Textualidades (inter)literarias: Lugares de lectura y nuevas perspectivas teórico-críticas 9783968690612

Este volumen se propone abordar algunos de los desplazamientos contemporáneos de la literatura, como práctica y como noc

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Spanish; Castilian Pages 350 [360] Year 2021

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Textualidades (inter)literarias: Lugares de lectura y nuevas perspectivas teórico-críticas
 9783968690612

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Textualidades (inter)literarias Lugares de lectura y nuevas perspectivas teórico-críticas Anxo Abuín González Fernando Cabo Aseguinolaza Arturo Casas (coordinadores)

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Textualidades (inter)literarias Lugares de lectura y nuevas perspectivas teórico-críticas

Anxo Abuín González Fernando Cabo Aseguinolaza Arturo Casas (coordinadores)

IBEROAMERICANA - VERVUERT - 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Reservados todos los derechos © Iberoamericana 2020 c/ Amor de Dios, 1 E-28014 Madrid © Vervuert 2020 Elisabethenstr. 3-9 D-60594 Frankfurt am Main [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-165-3 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-047-6 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-061-2 (E-Book)

Depósito legal: M-27323-2020 Diseño de la cubierta: Eva Bajo

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro. Impreso en España

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Índice

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Sección 1. Dinámicas de la literatura y su teoría reciente Anxo Abuín González “Una obra silenciosa a la sombra del poder”: apuntes (anti/inter/trans)disciplinarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Fernando Cabo Aseguinolaza Perdidos en el espacio: los estudios literarios más allá del giro espacial. Textos, lugares, ficción y mundo. .

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María do Cebreiro Rábade Villar Literatura y filosofía. El lugar de los afectos en el pensamiento contemporáneo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Sección 2. Lo literario y lo público: matrices, escalas, intervenciones M.ª Ángeles Rodríguez Fontela Retórica y poética. Direcciones epistemológicas y actualizaciones mediáticas en la cultura contemporánea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129 César Domínguez Estudios literarios comparados y minorización: por una literatura comparada pequeña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173 Arturo Casas Lo social, lo político y lo literario. La sociología de la literatura en las coordenadas de su disgregación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215

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Sección 3. La realidad aumentada: nuevas prácticas pedagógicas y experiencia virtual María Teresa Vilariño Picos Conectados pero solos. La narrativa más allá de las pantallas. Educomunicación 3.0 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265 Antonio J. Gil González De la previrtualidad a las experiencias virtuales (EVs): una aproximación a la narrativa del medio interactivo desde los estudios intermediales comparados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305 Sobre los autores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 343 Índice conceptual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347 Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 357

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Introducción

El volumen que hemos titulado Textualidades (inter)literarias: lugares de lectura y nuevas perspectivas teórico-críticas se propone abordar algunos de los desplazamientos contemporáneos de la literatura, como práctica y como noción, tomando como punto de partida el concepto plural de textualidades. Las ideas de multiplicidad y procesualidad que hemos entendido inherentes a este último resultan especialmente propicias, a nuestro juicio, para recoger el dinamismo y heterogeneidad de una situación cultural como la presente en la que la literatura se ha descentrado —o, quizá mejor, mutado— a través una intensa apertura a ámbitos artísticos o culturales próximos, así como a soportes y medios emergentes, dando lugar a lo que muy bien puede considerarse como un nuevo contrato con lo real, en el que la ideología tiene un papel determinante. Esta situación constituye todo un desafío para quienes participamos de los estudios literarios, precisamente porque no puede desconectarse del decaimiento de la antigua centralidad cultural de la literatura en un sentido canónico ni de la crisis profunda de este ámbito disciplinario. No es de extrañar, en consecuencia, que las aproximaciones teóricas y comparadas que tradicionalmente se han ocupado de estas cuestiones se encuentren en un momento de muy aparente desconcierto y proliferen las propuestas que tratan de buscar respuestas y vías para una aproximación renovada.

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De ahí la pertinencia de un esfuerzo colectivo deseoso de sondear algunas de las facetas más significativas de esta encrucijada, que se presenta ante nosotros no ya como una mera bifurcación de senderos alternativos, sino como una constelación de planos y posiciones no necesariamente convergentes. No hay, en nuestro conocimiento, ningún otro volumen reciente en el ámbito hispánico que haya tratado de definir y abordar esta situación de una manera global. En este sentido, será este un volumen necesario, que ambiciona satisfacer una demanda de referentes para un debate que sin duda va más allá de lo estrictamente académico. Con este espíritu, el volumen aborda distintas reformulaciones de lo literario a partir de intersecciones con prácticas y textualidades teatrales y posdramáticas, filosóficas, pedagógicas o ligadas a los nuevos medios y la cibercultura. En estas indagaciones se busca profundizar en algunas nociones cruciales en la articulación actual del discurso de y sobre la literatura, como son las de intermedialidad, desterritorialización, afectos, performatividad, subjetivización, comunidad, regímenes referenciales... Se trata, pues, de pulsar con rigor un estado de cosas, pero con un afán por evitar la consideración autocomplaciente de un entorno que creemos nos define, y nos diferencia, o la indulgencia propia de las visiones melancólicas de la cultura, priorizando, por el contrario, la apertura hacia su superación y la necesidad intelectual de detectar el sentido de una dinámica emergente. El libro aspira, en último término, a la colaboración activa de quienes se acerquen a él para leerlo, para utilizarlo con propósito académico o, sencillamente, para hojearlo y tomar de aquí y de allá alguna idea. Nos sentiríamos complacidos de una lectura participativa y crítica, que hemos tratado de propiciar mediante un registro en lo fundamental ensayístico, entre otros motivos porque el volumen no pretende la exhaustividad, sino delinear, más bien, una cartografía básica que ayude a interpretar la complejidad de lo literario y de su estudio y análisis en este arranque del siglo xxi. En el subtítulo de este libro se maneja la fórmula lugares de lectura, que puede entenderse de maneras variadas. Darío Villanueva, maestro muy querido de todos quienes aquí participamos, ha recurrido a ella en varios momentos, siempre con el recuerdo de la proclamación de George Steiner de la necesidad de recuperar ciertos espacios sencillos

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—mesas con sus sillas en torno— que aseguren la posibilidad de leer literariamente. En una primera aproximación, puede entenderse como mera reacción nostálgica frente a una deriva de las humanidades que no se comparte, o incluso frente a la relativización de la vieja cultura tipográfica y de la lectura silenciosa, reposada y privada, acechada por los nuevos medios y el desbordamiento ansioso de la proliferación comunicacional semipública. No podría ser esta la inspiración de un proyecto como el que se aborda en estas páginas. Lo cierto, sin embargo, es que, en esa apuntada filiación con Steiner, Villanueva reivindica sobre cualquier otra cosa la complejidad de la lectura literaria y, en pura consecuencia, de los lectores que reclaman su soberanía y no se satisfacen con las simplificaciones o simplezas, casi siempre interesadas, de curso corriente. Es, pues, una forma de irreductibilidad en la que muchos de nosotros aún confiamos y que se sustenta sobre competencias, actitudes y prácticas que han de ser cultivadas tenazmente. Hablar de lugares implica, por otra parte, la idea de que la lectura es siempre circunstancial o, de otra manera, localizada, sea en un sentido estrictamente territorial sea en una visión más generalmente ideológica, institucional o histórica. Esto es algo que también podemos todos asumir sin rebozo, porque, como se explicará más adelante, este es un volumen que depende de una situación muy concreta y, con todas las singularizaciones que se quiera introducir, manifiesta un carácter grupal: el ser obra de un grupo de investigación marcado por el magisterio, precisamente, de Darío Villanueva en la Universidad de Santiago de Compostela. El volumen se ha organizado en tres secciones: las dos primeras cuentan con tres capítulos cada una y la tercera suma dos. Esta disposición responde al carácter de las líneas prioritarias de los desarrollos respectivos de cada capítulo, si bien será fácil detectar atenciones transversales que en ocasiones se manifiestan en el conjunto de las propuestas reunidas y otras veces comparecen en capítulos de secciones distintas, salvando así los confines entre estas. Entre esas franjas de transversalidad las hay que tienen que ver con los debates en curso sobre cuestiones epistemológicas y heurísticas, con obvia repercusión en la determinación de las disciplinas afectadas, que son bastantes más que las comprendidas en el espacio más o menos tradicional de los

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estudios literarios. Será asimismo perceptible una consideración casi generalizada sobre las plurales concreciones de lo literario en el tiempo presente. En realidad, cabe afirmar que esa mirada, desde nuestra inherente actualidad y su radical complejidad, afecta a casi todo lo que en estas páginas se atiende. El capítulo que abre la primera de las tres secciones, rotulada “Dinámicas de la literatura y su teoría reciente”, corresponde a Anxo Abuín González. En él se sitúa como punto de partida la abigarrada y presurosa situación de la teoría de la literatura durante los dos primeros decenios del siglo xxi. Atisbada su hora de gloria cada vez más lejos, en el retrovisor, la referencia actual de la teoría sería percibida por muchos observadores como descentrada y fronteriza, perteneciente a una fase vacilante entre el simple comentario ecoico sobre ciertos autores y textos canónicos posestructuralistas y un todavía incierto carácter refunda(menta)dor, anuncio posible de un paradigma más lozano, destinado a mover ejes decisivos de la teoría en cuanto disciplina. En este estado de cosas, se analizan con especial atención epistemológica, no exenta de alcance crítico, los rastros diseminados de los estudios de performance y la incidencia de los procesos sociales y culturales para una descolonización efectiva del conocimiento. El segundo capítulo, debido a Fernando Cabo Aseguinolaza, se centra en el espacio como elemento clave para entender las encrucijadas posmodernas alrededor de la idea de literatura —mundos, referencialidad, territorialidad, globalización, ficción, relato, texto— y a la vez algunas de las orientaciones actuales más proficuas e influyentes para su estudio y análisis —en especial, la geografía literaria crítica y ciertas propuestas comparatistas—, a menudo inscritas de uno u otro modo en lo que cabe ver como crítica cultural. Todo ello en coordenadas pautadas por la transdisciplinariedad de lo que ha representado el giro espacial en las ciencias sociales y las humanidades; aunque también por un patente cambio cultural: el que se liga a la creciente necesidad de geolocalización experiencial de lo cotidiano y a una especie de deseo insaciable de cartografía que permearía el propio ángulo formado por ficción y mundo para, en definitiva, leer a nueva luz, incluso para problematizarla, la antinomia entre espacio y lugar.

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María do Cebreiro Rábade Villar se centra en el análisis de la marca de la literatura sobre la obra de cuatro pensadores ineludibles de la filosofía y la estética contemporáneas, Michel Foucault, Gilles Deleuze, Alain Badiou y Jacques Rancière. Lo hace teniendo muy presente otro de los giros epistemológicos que se vienen reconociendo como decisivos en los rumbos vigentes de la teoría y las ciencias sociales, en este caso el afectivo. En su propuesta, la literatura, a menudo delimitada a un corpus no excesivamente disperso de autores (Herman Melville, Stéphane Mallarmé, Kafka, Maurice Blanchot, Samuel Beckett...), estaría detrás de algunos de los conceptos figurales que han dado forma a la producción de filósofos como los mencionados; conceptos como espacio del afuera, máquina deseante, verdadera vida o imagen pensativa, promotores asimismo de una serie de consideraciones sobre los vínculos, también explorados, entre literatura, experiencia y vida. Ya en la segunda sección del libro, “Lo literario y lo público: matrices, escalas, intervenciones”, el capítulo de María Ángeles Rodríguez Fontela examina de inicio las relaciones históricas entre retórica y poética, su interacción como disciplinas engarzadas y los modos en los que el flujo de crédito y ascendiente se deslizó en uno u otro sentido dependiendo de factores —didácticos, políticos, estéticos, filológicos, hermenéuticos y semióticos, entre otros— que el paso del tiempo activó o restringió. El segundo aspecto estudiado es la emergencia de las nuevas retóricas a partir de los años cincuenta del siglo pasado, leída en especial de nuevo a la luz de la interacción disciplinar indicada. Se describen así los modos en que las nuevas vías exploradas, sobre todo en los planos argumentativo, elocutivo e inventivo, afectaron a la dialéctica retórica/poética (ampliada esta última como teoría, incluso como estudios literarios). Y, en otro plano, también a las propias prácticas artístico-literarias y socioculturales en uso, receptivas por vía aplicada, en más de un sentido, a las investigaciones neorretóricas, según deja ver el análisis de la publicidad y el debate público. La contribución de César Domínguez comienza por subrayar las dudas terminológicas y conceptuales generadas por una etiqueta de amplia circulación en el comparatismo actual, la de literaturas pequeñas/menores, sobre todo a raíz del empleo deformador generado en 1975 por Gilles Deleuze y Félix Guattari sobre tres vértices

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(desterritorialización, politización y valor colectivo) a partir de una expresión habilitada inicialmente en 1911 por Franz Kafka con un sentido más cronológico que espacial. La entidad de la noción, no siempre atendida por la literatura comparada, es analizada con detalle en su correlación con la idea y la heurística asociada de lo que sea o pueda ser la literatura mundial. La finalidad de este operativo es muy específica y se orienta a lo que el autor describe como otra economía literaria, pues se trataría de indagar en qué medida un estatuto de legitimidad para las literaturas pequeñas podría sustentar una comprensión alternativa de la literatura mundial. La propuesta se complementa con un estudio de caso centrado en la traducción al gallego por Ramón Otero Pedrayo, en 1926, de fragmentos del Ulysses de James Joyce. Aceptado el deslinde de la literatura como hecho social, Arturo Casas plantea una revisión actualizada de las relaciones entre la sociología de la literatura y los estudios literarios, atenta asimismo al espacio amplio de la teoría política, la sociología y las ciencias sociales en su conjunto y a la percepción de lo literario y lo político en el presente. Se constatan en este plano las dificultades persistentes para una comunicación fluida entre órdenes disciplinares que tradicionalmente se han contemplado el uno al otro con recelo epistemológico y metodológico. Bajo esas condiciones, son examinadas las dinámicas de desagregación de la sociología de la literatura, debidas en buena medida a la diversificación expansiva de los estudios literarios y culturales, y se dejan anotados algunos de los principales desarrollos y agendas de lo que pudiera verse como una renovada sociología de lo literario. En paralelo, se muestran algunos itinerarios de la sociología del arte actual y los procesos de institucionalización de esta especialidad, comparados con los propios de la sociología literaria. El tercer bloque, bajo el encabezamiento “La realidad aumentada: nuevas prácticas pedagógicas y experiencia virtual”, dispone de dos capítulos. El debido a María Teresa Vilariño Picos reflexiona de inicio sobre la necesidad de que la enseñanza/aprendizaje se oriente, en los estudios literarios en general y teórico-comparados en particular, hacia una educomunicación 3.0, algunas de cuyas inspiraciones principales proceden de la pedagogía de los procesos tal como fue pensada

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por Paulo Freire y Mario Kaplún. Esta educomunicación se sustentaría en modelos horizontales, dialógicos y críticos destinados a la coparticipación de los actores educativos en foros y redes sociales a fin de beneficiarse bajo coordenadas transmediales de las propuestas de multitudes colaborativas, pendientes a la vez de esa inquietante condición sociotecnológica descrita por Sherry Turkle como coexistencia de individuos alone together. Un segundo sector del capítulo se enfoca hacia una panorámica crítica abundantemente ejemplificada de experimentación artística en la red y de narrativas transmedia, productivas ellas mismas en el espacio de una interacción educomunicativa, tanto en el plano de los sujetos participantes como en el del propio ecosistema medial que enmarca su actividad, su hacer. Sobre toda esa producción son analizadas pautas y opciones estéticas, instructivas, técnicas y pragmáticas que ponen de relieve la riqueza y la heterogeneidad del conjunto, y también su repercusión última en la cultura analógica. Por último, Antonio J. Gil González enlaza con algunos de esos mismos objetos de atención para ofrecer, desde el prisma de los estudios intermediales comparados, un análisis de la constitución y de la incipiente institucionalización de la narrativa virtual una vez sobrepasada su fase inicial, marcada por importantes avances tecnológicos y por una probada capacidad de entretenimiento, aunque no todavía por una consolidación plena como medio artístico-cultural reconocido, en especial si se compara su lugar sociocultural con el propio del videojuego. Se trata de una cuestión atravesada de nuevo por debates disciplinares, como el sostenido entre la narratología comparatista y la ludología. A este propósito, a la vez que repasa los hitos principales de las tradiciones teóricas operantes, el capítulo postula la necesidad de afinar las categorías destinadas a dar cuenta de una semiótica de la virtualidad y los modelos pragmáticos por esta implementados para comunicar el aumento de realidad posibilitado. En una segunda fase y sobre un compacto corpus de obras, se procede a testar la aplicabilidad crítica de los conceptos y categorías presentados, con atención a la experiencia virtual en sus dimensiones inmersiva, interactiva y narrativa. Los autores que participan en el presente volumen pertenecen al área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la

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Universidad de Santiago de Compostela. Todos dejan aquí constancia de la diversidad de enfoques, perspectivas e intereses que han configurado nuestro currículo académico. Desde un tronco filológico compartido, cada uno ha ido buscando el lugar desde el que aproximarse a lo literario: el comparatismo anclado en un plurilingüismo reflexivo y en una espacialidad que se asocia a una teoría de los afectos y las emociones; las relaciones entre la filosofía y la literatura, y sus implicaciones epistemológicas; la retórica entendida como una disciplina más viva y necesaria que nunca; la sociología de la literatura en diálogo con el entendimiento de los textos (y de la textualidad) en su dimensión política; los estudios interartísticos e intermediales que acogen las nuevas experiencias con los medios electrónicos y digitales... Este libro es, por tanto, una muestra del pluralismo teórico que ha definido la trayectoria de este grupo de investigación. Hace algo más de veinticinco años, Darío Villanueva coordinaba un volumen en el que se recogían artículos de los miembros de la entonces área de Teoría de la Literatura de la Universidad de Santiago de Compostela. Avances en teoría de la literatura se presentaba ante los lectores como una obra de grupo, pues, al lado de las intervenciones de Hans-Robert Jauss e Itamar Even-Zohar, estaban en ella presentes, de una u otra manera, las inquietudes de todos los profesores “compostelanos”, en aquel momento Miguel Á. Gómez Segade, Arturo Casas, Fernando Cabo Aseguinolaza, Silvia Manteiga Pousa y Montserrat Iglesias Santos. En la introducción a dicho volumen, Darío Villanueva, catedrático desde 1985, recordaba su concepción de la literatura como sistema complejo y dinámico, apelando a un proceso comunicativo en el que resulta imprescindible la cooperación del lector. Era el momento de la eclosión en España de la estética de la recepción y de las teorías sistémicas de Siegfried J. Schmidt y del propio Even-Zohar, que, desde su fundamentación fenomenológica, Villanueva alcanzó a incorporar tan bien a sus trabajos académicos. Diez años más tarde, uno de sus discípulos, Arturo Casas, coordinó para Edicións Xerais los Elementos de crítica literaria, volumen en el que también colaboraban los miembros del área (Darío Villanueva, Iria Sobrino, Anxo Abuín González, Silvia Alonso, Fernando Cabo Aseguinolaza, Iris Cochón Otero, Antonio J. Gil González, César

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Domínguez, María Teresa Vilariño Picos, María do Cebreiro Rábade Villar, Ángeles Rodríguez Fontela y Norma Rodríguez González). Este libro pretendía delimitar la crítica y la teoría literarias como un espacio de diálogo no solo con el ámbito académico, en el que ya desempeñaba un papel relevante, sino con el campo social, pero, más allá de su dimensión abiertamente pragmática, en él se prestaba atención a algunos problemas teóricos que daban continuidad a los planteados en Avances: la experiencia de la lectura, la ficcionalidad o la noción de género literario, con la vocación de presentar en cada caso un estado de la cuestión amplio y riguroso. El presente volumen se sitúa en la estela de aquellos dos hitos primeros, aspirando no ya a repetir el éxito de dos libros en muchos sentidos pioneros, sino a apreciarse como el resultado de un esfuerzo común en el que los integrantes del área hemos aportado, modestamente, parte de nuestra identidad como investigadores. El paradigma de la teoría de la literatura y la situación institucional del área (cuya denominación incluye también, desde el año 2000, la referencia a la literatura comparada, en buena medida por la insistencia de Darío Villanueva al frente de la Asociación Española de Teoría de la Literatura) se ha transformado considerablemente en estos últimos 25 años, pero lo que ha permanecido en cada uno de nosotros es la enseñanza constante del maestro, a quien tanto debemos, por ejemplo, en la defensa de una ética y un humanismo universitarios quizás ahora en declive. Del mismo modo que él lo hizo con los suyos (Enrique Moreno Báez, María del Carmen Bobes Naves, Ricardo Gullón, Claudio Guillén o Francisco Ayala), los autores de este volumen, y por supuesto sus coordinadores, queremos declarar nuestro reconocimiento y deuda intelectual con el maestro después de sus más de 40 años como profesor en la Universidad de Santiago de Compostela.

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“Una obra silenciosa a la sombra del poder”: apuntes (anti/inter/trans)disciplinarios1 Anxo Abuín González

Cuando pensábamos que estábamos seguros nos dimos cuenta de que el suelo se empezó a mover (o ya se había movido). György Lukács [Concebimos] la ciencia literaria como un área interdisciplinar, urgida por la exigencia de su aplicabilidad a la docencia y el análisis de los textos, necesitada de la máxima coherencia y simplicidad en sus planteamientos como rechazo del narcisismo teorético y la eutrapelia metalingüística que tanto ha perjudicado su credibilidad. Pero si una de esas concepciones destaca entre las demás [...], esa es sin duda el pluralismo. Darío Villanueva

1. Preámbulo innecesario: la teoría (y su crisis) Me incorporé a la Universidad de Santiago de Compostela ya cerca del fin de siglo. En ese momento, en nuestra área, entonces de Teoría de la Literatura, que estaba sometida a los continuos ataques o, en el

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Esta publicación se enmarca en las actividades del proyecto de investigación PERFORMA. El teatro fuera del teatro. Performatividades contemporáneas en la era digital (FFI2015-63746-P) (2016-2019), financiado con una ayuda del Ministerio de Economía y Competitividad  y cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) correspondiente al marco financiero plurianual 2014-2020.

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mejor de los casos, a las ironías de nuestros compañeros docentes de literatura española (y en general de las otras filologías: he llegado a escuchar de una colega que los profesores de teoría no formábamos, sino que deformábamos a los alumnos), nos sentíamos unos privilegiados por poder hablar en nuestras clases de las tendencias teóricas que habían marcado la historia del pensamiento literario del siglo xx: los distintos formalismos, el marxismo, el psicoanálisis, la hermenéutica, la deconstrucción, las teorías de la recepción o las teorías (poli) sistémicas, que entonces se veían como una novedad enorme... En 1994 se publicó el volumen que tanto nos ayudó a los profesores en aquellos años, Avances en teoría de la literatura, coordinado por Darío Villanueva, que, además de los trabajos de los compañeros del área, recopilaba dos aportaciones de Itamar Even-Zohar y Hans-Robert Jauss. Es de justicia recordar también el valor de otros libros que nuestros alumnos ya leían entonces: la extraordinaria Teoría del lenguaje literario, de José María Pozuelo Yvancos (1988) o el Curso de teoría de la literatura, editado por Villanueva (1994) desde la colección que dirigía en Taurus, un volumen en el que contaba con la colaboración de destacados catedráticos de nuestra área.2 Me recuerdo, en 1998, preparando el concurso para mi titularidad y participando en un programa de doctorado en Teoría de la Literatura, el primero en España, en el que impartían aulas algunos de los mejores especialistas en diversos campos, de Claudio Guillén a Walter Mignolo. Me veo entonces leyendo la reflexión de Jonathan Culler, traducida poco después por la editorial Crítica, sobre el papel de la teoría: So what is theory? Four main points have emerged. 1. Theory is interdisciplinary — discourse with effects outside an original discipline. 2. Theory is analytical and speculative — an attempt to work out what is involved in what we call sex or language or writing or meaning or the subject.

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No hago ahora recuento de otras aportaciones, que de algún modo están presentes en el último capítulo del panorama descrito por el propio Pozuelo Yvancos (2011) años más tarde.

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3. Theory is a critique of common sense, of concepts taken as natural. 4. Theory is reflexive, thinking about thinking, enquiry into the categories we use in making sense of things, in literature and in other discursive practices (Culler 1997: 14-15).

Esa “Gran Teoría”, en terminología de Quentin Skinner (1988), con mayúscula y sin adjetivos que distrajesen al lector, llevaba a los alumnos a plantearse las grandes preguntas del conocimiento de una realidad literaria que aún parecía estable. En 1997, Siegfried J. Schmidt urgía incluso al reconocimiento de algunas verdades irrefutables sobre lo literario: a) la correspondencia de un estudio de los textos aislados con su contexto y con su sistema literario; b) la idea de que el significado de los textos sobrepasa el nivel ontológico y se abre al dinamismo de una interacción sociocultural con los lectores; c) la comprensión de la noción de literatura como efecto de complejos procesos de canonización (con consecuencias sociales, culturales e ideológicas); o d) la adscripción de la misma labor teórico-crítica al sistema literario, quedando sujeta a las normas, objetivos e intereses sistémicos que también determinan el acontecimiento creador. La idea de base asociaba tres líneas de relevancia similar: 1) una relativización del objeto de estudio, 2) una discusión de carácter epistemológico sobre lo que es una teoría y 3) una reflexión detenida sobre la improbabilidad de realizar una tarea aséptica en el ejercicio teórico. Poco podía yo saber que en las palabras de Schmidt asomaba el fantasma (perfectamente visible) de una crisis. La edad de oro de la teoría —su “hora de gloria”, que diría Antoine Compagnon (1998)— estaba llegando ya a su fin, o tal vez ya lo había hecho mucho tiempo atrás sin que nos diéramos cuenta, dada la pérdida de peso de la obra literaria y la generalización de una idea más liviana de literatura expandida, en la que cabían también el cine o los incipientes medios electrónicos. Recién iniciado el siglo xxi, Terry Eagleton publicaba su ensayo After Theory, por cuyas páginas desfilaban, con un gran sentido crítico y un extraordinario sentido del humor, aquellos que, desde tiempo atrás, hablaban de la muerte de la teoría, la post-theory, la counter-theory, la anti-theory... En ese libro se asociaba esa edad de oro con los Roland Barthes, Michel Foucault, Raymond Williams, Pierre Bourdieu, Julia

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Kristeva, Jürgen Habermas o Edward W. Said, autores cuyo trabajo se había prolongado en el de algunos epígonos de interés desigual (aunque en muchos, sin duda, se percibía ya el ruido de un terremoto epistemológico). La formulación de Eagleton era radical: las grandes teorías ya no son marcos atractivos, pues hoy solo interesan el sensacionalismo de asuntos como “el vampirismo o el arte de sacarse los ojos, los cyborgs o las películas pornográficas” (2005: 14). Los estudios culturales y la extensión de un posmodernismo irreflexivo son para él los responsables de esta preocupante (sobre todo, sin duda, para un marxista) quiebra epistemológica: “En los viejos tiempos, el rock era una distracción de los estudios, ahora podría ser perfectamente lo que uno está estudiando. Las cuestiones intelectuales han dejado de ser un asunto para encerrarse en una torre de marfil y han pasado a pertenecer al mundo de los medios de comunicación y las grandes superficies comerciales, los dormitorios y los burdeles” (2005: 15). Los “jóvenes turcos” miran ensimismados el incesto, el ciberfeminismo, el “fetichismo de los pies” o la “historia de la bragueta” como materiales dignos de atención, en detrimento de las verdades universales expresadas en los grandes clásicos. Hay mucho de parodia en este divertidísimo libro de Eagleton, pero también encontramos una buena reflexión sobre qué estudiar (qué se estudia y qué conviene estudiar) en nuestros días, cuando ya se han producido algunos desplazamientos o deslizamientos muy relevantes: de la Verdad a las múltiples verdades, de los metarrelatos a la perspectiva caleidoscópica de las “pequeñas” historias, de lo abstracto a la vida real o cotidiana en sus diferentes manifestaciones, de la información sobre el mundo al mundo como información (y entretenimiento), de la élite a la cultura popular... La teoría se ha convertido, así, en el discurso nostálgico y conservador de “simplemente un montón de hombres inmaduros y emocionalmente impedidos comparando la longitud de sus polisílabos” (2005: 66). En realidad, Eagleton contaba con antecedentes notables en su crítica a la teoría literaria contemporánea, autores con el mismo lenguaje ácido y, por así decirlo, insidioso. Estoy pensando en Camille Paglia y en el último capítulo de su libro Sex, Art, and American Culture (1992), de título bien significativo: “Junk Bonds and Corporate Raiders: Academy in the Hour of the Wolf ”, un ataque directo contra

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la difusión de la escuela francesa en las universidades norteamericanas. Algunas perlas no tienen desperdicio: Lacan, Derrida, and Foucault are the perfect prophets for the weak, anxious academic personality, trapped in verbal formulas and perennially defeated by circumstance. They offer a self-exculpating cosmic explanation for the normal professorial state of resentment, alienation, dithery passivity, and inaction. Their popularity illustrates the psychological gap between professors and students that has damaged so much undergraduate education. The disciples of Lacan, Derrida, and Foucault are ignorant: ignorant of nineteenth-century intellectual history, which originated and developed their arguments, and ignorant of America, which leapt far beyond European thought from the moment we invented Hollywood (Paglia 1992: 211). Our French acolytes, making themselves the lackeys of a foreign fascism, have advertised their intellectual emptiness to the world. In America, deconstruction is absurd, since we have never had a high culture of any kind. Far from being overliterate, we are still preliterate, accentuated by an image-dominated popular culture that was the all-embracing paideia of my generation (215). We didn’t need Derrida: we had Jimi Hendrix. In the blazing psychedelic guitar work of this black genius, time, space, form, voice, person were deconstructed (216). The academic popularity of Foucault, Lacan, and Derrida was produced by the poor educational preparation of American humanists, who appear to have slept through college (227).

Paglia, que tanta influencia tendría en feministas tan incómodas y polémicas como Virginie Despentes, es excesiva en sus embestidas, que deben entenderse en el circo de lo políticamente incorrecto. Pero detrás de estas salidas de tono se esconde además una denuncia del mercado universitario, más preocupado por domesticar la realidad y por prolongarse en el tiempo que por establecer el marco de un pensamiento auténtico que no sea superficial, ni dogmático, ni rutinario, ni condicione al profesor en su deseo por alcanzar un puesto de trabajo estable o por desarrollar una carrera de éxito:

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Anxo Abuín González The theory years were pure sloth, a pig-rut of pretension and megalomania. In this disgraceful academic scandal, we have people dismissing science and psychology who know nothing of science or psychology; people spouting politics who know nothing of political science or history; people claiming to do anthropology who know nothing of anthropology; people throwing around philosophical terms who know nothing of philosophy. For the first time ever, we have pedantry without learning (Paglia 1992: 240-241).

Paglia recomienda a los alumnos universitarios que vuelvan a leer a los clásicos y que no se dejen embaucar por los “bonos basura” teóricos. Judith Halberstam, por su parte, en su magnífico The Queer Art of Failure (2011), defendía, a partir de una lectura de Stuart Hall aplicada a productos de la cultura popular (en particular, a los dibujos animados de las compañías Pixar o Dreamworks), la necesidad de acercarse a una “low theory” más creativa, cooperativa, sorprendente y, desde luego, nuevamente subversiva (anarquista, diría ella) desde el punto de vista transdisciplinario; por ejemplo, en su sorprendente reivindicación del error como mecanismo de conocimiento, en contra de los ideales cartesianos de “rigor”, “excelencia” y “productividad” de los que tanto hablaba Jean-François Lyotard (1991) a propósito de la dimensión globalizada del saber en tiempos posmodernos: “In place of the ‘all-encompassing and global theories’ that the university encourages, Foucault exhorts his students to think about and turn to ‘subjugated knowledges,’ namely those forms of knowledge production that have been ‘buried or masked in functional coherences or formal systematizations’” (Halberstam, 2011: 11). Podrían añadirse aún algunos otros testimonios sobre la incomodidad que produce una Teoría demasiado apoltronada en la academia, como los de Judith Butler (2004) o Jacques Rancière, cuyo Le Maître ignorant (1987) debería ser lectura inicial de cualquier curso universitario. Como ha señalado Vincent B. Leitch (2005, 2014), el universo de la teoría de la literatura como disciplina académica se ha vuelto hoy inmanejable, pues ha adoptado una forma posmoderna que se esconde a sí misma en el caos, la desorganización o la disgregación en múltiples subáreas (véanse los 106 ítems que componen su mapa, en

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2014, figura 1). Tampoco hay nada de revolucionario o vanguardista en su práctica. Hoy no está de moda escribir manuales de teoría de la literatura. De los pocos que he conseguido rastrear (es cierto, casi exclusivamente en el ámbito anglosajón) con ese nombre, apenas una docena se limitan a plantear siempre las mismas y consabidas cuestiones o a bosquejar una historia de la disciplina y sus principales contribuciones al pensamiento universal, como si el futuro de la teoría fuese su mismo pasado (Warminski 2006, Castle 2013).3 La mayoría no se hace eco necesariamente de esa crisis, pero muchos se instalan en un evidente tono melancólico o elegiaco. Entre las excepciones, destacan en especial el volumen de Jane Elliott y Derek Attridge (2011), cuya introducción lleva el significativo subtítulo de “Theory’s Nine Lives”. Puede leerse también el epílogo del manual de Paul H. Fry (2012), de epígrafe transparente: “Who Doesn’t Hate Theory Now?”. En el de Hans Bertens (2011) se apunta al nacimiento de una(s) nueva(s) teoría(s) que no sugiere(n) certezas ni verdades: “On the contrary, in its struggle against systematization, unity, permanence, knowledge, sameness, purity, and other instantiations of repression, Theory found and privileged indeterminacy, fluidity, fragmentation, hybridity, alterity, and similar intellectual weapons” (2011: 34).

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Pueden encontrarse también soluciones ingeniosas, como la de Pelagia Goulimari (2015: 310-339), cuyo manual incluye un densísimo capítulo final sobre “poststructuralist deviations” (feminismos, poscolonialismos, subalternidad e hibridación). En el companion coordinado por David H. Richter (2018), de gran interés, se alterna una visión tradicional con otra más comprometida con la diversidad disciplinaria actual, en especial en las partes IV (“The Politics of Literature”), V (“Identities”), VI (“Bodies and their Minds”) y VII (“Scientific Inflections”, con aproximaciones a la ecocrítica y al poshumanismo cibernético).

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Si el siglo se abría con la publicación de un companion especialmente ambicioso, The Norton Anthology of Theory and Criticism, editado por el mismo Leitch (2001), en el que todavía se percibe el rastro de una teoría hegemónica y monumentalizada,4 enseguida se produjo el estallido de una réplica demoledora con la aparición de

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“There are very good reasons that, as Jonathan Culler observes, contemporary theory now frames the study of literature and culture in academic institutions. Theory raises and answers questions about a broad array of fundamental issues, some old and some new, pertaining to reading and interpretive strategies, literature and culture, tradition and nationalism, genre and gender, meaning and paraphrase, originality and intertextuality, authorial intention and the unconscious, literary education and social hegemony, standard language and heteroglossia, poetics and rhetoric, representation and truth, and so on” (Leitch 2001: 28).

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una antología iconoclasta de gran impacto (que Leitch no tardaría en tildar de “biblia de la antiteoría”, junto a otras aportaciones de distinto calado, como los libros de John Ellis o David Horowitz, particularmente The Professors: The 101 Most Dangerous Academics in America, 2006). Su título fue Theory’s Empire. An Anthology of Dissent, y en su introducción-manifiesto, los editores, Daphne Patai y Will H. Corral (2005), describen la disciplina como represiva y alienante, antes de plantarse en una postura rigurosamente antiteórica: no existe eso que llamamos Teoría; solo hay aproximaciones (“approaches”) parciales y válidas para algunos textos, siempre predeterminadas para el análisis por los prejuicios teóricos de cada autor, según aquella fórmula enunciada por Frank Lentricchia: “Tell me your theory and I’ll tell you in advance what you’ll say about any work of literature, especially those you haven’t read” (2002: 31). Son aún menos los volúmenes que se atreven a dar alguna solución para este impasse quizás definitivo de la teoría de la literatura. Amanda Anderson, que considera que la teoría es actualmente “abstract, irrelevant, or elitist” (2006: 3), aboga por un giro ético que se sitúe en la estela de Habermas o Emmanuel Lévinas, o de los estudios del afecto al estilo de Isobel Armstrong, en sus sucesivas entregas sobre la literatura victoriana, desde The Radical Aesthetic (2000). En el volumen coordinado por Mathias Nilges y Emilio Sauri (2013) se parte también del apocalipsis de la teoría, tras el que solo se puede volver a la defensa de la autonomía de la literatura (los “fundamentales”, las grandes cuestiones, el énfasis en la lectura crítica...; quizás el libro de Compagnon [1998], que entiende la teoría como cuestionamiento polémico de cualquier “idée reçue”, sea un buen ejemplo de esta vía) o a los análisis materialistas (el estudio de la vida de la literatura en el contexto social y político). La misma dualidad, o casi, es planteada por Rita Felski (2008 y 2015), editora durante muchos años de New Literary History, en este caso entre el replanteamiento de una “hermenéutica de la sospecha” que dé prioridad a lo que de único e inefable hay en lo literario y el encuadramiento (“instrumentalista”, diría Attridge) de la literatura en el terreno de lo ideológico (el mundo social); aunque en realidad Felski acaba por defender la vigencia de la fenomenología de la experiencia (lo intersubjetivo, la primera

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persona, los escritos confesionales, los testimonios...) en el estudio de los fenómenos literarios. Ya para finalizar este epígrafe, hagamos un breve viaje al pasado, seguido de una vuelta al presente más inmediato. En 1998, JeanMichel Rabaté publicaba un libro que me parece indispensable para tratar estas cuestiones, The Future of Theory. En él entendía la teoría como una tarea urgente e inexcusable a la que la academia no podía dar la espalda. Para lograr su resurrección, Rabaté proponía en sus conclusiones algunos campos de estudio (“proyectos”) que pueden orientarnos en el laberinto (y discúlpese la extensión de esta cita): 1 The New Arcades Projects, from Benjamin to new materialisms and new historicisms applied to various cultural landscapes: a history of material culture is still in the making with new privileged objects (clothes, hair, body parts, ornaments, excrements, monuments). 2 Technological criticism: the endlessly productive interactions between the human and machines, aesthetics of the technological sublime, virtual realities and possible worlds, Virilio’s dromologies, Kittler’s recording machines, the digital ticking linking cybers and ciphers. 3 Diasporic Criticism: migrations and literature, studies of displaced groups and emerging communities, with a focus on the notions of “home” (Rosemary George) and foreignness, leading to Globalization Studies assessing the transformations of the old nation-states and their literary versions, from transnationalisms (like new idioms and currencies in European Community politics or the dissemination of religions in postcolonial Africa) to returns to nationalism, with sites of resistance and new utopias. 4 Ethical criticism with a focus on revisions of sexual difference: from the ethics of otherness in sexuality, politics, and literature (Lévinas, Lacan, Irigaray), to bioethical criticism in the context of post-humanism and to legal studies seeing not only the law as narrative but as a clash between the law and justice (Derrida), including issues of copyright and moral authority. 5 Testimonial Studies, taking trauma, genocide, and torture (Elaine Scary) as limit-points from which one may try to map collective histories, archives, or half-erased personal traces of unspeakable sufferings. 6 Genetic Criticism and new textual studies: from drafts, archives, editions (Jerome McGann and European Geneticists) to hypertextual

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studies, new research configurations generated by the critical hypertexts and interactive CD-Roms of canonical books; theories of the post-history of the book: what remains of the traditional institutions of literature (prizes, bookstores, email distribution centers) in the age of the ebook. 7 Science-and-Text Studies: literature and chaos theory, fractal theory, catastrophe theory, complexity theory, Borromean knots, Lacanian mathemes, Gödelian theorems applied to literary formalization (Plotnisky, Vappereau). 8 “Hauntology” or Spectral Criticism (Wolfreys), pushing deconstruction closer to its religious limits, producing a clash between intertextuality and the “sacred”, from the issue of the unspeakability of God’s name to the question of returns to fundamentalisms as threats to literature’s autonomy (Rushdie). 9 Hybridity studies: whiteness, yellowness, and blackness as constructs, color as projection of unconscious linguistic patterns, racism and the narcissism of small differences as reflected and deflected by literary studies, sociology, and psychoanalysis (Žižek). 10 Translation studies, from biblical studies to Antoine Berman’s groundbreaking categories, moving from practical studies of cases to general definitions of style, language, intertextuality; the budding science or “techne” of traductology appears as a promising domain of investigation for literary theory (2002 147-148).

Volvamos al ahora. En 2016 se publica el importante volumen Theory Matters. The Place of Theory in Literary and Cultural Studies Today, coordinado por Martin Middeke y Christoph Reinfandt, donde encontramos un artículo imprescindible de J. Hillis Miller titulado “Comes the Revolution” (2016: 17-32). Partiendo de las palabras de Michel Foucault (2001: 103-104) sobre la escritura “teletecnológica” como pictográfica (o jeroglífica) y no fonético-alfabética, Miller urge a la teoría de la literatura a enfrentarse con un nuevo lenguaje retórico al desafío que plantean los nuevos medios: la televisión, los videojuegos, Facebook, Netflix, iPhones y todo tipo de pantallas, porque solo de esa manera se recuperará el papel de la disciplina como instancia de observación e interpretación del presente, dominado irremediablemente por la esfera de lo audiovisual (Rodowick 2014. Es lo que pretende, en cierto modo, Markku Eskelinen (2012 al barajar la

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posibilidad de crear un nuevo campo disciplinario, la New Media Literary Theory, en la intersección entre la teoría literaria, la narratología, los game studies (la ludología) y los estudios cibertextuales (al estilo de Espen Aarseth), con el fin de dibujar una auténtica poética de lo digital.5 Ahí tenemos aún, sin duda, una gran (y difícil) tarea por delante. 2. Movimientos (anti/inter)disciplinarios: de los estudios culturales a los estudios de PERFORMANCE Se ha afirmado repetidas veces que en nuestros tiempos la teoría de la literatura se ha vuelto excéntrica (se ha colocado “fuera del centro”, actúa “con un centro diferente”), pues su fundamento se busca desde hace mucho, sin mediación alguna, en los espacios intersticiales de la confluencia con otras disciplinas. En este volumen hay muestras abundantes de este cambio; por ejemplo, en la continua remisión a los considerados grandes autores del pensamiento filosófico. Si bien es difícil encontrar manuales de teoría de la literatura propiamente dichos (y no hablo ahora de los readers, tan comunes en el uso académico), es más frecuente la publicación de “lecturas literarias” de los filósofos de referencia: Gilles Deleuze, Giorgio Agamben, Emmanuel Lévinas, Alain Badiou, Michel de Certeau... Los teóricos de hoy en día trabajan en el comentario de estos autores como medio de iluminar la realidad literaria, pero sin que de ese ejercicio emane un ordenamiento teórico estricto. Esta preferencia por los territorios híbridos se manifiesta de múltiples maneras. Otra de ellas es la intermedialidad o, en su modalidad más cercana a lo audiovisual, la transmedialidad. En realidad, los

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Siempre con un cierto espíritu ecléctico y pluralista: “The scope of this project is much less ambitious than it may sound. Even though one of the main thrusts is to revise, expand, and integrate theories in several scholarly fields, the aim is not to construct yet another grand theory, but to make several small steps away from the doxa of the day, mostly by following and being guided (and constrained) by an eclectically and pragmatically selected variety of empirically verifiable counterexamples” (Eskelinen 2012: 5).

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estudios culturales, casi a la manera de un “travelling concept” (Bal 2002, Neumann y Nünning 2012), han contribuido, en su constante renacer, a avivar el debate interdisciplinario sobre las nuevas identidades literarias del principio de siglo facilitando a los investigadores un lenguaje común, aunque no demasiado explícito. Su operatividad ha sido diferente según periodos, procedencias y tradiciones, pero es indudable que desde ese marco teórico (en un ejercicio de tráfico disciplinario, como diría Mieke Bal) se ha ayudado a problematizar una realidad hasta entonces tenida por demasiado uniforme y a valorar y organizar determinados fenómenos que, de otro modo, hubieran permanecido en la oscuridad más absoluta. La literatura es un medio que comparte rasgos “intermediales” con otros medios, que puede trasponerse a otros medios, que toma prestados materiales y técnicas de otros medios, que se combina con otros medios, que habla de ellos y forma parte de continuos procesos de remediación (Wolf 2011). Pero esta realidad hace también imprescindible abordar la idea de medialidad atendiendo a la especificidad de los medios de comunicación tratados tanto desde una perspectiva tanto formal como institucional. En general, se ha entendido que la cultura de los medios ayuda a dibujar el paisaje de la vida cotidiana, proporciona materiales para perfilar identidades, sentimientos de clase, etnia o raza, de nacionalidad o género, y crea nuevos modelos sociales para los individuos (Kellner 1995). Se esconde en todo lo dicho un impulso antidisciplinar que niega la posibilidad de ajustarnos a unas reglas que gobiernen un conjunto determinado de miembros o submiembros. Igual que los estudios culturales, y muy posiblemente influidos por ellos, los estudios de performance constituyen otro campo expandido que ha sustituido o incluso borrado la idea de un análisis propiamente dramático-teatral, entendiendo este desde una perspectiva canónica y cerrada. Marvin Carlson (2011) ha estudiado el cambio de paradigma en lo que se refiere al abandono del examen de los grandes autores, al desprecio del canon o de la tradición europea más colonial y excluyente, o incluso a la organización académica de las universidades, sobre todo en el ámbito anglosajón. En ese contexto puede entenderse mejor, por ejemplo, el papel de un autor como Richard Schechner, el auténtico patriarca de los

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estudios de performance. Desde su revista, la Tulane Drama Review (luego rebautizada como The Drama Review, actualmente dirigida por Bonnie Marranca), a través de su intensa labor como catedrático (en el Departament of Performance Studies de la New York University, fundado en 1980 en sustitución del Graduate Drama Department) o como director de escena de The Performance Group en los sesenta, Schechner dio un nuevo empujón a los estudios teatrales, prestando una atención casi exclusiva a las vertientes más experimentales e introduciendo nuevas perspectivas multidisciplinarias e intermediales que desembocaron en la creación de los Performance Studies. En palabras de Carlson: Performance studies’ contribution to a growing interest in contextualization, as with internationalism and democratization, was not so much a reset of performance originating new orientation, but rather of performance providing theoretical insights, strategies, and methodologies which were critical in aiding the more conservative field of traditional theatre studies to absorb and utilize this new orientation (Carlson 2011: 20-21).

Schechner concibió los estudios de performance, en oposición a la estética en cuanto a la disciplina (“I reject Aesthetics”, 1973: vii), como una nueva orientación que de alguna manera sustituía el paradigma (teatral) semiótico y se anclaba, adelantando el posterior giro performativo en las artes contemporáneas, en el rechazo de la que Jacques Derrida llamaba la escena teológica, dominada por la voluntad de la palabra.6 Se trataría de “expulsar a Dios” de la escena, de asesinar al Amo a través de un juego glosopoiético que devolviera la diafanidad

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“La escena es teología en tanto que su estructura comporta, siguiendo a toda la tradición, los elementos siguientes: un autor-creador que, ausente y desde lejos, armado con un texto, vigila, reúne y dirige el tiempo o el sentido de la representación, dejando que esta la represente en lo que se llama el contenido de sus pensamientos, de sus intenciones y de sus ideas. Representar por medio de los representantes directores o actores, intérpretes sometidos que representan personajes que, en primer lugar mediante lo que dicen, representan más o menos directamente el pensamiento del ‘creador’” (Derrida 1989: 343).

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primitiva a la palabra o de trabajar en el gesto y en el cuerpo para liberar la representación de su clausura. Los estudios de performance se constituyeron así no solo en una disciplina abierta (o antidisciplinar), sino en un proyecto “inacabable” en su atención a cualquier comportamiento individual o comunitario propio de la vida social o cultural (prácticas de lo cotidiano o lo festivo, juegos, rituales, exposiciones, actividades políticas, folclore, circo, music-hall...), siempre con una finalidad ética, pues el estudio de la performance debiera en última instancia “enseñar a vivir” (Dolan 2005: 167-172). Schechner (2002: 4) siempre ha apostado por la necesidad de atender a todos los aspectos de un mundo cada vez más performativo sin sentir preocupación por acomodarse a los márgenes estrictos de una única disciplina. Los estudios de performance, configurados en paralelo a las actitudes posdramáticas (claramente antiteóricas), son, por tanto, abiertos, diversos y múltiples en temas, métodos y objetos de estudio: “It is a field without fences. It is ‘inter’ — interdisciplinary, intercultural, and (I hope) interesting. To be ‘inter’ is to exist between, on the way from something toward something else. Being ‘inter’ is exploring the liminal — participating on an ongoing workshop” (2002: ix; cfr. 24-25).7

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“Performance studies is open, multivocal, and self-contradictory. Therefore, any call for a unified field is, in my view, a misunderstanding of the very fluidity and playfulness fundamental to performance studies” (Schechner 2002: 25). Los performance studies se manifiestan como un campo expandido en continua mutación. En su modalidad más extrema podemos situar la practice as research como propuesta académica de carácter absolutamente antiteórico, sustentada en la idea de que las artes son medios de transmisión de conocimiento e incluso, en su hacer-pensar, disciplinas epistemológicamente competentes (Nelson 2013). Por otra parte, desde el principio Schechner define los estudios de performance a partir de su objeto de estudio: el comportamiento. El origen de su método es además antropológico, con una notable deuda hacia Victor Turner y su concepto de drama social o de liminalidad (Schechner 1985, 2002: 17-18), pero en su trabajo está asimismo presente la huella de Erving Goffman, Kenneth Burke, Jacques Lacan, J. L. Austin, Gregory Bateson, Jean-François Lyotard y un sinfín de autores cercanos a la epistemología posmoderna.

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No estará de más evocar aquí la conexión del fragmento citado con pensadores de lo fronterizo como Joseph Roach o Homi Bhabha. Del primero (1996) toma Schechner la noción de intercultura (Roach habla también de interdisciplina o posdisciplina),8 pero aquí está también el intersticio como un espacio de reflexión crítica, o la referencia a esos espacios “entre-medio” (in-between) como configuradores de nuevas “estrategias de identidad singular o comunitaria” (Bhabha 1994: 18) liminales o híbridas que a su vez se sitúan en el terreno de lo contestatario y lo subversivo.9 En una de las aportaciones más sobresalientes de los estudios de performance, Jon McKenzie (2001) defendió que los paradigmas disciplinarios se constituyeron en una formación “onto-histórica” de poder y conocimiento dominada por lo que él, en clara referencia a Jacques Derrida (y a su papel-máquina), denominó máquinas de lectura (lecture

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Jannelle Reinelt y Joseph Roach (1992) ven en el nacimiento de los estudios de performance el impacto de la “culture war” y de la “explosión teórica” de los años setenta y ochenta, cuando convergieron distintas líneas de pensamiento teórico procedentes, en su mayoría, de Europa y la distinción entre las disciplinas comenzó a colapsarse. Cfr. Jackson (2000) y Dolan (2001: 70-79). En el prólogo de Schechner al volumen coordinado por Stucky y Wimmer (2002), puede rastrearse esta filiación interdisciplinaria: “There is no fixed canon of works, ideas, practices, or anything that defines or limits the field [...]. Performance studies enthusiastically borrows from other disciplines. There is nothing that inherently ‘really belongs to’ or ‘really does not belongs to’ performance studies” (x). Así lo confirman otros trabajos más recientes, como los de Simon Shepherd y Mick Wallis (2004: 102-115) y Andy Lavender (2016). Por su parte, Erika Fischer-Lichte (2014: 14-16) prefiere ver los estudios de performance como una evolución natural y armónica de los estudios teatrales. Véase también el libro de Shannon Jackson (2004) en diálogo con las palabras de Marjorie Garber: “Differentiation is one strategy that disciplines employ to protect themselves against incursion and self-doubt. But how about the opposite strategy..., emulation, imitation, envy?” (Garber 2001: 57). Garber desarrolla en el capítulo segundo esa “codicia del vecino” (66), también en los estudios literarios, como puerta abierta a los excesos de la interdisciplinariedad, entendida como el simple uso de herramientas de una disciplina por otra. Jackson vincula la ambigüedad metodológica de los estudios de performance con el propio objeto de estudio: “The vagaries of the interdisciplinary encounter are compounded by the vagaries of the term performance” (2004: 11).

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machines), que condicionan nuestra manera de leer el mundo.10 McKenzie echaba mano de Jean-François Lyotard (y de su concepto de performatividad, entendido como legitimación del saber a partir de su eficiencia o rendimiento en términos de mercado) para encuadrar la necesidad de introducir otros relatos que no apelasen al consenso como discurso totalizador: los campos de investigación se desplazan y se mezclan, los conocimientos comienzan a reordenarse y los sujetos imponen nuevas competencias e identidades, fragmentarias, inestables, pero también enérgicas y resistentes. Desde el Instituto Hemisférico de Performance y Política (el Hemi), fundado en 1998 en la New York University, Diana Taylor ha expandido los estudios de performance al ámbito latinoamericano intentando responder a cuestiones que ya se planteaba en uno de sus primeros volúmenes: “How do theories, literary schools and models, and intellectual currents travel from one sociopolitical context to another? How do ‘foreign’ ideas impact on a culture? How are cultural influences assimilated or how do they displace autochthonous traditions?” (1994: 1).11 En su libro más importante hasta la fecha (The Archive and the Repertoire. Performing Cultural Memory in the

10 “At the most concrete level, discursive performatives and embodied performances are forms of knowledge that challenge forth the world according to different relations of force [...]. At the turn of the twenty-first century, the paradigms are coming in contact more and more, and as their citational networks become hyperlinked, their respective performatives and performances break apart and recombine in a highly charged, highly pressurized milieu” (McKenzie 2001: 194-195). Para calibrar la importancia del libro de McKenzie, véase Shepherd y Wallis (2004: 112-114). 11 O a otras de más calado, que avanzan mucho de lo que se discutirá en el siguiente epígrafe: “Did ‘theatre’ necessarily conjure up classical notions of a mimetic art, based on a written text, represented in a special, separate space to delight and instruct an exclusive, generally economically privileged, audience? This disciplinary rigidity has rapidly lost valence over the past three decades, undermined by revolutionary and liberation movements in Latino America and the onset of postmodernism, feminism, and cultural studies. Moreover, the generic limitations are particularly problematic for our communities because they are tied into our history of colonialism, gender inequality and racism” (Taylor 1994: 10).

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Americas, 2003), Taylor adopta la metodología decolonial latinoamericana para reivindicar la performance como un medio para transmitir conocimiento y para construir una reflexión sobre la memoria y la identidad que acepta la quiebra disciplinaria como punto de partida: “Civic obedience, resistance, citizenship, gender, ethnicity, and sexual identity, for example, are rehearsed and performed daily in the public sphere. To understand these as performance suggests that performance also functions as an epistemology” (2003: 3). Para ella, como para Bal, el concepto de performance viaja de un lugar a otro con el fin de configurar un marco epistemológico desde el que entender mejor al Otro: “Performance carries the possibility of challenge, even self-challenge, within it [...] connoting a process, a praxis, an episteme, a mode of transmission, an accomplishment, and a means of intervening in the world” (Taylor 2003: 16). Gracias a su carácter interdisciplinario, los estudios de performance permiten poner en juego un conglomerado de disciplinas para repensar el mundo de otra manera. Taylor se ha preocupado, en su ya larga trayectoria, por desestabilizar las nociones tradicionales de cultura, arte y teatro, rechazando los elementos institucionales que apoyan una visión del mundo represiva, jerárquica y heteropatriarcal y, por lo tanto, enmarcándose en lo que algunos han venido llamando epistemologías del Sur. 3. Movimientos transdisciplinares: epistemologías (filosofías) del Sur En el ámbito discursivo de intersección entre identidades del que habla Bhabha (el tercer espacio), pero también como una secuela de la crisis de los metarrelatos, podemos localizar las epistemologías del Sur, según el término de Boaventura de Sousa Santos (2009), o las filosofías del sur, así llamadas por Enrique Dussel en una de sus contribuciones más célebres (2014). Estas desean implantar métodos de conocimiento alternativos a los que se proponen desde una homogeneización eurocentrista (capitalista y colonial) absolutamente falseadora y empobrecedora. Se trata de una reacción en contra de la inexistencia intelectual de un mundo y a favor de la emergencia de un “cosmopolitismo

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subalterno” o de una ecología de saberes basada en una visión del mundo proveniente del Otro: el Sur se concibe aquí metafóricamente como un conjunto de desafíos epistemológicos “que procuram reparar os danos e impactos historicamente causados pelo capitalismo na sua relação colonial com o mundo” (Santos y Meneses 2009: 12), introduciendo la posibilidad de un pensamiento autónomo y abiertamente plural. El objetivo es desmontar un dispositivo crítico con pretensiones de universalidad que, sin embargo, promociona “el imaginario de la blancura” y la dinámica de una geopolítica del conocimiento derivada únicamente de la modernidad (colonial) europea. Dussel propone, en su lugar, una transmodernidad que atienda a “todos los aspectos que se sitúan más allá de las estructuras valoradas por la cultura moderna europeo-norteamericana, y que están vigentes en el presente de las grandes culturas universales no-europeas” (2006: 49; cfr. Castro Orellana 2016 y Rodríguez Reyes 2018). Esta transmodernidad, muy alejada de la teorizada desde otros parámetros por Rosa María Rodríguez Magda (2011), se acompaña como proyecto político de una propuesta de liberación de pueblos y de una reivindicación de las identidades culturales ignoradas. Lo que la modernidad calificaba de insignificante, bárbaro o tercermundista ahora se erige en el origen de un nuevo “paradigma civilizatorio”, de una transdisciplina que intenta desubicar las estrategias de poder y control del conocimiento oficial, pluralizando las formas y los estilos de hacer teoría (Richard 1998), a través de una mirada transversal e interdisciplinaria, cercana a la proyectada por los estudios culturales y la crítica cultural, muy dada a poner en funcionamiento textualidades (intermedias) impropias y ajenas al saber ortodoxo o a las disciplinas tradicionales. La transmodernidad formula, en su lugar, “modos de hacer”, “formas de actuar” o “prácticas” antihegemónicos desde los márgenes y los bordes (liminales), consciente de la obligación de entender la teoría como praxis si queremos abrir nuevos canales de expresión para un saber interrogativo sobre el mundo.12

12 “Denominamos proyecto transmoderno al intento liberador que [...] indica afirmación, como autovalorización, de los momentos culturales propios negados o

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Aníbal Quijano o Ramón Grosfoguel han sido otros de los autores que han insistido en la importancia de una nueva epistemología para buscar unos conocimientos que otorgasen operatividad a las prácticas cognitivas invisibilizadas por el capitalismo global, sobre todo a partir del concepto de decolonialidad, entendido como mecanismo de desconexión con la “matriz colonial del poder”, desde el Renacimiento hasta el siglo xxi. Concebida como una forma de desobediencia o desconexión epistémica, el pensamiento decolonial propugna una razón subalterna y una praxis política fronteriza y liberadora: “This liberation is part of the process of social liberation from all power organized as inequality, discrimination, exploitation, and as domination” (Quijano 2007; cfr. 2000). Para Grosfoguel, [e]n la filosofía y las ciencias occidentales, el sujeto que habla siempre está escondido, se disfraza, se borra del análisis. La “ego-política del conocimiento” de la filosofía occidental siempre ha privilegiado el mito del “Ego” no situado. La ubicación epistémica étnica/racial/de género/ sexual y el sujeto que habla están siempre desconectadas. Al desvincular la ubicación epistémica étnica/racial/de género/sexual del sujeto hablante, la filosofía y las ciencias occidentales pueden producir un mito sobre un conocimiento universal fidedigno que cubre, es decir, disfraza a quien habla así como su ubicación epistémica geopolítica y cuerpo-política en las estructuras del poder/conocimiento coloniales desde las cuales habla (2006: 22).

simplemente depreciados que se encuentran en la exterioridad de la Modernidad” (Dussel 2014: 293). A este proyecto habría que incorporar los nombres de muchos intelectuales como Karl-Otto Apel, Ángel Rama, Aníbal Quijano, Beatriz Sarlo, Jesús Martín-Barbero, Leopoldo Zea, Néstor García Canclini... Tampoco son desdeñables las aportaciones con una perspectiva de género, desde Gloria Anzaldúa (1987) hasta Sayak Valencia, cuyo Capitalismo gore (2010) es una aportación de altísimo interés para entender la posibilidad de un transfeminismo de última generación, asociada a la circulación impúdica de cuerpos en el capitalismo más salvaje. En la aportación de Mignolo al libro coordinado por Ramón Grosfoguel y Santiago Castro-Gómez (2007) se dan como ejemplos de protológica decolonial la Nueva Corónica de Guaman Poma, un manuscrito redactado para Felipe III hacia 1615, y los Thoughts and Sentiments of the Evil (1787) de Ottobah Cugoano. Cfr. Mignolo (2008).

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La “colonialidad del poder” se asienta en estrategias ideológicas/ simbólicas que se localizan en el centro del proceso de producción de conocimiento. Los conocimientos subalternos, en la intersección de lo tradicional y lo moderno (como diría García Canclini), se rechazan como periféricos, híbridos o mestizos (impuros). Sin embargo, solo a través de ellos se crean espacios de utopía (Mignolo 2003), de subversión y de resistencia: los campesinos, las mujeres, los “sujetos racializados”, los homosexuales y las lesbianas, entre otros, descolonizan el conocimiento si se entregan a un pensamiento fronterizo y dialógico y redefinen en modo alternativo las nociones de ciudadanía o de comunidad desde una alteridad radical (la diversalidad universal de la que habla Walter Mignolo a partir de Édouard Glissant). Como ha señalado Santiago Castro-Gómez (2007), sería fácil asociar estas posiciones con el concepto foucaultiano de biopolítica como una tecnología de gobernabilidad por la cual el Estado regula las condiciones de vida de las personas mediante la exclusión absoluta del Otro. Subraya Foucault: El racismo va a desarrollarse, en primer lugar, con la colonización, es decir, con el genocidio colonizador; cuando haya que matar gente, matar poblaciones, matar civilizaciones [...]. Destruir no solamente al adversario político, sino a la población rival, esa especie de peligro biológico que representan para la raza que somos, quienes están frente a nosotros [...]. Podemos decir lo mismo con respecto a la criminalidad. Si esta se pensó en términos de racismo, fue igualmente a partir del momento en que, en un mecanismo de biopoder, se planteó la necesidad de dar muerte o apartar a un criminal. Lo mismo vale para la locura y las diversas anomalías. En líneas generales, creo que el racismo atiende a la función de muerte en la economía del biopoder, de acuerdo con el principio de que la muerte de los otros significa el fortalecimiento biológico de uno mismo en tanto miembro de una raza o población (Foucault 2001: 232-233).

Este es el dispositivo biopolítico del Estado moderno, manifestado en múltiples formaciones discursivas: se trata de la “guerra de razas”, que solo finalizará con la eliminación del Otro. En términos ya no biopolíticos sino estrictamente geopolíticos, esa eliminación implica, en el marco del capitalismo global, la imposibilidad de que el Otro

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hable o incluso piense por sí mismo (Spivak 1988). En el prólogo al libro de Hamid Dabashi (2015), cuyo título dialoga abiertamente con el de Spivak, Mignolo insiste en la idea de una “matriz colonial de conocimiento” ante la que es necesario “deshacer”, “desobedecer” y “desconectar” (delink), posibilitando la construcción de praxis alternativas de “sentir”, “creer” y “vivir” (en contra de las estructuras jerárquicas de la raza, el género, el heteropatriarcado y la clase).13 En este caso, también conviene subrayar la filiación de la teoría de la decolonialidad con el trabajo del sociólogo jamaiquino Stuart Hall en la importancia otorgada a las categorías de raza y etnicidad, más incluso que a la de clase; o en la defensa de la diferencia de los bordes y márgenes, que reside en “construir esas formas de solidaridad e identificación que hacen que una lucha y una resistencia común sea posible” (1996: 445); o en practicar “sin red” el pensamiento sin garantías del que habla Eduardo Restrepo (2014), un pensamiento desestabilizado o coyuntural. Hall reconoció muy pronto la homogeneización de la diferencia en el pensamiento occidental a través de prácticas discursivas (la producción de sentido) que se imponían como verdad universal: Los discursos son formas de hablar, pensar o representar una materia o tema en particular. Producen conocimiento significativo acerca de un tema. Este conocimiento influye en las prácticas sociales, y asimismo tiene consecuencias y efectos reales. Los discursos no son reducibles a los intereses de clase, pero siempre operan en relación al poder, son parte de

13 Para una definición de la “matriz del poder” colonial, véase Mignolo (2010: 12), donde se desarrollan los distintos mecanismos de control que la articulan: economía; autoridad; naturaleza y recursos naturales; género y sexualidad; subjetividad y conocimiento. Tomando como ejemplo de norma epistemológica que implica una subalternización del conocimiento de la filosofía de la historia hegeliana y su noción de espíritu, Mignolo (2003) propone una gnoseología entendida como pensamiento fronterizo (border thinking), un pensamiento otro, dialógico y “criollizado”, por utilizar los términos de Édouard Glissant (1996, 1997). La identidad se convierte así en identidad-relación, como condición de un nuevo estar en el mundo que se fundamenta en la heterogeneidad de lo diferente y la imprevisibilidad de un multilingüismo creador.

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la manera en que el poder circula y es disputado. El cuestionamiento de si un discurso es verdadero o falso es menos importante que si es efectivo en la práctica. Cuando es efectivo —organizar y regalar las relaciones de poder (digamos entre Occidente y el Resto)— es llamado un “régimen de verdad” (Hall 2013: 78).

Este “régimen de verdad” eliminaba cualquier posibilidad alternativa de conocimiento y se refugiaba en un reduccionismo epistemológico que construía un mundo en términos de dicotomías basadas en la inferioridad racial o genética del Otro. Leer a Hall desde el sur implica entonces instaurar una “política de la ubicación”: el pensamiento está condicionado por el contexto en que se produce, y la formación del sujeto en contextos históricos e institucionales muy precisos determina y, en ocasiones, restringe su identidad. Para Hall la teoría es un ejercicio dialógico; es disputa (social, cultural y epistémica) y desterritorialización permanente, pero en ningún caso debe suponer una renuncia a la praxis: Me devuelvo a la seriedad fatal del trabajo intelectual. Es un asunto fatalmente serio. Me regreso a la distinción crítica entre trabajo intelectual y académico, se superponen, son adyacentes, se alimenta el uno del otro, el uno le suministra los medios al otro. Pero no son la misma cosa. Me devuelvo a la dificultad de instituir una práctica crítica y cultural genuina cuya intención es producir alguna especie de trabajo político intelectual orgánico que no trate de inscribirse en la metanarrativa paradigmática de conocimientos logrados dentro de las instituciones. Me devuelvo a la teoría y a la política, la política de la teoría (1992: 286, trad. en Restrepo 2014).

Según Hall, no hay posibilidad de un trabajo disciplinar sin el reconocimiento del carácter contingente y político de las diferentes esferas del conocimiento y sin dar cuenta de las resistencias de los sujetos y sus lenguajes particulares, como luego señalarán los propios Mignolo y Catherine E. Walsh: Here, theory, as knowledge, is understood as incarnated and situated, something that the university often forgets. Theory — as knowledge —

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Anxo Abuín González derives from and is formed, molded, and shaped in and by actors, histories, territories, and place that, whether recognized or not, are marked by the colonial horizon of modernity, and by the racialized, classed, gendered, heteronormativized, and Western-Euro-US-centric systems of power, knowledge, being, civilization, and life that such horizon has constructed and perpetuated (2018: 26).

Se trata, por lo tanto, de propiciar nuevas pedagogías —en el sentido de la pedagogía del oprimido de Paulo Freire o en el de M. Jacqui Alexander (2005, véase especialmente la introducción: 19-20)—, transgresoras, subversivas, resistentes.14 4. Breve excurso sobre la era de la colaboración El recorrido de este capítulo nos ha conducido por los terrenos de la hibridación y el nomadismo como categorías disciplinarias que

14 Este es el significativo punto de partida de Alexander: “In this volume I am concerned with the multiple operations of power, of gendered and sexualized power that is simultaneously raced and classed yet not practiced within hermetically sealed or epistemically partial borders of the nation-state. I am also concerned with the unequal diffusion of globalized power variously called postmodernism or late capitalism, yet understood in these pages as the practice of imperialism and its multiple effects. Put differently, one of my major preoccupations is the production and maintenance of (sexualized) hegemony understood, in the Gramscian sense, as a map of the various ways that practices of dominance are simultaneously knitted into the interstices of multiple institutions as well as into everyday life. To understand the operation of these practices I traveled to various sites of crisis and instability, focusing to a large extent on the state, whose institutions, knowledges, and practices stand at the intersection of global capital flows, militarization, nationalisms, and oppositional mobilization. While differently located, both neo-imperial state formations (those advanced capitalist states that are the dominant partners in the global ‘order’) and neo-colonial state formations (those that emerged from the colonial ‘order’ as the forfeiters to nationalist claims to sovereignty and autonomy) are central to our understandings of the production of hegemony” (Alexander 2005: 19). Toda pedagogía debe ir, pues, destinada a la movilización en contra de las estrategias coloniales que se manifiestan en las instituciones puestas a su servicio por el capitalismo global.

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rompen “el rígido marco de la especialización y departamentalización académicas, para incorporar a la escena del conocimiento prácticas heterogéneas que desbordan y subvierten [...] una cierta tradición de autoridad y jerarquía universitarias” (Richard 2003: 441). No se trata aquí de una mezcla de teorías y métodos en nombre de una transdisciplinariedad mal entendida sino, como exigiría Roland Barthes, de una apuesta por la creación de nuevos campos epistemológicos que sirvan como un laboratorio de auténtico pluralismo para el pensamiento contemporáneo; de una “performatividad de lo combinatorio”, por volver ahora a Lyotard: “Si la investigación debe asegurar no solo la reproducción de competencias sino su progreso, sería preciso, en consecuencia, que la transmisión del saber [...] implicara el aprendizaje de todos los procedimientos capaces de mejorar la capacidad de conectar campos que la organización tradicional de los saberes aísla con celo” (1991: 35-96). Néstor García Canclini ha entendido lo cultural como “el conjunto de procesos a través de los cuales representamos e intuimos lo social, concebimos y gestionamos las relaciones con los otros, o sea las diferencias, ordenamos su dispersión y su inconmensurabilidad mediante una delimitación que fluctúa entre el orden que hace posible el funcionamiento de la sociedad (local y global) y los actores que lo abren a lo posible” (1999: 62-63). La cultura es, por tanto, un asunto relacional, en un sentido jamesoniano, como subrayará en Diferentes, desiguales y desconectados, pues se trata del “vehículo o medio por el que la relación entre los grupos es llevada a cabo” (2004: 21) a través no solo de “formas de interacción y de rechazo, de aprecio, discriminación u hostilidad hacia otros” (36), sino también de la mezcla, apropiación y reinterpretación de los productos materiales y simbólicos ajenos. García Canclini se ha mostrado siempre preocupado por mantener viva lo que viene denominando la conversación social, teniendo en cuenta las nuevas reglas de juego y la actual situación de convergencia disciplinaria en la que se instaura “la versatilidad de sujetos que se conciben como un collage de fragmentos en devenir, siempre abiertos a nuevas experiencias” y que “se vinculan en forma de red con puntos de conexión (nudos) que amplían roles de cooperación y colaboración entre los múltiples actores involucrados” (2012:

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37). Según García Canclini, se ha abierto la era de la colaboración, aquella en la que deberemos enfrentarnos a las nuevas habilidades de un mundo hiperconectado en entornos poco normativos, a la cultura del remix, al copiar-transformar-combinar, a la articulación concreta de redes de participación. Volviendo a Culturas híbridas, se trata de examinar lo que allí se llamaba comunidad hermenéutica posible (2001: 151), aquella que define los parámetros desde los cuales los distintos agentes académicos e institucionales pueden relacionarse con los distintos saberes. García Canclini percibe en esta situación un giro transdisciplinario, intermedial y globalizado que redefine también las disciplinas (como la propia producción de sentido) y las aleja del espacio que antes le correspondía: “[U]n lugar a donde uno va para aprender a pensar” (2010: 40). 5. Nota final: una explicación del título No sé si las citas que dan inicio a este artículo son lo suficientemente claras con relación al contenido de este capítulo. Confieso que su ambigüedad es, por supuesto, intencionada. Por una parte, Lukács llamaba la atención sobre aquellos maravillosos años en los que todos sabíamos lo que hacíamos, porque disponíamos de un mapa que nos permitía circular por el territorio de la teoría con calma y cierto aplomo. Las palabras de Darío Villanueva, extraídas de su prólogo al Curso de teoría de la literatura, se referían más bien a un pluralismo epistemológico, como cooperación de mentalidades y talentos, del que algunos hacían gala en el fin de siglo y que, a tenor de lo aquí visto, se ha reproducido exponencialmente. Su riesgo era, como sabemos, el relativismo cultural de la doctrina posmoderna, pero también, como Richard Rorty (1995: 321) indicaba en La filosofía en el espejo de la naturaleza desde un pragmatismo utilitarista (posfilosófico) muy polémico, la crisis absoluta del modelo epistemológico de las ciencias, proveniente de la Ilustración y del cartesianismo. La hermenéutica rortyana, que abandonaba por completo cualquier atisbo de autoridad cognitiva, discutía asimismo la posibilidad de una teoría del conocimiento en la que las disciplinas pudiesen llegar a ningún

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entendimiento: “Construir una epistemología es encontrar la máxima cantidad de terreno que se tiene en común con otros. La suposición de que se puede construir una epistemología es la suposición de que ese terreno existe” (1995: 288). Hemos visto cómo esa idea de comunidad está lejos de afianzarse en términos de epistemologías culturales y literarias armónicas. Para Gilles Deleuze, el gran campeón de las conexiones, el pensamiento no es un ámbito cerrado. El arte, la ciencia y la filosofía se participan a través de contactos y mediaciones que establecen lugares de encuentro. En Mil mesetas —con Félix Guattari (1995)—, por ejemplo, hay continuas “síntesis disyuntivas” que, sin embargo, apuntan a los principios (rizomáticos) de heterogeneidad y de multiplicidad como referencia de los distintos saberes que se ponen en juego, funcionando como una “gran máquina” compuesta de mecanismos de deriva y fuga, con circuitos independientes que se anulan y contradicen, o se borran entre sí, con apertura constante de ventanas o puertas que nos comunican transversalmente con otros espacios complejos. El pensamiento, como multiplicidad variable, es rizomático, abierto y descentrado; es también contrapensamiento en su relación con el Otro: “El pensamiento nace en los intersticios, en las disyunciones [...]. La función de pensar no es el reconocimiento sino abrirse a los encuentros con el afuera” (Berti 2011: 123). El pensamiento se aleja del dogma y de la universalización del saber: “[L]a imagen dogmática del pensamiento [lo] aplasta bajo una imagen que es la de lo Mismo y lo Semejante en la representación” (Deleuze 2002: 276-277), y el pensamiento prefiere transitar los caminos intersticiales de la indeterminación y la potencia creativa del caos. Deleuze se rebela, aceptándola primero, contra esa máxima tan bien expresada por Michel Serres: “Le pouvoir veut l’ordre; le savoir lui en donne” (1981: 12). El título merece, por supuesto, una necesaria aclaración. Se trata de un verso de una de las mejores canciones de Rage Against the Machine, seguramente el grupo más contestatario de los años noventa, con una letra que, a mi entender, definía perfectamente la condición de la existencia contemporánea tal y como se presenta en el periodo del capitalismo globalizado: “Guerrilla Radio” (The Battle of Los Angeles, 1999). RATM nos habla del “espectáculo monopolizado” y

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pandémico de quien manda, ante el que solo cabe la revuelta o la guerra, como la de esos zapatistas cuya bandera negra de liberación nacional ondeaba en sus conciertos. Algunos de los esfuerzos intelectuales que hemos conectado en este recorrido sumario, sería ingenuo negarlo, responden, como aquellos que pretenden desplazar, a lógicas de poder y legitimación/institucionalización de las que es necesario ser conscientes y que sin duda tienen consecuencias disciplinarias desiguales, según el grado de éxito que alcancen en la academia.15 Cuando Edward W. Said, en referencia a las aportaciones revolucionarias de Lukács, habla de las teorías viajeras, reconoce precisamente que, despojadas de su rebeldía originaria, muchas ideas, en otro espacio y en otro tiempo, domesticadas, en parte o por completo anquilosadas, pueden convertirse en “ortodoxia dogmática” (Said 2015: 44). Con este trabajo hemos intentado contribuir a dibujar ese mapa lukacsiano, con el utópico convencimiento de que la teoría, en cualquiera de sus formas de reflexión sobre lo literario (anti-, inter-, trans-), es un instrumento imprescindible para cumplir con la interminable tarea de dar un sentido más profundo y amplio a nuestro devenir como seres sociales.16

15 Valga un ejemplo. En su introducción al volumen Contesting Performance (2010), los editores Jon McKenzie, Heike Roms y C. J. W.-L. Wee parten de la globalización del modelo estadounidense (neoyorquino) de los estudios de performance (el “PS empire”) para preguntarse a continuación: “Is performance studies imperialist?” (2010: 4). La respuesta se avanza unas páginas después: “The political and social aspects of this dominance may surprise some scholars in the United States, who have long been accustomed to thinking of the field of performance studies as both deeply critical of hegemonic power formations and as itself marginal, barely recognized institutionally, and always searching for new methods and subjects to address central political questions of cultural identity, power, and resistance. However, what might be overlooked is the cultural specificity of US notions of cultural identity, power, and resistance when they are packaged as a seemingly universal form or format for multiculturalism. It should be noted that other fields, such as American and English literary and cultural studies, face similar dilemmas as their research and pedagogical approaches have also gone global” (7). 16 Quiero agradecer a Mitzi M. Guerrero que me enseñase a pensar de otra manera y a comprender el mundo desde otro lugar.

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Perdidos en el espacio: los estudios literarios más allá del giro espacial. Textos, lugares, ficción y mundo1 Fernando Cabo Aseguinolaza

Me refiero a la posibilidad, tan atractiva al punto de la trayectoria académica en la que me encuentro, de enraizar mi investigación literaria con realidades vividas, y ello no en un registro de autobiografismo narcisista sino con toda la ambición —lograda o no, esto lo dirá el discreto lector— de atender fenomenológicamente a lo dado. Darío Villanueva

Uno de los factores que mejor ayudan a entender las formas en que se ha reconfigurado la literatura y, más en general, lo literario durante las últimas décadas tiene que ver con la conceptualización del espacio, no solo en un sentido cultural e ideológico —en el que confluyen dimensiones tan distintas en apariencia como la geopolítica, la medioambiental o la que afecta a las prácticas cotidianas— sino también teórico —un ámbito en el que el énfasis sobre las cuestiones espaciales ha actuado como destacadísimo factor de transdisciplinariedad—. Resulta revelador, en este sentido, que la profunda reconsideración del estatuto de lo literario en estos años, tanto en lo referido a la visión dominante sobre su identidad textual como a la autonomía de su ámbito social, haya sido en buena medida coincidente con la focalización progresiva sobre un conjunto de aspectos que se pueden relacionar con el espacio. Eso sí, esta atención procede de perspectivas

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Financiado por FEDER/Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España-Agencia Estatal de Investigación/Proxecto de investigación FFI2017-82742-P.

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muy diferentes, lo que ha provocado no poca confusión en las consideraciones sobre esta circunstancia. Trataremos, en lo que sigue, de abordar alguna de las encrucijadas explicativas de lo que me atrevo a presentar como uno de los desplazamientos de más alcance en la forma de entender la literatura en las últimas décadas. 1. Un estado de las cosas Visto ya el fenómeno con una cierta perspectiva, la atención insistente sobre la dimensión espacial de la literatura y, aunque no sea exactamente lo mismo, sobre su relevancia geográfica ha desembocado en una confluencia, cuando menos parcial, con quienes cuestionan la distinción entre ficción y realidad o entre texto y mundo. Es un cuestionamiento que apunta, en primera instancia, a la capacidad de la ficción para incorporar lo real y someterlo a su propia lógica, pero también a las formas variadas en que la ficción penetra en lo real y deja en él su huella. Más allá de esto, sin embargo, también se sugiere desde esta perspectiva la inevitabilidad de la imbricación mutua entre los dos ámbitos, en principio separados desde un punto de vista ontológico y epistemológico: una implicación que, por lo que a la ficción se refiere, exige el reconocimiento en ella de la necesidad de referirse al mundo como parte sustancial de su funcionamiento estético, cultural e ideológico. Se trata de una reorientación no solo teórica, sino que resulta muy visible también en las prácticas estéticas y culturales contemporáneas, a través, por ejemplo, de la sobreabundancia de formas documentales de distinto tipo, de la omnipresencia compleja de fenómenos como la autoficción o la bioficción y, desde luego, de la proliferación de relatos literarios y visuales en los que la referencia a los lugares adquiere un peso determinante. Por supuesto, la atención al lugar no es cosa nueva en las prácticas narrativas, pero no deberíamos subestimar lo que hay de diagnóstico en la aparición en los últimos tiempos de etiquetas como narrativas espaciales, cartográficas u otras semejantes. Aunque sin llegar a coincidir del todo, esta situación comparte muchos rasgos con lo que el siempre perspicaz George Steiner entendió en 1965

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como el género que comenzaba a adquirir un predominio patente en un momento en que la novela y, en general, la ficción más ortodoxa y clásica habría evidenciado su declive: es lo que este ilustre comparatista caracterizó hace ya 55 años como “poética del documento” o “posficción”.2 Ahora, sin embargo, el campo de juego es otro, afín a lo que se ha presentado como una superación del posmodernismo. En la medida en que el medio espacial y el geoespacio constituyen uno de los índices más poderosos del sentido cultural de lo real, parece inevitable su protagonismo en este contexto, cuyo trasfondo teórico trasciende, sin embargo, la mera demanda de referencialidad. Pero lo cierto es que, en los últimos años, la atención a estas vinculaciones con el espacio se ha hecho un hueco importante en el panorama de los estudios literarios y más allá, definiendo incluso marcos disciplinares como las llamadas humanidades espaciales, la geocrítica o, sencillamente, la geografía literaria. El establecimiento de algunas referencias resulta ilustrativo de los profundos cambios que han afectado a la estimación de la espacialidad desde el punto de vista teórico.3 Si atendemos, por ejemplo, a un manual clásico en los ámbitos luso e hispánico como la Teoria da literatura de Vítor Manuel de Aguiar e Silva, originalmente publicado en 1967, es fácil comprobar que el que era entonces un aspecto muy secundario ha acabado por imponerse a la atención general. Todavía en 1981 —en la cuarta edición revisada—, Aguiar consideraba

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El pequeño ensayo de George Steiner, titulado “El género pitagórico”, se publicó originalmente en el año 1965 y sería posteriormente recogido en el libro Lenguaje y silencio (Steiner 1982: 114-130). Allí presentaba la poética del documento o la posficción como una forma de transición entre la gran novela y el futuro para la literatura que Steiner trataba de identificar con lo que llamó “género pitagórico”. La posficción sería una escritura atada a la realidad, al archivo y al documento, pero proclive a usar los procedimientos y recursos de la novela precedente. Los párrafos que siguen amplían y desarrollan algunas consideraciones que formaron parte de mi intervención, titulada “Ficción y lugar. Los topónimos desde la teoría de la literatura”, en el marco de las “Conferências do cinquentenário da Teoria da Literatura de Vítor Aguiar e Silva”, que tuvo lugar en la Universidade do Minho el 15 de diciembre de 2017.

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preciso recordar, por ejemplo, que el relato novelístico no solo se configuraba mediante la disposición y la correlación temporal y causal de “eventos”: “[A] diégese —afirmaba en un epígrafe dedicado a la descripción— é também constituída por personagens, por objectos, por um universo espacial e por um universo temporal” (Silva 1981: 740). Era indudablemente una llamada de atención oportuna, aun cuando existía ya, como veremos, una importante tradición teórica previa en torno al espacio e incluso a la geografía de la literatura. No obstante, era esta una tradición no suficientemente conocida o, al menos, no lo bastante prestigiada como para constituir un polo de atención preponderante en la teoría literaria del momento. De hecho, muy poco después de la primera edición de la obra de referencia de Aguiar, en 1968, Roland Barthes invitaba a considerar, en su célebre artículo “L’effet de réel”, la descripción o, mejor, los detalles descriptivos como “notations insignifiantes”. Estos eran, en su consideración, elementos enfrentados a la narración, ligados a lo “analogique” y a una temporalidad puramente referencial. Aseguraba Barthes, sin embargo, que esa referencialidad era simulada o, como mucho, restringida y fragmentaria. Su función sería la de articular un anclaje frente al riesgo de una deriva puramente fantasmática de la narración, pero sin comprometer en ningún caso el dominio de lo narrativo. Así, la llamada literatura realista, donde estas “notaciones insignificantes” parecen adquirir un mayor privilegio, seguiría siendo, a pesar de todo, fundamentalmente narración, porque “le réalisme est en elle seulement parcellaire, erratique, confiné aux détails” (Barthes 2002: 31). La posición de Barthes denotaba una rotunda —y no poco crepuscular— profesión de fe en la inteligibilidad de la ficción clásica, que, como ha venido mostrando Jacques Rancière, se ha visto subvertida o transformada contemporáneamente por la atracción hacia “ces bords où la fiction se trouve confrontée à sa possible annulation ou rapportée à telle ou telle figure d’altérité” (Rancière 2017: 14-15). Por su parte, Gérard Genette reducía ejemplarmente, en su clásico Figures III (1972), el espacio a la temporalidad desde un punto de vista analítico, situando la descripción, por ejemplo, como una forma de anisocronía y fenómeno ancilar respecto de la duración literaria. Se trataba de una forma de encarar el espacio, que estaba ya anunciada

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en un comentario suyo al libro L’Espace humain (1961) del lexicógrafo Georges Matoré. Entonces, al tiempo que admitía la profunda espacialización del lenguaje, revelada en la profusión de metáforas y usos figurados de tenor espacial —una cuestión clave en análisis más recientes—,4 se esforzaba en argumentar el sometimiento de ese espacio a la regla del lenguaje, concebida sobre todo en términos de tiempo. Vale la pena citar las últimas líneas de aquella recensión, porque expresan bien un tono ligado a un momento teórico muy atento a imponer su disciplina sobre determinados aspectos: Aujourd’hui la littérature —la pensée— ne se dit plus qu’en termes de distance, d’horizon, d’univers, de paysage, de lieu, de site, de chemins et de demeure: figures naïves, mais caractéristiques, figures par excellence où le langage s’espace afin que l’espace, en lui, devenu langage, se parle et s’écrive (Genette 1966: 108).

Pasados algo más de cincuenta años, se hace muy difícil sostener la insignificancia de estos elementos o aceptar sin más la patente función reguladora que adquiría la noción de figura en manos de Genette. Al margen de lo que entendiese Barthes por insignificancia o de la estrategia figural del autor de Palimpsestos, el atractivo que el espacio ha suscitado en los últimos tiempos parece ligado, de hecho, a lo que en aquel momento entrañaba la razón principal para su descrédito: la poderosa capacidad referencial o, si preferimos, mimética que se le asocia. El espacio es el factor que mejor evidencia la conexión entre los textos —lingüísticos o no— y el mundo. Es a través de él donde textos y mundo manifiestan con mayor claridad las huellas respectivas,

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Véanse, por ejemplo, ensayos tan influyentes como Aux bords du politique (1990) de Jacques Rancière, cuyas reflexiones sobre esta topografía conceptual enlazan con el recién mencionado Les Bords de la fiction (2017). Por otra parte, las consideraciones de María do Cebreiro Rábade en este mismo volumen proporcionan elocuentes muestras de esta figuración espacial con fórmulas como, por poner un solo ejemplo, la foucaultiana del “pensamiento del afuera”, además de la virtualidad de la teoría espacial en muchos de los autores más determinantes del pensamiento contemporáneo.

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quizá porque la dimensión espacial muestra de una forma especialmente ostensible la permeabilidad entre el mundo literario y el extratextual (Piatti 2008: 9). En un momento de intensa reconfiguración del campo estético, muy lejos ya de la antigua ilusión de autonomía, parece consecuente que la literatura y los discursos que tratan de ella se hayan sumado al conocido como giro espacial, e incluso, de forma más específica y comprometida, al definido como giro topográfico o, un paso más allá, al giro cartográfico (Santos Unamuno 2017: 66-69). Y, de hecho, la narratología en sus derivaciones a partir de los años ochenta ha tratado de saldar esa deuda con el espacio de distintas maneras, hasta el punto de buscar una confluencia con otras orientaciones en principio muy alejadas de los planteamientos propios de la formulación francesa de la disciplina en la década de los sesenta. Un paso intermedio podría estar representado por un artículo seminal publicado en 1984: me refiero a “Towards a Theory of Space in Narrative”, de Gabriel Zoran (1984), en el que se comenzaba por reconocer la preterición de la dimensión espacial en las consideraciones narratológicas, se distinguían las muy diferentes formas que el espacio adquiría en el relato (desde la estrictamente verbal y textual a la del mundo reconstruido) y se incidía, sobre todo, en la relación con el tiempo como clave para su análisis, asumiendo así un principio básico en la tradición de los estudios de la narración.5 Era lo que Joseph Frank (1991) había puesto ya en cuestión de forma muy eficaz con lo que llamó forma espacial en una fecha tan temprana como 1945. Pero realmente la trasformación decisiva habría de esperar bastante más para concretarse con una clara visibilidad internacional. La vamos a encontrar de la mano de autoras como Sheila Hones (2014), quien en cierto modo oculta bajo el rubro literary geographies lo que es, de hecho, una reorientación de la narratología clásica en la que se abandona el reparo frente al mundo, merced a una concepción plural y no

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Desde distintas perspectivas, es este el ámbito conceptual en el que se sitúan algunas aproximaciones que pueden considerarse de referencia obligada en la tradición hispánica, como las monografías de Ricardo Gullón (1980), Luz Aurora Pimentel (2001) o Natalia Álvarez Méndez (2002).

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ontológicamente predeterminada del espacio. Hones postula una interacción profunda entre autor, texto y lectores en la configuración del horizonte espacial de la obra. De modo hasta cierto punto semejante, aunque Hones ha insistido siempre en marcar las diferencias, MarieLaure Ryan se ha esforzado también —aunque con una rigidez muy reveladora de las limitaciones de partida de su planteamiento— en aproximar la narratología a la geografía para buscar la zona de confluencia entre ambas, añadiendo a las concepciones más textualistas y tradicionales del espacio una nueva: “[T]he space that serves as context and, occasionally, a referent for the text” (Ryan et al. 2016: 12). Es aquí donde se contemplan las proyecciones de los textos sobre el espacio; por ejemplo, mediante la constitución de los sitios específicos del turismo literario —paisajes literarios, casas de autores...—, así como mediante la propia circulación material de las obras, cuya traza tiene una clara dimensión geográfica, entre otros aspectos. Veremos que estamos ante una cuestión que ofrece muchos antecedentes, sobre todo a partir del siglo xix. No obstante, lo que resulta ahora revelador es que este énfasis sobre los lugares literarios inscritos en el mundo real se incorpora a un modelo narratológico. Todo esto es, no cabe duda, muy ilustrativo de la intensidad de un cambio que cabe calificar como cultural, y no solo académico. Si queremos especular sobre las razones que han propiciado este protagonismo de la preocupación por el espacio en el pensamiento cultural y literario más reciente, hay algunas que se ofrecen a la consideración de manera bastante obvia. Son también las más generales. Apuntaremos tres de ellas, sin establecer ninguna prelación o jerarquía. La primera, que puede entenderse como decisiva, tiene que ver con el hecho cada vez más patente de que, pese a las retóricas que han ensalzado las ideas de virtualidad, fluidez o conectividad deslocalizada, la globalización, con su nueva lógica del espacio y la reconceptualización de los lugares, se ha evidenciado como un fenómeno fundamentalmente extensional y territorializado en su lógica profunda y, por supuesto, en sus consecuencias (Massey 2005: 81-89). Así se refleja, por ejemplo, en la pulsión visual y geolocalizadora de los sistemas contemporáneos de control y provisión de servicios, que se traduce desde el punto de vista literario en el atractivo de los mapas como instrumentos heurísticos.

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Es acaso una expresión de lo que Henri Lefebvre denominaba espacio abstracto, pero que no puede evitar a cada momento la dialéctica con el espacio histórico, en el que un estado de cosas aparentemente estabilizado, desde un punto de vista geopolítico, social y cultural, adquirió —más acentuadamente tras el fin de la Guerra Fría— una fluidez y una complejidad muy difíciles de reducir a conceptos estables.6 Y en este contexto, las representaciones del espacio adquieren una relevancia muy acusada. El deseo de profundizar en las conexiones de la ficción con los lugares y territorios puede entenderse, pues, como la expresión de una necesidad cultural contemporánea.7 Un segundo factor, conectado con el anterior, radica en la tendencia tan característica del siglo xx, al menos desde las vanguardias, a definir la cultura desde la noción de vida cotidiana (Papastergiadis 2010: 14-42), y esta última, en gran medida, a partir de las prácticas espaciales. La crítica del espacio propio del capitalismo o de la moderna sociedad de consumo se ha apoyado también muy a menudo en la noción de vida cotidiana, relacionada con un entendimiento de esta como una expresión material de la reformulación contemporánea de la cultura. Con antecedentes como los de Sigmund Freud o Walter Benjamin, los nombres de Henri Lefebvre, Maurice Blanchot, Raoul Vaneigem o Michel de Certeau son suficientemente expresivos en este sentido. Sus consideraciones sobre las representaciones del espacio han contado con la literatura como una fuente de análisis destacada,

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El espacio abstracto era para Lefebvre el concepto espacial ligado al Estado moderno, pero con implicaciones que van más allá de él. Se basaría en una instrumentalización de lo vivido que conduce a objetivaciones, como formas arquitectónicas y urbanísticas concretas, sin prescindir de una dimensión simbólica. Sería un espacio global, de apariencia homogénea; fragmentado, localizador de las particularidades; y jerarquizado, como dispositivo ubicador de diferencias valorativas. Véase sobre todo Lefebvre (2013: 319 y ss.). Una muestra de ello es el gran desarrollo de la bibliografía académica en torno a la conexión entre la literatura moderna y contemporánea y la ciudad, como expresión por excelencia del espacio social y cultural moderno. Desde la perspectiva de su capacidad de generación interartística y como expresión de una percepción englobante del espacio, acusadamente contemporánea, no puede haber mejor referencia que trabajos como los de Villanueva (2008).

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pero, lo que es acaso más importante, no han estado alejadas de aproximaciones ligadas a la ficción contemporánea ni de orientaciones teóricas y prácticas que han enfrentado la noción de representación a la de performatividad. Conviene asimismo valorar, en tercer término, la incidencia sobre el arte contemporáneo de lo que Hal Foster (2001) caracterizó hace unos cuantos años como “el retorno de lo real”, en alusión a la complejidad de las formas de inscripción de lo real en el ámbito estético (trauma, memoria, repetición...), pero también a lo que podríamos llamar formas de rematerialización de lo real a través de los productos estéticos, cada vez más asociados a entornos espaciales. En su libro, Foster argumentaba que, tras el textualismo y el énfasis en los simulacros de los años setenta y ochenta del siglo xx, a partir de los noventa habría imperado el afán por fundamentar la práctica artística sobre los cuerpos reales y los espacios sociales. Aunque este crítico y teórico del arte se centraba en el ámbito de la plástica, es cierto que la ficción contemporánea, literaria o visual, ha dejado igualmente numerosas muestras de las múltiples maneras en que esta inscripción se produce. 2. Sobre el giro espacial Buena parte de estas líneas de fuerza parecen remitir a lo que se ha dado en llamar giro espacial —spatial turn, en versión original—, una nueva adaptación del modismo giratorio tan eficaz desde la perspectiva del marketing académico. Cada vez que uno de estos giros se impone como nueva marca en el horizonte de la investigación universitaria, adquiere una inevitable dimensión performativa: consigue adscribir de forma retrospectiva bajo su influencia toda una suma de antecedentes que, de repente, adquieren una nueva visibilidad en la medida en que son percibidos a la luz del nuevo paradigma, con frecuencia de manera restrictiva y sesgada, pero siempre eficaz. Recordémoslo. Fredric Jameson contribuyó decisivamente a este giro en su ensayo de 1984 “Postmodernism, or the Cultural Logic of Late Capitalism”, donde caracterizaba el posmodernismo como una nueva aproximación al espacio que resultaba de las relaciones de producción del capitalismo avanzado: “[T]he

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bewildering new world space of late or multinational capital” (Jameson 1991: 43). Esta consideración iba pareja con el reconocimiento del “debilitamiento de la historicidad” y el recurso a la noción de mapa cognitivo, tomada de Kevin Lynch, como medio para reconstruir una noción de totalidad que hiciese frente a la irrefrenable tendencia a la diversidad y a la fragmentación del posmodernismo. Pero normalmente el giro espacial ha quedado asociado sobre todo con los llamados “geógrafos posmodernos” —como Jameson, marxistas en su orientación teórica—; entre ellos, David Harvey o, en particular, Edward Soja. Fue este quien se adelantó gustoso a recoger el guante lanzado por Jameson. Así recurrió a términos tomados directamente del autor de The Prison-House of Language para declarar el propósito esencial de su libro Postmodern Geographies. Se trataba de “deconstruct and recompose the rigidly historical narrative, to break out from the temporal prisonhouse of language and the similarly carceral historicism of conventional critical theory to make room for the insights of an interpretative human geography, a spatial hermeneutic” (Soja 1989: 1). Pero no puede entenderse a Jameson, ni tampoco a Soja, sin la recepción que estos autores hicieron del pensamiento de Lefebvre, muy particularmente de su clásico La producción del espacio (1974), ni tampoco del de Michel Foucault, especialmente como autor de “Des espaces autres”, una conferencia de 1967 que se mantuvo inédita hasta 1984 y en la que desarrollaba brevemente el concepto de heterotopía. De este modo, no resulta muy desencaminado considerar el spatial turn como la apropiación por el ámbito académico norteamericano, próximo sobre todo a las ciencias sociales y con una fuerte impronta del marxismo teórico, de una serie de planteamientos previos, con raíces profundas en la tradición del pensamiento crítico europeo. Se ha señalado en más de una ocasión el carácter reductivo y simplificador de esta recepción, que ignoraba aspectos esenciales de la amplísima obra de Lefebvre o Foucault, más allá de los textos mencionados, y, por tanto, algunas de sus implicaciones y fundamentos filosóficos y críticos más sugestivos. Ello significaba también descuidar algunas conexiones muy significativas que ayudan a apreciar mejor la riqueza y la complejidad de la tradición contemporánea de pensamiento sobre el espacio, muy activa aún en el contexto presente. Sería el

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caso, por ejemplo, de la vinculación de Lefebvre con Heidegger, a través sobre todo de la noción de habiter (Elden 2004)8 y, en general, de la impronta en todas estas conceptualizaciones no solo de la tradición vinculada al marxismo, sino también a la fenomenología en todas sus variantes, desde Maurice Merleau-Ponty a Edward Casey, pasando, naturalmente, por Gaston Bachelard, George Poulet, JeanMarc Besse y muchos otros, entre ellos los situados en una posición tan ambigua en este horizonte desordenado como la que habría que reservar al Mijaíl Bajtín de “Las formas de tiempo y del cronotopo en la novela”. En realidad, habría que remontar este linaje latente al menos hasta el siglo xviii, si atendemos, por ejemplo, a la tradición que conduce a Madame de Staël y su distinción entre literatura septentrional y meridional. De esta manera, el giro espacial se deja explicar como una reactivación parcial y muy selectiva de algunos de estos planteamientos, no siempre compatibles entre sí de modo estricto. No debería desestimarse, sin embargo, su contribución a la recuperación y a la nueva lectura de autores y nociones que habían quedado un tanto marginados en la atención del estructuralismo y de otras tendencias teóricas de fuerte presencia durante el siglo xx, pero quizá lo más relevante del giro espacial fuese el hecho de que esa relectura se hizo poniendo el énfasis en la conexión con el análisis crítico del poder, el capitalismo y, por supuesto, la globalización. Esto es, el giro espacial se convirtió en un exponente central de la reorientación de las humanidades hacia la crítica cultural, muy palpable a partir de finales de los años setenta del siglo pasado y, al mismo tiempo, en uno de los vectores más determinantes de la transdisciplinariedad que también ha caracterizado el devenir de las humanidades y, en particular, de los estudios literarios

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Sobre la importancia de Heidegger en el pensamiento literario, aunque se centre en un caso muy particular y distante de la perspectiva de Lefebvre, resultan iluminadoras las observaciones de María do Cebreiro Rábade en la ponencia, pendiente de publicación, “Un lugar onde nacer e un lugar onde morrer. Desprazamento e radicación na cultura galega contemporánea”, leída en el “III Simposio Norteamericano de Estudos Galegos. Estudos Galegos rumbo ao oeste: lingua e cultura galegas na encrucillada”, que se celebró en Denver en octubre de 2018.

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desde ese mismo momento, abriéndolos a una perspectiva ampliamente cultural. Sin embargo, como anticipábamos, una de las consecuencias más palpables de esta orientación hacia el espacio afecta a la búsqueda de una conexión de la ficción —literaria, en nuestro caso— con el entorno o, si se prefiere, con lo real. No obstante, se trata de una demanda de realidad, asentada sobre el espacio, que trasciende con mucho el terreno estricto de la ficción, lo cual contribuye no poco al desbordamiento de la ficción al que apuntaba Rancière. El historiador Karl Schlögel (2007: 15), por ejemplo, proclama la necesidad de “escribir historia topográficamente”, y busca en Heródoto y en Benjamin, en su capacidad de conexión con los lugares, la inspiración para trabar “una enérgica relación con el mundo” desde la escritura (Schlögel 2007: 467). Por lo que se refiere a la ficción, es un impulso igualmente constatable tanto en la práctica —no hay más que revisar la literatura o el cine de las últimas décadas— como desde el punto de vista disciplinar e interpretativo. Acaso la versión más elocuente de un comparatismo o una historia literaria escrita desde esa voluntad topográfica, incluso en el sentido retórico del término topografía, sea la aproximación que sobre todo Bertrand Westphal (2007 y 2011) ha desarrollado bajo la noción de geocrítica, en la que la relación de la literatura con los lugares se convierte en la cuestión dominante. Que esa relación con el mundo no es en absoluto diáfana ni está libre de implicaciones problemáticas es algo de lo que Westphal es plenamente consciente; y, de hecho, convierte la cuestión de los límites difusos y permeables de la ficcionalidad en uno de los puntos básicos de su reflexión. En cualquier caso, aproximaciones como la suya contribuyen a ese panorama general que se guarece bajo el rótulo de giro espacial y, aunque el detalle de sus preocupaciones a veces sea del todo afín a las primeras formulaciones del mencionado giro, no serían concebibles sin el impulso teórico que emana de los planteamientos muy diversos convocados con esta denominación. La propuesta de la geocrítica es ilustración de algo más, sin embargo. Me refiero a la proliferación de proyectos disciplinares específicos al calor de esa apertura espacial. Algunas de esas propuestas son

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novedosas, como el caso concreto de la línea de trabajo de Westphal, pero otras, en cambio, significan más bien la reaparición de viejas presencias, si bien ahora con un prestigio y una prestancia que no habían llegado a gozar en sus anteriores apariciones en el campo de los estudios literarios. El caso más conspicuo de esta segunda situación es el de la geografía literaria, donde la pulsión por identificar los lazos de los textos de ficción con espacios y lugares concretos se ha plasmado de una manera más específica y también, seguramente, más problemática. 3. De la geografía literaria a la geografía literaria crítica “Il est de morts qu’il faut qu’on tue. Des morts-nés également: la géographie littéraire”. De esta forma tan sumaria y concluyente, mezcla de desdén y prevención, se refería René Étiemble (1958: 131) a la posibilidad de una disciplina geográfica vinculada al estudio literario en un artículo titulado “Après l’histoire, la géographie littéraire”, que se había publicado originalmente en Les Temps Modernes en el año 1947. Al leer estas palabras más de 70 años después de haber sido escritas, lo primero que se impone a la consideración es el fracaso aparente de la conminación del célebre comparatista. “Les gens que vous tuez se portent assez bien”, podría apostillarse, empleando el verso de Corneille. Al menos eso cabría deducir de la revigorizada presencia de la geografía literaria en los últimos años, pues no es infrecuente encontrarla como capítulo en los manuales de geografía cultural y numerosas monografías, artículos y revistas académicas han reclamado la vigencia de la disciplina, aunque no siempre con una clara conciencia de sus antecedentes. El propio Étiemble, que pensaba en el contexto francés exclusivamente, parecía desconocer a algunos precursores notables, cierto que discontinuos y algo dispersos, de esa materia, aparentemente nacida muerta. En su artículo, Étiemble la tomaba fundamentalmente con el escritor bretón Auguste Dupouy, quien en 1942 había publicado un curioso ensayo titulado Géographie des Lettres françaises. Amparándose en el prestigio del historiador Gustave Lanson, quien ya en 1902

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había reclamado una historia provincial de las literaturas en Francia, Dupouy reivindicaba la importancia de la consideración geográfica para un cabal entendimiento de la literatura francesa y sustanciaba la tesis de que el genio de la nación habría ido desplazándose de unas regiones a otras a lo largo del tiempo, hasta la consolidación definitiva de París como capital incuestionable de la Francia literaria. Era esta aproximación de la geografía literaria al regionalismo literario el motivo fundamental de la recusación de Étiemble, además de su rechazo airado a admitir la determinación geográfica —sobre todo de los autores y desde una perspectiva principalmente genética—, por cuanto la entendía como un complemento epigonal del historicismo más limitado y conservador en sus presupuestos ideológicos. Pero la agresividad de Étiemble debe leerse, sobre todo, como un indicio de las connotaciones ideológicas que el regionalismo podía tener en la Francia de la inmediata posguerra, por sus concomitancias con la política cultural del régimen de Vichy. Y esto Étiemble no lo oculta en absoluto. “Ce M. Dupouy [aurait dû] se réclamer aussi de Philippe Pétain” (Étiemble 1958: 122), llega a espetar en un cierto momento. El autor de Essais de littérature (vraiment) générale tenía muy en cuenta las afinidades con Vichy de algunos de quienes habían manejado en primer lugar la noción de geografía literaria en Francia, como el felibrista y promotor muy destacado del regionalismo francés Jean Charles-Brun, uno de los primeros, a principios del siglo, en apuntarse al proyecto de una historia provincial de la literatura francesa. Las adherencias ideológicas que se podían atribuir a la geografía literaria tienen otra muestra en una obra anterior, pero igualmente significativa: si en la de Dupouy la geografía literaria servía al propósito de, por así decir, regionalizar la literatura francesa, ahora nos encontraremos con un uso destinado a reconciliar la literatura portuguesa con su dimensión colonial. José Osório de Oliveira deploraba en su Geografia literária (1931) —libro en el que recogió diversos ensayos datados en su mayoría en los años veinte— que la literatura portuguesa, a pesar de su imperio colonial, no hubiese generado una literatura de viajes parangonable a la de las principales potencias europeas, Francia e Inglaterra muy en particular. Oliveira —funcionario del Ministerio de Colonias en tiempos de Salazar— entendía su

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fórmula geográfica como una expresión más de un malestar geocultural luso ante Europa, en la medida en que, de modo muy poco disimulado, se concebía tal literatura como una forma o corroboración del dominio sobre los territorios extraeuropeos y como una manera de exhibirla y legitimarla discursivamente a nivel internacional. El déficit de literatura exótica y de viajes podía interpretarse como síntoma de una carencia de mayor alcance con implicaciones geopolíticas, que se explicaría por una suerte de condición exílica de Portugal con respecto a la Península Ibérica y a la propia Europa. En ambos casos, la geografía literaria funciona como expediente de una performatividad geopolítica bastante definida, aunque tenga un sentido distinto en cada caso. Algo parecido, aunque de nuevo con una orientación diversa, encontramos en las primeras formulaciones británicas, como es el caso de la Literary Geography, que publica en Londres en el año 1904 William Sharp. Podría decirse que es la expresión de un programa que buscaba inscribir la literatura en el territorio o en el paisaje de la nación y, en sentido contrario, ese paisaje en la literatura nacional. En buena medida, la obra proponía un recorrido por las patrias chicas —countries, en realidad— de distintos escritores, esto es, por aquellos territorios y lugares en que estos habían vivido y que habían representado en sus obras, y que componen por adición el marco espacial de una literatura. Es una expresión también del género victoriano de las homes and haunts —su hito principal son los dos volúmenes de Homes and Haunts of the most Eminent British Poets (1847), de William Howitt, que contó con un éxito sostenido a lo largo de todo el siglo xix—: una forma temprana de guía literaria, que, aunque al margen del ámbito más estrictamente académico, tendría una notable impronta en muchas formas posteriores, incluyendo en esa impronta el uso de mapas y la elaboración de itinerarios culturales. Validando la denominación, la propia Virginia Woolf terciaría en el debate con una reseña de 1905 titulada, precisamente, “Literary Geography”, donde dejaba muy claro su escepticismo hacia semejantes lecturas en clave de referencialidad territorial, con un distanciamiento —muy al estilo Bloomsbury— hacia el filisteísmo de esta clase de lecturas del territorio y de la literatura asociada a ellas: “A writer’s country is a territory within his own brain; and we run the risk of disillusionment if we try

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to turn such phantom cities into tangible brick and mortar... to insist that [a writer’s city] has any counterpart in the cities of the earth is to rob it half of its charm” (Woolf 1986: 135). Como puede apreciarse, la geografía literaria surge en el terreno del ensayo y de la intervención pública, sin llegar realmente a superar la sospecha de un cierto diletantismo y trivialidad, que la hace muy vulnerable al desdén de quienes escriben desde posiciones más prestigiosas en el campo literario y académico. Quizá una excepción parcial —y casi siempre ignorada— a esta situación sean las aproximaciones de André Ferré, un geógrafo de formación que desarrolló la mayor parte de su carrera al margen del ámbito universitario. Primero, la que constituyó su tesis doctoral: una monografía con el título de Géographie de Marcel Proust (1939), en la que anticipaba a título de hipótesis algunos aspectos que años después tendrían un eco no expreso de otra obra con mucha mayor circulación entre la crítica académica: L’Espace proustien (1963), de George Poulet. Véase, por ejemplo, lo que señalaba Ferré en la introducción de su libro: “[L]e temps passé ne peut être restitué dans sa vérité vivante [...] sans que soient restitués du même coup ses cadres d’espace [...]. Les lieux adhèrent à la mémoire, la géographie adhère à l’histoire, l’espace adhère au temps” (cfr. Collot 2014: 41). Estamos ante una indagación centrada en la escritura de un autor singular, donde el espacio se concibe a partir de la complejidad de sus relaciones con la memoria y la temporalidad. Por tanto, la concepción de la geografía dista ya de la del mero emplazamiento o de la simple evocación, ligada a la filiación natal del escritor, para convertirse en un aspecto central de una determinada estética y un objeto crítico relevante en sí mismo. En todo ello, la difusa interrelación entre las referencias reales y las imaginarias ocupa gran parte de la atención de Ferré, sin renunciar al empleo de mapas. A pesar de habérsele reprochado en alguna ocasión a este autor el incurrir con demasiada facilidad en ingenuidades propias de un positivismo ramplón, fue bastante más lejos que sus predecesores. Pero Ferré no se quedaría ahí y, con el tiempo, se esforzaría por fundamentar los principios de la geografía literaria como disciplina académica de una manera sistemática. Quizá el exponente más destacado de este propósito haya sido su intervención en el “Ve congrès de

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l’Association internationale des études françaises” en 1953, bajo el título de “Le problème et les problèmes de la géographie littéraire”. Allí calificaba la denominación como insólita, por cuanto la consideraba como una novedad, y como ambigua, en la media en que su ámbito se situaría en un terreno a caballo entre dos disciplinas, la geografía y la crítica literaria, con la posibilidad de poner el énfasis en una o en otra. Sea como fuere, lo cierto es que Ferré afirmaba la dimensión geográfica de la escritura literaria en la medida en que esta implicase elementos que pudieran ser localizables y, en esa medida, representables desde un punto de vista cartográfico —“Est justiciable du point de vue géographique tout ce qui est localisable à la surface de la terre et par conséquent inscriptible sur une carte” (Ferré 1954: 147)—: una presunción no muy alejada de la que constituye el presupuesto principal del énfasis cartográfico de nuestros días, pese al evidente reduccionismo que implica. De hecho, entre las tareas que asignaba Ferré a esa disciplina en ciernes, hay muchas que no disuenan en absoluto con las que ocupan en la actualidad a muchos programadores culturales, geógrafos y sociólogos literarios: localizar los contenidos geográficos de las obras, indagar en la experiencia geográfica de los escritores, analizar la capacidad de la literatura para engendrar fenómenos geográficos a través de los sitios o lugares literarios (casas, estatuas, elementos del paisaje, tumbas...) con su subsiguiente dimensión económica y cultural, determinar la distribución geográfica de la producción y el consumo literarios... La de Ferré es una propuesta que, pese a sus ingenuidades epistemológicas, anticipa claramente lo que otros presentarían después como innovación metodológica. Admitidos todos los matices que se quiera, no está muy lejos de la visión de la geografía literaria que expresan algunos geógrafos contemporáneos, como, por ejemplo, Marc Brosseau, o ciertos estudiosos actuales de la literatura, como Michel Collot. Sintomática es la confesión del primero, al reflexionar sobre su trayectoria, de haber creído estar poco menos que descubriendo una terra incognita al abordar desde la geografía lo que él llamaba espacio literario, cuando se planteó la cuestión por primera vez en los años ochenta del siglo pasado, aunque sí pudiese constatar la incomunicación entre los cultivadores de la crítica literaria más preocupados

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por las cuestiones del espacio y los geógrafos que tendían a utilizar la literatura como un objeto de estudio (Brosseau 2011: 31).9 En ese sentido, y aunque el planteamiento de Ferré no suela ser tenido en cuenta, muestra que las cosas no han cambiado mucho en buena parte de este campo de estudio y que las apelaciones más o menos exultantes al giro espacial no abonan siempre la novedad en los planteamientos. A ojos de hoy, el pecado fundamental de Ferré sería el de partir de una visión muy poco elaborada, o infrateorizada, del referente geográfico y espacial. No es algo que se pueda reprochar en exceso a este geógrafo y estudioso de Proust, pero resulta mucho menos justificable en autores más recientes, a pesar de que, como muestra Brosseau, la evolución de la geografía cultural desde finales de los años ochenta ha sido intensa y ha ahondado en las formas de dar cabida al discurso literario entre sus objetos de estudio. La debilidad y la confusión tradicionales de la conciencia teórica de la atención a la geografía en los estudios literarios, que comenzaba a resultar muy obvia ya en los años noventa, fue subrayada, casi en tono de manifiesto, en un artículo del año 2005 muy citado a partir de entonces, escrito por el estudioso británico del modernismo literario Andrew Thacker. En él, pretendía trasladar una reflexión sobre el contexto teórico que lo había llevado a escribir en los años anteriores varias obras en las que la relación entre la geografía y el espacio se había convertido en el principal eje interpretativo de su aproximación al modernismo literario internacional. En el mismo año 2005 veía la luz un volumen colectivo en el que Thacker figuraba como uno de sus editores y que era, sin duda, un buen exponente de sus preocupaciones: Geographies of Modernism: Literatures, Cultures, Spaces. Lo que a esa altura comenzaba a resultar un tema común tenía no solo antecedentes, notaba Thacker, sino que las aproximaciones que se amparaban bajo la etiqueta de lo geográfico resultaban muy dispares, y algunas de ellas eran más bien reviviscencias de modelos muy vetustos, aunque su expansión en esos años de entusiasmo geográfico, incluso más allá del mundo académico, fuese en sí misma muy indicativa de

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Véase también su contribución en Robert T. Tally Jr. (2017: 9-27).

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un estado de cosas. Todo ocurría en un momento en que la ficción literaria y fílmica acentuaban también una tendencia que, en sí misma, venía de muy atrás: la introducción en su articulación como ficción de procedimientos geográficos y específicamente cartográficos, que, como ya había notado hacía mucho tiempo Leonardo Olschki (1937), tuvo mucho que ver con la expansión geográfica europea desde la Edad Media, aunque, evidentemente, adquiriría peculiaridades e intensidades muy concretas en los decenios más próximos a nosotros. Por ese motivo planteó Thacker la propuesta de una Critical Literary Geography, que, en lo fundamental, buscaba una aproximación a la dimensión geográfica de lo literario con un soporte teórico más intenso, en la línea sobre todo del marxismo de geógrafos estadounidenses, como Harvey o Soja, o británicos como Nigel Thrift o Derek Gregory, subrayando con énfasis un afán negativo por desmarcarse de lo que definía —en lo que se refiere a la cartografía— como “an effortless mapping of represented landscapes in literary texts” (Thacker 2005: 60). Se trataba, pues, de conectar la geografía literaria con el giro espacial, en su fórmula anglosajona, y con la geografía crítica o radical de los geógrafos materialistas británicos, lo cual implicaba incorporar también, a través de esa mediación, algunos de los planteamientos de Lefebvre o Foucault. A pesar de ello, Thacker no acababa de tener presente como una cuestión central lo que resultaba ya patente en las prácticas literarias y estéticas del momento: la demanda intensa de una nueva conexión con lo real desde la ficción; ni tampoco, en un plano más teórico, la necesidad de ampliación del canon teórico de referencia, más allá del sesgo introducido por el giro espacial, en su versión más restrictiva. Sería el camino para introducir cuestiones hoy en día muy relevantes como, por poner un caso, la imbricación de la espacialización de los textos con cuestiones de memoria, afecto o trauma, que no se pueden aislar de la demanda de una reconexión con lo real a la que nos acabamos de referir.

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4. Y ahora, los mapas Vemos, no obstante, que los mapas son de nuevo una parte recurrente del debate. Pienso sobre todo en el impulso que, más allá del esfuerzo por profundizar en la geografía de los textos literarios, sucumbe a la atracción de darles forma visual mediante su representación cartográfica. Thacker, como no podía ser de otro modo, se refería a la incidencia de Franco Moretti, que, en gran medida, es el precedente inmediato más visible del conocido ahora mismo como giro cartográfico, otro giro más que sumar al elenco de presuntos cambios paradigmáticos que se suceden y superponen unos a otros en nuestros días. Curiosamente, buena parte del impacto de Moretti se explica por su adscripción al ámbito de los estudios literarios y a su aparente ignorancia de la geografía literaria previa, que se venía practicando en el campo de la geografía cultural de una forma particular (Hones 2014: 170). Con su llamamiento doble a indagar sobre el papel del espacio en la literatura y el de la literatura en el espacio, el Atlas de la novela europea, publicado originalmente en 1998, supuso un hito en este sentido, en gran medida por la brillantez expositiva y la eficacia retórica del comparatista italiano, y también por su capacidad para alternar las escalas, pasando de las hipótesis explicativas sobre textos individuales al análisis de series o grupos de obras y, desde ahí, a la gran trama de la forma novelística, primero europea y luego mundial. Los mapas, con su evidencia visual, actuaban fundamentalmente como piezas de convicción de la argumentación desplegada, de modo tal que mostraron una eficacia muy singular para persuadir de la pertinencia de los indicios espaciales y geográficos incorporados, por acción u omisión, en los textos y del carácter muy revelador de la distribución espacial de la literatura, a partir de su recepción, de los lugares de publicación o de la proliferación de traducciones. La literatura sale de sí misma a partir de lo que el propio Moretti estimaba como dos espacios distintos, aunque no lo sean tanto en el fondo: un espacio imaginario, el intratextual, y otro histórico, el extratextual. Los mapas son, en gran medida, el punto de encuentro de ambos espacios en la práctica analítica propuesta por el autor de Epica mondo. Es en ellos donde se despliega el mundo interno de la ficción

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literaria a partir de los indicios geográficos que esta alberga, y también constituyen el escenario en el que se ponen en evidencia las pautas históricas que rigen la presencia de la literatura en el espacio. En realidad, nada excesivamente alejado de lo que implicaba el aserto de Ferré (1954: 147) que veíamos más arriba: “Est justiciable du point de vue géographique tout ce qui est localisable [...] et par conséquent inscriptible sur une carte”. Estos seguían siendo los límites de la geografía de la literatura que postulaba Moretti en su célebre libro de 1998. Thacker, de hecho, apuntaba igualmente a alguna de estas deficiencias cuando señalaba en el debe del autor italiano la persistencia en una confianza nada cuestionada en la condición objetiva de los mapas, sin llegar a plantearse en ningún momento su carácter de prácticas de representación, susceptibles de ser analizadas con la misma intención crítica que otras representaciones culturales. Eso, precisamente, es lo que había venido desarrollando la conocida como cartografía crítica desde años antes.10 En la misma línea iba un segundo reproche de Thacker: el escaso desarrollo de las implicaciones mutuas entre las dos dimensiones de la geografía de la literatura al estilo de Moretti; esto es, la de la literatura en el espacio, por un lado, y la del espacio en la literatura, por otro. Porque es ahí, a la interacción fluida entre ambas dimensiones, entre la del espacio imaginario y la del espacio histórico —en la terminología del autor—, adonde apuntan las implicaciones más sugerentes de los análisis de Moretti, que es, por demás, el terreno en el que encontraría su lugar idóneo la “stronger critical literary geography” propugnada por Thacker (2005: 65). Pero hay otro aspecto en el que las derivaciones de los planteamientos de Moretti son significativas desde el punto de vista del giro cartográfico. Tiene que ver con el énfasis, larvado ya en la obra mencionada y también en su bibliografía precedente, sobre la literatura mundial y, en especial, en la principal consecuencia metodológica de este, la lectura distante (distant reading), que tiene mucho que ver con la necesidad

10 Véase Thacker (2005: 60). Algunos de los exponentes más conocidos de esta visión crítica y cultural de la cartografía histórica, con énfasis y planteamientos distintos, son P. D. A. Harvey, J. B. Harley, Denis Cosgrove o Edward Casey.

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de operar con datos masivos, aunque fuese mediante el recurso algo rudimentario de acudir a la suma de informaciones proveídas por los historiadores locales —tratados, según apuntaría Gayatry Spivak, como si fuesen los informantes nativos de la antropología clásica—. Como apreció Moretti, la infografía —gráficos, mapas, árboles— va a ser la mejor expresión del tratamiento de esas informaciones, muy en la línea de la orientación hacia las ciencias sociales —hacia una forma muy restrictiva de entender las ciencias sociales, en realidad— de un sector de los estudios literarios contemporáneos,11 pero lo que entonces le faltaba eran los procedimientos informáticos de minería masiva de datos, y tampoco había contado, en el momento de hacer bandera del uso heurístico y argumentativo de los mapas, con la revolución, ya en marcha a esa altura, de los Sistemas de Información Geográfica —GIS sería el acrónimo inglés y SIG el español— y la popularización de los mapas propiciada por el desarrollo de las herramientas de cartografía digital. Ese es el contexto en el que el giro cartográfico va a tener sentido, especialmente a partir de finales de la década de los noventa. En esta perspectiva, la propuesta de Moretti a la que nos estamos refiriendo muestra su condición transicional entre dos paradigmas, muy ligados a soportes y tecnologías, así como a presupuestos ideológicos y concepciones del mundo —del mundo, en el sentido más estricto— culturalmente mediadas.12 Lo que caracterizaría al paradigma al que Moretti abría paso, con su comparatismo globalizante, es lo que expresó con un término muy elocuente una de las más brillantes comparatistas

11 Sobre la cuestión de la relación entre estudios literarios y ciencias sociales, siempre necesitada de matices, resultará muy provechosa la lectura del capítulo de Arturo Casas en este volumen, en especial su epígrafe sexto. 12 Estas observaciones se refieren a la obra mencionada, pero para atender al trabajo de Moretti de forma más completa es preciso acudir a otros textos suyos posteriores, como la serie de artículos “Gráficos, mapas, árboles”, que dio lugar a un volumen cuya traducción española lleva el título de La literatura vista desde lejos (2007), y en particular al trabajo, ya en entorno estrictamente digital, que promovió en el Stanford Literary Lab a partir de 2010. Véase .

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contemporáneas, Emily Apter (2013: 72): oneworldness. En sus palabras, que apuntaban particularmente a una dimensión estética de la expresión, se trataría del “match between cognition and globalism that is held in place by the paranoid premise that everything is connected”. Vayamos, utilizando la puerta abierta por Moretti, a la cartografía literaria, pero dando el paso que, en el momento de escribir su Atlas de la literatura europea, todavía no había dado el comparatista italiano: aquel que nos lleva a los mapas basados en tecnologías digitales y diseñados a partir del uso de los llamados Sistemas de Información Geográfica. Ese es, según acabamos de apuntar, el entorno en el que se produce el estallido de proyectos cartográficos que toman por objeto la literatura, unas veces con un propósito académico o de investigación y otras con un objetivo más divulgativo o abiertamente diletante.13 Como quiera que sea, los SIG viven desde hace unos años un momento de especial efervescencia en el ámbito literario y cultural, en el que priman el encantamiento de su atractivo visual y la fuerza de la autoevidencia aparente que transmiten con tanta eficacia. Pero este florecimiento a veces apabullante está haciendo surgir también una cierta reflexión teórica y crítica, aunque por lo general de porte muy ligero, sobre las implicaciones de dichos sistemas y las formas de representación a que dan lugar. Si nos paramos por un momento a considerar estos debates, parecería, sin embargo, que estamos más bien ante la reviviscencia de consideraciones que se vienen dando ya, al menos, desde los años noventa, en las que los términos de la discusión son deudores de planteamientos bastante añejos, por no decir superados en predios más tradicionales. Suele ser, admitámoslo, algo frecuente en el ámbito de los nuevos medios y tecnologías: incidir como si se tratase de algo novedoso en formulaciones muy manidas en territorios más canónicos, a veces de modo algo burdo e ingenuo. En la medida en que tales reflexiones afectan significativamente no solo a la particularidad del uso de los SIG en el ámbito de los estudios literarios, sino también, de modo mucho más general, a un cierto giro

13 Para una revisión de los proyectos de cartografía literaria accesibles en línea hasta finales de 2016, puede consultarse Luchetta (2017).

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cultural o humanístico en la reflexión y evolución del empleo de estos sistemas, puede ser útil prestarles una cierta atención. Sabemos que la noción de cartografía literaria, con toda su tradición a cuestas, puede tomarse de formas muy distintas que han recorrido, en consecuencia, derroteros diferentes. En una primera aproximación, se impone la percepción de que el menos practicado, a pesar de la influyente línea de trabajo animada desde Zúrich por Barbara Piatti y Lorenz Hurni,14 sea el que se refiere a su empleo para lo que podríamos caracterizar como una inmersión analítica de carácter geoespacial en los ámbitos ficcionales de los textos literarios. Poco más o menos, estos ámbitos vienen a coincidir con lo que Moretti llamaba espacio imaginario. Mas ahora se asume de forma mucho más directa y consciente la efectividad de algún tipo de relación entre tales ámbitos y el mundo físico o real externo a los textos, denominado geoespacio por Piatti y Hurni (2011: 219), que tiene mucho que ver con el funcionamiento cultural de la ficción. De una manera precipitada, se ha achacado a esta visión de las cosas el considerar que trata no más que de dar por sentado que la ficción consiste en situar acontecimientos inventados en entornos reales. Nada más lejos de ello. Las relaciones con los referentes espaciales mediados por la ficción son por fuerza complejas, cuando no del todo inaprensibles, y, por tanto, hay un buen número de obras literarias que resultan en absoluto inmapeables desde este punto de vista (Stockhammer 2007, 2017). A pesar de esta evidencia, el aspecto más interesante de esta línea cartográfica desde el punto de vista teórico es lo que tiene de práctica de reterritorialización de los textos, postulando una permeabilidad intensa entre la ficción y el mundo, sin limitar necesariamente la relación entre estos dos ámbitos a una mera representación del uno en la otra. Muchas veces los mapas sirven como mediación o como interfaz de esa relación tan difícil de aprehender, pero de la que depende una parte muy relevante del poder de la ficción. No es difícil trasladar a la literatura, o por lo menos a cierta literatura, la hipótesis de partida del

14 Véase particularmente el sitio de A Literary Atlas of Europe: .

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libro Cartographic Cinema de Tom Conley (2007: 1): “Even if a film does not display a map as such, by nature it bears an implicit relation with cartography”. Y esa es otra oportunidad que algunos autores han aprovechado: emplear las herramientas cartográficas para explorar los límites de la referencialidad y la flexibilidad de las formas de relación desde la literatura con el mundo para ahondar en el concepto de ficción e incluso en las transformaciones que la ficción, como ámbito cultural, está experimentando actualmente. Son muchas las derivaciones que cabe considerar a este respecto, pero, si hablamos de ámbitos ficcionales o enmarcados en una práctica de representación, la noción de lugar resulta difícil de rehuir. Como es sabido, el empleo de lugar en contextos como este remite a uno de los asuntos más tradicionales en los debates sobre el análisis del espacio desde el último cuarto del siglo xx, aunque las raíces de la cuestión conduzcan a momentos bastantes anteriores, como suele suceder. Se trata de la oposición entre espacio y lugar; es decir, entre la extensión abstracta, objetiva, a veces puramente geométrica y la que surge de una práctica, de la experiencia o, en suma, de la implicación de quien participa en ella. De una u otra forma, esta oposición —en buena medida, la que enfrenta a un marco previo con la resultante de una interacción vivencial, cultural o productiva— ha hecho converger en el debate a autores cruciales como Yi-Fu Tuan, Michel de Certeau, Marc Augé, Edward Casey o, entre otros, Doreen Massey, lo que da una idea de la trascendencia de la cuestión desde el punto de vista teórico y metodológico. Además, también desde finales de los años setenta, la geografía humana había confiado en la literatura como documento para recuperar la vivencia de los lugares (“sense of place”) o las complejidades, entre la percepción y la práctica, del rotulado en la tradición francesa como espace vécu (Brosseau 2011: 34-36). Por eso resulta tan llamativo que solo muy recientemente se haya sentido la necesidad de incorporar este debate al terreno de las cartografías fundamentadas en los SIG, aunque sea de una forma insatisfactoria, como veremos enseguida. Esta circunstancia nos retrotrae a la que antes apuntábamos respecto a las cartografías literarias, donde esta clase de consideraciones debería ser especialmente bienvenida: me refiero a la secundarización

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en el nuevo entorno digital de las prácticas cartográficas que se refieren a los espacios internos, “representados”, de la ficción frente a las meras traslaciones inmediatas a entornos reales —rutas literarias o el conocido como pin-in-the-map approach— o a su empleo instrumental para análisis de base cuantitativa, de mucho prestigio en el seguidismo de las ciencias sociales que muchos investigadores procedentes de las humanidades practican en busca de una legitimidad que consideran perdida. Comencemos por destacar la acuñación de la etiqueta “GIS of place” para referirse a una nueva fase en el empleo de los SIG, recurriendo al viejo binomio que opone espacio a lugar. En efecto, se trata de la proclamación por parte de la bibliografía más reciente, no limitada en absoluto a la cartografía literaria, de la necesidad o incluso de la aparición de unos SIG centrados en el lugar y no —o no solo y no tanto— en el espacio. El mero hecho de que se acuda a esta oposición de larga progenie filosófica y cultural, a menudo desdeñada como fenomenológica, pero especialmente debatida entre finales de los setenta y la primera década de nuestro siglo, resulta en sí mismo significativo (Prieto 2017: 60 y ss.). En una primera aproximación, digamos ya que muy simplificadora, hablar de GISs of place supone reintroducir o reconocer de manera implícita una serie de dicotomías de alcance metodológico y epistemológico en el uso de estos sistemas geográficos y de las formas de representación asociadas. Por un lado, los SIG espaciales estarían orientados al análisis cuantitativo, a la minería de los big data, a la lectura distante, al survey knowledge15. Por el otro, los SIG del lugar atenderían con preferencia a aspectos cualitativos, a lo concreto e

15 A pesar de que los mapas suelan ser parciales y fragmentarios, tienden a incorporar el deseo de trasladar una visión transparente y panóptica (relacionada con el survey knowledge) de aquello que representan. Por ello, parece haber una contradicción con el conocimiento asociado a las prácticas narrativas (más cercano al route knowledge). La oposición de índole cognitiva, pero también performativa, remite a la distinción entre map y tour reconocida por Charlotte Linde y William Labov en las descripciones de los apartamentos de una serie de informantes y recuperada y expandida por Michel de Certeau (1996: 131 y ss.). Véase la distinción entre route knowledge y survey knowledge en Thorndyke y Hayes-Roth

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individual, a la lectura atenta, al route knowledge. En otras palabras, y recuperando oposiciones añejas que nos llevarían a Wilhelm Dilthey o a Max Weber, los unos se fundamentarían en lo que Droysen entendía por Erklärung (“explicación”) y los otros, en lo que el historiador decimonónico concebía como Verstehen (“comprensión”), con lo cual estaríamos de nuevo en el territorio de las viejas polémicas sobre el positivismo, el papel de la interpretación en la fundamentación de las ciencias del espíritu y otras, acaso más recientes, sobre la posición de las humanidades y su posible reorientación hacia las ciencias sociales, o, más bien, un cierto tipo de ciencias sociales, que es, en suma, el marco en el que se inscribe el atractivo de las formas visuales de representación y análisis para los estudios literarios.16 Pero los llamados GIS of place, o SIG del lugar, tienen su propia historia y circunstancias, con ciertos elementos contradictorios. Como han recordado últimamente Giordano y Cole (2018), su reivindicación se incardina en las denominadas Critical GIS, cuyos antecedentes se remontan a finales de los años ochenta, aunque no fueron formuladas como tales hasta el año 1999, cuando Nadine Schuurman acuñó la etiqueta en una presentación oral. Se trata, en suma, de un cuestionamiento desde los estudios geográficos tanto del modelo de representación asociado a los SIG como de su visión general del mundo. Y de hecho, asumiendo algunas de estas críticas, han venido a consolidarse planteamientos que se conciben como la superación de algunas de las limitaciones previas, como, en un terreno explícitamente cartográfico, el deep mapping, las llamadas spatial narratives u otras propuestas, como la autodenominada inductive visualization. Sobre el primero, véase como se define en la presentación de una obra que Bodenhamer, Corrigan y Harris (2015) han dedicado al respecto:

(1982). Para la oposición entre routes y surveys desde el punto de vista de la historia de la cartografía, véase Harvey (1980: 133-158). 16 Un buen estado de la cuestión sobre esta polaridad, así como una convincente defensa de la necesidad de superarla, se puede encontrar en Enrique Santos Unamuno (2017: 69-73).

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Fernando Cabo Aseguinolaza Deep maps are finely detailed, multimedia depictions of a place and the people, buildings, objects, flora, and fauna that exist within it and which are inseparable from the activities of everyday life. These depictions may encompass the beliefs, desires, hopes, and fears of residents and help show what ties one place to another. A deep map is a way to engage evidence within its spatio-temporal context and to provide a platform for a spatially-embedded argument.

Todas estas propuestas parecen definir un terreno más acogedor para el tratamiento del lugar, el cual, como se sabe, es afín a nociones como las de experiencia, práctica, performatividad, interacción social, etc. Podría añadirse que son nociones familiares a los intentos por reformular en un sentido contemporáneo las humanidades o incluso las ciencias sociales (como, por ejemplo, a través de la denominada geografía no representacional).17 De entender la cartografía, incluso la digital, como un ejercicio de emplazamiento de objetos en una representación del espacio en forma de mapa, se pasaría a introducir como elemento distintivo ciertas relaciones con los objetos espaciales, lo cual estaría vinculado a la consideración de dimensiones como las ligadas al afecto o a la memoria, a veces subsumidas bajo la etiqueta de lo cualitativo; y, en el mejor de los casos, también a la búsqueda de la superación del exceso individual que puede acompañar a alguna de estas categorías a través de propuestas como las que hablan, esquivando el exceso contrario de la homogeneización abusiva, de comunidades mnemónicas o comunidades emocionales y afectivas. La cartografía literaria parece, sin ninguna duda, un terreno abonado para contrastar las posibilidades de algo que tiene mucho de ejercicio hermenéutico (Luchetta y Ridanpää 2019). Otra cosa es cómo hacer esto de una forma efectiva y cuáles serían las preguntas a las que estas cartografías podrías responder y cuáles las que podrían ayudar a plantear. Pero los SIG no solo arrastran su consideración crítica, sino que ellos mismos se han transformado y han dado lugar a que se descubran nuevas posibilidades en su uso. Quizá fuesen Sui y Goodchild

17 Sobre esta noción originaria de Nigel Thrift y su aplicación a la cartografía literaria, puede verse el artículo ya mencionado de Luchetta y Ridanpää (2019).

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(cfr. Blaschke et al. 2018: 11) quienes mejor lo hayan expresado al señalar que los SIG habrían pasado de ser meras herramientas o tecnologías a convertirse en un nuevo medio, en todo el alcance del concepto. De recopilar, manipular y representar información espacial a través de las tecnologías digitales, se habría transitado a hacer accesibles parcialmente esas tecnologías a los consumidores, convirtiéndolos en usuarios, y, yendo un paso más allá, a transformarlos no solo en fuente de información, en la medida en que el empleo de la tecnología es geolocalizable, sino a favorecer una suerte de inmersión en el medio virtual construido por los sistemas de información geográfica. A partir de ahí surge el deseo de obtener fruto de las virtualidades que se intuyen en este nuevo medio y que nos conducen, una vez más, a una formulación teórica tradicional, pero con un sentido alterado que no reconoce la complejidad de su tradición previa y se limita a su funcionalidad instrumental. Es, en suma, la idea de que los espacios —o, más exactamente, los lugares— son producidos, resultado de acciones e interacciones y de procesos de discursivización en contextos sociales e ideológicos precisos. Lo cierto, en efecto, es que por el momento esta tendencia en la reflexión sobre los SIG, que se identifica con el rubro GIS of place, promueve fundamentalmente un uso gerencial de esta noción, ligada sobre todo a estrategias de planificación urbana. Para ello se estima productiva y eficiente la introducción en el denominado, un tanto pomposamente, “GIS-based multicriteria decision analysis” de factores de tipo cultural que tienen que ver con las pautas de comportamiento de los usuarios; entre ellos, habrá que suponer, algunos de los considerados en la línea del deep mapping (memoria, emociones, etc.). La condición del lugar adquiere de esta manera un estatuto ambiguo entre representación, producción y, quizá fundamentalmente, entorno de gestión. En cualquier caso, si volvemos a la tradición más teórica y, por decirlo de alguna manera, pre-SIG, habría que recordar algunas reflexiones muy pertinentes que abordan de lleno los conflictos derivados del intento de introducir la representación del lugar en un contexto fundamentalmente espacial. Insistamos: se trata de consideraciones necesarias en especial cuando estamos tratando de ficción y de representaciones estéticas y culturales del espacio en las que la fluidez con el

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entorno real es un aspecto crucial. Puede ser una forma de rescatar la noción de lugar de apropiaciones muy reductivas y reclamar la necesidad permanente del cuestionamiento y profundización en esta clase de categorías, a veces sometidas a empleos en exceso pragmáticos. Un buen ejemplo es Representing Place (2002), el clásico libro de Casey sobre las relaciones entre la pintura de paisaje y la cartografía, y el caso limítrofe entre ambas que supone la tradición de las corografías (tanto en el sentido lingüístico y textual como visual). Desde una perspectiva fundamentalmente fenomenológica y también historiográfica, Casey consigue ahondar en algunos de los aspectos cruciales, y también más complejos, de la representación espacial. Así lo muestra la que podríamos considerar la cuestión de partida que guía su trabajo a modo de hipótesis general, y que no puede ser más sugestiva: “[H]ow representation bears on place, calls for it, and thrives in its multifarious presence”. Sería este un primer aspecto destacable, las conexiones y conflictos entre las nociones de representación y lugar. Una segunda cuestión de carácter crucial para Casey es la implicación de la dimensión corporal —es obvia la conexión con Merleau-Ponty— en cualquier consideración sobre el lugar: “[W]herever place is at stake in human experience there body will be found as well. The same rule obtains when it comes to representing places” (Casey 2002: xvi-xvii). Puede considerarse en este sentido la persistencia de esta línea fenomenológica en ciertas derivaciones de los estudios de género (Sedgwick, Ahmed...) y en los planteamientos de algunos geógrafos de orientación materialista (Anderson), a través sobre todo de las teorías del afecto. Y un tercer aspecto que puede ponerse de relieve es la importancia que confiere Casey a la noción de re-implacement. Se trata, en suma, del hecho de que lo que se tiene por representación de un lugar transforme este y, en cierto modo, lo sustituya al trasladarlo a un ámbito puramente representacional,18 en

18 En el glosario final del libro, Casey (2002: 352) define así el concepto: “[A]n effect of representation whereby the place of origin (whether locatable on earth or sea or wholly imaginary) is given a new locus within the painted or mapped work; integral to representation of place or region”. Eso implica, evidentemente,

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el que, añadimos, la idea de circulación y desplazamiento de ese lugar ha de resultar crucial. En suma, planteamientos como los de Casey, y otros con preocupaciones no muy distantes, aunque desde una perspectiva materialista, nos recuerdan algunas cuestiones que no deberían perderse de vista en la consideración del espacio, y particularmente del lugar, desde el horizonte de los estudios literarios. La primera es que la representación es un factor esencial en la relación cultural con el espacio y una manera de transformarlo, lo cual implica considerar con todas sus consecuencias que se trata de una relación mediada por todo el espesor de la cultura y que es ahí donde esas representaciones adquieren su potencial más significativo y donde tiene verdadero sentido el ejercicio crítico. La involucración del cuerpo supone, entre otras cosas, añadir a lo anterior una prevención ante los usos tecnocráticos y planificadores del espacio que a veces parecen conferir a las humanidades la simulación de la eficiencia o pertinencia social: introducir la referencia al cuerpo supone descender a un nivel performativo, que puede muy bien asociarse con el de la representación como dos dimensiones de una misma práctica, en la medida en que nociones como las de afecto y memoria se vuelven operativas. En la atención a los lugares y los espacios, los mapas no constituyen, como a veces parece, un requisito imprescindible para unos estudios literarios a la altura de los tiempos, por útiles que sean. Recurrir a ellos tampoco acarrea por fuerza, aunque muchas veces lo parezca, la exhibición de una ignorancia supina sobre la inmaterialidad de la ficción y su peculiaridad ontológica. Suponen, eso sí, un medio potencialmente muy valioso para aproximaciones transdisciplinares e incluso para la definición de objetos de análisis que no estaban al alcance de los abordajes más usuales. Ayudan también a formularse preguntas nuevas, que tienen que ver con lo que antes denominábamos reterritorialización de los textos; esto es, con la reconstrucción de

la impregnación afectiva, mnemónica, etc., y podría aventurarse que también, en un tercer nivel, la propia circulación de la representación como tal. Véase Casey (2002: 50-52).

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ciertas conexiones que refuerzan la idea de la permeabilidad intensa de la ficción con el mundo y de su afectación por las grandes y pequeñas dinámicas que rigen la remodelación cultural, ideológica y política de los espacios y de sus representaciones. Arrastran además, según hemos visto, una tradición compleja en la que late un importantísimo trasfondo teórico que afecta a cuestiones centrales sobre la literatura y la ficción. Pero todo ello no debería llevarnos a menospreciar los riesgos de hacer de los mapas una coartada para conformarse con formas de positivismo muy complaciente, escudado en el atractivo de las representaciones visuales de base tecnológica —una de las principales manifestaciones de las humanidades digitales— o un medio para ejercicios que, obviando las representaciones propias de la literatura y de la ficciones, se centren en los factores sociales de consumo y circulación para desarrollar ilusiones de control y planificación social que las legitimen académicamente. Frente a ello, resta la propuesta de una crítica fundamentada teóricamente, que no renuncie a formas de comunión con la textura de los productos culturales y que vea en la ficción no una forma de aislamiento, sino de refuerzo de la capacidad de conexión con el mundo, lejos de la imposición de una cobertura tecnocrática, gerencial o de presunta eficiencia social. Ello implica dejar atrás definitivamente la barrera entre el espacio de dentro y de fuera del texto, por obvia que parezca, para entender ese espacio como un lugar de convergencia de aspectos y corrientes de acontecimientos diversos (Hones 2008). Es también la vía para reconsiderar el propio estatuto cambiante de la ficción, en la que no solo procedimientos como la autoficción o la bioficción resultan relevantes: también la manera de introducir el geoespacio constituye un indicio crucial de esa alteración del contorno cultural de lo ficticio y de la movilidad de sus límites con el mundo. La forma de atender a los espacios y la complejidad de la constitución cultural y material de los lugares es, ahora mismo, un terreno en el que estas tensiones tan significativas para el estatuto mismo de los estudios literarios se muestran con una evidencia mayor.

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A pesar da vontade de clarexamento que a propia autora mostra en moitos dos seus poemas [...] o sentido último dos nós temáticos e simbolóxicos de Rosalía segue a suxerir interpretacións distintas, e o seu universo semántico mantense, en grande medida, aberto e misterioso. Darío Villanueva

1. Introducción ¿Qué provoca la literatura en los filósofos? En su deliberada amplitud, la pregunta que guía este capítulo, y que en buena medida tiene que ver con una concepción afectiva del vínculo entre la creación verbal y la teoría, admite ser pensada, ya que no respondida, de varias formas. Por una parte, puede ser tomada como estímulo para rescatar, en la historia de la filosofía, todo aquello que la propia filosofía ha tendido a desatender, cuando no directamente a menospreciar. El carácter metafórico del lenguaje, o la naturaleza poética de una dimensión eminente de la tradición filosófica occidental, al menos desde los presocráticos, sería objeto, en un planteamiento semejante, de una atención específica, capaz de desvelar el modo en que los usos creativos de la escritura pueden trabajar de un modo aliado con el pensamiento. En gran medida esta era la hipótesis de partida del libro Principium sapientiae. Los orígenes del pensamiento filosófico griego de Francis Macdonald Cornford, catedrático del Trinity College desde el año 1902. En su clásica monografía, Cornford subrayaba el modo en que en la sabiduría antigua no tenía sentido disociar arte, filosofía y ciencia,

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lo que había permitido a Tales, Heráclito y Anaximandro escribir en verso una serie de obras cuyo carácter fragmentario ha dado lugar a una serie de tradiciones herméticas ocultas, o más adelante al latino Lucrecio formular, en un ambicioso poema largo, sus teorías sobre el átomo. El argumento de Cornford resulta sin duda convincente para los presocráticos y sus continuadores materialistas y estoicos: ¿qué puede haber más poético que la pregunta sobre el arkhé, sea la respuesta el aire, el agua o aquel indeterminado y difícil de traducir principio denominado ápeiron? Pero todavía resulta más tentador adoptar una perspectiva similar para ponderar el valor del corpus fundacional de la historia de la filosofía en Occidente. Nos referimos, naturalmente, a los libros de Platón, que serían el origen, en las interpretaciones más consensuales, del dualismo racionalista, una hipótesis supuestamente avalada por su decisión de expulsar a los poetas de la república.1 Frente a esta aproximación tradicional a la filosofía platónica, no sería forzado defender una interpretación alternativa de la inserción de determinadas fábulas ejemplares (el mito de la caverna, el mito del carro alado o el mito del andrógino) en el corpus platónico. De acuerdo con esta concepción, aquellas fábulas no serían el velo por medio del cual el filósofo buscaba hacer más bello e inteligible un sistema conceptual complejo, de carácter lógico, previo a estas tramas poéticas —aquello que la teoría medieval de los sentidos denominaba integumentum—, sino la sustancia misma de lo que deseaba transmitir. Y así, podríamos sostener que la ambigüedad inherente a esas historias creadas por la imaginación humana para transmitir ideas, pero también sensaciones, serían acicates, y no obstáculos, para el conocimiento, en la medida en que, al desplegarse ante la sensibilidad y la inteligencia de los lectores, estarían rindiendo

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Se trata, como es sabido, de un episodio seminal en términos de la teoría literaria de Occidente, y como tal ha sido tratado por numerosos autores. Destacamos aquí, por su relevancia en el estudio de la relación entre literatura y filosofía, la luminosa aproximación de Iris Murdoch (2016), que desde el comienzo nos recuerda que, en las apretadas diez líneas que La república dedica al episodio, Platón, en puridad, no destierra a los poetas, sino que recomienda que sean acompañados con honores a la frontera.

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tributo a la apertura de la inteligencia humana y a nuestra común capacidad para dotar de sentido los signos del mundo. Este modo de entender la historia de la filosofía no dejaría de prestar atención al estilo y al tono con el que se expresan todas esas figuras concebidas literariamente por Platón, personajes situados a medio camino entre la historia y la ficción, y que dan literalmente cuerpo a sus diálogos. Sócrates, Alcibíades, Diótima y todos los personajes (¿o personas?) que dialogan, cada cual desde su perspectiva, ya no serían más peones al servicio de una sola voz portadora de un solo mensaje. Y así, la sofisticada habilidad con la que Platón reparte los turnos de habla en obras como El banquete, haciendo oscilar la doxa de la sabiduría antigua sobre el amor en una fuga casi musical,2 no sería una simple estrategia para hacer atractivo un aparato conceptual predeterminado por el logos, sino la entraña misma de un pensamiento que, en su darse al mundo, no quiere renunciar a la complejidad y al juego que, junto a la búsqueda de la verdad, también lo informan. 2. Filosofía, literatura y afectos. El papel de los CONCEPTOS FIGURALES en Foucault, Deleuze, Rancière y Badiou Tratar de sustentar hipótesis como las hasta ahora expuestas —algunas de las cuales fundamentan el neoplatonismo contemporáneo— no es el objetivo principal de estas páginas, aun cuando a través de ellas estemos tratando de señalar algunos de los motivos que determinarán

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Hablamos de fuga para destacar que, en los diálogos platónicos, los principios de alternancia y variedad impiden concederle un sentido unívoco a aquello que trata de definirse, así como determinar con certeza a cuál de los personajes decidimos creer. Este es uno de los aspectos del corpus platónico que causa más desconcierto en Alain Badiou, que parece querer enmendar al autor en este punto: “Platón es un personaje fundador y de una importancia muy grande para mí. Pero es necesario reconocer que es huidizo. Muestra una oblicuidad que favorece además el diálogo, porque nunca se sabe con exactitud quién habla y quién dice la verdad [...]. No es ese mi estilo. Por el contrario, intento decir lo máximo que puedo decir. Soy un platónico más afirmativo y menos escurridizo que Platón” (Badiou 2017a: 114)

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nuestra aproximación al problema del vínculo entre la filosofía, la literatura y el afecto, y aun cuando este capítulo abordará deliberadamente la obra de Alain Badiou, sin duda uno de los más eminentes filósofos platónicos de nuestro tiempo. Es bien conocida su relectura marxiana de La república, pero no tanto su aproximación, en ocasiones casi filológica, a algunos de los mitos de Platón. Así, en uno de sus últimos libros, Badiou vuelve a leer en detalle el mito de la caverna para mostrar que lo relevante en él no era tanto la salida de los personajes hacia la luz del conocimiento como el modo en que quienes salen deben arriesgarse a volver a entrar para hacer partícipes a sus congéneres de aquello que han visto fuera, proceso que denomina forzamiento: Sucede como en Platón: se llega a la Idea saliendo de la caverna de las apariencias, pero es necesario volver a descender a la caverna con el fin de esclarecer lo que existe a partir de la Idea. Y es necesario hacerlo, a pesar de que se tengan que correr ciertos riesgos [...]. Ahora bien, para Platón solo este riesgo realiza la Idea y por lo tanto la felicidad vinculada a la verdad (Badiou 2017a: 92).

Debemos aclarar, en todo caso, que no se tratará aquí de proponer una suerte de relectura de la filosofía occidental en clave retórica o poética, un gesto que en cierta medida funda Friedrich Nietzsche —autor, por cierto, provechosamente leído por Gilles Deleuze (2002a), uno de los filósofos que serán objeto de nuestra atención preferente— y en el que algunos críticos, tomando sobre todo la deconstrucción de Jacques Derrida como blanco, creyeron reconocer los trazos de una nueva sofística. Por seguir argumentando a partir de este pensador, pese al carácter en gran medida literario de los textos de Nietzsche, bien podríamos sostener que su filosofía de la sospecha, fundamentada en la consideración de que todo concepto es una metáfora, permanecía todavía sujeta a una tentativa de depuración filosófica, cuyo nihilismo no lograba mitigar la búsqueda de una “transfiguración de los valores” (Umwertung der Werte) llamada a habilitar de raíz un nuevo sistema filosófico. Es esta tendencia sistemática, y aun programática, del pensamiento filosófico occidental la que, a mi juicio, ha dificultado en buena medida la fluidez del diálogo entre literatura y pensamiento. Así ha

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sido incluso en casos como los de Aristóteles o Hegel, autores paradigmáticos en este contexto debido a dos factores solo en apariencia mutuamente excluyentes. Cabría considerar, en primer lugar, la centralidad que ambos concedieron a la literatura en sus sistemas filosóficos —basta con pensar en la importancia del Edipo rey para la Poética aristotélica y de la Antígona para la Estética hegeliana— y, en segundo lugar, su necesidad de sujetar sus lecturas literarias a un órganon conceptual de carácter mereológico, bien estudiado para Aristóteles por Lubomír Doležel (1997) y para Hegel —en oportuna conexión con Aristóteles— por Jason Carter (2010). Sin embargo, a pesar de la coexistencia de los dos factores señalados, en el fuego a menudo cruzado entre la literatura y la filosofía, tanto la poética aristotélica como la estética hegeliana se muestran ante todo obedientes al pensamiento entendido como programa, sistema o aparato conceptual. Es sabido que la impotencia de Martin Heidegger para dar continuidad al proyecto filosófico enunciado en Ser y tiempo (1927), cuyo anunciado segundo volumen nunca completó, es uno de los principales síntomas de la renuncia de la filosofía del siglo xx a la forja de sistemas filosóficos cerrados. A menudo se ha señalado el vínculo entre esta renuncia y el interés de Heidegger por la poesía de autores como Rilke o Hölderlin, que funda esa reorientación hermenéutica del discurso filosófico, agudamente denominada por Alain Badiou (1992) edad de los poetas. Menos observado, aunque algo de ello pueda percibirse en la reticencia con la que Badiou examina este fenómeno, ha sido el precio que el pensamiento filosófico ha pagado por esta orientación poética en términos de estilo. Me refiero, sobre todo, a esa oscuridad y esa tendencia a la abstracción que son el timbre de la filosofía heideggeriana y de gran parte del pensamiento continental a lo largo del siglo xx, incluidas las derivaciones teórico-literarias de Paul de Man (1979) que, en virtud de una actualización crítica de la lectura alegórica, tendieron a identificar la dificultad de acceso al sentido con la entraña misma del pensamiento.3

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Gran parte de la teoría crítica contemporánea sigue bebiendo de esta tradición, aun cuando reconozca su dimensión políticamente ominosa. Es el caso de la

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La tentativa de este capítulo apunta, como hemos anunciado ya, hacia el deseo de pensar sobre el modo en que la literatura puede afectar, directa o indirectamente, a los filósofos. Hemos centrado esta búsqueda ciñéndonos al corpus de cuatro filósofos fundamentales del panorama actual, dos de ellos vivos —Alain Badiou y Jacques Rancière— y otros dos —Gilles Deleuze y Michel Foucault— espectralmente en activo a través de las constantes relecturas, reediciones y exhumaciones de sus obras.4 La afectación que un cuerpo (la literatura) ejerce sobre otro (la filosofía), y no viceversa, es el origen de este planteamiento. En consecuencia, para el desarrollo argumental de la propuesta no importará tanto la inclusión de la literatura como tema del discurso filosófico, sino el modo en que la propia literatura piensa a través de la obra de estos autores. Más en concreto, la hipótesis de partida es que la literatura está detrás de lo que podríamos denominar conceptos figurales del pensamiento aquí atendido; esto es, nodos de pensamiento —“máquina deseante” o “pensamiento moribundo” en Deleuze; “forzamiento” o “verdadera vida” en Badiou; “espectador emancipado” o “imagen pensativa” en Rancière; “espacio del afuera” o “subjetividad sin sujeto” en Foucault— intensamente habitados por la imaginación y a menudo forjados como resultado de la lectura que estos filósofos hacen de una serie de fuentes literarias al mismo tiempo amplias y precisas —Franz Kafka, Herman Melville o Charles Dickens en Gilles Deleuze; Stephan Mallarmé o Maurice Blanchot en Michel Foucault; Gustave Flaubert

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comparatista Emily Apter (2013), cuyo interés por los fenómenos de intraducibilidad se sustenta en gran medida en las enseñanzas demanianas. Todavía más provocadora es la aproximación de Badiou y Cassin (2016) al pensamiento de Heidegger, al que, en un libro de estructura dialógica, someten a un singular rescate desde posiciones políticas inequívocamente emplazadas en la tradición del pensamiento revolucionario. Este retorno —que sobre todo en el caso de Foucault ha implicado, en los últimos años, la edición de numeroso material póstumo, incluso contra sus disposiciones testamentarias— no puede comprenderse sin tener en cuenta la centralidad que en la obra de ambos jugó el concepto de biopolítica, uno de los atractores conceptuales más poderosos del pensamiento contemporáneo.

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o Denis Diderot en Jacques Rancière; Samuel Beckett o Arthur Rimbaud en Alain Badiou—, y de cuyo estudio comparativo podrían deducirse interesantes consecuencias. Una de ellas apuntaría al hecho de que la entrada de estos y otros escritores en sus obras opera como un estímulo para dar un lugar a los afectos en la filosofía, incluso en aquellos casos —pensamos, concretamente, en la obra de Rancière— en los que la naturaleza de este lugar bien podría ser definida como reticente o defectiva. En otras palabras: pese a las posiciones teóricas, en gran medida disímiles, de estos cuatro filósofos, en el capítulo nos proponemos mostrar hasta qué punto la atención que su obra brinda a la dimensión afectiva del pensamiento guarda relación con el peso que los cuatro concedieron o conceden a la literatura en su actividad filosófica. En consecuencia, se tratará de examinar en qué medida la filosofía contemporánea ha encontrado en la literatura un estímulo para pensar los afectos, así como para forjar modelos o líneas de fuga en gran medida, y no sin paradoja, no siempre explorados por los estudios literarios. 3. Michel Foucault. De la culpabilidad de Edipo a la literatura como PENSAMIENTO DEL AFUERA Aunque la atención brindada al pensamiento de Michel Foucault, muy notable desde su muerte, haya experimentado un significativo repunte en los años del denominado affective turn (Clough y Halley 2007), la vinculación de su nombre con la teoría afectiva sigue resultando, en cierto sentido, una rareza. Es verdad que la mención a las inevitables implicaciones emocionales del concepto foucaultiano de biopolítica atraviesa, por ejemplo, un artículo significativamente titulado “El giro afectivo. Emociones, subjetividad y política” de Leonor Arfuch (2016), que lo invoca para explorar las condiciones de posibilidad de una retórica política de las emociones, una línea de investigación recientemente transitada en la compilación de Lei Zhang y Carlton Clark (2018). Sin embargo, ni siquiera sus exégetas menos ortodoxos han osado atribuir a Foucault un interés explícito por la teoría y la historia de los afectos, aun cuando, como es sabido, nociones

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como las de sujeto o verdad, tan relevantes para el aparato conceptual foucaultiano, hayan sido nodales en términos de la articulación de la teoría afectiva moderna. Bastaría con pensar en la dimensión afectiva del término parresía —ese ponerse en riesgo al decir públicamente la verdad—, cuya centralidad en el pensamiento literario del autor ha sido objeto de aproximaciones recientes como las de González Blanco (2019), y sobre el que volveremos al final del capítulo. También lo ha sido, sin duda, la noción de experiencia, que en principio podría resultar refractaria a las visiones más consensuales del significado del pensamiento de Michel Foucault para la filosofía del siglo xx, pero que en realidad determinó la práctica filosófica del autor y, lo que es más relevante, su aproximación a la literatura como un cuerpo de saberes indisciplinados. Así lo demuestra una sustanciosa reflexión, tomada de una entrevista concedida a Duccio Trombadori en el año 1978, en la que el filósofo confería a la práctica de la escritura filosófica la condición de experiencia. Foucault no emplea el término partiendo de su acepción fenomenológica —en la misma entrevista pone entre paréntesis la impronta de la fenomenología, que tan importante fue para los filósofos de su generación, en su pensamiento—, sino más bien desde la lógica de las palabras comunes, que vendría a emparentarlo con la idea de aventura, “algo de lo que uno mismo sale transformado”. En sus palabras: Tengo plena conciencia de desplazarme siempre, a la vez con respecto a las cosas en las que me intereso y con respecto a lo que ya he pensado. Jamás pienso del todo lo mismo, por el hecho de que mis libros son para mí experiencias, en un sentido que querría el más pleno posible. Una experiencia es algo de lo que uno mismo sale transformado. Si tuviera que escribir un libro para comunicar lo que ya pienso antes de comenzar a escribir, nunca tendría el valor de comprenderlo (Foucault 2013: 33).

Gracias a consideraciones como estas entendemos mejor uno de los elementos sustanciales de la aproximación que Judith Revel (2014) hace de la obra del filósofo como un corpus de naturaleza más abierta y flexible de lo que en ocasiones ha querido considerarse. En distintos trabajos, la autora ha incidido en el modo en que la literatura afectó

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el pensamiento filosófico de Michel Foucault, volviéndolo menos pesimista —en relación con las posibilidades del sujeto para encarar la sobredeterminación de las estructuras sociales— que en sus obras consideradas mayores. Aunque podríamos pensar que esta dirección se verificaría sobre todo en el último Foucault (1979), cuyos trabajos sobre la ética del cuidado apuntan asimismo a una orientación más espiritual de su pensamiento, el cuidadoso Dictionnaire Foucault de Judith Revel (2008) pone de relieve el interés del autor por la literatura y su capacidad para conferirle una posición estratégica en su pensamiento, en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo. Resulta especialmente memorable en este contexto el valor de la inserción de un nombre propio, Stéphane Mallarmé, en Las palabras y las cosas, un libro tan relevante para la historia del estructuralismo. En esos mismos años, concretamente entre 1962 y 1966, Foucault escribió varias piezas de crítica literaria, luego incluidas en Dits et écrits, que junto con dos conferencias inéditas dictadas en 1964 dieron lugar al libro De lenguaje y literatura (1996). Pero lo que resulta relevante es el modo en que, en los últimos años de su vida, el filósofo usó la literatura para acercarse ya no al problema del lenguaje —eje de las poéticas formales de mediados del siglo xx y de las aproximaciones más clásicas a la relación entre filosofía y literatura en Foucault (During 1992, Favreau 2012)—, sino al problema del sujeto y al problema de la verdad. Y significativamente lo hacía remontándose al mito fundacional de Edipo, que desde mediados del siglo pasado había sido objeto de aproximaciones tan relevantes como las de Gilles Deleuze y Félix Guattari, Claude Lévi-Strauss o Georges Dumézil. En línea con las posteriores indagaciones de Giorgio Agamben en torno a la centralidad del juramento como práctica religiosa y jurídica, el estudio de Michel Foucault sobre el Edipo de Sófocles resulta especialmente pertinente debido a su vinculación con la teoría de la justicia. Según Foucault, el tratamiento literario de Edipo supone “una manera de desplazar la enunciación de la verdad de un discurso profético y prescriptivo a otro retrospectivo” (Foucault 2017: 49). En reflexiones que resultan de gran interés en relación con la declaración judicial, Foucault sostiene que el Edipo rey de Sófocles

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ya no es más una profecía, es un testimonio. Es también una cierta manera de desplazar el brillo o la luz de la verdad del brillo profético y divino hacia la mirada de algún modo empírica y cotidiana de los pastores. Entre los pastores y los dioses hay una correspondencia: dicen lo mismo, ven la misma cosa, pero no con el mismo lenguaje y tampoco con los mismos ojos (Foucault 2017: 49).

El trabajo de Michel Foucault constituye, ante todo, una impugnación de la inocencia de Edipo, precisamente en la medida en que el objetivo filosófico que sostiene su indagación es el de mostrar la profunda relación entre el conocimiento y la justicia. Ello se pone de relieve con claridad en el siguiente pasaje: Las prácticas judiciales —la manera en que, entre los hombres, se arbitran los daños y las responsabilidades; el modo en que, en la historia de Occidente, se concibió y definió la manera en que podían ser juzgados los hombres en función de los errores que habían cometido; la manera en que se impone a determinados individuos la reparación de algunas de sus acciones y el castigo de otras; todas esas reglas o, si se quiere, todas esas prácticas regulares modificadas sin cesar a lo largo de la historia— creo que son algunas de las formas empleadas por nuestra sociedad para definir tipos de subjetividad, formas de saber y, en consecuencia, relaciones entre el hombre y la verdad que merecen ser estudiadas (Foucault 2017: 16).

La concepción griega del conocimiento como visión (presente también, al menos desde Heródoto, en la teoría judicial de la historia) parece resonar de un modo particularmente agudo en esta advertencia, que concede una particular dignidad a aquello que recibimos a través de los sentidos. Al mismo tiempo, Michel Foucault sugiere que no es preciso esperar a la literatura moderna para asistir al tránsito de la profecía al empirismo. Ese viaje está teniendo ya lugar en el paso del mito a la tragedia. ¿Qué sería, en este contexto, lo específico de la literatura moderna? Para Foucault la respuesta parece encontrarse en aquel régimen (a) locativo que, en una afortunada expresión, Wallace Stevens nombró como “descripción sin lugar” (“Description without Place”) y que

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será característica de la espacialidad en la literatura modernista, en el sentido angloamericano del término. Se trata de esa zona que, para Michel Foucault, representa la novela moderna como forma ejemplar de “pensamiento del afuera”. Significativamente, en un texto originalmente aparecido en un número monográfico de la revista Critique dedicado a Maurice Blanchot, el filósofo cifra la emergencia de esta modalidad literaria en la segunda mitad del siglo xix, “cuando todo el lenguaje discursivo está llamado a desatarse en la violencia del cuerpo y del grito, y el pensamiento, abandonando la interioridad salmodiante de la conciencia, deviene energía material, sufrimiento de la carne, persecución y desgarramiento del sujeto mismo” (Foucault 1989: 21). En el citado pasaje, Foucault vincula el “pensamiento del afuera” con formas de subjetividad como la locura, tendiendo puentes entre el llanto convulsivo y la animalidad y abriendo el pensamiento sobre las emociones a ámbitos que trascienden lo “íntimo confesional” o la misma categoría de “conciencia”.5 Cabe recordar que también el psicoanálisis lacaniano reconoce modalidades de emergencia de esa experiencia del afuera en nociones como la de “extimidad” (Miller 2010) o “preclusión” —la experiencia subjetiva del sentirse encerrado en el exterior (Rabinovitch 2000)—, que supondrían el grado cero de lo íntimo y que volverán a encontrar un lugar en el pensamiento afectivo de Alain Badiou (2017a: 122). Al mismo tiempo, ese juego de reflexiones teóricas sobre una subjetividad sin sujeto, sobre ese estar fuera de sí, que interesarán profundamente a la filosofía y al psicoanálisis del siglo xx, surge, tanto en Michel Foucault como en Jacques Lacan, al hilo de una teoría implícita pero muy consciente del espacio como categoría central del pensamiento y de la literatura en la modernidad.6 Y es aquí donde, como acontecía en la

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Significativamente, el eje constituido en torno a los vectores locura, deseo y lenguaje es el escogido por Philippe Artières, Jean-François Bert, Mathieu PotteBonneville y Judith Revel para articular las aproximaciones de Michel Foucault a la literatura en su antología del pensamiento del autor (Foucault, 2015). Se trata, en Foucault, de una espacialidad indisoluble de la operación dialéctica de individualización y totalización ejercida por el Estado, tal y como el autor la describirá en su libro La vida de los hombres infames (1996). No es casual, en ese

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lectura foucaultiana del Edipo, la relación entre lo visible y lo invisible —la mirada, recuerda Lacan en el Seminario XI, es lo único que no vemos— se constituye en una de las instancias definidoras de la literatura a través de los tiempos. Considérense a esta luz las reflexiones de Foucault en el citado ensayo sobre Blanchot: Lo ficticio no se encuentra jamás en las cosas ni en los hombres, sino en la imposible verosimilitud de aquello que está entre ambos: encuentros, proximidad en lo más lejano, ocultación absoluta del lugar donde nos encontramos. Así pues, la ficción consiste no en hacer ver lo invisible sino en hacer ver hasta qué punto es invisible la invisibilidad de lo visible. De ahí su parentesco profundo con el espacio, que, entendido así, es a la ficción lo que la proposición negativa es a la reflexión, cuando precisamente la negación dialéctica está ligada a la fábula del tiempo (Foucault 1989: 27-28).

4. El pensamiento afectivo de Gilles Deleuze. De la máquina deseante al moribundo dickensiano La literatura es, sin duda, una constante en el pensamiento de Gilles Deleuze (Beraldi 2013), aunque resulta significativo el hecho de que la experiencia literaria no atraviese apenas, en cambio, sus sustanciales reflexiones sobre la teoría de los afectos. El filósofo parece querer disociar así dos tipos de prácticas. Por una parte, la afectiva, ligada sobre todo a la categoría de potencia, a su vez desmembrada en los vectores de relación e intensidad, y que desarrollará sobre todo a partir de la lectura del filósofo Baruch Spinoza (Deleuze 2006a).7 Por otra parte, las

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sentido, que desde finales de los años sesenta el autor se interesase profundamente por la historia de la locura y de la anormalidad (Foucault 1967, 1975, 1979); locura y anormalidad no tanto vistas, como en su ensayo sobre Blanchot, a la luz de una subjetividad sin sujeto, sino como operaciones estatales de fabricación de una disidencia monstruosa y canalla (Labrador Méndez y Rábade Villar 2019: 23-24). Tampoco debería descartarse, en este apartado, el seminario dedicado a Rousseau, donde Deleuze (2016) desarrolla profusamente el motivo hegeliano de la relación entre el amo y el esclavo, a propósito del problema de la herencia

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prácticas literarias, que en Deleuze no son pensadas tanto en relación con los afectos como en relación con la vida. Tal vez por eso, como veremos, muy a menudo su filosofía convierte a autores como Franz Kafka o Herman Melville en una suerte de modelos heroicos —o, más propiamente, antiheroicos— llamados a encarnar, en sus existencias excéntricas, las cualidades de desterritorialización y errancia tan queridas a su pensamiento. Para la comprensión de la teoría deleuziana de los afectos resulta muy iluminador el seminario que le dedica a Spinoza en la universidad experimental de Vincennes, uno de los mayores frutos intelectuales del Mayo del 68, el día 24 de enero de 1978. En primer lugar, por sus tentativas de esclarecimiento nocional, forjadas en su caso a partir del par affectio/affectus, que él decide traducir de modo etimologista como afección y afecto, y que, como es sabido, atraviesan todavía gran parte de la bibliografía contemporánea sobre las emociones.8 En

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paternofilial. La siguiente cita recogida por Esther Cohen en un volumen conmemorativo constituye el punto de juntura de ambos seminarios, a partir del modo en que, a propósito de Spinoza, Deleuze piensa de un modo creativo y no mecanicista el problema de la herencia: “Spinoza sabe, sin embargo, que la muerte no es el inicio ni el final sino que, al contrario, se trata de pasar a otro la propia vida” (apud Cohen 2015: 133). En una aproximación reciente al estudio de las emociones desde el punto de vista de la historia cultural, Elena Delgado, Pura Fernández y Jo Labanyi (2016) resumen críticamente, en los siguientes términos, la distinción asumida por Brian Massumi entre “afecto”, “sensación”, “sentimiento”, “emoción” y “pensamiento”: “Affect studies insist on the embodied nature of the emotions, seeing them as a form of embodied knowledge. However, the strand of affect studies originating in cognitive science, most notably represented by Massumi, risks setting up bounded categories of its own through its insistence on distinguishing between ‘affect’ (the preconscious impact of the outside world on the body), ‘sensation’ (awareness of this impact at a physical level), ‘feeling’ (a still somewhat undefined awareness that is part physical, part mental), ‘emotion’ (an interpretation that gives a name to the emotion concerned, and is thus an amalgam of feeling and thought), and finally ‘thought’ (which analyzes the emotion and the situation that has given rise to it). Massumi arranges these responses in a temporal sequence according to the speed of the reaction, with affect kicking in first and thought last. This temporal grid risks giving the impression of a teleological

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segundo lugar, resulta medular en su análisis el interés por desvincular el afecto de la representación (“se llama afecto a todo modo de pensamiento que no represente nada”), lo que le permite oponer los afectos a las ideas (“un modo de pensamiento que representa algo”). Tal vez no haya sido del todo calibrada la importancia de esta toma de posición de Deleuze en términos de la evolución de la estética contemporánea,9 en lo que atañe al vínculo innegable entre los giros afectivo y performativo en la cultura actual, muchas de cuyas manifestaciones se sustentan, de hecho, en el postulado de una relación entre los efectos emocionales del arte y el carácter procesual y no finalista de las prácticas a él adscritas (Cornago Bernal 2005, Fischer-Lichte 2011). La insistencia en que el arte no es tanto objeto o resultado como flujo o proceso, correlativa del descrédito del principio mimético en el que se fundamentó la estética occidental desde Aristóteles hasta el Romanticismo, ha permitido, en la contemporaneidad, el establecimiento de un vínculo entre los efectos emocionales del arte y su potencial político, al modo en que lo defiende Jill Dolan (2005) en una obra significativamente titulada Utopia in Performance. Como veremos, la muy personal reticencia de Jacques Rancière a la performance teatral parte, precisamente, de su objeción a esta concepción del arte pretendidamente antimimética, que haría singular fortuna desde principios del milenio y que había sido en cierta medida sustentada teóricamente, de un modo tan pionero como en general poco reconocido, por Gilles Deleuze.

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linear process, in which the destiny of affect (body) is to end up producing an emotion (mind). Indeed, Ruth Leys has accused Massumi of reinforcing the body/mind split” (Delgado, Fernández y Labanyi 2016: 5-6).  Soy deudora, en estas consideraciones, del debate que en torno al mencionado texto de Deleuze tuvimos en el curso de un seminario de trabajo del proyecto de investigación “Cartografías del afecto y usos públicos de la memoria: un análisis geoespacial de la obra de Rosalía de Castro” (FFI2017-82742-P), celebrado el día 6 de marzo de 2018 en la Facultad de Filología de la Universidad de Santiago de Compostela, y muy particularmente de las reflexiones del profesor Cabo Aseguinolaza sobre el peso de la teoría no representacional del afecto en la filosofía deleuziana.

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Pero donde el seminario sobre Spinoza parece tender un puente más o menos explícito entre la concepción deleuziana de los afectos y sus ideas sobre la literatura es en el énfasis concedido a la relación entre existencia y afecto, explorada al hilo del motivo de la variación múltiple y sin contenido: “[T]odo el tiempo hay ideas que se suceden en nosotros, y siguiendo esta sucesión de ideas, nuestra potencia de actuar o nuestra fuerza de existir aumenta o disminuye de una manera continua, sobre una línea continua, y esto es lo que llamamos existir. El afecto es, entonces, la variación continua de la fuerza de existir de alguien” (Deleuze 1978). Y es aquí, en esa perseverancia afectiva del existir,10 donde vuelve a cobrar todo sentido el interés de Deleuze por el arte del retrato, emprendido no desde claves psicológicas sino literalmente existenciales. Son las vidas excéntricas las que llaman su atención, las vidas de artistas o pensadores —y en ocasiones significativas, ambas cosas— como Baruch Spinoza, Gottfried Leibniz, Jean-Jacques Rousseau, Friedrich Nietzsche, Charles Dickens, Franz Kafka o Melville. Por eso no sería desacertado tender, al hilo de estas vidas marginales o excéntricas, un puente entre el interés de Deleuze por la locura —compartido, aunque desde distintos postulados, con Foucault, y claramente deudor de su colaboración con el psiquiatra Félix Guattari— y su concepción de la literatura como phármakon (Beraldi 2013). También Deleuze y Guattari, como lo había hecho Foucault, consiguen desmantelar el mito secularmente asentado de la inocencia de Edipo. Su célebre concepto de las máquinas deseantes será uno de los dispositivos por medio de los cuales el sujeto puede liberarse de la neurosis paranoica para devenir otro, pues “de Thomas Hardy a Lawrence, de Melville a Miller resuena la misma pregunta, atravesar, salir, traspasar, trazar la línea y no señalar el punto” (Deleuze y Guattari 1998b: 190-191). Por eso, en la forja de la noción de máquina deseante, la literatura desempeñará un papel no menor. Lo vemos claramente en el pasaje de El Anti-Edipo.

10 En otro lugar, y a propósito de Friedrich Nietzsche, Deleuze (2002a) afirmará que la resistencia “no es una acción, sino una pasión”, lo que vuelve a poner de relieve la importancia de los afectos en el conjunto de su pensamiento.

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Capitalismo y esquizofrenia en el que Deleuze y Guattari relacionan el concepto con el de “máquinas célibes” de Michel Carrouges: Michel Carrouges aisló, bajo el nombre de “máquinas célibes”, un cierto número de máquinas fantásticas que descubrió en la literatura. Los ejemplos que invoca son muy variados y a simple vista parece que no pueden situarse bajo una misma categoría; la Mariée mise à nu de Duchamp, la máquina de La colonia penitenciaria de Kafka, las máquinas de Raymond Roussel, las del Surreále de Jarry, algunas máquinas de Edgar Poe, la Ève future de Villiers, etc. Sin embargo, los rasgos que crean la unidad, de importancia variable según el ejemplo considerado, son los siguientes; en primer lugar, la máquina célibe da fe de una antigua máquina paranoica, con sus suplicios, sus sombras, su antigua Ley. No obstante, no es una máquina paranoica. Todo la diferencia de esta última, sus mecanismos, carro, tijeras, agujas, imanes, radios. Hasta en los suplicios o en la muerte que provoca, manifiesta algo nuevo, un poder solar. En segundo lugar, esta transfiguración no puede explicarse por el carácter milagroso que la máquina debe a la inscripción que encierra, aunque efectivamente encierre las mayores inscripciones (cfr. el registro colocado por Edison en la Eva futura). Existe un consumo actual de la nueva máquina, un placer que podemos calificar de auto-erótico, o más bien de automático, en el que se contraen las nupcias de una nueva alianza, nuevo nacimiento, éxtasis deslumbrante como si el erotismo liberase otros poderes ilimitados (Deleuze y Guattari 1998a: 273).

Estas “máquinas célibes” vinculadas a la literatura fantástica invitan a experimentar nuevas formas de erotismo, y la promesa de sus “poderes ilimitados” parece recordar la distinción barthesiana entre el placer y el goce (Barthes 1982). Frente a los excesos del racionalismo, la cura proporcionada por la literatura se asienta en su capacidad para relacionarse de un modo inmediato con la experiencia: no solo entendida como estímulo de la escritura, sino también como aquello que la propia escritura —el placer del texto, según Barthes— proporciona. También la noción de experiencia, lo hemos visto, resultaba medular para Foucault, pero Deleuze es todavía más enfático. Léase a esta luz su advertencia, en el curso de una conversación con Claire Parnet: “Experimentad, no interpretéis jamás” (Deleuze y Parnet 2004: 58).

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Y es así como, de Melville, Deleuze decide rescatar el valor de una vida cuyo lema —“preferiría no hacerlo”— resulta irreductible a toda interpretación (Deleuze 2009). O como, de Franz Kafka, en el libro escrito a dos manos con Félix Guattari, elige el carácter irreductible de una existencia literariamente nómada y refractaria a las políticas de la identidad (Deleuze y Guattari 1978). Una vez más, aquello que puede combatir la identidad, allí donde amenaza el libre devenir del sujeto, es el deseo, y en este punto Deleuze se muestra deudor de la herencia del psicoanálisis lacaniano, tal y como la reformulaba recientemente Jacques-Alain Miller: “I believe that there is a politics of desire, if only because politics plays on identifications, and that there is no identification that desire cannot sustain” (Miller 2018: 77). Pero si hay un texto esclarecedor en relación con el modo en que la literatura puede hacer trabajar el pensamiento en dirección a la existencia, ese es sin duda la breve nota “La Inmanencia: una vida...”, a menudo pensado como el testamento intelectual de Gilles Deleuze, si no fuera por la atinada consideración que José Luis Gómez Toré hace sobre otro breve texto póstumo, esta vez del escritor Joseph Roth, sobre “El roble de Goethe en Buchenwald”, donde reflexionaba sobre el destino del árbol preferido del escritor alemán, insólito superviviente, por elección de los verdugos, en un campo de concentración: Es fácil caer en la tentación de pensar en dicho escrito como una suerte de testamento, si no fuera por la advertencia, ineludible, que encontramos en uno de sus párrafos: “El simbolismo nunca ha resultado tan barato como hoy en día”. Nuestra época (aún más que ese hoy ya lejano desde el que Roth reflexiona sobre su presente) se nos antoja a menudo carente de símbolos y, sin embargo, quizá la verdad sea más bien la contraria. Tal vez los símbolos han acabado por invadirlo todo hasta el punto de volverse invisibles, pero no por ello necesariamente menos eficaces que en el pasado (Gómez Toré 2015: 17).

Acaso la cima del último ensayo de Deleuze sea la paráfrasis de un relato de Charles Dickens, que una vez más demuestra la capacidad del filósofo para construir generosamente su pensamiento en diálogo con la obra artística e intelectual de los escritores. Es ahí donde

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Deleuze reconoce la contigüidad semántica entre la inmanencia y la vida o, por decirlo en sus términos, entre la inmanencia y una vida. Admira el modo en que el filósofo se recrea en la figura de un moribundo cuya villanía no le impide ser cuidado por sus semejantes cuando se ve aquejado por una grave enfermedad: “Y he aquí que aquellos que lo curan manifiestan una suerte de atención, de respeto, de amor por el más pequeño signo de vida del moribundo. Todo el mundo se afana por salvarlo, hasta el punto que en lo más profundo de su coma el hombre villano siente él mismo algo dulce que le penetra” (Deleuze 2002b: 234). En el pasaje, Gilles Deleuze parte de la muerte para pensar la vida, de un modo en tantos sentidos opuesto a la conceptualización heideggeriana del ser humano como ser para la muerte. El autor sostiene más bien que el moribundo es un ser para la vida o, mejor dicho, para una vida, y lo es en la medida en la que, sin merecerlo ni esperarlo, es cuidado por sus semejantes. A Deleuze, lector de Charles Dickens, no le interesa tanto la conciencia humana de la muerte, vinculada a la idea de la finitud, sino el modo en el que la vida puede entrar en la muerte y cómo ese juego de la vida con la muerte (“entre su vida y su muerte, hay un momento que ya no es más que la vida jugando con la muerte”, Deleuze 2002b: 35) reconfigura radicalmente la experiencia de la temporalidad. Como cualquier persona durante una convalecencia, el villano de Dickens y de Deleuze es alguien situado en el umbral (“esta vida indefinida no tiene ella misma momentos, aunque estén muy próximos, sino solamente entretiempos, entre-momentos), y es en ese punto de ruptura en el que “la vida del individuo hace sitio a una vida impersonal, y por consiguiente singular” (Deleuze 2002b: 35). El villano del relato deviene, en alegoría cuasi religiosa, “Homo tantum al que todo el mundo compadece y que alcanza una especie de beatitud; es una hacceidad, que ya no es individuación, sino singularización: una vida de pura inmanencia, neutra, más allá del bien y del mal, ya que solo el sujeto que la encarnaba en medio de las cosas la hacía buena o mala” (Deleuze 2002b: 235). En la medida en que “la sensación no es más que un corte en la corriente de conciencia absoluta”, lo que se jugaba en esta nota de Deleuze era ese empirismo trascendental que el

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filósofo califica de “salvaje y potente” (2002b: 233), porque no quiere limitarse al plano de la conciencia individual y presenta la posibilidad de un decir situado más allá de la dialéctica entre sujeto y objeto. 5. Un Diderot que piensa y siente. La poética contemplativa de Jacques Rancière Acaso sea El espectador emancipado la obra que permite pensar con mayor claridad el papel atribuido a los afectos en el pensamiento literario de Jacques Rancière. El ensayo que da título al libro es una lúcida, y acaso inesperada, crítica al giro performativo en la escena contemporánea. El cuestionamiento de Rancière arranca de una brillante paráfrasis de la paradoja del espectador formulada por Diderot: “El que ve no sabe ver” (Rancière 2010: 10). Como en Foucault, volvemos a encontrárnoslas con la profunda conexión entre la ficción y los regímenes de visibilidad e invisibilidad. De ahí que el filósofo dedique gran parte de su argumentación a esclarecer el vínculo, más frágil de lo que podría parecer, entre lo que es mostrado y lo que realmente vemos. La estética de Rancière, tal y como se manifiesta en esta obra, trata de desvelar las limitaciones del paradigma mimético fundado en la Poética de Aristóteles: un paradigma que, como es sabido, se sustenta en la ley de las causas y de los efectos. El no cuestionamiento de esta ley es lo que provoca, en sus palabras, que tras “todo un siglo de supuesta crítica a la tradición mimética [sea] preciso constatar que esa tradición continúa siendo dominante hasta en las formas que se pretenden artística y políticamente subversivas” (Rancière 2010: 53). Quizás la performance, tan orientada a la producción de determinados efectos en el público, sea la forma de arte contemporánea más sujeta a aquello que Rancière considera una falsa ruptura de la mímesis. En este punto el autor nos hace ver algo que en realidad no ignorábamos: del mismo modo que no hay ninguna ley de equivalencia entre los efectos y los afectos, las implicaciones de una obra no se reducen a la intención de quien la crea. Ni en el régimen de la mediación representativa ni en el régimen de la inmediatez estética

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sería posible la emancipación. La libertad del espectador no se da sino en la posibilidad de exponernos a obras que no calculen su propósito y que, por ello mismo, deben ser traducidas poéticamente, en el sentido que Rancière confiere a esta expresión desde su célebre obra El maestro ignorante, verdadero hipotexto de El espectador emancipado. Es aquí donde cobra todo sentido el papel que Jacques Rancière le atribuye a Aristóteles en la fundamentación del paradigma mimético-representacional. Pues aunque en la Poética el filósofo griego reconozca la centralidad de la catarsis, concepto de fundamento inequívocamente emocional, su teoría de la tragedia significa, de facto, la reducción del pathos a un desbordamiento controlado (Aristóteles 414-416). Si Platón había decretado la expulsión de los poetas —o, en la más amable paráfrasis de Iris Murdoch (2016), su honroso desplazamiento a los confines de la República—, será Aristóteles quien condene su tarea a una función verdaderamente instrumental, solo justificable en tanto garantice, a la manera homeostática, el equilibrio y la salud de la comunidad. Los esfuerzos contemporáneos por mostrar el valor político de la purgación aristotélica11 no hacen sino subrayar la sujeción de la Poética a las leyes de la causalidad, así como la identificación entre efectos y afectos. De acuerdo con la lectura que Rancière hace de Aristóteles, la Poética forzaría al máximo el principio de simetría entre causas y consecuencias, desatendiendo el hecho de que el desajuste entre ambas era, en la tragedia presofoclea, el mismo motor de las pasiones. En El inconsciente estético, Rancière llega a referirse a un olvido aristotélico del pathos, “que Aristóteles ya no entiende más y que expulsa detrás de la teoría de la acción dramática que hace advenir el saber según la ingeniosa máquina de la peripecia y el reconocimiento” (Rancière 2005: 34). Convertido en pathos estético de la política, la pasión comparecía también en las reflexiones de Rancière sobre la dualidad de la política del poema en la filosofía platónica:

11 Se trata de la alianza entre el giro político y el giro afectivo ya examinada a propósito del trabajo de Dolan, y que comparece asimismo críticamente en ensayos como el de Terry Eagleton (2007) sobre el terror sagrado.

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La question de la politique du poème se décide en ce point où, comme devenir-temps de la pensée, l’agir du poème se sépare du pathos esthétique de la politique sous les deux figures, négative et positive, que Platon lui assignait: la souffrance de l’illusion qui produit le plaisir souffrant de la tragédie dans la cité malsaine; le chant à l’unisson des chœurs qui participent au mouvement perpétuel ordonné de la cité saine; le trouble de la foule et le chant de la communauté (Rancière 1992: 15).

Resulta significativo que Aristóteles, siempre presente en el pensamiento literario de Jacques Rancière, no llegue a aparecer explícitamente en El espectador emancipado. El filósofo prefiere regresar al origen, a esa novela familiar de la que Platón es el verdadero protagonista, por cuanto dibuja el nudo entre política y estética como la configuración de cuanto es, y de cuanto es posible pensar, ver y hacer (Rancière 2006: 13). Pero en tanto que Platón, para fundamentar la ciudad ideal, insiste en que no es posible hacer varias cosas al mismo tiempo, los espectadores de Rancière ven y al mismo tiempo piensan, atienden y en ocasiones dejan de atender, sienten y a veces también dejan de sentir. Traducen poéticamente —es decir, con libertad, y en sus propios términos— aquellos lugares de lo mostrado y de lo no mostrado donde eligen exponer su placer y su dolor. La ley que en Aristóteles llegará a unir lexis y pathos, ley que en buena medida fundaba el régimen mimético-representacional, ha sido desconfigurada desde finales del siglo xviii en virtud de lo que Rancière denomina “revolución estética” (2014a: 9), y ese desbordamiento no es un efecto que los artistas puedan calcular. Entonces, ¿no resulta en cierta medida absurdo que le pidamos al arte una intensificación de nuestra capacidad de sentir? En su doble configuración emocional y perceptiva, el sentir no sería para Rancière tanto un punto de llegada como el verdadero punto de partida. Con su insistencia en que debe reconocerse un lugar para las emociones, paradójicamente los teóricos del giro afectivo parecerían estar negando su condición fundacional. No puede haber un lugar para el sentir en el reparto de lo sensible, dado que el sentir mismo, sin finalidad predeterminada —la ceguera

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de las imágenes o la mudez de la literatura—12 constituye para Rancière el mismo corazón de lo que denominamos estética. Como sostiene el autor en el ensayo que hemos tomado como eje de este epígrafe, la traslación del giro político a los estudios teatrales se ha traducido en un interés por las prácticas del teatro comunitario, y en un regreso a las posiciones encarnadas de forma paradigmática en Brecht y Artaud. Por su parte, el giro afectivo ha implicado una atención a la dimensión emocional de la recepción teatral, y en su convergencia con el giro político ha conducido a la presuposición, generalmente no discutida, de que las formas de expresión emotiva en el teatro —entre ellas, la actualización de la antigua catarsis— pueden suponer modos de incidencia y de transformación efectivas en el cuerpo social, aunque sea únicamente durante el tiempo de la representación. La posición de Erika Fischer-Lichte (2011) encarnaría de un modo bastante exacto esta doble articulación discursiva, que pivota entre la dimensión política (en su acepción ritual y sagrada) y la emocional, hasta llegar al postulado de la disolución de ambos vectores en una única fuerza transformadora. Frente a estos presupuestos, la posición de Jacques Rancière es, como estamos dibujando, mucho más escéptica. Su concepción tanto del arte como de la política tiene más que ver con la contemplación —una contemplación participante, eso sí, como lo sugiere su noción de imagen pensativa— que con la acción. De ahí que su pensamiento resulte en cierto sentido refractario a la omnipresencia contemporánea de las emociones en las ciencias sociales y las humanidades. Esto es así hasta el punto de que, a excepción de las consignadas referencias al pathos o a la catarsis trágica, no haya apenas lugar en su obra filosófica para una teoría de los afectos, al menos formulada de un modo explícito.

12 Las imágenes que no ven y la literatura que no habla son dos figuras vinculadas a lo que Rancière denomina revolución estética. Ambas aparecen reiteradamente en su pensamiento al hilo del comentario que Winckelman hace del torso del Apolo de Belvedere o en la lectura schilleriana de la Juno Ludovisi.

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En este contexto, resulta muy significativa su lectura crítica de la comunidad viviente del Romanticismo, fundamental en la forja de la teoría política de Rousseau, y que Rancière invoca como modelo de la comunidad autoevanescente del teatro contemporáneo.13 La idea de una comunidad viviente, de tenor tanto político como emocional, había sido también básica para la formulación de la teoría lingüística de Herder, que a lo largo del siglo xix llegaría a adquirir una vasta repercusión en el ámbito literario y cultural, por cuanto supuso el postulado de un Volksgeist (“espíritu del pueblo”) encarnado en las tradiciones populares de las naciones europeas. El canon filosófico que sustenta la teoría de Rancière discurre por territorios no tan distantes de estos ni en el tiempo ni en el espacio, pero cuyas implicaciones políticas y estéticas resultan a todas luces muy lejanas. Para esbozarlo habría que tener más en cuenta a autores como Schiller, muy presente en alguno de los últimos trabajos de Rancière (2014a). Como es sabido, en sus Cartas sobre la educación estética del hombre, Friedrich Schiller concede un papel preeminente al juego. Así, en el séptimo epígrafe de la carta vigesimosexta afirmará: “Al impulso de juego, que se complace en la apariencia, le seguirá el impulso mimético de formación, que considera la apariencia como algo autónomo” (1999: 35). Es este un juego en el que el participante tiene la potestad de salir y de entrar, de un modo análogo a ese espectador emancipado que puede decidir participar o no de los supuestos desafíos del arte performativo. Por último —pero no en último lugar—, habría que consignar aquí la doctrina kantiana del desinterés estético, que resuena en muchos de los postulados del filósofo francés, y de modo palmario en su reluctancia a entender e identificar el arte político con la política del arte. La estética de Rancière —y a este respecto no hay que perder de vista que su obra permite edificar tanto una estética de la política

13 Nótese la afinidad entre el término roussoniano de la comunidad viviente y las comunidades afectivas reconocidas como un concepto nodal por la contemporánea historia de las emociones que, en aproximaciones como las de Emma Hutchison (2016), se relacionan con la emergencia del Estado-nación.

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como una política de la estética— se basa ante todo en el observar y en el percibir, y cuando apela al sentimiento, este no se traduce en la purgación de los afectos, sino en la aparición de emociones casi frías y de algún modo en suspenso. Pero como hemos tratado de demostrar a lo largo de este epígrafe, esta pasividad es solo aparente. Pues la observación en Rancière, y es justo ahí donde el filósofo decide situar el potencial político del arte, es, en último término, una observación volitiva o, si lo preferimos, un contemplar que hace. 6. Poesía y verdad. La NUEVA BEATRIZ de Alain Badiou ¿Qué puede hacer la literatura por la vida? ¿Permite intensificarla, hacerla más vibrante o más densa o, por el contrario, la energía de aquella es, con respecto a esta, desactivadora y extractiva? ¿Le roba la literatura tiempo a la vida o la acerca a un tiempo más verdadero, a un tiempo alternativo y nocturno, como quería Jacques Rancière en La noche de los proletarios, capaz de devolverle todo aquello que otras temporalidades —trabajo, acumulación, crisis— le sustraen? Este es el horizonte en el que se sitúa buena parte del trabajo último de Alain Badiou, sobre todo a partir de dos textos que merecerían el nombre de intervenciones, por su carácter en buena medida proyectivo. El primero de ellos, de orientación en principio académica pero de tono ensayístico, fue publicado en francés en el año 2015, y traducido al español por la editorial Amorrortu como Metafísica de la felicidad real. El segundo, titulado originariamente La Vraie Vie, recibió en la edición española el subtítulo de Un mensaje a los jóvenes, en plena consonancia con las palabras que en una reseña le dedicó José Fernández Vega (2016): “Un comentario razonado, aunque personal y apasionado, acerca de las mutaciones en la subjetividad de los jóvenes bajo las condiciones que impone el capitalismo globalizado”. Lo primero que nos llama la atención de ambas obras es un cierto cambio de tono con respecto a los primeros ensayos del filósofo, un rasgo que comparten con otros textos como su Elogio del amor (2012), y que resulta indiciario del viaje emprendido por Badiou desde la alta teoría a la voluntad de comunicar con eficacia y sencillez. Este

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propósito no es incompatible con el rigor, evidente en el carácter de breviario de Metafísica de la felicidad real, donde se permite incluso la divulgación de la propia obra y el avance de su análisis en curso sobre la teoría de las emociones, que desarrolla por extenso en el capítulo “Destino y afectos de la filosofía” y que finalmente ha llevado a término en el tercer volumen de la serie L’Être et l’Événement, cuyo título es L’Immanence des vérités (Badiou 2018). ¿Qué ha llevado a Alain Badiou a interesarse por la teoría afectiva y, más en concreto, por la felicidad? Se trata de un giro eudemónico muy sui generis en el contexto del pensamiento contemporáneo sobre los afectos. Debemos comenzar aclarando que donde no es singular es en la concepción polarizada del afecto —alegría y tristeza eran ya las emociones priorizadas por Spinoza, en una tradición filosófica que llegará a Deleuze—, pero el interés de Badiou por las emociones dista notablemente del de dos estudios eminentes sobre la felicidad y la infelicidad en el contexto de la actual teoría crítica: Por qué duele el amor, de Eva Illouz (2012) y La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría, de Sara Ahmed (2018). Ambos ensayos, sin duda muy sugerentes en sus planteamientos generales, se ven de algún modo lastrados por aquello que, no sin cierta malicia, Jacques Rancière (2015: 176), para referirse al trabajo de Pierre Bourdieu y sus herederos y herederas, denominaba sociologismo.14 Nada más lejos de ese sociologismo que el enfoque de Badiou, muy poco interesado por esclarecer el carácter culturalmente construido de la felicidad y muy interesado, en cambio, en hacernos volver a desearla. Lo que explica en buena medida la distancia del filósofo con respecto a los enfoques constructivistas sobre la historia y la teoría de las emociones es el modo en que sabe vincular la noción de felicidad con una de las categorías centrales de su pensamiento. Nos referimos,

14 La prevención acaso resulte más adecuada en el caso de Illouz, toda vez que la definición que Ahmed brinda de la noción de afecto (“what sticks, or what sustains or preserves the connection between ideas, values, and objects”, Ahmed 2011: 230) recuerda, en la aproximación más relacional que objetual a las emociones, a las concepciones deleuzianas.

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naturalmente, al concepto de verdad, cuyo vínculo con los afectos el mismo autor retrotrae a un libro anterior: “En Lógica de los mundos (2006) indico por primera vez de forma explícita que la participación de un individuo en una verdad se distingue por un afecto, y que para cada tipo de verdad hay un afecto diferente” (Badiou 2017a: 85). De esta consideración se concluye que los cuatro procedimientos de producción de verdad reconocidos por el filósofo (amor, matema, política y poema) llevan aparejado un afecto que los atraviesa y distingue: “Hablo de entusiasmo para la acción política, de beatitud para el conocimiento científico, de placer para la creación artística y de alegría para la labor amorosa” (Badiou 2017a: 85). Al margen de las características de tales afectos —“es cierto”, reconoce Badiou, “que en realidad no [los] he descrito [...] ni me he adentrado en una fenomenología de los valores individuales de cada uno de ellos” (Badiou 2017a: 85)—, lo sugerente es que, al vincularlos con la verdad, el autor entra en un diálogo de largo alcance con el poeta que le ha inspirado sus últimas reflexiones sobre la vida. Familiarizado desde antaño con la literatura altomodernista de autores como Samuel Beckett o con la vasta genealogía —de Friedrich Hölderlin a Paul Celan, pasando por Rainer Maria Rilke— de los poetas centroeuropeos que admiten ser leídos desde Martin Heidegger, el Alain Badiou que les habla a los jóvenes ha decidido escoger a una Beatriz muy diferente para su viaje: “La ‘verdadera vida’, recordémoslo, es una expresión de Rimbaud. He aquí a un verdadero poeta de la juventud: Rimbaud. Alguien que hace poesía a partir de la experiencia total de la vida que comienza. Es él quien, en un momento de desesperanza, escribe de manera desgarradora: ‘La verdadera vida está ausente’” (Badiou 2017b: 12). Es Rimbaud la nueva Beatriz de Badiou, una Beatriz que, pese al título de uno de los dos ensayos comentados (Metafísica de la felicidad real), en parte lo desvía del cielo hegeliano de lo absoluto para llevarlo a una estación más tempestuosa. No exactamente una temporada en el infierno, pero sí a un territorio de incomodidad asumida, a un lugar que exige, por decirlo en sus propias palabras, “pagar un precio”: “¿Cómo cambiar el mundo? La respuesta es realmente divertida: siendo feliz. Pero hay que pagar el precio, que a menudo consiste en

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aceptar un cierto grado de insatisfacción. Es una elección, la verdadera elección de nuestra vida. Es la verdadera elección que concierne a la vida verdadera” (Badiou 2017a: 84). Y algo más adelante: “Todo lo que aquí intento afirmar se resume en esto: decidid que la vida está presente, elegid la alegría y pagad por ella el precio que debáis pagar” (Badiou 2017a: 84). Es en este punto donde entendemos la conexión entre el imperativo marxiano de transformación del mundo y el aserto, falsamente atribuido a Rimbaud, sobre la necesidad de cambiar la vida. La verdadera frase, como para él la verdadera vida, está ausente de nuestra memoria común. Lo que realmente escribió es mucho más interesante que lo que recordamos. La cita pertenece a la primera sección de los “Delirios”, la parte titulada “La virgen loca y el esposo infernal”, del libro Una estación en el infierno. La voz del texto se pregunta si el demonio —que, según aclara, “no es espectro, no un fantasma” (Rimbaud 1948: 28)— tiene secretos para cambiar la vida y concluye que no, que lo único que hace es buscarlos (31). “Hace falta buscar para cambiar la vida” y, añadiríamos con Alain Badiou —que define toda lealtad como una fidelidad al acontecimiento que nos despierta al pensamiento, al arte, a la política o al amor—, ser leales a aquello que encontramos. Cabría precisar, en suma, que cuando Badiou se pregunta por la relación entre la literatura y la vida, de lo que habla, más bien, es del deseo de otra vida. La vida que nos importa es la que no tenemos y deseamos, o deseamos al menos merecer. Y porque la verdadera vida está ausente, como un fantasma que nos interpela —pues el tiempo de los fantasmas no es tanto el pasado como el futuro (Barbeito Varela en prensa)— podemos tratar de encontrarla para mostrársela al mundo, que a menudo desconfía del valor y del sentido de la poesía. Es la negatividad de la formulación lo que nos permite vislumbrar el alcance del verso de Rimbaud en la ajustada paráfrasis de Badiou: hay otra vida que queremos, otra vida que aguarda por nosotros, y los poetas parecen tener algo que decir sobre ella.

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7. Conclusiones A lo largo de este trabajo he intentado mostrar algunas resonancias que atraviesan el pensamiento de los cuatro filósofos analizados, a la luz del papel que en su obra juegan la literatura y los afectos. No es difícil concluir que a menudo la entrada de claves afectivas en sus obras ha estado, si no inducida, sí a menudo influenciada por sus lecturas literarias. Incluso en casos como en el de Gilles Deleuze, donde el pensamiento literario y el afectivo parecen discurrir por canales paralelos, la experiencia de la escritura se convierte en un poderoso motor para la creación de conceptos anclados en un entendimiento profundamente vitalista de la existencia. La literatura resulta, en cualquier caso, indisociable del peso que el concepto de experiencia (y el de experimentación) ha adquirido progresivamente en la obra de estos autores. El vitalismo es, sin duda, uno de los elementos que a menudo la literatura ha traído consigo al afectar profundamente el trabajo de los filósofos analizados. La literatura y la vida, el título con el que Silvio Mattoni editó y tradujo al español algunos de los ensayos literarios de Deleuze (2006b), es un extraordinario motto incluso cuando es elegido para pensar la orientación, ocasional pero nunca interrumpida, de Michel Foucault hacia la escritura artística. Cierto es que la idea de un Foucault vitalista casa mejor con lo que conocemos de su práctica política que con el carácter, a menudo reservado y hasta reticente, de su pensamiento genealógico. Pero no es menos cierto que sus investigaciones últimas sobre el cuidado de sí y la hermenéutica del sujeto, claramente deudoras de sus lecturas de los clásicos griegos, nos devuelven de un modo muy nítido a su interés genuino por el modo en el que las personas, al margen de las reglas de las que somos sujetos, podemos hacernos cargo con dignidad y belleza de nuestra vida. Excede el propósito de estas líneas preguntarnos hasta qué punto una tendencia muy relevante del pensamiento contemporáneo se ha nutrido de una cierta hipertrofia del concepto de biopolítica —o, más recientemente, de su complementario necropolítica (Mbembe 2011)— y ha dejado de lado las posibilidades emancipadoras ligadas a conceptos de vida no tan dependientes de las disposiciones jurídicas.

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Una hipótesis alternativa, tejida al hilo de la revisión de estos cuatro autores —con particular atención a Gilles Deleuze y a Michel Foucault—, es que la vida transciende ampliamente el ámbito de la regulación estatal de las formas de vida, y en esta ampliación exponencial la literatura tiene todavía mucho que decir. Parafraseando a Alain Badiou, lo que la literatura enseña a los filósofos es que no solo necesitamos otro mundo, sino que también necesitamos otra vida. Como se recordará, la clave de bóveda de la relación entre literatura y vida era, en la formulación de Rimbaud que retomaba Badiou, la verdad. El vínculo entre vida y verdad es sin duda el lugar de fundación de la poesía europea moderna, el vértice desde el que es pensada en relación con la autobiografía, y ahí es donde cobra todo sentido el título de Goethe: Poesía y verdad (1811-1830). También el poeta francés, en la paráfrasis de Badiou, nos habla de una vida verdadera, frente a la vida impostada en la que hemos sido instruidos. Una vida repleta de servidumbres y rutinas que nos lleva a confundir a menudo la comodidad con la alegría. Pero la verdad, alejada por largos siglos de los afectos en la tradición filosófica occidental, no es, a la luz de la literatura, ciega e inconmovible. El valor que Michel Foucault le otorga a la parresía y el modo en el que, nuevamente, su pensamiento filosófico encontraba en la Antigua Grecia los modelos poéticos y retóricos que le permitían exponer las reglas de su funcionamiento, ilustran con claridad lo que aquí tratamos de expresar. Hay un último aspecto que permite iluminar el vínculo entre literatura, filosofía y afectos en la obra de estos pensadores. Me refiero al concepto de representación, medular en la teoría afectiva de Gilles Deleuze, en la medida en que para él los afectos eran, justamente, lo no representable. Como hemos visto, con el tiempo el arte contemporáneo ha tendido a extremar sus tendencias antimiméticas, de ahí la oportunidad de volver sobre el provocador ensayo de Jacques Rancière sobre la performance. Al tiempo que cuestiona el paradigma de Aristóteles, en él Rancière nos recuerda que el espectador no tiene por qué ser azuzado por el artista para reclamar su derecho a una autonomía estética asentada en la igualdad de las inteligencias —y de las sensibilidades— entre quien muestra y quien mira.

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Un análisis como el que hemos emprendido en estas páginas no agota, naturalmente, todas las posibilidades que se derivarían de atender a los múltiples autores, obras, medios y modalidades textuales que han sido objeto de interés por parte de los filósofos aquí considerados. En el caso de Rancière habría sido muy sugerente, por ejemplo, considerar los ensayos en los que, partiendo de Gustave Flaubert y no de Jean-Paul Sartre (Rancière 2008), ha venido reivindicando el potencial político de la literatura a la hora de “dividir lo sensible” (Rancière 2014b). Sin embargo, hemos considerado que su estética contemplativa, más continuadora de Friedrich Schiller que de Immanuel Kant, podía actuar en este capítulo como contrapunto a las nociones de intensidad afectiva invocadas por Gilles Deleuze. Sirva en todo caso esta breve referencia a su seminal lectura de Madame Bovary como ejemplo de los múltiples lazos que el pensamiento estético y político de Rancière contrae con el corpus teórico de Alain Badiou, de Gilles Deleuze y hasta de Michel Foucault, a quien recientemente una de sus más importantes intérpretes, la filósofa Judith Revel (2019), reivindicaba como antídoto a cierto vitalismo idealista de la filosofía contemporánea. Pues si hay un aspecto en el que confluyen los cuatro filósofos que han guiado este análisis es en el postulado de un materialismo no determinista, una suerte de atomismo contemporáneo, abierto a la variación, al azar y a la multiplicidad. Ese vitalismo materialista es, asimismo, el espíritu que ha orientado estas reflexiones sobre el vínculo entre el pensamiento, la literatura y los afectos en su obra. Aunque no ha sido el propósito fundamental de estas líneas trazar pautas de carácter historiográfico sobre la teoría contemporánea, el capítulo tampoco podía ser ajeno a la dimensión histórica del pensamiento. Por esa razón, a lo largo de sus páginas hemos intentado ofrecer un apretado diálogo entre el pasado y el presente. Por una parte, Michel Foucault y Gilles Deleuze suelen incardinarse en el eje, menos sucesivo que dialéctico, del estructuralismo-posestructuralismo. Por otra parte, tanto por edad como por formación y orientación filosófica, Alain Badiou y Jacques Rancière han permanecido relativamente alejados de este umbral teórico-crítico, lo que les ha permitido adoptar con frecuencia una distancia, no incompatible con una cierta complicidad intelectual y/o afectiva, con respecto a sus predecesores.

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Esta última resulta muy visible, por ejemplo, en obras como el delicioso Pequeño panteón portátil (2008) de Alain Badiou, verdadera comunidad de espectros con la que el filósofo rinde su personal tributo a sus compañeros de viaje —Gilles Deleuze y Michel Foucault entre ellos— en la tarea del vivir y del pensar. Por medio de la elección de estos cuatro pensadores pretendíamos no solo empezar a responder algunas de las cuestiones planteadas en el capítulo, sino dibujar también un breve panorama del pensamiento filosófico, en relación con la literatura y los afectos, en el arco histórico que se abre entre los años sesenta del pasado siglo y la estricta contemporaneidad. De acuerdo con el principio del pluralismo metodológico, procurábamos además atender, siquiera sumariamente, la diversidad de modalidades textuales priorizadas por los cuatro autores de referencia: el teatro del clasicismo francés o la performance contemporánea en Jacques Rancière; el mito griego y la escritura experimental de Maurice Blanchot en Michel Foucault; la poesía simbolista de Arthur Rimbaud en Alain Badiou; y el realismo decimonónico de Charles Dickens, la literatura en la frontera de Franz Kafka o Herman Melville o la narrativa fantástica en Gilles Deleuze. No sería desacertado ver en esta búsqueda un balance implícito de los años dorados —o “salvajes”, en la expresión de Manuel Asensi (2006)— de la teoría: ese periodo, cuyo esplendor cabría situar entre los años sesenta y setenta del pasado siglo, en el que la teoría de la literatura llegó a convertirse, casi, en un metalenguaje del pensamiento filosófico. Ese poder de atracción contribuye a explicar dos fenómenos íntimamente relacionados entre sí. Por una parte, el hecho de que en el discurso teórico-literario de la época fuese habitual la entrada de cuerpos de saberes, en apariencia distantes a los estudios literarios, como la antropología, la sociología, la semiología, la lingüística o el psicoanálisis. Por otra parte, y ese ha sido el objeto fundamental de estas páginas, la entrada de la propia literatura en el discurso filosófico. Esta constatación permite, por contraste, calibrar cuál es, y cuál puede llegar a ser, el lugar del pensamiento literario hoy. Pero también tener en cuenta que, pese al hecho de esta coincidencia epocal entre la emergencia disciplinar de un pensamiento teórico-literario y los años de arranque del posestructuralismo, brillantemente representado

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por autores como Michel Foucault o Gilles Deleuze, el acceso de su pensamiento a la literatura raras veces obedeció a planteamientos de tipo disciplinar. Tanto en sus obras como en las de Jacques Rancière o Alain Badiou, la literatura aparece más bien como una potencia indisciplinada, llamada a dinamitar el carácter sistemático al que toda una tradición filosófica plurisecular parece querer condenar, sin conseguirlo nunca del todo, el pensamiento. Referencias Ahmed, Sara (2018): La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría. Buenos Aires: Caja Negra Editora. Apter, Emily (2013): Against World Literature: on the Politics of Untranslatability. London: Verso. Arfuch, Leonor (2016): “El giro afectivo. Emociones, subjetividad y política”, en De Signis, nº 24, pp. 245-254. Número especial coordinado por Cristina Peñamarín sobre Emociones en la nueva esfera pública. Asensi, Manuel (2006): Los años salvajes de la teoría. Valencia: Tirant lo Blanch. Badiou, Alain (1992): “L’Âge des poètes”, en Jacques Rancière (ed.), La Politique des poètes. Pourquoi des poètes en temps de détresse. Paris: Albin Michel, pp. 21-38. — (2008): Pequeño panteón portátil, trad. Alejandro Arozamena. Madrid: Brumaria. — (2012): Elogio del amor, trad. Ana Ojeda. Barcelona: Paidós. — (2017a): “Destino y afectos de la filosofía”, en Metafísica de la felicidad real. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, pp. 85-131. — (2017b): La verdadera vida. Un mensaje a los jóvenes. Barcelona: Malpaso. — (2018): L’Immanence des vérités. L’Être et l’Événement. Paris: Fayard, vol. 3. Badiou, Alain y Barbara Cassin (2016): Heidegger: His Life and Philosophy, trad. Susan Spitzer. New York: Columbia University Press. Barbeito varela, J. Manuel (en prensa): “Derrida, Badiou, and the Possibilities and Limits of Spectrality”, en Badiou Studies. Barthes, Roland (1982): El placer del texto seguido de la Lección inaugural de la Cátedra de semiología lingüística del Collège de France pronunciada el 7 de enero de 1977, trad. Nicolás Rosa y Óscar Terán. Ciudad de México: Siglo XXI.

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Retórica y poética Direcciones epistemológicas y actualizaciones mediáticas en la cultura contemporánea M.ª Ángeles Rodríguez Fontela

Quant à la théorie de la littérature, elle est issue de la confluence de deux anciennes disciplines grecques, la poétique d’Aristote et la rhétorique, le vieil art de convaincre mais aussi de produire des choses en les disant. Darío Villanueva, Les Galaxies de la rhétorique, XII

1. introducción Concedamos como base del presente ensayo dos lugares comunes aparentemente opuestos: el de cantidad, que reafirma la solidez de la tradición en la invocación y la recurrencia de conceptos clásicos, como el decoro, la verosimilitud o la imitación, y el de cualidad, que privilegia el cambio y la adaptación de aquellos conceptos a lo nuevo.1 De un lado, la retórica y la poética que, por tradición y vigencia de conceptos y modelos clásicos, constituyen el fundamento de los

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El lugar común de cantidad da prioridad al número, a lo común, a lo vulgar, a lo que se repite, a lo probable y a lo fácil; el de cualidad prioriza lo único, lo original, lo difícil, lo oportuno e incluso lo irreparable. El modelo clásico se asienta sobre el número y la repetición de modelos fijos y universales, mientras que el modelo de la modernidad implica la supremacía de lo único, de lo original, del cambio y de la multiplicidad de valores (cfr. Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989: 148-160).

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estudios literarios desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días; de otro, las exigencias actualizadoras que suponen los nuevos ámbitos de aplicación y los nuevos medios de comunicación contemporáneos para ambas disciplinas. Y hablamos de disciplinas en un sentido muy general, como bien pudiéramos hablar de artes en el sentido griego del término (techné), si no fuera porque, en primer lugar, para los primitivos griegos la poética como actividad creativa no obedecía tanto a unas estrategias codificadas de producción cuanto al don divino de las Musas (la inspiración) y, en segundo lugar, porque la retórica gozó de una codificación temprana como arte, pero también como enseñanza, como ciencia, como moral y como práctica social y lúdica, dimensiones institucionales de las que en buena medida se benefició la poética.2 Signos de la codificación temprana de la retórica como metalenguaje (Barthes 1982: 10) —sucesión de tratados de retórica cuyo objeto de estudio son las diferentes operaciones productivas del discurso— y de su proyección en la poética se advierten ya en textos señeros y trascendentales como Περὶ Ποιητικῆς de Aristóteles (que da nombre y fundamento a la disciplina de la poética), la Epistula ad Pisones de Horacio y el Tratado sobre lo sublime (Περὶ Ὕψους) de Longino, obras en las que es perceptible el esquema básico de las partes del arte retórico (especialmente de las tres primeras, inventio, dispositio y elocutio) y la presencia de conceptos retóricos como la verosimilitud, el decoro y el estilo, entre otros. Como luego iremos viendo, esta fundamentación teórica de la poética procedente de la retórica antigua todavía sigue vigente en los actuales estudios literarios y en disciplinas próximas, especialmente cuando se actualiza en debates sobre cuestiones como el género, la intertextualidad, el plagio o la traducción, donde la invocación a la imitatio y a la aemulatio es insoslayable, sobre todo en

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Toda la praxis relacionada con estas dimensiones institucionales de la retórica genera un sistema represivo, también institucional, que propicia el discurso burlesco, presente, por ejemplo, en bromas escolares, una “retórica negra” que ha recorrido la historia de la retórica hasta nuestros días (Barthes 1982: 9-10).

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una época de dominio de medios tecnológicos y de interculturalidad e interartisticidad acusadas como la nuestra.3 Si la retórica como disciplina ya consolidada en la Antigüedad prestó andamiaje estructural y conceptual a la primitiva poética, esta pronto eclipsó y absorbió aquella en ausencia de la democracia, y de modo notorio en el paso del régimen republicano de Roma al imperial. El género deliberativo perdió campo argumentativo en la esfera pública, y la retórica se vio relegada al mundo jurídico —el que precisamente había dado lugar al nacimiento de aquel arte en la Magna Grecia— y a las prácticas escolares —los progymnásmata—, con modelos y orientaciones poéticas o cuando menos estilísticas. Los tratados sobre el estilo del periodo helenístico, como el que mencionamos arriba (Περὶ Ὕψους), son buena prueba de ello. En esta deriva decadente, al final del primer siglo de nuestra era, la retórica se repliega casi con carácter testamentario en las Institutio oratoria, obra que compendia todo el saber de aquella disciplina desde la doble perspectiva del abogado y rétor que fue su autor, el calagurritano Quintiliano. Los doce libros de aquella obra magna constituyen ciertamente una summa de carácter pedagógico no solo por la

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El concepto de imitatio, presente ya en Protágoras, hacía referencia a uno de los tres medios —teoría, imitación y ejercicio— de aprendizaje del arte retórico (cfr. Retórica a Herenio 1, 2, 3). En principio, la imitatio fue más un concepto de larga tradición filosófica y poética de raíz platónica y aristotélica, y solo adquirió una acusada praxis retórica y poética en la escuela en confluencia con la imitación de textos literarios modélicos. La aemulatio está ya implícita en la imitatio en cuanto esta puede provocar la rivalidad con el modelo y la creatividad del que imita. Cfr. la definición de la Retórica a Herenio, 3 (1997: 72): “La imitación nos estimula mediante el estudio atento a alcanzar la efectividad de otros oradores”. La aemulatio, consolidada como concepto negativo en la teoría y la praxis jurídica medieval, ha constituido una de las bases fundamentales de la creación literaria y artística. En la poética y en los estudios literarios, la imitatio se aprecia en la recurrencia de temas y en la perpetuación y la transgresión de modelos de género, de pasajes y de fórmulas expresivas. La aemulatio se reformula en la poética de nuestros días en los conceptos de mímesis formal o remediación, conceptos surgidos en artes de especial irradiación mediática como el cine (cfr. Abuín 2002: 13-24).

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condición de manual enciclopédico sobre el bene dicendi scientia —así define aquel autor la retórica en el libro II, capítulo XIV, 5 (Quintiliano 1997: 256)—, sino también por el aliento didáctico que se percibe en toda ella, especialmente en los dos primeros libros. En fin, los doce libros de la obra magna de aquel autor representan el sedimento de cinco siglos de historia de la retórica que, precisamente con su función didáctica, ahormó la mente y la expresión verbal de los individuos y de la sociedad en un periodo clave de la cultura occidental. La obra del rétor de Calahorra cierra, pues, sumariamente, la época de esplendor de aquella disciplina omnímoda que fue la retórica antigua, de modo semejante a como la Retórica (τέχνης ῥητορικής) de Aristóteles había sintetizado con una marcada elaboración personal los primitivos tratados de retórica que no hemos llegado a conocer. De la finalidad prioritariamente argumentativa del arte de la persuasión en los géneros deliberativo y judicial de la Antigüedad —orientada fundamentalmente a la figura del receptor—,4 se pasa a otra más centrada en el orador y en sus virtudes oratorias, de tal manera que, durante un largo periodo de veinte siglos, la retórica no será tanto un arte para convencer o persuadir a un auditorio, en delgado filo ético,5

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También la poética presenta esta orientación. Carmen Bobes y otros autores consideran que la catarsis es un concepto tan abarcador como la mimesis porque “se refiere a los efectos sobre el espectador y además tiene que ver con el mythos y con su disposición en el discurso para lograr determinadas reacciones en el público” (Bobes et al. 1995: 127). Ya desde sus comienzos (cfr. el Gorgias de Platón), la retórica fue reprobada en tres direcciones. Se la acusaba fundamentalmente de artificiosa, inmoral y acientífica. Antonio López Eire realizó en esas tres direcciones una apología de aquel arte que aún sigue siendo útil en los momentos actuales. El término de retórica se rehúye efectivamente por la ambivalencia ética que encierra (su objetivo no es alcanzar la verdad, sino lo verosímil), por el uso engañoso de esa ambivalencia (de la significación básica de “sabiduría”, la sofística pasó a significar “engaño”), por una hipertrofia lingüística derivada del énfasis puesto en la elocuencia y por su carácter acientífico, en cuanto no tiene objeto de estudio propio (López Eire 1997: 21). Pero no creemos tampoco que sea ajeno a este descrédito de la retórica su significante esdrújulo y abrupto, con una vibrante inicial y dos oclusivas sordas, y una historia de decadencia y de rechazo abierto a partir del siglo xviii. Podemos observar, en efecto, cómo a las tradicionales acepciones

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casi siempre con finalidades pragmáticas, sino un arte de la elocuencia para seducirlo estéticamente. De este modo, el primitivo género epidíctico —ya muy trabajado por Gorgias (siglo v a. C.), uno de los padres de la retórica— adquiere mayor protagonismo a partir del siglo i d. C., con una elocutio sobredimensionada y centrada especialmente en el apartado del ornatus. La reducción de todas las partes del arte a esta mínima porción ornamental de la tercera que todos los escolares de la segunda mitad del siglo xx conocemos como “las figuras retóricas” es ciertamente ya una retórica restringida (Genette 1982: 203-222) mutilada en extensión y en espíritu. El proceso de reducción progresiva de la retórica en relación con la poética puede muy bien expresarse en las fórmulas “retorización de la poética” y “literarización” (García Berrio 1988: 12), o “poetización de la retórica”, en el sentido de que la poética bebe en las fuentes cada vez más escasas de la retórica (en la vía de restricción señalada: el ornatus de las figuras retóricas) y la retórica queda reducida al catálogo de recursos orientados a la creación de discursos bellos. En esta línea reduccionista de la retórica, los veinte siglos que nos separan de Quintiliano no han dejado de presenciar un estrecho encuentro, lleno de vicisitudes varias, entre retórica y poética, como en los primeros tiempos, pero ahora con una más clara interdependencia, porque la retórica vive sobre todo en la poética. Varios factores intervienen en esta nueva hermandad de las dos disciplinas. En primer lugar, en el transcurrir de los siglos se afianza la era de la escritura, manuscrita y luego impresa, que diversifica en nuevos medios la

negativas se añade la de su carácter rancio y dogmático a partir de las perspectivas liberadoras del romanticismo. Los eufemismos “talleres de escritura”, “talleres de poesía”, “técnicas de producción oral y escrita”, entre otros, y los títulos de superventas —Saber hablar, Cómo hablar en público, Cómo hablar para convencer, Cómo enamorar hablando en público—, igualmente eufemísticos, evidencian la posición vergonzante del emisor ante un arte que proporcionó las herramientas productoras del discurso y cuyo nombre hoy resulta tabú o, cuando menos, de significación peyorativa. La ocultación del nombre en obras que tratan de conceptos o herramientas retóricas sin mencionar la paternidad de la retórica conlleva evidentes o sutiles fenómenos de plagio.

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actividad poética inicialmente oral. En segundo lugar, la Galaxia Gutenberg estimula la creación y la lectura de obras literarias y favorece la reflexión sobre la misma actividad poética. En fin, esta actividad metapoética consolida y reafirma sus raíces clásicas en los comentaristas de la Epistula ad Pisones (Ars poética) de Horacio y, posteriormente, en los comentaristas de la Poética aristotélica, a partir de la primera edición impresa (1508) del Codex Parisinus 1741, el más antiguo de los conocidos en Occidente (Bobes et al. 1995: 87).6 No podemos entrar ahora en la nutrida actividad de los comentaristas horacianos y aristotélicos de tanta trascendencia para la propia creación literaria. Con la misma obligación de simple mención, nos referimos también en este punto a la trascendencia que ha tenido el trivium medieval en la formación de poetas y escritores de nuestro canon literario occidental. La huella de una de las tres materias de aquel sencillo y sólido programa de estudios medieval en el ámbito de las letras, la retórica, es apreciable en cualquier texto literario de los siglos que nos preceden. Basta con asomarse al prólogo del Quijote. Aunque reducida, la retórica mantiene la tradición escolar de sus orígenes y revive en la formación de los privilegiados que acceden a ella, en los que crean y reciben obras literarias, en la teoría y en la praxis de la poética y, en menor medida, en otros ámbitos tradicionalmente vinculados a la retórica.7 La reducción de la retórica, que no acaba con la hermandad de retórica y poética sino que la refrenda, tiene su manifestación más relevante en el Romanticismo. Los ideales románticos de creación

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Aunque la Poética de Aristóteles se difundió de modo indirecto en la Antigüedad a través de citas de prontuarios y de una tradición de pensamiento derivada de aquel texto, su conocimiento directo y su difusión en el Occidente europeo fue tardío (siglo xv). Averroes, en España, sí conoció la Poética aristotélica gracias a una traducción árabe, proveniente de otra siria del siglo ix, que parece remontarse a un texto de la Poética de procedencia bizantina (Bobes et al. 1995: 87). A diferencia de lo que ocurre en Bizancio, en Occidente, aparte del trivium, manifiestan la pervivencia del arte retórico la ars poetriae (que aparece en el siglo xi), la ars praedicandi (siglo xiii) y la ars dictaminis (cuyas bases pone el monje Alberico del monasterio de Montecasino en torno a 1087) (López Eire 2000: 58).

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libre y de originalidad constituyeron el puntillazo definitivo a la pervivencia de la Gran Poética, heredera de los tratados poéticos de Aristóteles, de Horacio y de sus comentaristas; Gran Poética que, como hemos visto, tanto debe a la retórica antigua. Además, no debemos olvidar que ya el siglo xviii, con fundamentación filosófica kantiana (Crítica del juicio, 1790), ve nacer una nueva ciencia, la estética, que prestará fructífera complementación especulativa a la poética, aparentemente ajena a la retórica. Y decimos aparentemente ajena porque un concepto de orden estético muy trabajado en este periodo como el de lo sublime está ya presente en un tratado poético-retórico tan antiguo como el ya mencionado del hipotético Longino. Acosada por estas virulencias antipreceptivas y eclipsada por el potencial de nuevas ciencias como la estética y la filología, la retórica languidece. Llegado el siglo xx, apenas quedan flecos mortecinos de la primitiva retórica en la oratoria sagrada, la comunicación epistolar, la actividad legislativa y judicial y, sobre todo, las preceptivas literarias que actúan como manuales retórico-poéticos de alumnos de enseñanza media en diferentes instituciones.8 Dejando aparte el referente educativo de aportaciones teóricas básicas, y ya clásicas, como la de

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Tomemos como muestra las obras de Raimundo Miguel (1856) y la de Félix Sánchez y Casado (1906). En la primera, por lo que se refiere a la retórica, se estudia la composición de toda clase de obras y la oratoria (sagrada, forense y política), incluida la actio. En lo referente a la poética, se incluye un repertorio de reglas y géneros, un arte de métrica castellana, el texto original y la traducción de la Epístola a los Pisones y un apartado de Poesías escogidas. La obra de Sánchez y Casado presenta un programa similar, con más incidencia en cuestiones estéticas en la Introducción, pero con el mismo énfasis en las reglas que conciernen a la elocución. La poética está en la primera parte de la preceptiva, y la retórica, en la segunda. En esta segunda parte se atiende a todas las partes del arte, excepto la actio, y a los géneros de elocuencia (académica, forense, política y sagrada), para finalizar con los géneros histórico, novelesco, didáctico y epistolar. Finalmente, una tercera parte estudia la métrica, los principales géneros literarios (lírico, épico y dramático) y los géneros secundarios y menores. En las dos preceptivas literarias es evidente la estrecha conexión de las dos artes, retórica y poética, y en ambas obras, los criterios de división de todas las partes y géneros tratados no están fundamentados.

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Ernst Robert Curtius, Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter (1948) —un nuevo impulso para el estudio del lugar común en literatura— y las de Heinrich Lausberg, Elemente der Literarischen Rhetorik (1949) y Handbuch der Literarischen Rhetorik (1960), la situación es más agonizante aún en las décadas centrales del siglo pasado, en que la retórica escolar apenas sobrevive en un apéndice de figuras literarias adjunto a manuales de historia literaria fundamentalmente nacional, como nuestra propia experiencia atestigua. 2. La nueva retórica. Orientaciones fundamentales El año 1958 supuso el renacimiento de la retórica en claves mantenidas —la reelaboración del cuadro de figuras retóricas desde nuevos enfoques— y en claves abandonadas durante siglos —particularmente, la argumentación de la inventio—. En efecto, 1958 fue el año en que Jakobson pronunció su trascendental ponencia “Linguistics and Poetics” en el Congreso de la Universidad de Indiana (Bloomington). Este y otros trabajos del lingüista y teórico literario ruso supondrán una auténtica revolución en la interacción retórico-poética. En primer lugar, porque la prioritaria atención que él y sus compañeros formalistas rusos conceden al texto y a la forma de las obras literarias privilegia los que en todas las escuelas formalistas y estructurales posteriores se estudiarán como mecanismos poético-retóricos, en cuanto vinculados a las figuras retóricas de la elocutio. En segundo lugar, porque Jakobson, desde una perspectiva lingüística, reformula en la “función poética” el concepto de literariedad, apreciable en la recurrencia de esquemas fónicos ya considerados y codificados por Gorgias, uno de los padres de la retórica.9 En fin, la teoría de Jakobson sobre las relaciones paradigmáticas y sintagmáticas, inspirada en Saussure y relacionada

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Según Bice Mortara Garavelli, “es también de Gorgias la primera identificación de ‘figuras’: recursos formales como el isocolon (correspondencia del número y disposición de las palabras entre los miembros de un periodo) y el homotéleuton (igual terminación de palabras en las distintas partes del isocolon)” (1991: 21; cfr. también Azaustre y Casas 1997: 96-97).

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con los trastornos de afasia en una obra publicada en 1956, no solo constituye la base de la función poética (la proyección del eje de la selección sobre el eje de la combinación), sino que fundamenta una nueva clasificación de tropos propiamente estructural en cuanto basada en la oposición binaria metáfora/metonimia; la primera, relacionada con el eje de la selección; la segunda, con el eje de la combinación.10 La reducción de los tropos a la oposición binaria metáfora/metonimia ha tenido nutrida y variada contestación especulativa en el ámbito de la investigación lingüística, semiótica, poética y retórica (cfr. Todorov 1982: 45-58; Genette 1982: 203), pero también ha representado una simplificación de claro valor didáctico y una innegable función heurística en el campo científico. No olvidemos a este respecto cómo ha servido de instrumento cognoscitivo en el psicoanálisis (cfr. Lacan 1966: 505-506). La operatividad más cercana a nuestro estudio, con todo, está en el ámbito de los estudios literarios, donde ha constituido una herramienta iluminadora también en la diferenciación de distintos periodos históricos, géneros y modos de dicción. Recuérdense las recurridas asociaciones de la metáfora con el romanticismo y de la metonimia con la literatura realista, por una parte, y, por otra, la vinculación del discurso metafórico con obras líricas o de carácter sentencioso y la del discurso metonímico con el relato (Beristáin 1995: 154). En relación con la interpretación tropológica de la historia y superando ya la dicotomía metáfora/metonimia de Jakobson, cabe señalar el papel que estos dos tropos, pero también la sinécdoque y la ironía, han desempeñado en la configuración de teorías sobre la historia en general y sobre la historia literaria en particular. En la investigación metahistórica de Hayden White (1992), incluso observamos una nueva caracterización de los tropos en función de las necesidades

10 En efecto, Jakobson, juntamente con Morris Halle, vincula la metáfora y la metonimia con dos trastornos de afasia: trastorno de semejanza (“similarity disorder”) y trastorno de contigüidad (“contiguity disorder”) (Jakobson y Halle 1956: 55-76). La oposición de estos dos tropos también se mantiene en el psicoanálisis de Lacan, particularmente en “L’instance de la lettre dans l’inconscient ou la raison depuis Freud”, donde cumple una función heurística (Lacan 1966: 505506).

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epistemológicas provenientes del objeto de estudio, caracterización y estructuración a las que, por otra parte, no son ajenas obras de otros autores como Marx, Hegel, Piaget, Freud y E. P. Thompson (Tozzi 2009: 77-83). Quede constancia por ahora de que la metáfora y la metonimia, fundamentalmente, pero también otros tropos, salen del reducto ornamental para encontrar una función cognoscitiva y divulgativa en el campo científico más allá de la poética y de la misma retórica. Sería mejor decir incluso que la poética y la retórica, metonímicamente hablando, entran en el mismo entramado argumentativo de la ciencia, de la filosofía e incluso de la propia lógica.11 Al hilo de la teoría de los tropos de Jakobson —enclave fundamental de uno de los pilares de la neorretórica— en el campo de la poética, entre los varios autores que también trabajaron sobre ese reducido marco de figuras retóricas, destaca el Grupo μ de Bélgica.12 No pensemos que con el título de Rhétorique générale (1970), una de las primeras publicaciones que marcó la orientación de posteriores trabajos, el grupo pretendía rescatar del olvido las partes de la primitiva retórica que languidecieron con el correr de los siglos. El Grupo μ se mantenía ya desde sus primeros trabajos en el estudio de las estructuras formales que lo vinculaban a la transretórica, segunda retórica o poética (Grupo μ 1987: 66), y el objetivo de la investigación

11 José M. Sagüillo destaca cómo la retórica representa un papel importante en la heurística de la ciencia y cómo la argumentación desempeña también una función relevante en la apodíctica de las ciencias. Estudiando a Darwin, el autor sostiene que hay “metáforas instructivas con genuino valor epistémico en el sentido de que inducen cierto estado de creencia, algunas de las cuales confirman lo adecuado de su inicial conceptualización. La metáfora, pues, como figura retórica tiene el potencial de generar acuerdo, aceptación, aprobación, asentimiento, o si se prefiere, consentimiento o aquiescencia con respecto a la plausibilidad de lo postulado” (Sagüillo 1998: 662). La consideración de la función cognoscitivapersuasiva de la metáfora, por parte de un lógico de oficio pone de manifiesto los nuevos derroteros de la filosofía y de la ciencia de los que luego hablaremos. 12 Nombre del equipo integrado por autores como Jacques Dubois, Francis Pire, Hadelin Trinon y Philippe Minguet, Francis Édeline, Jean-Marie Klinkenberg. No todos trabajan actualmente, ni la toda la nómina de participantes se reduce a los citados.

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era la “reformulación lingüística de esta parte de la retórica antigua que constituía la elocutio (Grupo μ 1993: 9) según la quadripartita ratio de Quintiliano, lib. I, cap. V, 38-39 (Quintiliano 1997: 82, 84). Lo que sí apunta a una retórica general es la ampliación de ámbitos de aplicación de sus esquemas retóricos que el grupo actualiza bajo el paraguas de una ciencia hermana de la nueva retórica: la semiótica.13 Es ya indicativo de la nueva dirección el título de una de sus más destacadas obras, Traité du signe visual. Pour une rhétorique de l’image (1992). El Grupo μ no olvida los orígenes de sus trabajos —“una retórica lingüística había permitido ver el estrecho parentesco entre la metáfora y la metonimia” (1993: 13)—, pero ahora tiene horizontes más amplios que los literarios para su poética, una “teoría general de la imagen visual” que “hace ver lo que hay de común entre un esquema de montaje eléctrico y una fotografía, entre el grafiti de urinario y la ilustración de estilo ‘línea clara’, entre Piero della Francesca y el garabato de un niño, entre los tótems indios de la Costa Oeste y Poussin o Finlay, el Beniye japonés y la loza de Rouen” (Grupo μ 1993: 13). Con los investigadores belgas, que significativamente se autodenominan con la inicial griega de los términos metáfora y metonimia, se amplía en esta obra el marco literario de la primera etapa —y consecuentemente de la propia poética—, sin prescindir de las herramientas retóricas pulidas por el propio grupo y basadas en un principio: “[L]a transformación reglada de los elementos de un enunciado de tal manera que en el grado percibido de un elemento manifestado en el enunciado, el receptor deba suponer dialécticamente un grado concebido” (Grupo μ 1993: 231-232). En todo caso, los autores del grupo permanecen en el reducto de la elocutio, cuyos modelos y recursos retóricos reelaborados y redenominados en esquemas de sutil complejidad pretenden hacer operativos también

13 En nuestro país, percibiendo las nuevas líneas de la nueva retórica y de la hermenéutica de la segunda mitad del siglo xx, y con el deseo de recuperar las partes olvidadas de la retórica antigua, es defensor también de una retórica general Antonio García Berrio, retórica fundamentalmente centrada en la lingüística del texto de T. A. van Dijk y J. S. Petöfi, y en la estela también del Grupo μ (García Berrio 1984: 7-59).

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fuera de la escritura. Esa segunda retórica del Grupo μ canaliza, desde el corazón de la elocutio, una poética de las imágenes visuales. Lejos, pues, de minusvalorar, como alguna vez se hace, la labor de Jakobson y del Grupo μ de Lieja en cuanto se mantienen inicial y básicamente en la línea de la retórica restringida, no podemos dejar de apreciar la labor de uno y otros en el rigor científico de sus estudios y en la proyección de la poética, juntamente con la operatividad de la retórica tropológica, en un amplio círculo de manifestaciones artísticas y culturales de nuestro tiempo. Por lo que se refiere a Jakobson, la perspectiva científica que vincula la poesía y la literatura en general con otras ciencias y la propia cientificidad de su discurso metapoético, ajeno a cualquier propósito normativo, fueron definitivas para la transformación de la poética en una disciplina descriptiva y científica, a la par que metapoética, y en un eje fundamental de los estudios literarios contemporáneos: la teoría literaria.14 Por lo que atañe al Grupo μ, su vinculación con la semiótica favoreció la ampliación de la poética, con un trabajado arsenal retórico figurativo, a otras artes y

14 Se pregunta Tzvetan Todorov, a propósito de su concepción estructuralista de literariedad: “¿Acaso el término ‘poética’ es adecuado para tal noción? Como se sabe, el sentido de este último varió a lo largo de la historia; pero basándose tanto sobre una tradición antigua como sobre algunos ejemplos recientes —aunque aislados—, es posible utilizarlo sin temor. Valéry, que ya sostenía la necesidad de tal actividad, le había dado el mismo nombre: ‘El nombre de Poética nos parece que le cabe, entendiendo esa palabra según su etimología, es decir, como nombre de todo aquello que se relaciona con la creación o con la composición de las obras de las cuales el lenguaje es al mismo tiempo la sustancia y el medio, y no en el sentido restringido de colección de reglas o de preceptos relativos a la poesía’. La palabra Poética se referirá en este texto a toda la literatura, sea o no versificada; incluso casi se tratará exclusivamente de obras en prosa” (Todorov 1975: 2223). En las palabras de Todorov es apreciable la orientación científica, carente de normatividad, y la extensión del objeto de la poética a toda la literatura, no solamente la escrita en verso. Es solo el comienzo de la ampliación del objeto de la poética. Ya hemos visto cómo en la segunda parte del trabajo del Grupo μ la poética, con el auxilio de la retórica restringida, es aplicable ya a las artes visuales.

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otros discursos no literarios en una línea análoga a la de la semiótica de Tartu y la semiótica francesa.15 No necesita de apología el Grupo μ en lo que concierne a su emplazamiento empírico en el reducido marco figurativo del ornatus. Uno de sus más destacados miembros, Jean-Marie Klinkenberg, ya realizó ese trabajo, a propósito de las principales objeciones que recibía el trabajo del grupo —autonomización, reduccionismo y desvío—, en un examen comparativo de las dos principales líneas de la neorretórica —la teoría de la argumentación de Perelman y la que representa el propio Grupo μ—, donde estudiaba lo común y lo diferente de estas dos orientaciones. Desde el propio marco de nuestro estudio destacamos la conjunción retórica-poética del Grupo μ, primero, porque estudia “los mecanismos internos de la producción literaria, y sobre todo de la producción poética” (Klinkenberg 1998: 62); segundo, porque los conceptos centrales de ese estudio son las figuras, especialmente las semánticas o tropos; y tercero, porque lo que interesa es la transgresión y lo excepcional (Klinkenberg 1998: 62). Y si la reducción tropológica puede constituir una objeción, no conviene olvidar que los antecedentes de esta reducción están ya en Aristóteles, autor que en el libro III (1990: 490-504, 1405a-1407a) de su Retórica inicia una línea reduccionista todavía mayor que la de Jakobson y la del Grupo μ, y que podríamos calificar de centrismo metafórico, línea que, sin entrar en revisión histórica, llega en el siglo pasado, entre otros autores, a dos figuras fundamentales del pensamiento contemporáneo: Friedrich Nietzsche y Paul Ricœur.16

15 Helena Beristáin, en su Diccionario de retórica y poética de 1985, define la retórica como “arte de elaborar discursos gramaticalmente correctos, elegantes y, sobre todo, persuasivos” (obsérvese la conciliación de la perspectiva antigua de la retórica como arte de persuasión y la posterior de arte de la elocuencia). Su concepto de discurso (que especifica de manera pormenorizada) identificado con enunciado se refiere a “cualquier proceso semiótico no lingüístico (filme, ritual, etcétera)” (Beristáin 1995: 154). Vemos, pues, que la retórica acompaña a la poética en la ampliación del ámbito de aplicación a discursos no lingüísticos. 16 En relación con la metáfora, los dos autores problematizan ya la relación entre ficción y realidad. Véase al respecto Nietzsche, y la vinculación de la metáfora

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En el mismo año 1958, dos obras sí intentan recuperar partes fundamentales del aparato retórico, más allá de la elocutio. Nos referimos a Traité de l’argumentation. La nouvelle rhétorique, de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, y The Uses of Argument, de Stephen Edelston Toulmin. La palabra argumentation en el primer título y la palabra argument en el segundo son indicativas de una nueva dirección neorretórica en la que la inventio cobra especial relieve. Las dos obras se inscriben en una nueva línea de racionalidad alejada de los parámetros que regían la filosofía y las ciencias de naturaleza, ya no una racionalidad, sino una razonabilidad (Toulmin 1994: 19-30; Meyer 2008: 7). Como señala Michel Meyer, enfatizando su trascendencia: Depuis lors, la rhétorique et sa petite sœur — ou sa grande sœur, comme on voudra — l’argumentation n’ont cessé de croître en importance, au point de devenir un nouveau paradigme pour les sciences humaines, se substituant peu à peu à la linguistique qui fit les riches heures du structuralisme. Aujourd’hui, la rhétorique est partout. Elle a gagné le cœur de notre société médiatique, jusqu’à la vie privée où il faut plaire et séduire (Meyer 2008: 7).

Desde un punto de vista retórico-escolar, el antecedente más destacado de este giro hacia una razón práctica, ligada a las humanidades

con una ficcionalidad inherente al lenguaje que dificulta el acceso a la realidad —“Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo más que metáforas de las cosas que no corresponden en absoluto a las esencias primitivas” (Nietzsche 1990: 23)—, y Ricœur, quien, casi al final de su obra La Métaphore vive (1975), contestando a la pregunta “savons-nous ce que signifient monde, vérité, réalité?” manifiesta aproximando el discurso poético al científico sobre la base metafórica: “Nous avons été mis sur la voie d’un usage proprement critique du concept de réalité par deux thèmes plus articulés: le discours poétique, disions-nous, est celui dans lequel l’époché de la référence ordinaire est la condition négative du déploiement d’une référence de second rang. À quoi nous ajoutions: ce déploiement est réglé par le pouvoir de redescription qui s’attache à certaines fictions heuristiques, à la manière des modèles de la science” (Ricœur 1975: 386). Sobre la cuestión de la ficcionalidad poética y no poética en relación con la retórica volveremos más adelante.

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y a la vida civil, se encuentra en Vico (1708) (Vico 2005: 67-71; González Bedoya 1990: 141).17 Desde el punto de vista epistemológico —en el que tiene un papel tan destacado la retórica tropológica, como hemos visto—, destacan como precursores del cambio Nietzsche, Freud y Marx —los considerados por Ricœur “maestros de la sospecha” (Carrilho 1994: 10)—, y también Wittgenstein, Heidegger y el mismo Nietzsche, “filósofos edificantes” en la calificación de Richard Rorty (1995: 330-336). En efecto, los filósofos edificantes, con su estilo satírico, paródico y aforístico, han puesto en cuestión el paradigma epistemológico nacido en la filosofía platónica, encumbrado en el método cartesiano y apreciable en todos los filósofos sistemáticos posteriores que creen en la posibilidad de alcanzar la verdad. El paradigma de la verdad que sustenta el quehacer de las ciencias de la naturaleza, cuyo dominio en los planes de estudio denuncia Vico y que puede resumirse en la máxima escolástica de adequatio intellectus ad rem, hace aguas definitivamente con filósofos de la ciencia como Thomas Kuhn, Karl R. Popper, Paul K. Feyerabend o Imre Lakatos. Todos ellos horadan la base epistemológica de la Crítica de la razón pura (1781) de Kant, y relativizan el carácter definitivo de las conquistas científicas. Se impone la actitud cautelosa, la permanente autocrítica, la conciencia del carácter

17 De plena vigencia parecen hoy las opiniones de Vico: “Mas el inconveniente máximo de nuestro sistema de estudios es el hecho de que, mientras que nos dedicamos muchísimo a las ciencias naturales, no estimamos tanto la moral, especialmente aquella parte que razona acerca de la índole de la psicología humana y de sus imperiosas tendencias orientadas a la vida civil y a la elocuencia [...]. Pero este sistema de estudios causa tales perjuicios a los jóvenes que en adelante ni siquiera son capaces de llevar una vida civil con suficiente prudencia, ni saben bien colorear su palabra de acuerdo con unos principios [...] ni enardecerla con sus sentimientos [...]. Consiguiente, porque las cosas que han de hacerse en la vida se valoran de acuerdo con los momentos y situaciones ocasionales que se denominan circunstancias, y muchas de ellas son tal vez inoportunas e inconvenientes [...], los hechos humanos no pueden juzgarse a partir de esta rectilínea ley de la mente, que es rígida, sino que deben ser examinados atentamente con aquella [regla] flexible de los habitantes de Lesbos que no acomoda los cuerpos a sí, sino que se pliega ella a los cuerpos” (Vico 2005: 67-68).

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provisional de las hipótesis (“hipótesis falsables”, las denomina Popper), la inevitable mediación lingüística en el proceso del conocimiento, la dependencia del objeto con respecto al sujeto en el proceso de conocer y, como resumen de todos ellos, la verdad consensuada. El renacimiento de una retórica argumentativa se vio favorecido con este nuevo paradigma filosófico-epistemológico y con las nuevas corrientes fenomenológicas y hermenéuticas que, en extremas direcciones nihilistas, nos hacen volver los ojos a aquella máxima atribuida a Gorgias: “Nada existe; si algo existiera no sería cognoscible; si algo fuera cognoscible, no sería comunicable”. El poder del lenguaje acentúa su dominio con esta nueva filosofía de la ciencia, y la retórica persuasiva o argumentativa cobra un papel extraordinario e insoslayable. Quizá la formación del polaco Chaïm Perelman en la Universidad Libre de Bruselas haya favorecido también el renacimiento de una retórica argumentativa. Sus primeros estudios en Derecho y los trabajos posteriores sobre la figura de Gottolb Frege, además de la influencia de la filosofía analítica y del Grupo de Zúrich, lo encaminan a una retórica con perfiles más filosóficos y dialécticos que los acostumbrados en siglos precedentes. Su obra, que parece inicialmente orientada a una praxis jurídica, sobrepasa con mucho este ámbito en una amplia dirección interdisciplinar, pues, como sostiene González Bedoya, Perelman se nutre también de los estudios de psicología experimental de las audiencias (Hollingworth, The Psychology of the Audiences, 1935, apud González Bedoya 1990: 19) —especialmente útiles en el empleo de la argumentación con fines de propaganda política, religiosa y comercial— y de la sociología del conocimiento de Marx, Durkheim o Pareto (González Bedoya 1990: 19). Para Perelman, el objetivo de su teoría de la argumentación —la hermana mayor o menor de la retórica, como la califica Meyer— “es el estudio de las técnicas discursivas que permiten provocar o aumentar la adhesión de las personas a las tesis presentadas para su asentimiento” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989: 34). El concepto clave como objetivo de esta nueva retórica es la adhesión, de tal manera que Perelman hace descansar el peso de la argumentación en la figura del receptor, como en la Grecia clásica; en la persuasión de ese receptor sobre la base de un discurso verosímil, lejano al propósito de alcanzar una

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verdad apodíctica (30). El recuerdo de la retórica antigua se impone ya en la propia evocación de Perelman (35) y todavía más el recuerdo de Aristóteles, no solo en la asunción de las pruebas dialécticas que el estagirita emplea en la Retórica, sino también en la consideración del auditorio que, como es bien conocido, goza de especial consideración en la definición aristotélica del arte retórico: “[L]a facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer” (Aristóteles I, 1355b; 1990: 173). Estrechamente ligadas a esta concepción de argumentación, desempeñan también un especial protagonismo en la teoría de Perelman dos distinciones íntimamente vinculadas: convencer/persuadir, por un lado, y auditorio universal/auditorio particular, por otro. En la primera oposición —que Perelman toma de Kant (1986: 639-641)—, persuadir es más que convencer, ya que incluye factores emocionales y afectivos que van dirigidos necesariamente a un auditorio particular. Si la argumentación opera básicamente tratando de convencer, todo ente de razón será alcanzado (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989: 67) y, por tanto, el auditorio será universal. Desde nuestro punto de vista, la trascendencia de esta nueva retórica está en romper con la centralidad de un discurso demostrativo en la lógica, en la filosofía y en la ciencia; en incorporar lugares comunes y pruebas dialécticas de origen aristotélico pero orientados a nuestra contemporaneidad; en considerar la escritura y no solo la oratoria como campo de argumentación; y, en fin, en ampliar el campo de aplicación de la argumentación desde las ciencias humanas, el derecho y la filosofía a ámbitos no considerados anteriormente como la publicidad, los discursos políticos, la educación, la propaganda, las conversaciones familiares y el soliloquio (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989: 42). Con Perelman, la argumentación se hace omnímoda, como lo era la retórica en la Antigüedad, porque todo discurso humano, incluso el más filosófico, no está exento de los factores emocionales-afectivos propios de la persuasión, ni está libre de hechos y verdades previos, ni de presunciones, ni de valores y jerarquías de valores, ni de lugares comunes —que Perelman analiza en la primera parte de su obra—, ni de argumentos tipificados, ni de figuras retóricas entre las cuales destaca la metáfora, al modo aristotélico que ya hemos visto.

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¿Qué papel ocupan la literatura, la poesía y la poética en la obra de Perelman? A nuestro juicio, la teoría de la argumentación que el autor polaco propone no solo supone la reivindicación de todas las partes de la retórica —fundamentalmente de la primera, la inventio—, sino que implica considerar todo proceso de persuasión —y nada queda ajeno a este proceso, ni la propia lógica que él propone complementar con la retórica— en clave de argumentación. El género epidíctico, el género de la palabra bella que en la antigua retórica tenía como objetivo la creación de un discurso agradable y la percepción estética del receptor, convertía a este en un mero espectador, según Perelman (1989: 95). En su teoría, “los discursos epidícticos constituyen una parte esencial del arte de persuadir” (96), en cuanto “la argumentación del discurso epidíctico se propone acrecentar la intensidad de la adhesión a ciertos valores” (99). Fijémonos en la específica variante de la argumentación epidíctica: reforzar intensidades de adhesión. Este discurso no está orientado a la confrontación dialéctica sino a la comunión con el auditorio, por lo que “los discursos epidícticos recurrirán con más frecuencia a un orden universal, a una naturaleza o a una divinidad que serían fiadores de los valores no cuestionados y considerados incuestionables” (100). Si el discurso epidíctico está relacionado con la literatura, esta proporciona al orador todos los recursos que potencian la comunión con el auditorio basada en valores tradicionales, en valores admitidos (100). La poética se instrumentaliza así, en Perelman, en un arsenal de recursos al servicio de una argumentación social, que podríamos denominar narcisista y conservadora, y de una persuasión que se supone previamente aceptada por el auditorio. Una figura paradigmática de esta argumentación epidíctica es el educador, que, a diferencia del propagandista, es el portavoz de valores reconocidos por una comunidad (101). Parece evidente, pues, que todavía sigue primando en este análisis del discurso epidíctico, desde el punto de vista de la argumentación, una orientación fundamentalmente oratoria. Un salto cualitativo en la teoría de la argumentación de Perelman, en lo que se refiere a las figuras retóricas, es su posible consideración argumentativa y no meramente ornamental. Su caracterización de figura —“una estructura [...] independiente del contenido”, “una forma”, y “un empleo que se aleja de la forma normal de expresarse”

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(Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989: 270)— no se aleja de la que pueden mantener los autores pertenecientes a la primera orientación de la neorretórica ya examinada —el desvío de la norma—, pero su función en el discurso puede ser muy diferente: depende de si provoca o no la adhesión del oyente: “Si el discurso no provoca la adhesión del oyente a esta forma argumentativa, se percibirá la figura como un ornato, una figura de estilo, la cual podrá suscitar la admiración pero en el plano estético o como testimonio de la originalidad del orador” (271). El concepto de la argumentación no solo como causa sino también como incremento de adhesión explica que Perelman considere las máximas (reflejo de valores universales) como exponente de comunión con el auditorio (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989: 266) y tipifique tradicionales figuras retóricas como “figuras de elección” (definición oratoria, perífrasis, prolepsis, corrección), “figuras de presencia” (figuras de repetición, de amplificación, sinonimia y pseudodiscurso directo) y “figuras de comunión” (alusión, cita, apóstrofe y enálage de la persona) siempre y cuando cumplan con la función argumentativa (266, 274-285). Lo mismo ocurre con la metáfora, que Perelman vincula con los argumentos analógicos y a la que define como “analogía condensada” (611). Todas las figuras tienen en Perelman, pues, una función argumentativa —fuente o refuerzo de adhesión— que, como el mismo autor reconoce, no siempre se actualiza. No podemos profundizar aquí en aspectos controvertibles de las definiciones o caracterizaciones de las figuras que establece Perelman; ni siquiera entraremos a valorar la clasificación de argumentos propia de este autor. Nos parece necesario, en cambio, considerando la irradiación de la teoría de Perelman a cualquier fenómeno discursivo, subrayar la potencia argumentativa de las figuras tradicionalmente asociadas a la elocutio, del mismo modo que, a nuestro entender, muchos de los argumentos señalados por aquel teórico pueden trasladarse con la misma función a otras partes del arte retórico. Así, por ejemplo, los argumentos de superación que “insisten en la posibilidad de ir siempre más lejos en un sentido determinado, sin que se entrevea un límite en esa dirección” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 1989: 443) pueden estar presentes en las bases argumentativas de la inventio o de la elocutio de un spot publicitario o de una propaganda electoral, pero

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también puede percibirse en la dispositio, en las inflexiones de voz, en el incremento de tono o intensidad, en la ralentización de la emisión verbal (pronuntiatio) y en la kinésica o proxémica de los actores (actio) mediante gestos y planos grupales que significan optimismo y euforia (Rodríguez Fontela 2014: 134 y ss.). Aunque, como ya se ha visto, el discurso epidíctico y la literatura representan un papel subsidiario con respecto a la persuasión en la teoría de Perelman, el autor no es ajeno al potencial argumentativo de esos ámbitos, como prueba el hecho de que muchos de los ejemplos que el autor utiliza (y para él los ejemplos tienen carácter argumentativo) son literarios. Esta ejemplificación y otras aproximaciones puntuales de Perelman al mundo de la ficción merecerían un análisis específico más profundo en otro estudio. Baste ahora con señalar que la teoría del autor polaco sobre el reforzamiento de adhesión que propicia el discurso epidíctico puede refrendarse en tesis sostenidas sobre la diferencia entre el discurso de la novela y el de la historia. Recordamos al respecto el artículo “El arte de mentir” de Mario Vargas Llosa, publicado por primera vez en el diario El País el 25 de julio de 1984. La reflexión básica del artículo, presentada como apología del propio novelista peruano ante las acusaciones realizadas por los militares del colegio militar Leoncio Prado (donde realmente estudió el novelista y cuyo nombre aparece en la novela La ciudad y los perros, 1963) y por su primera mujer (que se sintió aludida en La tía Julia y el escribidor, 1977), transita en una sostenida argumentación sobre la ficción de la historia y la ficción de la novela que deriva en esta pregunta: ¿de qué depende la verdad de la novela? Vargas Llosa responde: De su propia capacidad de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque decir la verdad para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión, y mentir, ser incapaz de lograr esa superchería. La novela es, pues, un género amoral, o, más bien, de una ética sui generis, para la cual verdad o mentira son conceptos exclusivamente estéticos. Arte enajenante es de constitución antibrechtiana: si no hay ilusión, no hay novela (Vargas Llosa 1984: 9).

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El fundamento argumentativo de la poética novelística de Vargas Llosa sobre los criterios de verdad/mentira reside, como vemos, en la retórica, en su función persuasiva y, en la línea argumentativa de Perelman, en reforzar la adhesión del lector haciéndole vivir la ilusión que suscita en él la novela. Y todavía hay más. En relación con esta caracterización persuasiva de la novela, asoma también en las palabras de Vargas Llosa a modo de alusión el concepto retórico de verosimilitud (no importa la verdad de los hechos en que pueda inspirarse la novela; importa la ilusión, la apariencia de verdad) y la consecuente ambigüedad ética que también recoge el novelista peruano: la retórica es amoral. En fin, la referencia a Brecht significa evitar en el lector cualquier manifestación de discrepancia de orden dialéctico. La ilusión de que habla Vargas Llosa es seductora y anula cualquier signo que evite la rendición del lector, que se siente “atrapado”, diríamos coloquialmente. En este sentido coincide la poética de Vargas Llosa con la que Perelman sostiene a propósito del género epidíctico: una argumentación cuyo fin es el acrecentamiento de adhesión del lector. Por supuesto, se trata de una adhesión de orden estético, porque la dialogía textual inherente a la propia comunicación literaria está presente también en la novela, como veremos al hablar de la relación entre retórica y hermenéutica. Sobre la base argumentativa de Perelman, su discípulo Michel Meyer construye una teoría problematológica donde el concepto de adhesión de su maestro es sustituido por el de negociación —“La rhétorique est la négociation de la distance entre des individus à propos d’une question donnée” (Meyer 2004: 10; 2008: 21). Teoría problematológica porque, para Meyer, el lenguaje bascula siempre en la dualidad pregunta-respuesta: “[L]a dualité fondamentale du langage est la différence question-réponse, que j’ai appelée ailleurs différence problématologique” (2005: 20). En esta teoría problematológica, Meyer defiende el eje comunicativo retórico ethos, logos, pathos —“si l’on souhaite que la rhétorique ait d’autres bases que ses tendances, il convient de proposer une unité d’approche que s’applique autant au logos et au pathos qu’à l’ethos comme à leur interaction” (2005: 13)— porque esos tres anclajes, que tuvieron diferente protagonismo en la antigüedad —pathos, con

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Platón; logos, con Aristóteles; ethos, con Cicerón (Meyer 2008: 19)—, son necesarios para “négocier la distance” (23). Como vemos, este planteamiento de Meyer, que sustenta una conciencia crítica, distanciada, de la función retórica, difiere ya notablemente del concepto de adhesión de su maestro. En relación con la poética, Meyer examina diferentes géneros literarios en la clave problemática propia de la literatura, la problematicidad invertida,18 y en el juego interactivo de logos, ethos y pathos. Para Meyer, “l’épopée (logos) est moins problématique que le roman, lequel peut être plus ou moins problématique, tandis que le théâtre, lui, l’est davantage, puisqu’il met en scène la confrontation” (2008: 247). Observando la problematicidad de la literatura que crece con el paso de los siglos, salvo espacios de excepción (el folletín), Meyer propone tres fases teórico-literarias, en una dirección hermenéutica, que representan la mediación cultural entre el autor y el lector “avant que les journalistes littéraires ne reprennent la fonction, en la démocratisant” (2008: 256). El primer estadio dura mucho tiempo y se caracteriza por el dominio de la mimesis; el segundo estadio es el que representa la figuratividad incrementada que consagra la era de la hermenéutica en la búsqueda de sentido; el tercer estadio, con un acrecentamiento mayor de la figuratividad, representa la era de la deconstrucción; finalmente, en la cuarta fase, que Meyer denomina la concepción problematológica de la literatura, el autor considera que “la réponse à la question du sens est qu’il n’y a pas de réponse, ce qui est moins paradoxal et contradictoire que d’affirmer que le sens de la littérature est qu’elle n’a plus de sens” (259). De este modo, sale Meyer del callejón sin salida de la interpretación nihilista del tercer estadio poniendo de relieve su propia teoría argumentativa: la respuesta es la pregunta, lo problemático (259-260).

18 A propósito de la problematicidad invertida, Meyer cree que “en littérature, à l’inverse de ce qui se passe dans la vie de tous les jours, tout est contenu dans le texte, dans le logos” (2008: 246). Podríamos añadir, siguiendo a Meyer, que el logos literario crea otra realidad, una realidad ficcional.

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El británico Stephen Toulmin publica The Uses of Argument en 1958, año que marca un hito en el renacimiento de la retórica con la publicación de esta y otras obras como la de Perelman, y con manifestaciones teóricas relevantes como la ya mencionada de Jakobson en el Congreso de Indiana. Toulmin coincide con Perelman en el perfil argumentativo de su obra, pero también en la formación filosófica (en Toulmin, proveniente del segundo Wittgenstein19). Tampoco es ajena a Toulmin una retórica negociadora análoga, y también diferente, a la que hemos visto en Michel Meyer, ni a un concepto de “razonabilidad humana” que se remonta al Aristóteles más genuino, una “razonabilidad” interactiva, humana y práctica que también defiende Vico, como hemos visto (cfr. Toulmin 1994: 24-27). Así, el famoso “puente de Toulmin”, denominado así por la impresión visual de su esquema argumentativo, no deja de tener tampoco adherencias metafóricas en su expresión en cuanto propone un modelo dialógico de grandes potencialidades dialécticas y negociadoras que puede personificarse en nuestros días, por ejemplo, en la denominada figura del “relator”. El “puente”20 de Toulmin, trazado sobre el básico esquema argumentativo data-claim (“hechos”, “datos”, “argumentos” - “tesis”,

19 Se refiere Toulmin al proceso —vivido por él— en que Wittgenstein da el salto conceptual desde las “proposiciones”, presentes en el Tractatus, a los “juegos de lenguaje” que aparecerán en las Investigaciones filosóficas. Según Toulmin, este salto de las “proposiciones” a las “elocuciones”, “do interior do mundo privado da experiência pessoal para o interior de um mundo interpessoal de interacções públicas” (1994: 27), coincidente con el que manifestaban ya John Dewey, George Herbert Mead, Miguel de Unamuno y Mijaíl Bajtín, supuso un cambio sustancial en las relaciones entre lógica y retórica: la reconciliación de estas dos disciplinas. Para superar el cartesianismo, fuera de claves cartesianas, Toulmin cree que “faremos melhor se recuarmos até antes do programa filosófico de René Descartes, até aos seus predecessores, os humanistas dos finais do século xvi — nomeadamente Montaigne— e eventualmente até Aristóteles: não o Aristóteles dos tradutores latinos escolásticos, mas ao próprio Aristóteles. Isto significa ir além das estritas pretensões da racionalidade formal (episteme) para chegar às mais amplas pretensões da razoabilidade humana (phronesis)” (1994: 29). 20 Toulmin ilustra este modelo argumentativo en este ejemplo: Anne es una de las hermanas de Jack (dato), luego, presumiblemente (calificador), Anne es ahora pelirroja (conclusión), porque puede suponerse que cualquiera de las hermanas

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“opinión”, “conclusión”), basa su solidez en un pilar prolongado en dos fases de profundidad: en la primera, aparece la “ley general” (warrant) que actúa como “garantía” de la argumentación (con una función similar a la premisa mayor de un silogismo); en la segunda, la “ley general”, la “garantía”, es sostenida por el “fundamento” (backing), que viene a representar una mise en abyme de la propia “garantía” en cuanto garantía de la garantía (argumentos de más peso como datos, leyes previas que arropan desde las bases más profundas la propia “ley de paso”). Si este nivel de profundidad revela una intencionalidad de rigurosa fundamentación argumentativa, lo más relevante desde la orientación “razonable” de la propia teoría de Toulmin reside en el “calificador” (qualifier) y en la “reserva” (rebuttal), porque los dos muestran la razonabilidad humana, práctica y negociadora, dialógica y dialéctica, que potencialmente está presente en esta estructura. El primero de los elementos, el “calificador”, relativiza la radicalidad de la conclusión, a pesar de que con la ley general de paso y su fundamento la argumentación se presenta sólida. El calificador (un elemento lingüístico, como “quizá”, “posiblemente”) recuerda la cautela y la autocrítica de Popper en la “hipótesis falsable” y suaviza la interacción dialéctica a la que invita. Más todavía impulsa esa interacción dialéctica la “reserva”, que se presenta en el esquema como prolepsis argumentativa (“a menos que”, “salvo que”), una especie de concesión a los argumentos del contrario. Con todos los límites que tenga la estructura argumentativa de Toulmin (cfr. Lo Cascio 1998: 129-133) y con todas las objeciones que puedan presentarse a su modelo argumentativo, hemos de reconocer las virtudes reflexivas y negociadoras que encierra: favorece la profundidad de pensamiento, el rigor en la investigación científica y filosófica y la efectividad negociadora en todos los ámbitos sociales, pero especialmente en el ámbito político, por la apertura y sutil

de Jack es pelirroja (ley de paso), teniendo en cuenta que se ha observado anteriormente que todas las hermanas eran pelirrojas (fundamento), a menos que (reserva) Anne se haya teñido, haya encanecido o se haya vuelto calva (cfr. Toulmin 2007: 169).

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dialéctica que implica. En literatura fundamenta y refuerza argumentativamente la opinión en cualquier género literario, particularmente en el ensayo, y abre con su potencial marco dialéctico, especialmente manifiesto en la reserva, fructíferos caminos interpretativos para el lector. 3. Retórica y hermenéutica Si de lector e interpretación hablamos, habiendo repasado la retórica de la adhesión de Perelman, la problematológica y negociadora de Meyer y la razonable, dialéctica y también negociadora de Toulmin, es pertinente en este punto destacar la estrecha vinculación de la retórica con la hermenéutica. De hecho la teoría problematológica de Meyer evoca en la dualidad “pregunta-respuesta” la conversación hermenéutica de Gadamer, especialmente en el segundo estadio de las teorizaciones de lo literario al que ya nos hemos referido. Según Meyer, en esta fase, que “présente une figurativité accrue, qui rythme une Histoire qui s’accélère, des identités qui se fendillent, des métaphores qui se creusent, un sens qui échappe à la transparence du littéral” (2008: 256), aumenta también la interrogatividad sobre el texto, por lo que “ce deuxième moment consacre l’ère de l’herméneutique” (256). Precisamente en el análisis de ese estadio, y sobre la base del cuestionamiento o interrogatividad (pregunta-respuesta) del texto, Meyer valora la viabilidad de las concepciones hermenéuticas de Gadamer y de dos representantes de la estética de la recepción, Hans-Robert Jauss y Wolfgang Iser.21 En el marco reflexivo de estas valoraciones, el

21 Su conclusión después del examen es conciliadora: “Gadamer et Jauss ont donc raison, mais seulement si on combine leurs points de vue. Les questions qu’on pose à un texte varient historiquement, mais on ne peut pas dire n’importe quoi sur ce dont il est question dans un texte [...]. L’herméneutique est une discipline interrogative: elle interroge le texte en tant que réponse” (Meyer 2008: 258). Según Meyer, el sentido está en el texto (Iser y Jauss) pero también está en el lector de diferentes periodos históricos (Gadamer). Meyer rehúye así el relativismo que puede darse en este segundo estadio y el nihilismo del tercer estadio que representa la deconstrucción (2008: 258-260).

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filósofo belga apunta también, en clave humorística e irónica, el ideal de traducción y de interpretación que representa Don Quijote-Don Xerox (Meyer 2008: 256-257) en una época de figuratividad débil.22 En todo caso, y por lo que se refiere a la hermenéutica, Meyer cree que “[l]’herméneutique est une discipline interrogative: elle interroge le texte en tant que réponse” (257). Ha sido Gadamer, uno de los representantes más destacados de la hermenéutica fenomenológica, quien ha subrayado la interdependencia de retórica y hermenéutica en estos términos: [E]l despertar de los afectos, que es el tema esencial del orador, solo es parcialmente eficaz en el lenguaje escrito, objeto de la labor hermenéutica, y de estas diferencias se trata justamente: el orador arrastra al oyente. El brillo de sus argumentos lo deslumbra. La fuerza persuasiva del discurso lo incapacita para la reflexión crítica. Y a la inversa, la lectura e interpretación de lo escrito es algo tan distanciado y desligado del escritor, de su talante, sus intenciones y sus tendencias latentes que la comprensión del sentido textual adquiere el carácter de una producción autónoma más parecida al arte del orador que al comportamiento de su oyente. Se comprende así que los recursos teóricos del arte interpretativo, como he mostrado en algunos puntos y como expone Dockhorn sobre una amplia base, están tomados en buena medida de la retórica (Gadamer 1992: 229).

Notemos cómo para este filósofo alemán la hermenéutica autonomiza la comprensión como creación con capacidad de convicción-

22 Manifiesta al respecto Meyer: “Donner le sens d’un texte, comme d’une phrase, c’est être à même de la reformuler en d’autres mots. Cette équivalence fait de Don Quichotte un traducteur à l’identique des livres de chevalerie. Il veut vivre ce qu’il lit. C’est là que Don Quichotte devient Don Xerox: l’interprète parfait. Dans la vie de tous les jours, on répète ce que l’on a voulu dire, en employant d’autres termes si l’interlocuteur n’a pas compris. Mais comprendre tout un texte ne peut impliquer qu’on doive le réécrire, tel le Pierre Ménard de Borges, qui finalement ne trouve rien de mieux que de reproduire l’œuvre à l’identique, pour ne pas trahir la signification en utilisant d’autres mots que ceux du texte original” (2008: 256-258).

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persuasión sobre la base de un discurso verosímil: “¿Dónde insertar la reflexión teórica sobre la comprensión sino en la retórica, que es desde la más antigua tradición el único abogado de un concepto de verdad que defiende lo probable, el eikos (verosimile) y lo evidente a la razón común contra las pretensiones de demostración y certeza de la ciencia?” (Gadamer 1992: 229). La percepción de Gadamer sobre la interdisciplinariedad retóricahermenéutica pone de relieve una doble función retórica: por un lado, la función heurística del discurso interpretativo que abre vías para el descubrimiento del sentido de un texto, y por otro, la función social de explicación y difusión de ese sentido. No otras serían, en esta visión, las dos funciones de la crítica literaria en sus diferentes direcciones: descubrir el sentido de un texto y difundirlo. Gadamer ilustra la segunda función retórica de la hermenéutica en el ámbito de las ciencias físicas: La ubicuidad de la retórica es ilimitada. Gracias a ella la ciencia se convierte en un factor social de la vida. ¿Qué sabríamos de la física moderna, que conforma tan claramente nuestra existencia, solo por la física? [sic] Todas las exposiciones de la misma que sobrepasan el círculo de los especialistas (y quizá habría que decir: en la medida en que no se limitan a un círculo siempre muy reducido de especialistas iniciados) deben su eficacia al elemento retórico que las sustenta (Gadamer, 1992: 230).

La figura del lector tiene con Gadamer, como sabemos, un protagonismo especial en la hermenéutica fenomenológica y, desde la posición teórica del filósofo alemán, ese lector lleva a cabo la praxis interpretativa con un discurso retórico que va más allá de su valor científicocomprensivo: representa también un discurso persuasivo socialmente didáctico. “¿Qué sabríamos de la física moderna?”, se pregunta Gadamer. ¿Qué sabríamos de las matemáticas, de la filosofía, de las artes y de la propia literatura, de tantos y tantos ámbitos del saber y del conocimiento humano —podríamos añadir— sin la traducción retórica del conocimiento científico a un público no especializado en diferentes códigos, diferentes medios y diferentes discursos? A la física accedemos los no especialistas por medio de ensayos divulgativos como los

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de Stephen Hawking o Chistophe Galfard; la filosofía resulta más cercana si median diálogos de ficción como El mundo de Sofía (1991) de Jostein Gaarder; las matemáticas resultan más atractivas si circulan en un relato como La gran novela de las matemáticas (2017), de Mickaël Launay, famoso e influyente youtuber en la didáctica de aquella ciencia. En fin, medios, canales y códigos diferentes, incluidos los audiovisuales, compiten en el mercado para hacer más persuasivo el discurso filosófico y científico en líneas próximas a la ficción. También el mundo artístico y literario resulta más accesible si la escritura se acompaña de ilustraciones, encuadernaciones cuidadas y otros recursos seductores para un público ya familiarizado con la imagen visual. Incluso en el círculo de los especialistas, el ensayo, género argumentativo (cfr. Arenas Cruz 1997: 27) o archigénero con “dimensión perlocucionaria asociada a la intencionalidad reflexivo-persuasiva” (Casas 1999: 1), resulta un instrumento retórico básico para dar a conocer y explicar los descubrimientos científicos, las nuevas teorías de las diferentes disciplinas. Y no olvidemos, ya que de filosofía y ciencia hablamos, que el diálogo, con toda la carga persuasiva que encierra su virtualidad dialéctica, crea consenso y disenso con un propósito: alcanzar una verdad en forma de hipótesis que se sabe provisional. Como afirmaba Paul Ricœur el 28 de febrero de 1996 en su lección doctoral —a la que tuve el privilegio de asistir—, con motivo de su investidura como doctor honoris causa en el paraninfo de la Universidad de Santiago de Compostela: [L]es philosophes doivent considérer comme exceptionnelle — et peutêtre comme close — l’époque où ils étaient écoutés en tant que tribuns parlants sur la place publique. Un rôle plus modeste mais plus efficace leur échoit de nos jours, au sein d’équipes multidisciplinaires où ils peuvent apporter leur souci de clarification conceptuelle et celui de la rigueur argumentative dans le respect de l’éthique de la discussion (Ricœur 1996: 14).

Es evidente en el recorrido que estamos haciendo en este trabajo cómo la neorretórica va descubriendo nuevas actualizaciones de conceptos y recursos codificados desde hace siglos. Aquella retórica de la

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Antigüedad, que llegó hasta nosotros como pieza de museo con cierta pátina, sigue iluminando la comunicación humana y ofreciendo estrategias con que armar e interpretar los nuevos discursos de la modernidad y de la posmodernidad. En filosofía y filosofía de la ciencia, y como vemos también en Ricœur, la recuperación de la argumentación ha sido trascendental. 4. Algunas orientaciones y praxis retóricas contemporáneas desde la investigación hispánica Pozuelo Yvancos, por ejemplo, ya señaló hace tres décadas (1988) el progreso que suponen con respecto a la configuración teórica de la dispositio narrativa los modelos narratológicos de los estructuralistas y semiólogos franceses, en tanto abren una vía de enriquecimiento teórico y de potencialidad hermenéutica a las bases teóricas narrativas de la rhetorica recepta. Ahora estamos viendo cómo la hermenéutica, la filosofía de la ciencia y la propia ciencia también se encaminan hacia otros objetivos menos ostentosos, más modestos pero igualmente persuasivos que los de la retórica antigua. Dentro de la propia neorretórica, en poco más de setenta años de historia, se aprecian nuevas perspectivas de especulación científica motivadas por una realidad artística y mediática cada vez más compleja. En los estudios de retórica en España, por ejemplo, destaca la reorientación de una retórica general como la de García Berrio, basada en la lingüística del texto, a una retórica cultural,23 como la de Tomás Albaladejo, donde precisamente un concepto relacionado con la figura

23 Según Chico Rico, “la Retórica cultural estudia las funciones que la Retórica y el discurso, tanto literario como no literario, desempeñan desde una perspectiva pragmático-cultural en el marco de una sociedad, así como los elementos culturales de la Retórica y del discurso, tanto literario como no literario [...]. Desde un punto de vista más amplio, la Retórica cultural implica el estudio del discurso, tanto literario como no literario, y la cultura —como suma de los valores, las creencias y las estimaciones de los individuos de una sociedad— a partir de sus componentes persuasivos, y también convincentes, esto es, de influencia en los receptores” (2015: 313).

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del lector y con la hermenéutica, la poliacroasis (“audición múltiple”), desempeña un papel fundamental (Albaladejo 2009).24 Podríamos extender también el concepto de retórica cultural, y por supuesto el de poliacroasis, a ámbitos discursivos de especial relevancia en nuestra época, sobre todo si tenemos en cuenta la complejidad multicultural y el rico tejido interartístico de las manifestaciones culturales de nuestro tiempo. La poliacroasis supera así el dominio oral para el que se creó el concepto (la atención a la diversidad cultural de los oyentes y sus diferentes interpretaciones del discurso) y puede aplicarse a la literatura escrita, como defiende Albaladejo, y aun tener un alcance más amplio: la extensa y diversa recepción que facilitan los nuevos medios democratizando expresiones culturales de toda procedencia cultural y de toda índole artística. Asimismo, la Universidad de Cádiz, que ha ejercido una meritoria labor en la transmisión de la rhetorica recepta (Hernández Guerrero y García Tejera 1994) y en la vía heurística congresual, revela en publicaciones más próximas a nuestros días nuevas necesidades sociales que exigen la actualización de la oratoria, el arte de hablar bien de Quintiliano (Hernández Guerrero y García Tejera 2004). En fin, sin ánimo de agotar el vasto campo del estudio de la retórica en España, dos títulos como “La retórica clásica y la neurociencia actual: las emociones y la persuasión” (2014), de Alfonso Martín Jiménez, y “The Discursive Construction of Reality in the Context of Rhetoric. Constructivist Rhetoric” (2017), de David Pujante, manifiestan también el reclamo de nuevos estudios al soplo de los nuevos vientos sin abandonar el terreno sólido de la retórica antigua. Aparte de la renovación de la inventio en la teoría de la argumentación; de la dispositio, en la narratología, y de la elocutio, en la primera orientación de la neorretórica surgida en 1958, hemos de hacer

24 Albaladejo amplía el ámbito oral al que se aplicaba el concepto griego en su origen hasta el dominio literario, tanto en la comunicación externa como en la comunicación interna. En esta estudia, por ejemplo, cómo reciben los discursos orales representados literariamente en El Quijote personajes con radicación social y cultural diferente.

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constar el auge que está teniendo en los últimos años la memoria y la pronuntiatio/actio en los manuales de esa retórica tan genuina como es la oratoria, aplicada a un ámbito político o empresarial, de carácter divulgativo y con fuerte impronta comercial a través de la edición de best sellers. La oratoria ha recuperado también posición en los planes de estudio universitarios —a imagen y semejanza de lo practicado en Estados Unidos— y, aunque más recientemente, también en los de enseñanza media. En fin, la pujanza de la oratoria se debe en parte a los nuevos medios que difunden en diferentes plataformas de Internet modelos de oratoria con función educativa: la imitatio y la aemulatio retóricas siguen estando vigentes también en este campo. Precisamente en la oratoria, cobra especial protagonismo una de las partes artis, tardíamente incorporada.25 Nos referimos a la intellectio, parte preliminar de un discurso, imprescindible antes, en y después del acto discursivo, y operación no constituyente del discurso junto con la memoria y la pronuntiatio/actio (Albaladejo y Chico Rico 1994). La intellectio es una parte instructiva con respecto a las otras partes (Chico Rico 1998) que bien puede acoger el famoso hexámetro latino de los siete loci: quis, quid, ubi, quibus auxiliis, cur, quomodo, quando.26 El examen previo de todas las circunstancias de un discurso como las enunciadas por esos loci vincula la intellectio con el decoro tanto interno como externo —la adecuación de las partes entre sí y la adecuación del discurso al contexto de emisión—, y está en el núcleo del propio arte retórico en la antigüedad (cfr. más arriba la definición de retórica de Aristóteles) y también en la neorretórica de la argumentación (cfr. la definición y la noción de “auditorio” en Perelman).

25 Aunque implícita en determinados pasajes de obras antiguas, como la de Quintiliano (Chico Rico 1998), está operación retórica aparece explícitamente, en siglos posteriores (probablemente siglo iv o v), en recensiones de la obra de aquel autor latino, particularmente en la de Sulpicio Víctor, Institutiones oratoriae y en la de Aurelio Agustín, De rhetorica liber (Albaladejo 1989: 65; Albaladejo y Chico Rico 1994: 339). 26 Falta, con todo, en el hexámetro, la referencia explícita a uno de los elementos más importantes de la constitución instructiva de la intellectio: el destinatario del discurso.

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Muy ligada al género judicial en la retórica antigua (en los conceptos de questio y status), la intellectio se ha institucionalizado en nuestros días, sin usar su nombre latino, en la labor previa de logógrafos y asesores de imagen, en los talleres de escritura, en la gestación editorial de los best sellers, en los trabajos periodísticos, en la preparación de conferencias y discursos políticos y académicos y, con el nombre de briefing, en la creación de anuncios publicitarios. En la publicidad, la intellectio está institucionalizada y es también ahí particularmente rentable —en todos los sentidos del término—, dada la convivencia de códigos y artes diversas y dado su destinatario: un “auditorio particular” al que se debe seducir con propósitos comerciales. La cadena enunciativa emisora se multiplica además desde la empresa que promueve y financia el anuncio, pasando por la agencia publicitaria y su departamento de creación hasta el medio anunciador (prensa, radio, televisión, Internet, MUPIS y OPIS y otros canales y soportes), diversificando el juego de intereses —económicos, estéticos, mediáticos— que intervienen en la producción y en la emisión del anuncio. No nos adentraremos en la publicidad, dominio de especial arraigo retórico donde los haya. Nuestra propia experiencia investigadora muestra que no solo la retórica como arte de persuadir, de seducir, de fascinar goza de particular asiento en aquel ámbito; también la poética irradia estéticamente el arte publicitario desde la intellectio —muy trabajada por los departamentos creativos de las agencias publicitarias— hasta la actio. Ya apuntamos más arriba la operatividad argumentativa de la teoría de Perelman en la publicidad; ahora corresponde subrayar una aproximación de orden estético donde la teoría de Jakobson —metáfora y metonimia gozan de preeminencia argumentativa, pero además estética, en el discurso multiartístico del anuncio— y la amplitud de miras del Grupo μ pueden servir para ampliar asimismo los horizontes de la poética, no constreñida solo al discurso lingüístico, cada vez más escaso en publicidad, sino también a otras artes: fotografía, diseño gráfico, pintura o música, fundamentalmente. La publicidad es, pues, un buen ejemplo de la íntima conexión de retórica y poética, trabajando las dos al alimón en la consecución de fines estéticos, sometidos, eso sí, a propósitos comerciales cada vez

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más encubiertos. Con destinatarios específicos —varones blancos con alto poder adquisitivo/mujeres blancas de alto poder adquisitivo— y determinados productos como coches y perfumes de alta gama, algunos anuncios pueden representar una obra de arte en sí misma, con una alta densidad retórica audiovisual y con una figuratividad críptica (cfr. Meyer 2008, más arriba) donde la hermenéutica desempeña una función pedagógica: lo que cuesta entender más es más fácil de grabar y retener, y la impresión inicial —función poética o estética— se memoriza y perdura. No hay que olvidar en este sentido, dicho sea de paso, que la memoria del receptor publicitario convierte a la memoria retórica, eclipsada casi siempre en la consideración teórica por las otras partes artis, en un apartado de gran relevancia: los anuncios emitidos durante una campaña de mayor o menor duración acortan progresivamente su dispositio en busca de un menor coste económico sin perjuicio de pérdida de mensaje. El receptor solo tiene que rellenar las elipsis de los sucesivos anuncios con las impresiones visuales y auditivas conservadas en la memoria a largo plazo; de esta manera, en las nuevas recepciones se recupera en su integridad el formato del anuncio. Y hablamos de impresiones visuales y auditivas porque el lenguaje publicitario es, desde el punto de vista del discurso, prioritariamente descriptivo e instructivo. Son pocos los anuncios narrativos (Rodríguez Fontela 2011), ya que una historia, por elíptica que sea, requiere tiempo de emisión y coste económico. Además, para seducir, para anular la problematización dialéctica y la interrogatividad, interesa el impacto visual —y más en nuestra época, en que se nos forja sensorialmente con la espectacularización de todas las artes, sobre todo del cine—. De este modo, se impone la evidentia retórica, que tiene, aparte del significado propio de este recurso en la antigua retórica —“descripción plástica de un objeto”—, el valor de prueba argumentativa. Recordamos en este punto cómo desde Perelman las figuras retóricas, especialmente tropos como la metáfora, son examinadas prioritariamente en su papel argumentativo, sin perjuicio de la función estética que en Perelman, no en la publicidad, es secundaria y residual. Relacionado con la evidentia está el recurso poético-retórico de la écfrasis, con significación próxima a la de aquel concepto latino hasta el siglo xviii, cuando el concepto restringe su significado a la

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“descripción de un objeto artístico”. Es el de la écfrasis un ámbito poético-retórico de gran productividad en la relación interartística de todos los tiempos; relación incrementada en la posmodernidad con el fenómeno de la hibridación de artes, géneros y discursos. En la literatura contemporánea el fenómeno de la écfrasis se manifiesta en producciones artísticas híbridas donde el texto literario puede funcionar como écfrasis hermenéutico-narrativa del dibujo o la pintura —cfr. Quint Buchholz, El libro de los libros. Historias sobre imágenes (2016)—, pero donde la pintura, el dibujo, la ilustración o la fotografía también pueden funcionar como una écfrasis inversa.27 La naturaleza descriptiva de la evidentia y de la écfrasis no carece de una orientación hermenéutica y traductora como ya vio Michael Rifaterre (2000) en su diferenciación entre écfrasis literaria y écfrasis crítica, sobre todo considerando que esta cuenta con un referente no ficticio. Por eso no nos parecen alejados de estos dos conceptos otros dos que gozan de una actualización significativa en la posmodernidad. Nos referimos al pastiche y al kitsch, relacionados también con la imitatio, y no tanto con la aemulatio, al menos en el sentido artístico. Los dos conceptos —pastiche y kitsch— no dejan de ser una réplica ecfrástica, una traducción de una obra de arte, con pérdida de aura y pérdida también de intencionalidad estética. La cultura de masas y propósitos ajenos a la gratuidad del arte están presentes en estos fenómenos. La interacción de discursos, géneros y artes, muchas veces acentuada por la manifestación del collage y del fragmento —a la que no es ajeno el proceso creativo de la fotografía— favorece sin duda la

27 En consideración de Darío Villanueva, la écfrasis inversa es la representación visual de una descripción literaria —por tanto ut poesis, pictura, no ut pictura, poesis—. Villanueva emplea este concepto de écfrasis inversa por vez primera al analizar la relación interartística entre el filme Manhatta (1921) de Paul Strand y Charles Sheeler y el poema “Mannahatta” y algunos versos de otros poemas de Leaves of Grass (1855) de Walt Whitman (Villanueva 2008a: 19-68). Retoma el concepto (2008b: 67) en el Discurso de entrada a la Real Academia Española para explicar las relaciones icónico-verbales de carácter ecfrástico entre la novela de Cervantes y las manifestaciones visuales, especialmente cinematográficas, a las que da lugar la obra de Don Quijote.

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extensión de ese fenómeno de nuestros días que es la ficcionalización y estetización de la realidad en la que concurren muchos de los conceptos retóricos examinados y, fundamentalmente, una línea acentuada de retórica negra.28 Jean Baudrillard ha sido especialmente lúcido en la comprensión del signo estetizante de nuestra época: Se dice que la gran tarea de Occidente ha sido la mercantilización del mundo, haberlo entregado todo al destino de la mercancía. Convendría decir más bien que ha sido la estetización del mundo, su puesta en escena cosmopolita, su puesta en imágenes, su organización semiológica. Lo que estamos presenciando más allá del materialismo mercantil es una semiurgia de todas las cosas a través de la publicidad, los media, las imágenes. Hasta lo más marginal y lo más banal, incluso lo más obsceno, se estetiza, se culturaliza, se museifica. Todo se dice, todo se expresa, todo adquiere fuerza o manera de signo. El sistema funciona menos gracias a la plusvalía de la mercancía que a la plusvalía estética del signo (Baudrillard 1991: 22).

Estetización que conlleva la ficcionalización de la realidad (cfr. la noción de simulacro de Baudrillard) y que acompaña a la democratización de la voz en cualquier ámbito comunicativo: en los nuevos medios — redes sociales, youtubers, influencers—; en la divulgación de la ciencia; en las artes y discursos culturales posmodernos; en los nuevos foros políticos, en el entramado socioecónomico —financiero, empresarial, comercial, publicitario—; en el periodismo informativo, educativo, lúdico y literario. En todos estos ámbitos, aislados y combinados, la retórica cumple una función persuasiva y seductora a través de imágenes que ficcionalizan la realidad fragmentándola, visibilizando y potenciando determinadas parcelas a expensas de las no visibilizadas, descontextualizando, en fin, el discurso verbal que también se

28 Michel Meyer retoma el concepto de “retórica negra” empleado por Barthes (cfr. más arriba) y lo contrapone al de “retórica blanca” en estos términos: “[C]elui [retórica negra] qui vise à manipuler les esprits et celui [retórica blanca] qui, à l’inverse met en lumière les procédés de la première, et de façon plus générale, tous les mécanismes d’inférence non logique” (Meyer 1993: 41-42; cfr. también Meyer 1994: 65-70).

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fragmenta para fines lejanos a los de su primera emisión o se difunde intencionadamente para crear una realidad falsa (cfr. las fake news). En la línea mediática, interartística, estetizante, ficcionalizadora de la realidad y especialmente fragmentaria, destaca un particular fenómeno comunicativo de nuestros días: los memes. Configurados como un texto icónico verbal y vinculados etimológicamente con la imitatio retórica (particularmente con el término griego mimema: “algo que se imita”), los memes están emparentados también con otros géneros breves como los refranes y sentencias en tres caracteres: “[L]ongevidad (capacidad para mantenerse en el tiempo); fecundidad (capacidad para reproducirse); y fidelidad al original en la transmisión (de forma que, a través de las variantes, el núcleo de información permanece)” (Shifman, apud Ruiz Martínez 2018: 996-997). La aproximación retórica a los memes (género híbrido de imagen y texto verbal) llevada a cabo por Ruiz Martínez (2018) está en señalar la oportunidad de su lanzamiento en los medios (el kairós retórico); su potencial argumentativo y persuasivo, en cuanto contribuyen a crear asentimiento (difusión del meme) o discrepancia (creación de un contrameme); en su carácter humorístico y lúdico no exento de componentes ideológicos, y en la derivación intencionalmente engañosa de determinados montajes fotográficos. La verosimilitud, la apariencia de verdad de estos memes, que importa más que la verdad misma, se balancea en la ambigüedad ética de la retórica, como ocurría en la Antigüedad con otros géneros y discursos y como hoy también ocurre con los bulos o fake news, que tienen gran credibilidad gracias al poder argumentativo y seductor de la imagen (recordemos que la imagen fotográfica suele usarse como evidentia probatoria) y a su rápida difusión a través de Internet con efectos acumulativos. Por lo que acabamos de ver, la retórica no solo está íntimamente vinculada con la poética o la teoría de la literatura en cuestiones propiamente teóricas que aquí solo quedan esbozadas —verosimilitud y ficcionalidad; imitación y emulación; argumentación, persuasión y convicción; figuratividad, metáfora y metonimia; retórica y hermenéutica: oralidad, escritura y otros medios contemporáneos; unidad y fragmentariedad—. La hermandad de poética y retórica también está presente en la praxis de representaciones artísticas y ficcionales

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que vinculan la literatura con otras artes y otros ámbitos culturales. Es este el dominio de la literatura comparada, una rama de los estudios literarios que desempeña un destacado papel en la era de la globalización, donde proliferan las relaciones interartísticas e interculturales de amplio espectro. Es difícil ver en nuestra época la literatura reducida al estrecho marco de la escritura —cfr. los audiolibros—, al soporte de papel —cfr. el libro electrónico—, regida por un canon nacional o universal o libre de asociaciones con otras artes ya en la propia creación, como queda apuntado. La ruptura de fronteras no solo se da en el ámbito territorial, sino también entre diferentes estamentos culturales —cultura de masas y cultura de elite—, diferentes medios —oralidad, escritura, Internet—, diferentes géneros y diferentes artes. La hibridación, la interartisticidad y la interculturalidad son, pues, el sello de nuestra época, favorable asiento para los estudios de literatura comparada. Variada ilustración de estas interacciones comparadas poéticoretóricas representan los ensayos recogidos en la obra de Darío Villanueva, Les Galaxies de la rhétorique. Les puissants satellites du littéraire (2018), ensayos que constituyen un homenaje a Marshall McLuhan (1911-1980), teórico intuitivo y profético que anticipó y estudió con lúcida comprensión la repercusión que en el individuo y en la sociedad tienen los fenómenos mediáticos de nuestra época, desde la radio y la televisión hasta Internet. En el primer ensayo, “L’apocalypse de la réalité”, por ejemplo, Villanueva observa cómo los discursos políticos de Ronald Reagan se nutren con narraciones y expresiones provenientes del cine construyendo de este modo una realidad ficcional con gran poder persuasivo en el público que lo escucha. En la misma dirección persuasiva, “L’efficace rhétorique du ‘Yes we can’” analiza, entre otros aspectos, el éxito obtenido por el eslogan que figura en el título del ensayo y que presidió la campaña electoral del presidente Barack Obama. En fin, con una visión amplia de la literatura, donde no solo se atiende al texto sino a los agentes literarios, el tercer ensayo, “Le dialogue entre droit et littérature. Le rapport Barral” presenta una nueva conexión con la retórica, particularmente con el género judicial, al mostrar la propia experiencia del autor como “perito literario” en un juicio que

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involucró a un escritor acusado de injuria y difamación. Realidad y ficción, estilo epifánico de McLuhan o la literatura en los nuevos medios son aspectos tratados, entre otros, en los restantes ensayos. En todos ellos se muestran diferentes direcciones de interacción entre literatura, retórica y nuevas realidades mediáticas. 5. Conclusiones No deja de percibirse en el título de la obra de Villanueva —Les Galaxies de la rhétorique— un horizonte expandido para el arte de la persuasión. Si en las películas de ciencia ficción el ser humano puede llegar a vivir en otros planetas, la retórica no dejará de ser útil en otros medios siempre que ese ser humano conserve el lenguaje en sus dimensiones más profundas —lenguaje que está reivindicado, por otra parte, en la etimología del nombre de aquella disciplina—. Y, como en la Antigüedad, la poética creará y construirá con la permanente luz de la retórica una constelación de discursos y géneros nuevos —Les puissants satellites du littéraire—. Hay riesgos para la poética, como por ejemplo que “la littérature soit remplacée par quelque chose qui ne serait plus qu’une pâle imitation de celle-ci, malgré le concours de ceux qui étaient autrefois écrivains et qui désormais sont uniquement des agents de la vaste fabrique culturelle de la Technopole” (Villanueva 2018: 171), y quedan retos para la retórica, pendientes desde su nacimiento: en particular, la ambigüedad ética propiciada por el concepto de verosimilitud. Determinadas direcciones de la neorretórica, según hemos visto, han defendido una retórica blanca, problematizadora y negociadora en el ámbito heurístico de la investigación filosófica y científica, pero transferible en espíritu y modelos discursivos a cualquier ámbito de comunicación humana. Reforzar las estrategias de convicción, como pedía Albaladejo hace años (1994: 56), más que las de persuasión, son una buena vía para afianzar el espíritu crítico y no sucumbir al poder seductor de las sirenas del mercado y de los foros mediáticos. El reforzamiento de una retórica blanca, con todo, no implica renunciar al poder persuasivo de la ficción (recuérdense las palabras de

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Vargas Llosa citadas más arriba) y de la belleza poética presente no solo en la literatura sino en las múltiples manifestaciones artísticas y culturales de nuestros días. Incluso la ficción puede desempeñar un papel argumentativo en su doble función heurística y persuasiva. Warnick y Manusov, siguiendo a Gregory Bateson, consideraban que la metáfora, el sueño, la parábola, la alegoría, la religión, la poesía y el totemismo constituían otros modos de razonar, imprescindibles si pensamos en determinadas culturas (cfr. Warnick y Manusov 2000: 387). Y ya hemos visto también en este trabajo cómo los tropos constituyen un instrumento iluminador en múltiples disciplinas. Si la deducción fue el modo de razonar básico de Europa desde Aristóteles hasta el escolasticismo, si la inducción fundamenta en un cuadro incompleto de observaciones empíricas hipótesis de validez universal, la investigación de nuestros días camina por la senda creativa de la abducción de Peirce. Los recursos poéticos extraídos de la tropología retórica, la ficción y la narrativa son modelos heurísticos para la investigación epistemológica de nuestros días en los que la abducción favorece una hipótesis intuitiva, poética. La relación tan estrecha entre ficción y realidad —entre la creación poética y la construcción retórica de esa realidad en múltiples direcciones estéticas y éticas— se encuentra incluso en la investigación metarretórica. No es otra la ruta que proponen Scott Sundvall y Joseph Weakland en la introducción de Rhetorical Speculations (2019). Los autores sugieren que, en lugar de adoptar una posición reactiva con respecto a la tecnología emergente, como hizo Platón ante la llegada de la escritura, nos anticipemos proactivamente a la nueva realidad, la inventemos, como hace a menudo la ciencia-ficción. La creatividad poética y la persuasión retórica se alían así en la construcción de un futuro anticipado, creado con modelos de ficción, que predisponen al descubrimiento y a la actuación y no a la nostalgia.

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Estudios literarios comparados y minorización: por una literatura comparada pequeña César Domínguez

O feito de que existan comunidades que teñen unha lingua propia que convive coa lingua oficial e común a todo o Estado español non deixa de ser un elemento favorecedor, creo eu, de que o comparatismo cobre entre nós unha presencia non só institucional, senón tamén arraigada neste humus intelectual que o sistema educativo debe aproveitar en todo caso. Darío Villanueva

En la novela de Dubravka Ugrešić Ministarstvo boli (El Ministerio del Dolor), la protagonista y álter ego de la autora (Tanja Lucić, una exiliada croata que enseña literaturas de la antigua Yugoslavia en la Universidad de Ámsterdam) se ve confrontada por uno de sus estudiantes (Igor) en los siguientes términos: “A? Mala književnost ne zaslužuje veliku oporbenu gestu... Don’t you worry... Nema razloga za strah. Zapravo mi vas je žao. Učiteljica ste malih književnosti, a i one su vam se u posljednje vrijeme nešto stisle” (Ugrešić 2004a: 251). La traducción inglesa de este pasaje reza: “A minor literature like ours doesn’t rate an opposition party. No, no, don’t worry. I’m just sorry for you. You’re a teacher of minor literatures, small literatures, and even they have shrunken as of late” (Ugrešić 2006a [2004]: 208). Y en la traducción al castellano, por su parte, se lee: “¿Eh? la literatura menor no merece un gran gesto de resistencia... Don’t you worry... No hay motivo para tener miedo. En realidad, me da pena. Es maestra de literaturas menores, que en los últimos tiempos han encogido aún más” (Ugrešić 2006b [2004]: 235).

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Obsérvese que el término en serbocroata mala književnost ha sido traducido de forma idéntica en inglés y castellano —minor literature/literatura menor—, si bien es verdad que de una forma un tanto dubitativa en el caso del traductor al inglés, Michael Henry Heim, quien expande la traducción con el doblete “small literatures” junto a “teacher of minor literatures”. Dado que mala književnost significa literalmente “literatura pequeña”, es legítimo preguntarse de dónde proviene minor/menor. En función de la formación académica en estudios literarios de los traductores (Heim fue catedrático de lenguas eslavas en la Universidad de California, Los Ángeles; en el caso de los traductores al castellano, Luisa Fernanda Garrido Ramos posee un grado en literaturas yugoslavas por la Universidad de Zagreb, y Tihomir Pištelek, un grado en estudios germánicos también por esta última institución), ¿sería posible que todos ellos traduzcan bajo la influencia del vocabulario académico de Gilles Deleuze y Félix Guattari contenido en Kafka. Pour une littérature mineure, por la que se reemplaza retroactivamente mala (‘pequeña’) por manja (‘menor’)?1 De hecho, en el libro mencionado, Deleuze y Guattari leyeron la expresión de Franz Kafka kleine Literatur (‘literatura pequeña’) como littérature mineure. Y la influencia del libro en cuestión es tan abrumadora que no solo ha reemplazado el concepto original de Kafka, sino también su discusión sobre las kleine Literaturen, aun cuando los argumentos de Deleuze y Guattari son en buena medida opuestos a los del escritor praguense.2 Sea como fuere, la forma en la que la expresión de Ugrešić ha sido traducida muestra que literatura menor se considera la elección más aceptable, pero con alguna duda, como lo atestigua la opción de Heim. Es una cuestión importante en la medida en que Centroeuropa y la Europa del Este son precisamente las regiones que primero

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Planteo este mismo interrogante en sentido contrario. Ugrešić estudió literatura comparada en la Universidad de Zagreb: ¿podría ser su uso de mala književnost, frente a manja književnost, premeditado? “Le nom de Kafka est, en France, toujours associé à la notion de littérature mineure depuis le manifeste publié en 1975 par Gilles Deleuze et Félix Guattari” (Thirouin 2007: 49).

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vienen a la mente cuando se piensa en países “pequeños”. Por ejemplo, en 1915 el entonces futuro presidente de Checoslovaquia Tomáš Masaryk impartió clases sobre lo que denominó el problém malého národa (problema de las naciones pequeñas) en la Escuela de Estudios Eslavos (ahora parte de University College London) y en el King’s College London.3 En este ensayo quiero aproximarme a los problemas terminológicos que rodean el concepto de “literaturas pequeñas/ menores” desde un punto de vista específico que, a mi entender, no ha sido suficientemente atendido por la crítica aún, a saber, la relación entre las literaturas pequeñas y la literatura mundial.4 Mientras que las literaturas “mayores” han jugado el papel más importante a la hora de pensar sobre la literatura mundial, sea como sus unidades mínimas, sea como las principales proveedoras de autores y obras al canon internacional, considero que las literaturas pequeñas, aparte de ser un objeto de estudio legítimo por sí mismas, pueden proporcionarnos una perspectiva alternativa sobre la literatura mundial. Mi discusión sobre las literaturas pequeñas se iniciará con dos ejemplos concretos, que, se espera, esclarecerán a qué tipo de casuística se está haciendo referencia bajo la denominación en cuestión. En segundo lugar, se examinará qué papel les ha reservado la literatura comparada a las literaturas pequeñas. En tercer lugar, se revisará la genealogía conceptual, en la que debe ocupar un lugar central el contraste de la discusión de Kafka sobre las literaturas pequeñas con las “excrecencias” de Deleuze y Guattari sobre las literaturas menores, que Stanley Corngold (2004: 274) ha calificado de “aberrantes” y Pascale Casanova (2001 [1999]: 267), de aplicación de “esquemas políticos toscos y anacrónicos que deforman su sentido”. Esta revisión incluirá las aportaciones de Milan Kundera y de la propia Ugrešić. Mientras que la aportación de Kundera se mantiene dentro de los

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Para el texto de la conferencia en University of London, King’s College, cfr. Masaryk (1916), que constituye una reelaboración de una anterior conferencia dictada en abril de 1905 en Kroměříž. Charles Sabatos (2012) ha señalado esta laguna en relación con las literaturas poscomunistas.

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límites convencionales de la relación predicada en Centroeuropa entre naciones y literaturas pequeñas, Ugrešić incorpora una postura distanciada e irónica sobre las literaturas menguantes en tiempos posyugoslavos. En cuarto lugar, se presentarán los principales resultados a los que se ha llegado a la hora de realizar una aproximación a las literaturas pequeñas en clave mundial. El interés de toda esta revisión podría radicar en que las literaturas pequeñas desafían una visión teleológica de cierto modelo de literatura comparada que ve la literatura mundial como la suma de las grandes obras que, en un marco competitivo, representan a las grandes literaturas correspondientes. Frente a esta visión, hay otro tipo de economía literaria que no se basa en la competición, sino en la adaptación a través de, por ejemplo, la traducción. Michael Cronin (2003: 139) ha argumentado que las “minority-language cultures are translation cultures par excellence”, lo que puede ponerse productivamente en conexión con una comprensión de la literatura mundial que es objeto de constantes debates en la actualidad: “World literature is writing that gains in translation” (Damrosch 2003: 281). Se ejemplificará este aspecto en el quinto apartado mediante un estudio de caso. A él seguirán algunas consideraciones finales. 1. ¿Cómo pensar una literatura pequeña? En el epílogo a la autotraducción al castellano de Obabakoak, Bernardo Atxaga les hace saber a los lectores desconocedores de la vida literaria euskara que “el Juego de la Oca puede ser la descripción de [...] la vida de un escritor vasco que [como él] nació en 1951”. En esta imagen, el escritor en euskaro que hace su debut hacia fines de la década de 1970 es como “ese adolescente que figura en la primera viñeta de las sesenta y tres que tiene el tablero y que, por todo equipaje, solo lleva un hatillo”, un hatillo con “cinco o diez libros escritos en la lengua en que pretendíamos escribir” (Atxaga 2004 [1997]: 376). La exactitud de la imagen puede determinarse mediante datos como los siguientes. Entre 1545 y 1879 se publicaron 101 libros en euskaro, de los que solo cuatro son literarios (Lasagabaster 2002 [1983]: 235). El

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euskara batua (“euskaro unificado”) no se consensuó hasta 1968, con ocasión de la reunión en Aránzazu de la Euskaltzaindia (Real Academia de la Lengua Vasca) durante su quincuagésimo aniversario. La Euskal Idazleen Elkartea (Asociación de Escritores Vascos) no se fundó hasta 1982, con un total de 46 escritores afiliados.5 Aunque en el orden de la langue pueda ser irrelevante el número de libros de que se compone una determinada literatura, lo cierto es que la conexión establecida por Georg Brandes ([1946] [1872-1875]: 12) en la introducción a Las grandes corrientes de la literatura en el siglo XIX entre, por una parte, “la literatura de un pueblo expone, si es completa, toda la historia de sus concepciones y sentimientos” y, por otra, “[g]randes literaturas, como la inglesa y la francesa, contienen un número suficiente de documentos para poder determinar por ellos cómo han pensado y sentido el pueblo inglés y francés” debe ponernos en guardia en relación con esa supuesta completitud ideal de las literaturas pequeñas, a menos que alguna de ellas contara con “un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás” (Borges 1992 [1941]: 59).6 Resulta en este sentido comprensible el valor que

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Oier San Martin, mensaje al autor, 13 de noviembre de 2019, e-mail. Como se verá a la luz del apartado 3, nada tiene que ver mi proposición sobre la literatura en euskaro como literatura “pequeña” con la realizada en 1994 por Jon Juaristi sobre la “literatura bilbaína” como literatura “menor”. Sobre la literatura danesa, sostiene Brandes ([1946] [1872-1875]: 12): “No es posible estudiar por medio de ella toda la vida sentimental del pueblo danés; para esto tiene lagunas demasiado grandes”. En cuanto langue, afirma Gérard Genette (1966: 166), “qu’elle contienne un livre, deux livres ou plusieurs milliers, la bibliothèque d’une civilisation est toujours complète”, una visión estructuralista que se compadece mal con la parole de las literaturas pequeñas. Con respecto a ese libro-cifra, bien podría ser el caso del Corán para “l’incendiaire d’Alexandrie”, que lo estimaba “en balance avec toute une bibliothèque” (Genette 1966: 166). En el ensayo “La littérature et l’espace”, Genette identifica cuatro posibles relaciones entre literatura y espacio en la medida en que “la littérature, entre autres ‘sujets’, parle aussi de l’espace, décrit des lieux, des demeures, des paysages” (Genette 1969: 43): a) la espacialidad del lenguaje mismo, b) la espacialidad de la escritura, c) la espacialidad del lenguaje literario y d) la espacialidad de la literatura en su conjunto “comme une sorte d’immense production intemporelle et anonyme” (Genette 1969: 47). Los ejemplos que presento en este

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Atxaga (2004 [1997]: 376) atribuye a la posibilidad de que el escritor en euskaro consiga “crearse su propia tradición. Puede leer Las mil y una noches un día, y al siguiente puede leer Moby Dick o La Metamorfosis de Kafka”, una tradición que el proyecto “Literatura Unibertsala” (Literatura Universal) a través del convenio entre el Gobierno Vasco y la Asociación de Traductores Vascos EIZIE vino a materializar desde la década de 1990 (cfr. Uribarri Zenekorta 2011: 257-258). Ciertamente, la literatura en euskaro de ese —en palabras de uno de sus más egregios historiadores literarios— “pequeño pueblo” situado “a caballo sobre la frontera política entre Francia y España, con el misterio de su lengua prerromana” (Villasante 1979 [1961]: 29) ofrece una imagen bien concreta de qué se pretende referir bajo la denominación de “literatura pequeña”. Pero desde luego hay casos más extremos. Valga como ejemplo el livonio, lengua báltica cuyos primeros testimonios escritos pueden rastrearse desde el siglo xvi y de cuyos últimos hablantes nativos —que suman alrededor de diez (Balodis 2009: 106)— periódicamente se anuncia su defunción. No sorprende en consecuencia que, en el prefacio a la antología bilingüe livonio-inglés de poemas de Valts Ernštreits, este y el traductor Ryan Van Winkle (2019: 3) subrayen que “there are fewer than twenty Livonian speakers in the world. Remarkably, three of those speakers are also poets”. En función de la especialización de la literatura comparada en el estudio de las literaturas a través de fronteras lingüísticas y culturales, parece oportuno preguntarse por el grado de atención que literaturas con tales porcentajes entre número de hablantes nativos y número de escritores han recibido por parte de esta disciplina. 2. Literatura comparada y literaturas pequeñas De la reacción de René Wellek en 1965 ante su presentación como adalid de una “escuela estadounidense” de literatura comparada por parte de Henry H. H. Remak cuatro años antes, se ha destacado su

apartado 1 procuran señalar otra posible relación, la que existe entre la literatura y su espacio vital.

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rechazo, en la medida en que, “European by birth”, no aceptó que se le colocase “into the odd position of appearing anti-French or even vaguely anti-European” (Wellek 1970 [1965]: 43). Ninguna atención ha concitado, sin embargo, el hecho de que tanto Wellek como Remak situaran a Paul Van Tieghem en la posición de jefe de fila de la escuela “francesa” sin atender a sus orígenes flamencos.7 En mi opinión, son estos orígenes los que hicieron que Van Tieghem fuera especialmente sensible a cuestiones sobre traducción y literaturas pequeñas, que en el siguiente pasaje de su famoso manual universitario se hallan aunadas: Dans le passé comme de nos jours, beaucoup d’auteurs ont été connus dans leur texte original par des groupes de lecteurs étrangers. On peut admettre trois degrés à cet égard: les ouvrages en langue française ont été les plus lus dans le texte; les écrivains italiens, espagnols, anglais, allemands ont touché, à diverses époques, sans intermédiaire des groupes importants de lecteurs; les livres hollandais, danois, suédois, hongrois, polonais, russes, portugais, n’ont presque jamais atteint directement l’Europe lettrée (Van Tieghem 1946a [1931]: 161).

Como se puede observar, Van Tieghem propone un sistema literario europeo que, en función de la circulación de las obras en su lengua fuente o en una lengua meta, se organiza en tres círculos concéntricos. La lengua de mayor circulación —el francés— representa el núcleo del sistema. En la semiperiferia se sitúan aquellas lenguas —italiano, castellano, inglés, alemán— que solo en determinados momentos históricos han sido recibidas sin necesidad del recurso a la traducción. Finalmente, conforman la periferia las lenguas —neerlandés, danés,

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Wellek, en la conferencia de 1958 en la que se basa Remak para situarle como representante de la escuela estadounidense, afirma que las declaraciones programáticas de Van Tieghem “[h]an lastrado la literatura comparada con una metodología obsoleta, y han puesto sobre ella el peso inerte del factualismo decimonónico, del cientifismo y del relativismo histórico” (Wellek [1959] 1998: 79). Remak (1998 [1961]: 89), por su parte, sostiene que “[l]os franceses tienden a favorecer aquellas cuestiones que pueden resolverse a partir de la evidencia de los hechos (que, a menudo, implica el uso de documentación personal)”, a cuya cabeza sitúa a Van Tieghem.

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sueco, húngaro, polaco, ruso, portugués— para las que los lectores internacionales siempre han necesitado de la traducción. Nótese que las literaturas periféricas se expresan en lenguas muy distintas en lo que atañe a su número de hablantes. Cabe pensar a este respecto en dos tipos diferentes de periferia toda vez que ninguna de estas literaturas ha alcanzado directamente la Europe lettrée. Así, habría sistemas literarios con un elevado número potencial de consumidores domésticos (por ejemplo, el ruso), frente a otros que, junto a la mediación de la traducción, conocen otra limitación, la impuesta por un mercado doméstico reducido. Es el tipo que Van Tieghem denomina littératures à rayonnement limité. L’histoire littéraire internationale doit [...] faire une juste place aux littératures à rayonnement limité. Au lieu de leur consacrer de maigres notices spéciales, ou de les reléguer dans des chapitres intitulés “Autres littératures” ou “Littératures diverses”, elle les fond intimement avec les cinq ou six grandes littératures du monde moderne, en mettant leurs écrivains importants, ou seulement significatifs, à leur place dans le développement général de la littérature. Nous n’oublierons pas celles dont l’idiome n’est pas devenu langue nationale, comme la littérature catalane ou la provençale (Van Tieghem 1946a [1931]: 205-206).

El programa contenido en este pasaje, que considero suficientemente indicativo de una sensibilidad flamenca en contraste con prácticas más comunes de la academia francesa, lo puso en práctica Van Tieghem diez años más tarde en Histoire littéraire de l’Europe et de l’Amérique de la Renaissance à nos jours, que se organiza por géneros, estilos y autores. En su cartografía del papel desempeñado por las diversas literaturas, se valoran sus aportaciones con independencia de su rayonnement.8 Así, por ejemplo, en el panorama de los últimos cincuenta años (esto es, de 1890 a 1940), Van Tieghem (1946b: 314) concluye que “[s]i la littérature provençale n’a plus donné d’œuvres

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Resultará iluminador repensar lo indicado aquí a la luz de lo expuesto por Fernando Cabo Aseguinolaza en su discusión sobre los estudios literarios y el espacio en este mismo volumen.

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qui comptent, les bons écrivains catalans sont nombreux; des talents distingués écrivent en slovaque, en ukrainien. Les Flamands continuent à enrichir la littérature néerlandaise”. El interés de Van Tieghem por el papel de la traducción y las literaturas de difusión limitada no se compadece en absoluto con una visión esclerósica de una supuesta “escuela francesa”, a la que el propio Wellek (1998 [1959]: 79) contribuyó con sus consideraciones acerca del “‘comercio exterior’ de las literaturas”, y contrasta vivamente con la historia disciplinaria de la literatura comparada desde 1961, esto es, desde la intervención de Remak y su propuesta programática a partir de la crisis diagnosticada por Wellek. Como es bien sabido, el núcleo de esa propuesta consiste en una definición de la disciplina que, con algunos matices, sigue vigente hoy día.9 A este respecto, nada resulta más paradójico que, si Remak (1998 [1961]: 91) encontraba “una diferencia básica, y no de énfasis, entre las escuelas ‘americana’ y ‘francesa’” en el sentido de que interesarían más a aquella que a esta los ejes interartístico e interdiscursivo, las mayores aportaciones de la academia estadounidense se hayan producido precisamente en el ámbito de la ampliación sucesiva del eje interliterario mediante los estudios poscoloniales, los estudios de Oriente y Occidente y los estudios de literatura mundial. Estas tres ampliaciones comparten la voluntad de superar el tradicional eurocentrismo de la literatura comparada, cuyo campo de estudio se limitaba a las llamadas por Van Tieghem “cinq ou six grandes littératures du monde moderne”. Sin embargo, el estudio de las literaturas pequeñas no formó parte de ese programa superador del eurocentrismo, ni dentro ni fuera de Europa, pues se concretó en la inclusión de las literaturas poscoloniales (en lenguas metropolitanas), las grandes literaturas orientales y las grandes literaturas del mundo. Otro tanto puede decirse de la crítica del eurocentrismo formulada desde Francia por René Étiemble, quien —conviene recordarlo— también en 1958 diagnosticó que la disciplina se hallaba en crisis y

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“La literatura comparada es [...] la comparación de una literatura con otra u otras y la comparación de la literatura con otros ámbitos de la expresión humana” (Remak 1998 [1961]: 89).

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propuso “renoncer à toute variété de chauvinisme et de provincialisme” (Étiemble 1988 [1963]: 68) para abrirse a un comparatisme planétaire que incluyera las literaturas en chino, bengalí y árabe. 3. Historia de un concepto Cuando se investigan las literaturas pequeñas y el papel fundacional desempeñado por Franz Kafka, una cuestión importante que no debería soslayarse son las distintas formas en que Kafka en general y sus Tagebücher (Diarios) en particular han sido introducidos en diferentes tradiciones lingüísticas.10 Para el mundo anglófono, el Diario de Kafka es aún hoy día el Schocken Kafka, esto es, la particular versión elaborada por Max Brod (Kafka/Brod 1948) y traducida al inglés por Joseph Kresh (volumen 1) y Martin Greenberg con la colaboración de Hannah Arendt (volumen 2) en 1948-1949.11 Desde el año 2000 el mundo hispanófono se ha liberado de la alargada sombra de Brod gracias a la traducción de Andrés Sánchez Pascual y Joan Parra dirigida por Jordi Llovet, que se basa en la edición crítica de 1990 del texto alemán debida a Hans-Gerd Köch, Michael Müller y Malcolm Pasley. En una posición intermedia se sitúa el mundo francófono, en el que durante décadas (y todavía ahora) se han leído los Tagebücher en la

10 Presenté parte del contenido de este apartado 3 en el seminario “Ultraminor Literatures” (ACLA, Harvard University, 17-20 de marzo de 2016) en una ponencia titulada “Kleine, Mineur, Small. On the (Mis)Fortunes of a Concept”. Veronika Tuckerová (2017) también participó en dicho seminario y compartimos la misma perspectiva sobre el concepto acuñado por Kafka y la lectura realizada por Deleuze y Guattari. Obviamente, hay una larga tradición en la discusión sobre las literaturas pequeñas previa a Kafka que puede rastrearse, por lo menos, hasta Johann Gottfried Herder con su Ensayo sobre el origen de la lengua, de 1772, y sus Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad, de 1784-1791 (cfr. Biti 2016: 118-132). No abordo aquí esta tradición tanto por limitaciones de espacio como, sobre todo, por el hecho de que mi argumento se centra en la fortuna del término de Kafka a través de la lectura de Deleuze y Guattari. 11 En función del argumento que desarrollo en este apartado 3, he considerado imprescindible acompañar en las referencias el nombre de Kafka con el de su editor y traductor.

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versión de Marthe Robert, y ha sido solo a partir de 2018 cuando ha comenzado a circular una nueva traducción debida a Laurent Margantin basada en la edición crítica alemana de 1990. Se trata de una traducción inconclusa a día de hoy, pues solo alcanza hasta el “cuaderno segundo” (Kafka/Margantin 2018 y 2019), y por ello no modifica el panorama que aquí presento en la medida en que la discusión sobre las literaturas pequeñas se recoge en el “cuaderno cuarto”.12 No son estas cuestiones desdeñables cuando se discuten las ideas de Kafka sobre las literaturas pequeñas en la medida en que, a diferencia de las traducciones al inglés (Kresh/Greenberg-Arendt) y al francés (Robert), en las que dichas ideas se plasman en una sola entrada (la registrada para el 25 de diciembre de 1911), en los manuscritos en alemán se distribuyen entre el 25 y el 27 de diciembre de ese mismo año. Además, cada tradición lingüística ha canonizado un Kafka propio y, en el caso de los pasajes sobre las kleine Literaturen, elecciones traductológicas distintas, que han originado sendas construcciones críticas. En el caso de la traducción en curso de Margantin, por ejemplo, no se trata solo de que se busque recuperar, mediante el recurso a la edición crítica alemana de 1990, aquello que las dos traducciones previas al francés (Kafka/Klossowski 1945 y Kafka/Robert 1954) omiten al basarse en la versión de Brod (Kafka/Brod 1937 para la traducción de Klossowski y Kafka/Brod 1948 para la traducción de Robert), sino que también se convierte en una auténtica pugna con una de las traducciones —la debida a Robert— que constituye una suerte de clásico de la literatura francesa al formar parte de las obras completas de la Pléiade. Para el público francés, los Tagebücher de Kafka son el Journal en la versión de Robert, basada en la edición de Brod de 1948. Y, de forma más concreta en relación con las literaturas pequeñas, para el público francés Kafka discutió en una sola entrada (25 de diciembre de 1911) sobre littératures mineures (y no petites).

12 Los manuscritos que configuran los Tagebücher de Kafka están integrados fundamentalmente por doce cuadernos depositados desde 1961 en la Bodleian Library en el marco de la colección “Papers of Franz Kafka (1882-1940)”. El cuaderno cuarto se identifica con la signatura MS. Kafka 4.

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La sustitución del original por la traducción no solo tiene lugar con el “lector común”,13 sino también muchas veces con lectores más especializados, como es el caso de Deleuze y Guattari, quienes leyeron y citaron el Diario de Kafka en la versión de Robert.14 Así, la sustitución del original de Kafka por la traducción de Robert motiva y refleja la sustitución de la discusión de Kafka sobre las kleine Literaturen por la discusión de Deleuze y Guattari sobre las littératures mineures, lo que consagró una supuesta equivalencia entre ambos conceptos. Con respecto a la primera sustitución, contrástese “Schema zur Charakteristik kleine Litteraturen” (Kafka/Köch-Müller-Pasley 1990: 326; 2712-1911) con “Schéma pour établir les caractéristiques des littératures mineures” (Kafka/Robert 1954: 183; 25-12-1911).15 La traducción de kleiner Literaturen como littératures mineures por Robert resulta tanto más destacable cuando, en un contexto semejante, no parece haber habido impedimento para traducir klein por su significado literal: “Das Gedächtnis einer kleinen Nation ist nicht kleiner als das Gedächtnis einer großen” (Kafka/Köch-Müller-Pasley 1990: 315; 2512-1911)/“La mémoire d’une petite nation n’est pas plus courte que celle d’une grande” (Kafka/Robert 1954: 181; 25-12-1911).16

13 Hago uso del término “lector común” en el sentido que le dio Samuel Johnson y que recogió Virginia Woolf (2009 [1925]: 9) en los siguientes términos: “El lector común [...] difiere del crítico y del académico [...]. Lee por placer más que para impartir conocimiento o corregir las opiniones ajenas. Le guía sobre todo un instinto de crear por sí mismo, a partir de lo que llega a sus manos, una especie de unidad”. 14 E inician así una fructífera tradición que discute la propuesta de Kafka sin acudir a sus textos: “Cet usage [la definición de littérature mineure por Deleuze y Guattari] est celui que Kafka (juif tchèque écrivant en allemand) fait de la langue ‘majeure’ allemande, mais c’est aussi celui que toute communauté soumisse à un processus de colonisation (politique ou culturelle) peut faire de la langue dominante” (Antonioli 2007: 274). 15 “Esquema para caracterizar las literaturas pequeñas” (Kafka/Sánchez PascualParra Contreras 2000: 263; 27-12-1911). 16 “La memoria de una nación pequeña no es menor que la memoria de una nación grande” (Kafka/Sánchez Pascual-Parra Contreras 2000: 255; 25-12-1911).

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Con respecto a la segunda sustitución, para muchos investigadores la definición de las kleine Literaturen por Kafka —que él, en realidad, nunca llegó a ofrecer— es la debida a Deleuze y Guattari (1975: 29), que dice: “Une littérature mineure n’est pas celle d’une langue mineure, plutôt celle qu’une minorité fait dans une langue majeure”. El giro más sorprendente en la elaboración de esta equivalencia entre kleine Literaturen y littératures mineures se da en la traducción del libro de Deleuze y Guattari al alemán, titulado Kafka. Für eine kleine Literatur y en el que la definición reza así: “Eine kleine oder mindere Literatur ist nicht die Literatur einer kleinen Sprache, sondern die einer Minderheit, die sich einer großen Sprache bedient” (Deleuze y Guattari 2012 [1976]: 24; el énfasis es mío). En el mundo anglófono la equivalencia entre kleine Literaturen y minor literatures fue consagrada por la traducción del libro de Deleuze y Guattari por Dana Polan, que se publicó en la prestigiosa colección dirigida por Wlad Godzich y Jochen Schulte-Sasse “Theory and History of Literature” de la Universidad de Minnesota.17 Además de la equivalencia terminológica y la transferencia de la definición de littérature mineure de Deleuze y Guattari a la inexistente definición de kleine Literatur de Kafka, muchos investigadores también han aceptado prima facie las tres características fijadas por Deleuze y Guattari —desterritorialización, politización y valor colectivo— como coincidentes con las tres características enumeradas por Kafka en su esquema, a saber, Lebhaftigkeit (“vivacidad”), Entlastung (“aligeramiento”) y Popularität (“popularidad”). Algunas semejanzas entre las características segunda y tercera podrían aceptarse. Así, si Kafka sostiene que en las literaturas pequeñas “los acontecimientos literarios” se incluyen “entre las preocupaciones políticas” (Kafka/ Sánchez Pascual-Parra Contreras 2000: 254; 25-12-1911),18 en esta misma dirección parecen apuntar Deleuze y Guattari (1975: 30)

17 “A minor literature doesn’t come from a minor language; it is rather that which a minority constructs within a major language” (Deleuze y Guattari 1986 [1975]: 16). 18 “[D]ie Übernahme litterarischer Vorkommnisse in die politischen Sorgen” (Kafka 1990: 313; 25-12-1911).

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cuando sostienen que en las littératures mineures “tout y est politique”. Igualmente, cuando Kafka afirma que en las kleine Literaturen escasean los “talentos importantes” (Kafka/Sánchez Pascual-Parra Contreras 2000: 254; 25-12-1911),19 puede verse una conexión con el argumento de Deleuze y Guattari (1975: 31) acerca de que en las littératures mineures “tout prend une valeur collective”. Sin embargo, las distintas localizaciones de las kleine Literaturen de Kafka y las littératures mineures de Deleuze y Guattari vuelven en mi opinión estas semejanzas puramente nominales y, en consecuencia, arbitrarias. Para Kafka, casos paradigmáticos de literaturas pequeñas son la “actual literatura judía en Varsovia” y la “actual literatura checa” (Kafka/ Sánchez Pascual-Parra Contreras 2000: 254; 25.12.1911),20 aquella en yidis y esta en checo, por lo que obviamente no encajan en la definición de Deleuze y Guattari (2008 [1975]: 28) como aquellas que “una minoría hace dentro de una lengua mayor”.21 El borrado del kleine kafkiano por Deleuze y Guattari y la identificación de las littératures mineures con el trabajo revolucionario que una minoría hace en el seno de una lengua “mayor” —aquello que Stanley Corngold ha llamado “the dialect of minor literature”— forman parte de un conjunto más amplio de operaciones que Pascale Casanova ha reunido bajo la etiqueta de un doble anacronismo, el anacronismo de Kafka como “prophète et devin, capable de pressentir et d’annoncer des événements à venir” (Casanova 2008 [1999]: 292-293), por una parte, y el anacronismo de “identifying politics with revolution” (Casanova 2004 [1999]: 204), por otra.22 No puedo discutir aquí todas estas operaciones. Baste decir

19 “[D]es Mangels bedeutender Talente” (Kafka/Köch-Müller-Pasley 1990: 314; 25-12-1911). 20 “[D]er gegenwärtigen jüdischen Litteratur in Warschau und [...] der gegenwärtigen tschechischen Litteratur” (Kafka/Köch-Müller-Pasley 1990: 312; 25-12-1911). 21 “[A] literature [en yidis] that he [Kafka] could read but not write” (Corngold 2004: 274). 22 “The phrase in this title ‘the dialect of minor literature’ is meant to convey two things at once. It alludes, first of all, to the mistaken idea that Kafka wrote in a dialect called ‘Prague German’; and, second, to the mistaken idea that in doing so, he intended to contribute to the construction of a ‘minor literature’

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que, a diferencia del espacio de las littératures mineures, que coincide con el mundo poscolonial, en Kafka tenemos más una cronología que una geografía, esto es, la comprensión de la kleine Literatur como una fase literaria, la emergencia de una literatura. Como resultado de algunas de las características que Kafka atribuye a las kleine Literaturen y del hecho de que uno de los ejemplos que proporciona sea la literatura checa, esta fase literaria ha sido convencionalmente enmarcada en un telos nacional. Casanova (2001 [1999]: 249) sostiene, por ejemplo, que “[l]a politización en forma nacional o nacionalista —en cierto modo, por tanto, la ‘nacionalización’— es uno de los rasgos constitutivos de las ‘pequeñas’ literaturas”. Este fin también es defendido por Milan Kundera en su ensayo de 1993 “El malquerido de la familia”, en el que, tras los pasos de Kafka, pero discutiendo músicos en lugar de escritores, describe la pesada carga que las pequeñas naciones imponen a los artistas. Es la carga de la lealtad sin reservas a la tribu, que tiene como consecuencia una hiperrepresentación de la nación pequeña y la exclusión de aquellos artistas que, como Leoš Janáček, incumplen ese requisito. A diferencia de Kafka, quien se centra en el proceso y, por tanto, en la kleine Literatur como una fase que puede culminarse, la postura de Kundera es pesimista, trágica, en la medida en que, por una parte, las imposiciones de las pequeñas naciones van más allá de los lenguajes verbales y afectan incluso un “idioma supranacional” como la música y, por otra parte, describen “un destino” en función del que los artistas cosmopolitas, cuando no son aniquilados como un “hijo malquerido”, son humillados con “indulgencia maternal” (Kundera 1994 [1993]: 201, 204 y 208, respectivamente).

rebelliously aimed at a ‘major’ or master literature” (Corngold 2004: 272). Cito la primera orientación del anacronismo a partir de la edición francesa revisada y corregida de 2008, ya que dicho pasaje no se recoge en la traducción al castellano de 2001, y cito la segunda orientación del anacronismo a partir de la traducción al inglés de 2004, ya que dicho pasaje no se incluye ni en el original francés de 1999 (del que depende la traducción al castellano de 2001), ni en la edición francesa revisada y corregida de 2008. Para el papel heroico representado por Kafka en el pensamiento de Deleuze, véase el apartado 5 del capítulo de María do Cebreiro Rábade Villar en este mismo volumen.

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Con Dubravka Ugrešić y su ensayo del año 2000 “Una modesta aportación a la Historia de la Literatura Nacional”, la discusión sobre la dimensión nacional(ista) de las literaturas pequeñas conoce un nuevo giro. En la cita de El Ministerio del Dolor con que comencé este ensayo, Igor le recordaba a Tanja una cuestión central que un docente de literaturas (pos)yugoslavas no debería desatender, a saber, que son pequeñas. Tanja no reparó en ello en ninguno de sus programas docentes, sea el primero, en el que las literaturas yugoslavas se estudian como una sola literatura, sea el segundo, en el que las literaturas yugoslavas se estudian como entidades distintas, pero de las que puede postularse una conexión, como la que se da en la última unidad del programa mediante una lectura tematológica comparada: el tema del retorno del héroe. Igor describe de una forma vívida la condición de pequeñez de las literaturas yugoslavas: Cuando se publicó por primera vez Madame Bovary de Flaubert, Zagreb era un pueblo de 16 675 habitantes, si quiere se lo escribo con letras: ¡dieciséis mil seiscientos setenta y cinco! La gran literatura europea, Goethe, Stendhal, Balzac, Gógol, Dickens, Dostoievski, Flaubert, Maupassant, todo eso ya estaba escrito cuando nuestros assholes locales se pusieron a aprender la primera letra. Cuando Dostoievski publicó Crimen y castigo, en Croacia el ochenta por ciento de la población era analfabeta... (Ugrešić 2006b: 235-236).

En el ensayo del año 2001 ese giro se plantea en términos de “renacionalización”, pues Ugrešić describe la emergencia de la literatura croata a partir de la literatura yugoslava en tiempos posyugoslavos. Como se ha anunciado, la postura de Ugrešić es profundamente irónica. En su condición de exiliada de la Croacia de Franjo Tuđman y excluida del canon nacional de la literatura croata, el acercamiento a esta literatura por parte de Ugrešić es claramente deudor de la postura pesimista de Kundera, y no de los tonos revolucionarios de Deleuze y Guattari. Las aportaciones de las literaturas pequeñas no se reconocen internacionalmente, sostiene Kundera (1994 [1993]: 206), debido a sus “lenguas inaccesibles”, una exclusión que en el caso de las literaturas posyugoslavas se asegura gracias al postulado de lenguas distintas a

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cargo de los denominados por Ugrešić (2004 [2001]: 138) “Comités para la Defensa de la Esencia Nacional”. Como consecuencia de la “moral vertical” de las literaturas pequeñas renacionalizadas, a los escritores se les exige que sean “la conciencia moral de su país” (Ugrešić 2004 [2001]: 144); y cuando esa lealtad tribal queda comprobada, con independencia de la calidad intrínseca de sus obras, entonces se los califica de “peñón moral”, “un gigante del espíritu”, “un titán croata”, de tal forma que ningún escritor nacional en Croacia tiene “problemas de autoestima” (Ugrešić 2004 [2001]: 143). Pese a la innegable influencia de la construcción sobre las littératures mineures por parte de Deleuze y Guattari, una lectura de las reflexiones de Kafka sobre las kleine Literaturen muestra que ambos conceptos no solo son distintos, sino también mutuamente contradictorios, debido a su diferente naturaleza: cronológica en el caso de Kafka en cuanto fase literaria, geográfica en el caso de Deleuze y Guattari, la geografía del mundo poscolonial.23 Las aportaciones de Kundera y Ugrešić al debate están más próximas a la formulación y argumentos de Kafka que a los de Deleuze y Guattari. Además, ambos aprecian vínculos estrechos entre las literaturas pequeñas y el telos nacional en la medida en que serían manifestaciones nacionalistas por excelencia. Esta interpretación, sin embargo, solo parece válida para algunas de las características enumeradas por Kafka y su ejemplo de la literatura checa. Pero ¿qué decir de la “actual literatura judía en Varsovia”? ¿Es la literatura yidis un ejemplo de literatura nacional emergente en pie de igualdad con la “actual literatura checa”? O, por el contrario, ¿podría ser que Kafka en realidad esté sosteniendo que ambas son casos paradigmáticos de kleine Literaturen pero por distintas razones? Tal vez Kafka fuera un profeta después de todo, pese a la voluntad de Casanova. Si entre las repercusiones de la Primera Guerra Mundial se incluye el desafío de la lealtad checoslovaca al Imperio Austro-Húngaro, con la consecuente erupción nacional reflejada, por ejemplo, en El buen soldado Švejk, de Jaroslav Hašek, durante la década de 1930 la

23 Para la aplicación de las teorías de Deleuze a la literatura poscolonial, cfr. Burns y Kaiser (2012).

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literatura en yidis estaba siendo discutida como velt-literatur (literatura mundial), tal y como lo testimonia el ensayo de Melech Ravitch “Where Is the Center of Yiddish Literature Today? The Stem and the Branches”. “We have a single Jewish literature in Yiddish”, sostiene Ravitch (2014 [1939]: 72), una sola literatura sin un único tronco geográfico, pero contamos con “the idea of the unity of Yiddish literature” como un tronco abstracto, “the worldwide stem of Yiddish literature”, “[f ]rom Alaska to New Zealand — from Tierra del Fuego to Kamchatka” (Ravitch 2014 [1939]: 76). 4. Literaturas pequeñas y literatura mundial El panorama trazado en el apartado 2 explica por qué los acercamientos a las literaturas pequeñas en clave mundial han sido particularmente tímidos. Destacaré aquí tres cuyo valor reside, entre otras razones, en representar tres de las cuatro genealogías de la literatura mundial identificadas por Jérôme David (2013), a saber, las genealogías crítica (Pascale Casanova), pedagógica (David Damrosch) y metodológica (Theo D’haen). Para David (2013: 17), las raíces de la genealogía crítica pueden hallarse en la defensa por parte de Johann Wolfgang Goethe de una Weltliteratur (literatura mundial) frente a las Nationalliteraturen (literaturas nacionales), lo que supone problematizar tanto la escala nacional como la adhesión elitista a una definición normativa de la literatura. En la propuesta de David (2013: 18), Casanova, bajo “the cover of sociological rigor”, representa este segundo registro crítico (el rechazo de una globalización literaria “mala”) en la medida en que trabaja con sus propios gustos y les niega cualquier valor a determinadas obras literarias (cfr. a este respecto Casanova 1993, recogido como capítulo 5 de la parte 1 de Casanova 2001 [1999]). Considero que esta apreciación de David sobre Casanova se comprueba no solo, como él indica, en el caso de la world fiction, unos “productos comerciales destinados a la difusión más amplia, según criterios y recetas estéticas experimentadas” (Casanova 2001 [1999]: 225), sino también en el caso de las literaturas pequeñas (en este sentido, no es casual que el capítulo dedicado a ellas

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siga al de la world fiction), que Casanova (2001 [1999]: 262) aglutina bajo “una estética funcionalista y formas narrativas, novelescas o incluso poéticas más conservadoras que los criterios de la modernidad literaria” por el imperativo de “producir una literatura política al servicio de los intereses nacionales (Casanova 2001 [1999]: 255). Según David (2013: 19), Goethe también habría indirectamente establecido los cimientos de la genealogía pedagógica al concebir la Weltliteratur como una conversación de escritores a través de las fronteras. Al aproximarse a la literatura mundial desde la perspectiva de su enseñanza, Damrosch es “the heir apparent and proselyte of the pedagogical genealogy” (David 2013: 22), una faceta que es particularmente evidente en el caso de su acercamiento a las literaturas “menores” en el marco de un volumen titulado Teaching World Literature (Damrosch 2009a). Frente al tradicional privilegio de las “obras maestras” de las major cultures en los cursos universitarios de literatura mundial, Damrosch defiende que los programas hagan lugar a las minor literatures del mundo, concepto que para él encierra tres sentidos: a) obras de un grupo minoritario desde dentro de fuerzas mayores (el sentido de Deleuze y Guattari), b) literaturas de países pequeños y c) obras en lenguas rara vez representadas en los programas estadounidenses (Damrosch 2009b: 194). El objetivo último es que esas obras “menores” encuentren un lugar seguro en los cursos generalistas universitarios. A diferencia de las dos genealogías previas, la metodológica no se habría originado con Goethe, sino que habría de esperar hasta mediados del siglo xx con el célebre ensayo de Erich Auerbach (2017 [1952]) “Filología de la Weltliteratur”. Para David (2013: 23), la genealogía metodológica se conforma como un desafío que exige “a radical, epistemological litmus test of literary studies” de tal manera que “‘world literature’ designates everything our interpretive habits do not incorporate: neglected languages, forgotten works, and silent cultures”. En esta línea se inscribe sin duda el ensayo de D’haen “Minor Literatures and Major Histories”, en el que examina diversas historias y antologías de literatura mundial desde el punto de vista de las minor/ small literatures y concluye: “The truth simply seems to be that in any ‘major’ history of the world’s literatures there is no room for ‘minor’ literatures” (D’haen 2012: 108).

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5. Un estudio de caso: Ramón Otero Pedrayo y las traducciones fragmentarias del ULYSSES En la presentación en 2013 de la primera traducción completa al gallego del Ulysses de James Joyce por la editorial Galaxia, Víctor F. Freixanes afirmó, con respecto a la traducción fragmentaria gallega que de esa obra publicó Ramón Otero Pedrayo en la revista Nós el 15 de agosto de 1926, que “[e]ra a primeira vez que se traducía a obra do novelista a una lingua da Península Ibérica” (Freixanes 2013: 9), quizás como si la preeminencia cronológica fuera el último recurso de éxito, el premio de consolación al que pueden acogerse las literaturas pequeñas al ser vistas como epígonos de las grandes entre las que su existencia se ahoga. Esta preeminencia de la traducción oteriana representa un antiguo culturema de la historia literaria gallega y, como tal, mezcla mito y verdad. Si bien es innegable la rapidez con la que el gallego en el panorama europeo decidió apropiarse del Ulysses, publicado en febrero de 1922 por los esfuerzos conjuntos de Sylvia Beach y Shakespeare and Company con Valery Larbaud, lo cierto es que en noviembre de 1924 Antonio Marichalar —uno de los primeros comentaristas españoles de Joyce, pero también de Faulkner, Proust o Conrad, y embajador europeo de la Generación del 27, en palabras de Domingo Ródenas de Moya (2002)— publicó en la Revista de Occidente un ensayo titulado “James Joyce en su laberinto”, en el que incluyó traducciones de fragmentos al castellano. Y si por “lingua da Península Ibérica” es lícito incluir el castellano rioplatense, Jorge Luis Borges, en enero de 1925, publicó en la vanguardista Proa la traducción de un fragmento del Ulysses, una tarea que retomó en la década de 1940 cuando se le invitó a liderar una comisión de anglicistas para llevar a cabo la traducción completa pese a haber confesado no haber leído la obra en su totalidad.24

24 La cuestión de la primacía cronológica está relacionada con el formato de la traducción, que puede ser exenta (como en el caso de Otero Pedrayo), precedida o no de un estudio introductorio, o estar incluida en el seno de un estudio (como

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La traducción de Otero Pedrayo en 1926 sigue a las traducciones fragmentarias de Valery Larbaud al francés en 1924, de Antonio Marichalar al castellano en 1924, de Borges al castellano en 1925, de V. Zhitomirsky al ruso en 1925 y de Bernhard Fehr al alemán en 1925-1926, hasta que en 1927 se publicó la primera traducción completa, al alemán, a cargo de Georg Goyert. Prosiguen las traducciones fragmentarias al checo y castellano en 1927, croata en 1928, griego y esloveno en 1929, catalán en 1930 y un largo etcétera. Pero el auténtico hito (por su función de mediación con otras lenguas meta) fue una nueva traducción completa, esta vez al francés, en 1929.25 Un trabajo predominante en colaboración, con anglicistas e informantes nativos incluidos, es buena muestra de los desafíos que la traducción del Ulysses representaba (y sigue representando), desafíos que hasta cierto punto comparte cualquier lector de la obra en inglés, sea nativo o no. Es destacable a este respecto que en el caso de Otero Pedrayo se cuestionaran sus competencias lingüísticas para emprender la traducción o, incluso, se le negase cualquier conocimiento de esta lengua, lo que supone restarle importancia a la declaración e intitulación con que se abre la traducción en Nós: “ULYSSES (Anacos da soadísema novela de James Joyce, postos en galego do texto inglés, por Ramón Otero Pedrayo)”. Por la vía de la negación (completa o parcial) de los conocimientos lingüísticos se introduce el interrogante de la dependencia de Otero Pedrayo con respecto a una traducción precedente que le hubiese servido de mediación. En la tabla 1 recojo las traducciones fragmentarias previas a la de Otero Pedrayo e identifico las secciones traducidas en función de la nomenclatura post-1922 de las dieciocho divisiones del Ulysses.

en el caso de Marichalar). La primera traducción completa al castellano se debe a José Salas Subirat y se publicó en Buenos Aires en 1945. 25 Joyce (1929) es la traducción realizada por Auguste Morel en colaboración con Stuart Gilbert, revisada por Larbaud y con consulta de dudas al propio Joyce.

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Larbaud y Morel 1924

Marichalar 1924

Borges 1925

Telémaco

Zhitomirsky 1925

Fehr 1925-1926

Telémaco

Telémaco Calipso

Otero Pedrayo 1926

Eolo Cíclopes Eumeo Ítaca

Ítaca

Penélope

Penélope

Ítaca Penélope

Ítaca Cíclopes

Penélope

Tabla 1: Traducciones fragmentarias del Ulysses (1924-1926)

La tabla 1 muestra de forma inmediata que el texto más propicio para servir de mediador es, en principio, el ruso de 1925 al contener fragmentos de “Cíclopes” e “Ítaca”, esto es, los libros 12 y 17 del Ulysses. Sin embargo, la selección de Zhitomirsky no coincide en su totalidad con la de Otero Pedrayo, por no hablar de otras cuestiones, como el hecho de que no hay constancia de que Otero Pedrayo supiera ruso y/o tuviera la posibilidad de tener acceso a la revista Novinki zapada.26 Tanto lingüísticamente como por cuestión de accesibilidad, otra candidata ideal podría haber sido la traducción de Marichalar por lo que respecta a “Ítaca”. Pero la selección de Marichalar no coincide tampoco con la de Otero Pedrayo. El último texto que podría haber servido de mediador es el de Larbaud y Morel de 1924 para la sección de “Ítaca”. Se trata de la traducción publicada en el número 1 (verano de 1924) de Commerce, una revista patrocinada por Larbaud, Paul Valéry y Léon-Paul Fargue. Precisamente cinco de los cuarenta y cinco fragmentos extraídos por Otero Pedrayo de “Ítaca” se encuentran en la traducción francesa de Larbaud y Morel. Kerry Ann McKevitt ha concluido, tras llevar a cabo un estudio contrastivo de la traducción oteriana con la versión de Larbaud y Morel, que Otero Pedrayo “traballou tanto cos textos ingleses como cos

26 Las coincidencias se limitan a dos fragmentos de “Ítaca”; quiero expresar mi agradecimiento a Susana Torres Prieto por la ayuda prestada con la traducción rusa.

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franceses para a tradución das cinco pasaxes de ‘Ithaca’” (McKevitt 2003: 48). Ello obedecería a que “consultou o texto francés cando se sentiu inseguro ante o significado do texto inglés, ou ben cando quixo un enfoque alternativo para a tradución” (McKevitt 2003: 48). Ahora bien, esta conclusión parece contradictoria tanto con afirmaciones previas de McKevitt como con parte de su análisis contrastivo. Con respecto a las primeras, la misma autora afirma sobre los dos primeros fragmentos coincidentes entre Larbaud y Morel y Otero Pedrayo que “parecen indicar que Otero Pedrayo traduciu directamente do orixinal inglés” (McKevitt 2003: 42). En cuanto al segundo factor, en el análisis contrastivo McKevitt no hace ninguna referencia a los fragmentos cuarto y quinto compartidos por Larbaud y Morel y Otero Pedrayo, lo que lleva a concluir que aquí tampoco dependió Otero Pedrayo de la traducción francesa (la comparación así lo demuestra). La conclusión de McKevitt sobre la dependencia del texto de Larbaud y Morel se apoya, por tanto, en el fragmento tercero en exclusiva y, para ser más precisos, en cuatro lecciones de este fragmento, según se recoge en la tabla 2. Ulysses 1922 a) through a subterranean aqueduct of filtre mains of single and double pipeage (Joyce 2008: 623-624) b) at an initial plant cost of £ 5 per linear yard (Joyce 2008: 624) c) for which reason the borough surveyor and waterworks engineer (Joyce 2008: 624) d) particularly as the South Dublin Guardians (Joyce 2008: 624)

Otero Pedrayo o longor d’un aqüeduto por baixo da terra de filtros principás de simpre e dobre tubería (Otero Pedrayo 1926: 5) asegún un plan inicial ô coste de 5 pesos por yarda lineal (Otero Pedrayo 1926: 5) pol-o que o ispeutor e inxiñeiro hidráulico (Otero Pedrayo 1926: 6)

especialmente en Gardas do Hospicio do Sul de Dublin (Otero Pedrayo 1926: 6)

Larbaud y Morel passant par l’aqueduc souterrain et filtre principal à simple et double conduits (Joyce 1924: 145) d’après un plan initial au prix de 5 livres sterling le mètre linéaire (Joyce 1924: 145) pour cette raison, l’inspecteur du district et ingénieur des eaux (Joyce 1924: 146) spécialement au personnel du South Dublin Hospice (Joyce 1924: 146)

Tabla 2: Loci critici de la traducción de Otero Pedrayo con respecto a la de Larbaud y Morel (1924) según McKevitt

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Llama fuertemente la atención que la argumentación de McKevitt implica negar cualquier autonomía traductológica a Otero Pedrayo, ya que tanto los errores como los aciertos creativos nunca se deberían a él, sino que dependerían de las lecciones de Larbaud y Morel. Dicho en otros términos, McKevitt presupone que Otero Pedrayo nunca podría haber llegado a los mismos resultados de Larbaud y Morel de manera independiente. Por lo que se refiere a los errores, en el fragmento (a) una posible traducción correcta de “filtre mains”, frente a “filtre principal”/“filtros principás”, sería “condutos filtrantes” (Joyce 2013: 843); por su parte, en el fragmento (b) una posible traducción correcta de “initial plant cost”, frente a “plan initial au prix”/“plan inicial ô coste”, sería “instalado orixinalmente a un prezo de” (Joyce 2013: 843). Con respecto a los aciertos creativos, la traducción de “borough surveyor” como “inspecteur du district”/“ispeutor” la comparten otras traducciones que, evidentemente, no dependen de Larbaud y Morel. Lo mismo se puede decir de la necesidad de explicitar la fórmula fuente “South Dublin Guardians”, para la que Larbaud y Morel y Otero Pedrayo optan por “hospice”/“hospicio”, una solución que mediante otros sinónimos se hizo común en otras traducciones.27 En definitiva, el argumento de McKevitt antes citado sobre el recurso de Otero Pedrayo a la traducción fragmentaria francesa “cando se sentiu inseguro ante o significado do texto inglés, ou ben cando quixo un enfoque alternativo para a tradución” no es aplicable a los cinco fragmentos compartidos, sino solo a cuatro loci critici del fragmento tercero. Siguiendo la lógica de McKevitt: ¿no sería razonable preguntarse por qué, por una parte, las “inseguridades”/“enfoques alternativos” de Otero Pedrayo se limitan a 13 líneas del texto fuente, el Ulysses 1922 (Joyce 2008: 623-624), y, por otra parte, por qué no aprovechó más la traducción de Larbaud y Morel ante unas “inseguridades” y unos “enfoques alternativos” para los que la traducción fragmentaria francesa podía ofrecerle abundantes soluciones? De

27 A título de ejemplo tenemos “inspector municipal” y “asilo de Dublín Sur” (Joyce 2013: 843).

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hecho, según explica Larbaud, la traducción fragmentaria francesa proporcionaba una elección óptima si lo que se procuraba era “donner en un minimum d’espace un aperçu du contenu et de la forme de Ulysses” para lo que se reunieron “quelques pages du début et de la fin du livre dans lesquelles apparaissent les trois personnages principaux” (L. 1924: 123-124). Una relectura del estudio contrastivo de McKevitt muestra, en mi opinión, que Otero Pedrayo no siguió la selección de Larbaud y Morel, porque su objetivo era otro, ni se sintió tan inseguro o necesitado de alternativas. Lo que afirmo en realidad puede verse fácilmente reflejado en un nuevo análisis contrastivo de la traducción de Otero Pedrayo y la traducción francesa, según se recoge en la tabla 3. Mientras que McKevitt limita su estudio contrastivo al texto al que Otero Pedrayo pudo tener acceso (la traducción fragmentaria al francés de Larbaud y Morel publicada en Commerce en 1924), mi propuesta es diferente en la medida en que se basa en un texto al que Otero Pedrayo no pudo tener acceso: el texto mecanografiado de la traducción francesa completa de Morel, asistido por Gilbert y corregida por Morel y Larbaud, que se custodia en la “James Joyce Collection of Papers” de la Henry W. and Albert A. Collection de la Biblioteca Pública de Nueva York. A partir de esta versión se publicó la traducción francesa completa de 1929. Lo que pretendo demostrar es que el argumento sobre la dependencia de Otero Pedrayo de la traducción francesa de 1924 está viciado por poner en duda su competencia lingüística en inglés, que, a su vez, llevó a la búsqueda de un texto-intermediario entre el Ulysses 1922 y la traducción oteriana, papel que solo pudo cumplir (en caso de haber sido así) la traducción francesa de 1924. Del texto mecanografiado de la “James Joyce Collection of Papers” proporciono tanto la lección original como, en su caso, su sustitución por una lección corregida.28

28 En la carpeta de la “James Joyce Collection of Papers” correspondiente a “Ítaca” (libro 17) se incluye la siguiente nota mecanografiada de Larbaud dirigida al impresor: “Lorsqu’une de mes corrections semblera discutable ou inadmissible aux traducteurs, la question sera soumise à James Joyce, et résolue d’après sa décision”.

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Ulysses 1922 e) Stephen dissented openly from Bloom’s views (Joyce 2008: 620) f ) importance of dietary and civic selfhelp (Joyce 2008: 620) g) certain chemical compounds (Joyce 2008: 620) h) of the field of individual development and experience was regressively accompanied by a restriction of the converse domain of interindividual relations (Joyce 2008: 621) i) its luteosfulvous bed (Joyce 2008: 624) l) the comfort of our country cousins (Joyce 2008: 294) m) nameless barbarity (Joyce 2008: 295) n) blows were freely exchanged (Joyce 2008: 295)

Otero Pedrayo Stephen afastábase abertamente da opinión de Bloom (1926: 3)

Larbaud y Morel Stephen s’écartait résolument/ ouvertement des vues de Bloom

importancia da axuda cívica e alimenticia (1926: 3) certas misturas (1926: 3)

importance du régime alimentaire et de l’aide civique individuelle/la culture de soi-même en tant qu’homme et citoyen à certaines mixtures/composés chimiques

do campo do seu desenrolo individual i-esprimental era regresivamente acompañado da disminución do campo da conversa e das relaciós interindividuás (1926: 4)

du champ de la connaissance/ croissance et de l’expérience chez l’individu correspondait/s’accompagnait d’une régression dans le domaine / correspondant/ entre les individus

o seu leito de trollo leonado (1926: 6) comodidade dos nosos curmaus da aldeia (1926: 10)

son lit jaune aux ors assombris/boueux et fauve la commodité du flot de campagnards/de nos cousins de province

barbaridade sen nome (1926: 10)

l’innommable barbarie/sauvagerie

cambeáronse libremente toda caste de proieutís (1926: 10)

et les coups s’echangèrent en toute liberté/des horions furent échangés en abondance ñ) Sheila, my own. [...] Sheila, my own. [...] nome cristiano Sheila, ma Sheila [...] prénom christian name (Joyce 2008: (1926: 11) 295) o) bankbook (Joyce 2008: libro de cheques (1926: 11) compte en banque 297)

Tabla 3: Loci critici de la traducción de Otero Pedrayo con respecto a la de Larbaud y Morel (Joyce s. a.)

De los diez casos seleccionados en la tabla 3, Otero Pedrayo pudo tener acceso a tan solo uno —el caso (i)— en la lección “son lit jaune aux-ors-assombris” (Joyce 1924: 147), es decir, en la traducción

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fragmentaria de Larbaud y Morel publicada en Commerce en 1924. Pero en la versión que proporciono, la lección “son lit jaune aux-orsassombris” de Commerce se corrige y sustituye en el texto mecanografiado por “lit boueux et fauve”, y así pasará a la traducción francesa completa de 1929 (Joyce 1957: 956). Otero Pedrayo (1926: 6) tradujo “its luteosfulvous bed” (Joyce 2008: 624) como “o seu leito de trollo leonado”, una fórmula muy próxima a “son lit boueux et fauve”, de la que, evidentemente, no pudo tener conocimiento. Mientras que a McKevitt no le llamó la atención el contraste “o seu leito de trollo leonado”/“son lit jaune aux-ors-assombris”, la lectura de la forma en que traduce Otero Pedrayo en relación con una versión francesa a la que no pudo tener acceso demuestra, en mi opinión, que sus aciertos creativos pueden coincidir con los de Larbaud y Morel y, sin embargo, no estar influidos por ellos. Lo diré de otro modo. La lectura de la traducción de Otero Pedrayo a través del texto de Larbaud y Morel al que aquel sí pudo tener acceso lleva a McKevitt a concluir que tanto los errores como los aciertos creativos del traductor gallego dependen de la traducción francesa. Por el contrario, mi lectura a través de las secciones de la traducción francesa a las que Otero Pedrayo no pudo tener acceso permite cuestionar las conclusiones de McKevitt, porque nos muestra que el traductor gallego fue perfectamente capaz de cometer sus propios errores y generar aciertos creativos. El caso (e) es uno de los que Otero Pedrayo no pudo tener conocimiento en la versión francesa, ya que no pertenece a los fragmentos publicados por Commerce en 1924. El texto fuente “openly” (Joyce 2008: 620) se traduce inicialmente al francés como “résolument” y Larbaud lo corrige como “ouvertement”, lectura que pasará a la traducción francesa de 1929 (Joyce 1957: 948). La traducción de Otero Pedrayo (1926: 3) como “abertamente” coincide con la opción francesa final no porque Otero Pedrayo dependa de Larbaud y Morel (de hecho, no pudo conocer esta solución), sino porque traduce literalmente a Joyce, como sucede también en los casos (f ), (h) y (m). Obsérvese cómo en el caso (h) Otero Pedrayo (1926: 4) traduce “the converse domain” (Joyce 2008: 621) como “campo da conversa”, lo que muestra que, frente a la lectura de McKevitt de los casos (a) y (b) de la tabla 1, Otero Pedrayo no precisa depender

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de Larbaud y Morel para cometer sus propios errores, que pueden deberse a una traducción excesivamente literal en la que en este caso (h) se confunde “converse” con “conversa” por proximidad léxica. Este tipo de error explica asimismo los casos (ñ) y (o). Y por lo que respecta a los aciertos creativos o, en palabras de McKevitt, “enfoques alternativos”, Otero Pedrayo tampoco necesitó de la mediación de Larbaud y Morel, como puede verse en los casos (g), (l) y (n). El único indicio sobre el posible uso por Otero Pedrayo de la traducción fragmentaria francesa de 1924 es muy colateral: se sabe que el círculo de Nós conocía la revista Commerce, según se desprende de la nota de la sección “Os homes, os feitos, as verbas” del número 37, del 15 de enero de 1927, en la que se dice: “Commerce (anuncia pra iste mes inéditos de Nieissche [sic], Valery, i-on anónimo do sigro xiv: Brûlement d’un heretique” (Anónimo 1927: 15). Sobre el texto fuente en inglés, Vicente Risco (1926: 4) dice en la presentación de la obra de Joyce que “Ulysses é un volume de 732 páxinas in-quarto, en letra miuda. Ten 18 capítulos, sen título e sen númaro”. Un ejemplar de estas características y perteneciente a los fondos de Otero Pedrayo, correspondiente a la séptima edición (diciembre de 1925), se guarda en la Casa Grande de Cimadevila, sin firma ni ningún tipo de anotación.29 El libro no fue leído en su totalidad, ya que muchos cuadernillos permanecen intonsos. Las secciones del libro que sí se tradujeron por Otero, sin embargo, están cortadas. Aunque Otero Pedrayo hubiese tenido acceso a la traducción fragmentaria de Larbaud y Morel de 1924, una lectura contrastiva que no esté predeterminada por una visión de dependencia (como sucede en el caso de McKevitt y que con tanta asiduidad se practica en el caso de las literaturas pequeñas) muestra que tanto los errores como los aciertos creativos de Otero Pedrayo pueden ser propios y no tienen por qué deberse a Larbaud y Morel. Esta posibilidad sería consecuente tanto con la fórmula que propone la traducción (“Anacos da soadísema no-

29 En una inspección personal de los libros pertenecientes a Otero Pedrayo, no encontré ninguno con anotaciones y/o señales suyas de lectura. Por lo que a la firma se refiere, hay ejemplares tanto firmados como no firmados.

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vela de James Joyce, postos en galego do texto inglés”; el énfasis es mío) como con el énfasis en la primacía gallega de la traducción. Cuando en el número del 1 de noviembre de 1927 de La Gaceta literaria Ivan Goll publicó un trabajo sobre Joyce seguido de una traducción fragmentaria del Ulysses que se presentó como “traducción primera en España, según creemos, de este espléndido libro” a cargo de Ernesto Giménez Caballero (G. C. 1927: 3), la reacción desde Nós fue inmediata, el 15 de noviembre de ese mismo año: Os leitores de “Nós” saben, e os homes do “meridiano” iñoran pol-o visto, que n-iste noso boletín, [...] pubricáronse traducidos direitamente do inglés ô galego por Ramón Otero Pedrayo, uns anacos dos mais característecos da novela de Joyce, qu’ocupaban nove páxinas. Un traballo informativo biográfico e bibriográfico detallado en col de Joyce, formando parte dos estudos sobre “A moderna literatura Irlandesa”, de Vicente Risco, [...] tamén descoñecido, crar’está, no “meridiano”. A non ser qu’iles pensen qu’estas traduciós e estudos de Joyce, feitos en Galiza e en léngoa galega, non foron feitos na Hespaña. E crar’está que non-o foron na Hespaña estreita, unilateral e pequena que se rixe pol-o meridiano consabido... (Anónimo 1927: 16; el énfasis es mío).

Parece difícil pensar que se publicitase el carácter directo de la traducción del inglés al gallego por Otero Pedrayo si la traducción de Larbaud y Morel de 1924 hubiese tenido un papel importante de mediación, máxime cuando los trabajos de Larbaud sobre Joyce eran conocidos para el “meridiano”, como testimonia Antonio Marichalar (1924: 180), cuyo estudio (que incluye la traducción fragmentaria al castellano de 1924) fue conocido por Risco.30 Se vuelve así a la

30 Mientras que en los textos de 1926 de Risco no hay mención alguna del trabajo de Marichalar, en su nota de 1954 dice: “[A]lrededor de 1920, poco más o menos, había leído yo numerosos y extensos fragmentos de Ulysses, unos en inglés, otros en francés, otros en castellano, otros en gallego” (Risco 1954: 6). Una comparación de su texto de 1926 acerca del Ulysses con el texto de Marichalar muestra que algunos pasajes se toman literalmente de este. Discrepo, por tanto, de McKevitt, quien afirma que Risco depende para sus datos del estudio de

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debatida cuestión sobre los conocimientos de inglés por parte de Otero Pedrayo, negados implícitamente en la argumentación respecto de la dependencia de la traducción de Larbaud y Morel de 1924: “[C] onsultou o texto francés cando se sentiu inseguro ante o significado do texto inglés, ou ben cando quixo un enfoque alternativo para a tradución” (McKevitt 2003: 48). Un día antes de la publicación de la traducción gallega en Nós el 15 de agosto de 1926, Otero Pedrayo envió a su madre una carta desde el Gran Café Áncora de Santander en la que le dice: “Yo entretengo parte de la tarde dando lección de inglés con un profesor muy bueno, hombre de extraordinaria cultura” (Otero Pedrayo 2007: 320). El pasaje solo nos informa de los estudios de inglés por Otero Pedrayo; en todo caso, como ya he comentado, no parece lógico ni que sus inseguridades se limitasen a una sección de 13 líneas, ni que, de encontrarse tan inseguro, no hiciese un uso más extenso de la traducción francesa de Larbaud y Morel. Dudar de las competencias lingüísticas de Otero Pedrayo quizás sea un trauma propio de la crítica “menor” en las literaturas pequeñas. Lo mismo podría decirse de la sorpresa motivada por el hecho de que, en la traducción de Otero Pedrayo, los cuarenta y cinco fragmentos de “Ítaca” precedan al fragmento de “Cíclopes”, que en la ordenación del libro joyceano es anterior. Compruébese en la tabla 1 cómo esta estrategia traductológica es única en el panorama de las traducciones fragmentarias hasta 1926, lo que supone que Otero Pedrayo tuvo una visión propia de cómo llevar a cabo la introducción del Ulysses en la literatura gallega, que, ciertamente, no fue la de Larbaud: “[D]onner en un minimum d’espace un aperçu du contenu et de la forme de Ulysses” (L. 1924: 123). Más que las supuestas dependencias y colaboradores (¿el anónimo profesor de inglés?, ¿algún miembro de Nós?) en la traducción al gallego, entiendo que la cuestión fundamental es

Larbaud, incluido lo relativo al número de páginas de la primera edición del Ulysses (McKevitt 2003: 14). Aunque el estudio de Larbaud se publicó en abril de 1922 y la primera edición del Ulysses es de febrero de ese mismo año, Larbaud reproduce la información contenida en su conferencia del 7 de diciembre de 1921; de ahí que afirme: “[L]es quinze chapitres qui, avec les trois premiers, constituent le livre entier, environ 800 pages” (Larbaud 1922: 399).

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que el lector de Nós leyó el Ulysses tal y como fue ofrecido por Otero Pedrayo. Fue “su” Ulysses y el Ulysses, en definitiva, que se aclimató al sistema literario gallego. Para el lector de Nós, lo que tenía entre las manos era el Ulysses, unos “anacos da soadísema novela de James Joyce postos en galego do texto inglés”. La obra del escritor que mayores debates suscitó en la época emigró y se instaló desde el inglés al gallego; “postos en galego”, y no traducidos. Con independencia de los cauces seguidos en la traducción, lo cierto es que se sitúa al lector, con los fragmentos seleccionados de “Ítaca”, en el paseo iniciado por Leopold Bloom y Stephen Dedalus para dar inicio a un diálogo cuyo contenido se anuncia: “De que falou o duumvirato ô longo do itinerario? Música, literatura, Irlanda, Dublín, París, amizade, muller” (Otero Pedrayo 1926: 3). El paseo dublinesco, atravesado por imágenes de circulación y conexión acuática, transcurre desde el “Depósito de Roundwood no condado de Wicklow”, pasando por “a corrente ô abril-o grifo” (Otero Pedrayo 1926: 5), hasta llegar al pasaje urinario: “As trayeutorias das suas mexadas primeiro seguidas, logo ô tempo foron desemellantes” (Otero Pedrayo 1926: 9). Como el agua, circulan entre ellos preguntas y respuestas, que Otero Pedrayo (re)construye a través de fragmentos de “Ítaca” para concluir con la despedida de los protagonistas, un fragmento extraído de “Cíclopes”, entre los que el zurcido es tan sutil como perfecto pese a la inversión del orden del texto fuente, como insistentemente ha subrayado la crítica, entre “Ítaca” y “Cíclopes”. Pero ¿acaso no escribió Joyce antes “Penélope” (libro 18) que “Ítaca” (libro 17)? En la sección oteriana previa a la despedida, Leopold y Stephen negocian sus diferencias y reconcilian culturas diferentes para concordar en que prefieren “unha maneira continental de vivir, que insular, unha residenza cis-atlánteca que tras-atlánteca. Os dous traballados por esperiencias domésticas e por herdada forza de resistenza heterodoxa profesaban sua descreenza pra moitas doutriñas ortodoxas relixiosas, sociás, nacionás i-éticas” (Otero Pedrayo 1926: 3). Y todo esto en un marco dialógico que el mismo Joyce definió como “the form of mathematical cathecism” (apud Ellmann 1982: 501). Se cierra el paseo con un fragmento de “Cíclopes” que subraya la necesidad de ir más allá de visiones políticas estrechas. “O derradeiro adiós

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foi impresionante por certo” (Otero Pedrayo 1926: 9). Arranca este adiós precisamente en la línea que sigue al brindis “Sinn fein” (Joyce 2008: 293) y continúa hasta una nueva circulación acuática —“ríos de bágoas pol-os condutos lacrimaes” (Otero Pedrayo 1926: 11)— con ocasión de una promesa matrimonial. Los intelectuales de Nós y los lectores de la revista ante este Ulysses no pudieron pasar por alto cómo se inscribía esta obra en la tradición literaria gallega. De 1889 es el primer best seller gallego, el Catecismo do labrego, de Valentín Lamas Carvajal, que reproducía la estructura del Catecismo da doutrina católica para satíricamente hacer visible el padecimiento de los campesinos bajo los caciques. El “pequeño” Ulysses oteriano viene a ser un tercer catecismo, un nuevo estrato paródico que celebra la reconciliación de culturas diferentes al tiempo que abre la narrativa gallega, de corte histórico (con Antonio López Ferreiro) y naturalista-costumbrista (con Francisco Álvarez de Nóvoa), a la modernidad literaria con que una pequeña nación (Irlanda) sacudió Europa. Galicia tampoco podía ser ajena a esa conmoción una vez que el Ulysses fuese “posto en galego”. Con O porco de pé en 1928, Vicente Risco renovó la narrativa gallega a través de una sátira del castellano (Don Celidónio) que llega a ser alcalde de una ciudad gallega. Un año más tarde, Risco trasladó a Stephen desde Dublín a Compostela para reiterar, con el propio autor en el diumvirato, el paseo joyceano de Leopold y Stephen por Dublín que Otero Pedrayo aclimató al gallego y a su literatura con su traducción. Mientras tanto, el propio Otero Pedrayo con Arredor de si en 1930 y Devalar en 1935 elaboró el equivalente gallego del Bildungsroman que es A Portrait of the Artist as a Young Man. Es cuando menos sorprendente que la crítica llame insistentemente la atención sobre la primacía en el contexto ibérico de la traducción del Ulysses al gallego, cuando lo verdaderamente crucial es el hecho de que esa traducción se hiciera a una lengua de difusión limitada con un repertorio en una situación de clara desventaja en relación con otras lenguas semejantes, como el croata, el esloveno o el catalán. Tal vez esto explique por qué la estrategia traductológica de Otero Pedrayo es única. Mientras algunas lenguas “mayores” podían permitirse ofrecer una selección del Ulysses con afán de totalidad, como la francesa en

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1924 y la alemana y la rusa en 1925, y otras lenguas podían optar por introducir de forma directa los pasajes más rupturistas, como el castellano (rioplatense) en 1924-1925, la auténtica primacía de la traducción oteriana radicó en aclimatar, “pór en galego”, y no traducir. En mi lectura, esa aclimatación está indisolublemente ligada al género del catecismo. La novedad no obedece por tanto a una traducción unos años anterior a otras en España, sino a una postura radical de Galicia, al igual que Irlanda, como proveedora de vanguardia y, en consecuencia, a la crítica, también radical, de su condición periférica frente al “meridiano” mencionado por Risco, que no es otro, claro está, que el Greenwich madrileño (con la venia de Casanova 2001 [1999]: 122-142) de Guillermo de Torre. El carácter fundacional de la traducción oteriana no radica en una primacía cronológica en el espacio ibérico propia de un modelo competitivo, sino en la inauguración de una estrategia microcosmopolita de traducción que atestigua la diversidad y complejidad de las unidades pequeñas (Cronin 2006: 15) “desde un finisterre cultural tan poco integrado en los grandes movimientos occidentales como es, por incuria propia e ignorancia ajena, el nuestro” (Villanueva [1994]: 72). *** Cualquier investigación futura sobre las relaciones entre las literaturas pequeñas y la literatura mundial deberá enfrentarse al problema terminológico del campo de las literaturas pequeñas/menores, del que aquí solo he podido ofrecer una aproximación preliminar. En caso contrario, proseguirán la confusión, las atribuciones erróneas y la formulación de nuevos conceptos que, en ocasiones, solo logran enmarañar aún más el campo de estudio. En 2006 Heinrich Stiehler propuso tres situaciones paradigmáticas para que una literatura sea “pequeña” (klein): a) circulación limitada, b) número limitado de autores y c) vocabulario y repertorio de formas limitados. No se realiza ninguna referencia a la formulación de Kafka, pero aun así surge el interrogante sobre las conexiones entre ambas caracterizaciones ternarias. A partir de la propuesta de Stiehler, Jordan Ljuckanov defendió en 2014

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aplicar la denominación de literatura “pequeña” (small) solo al caso primero y, muy parcialmente, al segundo. Y en el conjunto de las literaturas pequeñas, Ljuckanov distingue una agrupación específica, “those which belong neither to colonial empires (consider Portuguese, Dutch) nor to colonised countries and/or peoples” (Ljuckanov 2014: 287), un “neutral, or second-world group of literatures which continues to exist in a still lasting postcolonial situation (consider Persian, Turkish, Ethiopian, Siamese, etc. literatures)” (Ljuckanov 2014: 288). En función de ello, propone una tipología ternaria por la que núcleo, semiperiferia y periferia tendrían su equivalencia literaria en literaturas dominantes (dominant), pequeñas (small) y menores (minor), respectivamente. Bergur Rønne Moberg, por su parte, únicamente menciona en 2017 lo que aparenta ser una clasificación —“Minor, Small and Ultraminor” (Moberg 2017: 199)— de cuyos términos solo define el último: son literaturas ultramenores aquellas en las que existe a) una relación entre el tamaño ultramenor y sus condiciones geográficas, históricas y culturales, y b) una relación entre el tamaño ultramenor y una sensación de privación, y donde c) esa privación se convierte en una oportunidad para convertir lo pequeño en un mundo en sí mismo (Moberg 2017: 198). Sin referencia alguna a Kafka, pero sí a Deleuze y Guattari, para Moberg la literatura feroesa es un caso paradigmático de literatura ultramenor. También en 2017, y basándose asimismo en Deleuze y Guattari, Bhavya Tiwari ve, en cambio, en la literatura malabar un claro ejemplo de literatura “menor” (minor). Además de aclarar el problema terminológico, aquello que Galin Tihanov (2014) ha llamado la ambigüedad del proyecto, los estudios en este campo habrán de aprovechar datos, herramientas y métodos de la sociolingüística para las lenguas de menor difusión. A la luz de lo expuesto se comprenderá que no es arbitrario el hecho de que, entre los distintos acercamientos a las literaturas pequeñas en clave mundial, no haya ningún trabajo representativo que pueda adscribirse a la genealogía filológica. Para David, esta genealogía se conformó a partir de las relaciones vislumbradas por Goethe entre Weltliteratur y traducción, y en su marco “‘[w]orld literature’ [...] has the diversity of languages as a philological background; it engages an imaginary of the

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more or less difficult passage of texts from one language to another [...] ‘World literature’, from this point of view, helps with getting one’s bearings in the Tower of Babel” (David 2013: 14-15). A este respecto, resulta en extremo interesante que el ejemplo de la literatura yidis proporcionado por Kafka esté conectado con la literatura mundial en el ensayo de 1939 antes mencionado de Melech Ravitch, pseudónimo de Zecharie Khone-Bergner, quien nació en la Galicia polaco-ucraniana, debutó como escritor en Varsovia y comenzó a traducir a Kafka al yidis en 1924. Veo un anticipo simbólico de esta conexión en las condiciones similares en que ambos conceptos —Weltliteratur, en el caso de Goethe, y kleine Literatur, en el de Kafka— se formularon. Mientras que Goethe bosquejó su noción de Weltliteratur en un problemático texto autobiográfico (las Gespräche tal y como fueron elaboradas por Johann Eckermann) tras leer un texto “exótico” (una “novela” china), Kafka bosquejó su noción de kleine Literatur en un problemático texto autobiográfico (los Tagebücher tal y como fueron inicialmente compilados por Brod) tras asistir a una opereta yidis (Sulamita, de Abraham Goldfaden). Y ambos pasajes son un capricho navideño sucinto, ambiguo, en el que los conceptos en cuestión no se definen y, muy probablemente por ello, han suscitado y siguen suscitando debate. Tal vez una exploración en todas sus implicaciones, de la que aquí solo he ofrecido una mínima muestra, de ese diálogo virtual entre Goethe y Kafka pueda sentar las bases de una futura literatura comparada “pequeña”, que habrá de dilucidar, entre otros objetivos, si, frente al léxico propio del mercado en el caso de las literaturas “mayores” en cuanto constitutivas de la literatura mundial, las pequeñas literaturas no serían mejor comprendidas mediante una economía literaria alternativa basada en la adaptación más que en la competencia. Ello, y parece haberlo intuido Ravitch cuando afirmó que la literatura yidis es una “literatura mundial expresiva que carece de mercado”, redundaría sin duda en una comprensión también distinta de la literatura mundial.

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Lo social, lo político y lo literario La sociología de la literatura en las coordenadas de su disgregación Arturo Casas

Ahí está la verdad de la literatura, que es, como Pablo Picasso gustaba decir del arte en general, una mentira que nos hace caer en la cuenta de la verdad. Darío Villanueva

En las páginas que siguen se fijará la atención en algo reiterado y difícilmente rebatible: la literatura es y constituye un hecho social. Acaso no sea solo esto que se afirma, ni deba reducirse a ese plano, pero pocos cuestionarán que en la literatura, como en el arte, comparece esa dimensión de manera nuclear y a la vez radial. Y que lo hace más allá de cualquier delimitación que se desee aplicar a la propia idea de la literatura y lo literario en sus diversas manifestaciones históricas, incluidas las más remotas o las más recientes. No solo porque el lenguaje natural sea ya un hecho social, quizás el hecho social por antonomasia. No solo porque toda materialización suya configure un discurso, un acto ético ligado a la presencia del otro que define al sujeto enunciador, tal como lo pensó Mijaíl Bajtín (2015); y se sustancie además como la concreción de una formación discursiva, entendida esta con Michel Foucault (1969) como el conjunto de reglas que condicionan el ejercicio de las funciones enunciativas en cada momento y lugar, en consecuencia como algo en lo que en una u otra medida interviene el poder, los diferentes poderes.1 Y tampoco solo porque la literatura, de

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De ahí su conexión con otro concepto foucaultiano, el de dispositivo, de notable rendimiento en autores como Giorgio Agamben. Para este, un dispositivo es

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nuevo como el arte, resulte una realidad impensable al margen de la cultura, dicho esto en perspectiva tanto antropológica como semiótica; por consiguiente, teniendo presentes nociones de obvia proyección social, entre ellas la de modelo, ineludible para la antropología cultural ya desde Ruth Benedict (1934), o la de sistemas modelizantes primario y secundario, que es uno de los ejes de la semiótica de la cultura de Iuri Lotman (1982 [1970]: 17-46). La literatura constituye un hecho social y político, por motivos como los que se acaban de esbozar, cuya entidad es incontrovertible, y por otros más, varios de los cuales irán compareciendo en lo que sigue. 1. Un hecho social Es significativo que sea ya así si atendemos a la primera definición que la sociología naciente promovió de lo que entendía por un hecho social. Esa definición, posteriormente cuestionada desde distintos ángulos, se debe a Émile Durkheim (1997 [1895]: 38-52). Aunque no fue formulada de modo inequívoco, sí planteó dos sentidos complementarios y en puridad correlativos para la aplicación del concepto. Por una parte, el hecho social se haría reconocible por el poder de coacción exterior que ejerce o puede ejercer sobre los individuos. Por otra, se daría solo si su difusión y extensión fuese general y alcanzase a la totalidad de una sociedad determinada, con independencia de las variantes individuales en las que se manifieste después a la hora de sentir, pensar o actuar los miembros de aquella sociedad. Sin duda, hay algo de confuso en esta propuesta durkheimiana, que probablemente haya que interpretar como resultado del momento auroral del

“todo aquello que tiene, de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos” (Agamben 2011 [2006]: 257). Recuérdese ahora que un sujeto sería para este autor el resultado —el producto— que un proceso de subjetivación activado por un dispositivo produce sobre un ser vivo. La literatura, como el lenguaje, la cultura o el arte, sería un dispositivo entre otros, ligado a sus específicos procesos de subjetivación y a la correspondiente producción —sin duda, social y política— de modelos y sujetos.

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método que se exploraba y por su diálogo más o menos tácito con la antropología (por ejemplo, a propósito de la relación entre reglas y acciones o prácticas) y con la psicología (en este caso, por lo concerniente a la conexión entre conciencia individual y conciencia colectiva). Pero no se piense que esas vacilaciones se corresponden solo con aquel final de siglo. Más de cien años después regresan y persisten, como podría comprobarse, por ejemplo, prestando atención a la revisión en clave etnográfica y psicológica a la que la sociología de Bernard Lahire —por él mismo descrita como una sociología “a escala individual”— somete las propuestas de quien fue uno de sus principales referentes, Pierre Bourdieu. Aunque, para ser precisos, el propio Bourdieu, lo mismo que algunos otros sociólogos de renombre, como Richard Sennett, ha sido permeable en su dedicación sociológica a una recepción bastante desembarazada de pautas etnográficas y antropológicas, optando incluso en ocasiones por formatos narrativos. Lo que interesa destacar ahora, además de la dialéctica que se ha sugerido entre reglas o modelos y actos o prácticas, es otra clase de tensión, omnipresente no solo desde ópticas más o menos idealistas cuando se trata de pensar el vínculo entre lo social, lo político y lo literario o, en general, lo artístico. Esa tensión recorre un amplio arco de posiciones, desde las que desorbitan la libertad artística individual, supuestamente no sujeta a determinaciones externas, hasta las que cultivan un sociologismo mecanicista sin margen para lo no precondicionado en sentido social y político, aunque en medio hay por fortuna una larga serie de propuestas, entre las cuales citaré nada más, a título ilustrativo, la que representa Jérôme Meizoz y su idea del autor literario, o del artista en general, en su dimensión escénica y de autorrepresentación, que junto con la intervención de diversos actores sociales lo situaría como un verdadero fetiche institucional (Meizoz 2016: 13). Es obvio que se está apuntando con todo ello a la cuestión de la autonomía del arte, enfocada bajo prismas muy plurales al menos desde hace un par de siglos. Una autonomía que para algunas propuestas sociológicas, como la debida a Bourdieu (1995), se mediría únicamente bajo escalas relativas (no existiría en sentido absoluto o pleno), y que para otras algo más recientes habría que calibrar ya bajo rúbricas alternativas, entre ellas la de posautonomía, explorada a más

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de una luz (Lahire 2006, García Canclini 2009, Rancière 2011: 103117).2 Ciertamente, se está hablando en simultaneidad de la compleja comunicación entre disciplinas diferentes que comparten un sector común de objetos de estudio, a veces con fronteras interdisciplinares inestables, fluidas, deconstruidas. De un lado, si bien se hará preciso operar con más de una clase de escalas, la sociología y las otras ciencias sociales; del otro, el conjunto de lo que todavía seguimos entendiendo por estudios literarios o, más en general, lo que pueda ser inscrito en el conocimiento sobre las artes. Por tratar de cifrar una parte de lo que hasta aquí se ha introducido —aunque el fondo sea más complejo y apunte críticamente al constructivismo—, podría recurrirse a una frase bastante expresiva de Antoine Hennion, quien comparte dedicación a la musicología y a la sociología como investigador adscrito al afamado Centre de Sociologie de l’Innovation (CSI) de la actual Mines ParisTech. La frase aparece en un reciente balance sobre la evolución de sus propias posiciones teóricas desde los pasados años setenta. En ese lugar señala que su ingreso en el CSI lo efectuó con el objetivo de “hacer una sociología de la música que no se produzca contra ella, sino con ella” (Hennion 2017: 4). Sintomático, sin duda. Por otra parte, para finalizar estos prolegómenos, parece apropiado indicar de modo sucinto algo sobre los engarces anunciados en el título del capítulo entre lo social, lo político y lo literario, aunque debe anticiparse que esta serie no es la única que el capítulo habrá de considerar. La atención preferente se va a prestar, sin afán de sistematicidad

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Complementariamente, la autonomía es uno de los elementos que, en el examen sociológico-pragmático de las que consideran dos tradiciones críticas del capitalismo y sus respectivas “fuentes de indignación”, vertebran lo que Luc Boltanski y Ève Chiapello (1999) denominaron crítica artista, por contraste con lo que representaría la crítica social. Esta última reposaría sobre la aspiración a una igualdad solidaria frente a la explotación y la distribución injusta de la riqueza y tendría su referente mayor en el marxismo. La primera se inscribiría en un ideal de máxima libertad individual de pensamiento y creación, con referente en la actividad de artistas e intelectuales —el caso de Charles Baudelaire es mostrado como paradigmático— frente al mercantilismo cultural burgués y la alienación. Para los autores, la actividad artística, de suyo no igualitarista, acabó funcionando como modelo de la economía neoliberal.

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ni exhaustividad, a aspectos sociales y políticos que interesan a la sociología de la literatura en sus programas activos, pero se ha pensado que algunos de los debates de la actual sociología del arte podrían contribuir a iluminar parcelas de provecho para una sociología de la literatura que necesariamente debería practicar más y mejor la reflexividad epistemológica y alejarse de la autocomplacencia. Añádase a ello que a partir del dinamismo actual de la sociología del arte podrían suscitarse alternativas que tal vez no se hayan explorado de forma suficiente en relación con la literatura. Como es lógico, tampoco cabe abstraerse de la progresión de la propia sociología, la teoría política y las demás ciencias sociales en tiempo reciente. Por otra parte, convendrá la aclaración de que las formulaciones lo social y lo político se utilizarán en ocasiones en un sentido no marcado, mientras que en otros casos se introducirán a la luz de conceptualizaciones específicas que se explicitarán convenientemente en relación con su utilización por parte de autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Alain Badiou o Jacques Rancière entre otros, a menudo para un examen crítico de conflictos, antagonismos y hegemonías. En realidad, una de las ideas de fondo consiste también en explorar si cabe pensar en una nueva sociología de la literatura. Tal vez como una sociología de lo literario. 2. Excurso no solo aristotélico: POÉTICA y POLÍTICA frente a frente Al menos en el mundo que tenemos por occidental, las primeras consideraciones teóricas del fenómeno literario prestaron atención a la identificación del sujeto discursivo que toma la palabra en cada texto o segmento suyo, así como a la distribución y posible agrupación de las voces sucesivas, con diferenciación entre las individualizadas y las grupales o corales. En Grecia y en Roma, tanto desde un punto de vista retórico como desde una perspectiva asociable con la poética, esta clase de discernimiento se ligó a aspectos que no habría dificultad en catalogar como funcionales, no solo en la comprensión de la lógica de los géneros literarios sino también bajo coordenadas más amplias, que no sería impropio clasificar como de índole ético-política.

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Así, en el desarrollo inicial del pensamiento teórico sobre la especificidad de aquellos géneros frente a la filosofía, la historia, el discurso retórico, la música..., el para qué del ordenamiento textual literario y sus elementos constituyentes localizó vínculos, cierto que nunca suficientemente desarrollados en lo que hasta nosotros ha llegado, con una dimensión comunitaria y política diferenciada, que cada texto concreto estaría en condiciones de explorar siempre en parangón con su modelo teórico y canónico. Habría política en la acción trágica que desplegaba como ficción un proceso de acontecimientos referidos, y la habría, sin duda —Platón lo supo bien—, en las relaciones trazadas entre aquella acción precisa, con su específico anclaje mítico e histórico, y el presente efectivo (y afectivo) de los espectadores, el público. Ello, por ejemplo, a propósito de la virtud, la buena vida, la amistad, la felicidad, la justicia, la democracia, la estabilidad, la constitución (politeía), el Estado..., todo cuanto Aristóteles detalló en sus Éticas o en su Política con innegable sentido crítico y, por supuesto, ideológico. Para algunos historiadores, G. E. M. de Ste. Croix (1988 [1981]: 89-102) entre ellos, incluso con una profunda capacidad de análisis sociológico empírico, asentado en principios epistemológicos similares a los que organizan su Poética.3 Ese análisis, observa Ste. Croix, habría conducido a Aristóteles a aceptar, como Karl Marx, que “el principal factor que determina el comportamiento político de la mayoría de los individuos es la clase económica” (95), y que este concepto, ampliable según Ste. Croix al subsiguiente de lucha de clases, sería no solo de perfecta aplicación al mundo griego antiguo, sino que además se correspondería “de manera sorprendente con los puntos de vista de los propios griegos” (100).4

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De fundamentación mereológica, por estudiar las partes en relación con ellas mismas y con la totalidad en la que se inscriben. Doležel (1997 [1990]: 31-58) ha analizado la Poética aristotélica a esta luz. En su análisis del autor como el mayor experto en sociología y política de la polis griega, Ste. Croix observa además que, descartada la posibilidad de cambios estructurales en la distribución de la riqueza, Aristóteles estableció la superioridad de la llamada constitución mixta, garante de la soberanía de todos los ciudadanos en los planos deliberativo, legislativo y judicial, sobre cualquier otra alternativa a

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Con independencia del grado de acierto de lecturas como la de Ste. Croix, una cuestión surge de modo ineludible. Teniendo presente que los operativos metodológicos aristotélicos no varían en exceso en el conjunto de su producción y sobre todo que estamos ante el autor de la primera obra sistemática sobre teoría literaria, es llamativo que sus tratados sobre ética o política —que sí dialogan entre ellos, a veces de forma expresa— no concreten demasiado sobre aspectos artísticos o literarios. En la Política, por ejemplo, pese a tratarse con pormenor asuntos como el de una vida feliz, el del ocio o el del buen orden urbano, susceptibles de derivar hacia cuestiones sobre el teatro y la literatura, se hace referencia a poco más que el aprovechamiento educativo de la música, la inconveniencia del teatro cómico para los menores de veintiún años o el placer que origina la imitación artística en la pintura y en la propia música (en esto último sí puede anotarse una conexión directa con el capítulo cuarto de la Poética). En las últimas páginas se introduce además un apunte sobre catarsis y música, y se indica explícitamente, lo cual es excepcional, que sobre la catarsis se habla con más detalle en la Poética, cabe pensar que en el perdido libro II. Por los asuntos que examina, quizás sea incluso más sorprendente que la Ética nicomáquea se limite a anotar alguna ejemplificación sobre virtudes y vicios con la obra de Homero, la de Sófocles o la de Eurípides, además de hablar brevemente sobre el arte (1140a), como veremos de inmediato. Es asimismo notorio que la Poética no contenga reflexiones sustantivas de orden político a propósito de la tragedia (y lo trágico) o la epopeya, en especial sobre sus procesos históricos, esbozados en el capítulo cuarto; ni de nociones como mímesis y catarsis, o, en conexión con ellas, de la cuestión del público teatral; o tampoco en relación con el pensamiento, una de las seis partes de la tragedia mencionadas en el capítulo sexto. Y ello,

la hora de conciliar y reconducir los conflictos de intereses entre ricos y pobres, originadores de la tensión histórica entre oligarquía y democracia y, más en lo concreto, de numerosos disturbios sociales. Ste. Croix destaca el hecho de que Aristóteles no se desentendiera de la existencia de otra clase, la de los individuos con una posición relativamente acomodada.

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por mucho que en algún lugar, como el capítulo vigesimoquinto, se trace alguna comparación entre arte poética y arte política sobre la cuestión de fondo de la verosimilitud y la necesidad lógica; o que en el capítulo segundo se introduzca, brevemente, una clasificación ética y política de los personajes, complementada en el decimoquinto desde la noción de caracteres. Nada de este espesor justifica la lectura, que en ocasiones se ha hecho, de una supeditación de la Poética a la filosofía política aristotélica. Como en su día señaló Gerald Else y recuerda Doležel (1997 [1990]: 32), la extrañeza sobre la ausencia de reflexión epistemológica en la Poética se incrementa por el hecho de que Aristóteles no llegase a esquematizar tampoco una propuesta sobre las relaciones entre las distintas formas de conocimiento que él mismo puso en práctica en su etapa de madurez, en obras como las ya citadas. En el comienzo del libro VI de su Metafísica y también en el lugar equivalente de la Ética nicomáquea, sí dispuso una clasificación de los diversos tipos de conocimiento y verdad científicos. Según esta partición, no siempre coherente en todos sus extremos (y menos en el que aquí más nos importa), habría de diferenciarse entre las epistemes técnica, teórica y práctica. En la primera de ellas Aristóteles encuadra la poética junto con otras artes productivas, es decir, las sujetas al idear y hacer, a todo cuanto lleva a que devenga en ser, por mediación de un hacedor, lo que antes era susceptible de ser y de no ser.5 La segunda, la teórica, se

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En diálogo con las nociones de conatus en Baruch Spinoza —la esencia de las cosas sería el deseo de perseverar en lo que son— y resistencia en Gilles Deleuze —el acto de crear presupondría resistir contra algo—, Agamben (2016 [2014]: 35-50) ha mostrado las complejidades de la propuesta aristotélica para definir qué sea la creación literaria y ha establecido, asimismo, las bases de lo que anuncia como una poética y una política de la inoperosidad. La creación no consistiría para Agamben en algo tan simple como el paso de la potencia al acto, pues en medio habría que situar la categoría que denomina potencia-de-no, que incorpora al acto creativo las dimensiones contingente y crítica, además de otra primordial, la de la citada inoperosidad, que conllevaría la autorreferencialidad (así, por ejemplo, el poema del poema). De este modo, y en ello cabe señalar una nueva perspectiva sobre la cuestión de la autonomía del arte, el acto creativo implicaría siempre la dialéctica entre un elemento impersonal previo al sujeto

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dirigiría según Aristóteles al conocimiento de la naturaleza, donde se encuadran no solo la matemática y la física, sino también la teología. En la tercera, que es la práctica, sitúa ética y política, orientadas al actuar. El caso es que la poética y otras posibles formas de conocimiento técnico o productivo incorporan también una dimensión práctica e incluso crítica (Doležel 1997 [1990]: 34 y 47-53), particularidad que enreda de modo notable la divisoria entre poética y poesía, o más en general entre epistéme y téchne —vocablos intercambiables a veces en Aristóteles cuando habla de ciencia productiva (Doležel 1997 [1990]: 53-54)—, y que, por otra parte, abona la hipótesis de la imposibilidad de una teoría literaria o de las artes acrítica. Al respecto de lo que se está tratando, ocurre incluso, y lo destaca Ste. Croix (1988 [1981]: 102), que aspectos centrales en las Éticas aristotélicas, como el prestigio (timé), apenas ofrecen rendimiento, contra lo que sería esperable, en su Política. En todo ello cabe señalar una suerte de indicio de lo que ocurrirá durante muchos siglos más; esa especie de incomunicación epistémica por la cual, entre otras cosas, el conocimiento sobre lo literario pudo abstraerse de la consideración de cuestiones éticas y sociopolíticas — sigue haciéndolo bajo determinadas teorizaciones—, y, en sentido recíproco, las propias ciencias sociales, desde su constitución hace siglo y medio, pueden asumir como algo no especialmente inquietante su relación poco fluida con las artes, y de manera especial con la literatura y su uso anómalo de la lengua, y también con los saberes y ciencias que de ellas se ocupan —algo que tampoco ha dejado de ocurrir, si no aplicamos planos de detalle sobre esta o aquella excepción—. Por otra parte, recordaremos ahora con Bajtín (2019: 79-80), pese a las matizaciones que su propuesta demandaría en este punto, que hasta la aparición de las poéticas descriptivas del siglo xix es en la práctica inútil tratar de localizar en las sucesivas teorizaciones sobre el sistema de géneros literarios (las sucesivas poéticas), otras marcas que

creador (la potencia-de) y un elemento personal que se resiste al anterior como tenaz potencia-de-no (42-44). Agamben cree que el estilo depende de esas dos potencias en conflicto.

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las de organicidad, jerarquía, canonicidad, totalidad y coexistencia armónica de las distintas modalidades activas en cada periodo histórico. De modo que solo con la irrupción de la novela, y su quedarse aparte, ese orden se vino abajo. De ello sería síntoma para Bajtín la novelización progresiva de todos los géneros a partir de la segunda mitad del siglo xviii, así como la necesidad desde entonces de que toda literatura asumiera como problema propio su relación con la realidad y con la contemporaneidad. Sobre tal base, concluye Bajtín (2019: 83), obligatoriamente la poética o teoría de la novela tuvo que diferenciarse drásticamente de cualquier otra poética referida a cualquier otro género. Como se sabe, una de las pautas de esa diferenciación, y también de ese encuentro inevitable con la realidad histórica, la proporciona el diálogo de la teoría de la novela con los caminos abiertos a partir del siglo xix por la sociología y las otras ciencias sociales y por el materialismo histórico. 3. Encrucijadas y afluencias en el estudio de lo social-literario A escala global, en sus dimensiones epistemológica, metodológica y académica, la sociología de la literatura se ha constituido en el último medio siglo de modo inestable, inconstante y, en términos generales, pudiera afirmarse que insatisfactorio como sector diferenciado de los estudios literarios; también como sector autónomo y legitimado de la propia sociología. Se diría que ha perdido incluso algo del vigor y atracción intelectuales que como especialidad reconocible y relativamente unificada alcanzó en el debate público y en el mundo académico internacional en algunas fases del siglo xx. Fases, cohesión y programas de investigación que, en cualquier caso, pocos evocarán hoy con nostalgia, dado que todo resulta bastante más complejo de entender, analizar y razonar en el tiempo presente, marcado por la emergencia de nuevos vectores, sujetos, parámetros, especialidades y métodos de análisis que, de forma inexcusable, han de ser contemplados en cualquier aproximación, sociológica o no, al hecho literario. Asistimos por tanto a un fenómeno paradójico: la sociología de la

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literatura se disgrega, pero los estudios literarios son cada vez más sociológicos (o menos ajenos a la sociología). Incluso se habría reforzado, tanto desde el periodismo como desde la investigación académica, lo que Paul Dirkx (2000: 12-18) ha clasificado como sociología espontánea de la literatura. Consecuencia de lo señalado es, de nuevo en perspectiva global, la floja institucionalización de la sociología de la literatura como disciplina, que solo en Francia, y en menor medida en ciertos núcleos europeos de su órbita de influencia directa (la Bélgica y la Suiza francófonas) y en Quebec, ha alcanzado en el tiempo del que aquí se habla un cierto estatus y el reconocimiento de una mayoría de los investigadores sociales, así como de quienes se ocupan de estudiar la literatura al margen de concepciones de base idealista o tardopositivista. Parece significativo al respecto que, con atención particular a los desarrollos de la sociología de la literatura en los espacios académicos estadounidense, británico y australiano desde mediados de los pasados años ochenta, James F. English (2010) haya hablado de la dispersión, la incoherencia y la falta de inteligibilidad interna de una disciplina a menudo al límite de la pérdida de identidad epistémica, aunque a la vez solícita, incluso afanosa, en el establecimiento de puentes con un número cada vez más amplio de especialidades y de clases de problemas.6 Así las cosas, a estas alturas del siglo xxi no sería desatinado afirmar que la sociología de la literatura está en todas partes y en ninguna. Y todo ello pese a contar con precursores de la entidad de Bajtín, György Lukács, Erich Auerbach, Lucien Goldmann o la teoría crítica desarrollada en primera instancia, entre otros, por Max Horkheimer, Walter Benjamin, Theodor Adorno y Leo Löwenthal; por tanto, teniendo casi siempre como trasfondo el referente teórico de Marx, Friedrich Engels y los diversos marxismos y neomarxismos, si acaso

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En todo caso, no se trata de algo exclusivo de la sociología de la literatura. Véase al respecto lo expuesto con sentido crítico por Anxo Abuín González en otro capítulo de este volumen a propósito de los persistentes movimientos interdisciplinares en el espacio general de los estudios culturales, la teoría literaria y los estudios teatrales y de performance.

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contrapesados en distinto grado por la influencia de algunos de los fundadores de la sociología tout court. Entre estos, Alexis de Tocqueville, Herbert Spencer, Ferdinand Tönnies, Émile Durkheim, Max Weber o Georg Simmel, en general no demasiado pendientes de la especificidad de la literatura o las artes como objeto singular de atención sociológica,7 si bien con fluctuaciones tan peculiares como las de Auguste Comte entre las dos etapas de su pensamiento (Lepenies 1992 [1985]: 19-46). En 1851, en su Système de politique positive, Comte llegó a formular que solo el positivismo sería capaz de proveer la anhelada armonía entre vida privada y vida pública, tarea que en parte descansaría, a su juicio, en la idoneidad de la literatura y las artes —en otro plano, también de la estética— para actuar como puente entre la idea filosófica y la acción política (Lepenies 1992 [1985]: 39). A Weber se le debe un tratado inacabado de publicación póstuma, Die rationalen und soziologischen Grundlagen der Musik (Los fundamentos racionales y sociológicos de la música, 1921), centrado en la dialéctica entre la lógica de las relaciones sociales, el desarrollo técnico de instrumentos y artistas y el propio lenguaje musical, pero en el resto de su producción se hace difícil rastrear otras contribuciones compactas. Pese al carácter fragmentario de ese texto, el sociólogo y musicólogo Alphons Silbermann (1971 [1968]: 26) considera que Weber materializó con su propuesta un modelo para cualquier estudio de sociología del arte, tanto en la opción metodológica habilitada como en su aportación crítica. Esto último introduce, por cierto, uno de los

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Algo que los diferencia en cierta medida de los citados Marx y Engels, por mucho que tampoco estos llegasen a elaborar de forma sistemática nada parecido a un tratado sociológico o político sobre el campo del que se habla (Vedda 2003). Sin abandonar esa misma etapa histórica, sí es estimable la consideración de las artes, el teatro y la literatura en el programa de una sociología aplicada como la implementada desde el pragmatismo feminista por Jane Addams, cofundadora en 1889 de la Hull House de Chicago. Asimismo con sentido aplicado, merece consideración una inusitada propuesta, la de Lewis Coser en Sociology through Literature (1963), un manual destinado a que sociólogos y en particular estudiantes de sociología localizasen en las obras literarias materiales útiles, ya de índole conceptual, para su propia formación.

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caballos de batalla de cualquier sociología del arte o de la literatura, en especial en cuanto se considera el principio weberiano de la “neutralidad axiológica” (Wertfreiheit), que puede tomar la forma de una neutralidad comprometida (Heinich 2001 [1998]: 59-67) o la de una no imposición de juicios de valor (Corcuff 2019: 64-66). Por otra parte, el interés de Durkheim por el arte escasea en su obra, y cuando aparece lo hace apenas como proyección de su sociología de la religión. Por último, Simmel, que escribió estudios sobre Rembrandt, Goethe o Rodin y un temprano ensayo sobre etnosociología de la música, se interesó por el análisis de la integración de la visión del mundo en las obras artísticas concretas, con atención destacada a las convergencias entre autoritarismo y simetría (Heinich 2004; Roche Cárcel 2012). Sea como fuere, prácticamente nada de lo aquí señalado tuvo consecuencias directas para la consolidación inmediata o diferida de una sociología del arte o de la literatura. En su influyente Constructing a Sociology of the Arts (1990), Vera Zolberg dedicó todo un capítulo —en particular, acerca de los desarrollos de la sociología estadounidense— a analizar las principales razones que estarían detrás de esa desatención tan común pese a las excepciones apuntadas. Incluso para reflexionar por contraste sobre el desarrollo estricto de una sociología literaria, adquieren significado apuntes como los siguientes, pendientes asimismo de las causas que habrían originado el relativamente reciente cambio de rumbo: Part of the answer is that the arts have been victims or beneficiaries of the marketplace. When a painting by Van Gogh changes hands for fiftyfour million dollars, art becomes a serious business. The arts are now recognized, subsidized, and honored to an unprecedented degree by the state. Related to this recognition are changes in form and content of the arts themselves, a blurring of the lines between categories such as “fine art” and “popular art”; and mainstream recognition of art previously marginalized, such as the arts of women, “amateurs”, and minorities, to mention only three overlapping cases. These are among the reasons why sociology has begun to make the arts more welcome than before (Zolberg 1990: 29-30).

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Las convergencias o divergencias de la sociología de la literatura con otras disciplinas y subdisciplinas situadas en el entorno amplio de los estudios literarios y sobre la cultura, así como con los distintos paradigmas científicos de la sociología y las demás ciencias sociales, afectan de modo decisivo a los itinerarios actuales concretos de la perspectiva sociológica aplicada al hecho literario en su complejidad histórica. Esas redes de afluencia hacia lo literario provocan a la vez debates y tensiones que se mueven entre lo epistemológico, lo ideológico y lo corporativo, con notables variantes entre los diferentes espacios geoacadémicos que se desee contemplar, lo cual no es en absoluto novedoso cuando se habla de sociología. De hecho, exactamente esta es una de las propuestas centrales del análisis de Wolf Lepenies (1985) sobre la emergencia de la sociología y las ciencias sociales entre aquellas dos culturas —la científico-experimental y la humanística— de las que había hablado en su día Charles P. Snow (1974). Para el sociólogo alemán, el proceso emergente que describe fue análogo en los tres espacios académicos por él estudiados (Francia, Inglaterra y Alemania), pero en cada caso las especificidades culturales y políticas, así como los habitus respectivos, los espíritus de cuerpo actuantes y la distinción simbólica asociada a las diversas carreras profesionales y académicas, matizaron y hasta condicionaron de modo notable la eclosión de esa tercera cultura representada por la sociología. Y lo hicieron también con las polémicas de mayor calado intelectual correspondientes a esta emergencia, no siempre plácida. Esto último lo demostraría de forma suficiente para el caso alemán, en torno a 1930, la discusión sostenida por Ernst R. Curtius y Karl Mannheim, o entre las intelligentsias literaria y sociológica, sobre el lugar epistemológico y académico de la sociología (Lepenies 1992 [1985]: 313-333). Antes de entrar en detalles sobre aquellas redes de afluencia sociológica hacia lo literario, será bueno establecer un contraste temporal. Hace ahora casi 25 años, cuando la proliferación de propuestas sociológico-literarias era algo menos acusada que en el momento presente, Antonio Chicharro Chamorro (en Sánchez Trigueros 1996: 11-24) abría su sección del capítulo “El espacio de la sociología literaria”, integrado en un volumen insólito, entonces y hoy, en el panorama de las publicaciones académicas en España, señalando ya la existencia de

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una serie de teorías y saberes literarios diversos que en su criterio eran agrupables bajo el rótulo que daba título al propio libro, sociología de la literatura, “partiendo de diferentes perspectivas y sobre distintos objetos” y tomando siempre “como esfera de su dispar atención la relación literatura/sociedad” (17).8 Y ello pese al complejo encaje de algunos programas de investigación concretos, como el de la sociocrítica, que suele manifestarse reacia a reconocerse a sí misma como parte de la sociología de la literatura (Cros 2009 [2003]: 81-88); también pese a la ausencia en el panorama ofrecido en el libro coordinado por Antonio Sánchez Trigueros de ciertos programas de relevancia e influencia incuestionables, como el desarrollado por Bourdieu y su escuela.9

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Ni antes ni después de la publicación de este valioso libro se localizan iniciativas semejantes a la asumida por el grupo de Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada, si bien en lengua castellana y desde España o el exilio, siempre en el marco de una sociología literaria, existen contribuciones de otro carácter debidas, entre otros, a Francisco Ayala, Vicente Llorens, José Antonio Maravall, Enrique Tierno Galván, Carlos Blanco Aguinaga, Juan Ignacio Ferreras, Jorge Riezu, Cándido Pérez Gállego, Julio Rodríguez Puértolas, Juan Carlos Rodríguez, José-Carlos Mainer, José Enrique Rodríguez Ibáñez, José María González García o al propio Chicharro Chamorro, quien ha publicado además rigurosos balances y propuestas (1994, 2004: 95-111 y 195-236, 2005). Por otra parte, en las historias y panoramas de la sociología española publicadas hasta la fecha es bastante inusual la referencia a la sociología del arte o de la literatura. Véanse como ejemplos Álvarez-Uría y Varela (2000) —autores con todo de Materiales de sociología del arte (Varela y Álvarez-Uría 2008)—, Campo (2001) y, sobre la implantación académica de la sociología en la universidad española, Beltrán Llavador (2016). El volumen citado en primer lugar asume algunos de los operativos de una sociología reflexiva y en general de la reflexividad epistémica en el sentido expuesto por Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant (1992), o ya antes por Gouldner (1970). Se trata de algo poco frecuente en el campo sociológico hispano o en las aproximaciones sociológicas a una específica historiografía disciplinar. No obstante, hay que contar con la importante contribución de Francisco Vázquez García (2009) sobre la historia de la filosofía española en el periodo 1963-1990, atenta a la transición desde la fase hegemónica de la filosofía oficial de inspiración escolástica a la pluralidad de los años ochenta. El ascendiente de Bourdieu viene siendo más perceptible en propuestas de fundamentación sociológico-literaria atentas a la especificidad sociocultural gallega, catalana o vasca, receptivas también en algún caso a modelos empírico-sistémicos

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Pues bien, parece claro que, en la actualidad, vistos los desarrollos disciplinares ulteriores del conjunto de las propuestas sociológico-literarias aludidas, el encaje bajo una inscripción común resultaría aún más cuestionado como tal si se postulara como rótulo aglutinador el de la disciplina de la que aquí estamos hablando, que, como anotaba con lucidez Chicharro en el mismo lugar, lleva un tiempo poseyendo mayor eficacia deíctica que denotativa o clasificatoria. Lo cierto es que, en su conjunto, la nómina actual de especialidades concernidas resulta poco menos que abrumadora. En ella entrarían disciplinas que hoy distinguimos sin mayor problema porque han trazado su propio camino y porque se han esforzado además en subrayar su diferencia en cuanto a objetos, perspectivas, finalidades, sujetos y subjetivaciones incumbidos... En definitiva, se trata de redes de convergencias y divergencias que se han venido estableciendo a lo largo de los últimos decenios desde la sociología y las restantes ciencias sociales con un número amplio de especialidades y orientaciones (también de heurísticas y métodos, lógicamente) atentas en una u otra medida a la dialéctica existente entre el hecho literario y el

como el concebido por Itamar Even-Zohar y el grupo de Tel Aviv. Piénsese en planteamientos como los debidos, para la literatura gallega, a Antón Figueroa, Xoán González-Millán, la Red Galabra (dirigida por Elias Torres), Helena Miguélez-Carballeira o Isaac Lourido; a Jordi Castellanos, el grupo LiCMES (del que es coordinadora Teresa Iribarren Donadeu), Mercè Picornell o Gemma Lluch para la literatura catalana; y a Jon Kortazar, Mari Jose Olaziregi, Joseba Gabilondo o Iratxe Retolaza para la literatura vasca. Ninguno de los autores citados es ajeno, de todos modos, a lecturas e influencias sociológicas adicionales, y varios han criticado, incluso de modo severo, epistemologías como las fomentadas por Bourdieu y/o Even-Zohar y sus respectivas escuelas. Añádase que en varias de las trayectorias referidas alcanzan peso específico notable, entre algunas otras orientaciones, los estudios de género y los estudios sobre la diferencia cultural/nacional o sobre subalternidad y poscolonialidad. Por otra parte, en la sociología literaria portuguesa la influencia de Bourdieu viene siendo notoria —“avassaladora”, según João Pedro George (2011: 155)—, si bien, a juicio del propio George (137), y pese a la existencia de la línea de trabajo inaugurada por António José Saraiva mediado el siglo xx, o de ciertas publicaciones de la autoría, entre otros, de Carlos Reis y Silvina Rodrigues Lopes, en la práctica en Portugal no existiría la sociología de la literatura como área de investigación autónoma y continuada.

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hecho social, o entre lo literario y lo sociopolítico. Por mucho que se renuncie a ser exhaustivos, el conjunto de especialidades atañidas es en efecto desmedido; pero importa asomarse un momento a tal exceso —también disculparse por explicitarlo— aunque sea simplemente para calibrar las dimensiones epistemológicas y transdisciplinares de la dialéctica señalada, inevitablemente presente ahora mismo sobre una mesa de trabajo como la aquí supuesta. Comprendería ese elenco la historia social de la literatura, la antropología social, la ciencia y la teoría políticas, la historia cultural, la sociología de la cultura y la sociología del arte, la economía y la política culturales, los estudios culturales, los estudios de área, la psicología social, los estudios de género, los estudios sobre cultura material, la historia del libro y la sociología de los textos (en las orientaciones debidas a Roger Chartier, D. F. McKenzie o Jerome McGann, entre otros), las teorías empírico-sistémicas de la cultura, la sociología de los medios de comunicación, la sociología digital y la sociología de las redes sociales, el análisis cultural, los STS (siglas que en inglés identifican los estudios sobre ciencia, tecnología y sociedad), la teoría y el análisis de redes y también ciertas configuraciones de la retórica y las neorretóricas, de la filología (piénsese en Auerbach y su legado), de la estética, de los nuevos comparatismos y de la teoría literaria en sentido amplio, con la sucesión de paradigmas a partir del representado por el formalismo y el estructuralismo. Y en otros niveles, de nuevo sin aspirar a la exhaustividad, asimismo con el análisis del discurso y sus desarrollos crítico y político, la teoría de los conflictos, el psicoanálisis, las teorías feministas y posfeministas, los estudios poscoloniales y sobre la subalternidad, el nuevo historicismo, la imagología, la traductología, la geografía discursiva, las teorías sobre la etnicidad, los estudios queer y transgénero, la ecocrítica y la sociología ambiental, la historia y la sociología de los intelectuales, la teoría del actor-red o la crítica ética.10

10 Por otra parte, casi ninguna de estas orientaciones deja de establecer conexiones con varias otras (no solo de entre las citadas, claro está). Las neorretóricas, englobadas en ese espacio la retórica argumentativa de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca o la retórica cultural de Tomás Albaladejo, convergen en más

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Podrán parecer excesivas las menciones —lo son—, pero ni mucho menos se ha nombrado todo cuanto cabría colacionar. 4. La institucionalización disciplinar de la sociología del arte La alta densidad de disciplinas y de corrientes teóricas que fijan su atención en aspectos diversos de (o para) una sociología literaria está contribuyendo en no poca medida a su propio fraccionamiento y a la falta de una localización institucional firme. Revertir o paliar tal situación —si esto constituyese un objetivo común, algo que no se atisba— tendría que pasar por un reconocimiento previo: el de la existencia de un espacio compartido de trabajo y de interacción investigadora que se aspirase a consolidar por parte de una suficiente masa crítica de modo colaborativo o, al menos, no intransigente en virtud de las distintas posiciones en juego (epistemológicas, ideológicas, identitarias o de otra índole). Esto parecería algo más sencillo de fomentar como objetivo, si bien depende sobremanera de las circunstancias dominantes en cada área geoacadémica y de la propia fortaleza que en esa zona haya alcanzado la sociología literaria como especialidad de referencia. En relación con ello, tal vez resulte de alguna utilidad efectuar una somera inspección de lo ocurrido recientemente con el espacio académico de la sociología del arte, disciplina no tan lejana ni tampoco tan ajena. Pese a que no sería adecuada una traslación mecánica a lo que ahora nos interesa más centralmente, pudiera ser que esa inspección esclareciese algún aspecto de entre los que nos ocupan. Comencemos por los recorridos de la sociología del arte, o de las artes, etiqueta quizás más en boga. Tras una dilatada fase de ambigüedad académica y exiguo asentamiento institucional, parangonables con lo observado sobre la sociología de la literatura, la sociología del arte ha alcanzado en este tiempo algo tan decisivo como el fortalecimiento y

de un aspecto con el análisis del discurso, la hermenéutica o el análisis cultural. Consúltese a este respecto, en este mismo volumen, el epígrafe cuarto del capítulo del que es autora María Ángeles Rodríguez Fontela.

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la fluidez de sus redes internacionales de investigación y un apreciable dinamismo en la convocatoria de encuentros científicos, potenciados sin duda por el hecho de que la academia estadounidense (también la francesa, la neerlandesa y alguna otra) se haya implicado a fondo. Probablemente lo peculiar de esta trayectoria resida en el hecho de que ese desarrollo haya sido ejecutado más desde la sociología y por sociólogos, que han encontrado un nicho de problemas atractivo para su propia ocupación, que por historiadores, críticos de arte o especialistas en estudios visuales con preocupaciones sociológicas; justo lo contrario de lo que ocurre cuando se piensa en una distribución análoga de tareas a propósito de la literatura o del teatro, terreno en el que predominan con mucho las propuestas de especialistas en el otro ángulo, el de los estudios literarios, teatrales o culturales. En este orden de cosas, resulta indicativa la consolidación en núcleos como la International Sociological Association (ISA) de comités de investigación del tipo del identificado como “Sociology of Arts”, el número 37 del total de 57 dados de alta en ese organismo.11 Si bien es perceptible que lo literario queda inscrito de modo más o menos tácito en ese rótulo genérico, que congrega la investigación sociológica sobre producción, mediación y consumo artísticos, lo cierto es que el encaje adolece de un planteamiento difuso y dispar.12

11 Sus objetivos y actividades aparecen reseñados en el apartado correspondiente de la página web de la ISA — (18-10-2019)—, cuyo comité número 57, el último en instituirse, ha sido denominado “Visual Sociology”, con lo que algunas de sus competencias serán compartidas con las propias del comité dedicado a la sociología del arte. La European Sociological Association (ESA), por su parte, reconoce 37 redes de investigación, la segunda de las cuales gira en torno a la sociología del arte. La Federación Española de Sociología (FES) opera de modo semejante: no existe en su seno un comité de investigación en sociología de la literatura y sí uno, el número 18 de un total de 39, dedicado a la sociología de la cultura y de las artes, donde cabría decir que se subsumió la antigua Asociación Española de Sociología de la Cultura y de las Artes, creada en 1990. Obviamente, nada de lo que se está aduciendo es intrascendente para la cuestión de fondo establecida. 12 Lo demuestra, por ejemplo, la red de investigación en sociología del arte de la ESA, en la web institucional del organismo, al señalar como uno de sus núcleos

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A propósito de lo anterior, merecen ser atendidas propuestas como las debidas a Vicenç Furió (2000: 19-34) o a Nathalie Heinich (2004: 10-43) sobre las relaciones e implicaciones mutuas entre la estética sociológica, la historia social del arte y la sociología del arte considerada en un sentido específico. Aunque, en realidad, se trata de una exploración efectuada ya en 1968 por Silbermann en la introducción al auroral Les Arts dans la societé, volumen de autoría múltiple ya citado que en su edición bonaerense se tituló Sociología del arte (1971 [1968]: 9-41). En ese lugar, con agudo sentido crítico, Silbermann cuestiona las propuestas para una posible inclusión de la sociología del arte (y de la literatura) en campos como la sociología del espíritu, la sociología del conocimiento o la sociología de la cultura, por eminentes que hayan sido sus cultivadores, de Georges Gurvitch a Karl Mannheim o Pierre Francastel. Heinich menciona la existencia de tres generaciones de sociólogos del arte —usada ahora la expresión con un valor más genérico— que corresponderían consecutivamente a los lemas “arte y sociedad”, “el arte en la sociedad” y “el arte como sociedad”. La primera, de apreciable impronta marxista y en diálogo constante con la estética, habría tenido una marcada propensión especulativa y causalista, lo que lleva a Heinich a hablar de un sustancialismo de lo social (2004: 25); la configurarían los ya citados Lukács y Goldmann, pero también varios de los pensadores asociados con la escuela de Fráncfort y otros tan reconocidos como Arnold Hauser, Pierre Francastel o, más recientemente, Nicos Hadjinicolau. La segunda, considerada contextualista e identificable como promotora de una historia social del arte, vinculada ya no tanto con el pensamiento alemán sino más bien con la academia británica y estadounidense, se asocia con una tradición empírica muy pendiente del factor institucional. Algunos de los nombres que

básicos de trabajo “[s]ociology focused on all particular domains in the arts including architecture, urban planning, applied arts, arts within the domain of popular culture (e.g. film, television, and popular music) as well as traditional ‘high’ arts (e.g. music, visual arts, literature, theatre, etc.)”, (18-10-2019).

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la podrían representar serían también relevantes en un panorama amplio de la sociología de la literatura. Es el caso de Raymond Williams, Georges Duby o Peter Burke, a quienes habría que añadir, entre otros expertos más ceñidos ya al orden de las artes plásticas, a Michael Baxandall o Svetlana Alpers. Finalmente, la tercera generación habría integrado análisis cuantitativos y estadísticos, definitivamente alejados tanto de la tutela de la erudición estético-histórica (Heinich 2004: 41) como del sociologismo (102), y se vincularía con metodologías relacionales y sistémicas que cuentan con precedentes como las investigaciones debidas a Norbert Elias, Pierre Bourdieu, Raymond Moulin, Vera Zolberg o Howard Becker, quien en 1982 describía los mundos del arte y las redes y pautas de colaboración entre las personas que se ocupan del trabajo artístico, inaugurando una nueva forma de situarse ante la producción y la circulación del arte y su correspondiente estudio, que para el sociólogo de Chicago tendría que asumir no solo el interaccionismo sino también un antielitismo casi militante. Los integrantes de esta tercera generación alcanzan un número bastante más amplio debido a la expansión y la institucionalización crecientes de la disciplina. Entre muchos otros, son mencionados Philippe Urfalino, Tia DeNora o Antoine Hennion, además de la propia Heinich, para quien una posible cuarta generación de sociólogos del arte apuntaría en una dirección más pragmática y antropológica que vendría a complementar, más que a cuestionar, algunas de las propuestas anteriores. Sin embargo, Eduardo de la Fuente (2007, 2010) y Arturo Rodríguez Morató (2017) han descrito la emergencia de una nueva sociología del arte que ofrece sus primeros frutos, debidos a Jeremy Tanner, Robert Witkin, Georgina Born, DeNora y otros —entre ellos, algunos académicos españoles y latinoamericanos—, más o menos con el arranque del siglo xxi. El propio Rodríguez Morató (2017: 20-24) ha trazado un esquema de las trayectorias de esa nueva sociología del arte en España y en general en el mundo hispanohablante. Se trataría de una sociología todavía más desafecta a las clásicas premisas estético-sociológicas sobre cuestiones centradas en la representación, la contextualización, la determinación social del arte o cualquier reconocimiento de supremacía intelectual, política o ética de los artistas y de su obra, sin duda en la línea anunciada por el antielitismo

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de Bourdieu y Becker, respectivamente con La Distinction (1979) y Art Worlds (1982). En esta perspectiva la obra artística puede llegar a verse sin mayores dificultades como un bien de consumo más, según ocurre en la sociología de los objetos de Harvey Molotch.13 Estaríamos ante una sociología que se viene distanciando progresivamente de una comprensión apenas humanística del arte y que en muchos casos propende a ahormarse como sociología de la cultura. Por otra parte, nos hallaríamos ante propuestas muy pendientes de la capacidad de mediación de la sociología del arte, incluso en el sentido de avivar la búsqueda de traducibilidad e intercomprensión cultural y social entre regímenes de valor rivales que concurren en un espacio dado, tal como ha postulado Born. Pero más que a la sociología como mediación/ traducción —en línea con los desarrollos de Bruno Latour y Michel Callon en los pasados años ochenta desde el CSI—, De la Fuente (2010: 223-224) se refiere a la intervención de artistas y obras como mediadores. Se trata de algo a lo que se ha aplicado Antoine Hennion con su sociología de la mediación y de retorno a los objetos, pensada también desde posiciones críticas con el constructivismo estructuralista de Bourdieu.14 De la Fuente lo hace en el sentido de destacar que la agencialidad de los primeros, los artistas, no se reduce necesariamente

13 A propósito de los artistas, Becker trabajó de hecho en una perspectiva que desde Durkheim se identifica como sociología de las profesiones: la de artista sería una más entre otras. Antes de publicar Art Worlds, Becker dedicó algunos estudios a los músicos de baile y las orquestas de jazz, compilados posteriormente en el libro Outsiders (1963). 14 La posibilidad de que quepa contemplar obras y demás objetos (instrumentos, partituras, escenarios y otros, en el caso de la música) como agentes de mediación remite a la teoría del actor-red de Latour, pero también al análisis interaccionista-simbólico del propio Becker. La mediación, siempre relacional, siempre activa y concreta, es decisiva en la sociología de la música y la pragmática de las vinculaciones de Hennion, que rehúsan todo dualismo, incluidos los que asocian y jerarquizan al sujeto frente al objeto o lo humano ante lo no humano. Pese a mínimos y parciales paralelismos, nada de ello debería hacer pensar en una convergencia con lo que Even-Zohar (1999) analiza en términos sistémicoculturales como repertorios, bienes materiales y bienes semióticos (o simbólicos) y herramientas pasivas y activas.

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al hecho de producir obra, sino que este puede ser un aspecto entre otros de la amplia intervención social que tienen capacidad para desarrollar bajo un prisma discursivo o de otra índole (acciones no delimitadas como discurso).15 Cabría pensar que esa capacidad se referiría, entre otros planos, al de la actuación en el mercado del arte, al de la expansión de los usos de los productos artísticos o al de la promoción en términos estético-políticos de una repartición alternativa de lo sensible, dicho esto en el sentido desarrollado de Jacques Rancière (2000). Sin embargo, a la vez, se trata de una sociología decidida a reexplorar a nueva luz las sinergias producidas por la convergencia de las distintas ciencias sociales, incluso de las diversas series historiográficas (historia del arte, historia social, historia cultural, historia de la comunicación visual...) que fijan en algún momento su objeto de investigación en el arte, sin derivarse de aquí una especie de responsabilidad para repensar y reescribir la historia del arte.16 Todo ello de un modo que inevitablemente recuerda la multiplicación de perspectivas y metodologías en las que en la actualidad se concreta la praxis efectiva de un análisis de lo literario como hecho social. Citemos solo un ejemplo: atenta al pensamiento de Latour —su comprensión de la coproducción de sociedad y ciencia y su parlement des choses—, DeNora postula una sociología de la música no reificadora de su objeto y muy atenta a la vida de diario, en la que ni lo musical ni lo social resulten

15 Entre las críticas de Lahire a las propuestas de Bourdieu destaca la que conecta directamente con lo que se está señalando. Se trata en concreto de su propuesta sobre el actor plural y sobre los habitus igualmente plurales y fragmentados (Lahire 2004), según la cual los agentes sociales no se vincularían de forma necesaria con un único campo ni tendrían por qué contar a priori con un sistema de disposiciones compacto y coherente, algo que solo se daría en comunidades poco diferenciadas. Con esto entronca su análisis de la doble vida del escritor (Lahire 2006), que, lejos de constituir excepción, sería más bien la norma, pues el escritor que logra vivir de su oficio sin tener que ocuparse de otras tareas profesionales es una rareza histórica. 16 De la Fuente (2010: 219-220) añade el hecho de que la nueva sociología del arte asume la localización de implicaciones sociológicas evidentes y vigentes en la obra de historiadores del arte como Heinrich Wölfflin, Wilhelm Worringer, Erwin Panofsky o los ya citados Hauser y Baxandall.

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categorizados como realidades preexistentes la una a la otra y pasen a ser vistas, en cambio, en su dimensión relacional y coproducida (De la Fuente 2007: 417). A partir de presupuestos de esta clase, DeNora (2014) ha optado recientemente por una slow sociology, que recuerda algunos conocidos procedimientos de la thick ethnography de Clifford Geertz aplicados asimismo por el nuevo historicismo. 5. La referencia de la sociología y las ciencias sociales No menos intrincada ni estimulante ha resultado durante los últimos seis o siete decenios la evolución de la propia sociología, disciplina que también debiera ser de obvia e inmediata referencia para la actual sociología de la literatura, como lo fue en su día para las propuestas teóricas de Hippolyte Taine o Gustave Lanson, o también, viniendo hacia nuestro tiempo, para las del materialismo cultural británico y otras propuestas receptivas a la obra de Antonio Gramsci y su noción de hegemonía cultural. Acerca de esa evolución, baste con aludir ahora al simple cotejo entre los presupuestos teóricos que fundamentaron el funcionalismo normativista del estadounidense Talcott Parsons y su escuela en los pasados años cincuenta y sesenta y los que asentaron en Francia el pensamiento antiestructuralista de Alain Touraine o Cornelius Castoriadis apenas un cuarto de siglo después bajo presupuestos radicalmente distintos. Piénsese, por otra parte, en la notable incidencia del conocido como giro postsocial, vinculado con los ya mencionados STS y el pensamiento de Langdon Winner, Bruno Latour, Donna Haraway y otros. Considérese incluso la huella del pensamiento sobre lo poshumano; por ejemplo, en el sentido expuesto por Rosi Braidotti (2013) para defender un continuo no dualista naturalezacultura, que, como los propios STS, refutaría el socioconstructivismo. En casos como estos últimos, estaríamos además ante algo de tanto calado como el abandono del relato humanista, con recorrido histórico al menos desde finales del siglo xv, si acaso sustituido por el correspondiente a los neohumanismos y poshumanismos, con un cuestionamiento aún más profundo de la noción de sujeto.

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En realidad, la sociología ha experimentado desde el cuestionamiento del paradigma estructural-funcionalista una multiplicación de atenciones y de metodologías en cierta medida correlativa de la que hemos observado a propósito de la sociología de la literatura. Lo demuestran con total evidencia las redes y comités de investigación actualmente activos en organizaciones como las antes mencionadas ISA, ESA y FES, en sus diferentes escalas de implantación. Cabría considerar que la sociología puede aplicarse hoy a casi cualquier objeto o, en el sentido de Foucault y Agamben, a cualquier dispositivo. Bajo algunas ópticas, como la ya muy temprana de Alvin Gouldner (1970), esa multiplicación, con las especializaciones consecuentes, constituiría un indicio entre otros de la crisis de la disciplina tras fases más cohesionadas, como la dominada por el funcionalismo sistémico de Parsons y por el marxismo soviético en sus respectivas zonas de influencia, sobre todo por quedar comprometidas las posibles soluciones que la disciplina podría ofrecer para problemas sociales específicos o no sometidos a la marca de la diferenciación. Entre aquellos objetos se contarían la etnicidad, el género, las migraciones, el cuerpo, el turismo, la educación, la enfermedad, el trabajo o el ocio, por citar simplemente algunas de las etiquetas que identifican comités vigentes de la ISA. Contribuye a ponerlo en claro la distribución interna de recientes e influyentes readers, balances o historias de la disciplina (cfr. Joas y Knöbl 2016 [2011]; Calhoun et al. 2012 [2002]; Abrutyn 2016), e incluso la propia articulación de revisiones críticas de la historiografía “ortodoxa” de la disciplina realizadas desde perspectivas como la feminista (Delamont 2003). De modo que es frecuente encontrarse con capítulos dedicados no solo a los teóricos más citados de la sociología contemporánea (Foucault, Bourdieu, Niklas Luhmann, Jürgen Habermas, Anthony Giddens, Ulrich Beck...) sino también a asuntos como los enlaces macro-microsociológicos, la diferencia cultural, las crisis sistémicas, la teoría del conflicto, los movimientos sociales, la relación poder-desigualdad, los debates sobre etnia y género, la dialéctica redistribución-reconocimiento, la cuestión de la interseccionalidad y bastantes más, casi todos con potencial proyección sobre un dominio como el artístico-literario. Nos detendremos brevemente en los dos planos que se han citado en último lugar, vinculados con

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la propia teoría del conflicto —cuya eficacia para la exploración de los problemas de la desigualdad social y del acceso a bienes y recursos es controvertida— tal como se formuló a partir de Lewis Coser y Ralf Dahrendorf; por tanto, con apoyo en propuestas y conceptos tomados de Marx, Simmel y Weber. Apréciese, por otra parte, que la fundamentación de esos dos planos está ligada en no escasa medida a desarrollos del pensamiento feminista reciente y que su extensión afecta con plenitud a la teoría política. La dialéctica redistribución-reconocimiento ha alcanzado visibilidad pública sobre todo a partir del debate sostenido entre Nancy Fraser y Axel Honneth (2003) en una singular publicación que recogió sus respectivos puntos de vista y las respuestas cruzadas entre ambos en el marco compartido de una teoría crítica del capitalismo. La teorización de Honneth sobre el reconocimiento —categoría hegeliana sustanciada como lucha jurídico-social práctica en demanda de la aceptación y legitimación de una determinada identidad— supone un intento de matizar el racionalismo universalista de la teoría de la comunicación de Habermas, predecesor suyo en la dirección del Institut für Sozialforschung de Fráncfort. Así, en Honneth el concepto aparece sustentado en la atención a la diferencia, en particular a conflictos de orden moral procedentes de experiencias concretas de discriminación y desprecio hacia determinados colectivos o individuos que no se sienten reconocidos en aspectos específicos relativos a su dignidad y su autonomía, por lo que quedan concernidos en primer plano afectos y sentimientos. En definitiva, las coordenadas establecidas para el reconocimiento se corresponderían con las de la justicia. Y ahí engarza la otra parte del debate, la redistribución, que Fraser subraya que procede conceptual y programáticamente de la tradición liberal anglonorteamericana y que se reforzó con el igualitarismo asumido por la socialdemocracia, como deja en claro la obra de John Rawls. Lo mismo que el reconocimiento, la redistribución integra claves económicas, aunque sin limitarse en absoluto a ellas ni tampoco a lo que se pueda entender sin más por justicia distributiva. Mientras que para Honneth el reconocimiento sería una categoría moral suprema, de la que derivaría en segundo plano la redistribución, para Fraser —contraria al monismo normativo honnethiano y valedora de

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un dualismo perspectivista— ambas categorías serían “cofundamentales y mutuamente irreducibles” en el espacio de la justicia (Fraser y Honneth 2006 [2003]: 14). La validez de todo lo anterior se intenta probar, por parte de ambos sociólogos, en tres ámbitos complementarios, los de la filosofía moral, la teoría social y el análisis político. La propia Fraser estableció con posterioridad, en un libro dedicado a las fases insurgente, domesticada y resurgente del feminismo (Fraser 2013), un engarce entre las posiciones arriba mencionadas, ahora proyectadas de manera directa sobre la categoría género, y la cuestión de la interseccionalidad, promovida centralmente desde el movimiento feminista afroamericano. Quizás sea Patricia Hill Collins quien más ha contribuido en los últimos tres decenios a poner en claro qué es y cómo puede utilizarse desde las ciencias sociales la interseccionalidad, hoy presente en numerosos campos de investigación, tanto teórica como aplicada, aunque sus orígenes como clave para la comprensión de la realidad social se rastrean en el protofeminismo indio del siglo xix, por ejemplo, en la obra de Savitribai Phule. En un libro firmado en colaboración con Sirma Bilge, Collins ha propuesto una descripción del concepto que establece los siguientes elementos básicos para superar la heterogeneidad a la que se ha llegado por la multiplicación de usos de la perspectiva y por las metodologías y prácticas implementadas desde que en 1989 la jurista Kimberlé Crenshaw empezó a emplear el término. La interseccionalidad consistiría para las autoras citadas en una forma de comprensión y análisis crítico de la complejidad multifactorial de la vida social y política, constituida por ejes de división —la clase social, la adscripción étnica, el género, la dis/ capacidad, la opción sexual, la edad y la religión, sobre todo— que influyen los unos en los otros, a menudo reforzando sus efectos, y que inciden directamente en la vida de las personas y en la forma en la que se organiza el poder y se reproducen la desigualdad y la subalternización (Collins y Bilge 2019 [2016]: 13-14).17 La pluralidad de los ejes implicados y de la propia heurística y procedimientos de

17 Sobre posibles aplicaciones de los estudios sobre desigualdad y subalternidad a la realidad política y cultural española actual (también a la latinoamericana), véase

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análisis activados hace que, según las autoras, la práctica interseccional deba ser, como su propio objeto, relacional (36). Ello supone un replanteamiento profundo de la diferenciación entre investigación y praxis, o entre actividad académica y activismo social. También, en consecuencia, entre producción de conocimiento y conversación.18 En qué medida la dialéctica redistribución-reconocimiento y la propia interseccionalidad —se habla incluso de una ciencia de la interseccionalidad— están cobrando presencia en los actuales estudios literarios y en una sociología de la literatura o de las artes es algo que en este momento no es posible atender con detalle. En todo caso, se trata de vectores que desde la teoría social y el análisis cultural y político parecen ineludibles como referentes de actualización heurística. Para concluir este apartado, señalaremos uno de los desarrollos más dinámicos de la teoría política actual, el pensamiento posfundacional (Marchart 2009 [2007]), ligado con una reinterpretación desde posiciones de izquierda de la filosofía de Martin Heidegger y con relecturas de autores como Michel Foucault, Jacques Lacan, Louis Althusser y Jacques Derrida, o ya de Karl Marx, Antonio Gramsci, Carl Schmitt y Hannah Arendt.19 Obsérvese que el pensamiento político posfundacional compartiría el mismo carácter problematizador, en cierta medida también deconstructivo y de acentuada marca posmoderna, que se ha visto en algunas de las propuestas anteriores (en Fraser, por ejemplo) y que está contribuyendo a reactivar otro entendimiento de la relación entre estética y política, como demuestran las producciones de Badiou o Rancière; o también la de Mouffe, atentamente seguida por el análisis cultural y los estudios visuales puestos en

la reciente colaboración conversacional firmada por Mercè Picornell y Ángela Martínez Fernández (2019). 18 Aunque desde presupuestos no siempre homologables, se trata de puntos de llegada compartidos por la filosofía de la liberación latinoamericana —piénsese en Enrique Dussel— y en general por las que Boaventura de Sousa Santos y Maria Paula Meneses (2010) estudian como epistemologías del sur. 19 Marchart (2009 [2007]: 29) aclara el sentido del prefijo pos-, que no tendría un sentido temporal sino de superación y diferencia respecto a fundacionalismos y antifundacionalismos.

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práctica por Mieke Bal. A estos nombres habría que sumar otros, al menos los de Ernesto Laclau, Jean-Luc Nancy, Claude Lefort, Judith Butler, Philippe Lacoue-Labarthe o incluso Slavoj Žižek. De lo que se trata es de la disolución de claves políticas como la de una universalidad esencialista o la de un fundamento último y, en sentido inverso, de la axialidad de otras como contingencia necesaria y acontecimiento, ligadas a la emergencia de “lo político”, esto último incluso en el sentido histórico-conceptual que identifica una metodología como la desarrollada por Reinhart Koselleck. Por otra parte, el posfundacionalismo convergería con propuestas antiesencialistas de los estudios literarios posestructuralistas y también con algunas respuestas a los determinismos y sociologismos menos flexibles. El pensamiento posfundacional cuestiona, de hecho, cualquier estatus fundacional de “la política” y sin duda también de la sociedad.20 Al carácter instituido, administrativo y óntico de “la política” (o de “la policía”, en Rancière), a su hacer callar y dejar de ver el conflicto, opone el carácter provisional, ontológico e instituyente de “lo político”, el cual empieza por asumir como eje de referencia no solo la conflictividad sino el antagonismo político y, a la vez, ya en la terminología de Laclau, el fundamento ausente de lo social. Así,

20 Qué sea la sociedad, y qué sea lo social, no es algo que pueda darse por establecido a priori, como bien se encargó de razonar Adorno en un breve trabajo publicado en origen en 1965 justo bajo el título “Gesellschaft” (2001 [1972-1975]: 9-18). En él, además de dialogar con los clásicos de la sociología, se distanció de manera implícita de algunas posiciones próximas en el tiempo a su ensayo (las de Parsons, Erving Goffman y otros) para afirmar que la sociedad es en lo básico proceso y cambio, que no consiste en la simple suma de los seres humanos individuales ni se corresponde con una abstracción, y que en términos conceptuales ni puede captarse de forma inmediata ni verificarse de modo directo o aprehenderse como un factum. La sociedad sería, pues, una categoría funcional que en realidad se construye siempre desde una determinada teoría. Asegura así Adorno que “[s]olo una detallada teoría de la sociedad podría decir qué es la sociedad” (2001 [1972-1975]: 11) y que “no hay factum social que no esté determinado por la sociedad” (10); a lo que añade, por cierto, que los procesos de socialización se inscriben siempre en la esfera trazada por conflictos y antagonismos sociales.

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si la primacía de lo social sobre lo político resultaba inequívoca en la sociología de Comte, de modo que el sistema político no era más que una derivación subsidiaria del propio sistema social (Marchart 2009 [2007]: 77), la hipótesis de Laclau es exactamente la contraria: lo político y el poder son antes que lo social.21 Justo en esta oposición entre la política y lo político radica lo que Marchart analiza como la diferencia política, que en el pensamiento de Nancy incorpora además de modo obligado una clave desusada en los programas corrientes de la sociología literaria, la idea de comunidad. No en el viejo sentido sustancialista atendido por Tönnies, o después sublimado por los fascismos: aquello que de modo supuestamente natural une en una cierta identidad y pertenencia emocionales, también en un consenso en torno a un sujeto colectivo que destituye la subjetividad del sujeto individual. Más bien en el anotado en diálogo abierto por el propio Nancy desde avanzados los pasados años ochenta con autores como Maurice Blanchot y Roberto Esposito, sin ignorar propuestas previas debidas a Heidegger y Arendt, y también a Georges Bataille. Entre ellas, la sin duda constitutiva de la entidad defectiva o ausente de lo comunitario, el reemplazo de lo identitario por la alteridad o la propia exploración de la dialéctica entre lo comunitario y lo político. Esta última fue auspiciada por Nancy y Lacoue-Labarthe desde el Centre de Recherches Philosophiques sur le Politique y se reformula en profundidad por Esposito, ya en una dirección biopolítica e impolítica, a través de la tensión comunidad-inmunidad.22 No solo porque en Laclau, y en Mouffe, se concrete una teoría del discurso como ontología política, con obvias implicaciones para lo

21 En diálogo con Giovanni Sartori y a partir de lo teorizado por Niccolò Machiavelli en Il Principe (1513) y Thomas Hobbes en Leviathan (1651), Marchart (2009 [2007]: 73-86) anota las alternativas históricas de la autonomización de lo político y lo social respecto de lo económico, lo ético, lo religioso o lo jurídico. 22 Lo impolítico supondría en Esposito, frente a la tradición de una filosofía política de fundamentación metafísica, el reconocimiento deconstructivo de la finitud de lo político y el de su irreductibilidad a una determinada sustancia. De ahí su interés por una exploración no antipolítica de los márgenes de lo político desatendidos por el pensamiento occidental.

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que seguimos entendiendo por sociología de la cultura o de las artes (Stavrakakis 2007; Marchart 2018); no solo porque en Badiou el ser se equipare a la infinidad de las multiplicidades; y no solo porque en la práctica textual indisciplinaria de Rancière se produzca una contestación emancipadora, desde el igualitarismo, al determinismo de Bourdieu sobre la cuestión de la dominación y las limitaciones políticas, ideológicas o estéticas del espacio de los posibles (Nordmann 2006, Corcuff 2019); el pensamiento posfundacional podría contribuir a despejar ciertas nieblas que dificultan una puesta al día de la inteligibilidad de los sucesivos giros experimentados por las ciencias sociales desde mediados del pasado siglo (lingüístico, cultural, espacial, pragmático, afectivo...) y de lo que supuso su incidencia sobre los estudios literarios y culturales.23 En simultaneidad, podrían verse afectadas asimismo una comprensión también renovada —evidentemente, en términos políticos— de problemas como los de la autonomía-posautonomía y la institucionalización del arte y la literatura, la hegemonía y la subjetivación, la indefinición y desterritorialización de lo literario, la recepción y la lectura bajo la preeminencia de una estética de lo performativo o la repercusión en el consumo y en la propia heurística de las diversas analíticas big data. Pudiera esperarse —tal vez hayamos entrado ya en esa fase— que tras sujeciones como la histórica (más bien historicista), la antropológica, la lingüística, la semiótica, la psicoanalítica, la sociológica y la cultural (guiadas por el positivismo, el idealismo, el estructuralismo, el materialismo dialéctico...), que sin duda rindieron frutos sólidos y sustanciales, los estudios literarios se dejen conducir en el tiempo por venir, del modo que sea, por los debates inéditos abiertos por la ética y la teoría política contemporáneas.

23 Sobre esa inteligibilidad, contemplada en un sentido más general, se extienden Fernando Cabo Aseguinolaza y María do Cebreiro Rábade Villar en sendos capítulos de este volumen.

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6. Los deslindes (turbados) de la sociología de la literatura Constituye un lugar común considerar que la perspectiva sociológica enfocada sobre el hecho literario se ha escindido habitualmente en dos clases de aplicaciones heurísticas que no han sabido ni han querido dialogar en exceso la una con la otra en el tiempo del que aquí se habla, ese último medio siglo largo transcurrido desde la aparición de la Sociologie de la littérature de Robert Escarpit (1958), exiguo manual que leído hoy parece bastante menos sustancial por sus contenidos que por lo que llegó a propiciar.24 Entre otros motivos, tal ausencia de diálogo procede del hecho de derivar esas aplicaciones y desarrollos de tradiciones epistemológicas notablemente distintas. Por una parte, desde posicionamientos críticos, el análisis de la realidad social representada y de sus conflictos tomando como base de partida el estudio de las obras literarias, lo cual se ha cifrado en fórmulas del tipo “lo social en el texto”, “la sociedad en la literatura”, “la sociedad como punto de partida” o incluso “la sociedad como sujeto de la creación literaria”.25 Por otra parte, bajo un prisma más empírico, el análisis de la literatura, de sus agentes, de sus relaciones, de sus reconocimientos simbólicos y de sus formas de institucionalización en la sociedad; origen de formulaciones de signo inverso, “el texto en lo social”, “la literatura en la sociedad”, “la sociedad como punto de llegada”, “la

24 Por ejemplo, junto con la creación del Centre de Sociologie des Faits Littéraires —que en 1965 se integró en el Institut de Littérature et de Techniques Artistiques de Masse, asociado al poderoso Centre National de la Recherche Scientifique— y el propio impulso correlativo de la conocida como Escuela de Burdeos, la apertura a colaboraciones ulteriores con Goldmann y su grupo y con pensadores como Albert Memmi, autor en 1957 del Portrait du colonisé, précédé du portrait du colonisateur. Escarpit reconocería en diferentes lugares que la publicación de su libro funcionó de alguna manera como interrogación y provocación académicas. 25 La última expresión se toma de Jacques Leenhardt (en Goldmann et al. 1971 [1967]: 47), si bien sería sencillo localizar correlatos suyos en autores tan diversos como el propio Goldmann, Althusser, Badiou, Bourdieu, Nancy o Cros, por tanto no solo a través de la activación de nociones como sujeto transindividual o sujeto cultural.

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literatura como objeto de consumo”. Esa suerte de bifrontalidad se ha asumido, con pocas excepciones, como recurrente y normal desde la propia práctica sociológico-literaria y desde una perspectiva más ajustada a la historia y la crítica literarias cuando incorporan una óptica atenta al contexto social. Aparece igualmente en las dos vías que Terry Eagleton (1988) encuentra para justificar la atención a la disciplina: la realista, derivada de los condicionamientos sociales que operan sobre cualquier producción literaria, y la pragmática, por cuanto sus propias determinaciones sociales hacen útil la literatura —no solo las obras, también su lectura y su análisis— en el plano de la intervención pública o política. Los sociólogos Romero Ramos y Santoro Domingo (2007), por su parte, han hablado de los enfoques internalista y externalista como los dos caminos que la sociología de la literatura ofrece de forma alternativa a quienes la ponen en práctica o la estudian: Por un lado, hallamos una aproximación “internalista”, centrada en el contenido de las obras y de fuerte impronta teórica e idealista, que busca dentro de los libros un reflejo de la sociedad y sus dinámicas en un momento concreto. Por otro lado, existe un enfoque “externalista”, de inclinación empírica, que atiende a las formas sociales de producción y consumo literario, y cuyo ejemplo más significativo está representado en la sociología del campo literario de Pierre Bourdieu y sus discípulos (Romero Ramos y Santoro Domingo 2007: 195).

Parecería, pues, que nos encontráramos ante una especie de obstinada bifurcación, con itinerarios que a partir de su ángulo común se desvían el uno del otro y que imposibilitan exploraciones de otro rango para la encrucijada. Sin ir más lejos, la que supusiera el propósito de transitar los dos caminos, si no en simultaneidad al menos como planteamiento asumible en fases sucesivas y/o en relación dialéctica. Y esto a pesar de declaraciones tan resueltas, aunque a la postre insuficientes en términos metodológicos, como la que encabezaba, ya en 1800, el “Discours préliminaire” de un libro fundamental para los albores de la disciplina, De la littérature considérée dans ses rapports avec les institutions sociales, de Madame de Staël, que se reproducirá aquí tomándola de su segunda edición:

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Je me suis proposé d’examiner quelle est l’influence de la religion, des mœurs et des loi[s] sur la littérature, et quelle est l’influence de la littérature sur la religion, les mœurs et les loi[s]. Il existe, dans la langue française, sur l’art d’écrire et sur les principes du goût, des traités qui ne laissent rien à désirer; mais il me semble que l’on n’a pas suffisamment analysé les causes morales et politiques, qui modifient l’esprit de la littérature. Il me semble que l’on n’a pas encore considéré comment les facultés humaines se sont graduellement développées par les ouvrages illustres en tout genre, qui ont été composés depuis Homère jusqu’à nos jours (Staël-Holstein 1820: t. I, 27).

Los propios manuales de sociología de la literatura, hoy con un mercado y una recepción muy superiores en Francia y en general en países francófonos a los que se registran en otros ámbitos culturales y lingüísticos, inciden frecuentemente en la polarización que se ha indicado (Candido 1975 [1965]: 17-39; Dirkx 2000; Ragone 2000; Aron y Viala 2006; Viala 2009; Sayre 2011). Lo siguen haciendo en el momento presente, tal vez por tratarse de un mecanismo manejable para hacer balance o incluso para la presentación de propuestas heurísticas más o menos renovadas.26 Chicharro Chamorro resaltaba ya en 1996 esa dicotomía a propósito de observaciones previas de Escarpit, Leenhardt y Josep Maria Castellet, si bien la localizaba —de acuerdo con Edmond Cros— en paralelo con la existente entre las teorías marxistas de la literatura y una sociología literaria propiamente dicha, marcada esta por incumbencia y límites empíricos, y por consiguiente con un objeto de estudio radicalmente distinto (en Sánchez Trigueros 1996: 21-24). Es pertinente la aclaración de que en las propuestas de Cros y Chicharro Chamorro se engloban en el sector de las teorías marxistas metodologías también receptivas a otras influencias. Sería

26 Así comienza, por caso, la introducción de Gisèle Sapiro a su manual La Sociologie de la littérature: “La sociologie de la littérature se donne pour objet d’étudier le fait littéraire comme fait social. Cela implique une double interrogation: sur la littérature comme phénomène social, dont participent nombre d’institutions et d’individus qui produisent, consomment, jugent les œuvres; sur l’inscription des représentations d’une époque et des enjeux sociaux dans les textes littéraires” (Sapiro 2014: 5).

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en particular el caso del estructuralismo genético de Goldmann y, por mediación de este, el de la sociocrítica, al menos en la orientación desarrollada por el propio Cros y sus seguidores. Pero seguramente el problema radique ya en algo bastante más simple y a la vez de ardua resolución, y en esto coincido en buena medida con lo expuesto por Sapiro (2014: 7) y lo sugerido mucho antes por Silbermann (1971 [1968]: 9-11) y en varios lugares por Meizoz. Este último, por ejemplo, rotulaba en 2006 su introducción a una entrega monográfica de la revista suiza A Contrario, dedicada precisamente a la trabajosa relación entre estudios literarios y ciencias sociales, con una expresiva interpelación: ¿diálogo de sordos o matrimonio de conveniencia?27 Porque lo que se dirime es en lo fundamental no tanto un desafío epistemológico como una atribución competencial entre parcelas académicas que viven de espaldas por desconfiar la una de la otra y por querer preservar su autonomía a toda costa; que lo han venido haciendo además por largo tiempo, en realidad desde la consolidación académica de las ciencias sociales en el último

27 Léase asimismo sobre estas consideraciones lo escrito por Chicharro Chamorro (2004: 206-236), en particular acerca de la recepción del estructuralismo genético en España y de algunas trayectorias guiadas en alguna medida por el magisterio de Goldmann, como las de varios autores ya citados aquí (Ferreras, Rodríguez, Mainer) y algunos otros. De Mainer, siempre en torno a las relaciones entre estudios literarios y ciencias sociales, es elocuente una suerte de palinodia situada en la “Nota preliminar” de su volumen Historia, literatura, sociedad (1988), suprimida —como casi todo lo que formaba parte de aquel texto original de presentación— en la nueva edición del libro, de 2000. En la nota de 1988 reconocía el autor que tras unos años de creer en la fecundidad de la sociología de la literatura pasó a huir de su marca “como de la peste” (Mainer 1988: 13). A propósito de lo anterior, incluida la declaración de Mainer, Darío Villanueva (1993: 5) ha comentado otra vertiente del asunto: lo que representó, entrados los años setenta, la necesidad de superar el “sarampión inmanentista” de buena parte de los estudios literarios inmediatos y la consiguiente pluralidad de las reacciones vinculadas con los nuevos horizontes que se abrían, entre ellos el sociológico, en cuyo espacio Villanueva ha encarecido siempre la entidad de la ciencia empírica de la literatura desarrollada por Siegfried Schmidt y el grupo NIKOL desde las universidades de Bielefeld y Siegen.

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tercio del siglo xix.28 Por una parte, las propias ciencias sociales; a los efectos que aquí nos ocupan, guiadas por la sociología. Por otra, los estudios literarios, encauzados, dependiendo de factores diversos y de las cronologías y cartografías que en cada caso se manejen, por disciplinas y metodologías en ocasiones muy prestigiadas y poderosas, como la filología, la historia literaria, la hermenéutica, la crítica, la estilística, el formalismo..., en general distantes de la episteme propia de las ciencias sociales. Y también por usos que tanto en regímenes democráticos como de impronta autoritaria o dictatorial han tratado de poner algunos de esos saberes —la propia filología, por ejemplo, y desde luego también la historia literaria, lo mismo que otras series historiográficas— al servicio del Estado. Y es que la compleja convivencia de las dos/tres culturas, de la que en su momento hablaron Snow y Lepenies, y más recientemente otros analistas de las ciencias sociales, como desde diferentes ópticas John Brockman, Dominique Maingueneau29 o Francisco Fernández Buey, sigue conformando una palmaria y obstinada realidad. Claro que también habría de tenerse en cuenta, al margen de apriorismos, la concreción efectiva de las prácticas textuales correspondientes a esas dos o tres culturas y también la permeabilidad analítica entre los estudios literarios de orientación sociológica y una sociología de la literatura con empeño de asimilarse como ciencia social. Lo planteó de forma diáfana Antonio Candido al proponer en Literatura e sociedade (1975 [1965]: 9-15) la existencia de seis modalidades diferentes que ocuparían una especie de continuo

28 Hasta 1892 no existió en ningún lugar un departamento universitario de sociología. Y hasta tres años después, cuando apareció el American Journal of Sociology —también en Chicago, como la primera de las unidades académicas indicadas—, no se publicó ninguna revista académica especializada en este campo. Durkheim había accedido unos años antes, en 1887, a la primera cátedra de sociología en el continente europeo, concretamente en Burdeos. 29 Hay algo más que ironía en un juicio como este suyo a propósito de las dos culturas que conviven en el entorno de los estudios literarios: “L’emploi d’un terme comme ‘lecture’ est à ce propos significatif: un littéraire ne pratique pas la sociologie de la littérature, il fait une ‘lecture sociologique’ des œuvres” (Maingueneau 2006: 13).

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analítico no siempre sencillo de desagregar. Lo constituirían los trabajos que buscan relacionar producciones específicas o periodos literarios con sus concretas condiciones sociales, los destinados a verificar en qué modo las obras reflejan o representan la sociedad, los enfocados hacia el estudio de las relaciones entre obras y públicos, los que fijan la atención en la posición y la función social de quien escribe, los dirigidos hacia la función política de obras y autores y, en fin, los centrados en el estudio de los orígenes sociales, antropológicos o políticos de los géneros literarios y otras variantes textuales. Todo oscilando casi siempre, remarca el autor citado, entre la sociología, la historiografía literaria y la crítica de contenidos (9). Un ejercicio de interés para tratar de comprender las alternativas y reorientaciones de la sociología de la literatura en el último medio siglo podría ser contrastar balances suficientemente separados en el tiempo, como los debidos a Leenhardt (en Goldmann et al. 1971 [1967]: 46-71) y a English (2010), atento este último en especial al después de la disciplina tras lo que Tony Bennett (2010) calificó como su momento, los años sesenta y setenta del pasado siglo. Parece indudable la existencia de concordancias entre esos dos balances históricos. Por ejemplo, la del mantenimiento en el tiempo de la atención a los públicos y a la recepción, con la afectación que ello proyecta sobre el valor artístico y el canon u otros aspectos institucionales. Otra de las más claras concordancias radica en el hecho ya reiterado aquí de que las condiciones locales o regionales de los núcleos académicos más capaces e influyentes a escala global son decisivas, quizás lo hayan sido más en el pasado que ahora mismo, para el afianzamiento y proyección de sus respectivos programas de investigación. En otras palabras, en Francia no se han investigado los mismos asuntos ni se han adoptado las mismas perspectivas que en Estados Unidos o en Alemania. Esto conecta con otra consideración clave, a la que en parte también se ha aludido en estas páginas. Cada tradición sociológico-literaria ha escogido su propia clase de interlocución prioritaria. En el panorama de Leenhardt, sin embargo, se evidencia el peso del diálogo con la filosofía y se pondera muy positivamente la colaboración con la semiótica para un conocimiento de proximidad de los textos y su estructura. En el de English, por otra parte, emerge con fuerza el debate con las

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derivaciones de la teoría crítica e incluso con la filosofía política. Esto marca un punto de inflexión sobre todo en dos vertientes que hay que volver a remarcar: primero, la reflexividad sociológica y la predisposición relacional de la disciplina; segundo, el reconocimiento de la diversidad de sujetos sociales y políticos y de sus procesos de subjetivación, que en nuestro tiempo se asocia inevitablemente, y parece que lo hará aun más, a la interseccionalidad. Igualmente informan con fiabilidad sobre las heurísticas en curso los manuales al uso de sociología literaria, cada vez más receptivos a la necesidad de una comunicación fluida entre sociología e historia, en línea con lo postulado por la escuela de Bourdieu y bien antes por Norbert Elias y otros teóricos. Veremos un esquema ilustrativo de las especificidades de alguno de esos manuales. En la muy estimable propuesta de Dirkx (2000) sobresale una esquematización histórica de los procesos disciplinares, ya desde sus orígenes griegos, que deja espacio para perfilar apuntes sobre las relaciones de la sociología literaria con disciplinas como la lingüística, la historia de la literatura o la semiótica. Presta atención, además, a cuestiones como la sociología del libro, la sociología de la lectura, la cuestión nacional en perspectiva sociológica, la sociología de los géneros literarios y, desde luego, la eclosión de la sociología del campo literario.30 Quizás lo más significativo sea la confianza del autor, cabe conjeturar que hoy todavía insatisfecha, en la posibilidad de integrar

30 La sociología de los géneros en concreto recibe asimismo notable atención en el manual citado de Robert Sayre (2011: 175-195). Y mucha más en la propuesta a priori más específica debida a Pierre Zima (2000: 44-185). En la línea habitual de la sociocrítica y de la sociología literaria en general, Zima no oculta una predilección por el estudio de la narrativa ficcional, que al menos en su caso no opera con exclusividad. Capítulo aparte, siempre en relación con los géneros, sería el constituido por la sociología del teatro, o del espectáculo escénico en general. Son numerosas las propuestas existentes desde las debidas en una primera fase a Gramsci, Benjamin, Löwenthal y Bertolt Brecht, a menudo con una proyección de marca crítica o historiográfica, compareciente también en trabajos de Williams como Drama in Performance (1954); o, posteriormente, ya con una orientación más teórica y sistemática, a autores como Jean Duvignaud, Richard Demarcy, Richard Schechner o el propio Goldmann. Entre las sistematizaciones

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los análisis de dos niveles “artificiellement séparés”, el textual y el social (Dirkx 2000: 7). Se trataría de una tarea factible —observa de modo más que juicioso— solo a cargo de investigadores interesados por igual en los estudios literarios y en la sociología; aunque a esa clave habría que añadir seguramente otra más, la de una apuesta sólida por la constitución de equipos mínimamente cohesionados en la asunción de ese interés común y en la determinación científica correlativa, pues el tiempo en el que las grandes síntesis eran obra de una sola mano ha pasado a la historia. Paul Aron y Alain Viala (2006), que abogan por una concepción funcionalista del hecho literario y las prácticas asociadas, llaman la atención sobre la necesidad de entender mejor la incidencia de valores e intereses estético-literarios y sus efectos socioculturales; por ejemplo, a través del análisis de la adhesión de público y/o crítica. Además de atender objetos de estudio como la genericidad literaria-no literaria o los contenidos de las obras y sus efectos sociales, señalan como dignas de examen las trayectorias sociales individuales y colectivas —algo que los estudios prosopográficos han logrado afinar en sentido cuantitativo, sobre todo en Francia— o la investigación sobre las instituciones de la vida literaria y las redes colaborativas sostenidas por factores de diverso signo. En relación con todo ello proponen distinguir tres sectores sociológico-literarios activos cuyos ejes respectivos serían el lenguaje y los contenidos, las formas y las prácticas. Finalmente, aun incorporando como elemento central de su propuesta la sociología del campo literario de Bourdieu y la práctica totalidad de su aparato teórico, incluidas las marcas empírica, funcionalista y relacional, así como la conjugación de claves cuantitativas y cualitativas, Sapiro (2014) parece mostrarse sensible al designio indicado por Dirkx sobre la conveniencia de trabajar por una tentativa de integración de las dos vías más corrientes de aproximación sociológica a lo literario, las que se acaban de describir como textual y social. Activa además algo no muy habitual en Bourdieu, el contraste crítico, más

más recientes merece ser destacado el volumen Sociology of Theatre and Performance, de Maria Shevtsova (2009).

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o menos pormenorizado, con alternativas metodológicas concurrentes con la asumida como propia, entre ellas, el estructuralismo genético, la estética de la recepción, la teoría de los polisistemas, el feminismo y los estudios de género, los estudios culturales, el interaccionismo simbólico o también algunas claves características desplegadas en el pensamiento de Jean-Paul Sartre, Pierre Macherey, Fredric Jameson, Étienne Balibar, Jacques Dubois, Gayatri Spivak, Franco Moretti y bastantes otros. Lo más relevante es que Sapiro presenta la perspectiva sociológica del hecho literario en cuanto hecho social como algo muy concreto. Básicamente, se trataría de analizar las mediaciones entre las obras y las condiciones sociales de su producción. Propone hacerlo en tres niveles complementarios: primero, las específicas condiciones materiales de producción y lo que denomina funcionamiento del mundo de las letras (Sapiro 2014: 8), con atención a cuestiones como la autonomía del escritor y su rol social o el control ideológico de la literatura, para cuyo estudio sigue siendo útil su noción de campo de producción ideológica (Sapiro 2007); segundo, una sociología de las obras que incorpore aspectos sobre la representación del mundo social, obviamente mediada por el lenguaje y por lo que Lukács y Bajtín y su círculo indagaron respectivamente como reflejo y refracción, y por las formas o modalidades de tal representación; y tercero, el estudio de la recepción, la (re)apropiación y, en definitiva, los usos de la literatura. Hasta aquí podría parecer que se ha empleado la voz literatura como si fuera transparente y monosémica, pero según ha destacado Derek Attridge, muy atento al pensamiento de Derrida en su asedio a la presunta singularidad de la literatura, esta es siempre algo más y algo distinto que lo que el conocimiento, los tiempos históricos y las diferentes culturas hayan determinado que sea. Lo literario ocuparía en realidad, al menos para las culturas occidentales, “el lugar de lo otro” (Attridge 2011 [2004]: 232). Es sobradamente conocido el ahínco de Escarpit por demostrar en su día la plurivalencia histórica y cultural del vocablo (Escarpit et al. 1974 [1970]: 257-272). Si bien, tanto tiempo y tantas transformaciones después de sus consideraciones, es necesario ampliar lo por él señalado y contrastarlo teniendo presentes en primer lugar las prácticas literarias no adscritas al espacio tradicional de la cultura letrada y

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sus específicos patrones de autoría y textualidad; también, en segundo término, una diversidad lingüístico-cultural incluso más amplia que la detallada por el comparatista y sociólogo bordelés; y, además, analizar todo ello con fundamento central en los presupuestos y operativos de la historia conceptual.31 El lugar sociocultural y político de la literatura, lo mismo que el del arte, se ha movido, y acaso desdibujado de manera apreciable, si lo comparamos con el vigente hasta no hace tanto. Lo ha hecho bajo numerosos parámetros y configuraciones que aquí no es posible atender con detalle, pero que comparecen en otros capítulos de este libro. Entre ellos, el posestructuralismo y la crisis del sujeto, el multiculturalismo y la globalización económica y cultural, la cibercultura y la cuestionable pujanza de una esfera pública supraestatal, las nuevas formas de institucionalización cultural y los debates sobre identidades individuales y colectivas, las tensiones entre ficcionalidad, testimonio y posverdad o, en fin, las poéticas de la performatividad y de la intermedialidad, responsables no únicas de la multiplicación de las vías de acceso a lo literario y de modalidades de consumo imprevistas. Aquel lugar se ha movido, de nuevo en parangón con lo acontecido en general en el mundo del arte, también en otros sentidos. Por ejemplo, en relación con lo que Rodríguez Morató (2017: 10 y 2930) ha analizado como impregnación de la creatividad artística sobre otras prácticas sociales y comunicativas. Esto propicia que las propias prácticas artístico-literarias se hayan vuelto casi ubicuas. En parte

31 La propuesta metodológica de Koselleck se hace fundamental para la documentación de los usos de los conceptos en su vida social y política efectiva, siempre en proceso abierto y sujetos a claves relacionales y a lo que denomina entrelazamientos semánticos. Véase como ejemplo lo expuesto respecto a la historia conceptual de Bildung (Koselleck 2012 [2006]: 49-93), cuyos valores semánticos en castellano serían bastante más amplios que los que lo reducen a instrucción o cultura, pues en alemán se trata de partida de un concepto teológico que la Ilustración recondujo a través de un giro pedagógico y que, en cierto momento histórico, refirió ya la posibilidad de alcanzar determinadas metas en la autoformación crítica del individuo sin que este dejase de atender sus vínculos y compromisos con la sociedad.

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merced a una interconectividad perenne y al amparo de una ideología neoliberal auspiciadora de la consigna de que la creatividad es cosa de todos, por la cual lo público y la publicidad se han vuelto dominios concéntricos.32 Otro factor digno de consideración, ya sugerido en estas páginas, es el hecho de que lo literario se haya convertido cada vez más en un dominio que desde los puntos de vista discursivo, ideológico, cultural o institucional, entre tantos otros, no es competencia exclusiva de ninguna disciplina tradicional. No lo sería, tampoco, de los estudios literarios. La multiplicación de disciplinas que estudian lo literario en nuestro tiempo hace que la propia idea de literatura —un dispositivo entre otros, según lo observado por Agamben— haya dejado de ser patrimonio de nadie. De modo que a la interseccionalidad de los sujetos aquí examinada habría que añadir la propia interseccionalidad del objeto. Referencias Abrutyn, Seth (ed.) (2016): Handbook of Contemporary Sociological Theory. New York: Springer. Adorno, Theodor W. (2001 [1972-1975]): Epistemología y ciencias sociales, trad. Vicente Gómez. Madrid/Valencia: Cátedra/Universitat de València. Agamben, Giorgio (2011 [2006]): “¿Qué es un dispositivo?”, trad. Roberto J. Fuentes, en Sociológica, nº 73, pp. 249-264. — (2016 [2014]): El fuego y el relato, trad. Ernesto Kavi. Ciudad de México/ Madrid: Sexto Piso. Álvarez-Uría, Fernando y Julia Varela (2000): La galaxia sociológica. Colegios invisibles y relaciones de poder en el proceso de institucionalización de la sociología en España. Madrid: Endymion. Aron, Paul y Alain Viala (2006): Sociologie de la littérature. Paris: Presses Universitaires de France. Attridge, Derek (2011 [2004]): La singularidad de la literatura, trad. María Jesús López Sánchez-Vizcaíno. Madrid: Abada.

32 La relación entre el talento y el fantasma de la inutilidad en la cultura del nuevo capitalismo ha sido analizada por Sennett (2013 [2006]: 75-113). Cfr. Boltanski y Chiapello (1999), Zafra (2017) y Mould (2018).

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Conectados pero solos La narrativa más allá de las pantallas. Educomunicación 3.0 María Teresa Vilariño Picos

Hay que recuperar la creencia de que la literatura es una institución social y estética de primera magnitud, y que su enseñanza no es un mero adorno que los sistemas educativos se conceden graciosamente para colorear sus cuadros, sino que puede desempeñar un papel insustituible para la formación de los ciudadanos en un sentido plural, democrático y cosmopolita. Darío Villanueva

La tecnología es una dimensión trascendente en el cambio social. Las sociedades evolucionan y se transforman a través de la interacción de factores culturales, económicos, políticos y digitales, de modo que la tecnología se asienta en un espacio multidimensional y multidisciplinar. Se conjugan la historia, la filosofía, el arte, la ciencia o la literatura con las bases de datos a gran escala o los gráficos. Los cambios sociopolíticos y tecnológicos llevan aparejado un giro de mentalidad y una transformación cultural. El informacionalismo proporciona la base para un determinado tipo de estructura social que se identifica, en palabras de Manuel Castells (2002), con una sociedad-red. Las innovaciones tecnológicas han introducido cambios palpables en la percepción, la sensibilidad, las costumbres, los hábitos o las creencias que nos permiten incorporar sin gran sorpresa los fenómenos digitales. Lo distintivo de nuestra época histórica es un nuevo paradigma, tecnológico, “marcado por la revolución en la tecnología de la información, y centrado en torno a un racimo de tecnologías informáticas. Lo nuevo es la tecnología del procesamiento de la información y el impacto de esta tecnología en la generación y aplicación

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del conocimiento” (Castells 2002: 112). Los “medios sociales” (social media), como veremos, constituyen el máximo ejemplo del cambio de paradigma que se ha producido. Las redes digitales y la situación actual de los medios de entretenimiento han favorecido, como consecuencia de lo anterior, el auge de la fabricación y creación personalizadas, en streaming, en lectura y difusión discontinuas, para confeccionar distintos modelos narrativos. La multidireccionalidad de las comunicaciones y las interacciones en red permiten a los usuarios utilizar de manera simultánea varios canales comunicativos que les proporcionan experiencias diferentes. La expresión cultural comenzaba a tomar como patrón el caleidoscopio del hipertexto global y electrónico, ubicándose alrededor de Internet y del multimedia. Los nuevos modelos culturales, que ya han superado el hipertexto en cuanto a la narrativa se refiere, emplean recursos intermediales, o transmediales, ubicándose en espacios virtuales, que han sustituido a los físicos y que necesitan de la interactividad. Son espacios de la presencia, en los que su temporalidad resulta la de un “presente inmediato” en el que la representación cede paso a la copresentación (Han 2014: 33 y 35). Por otro lado, las experiencias colectivas y los mensajes compartidos en las redes sociales conducen a una cultura como medio social que “constituye la fuente de la virtualidad real como marco semántico de nuestras vidas” (Castells 2002: 118-119). Este capítulo establece un planteamiento sobre el giro que la enseñanza de la teoría de la literatura debe adquirir en el marco de una educomunicación que denominaremos educomunicación 3.0. De este modo, veremos también cómo la narrativa, su creación y su estudio, se han adaptado a las circunstancias tecnológicas de distinto signo del siglo xxi, desde la creación colectiva al teatro virtual, al cine inmersivo o a las narrativas transmedia. En este último aspecto centraremos las páginas finales del texto para recalar en la obra de uno de los autores más importantes en el campo de la narrativa transmedia, como es Lance Weiler, de la mano, en este caso, del cineasta David Cronenberg.

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1. Hacia una Educomunicación 3.0 Seguramente todos recordamos los libros canónicos de George P. Landow, en los que se vinculaba la teoría literaria con las nuevas tecnologías. Mucho ha llovido desde aquella publicación de Hypertext 3.0. (2006), el último publicado, con varias ediciones, revisadas y aumentadas. Landow era muy consciente de los cambios que había experimentado la aplicación de los medios electrónicos al arte y a las humanidades, y estos cambios iban mucho más allá de los que había enumerado en Hypertext 2.0 y que clasificaba en cinco: 1) el enorme crecimiento de la Red y su uso en la literatura, la economía y la política; 2) el desarrollo de weblogs o blogs como una nueva manera de leer y de escribir hipertextos; 3) el rápido aumento de textos animados y generativos, por medio del programa Flash; 4) la creciente importancia y decodificación de nuestra comprensión del poscolonialismo y la globalización; 5) el incipiente camino de desarrollo del cine interactivo y digital o el concepto, que más tarde desarrollaría Henry Jenkins, de convergencia cultural (Landow 2009: xi). A pesar de que la cibertextualidad ha avanzado muy rápidamente, así como esa teoría fundamentada en ella, y ya hablamos de transmedia, y no de hipertexto o de hipermedia, me gustaría centrarme en el término 3.0 para aplicarlo a una nueva perspectiva sobre la educación en general y sobre el texto literario digital en particular, y hacer equiparable el 3.0 con los procesos de los que hablaremos enseguida. Empezaré este capítulo rescatando el concepto de educomunicación, de Roberto Aparici y David García-Marín, basado en los principios del argentino Mario Kaplún, y antes, del brasileño Paulo Freire, porque resulta muy actual en el marco del que quiero ocuparme y es, además, una de las claves para proceder a una innovación educativa realista; se trata de una innovación en la que la relación entre docente y discente se transforma de manera absoluta para nutrirse del proceso y no del emisor ni del receptor. Iríamos, entonces, más allá de los términos prosumidor y emirec de Alvin Toffler y Célestin Cloutier respectivamente. Los docentes e investigadores podríamos establecer una especie de “cartografía de

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las pedagogías críticas digitales” que ofreciese al alumnado maneras plurales de enfrentarse a los contenidos.1 La mayor parte de los docentes intuimos, a día de hoy, que el modo en que impartimos nuestras clases debe someterse a un cambio urgente, poniendo el punto de mira en nuestros estudiantes, que han sido, en muchas ocasiones, “individuos domesticados para la reproducción, clones unos de otros” (Aparici 2018). Aparici y García-Marín, directores del Máster en Comunicación y Educación en la Red2 que se imparte en la UNED, insisten en la necesidad de que los alumnos recuperen su voz mediante la creatividad y su propia escritura y mirada, para que se den cuenta de las potencialidades que conlleva el hecho de observar y reflexionar autónomamente y no de copiar el prisma de los docentes. Cuando a los alumnos se les enseña a “aprender a aprender”, se sienten desorientados en un primer momento y desean volver a la memorización, atados a un pasado sumamente jerarquizado. Frente a los modelos unidireccionales y transmisivos, en los que se separaba el foco de poder, el profesor, de los receptores pasivos, miembros de una comunidad educativa que, como mucho tenían la posibilidad de realizar una retroalimentación poco independiente, surge la educación/educomunicación 3.0, sustentada en una participación significativa en los foros o en las redes sociales. Resulta de ella un saber colectivo que, en palabras de Howard Rheingold (2004: 74), se traduce en un compendio de “multitudes inteligentes” y colaborativas. En Internet “se incluyen [...] contratos sociales cooperativos. Internet no es solo el resultado final, sino la infraestructura que facilita nuevos modelos de organizar la acción colectiva a través de las tecnologías de

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Todas las direcciones web han sido consultadas el 5 de enero de 2020. Me gustaría resaltar dos entidades y proyectos que suministran el apoyo necesario a esta propuesta colaborativa, interactiva y crítica, como son, por un lado, el Instituto Universitario de Educación a distancia (IUED), centro universitario dependiente del Vicerrectorado de Calidad e Innovación Docente de la UNED, y, por otro, el Grupo CoRen. Pedagogía digital: comunicación, redes sociales y nuevas narrativas (GID2017-4), coordinado por Sonia Santoveña. .

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la comunicación” (74). La estructura reticular de la Red se basa en las personas, en la conexión y en el intercambio de ideas y no solo en las tecnologías. Los cambios más importantes derivados del paso de una cultura analógica a una digital se pueden sistematizar en los siguientes, en palabras de Fernando Bordignon (2018: 131-133): • Distribución e intercambio de información en tiempo real. Intercambios instantáneos, sumados a la expansión y ubicuidad de las pantallas. Podemos hablar de un espacio mundial de intercambio instantáneo. • Mayor dinamismo en la propagación de la cultura. La cultura se expande a un ritmo mucho mayor. • Modelos nuevos de negocio. Se rompe con los modelos tradicionales de negocio para orientarse más a los servicios que a los productos. • Nuevos analfabetismos. Para que los tecnociudadanos puedan participar en los procesos de transformación digital deben adquirir nuevos saberes y habilidades vinculadas a los ecosistemas digitales. • Estimulación de la creatividad. En el ciberespacio existen nuevas formas de creación y expresión. Casi cualquier ciudadano puede crear o editar recursos digitales. La cocreación y la coautoría son formas culturales de confección y desarrollo colectivo. • Relaciones interpersonales expandidas. Desde el correo electrónico hasta la mensajería instantánea personal, la interconexión entre personas se produce mediante maneras nuevas de expresión, organización y construcción de conocimientos.

La tecnología digital no debería ser neutral a los cambios, sino que tendría la obligación de establecer un compromiso por un desarrollo sostenible, convirtiéndose en un articulador social y activo. Señalemos anticipadamente dos propuestas de trabajo: los debates en redes sociales y la organización del aprendizaje a través de webconferencias, foros y plataformas virtuales. Los debates en las redes sociales, como Twitter, o las comunidades virtuales transmiten una educomunicación que se reviste de inmediatez y sucede en tiempo real. Estos recursos constituyen un gran valor motivacional para el alumnado, estableciendo una percepción positiva de la experiencia académica.

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Las redes sociales se presentan como una herramienta muy cercana y fácilmente utilizable. Las redes virtuales cambian los modos de ver y leer, las maneras de reunirse, de hablar y de escribir. Las redes sociales corren parejas a los cambios que se están experimentando en la ciudadanía. Esto implica que si la realidad es transformada, lo será también la tecnociudadanía digital. Las redes sociales influyen en cómo se concibe la identidad de los usuarios. Instagram, Twitter o Facebook no dejan de ser proyecciones de un ideal de vida que aspiramos alcanzar y con el que soñamos que nos identifiquen. Vivimos en un tiempo de evasión digital en el que nos sentimos más realizados por lo que queremos ser y por cómo queremos que nos vean que por lo que realmente somos. La parte literaria también concede su espacio en la Red a través del transmedia y de los booktubers y bookstagrammers. La organización del aprendizaje a través de las webconferencias, complementándose con los foros y el refuerzo de los tutores y del equipo docente en las plataformas virtuales, incentiva a los estudiantes a participar en el mismo momento en que se produce la grabación, o ya de manera asíncrona en cualquier espacio distinto del aula. Estas tecnologías digitales permiten adentrarnos en varios conceptos, como son la interactividad, la inmersión, la participación o la convergencia de medios. En el marco de esta educomunicación, el hecho de poseer una voz no comprometería a incentivar únicamente a la simple participación, sino a una coparticipación relevante, usando los distintos soportes y canales de manera eficiente, meditando sobre las verdaderas ventajas de los medios y del efectivo beneficio de las TIC para ponerlas al servicio de esa significativa cooperación. Podemos mencionar al respecto los siguientes recursos: Wikiversity,3 plataforma de educación libre, Memory of the World,4 de la Unesco, o Youcoop-P2P Foundation-Platoniq Lab,5 que intentan promover un compromiso democrático entre la herencia cultural y las herramientas

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digitales, en aras de una metodología que conduzca a una colaboración cívica en la educación. Sara Osuna (2015) sostiene que la cultura de la participación implica que los estudiantes se agrupen, preparen unos contenidos, los expongan y se ayuden en su aprendizaje general. De este modo, el estudiante se implica y corresponsabiliza, evitando la verticalidad. Nos encontramos, por lo tanto, en una época en la que los estudiantes tienen que abrirse camino en el aula e ir autoevaluándose, e incluso calificándose a sí mismos y a sus compañeros. Estaríamos hablando de una pedagogía creativa para el empoderamiento del estudiante en la que las plataformas no son cerradas (tengamos en mente el beneficio que ofrecen los MOOC/COMA, cursos masivos en red y en abierto) y el aprendizaje es coparticipativo, pero necesitado de unos espacios, reales y virtuales, donde consensuar y tomar decisiones. La arquitectura de las aulas universitarias no favorece este trabajo de cooperación, pues reina en ellas, como decíamos, la verticalidad, pero frente a esta cabe, sin duda, un aprendizaje activo, casi performativo, mediante un análisis crítico, reflexivo y sociocultural: En el entorno digital que proporciona Internet, la población joven forma parte de un “intelecto colectivo” con otros muchos individuos más, que se conectan también a la Red. Forman parte de una ciudadanía global con la que interactúan a través de la aportación de sus conocimientos, ideas, conversaciones, capacidad de aprender y enseñar. La suma de inteligencias compartidas crea una especie de cerebro común (Aparici 2018: 11).

La neuroarquitectura busca soluciones para estos espacios cerrados, con alternativas que plantean nuevas relaciones con los lugares, dotándolos de dinamismo, movilidad y simultaneidad, como sucede en algunos países como Finlandia. Porque el espacio influye igualmente en ese vínculo entre profesores y alumnos, favoreciendo el aprendizaje al que ya nos referíamos líneas atrás. Jesús Martín-Barbero nos advertía de los peligros de mantener prácticas educativas y comunicativas ajenas al contexto sociotecnológico, puesto que la praxis comunicativa de la sociedad, en lugar de “limitarse a retransmitir saberes memorizables, reproductibles” sería más

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beneficiosa si se ocupara de asumir “los nuevos modos de producir saber, esos que pasan por la apertura de las fronteras que dicotomizan cotidianamente a la escuela como lugar del libro, a los medios audiovisuales y a las tecnologías informáticas como el lugar de la mentira y la seducción” (Martín-Barbero 1991: 21). El modelo de pedagogía estática, reflejo de una concepción de un mundo inmutable, se suplantaría, para Lev Manovich (2013), por otro de “aulas-interfaces”, cuya relación es crucial para entender la irrupción del software en todos los ámbitos de nuestro día a día. Pero volvamos a Mario Kaplún. En su obra Una pedagogía de la comunicación (1998), el autor critica el modelo de educación unidireccional y establece tres modelos pedagógicos distintos, entre los que toma parte por el tercero. Estos son: a) el centrado en los contenidos: corresponde a la educación tradicional, basada en la transmisión de conocimientos y valores de una generación a otra, del profesor al alumno; b) el basado en los efectos: consiste en dirigir la conducta de las personas, de los lectores y espectadores, con objetivos que han sido previamente determinados; y c) el que se ubica en los procesos:6 no se preocupa tanto de los contenidos que serán comunicados, o de los efectos, sino de la interacción dialéctica entre las personas y su realidad, del desarrollo de sus capacidades intelectuales y de su conciencia social.

Podríamos decir que la educación ha sido edificada, prácticamente, sobre los contenidos y los efectos. Pero, homenajeando a la pedagogía crítica de Paulo Freire y su “educación liberadora” o “educación transformadora”, así como su coincidencia con muchas de las ideas de Henry Giroux, que se oponía radicalmente a una educación capitalista, Kaplún defiende un modelo en el que tanto profesores como alumnos se conviertan en emisores, constructores de una realidad cercana al mundo que nos rodea, mediante un aprendizaje que resulte exitoso y eficaz. Los “procesos” ponen el énfasis en el diálogo, el intercambio

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Más abajo utilizaremos la etiqueta in-betweenness.

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o la interacción entre los participantes, en la problematización y en el dialogismo. El espíritu crítico se fundamenta ahora en las redes sociales, el big data, el software, las narrativas digitales, YouTube, los media labs, los zines, los fanzines, el do-it-yourself, los memes, los GIF, los influencers, los booktubers, los laboratorios de innovación ciudadana o los wattpads, por enumerar algunos de los recursos más utilizados, que transmiten la complejidad del mundo en que vivimos, mediante “la incorporación de fluidez y capacidad de transformación evolutiva” (De Rosnay 2019: 105). Ese espíritu crítico es fundamentalmente disruptivo (cfr. Jean-Marie Dru 2000), innovador y rupturista, y conlleva una transición digital. Los wattpads, “where stories live”, y cuyo lema es: “Your story matters. Let the world hear it”, por ejemplo, conectan distintas comunidades virtuales de millones de lectores y escritores por medio del poder de las historias que crean. Se trata de una plataforma social donde se leen o se escriben distintas narrativas que pueden optar, además, a que se adapten como series de televisión, a que se produzcan como una película o simplemente a que se publiquen gracias al número de lectores que mueven.7 En el caso de los memes, estamos hablando de una producción cultural de gran importancia para comprender los códigos sociales del siglo xxi. Un meme es una combinación de una imagen con un breve texto cuyo fin es la búsqueda del humor mediante la relación entre los dos elementos. El meme pretende alcanzar el ingenio y la ironía en un formato fragmentario, y es necesario, normalmente, un contexto para poder entenderlo. Los consumidores de memes se convierten en memenautas que utilizan plataformas bien conocidas, como Reddit.8 Los memes están creados por usuarios de redes sociales sin ánimo de lucro, por lo que tienen cierto carácter de “hágalo usted mismo”,

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del mismo modo que el mixtape o el collage.9 Estos productos, al difundirse por las redes sociales y compartirse rápidamente, tienen un poder de viralización enorme. Richard Dawkins (1976) los clasifica en términos de fecundidad, longevidad y fidelidad, y forman parte de un soft power, opuesto al hard power o poder institucional. Pero la red no está exenta de críticas ya que, asimismo, está llena de hoaxes (bulos), fake news (noticias falsas), se adentra en la posverdad, en la búsqueda de los afectos y de las emociones, de hechos alternativos, aunque sean mentira, y sigue ahondando en la brecha digital entre nuestro “primer mundo” y aquellos que carecen de la representación tecnológica. Sostenía Darío Villanueva en su presentación de clausura del curso 2016-2017 de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, titulada “Verdad, ficción, posverdad. Política y literatura”, que el concepto de posverdad resulta muy interesante, pero también preocupante, como lo son las teorías conspirativas, resultado de un supuesto complot tramado en secreto por un grupo poderoso y reducido de personas que persiguen, generalmente, un objetivo siniestro. La posverdad pasa a ser definida como “toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público” (RAE). Los hoaxes son actos que se realizan con el propósito de engañar; tienen un carácter deliberado, y en esto coinciden con las fake news. Podemos definir estas últimas como informaciones escritas o audiovisuales que, siendo verificablemente falsas en todo o en parte, se confeccionan, aun a sabiendas de su falsedad, y difunden deliberadamente, dotándolas de una apariencia informativa

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La palabra mixtape se remonta al hip hop y tiene que ver con la música gratuita y con la promoción underground, sin el respaldo de las discográficas. Los elementos clave para que se produzca un mixtape, que se diferencia, así, de un disco, son: la venta de los productos en la calle por una pequeña cantidad, los nuevos compases sobre beats sampleados, porciones de música grabada que son reutilizadas para otras obras musicales, y los shout outs de los DJ para promocionarse y amenizar el directo. Se trata de un concepto unido a los formatos caseros, por lo que se abaratan los costes de producción (cfr. Hall 2018).

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auténtica que las presenta como noticias serias; su objetivo es engañar, manipular o aprovecharse de sus destinatarios, generalmente con fines económicos o políticos. Algunas son enteramente falsas, mientras que otras contienen o parten de una verdad (en cuyo caso, como sucede con toda mentira, resultan más eficaces) (Ballesteros 2018: 91).

Del mismo modo, es notorio que la interactividad no es una herramienta exclusiva de los últimos años en la literatura o en el arte. Así, determinados medios de la era predigital proponían ya interacciones constructivas que necesitaban de una atención muy marcada para rellenar los huecos narrativos. La interactividad, por tanto, solo se ha visto reconfigurada y situada en un espacio diferente, en el que se interactúa con otras personas a través de los dispositivos digitales. Ha habido un error significativo, por tanto, en ligar la interactividad a la viralidad de la difusión de contenidos en un tiempo récord: La mayoría de los contenidos que se convierten en virales a través de la Red obedecen a sofisticadas estrategias y tecnologías de creación y transmisión de objetos fácilmente propagables, a través de las redes sociales [...]. Los falsos perfiles en redes sociales y la presencia de bots automáticos que facilitan la transmisión de determinados mensajes y productos mediáticos son algunos de los complejos mecanismos que de forma deliberada se utilizan para lograr la propagación (Aparici y García-Marín 2018: 221).

En aquellas obras literarias que se convierten en textos mixtos, múltiples, mediatizados, intermediales e interdisciplinares, lo importante es el sujeto que mueve la tecnología, no la propia herramienta en sí misma. Por no obviar que el lenguaje hipertextual de la Red se dirige por unos caminos y no por otros, regidos por un control de acceso a la información, tal y como hemos adelantado. De manera antagónica a la pedagogía del confort surge, entonces, la pedagogía de la incertidumbre. Vivimos en un tiempo y un espacio en los que el crecimiento no es sinónimo de progreso, en los que surgen poderosos fenómenos como la googlemonía, frente a los que germinan movimientos en contra del eurocentrismo, como Occupy Wall Street, el #MeToo o el 15-M, con evidentes trasfondos políticos, ideológicos y sociales.

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En los tiempos que corren, en una época en que casi todo está en crisis, incluidos los deberes y las responsabilidades personales, “se vuelve necesario recuperar el poder de la conciencia que dé lugar a la reflexión personal y grupal que permita volver a descubrir las preguntas fundamentales en torno al sentido genuino de la vida humana, el quehacer de la persona en su relación con los demás y la capacidad de autocontrol frente a la apetencia del bien subjetivo” (Lipovetsky 1998; cfr. Pantoja Vargas 2012). La pedagogía que acerca la educación a la comunicación se asienta, diría Kaplún (1998), en la interacción dialéctica entre las personas y su realidad, en el desarrollo de sus capacidades intelectuales y de su conciencia social. Es, así, una pedagogía crítica que se aproxima a los postulados de George P. Landow y su pedagogía para profesores-navegantes. No es una educación individual sino grupal, el eje no es el profesor como transmisor de contenidos, antes bien una especie de director de orquesta que facilitará el proceso de búsqueda para hacer preguntas y problematizar, fomentando la solidaridad y la cooperación. Es necesario resaltar y fortalecer también el concepto de interdisciplinariedad, porque cada vez es más beneficioso el contacto entre docentes de distintos campos de estudio que caminen hacia un proyecto cooperativo. Solo quiero mencionar, al final de este apartado, los distintos modelos horizontales que han marcado una referencia, como son el modelo emirec, de Cloutier (1973), el modelo prosumidor de finales de los setenta de Toffler (1979), y, por último, el modelo YouTube, de Chad Hurley, Steve Chen y Jawed Karim (2005), que se plantea como un modelo binario profesor/amateur, un espacio de libertad, con una interacción híbrida de humanos-máquina, que usa la metáfora borgiana de la biblioteca o inteligencia colectiva. De la vida en la pantalla a la defensa de la comunicación, como propone Sherry Turkle (2011), con nuevas o viejas pedagogías, según Daniel Prieto Castillo (2000), es necesario atender a las nuevas formas de enseñar y de aprender.

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2. Conectados pero solos. La “multitud conectada” teje la Red En 1996, Turkle ofrecía su primera charla en Ted Talks, titulada “Celebrating our Life on the Internet”, para expresar lo emocionante que suponía estar conectados en las salas de chat y de pertenecer a ciertas comunidades virtuales. Lo importante de aquellos momentos era, según Turkle, no solo el hecho de conectarnos, sino también, y sobre todo, el de desconectarnos para seguir con nuestra vida e identidad propias. Sabemos cuán difícil es borrar nuestros perfiles de las redes sociales y nuestros datos de la web. Siempre queda una huella, queramos o no. Aplicaciones como Robots, de Google, leen y analizan los mensajes que enviamos a través de Gmail, como si se tratase de operadores humanos, para ofrecernos publicidad personalizada a partir de nuestros intereses, detectados por las aplicaciones. Los rastros digitales proceden de los correos electrónicos, de los contenidos visuales y de audio, de los archivos multimedia, de las redes sociales y todos los servicios en línea, de los teléfonos móviles, de nuestra papelera de borrado, de las compras en Internet, de la instalación de cookies o de los buscadores. En cuanto a estos últimos, la búsqueda de información crea un espacio particular para cada persona, denominado “burbuja”, que “altera la forma en que cada uno adquiere y construye conocimiento. Algoritmos desconocidos e invisibles filtran, seleccionan y muestran unos contenidos personalizados y no otros posibles: aquellos que no concuerdan con el filtro implementado por el algoritmo” (Bordignon 2018: 148). Y así han surgido distintas empresas que se ocupan de hacer desaparecer nuestros datos personales y nuestra ciberbiografía. Los rastros digitales han sido trasladados también al arte en la Red, como es el proyecto Tracking Transience de Hasan Elahi,10 que llegó a ser detenido en 2002 en el aeropuerto de Detroit por estar en una lista negra del FBI. Elahi documentó y publicó todos sus movimientos por la Red, cerca de sesenta mil fotografías, como pruebas de sus

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rastros digitales por el mundo. Tracking Transience es un proyecto de autovigilancia que utiliza el arte para denunciar la inclusión por error de ciudadanos en las listas negras policiales. Ya en 2012, en una nueva conferencia titulada “Conectados pero solos” (“Connected but Alone”), Turkle manifestaba que la tecnología nos está arrastrando hacia lugares por los que realmente no queremos transitar. Los dispositivos móviles tienen tanta fuerza psicológica “que no solo cambian lo que hacemos, sino lo que somos” (Turkle 2012). Nos estamos acostumbrando a coexistir “juntos en solitario” (“alone together”), a ocultarnos los unos de los otros, aunque permanezcamos conectados en multitud.11 De hecho, la identidad digital se consolida mediante una reputación también digital que se construye sobre lo que los demás dicen de nosotros. Frente a este aislamiento, la misma Turkle, en su último libro de 2015, traducido al español en 2017, En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la era digital, aboga fuertemente por el diálogo cara a cara para recuperar la fuerza de la interacción física, desvirtuada con la avalancha de los soportes electrónicos. Si trasladamos todos estos planteamientos a la educación podemos señalar lo que sigue: En el aula, las conversaciones transmiten mucho más que los detalles de una materia; los profesores están allí para ayudar a los alumnos a aprender a hacer preguntas y a no darse por satisfechos con las respuestas fáciles. Más aún, la conversación con un buen profesor transmite que el aprendizaje no consiste solo en las respuestas. Consiste en lo que las respuestas significan. Las conversaciones ayudan a los estudiantes a construir discursos [...] que les permitirán aprender y recordar las cosas de un modo que tengan significado para ellos. Sin estos discursos, puedes aprender información nueva pero no saber qué hacer con ella, como interpretarla (Turkle 2017: 21).

Hemos leído en varios periódicos y en Internet, y hemos visto en televisión, cómo paradójicamente una buena parte de los trabajadores

11 Véase también Turkle (2011).

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de Google quieren recuperar una educación ajena a las nuevas tecnologías en los primeros años de escolarización, recurriendo a métodos como la pedagogía Waldorf, defensora de la práctica analógica, de la creatividad y de un mundo real y palpable distinto del creado en las pantallas. El concepto de enjambre digital del filósofo Byung-Chul Han describe al conjunto de individuos aislados, que no posee alma ni espíritu, fundido en una nueva unidad, en la que ya no tiene ningún “perfil propio” (2014: 27), le falta la “intimidad de la congregación, que produciría un nosotros” (2014: 28). Byung-Chul Han utiliza, además, el apelativo hikikomoris para calificar a estas personas que viven al margen de la sociedad, sentados ante la pantalla del ordenador de manera ininterrumpida. Y lo cierto es que los hay. Solo hace falta mirar a nuestro alrededor. Tal es la fuerza de la Red que el ciberespacio se diseña como un reality show en el que se enuncian las vidas privadas de sus consumidores, como veremos más adelante con la artista Amalia Ulman, que ficcionaliza y crea vidas simultáneas, avatares dotados de una biografía totalmente independiente y a la carta, que viven literalmente en un mundo paralelo, en un Second Life moderno. 2.1. Ecología de los medios Pongamos un ejemplo de aquellas narrativas incrustadas entre la memoria y lo efímero; la volatilidad; entre la conservación, la reinvención, la multiplicación y la manipulación; narrativas que reflexionan sobre la identidad individual y colectiva, que utilizan la polifonía como herramienta. Se trata, en fin, de narrativas literarias y artísticas que son, a su vez, multidisciplinares, multimedia y multiculturales; que defienden, por ejemplo, el compromiso y el activismo social o derivan, al contrario, en la comercialización y banalización de la cultura. Estas formas narrativas, diseñadas para el ciberespacio, pueden parecer muy opacas para un filólogo no atento, o a disgusto con el cambio que se ha producido asimismo en el terreno de las humanidades en general y de las humanidades digitales en particular. A las

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humanidades, y a la teoría de la literatura, no les ha quedado otra solución que adaptarse al medio y epigenéticamente ampliar su concepción original, fomentando la interdisciplinariedad, la interculturalidad y la intermedialidad. La epigenética constituye uno de los descubrimientos más importantes de los últimos veinte años en el campo de la biología. Acuñado por Conrad Hal Waddington en 1942, el concepto encuentra, a mi modo de ver, un trasvase muy acertado para aplicarlo a la renovación de la teoría de la literatura y la literatura comparada. ¿Qué quiero decir con esta afirmación? Las dos disciplinas deben acercarse a la nueva forma de ver el mundo, a los nuevos modelos de transmisión cultural, al deep learning (aprendizaje profundo), utilizando los sistemas de evolución digital para aumentar la capacidad de aprendizaje. Sería como una especie de evolución digital darwiniana aplicada a nuestra área de conocimiento. Podemos emplear la noción de ADN social como una metáfora para ilustrar la necesaria adaptación a las demandas, a los requerimientos que nos plantea la investigación más actual, dejando así de sumergirnos en océanos tan especulativos para desarrollar modelos más prácticos. Ya Castells comentaba cómo la ingeniería genética supone el segundo componente de la revolución en la tecnología de la información. Castells se refiere a que estas tecnologías se centran en la “descodificación y la reprogramación final del ADN, el código de información de la materia viva” (2002: 115). Existe una relación muy estrecha entre la microelectrónica y la ingeniería genética. De hecho, es ineludible que, sin el poder de la computación y la simulación ofrecidas por el software, el proyecto del genoma humano no podría haberse desarrollado. Existe, por tanto, una convergencia teórica entre los distintos campos, humanidades, ciencia y tecnología, gracias a la capacidad de expansión de todas ellas, a su habilidad recombinatoria y a la posibilidad de distribuirse a un público masivo, como si se tratase de un virus. Nos encontramos con narrativas confeccionadas, por un lado, para un grupo selecto de estudiosos e investigadores y que, por otro, incitan a un público masivo al empleo de útiles de licencia libre o código abierto. Son narrativas, en fin, que juegan con la habilidad de dar a

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entender que el lector o espectador está realmente interactuando con ellas y que, al mismo tiempo, nos agradan porque nos dejan la libertad de creer que “nadie nos escucha” (Turkle 2012). El hecho de poder editar el material que compartimos en Red nos concede, igualmente, la facultad de borrar y retocar los textos, en una especie de narrativa consumida en “pequeños sorbos”. Las tecnologías de la comunicación, derivadas al arte, al cine o a la literatura, generan ambientes que afectan, sin duda, a los sujetos que las utilizan; esto es, que los medios, en palabras de Carlos Scolari (2015: 29 y ss.), crean un tipo de “ecosistema” que rodea al individuo y modela su percepción y cognición, estableciendo una disciplina que podríamos denominar ecología de los medios. Este campo de estudio partiría del eje de que ningún medio opera de manera aislada, sino que afecta a todos los demás (Nystrom 1975: 130), en una sinergia infinita, constructiva y enriquecedora. Introduzcamos algún ejemplo. En el marco de la multitud conectada, podríamos mencionar el trabajo del artista visual español Julián Pérez,12 que gira en torno a los usos de Internet y la identidad digital. Pérez investiga los comportamientos, procesos y relaciones que creamos como usuarios de distintos servicios web, tales como redes sociales, canales de streaming o webchats, donde se cuestionan conceptos como el del anonimato, la intimidad, la autovigilancia o lo público frente a lo privado.13 Pérez trabaja también con cierto material artístico, combinado con la experimentación sonora musical (Dio3Stu). Entre los proyectos más representativos se encuentra el titulado A Real Time Story (2013). Este proyecto en tiempo real habla sobre la privacidad de las imágenes obtenidas de distintas webcams y cómo se reabsorben para su publicación en la Red, sobre todo en redes sociales como Instagram. La pieza es definida como un “panóptico” que busca

12 . 13 Julián Pérez desarrolla tecnologías de programación creativa con código abierto a través del Grupo Creative Coding Madrid (antes Processing Madrid). Desde septiembre de 2015 forma parte del equipo de mediación de Medialab-Prado y coordina la investigación “Stream y Procesos Creativos”. Puede verse el archivo multimedia de Medialab-Prado en .

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que el espectador se cuestione adónde dirige su mirada y reflexione sobre el concepto de espacio público. Al ser testigos de estas imágenes robadas y manipuladas, Pérez nos convierte en vigilantes al acecho. Cada webcam seleccionada tiene asociada una palabra clave que se ha designado previamente, la cual se utiliza para buscar tweets que la contengan. Estos tweets se integran posteriormente mediante un script (documento que contiene instrucciones), a modo de subtítulos de la imagen, generando así una pieza en tiempo real abandonada a una suerte de diégesis. El medio digital no solo ofrece, entonces, ventanas para la visión pasiva, sino también puertas de salida hacia otras ventanas, en las que demostramos que queremos producir y comunicar de manera totalmente activa (cfr. Han 2014: 34), inmiscuyéndonos, muchas veces, en las vidas de los demás, acercándonos a su intimidad y rompiendo las fronteras de la lejanía. Vayamos a otro ejemplo. ¿Cómo dialoga hoy en día la cultura analógica con las prácticas digitales?14 Esta es una cuestión que no ha dejado de preocupar a la Socìetas Raffaello Sanzio,15 donde Claudia Castellucci, Romeo Castellucci y Chiara Guidi aúnan en sus obras un artesanado teatral predigital con la tecnología más avanzada o dispositivos visuales, sonoros y olfativos. Es de destacar el Archivo SRS (Socìetas Raffaello Sanzio), que posee recursos documentales exclusivos, como obras de teatro, guiones, notas, manifiestos tempranos, textos teóricos, cuadernos y notas del director, diseños, dibujos y materiales visuales.16 Entre este artesanado y la tecnología digital se sitúa la obra Go Down Moses (2016), que implica una radical transformación de la historia bíblica de Moisés a través del arte y de su lenguaje visceral. Go Down Moses “reinventa el mundo, presentando una ráfaga de imágenes

14 Véase Juan Martín Prada (2012). Consúltese igualmente el programa de doctorado de la Universidade de Coímbra Materialidades da Literatura (). 15 . 16 .

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que traslada al público desde el hiperrealismo más contemporáneo hasta un ancestral mundo imaginario”.17 Por medio de cuadros vivos y de fragmentos, Romeo Castellucci transfigura distintos momentos de la vida de Moisés en un espectáculo de imágenes y sonidos estridentes. Ocurre algo similar con el grupo catalán La Fura dels Baus18 desde su creación en 1979 hasta los proyectos más actuales de la compañía. Uno de ellos, M.U.R.S. (2014),19 emplea los dispositivos móviles y GPS para reflexionar sobre las ciudades del futuro: “El gobierno, la economía, la movilidad... En las ciudades del futuro, las llamadas smart cities, parece que todo está controlado digitalmente”.20 M.U.R.S. juega con cinco espacios simultáneos dentro del Castillo de Montjuïc (Barcelona), por los que deambula el público, haciendo uso del teléfono móvil. Para entender la narrativa de M.U.R.S. y ser cómplice del espectáculo, los participantes deben haber descargado previamente una aplicación, diseñada para esta performance-instalación. En la representación de la obra no faltan las máquinas, las videoinstalaciones, las proyecciones y la realidad aumentada; ¡y cómo ha evolucionado la realidad virtual desde los simuladores hasta las escape rooms! Es igualmente el caso de la producción del artista mexicano Carlos Amorales.21 Su Dark Mirror (2004-2005), en colaboración con el diseñador gráfico André Pahl y el pianista José María Serralde, se sirve de una serie de dibujos como fondo, a partir de los que diseña animaciones de vídeo, combinando a la bestia y al hombre en una especie de pesadilla apocalíptica. Y todo esto lo lleva a cabo desarrollando un “archivo líquido”, formado por dibujos digitales que se insertan en sus memorias personales.

17 . 18 . 19 . 20 Puede verse el tráiler en . 21 .

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La ecología de los medios cobra vida en un espacio público y la Red refuerza la función crítica de la comunidad, la “multitud conectada”.22 3. “No solo puedes verlo, sino que también puedes experimentarlo”. La narrativa se adentra en las pantallas Dado el gran impacto que ha supuesto la Red en el desarrollo de la creación artística, al convertirse en un contenedor de imágenes y en un flujo constante de circulación de todo tipo de material visual, auditivo y multimedia, podríamos hablar de “una lírica de la ensoñación”, en términos de Juan Martín Prada, cuya característica definitoria es la existencia de un usuario-artista que desarrolla nuevas prácticas de trabajo que se envuelven en “apropiacionismos” y “mezclas”; para ello modifican fragmentos y residuos de signo y procedencia variados que se recombinan en obras lo más exitosas posibles, aunque no siempre estéticamente bellas, según algunas percepciones (Martín Prada 2015). La creación implica ahora la potenciación de la heterogeneidad dentro de un todo global que está muy lejos de concebirse como una obra acabada. Muchos de los textos utilizan residuos y materiales que otros desaprovecharían para constituir resultados nuevos. La música, por ejemplo, no está exenta de estos cambios, como podemos entrever a partir del Festival Sonikas. Arte post-digital, CRC23. Véase, y escúchese, el trabajo del grupo malagueño Coeval, que emplea residuos sonoros digitales, o el de Mark Venom, artista afincado en Glasgow cuyo trabajo se sitúa en los márgenes del arte sonoro, la música experimental y la radiodifusión, con una particular habilidad para la reapropiación de sonidos ambientales y de medios que quedan obsoletos.

22 Véase la referencia de Juan Martín Prada a la “multiplicidad de singularidades activas”, en “Poéticas de la conectividad”, especial de Metrópolis, 2015. . Véase, asimismo, el especial sobre “La multitud conectada” de El País, domingo, 31 de enero de 2016. 23 .

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En la cultura de la remezcla ya no es prioritaria una concepción de narraciones originales, planteando, de este modo, desafíos importantes a las cuestiones legales de derechos de autor. Los que estamos al otro lado de las pantallas no somos solo espectadores o lectores, sino también protagonistas, colaboradores de lo que consumimos, asomándonos a las vidas y a la intimidad de los otros. De ahí se deriva inevitablemente una interactividad, engañosa a veces, como ya hemos señalado, entre el usuario y la máquina que se hace sinónima de participación, individual o colectiva. La narrativa no es ajena al cambio que han experimentado la literatura y la cultura en la era digital, y se ha diseminado en géneros bien diversos, que van desde la narrativa en soportes variados (tableta, teléfono móvil con herramientas multimedia, ordenador, dispositivo móvil) hasta la narrativa a través de las redes sociales (Twitter, sobre todo) o de YouTube, pasando por una narrativa que coexiste con la performatividad y el teatro digitales. Hablábamos de una performatividad que se extiende a las denominadas performances online, término que procede de ciertas iniciativas desarrolladas en la primera fase del net art. Dentro del campo de estas performances, Rob Wittig24 es un destacado representante del teatro de improvisación en Internet, denominado netprov (networked improved narrative). Wittig combina en sus obras la literatura con el diseño gráfico y la cultura digital. Con su lema “Play and go deep”, Wittig trabaja en lo que define como Participatory fiction in networked media, esto es, “an emerging art form that creates written stories that are networked, collaborative and improvised in real time” (mencionado en la web del autor). A principios de la década de los ochenta, Wittig cofundó IN.S.OMNIA con el grupo literario y artístico de estilo surrealista Invisible Seattle. IN.S.OMNIA fue considerado uno de los primeros proyectos de arte en línea de la era digital. Otro de sus proyectos destacados, titulado The Fall of the Site of Marsha (1999), fue una de las primeras obras de literatura electrónica que se incluyeron en la

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Biblioteca del Congreso.25 “La caída del sitio web de Marsha”, juego cómico que utiliza el formato de la “página de inicio” común en la Red en tres de los estadios de su deterioro, primavera, verano y otoño, cuenta una simple historia de una discordia doméstica que aboca a la protagonista a una caída hacia un abismo casi gótico. El netprov de Wittig aporta una narrativa de improvisación en red como forma de arte emergente, creando historias escritas en la propia Red, colaborativas y espontáneas en tiempo real. El remix, común a todas estas obras, que no es privativo de las redes sociales, supone un proceso de absorción, asimilación o digestión como forma de creación. La estética digital, como sostiene Martín Prada (2012), emplea la intensificación de procesos artísticos, basados en el “rapto” de material preexistente y en su ajuste, donde predomina la selección sobre la producción. La obra raptada no se distorsiona o se desplaza, sino que se hace participativa, se cambian sus reglas de juego o se alternan las relaciones procesuales dadas. Detengámonos en otro caso práctico. La remezcla, recombinación o recontextualización pueden observarse en Toxi•City. A Climate Change Narrative (2015), de Scott Rettberg, escritor y productor, y Roderick Coover, director y productor.26 Nos encontramos ante una narrativa híbrida de seis personajes que pueblan el paisaje de un futuro inmediato, ya presente, el año 2020. Como se referencia en la propia página web: Toxi•City is a combinatory narrative film that uses computer code to draw fragments from a database in changing configurations every time it is shown. As some stories seem to resolve, others unravel. Just as with the conditions of ocean tides and tidal shores, the stories cycle and change without clear beginning or end. Rather, individuals grasp for meaning from fleeting conditions of a world in flux. As the characters paths

25 . 26 . Podemos ver, de los mismos autores, la narrativa interactiva, e inmersiva titulada Hearts and Minds: The Interrogations Project: .

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intersect, story threads come together. These offers moments of resolution, contact and visions of the future, before the narratives are broken apart and a fresh cycle begins (Coover y Rettberg 2016).

El abanico de personajes está compuesto por un pescador (a fisherman), una mujer joven (a young woman), una mujer trabajadora (a Fema relief worker), una mujer de mediana edad (a middle-aged woman), un granjero de cerdos (a pig farmer) y un chico adolescente (a teenage boy) que conviven en el diseño de un material con el que se podría trabajar durante 130 minutos. Toxi•City es también una película procesual que utiliza una base de datos como punto de partida, de modo que la historia, la estructura y la forma cambian cada una de las veces que se muestra ante el ejercicio activo, y asombrado, del espectador. En la narrativa se intercalan las vidas ficcionales de estos seis personajes con otras historias no ficcionales de un grupo de personas que fallecieron a causa del huracán Sandy, en un conjunto narrativo que no presenta, como se ha señalado, ni un comienzo único ni un final cerrado, al estilo de la narrativa hipertextual. Toxi•City avanza hacia el “caos” constructivo para reflejar la misma desestructuración que se deriva de los desastres naturales. Para entender Toxi•City es necesario visualizar un escenario compuesto por tres monitores y una pantalla de cinemascope.27 Los ejemplos de narrativa que cruza los medios son de signo muy diferente. Es el caso de la obra del artista canadiense David Clark,28 cuyo interés principal se centra en los conceptos de partes, piezas, vértigo narrativo y acertijos informales (). Clark crea esculturas interactivas, vídeos experimentales o un museo de ciencias con espacios transitables con forma de tabla periódica, elaborando así diversas obras de arte público que aúnan la realidad

27 “The original material also adapts readily for 4k cinematic screening and 3D media. In these formats the work is transported on hard-drive or a mini-computer. The combinatory structure is coded in javascript to play though any HTML5 browser” (Coover y Rettberg 2016). 28 .

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aumentada y la narración. Clark se replantea cómo las historias pueden ser contadas mediante la recombinación de fragmentos. De este modo, A is for Apple (2002),29 88 Constellations for Wittgenstein (2008),30 Sign After the X (2010),31 Meantime in Greenwich (2012)32 o The End: Death in Seven Colours (2015) revuelven la narrativa desde sus cimientos. Esta última es una obra cibernética no lineal, hecha en Korsakow, un espacio interactivo de su propia autoría. El trabajo está confeccionado casi por completo con material encontrado y construye la narrativa a través de una serie de conexiones y coincidencias asociativas, creando una imagen casi holográfica de la muerte en nuestra sociedad tecnológica actual. A modo de teoría de la conspiración con la característica de “elige tu propio destino” de aquellas obras de la editorial Timun Mas, The End: Death in Seven Colours es una miscelánea interactiva de materiales cinematográficos y de Internet centrados en la muerte de Alan Turing, Sigmund Freud, la princesa Diana, Jim Morrison, Roger Casement, Walter Benjamin y Judy Garland. Es una obra que explora temas como lo desconocido, el ocultamiento, el secreto o los límites entre el animal y el hombre o entre el hombre y la máquina, así como la cuestión del cierre narrativo. El cine inmersivo del grupo Spectacular! resulta igualmente de mucho interés. El grupo recrea ante los espectadores el universo de distintas películas míticas. El concepto de cine inmersivo se traslada desde el Reino Unido, donde este entretenimiento está muy consolidado ya. La productora española mezcla distintas artes escénicas, como el cine, el teatro y la música, con el fin de “vivir” una experiencia envolvente. Mediante el diseño de una puesta en escena muy cuidada, la obra comienza, dice Spectacular! en la Red, “en el momento en el que haces click para comprar la entrada y te sumerges en un universo único y especial”. A partir de entonces, la compañía se pone en contacto con los

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participantes para darnos una serie de instrucciones para desempeñar nuestro “rol” y empezar a formar parte de la película. En otoño de 2016, Spectacular! llevó a cabo su primera representación, basada en Los intocables de Eliot Ness. Este nuevo concepto de entretenimiento es un desafío para la literatura, el teatro y el cine, puesto que los reúne a la vez a los tres a través de la improvisación, la gestión de grandes espacios en los que la única norma es que el protagonista y el público son la misma figura y un público al que rodean cuarenta actores preparados para interactuar en todo momento: La gente está continuamente buscando nuevos formatos culturales y de entretenimiento, quieren vivir experiencias diferentes y los formatos innovadores que se salen de los clásicos les resultan muy atractivos. Spectacular! responde a esta demanda, es un nuevo modelo de entretenimiento que llega para enriquecer de una forma completamente novedosa la oferta cultural (en Traveler 2016).

El segundo espectáculo que intentaron realizar en Madrid, en junio de 2017, y que finalmente no se llevó a cabo, se acercaba a la película Dirty Dancing y tenía prevista una duración aproximada de seis horas. Frente a la realidad aumentada, en la narrativa del cine inmersivo, el entorno, más físico puede verse, tocarse u olerse, experimentándolo en primera persona. Sí ha tenido lugar muy recientemente la puesta en escena de Desafío total,33 en Kinépolis, con la participación de más de cien personas, entre público y actores La dinámica del evento consistía en lo siguiente: semanas antes del espectáculo se convocaba a los participantes a una experiencia digital inmersiva. Recibían comunicaciones privadas, webs secretas y otras herramientas que los sumergirían en el universo de la película, en la ciudad de Venus Ville. Al mismo tiempo, se les asignaba un rol y una personalidad únicos en la historia para finalmente moverse libremente durante el espectáculo, disperso por los 2000 metros cuadrados de los diferentes espacios. En la representación

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estaba permitido interactuar con los actores y hablar con todos ellos para conseguir información relevante en la historia. El cine inmersivo es, por tanto, una muestra del espectáculo fuera del teatro, reconstruyendo una película en directo y en tiempo real. No se trata de ser un actor que interpreta un papel, sino de confeccionar de manera conjunta una historia en la que debemos tomar nuestras propias decisiones. La narrativa y los espacios físicos coexisten con la pantalla. La propia ciudad es una gran pantalla; cualquier lugar puede convertirse en un magnífico espacio de proyección y recrear, así, toda la ambientación de una película. Son, por lo tanto, el entorno y la interacción los que consiguen que la pantalla y esta narrativa no sean convencionales. 4. INTERSECCIONES. INTERZONAS. IN-BETWEENNESS. “Comparto, luego vivo” La artista Alison Clifford34 juega en sus obras con las nociones de interstitial, interzones o in-betweenness en el arte digital. Se refiere con ellas a los procesos de traducción y transposición entre distintos medios, atendiendo a las nuevas posibilidades que se engendran en la conjunción de las anteriores. Su producción se hace extensiva a formatos como el net art, el cine experimental, determinadas obras interactivas e instalaciones audiovisuales. Una de estas obras, que ya tiene unos años, es Palimpsest (2012), que se inscribe en la serie Interstitial Articulations y cuenta con la colaboración del compositor y performer Graeme Truslove,35 donde explora aquellos espacios que se encuentran a medio camino entre el sonido y la imagen:36

34 . 35 . 36 “The Work of Graeme Truslove is largely concerned with conflicts between intuitive performance and the fixed-medium, often integrating microtemporal and immersive approaches to sound creation and performance”.

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Each work reinterprets a photographic light painting taken during a drive at night. Considering the ethereal “interstitial” light-forms in the photograph as source material, the artists imagine what it would be like to experience the light-forms in different contexts beyond the photographic image. How might they be reinterpreted and rewritten for another context? And how might audio be used to structure our visual experience of them? (Clifford 2011)

El nombre de la obra nos hace retrotraernos, obviamente, a Gérard Genette y su libro Palimpsestos: la literatura en segundo grado (1982), en el que el autor francés acuñaba aquel concepto de transtextualidad. Genette no incluía entre los cinco modelos de transtextualidad el de transmedialidad, que veremos enseguida, si bien la intertextualidad, la paratextualidad, la metatextualidad, la architextualidad y la hipertextualidad adelantaban de un modo u otro los actuales universos transmedia. Mediante las redes sociales se crean personajes ficticios que generan una personalidad y una vida absolutamente online, adoptando algunos estereotipos entresacados de las mismas, primero Facebook y ahora ya, en mayor medida, Instagram. Recuérdese al respecto la obra Excellences & Perfections (2014),37 de la artista Amalia Ulman, que desarrolla una “scripted online performance via her Instagram and Facebook profiles”,38 en un código denominado “cultura selfie”. En esta obra, Ulman construye una historia durante una franja temporal de seis meses de 2014 por medio de distintos posts de Instagram, en los que relata las vivencias de una veinteañera que busca triunfar en la ciudad de Los Ángeles. La historia narraba la ruptura con su novio, cómo se inyectaba bótox, el modo en que caía en las drogas, se sometía a una operación de cirugía estética, sufría una crisis nerviosa y, tras tocar fondo, resurgía. Ulman construyó un relato completo a base de hashtags y a imagen y semejanza de los perfiles de muchas chicas de su edad que encontraba en la red social.

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Esta sociedad red o sociedad selfie aparece también en el proyecto que la fotógrafa Emily Knecht39 llevó a cabo durante tres años como respuesta al narcisismo por el que se define la imagen de la mujer en Internet. En este periodo de tiempo hizo multitud de selfies en los que lloraba —con una cámara fotográfica y no con un móvil, por lo que el resultado no lo vería hasta el final—, que después pasó a recopilar en una única obra. La aproximación a la transmedialidad se ha convertido en un tema emergente que centra el interés, ya sea a nivel internacional o nacional, de proyectos de investigación como, en este último territorio, “Narrativas cruzadas. Hibridación, transmedialidad y performatividad en la era digital”, dirigido por Anxo Abuín González (20122015);40 “Performa. El teatro fuera del teatro. Performatividades contemporáneas en la era digital”, también dirigido por Abuín González (2016-2019);41 “Narrativas transmediales: nuevos modos de ficción audiovisual, comunicación informativa y performance en la era digital”, dirigido por Domingo Sánchez-Mesa Martínez (2013-2015);42 o “Intermedialidad, adaptación y transmedialidad en el cómic, el videojuego y los nuevos medios” y “Transescritura, transmedialidad, transficcionalidad: relaciones contemporáneas entre literatura, cine y nuevos medios II”, dirigidos por Antonio J. Gil González y José Antonio Pérez Bowie (2016-2019).43 No podemos entender la evolución de la narrativa actual sin abordar el concepto de transmedia. Desde el camino iniciado por Henry

39 . 40 Universidad de Santiago de Compostela, . FFI 2012-35296. Ministerio de Economía y Competitividad. 41 Universidad de Santiago de Compostela, . FFI 2015-63746-P. Ministerio de Economía y Competitividad. 42 Universidad de Granada, . Ministerio de Innovación, (I+D CSO2013-47288). 43 Universidad de Salamanca . Ministerio de Economía y Competitividad.

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Jenkins hasta las proclamas actuales de qué ha sido del transmedia, tal y como sugiere Andrea Phillips (2016), lo cierto es que no se ha agotado, por el momento, el boom de las narrativas transmedia. Y es un asunto realmente complejo en sí mismo, puesto que se aborda académicamente de un modo multidisciplinar, al mismo tiempo que los creadores se adentran en él para dar cabida a una mente que ya no puede encajar en la linealidad clásica. El transmedia, como recogía ya en 2007 Virginia Guarinos, implica la hibridez que se realiza a través del empleo de diversos sistemas, estéticas y géneros, productos, culturas del gusto, artes, arquitecturas y ciencias. Este uso de procedimientos y elementos sígnicos de otros medios ya no puede ser entendido como apropiación indebida, ni como imitación ni como falta de recursos propios de un determinado medio. Lo trans- es ya hoy una colaboración y mezcla de diversos modos en interacción, llegándose al borrado de pertenencia y alcanzando un corpus de elementos universales propios y constitutivos de un modo especial de elaborar los discursos del hombre postmoderno, sin importarle de dónde extrae y dónde lo emplea en busca de un enriquecimiento global, en algunos casos como fuente de una ignorancia global, en tanto que no siempre el uso de elementos de otros medios son pertinentes, favorecedores o conscientes y más propios de una cultura del caos gratuito, con la vacuidad de uso de los símbolos que ya no lo son, que dejan de serlo fuera de su contexto y paratexto (Guarinos 2007: 17-18).

La mirada y, como consecuencia, la creación colectiva, se definen, así, por un flujo constante que podría explicar la dificultad para dirigir la atención hacia un punto concreto, en una historia única y abarcable en su totalidad. La creación multiplataforma, específica de las narrativas transmedia, aspira a la diversificación y a la imagen dispersa, mediante obras que replantean su lugar de ser en tiempo real. Hay dos mitos, por tanto, que podemos asociar al transmedia. Por un lado, como sostiene Sánchez-Mesa Martínez, el mito de que su narrativa es innovadora y original se cuestiona a través de la postura de que no hay nada distinto en las historias transmedia y, por otro, se le achaca que no suponga un “nuevo y disruptivo paradigma comunicativo” (2016: 2). El transmedia ha evolucionado desde la “pérdi-

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da progresiva de relevancia de la historia (‘story-’) y del relato en sí (‘-telling’), en favor de la construcción de los ‘mundos’, los personajes y la experiencia transmediales, pasando por la creciente influencia del paradigma de los videojuegos o el mayor peso de la colaboración y participación colectiva y del papel de las audiencias en las distintas fases de la producción transmedia” (2017: 2). Las narrativas transmedia suponen, para Marie-Laure Ryan (2016), la irrupción de tres códigos distintos: el de los fans, el discurso de la industria y el de la narratología. Ryan expone que el término transmedia storytelling se ha vuelto viral en los media studies y se formula hasta qué punto se trata de un fenómeno nuevo, diferente de los conceptos más clásicos de adaptación o transficcionalidad. Una cuestión de cierto calado es preguntarse, entonces, qué significa con exactitud contar una historia a través de medios dispares y hasta qué punto puede ser deseable esta manera de elaboración narrativa. Ryan incluye los siguientes modelos dentro de la narrativa transmedia (2016: 3-4): 1. Transmedia journalism, que contiene una variedad de documentos, como texto, vídeo, fotografía y testimonios orales. 2. Installations, que precisan de la simultaneidad de medios dispares y conciben los media como un foco de expresión y un sistema de reparto artístico. 3. Alternate Reality Games (ARGs): en este tipo de juegos, los participantes reconstruyen una historia como si se tratase del encastrado de un puzle, siguiendo una serie de pistas que les llegan fundamentalmente desde Internet, pero también desde los móviles, del correo electrónico, de pósteres en el mundo real e incluso de actores en tiempo real. 4. Augmented books: el soporte físico imprescindible de este apartado es un libro estándar, que incluye una gran variedad de documentos, como páginas web falsas y artículos periodísticos. En este caso deberíamos hablar de multimodalidad y no de transmedialidad. La dimensión transmedia procedería de una aplicación descargable a través de una tableta o de un dispositivo móvil inteligente y que use la cámara.

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5. Interactive TV: proyectos que vinculan un programa de televisión con la información disponible a través de otros canales de distribución. Para Marie-Laure Ryan, la narratología debería realizar una close reading, mediante el estudio de obras concretas dentro de toda la franquicia, por oposición al planteamiento de un estudio de big data, como proponía Franco Moretti en Distant Reading (2013). Me gustaría caminar hacia el final del capítulo analizando la producción de Lance Weiler, sobre todo su proyecto colaborativo con el cineasta David Cronenberg, titulado Body/Mind/Change. 4.1. Transmedia y ontología cíborg. Close reading de Body/Mind/ Change (Lance Weiler y David Cronenberg) La confluencia entre cuerpo y tecnología, su disolución en el mundo virtual y simulado de la pantalla, derivando en un no-cuerpo o un ente distinto a los parámetros convencionales, ocupa un lugar destacado en la obra de David Cronenberg. En este sentido, Body/Mind/ Change (2013-2017) se categoriza como una “inmersive storytelling/ play simulation”. El experimento se configura como un proyecto innovador que integra el formato transmedia junto con aspectos de la inteligencia artificial. Lance Weiler,44 conocido ya por el desarrollo de otros universos transmedia como Pandemic 1.0., y que se autodefine como storyteller que mezcla historias y la tecnología más avanzada, la califica como un juego de realidad aumentada “on the quantified self and an experiment in data-generated objects” (Fera 2013). Si la obra de Cronenberg da un vuelco a la narrativa y replantea las cuestiones de la hibridación del humano con la tecnología, los implantes, los chips, en la línea de Stelarc, Orlan o Eduardo Kac, por mencionar solo tres nombres, Body/Mind/Change muestra una nueva ecología de lo humano y de la naturaleza. La obra da cabida a estas creaciones

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prometeicas, surgidas desde los píxeles y los algoritmos de camino hacia la antinaturaleza.45 Weiler había publicado con anterioridad el proyecto Frankenstein AI: A Monster Made by Many,46 una instalación participativa que explora nuestra relación con la tecnología emergente y expansiva de la inteligencia artificial. Los participantes deben revelar sus recuerdos, emociones, miedos y esperanzas a una inteligencia artificial, mientras esta intenta aprender sobre el carácter humano de quienes participan en la historia. Se trata de una adaptación inmersiva del texto de Mary Shelley en la que el objetivo es el de desafiar la autoría y la propiedad intelectual de las historias, conjugando literatura, historia y código en un esfuerzo por comprender mejor las implicaciones de las tecnologías emergentes. De forma unilateral los participantes de todo el mundo utilizarán la inteligencia artificial, el aprendizaje automático, la robótica, la bioingeniería e Internet para dar vida a un monstruo creado en la multitud conectada. Inevitablemente tenemos que volver a Donna Haraway o a Chris Hables Gray, quien en su Cyborg Citizen. Politics for the Posthuman Age anunciaba que con el cíborg comienza la era de la “poshumanidad”.47 Recordemos que Gray (2001) establece tres grupos de cíborgs en función de la integración hombre-máquina: 1. los simple controllers: son interfaces informacionales que incluyen redes de ordenadores, comunicaciones humano-ordenador, vacunas y manipulaciones de información genética; 2. los bio-tech integrators: se trata de ampliaciones mecánicas simples como las prótesis médicas; 3. los genetic ciborgs: conexiones hombre-máquina directas como los exoesqueletos militares de vanguardia o las descargas de

45 Body/Mind/Change se remonta a todo el universo de Cronenberg, desde Scanners (1981) hasta Videodrome (1983), The Naked Lunch (1991), Crash (1996), Existenz (1999) o Spider (2002). 46 . 47 Cfr. Hassan (1977).

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conciencias humanas en ordenadores (todo lo anterior en Aguilar García 2008: 15). Se ha señalado en varias ocasiones que la visión que Cronenberg tiene del cíborg es bastante pesimista si la comparamos con la perspectiva de Haraway, con su componente de esperanza y optimismo:48 “[L]a cyborgización de Cronenberg es un proceso degenerativo en el que el sujeto al final se autodestruye físicamente u orgánicamente” (Aguilar García 2008: 17) en el concepto ya conocido de “la nueva carne”. El tránsito a cíborg es un proceso en el que el cuerpo impone sus propias leyes, si bien es la mente la que decide cómo quiere prolongar o modificar ese cuerpo que acogerá los implantes a petición propia (POD implants). Como Body/Mind/Change parte de esa remediación de Videodrome o de Existenz, entre otras, es inevitable que la visión más pesimista de Cronenberg se traslade también al transmedia, sobre todo aquella de la fagocitación que ejercen los medios. Cronenberg desestabiliza los límites entre el cuerpo y la tecnología, creando un tecnocuerpo alienado (Baudrillard 2009). Body/Mind/Change supone una experiencia digital que prolonga la exposición David Cronenberg: Evolution, sumergiendo a las audiencias en el universo cronenbergiano reinventado para el siglo xxi y utilizando tres plataformas complementarias: la web, el móvil y el mundo real. Con tramas y mecánicas de juego que involucran nuevas empresas de biotecnología, mejoras corporales y sistemas de aprendizaje emocional, Body/Mind/Change presenta la plausible ciencia ficción que se encuentra en el trabajo de Cronenberg como un hecho científico. A través de un paseo narrativo inmersivo y multiplataforma, los jugadores experimentan de primera mano los pasos emocionales implicados en la fusión con la tecnología para transformarse y evolucionar. La obra pone en juego, por tanto, la petición personalizada y la compra de PODs implants (personal on demand), que utilizan la inteligencia artificial para desplegar los deseos de cada uno. Cronenberg

48 Cfr. Haraway (1989, 1995, 2000).

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vive en sí mismo la incorporación del implante, gracias a la compañía ficcional BMC Labs: “B/M/C is a digital experience designed to be the connective tissue between the elements of David Cronenberg: Evolution, a sprawling exhibit of artifacts and re-issued films from the filmmaker’s career at the TIFF Bell Lightbox in Toronto”. Body/Mind/ Change transforma la ciencia ficción en hechos reales, por medio de estos POD, que se confeccionan con una impresora 3D: “POD wants to know you” y “life is not an adventure and POD is your partner”, dice Cronenberg en su presentación del proyecto. La experiencia transmedia, que es inmersiva, da comienzo con la visita a los laboratorios BMC para implantarse un POD. Una vez efectuado el registro, los espectadores-actores-lectores se adentran en tres simulaciones diferentes, de veinte minutos cada una, a través de la web y el móvil, para colaborar en carne y hueso en la creación y educación de un prototipo de inteligencia artificial, llamado Kay. Kay adquirirá destrezas, y quizá supere el test de Turing, mediante la observación de las respuestas, las reacciones y las interacciones de cada personaje con las simulaciones particularizadas por los implantes de cada participante. “Who do you trust?”: esta es la pregunta que se le plantea al internauta en una pantalla que recoge a ocho personajes, a los que solo se llega a conocer en el momento de realizar un clic que selecciona a uno de ellos, en un formato que recuerda al hipertexto de los ochenta: el violador (rapist), el adicto (addict), el abusador (abuser), el ladrón (thief), la asesina (murderer), el pedófilo (pedophile), el mentiroso (lier) o la prostituta (slut). Los POD responden a los deseos de cada persona, y se deslizan entre la ficción y la realidad mediante el formato transmedia. La interacción entre usuarios, o entre usuarios y creadores, se ha convertido en una parte esencial de la narrativa en los medios de comunicación de hoy en día. Todas estas ideas son el motor de esta historia y la mayoría de ellas pueden relacionarse con nuestra “cultura en la red”. No sería posible entender una narrativa transmedia si no viviésemos ya en una alfabetización digital (digital literacy), si no tuviésemos un conjunto de competencias necesarias para participar plenamente en este tipo de creaciones. La alfabetización digital incluye la destreza en el uso de las herramientas tecnológicas, la capacidad

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para encontrar la información rápidamente y la aptitud para colaborar, compartir y crear, así como la de interpretar de manera reflexiva la estética de dichas herramientas. Esta última capacidad puede considerarse como parte de la “alfabetización mediática e informacional” (MIL), concepto “auspiciado por la Unesco con el que [se] pretende empoderar a las personas para fomentar el acceso equitativo a la información, incluida la información digital” (Ballesteros 2018: 123-124). La Unesco acuña el término MIL-Clicks para referirse a un pensamiento crítico, a la creatividad, la literariedad, la ciudadanía intercultural, el conocimiento y la sostenibilidad: MIL CLICKS is a way for people to acquire media and information literacy (MIL) competencies in their normal day-to-day use of the Internet and social media and to engage in peer education in an atmosphere of browsing, playing, connecting, sharing, and socializing.49

¿En qué medida está todo conectado? El ecosistema digital ha reforzado los distintos tipos de narrativa que hemos analizado, debido a la irrupción de Internet, que potenció la posibilidad de crear grandes universos narrativos, utilizando plataformas diversas y textualidades diferentes asentadas en espacios múltiples. Esta conexión global, también discriminatoria y efímera, se ha conseguido gracias a la noción de alfabetización digital y la fluidez digital (Resnick 2002), la forma más eficaz de aplicar un marco conceptual que ayude a interpretar cualquier texto mediático. Y como partíamos de la educomunicación, terminamos también con ella. La fluidez digital conduce a una verdadera participación activa de los estudiantes como coautores en la construcción de conocimientos. Se crea una “experiencia digital”, basada en el “hacer”, que incrementa las habilidades tecnológicas. Desde la perspectiva de Resnick (2001), la escuela debe superar el concepto de “sociedad del conocimiento” por el de “sociedad de la creatividad”. El éxito no dependerá de la cantidad de datos que se saben, sino de la capacidad de pensar y actuar creativamente.

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De la previrtualidad a las experiencias virtuales (EVs): una aproximación a la narrativa del medio interactivo desde los estudios intermediales comparados1 Antonio J. Gil González

Desde su mismo origen el cine incluirá dos dimensiones complementarias: la de una invención técnica y la de una síntesis nueva de diversas artes. Ricciotto Canudo hablaba, a este respecto, de un “prodigioso recién nacido de la Máquina y del Sentimiento”. Darío Villanueva

1. En busca de la virtualidad ¿perdida? Vamos a pensar, aunque solo sea como hipótesis bienintencionada, que la historia de los seres humanos ha progresado en los últimos milenios en algunas direcciones definidas. Que, con todos sus vaivenes,

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Algunas versiones previas de este trabajo —inédito en su conjunto— han sido objeto de comunicación y discusión en diferentes reuniones científicas: “Congreso Internacional Ficción y ciencia en el mundo hispánico” (Université de Lausanne, 7 y 8 de noviembre de 2019), “Colloque International Prendre corps, dire le corps, penser le corps: la corporéité en question dans le monde hispanique contemporain” (Université Bourgogne Franche-Comté, 14 y 15 de noviembre de 2019), “Journée d’étude Adaptation hors normes: jeunes publics” (Université Bourgogne Franche-Comté, 29 de noviembre de 2019) y “Congresso Internacional Mix and Match: Hibridismo e Transmedialidade” (Universidade de Aveiro, 13 de diciembre de 2019). Asimismo, una primera versión para divulgación del apartado 1.1. ha sido publicada en El Cuaderno. Cuaderno Digital de Cultura, 21 de noviembre de 2018. Algunas de las publicaciones resultado de los congresos mencionados incluirán sendas versiones parciales del texto en francés y portugués.

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incertidumbres y deficiencias, la humanidad avanza apoyándose en los logros precedentes. Este hecho, presente en la vida social, política, económica, es especialmente visible en la historia de la ciencia y de la tecnología, pero acaso mucho menos perceptible, o menos consciente, en la historia de las ciencias humanas, el arte o la literatura. Basadas estas últimas en mayor o menor medida en su etapa moderna —lo cual es casi un pleonasmo— en la búsqueda de la originalidad como valor estético fundamental y en la diferenciación beligerante de las tomas de posición como motor de cambio —desde el punto de vista de la sociología cultural—, la idea de una posible continuidad y de progreso con relación a sus bases antiguas no ha gozado de excesivo predicamento ni entre los sujetos ni entre los objetos de estudio de estas disciplinas. Y sin embargo, existe una línea directa que nos lleva —o nos trae— desde la mímesis enunciada por Aristóteles en el siglo iv a. C. hasta las más recientes narrativas interactivas de realidad virtual del siglo xxi. Una línea que pasa por la escultura clásica y el teatro antiguo, la arquitectura medieval, el descubrimiento matemático de la perspectiva en el Renacimiento, la aparición de la ópera, la novela psicológica, el cine o el videojuego, en búsqueda de tecnologías de representación —para enriquecer nuestra compresión del mundo o para el mero disfrute de nuestras ficciones y relatos sobre él—, cada vez más realistas, más inmersivas, más tridimensionales, más subjetivas, más participativas y, finalmente, también más interactivas. Procediendo inversamente, acaso sea algo más común, desde nuestro ingenuo presentismo, admirarnos de la sorprendente modernidad de las realizaciones artísticas, conocimientos científicos o tecnologías del pasado: que el mundo clásico alcanzase a representar el planeta como una esfera dos milenios antes de que la expedición de Magallanes y Elcano certificase esta evidencia a comienzos del siglo xv, o que Aristóteles se refiriese a la tragedia de su tiempo como el arte total —que Wagner redescubrirá en la ópera moderna o la intelectualidad de vanguardia hará reencarnar por segunda vez en el advenimiento del cinematógrafo en el mundo contemporáneo—, mucho antes de que la cibercultura volviera a poner un tanto adánicamente dicha idea en circulación a propósito de la aparición de un nuevo medio interactivo. Precisamente en relación con el cine, en los estudios fílmicos y

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filmoliterarios se emplea el concepto de precinema no solo para hacer referencia a las tecnologías que lo precedieron, como la linterna mágica, el panorama o el kinetoscopio, sino también para designar la prefiguración del lenguaje y la narrativa de la imagen en movimiento —movimientos de cámara, encuadres, elipsis, flashback, ralentí, etc.— en los textos literarios anteriores al medio. En virtud precisamente de esta analogía nos atrevemos a calificar el arte y la ficción tradicionales en su conjunto como formas de prerrealidad aumentada o de prerrealidad virtual, o a proponer el término de previrtualidad empleado en el título con este sentido. Si la realidad aumentada supone la superposición sobre nuestra percepción del mundo real de una capa de información digital, ¿qué mejor imagen retrospectiva —o retroproyectiva— podríamos encontrar que el término de prerrealidad aumentada equivalente, para sugerir el efecto análogo que supondrían la cultura y el arte como lentes superpuestas con las que nos hemos acostumbrado a observar la naturaleza y la vida desde hace milenios? Con respecto a la ficción y la narrativa tradicionales en particular, este es asimismo el sentido empleado por Marie-Laure Ryan en La narración como realidad virtual (2004) en relación con las narrativas digitales de nuestro tiempo, como el videojuego o la propia realidad virtual. Algunos años antes, Román Gubern apuntaba en esta misma dirección, en Del bisonte a la realidad virtual, y señalaba que, “si se examina a la luz de la evolución de las artes plásticas, la RV culmina el ideal ilusionista de la perspectiva geométrica introducida en el Renacimiento, y como aquella se asienta también en una vocación cientifista que añade a la matemática, la geometría y la óptica renacentistas la aportación decisiva de la microelectrónica y la informática” (Gubern 1996: 162). Aunque volveremos más tarde sobre estos autores, es hora ya de declarar que el objeto de nuestra indagación será, pues, la constitución e institucionalización de la narrativa de este nuevo medio interactivo en dirección a la realidad virtual, como hemos apuntado ya, con relación a algunos precedentes e hipótesis que parece posible deducir de la genealogía y desarrollo de los medios anteriores, así como de sus campos de estudio respectivos.

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Empezando por su misma denominación más habitual en nuestra época, es llamativo que los medios —no los media en un sentido comunicacional— se estén convirtiendo en eso que antes llamábamos artes. Probablemente en parte se deba a la importancia creciente que asignamos al componente tecnológico en aquellas prácticas estéticoartísticas surgidas después de la Revolución Industrial, y en parte también, potencialmente, a su menor grado de canonicidad al compartir tecnologías, canales y sistemas de prácticas sociales con los medios de comunicación y entretenimiento de los que con frecuencia se desgajan. En una hipótesis plausible, el proceso comienza con la aparición de alguna tecnología, en no pocas ocasiones derivadas de la investigación y desarrollo en el ámbito militar (el radar, el télex, la computadora, Internet, el HUD o los simuladores, en este caso), que genera la consolidación de algún tipo de nuevo sistema de transmisión o comunicación (la fotografía, el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión, la web...), en torno a los cuales tenderán a constituirse los media, ahora sí, en cuanto grandes sistemas de infoentretenimiento (prensa, cómic, cine, radio, televisión, redes sociales, videojuego...). En el espacio sociocultural de algunos de ellos, no ha sido tampoco infrecuente, por último, el desarrollo de procesos que han conducido a su institucionalización como campos o, una vez más, medios artísticos, como de nuevo los relativos al cine, la novela gráfica, el radioteatro, la serie de televisión, la cibercultura o la narrativa interactiva.2

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No nos referimos tanto a la posible distinción entre el cine comercial como mero entretenimiento cinematográfico frente al cine como discurso artístico —como la sostenida recientemente por Martin Scorsese (2019)— o en general a aquella que respondería a la diferenciación en cualquier campo cultural entre una esfera de producción industrial frente a otra consagrada de autor, establecida por la sociología cultural en parecidos términos, cuanto al hecho de que el cine primitivo se originase primero como mero espectáculo, o después se constituyese en un medio de entretenimiento generalista, que incluía no solo los largometrajes narrativos que constituirán su posterior seña de identidad, sino seriales, informativos o programas antológicos, después trasvasados, probablemente, al medio televisivo. Procesos similares podrían señalarse a propósito de las industrias del medio radiofónico, comicográfico, televisivo, digital o videolúdico.

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En esta hipótesis, al preguntarnos inicialmente por el estadio en el que se encuentra la narrativa virtual del medio interactivo, parece posible afirmar que esta se ha consolidado notablemente, en sus primeras fases, como tecnología y como sistema de comunicación (hardware) y asimismo, en segundo término, como plataforma de entretenimiento (software), hasta alcanzar en este último lustro el carácter doméstico. En cambio, su grado de institucionalización ulterior como posible medio artístico-cultural en materia de ficción narrativa resulta todavía incipiente, aunque parece haber sobrepasado ya en todo caso su etapa incunable. En una situación bien diferente, plenamente consolidada, se halla en estos momentos el videojuego, que, mutatis mutandis, bien podría considerarse el modo de representación institucional del medio interactivo. Aunque tal vez, jugando una vez más con las analogías con respecto al medio y la teoría cinematográfica, se trate aún de su modo de representación primitivo y ambas formas puedan algún día ser consideradas como las principales etapas en la constitución de un mismo lenguaje, en el que la llegada de la realidad virtual traiga consigo a las narrativas audiovisuales —como estas en su paso de su modo silente al sonoro y, posteriormente, al color— la incorporación de nuevos sentidos, como, al menos, el tacto, en esa búsqueda incesante de la totalidad estética y estésica de los medios de representación que parece constituir el desiderátum de la historia del arte, la ficción o la narrativa. 1.1. Narratólogos y ludólogos Resulta por lo demás evidente que este proceso de institucionalización requiere el establecimiento de la semiótica e incluso la narratología del nuevo lenguaje de la interactividad digital y virtual —pues, conviene no olvidarlo, preexisten y subsisten otras interactividades analógicas en los diferentes campos literarios y artísticos—. Para ello, cabría ensayar también aquí una aproximación comparatista e intermedial que tratase de validar los modelos teóricos disponibles en aquello que resultase conceptualmente compatible, falsear lo que no resultase aplicable y detectar así contrastivamente los espacios inéditos que requieren un desarrollo específico.

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Dentro de los denominados game studies, en este sentido la disciplina quizá más próxima a nuestro objeto, dicha propuesta no resulta en modo alguno pacífica. La coexistencia en su seno de una tradición comparatista de base literaria y narratológica (Janet Murray, MarieLaure Ryan) con otra de carácter puramente ludológico, en extremo celosa de la autonomía, la exclusividad y la irreductibilidad comparada de sus objetos (Espen Aarseth, Jesper Juul), ha resultado tan consustancial como tantas veces problemática y casi divisiva. En la primera de las direcciones señaladas, yo mismo me propuse recientemente (Gil González 2019) contrastar la noción de nivel narrativo —extradiegético, (intra)diegético, metadiegético— de la narratología clásica, aparentemente muy distante del videojuego o la realidad virtual, y obtuve el sorprendente resultado de que no solo se trataba de categorías de gran rentabilidad analítica en el medio interactivo, sino que incluso resultaban más directamente perceptibles que en la propia narrativa literaria de la que se derivan, donde su constatación requiere un esfuerzo de abstracción y una dificultad de ejemplificación textual mucho mayores. Así, por ejemplo, en un texto ludonarrativo los dos primeros niveles resultan completamente evidentes en sí mismos, encarnados como están —ambos ya materialmente dentro de la pantalla y del sistema— en la interfaz y en la pantalla jugable —o en el gameplay propiamente dicho—, respectivamente. En efecto, el nivel extradiegético previo al despliegue del universo ficcional y generador de dicho universo, que permanece invisible en una novela, o que en el cine se transparenta solo tímidamente en los créditos, pero también (por si podemos considerar estos todavía como mera parte del paratexto) se materializa en la banda sonora (con exclusión de aquella música que tenga un origen diegético, en una distinción interna que evidencia más aún la pertinencia de dicha categoría), o en la posible presencia de una instancia narrativa explícita (por ejemplo en voice over), cobra cuerpo en la interfaz de la experiencia interactiva, además de en los elementos que acabamos de mencionar, en otros muchos tales como el diseño mismo de la interfaz, el tutorial, la presencia de textos explicativos, imágenes, cinemáticas, el mapa, el inventario o la enciclopedia del juego, entre otros posibles. Y ello sin que deje por supuesto de ser, en abstracto, el

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espacio de la enunciación en el que se sitúa por definición la instancia narrativa y su contraparte narrataria, aunque en este caso ambas se impliquen y retroalimenten necesariamente, como veremos. En el nivel diegético, por otra parte, ya en el interior del mundo ficcional, se encuentran el avatar del jugador o los de otros participantes, los diferentes agentes ficcionales manejados por la inteligencia artificial del programa, los diferentes escenarios (pantallas), la música y los efectos sonoros (intra)diegéticos —de nuevo aquí se revelará la diferencia con aquellos procedentes del nivel precedente, o de la interfaz—, los objetos, las acciones y —la diferencia cobra en este medio interactivo una relevancia conceptual inusitada— los acontecimientos de la historia.3 Demostrada la validez conceptual de los diferentes niveles narrativos, en el mismo lugar abordamos con igual rentabilidad la vigencia de la metalepsis narrativa (Genette 1989) en este medio, refutando además la tesis sostenida por algunos autores de que este fenómeno resultaba consustancial al texto interactivo, el cual, por su propia naturaleza, presupondría que el jugador cruce la cuarta pared/pantalla para intervenir en el mundo ludoficcional (Planells 2015). Por el contrario, el carácter transgresivo y potencialmente metaficcional del cruce de las fronteras del nivel narrativo se mantiene incólume en el videojuego, dado que lo que caracteriza a la semiótica y la pragmática del medio, que el jugador en cuanto ludonarratario esté a los mandos en el nivel extradiegético (como el narrador lo está necesariamente en un texto literario) manejando a su avatar e interactuando con otros objetos y agentes ficcionales, no lo incorpora en su calidad de tal jugador al universo del juego. Cualquier acción o interacción serán ficcionalmente obra del personaje que maneja, ese sí consustancialmente perteneciente al nivel diegético. Ninguna de

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De manera recursiva, desde este nivel, cualquier acto de habla o diálogo entre personajes es susceptible de constituirse en el marco narrativo de un relato segundo —o metadiegético— que produzca, como en la narrativa literaria o audiovisual, nuevos desembragues o niveles narrativos, o, como en este caso, nuevas escenas o pantallas potencialmente jugables.

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ellas será narrativamente resumible como “el jugador habla con el personaje” o “el jugador manipula el objeto” dado que estas interacciones le corresponderán siempre al avatar diegético inscrito en la mecánica del juego. Del mismo modo que nunca diríamos que es el escritor o el narrador quien habla por boca de sus personajes en una novela, o el director o el guionista —o de manera mucho más evidente aún, el propio actor que los interpreta— rompen con la diégesis fílmica por manejar o incluso encarnar físicamente a los personajes en la película (Gil González 2019: 54-55).

Por otra parte, es incuestionable la insuficiencia del lenguaje y las categorías disponibles para dar cuenta de los fenómenos y elementos inéditos de la interactividad —reglas, mecánicas, actuación...— que requieren un desarrollo específico del metalenguaje para designarlos y pensarlos crítica y analíticamente —salvo que encontremos preferible que sea la industria o la comunidad de usuarios quien tome la iniciativa en este sentido, como ocurre actualmente—. A título solamente de indicar algunos ejemplos que los modelos literarios o audiovisuales no satisfacen, ¿cómo podríamos designar una auricularización espacialmente semantizada, es decir, cuando la variación de la intensidad de la fuente de sonido diegético nos proporciona información sobre si nos alejamos o acercamos a un determinado lugar, que normalmente nos atraerá hacia un punto narrativamente de paso obligado? —o recursivamente ¿cómo designar este último punto?—. ¿Cómo referirnos, igualmente en este terreno, a la posibilidad de una doble auricularización capaz de expresar casi simultáneamente el sonido o las voces percibidas externamente y el discurso interior de los pensamientos del avatar que manejamos/representamos en la ficción, y con el que este, muchas veces, nos facilita indicaciones sobre cómo debemos proceder? En este mismo ámbito de los personajes, junto a ese avatar inédito de por sí y específico del medio, deberemos diferenciar en general a los personajes jugables —encarnados por algún usuario— de aquellos non player characters (NPCs) manejados por el programa. Y aun dentro de estos, entre agentes inteligentes, con los que podremos interactuar y los meros secundarios o figurantes de funcionamiento automático e independiente de nuestras acciones y elecciones.

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Sin ánimo de exhaustividad, restaría todavía apuntar el inmenso ámbito de las acciones y los existentes propios del texto interactivo relacionado con los procesos, reglas, mecánicas y programación orientada a objetos presentes en fenómenos o aspectos tales como los demon, trigger o disparadores, quick time events, objetos, entidades y artefactos, primitivos de las mecánicas fundamentales, puntos de elección, etc., cuestiones sobre las que volveremos, en algún caso, más adelante en nuestra propuesta sobre los diferentes tipos de experiencias virtuales (EVs). Pero antes desearíamos detenernos, con carácter más general, en identificar los elementos esenciales que individualizan la semiótica de la virtualidad y proponer asimismo un modelo específico de su pragmática. Para ello, inicialmente, vamos a reparar en algunos autores y textos ya clásicos sobre la cuestión, que, escritos en las proximidades del cambio de siglo, nos facilitan un punto de partida teórico de una cierta profundidad temporal en el que apoyarnos, y que al mismo tiempo pueden servirnos, por otra parte, como un elemento de contraste tanto acerca de la evolución del medio en estas dos últimas décadas como de la verificabilidad de aquellos primeros modelos críticos sobre dicho medio. 1.2. En la holocubierta, veinte años después... En efecto, desde los años noventa la realidad virtual se convierte en un importante motivo de atención teórica: bien sea entendida como simulacro de la realidad, a la que suplanta en lo que ciertamente podría considerarse el crimen perfecto (Baudrillard 1996), ejecutado por la episteme posmoderna, bien como potencialidad en relación con la virtualización de todos los ámbitos de la vida y de la cultura —el cuerpo, el texto, la economía, la técnica o, incluso en segundo grado, por distintas razones, el arte o el ordenador mismo— (Lévy 1999). Paralelamente, en el terreno propiamente ficcional, Hamlet en la holocubierta de Janet Murray (1999) o La narración como realidad virtual de Marie-Laure Ryan (2004) se adentraban en una exploración prospectiva del medio interactivo en relación con la tradición literaria,

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mientras que Román Gubern hacía lo propio desde el ámbito hispánico en relación con la imagen y los medios audiovisuales en Del bisonte a la realidad virtual (1996). En el seminal estudio de Murray, publicado originalmente en 1997 y que tomaba como alegoría las holonovelas ficcionales de la celebérrima serie televisiva Star Trek, creada en 1966 por Gene Roddenberry, la holocubierta de la nave Enterprise prefiguraba mejor que ningún otro dispositivo imaginado en la ficción la narrativa virtual e interactiva del futuro.4 De esta forma señalaba la autora que “podríamos pues imaginar un cine de holocubierta del futuro en el que las imágenes nos rodearían pero no nos tocarían. Janeway no podría beber té o sentarse en un sillón de la holocubierta, ni mucho menos recibir un beso de holocubierta de Lord Burleigh” (Murray 2009: 27). ¿Podría decirse que hemos alcanzado ese futuro? ¿Existe ya ese cine virtual inmersivo? Y si fuera así, ¿suscribiríamos igualmente su predicción sobre la privación sensorial del tacto o del impacto físico y emocional implicado en la imagen de sentir el beso de su imaginaria holonovela victoriana? En efecto, hace algunos años que ya existe ese cine en RV, y no es menos cierto que la realidad virtual como tecnología ha incorporado dispositivos que permiten simular las sensaciones táctiles, mediante guantes o incluso trajes integrales dotados de los sensores necesarios para reproducir cierto tipo de sensaciones hápticas (frío, calor, presión, vibración, etc.), e incluso capaces de provocar de forma incipiente, a propósito del beso de Lord Burleigh, estímulos de carácter erótico. Este tipo de asuntos suscitan inmediatamente el cuestionamiento hipercrítico de esta tecnología y el afloramiento de un discurso

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Resulta significativo observar, en este sentido, más allá del influyente clásico de Murray, la influencia e incluso la retroalimentación mutua que han mantenido en este campo la creación y los estudios críticos, en los que abundan referencias a las diferentes narrativas y distopías de lo tecnológico, como, muy especialmente, los sensoramas y dispositivos de prefiguración de lo virtual en las obras de Aldous Huxley, George Orwell, Philip K. Dick, Neal Stephenson... en literatura, cine —Días extraños (Bigelow 1995)—, televisión —Black Mirror (Netflix 2011)—, etc.

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social preventivo que la autora acierta también a intuir y anticipar certeramente, cuando se pregunta: “¿Destruiría el poder tan vívido de estas fantasías nuestro sentido de la realidad? ¿Serán las cada vez más atrayentes narrativas que nos trae la tecnología tan benignas y responsables como una novela decimonónica o serán tan peligrosas y debilitantes como una droga alucinógena?” (Murray 1999: 29). La comparación con el canon literario resulta especialmente significativa acerca de las posiciones desde las que, en efecto, se emiten institucionalmente este tipo de discursos. Solo que para nosotros, parte de un sujeto generacional acostumbrado desde hace décadas a parecidas —y sucesivas— admoniciones con respecto a los tebeos, las películas, la televisión y los videojuegos, la pregunta debe ser impugnada o incluso devuelta o invertida en un sentido acaso más radical aún: el de interrogarnos acerca de si los coetáneos de la novela moderna —incluidos los fiscales que, por ejemplo, procesaron un día a Flaubert por escándalo público tras la publicación folletinesca de Madame Bovary— compartirían esa premisa sobre las bondades y beneficios morales y sociales intrínsecos de la literatura. Son, en cualquier caso, muchos más los aciertos y las hipótesis confirmadas en su visión del futuro de la narrativa en el ciberespacio que sirve de subtítulo del ensayo: la especulación acerca de cómo podría ser el espacio social de ese cine virtual del futuro, el cual “empezaría quizá con un paseo a través de un ambiente tridimensional muy parecido a los restaurantes y parques temáticos de nuestro tiempo, o a los escenarios digitales cada vez más habituales en las películas de hoy. Podríamos mover las imágenes moviendo las manos, por ejemplo, coger una manzana ficticia de un frutero o mover una silla ilusoria” (Murray 1999: 74); descripción que resistiría perfectamente la comparación con la interfaz de realidad virtual generalista de Steam VR, que nos permite en la actualidad escoger entre diversos escenarios virtuales, manejar las pantallas y comandos con nuestros movimientos, construir nuestro avatar, interactuar con otros usuarios e incluso entretenernos con algunos objetos o juegos interactivos. Resultan hoy igualmente certeras sus palabras; no tanto predictivas o anticipatorias, sino incluso indicativas de soluciones y caminos a seguir para la difusión y generalización del nuevo medio, que

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fomentasen la participación de los usuarios tanto en el manejo de los propios lenguajes de programación como en la creación de contenidos narrativos en sí mismos. Su afirmación, “si la clave para lograr calidad narrativa en un medio participativo es incorporar al usuario en la planificación de la programación, el desafío del futuro es inventar lenguajes lo suficientemente sencillos para que se entiendan y se pueda responder a ellos, y al mismo tiempo más flexibles, de manera que incorporen comportamientos humanos que vayan más allá de la búsqueda de tesoros y la matanza de troles” (Murray 1999: 91), podría leerse perfectamente referida a la generalización de lenguajes como Scratch —creado por el MIT Media Lab en 2003— en las primeras etapas de la enseñanza o al inusitado éxito de programas/juego como Minecraft (Mojang 2011) en nuestros días. En lo que ahora nos interesa indagar aquí, en busca de los rasgos distintivos/característicos de la semiótica del medio, deberemos tener igualmente muy presente como punto de partida las indicaciones de dicha autora, tanto con respecto a sus relaciones y dependencias con las artes y medios anteriores, de los que se ha nutrido en lo que ella misma denomina su etapa incunable, como en la indagación de sus propiedades y características tecnológicas autónomas: ¿Cómo predecir lo que vendrá a continuación? A juzgar por el panorama actual, podemos esperar que las fronteras tradicionales entre juegos e historias, entre películas y atracciones de feria, entre medios emisores (como la televisión y la radio) y medios de archivo (como el libro o el videocasete), entre formas narrativas (libros) y formas dramáticas (teatro o cine), e incluso entre la audiencia y el autor, se van a ir disolviendo. Para entender los nuevos géneros y las satisfacciones narrativas que surgirán de esta mezcla conviene mirar más allá de los formatos que los viejos medios le imponen al ordenador, y que este asimila rápidamente, y ver qué propiedades son inherentes a la máquina (Murray 1999: 75).

Volveremos más adelante en detalle sobre las propiedades que la máquina, como dice Murray, le confiere a la narrativa interactiva —la inmersión, la actuación y la participación, así como la transformación, que utilizaremos como los puntos de partida en los que se fundamenta

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nuestra propuesta descriptiva—, pero introduzcamos antes en la ecuación, junto con el de la máquina/sistema, el otro componente imprescindible de cualquier interacción: el cuerpo del que la propia Janet Murray, en una feliz formulación terminológica, denomina el interactor. Marie-Laure Ryan, en su citado estudio —por lo demás deudor del que venimos glosando en la mayoría de sus planteamientos—, reiterará a lo largo del ensayo la centralidad de la experiencia corpórea en los mundos virtuales, al afirmar categóricamente entre sus premisas: “Defiendo la teoría de que la unión de la inmersión y la interactividad requiere la presencia imaginada o física del cuerpo del usuario en el mundo virtual” (2004: 38), al vincularlo con la tradición artística o lúdica precedente: “La RV no es el único entorno que ofrece a la vez experiencias inmersivas e interactivas: tanto los juegos de make-believe o ‘hacer como si’, adultos e infantiles, como las ferias y los parques de atracciones, los rituales, el arte barroco, la arquitectura o algunos tipos de escenografías teatrales suponen la participación activa de un cuerpo, ya sea virtual o real, en una realidad creada por la imaginación” (2004: 38), o incluso cuando, en abierta contradicción, parece excluirlo del espacio de toda semiosis: Sobre la luminosa superficie de los signos (el significante) no hay sitio para los cuerpos, ni reales ni virtuales. Y sin embargo, el receptor del arte total (si nos atrevemos a soñar con algo así) debería ser ni más ni menos que el sujeto que san Ignacio de Loyola definió como un “compuesto indisoluble” de mente y cuerpo. Lo que está en juego en la síntesis de la inmersión y la interactividad es nada menos que la participación del individuo en su integridad en la experiencia artística (Ryan 2004: 39).

Por su parte, Román Gubern ya había descrito previamente con precisión las características y fundamentos biológicos y cognitivos de esta nueva experiencia corporal —“una experiencia cenestésica y cinestésica: cenestésica por cuanto permite la conciencia de la posición y de la actividad del cuerpo en el espacio, y cinestésica ya que permite la conciencia de los desplazamientos en tal espacio”— y su fundamentación tecnológica —“ello es posible porque la visión estereoscópica generada por las dos imágenes computerizadas está coordinada,

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mediante sensores y programas informáticos complementarios, con el movimiento del cuerpo del sujeto, para producir la impresión de integración física y de movilidad del punto de vista en un espacio de tres dimensiones” (Gubern 1996: 158)—. A ello contribuye decisivamente la supresión del marco delimitador de la imagen, verdadera transgresión de la estética renacentista de la perspectiva, de la cual el encuadre constituía el correlato. De este modo, en mucha mayor medida incluso que la pantalla cinematográfica, las pantallas/gafas virtuales suplantan la totalidad de nuestro campo de visión, produciendo “un efecto perceptivo de inmersión en la realidad visual propuesta [...] [que] anula la tradicional diferenciación y distinción psicológica entre el sujeto y el objeto, el espectador y el espectáculo, el observador y lo observado” (Gubern 1996: 169). De ahí que, una vez más, de esta hipertrofia de la dimensión inmersiva —bien sintonizada metafóricamente con la fundacional alegorización náutica del ciberespacio—,5 se deducirán inevitablemente los dos corolarios de la interactividad que la identificarán específicamente como tal a los que igualmente llegará Janet Murray en los términos de actuación y transformación, ya citados, o, en palabras del crítico español, en los que se derivan de las distinciones contemplación/ acción y narración/iniciativa personal: En este sentido, es problemática la aportación de la RV a las artes tradicionales del espectáculo, pues la contemplación aparece reemplazada por la acción (o pseudoacción) del sujeto espectador (operador) y la narración es sustituida por la iniciativa personal, en la que el impacto de la sensorialidad eclipsa la estructura lógica o el relato articulado. De manera que tienden a confundirse los roles del espectador, del actor y del autor, en un universo continuo y tridimensional que ha abolido definitivamente la discontinuidad propia del montaje cinematográfico y con ello las

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Para M.-L. Ryan, en términos espaciales —“la sensación de estar dentro de un mundo generado por ordenador consta de tres componentes distintos: la sensación de estar rodeado, la sensación de profundidad y un punto de vista itinerante” (Ryan 2004: 76)— que consiguen superar tecnológicamente las limitaciones o problemas planteados por las artes y tecnologías más antiguas.

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elipsis y todas las figuras narrativas y retóricas asociadas a ellas [...]. Y todas estas características hacen que cada espectáculo-vivencia de la RV sea individualizado y diferenciado por (para) cada sujeto, de acuerdo con sus iniciativas motrices personales, lo que acaba por dinamitar la tradición de los públicos uniformizados para una experiencia espectacular común y ubica a la RV en el ámbito de los self media (Gubern 1996: 171-172).

1.3. Hacia una semiótica de lo propioceptivo Con arreglo a lo anteriormente expuesto, parece que a la querelle fundacional de los game studies sobre la identidad narrativa o simulativolúdica del videojuego le restaba aún el ingrediente tan fundamental como evidente del medio interactivo: el cuerpo sujeto-objeto de la interacción, del operador de Gubern, del interactor de Murray. Y, acorde con la exploración de nuevos caminos por las recientes teorías del medio que otorgan una mayor centralidad a la experiencia del jugador plasmada en el (¿o la?) gameplay (¿“partida”?) —proceduralismo, ética del videojuego, formativismo, pensamiento abductivo—, procedía pues dirigir la mirada en busca de la especificidad del medio interactivo a las particularidades no ya solo estéticas, sino también estésicas de su semiótica. Y dentro de esta, no solo prestar atención a su repertorio sintáctico y semántico de géneros, temas, figuras, lenguaje o narratología, sino también, y acaso muy especialmente, a la pragmática característica de su particular sistema comunicativo y enunciativo. Mucho antes de que lo digital, lo interactivo o lo virtual compareciera en el escenario de la cultura, algunos de los instrumentos conceptuales que nos brinda la semiótica clásica pueden resultar particularmente idóneos para este propósito. Y antes aún, en esa cadena retrospectiva de continuidades que nos lleva a los territorios de lo estésico y lo sensible, la psicología de la percepción le brindaba a aquella una distinción tripartita de partida: la que establecía como tipos fundamentales de la sensación la exteroceptividad, la interoceptividad y la propioceptividad en torno al cuerpo como sistema de referencia. De este modo, percibimos como exteroceptivos los estímulos procedentes del exterior, obtenidos a través de los sentidos; como

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interoceptivos, por su parte, los que provienen del interior de nuestro cuerpo (homeostasis, dolor, temperatura...); y por último, como propioceptivos, los relativos a las sensaciones, en cierto modo fronterizas entre los planos de lo interior y lo exterior, que se derivan de la conciencia de la posición y el movimiento corporales. Frente al aserto ya citado de Marie-Laure Ryan de que “sobre la luminosa superficie de los signos (el significante) no hay sitio para los cuerpos, ni reales ni virtuales”, la semántica estructural de Greimas, de 1966, establecía ya, como nos recuerda Jacques Fontanille en su Semiótica del discurso en relación con los constituyentes básicos del signo, “llamar aún de otro modo esos dos planos del lenguaje. El plano de la expresión será llamado exteroceptivo; el plano del contenido, interoceptivo; y la posición abstracta del sujeto de la percepción será llamada propioceptiva, porque se trata, de hecho, de la posición de su cuerpo imaginario o cuerpo propio” (Fontanille 2001: 35). El cuerpo propio es, pues, imprescindible para activar todo proceso de significación como frontera o bisagra entre las dos macrosemióticas del mundo exterior y del mundo interior que instaura, pero además “en la perspectiva de las lógicas de lo sensible, por ejemplo, será tratado como una envoltura, sensible a las solicitaciones y a los contactos provenientes ya del exterior (sensaciones) ya del interior (emociones y afectos)” (Fontanille 2001: 35). En el mismo sentido, Desiderio Blanco López invocaba explícitamente esta misma tradición greimasiana “al señalar que el componente semántico se puede descomponer en unidades mínimas, llamadas ‘semas’. Y esos semas son: semas conceptuales (abstracto-interoceptivos), semas figurativos (exteroceptivos) y semas tímicos (propioceptivos)” (Blanco López 2017: 64). En función de la preponderancia de unos u otros, propone dicha clasificación como criterio de una ontología interartística en la que la dimensión conceptual apunta al código lingüístico de la literatura, la dimensión figurativa al lenguaje de la imagen cinematográfica, y la dimensión tímica al código musical. Esta última asociación, un tanto sorprendente, de lo propioceptivo con lo musical —a fuer de identificar lo tímico exclusivamente en el sentido afectivo que interesaba a su argumentación— puede cobrar, en cambio, una nueva luz si sustituimos el lenguaje de la música por

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el de la interacción virtual, recuperando e integrando plenamente el sentido original de la propiocepción sensorial que la caracteriza. De esta manera, sí, podrían diferenciarse sin dificultad una semiótica principal —que no exclusivamente— conceptual, interior, característica de la literatura; una semiótica sobre todo figurativa, exterior, de la plástica, el audiovisual —y por qué no, también la música—; y una semiótica preponderantemente —ahora sí— propioceptiva, centrada en las sensaciones y la conciencia del propio cuerpo en su presencia, movimiento o acciones dentro del espacio textual características del medio virtual interactivo, aunque tampoco privativas de este, al ser potencialmente compartidas con la arquitectura, la performance teatral o la instalación artística. 2. Las experiencias virtuales (EVs) El rasgo de estas narrativas más evidente y diferencial con respecto a las anteriores es, pues, la interactividad. En este sentido, ¿qué es y cómo analizar con las herramientas de los estudios narrativos una experiencia interactiva y una experiencia virtual? Para tratar de responder de una forma concisa y esquemática, acudiré a buscar en ellas el máximo común divisor de los parámetros básicos establecidos por el análisis narrativo tradicional en torno a las categorías de modalización (voz y punto de vista), espacialización y temporalización del relato. La respuesta, en el primer caso, resulta, de entrada, tan simple como intuitiva: la configuración enunciativa de la experiencia interactiva y virtual es, por defecto, la del relato personal y la focalización interna, que en las etiquetas genéricas del medio identificamos automáticamente con la de jugar/experimentar en primera persona. En el segundo caso, la dimensión espacial cobra un relieve destacadísimo: mucho más allá del mero enmarque de los personajes y los acontecimientos, el espacio se convierte en la interfaz y el universo al que damos el salto dentro de la cuarta pared. Un lugar marcado por el cronotopo del camino y el designio un tanto situacionista del flâneur y la exploración que caracteriza a tantos de sus géneros y tramas o,

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también aquí, de las denominaciones más recientes y reconocibles del medio, como la de los walking simulator. En tercer lugar, la temporalidad básica de la experiencia virtual, aunque admite todas las posibilidades en el orden, la frecuencia y la duración de las acciones narradas, presentadas o realizables es, de nuevo intuitivamente, la de la escena, aquella propia de la pantalla —de la fílmica, tradicionalmente, pero ahora mucho más específicamente del videojuego—: aquella en la que se produce la igualación de la duración de las acciones en el mundo ficcional con la de su representación y, ahora también, con la de nuestra propia experiencia vivida fuera de dicho mundo, en el nivel extradiegético, de un modo que de nuevo percibimos ya estandarizado y reconocible bajo la fórmula en tiempo real característica del medio. Acceder a un universo ficcional tanto de forma estética y narrativa como estésica y sensible (el interactor) en primera persona, manejando una réplica cognitiva y enunciativa perteneciente a la historia (el avatar), para explorar un espacio diegético en tiempo real. Tal es, en hipótesis, la fórmula narratológica esencial en la que se sustentan tanto la experiencia interactiva (EI) en el terreno del videojuego como la experiencia virtual (EV) en el de las nacientes narrativas en realidad virtual. Sobre cada una de las características del lenguaje de este medio interactivo según Janet Murray (1999) —la inmersión, la actuación y la transformación— puede establecerse, en mi opinión, un tipo diferente de experiencia virtual, que proponemos denominar la experiencia inmersiva (EVinm), la experiencia interactiva (EVint) y la experiencia narrativa (EVnar), según se manifieste en un mayor grado —que no en exclusiva, pues la presencia de todas ellas es connatural a toda EV— a) la inmersión sensorial en un entorno virtual, b) la capacidad de acción e interacción con los objetos y agentes ficcionales o c) la capacidad de elección entre diferentes posibilidades, caminos e incluso desenlaces narrativos, respectivamente. En las páginas que siguen, proponemos, para terminar, la posible aplicación de estas categorías, así como de los conceptos puestos en juego en la primera parte de este ensayo, a un sucinto corpus de obras a título demostrativo y descriptivo en relación con su virtual operatividad.

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2.1. La experiencia inmersiva (EVinm) Una visita a un espacio así combinará los placeres rítmicos de la danza con los visuales de la escultura y el cine. El espacio en sí mismo será expresivo, igual que nuestro movimiento a través de él [...]. Saldremos a los entornos digitales para experimentar el encanto de ambientes que han sido siempre inaccesibles: un volcán en erupción, un bosque prehistórico tropical, un planeta lejano... podremos atravesar el Mar Rojo con Moisés después de que haya retirado las aguas, o sentarnos a ver una representación dramática en un teatro virtual renacentista (Murray 1999: 273).

Al hablar de las experiencias inmersivas, podríamos preguntarnos qué tienen ahora de específicas con respecto a las que ya nos permitían sentir la novela en la soledad de la lectura o el cine en la oscuridad compartida, pero igualmente íntima, de la sala. Y dado que no podemos objetar los efectos virtualmente hipnóticos o de enajenación o ensimismamiento que aquellas eran capaces de provocar en el lector o el espectador trasladado imaginariamente al universo de la ficción, deberemos buscar los elementos diferenciales en otros aspectos objetivables en la experiencia del interactor. Reconociendo que la novela o el cine puedan ser consideradas previrtuales, los dispositivos tecnológicos de la RV añaden a la experiencia imaginaria e interior de la literatura, e incluso a la experiencia externa, ya sensorial y figurativa, del cine, una nueva mirada que está dotada por sí misma del rasgo general de la interactividad: no es ya una mirada pasiva, dirigida por la cámara y el montaje, como la de los medios audiovisuales previrtuales, sino activa e interactiva, podríamos decir que la de una auténtica cámara subjetiva digna por fin de tal nombre, y capaz, dentro del espacio ficcional virtual al que pertenece, de elegir a dónde, cuándo y cómo ver y mirar. Como podemos apreciar directamente en Remember o en la mayor parte de los vídeos que nos ofrecen plataformas como Vive Cinema o Inception, este mecanismo es el que está en la base del cine en 360º, que no es necesariamente sinónimo de cine en realidad virtual. Esto es así ya que podemos percibir la obra estando inmersos en un dispositivo de RV, pero también podemos experimentarla en una pantalla convencional, mediante una interfaz (normalmente el mouse) que nos permite

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emular la libertad y la interactividad de nuestra visión —como sucede cotidianamente, por otra parte, en el entorno del videojuego—. En un grado más de interactividad, igualmente accesible no solo a la experiencia virtual, sino también común al videojuego, no solo tendremos la capacidad de mirar, sino también la de desplazarnos por el espacio virtual: desde limitarnos a seguir los movimientos de cámara prediseñados hasta trasladarnos a voluntad solo entre determinados puntos de la escena o desplazarnos por el espacio disponible con libertad. En el terreno de la experiencia virtual inmersiva, denominaremos a la primera modalidad experiencia visual, a la segunda experiencia dinámica y a la tercera experiencia cinética. Estas diferentes posibilidades teóricas de inmersión se recombinan para su configuración histórica y temática en géneros ya reconocibles (aunque carentes de una denominación establecida) como los que aquí llamaré la experiencia cinematográfica, la experiencia de viaje o la experiencia estética. Para ensayar la viabilidad de las distinciones propuestas entre los tres tipos de experiencia inmersiva, ejemplificaré cada uno de ellos con sendos ejemplos de experiencia cinematográfica y de experiencia estética, evitando así el riesgo de generar categorías ad hoc, solo válidas para una obra o un género determinado. 2.1.1. La experiencia visual Remember (The Pulse VR, 2016) Experiencia inmersiva, en primer término, dado que no permite otra interacción que la descrita ni la elección de sus posibilidades narrativas; y, dentro de estas, experiencia visual, pues el interactor tan solo posee la libertad de la mirada y no la de cambiar de punto de vista ni la de moverse por el espacio virtual. Esta película en 360º, presentada como sci-Fi film, es un cortometraje de ciencia ficción sobre la corporación que da título a la historia, Remember®. Creates memories that live forever, desarrollada en forma de un diálogo entre la inteligencia artificial que da voz a la interfaz y la protagonista, mientras asistimos a su funcionamiento en primera persona desde la perspectiva de

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esta. En tres minutos y veinte segundos sin tregua, vemos como ella ordena cargar un recuerdo anterior, que nos traslada a una playa. Al buscar otro en la base de datos, cree reconocer uno propio frente a un acantilado. Cuando intenta ajustar los parámetros para que el virtual se ajuste al real, el sistema, ante su desesperación, borra todos sus recuerdos. Tras la aparente utopía poshumana de digitalizar nuestra mente y nuestra memoria, encarnada en la amable voz de la inteligencia artificial que se ofrece a cumplir todas nuestras órdenes y deseos, se esconde la pesadilla distópica de la deshumanización, reducida al leitmotiv que la máquina tecnológica repite como mantra inútil ante las órdenes y la desesperación de la protagonista para que los recupere: “I’m sorry. I didn’t find any record of this”. Autum colours on the Qiao and Hua Mountains (NPM Painting VR, 2017) Presentado genéricamente por la distribuidora (Viveport) como una 360º video app, esta experiencia estética inmersiva consiste, como muchas de ellas, en la recreación/exploración virtual de un cuadro de manera expandida, como si nos fuese dado entrar en él. Desde una interfaz introductoria que nos permite, como si estuviésemos en un museo contemplando el clásico de la pintura china, accedemos siguiendo unos puntos luminosos en el aire al interior de la escena, por la que realizaremos un recorrido animado. Pese a que la recreación selecciona determinados elementos de la obra como diferentes puntos de vista, estos son sucesivos y nos vienen dados sin que podamos explorar o elegir cambiar entre ellos, sino tan solo seguir el recorrido con la mirada. La experiencia, relajante y fotogénica, incluye textos y explicaciones históricas.

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2.1.2. La experiencia dinámica The Great C (Secret Location, 2018) Esta experiencia cinematográfica inmersiva, presentada genéricamente como adventure, narrative, entertainment, casual, sci-fi —y en cuanto a formato, curiosamente, como juego, en lugar de como app o como vídeo—, es en realidad un mediometraje de animación 3D, de 30 minutos de duración, adaptación del cuento homónimo de Philip K. Dick de 1953 y, temáticamente, otra distopía, esta vez posapocalíptica, sobre una inteligencia artificial maligna que exige que se le sacrifique anualmente un niño de la comunidad. En tanto experiencia virtual cinematográfica, lo más novedoso formalmente es que se trata de una experiencia dinámica que, añade a la interacción visual la posibilidad del movimiento del interactor en el interior de cada uno de los planos. Así, además de la visión en 360º, podemos acercarnos o alejarnos del punto de vista preseleccionado por la cámara, agacharnos o elevarnos, desplazarnos unos pasos a derecha o a izquierda, acercar nuestro rostro al de los protagonistas... —aunque la sensación pueda resultar mareante, al no estar nuestro punto de vista sincronizado con el de los movimientos de cámara y el montaje—. Narratológicamente, la particularidad más llamativa es que, a diferencia de lo habitual en el género, la configuración del punto de vista no se lleva a cabo en primera persona, sino en la modalidad externa o impersonal que identificamos con la tercera persona y que sigue de cerca, alternativamente, a los dos personajes protagonistas y focaliza con ellos. Emociona asistir, como si, al igual que ellos, estuviésemos sentados a la mesa del bar, a la escena del beso, desde esa distancia íntima, desde dentro de la película. Imposible no desear entonces que, algún día, los algoritmos de otra inteligencia artificial cinematográfica capaz de remasterizar los clásicos en realidad virtual, nos permitan, quizá, esquinarnos en una mesa del Rick’s Café Americain, en la Casablanca de Curtiz.

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Dreams of Dali (Half Full Nelson-Salvador Dali Museum Inc., 2018) Experiencia estética dinámica basada en la estética y las referencias de Dalí, publicada por el Museo Salvador Dalí, que permite desplazarse por los inmensos espacios del “cuadro”, saltando entre puntos interactivos de este resaltados con un icono esférico. Etiquetado genéricamente como una app de education, art & design, narrative, creativity, nos adentramos en el cuadro, que se muestra como un objeto en la introducción, para aparecer en un paisaje onírico y desolado, batido por el viento. Se escucha en over la voz de Dalí, lejana, hablando de la muerte. Aparecen representadas figuras relativas al padre, la madre, el niño, como mudos espectadores de la escena. Aunque no es todavía una experiencia cinética, la multiplicidad de espacios y puntos de vista dinámicos que pueden adoptarse producen la sensación de exploración. Impresionan, y rompen el estatismo de la escena, el paso y los barritos sobrecogedores de los elefantes zancudos finales (es un decir, porque aparentemente la aplicación no tiene final y se puede permanecer en ese espacio el tiempo que se desee). 2.1.3. La experiencia cinética The Abbot’s Book (Blackthorn Media, 2016) Presentada comercialmente como una horror, entertainnment, travel & exploration app, esta experiencia virtual se anuncia como la demo del episodio 7 de una serie en ocho entregas que desde su estreno, en abril de 2016, no ha tenido aparentemente continuación, a pesar del indudable potencial que mostraba en la creación de una intriga narrativa de género gótico. Como antes el entrar en los cuadros en las experiencias estéticas, aquí la interfaz simbolizará la inmersión en la necesidad que tenemos de ocupar físicamente con nuestro cuerpo la figura estática del avatar que encarnaremos, Tithonius, para que pueda iniciarse el relato. El mando se convierte entonces en la antorcha que este portaba, y con él nos adentraremos en las ruinas de unas catacumbas de Vicenza en 1680. Un texto escrito nos pone en

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antecedentes del contexto narrativo. La sensación de inmersión espacial, la estética del paisaje y la iluminación son espectaculares. El presentimiento de una presencia esotérica resulta inquietante, logrando perfectamente el efecto gótico deseado sin llegar al horror. Experiencia cinematográfica, aunque con apariencia de experiencia narrativa, no nos permite en realidad ninguna otra elección que la relativa a la exploración ilimitada del espacio narrativo, y la historia se mantiene en una trayectoria de avance siempre lineal. Experiencia inmersiva en lo fundamental, pero que ya insinúa la experiencia interactiva con algunos objetos (la antorcha puede encender los pebeteros a los que la acercamos, aumentando levemente la iluminación de un espacio siempre en penumbra) y con los personajes (podemos responder a lo que nos dice el Abad que nos acompaña, con opciones como ignorar o reaccionar, aunque no tengan aparentemente ninguna consecuencia perceptible sobre el desarrollo de la trama). The Spirit of Autobiography (Bravo, 2017) Experiencia estética (que de forma un tanto desconcertante, se presenta genéricamente como vídeo en 360º) de carácter asimismo cinético, que nos permite el libre desplazamiento por la escena. Basada temáticamente en el arte de la caligrafía (china), absorbente y estéticamente deslumbrante, la experiencia implica el paisaje, la naturaleza, la música, la danza, y produce el efecto de transportarnos también al interior de un cuadro, que esta vez no existe como tal. Asistimos desde una pagoda o templete al espectáculo que sucede en derredor: las letras cobran vida en forma de dragón o caen como la lluvia, que se convierte en una espectacular tormenta en el mar. Durante un breve lapso, la experiencia se abrirá, como la anterior, a la interactividad, transformándose el mando esta vez en un pincel con el que podemos pintar en el aire, con nuestros movimientos, signos de apariencia plástica y caligráfica.

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De forma cinematográfica o plástica, fotorrealista o de animación 3D o 2D, en vídeo o en app o, en algún caso, con apariencia de videojuego, hemos podido experimentar la gradación que supone la inmersión virtual, primero de forma meramente visual, para pasar después al movimiento, limitado o libre, por el espacio virtual, conquistando la exploración espacial en tiempo real sobre la que se funda estructuralmente, más allá de los géneros examinados y ya sin restricción alguna, un Google Earth VR —suma en realidad virtual de la cartografía de Google Earth, Google Maps, Google Street View...—, que consigue la más cercana expresión tecnológica que conocemos hasta la fecha de la ficción borgeana del mapa capaz de competir con el territorio. 2.2. La experiencia interactiva (EVint) La gran ventaja de los entornos participativos a la hora de facilitar la inmersión es su capacidad para incorporar acciones que otorgan vida a los objetos inanimados [...]. Según vaya madurando el medio digital, es de esperar que los autores inventarán objetos virtuales creadores de verosimilitud cada vez mejores, y los situarán en momentos dramáticos específicos que aumenten nuestra sensación de participación dándonos algo satisfactorio que hacer (Murray 1999: 125).

En la experiencia virtual interactiva propiamente dicha, nos encontramos un paso más allá de la experiencia inmersiva, limitada a la interactividad de la mirada y el movimiento, pero todavía un paso más acá de la experiencia narrativa, que nos permitirá descubrir una historia a través de la elección entre diferentes opciones y decisiones para recorrerla. Si en la experiencia inmersiva la mecánica fundamental será ver/mirar y en la narrativa descubrir/elegir, en la experiencia interactiva la mecánica fundamental será la de hacer/actuar. Aunque todas ellas implican asimismo contemplar, explorar y decidir en alguna medida, la experiencia interactiva es —como la inmersiva— básicamente lineal desde el punto de vista narrativo. Avanzamos hacia el final superando pruebas y nuevos niveles o perdemos la partida. Pero sobre todo, requiere la existencia de escenarios que puedan ser explorados, objetos que puedan ser examinados, manipulados

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o empleados y/o seres ficcionales con los que interactuar (hablar, competir, atacar, huir, eliminar...) como parte esencial del gameplay y de sus mecánicas. En este sentido, al tratar de caracterizar las principales formas que dichos elementos pueden revestir, no deja de sorprender que, en buena medida, estas resulten coincidentes con la caracterización de los tipos básicos de experiencia interactiva de la que partimos. Así, si pensamos, por ejemplo, en los objetos, se nos hace enseguida evidente la diferencia que media entre aquellos que tan solo podemos ver como partes del espacio virtual —como el conjunto de lo contenido en la experiencia inmersiva— y aquellos que se ofrecen a la interacción con el usuario —propios de la experiencia interactiva—, denominados estos últimos entidades por algunos especialistas del medio. Y dentro de estos se distinguen todavía de los artefactos —o in-game artifacts—, objetos que facilitan información al jugador y permiten el progreso de la historia, como un texto, un audio o un vídeo, que se corresponderían particularmente con lo que identificamos con la experiencia propiamente narrativa. Con arreglo a lo anterior, proponemos aquí en paralelo denominar objetos visuales, objetos interactivos y objetos narrativos a cada uno de ellos, respectivamente. Con arreglo al mismo parámetro, otro tanto podemos decir de los agentes ficcionales que habitan el mundo virtual: personajes meramente visuales con los que no cabe ninguna interacción y se comportan de modo completamente indiferente a nuestras acciones, personajes interactivos que responden a nuestra presencia, movimientos, acciones o diálogos y personajes narrativos, que facilitan a través del diálogo información relevante para la comprensión o el avance de la historia, o la desgranan ellos mismos, convirtiéndose de esta manera en narradores secundarios. En los tres casos nos referimos a los agentes manejados por la inteligencia artificial del programa —llamados por ello NPC o non-player character—, bien entendido que dejamos fuera de esa consideración a aquellos manejados por el interactor —o por otros usuarios en la modalidad online—, para los que reservamos la denominación de personajes-avatar o avatares. A efectos de ensayar la utilidad del modelo, ¿cabría aplicarlo igualmente al espacio y a los escenarios en su conjunto? En efecto, resulta

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viable la distinción entre un espacio visual, textualmente representado pero al que no nos es dado acceder, un espacio interactivo, diseñado como aquel específicamente jugable, en el que se desenvuelve el movimiento y la actividad del avatar y, finalmente, un espacio narrativo perceptible en aquellos escenarios alternativos que se ofrecen a las elecciones del jugador como diferentes caminos posibles para la continuación de la historia —y que muchas veces suponen asimismo un lugar de paso o umbral (una puerta, un camino) que abre el acceso a una nueva pantalla o nivel de la partida—. Esa plausible regularidad sistemática que observamos, creemos que resulta aplicable igualmente en su conjunto sobre la figura del avatar. Así, si proyectamos ahora sobre él recursivamente las tres dimensiones apuntadas —objetos, personajes y escenarios—, podemos fácilmente diferenciar su consideración en cuanto objeto interactivo —que llamaremos mando-avatar—, representado muchas veces de forma congruente con la diégesis y las mecánicas genéricas del juego (las manos, un arma, una antorcha, una raqueta...), el personaje-avatar propiamente dicho en cuanto tal, normalmente protagonista de la partida y, por último, también en cuanto escenario, un espacio-avatar, encarnado, en su dimensión más visible, por la retícula de la escala de habitación —o room scale— representada en el interior del escenario del juego y que delimita la ubicación real por la que el jugador puede moverse —físicamente— fuera de este. Ejemplificando todos estos elementos en la imagen del simulador deportivo First Person Tennis (Mikori Games, 2017), pueden apreciarse con facilidad tales diferencias: en cuanto a los objetos, son en su totalidad objetos visuales, con la única excepción de la raqueta y la pelota como objetos interactivos —la primera, además, como mandoavatar—. Otro tanto puede decirse de los personajes, en su práctica totalidad puramente visuales (el juez de silla, los recogepelotas, los jueces de línea, los cámaras de televisión, el público...) siendo el único personaje interactivo nuestro oponente en la pista, al que debemos derrotar (y en todo caso el juez de silla en la medida en que, no visualmente pero sí mediante voz y texto, va registrando el tanteo después de cada jugada, lo cual, en cierta medida, le conferiría también un cierto carácter narrativo). En cuanto al escenario, obedece a la misma

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distinción, y se diferencia claramente la pista como espacio interactivo jugable del conjunto del espacio visual representado (alrededor de la pista y las gradas, donde se sitúan los objetos y personajes visuales), a los que habría que añadir el espacio-avatar por el que se mueve realmente el interactor dentro de su limitada zona de juego —igualmente representada, no lo olvidemos, en el nivel extradiegético de la interfaz, en forma de retícula—. Significativamente, al tratarse de una experiencia interactiva, en este caso no encontramos objetos, personas ni lugares con función narrativa, aunque podrían fácilmente concebirse: además de la aludida función del juez de silla, supongamos, por ejemplo, que desplazando al jugador hacia un lateral o hacia el fondo de la pista, pudiésemos salir de la zona de juego e ingresar en el vestuario para cambiar de raqueta, abandonar la partida o continuar el campeonato (función que, en este caso, se realiza a través de los comandos del menú). En cuanto al personaje-avatar, como podemos ver, es representado tan solo como una mano y la raqueta en la otra, reforzando así con gran eficacia la inmersión sensorial del interactor y ludonarratario desde el punto de vista subjetivo que empuña el mando, manejándolo exactamente como si se tratase de una raqueta de tenis, en el exterior del juego. Del análisis del corpus —necesariamente reducido— que hemos podido examinar, no se deducen por el momento diferencias teóricas o formales importantes entre ellas (como sí ocurría con la experiencia inmersiva entre la experiencia visual, la experiencia dinámica y la experiencia cinética), sino que los diferentes tipos que podemos apreciar tienen más que ver con modalidades temáticas o genéricas (en el mismo plano, por tanto, en el que distinguíamos más arriba la experiencia cinematográfica, la de viaje o la experiencia estética en el análisis de las experiencias inmersivas). En este nivel, en función de las mecánicas fundamentales, podemos identificar inicialmente, al menos, la experiencia de simulación, la de acción, la de evasión y la de exploración. Presentaré, a continuación, una sucinta descripción de cada una de ellas, ejemplificadas con algunos casos significativos.

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2.2.1. La experiencia de simulación Earthlight Spacewalk (Opaque Space, 2017) La simulación no solo es uno de los rasgos constitutivos de la experiencia virtual, y por supuesto también de su manifestación en el medio interactivo y videolúdico, definido precisamente en cuanto forma de simulación informática por alguno de sus principales teorizadores (Aarseth 2007: 5), sino uno de los géneros paradigmáticos de la tradición del videojuego —muy presente, además, en otras modalidades pragmáticas de carácter didáctico, profesional, médico, militar, etc.—, perfectamente reconocible bajo la denominación del simulador (de conducción, de vuelo, de ferrocarriles, de camiones, de barcos y prácticamente de todo tipo de medios de transporte o, como en este caso, de naves espaciales). En esta EVint de simulación, diseñada en colaboración con la Agencia Espacial Norteamericana (NASA), podemos disfrutar durante aproximadamente 15 minutos de un paseo espacial que se inicia en la Estación Espacial Internacional y experimentar una simulación de la situación de ingravidez que nos obliga a asirnos permanentemente con nuestras manos-avatar a elementos del espacio interactivo y a afrontar la dificultad de manipular con ellas una serie de objetos interactivos tales como una cámara o un taladro/destornillador que nuestro avatar porta en el cinturón del traje espacial. El sistema internarrador nos va conduciendo a través de indicaciones en forma de flechas por el recorrido, mientras el control de la misión, convertido en un personaje narrativo —como voz en off—, nos facilita las instrucciones necesarias por la radio para completarla con éxito. Nuestro avatar deberá salir de la estación, fotografiar los elementos que nos indican y reparar en uno de los paneles unas conexiones de cables, desmontando para ello tornillos de una caja eléctrica y reconectando dos terminales. El paseo espacial finalizará, recreándose ahora, tras el apartado interactivo, en el aspecto inmersivo y visual de la experiencia, contemplando con delectación el —nunca mejor dicho— espacio visual estrellado mientras la tierra gira bajo —o sobre— nosotros.

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2.2.2. La experiencia de acción Front Defense (Fantahorn Studio, 2017) Del mismo modo en que a las experiencias de simulación les corresponden las mecánicas fundamentales de conducir/manejar, a las experiencias de acción las caracterizan las de la lucha, el sigilo o la supervivencia, las más de las veces concretadas en las acciones bélicas de disparar y abatir adversarios, zombis u objetivos enemigos. Si en la impactante secuencia inicial de Salvar al soldado Ryan pudimos experimentar en primera persona y de manera hiperrealista la sensación inmersiva de la guerra en el medio cinematográfico, en esta EVint de acción, ambientada asimismo en el desembarco y la campaña aliada en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, podremos no solo hacer lo propio en realidad virtual (al modo de la experiencia inmersiva), sino dar un paso más allá y participar nosotros mismos protagonizando la batalla en esta experiencia bélica interactiva. Afirmaba Murray que “el éxito de los juegos de lucha presenta un desafío para la próxima generación de artistas digitales [...] una vez que le demos al protagonista un papel más rico que el de simple máquina de matar” (1999: 160). Siendo ese aún el objetivo fundamental del juego, del que depende permanentemente la supervivencia del avatar y la continuación de la partida, la experiencia virtual de la acción en primera persona exigirá, además de la mera habilidad en el manejo del joystick y los comandos de un videojuego, la implicación física del interactor con el avatar, emulando su posición y sus movimientos corporales. El resultado inmediato será la multiplicación de la identificación, asimismo sensorial y emocional, con el avatar. Quien ha matado virtualmente por primera vez lo sabe.

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2.2.3. La experiencia de evasión The Price of Freedom (Construct Studio, 2016) Aunque lo traigamos aquí como ejemplo de la modalidad genérica establecida sobre la mecánica fundamental escapar/salir, similar a la que opera en muchas de las EV de primera hora —y, por cierto, muy similar a la de los espacios lúdicos de las escape rooms fuera del ámbito digital—, más que como un caso paradigmático, lo emplearemos como muestra de la complejidad narrativa y la propia complejidad genérica que pueden alcanzar estas experiencias interactivas. Y es que, pese a que en su descripción comercial se presente como de género “narrativa/aventura”, no lo es todavía para nosotros, al tratarse de una historia lineal sobre la que podemos progresar pero no intervenir. Y a pesar de que temática y ambientalmente se sitúe en el ámbito de una investigación o thriller de género negro, lo cierto es que estamos reducidos a la exploración de un diminuto apartamento, en el que accidentalmente habremos de provocar un incendio, del que resultará imperativo salir con vida. En la intro, donde se nos informa sobre los antecedentes de la historia, nos pondremos en la piel de un agente de inteligencia clandestino; deberemos, para continuar, ingerir las pastillas psicotrópicas que, como en The Matrix, nos transformarán en el avatar, y apareceremos en el interior del ascensor que nos llevará directamente al apartamento donde se encuentra nuestro objetivo. A través del auricular —del físico y del virtual que igualmente portamos en la diégesis—, nuestro control en la agencia nos va facilitando las instrucciones y las órdenes a seguir. Buscamos a un periodista que, investigando la desaparición de su hija, sigue el rastro a la propia agencia que, al modo ahora de la Treadstone de Bourne, experimenta con la manipulación del cerebro para crear máquinas de matar al servicio de los oscuros intereses del poder. Al atravesar sigilosamente la puerta del recibidor, el sujeto se encuentra de espaldas escribiendo, en la habitación que le sirve de oficina o despacho. Solo cuando recibamos, inexorablemente, la orden de eliminarlo y debamos apretar el gatillo a escasos centímetros de su

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nuca, encontraremos pleno sentido a las palabras con las que Janet Murray continuaba su razonamiento: Necesitamos encontrar sustitutos al acto de disparar una pistola que ofrezcan la misma inmediatez de efecto, pero permitan que la historia tenga un contenido más complejo y atractivo. Necesitamos encontrar formas de identificar al jugador con el punto de vista del personaje, de manera que un cambio de posición haga surgir cuestiones morales importantes (Murray 1999: 160).

En ese momento buscaremos la forma de ignorar la orden y proseguir la historia sin convertirnos en asesinos de Estado, para comprobar que el diseño del juego, la máquina narradora, no ofrece ninguna otra alternativa para avanzar, y se generaría narratológicamente en otro caso una pausa en la escena que sería ininterrumpida si no apretásemos el gatillo. Solo cuando lo hacemos por fin activaremos nuevamente, con el sobresalto de la detonación atenuada por el oportuno silenciador y el horror de la sangre que salpica los papeles en derredor, el tiempo de la historia. Una historia en la que, tras examinar los documentos del periodista, acceder a una habitación secreta y descifrar los puzles que nos permiten dar con los números de la caja fuerte, sobrevivir al incendio y despertarnos con vida en la siniestra celda de la agencia que nos ha programado a través de la tortura psicológica, comprenderemos, no menos horrorizados, que nosotros somos la hija desaparecida objeto de la investigación, que acaba de asesinar a su propio padre. 2.2.4. La experiencia de exploración Remembering Pearl Harbour (Life VR, 2016) Como en el caso anterior, la mecánica de indagar, examinar, buscar o recorrer los escenarios o espacios virtuales conforma también genéricamente una buena parte de las experiencias virtuales interactivas disponibles. En esta, de temática histórica sobre el conocido episodio de la Segunda Guerra Mundial que le sirve de título (presentada en esta ocasión como news, social, education, entertainment app), lo haremos

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fundamentalmente recorriendo el interior de una típica casa americana de la época, justo antes del bombardeo, a través de los diferentes objetos interactivos (entidades) y narrativos (artefactos) que recrean la atmósfera de la intrahistoria íntima de la familia de uno de los militares que participaron en la batalla. La siguiente pantalla nos trasladará a una secuencia cinemática, la de la pasada de los aviones japoneses en la oscuridad, y la siguiente a una pantalla dinámica —que no cinética— que nos sitúa ante el escenario exterior del ataque, a modo de infografía didáctica con audios, textos e imágenes explicativas. Entre los créditos finales, podremos ver el vídeo relativo al militar protagonista, hasta ahora ausente de la historia. 2.3. La experiencia narrativa (EVnar) El deseo de actuación que provocan los medios digitales nos hace ser impacientes con los entornos en los que nuestra capacidad de elección está tan limitada. Queremos un camino abierto con un amplio espacio para explorar, y más de una forma para llegar a los sitios. Queremos la red “en ebullición” de Borges, un camino que se bifurque constantemente, en que cada rama se pueda explorar (Murray 1999: 145).

Llegamos así —bien es cierto que un tanto exhaustos, igual que, mucho nos tememos, el lector— al objeto que a priori constituía el centro de interés de nuestro estudio, que forzosamente habremos de posponer a una futura monografía específica. Pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión. Por ahora tendremos que conformarnos, de forma conclusiva, con el apunte de algunas de las líneas de fuga desde las que acertamos —o erramos— a percibirlo, desde nuestra actual perspectiva. La interacción, en el caso de la experiencia narrativa, comporta no solo todo lo que hemos visto en los apartados anteriores, sino que se extiende a la capacidad de participar en la construcción de la historia misma. En esto radica la diferencia esencial con el componente narrativo implícito o explícito en los restantes tipos de EVs. Como hemos podido apreciar, Remember (The Pulse VR, 2016), The Great C

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(Secret Location, 2018), The Abbot’s Book (Blackthorn Media, 2016) o The Price of Freedom (Construct Studio, 2016) conforman de un modo pleno historias inmersivas y/o interactivas, pero no constituyen experiencias narrativas propiamente dichas, dado que no podemos avanzar/descubrir/explorar/resolver sus tramas modificando la historia en algún sentido —aquí el “placer de la transformación” de Murray— mediante nuestras acciones, decisiones o elecciones, sino tan solo asistir a su desarrollo linealmente, como en la mayor parte de las narrativas tradicionales. La previrtualidad habremos de buscarla, en este caso —además de en sus prefiguraciones literarias o audiovisuales o en los incunables de su etapa analógica en las narrativas multilineales del género elige tu propia aventura, el juego de rol o, ya en su etapa digital, los MUD y la narrativa hipertextual—, en el ámbito de la aventura, el walking simulator y la experiencia interactiva del videojuego, géneros de los que The Stanley Parable (Galactic Cafe, 2013) bien podría constituir, en este sentido, el epítome de su posible canon ludonarrativo en el ámbito indie o de autor. Aunque no sea este el caso —por el momento, al menos—, algunas de las EVnar actualmente disponibles proceden de la transformación y remasterización para esta tecnología de videojuegos ya existentes, como el que acabamos de mencionar, de gran potencial narrativo, The Vanishing of Ethan Carter (The Astronauts, 2014), L. A. Noire (Rockstar Games, 2011) o, por citar asimismo una obra procedente del blockbuster, Resident Evil Biohazard (Capcom, 2017). Junto a ellas, empiezan a aparecer lentamente creaciones originales para alimentar específicamente la narrativa del nuevo medio, como Dead Secret (Robot Invader, 2015), The Gallery (Cloudhead Games, 2015) u Obduction (Cyan Worlds, 2016). A falta del examen de un corpus suficientemente representativo, en esta ocasión, a diferencia de las anteriores, no intentaremos clasificar, sino al contrario, recoger lo avanzado previamente en una síntesis de signo narrativo, considerando ahora el género o la modalidad globalmente. En este sentido, en relación con las diferentes variantes de las experiencias inmersivas e interactivas que hemos descrito hasta aquí, intuimos la viabilidad de su integración recursiva como partes

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de la experiencia narrativa consideradas de un modo secuencial. A título recolectivo, podemos así suponer en hipótesis que las mecánicas de la EVnar incluirán tanto el “ver” (de la experiencia visual inmersiva) como el “mirar”, variando el punto de vista (de la experiencia dinámica) y el “movernos” por el espacio virtual (de la experiencia cinética) con el “hacer” o “actuar” de las experiencias virtuales interactivas: sea el “manejar” o ”conducir” (de la experiencia de simulación), el “luchar” o ”disparar” (de la de acción), el “escapar” o “salir” (de la de evasión) o el “investigar” o “buscar” (de la de exploración). Igualmente en hipótesis, suponemos la necesidad de atender a otras mecánicas a las que no nos hemos referido, sean propias o comunes a otros tipos de EVs —como el “resolver” del puzle, por ejemplo—, así como la más que probable existencia de modalidades específicas, consideradas tanto en el nivel interno/secuencial como en el externo/global de los diferentes tipos posibles de experiencia virtual narrativa. Un programa así deberá recuperar el modelo esbozado a propósito del lenguaje de las experiencias inmersivas e interactivas y desarrollar el análisis de las variables (personajes, espacios, objetos, acciones...) con función o valor específicamente narrativos, así como establecer las equivalencias con la terminología en circulación al respecto tanto en los estudios literarios y audiovisuales como en los game studies.

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Por último, en este terreno de las equivalencias, resultará no menos imprescindible establecer, de un modo comparado e intermedial, las de la pragmática de la comunicación y la enunciación interactiva, como parte de una semiótica digital y cibertextual basada en la especificidad de la experiencia del interactor de Murray, perfecta encarnación simbólica del medio en los tiempos del cíborg. Referencias Aarseth, Espen (2007): “Investigación sobre juegos: aproximaciones metodológicas al análisis de juegos”, en Artnodes, 7, pp. 4-15. Baudrillard, Jean (1996): El crimen perfecto. Barcelona: Anagrama. Bigelow, Kathryn (dirección) (1995): Días extraños [película]. Blackthorn Media (desarrolladora) (2016): The Abbot’s Book [experiencia virtual]. Blanco López, Desiderio (2017): Semiótica del texto fílmico. Lima: Universidad de Lima. Bravo (desarrolladora) (2017): The Spirit of Autobiography [experiencia virtual]. Capcom (desarrolladora) (2017): Resident Evil Biohazard [videojuego]. Cloudhead Games (desarrolladora) (2015): The Gallery. Call of the Starseed [experiencia virtual]. Construct Studio (desarrolladora) (2016): The Price of Freedom [experiencia virtual]. Cyan Worlds (desarrolladora) (2016): Obduction [experiencia virtual]. Dali Museum (desarrolladora) (2018): Dreams of Dali [experiencia virtual]. Fantahorn Studio (desarrolladora) (2017): Front Defense [experiencia virtual]. Fontanille, Jacques (2001): Semiótica del discurso. Lima: Fondo de Cultura Económica/Universidad de Lima. Galactic Cafe (desarrolladora) (2013): The Stanley Parable [videojuego]. Genette, Gérard (1989): Figuras III. Barcelona: Lumen. Gil González, Antonio J. (2019): “La metalepsis en el videojuego y la realidad virtual (Narratólogos versus ludólogos reloaded)”, en Teresa Gómez Trueba y María Martínez Deyros (eds.), Página y pantalla. Interferencias metaficcionales. Gijón: Ediciones Trea, pp. 49-66. Gubern, Román (1996): Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto. Barcelona: Anagrama.

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Lévy, Pierre (1999): ¿Qué es lo virtual? Barcelona/Buenos Aires/Ciudad de México: Paidós. Life VR (desarrolladora) (2016): Remembering Pearl Harbour [experiencia virtual]. Mikori Games (desarrolladora) (2017): First Person Tennis [experiencia virtual]. Mojang (desarrolladora) (2011): Minecraft [videojuego]. Murray, Janet (1999): Hamlet en la holocubierta. El futuro de la narrativa en el ciberespacio. Barcelona: Paidós. Netflix (distribuidora) (2011): Black Mirror [serie de televisión]. NPM Painting VR (desarrolladora) (2017): Autumn colours on the Qiao and Hua Mountains [experiencia virtual]. Opaque Space (desarrolladora) (2017): Earthlight Spacewalk [experiencia virtual]. Planells, Antonio J. (2015): Videojuegos y mundos de ficción. De Super Mario a Portal. Madrid: Cátedra. Robot Invader (desarrolladora) (2015): Dead Secret [experiencia virtual]. Rockstar Games (desarrolladora) (2011): L. A. Noire [videojuego]. Ryan, Marie-Laure (2004): La narración como realidad virtual. La inmersión y la interactividad en la literatura y en los medios electrónicos. Barcelona: Paidós. Scorsese, Martin (2019): “I Said Marvel Movies Aren’t Cinema. Let Me Explain”, en The New York Times, 4 de noviembre. Secret Location (desarrolladora) (2018): The Great C [experiencia virtual]. The Pulse VR (desarrolladora) (2016): Remember [experiencia virtual]. The Astronauts (desarrolladora) (2014): The Vanishing of Ethan Carter [videojuego]. Villanueva, Darío (2008): El Quijote antes del cinema. Discurso leído en su recepción pública en la Real Academia Española. Madrid: Real Academia Española.

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Sobre los autores

Anxo Abuín González es profesor de Literatura Comparada en la Universidade de Santiago de Compostela. Dirige el proyecto “Diccionarios de Literatura” del Centro Ramón Piñeiro para a Investigación en Humanidades (Xunta de Galicia). Actualmente es investigador principal del proyecto “PERFORMA” sobre teatralidades contemporáneas. Sus campos de investigación son los estudios de performance, las relaciones interartísticas entre teatro y nuevas tecnologías y los estudios filmoliterarios. Su última monografía es Fuera del escenario. Teatralidades alternativas en la España actual (2020). Fernando Cabo Aseguinolaza es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Santiago de Compostela. Coordina el Grupo de Investigación del mismo nombre. Fue presidente de la Asociación Española de Teoría de la Literatura. Actualmente dirige, junto con María do Cebreiro Rábade Villar, el proyecto “Cartografías del afecto y usos públicos de la memoria: un análisis geoespacial de la obra de Rosalía de Castro” (FFI201782742-P). Arturo Casas es profesor de Teoría Literaria en la USC, donde también imparte Sociología de la Literatura, y está adscrito al Instituto de Literatura Comparada Margarida Losa de la Universidade do Porto.

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Textualidades (inter)literarias

Un sector amplio de sus publicaciones se refiere a la presencia de la poesía en la esfera pública. Ha publicado asiduamente sobre teoría de la historia literaria y sus alternativas metodológicas, incluidas las de marca comparatista, con atención especial al desarrollo de los estudios ibéricos. César Domínguez es profesor titular de Literatura Comparada en la Universidad de Santiago de Compostela. Sus campos de investigación son la historia literaria comparada, la idea de literatura europea, cosmopolitismo, estudios transatlánticos y teorías de la literatura mundial. Antonio J. Gil González es profesor de Análisis Cultural, Literatura y Arte, Intermedialidad y Cibercultura en la Universidad de Santiago de Compostela; y coordinador del Erasmus Mundus Master Crossways in Cultural Narratives de la misma universidad. Es autor de numerosas publicaciones en el campo de los comparative media studies. Ha sido profesor invitado en las universidades de Braga, Tours, Dijon, Mar del Plata, Besançon, Salamanca, Sevilla y Guadalajara (México). Autor de la sección “Narrativa aumentada” de El Cuaderno. Cuaderno Digital de Cultura. María do Cebreiro Rábade Villar es profesora de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Facultad de Filología de la Universidad de Santiago de Compostela. En la actualidad, sus principales líneas de investigación son la teoría y la historia de los afectos y el estudio de la obra de Rosalía de Castro, temas que han sido objeto de capítulos de libro y artículos en revistas como Bulletin of Hispanic Studies, Rilce, Revista de Literatura, Romance Notes, Hispanófila, Revista de Estudios Hispánicos, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos o Revista Hispánica Moderna. M. Ángeles Rodríguez Fontela es profesora titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Santiago de Compostela (Campus de Lugo). Su actividad docente e investigadora se ha centrado fundamentalmente en los estudios de género (Bildungsroman), de pensamiento literario contemporáneo y de retórica,

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Sobre los autores

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particularmente en el ámbito de la relación interartística de la poética, del mito y de la literatura con otras artes (fotografía y publicidad, especialmente). María Teresa Vilariño Picos es profesora titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Santiago de Compostela y doctora por la misma universidad. Imparte cursos de Teoría y Crítica Literarias y Cultura Digital en grado y máster. Su perfil académico vincula la literatura con la psicología, la educación social, las humanidades digitales y su pedagogía hacia una educación sostenible e innovadora. Su último libro publicado, como editora, se titula Narrativas cruzadas. Hibridación, transmedia y performatividad en las Humanidades digitales (2017).

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Índice conceptual

abducción, 167, 319 acontecimiento, 21, 78, 86, 117, 185, 220, 243, 311, 321 actio, 135, 148, 159, 160 activismo, 242, 279 actor plural, 237 actor-red, teoría del, 231, 236 actuación, 312, 316, 318, 322, 337 adhesión, 144, 146-150, 253 aemulatio, 130, 131, 159, 162, 164 afección, 103 afectos, 27, 73, 82, 84, 85, 91-122, 154, 240, 274, 320 afuera, pensamiento del, 59, 97-102 agencialidad, 236 alegría, 115-117, 119 alfabetización digital, 298, 299 algoritmos, 277, 296, 326 alteridad, 25, 39, 244 antagonismo, 219, 243 antidisciplinariedad, 19-46 antielitismo, 235 antiestructuralismo, 238 antiteoría, 21, 27 apropiación, 43, 254, 284 architextualidad, 291 archivo, 57, 316 archivo líquido, 283 argumentación, 74, 76, 131, 132, 138, 141, 142 144-153, 156-161, 164, 167, 231,

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arte, historia del, 237, 309 artefactos, 330 artista, crítica, 218 auditorio, 132, 145-147, 159, 160 auditorio particular, 145, 160 auditorio universal, 145 autoficción, 56, 86 autonomía, 27, 55, 60, 217, 218, 222, 249, 254 autonomía-posautonomía, 245 autorreferencialidad, 222 autorrepresentación, 217 avatar, 279, 311, 312, 315, 322, 327, 330-335 big data, 80, 245, 273, 295 bioficción, 56, 86 biopolítica, 39, 96, 97, 118, 244 booktubers, 270, 273 brecha digital, 274 calificador, 151, 152 campo de producción ideológica, 254 campo estético, 60 campo literario, 70, 247, 252, 253 campo social, 237 canon, 21, 31, 73, 113, 134, 165, 175, 183, 188, 224, 251, 308, 315, 338 caos, 24, 45, 293 capitalismo, 36,-39, 42, 45, 62, 64, 65, 114, 218, 240, 256, 272 cartografía, 73, 75, 80, 82, 84, 250, 329 cartografía crítica, 75

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Textualidades (inter)literarias

cartografía digital, 76, 82 cartografía literaria, 77-80, 82 catarsis, 110, 112, 132, 221 cibercultura, 255, 306, 308 ciberespacio, 269, 279, 315, 318 cibernética, 25, 288 cibertextualidad, 30, 267, 340 cíborg, 22, 295-299, 340 ciencias sociales, 64, 76, 80-82, 112, 218, 219, 223, 224, 228, 230, 237245, 249, 250 científico-experimental, cultura, 228 cine, 21, 66, 131, 161, 162, 165, 267, 281, 288-290, 305-310, 314-316, 318, 320, 323 cine inmersivo, 266, 288-290, 314, clase social, 241 close reading, 81, 295 colaboración, era de la, 42-44 comparatismos, 66, 76, 173, 182, 231, 309, 310 comprensión, 81, 154, 155 comunidad, 39, 45, 244 comunidad viviente, 113 conceptos figurales, 93-96 conceptos viajeros, 31 conflicto, teoría del, 239, 240 conocimiento, 24, 33-41, 43, 44, 92, 94, 100, 116, 144, 155, 222, 223, 234, 242, 254, 266, 277, 299 constructivismo, 115, 218, 236, 238 consumo, 62, 71, 86, 106, 233, 236, 245, 247, 255 contingencia, 41, 222, 243 conversación, 242, 278 conversación social, 43, convicción, 132, 145, 157, 164, 166 corografías, 84 cosmopolitismo, 36, 163, 187, 265 cuerpo, 33, 38, 63, 85, 101, 143, 239, 295, 297, 313, 317-321, 327 cultura, estudios sobre la, 228 cultura selfie, 291, 292

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cultural, análisis, 231, 232, 242 cultural, convergencia, 267 cultural, diferencia, 239 cultural/nacional, diferencia, 230 culturales, estudios, 22, 30-37, 225, 231, 233, 254 culturas, dos, 228, 250 culturas, tres, 250 data-claim, 151 deconstrucción, 20, 23, 29, 64, 94, 150, 153, 218, 242, 244 decoro, 129, 130, 159 deducción, 167 deep learning, 280 deep mapping, 81-83 deliberativo, género, 131, 132 descripción, 58, 161, 162, descripción sin lugar, 100 deseo, 101, 107 desinterés estético, 113 desterritorialización, 41, 103, 185, 245 dialogismo, 273 dis/capacidad, 241 discriminación, 38, 43, 240, 299 discurso, análisis del, 231, 232 dispositio, 130, 148, 157, 158, 161 dispositivo, 37, 39, 62, 105, 215, 216, 239, 256, documento, 56, 57, 79, 177, 294 documento, poética del, 57 do-it-yourself, 273 dominación, 38, 245 écfrasis, 161, 162 economía, 39, 40, 71, 160, 161, 218, 220, 240, 244, 265, 267, 275, 282, 306, 313 economía cultural, 231 economía literaria, 176, 207 ecosistemas, 269, 281, 299 Edipo, 95, 97-102, 105 educación, 135, 145, 146, 159, 173, 239, 267, 268, 271, 272, 276, 278, 279, 299

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Índices educomunicación, 265-299 elocuencia, 132, 133, 135, 141, 143 elocutio, 130, 133, 135, 139, 142, 147, 151 emirec, 267, 276 emociones, 83, 97, 101, 103, 104, 111115, 145, 158, 274, 296, 320 empirismo trascendental, 108 enjambre digital, 279 ensayo, 70, 153, 155, 156 entidades, 313, 330 entusiasmo, 116 epidíctico, discurso, 133, 146, 148, 149 epigenética, 280 episteme, 36, 151, 222, 223, 250, 313 epistemología, 21, 22, 33, 36-45, 56, 71, 80, 138, 143, 144, 167, 191, 219, 220, 222, 224, 228, 230-232, 246, 249 epistemologías del sur, 36-42, 242 error, 24 escape rooms, 283, 335 escritura, 29, 57, 66, 70, 71, 91, 98, 106, 118, 121, 133, 139, 145, 156, 164, 165, 167, 177, 268 esfera pública, 131, 255 espace vécu, 79 espacio, 45, 46, 55-86, 101, 102, 177, 178, 180, 236, 271, 275, 282, 284, 290, 317, 318 espacio virtual, 266, 269, 271, 321, 323, 324, 327, 329, 330, 335-337, 339 espacio abstracto, 62 espacio de los posibles, 245 espacio del afuera, 96 espacio histórico, 62, 74, 75 espacio imaginario, 74, 75, 78 espacio interactivo, 331-333 espacio literario, 71 espacio narrativo, 331 espacio visual, 331-333 espectador emancipado, 96, 109-111, 113, 119

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espíritu de cuerpo, 228 Estado, 39, 62, 101, 113, 220, 250 estética, 32, 70, 73, 77, 83, 95, 104, 109, 111-114, 119, 120, 135, 160163, 226, 231, 234, 242, 284, 286, 293, 299, 309, 319, 322, 328 estética de la recepción, 20, 153, 254 estética de lo performativo, 245 estética sociológica, 234 estructuralismo, 65, 99, 120, 140, 157, 177, 231, 245, estructuralismo genético, 249, 254 estudios culturales (véase culturales, estudios) estudios literarios (véase literarios, estudios) estudios teatrales (véase teatrales, estudios) estudios visuales (véase visuales, estudios) ethos, 149, 150 ética, 27, 28, 33, 99, 132, 148, 149, 164, 166, 167, 221, 219, 221-223, 235, 244, 245, 319 ética, crítica, 231 ético, acto, 215 etnia, 31, 36, 38, 239, 241 evidentia, 161, 162, 164 experiencia, 27, 82, 98, 101, 106, 108, 116, 118 experiencia cinética, 324, 327-329, 332, 339 experiencia de acción, 332, 334 experiencia de evasión, 332, 335, 336 experiencia de exploración, 332, 336, 337 experiencia de simulación, 332, 333 experiencia dinámica, 324, 326, 327, 332, 339 experiencia inmersiva, 322-330, 332, 334 experiencia interactiva, 310, 321, 322, 328-338

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Textualidades (inter)literarias

experiencia narrativa, 322, 328, 329, 337-340 experiencia virtual, 305-340 experiencia visual, 324, 325, 332, 339 exteroceptividad, 319, 320 extimidad, 101 fake news, 164, 274, 275 fanzines, 273 felicidad, 94, 115 feminismo, 25, 35, 38, 226, 239-241, 254 feminismo afroamericano, 241 fenomenología, 27, 65, 80, 84, 98, 116, 144 ficción, 55-86, 93, 102, 109, 141, 148, 150, 156, 164-167, 220, 298, 307, 309, 312, 314, 323, 329 ficcionalidad, 66, 142, 164, 255 ficcionalización, 162-164 figuras literarias, 136 figuras retóricas, 133, 136, 138, 145147, 161 figuratividad, 140, 141, 150, 153, 164, 320, 321, 323 figuratividad críptica, 161 figuratividad débil, 154 filología, 135, 206, 231, 250 filosofía, 38, 40, 45, 91-122, 138, 142, 145, 155-157, 220, 222, 229, 241, 242, 251 filosofía política, 222, 244, 252, 265 fluidez, 61, 62, 83, 273, 299 formación discursiva, 215 forzamiento, 94, 96 fragmentarismo, 35, 58, 80, 92, 164, 273 franquicia, 295 funcionalismo, 191, 238, 239, 253 fundamento, 152 game studies, 30, 310, 319, 339 gameplay, 310, 319, 330 garantía, 152 género, 26, 31, 35, 36, 38, 40, 42, 239, 241

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género, estudios de, 84, 230, 231, 254 géneros literarios, 57, 150, 148, 153, 156, 180, 219, 220, 223, 224, 251, 252 geocrítica, 57, 66 geoespacio, 57, 78, 86 geografía crítica, 73 geografía cultural, 67, 72, 74 geografía literaria crítica, 67-73 geografía literaria, 57, 67-73 geografía no representacional, 82 geolocalización, 61, 83 geopolítica, 37-39, 55, 62, 69 GIF, 273 giro afectivo, 97, 104, 110-112, 245 giro cartográfico, 60, 74 giro cultural, 245 giro espacial, 60, 63-67, 72, 73, 245 giro lingüístico, 245 giro político, 110, 112 giro postsocial, 238 giro pragmático, 245 giro topográfico, 60 globalización, 24, 28, 44, 45, 61, 65, 114, 165, 190, 255, 267 googlemonía, 275 Gran Teoría, 21 guías literarias, 69 habiter, 65 habitus, 228, 237 hauntología, 29 hecho social, 215-219, 231, 237, 248, 254 hegemonía, 26, 42, 46, 219, 229, 238, 245 hermenéutica, 20, 27, 44, 64, 82, 95, 118, 139, 144, 149, 150, 153-158, 161, 162, 164, 232, 250 hermenéutica, conversación, 153 hermenéutica fenomenológica, 154, 155 heterotopía, 64 heurística, 61, 76, 137, 138, 142, 155, 158, 166, 167, 230, 241, 242, 245, 246, 248, 252

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Índices hibridación, 25, 29, 30, 34, 39, 42, 162, 165, 276, 286, 293, 295 hikikomoris, 279 hipermedia, 267 hipertextualidad, 266, 267, 275, 287, 291, 298, 338 historia, 66, 81, 93, 100, 137, 148, 220, 252, 265 historia conceptual, 255 historia del arte (véase arte, historia del) historia literaria (véase literaria, historia) historia provincial de las literaturas, 68 historia social de la literatura, 231 historia social del arte, 234 hoaxes, 164, 274 holonovela, 314 homes and haunts, 69 humanidades digitales, 86, 279 humanidades espaciales, 57 humanística, cultura, 228 ideología, 21, 27, 39, 55, 56, 68, 76, 83, 86, 164, 220, 228, 232, 245, 254, 256, 275 igualitarismo, 218, 240, 245 imagen pensativa, 96, 112 imitación, 129-131, 159, 164, 221, 293 imperialismo, 42, 46 impolítico, lo, 244 in-betweenness, 34, 272, 290-295 indisciplina, 98, 122, 245 inducción, 167 influencers, 163, 273 inmanencia, 108, 249 inmersión, 78, 83, 270, 316-318, 322, 324, 327-329, 332 innovación ciudadana, laboratorios de, 273 inoperosidad, 222 institucionalización, 46, 160, 225, 232238, 245, 246, 251, 255, 307-309 instituciones, 41, 42, 253 inteligencia artificial, 295, 298, 311, 324-326, 330

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intellectio, 159, 160 interaccionismo, 235, 236, 254 interactividad, 151, 266, 268, 270, 275, 285, 288, 290, 305-340 interactores, 317, 319, 322-324, 326, 330, 332, 334, 340 interartisticidad, 62,131, 158, 162, 164, 165, 181, 320 interconectividad, 256 intercultura, 34 interculturalidad, 33, 131, 165, 280 interdisciplinariedad, 19-46, 144, 218, 225, 275, 276, 280 interfaces, 78, 272, 296, 310, 311, 315, 321, 323-325, 327, 332 intermedialidad, 30-32, 44, 255, 266, 275, 280, 292, 305, 309, 340 Internet, 159, 160, 164, 165, 266, 268, 271, 277, 278, 281, 285, 288, 292, 294, 296, 299, 308 interoceptividad, 319, 320 interpretación, 29, 64, 66, 72, 81, 92, 103, 107, 137, 150, 153-155, 157, 158, 278, 299 interseccionalidad, 239, 241, 242, 252, 256 intersecciones, 30, 36, 39, 290-295 intertextualidad, 26, 29, 130, 291 interzonas, 290-295 intraducibilidad, 96 inventio, 130, 136, 142, 146, 147, 158 ironía, 137, 176, 188, 273 judicial, género, 132, 160, 165 juego, 33, 93, 113 juramento, 99 justicia, 28, 99, 100, 220, 240, 241 kairós, 164 lectura, 27, 34, 65, 95, 134, 245, 247, 252, 323 lectura distante, 75, 80 lectura sociológica, 250 lenguaje, 59, 91, 99, 101, 140, 142, 144, 149, 151, 154, 166, 177, 187,

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Textualidades (inter)literarias

215, 216, 226, 253, 254, 307, 312, 319, 320 letras, mundo de las, 254 liberación, filosofía de la, 242 literaria, historia, 66, 136, 181, 192, 231, 247, 250, 252 literarios, estudios, 34, 55-86, 97, 121, 130, 131, 137, 140, 165, 174, 180, 218, 224, 225, 228, 233, 242, 243, 245, 249, 250, 253, 256, 339 literatura comparada, 165, 173-207, 280 literatura electrónica, 285 literatura mundial, 75, 175, 176, 181, 190, 191, 205-207 literatura realista, 58, 137 literatura, usos de la, 254 literaturas menores, 173-175, 182-191, 206 literaturas pequeñas, 173-207 literaturas periféricas, 180 literaturas ultramenores, 206 loci, 159 locura, 39, 101, 102, 105 logos, 93, 149, 150 lucha de clases, 220 ludología, 30, 309-313 ludonarratario, 310, 311, 332, 338 lugar, 44, 56, 61, 62, 66, 67, 69, 74, 79, 80, 82-86, 271, 321, 331, 332 lugares comunes, 129, 136, 145 lugares comunes de cantidad, 129 lugares comunes de cualidad, 129 lugares literarios, 61, 71 manipulación, 279, 282, 296, 329, 333, 335 mapas, 61, 69, 70, 74-78, 80, 82, 85, 86, 310, 329 mapas cognitivos, 64 máquinas célibes, 106 máquinas deseantes, 96, 102-109 mercado del arte, 227, 237 marxismo, 20, 64, 65, 73, 218, 225, 234, 239, 248

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materialismo cultural, 238 materialismo histórico, 224 matriz del poder, 38, 40 mecánicas, 297, 312, 313, 330-332, 334, 339 media labs, 273 media studies, 294 mediación, 78, 109, 150, 233, 236, 254 medio interactivo, 305-340 medioambiente, 55 medios, 21, 22, 29, 31, 77, 120, 130, 131, 133, 155, 156, 158, 159, 163166, 231, 266, 267, 270, 272, 275, 279-284, 287, 290, 293, 294, 297, 298, 307-309, 314, 316, 323, 333, 337 medios, ecología de los, 279-284 memes, 164, 273, 274 memoria, 36, 63, 70, 73, 82, 83, 85, 104, 117 metáfora, 59, 94, 137-139, 141, 142, 145, 147, 160, 161, 164, 167 metapoética, 134, 140 metarretórica, 167 metatextualidad, 291 metonimia, 137, 139, 160, 164 migraciones, 28, 239 MIL-Clicks, 299 mímesis, 109, 132, 150, 221, 306 mímesis formal, 131 minorización, 173-207 mito, 100, 121, 192 modernismo, 72 MOOC, 271 moribundo, pensamiento, 96, 102-109 movimientos sociales, 239 multiculturalismo, 46, 158, 255, 279 multimedia, 82, 266, 277, 279, 284, 285 multiplicidades, 45, 120, 129, 245, 284, 327 multitud conectada, 277-279, 281, 284, 296

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Índices multitudes inteligentes, 268 narración, 58, 60, 285, 288, 318 narrativas espaciales, 81 narratología, 30, 60, 61, 157, 158, 294, 295, 309-313, 319, 322, 326, 336 necropolítica, 118 negociación, 149 neocolonialismo, 42 neomarxismos, 225 neorretórica, 138, 141, 147, 156, 157, 159, 166, 231 netprov, 285, 286 neuroarquitectura, 271 neutralidad axiológica, 227 notaciones insignificantes, 58 novela, 57, 74, 101, 148, 149, 224, 310, 312, 315, 323 novelización, 224 objetos interactivos, 330, 331, 333, 337 objetos narrativos, 330 objetos visuales, 330-332 ontología política, 244 opción sexual, 241 oralidad, 164, 165 oratoria, 132, 135, 145, 146, 154, 158, 159 oratoria sagrada, 135 ornato, 133, 141, 147 paratextualidad, 291, 293, 310 parresía, 98, 119 participación, 44, 270, 316, 317, 329 pathos, 110, 112, 149, 150 pedagogía, 42, 265-299 pensamiento, 25, 30, 34, 37-41, 43, 45, 59, 61, 64, 65, 91-122,134, 141, 187, 220, 221, 226, 234, 237, 238, 240, 242-245, 254, 299, performance, 34, 36,104, 109, 119, 121, 285-292, 321 performance, estudios de, 30-36, 46, 225 performatividad, 32, 33, 35, 43, 63, 69, 80, 82, 85, 104, 109, 113, 245, 255, 271, 285

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personajes interactivos, 330 personajes narrativos, 330 personajes visuales, 330, 332 persuasión, 132, 141, 144-146, 148, 149, 155-158, 160, 164-166, 167 phármakon, 105 placer, 106, 111, 116 plagio, 130, 133 pluralismo, 19, 30, 43, 44, 121 poder, 19-46, 65, 215, 239, 241, 244, 268, 274 poesía, 95, 114-117, 119, 121, 140, 146, 167, 223 poética, 95, 99, 109-114, 129-167, 219224 poliacroasis, 158 polisistemas, teoría de los, 254 política, 41, 107, 110-114, 116, 117, 219-224, 243, 244, 267 política, diferencia, 244 político, discurso, 145, 160, 165 político, lo, 215-256 popular, arte, 227 posautonomía, 217, 245 poscoloniales, estudios, 181, 231 poscolonialidad, 25, 28,181, 187, 189, 206, 230, 267 posestructuralismo, 120, 121, 243 posficción, 57 posfundacionalismo, 242, 243, 245 poshumanidad, 238, 296, 325 poshumanismos, 25, 238 posmodernismo, 22, 24, 33, 35, 42, 44, 57, 63, 64, 157, 162, 163, 242, 293, 313 posteoría, 21 posverdad, 255, 274 potencialidad hermenéutica, 157 prácticas, 37, 38, 40, 43, 56, 73, 75, 80, 100, 102-104, 112, 131, 217, 241, 250, 253-255, 271, 282, 284, 308 prácticas cotidianas, 33, 55 prácticas espaciales, 62

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Textualidades (inter)literarias

precinema, 307 preclusión, 101 previrtualidad, 305-340 problematicidad invertida, 150 pronuntiatio, 148, 159 propaganda, 144, 145, 147 propioceptividad, 319-321 prosopografía, 253 prosumidor, 267, 276 psicoanálisis lacaniano, 101, 107 publicidad, 145, 160, 161, 163, 277 públicos, 109, 132, 155, 156, 165, 220, 221, 251, 253, 274, 280, 283, 289, 319, 331 puente de Toulmin, 151-153 queer y transgénero, estudios, 231 razonabilidad humana, 142, 151, 152 realidad, 23, 31, 55-57, 66, 141, 142, 150, 163-167, 224, 241, 246, 250, 270, 272, 276, 298, 313, 315, 317, 318 realidad aumentada, 283, 287, 288, 289, 295, 307 realidad virtual, 283, 306, 307, 309, 310, 313-319, 322, 323, 326, 329, 334 recepción, 20, 74, 112, 153, 217, 245, 248, 251, 254 redistribución-reconocimiento, dialéctica, 239, 240, 242 referencialidad, 57, 58, 69, 79 reflejo, 254 reflexividad, 219, 229, 252 refracción, 254 regionalismo literario, 68 reglas, 31, 43, 100, 118, 135, 140, 215, 217, 312, 313 re-implacement, 84 relato, 35, 56, 58, 60, 137, 238, 294, 306, 311, 318, 321, 327 religión, 28, 167, 227, 241, 248 remediación, 31, 131, 297 remix, 44, 286

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repertorios, 236 representación, 32, 33, 45, 62, 63, 74, 75, 77-86, 104, 110-112, 119, 162, 164, 235, 254, 266, 274, 283, 306, 309, 322 reserva, 152 resistencia, 28, 36, 39-42, 46, 105, 176, 222 reterritorialización de los textos, 78, 85 retórica, 97, 129-167, 231 retórica, partes de la, 146 retórica blanca, 163, 166 retórica cultural, 157, 158 retórica general, 139, 157 retórica negra, 130, 163 retórica problematizadora, 166 retórica problematológica, 153 retórica restringida, 133, 140 retórica-hermenéutica, interdisciplinariedad, 155 retorno de lo real, 63 rhetorica recepta, 157, 158 route knowledge, 80, 81 semiótica, 139, 140, 141, 216, 245, 251, 252, 309, 311, 313, 316, 319321, 340 sensible, lo, 111, 120, 237, 319, 320 ser para la muerte, 108 simbólicos, bienes, 236 simulación, 85, 280, 298, 333 simulacro, 63, 163, 313 sinécdoque, 137 sistema literario, 21 sistemas de información geográfica, 76, 77, 80, 81 sistemas modelizantes, 216 slow sociology, 238 smart cities, 283 social media, 266, 299 social, crítica, 218 social, lo, 215-256 sociedad-red, 265 sociocrítica, 229, 249, 252

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Índices sociología, 216, 224, 233, 238-245 sociología “a escala individual”, 217 sociología como tercera cultura, 228 sociología de la cultura, 231, 234, 236, 245 sociología de la lectura, 252 sociología de la literatura, 215-256 sociología de la música, 218, 236, 237 sociología de los géneros literarios, 252 sociología de los intelectuales, 231 sociología de los medios de comunicación, 231 sociología de los objetos, 236 sociología del arte, 226, 227, 231-233, 234, 237 sociología del libro, 252 sociología del teatro, 252 sociología digital, 231 sociología reflexiva, 229 sociologismo, 115, 217, 235, 243 software, 272, 273, 280, 309 sostenibilidad, 269, 299 STS, 231, 238 subalternidad, 25, 38-40, 230, 241 subalternidad, estudios sobre la, 231 subjetividad sin sujeto, 96, 101, 102 sublime, lo, 135 sujeto, 38, 41, 43, 98, 99, 101, 105, 107-109, 118, 144, 215, 216, 219, 222, 236, 238, 244, 252, 255, 256, 257, 318-320 sujeto colectivo, 244 sujeto cultural, 246 superación, argumentos de, 147 teatrales, estudios, 32, 34, 112, 225, 233 teatro virtual, 266, 323 teatro, 31-33, 36, 104, 112, 113, 121, 221, 226, 233, 282, 285, 288-290, 316, 317, 321 tecnociudadanía, 269, 270 tecnologías, nuevas, 267, 279 tecnologías de la información y la comunicación, 270

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téchne, 223 temporalidad, 58, 70, 108, 114, 266, 322 teoría, 19-30, 37, 41, 44, 46, 91, 114, 120, 121, 243 teoría crítica, 95, 115, 225, 240, 252 teoría política, 113, 219, 231, 240, 242, 245 teoría problematológica, 149, 153 teorías empírico-sistémicas de la cultura, 229, 231 teorías feministas y posfeministas, 231 tiempo real, 269, 281, 282, 286, 290, 293, 294, 322, 329 topografía, 59, 66 trabajo artístico, 235 traducción, 29, 130, 154, 155, 162, 173-207, 290 traductología, 29, 231 tragedia, 100, 110, 221, 306 transdisciplinariedad, 19-46, 55, 65, 85, 231 transficcionalidad, 294 transformación, 269, 273, 282, 316, 318, 322, 338 transmedialidad, 30, 266, 267, 270, 291-299 transmodernidad, 37 transtextualidad, 291 trauma, 28, 63, 73 tristeza, 115 tropología, 137, 140, 141, 143, 167 tropos, 137, 138, 141, 161, 167 turismo literario, 61 valor artístico, 251 verdad, 22, 25, 40, 41, 93, 94, 98-100, 114-117, 119, 132, 143, 144, 148, 149, 155, 156, 164, 192, 215, 222, 275 verosimilitud, 102, 129, 130, 132, 144, 149, 155, 164, 166, 222, 329 viajes, literatura de 68, 69 vida, una, 108

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Textualidades (inter)literarias

vida, verdadera, 96, 116, 117 vida cotidiana, 31, 62 vida pública, 226 viralidad, 274-275 virtualidad, 59, 61, 83, 156, 266, 305321

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visuales, estudios, 233, 242 visualización inductiva, 81 volatilidad, 279 Volksgeist, 113 wattpads, 273

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Índice onomástico

Aarseth, Espen, 30, 310, 333 Abrutyn, Seth, 239 Abuín González, Anxo, 10, 14, 131, 225, 292 Addams, Jane, 226 Adorno, Theodor, 225, 243 Agamben, Giorgio, 30, 99, 215, 216, 222, 223, 239, 256 Aguilar García, Teresa, 297 Ahmed, Sara, 84, 115 Albaladejo, Tomás, 157-159, 166, 231 Alberico di Montescassino, 134 Alexander, M. Jacqui, 42 Alonso, Silvia, 14 Alpers, Svetlana, 235 Althusser, Louis, 242, 246 Álvarez de Nóvoa, Francisco, 204 Álvarez Méndez, Natalia, 60 Álvarez-Uría, Fernando, 229 Amorales, Carlos, 283 Anaximandro de Mileto, 92 Anderson, Ben, 84 Anderson, Amanda, 27 Anzaldúa, Gloria, 38 Aparici, Roberto, 267, 268, 271, 275 Apel, Karl-Otto, 38 Apter, Emily, 77, 96 Arenas Cruz, María Elena, 156 Arendt, Hannah, 182, 183, 242, 244 Arfuch, Leonor, 97

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Aristóteles, 95, 104, 109-111, 119, 129, 130, 132, 134, 135, 141, 145, 150, 151, 159, 167, 220-223, 306 Armstrong, Isobel, 27 Aron, Paul, 248, 253 Artaud, Antonin, 112 Artières, Philippe, 101 Asensi, Manuel, 121 Attridge, Derek, 25, 27, 254 Atxaga, Bernardo, 176, 178 Auerbach, Erich, 191, 225, 231 Augé, Marc, 79 Aurelio Agustín, 159 Austin, J. L., 33 Averroes, 134 Ayala, Francisco, 15, 229 Azaustre, Antonio, 136 Bachelard, Gaston, 65 Badiou, Alain, 11, 30, 93-97, 101, 114117, 119-122, 219, 242, 245, 246 Bajtín, Mijaíl, 65, 151, 215, 223-225, 254 Bal, Mieke, 31, 36, 243 Balibar, Étienne, 254 Ballesteros, Antonio, 275, 299 Balodis, Pauls, 178 Balzac, Honoré de, 188 Barbeito Varela, J. Manuel, 117 Barthes, Roland, 21, 43, 58, 59, 106, 130, 163

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Textualidades (inter)literarias

Bataille, Georges, 244 Bateson, Gregory, 33, 167 Baudelaire, Charles, 218 Baudrillard, Jean, 163, 297, 313 Baxandall, Michael, 235, 237 Beach, Sylvia, 192 Beck, Ulrich, 239 Becker, Howard, 235, 236 Beckett, Samuel, 11, 97, 116 Benedict, Ruth, 216 Benjamin, Walter, 28, 62, 66, 225, 288 Bennett, Tonny, 251 Beraldi, Gastón, 102, 105 Beristáin, Helena, 137, 141 Berman, Antoine, 29 Bert, Jean-François, 101 Bertens, Hans, 25 Berti, Gabriela, 45 Besse, Jean-Marc, 65 Bhabha, Homi, 34, 36 Bigelow, Kathryn, 314 Bilge, Sirma, 241 Biti, Vladimir, 182 Blanchot, Maurice, 11, 62, 96, 101, 102, 121, 244 Blanco Aguinaga, Carlos, 229 Blanco López, Desiderio, 320 Blaschke, Thomas, 83 Bobes Naves, María del Carmen, 15, 132, 134 Bodenhamer, David J., 81 Boltanski, Luc, 218, 256 Bordignon, Fernando, 269, 277 Borges, Jorge Luis, 154, 177, 192-194, 337 Born, Georgina, 235, 236 Bourdieu, Pierre, 21, 115, 217, 229, 230, 235-237, 239, 245-247, 252, 253 Braidotti, Rosi, 238 Brandes, Georg, 177 Brecht, Bertolt, 112, 149, 252 Brockman, John, 250 Brod, Max, 182, 183, 207

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Brosseau, Marc, 71, 72, 79 Buchholz, Quint, 162 Burke, Kenneth, 33 Burke, Peter, 235 Burns, Lorna, 189 Butler, Judith, 24, 243 Cabo Aseguinolaza, Fernando, 10, 14, 104, 180, 245 Calhoun, Craig, 239 Callon, Michel, 236 Campo, Salustiano del, 229 Candido, Antonio, 248, 250 Canudo, Ricciotto, 305 Carlson, Marvin, 31, 32 Carrilho, Manuel Maria, 143 Carrouges, Michel, 106 Carter, Jason, 95 Casanova, Pascale, 175, 186, 187, 189191, 205 Casas, Arturo, 12, 14, 76, 156 Casas, Juan, 136 Casement, Robert, 288 Casey, Edward, 65, 75, 79, 84, 85 Cassin, Barbara, 96 Castellanos, Jordi, 230 Castellet, Josep Maria, 248 Castells, Manuel, 265, 266, 280 Castellucci, Claudia, 282 Castellucci, Romeo, 282, 283 Castle, Gregory, 25 Castoriadis, Cornelius, 238 Castro Orellana, Rodrigo, 37 Castro, Rosalía de, 91, 104 Castro-Gómez, Santiago, 38, 39 Celan, Paul, 116 Certeau, Michel de, 30, 62, 79, 80 Charles-Brun, Jean, 68 Chartier, Roger, 231 Chen, Steve, 276 Chiapello, Ève, 218, 256 Chicharro Chamorro, Antonio, 228230, 248, 249 Chico Rico, Francisco, 157, 159

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Índices Cicerón [Marco Tulio Cicerón], 150 Clark, Carlton, 97 Clark, David, 287, 288 Clifford, Alison, 290, 291 Clough, Patricia, 97 Cloutier, Célestin, 267, 276 Cochón Otero, Iris, 14 Cohen, Esther, 103 Cole, Tim, 81 Collins, Patricia Hill, 241 Collot, Michel, 70, 71 Compagnon, Antoine, 21, 27 Comte, Auguste, 226, 244 Conley, Tom, 79 Conrad, Joseph, 192 Coover, Roderick, 286, 287 Corcuff, Philippe, 227, 245 Cornago Bernal, Óscar, 104 Corneille, Pierre, 67 Cornford, Francis Macdonald, 91, 92 Corngold, Stanley, 175, 186, 187 Corral, Will H., 27 Corrigan, John, 81 Coser, Lewis, 226, 240 Cosgrove, Denis, 75 Crenshaw, Kimberlé, 241 Cronenberg, David, 266, 295-298 Cronin, Michael, 176, 205 Cros, Edmond, 229, 246, 248, 249 Cugoano, Ottobah, 38 Culler, Jonathan, 20, 21, 26 Curtius, Ernst Robert, 136, 228 Curtiz, Michael, 326 D’haen, Theo, 190, 191 Dabashi, Hamid, 40 Dahrendorf, Ralf, 240 Dalí, Salvador, 327 Damrosch, David, 176, 190, 191 Darwin, Charles, 138 David, Jérôme, 190, 191 David, Marthe, 206, 207 Dawkins, Richard, 274 De la Fuente, Eduardo, 235-238

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De Man, Paul, 95 De Rosnay, Joël, 273 Delamont, Sara, 239 Deleuze, Gilles, 11, 30, 45, 93, 94, 96, 99, 102-108, 115, 118-122, 174, 175, 182, 184-189, 191, 206, 222 Delgado, Elena, 103, 104 Della Francesca, Piero, 139 Demarcy, Richard, 252 DeNora, Tia, 235, 237, 238 Derrida, Jacques, 23, 28, 32, 34, 94, 242, 254 Descartes, René, 151 Despentes, Virginie, 23 Dewey, John, 151 Diana de Gales [Diana Frances Spencer], 288 Dick, Philip K., 314, 326 Dickens, Charles, 96, 105, 107, 108, 121, 188 Diderot, Denis, 97, 109 Dilthey, Wilhelm, 81 Dirkx, Paul, 225, 248, 252, 253 Dockhorn, Klaus, 154 Dolan, Jill, 33, 34, 104, 110 Doležel, Lubomír, 95, 220, 222, 223 Domínguez, César, 11, 15 Dostoievski, Fiódor, 188 Droysen, Johann Gustav, 81 Dru, Jean-Marie, 273 Dubois, Jacques, 138, 254 Duby, Georges, 235 Duchamp, Marcel, 106 Dumézil, Georges, 99 Dupouy, Auguste, 67, 68 During, Simon, 99 Durkheim, Émile, 144, 216, 226, 227, 236, 250 Dussel, Enrique, 36-38, 242 Duvignaud, Jean, 252 Eagleton, Terry, 21, 22, 110, 247 Eckermann, Johann, 207 Édeline, Francis, 138

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Textualidades (inter)literarias

Elahi, Hasan, 277 Elcano, Juan Sebastián, 306 Elden, Stuart, 65 Elias, Norbert, 235, 252 Elliott, Jane, 25 Ellis, John, 27 Ellmann, Richard, 203 Else, Gerald, 222 Engels, Friedrich, 225, 226 English, James F., 225, 251 Ernštreits, Valts, 178 Escarpit, Robert, 246, 248, 254 Eskelinen, Markku, 29, 30 Esposito, Roberto, 244 Étiemble, René, 67, 68, 181, 182 Eurípides, 221 Even-Zohar, Itamar, 14, 20, 230, 236 Fargue, Léon-Paul, 194 Faulkner, William, 192 Favreau, Jean-François, 99 Fehr, Bernhard, 193, 194 Felipe III de España, 38 Felski, Rita, 27 Fernández Buey, Francisco, 250 Fernández Vega, José, 114 Fernández, Pura, 103, 104 Ferré, André, 70-72, 75 Ferreras, Juan Ignacio, 229, 249 Feyerabend, Paul K., 143 Figueroa, Antón, 230 Finlay, Ian Hamilton, 139 Fischer-Lichte, Erika, 34, 104, 112 Flaubert, Gustave, 96, 120, 188, 315 Fontanille, Jacques, 320 Foster, Hal, 63 Foucault, Michel, 11, 21, 23, 24, 29, 39, 64, 73, 93, 96-102, 105, 106, 109, 118-122, 215, 239, 242 Francastel, Pierre, 234 Frank, Joseph, 60 Fraser, Nancy, 240-242 Frege, Gottolb, 144 Freire, Paulo, 13, 42, 267, 272

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Freixanes, Víctor F., 192 Freud, Sigmund, 62, 138, 143, 288 Fry, Paul H., 25 Furió, Vicenç, 234 Gaarder, Jostein, 156 Gabilondo, Joseba, 230 Gadamer, Hans-Georg, 153-155 Galfard, Christophe, 156 Garber, Marjorie, 34 García Berrio, Antonio, 133, 139, 157 García Canclini, Néstor, 38, 39, 43, 44, 218 García Tejera, M.ª del Carmen, 158 García-Marín, David, 267, 268, 275 Garland, Judy, 288 Garrido Ramos, Luisa Fernanda, 174 Geertz, Clifford, 238 Genette, Gérard, 58, 59, 133, 137, 177, 291, 311 George, João Pedro, 230 George, Rosemary, 28 Giddens, Anthony, 239 Gil González, Antonio J., 13, 14, 292, 310, 312 Gilbert, Stuart, 193, 197 Giménez Caballero, Ernesto, 201 Giordano, Alberto, 81 Giroux, Henry, 272 Glissant, Édouard, 39, 40 Godzich, Wlad, 185 Goethe, Johann Wolfgang, 107, 119, 188, 190, 191, 206, 207, 227 Goffman, Erving, 33, 243 Gógol, Nikolái, 188 Goldfaden, Abraham, 207 Goldmann, Lucien, 225, 234, 246, 249, 251, 252 Goll, Ivan, 201 Gómez Segade, Miguel Á., 14 Gómez Toré, José Luis, 107 González Bedoya, Jesús, 143, 144 González Blanco, Azucena, 98 González García, José María, 229

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Índices González-Millán, Xoán, 230 Goodchild, Michael, 82 Gorgias de Leontinos, 132, 133, 136, 144 Gouldner, Alvin W., 229, 239 Goulimari, Pelagia, 25 Goyert, Georg, 193 Gramsci, Antonio, 238, 242, 252 Gray, Chris Hables, 296 Greenberg, Martin, 182, 183 Gregory, Derek, 73 Greimas, Algirdas Julien, 320 Grosfoguel, Ramón, 38 Guarinos, Virginia, 293 Guattari, Félix, 11, 45, 99, 105-107, 174, 175, 182-186, 188, 189, 191, 206 Gubern, Roman, 307, 314, 317-319 Guerrero, Mitzi M., 46 Guidi, Chiara, 282 Guillén, Claudio, 15, 20 Gullón, Ricardo, 15, 60 Gurvitch, Georges, 234 Habermas, Jürgen, 22, 27, 239, 240 Hadjinicolau, Nicos, 234 Halberstam, Judith, 24 Hall, Jake, 274 Hall, Stuart, 24, 40, 41 Halle, Morris, 137 Halley, Jean, 97 Han, Byung-Chul, 266, 279, 282 Haraway, Donna, 238, 296, 297 Hardy, Thomas, 105 Harley, J. B., 75 Harris, Trevor M., 81 Harvey, David, 64, 73 Harvey, Paul Dean Adshead, 75, 81 Hašek, Jaroslav, 189 Hassan, Ihab, 296 Hauser, Arnold, 234, 237 Hawking, Stephen, 156 Hayes-Roth, Barbara, 80 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, 95, 138 Heidegger, Martin, 65, 95, 96, 116, 143, 242, 244

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Heim, Michael Henry, 174 Heinich, Nathalie, 227, 234, 235 Hendrix, Jimi, 23 Hennion, Antoine, 218, 235, 236 Heráclito de Éfeso, 92 Herder, Johann Gottfried, 113, 182 Hernández Guerrero, José Antonio, 158 Heródoto de Halicarnaso, 66, 100 Hobbes, Thomas, 244 Hölderlin, Friedrich, 95, 116 Hollingworth, Harri Levi, 144 Homero, 221, 248 Hones, Sheila, 60, 61, 74, 86 Honneth, Axel, 240, 241 Horacio [Quinto Horacio Flaco], 130, 134, 135 Horkheimer, Max, 225 Horowitz, David, 27 Howitt, William, 69 Hurley, Chad, 276 Hurni, Lorenz, 78 Hutchison, Emma, 113 Huxley, Aldous, 314 Iglesias Santos, Montserrat, 14 Ignacio de Loyola, san, 317 Illouz, Eva, 115 Iribarren Donadeu, Teresa, 230 Irigaray, Luce, 28 Iser, Wolfgang, 153 Jackson, Shannon, 34 Jakobson, Roman, 136-138, 140, 141, 151, 160 Jameson, Fredric, 63, 64, 254 Janáček, Leoš, 187 Jarry, Alfred, 106 Jauss, Hans-Robert, 14, 20, 153 Jenkins, Henry, 267, 293 Joas, Hans, 239 Johnson, Samuel, 184 Joyce, James, 12, 192, 193, 195-201, 203, 204 Juaristi, Jon, 177 Juul, Jesper, 310

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Textualidades (inter)literarias

Kac, Eduardo, 295 Kafka, Franz, 11, 12, 96, 103, 105-107, 121, 174, 175, 178, 182-187, 189, 205-207 Kaiser, Birgit M., 189 Kant, Immanuel, 120, 143, 145 Kaplún, Mario, 13, 267, 272, 276 Karim, Jawed, 276 Kellner, Douglas, 31 Kittler, Friedrich, 28 Klinkenberg, Jean-Marie, 138, 141 Klossowski, Pierre, 183 Knecht, Emily, 292 Knöbl, Wolfgang, 239 Köch, Hans-Gerd, 182, 184, 186 Kortazar, Jon, 230 Koselleck, Reinhart, 243, 255 Kresh, Joseph, 182, 183 Kristeva, Julia, 22 Kuhn, Thomas, 143 Kundera, Milan, 175, 187-189 Labanyi, Jo, 103, 104 Labov, William, 80 Labrador Méndez, Germán, 102 Lacan, Jacques, 23, 28, 33, 101, 102, 137, 242 Laclau, Ernesto, 219, 243, 244 Lacoue-Labarthe, Philippe, 243, 244 Lahire, Bernard, 217, 218, 237 Lakatos, Imre, 143 Lamas Carvajal, Valentín, 204 Landow, George P., 267, 276 Lanson, Gustave, 67, 238 Larbaud, Valery, 192-202 Lasagabaster, Jesús María, 176 Latour, Bruno, 236-238 Launay, Mickaël, 156 Lausberg, Heinrich, 136 Lavender, Andy, 34 Lawrence, D. H., 105 Leenhardt, Jacques, 246, 248, 251 Lefebvre, Henri, 62, 64, 65, 73 Lefort, Claude, 243

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Leibniz, Gottfried, 105 Leitch, Vincent B., 24, 26, 27 Lentricchia, Frank, 27 Lepenies, Wolf, 226, 228, 250 Lévinas, Emmanuel, 27, 28, 30 Lévi-Strauss, Claude, 99 Lévy, Pierre, 313 Leys, Ruth, 104 Linde, Charlotte, 80 Lipovetsky, Gilles, 276 Ljuckanov, Jordan, 205, 206 Llavador, Beltrán, 229 Llorens, Vicente, 229 Lluch, Gemma, 230 Lo Cascio, Vincenzo, 152 Longino, 130, 135 Lopes, Silvina Rodrigues, 230 López Eire, Antonio, 132, 134 López Ferreiro, Antonio, 204 Lotman, Iuri, 216 Lourido, Isaac, 230 Löwenthal, Benjamin, 252 Löwenthal, Leo, 225 Luchetta, Sara, 77, 82 Lucrecio [Tito Lucrecio Caro], 92 Luhmann, Niklas, 239 Lukács, György, 19, 44, 46, 225, 234, 254 Lynch, Kevin, 64 Lyotard, Jean-François, 24, 33, 35, 43 Macherey, Pierre, 254 Machiavelli, Niccolò, 244 Magallanes, Fernando de, 306 Mainer, José-Carlos, 229, 249 Maingueneau, Dominique, 250 Mallarmé, Stéphane, 11, 96, 99 Mannheim, Karl, 228, 234 Manovich, Lev, 272 Manteiga Pousa, Silvia, 14 Manusov, Valerie, 167 Maravall, José Antonio, 229 Marchart, Oliver, 242, 244, 245 Margantin, Laurent, 183

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Índices Marichalar, Antonio, 192, 193, 194, 201 Marranca, Bonnie, 32 Martín Jiménez, Alfonso, 158 Martín Prada, Juan, 282, 284, 286 Martín-Barbero, Jesús, 38, 271, 272 Martínez Fernández, Ángela, 242 Marx, Karl, 138, 143, 144, 220, 225, 226, 240, 242 Masaryk, Tomáš, 175 Massey, Doreen, 61, 79 Massumi, Brian, 103, 104 Matoré, Georges, 59 Mattoni, Silvia, 118 Maupassant, Guy de, 188 Mbembe, Achille, 118 McGann, Jerome, 28, 231 McKenzie, D. F., 231 McKenzie, Jon, 34, 35, 46 McKevitt, Kerry Ann, 194-197, 199-202 McLuhan, Marshall, 165, 166 Mead, George Herbert, 151 Meizoz, Jérôme, 217, 249 Melville, Herman, 11, 96, 103, 105, 107, 121 Memmi, Albert, 246 Meneses, Maria Paula, 37, 242 Merleau-Ponty, Maurice, 65, 84 Meyer, Michel, 142, 144, 149-151, 153, 154, 161, 163 Middeke, Martin, 29 Mignolo, Walter, 20, 38, 39, 40, 41 Miguel, Raimundo, 135 Miguélez Carballeira, Helena, 230 Miller, Henry, 105 Miller, J. Hillis, 29 Miller, Jacques-Alain, 101, 107 Minguet, Philippe, 138 Moberg, Bergur Rønne, 206 Molotch, Harvey, 236 Montaigne, Michel de, 151 Morel, Auguste, 193-202 Moreno Báez, Enrique, 15 Moretti, Franco, 74-78, 254, 295

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Morrison, Jim, 288 Mortara Garavelli, Bice, 136 Mouffe, Chantal, 219, 242, 244 Mould, Oli, 256 Moulin, Raymond, 235 Müller, Michael, 182, 184, 186 Murdoch, Iris, 92, 110 Murray, Janet, 310, 313-319, 322, 323, 329, 334, 336-338, 340 Nancy, Jean-Luc, 240, 243, 244, 246 Nelson, Robin, 33 Neumann, Birgit, 31 Nietzsche, Friedrich, 94, 105, 141-143, 200 Nilges, Mathias, 27 Nordmann, Charlotte, 245 Nünning, Ansgar, 31 Nystrom, Christine L., 281 Obama, Barack, 165 Olaziregi, Mari Jose, 230 Olbrechts-Tyteca, Lucie, 129, 142, 144, 145, 147, 231 Oliveira, José Osório de, 68 Olschki, Leonardo, 73 Orlan [Mireille Suzanne Francette Porte], 295 Orwell, George, 314 Osuna, Sara, 271 Otero Pedrayo, Ramón, 12, 192-204 Paglia, Camille, 22-24 Pahl, André, 283 Panofsky, Erwin, 237 Pantoja Vargas, Luis, 276 Papastergiadis, Nikos, 62 Pareto, Vilfredo, 144 Parnet, Claire, 106 Parra Contreras, Joan, 182, 184-186 Parsons, Talcott, 238, 239, 243 Pasley, Malcolm, 182, 184, 186 Patai, Daphne, 27 Peirce, Charles S., 167 Perelman, Chaïm, 129, 141, 142, 144149, 151, 153, 159-161, 231

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Textualidades (inter)literarias

Pérez Bowie, José Antonio, 292 Pérez Gállego, Cándido, 229 Pérez, Julián, 281, 282 Pétain, Philippe, 68 Petöfi, Janós Sánder, 139 Phillips, Andrea, 293 Phule, Savitribai, 241 Piaget, Jean, 138 Piatti, Barbara, 60, 78 Picasso, Pablo, 215 Picornell, Mercè, 230, 242 Pimentel, Luz Aurora, 60 Pire, Francis, 138 Pištelek, Tihomir, 174 Planells, Antonio J., 311 Platón, 92-94, 110, 111, 132, 150, 167, 220 Plotnisky, Arkady, 29 Poe, Edgar Allan, 106 Polan, Dana, 185 Poma, Guaman, 38 Popper, Karl R., 143, 144, 152 Potte-Bonneville, Mathieu, 101 Poulet, George, 65, 70 Poussin, Nicolas, 139 Pozuelo Yvancos, José María, 20, 157 Prieto Castillo, Daniel, 276 Prieto, Eric, 80 Protágoras de Abdera, 131 Proust, Marcel, 70, 72, 192 Pujante, David, 158 Quijano, Aníbal, 38 Quintiliano [Marco Fabio Quintiliano], 131-133, 139, 158 Rábade Villar, María do Cebreiro, 11, 15, 59, 65, 102, 187, 245 Rabaté, Jean-Michel, 28 Rabinovitch, Solal, 101 Ragone, Giovanni, 248 Rama, Ángel, 38 Rancière, Jacques, 11, 24, 58, 59, 66, 93, 96, 97, 104, 109-115, 119-122, 218, 219, 237, 242, 243, 245

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Ravitch, Melech, 190, 207 Rawls, John, 240 Reagan, Ronald, 165 Reinelt, Jannelle, 34 Reinfandt, Christoph, 29 Reis, Carlos, 230 Remak, Henry H. H., 178, 179, 181 Rembrandt [Rembrandt Harmenszoon Van Rijn], 227 Resnick, Mitchel, 299 Restrepo, Eduardo, 40, 41 Retolaza, Iratxe, 230 Rettberg, Scott, 286, 287 Revel, Judith, 98, 99, 101, 120 Rheingold, Howard, 268 Richard, Nelly, 37, 43 Richter, David H., 25 Ricœur, Paul, 141-143, 156, 157 Ridanpää, Juha, 82 Riezu, Jorge, 229 Rifaterre, Michel, 162 Rilke, Reiner Maria, 95, 116 Rimbaud, Arthur, 97, 116, 117, 119, 121 Risco, Vicente, 200, 201, 204 Roach, Joseph, 34 Robert, Marthe, 183, 184 Roche Cárcel, Juan A., 227 Roddenberry, Gene, 314 Ródenas de Moya, Domingo, 192 Rodin, Auguste, 227 Rodowick, D. N., 29 Rodríguez Fontela, María Ángeles, 11, 15, 148, 161, 232 Rodríguez González, Norma, 15 Rodríguez Ibáñez, José Enrique, 229 Rodríguez Magda, Rosa María, 37 Rodríguez Morató, Arturo, 235, 255 Rodríguez Puértolas, Julio, 229 Rodríguez Reyes, Abdiel, 37 Rodríguez, Juan Carlos, 229, 249 Romero Ramos, Héctor, 247 Roms, Heike, 46 Rorty, Richard, 44, 143

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Índices Roth, Joseph, 107 Rousseau, Jean-Jacques, 105, 113 Roussel, Raymond, 106 Ruiz Martínez, José Manuel, 164 Rushdie, Salman, 29 Ryan, Marie-Laure, 61, 294, 295, 307, 310, 313, 317, 318, 320 Sabatos, Charles, 175 Said, Edward W., 22, 46 Salas Subirat, José, 193 Salazar, António de Oliveira, 68 San Martin, Oier, 177 Sánchez Pascual, Andrés, 182, 184-186 Sánchez Trigueros, Antonio, 228, 229, 248 Sánchez y Casado, Félix, 135 Sánchez-Mesa Martínez, Domingo, 292, 293 Santoro Domingo, Pablo, 247 Santos Unamuno, Enrique, 60, 81 Santos, Boaventura de Sousa, 36, 37, 242 Santoveña, Sonia, 268 Sapiro, Gisèle, 248, 249, 253, 254 Saraiva, António José, 230 Sarlo, Beatriz, 38 Sartori, Giovanni, 244 Sartre, Jean-Paul, 120, 254 Sauri, Emilio, 27 Saussure, Ferdinand de, 136 Sayre, Robert, 248, 252 Scary, Elaine, 28 Schechner, Richard, 31-34, 252 Schiller, Friedrich, 113, 120 Schlögel, Karl, 66 Schmidt, Siegfried J., 14, 21, 249 Schmitt, Carl, 242 Schulte-Sasse, Jochen, 185 Schuurman, Nadine, 81 Scolari, Carlos, 281 Scorsese, Martin, 308 Sedgwick, Eve Kosofsky, 84 Sennett, Richard, 217, 256 Serralde, José María, 283

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Serres, Michel, 45 Sharp, William, 69 Sheeler, Charles, 162 Shelley, Mary, 296 Shepherd, Simon, 34, 35 Shevtsova, Maria, 253 Shifman, Limor, 164 Silbermann, Alphons, 226, 234, 249 Silva, Vítor Manuel de Aguiar e, 57, 58 Simmel, Georg, 226, 227, 240 Skinner, Quentin, 21 Snow, Charles P., 228, 250 Sobrino, Iria, 14 Sófocles, 99, 221 Soja, Edward, 64, 73 Spencer, Herbert, 226 Spinoza, Baruch, 102, 103, 105, 115, 222 Spivak, Gayatri, 40, 76, 254 Staël, Germaine de [Madame], 65, 247, 248 Stavrakakis, Yannis, 245 Ste. Croix, G. E. M. de, 220, 221, 223 Steiner, George, 8, 9, 56, 57 Stelarc [Stelios Arcadiou], 295 Stendhal [Henri Beyle], 188 Stephenson, Neal, 314 Stevens, Wallace, 100 Stiehler, Heinrich, 205 Stockhammer, Robert, 78 Strand, Paul, 162 Stucky, Nathan, 34 Sui, Daniel, 82 Sulpicio Víctor, 159 Sundvall, Scott, 167 Taine, Hippolyte, 238 Tales de Mileto, 92 Tally, Robert T. Jr., 72 Tanner, Jeremy, 235 Taylor, Diana, 35, 36 Thacker, Andrew, 72, 73, 74, 75 Thirouin, Marie-Odile, 174 Thompson, E. P., 138

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Textualidades (inter)literarias

Thorndyke, Perry, 80 Thrift, Nigel, 73, 82 Tierno Galván, Enrique, 229 Tihanov, Galin, 206 Tiwari, Bhavya, 206 Tocqueville, Alexis de, 226 Todorov, Tzvetan, 140 Toffler, Alvin, 267, 276 Tönnies, Ferdinand, 226, 244 Torre, Guillermo de, 205 Torres Prieto, Susana, 194 Torres, Elias, 230 Toulmin, Stephen Edelston, 142, 151153 Touraine, Alain, 238 Trinon, Hadelin, 138 Trombadori, Duccio, 98 Truslove, Graeme, 290 Tuan, Yi-Fu, 79 Tuckerová, Veronika, 182 Tuđman, Franjo, 188 Turing, Alan, 288 Turkle, Sherry, 13, 276-278, 281 Turner, Victor, 33 Ugrešić, Dubravka, 173-176, 188, 189 Ulman, Amalia, 279, 291 Unamuno, Miguel de, 151 Urfalino, Pierre, 235 Valencia, Sayak, 38 Valéry, Paul, 140, 194, 200 Van Dijk, Teun A., 139 Van Gogh, Vincent, 227 Van Tieghem, Paul, 179-181 Van Winkle, Ryan, 178 Vaneigem, Raoul, 62 Vappereau, Jean-Michel, 29 Varela, Julia, 229 Vargas Llosa, Mario, 148, 149, 167 Vázquez García, Francisco, 229 Vedda, Miguel, 226 Venom, Mark, 284 Viala, Alain, 248, 253 Vico, Giambattista, 143, 151

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Vilariño Picos, María Teresa, 12, 15 Villanueva, Darío, 8, 9, 14, 15, 19, 20, 44, 55, 62, 91, 129, 162, 165, 166, 173, 205, 215, 249, 265, 274, 305 Villasante, Luis, 178 Villiers de l’Isle-Adam, Auguste, 106 Virilio, Paul, 28 Wacquant, Loïc, 229 Waddington, Conrad Hal, 280 Wagner, Richard, 306 Wallis, Mick, 34, 35 Walsh, Catherine E., 41 Warminski, Andrzej, 25 Warnick, Barbara, 167 Weakland, Joseph, 167 Weber, Max, 81, 226, 240 Wee, C. J. W.-L., 46 Weiler, Lance, 266, 295, 296 Wellek, René, 178, 179, 181 Westphal, Bertrand, 66, 67 White, Hayden, 137 Whitman, Walt, 162 Williams, Raymond, 21, 235, 252 Wimmer, Cynthia, 34 Winckelman, Johann Joachim, 112 Winner, Langdon, 238 Witkin, Robert, 235 Wittgenstein, Ludwig, 143, 151 Wittig, Rob, 285, 286 Wolf, Werner, 31 Wölfflin, Heinrich, 237 Wolfreys, Julian, 29 Woolf, Virginia, 69, 70, 184 Worringer, Wilhelm, 237 Zafra, Remedios, 256 Zea, Leopoldo, 38 Zhang, Lei, 97 Zhitomirsky, V., 193, 194 Zima, Pierre, 252 Žižek, Slavoj, 29, 243 Zolberg, Vera, 227, 235 Zoran, Gabriel, 60

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