina virtutum . Suam rem unicuique tribuere (atribuir a cada uno sus derechos) había escrito

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Son legión las leyes municipales concedid as desde las leonesas de 1020 - hay en ellas un embrión de organización concejil- hasta los fueros otorgados al filo del siglo xm . Entre otros. cabe destacar el brindado a Ma• drid por Alfonso VIII en 1202. Facsímil de la Biblioteca Nacional , Madrid

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Relie ve del cenotafio de los santos Vicente , Sabina y Cristeta , representando el oficio de carp intero, en la iglesia de San Vicente (siglo xu) , Ávila

Sería sin embargo inexacto no destacar el favor que el poder real halló en los entusiasmos bélicos de los grandes concejos fronterizos . He alud ido antes y vuelvo a hacer notar aquí cómo las milicias concejiles de Segovia , Ávila , Salamanca , Madrid ... salvaron por dos veces la trágica situación del reino , desgarrado en contiendas civiles y atacado por las dos oleadas africanas que golpearon en la raya fronteriza . Ellos y sólo ellos mantuvieron firme la resistencia vacilante del reino. Mi maestro ha destacado con orgullo más de una vez las hañazas de sus lejanos abuelos abulenses del siglo XII contra los almorávides , primero y, contra los almohades , después . A él debemos la exaltación de las empresas de los concejos citados y el registro de las altivas palabras de los salmantinos enfrentados con el ejército de AII b. TMufin: «Todos somos caudillos de nuestras cabezas.» Merma sí de la omnivalente iussio regis, pero al mismo tiempo fortalecimiento de la misma por las huestes concejiles . En Alarcos , el abanderado de Ávila, tras pelear como bravo y habiendo perdido los brazos en la lucha , sostuvo con los pies el pendón de la ciudad ; lo recuerda siempre con emoción Sánchez-Albornoz.

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D)

Las Cortes frente al rey.

Hemos estudiado el nacimiento de las Cortes. Hemos apuntado la sospecha de que Alfonso VIII llamó quizás a los procuradores de los concejos a sus famosas Cortes de Nájera de 1185, en las que se adoptaron acuerdos de gran relieve institucional. Consta que el citado soberano convocó a los representantes de las ciudades y villas del reino en 1187 para que firmaran las capitulaciones matrimoniales de su hija primogénita la futura reina doña Berenguela con el príncipe Conrado de Alemania. De ese llamamiento ha deducido Sánchez-Albomoz que los concejos de Castilla estuvieron presentes en Carrión en 1188 cuando Alfonso IX de León besó la mano de su primo Alfonso VIII y fue por él armado caballero. Es notorio que de regreso en su reino, el soberano leonés reunió en la capital una asamblea a la que asistieron delegados de cada una de las ciudades y villas de la monarquía. Y consta que ellos concurrieron a las de Benavente de 1202. Las Cortes habían nacido en las décadas postreras del siglo XII. Esas realidades no nos permitirían empero justificar el título de este parágrafo «Las Cortes frente al rey». Porque no hay indicio de que ni en Nájera en 1185, ni en 1187 al rubricar las capitulaciones matrimoniales de la todavía niña doña Berenguela, los procuradores de las ciudades y villas de Castilla hubieran enfrentado al monarca. Según lo más probable actuaron como comparsas. Quizás el vocablo sea injusto. Quiero decir que no tenemos ninguna pista de la colaboración con el príncipe. Fue muy distinto el caso de León en 1188. Es muy conocido el texto de esa asamblea: «Yo Don Alfonso, rey de León y Galicia, al celebrar las Cortes de León con el arzobispo, los obispos, los magnates de mi reino y los ciudadanos elegidos por cada ciudad, decreto y aseguro, mediante juramento, que conservaré para todos los clérigos y laicos de mi reino las buenas costumbres establecidas por mis predecesores ... Prometo también que no haré guerra ni paz ni tomaré acuerdos sin reunir a los obispos, nobles y hombres buenos, por cuyo consejo debo guiarme.» Se había producido una mudanza que hoy llamaríamos constitucional, al convocar a los representantes de cada ciudad y al comprometerse el rey a someter a la consideración de la curia las más graves resoluciones políticas de la monarquía. El mismo monarca reconocía limitaciones a su potestad soberana. Y en las actas de la asamblea, diríamos mejor en los acuerdos de la misma, se registra un conjunto de decisiones de la mayor envergadura para cortar abusos, reconocer derechos, fijar precisiones jurídicas que con razón llevaron a Sánchez-Albomoz a calificarla de «Carta Magna». No es imposible explicamos la gran novación. Alfonso IX era un joven de dieciocho años a la muerte de su padre. No se había éste caracterizado por su energía y talento; los musulmanes le llamaban el Baboso. El nuevo rey no se sintió seguro en el trono de un reino sacudido por la violencia y la anarquía. Al otro lado de la frontera, en Castilla, gobernaba un hombre ya maduro, fogueado por la vida y por el regimiento de las tierras que Dios le había encomendado. Alfonso de León buscó acaso el apoyo de su primo, acudió a Carrión y en una magna asamblea se hizo por él armar caballero y le besó la mano. El doble gesto le aseguró sin duda el favor del castellano pero quizás le suscitó dificultades nuevas en su reino y ... reunió en León la Curia plena con asistencia de los representantes de las ciudades, aceptó los compromisos señalados y procuró, poniendo orden en el país, atraerse la benevolencia y el asenso de las masas. Todas las grandes novaciones de la Historia tienen siempre más o menos evidentes motivaciones; no ocurren porque sí y por obras de magia. Mas, adoptadas las medidas auténticamente )imitadoras de la autoridad real, era difícil retroceder en el camino. La situación económica

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y fiscal del reino no debía ser además brillante. Sánchez-Albomoz ha dicho muchas veces que la Historia es la historia de la inflación. La inflación debió corroer la economía leonesa. Para enfrentarla se hizo lo que ha solido hacerse ayer y se hace hoy: se devaluó la moneda. Pero esa devaluación -las gentes de hoy lo sabemos muy bien- produjo graves trastornos. Legítimo derecho real era el fijar el signo monetario. Don Alfonso necesitaba sin duda fuertes sumas. Resentido el castellano con su primo - le había abandonado en su lucha contra los almohades e incluso, como podríamos decir con palabras vulgares, se había pasado al moro tras la rota de Alarcos-, castigó su traicionera actitud atacándole con Pedro II de Aragón en años sucesivos. Alfonso de León tuvo urgente precisión de dinero. Podía acuñar a su albedrío piezas áureas y argénteas. El pueblo temió los coletazos de la inflación y en las Cortes de Benavente de 1202 le ofreció un tributo a cambio de su renuncia a alterar el valor del numerario. Nueva ocasión para que fueran a la Curia regia, ya trocada en Cortes, los representantes de las ciudades, y para que el monarca consintiera en pactar con ellas. El proceso de la limitación de la autoridad regia por las Cortes estaba consumado. No se creó un deber ineludible. Probablemente el mismo rey prescindió de tal colaboración inhibitoria de su poder soberano siempre que pudo evitar la asistencia de la asamblea nacional. La fórmula estaba empero escogitada e iba a tener larga historia. No tenemos tantos detalles precisos sobre el giro decisivo de la vida política castellana. La ausencia de textos nos fuerza a la negativa. En Carrión en 1188estuvieron sin duda representadas las ciudades. Es notorio que Alfonso VIII mimó a los concejos provocando el resentimiento nobiliario que coadyuvó a la derrota de Alarcos. No es de esperar hallazgos documentales que nos permitan seguir la ruta del proceso castellano. Me es difícil de creer que no incidieran en Castilla las novedades leonesas. Sánchez-Albomoz ha señalado que de la paz de Toro de 1216, entre Enrique I y Alfonso IX, resulta que desde la frontera con el moro hasta más allá del Duero a uno y otro lado no había sino grandes y pequefios municipios. Alfonso VIII tuvo que contar en numerosas ocasiones con los de su reino, antes y después de Las Navas. Tras la victoria decidió confirmar sus viejos privilegios. Los concejos de las fronteras de Castilla hicieron rey a Femando 111en Valladolid. Es difícil de creer que el vencido en Alarcos y vencedor en Las Navas no hubiese llamado más de una vez a los representantes de las ciudades y no hubiese pactado con ellos. La importancia histórica de la llamada «Carta Magna Leonesa» en la mecánica política de los reinos de León y Castilla que iban al cabo a unirse definitivamente en 1230, me mueve a brindarla aquí en su totalidad: «En el nombre de Dios. Yo Don Alfonso, rey de León y Galicia, al celebrar las Cortes en León junto con el U7.0bispo,los obispos, los magnates de mi reino y los ciudadanos elegidos por cada ciudad, decreto y aseguro, mediante juramento, que conservaré para todos los clérigos y laicos de mi reino las buenas costumbres establecidas por mis prcdcccsores. También decreto y juro que si alguien hiciera o me presentara una delación contra otro, sin demora descubriré el delatoral delatado, y si (el primero) no pudiera probar, en mi curia, la delación que hizo, sufra la pena que debería sufrir el delatado si la delación fuera comprobada. También juro que por la delación que se me hiciera contra alguien o por el mal que de alguien se me dijera, no le hará mal o daño ni en su persona ni en sus bienes, antes de llamarlo por cartas a mi curia para estar a derecho, según lo que ordenare mi curia; y si no se comprobara (la delación o el mal) el que hizo la delación sufra la pena sobredicha y además pague los gastos que hizo el delatado en ir y volver. Prometotambién que no haré guerrani paz ni tomaré acuerdos sin reunir a los obispos, nobles y hombres buenos,

porcuyoconsejo debo guiarme.

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Establezco además que ni yo ni nadie de mi reino destruiremos o invadiremos casa ajena ni cortaremos vmedos o árboles de otros. El que tenga quejas contra alguien acuda a mí o al scftor de la tierra o a los justicias establecidos por mí, por el obispo, o por los seftores. Y si aquel contra quien se dirige la queja quisiera dar fiador o prenda de que estará a derecho según su fuero, no padezca dafto alguno. Pero si no quisiera hacerlo, el seftor de la tierra o los justicias obU:guenlo(a estar a derecho), según fuere justo. Si el seftor de la tierra o los jueces se negaran, denúncieseme con el testimonio del obispo y de los buenos hombres, y yo haré justicia. También prohíbo terminantemente que alguien haga asonadas en mi reino; pfdaseme justicia, como se ha dicho antes. Si alguien las hiciera, pagará el doble del daño causado y perderá mi amor, el beneficio y la tierra, si la tuviese en derecho. Ordeno también que nadie se atreva a apoderarse por fuerza de bienes muebles o inmuebles poseídos por otro. Quien se apoderara de ellos, restitúyalos doblados al que padeció violencia. Dispongo además que nadie tome prenda sino por medio de los justicias o alcaldes establecidos por mí. Éstos y los sedores de la tierra apliquen fielmente el derecho a todos los querellantes, en las ciudades y en los alfoces. Si alguno tomase prenda de otro modo, sea castigado como violento invasor, y de igual manera quien prendase bueyes o vacas que sirvan para arar, o las cosas que el agricultor tiene consigo en el campo, o el mismo cuerpo del campesino. Y si alguien pignorase o prendase como se ha dicho antes, sea castigado y excomulgado. Quien negase haber hecho violencia para librarse de la pena antedicha, dé fiador de acuerdo con el fuero y las antiguas costumbres de su tierra, e inquiérase luego si ha hecho o no violencia y según esa averiguación satisfaga de acuerdo con la fianza dada. Los investigadores sean designados por consentimiento del acusador o del acusado; y si ellos no estuvieran de acuerdo, sean elegidos entre aquellos que pusisteis en la tierra. Si los justicias y alcaldes, por consejo de los sobredichos hombres o quienes tienen mi tierra, pusieran para hacer justicia a los que deben tener los sellos por medio de los cuales amonestan a los hombres, hagan derecho a los querellantes y dénme testimonio de cuáles son las querellas de los hombres y si son verdaderas o no. Decreto también que si algún juez negase justicia al querellante o la postergase maliciosamente y hasta el tercer dfa no aplicara el derecho, aquél presente ante alguna de las nombradas autoridades testigos por cuya declaración se manifieste la verdad del hecho; y oblíguese a la justicia a pagar doblados al querellante tanto la cuantía de la demanda como los gastos. Si por casualidad todos los jueces de aquella tierra negaran justicia al querellante, presente el testimonio de buenos hombres, por medio de los cuales pruebe (sus derechos); y luego, sin incurrir en pena, tome prenda en lugar de los jueces y alcaldes tanto por la cuantfa de la demanda como por los gastos. para que los justicias le paguen el doble, y también paguen el doble por el dado que pudiera sobrevenir a aquel a quien prendara. Además establezco que nadie se oponga a los jueces ni (les) sustraiga las prendas, quando quieran hacer justicia a alguien. Si hiciera algún dafto, restituya el doble por la cuantía de la demanda y por los gastos, y además peche sesenta sueldos a los justicias. Si un juez requiriera para hacer justicia a algunos de sus subordinados y ellos no quisieran ayudarle, sufran la pena mencionada y paguen también cien morbetines al señor de la tierra y a los justicias. Si el reo, o deudor, no tuviera con qué satisfacer al demandante, los justicias y alcaldes tomen su cuerpo y todas las cosas que tenga, sin incurrir en pena, y entréguenlo con todos sus bienes, al demandante; y si fuera necesario, llévenlo en su salvaguardia, y si alguien lo arrebatara por fuerza, sea castigado como violento invasor. Si a uno de los jueces, mientras está administrando justicia, le sobreviniere algún daño, todos los hombres de esa tierra le paguen todo el daño, si el que lo hizo no tuviese con qué satisfacerle; y si por casualidad (¡ojalá no suceda!) alguien le matara, sea (declarado) traidor y alevoso. Ordeno también que si alguien fuera llamado por el sello de los justicias y no quisiera venir a juicio ante ellos. si le fuese ello probado por el testimonio de buenos hombres, peche a los justicias sesenta sueldos. Si alguien fuera acusado de hurto o de algún otro hecho ilfcito y el acusador lo requiriese delante de buenos hombres para que se presentase a los jueces y se sometiera a la justicia y si durante nueve dfas no quisiera acudir, si le fuere probada la citación, sea declarado malhechor. Si fuese noble pierda la condición de tal, y el que le tomase preso haga justicia de él sin incurrir en pena; y si acaso el noble en el futuro se corrigiera y diera satisfacción a todos los querellantes, recupere su nobleza y tenga (derecho a percibir) quinientos sueldos (de composición), como antes tenfa. Juro también que ni yo ni nadie entraremos por fuerza en casa de otro ni haremos dafto en ella ni en su heredad. Si alguien causara algún dafto, peche el doble al duefto de la casa y nueve veces más al sedar de la tierra, si no promete estar a derecho como queda establecido. Si por acaso matase al duefto o a la dueda, sea (declarado) alevoso y traidor. Si el duefto, la dueda o alguno de aquellos que les ayudasen a defender su casa, matase a uno de los asaltantes no sea castigado como homicida y no responda del daño que hiciera. Decido también que si no quisiera estar a derecho con un hombre que tuviese querella con él, y el querelloso no quisiera venir a justicia según lo dicho antes, no le haga ningún daño. Si se lo hiciera, pague el doble. Y si por acaso además lo matare, sea (declarado) alevoso.

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También ordeno que si por acaso uno se trasladara de una ciudad a otra o de una villa a otra, o de una a otra tierra, y con el sello de la justicia se requiriera a los jueces de esa tierra para que le detuvieran y le juzgaran, al punto, sin demora, préndanle y no duden en hacer justicia. Si no lo hicieren, los jueces paguen la pena que deberla pagar el malhechor. Prohíbo también que ningún hombre que tuviese heredad por la cual me hiciera servicio, la entregue a ninguna orden (religiosa). Ordeno también que nadie vaya a juicio a mi curia ni acuda en apelación a León sino por las causas por las cuales debe ir según su fuero. Todos los obispos prometieron y todos los caballeros y ciudadanos confirmaron, mediante juramento, que me aconsejarán fielmente para conservar la justicia y asegurar la paz en todo mi reino.

VI.

Sus MEDIOS l.

A)

La Hacienda.

Panorama general de la fiscalidad.

Hace ya muchos años demostró Sánchez-Albomoz la perduración de la organización fiscal romana en Galicia durante la época astur-leonesa. Los privati de origen romano siguieron pagando al erario regio el tributo territorial. La republicana ingenuorum, el populus laica/is, la plebs comissalia, satisfacían a la regia potestas, regio fisco, imperio sede regalis, diversas gabelas que los textos llaman: functiones, vectigalis, censos ve/ tributa fiscalia, regalia debita, fiscalia regalia, censum regium quod comites solebant accipere y también tributum quadragesimale o quadragesima, por pagarse en Cuaresma, es decir, en marzo. Todos los testimonios reunidos se refieren a Galicia. No es inimaginable empero que no se hubiesen asimismo recaudado en otras zonas de la monarquía. De tributum se califica la gabela que debían los habitantes de Brañosera y no pocas de las otras expresiones registradas aparecen luego con nombres como el de marzazga e infurción, cuya vinculación genética con algunas de las registradas en tierras gallegas parece segura. De los textos recogidos cabe además deducir que la hacienda real era llamada regio fisco. Se nutría éste de fuentes muy distintas. A los impuestos directos recién señalados se unían los indirectos constituidos principalmente por el teloneum o portaticum. Al que con términos actuales podríamos llamar de aduanas se añadían los que se pechaban por el tránsito de mercaderías a través de los caminos del reino. Impuesto indirecto de la época astur-leonesa habían sido asimismo las maquillas, recaudadas en los aun raros e incipientes mercados. Se nutría también el fisco real con la participación que al monarca se reservaba por el quebrantamiento del coto regio y con las calumnias o penas pecuniarias en que incurrían quienes cometían un acto penado por la tradición antigua o por las prácticas modernas. Y se nutría por último con los productos de los dominios reales. Abarcaban éstos la renta del suelo de las tierras de la Corona concedidas para su explotación a quienes se escalonaban en las diversas jerarquías sociales al uso, que iban de los siervos a los iuniores decapite, a los de hereditate y a quienes habían recibido las heredades mediante uno de los contratos agrarios a la sazón en vigencia. A las rentas -llamémoslas así para entendemos- de esta amplia gama de gentes dependientes se unían sin duda los productos del suelo explotado directamente por los cellerarii, administradores que regían los diversos cilleros o cellarios del monarca. En ellos se almacenaban, además, con las que he llamado rentas del suelo, las cantidades en especie que, como

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hosterías , los baños, los hornos, los molinos, las barcas ... E) Las calumnias o penas pecuniarias que se extendían a cualquier delito de sangre , policíaco o sexual , a más de las heridas. F) Las gabelas que podríamos llamar castrenses: la fonsadera que empezó siendo pena por el incumplimiento del servicio de guerra y, según he demostrado, se transformó luego en canon por la redención del servicio en cuestión; la anubda, que originariamente había sido el deber de vigilancia, de ordinario a caballo y a cierta distancia de las fortalezas y que, como lafonsadera, se otorgó en redención de la obligación antañona; la castellaria, en sus primeros tiempos deber de colaborar a la erección y reparación de fortalezas o castillos, y al cabo redención en metálico de la primitiva obligación. G) El quinto del botín que desde siempre y a imitación de prácticas bélicas islámicas correspondía al soberano . H) Los monopolios: salinas , pesquerías, gredas, minas .. . 1) Los beneficios de las cecas reales. J) Los tributos de las aljamas judías. K) El gravamen por la talla de la nueva moneda. Los habitantes en los concejos debían además prestar los servicios de mandaderfa o postas , de apellido o salida en defensa de la plaza , de f onsado o guerra ofensiva .. . Costeaban el yantar regio cuando el soberano se detenía en el concejo. Y según las regiones y las ciudades o villas estaban obligados al pago de impuestos o a la prestación de servicios extraordinarios: los de Motrico , por ejemplo , debían dar al monarca una ballena cada año.

Después de la conquista de Toledo en 1085 toda la zona de nueva colonización entre el Duero y la Cordillera Central fue devuelta a la vida . Frescos del siglo XII. en la iglesia de San Justo, Segovia

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impuestos o tributos, percibía el regio fisco. Sánchez-Albomoz ha aludido al eterno caminar de los reyes - les ha calificado de trashumantes- para consumir sobre el terreno los ingresos de muy diverso tipo que el patrimonio real recibía. Esa serie de ingresos se aplicaba a la subsistencia misma de la realeza y de su corte; al pago de los muy diversos oficiales públicos y al sostenimiento de sus empresas bélicas. Como en la época astur-leonesa fue infrecuente la obtención de botín, infrecuente fue también el deslizamiento hacia el erario regio de ese luego fecundo venero de ingresos. Apenas es necesario señalar que esas múltiples fuentes de ingresos fueron terriblemente mermadas por las locas -no vacilo en emplear este adjetivo- donaciones reales de tierras inmunes o simplemente de dominios y heredades. Aquéllas sangraban naturalmente las fuentes de ingresos de la monarquía porque pasaban por capricho real a manos de sedes, monasterios, iglesias y particulares. La mayor parte de los testimonios alegados para fijar la terminología fiscal proceden de estúpidas mercedes regias (perdóneseme el calificativo pero es justificado). Mas incluso cuando la donación se hacía sin el adorno del privilegio de inmunidad también mermaba las rentas reales pues pasaban lógicamente a poder de iglesias, cenobios o particulares heredades extensas y en ocasiones grandes dominios que hasta allí habían sido explotados por la Corona.

••• Como en otros muchos aspectos de la vida institucional, el reinado de Femando I no conoció otras novedades fiscales que las sumas cuantiosas que a partir de una fecha imprecisa le produjeron las parias de los reyezuelos islamitas. Después, hasta fines del siglo XII el cuadro general de la fiscalidad regia astur-leonesa no se alteró de modo esencial pero se amplió considerablemente. Carecemos de un estudio detenido y moderno de las cargas fiscales que pesaban sobre los moradores en los concejos de los reinos de León y Castilla. Aparecen ellas empero registradas en las concesiones por diversos reyes a diversas iglesias catedrales de una parte -con frecuencia el diezmo, el tercio o el cuarto- de los ingresos que les correspondían en diversas ciudades y villas organizadas como concejos de realengo; y en las exenciones otorgadas por algunos soberanos a los moradores en algunos municipios del pago de esta o la otra gabela o de la prestación de este o del otro servicio. De los dos tipos de mercedes se deduce que los ingresos reales en los concejos abarcaban: A) Los productos de las tierras de pan llevar: viñas, huertos, pomares, linares ... propiedad de la realeza -en las zonas norteñas agrupados en tomo a cellarios y en las de nueva colonización en tomo a almunias o granjas- y el importe de la redención de algunos servicios rurales antañones: de las sernas, por ejemplo, prestaciones que obligaban y no sólo a los labradores de las tierras reales. B) La infurción (¿ vocablo derivado de functio-functionis?), canon satisfecho por los villanos que moraban en las aldeas de realengo; el montazgo que se pagaba por el pastoreo, caza y corte de leña en los montes del rey, y el herbático que autorizaba al uso de las tierras dedicadas a pastos. C) Los tributos directos, prolongación de los viejos impuestos de antaño (ahora llamados marzazga por su recaudación en marzo; fumazga, en cuanto se pagaba por unidades familiares asentadas en una misma casa que tuviera un solo fuego y un solo humo; martiniega, así designado por satisfacerse hacia San Martín de noviembre, fecha en la que otrora se percibía uno de los plazos en los que se cobraba el antiguo tributum romano, calificado también genéricamente de pectum o pecho). D) Los tributos indirectos: los portazgos o peajes, impuestos del mercado y los arbitrios que se recaudaban en las tiendas, las alhóndigas u

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Los ingresos variaban naturalmente de región a región y aun de ciudad a ciudad, según el desarrollo económico de aquéllas o de éstas. En Toledo se recaudaban casi todos los tributos, gabelas y rentas recién citados. Alfonso VII en una donación a la catedral de Santa Maria, fechada en 1123, declaró: «Doy y concedo la décima parte de todos los ingresos que tengo o pudiera adquirir en la urbe toledana o en sus términos, tanto dentro como fuera, a saber: del pan, del vino, de los molinos, de los hornos, de las almunias, de las pesqueras, y también de los canales, de la sal, de todo el portazgo, de la greda de Magán, de todas las calumnias por heridas, de los pechos, de las guardias, de los alizares y de todas las ganancias que yo o mis sucesores hiciéramos en la predicha urbe.» No conocemos el monto exacto a que se elevaban los pechos de los municipios de Castilla en esta época. Nos engaftaríamos sin embargo si lo tasáramos demasiado alto. Por diversas razones: A) Porque toda la zona de nueva colonización entre el Duero y la Cordillera Central -los llamados Extrema Durii- fue repoblada y vuelta a la vida después de la conquista de Toledo en 1085. A principios del siglo XII comenzó la repoblación de Salamanca, Ávila y Segovia, ésta casi desde el cero absoluto porque, como declaró Alfonso VI al donar a Toledo el obispado secobiense en 1107, la tierra estaba tan yerma que era habitada por osos y otras fieras. Esa zona no pudo brindar, por tanto, rápidamente grandes sumas tributarias habitada como estaba por una masa frágil de recién llegados. Y porque al sur de la Cordillera -la Transie"a vista desde el Norte- las ciudades musulmanas sufrieron considerablemente después de caer en poder de los cristianos, por la emigración al sur de una parte notable de sus antiguos habitantes y por los repetidos ataques almorávides que siguieron a las derrotas de Zalaca y de Uclés. Entre las ciudades desaparecidas de la zona aludida figuran Santaver, Recópolis, Olmos, Canales, Calatalifa, Alhamín y Vascos. No debemos olvidar además que la hipertrofiada generosidad de los reyes continuó dilapidando al norte del Duero y empezó súbito a dilapidar entre Duero y Tajo bienes raíces, seftoríos e ingresos fiscales. Es asombrosa la dilapidación del patrimonio real, especialmente por Alfonso VIII y Fenando 11.Una estadística de las tierras, rentas y derechos por estos soberanos concedidos en el curso de medio siglo, sería aterradora. Y a tal política habrían de unirse disposiciones ele~ando a la infanzonía a los canónigos de algunas catedrales; me ocuparé de este problema en lugar oportuno. Y no debemos olvidar por último, para justipreciar el monto efectivo de los ingresos de la Hacienda real de León y Castilla durante el período aquí examinado, la participación en los tributos, gabelas y rentas de los tenentes terrae en los distritos rurales y de los seniores civitatum o dominos villarum en los municipios. Carecemos de un estudio riguroso de tal participación. Envío empero a los Fueros de Nájera (1076), Logrofto (1092), Miranda de Ebro (1099)... y a otros posteriores que se escalonan hasta el de Miranda de Pomar de 1219. Por numerosas que fueran las mercedes a iglesias o a laicos de una parte de las rentas, impuestos, gravámenes, gabelas y servicios que pesaban sobre los concejos y por numerosas que fuesen las exenciones a sus moradores de este o del otro tributo o de esta o de la otra prestación, durante muchas décadas, a lo largo del siglo XII, las ciudades y villas castellano-leonesas constituyeron empero fuentes saneadas de ingresos para la Corona. Fue desigual la densidad de la red de municipios reales en las dos monarquías de León y Castilla y fue dispar la antigüedad e importancia de los concejos de realengo en los dos reinos. El mayor número y la prioridad cronológica de los concejos castellanos -remito al mapa que de ello ha publicado Sánchez-Albomoz- otorgaron a los soberanos de Castilla un caudal de impuestos y de servicios concejiles muy superiores a los que disfrutaban los reyes leoneses.

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El número, la densidad demográfica, la extensión de sus términos y su creciente desarrollo económico convirtieron además a numerosos concejos castellanos en fuentes de recursos extraordinarios que podían sangrar los monarcas en ocasiones apuradas. Mientras en León, cuando los reyes se hallaban apremiados por gastos y por deudas, recurrían a las instituciones religiosas y ya les expoliaban sin detenerse ni ante el sacrilegio, ya les vendían bienes o derechos a cambio de sumas de oro o plata, amonedadas o no, en Castilla aunque los reyes solicitaron a veces el auxilio financiero de la Iglesia o le vendieron algunas propiedades, de ordinario negociaban con los concejos de su reino; envío a la larga serie de testimonios de tales tratos y contratos reunidos por mi maestro al estudiar la potencia fiscal de los concejos castellanos en la segunda mitad del siglo XII. Alfonso VIII por sumas más o menos importantes vendió villas, villares, aldeas o heredades a diversos concejos a fin de que fueran agregados a sus términos. Sánchez-Albomoz ha conjeturado que algunos de los privilegios, libertades o exenciones por el citado monarca concedidos a determinados municipios, no fronterizos, tendrían a veces la contrapartida de una cifra de áureos o maravedís. El vencedor de Las Navas pudo negociar con los concejos de Castilla por la capacidad financiera de los mismos. Importa sin embargo establecer la diferencia entre distintos períodos. Podemos estar seguros de que con sus menguados ingresos ni Alfonso VI ni doña Urraca ni Alfonso VII pudieron atender a las necesidades de su erario. Las parias y el botín (los he estudiado otrora y volveré a ellos en estas páginas) y la creación del petitum (me ocuparé de esta institución en las páginas próximas) permitieron al conquistador de Toledo resarcirse de sus urgencias fiscales. Doña Urraca y su hijo hubieron de realizar extorsiones a diversas sedes episcopales -Santiago, Lugo, Oviedo- y a algunos monasterios -Sahagún, Valcavado- para salir de aprietos. Y el último, el Emperador, prosiguió y perfeccionó el sistema imaginado por su abuelo, obteniendo de los contribuyentes los recursos que los textos califican primero de petitiones y luego de pedido ( vuelvo a remitir a las páginas próximas). El examen de la economía castellano-leonesa de la segunda mitad del siglo XII ha permitido a mi maestro demostrar el aumento de los ingresos fiscales. La citada centuria presenció el crecimiento de la población y de la riqueza de ambos reinos. Al Norte, en el camino de Santiago, fue intenso el desarrollo de las ciudades y villas que cruzaba y el de los territorios a los que aquéllas servían de centros nodales. Masas de inmigrantes ultrapirenaicos se establecieron en ellas o junto a ellas constituyendo barrios o burgos de francos. Y crecieron rápidamente los núcleos urbanos que sirvieron de sedes a los grandes concejos surgidos entre Duero y Tajo después de la conquista de Toledo. Aumentó su riqueza la inmigración desde la España musulmana de numerosas masas de industriosos mozárabes y de emprendedores judíos huyendo de las persecuciones de almorávides y almohades. Y la forzada prolongada detención de la frontera frente al Islam provocó el inicio de industrialización en algunas ciudades -se fabricaron paños, por ejemplo, en Segovia, Ávila y Zamora- y convirtió a Toledo en un emporio. A más de la fabricación de numerario (remito a las próximas páginas), ofrece otro síntoma de los nuevos tiempos el monto creciente de los ingresos que el erario real obtenía en Toledo. Dan idea de la importancia de los que el emporio toledano procuraba a la realeza las mandas que sobre ellos cargó Alfonso VIII en su testamento de 1204. Sobre las rentas de esa ciudad ordenó que se pagaran grandes cantidades a las Órdenes Militares de Caballería: diez mil maravedís anuales a la de Calatrava; cuatro mil a la de Santiago y dos mil a la del Hospital, y dispuso que se enjugaran algunas de sus deudas: dieciocho mil maravedís a su almojarife Ben Xuxany otra cifra que no declara a Esteban Illán, alcalde de Toledo, sumas que les había tomado en préstamo.

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Pero ni el crecimiento de los ingresos ordinarios por el desarrollo de la vida económica , ni el rico venero fiscal toledano , ni el botín y las parias , excepcionalmente conseguidos , ni los préstamos de los almojarifes , ni la continua recaudación del petitum , ni los antes citados monopolios, ni las medidas tomadas en Nájera por el futuro vencedor en Las Navas para impedir la amortización de los bienes de la Corona en manos de la Iglesia , ni la importancia adquirida por los tributos de las juderías cuya masa humana y cuya riqueza habían aumentado enormemente con el correr del siglo, bastaron a procurar a los reyes de Castilla los recursos precisos para cubrir las necesidades de su erario . Con el fin de afrontar los enormes gastos de la decisiva campaña de 1212, Alfonso VIII hubo de requerir a la clerecía del reino la cesión de la mitad de todas sus rentas. La situación debió ser aún más difícil en León porque era mucho menor en ese reino la masa tributaria . La mayoría de Galicia era de señorío eclesiástico o nobiliario: los centros urbanos de alguna importancia tenían como señor a uno de los cinco prelados de Compostela , Lugo , Orense, Tuy y Mondoñedo y se repartían el agro obispos , abades y magnates laicos. Y el

Doña Urr aca y su hijo hubieron de realizar extorsiones a diversas sedes episcopales, Santiago , Lugo y Oviedo . Imagen del Cristo en Majestad , en la puerta septentrional de la catedral de Lugo

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Las mercedes reales a señoríos eclesiásticos y sedes episcopales dejaron a la

realeza, en algunas ocasiones , sin recursos para cubrir las necesidades de su erario. Documento de donación de Alfonso V al obispo Froilán , en el 999. Archivo de la catedral de León

número de municipios libres de algún significado demográfico no era en Asturias y León equiparable al de los similares en Castilla . Y además, como queda dicho , Femando II no fue sólo generoso, sino alocadamente pródigo. No sorprende por ello que Alfonso IX tras revisar las mercedes paternas se procurase recursos por todos los medios : vendiendo señoríos a las instituciones religiosas y solicitando la ayuda bélica y financiera de los prelados de su reino y lo que fue más decisivo para la historia fiscal de León y Castilla alcanzó , según veremos en las páginas próximas , que los tres estados de la monarquía le otorgasen un nuevo impuesto a cambio de su renuncia a alterar el valor de la moneda. B)

El botín .

Durante los tres primeros siglos de la Reconquista , aunque la suerte de las armas fue en general favorable a los islamitas , no dejaron los cristianos de obtener a veces algún botín en sus campañas sorpresivas y en sus algaras. La primera mención que conozco del logro del mismo por un rey de Asturias se refiere al obtenido por Alfonso II en su expedición contra Lisboa a fines del siglo VIII ; sabemos que envió una parte de él a Carlomagno. Ordoño I encontró en el campamento de Muza , después de derrotarle en Clavijo , los regalos que el llamado «Tercer rey de España » había recibido de Carlos el Calvo. La Crónica de Alfonso III habla de las sorpresas de Talamanca y Coria (860) y de los prisioneros hechos en ellas , luego vendidos . El Anónimo continuador del Rey Magno copiado por el llamado Silense, da noticia de que Ordoño II en su asalto a Talavera apresó a su gobernador y tomó numerosos despojos y gran turba de cautivos.

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El mismo continuador de Alfonso 111al relatar la sorpresa de Alhange por Ordoño II presenta a éste regresando a su reino con muchos prisioneros y con gran cantidad de oro, plata y paños de seda. La Crónica anónima de 'Abd a/-Ra/:,.miinIII, en su pormenorizado relato de la expedición del citado rey Ordoño contra Évora, da cuenta de que se apoderó de todas las mujeres, hijos y bienes de todos los pobladores de la ciudad, y eleva a 4.000 el número de los cautivos. Los Anales Castellanos primeros dan así noticia de la alegría que produjo en Galicia, Castilla, Álava y Pamplona el regreso de los vencedores cargados de botín después de las batallas de Simancas y de Alhándega: et gavisi sunt super il/orum spolis, et repleta est Galletia, et Castel/a, et Alaba, et Pampilonia. Y Sampiro refiere la expedición de Ordoño 111contra Lisboa y le presenta llevando a la sede regia muchos despojos y prisioneros. No sabemos hasta qué punto influyó o pudo influir en las posibilidades fiscales de los monarcas astur-leoneses el botín conseguido en las campañas mencionadas. Ignoramos todo acerca de la importancia de los metales nobles conseguidos en tales jornadas; sólo el quinto del botín debía ya corresponder al soberano. Esa realidad disminuiría el monto del oro y la plata que iba a las arcas reales. Y no conocemos el valor en venta de los prisioneros hechos en cada empresa. Sería por ello equivocado negar importancia a la fuente de ingresos ocasional y extraordinaria que los excepcionales golpes de mano y las excepcionales grandes victorias pudieron procurar a los reyes de Asturias y León; pero lo sería también concedérsela muy elevada. Según los textos disponibles hasta avanzado el siglo XI el botín no acrecentó el cuadro de los ingresos ordinarios del fisco castellano-leonés. Las campañas de Rodrigo Díaz de Vivar y las empresas predatorias del conquistador de Toledo marcan su época clásica. En la Historia Roderici encontramos numerosos testimonios de la magnitud del conseguido por las huestes cidianas. Se registra el logrado por Rodrigo en su campaña predatoria in partes Toleti que dio ocasión al primer destierro del Campeador; inter viras et mulieres numero. vii.milia, omnesque substantias et diuitias eis uiriliter abstulit. Se entusiasma su autor al referir el obtenido por el héroe al entrar en Valencia: «Adquisiuit utique in ea multas et innumerabiles peccunias, copiam, uidelicet auri et argenti inmensam et numero penitus carentem, monilia pretiosa, gemas multo auro decoratas, varia et diuersa ornamenta, vestes siricas precioso auro deauratas.» Da idea de tales cuantiosas riquezas al decir que Rodrigo y quienes formaban su mesnada facti sunt diuites et locupletes ultra quam dici potest. Consigna el hallazgo en el castillo de Olokabet de multum thesaurum del rey Alcádir. Y vuelve a entusiasmarse con el obtenido en la batalla de Bairén aurum et argentum, equos et mulas et arma obtima et piures diuitias tomaron abundantemente. El Poema completa tales noticias. Comienza el juglar por registrar las ganancias obtenidas en la toma de Castejón; cuenta la oferta por Minaya a Alfonso de una parte del botín conseguido por el Campeador; se complace en fijar el número de marcos de plata que valía la espada Colada que el Cid tomó al conde don Ramón; cuenta que le puso en libertad pero conservando cuanto ganó en la lucha; aumenta su orgullo al describir lo tomado tras la conquista de Valencia; canta más que cuenta la presentación por Alvar Fáñez de Minaya a Alfonso, después de las empresas valencianas, de una parte del botín; refiere el conseguido luego de la batalla de las Torres de Cuarte ... Y podría seguir citando muchos otros ejemplos. Bastará con remitir a los que aluden al quinto y a los quiñoneros y al gustoso sabereo con que se contaban y dividían las ganancias. Años crueles los últimos del reinado de Alfonso VI y los del reinado de doña Urraca. Se sucedieron los desastres. Los almorávides golpearon la frontera. Se perdieron muchas plazas y castillos. Toledo estuvo cercado. Malos tiempos para las empresas asoladoras. Los Anales

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primeros y segundos sólo registran arrancadas o derrotas. Eran los musulmanes quienes hacían botín en tierras cristianas. El fisco regio hubo de atenerse a sus propios recursos y alumbrar otros como le fue posible. El reinado de Alfonso VII el Emperador presenció empero un paulatino cambio de horizontes, sobre todo después de la muerte de su padrastro, Alfonso de Aragón, como consecuencia de la batalla de Fraga (1134). Restablecida la autoridad regia, Alfonso pudo iniciar una política ofensiva contra los almorávides. Hasta allí los fronterizos se habían defendido atacando; desde entonces fue el rey quien planeó y dirigió las campañas. Por ello fue época de grandes algaras y empresas y por tanto propicia como pocas para el logro de botín por los cristianos. Poseemos además una Crónica cuyo autor, como el de la Historia Roderici y el juglar o los juglares autores del Cantar del Mio Cid, se complace en hacerse lenguas de las ganancias conseguidas por las huestes cristianas en sus campañas contra los almorávides. Me refiero naturalmente al misterioso escriba a quien debemos la Chronica Adefonsi Imperatoris. Registra con frecuencia y con fruición la gran cantidad de animales de las más variadas clases que lograban tomar al enemigo; con tal fruición y frecuencia que parece denunciar la alegría de los habitantes de las fronteras al poder poblar con el ganado en pie robado al enemigo los campos de las ciudades por ellos repobladas poco antes. Por dos veces refiere que el ejército con que el rey Alfonso entró en Andalucía a los siete años de subir al trono se apoderó de innumerables caballos, yeguas, camellos, asnos, bueyes, vacas, cameros, ovejas y cabras; y cuenta el triste fin de algunos insensatos caballeros que se atrevieron a cruzar a una isla en el Guadalquivir, sin duda al saberla llena de ganado caballar y vacuno. A tal punto el deseo de hacer botín ponía en peligro la vida de los más aventurados. Con frecuencia se agrupaban las milicias de las más importantes ciudades fronterizas -Ávila y Segovia- o las de todos los concejos de los Extrema Durii y de la Transierra -Toledo, Guadalajara, Madrid, Talavera y naturalmente también Ávila y Segovia- entraban en tierras enemigas y ya enfrentaban a los emires andaluces y luego de vencerles saqueaban a su placer sus campamentos; ya asolaban el país y regresaban arreando delante de sus huestes gran número de caballos y de mulas, tropillas de toros o de vacas o numerosos rebaños de ovejas y de cabras. En momentos de apremio, cuando las milicias concejiles eran sorprendidas por las huestes almorávides, intentaban ganar el auxilio divino mediante la oferta a la Madre de Dios del diezmo del botín ya logrado y del que consiguieran si les era favorable la suerte de las armas. Tal ocurrió con ocasión de la sorpresa por el ejército de los emires de Córdoba y Sevilla de las gentes de Toledo, Ávila y Segovia regidas por el alcaide toledano Munio Alfonso. Vencedores los cristianos cumplieron su promesa: acceperunt autem argentum multum et aurum et vexilla regalia, et vestes pretiosas, et arma optima et loricas et galeas et scuta, et equos optimas cum suis sel/is et mulos et mulas et camellos oneratos multis divitiis. Capita vero regum suspenderunt in summitate hastarum in quibus erant vexilla regalia, et capita ducum et principum suspensa sunt in singulis hastis. Y cuando llegaron a Toledo y fue el Emperador a alegrarse de su triunfo, tras mostrarle los despojos conseguidos in primis, datis et omnibus decimis Deo et ecclesiae Sanctae Mariae; deinde dederunt imperatorem quintam partem sicut mos est. Algunas de esas campañas predatorias de los fronterizos, emprendidas con miras a obtener botín en la aventura, terminaban trágicamente. El concejo de Badajoz hizo gran número de cautivos, robó las aldeas que halló al paso, reunió grandes cantidades de oro y plata, se apoderó de mucho ganado; pero habiéndose adentrado demasiado en país enemigo, tropezó con el ejército de Tüufin, hijo del califa Ali, fue vencido por él y sufrió un gran desastre.

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En ocasiones la cuantía de los logros de las huestes concejiles movía a la autoridad sureña al envío de fuerzas en su persecución y castigo. Sal)ib al-Sala, al describir la empresa de los abulenses a tierras de Córdoba, expresa que en la campafia se apoderaron de cincuenta mil ovejas y de doscientas cabezas de ganado vacuno e hicieron ciento cincuenta prisioneros y de tal manera aterrorizaron el país que el califa se decidió a enviar contra ellos un gran ejército mandado por su hermano, ejército que logró derrotarles y rescatar el botín y los cautivos. Más afortunadas, las tropas de don Alfonso hicieron con frecuencia grandes ganancias. El cronista refiere las que lograron en la campafia de Jaén, en la de Córdoba y Sevilla y en la gran expedición por toda Andalucía del afio 1144. Y el Poema de Almer(a acredita que, aunque las más de las veces la ambición de botín impulsaba a las mesnadas alfonsíes, no escapaba a castellanos y leoneses el peligro que corrían: «Por un poco de oro caeremos en el campo al filo de las espadas, y las mujeres, ciertamente, agasajarán a otros maridos.» La participación en el botín de las fuerzas que intervenían en la lucha y la constante presencia de los concejos castellanos en ella explican la inundación de los fueros municipales de León y Castilla por disposiciones relativas al reparto de aquél; ora se fijan las indemnizaciones que con cargo al mismo debían recibir caballeros o peones que hubiesen sufrido pérdidas en sus bestias o en su equipo bélico; ora se decreta también sobre la posterior partición del remanente y se determinan los oficiales quiiioneros encargados del reparto. A la época eufórica siguió empero la sombría. Los almohades pusieron pie en Espaíia. El Emperador murió en 1157 en el Puerto de Muradal al regresar de Andalucía y luego de contemplar la ruina de su obra. El reino se dividió entre sus hijos; Sancho de Castilla murió poco más de un aiio después. La minoridad de Alfonso VIII fue turbada por la discordia civil. No fue por tanto época propicia para la realización de las expediciones predatorias que solían procurar botín a los cristianos. Como cincuenta aíios antes, fueron entonces los muslimes quienes robaban las tierras cristianas. Tenemos noticias de tales robos y cautiverios. Realizaron sin embargo tales campaiias en tierras de moros durante ese turbulento período las huestes concejiles. Fueron famosas las acometidas por la milicia abulense. El noble autor de la Crónica de la población de Á vila se complace en contar el botín conseguido por sus abuelos, en sus arremetidas contra los almohades. Después de referir su gran victoria sobre el «Aueyaco» obtenida bajo la conducción de sus adalides Sancho y Gómez Ximeno, dice: «Los caualleros de Auila fincaron alli tres semanas partiendo la ganan~a e corriendo toda la tierra en derredor.» Ganada Cuenca en 1177 resurgieron las viejas tradiciones. En 1182 Alfonso VIII asoló Andalucía y logró gran botín. Sólo en el castillo de Setefilla hizo setecientos prisioneros, por cuyo rescate pagaron los sevillanos 2.775 dinares de oro. Una algara devastadora en Andalucía del arzobispo de Toledo don Martín de la que, según la Crónica latina de los reyes de Castilla, volvió cargado de riquezas y con gran cantidad de ganado, provocó como reacción la campafia almohade que terminó en la derrota cristiana de Alarcos (1195). Sus proyecciones bélicas en la frontera y las discordias a que dio lugar entre los príncipes cristianos -Castilla y Aragón contra León y Navarra- volvieron a hacer imposibles las campañas asoladoras. Pasadas las tormentas intestinas, Alfonso VIII y su hijo penetraron en tierras de Murcia. Pero otra vez la reacción almohade, que se tradujo en la toma de Salvatierra, impidió la reanudación de la vieja práctica, y las algaras realizadas a veces carecieron de importancia. Sólo la empresa que culminó en Las Navas cambió el rumbo de la historia hispana y el de la historia del botín.

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La campaña de Alfonso VII por Andalu cía el año 1144 proporcionó grandes ganancias por el bot ín conquistado . Macsura y mihrab de la mezquita de Córdoba

De la Crónica General son estas palabras sobre la decisiva batalla: «E tantas de cosas de los alaraues yazien en el campo , que adur podien ende los omnes tomar la meatad ; et quien robar quiso , muchas cosas fallo y que tomasse et leuasse , conuiene a saber: oro et plata , vestiduras preyiadas et ropas de casa , et ropas de seda muchas et nobles , et muchos otros affeytos muy preyiados , et muchos aueres de otra guisa, vasas de grand preyio ; et todas estas cosas por la mayor parte ouieron los peones et algunos caualleros de Aragon ; ca los mayores omnes que auien ell amor de la fe et guardauan la onrra de la ley et se querien dar por libres et non se abaxar a tales cosas, et guardar sus noblesas , desdennando todas estas cosas, mas cataron por contender en matar los enemigo s que alcanyauan et segudarlos , ante que mettersse a tomar daquellas cosas. » Los textos cristianos que refieren las jornadas que siguieron a la batalla de Las Navas se hacen eco del infinito número de cautivos que los reyes de Castilla , Aragón y Navarra hicieron en la toma de Úbeda . Sus cifras oscilan entre los 40.000 que cita el arzobispo de Narbona , los 60.000 de la carta de Alfonso VIII al Papa y de los Anales Toledano s y los 100.000 de la Cróni ca latina de Los reyes de Castilla. Según ésta y según Al-Marraku sI, esa muchedumbre de cautivos inundó las tierras cristianas en todas las partes del mundo . Las riquezas ganadas en Úbeda fueron dadas al rey de Aragón .

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El erario real de Castilla estuvo tan exhausto después de la batalla de Alarco , que ni el quinto que correspondió, a Alfonso YIIl en Las Navas y Ubeda habría alcanzado a cubrir ese déficit. Interior de la iglesia de San Pablo (siglo xm) , en Úbcda

El costo de la campaña fue tal y el erario real de Castilla estaba tan exhausto después de la derrota de Alarco s y de las guerras contra León y Na varra y de la aventura de Gascuña , que ni el botín conseguido por Alfonso VIII en sus algaras andaluzas ni la parte que hubiera podido corre sponderle del quinto logrado en Las Nava s y en Úb eda habrían alcanzado a cubrir el déficit tremendo . Despu és, el reinado de Fernando 111fue époc a no de algar as y de empresas predatorias sino de cerco s y de conquista s de plaza s. Procuró a los cristiano s una ampliación del solar nacional que habría parecido fabulo so a principio s de siglo y, por tanto , lo que Sánchez-Albornoz ha llamado un enorm e botín territorial y burocr ático , más que un rico botín en bienes muebles y semoviente s como el logrado en los días del Cid y del Emp era dor. C)

Las parias.

Mi ma estro ha señalado la gran importan cia institucion al del período de percepción de paria s de los reyes moros de Al-And alus. La conqui sta de la España musulmana por los almorávides cerr ó un a época de la historia fiscal del reino de León y Castilla.

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Parece ser que desde el 1060 en que Fernando I realizó una campaña por las fronteras del reino moro de Zaragoza , los Banü Hüd se convirtieron en tributarios del rey de León. Anverso y reverso del Cristo de marfil de Fernando I y doña Sancha. Museo Arqueológico, Madrid

En el año 1009 el conde Sancho Garcés, después de su entrada en Córdoba , regresó a Castilla cargado de riquezas, esta vez logradas pacíficamente. Nos hallamos en presencia de una forma híbrida de botín; en verdad, debemos considerarle como una especie de prehistoria del régimen de parias. Durante casi medio siglo ingresaron luego al tesoro real las grandes sumas que importaban los tributos de los reyezuelos musulmanes. Inaugurada la política de cobrarles por Femando I fue continuada por sus hijos , especialmente por Alfonso VI hasta después de la batalla de Zalaca (1086). Las parias se pagaron precisamente por los islamitas a los mencionados soberanos a fin de evitar los destrozos y saqueos de los ejércitos cristianos en las tierras sarracenas. No ha sido aún encarado de modo directo y exhaustivo el estudio del régimen de parias durante los reinados de los dos primeros soberanos de la dinastía navarra. Sincrónicamente le hemos dedicado atención parcial el eminente historiador Lacarra y yo. Es probable que los arabistas puedan brindamos en un futuro próximo su historia pormenorizada . Debemos al autor de la Historia Silense las primeras noticias sobre la entrega de munera (regalos) al rey cristiano por Al-Ma 'mün de Toledo en 1062 con ocasión de su campaña contra

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HISTORIA DE ESPAÑA

Talamanca y Alcalá, en los valles del Jarama y del Henares, y por Al-Mutadid en Sevilla en 1063 cuando don Femando entró en son de guerra por la antigua Lusitania y por la antigua Bética. Ninguno de los dos textos permite pensar con Menéndez Pidal en que los dos reyes se comprometieran a hacer pagos anuales. Pero entregados los presentes para detener las devastaciones de un poderoso ejército puede suponerse que serían cuantiosos y que comprenderían fuertes sumas en metálico. De las ofrendas por Al-Ma'mün se hace lenguas el Tudense; y según éste Al-Mutadid solicitó convertirse en tributario del rey cristiano como eran ya los otros príncipes moros de España. Mas no sé qué crédito puede otorgarse a sus palabras, casi dos siglos posteriores a los hechos. Menéndez Pidal cree que desde 1060 en que Fernando I realizó una campaña por las fronteras del reino moro de Zaragoza, los Banü Hüd se habían convertido en tributarios del soberano de León. Se basa en la ayuda prestada por el infante don Sancho al zaragozano Al-Muqtadir contra Ramiro I de Aragón. No es imposible que así ocurriera, aunque no sea ello seguro. Lucas de Tuy habla de que en el último año de su vida Fernando I emprendió una campaña por la Celtiberia hacia Valencia porque los sarracenos de la provincia se habían negado a pagarle los tributos acostumbrados. Otra vez me pregunto si en este caso como en el de Al-Mutadid no habría atribuido al reinado de Femando I realidades notorias de los días de Alfonso VI. El Chronicon Compostel/anum cuenta que a la muerte de don Femando, su hijo don Sancho heredó el reino de Castilla con los tributos de Zaragoza; don Alfonso, el de León con los de Toledo, y don García, los de Galicia y Portugal con los de Badajoz y Sevilla. ¿Reflejó la verdad el anónimo analista? Si así fuera dataría de los últimos años de Femando I la iniciación intensiva de la recepción anual por los reyes leoneses de fuertes sumas de mictales. Sin duda alguna fueron fuertes las sumas que percibió Alfonso VI cuando, concluidas las luchas fraternas que mantuvieron los hijos de Fernando I a la muerte de su madre la reina doña Sancha, el segundogénito, primero vencido y emigrado, consiguió reunir en sus sienes las coronas paternas, a la muerte de Sancho II ante Zamora (1072) y después de cautivar y encadenar a don García. Todos los textos disponibles coinciden en presentar a Alfonso VI exigiendo a los reyes moros como parias grandes sumas de dinero y recibiendo de ellos ricas alhajas, bellos tapices, paños lujosos ... y en ponderar la cuantía del oro y la plata requerida y las maravillas de las otras riquezas arrancadas a los soberanos musulmanes. Conocemos el mecanismo de la exigencia y de la recaudación de las parias. A veces se presentaba Alfonso con su ejército ante la capital del reyezuelo sarraceno y le requería amenazante el pago de una suma anual; a veces enviaba a un grupo de magnates que extorsionaban al rey moro; a veces era un gran capitán, alcaide de una fortaleza cercana al reino a cuyo soberano se apremiaba, quien reclamaba el pago; a veces eran el príncipe o los príncipes miedosos de este o el otro reino quienes voluntariamente, mediante embajadores, remitía o remitían a Alfonso sumas de dinero con magníficos regalos. 'Abd Allah, último rey zirí de Granada, relata en sus Memorias las amenazas, extorsiones, regateos y calculados desdenes a que le sometió don Alfonso en 1075. Y nos descubre que su miedo le llevó a entregarle, a más de bellísimos tapices, paños, vasos ... , 30.000 mictales. Sabemos que don Alfonso exigió una suma enorme a Al-Qadir, nieto de Al-Ma'mün de Toledo, para protegerle contra sus súbditos cansados de sufrir su tiranía, quienes le depusieron antes de consentir en ser sangrados otra vez a fin de pagar nuevos tributos al rey politeísta. Sabemos que desde su refugio Al-Qadir solicitó la ayuda del leonés y que éste consintió en prestársela si le cedía todo el dinero que había llevado consigo. Sabemos que el cristiano rechazó lo conseguido por Al-Qadir tras haber recuperado el trono. Y que el nieto de Al-Ma'mün le

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EL ESTADO

ofreció los tesoros de su padre y de su abuelo pero que el leonés requirió más y algunas fortalezas. La desgracia del Cid cerca de Alfonso VI se inició con ocasión de su choque contra García Ordóñez y los otros magnates enviados por el monarca al granadino para reclamarle el pago de las parias, mientras él, Rodrigo Díaz de Vivar, percibía las debidas por el rey de Sevilla. Consta que, como éste ofreciese moneda de baja ley en pago del tributo y ella fuera rechazada con ásperas palabras por el judío contable que acompañaba a los embajadores cristianos, el sevillano encarceló a éstos e hizo crucificar al insolente hebreo (1082). Don Alfonso empero, luego de entregar Almodóvar por la liberación de sus enviados, entró en son de guerra por tierras de Sevilla, destrozó el país a su placer y llegó con sus tropas hasta el Mediterráneo, en cuyas ondas hizo bañar las patas de sus caballos. Y conocemos por lbn Bassam la multitud de preciosos tesoros que los príncipes islamitas brindaron al leonés antes de decidirse la rendición de Toledo. Don Alfonso no sólo les dirigió altaneras frases: les trató con desprecio y desdeñó los magníficos presentes humildosamente presentados por los atribulados embajadores musulmanes. Después de cuanto queda dicho no podemos dudar de la importancia que habían alcanzado por entonces, en el momento culminante del poder de Alfonso VI, las parias pagadas por los Taifas. La derrota de Zalaca de 1086 no puso fin a tales ingresos. El fracaso de lbn Ta§ufin delante de Aledo permitió al rey cristiano reanudar sus exigencias cerca de los Taifas más asustadizos. 'Abd Allah de Granada hubo de pagar en 1090 -de su propio tesoro- los 30.000 dinares que debía a su señor por los tres años en que había dejado de satisfacer las parias. Y todavía antes de 1123, cuando gran parte de la España musulmana había caído en manos de los almorávides, Husam ibn Razin, rey de Santa María de Albarracín, envió a Alfonso magníficos presentes «compuestos -dice Ibn 'ldari- de joyas, trajes, caballos, mulas y arreos principescos, imposibles de describir». No podemos dudar de la enorme importancia para el tesoro real de los pagos anuales y de los estupendos presentes recibidos por Alfonso VI. Con los ingresos ordinarios de su erario nunca habría podido disponer de sumas en metálico remotamente equivalentes a las que le procuraron las parias y regalos. Lamentablemente carecemos de cifras puntuales y precisas del monto de aquéllas y de éstos. Los textos árabes traducidos no brindan sino las registradas. Quizáspuedan hallarse datos concretos en el tomo 111del Bayan al-Mugrib de lbn 'ldari publicado por Lévi-Proven~, pero no está todavía traducido. Acaso puedan espigarse también en el volumen en el que lbn 'ldari refiere la historia de Al-Andalus, durante la parte del reinado de Alfonso VI sincrónico con el imperio almorávide, pero descubierto en Fez por el mismo Lévi-Proven~l murió éste sin darle a la estampa. Sabemos que hacia el año 1090 el Cid recaudaba en tierras de Levante las siguientes cifras: de los Banü Betir de Denia, Játiva y Tortosa, 50.000 dinares; de los Banü Razin de Santa María, 10.000; de lbn Qasin, señor de Alpuente, 10.000; de lbn Lupón de Murviedro, 8.000; del castillo de Segorbe, 8.000; de Jérica, 3.000; de Almenar, 3.000; de Liria, 2.000; de Al-Qadir de Valencia, 52.000. Cabe imaginar que antes de 1086 don Alfonso percibiría sumas aún más cuantiosas del conjunto de los príncipes de Al-Andalus, naturalmente más ricos que los señores y ciudades explotadas por el Cid. Sólo así se explica el enriquecimiento de sus grandes vasallos y las cantidades de moneda acufiada de que disponían algunos de ellos. Sirvan de ejemplo los casos del conde Gonzalo Salvadórez y de Pedro Ansúrez. El primero en su testamento de 1082 legó 1.(j()() maravedísal monasterio de Ofia. En el suyo el fundador de Valladolid, ayo y compafiero de destierroen Toledo de Alfonso VI, dejó a la sede de Santa María de León mil sueldos de

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HISTORIA DE ESPAÑA

El monasterio de San Pedro de Arlanza recibió de Pedro Ovequiz el de San Pedro de Lara , entregando trescientos menea/es de oro y reservando para su prosapia el régimen y patronato del mismo. Vista de los restos del monasterio de San Pedro de Arlanza , Burgos

plata pura y trescientos mictales de oro obetensis monetae ; dio al rey en confirmación de la escritura un vaso áureo que valía quinientos sueldos de oro purísimo y a los canónigos de la sede legionense trescientos sueldos en denarios de la moneda leonesa. El mismo conde en 1085 compró diversas tierras al monasterio de San Pedro por dos mil quinientos sueldos de plata. Y todavía en 1116, cuando Pedro Ovequiz sometió a San Pedro de Arlanza el monasterio de San Pedro de Lara reservando para su prosapia el régimen y patronato del mismo, entregó trescientos menea/es de oro. ¿De dónde podían proceder estas fuertes sumas de mictales y de sueldos de los citados magnates sino de las soldadas vasalláticas recibidas de Alfonso con cargo a las cantidades de oro y plata que éste percibía como parias de los reyes moros? Los últimos años del reinado del conquistador de Toledo y los anárquicos del de su hija doña Urraca no fueron propicios para la exigencia y el cobro de parias. Sólo cuando Alfonso VII el Emperador emprendió la campaña por Andalucía en 1144 con el fin de estimular el

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EL ESTADO

descontento contra los almorávides se reanudó el pago de tributo por las gentes de Úbeda y Baeza. En efecto, según la Chronica Adefonsi, decidieron hacer pactum et pacem cum imperatore Legionis et Toleti y darle tributa regali sicut patres nostris dederunt patribus suis, antes de arrancar el poder a sus enemigos africanos. He dicho antes que a la época eufórica siguió la sombría tras la invasión almohade y la división del reino a la muerte en el Puerto del Muradal del Emperador. Y he hablado también de las dificultades suscitadas por la turbulenta minoridad del futuro vencedor en Las Navas. Consta empero que el Rey Lobo de Murcia ante la presión almohade y tal vez para lograr el apoyo cristiano pagó parias al castellano. El 4 de junio de 1170 los reyes de Castilla y Aragón celebraron un tratado, consiguiendo aquél de éste el acuerdo de otorgar treguas al murciano por cinco años a partir del 1 de enero del 71, con pago de las parias que se daban a Ramón Berenguer IV, 40.000 maravedís. Tal tregua se llegó a firmar; en abril del citado año el monarca aragonés prometió a los templarios una cantidad de ipsa paria quam de Ispania accipio. Me parece increíble que AHonso VIII hubiese intervenido garantizando el pago de parias por el Rey Lobo al rey de Aragón sin percibir él a su vez algún tributo del murciano. Pero Murcia cayó en poder de los almohades y hubo de secarse esa fuente de recursos. He escrito antes que el reinado de Fernando 111no fue época de algaras y de empresas predatorias, sino de cercos y conquistas de plazas y que logró un enorme «botín territorial y burocrático» más que un rico botín en bienes muebles y semovientes. Debo señalar ahora que obtuvo parias. Las consiguió tras la conquista de Córdoba: 400.000 dinares por año durante cuatro; y tras la de Jaén: 150.000 maravedís anuales.

D) El «petitum». Las parias y el botín habían satisfecho con creces las necesidades del erario de AHonso VI; con creces porque le habían permitido notables generosidades con Cluny, según veremos páginas más adelante, y con sus magnates. Cuando se secó ese rico venero por la caída en poder de Yüsuf ibn T~uim y de sus generales de los reinos de Granada, Málaga, Sevilla y Badajoz, el conquistador de Toledo se halló en situación financiera dificilísima y hubo de arbitrar recursos fiscales nuevos. El 31 de marzo de 1091 en una reunión extraordinaria de su curia, a ruegos de los cristianos de León, estableció el procedimiento que había de seguirse en los procesos que pudieran mantener con los judíos de la región, convino con sus súbditos que, en cambio, le pagarían por una sola vez en el año en curso, una gabela excepcional de dos sueldos por cada casa poblada, tanto de nobles como de villanos, y declaró que necesitaba tal suma para la guerra contra los almorávides y que no la perdonaría a nadie mientras durase. La necesidad -estoy siguiendo a Sánchez-Albomoz- dio nacimiento a una idea y a una institución nuevas: el rey satisfacía un deseo de sus súbditos y con su consentimiento les imponía un tributo extraordinario de cuantía fija por plazo cierto. Los apremios de la lucha contra los africanos habían provocado una verdadera revolución ideológica y política. La prolongación a lo largo de cien años de las urgencias que padeció Alfonso VI en 1091 iba a proyectar esa novedad en la constitución del reino. Como ha señalado mi maestro, la guerra contra los musulmanes de Al-Andalus durante un siglo, entreverada con las luchas que mantuvieron entre sí los príncipes cristianos y con las discordias interiores que turbaron sus reinos, creó a los monarcas de León y Castilla una endémica crisis fiscal. No sabemos si Alfonso VI continuó percibiendo la extraordinaria gabela ideada en 1091. Las turbulencias que sacudieron el reinado de doña Urraca y las que padeció Alfonso VII en los comienzos del suyo no les permitió probablemente acudir al sistema alfonsí

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El monasterio de Valcavado llegó a verse extorsionado por doña Urraca , para proveer directamente las necesidades de su erario . Página del Beato de Liébana procedente de Valcavado . Universidad de Valladolid

ya reseñado. Mas como sus apremios fiscales fueron enormes , madre e hijo realizaron extorsiones en ocasiones sacrílegas. Ambos apremiaron una y otra vez a Gelmírez para que del tesoro del Apóstol proveyera a sus urgentísimas necesidades y la citada reina llegó a extorsionar a una institución religiosa -el monasterio de Valcavado- obligándole a fundir un crucifijo de plata donado por una hermana de su padre y a entregarle el resultado de la fusión . Y Sánchez-Albornoz ha registrado detenidamente las candidades que Alfonso VII arrancó al prelado compostelano en 1124, 1127, 1129 y 1138. Se explican tales maniobras: debieron costarle sumas ingentes su vanidosa política imperial , los ricos presentes que concedió a sus vasallos ultra y cispirenaicos, sus campañas contra los musulmane s y sus luchas con los soberano s de Portugal y Navarra. Los nobles estaban exento s de ir a la guerra de no recibir prestimonios o soldadas y los concejos habían alcanzado ya diversas exencion es de sus deberes bélicos. Tales privilegios , libertade s y limitacione s obligaban a los reyes a pro veer al apro visionamiento y a veces al equipo e incluso a la remuneraci ón de los servicios de las milicias reales. La urgencia de alcanzar medios debió de ser apremiant e para el Emperador ; la aventura de Almería y sus empresas

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EL ESTADO

hubieron de insumirle cantidades colosales. No puede sorprender por ello que acudiera al sistema ideado por su abuelo de solicitar en ocasiones sumas extraordinarias de sus súbditos para enjugar el déficit crónico de su erario. Tal vez surgió el petitum (pedido) por obra de las necesidades imperiosas de su política imperial y de su guerra con los islamitas. Mi maestro ha alegado la exención por don Alfonso a los canónigos de León de 1141 de contribuir con los otros ciudadanos de la urbe a las peticiones y a los pechos que por la fuerza o con su consentimiento les pidiese o demandase. Antes de esta fecha había por tanto repetido el Emperador el gesto de su abuelo de 1091 porque la concesión de excepciones fiscales ha sido siempre posterior al establecimiento de las gabelas de que los contribuyentes llegaban a excusarse. Consta que en 1136 las peticiones figuraron entre los ingresos percibidos por el rey en San Esteban de Gormaz cuyo diezmo donó a la Iglesia de Osma y que figuraron también entre los derechos pagados por los pueblos del obispado de Segovia. No cabe dudar: la petición de sumas extraordinarias databa de los primeros años del reinado del Emperador. Sánchez-Albomoz no se ha atrevido a considerar que la exigencia hubiese llegado a ser en 1136 tan frecuente como para haberse convertido en una petición anual o a lo menos ordinaria. La doble exención oxomense y legionense es sin embargo muy significativa. De la exhaustiva investigación por el citado historiador realizada se deduce que ya en el inicio del reinado de Sancho 111las peticiones no se otorgaban voluntariamente puesto que sólo los nobles no podían ser obligados a satisfacerlas. La repetición de su solicitud o de su exigencia convirtió a la postre a la gabela en cuestión en una imposición generalizada y frecuente de la que sólo el nombre recordaba su primigenia significación. La división del reino a la muerte de Alfonso VII en 1157 aumentó las angustias fiscales de las dos monarquías. Todo contribuyó a drenar el menguado tesoro de cada corte. Los problemas interiores y exteriores de los dos reinos - lucharon separados contra el enemigo secular, sus flaquezas favorecieron el desorden social y se enfrentaron ásperamente entre sí- dejaron pronto exhaustos los erarios de los sucesores de Alfonso VII y les forzaron a alumbrar nuevas fuentes tributarias que les permitieran superar la desoladora realidad. Este cuadro toma comprensible la conversión del petitum en un gravamen más de los muchos que pesaban sobre los sufridos pecheros castellano-leoneses. Sánchez-Albomoz ha demostrado que en León se exigió casi año a año desde 1167 y que en Castilla se recaudó ya desde antes de 1174 (de ordinario los contribuyentes debían pagar un maravedí al año por San Martín). Ignoramos hasta cuándo duró el recuerdo de la originaria condición del petitum; no había aún desaparecido en ambos reinos en la década del 90. Después se convirtió en una exacción permanente. En el primer siglo de su historia las peticiones o petitum debieron ser consideradas como fuentes muy importantes de ingresos para la realeza. Cuando los monarcas concedieron amplias libertades tributarias a grupos sociales de consideración o les otorgaban total o parcialmente los impuestos, gabelas, rentas, pechos y servicios reales de un centro urbano o de una extensa zona, esa merced o no contenía el petitum en la serie de tributos de cuyo pago se eximía o concedía o el mismo se excluía expresamente de ella. Sólo cuando el petitum fue incorporado a las mercedes regias - los monarcas sangraron constante y estúpidamente sus ingresos- no bastó a cubrir el déficit crónico del erario real. La disminución del número de los forzados a pagarlo, la solidificación en cifras permanentes -por la costumbre o por privilegios reales- de la antigua ocasional demanda y el colosal aumento de los gastos de la Corona obligaron a los reyes de León y Castilla a buscar un nuevo venero de recursos. Se ideó el tributo o servicio votado por las Cortes.

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HISTORIA DE ESPAÑA

E)

La moneda.

Es sabido -lo ha demostrado Sánchez-Albornoz en una de sus más viejas monografíasque fue Alfonso VI (m. en 1109) quien por vez primera rompió con la tradición astur-leonesa y labró numerario. Hasta allí en el reino de Asturias y León primero y en el de León y Castilla durante su primer medio siglo de existencia -de Tamarón a Zamora- no se acuñó moneda. La unidad monetaria teorética fue el solidw argentew, pondere pessatus, como dicen los textos. En fecha imprecisa -las piezas llegadas a nosotros no llevan data de emisión- el conquistador de Toledo, que orgullosamente se titulaba lmperator totiw Hispaniae y que recaudaba inmesas sumas áureas de los Taifas, se decidió a acuñar sueldos de plata. Tal acuñación comenzó siendo un monopolio real, aunque las monedas argénteas aparezcan acuñadas en diversas ciudades: Lugo, Toledo, León ... Mi maestro alegó una prueba definitiva de tal monopolio al traer a capítulo el forcejeo astuto de Gelmírez ante Alfonso VI, viejísimo y abatido por la desgana -sus ejércitos acababan de ser derrotados en Uclés y en la batalla había muerto su único hijo varón, el infante don Sancho-. Amenazando con el fuego del infierno al rey vencido por el peso del infortunio y de la vida, la gran vulpeja galaica consiguió que le autorizase a labrar moneda señorial en Compostela. Si sólo en tan trágicas circunstancias el soberano consintió en otorgar al Apóstol el derecho a fabricar moneda concesionaria de plata, ¿cómo dudar de que era monopolio real la acuñación de numerario? No hay razones para vacilar de que siguiera siéndolo durante los reinados de su hija doña Urraca y de su nieto Alfonso VII. Es posible que la primera o el segundo concediesen a la ciudad de León, capital del reino y luego del Imperio, el privilegio de acuñar la moneta urbis de que habla el texto ovetense de las Leyes Leonesas (aludo al del Líber Testamentorum pelagiano, obra de las primeras décadas del siglo :xn). Quizás fue doña Urraca quien en un momento de angustia fiscal otorgó tal privilegio a la civitas legionensis por su cuenta y razón, como dicen los españoles; o, lo que es igual, a cambio de su ayuda en la batalla con Alfonso de Aragón. ¿Hipótesis, conjeturas? Sí, las eternas conjeturas e hipótesis con que el historiador debe aventar el lejano ayer e incluso el cercano hoy. Pero es inimaginable que en 1020, fecha de las Leyes Leonesas, casi un siglo antes del dramático forcejeo de Gelmírez con Alfonso VI, hubiese existido una moneta urbis en León. La forja de numerario procuraba a los reyes sumas de consideración; en primer término las que producía la revalorización de la plata al ser amonedada y luego el gravamen que debía satisfacer el pueblo por su talla. En las difíciles horas que tocó vivir a doña Urraca -queda dicho que hizo fundir un crucifijo- y a Alfonso VII era tentador rebajar la ley de la moneda añadiendo algunos gramos de plomo. Es muy probable que una y otro, madre e hijo, realizaran a veces ese sucio negocio. Ello pudo dar un mayor crédito a las piezas áureas acuñadas en la España musulmana. Es seguro a lo menos que en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XII circulaban por los Estados cristianos peninsulares, y naturalmente por Castilla y León, los dinares labrados por el Rey Lobo de Murcia (Lup ibn Mardanish-Lope Martínez). Pero al apoderarse los almohades de su reino dejaron de acuñarse los valiosos maravedís de oro y Alfonso VIII falto de ellos decidió labrar en Toledo otros que los remedasen. ¿Cuándo? El más antiguo de los llegados hasta nuestros días está fechado en 1175. Se citan ya empero en febrero de 1173 mizcales de oro alfonsí en un documento mozárabe toledano. La forja no debió ser muy anterior, pues el 4 de junio de 1170el castellano Alfonso concedió a su homónimo Alfonso II de Aragón que percibiese del Rey Lobo durante cinco años a partir del

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León pudo recibir el privilegio de acuñar moneda durante el reinado de doña Urraca o de su nieto Alfonso Vil. Fachada del crucero de la Basílica de San Isidoro

1 de enero de 1171 los cuarenta mil maravedís que el murciano había solido pagar al conde Ramón Berenguer IV de Barcelona , padre del aragonés . El rey de Las Navas comenzó a fabricar maravedís imitando fielmente los arábigos . En ellos se lee : Área l.ª : EL Príncipe/de los católicos/Alfonso, hijo de Sancholayúdele Dios/y protéjale. Margen: Se acuñó este dinar en la ciudad de Toledo año 1213 de LaEra de Safar. Área 2. ª: EL Imán de La Iglesia/cristiana, el Papa/de Roma La May or. Margen: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ; el que crea y sea bautizado, se salvará. Sólo después los hizo forjar Fernando II de León reemplazando las leyendas en caracteres árabes de los primeros alfonsíes por leyendas en caracteres latinos (en un documento de 1177 se habla de «l.ª morabetina de Salamanca »). Había nacido una moneda que iba a tener una larga historia , una moneda que fue rodando desde la altura de su prístina grandeza -pesaba alrededor de 4 gramos de oro- a su miseria terrible del siglo XIX . Sánchez-Albornoz ha estudiado la temprana declinación -a partir de 1187- de los primitivos maravedís áureos ; lenta declinación ciertamente pero que fue convirtiéndola en moneda de cuenta . En numerosos diplomas de los primeros años e incluso en tratados internacionales entre León y Castilla -por ejemplo , en el que doña Berenguela y don Femando firmaron en

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EL ESTADO

El recién citado Tratado de Toro bastaría a acreditar que en el reino de León también circulaban monedas de vellón y de plata puesto que Alfonso IX aceptó el pago en burgaleses y pepiones en reemplazo de los maravedís de oro convenidos. Han llegado a nosotros sin embargo algunas piezas de vellón de Femando II y de su hijo y sucesor Alfonso IX y son numerosas las escrituras que atestiguan la labra y el curso de sueldos argénteos leoneses, sueldos que sufrieron sucesivas devaluaciones, registradas por Sánchez-Albomoz. F)

La moneda forera.

El monopolio regio de acuñar numerario a su grado constituía una saneada fuente de ingresos para los reyes. Les procuraba inicialmente sumas de consideración la revalorización que alcanzaba la plata al ser acuñada. La forja de las unidades monetarias brindaba a unas ciertas mínimas cantidades un valor muy superior al efectivo en la mecánica de la vida económica. Las cecas reales dejaban por ello cuantiosos ingresos al erario regio. No sin gran esfuerzo creo además haber logrado probar que, obligados los moradores en el reino a recibir la regia unidad monetaria novísima, debían pechar al soberano alguna gabela cada vez que aquél lanzaba a la circulación una nueva moneda. Juzgo haberlo demostrado comparando las concesiones reales de una participación en los beneficios de las cecas regias con las cesiones reales de una participación en una gabela llamada maneta satisfecha en poblaciones donde no existía ningún taller de acuñación. Por el auténtico doble negocio que la labra de numerario procuraba, fueron los reyes probablemente pródigos en forjar nuevas piezas áureas y argénteas. Es segura la realidad de esa frecuencia. Femando II en 1182 declaró al prelado de la Iglesia Apostólica que la moneda por él acuñada no sufriría daño cuando él o su hijo monetam voluerit tollere de regno aut permiserit eius valorem diminuere. No cabe reconocimiento más explícito de la frecuencia con que los soberanos retiraban de la circulación una moneda o rebajaban su ley devaluándola. Las dos posibilidades provocaban daños precisos a la economía de las clases todas del país, pero especialmente al pueblo. Se comprende por ello que un entendimiento lúcido propusiese a un príncipe resolver sus urgencias fiscales de modo menos dañino para su tierra. El monarca tenía pleno derecho a cambiar el signo monetario o a devaluarle. En uno u otro caso se producía un recrudecimiento inflacionario (Sánchez-Albomoz ha dicho que la Historia es la historia de la inflación). Está por redactarse el libro que registre paso a paso la curva de ese crecimiento inflacionista que las gentes de hoy conocemos bien. Pero repito que la constatación de tales males debió llevar en Castilla y en León a lo que me he permitido llamar proto moneda forera. Es sabido que en eljudicum de Benavente de 1202el pueblo compró al soberano su derecho a acuftar nueva moneda a su albedrío mediante el pago de una suma tributaria que luego se calificó de moneda forera por un determinado número de años -siete-. El monarca no estaba obligado a vender su moneda, es decir, su derecho a acuñarla, devaluándola, ni el pueblo lo estaba a comprársela; mas si ambas partes se acordaban en su compra-venta, nadie en el reino debía eximirse de adquirirla. Pero en modo alguno podemos dudar de que durante las últimas décadas del siglo XII y en las primeras del XIII los reyes de Castilla y León realizaran diversas acuñaciones de numerario de oro, plata y cobre, acuñaciones que llevaron consigo sucesivas minidevaluaciones; lo acreditan las noticias reunidas por mi maestro en su estudio ¿Devaluación monetaria en León y Castilla al filo del 1200? Y según he podido comprobar personalmente en la monografía que he

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Toro en 1218 con Alfonso IX comprometiéndose a pagarle 11.000 maravedís a fin de ganar su benevolencia- se calculó el preciado signo monetario en 7 ,50 burgaleses y en 15 dineros de pepión . Había surgido el misterioso y no insignificante burgalés que hubo de ser labrado por el vencedor en Las Navas y del que no poseemos piezas y el dinero de cobre o pepión de larguísima historia. El maravedí fue la unidad monetaria oficial del reino de Castilla durante el largo reinado de Alfonso VIII (m. en 1214) y el breve de su hijo Enrique I (m. en 1217). Y lo fue asimismo del

En Castilla, hasta el reinado de Enrique I (m. en 1217), la unidad monetaria oficial fue el maravedí. En la ilustración, pellote de este rey castellano . Monasterio de Las Huelgas , Burgo s

reino de León a lo largo de varias décadas. En maravedís , llamado s en ocasiones áureos, se calcularon durante los últimos decenios del período en estudio impue stos, gabelas, pensiones , indemnizaciones y penas pública s; los negocios jurídicos más varios celebrados en todas las regiones de la monarquía y las mismas disposiciones testamentarias de los soberanos; soldadas vasalláticas, rentas donad as por los reyes a diversas institucion es religiosas o a particulares ... Los testimonios reunidos por mi maestro autorizan a tener por seguro que tales operaciones se regulaban en marav edís pero se concretaban en otras monedas .

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consagrado a la proto moneda forera esas minidevaluaciones debieron mover al pueblo a negociar con los príncipes. ¿Desde cuándo pudo llevarse a cabo una operación parecida a la de 1202? No es imposible que el referido negocio jurídico se realizara en los últimos años del siglo XII. La casuística con que en 1202 se pormenorizaron las excepciones del deber general de comprar la moneda cuando el rey y el pueblo se pusiesen de acuerdo para esa compra-venta, casuística que fija no sólo la libertad de canónigos y caballeros -milites-, sino que precisa al detalle qué servidores de los últimos resultarían exentos, parece confirmar lo habitual en 1202 de la operación financiera entonces concretada. Esas negociaciones hubieron de realizarse en asambleas políticas. ¿Cuáles pudieron ser éstas sino las curias plenas? El aludido negocio financiero implicó naturalmente la presencia en aquéllas de representantes de las ciudades y villas del reino. No fueron las negociaciones a que estoy refiriéndome la única causal de la convocatoria del pueblo a la curia; he aludido antes al problema. Mas no me parece lícito negar la contribución de los problemas fiscales al arraigo de las nuevas asambleas regnícolas, con razón llamadas Cortes. No desconociendo ciertos obstáculos conjeturé en su día que acaso en la curia plena de San Esteban de Gormaz de 1187 y al socaire del juramento del pacto esponsalicio entre la infanta doña Berenguela y el príncipe Conrado de Alemania, Alfonso VIII y los representantes concejiles sellasen un acuerdo precursor del benaventino. Por supuesto que si las Cortes castellanas hubiesen surgido antes de 1187, antes habría podido nacer la proto moneda forera . No he hallado ni siquiera indicios de que así hubiese ocurrido . Pero es seguro que el rey de Las Navas recaudó en la parte final de su reinado la moneda calificada más tarde de forera. Por lo que hace al reino de León he alegado algunos testimonios que acreditarían el conjetural otorgamiento por las Cortes al soberano de la proto moneda forera en la década del 90. El pueblo podía sufrir por duplicado los coletazos de las acuñaciones: porque debía pagar la moneta cuando el monarca lanzaba una nueva y porque, implicando de ordinario tales labras un envilecimiento del circulante, se producía, como queda dicho, un alza inmediata en el costo de la vida. Se comprende por ello que se llegase al acuerdo de que nos da noticia el judicium de Benavente. El pueblo se comprometía a pagar un impuesto nuevo, pero se ahorraba el viejo y las consecuencias de la devaluación. El monto de la moneda forera -un maravedí al año- era probablemente más grave que el de la vieja gabela y se pagaba no ocasionalmente, con motivo de una nueva acuñación, sino anualmente y durante siete años -no es de imaginar que las devaluaciones se hubiesen realizado con ese ritmo-, pero al cabo detenía la inflación. Los reyes de Castilla recaudaron la moneda forera durante los siglos que siguieron al período en estudio y se mostraron reticentes en conceder exenciones a su pago. El sistema sufrió un proceso parecido al reseñado para el petitum. La moneda forera se solidificó, podríamos decir para entendernos. De acuerdo ocasional para salvar una crisis fiscal y evitar una devaluación llegó a convertirse en una gabela ordinaria; en una gabela más de las que integraban el cuadro de las percibidas por los soberanos. Y ello no obstante las repetidas depreciaciones que padeció el numerario real. Los enormes costos de las empresas bélicas superaron pronto todos los recursos: petitum, moneda forera, devaluaciones ... Las necesidades apremiantes dieron origen acaso con ocasión de la conquista de Andalucía al alumbramiento por Fernando 111de una nueva fuente de ingresos: los empréstitos forzosos. A ellos he dedicado una monografía .

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Posiblemente fue en la curia de San Esteban de Gormaz en 1187 cuando se tratara el tema, bajo el reinado de Alfonso VIII, del nacimiento de la moneda forera. Atrio de la iglesia de Santa María del Rivero en San Esteban de Gormaz, Soria

2.

A)

El Ejército.

La capitanía real.

Como herencia de la realeza visigoda y como proyección normal de su caudillaje durante las horas tempranas de la Reconquista , los reyes de Asturias ejercieron el supremo poder militar en su pequeña monarquía. De ellos lo recibieron los soberanos de Leó n y de éstos los que rigieron la cristiandad occidental hispana de 1037 a 1217. Esa suprema capitanía había implicado en la época astur-leonesa e implicó en la siguiente , ahora estudiada , la potestad de convocar al ejército para combatir a los musulmane s. E implicó también la rectoría de las fuerzas bélica s congregadas. Mi maestro ha alegado numero sísimos testimonios de esa doble faci es de la suprema autoridad militar de los monarca s en su monografía El ejército y la guerra en el reino asturleon és (718-1037). Como en el reino del que derivó el castellano-leonés que me ocupa, los príncip es ordenaban la llamada a las armas de los que con palabr as mod erna s pod emos calificar de súbditos. Podían hacerlo motu proprio , es decir , por per sonal iniciativa en función de su conocimiento de la situación bélica adversa o favorable , par a empr ender una campaña o resistir un ataque (re mito a la Crónica de Alfonso VII). Pero no fueron raros los casos en que los príncip es consultaron a

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su Palatium, según se decía originariamente, o a su Curia o su Cort, según se dijo luego. Alfonso IX de León prometió en la magna reunión de 1188 que no haría guerra ni paz ni tomaría acuerdos sin reunir a los prelados, nobles y hombres buenos por cuyo consejo debía gobernar al país. Y sabemos que Alfonso VIII de Castilla congregó a su consejo, en septiembre de 1211, el cual decidió presentar batalla al enemigo al año siguiente. Los reyes podían extender su convocatoria a todo su reino -en 1133, Alfonso VII reunió en Toledo omnis exercitus universi regni sui, con ocasión de su primera campaña por Andalucía- o a una o varias regiones de su monarquía; caso este último relativamente frecuente por la amplitud de sus fronteras o porque era preciso enfrentar rápidamente: un ataque sarraceno, el alzamiento de un rebelde, las acometidas o traiciones de algún príncipe cristiano o el asedio de una plaza. Congregata magna militia terrae Legionis, el Emperador penetró en Portugal para luchar con su primo Alfonso Enríquez. Congregata militia totius Galletiae, et terrae Legionis et Castellae cum magnis turbis peditum, el mismo monarca emprendió el sitio de Oreja. La convocatoria se hacía por orden real a toque de bocinas o de cuernos, como en la época anterior, o mediante pregones o cartas. Los rectores de las diversas circunscripciones en que el reino se hallaba dividido: honores, tierras, señoríos, municipios realizaban las convocatorias al recibir el regio mandato por intermedio de los reales porteros o sayones. Los tenentes en las tierras por ellos regidas, los domini o los judices de los concejos y los magnates en sus señoríos, llamarían a los obligados a acudir a la convocatoria real. El soberano fijaría el lugar de concentración de su hueste. Debió de ser éste con frecuencia la sede regia de León en los primeros tiempos de los que abarcan estas páginas. Pero es seguro que más de una vez se elegiría por el monarca el lugar más cercano a la frontera de la que iba a partir la expedición. Por una de las fechas de suceso histórico de los días de Alfonso VII, por mí reunidas recientemente, sabemos que para una de sus campañas andaluzas fijó como sitio de reunión de sus tropas las orillas del Guadacelete, frontero de Toledo. Alfonso VIII congregó su hueste en Nájera cuando decidió, conjuntamente con Pedro II de Aragón, vengar «los tuertos que el rey don Sancho de Navarra le fiziera». Y por el arzobispo don Rodrigo sabemos que el gran ejército que venció en Las Navas de Tolosa partió de la gran ciudad del Tajo. Sánchez-Albomoz recogió en su momento el largo rosario de noticias del período asturleonés que atestiguan la rectoría real de la hueste convocada y que nos presentan a todos y cada uno de los sucesores de Pelayo rigiendo las empresas numerosísimas que llevaron a cabo. En sus Estampas de la vida en León hace mil años, redactada en 1925, presentó un cuadro vivaz de las ceremonias religiosas que precedían a la salida a campaña. Se sirvió de un ritual de la época. No creo lícito dudar de que durante el período en examen se iniciarían con solemnidades parejas los inicios históricos de las históricas campañas contra el enemigo secular. Sólo sabemos por don Rodrigo que en los instantes previos a la gran victoria de 1212 «los tres reyes tomaron la bendi~ión del arzobispo y la gra~ia del sagramiento del cuerpo de Nuestro Sennor•>. No darían plazo para tales ceremonias los forzados comienzos de las guerras con otros príncipes cristianos: con el brutal aunque magnífico Alfonso el Batallador o con el invidente Alfonso IX de León, aliado a los almohades en los momentos más dramáticos de los ataques de éstos contra Castilla. Los textos cronísticos de que disponemos no permiten precisar el papel desempeñado por los reyes durante las campañas por su orden realizadas. Los soberanos habían sido criados y educados para la lucha. Templaban su espíritu entre el estruendo de las armas y aprendían estrategia en la práctica constante de la guerra al lado de sus padres o de sus predecesores, quienes a su vez la habían aprendido cerca de los suyos o de sus tutores y regentes.

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Biblia mozárabe del 920, con escenas de la vida de Jesús. La descripción de las ceremonias religiosas de la época tienen base en función de presentaciones corno la de esta Biblia, usada en la época . Ar chivo de la catedral de León

Dependería empero de su auténtica condición de capitanes la realidad o la ficción de su regia capitanía en las batallas. Quiero decir que si es segura la rectoría legal del príncipe , no es imposible que en el curso de la empresa y sobre todo en el instante decisivo de la batalla, si a ella se llegaba , fuese un caudillo de bélicos talentos singulares o de singular audacia quien dirigiese los combates. Conocemos un relato puntual de la gran jornada de Las Navas de Tolosa y no resulta de él que Alfonso VIII hubiese llevado la auténtica rectoría de la lucha -según la Crónica General, había sido en Alarcos «sacado de la batalla por fuer~a de los suyos»-. Era ya viejo sin duda para las realidades de la época -se acercaba a los sesenta años- y era grande su responsabilidad histórica . Pero consta que permaneció en la retaguardia durante la batalla acompañado por el entonces joven arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada. Cierto que sin su orden y sin la de sus predecesores no se habría ni se habrían iniciado la lucha o las luchas. Pero estoy intentando precisar los pormenores auténticos de la capitanía real. Las noticias sobre las empresas bélicas del abuelo y del nieto de Alfonso VIII, Alfonso VII y Fernando 111el Santo , acreditan cómo los soberanos más jóvenes habían efecti-

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vamente comandado sus huestes en muchas ocasiones. Todas las campañas andaluzas de uno y otro fueron convocadas, dirigidas y alentadas por los dos monarcas. Como lo fueron las del mismo vencedor en Las Navas a lo largo del largo rosario de sus campañas ora predatorias, ora para dar batalla al enemigo musulmán, ora para castigar la traición del leonés Alfonso IX e inicialmente la de Sancho VII el Fuerte de Navarra; envío nuevamente a la Crónica General. Sin la convocatoria real no se iniciaba, repito, ninguna empresa bélica y de ordinario el monarca ejercía la regia autoridad durante la campaña. Pero no siempre podía el príncipe dirigir por sí mismo la lucha por él provocada o por los musulmanes iniciada. Sánchez-Albornoz recordó en su día cómo Ordoño I delegó dos veces su bélica autoridad. A la campaña que terminó trágicamente en la rota de Guadacelete, envió a su hermano Gatón para auxiliar a los toledanos. Y atenazado por la gota, encomendó a su pariente -¿hermano?, ¿hermanastro?el conde Rodrigo la resistencia al gran ataque islámico que culminó en la gran victoria musulmana de la Morcuera. Y mi maestro anotó también la realidad de que Alfonso VI, muy viejo, cuando los almorávides invadieron las fortalezas y pueblos dependientes de Toledo pasando a cuchillo a cuantos les hacían resistencia, envió a pelear contra ellos a su hijo don Sancho, que cayó en la catástrofe de Uclés. Es de presumir que doña Urraca no comandaría las huestes leonesas; doña Urraca, que gobernó el reino muliebriter, como le reprocharon luego los castellanos. Y era natural que durante la larga y difícil minoridad de Alfonso VIII rigiera el ejército su tutor Manrique de Lara mientras él permanecía protegido por los muros de Ávila; o que le rigiera aquél o el conde don Nuño aunque figurase ya también en la hueste don Alfonso. En Huete, en 1164, donde encontró la muerte frente a los Castro, don Manrique llevaba consigo al rey chico. Y en 1172 en Cuenca estaba el niño Alfonso y su conde Nuño. La capitanía real, a más de organizar la hueste, de encomendarla al Altísimo mediante ceremonias piadosas y de dirigir la empresa bélica, tenía una proyección económica imitada de la tradición jurídica islámica. Extraña realidad la de esa imitación del eterno y trágico enemigo. Me refiero al derecho real al quinto del botín ganado en la batalla; me he ocupado del asunto en lugar oportuno. En los numerosos casos de derrota, claro está que era el jefe musulmán a quien correspondía esa porción, conforme a normas que databan de los primeros tiempos del Islam y que remontaban incluso al derecho predatorio romano. Pero los reyes castellano-leoneses de la época en estudio fueron en ocasiones vencedores. Ora en batallas campales -las menos veces-, ora en asedios y conquistas de plazas enemigas, ora en las frecuentes campañas predatorias que las huestes reales realizaban. Si Alfonso II llegó hasta Lisboa, Ordoíio I a Corla, Alfonso 111al monte Oxifer -en tierras de Mérida-, Ordoño II a Regel y a Évora y Ramiro II a Madrid, Alfonso VI entró en son de guerra por tierras de Sevilla, destrozó el país a su placer y llegó con sus tropas hasta el Mediterráneo, en cuyas ondas hizo baíiar las patas de sus caballos; Alfonso VII recorrió Andalucía en una larga serie de campaíias que no cabe suponer angélicas y Alfonso VIII también penetró en tierras andaluzas asolándolas durante cuarenta y cinco días. Al monarca correspondía naturalmente nombrar los capitanes que gobernasen los diversos cuerpos del ejército, ordenar las detenciones en la marcha, los asedios, los asaltos, los ataques, las retiradas, el acampamento de la hueste, el velar por el orden y disciplina del ejército en su marcha o acampado, atender a las necesidades de las tropas, disponer el orden de batalla, si a ella se llegaba, dar la seíial para que comenzase la lucha, aceptar las capitulaciones ...

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En Huete, donde encontró la muerte don Manrique de Lara , parece ser que , acompañándole, se encontraba ya el futuro Alfonso VIII , en 1164. Portada de la iglesia del Cristo de Santa María de Castejón , en Huele , Guadalajara

Como antes de iniciarse la campaña, los reyes consultarían con sus gentes durante ellas las particularidades del envite. Cuando los cercos eran prolongados los monarcas se solazaban a veces a la espera de la rendición de la plaza sitiada. Sabemos de una cacería de Alfonso VII con ocasión del dilatado asedio de Coria. No faltaba en el ejército la seña o insignia real enarbolada por el alférez, de ordinario llamado signifer en León. Rodrigo Díaz de Vivar llevó la enseña -regale signum- de Sancho II en las batallas de Llantada y Golpejera libradas contra el futuro Alfonso VI. Colocada en lo más alto de la torre de la plaza ganada era el símbolo de la regocijada victoria (tras la rendición de Oreja por Alfonso VII elevata sunt vexilla rega/ia super excelsam turrem) . Por haber llevado el vexillum regio sicut uir strenuus en la batalla de Las Navas , Alfonso VIII concedió a don Álvaro Núñez de Lara la villa de Castroverde.

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Según las Partidas, la seña «quadrada sin farpas», llamada estandarte, no podía ser llevada sino por el rey. En las señas de los monarcas se representaba a veces la imagen de la Virgen y de su Hijo; lo refieren don Rodrigo y la Crónica General al narrar el gran triunfo cristiano de 1212. Y por el citado código-enciclopedia del Rey Sabio sabemos que cuando el soberano no mandaba la hueste, el «mayor caudillo» de la misma llevaba un pendón. B)

Deberes de los súbditos.

No es lícito dudar de que en el asturorum regnum todos sus moradores estarían obligados a prestar el servicio de armas. Ésa era la tradición visigoda; son conocidas las Leyes militares de Wamba y de Ervigio. Y eran demasiado difíciles los tiempos para que se hubiesen olvidado los ancestrales deberes. Sólo con el esfuerzo colectivo pudo la serrana monarquía ovetense salvar las angustiosas horas que le tocó vivir durante el siglo IX. Sánchez-Albomoz ha estudiado la doble realidad en sus dos monografías El ejército visigodo y El ejército y la guerra en el reino asturleonés. Pero mi maestro registró ya en esta última una turbadora realidad. Demostró que se usó el vocablo f ossatum para designar las expediciones bélicas de los monarcas de Oviedo y que de ese vocablo derivó el término fossataria sobre cuya condición de gabela vinculada a la voz fonsado no puede vacilarse. La palabra fossataria, castellanizada en fonsadera, iba a tener una larga historia que se extendió más acá del período histórico ahora estudiado, es decir, hasta muy avanzado el siglo XIII, y cuyo significado originario de redención del servicio de armas parece seguro. Sánchez-Albomoz tuvo la fortuna de hallar varios documentos de la primera mitad del siglo x, uno ya del 920, en los que Ordoño II y sus sucesores eximen de pagar fonsadera a algunas instituciones religiosas. Tales diplomas atestiguan lo temprano de una realidad: la limitación del deber general de acudir al ejército mediante algún tipo de exención. No se habría liberado al monasterio de Abeliare, en la segunda década del 900, si algún tiempo antes no hubiera sido habitual no prestar el servicio de armas a cambio del pago de una suma de dinero. Sólo después de la realidad de esa exención a cambio del pago de la fossataria habría podido Ordoño II y sus sucesores exceptuar del pago de tal redención. Esa doble realidad, por los diplomas del siglo X acreditada, nos permite concluir que ya en la época aquí examinada (1037-1217) había perdido el servicio de armas su prístina generalidad. Empezaría siendo castigada la no concurrencia al ejército mediante la satisfacción de una pena pecuniaria; más tarde llegaría a ser redimible mediante una suma dineraria y acabaría por ser incluso graciable el pago del impuesto-redención del servicio de armas. Podemos acaso adivinar las causas de ese proceso. El servicio de armas por todos los moradores en el reino habría sido indispensable durante las largas décadas padecidas por el asturorum regnum cuando el huracán de la guerra golpeaba casi anualmente y no sólo en sus fronteras sino en el corazón de la monarquía. El crecimiento de la caballería hispano-musulmana -no olvidemos que en 865 atacaron Álava y Castilla alrededor de 25.000 jinetes islámicosfue forzando a los reyes cristianos a acrecentar sus fuerzas ecuestres. Y el avance de la frontera hasta el Mondego en 878 y hasta el Duero entre el 893 y el 912, fue alejando de la línea de combate a gentes situadas lejos de la raya fronteriza, alejamiento que pudo proyectarse en la ineficacia habitual del servicio bélico de no pocas masas rurales. Todos habían sido eficaces soldados en el asturorum regnum, soldados eficaces en la defensa de plazas y castillos por ellos

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habitados; muchos dejaron de serlo en adelante al alejarse el habitual teatro de la lucha. La precisión de aumentar los cuerpos montados como consecuencia de la desgana y de la relativa ineficacia de algunas masas rurales obligó a los reyes a disponer de sumas en metálico para pagar soldadas a los hombres de armas a caballo. Era pues natural que al comenzar la época en estudio, aunque teoréticamente estuviesen todos obligados al servicio de guerra, muchos hubiesen conseguido eximirse de prestarlo mediante el pago de lo que había dejado de ser pena para trocarse en tributo: la fonsadera. Avanzó la raya fronteriza hasta lugares antaño de inimaginable conquista tras la toma de Toledo que, como cabeza de puente en el valle del Tajo, permitió la ocupación de los Extrema Durii, es decir, hasta la Cordillera Central. Ello alejó de la lucha a numerosas gentes residentes no sólo al norte del Duero, sino mucho más al septentrión. Y en parte les tomó ineficaces para la resistencia frente a los zarpazos almorávides. No sorprende por ello que los monarcas abriesen la mano, como podríamos decir vulgarmente, y al mismo tiempo que generalizaban la fonsadera como impuesto bélico concedieran exenciones de ella a moradores en poblaciones apartadas de la raya fronteriza. Las leyes municipales atruenan con tales libertades. Libertades a veces plenas, como en el caso de Sepúlveda, pero de ordinario limitadas, que solían reservar el deber de acudir al ejército cuando el soberano estuviera cercado o fuese a dar batalla campal al enemigo. La desdichada proclividad de la realeza de conceder señoríos, tierras, rentas, impuestos ... despilfarrando las potenciales posibilidades fiscales de la Corona, llevó a algunos reyes a dar un paso, o muchos pasos, en el camino de la debilitación de sus fuerzas militares otorgando a manos llenas excepciones del deber bélico y de los bélicos impuestos a los moradores en señoríos laicos y eclesiásticos e incluso a muchos habitantes en sus propias tierras. Es posible que conjuntamente moviese a los monarcas a conceder tales exenciones con la ineficacia de los moradores en lejanos concejos la precisión de atraer pobladores a plazas recién restauradas que era necesario volver a la vida. Salvadas esas excepciones, recortadas según las circunstancias, cuando el peligro era inminente y se intuía la necesidad de llegar a la batalla se llamaba a todos y todos tenían el deber de acudir al ejército, pero, como suelen decir los documentos, «con pan para tres días», es decir, con provisiones para la iniciación de la marcha hacia el combate. No porque a tres días estuviera limitado su servicio, sino porque luego o el ejército vivía sobre el país enemigo o lo que era más normal el monarca debía proveer a la alimentación de las tropas. Claro que los deberes bélicos de los moradores en el reino se diferenciaban según la clase de enfrentamiento guerrero que debía afrontarse en cada caso. La guerra con el enemigo sarraceno revistió formas muy diversas. Importaba ante todo la defensa de las plazas cristianas frente a posibles ataques musulmanes. Para prevenirlos se prestaba el servicio de anubda. Consistía en la vigilancia fuera de la población o del castillo, a veces lejos, para poder prevenir la llegada del moro y poder organizar a tiempo la defensa de la población o de las tierras amenazadas. Cuando era preciso combatir al enemigo en lugares cercanos al centro urbano en peligro se practicaba el llamado apellido. Se convocaba de urgencia a los moradores en la plaza para de urgencia organizar una fuerza capaz de resistir o de atacar cuando era necesario. Cada morador tenía un nombre especial por el que era convocado. Recordemos que mientras en todos los países de Europa cada ciudadano tenía un nombre de familia, los españoles tenían apellido, el sobrenombre con que eran conocidos sus abuelos cuando eran convocados de urgencia a la defensa o al ataque preventivo.

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Las leyes dictada s en Castrojeriz , en el 974, favorecieron de manera diáfana la difusión de las fuerzas montadas. Vista general de esta villa castellan a

Era frecuente realizar campañas predatorias lejos del solar urbano o regnícola. Expediciones audaces muchas leguas dentro del país sarraceno para hacer daño al enemigo asaltando una plaza o un castillo mal defendidos o para robar poblados y ganados . Los repobladores nunca acudían a sus nuevos solares con rebaños o vacadas . Robarlos a los moros era un necesidad y un placer . La historia del período en estudio está atronada por el estruendo de estas empresas predatorias . Las llamaron con un nombre árabe: algaras, señal de que antes o al mismo tiempo habían tenido los cristianos que sufrirlas . Las grandes campañas bélicas de la época astur-leonesa se habían denominado fonsados y fonsados siguieron designándose en nuestra época - expeditio quae dicitur fossato , se lee en fueros otorgados por Fernando I y Alfon so VI-. Pero con frecuencia se llamaron huestes. Ir en fonsado y luego ir a la hueste era igual que ir a una precisa y más o menos importante empresa bélica. A dar batall a campal se dijo quizás ya en las postrimerías de nuestra época . Deseo insistir empero en una realidad caracterí stica de los debere s militares de los naturales de los reino s de León y Castilla durante los siglos XI y XII: la variedad de las prescripciones que los establecían. Es sabido que corr espond e a este período la eclosión de la vida municipal en la monarquía primero unificada y en la segund a mitad del siglo xn separ ada bajo el regimiento de los hijos y nieto s de Alfon so VII el Emp era dor. Ahora bien , esa eclosión determinó la concesión de una larga , larguísima, serie de leyes municipal es regulador as de los derechos y deb eres de los mor adores en los concejos que iban organ izándo se o reor ganizándose con el corr er del tiempo . Aunqu e puedan señalarse las que podríamo s llamar familias de fueros , sobr e todo en la época inmediatamente posterior a la aquí

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estudiada, cada estatuto o fuero marca de modo desigual, a lo menos no igualitariamente, las obligaciones bélicas de los habitantes en cada municipio. En una escala ascendente que iba de la liberación total a los peones de la plaza, como en Sepúlveda, hasta la fijación de éstas o las otras firmes obligaciones. Me parece por ello inútil registrarlas aquí unilateralmente. Equivaldría al registro de una verdadera anarquía legislativa. Acabo de escribir la palabra anarquía y es en verdad impropia. En algo van coincidiendo los fueros: en la afirmación de los deberes guerreros de los jinetes o caballeros. He señalado antes el movimiento estatal hacia la formación de una eficaz caballería que oponer a la musulmana. Son archiconocidos los preceptos de las Leyes de Castrojeriz del 974 favorables al acrecentamiento de las fuerzas montadas. Las exenciones bélicas contrabalanceadas con el pago de la f onsadera tendían al cabo al logro de recursos por los reyes para el pago de las huestes armadas. Posterior a la época aquí examinada, la Crónica de la población de Á vi/a parece empero muy probable que refleje prácticas remotas, es decir, del siglo XII a lo menos. De ella resulta la aplicación de los recursos que la fonsadera procuraba para el entretenimiento de los caballeros o jinetes. Al mismo fin de aumentar el número de las fuerzas montadas tendieron los privilegios en parte posteriores pero quizás no novedosos otorgados por monarcas del siglo XII fijando un status jurídico y social excepcional a los caballeros villanos de muchas ciudades y villas de la monarquía. Remito a las páginas exhaustivas que Carmela Pescador ha consagrado a la caballería villana. Concluyo esta necesariamente somera exposición conjugando dos ideas: anarquía local y relativa global unificación como características del deber bélico general de castellanos y leoneses frente a sus monarcas, encamación del poder soberano a quien incumbía la gran empresa nacional de enfrentar al enemigo sarraceno. C)

Exenciones nobiliarias.

Sánchez-Albomoz está convencido de que desde la época visigoda se otorgaron emolumentos a quienes servían a caballo; juzga que las cesiones pro exercenda publica expeditione, documentadas en el siglo VII, tendían a ello. Cree que esas cesiones o soldadas siguieron otorgándose en la época astur-leonesa a los infanzones, nietos de los filii primatum visigodos. Se apoya en el Fuero de Castrojeriz del 974 que al elevar a la infanzonía a los caballeros de la villa les concede que no fuesen a la guerra de no recibir préstamos -es decir, beneficios- , o soldadas. Alega también el famoso documento de los infanzones de Espeja del que resulta que percibían stipendia territoriales con cargo al servicio de vigilancia a caballo llamado anubda. Y juzga que la fonsadera que, avanzado el siglo XI, pagaban los infanzones norteños de Langreo por sus tierras, equivalía a la redención de sus deberes bélicos ecuestres. La nobleza de sangre habría conseguido remuneraciones en beneficios territoriales o en soldadas durante los primeros siglos de la Reconquista, como prolongación de una remota tradición visigoda. La concesión de los privilegios otorgados a los caballeros de Castrojeriz no habría sido única: se habría extendido por el conde García Femández a otros muchos para reunir fuerzas montadas de consideración. El arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada recogió una tradición coincidente con estas realidades y dio noticia de que los caballeros castellanos nec sine stipendiis militari cogantur. A la tradición visigoda de otorgar concesiones pro exercenda publica expeditione se habría unido la precisión de los reyes de Oviedo, y particularmente de los de León, de crear una caballería que oponer a las cada día crecientes fuerzas montadas musulmanas. Sánchez-

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Albornoz ha tomado de lbn 'lgarI, inspirado en lbn I:Iayyan, quien a su vez siguió al acreditado historiador del siglo X Al-Sabanisiyya, que para la campaña de la Morcuera del 865 el príncipe cordobés a quien se había encomendado su mando disponía de 25.000 jinetes, cifra que las parleras fuentes hispano-árabes establecen sumando los que brindó cada distrito de Andalucía. No puede sorprender que en el norte cristiano se procurase crear una caballería ofreciendo heredades a los infanzones y a los caballeros villanos que sirvieran en la guerra a caballo. Importa señalar que el conde don García otorgó el célebre Fuero de Castrojeriz en marzo del 974 y que inició sus hostilidades contra Córdoba en septiembre de ese año. Juzgo verosímil la conjetura de mi maestro de que concedió los privilegios señalados, y los que otorgó a los peones, preparándose a la guerra contra el moro. No cabe suponer que esa práctica de tan larga tradición durante la época aquí en estudio se interrumpiera de 1037 a 1217. Aseguran su perduración diversos testimonios. Me bastará con traer a capítulo dos textos concretos. Cuando en 1200 los guipuzcoanos se unieron voluntariamente a Castilla se comprometieron a servir a Alfonso VIII en la guerra contra los sarracenos o contra el rey de Navarra siempre que les diese caballos, armas y soldadas «conforme al fuero de los infanzones». Y la Crónica de la población de Avita de los días de Alfonso el Sabio atestigua la recepción de soldadas por los caballeros abulenses, es decir, por quienes servían como jinetes en la hueste. Como no siempre dispondrían los reyes durante tan largo período del numerario preciso para pagar soldadas a quienes servían a caballo, se acudiría al segundo de los métodos establecidos en las Leyes de Castrojeriz, es decir, a la concesión de préstamos o beneficios, concesión que en términos técnicos se llamó «tener tierras del rey». Por otro camino se acudió también a aumentar las fuerzas montadas: dando caballos, armas y equipos de jinete a quienes es de presumir que eran probados y fieles combatientes. Claro que para garantizar que no se desperdiciasen las soldadas, los beneficios o el armamento de jinetes, se establecieron vínculos vasalláticos entre el rey y quienes de él tenían tierras o recibían caballos y armas. A tal punto se llegó a la estrecha vinculación entre el servicio a caballo y el deber militar nobiliarios que el vocablo miles, cuyo significado primitivo de soldado no es discutible, llegó a significar concretamente caballero, es decir, combatiente a caballo. Y en tales términos fue habitual la infanzonía de esos guerreros jinetes que se forjó en 1096 la conocida definición muchas veces comentada: Milites non infimis parentibus ortis sed nobili genere et potestate quod vulgari lingua infanzones dicuntur ( «Jinetes nacidos no de padres ínfimos, sino de noble estirpe y potestad que en lengua vulgar llamamos infanzones» ). Y de tal manera fue habitual que esos jinetes contrajeran relaciones vasalláticas, que miles significó con frecuencia vasallo. Cuando Alfonso VII extorsionó diversas sumas a algunas instituciones religiosas - al monasterio de Sahagún (1124) y a la iglesia de Compostela (1127 y 1129)- para otorgar soldadas a sus vasallos denominó a éstos milites. Era lógico el desarrollo del arma montada, cada vez más necesaria para la guerra con el moro en las llanuras de las dos mesetas. Tan lógico como la pérdida de eficacia de las gentes de a pie para las empresas bélicas ofensivas y defensivas sobre todo de las que habitaban lejos de la frontera y se habían deshabituado de la lucha frecuente con el enemigo secular. Su proceso de apartamiento por ineficacia como resultado del nuevo tipo de guerra no fue peculiar de Castilla y León. Mucho antes habían perdido valor y eficacia para la lucha los infantes ultrapirenaicos y habían sido sustituidos por las tropas montadas.

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La Crónica de la población de Ávila detalla cómo se asentaron aguerridos

varones que servían como jinete s en la hueste . Escena del cenotafjo de los santos Vicente , Sabina y Cristeta, en la iglesia de San Vicente, Avila

No se llegó a la exclusión de los peones de las empresas bélicas pero sí a su parcial liberación a cambio del pago de un tributo de guerra que ayudase a los reyes a mantener sus fuerzas montadas. Aludo a la fonsadera . No se inventó en la época aquí estudiada. Ya la pechaban a veces los labriegos apartados del estruendo bélico en el período astur-leonés. Pero alcanzó en los tiempos ahora examinados una generalización considerable. D)

Las milicias .

a)

Reales.

Podemos considerar las milicias reales desde tre s puntos de vista no contradictorios pero sí diversos. Genéricamente cabría aludir con tal calificativo al ejército real en su conjunto, como entidad bélica constituida por todo s los hombre s de armas que formaban las huestes convocadas y comandadas por el monarca . Podríamo s llamar milicias reales al conjunto de las tropa s que el soberano reunía dentro de las tierras regidas por regios delegados: tenentes , comites , potestates o merinos , tierras que ni sus antecesores ni él habían entr egado en señorío de modo

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perdurable a una institución religiosa o a un magnate, o lo que es igual, las fuerzas militares reclutadas en tierras de realengo. Y más específicamente cabe calificar de militia regís al grupo de hombres de armas que vivían en tomo al monarca a modo de su guardia personal. Al conjunto de las fuerzas bélicas por el soberano congregadas y regidas solía llamar el rey meo exercitu y de su.o exercitu solían calificarle cronistas y escribas. Alfonso VI al donar a la iglesia de Lugo en 1088 los bienes del rebelde conde Rodrigo Ovequiz declaró que cuando estalló la rebelión estaba lejos cum meo exercitu. El autor de la mal llamada Historia Silense calificó de exercitus a las huestes que con Sancho II cercaron Zamora. En dos documentos de 1146 leemos: Residente ibi (Guadacelete) Predicto imperatore -Alfonso VII- expectante su.o exercitu. De exercitus calificaron el autor de la Crónica latina de los reyes de Castilla y Ximénez de Rada las fuerzas de Alfonso VIII, de los almohades y de Alfonso IX. No podemos por tanto dudar de que en el curso del siglo XII exercitus fue el término empleado para designar en su conjunto a las fuerzas armadas que convocaban y comendaban los reyes. Excepcionalmente el erudito autor del Poema de Almer{a usó a veces empero vocablos de raigambre clásica como agmine y cohors. Es muy probable que ya se emplease también la palabra hostis, que se generalizaría en los fueros tardíos y luego en los códigos alfonsinos. Nunca podría, sin embargo, distinguirse por la mera terminología de las crónicas o de los diplomas cuando el exercitus regio estaba integrado por las huestes de las que podríamos llamar tierras de realengo o por todos los hombres de armas del reino, incluidos los nativos o moradores en los señoríos jurisdiccionales. Podemos imaginar que estos últimos acudirían a campañas de tanto relieve nacional e histórico como la de Almería reinando Alfonso VII o a las de Alarcos y Las Navas reinando Alfonso VIII. El ya mencionado Poema de Almer{a brinda una enumeración pormenorizada de todas las huestes que concurrieron a la grande y magnífica aventura. Y poseemos relatos minuciosos de los preparativos que precedieron a la empresa que culminó en la jornada del 16 de julio de 1212; y también del curso de la gran batalla. La Crónica latina de los reyes de Castilla refiere a veces la presencia a las órdenes del soberano de un número preciso de nobles armados y de uno naturalmente mucho más numeroso de gentes del pueblo concurrentes a la lucha.

*** Sánchez-Albomoz alegó en su día diversos testimonios de la existencia en el reino asturleonés de huestes que por su calificativo documental podemos suponer constituyendo un grupo restringido de hombres de armas en tomo a la persona del monarca en su palatium. En sus Estampas de la vida en León hace mil años dio a conocer un diploma en el cual se refiere que el conde Hermenegildo Gutiérrez combatió al rebelde Vitiza en los días de Alfonso 111(866-910) cum omnibus militibus palatii. Ha alegado asimismo una escritura del año 1007 en la que se lee: Ut quod adunare se in exercitu cum omnibus militibus palatii et gentes sue. Y ha demostrado la existencia de caballerizos reales en los días del mismo penúltimo rey asturleonés, Alfonso V. No parece que introdujeran novedades en tal práctica los monarcas de la nueva dinastía. En algún documento de Femando I se alude a la victoria obtenida sobre ciertos rebeldes per militibus regís. Y no es aventurado ver en tales palabras una alusión a la antañona militia palatii, milicia del palacio. No figuran milites palatii ni milites regís entre los jefes y oficiales que integraban la hueste que con Alfonso VI a la cabeza se disponía a marchar a Aragón tras la celebración del

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Concilio legionense de 1107; remito al documento publicado por mi maestro. Probablemente era tan natural su presencia en torno al soberano que el escriba no creyó necesario su mención. No cabe sospechar que desapareciese el séquito armado de los reyes. Alfonso VII extorsionó algunas sumas al monasterio de Sahagún para pagar a sus milites. No es imposible que ya se llamase así a los vasallos del monarca. Pero cabe preguntar si no integrarían éstos las filas de la privada guardia palatina de los príncipes avanzado el siglo XII. En 1178, Alfonso VIII al donar la villa de Montejo y unas heredades en Sepúlveda a Martín González declaró: Iustum est et rationi consentaneum ut milites regni palatii qui digna dominis suis exhibent seruitia dignis stipendiis remunerentur. La Chronica Adefonsi lmperatoris y el Poema de Almería aluden a la milicia real. Eodem vero anno et in mense iulio, imperator convocavit comitem Rodericum Legionis et propriam militiam domus suae, escribió el cronista al ocuparse del sitio de Coria. Y en otras dos ocasiones menciona a la schola regalía; no es dudoso que con tal nombre se refiriese a lo lógica prolongación histórica de la militia palatii. Sí; es seguro que con tal denominación se aludía al cuerpo de tropas palatinas que vivía en torno del príncipe ( así resulta del mismo relato de los dos textos). Y me arriesgaría a afirmar que sus miembros eran milites regis en el doble sentido del vocablo: de vasallos y de jinetes bien armados. Alfonso VI en 1089 con motivo de una contienda entre la infanta doña Urraca y el obispo de León reunió una Curia plena a la que asistieron baronum suorum et maiorum de sua seo/a et meliorum de sua te"ª· En la Crónica latina de los reyes de Castilla se narra que en una ocasión el monarca paucos homines secum milites cum domesticus suus et cum quibusdam de consiliis de ultrase"am ibit ad Castellam. En el relato de la derrota de Alarcos por la citada Crónica aparecen forzando a Alfonso VIII a abandonar el campo de batalla cuando se había consumado el desastre «los suyos que le asistían más familiarmente». ¿No parece aludir tal frase a la misma schola regalis de su abuelo, el Emperador? En el Cantar de Mio Cid se califican de mesnadas a las huestes de Rodrigo. No poseemos textos en romance que refieran las empresas bélicas de los soberanos de León y Castilla entre el año 1037 en que inicia su reinado Fernando I hasta el 1217 en que comenzó el suyo el Rey Santo. Y no sabemos por tanto cómo llamarían los juglares y el pueblo a la triple graduación señalada de reales milicias: las integradas por todos los moradores en el reino obligados al servicio de armas, las procedentes de las tierras de realengo y las que constituían la guardia palatina del monarca. ¿Las llamarían ya mesnadas en el curso del siglo xn? b)

Señoriales y vasalláticas.

En la época en estudio es seguro que se distinguían a las claras las milicias señoriales de las vasalláticas. Había entre ellas la diferencia que aparta al guerrero noble del guerrero villano; la diferencia que aparta al hombre que ha hecho del servicio de armas su profesión diaria del que era llamado en los casos extremos para acudir a los combates; la diferencia que separaría al que voluntariamente había contraído una relación vasallal, relación que implicaba el deber militar, del habitante en tierras señoriales que acaso contra su voluntad tenía que marchar a la guerra ante la doble llamada del monarca al señor y de éste a los que empleando términos modernos podríamos calificar de súbditos.

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Los testimonios llegados a nosotros no siempre permiten sin embargo distinguir con precisión unas de otras milicias. La palabra vasallo tenía a la sazón un doble significado: se usaba para designar a los nobles que habían concertado libremente un vínculo personal con el rey o un magnate laico o eclesiástico y a los labriegos que moraban en un señorío. Y porque también la palabra miles tenía una doble acepción, la de vasallo noble y la de jinete que tanto podía pertenecer a las filas nobiliarias como a las villanas. No es fácil por ello establecer una puntual diferencia entre los dos tipos de milicia. He aquí las consecuencias a que me han llevado mis lecturas y observaciones del período en estas páginas examinado. Quede dicho que si en algunas ocasiones sólo acudían al llamamiento real y señorial las milicias estrictamente vasallales y nobles, con ellas figurarían también en las mesnadas los jinetes y peones de las tierras del prelado o del magnate que acudían a campaña convocados por el monarca o con motivo de las contiendas civiles que sembraron la historia de esta época.

••• Los habitantes en los seftoríos tenían la obligación de prestar el servicio militar a sus seftores no sólo cuando el monarca requería a éstos el que a su vez tenían que prestarle, sino también en expediciones por ellos iniciadas. En ocasiones, sin embargo, como graciosa merced del seftor únicamente tenían el deber de servir con las armas en el caso de que el monarca convocase sus ejércitos: sirva de ejemplo lo acordado por Gutierre Díaz a los pobladores de Villavaruz de Rioseco en 1181. Los seftores laicos o eclesiásticos (abad u obispo) dirigían personalmente sus mesnadas. Abundan las noticias de prelados al frente de sus milicias. Les hallamos ora peleando a las órdenes del soberano -eso hizo Gelmírez con ocasión de las luchas de dofta Urraca con los aragoneses; durante el sitio a la rebelde Compostela y con motivo de la guerra sostenida por Alfonso VII con dofta Teresa de Portugal-, ora por mandamiento del rey -recordemos el auxilio prestado a Femando II de León por los arzobispos jacobeos en las jornadas de Jerez (llTI} y Santarem (1184); recordemos la presencia del arzobispo de Toledo don Cerebruno en la campaña de Alfonso VIII contra Navarra en 1176 y en el sitio de Cuenca (llTI}; recordemos la expedición del prelado de la sede primada don Martín López de Pisuerga que motivó la expedición del califa almohade que culminó en Alarcos (1195); la actuación de don Rodrigo Ximénez de Rada en Las Navas (1212) y en la conquista de Alcaraz (1214) ... -, ora por su cuenta y riesgo en campañas de su iniciativa contra infieles -recordemos que el arzobispo don Bernardo cercó el inexpugnable castillo de Alcalá-, ora contra algún magnate que le irritaba por su conducta -recordemos que Gelmírez en 1125 invadió el seftorío de Femando Y áftez, que había apresado a algunos compostelanos. Cuando por razones de edad o enfermedad o por impotencia para el ejercicio de las armas el prelado no podía conducir su milicia, era ésta guiada ya por un canónigo u otro eclesiástico, ya por el perticario o merino del seftorío. Por la Historia Compostelana sabemos, por ejemplo, que en 1130 Gelmírez, detenido por grave enfermedad, mandó a su merino y a todos sus caballeros que marchasen con los condes y demás príncipes a luchar contra Alfonso Enríquez de Portugal, según había ordenado el monarca. A la par que la milicia, dirigía el seftor la marina cuando circunstancias especiales le permitían añadir a sus ejércitos de tierra fuerzas navales. Porque los musulmanes asolabanel litoral próximo al territorio de Santiago -atacaban las costas desde Coimbra hasta los Pirineos-, el gran Gelmírez con el auxilio de artífices de Génova y Pisa construyó con enormes expensas dos

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galeras. Sabemos del éxito por tal marina alcanzado en las costas islamitas y su regreso a Santiago cargada de oro, plata y despojos cantando alabanzas a Dios y al Apóstol. Las huestes de los seftores tenían como las del rey y las de los concejos sus insignias o vexillos, que llevaban quienes al seftor placía. Consta que Domingo Pascual, canónigo toledano, enarboló la del arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada en la batalla de Las Navas. Al seftor correspondía asimismo la guarda y custodia de las fortalezas situadas dentro de sus dominios y el acrecentamiento de sus defensas. Porque le resultaba excesivamente oneroso su mantenimiento permutó Gelmírez en 1126 el castillo de Faro por la tierra de Tabeirós. También estaban bajo la potestad del seftor todas las puertas de la ciudad (lo reconocieron los ciudadanos de Lugo al aceptar el seftorío del obispo en 1202). En el Fuero de Fresnillo otorgado en 1104por el conde García Ordóftez se establece que irían al fonsado de rege sólo la tercera parte de los jinetes, estando exceptuados los peones. Si la citada tercera parte renunciara al fonsado debería pechar seis cameros de un sueldo cada uno. En el de Villavaruz de Rioseco, concedido como queda dicho en 1181, se dispuso que los moradores en el lugar no acudiesen al fonsado ni diesen fonsadera a no ser por regia orden y que lo harían cuando fuesen todos los hombres de la tierra, jinetes y peones. En el otorgado por el cabildo toledano a Santa María de Cortes en 1180-1182se establece que si el arzobispo o los canónigos quisiesen hacer fonsado sólo acudiesen los jinetes y que los peones permaneciesen en custodia de la villa. El jinete que desobedeciera el precepto debería pagar dos maravedís.

**

*

El vasallaje castellano fue esencialmente militar (estudiaré el problema en lugar oportuno). Abundan por ello los testimonios que acreditan la realidad de las huestes vasalláticas. En cumplimiento de su estricto servicio de armas iban a la guerra los vasallos junto a sus señores o les seguían en sus rebeliones o alzamientos contra la realeza. Facilitaban esta realidad las diversas clases de vasallos que podía tener un seftor. Las distingue el Fuero Viejo, compilación privada de derecho nobiliario, cuya redacción originaria, a lo que cree Sánchez-Albomoz, procede de la primera mitad del siglo XIII. En el precepto que recoge la tradición relativa al destierro y despedida de los ricos-hombres y de los fijosdalgo y a los deberes de quienes les servían vasalláticamente caso de ser ellos echados del reino por orden del monarca, se dice que los señores tenían dos clases de vasallos: unos que criaban, armaban, casaban y heredaban, y otros a los que daban soldada. En su día demostré que hubo de ser reducido el número de los que integraban el primer grupo por el elevadísimo costo que implicaría el entretenimiento de los que cabría llamar vasallos de vínculo prieto y lo oneroso de la investidura de armas y de las bodas y especialmente el dotarles de bienes raíces. Y afirmé que serían los vasallos a soldada los que constituirían la masa de los clanes vasalláticos que servían a los magnates castellano-leoneses. El citado Fuero Viejo dispone que el hidalgo que recibiere soldada de su señor debería servirle durante tres meses en la hueste donde él le mandase, siempre que se la pagara puntualmente. Añade que de no percibirla conforme a lo acordado, el vasallo no estaba obligado a servir al señor si no quisiere. Ordena que de recibir soldada y no servirla debía devolverla doblada. Contempla el caso de que el vasallo a soldada recibiese caballo y loriga del señor y establece la obligación del mismo de devolverlos cuando le fuesen demandados. Y en los preceptos antes mencionados sobre destierros y despidos de los ricos-hombres y los fijosdalgo, se dispone que si el señor de los vasallos a soldada fuese echado del reino por el soberano, deberían acompañarle en su exi-

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c)

Concejiles.

Nunca habían perdido por entero sus hábitos guerreros las gentes del pueblo en el reino astur-leonés. Sánchez-Albomoz lo ha comprobado al estudiar el ejército de esa época. Es notorio que en Castilla, en la segunda mitad del siglo x, hubo caballeros villanos, es decir, jinetes populares. Lo sabemos por las leyes de Castrojeriz en las que el conde García Femández otorgó la infanzonía -o sea, los privilegios de los nobles- a los caballeros de la plaza y equiparó a los peones jurídicamente con los jinetes villanos de fuera de ella. No podemos dudar de que en 974 los moradores del citado Castrojeriz constituían una milicia integrada por caballeros y peones. No es probable que constituyera caso único en el reino. Peones y caballeros constituían la unidad bélica registrada en las Leyes Leonesas de 1020. El auge y desarrollo de las milicias concejiles hubo de ser empero posterior. Hubieron de organizarse paralelamente con los nuevos municipios que cuajaron en Castilla y en León en el siglo XI. Y muy especialmente tras la conquista de Toledo y el surgimiento de los grandes concejos de entre Duero y Tajo: Sepúlveda, Segovia, Ávila, Salamanca, Madrid, Guadalajara y la gran plaza del Tajo, no articulada en municipio, pero sí como torre albarrana en tierras de la Transierra. Los Anales Toledanos primeros declaran ya con referencia al año 1109: «Exieron los de Madrid et de toda Extremadura en agosto e fizieron a Alcala que era de moros.» He ahí la primera noticia de la acción bélica de unas milicias concejiles para conquistar una cercanísima plaza. Alcalá se ganó mas perdióse con ocasión de las campañas almorávides en el valle del Tajo y hubo de ser reconquistada en 1117. En los mismos Anales se lee: «El arzobispo don Bemaldo levó sus engennos a Alcala que era de moros et cercola et prisola.» He ahí tal vez las más tempranas noticias de dos géneros de milicias: las de los concejos y las seftoriales. De las primeras abundan las referencias. Después de la conquista de Toledo en 1085, repoblóse, como es notorio, Segovia, Ávila y Salamanca. Debemos un detallado relato de la puebla abulense a la Crónica de su población. Y aunque menos parleros, no carecemos de testimonios sobre la vuelta a la vida de las otras ciudades. Aguerridos hombres debieron ser quienes con sus familias, sus pobres ajuares y sus caballos o sus pollinos abandonaban sus viejos solares norteftos para ir a poblar urbes fronterizas, expuestas a las arremetidas musulmanas. Y de que hubieron de enfrentarlas apenas asentados en Ávila, por ejemplo, tenemos precisos pormenores. No habían ido allí a fin de gozar una existencia placentera, sino a fin de emprender una nueva vida y mejorar de fortuna aun a trueque de jugarse la vida en el embite. La citada Crónica de la población de Ávila, los Anales Toledanos primeros, la Chronica Adefonsi lmperatoris e incluso el historiador almohade Saltib al-Sala nos brindan noticias puntuales y frecuentes de las empresas bélicas de las milicias concejiles. Eran grandes algaras o expediciones predatorias que llevaban a cabo para hacer dafto al enemigo en sus propias tierras andaluzas o extremeñas e impedir así que los ejércitos islámicos las hicieran en sus propios solares y en sus campos. Y para acarrear a éstos el ganado ovino o vacuno de que carecían, pues naturalmente habían llegado sin él a Salamanca, Ávila, Segovia, Madrid ... Es sabido que por la importancia estratégica de Toledo se organizó como una fortaleza regida por el Prínceps Militiae toledano y bajo él por uno o varios alcaides también oficiales militares. Las Crónicas nos presentan funcionando eficazmente esa armazón bélica secundada por las huestes de las ciudades de allende y aquende los montes. No es éste el lugar de trazar el registro pormenorizado de tales aventuras. Importa sí destacar cómo se realizaban.

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lio hasta ayudarlo a ganarse el pan, pero que entonces, si le hubieran servido por el plazo convenido, podían dejarle y volver al reino y ser vasallos del monarca. Este grupo de vasallos a soldada estaría pues constituido por gentes de armas que habían contratado un servicio temporal y contraído un vínculo poco firme y nada perdurable. Por gentes de armas más o menos allegadizas, cuyo servicio podía durar largo o breve plazo, según las circunstancias. Por gentes de armas sin otra obligación que el servicio de hueste por el número de días convenido y en función de la puntual percepción de la soldada. Constituirían lo que he calificado de vasallaje golondrina. La naturaleza de este tipo de relación vasallática hacía lógica la entrega de elementos de guerra a los vasallos. En los días de Femando I los nobles aparecen rodeados de sus infanzones, quienes sin duda acudirían con ellos a la guerra; y alguna familia condal se rebeló contra el monarca en tres castillos, naturalmente defendidos por sus vasallos. El conde Gonzalo Salvadórez, vasallo de Alfonso VI, en su testamente de 1082 dispuso que si moría en tierras de moros sus vasallos debían llevarle a enterrar en Oña. El conde Rodrigo Ovequiz se alzó contra el futuro conquistador de Toledo, antes y después de 1086, con ayuda de sus satellites, probablemente sus vasallos. La Historia Roderici, primero, y el Cantar de Mio Cid, después, presentan al héroe castellano rodeado de sus vasallos en sus grandes aventuras. La Historia Compostelana narra que la reina doña Urraca en 1113 ordenó a Gelmírez que acudiese en su socorro con los condes, primates y caballeros gallegos y con sus propios vasallos. Los caballeros nobles, es decir, sus vasallos, siguieron al conde asturiano Gonzalo Peláez en sus reiterados alzamientos contra Alfonso VII. En 1165 con ocasión de la huida del conde don Nuño de Lara de Medina de Rioseco, donde estaba sitiado por Femando II, algunos de sus vasallos fueron muertos y otros lograron escapar. Alfonso VIII, al tener noticia del desembarco del soberano africano que él vencería en Las Navas, dispuso que don Diego López de Haro se estableciese en Toledo con sus vasallos. Y sabemos de la sangre vertida por los vasallos del arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada en la defensa del castillo del Milagro, por él construido, para proteger el puerto de Alhover, por donde los musulmanes llegaban a la sede de su iglesia. No conozco testimonios que nos permitan determinar el número de hombres que integrarían las mesnadas vasalláticas en el período en estudio. Serían sin duda considerables las de Rodrigo Díaz de Vivar en el siglo XI y a lo largo del XII las de los grandes vasallos de los reyes de Castilla, los Laras y los Castros, por ejemplo. Su crecimiento hubo de ser naturalmente paralelo al de la nobleza con el correr del tiempo. En los días de Alfonso X don Nuño González de Lara, notablemente enriquecido por la Corona, llegó a tener 300 vasallos de los mejores infanzones de Castilla, León y Galicia. Y al salir del reino en 1276 y convertirse en vasallos de Felipe III de Francia, don Juan Núñez de Lara, su hermano don Nuño, don Femando Yáñez de Valverde y don Lope Díaz de Haro se comprometieron a servirle al frente de 300, 106, 10 y 300 caballeros respectivamente. Desde muy pronto a lo que creo los magnates que recibían tierras y soldadas, es decir, dineros del monarca -examino en otra parte la recompensa vasallática-, estuvieron obligados a llevar a la hueste real un número determinado de caballeros y a no retirarles de ella antes de que el rey lo ordenase; lo acredita un precepto del Fuero Real, anterior como es sabido a 1255.

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El ejército almorávide de Yüsuf ibn Tüuim fue, por ejemplo, vencido en Lucena por las milicias concejiles hermanadas de Á vila y de Segovia integradas por mil jinetes elegidos y diestros, apoyados por una turba de peones. En una algara del Prínceps Militiae toletanae Rodrigo González de Lara, en Andalucía, acompañado también por las milicias abulenses y secobienses, éstas vencieron y dieron muerte al que llama rey de Sevilla la Chronica Adefonsi lmperatoris. Registra ésta otro gran éxito militar del alcaide toledano Munio Alfonso al frente de 900 caballeros de Toledo y de las ciudades de Ávila y de Segovia y con mil peones escogidos. La batalla fue muy dura. Conocemos por la misma fuente las oraciones elevadas por tales huestes a Jesús Nazareno, a la Virgen y a Santiago antes del terrible combate y cómo ofrecieron a Santa María de Toledo el diezmo de las ganancias que obtuvieron en la lucha. Perdida Mora en las vecindades de la gran plaza del Tajo, según la Crónica, Munio Alfonso no cesaba de llevar la guerra a tierras de moros con varones guerreros de Toledo, de Guadalajara, de Tala vera y Madrid y de las inseparables Á vila y Segovia, siempre prontas a la lucha. Consta que los cristianos de Ávila y de Salamanca conjuntamente se apoderaron del castillo de Alvat. En ocasiones las huestes de una ciudad emprendían aisladamente por su cuenta una campaña. Mi maestro ha hecho famosa la llevada a cabo por la del concejo de Salamanca a tierras de Badajoz, al divulgar las al mismo tiempo altivas y alocadas palabras de los salmantinos. Les salió al encuentro el ejército de AlI ibn Ta~uim. Como éste no divisara el pendón real en la hueste enemiga, les interrogó: ¿Quién es vuestro caudillo?, pregunta a la que contestaron los cristianos: «Aquí todos somos caudillos de nuestras cabezas.» Y el mismo maestro ha destacado la admiración y el temor que inspiraban a los almohades las milicias abulenses, mandadas por Ximeno el Giboso el de la Albarda, como le llama despectivamente Saµib al-Sala. Este autor nos refiere la gran aventura abulense en el valle del Guadalquivir, cuyos pasos y caminos conocía a maravilla (en 1158 habían derrotado a Abü -Ya'qüb en tierras sevillanas). Y cuenta que el califa hubo de organizar un gran ejército que encomendó a uno de sus hermanos para que sorprendiese a las milicias de Á vila. Cayeron éstas en una celada y el soberano gozoso celebró su derrota de dos maneras: organizando en Sevilla un certamen literario en el que los poetas cortesanos cantaron la victoria y enviando cartas oficiales a todas las provincias del imperio refiriendo el triunfo sobre el Giboso y sus hombres de Á vila, y declarando que eran los más valiosos soldados con quienes hasta allí se había enfrentado su ejército. La victoria islámica de 1175 fue por tanto anterior al asedio y toma de Cuenca por Alfonso VIII tras un cerco de un año. Su derrota no arredró empero a los abulenses. Medio millar de caballeros de Ávila cayeron en Alarcos y quien llevaba su pendón, cuando perdió los brazos, sujetó con los pies la bandera de la ciudad hasta que perdió la vida. Cuando se ganó la tierra conquense fueron las milicias de Cuenca, Huete, Uclés unidas a las de Madrid y Guadalajara las que acaudilladas por Alfonso VIII realizaron grandes algaras en 1211, llegando en una ocasión hasta Játiva y el Mediterráneo. Cuando en 1212 los almohades sitiaron Vilches, Alfonso VIII envió en su socorro a Gómez Núñez y a Martín Núñez «con todo Toledo y Madrid, Guadalajara y Huete». En el mismo 1212 el mismo soberano realizó una algara con las gentes de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés, según los Anales Toledanos. Y las milicias concejiles acudieron a las jornadas que terminaron en Las Navas de Tolosa. Consta que el rey de Castilla puso las de Ávila y Medina del Campo a las órdenes de Sancho VII el Fuerte de Navarra.

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Por su importancia estrat~gica Toledo se organizó como fortaleza en la que pudieran quedar a salvo lo civil, lo militar y lo eclesiástico. Folios 9 y 82r del Líber I Privüegiorum Ecc/esÚJe To/etanae. Archivo Histórico Nacional, Madrid

Conocemos mejor sus gestas heroicas que su organización bélica interna. Por la Crónica de la población de Ávila sabemos empero que se llamaban adalides los caudillos que regían su milicia. Y que ésta se agrupaba en tomo al pendón de la ciudad, que estaba integrada por un millar de jinetes escogidos y otro millar de peones resulta de los datos de la Chronica Adefonsi Imperatoris. Que apetecían el botín y se daban al robo de ganado ovino y vacuno declara Sé$ib al-Sala; en la gran campaña en que fueron vencidos en una celada acarreaban 50.000 ovejas y 200 vacas robadas en el valle del Guadalquivir. Su dominio de la geografía de Andalucía era tal que en las grandes algaras del rey de Castilla Alfonso VIII se fiaba de la ruta que le indicaba el adalid de Ávila. Y del crédito que otorgaban los monarcas a las milicias concejiles resulta del hecho de haber colocado Alfonso VIII y Pedro II al adalid de Ávila con su gente en la vanguardia de las huestes que habían de defender los pasos de la sierra de Gredos cuando, después del desastre de Alarcos, el ejército almohade amenazaba Castilla la Vieja . De su eficacia bélica nos da además noticia la Chronica Adefonsi Imperatoris al referir que los ejércitos sureños al penetrar en tierras toledanas no estaban sino un día propter militum imperatoris et propter viros bellatores qui habitabant in

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A vi/a et in Secobia et in tota Extrematura («por miedo a las huestes del Emperador y a los guerreros que habitaban en Ávila, Segovia y en toda Extremadura»). Y al referir que cuando los príncipes, los caudillos y todo el pueblo de los agarenos vieron los daños que recibían del Emperador y de las huestes de Toledo, de Segovia, de Ávila, de Salamanca y de las otras ciudades, se reunieron y deliberaron sobre cómo evitar tales daños y algunos propusieron hacer la paz con don Alfonso y pagarle tributo. Y quiero terminar recordando que la Crónica del Emperador no fue obra de un caballero de esas milicias, sino de un prelado. Y que, como ha apostillado Sánchez-Albomoz, el relato de Saltib al-Sala hace buena la frase: «Del enemigo, el elogio.» E)

Las Órdenes Militares.

A partir del siglo XII se incorporaron asimismo al ejército real las Órdenes Militares o hermandades de caballeros de carácter a la par militar y religioso. Como las huestes señoriales y las milicias concejiles, conservaron las Órdenes Militares su independencia dentro del ejército regio; constituyeron cuerpos armados autónomos. Las Órdenes Militares fueron una consecuencia de las Cruzadas y su modelo se halla con seguridad en el ribat musulmán o monasterio-fortaleza en el que se reunían grupos de islamitas consagrados a la vida ascética y a la práctica de la guerra y de los ejercicios militares. Su adiestramiento en el manejo de las armas les permitía acudir rápidamente en defensa del territorio en caso de ataque; los rabita estaban situados en lugares fronterizos y, por ende, erizados de peligros. Cuando las Cruzadas permitieron a la cristiandad occidental ponerse en contacto con el oriente islámico, los caballeros cristianos inspirándose en el ribat fundaron en Palestina unas Órdenes de monjes-caballeros dedicadas a la protección de los peregrinos a Tierra Santa y a la salvaguardia de los Santos Lugares y del reino de Jerusalén. Esas Órdenes fueron: las del Santo Sepulcro, encargada de la custodia del mismo; la establecida junto al Templo de Salomón (Templarii milites), fundada en 1118 por Hugo de Payens -por ser una fundación eminentemente francesa la Orden se llamó del Temple-, con el carácter de una milicia de Dios para proteger a los peregrinos contra los ataques de los infieles; y la del Hospital de San Juan, que, dedicada originariamente al cuidado de los enfermos, adoptó también, siguiendo el ejemplo de la del Temple, la actividad principal de la guerra santa bajo el maestre Raimundo de Puy (1120-1158). Los caballeros del Hospital y del Temple penetraron desde el primer tercio del siglo XII en España, sobre todo en Aragón y Cataluña pero también en Castilla. Alfonso VII entregó a los templarios la tenencia de la fortaleza avanzada de Calatrava recién conquistada. Después de la conquista de Zaragoza en 1118, Alfonso el Batallador fundó Órdenes parejas que se establecieron en localidades fronterizas de su reino. Importa señalar que estas primeras Órdenes Militares peninsulares no lograron nunca la plenitud de las fundadas posteriormente. Se inspiraron en la del Temple, pero hubieron de asemejarse a los monasterios-fortalezas islámicos al constituir su razón de ser la defensa de las plazas ufücadas en las fronteras con Al-Andalus. Las grandes Órdenes Militares españolas fueron creadas en la segunda mitad del siglo XII. Desempeñaron un papel fundamental en la lucha «divinal», en la repoblación de las comarcas reconquistadas y en la misma vida del Estado. Surgidas como fuerza de choque para la defensa de la frontera y para la ofensiva contra los almohades. sirvieron de eficaces auxiliares de la monarquía en su enfrentamiento con los feudales, es decir. con los magnates del reino. Aunque

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Los caballeros del Hospital y del Temple penetraron desde el primer tercio del siglo XII en España, sobre todo en Aragón y Cataluña , pero también en Castilla. Girola de la iglesia del Temple de la Vera Cruz , en Segovia

arrancaron grandes jirones al patrimonio real, como en sus comienzos fueron huestes adictas y en verdad al servicio de los soberanos , al coincidir en tal servicio con las milicias concejiles contribuyeron con éstas a liberar a la realeza de la hipoteca que habrían constituido los grupos vasalláticos como instrumentos de guerra, en una sociedad feudalizada (volveré a ocuparme de esta cuestión más adelante). He dicho antes que los caballeros del Temple guarnecían el castillo de Calatrava. Al ser atacado en 1158 por los almohades , sus defensores por no considerarse suficientemente fuertes para ello desistieron de defenderlo. Como no hallase Sancho 111magnate alguno dispuesto a guarnecerlo, tomó la dirección de su defensa fray Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, auxiliado por un monje del mismo, el antiguo caballero Diego Velázquez. Ambos habían convocado a una Cruzada para defender la fortaleza en peligro y organizado una hueste que la protegiese, con lo cual lograron salvarla de la amenaza islamita. El Rey Deseado premió el esfuerzo concediendo poco después la plaza en cuestión al mencionado abad . Don Raimundo estableció en ella una Orden de monjes-caballeros, como las de Jerusalén , dando así origen a la que había de ser la gran Orden Militar de Calatrava . Esta primera Orden fue aprobada por el Papa Alejandro III en 1164.

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lilSTORIA DE ESPAÑA

La quiebra del valor militar de los hospitalarios y templarios entre castellanos, leoneses y portugueses y el ejemplo de Calatrava fueron el mejor acicate para el nacimiento de varias Órdenes españolas hacia 1170, época de recrudecimiento del peligro almohade. Surgieron así asociaciones militares y religiosas que no siempre llegaron a cristalizar en perfectas Órdenes con aprobación papal y correspondiente congregación monástica. Nacieron entonces los fratres de Évora, Alcántara, Ávila, Cáceres, Trujillo, Teruel y Monfrag. Se distinguieron especialmente los fratres del Pereiro y los de Cáceres. Los primeros surgieron en el reino leonés, en un lugar solitario: la casa e iglesia de San Julián del Pereiro, en la frontera con Portugal y por iniciativa de varios caballeros salmantinos dirigidos por don Gómez. Nacía así una nueva Orden que fue aprobada por el Romano Pontífice en un. Su expansión no se hizo empero con excesivos bríos. Esa Orden pasó luego a servir de base a la de Alcántara, desarrollada algo más tarde con el auxilio de los calatravos. Éstos cedieron en 1218 a los del Pereiro el castillo y villa de Alcántara a ellos entregados por Alfonso IX el año anterior tras su reconquista. Llamada entonces Orden del Pereiro y de Alcántara, no tardó en denominarse exclusivamente de Alcántara. Posterior a la de Calatrava y acaso por su ejemplo, nació la de Santiago desarrollada con mayor vigor que la del Pereiro, por obra principal de su fundador y de los reyes. En 1169 algunos caballeros -entre ellos el castellano Pedro Femández y el leonés Suero Rodríguezse congregaron en Cáceres -ciudad que se había incorporado no hacía mucho al reino de León- bajo el patronato de Santiago, en una hermandad o cofradía de carácter religioso y militar para defender la cruz contra los infieles. En 1170 se había constituido ya la «Congregación de los fratres de Cáceres» regida como maestre o magíster por Pedro Femández. El rey Femando II entregó en tal año a los freyres la ciudad en la que se habían establecido y el arzobispo jacobeo concertaba con ellos al año siguiente un pacto de hermandad y les colocaba bajo la protección de la enseña del Apóstol. En 1171 recibía ya tal Congregación el nombre de Orden de Santiago. Creció la nueva institución en Castilla y en León con el apoyo de la Corona y de la nobleza y también fuera de Castilla, en Portugal. En enero de 1174, después de exaltar a los caballeros de las Órdenes Militares, Alfonso VIII dio a la milicia santiaguista el castillo y villa de Uclés con sus términos y propiedades, castillo que se convirtió en cabeza, casa matriz y sede de la Orden. El maestre Pedro Femández alcanzó finalmente la aprobación pontificia en 1175. Las Órdenes Militares se organizaron de modo semejante, según una regla determinada, y se hallaban constituidas por milites o caballeros unidos en una hermandad; por ello fueron llamados fratres o freyres. De éstos unos habían recibido órdenes sagradas, otros eran religiosos legos y los restantes seglares. Los profesos hacían votos de obediencia y de luchar contra los infieles. Vestían un hábito con la Cruz que distinguía a cada Orden. Originariamente todos los fratres vivían en común. Impidió empero que todos los müites hiciesen vida en comunidad en los conventos y castillos de la Orden el hecho de que pronto pudieron tomar el hábito caballeros casados. Al frente de cada Orden había un magister o maestre, suprema autoridad de la misma y señor de sus grandes dominios o maestrazgos, investido de la jurisdicción y del mandato militar de todos los caballeros que integraban la hueste de la Orden. El maestre era elegido por los caballeros reunidos en capitulo o cabildo o por ciertos caballeros electores (trece en la de Santiago). Los monarcas se atribuyeron el derecho de intervenir en la elección e incluso a veces designaron de hecho al maestre aunque era precisa la confirmación papal.

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Alfonso Vlll otorgó a la milicia santiaguista el castillo y villa de Uclés con sus términos y propiedades . Vista del pueblo de Uclés y la escultura de Santiago en la fachada del monasterio

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HISTORIA DE ESPAÑA

Subordinado al maestre se hallaba el comendador mayor. Dignidad de la Orden era la de prior, que se atribuía a un prelado elegido por los caballeros. En la de Santiago había dos priores: el del convento de Santiago de Uclés y el de San Marcos de León. En las de Calatrava y Alcántara corría a cargo de un clavero o clavario la guardia y defensa del principal castillo o convento de la Orden. En cada Orden eran varios los comendadores que tenían la encomienda, o sea, bajo su protección y defensa, algún lugar o castillo y el derecho a percibir las rentas de las tierras de su encomienda. Cuando el monarca convocaba al ejército para emprender alguna campaña militar, las Órdenes debían incorporarse con determinados contingentes de caballeros. Sólo éstos tuvieron que hacer el fonsado, del que se eximió a los peones (los peones de Uclés tuvieron que guardar los castillos y se consideró que alcanzarían algún botín mientras lo hiciesen). Sólo un tercio de los caballeros tenía que acudir cuando el monarca los llamase. Según Lomu, aun se puede dudar si tenían que ir o no cuando el rey no fuese. El Fuero de Uclés (1179) considera sí que los caballeros irían al fonsado con su setior; y quizás el maestre o el comendador pudiese llevar los vecinos al fonsado, aun cuando el rey no los llamara. Probablemente los vecinos de las villas santiaguistas serían acaudillados por sus comendadores cuando iban a la guerra; el Fuero antes citado declara que cuando el concejo fuese con su setior al fonsado se repartiera el botín en el campo. De las condiciones del servicio poco se sabe y las noticias de que disponemos son posteriores al período aquí examinado. Fue grande la eficacia bélica de las Órdenes Militares durante las horas cruciales de la Reconquista. A lo largo de muchas, muchas décadas fue la de Calatrava la más meritoria y valerosa -Alfonso VIII la distinguió especialmente en su testamento-. Participó en la batalla de Alarcos, batalla que marcó una crítica etapa en la historia de la Orden. Consecuencia de la misma fue la pérdida de la plaza que le había dado nombre, así como su extenso campo. Pasada la tormenta almohade se fijó acaso en 1198 la capitalidad en Salvatierra, posición aislada en tierra enemiga y con tal nombre comenzó a denominarse, según la costumbre de designar a la Orden por la localidad de su sede. Desde ese castillo hicieron los freyres incursiones dolorosas para el Islam. Por ello el primer objetivo del gran ejército marroquí en la campaña de 1212 fue precisamente la plaza en cuestión, donde el valor de los calatravos salvó al reino desgastando al enemigo ante los muros de su fortaleza. Convertidos éstos en ruinas consultaron con el monarca lo relativo a la entrega. Tras una honrosa capitulación se replegaron estableciendo su sede en Zorita. No sorprende, por tanto, el ardor con que combatieron en Las Navas. La victoria les permitió recuperar los castillos de Calatrava, Dueñas y otras posesiones, con lo cual podía volver la Orden a su sede primitiva. Los santiaguistas lucharon también en Alarcos (fue herido de muerte el maestre Sancho Fernández). Asistieron asimismo a la gran victoria de 1212 junto a hospitalarios y templarios. Y participaron en el sitio de Alcaraz (1213), en que murió el maestre Pedro González. Resonantes servicios -extraordinariamente galardonados- prestaron las Órdenes Militares con ocasión de la gran aventura reconquistadora de Fernando 111.Cae ésta fuera de los límites cronológicos impuestos al presente trabajo. No resisto empero a la tentación de señalar la brillante actuación de las milicias de las Órdenes durante el sitio de Sevilla. Un nombre bastará a acreditarlo: el maestre de Santiago Pelay Correa.

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Los planes conquistadores de Alfonso VII fueron muy ambiciosos, llegando a contar con la ayuda de una flota auxiliar de genoveses en la conquista de Almeria. Vista de su Alcazaba

F)

Gastos bélicos.

Se han historiado habitualmente los fastos de la Reconquista exaltando más el eco heroico de las batallas y de los cercos que recogiendo los problemas fiscales que esas batallas y esos cercos suscitaban al regio erario. No ignoramos empero totalmente esos cuantiosísimos gastos. Lamentablemente los datos pormenorizados que poseemos corresponden a un período posterior al examinado en este trabajo. Desconocemos las sumas, sin duda ingentes, que hubieron de costar el sitio de Coimbra -duró seis meses- por Fernando I y las campañas del conquistador de Toledo. Desconocemos asimismo el costo de las guerras que apartaron a los hijos del primer soberano de la dinastía navarra. Como queda dicho, las relevantes cantidades que importaron las parias enriquecieron el tesoro real durante casi medio siglo y hubieron de permitir a la Corona hacer frente a las inmensas erogaciones que significaron la lucha contra el enemigo secular y las discordias intestinas. Es notorio que la derrota de Zalaca no puso fin al cobro de los tributos sureños . Mas cabe imaginarla precisión de allegar recursos en que hubo de hallarse Alfonso VI tras la deposición

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HISTORIA DE ESPAÑA

de los reyezuelos de Taifas por las tropas almorávides. No olvidemos que las fuertes sumas que necesitó para enfrentar a los generales de Yüsuf ibn TMuf"men los primeros meses de 1091 le llevó a exigir de todos sus súbditos -nobles y villanos- una gabela excepcional -el futuro petitum- de dos sueldos por cada corte poblada. Y recordemos que al requerirla declaró que no la perdonaría a nadie mientras durase la lucha. A acrecentar los enormes gastos bélicos ocasionados por la guerra «divinal» contribuyeron las luchas civiles durante el desgobierno de doft.a Urraca. He aludido en lugar oportuno a las extorsiones realizadas por la reina a las más famosas iglesias catedrales de la monarquía a fin de procurarse medios para la guerra contra el aragonés, para dar soldadas a sus milites, es decir, a sus vasallos; para proteger a su tierra en la lucha que mantenía con gentes extrañas ... La misma soberana confesó alguna vez que había gastado casi todo el tesoro de su padre en la guerra contra su ex marido el Batallador. Y consta que la gran precisión de dinero que experimentó con motivo de esa triste lucha le movió a otorgar al abad de Sabagún el excepcional privilegio de labrar moneda. Las fechas de sucesos históricos de los días de Alfonso VII por mí reunidas recientemente descubren a las claras la vastedad de los planes reconquistadores del Emperador. ¿Cómo no sospechar la cuantía de las sumas que hubieron de insumir los largos y porfiados sitios de Oreja y Corla; las algaras a tierras de Granada y Córdoba; los cercos de Cádiz y Guadix; el ataque a Lorca; la toma de Córdoba -fue vencido un considerable ejército islámico-; las conquistas de Calatrava, Baeza, Almena, Andújar, Pedroche, Santa Eufemia ... ? ¿Cómo no sospechar el inmenso gasto que hubo de implicar el fracasado sitio de la fortísima Jaén -dos veces había de fracasar Femando 111 un siglo después- y la contratación de naves francas para intentar en 1151 la conquista de Sevilla? Cabe suponer la fabulosa cantidad de marevedís de oro que hubo de costar esa flota auxiliar si recordamos los 30.000 que hubo de satisfacer a los genoveses que le ayudaron en la resonante empresa de Almena. No debemos olvidar además que los privilegios nobiliarios -antes señalados- y las exenciones y limitaciones concejiles -en otro lugar apuntadas- obligaban a los soberanos a velar por el aprovisionamiento y a veces por el equipo e incluso por la remuneración de los servicios de las milicias reales. Los enormes gastos bélicos, entre los que constituía un renglón importantísimo el pago de soldadas a los vasallos del rey y a los infanzones y caballeros que acudían a la guerra, no decrecieron en los reinos de León y Castilla, separados tras la muerte del Emperador en 1157. Conocemos la angustia de los gobernantes de Castilla durante la minoridad de Alfonso VIII por la falta de dinero para cubrir los gastos de la guerra con Navarra. Por ello trataron de obtener recursos no siempre limpiamente, como en el caso de la elección simoníaca del obispo de Osma -me ocupo en otra parte de esta cuestión-, cuyos dineros -5.000 maravedís- el conde don Nuño y don Pedro de Arazuri emplearon en la defensa de Calahorra. Carecemos de noticias acerca del costo del largo asedio -nueve meses- de Cuenca por Alfonso VIII (tal vez entonces el monarca solicitó a los nobles un sacrificio excepcional, hecho que pudo convertirse, auroleado por la leyenda, en el «pecho de los fijosdalgo» ). E ignoramos también las sumas que implicaron las guerras contra León y Navarra y la aventura de Gascuña. Disponemos en cambio de algunos datos sobre la cuantía de las erogaciones realizadas con motivo de la campaña que había de culminar en la decisiva batalla del 16 de julio de 1212. En la primavera de ese año toda Castilla estaba en acción. Toledo era un hervidero de trajín, de acopios y de movimiento de dinero; su opulencia, según don Rodrigo Ximénez de Rada, bastaba para que no se sintieran necesidades. Comenzó a llenarse la ciudad de gentes,

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También Sevilla estuvo en los planes de conquista del Emperador . En 1151 lo intentó incluso con ayuda de naves francas. Dormitorio de los reyes moros del Alcázar de Sevilla

de víveres y de armas , y a resonar entre sus muros diversas lenguas. De más allá de los Pirineos llegó a la antigua sede regia una magna multitud presidida por los arzobispos de Narbona y de Burdeos y por el obispo de Nantes (no olvidemos que se predicó la Cruzada). AJ confluir en Toledo tantas gentes -algunas se habían anticipado excesivamente- y ante la falta de medios, don Alfonso hubo de acudir a sus tesoros dando a cada uno con mano largissima lo necesario a fin de que nadie abandonase el ejército por deficiencias. La Crónica latina de los reyes de Castilla cuenta que mientras se concentraban castellanos y aragoneses, el monarca atendía sufficienter a los gastos impuestos por los llegados de fuera del reino. Y la misma fuente refiere que tal cantidad de oro se fundía a diario que apenas los numeratores et ponderatores podían contar la multitud de dineros que eran precisos para tales gastos; el oro se fundía como el agua. En su De Rebus Hispaniae , don Rodrigo Ximénez de Rada declara que el soberano pagó 20 sueldos diarios a los caballeros ultramontanos y cinco a los peones, y declara asimismo que acudieron plusquam decem millia equitum et centum millia peditum. Si así fuera cabría concluir que esa varia y extraña multitud consumiría diariamente alrededor de 700.000 sueldos .

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HISTORIA DE ESPAÑA

En la carta enviada por el rey tras el triunfo a Inocencio 111don Alfonso habla de hasta 2.000 caballeros con sus pajes, 10.000 jinetes y 50.000 peones, y expresa que no sólo suministró a los ultrapirenaicos todo lo prometido, sino que también les proveyó in pecuniis specialiteret in textrariis,de que carecía la mayoría, aunque los gastos eran muy pesados y casi insostenibles para él y su reino. Mas la gracia del Señor le permitió cumplir su cometido perfecta y copiosamente. Por la Crónicalatinasabemos asimismo que el monarca envió una gran cantidad de dinero a su primo Pedro II de Aragón antes de que éste saliera de su tierra porque era pobre y estaba agobiado por las deudas. ¿Cómo lograría don Alfonso incrementar sus tesoros para hacer frente a la tremenda sangría que significó la empresa de Las Navas? Sin duda alguna tan inmensas riquezas procedían de una concesión de la Iglesia de Castilla: en 1212 el clero del reino otorgó al monarca la mitad de sus rentas. A nadie escapa que existirían otros varios gastos a más de los registrados; entre ellos importa destacar el tren de aprovisionamiento de la extraordinaria hueste. El pueblo de Castilla ofreció -no cabe vacilar- la aportación más sólida a esa pesada carga. Peones y caballeros de las ciudades, villas y castillos del reino todo acudieron a la ciudad del Tajo con caballos, armas y víveres en cantidades suficientes para aprovisionar al regio ejército; remito al terminante testimonio del arzobispo don Rodrigo. La situación del erario leonés hubo de ser aún más apremiante. Recordemos que en León era considerablemente menor la masa tributaria, que abundaban en él los señoríos y que escaseaban los municipios libres. Podemos deducir el monto de los gastos bélicos que acosarían al fisco de ese reino de la demanda de ayuda financiera y bélica a los prelados por Femando 11. Este soberano galardonó a lo largo de su reinado al obispo de Oviedo y al arzobispo de Santiago por los servicios que les prestaron en sus guerras contra Castilla y Portugal, contra los rebeldes y contra los moros. Sabemos que con ocasión de la expedición a Portugal el compostelano no vaciló en realizar gastos y contraer deudas personales y en gravar con ellos a su Iglesia en servicio del rey. Y no olvidemos que la precisión de sumas dinerarias para los gastos de guerra movió a Alfonso IX a vender señoríos, a devaluar la moneda y a lograr lo que llegó a llamarse moneda

forera. Los apremios financieros llevaron a este monarca de León a introducir una novedad en las relaciones de la realeza con las ciudades de sefiorío episcopal del reino. En 1204, al aproximarse Alfonso VIII a las tierras del Duero en bélica actitud, el leonés impuso un tributo a los canónigos y ciudadanos de Orense con licencia del prelado, «a causa de la necesidad urgente de la guerra que tenía con el rey de Castilla». Prometió que les recompensaría de rebus ad fiscum meum spectantibusy ordenó que ni él ni sus sucesores realizasen exacciones parejas in predictis canoniciset ciuibus sin el asenso del obispo. Alfonso IX preparó la senda que permitiría cuatro décadas después a su hijo Femando 111 requerir un empréstito forzoso de los concejos de Galicia -de señorío y de realengo- para concluir la conquista de Sevilla.

G)

Pacesy treguas.

Como la declaración de la guerra, correspondía exclusivamente al soberano el concierto de la paz. Y he escrito declaración de guerra llevada por el recuerdo de las prácticas modernas. No he hallado testimonios ni indicios de que una declaración oficial precediese al comienzo de las

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EL ESTADO

Los tratados de la época implicaban el proyecto de división de la España musulmana a conquistar o de los propios reinos cristianos . El caso del Tratado de Cazorla (1179) entre Alfonso Vlll de Castilla y Alfonso 11 de Aragón establece la expansión de ambos reinos por tierras musulmanas. Texto del Tratado. Facsímil de la Biblioteca Nacional, Madrid

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hostilidades . Se inauguraba la campaña con ataques armados , esperados o no claro está, pero sin previa advertencia legal. La historia del siglo XII castellano-leonés ofrece numerosísimas paces y treguas de las más varias naturalezas. Los príncipes cristianos firmaron una larga serie de tratados; se llegó a ellos por causas y por caminos muy diversos . Algunas veces el convenio suscrito tendía a poner fin a enfrentamientos militares o a enemistades violentas. Recordemos las llamadas «paces de Támara» firmadas en 1127 por el joven Alfonso VII y su padrastro Alfonso I de Aragón; el Tratado de Sahagún sellado en 1158 por Sancho 111de Castilla y su hermano Fernando II de León; las treguas de Fitero acordadas en 1167 por Alfonso VIII de Castilla y Sancho VI de Navarra y las de Nájera-Logroño celebradas en 1176 por los mismos soberanos. En otras ocasiones los tratados acordados implicaban el proyecto de reparto ora de la España musulmana cuya conquista se juzgaba hacedera , ora de un reino cristiano (Portugal , Navarra). Recordemos los celebrados: por Alfonso VI con el aragonés Sancho Ramírez y su hijo Pedro para arreglar el problema planteado por la crisis navarra tras la muerte de Sancho Garcés en Peñalén en 1076; por Alfonso VII y Ramón Berenguer IV de Barcelona en Carrión en 1140 acerca del reparto del reino de Navarra y en Tudilén en 1151, paz que tuvo el carácter de un reparto total de la España musulmana y el de las conquistas que pudieran hacerse en territorios del reino de Navarra ; por Sancho 111 de Castilla y Fernando II de León en Sahagún en 1158 para repartirse Portugal y determinar sus zonas de expansión por Al-Andalus; por Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II de Aragón en Cazorla en 1179 para establecer el futuro desarrollo de la expansión de ambo s reino s por tierra s musulmanas , y

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HISTORIA DE ESPAÑA

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por Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón en 1198 en Calatayud para repartirse Navarra y zonas musulmanas. Más de una vez el convenio firmado resolvía cuestiones dinásticas, un conjunto de querellas o de reclamaciones políticas difíciles de solucionar por las armas. Recordemos los Tratados de Nájera-Logroño de 1179 entre Castilla y Navarra; de Medina de Rioseco de 1181, de FresnoLavandera de 1183, de Tordehumos de 1194 y de Cabreros en 1206 entre Castilla y León; de Guadalajara de 1207 entre Castilla y Navarra; de Valladolid de 1209 y de Toro de 1218 entre Castilla y León. Varios tratados procuraban solucionar cuestiones de supremacía de León y Castilla o de Castilla sobre otros reinos vecinos y tendían a provocar una situación de dependencia aceptada por el Estado más débil. Con frecuencia se concertaba en estos convenios una auténtica relación de vasallaje. Recordemos los compromisos -me ocupo de ellos en otra parte de este trabajosellados con Alfonso VII por García Ramírez de Navarra (1135), Alfonso Enríquez de Portugal (1137), Ramiro II de Aragón y Ramón Berenguer IV de Barcelona. Y recordemos el Pacto de Nágima suscrito en 1158 por Sancho 111de Castilla y el recién citado conde barcelonés. La promesa vasallática un día prestada por Ramón Berenguer IV a Alfonso VII fue levantada a Alfonso II de Aragón por Alfonso VIII de Castilla en el Pacto de Cuenca firmado en 1177. A veces el tratado se concertaba a fin de asegurar a uno de los monarcas firmantes la percepción de parias de algún reyezuelo musulmán. En 1170 Alfonso VIII aseguró al rey de Aragón que a partir del 1 de enero del 71 el Rey Lobo de Murcia le pagaría por cinco años o más la cantidad de 40.000 maravedís anuales, según se los había dado a su padre Ramón Berenguer IV hasta que murió. No faltan naturalmente los acuerdos concretados con el propósito de establecer una verdadera amistad, perpetua concordia y ayuda mutua. Recordemos los Tratados de Sahagún de 1158 entre Castilla y León; de Zaragoza (1170). Cuenca (1177) y Cazarla (1179) entre Castilla y Aragón, y de Toro (1216) entre Castilla y León. En ocasiones el pacto suscrito tendía a establecer un equilibrio de fuerzas entre los soberanos peninsulares. En 1191 Alfonso II de Aragón selló una alianza con Portugal y León en contra de Castilla. Y en 1212 Castilla, León y Portugal firmaron las treguas de Coimbra. Las paces firmadas con unos u otros fines se garantizaban de ordinario median .te la entrega de castillos en fidelidad y el juramento de los monarcas y de un determinado número de caballeros de cada reino. Con frecuencia fueron las mismas calificadas de convenientiae, institución de abolengo ultrapirenaico, recibida por los soberanos hispano-orientales primero y después también por los de la España occidental, según demostré en su día.

* * * Con anterioridad y sincrónicamente con los tratados de paz, y a veces de alianza, entre príncipes cristianos, los reyes de Castilla concertaron diversas treguas con los sarracenos. Cuando la fortuna fue favorable a los monarcas norteños, las paces establecidas con el moro se tradujeron en el pago de sumas de dinares. es decir, en la concreción de parias, de las que me he ocupado en lugar oportuno. Consta que con motivo de la expedición de Fernando I en 1063 contra los reinos de Badajoz y Sevilla, AI-Mutadid se presentó en el campamento del cristiano para solicitar la paz. Don Fernando consultó con su Curia ordinaria y exigió al islamita la satisfacción anual de parias y la entrega del cuerpo de Santa Justa.

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EL ESTADO

Consta que Rodrigo Díaz de Vivar regresó en 1080 de Sevilla a Castilla tras recibir tributos y regalos de Al-Mutamid et firmara pace entre el sevillano y Alfonso VI. Cabe suponer que las escenas de amenazas, extorsiones, regateos, calculados desdenes y miedos que se registran en las Memorias del último rey zirí de Granada, 'Abd Allah, acabarían casi siempre con la concertación de paces o treguas traducidas en el pago de cuantiosas cantidades de áureos. Y por la Chronica Adefonsi lmperatoris sabemos que al advertir los príncipes, caudillos y el pueblo todo de los agarenos los daños que recibían del monarca castellano-leonés y de las huestes concejiles con ocasión de la campaña por Andalucía de 1144, se reunieron y deliberaron sobre cómo evitar tales daños y algunos propusieron hacer pactum et pacem con don Alfonso y darle tributa regalia. Mas no siempre fue favorable la fortuna a los soberanos cristianos. La oleada almohade fue muchas veces catastrófica para las armas castellanas, concretamente después de la muerte del famoso Rey Lobo de Murcia en 1172, hasta ese momento debelador de la dominación africana. Sabemos de la relación de dependencia en que Femando II y Alfonso IX de León y Sancho VII de Navarra estuvieron frente a los marroquíes. El primero prometió apartarse de ella en el Tratado de Fresno-Lavandera de 1183 y los dos últimos la acentuaron luego de la derrota de Alarcos en 1195. Alfonso VIII se vio en la precisión de solicitar treguas del sultán no sólo como consecuencia del alud almohade -se enfrentó con el apogeo de los africanos-, sino por los problemas que le suscitaron sus diferencias con los monarcas de los reinos vecinos. Los castellanos, probablemente de acuerdo con los portugueses, pidieron la paz después de la asoladora campaña de Huete de 1172; «el primero en enviar emisarios fue el conde Nuño, señor de Toledo, tutor de Alfonso el Niño». A comienzos del 90 don Alfonso escribió al califa «a fin de negociar con él un tratado -Castilla estaba aislada y Abu Yaqub había decretado la guerra santa-, comprendiendo entre otras cosas el pago de un tributo a los musulmanes» y agregando que estaba dispuesto, llegado el caso, a combatir a sus propios correligionarios. Cuando el reino atravesó una situación tremendamente difícil -luego de Alarcos-, don Alfonso no vaciló en enviar «mensajeros tras mensajeros a fin de obtener la paz de los musulmanes». El marroquí explotando a fondo esas dificultades de su enemigo no sólo se la negó sino que decidió llevar la guerra a su territorio. Después de las durísimas campañas de 1196 y 1197 se presentaron en Sevilla ante el califa unos enviados del castellano para requerir la paz. Circunstancias adversas dentro de su Imperio movieron al africano a aceptar una tregua por cinco años. Y sabemos de los sucesivos embajadores que solicitaron la prórroga de la misma -primero por cuatro años y luego por tres-; expiraron definitivamente en 1210. Y hubo incluso don Alfonso de solicitar unas treguas dos años después de su resonante victoria de Las Navas con ocasión de las tremendas hambres que asolaron Castilla (nunquam uisa fuit nec audita in terris illis a seculis antiquis, expresa el anónimo autor de la Crónica latina). Las gentes morían cateruatim en forma que apenas había quien enterrase, mientras los moros abundaban en toda clase de víveres. Queda dicho que correspondía al príncipe la iniciación de la guerra y la conclusión de la paz. No es empero probable que adoptara tal decisión por sí inconsultamente sin requerir o recibir antes el consejo de sus magnates más próximos, los que constituían su palatium y su Curia o Cort más restringida. Tenemos pruebas precisas de que así ocurría en verdad. Sánchez-

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Albornoz ha alegado algunas de la época astur-leonesa; una concerniente a Ramiro 11. Puedo yo ofrecer otras relativas al período aquí examinado. Poco numerosas en verdad porque los cronistas eran parcos por su lejanía en el anotar de esos acuerdos. Arriba he escrito que Femando I consultó con su Curia ordinaria el pedido de paz solicitado por Al-Mutadid en 1063. Y sabemos que Femando 11, celebrado consejo con los suyos, acudió con unos pocos a entrevistarse con su hermano Sancho 111en Sahagún en 1158, donde llegaron a un acuerdo. La potestad real de hacer guerra y paz fue limitada en la llamada Carta Magna Leonesa de 1188. Recordemos que Alfonso IX prometió en la imponente reunión que no haría guerra y paz ni tomaría acuerdos sin reunir a los prelados, nobles y hombres buenos por cuyo consejo debía gobernar el país (no hay indicios de que su primo el castellano aceptase un compromiso parejo). He explicado antes las circunstancias políticas y personales que llevaron al citado monarca de León a consentir en esa y en otras limitaciones legales a su autoridad soberana. Sospecho que no llegó a cumplir su promesa por lo que hace al inicio de la lucha ni a la concertación de la paz. Conocemos las empresas bélicas de ese príncipe al que he calificado, y no sin razón, de invidente. Es muy dudoso que solicitara el acuerdo de los magnates y de los concejos de su reino para aliarse con el al-miramamolín Abü Yüsuf -Ya'qüb contra Alfonso VIII, en 1195, luego de Alarcos. Podemos suponerle celebrando la paz con los almohades y atacando a Castilla por propio ímpetu personal. Tomó la traicionera actitud con el consejo quorumdam satellitum sathane. Consta que firmó con los marroquíes no sólo la paz, sino también un tratado de alianza. El califa convino en enviarle cierta cantidad de dinero y un cuerpo de caballeros armados. En tales negociaciones intervino don Pedro Fernández de Castro, el Castellano, el dives horno in tota lspania, según se le designó décadas más tarde en la cancillería regia leonesa que se había pasado a su campo. 3. A)

La Justicia.

El tribunal regio: organización y facultades.

En El «palatium regis» asturleonés ha estudiado Sánchez-Albomoz la función judicial de la realeza. Podía ella juzgar en colaboración con los miembros todos de la alta clerecía y de la alta nobleza del reino -con los integrantes de su palacio- por sí sola o mediante un delegado personal suyo. No había una alta jurisdicción reservada a la audiencia del monarca, al tribunal o al juez regio; tanto podían acudir ante ellos altos magnates, prelados y abades, como gentes de condición inferior -clérigos o laicos- y hombres y mujeres. No había, no, litigios reservados al monarca o a sus jueces por su jerarquía o especial calidad. Y ante él o ante ellos podían y solían acudir los litigantes en primera y única instancia. Todas las pruebas judiciales se realizaban o podían realizarse en esos juicios reales, tanto las de estirpe romana como las de tradición germánica. La prueba caldaria, el juramento expurgatorio, el testigo documental e incluso el duelo judicial se practicaban por regia disposición. Los documentos de Fernando I no nos brindan novedad alguna por lo que hace a la función judicial de la monarquía. El rey continúa apareciendo en ellos como juez supremo; juzga solo o asistido por magnates y abades: no se comprueban casos de exclusiva competencia de la autoridad regia; todos los posibles litigantes y todos los posibles litigios acuden o se ventilan ante el monarca y en su pa/atium o ante los jueces por él designados y siguen practicándose en la audiencia real todas las pruebas judiciales.

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En los juicios reales, el monarca aparece como juez supremo . La iconografía religiosa de la época recuerd a de alguna manera esta forma de actuar de los reyes. Página del Beato de Liébana proced ente del monasterio de San Pedro de Cardeña . Museo Arqueoló gico, Madrid

No hay razones para suponer que se produjese un cambio de rumbo con Alfonso VI y con sus sucesores. El monarca continuó encarnando la justicia , y continuó actuando de ordinario auxiliado por sus magnates , prelados y abades o sólo por magnates cuando se trataba de procesos de honra. La Curia regia sustituyó al palatium regís de la época que se extiende hasta don Fernando. Aunque me viene a la punta de la pluma me parece inexacto escribir que se secularizó la justicia. En reuniones de la Curia figuran aún gentes de Iglesia. Recordemos , por ejemplo , el famosísimo pleito de los infanzones de Langreo (1075). Junto al soberano aparecen la infanta doña Urraca y el obispo de Oviedo . Alguna conclusión nos ofrece empero ese proceso. Se trataba de un litigio a medias civil y político , podríamos decir , puesto que en él se ventilaban los deberes y derechos de los infanzone s del lugar . El monarca propuso que se resolviera mediante un duelo judicial. Su hermana y el prelado opinaron frente al soberano que tal problema debía sustanciarse a travé s de una ordinaria investigación judicial. ¿Sentía don Alfon so una proclividad hacia el duelo judicial , hacia ese género de pruebas ? No olvidemos que a él acudió , a lo que parece , a fin de decidir qué rito hab ía de aplicarse en adelante en el reino : el hispano tradicional o el romano .

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No encuentro indicios de que se mermase o se alterase la suprema regia autoridad judicial en el curso del siglo XII. Algunos matices puedan quizás señalarse. Acaso como consecuencia de la ascensión social y jurídica de la nobleza, se abrió camino la frecuencia de la práctica del duelo judicial como sistema de prueba. A los dos ejemplos alfonsíes recién registrados deben añadirse otros dos: el que nos brinda el Cantar de Mio Cid relativo a las legendarias Cortes de Toledo en que se contempló la querella de Rodrigo Díaz de Vivar contra los infantes de Carrión y los preceptos del llamado Ordenamiento de Nájera, ahora fechable en 1185; Ordenamiento que fija normas sobre los rieptos entre los nobles. No; en el curso de los siglos aquí examinados no menguó la suprema potestad judicial de los reyes, pero quizás se espació su antes frecuentísima intervención personal en los litigios. La que mi maestro ha calificado de realeza trashumante de la época astur-leonesa, podía y debía estar en muy asiduo contacto judicial con sus súbditos, que podríamos llamar sus naturales. En su eterna peregrinación era fácil a todos los moradores del país acudir con sus querellas y litigos ante el monarca en sus frecuentes recorridos por todos los limitados confines del reino. Y fueron aún mayores tales posibilidades cuando la secesión de Castilla en la segunda mitad del siglo X apartó de facto de la soberanía regia una parte del solar de la monarquía: algo menos de un tercio de la antigua tierra por ella regida. Pero, al unirse León y Castilla con Femando I y al incorporarse al reino después de la conquista de Toledo las tierras del sur del Duero y la cabeza de puente que el enclave toledano constituía en el valle del Tajo, las lindes regnícolas alcanzaron una extensión mucho mayor que la hasta allí dominada por los reyes leoneses desde mediados del 900. No fue por ello tan hacedero a todos llevar sus litigios al tribunal regio y empezaron a surgir altos funcionarios subalternos, como los merinos mayores, que pudieron reemplazar a los príncipes en muchos procesos antes llevados a su presencia. Al problema geográfico se unió el histórico. Las discordias civiles de los días de doña Urraca con sus coletazos en los de su hijo el Emperador, la historia política de éste, asonada con el estruendo de sus campañas en Andalucía; los problemas interiores que perturbaron la minoridad de Alfonso VIII, las empresas militares del mismo: Cuenca, Alarcos, Las Navas ... , todo contribuyó a menguar la acción judicial personal y activa de la realeza castellana. Surgió poco a poco lo que podríamos llamar alta burocracia judicial, que habría de alcanzar gran volumen en el siglo XIII. Continuaron sin embargo ventilándose ante rege los más variados litigios. Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León fallaron sobre prados, sobre aprovechamiento de bosques, sobre derechos de pastos y leña, sobre límites, sobre collazos de cenobios, sobre iglesias y heredades, sobre abusos de diversos tenentes ... Y no falta incluso algún ejemplo curioso por lo que hace a la solución propuesta por el soberano. En 1184contendieron en presencia del futuro vencedor en Las Navas los concejos de Madrid y de Villagonzalo acerca de tres majadas. Oídas las alegaciones de ambas partes, dispuso el monarca que el pleito se resolviese por un duelo pedestre. Alterutra pars daret unum peditem -expresó don Alfonso- qui inter se dimicarent, et pars peditis uictoris predictas maiadas iure hereditario de cereroperhenniter haberet. Victorioso Villagonzalo, le fueron entregadas las tierras cuestionadas para que en ellas pudieran yacer y pastar sus ganados. Los matices y menguas en la actividad judicial de la monarquía no cambiaron empero la concepción primigenia del rey juez supremo en colaboración otrora con su palatium, ahora con su Curia, sin otra limitación que el ritmo normal del litigio impuesto por la tradición procesal del reino. La renovación del Derecho Romano equilibró además a favor de la realeza y del regio tribunal todas las señaladas menguas posibles de su potestad judicial que pudieron provocar en ambos los factores antes registrados.

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El Cantar del Mio Cid brinda la descripción de las legendaria s Corte s de Toledo en que se contempló la querella de Rodrígo Díaz de Vivar contra los infantes de Carrión . Página del manuscrito del Cantar, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid

La tradición procesal germánica había matizado la alta organización judicial de la época en estudio. Es sabido que los germanos no gustaban del juez unipersonal , sino de los jueces colectivos. Pero si ello había vigorizado la acción de la Curia como tribunal regio, las necesidades del proceso habían dado lugar a la designación, en cada caso, de un grupo especial de jueces -su número era variable; lo señaló ya Hinojosa- que llevaran el peso del litigio, escuchando particularmente las alegaciones de las partes , proponiendo la prueba que según la tradición germánica correspondía al acusado o querellado y llevando luego al conclave general el resultado de la misma. Recordemos que en el Cantar del Cid se realiza conforme a ese método ancestral el legendario proceso de los infantes de Carrión. El poeta nos ha conservado el recuerdo nominatim de quienes en él actuaron como jueces. Mas la extensión alcanzada por el reino, las dificultades de la acción judicial del príncipe y su Curia y la resurrección del Derecho Romano con su secuela del juez unipersonal , dieron origen a los alcaldes de corte que aparecen en las postrimerías del período en estudio. La recepción del Derecho Romano determinó asimismo la formación y posterior actuación en los tribunales regios de los peritos en Derecho (iurisperitos). Sucesores de los antiguos «sabidores », es decir , de los conocedores del derecho consuetudinario, les vemos actuar ya en una Curia de Alfonso IX de 1219. No es imposible que surgiesen hacia la misma época en la vecina Castilla. En 1177, durante el sitio de Cuenca , fallaron aún un litigio «auditores et sabidores ».

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La organización judicial distrital durante los siglo XI y xn está por estudiar de forma adecuada . Miniatura s de una página del Beato de Li ébana con representación de ejecución de castigos. Universidad de Valladolid

'l! ll.I

B)

Los tribunales de los oficiales reales.

Queda dicho que no existió una jurisdicción reservada a la justicia real , que a ella se llevaban los más variados litigios y por los más variados moradores en el reino . Pero , claro está , que había centenares de procesos que no llegarían hasta el tribunal regio. Sánchez-Albomoz acaba de demostrar que en la época astur-leonesa muchedumbre de causas menores se resolvían en el tribunal del comes, del imperante o del potestas que regía el commissum , el comitatus o la mandatio en nombre del monarca. En su reciente libro EL régimen de la tierra en el reino asturleonés ha acumulado docenas y docenas de ejemplos de esa realidad , es decir , docenas y docenas de testimonios de la percepción por ellos del suo judicato , satisfecho como aranceles judiciales. Según he dicho y repetido, los documentos de Femando I no brindan apenas novedades frente al ayer cercano . Se conservó después viva la tradición a lo largo de los siglos aquí examinados . Los tenentes, como entonces se llamó a los delegados locales del poder real, prosiguieron fieles a las prácticas antañonas , congregando la asamblea local y juzgando con ella conforme al doble sistema de pruebas de abolengo germano y romano en vigor. No poseemos tantos documentos de tales concilia porque la vida no estaba tan anclada en lo que podríamos llamar sacralización . De los judicatos del período astur-leonés tenemos noticia porque el conde o el

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imperante legaba luego a una institución religiosa la fortuna en parte alcanzada por el camino señalado y porque los parleros pergaminos llegados hasta hoy registran los procesos. Está por estudiar la organización judicial distrital de los siglos XI y XII. Dos novedades me parece posible percibir. Una se refiere al avance de los islotes exentos de la jurisdicción de los tenentes. Las viejas inmunidades astur-leonesas se convirtieron en señoríos, en señoríos que abarcaban mayores extensiones que las viejas inmunidades y que alcanzaron una clara ascensión de los derechos de los señores de los mismos. Y ese avance normalmente sustrajo a la acción de los rectores de los distritos en que el reino se hallaba dividido jirones de tierras hasta allí sometidas a la autoridad de comites y potestates. Y además corresponde al período ahora estudiado el arraigo de la institución municipal; y los concejos en vías de organización iban sustrayendo a la acción de gobierno las justicias de núcleos urbanos cada vez más extensos e importantes. Surgió, sí, el dominus vi/Lae,rector en nombre del rey del concejo libre legalmente organizado. Pero los fueros que nos brindan la silueta de esa nueva institución nos ofrecen también detalles de cómo los concejos iban procurando recortar las funciones de los mismos. Y además si de ordinario el dominus villae conservó la rectoría de la vida fiscal y militar en el concejo, frecuentemente -casi siempre- la ley municipal le privó de la rectoría de la vida judicial. C)

Las asambleas judiciales.

En las últimas monografías publicadas por Sánchez-Albornoz es posible seguir la acción de los tribunales de los comites, imperantes y potestates. Estaban asistidos por el concilium o asamblea judicial del distrito por ellos regido. De la larga serie de textos por él editados al socaire de sus trabajos El «palatium regis» y El régimen de la tierra en el reino asturleonés, cabe deducir que el concilium de un commissum, comitatus o mandatio no constituyó una institución de perfiles precisos y perdurables. Teóricamente estaba constituido por todos los habitantes del distrito regido por un conde o un imperante; por todos los habitantes libres del mismo sin distinción de sexo ni de condición jurídica. Pero a veces podemos ver en él a algunos siervos defendiendo su libertad o, para decir mejor, podemos ver a algunos libres acusados de pertenecer a la clase servil contradiciendo la acusación infamante. El territorio gobernado por un delegado regio podía ser empero extenso. El comes o imperante no podía entonces convocar al concilium o asamblea judicial a todos los moradores en la circunscripción. Mi maestro no duda de que en tales circunstancias el delegado regio citaría entonces a los de un valle o de otra cualquier unidad geográfica de las que integraban el condado o la mandación por él regida. Reconoce empero que es difícil resolver en cada caso el radio geográfico de los citados a un concilium. A su juicio se ventilaban en tales concilia toda clase de litigios civiles o penales. De los primeros quedan muchas huellas porque daban ocasión a un acta de aseguramiento de derechos que al cabo se depositaba en una institución religiosa, la cual lo ha conservado hasta la desamortización del siglo pasado. Pero ha reunido además numerosos testimonios de litigios penales. Dice, y no sin razón, que constituyen un registro de lo que hoy un diario llamaría «hechos diversos», es decir, de noticias de robos, de delitos de sangre y, lo que no deja de asombrar en estos días, de moral laxa, de difamaciones, porque también éstas eran penadas. Como tales delitos -o sea, tales «hechos diversos» - llevaban consigo una pena pecuniaria y el valor del dinero era entonces elevadísimo, tales negligencias -así las califican a veces los

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CAPÍTULO 11 LA IGLESIA

Y EL ESTADO

l. Estructura interna de la Iglesia. - II. La Iglesia y Roma. - III. La autoridad regia en la vida de la Iglesia. IV. El rey y Cluny. - V. El rey ante los concilios. Las legacfas. - VI. Mercedes, extorsiones y restricciones reales. ·

SUMARIO:

l.

ESTRUCTURA

INTERNA DE LA IGLESIA

La Iglesia a~tur-leonesa había surgido en el solar a que se extendía en tiempos romanos y visigodos la archidiócesis Bracarense. Tras la invasión islámica quizás sólo había quedado en pie la de lria, perdida en las lejanías de la costa atlántica. A comienzos de la segunda mitad del siglo VIII había sido restaurada la de Lugo por Odoario, llegado de tierras de África. El Rey Casto creó la de Oviedo -sede regia- en fecha imprecisa. El hallazgo-invención de la tumba de Santiago en Compostela determinó al cabo el traslado de la de lria al lugar del descubrimiento. Tal vez reinando el mismo Alfonso 11, y como proyección de los intentos de restauración del Orden Gótico, se trasladó a Lugo teóricamente la metrópoli Bracarense. En la misma primera mitad del siglo IX surgió en el valle del Ebro la de Valpuesta. Ordoño I restauró las de Astorga y Tuy y creó la de León. No es segura la data en que surgió la de Mondoñedo. Las conquistas de Alfonso 111permitieron la vuelta a la vida de la de Orense y de las iglesias portuguesas de Oporto, Coimbra, Lamego y Viseo. En el oriente del reino se restauró la de Oña y a orillas del Duero surgió la de Zamora. El llamado Albeldense registra las sedes del reino en 881: -

Rcgiamque sedem Hcnnenegildus tenet. Aaianus Bracarae Luco episcopus arce. Rudesindus Dumio Mendunieto degens. Sisnandus Iriae Sancto lacobo pollens. Naustique teneos Conimbriae sedem. Brandericus quoque locum Lamencensem. Scbastianus quidem sedis Auriensem. Justusque similiter in Portucalense. Aluarus Velegiae, Felemirus Oximae. Maurus Lcgione nccnon Ranulfus Astoricae.

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HISTORIA DE ESPAÑA

textos con palabras que hoy suenan irónicas- acarreaban de ordinario la entrega de una parcela de tierra al querellante, tierra que al cabo terminaba también en manos de una institución religiosa la cual guardaba el acuerdo del concilium, es decir, del tribunal popular convocado y presidido por el comes, el imperante o la potestas. No siempre presidían éstos las asambleas judiciales del distrito; podían delegar en un vicario o en su merino. Pero el trámite y el proceso no variaban como no variaban cuando el concilium tenía lugar en una tierra inmune y ante el señor de la misma o de un delegado por él designado. Está por estudiar la prolongación histórica de tales realidades examinadas por mi maestro y no es difícil perderse en la serie de escrituras inéditas aun del período en estas páginas analizado. Las calicatas por mí realizadas permiten prolongar a lo menos a todo el siglo XI la imagen trazada. Y he escrito al siglo XI porque a partir de sus prostrimerías se produce el crescendo de la organización municipal. He señalado antes algunos de los fueros municipales otorgados por los príncipes. Están acompañados por los concedidos por los señores en sus villas señoriales. Y aquéllos y éstos fueron mermando -¡y cómo!- el campo de la actividad de los delegados reales. Es sabido que una de las delegaciones más generalmente otorgadas a los municipios por reyes y señores fue la justicia, es decir, la entrega a los moradores en el flamante concejo de la solución autónoma de sus propios problemas judiciales, penales y civiles. Ello naturalmente redujo el campo de acción como jueces de los tenentes de un distrito e incluso de los delegados reales en los municipios; el dominus villae o senior civitatis. De éstos especialmente, pues el propósito de los moradores en la ciudad o en la villa que recibía una organización municipal del rey era apartar al delegado regio de los problemas judiciales del concilium. Y empleo la palabra clásica que de las asambleas locales pasó a las autónomas unidades urbanas llamadas concejos.

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Posteriores debieron ser las de Viseo y Zamora, pero el cuadro nos descubre la organización del reino en diócesis sin más diferencia jerárquica que la ya apuntada fusión de la metrópoli de Braga y de la viejísima sede lucense. Ignoramos qué papel ejerció en ese cuadro la sede regia de Oviedo. El Albeldense la menciona a la cabeza. Son conocidos sus posteriores forcejeos contra la primacía lucense. Todas estas diócesis llegaron a los días crueles de Almanzor. Un intrigante prelado había conseguido que Ordoño II creara para él un obispado en Simancas, pero fue suprimido por Ramiro 11. Y los prelados in partibus infidelium no pasaron de serlo. Los desastres de los aludidos días volvieron casi de nuevo a la Iglesia astur-leonesa. Alfonso V, Femando I y Sancho II hubieron de darle nueva vida; medio siglo de esfuerzos , de restauraciones , de nombramientos de obispos. La conquista de Coimbra en 1064 permitió completar la vieja y remota organización diocesana. Sancho 111el Mayor de Navarra restauró la de Palencia, surgió la de

El códice llamado Albeldense es el que mejor información proporciona de las distintas sedes episcopales del reino . Folio 209v con representación del rey Ramiro , obispo Lucrecio y otros dos clérigos más. Biblioteca del monasterio de El Escorial , Madrid

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El obispo Gelmírez logró de Alfonso VI , en 1108, el privilegio de acuñar moneda. Vista del Palacio Gelmírez en Santiago de Compostela

Burgos , en la auténtica Caput Castellae y pronto creció fabulosamente hacia el sur la antañona jerarquía episcopal del siglo x. Durante el largo asedio de Toledo se planeó la restauración de la antigua archidiócesis y se eligió a quien había de regirla . La conquista de la capital del reino godo permitió la fácil ocupación de las tierras del sur del Duero y la vuelta a la vida de las sedes hasta allí desiertas de Segovia, Ávila y Salamanca; las dos últimas fueron restauradas por don Jerónimo , el obispo del Cid, y la primera tardó más en adquirir personalidad autónoma. Las primitivas diócesis del reino astur-leonés habían sido delimitadas en lo posible siguiendo las viejas rayas de los obispados de la metrópoli Bracarense. Para ello se sirvieron los monarcas sin duda del llamado «Provincial Suevo», registro de las sedes de la región y de las parroquias de las mismas cuya autenticidad vindicó ya Sánchez-Albomoz y lo ha sido después por Pierre David . Quedaban al margen de tal registro las diócesis nuevas de Oviedo y León , por ejemplo ; sus fronteras , sobre todo las de la sede regia ovetense , dieron lugar a numerosos pleitos y falsificaciones. Desconocemos cómo se delimitaron las del sur del Duero . Toledo arrancó de esas fronteras y tuvo la suya meridional abierta a tierras de moros . Al nordeste de la misma se restauró la antigua de Sigüenza. La ocupación de Toledo incorporó a la realeza castellano-leonesa la vieja metrópoli nacional primada de España. En el curso de los siglos había alcanzado gran relieve histórico la

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Apóstolica de Compostela, pero no había sido jerarquizada. La gran vulpeja Gelmírez -así le ha calificado mi maestro no sin razón-, elevado en 1100 al obispado de Santiago, consiguió veinte años después que ascendiera de rango su prelacía. Ningún medievalista desconoce la turbada historia de Gelmírez, su logro de Alfonso VI en 1108 del privilegio de acuñar moneda y sus dramáticas intervenciones con ocasión del reinado de doña Urraca. En febrero de 1120 consiguió que se le otorgaran, mediante una bula de Calixto 11,los derechos metropolitanos de la archidócesis emeritense, aún y por largo tiempo bajo dominio musulmán. Y consiguió el complemento natural de esa concesión: la sumisión a su autoridad episcopal de las sedes de Ávila y Salamanca, en el valle del Duero, y de las de Coimbra, Lamego y Viseo, en tierras portuguesas; todas ellas dependientes otrora de los arzobispos de Mérida. Santiago y Toledo se convirtieron así en cabezas de dos arzobispados, cabezas de las iglesias regnícolas que se alzaban en el regnum-imperium de Alfonso VII, y a su muerte, de los reinos de León y Castilla.

*** Por bajo de la autoridad metropolitana de ambos arzobispos, presidía naturalmente un obispo cada una de las sedes del reino o de los reinos. Habían sido nombrados por los reyes los prelados astur-leoneses; lo fueron después por los príncipes durante largas décadas. He demostrado que así ocurrió durante los reinados de Femando I y Sancho 11.Aunque teoréticamente se insistió luego en la canónica elección de los mismos por el clero y el pueblo de la diócesis y adquirieron, diríamos mejor se arrogaron, los Papas autoridad en la confirmación de tales designaciones, en verdad durante muchos decenios no se avanzó en el nombramiento de los prelados sin la aprobación regia. Conocemos sin embargo algún caso en que una archidiócesis no promovió a un candidato real. En su día señalé que Alfonso VII no logró hacer elegir arzobispo de Santiago a su favorito el obispo salmanticense don Berenguer. Pero quizás tal suceso fue una excepción que no habría de periclitar la regla. El poder real siguió pesando en la vida de la clerecía. Alfonso VI, que, como veremos después, recibió el impacto eficiente de la autoridad pontificia de Alejandro II y Gregorio VII, se atrevió a encarcelar al obispo de Compostela Diego Peláez acusándole de haber participado en la conjuración que intentaba entregar Galicia a los ingleses. Y consiguió que renunciara a la dignidad episcopal en el Concilio de Husillos (1088). Y aunque el Pontífice rechazó la nueva designación para el obispado apostólico y destituyó incluso a su legado, el cardenal Ricardo, que había aprobado la conducta del monarca, Diego Peláez no volvió a la sede jacobea. Y tenemos pruebas de que continuó jugando el favor real en el nombramiento de nuevos prelados. No conocemos ninguno que accediera al episcopado contra la voluntad del soberano reinante. Puedo alegar, como testimonio de la decisiva acción del rey, la conocida historia de la elevación a la diócesis de Salamanca a fines de 1135 del citado don Berenguer, arcediano y canciller del Emperador. No había logrado que los delegados del clero y del pueblo salmanticenses le propusiesen para el episcopado en el Concilio de León porque se opuso a ello, con amenazas, el tenente de la ciudad, el conde Pedro López. Pero obtuvo al cabo que fuese por ellos electo en la misma ciudad de Salamanca. Nada más elocuente a este respecto que la carta enviada tras esa elección al arzobispo compostelano Diego Gelmírez, a quien correspondía ordenar al nuevo prelado. Alfonso VII descubre sus intervenciones como algo lógico y natural. Y logró incluso que apoyaran su actitud el arzobispo de Toledo y otros prelados, los de Segovia y Zamora.

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LA IGLESIA Y EL ESTADO

El canon 28 del II Concilio de Letrán (1139) entregó la elección de los obispos a los cabildos, que habían de valerse para ello del consejo de los religiosos participantes también en la elección. Aunque la aplicación en España del citado canon, Obeuntibus, no fuese de tanta urgencia como en la Europa central y meridional -no olvidemos lo arraigado en ellas del feudalismo-, había de implantarse al cabo por cuanto marcaba una ley general en la Iglesia a la que no podía escapar la Península. Todavía en 1152se asiste a una designación episcopal a cargo de los elementos tradicionales sin insinuar la elección capitular. Aludo al nombramiento de don Juan, abad de Samos, como obispo de Lugo. Importa señalar que el Papa Anastasia IV, en una bula de abril de 1154dirigida al arzobispo compostelano, supone ya claramente que la elección se encontraba en manos de los cabildos. En el nuevo sistema de elección se tomaba más difícil, al menos teoréticamente, la intervención real. Sin embargo, ni la jerarquía eclesiástica ni los pontífices habían juzgado a la intervención de la realeza como una verdadera intromisión porque acaso en la práctica se reducía la misma a un derecho de presentación más amplio. El mencionado canon 28 del Lateranense II tampoco había anulado la intervención real en España. A nadie escapa que la intervención real podía dar lugar a elecciones simoníacas. El caso más escandaloso fue el de Bernardo, prior de la catedral de Osma, durante la minoridad de Alfonso VIII. Según dijeron al Papa, se entendió con un arcediano, prometiéndole un beneficio, y con un clérigo, ofreciéndole el priorato, para lograr su voto, y buscó además la ayuda de la corte, concretamente la del regente, el conde don Nuño, entregándole 5.000 maravedís. En la segunda mitad del siglo XII los monarcas entregaban sus cartas y recomendaciones a los prelados electos para el viaje a Roma o aseguraban a los cabildos la libertad de elección. Alfonso VIII, el 25 de diciembre de 1180, concedió al capitulo toledano plenos poderes para elegir arzobispo. Por ello los procuradores de la sede primada, previo juramento de ese requisito, eligieron en Roma al canciller real don Pedro de Cardona, quien aún no había recibido las órdenes mayores. El Pontífice le confirmó a mediados del 81 a pesar de que el interesado rehusaba la elección. Sabemos que don Martín López de Pisuerga, elegido para la mitra de Toledo y confirmado por el entonces legado pontificio el cardenal de Sant' Angelo, viajó a Roma llevando en su documentación una recomendación del monarca; sin duda conocía don Alfonso su notable ímpetu bélico (recordemos que más tarde desde su elevada posición vivió las campañas de 1194 y 1195 y sufrió las de 1196 y 1197, en las que tanto padeció su diócesis). Y sabemos que don Rodrigo Ximénez de Rada fue elegido por el cabildo toledano en 1208 para ocupar la sede vacante atendiendo seguramente a las recomendaciones del futuro vencedor en Las Navas. Sólo excepcionalmente designó el Papa obispo sin la intervención del cabildo; tal el caso de Salamanca. Mas no tenemos noticias de que ello ocurriera en tierras castellanas. El Rey Sabio, que recogió en su Código-enciclopedia, como queda dicho y repetido, la tradición nacional, señaló a las claras la participación que a los monarcas correspondía en las elecciones episcopales, aun dentro de la nueva forma electoral. La ley XVIII, del Título V, de la Partida I, reza así: «Antigua costumbre fue en España, e duro todauia, e dura oy dia, que quando fina el Obispo de algún lugar, que lo fazen saber el Dean e los Canonigos al Rey, por sus mensageros de la Eglesia, con carta del Dean e del Cabildo, como es finado su Perlado, e que le piden por merced, que le plega que ellos puedan facer su elección desembargadamente,

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Las riquezas que llegó a tener la Iglesia, gracias a las donaciones de los monarcas y de particulares dadivosos, fueron muy importantes. Cáliz de plata dorada, perteneciente al monasterio de Santo Domingo de Silos. Burgos

e que le encomiendan los bienes de la Eglesia; e el Rey deuegelo otorgar , e embiarlos recabdar, e despues que la elección ouieren fecho , presentenle el elegido, e el mandele entregar aquello que rescibio. E esta mayoria e honrra han los Reyes de España, por tres razones. La primera, porque ganaron las tierras de los Moros , e fizieron las mezquitas Eglesias, e echaron de y el nome de Mahoma, e metieron y el nome de nuestro Señor Jesu Cristo. La segunda, porque las fundaron de nueuo , en logares donde nunca las ouo. La tercera, porque las dotaron , edemas les fizieron mucho bien: e por esso han derecho los Reyes de les rogar los Cabildos en fecho de las elecciones , e ellos de caber su ruego.» Hacia 1180 se inició una etapa más nacional y enérgica , tanto en Toledo como en otras iglesias castellanas, por lo que hace a la elección del episcopado . Sí; prevaleció una tendencia nacionalista , siendo excluidos los extranjeros; se extinguió entonces la pléyade de prelados ultrapirenaicos , iniciada con don Bernardo de Agen , primer arzobispo de Toledo. Según Julio González, cabe relacionar esa tendencia nacionalista , más que con el 111Concilio de Letrán -celebrado en 1179 y en el que se habían fijado los requisitos que debían reunir los potenciales obispos- o con el estatuto de 1180 -me ocuparé luego de él-, con una actitud de los cabildos catedralicios de Castilla y también con la influencia del monarca en el mismo sentido. El acierto de esa tesis fue total. En la mayoría de los casos , las elecciones fueron acertadas aunque

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LA IGLESIA Y EL ESTADO

algunos prelados procediesen de las filas de la nobleza que gozaba del regio favor. Señeras personalidades ocuparon las diversas sedes, personalidades que ilustraron sus pontificados con su heroísmo, con su ciencia y con sus esfuerzos por establecer la jerarquía eclesiástica, enaltecer al clero y brindar al culto templos acordes con los gustos estéticos triunfantes a la sazón. Alfonso IX de León conoció hasta 42 obispos; ocuparon doce diócesis del reino. De ellos, seis habían pasado por la cancillería real. Los más ilustres fueron los de Compostela. A veces empero la preparación y conducta de los prelados no estaba a la altura de las circunstancias. Sabemos que Honorio 111mandó a Pedro Andrés, obispo de Astorga, a resignar su sede. Y porque don Martín Arias, obispo de Zamora, no obstante ser docto, tenía abandonada su diócesis material y espiritualmente, el Pontífice le ordenó renunciar, encargando al astorgano para recibir la dimisión, lo cual se verificó en 1217. El episcopado peninsular asistió a los Concilios Generales convocados por el Romano Pontífice. Consta que acudieron al de Tours (1163) obispos y abades de Castilla, entre ellos el Primado. En el IV Concilio de Letrán, XII ecuménico (1215), obra de Inocencio 111, estuvieron presentes también numerosos obispos castellanos. De las cuarenta diócesis existentes en la Península, asistieron 26 prelados, lo que equivale a un 65 por 100. Nadie duda hoy de la concurrencia al mismo de don Rodrigo Ximénez de Rada, el gran arzobispo de Las Navas y relevante figura de la primera mitad del siglo XIII. Estos representantes solicitaron ayuda económica cum quanta potuerunt instantia, en forma de concesión de las indulgencias de la Cruzada de quienes lucharan en tierras hispanas. Sabemos que dos prelados castellanos, García de Cuenca y Giraldo de Segovia, se vieron obligados a pedir dinero prestado para trasladarse a Roma. Y que el obispo don Juan Pérez de Calahorra hubo de vender a su regreso algunas propiedades para amortizar las deudas contraídas en la Curia. *

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Ya en la época astur-leonesa algunos presbíteros y clérigos convivían con los obispos y les asistían en sus funciones. Sánchez-Albomoz demostró en su día la existencia de esos grupos embrionarios de los futuros cabildos durante el siglo X y las primeras décadas del XI. El Concilio de Coyanza confirmó esa tradición en sus preceptos 111, IV y V. El grupo en cuestión aparece constituido por archidiáconos, presbíteros y diáconos. Otros documentos atestiguan tal realidad. Ese grupo originario fue ampliándose y complicándose con el correr del tiempo. De los concilios compostelanos de 1060 y de 1063 resulta la comunidad de vida de tales clérigos a los que llaman ya canonici y que presentan presididos por un primiclerus y formando un conjunto de archipresbfteros, acompañados por abbates encargados de la instrucción religiosa de futuros miembros de la co~unidad. Lamentablemente no podemos precisar la organización capitular en las diócesis surgidas en el período en estudio, ni en las antiguas. Conocemos la relativa a la sede toledana. Cuando en una diócesis no existía un cabildo por lo reciente de su fundación -en Sigüenza, por ejemplose establecía en ella a las veces un grupo de canónigos de la Regla de San Agustín. Al frente de las misiones específicas que incumbían al cabildo catedralicio de Santa María de Toledo se hallaban canónigos individualmente designados con carácter permanente. Documentos del siglo XII nos descubren que tales cargos capitulares eran los siguientes: el prior o deán, los arcedianos, el cantor, chantre o capiscol, el maestrescuela y el tesorero.

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La falta de constituciones escritas de los cabildos en la señalada centuria impide conocer las competencias exactas que a cada uno de los citados oficios correspondía. Sólo bien entrado el siglo XIII aparecen estatutos normativos y suficientemente amplios para estudiar sobre ellos el reparto de las funciones y quehaceres catedralicios. Por lo que hace a la sede primada no se encuentra hasta fines del siglo mencionado una constitución que permita fijar con precisión la naturaleza y contenido de cada cargo, sin que supla esta deficiencia la costumbre seguida en otras iglesias, porque, según ha escrito San Raimundo de Peñafort, se vivía una época en que las costumbres capitulares variaban tanto como las iglesias catedrales. En la tradición canónica, el arcediano ocupa un puesto relevante desde los comienzos de la Iglesia. Su actuación jurídica y administrativa se perfila; constituye el brazo ejecutor del obispo y muchas veces su sucesor. Dentro de su demarcación arcediana!, denominada arcedianazgo, goza de amplias facultades, es el juez inmediato de las causas, inspecciona las parroquias, impone sentencias y exige bajo penas su cumplimiento. Las necesidades de una diócesis incipiente y poco poblada se atenderían con un solo arcediano. El crecimiento de ella y la multiplicidad de las funciones en que hubieron de intervenir aconsejaron la creación de otros arcedianos. A lo largo del siglo XII surgieron, además del arcediano de Toledo, los de Talavera, Madrid, Guadalajara y Calatrava. Pero hoy resulta absolutamente imposible conocer los límites de cada arcedianazgo, ni siquiera el número de arciprestazgos incluidos en ellos. Tres documentos arzobispales del siglo XII, emanados desde 1138 (?) a 1195, brindan algunos datos sobre la organización de las canonjías y sus relaciones con los prelados. En el primero -carece de fecha y estuvo destinado a apaciguar los ánimos, al parecer bastante tensos entre el cabildo y el arzobispo, por no existir una discriminación entre los bienes y frutos pertenecientes a la mensa episcopalis y a la mensa capitularis- don Raimundo fijó en treinta el número de canónigos. De ellos veinticuatro mayores y seis menores, que cabe suponer corresponderían a los que más tarde se designaron con el nombre de porcionarios o racioneros. A pesar de la concordia, andando los años debió aumentarse el número de los canónigos, sin que en la misma proporción se incrementaran las dotaciones de las prebendas. Ello determinó el estatuto dictado por don Cerebruno en 1173, a petición de los mismos canónigos, quienes le hicieron ver que la deficiente dotación del beneficio les obligaba a buscar su complemento fuera del altar. El arzobispo fijó el número de capitulares en cuarenta. Y distinguió entre mansionarios, residentes, participantes de todos los frutos beneficiales, y otros canónigos no mansionarios, supernumerarios, pero incluidos entre los miembros capitulares; podríamos decir, canónigos extravagantes, en expectativa, cuyo número no se estableció. Además de estas dos categorías, existió una tercera, la del clero catedralicio qui panem canonice habuerint y que se pueden catalogar como los canónigos menores del estatuto de don Raimundo o como los porcionarios del de 1195. En este año el arzobispo don Martín tomó a revisar la organización capitular, confirmando el número de cuarenta mansionarios, veinte no mansionarios o en expectativa, y fijando en treinta el de porcionarios. ·como cabe advertir, en poco más de medio siglo, el número de componentes de la corporación capitular había pasado de treinta a noventa, divididos en las tres categorías señaladas. En un comienzo el nombramiento de los canónigos hubo de hacerse por el exclusivo beneplácito del prelado. El ordenamiento de 1173 determinó que se hiciese de común acuerdo entre el arzobispo y el cabildo de canónigos mansionarios, respetando ciertas condiciones.

Cuenca y su prelado García llegaron a solicitar ayuda económica, en forma de indulgeocía de la Cruzada, para el traslado del segundo a Roma. Vista general de Cuenca

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11.

LA IGLESIA Y ROMA

En sus escrupulosas búsquedas a través de la documentación de la época astur-leonesa , Sánchez-Albornoz ha halJado una única clara intervención pontificia en la vida de la Iglesia regnícola. Aludo a la Epístola del Papa Juan IX del 898 autorizando a Alfonso III a consagrar el templo del Apóstol Santiago en Compostela y a celebrar un concilio en tal ocasión . Rara cosecha en la multitud de escrituras de la referida época (722-1037) por él consultadas. Lo excepcional de la vida de la sociedad y de la clerecía de los reinos de Asturias y León y lo excepcional también de la vida del Papado durante tal período explican lo excepcional de tal contacto . No he hallado yo tampoco huellas de contactos eficaces entre ambas potestades durante el reinado de Fernando I (1037-1065). En una relación inserta en el Codex Emilianensis se da noticia de la llegada a España del legado papal Hugo Cándido en 1063. Se habría iniciado, por tanto , en los últimos años de la vida de don Fernando, la innovadora y frecuente intervención



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El Codex Emilianensis recoge la noticia de la llegada del legado papal Hugo Cándido en 1063. Fol. 92r. Academia de la Historia , Madrid

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LA IGLESIA Y EL ESTADO

papal mediante legados enviados ad hoc. Esa noticia ha sido empero invalidada por Pierre David. En ella se refiere que, con ocasión de tal legacía, habrían ido a Roma tres obispos de Navarra y Castilla con el Officio Hispano y que éste habría sido aprobado por el Pontífice. Es convincente la crítica del recién citado estudioso. Después de un análisis detenido del problema llega a la conclusión de que fue una invención de los escribas de San Millán de la Cogolla relacionada con la defensa de algunos intereses y privilegios. Es pues preciso fechar las primeras intervenciones pontificias tras la muerte de don Fernando. Pierre David acepta, sin embargo, la reunión de un concilio en Llantada en los días de Sancho 11. Todo iba a cambiar durante el reinado de Alfonso VI. Es sabido que sucesivamente ocuparon el pontificado dos hombres extraordinarios: Alejandro II y Gregorio VII. La nueva política del primero, y sobre todo la del segundo, harían frecuentes los contactos de Roma con la Iglesia de León y Castilla. Al aislamiento de la época anterior sucedió un ir y venir de legados pontificios para inmiscuirse no sólo en la vida de la clerecía, para intervenir incluso en la vida toda del país. Seguir al pormenor los vaivenes de tales legacías durante el reinado del conquistador de Toledo y sus proyecciones en las gestas políticas y cortesanas cae fuera de mi empresa actual. Envió a las conocidas páginas de la España del Cid de Menéndez Pidal y a sus críticas por Pierre David. El decisivo cambio fue favorecido no sólo por los nuevos rumbos de la política pontificia; lo fue también, en primer término, por la colonización de la Iglesia castellano-leonesa por los cluniacenses, normalmente desdeñosos del tradicional aislamiento de la clerecía astur-leonesa, siempre de muy difícil contacto con Roma. Debía de realizarse éste cruzando dos difíciles cordilleras, los Pirineos y los Alpes, tras recorrer las serranas asperezas del solar de la monarquía. Todo en contraste con la tradicional comunicación con Roma de los carolingios, y aun de sus sucesores, y de los prelados y monjes de las dos épocas. No debe olvidarse además que al reinado de Alfonso VI corresponde una etapa de recepción en León y Castilla de los vientos de fuera de España. Por las relaciones cada vez más prietas con Cluny, por las bodas del rey con princesas ultrapirenaicas, por la llegada de caballeros de ultrapuertos, por los matrimonios de dos de ellos con dos hijas del monarca, por la presencia de catervas de peregrinos y de colonizadores ... Todo contribuyó a anudar vínculos más estrechos con la Santa Sede. No había de haber estado ésta regida por un hombre del empuje de Gregorio VII y siempre habrían llegado a ser más frecuentes que otrora los contactos de la Iglesia española con Roma. Han sido muy estudiados los vaivenes de la política gregoriana en León y Castilla. Es archisabido que Gregorio VII llegó a lanzar la pretensión papal al señorío pontificio sobre España, basándose en una supuesta donación de Constantino. Y lo es también que esa peregrina pretensión fue rechazada por el soberano de León y Castilla, quien se intituló orgulloso Totius Hispaniae lmperator. Gregorio VII comprendió lo absurdo de su empeño y dejó de formularlo. El gran Pontífice y sus sucesores consiguieron, sí, al menos, arrebatar a los monarcas la rectoría de la Iglesia regnícola. Hasta después del Concilio de Coyanza, la Iglesia castellanoleonesa estuvo regulada en su vida diaria por normas tradicionales que acabaron fijándose en asambleas no estrictamente canónicas, en verdaderas asambleas nacionales, como las de León de 1017 y 1020 y como la misma ahora apuntada. Nadie dudaba de la realidad de tal condición de las dos leonesas y acabo de probar que fue asimismo un cónclave análogo el llamado impropiamente Concilio de Coyanza, congregado por Fernando 1, como lo habían sido las legionenses por Alfonso V sin ninguna intervención pontificia previa ni ninguna confirmación papal

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HISTORIA DE ESPAÑA

a posteriori en el libérrimo ejercicio de su plena potestad sobre la vida de la Iglesia, cuyos prelados designaban los reyes y cuyos problemas y litigios eran llevados ante el palatium regis. Tras la intervención gregoriana en la vida de León y Castilla, los problemas eclesiásticos e incluso algunos civiles de gran monta fueron ventilados en auténticos concilios convocados y presididos por legados de la Santa Sede. A la acción real en la designación de los obispos sustituyó su canónica designación más de una vez con intervención papal. A Roma iban a veces querellas entre instituciones religiosas que antes eran resueltas por los soberanos en su tribunal o consejo.

111.

LA AUTORIDAD

REGIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

Formaríamos empero una idea equivocada si redujéramos con exceso la función rectora de la monarquía en la vida religiosa del país durante el reinado de Alfonso VI. La restauración de las ciudades episcopales de las tierras ganadas al Islam creó las bases precisas para la vuelta a la vida de viejas sedes durante siglos desiertas y no puedo dudar de su hábil intervención en la designación de sus primeros obispos. ¿Quién pudo llevar sino el rey a las diócesis de Salamanca y Ávila a don Jerónimo, el obispo del Cid? Don Alfonso hizo en verdad al cluniacense don Bernardo arzobispo de Toledo. Tenía además en su mano la poderosísima arma de las dotaciones territoriales de las iglesias restauradas. Es famosa la riquísima que otorgó, por ejemplo, a la metropolitana de Toledo. ¿Quién sino don Alfonso incorporó temporalmente la sede de Segovia al arzobispado toledano? Conocemos la escritura concesionaria de 1107; la publicó mi maestro. Sus privilegios de inmunidad, sus exenciones de impuestos y gabelas a catedrales y monasterios colocaba siempre al soberano en la cúspide de la vida clerical. Por la Historia Compostelana conocemos los forcejeos de Gelmírez, que regía la sede apostólica de Compostela, para conseguir que don Alfonso le entregara el privilegio en que autorizaba a su iglesia a acuñar moneda concesionaria. El rey había mandado redactar el diploma preciso, pero se había arrepentido de la concesión y guardaba en su archivo el documento. Sólo después del terrible desastre de Uclés, viejísimo y abatido, el monarca consintió en acudir a su reposito y entregar a Gelmírez la escritura, ante la amenaza de ser castigado por el fuego eterno que esgrimía el prelado jacobeo. Ninguna estampa histórica puede brindamos testimonio más puntual de la autoridad efectiva del monarca pese a todas las novedades institucionales. Dos realidades la confirman plenamente. Es notorio que fue el soberano quien inició y llevó a cabo la colonización de la clerecía de su reino por los cluniacenses. Es sabido que entregó a éstos el grande y riquísimo monasterio de Sahagún (1079) y otros cenobios del reino, como Santa María de Nájera, San Isidro de Dueñas ... Cualesquiera que fueran las originarias concausas de tal colonización -estudiaré las relaciones de Alfonso VI con Cluny-, fue la autoridad regia la que decidió en cada caso la decisiva novación en el monacato y en la vida de la Iglesia. Nada más entrañablemente unido a la vida religiosa de la monarquía que el rito nacional, viejo de centurias, y con el cual clero y pueblo estaban cordialmente vinculados. Es muy conocida la historia del cambio del rito hispano por el romano. La iniciativa pudo venir de fuera del reino; conjuntamente de las dos luminarias eclesiásticas exteriores con las que don Alfonso estaba afectuosa y oficialmente relacionado: Cluny y Roma. A nadie escapa el erróneo desdén de ambas potestades por el peninsular rito tradicional; pésimamente informadas sobre él y orgullosas de la superioridad del que ellas practicaban, forcejearon para obtener el cambio. No

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Don Jerónimo , el obispo del Cid, fue llevado a Salamanca por el propio rey. para ocupar esa sede episcopal. Detalle de la nave central de la catedral de Salamanca .

fue empero esa mudanza obra de las autoridades eclesiásticas regnícolas. Hubo de ser decretada por el monarca . Está muy estudiado , repito , el proce so de esa mudanza. Cuajó legalmente en el Concilio de Burgos de 1080, pero repito fue la voluntad regia de don Alfon so la que decidió la novación . De romano autem officio quod iussione tua recipimus, sciatis terram nostram ad modum dessolatam esse - «sabed que nuestra tierra está desolada por la adopción del officio romano que aceptamos por vuestro mandato »- , escribió el monarca a San Hugo , abad de Cluny , al comunicarle el cambio de rito. Por tu mandato ... ¿Mandato de quién? ¿Sobre quién? ¿Sobre el reino? ¿Qué autoridad podía ejercer o hab er ejercido sobre el país ni sobre ninguna asamblea nacional un mandato de San Hugo ? Fue una piado sa orden a un fiel devoto de la abadía cluniacense -rechacemo s la idea de la parafe udalización del rey de Castilla frente al abad de Cluny pintorescamente formul ada otrora- , fue un piado so mand ato a un fiel cristiano por un ilustre abad , lo que decidió al rey - subra yo la frase- , por su cuenta y razón , a ordenar - él precisamente- el cambio de rito . Ahora bien , no creo que pueda dudarse de que al margen de legacías papales y del continuo inmiscuirse en la vida de la Iglesia leonesa-cast ellana del Pontífice Romano , era la voluntad regia la que decidía de la trascenden tal novación , la que decidía

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Durante el reinado de Alfonso VI se reunieron concilios nacionales , presididos por el legado pontificio, en Carrión, Burgos , Husillos ... Detalle de la portada de la iglesia de Santiago, en Carrión de los Condes, Palencia

de un asunto tan íntimamente unido a las prácticas eclesiásticas y de tanta trascendencia para la vida de la Iglesia como el rito que habría de emplearse en los divinos oficios. Cierto que se reunieron diversos concilios nacionales durante el reinado de don Alfonso: en Burgos, Husillos, Carrión, León, Palencia .. . -los estudiaré luego-; y cierto también que fueron convocados y presididos por el legado pontificio . Pero a todos concurrió don Alfonso con sus nobles -cum comitibus et principibus Hispaniae, acudió al de Burgos de 1080; y con su ejército asistió al de León de 1107. Serían innumerables las mercedes que al soberano deberían los prelados de León y Castilla y no serían pequeñas las esperanzas de obtener nuevos privilegios y exenciones. ¿Se me lapidará si digo que la presencia real en tales asambleas estaría muy lejos de ser pasiva y testifical? No era don Alfonso ni manco ni manso. Tuvo encadenado toda su vida a su pobre hermano don García, a quien su padre había legado el reino de Galicia; no vaciló en encarcelar al obispo de Santiago Diego Peláez y dio otras muchas muestras de áspera violencia frente a los islamitas y frente a sus súbditos (recordemos la historia del Cid) . Vuelvo a negarme a creer que no fuese activa y decisiva su intervención en las asambleas canónicas señaladas. Es probable que dejara hacer a los prelados en lo que no interesaba directamente a su autoridad; por ejemplo , que no se mezclara en sus querella s sobre cuestiones de límites entre

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LA IGLESIA Y EL ESTADO

sus diócesis, tema muy frecuentemente llevado a tales asambleas. En el de Husillos (1088) se resolvió sobre los problemáticos confines de las sedes de Burgos y de Osma, y en el de León (1107) se trató acerca de la disputa entre Santiago y Mondoñedo sobre unos arciprestazgos. Es probable que tampoco se mezclase en problemas de disciplina; en el de Burgos de 1080 se declaró bastardos a los hijos de los clérigos; y en el de Palencia de 1100 se restauró la sede de Braga y se atendieron las reclamaciones de los obispos sobre las exenciones anormales de monasterios. Vemos empero a don Alfonso en el de Husillos de 1088 arrancando al prelado de Compostela Diego Peláez la declaración de su indignidad para seguir rigiendo la sede -hubo de entregar el anillo y el báculo al cardenal Ricardo- y elevando a tal silla a don Pedro, abad de Cardeña. Y no se recataba la intervención real. «Con consejo y consentimiento del católico rey y de los obispos, abades y príncipes del reino», se tomaron los acuerdos de Husillos, incluso los relativos a los límites de Burgos y de Osma; disputa que reverdeció en el de Carrión de 1103; concilio que celebró el arzobispo toledano don Bernardo, legado de la Santa Romana Iglesia, y al que asistió el monarca con su corte, en la que figuraban don Enrique y doña Teresa de Portugal. Y como queda dicho, con su ejército concurrió al de León de la primavera de 1107, según resulta de la donación por el soberano a la sede de Toledo de la diócesis de Segovia, donación a la que antes he aludido. Las discordias que siguieron a la muerte de Alfonso VI con ocasión de los conocidos avatares de la vida matrimonial de la libidinosa doña Urraca y del débil sexual Alfonso de Aragón, pusieron término temporalmente a la que podríamos llamar política intervencionista del conquistador de Toledo en la vida de la Iglesia, incluso naturalmente en las reuniones conciliares. Algunas se hicieron precisamente para intentar la conciliación entre los esposos y la paz del reino; pero se reunieron lógicamente al margen de la realeza. Aludo al Concilio de Palencia de 1113, convocado por el arzobispo de Toledo don Bernardo actuando como legado pontificio, concilio en que fue procesado el obispo de Burgos don García; al de León de 1114, también congregado por don Bernardo tras parlamentar inútilmente con el rey y la reina; y al de Burgos de 1117, presidido por el cardenal Bosón. A ninguno de ellos concurrieron los soberanos. Apartado del reino el Batallador, alguna vez aparecen los monarcas asistiendo e interviniendo en una asamblea conciliar. Por consejo del rey y de la reina se celebró la de Compostela de 1122. La de Compostela de 1123, con ocasión de los males del país, tuvo lugar domino rege Ildefonso cum principibus et /ere ominibus terrae potestatibus praesentibus. Y la de Valladolid de 1134, reunida con motivo de la disputa entre la reina doña Urraca y su hijo el rey don Alfonso, contó con la presencia comitibus quoque et principibus. Presentes Adefonso hispaniarum rege et multis comitibus absque potestatibus, se celebró el concilio de Carrión de 1130 reunido por el cardenal legado Humberto y en el que se depuso a los obispos de León, Salamanca y Oviedo y al abad de Samos. La actividad política y bélica del Emperador durante más de dos décadas aplazó toda función conciliar. Recordemos su coronación imperial y su intervención en Zaragoza a la muerte de su padrastro, el Batallador, luego de su derrota en Fraga, y recordemos la larga serie de sus campañas en tierras musulmanas que culminaron con la toma de Almería, pero que abarcaron multitud de algaras y de asedios. No puede por ello sorprendernos que los anales conciliares de León y Castilla salten del Concilio de Carrión de 1130 a los de Salamanca y Valladolid de 1154 y 1155; el último convocado y presidido por el cardenal Jacinto.

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AJ concilio de Valladolid de 1155 asistió Alfonso VIl y su hijo el futuro Sancho In el Deseado , siendo depuesto durante sus sesiones el obi spo de Mondoñedo. Coro pétreo del mona sterio de San Martín en Mondoñedo , Lugo

Ninguna prueba mejor de la acción decisiva de la realeza a mediados del siglo XII en la vida eclesiástica que este prolongado intervalo en la reunión de concilios . Presentia etiam fere totius regni optimatibus , se reunió el de Salamanca . En él personalmente el Emperador puso fin a las seculares diferencias que apartaban a los obispos de Oviedo y Lugo sobre la posesión de algunas iglesias. Don Alfonso dio al ovetense su realengo en Asturias a cambio de que cediera a las pretensiones del lucense. Alfonso VII repetía un gesto pacificador que le había permitido finiquitar añejas disputas entre las sedes de Astorga y Orense . Al de Valladolid de 1155 no sólo asistió el Emperador: concurrió asimismo su hijo don Sancho. Consta que en él fue depuesto el obispo de Mondoñedo. Dos años después moría don Alfonso en el Puerto de Muradal, angustiado por la invasión almohade. Pronto falleció su hijo Sancho III el Deseado (1159). Explotó de nuevo la discordia y de nuevo se paralizó temporalmente la intervención real en las asambleas conciliares, órganos supremos de la vida de la Iglesia regnícola y palenque para constatar la acción real en Jo más entrañable de las actividades de la clerecía .

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LA IGLESIA Y EL ESTADO

IV.

EL REY Y CLUNY

Creo haber demostrado lo hipertrófico de las páginas del gran medievalista Julián Ch. Bishko sobre las relaciones de Femando I con Cluny. El enorme crédito de que gozaba en el Occidente de Europa la famosa abadía, cuyos méritos en la renovación de la vida espiritual de la cristiandad no cabe regatear, no pudo menos de alcanzar a la Península. Es sabido que Sancho el Mayor de Navarra, padre de don Femando, había mantenido cordiales relaciones con Cluny. No fueron herencia de éstas las que en las postrimetrías de su vida vincularon con ella a su hijo, el rey de León y Castilla. Las imagino así. Femando era un hombre temperalmentalmente piadoso. El Silense se hace lenguas de sus devociones y de su gustosa participación en las prácticas del culto en cenobios e iglesias. No creo apartarme de la verdad al suponerle torturado por graves remordimientos. En Tamarón sus hombres habían dado muerte a su cuñado, el joven rey de León Vermudo 111. Y en Atapuerca sus tropas habían matado a su hermano primogénito, el rey García de Navarra. ¿Abulto la realidad al imaginar a don Femando, al piadoso y devoto don Femando, recordando con frecuencia las dos muertes y considerándose a la postre lastrado por graves remordimientos? ¡Cuántas veces en sus asiduas asistencias a los oficios divinos en Sahagún y en otras iglesias no pediría perdón a Dios por esas muertes! Un espíritu sensible y fervoroso no podría quizás superar esos lacerantes recuerdos. Sabemos que al llegar la hora de su tránsito supremo, rodeado de varones religiosos, se desprendió de la corona real y de la clámide regia y cubierto de ceniza se arrodilló ante el Altísimo en San Isidoro y recibió penitencia. Hasta ese momento le sacudiría el punzante recuerdo de sus dos tragedias. Sicut aqua extinguit ignem sic e/emosina extinguit peccatum ( «como el agua extingue el fuego así la limosma extingue el pecado»), decían y escribían a menudo los hispanos de los siglos x y XI. A esa idea respondían las cuantiosas donaciones a iglesias y cenobios de reyes, magnates y gentes del pueblo. Esa idea martillearía en la mente de don Femando. La Providencia había puesto en sus manos fuertes sumas de mictales de oro: el monto de las parias que percibía de los reyezuelos musulmanes (las estudio en otra parte). Yo no puedo dudar: un día golpeó en su imaginación la idea de que debía hacer partícipe de ellas al Señor para que el agua de la limosna extinguiera la llama de sus pecados. Cluny gozaba de prestigio en España como notable centro religioso, el más pío y ejemplar de Occidente. Y Femando, ya viejo y caduco, agobiado por la mole inmensa de sus pecados, como habría escrito su notario y como escribían todos los notarios al redactar piadosas donaciones, ordenó la entrega a la abadía borgoñona de un censo vitalicio -sería consciente de su fin; había estado enfermo- de mil áureos como vehiculo mortis. Me he negado y sigo negándome a ver algo distinto en esa concesión. Se la ha querido convertir en la base de toda una teorética vinculación parafeudal de don Femando con Cluny. Y se ha querido ver en ella también la base de una alianza internacional de amplias proyecciones históricas. He creído y sigo creyendo desbordes involuntarios del análisis de la cuestión por el eruditísimo profesor de la Universidad de Virginia. Sancho 11, muy desigual temperamentalmente de su padre, que no vaciló en incumplir la voluntad de éste y en apoderarse de la herencia de sus hermanos, no pensó ni sintió como don Femando -sus hermanos no habían caído en las batallas- e interrumpió el pago del censo. Es decir, calculó que la muerte de su progenitor había puesto fin al vitalicio censo por aquél concedido un día quizás sin su asentimiento.

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HJSTORIA DE ESPAÑA

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... al llegar la hora de su tránsito supremo , rodeado de varones religiosos, se desprendió de la clámide regia... Miniatura del Códice Emilianense. Monasterio de El Escorial , Madrid

Tras la tragedia de Zamora, un nuevo rey ocupó el trono triple de León , Castilla y Galicia y cambió la perspectiva de la vida regnícola . La reputación de la abadía cluniacense - los franceses han conocido desde siempre la que podríamos llamar mecánica de la propaganda- había ido creciendo y alcanzaba el cenit de su fama , cuando Alfonso VI inició su reinado . Me permito imaginar a éste , que de desterrado en Toledo pasó a ceñirse la triple corona , considerando lo ocurrido como un prodigio del Señor , como un regalo del Altísimo . Propicia situación para renovar las generosidade s de su padre con Cluny , tanto más hacederas cuanto él percibía de los reyezuelos musulmanes parias más cuantiosa s que su progenitor y veía madura la toma de Toledo . Favorables circunstancia s para abrir la mano y ser archigeneroso con la abadía que regía desde 1049 un abad de los mérito s y de la aureola de San Hugo. Claro está que estos sucesos debieron ocurrir con ritmo muy lento . ¿Cuándo empezarían a pagar paria s a don Alfon so los reyes de Taifa s? Sabemos que en 1075 logró que 'Abd Allah de Granada le satisfaciese la colosal suma de 30.000 dinar es. Ignoramos las fechas en que los restant es soberanos realizaron sus pagos. Al parecer Cluny rezó por la libertad de don Alfon so , prisionero en Burgos. No ha faltado empero quien ha afirmado que el nuevo rey no era cluniófilo. De 1073 a 1077 cedió a la abadía algunos mona sterios leoneses, pero se resistió a renovar las obligaciones monetarias contraídas por su padr e. Un acont ecimiento de enorm e trascendencia histórica iba sin embargo a decidirle a reanud ar el censo fem andino : la terrible ofensiva de Gregorio VII contra la soberanía e

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fácilmente comprensible esa obediencia a piadosas órdenes de quien aparecía aureolado de santidad. La actuación del monje Roberto de Cluny ha dado ocasión a un encontronazo entre eruditos. Se conserva una carta de Alfonso VI a San Hugo agradeciéndole el envío del citado monje -carta archiconceptuosa- que acredita hasta qué punto había el hábil cluniacense ganado la voluntad del monarca. Y otra de Gregorio VII al mismo abad en irritados términos porque el delegado abacial había tomado partido por una mujer de la que no quería separarse el rey-emperador. Herculano había deducido de tal epístola que Roberto apoyaba a la reina doña Constanza. sobrina de San Hugo, de la que el Pontífice quería apartar al soberano por el parentesco que le unía con su anterior esposa doña Inés, parentesco que constituía un impedimento canónico para la legitimidad del matrimonio. Menéndez Pidal imaginó que Roberto favorecía los amoríos del monarca con una dama de la reina, con ella emparentada, y de la que don Alfonso se había prendado locamente. Pierre David ha seguido a Herculano en esa «crisis de 1080». A nosotros nos interesa especialmente el hecho mismo de que el representante de San Hugo había apoyado la decisión regia de mantener a su lado a una mujer -¿la reina, una dama de la corte? Y ello contradiciendo la voluntad de Gregorio VII. Más verosímil es que éste interviniese por una cuestión canónica con ocasión de un desliz del monarca, de uno de los muchos que tuvo don Alfonso. El Cid pudo inclinarse a favor de la reina a quien Roma trataba de separar de su regio cónyuge sin que debamos aceptar ese nuevo pecado del soberano. La arremetida del Pontífice se explica por su conocida rectilínea intemperancia sin que sea preciso admitir un pecado camal de Alfonso VI, recién casado, por otra parte, con doña Constanza. La carta del Papa al abad nos muestra al cabo cómo en Roma se conocía bien la devoción de Alfonso por Cluny. La cuerda se rompió por lo más delgado y Roberto, profundamente amistado con el monarca, hubo de abandonar Castilla. Cluny y el rey no habían podido sostenerse frente a Gregorio VII, quien sin embargo hubo de aceptar los hechos consumados y reconocer la legitimidad del regio connubio. La intervención de Cluny en las cuestiones interiores del reinado de Al(onso VI es relevante en la última década del siglo XI como consecuencia del fracaso de la reina doña Constanza en brindar al reino el anhelado heredero. Acaso pueda verse en los matrimonios de doña Urraca y doña Teresa con los condes borgoñones Raimundo y Enrique el intento de San Hugo por fortalecer la proclividad borgoñona de la dinastía con su beneficiosa secuela para Cluny. Cabe deducir el poder político del célebre abad, en León y Castilla, de la acción de su delegado Dalmacio Geret en el pacto sucesorio de 1105-1106, sellado entre los dos yernos de Alfonso VI. Tal tratado intentaba asegurar el trono a Raimundo. repartiendo el Imperio y el tesoro de Toledo entre éste y don Enrique. Esa solución cluniacense se oponía a los designios del rey-emperador, quien en esos momentos se inclinaba a favor de su hijo don Sancho, habido. como es notorio, en la mora Zaida. Esta divergencia de opinión demuestra a las claras que don Alfonso no aceptaba siempre humildemente las órdenes de San Hugo. No dejó de incidir la intervención de Cluny en la política castellano-leonesa durante las primeras décadas del siglo XII. Al convertirse doña Urraca en heredera aparente tras la muerte de su marido don Raimundo en 1107 y del infante don Sancho en Uclés en 1108, Alfonso VI no sólo arregló rápidamente el matrimonio de su hija con el rey de Aragón, sino que también aseguró la aceptación de su sucesión por la abadía borgoñona. Para ello movió a doña Urraca a ceder a los cluniacenses el

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independencia del reino. Más de una vez he hablado de los intentos del Pontífice por hacer efectiva la supuesta donación de Espafia a la Santa Sede por Constantino. Imprevistamente, el 10 de julio de 1077, dos semanas después de recibir el ultimatum del Pontífice, el rey-emperador ordenó el pago a los borgofiones de 2.000 áureos anuales, es decir, el doble de lo que había ofrecido su piadoso padre. No soy la primera en sospechar que Alfonso VI estrechó sus vinculaciones con Cluny buscando apoyo, que podría ser invalorable, contra los reclamos papales. Esa búsqueda debió repetirse con ocasión de la que Pierre David ha llamado «crisis de 1080», cuando Gregorio VII arremetió violentamente contra el matrimonio del monarca con dofia Constanza, sobrina del propio Hugo. No había calculado mal don Alfonso la eficacia de la intervención del abad en los asuntos familiares de la monarquía. El Pontífice hubo de acudir a él una vez a fin de que decidiese al soberano a abolir el rito hispano y otra para que llamase y castigase al monje Roberto, colaborador anti-papal de la reina-emperatriz. Pero volvamos al problema del censo duplicado. Los acontecimientos políticos de Espafia habían privado al rey de las parias, especialmente después de Zalaca. Y don Alfonso dejó de satisfacer los 2.000 áureos prometidos. Esa suspensión naturalmente debió de intranquilizar a San Hugo. Al parecer le escribió reprendiéndole. Casualmente en 1089 'Abd AllAh de Granada le entregó 30.000 dinares para que le defendiese de Yüsuf al-Ta§urm y el monarca acordó enviar a la abadía 10.000, saldando su deuda de un quinquenio. Sabemos que San Hugo visitó Espafia en la Pascua de 1090. Las comunicaciones no eran fáciles entonces. ¿Cruzarla los Pirineos para asegurarse el censo duplicado o agradecido por la suma recibida? Consta que la empleó en la construcción del nuevo y rico templo. La devoción y el reconocimiento hacia Alfonso VI llevó a San Hugo a escribir: «Alfonso, rey de Espafia, nuestro amigo fiel nos ha llenado de regalos ricos y numerosos y continúa favoreciéndonos de manera que no podemos compararlo con ningún rey de los tiempos pasados ni de hoy.» Y recordó que la nueva abadía había sido construida principalmente con las larguezasde Alfonso VI. Éste introdujo además la disciplina cluniacense en algunos cenobios regnícolas. He dicho antes que cedió a la abadía, de 1073 a 1077, cuatro monasterios situados en León, el primero de ellos San Isidro de Duefias. Y consta que le entregó en 1079 el de Santa Maria de Nájera. Y si no hubiese sido por la resistencia popular también habría cedido el famoso y poderosísimo de Sahagún. No innovaba, pues otros soberanos de la Península habían hecho otro tanto, especialmente los de su propia estirpe navarra. La reforma no se adoptó pacíficamente. Acabo de aludir a los problemas suscitados en Sahagún. Es conocida la negativa de los monjes allf establecidos a ser colonizados por Cluny. A tal monasterio había enviado el monarca a su fiel y dilecto Roberto. El antiguo abad y los antiguos monjes abandonaron el cenobio y dejaron de enriquecerle con sus donaciones sus antiguos donantes. El hábil legado de San Hugo, Roberto, hubo de salir al cabo, pero los cluniacenses permanecieron en el cenobio; uno de ellos, Bernardo de Pereguieux, ocupó en 1085 la sede de Toledo. He reproducido antes las palabras de Alfonso VI al abad borgofión dándole noticia de la supresión del rito hispano: «Sabed que nuestra tierra está desolada con ocasión de la recepción del oficio romano que hemos recibido por tu mandato.» Era un mandato -iussione- del abad de Ouny el que había decidido a Alfonso VI a acceder a los deseos de la Santa Sede y a renunciar al rito tradicional de la nación, tachado injustamente de herético en Roma. Es indefendible la tesis de que esa obediencia implicaría una relación de índole vasallática. He dicho y repito ahora que exactamente lo mismo habría podido expresar don Alfonso de una sugestión perentoria del Papa o de otro santo varón. El acendrado cristianismo de los peninsulares toma

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Los matrimonios de doña Urraca y doña Teresa con los condes de Borgoña Raimundo y Enrique parecen obedecer a un intento de San Hugo por favorecer a Cluny . Miniatura de Raimundo de Borgoña , en el Tumbo A de la catedral de Santiago de Compostela

monasterio de San Vicente de Pombeiro . Tal acto valió a la reina el apoyo de los monjes durante el agitado período que significó su gobierno para el reino. Mientras don Bernardo de Toledo y la clerecía castellano-leone sa se oponían a las luego llamada s «malditas y descomulgadas bodas », el abad de Cluny estuvo lealmente junto a la soberana , política que abandonó en 1113 cuando llegó a España como legado de Pascual 11. Unió se entonc es al partido que apoyaba a Alfonso Raimúndez , el futuro Alfonso VII de ascendencia borgoñona . Doña Urraca a comienzos de enero de 1118 todavía otorgó un privilegio a San Zoilo de Carrión (su último tributo). Y consta que la abadía intervino en 1126-1127 para apoyar a Alfonso VII , ya rey , en defen sa de la unidad castellano-l eone sa contra el intento de doña Teresa de consolidar la secesión del reino galaico-portugu és a uno y otro lado del Miño . ¿Qué ocurrió con el censo de 2.000 áureos otorgado por Alfon so VI en 1077 in diebus uite sue annuente Deo? Nada se sabe de su pago durante los últimos diecinueve oscuros años del reinado del conquistador de Toledo . Su hija doña Urraca , acosada por la anarqu ía y la guerr a ciyil y las angustias fiscales, se vio en la precisión de ceder a Cluny casi anu almente monasterios en lugar de dinares . Su hijo Alfonso VII , apremiado por las mismas urgencias, entregó Sahagún en 1132 y San Pedro de Cardeña en 1142. Mas en este año hubo de negociar con el desesperado Pedro el Venerabl e el pago del censo . Redujo éste empero a 200 marave dís,

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pagaderos de los ingresos reales en los baños de Burgos. Según hice observar en su día, el diploma regio que nos descubre este convenio define el subsidio satisfecho por Femando I y Alfonso VI como e/emosina, es decir, limosna libre, caridad voluntaria. A él agregó el Emperador algunos años después un donativo adicional a Santa María de Nájera del diezmo del portazgo de Logroño para la vestimenta de los monjes cluniacenses de La Rioja. Y quiero terminar estas páginas destacando la extraordinaria importancia que alcanzaron las piezas áureas donadas por Femando I para Cluny. Los dinares femandinos excedieron en cantidad al total de ingresos dominicales de los crecientes patrimonios de la abadía y la convirtieron en la mayor intermediaria de la inyección de oro musulmán en el -según frase de Duby- «anémino circuito monetario de Francia continental». El exterminio de la fabulosa gallina andaluza de los huevos de oro, como consecuencia de la invasión almorávide y del triunfo en Zalaca en 1086, llevó a Cluny al estado de extrema crisis financiera, al cual Pedro el Venerable y el arzobispo Enrique de Winchester, su rico amigo y consejero financiero, trataron en vano de dar una solución satisfactoria. Los 1.000 áureos de Femando I constituyeron el más grande donativo que Cluny haya recibido nunca de un monarca o de un donante laico. Sólo fueron sobrepasados por el censo duplicado satisfecho por su hijo, y sólo se les aproximaron los 100 marcos de plata anuales, dispuestos en 1131 por Enrique I de Inglaterra.

V.

EL REY ANTE LOS CONCILIOS. LAS LEGACÍAS

He aludido ya al cambio de rumbo en los contactos del reino de Castilla con la Santa Sede a partir del pontificado de Alejandro 11 (m. en 1073) y del de Gregorio VII (Hildebrando), electo Papa por aclamación, de fortísima personalidad y de quien para fortuna de los historiadores se han conservado los Registra. Una supuesta donación de Constantino, incluida por Hinschius en las Falsas Decreta/es, suscitó a Gregorio VII la idea de sus derechos a la soberanía sobre España. Algunos reinos y pequeños estados peninsulares, antes o después, se convirtieron en censitarios de la Santa Sede. Se interesó ésta mucho por la participación de gentes de más allá de los Pirineos en las empresas bélicas cispirenaicas contra los infieles. En carta del 28 de junio de 1077, reclamó a Alfonso VI el reconocimiento de la soberanía del Pontificado y el pago de un censo. Ya he referido que don Alfonso rechazó silenciosamente tal pretensión titulándose Totius Hispaniae Imperator. Mejor informado o convencido de la inutilidad de su demanda ante el altanero rey de León y Castilla, Gregorio VII no insistió en tan desorbitada pretensión. «El rito hispánico -ha escrito Pierre David- se caracterizaba esencialmente por su fidelidad a la figura de la misa tal como había sido celebrada en Roma y en Occidente en los primeros siglos. Había mantenido el acto de la ofrenda entre el Evangelio y el Prefacio, plegarias y prácticas que el rito romano había desplazado a la consagración y a la comunión. Había mantenido fórmulas de oblación, lecturas de dípticos y los besos de la paz. El canon era diariamente variable y notablemente más breve que el canon romano. La misma figura primitiva había caracterizado también a la liturgia galicana antes del siglo IX, así como a la liturgia de la Italia continental.» Es seguro que Alejandro II no aprobó nunca el rito hispánico. En un privilegio otorgado al abad de San Juan de la Peña el 18 de octubre de 1071, le calificó de irregular, aberrante e incluso de sospechoso de error en la fe. En él expresó así su pensamiento: «En las regiones de España se ha perdido la unidad de la fe y casi todos los cristianos se han alejado de la dis-

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ciplina eclesiástica y de la regularidad de los oficios divinos.» Y abultando los resultados de la legacía de Hugo Cándido, le atribuye haber restaurado el vigor y la integridad de la fe y purificado las torpezas de la herejía simoníaca y reformado los ritos confusos de los divinos oficios. Y en el mismo privilegio elogió a Sancho Ramírez de Aragón por haber aceptado la reforma. En el Concilio de Roma de marzo de 1074, ya bajo el pontificado de Gregario VII, se habló mucho de España y de su rito. En su misiva del 19 de tal mes a Sancho de Aragón, el Papa expuso su concepción del rito hispánico; declaró «que los prescilianistas habían ensuciado y los arrianos depravado la Iglesia de España y la habían separado del rito de Roma». El Pontífice estaba persuadido, y lo estuvo hasta el fin, que el rito hispano debía su origen a los herejes y a los bárbaros. Siempre creyó que la liturgia peninsular tenía errores evidentes contra la fe católica. Son notorias su equivocación y su injusticia; una más de las cometidas contra España desde fuera de ella. El rito romano fue penetrando en la Península por los Estados orientales, pero también penetró en León y Castilla por obra de los religiosos de ultrapuertos: los cluniacenses. Parece que ya concurrieron los novadores junto a los tradicionalistas a la apertura del arca de las reliquias en Oviedo el 14 de marzo de 1075. Gregario VII apremió repetidamente a Alfonso VI para que procediera a la sustitución del viejo rito hispano por el romano. Conocedor de la regia devoción por el abad de Cluny San Hugo, solicitó su intervención. El Anónimo de Sahagún expresa formalmente que don Alfonso tomó la decisión y la comunicó al Pontífice en el onceno año de su reinado,,correspondiente al año 1077. He reproducido y vuelto a reproducir la carta del monarca a San Hugo sobre la desolación del reino por el cambio del oficio tradicional. Algunos Anales refieren el famoso duelo judicial que mantuvieron tal vez en Burgos dos campeones de los dos ritos, duelo en que el galicano fue vencido. La Crónica Najerense habla de la sumisión de dos misales a la prueba del fuego, prueba de la que parece haber salido indemne el nacional. Ignoramos hasta qué punto recogen realidades o leyendas tales noticias. No podemos dudar empero de que frente a la resistencia nacional triunfó la orden pontificia. Movido por San Hugo, el soberano se sometió al cabo a los deseos de Roma, y la Iglesia española hubo de abandonar su oficio tradicional sin mácula herética alguna. Los legados enviados por Gregorio VII a Sancho de Aragón en 1074 regresaron acompañados por dos obispos castellanos, Jimeno de Oca y Munio de Castilla la Vieja. Depuesto y excomulgado por el legado -con título de Sasamón había intentado reivindicar todo o parte del territorio atribuido a Oca-, Munio logró ser reconciliado en Roma, tras renunciar a sus pretensiones, y se convirtió en agente papal a favor de la recepción del oficio romano. Se sucedieron los legados pontificios que intervenían en la vida de la Iglesia regnícola. Uno de los primeros en llegar a León y Castilla fue Ricardo de San Víctor. Aparece mezclado a la crisis cortesana a la que antes he aludido. Asistió al Concilio de Burgos de 1080, en que fue definitivamente sancionada la abolición del rito; lo declara con precisión Pelayo de Oviedo. Y presidió también el de Husillos de 1088, en el que Diego Peláez, obispo de Santiago, por temor al rey que le tenía encarcelado, acusado de conspiración, renunció a su mitra, y fue nombrado prelado jacobeo el abad de Cardeña. En tal Concilio se resolvió además la cuestión de límites que apartaba a los obispos de Burgos y Osma. Gregario VII no aceptó, por falta de ciencia, al candidato propuesto por el soberano para el arzobispado de Toledo, ciudad que don Alfonso esperaba, y con razón, que caería pronto en su poder. Tomada en 1085, exaltó, como es notorio, al célebre don Bernardo de Cluny.

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Actuando éste como legado depuso al obispo de Braga , Pedro, quien se había dirigido al antipapa Clemente III a fin de obtener la dignidad arzobispal y el palio . Entre 1093 y 1096, el clero de tal sede presentó diversos candidatos que fueron rechazados por el primado. Bernardo designó a un monje cluniacense de Moissac, luego chantre de Toledo , Geraldo , que recibió pronto el título de arzobispo y el pallium . Geraldo introdujo rápidamente en su diócesis el rito romano y procedió a la reorganización religiosa del país , dentro del cuadro de las disciplinas romanas. En marzo de 1090, coincidiendo con los funerales del desdichado rey García de Galicia, se celebró en León un Concilio presidido por el cardenal Ranerio, futuro Pont ífice, en el que algunos han supuesto que la escritura visigoda fue sustituida por la francesa. Y se sucedieron los concilios -los señalo en otra parte- encabezados por legados de la Santa Sede . Los de Palencia de 1113 y León de 1114, convocados por el arzobispo toledano que ostentaba la pontificia legacía . El de Burgos de 1117, presidido por el cardenal Bosón. Los de Compostela de 1122 y 1123, que reunió Gelmírez como legado papal. El de Carrión de 1130, presidido por el cardenal Humberto . El de Valladolid de 1155, que convocó el cardenal Jacinto , legado de Adriano IV.

Nájera fue el lugar de reunión de Alfonso VII con el cardenal Jacinto dond e trataron de organizar el concilio de Valladol id de 1155. Vista del panteón real de Santa María la Real , en Nájera , La Rioja

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Paz de Tordehumos, obtenida por el cardenal Gregorio de Sant' Angelo , para resolver pleitos pendientes entre los monarcas Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León, en 1194. Reproducción de la Biblioteca Nacional, Madrid

Y tales concilios adoptaron numerosas e importantes medidas decisivas para la vida de la Iglesia regnícola. Se declaró la bastardía de los hijos de los clérigos; se procesó al obispo de Burgos don García; se depuso a los prelados de Salamanca, León y Oviedo y a un abad; se enfrentaron las disputas entre los obispos de Santiago y Mondoñedo, Lugo y Oviedo, Astorga y Orense. O lo que es igual, se resolvió sobre la vida interna de la clerecía nacional.

*** Continuaron siendo estrechas las relaciones de los Pontífices con los monarcas castellanos. Coadyuvaron a ellas no sólo los concilios y las visitas del episcopado a Roma, sino la frecuente actuación de legados de la Santa Sede, quienes tenían en sus manos la iniciativa para resolver problemas puramente eclesiásticos y también políticos. He aludido ya a la presencia del cardenal Jacinto en la corte imperial de Alfonso VII. Por un documento del 14 de marzo de 1155, sabemos que el futuro Sancho 111celebraba una Curia en Soria cuando su padre mantenía un coloquio con el citado legado en Nájera. El cardenal, como es notorio, había viajado a España con el propósito de celebrar el mencionado Concilio de Valladolid y observar los problemas de cerca . Vemos nuevamente en la Península al cardenal Jacinto años más tarde, como legado de Alejandro 111.Fue larga entonces su permanencia en España , especialmente en Castilla. No escaseaban los problemas: el matrimonio sin dispensa pontificia de Alfonso IX de León con Teresa de Portugal; la boda , aunque no suscitase conflictos, del rey de Castilla con la bija de Enrique II de Inglaterra; las nuevas Órdenes Militares, como la de Santiago; la constitución de dos señoríos independientes: Albarracín y Trujillo ; la guerra con los rigurosos almohades y no pocas cuestiones entre obispos y abades. Fue intensa y múltiple la acción del legado. Sabemos que en 1173 reformó los fueros , derechos y costumbres que habían tenido todos los clérigos de Valladolid en tiempos de Alfonso VII y de Sancho 111.Tales medidas que afectaban al poder civil fueron adoptadas en ausencia de Alfonso VIII y sin consultarle. Por ello, años después, durante el sitio de Cuenca , el monarca las desaprobó, anuló y revocó ordenando que esos clérigos viviesen en paz y tranqui lamente, según las costumbres establecidas por sus antecesores.

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HISTORIA DE ESPAÑA

El cardenal hubo de salir de España sin haber alcanzado el supremo objetivo de lograr la paz entre todos los príncipes cristianos. Los problemas políticos y eclesiásticos de Castilla preocuparon desde un comienzo al nuevo Papa Celestino 111,elevado al trono en 1191. Envió como nuevo legado a la Península a su sobrino el cardenal Gregario de Sant' Angelo, quien se presentó en Castilla en los primeros meses del 92. Debía el cardenal gestionar la concordia de los reyes y resolver la cuestión del desafortunado matrimonio de Alfonso IX al que antes he aludido. Cumplida la tarea propuesta -obtuvo la firma del Tratado de Tordehumos y excomulgó al leonés, que acabó por separarse de doña Teresa- regresó el legado a Roma al cabo de dos años. No mucho después había de manifestarse la endeblez de su labor política. Como consecuencia de los recelos y discordias que estallaron luego de Alarcos, el Pontífice volvió a enviar a España a su sobrino al finalizar el invierno del 96. Debía lograr que Sancho de Navarra se apartara de los musulmanes y se uniera a Castilla. Tampoco coronó el éxito a esta misión. Al ocupar el solio pontificio Inocencia 111se halló de inmediato ante la grave cuestión que significaba el segundo matrimonio sin dispensa de Alfonso IX con doña Berenguela, la primogénita de Alfonso VIII, y ante el problema navarro. Para arreglar tan espinosos asuntos y componer la paz entre los príncipes envió como legado a Rainerio. Actuó éste conforme a las instrucciones, sin arreglar empero nada positivo. Ante su fracaso, el Papa decidió prescindir de tales legaciones aunque fuesen requeridas por los monarcas peninsulares. En 1211 contestó el futuro vencedor en Las Navas en lo referente a la petición de un legado que no podía satisfacer el regio deseo pero que dejaba abierta la esperanza para más adelante. El Romano Pontífice prefería despachar personalmente los negocios o valerse del episcopado peninsular para determinados problemas. En contadas ocasiones se documentan enviados especiales. Sabemos que a mediados de 1214fray Gonzalo familiaris et nuncius del Papa recibió un galardón de manos del arzobispo de Toledo y que en 1218 el mismo prelado le recompensó con unas tiendas y el castillo de Alhamín. Para empresas mayores al final de la época en estudio actuaba el Primado.

VI.

MERCEDES,

EXTORSIONES Y RESTRICCIONES REALES

En cualquiera de los estudios de Sánchez-Albomoz sobre las instituciones astur-leonesas se tropieza con una verdadera muchedumbre de donaciones reales de toda índole a las sedes, cenobios e iglesias de la época. El registro cronológico de tales mercedes ocuparía páginas y páginas. Una auténtica hemorragia de bienes regios de muy dispar importancia, desde condados enteros a templos y heredades, se documenta ya para ese período de la España cristiana occidental. Esa política de cesiones numerosas y cuantiosas fue continuada por los reyes de las centurias aquí examinadas. Las nuevas y viejas sedes, los nuevos y viejos monasterios, siguieron recibiendo o recibieron por vez primera una verdadera lluvia de alocadas mercedes reales. Las Órdenes Militares se enriquecieron pronto y fabulosamente. No pusieron nunca freno los príncipes a tal despilfarro. A quien juzgue abultada hiperbólicamente mi exposición, remito a las colecciones y regesta que debemos, para no citar sino algunas de ellas, a López Ferreiro, Peter Rassow y a Julio González y a los Bularios de las citadas Órdenes. Era una lluvia continua y no interrumpida de las más diversas donaciones de cotos inmunes, villas, heredades ... de exenciones de impuestos o de participación en ellos. Queda registrada la concesión por Alfonso VI a Santiago del derecho a acuñar sueldos de plata concesionarios. La

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misma merced se hizo por Alfonso VII al famoso y mimado monasterio de Sahagún. Y Fernando II llegó a otorgar a Compostela la facultad de labrar moneda de oro e hizo la moneda del Apóstol de curso general en Galicia. Fue una auténtica hermorragia, repito la expresión, que empobreció el patrimonio y el erario regios. Se comprende que los monarcas discurrieran nuevas gabelas y tributos -los he registrado antes- para proveer a la urgencia o las urgencias de la vida del Estado y especialmente a las que suscitaban el duelo bélico de la Reconquista. Esa hemorragia de mercedes justifica el reverso de la medalla. Aludo a las exacciones, violencias y rapiñas practicadas por algunos soberanos. A las que en casos no siempre extremadamente graves realizaron algunos reyes incluso en los tesoros de las iglesias y hasta en los objetos de culto. Me he referido a ellas al ocuparme del petitum. Conocemos algunas de las extorsiones llevadas a cabo por doña Urraca a las más famosas catedrales de su reino para procurarse recursos. En 1111 obtuvo ya de la iglesia de Santiago «cien onzas de oro y doscientas de plata». En 1112 tomó cien marcos de plata de los ornamentos de la de Lugo para dar soldadas a sus milites. En 1114 obtuvo de la iglesia de Oviedo mil doscientos setenta mizcales de oro puro y diez mil cuatrocientos sueldos de plata pura. En 1122 tomó a la iglesia de León una tabla de altar que pesaba noventa y siete marcos de plata y una caja que contenía sesenta onzas de oro. Al ceder a Sahagún en 1116 el privilegio de labrar moneda de plata le exigió un tercio de los beneficios de la acuñación. En 1117 había exigido al monasterio de Valcavado que entregara varias joyas -tres vasos, un salero y una cítara- a Pedro González de Lara. Y en 1118 llegó al sacrilegio al ordenar a las religiosas del mismo claustro que deshicieran el crucifijo que les había regalado la infanta doña Elvira, hermana de su padre, y dieran la plata a Diego Peláez. Conocemos también la larga serie de extorsiones de Alfonso VII. Se apoderó de los bienes de San Salvador de Nogal y los dio a sus vasallos. Y fueron repetidas sus demandas al obispo de Santiago Diego Gelmírez, que otrora le había coronado. En 1124 le requirió 40 marcos argénteos. En 1127 le exigió 1.000 marcos de plata bajo amenaza de privarle del señorío del Apóstol. En 1129 consiguió del mismo que se comprometiese a pagarle 100 marcos anuales mientras durase la guerra. Y el mismo año obtuvo 1.000 sueldos del monasterio de Sahagún. En 1138 ordenó a Gelmírez que no abriese el arca del Apóstol sin estar él presente y consiguió que le diese 500 marcos de plata. En fecha imprecisa le arrancó la mitad de los beneficios de la ceca compostelana. Y todavía en 1155 tomó cien marcas de plata al monasterio de Celanova. Doña Urraca y su hijo alegaron siempre para realizar tales extorsiones de moneda «contante y sonante» las necesidades de las luchas con el Batallador, la reina y los apremios que le costó ocupar el trono, su hijo. Probablemente mentían. Pero ahí quedan registradas las anotadas en los textos documentales y en la Historia Compostelana. No me parece inverosímil que llevaran a cabo otras muchas. No podemos acreditar por falta de diplomas las parejas de sus sucesores en las dos monarquías. Tenemos noticias, por ejemplo, de la simonía a que colaboraron los tutores de Alfonso VIII -lograron 5.000 maravedís de don Bernardo, aspirante a obispo de Osma- para poder proveer a algunos gastos bélicos. Y sabemos que Alfonso VIII dispuso de los tesoros de las iglesias de Castilla y mandó fundirlos en vísperas de la batalla de Las Navas a fin de afrontar las expensas de la áspera jornada. Algunos monarcas -quizás todos- advirtieron el daño que hacían a su tesoro y a la vida regnícola las desorbitadasy continuas donaciones y exenciones que otorgaban especialmente a

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HISTORIA DE ESPAÑA

instituciones religiosas. No dejarían de comprobar además la amortización en manos de éstas de muchedumbre de bienes a ellas cedidos por laicos, a veces poderosos, a veces bien acomodados, a veces pobres. Doble corriente que colocaba en manos de la clerecía una gran parte del territorio que hoy cabría llamar nacional. Sabemos a lo menos que Alfonso VI y Alfonso VIII en 1089 y en 1185 trataron de poner un límite a ese fabuloso enriquecimiento de la Iglesia. Hace muchos aflos, en 1927, mi maestro publicó una escritura conservada en el Archivo Catedral de León a la que no se ha dado hasta ahora la importancia que merece. El conquistador de Toledo con ocasión de una contienda entre su hermana la infanta dofla Urraca y el obispo legionense don Pedro, en una reunión plena de su Curia del 27 de septiembre de 1089, estatuyó que las heredades del rey, de los infantes, de la Iglesia y de los nobles o de «benefactoria» no pasasen a poder de gentes de condición distinta de quienes las poseían a la sazón. No cabe suponer que pasasen frecuentemente a manos del soberano ni de los infantes bienes de la Iglesia, de la nobleza o de particulares. Es inverosímil que sedes, catedrales, monasterios e iglesias donasen sus bienes a nadie, y de hacerlo lo harían para obtener alguna nueva ventaja territorial. Creo, por tanto, que el acuerdo en cuestión fue dirigido a impedir lo que he llamado amortización de nuevas riquezas territoriales en manos de la clerecía especialmente, aunque también procurase poner fin a la dilapidación del patrimonio real por donaciones a la realeza. Juzgo esta importantísima disposición hasta hoy apenas subrayada como inteligente actitud ¿de don Alfonso? ¿De quién? La suscribieron el rey, la reina, la infanta, lo más granado de la nobleza de la época y sólo ciertos prelados: el arzobispo de Toledo y los obispos de Palencia, Nájera, Oca y Astorga, probablemente los menos poderosos y los que menos podían sufrir del acuerdo. Si repasamos la documentación posterior a 1089, comprobaremos que no se cumplió lo determinado en León y que sedes, catedrales, monasterios e iglesias siguieron recibiendo fecundante lluvia de mercedes reales y de donaciones de gentes de las más varias condiciones sociales. Casi un siglo después, en las Cortes reunidas por el futuro vencedor en Las Navas en Nájera en 1185, se adoptó una medida análoga a la recién comentada de 1089. No ha llegado a nosotros sino el eco profundo del acuerdo que pasó a la postre a la legislación castellana tardía. Debemos también a mi maestro haber llamado la atención sobre tan misterioso acuerdo perdido en el original pero cuya realidad reflejan documentos de los primeros aflos del siglo xm. Era aún demasiado fuerte el poder de la Iglesia a fines del 1100 para que arraigaran esas medidas restrictivas de las Cortes de Nájera a las que he aludido ya dos veces en esta obra. Y la Iglesia prosiguió recibiendo numerosas, numerosísimas donaciones. Unidas a las ahora importantes que arrancaban las Órdenes Militares y la nobleza, no vacilo en tener por seguro que continuó en vigencia la vieja sangría hemorrágica del patrimonio real. Merma que hubo de determinar el monto creciente de impuestos y gabelas.

*** Los obispos y canónigos de las sedes norteñas disfrutaron de una especial situación. En el año 1141, Alfonso VII eximió a los canónigos de León de contribuir con los otros ciudadanos legionenses a las peticiones y a los pechos que por fuerza o con su consentimiento les pidiese o demandase. En 1154, el futuro Sancho 111concedió al prelado palentino -y a sus sucesores-,

Alfonso VII solicitó en repetidas ocasiones ayudas económicas a la sede compostelana y directamente a su obispo Diego Gelmírez. Vista de la nave central de la catedral de Santiago de Compostela

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Sancho III otorgó al obispo y canónigos de Calahorra securitatem , mancipationem et eosdem foros que sus antecesores habían otorgado a Burgos. Vista de la catedral de Calahorra

por merced de su padre el Emperador, el privilegio de behetría en los lugares en que tuviese o pudiese tener diuisas seu hereditates y la caloña de infanzón -si aliquis pignorauerit usque ad nouem dies- dondequiera se hallase ya en la ciudad ya fuera de ella. E hizo infanzones a los canónigos de esa diócesis con todas las prerrogativas anejas. Con el consejo y autoridad de los condes y príncipes de su reino, el mismo soberano otorgó a los canónigos de Santa María de Husillos el fuero de infanzón a más de excusarles de toda clase de servicios al rey. Y en 1157 brindó al obispo y a los canónigos de Calahorra securitatem, mancipationem et eosdem foros que sus antecesores habían otorgado a Burgos. En junio de 1180 el futuro vencedor en Las Navas gració a los arzobispos, obispos y a los clérigos y sacerdotes del reino . Estableció la inviolabilidad de sus bienes muebles e inmuebles.

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Se comprometió por sí y por sus sucesores a no exigir ni pedir nada a arzobispos, obispos y abades por violencia o amenaza a no ser con su beneplácito y según lo que archiepiscopus regni mei consulet et mandabit. Y absolvió a perpetuidad a todos los clérigos y sacerdotes del país de facendera, fonsadera y cualquier otro pecho y servicios que a la Corona correspondiesen, rogando a los ministros de Dios que consagraran una oración especial cada día por su salud y luego de su muerte por la salvación de su alma y la de sus padres. Julio González conjetura que acaso este estatuto del clero fue concedido como repercusión de lo establecido por el 111Concilio de Letrán (1179). En 1191 Alfonso VIII concedió perpetua paz, seguridad, protección y tranquilidad a todas las sedes episcopales, monasterios, iglesias y a todas las casas de religiosos y a todos sus bienes muebles e inmuebles situados en Aragón, Navarra, León y Portugal. Prohibió además que fuesen allanadas las casas de religiosos y ordenó respetar el asilo eclesiástico so pena de incurrir en su indignatio, restituir in duplum lo tomado y entregarle mil áureos. Agregó además: Si uero ta/is fuerit ablator ut non habeat unde ablata in duplum restituat oculorum eruitione damnabitur. Conminó a sus vasallos y barones a mantener esta pacem et securitatem y ordenó que ninguno de ellos osara infringirlas. A comienzos de 1210 otorgó seguridades personales a los canónigos y porcionarios de Cuenca y estableció las penas de quienes les causasen daño corporal: corpus non ualeat ad auer nec auer ad corpus, et amittet proinde quicquid habuerit. En noviembre de 1190 Alfonso IX concedió a los canónigos de León el status jurídico de los infanzones a más de otros derechos. Y en las Cortes de Benavente de 1202 eximió a los canónigos de las catedrales del pago de la moneda forera.

*** Alfonso VI concedió a los clérigos de Santa María de Toledo el privilegio del fuero eclesiástico, privilegio que su nieto el Emperador confirmó en 1141 extendiéndolo a todos los clérigos del arzobispado. En él se establecía como único tribunal para tales clérigos el del arzobispo y su vicario con atribuciones para juzgar y sentenciar sobre cualquier delito o infracción por ellos cometidos. Y se ordenaba que ningún salmedina, sayón u otra autoridad civil pudiese allanar las residencias clericales ya para verificar pesquisas ya para ejercer castigos contra ellos. El mismo Alfonso VII en 1128, movido por razones espirituales de redención de sus pecados y sufragio por las almas de sus padres, concedió a los clérigos toledanos la exención de toda prestación militar. Debían sólo militar para Dios sin que fuesen obligados a otra milicia que aquella por ellos profesada, elevando al Señor sus oraciones y sacrificios por la salud del monarca y para que se le concediera la gracia de gobernar con sabiduría a su pueblo y defender poderosamente de sus enemigos a toda la Cristiandad. Eximía asimismo a tales clérigos del pago del diezmo real de sus frutos y posesiones, de tal modo que sin gravamen alguno pudieran gozar libremente de sus casas y propiedades.

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CAPITULO III LAS INSTITUCIONES FEUDO-VASALLÁTICAS

SUMARIO:l. El vasallaje. - 1. Terminología. - 2. Entrada en vasallaje. - a) Besamanos. - b) «Hominium» y pleito-homenaje.- 3. Sei'iores y vasallos. - 4. La relación vasallática. - 11. La recompensa vasallática. 1. Donaciones «pro bono et fideli servitio». - 2. Concesiones beneficiarias: prestimonios, tierras y honores. 3. Las soldadas.

Juzgo necesario comenzar declarando que la palabra «feudalismo» se utiliza muy frecuentemente con olvido de su verdadero sentido. Exceptuados los usos arbitrarios de la misma, admiten hoy los historiadores dos principales acepciones: social y política, una; jurídica, la otra. Según la primera, consagrada por Marc Bloch, puede concebirse el feudalismo como un tipo de sociedad caracterizada por un extraordinario desarrollo de los lazos de dependencia de hombre a hombre, con una clase de guerreros profesionales que figuran a su cabeza; una fragmentación extremada del derecho de propiedad; una jerarquía de los derechos sobre la tierra surgidos de tal fragmentación y que corresponde a la misma graduación de los antes citados lazos de dependencia personal; y una atomización del poder público que crea en cada país una escala de instituciones autónomas que ejercen en interés propio los poderes que normalmente corresponden al Estado y casi siempre la misma fuerza efectiva de éste. Este tipo de sociedad es el que conoció la Europa occidental de los siglos X al XIII. De acuerdo con la segunda acepción, más técnica y menos amplia que la anterior, cabe definir al feudalismo como un conjunto de instituciones que crean y rigen obligaciones de obediencia y servicio -preferentemente militar- por parte de un hombre libre llamado «vasallo» hacia otro hombre libre llamado «seftor» y obligaciones de protección y sostenimiento por parte del «seftor» cara al «vasallo», obligaciones que llevaban aneja la mayoría de las veces la concesión al «vasallo» de un bien denominado «feudo». Las dos acepciones están empero relacionadas en cuanto el «feudo» constituye, si no la pieza clave, al menos la más significativa en la jerarquía de los derechos sobre tierras y bienes diversos. El feudalismo strictu sensu, es decir, el sistema de instituciones feudo-vasalláticas, fue aún más que el feudalismo en sentido lato peculiar de los Estados surgidos de la partición del Imperio Carolingio y de los países por ellos influenciados. Dentro de Espafta sólo alcanzó una organización perfectamente definida en Catalufta. En los Estados de la Reconquista no logró

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