Sueño, fantasma y arte.
 9789506023188, 9506023182

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Hanna Segal

Sueño, fantasma y arte

Ediciones Nueva Visión Buenos Aires

Título del original en inglés: Dream, Phantasy and Art © 1991 Hanna Sigal First published in 1991 by Routledge En su edición original, de Tavistock/Routledge, esta obra fue publicada por la New Library of Psychoanalysis asociada con el Institute of Psycho-Analysis de Londres Traducción de Horacio Pons

I.S.B.N. 950-602-318-2 © 1995 por Ediciones Nueva Visión SAIC Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina / Printed in Argentina

A Gabriel

PREFACIO

Betty Joseph

Todo escrito debe, en cierta medida, reflejar la personalidad de su autor, y este libro no es urna excepción, ya que refleja la amplitud de los intereses de Hanna Segal y su capacidad para seguir y explorar la naturaleza de los mismos, no obstante lo cual se basa en un estricto marco teórico, que ella misma ha extendido y aplicado A lo largo de toda su obra y, a decir verdad, de toda su vida, puede advertirse la interco­ nexión de estos elementos, su capacidad para ampliar los límites y disfrutar con ello. Nació en Polonia en 1918. Su madre era una mujer de ca.acter y fibra y, admás, una belleza. Su padre era un hombre de amplios intereses; a los veinte años, mientras estudiaba derecho en París, escribió una historia de la escultura francesa del siglo xix, a la que aún se considera como un clásico en Polonia. Fue abogado en Varsovia, pero a comienzos de la década de 1930 emigró, convirtiéndose en director de un periódico internacional en Ginebra. Hanna Segal tenía doce años cuando la familia abandonó Polonia, pero siempre se mantuvo profundamente apegada a sus raíces allí y, a los dieciséis años, convenció a sus padres de que la dejaran regresar a su país, donde terminó la escuela secundaria y estudió medicina. La guerra la sorprendió en París, donde estaban sus padres, y cuando la ciudad fue ocupada por los nazis emprendió la migración habitual

durante la guerra llegando a Londres, de la que continuó luego hasta Edimburgo, donde reanudó sus estudios. Era ampliamente versada en Freud y, mientras estaba en Edimburgo, descubrió la obra de Anna Freud y Melanie Klein, decidiendo formarse con esta última. Tuvo la suerte de encontrar en Edimburgo al doctor David Matthews, que se había analizado con Klein y quien le ofreció analizarla mientras ella aguardaba regresar a Londres. Vino a esta ciudad, fue aceptada en los cursos de la Sociedad Psicoanalítica Británicay en análisis por Melanie Klein, recibiéndose en 1945. Fue poco después cuando nos conocimos, de modo que nuestra amistad se ha extendido a lo largo de más de cuarenta años. En ese momento ella tenía 32 y era analista didáctica. Estos diversos elementos surgen y se reflejan en este libro; el firme enfoque lógico del científico, el amor por la belleza y el deseo de explorarla, la búsqueda de la verdad tanto en el interior como en el exterior y la amplitud del explorador cuyo mundo debe ser ilimitado. Esto es impor­ tante, porque el libro no aspira sólo a aplicar el psicoanálisis a otras áreas -digamos, el arte y el juego- sino que los diversos intereses crecen y se enriquecen recíprocamente. Este aspecto, creo,'fue bien expresado por Robert Langs en la introducción a la compilación de sus ensayos, publicada en 1981, The Work of Hanna Segal; a Kleinian Approach to ClinicalPractice:DelusionandArtistic Creativity and Other Psycho-Analytic Essays. Hablando de algunos de los artícu­ los de ese libro, Langs los describió diciendo que no eran tanto “ensayos de psicoanálisis aplicado como una elabora­ ción integral de su perspectiva teórica y clínica”. Tal vez sean la riqueza de los intereses y la profundidad del pensamiento dentro de la perspectiva teórica y clínica las que dan al libro tanto su impresión de lógica esencial como la de frescura y creatividad. Desde luego, existen riesgos cuando los límites se cruzan de esta forma, dejando al autor expuesto a la crítica de escritores provenientes de otros campos, pero Hanna Segal está dispuesta a correrlos.

La lógica de este libro parece muy clara; al principio, Hanna Segal introduce al lector en la teoría de los sueños de Freud y aporta sus propios ejemplos clínicos. Esto la impulsa a hacer una pausa y a hablar de una de las principales facetas de los sueños y el soñar, el fantasma inconsciente, que en la concepción de Klein es básica en toda actividad mental y emocional. Aquí se mueve con libertad entre las ideas de Freudy Melanie Klein, relacionando el fantasma no sólo con los sueños, sino también con el pensamiento de Freud sobre el pasaje del principio de placer al principio de realidad, que vincula con las ideas de Klein acerca del pasaje de la posición paranoide esquizoide a la depresiva. De este modo, Segal ve la discusión sobre el fantasma como esencial para nuestra comprensión de los sueños, pero incompleta sin una mayor consideración del simbolismo, un área en la que hizo una contribución especialmente original e importante que se remonta a 1957. En el capítulo sobre el simbolismo conduce al lector a través de las ideas expuestas por Freud y elaboradas por Jones, siguiendo por las de Klein y su propia continuación del pensamiento de ésta, que amplía y elabora. Hace una diferencia entre lo que llama la ecuación simbólica y el simbolismo propiamente dicho, mos­ trando de qué manera este último se basa en su funciona­ miento dentro de la posición paranoide esquizoide, en espe­ cial en el poderoso uso de la identificación proyectiva. Clarifica la diferencia entre la ecuación simbólica y la genuina formación de símbolos que, según demuestra, sólo puede tener lugar dentro de la posición depresiva. En el capítulo sobre “Espacio mental y elementos de simbolismo”, Segal vincula con cierto detalle esta obra con la teoría del pensar de Bion. Si bien muy novedosa, la argumentación de sota sección es más ardua, pero la vivacidad del material clínico ayuda al lector a asimilar su significado, dando paso a una mayor comprensión de los problemas del yo que no puede soñar en el sentido corriente de la palabra. El capítulo sobre “El sueño y el yo” está dedicado a los aspectos patológicos del soñar, en donde puede verse el

predominio de los aspectos concretos. Describe sueños que, en análisis, no parecen servir primordialmente a la finali­ dad de la comunicación sino del acting-in o evacuación; sueños a los que llama predictivos; sueños donde el elemento importante que debe analizarse no es tanto el contenido sino el modo de relatarlos o de actuar en relación con ellos. Es aquí donde se hace evidente que los capítulos previos sobre el fantasma y el pensamiento simbólico se reúnen con el tópico del sueño; el trabajo onírico parcial o completamente fallido puede verse como vinculado con una pobre formación de símbolos y un pensar concreto. En 1947, Hanna Segal leyó su primer artículo ante la Sociedad Psícoanalítica Británica, “Un enfoque psicoanalí­ tico de la estética”, que fue publicado en 1952. Este artículo tuvo una importante influencia no sólo sobre los analistas, sino también en muchas personas con poco o ningún conoci­ miento del psicoanálisis pero consagradas al trabajo creati­ vo. Resultó evidente que afectó un aspecto muy importante en la comprensión de éstas. En el presente libro, Hanna Sega] vuelve a ese interés, que siempre la acompañó y acerca del cual había escrito una serie de artículos en los años siguientes. Regresa a Freud y a su comprensión del arte y los artistas, así como a*las críticas que se hicieron a su enfoque. Pone de relieve la cuestión de la relación entre el arte, el soñar y la ensoñación [day-dream], que ahora puede llevar más adelante mediante su trabajo sobre el simbolismo. Discute, de una m anera tanto novedosa como precisa, la relación entre el verdadero arte y la capacidad del artista para enfrentar y vérselas con el dolor, la fealdad y la muerte: el arte y la posición depresiva. Retrotrae la discusión a su punto de partida, la relación con un sentido de la realidad; una relación que cree tiene que estar altamente desarrolla­ da en el artista, en contraposición con la obra del soñador diurno y el artista “fallido”. De aquí vuelve a emprender lógicamente una consideración de las semejanzas, las dife­ rencias y las interconexiones entre la ensoñación, el juego, el arte y el pensamiento creativo.

He tratado de indicar algo del movimiento y la lógica inherente de este libro, enraizado en la experiencia clínica, que no sólo ilustra sino que es el fundamento a partir del cual surgen sus discusiones teóricas. Así pues, no se trata de un libro teórico, ni clínico, ni aplicado. Los diferentes aspectos están esencialmente interconectaidos, lo que, de hecho, es una de las cosas que hacen que Hanna Segal sea no sólo una pensadora y escritora muy considerada, sino también una educadora muy buscada. Sus escritos y sus conferencias hicieron mucho por enriquecer el psicoanálisis y la contribu­ ción de Melanie Klein a él, y también para que fuera accesible a un público más amplio, no sólo debido a su claridad y su estimulante inteligencia, sino también por la profundidad y amplitud de sus preocupaciones.

AGRADECIMIENTOS

Tengo una deuda de gratitud y reconocimiento con las siguientes personas: mis pacientes, cuyo trabajo en el aná­ lisis permitió el mío; mi esposo, como siempre, por su apoyo inagotable y sus útiles críticas; Betty Joseph y Elizabeth Spillius, que leyeron todo el manuscrito y, en el caso de algunos capítulos, varios borradores, y cuyos comentarios fueron invalorables; Riccardo Steiner, por ayudarme con los dos primeros capítulos y ponerme al tanto de la significación de algunas de las formulaciones de Freud en alemán, que no estaban plenamente transm itidas en la traducción inglesa; Richard Holmes, por permitirme transcribir citas de su libro Footsteps; y por último con Ann Jameson y su computadora que me proporcionaron, ambas, excelentes servicios secretariales y compilaron y revisaron las referencias, así como con Albert Dickson por compilar el índice.

INTRODUCCION

Cuando durante mi adolescencia leí por primera vez a Freud fue muy estimulante descubrir que el psicoanálisis aborda­ ba todos los campos del esfuerzo humano y podía arrojar luz del mismo modo sobre la patología y las realizaciones, así como que su práctica podía satisfacer igualmente el deseo de una preocupación terapéutica en la práctica psicoanalítica y el interés en las humanidades. En el comienzo de mi práctica tuve la suerte de contar entre mis pacientes tanto a algunos artistas como a algunos psicóticos. Ambas clases de pacientes atraen la atención sobre la importancia crucial del simbolismo y sus vicisitu­ des. Tal como lo descubrí y volví a hacerlo una y otra vez, el psicoanálisis es una herram ienta única para investigarlo. Desde esa época he escrito una serie de artículos sobre el tema del fantasma, el sueño, el simbolismo y el arte. Tam­ bién dicté conferencias sobre estas materias en diversos ámbitos, para públicos diversos y en diversos niveles. Los compiladores de estas series creyeron que valdría la pena que tratara de reunir mis ideas sobre estos temas. Les estoy agradecida por alentarme a hacerlo así en este libro. El modo en que lo concebí dictó la forma en que trato aquí las referencias de otros autores. Intento mostrar el desarrollo de mi pensamiento sin discutir otros puntos de vista o entrar en controversias. Sólo incluyo las obras que echaron luz

sobre mis problemas en el momento en que luchaba con ellos. Así, por ejemplo, en el capítulo sobre el arte cito extensamen­ te a Rodin y otros artistas. Pero entre los críticos de arte y los escritores de temas estéticos sólo me refiero a Bell y Fry porque consideré iluminadores sus puntos de vista sobre la estética y relevantes algunas de sus críticas a escritores psicoanalíticos en ese campo. Entre los escritores psicoanalíticos, mi principa] inspiración proviene, desde luego, de Freud y Klein. Más tarde, Bion liizo un aporte considerable a mi propia comprensión del simbolismo y los procesos del pensamiento. Al margen de éstos, sólo me refiero a unos pocos autores que influyeron en mí en diversos momentos. Me preocupó un problema técnico: cómo hacer que mis escritos fueran lo bastante interesantes para los psicoana­ listas y, no obstante, accesibles al lector más general. Los capítulos 1 a 5 comienzan sin dificultades con las ideas básicas de Freud y Klein, y se hacen cada vez más complejos a medida que me adentro más profunda y detalladamente en los procesos psicóticos de la simbolización y el pensar. Los capítulos 6 y 7 sobre el arte, y el 8 sobre la ensoñación, la imaginación y el juego, volverán a ser más fácilmente accesibles para el lector general, si bien espero que no carezcan de interés'para los psicoanalistas. No es éste un libro sobre técnica, aunque algunos comen­ tarios acerca de la misma son inevitables. Pero cuando en el texto doy una “interpretación” de sueños, no se trata necesa­ riam ente de lo que verdaderamente le dije al paciente en ese momento. Utilizo el sueño para ilustrar los procesos m enta­ les que describo y mi m anera de entenderlos. En unos pocos casos cito las verdaderas interpretaciones dadas en la sesión porque ciertos procesos sólo pueden ilustrarse mediante la interacción real entre analista y paciente.

EL CAMINO REAL

En las Nuevas conferencias introductorias, dice Freud de su teoría de los sueños: Ocupa un lugar especial en la historia del psicoanálisis y señala su punto de inflexión; fue con ella que el análisis pasó de ser un procedimiento psicciterapéutico a ser una psicología profunda. (Freud, 1933: 7)

Esto no es sorprendente. Los estudios de Freud sobre la neurosis le revelaron la significación y el significado psíqui­ co de los síntomas. Es el estudio de los sueños -u n fenómeno universal- el que inauguró la comprensión del dominio universal del pensamiento y el lenguaje oníricos, lo que va mucho más allá de la comprensión del sueño nocturno real. Freud llegó a considerar el análisis de los sueños como el camino real al inconsciente. A diferencia de lo que hizo con muchas de sus otras teorías, sólo modificó en escasa medida la de los sueños, formulada plenamente por primera vez en La interpretación de los sueños (1900), libro que, según Jones, consideraba su obra més importante. Freud considera a los sueños como guardianes del dormir. Como sabemos, el dormir puede ser perturbado por estímu-

los externos como un ruido fuerte. Para protegerlo, el dur­ miente puede producir un sueño en el que el ruido es recogido y, por decirlo así, explicado por aquél. Estas son ocasiones infrecuentes. Más comunmente, nuestro dormir es perturbado por estímulos internos. Deseos y anhelos no realizados, conflictos irresueltos dan origen a tensiones internas que pueden afectar nuestro dormir. En éste, nues­ tra relación con la realidad está temporariamente suspendi­ da. La represión se relaja parcialmente y se produce una regresión, de modo que los deseas inconscientes arcaicos se esfuerzan por expresarse. La motilidad y la acción quedan suspendidas y los deseos reprimidos buscan expresión Ken una experiencia alucinatoria inofensiva” (Freud, 1933: 16). El discurso corriente reconoce el aspecto de realización de deseos de los sueños al usar el mismo término “sueño” para el sueño diurno (una fantasía de realización de deseos) y el sueño que tenemos mientras dormimos. Pero hay una diferencia fundamental entre ambos. El sueño diurno expresa deseos conscientes -organizados, ra­ cionalizados, aceptables para nuestra conciencia despierta. En el sueño nocturno, al contrario, son precisamente los deseos que han sido reprimidos y que perturban nuestra vida psíquica los que procuran su realización. Freud pensó en ese momento que los sueños son predominantemente (aunque, al contrario de lo que se cree por lo general, nunca exclusivamente) de una naturaleza sexual. San Agustín, en sus confesiones, se queja con am argura de que Dios permita que sus sueños sexuales lo perturben. Señala que para Dios sería muy fácil disponer las cosas de una manera diferente. En caso de haber estado familiarizado con el psicoanálisis, San Agustín habría sabido que la tarea no es tan sencilla. No puede sobreestimarse la importancia de la sexualidad repri­ mida en los sueños, si bien es posible que originalmente Freud haya subestimado la igual importancia de la agresión reprimida. Los deseos que son lo bastante poderosos y dinámicos y, no obstante, lo bastante reprimidos para de­ mandar una expresión en el sueño antes que en la realidad,

invariablemente tienen sus raíces en conflictos infantiles reprimidos en la niñez pero constantemente activos en el inconsciente. “El soñar es un fragmento de vida mental infantil que ha sido reemplazado” (Freud, 1900). Sólo los deseos infantiles tienen el poder de movilizar fuerzas que producen el sueño: Esos deseos en nuestro inconsciente, siempre alertas y, por así decirlo, inmortales, recuerdan uno de los Titanes legenda­ rios, abrumados desde épocas primigenias por el pe^Q 4.e. la masa de montañas arrojadas otrora sobre ellos por lo^jtypges victoriosos y que de tiempo en tiempo se sacuden a causa.de ]a convulsión de sus miembros. (Freud, 1900: 553)

El sueño se vincula habitualmente con algún suceso ocurrido durante el día. Freud llamó a este suceso un “resto diurno”. El mismo puede ser lo bastante importante para hacer comprensible su influencia en el sueño. Pero, ya sea importante o trivial, el resto diurno es un suceso que, de algún modo, en la mente del paciente está conectado con y representa algún conflicto inconsciente más profundo. En cierta forma el resto diurno que desencadena el sueño es similar a un suceso que podría haber desencadenado el comienzo de una neurosis o de un determinado síntoma neurótico. La no realización de deseos profundamente arrai­ gados da origen a tensiones internas. Su realización, sin embargo, ocasionaría angustia y culpa. No por nada esos deseos fueron en principio reprimidos. La obra básica de Freud sobre los sueños precede a su concepto del superyó. Denomina censor, o censura, a la agencia represora que prohíbe la realización de deseos inaceptables para la conciencia, y describe el conflicto como el existente entre los deseos incon scientes que luchan por su expresión y realización en el sueño y la censura que prohíbe esa realización. El yo no desaparece en el dormir. Debe protegerse a sí mismo tanto de la tensión que surge de los deseos no realizados como de lai angustia y la culpa que

acompañarían su realización. Freud ve a los sueños como el resultado de un compromiso entre lo reprimido y las fuerzas represoras: una forma de eludir la censura del sueño. Un sueño es producido por lo que Freud llama trabajo del sueño. Este convierte los pensamientos latentes del sueño, inaceptables para el yo incluso en el dormir, en el aparente­ mente inocuo contenido manifiesto del sueño. El trabajo del sueño es la primera descripción que hace Freud de un concepto más amplio que, según creo, es fundamental para ltí Comprensión del psicoanálisis, esto es, el trabajo psíquico. •J'B1'trabajo psíquico del sueño apunta a realizar los deseos ilfecé^fcables y conflictivos disfrazándolos, y desarrolla una modalidad particular de expresión: el lenguaje onírico. Este se construye mediante mecanismos tales como la condensa­ ción, el desplazamiento, distintos tipos de representación indirecta y el simbolismo. Freud llama a veces a esos mecanismos “agentes”, otras “Werkmeisters” (capataces o jefes), dando a entender, una vez más, cuáles son los poderes psíquicos que crean un sueño. El desplazamiento puede ser de dos clases. Uno es el desplazamiento de valores psíquicos. El sueño manifiesto puede poner énfasis en una situación dramática y aparente­ mente importante, pero es algún detalle insignificante el que contiene el pensamiento latente del sueño más impor­ tante. Por ejemplo, un paciente, a través de una concatena­ ción de circunstancias, vislumbró un cuarto de mi casa y vio un grabado que pensó era de Venecia. Esa noche tuvo un largo sueño en el cual estaba caminando con una muchacha en un lugar que le recordaba a Venecia. Esa parte del sueño lo llevó a un cúmulo de asociaciones, que aparecían sin mucha resistencia y que tenían que ver con sus pasados coqueteos con chicas, con fantasías acerca de mí y mis vacaciones y con encontrarse conmigo en ellas. Pero en el sueño había un detalle para el cual no ofreció asociaciones espontáneas y que, en el sueño mismo, no tenía una significación emocional aparente, comparado con la ricamente evocativa escena con la muchacha. Como fondo de

su paseo, había en alguna parte una estructura de hormigón a orillas del mar. Le pregunté en qué le hacía pensar ese detalle. Aquí las asociaciones fueron mucho menos placen­ teras. Dijo que una vez vio en el Lido de Venecia restos de instalaciones militares alemanas. A su vez, esto lo llevó a asociaciones sobre los campos de concentración alemanes y el exterminio de los judíos. Lo cual lo retrotrajo a la vista fugaz que había tenido del cuarto en el que vio el grabado y algunos libros, diciendo que había pensado que “estaba atrapado en una casa judía”. Este paciente conecta el judaismo con intereses intelec­ tuales y artísticos, y sus sentimientos al respecto son ambi­ valentes. Había en él mucho antisemitismo inconsciente, el que conscientemente le resulta más bien repugnante. Era el detalle insignificante del sueño el que contenía toda su hostilidad reprimida y sus crueles deseos inconscientes y el antisemitismo, inaceptable para él, estimulado por el pensa­ miento sobre mi vida familiar y las vacaciones que imagina­ ba que yo tenía. Pero en el sueño está desplazado y condensado en un pequeño detalle y se lo ignora en las asociaciones; hay un desplazamiento de la importancia hacia partes más inocuas del sueño. Inconscientemente, él deseaba que mi marido y yo pereciéramos en un campo de concentración alemán. Otro tipo de desplazamiento es el de sentimientos o fantasías correspondientes a una situación hacia otra. Un paciente soñó con una airada pelea con un hombre con el cual no tenía antagonismos, pero en el fondo estaba la figura, de otro vagamente conectado por una semejanza de nombre con el primero. Con respecto a ese hombre tenía muchos pensa­ mientos hostiles, la expresión de los cuales habría dado origen a la culpa, dado que se sentía muy obligado para con él. Un desplazamiento incompleto de ese tipo se muestra en el sueño siguiente. Un hombre soñó que veía cómo trozaban un pollito, mientras escuchaba los desesperados gritos de un bebé o un niño pequeño. Después de un rato se dio cuenta de que el

sonido no provenía del pollo sino de un niñito que estaba cerca. En su sueño, el ataque fantaseado que deseaba efec­ tuar contra su hermano menor es desplazado hacia el pollo, pero el desplazamiento no es del todo exitoso. Quien llora es un chico, y el soñador despierta angustiado. Este tipo de desplazamiento también puede considerarse como una representación indirecta: un hombre representa al otro; el pollo representa a un hermano. La condensación es un rasgo invariable de los sueños. Por más breve que sea el sueño, los pensamientos latentes que contiene varían ampliamente, y muchos pensamientos y deseos, a menudo contradictorios, están contenidos en el sueño como un todo y en los diversos elementos del mismo. Esa es una de las razones por las cuales es difícil informar en plenitud sobre el análisis de un sueño, que, a decir verdad, nunca puede analizarse del todo en una sesión. En la siguiente, el paciente aporta nuevas asociaciones y nuevos sueños mucho antes de que pueda agotarse el análisis del primero -si es que en realidad alguna vez ello puede lo­ grarse. Un ejemplo interesante de condensación se me hizo evi­ dente en un sueño repetido del paciente O, que sufría una úlcera gástrica. Tenía este sueño, cercano a una pesadilla, de vez en cuando desde que podía recordarlo. Siendo muy pequeño, se recuerda despertando del sueño con pánico. En él, está completamente atado a una silla en una posición semiacostada. Por todos lados lo amenazan algunos anima­ les alargados con bocas de cocodrilo. En el transcurso de su análisis, el sueño apareció por primera vez en el contexto de temores de castración, de que le golpearan o cortaran el pene como castigo por masturbarse. Lo están atando a una silla para inmovilizarle las manos. Volvió a aparecer en el contexto de una fan tasía en que yo estaba embarazada, con angustia por atacar el interior de mi cuerpo y los bebés que se encontraban allí. Las figuras alargadas e informes con bocas de cocodrilo representaban a los peligrosos bebés dentro de la madre. El sueño siguió

repitiéndose en diversos contextos, Un día me sorprendió con su descripción de sí mismo en la silla, estando en cierto modo atado con vendas a ésta y siendo él mismo la forma alargada. Le pregunté si alguna vez lo habían fajado, y me contestó que lo fajaban completamente hasta los tres o cuatro meses de edad. También me dijo que, al parecer, en esa época sufría (según se le diagnosticaba) graves cólicos abdominales. Me pareció entonces que los animales que lo atacaban, las enormes, airadas y hambrientas bocas, eran una proyección de su percepción corporal de inmovilidad y hambre, añadida a la de que su propia boca hambrienta era inmensa. Es probable que las fajas intensificaran el proceso de una violenta identificación proyectiva de la percepción de sí mismo, dado que fue privado de todo tipo de descarga motriz a través de su musculatura. A partir del momento en que trabajamos en ese nivel, el sueño dejó de repetirse. Tal como e staba constituido, parece haber condensado sus experiencia!? en niveles muy diferen­ tes. En esta condensación también, muestra de qué manera los primeros fantasmas primitivos coloreaban y encontra­ ban expresión en fantasmas y angustias ulteriores. El modo en que entendí este sueño tiene su origen, desde luego, no sólo en el concepto de condensación y desplazamiento de Freud, sino también en mí propia experiencia y en los ulteriores desarrollos teóricos. Por ejemplo, utilicé el con­ cepto de identificación proyectiva para entender cómo se expresaban en el sueño los fantasm as inconscientes, y consideré la condensación en él corno una evolución a partir de un fantasma oral y concretamente psicosomático muy primitivo a un nivel posterior y más simbólico. Una condensación más compleja es ilustrada por un diminuto fragmento de un sueño mucho más largo. En el fragmento, el paciente vio a la analista acompañada por un niñito peludo o un hombre de apariencia bastante ridicula y que saltaba alrededor de ella de una manera muy servil, Sus asociaciones se referían a otro de mis analizandos que tiene una bella masa de pelo oscuro y que no es muy alto. El

paciente tenía algunos motivos para sentirse celoso de ese hombre, que profesionalmente estaba por encima de él. Lo había conocido el día anterior y en esa oportunidad sintió bastante desdén hacia él. Este es el resto diurno. Recordó que había pensado que mi marido parecía más bien un gorila y que su propio padre tenía mucho vello en el pecho. A menudo se topa en mi calle con un adolescente de pelo largo (que describe “más bien como una capucha”), a quien cree mi hijo. También se encontró con ese chico en las cercanías de la Clínica Tavistock y se preguntó si lo trataban allí. Pensó que yo debo ser una madre muy mala, que descuida a sus hijos a tal punto que necesitan tratamiento. La actitud servil la vinculó consigo mismo, llegando siempre puntual a las sesiones y sintiéndose abyectamente dependiente, senti­ miento que detesta. Pero el hombrecito del sueño no parecía del todo humano. El paciente había visto recientemente una película sobre un hombre lobo. La figura del sueño bien podía ser uno. De modo que hasta ese punto podría decirse que la figura del sueño representa a un rival -m i otro analizando, mi marido y mi hijo. Todos están condensados en una sola figura. Pasado y presente están igualmente condensados. Mi marido y mi hijo y su padre y su hermano están todos representados en una figura. Pero hay muchas otras ideas representadas en ese frag­ mento de un sueño. El padre y mi marido, representándolo a él, son ridiculizados al hacerlos pequeños y risibles. Está también el miedo al rival, así atacado -hombres lobos y gorilas son peligrosos-, pero se lo contrarresta haciendo a aquél pequeño y ridículo. Del mismo modo, está presente la idea de mi crueldad y mi maldad, que explican el mal estado psicológico, no sólo de mi supuesto hijo, sino de él mismo como hijo mío. Ambos sufren a causa de mi desatención y se me culpa por sus neurosis. Hacia el final de la sesión, hubo otra asociación que reveló un pensamiento reprimido aun más doloroso. Hablando de hombres lobos, dijo que “según la leyenda,

uno se convierte en hombre lobo si es mordido por uno de ellos. Supongo que el lobo está ahora junto a la puerta”. Se refería a unas vacaciones inminentes. De modo que hay allí otro estrato del sueño. Cuando la analista, la madre nutri­ cia, se va, él tiene pavor del hambre, experimentada como un lobo que muerde -el lobo está junto a la puerta.* Esta mordedura del lobo lo convierte en un hombre lobo. Moviliza su avidez y agresión orales, a lo cual se agregan unos celos extremos hacia aquellos que él cree van a estar conmigo, mi marido y mi hijo. En el sueño se enfrenta a sus sentimientos de hombre lobo proyectándolos en sus rivales, consiguiendo así el doble objetivo de liberarse del dolor y los sentimientos de culpa en sí mismo y de atacar a sus rivales y hacerlos malvados. El resultante miedo persecutorio a sus rivales ahora convertidos en hombres lobos es enfrentado de un modo maníaco, haciendo al hombre lobo pequeño y ridículo. (También proyectaba en ellos su propia pequeñez y el detes­ tado sentimiento de dependencia, visto como servil.) De modo tal que puede verse cómo un fragmento de un largo sueño puede condensar y expresar un proceso psíquico de la máxima complejidad. ¿Cuál es la esencia de lo que Freud, tan bellamente, según creo, llama “el pensamiento del sueño”? Pienso que original­ mente Freud tenía en mente el mero deseo reprimido, disfrazado en el sueño. Pero los deseos son contradictorios y complejos, y creo que el pensamiento del sueño es algo más que un simple deseo. Es en sí mismo una compleja organiza­ ción de deseos y defensas. El pensamiento del sueño en el de mi paciente podría verbalizarse así: “Cuando ella se va el hambre me devora. Ella es una malvada figura que me devora la barriga. Me siento lleno de sentimientos ávidos y devoradores. Esto es intolerable. Los pondré en el rival que está con ella. Pero eso hace que el rival me asuste. Trataré * Expresión que tiene el significado de pasar hambre. La contraria es "mantener al lobo lejos de la puerta’’ [“ío keep the wolf from the door"], ganar lo suficiente para no sufrirla (N. del T.).

de disminuirlo y ridiculizarlo”, etc. La condensación misma no es accidental. El pensamiento del sueño, tal como yo lo veo, es una expresión de fantasmas inconscientes y el mundo de nuestros sueños está siempre con nosotros. Es posible que en mi comprensión de la condensación me diferencie de Freud. No creo que éste considere necesaria­ mente la condensación como una “historia” conectada. La ve más como diversos filamentos que surgen posiblemente de diferentes pulsiones y tendencias que convergen y se expre­ san en un elemento condensado. Además de la condensación y el desplazamiento, hay otros métodos de transformar los pensamientos latentes del sue­ ño; por ejemplo, mediante la representación indirecta. Exis­ ten muchas formas de obtenerla: por semejanza, por la posesión de un atributo común, usando una parte por el todo, por oposición, por conexión verbal y muchas, muchas otras. Esas representaciones, cuando se las entiende, son a veces muy divertidas -como lo demostró Freud, el ingenio y el humor tienen características similares al trabajo onírico. Como parte de un largo sueño, una paciente soñó con una columna de soldados que marchaban de a ocha en línea [eight abreast]. Más bien perpleja por esa parte de] sueño, le pregunté qué píftisaba. Contestó de inmediato: “Comieron un pecho [ate a breast], por supuesto. ¿Qué otra cosa podría significar?”* Un ejemplo más complejo de representación por el opues­ to, o inversión, es ilustrado por el sueño del paciente B, con una estructura de carácter maníaco. La madre del paciente murió a comienzos de su adolescencia, y él evitó el duelo mediante defensas esquizoides y maníacas que afectaron profundamente su estructura de carácter. El día previo al sueño, estábamos hablando de un accidente de autos bastan­ te grave que había tenido durante la interrupción del análi­ sis y de su preferencia por los autos grandes y potentes sobre * Eight abreast y eat a breast son expreaiónes homófonasen inglés. [N. del T.]

los^equeños, preferidos por su mujer y en los que él se siente demasiado vulnerable. En realidad, tanta es su vulnerabili­ dad que preferiría viajar en autos acorazados o en tanques. Al día siguiente, accidentalmente fui a buscarlo a la sala de espera dos minutos antes. Dijo que estaba muy compla­ cido y que se sentía cálidamente bienvenido. Después de un momento admitió con renuencia que su primer pensamiento había estado cargado de ansiedad: pensó que yo había tenido que term inar antes la sesión con el paciente anterior porque estaba enferma, lo que de inmediato le recordó una opera­ ción que me habían hecho varios años antes y la malograda operación de cáncer de mama de su madre. Me contó entonces un sueño. Estaba en una especie de laboratorio. Había varias mesas de trabajo para experimen­ tos químicos. Cerca de él estaba un hombre más joven, Bob. Mi paciente deslizó una cajita en el armario de éste. Luego una hermosa joven trae el premio de £ 500, probablemente la ganancia de una rifa - “cuando sale su número usted gana”Se acerca a él y a Bob, y hasta último momento éstos no saben cuál es el ganador, sintiendo ambos que les toman el pelo. Luego la joven le da el premio a Bob. El no siente celos; se siente generoso, muy consciente de cuán rico es y cuán pobre es Bob. Este no sólo es pobre; también le falta mundo \ \s ingenuo. Le gustaría, con el dinero del premio, comprar una botella de whisky para su esposa, y se dirige al paciente para preguntarle si puede hacer eso, y cómo hay que proceder para ello. Servicialmente, el paciente le da instrucciones. El primer lote de asociaciones del paciente se inició contándome que en el sueño Bob le recordaba a su hermano y a su hijo mayor (su actitud para con Bob refleja en gran medida la que tiene con su hermano menor), tanto de niño como de joven, dado que su hermano era idealista y se convirtió en un pastor pobre, en tanto el paciente ganaba montañas de dinero. El sueño le recordó la forma en que cuidaba a su hermano cuando niño, en especial después; de la muerte de su madre, pero también posteriormente, cuando el paciente adminis­

traba los bienes de la familia. La buena disposición con que cedió el premio le hizo pensar en su hijo mayor dando ahora una fiesta familiar, sintiendo él, el paciente, que en tal situación está cediendo su lugar de paterfamilias. A la suma de £ 500 no la vinculaba con nada. Hice el comentario de que todos los participantes del sueño eran más jóvenes que él, pero me recordó que una joven bien podía representar a su madre, dado que ésta murió joven. Esto lo llevó a otro lote de asociaciones. Recordó que su hija, acerca de la cual siempre está inquieto, se acerca ahora a la edad en que murió su madre, y también es la época del año en que eso ocurrió. Esto atrajo de inmediato mi atención a la importancia de la inversión en el sueño. Aquello que lo preocupaba no era su número de la suerte sino el de la mala suerte. El número de su madre salió prematuramente, fue desafortunado para él, y recientemente ha estado preocupado por su vulnerabilidad y su miedo a la muerte, estimulados por el accidente automo­ vilístico. También el crecimiento de su hijo podría ser senti­ do por él como que le toca su turno. Una vez advertidos de la importancia de la inversión, pudimos ver que, todos los elementos del sueño estaban dados vuelta. La mujer que entrega el premio es mayor que él (su madre), no más joven; no se siente rico sino afligido por la pobreza, y esto se refiere a dos situaciones: la primera, que su hermano, de quien está agudamente celoso, nació y obtuvo el premio de la madre (la cajita) y, la segunda, que cuando su madre murió aquél se convirtió en un objeto de cuidado y atención especiales por parte del padre. En el sueño el paciente también se siente generoso y benevolente con su hermano, lo cual desearía ser, pero en la realidad psíquica experimentaba con amargura tanto el cuidado precoz que su hermano obtuvo de la madre como la atención extra dispensada por el padre y la familia después de la muerte de aquélla, en tanto las necesidades de mi paciente eran completamente ignoradas, esperándose tam ­ bién de él que lo cuidara. En ese momento también lo culpó

por la muerte, ya que algunas personas atribuían el cáncer de mama de la madre al hecho de que su hermanito le hubiera mordido el pecho siendo un bebé. Después de reunir parte de la experiencia subyacente del sueño, representada de esa manera invertida, recordó que en realidad había heredado una cajita de su madre, pero no se la dio a su hermano. Conseguimos entonces una asocia­ ción con las £ 500. Tenía una factura por esa suma a causa de las reparaciones urgentes de su auto, que había quedado hecho pedazos en el accidente. También recordó que durante más de una semana había olvid ado pagar mis honorarios. De modo que el sueño tiene que ver con angustias y necesidades urgentes de reparación, y en contraste con la aparente generosidad de aquél, persistía la renuencia a pagar mis honorarios o la factura por la reparación del auto. Es así que todos los elementos del sueño están invertidos: el número de la suerte es el número malo; la benevolencia y la generosidad reemplazan a la furia y la mezquindad. La divertida rifa es de hecho una revivencia de la muerte de su madre y del miedo por sí mismo. Incluso la botella de whisky es una especie de inversión. En algún momento hice el comentario de que el hecho de que Bob quisiera conseguir una botella de whisky para su mujer, después de que la joven le entregara el premio, podía representar su anhelo de usar la bondad recibida del pecho en dar una buena sexualidad a su esposa. Sin embargo, el paciente me corrigió de inmedia­ to, dado que su asociación con el whisky barato era un borracho que cometió incesto con su hija y luego se suicidó -una muy mala sexualidad. Justo al ñnal de la sesión, se acordó súbitamente de que el laboratorio químico con mesas de su sueño le recordaba que, mientras su madre agonizaba por el cáncer, él solía pasar horas con un pequeño laboratorio de química que construyó por sí mismo, separado del resto de la familia y de sus propios sentimientos. Creo que en este sueño podemos ver cuán complejo es el lenguaje onírico. Podría decirse que en el sueño todo es

representado por su opuesto, por lo inverso, pero al mismo tiempo el modo de representarlo transforma una situación profundamente traumática en otra de realización de deseos. Las inversiones en el sueño podrían considerarse como un disfraz: un efecto del lenguaje onírico es disfrazar una experiencia angustiante, pero al mismo tiempo se oculta en él un deseo inconsciente de transformar la dolorosa reali­ dad, interna y externa, en una gloriosa rifa. Cada soñador tiene un estilo favorito en su lenguaje del sueño, y a menudo el estilo mismo revela su personalidad. “Le style c’est l’homme”, decía Buffon. Ello se aplica tanto a los sueños como al arte. El estilo mismo del sueño, como el de una personalidad, refleja la amplia combinación de rela­ ciones de objeto, angustias y defensas que moldean la personalidad. Todos los diversos métodos de representar una idea en el sueño constituyen el trabajo onírico. De éste, Freud excluye los símbolos. Considera a los mismos como universales y derivados del pasado lejano. Dice al respecto: Las cosas que hoy están simbólicamente conectadas estuvie­ ron probablemente unidas en tiempos prehistóricos por una identidad conceptual y lingüística. Podría decirse que son dadas, y no alcanzadas a través del trabajo psíquico implícito en otros métodos de representación indirecta. (Freud, 1900: 352)

Esta visión del simbolismo fue cuestionada implícitamen­ te por Melanie Klein y explícitamente por mí misma, y volveré a ella más adelante. El proceso de análisis de un sueño consiste en hacer el trabajo onírico al revés. Las asociaciones con el sueño vuelven a expandir lo que había sido condensado, rectifican el desplazamiento, descifran la representación indirecta. Pero en sí mismas estas asociaciones no son, como piensan algunos terapeutas, el contenido latente. Sólo son un sende­ ro que lleva a este contenido latente, porque la represión sigue actuando y manifestándose como resistencia.

De hecho, fue de la experiencia clínica de donde Freud dedujo el mecanismo de la represión (Heimann, 1950), un concepto teórico. El análisis de un sueño procede contra la resistencia. El curso de las asociaciones se interrumpe o adquiere un carácter defensivo, o bien el paciente se resiste a ver en ellas la significación que puede ser evidente para el analista. La interpretación de éste tiene que demostrar la resistencia y señalar el contenido latente. Cuando el propio trabajo del paciente da un traspié, la interpretación del analista proporciona el vínculo faltante. El trabajo psíquico de desciframiento del trabajo onírico es esencial en el análi­ sis de los sueños. Lo realizan en conjunto paciente y analista. Debe recordarse que Freud no dijo que los sueños son el camino real al inconsciente. Dijo, antes bien, que la com­ prensión de los sueños es el camino real al inconsciente, y esta comprensión debe alcanzarse a través del trabajo psí­ quico. Hay otro factor que oculta el pensamiento del sueño y que opera después del despertar: se trata de la distorsión en el recuerdo real del sueño mientras se está despierto, a la que Freud llama elaboración secundaria. A medida que recorda­ mos, distorsionamos el sueño. A veces, durante la sesión, esta distorsión más consciente puede ser corregida, con lo que surge una rememoración más genuina del sueño. Según Freud, esta elaboración secundaria es una continuación de la represión de los pensamientos latentes del sueño. Pero también explica cuán intolerables son para nuestra mente vigil la ilogicidad, el caos y el desorden. Cita a Havelock Ellis: Podemos incluso imaginar que, en efecto, la conciencia dur­ miente se dice a sí misma: “Aquí viene nuestro amo, la Conciencia Vigil, que atribuye una importancia tan extraor­ dinaria a la razón, la lógica, y así sucesivamente. ¡Rápido! Juntemos todo, pongámoslo en orden -cualquier orden servi­ rá- antes de que entre a tomar posesión”. (Freud, 1900: 501)

No estoy segura de si esta necesidad de racionalizar y dar sentido, de hacer una historia, no es lo mismo que la resistencia contra los pensamientos latentes inconscientes del sueño. También puede cuestionarse qué significa “recor­ dar” un sueño. Tras el análisis de la elaboración secundaria, puede recuperarse un sueño más próximo a lo recordado inmediatamente después de despertar. Pero es posible que en el transcurso de la sesión aparezcan nuevos elementos. Lo recordado puede modificarse en la medida en que el sueño revela nuevos aspectos y niveles más profundos. En mi opinión, el sueño recordado tiene sus raíces en un fantasma inconsciente, cuya profundidad y extensión totales nunca pueden recordarse. Freud consideraba tres clases de sueños. El primero es el sueño de realización de deseos no disfra­ zado, característico de los niños. Da a conocer el de una niña pequeña en el cual ésta devora frutillas y el de un chico privado de un plato de carne que sueña con un “asado que se hacía comer”. Sin embargo, desde que aprendimos a psicoanalizar niños estamos, creo, mucho menos convencidos de la inocencia de tales sueños. La segunda clase corresponde a los que implican un trabajo onírico y la realización disfrazada de deseos incons­ cientes, y es ésta la abordada por el grueso de la obra de Freud. La tercera clase son aquellos sueños que parecen ir en contra de la teoría de la realización de deseos: a saber, los sueños angustiosos y los punitivos. Sus comentarios anterio­ res a 1920 sobre estos sueños son, en primer lugar, en relación con los angustiosos, que el soñador hace un intento por realizar sus deseos en un lenguaje onírico, pero que este intento no es necesariamente exitoso. Cuando hace irrup­ ción un deseo no disfrazado y distónico con respecto al yo, éste responde mediante la angustia. En cuanto a los sueños punitivos, nos recuerda que los sueños son el resultado de diversos compromisos entre el censor y los deseos pulsionaIes, y en los punitivos es el primero quien lleva ventaja.

A diferencia de lo ocurrido con sus otras teorías, Freud nunca modificó mucho la de los sueños para ponerla de acuerdo con el vasto desarrollo de su teoría de la vida psíquica, en especial después de 1920. A partir de Más allá del principio de placer (1920), consideró que el conflicto psíquico básico era el existente entre las pulsiones de vida y de muerte. Esta fue su teoría pulsional definitiva. Luego desarrolló la teoría estructural del psiquismo, descripta en términos de yo, superyó y ello (Freud, 1923). Había revisado su teoría de la angustia y la represión (Freud, 1926), Habiendo partido de la idea de que la angustia se debía a la represión, había llegado a darse cuenta de que, al contrario, es la angustia la que provoca la represión. Este descubrimiento se vinculó con el de que es el yo, y no el superyó (el viejo “censor"), el responsable de la represión, así como de una diversidad de otros mecanismos de defensa. En las Nuevas conferencias introductorias (1933), en el capítulo de “La revisión de la teoría de los sueños”, efectiva­ mente actualizó en parte la teoría. Por ejemplo, pone al Buperyó en el lugar del censor y dice que los sueños tienen que reconciliar las pretensiones del ello y el superyó. Como esto se escribió después de El yo y el ello, podría implicar que el superyó contiene la pulsión de muerte. Pero Freud no introduce explícitamente el concepto de pulsión de vida y pulsión de muerte en la revisión de su teoría de los sueños. Entre los sueños angustiosos, presta una atención especial a la repetición en ellos de sucesos traumáticos conducentes a una neurosis traumática. Y, como en otros sueños angus­ tiosos en los cuales ha fracasado la función de realización de deseos, explica el sueño de angustia traumática recurrente como semejante a otros sueños de angustia: un ejemplo del fracaso del trabajo onírico en su tarea de realización de deseos. Sin embargo, por esa época, en otras publicaciones (por ejemplo en Más allá del principio de placer) habla de esos sueños como de uno de los fenómenos importantes qua

hicieron que desarrollara el concepto de pulsión de muerte. Pero en su revisión no parece ampliar la idea de que el trabajo onírico no consiste únicamente en reconciliar el deseo prohibido y el superyó o el yo, sino también encontrar un compromiso o una resolución para deseos inconscientes contradictorios y el conflicto básico entre las pulsiones de vida y de muerte. En el sueño del paciente B, hago hincapié en su realización de deseos al convertir la muerte traumática de su madre en un suceso feliz y glorioso. Sin embargo, no era eso todo lo que había en él. ¿Por qué tuvo ese sueño particular en ese momento? El contexto era que ciertos hechos habían remo­ vido en su transferencia determinados celos de una figura fraterna y provocado deseos de muerte hacia mí y hacia ese representante de su hermano. Su sueño es una solución al conflicto entre esos deseos de muerte y sus deseos reparado­ res en un fantasma deseoso de volver a la vida a su madre, ayudar a su hermano y darle un premio, etc., pero sin perder su sentimiento de gran superioridad con respecto a este último. Freud también desarrolló el concepto de elaboración, pero no lo aplicó explícitamente al trabajo del sueño como una de las formas de pendtrar en un conflicto. Habla del sueño como de una alucinación inofensiva, una “psicosis del sueño in­ ofensiva” (Freud, 1933:16). También lo describe como seme­ jante a la psicosis pero con la particularidad de producirse enteramente en el dormir. En cierto modo, esto me parece cuestionable dado que el tipo de trabajo psíquico que elabora un conflicto, afín, creo, a la elaboración que tiene lugar en el sueño, es precisamente lo que falta en la psicosis. Freud dice que los sueños de angustia se producen cuando fracasa el trabajo onírico. ¿Podemos decir hoy algo más acerca de este fracaso del yo en cumplir el trabajo del sueño? Uno siempre se siente sorprendido al ver cuán formidable es la tarea del yo en la creación de un sueño. Tiene que llevar a cabo adecuadamente la represión, pero no de manera excesiva. Tiene que ser capaz de realizar el trabajo psíquico

implícito en el trabajo del sueño, y yo sugiero que esto incluye la formación de símbolos. ¿Qué ocurre cuando el yo está demasiado dañado para desempeñar esas funciones? Creo que parte de los últimos trabajos acerca del desarrollo del yo y su patología arrojan más luz sobre estos problemas. En consecuencia, volveré a los sueños después de discutir los conceptos de fantasma inconsciente y simbolismo, y las diferencias entre el funcionamiento psicótico y no psicótico del yo.

FANTASMA

El descubrimiento de Freud de los pensamientos inconscien­ tes que subyacen en los síntomas histéricos puede conside­ rarse como equivalente al descubrimiento del fantasma inconsciente. Freud mostró de qué manera los conflictos, las pulsiones y las defensas son expresados y están contenidos en un fantasma inconsciente, como, por ejemplo, el de la fellatio en el globus hystericus de Dora. En un principio, consideró los fantasmas principalmente como defensas con­ tra el recuerdo: “Los fantasmas son fachadas físicas cons­ truidas a fin de impedir el paso de estos recuerdos” (Freud, 1950 [1897]: CartaaFliess). Habiendo abandonado su teoría de la seducción en favor del punto de vista de que las escenas de seducción aparentemente recordadas y recu peradas de la represión y a las que se creía reales; eran la mayoría de las veces un fantasma de realización de deseos de un niño, dio al fantasma un lugar fundamental: “Los síntomas histéricos no están asociados a recuerdos reales sino a fantasmas construidos sobre la base de recuerdos” (Freud, 1900: 491). En una carta a Fliess (21 de septiembre de 1897), Freud dice que su descubrimiento le hizo comprender que los fantasma son tan reales e importantes como cualquier realidad externa. Después de eso habló en ocasiones del fantasma como de la realidad psíquica (Freud, 1914c: 18; 1925a: 34).

A diferencia de lo ocurrido con su teoría de los sueños, nunca elaboró plenamente una teoría del fantasma incons­ ciente. Nunca dedicó un libro y ni siquiera un artículo completo a ese tema, a pesar de la importancia del concepto en su obra. En general, podría decirse que para Freud el fantasma está bastante próximo a la ensoñación. Es una idea de realización de deseos que entra enjuego cuando la realidad externa es frustrante. Básicamente, un fantasma consiste en un deseo inconsciente afectado por la capacidad de pensamiento lógico, de modo tal que da origen a una expre­ sión disfrazada y una realización imaginaria del deseo pulsional. Los fantasmas se mantienen subordinodas al principio del placer, pero son formados por el “proceso secundario”; esto es, por la lógica racional normal que es característica del sistema preconscienteyconsciente. De ahí que Freud vea al fantasma como un fenómeno más bien tardío, que aparece sólo cuando el principio de realidad y la capacidad de pensamiento lógico se han establecido firme­ mente. En el caso de los fantasmas conscientes, ensoñaciones, se sabe que no son ciertos. Cuando el fantasma de realización de deseos es inaceptable para la conciencia, se lo reprime, convirtiéndose en inconsciente. En su exposición más clara sobre ello, las “Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento mental”, dice lo siguiente: Con la introducción del principio de realidad se escindió un modo de actividad del pensamiento; se lo conservó libre de la prueba de la realidad y permaneció subordinado exclusiva­ mente al principio del placer. Esta actividad es el fantasear, que se inicia ya en el juego de los niños y, más tarde, proseguida como ensoñación, abandona la dependencia de objetos reales. (Freud, 1911:222)

Si los fantasmas se consideran inaceptables para la con­ ciencia, de manera que son reprimidos en el sistema incons-

dente, están sujetos al “proceso primario”, supremacía del principio de placer, insensibilidad al tiempo o a la causación temporal y todos los otros rasgos que Freud juzgaba carac­ terísticos del sistema inconsciente. Una vez que han queda­ do reprimidos en este último, se ignora ya que los fantasmas no son verdaderos, de modo que se vuelven indistinguibles de los recuerdos. En el sistema inconsciente, los fantasmas “proliferan en la oscuridad”, como lo expresa Freud. Este, sin embargo, parece inseguro acerca de la relación exacta entre pulsión y fantasma. Por un lado, los fantasmas estaban subordinadas al principio de placer, lo que implica que se derivan de la pulsión. Por el otro, Freud declara con frecuencia que en algún momento las pulsiones se asocian a el fantasma. “Todo deseo asume, luego de no mucho tiempo, la forma de la representación de su propia realización” (Freud, 1916-17: 372). Su incertidumbre acerca de la relación exacta entre pul­ sión y fantasma, y su opinión predominante de que son una especie de ensoñación reprimida, bien pueden estar en el origen de su vacilación con respecto a la función de los fantasmas en los sueños. En el capítulo 6 de La interpretación de los sueños escribe lo siguiente: No puedo evitar completamente una consideración de los fantasma a este respecto, dado que a menudo se abren paso en los sueños y aún con mayor frecuencia pueden advertirse claros vislumbres de ellos detrás del sueño. (Freud, 1900: 493)

Freud dice que los fantasma que se abren paso en el sueño en general son tratados por ello como cualquier otro frag­ mento del contenido latente, aunque el fantasma sigue siendo a menudo reconocible como una entidad en el sueño. Al describir esos fantasmas, supone que deben haber sufrido una represión para aparecer en el sueño. (En este punto parece querer decir que eran fantasmas conscientes más tarde reprimidos.)

Pero también habla de fantasmas primarios que nunca fueron conscientes (los que relaciona directamente con las pulsiones). Me sorprenden por ser, por así decirlo, más fluidos, más conectados, y al mismo tiempo más fugaces que otras partes del mismo sueño. Sé que éstos son fantasmas inconscientes que se abren paso en el tejido del sueño, pero nunca logré aislar uno de esta clase, (Freud, 1900: 493)

Se pregunta: ¿De dónde surge la necesidad de estos fantasmas y el material para ellos? No puede haber duda de que sus fuentes se encuentran en las pulsiones; pero aún queda por explicar por qué se crean en toda ocasión los mismos fantasmas con el mismo contenido. (Freud, 1916-17: 370)

Su respuesta es que repiten “lo que antaño, en los tiempos primigenios de la familia humana, fueron acontecimientos verdaderos” (Fréüd, 1916-17: 371). El hecho de que Freud vea a los fantasmas como altam en­ te organizados y referidos principalmente a objetos totales está en armonía con su noción del fantasma como un fenóme­ no relativamente tardío de la vida mental (“Se inicia con el juego de los niños”). Los fantasmas más primitivas no entran demasiado en su descripción. El funcionamiento más primitivo en un nivel psicosomático preverbal, e incluso previsual, no se incluye en su concepto de fantasma. De ahí que no conecte la realización de deseos alucinatoria precoz con ellos, sino únicamente con el recuerdo. Freud se refiere sobre todo al fantasma inconsciente en cuanto conectado con la patología, pero también es muy consciente de que sólo hay un “corto paso” entre el fantasma resultante en un síntoma y en la creatividad artística; y en

todos sus artículos sobre obras de arte también lo considera como una fuente de sublimación. Pero al verlo como una especie de ensoñación reprimida no puede explicar del toda el fantasma inconsciente como una fuente de creatividad artística, y se topa con dificultades en parte de sus teoriza­ ciones sobre el arte. Volveré más adelante a este tema. Es como si Freud hubiera abierto una puerta a un mundo fascinante, rico y misterioso, pero sin haber comprendido en plenitud todo el alcance de su descubrimiento y las conexio­ nes entre éste y sus otros descubrimientos fundamentales, como el trabajo y el lenguaje oníricos. Fue el psicoanálisis infantil el que reveló la ubicuidad y el poder dinámico del fantasma inconsciente, y Klein atribuyó a este concepto toda su importancia. Desde el inicio de su trabajo con niños se sintió sorprendida al ver hasta qué punto la vida del niño está dominada por el fantasma inconsciente. En uno de sus primeros artículos, “El papel de la escuela en el desarrollo libidinal”, de 1923, describe la manera en que todas las actividades del niño, no sólo en el juego sino también al trabajar, contienen una elaboración de fantas­ mas sexuales inconscientes. En esa época aún estaba consagrada principalmente a los fantasmas que conducían a síntomas neuróticos como las inhibiciones en el aprendizaje, por ejemplo su descripción de la niña que no podía aprender gramática porque el análisis gramatical representaba para ella comerse un conejo, lo que a su vez se conectaba con fantasmas caníbales inconscientes; o el caso del chico que no podía hacer divisiones porque representaban cortar a su madre en pedazos, etcétera. Pero, además, se tiene la impresión de un a rica vida de fantasma inconsciente que subyace a la relactón del niño con la escuela y con todas sus actividades: no sólo una formación patológica que interfiere en ellas. En su consultorio, observaba la expresión por parte del niño de sus fantasmas inconscientes y comprendía hasta qué punto éstos podían distorsionar su percepción y dominar

su vida. Cuanto más pequeño era el niño, más dominante era su vida de fantasma inconsciente. De la mayor parte de las afirmaciones de Freud se saca la impresión de que pensaba que los fantasmas inconscientes eran como islas en el m ar de la vida mental. Al leer la obra de Klein con los niños, se tiene la visión fugaz de un mun­ do de fantasma interno como un vasto continente bajo el mar, siendo las islas sus manifestaciones conscientes, exter­ nas y observables. Cuando se hizo evidente que los puntos de vista de Klein sobre el fantasma ampliaban el concepto de Freud y en cierta forma diferían de él, Susan Isaacs abordó este nuevo uso del concepto en su artículo “La naturaleza y la función del fantasma”, de 1948. Como había dicho Freud, los fantasmas, lo mismo que los sueños, son realizaciones de deseos, pero en tanto él consi­ deraba que se forman relativamente tarde en el desarrollo, en opinión de Klein y de Isaacs están en actividad desde el comienzo. En la mente omnipotente del lactante y el niñ o, los deseos se convierten en fantasmas de realización de deseos, y tales fantasmas son considerados por Klein e Isaacs como una expresión dilecta de pulsiones e impulsos. A diferencia de Freud, quien, en algunos de sus escritos, estima que en algún momento pulsiones y fantasmas están vinculados, Klein supone intrépidamente que desde el inicio de la vida las pulsiones dan origen al fantasma. No se trata de que en cierto momento “todo deseo asume, luego de no mucho tiempo, la forma de la representación de su propia realiza­ ción” (Freud, 1916-17:372), sino de que tal representación es inherente al proceso en todo momento. Freud oscilaba entre dos definiciones de la pulsión. En algunos artículos la llamó “el representante psíquico de los estímulos que se originan dentro del organismo y que llegan a la m ente” y “el concepto sobre la frontera entre lo somático y lo m ental... el representante psíquico de fuerzas orgánicas” (Strachey, en Freud 1915a: 112), En sus últimos artículos, sin embargo, habla más a menudo de la pulsión misma como

poseedora de un representante psíquico. Dice en “Lo incons­ ciente”: Una pulsión nunca puede convertirse en un objeto de la conciencia: sólo puede hacerlo la idea que la representa. Por otra parte, ni siquiera en el inconsciente puede la pulsión representarse de otra manera que mediante una idea [a laque también llama “representante psíquico"]. (Freud, 1915b: 177)

Una pulsión, según Freud, tiene una fuente, una meta y un objeto. La “idea”, que es el representante psíquico de la pulsión, incluye en la concepción de Klein el fantasm a de un objeto que permite la realización de la pulsión. La realización de deseos alucinatoria postulada por Freud sería vista por Klein e Isaacas como parte de un fantasm a primitivo. Freud se preguntaba: “Pero aún queda por expli­ car por qué se crean en toda ocasión los mismos fantasm as con el mismo contenido” (Freud, 1916-17: 370). Asumiendo la concepción de Klein e Isaacs, la razón por la cual esos fantasmas son comunes a todos los seres humanos no es que reproducen algunos sucesos reales del pasado prehistórico sino que comparten una dotación pulsional común y los modos de tratarla. Toda actividad del fantasm a corresponde al yo, y algunas de las diferencias en las concepciones de la misma dependen de diferentes concepciones del yo precoz. En opinión de Klein, desde el inicio de la vida hay un yo suficiente para experimentar angustia, para constituir al­ gunas relaciones de objeto en la realidad y el fantasm a y para utilizar defensas primitivas. A diferencia de Freud, no sostiene el punto de vista de que los fantasm as sólo pueden formarse cuando el lactante o el niño han desarrollado la capacidad del pensamiento lógico. La concepción de que el fantasma actúa desde el principio, en las etapas más primitivas del desarrollo, implica que debe comenzar con lo físico: el pecho alucinado no debe comenzar con una experiencia visual sino con una corporal. Las experiencias precoces, como el hambre o la satisfacción,

son vividas e interpretadas por el lactante en términos de fantasmas de relaciones de objeto. Susan Isaacs supone que detrás de todo fantasma de introyección hay uno anterior de incorporación concreta. La satisfacción es experimentada como conteniendo un objeto que permite la realización de la necesidad; el hambre como una persecución. Nuestro len­ guaje refleja esta situación. Decimos que “el hambre nos consume”, o que “el lobo está en la puerta”. Mi favorita es la expresión francesa: el hambre descripta como comer una vaca enfurecida (“manger de la vache enragée"). Estos fantasmas psicosomáticos primitivos evolucionan con el crecimiento y la prueba de la realidad, pero se mantienen en el núcleo de nuestra personalidad y pueden aun desempeñar un papel dinámico en el desarrollo ulterior. Las experiencias físicas son interpretadas como relaciones de objeto fantasmatizadas, lo que les da un significado emocional. Un bebé que sufre puede sentir que lo odian. Pero también, a la inversa, los fantasmas están tan próximos a lo somático que afectan el funcionamiento físico. Es bien sabi­ do que un bebé emocionalmente perturbado a menudo desa­ rrolla síntomas físicos, tanto digestivos como otros. Esto puede persistir en la adultez, como en el caso de mi paciente O (Capítulo 1), cuyós fantasm as inconscientes resultaron en una úlcera gástrica. Después de 1920, cuando Freud introdujo la dualidad de las pulsiones de vida y de muerte, no revisó sus concepciones sobre la realización alucinatoria precoz de deseos; tampoco las referidas al narcisismo primario. Fue Klein quien utilizó en máximo grado el concepto de la pulsión de muerte al describir el funcionamiento del yo precoz. Así, en su concepción las realizaciones fantaseadas precoces se relacionarían no sólo con la satisfacción alucina­ da o fantaseada de los deseos libidinales por intermedio de un objeto ideal sino también con todos los deseos que surgen de la pulsión de muerte. Lo que Freud describió como la desviación de la pulsión de m uerte por el organismo es visto por Klein como una proyec­

ción por parte del yo de la pulsión de muerte en un objeto, dando origen a fantasmas de un objeto destruido y destruc­ tor (Segal 1964). Puede verse aquí que desde el principio, en la concepción de Klein, los fantasmas tienen tanto un aspecto de realiza­ ción de deseos como uno defensivo, dado que la escisión y la proyección, que son mecanismos de defensa, se expresan también a través de fantasmas, lo mismo que las pulsiones. Los fantasmas, desde luego, están vinculados con las defensas. El hecho mismo de fantasm atizar es una defensa contra las realidades dolorosas. La primera concepción de Freud era que losfantasmas eran defensas contra el recuer­ do, pero pronto le resultó evidente que podían usarse como defensas contra cualquier realidad dolorosa. Sin embargo, aunque reconoce que tienen una función defensiva, no asocia con ellas los mecanismos de defensa. Susan Isaacs vincula firmemente el concepto de fantasma con el de defensas. Según esta autora, el concepto de defensas es una descrip­ ción abstracta y generalizada de lo que el individuo hace activamente en el contenido particular de sus fantasmas. Subyacente a las defensas que observamos y describimos de manera abstracta, existe un fantasm a detallado de su pues­ ta en práctica. Ilustraré esto con material de una niña pequeña, de dos años y medio, que sufría graves dificultades digestivas y del sueño. Presentaba de la siguiente manera lo que podría describirse como una escisión del objeto en una buena y una mala figura. Había faltado a la última sesión antes de las vacaciones porque había sufrido una diarrea. En la primera sesión después de la interrupción la preocupó y asustó mucho una sombra informe en la pared, a la que llamó “la señora de la pared”. Comenzó la sesión diciendo que no traía un cardigan porque, aunque afuera hacía frío, en el cuarto el clima era agradable y cálido. Al mismo tiempo sonrió cálidamente a la analista. Pero cuando se dio vuelta hacia la pared y vio la sombra comenzó a gritar: “¡La señora de la pared! ¡Es odiosa,

es mala! ¡No me gusta! ¡Muerde! ¡Tírala a la basura!” Se veía confrontada con dos objetos de la habitación: la analista de carne y hueso sentida como dadora de calor y protección, y la dama de la pared, llena de amenazas. La analista inter­ pretó que la “señora de la pared” era la mala analista que estuvo ausente durante la interrupción del análisis; la niña se calmó y comenzó a mirar la pared de una manera inqui­ sitiva. La analista le recordó que la leve decoloración de la pared se debía a que la niña misma la había manchado un poco antes de las vacaciones, y también le mencionó su diarrea, que la había privado de la sesión; la vinculó con su ira contra la analista y su deseo de mancharla con orina y taparla con las heces. Creía que en su pensamiento esto había transformado a la analista en una señora mala como la de la pared. La niña se calmó entonces aun más y comenzó a j ugar libremente. Echó un poco de agua en un vaso, la llamó “leche para el bebé” y elaboró un complicado juego en el cual el bebé al principio se negaba a tomar la leche, diciendo “está sucia”, y luego la sacudía y la bebía con gran satisfacción. Esta niña, que tenía grandes dificultades para alim entar­ se y dormir, así como trastornos digestivos, estaba, creo, expresando pulsiones positivas y negativas lo mismo que defensas como fe escisión y la proyección. En su ira por la interrupción del análisis, fantasmatizó que ponía partes malas de sí misma (el morder, la orina, las heces) en el pecho de la analista, loque lo transformaba en un objeto muymalo. Pero también amaba, necesitaba y deseaba tener en cuenta a la buena analista. De modo que escindió esta maldad de la imagen de la analista y la proyectó en la “señora de la pared" mordedora y sucia. Lo que en términos abstractos era escisión, idealización y proyección fue en la experiencia de la niña un vivido fantasma resultante en una cuasi aluci­ nación. El siguiente material, de un paciente adulto, muestra de manera semejante los fantasm as inconscientes que subyacen al mecanismo de defensa de la escisión. Aquí hay dos sueños relatados por una paciente durante

la hora que precedió a mis vacaciones.1En el primer sueño, la paciente estaba en una habitación oscura en la que había dos figuras humanas paradas una cerca de la otra, así como también otras personas menos definidas. Las dos figuras eran exactamente iguales, salvo que una de ellas tenía un aspecto opacoy oscuro, en tanto la otra estaba iluminada. La paciente estaba segura de que sólo ella podía ver a la figura iluminada, que era invisible para las otras personas del sueño. La paciente hizo un amplio uso de los mecanismos de escisión, negación e idealización. Durante la misma semana había tenido la oportunidad de verme en una habitación llena de gente, una situación inhabitual para ella, y su asociación con el sueño era que las dos figuras me represen­ taban a mí misma. Una era la persona a la que todos podían ver en la habitación atestada, pero la otra era “su analista”, su posesión especial. Sentía que mis vacaciones no iban a preocuparla, como tampoco le importaba ni se ponía celosa al verme con otras personas, dado que ella tenía esta relación especial conmigo, que era permanente y exclusiva­ mente suya. Es evidente que en el primer sueño se enfrenta a sus celos, avivados tanto por verme con otra gente como por la interrupción del análisis, por intermedio de la escisión y la idealización; tiene a la analista iluminada e idealizada, que nadie puede quitarle. En el segundo sueño la paciente soñó que había una niña pequeña sentada en el suelo, cortando papel con una tijera. Conservaba los pedazos cortados; e.l piso estaba cubierto con los fragmentos de papel descartados, que otros niños se afanaban por juntar. El segundo sueño es otra versión, más completa, del primero: muestra de qué manera sentía ella en realidad esta escisión e idealización. La escisión se expresa en los cortes. Ella es la niña pequeña que ha separado de su analista la * Paciente citada antes en Introducción a la obra de Melanie Klein (Segal, 1964).

figura recortada que, como la figura iluminada del primer sueño, es la parte buena de aquélla. Las personas que sólo pueden ver una figura-analista opaca están representadas en el segundo sueño por los niños que no tienen más que los pedazos descartados. La escisión vista en el primer sueño es experimentada claramente en el segundo como un ataque, un corte real de su analista en una parte ideal y otra sin valor; y lo que en el primer sueño se representa como idealización es experimentado en el segundo como el tomar y guardar para sí los fragmentos mejor recortados de su analista. El segundo sueño pone en evidencia que, para esta paciente, los procesos de escisión e idealización eran senti­ dos como una actividad muy agresiva, codiciosa y culpable. Los fantasmas pueden defender contra las realidades, pero también defienden contra otros fantasmas. Por ejem­ plo, los de un objeto y un yo idealizados son tanto un fantasma de realización de deseos como una defensa contra el terror subyacente. Una paciente mantuvo tenazmente conmigo durante mucho tiempo una relación muy idealizada y rígida. Pero ésta era muy frágil. Cualquier desilusión y, en especial, cualquier insinuacjpn de una posible herida narcisista, llevaría a que el fantasma se hiciera pedazos, con lo que ella experimentaría negrura y terror. Gradualmente entramos en contacto con sus más horrendos fantasmas de desintegra­ ción, desaparición y sometimiento a una persecución inter­ minable. Se hizo evidente que tenía que mantener esa idealización de mi persona a causa de su convicción de que ni ella ni yo podríamos nunca soportar la intensidad de su odio, terror y desesperación. De modo que los fantasmas son un terreno de encuentro de pulsiones y defensas, como en la descripción que hace Freud del sueño como una formación de compromiso entre pulsiones y defensas. Klein, sin embargo, ve al fantasma inconsciente no tanto como un compromiso sino como una expresión a la vez de unas y otras. “Los fantasmas inconscientes constituyen el vínculo ope­

rativo entre pulsiones y mecanismos” (Isaacs, 1948: 112). Sin embargo, hay otro vínculo importante que debe esta­ blecerse, el existente entre el fantasm a inconsciente y la estructura de la personalidad. Si se piensa en el mode­ lo estructural de Freud, el superyó es una estructura que resulta del fantasma de haber introyectado un objeto, y la naturaleza de ese objeto atrapado en el interior del fantasma está determinada no sólo por la realidad del objeto sino también por las proyecciones de las pulsiones del niño. Y tal proyección hecha en el fantasma resulta en la creación de un objeto interno fantasmatizado. Si los fantasmas existen desde el comienzo de la vida, los primeros fantasmas de proyección e introyección sentarían las bases de la estructura de la personalidad. Rosenfeld, en su artículo “Psicoanálisis del conflicto del superyó en un paciente esquizofrénico agudo” (1952) muestra cómo en una sesión el paciente demostró que tenía un fantasma de tres objetos internos dolorosos que podrían denominarse un Superyó precoz. Se trataba de un lupus, una vaca marrón y otra amarilla. Como resultó claro a partir de ésta y las sesiones precedentes, el lupus era un superyó punitivo dirigido al sadismo oral del paciente; la vaca amarilla era el superyó para sus ataqu es urinarios, envidiosos y celosos y la vaca marrón, según Rosenfeld, era un pecho destruido transformado en heces. (Creo que, de m anera semejante a la vaca amarilla urinaria, también era, probablemente, un pecho lleno con heces por proyección.) Los fantasmas subyacentes a un superyó mucho más evolucionado son ilustradas por el sueño de un paciente neurótico.2 Presentado por él muy tempranamente en el análisis, el sueño ilustra la relación entre fantasma incons­ ciente, realidad, mecanismos de defensa y estructura del yo. El paciente era un oficial de la m arina polaca. Tenía una personalidad muy rígida. A menudo sesntía que sus superio­ 2 Paciente citado antes en (Segal, 1964).

Introducción a la obra de Melanie Klein

res eran arrogantes, pero también tenía un muy estricto sentido interno del honor y el deber, a causa del cual se sentía oprimido. Tenía miedo de ser demasiado estricto con los marineros, con cuya rebeldía con frecuencia se sentía identificado. También le planteaban grandes tentaciones homosexuales y culpa, dado que, siendo sus subordinados, los consideraba como los objetos más prohibidos. Soñó con una pirámide. En la base de la misma había una multitud de rudos marineros, que llevaban un pesado libro de oro sobre sus cabezas. Sobre este libro estaba parado un oficial naval del mismo rango que él, y sobre sus hombros un almirante. Esle, dijo, parecía ejercer a su modo una presión tan grande desde arriba e inspirar tanto temor como la multitud de marineros que formaban la base de la pirámide y empujaban desde abajo. Desde luego, yo recelaba del sueño como libresco. Pero había colegido que el paciente sabía muy poco de psicoaná­ lisis. Más adelante averigüé que todo lo que sabía era que Freud y el psicoanálisis tenían algo que ver con el sexo. En sus asociaciones identificaba al almirante con su padre, quien en realidad era bastante rígido y opresor, y a los marineros con sus^propios sentimientos rebeldes y sexuales. También dijo que en el sueño el almirante era tan fuerte y atemorizante como los marineros. El paciente trataba -de mantenerse en el “justo medio” y se sentía aplastado entre ambos. Esto puso en evidencia que la severidad de su superyó se debía también a sus propias proyecciones. Podemos ver aquí la interrelación entre fantasma y realidad externa, modifi­ cando las proyecciones la realidad del padre. Su mecanismo de defensa de la represión es representado en el fantasma por la presión combinada del superyó-almirante y el yooficial tratando de reprimir las pulsiones, representadas por los marineros. Podemos ver también la operación de proyec­ ción e introyección en el hecho de que su padre es modificado por las proyecciones dado que su poder es el mismo que el de los marineros, y que es introyectado para formar el superyó.

El sueño era una representación pictórica tan clara de su estructura mental, correspondiendo tan exactamente al esquema de Freud del ello, el yo y el superyó, que por supuesto me sorprendió por ser más bien evidente y dema­ siado fácilmente accesible. Más adelante descubrimos que la estructura de su perso­ nalidad, tal como era representada en el sueño, y muy cerca de la conciencia, se mantenía rígidamente para protegerlo de angustias y objetos mucho más primitivos. Es posible que ésta fuera la razón por la que era tan fácilmente represen­ tada y presentada ante mí, Rosenfeld (1962) describe la manera en que un superyó idealizado, tiránico y rígido en exceso puede ser internalizado al comienzo del período de latencia como una defensa contra 1a paranoia y las an gustias depresivas subyacentes. El fantasma inconsciente y las estructuras que se desa­ rrollan a partir del mismo pueden considerarse como de­ terminantes de la estructura y el carácter básicos de la personalidad, como la matriz de nuestra estructura y vida mentales. La concepción de Klein de las primeras relaciones de objeto y los fantasmas primitivos afectaron sus puntos de vista sobre el narcisismo. El propio Freud titubeó en su concepción acerca de la precocidad de las relaciones de objeto. Si bien su línea principal de pensamiento hasta 1920 postula fases tempranas de autoerotismo y narcisismo pri­ mario, en otras partes describe el autoerotismo como un desvío del pecho de la madre hacia el propio cuerpo. En su artículo “Sobre el narcisismo” (1914b) también declara que tiene que admitir que nunca encontró ninguna prueba clínica de la existencia del narcisismo primario. Freud ve las pulsiones como “meramente soldadas a los objetos" (1905a, 1911). En la concepción de Klein las pulsio­ nes están a la búsqueda de objetos y los fantasmas concier­ nen a la relación entre el self y el objeto. Aun si en la superficie un fantasma es al parecer completamente narcisista, en análisis siempre se manifiesta como conteniendo

una relación de objeto inconsciente (Rosenfeld 1964a). Por ejemplo, el fantasma puede ser el de haber incorporado y haberse identificado uno mismo con un pecho ideal, o alguna versión ulterior de un objeto ideal, y esto está acompañado por un fantasma proyectivo del self del lactante angustiado, airado o envidioso que se encuentra en otros. Otro fantasma común es el de estar adentro y haber tomado posesión de tal objeto ideal. Esta es ilustrada por un paciente muy narcisista que oscilaba entre un estado de retraimiento soñador y un comportamiento maníaco.3Solía pasar horas ejercitándose para engrosar los músculos de su pecho y sus hombros. Sus sueños y asociaciones revelarían que para él esos músculos representaban pechos femeninos. Tenía fantasmas sexuales conscientes de introducirse en el trasero de las mujeres. Esos estados estaban acompañados invariablemente por sentimientos de persecución. Combatía constantemente con intrusos en el trabajo y en su casa. Sus sueños revelaron los fantasmas inconscientes subyacentes. A menudo soñaba con fortalezas que estaban sitiadas. En un sueño, una isla desierta en la que vivía era rodeada por caníbales en botes que estaban a punto de desembarcar. Estaba narcisisticamente dentro de «oí e identificado conmigo como madre (isla), y su self infantil deprimido, intrusivo y canibalista era proyectado al exterior. La conciencia que tenía de su propia destructividad era mínima, y enfrentaba la persecución principalmente mediante la negación. Un sueño típico: soñó con una mimo a la que cófiocía. La ve en el sueño representando la pantomima de una figura muy chillona. La joven estaba en una habitación con un curioso techo, redondo, cóncavo y también chillón. Asoció el techo tanto con un útero, a causa de su color y su carácter recargado, como con el pecho. De inmediato reconoció que la mimo era él mismo, dado que en la sesión anterior había hablado de cómo me imitaba. De modo que fantasmatizó que estaba dentro de un útero/pecho y a la vez era éste. La 3 Paciente citado antes en

Models of the Mind (Rothstein, 1985).

manera misma en que asociaba era en parte un acting-in. Estaba interpretando el sueño para sí mismo, me imitaba y, al mismo tiempo, cumplía con lo que pensaba que yo le diría, para estar “en buenos términos” conmigo. La personalidad crece, madura y se desarrolla. El creci­ miento y la evolución de un individuo se deben no sólo al crecimiento psicológico y la maduración del aparato percep­ tivo -memoria, etc.-, sino también a la experiencia acumu­ lada y al aprendizaje a partir de la realidad. Este último, a su vez, se conecta con la evolución y los cambios en la vida del fantasma. Los fantasmas evolucionan. Hay una lucha cons­ tante entre los fantasmas omnipotentes del lactante y la confrontación con las realidades, buenas o malas. La niña pequeña que en la sesión podía expresar sus fantasm as acerca de una “señora de la pared” que mordía, escupía y ensuciaba, durante la interrupción del análisis no tuvo fantasmas de tipo visual; tampoco sueños, por lo que sabemos. Sufría de dolores estomaca.les y miedos nocturnos que no podía describir. Cuando vino al consultorio el fantas­ ma se hizo visual, y fue tomada erróneamente por una percepción, una percepción equivocada cercana a una aluci­ nación. En el transcurso del desarrollo los fantasmas evolu­ cionan de relaciones de objeto parcial a relaciones de objeto total; del predominio de las pulsiones orales, urinarias y anales más primitivas a otras más genitales. Pero la evolución no se produce únicamente en el conteni­ do del fantasma. Hay una evolución simultánea desde una percepción primitiva concreta a una diferenciación entre fantasma y percepciones de la realidad. Esta evolución depende de manera crucial de una superación gradual de la omnipotencia más primitiva a través de la prueba de la realidad, que conduce a percepciones cada vez más realis­ tas del propio self en el mundo. Hay una lucha constante entre los fantasmas omnipotentes del lactante y la confron­ tación con las realidades, buenas o malas. En las primeras y más primitivas formas de sentir y pensar, que Klein designa como la posición paranoide esquizoide, el lactante

recurre de manera omnipotente a la identificación proyecti­ va para modificar la realidad. Sin embargo, desde el comien­ zo hay cierta prueba de la realidad, y la vida mental del individuo en crecimiento se verá crucialmente afectada por su capacidad para reconocer y tolerar la discrepancia entre su fantasma y su expectativa omnipotentes y la realidad con la que se enfrenta. Esta, a su vez, será afectada tanto por la naturaleza de la experiencia externa, que se vuelve suficien­ temente tolerable, como por la capacidad del lactante para tolerar discrepancias tales como las que confronta. Un bebé airado con un fantasma de un pecho perseguidor puede, para comenzar, apartarse del objeto nutricio que vuelve, perci­ biéndolo erróneamente como malo. Algunos lactantes no aceptarán nunca el objeto que vuelve, con lo que desarrolla­ rán dificultades alimenticias. Otros, después de un rechazo inicial, pueden reconocer la realidad del objeto bueno que vuelve y aceptar el alimento. La propia capacidad de la madre para tolerar pacientemente el rechazo inicial puede afectar el resultado. Esperando un pecho ideal, que lo devolvería al arrobamiento imaginario de la existencia in­ trauterina, el lactante tiene que tolerar el pecho que no llega a ponerse a la altura de semejante ideal. Pero, aun cuando la prueba de la realidad tiene que iniciarse desde el principio de la vida, el verdadero campo de batalla para el desarrollo de una relación madura con la realidad se encuentra en el pasaje de la posición paranoide esquizoide a la posición depresiva. Esta última fue descripta por Klein (1935,1940) como el estado mental que aparece en el lactante cuando comienza a relacionarse con la madre como un “objeto total”. Previamente a ello, el lactante se encuentra en la posición paranoide esquizoide (Klein, 1946, 1952). Esta se caracteriza por una relación de “objeto par­ cial” completamente egocéntrica, en la cual el lactante percibe el objeto sólo en términos de sus experiencias dividi­ das en objetos buenos y malos, atribuidos a un pecho bueno o malo respectivamente. Escisión, idealización, identifica­ ción proyectiva y fragmentación predominan. En la identifi­

cación proyectiva el lactante proyecta no sólo sus pulsiones sino también partes de sí mismo en el objeto, confundiendo así los mundos interno y externo. Con una retirada gradual de la identificación proyectiva, junto con un cambio en el contenido y la intensidad de la proyección, se establece una percepción más verdadera de la madre como una persona separada con su propia continuidad y características, bue­ nas y malas, y de uno mismo como poseedor de pulsiones contradictorias, de amor y de odio, hacia esa persona. Esto permite la diferenciación entre uno mismo y el objeto, la conciencia de culpa y el miedo a la pérdida. En el primer estado mental se podía odiar y desear la aniquilación del objeto malo, y amar, idealizar y conservar el bueno. Cuando se siente que la madre como un todo es destruida de manera omnipotente en el odio, también se destruye a la necesitada y amada. Aparecen nuevas pulsiones -el deseo de restaurar y recuperar el objeto perdido-: la reparación. La implicación de este cambio es enorme y aún sigue siendo estudiada (Spillius et al., 1989). Me he interesado especialmente en la implicación de ese cambio en la prueba de la realidad y el simbolismo. Hay una relación recíproca entre la primera y la posición depresiva: se necesita alguna prueba de la realidad para iniciar los cambios de la posición paranoide esquizoide a la depresiva. Por intermedio de la tolerancia de las discrepancias entre sus expectativas ideales y persecutorias y el encuentro con el objeto real, el lactante puede integrar gradualmente lo bueno y lo malo, y percibir un objeto total alternativa o simultáneamente como bueno y malo, amado y odiado. Esta clase de prueba de la realidad allana el camino al reconoci­ miento de su madre como una persona real con característi­ cas humanas antes que como un objeto parcial completa­ mente relacionado con él mismo. Una vez que comienza a producirse este cambio, el cambio de orientación provocado en la mente del niño lo impulsa a un reconocimiento siempre creciente de la realidad. Una parte importante de las pulsio­ nes reparadoras en relación con el objeto consiste en la

retirada de las identificaciones proyectivas y en permitir que el objeto tenga una existencia separada. Si esto se logra, la omnipotencia disminuye y la aceptación de la diferencia­ ción entre el selfy el objeto conduce a la diferenciación entre el fantasma, que es un producto del self, y la realidad, que es exterior. Los objetos que son internalizados en el fantasma y se convierten en estructuras internas tales como el superyó se hacen cada vez más realistas. La naturaleza del fantasma pasa de relaciones de objetos parciales ideales y persecuto­ rios a objetos totales como la pareja parental, los hermanos y la familia, y el conflicto interno elaborado en el fantasma está más dedicado a la reparación del daño causado a esas entidades. También es únicamente en la posición depresiva donde la represión reemplaza de manera gradual a las defensas más primitivas de la escisión, la idealización y la proyección. El lactante pasa a estar más separado y diferen­ ciado de su objeto y es capaz de sentir culpa en relación con sus pulsiones y fantasmas. En consecuencia las reprime. Es entonces a partir del momento en que funciona la represión cuando las pulsiones y fantasmas pueden dar origen a la sublimación. Para dar un ejemplo: la paciente A, una mujer esquizoide cuya muy perturbada madre se había suicidado cuando A era una adolescente, tuvo el siguiente sueño: soñó con dos balcones, uno bañado por la luz del sol; el otro negro en la penumbra. Su asociación se refirió a una fiesta en el castillo de un analista extranjero en un país extranjero, a la que sabía que su analista había concurrido; y el balcón negro lo asoció con un chiste que decía que el doctor S tenía la costumbre de arrojar a sus pacientes por el balcón hacia el fondo del acantilado. Esa paciente trataba de adherir a una rígida idealización de su analista, de defenderse contra una situación muy persecutoria. En su vida era rígida, relativa­ mente improductiva y bastante paranoide. Sentía a toda su familia como destruida, fragmentada y persecutoria. Mu­ chos años después de ese sueño, tuvo uno en el cual estaba armando un rompecabezas, que cuando estuvo terminado

representaba una casa con jardín y toda una familia sobre el césped. Era un trabajo muy duro pero estaba encantada. Sus asociaciones se referían a muchos aspectos. En primer lugar, al cambio de su visión de la familia, por haber vuelto a evocar ciertos recuerdos de la época en que aquélla era más feliz y su madre más accesible, a un rompecabezas que accidentalmente había tirado y a la actividad mental de arm ar las cosas en el rompecabezas. Dijo que “era como pensar, arm ar esas piezas”. En la época en que tuvo este sueño estaba escribiendo un libro, totalmente desconectado de su familia y sin nada que ver con ella, pero evidentemente sentía que su actividad mental restauraba en su espíritu algo que experimentaba como un hogar y una familia, El cambio no está sólo en el contenido de su vida fantasmatizada inconsciente; es también un cambio en relación con su vida mental, en cuanto ahora reconoce que sus fantasmas son una actividad mental. La actividad mental más elevada, como el pensar, es una interacción entre fantasma y realidad. No nos acercamos a la realidad con una mente en blanco. Lo hacemos con expectativas basadas en nuestros fantasm as preconscientes o inconscientes y experimentamos la. realidad, no sólo en la infancia sino a lo largo de la vida, como una puesta en práctica y una prueba constantes de nuestros fantasmas en relación con la misma. ¿Qué es la prueba de la realidad? Sólo puede ponerse a prueba una hipótesis. Los fantasmas in­ conscientes son como una serie de hipótesis que pueden ser puestas a prueba por la realidad (Segal, 1978). En “Negación", un artículo en el cual Freud atribuye al fantasma un papel más fundamental que en muchos otros, dice lo siguiente: En consecuencia, la primera meta inmediata de la prueba de la realidad no es encontrar en una percepción real un objeto que corresponda al presentado, sino reencontrar un objeto semejante para convencerse de que aún está allí. (Freud, 1925b: 237)

La riqueza, el alcance y la justeza de nuestra actividad mental están vinculados con nuestra relación con el fantas­ ma inconsciente. Si los fantasm as inconscientes están escin­ didos o son demasiado severamente reprimidos, nuestra vida consciente se empobrece y limita. Por otro lado, si nuestra prueba de la realidad es impedida y los fantasmas inconscientes afectan la percepción y dictan un comporta­ miento no corregido por esa prueba, nuestra vida mental puede parecer rica pero es delirante (Segal, 1978). Creo que la principal fuerza propulsora del pensamiento de Freud es que el fantasma no es una actividad primaria. Tiene las mismas raíces que los sueños y es comparable con ellos, con los síntomas, los actos fallidos, el pensamiento y el arte; no les sirve de fundamento. Para Klein, al contrario, el fantasma inconsciente es una actividad primaria central, una expresión original tanto de las pulsiones como de las defensas, e interactúa constantemente con la percepción, modificándola pero también siendo modificada por ésta. Con la maduración y la experiencia creciente, los fantasmas se hacen más complejas, con componentes sensoriales y moti­ vaciones más diferenciados y elaborados de diversas m ane­ ras, De ahí que para Klein los fantasm as inconscientes sean subyacentes a los ábeños, la percepción, el pensamiento y la creatividad. No son intrusos en un sueño; son “de la misma materia de que están hechos los sueños”. A diferencia de la concepción de Freud que afirma que el fantasma inconsciente ocasionalmente se inmiscuye en el soñar, la que yo presento sostiene que el soñar no es sino una de las expresiones delfantasma inconsciente. Freud señaló que los fantasmas tienen el mismo contenido inconsciente, el mismo mecanismo y la misma formación que los sueños. Podría decirse que emplean el mismo lenguaje. Cuando Freud descubrió el lenguaje y el trabajo del sueño, descubrió un mundo y un lenguaje oníricos que viven con nosotros ya estemos despiertos o dormidos: el mundo y el lenguaje del fantasma inconsciente.

SIMBOLISMO

Ni siquiera es posible enfocar el tópico del fantasma y los sueños sin el concepto de simbolismo inconsciente. El descu­ brimiento del simbolismo y el del fantasma fueron interdependientes e interrelacionados. Freud había descubierto que los síntomas histéricos tenían un significado, significa­ do que residía en el hecho de ser una expresión simbólica de fantasmas reprimidos subyacentes. EJs a través del simbolis­ mo como se expresa el fantasma, ya sea en síntomas, sueños o en 1as relaciones y actividades hum anas corrientes. Desde el comienzo, el trabajo psicoanalítico se interesó amplia­ mente por la comprensión del significado simbólico de la comunicación del paciente. Al principio de su trabajo, Freud utilizó el concepto de simbolismo en este sentido amplio. Lo hace así a lo largo de su obra sobre el siimbolismo inconscien­ te de los síntomas histéricos y obsesivos y, para empezar, en su trabajo sobre los sueños; habla de formación de símbolos (Freud, 1900:349-52). Mientras escribe La interpretación de los sueños, sin embargo, introduce el término de “represen­ tación indirecta” y comienza a diferenciar lo que llama “símbolos” de otras formas de representación indirecta. En el segundo volumen de aquella obra dice lo siguiente: Cuando me familiaricé con el uso abundante que se hace de los símbolos para representar materiales de los sueños, fue inevitable que surgiera la cuestión de si muchos de estos

símbolos no aparecen con un significado fijo de manera permanente. Como los “gramalogos” en taquigrafía... sentí la tentación de redactar un nuevo libro de los sueños según el principio del dictado.

Y más adelante: Debemos limitarnos aquí a remarcar que la representación mediante un símbolo se incluye entre los métodos indirectos de representación, pero que todo tipo de señales nos advierten que no la englobemos con otras formas de representación indirecta si no somos capaces de establecer algún cuadro conceptual claro de sus características distintivas. (Freud, 1900: 351)

Finalmente, llega a hacer hincapié en las siguientes características: los símbolos son casi completamente univer­ sales; pueden variar en algunos aspectos en diferentes culturas; son dados y no formados; y tienen su origen en un pasado arcaico. En el sueño, designa a los símbolos como “elementos mudos”, en el sentido de que los pacientes no tienen asociaciones referidas a ellos y la interpretación debe ser hecha únicamente por el analista. Jones, en su artículo de 1916 “La teoría del simbolismo”, basado en la obra de Freud, comienza por diferenciar entre simbolismo conscien­ te (al que de manera desafortunada designa como una metáfora) y simbolismo inconsciente: 1. Un símbolo representa lo que ha sido reprimido en la conciencia, y todo el proceso de simbolización se realiza inconscientemente (Jones, 1916: 97). 2. Todos los símbolos representan ideas del “self y de relaciones consanguíneas inmediatas y de los fenómenos del nacimiento, la vida y la m uerte” (Jones, 1916: 102). 3. “Un símbolo tiene un significado constante”. Pueden utilizarse muchos símbolos para representar la misma idea reprimida, pero un símbolo dado tiene un significado cons­ tante que es universal (Jones, 1916: 97).

4. El simbolismo aparece como el resultado de conflictos intrapsíquicos entre las “tendencias represivas y lo reprimi­ do”. Más: “Sólo lo que está reprimido se simboliza; sólo lo que está reprimido necesita ser simbolizado” (Jones, 1916: 115-16). Distingue además entre sublimación y simbolización. “Los símbolos”, dice, “surgen cuando el afecto que inviste la idea simbolizada no ha probado ser capaz, en cuanto toca al símbolo, de esa modificación de la calidad que es denotada por el término sublimación” (Jones, 1916: 139). Resumiendo los argumentos de Jones, podría decirse que cuando un deseo debe abandonarse a causa de un conflicto, y ser reprimido, puede expresarse de un modo simbólico, y el objeto del deseo al que se tuvo que renunciar puede ser reemplazado por un símbolo. Creo que esto restringe aun más la concepción de los símbolos, en cuanto Jones considera que los mismos no forman parte de la sublimación. También es más taxativo en la afirmación de que el símbolo tiene sólo un significado, en tanto Freud admite más flexibilidad (Freud, 1900: 353): “Con frecuencia tienen más de uno e incluso varios significa­ dos y, lo mismo que con la escritura china, sólo se puede llegar a una correcta interpretación en cada oportunidad a partir del contexto”. Algunas de las afirmaciones de Jones son muy fundamen­ tales y se mantienen incontrovertidas hasta el día de hoy; a saber, que en lo profundo el simbolismo representa las “relaciones consanguíneas inmediatas y [...] los fenómenos del nacimiento, la vida y la muerte”. Su concepción de que el simbolismo aparece como el resultado de conflictos intrapsí­ quicos, que representa lo que ha sido reprimido y que todo el proceso de simbolización es realizado de manera inconscien­ te también se acepta universalmente. Sin embargo, en otros aspectos los trabajos ulteriores han puesto en duda algunas de sus afirmaciones. Por ejemplo, ¿tiene realmente un sím­ bolo un significado fijo? Puede verse, por ejemplo, cuántos

significados es posible apiñar en un solo símbolo. Además, ¿hay símbolos que son dados y no necesitan trabajo psíqu ico, y por lo tanto no forman parte tampoco del trabajo del sueño? ¿Son esos símbolos verdaderamente más mudos que otras formas de representación indirecta? Más importante aún: ¿es cierto que los símbolos sólo aparecen en sueños o sínto­ mas, y no forman parte de las actividades sublimadas? A decir verdad, tanto Freud como Jonesemplearon libremente el concepto de simbolismo inconsciente al explicar las obras de arte. Sin embargo, no hay duda de que debe haber alguna diferencia fundamental entre el simbolismo que da origen a síntomas y el que se expresa en una obra de arte. Freud había señalado que el fantasm a inconsciente subyace a ambos, pero, ¿no se expresa también en ambos de una manera simbólica? Creo que en la obra de Melanie Klein con niños se presentó un nuevo enfoque del simbolismo. Ella usa el concepto tal como originalmente lo empleó Freud. Considera el juego del niño en el consultorio como una expresión simbólica de conflictos, deseos y fantasmas inconscientes subyacentes. Su artículo de 1923, “El papel de la escuela en el desarrollo libidinal”, muestra cómo vio la expresión simbólica de un fantasma inconsciente no sólo en la sala de juegos, no sólo en los síntomas, sino también en las actividades cotidianas del niño. Por ejemplo, señala que para muchos niños el edificio escolar simboliza el cuerpo de la madrey el maestro un padre o un pene dentro de aquél. En el consultorio, el niño expresa su vida fantasmatizada inconsciente en el juego que la simboliza, y permite el acceso a la comprensión del fantasma por parte del analista a través de su significado simbólico. Melanie Klein desarrolló gradualmente un interés parti­ cular en las inhibiciones intelectuales de los niños, y atribu­ yó gran importancia al papel del simbolismo en el desarrollo intelectual. En su artículo “Una contribución a la teoría de las inhibiciones intelectuales” (1931), hace equivaler las inhibiciones intelectuales a una inhibición de la función simbólica, si bien no lo explica de manera específica. En el

artículo de 1923 todavía hace hincapié en las tendencias libídina]es y los miedos a la castración, siguiendo estricta­ mente las ideas de Freud. Sin embargo, a medida que su trabajo fue evolucionando, prestó creciente atención a la agresión y a la angustia y la culpa resultantes. Consideró a la angustia y la culpa como dos de los promotores primordia­ les de la formación de símbolos. La pulsión epistemofílica del niño con componentes libidinales y agresivos da origen a deseos y fantasmas de exploración del cuerpo de la madre. La angustia y la culpa debidas a los componentes agresivos conducen a un desplazamiento hacia o tros objetos del impul­ so epistemofílico, dotando así al mundo de significado sim­ bólico. Pero si la angustia es excesiva todo el proceso queda inhibido. En uno de sus artículos con mayores consecuencias ulte­ riores, “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo” (1930), aborda específicamente una inhi­ bición de la formación de símbolos y su efecto catastrófico sobre todo el desarrollo del yo. Menciona a un chico autista de cuatro años, Dick, que no hablaba ni jugaba; no demostra­ ba ni afecto ni angustia y no se interesaba por lo que lo rodeaba, al margen de picaportes, estaciones y trenes, que parecían fascinarlo. Su análisis reveló que el niño se sentía aterrado por su agresión al cuerpo de su madre y por el propio cuerpo de ésta, que sentía se había vuelto malo a causa de sus ataques contra él; debido a la fuerza de sus angustias había erigido poderosas defensas contra los fantasmmas referidos a su madre. Resultó de ello una parálisis de su vida fantasmatizada y de la formación de símbolos. No había dotado al mundo que lo rodeaba con ningún significa­ do simbólico, y por lo tanto no lo tomaba en consideración. Melanie Klein llegó a la conclusión de que si no se produce la simbolización, todo el desarrollo de l yo queda interrum pi­ do. En este artículo concluye que ungí angustia excesiva en relación con el cuerpo de la madre y el asalto de la culpa provocan una parálisis de la formación de símbolos. Al releer ese artículo, me sorprendió el hecho de que lo que

describe en la relación de Dick con su objeto no es sólo agresión sino también una masiva identiñcación proyectiva. Alude aquí a un proceso que conceptualizó mucho más tarde. En su fantasma, Dick ataca el cuerpo de su madre proyec­ tando en ella lo que siente como su mala orina, sus malas heces y su mal pene, representando también partes de sí mismo. Como consecuencia, ve el cuerpo de su madre como si estuviera lleno de fragmentos malos y peligrosos de sí mismo, y se siente vacío. El análisis de Dick debe haber sido una de las fuentes importantes de la ulterior formulación por parte de Melanie Klein del proceso de identificación proyectiva. En el análisis de mi primer paciente psicótico, Edward (Segal, 1950), me sorprendió desde el principia la naturaleza de su pensamiento concreto: por ejemplo, que para él las palabras pudieran ser lo mismo que objetos. Tuve grandes dificultades al hacerle interpretaciones, porque mis pala­ bras eran experimentadas como cosas y acciones. Un ejem­ plo: cuando le interpretaba un miedo a ser castrado, él solía experimentarlo como si yo lo castrara realmente; si estaba enojado conmigo en una sesión, alucinaría mi rostro como negro por la ira al día siguiente y gritaría pidiendo socorro y que lo protegieran de esta “india negra”. Tuve al mismo tiempo una paciente mencionada en mi artículo “Una contri­ bución psicoanalítica a la estética” (Segal, 1952), que era escritora y que frecuentemente se inhibía al escribir cuando comenzaba a sentir que las palabras eran pedazos dispersos de cosas. Una paciente borderline que tuve posteriormente no podía leer porque pensaba que las palabras saltaban fuera de la página y le mordían realmente los ojos. En 1957, en mi artículo “Notas sobre la formación de símbolos”, traté de abordar teóricamente los problemas del funcionamiento simbólico con los que luchaba en mi trabajo clínico. Como ayuda para mi comprensión utilicé el marco teórico de Klein de las posiciones paranoide esquizoide y depresiva. Al principio de ese artículo mencioné a dos pacientes, un psicótico tratado en hospital, que a partir de su

enfermedad había dejado de tocar el violín y que, cuando se le preguntaba por qué, respondía con violencia: “¿Espera que me masturbe en público?”; en tanto un paciente analítico que atendía al mismo tiempo tenía sueños en los que tocaba el violín, que también representaban la masturbación y fantasmas asociados que no interferíam en modo alguno en b u sublimación al tocar ese instrumento. Llegué gradualmente a la conclusión de que podía diferen­ ciarse entre dos clases de formación de símbolos y función simbólica. En una, que llamé ecuación simbólica, y que Bubyace al pensamiento concreto esquizofrénico, el símbolo equivale de tal forma al objeto simbolizado que ambos son experimentados como idénticos. Un violín es un pene; tocar el violín es masturbarse y por lo tanto no debe hacerse en público. En el segundo caso, el del verdadero simbolismo o representación simbólica, el símbolo representa el objeto pero no equivale enteramente a él. Para el paciente que soñaba con el violín, éste representaba el pene pero también se diferenciaba de él, de modo que podía encarnar fantasmas de masturbación inconscientes y no obstante estar suficien­ temente diferenciado para ser usado igualmente como un violín, hacer música que podía representar el coito pero no ser equivalente al coito. El pasaje de la ecuación simbólica a la representación simbólica es bellamente descripto por Claudine Geissman (1990). Esta describe la evolución que hizo una niña en el uso de piedritas o bolitas en el transcurso de un análisis de seis años de duración. Esta pequeña niña psicótica comenzó su análisis en el ámbito de un hospital de día cuando cenia ocho años. Sólo podía pronunciar unas pocas palabras y al parecer apenas entendía el discurso de los otros. No podía jugar, y su principal actividad era desgarrar, romper, cortar objetos y patear y golpear a otros niños o adultos. Cualquier objeto que le interesara se lo llevaba de inmediato a la boca o lo tiraba. A menudo se ponía en la boca piedritas redondas, pulidas y marrones y, si podía apoderarse de ellas, bolitas pardas. También las usaba como proyectiles para golpear objetos, humanos o inanimados. Si

perdía o se le traspapelaba una, solía entrar en estados de violencia incontrolable contra los otros y contra sí misma, en los que se arrancaba el pelo y se rascaba la frente. Comenzó su tratamiento analítico ansiosamente, y en su análisis se puso en evidencia que lo que le interesó e hizo que siguiera a la analista al consultorio fue el hecho de que el vestido que ésta llevaba tenía algunos círculos que formaban parte de un diseño geométrico en la tela. Geissman rastrea la suerte de las piedras y las bolitas en el análisis de la niña. Para comenzar, la niña las usaba de la manera antes descripta, chupándolas o escupiéndolas. En el transcurso de los primeros meses descubrió que la cadena del lavatorio estaba formada por una sucesión de pequeñas bolas metáli­ cas. Comenzó a jugar con ella. El juego principal consistía en tratar de meterse la cadena lo más hondo posible en la garganta y luego sacarla. A veces solía acariciar las bolas con los dedos. La doctora Geissman pensó que se trataba de un paso importante en la transferencia, por el hecho de que se relacionaba con algo provisto por.el ambiente. La analista consideró que las diversas actividades de la niña en el baño, así como el juego con la cadena, significaban que, en concre­ to, trataba al baí^o y a la cadena como si fueran el cuerpo de la madre. Intentaba tragar las bolas de la cadena como un equivalente concreto de partes del cuerpo de la analista/ madre. El primer intento que hizo de efectuar una representación simbólica también estuvo relacionado con las bolitas. Le pidió a la analista que le dibujara una gruesa bolita gris. Esta fue su primera oración complicada, en el sentido de que pudo reunir dos cualidades, gruesa y gris. Tachó el dibujo con gran satisfacción, pero esto fue seguido por una violenta descarga motriz, en la que todo su cuerpo se agitó. En las siguientes sesiones siguió pidiéndole a la analista que le dibujara bolitas, pero ella misma las coloreaba y las comparaba con las que solía sacar de su boca. Gradualmente comenzó a dibujarlas ella misma. Tam­ bién le pidió a la analista que dibujara diversos objetos y los

nombrara. Durante esta época su vocabulario se incrementó considerablemente. Este pareció ser un primer paso hacia una mayor aptitud para representar cosas simbólicamente. Sin embargo, sus símbolos rápidamente se hacían concretos, ya que entonces solía mojar los dibujos y llenarse con ellos la boca. Este proceso se vinculó con una serie de quejas hipocon­ dríacas: miedo a vomitar, a expulsar gases venenosos, et­ cétera. Pero los fantasmas que expresaba en las piedras y las bolitas, y en los dibujos de las mismas, se volvieron gradual­ mente más claras, mostrando, por ejemplo, una división evidente entre bolitas azules (la analista tiene los ojos azules), que representaban su amor y un pecho ideal, y las rojas y las negras, en las que proyectaba violencia, odio o desesperación. Aún sentía los dibujos tan concretamente como parte de sí misma y como si contuvieran sus sentimien­ tos y pensamientos que le resultaba imposible dejar la habitación sin llevárselos, lo que la analista permitió dado que parecía que si se iba sin ellos evidenciaba sentirse completamente vacía de todo pensamiento, sentimiento o capacidad de movimiento. Progresivamente fue capaz de transferir su interés a otros objetos similares, por ejemplo el collar de perlas que usaba la analista, y por último a pequeños globos de goma que inflaba y luego desgarraba. Al final de una sesión juntó los restos de estos globos y le pidió a la analista que dibujara un globo entero con los restos adentro. La analista pensó que ésta era la primera vez que trataba de juntar un objeto entero o intacto con el que estaba roto o era malo. Al hacer que el bueno contuviera los restos del otro estaba dando un paso hacia la integración y la reparación. Durante los meses siguientes, la paciente llevó huesitos y los agregó a sus piedritas y bolitas. Comenzó a jugar con la analista, utilizando apropiadamente esos objetos como ju­ guetes. Este desarrollo en su modo de usar las bolitas tuvo un paralelo en el resto de su desarrollo. Ahora, luego de seis

años de análisis, la niña puede hablar, leer, escribir, relacio­ narse con otros niños y jugar. Estos métodos muy concretos de simbolización aparecen no sólo en el esquizofrénico. A menudo subyacen a inhibicio­ nes, como en el caso de mi paciente escritora. Los ejemplos antropológicos son a veces muy explícitos. Jam es Mooney, en “The ghost-dance religión and the Sioux outbreak o f1890” [“La religión de la danza del fantasma y el levantamiento sioux de 1890”] (Annual Reportafthe Bureaii of American Ethnology, XIV (2), Washington, 1896; 721, 724), informa lo siguiente: Un profeta indio, Smohalla, jefe de la tribu Wanapum, se ne­ gó a labrar el terreno. Afirmó que era un pecado mutilar y hacer pedazos la tierra, madre de todo. Dijo: “¡Me piden que are la tierra! ¿Voy a tomar un cuchillo y desgarrar el seno de mi madre? Entonces, cuando yo muera, no me llevará a su seno para que descanse. ¿Me piden que cave para buscar piedras? ¿Cavaré bajo su piel en busca de sus huesos? Enton­ ces, cuando yo muera, no podré entrar asu cuerpo para volver a nacer. ¡Me piden que corte el pasto y haga heno y lo venda, y sea rico como los hombres blancos! Pero, ¿cómo atreverme a cortar la cabellera de mi madre?”

El jefe indio expresa aquí poéticamente lo que era el dilema inconsciente en mi paciente escritora, así como el dilema de muchos pueblos pastores obligados a practicar la agricultura. Es notorio que la simbolización concreta está en el origen del duelo patológico. Si la persona muerta es sentida como un cadáver concreto o como heces dentro de uno mismo, entonces es imposible el duelo normal. Sólo si el muerto puede ser sentido como simbólicamente introyectado y el objeto interno es simbólico de la persona perdida, puede alcanzarse la reparación interna, necesaria para superar el duelo. Una persona realmente m uerta no puede ser devuelta a la vida; tampoco las heces pueden volver a transformarse en leche. La reparación interna simbólica sólo puede reali­

zarse sí la persona muerta es representada simbólicamente en la mente. La paciente A, a quien mencioné en el capítulo anterior y que soñó que armaba un rompecabezas, dijo en sus asociaciones que eso era una actividad mental. Anterior­ mente había sufrido, entre otras dificultades, de problemas hipocondríacos y psicosomáticos relacionados con el fantas­ ma concreto de una madre m uerta fragmentada y de una familia que atacaba su cuerpo. Sólo cuando se modificó la naturaleza de su simbolismo, tal como se expresó en su sueño del rompecabezas, pudo realizarse el trabajo interno reparador, que condujo a la restauración de una familia interna y a la posibilidad de aceptar la muerte de su madre y el duelo. En su caso, el duelo tenía que implicar el reconocimiento de la enfermedad real y de lo malo de su madre que se asociaba a aquélla, madre tan diferente de la que deseaba tener, y sólo muy rara vez experimentada. (Con frecuencia, tal reconocimiento es aun más doloroso que una pérdida real.) He llegado a la conclusión de que los dos modos de limbolismo corresponden, respectivamente, a la posición paranoide esquizoide y a la depresiva. Klein asocia simbolis­ mo con proyección e identificación. Dice que está de acuerdo Con Ferenczi en que el simbolismo comienza con la proyec­ ción de partes del propio cuerpo del lactante en el objeto. No obstante, su trabajo sobre el simbolismo se centra funda­ mentalmente en la introyección y la reproyección. El niño introyectay simboliza el cuerpo de la madre, y es esta madre Interna la que luego es desplazada hacia el mundo externo. En esa época, Klein no había elaborado todavía la interac­ ción real de proyección e introyección. Creo que en su obra ulterior el concepto de identificación proyectiva arroja una nueva luz sobre todo el problema del simbolismo. En mi trabajo, me sorprendió el hecho de que el simbolismo concre­ ta prevaleciera cuando aumentaba la identificación proyec­ tiva. Esto también parece lógico. El simbolismo es una relación tripartita: el símbolo, el objeto que simboliza y la persona para la que el símbolo es el símbolo del objeto. En

ausencia de una persona no puede haber símbolo. Esa relación tripartita no se sostiene cuando aumenta la identi^ ficación proyectiva. La parte relevante del yo se identifica con el objeto: no hay suficiente diferenciación entre el yo y el¡ objeto mismo, se pierden los límites, parte del yo se confunde con el objeto, y el símbolo, que es una creación del yo, se confunde con lo que es simbolizado. Sólo es con el adveni* miento de la posición depresiva, la experiencia de estar separado, la separación y la pérdida, cuando la representa­ ción simbólica entra enjuego. Me gustaría ilustrarlo con dos extractos de material de un paciente, con un intervalo de aproximadamente dos años. ■ Un joven neurótico, el paciente C, es capaz de funcionar gran parte del tiempo en un nivel depresivo. Puede comuni­ carse de una manera simbólica y tiene muchas sublimación nes. Estos logros, sin embargo, son inseguros y en momentos de estrés tiende a usar una masiva identificación proyectiva,' acompañada por una regresión a niveles concretos de funcio­ namiento. En ocasiones, por ejemplo, tiene estados mentales casi alucinatorios. Una vez vino a una sesión muy perturbado porque al despertar había tenido una experiencia alucínateria. Esta difería 5e la alucinación sólo por el hecho de que el paciente se aferró desesperadamente a la creencia de qu© debía ser un producto de su propia mente. Cuando despertó,, sintió que su cabeza era sólida y vio que una motocicleta circulaba en su interior. El conductor tenía puesta una especie de máscara, que hacía que su cabeza se pareciera a la de un gorila. El paciente se sintió aterrorizado y pensó que su cabeza iba a explotar. Luego miró su propio dedo índice y se espantó porque también éste parecía un gorila. Sólo salió de un estado de angustia aguda cuando se obligó a recordar la sesión anterior, en la que lo había perturbado el muy molesto ruido de unas motocicletas, en el exterior, bajo las ventanas del consultorio. Pensó que las motocicletas esta­ ban relacionadas con mi hijo. Asoció al gorila con un chico psicótico que en un artículo era descripto diciendo que tenía

el aspecto de un gorila. El dedo fue asociado a la m asturba­ ción anal, de la que había hablado unos pocos días antes. Su masturbación anal se asociaba siempre con una violenta identificación proyectiva con el ano de la analista/madre, tal como lo describe Meltzer (1966). Entendimos que las moto­ cicletas debajo de la ventana representaban su propio self intrusivo, identificado con su dedo y su pene, proyectados en un objeto externo, con el cual se identificaba la motocicleta de mi hijo y que hacía intrusión en él. Unos dos años más tarde, el mismo paciente mostró con claridad en un sueño cómo sentía que se había producido su proceso de concretiEación. Un día me dijo que, al pasar frente a la puerta del Consultorio para ir a la sala de espera, se angustió mucho porque se le ocurrió la idea de que no había vigilancia en la Íiuerta y nada que le impidiera entrar al consultorio e nterferir en la sesión con mi otro paciente. Luego agregó: “Llego a pensar, no hay nada que me impida hacer lo que quiera en el diván. Por ejemplo, si quisiera podría acostarme boca abajo”. Luego rió tontamente y se avergonzó al darse cuenta de que ésa era la posición en que estaba la noche anterior durante unos juegos eróticos con su novia en la cama. De modo que, al parecer, la situación era la siguiente: no hay vigilancia en la puerta, ningún marido. Podría haber tenido relaciones sexuales conmigo en el papel de su novia e invertido nuestras posiciones; es decir, él dominándome: aparentemente, una evidente situación edípíca. Prosiguió Contándome un sueño. Dijo: “Tuve un sueño en el cual le ixplicaba a M[la novia] mis alucinaciones. Le estaba dicien­ do: «Mira, sueño con un auto y allí está». Y el auto aparecía”. Se sentó en el asiento delantero. Pero no había división entre adelante y atrás, ningún larguero en que apoyarse. Comenzó a caer hacia atrás, sintiendo un pánico total. Y despertó con Una grave angustia. Mi forma de entender sus asociaciones previas al relato del sueño, y éste mismo, es la siguiente. El larguero es un límbolo fálico. Pero, también, yo soy de origen polaco y él

sabía que el nombre de mi marido es Paul.* En ausencia del larguero, el padre, o el pene en la vagina, no hay nada que lo detenga, no sólo de tener relaciones sexuales con su madre en un nivel genital, no hay tampoco nada que le impida tener una irrestricta identificación proyectiva con ella, que resul­ ta en una pérdida de límites, la confusión y el pánico. En este sueño el pene del padre está ausente, pero en otros sueños o alucinaciones el pene persecutorio regresaría, como en las alucinaciones del motociclista. Lo que parece explicarle a su novia en el sueño es que cuando se proyecta en su madre, lo que solían ser sus pensamientos, “lo que soñaba”, es experimentado por él como una realidad del mundo externo. Pero en ese momento todo el proceso, en vez de una alucinación, da origen a un sueño. Éste se sometía al trabajo onírico que lo convertía en una comunicación interna y externa significativa. En cierto modo, el trabajo onírico fracasó, dado que el paciente desper­ tó en un estado de pánico. No obstante, desde la época de ese sueño sus alucinaciones desaparecieron completamente. No pretendo decir, desde luego, que ese sueño lo curó como una varita mágica, sino que representó la integración y la asimi­ lación de los insights logrados en nuestro trabajo analítico. La meta de la identificación proyectiva primitiva es negar una realidad psíquica interna liberándose de una parte de uno mismo y al mismo tiempo poseyendo y controlando el objeto. Con la formación y la utilización de símbolos en la posición depresiva se produce un cambio gradual. Las iden­ tificaciones proyectivas se retiran progresivamente y la separación del sujeto con respecto al objeto se mantiene con más firmeza. Con ello se logra una mayor conciencia de la propia realidad psíquica y de la diferencia entre lo interno y lo externo. En tal situación la función del simbolismo ad­ quiere gradualmente otro significado. Los símbolos son necesarios para superar la pérdida del objeto que ha sido * “Pole", palo, larguero, poste, significa también polaco, y es homófono de Paul (N. del T,).

experimentada y aceptada y para protegerlo de la propia agresividad. Un símbolo es como un precipitado del duelo por el objeto. La relación entre la capacidad de simbolizar y la de efectuar un duelo es mostrada claramente por el mismo paciente, pasados otros dos años desde que cesaran sus alucinaciones. Tras considerables cambios y mejorías, el paciente iba a casarse. Antes de la boda, a causa de la cual faltó a algunas sesiones de su análisis, exhibió una considerable ambivalen­ cia hacia mí como representando al padre. Cuando volvió luego de la luna de miel, dijo que nunca en su vida se había emocionado tanto como lo estuvo en la ceremonia nupcial. Decidió casarse por iglesia por deferencia a su padre muerto, si bien él mismo no era religioso. Pidió que en la ceremonia nupcial se cantara el himno favorito de su padre, "El Señor es mi pastor”. Dijo que nunca en su vida había sido tan feliz y tan desdichado de una sola vez y al mismo tiempo. No sabía si en ese momento estaba recuperando a su padre o perdién­ dolo. Era tan consciente de la presencia del padre en sus pensamientos, y tan agudamente consciente de su ausencia real en la boda. Me contó entonces un sueño que había tenido la noche anterior, en el cual un pescador iba a llevarlo a aprender a pescar. Las manos del pescador estaban venda­ das porque se las había cortado. El paciente temía que estuviera demasiado herido para ir a pescar. Pero el pesca­ dor le aseguró que aún podía cumplir con su promesa. En la última sesión antes de la interr upción, tuve ocasión de señalarle que era muy cortante para conmigo. Yo era el pescador/padre con la mano vendada. El símbolo es formado por el sujeto en el proceso de elaboración del duelo. Repre­ senta el objeto pero es una creación del sujeto, y en conse­ cuencia puede utilizarse libremente. Esto lo diferencia de una ecuación simbólica concreta, que nunca se experimenta como suficientemente separada del objeto para que el sujeto pueda usarla libremente. Además, en la medida en que el símbolo no se hace equivaler al objeto, las características y funciones propias de un sustituto usado simbólicamente son

plenamente reconocidas y admitidas. De modo que mi pa­ ciente neurótico, a diferencia del psicótico, podía reconocer el violín por lo que era, por más que también lo necesitara en gran medida como un símbolo de una relación inalcanzable. En especial son los artistas, cuando tienen éxito, quienes combinan una enorme capacidad de uso simbólico del mate­ rial con que expresan sus fantasmas inconscientes con la más aguda percepción de las características reales del ma­ terial que emplean. Si esta segunda capacidad faltara, no podrían, usarlo efectivamente para transm itir el significado simbólico que desean encarnar. Sinteticé las diferencias entre los dos modos de funciona­ miento de la manera siguiente (Segal, 1957: 57): En este punto me gustaría sintetizar lo que quiero decir con los términos “ecuación simbólica”y “sueño”respectivamente, y las condiciones en que aparecen. En la ecuación simbólica, el símbolo sustituto es experimentado como si fuera el objeto original. Las propiedades correspondientes al sustituto no son ni reconocidas ni admitidas. La ecuación simbólica es usada para negar la ausencia del objeto ideal, o para controlar un objeto persecutorio. Corresponde alas primeras etapas del desarrollo. El símbolo propiamente dicho, accesible a la sublimación y que promueve el desarrollo del yo, es experi­ mentado como si representara el objeto; sus características propias son reconocidas, respetadas y utilizadas. Aparece cuando los sentimientos depresivos predominan sobre los paranoides esquizoides, cuando pueden experimentarse y tolerarse la separación con respecto al objeto, la ambivalen­ cia, la culpa y la pérdida. El símbolo es usado no para negar sino para superar la pérdida. Cuando el mecanismo de iden­ tificación proyectiva se emplea como una defensa contra las angustias depresivas, los símbolosyaformadosy enfuncionamiento como tales pueden recaer en ecuaciones simbólicas. La formación de símbolos gobierna la capacidad de comuni­ carse, dado que toda comunicación se realiza por medio de símbolos. Cuando se producen perturbaciones esquizoides en las relaciones de objeto, la capacidad de comunicarse se ve

perturbada de manera similar: primeramente, porque la diferenciación entre el sujeto y el objeto se desdibuja, en segundo lugar porque faltan los medios de comunicación ya que los símbolos son experimentados de una manera concre­ ta, siendo por lo tanto inaccesibles a los propósitos de la comunicación. Uno de los problemas recurrentes en el análi­ sis de los pacientes psicóticos es esta dificultad en la comuni­ cación. Las palabras, por ejemplo, ya se trate de las del ar alista o las del paciente, son experimentadas como objetos y acciones, y no pueden utilizarse con facilidad con la finali­ dad de la comunicación. Los símbolos son necesarios no sólo en la comunicación con el mundo externo, sino también en la interna. A decir verdad, cabría preguntarse qué queremos decir cuando hablamos de gente que tiene un buen contacto con su inconsciente. No es que tengan conscientemente fantasmas primitivos, como los que se hacen evidentes en sus análisis, sino simplemente que tienen cierta conciencia de sus pulsiones y sentimientos. Sin embargo, creo que queremos decir más que esto; damos a entender que tienen una verdadera comunicación con sus fantasmas inconscientes. Y ésta, como cualquier otra forma de comunicación, sólo puede realizarse con la ayuda de símbolos. De modo que en las personas que tienen un “buen contacto consigo mismas” hay una formación constante y líbre de símbolos, con lo cual pueden ser conscientes y estar en control de las expresiones simbólicas de los fantasmas primitivas subyacentes. La dificultad de tratar a pacientes esquizofrénicos y esquizoides reside en que no sólo no pueden comunicarse con nosotros, sino tampoco consigo mismos. Cualquier parte de su yo puede escindirse de cualquier otra sin que haya comunicación posible entro ellas. La capacidad de comunicarse con uno mismo mediante el uso de símbolos es, creo, el fundamento del pensamiento verbal -que es la capacidad de comunicarse consigo mismo por medio de palabras. No todas las comunicaciones internas son pensamiento verbal, pero todo pensamiento verbal es una comunicación interna por medio de símbolos -palabras. (Segal, 1957: 58)

He presentado dos tipos de formación de símbolos de una m anera muy extrema. Hay una larga transición entre uno y otro modo, y no creo haber visto nunca un paciente en el que todas las funciones se realizaran en un nivel concreto o cuyos símbolos concretos fueran siempre y completamente tales; sólo lo son de manera predominante. Tampoco creo que el simbolismo de la posición depresiva esté siempre libre de elementos concretos. Todo arte, en particular, engloba efec­ tivamente elementos simbólicos concretos que dan a una obra de arte su “impacto” inmedi ato; tiene un efecto concreto sobre nuestra experiencia, siempre y cuando se incluya en otro tipo de simbolismo, por otra parte más evolucionado, sin el cual no sería más que un bombardeo carente de significa­ do. Uno de los grandes logros de la posición depresiva es la capacidad del individuo de integrar y contener aspectos más primitivos de su experiencia, incluyendo las ecuaciones simbólicas primitivas. La verbalización es una forma particular y altamente evolucionada de simbolismo, cuya aparición en conexión con el acceso a las angustias depresivas me gustaría mostrar en algunos materiales infantiles supervisados por mí. El chico, de ocho años, fue sometido a muchas separaciones a causa del divorcio de suEwpadres. Durante los primeros seis meses de su análisis apenas habló. Su madre informó que en su casa tendía a ser retraído y taciturno. Podía trabajar en la escuela y también jugar, pero sus juegos eran solitarios. Jugaba libremente en el consultorio y respondía a las pre­ guntas mediante un cambio de la expresión o del juego. Ocasionalmente, contestaba brevemente a una pregunta pero nunca hablaba espontánea o libremente. Después de algunas sesiones anteriores a las que mencio­ naré, solía m usitar un apenas audible “gracias” al final de la sesión. Daré a conocer brevemente dos sesiones y con mayor amplitud una tercera en los seis meses de su análisis, en las cuales comenzó a comunicarse y a asociar muy libremente en el contexto de una movilización de sentimien­ tos depresivos.

El miércoles anterior a unas vacaciones ató un avión a una cuerda y lo hizo girar por encima de su cabeza. La analista fia señora C. Duthy] interpretó que era posible que, por acercarse las vacaciones, él hubiera pensado que ella se alejaría volando en un avión, por lo que quería conservarla y controlar sus movimientos. El niño contestó diciendo espontáneamente que sus abuelos llegaban ese día en avión, y prosiguió asociando muy libremente sobre su visita, que lo excitaba. Se hizo manifiesto que les tenía mucho cariño y se sentía apreciado por ellos. También admitió ciertos celos con respecto a su padre, quien, en contraste con él, tenía unos padres apropiados. El jueves estuvo muy abatido. Trató de poner cuerdas a dos muebles, pero todo el tiempo se caían entre ambos. Intentó muy infructuosamente atar las cuerdas a los mue­ bles. La analista interpretó su abatimiento en relación con las personas que se iban y venían y con él mismo que caía entre los dos padres. Le dijo que sentía que era inseguro apegarse a alguien. Hacia el final de la sesión el niño cortó una cuerda en cinco partes y luego hizo un nudo con las dos últimas. La analista interpretó que los cinco pedazos de cuerda eran cinco sesiones y que él quería establecer un vínculo entre hoy y m añana y tenía menos miedo de sentirse apegado a ella. Él chico se mantuvo callado durante toda la íesión, pero al final estaba menos abatido y sonrió a su analista. Informaré más extensamente sobre la sesión del viernes. Cuando llegó al consultorio fue rápidamente hacia su caja y sacó unos largos pedazos de cuerda que durante los últimos días había estado cortando de un ovillo. También sacó sus trenes y sus autos. H asta entonces siempre había tenido puesto el saco durante la sesión. De modo que la analista le Comentó el hecho de que no estuviera usándolo y que se había dado cuenta de que su madre no estaba con él en la sala de •spera. En respuesta a este comentario, el niño dijo que su madre tenía que irse, y de inmediato se a fanó con los pedazos de cuerda, poniéndolos sobre el piso y alrededor de la

habitación, enganchándolos en los muebles y colgándolos aquí y allá. La analista dijo que las cosas parecían estar muy precariamente enlazadas. Nada estaba correctamente anu­ dado y todo corría el riesgo de resbalarse. Le señaló que eso mostraba algo de su relación con ella: cómo le gustaba establecer sólo una débil conexión con lo que ella decía, y que hablarle significaría fortalecer los lazos, lo que podría hacer las cosas difíciles cuando se separaran al final de la sesión. En ese momento él hizo una pausa en su juego, se volvió hacia la analista y le dijo: “Nuestra niñera, Sophie, se va el 10”. “Ah, ¿y cómo te sientes por eso?”. Contestó: “Bueno, está bien porque viene otra y reemplaza a la anterior, así que no me doy cuenta”. Se quedó pensativo durante un momento y agregó: “Tuvimos un montón, diez”, y la analista estuvo de1 acuerdo con él en que realmente eran un montón para un chico de ocho años. Entonces volvió a jugar, haciendo más conexiones flojas entre sus pedazos de cuerda, aunque atando uno de loa pedazos un poco más firmemente a lo largo de dos aparado^ res bajos de lahabitación. La analistadijo que, en opinión de]j niño, lo mejor era no seguir atando cosas, dado que era más sencillo hacer reemplazos, pero señaló que el nuevo pedaz