CARTEIA Y TRADUCTA. CIUDADES Y TERRITORIO EN LA ORILLA NORTE DEL ESTRECHO DE GIBRALTAR (SIGLOS VII AC – III DC)

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CARTEIA Y TRADUCTA. CIUDADES Y TERRITORIO EN LA ORILLA NORTE DEL ESTRECHO DE GIBRALTAR (SIGLOS VII AC – III DC)

Table of contents :
ÍNDICE
Prólogo 13
Introducción 17
1. El nacimiento de la ciudad y su estudio desde la Arqueología 21
1.1. La ciudad como objeto de estudio arqueológico 21
1.2. Urbe y territorio: la aportación de la Arqueología del paisaje 25
1.3. Colonización y fenómeno urbano en el mediodía peninsular 28
1.3.1. De colonias fenicias a poleis púnicas 31
1.3.2. ¿Hegemonía o imperialismo cartaginés? 33
1.3.3. Roma y la extensión de la civitas 34
2. La bahía de Algeciras, un territorio del “Círculo del Estrecho” 39
2.1. La bahía de Algeciras como sujeto histórico 39
2.2. El estrecho de Gibraltar como marco regional 42
2.3. La Arqueología en la bahía de Algeciras 46
2.3.1. De hallazgos casuales y catalogaciones a las primeras excavaciones (1900-1984) 46
2.3.2. El traspaso de competencias y la Arqueología urbana (1984-actualidad) 50
2.3.3. Los estudios de paisaje: una línea de investigación por explorar 56
2.4. Carteia: indudable protagonista histórica y arqueológica 57
3. Arqueología del paisaje en un entorno urbano 63
3.1. Objetivos, circunstancias y metodología del trabajo 63
3.2. Las fuentes de información 64
3.2.1. Fuentes literarias 64
3.2.1.1. Textos clásicos 64
3.2.1.2. Fuentes literarias de época medieval 74
3.2.1.3. Fuentes literarias modernas y contemporáneas: del s. XVI al XIX 75
3.2.2. Epigrafía y numismática 77
3.2.3. Geoarqueología, arqueobotánica y arqueozoología 80
3.2.4. Cartografía histórica, fotografía y fuentes orales 82
3.3. La Carta arqueológica de la bahía 83
3.3.1. Excavaciones publicadas y otras fuentes 83
3.3.2. Inventario de intervenciones de urgencia 85
3.3.3. Catálogo: identifi cando yacimientos a partir de intervenciones 88
3.3.4. Los yacimientos en el mapa: integración en un Sistema de Información Geográfi ca 91
4. El paisaje natural de la bahía: una propuesta para la Antigüedad 93
4.1. Paleotopografía: los cambios en la línea de costa 93
4.1.1. El paleoestuario Guadarranque-Palmones: un entorno portuario natural 95
4.1.2. “De lejos parece como una isla”: insularidad del peñón de Gibraltar 101
4.1.3. La costa occidental: paleoensenadas del río de la Miel y el Saladillo 104
4.2. ¿Un territorio inestable? El riesgo sísmico en la Antigüedad 105
4.2.1. Paleosismología del estrecho de Gibraltar 105
4.2.2. El tsunami del s. I de nuestra Era 107
4.2.3. ¿Otros episodios sísmicos en época tardoantigua? 109
4.3. El paleoambiente: caracterización geológica y biológica 110
4.3.1. Geología y clima 110
4.3.2. Vegetación 113
4.3.3. Fauna 117
5. Los recursos económicos: estudio arqueológico y documental 119
5.1. Pesca y recursos del mar 120
5.1.1. Atunes y almadrabas 120
5.1.2. “Oro blanco”: las salinas 125
5.2. Agricultura y ganadería 130
5.2.1. Pozos y acuíferos 130
5.2.2. Agricultura en un entorno litoral 132
5.2.3. La viticultura en la bahía 137
5.2.4. ¿Olivos o acebuches? 141
5.2.5. Horticultura y arboricultura 142
5.2.6. Las plantas industriales: esteras, cuerdas y redes 144
5.2.7. La ganadería 149
5.3. Los recursos de las sierras 152
5.3.1. Del bosque al mar: madera, resina y corcho 152
5.3.2. La caza 155
5.3.3. Otros aprovechamientos forestales: plantas aromáticas y apicultura 156
5.4. Rocas y arcilla: las canteras 158
5.5. Actividades industriales 163
5.5.1. Las factorías de salazón 163
5.5.2. Los alfares 167
6. Un paisaje colonial: la bahía en época fenicia (ss. VII-VI a.C.) 175
6.1. Antes de la presencia fenicia ¿una bahía deshabitada? 175
6.2. La cueva-santuario de Gorham en el peñón de Gibraltar 176
6.3. La presencia fenicia estable: el Cerro del Prado 180
6.4. El poblado agrícola de Ringo Rango ¿evidencia de la interacción? 185
6.5. Fenicios e indígenas: modelos de ocupación y contacto en un contexto colonial 189
7. , una púnica del Estrecho (ss. V-III a.C.) 193
7.1. Del Cerro del Prado a Carteia: un continuum urbano 193
7.2. La fundación de Carteia 197
7.2.1. Una nueva urbe: factores locales y mediterráneos 197
7.2.2. ¿Necrópolis de ciudadanos? 199
7.3. La conformación de un territorio cívico 201
7.3.1. Aprovechamiento agrícola y jerarquización del poblamiento 201
7.3.2. Control de las comunicaciones terrestres y marítimas 207
7.3.3. Calpe-Carteia: la apropiación simbólica del territorio 209
7.4. Una lectura social del paisaje: la integración poblacional 212
8. : una romanización de la urbe al territorio (ss. II-I a.C.) 217
8.1. “Pedían que se les diera una ciudad donde vivir”: la deductio colonial (171 a.C.) 217
8.2. Reparto de tierras ¿centuriación o ager arcifi nius? 219
8.3. La evidencia arqueológica: continuidad y cambio en la urbe y en el territorio 223
8.4. Carteia en la estrategia territorial romana 228
9. y : dos en la bahía (ss. I-III) 233
9.1. La fundación de una nueva colonia: Iulia Traducta 233
9.1.1. Una ciudad romana bajo Algeciras 233
9.1.2. Evidencias de un posible catastro antiguo 238
9.1.3. Reorganización territorial de la bahía 242
9.2. Carteia imperial y su entorno periurbano 244
9.2.1. Monumentalización en la urbe 244
9.2.2. Las necrópolis 246
9.2.3. El puerto 248
9.2.4. El barrio salazonero de Guadarranque 251
9.2.5. El área alfarera del arroyo Madre Vieja 254
9.3. Especialización industrial de la costa: cetariae y fi glinae 256
9.4. Un nuevo paisaje rural: expansión de las villae 259
9.5. Las rutas terrestres: la vía costera y la Carteia-Corduba 264
9.6. El siglo III ¿crisis urbana o continuidad? 268
10. Síntesis: un milenio de historia urbana en la bahía de Algeciras 275
10.1. Propuesta paleogeográfi ca 275
10.2. Economía: entre el mar y las sierras 278
10.3. Poblamiento: ciudades y territorio 282
10.3.1. La bahía como tierra colonizada (ss. VII-VI a.C.) 283
10.3.2. Carteia y la consolidación de las formas de vida urbanas (ss. V-III a.C.) 284
10.3.3. Colonia libertinorum Carteia (ss. II-I a.C.) 286
10.3.4. Carteia y Iulia Traducta en el Alto Imperio: el esplendor de la vida urbana (ss. I-III) 287
Catálogo de yacimientos y hallazgos aislados de la bahía de Algeciras 291
Bibliografía 339
Abreviaturas 430
Índice topográfi co 431
Índice de materias 439
Índice de fuentes antiguas 442

Citation preview

continuación

54. GUSTAVO GARCÍA VIVAS, Ronald Syme. El camino hasta “La Revolución Romana” (1928-1939). Prólogo de Anthony R. Birley, 2016.

Helena Jiménez Vialás

TÍTULOS PUBLICADOS

55. JOSÉ REMESAL RODRÍGUEZ (ed.), Economía romana. Nuevas perspectivas / The Roman economy. New perspectives, 2017. 56. JORDI PRINCIPAL, TONI ÑACO DEL HOYO, MONTSERRAT DURAN, IMMA MESTRES (eds.), Roma en la Península Ibérica presertoriana. Escenarios de implantación militar provincial, 2017. 57. HELENA JIMÉNEZ VIALÁS, Carteia y Traducta. Ciudades y territorio en la orilla norte del estrecho de Gibraltar (siglos VII a.C. – III d.C.), 2017.

57

EN PREPARACIÓN JOSÉ CARLOS BERMEJO BARRERA, MANEL GARCÍA SÁNCHEZ (eds.), Δεσμο`ι φιλίας / Bonds of friendship. Studies in ancient history in honour of Francisco Javier Fernández Nieto. JOSÉ REMESAL RODRÍGUEZ (ed.), Cuantificar. Qué, cómo y para qué. Quantification in Classical Archaeology: Objects, Methodologies and Aims. DANIEL J. MARTÍN-ARROYO SÁNCHEZ, Colonización romana y territorio en Hispania. El caso de Hasta Regia.

MANEL GARCÍA SÁNCHEZ y MARGARITA GLEBA (eds.), Vetus textrinum. Textiles in the ancient world. Studies in honour of Carmen Alfaro Giner.

Carteia y Traducta

JOSÉ M.ª BLÁZQUEZ MARTÍNEZ (†) y JOSÉ REMESAL RODRÍGUEZ (eds.), Estudios sobre el Monte Testaccio (Roma) VII.

C o l · l e c c i ó

INSTRUMENTA

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CARTEIA Y TRADUCTA. CIUDADES Y TERRITORIO EN LA ORILLA NORTE DEL ESTRECHO DE GIBRALTAR (SIGLOS VII AC – III DC) Helena Jiménez Vialás

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A mis padres, Carmen y Rubén

ÍNDICE Prólogo

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Introducción

17

1. El nacimiento de la ciudad y su estudio desde la Arqueología 1.1. La ciudad como objeto de estudio arqueológico 1.2. Urbe y territorio: la aportación de la Arqueología del paisaje 1.3. Colonización y fenómeno urbano en el mediodía peninsular 1.3.1. De colonias fenicias a poleis púnicas 1.3.2. ¿Hegemonía o imperialismo cartaginés? 1.3.3. Roma y la extensión de la civitas

21 21 25 28 31 33 34

2. La bahía de Algeciras, un territorio del “Círculo del Estrecho” 2.1. La bahía de Algeciras como sujeto histórico 2.2. El estrecho de Gibraltar como marco regional 2.3. La Arqueología en la bahía de Algeciras 2.3.1. De hallazgos casuales y catalogaciones a las primeras excavaciones (1900-1984) 2.3.2. El traspaso de competencias y la Arqueología urbana (1984-actualidad) 2.3.3. Los estudios de paisaje: una línea de investigación por explorar 2.4. Carteia: indudable protagonista histórica y arqueológica

39 39 42 46 46 50 56 57

3. Arqueología del paisaje en un entorno urbano 3.1. Objetivos, circunstancias y metodología del trabajo 3.2. Las fuentes de información 3.2.1. Fuentes literarias 3.2.1.1. Textos clásicos 3.2.1.2. Fuentes literarias de época medieval 3.2.1.3. Fuentes literarias modernas y contemporáneas: del s. XVI al XIX 3.2.2. Epigrafía y numismática 3.2.3. Geoarqueología, arqueobotánica y arqueozoología 3.2.4. Cartografía histórica, fotografía y fuentes orales 3.3. La Carta arqueológica de la bahía 3.3.1. Excavaciones publicadas y otras fuentes 3.3.2. Inventario de intervenciones de urgencia 3.3.3. Catálogo: identificando yacimientos a partir de intervenciones 3.3.4. Los yacimientos en el mapa: integración en un Sistema de Información Geográfica

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4. El paisaje natural de la bahía: una propuesta para la Antigüedad 4.1. Paleotopografía: los cambios en la línea de costa 4.1.1. El paleoestuario Guadarranque-Palmones: un entorno portuario natural 4.1.2. “De lejos parece como una isla”: insularidad del peñón de Gibraltar 4.1.3. La costa occidental: paleoensenadas del río de la Miel y el Saladillo

93 93 95 101 104

4.2. ¿Un territorio inestable? El riesgo sísmico en la Antigüedad 4.2.1. Paleosismología del estrecho de Gibraltar 4.2.2. El tsunami del s. I de nuestra Era 4.2.3. ¿Otros episodios sísmicos en época tardoantigua? 4.3. El paleoambiente: caracterización geológica y biológica 4.3.1. Geología y clima 4.3.2. Vegetación 4.3.3. Fauna

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5. Los recursos económicos: estudio arqueológico y documental 5.1. Pesca y recursos del mar 5.1.1. Atunes y almadrabas 5.1.2. “Oro blanco”: las salinas 5.2. Agricultura y ganadería 5.2.1. Pozos y acuíferos 5.2.2. Agricultura en un entorno litoral 5.2.3. La viticultura en la bahía 5.2.4. ¿Olivos o acebuches? 5.2.5. Horticultura y arboricultura 5.2.6. Las plantas industriales: esteras, cuerdas y redes 5.2.7. La ganadería 5.3. Los recursos de las sierras 5.3.1. Del bosque al mar: madera, resina y corcho 5.3.2. La caza 5.3.3. Otros aprovechamientos forestales: plantas aromáticas y apicultura 5.4. Rocas y arcilla: las canteras 5.5. Actividades industriales 5.5.1. Las factorías de salazón 5.5.2. Los alfares

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6. Un paisaje colonial: la bahía en época fenicia (ss. VII-VI a.C.) 6.1. Antes de la presencia fenicia ¿una bahía deshabitada? 6.2. La cueva-santuario de Gorham en el peñón de Gibraltar 6.3. La presencia fenicia estable: el Cerro del Prado 6.4. El poblado agrícola de Ringo Rango ¿evidencia de la interacción? 6.5. Fenicios e indígenas: modelos de ocupación y contacto en un contexto colonial

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, una púnica del Estrecho (ss. V-III a.C.) 7.1. Del Cerro del Prado a Carteia: un continuum urbano 7.2. La fundación de Carteia 7.2.1. Una nueva urbe: factores locales y mediterráneos 7.2.2. ¿Necrópolis de ciudadanos? 7.3. La conformación de un territorio cívico 7.3.1. Aprovechamiento agrícola y jerarquización del poblamiento 7.3.2. Control de las comunicaciones terrestres y marítimas 7.3.3. Calpe-Carteia: la apropiación simbólica del territorio 7.4. Una lectura social del paisaje: la integración poblacional

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: una romanización de la urbe al territorio (ss. II-I a.C.) 8.1. “Pedían que se les diera una ciudad donde vivir”: la deductio colonial (171 a.C.) 8.2. Reparto de tierras ¿centuriación o ager arcifinius? 8.3. La evidencia arqueológica: continuidad y cambio en la urbe y en el territorio 8.4. Carteia en la estrategia territorial romana

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y : dos en la bahía (ss. I-III) 9.1. La fundación de una nueva colonia: Iulia Traducta 9.1.1. Una ciudad romana bajo Algeciras 9.1.2. Evidencias de un posible catastro antiguo 9.1.3. Reorganización territorial de la bahía 9.2. Carteia imperial y su entorno periurbano 9.2.1. Monumentalización en la urbe 9.2.2. Las necrópolis 9.2.3. El puerto 9.2.4. El barrio salazonero de Guadarranque 9.2.5. El área alfarera del arroyo Madre Vieja 9.3. Especialización industrial de la costa: cetariae y figlinae 9.4. Un nuevo paisaje rural: expansión de las villae 9.5. Las rutas terrestres: la vía costera y la Carteia-Corduba 9.6. El siglo III ¿crisis urbana o continuidad?

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10. Síntesis: un milenio de historia urbana en la bahía de Algeciras 10.1. Propuesta paleogeográfica 10.2. Economía: entre el mar y las sierras 10.3. Poblamiento: ciudades y territorio 10.3.1. La bahía como tierra colonizada (ss. VII-VI a.C.) 10.3.2. Carteia y la consolidación de las formas de vida urbanas (ss. V-III a.C.) 10.3.3. Colonia libertinorum Carteia (ss. II-I a.C.) 10.3.4. Carteia y Iulia Traducta en el Alto Imperio: el esplendor de la vida urbana (ss. I-III)

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Catálogo de yacimientos y hallazgos aislados de la bahía de Algeciras

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Bibliografía

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Abreviaturas

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Índice topográfico

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Índice de materias

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Índice de fuentes antiguas

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P

La hoy investigadora del Centre National de la Recherche Scientifique, la Dra. Helena Jiménez Vialás, ha formado parte del equipo de investigación del Proyecto Carteia de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) a lo largo de más de ocho años; en la práctica toda la Fase II (2006-2013) que pronto verá la luz a través de su preceptiva Memoria de Excavaciones. El Proyecto Carteia de la UAM, que cuenta ya investigación, ha desarrollado siempre su trabajo de conocido como El Cortijo del Rocadillo, una pequeña romana en la que tuvo asiento su previo asentamiento

con más de 22 años de continuada campo en el sector popularmente elevación natural dentro de la urbe púnico de mediados del s. IV a.C.

La superposición urbana en esta zona, desde sus primigenios niveles púnicos hasta la ocupación tardoantigua, por no hablar del propio cortijo construido en siglo XVIII, unido a su casi ininterrumpida excavación a partir del inicio de la década de los años 50 del pasado siglo, dejó a las generaciones actuales de arqueólogos el reto de tener que reestudiar y comprender un verdadero laberinto de construcciones superpuestas púnicas, romanas republicanas, altoimperiales y tardoantiguas. Por ello y por la intensa labor realizada por la autora de este trabajo en la urbe carteiense – actualmente Enclave arqueológico- nos encontramos ante un importante trabajo inédito acometido por una persona muy buena conocedora de todo lo allí aparecido, cuando no reexcavado o investigado ex novo; que de todo ha hecho. Su alto nivel de compromiso, tanto científico –con el yacimiento- como personal –con el equipo de investigadores- explica al potencial lector de estas líneas que su investigación no se ciñera durante todos estos años al perímetro urbano y, como buena alumna de la escuela de arqueología romana de la UAM, también aplicó su gran capacidad de trabajo al espacio periurbano.

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Así, paralelo y a la vez, su trabajo en Carteia fue capaz de compatibilizarlo participando en otro proyecto que, a base de urgencias y actividades preventivas –“cosas” de la Administración- los autores de estas líneas llevamos a cabo en colaboración con el Dr. Darío Bernal, de la Universidad de Cádiz. Fue para nosotros un modélico proyecto interinstitucional UAM-UCA que permitió excavar, a lo largo de seis años, más de nueve parcelas de una urbanización en construcción situada en el propio término municipal de San Roque: “Villa Victoria”. Pero como arqueólogos que somos, digámoslo en “cristiano”: un vicus industrial –alfarero- que, a no más de 2,5 km de Carteia, evidenciaba su correlación y dependencia. Tanta actividad científica desarrollada, además, de manera progresiva: primero como licenciada, luego contratada como arqueóloga profesional, más tarde becaria de FPU y, siempre como doctoranda a la que hemos tenido el privilegio de tutorizar hasta alcanzar el grado de Doctora en Arqueología por la UAM creó unas condiciones, más que adecuadas, para desarrollar su tesis doctoral. Adscrita, además, al Grupo de Investigación de la Universidad Autónoma: Estudios del Territorio, Arqueología y Patrimonio del Campo de Gibraltar (HUM F-076), no concebíamos sus tutores mejor marco de investigación y estudio que el desarrollo de su Tesis Doctoral sobre El paisaje antiguo de Carteia (San Roque, Cádiz). Estudio diacrónico de época fenicia, púnica y romana. Defendida en la UAM –con mención internacional- en noviembre de 2012, ante un tribunal de cinco especialistas, como era de esperar, alcanzó por unanimidad la máxima calificación. La presente monografía recoge el núcleo de su investigación doctoral dedicada a la bahía de Algeciras, entendida ésta como paisaje portuario y urbano; un enfoque que, aunque parezca mentira, hasta este momento nunca se había abordado. Especial atención tiene dentro del mismo la urbe, el espacio periurbano y el territorio de Carteia, así como su protagonismo histórico en la Antigüedad. Pero también la autora, con acertado tino, ha atendido a la ciudad altoimperial de Traducta y a la menos conocida de Barbesula. El amplio formato de la inicial tesis doctoral ha sido atinadamente reducido para su acomodo en esta Monografía que, si bien debidamente actualizada, no agota el tema y, ni mucho menos, todo lo aportado en su estudio original que ha pasado a formar parte de la citada Memoria de Excavaciones de esta Fase II del Proyecto Carteia de la UAM pronta a publicarse. El presente trabajo que el lector tiene en sus manos supone toda una inédita reflexión acerca del nacimiento de la ciudad desde una perspectiva arqueológica en el marco metodológico de la denominada “arqueología del paisaje”, ya que el análisis y la valoración rigurosa de los datos acerca de la implantación y evolución de las formas de vida urbana, desde la colonización fenicia a la eclosión en época romana imperial, constituyen el núcleo medular de su contenido. En este sentido, la autora cuida, con especial atención, la influencia –no determinista- de factores geográficos básicos para entender, históricamente, la singularidad de la bahía de Algeciras, como la ubicación costera o la evolución geomorfológica de la costa. Así, por ejemplo, ha acometido un exhaustivo análisis de las fuentes cartográficas y de fotografía antigua, procedente de numerosos archivos. A partir de estos documentos la autora ha sabido hilar un discurso en el que va relatando aspectos esenciales del devenir de esta zona geográfica y de las sociedades que la habitaron a lo largo de este amplio periodo, ubicado grosso modo entre el s. VII a.C. y el s. III d.C. Se trata de una interpretación de las fuentes cuajada de datos acerca de la paleotopografía y los cambios sufridos por la línea de costa, desde la Antigüedad a nuestros días, así como de aspectos relacionados con los recursos económicos, la pesca, la agricultura y la ganadería o las actividades industriales, entre otros. En definitiva, creemos, un enfoque inédito al acometerse desde una perspectiva arqueológica en parte completada por datos de las excavaciones en las que ella misma ha participado.

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La suma de los capítulos de este libro, trufado de documentación inédita e interdisciplinar, ha permitido a la autora generar un esqueleto cronológico y evolutivo en el que insertar los datos arqueológicos obtenidos en el territorio de estudio. En definitiva, un muy valioso documento para el conocimiento científico del desarrollo histórico de la bahía de Algeciras en la Antigüedad. Pero acabar estas líneas sin apuntar al lector algunas consideraciones, ya de carácter más personal, pero del todo compatibles con todas las anteriores de carácter científico, pensamos los prologuistas que dejaría “hilos sueltos”, cuando no consideraciones necesarias de resaltar, hasta el punto que consideraríamos injusto no fueran también tenidas en cuenta por nuestros lectores. La siempre difícil carrera universitaria y nos referimos, no tanto a la académica sino a la posterior profesional: docente e investigadora… ¡como si pudieran concebirse separadas en el rango universitario!, se acentúa en nuestro país por la falta de claridad y definición en los escalones a seguir por parte de los jóvenes investigadores. La indefinición e inseguridad del actual cursus honorum sólo pueden compensarse mediante tesón, una muy buena formación y no concebir la frontera migratoria a partir de las paredes de la facultad en donde uno ha estudiado. Estamos, nunca viene mal recordarlo, en el año 2017. En el caso de la autora del libro, ello es evidente. El honesto trabajo que siempre ha desarrollado, unido a un incansable deseo por saber y hacer siempre más y mejor la profesión que ha escogido, han sido cualidades muy útiles para el duro camino que está recorriendo y que está a punto de fructificar –seguro- en una mayor estabilidad. El no haber tomado conocidos atajos ni desarrollar malas prácticas es evidente que lastran el camino pero, ¿quién dijo que esto era fácil? La publicación de este estudio en una universidad distinta a aquella en la que se doctoró –en esta ocasión la Universidad de Barcelona, a través de la Colección Instrumenta- no es, pues, una casualidad sino una evidencia más de su honesto hacer. Gana la Universidad, gana la autora y nos llena de satisfacción y orgullo a los directores de aquella, en origen, tesis. Un paso más de una larga andadura.

Madrid, mayo de 2017

Lourdes Roldán Gómez Profª. Titular de Arte Antiguo. Acreditada a cátedra Directora del Proyecto Carteia de la UAM Universidad Autónoma de Madrid

Juan Blánquez Pérez Catedrático de Arqueología Subdirector del Proyecto Carteia de la UAM Universidad Autónoma de Madrid

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I “O que mais há na terra é paisagem. Por muito que do resto lhe falte, a paisagem sempre sobrou, abundância que só por milagre infatigável se explica, porquanto a paisagem é sem dúvida anterior ao homem, e apesar disso, de tanto existir, naõ se acabou ainda” (José Saramago, Levantado do Chão, 1980)

Esta concepción del paisaje como algo infinito en el espacio y en el tiempo, cargada de lírica en las palabras de Saramago, desciende a lo concreto y tangible en los trabajos que, como éste, lo abordan desde un planteamiento arqueológico. En nuestro caso, lo concreto es el estrecho de Gibraltar y el desarrollo de formas de vida urbana entre época fenicia y romana, y la consiguiente conformación del paisaje portuario que aún hoy define esta zona. Como es bien sabido, el proceso histórico que cristalizó en el mundo ubano constituye un tema de gran amplitud, que engloba diferentes aspectos de índole social, política y económica que caracterizaron la transición entre la Protohistoria y la Antigüedad a lo largo y ancho de la península Ibérica. Las ciudades de la bahía de Algeciras –conocida también como “de Gibraltar” en documentos internacionales y en los españoles anteriores al s. XIX- se erigen en un inmejorable ejemplo para el estudio de este interesante periodo. Las poblaciones de la zona fueron actor y testigo excepcional de fenómenos históricos como la colonización fenicia y los complejos procesos de interacción con las sociedades autóctonas, de la progresiva transformación de las colonias en ciudades a partir del s. VI a.C. o de la potenciación urbana por parte de la dinastía de los Barca, ya en el s. III a.C. Asimismo, la zona jugó un papel determinante en los primeros momentos de la

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“romanización” debido sin duda a su valor estratégico y portuario, una de las razones que explican la instalación en Carteia (término municipal de San Roque) de la primera colonia latina de Hispania y, ya en época imperial, de la colonia romana de Traducta (Algeciras). En los siglos finales de la Antigüedad, el carácter de la bahía como verdadera “cabeza de puente” quedaría patente en episodios como el paso del pueblo vándalo en su camino a África, la dominación bizantina de las costas del sur peninsular o la penetración de las primeras tropas musulmanas en los albores del s. VIII. Carteia, como protagonista urbana de la bahía, sintetiza de manera excepcional ese proceso histórico que supera lo milenario, al haber sido fundada en el s. IV a.C. como resultado seguramente del traslado de la población fenicia del Cerro del Prado, y haber estado habitada de manera ininterrumpida durante las épocas púnica, romana y tardoantigua, hasta su abandono definitivo en el s. VII; pero lo que la convierte en un magnífico ejemplo para el estudio de las citadas fases históricas es el hecho de no estar cubierta o absorbida por una urbe actual, a diferencia de la mayoría de ciudades de su entorno, como Ceuta, Tánger, Cádiz o Málaga, motivo por el cual ha podido ser objeto de una ya dilatada tradición investigadora. Traducta, por su parte, sería ejemplo justamente de lo contrario. Si bien se sospechaba su existencia bajo la actual Algeciras en virtud de las menciones literarias y las diferentes evidencias recuperadas en la ciudad a lo largo del s. XX, no ha sido hasta hace pocas décadas cuando la arqueología urbana ha aportado datos suficientemente sólidos para confirmar su pasado romano. Este libro recoge en parte nuestra tesis doctoral titulada El paisaje antiguo de Carteia (San Roque, Cádiz). Estudio diacrónico de época fenicia, púnica y romana, defendida1 en la Universidad Autónoma de Madrid2 en 2012, ampliando y actualizando sus principales aportaciones. Las razones que nos llevaron a definir este tema de estudio fueron, además del argumentado interés histórico de la zona, el tratar de paliar lo que considerábamos dos importantes desequilibrios de la investigación arqueológica. De un lado, el Proyecto Carteia de la UAM venía insistiendo en la necesidad de un mejor conocimiento del paisaje, pues mientras las investigaciones en Carteia han permitido ahondar en diferentes facetas de su dilatada historia, aspectos como la articulación de su territorio o la extensión de su entorno periurbano eran prácticamente desconocidos. De otro lado, el segundo desequilibrio que afecta al conocimiento arqueológico de la zona, como en general a la investigación histórica en ámbitos urbanos, es la acentuada desproporción entre el volumen de información revelada por la llamada “arqueología de urgencia” o “urbana” y aquélla que llega a someterse a un análisis histórico riguroso y a publicarse. Como es bien sabido, el ritmo de la actividad constructiva en España, de forma especial en las costas, ha supuesto en las últimas décadas la destrucción de una parte importante de nuestro patrimonio arqueológico, además del natural. Sólo muy lentamente y de forma desigual se está avanzando en la concienciación social y la creación de normativas municipales específicas para una gestión adecuada de dicho patrimonio. En nuestro caso, el Área metropolitana de la Bahía de Algeciras, con una población superior a los 250.000 habitantes, ha soportado más de 200 intervenciones arqueológicas desde 1985, de las que la abrumadora mayoría entrarían dentro de la arqueología urbana. Para hacernos una idea de la importancia histórica de la información generada por estas actuaciones, nos bastaría con mencionar la ya aludida confirmación del pasado romano de Algeciras o los nuevos elementos del entorno periurbano de Carteia sacados a la luz, como factorías de salazón o necrópolis, y muy en especial el completo barrio alfarero de Villa Victoria excavado por un equipo de la UAM y la Universidad de Cádiz3 entre 2003 y 2008.

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El trabajo obtuvo un Apto cum laude con Mención Internacional.

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UAM a partir de ahora.

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UCA a partir de ahora.

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No es casual, por tanto, que fuera en el marco de los proyectos del citado equipo de la UAM donde surgió la idea de nuestra tesis doctoral, que esbozamos junto a nuestro director, el prof. Juan Blánquez, en el año 2008. El primero de ellos es el Proyecto Carteia, autorizado por la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía y dirigido por la profa Lourdes Roldán, con la participación de los profs. Juan Blánquez, Sergio Martínez y el hoy ya jubilado Manuel Bendala. Se trata de un proyecto continuado desde 1994 y del que en la actualidad está en preparación la memoria de la Fase II (2006-2013). Junto a éste, y como reflejo de esa progresiva preocupación por el estudio del paisaje antiguo, hemos de citar el proyecto Estudios historiográficos, de cartografía histórica y paleoambientales del Campo de Gibraltar, patrocinado por la Refinería Gibraltar-San Roque de CEPSA y desarrollado por el Grupo de Investigación de la UAM (HUM-F-076) Territorio, Arqueología y Patrimonio en el Campo de Gibraltar, ambos bajo la dirección de la citada profa Roldán. Es en el marco de este segundo proyecto donde se entiende el apoyo fundamental de nuestra investigación en los estudios documentales y geoarqueológicos. De forma coherente con lo dicho, esta obra entiende y analiza la bahía de Algeciras como un todo, es decir, la suma del medio natural y el poblamiento humano, haciendo especial hincapié en las relaciones entre uno y otro. Para este recorrido diacrónico a caballo entre el primer milenio antes y después de la Era, hemos tomado la ciudad, también en un sentido amplio que comprende urbe y territorio, como eje central del discurso histórico. Componen esta obra diez capítulos: el primero, bajo el título “El nacimiento de la ciudad y su estudio desde la Arqueología”, expone los presupuestos teóricos en que se ha apoyado nuestra investigación y desarrolla la línea argumental que entrelaza los estudios de territorio, el fenómeno urbano y las colonizaciones antiguas; el capítulo 2, “La bahía de Algeciras, un territorio del ‘Círculo del Estrecho’”, es una introducción al lugar y al marco temporal, y recoge una aproximación historiográfica a las investigaciones arqueológicas en la zona; con el título “Arqueología del paisaje en un entorno urbano”, el capítulo 3 explica las circunstancias que justifican el particular modelo metodológico desarrollado, basado en fuentes documentales muy diversas, entre las que destacan las excavaciones de urgencia; el capítulo 4 aborda “El paisaje natural de la bahía: una propuesta para la Antigüedad” mediante el análisis de la configuración paleogeográfica, especialmente centrada en la evolución de la línea de costa, dado su protagonismo en la articulación del poblamiento; a partir de ese marco geográfico y natural, el capítulo 5 traza una síntesis de carácter general sobre los recursos y las explotaciones económicas, tanto los constatados arqueológicamente como aquéllos aprovechados en otras épocas y que planteamos como potenciales para la Antigüedad; a continuación, los capítulos de 6 a 9 analizan el horizonte urbano de época fenicia a época imperial y constituyen el núcleo central del trabajo, abordando la caracterización de los diferentes modelos territoriales a lo largo del tiempo; por último, el capítulo 10 recoge una “Síntesis” de los aspectos fundamentales del trabajo, subrayando aquellas interpretaciones o propuestas que creemos novedosas en relación con la problemática histórica analizada.

Agradecimientos Como en todo trabajo que se prolonga en el tiempo, su autora está en deuda con diversas personas e instituciones. Nuestro primer reconocimiento va dirigido al Dpto. de Prehistoria y Arqueología de la UAM al que estuvo adscrita nuestra beca de Formación del Profesorado Universitario (Min. de Educación), así como al citado Proyecto Carteia donde desarrollamos nuestra investigación predoctoral y tuvimos la oportunidad de compartir trabajo de campo y laboratorio con los mencionados profs. Roldán, Martínez y Bendala, también con Darío Bernal (UCA), sin olvidar a Carlos Arteaga (Dpto. de Geografía, UAM) y su inestimable ayuda en cuestiones de geomorfología

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y Paleosismología. En especial agradecemos a Juan Blánquez, director de nuestra tesis doctoral, cuya generosidad, perseverancia y optimismo han dejado una huella imborrable en nosotros. Dado el carácter esencialmente documental de este trabajo, un apoyo importante han sido los numerosos archivos y museos donde hemos consultado diversa documentación y cuya relación detallada se incluye en el texto. Gracias a las becas de Tercer Ciclo concedidas por la UAM y la de FPU mencionada, disfrutamos además de varias estancias de investigación durante las que pudimos beneficiarnos del contacto con diferentes especialistas que han enriquecido nuestro trabajo: en Francia debemos nuestro agradecimiento a D. Garcia y a F. Mocci de la Maison Méditerranéenne des Sciences de l’Homme (CNRS-Université de Provence); en Reino Unido a C. Gosden, G. Lock y N. Purcell (University of Oxford) y en especial a P. van Dommelen (entonces en la University of Glasgow) por su dedicación y orientaciones; y en Italia a la profa R. Pierobon Benoit (Università degli Studi di Napoli Federico II), así como a R. Olmos y T. Tortosa (Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma). En la etapa postdoctoral en la que nos encontramos, ha sido fundamental nuestra participación en el proyecto Muerte y ritual funerario en Baelo Claudia dirigido por el prof. Fernando Prados de la Universidad de Alicante4 y en particular nuestro contrato postdoctoral en el proyecto Archéostraits, codirigido por Dirce Marzoli (DAI Madrid) y Pierre Moret (CNRS-Université de Toulouse). Nuestra participación desde 2012, tanto en las excavaciones en la Silla del Papa-Bailo dirigidas por éste último como en los estudios del territorio coordinados por Ignasi Grau (UA), ha sido para nosotros una oportunidad excepcional de ampliar nuestra formación en el ámbito de la Protohistoria y el periodo romano en el Estrecho. Pero si este libro es hoy una realidad es gracias, en primer lugar, al prof. Remesal, director de la serie Instrumenta de la Universitat de Barcelona, por haber aceptado esta propuesta. Es justo agradecer igualmente a los especialistas que evaluaron el original, mejorándolo con sus sugerencias, así como al Servicio de Publicaciones de la UAM y al proyecto Archéostraits por haber respaldado su publicación. Por último, queremos expresar nuestra gratitud a quienes fueron compañeros en diferentes proyectos y luego amigos, como Alberto Romero, Laura Arce y Gabriela Polak, a los que se han sumado después José J. Martínez en Murcia y Jean Marc Fabre en Toulouse, que han hecho más ameno el proceso de “reconversión” de la tesis en libro, al actuar como verdaderos acicates. A mi familia y a Fernando les agradezco su paciencia y apoyo incondicionales, y a mi padre en particular el haber sido y ser siempre inspiración y referencia para todo lo que hago ¡Gracias! Merci !

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UA a partir de ahora.

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1. E

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1.1. L Al tener como hilo conductor el surgimiento y consolidación de las formas de vida urbana, este trabajo se apoya en dos conceptos estrechamente relacionados, e incluso complementarios, ya que remiten en última instancia a la dimensión espacial de las sociedades: ciudad y paisaje. Ambos constituyen, más que líneas de investigación concretas, enfoques de estudio que engloban todas las esferas de la vida humana, y por tanto de los estudios históricos, desde la economía y la estructura social hasta aspectos simbólicos como las mentalidades y creencias. Por ese motivo existe hoy una amplia bibliografía específica dedicada tanto a estudios de caso y metodología como a la definición misma de ambos conceptos. El nacimiento del mundo urbano ha sido uno de los grandes temas que han ocupado a las ciencias históricas, pero igualmente a la Geografía o la Sociología, dadas las profundas implicaciones de dicho fenómeno para la vida humana. Algunos trabajos ya clásicos, como Die Stadt del sociólogo alemán M. Weber (1921) o Cities on the move del historiador británico A.J. Toynbee (1970), fueron los primeros en abordar el tema desde una perspectiva universal, comparando ciudades de todas épocas y lugares, a fin de establecer sus elementos definidores, sus tipologías y sus perspectivas de futuro. En lo que respecta a la Arqueología, el trabajo de V.G. Childe, The Urban Revolution (1950), supuso el punto de partida de este tipo de reflexiones, al analizar la conformación del mundo urbano y el estado en las civilizaciones próximo-orientales, como culminación de un largo proceso de complejidad social iniciado con la sedentarización del Neolítico. Mediante el estudio de diferentes casos, el autor marxista establecía un decálogo de elementos necesarios para considerar a una ciudad como tal: concentración de población en un área reducida, especialización artesanal, apropiación del excedente por parte de una autoridad central, arquitectura pública, estratificación social,

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escritura, emergencia de las ciencias, arte naturalista, comercio externo y pertenencia a grupos en función de la residencia y no del parentesco. Este esquema, si bien inspirado en las sociedades del Neolítico próximo-oriental, sirvió de base para todos los estudios posteriores sobre el tema.

Figura 1.- Vista aérea de Carteia con la bahía y el peñón de Gibraltar al fondo (Proyecto Carteia, 2009). El decálogo de Childe evidencia de forma muy clara la dificultad de definir la ciudad. Eso explica que la mayoría de trabajos sobre el tema comiencen estableciendo qué consideran una ciudad, mediante listados de los requisitos que ha de reunir un asentamiento: número mínimo de habitantes, existencia de infraestructuras y edificios públicos, organización regular basada en la diferenciación espacial de actividades, instituciones de carácter colectivo, diversificación del trabajo, etc. Estos últimos aspectos de índole social son los que dan sentido a los elementos meramente físicos, como el urbanismo o las murallas, que sin embargo la investigación arqueológica ha privilegiado generalmente como imagen de la ciudad (Gros y Torelli, 1988; Purcell, 2005a: 249). Aunque fueron las civilizaciones mesopotámica y egipcia las pioneras, son los casos griego y romano, como es habitual, los que han capitalizado el debate historiográfico, al ser la “ciudad clásica” la base misma de la tradición urbana occidental (Kolb, 1992). La polis griega5, constituida por astu –urbe- y chora –territorio-, refleja a la perfección, además de la dimensión territorial de la ciudad, su faceta social como “comunidad de personas, de lugar y territorio, de cultos y leyes, y una comunidad que era capaz de administrase a sí misma” (Raaflaub, 1991: 566). Su carácter de ciudades-estado, cuna de la democracia, sumado al conocimiento que de sus instituciones tenemos gracias a los textos, han hecho de la polis un paradigma del fenómeno urbano. Ha sido, en consecuencia, profusamente estudiada, tanto desde las fuentes literarias

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El propio concepto de polis es polisémico y varía según la época o los autores que lo emplean, oscilando de simple fortaleza a comunidad o territorio político (Hansen y Raaflaub, 1996; Hansen, 1997; Shanks, 1996; Osborne, 1987); es semejante, en ese sentido, al también complejo término de oppidum, empleado con significados muy diferentes a lo largo del tiempo por parte de la historiografía (Fumadó Ortega, 2013).

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como del registro material, y adoptando diferentes enfoques, no sólo el estrictamente político sino también el religioso o el colonial (De Polignac, 1984; Domínguez Monedero, 1991). En la ciudad clásica, la unión entre espacio y sociedad trasciende lo físico y se materializa en la participación de los ciudadanos en las decisiones que les afectan, y en consecuencia, en la creación de instituciones que la encarnen y edificios que la alberguen. Por ese motivo, las boulés o los senados, al igual que las plazas y mercados, son una representación de lo colectivo, de la más humana de las creaciones que es la ciudad como comunidad política, idea magistralmente expresada en el concepto aristotélico de zoón politikón (Bendala Galán, 2003a: 8-12). Estas ideas fueron ya manejadas por el francés N.D. Fustel de Coulanges en La cité antique. Étude sur le culte, le droit, les institutions de la Grèce et de Rome (1864), donde defendía la necesidad de conocer las creencias de griegos y romanos como punto de partida para analizar sus instituciones políticas, y subrayaba, en claro contraste con la concepción estrictamente física que tenemos hoy, la naturaleza política de las ciudades antiguas. Una dualidad correctamente expresada, de hecho, en los vocablos franceses cité y ville, asociación política y domicilio físico de la misma: “la cité était l’association religieuse et politique des familles et des tribus; la ville était le lieu de réunion, le domicile de cette association” (1864: 166). Lamentablemente, no contamos en castellano con dos vocablos tan específicos, pues lo más cercano, urbe y ciudad, son empleados sin apenas distinción y en ambos prevalece la noción física, la ciudad como conjunto de edificios, en un fenómeno que el arquitecto Aldo Rossi ha definido como la “Arquitectonización de la ciudad” (1982). Sin embargo, hasta hace no tanto tiempo, también en nuestra lengua la ciudad era entendida como el conjunto de sus ciudadanos, sin importar donde estuvieran éstos, de lo que tenemos un magnífico ejemplo histórico en la bahía de Algeciras. Una vez rendido Gibraltar a manos inglesas a inicios del s. XVIII, los gibraltareños que se negaron a vivir bajo soberanía británica se llevaron con ellos sus principales símbolos cívicos, como el pendón municipal, fundando San Roque y Los Barrios, y reocupando la entonces despoblada Algeciras. Sin embargo, esos gibraltareños se consideraron “población de Gibraltar en el exilio”, y así firmaron medio siglo después su respuesta al Catastro del Marqués de la Ensenada como “las tres Poblaciones de que se compone esta ciudad”, idea igualmente recogida en el emblema de la ciudad de San Roque, “donde reside la de Gibraltar”; todo ello plasma de manera sublime que todos ellos continuaron siendo ciudadanos de Gibraltar puesto que la ciudad residía en ellos y no al revés. Otra característica de la ciudad, que viene a recalcar su complejidad, es su naturaleza dinámica, puesto que hemos de entender el fenómeno urbano como un proceso más que como el resultado final de un recorrido preestablecido. El mismo concepto de lo “urbano” parece revestirse de un significado diferente en cada periodo y marco geográfico, por lo que más que leyes universales que lo rijan, hemos de centrar nuestra atención en los procesos sociales que lo explican (De Polignac, 2005). Qué mejor perspectiva, por tanto, que el análisis diacrónico. Y si bien resulta errónea una equiparación directa de las ciudades con organismos vivos, pues a diferencia de éstos, las primeras pueden resurgir de sus cenizas, es cierto que la visión orgánica nos ayuda a entender esa naturaleza dinámica, móvil, de las ciudades (Purcell, 2005a). Es indudable que la acuñación de conceptos como “pre” o “protourbano” ha resultado muy útil para definir estadios menos completos de ese proceso, pero hemos de ser conscientes del mencionado riesgo de considerar la urbanización como un proceso lineal que ha de culminar siempre de igual manera (Tortosa Rocamora y Santos Velasco, 2009: 447). Algunos han propuesto,

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en este sentido, abandonar el discurso de protourbano-urbano para adoptar una visión del proceso como un “suave continuum entre aldea y megalópolis” (Horden y Purcell, 2000: 104). No obstante, a pesar de su indudable valor como objeto de estudio histórico, la ciudad y lo urbano no han sido temas bien acotados ni definidos por la bibliografía arqueológica hasta hace poco, dada la complejidad y variables que entran en juego a la hora de extraer conclusiones generalizables. Entre las décadas de 1950 y 1970, ambos conceptos formaron parte del debate sobre la formación del estado, que consideraba la ciudad como un signo ineludible de su existencia, algo que en la actualidad no se contempla de forma tan lineal. Hoy somos capaces de desligar también continente de contenido, forma de significado, pues parece claro que a lo largo y ancho del planeta las formas de vida urbana han adoptado muy diferentes manifestaciones urbanísticas (Smith, 2007). Es cierto que continúan empleándose listados de requisitos o descripciones físicas, siempre útiles para definir la ciudad, pero lo que interesa realmente a la investigación actual es entender “qué funciones sociales, políticas o económicas requirieron, animaron o al menos permitieron, que la gente se agrupara en comunidades relativamente densas y amplias” (Osborne, 2005: 8). Parecen haber sido múltiples, en efecto, las causas que abocaron al nacimiento de la ciudad. Entre ellas, el comercio, esencia misma de la economía urbana, basada en el consumo y no en la producción, y que desempeñó un papel esencial en las sociedades antiguas (Aubet Semmler, 2007: 97 y ss.). De ello derivan aspectos esenciales como el papel preponderante del mercado en las ciudades (Weber, 1987: 5 y 19), la ubicación de éstas en torno a rutas de comercio (Bendala Galán, 2003a: 12), así como el posterior establecimiento de una economía monetaria (García-Bellido y Sobral Centeno, 1995). No en balde, el surgimiento del mundo urbano en el Mediterráneo coincidió con una época de intensificación del comercio, especialmente a partir del s. IX a.C. Se generalizaría entonces un consumo de productos superfluos, más allá de lo necesario para sobrevivir, como el vino, aceite, perfume, textiles o joyas, una verdadera “moda orientalizante” que jugó un papel fundamental en la transformación social de las élites, definidas ahora en virtud de esos nuevos gustos de tipo urbano (Foxhall, 2005; Riva, 2005). Los mitos y los héroes fundadores tuvieron también una importancia primordial, si bien simbólica, en el origen de las ciudades. No tenemos más que recordar el acto fundador de la propia Roma con el trazado del pomerium por parte de Rómulo, o el papel de Teseo en el sinecismo aldeano que condujo a la formación de Atenas. La ciudad, como creación esencialmente humana, significó una traición a la naturaleza, equiparable tan sólo a aquélla perpetrada con la domesticación de las especies en el Neolítico (Frazer, 1981: 566); encarnaba, por tanto, el dominio humano frente a la naturaleza, el orden frente al caos, triunfos plasmados profusamente en la iconografía antigua y escenificados en ritos y fiestas como las Lupercalia romanas (Briquel, 2003). La religión en general, desde su concepción más abstracta hasta su dimensión más material, encarnada por ejemplo en los santuarios, fue un aspecto determinante en la configuración de las ciudades y en la vertebración de sus territorios (Mateos Cruz et al., 2009). Lo que nos interesa señalar, en nuestro caso, es la existencia de una gran variedad de causas que intervienen en el proceso, que dependerán de los contextos y tradiciones particulares; mientras algunas ciudades surgen como resultado de un sinecismo, otras son fundaciones ex novo, puesto que “cada proceso de urbanización es único en cada ciudad” (Damgaard et al., 1997a: 11). En los últimos años, el estudio arqueológico de la ciudad clásica ha sido un tema retomado con fuerza por la investigación, extendiéndose además a culturas contemporáneas como la etrusca, la púnica, la ibérica o las célticas. Algunas obras corales que recogen diferentes

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estudios al respecto son Social Complexity and the Development of Towns in Iberia (Cunliffe y Keay, 1995), Urbanization in the Mediterranean in the 9th to 6th centuries BC, resultado de un seminario celebrado en 1994 en la Universidad de Copenhague (Damgaard et al., 1997b); La naissance de la ville dans l’Antiquité, que recoge una serie de conferencias celebradas en 2000 y 2001 en la École Pratique des Hautes Études de París (Reddé et al., 2003); el congreso Mediterranean Urbanization 800-600 BC celebrado en la British Academy en 2001, como continuación y complemento del de Copenhague (Osborne y Cunliffe, 2005), o por último, por citar algunos ejemplos de las culturas célticas, Aldeas y ciudades en el primer milenio a.C. La Meseta Norte y los orígenes del urbanismo (Álvarez-Sanchís et al., 2011) o Paths to complexity. Centralisation and urbanisation in Iron Age Europe (Fernández-Götz et al., 2014). 1.2. U

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A

Parece hoy asumido que en el mundo antiguo campo y ciudad fueron “conceptualmente complementarios”, según los definía M.I. Finley en su obra ya clásica The Ancient Economy (1973: 123), una noción integradora que contrasta nuevamente con la imagen actual de unas ciudades nítidamente diferenciadas del ámbito rural y, en consecuencia, deshumanizadas (Lefebvre, 1970). La interpretación histórica ha de hacer complementarias dos esferas, ciudad y territorio, a las que sin embargo se ha prestado una atención desigual, como complementarios han de ser los métodos arqueológicos y las fuentes literarias empleadas en su estudio (Leveau, 1994). La relación de reciprocidad, que no igualdad, entre dichos ámbitos, se basaba en el abastecimiento de productos agrícolas, por parte del campo, y de objetos manufacturados y contraprestaciones como la protección o la representación colectiva, por parte de la ciudad, una clara asimetría que beneficiaba a ésta última (Santos Yanguas, 1998: 13). Según se desprende de los testimonios literarios del mundo antiguo, la ecúmene era concebida, en esencia, como un mundo de ciudades y ciudadanos, idea a la que subyace, sin duda alguna, la noción aristotélica de ciudad como fin y escenario de la civilización (Collingwood y Myers, 1937: 186; Finley, 1977: 305). Aunque no pueden existir ciudades sin territorio político, las relaciones entre campo y urbe no siguen pautas universales, sino que varían según el contexto, al materializar la “expresión espacial de la apropiación del suelo” (Ruiz Rodríguez, 1988: 11 y ss.). El campo y la producción agraria han sido, sin embargo, escasamente atendidos por las investigaciones del mundo antiguo, frente a aspectos como el urbanismo o el registro funerario; algo que resulta paradójico, dado que el sector agrario es la base de la economía tradicional y la llamada “Historia agraria” define, por tanto, la propia historia de la humanidad (Orejas Saco del Valle, 2006). Si asumimos que urbe y territorio son parte de una misma entidad, la Arqueología del paisaje se erige como línea fundamental para aproximarse a los territorios urbanos (Fig. 2). Heredera de la llamada Arqueología Espacial de los años sesenta, pero igualmente de la escuela francesa de Annales o la Geografía histórica, esta rama de Arqueología considera el paisaje, entendido en su doble dimensión natural y cultural6, un medio privilegiado para el análisis de las sociedades antiguas7.

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“Cualquier parte del territorio tal y como lo percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y de la interacción de los factores humanos y/o naturales” (Art. 1, Convenio Europeo del Paisaje, 2000). 7 La definición, objetivos y metodología de la Arqueología del paisaje ha sido abordada en innumerables trabajos, también en nuestro país, por lo que remitimos a algunos que aportan una visión general, como Orejas Saco del Valle, 1995: 41 y ss.; Ortega Ortega, 1998; García Sanjuán, 2005.

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Como era lógico, el reconocimiento superficial del terreno a través de prospecciones se ha convertido en el principal método de trabajo de los estudios de paisaje, como ya lo fue de la Arqueología Espacial. Desde los años sesenta, el interés por los territorios de las ciudades antiguas condujo al desarrollo de estudios regionales basados en la prospección superficial (regional surveys), como la University of Minesota Messenia Expedition, pionera de los estudios de territorio en Grecia. El campo dejó de ser a partir de entonces un dominio “silencioso” al que, salvo contadas excepciones, los autores clásicos otorgaron una escasa atención, para erigirse en una fuente de información esencial sobre las sociedades antiguas (Alcock, 2007).

Figura 2.- El territorio agrícola de Volubilis (Marruecos) desde el foro de la ciudad (2014). Las regiones circunmediterráneas se revelaron, a partir de entonces, como un escenario ideal para este tipo de estudios, debido a su ocupación intensa y prolongada, a la buena conservación del registro superficial, así como a la existencia de completas seriaciones cerámicas que permitían una fiable aproximación cronológica a dicho registro. En consecuencia, los paisajes mediterráneos de la Antigüedad cuentan ya con una importante tradición de investigaciones, constituida no sólo por estudios de caso sino también por trabajos que los abordan desde un punto de vista global, o al menos comparable, y con un enfoque específico: geográfico o paleoambiental (Leveau et al., 1999), arqueológico (Athanassopoulos y Wandsnider, 2004), así como interpretativo o historiográfico (Horden y Purcell, 2000; Bendala Galán, 2007; Cañete Jiménez, 2010). El Mediterráneo, como objeto particular de análisis histórico, había sido ya contemplado en el seminal trabajo de F. Braudel La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II (1949), que, centrado en el s. XVI, hacía de este espacio geográfico un sujeto de interpretación histórica al nivel mismo del todopoderoso monarca español. Esta idea ha sido retomada para el estudio de la Antigüedad, si bien incidiendo más en la heterogeneidad del Mediterráneo como suma de microcosmos, que en una concepción unificadora; idea que por otra parte ya estaba presente en la obra del propio Braudel (Horden y Purcell, 2000; Bendala Galán, 2007: 145). Como íbamos diciendo, a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 la generalización de grandes proyectos de prospección multi-periodo en Grecia, Italia y el Mediterráneo en general,

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permitió recuperar una ingente cantidad de información que puso de relieve la riqueza del registro rural, la densidad de asentamientos –el busy countryside de Lloyd (1991)-, así como la diversidad de los mismos (Barker, 1996: 165). Como resultado de varias décadas de investigación, contamos hoy con trabajos de debate y reflexión sobre los aciertos, errores y retos de este tipo de estudios (Cherry, 1983; Alcock y Cherry, 2004; Ruiz Zapatero, 2004; Kowaleski, 2008), cuya existencia misma es muestra de la madurez alcanzada por los mismos (Tartaron, 2003). Desde el punto de vista de la metodología, se han revelado como cuestiones básicas valorar los procesos de erosión superficial, la delimitación del área a prospectar en función de los medios disponibles, la aproximación extensiva o intensiva y el tipo de muestreo, y desde luego la definición de yacimiento que se manejará en cada caso, como aspecto básico (Barker, 1991). En efecto, el registro superficial ha resultado ser una dispersión continua de material y no una serie de yacimientos sobre un fondo vacío, resultado de la ocupación y uso intensivo de la tierra a lo largo de los siglos8. Dicha particularidad dificulta la definición de yacimiento, que varía necesariamente en función del contexto, y explica la acuñación de términos como off-site (registro que no es yacimiento) (Foley, 1981) o background noise (ruido de fondo) (Gallant, 1986), ya habituales en la bibliografía. En los últimos años, el avance de las técnicas y herramientas de trabajo (GPS, SIG, etc.), de mano del desarrollo de las Tecnologías de Información y Comunicación o TIC, posibilita un grado de exactitud y resolución que ha permitido reducir la escala de trabajo a microrregiones (Mayoral Herrera et al., 2009; Grau Mira et al., 2012). Todo ello ofrece nuevas perspectivas para este tipo de investigaciones, que han de reformularse cada día, tanto en sus métodos como en sus herramientas interpretativas, y ofrecer siempre parámetros fijos a fin de poder acometer necesarios estudios comparativos (Alcock, 2000; Cherry, 2003; Bintliff, 2014). Resulta hoy incuestionable que las prospecciones arqueológicas desarrolladas desde los años sesenta han permitido ampliar considerablemente nuestro conocimiento de las sociedades antiguas, en un factor fundamental como es la producción agraria y las formas de vida rurales. Estas investigaciones han puesto de relieve la riqueza y variedad de asentamientos rurales en el mundo griego (Alcock, 2007), romano (Barker y Lloyd, 1991; Taylor, 2007), púnico (van Dommelen y Gómez Bellard, 2008a), en Iberia (Rodríguez Díaz y Pavón Soldevilla, 2007) o, desde un punto de vista más general, la interacción del paisaje y el hombre a lo largo del tiempo (Vita-Finzi, 1969; Barker, 1995). Volviendo de nuevo a las ciudades, derivado de ese mayor conocimiento del mundo rural, una serie de trabajos han tratado de hacer complementaria la información de las prospecciones en el campo y de las excavaciones en ámbito urbano. Citemos, por ejemplo, trabajos ya clásicos como los coloquios internacionales centrados en la Magna Grecia (VV.AA., 1968), las ciudades y territorios griegos, romanos y en menor medida etruscos (Rich y Wallace-Hadrill, 1991) o sobre las ciudades romanas de occidente (Clavel-Lévêque y Plana-Mallart, 1995; Clavel-Lévêque y Vignot, 1998). Se ha dado el caso, incluso, de que la experiencia en las prospecciones de campo revirtiera en el estudio de las ciudades. Existen casos en que la evolución histórica de un territorio se puede reconstruir de manera muy completa, mientras apenas se conoce la del núcleo urbano, dando lugar a una visión incompleta (Bintliff y Snodgrass, 1988: 69 y ss.). La prospección intensiva de ciudades antiguas –urban survey- ha sido un método discutido, pero que viene a solucionar en 8

Una de las hipótesis barajadas ha sido la presencia de restos cerámicos en el abonado, que explicaría en muchos casos la dispersión continua de dicho material (Wilkinson, 1982).

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parte el problema descrito, al centrarse en aspectos como la delimitación del perímetro, la densidad poblacional o el grado de urbanización alcanzado. Tiene gran potencial para el conocimiento de las ciudades antiguas, especialmente en el caso de aquéllas que han sido excavadas en un porcentaje reducido del total (Alcock, 1991; Keay et al., 1991; Vermeulen et al., 2012). 1.3. C A la ya de por sí complicada problemática del origen de la ciudad, se suma en nuestro caso un fenómeno histórico que enreda aún más el panorama, la colonización, pues en el sur peninsular confluyeron no sólo tradiciones locales –una progresiva complejidad social desde el Bronce Finalsino también importadas –colonización fenicia, hegemonía cartaginesa o incorporación al mundo romano-, que generaron una gran variedad de procesos, situaciones y manifestaciones particulares. En la mentalidad clásica, nociones como “civilización”, “colonización” o “romanización” eran sinónimos de vida urbana, pues sólo en el marco de las ciudades podía entenderse la civilización. Ello fue especialmente significativo en el caso de las colonias en territorio extranjero, bárbaro, donde el contraste entre distintas formas de vida se hacía más evidente, hasta el punto de que la colonia condensaba, en parte, la idea de superioridad respecto al “otro” (Aubet Semmler, 2007: 91). Dado lo arraigado de esta idea en la cultura occidental, auto-considerada heredera del mundo clásico grecorromano, la equivalencia civilización-colonización se convertiría en el s. XIX en una justificación indirecta del comportamiento colonial europeo, hasta llegar a impregnar las interpretaciones sobre la colonización antigua (Trigger, 1984; Rowlands, 1998; van Dommelen, 1998). Como en el caso de la ciudad, ha sido la propia definición de colonización y colonialismo uno de los temas que más han ocupado a los especialistas, por lo que aquí, más que argumentar la adecuación de una u otra de las definiciones empleadas, nos contentamos con explicar los vocablos sobre los que hay un mayor consenso y que empleamos en el texto. El adjetivo “colonial” parece emplearse sin problema para definir los procesos de migración e instalación de grupos humanos en lugares distintos al de origen. Se emplea especialmente en el caso griego, aunque definiría también el fenicio y romano. A la hora de utilizar el sustantivo, se prefiere, en líneas generales, el término “colonización”, entendido como traslado de grupos humanos a otras áreas para asentarse de forma estable, frente a “colonialismo”, que, como sucedería con el término “imperio”, tiene connotaciones negativas de violencia y opresión derivadas de la experiencia colonial contemporánea (van Dommelen, 1998: 15 y ss.). No obstante, algunos autores consideran que el vocablo “colonialismo” define un fenómeno más amplio y más tenue, que puede darse sin existir una colonización (Dietler, 2009), tal y como defiende A. Domínguez Monedero (2002) con los griegos en Iberia. Se utilizan igualmente otros términos más vagos o más asépticos como “asentamientos coloniales” o “de ultramar” para las factorías o las colonias fenicias (Aubet Semmler, 1997: 297), o “contactos” o “encuentros coloniales” (colonial encounters) para subrayar el carácter interactivo del proceso (Stein, 2005a). En la última década y media se han publicado múltiples trabajos sobre colonialismo, en los que ha habido una participación de antropólogos además de arqueólogos e historiadores, debido al gran desarrollo de esta línea de investigación en el ámbito anglosajón. De carácter individual o colectivo, estos trabajos han abordado el tema desde una perspectiva transcultural para establecer modelos comparativos, subrayando la aportación del enfoque arqueológico y el estudio de la cultura material (Lyons y Papadopoulos, 2002; Gosden, 2004; Stein, 2005b; van Dommelen y Knapp, 2010). Centrado en la Antigüedad, han visto la luz diferentes obras dedicadas

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a los primeros ensayos de colonialismo en Próximo Oriente antiguo (Aubet Semmler, 2007), a las colonizaciones griega y romana (Hurst y Owen, 2005; Malkin et al., 2009), y sobre todo la fenicia, tanto en el Mediterráneo oriental y central (van Dommelen, 1998; Hodos, 2006), como en el extremo occidente (Aubet Semmler, 1997; Frankestein, 1997; Dietler y López-Ruiz, 2009). De forma paralela al desarrollo de diferentes corrientes teóricas y del trabajo de campo, las relaciones entre las sociedades implicadas en los contextos coloniales, colonizadores y colonizados, se interpretan de una forma muy diferente a la habitual hace unos años. Las tesis de tipo difusionista, ancladas en el pensamiento eurocéntrico que hemos comentado, no contemplaban la colonización sino como un proceso civilizador en que unas culturas superiores hacían participes de su desarrollo a otras. Este esquema simplista fue matizándose progresivamente con la adopción, a partir sobre todo de los años setenta, de modelos interpretativos generados en el campo de la Antropología o la Sociología, como la “aculturación” (Redfield et al., 1936), las “esferas de interacción”, o el “sistema-mundo” de I. Wallerstein, que supuso la aplicación a las culturas antiguas de conceptos como centro y periferia, que si bien ideados para la economía contemporánea, fueron de gran utilidad como marcos de referencia para la Antigüedad (Aubet Semmler, 2007: 66 y ss.). Pero han sido los llamados “estudios postcoloniales” los que han hecho de las colonizaciones un objeto de estudio preferente, desde una perspectiva amplia, transdisciplinar y de afán comparativo. Se trata de un conjunto de estudios muy diversos, aunque fundamentalmente literarios, que surgieron tras la segunda guerra mundial y durante en el proceso de descolonización, interesados por el discurso colonial de superioridad y por la versión de los colonizados. La obra del teórico literario E.W. Said, Orientalism. Western conceptions of the Orient (1978), se considera su hito fundacional, al definir el orientalismo como una invención cultural de las sociedades occidentales. Junto a él, otros teóricos como H. Bhabha y G. Spivak, son considerados hoy los padres del postcolonialismo. En la misma época, el sesgo colonialista de la historiografía occidental fue denunciado también por otras tendencias o corrientes de pensamiento, como el Subaltern Studies Group de la Universidad de Cambridge, formado por historiadores especializados en Asia meridional, que otorgaban un papel protagonista a los grupos relegados de la sociedad y sus mecanismos de respuesta (van Dommelen, 2006: 107 y ss.); o las posturas “autoctonistas”, que subrayaban la relevancia y la personalidad de los pueblos que habían sufrido la colonización romana (Bénabou, 1976). Desde la Arqueología, una serie de trabajos han demostrado la coherencia de este conjunto de ideas, apostando por atribuir un papel primordial a la cultura material como fuente de información privilegiada de las prácticas cotidianas de la “gente sin voz” (van Dommelen, 2006: 104-107). Con esa orientación se han desarrollado interesantes estudios sobre las colonizaciones en el Mediterráneo antiguo (van Dommelen, 1998; Hodos, 2006; van Dommelen y Terrenato, 2007a; Dietler, 2010; van Dommelen y Knapp, 2010), empleando en ocasiones recursos como la analogía entre situaciones coloniales diversas (Hurst y Owen, 2005; Stein, 2005b). Hemos de ser cautos, no obstante, con los posibles excesos de dicha herramienta interpretativa, como analizar la colonización fenicia u otras en función de la griega exclusivamente, cuando los condicionantes y orígenes históricos son ciertamente diferentes (Aubet Semmler, 2006: 37). Dado el origen literario de la teoría postcolonial, una de sus primeras preocupaciones ha sido la terminología. Su principal propuesta es sustituir vocablos como “nativo” o “indígena”, de claras connotaciones negativas, por otros más asépticos como poblaciones o comunidades “locales” (Hodos, 2006: 15). La teoría postcolonial aboga, de este modo, por evitar el binomio colono-indígena y por considerar las relaciones interculturales como un

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proceso complejo y bidireccional, que afecta y transforma tanto a la cultura colonizada como a la colonizadora. Se otorga así una cierta capacidad de acción a las sociedades colonizadas que seleccionan, transforman o rechazan la cultura material del colonizador en función de sus preferencias, manifestando de este modo cierta capacidad de acción o iniciativa (agency). Los contextos coloniales se caracterizan, en consecuencia, por una cultura material rica y compleja que refleja la naturaleza de las relaciones entre colonizadores y colonizados, tanto en los territorios colonizados como en la metrópoli (Gosden, 2004). La cultura “híbrida” o mestiza resultante de esos contactos no será, por tanto, la mera suma de las dos culturas implicadas, sino un producto diferente, un “tercer espacio” en palabras de H. Bhabha (van Dommelen, 2002: 124 y ss.); en todo caso, el concepto de hibridación ha de ser bien medido en cada caso, pues su uso acrítico o su abuso puede llevarnos a aplicarlo de forma incorrecta o vacía de significado (Pappa, 2013; Silliman, 2015). En lo que toca a la Antigüedad hispana, estas nuevas perspectivas interpretativas han sido defendidas en trabajos sobre las colonizaciones griega y fenicia (Dietler y López-Ruiz, 2009; Vives-Ferrándiz, 2005) o la romanización (Downs, 2000; Jiménez Díez, 2008), por citar los más destacados. Sin embargo, cabe señalar que en el contexto de la investigación arqueológica española, al que la teoría postcolonial aporta sin duda perspectivas enriquecedoras, la interpretación de los fenómenos coloniales no ha seguido, como en otros países, el modelo de desinterés o menosprecio de lo indígena frente a lo colonial, dado el predominio tradicional de las visiones autoctonistas (Escacena Carrasco, 2000: 46 y ss.). El interés inusitado que, desde siempre, generó el problema histórico de la ubicación e identificación de la Tartessos de las fuentes literarias, mediatizó la investigación sobre la Protohistoria hasta el punto de que la atención prestada a la colonización fenicia habría sido una consecuencia del primero (Aubet Semmler, 2006: 37; Mederos Martín, 2004). Recordemos, en este sentido, la evolución en la interpretación de yacimientos señeros como El Carambolo o el Castillo de Doña Blanca, que han pasado de ser ejemplos paradigmáticos de lo tartésico o lo turdetano a ser considerados plena y exclusivamente fenicios (Ruiz Mata, 1987; Ruiz Mata y Pérez Pérez, 1995; Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2007). Consideramos, por tanto, que la investigación sobre las colonizaciones antiguas en nuestro país, iniciada con los esfuerzos de A. García y Bellido por dotar de contenido arqueológico las colonizaciones griega o fenicia (1936, 1942 y 1954; Bendala Galán, 2005a), así como otros tempranos estudios sobre la presencia fenicia en la Península (Blanco Freijeiro, 1956 y 1960; Pellicer Catalán, 1963, revisado en 2007), ha alcanzado, tras décadas de desarrollo del trabajo de campo y de los modelos teóricos, una indudable madurez interpretativa evidenciada en planteamientos que, aunque no siempre explícitamente postcolonialistas, han defendido el proceso colonial como algo esencialmente complejo, criticando el reduccionismo de los modelos aculturacionistas, pero sin ignorar el papel de la coerción y la violencia en el mismo (López Castro y Adroher Auroux, 2008; González Wagner, 2011; Sureda Torres, 2012). Un ejemplo lo tendríamos en aquellos trabajos que, ya desde fines de los años setenta, abordaron las llamadas “perduraciones” o la continuidad cultural púnica bajo dominio romano (Koch, 1976; Bendala Galán, 1976, 1981 y 1983; Tsirkin, 1985; López Castro, 1995).

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1.3.1. De colonias fenicias a poleis púnicas9 A la hora de abordar el papel de la colonización fenicia en la península Ibérica como motor del horizonte urbano, es necesario señalar su incontestable carácter urbano en la tierra de origen. Dicho esto, se da la paradoja de que por circunstancias diversas, el conocimiento arqueológico de las colonias de occidente precedió al de las propias metrópolis fenicias como Arados, Biblos, Sidón o Tiro (Aubet Semmler, 1997). La tierra de origen del pueblo fenicio, cuyo conocimiento se apoya fundamentalmente en fuentes epigráficas por los motivos mencionados, se caracterizaría por lo limitado de su extensión y por su vocación costera. El litoral sirio-palestino conforma, en efecto, una estrecha franja litoral entre unas altísimas codilleras y el mar, lo que determinó, o al menos posibilitó, un poblamiento en islas y promontorios, un patrón que vemos repetido en occidente. Asimismo, una economía basada en la pesca, la agricultura intensiva y la explotación de los bosques del Líbano, además del control de las vías que comunicaban con el interior, Siria y Palestina. La estructuración del territorio, de claro carácter urbano, parece haber seguido un esquema jerárquico semejante en todos los casos, basado en la existencia de una ciudad portuaria situada en un islote o península –como Tiro o Sidón-, una ciudad secundaria estrechamente vinculada con ella, que ejerce de nexo con el continente – Paleotiro-, y toda una serie de ciudades fortificadas y asentamientos menores para la explotación agraria o maderera (Aubet Semmler, 1997: 20 y ss.; Sader, 2000; Belmonte Avilés, 2003). Ya en occidente, la colonización fenicia10 jugó un doble papel en el desarrollo y consolidación de modelos urbanos. En primer lugar, las propias colonias constituyeron establecimientos de indudable carácter urbano desde el punto de vista formal, pero cuyo reducido tamaño y nula o escasa proyección territorial llevan a considerarlas asentamientos protourbanos (Niemeyer, 1995; Aubet Semmler, 1995). Por otro lado, esa presencia fenicia obró como potenciador de procesos de complejidad social ya iniciados con anterioridad y encaminados a la vida urbana, tal y como se ha puesto de relieve para el suroeste y el bajo Guadalquivir (Ruiz Mata et al., 1998; Torres Ortiz, 2002: 273 y ss.) o la costa malagueña (Marzoli et al., 2010). Sin embargo, el interés por el carácter urbano de las colonias y su dimensión territorial han sido aspectos poco atendidos por la investigación hasta hace poco, debido a que la colonización era considerada una simple empresa comercial, limitada a una serie de factorías costeras (González Prats, 2000; López Castro, 2000: 99). Sólo Gadir y Lixus, las fundaciones más antiguas de occidente según las fuentes, se consideraban verdaderas ciudades, sin que apenas se haya valorado el carácter urbano inicial de factorías como Toscanos, Chorreras (ambas en VélezMálaga, Málaga), Morro de Mezquitilla (Algarrobo, Málaga), Sex (Almuñécar, Granada), Abdera (Adra, Almería) o La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante) (López Castro, 2004: 73 y ss.). No en balde, parece haber despertado un mayor interés por parte de la investigación el momento en que sí se manifiestan rasgos verdaderamente urbanos, el tránsito de las colonias arcaicas a verdaderas ciudades-estado o poleis púnicas (Niemeyer, 1982; Olmo Lete y Aubet Semmler, 1986; Arteaga Matute, 2001; Aubet Semmler, 1995; López Castro, 2004; Ferrer Albelda y García Fernández, 2007; Helas y Marzoli, 2009). De hecho, hay cierta unanimidad en que este “periodo urbano”, el complejo proceso por el que las antiguas colonias se convirtieron 9

Sobre la definición y periodización de los términos cananeo, fenicio, púnico o “fenicio occidental” ver Aubet Semmler, 1997: 15 y ss. o López Castro, 1992a y 1995. 10 Sobre la colonización fenicia en la península Ibérica, ver algunas revisiones recientes: Costa Ribas y Fernández Gómez, 2002; Vita Barra y Zamora López, 2008; García i Rubert et al., 2008; Álvarez Martí-Aguilar, 2011.

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en estados con bases territoriales, tuvo lugar entre los ss. VI y IV a.C. (Arteaga Matute, 2001: 223 y ss.; López Castro, 2008: 149). Datan de ese momento aspectos comunes en las ciudadesestado de la Antigüedad, como una creciente especialización del trabajo, reflejada en la construcción de murallas o en una marcada diversificación artesanal, así como la intensificación de la producción, tanto agrícola como industrial, y del comercio. Desde el punto de vista social, se constata una tendencia a una cierta democratización de las necrópolis, que presentan mayor número de enterramientos y más simples, la aparición de verdaderos templos ciudadanos y, aunque de más complejo estudio, la existencia de instituciones ciudadanas como magistrados, consejo y asamblea popular (López Castro, 2004: 87-104). Uno de los aspectos más significativos del proceso fue la ocupación del territorio o hinterland de las colonias con núcleos secundarios de carácter rural, que jugaron un papel clave en la configuración de ese nuevo paisaje. El acceso a tierras agrícolas del interior fue, precisamente, el principal cambio operado en el patrón de asentamiento entre la época fenicia y la púnica (van Dommelen y Gómez Bellard, 2008a: 17 y ss.). A pesar de que el ámbito rural fenicio-púnico ha tenido un tratamiento siempre secundario respecto a las urbes, y desde luego en comparación con culturas como la griega o la romana, desde los años ochenta ha habido una atención creciente por ese ámbito, con interesantes propuestas teóricas como la “colonización agrícola” de J. Alvar Ezquerra y C. González Wagner (1988, actualizada en González Wagner y Alvar Ezquerra, 2003), así como un progresivo interés por el emplazamiento de las colonias, tanto desde el punto de vista paleogeográfico (Arteaga Matute et al., 1987) como económico (Aubet Semmler, 1991). Pero han sido en especial diferentes proyectos de prospección y excavación centrados en los recursos y las explotaciones agrícolas los que han permitido un avance cualitativo en el conocimiento del mundo rural fenicio-púnico (Gómez Bellard, 2003a; van Dommelen y Gómez Bellard, 2008b), de cuyo desarrollo dan fe además agrónomos romanos como el gaditano Columela, e incluso la perduración de algunos de sus aperos en la agricultura tradicional española, como el plostellum punicum o trillo de ruedas (Bendala Galán, 2002-2003). Aquellas áreas que han sido objeto de proyectos de investigación centrados el ámbito rural, como Cerdeña o Ibiza, han revelado la configuración, a partir del s. V a.C., de una densa red de granjas o villas agrícolas que se interpreta como una clara evidencia de un territorio productivo dependiente de un núcleo principal, más allá del indudable aspecto urbano que puedan tener éstos (Botto et al., 2003; Gómez Bellard, 2003b; Stiglitz, 2003; van Dommelen, 2005). En el caso del sur peninsular, aunque la información disponible es fragmentaria y de muy diferente calidad, sí se aprecia una fuerte vocación territorial de las antiguas colonias, que establecen una compleja tipología de asentamientos rurales en sus hinterlands desde al menos el s. VI a.C. (López Castro, 2008). Las zonas que gozan de un mayor conocimiento arqueológico a día de hoy son los territorios de Baria (López Castro, 2000; López Castro et al., 2011a) y Abdera (López Castro et al., 2011b), así como la ubérrima campiña gaditana, donde surgen a partir del s. V a.C. toda una serie de villas agrícolas dedicadas a la producción y transformación oleícola, siguiendo modelos bien conocidos en Cartago, Sicilia, Cerdeña o Ibiza (González Rodríguez, 1987; Ruiz Mata et al., 1998; Carretero Poblete, 2007). La apropiación progresiva de las tierras circundantes por parte de las antiguas colonias fenicias, hubo de tener consecuencias trascendentales desde el punto de vista social. Implicaría, en primer lugar, un crecimiento demográfico de base colonial, al que pudieron sumarse nuevos aportes desde otros lugares del Mediterráneo, pero sobre todo la participación de las comunidades del entorno, bien por medio de pactos o bien por la coerción y la fuerza. Para algunos autores, sólo mediante un “pacto territorial” entre fenicios e indígenas, que

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incluiría la absorción de núcleos rurales de trabajadores agrícolas o mujeres, para asegurar la continuidad biológica, se entendería el nacimiento de una nueva sociedad ciudadana interétnica (Arteaga Matute, 2001: 223 y ss.; López Castro, 2004: 73-78). La existencia de ese tipo de pactos es bien conocida en otros ámbitos púnicos como la propia Cartago, fundada según el mito en virtud del pacto de Elisa con un rey libio, y bien pudo haber sucedido algo semejante en occidente (Tejera Gaspar, 1996). En definitiva, aunque el papel de las comunidades indígenas en el proceso resta aún poco claro, es el mundo rural precisamente el que nos ofrece el camino más prometedor para entenderlo (van Dommelen, 1997 y 2005). 1.3.2. ¿Hegemonía o imperialismo cartaginés? La idea del dominio de Cartago sobre Iberia a partir del s. VI a.C., encuentra su origen en las menciones de las fuentes literarias, y ha sido un tema tratado por la historiografía española desde época medieval (Ferrer Albelda, 1996a). Ya en el s. XX fue defendida principalmente por A. Schulten, quien atribuía la destrucción de la civilización tartésica o la clausura del Estrecho al pueblo cartaginés (1924/2006: 117 y ss.), pero también por otros autores posteriores que propugnaban el despliegue de una hegemonía de corte imperialista por la ciudad africana en los ss. V y IV a.C. (Whittaker, 1978). Sin embargo, ya desde los trabajos del profesor M. Tarradell que comentaremos en el capítulo 2, esa imagen comenzaba a desdibujarse, pues la cultura material del área del Estrecho parecía reflejar un panorama muy distinto al del norte de África y las islas del Mediterráneo central (1967: 303 y ss.). En el estado actual del conocimiento, los autores prefieren considerar los cambios acontecidos en esa época, tradicionalmente asociados a dicha hegemonía cartaginesa, como resultado más bien de la evolución propia de las sociedades fenicias occidentales. Y si bien es indudable que los contactos con Cartago de tipo comercial, y seguramente político, se acentuaron, la naturaleza exacta de esas relaciones entre el s. VI y el III a.C. ha sido objeto de un nutrido debate en los últimos años (González Wagner, 1983; López Castro, 1991 y 2001; Arteaga Matute, 1994; Bendala Galán, 1994). Parte de la discusión histórica actual reside en valorar si ya en el s. IV a.C. hubo una hegemonía e incluso una presencia efectiva de contingentes militares cartagineses, quizá campamentos, en la Península (Pliego Vázquez, 2003; Ferrer Albelda y Pliego Vázquez, 2013). Aunque se trata de un aspecto sobre el que aún quedan muchas cuestiones abiertas, es indudable que una presencia anterior al s. III a.C. explicaría el buen asiento que tuvieron las políticas que después desarrollaron los Barca en el sur y levante peninsulares11. Sí parece fuera de toda duda que el proyecto político que la dinastía cartaginesa implantó en Iberia y que conduciría a la segunda guerra púnica, supuso una marcada potenciación del tejido productivo, agrícola y minero, así como el establecimiento de una red viaria y urbana estable, como requisito fundamental de una política de afán estatal (Bendala Galán, 1987). Es probable, incluso, que en aras de una organización más eficiente de los territorios hispanos, se hubieran implantado verdaderos distritos territoriales a la manera de los conocidos en Cartago (González Wagner, 1983: 440 y ss.). Uno de los principales rasgos de la política desplegada por los Barca fue la potenciación de núcleos urbanos como base de su complejo y ambicioso sistema territorial. Por las fuentes tenemos constancia de la fundación de ciudades como Qart Hadast (Cartagena), Akra Leuke12 y una 11

Para una valoración historiográfica y un estado de la cuestión sobre la realidad arqueológica de la presencia de los Barca en la Península, remitimos al trabajo reciente de M. Bendala (2015). 12 La reducción de esta ciudad ha sido motivo tradicional de discusión científica. En la actualidad, Lucentum (Alicante)

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tercera de la que desconocemos su nombre y ubicación. Más complicado resulta hoy considerar la existencia de un sistema de fortificación territorial implantado por los Barca que la historiografía ha querido ver tras el término turres Hannibalis de Plinio (Fortea Pérez y Bernier Luque, 1970) y que entendemos en la actualidad como un “cajón de sastre” en el que se han incluido tradicionalmente muy diferentes casos, aunque sin descartar en efecto la existencia de fortificaciones aisladas pertenecientes a ese contexto histórico (Moret, 2004; Prados Martínez, 2007). Parece fuera de toda duda, en resumen, que la presencia de fenicios y posteriormente cartagineses supuso, en el caso del levante y mediodía, la implantación de modelos urbanos de raigambre o influjo oriental. Sin embargo, a pesar de que la influencia en aspectos como la arquitectura y el urbanismo en las poblaciones locales ha sido valorada en diferentes ocasiones (Ruiz Mata y Celestino Pérez, 2001; González Wagner, 2007), no así el papel que las relaciones entre ambas culturas tuvo en el tránsito de las colonias originarias a las posteriores ciudades púnicas, para lo que resulta esencial atender al paisaje rural y la estructuración del territorio. 1.3.3. Roma y la extensión de la civitas Nos referimos con el término “romanización” a los cambios de tan diversa naturaleza como resultado operados en las estructuras políticas y socio-económicas de los pueblos sobre los que Roma impuso su dominio de una forma u otra. Este vocablo acuñado por el historiador británico F.J. Haverfield a inicios del s. XX13 ha tenido tanto éxito que se ha generalizado tanto en la bibliografía como en el lenguaje común. En los últimos años, el concepto mismo de romanización, “tan lógico y habitual como controvertido y perturbador”, ha sido objeto de un intenso debate por parte de la investigación arqueológica (Bendala Galán, 2009a: 345). En estas líneas quisiéramos exponer algunos de los aspectos generales que han definido el mismo y, especialmente, valorar la relación de dicho concepto con el de urbanización, al que a menudo se equipara sin crítica. En línea con las ideas postprocesuales y los mencionados postulados del postcolonialismo, se ha cuestionado tanto el propio término como la visión que éste refleja de Roma como ente superior y civilizador de culturas “bárbaras” (Hingley, 2005: 2), y se han ido proponiendo otros conceptos que acentúan la naturaleza compleja del fenómeno, como “criollización” o “mestizaje” (Webster, 2001), “integración” (López Castro, 1992b; Barrandon, 2011), “fenómenos de transición” (Bendala Galán et al., 1988) o “adaptación” (Abad Casal, 2003), entre otros muchos de semejante significado. Han cobrado interés, en este contexto de renovación teórica, las singularidades de cada región y etapa involucrada en el proceso (Keay y Terrenato, 2001), y aspectos como el papel las tradiciones culturales previas en la construcción de las identidades (van Dommelen y Terrenato, 2007b: 8), los fenómenos de imitación o rechazo (Coarelli, 1987; Ruiz de Arbulo, 2004; Jiménez Díez, 2010), la importancia del proceso de municipalización (Hernández Guerra y Sagredo San Eustaquio, 1998), la integración de las élites indígenas (González Fernández, 2005; Caballos Rufino y Demougin, 2006) o el clientelismo (Downs, 2000: 202-204; Terrenato, 2007; Bendala Galán, 2009b: 374) y, en definitiva, el rechazo a la consideración monolítica de la propia Roma y la sociedad romana, que “romanizaría” de forma diferente según las épocas y situaciones particulares (Mattingly, 2006: 520 y ss.). (Olcina Doménech et al., 2011) y Carmo (Carmona) (García-Bellido, 2010; Bendala Galán, 2011) así como una potencial ciudad cercana al área minera de Cástulo, parecen erigirse como las candidatas más firmes. 13 Sobre el origen, desarrollo histórico e influencia del concepto en el pensamiento occidental contemporáneo ver Jiménez Díez, 2008: 37 y ss.

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Sin embargo, aunque no podemos estar sino de acuerdo con las críticas al término y las implicaciones culturales del mismo, dado lo generalizado, incluso comercial del vocablo y la dificultad de eliminarlo del léxico arqueológico (Mattingly, 2002: 537-538), nos unimos a aquéllos que, conscientes de la imposibilidad de su erradicación, abogan por emplearlo de manera laxa y acompañarlo siempre de la necesaria crítica (Keay, 2001). Dejando a un lado las disquisiciones sobre el término, nos interesa aquí la vida urbana como el aspecto más evidente de la expresión final de los procesos de integración política, social y económica que se desarrollaron con la presencia de Roma. Resulta evidente, en este sentido, la equiparación tradicional entre romanización y civilización –ésta última derivaría, de hecho, del vocablo civitas, ciudadanía- que subyace en el pensamiento de griegos y romanos para quienes la ciudad, como la agricultura, constituían los pilares mismos de la civilización (Finley, 1973: 123). Para la mentalidad romana, además, la ciudad encarna la idea de centralidad en que se basa su concepción del universo ordenado: el foro como centro de la urbe, ésta como centro de un territorio y Roma como centro del Imperio (Purcell, 2007). La ciudad se convierte, así, en reflejo de la propia romanización y sus diferentes formas, en metáfora del Imperio, como las colonias lo son de la urbe ideal (Zanker, 2000; Briquel, 2003).

Figura 3.- Poblado de Los Millares, en Santa Fe de Mondújar, Almería (2012). No obstante, hemos de tener muy en cuenta que el origen del mundo urbano en la propia Roma es hoy un tema sumamente complejo, dada precisamente la confluencia de fuentes escritas y materiales, cuya lectura complementaria y no supeditada la segunda a las primeras, supone un verdadero reto (Carandini, 2014). Tal vez la clave, o una de las claves, esté fuera de la ciudad, habida cuenta de la luz que arrojan hoy novedosos análisis espaciales sobre la articulación de los asentamientos del Lacio desde el Bronce Final (Fulminante, 2013). Un aspecto esencial de la ciudad romana, al margen de sus rasgos formales, fue su personalidad jurídica. Eso condujo a situaciones aparentemente contradictorias, comunes en el caso hispanorromano, en que ciudades dotadas de indudable apariencia y forma de vida urbanas, no habían obtenido la ciudadanía aún y no gozaban por tanto del verdadero estatus que implica la urbs, aspecto que podemos conocer únicamente por testimonios escritos (Richardson,

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1995). Fueron el ritmo y acontecimientos concretos de la conquista romana quienes impusieron diferentes tipos de deditiones, de los que se derivaron diferentes formas de organización de los nuevos territorios integrados en el sistema romano y, por tanto, diferentes tipos de civitates: foederatae (se integran mediante pacto y mantienen privilegios), stipendiariae (se definen por el pago de impuestos, generalmente sometidas tras conquista), liberae (conservan privilegios políticos) o immunes (privilegios fiscales) (Sáez Fernández, 2002: 398-402). Conviene reflexionar, por tanto, sobre la diferencia entre conceptos jurídicos como el territorium, que hace referencia al espacio dependiente de una ciudad, y el territorio desde el punto de vista arqueológico, entendido como zona de influencia o abastecimiento de una comunidad. Todo estudio sobre la dimensión territorial del mundo romano ha de tener presente dicha distinción, si bien ambos conceptos son muchas veces equivalentes por diversos motivos, entre los que destaca la intención de Roma de respetar, si era posible, la personalidad geográfica de los pueblos integrados en su Imperio (Leveau, 2002). En lo que se refiere al impacto de Roma en la estructura urbana peninsular, ha sido un ámbito sobre el que se ha trabajado intensamente en las últimas dos décadas, tanto desde el punto de vista del trabajo de campo como de la interpretación de las diferentes transformaciones acaecidas: los cambios en las formas urbanas (Bendala Galán, 2009b; Roddaz, 2003), las transformaciones operadas en las sociedades peninsulares (Orejas Saco del Valle, 1996; Mayoral Herrera, 2004) o el impacto de las ciudades romanas en los paisajes, tanto desde el punto de vista de su explotación y ordenación como de su apropiación mediante la fortificación o el establecimiento de fronteras (Cerrillo Martín de Cáceres, 2003; Morillo Cerdán et al., 2003; Corsi y Vermeulen, 2010; Mayoral Herrera y Celestino Pérez, 2010); incluso trabajos de corte historiográfico que valoran los avaces en el conocimiento arqueológico de las ciudades, así como la evolución en las interpretaciones (Le Roux, 2011). Aunque parece haber un acuerdo generalizado en que la acción de Roma supuso la culminación de la vida urbana y su integración en la estructura sociopolítica de un Imperio, existen muy diferentes opiniones sobre los orígenes y desarrollos regionales de ese mundo urbano. Se distinguen, en líneas generales, aquellas tendencias que defienden el carácter urbano, incluso estatal, de culturas prehistóricas como Los Millares o El Argar (Fig. 3) de un lado14, frente a la idea dominante en la historiografía española tradicional, de que no fue hasta la romanización cuando se generalizaron en las sociedades ibéricas rasgos incontestablemente urbanos (Arribas Palau, 1965; Tarradell Mateu, 1976). Sin embargo, el progreso de la investigación arqueológica desde los años ochenta, tanto las excavaciones de necrópolis y ciudades como las prospecciones en sus territorios, llevó a la consideración de la naturaleza urbana de la cultura ibérica y, aunque en menor medida, otras como la celtibérica, tal y como se plasmó en los coloquios Asentamientos ibéricos ante la romanización (VV.AA., 1988). Efectivamente, un mejor conocimiento de la situación que Roma encontró en Iberia ha sido indispensable para una correcta valoración de su impacto. Al inicio de la conquista, la península Ibérica presentaba un panorama variado según las diferentes tradiciones culturales sobre las que incidiría de manera diferente el impacto de Roma. El sur y el área levantina se caracterizaban por una cultura ibérica muy desarrollada en la que tuvo indudable influencia la presencia, durante siglos, de colonias fenicias y en menor medida griegas. Desde al menos el s. VI a.C. se generaron modelos territoriales jerarquizados en torno 14

Ver las diferentes opiniones en Rincón Martínez, 1998: 244-245.

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a oppida como Puente Tablas (Jaén) o Torreparedones (Castro del Río-Baena, Córdoba) en el caso de la Alta Andalucía (Ruiz Rodríguez, 1988; Ruiz Rodríguez y Molinos Molinos, 1993: 113 y ss.; Cunliffe et al., 1999; Mayoral Herrera, 2004). En la zona levantina se documentan, igualmente, rasgos de clara jerarquización con ciudades como La Serreta de Alcoy (Alicante) o Edeta en Liria (Valencia) como oppida principales, seguidos de centros menores que, a su vez, vertebrarían toda una serie de pequeñas atalayas y caseríos (Bonet Rosado y Mata Parreño, 2001; Grau Mira, 2002). El área septentrional ibérica, Cataluña y oriente de Aragón, se caracteriza por la existencia de poblados de menor tamaño que, salvo excepciones, dominan territorios reducidos (Asensio i Vilaró et al., 2001; Sanmartí Grego y Santacana Mestre, 2005; Belarte Franco, 2009). Diferente grado de desarrollo urbano presentaban los pueblos hispanoceltas de la meseta, Sistema Ibérico y valle del Ebro, entre los que destacarían los celtíberos que, como quedó patente en los conflictos con Roma, habían desarrollado verdaderas entidades protoestatales a partir de oppida como Segeda (Mara, Zaragoza) (Almagro Gorbea, 1995; Burillo Mozota, 1998: 210 y ss.). Por último, en el noroeste, donde Roma halló unas estructuras sociopolíticas menos jerarquizadas, la conquista militar supuso sin duda la implantación de modelos muy diferentes a los anteriores, pero aunque se ha acentuado tradicionalmente la escasa romanización de la zona, esos cambios en el poblamiento ofrecen un panorama complejo de transformaciones y perduraciones (Orejas Saco del Valle, 1996). Resulta evidente que, con el pragmatismo que la caracterizó en todas las esferas, Roma se aprovechó, en su empresa de anexión de nuevos territorios, de las estructuras y realidades existentes, siempre en función de la situación política y militar del momento. En el sur y levante potenció la continuidad de los centros urbanos anteriores, mientras en la meseta o el noroeste apoyó el sinecismo o contributio en el llano de poblados preexistentes o la fundación de nuevas ciudades, algunas de ellas militares, apoyándose en la base de las civitates (Bendala Galán et al., 1988; Bendala Galán, 2009b; Santos Yanguas, 1998). Las claves de la implantación de modelos urbanos en Iberia fueron, en definitiva, resultado del equilibrio entre “innovación y adaptación”, un acertado despliegue de mecanismos de patronazgo y competitividad social en las élites, así como la ideología imperial como motores que promovieron la integración de los individuos en el nuevo sistema (Keay, 1995). No hubo, por tanto, un modelo rígido de romanización impuesto por Roma ni una implantación del proceso urbano, sino una consolidación y potenciación de procesos que se encontraban ya en marcha. En el caso de la Bética, como hemos visto, Roma se apoyó en una estructura urbana previa que explica la tradicional visión de su “temprana romanización”, ponderada por autores como Estrabón o Plinio, y que responde a una imagen colonial creada por Roma (Castro Páez, 2004). Existían estructuras territoriales complejas en sintonía con la complejidad de la propia sociedad, infraestructuras en las que se apoyaría Roma, puesto que su desmantelamiento habría afectado de manera definitiva al sistema productivo, por lo que la tenencia efectiva de la tierra apenas habría variado en los primeros momentos y sus recursos llegarían al pueblo romano a través del pago de tributos. Los procesos de colonización y municipalización llevados a cabo por César y Augusto sí implicaron importantes modificaciones de la situación territorial anterior, en tanto una nueva colonia conllevaba una deductio y una adsignatio de tierras que afectaron necesariamente a comunidades existentes, lo que provocó sin duda restructuraciones y movimientos de población respecto a la organización anterior (Sáez Fernández, 2002). A pesar de que ciudad y monumentalización urbana son una de las señas de identidad del mundo romano, una amplia mayoría de la población habitó asentamientos de diversa índole

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no identificables como ciudades, desde aldeas a caseríos, que algunos han denominado “noncittà” (Gracco Ruggini, 1989: 214 y ss.). Este hecho habría sido especialmente destacado en la Bética, donde existiría una notable desproporción entre unos centros urbanos de escaso tamaño en relación con otras zonas del Mediterráneo –sólo algunas superan las 20 ha y raramente superan las 50 ha- y unos extensos territorios sujetos a los mismos. El peso demográfico principal habría recaído, pues, en muy diferentes categorías de hábitat en función de las tradiciones previas y las distintas coyunturas derivadas de la conquista. Lamentablemente, el conocimiento de los campos de la Bética a partir de prospecciones es, a diferencia de otras zonas del mundo romano, muy escaso, lo que supone una dificultad para caracterizar, con el material y estructuras visibles en superficie, las diferentes realidades poblacionales al margen de la ciudad o las villae, por lo que es frecuente el manejo de categorías ambiguas como “aglomeraciones rurales” o “explotaciones agrarias familiares”. A pesar de los lógicos desajustes entre las descripciones y definiciones latinas y la realidad territorial preexistente, a partir de las fuentes literarias y epigrafía podemos sin embargo adivinar un complejo mosaico formado por entidades como castella, turres o castra, de clara vocación defensiva, que en algunos casos podrían tener su origen en las “granjas fortificadas” ibéricas o hábitats junto a los que se establecieron campamentos; las centuriae, con doble sentido de comunidad étnica y unidad territorial, documentadas en el territorio de Arua y Carmo; los fora, núcleos que ejercieron de centro de comercio; las stationes, concepto estrictamente romano, a modo de posta de correos o retén; los pagi, término polisémico donde los haya como comunidad social o distrito territorial, forma parte la organización territorial de los agri de la ciudad; o, finalmente, los también polisémicos vici: asentamientos rurales, barrios urbanos como los documentados en Corduba o, incluso, edificios urbanos (González Román, 2002). Sería incorrecto hablar, por tanto, de la vida urbana como una de las innovaciones de la romanización de Hispania, al menos en lo que habría de ser la Bética, marco cultural de este estudio y zona privilegiada para el análisis del mundo urbano (Keay, 1998; Ruiz Mata et al., 1998).

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Situada en el extremo meridional de la península Ibérica, la bahía de Algeciras, más allá de unas coordenadas espaciales, es parte misma del proceso histórico analizado en este trabajo. Su ubicación en la orilla norte del Estrecho la convierte en un destacado punto de control del angosto brazo de mar que separa el continente europeo del africano. Ha sido precisamente ese carácter geoestratégico, aspecto insistentemente subrayado en los trabajos referidos a la zona, lo que la ha convertido en escenario de acontecimientos de primera importancia a lo largo de los siglos, y por tanto en objeto histórico de gran interés. A la hora de delimitar nuestra área de estudio, hemos tenido en cuenta criterios tanto geográficos como culturales. Desde el punto de vista morfológico, la bahía dibuja una herradura abierta al Estrecho, delimitada por Punta Carnero al oeste y por el peñón de Gibraltar al este. Describe un arco con un perímetro de 25 km, una luz de 8 km y una longitud de 10 km desde el Estrecho hasta el fondo de la bahía. Sus aguas alcanzan una profundidad de 450 m, lo que ha permitido históricamente y permite hoy el fondeo de navíos de gran calado. Todo ello define un verdadero teatro abierto al mar, al tiempo que un espacio acotado, recogido en torno a la costa y unitario geomorfológicamente (Fig. 4). Tierra adentro, la proximidad de las frondosas sierras del Parque Natural de los Alcornocales ha concentrado tradicionalmente el poblamiento en la costa, si bien es indudable que el desarrollo histórico de la bahía no puede entenderse tampoco sin esa proyección interior. Es, en efecto, en esa retrotierra donde encuentran su lugar actividades como la caza y otros aprovechamientos del bosque, aunque su carácter agreste ha propiciado un tipo de hábitat insignificante y disperso, y por tanto un menor desarrollo urbanístico y de infraestructuras, lo que se traduce, a su vez, en un parco conocimiento arqueológico en contraste con el área costera.

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Ambas circunstancias, cualidades portuarias e idoneidad para el poblamiento, quedan hoy reflejadas en el Área metropolitana de la bahía de Algeciras, con más de 250.000 habitantes entre las poblaciones españolas, a los que sumar los 30.000 de Gibraltar. Sus estrategias económicas actuales son en parte semejantes a las antiguas, en tanto la industria y el comercio son sus sectores principales y la actividad económica en general pivota en torno al complejo portuario que conforma hoy la totalidad de la bahía, la Autoridad Portuaria Bahía de Algeciras o “puerto bahía de Algeciras”, segundo del Mediterráneo y sexto de Europa en mercancías y viajeros en 2013 (Alemany, 2005; La Vanguardia 28/03/2013).

Figura 4.- Vista aérea de la bahía con las costas de África enfrente (Paisajes Aéreos S.L., 2012).

Nuestro estudio ha incluido los municipios distribuidos en torno a la bahía que, a pesar de materializar delimitaciones históricas recientes, han servido como categorías a partir de las que articular ciertos aspectos prácticos de nuestro trabajo, como la labor de catalogación de yacimientos arqueológicos. Los términos municipales son, de oeste a este: Algeciras, Los Barrios, San Roque, La Línea de la Concepción y por último Gibraltar, Territorio Británico de Ultramar. Los factores geopolíticos actuales han sido especialmente relevantes en este caso, dada la particularidad histórica que supone la convivencia hoy en la bahía de dos entidades nacionales: la española y la británica. Los diferentes límites intermunicipales –e internacionales en el caso de Gibraltar- han conllevado pues el trato con diferentes administraciones, aspecto que ha condicionado de alguna manera nuestro acercamiento a una problemática histórica que ha de abordarse, está claro, desde una perspectiva regional muy diferente a la contemporánea. Además de la zona descrita, que constituye el núcleo principal de nuestro estudio, incluimos información de otras áreas adyacentes que hemos considerado de utilidad para la comprensión de la bahía, como los territorios interiores de los municipios de Los Barrios y Algeciras, y la parte nororiental del término municipal de San Roque. En esta última zona se ubica la desembocadura del río Guadiaro, donde se desarrolló un poblamiento protagonizado, de nuevo, por la presencia fenicia y la existencia con posterioridad de una ciudad romana quizá también de origen púnico, Barbesula.

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Debido a la citada vocación industrial e importancia demográfica, a las transformaciones de tipo geográfico propias de un entorno costero, debemos añadir aquéllas derivadas de la industrialización y la superpoblación de la zona, con efectos nefastos muchas veces para el rico patrimonio arqueológico de las costas españolas. En primer lugar, un destacado desarrollo de infraestructuras portuarias como los atracaderos de Puente Mayorga y Punta Mala, los pantalanes de las empresas CEPSA y ACERINOX, y en particular el puerto de Algeciras, cuyo crecimiento ha alterado completamente el paisaje costero circundante, al absorber la Isla Verde y enmascarar la desembocadura del río de la Miel y las playas de Los Ladrillos y El Chorruelo (Barragán Muñoz, 1991; Sáez Rodríguez, 2001a: 30 y ss.; Alemany, 2005: 117). La ciudad de Gibraltar, máximo exponente de la acentuada densidad poblacional, ha extendido notablemente su superficie en detrimento de las aguas de la bahía, mediante la construcción de diques de contención y relleno, ante la acuciante falta de suelo, un aspecto inherente a su propia naturaleza de ciudad sin territorio, tal y como estableció el Tratado de Utrecht en 1713 (en Cantillo, 1843: 70 y ss.). Gibraltar encarna de manera magnífica, por tanto, ciertos rasgos definitorios de la totalidad de la bahía, como serían la presión demográfica, la vocación internacional de su puerto y su gran valor estratégico, raíz a su vez del conflicto entre España y Gran Bretaña que ha marcado su devenir histórico reciente. El resto de poblaciones ha ido aumentando igualmente su superficie urbana e industrial, en especial en torno a la bahía y el eje de la N-340, desde que el ministro F.M. Castiella convirtiera el lugar en Zona de Preferente Localización Industrial en los años sesenta (DuránLoriga Rodrigáñez, 1999: 265 y ss.). Eso explica la existencia hoy de importantes polígonos industriales como los de Palmones, San Roque y Guadarranque, incluyendo éste último el complejo petroquímico de más de 300 ha en que se encuentra inmersa la ciudad de Carteia. No obstante, la existencia de zonas protegidas de gran valor ambiental define un paisaje, más allá del tópico, de verdaderos contrastes. Cabe señalar, al respecto, el inmenso Parque Natural de Los Alcornocales, que limita al sur con la bahía y que constituye la mayor masa forestal de alcornoques de Europa, el parque suburbano del Pinar del Rey en San Roque o, en la misma costa, el Paraje Natural Marismas del río Palmones, con 8 ha de extensión y que configura hoy una verdadera “isla” de paisaje natural en el litoral de la bahía. Las citadas condiciones naturales, como la relativa unidad geográfica de la bahía, han favorecido igualmente una unidad cultural en torno a un núcleo urbano principal como lo es hoy Algeciras: Carteia en época antigua, Gibraltar y Algeciras de forma alterna en época medieval, y de nuevo Gibraltar en época moderna. En 1706, los gibraltareños que renunciaron a vivir bajo soberanía inglesa fundaron San Roque y de su diáspora surgieron además otros núcleos como Algeciras, despoblada desde el s. XIV, Los Barrios y finalmente La Línea de la Concepción. Dicha unidad poblacional y cultural de los núcleos de la bahía explica que para la historiografía reciente, la historia de Carteia, como la de Gibraltar o Algeciras, no es otra cosa que la historia de su bahía (Gómez de Avellaneda, 1995; Bernal Casasola, 1998a; Gómez Arroquia, 2001). En cuanto al contexto temporal de nuestro estudio, conscientes de la siempre compleja tarea de periodización y de las dificultades de establecer categorías absolutas al respecto, hemos definido sus límites cronológicos según pautas culturales generalmente reconocidas, pero dotándolos de un sentido concreto, particular, en función de nuestro objeto de estudio: las formas de vida urbana en el estrecho de Gibraltar. Por este motivo, nos hemos tomado la licencia de emplear el término Antigüedad de una manera amplia, por considerar que dicho concepto encarna como ningún otro los fenómenos históricos desarrollados en el periodo analizado. Éste arrancaría en el s. VII a.C. con la fundación fenicia del Cerro del Prado, si bien la presencia oriental, al menos

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de manera esporádica, estaría documentada en Gibraltar desde finales del s. IX a.C. Desde el punto de vista de la periodización empleada para la península Ibérica, ese primer milenio a.C. hasta la integración de las sociedades ibéricas en el mundo romano, se correspondería grosso modo con la Protohistoria (Maya González, 2001). Sin embargo, el sur peninsular presenta una singularidad en este sentido, al convertirse, desde inicios de ese primer milenio a.C., en testigo de la colonización fenicia, cultura oriental que, si bien ha sido tradicionalmente excluida de la nómina de “culturas clásicas”, forma parte de la Antigüedad mediterránea con todo derecho (Fantar, 1999). En cuanto al límite final, hemos escogido los ss. III-IV, de forma laxa, al considerar que en nuestra zona, como en otros lugares del Imperio, se producen una serie de cambios sociopolíticos y económicos que acusan de forma significativa las ciudades, en su estructura y significado, y que justifican un análisis diferente. Por ello, aunque las centurias que siguen de Tardía Antigüedad (ss. III-VIII) son con todo derecho parte de la misma etapa (Brown, 1978), la singularidad histórica de la zona, definida por la dominación bizantina, unas exiguas evidencias de la presencia visigoda y el haber sido punto de llegada de las primeras tropas musulmanas a la Península a inicios del s. VIII, aconsejan, más que en otros contextos culturales, la caracterización individualizada de dicha etapa. 2.2. E

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Dentro del marco geográfico y cronológico establecido, resulta obligado mencionar el contexto cultural en que se integra nuestra zona de estudio en la fase fenicio-púnica, el denominado “Círculo del Estrecho” de M. Tarradell. Con esta locución, el arqueólogo catalán definió en diversos trabajos una koiné económica y cultural fenicio-púnica surgida en el estrecho de Gibraltar, con Gadir a la cabeza, que constituyó un área diferente al ámbito de Cartago a partir de la caída de Tiro en el s. VI a.C. Consideraba, por ello, “preferible llamar a este mundo fenicio occidental con el nombre de ‘Círculo del Estrecho’, evitando las diferenciaciones entre expansión fenicia en Marruecos y expansión fenicia en España o Sur de Portugal” (1960: 61). Como parece ser habitual en el desarrollo de las disciplinas científicas, y especialmente en la arqueológica, la formulación del concepto seguía a una necesidad de definir una realidad que no había encontrado acomodo terminológico hasta el momento. En este caso, el concepto hacía referencia a una cultura material propia de las ciudades fenicias del ámbito del Estrecho que, si bien insertas en la dinámica general fenicia, ofrecían ciertas singularidades respecto a otras zonas, como la perduración de la cerámica de barniz rojo a partir del VI a.C., más en sintonía con el ámbito fenicio oriental que con el cartaginés, y la ausencia de elementos definidores de éste último, como las máscaras, las navajas de afeitar o los tofets (Tarradell Mateu, 1967: 303 y ss.). El citado investigador, apoyado en un sólido conocimiento de dicho ámbito y tras algunos ensayos previos como “Círculo fenicio de occidente” (Tarradell Mateu, 1958: 84 y ss.), forjó finalmente este concepto de “Círculo del Estrecho” que, como veremos, ha tenido una amplia aceptación por parte de la comunidad científica. Bajo esta denominación, Tarradell incluía un amplio territorio costero desde Orán en Argelia a Essahouira en Marruecos, por la parte africana, y desde el cabo San Antonio en tierras alicantinas a la desembocadura del Tajo en Portugal, por la parte ibérica (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965: fig. 58). El bagaje que le permitió dotar de contenido a tal definición o, mejor dicho, dotar de una definición al contenido, fue su papel de Director del Servicio de Antigüedades del Protectorado Español desde 1948. En esos años desempeñó una encomiable labor arqueológica en Marruecos, donde excavó ciudades que arrojaron una completa información sobre los periodos fenicio,

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púnico-mauritano y romano, como Tamuda (junto a Tetuán), ya excavada entre 1940 y 1946 por Pelayo Quintero Atauri, o Lixus, en Larache. Ello le aportó un amplio conocimiento de la cultura material de esas fases y le permitió publicar diversos trabajos sobre arqueología púnica (Tarradell Mateu, 1950, 1952 y 1960), que reflejan el mayor conocimiento de esa cultura en Marruecos respecto a España, donde tan sólo se conocía El Carambolo, considerado entonces prototipo de lo tartésico (López Pardo y Mederos Martín, 2008: 54). A partir de 1953, emprendería una serie de prospecciones en busca de factorías de salazón, como la hallada en Lixus, iniciando de ese modo una fructífera colaboración con el otro gran artífice del Círculo del Estrecho, M. Ponsich. Quien fuera Inspecteur des Antiquités du Maroc en Tánger desde 1957, excavó también en ciudades de primera importancia dentro de dicho ámbito, como Lixus y Cotta, y cerca de ésta última, el célebre alfar de Kouass, donde identificó un nuevo tipo de producción cerámica propia de las ciudades púnicas del Estrecho (1968). A ello hay que sumar las numerosas prospecciones y excavaciones en la región de Tánger (1988) o sus investigaciones en la otra orilla de Estrecho, tanto en Baelo Claudia (Tarifa) como en el valle del Guadalquivir (1976).

Figura 5.- Núcleos urbanos e industriales del Círculo del Estrecho (a partir de Ponsich y Tarradell Mateu, 1965: fig. 1). Ambos arqueólogos publicaron en 1965 Garum et industries antiques de salaison dans la Méditerranée Occidentale, un estudio de las factorías de salazón a partir de las numerosas novedades conocidas hasta el momento en Marruecos. El Círculo del Estrecho se extendía, con esta obra, a la época romana, singularizada por las actividades económicas vinculadas a la pesca y las salazones (Fig. 5). En esta ampliación a época romana, así como en la consideración de la preponderancia de la Bética sobre la Mauritania, fue clave la aportación

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de Ponsich, lo que además denota de alguna manera la influencia del contexto colonial de los autores (López Pardo y Mederos Martín, 2008: 61; Pons Pujol, 2015; Gozalbes Cravioto, 2015). El concepto de Tarradell ha resultado, en todo caso, muy útil para las fases fenicia y púnica. Es ilustrativo comprobar su uso generalizado en los trabajos sobre el Estrecho y cómo progresivamente, en especial desde los años noventa, se ha ido dotando de contenido arqueológico. En lo que respecta a la historiografía francesa o marroquí francófona dedicada al tema, ha sido ampliamente aceptado tanto el concepto Círculo del Estrecho, como la realidad cultural que encierra, si bien se han dado diferentes versiones del propio término. Por un lado, la traducción empleada por el mismo Ponsich de circuit, con un significado eminentemente comercial, la llegó a utilizar incluso en castellano, como “circuito de Gibraltar” (1991: 15), y algunos autores siguen empleándola (Cheddad, 2004; Hassini, 2006). Por otra parte, se ha señalado recientemente que el término cercle –traducción literal de “círculo”- empleado por otros autores (Gran-Aymerich, 1991; Morel, 2006), sería preferible al de circuit, al incidir sobre las implicaciones de tipo cultural y no sólo sobre las económicas (Callegarin, 2008). Desde una entidad reflejó en la de 1987 y

un punto de vista historiográfico, la consideración del Estrecho como cultural singular, o al menos diferenciable, a lo largo de la Historia, se celebración de los Congresos Internacionales de “El Estrecho de Gibraltar” 1990 (Ripoll Perelló, 1988; Ripoll Perelló y Ladero Quesada, 1995).

En la década de 1990 vieron la luz nuevas propuestas conceptuales, que respondían a la necesidad de definir aspectos hasta entonces desdibujados, y que vinieron a ahondar sobre esa singularidad del Círculo de Estrecho respecto a Cartago. Por un lado, el concepto “fenicio occidental”, acuñado por J.L. López Castro, subrayaba la diferenciación entre el ámbito de Cartago y el fenicio occidental ya defendida por Tarradell, a la vez que evitaba el uso del término “púnico”, irremediablemente asociado con Cartago y el conflicto púnico-romano en la historiografía tradicional. Sin embargo, a pesar de las connotaciones negativas de ese término, su uso está muy consolidado y su sustitución en la bibliografía arqueológica por el de “fenicio occidental” parece hoy difícil, aunque no así su uso como sinónimo (López Castro, 1992a y 1995: 9-10). Por otro lado, O. Arteaga concedió contenido político al concepto mediante la definición de una “liga púnico gaditana”, que habría estado formada por las poleis del Estrecho como Gadir, Malaca, Lixus o Sex. Estas ciudades se habrían integrado, a partir del s. VI a.C., en una unidad comercial, militar y religiosa liderada por Gadir y bajo el auspicio del templo de Melkart, que encabezaría unas fluidas relaciones de aliada, que no de súbdita, con Cartago. Como contrapunto a la idea tradicional de vinculación con oriente defendida por Tarradell, este autor pondera la vocación atlántica del Círculo del Estrecho a partir del s. VI a.C., forjando el concepto de “área atlántico-mediterránea” (1994). Se ha planteado, a este respecto, que la influencia comercial y quizá política que la ciudad de Gadir en el Estrecho y en otras zonas de la Península, sólo superada por la posterior romanización, constituye en sí misma un proceso histórico definible como “gaditanización”, que hoy parecen refrendar las investigaciones arqueológicas (Chic García, 2004; Sousa y Arruda, 2011). En este contexto hemos de destacar los estudios del papel de las producciones cerámicas en la definición de esta entidad cultural, tanto en época púnica como en la denominada etapa “neopúnica” o “tardopúnica”, en especial la vajilla tipo Kouass (Niveau de Villedary, 2003; Sousa, 2009) o las producciones anfóricas gaditanas (Sáez Romero et al., 2004). Asimismo, la iconografía y los tipos monetales parecen refrendar las particularidades de este ámbito, lo que constituye un nuevo apoyo a su definición como un área cultural específica (Alexandropoulos, 1988 y 2000; Chaves Tristán y García Vargas, 1991; Callegarin y El Harrif, 2000; Arévalo González, 2009; Moreno Pulido, 2009).

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Teniendo en cuenta lo dicho, el concepto Círculo del Estrecho nos sirve hoy para definir una realidad tanto geográfica como económica y cultural, que la investigación de los últimos años no ha hecho sino enriquecer y completar, tanto en aspectos económicos y productivos como políticos, incidiendo en su diferenciación respecto al mundo púnico de Cartago (Niveau de Villedary, 2001; Domínguez Pérez, 2011). Muestra del éxito del concepto de Tarradell, es el hecho mismo de que se haya generalizado su uso en la bibliografía como sinónimo del estrecho de Gibraltar entre época fenicia y romana. De hecho, si bien concebido inicialmente para definir una etapa histórica concreta, el concepto se ha ido aplicando progresivamente a otras épocas para las que se ha querido ver igualmente una singularidad de la zona; nos referimos en especial a la Tardía Antigüedad, cuando el Estrecho gozó de un notable dinamismo económico, en contraste con la atonía generalizada en el Imperio (Bernal Casasola, 1997; Villaverde Vega, 2001). El vocablo ha sido aplicado incluso para épocas más remotas, como la Prehistoria, donde no podemos hablar de verdadera unidad cultural, pero sí quizá de procesos históricos compartidos en las dos orillas (Ramos Muñoz y Bernal Casasola, 2006). Sin embargo, en los últimos años se ha manifestado una necesidad de reflexión y crítica sobre el concepto mismo, en encuentros como Le Cercle du Détroit en question celebrado en París en 2012. Se plantea, en concreto, la necesidad de desarrollar investigaciones historiográficas que analicen de forma crítica el nacimiento del concepto de Tarradell en un contexto de “Arqueología colonial”, como hemos mencionado, así como la evolución en su significado y consideración en función de los distintos momentos históricos, desde los años sesenta a la actualidad; sin restar valor, como es lógico, al papel de Tarradell y Ponsich en la arqueología del Estrecho (Gozalbes Cravioto y Parodi Álvarez, 2011; Pons Pujol, 2015; Gozalbes Cravioto, 2015). Se ha puesto el acento fundamentalmente en los riesgos de aplicar el concepto de manera indiscriminada a épocas diferentes a la fenicio-púnica, de simplificar la complejidad interna de cada una de las regiones implicadas o de proyectar al pasado prejuicios sobre la asimetría de las relaciones entre la orilla norte y la sur (Gozalbes Cravioto, 2015). En este sentido, la mayor aportación de los últimos años ha sido descartar el papel de la Mauritania Tingitana como provincia satélite a la Bética, tal y como había propuesto Ponsich, y que estudios posteriores centrados en el registro anfórico parecen desmentir (Pons Pujol, 2009). En efecto, se abre ante nosotros un interesante debate en torno al que hemos de trabajar en los próximos años, a partir, en primer lugar, de una profunda revisión historiográfica, sin dar por hecho los planteamientos formulados y proponiendo modelos interpretativos nuevos para cada una de las épocas. Urge, por tanto, abandonar discursos acríticos y lugares comunes sobre lo fluido de las relaciones entre las dos orillas o si el Estrecho “unió o separó” y, partiendo de hechos evidentes, como las afinidades geográficas y culturales entre ambas orillas, o su permeabilidad, hemos de afrontar igualmente cuestiones a menudo rechazadas, como su papel de frontera u obstáculo, que en cada caso dependió de circunstancias históricas particulares pero también generales. Nos parece lógico, dicho lo anterior, que uno de los aspectos sobre los que se ha puesto el foco en los últimos años sea la movilidad y las relaciones interculturales en época antigua, no sólo los protagonizados por los colonizadores, sino los más que probables desplazamientos de comunidades indígenas de uno a otro lado, ya desde época fenicia (López Pardo y Suárez Padilla, 2002; Aranegui Gascó et al., 2011), aunque mejor conocidos en épocas posteriores (García-Gelabert, 2006; Prados Martínez, 2011a).

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2.3. L A

A

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2.3.1. De hallazgos casuales y catalogaciones a las primeras excavaciones (1900-1984) La historia de las investigaciones arqueológicas en la bahía de Algeciras no ha sido aún tratada de forma monográfica, si exceptuamos las breves introducciones de obras históricas dedicadas a la zona (Corzo Sánchez, 1983a y b; Ocaña Torres, 2001a; Pérez Girón, 2006). Sin embargo, sí contamos con una rica bibliografía referida a aspectos concretos, como las excavaciones en Carteia (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011a; Rodríguez Oliva, 2011) o en Gibraltar (Finlayson, 1994), la arqueología algecireña de inicios del s. XX (Rodríguez Oliva, 2007) o la gestión de la arqueología urbana (Jiménez-Camino Álvarez, 2006), entre otros. A inicios del s. XX, aunque la renovación progresiva de la ciencia arqueológica abocaba a su profesionalización, todavía imperaba una “Arqueología filológica” basada en la identificación de las ciudades mencionadas por las fuentes literarias antiguas y pocas veces en la descripción de los restos materiales (Mora Rodríguez, 2006: 53 y ss.). En esta línea hemos de entender el trabajo de George Bonsor sobre Les villes antiques du détroit de Gibraltar (1918) donde, como ya habían hecho Francis Carter o John Conduitt (Jiménez Vialás, 2014), especulaba, partiendo de las distancias expresadas en el Itinerario de Antonino y apoyado en un conocimiento empírico de la zona, sobre la ubicación de los topónimos transmitidos por las fuentes clásicas como Carteia, Portus Albus, Traducta y Cetraria. Por los mismos años Enrique Romero de Torres confeccionaba el que probablemente sea el primer trabajo de recopilación sistemática de restos arqueológicos en la zona, el volumen dedicado a la provincia de Cádiz del Catálogo Monumental y Artístico de la Nación, una de las más relevantes iniciativas vinculadas al movimiento regeneracionista. Aunque acometió su trabajo entre 1908 y 1909, la publicación no vio la luz hasta el año 1934. Al margen de su descripción de Carteia, que comentaremos más adelante, el estudioso cordobés analizó los restos antiguos de Algeciras, que identificaba con la romana Traducta a pesar de la falta de evidencias materiales (Romero de Torres, 1934: vol. 1, 223 y ss.). Ésta fue una etapa de efervescencia económica y social en dicha ciudad, marcada por la construcción del ferrocarril, la ampliación del puerto y una profunda remodelación urbana motivada por la celebración de la Conferencia Internacional de 1906, en que las potencias europeas sancionaron el establecimiento de los protectorados español y francés en Marruecos. En esa dinámica ciudad, dos personajes protagonizaron la investigación arqueológica del momento, Emilio Santacana y Mensayas, quien fuera alcalde durante la Conferencia, y el coronel británico William Willoughby Verner. En la llamada Villa Vieja la actividad constructiva fue especialmente intensa, se edificaron viviendas residenciales para británicos como el citado coronel y se construyó el Hotel Reina Cristina, en cuyas obras se pusieron al descubierto muros antiguos, como sabemos por el propio Santacana, un personaje culto y apasionado de su ciudad, a la que dedicó su Antiguo y moderno Algeciras donde descartaba el origen romano de la ciudad (1901: 10 y ss.). El mencionado Verner, por su parte, era un aficionado a la Arqueología, cuyas publicaciones sobre la cueva de La Pileta en Benaoján (Málaga) motivaron la visita de Henri Breuil a Algeciras. Interesados ambos por los restos materiales de los primeros habitantes del sur peninsular, colaboraron en estudios en la mencionada cueva, así como en el peñón de Gibraltar, donde intervinieron en yacimientos como Forbes Quarry, ya entonces conocido por el hallazgo del cráneo de neandertal en 1848 (Verner, 1914a, b y c; Breuil, 1922). El

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abate se interesaría especialmente por las numerosas cuevas con pintura de la zona (Breuil y Burkitt, 1929). Fue, en efecto, el arte rupestre del Campo de Gibraltar y La Janda y el interés despertado por los restos humanos hallados en Gibraltar, unido a la existencia de restos de cierta entidad en Carteia o Baelo Claudia, lo que atrajo el interés de investigadores extranjeros, caso de Bonsor, Paris o Breuil, cuyas prácticas podrían ser enmarcadas dentro de la citada “Arqueología imperialista” o “colonial”, practicada por Inglaterra, Francia o Alemania en países de importancia geopolítica menor y cierto atractivo arqueológico, como era el caso de España. En Gibraltar, la actividad arqueológica fue asimismo muy dinámica. Desde muy pronto se desarrollaron investigaciones espeleológicas y arqueológicas vinculadas a la exploración de cuevas, además de otros ámbitos como la Ornitología o Entomología. Eran actividades emprendidas, en la mayoría de los casos, por el numeroso personal militar, que contaba con un nivel cultural elevado. Desde mediados del s. XIX, y más insistentemente en el s. XX, la Gibraltar Scientific Society se empleó en la empresa de la creación de un museo, que no pudo sin embargo ver la luz definitivamente hasta 1930, de manos del gobernador Sir Alexander Godley, fundador del Gibraltar Museum15. Esa tradición arqueológica se debía fundamentalmente a que existían en la ciudad importantes colecciones arqueológicas privadas desde el s. XVIII, fruto de la compra de antigüedades, procedentes en su mayor parte del expolio sistemático de Carteia. En 1907 A. Gorham dio a conocer la cueva que desde entonces llevaría su nombre y donde se desarrollarían excavaciones sistemáticas desde finales de los años cuarenta (Waechter, 1951 y 1964; Zeuner, 1953). La atención de los investigadores se centró en los niveles prehistóricos, por lo que si bien se identificó una fase fenicio-púnica, estos hallazgos quedaron relegados hasta el estudio realizado por W. Culican con motivo de la cesión de parte de los materiales al Gibraltar Museum desde el Ashmolean Museum de Oxford (Barnett, 1963; Culican, 1972). En esa época se realizaron, asimismo, excavaciones en el abrigo con ocupación musteriense de la Torre del Diablo, donde la profesora D.A.E. Garrod documentó el segundo neandertal gibraltareño en 1926, una pieza clave por su cronología reciente (Garrod et al., 1928). Al filo del ecuador de siglo, la Memoria sobre la situación arqueológica de la provincia de Cádiz en 1940 de César Pemán (1954) recogía los hallazgos conocidos hasta el momento y un listado de objetos recuperados en Carteia. Pemán señalaba también nuevos hallazgos algecireños como la identificación por parte de Julio Martínez Santa-Olalla de cerámica romana en los jardines del Hotel Reina Cristina y las estructuras hidráulicas en la cercana playa de El Chorruelo (1954: 52), donde al parecer se descubrieron también unos fustes de columna de alguna construcción monumental cercana (Rodríguez Oliva, 1977a). Entre 1958 y 1959 se acometieron nuevas obras en los citados jardines y se exhumaron diversas estructuras, monedas y teselas que llegaron a exponerse en el hotel, pero cuyo paradero actual se desconoce (Delgado Gómez, 1969: 178; Rodríguez Oliva, 1977a; Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991). A partir de los años sesenta, como consecuencia de la depredación sistemática de espacios de valor natural e histórico por la urbanización descontrolada, surgió una concienciación social con respecto a la ecología y el patrimonio cultural, en paralelo también a un aumento del nivel sociocultural de la población. En 1963 se creó la Comisión organizadora del Museo Histórico-Arqueológico de Algeciras, dirigida por José Rivera Aguirre, nombrado Delegado 15

No existe una publicación específica sobre el tema, por lo que exponemos la información transmitida por Claire Valarino, conservadora del Gibraltar Museum en 2007, así como aquélla contenida en la página web de la institución: http://www. gibmuseum.gi/Welcome.html (consulta: 21/06/2015).

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de Excavaciones Arqueológicas de Algeciras en 1967, y con Pedro Rodríguez Oliva como secretario. Si bien el museo como tal no vio la luz hasta 1981, dicha comisión recibió algunas donaciones de piezas arqueológicas y potenció la concienciación por el patrimonio arqueológico en la sociedad algecireña (Rodríguez Oliva, 2007: 196). Vinculados a la comisión, un grupo de jóvenes aficionados unidos a profesionales como P. Rodríguez Oliva y C. Posac, se implicaron en la protección de restos arqueológicos amenazados por obras, así como en reunir objetos de diversas procedencias, especialmente subacuática, y a prospectar la zona. A ellos se debe la localización de yacimientos prehistóricos como la Torre del Almirante o el Embarcadero de Palmones; romanos como El Rinconcillo, Getares-Caetaria o la Venta del Carmen; y otros yacimientos en el entorno de Guadacorte (Gómez Arroquia, 2001: 94; Mariscal Rivera, 2002: 81).

Figura 6.- Excavaciones y hallazgos aislados en diversos puntos de Algeciras. Las excavaciones del alfar de El Rinconcillo, uno de los hitos de la arqueología romana de la zona, se debieron precisamente a estas iniciativas. Las intervenciones del padre Sotomayor, de la Universidad de Granada, revelaron la existencia de un complejo alfarero romano formado por dos hornos gemelos para producción de ánforas, que habría estado en funcionamiento, al menos, durante los ss. I a.C. y I d.C. (1969 y 1970). Las excavaciones se acometieron entre los años 1966 y 1970, y en 1969 fueron declarados Monumento Histórico Nacional (Fig. 6). En ese mismo año se publicaba la obra del Cronista oficial de Algeciras, J. Delgado Gómez, Algeciras. Pasado y presente de la ciudad de la bella Bahía, que contenía un apartado dedicado a la Prehistoria y la Arqueología, donde P. Rodríguez Oliva recogía los hallazgos de esas décadas. Años después, en 1974, este último autor presentaba un trabajo sobre la arqueología romana de Algeciras en el simposio Segovia y la Arqueología romana. Bimilenario del Acueducto de Segovia, que constituye la primera actualización y puesta en común de informaciones dispersas para una lectura histórica de la Algeciras romana (Rodríguez Oliva, 1977a). Lamentablemente, la década de 1970 fue testigo de la mayor pérdida patrimonial conocida en la bahía y que, paradójicamente, no se produjo en un contexto urbano. En 1975, en el marco de una serie de prospecciones de la Universidad de Sevilla para la localización de asentamientos fenicios, Antonio Tejera y Loïc Ménanteau identificaron la factoría del Cerro del Prado, en la margen izquierda del río Guadarranque y a poco más de 1 km de Carteia. Este hecho no paralizó su inminente destrucción para su explotación como cantera, por lo que se realizó una intervención de urgencia en 1976 dirigida por el propio Tejera y Francisco Presedo, que excavaba entonces en Carteia, quienes exhumaron varias estructuras de funcionalidad doméstica o industrial (Tejera

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Gaspar, 1976/2006). La cronología por ellos establecida, de finales del s. VII a finales del IV a.C., sería confirmada por una intervención posterior (Ulreich et al., 1990). El Cerro del Prado supone, pues, el más trágico ejemplo de los efectos de una dinámica de construcción acelerada en las décadas de 1960 y 1970, unida a la falta de medidas efectivas de protección del patrimonio arqueológico. En el contexto urbano algecireño continuaban sucediéndose los hallazgos provocados por las obras de construcción. A pesar de que este fenómeno ofrecía datos sobre el pasado de la ciudad que serían desconocidos de otra manera, esto suponía un continuo reto para la salvaguarda del patrimonio, al no existir aún una reglamentación específica de la práctica arqueológica urbana. Algunos de los descubrimientos de aquellos años fueron el alfar de la calle San Quintín, unas piletas de salazón en el Paseo de la Conferencia o, con motivo del dragado de la Isla Verde en los años 1980 y 1981, gran cantidad de ánforas romanas de un posible fondeadero (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991). En encargó en C. Gómez como otros

lo que respecta al término municipal de Los Barrios, el Ayuntamiento aquellos años la realización de un informe de yacimientos arqueológicos a de Avellaneda, quien pudo documentar tanto lugares conocidos de antiguo nuevos, si bien dicho trabajo ha quedado inédito (Mariscal Rivera, 2002: 81).

En otros puntos, nuevos alfares venían a enriquecer la nómina iniciada con El Rinconcillo. En el término municipal de San Roque y muy próximos a Carteia, se identificaron los alfares de la calle Aurora en Campamento, de la factoría CAMPSA (hoy CLH), y de Guadarranque, éste último localizado por M. Beltrán Lloris en 1973 (1977). Otro hito de esa década vendría de manos de la divulgación y en concreto de la serie Historia de los pueblos de la provincia de Cádiz de la Diputación provincial. R. Corzo, director entonces del Museo de Cádiz, coordinó los volúmenes dedicados a Algeciras y San Roque, que contienen interesantes informaciones, algunas inéditas hasta entonces, sobre el panorama arqueológico de la zona (Corzo Sánchez, 1983a y b). Ya al final del periodo, y como preludio de lo que vendría después, se realizaron dos intervenciones de carácter sistemático en Algeciras, que fueron las únicas acometidas con anterioridad al traspaso de las competencias a las comunidades autónomas. En primer lugar, las prospecciones subacuáticas entre Getares y Punta Carnero bajo la dirección de M. Martín-Bueno, cuyo equipo recuperó gran cantidad de cepos de ancla romanos e identificó varios yacimientos, como el fondeadero de Getares (Martín-Bueno, 1987; Cancela Ramírez de Arellano y Martín-Bueno, 1991). Asimismo, la excavación de J. Liz Guiral en el ángulo sureste de la muralla medieval de Algeciras, cerca de los citados restos de El Chorruelo. Dicha intervención había sido proyectada en 1982 por lo que, si bien se acometió durante los años 1984 y 1985, no fue gestionada aún desde la comunidad autónoma andaluza. La excavación no cumplió sus objetivos en lo que atañe al conocimiento del sistema defensivo medieval, pero sí permitió localizar material romano descontextualizado y registrar correctamente las dos piletas de salazón ya identificadas en la playa de El Chorruelo. Desde el punto de vista historiográfico tiene, además, el valor de ser la primera excavación con metodología científica realizada en la ciudad de Algeciras (Liz Guiral, 1987; Jiménez-Camino Álvarez, 2006: 242).

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2.3.2. El traspaso de competencias y la Arqueología urbana (1984-actualidad) Tres años después del Estatuto de Autonomía para Andalucía, que otorgaba competencia exclusiva sobre el Patrimonio histórico a la comunidad autónoma, en junio de 1984, la Junta de Andalucía asumía de facto las competencias en materia de cultura. En las décadas de 1980 y 1990, la renovación metodológica, una formación más especializada de los profesionales, así como una mayor concienciación de la sociedad y las instituciones, hicieron posible que los trabajos arqueológicos en ámbito urbano, la Arqueología urbana, tomara carta de naturaleza como una verdadera rama o subdisciplina de la Arqueología. Se establecieron entonces mecanismos de protección como los seguimientos de obra, se generalizó la figura del arqueólogo municipal y, posteriormente, las cartas de riesgo y las actividades preventivas. Es decir, primaba el adelantarse al problema y no el solucionarlo a posteriori, por lo que la realidad arqueológica pasaba a formar parte del planteamiento urbanístico mediante su inclusión en los Planes Generales de Ordenación Urbana (Rodríguez Temiño, 2004).

Figura 7.- Gráfico que muestra el número de intervenciones por año en los TTMM de la bahía. En ese contexto, en 1991 vio la luz la primera Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía, en cuyo preámbulo se especificaba la voluntad de potenciar la intervención preventiva de la Administración, dado los problemas generados en aquellos años por la interrupción de proyectos urbanísticos con motivo de la aparición de restos arqueológicos; aspectos sobre los que venía a incidir, de forma más proteccionista, la posterior Ley de 2007.

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Un organismo esencial en la protección del patrimonio ha sido el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico16, creado en 1989, y el Sistema de Información del Patrimonio Histórico de Andalucía17, que ha repercutido en una mejora notable en la gestión y difusión del mismo (Blanco Muriel et al., 1998; Ladrón de Guevara, 2002). Dado el peso del patrimonio arqueológico en Andalucía, se desarrolló, como parte del SIPHA, un sistema de información específico: ARQUEOS, el Sistema de Información del Patrimonio Arqueológico (Fernández Cacho, 2002). Otra herramienta que respondía a la preocupación por el conocimiento del patrimonio fue el Anuario Arqueológico de Andalucía18, creado en 1985, y que supuso un hito en la difusión de la investigación arqueológica, aunque en los últimos años se ha enfrentado a dificultades tales como el diferente grado de exhaustividad de los trabajos o el importante retraso en las ediciones (Salvatierra Cuenca, 1994: 75). En cuanto a las modalidades de las actividades arqueológicas, a efectos de su autorización, el vigente Reglamento de Actividades Arqueológicas de la Consejería de Cultura de 200319 prevé, por un lado, los llamados “Proyectos Generales de Investigación” de hasta seis años de duración y, por otro, actividades no incluidas en dichos proyectos, como las “puntuales”, “preventivas” y “urgentes”. Por ofrecer un dato concreto, y como tendremos oportunidad de comentar más adelante, desde el traspaso de competencias se han acometido más de 200 intervenciones en los municipios de la bahía, en contraste con sólo nueve proyectos de investigación sistemática que pasamos a detallar: seis son previos a la creación de la figura de Proyecto General, y en su mayor parte de una sola campaña, y dos corresponden específicamente al formato de Proyectos Generales de Investigación. Entre los primeros, las excavaciones del equipo de F. Presedo en Carteia realizadas con posterioridad a la publicación de la memoria y al traspaso de competencias (Presedo Velo, 1987; Presedo Velo y Caballos Rufino, 1987), las prospecciones superficiales para la localización de yacimientos fenicio-púnicos (Muñoz Vicente y Baliña Díaz, 1987), de ciudades y estaciones citadas por las fuentes (Sedeño Ferrer, 1987), de centros de producción alfarera romana (Alonso Villalobos, 1987) o encaminadas a conocer la evolución del poblamiento del término municipal de Algeciras (Fernández Cacho, 1995a). Mención aparte merecen, por su carácter diacrónico y por su extensión, las prospecciones realizadas entre los años 2000 y 2002 para la revisión del catálogo de yacimientos inventariados por la Junta de Andalucía. Sus resultados son de enorme interés, aunque se han publicado de forma sucinta (García Díaz et al., 2003; Mariscal Rivera et al., 2003). También hemos de citar aquí los estudios geoarqueológicos del Proyecto Costa del Deutsches Archäologisches Institut20 que incluyeron prospecciones en las desembocaduras de los ríos Guadarranque y Guadiaro, ambos en el término municipal de San Roque en los años 1985 y 1986. Los geólogos H.D. Schulz y G. Hoffmann de la Universidad de Bremen y los arqueólogos O. Arteaga Matute y H. Schubart, del DAI de Madrid, estudiaron la desembocadura del río Guadarranque dentro del proyecto mencionado de reconstrucción de la costa antigua andaluza. Los 20 sondeos efectuados permitieron confirmar la existencia de la ensenada marítima señalada por L. Ménanteau y su extensión más de 2 km al interior, haciendo del Cerro del Prado una península o un islote (Arteaga Matute et al., 1987; Arteaga Matute y Hoffmann, 1987; Schubart, 1993: 71). Por último, los dos únicos Proyectos Generales de Investigación desarrollados en la bahía son el mencionado Proyecto Carteia de la UAM en sus fases I (199416 17 18 19 20

Referido como IAPH a partir de ahora. Referido como SIPHA a partir de ahora. Referido como AAA a partir de ahora. Con sendas modificaciones en 2009 (Decreto 379/2009) y 2012 (Decreto 379/2011). Referido como DAI a partir de ahora.

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1999) y II (2006-2013), y el Proyecto Las bandas de cazadores-recolectores en el Campo de Gibraltar, dirigido por el profesor V. Castañeda de la UCA (2001-2006). Algeciras, la principal ciudad de la bahía, ha sido también la primera en el número de intervenciones de urgencia, como bien ilustra la Fig. 7. Por ese motivo, nos parece importante detenernos de manera particular en el desarrollo de la arqueología urbana en esta ciudad, objeto de un artículo monográfico por parte del arqueólogo municipal, R. Jiménez-Camino Álvarez, fuente de información principal de las líneas que siguen (2006). La arqueología urbana de Algeciras ha vivido dos etapas claramente diferenciadas: en primer lugar, desde el traspaso de competencias en 1985 hasta el año 2001, fecha del Plan General de Ordenación Urbana de Algeciras, y desde ese año a la actualidad. La primera etapa estuvo marcada por la intervención de la Delegación de Cultura de Cádiz en el seguimiento de obras y la realización de excavaciones en el centro histórico y yacimientos del término municipal, como El Rinconcillo (Fernández Cacho, 1991a y b), así como por la elaboración de una carta arqueológica del municipio por parte de S. Fernández Cacho, que ejerció de arqueóloga municipal en esos años (1992 y 1993). Otro aspecto importante fueron algunos trabajos publicados en aquellos años sobre los diferentes hallazgos arqueológicos en contexto urbano (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991). Como consecuencia de todo ello, el Ayuntamiento fue tomando conciencia del valor del patrimonio arqueológico, lo que condujo a la adopción de medidas como el Plan Arqueológico para la ciudad (1993), la creación de una sede permanente para el Museo (1995) y la excavación de las murallas medievales en los años 1996-1998 y 2000. El año 2001 marcaría, como hemos dicho, el inicio de una segunda etapa, al incluirse en el citado PGOU, que se redactaba entonces, una normativa específica de protección del patrimonio arqueológico que contemplaba el “informe arqueológico” como uno de los requisitos para obtener la licencia de obras (Jiménez-Camino Álvarez, 2006: 242). Ello supuso un avance cualitativo en la protección del patrimonio urbano, pues desde entonces la propia planificación urbanística ha sido el mecanismo para su protección, lógicamente en el contexto de un mercado liberalizado sometido a controles por parte de la Administración. Otros avances importantes fueron la creación de un departamento específico de Arqueología en la Fundación Municipal de Cultura21, la figura de un arqueólogo municipal, así como, posteriormente, la realización de una nueva carta arqueológica (Jiménez-Camino Álvarez y Tomassetti Guerra, 2005). Como consecuencia de todo ello, y a pesar de los retos por solucionar, ha existido una protección efectiva de las áreas de riesgo y la posibilidad de una programación de las actuaciones puesto que, al concebirse la ciudad como un solo yacimiento, se ha podido desarrollar una verdadera planificación integrada de la investigación, la conservación y la difusión (JiménezCamino Álvarez, 2006: 244 y ss.). El balance es positivo, en todo caso, dada la precaria situación del patrimonio arqueológico urbano en entornos inmediatos como la Costa del Sol o Ceuta, donde la gestión de la arqueología urbana se encuentra aún en una fase incipiente (Villada Paredes, 2006). En lo que respecta a los hallazgos arqueológicos propiamente dichos, desde 1985 las intervenciones en la ciudad han puesto al descubierto numerosos restos, tanto de la urbe romana como de la medieval y moderno-contemporánea, que han permitido un salto cualitativo en la comprensión del desarrollo histórico de Algeciras. Como parte del avance en el conocimiento de 21

Desde el año 2012 la Fundación municipal quedó suprimida y por tanto muy mermados los medios de la antigua área de Arqueología.

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la fase romana, destacaremos la factoría de salazones de la calle San Nicolás (Bernal Casasola y Expósito Álvarez, 2006; Bernal Casasola, e.p.) o la necrópolis tardorromana de la Avenida de la Marina (Bravo Jiménez et al., 2008). Las excavaciones del alfar de El Rinconcillo fueron retomadas de forma parcial por posteriores intervenciones de urgencia que documentaron nuevos restos (Perdigones Moreno, 1987; Fernández Cacho, 1991a y 1997; Torremocha Silva y Tomassetti Guerra, 2000a; Jiménez-Camino Álvarez, 2002). Con motivo de la última actuación listada se realizó, además, un muy necesario trabajo de conjunto que recogía los resultados de todas las excavaciones llevadas a cabo, mostrando su valor para el estudio de la producción alfarera de la bahía en época romana (Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004). Dejando ya a un lado Algeciras, en las localidades de Los Barrios, San Roque y La Línea de la Concepción, las actividades de urgencia han sido mucho menores y, en consecuencia, no existe una gestión del patrimonio municipal tan desarrollada. Sí se incluyen, sin embargo, los correspondientes catálogos de yacimientos o bienes de interés patrimonial en sus PGOU, aunque, más que verdaderas cartas arqueológicas como la de Algeciras, se trata de listados de yacimientos conocidos a través de bibliografía y no fruto de prospecciones sistemáticas. Al sur del término municipal de Los Barrios, junto al río Palmones, se excavaron el alfar de la Venta del Carmen (Bernal Casasola, 1998b) y la villa romana de Puente Grande, en los Altos del Ringo Rango (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002a), en el marco de una serie de intervenciones de urgencia. En lo que respecta al término municipal de San Roque, las actividades constructivas empujarían, igualmente, nuevas intervenciones arqueológicas, especialmente en el entorno de la ciudad de Carteia. A finales de la década tendría lugar una segunda intervención de urgencia en los –ya restos- de la factoría fenicia del Cerro del Prado, ante una nueva actuación constructiva, esta vez por parte de la empresa Sevillana de Electricidad. Un equipo formado por la Delegación de Cultura de Cádiz y miembros del DAI localizó un punto menos afectado por los movimientos de tierra, en las laderas del cerro, donde finalmente se excavó (Ulreich et al., 1990). Las actividades de urgencia han afectado igualmente a la propia ciudad de Carteia. Este tipo de intervenciones se han desarrollado en apoyo a labores de restauración, caso de las termas (Pajuelo Sáez, 2004; Gómez Arroquia y García Díaz, 2004 y 2008; Gómez Arroquia, 2005; García Díaz et al., 2006), la factoría de salazón ya excavada por J. Martínez Santa-Olalla (García Díaz y Gómez Arroquia, 2008) o la torre sur de la muralla romana en la zona de la Torre del Rocadillo (Cobos Rodríguez y Mata Almonte, 2011). Ha podido excavarse, igualmente, un horno de cronología indeterminada, junto al perímetro murario de la ciudad (López Rodríguez, 2006). Pero ha sido el ámbito periurbano el que ha ofrecido un mayor número de novedades en los últimos años. En primer lugar, se excavó una importante necrópolis altoimperial en la planta de INTERQUISA (empresa CEPSA), que estaría asociada a una posible vía y su correspondiente puerta de acceso a la ciudad (Gestoso Morote y López Rodríguez, 2009). También junto a la ciudad, diversas intervenciones con motivo de la instalación de la central de ciclo combinado (Piñatel Vera y Mata Almonte, 2002; Piñatel Vera, 2004a) o la recuperación ambiental del arroyo Madre Vieja, han revelado parte del área industrial salazonera extramuros (García Pantoja et al., 2011a), ya documentada en las excavaciones de los años sesenta (Woods et al., 1967: 21). La novedad más enriquecedora ofrecida por el entorno periurbano de Carteia, tanto en dimensiones como en información generada, ha sido el barrio alfarero de Villa Victoria, en Puente Mayorga, a tan sólo 2 km de la ciudad. Las excavaciones del Proyecto Carteia (UAM-UCA) en el marco de

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hasta 11 intervenciones entre los años 2003 y 2008, revelaron la existencia de al menos un horno, un testar producido por los vertidos del alfar, estructuras de almacenamiento, una necrópolis, un embarcadero y una cetaria altoimperiales, objeto de una monografía en preparación actualmente. El municipio de La Línea de la Concepción, situado al este de San Roque, se caracteriza por ser una ciudad con gran densidad poblacional y un pasado reciente como asentamiento, originado en el s. XVIII. La localidad se emplaza sobre el istmo arenoso que une el peñón de Gibraltar con el continente, por lo que son escasas las intervenciones que han documentado restos arqueológicos, y éstos siempre han sido posteriores al s. XVIII, caso del Fuerte de San Felipe (Gómez de Avellaneda y Gurriarán Daza, 2010), de Santa Bárbara (Silvestre Barrio, 2008) o de San Benito y la línea de contravalación que dio origen a la población actual (Bravo Jiménez y Gómez de Avellaneda, 2002). Por último, en el caso de Gibraltar, el número de intervenciones ha sido menor dado el exiguo territorio del Peñón y el hecho de que las obras acometidas sobre el mar no han supuesto remociones de niveles preexistentes. Puesto que la ciudad no se rige por el Reglamento de Actividades Arqueológicas mencionado, al no formar parte del territorio andaluz, toda la investigación arqueológica se gestiona directamente desde el Gibraltar Museum, que planifica y organiza todas las tareas relacionadas con la arqueología en la ciudad, tanto las intervenciones de urgencia, para cuyos informes funciona como depósito, como los proyectos de investigación y la difusión. Algunas actuaciones que destacaríamos de este periodo son las excavaciones en los baños meriníes, en la sede del propio museo (Blanes Delgado et al., 1998; Gutiérrez López et al., 1998), o las intervenciones en las atarazanas medievales (Piñatel Vera et al., 2001) y la Puerta de Granada (Giles Guzmán et al., 2011). Resulta significativo, en este sentido, que los hallazgos arqueológicos de los últimos años hayan confirmado la secuencia cronológica tradicionalmente establecida, iniciada en época altomedieval (Lane et al., 2014). En cuanto a los proyectos de investigación desarrollados en estos años, éstos se han centrado en las condiciones paleoambientales de las últimas poblaciones neandertales (Finlayson et al., 2001; Finlayson, 2004; Rodríguez Vidal et al., 2004; Carrión García et al., 2008; entre otras), así como en el patrimonio subacuático (Smith y Fa, 2004), de cuyo necesario estudio y protección han alertado numerosos trabajos (Fa et al., 2001; Pérez Carmona, 2011; Jiménez Melero y González Gallego, 2006; García Rivera y Alzaga García, 2008; González Gallero, 2014). Han destacado precisamente por su vocación subacuática el Underwater Cave Excavation in Gibraltar, de la University of York y el Gibraltar Museum y el Gibraltar Caves Project, desarrollado desde 1994 por el citado museo y en el marco del cual se acometen las excavaciones en la cueva de Gorham, cuya fase fenicio-púnica ha sido objeto de intervenciones arqueológicas en las décadas de 1990 y 2000 (Gutiérrez López et al., 2012). Como cierre de este recorrido cronológico, en los últimos años y en especial desde 2009 se ha constatado un descenso radical tanto de las intervenciones preventivas como de las sistemáticas, fenómeno relacionado directamente con la crisis inmobiliaria, en una nueva fase en la que lamentablemente el patrimonio arqueológico vuelve a pasar a un segundo plano. Afortunadamente, han roto con ese panorama de cierta atonía acontecimientos positivos como la inauguración de la nueva sede del Museo Municipal de San Roque en enero de 2012 así como las obras para el nuevo Museo de Arqueología e Historia del Estrecho, en Algeciras22.

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http://www.dipucadiz.es/prensa/actualidad/Visita-a-las-obras-de-La-Caridad-futuro-Museo-de-Arqueologia-e-Historiadel-Estrecho/ (consulta 21/06/2015).

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De lo comentado en estas líneas se deduce un predominio absoluto de las intervenciones de urgencia o preventivas, en comparación con aquéllas enmarcadas en proyectos de investigación. Dicho proceso queda muy claramente reflejado en un breve análisis de nuestro Inventario de intervenciones arqueológicas de la bahía de Algeciras, una base de datos realizada como parte de nuestra tesis doctoral y una de las principales fuentes de información de este trabajo. Resulta ilustrativo comprobar, en primer lugar, que de las 216 intervenciones documentadas, 201 son actividades arqueológicas de carácter urgente, preventivo o puntual (el 93,05%), mientras que tan sólo 15 (el 6,94%) recogen proyectos de investigación sistemática. En lo que respecta a la dispersión por términos municipales, la ciudad de Algeciras, como hemos comentado, ha sido solar del mayor número de intervenciones de urgencia, con más de la mitad de las efectuadas en la bahía, en concreto 111 de un total de 201 (el 55,22%), seguida de San Roque con 65 (el 32,33%) y, en menor medida, Los Barrios con 12 (el 5,97%) y La Línea de la Concepción con tan sólo 8 (el 3,98%). A ello habría que sumar las 5 intervenciones que han afectado varios términos municipales y que suponen sólo el 2,48%. En el caso de las intervenciones sistemáticas, sin embargo, San Roque es el municipio con mayor número de actuaciones, con 7 de las 15 (el 46,6%), lo que se debe sin duda al hecho de que tanto los yacimientos fenicios del Cerro del Prado o Casa de Montilla como la ciudad de Carteia se sitúan en este término municipal; en Algeciras se han desarrollado 3 (el 20%), mientras que La Línea de la Concepción y Los Barrios, si bien han sido solar de algún proyecto realizado en varios términos municipales, no han sido objeto exclusivo de ninguno de ellos. Finalmente, 10 intervenciones han tenido lugar en varios términos municipales, por lo que suponen el 33,33% de este tipo de actuaciones. Por otro lado, la lectura en clave temporal de las intervenciones catalogadas ofrecida por la Fig. 7 permite apreciar cómo hasta 1995 las intervenciones no superaron las 5 anuales – contabilizando como varios años aquéllas que ocuparon más de un año- mientras a partir de entonces hay un crecimiento exponencial que alcanza sus cotas más altas en los años 2006 y 2007, con más de 25 intervenciones anuales, para posteriormente caer en el año 2009. Nos parece claro que el descubrimiento de nuevos restos arqueológicos en contexto urbano es un fenómeno que supone per se un aumento exponencial del conocimiento arqueológico. Sin embargo, ha significado en la práctica un verdadero problema para la investigación, dado, por una parte, la dificultad de absorber el ingente volumen de nueva información, y por otra, la diferente calidad de la misma en función de los medios materiales y humanos en cada intervención, limitaciones impuestas por las exigencias del mercado y no de la investigación. Este hecho resulta la antítesis misma de las intervenciones en el marco de proyectos de investigación, que se apoyan en unos objetivos científicos y en una metodología, no sólo coherentes sino además claros y explícitos, dados los preceptivos filtros académicos y administrativos a que se ven sujetos. Es precisamente esa aparente paradoja la que favorece la dicotomía y distanciamiento entre investigación y gestión o universidad y empresa, que han de ser paliados con el establecimiento de equipos de investigación que aúnen ambas partes y que sigan un plan definido sobre el papel de la arqueología en las ciudades. Estos protocolos van siendo cada vez más frecuentes, afortunadamente, debido a la percepción por parte de las administraciones municipales de los restos arqueológicos como un recurso patrimonial, al alto grado de profesionalización y a la existencia de empresas cualificadas y en especial al interés del ámbito académico por la arqueología urbana como fuente esencial de la investigación actual (Escacena Carrasco, 2000: 75 y ss.; Rodríguez Temiño, 2004: 119).

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En el contexto de la bahía de Algeciras, contamos tanto con ejemplos de empresas de gran profesionalidad, por la calidad de sus trabajos y el esfuerzo dedicado a la difusión de resultados, como con equipos de investigación que se encargan de intervenciones de urgencia, o incluso iniciativas conjuntas de empresas y universidad. Algunos ejemplos serían las intervenciones en el alfar romano de la Venta del Carmen (Bernal Casasola, 1998b), la villa del Ringo Rango (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002a) o los yacimientos prehistóricos del Embarcadero de Palmones (Ramos Muñoz y Castañeda Fernández, 2005) y El Lazareto (Castañeda Fernández et al., 2005); o del Proyecto Carteia de la UAM en colaboración con miembros de la UCA en el barrio alfarero de Villa Victoria (Bernal Casasola et al., 2004a). Podemos considerar, en definitiva, que la arqueología urbana es parte esencial de la investigación arqueológica actual, a la que nutre en buena medida. En el caso de la bahía de Algeciras, dado que han sido las intervenciones de urgencia las que ha permitido conocer aspectos tan fundamentales como la Traducta romana o el paisaje periurbano de Carteia, es indudable que todo trabajo de investigación sobre el tema ha de apoyarse necesariamente en la información procedente de dichas actuaciones. 2.3.3. Los estudios de paisaje: una línea de investigación por explorar Aunque hemos podido comprobar cierta sensibilidad con respecto a las condiciones paleoambientales y a los cambios en la línea de costa en diferentes trabajos, así como catalogaciones más o menos sistemáticas de yacimientos de una determinada época o naturaleza, la Arqueología del paisaje, concebida como el estudio integrado de medio natural y sociedad, es un camino apenas recorrido y que no obstante ofrece prometedoras perspectivas de investigación en esta zona (Jiménez Vialás, 2011a). Ya en los años noventa, en la Lección Magistral de las I Jornadas de Historia del Campo de Gibraltar, M. Ponsich animaba a la realización de prospecciones como técnica más eficaz para el conocimiento de los paisajes, y por tanto de la economía y estructura social de los pueblos antiguos, a pesar de los innegables retos que imponen las modificaciones contemporáneas del territorio (1991). Han sido, en efecto, dichas transformaciones y la densidad urbana del litoral lo que ha lastrado el desarrollo de prospecciones superficiales, el medio más eficaz para aproximarnos al poblamiento antiguo, que han sido muy escasas y siempre limitadas a la costa. Entre ellas, citemos el reconocimiento del litoral gaditano dentro de un proyecto para la localización de asentamientos fenicio-púnicos que, en el caso de la bahía, se limitó a la zona de Getares y el extremo suroccidental (Muñoz Vicente y Baliña Díaz, 1987). En ese mismo término municipal de Algeciras, S. Fernández Cacho desarrolló en los noventa una serie de trabajos encaminados a conocer los territorios antiguos: un estudio del poblamiento desde la Prehistoria hasta el s. XIX, basado en el catálogo de yacimientos arqueológicos de la provincia de Cádiz y en prospecciones de superficie (1995a), así como una tesis de licenciatura que materializó sin ninguna duda la aproximación más ambiciosa al poblamiento antiguo en la comarca (1994), al adoptar una perspectiva global que tuvo en cuenta tanto factores geográficos como históricos, en un enfoque por tanto muy semejante al de este trabajo. Apoyado igualmente en prospecciones, se acometió entre los años 2000 y 2002 el Proyecto de inventario de yacimientos del Campo de Gibraltar, a fin de comprobar en el campo la información sobre la ubicación exacta y el estado de conservación de los yacimientos que estaba en manos de la mencionada Delegación de Cultura (García Díaz et al., 2003). Este trabajo permitió documentar nuevos yacimientos, especialmente en

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el interior de la comarca, en torno a los valles fluviales de Guadarranque y Palmones, si bien esta interesante información ha sido apenas explotada (Mariscal Rivera et al., 2003). Dejando a un lado estos contados ejemplos, la mayoría de estudios que han adoptado una perspectiva de territorio se han apoyado lógicamente en el trabajo bibliográfico, tratando de reconstruir el poblamiento de una determinada época a partir de la recopilación de información derivada de hallazgos casuales o de intervenciones arqueológicas de diverso tipo. Para época fenicia, aparte de los trabajos geoarqueológicos mencionados en el Cerro del Prado, no se ha abordado la presencia fenicia en la bahía desde una perspectiva que integre todas las evidencias conocidas, salvo casos muy concretos que analizan de forma conjunta los enclaves del Cerro del Prado y Carteia como parte de un mismo proceso urbano (Blánquez Pérez et al., 2009) o el desconocimiento del registro funerario feniciopúnico en contraste con otros lugares del Campo de Gibraltar (Prados Martínez et al., 2011). Sobre el poblamiento romano, cabe señalar los trabajos sobre Traducta, la Algeciras romana, que han ido integrando progresivamente las novedades reveladas por la arqueología urbana: desde el primer trabajo de P. Rodríguez Oliva (1977a), posteriormente de J.I. de Vicente y P. Marfil (1991), hasta el actualizado y completo trabajo de R. Jiménez-Camino y D. Bernal sobre la topografía urbana de época romana a tardoantigua (2007). Asimismo, se han desarrollado trabajos sobre aspectos puntuales como los alfares (Bernal Casasola, 1998a), sin que hayan faltado recopilaciones más generales sobre el poblamiento y las diferentes tipologías de yacimientos (Lara Medina, 2008). Con la ciudad de Carteia como eje principal, se han realizado igualmente aproximaciones generales al marco regional, tanto geográfico como histórico, como parte de las monografías publicadas (Roldán Gómez et al., 1998, 2003a y 2006a). Además, la preocupación del Proyecto Carteia por la dimensión territorial de dicha ciudad queda hoy reflejada en un segundo proyecto específico sobre paisaje que se desarrolla en paralelo al proyecto de investigación en el propio asentamiento. Dicho proyecto, titulado Estudios historiográficos, de cartografía histórica y paleoambientales del Campo de Gibraltar ha comprendido tanto el estudio de documentos de archivo útiles para el conocimiento del entorno de la ciudad (Jiménez Vialás, 2008a), como la realización de nuevos sondeos geoarqueológicos (Arteaga Cardineau et al., 2015). Dicho esto, consideramos que nuestro trabajo, tanto por su enfoque diacrónico y de territorio como por su eje temático orientado al origen y desarrollo del fenómeno urbano, adopta una perspectiva inédita en los estudios arqueológicos de la bahía de Algeciras, que por otro lado no habría sido posible sin la existencia de los numerosos trabajos dedicados a aspectos concretos tanto de época fenicio-púnica como romana. 2.4. C

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La ciudad púnica e hispanorromana de Carteia constituye un caso singular dentro de nuestro estudio, por dos motivos: en primer lugar, su relevancia histórica como principal centro urbano de la bahía durante la Antigüedad y, derivado de ello, la abundante información disponible sobre la misma, que la convierte en protagonista también de la historiografía arqueológica de la zona. A ello hemos de sumar que el marco de las investigaciones reflejadas en este trabajo no ha sido otro que el Proyecto Carteia de la UAM, activo desde 1994. Ambas circunstancias justificaban el dedicarle un apartado específico, al margen del discurso general sobre la historia de las investigaciones.

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El origen de Carteia se ha vinculado por parte de diversos investigadores con la ya mencionada factoría fenicia del Cerro del Prado, que hacia finales del s. IV a.C., inmersa en una dinámica importante de crecimiento, se habría trasladado a este nuevo emplazamiento, más adecuado por su mayor extensión y su posición dominante en el centro de la bahía (Pellicer Catalán et al., 1977: 225; Bendala Galán et al., 1995: 93; Roldán Gómez et al., 2006a: 20). La nueva ciudad de Carteia supuso la consolidación definitiva del modelo urbano y todo apunta a que a lo largo del s. III a.C. se convirtió en un enclave de primer orden en la empresa imperialista de los Barca en Iberia. Dada su privilegiada situación, esta ciudad portuaria tuvo un papel destacado como escenario de batallas de la segunda guerra púnica, tal y como atestiguan las fuentes literarias y parece confirmar la arqueología (Roldán Gómez et al., 2006a: 26 y ss.). Tras la definitiva derrota cartaginesa a finales de ese siglo, Carteia entró en la esfera romana y fue convertida, en el 171 a.C., en la primera colonia latina fuera de la península Itálica bajo la denominación de colonia libertinorum, donde se asentaron un grupo de 4.000 hombres, hijos de soldado romano y mujer hispana (Livio, XLIII, 3, 1-4); no obstante, el registro arqueológico no muestra una ruptura o cambio destacado en las formas de vida hasta época de Augusto. En este sentido, Carteia es ciertamente un yacimiento ideal para estudiar los procesos y diferentes ritmos de continuidad y transformación propios del contexto de conquista del sur peninsular (Bendala Galán et al., 1988). Tras la eclosión urbana sin precedentes experimentada en época altoimperial, en los siglos finales del Imperio parece que la ciudad entró en un cierto declive respecto a etapas anteriores. Sin embargo, la fase tardoantigua en Carteia se caracterizó porque, lejos de sufrir una decadencia económica, la ciudad gozó de un cierto florecimiento comercial y urbano que contrastaba con la tendencia de crisis generalizada (Bernal Casasola, 1997). De nuevo por su posición privilegiada en el Estrecho, la ciudad fue testigo del paso de los pueblos vándalos a África y de la arribada a la Península de pueblos procedentes de oriente o África, como bizantinos y posteriormente árabes. Se conocen para este momento dos necrópolis y dos probables basílicas, lo que haría de Carteia una de las ciudades más importantes de la zona también en esta fase. Según la documentación arqueológica de que disponemos actualmente, la ciudad habría estado habitada hasta finales del s. VII, por lo que podríamos vincular su abandono definitivo con los primeros episodios de la conquista árabe de la Península (Bernal Casasola, 1998c), momento en que jugó sin duda un papel relevante al haber alojado la primera mezquita en suelo hispano (Al-Udri, en Presedo Velo et al., 1982: 30). Posteriormente, tras varios siglos de aparente abandono, se construyó en el s. XI la fortaleza islámica de Torre Cartagena, que recogía el topónimo de la antigua urbe, despoblada pero no olvidada. La torre inicial sería ampliada dos siglos más tarde, en época meriní, con un perímetro murario y una torre albarrana, configurando una verdadera fortaleza, Hisn Qartayanna, destinada al control del avance de las tropas cristianas (Roldán Gómez et al., 2006a: 547 y ss.). Como punto final de este recorrido se construiría en época moderna el Cortijo del Rocadillo, cuya cimentación se apoyó en muros antiguos y que, demolido a inicios de los años noventa, puede considerarse el verdadero epígono del proceso histórico iniciado con Carteia (Roldán Gómez et al., 1998). Como hemos mencionado, también en lo que respecta a la investigación arqueológica, Carteia es el yacimiento más privilegiado de la bahía. Las investigaciones arqueológicas propiamente dichas se iniciaron en los años cincuenta del pasado s. XX de la mano de J. Martínez Santa-Olalla, catedrático de Historia Primitiva del Hombre de la Universidad Central de Madrid23. Sin embargo, como parte de nuestro estudio documental, hemos descubierto un desconocido 23

Para una síntesis de la historia de las investigaciones en Carteia remitimos a los trabajos de Roldán Gómez et al., 1998: 69 y ss.; Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011a.

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precedente: las excavaciones en las termas y en el posible foro efectuadas por un almirante inglés de Gibraltar del que sólo conocemos su apellido, Heming, en una fecha tan temprana como la década de 1810 (Montero, 1860: 76). Algunos resultados de los trabajos, así como un detallado plano de las evidencias visibles en superficie en la ciudad, fueron expuestos en el “Account of antient Carteia, and its Remains”, firmado por un tal Calpensis y publicado en la revista gibraltareña The Gentleman’s Magazine and Historical Chronicle (vol. LXXXVI, 1816: 208-210)24.

Figura 8.- Dos aspectos de la Carteia púnica: muralla y altar con depósito votivo (Proyecto Carteia, 2009 y 1998). Ya iniciado el s. XX, E. Romero de Torres describió los restos visibles entonces en la ciudad en dos obras: “Las ruinas de Carteia” publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, en 1909, y el Catálogo Monumental de la Provincia de Cádiz (1908-1909), publicado en 1934. En ambas hacía una completa descripción de los restos monumentales y materiales más destacados, caso de las termas, la natatio –tradicionalmente interpretada como baptisterio- aneja al templo, el relieve de mármol con un bucráneo que se expone hoy en el Museo Municipal de San Roque, o la colección de epígrafes. Por este autor conocemos asimismo que un vecino de San Roque, Evaristo Ramos, había excavado bajo la supervisión de P. Quintero Atauri unos terrenos de su propiedad en el conocido como “huerto del Gallo”, situado entre Carteia y Puente Mayorga, tras el hallazgo en 1927 de un sarcófago de mármol con decoración de estrígiles, restos de algunas tumbas y mosaicos de lo que parecía una de las necrópolis de la ciudad (Romero de Torres, 1934: vol. 1, 225). Interesantes pormenores sobre estas tempranas excavaciones se recogen en la biografía del hijo de E. Ramos, A. Ramos Argüelles (1989) y sobre todo en varios 24

The Gentleman’s Magazine and Historical Chronicle, vol. LXXXVI, 1816: 208-210. Esta publicación pudo ser consultada en la Gibraltar Garrison Library por lo que aprovechamos para agradecer la atención recibida por su bibliotecaria, Ms Swift, con motivo de nuestra visita.

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trabajos de P. Rodríguez Oliva dedicados al estudio del espectacular sarcófago tardorromano (1999, 2000 y 2001). Recientemente, gracias también a este autor, hemos tenido conocimiento de la autorización de excavaciones en Carteia por parte del gobierno de la Segunda República, si bien desconocemos si se llevaron finalmente a cabo (Rodríguez Oliva, 2011: 159 y ss.). Martínez Santa-Olalla fue, como hemos dicho, el primero en acometer excavaciones arqueológicas de carácter sistemático en Carteia, al sentirse atraído, como otros, por su posible identificación con Tartessos (Mederos Martín, 2010: 117 y ss.). Sus trabajos entre 1953 y 1961 alcanzaron cierta envergadura, pero los resultados quedaron inéditos hasta la publicación del Informe de las campañas de excavación llevadas a cabo en el yacimiento arqueológico de Carteia (Algeciras, Cádiz), redactado por él y conservado en el Museo Municipal de San Isidro de Madrid, donde los menciona muy sucintamente (en Castelo Ruano et al., 1995: 103114 y Roldán Gómez et al., 1998: 83-96). Recientemente, sin embargo, investigaciones del Proyecto Carteia en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional han permitido localizar un importante conjunto documental constituido por más de 400 fotografías de las excavaciones de este arqueólogo, que permiten ubicar y reconstruir gran parte de sus intervenciones en la ciudad (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b; Blánquez Pérez y Roldán Gómez, 2012). El siguiente hito historiográfico serían las prospecciones realizadas en 1965 por el profesor de la Universidad de Sevilla, Manuel Pellicer25, por encargo de la Dirección General de Bellas Artes, trabajos motivados por el Proyecto de Urbanización del Cortijo del Rocadillo presentado por el propietario y por la inminente instalación de una refinería de petróleo en el área, que afectarían necesariamente el entorno de la ciudad. El informe resultante presentado a la Jefatura del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas y conservado en el Archivo del Museo Arqueológico Nacional (1965), incluye un plano donde el arqueólogo delimitaba el perímetro de la ciudad y establecía una serie de áreas según la relevancia de los hallazgos. El profesor Pellicer indicó las estructuras entonces visibles en superficie y aquéllas exhumadas por J. Martínez Santa-Olalla en la década anterior, como la basílica o la necrópolis tardoantigua, así como elementos sobre los que no teníamos noticia, como el pequeño tramo de acueducto al norte de la ciudad (Blánquez Pérez y Polak, 2011: 428-429). El siguiente equipo de arqueólogos que intervino en Carteia entre los años 1964 y 1968 fue el formado por Daniel Edward Woods, profesor del Manhattanville College (Purchase, New York) y representante de la Bryant Foundation americana que patrocinaba los trabajos (Jiménez Vialás, 2011b), Concepción Fernández-Chicarro, Directora de los museos arqueológicos de Sevilla y Carmona (Beltrán Fortes, 2011) y Francisco Collantes de Terán, Delegado Provincial de Excavaciones Arqueológicas de Sevilla (Romero Molero, 2011). William J. Bryant era un empresario norteamericano apasionado por la Antigüedad hispana, y en concreto por la búsqueda de Tartessos, de ahí su interés por intervenir en Carteia (Jiménez Vialás, 2011c). Este equipo realizó 18 cortes que no permitieron en ningún caso atrasar las fechas más allá del s. IV a.C. pero sí documentar una factoría de salazón, el templo republicano, un gran edificio público, viviendas o tabernae. Los resultados de la primera campaña fueron publicados (Woods et al., 1967), pero las demás permanecieron inéditas hasta que, tras varios años de investigación, el Proyecto Carteia pudo recuperar y estudiar un conjunto de documentación inédita de los antiguos investigadores (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011a). 25

Es justo en este punto agradecer al profesor Pellicer, a quien pudimos entrevistar en el año 2007 en su casa de Sevilla, y que nos detalló las circunstancias y resultados de sus prospecciones y nos facilitó las fotografías que conservaba.

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Retomarían más adelante las excavaciones arqueológicas en Carteia un equipo de la citada universidad hispalense dirigido por F. Presedo. Estas intervenciones, que se desarrollaron entre 1971 y 1986, se centraron en los principales edificios: las termas, la zona del posible foro y una domus –denominada “villa de Torre Cartagena” o “del Rocadillo” por este equipo-, en la zona sur de la ciudad, cercana a la torre de época moderna. Como resultado, se publicó una memoria de las actividades desarrolladas entre 1971 y 1975 (Presedo Velo et al., 1982) y varios trabajos relativos a las intervenciones en años posteriores (Presedo Velo, 1987; Presedo Velo y Caballos Rufino, 1987 y 1988; Roldán Gómez, 2011). Buena parte de los trabajos se dedicaron a la excavación de la zona del posible foro, caracterizada por la compleja superposición de estructuras de diferentes épocas, especialmente el templo, considerado por este autor un capitolio, cuyo espacio fue ocupado posteriormente por una necrópolis tardoantigua (Presedo Velo et al., 1982: 48). En lo concerniente a los niveles más antiguos de la ciudad, fueron entonces considerados de la fase turdetana sin mención alguna a un posible origen o adscripción púnica (Prados Martínez, 2011b). En paralelo a estas intervenciones, F. Chaves Tristán, miembro del equipo del profesor Presedo, realizó un estudio monográfico de las emisiones monetales de la ciudad que ha tenido un gran valor para su conocimiento histórico (1979). Por último, tras casi una década sin excavaciones en la ciudad, en 1994 retomaría los trabajos el Proyecto Carteia de la UAM, formado por los citados L. Roldán, M. Bendala, J. Blánquez y S. Martínez. Sus investigaciones se han inscrito en dos sexenios de los proyectos sistemáticos autorizados por la Junta de Andalucía, el segundo de los cuales ha finalizado en 2013. Durante el primer sexenio (1994-1999) los trabajos se centraron en la lectura e interpretación de las estructuras ya exhumadas en la zona considerada como foro, así como en la excavación de nuevos sectores: la muralla y la puerta púnicas, el templo republicano y los restos de un santuario púnico previo (Fig. 8), y la fortaleza meriní de Torre Cartagena (Roldán Gómez et al., 2006a). Las investigaciones de los últimos años en la ciudad, como parte del segundo sexenio, se han centrado en una mejor comprensión de la plaza foraria, la continuación de las excavaciones en la muralla púnica y la fortaleza meriní, así como en labores de puesta en valor del yacimiento; todo ello recogido, con los pertinentes estudios de materiales, en la memoria hoy en preparación. Podemos concluir, en definitiva, que las diferentes excavaciones en Carteia han permitido un cada vez más profundo conocimiento de sus diferentes fases históricas, aspecto que contrastaba con la escasa información disponible sobre su entorno periurbano y su territorio, una carencia que hemos tratado de solventar con este trabajo.

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3. A 3.1. O

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El propósito de este trabajo es a lo largo del Iº milenio a.C. hasta ello, como requisito ineludible, ha paleoambiental que nos permitiera

caracterizar el poblamiento en la bahía de Algeciras su eclosión urbana en época romana imperial. Para sido necesaria una propuesta de reconstrucción entender mejor la evolución histórica analizada.

Junto a los objetivos que guían el trabajo, resulta igualmente determinante la aplicación práctica de nuestra metodología a las circunstancias en que se desarrolla el estudio. En nuestro caso, esas circunstancias son un alto grado de alteración de la zona y la preponderancia absoluta de las intervenciones de urgencia frente a los trabajos sistemáticos. El principal motivo es la acentuada urbanización de la bahía, que alberga cerca de 300.000 habitantes repartidos en los núcleos de Algeciras, Los Barrios, San Roque, La Línea de la Concepción y Gibraltar, así como las importantes infraestructuras portuarias e industriales ya detalladas en el capítulo 2. En el entorno inmediato de Carteia, las transformaciones topográficas provocadas por la industrialización de los años sesenta y la concepción imperante entonces de que el yacimiento acababa en la muralla, motivaron la exclusión de necrópolis y factorías de salazón del área de protección, a pesar de que la Dirección General de Bellas Artes tuviera constancia de su existencia (Pellicer Catalán, 1965). El Área metropolitana de la Bahía de Algeciras presenta, en efecto, características similares al ámbito estrictamente urbano y por ello la metodología aplicada ha sido similar a los trabajos de arqueología urbana, es decir, la construcción de un relato histórico coherente a partir de excavaciones de urgencia fundamentalmente. Los problemas de representatividad de la información de partida no son mayores que en las prospecciones superficiales, también sujetas a este tipo de problemas. Es cierto que los criterios de cobertura espacial responden, lógicamente, a circunstancias arbitrarias desde el punto de vista científico, pero el hecho de que

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la inmensa mayoría de la información proceda de la franja costera, donde se ha concentrado tradicionalmente el poblamiento, atenúa el sesgo espacial y favorece que las conclusiones derivadas de nuestro estudio sean suficientemente representativas para este ámbito. Otros aspectos que paliarían esa arbitrariedad son la abundante documentación histórica referida a la zona, así como el amplio conocimiento que tenemos de la ciudad de Carteia tras décadas de investigación. Por todo lo expuesto, hemos dividido nuestras fuentes de información en dos. Por un lado, las fuentes literarias, la epigrafía, la numismática y aquéllas que nos permiten acercarnos al paleoambiente como la Geoarqueología, la Arqueobotánica o la Arqueozoología, así como otras fuentes documentales que nos aportan información tanto sobre el paisaje natural como sobre los restos arqueológicos, en especial la cartografía histórica y la fotografía aérea. En segundo lugar, hemos recopilado la información propiamente arqueológica en nuestro Catálogo de yacimientos arqueológicos, donde recogemos todo vestigio conocido, independientemente del medio por el que haya sido descubierto (excavación sistemática, de urgencia, destrucción, hallazgo casual, etc.). La sistematización de tan ingente y variada información referida a un periodo histórico amplio nos ha permitido la elaboración de una suerte de “mapa base” que integra todo el conocimiento arqueológico y geográfico disponible, requisito que consideramos indispensable a la hora de hacer un análisis histórico de las formas de vida urbana. 3.2. L 3.2.1. Fuentes literarias 3.2.1.1. Textos clásicos No sólo Carteia y Traducta o la vecina Barbesula aparecen citadas en los textos antiguos, sino también los núcleos de Caetaria o Portus Albus, presentes ya en obras de época tardía y ubicados asimismo en la bahía; todas esas menciones26 aparecen recogidas en las Figs. 9, 10, 11, 12 y13. Los textos de la Antigüedad han sido durante siglos la principal y prácticamente la única herramienta para el conocimiento del mundo antiguo en la zona. Fue precisamente la identificación de los lugares transmitidos por esas fuentes lo que monopolizó el debate histórico desde al menos el s. XVI, situando a Carteia en el centro del mismo, frente a las menos conocidas Traducta, Caetaria o Portus Albus. Los textos referidos a la zona han sido ya recopilados y valorados en diferentes trabajos dedicados a Carteia (Woods et al., 1967: 5 y ss., 114 y ss.; Presedo Velo et al., 1982: 7-30; Roldán Gómez et al., 1998: 29 y ss. y 2006a: 25 y ss.; Gómez Arroquia, 2001), y de forma más general en obras sobre geografía antigua de la península Ibérica (Roldán Hervás, 1975; Mangas Manjarrés y Plácido Suárez, 1994, 1998 y 1999; TIR, 2000; Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003; Jiménez González, 2004)27. Desde un punto de vista temático, las fuentes pueden agruparse en descripciones geográficas, incluidas las menciones tanto a ciudades como a aspectos etnográficos, económicos o la mitificación del Estrecho, y narraciones de acontecimientos bélicos o históricos puntuales, pautas generales de 26

Las diferentes traducciones y ediciones críticas empleadas se detallan en la Bibliografía. Partiendo de dichos trabajos de recopilación, hemos realizado una consulta de los vocablos Carteia y sus variantes Calpe Carteia, Carpia, Calpia, Cartetia, Gartegia; Traducta y sus variantes Transducta, Tingentera; Caetaria o Cetraria y, finalmente, Portus Albus, en la base de datos Diogenes (versión 3.1.6) de la Durham University, con una posterior comprobación en las correspondientes traducciones españolas pertinentemente citadas en la Bibliografía. Agradecemos a la Dra. Sandra Romano su ayuda con la búsqueda toponímica. 27

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la historiografía grecorromana sobre Iberia (Ferrer Albelda, 1996b). Entre las primeras, citaremos la Geographia de Ptolomeo, la Geographica de Estrabón, o los itinerarios como el Anónimo de Rávena, el Itinerario de Antonino o la Geografía de Guido, de época tardía. Salvo Carteia y Traducta, de las que conocemos otros testimonios, Caetaria y Portus Albus aparecen mencionados tan sólo en estos itinerarios. En el caso del último, además, su mención coincide con la omisión de Traducta, citada en los demás itinerarios, por lo que se ha considerado que se tratara del portus de dicha ciudad. Mención aparte merece, en los diferentes textos que describieron el fretum Herculeum o fretum Gaditanum, las referencias a Calpe, el peñón de Gibraltar o la columna de Hércules europea. Del Mons Calpe los autores antiguos destacan su magnificencia y su apariencia de isla (Estrabón, Geo., III, 1, 7; Mela, Chor., II, 95-96). Su protagonismo geográfico en el Estrecho fue tal, que llegó a ensombrecer a la propia Carteia, e incluso hubo una cierta confusión entre ambos derivada de la mención estraboniana “ciudad de Calpe, antigua y digna de mención” (Geo., III, 1, 7), en la que algunos han querido ver una ciudad ubicada en mismo el Peñón (Roldán Hervás, 1975: 227, entre otros), si bien la mayoría de autores se inclinan por la clara asociación del monte-columna y la ciudad principal, y durante siglos única, de su bahía (Presedo Velo et al., 1982: 13-14). Esto parece confirmado por el hecho de que el propio Estrabón aluda con posterioridad a dicha ciudad empleando esta vez su nombre “Hay no obstante quienes llaman Tartesos a la actual Carteya” (Geo., III, 2, 14). En relación con esta última cita, resulta obligado mencionar un grupo de fuentes que hacen alusión a dicha identificación de Carteia con Tartessos, trasmitida con cierto recelo por Pausanias (Periegesis, VI, 19, 3), Plinio (N.H., III, 8, 17), Estrabón (Geo., III, 2, 14), Mela (Chor., II, 96), Silio Itálico (Pun., III, 396) y Apiano (Ib., 63). Si bien hoy día descartada, la investigación ha explicado esta pretendida identificación a partir de la semejanza de los topónimos, que habría conducido a la forma intermedia Carpessos mencionada por Apiano, o a partir de la confusión de Carteia con Cartare, isla en la desembocadura del río Tartessos mencionada en la Ora Maritima de Avieno (Alvar Ezquerra, 1989: 297). Junto a las menciones a las ciudades o las descripciones geográficas, nos interesan también las alusiones a los recursos naturales y la economía, especialmente las obras de Estrabón o Plinio, pero igualmente aquéllas relacionadas con sucesos bélicos, que motivarían el mayor número de referencias a Carteia y que nos ilustran sobre la existencia de rutas marítimas y terrestres, entre otros (Roldán Gómez et al., 2006a: 19). Especial mención merece la conocida cita de Tito Livio (XLIII, 3, 1-4), que situó la ciudad de Carteia en los anales de la historia romana, al haber sido la primera colonia latina fuera de Italia –colonia libertinorum– en una fecha tan temprana como el 171 a.C., y que tiene importantes consecuencias a la hora de aproximarnos al estudio de la ciudad y su territorio. Las menciones literarias, por tanto, no sólo nos permiten conocer y ubicar topónimos antiguos, sino que en nuestro caso nos ilustran además sobre aspectos de enorme interés para el paisaje natural, la economía y el entorno periurbano de Carteia, como las alusiones a la insularidad del Peñón, a los bosques que rodean la bahía, la abundancia de especies marinas, elementos como la muralla, el puerto o los viveros, etc.; posibilitan, pues, una “nueva mirada” atenta al estudio de los paisajes, más que a los acontecimientos históricos concretos, y a la luz de los nuevos hallazgos arqueológicos y de la información paleoambiental hoy disponible (Chevallier, 2000: 26 y ss.).

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CARTEIA Cicerón XII, 44, 3 “Pero, te lo ruego, ¿qué pasa? Filótimo cuenta que Pompeyo no está retenido en Carteya (sobre lo cual Opio y Balbo me habían mandado copia de una carta mandada a Clodio Patavino: lo creían hecho), y que Epistulae ad todavía queda una guerra bastante grande” Atticum XV, 20, 3 “Escribes que (Sexto) Pompeyo ha sido acogido en Carteya; ya pues, un ejército contra éste. Ahora ¿cuál de los dos campos? Pues Antonio excluye el término medio” III, 1, 7 Estrabón Geographica

III, 2, 2

III, 2, 7

III, 2, 14

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“Desde esta costa en la que desembocan el Betis y el Anas y desde los confines de Maurisia hacia el interior, el Mar Atlántico penetra y configura el Estrecho de las Columnas, por el que el Mar Interior se une con el Exterior. Hay allí un monte que pertenece a los iberos llamados bastetanos, a los que también llaman bástulos, el Calpe, no muy grande si se atiende a su perímetro, pero tan alto y escarpado que de lejos parece como una isla. Para los que navegan desde el Mar Nuestro hacia el Mar Exterior queda éste por consiguiente a la derecha, y junto a él, a cuarenta estadios, está la ciudad de Calpe, antigua y digna de mención, que fue en tiempos puerto marítimo de los iberos. Algunos sostienen que también ella fue fundada por Heracles, entre los cuales se encuentra Timóstenes, quien afirma que antiguamente incluso tenía por nombre Heraclea y que mostraba una gran muralla y dársenas” “En cierto modo se constituyó como metrópolis de este lugar Munda, que dista mil cuatrocientos estadios de Carteya, a donde huyó Gneo después de ser derrotado; luego, zarpando de allí y desembarcando en una región montañosa situada sobre el mar, encontró la muerte” “Y los congrios parecen monstruos por lo mucho que sobrepasan en tamaño a los nuestros, así como las murenas y otros muchos peces de este género. Dicen que en Carteya se encuentran buccinas y púrpuras de diez cótilas, y que en puntos de más allá de las Columnas la murena y el congrio pesan hasta más de ochenta minas, el pulpo un talento, y que los calamares y especies afines miden dos codos. Se reúnen también en esta zona muchos atunes que vienen de otras partes de la costa exterior, gordos y voluminosos” “Los fenicios, como digo, fueron sus descubridores (de Turdetania) y ocuparon la zona mejor de Iberia y de Libia antes de la época de Homero, y continuaron siendo los amos de los lugares hasta que los romanos destruyeron su imperio. De la riqueza de Iberia hay también los siguientes testimonios: los cartagineses, en una expedición militar con Barca, sorprendieron a las gentes de Turdetania, según dicen los historiadores, utilizando pesebres y tinajas de plata. Podría, por otra parte, suponerse que es a su gran prosperidad a lo que deben su fama de longevos los hombres de allí, especialmente sus jefes, y que por ello Anacreonte dijera aquello de: Mas yo querría / ni el cuerno de Amaltea / ni ciento cincuenta años / en Tartesos reinar, y que Heródoto registrara el nombre de su rey, llamándolo Argantonio. Las palabras de Anacreonte podrían interpretarse, bien al pie de la letra, bien en el sentido más general de “... ni reinar en Tartesos mucho tiempo”. Hay no obstante quienes llaman Tartesos a la actual Carteya”

Nicolás Damasceno

Frag., 127, 11

“El joven César llegó a Tarraco y fue difícil de creer que había conseguido tal tumulto de guerra. Como no encontró a César allí, corrió un peligro aun mayor y fue al encuentro de Cesar en Iberia cerca de la ciudad de Calpia”

XXVIII, 30, 3

“Mientras ocurrían estos hechos cerca del río Betis, Lelio entretanto cruzó el estrecho con la flota hacia el Océano y se acercó a Carteya. Esta ciudad está situada en la costa del Océano, donde el mar comienza a ensancharse a la salida del estrecho” “Entraba ya la quinquerreme en el estrecho cuando Lelio, que había zarpado del puerto de Carteya en una quinquerreme seguida de siete trirremes, se lanzó sobre Adérbal y sus trirremes seguro de que la quinquerreme, metida ya en la corriente del estrecho, no podía retroceder contra corriente” “Lelio regresó victorioso a Carteya. Enterado de lo que había ocurrido en Cádiz –el descubrimiento de la traición y el envío de los conspiradores a Cartago, quedando en nada la esperanza que les había traído-, mandó un mensaje a Lucio Marcio” “Llegó también de Hispania una embajada enviada por una nueva clase de gente. Haciendo hincapié en que eran más de cuatro mil los que habían nacido de la unión de soldados romanos con mujeres hispanas con las que no existía derecho de matrimonio, pedían que se les diera una ciudad donde vivir. El senado dispuso que diera a Lucio Canuleyo su nombre y el de aquellos a los que hubieran manumitido, en caso de que hubiese alguno; su deseo era que fueran a asentarse en Carteya, junto al Océano; a los carteienses que quisieran continuar residiendo allí se les ofrecería la posibilidad de formar parte de la colonia, asignándoles tierras. Sería una colonia latina y se llamaría ‘colonia de los libertos’” “Gneo Pompeyo, con pocos jinetes y algunos infantes, se dirige a la base naval de Carteya, ciudad que dista de Córduba ciento setenta mil pasos. Cuando llegó al octavo miliario, Publio Caucilio, que había estado antes al frente del campamento de Pompeyo, les envía un mensaje de su parte diciéndoles que éste no estaba bien, con el fin de que le enviasen una litera en la que pudiera ser trasladado a la ciudad. Después de enviar el despacho, Pompeyo es trasladado a Carteya. Quienes habían sido el sostén de su partido se reúnen en la casa a la que había sido trasladado; pensaban que él había venido a escondidas para que le preguntaran lo que quisieran sobre la guerra. Cuando se hubo reunido una gran concurrencia, Pompeyo desde la litera se encomendó a su protección”

Vida de Augusto

Tito Livio Ab urbe condita

XXVIII, 30, 6

XXVIII, 31, 1 XLIII, 3, 1-4

De Bello Hispaniense

XXXII, 6-8

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XXXVII, “Mientras Cesar, en su marcha, ataca las demás plazas, los de Carteya comenzaron a manifestar sus discrepancias a causa de Pompeyo. Había 1-3 una parte que había enviado una embajada a César, y otra parte que estaba a favor del partido pompeyano. Provocándose una revuelta, (los partidarios de César) bloquean las puertas; se produce una gran matanza; Pompeyo, herido, se apodera de veinte navíos de línea y se da a la fuga. Didio, que estaba en Gades al mando de la flota... el cual, tan pronto como le llegó la noticia, inmediatamente se puso a perseguirlo; parte de la tropa de a pie y la caballería marchaban aprisa en su persecución, dándole alcance enseguida. Al cuarto día de navegación tocan tierra, ya que, cogidos desprevenidos, habían partido de Carteya sin agua. Mientras se abastecen de agua, Didio llega con su flota, incendia unas naves y se apodera de otras” II, 95-96 “Luego el mar se hace muy estrecho y las costas de Europa y África, cercanas entre sí, conforman los montes Abila y Calpe, las Columnas Mela de Hércules, según dijimos al principio, que se introducen ambos en el mar, pero el Calpe más y casi entero. Éste, horadado de un modo Corographia admirable, tiene abierto casi medio lado por la parte por donde mira al oeste y para los que entran allí su totalidad es casi tan accesible cuanto se abre la gruta; más allá hay un golfo y en él Carteya, en otro tiempo, Tartesos según consideran algunos, y que pueblan fenicios, procedentes de África y, de donde soy yo, Tingentera. Luego Melaria, Belo, y Besipon ocupan la orilla del Estrecho hasta el cabo de Juno” Silio Itálico Lib. III, “Carteya provee de armas a los descendientes de Argantonio, quien 395-401 reinó sobre sus antepasados y fue el más longevo de los hombres; no en vano, sobrepasó los trescientos años en medio de batallas. También Punica toma las armas Tartesos, que ve entrar en su morada a los caballos de Febo y Munda, que habría de causar a los ítalos una derrota como la de Ematia” Plinio III, 3, 7-8 “el cabo de Juno, el puerto de Besipo, la población de Belo, Melaria, el estrecho del Atlántico, Carteya, llamada Tartesos por los griegos, y el monte Calpe. A continuación, en la costa del Mediterráneo, la población Naturalis de Barbésula y su río, también llamada Sálduba; la población de Suel, Historia Málaga -con su río-, que es una de las federadas” “La longitud actual de la Bética, desde la localidad de Cástulo hasta III, 3, 17 Gades, es de doscientos cincuenta mil pasos y desde Murgi, en la costa, veinticinco mil más. La anchura, de Carteya al Guadiana, por la costa doscientos treinta y cuatro mil pasos” VI, 214 “El tercer círculo comienza a partir de los indios más cercanos al Ímavo. Se extiende por las Puertas Caspias, las partes más cercanas de la Media, Cataonia, Capadocia, el Tauro, el Amano, Iso, las Puertas Cilicias, Solos, Tarso, Chipre, Pisidia, Panfilia, Side, Licaonia, Licia, Pátara, el Janto, Cauno, Rodas, Cos, Halicarnaso, Gnido, la Dóride, Quíos, Delos, la zona central de las Cícladas, Gitio, Málea, Argos, Laconia, la Élide, Olimpia, Mesania del Peloponeso, Siracusa, Cátina, la parte central de Sicilia, la parte austral de Cerdeña, Carteya y Gades. Un gnomon de cien onzas proyecta una sombra de setenta y siete onzas. El día más largo es de catorce horas y media equinocciales más la treintava parte de una hora”

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IX, 92-93 “En Carteya, había uno (pulpo) que acostumbraba a salir del mar hacia las balsas que había abiertas, acabando allí con las salazones –sorprendentemente a todos los animales marinos les gusta ese olor suyo y esa es la razón por la que se untan las nasas-; éste se granjeó la ira de los guardas por su desmedido afán de robar. Se le pusieron por delante unos cercados, pero los saltaba por medio de un árbol, y no se le hubiera podido atrapar si no llega a ser por el olfato de los perros. Éstos lo rodearon cuando volvía de regreso por la noche y los guardas al despertarse se aterrorizaron por algo tan excepcional. Ante todo su tamaño era insólito, después el color de animal, untado en la salmuera, con un olor de espanto. ¿Quién se hubiera podido esperar un pulpo en aquel lugar o lo hubiera reconocido de tal guisa? A ellos les parecía que luchaban contra un monstruo, pues espantaba a los perros con su bufido terrible, azotándolos, además, unas veces con las puntas de los tentáculos, o golpeándolos otras veces con la parte más fuerte de sus brazos a modo de mazas; a duras penas se pudo acabar con él tras múltiples arponazos. Le mostraron a Luculo la cabeza, del tamaño de un tonel con quince ánforas de capacidad; además, por utilizar yo las mismas palabras de Trebio, las barbas, que apenas podían abarcarse con los dos brazos, llenas de nudos, como las mazas, de treinta pies de longitud, con sus ventosas o copas de una urna de capacidad, como calderos y, asimismo, los dientes, en correspondencia con su tamaño. Sus restos, conservados por su carácter extraordinario, pesaron setecientas libras. El mismo autor refiere que también fueron arrojados a aquellas costas sepias y calamares de ese tamaño” XXXI, “Actualmente el mejor (garum) se obtiene del pez escombro en las pesquerías de Carthago Spartaria. Se le conoce con el nombre de 43, 94 “sociorum”. Dos congrios no se pagan con menos de mil monedas de plata. A excepción de los ungüentos, no hay licor alguno que se pague tan caro, dando su nobleza a los lugares de donde viene. Los escombros se pescan en la Mauretania y en la Baetica, y cuando vienen del Oceanus se cogen en Carteia, no haciéndose de él otro uso” Apiano VI, 63 “Y me parece oportuno exponer la guerra de Viriato que causó grandes problemas a los romanos y se convirtió en la más dificultosa para ellos, de Alejandría posponiendo cualquier otro acontecimiento que tuvo lugar en Iberia por este mismo tiempo. Mientras Vetilio llegó en su persecución hasta Sobre Iberia Tribola, Viriato inició la huida después de haberle tendido una emboscada y Aníbal en un bosquecillo, hasta que cuando Vetilio sobrepasó el bosquecillo, él se dio la vuelta y los que se hallaban emboscados se abalanzaron contra ellos y daban muerte a los romanos desde uno y otro lado, los hacían prisioneros y los empujaban hacia los precipicios. Incluso el propio Vetilio fue apresado; y como el que lo capturó desconocía su identidad, viendo en él solamente a un anciano muy obeso, le dio muerte como si no fuera digno de ninguna otra cosa. De los diez mil romanos apenas pudieron escapar unos seis mil hasta Carpessos, una ciudad de la costa, la cual considero que fue llamada por los griegos de antaño Tartesos y cuyo rey era Argantonio, de quien se dice que alcanzó los ciento cincuenta años. Así pues, a los que habían conseguido escapar hacia Carpessos, el cuestor, que seguía a Vetilio, los situó sobre las murallas a pesar de que estaban llenos de miedo; y tras solicitar de los belos y los titos cinco mil aliados y haberlos conseguido, los envió contra Viriato. Pero éste acabó con todos, hasta el punto de que ni siquiera pudo escapar un mensajero. Y el cuestor se mantuvo en calma en la ciudad a la espera de alguna ayuda procedente de Roma”

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XIV, 105

Ptolomeo II, 4, 4-6 Geographia

Pausanias Descripción de Grecia

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VI, 19, 3

“Después de una gran masacre los pompeyanos huyeron a Corduba, y César, con el fin de evitar que los fugitivos preparasen otra batalla, ordenó sitiar el lugar. Los soldados, cansados por el trabajo, apilaron los cuerpos y las armas de los caídos, los clavaron a la tierra con lanzas, y acamparon detrás de ese horrible muro. Al día siguiente la ciudad fue tomada. Scapula, uno de los líderes pompeyanos, erigió una pira funeraria en la que se consumió él mismo. Las cabezas de Varo, Labieno y otros distinguidos hombres fueron llevadas a César. Pompeyo huyó del escenario de su derrota con 150 jinetes hacia Carteia, donde tenía una flota, y entró en los astilleros de incógnito como un particular llevado en su litera. Cuando vio que allí los hombres estaban desesperados por su seguridad temió ser entregado y se dio a la fuga otra vez. Mientras subía a una pequeña embarcación se le quedó un pie atrapado por una cuerda y un hombre que trató de cortar la cuerda con su espada, le cortó en su lugar la planta del pie. Así que navegó hacia un cierto lugar y recibió tratamiento médico. Al ser perseguido allí, huyó por un camino difícil y espinoso que agravó su herida, hasta que fatigado se sentó bajo un árbol. Entonces sus perseguidores se apoderaron de él y fue abatido mientras se defendía con bravura. Su cabeza fue traída a César, que dio las órdenes para su entierro” “Más allá de la desembocadura del río Ana en el Mar Exterior, son de turdetanos: Ónoba Estuaria 4º40’ 37º20’ La boca oriental del río Betis 5º20’ 37º00’ Las fuentes del río 12º38’ 30º00’ El estuario junto a Asta 6º36’ 45º00’ De túrdulos: Puerto de Menesteo 6º00’ 36º20’ El promontorio desde el cual comienza el Estrecho y en el que está el Templo de Hera 5º45’ 36º05’ Desembocadura del río Bailon 6º10’ 36º10’ Población de Bailon 6º15’ 36º05’ De bástulos, los llamados “cartagineses”: Menralia 6º30’ 36º05’ Transducta 6º50’ 36º05’ Población de Barbesola 7º15’ 36º10’ Carteia 7º30’ 36º 10’ Monte Calpe y Columna del Mar Interior 7º30’ 36º15’” “Dicen que Tarteso es un río del país de los iberos que desemboca en el mar por dos bocas, y que hay una ciudad del mismo nombre en medio de las bocas del río. El río, que es el mayor de Iberia y que tiene mareas, lo llamaron los de después Betis, y hay quienes piensan que la ciudad de los iberos Carpia se llamó antiguamente Tarteso”

Dion Casio

XLIII, 31, 2-3

Historia romana

XLIII, 40, 1-2

Itinerario de 406, 3 Antonino Marciano de Heraclea

II, 9

Periplus Maris Exteri Esteban de Cartea Bizancio Ethnica Anónimo de 305, 11 Rávena 344, 5 Guidonis 516, 4 Geographica

“Hasta entonces las cosas seguían así, pero cuando llegaron algunos de los enviados desde Roma y se esperó la inminente llegada de Cesar, Pompeyo, atemorizado, no se consideró capaz de dominar toda Iberia y no esperó a ser derrotado para cambiar de planes, sino que, antes de medir sus fuerzas con los contrarios, se retiró a la Bética. Pero el mar enseguida se le volvió hostil y Varo fue derrotado por Didio en una batalla naval frente a Carteya; y si no hubiera escapado hacia tierra, y no hubiera arrojado las anclas, una detrás de otra, en la bocana del puerto y la primera fila de sus perseguidores no hubiera chocado con ellas como con una barrera, habría perdido toda su flota” “Mientras Cesar se ocupaba de esto, Pompeyo, que había escapado, llegó en su huida al mar con la intención de utilizar la escuadra que atracaba en Carteya, pero se encontró con que los hombres se habían inclinado del lado del vencedor, así que embarcó en una pequeña embarcación esperando escapar por este medio, pero fue herido cuando lo intentaba y volvió a tierra descorazonado. Entonces con algunos hombres que se le habían unido marchó tierra adentro. Pero se encontró con Cesenio Lento y fue derrotado. Después, tras encontrar refugio en un bosque, murió allí. Entre tanto, Didio, ignorante de esto, se iba y venía en la idea de que se reuniría en alguna parte con él, se encontró con algunas tropas del otro bando y murió” (406) 2. Barbariana (406) 3. Calpe Carteiam (407) 1. Porto Albo “Donde la montaña y columna de Calpe, al inicio del mar interior, navegando al estrecho y al Océano, se tiene a la derecha el continente de Iberia y Carteia a 50 estadios. El pueblo que habita aquí son los Bástulos a quienes llaman Púnicos. De Carteia a Barbesola hay 100 estadios. De Barbesola a Transducta no hay más de 200 y no menos de 145 estadios en línea recta. De Transducta a Menralia no hay más de 115 (¿155?) estadios pero no menos de 123” “Cartea… hay una Cartea de Iberia, de la que habla Atemidoro en el segundo libro de sus escritos geográficos”

10. Bamaliana 11. Gartegia 12. Transducta 4. Bamaliana 5. Cartetia 6. Traducta 3. Bamaliana 4. Gartecia 5. Transducta

Figura 9.- Recopilación de las menciones a Carteia en las fuentes antiguas.

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TRADUCTA Estrabón III, 1, 8 “Después viene Menlaría, que tiene saladeros, y a continuación el río y la ciudad de Belón. De allí es de donde parten generalmente las travesías hacia Tingis de Maurusia, y es puerto comercial y saladero. También Zelis Geographica era vecina de Tingis, pero los romanos la trasladaron a la orilla opuesta, añadiendo incluso algunos habitantes procedentes de Tingis; enviaron también colonos propios y denominaron Iulia Ioza a la ciudad. Luego está Gadira, una isla separada de Turdetania por un estrecho brazo de mar, distante de Calpe setecientos cincuenta estadios aproximadamente (otros dicen que ochocientos)” Mela II, 95- “Luego el mar se hace muy estrecho y las costas de Europa y África, cercanas entre sí, conforman los montes Abila y Calpe, las Columnas de 96 Hércules, según dijimos al principio, que se introducen ambos en el mar, Corographia pero el Calpe más y casi entero. Éste, horadado de un modo admirable, tiene abierto casi medio lado por la parte por donde mira al oeste y para los que entran allí su totalidad es casi tan accesible cuanto se abre la gruta; más allá hay un golfo y en él Carteya, en otro tiempo, Tartesos según consideran algunos, y que pueblan fenicios, procedentes de África y, de donde soy yo, Tingentera. Luego Melaria, Belo, y Besipon ocupan la orilla del Estrecho hasta el cabo de Juno” Plinio Libro “El comienzo de la tierra se llama las Mauritanias, reino hasta el emperador V, 1, 2 Gayo, el hijo de Germánico; por la crueldad de aquél fueron divididas en dos provincias. Los griegos dan el nombre de Ampelusia al cabo más lejano Naturalis del Océano. Más allá de las Columnas de Hércules han desaparecido las Historia poblaciones de Lisa y Cotas, ahora está Tánger, fundada en otro tiempo por Anteo; después el emperador Claudio, al hacerla colonia, la llamó Julia Traducta. Dista de Belo, población de la Bética, treinta mil pasos por la ruta más corta” II, 4, “Más allá de la desembocadura del río Ana en el Mar Exterior, son de turdetanos: Ptolomeo 4-6 Ónoba Estuaria 4º40’ 37º20’ La boca oriental del río Betis 5º20’ 37º00’ Geographia Las fuentes del río 12º38’ 30º00’ El estuario junto a Asta 6º36º 45º00’ De túrdulos: Puerto de Menesteo 6º00’ 36º20’ El promontorio desde el cual comienza el Estrecho y en el que está el Templo de Hera 5º45’ 36º05’ Desembocadura del río Bailon 6º10’ 36º10’ Población de Bailon 6º15’ 36º05’ De bástulos, los llamados “cartagineses”: Menralia 6º30’ 36º05’ Transducta 6º50’ 36º05’ Población de Barbesola 7º15’ 36º10’ Carteia 7º30’ 36º10’ Monte Calpe y Columna del Mar Interior 7º30’ 36º15’” Marciano de II, 9 “Donde la montaña y columna de Calpe, al inicio del mar interior, navegando al estrecho y al Océano, se tiene a la derecha el continente de Heraclea Iberia y Carteia a 50 estadios. El pueblo que habita aquí son los Bástulos a quienes llaman Púnicos. De Carteia a Barbesola hay 100 estadios. De Periplus Barbesola a Transducta no hay más de 200 y no menos de 145 estadios Maris Exteri en línea recta. De Transducta a Menralia no hay más de 115 (¿155?) estadios pero no menos de 123”

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Gregorio de II, 2 Tours

“Después, mientras que los alamanes se extendían hasta los bordes del mar, los vándalos cruzaron el mar desde Traducta, y se dispersaron por toda África y Mauritania”

Historia Francorum Anónimo de 305, 12 11. Gartegia 12. Transducta Rávena 13. Cetraria 344, 6 5. Cartetia 6. Traducta 7. Cetraria Guidonis 516, 5 4. Gartecia 5. Transducta Geographica 6. Cetraria Figura 10.- Recopilación de las menciones a Traducta en las fuentes antiguas.

Mela

II, 94

Corographia

Plinio

III, 3, 7-8

Naturalis Historia Ptolomeo

II, 4, 4-6

Geographia

Itinerario de 406, 2 Antonino Marciano de II, 9 Heraclea Periplus Maris Exteri

BARBESULA “Pero, desde los lugares que han sido mencionados, hasta los inicios de la Bética no se debe recordar nada excepto Cartagena, a la que fundó Asdrúbal, caudillo de los púnicos. Es sus costas las ciudades son oscuras y la mención de ellas se hace sólo para seguir el orden: Urci, en el golfo que llaman Urcitano; fuera del él, Abdera, Suel, Ex, Menoba, Málaga, Salduba, Lacipo y Barbesula” “el cabo de Juno, el puerto de Besipo, la población de Belo, Melaria, el estrecho del Atlántico, Carteya, llamada Tartesos por los griegos, y el monte Calpe. A continuación, en la costa del Mediterráneo, la población de Barbésula y su río, también llamada Sálduba; la población de Suel, Málaga -con su río-, que es una de las federadas” “De bástulos, los llamados “cartagineses”: Menralia 6º30’ 36º05’ Transducta 6º50’ 36º05’ Población de Barbesola 7º15’ 36º10’ Carteia 7º30’ 36º10’ Monte Calpe y Columna del Mar Interior 7º30’ 36º15’” (406) 1. Cilniana (406) 2. Barbariana (406) 3. Calpe Carteiam “Donde la montaña y columna de Calpe, al inicio del mar interior, navegando al estrecho y al Océano, se tiene a la derecha el continente de Iberia y Carteia a 50 estadios. El pueblo que habita aquí son los Bástulos a quienes llaman Púnicos. De Carteia a Barbesola hay 100 estadios. De Barbesola a Transducta no hay más de 200 y no menos de 145 estadios en línea recta. De Transducta a Menralia no hay más de 115 (¿155?) estadios pero no menos de 123”

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Anónimo de 305, 8 Rávena 305,10 344, 2 344, 4 Guidonis 516, 1 Geographica 516, 3

8. Sabesola 9. Saltum 10.Bamaliana 11. Gartegia 2. Bardesola 3. Saldo 4. Bamaliana 5. Cartetia 1. Sabessola vel Bardesola 2. Saltum 3. Bamaliana 4. Gartecia

Figura 11.- Recopilación de las menciones a Barbesula en las fuentes antiguas.

CETRARIA Anónimo de 305, 13 Rávena 344, 7 Guidonis 516, 6 Geographica

12. Transducta 13. Cetraria 14. Melaria 6. Traducta 7. Cetraria 8. Melaria 5. Transducta 6. Cetraria 7. Melaria

Figura 12.- Recopilación de las menciones a Cetraria en las fuentes antiguas.

Itinerario de 407, 1 Antonino

PORTUS ALBUS (406) 3. Calpe Carteiam (407) 1. Porto Albo (407) 2. Mellaria

Figura 13.- Recopilación de las menciones a Portus Albus en las fuentes antiguas. 3.2.1.2. Fuentes literarias de época medieval A la hora de valorar la presencia de las ciudades de la bahía en las fuentes medievales, resulta una vez más esencial el carácter estratégico de la zona, escenario principal del desembarco de las tropas de Tarik en 711, así como de contingentes almohades y meriníes en siglos posteriores. La impronta de tales acontecimientos quedó indeleble en la toponimia más importante de la región, como Gibraltar (Yabal Tariq o montaña de Tarik) o Tarifa (de Abu Zar’ah Tarif ibn Malik al-Mu’afari, el Tarif de las fuentes). Estos testimonio escritos son obras geográficas, históricas, itinerarios, portulanos, etc., que aportan de nuevo una valiosa información sobre la toponimia, la topografía, las rutas marítimas o terrestres y los recursos económicos. Algunos trabajos recopilatorios recientes dedicados a las fuentes medievales referidas a Cádiz (Abellán Pérez, 2005) y sobre todo a la

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chora de Algeciras (Torremocha Silva, 2009), o a Carteia (Presedo Velo et al., 1982: 30; Roldán Gómez et al., 1998: 42-53), nos han permitido conocer el estado de las ciudades, la existencia de una albufera en el centro de la bahía o los principales recursos explotados en el entorno. Del conjunto de literatura islámica consultada destacamos, en concreto, dos obras. En primer lugar, Fragmentos geográfico-históricos de al-Masalik ila Gami ’al-Mamalik (s. XI), donde el geógrafo andalusí Al-Udri, al referirse a la bahía, afirmaba que en Carteia se construyó la primera mezquita en suelo hispano: “Y al Este de Madinat al-Yacirat (Algeciras) hay una mezquita que dicen que construyó uno de los amigos del Profeta –la bendición y la paz de Dios con él– o uno de sus seguidores. Es la primera mezquita que los musulmanes construyeron en al-Andalus. El lugar en el que se levanta se le conoce con el nombre de Cartayana. Y cuando la gente de Al-Yacirat se vieron afectadas por su gran sequía, se fueron allí (a la mezquita) a pedir la lluvia y la obtuvieron” (Al-Udri, tomado de Presedo Velo et al., 1982: 30). La segunda obra es el Kitab ar-Rawd al-Mi’tar (El jardín perfumado) del geógrafo Al-Himyari (ed. 1963), que data del s. XV, aunque empleó fuentes más antiguas. De nuevo cita Carteia, al mencionar que existen tres localidades con el nombre de Qartayanna, la primera “la que está al pie de Gibraltar, es ciudad antigua y despoblada, de la que subsisten numerosos restos. Es conocida por Quartayannat al Gazira (Carteia de Algeciras) y tiene fondeadero donde desemboca el wadi l-ramal (Guadarranque)” (tomado de Chalmeta Gendrón, 2003: 132). Ya A. García y Bellido señaló el interés arqueológico de esta obra y relacionó las estructuras portuarias descritas por Al-Himyari con el puerto romano de Carteia (1943: 306-307). En lo que respecta a las fuentes cristianas, además de las crónicas de Alfonso X (Menéndez Pidal, ed. 1955) o Juan II de Castilla (García de Santa María, ed. 1982), que se refieren a la zona, tienen especial valor la Gran Crónica (Catalán Menéndez-Pidal, ed. 1976) y el Libro de la monteria de Alfonso XI (Pescioni, ed. 1582), monarca cuyo destino quedó unido a estas tierras al haber logrado la toma de Algeciras y morir posteriormente por la peste con motivo del cerco a Gibraltar. Ambas obras son una fuente de información preciosa sobre geografía, toponimia, flora y fauna o vías de comunicación del s. XIV y en concreto sobre aspectos como la salobridad del Palmones o el carácter insular del Peñón. 3.2.1.3. Fuentes literarias modernas y contemporáneas: del s. XVI al XIX Las fuentes de época moderna constituyen un nutrido corpus documental, bien conocido en el caso concreto de Carteia (Roldán Gómez et al., 1998: 57-67; Rodríguez Oliva, 2011; Jiménez Vialás, 2008a: 99 y ss.). Desde el s. XVI hasta la publicación de trabajos específicamente arqueológicos a inicios del s. XX, diferentes obras de ámbito local, nacional e internacional recogieron y analizaron los textos clásicos referidos a la zona y fueron incorporando paulatinamente descripciones de las evidencias arqueológicas conocidas. Tanto obras históricas, como diarios de viaje u obras de recopilación económica y estadística, nos aportan una rica información sobre restos arqueológicos desaparecidos y sobre el paisaje natural y la economía de los últimos siglos. Ya en el s. XVI se identificó la antigua Carteia con las ruinas cercanas a Torre Cartagena, por parte de autores como Lorenzo de Padilla, primero, y Bernardo de Aldrete ya en 1610 (Gozalbes Cravioto, 2012), aunque es al gibraltareño Alonso Hernández del Portillo a quien se le ha atribuido tal mérito, por presentar no sólo la propuesta sino la primera descripción de los restos en su Historia de la muy noble y más leal ciudad de Gibraltar (1622/2008). A partir de entonces, la ciudad de Carteia aparece mencionada en obras históricas de primer orden como la Crónica General de

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España de Ambrosio de Morales (1586/1792), las obras de Rodrigo Caro (1634), el padre Flórez (1747), los hermanos Rodríguez Mohedano (1772) o el Viage de España de Antonio Ponz (1794). La ciudad de Traducta, por su parte, salvo excepciones como el padre Flórez que la identificó acertadamente con Algeciras, fue tradicionalmente identificada con Tarifa desde la obra de Macario Fariñas del Corral en 1663, del que diremos que tuvo el acierto, al menos, de defender el pasado romano de Algeciras (Abascal Palazón y Cebrián Fernández, 2006: 203; Gozalbes Cravioto, 1996). En ese s. XVIII cobran especial valor los documentos y trabajos históricos elaborados en la propia bahía, de los que citaremos aquí los más destacados, como la Descripción del sitio donde se hallan los vestigios de las antiguas y célebres Algeciras (1726) del marqués de Verboon, y la Historia de Gibraltar de Ignacio López de Ayala (1782) quien, a partir de una reflexión sobre los restos arqueológicos conocidos, confirmaba la ubicación de Carteia en El Rocadillo y la ausencia de restos romanos en Algeciras. Especialmente interesante para el estudio de los recursos naturales y las explotaciones agrarias e industriales de la época resultan las respuestas de las poblaciones de San Roque, Los Barrios y Algeciras al llamado “Catastro de Ensenada” entre 1750 y 175428. En este siglo, tras la toma de Gibraltar en 1704, contamos además con los ensayos históricos de diversos eruditos británicos, que analizaron los restos visibles en Carteia o las evidencias materiales ya conocidas entonces como monedas o epígrafes, por ejemplo el citado J. Conduitt (1719), John D. Breval (1726), que recorrió la bahía junto a éste y que publicó una interesante obra ilustrada, fruto de sus viajes por nuestro país (Canto de Gregorio, 2004); y, finalmente, Thomas James (1771) y el ya mencionado F. Carter (1777), quien nos legó una detallada descripción del teatro, la muralla y lo que consideró el puerto antiguo. En el s. XIX, mientras Traducta, Portus Albus o Caetaria continuaban sin adscripción clara, la ubicación de Carteia en El Rocadillo era ya algo asumido y generalizado. Por ese motivo, la ciudad fue incluida en las grandes crónicas y catálogos históricos y artísticos de la época, como las obras de Agustín Ceán Bermúdez (1832), el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz (1845-1850). De este momento data un documento excepcional, el artículo “Account of antient Carteia, and its Remains”, publicado en 1816 en la revista gibraltareña The Gentleman’s Magazine and Historical Chronicle y firmado por un tal Calpensis, al parecer identificable con el Almirante William Henry Smyth29. Su valor reside en las minuciosas descripciones de los restos de la ciudad, algunos desconocidos hasta entonces como las termas, y el plano que las ilustra con detalle. Pero son sin duda las obras de los sanroqueños Lorenzo Valverde y Francisco María Montero las que nos han brindado una mayor información. El primero nos legó la Carta histórica y situación topográfica de la ciudad de San Roque y términos de su demarcación en el Campo de Gibraltar, escrita en 1849 para ilustrar a su amigo Salvador, emigrado a La Habana, sobre el pueblo que le había visto nacer y del que tenía curiosidad desde el otro lado del Atlántico (Valverde, 1849/2003). Inédito hasta 2003, es una magnífica descripción del entorno atenta a las actividades económicas, población, topónimos, costumbres o instituciones, entre otros, de enorme utilidad para nuestra investigación. Asimismo, la Historia de Gibraltar y de su campo, de Montero (1860), constituye una fuente imprescindible para el estudio de la Antigüedad pues nos brinda exhaustivas descripciones de elementos del entorno periurbano de Carteia como el acueducto, restos aparecidos en Puente Mayorga o en las salinas de Palmones –donde ubicaba el Portus 28

Gracias a la reciente publicación, íntegra, en el Portal de Archivos Españoles (www.http://pares.mcu.es/) de los ejemplares conservados en el Archivo General de Simancas. 29 Según la lista publicada por M.L. De Montluzin en 2013.

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Albus de las fuentes-, acompañados de lúcidas interpretaciones que las investigaciones recientes han revelado como válidas. Gracias a este autor, sabemos hoy que las excavaciones efectuadas hacia 1814 en Carteia y recogidas en el artículo de Calpensis fueron realizadas por “el almirante Heming30 que mandaba en la escuadra inglesa del Mediterráneo por aquellos años (…) mandó practicar con licencia de nuestras autoridades grandes excavaciones y sacó muchas preciosidades en estatuas de mármol y bronce, medallas y otros objetos que se llevó a Londres” (1860: 76). Otro grupo de fuentes de esta época fueron los diarios, descripciones y grabados de viajeros europeos que recorrieron España como parte del Grand tour31, viaje de formación intelectual de los jóvenes de familias de la aristocracia europea. Nuestro país se convirtió entonces en un verdadero “sujeto romántico” dado sus marcados contrates internos, sus diferencias con otros países de Europa y su riqueza monumental (Calvo Serraller, 1978) y recorrieron entonces la geografía ibérica, en busca de inspiración, aventura y conocimiento, ingleses como J. Carr, R. Ford, D. Roberts, G. Borrow o D. Inglis; franceses como P. Merimée, T. Gauthier o H. Regnault; alemanes como A. von Humboldt, americanos como W. Irving e, incluso, daneses como H.C. Andersen. El Campo de Gibraltar, en particular, fue una comarca privilegiada como destino de viajeros desde inicios de época moderna pues reunía en sí, además de rasgos definitorios de Andalucía como restos monumentales romanos y árabes, la cercanía de África y la facilidad de acceso por mar a través de Gibraltar, especialmente para un público inglés (López-Burgos del Barrio, 1996). A partir de la ocupación inglesa, Gibraltar se convirtió en una de las escalas de la Overland Route, ruta marítima hacia la India a través del canal de Suez, que pasaba por otras colonias británicas como Malta, y por el puerto de Gibraltar entraron entonces en España viajeros ingleses y de otras nacionalidades, pues el viaje Southampton–Gibraltar era asequible, rápido y confortable y la colonia les aseguraba ciertas comodidades difíciles de encontrar, según ellos, en las ciudades andaluzas. Muchos de estos viajeros, como parte de su estancia en la bahía, visitaron Carteia y adquirieron monedas y otros objetos arqueológicos, y nos legaron ricas descripciones de una y otros que nos han resultado de gran utilidad en nuestro trabajo, como la mención de Ford en su célebre Handbook for travellers in Spain (1855: 153). 3.2.2. Epigrafía y numismática La epigrafía de Carteia se extiende de época augustea al s. VI, aunque llama la atención la ausencia de evidencias de época republicana, habida cuenta de la relevancia histórica de la ciudad en ese periodo (Presedo Velo et al., 1982: 279-283; Hoyo Calleja, 2003, 2006a y b). La sociedad carteiense reflejada en la epigrafía se caracteriza por un alto grado de romanización que parece constatar, entre otros elementos, la presencia de cultos imperiales como Mercurius Augustus y Minerva Augusta o de las tribus Sergia y Galeria (Hoyo Calleja, 2006b: 470471). La presencia de onomástica de origen griego, como la inscripción bizantina de Makriotes, denotaría la naturaleza portuaria e internacional de la ciudad, donde el tránsito de mercancías y personas, como la heterogeneidad social, serían aspectos definidores (Hoyo Calleja, 2006b: 471). Por su parte, Iulia Traducta no goza de un elenco epigráfico como el de Carteia y conocemos tan sólo dos piezas reseñables, la inscripción transcrita por M. Fariñas de Corral en el s. XVII y que habría sido trasladada a Gibraltar desde Algeciras (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991: 132), y en especial un pedestal de mármol con dedicación

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Podría ser un posible error de transcripción de la obra de Montero y tratarse de Fleming, al no conocerse ningún Heming en esos años en Gibraltar, según nos informa el historiador local J.M. Ballesta. 31 Término acuñado por el sacerdote católico Richard Lassels en su Voyage of Italy, 1670.

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a Diana por parte de Fabia Fabiana, hallado en 1972 en la Avenida Alfonso XI y que se consideraba procedente de Barbesula (Rodríguez Oliva, 1973; Presedo Velo, 1974). Sin embargo, la epigrafía puede aportar además información relevante para el conocimiento del territorium, como las inscripciones en cipos, miliarios o formae urbanas que nos permiten aproximarnos a aspectos como los límites, la organización del territorio y las posibles centuriaciones o las vías que lo articularon (Cortés Bárcena, 2013). De igual manera, el estudio de la onomástica, la origo o las tribus presentes en la urbe y en el territorio, nos permite establecer las relaciones de propiedad entre ambos ámbitos o el grado de romanización de una zona (Orejas del Saco y Ramallo Asensio, 2004; Olesti Vila, 2008); este tipo de testimonios han sido considerados, no en balde, una verdadera “epigrafía del territorio” (Ariño Gil et al., 2004: 21 y ss.). Desde el punto de vista del territorio, es poco, lamentablemente, lo que podemos inferir a través de la epigrafía, aunque sí del estatus de las ciudades. En el caso de Carteia, ha sido la epigrafía la que ha permitido confirmar la condición de municipium que presumían la mayoría de investigadores (Hoyo Calleja, 2006a: 11), aunque eso no nos ofrece información sobre su territorio, dado que no tiene por qué haber una relación directa entre estatus jurídico y las dimensiones del mismo (Castillo Pascual, 1996: 63-68). El único ejemplo que tenemos, por el momento, de familias conocidas en la ciudad y en su entorno es la gens Canuleia de Lacipo (Casares, Málaga), a 30 km de Carteia. Proceden de esta ciudad dos epígrafes que mencionan dicha tribu, lo que reflejaría la presencia en la zona de la gens del pretor Lucio Canuleio que fue el encargado de censar a los colonos de la colonia libertinorum en 171 a.C. (Livio, XLIII, 3, 1-4) y, quizá, de la pertenencia de dicho enclave al amplio territorio que, al menos en época republicana, habría estado bajo jurisdicción de la colonia latina (Rodríguez Oliva, 2006; Bravo Jiménez, 2011). Por otro lado, pero en el plano simbólico, el pedestal de estatua de mármol con el cursus honorum de Cornelio Senecion, cuyo primer cargo habría sido el de sacerdote de Hércules en época de Trajano, y que procede seguramente de Carteia (Hoyo Calleja, 2006b: 470), sumado a la presencia de tegulae con la leyenda Hercvlis en la ciudad, apuntan a la importancia del culto a un dios ligado indeleblemente al Estrecho (Blánquez Pérez et al., 2012). En el caso de Algeciras, el segundo de los epígrafes citados se considera hoy día procedente de la ciudad, dada la envergadura urbana que se adivina hoy para la urbe romana, pero nos interesa sobre todo porque que considera un modelo para culto imperial propio de la Bética, que apuntaría al estatus colonial de la ciudad (Ventura Villanueva, 1991). Los Fabii Fabiani, en efecto, era una gens de gran poder económico, quizá basado en la explotación de las canteras de mármol de Coín y caliza de Antequera, que fueron afectos al culto imperial (Canto de Gregorio, 1978). En este caso, este documento nos permite importantes inferencias sobre el estatus de colonia, que podemos trasladar al territorio, como veremos en el capítulo 9 sobre la reorganización territorial con motivo de la fundación de Traducta. Al igual que la epigrafía, la numismática es una disciplina histórica fundamental para el estudio de las sociedades antiguas, al brindar inestimables datos sobre aspectos económicos o políticos, pero no menos sobre aspectos del paisaje, como la topografía urbana o los recursos económicos de una ciudad (Chevallier, 2000: 42). Sobre la numismática del estrecho de Gibraltar existe toda una tradición de trabajos que se han centrado, en líneas generales y citando los principales ejemplos, en aspectos como la iconografía monetaria gaditana y las actividades económicas de su área de influencia (Chaves Tristán y García Vargas, 1991; Moreno Pulido, 2009), las relaciones entre ambas orillas del Estrecho (Alexandropoulos, 1988; Callegarin, 2008) o el valor simbólico de la moneda en el mundo funerario (Arévalo González, 2009).

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La ceca de Carteia/Karteia es hoy bien conocida gracias a los trabajos monográficos de F. Chaves que recogen tanto los ejemplares conservados en museos como los procedentes de las excavaciones en la ciudad (1979 y 1989; Presedo Velo et al., 1982: 285-309) (Fig. 14). Sus emisiones en patrón romano arrancaron hacia el año 130 a.C. y continuaron hasta el año 15, en época de Tiberio, siendo quizá junto a Iulia Traducta, una de las pocas cecas que se mantuvieron en funcionamiento en el s. I. La ceca desempeñó un papel fundamental en época republicana, puesto que vino a cubrir la necesidad de valores pequeños en un contexto de intensificación de los intercambios y escasez de bronce, lo que explica la notable circulación de estas monedas hasta regiones tan alejadas como Galicia y ser, tras Gades, la ceca hispana principal en las ciudades del norte de África (Chaves Tristán, 1979: 105 y ss.). Ocupa gran parte de la circulación del conventus Gaditanus y está ampliamente representada en ciudades como Carissa (Espera-Bornos), Acinipo (Ronda) o Baelo Claudia, donde supone dos tercios de las recuperadas en las excavaciones (Bost et al., 1987: fig. 3), estando presente en niveles tanto imperiales como republicanos (Bernal Casasola et al., 2007a: 345). En el caso de la propia bahía, llama la atención su presencia en Iulia Traducta, mientras en Carteia tan sólo se conoce una moneda de la primera (Presedo Velo et al., 1982: 292), lo que puede interpretarse como el claro predominio de la colonia latina en la zona. Se ha planteado, en este sentido, una posible competencia entre ambas ciudades que tendría reflejo en el establecimiento de dos verdaderas zonas de influencia: la ceca de Carteia es mayoritaria en territorios interiores y en la costa malagueña occidental hasta 100 km de la bahía, mientras la de Iulia Traducta lo sería sólo a partir de ese radio imaginario de 100 km hacia el este (Gozalbes Cravioto, 1997).

Figura 14.- Semis de Carteia y as de Traducta (CER.ES). Su iconografía apunta a la naturaleza portuaria y pesquera de la ciudad representada por el delfín o el pescador, y la vocación marinera y mercantil simbolizada por la proa de

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nave o el caduceo. Las emisiones se realizaron exclusivamente en bronce y fueron siempre divisores, de los que los semises representaron a Júpiter-Saturno mientras los valores menores, sextantes y cuadrantes, a dioses secundarios como Hércules o Mercurio. Se ha destacado la impronta iconográfica púnico-helenística donde las cabezas aladas serían interpretaciones de una Tanit/Caelestis y Júpiter sería el antiguo Baal-Hammon (Chaves Tristán, 1979; Sáez Bolaño y Blanco Villero, 1996: 257-292; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001: 87-95). Sobre Iulia Traducta no existen trabajos monográficos aunque sí breves análisis en obras generales sobre la historia de Algeciras (Gómez Arroquia, 2001: 161-162), o interpretaciones más específicas sobre la identificación de la Iulia Traducta de la ceca con la existencia de una colonia romana en Algeciras (Bravo Jiménez, 2005) (Fig. 10). El valor histórico de la ceca IUL(ia) TRAD(ucta) es que arroja luz sobre el espinoso tema de identificación de la ciudad antigua, al permitir emparentar la Iulia Ioza (“trasladada” en púnico) de Estrabón (Geo., III, 1, 8), con la Transducta de Ptolomeo (Geo., II, 4, 6) y Marciano de Heraclea (II, 9) (“trasladada” en latín), y la Tingentera (de Tingis altera “la otra Tánger”) de Mela (Chor., II, 96), que permite a su vez ubicar la ciudad en la bahía. El apelativo Iulia, además, parece aludir claramente a esa naturaleza de colonia y a su fundación bajo los auspicios de Augusto. Esta ceca emitió dupondios, ases, semises y cuadrantes y se considera que estuvo en funcionamiento entre el año 15 a.C. y el cambio de Era. Su iconografía fue plenamente romana, al presentar retratos del emperador y miembros de su familia como Cayo y Lucio, atributos sacerdotales como el simpulus asociado al Pontifex maximus, el lituus, la jarra ritual, el aspergillum, la pátera, el gorro flamíneo y la corona cívica. Esta marcada relación con el emperador ha sido interpretada tradicionalmente como prueba de su estatus de colonia y del papel propagandístico de estas acuñaciones; interesantes resultan también las segundas emisiones al reflejar aspectos económicos como vides, espigas y atunes (Sáez Bolaño y Blanco Villero, 1996: 301-312; Alfaro Asíns et al., 1997: 344; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001: 370-372). En ambos casos, la iconografía de las monedas parece dejar clara la vocación económica de las ciudades: claramente pesquera en el caso de Carteia y también agrícola en el de Traducta. Es evidente que hemos de ser cautos con este tipo de lecturas simplistas, ya que símbolos como atunes, junto a vides y espigas se erigieron, ya en época púnica, en verdaderos emblemas de las ciudades del Círculo del Estrecho (Tarradell Mateu, 1967: 305; Ponsich, 1988: 89). Ese bien pudo haber sido el caso de las vides y espigas de Traducta, cuya explotación no ha sido constatada arqueológicamente en la ciudad. Sin embargo, no queremos dejar de tener en cuenta, como ya han hecho otros, la evocación a actividades económicas de estos símbolos cuando sí encuentran contrastación arqueológica, como en el caso de la vocación pesquera de ambas, Carteia y Traducta, o en el elocuente ejemplo de Bailo/Baelo, donde la iconografía ganadera en primer lugar y pesquera posteriormente reflejan a la perfección las orientaciones de sus sucesivos emplazamientos: la Silla del Papa-Bailo en altura y Baelo Claudia en la costa (Prados Martínez et al., 2012). 3.2.3. Geoarqueología, arqueobotánica y arqueozoología El ensayo de reconstrucción paleoambiental que proponemos en nuestro trabajo se apoya fundamentalmente en los estudios geoarqueológicos desarrollados en la zona desde los años setenta, iniciados con el trabajo en que L. Ménanteau proponía que la llanura aluvial del Guadarranque era el resultado de la colmatación de un antiguo estuario (Pellicer Catalán et al., 1977). Posteriormente, los sondeos geoarqueológicos del ya citado Proyecto Costa del DAI confirmaron la hipótesis del geomorfólogo francés y apuntaron la

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posibilidad de que el Cerro del Prado hubiera sido un islote o una península en el fondo de dicho estuario (Arteaga Matute et al., 1987: 120-121; Arteaga Matute y Hoffmann, 1987). Las costas de Algeciras y la parte occidental de la bahía, si bien no han sido objeto de trabajos sistemáticos como los citados, sí de aproximaciones puntuales a cuestiones como la topografía antigua y medieval de la ciudad (Jiménez-Camino y Tomassetti, 2005a y b; Gómez de Avellaneda, 2011) o propuestas reconstructivas a partir de sondeos realizados en el marco de intervenciones de urgencia (Giles Pacheco et al., 2001a; Barragán Mallofret y Castro Fernández, 2009; Tomassetti Guerra et al., 2009). Y para Gibraltar contamos con una amplia bibliografía relativa a la evolución geomorfológica del Peñón, aunque, como en el caso de los estudios de paleoambiente, las investigaciones se han centrado en periodos más antiguos (Finlayson et al., 2001; Finlayson, 2004; Rodríguez Vidal et al., 2004, entre otros). Los estudios geoarqueológicos desarrollados por el Proyecto Carteia en los últimos años, persiguen reconstruir la topografía del entorno de la ciudad y su relación con el paleoestuario (Arteaga Cardineau et al., 2015). Se han ampliado también al cercano núcleo industrial de Villa Victoria, donde, a partir de la estratigrafía arqueológica del testar romano, que contiene diferentes secuencias estuarinas, dunares y marinas, ha podido realizarse una primera propuesta de reconstrucción paleogeográfica detallada, además del hecho excepcional de documentar una gran ola de tormenta o tsunami datada en el s. I (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004 y 2006; Arteaga Cardineau y Prados Martínez, 2008). Por nuestra parte, partiendo de los trabajos citados, hemos rastreado toda información relativa a la evolución de la costa de la bahía por dos principales medios: por un lado, la documentación de archivo, es decir, textos y mapas desde el s. XIV, y por otro, los informes de actividades arqueológicas depositados en la Delegación Provincial de Cultura de Cádiz; por ese motivo incluimos, dentro de nuestro Inventario de intervenciones arqueológicas de la bahía de Algeciras, un apartado dedicado específicamente a Anotaciones paleogeográficas. En lo que respecta al paleoambiente, han sido fundamentales los escasos trabajos publicados sobre especies animales y vegetales recuperadas en yacimientos de la bahía, si bien nos apoyamos de forma significativa en otros casos de estudio del sur peninsular para épocas protohistórica o romana, así como en el conocimiento de la economía de medieval y moderna en la zona (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1999). En el caso de las especies vegetales, nuestra fuente fundamental han sido las analíticas efectuadas en el marco del Proyecto Carteia en su Fase I (1994-1999), que aportaron una primera aproximación al paleoambiente de la ciudad antigua (López García y Hernández Carretero, 2003 y 2006). Como parte de la Fase II (2006-2013), se encuentran hoy pendientes de estudio las muestras palinológicas, carpológicas y antracológicas recuperadas en las campañas 2007, 2009 y 2013 en la ciudad. Estos nuevos datos, sumados a los también pendientes del poblado del Ringo Rango (Bernal Casasola et al., 2010: 560), enriquecerán de forma considerable las interpretaciones sobre el entorno vegetal, las actividades agrícolas y el proceso de deforestación iniciado en época fenicia. En cuanto a los análisis arqueozoológicos, el material recuperado en las excavaciones de Carteia se encuentra, igualmente, pendiente de estudio, por lo que no podemos contar por el momento con más información que nuestra propia experiencia en las excavaciones, donde llama la atención la notable abundancia de malacofauna e ictiofauna, por ejemplo en los niveles de basurero asociados a la muralla romana (Roldán Gómez et al., 2009).

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También se menciona un abundante material faunístico y malacológico en los niveles fenicios del Cerro del Prado (Tejera Gaspar 1976/2006: 109; Ulreich et al., 1990: 218). Afortunadamente, algunas intervenciones de urgencia han ido acompañadas de estudios palinológicos o arqueozoológicos. Es el caso de los alfares romanos de la Venta del Carmen (Riquelme Cantal, 1998) y Villa Victoria (Soriguer Escofet et al., 2008), o la Traducta tardoantigua (Jiménez-Camino Álvarez et al., 2010); a las que hemos de sumar otros análisis realizados en las factorías de salazón de dicha ciudad (Cáceres Sánchez, e.p.; Ruiz Zapata y Gil García, e.p.)32. 3.2.4. Cartografía histórica, fotografía y fuentes orales La cartografía histórica ha sido una fuente esencial de este estudio, con la que venimos trabajando desde hace años (Jiménez Vialás, 2008a y b, 2010 y 2012b). El primer motivo es la existencia de un ingente volumen de documentación cartográfica referida a la bahía de Algeciras –también conocida como de Gibraltar- en colecciones privadas y en archivos civiles y militares, lo que se debe, a su vez, a la tan ponderada importancia estratégica del estrecho de Gibraltar a lo largo del tiempo. La segunda razón que explica nuestro interés por este tipo de documentación, es que representa restos arqueológicos hoy desaparecidos, como el yacimiento del Cerro del Prado o el acueducto de Carteia, recursos económicos que han sido completamente arruinados, como las salinas de Palmones, y en especial, el relieve y la línea de costa previos a las grandes transformaciones del s. XX. El uso de la cartografía histórica como fuente de primer orden para la Arqueología del paisaje es algo reconocido desde hace décadas (Chevallier, 1972). Un análisis exhaustivo de estos documentos permite dibujar un paisaje preindustrial irreconocible hoy día en la mayoría de los lugares, a partir del que indagar sobre las relaciones entre el hombre y el medio a lo largo de los siglos. Los mapas antiguos nos ofrecen, en definitiva, una imagen del territorio en un momento intermedio entre la Antigüedad y el presente, materializando un “recorrido histórico regresivo” que puede aportar nuevas pistas sobre los paisajes antiguos (Blanchemanche, 2000: 5-6). Son innumerables, por tanto, los trabajos de carácter arqueológico que se apoyan de manera fundamental en la cartografía histórica, a fin de reconstruir la evolución de los paisajes rurales, las parcelaciones y los usos del suelo (Chouquer y Favory, 1980; Ariño Gil et al., 2004: 79 y ss.), o de los entornos de ribera, ya sea ésta fluvial, lacustre o marina (Burnouf y Leveau, 2004; Blanchemanche, 2000; Chevallier, 2001: 20 y ss.; Alonso Villalobos et al., 2011). Por los motivos citados, como parte de nuestro trabajo de documentación, hemos recopilado un total de 602 documentos de los ss. XVI a inicios del XX, que van desde mapas, planos, cartas náuticas, itinerarios, descripciones y minutas topográficas hasta diarios de viajeros o grabados, tanto españoles como franceses, ingleses, alemanes, holandeses e italianos. Para su correcto análisis, han sido catalogados mediante una base de datos específica, diseñada para sistematizar la información de potencial valor arqueológico (Jiménez Vialás, 2010: 240 y ss.). Asimismo, las fotografías del entorno de la bahía y de Carteia especialmente, por las mismas razones que las esgrimidas para el caso de la cartografía, han sido un apoyo fundamental de este trabajo. Hemos estudiado casi un millar de fotografías, desde finales del s. XIX hasta los años 32

Agradecemos al profesor Bernal el habernos facilitado el estudio palinológico contenido en la obra monográfica sobre las factorías de la calle San Nicolás de Algeciras, aún en prensa.

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setenta. Por un lado, las fotografías tomadas en la bahía que se conservan en dos grandes archivos fotográficos de finales del s. XIX y primeras décadas del s. XX: la George Washington Wilson Collection33 y el Archivo Loty, del que el Ministerio de Cultura adquirió una parte importante en 2002, conservado hoy en la Fototeca del Patrimonio Histórico del Instituto del Patrimonio Cultural Español, junto a otros archivos como el Ruiz Vernacci, con fotografías de J. Laurent34. En segundo lugar, una serie de colecciones fotográficas de investigadores como M. Pellicer, C. Fernández-Chicarro, F. Collantes de Terán, D.E. Woods y, de manera especial, dado su volumen y carácter inédito, el corpus fotográfico de las intervenciones de J. Martínez Santa-Olalla en Carteia en los años cincuenta, conservado en el Archivo del MAN y compuesto por más de 400 fotografías. A estas colecciones se sumaron igualmente las fotografías cedidas por la familia Cheesman, propietaria del Hostal Carteia, donde se hospedaron durante años los excavadores de la ciudad35. En lo que respecta a la fotografía aérea, hemos analizado material fotográfico procedente de archivos militares, de gran utilidad para su contrastación con las ortofotografías actuales: el Archivo Histórico del Ejército del Aire de Villaviciosa (AHEA) y el Centro Cartográfico y Fotográfico (CECAF)36, ambos ubicados en Madrid y pertenecientes al Ejército del Aire. Entre ellas destaca el comúnmente llamado “vuelo americano” y que corresponde a las llamadas serie A (1946) y serie B (1956) o “vuelo general de España de 1956”, fruto de la cooperación del Ejército del Aire español y la United States Air Force, que cubrieron todo el territorio con vistas a realizar una cartografía fotogramétrica. En ambos casos, su valor para los estudios arqueológicos es hoy sobradamente conocido. El último grupo de fuentes empleadas han sido los testimonios orales. Uno de los más enriquecedores frutos del trabajo de campo en Carteia en estos años ha sido el contacto con vecinos de la zona, especialmente sanroqueños, así como algunos de los arqueólogos o familiares de investigadores que trabajaron en Carteia con anterioridad a la instalación del polígono industrial, como el profesor Pellicer o Kevin Woods37. Sus recuerdos y anécdotas, bien en soporte fotográfico o en conversaciones, referidos a hallazgos arqueológicos, microtoponimia, vegetación, topografía o recursos económicos han sido para nosotros una ventana al pasado reciente, los años cincuenta y sesenta, antes de las enormes mutaciones que incluyeron la destrucción, por ejemplo, de la necrópolis del huerto del Gallo o el tramo final del acueducto. 3.3. L C 3.3.1. Excavaciones publicadas y otras fuentes La primera fuente de información de nuestro Catálogo de yacimientos, de esencial importancia cualitativa aunque no cuantitativa, la constituyen las intervenciones arqueológicas de carácter sistemático realizadas en Carteia, en la cueva-santuario de Gorham, en el asentamiento fenicio del Cerro del Prado y en el alfar de El Rinconcillo; en los dos últimos 33

Conservada en la University of Aberdeen: https://www.abdn.ac.uk/historic/gww/ (consulta: 02/09/2015). http://ipce.mcu.es/documentacion/fototeca/fondos/loty.html (consulta: 02/09/2015). 35 Dichas colecciones se conservan en museos, universidades y archivos privados, y han sido en parte publicadas en la monografía Carteia III. Memorial; su consulta ha tenido lugar en virtud de nuestra participación en el Estudio historiográfico, cartográfico y paleoambiental del Campo de Gibraltar de la UAM. 36 Querríamos agradecer la dedicación ofrecida por el Coronel F. Saura con motivo de nuestra visita al CECAF en 2010 al facilitarnos el material fotográfico y cartográfico de nuestra zona de estudio. 37 Han sido especialmente enriquecedoras las entrevistas con D. Manuel Sarmiento, antiguo guarda de Carteia, y Kevin Woods, hijo de Daniel E. Woods. 34

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casos, si bien las excavaciones se produjeron a consecuencia de la destrucción parcial de los restos por unas obras, la relevancia histórica de los sitios y la inexistencia de una normativa específica en ese momento, las convierten en dignas componentes de este reducido grupo. Estos trabajos han proporcionado una información trascendental sobre el poblamiento antiguo en la bahía, con el valor añadido de su rigor y exactitud, al haberse ceñido exclusivamente a objetivos científicos concretos, y no a otros imperativos ajenos a la investigación arqueológica. En el caso de la ciudad de Carteia, teniendo en cuenta que las investigaciones acometidas por J. Martínez Santa-Olalla permanecieron inéditas, contamos hasta hoy con tres memorias de excavación publicadas (Woods et al., 1967; Presedo Velo et al., 1982; Roldán Gómez et al., 2006a), a las que pronto se sumará la correspondiente a la Fase II del Proyecto General de Investigación de la UAM (2006-2013). En Gibraltar, las excavaciones de la cueva de Gorham se iniciaron ya en los años cuarenta, si bien centradas entonces de manera exclusiva en sus niveles prehistóricos (Waechter, 1951 y 1964; Zeuner, 1953). Con posterioridad, el estudio de los hallazgos fenicios de la cavidad por W. Culican (1972) reveló su papel de santuario fenicio-púnico y, por ese motivo, cuando el Gibraltar Caves Project retomó las excavaciones en los años noventa, se dedicó una atención específica a dicha fase. Se acometieron estudios de los materiales procedentes de las antiguas excavaciones (Belén Deamos y Pérez López, 2000), y de las nuevas campañas de 1997-2000 (Giles Pacheco et al., 2001b; Gutiérrez López et al., 2001) y hasta 2004, lo que ha permitido ampliar su cronología, que queda ahora establecida entre finales del s. IX y mediados del II a.C. (Gutiérrez López et al., 2012; Zamora López et al., 2013). El yacimiento fenicio del Cerro del Prado, localizado en 1975 (Pellicer Catalán et al., 1977; Rouillard, 1978), fue excavado en los años 1976 y 1977 ante su destrucción inminente para la explotación de áridos, si bien la memoria permaneció inédita hasta 2006 (Tejera Gaspar, 1976/2006; Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006a y b; Blánquez Pérez, 2007: 268). Lo que quedaba del yacimiento se excavaría otra vez en los años ochenta, pero ya como una intervención de urgencia al uso y por tanto incluida en el apartado correspondiente de nuestro Inventario (Ulreich et al., 1990). En el término municipal de Algeciras, el alfar romano del El Rinconcillo se descubrió a raíz de unas obras de construcción en la barriada homónima, y fue excavado por el profesor M. Sotomayor entre 1966 y 1970. Las intervenciones permitieron exhumar dos hornos de planta circular destinados a la fabricación de envases para garum y salazones, que habrían estado en funcionamiento en la primera mitad del s. I (Sotomayor Muro, 1969 y 1970). A estos trabajos hemos de sumar una serie de intervenciones, tanto excavaciones como estudios geoarqueológicos y prospecciones terrestres y subacuáticas, ya citadas en el capítulo 2, cuyo carácter sistemático no podemos poner en duda, aunque fueron actuaciones puntuales y previas al Reglamento de Actividades Arqueológicas de la Junta de Andalucía. Además de estos trabajos arqueológicos, otra importante fuente de información de nuestro Catálogo han sido una serie de documentos públicos, trabajos inéditos y bibliografía, que nos han permitido completar la información contenida en las publicaciones y los informes de urgencia. En primer lugar hemos de mencionar la cartografía generada por el SIPHA, gestionado por el IAPH38 y ya comentado en el capítulo 2. En lo que respecta a las cartas arqueológicas, 38

La información amablemente facilitada por el Servicio de Cartografía está actualizada con fecha 27/03/2015.

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instrumento básico en la protección y conocimiento del patrimonio, tan sólo Algeciras cuenta con este tipo de documento (Jiménez-Camino Álvarez y Tomassetti Guerra, 2005)39, que estuvo además precedido de una serie de trabajos similares en los años noventa (Fernández Cacho, 1992 y 1993). Para San Roque disponemos de los catálogos arqueológicos incluidos en los PGOU de 2000 (tomo 8) y 2005 (Anexo 11) que, sin ser una verdadera carta arqueológica, ofrecen una interesante información sobre la adscripción cultural y ubicación de los restos, basada fundamentalmente en trabajos previos de inventario de yacimientos del municipio (Gómez de Avellaneda, 1985 y 1994). En el caso de Los Barrios y La Línea de la Concepción, sin embargo, carecemos de información arqueológica en los PGOU (de 2007 y 1985 respectivamente). Hemos de mencionar, no obstante, la realización de un Informe sobre Yacimientos Arqueológicos del Término Municipal de Los Barrios en 1980 por C. Gómez de Avellaneda, tras el encargo del Ayuntamiento para su inclusión en el PGOU; este interesante documento ha permanecido lamentablemente inédito, aunque su valiosa información ha sido recogida en otras publicaciones sobre el tema (Mariscal Rivera, 2002). La práctica inexistencia de cartas arqueológicas queda en parte compensada por una abundante bibliografía dedicada a la arqueología en revistas de ámbito andaluz como el Anuario Arqueológico de Andalucía o comarcal como Almoraima. A ello hemos de sumar trabajos elaborados por cronistas o especialistas locales, que ofrecen un panorama muy completo de las diferentes noticias referidas al patrimonio arqueológico de municipios como Algeciras (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991), Los Barrios (Álvarez Vázquez, 2002; Mariscal Rivera, 2002) o San Roque (Pérez Girón, 2006). 3.3.2. Inventario de intervenciones de urgencia Frente a las escasas actuaciones de carácter sistemático, las intervenciones arqueológicas de urgencia o preventivas constituyen la gran mayoría del total analizado, el 93,05%; esta particularidad ha sido el reto principal de nuestro trabajo, destinado a su lectura en clave territorial. A efectos de su autorización, este tipo de intervenciones responden a tres modalidades establecidas por el citado Reglamento de Actividades Arqueológicas de la Consejería de Cultura de 2003 (168/2003) –aparte, lógicamente, de los Proyectos Generales de Investigación-: “puntuales”, “preventivas” y “urgentes” (Art.5). El hecho de que la mayoría de la información disponible proceda de este tipo de intervenciones y que, a pesar de su amplio volumen y potencialidad, no hayan sido analizadas en conjunto para responder a las principales cuestiones históricas planteadas en la zona, nos obligó a elaborar un catálogo específico como primer paso para estudiar la articulación territorial antigua. Ante la necesidad de gestionar y analizar de forma integrada un conjunto tan heterogéneo de datos, elaboramos una base de datos para su sistematización40, el Inventario de intervenciones arqueológicas de la bahía de Algeciras (Fig. 15), que recopila las intervenciones realizadas en la bahía desde el traspaso de competencias en materia de cultura a la Junta de Andalucía. Se trata de un periodo caracterizado por un enorme dinamismo en el sector de la construcción y el surgimiento de una legislación y normativas conducentes a la protección del patrimonio arqueológico, que han propiciado una estrecha vinculación entre construcción e investigación.

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Agradecemos al arqueólogo municipal, R. Jiménez-Camino, el habernos facilitado dicho documento. La utilidad de herramientas de este tipo para la gestión global de la información arqueológica ha sido ya probada en ciudades como Tarraco (Macias Solé et al., 2007) o Augusta Emerita (Ayerbe Vélez et al., 2009). 40

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Por motivos de coherencia con el Inventario, se ha incluido también el reducido grupo de intervenciones sistemáticas acometidas en dicho periodo y comentadas en el apartado anterior.

Figura 15.- Diferentes pantallas del Inventario de intervenciones arqueológicas de la bahía de Algeciras. La fuente de información principal del Inventario han sido los informes depositados en la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía en Cádiz41. Hemos podido documentar un total de 181 memorias referidas a intervenciones en la totalidad de los términos municipales de la bahía: Algeciras, Los Barrios, San Roque y La Línea de la Concepción, tanto aquéllas de resultado arqueológico negativo como positivo, fuera cual fuera la época de los restos. En el caso de Gibraltar, eludimos un análisis de este tipo, dadas las lógicas diferencias en la normativa y al tener constancia, por parte del Gibraltar Museum, de la ausencia de restos arqueológicos de época antigua en las intervenciones de urgencia acometidas en la ciudad42. El Inventario recoge el número dado por nosotros a cada intervención (y en su caso, el número de yacimiento con el que se corresponde dentro de nuestro Catálogo o de los catálogos de la Junta de Andalucía), y se articula en seis apartados: el primero recoge la Localización geográfica de la intervención, el segundo la Identificación cultural, y por tanto la información de interés específico para el trasvase de información al Catálogo, el apartado Intervención arqueológica recopila la información básica sobre la actuación, el cuarto apartado brinda información sobre la Documentación gráfica incluida en los informes, y el apartado Anotaciones paleogeográficas recoge aquellas observaciones contenidas en los informes que se refieren, directa o indirectamente, a la paleotopografía de la parcela intervenida; finalmente, el apartado Observaciones especifica información adicional sobre las intervenciones o posibles fuentes de información alternativas.

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Nuestra consulta fue atendida por Dña. A. Troya Panduro, a quien agradecemos su colaboración. Agradecemos a C. Finlayson, Dir. del Gibraltar Museum, por prestarnos esta información.

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Figura 16.- Dispersión de las intervenciones de resultado positivo o negativo (1981-2009) La valoración general del conjunto de informes consultados es positiva, dado que a pesar de las lógicas diferencias de calidad y las carencias en la documentación aportada, ésta aporta un gran volumen de información. Como muestra, han sido las intervenciones preventivas de las últimas décadas las que han sacado a la luz la Traducta romana o han revelado la magnitud del “cinturón industrial” que rodeaba Carteia. Sin embargo, es preciso señalar también el principal problema de esta fuente información, su grado de representatividad. Los informes de urgencia no cubren la totalidad del territorio sino sólo una parte, una muestra, y ésta no ha sido escogida por el investigador según criterios lógicos sino que es simplemente la suma de aquellos puntos en los que actividades preventivas han revelado información (Fig. 16). Además, los lugares carentes de información pueden reflejar “vacíos” donde efectivamente no hubo ocupación antigua, pero también puntos donde la inexistencia de restos no estaría confirmada, porque no se ha agotado la estratigrafía, habida cuenta de que la mayoría de las intervenciones son seguimientos de obra en los que únicamente es preceptivo excavar hasta la cota que se va a ver afectada por el movimiento de tierra. Este aspecto es una de las principales dificultades de la investigación arqueológica en ámbito urbano, puesto que ha inducido a falsear los mapas de ocupación antigua, como ha sido puesto de relieve, por ejemplo, en las fases púnicas de Málaga (Mora Serrano y Arancibia Román, 2011). En nuestro estudio, hemos tratado de distinguir bien ambos casos, anotando las intervenciones que llegaron hasta el nivel geológico y las que no lo hicieron o no queda claro que lo hicieran, a través del campo Estratigrafía de nuestro Inventario.

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3.3.3. Catálogo: identificando yacimientos a partir de intervenciones Una vez expuestas las fuentes y los mecanismos de documentación empleados, explicamos ahora la labor de interpretación realizada para convertir tan ingente y dispar volumen de datos en información útil para el estudio del poblamiento antiguo, en otras palabras, cómo pasar de “intervenciones de urgencia” a “yacimientos”.

Figura 17.- Esquema interpretativo de cada intervención arqueológica para su consideración como yacimiento, hallazgo aislado o posible vacío de poblamiento.

Nuestro Catálogo incluye dos tipos de entidades: yacimiento y hallazgo aislado. Nuestra definición de “yacimiento” se basa en aquéllas más básicas y universales establecidas en obras generales de metodología arqueológica, como “lugares donde se aprecian restos materiales de actividad humana” (Fernández Martínez, 1989: 36; Renfrew y Bahn, 1998: 44), mientras que “hallazgo” haría referencia a restos arqueológicos de escasa entidad o de conocimiento insuficiente para considerarlos como yacimientos. En ambos casos, nuestra clasificación en una u otra categoría se ha apoyado en un profundo conocimiento de la realidad arqueológica de la zona, que aconsejaba separar las evidencias menores de los verdaderos yacimientos, ya que su consideración conjunta desvirtuaría la representatividad de toda conclusión histórica. Los yacimientos conocidos por proyectos sistemáticas, como es lógico, han sido incluidos en nuestro Catálogo de forma muy directa. Sin embargo, las intervenciones preventivas han sido sometidas a un proceso de clasificación e interpretación más complejo (Fig. 17). En primer lugar, hemos separado aquéllas de resultado negativo de aquéllas positivas, considerando como resultado negativo el no haber documentado ningún resto arqueológico durante la actuación. De nuestro Inventario, tan sólo 34 de las 216 intervenciones registradas (el 15,74%) han tenido resultado

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negativo y no computan a efectos del Catálogo de yacimientos, aunque aportan en todo caso una valiosa información sobre posibles “vacíos” de ocupación o sobre la paleotopografía de la zona. Nos queda, por tanto, un concepto muy amplio de “positivo”, que incluye desde yacimientos a restos arqueológicos descontextualizados o depositados en el lugar en época reciente. Las intervenciones de resultado positivo alcanzan las 182 (el 84,26% del total) de las que, a su vez, hemos de diferenciar aquéllas que han revelado evidencias de época antigua –un total de 92- y aquéllas donde los restos documentados pertenecen a otras épocas –un total de 90-. Podemos concluir, en suma, que tras el proceso de selección al que hemos sometido al Inventario, las intervenciones que han permitido documentar restos antiguos constituyen el 50,54% de las de resultado positivo y, lo que nos parece más destacado, el 42,59% del total de las documentadas, cifras que reflejan una vez más la importancia y magnitud del patrimonio arqueológico de la bahía de Algeciras. Para las 92 intervenciones que han documentado la existencia de restos antiguos, la siguiente labor ha consistido en valorar, en cada caso, cuáles de ellos pueden ser interpretados como yacimientos y cuáles como hallazgos aislados. De los primeros, hemos registrado 23 de los que, a su vez, 14 ya eran conocidos por la bibliografía mientras que otros 9 habrían sido descubiertos por una o varias de las intervenciones catalogadas, como la villa del Ringo Rango, el alfar de la Venta del Carmen o el enclave de Villa Victoria. Destaquemos igualmente el caso de Traducta, entre los 14 yacimientos conocidos con anterioridad a la arqueología de urgencia, pero para la que estas intervenciones han supuesto el grueso de su conocimiento. En lo que respecta a los 84 hallazgos aislados identificados (posibles yacimientos), hasta 27 han podido ser documentados en estas intervenciones, mientras que 43, de los que ya se tenía constancia de su existencia, han podido ser mejor conocidos gracias a ellas. Nuestro Catálogo recoge cada uno de los registros, encabezado por la identificación correspondiente, iniciada por la letra “Y” (yacimientos) o “HA” (hallazgos aislados), seguida del número que ocupa en el catálogo (p.e. Y-001), y se articula en tres apartados que recogen los datos más básicos para la catalogación de yacimientos: Localización, Identificación e Intervención. Para una sencilla y correcta exposición de los datos en el Catálogo, hemos establecido previamente una tipología de yacimientos y una serie de fases culturales en que organizar los campos Concepto, Otros conceptos y Adscripción cultural respectivamente.434445 TIPOLOGÍA Asentamiento Asentamiento colonial Poblado orientalizante Ciudad Enclave fortificado

DEFINICIÓN Categoría genérica para hábitats de naturaleza o cronología desconocidas Hábitat fenicio Hábitat del Hierro I, contemporáneo a la colonización fenicia

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Enclave plenamente urbano, incluido su entorno periurbano Enclave en altura, fortificado, dependiente de un asentamiento principal

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Hemos escogido el término de “orientalizante” por ser el más común para este tipo de enclaves, si bien somos conscientes de su equivalencia con otros conceptos como “indígena” o “del Hierro I”. 44 Evitamos conscientemente el término oppidum, que remite a una comunidad urbana (Fumadó Ortega, 2013; Fernández Ochoa et al., 2014: 121), al tratarse de enclaves dependientes de un centro principal. 45 Tal y como reflejan las fuentes, el concepto engloba una amplia gama de instalaciones rurales, desde pequeñas granjas a grandes centros productivos o residencias señoriales (Fernández Ochoa et al., 2014: 119).

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Asentamiento secundario Alfar Factoría de salazón Santuario Necrópolis Villa Torre vigía Puente Calzada Fondeadero Embarcadero Pecio Hallazgo indeterminado 45

Hábitat de carácter secundario, dependiente de un asentamiento principal Centro de producción alfarera separado de la ciudad Centro dedicado a la industria de salazón separado de la ciudad Santuario situado fuera de un hábitat Estructuras u otras evidencias de carácter funerario separadas de la ciudad Instalación rural romana dedicada a la explotación agrícola Estructura aislada y ubicada en un punto preferente de control visual Obra de ingeniería destinada a salvar un curso de agua Camino pavimentado Concentración de hallazgos subacuáticos en un punto apto para el fondeo Estructura para el anclaje de embarcaciones Yacimiento subacuático indeterminado Hallazgo cuya entidad o escaso conocimiento impide considerarlo yacimiento

Figura 18.- Categorías en que hemos encuadrado los diferentes yacimientos y hallazgos catalogados. La tipología de yacimientos se basa fundamentalmente en criterios funcionales, pero se han contemplado también otros aspectos como la adscripción étnica, para la época fenicia, donde se ha diferenciado entre “poblado orientalizante” y “asentamiento colonial”. Igualmente, en aras de simplificar el mapa arqueológico, hemos considerado las necrópolis, alfares o factorías de salazón periurbanos como parte del concepto de “ciudad”. La categoría de “asentamiento secundario” ha sido creada ante la necesidad de englobar enclaves como Villa Victoria, con una aparente autonomía pero dependientes de una ciudad. En lo que respecta a las fases o adscripciones culturales, hemos primado la naturaleza diacrónica y por tanto amplia de este trabajo, así como la voluntad de hacer legibles, comparables y complementarios nuestros resultados con las periodizaciones generalmente empleadas en la bibliografía sobre la zona y en particular del Proyecto Carteia (Roldán Gómez et al., 2006a). Hemos establecido seis bloques culturales que se corresponden cronológicamente con cinco etapas, dado que al inicio del periodo analizado, fenicio y orientalizante serían adscripciones contemporáneas. 46 ADSCRIPCIÓN CULTURAL Fenicio / Orientalizante Púnico Romano Republicano Romano Altoimperial Romano Bajoimperial

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LÍMITES CRONOLÓGICOS Fin s. IX – inicios VI a.C. Inicios s. VI – fin s. III a.C. Fin s. III – fin s. I a.C. Fin s. I a.C. – fin s. III d.C. De finales del s. III a finales del V d.C.

Figura 19.- Fases históricas de los yacimientos y hallazgos catalogados.

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El catálogo recoge también el resto de épocas, hasta la actualidad, aunque no sean objeto de análisis.

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3.3.4. Los yacimientos en el mapa: integración en un Sistema de Información Geográfica La información arqueológica del Catálogo no se entendería sin su ubicación espacial y necesariamente combinada con la información geográfica, que permita generar mapas temáticos y por tanto constituir una verdadera carta arqueológica.

Figura 20.- Yacimientos (25) y hallazgos aislados (84) de época antigua identificados. La gestión de la información cartográfica y su combinación con los datos arqueológicos se ha realizado mediante un Sistema de Información Geográfica, que nos ha permitido combinar información geográfica de naturaleza y origen diversos, a modo de capas, que aportan diferentes informaciones útiles para la lectura histórica que nos interesa. Las bases cartográficas empleadas han sido múltiples, aunque citaremos aquí las fundamentales: el modelo digital del terreno de 5 m de resolución, el mapa topográfico nacional de 1:25.000, y la ortofotografía, tanto actual como en especial las series georreferenciadas del conocido como “vuelo americano”47. La ubicación exacta de las entidades del Inventario y del Catálogo, tanto yacimientos como hallazgos, ha sido comprobada con un receptor GPS de mano48 en los casos en que ha sido posible (Fig. 20). En las intervenciones urbanas ha sido sencilla su localización gracias a las referencias catastrales, mientras que para las entidades extraurbanas hemos procedido a verificar la información del Sistema de Información del Patrimonio Histórico de Andalucía sobre el terreno. 47 48

La cartografía manejada ha sido facilitada por el Centro Nacional de Información Geográfica. Receptor GPS Garmin Etrex30.

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Por último, en el caso de entidades de difícil acceso o que han desaparecido, hemos conseguido su georreferenciación sobre bases cartográficas de alta resolución o sobre ortofotografías antiguas rectificadas, siguiendo las Recomendaciones técnicas para la georreferenciación de entidades patrimoniales del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH, 2011). Conscientes de lo complejo del empleo de los SIG y sus innumerables posibilidades, que constituyen hoy una verdadera especialización dentro de la Arqueología (Baena Preysler et al., 1997; Grau Mira, 2006), que esperamos aplicar pronto en este ámbito, nos hemos ceñido por el momento a la gestión de tan amplio volumen de cartografía y a su integración con la información estrictamente arqueológica de nuestras bases de datos (Inventario y Catálogo) para la elaboración de mapas temáticos sobre la evolución histórica del poblamiento, la tipología de los asentamientos, la dispersión de intervenciones preventivas, etc.

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4. E 4.1. P

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A

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Como hemos tenido ocasión de comentar, los estudios geoarqueológicos atentos a los cambios experimentados por la línea de costa han tenido cierto predicamento en el estrecho de Gibraltar en general y en la bahía de Algeciras en particular, hasta el punto de ser más numerosos que aquéllos sobre el poblamiento antiguo. El estudio de las relaciones entre el hombre y el medio desde el punto de vista geoarqueológico es uno de los apoyos fundamentales de la Arqueología del paisaje, dado que esta aproximación busca identificar y comprender las dinámicas de transformación del paisaje a lo largo de los milenios, intentando discernir el origen antrópico o natural de las mismas y por tanto la evolución de las relaciones hombre-medio (French, 2003: 8-9; Leveau, 2009). De todas las aplicaciones geoarqueológicas, ha sido el estudio de la línea de costa la más reveladora en el caso de la Antigüedad mediterránea, dada la importancia de la navegación y las ciudades portuarias a partir sobre todo de la Edad del Bronce. Citemos, como ejemplo ilustrativo, los traslados de ciudades portuarias como la griega Éfeso, en la actual costa turca, que reubicó su centro urbano en diferentes ocasiones debido la progresiva colmatación de la bahía donde se emplazaba, el retroceso del mar y la consiguiente desecación de su puerto, que la obligaron a desplazarse para no perder su condición marítima y portuaria. En ocasiones la velocidad de los cambios, apreciables en el transcurso de una generación, sorprendieron ya a los propios antiguos, en cuyos textos podemos rastrear apreciaciones como la de Estrabón al mencionar que la ciudad etrusca de Spina, que en su tiempo se encontraba en el interior, había sido anteriormente una célebre ciudad portuaria (Geo., V, 1, 7) (Leveau y Trousset, 2000). En el caso concreto de la Protohistoria del sur peninsular, marco geográfico y cultural de nuestro estudio, se hace absolutamente necesaria una reconstrucción del paisaje antiguo,

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que ha sufrido transformaciones tan radicales como la colmatación del Lacus Ligustinus o la unión de las islas que formaban la originaria Gadir. Resulta esencial, por tanto, contar con un marco geográfico de la época lo más preciso posible, como punto de partida para el estudio de los patrones de asentamiento de las sociedades antiguas y, en resumen, su relación con el litoral. Aunque trazar la evolución geomorfológica de las costas mediterráneas en el primer milenio a.C. es un aspecto complejo, sí podemos ofrecer algunas claves de carácter general, constatadas por diferentes estudios geoarqueológicos, que parecen coincidir con la dinámica documentada en la bahía de Algeciras. Como parte del periodo posglacial o interglaciar iniciado hace unos 10.000 años, equivalente al Holoceno en época geológica, el aumento de las temperaturas llevó aparejado un notable aumento del nivel de los mares en todo el planeta. Este nivel alcanzó su máxima transgresión marina, lo que se denomina el “máximo transgresivo flandriense”, en torno al 7.500-6.000 BP, momento en que el mar penetró por los cursos fluviales hasta puntos antes apartados de la costa por kilómetros. Se formaron entonces estuarios o rías en las desembocaduras de los ríos, configurando una costa de perfil muy irregular respecto al actual y un nivel del mar entre 1 y 2 m sobre el actual (Zazo Cardeña, 1989; Lario Gómez, 1996; Arteaga Cardineau y González Martín, 2006: 66). Posteriormente, las dinámicas marina y eólica formarían cordones dunares que confinarían zonas de marisma y albuferas, favoreciendo la colmatación de estuarios, lo que se vería acentuado por la deforestación causada por la intensificación de la agricultura a partir del 3000 BP, que provocaría, a su vez, erosión en zonas altas y aluvionamiento en los valles. Este proceso sufriría un aceleración entre 1500 y 500 a.C., cuando estuarios como el del Guadalete, Guadalhorce, Vélez, Almanzora o Segura, por citar enclaves con un desarrollo histórico similar al de nuestro estudio, experimentaron un rápido proceso de colmatación que conllevó considerables cambios en las costas a las que arribaron fenicios primero y romanos después (Lario Gómez, 1996; Carmona González, 2003). Sin embargo, este panorama de progresiva regresión marina y colmatación de los antiguos estuarios, se vio alterado por episodios transgresivos puntuales, por lo que no podemos considerarla como una tendencia lineal inalterada a lo largo del tiempo. El principal episodio documentado es una transgresión marina hacia los ss. II-III, llamada “tercer transgresivo Dunquerquiense” en el norte de Europa, que entre el año 200 y el 1000 cubriría innumerables asentamientos de época romana. En el caso de la Península se ha documentado un pequeño aumento del nivel marino iniciado hacia el s. I o II, aunque no hay acuerdo sobre la duración del mismo, que desencadenó los consecuentes procesos erosivos y vino a romper la tendencia de descenso iniciada en 6500 BP, como comentaremos en detalle más adelante (Arteaga Cardineau y González Martín, 2006: 68). Los principales cambios experimentados por la costa ibérica mediterránea desde época fenicia podrían resumirse, en palabras de H.D. Schulz, en “elevaciones y hundimientos locales y regionales del terreno, cambios globales en la altura del nivel del mar, erosión en las costas expuestas al oleaje, entrada en el mar de sedimentos de la erosión terrestre, intervenciones directas del hombre: diques, muelles, malecones, puertos” (1997: 13). Nuestra propuesta de reconstrucción paleogeográfica de la bahía de Algeciras, que se apoya en las fuentes especificadas en el capítulo 3, no pretende en ningún caso ser definitiva, y por lo tanto algunos de sus aspectos deberán ser confirmados o concretados con mayor exactitud en el futuro. Considerábamos necesaria una base cartográfica distinta a la actual, y de ahí el haber puesto en común las diferentes informaciones disponibles, nunca antes integradas en un mismo trabajo, que nos permiten redibujar la línea de costa “borrando” las grandes infraestructuras portuarias y señalando las áreas de altitud inferior a 2,5 msnm que estuvieron en su mayor parte cubiertas por agua en época antigua (Fig. 21). No perseguimos una reconstrucción detallada

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y exhaustiva, teniendo además en cuenta que el dinamismo es un factor principal del relieve y que nos referimos a un periodo muy amplio, que estuvo caracterizado, precisamente, por la velocidad de los cambios geomorfológicos; nuestro objetivo final es valorar la relación entre éstos y los comportamientos territoriales de las sociedades del pasado, por lo que centraremos nuestra atención en aquellos puntos que presentan una mayor relevancia en relación con los hábitats principales, como el estuario del sistema Guadarranque-Palmones, el tómbolo que une el peñón de Gibraltar con el continente, y la parte occidental de la bahía y sus diferentes ensenadas. 4.1.1. El paleoestuario Guadarranque-Palmones: un entorno portuario natural De la misma manera que el arco de medio punto que dibuja la bahía define hoy el poblamiento, en época antigua fue el estuario formado por las desembocaduras de los ríos Guadarranque y Palmones, al que nos referiremos como sistema Guadarranque-Palmones. El valor histórico de dicho estuario reside, entre otros aspectos, en haber albergado los puertos del Cerro del Prado y de Carteia, al ser un lugar seguro para las embarcaciones, al abrigo de los vientos y corrientes del Estrecho.

Figura 21.- Propuesta de reconstrucción paleogeográfica sobre ortofotografía y modelo digital del terreno. A partir de las fuentes citadas en este apartado. Ya el ingeniero de minas J. Gavala y Laborde planteó, a partir de su lectura arqueológica de la Ora Martima de Avieno, que los ríos Guadarranque y Palmones formaron en época antigua ensenadas que se habrían colmatado a lo largo de los siglos (1959: 103-104). Pero fue en la década de los años setenta cuando L. Ménanteau, en el estudio geoarqueológico incluido en la primera publicación sobre el Cerro del Prado, señalaba por primera vez que la llanura aluvial que rodeaba dicha elevación habría sido parte de un estuario en época fenicia (Pellicer Catalán et al., 1977: 228-230). Dicha hipótesis fue confirmada posteriormente por los sondeos geoarqueológicos del Proyecto Costa del DAI de Madrid y la Universität zu Kiel (Alemania). Las 20 perforaciones realizadas ratificaron el pasado marítimo de la vega del Guadarranque y que el

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agua penetraría unos 2 km al interior siguiendo el cauce del río Guadarranque, de lo que se deduce que el asentamiento fenicio del Cerro del Prado se ubicó, en su origen, en una isla o península de dicho estuario, reproduciendo el patrón de asentamiento propio de estos enclaves (Arteaga Matute et al., 1987; Arteaga Matute y Hoffmann, 1987; Schubart, 1982 y 1993: 71) (Fig. 22).

Figura 22.- Estudios geoarqueológicos de L. Ménanteau (Pellicer Catalán et al., 1977) y el Proyecto Costa del DAI (Arteaga Matute et al., 1987). El estuario, por causas que comentaremos después, habría ido colmatándose desde época fenicia por los aportes sedimentarios del río Guadarranque y la dinámica marina y eólica en la costa. En un momento avanzado del proceso, en el periodo púnico y romano republicano, tendría un aspecto de estuario confinado o laguna litoral con un sistema de marismas tendentes a la colmatación, al existir probablemente una flecha litoral formada por la acción conjunta de la sedimentación fluvial, marina y eólica en la desembocadura del río (Arteaga Matute et al., 1987; Arteaga Matute y Hoffmann, 1987). La profundidad sería inferior a los 5 m y estaría en retroceso, pero al tratarse de una zona protegida del oleaje podría albergar, como en época anterior, estructuras portuarias en determinadas zonas. Precisamente esa evolución geomorfológica y la pérdida de su carácter costero parecían la explicación lógica para su abandono en época púnica y su traslado a Carteia (Pellicer Catalán et al., 1977: 226-227; Ulreich et al., 1990: 194). Sobre este proceso gradual de colmatación entre época fenicia y romana vino a incidir, como tendremos ocasión de comentar más adelante, una gran ola de origen sísmico que alteró de forma notable la fisonomía de la costa en la segunda mitad del s. I al haber depositado potentes sedimentos (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004; Arteaga Cardineau et al., 2015). Con posterioridad, se documenta un leve ascenso del nivel de mar de entre 1 y 2 m, en el s. II, que coincidiría con

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la transgresión marina documentada para esa época en diferentes puntos de la costa mediterránea y atlántica. En la bahía de Cádiz, en concreto, alcanzó su máximo entre las primeras décadas del s. I y la mitad del s. II, supuso un ascenso de hasta 0,5 m y podría haberse prolongado hasta el s. XII, con las lógicas modificaciones en la línea de costa y en las dinámicas erosivas (Borja Barrera y Díaz del Olmo, 1994; Gracia Prieto et al., 1999: 364 y ss.; Alonso Villalobos et al., 2009: 26). Posteriormente, a lo largo de los periodos tardoantiguo y medieval, se completaría el proceso de colmatación a causa del aporte regular de sedimentos continentales por el Guadarranque y la erosión de las laderas próximas (Arteaga Matute et al., 1987: 120-121). En la actualidad, la llanura aluvial resultante de la colmatación de dicho estuario está sometida a continuas inundaciones dada su escasa altitud media –no supera los 3 msnm-, la red fluvial adyacente y el alto régimen de lluvias. Esta valiosa información brindada por los trabajos arqueológicos resulta básica para nuestro estudio histórico, si bien su carácter puntual nos obliga, a la espera de futuras investigaciones con una cobertura total de la bahía, a recurrir a las fuentes históricas que nos ofrecen una visión más general, aunque siempre menos exacta lógicamente. Existe una serie de fuentes literarias medievales que mencionan una “laguna” o “albufera” en las cercanías de Algeciras. Quizá algunas de ellas hagan referencia a la laguna de La Janda (al-Buhayra), que tuvo una extraordinaria importancia natural e histórica hasta su desecación en los años sesenta, aunque la mayoría aluden sin duda al estuario del que venimos hablando y que estaría mucho más próximo a dicha ciudad (Torremocha Silva, 2009: 130, nota 268). Las fuentes consideran esa laguna como uno de los principales recursos de Algeciras por su riqueza pesquera y quizá también salinera. En la llamada Crónica del moro Rasis, del s. X, se describe de la siguiente manera: “Algezira es villa pequeña e muy buena, e ha mucha gente e todas las bondades de la tierra e de la mar (…) E a gran laguna” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 74-75). En la Crónica de 1344 se repite la misma idea: “E a y una muy gran legua (laguna) e es tierra de muy buena sementera e de muy buena criança” (Conde de Barcelos, 1971: 78-79). En la obra Ajbar Machmua (Colección de tradiciones). Crónica anónima del siglo XI se menciona un lago como escenario de algunos de los episodios de los momentos iniciales de la conquista: “Encontrándose Rodrigo y Tariq, que había permanecido en Algeciras, en un lugar llamado el Lago” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 55-56). Igualmente, en la obra anónima Fath al-Andalus (La conquista de al-Andalus) se narra como Tariq desembarcó en Gibraltar y “una vez se hubieron pertrechado, salió de la montaña y se precipitó hacia el llano haciendo algaras, hasta conquistar Carteya y llegar a la Laguna” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 281), lo que permitiría además ubicar dicha laguna al oeste de la ciudad e identificarla, por tanto, con el antiguo estuario. Más clara parece la identificación con las “marismas” o “albuferas” mencionadas en la Primera Crónica General de España que mandó componer Alfonso el Sabio: “E la primera corredura que fizieron fue en Algeciratalhadra, et levaron ende grand pena et gran robo, et destroyronla et aun otros logares en las marismas”, así como “Et aquella Algezira, talhadra por sobrenombre, es en las marismas de espanna en terra della Andaluzia” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 56-57; 66); igualmente las “Albuheras de la Sierra de Algezira” mencionadas por Fray Sebastián de Vergara en su obra del s. XVIII sobre los cautivos cristianos (tomado de Torremocha Silva, 2009: 130). Sugerente nos parece, asimismo, una mención en el s. XIII a una “lengua de arena” junto a Algeciras, en la que se ubicaría una necrópolis islámica. Dice el Kitab al-Mugrib fi nulà al-Mugrib de Al-Magribi: “Y entre sus lugares de recreo hay uno llamado “la lengua de arena”

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(al-Naqa), siendo los cementerios tan hermosos que su contemplación arrebata los corazones” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 140). Podría tratarse, a modo de hipótesis, del cordón dunar de El Rinconcillo-Palmones, al norte de la ciudad, o la barra de arena que cerraría parcialmente la paleoensenada del río de la Miel, al sur (Barragán Mallofret y Castro Fernández, 2009). La cartografía histórica analizada nos ilustra, por su parte, sobre el aspecto de la línea de costa en los últimos cinco siglos, donde la llanura aluvial en que se habría convertido el antiguo estuario estaría aún sometida a inundaciones periódicas y presentaría algunas marismas. Algunos mapas representan como marjal, efectivamente, tanto la zona entre los ríos Guadarranque y Palmones como entre el primero y su afluente el arroyo Madre Vieja. Las marismas de la desembocadura del Palmones, conservadas hoy parcialmente, se extendían hasta el antiguo puente de Los Barrios, tal y como muestran una serie de mapas del s. XIX. Existía también un cachón –término empleado en la zona para denominar un brazo de ríoque comunicaba el Palmones y el Guadarranque (Fig. 23). Esta zona fue ya identificada por L. Ménanteau, al situarse en una cota inferior a las dunas que la separan del mar, y habría sido un paleocanal que unía ambos ríos desde el Pleistoceno (Pellicer Catalán et al., 1977: 228-229; Valenzuela Tello, 1995). Es en este punto, precisamente, donde se ubicaron las salinas históricas.

Figura 23.- Antiguo estuario Guadarranque-Palmones, en cuya orilla se emplazaron el Cerro del Prado (óvalo) y Carteia (cuadrado) (CGE, Ar.MT.6-C.33-854; IGN, MTN 1:50.000 y PNOA 2013). La zona estuvo sujeta, por tanto, a inundaciones que devolverían, aunque fuese por tan sólo unas horas, el aspecto de estuario a estos lugares, según hemos podido documentar desde época medieval. Un buen ejemplo lo tenemos en la Gran Crónica de Alfonso XI: “E a poca ora vinieron ay las gentes de pie vallesteros e laçeros por quien auia enbiado (a Algeciras); e quando estos llegaron, la mar era cresçida, e el rrio de Guadarranque era cresçido tanto que lo non podien passar los omes de pie, e por esto los ouieron de passar los que estauan con el rrey en los cauallos nadando” (1976: 45).

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En el s. XVIII, el británico Carter mencionaba que los alrededores de Carteia se inundaban con frecuencia (1777: vol. I, 98) y el ilustrado español Ponz hablaba de la existencia de “rías” en las desembocaduras del Palmones y el Guadarranque (1794: 83-84). Durante el s. XIX seguía produciéndose ese fenómeno, pues Valverde describía los efectos de las crecidas de los ríos en la zona del Cerro del Prado y Carteia de esta manera: “nos parece desde Sn Roque que el mar se ha subido y ha inundado aquel parage (…) las tierras contiguas les llaman las Vegas de la Madre Vieja y el Prado de Fronteta, y a unas y a otras las inundan de tal modo que parecen una inmensa laguna” (1849/2003: 76-77); e incluso la prensa recogió los efectos de las inundaciones de 1856 y 1861 en la zona comprendida entre los dos ríos (Álvarez Vázquez, 1998: 375; Pérez Girón, 2006: 65). Más cerca de nuestros días, en los años cincuenta del pasado siglo, J. Martínez Santa-Olalla recoge en algunas de sus fotografías las inundaciones en el entorno de Carteia. Otra serie de modificaciones que formaron parte del proceso de colmatación del antiguo estuario fueron la formación de islas y las variaciones en el curso de las desembocaduras de los ríos Guadarranque y Palmones y sus afluentes el Madre Vieja y el Guadacorte. La “isleta del Palmones” mencionada en el Libro de la monteria de Alfonso XI, del s. XIV, podría ser la evolución de la antigua barra arenosa que aisló el estuario hasta su colmatación (Valenzuela Tello, 1995) y pudo haber tenido algún tipo de ocupación en época antigua, dada la aparición de materiales púnicos y romanos en las obras de la empresa ACERINOX (Sedeño Ferrer, 1987: 106; García Alfonso, 1998; Mariscal Rivera, 2002: 92). Islas de menor entidad existirían en la desembocadura del Guadarranque al menos desde el s. XVIII, a juzgar por lo representado en la cartografía. Las desembocaduras de los dos ríos han sufrido importantes modificaciones en los últimos siglos, como la apertura de una “nueva boca” del río Palmones con las mencionadas avenidas de 1861 o las continuas variaciones en la del Guadarranque, que obligaron a variar en innumerables ocasiones la ubicación del embarcadero para cruzarlo. Fue común la formación de barras de arena en sus desembocaduras, hasta el punto de que algunas cartas marinas advierten sobre la no navegabilidad del Guadarranque, refrendada además por los testimonios de Conduitt (1719: 904) y Montero (1860: 74). Ya en s. XX, dicha barra experimentó una radical transformación como parte del proceso final de colmatación del estuario, hasta su desaparición como parte de las obras de industrialización y encauzado del río en su margen derecha (Vallejo Villalta et al., 2000; Arteaga Cardineau y González, 2006: 71). Una interesante fuente de información paleogeográfica indirecta son las intervenciones de urgencia recogidas en nuestro Inventario, pues la presencia o ausencia de evidencias de época antigua nos permite ratificar la existencia y delimitar espacialmente dicho estuario. Al sur del Cerro del Prado, las intervenciones de prospección y sondeos mecánicos efectuadas con motivo de la instalación de la planta solar fotovoltaica, en la amplia llanura aluvial que ocupa más de 70 ha de la llamada Vega de Prado, recuperaron tan sólo material cerámico descontextualizado, transportado seguramente del asentamiento fenicio y otros lugares del entorno por la acción erosiva de las precipitaciones (Lorenzo Martínez, 2007a y b). Por otro lado, uno de los sondeos realizados como motivo del desdoblamiento del gasoducto a Campo de Gibraltar II, efectuado entre la pedanía de Taraguilla y el Cerro del Prado, mostró una “serie estratigráfica que alterna niveles de costeros de playa y niveles de limos verdosos posiblemente relacionados con marismas o paleoestuarios, pudiendo responder esta alternancia a regresiones y transgresiones de las líneas de costa” (Gutiérrez López y Giles Guzmán, 2007), lo que parece coincidir con los niveles de estuario y marisma identificados por el Proyecto Costa.

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En la margen derecha del Guadarranque, la prospección y control arqueológico de la explotación de una cantera de áridos en la finca Guadacorte, documentó restos descontextualizados de cerámica de diversas épocas, muy rodado, que habría sido trasladado a la zona desde otras obras, como es común, así como malacofauna, por lo que fue interpretado como parte del antiguo estuario (Pérez-Malumbres Landa, 1995a, b y c). En el entorno más inmediato de la ciudad de Carteia, cerca de la confluencia entre Guadarranque y su afluente Madre Vieja, la “Adecuación y recuperación ambiental del Arroyo de la Madre Vieja” que ha sacado a la luz un importante complejo salazonero, documentó también niveles de “limos de la llanura de inundación del Arroyo Madre Vieja” (García Pantoja, 2008a y b) sobre la que se asentaron estructuras romanas, y que podría corresponden a los niveles de colmatación del antiguo estuario. Aunque es indudable el protagonismo de este gran estuario Guadarranque-Palmones, hemos de citar también otro paleoestuario, de menor importancia, formado por el arroyo Gallegos49 en la mitad oriental de la bahía. El estudio geoarqueológico realizado por el Proyecto Carteia con motivo de las excavaciones del alfar romano de Villa Victoria, permitió establecer la existencia de un estuario en la desembocadura del citado arroyo, que habría evolucionado a una laguna intermareal confinada por un cordón dunar, lo que acentuó aún más su colmatación, hasta convertirse en un paisaje de dunas sobre el que se asentó el alfar (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004). Otras intervenciones realizadas con anterioridad ya apuntaban a la misma secuencia estratigráfica, al documentarse tanto niveles de arcilla de la antigua laguna, como las dunas fosilizadas que caracterizaron el paisaje posteriormente (Piñatel Vera, 2003 y 2004b; Tomassetti Guerra y Bravo Jiménez, 2006). La cartografía histórica no nos aporta una gran información en este caso, dada la escasa envergadura de este arroyo, más allá de la existencia de un cordón dunar en ese punto. Mención aparte merece, en lo que respecta a las fuentes documentales, la interpretación que Valverde hizo en 1849 de la sucesión de estratos de un pozo en la vega de Puente Mayorga, que resulta de enorme importancia al constituir hoy el primer trabajo de interpretación geoarqueológica50, si se nos permite, conocido en la zona: “En efecto, según me han dicho, luego que se empezó a abrir el baso, las primeras tres baras del barreno eran de terreno firme, bueno para pan sembrar; siguieron dos varas de arena gruesa pero dura ál acabarla, enseguida dieron con vara y media de biscorniz ó piedra tosca medio cuajada, la que la concluirse hallaron la Arena menuda tal cual se ve en la dicha Playa del Puente Mayorga. A pesar de los obstáculos que ocasionaba la abundancia de agua en una arena floja, siguieron ahondando y encontrando de todas suertes de conchitas tan frescas y lustrosas como las que cogemos a orillas del mar. Además hallaron pedazos de maderas caso pletrificadas y un hueso de Ballena bastante grande. Todas estas cosas reconcentradas en este parage, y a la distancia dicha de la ensenada, dan á entender que habrá muchísimos siglos que la playa llegaba a este sitio, y sabe Dios hasta donde penetraría el mar. El tiempo, el Polvo, el viento y los sembrados han ido aterrando todo aquel recinto más de siete varas que ya tenía el Pozo cuando hallaron las conchas y demás” (1849/2003: 95). El sondeo, de siete varas de profundidad51, permite establecer la evolución paleogeográfica de la vega del arroyo Gallegos desde el impacto de la ola de origen sísmico –el nivel de bioclastos que Valverde describe como “conchitas” y donde se habría localizado incluso un hueso de ballena- y la posterior transgresión 49

Conocido también como arroyo Cachón. El valor de este testimonio reside fundamentalmente en la consideración del valor temporal de los niveles geológicos, puesto que el llamado “método estratigráfico” en que se basó la Geología y la Arqueología después, estaba apenas definido en aquella época por autores como J. Hutton o C. Lyell (Renfrew y Bahn, 1998: 24). 51 Unos 5,6 m si empleamos una media de 80 cm para la “vara”, dado que las diferentes medidas empleadas entonces en España oscilaban entre los 78,6 y 91,2 cm (DRAE, 2001). 50

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marina –nivel de limo o “biscorniz”-, hasta la total colmatación de la zona adyacente al arroyo, en un momento indeterminado entre la Edad Media y los últimos siglos, caracterizada por avenidas de “arena gruesa” y sedimentos con contenido orgánico buenos “para pan sembrar”. La evolución geomorfológica descrita para la mitad oriental de la bahía, caracterizada por la presencia de estuarios que estarían en proceso de colmatación desde época fenicia, tiene infinidad de paralelos en el Mediterráneo, especialmente asociados al poblamiento fenicio por ubicarse éste en penínsulas o islas junto desembocaduras de ríos, como la bahía de Cádiz y el Castillo de Doña Blanca (Borja Barrera y Díaz del Olmo, 1994), la bahía de Málaga y el Cerro del Villar (Carmona González, 1999 y 2003). 4.1.2. “De lejos parece como una isla”: insularidad del peñón de Gibraltar La descripción estraboniana (Geo., III, 1, 7) con que titulamos este apartado es, en sí misma, síntesis y solución de los aspectos planteados. Como bien indicaba el geógrafo de Amasia, el Mons Calpe, que cierra la bahía de Algeciras en su flanco oriental, estaba unido al continente por un exiguo istmo de arena que aún hoy, desde el mar, resulta invisible si no fuera por los edificios de La Línea de la Concepción. La pretérita naturaleza insular del Peñón habría quedado truncada por la formación de un tómbolo donde hoy se yergue la citada ciudad y que apenas tiene 3 km de anchura máxima –en su lado septentrional- y 1 km de mínima –en su lado meridional, en contacto con el Peñón-. Dentro del marco temporal que nos interesa52, dicho proceso habría arrancado tras el máximo flandriense, hace 6.500 años, sin que podamos por el momento precisar la fecha exacta o detalles de la formación del tómbolo, sino mediante extrapolación de las dinámicas geomorfológicas observadas en otros puntos del Estrecho (Lario Gómez, 1996). En la actualidad se encuentra en estudio un nivel de playa por encima del máximo flandriense, cuyo análisis aportará importantes conclusiones en relación con el respecto del Peñón en época antigua (Rodríguez Vidal et al., 2004: 2020). Dada, pues, la ausencia de datos concluyentes al respecto, se ha planteado la posibilidad de que la pérdida del carácter insular del Peñón hubiera tenido lugar en tiempos no muy lejanos, quizá en época fenicia, según la comparación con el ritmo de formación de otras flechas dunares de la zona (Arteaga Cardineau y González Martín, 2006: 69 y ss.). Este dato sería de enorme interés para la investigación histórica, pues además de las lógicas connotaciones simbólicas que analizaremos en otro lugar, podría significar que la bahía no estaría aún cerrada en su lado oriental y sería posible, por tanto, el acceso a la misma desde el Mediterráneo sin tener que avanzar hasta el Estrecho para salvar el Peñón y luego girar hacia la bahía (Roldán Gómez et al., 2006a: 537). En función de las fuentes literarias podríamos considerar que, al menos en época augustea, cuando Estrabón realiza su obra, el Peñón estaría unido al continente a pesar de que en la distancia conservaría su aspecto insular: “Hay allí un monte que pertenece a los iberos llamados bastetanos, a los que también llaman bástulos, el Calpe, no muy grande si se atiende a su perímetro, pero tan alto y escarpado que de lejos parece como una isla” (Geo., III, 1, 7). Algo posterior, del mediados del s. I, aunque de valor excepcional dada su procedencia de la zona, es el testimonio de Pomponio Mela, quien nos dice: “Luego el mar se hace muy estrecho y las costas de Europa y África, cercanas entre sí, conforman los montes Abila y Calpe, las Columnas de Hércules, según dijimos al principio, que se introducen ambos en el 52

Para épocas más antiguas, como el Pleistoceno, contamos con los estudios paleoambientales de Rodríguez Vidal et al., 2004 o Carrión García et al., 2008.

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mar, pero el Calpe más y casi entero. Éste, horadado de un modo admirable, tiene abierto casi medio lado por la parte por donde mira al oeste y para los que entran allí su totalidad es casi tan accesible cuanto se abre la gruta; más allá hay un golfo y en él Carteya” (Chor., II, 95-96). Se ha planteado, en este mismo sentido, la posibilidad de que con “horadado” Mela se refiriera a la separación existente entre el Peñón y el continente, lo que vendría a apoyar la tesis de la continuidad del carácter insular aún en época romana (Roldán Gómez et al., 2006a: 537). Sin embargo, parece referirse a la existencia, bien conocida, de todo un sistema de cavidades, como aquéllas por las que el pastor gibraltareño Simón Susarte guió a las tropas hispano-francesas en el mismo año de la pérdida de Gibraltar (1704) y que luego fueron ampliadas y conectadas por los ingleses para la defensa de la plaza.

Figura 24.- Imágenes de la naturaleza cuasi-insular del Peñón hasta época reciente (P. Texeira en Pereda Espeso y Marías Franco, 2002; IGN, 12-M-1 y PNOA 2013; BN, 89412). En este punto, y a la espera de trabajos geoarqueológicos concluyentes sobre la evolución cronológica del istmo, nuestro estudio documental permite concluir que esa zona ha sido inundable o marismas hasta época reciente y que, de hecho, Gibraltar ha sido considerado como una isla en diferentes documentos históricos. En efecto, diversos textos medievales hacen referencia a la “isla de Gibraltar”, como el caso de uno de los primeros portulanos conocidos, el Liber de existencia riuerarium et forma maris nostri Mediterranei confeccionado

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en Pisa hacia 1160-1200, y que se refiere a Gibraltar como Jubaltarie insula (Gautier Dalché, 1995: 189-191); y otros itinerarios y autores como la Chronica magistri Rogeri de Houedene de finales del s. XII, el Liber et Compasso de Navegare del s. XIII o el geógrafo de origen sirio Yaqut en el mismo siglo (Rodríguez Lozano, 1977: 62; Gozalbes Cravioto, 2001a). Estas menciones pueden explicarse porque, al haber tenido por objeto ilustrar la navegación, esas obras recogerían el aspecto del Peñón desde el mar sin importar la conexión con el continente, y además, al haberse limitado en muchos casos a copiar trabajos anteriores sin acompañar las nuevas ediciones de un conocimiento empírico de las regiones representadas, reproducirían errores y lugares comunes. Por ese motivo cobra valor otra fuente histórica que vendría a confirmar el aspecto insular del Peñón en época bajomedieval. La Gran Crónica de Alfonso XI, del s. XIV, se refiere a la “ysla” de Gibraltar en los capítulos XXXVIII y XXXIX al narrar cómo los hombres enviados por el rey para tomar la ciudad fueron apresados y muertos (1976: 49). Aunque algunos han planteado la posibilidad de que esa isla fuera en realidad una formación arenosa situada junto al Peñón (López Fernández, 2008), nos parece clara la equivalencia de los términos “villa”, “monte” e “ysla” al referirse a Gibraltar y, por tanto, la consideración de su aspecto insular en la época de los acontecimientos. La cartografía y textos de los últimos siglos nos ilustran, por su parte, sobre la existencia de zonas inundadas en ese istmo, especialmente en su extremo suroeste, junto a la puerta de tierra de Gibraltar. En este punto se extendían una serie de pequeñas lagunas (marisma, inundaciones, aguas muertas, etc.) que están perfectamente representadas en mapas británicos, españoles o franceses de los ss. XVIII y XIX, y que fueron acondicionadas por los ingleses, mediante la construcción de una esclusa, para asegurar una mejor defensa de la ciudad (López de Ayala, 1782: 49). De extraordinaria belleza son los mapas de la Descripción del Reyno de Andaluzia y De la costa, puertos y lugares del Reyno de Andaluzia del cartógrafo portugués del s. XVII Pedro de Texeira Albernas. En los tres mapas, del Estrecho, la bahía y el Peñón respectivamente, el istmo aparece cuajado de diferentes lagunas e, incluso, un puente que salvaba un canal entre el Peñón y el continente. Si bien la imagen resulta un tanto idealizada, la descripción coincide con otras informaciones conocidas del Peñón: “(está) todo cercado del mar, comunicándose solo con la tierra de España por una angosta garganta de arena, que las mas veces, con el viento levante pasa la mar cubriéndola de un lado a otro y queda de todo hecho este grande y soberbio monte, hecho isla” (tomado de Pereda Espeso y Marías Franco, 2002: 345) (Fig. 24). El tema de la insularidad de Gibraltar generó siempre interés en los historiadores y fue abordado por eruditos locales como López de Ayala, quien discrepaba con Carter, que defendía que el istmo habría sido mar en época antigua, mostrando además su preocupación por las lagunas del istmo, que hacían peligrar la conexión geográfica de Gibraltar con España (López de Ayala, 1782: 2931). Otro historiador campogibraltareño, F.M. Tubino y Oliva describía el Peñón del siguiente modo: “Rodean al monte por todos sus costados las aguas del mar, exceptuándose solo el frente Norte, que es el más elevado y por donde se une al continente por un istmo de arena movediza” (1863: 21). Dicho istmo aparece bien reflejado en fotografías de finales del s. XIX e inicios del XX, así como vistas geográficas, que nos lo muestran como zona de dunas, prácticamente al mismo nivel del mar –no supera los 3 msnm-, como podemos ver en varias fotografías de la Washington Wilson Collection, entre 1853 y 1908, o en fotografías aéreas del Ejército del Aire de las décadas de 1930 y 1940-1950. Existe, incluso, documentación fotográfica de la mencionada laguna, antes de ser

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desecada para la construcción del hoy llamado “barrio de la Laguna”. Esa defendida inestabilidad del istmo con anterioridad al desarrollo urbano de época contemporánea de La Línea de la Concepción y Gibraltar, queda además refrenada por la ausencia de evidencias arqueológicas anteriores al s. XVIII, como hemos podido constatar en las intervenciones arqueológicas de nuestro Inventario. 4.1.3. La costa occidental: paleoensenadas del río de la Miel y el Saladillo El lado occidental de la bahía de Algeciras, donde se emplazó la ciudad hispanorromana de Traducta, presenta un relieve más abrupto al constituir una costa de transición que alterna playas de acumulación de arenas y gravas con acantilados de escasa altitud. La red hidrológica de esta zona se caracteriza por la existencia de arroyos de régimen estacional y corto recorrido que desembocan directamente en el mar. El río de la Miel y el arroyo Saladillo en Algeciras y el Pícaro en la ensenada de Getares son, por tanto, menos caudalosos que los ríos ya mencionados de la parte central de la bahía. Dichas características geográficas explican que la zona haya estado sujeta a una fuerte erosión, aunque no se han producido cambios de génesis natural tan relevantes como los descritos para la parte central de la bahía. Sin embargo, la acción humana ha alterado de forma significativa las desembocaduras del río de la Miel y el Saladillo, que se encuentran hoy soterradas y absorbidas por el crecimiento urbano algecireño. Por este motivo, al que hemos de sumar el hecho de que el interés histórico y arqueológico se ha centrado tradicionalmente en Carteia y su entorno, la atención prestada a esta zona desde el punto de vista de la evolución de la línea de costa ha sido muy inferior. Esta carencia ha tratado de paliarse recientemente con la recomendación, por parte del Departamento de Arqueología de la Fundación Municipal de Cultura algecireña, de incluir estudios geoarqueológicos en las intervenciones preventivas en la ciudad (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 181). Historiadores y arqueólogos han barajado tradicionalmente la posible existencia de una ensenada o estuario en la desembocadura del río de la Miel en época antigua y medieval. Dicha paleoensenada formaría un puerto natural flanqueado por dos cerros amesetados favorables para el asentamiento y la defensa (Gómez de Avellaneda, 1999: 79). Estas hipótesis, basadas en documentación histórica o en la extrapolación de información sobre la dinámica de sedimentación de otras zonas mejor conocidas, han encontrado recientemente su constatación sedimentológica con el primer estudio verdaderamente geoarqueológico realizado en la ciudad de Algeciras. Este trabajo ha permitido confirmar la existencia de un paleoacantilado en la zona y un estuario o laguna litoral en la desembocadura del río de la Miel, protegida de las corrientes marinas por una barra o playa que estaría formada ya en el s. III, y que favoreció la colmatación de la ensenada, prácticamente completada hacia el s. VI; finalmente, la zona habría estado sometida a inundaciones periódicas a lo largo de la época medieval (Barragán Mallofret y Castro Fernández, 2009). Por nuestra parte, la documentación histórica analizada nos ilustra sobre el protagonismo de dicha ensenada en la costa algecireña y sobre lo destructivas que resultaban las frecuentes crecidas del río de la Miel. En la Crónica de 1344 se narra que “dia et noche non quedó de llover; asi que duró pieza de días que los que pasaban allende del rio de la Miel, que non podian pasar aquende por el rio que venia muy crescido, et por la vega que estaba llena de agua” (Conde de Barcelos, 1971: 346-348). En cuanto a la cartografía, algunos mapas del s. XIX muestran con claridad el relieve previo a las importantes transformaciones contemporáneas y destacan la depresión que formaba la desembocadura del río de la Miel, el antiguo estuario.

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Estos datos se ven apoyados, además, por la información paleotopográfica que podemos inferir de los informes de las intervenciones de urgencia recogidas en nuestro Inventario. En las excavaciones urbanas se han podido documentar niveles de marisma y de paleocauce del río de la Miel (Ayala Lozano, 2008); evidencias de las inundaciones constantes a las que estaría sometida la zona del antiguo estuario con posterioridad a su colmatación (Torremocha Silva y Tomassetti Guerra, 2000b; Montero Fernández y Lorenzo Martínez, 2005); o, finalmente, dunas fósiles de paleoplaya o del cordón dunar que confinaría el paleoestuario (Castillo Duarte y Expósito Álvarez, 2007; López Rodríguez, 2008). A escasos 1000 m al sur del arroyo de la Miel, el Saladillo tendría características similares y formaría en época antigua, igualmente, un pequeño estuario en su desembocadura. Las excavaciones de la figlina de la antigua fábrica de conservas Garavilla han registrado la formación de una barrera de arena, que habría confinado el paleostuario del Saladillo y acelerado su colmatación, completada en los ss. IV-VI (Tomassetti Guerra et al., 2009). Más al sur, otros ríos y arroyos podrían haber formado, igualmente, pequeños estuarios, como se ha apuntado para la confluencia del río Pícaro y el Lobo en la ensenada de Getares, donde se ubicaría la Cetraria tardorromana (Gómez de Avellaneda, 1995: 74). Ante la ausencia de estudios geoarqueológicos en esta zona, la documentación cartográfica y fotográfica nos ilustra sobre la evolución de la barra de arena formada en su desembocadura en los últimos siglos. Como último ejemplo de los cambios en la fisonomía de la costa occidental de la bahía, merece una atención especial la Isla Verde, situada frente a la ensenada del Saladillo y que ha sido un hito fundamental en la historia de Algeciras, hasta su absorción en el s. XX como parte de las obras de infraestructura portuaria. La cartografía anterior al s. XX constituye, de nuevo, un documento esencial para la reconstrucción de este accidente geográfico, así como las fotografías aéreas de inicios del s. XX, que la muestran unida ya al continente por un muelle. 4.2. ¿U

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4.2.1. Paleosismología del estrecho de Gibraltar Además del estudio de la evolución del relieve, otras aplicaciones geoarqueológicas de gran relevancia para el estudio de los paisajes antiguos son la Paleosismología, dedicada al estudio de eventos sísmicos antiguos y la Arqueosismología, que lo aborda a través del registro arqueológico y desde el punto de vista de su repercusión en las sociedades antiguas. Ambos términos se emplean a menudo, sin embargo, como sinónimos. El creciente interés por los eventos sísmicos del pasado deriva, por un lado, de su valor estadístico para el estudio y la predicción de potenciales episodios futuros, con una mayor preocupación social tras acontecimientos trágicos como el terremoto de Haití en 2010 o los tsunamis de Polinesia en 2005 y Japón en 2011 y, por otro, de las interpretaciones de tipo catastrofista que ven en estos episodios la causa del ocaso de algunas civilizaciones de la Antigüedad. Aunque resulta hoy evidente que los procesos históricos han de explicarse en función de la confluencia de múltiples circunstancias y que las tesis catastrofistas en su sentido más literal son rechazadas hoy por la mayoría de investigadores, es cierto que los desastres naturales como inundaciones, sequías o terremotos han sido uno de los temas principales de los estudios geoarqueológicos recientes (Leveau, 2009). La actualidad del tema queda patente en la publicación, en los últimos años, de varios catálogos de tsunamis que afectaron la península Ibérica en tiempos históricos

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y prehistóricos, así como trabajos sobre eventos concretos (Ruiz Muñoz et al., 2005; Baptista y Miranda, 2009; Rodríguez Vidal, 2010; Lario Gómez et al., 2011). En el caso del estrecho de Gibraltar, si bien existe un riesgo menor que en otras zonas como los extremos sureste y suroeste de la Península, éste es todavía elevado y dado su carácter costero se encuentra, además, expuesto a la acción de potenciales tsunamis. Con motivo, precisamente, de ahondar en su conocimiento, se celebró en el año 2009 el primer encuentro sobre Paleosismología en el sur peninsular en la sede del Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia, organizado por la Universität zu Aachen, el CSIC, la Universidad de Salamanca y el Instituto Geológico Minero (Pérez-López et al., 2009). Aunque se trata, sin duda, de un ámbito propio de especialistas en Geografía y Geología, encuentros como éste son de enorme utilidad para el intercambio de ideas y el germen de proyectos interdisciplinares (Lario Gómez et al., 2009). Dentro del marco temporal de nuestro estudio, de época fenicia a romana, se han identificado cinco episodios sísmicos, correspondientes en su mayor parte a tsunamis. En primer lugar, hacia el s. III a.C. se habría identificado el impacto de dos olas de origen sísmico en las costas de Doñana, datadas en 2400-2200 cal. BP y 2020-1990 cal. BP respectivamente (Ruiz Muñoz et al., 2005), cronologías posteriormente ajustadas a 218-216 y 210-209 a.C. (Rodríguez Vidal, 2010). Coincidiendo con estas fechas, se han identificado igualmente evidencias de un tsunami hacia 2300 cal. BP en la bahía de Cádiz, en la playa de Valdelagrana (Luque Ripio et al., 2000) o, más cerca de la bahía de Algeciras, en el litoral entre Trafalgar y Tarifa (Alonso Villalobos et al., 2004). Un evento sísmico de carácter destructivo en esas fechas resulta de lo más sugerente desde el punto de vista histórico, pues habría tenido lugar en plena segunda guerra púnica, y por tanto en un momento de importantes cambios marcado por el inicio de la conquista romana. La bibliografía recoge otro tercer tsunami que habría golpeado las costas del mediodía peninsular hacia el año 60 a.C. (Baptista y Miranda, 2009; Rodríguez Vidal, 2010). Sin embargo, algunos investigadores han alertado, a este respecto, que podrían estar documentándose como diferentes eventos lo que en realidad son registros diferentes de un único episodio acecido entre el 2200 y 2000 BP (Lario Gómez et al., 2011). Un tercer episodio, en esta ocasión un terremoto, se habría producido hacia los años 40-70 de nuestra Era y habría sido el primero de los –al menos- dos seísmos que afectaron la ciudad de Baelo Claudia y cuyos estragos parecen haber sido identificado tanto por arqueólogos (Ménanteau et al., 1983: 151-153; Troya Panduro et al., 1996; Sillières, 2008: 54) como por geólogos (Silva Barroso et al., 2005 y 2009). Aunque se barajaba la posibilidad de que el seísmo hubiera provocado también un tsunami, no se identificaron evidencias del mismo en la ciudad, dado que la destrucción y las posteriores obras de reconstrucción pudieron haberlas borrado (Silva Barroso et al., 2005). Sin embargo, fuera de la ciudad sí ha sido posible identificar, en sedimentos fluviales, depósitos de un posible tsunami hacia 2150-1825 BP, que podría, por tanto, corresponderse con esa fecha del s. I. La ola habría roto el cordón dunar que cerraba parcialmente la laguna litoral donde se ubicaba el puerto, alterando de manera considerable la vida de la ciudad (Alonso Villalobos et al., 2003a). Estas fechas coinciden, como veremos, con el tsunami documentado en la bahía de Algeciras hacia época neroniana (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004). Por último, para época tardoantigua contamos hoy con evidencias de otros dos eventos sísmicos que afectaron a la ciudad de Baelo Claudia: un terremoto en el s. III (hacia 260-290) y un tsunami en el s. V (hacia 400-450) (Grützner, 2011; Röth et al., 2015).

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4.2.2. El tsunami del s. I de nuestra Era Un interesante aspecto de la paleotopografía de la bahía de Algeciras, que justifica un apartado específico dedicado a la Paleosismología, es el conocimiento –y datación arqueológica- de un tsunami que impactó contra sus costas a mediados del s. I. Las primeras evidencias de esa ola de alta energía fueron documentadas en la barriada alfarera romana de Villa Victoria, donde los geomorfólogos del Proyecto Carteia pudieron identificar restos de sedimentación de una ola de tsunami en las estratigrafías arqueológicas (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004 y 2006; Arteaga Cardineau y Prados Martínez, 2008) (Fig. 25). Más recientemente, nuevos sondeos han podido detectar diversas evidencias de ese mismo evento a las puertas de la propia Carteia (Arteaga Cardineau et al., 2015).

Figura 25.- Corte estratigráfico de Villa Victoria que permitió documentar la ola de origen sísmico (Arteaga Cardineau y González Martín, 2006: fig. 40). El estudio geomorfológico de Villa Victoria se basó en el reconocimiento de los sistemas presentes en el entorno y en el análisis estratigráfico del Corte 1 de la excavación. Se tomaron muestras de las estratigrafías y se procedió a su análisis granulométrico, estudio morfoscópico con lupa binocular, identificación de malacofauna y análisis del pH de las aguas. El estudio efectuado permitió, por un lado, reconstruir la paleogeografía del alfar romano, comentada anteriormente, y lo que es más importante, interpretar un nivel estéril arqueológicamente, compuesto por arena de origen eólico y una acumulación anómala de bioclastos marinos y cantos de tamaño considerable, como el resultado del impacto de una ola de origen sísmico. Esta ola erosionó el cordón dunar en puntos concretos y arrastró, en su retirada, material de playa y dunar por los canales abiertos en el mismo, generando el depósito heterogéneo presente en el mencionado Corte 1. Su ubicación espacial sobre un cordón dunar cercano a la costa y el reducido marco temporal señalado por la estratigrafía arqueológica, descartaban la formación gradual de dicho depósito y apuntaban a un evento de alta energía como una fuerte tempestad o un tsunami provocado por un movimiento sísmico o desplazamiento marino. En apoyo de esta última

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hipótesis venía, además, la composición heterogénea del propio nivel, que contenía, además de material de estuario y playa, abundantes bioclastos fragmentados (en torno al 50% del nivel), especialmente de algas calcáreas incrustantes (Rhodophytas) y calcáreas de la familia de las Litotamniáceas que, aunque no exclusivas, abundan en niveles de cierta profundidad entre los 25 y 100 m de profundidad, los llamados fondos de “maërl”. Su importancia reside en que son considerados indicador de este tipo de fenómenos, puesto que la ola provocada por el maremoto erosiona el fondo marino y arranca estos materiales, que luego deposita en la costa. Entre el escaso material arqueológico localizado en el nivel depositado por la ola, destaca un fragmento de TSG de tipo marmorata, cuya fabricación limitada entre las décadas del 40 y 70 ofreció un arco temporal muy concreto para el episodio. Los niveles de la segunda fase del alfar, situados directamente sobre la sedimentación de la ola y datados en el último tercio del s. I, brindaron además un término ante quem al acontecimiento, ciñéndolo a las décadas centrales del siglo. En el caso de Villa Victoria, la interpretación geomorfológica se vio, por tanto, eficazmente apoyada por la estratigrafía y materiales arqueológicos, que permitieron datar el fenómeno con total fiabilidad, lo que constituyó en su día uno de los primeros registros de tsunamis documentados en contexto arqueológico (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004). Estas investigaciones permitieron concluir, en resumen, que la primera fase del taller alfarero romano, entre el s. I a.C. y mediados del s. I de nuestra Era, habría concluido con el impacto de una ola de alta energía, es decir, de gran tamaño (entre 3 y 5 m) e impacto violento, provocada por un maremoto. A dicho impacto podríamos atribuirle, además de la considerable sedimentación, la destrucción de una gran estructura interpretada como un horreum por sus excavadores, construida en los primeros momentos del alfar y sobre cuyas ruinas se depositaron, tal y como se ha podido documentar en algunos puntos, los vertidos de la segunda fase del mismo. Respaldarían esta hipótesis la citada envergadura de la ola, el haberse documentado su impacto a escasos metros de la estructura y la irregularidad de su destrucción (se conserva hasta 1,70 m en algunos puntos o el simple zócalo en otros), que apuntaría a un impacto más que a una degradación paulatina (Roldán Gómez et al., 2003b: 55 y ss.). Otra estructura del barrio alfarero amortizada en esa época fue el embarcadero, construido a inicios del s. I y que quedaría inservible al haberse colmatado, como demuestran tanto el nivel de arena que lo cubría como las estructuras que lo cubrieron ya en el s. II. Entre éstas, se documentó una notable abundancia de ladrillos termales, por lo que no podemos descartar que una de las instalaciones afectadas por el tsunami fueran unos balnea periurbanos, con cuyo material se construyeron esas estancias sobre el antiguo embarcadero (Blánquez Pérez et al., 2005a). En esa misma cronología ha podido identificarse en el peñón de Gibraltar el impacto de una ola superior a los 5 m de altura, registrado y fechado en un afloramiento por el equipo de J. Rodríguez Vidal53. La fecha coincide, además, con el terremoto y tsunami que asolaron la ciudad de Baelo Claudia entre las décadas del 40 y 70, según han revelado las diferentes investigaciones citadas, por lo que cada vez contamos con más información que permite profundizar en la extensión y cronología del fenómeno. En cuanto a la posibilidad de que se hubiera producido también un terremoto, si bien no puede descartarse, tampoco existen indicios al respecto.

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Agradecemos al profesor J. Rodríguez Vidal el habernos facilitado esta valiosa información, aún inédita, a través del profesor C. Arteaga Cardineau.

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Además de las lógicas consecuencias destructivas del impacto de la ola sobre la población y las infraestructuras costeras, un efecto importante de dicho fenómeno habría sido la alteración de la topografía inferior a los 3 msnm, mediante la rotura de flechas litorales, la anegación de zonas emergidas y la colmatación de marismas (Dabrio González y Polo Camacho, 2005). Éste parece haber sido el caso de la plataforma situada entre el Guadarranque y la ciudad de Carteia, solar del barrio salazonero y portuario, donde los últimos sondeos del Proyecto Carteia confirman que las marismas existentes en ese punto fueron colmatadas de forma repentina por el aporte sedimentario de la gran ola (Arteaga Cardineau et al., 2015). Proponemos, por tanto, que el barrio salazonero se instaló una vez que la ola del posible tsunami modificó la topografía del lugar. Nos apoyamos en el hecho de que ninguna de las intervenciones acometidas en la zona ha documentado material contextualizado anterior a mediados del s. I, es decir, al impacto de la ola. En la década de 1960, el equipo de D.E. Woods excavó una factoría de salazón con dos fases de época romana, bajo las que halló material de época anterior descontextualizado, en niveles de relleno, y un último estrato de “arena de playa, estéril” (Woods et al., 1967: 8-28), que interpretamos como depósito de la ola. Igualmente, trabajos más recientes constatan una ocupación continuada desde el s. I, pero no anterior a época claudio-neroniana (García Pantoja et al., 2011a), de nuevo con posterioridad al tsunami. Precisamente en las últimas décadas del s. I se registra el abandono o el cese temporal de yacimientos como la villa del Ringo Rango o de los alfares de El Rinconcillo, la Venta del Carmen y Villa Victoria. Sin embargo, a pesar de lo sugerente de la coincidencia de dicha fecha con el episodio sísmico, la continuidad del patrón de ocupación costera, así como el mantenimiento de otras industrias, como la salazonera, nos llevan a pensar que se trató en todo caso de un hecho puntual que no supuso cambio alguno en las estrategias económicas y de poblamiento a medio plazo. 4.2.3. ¿Otros episodios sísmicos en época tardoantigua? Dejando a un lado el tsunami del s. I, no tenemos constancia de ningún otro episodio sísmico que afectara la bahía a lo largo de la Antigüedad, no así a la vecina ensenada de Bolonia (Silva Barroso et al., 2009; Grützner, 2011; Röth et al., 2015). Esto se debe quizá a la ausencia de estudios específicos, aunque sí contamos con algunas referencias muy sugerentes al respecto. En 1961, el arqueólogo J. Martínez Santa-Olalla mencionaba en una conferencia dos catástrofes naturales que habrían devastado la ciudad de Carteia, un terremoto a finales del s. IV y dos tsunamis, en el s. V y el s. VI: “Por primera vez se han descubierto los documentos directos de la gran catástrofe ocasionada por el terremoto del s. IV, algunas de cuyas víctimas han llegado a nosotros en la forma en que murieron aplastados por las grandes columnas de las termas municipales. Y sobre la primera gran catástrofe sísmica, tenemos las huellas constantes y generales del maremoto del siglo V en que la playa llegó a cotas muy altas de la ciudad, cubriendo con su enorme manto de arena el estrago y la ruina de la vetustísima ciudad (…) es posible se pueda encontrar el puerto de Carteya, integro, con sus naves en perfecto estado de conservación, lo cual parece que puede estar garantizado por el fango que arrojó el maremoto del año 526 de la era cristiana” (tomado de Roldán Gómez et al., 2003a: 49-50). Martínez Santa-Olalla mencionaba un terremoto de finales del s. IV, que coincidiría quizá con el documentado en Baelo Claudia de finales del s. III o el s. IV (Silva Barroso et al., 2005; Sillières, 2008: 54), al que hacía responsable de la destrucción de las termas de la ciudad, hipótesis que manejó también el equipo de Presedo al constatar importantes fracturas en pavimentos

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romanos, que luego atribuyó al desnivel del suelo (Presedo Velo, 1989: 458). Sin embargo, en el caso del maremoto, parece hablar de dos episodios diferentes o confundir las fechas. Para el primero que menciona, en el s. V, tendríamos un paralelo recientemente detectado en Baelo Claudia hacia 400-450 (Röth et al., 2015). Lamentablemente, J. Martínez Santa-Olalla tan sólo apunta su posibilidad sin aportar más evidencias arqueológicas que la existencia de abundante arena sobre las ruinas. Ello nos lleva a pensar que, en este segundo caso, se limitaba quizá a mencionar un episodio histórico bien conocido, el terremoto que destruyó Antioquía en el año 526, pero que no afectó las costas peninsulares. Pudo haber influido en esta interpretación la imagen de Carteia engullida por un maremoto, como parte de las leyendas populares vinculadas a la ciudad (López Gil, 1994: 63). Por el momento, pues, no contamos con indicios sólidos para constatar episodios sísmicos posteriores al s. I. En ninguno de los estudios geoarqueológicos realizados hasta el momento han podido registrarse niveles de erosión o sedimentación de otra gran ola, ni en aquéllos realizados en las décadas de los años setenta y ochenta en el centro de la bahía (Pellicer Catalán et al., 1977; Arteaga Matute et al., 1987), ni en los posteriores efectuados en el alfar romano de Villa Victoria (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004) o en Algeciras (Barragán Mallofret y Castro Fernández, 2009), lo que no significa que no puedan documentarse en otros puntos de la bahía. En lo que respecta a terremotos, tampoco se conoce con certeza su existencia en época antigua, aunque es cierto que el análisis de impacto sísmico sobre edificios, que se ha revelado de gran eficacia en casos como Baelo Claudia, constituye un campo de estudio aún pendiente en las ciudades antiguas de la bahía, tanto en el caso de Carteia como de Traducta. El único indicio, aunque indirecto, que podríamos relacionar con el terremoto que tanta destrucción causó en Baelo Claudia (Silva Barroso et al., 2005 y 2009), sería un cierto receso en el poblamiento de la bahía a finales del s. IV e inicios del s. V, con algunos abandonos como la villa bajoimperial del Ringo Rango que, a modo de hipótesis, podría ponerse en relación con dicho acontecimiento. Se trata, en todo caso, de una línea de investigación prometedora sobre la que sin duda conoceremos interesantes novedades en los próximos años. 4.3. E

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4.3.1. Geología y clima Ni los rasgos geológicos ni climáticos que caracterizan el paisaje actual parece que hayan sufrido variaciones significativas, relevantes para la vida humana, desde época antigua, por lo que en este apartado los exponemos de forma sucinta54 haciendo, eso sí, referencia a datos arqueológicos cuando contamos con ellos. Las formas del relieve de la bahía están condicionadas por su ubicación en una frontera tectónica, los confines suroccidentales de la vasta placa litosférica euroasiática en su contacto con la africana. La convergencia entre placas motiva por un lado la ya citada actividad sísmica y por otro, un progresivo levantamiento de las costas a ambos lados del Estrecho (Cadet et al., 1978: 185; Zazo Cardeña et al., 1999: 95). La comarca del Campo de Gibraltar conforma una llanura litoral que finaliza en la bahía de Algeciras y se encuentra enmarcada por un conjunto de sierras de relieve agreste pero de 54

Existe una amplia bibliografía referida al Campo de Gibraltar que aborda de forma específica aspectos geológicos (Gutiérrez Mas et al., 1991; Esteras Marín et al., 1998), geomorfológicos (Cadet et al., 1978; Zazo Cardeña et al., 1999; Vázquez Garrido y Vegas Martínez, 2000; Arteaga Cardineau y González Martín, 2006), climáticos (Ibarra Benlloch, 1991; Sáez Rodríguez, 2001a) o biológicos (Ibarra Benlloch, 1989; Luque Palomo et al., 2007).

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altitud moderada, siempre menor a 1.000 m (Fig. 26). Los materiales que constituyen las llamadas “Unidades del Campo de Gibraltar” de edad Mesozoica-Terciaria Inferior, formados por arcillas y areniscas (Flysch) poco permeables y altamente tectonizadas, son fácilmente visibles en las sierras que rodean la bahía. También hay, aunque en menor medida, afloramientos rocosos jurásicos, generalmente calizas, como el peñón de Gibraltar o la peña de los Pastores al oeste de Algeciras. Estas unidades son alóctonas, ya que se fueron sedimentando en fondos marinos que estaban emplazados más al este y que fueron trasladados durante la Orogenia alpina por acción de enormes empujes tectónicos que las fueron sacando, de forma radial, hacia las placas ibérica y africana.

Figura 26.- La proximidad de las sierras de Algeciras a la costa genera una estrecha franja litoral donde se concentra el poblamiento (foto J.A. León 2012, Panoramio-Google Maps). Desde el punto de vista orográfico, la bahía conforma una unidad caracterizada por diversas unidades de relieve montañoso que son resultado de las estribaciones del extremo meridional del sistema penibético y su extensión hasta la costa. También existe una estrecha plataforma litoral formada por sedimentos aluviales y marinos (vegas fluviales y el litoral), la zona habitada tradicionalmente, así como una zona de transición formada por sedimentos aluviales y suaves elevaciones (colinas medias) (Ibarra Benlloch, 1991: 13). Estas unidades del relieve están íntimamente relacionadas con los patrones de asentamiento humanos y las diferentes estrategias económicas a lo largo de los siglos. La situación de la península Ibérica entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo ha condicionado igualmente su clima, en el punto de inflexión y de contacto entre las áreas atlántica y

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mediterránea, y por tanto sujeta a un clima variable. El clima de la bahía de Algeciras pertenece a los considerados templados (C) dentro de la escala de Köppen, empleada en el Atlas Climatológico Ibérico recientemente editado por la Agencia Estatal de Meteorología (VV.AA., 2011: 15). El clima se puede definir, al menos genéricamente, dentro de la variante Cs (templado con verano seco y caluroso) que es la que comprende una mayor extensión de la península Ibérica y Baleares. Dentro de la propia Antigüedad se dieron leves, aunque perceptibles, variaciones climáticas, como una mayor humedad en época púnica respecto a los primeros siglos de la época romana, según ha podido registrarse en los estudios palinológicos de Carteia (López García y Hernández Carretero, 2006). Esto podría, sin embargo, deberse a la mayor influencia del medio marino en la ciudad por la cercanía de la costa y amplias zonas de marisma, posteriormente colmatadas. En época romana se habría producido un cambio de un clima suave con veranos cálidos e inviernos cortos, conocido como “episodio cálido romano” entre el s. I y el III, a un clima más húmedo con un régimen de lluvia más regular, proceso iniciado desde el s. II pero que habría alcanzado su máximo en el s. VI, como se ha podido documentar en la vecina Baelo Claudia y en Traducta (Ruiz Zapata y Gil García, 2007 y e.p.). Este dato coincidiría, además, con el episodio de transgresión marina iniciado a finales del s. II ya avanzado en otro lugar. En lo que atañe a las precipitaciones, el área campogibraltareña recibe una importante cantidad de lluvia anual. Su pluviosidad contrasta enormemente con la sequía de las tierras cercanas del extremo oriental de la Costa del Sol, lo que se explica, únicamente, por la distinta exposición de éstas a los influjos de las borrascas atlánticas y a la configuración orográfica del Campo de Gibraltar. Las lluvias son de carácter torrencial en otoño y a principios del invierno y descienden paulatinamente durante la primavera (Sáez Rodríguez, 2001a: 28; Linares García, 2007). No es casual que los sedimentos holocenos de la bahía sean una de las zonas más permeables de la provincia, con un ombrotipo húmedo y que por ello las ciudades de Carteia y Traducta presenten una vegetación de tipo más húmedo diferente al resto de ciudades del conventus Gaditanus (Bocanegra Barba, 2009: 66 y ss.). Todo conocedor del Estrecho sabe que uno de los fenómenos atmosféricos que más condiciona la vida y el trascurrir cotidiano de sus habitantes es el viento, como aspecto que debió marcar, como marca aún, la naturaleza y emplazamiento de la ocupación humana en la región. El régimen de viento predominante, generalmente de levante, suele ser de carácter fuerte, con rachas que superan los 100 km/h en las zonas más próximas al Estrecho. Otro aspecto destacable de la geología campogibraltareña es la caracterización hídrica, pues el clima y las precipitaciones están en el origen de la enorme riqueza hídrica de la zona en comparación con entornos vecinos. La bahía cuenta con ríos de cauce abundante a lo largo de todo el año, como el Palmones y el Guadarranque, cuyas potentes sedimentaciones han colmatando históricamente buena parte de la superficie original de los antiguos estuarios; y con pequeños arroyos estacionales, de corto recorrido, en su mitad occidental. Existen varios acuíferos entre los que señalamos, por su importancia para el poblamiento humano, el “Plio-Cuaternario de Guadarranque-Palmones”, con una superficie cercana a los 105 km2 (IGME, 1998: 180 y ss.) y el denominado “Cuaternario de La Línea”, bajo el tómbolo donde se sitúa hoy La Línea de la Concepción (Diputación de Cádiz, 1985: 35). En lo que concierne a las aguas marinas, la confluencia del Mediterráneo y el Atlántico provoca una serie de corrientes superficiales de recorrido O-E, que se compensan con la elevada evaporación de las aguas mediterráneas y por la corriente que, en profundidad, discurre de E a O

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(Drain, 1979). El interior de la bahía presenta otras corrientes derivadas de la circulación general de las masas de agua del Estrecho, y de las mareas, aunque menos intensas debido a la morfología cerrada de la bahía. El oleaje predominante es de componente E, sometido al viento dominante de levante anteriormente comentado, que aprovecha, además, la orientación de la bahía para su penetración. Un aspecto interesante a la hora de analizar el paisaje costero son las mareas, que acentúan su carácter dinámico, al condicionar la navegabilidad o el anclaje, así como el tipo de estructuras portuarias. Frente a lo insignificante de este fenómeno en las costas mediterráneas, las mareas de tipo atlántico del Estrecho alteran de forma notable la configuración de la costa, que presenta un aspecto muy diferente entre baja y pleamar, y fueron un fenómeno que sin duda despertó la curiosidad de los pueblos procedentes del Mediterráneo que arribaron a estas costas, como fenicios, griegos o romanos. Son bien conocidos los viajes a Gadir de filósofos como el estoico Posidonio de Apamea o Apolonio de Tiana para observar y estudiar las mareas del Océano, según nos transiten Estrabón (Geo., III, 5, 8) y Filóstrato, respectivamente (IV, 47). Por último, los tipos de suelos aparejados a cada unidad de relieve han conllevado unos usos concretos a lo largo de los siglos, con cambios bien documentados para época reciente (Moreira Madueño, 2007). Así, mientras las sierras del interior han tenido siempre un marcado carácter forestal, mantenido casi intacto hasta la actualidad, las zonas medias o de transición han sufrido profundas deforestaciones por ser el solar de las actividades productivas, especialmente ganaderas, y el litoral ha sido destinado al hábitat y a las explotaciones industriales. 4.3.2. Vegetación En lo que concierne a la vegetación potencial de la zona, la provincia de Cádiz pertenece, desde el punto de vista biogeográfico, a la Provincia Gaditano-Onubo-Algarviense y la bahía de Algeciras en particular al subsector aljíbico (Rivas-Martínez, 1987). El bosque clímax, es decir, la vegetación potencial según el tipo de suelo, temperatura y humedad, constaría, en primer lugar, de un bosque de alcornoque muy denso con matorral también denso en las zonas más húmedas, cuya degradación llevaría a la sustitución de dicho matorral por madroñal y quejigal enano, o espinar en el caso de los suelos altamente erosionados y a la sustitución –tras incendios continuados- de las retamas de la orla arbustiva del bosque por brezal o jara en zonas más erosionadas. En las zonas subhúmedas, el alcornocal aparecería acompañado de quejigo, que sería sustituido por madroñal o coscojal-espinar o retamal y jaral, en zonas de pastoreo o incendios; y, por último, en las zonas más secas, encontraríamos quejigal y sotobosque de arbustos de hojas lanceoladas que sería sustituido por madroñal o aulagar en el caso de que la zona acoja incendios o pastoreo, o el acebuchal y sotobosque de lentisco, espinar y aulagar muy degradado por la acción de los cultivos y el ganado (Bocanegra Barba, 2009: 81-82). Esta variedad natural, aunque radicalmente alterada en la franja litoral por acción directa del hombre, se conserva aún relativamente bien en el cercano Parque Natural de Los Alcornocales y en menor medida en el Parque Suburbano del Pinar del Rey. La primera es una reserva biológica de gran valor, por combinar especies mediterráneas y atlánticas y cuyo bosque ripícola, formado por alisos, sauces o chopos, se asemeja a lo documentado para época antigua en la bahía de Algeciras (Linares García, 2007). A estos bosques, que constituyen la reserva natural más meridional de Europa y una de las principales reservas ecológicas de la región, parece referirse Avieno cuando menciona que las Columnas de Hércules “por doquier están erizadas de bosques” (v. 356; en Mangas Manjarrés y Plácido Suárez, 1994: 104).

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El entorno de la ciudad de Carteia, aunque notablemente afectada por las modificaciones del último siglo, estaría aún definido por un bosque abierto de alcornocales y acebuches, muy degradado, acompañado de un sotobosque de palmitos y lentiscos, y de un bosque de ribera formado por alisos principalmente. La importante masa arbórea actual de pino mediterráneo y sobre todo eucalipto destinado a frenar las abundantes dunas de la franja costera, era prácticamente inexistente a finales de los años cincuenta, tal y como muestran las fotografías aéreas de esas fechas. Las principales transformaciones en la vegetación operadas desde época fenicia, y acentuadas en época romana, fueron un descenso de los acebuchales de las vegas de los ríos y las faldas de los cerros por la ganadería y agricultura, tanto de cereal como seguramente olivares y viñas. Aunque durante el Bronce Final la encina poblaba la mayor parte de la cuenca mediterránea, ésta se encontraba ya en retroceso en el primer milenio a.C., por el aumento de plantas xerófitas y los cambios en el paisaje debidos al avance de los cultivos en las llanuras costeras, proceso acelerado con la presencia colonial en la península Ibérica. Entre el s. VI a.C. y el cambio de Era aumentaron los heliófilos como pino, brezo, enebro o las cistáceas, que ocuparon espacios de antiguo bosque a lo largo de las costas (Iborra Eres et al., 2003; Buxó i Capdevila, 2009). Esta vegetación potencial ha sido confirmada, en parte, por los análisis paleobotánicos realizados en Carteia, tanto en sus niveles púnicos y romanos así como de la fortaleza medieval, cuyos resultados permiten reconstruir, a grandes rasgos, la evolución del entorno vegetal de la ciudad desde época púnica a romana (López García y Hernández Carretero, 2006). En los comienzos de la ciudad púnica (s. IV a.C.) existía un bosque abierto con dominio de alcornoques y encinas, seguidos de pinos y acebuches y, en menor medida, alisos en las riberas del río Guadarranque y el arroyo Madre Vieja. Del nivel del antropización nos habla el estrato herbáceo caracterizado por la presencia de leguminosas, gramíneas, crucíferas y plántagos, asociados a hábitats humanos y actividades agrícolas y ganaderas. Se documentan también especies propias de ecosistemas de humedales y marismas, como algas, helechos y corrigiola, que confirman la existencia de este tipo de espacios semiacuáticos en las cercanías de la ciudad, tal y como señalan por otra parte los estudios geoarqueológicos ya citados. En un segundo momento dentro de época púnica (s. III a.C.), se constata una degradación del bosque por el descenso de alcornoques frente a especies arbustivas y la aparición, por vez primera, de taxones de cereales, así como otros relacionados con las labores de cultivo como asteráceas, plántagos y gramíneas; también el asfoledo o la jara, que aparecen en zonas incendiadas, lo que apunta a la práctica de rozas para abrir nuevos campos de cultivo. A finales del s. III e inicios del II a.C., coincidiendo con el inicio de la presencia romana en la zona, se constata una cierta recuperación del bosque de alcornoques, aunque no así de los alisos del bosque de ribera, ausentes en esta fase, así como un crecimiento notable del polen arbóreo, especialmente de olea europeae, que podría corresponder tanto a olivos cultivados como a su variedad silvestre, el acebuche, dada la dificultad para diferenciar ambos taxones. Los cereales y plantas relacionadas con cultivos disminuyen en esta fase, aunque la presencia de gramíneas y leguminosas permite asegurar la fuerte antropización del entorno y la existencia de cultivos. En un momento más avanzado de la época romana republicana, entre el s. II y I a.C., se registra un descenso del grupo arbóreo, alcornoques y olivos o acebuches, mientras asciende notablemente el aliso y otras especies ripícolas como los helechos o las esporas de algas, lo que apuntan, de nuevo, a la cercanía de zonas húmedas. La escasa presencia de pino, cuyos pólenes

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se desplazan largas distancias, señalaría una cierta lejanía de la ciudad respecto de dicha especie. Por otro lado, hay un incremento significativo de los taxones de cereales y plantas asociadas a los cultivos o a zonas incendiadas, lo que apuntaría a una intensificación de las labores agrícolas. Finalmente, las columnas efectuadas en el sector medieval mostraron un paisaje mucho más degradado y deforestado, caracterizado por la abundancia de especies arbustivas. Se trata, en suma, de un paisaje muy antropizado al menos desde época púnica, que tengamos constancia, si bien con ciertos episodios de mayor humedad y degradación o mejora del estrato arbóreo. En ninguna de las épocas el estrato arbóreo supera el 20% lo que, sumado a la continua presencia de taxones de cereal y plantas sinantrópicas apuntan a la existencia de un bosque abierto, reducido por la extensión de zonas de cultivo y pasto. Hemos de matizar, sin embargo, que a pesar de su enorme utilidad, lo reducido y puntual de las muestras requiere de nuevos estudios que confirmen y profundicen en las tendencias dibujadas, como los que están hoy en estudio por el Proyecto Carteia. En la otra ciudad, Traducta, se ha llevado a cabo otro análisis polínico de muestras tomadas en la factoría de salazones de la calle San Nicolás (ss. I-VI), en concreto 22 muestras de relleno de piletas, contenedores cerámicos, pavimentos y muros, y dos muestras más de las excavaciones en la figlina romana de El Rinconcillo, del s. I. Al abarcar todo el periodo imperial romano y tardoantiguo, vienen a completar cronológicamente los estudios realizados en la ciudad de Carteia (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). Este estudio documenta, de nuevo, la existencia de un paisaje muy abierto y fuertemente antropizado, así como la cercanía de zonas encharcadas. Entre los ss. I y III las arbóreas, representadas exclusivamente por el pino, alcanzan el 40%, mientras que hay un estrato arbustivo muy reducido, compuesto mayoritariamente por cupresáceas como el enebro y, en menor medida, ericáceas. En el estrato herbáceo hay un predominio de asteráceas y finalmente una ausencia de especies acuáticas. En época tardorromana, sin embargo, se constatan ciertas diferencias. En primer lugar, hay un descenso del pino en las especies arbóreas frente a la aparición de alcornoques y encinas, alisos y avellanos, introducidos quizá para la explotación de su madera. Los autores del estudio plantean que el retroceso del pino se debería, precisamente, a su explotación maderera más que al clareo para el cultivo. Por otro lado, la presencia de alisos y taxones acuáticos indican el aumento de la humedad en la época, según hemos comentado anteriormente. Plantas como la espadaña o las ciperáceas apuntan, efectivamente, a la existencia de zonas encharcadas en el ambiente próximo. En el estrato arbustivo se constata una reducción de las cupresáceas, dominantes en la etapa anterior, frente a ericáceas y rosáceas, mientras que en las herbáceas hay un predominio de asteráceas, un aumento de los plántagos, un descenso de gramíneas y quenopodiáceas al tiempo que se documenta la aparición de la ortiga, apiáceas y nomeolvides. Estas especies apuntan a una fuerte antropización del paisaje y, a pesar de la ausencia de taxones cultivados que permitan confirmar la existencia de cultivos, es más que probable el desarrollo de actividades agrícolas en esta época. Nitrófilos como los plántagos y ortigas indicarían, además, la presencia de ganado, empleado quizá como fuerza de carga de la producción de la factoría según los autores del estudio. Finalmente, la ausencia de las especies de plantas aromáticas empleadas en la producción de garum, salvo apiáceas como el hinojo, se explica por la facilidad de su recolección y traslado desde otros puntos (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). De la comparación de los estudios palinológicos en las dos ciudades se pueden inferir las líneas generales que marcaron la evolución de las especies vegetales y la agricultura desarrollada de época púnica a tardoantigua. La vegetación se caracterizaría, pues, por la serie climatófila termomediterránea gaditana-mariánica-onubense silicícola sub-húmeda del

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alcornoque, ya en proceso de deforestación según muestra el retroceso de arbóreas frente a herbáceas, motivado especialmente por los cultivos desde, al menos, el s. III a.C. y la presencia de especies relacionadas con los paisajes antropizados, comúnmente denominados “malas hierbas” que revelan la existencia, sin ninguna duda, de cultivos y pastizales. La degradación del bosque original fue fundamentalmente debida a la acción humana que, mediante talas e incendios para ganar terreno para cultivos o pastos, fue ganando espacio en las laderas y reduciendo los bosques a las sierras. La ganadería, por su parte, deterioró de forma notable el suelo, al desproveerlo de vegetación, lo que incidió en el empobrecimiento y erosión del mismo. La presencia reiterada de especies ripícolas o de marismas, así como esporas de algas, revela la cercanía de ambas ciudades a ambientes marinos y fluviales, y estaría en consonancia, por su parte, con lo ya descrito en la reconstrucción paleogeográfica. Las principales diferencias entre los resultados obtenidos en ambas ciudades residen, fundamentalmente, en un estrato arbóreo que alcanza el 40% en Traducta frente al 20% en Carteia, lo que podría explicarse por la continuidad del poblamiento en ésta última frente a la fundación más reciente –prácticamente en época imperial romana- de la primera que, además, se encuentra muy cercana a las sierras. Por otro lado, en el caso del occidente de la bahía la especie dominante sería el pino frente al alcornoque, que sería la especie original de esta zona, y cuyo predominio sí se documenta en Carteia. Esto podría apuntar al fomento, por parte del hombre, de la primera especie, de más rápido crecimiento, para su explotación industrial. En lo que respecta a los cultivos, las plantas sinantrópicas revelarían la existencia de cultivos y zonas de pastos en ambas zonas pero en el caso de Carteia se documenta, además, los taxones de cereal desde, al menos, el s. III a.C. Dado que las esporas de cereal se desplazan a muy cortas distancias, podríamos deducir que esta ciudad tuvo cultivos en sus proximidades mientras que en Traducta pudieron haberse ubicado más alejadas de las factorías de salazón donde se ha realizado el estudio. También en Carteia se documentan posibles taxones de olivo cultivado, no así en Traducta. Sin embargo, en ninguno de los casos se han documentado taxones de vid, ni salvaje ni cultivada, lo que impide por el momento confirmar la producción de vino en época antigua. En la vecina ciudad de Baelo Claudia, los mismos autores del estudio acometido en Traducta, han documentado asimismo, en muestras de los ss. II a.C. a II d.C., un paisaje mediterráneo muy antropizado. La ensenada de Bolonia presentaría un bosque abierto de pinos a los que acompañarían avellanos y nogales y se constata el cultivo de cereal, además de la presencia de herbáceas como apiáceas o leguminosas. Como en el caso de la bahía, podría llamar la atención la ausencia de plantas para la elaboración de las salsas de pescado, salvo el hinojo, que los autores explican porque las plantas empleadas como el tomillo, orégano, hierbabuena o albahaca, se emplean secas y sin flores y además tienen baja polinización. Por este motivo no podemos descartar la cercanía de este tipo de plantas a la ciudad, ni tampoco su transporte desde zonas más alejadas. Sí se ha documentado, sin embargo, enebro, que junto al laurel es conocido su empleo en época romana para neutralizar los malos olores causados por este tipo de actividades. En el periodo analizado se observa una disminución progresiva del pinar, debido a clareos para cultivo o explotación de la madera, en paralelo a la introducción de cereales y apiáceas, a los que pudieron añadirse las labiadas, el nogal y el castaño. En el s. II, sin embargo, se constata una disminución del cereal y las apiáceas frente al aumento de herbáceas y arbustos, una cierta regeneración del pino y un descenso, en general, de la diversidad tafonómica. Las causas podría ser el

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citado cambio climático hacia condiciones de mayor humedad, que se tradujo en peores condiciones para el cultivo del cereal y un empobrecimiento de los suelos (Ruiz Zapata y Gil García, 2007). El panorama paleobotánico expuesto se verá pronto enriquecido con nuevos estudios palinológicos en el marco de diferentes proyectos de investigación como el citado Proyecto Carteia, y los de la UCA en Ceuta y en la ciudad antigua de Tamuda (Tetuán, Marruecos). Cuando vean la luz, estos trabajos supondrán una aportación esencial al conocimiento del clima, la vegetación y la explotación de los recursos agrícolas en el fretum Gaditanum. 4.3.3. Fauna En función de la información sobre el clima y la vegetación, la fauna salvaje no diferiría mucho de aquélla de los últimos siglos, conservada aún en determinados espacios y caracterizada por su enorme diversidad, dependiente de los distintos ecosistemas terrestres y marinos presentes en la bahía. Aunque prácticamente ausentes en la franja litoral, donde se concentra la población, las colinas medias, el pie de monte y las sierras presentan todavía una abundancia de mamíferos salvajes como conejo, zorro, jabalí, ciervo o corzo, especies que constituyeron, salvo el zorro, la caza consumida en época antigua. En el caso del alfar romano de la Venta del Carmen, se documenta, por ejemplo, el consumo de conejo, que habría completado el aporte cárnico de especies domésticas como los ovicápridos y la vaca, que era el mayoritario (Riquelme Cantal, 1998). En otros yacimientos del Estrecho es común también la presencia de especies salvajes como el conejo, el ciervo y el jabalí (Riquelme Cantal, 2003; Cáceres Sánchez, 2007). En el caso de Ceuta, se han podido identificar además animales aparentemente exóticos como un tipo de antílope –el alcélafo-, un oso, un león o un elefante, presentes en la orilla africana del Estrecho hasta época romana (Camarós Pérez y Estévez Escalera, 2010). La presencia del oso está también atestiguada en los bosques del Campo de Gibraltar al menos hasta el s. XIV, pues el célebre Libro de la monteria de Alfonso XI hace referencia a su caza. Otra especie exótica sería el mono de Berbería o mona de Gibraltar, con una pequeña reserva en el Peñón, único lugar de Europa que alberga esta especie originaria del norte de África y de la que subsisten algunos grupos en Marruecos y Argelia. Aunque se carece de datos concluyentes sobre su origen, es probable que fuera introducida por el hombre en tiempos recientes (Fa, 1981). Por otro lado, la abundancia de humedales de la zona la ha provisto históricamente de una riqueza ornitológica notable, tanto de especies migratorias como estacionales, especialmente en el entorno de la –hoy desecada- laguna de La Janda o las marismas del Palmones, que atraen numerosas aves en sus movimientos migratorios a África (Programa MIGRES, 2008). No en balde, la presencia de aves de muy diversas especies en el denominado Arte Sureño –arte rupestre propio de la zona que engloba manifestaciones desde el Paleolítico Superior a la Edad del Hierro- parece confirmar la abundancia y variedad de las mismas respecto a otras especies animales (Bergmann et al., 2002). Para época antigua, este hecho no ha sido apenas tenido en cuenta, con la excepción de W. Culican (1972), que valoró dicha riqueza ornitológica al considerar la caza estacional de aves como uno de los motivos de la presencia fenicia en Gibraltar, lo que, si bien resulta exagerado, pone en evidencia la excepcionalidad de la zona en ese sentido. Pero es la fauna marina la que ha merecido una mayor atención en los estudios arqueológicos, dada la extraordinaria riqueza ictiológica del Estrecho y la importancia de la economía pesquera y salazonera de sus ciudades, desde época antigua y a lo largo de los siglos.

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Si hay una especie marina vinculada a esta zona, ése es el atún rojo, pescado desde tiempos remotos y verdadero emblema de las ciudades del Círculo del Estrecho. Su recorrido migratorio tiene una primera fase, con función reproductora, en la que los individuos adultos pasan hacia el Mediterráneo para desovar en los meses de mayo y junio, y una segunda fase de retorno en julio y agosto en la que regresan al Atlántico. A lo largo del año tienen también lugar una serie de migraciones de túnidos de menor entidad y realizadas por individuos jóvenes hacia sus zonas de invernada en los caladeros atlánticos. Como en el caso de las corrientes marinas, también para los atunes el Estrecho ejerce de embudo, por lo que éste es el lugar más óptimo para la ubicación de las almadrabas y la primavera el mejor momento para la “levantá” (Serna Ernst et al., 2004). La pesca de este emblemático animal, como del marrajo, el esturión, el estornino o la lubina, estaría constatada desde época fenicia, tal y como han demostrado los restos procedentes del Castillo de Doña Blanca o el Cerro del Villar (Roselló Izquierdo y Morales Muñiz, 1994; Rodríguez Santana, 1999). El panorama natural expuesto en este capítulo, si bien será sin duda enriquecido por futuros estudios paleoambientales, creemos que ofrece una imagen bastante completa y novedosa desde la perspectiva diacrónica que nos interesa en este trabajo. Se trata de un paisaje sensiblemente distinto al actual, desde luego, aunque relativamente próximo al que conocemos para época moderna, en el que nos apoyamos en algunas de nuestras hipótesis para el próximo capítulo sobre recursos económicos; por otro lado, confirma y completa la reconstrucción paleogeográfica de apartados anteriores, al mostrar una vegetación y fauna propia de los tres ámbitos descritos: tierra, mar y marismas.

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La economía antigua es un aspecto insistentemente tratado por la historiografía dedicada a la bahía de Algeciras, tanto en trabajos específicos (Bernal Casasola, 1997) como especialmente en capítulos de monografías arqueológicas e históricas (Álvarez Vázquez, 1998; Gómez Arroquia, 2001; Torremocha Silva y Sáez Rodríguez, 2001; Vicente Lara y Vicente Ojeda, 2002). Mención aparte merece por su carácter diacrónico, abarcando de la Antigüedad al s. XX, y lo amplio de las fuentes consultadas, la Historia económica del Campo de Gibraltar de A. Torremocha Silva y F. Humanes Jiménez (1989), referencia inexcusable de todo trabajo sobre economía de la comarca. A ello hemos de sumar, en el ámbito regional del estrecho de Gibraltar, los trabajos ya citados de M. Tarradell y M. Ponsich sobre la industria salazonera desde época fenicia hasta la romana, continuados hoy por un equipo de la UCA, entre otros, en lo que constituye una línea de investigación consolidada en torno a la pesca y la industria salazonera (Lagóstena Barrios, 2001; Arévalo González y Bernal Casasola, 2007; Lagóstena Barrios et al., 2007; Bernal Casasola, 2009a y 2011a). De forma coherente con nuestro trabajo, nuestro objetivo será trazar un panorama general de los recursos naturales de la bahía de Algeciras en época antigua, a través de los ya citados análisis paleoambientales, que hemos completado con un exhaustivo estudio documental sobre la economía tradicional, desarrollada en la zona hasta el impacto del proceso industrializador del s. XX. Hemos buscado, pues, una imagen lo más completa posible de los recursos que ofrecía el medio y que eran susceptibles de ser aprovechados, por encima de considerar sólo aquéllos cuya explotación se ha constatado arqueológicamente. Por ello, aunque nos centramos lógicamente en las actividades económicas confirmadas para la época y, cuando es posible, su desaparición o transformación a lo largo de los siglos estudiados, incluimos igualmente una serie de recursos cuya utilización en época antigua no ha sido documentada, pero cuyo valor, abundancia o facilidad de explotación aconsejan considerar, al menos, la potencialidad de su aprovechamiento. Hemos primado, pues, de forma coherente con los objetivos de nuestro

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trabajo, la imagen general frente al detalle. Sólo de este modo tendremos en cuenta explotaciones a menudo silenciadas por la dificultad de su registro, pero que jugaron un papel esencial en las economías preindustriales, como la silvicultura, la cordelería, la apicultura o las salinas. Como hemos defendido en el caso de la reconstrucción paleogeográfica y de vegetación y fauna antiguas, los recursos naturales de época medieval y moderna no serían muy diferentes de los antiguos, dadas las moderadas transformaciones experimentadas por el paisaje desde la Antigüedad hasta el s. XIX, en comparación con el ritmo y la magnitud de las acaecidas en el s. XX. Habida cuenta, además, de la escasa evolución técnica desde época antigua hasta la era preindustrial, el nivel técnico requerido para la explotación y transformación de esos recursos distaba poco del alcanzado en época romana. Por ello hemos considerado el conocimiento de la economía tradicional como una fuente de información primordial para aproximarnos a la antigua, puesto que permite certificar, como mínimo, la potencialidad de determinadas explotaciones en la zona. Por tanto, hemos primado una escala temporal amplia, acorde con el análisis del fenómeno urbano que abordamos en este trabajo e idónea, creemos, para el estudio de las relaciones entre el hombre y el medio. Remitimos por tanto, para momentos o explotaciones concretas, así como para interpretaciones de tipo global, a los trabajos específicos citados a lo largo del texto. 5.1. P 5.1.1. Atunes y almadrabas Como bien mostraron hace décadas los trabajos pioneros de M. Tarradell y M. Ponsich, la pesca fue el motor económico, además del emblema, de las ciudades del Círculo de Estrecho. Las artes de la pesca y las actividades derivadas de la misma, como la explotación de la sal, la elaboración de salsas y salazones, o la producción anfórica destinada a su exportación, han sido, por lo tanto, uno de los aspectos que más atención ha recibido por parte de la investigación (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965; Lagóstena Barrios, 2001; Lagóstena Barrios et al., 2007; Bernal Casasola, 2009a). La gran riqueza y variedad ictiológica del Estrecho, debida a una suma de factores geográficos y biológicos comentados en el capítulo anterior, posibilita la presencia de especies de ámbitos distintos como el besugo, la dorada, el mero o la corvina, a las que se suman otras migratorias como los escómbridos y especialmente el atún rojo. Este animal vive en aguas cálidas, pero con el aumento de las temperaturas se desplaza a aguas más frías, como las del Estrecho, donde desova en los meses de mayo y junio. Entonces los atunes son ricos en grasa y están cargados de huevas, por lo que pueden alcanzar los 2 m de largo y 300 kg de peso, mientras que después del desove, los llamados atunes de “retorno” que salen del Mediterráneo hacia el mes de julio, son más pequeños y magros (Soriguer Escofet et al., 2009) (Fig. 27). La bahía, en particular, ofrece una variedad de ecosistemas –marinos, fluviales e intermareales- que ya Estrabón consideraba germen de la riqueza piscícola de estas costas (Geo., III, 2, 7). Fueron célebres en época romana las factorías de salazón hispanas, la abundancia y tamaño de algunas especies y la prodigalidad del atún, que dicho autor parangonaba con el cerdo, por el provecho que se obtenía de él y por su afición por las “bellotas” de mar (III, 2, 6-7). Los más preciados eran los que se capturaban en las costas del Estrecho, y en especial en Carteia, según nos refiere Plinio: “Los escombros se pescan en la Mauretania y en la Baetica, y cuando vienen del Oceanus se cogen en Carteia” (N.H., XXXI, 43, 94). Opiano de Anazarbo nos transmite también el viaje del atún hacia el Mediterráneo y su captura, en primer lugar, en las costas ibéricas: “la especie de los atunes proviene del ancho Océano. Penetran en

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los dominios de nuestro mar cuando se excitan por efecto del apareamiento primaveral. Y primeramente, dentro de las aguas ibéricas, los apresan los íberos” (Halieutica, 3, 620-624).

Figura 27.- Atún capturado en el Estrecho (foto V. Gómez 2012, Almadraba de Conil). El sistema tradicionalmente empleado para la captura del atún es la almadraba, consistente en el despliegue de unas enormes redes con la ayuda de embarcaciones, al paso de un banco de atunes, avistado previamente mediante un completo sistema de vigías costeras. Una vez atrapados en las redes y rodeados de las barcas, se dirige la captura a una trampa final llamada “copo” donde posteriormente se realiza la “levantá”, es decir, el izado manual del copo. Con la trampa casi en la superficie se procede a la arriesgada tarea de la captura o “golpeo”, donde se produce el violento enfrentamiento entre los hombres, que descienden al copo pertrechados de garfios, y las piezas, que pueden superar los 200 kg de peso. Esta lucha cuerpo a cuerpo es la que da nombre a la técnica (del árabe almadrába55). Es probable que el sistema se empleara de forma muy similar en época antigua, según puede desprenderse de las menciones de Opiano en su Halieutica (III, 573), de las escenas de golpeo recopiladas por M. Ponsich, de la 55

Lugar donde se golpea o lucha (DRAE, 2001).

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abundancia de anclas de época romana, así como de la probable existencia de torres vigía empleadas en dicha técnica, los thynnoskopeia (Bernal Casasola, 2009b; Fernández Nieto, 2002). Es muy probable, pues, que existiera una continuidad entre estas técnicas de pesca antigua y las almadrabas modernas, aunque habría cambios sustanciales, ya que en época romana sería una actividad urbana propia de las ciudades costeras, mientras en la Edad Moderna fue una actividad rural sujeta a una territorialización del mar, como bien muestra el poderío del ducado Medina Sidonia en el Estrecho (García Vargas y Florido del Corral, 2010). Las almadrabas de Gibraltar, con las de Conil, Barbate, Zahara de los Atunes y Tarifa, fueron históricamente las más célebres y uno de los pilares del poder de dicho ducado, razón por la cual el Duque habría renunciado a la propuesta de la reina Isabel de permutar Gibraltar por Utrera (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 112). La Torre del Diablo, en la pared septentrional del peñón de Gibraltar, podría de hecho haber sido entonces un punto de observación de atunes (Sáez Rodríguez, 2006: 111). Y la magnífica obra De los atunes y de sus transmigraciones del sabio benedictino Martín Sarmiento (1757/1992) se debe al encargo del XIV Duque con motivo del descenso de la productividad de sus almadrabas (Regueira Ramos, 2009). En efecto, las fuentes de época moderna se hicieron eco de esa riqueza piscícola, que permitía al Campo de Gibraltar abastecerse de productos como pan y aceite de los que era deficitaria. En palabras de Hernández del Portillo: “De aquí se provee mucha tierra de Andalucía, que lo llevan arrieros que son obligados á meter carga de pan o de aceite para sacarla de pescado, mas otra grandísima cantidad que se lleva por la mar á Sevilla, Málaga, Almería y Cartagena, llegando hasta Denia y Valencia” (1622/2008: 46). En el s. XVIII, Carter recalcaba la riqueza piscícola de la bahía y mencionaba la abundancia de atunes en la boca del río Guadarranque (1777: vol. I, 103), y Valverde, en el siglo siguiente, enumeraba las diferentes especies pescadas en los ríos Guadarranque y Guadiaro: barbos, lisas, anguilas, robalos, bailas, pageses, herreras, almejas, coquinas, cangrejos, camarones, langostinos, etc. (1849/2003: 76). Además de las especies mencionadas, conocemos episodios de incursiones en estas aguas de animales marinos de tamaño extraordinario y revestidos, por tanto, de un carácter monstruoso. A través de una obra de s. XIX hemos podido conocer una anécdota acaecida en el s. XVI, cuando un monstruo marino, seguramente una ballena, fue atacado por las cañoneras de Gibraltar y herido y moribundo llegó días después a las costas valencianas, desde donde sus descomunales restos fueron enviados a Felipe II a El Escorial (Valverde, 1849/2003: 157). Asimismo, en 1768 apareció un “ballenato” entre la playa de El Rinconcillo y Palmones, que alcanzaba las 15 varas castellanas de largo, según un dibujo conservado en el Archivo General de Simancas. Los cetáceos son, pues, especies frecuentes en el Estrecho, aunque en ocasiones lo extraordinario del tamaño pudo sorprender a una población acostumbrada, por lo demás, a las maravillas del mar. Las evidencias arqueológicas que revelan la práctica de actividades pesqueras en época antigua son, en primer lugar, las factorías de salazón y los alfares donde se fabricaron los envases para su exportación, como tendremos oportunidad de comentar en próximos apartados. En cuanto a otras infraestructuras asociadas a la pesca, como las torres vigía para el avistamiento de los bancos de atunes, no podemos dejar de mencionar, por su carácter aislado y su ubicación en un punto de excelente visibilidad del Estrecho, la torre púnica de Cala Arena, que pudo haber sumado esa función a su papel de control territorial (Muñoz Vicente y Baliña Díaz, 1987). Otras pruebas indirectas son los utensilios empleados para la pesca como anzuelos, pesos de red, arpones, redes o tridentes, entre otros, que son comunes en los yacimientos de la zona.

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Los anzuelos certificarían la práctica de una pesca con caña y sedal, son tanto de bronce como de hierro y aparecen en asentamientos de diferente cronología, como el Cerro del Prado fenicio (Ulreich et al., 1990: 239; Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2004), en diferentes zonas de Carteia (Woods et al., 1967: 102-105; Presedo Velo et al., 1982: 64 y ss.; Presedo Velo y Caballos Rufino, 1987: 389), incluidas las factorías del barrio salazonero (Woods et al., 1967: 12, 105; Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: 314), en la villa altoimperial del Ringo Rango (Gómez AlcaldeMoraño et al., 2002: 293) o, finalmente, el conjunto de más de medio centenar exhumado en las factorías de Traducta (Bernal Casasola et al., 2004b). Los pesos, tanto de plomo como de piedra o cerámica, aparecen igualmente en las factorías de Traducta y en el alfar de El Rinconcillo, y tienen el valor de demostrar indirectamente la existencia de redes (Bernal Casasola, 2008a). En lo que respecta a los símbolos representados en monedas, al contrario que el vacío de información arqueológica para las actividades agrícolas de Traducta aludidas por las espigas y vides de sus monedas, en el caso de la pesca, la alusión de los delfines y pescadores de las monedas de Carteia o los atunes de ambas cecas, estaría perfectamente respaldada por el registro arqueológico que venimos comentando (Chaves Tristán, 1979; Alfaro Asíns et al., 1997: 344; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001: 370-372). Aunque carecemos por el momento de estudios ictiológicos para nuestro periodo y área de estudio, al margen de los que se encuentran en curso de publicación por el Proyecto Carteia o referidos a las factorías de Traducta, sí podemos confirmar la abundancia de este tipo de restos en las excavaciones en Cerro del Prado (Tejera Gaspar, 1976/2006: 109; Ulreich et al., 1990: 208, 218) o en la propia Carteia (Woods et al., 1967: 27) y además aquellas analíticas efectuadas en otros yacimientos del Estrecho, nos sirven hoy de reflejo de lo que podría suceder en la bahía de Algeciras. Desde época fenicia estaría atestiguada la pesca de una amplia variedad de especies, especialmente de aguas cercanas a la costa, como marrajo, esturión o estornino en el Castillo de Doña Blanca, donde además se constata que el pescado fue el animal más consumido (Roselló Izquierdo y Morales Muñiz, 1994); boquerón, sardina, e individuos infantiles de otras especies como la lubina o pargo, en el Cerro del Villar (Rodríguez Santana, 1999); y especies litorales que se aproximan a la costa, como del grupo de los espáridos, caso del mencionado pargo, en la Plaza de la Catedral de Ceuta (Zabala Giménez et al., 2010). Respecto al atún, resulta interesante comprobar que se pescaba al menos desde finales del VII a.C. y que se empleaba para salazones desde inicios del VI a.C. (Roselló Izquierdo y Morales Muñiz, 1994; Rodríguez Santana, 1999). Estos datos, unidos a la importancia de la pesca en la propia cultura fenicia de oriente, recordemos por ejemplo la existencia de un mercado tirio de pescado en Jerusalén (Sader, 2000), nos permite señalar que no sólo se habría practicado la pesca en el Cerro del Prado, lo que certifican los anzuelos recuperados, sino que es probable que la riqueza piscícola hubiera sido de hecho una de sus razones de ser del asentamiento colonial, dado que desconocemos la existencia de explotaciones mineras en la zona (Tejera Gaspar, 1976/2006: 109; Roldán Gómez et al., 2006a: 300). Para época romana contamos con las elocuentes evidencias recuperadas en las factorías de Baelo Claudia y Punta Camarinal, cuyo estudio ictiológico ha permitido confirmar los datos transmitidos por las fuentes escritas sobre el despiece selectivo, con un detalle y riqueza mayores (Morales Muñiz y Roselló Izquierdo, 2007). Una vez analizada la importancia de la pesca del atún, marcado por sus ritmos migratorios, se plantea el carácter estacional de la economía de estas ciudades. Los investigadores han propuesto, a este respecto, la existencia de corporaciones de pescadores especializados, que trabajarían todo el año, desplazándose de una orilla a otra del Estrecho, en función del paso de atún (Ponsich, 1988:

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96 y ss.; Villaverde Vega, 1993). Un posible reflejo de una masa social mixta que viviría medio año en un lado y medio en el otro sería la presencia en Baelo Claudia de antroponimia de tipo africano, como los Saturninus o Africanus (Chaves Tristán y García Vargas, 1991: 160), así como los aspectos rituales púnico-mauritanos documentados en la necrópolis oriental (Prados Martínez, 2011a). Sin embargo, más allá de este grupo concreto, cuya actividad sí pudo estar totalmente marcada por el paso del atún, resulta impensable, incluso en época romana, que la actividad económica de Carteia y Traducta se redujera a los meses del paso del atún. Algunas actividades que podrían completar esa pesca serían la viticultura y oleicultura, al desarrollarse entre septiembre y octubre la vendimia, y entre noviembre y diciembre la recolección de la aceituna. Otras actividades al margen de la temporada del atún podrían ser la recolección del esparto, que en Hispania según Plinio se podría recoger en invierno (N.H., XIX, 8), la corta de árboles, que se desarrollaba de enero a abril o la explotación de la pez, entre noviembre y diciembre (Sanz, 1992). Pero es con toda probabilidad dentro del sector pesquero donde hemos de buscar las actividades que ocuparían a gran parte de los trabajadores del atún el resto del año. Se trataría de actividades complementarias que podría realizarse en las mismas factorías, como la captura de moluscos, corales y esponjas, ballenas y especialmente púrpura (Ponsich, 1988: 43). Los viveros de peces o moluscos serían un buen ejemplo, y aunque no los conocemos en esta zona como en otras de la costa levantina española (Olcina Doménech, 2011), se ha planteado que pudieron haber adoptado la forma de piletas de signinum comunicadas por canalizaciones (Bernal Casasola, 2007). Los moluscos fueron uno de los principales recursos marinos explotados en las costas de la Turdetania donde, según Estrabón, “todas las ostras y conchas exceden en cantidad y dimensión a las del Mar Exterior” (Geo., III, 2, 7). Su explotación está bien documentada en las costas ibéricas desde época fenicia, como se ha podido constatar en el Castillo de Doña Blanca (Moreno Nuño, 1994), La Fonteta (Martín Cantarino y Rico Alcaraz, 2007), el Cerro del Villar (Oller y Nebot, 1999; Güell i Figueres, 1999) o la Plaza de la Catedral de Ceuta (Zabala Giménez et al., 2010), y en todas el registro muestra un importante consumo, tanto de especies marinas como terrestres y de zonas intermareales. Para época romana también en Baelo Claudia se comprueba el consumo de moluscos, especialmente lapas, y de caracoles terrestres (Morales Muñiz y Roselló Izquierdo, 2007). En las factorías de Traducta se ha podido constatar la práctica de la ostricultura, para consumo fresco o en conserva, en el s. VI (Bernal Casasola, 2007: 94-96). Por otro lado, en Carteia, los malacológicos, especialmente los llamados “ostiones” (Crassostrea), son sin duda los más abundantes de los restos orgánicos recuperados en las excavaciones, tanto antiguas (Presedo Velo et al., 1982: 37, 61) como las más recientes de la UAM. Además del consumo fresco o en conserva, una de las principales utilidades de los moluscos, en concreto del Murex, fue la obtención de púrpura, el más preciado de los tintes de la Antigüedad por su alta carga simbólica derivada de su asociación tradicional con el emperador. Fue un producto particularmente vinculado con la cultura fenicia, puesto que según el mito griego fueron sus descubridores y de él habría derivado el nombre del pueblo fenicio, “phoenix”, de color púrpura (Sader, 2000). En el Estrecho pudo haber sido una actividad importante desde época fenicia como complemento de la pesca del atún, en temporadas bajas, en concreto en otoño-invierno porque es cuando su jugo colorante reúne las condiciones necesarias según nos relata Plinio (N.H., IX, 132) (Fernández Uriel, 1995). Al precisar esta industria los mismos materiales e infraestructuras que la salazón –agua dulce, sal, cuarto de calderas y piletas-, es más que probable que se realizara en las mismas factorías (Ponsich, 1988: 53-55; Bernal Casasola,

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2007: 101-102). El barrio alfarero de Villa Victoria ha ofrecido una valiosa información sobre este tipo de explotación, al haberse excavado un conchero de época tardoantigua que, tras su minuciosa excavación y estudio malacológico, ha permitido constatar la fabricación de púrpura, seguramente de forma clandestina (Bernal Casasola et al., 2008; Soriguer Escofet et al., 2008). Sabemos que, al menos en época tardorromana, los pescadores de conchas formaban corporaciones o familiae y tenían un estricto funcionamiento relacionado con guardar secreto de la producción de tan emblemático tinte, que era de hecho un monopolio del estado (Ponsich, 1988: 53-55). Otras especies consumidas en época antigua fueron las morenas, las del golfo de Cádiz figuran entre los pescados de la zona más mencionados en las fuentes literarias (Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 470, nota 1275), y el coral, la tortuga, la foca o las esponjas se consumieron también de manera esporádica (Bernal Casasola, 2007: 101-102; García Vargas, 2011). Restos de coral, capturados probablemente por su valor ornamental, han podido documentarse en las factorías de salazón de Carteia (Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: 315) y Traducta (Bernal Casasola, 2007: 101). En cuanto a la abundancia y tamaño de los cetáceos del fretum Gaditanum (Estrabón, Geo., III, 2, 7), aunque disponemos de escasas referencias a su captura, procedentes de la obra de Opiano, se han reunido recientemente una serie de evidencias arqueológicas que apuntarían a dicha actividad. La existencia de un instrumental o estructuras específicas, así como el hallazgo de restos arqueozoológicos como el fragmento de vértebra hallado en la factoría de salazones de Traducta, entre otros, permiten constatar la explotación de estos animales, aunque seguramente de manera muy puntual (Bernal Casasola, 2007: 97-99). Resulta curioso, al respecto de la continuidad de ciertas estrategias económicas a lo largo de los siglos, la instalación en época contemporánea de una factoría ballenera de capital noruego en la ensenada de Getares (Bérard, 1930; Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 28). Aunque tenía cierta tradición secular en otras zonas de España como las costas vascas, la caza de ballenas en el Estrecho supuso una novedad en esos momentos y su instalación en la cala Benzú en Ceuta y en Getares, constituyó de hecho un ensayo más efímero que las situadas en Cangas de Morrazo y Bueu (Pontevedra). Curiosamente los puntos escogidos, Getares y Benzú, son lugares óptimos para las actividades pesqueras, constatadas desde la Prehistoria en el segundo caso (Ramos Muñoz y Bernal Casasola, 2006; Ponsich, 1988: 187). En Getares se da, además, la casualidad de que el topónimo antiguo del que derivaría, la Cetraria56 del Anónimo de Rávena (305, 13 y 344, 7) o de la Geografía de Guido (516, 6), haría referencia a las factorías de salazón a través del vocablo griego ketothereia para la pesca de atunes (Hübner, 1888: 224; Jacob, 1985: 59) puesto que derivaría de la raíz cetus que, además de delfín o atún, significaría ballena o monstruo marino, y del que derivaría la palabra “cetáceo”. 5.1.2. “Oro blanco”: las salinas El cloruro sódico o sal común es un elemento absolutamente necesario para los seres vivos debido a su papel en diversas funciones vitales como la absorción de nutrientes y por lo tanto imprescindible en la alimentación tanto de los hombres como del ganado57. La sal está presente también en aspectos básicos de la alimentación y la economía como la elaboración del pan o la conservación de carne, pescado o queso, mediante su salazón dadas sus cualidades antisépticas e hidratantes, que permitían el consumo aplazado y escalonado de estos productos, asegurando algo 56

Otros opinan, apoyados en argumentos filológicos, que el topónimo Getares no podría derivar de Caetaria y que ésta no sería sino una mención a la ciudad de Traducta (Pascual Barea, 2007). 57 Para época romana se ha estimado un consumo anual aproximado de 2,5 kg por persona, 2 kg por cabeza de ganado ovino y 20 kg de bovino (Mangas Manjarrés y Hernando Sobrino, 2011: 65).

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tan básico como el abastecimiento en temporadas de escasez o en zonas diferentes a las productoras. Se ha empleado también para actividades artesanales como la fabricación de vidrio o púrpura y en el curtido y el tinte de pieles. Igualmente, al estar revestida de un simbolismo especial, vinculado con la inmortalidad y la pureza, fue empleada en usos rituales o en la conservación de momias. Como consecuencia, sal y civilización han ido unidas, al haber funcionado como moneda de cambio, dar nombre a culturas como Hallstatt -“lugar de sal”-, o influir en el estallido de guerras y revoluciones como la francesa, cuya causa detonante fue el aumento de la gabelle, el impuesto sobre la sal (Kurlansky, 2002). En el caso de Roma, las salinas de Ostia motivaron la llamada “guerra de la sal” entre etruscos y romanos, y prestaron su nombre a la via Salaria, la más antigua de las vías romanas, destinada según Plinio a la exportación de sal al país de los sabinos (Govannini, 2001). La sal fue apreciada por sus múltiples valores, sobre todo de conservación y medicinales, que nos transmiten autores como Plinio en varios capítulos de su libro XXXI, y empleada como objeto de pago a las tropas -salarium- y elemento clave de la annona militaris (Chevallier, 1991). La sal hispana, en concreto, mereció repetidas alusiones y alabanzas por parte de las fuentes clásicas, que certificaron su explotación tanto en las costas como en el interior (Morère Molinero, 1992). Estrabón la mencionó, en efecto, entre las riquezas de Turdetania, donde existían sal fósil y ríos de agua salada (Geo., III, 2, 6) y de donde los gadiritas exportaban sal a las islas Casitérides a cambio de plomo y estaño (III, 5, 11). Columela aconsejaba el uso de “sal gema de Hispania” en algunos remedios para curar animales (De Re Rustica, 6, 17, 7) y Plinio ponderaba las sales de la ciudad ibérica de Egelasta, en la meseta (N.H., XXXI, 39, 5). Resulta tentador relacionar dicha abundancia de sal con el curado de la carne, ya constatado por Estrabón (Geo., III, 4, 11) y en el que tan altas cotas ha alcanzado la tradición gastronómica hispana. Para la obtención de la sal, existen varios medios que han variado poco desde época antigua hasta tiempos recientes: la sal mineral o gema, que se extrae en explotaciones mineras, y la evaporación de salmuera por insolación, que es la más rentable y eficaz, pero circunscrita a la cuenca mediterránea. Una variante de la evaporación marina en salinas es la evaporación por ignición, denominada briquetage, que ha sido tradicionalmente empleada en zonas de escasa exposición solar como la Europa continental (Gouletquer y Daire, 1994). Por último, otro método propuesto es la lixiviación de arena de playa con alto contenido salino, aunque éste requeriría una gran inversión de trabajo y energía calorífica (Hesnard, 1998). Las costas ibéricas mediterráneas –y en menor medida atlánticas-, son óptimas para las salinas, que es el mejor de los métodos de explotación de sal, en rentabilidad de la producción y también en lo que respecta a su sostenibilidad medioambiental y la riqueza de sus ecosistemas. Sin embargo, como parte del paisaje costero, han sufrido en las últimas décadas el avance de la construcción, que las ha reducido o, incluso, eliminado, como en el caso de bahía de Algeciras. Esta notable riqueza natural y patrimonial no se ha traducido, sin embargo, en una bibliografía específica sino hasta hace poco (VV.AA., 2009; Mangas Manjarrés y Hernando Sobrino, 2011). La sal cobra especial valor en un entorno geográfico y cultural que, como el nuestro, tuvo en la salazón del pescado una de sus principales actividades económicas. Ya M. Ponsich y M. Tarradell alertaron de que “si bien no se conoce arqueológicamente ningún depósito de sal es evidente que ésta fue producida a escala industrial dado que para la salazón son necesarios los mismos kg de sal que de pescado. Se conocen salinas modernas cercanas a casi todos los puntos donde se ha documentado factorías de salazón” (1965: 100-

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101). Lo que es más, esos mismos autores atribuyeron a la sal un papel principal como uno de los motivos de la colonización fenicia, al nivel incluso de los metales (1965: 113). Si bien no existen evidencias materiales directas sobre la explotación de sal en época fenicia, se ha planteado la posibilidad de que la explotación salinera en la península Ibérica hubiera estado a cargo del gaditano Herakleion de Gadir, que la cedería a sociedades a cambio de un alquiler, como se conoce para época romana (Manfredi, 1992: 11). La bahía de Cádiz es, de hecho, un lugar excepcional por su fisonomía, que combina mar, marismas e islas, y que ofrece amplias áreas de potencial explotación salinera, que sin duda tuvieron un papel destacado en la economía de la ciudad antigua (Alonso Villalobos et al., 2003b). Para época romana, es probable que las salinas béticas tuvieran distintos tipos de gestión, tanto estatal o municipal como de societates o privados (Lagóstena Barrios y Cañizar Palacios, 2010).

Figura 28.- Ubicación de las desaparecidas salinas de Palmones (CGE, Ar.G-T.9-C.5-1016; AGA, PLA01-08-024-01195; CECAF, B323-33120; IGN, PNOA 2013). Por nuestra parte, es fácil pensar que dado el valor fundamental de la sal en estas economías, en las zonas que presentaban características físicas potenciales para dicha explotación, como la bahía de Algeciras, se acometiera. Este tipo de industria materializa, lamentablemente, un registro de difícil identificación arqueológica, conocido sólo en algún caso excepcional (Castro Carrera, 2007), por lo que hemos de recurrir a fuentes históricas que nos ilustren sobre su existencia en el pasado. En este sentido, la documentación histórica analizada ha supuesto un importante apoyo, al constatar, sin ninguna duda, la existencia de salinas en el entorno de los ríos Palmones y Guadarranque, al menos desde época medieval y hasta los años sesenta del s. XX. Ya en 1310, la carta puebla de Fernando IV a Gibraltar aludía a unas salinas en dicho término, como una de las fuentes de riqueza en relación con la pesca “que percibiese todos los años para mensageros i otras urgencias mil maravedís sobre los derechos de la almadraba real que se hacía en Gibraltar, el tercio

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de las salinas del término” (López de Ayala, 1782: 131). En ese mismo siglo, la Gran Crónica de Alfonso XI describía las aguas del río Palmones como salobres, con ocasión de una escaramuza militar en la zona “el agua de aquel rrio de Palmones es salada en aquel lugar” (1976: 45). En el s. XVI podemos rastrear otros indicios de producción salinera en la vista de A. van der Wyngaerde titulada Gvbelaltar. La perspectiva recoge el centro de la bahía en la típica vista de pájaro del autor, y aunque no dibuja los ríos, sí a varias personas que transitan por la costa, entre las que destacamos dos hombres que portan una herramienta que podríamos interpretar como posible palo salinero al superar la longitud media de una caña de pescar o un remo. Además, vemos un molino en el istmo, que podemos asociar quizá a la molienda de sal, pues los campos de cultivo quedaban alejados de este punto. Apoyaría esta tesis la mención a unas salinas en desuso, menos de un siglo después, en 1720, por parte del Cabildo de la ciudad de Gibraltar (Vicente Lara, 1998: 267). A partir del s. XVIII, es la cartografía histórica la que ofrece más completa e interesante sobre la ubicación y extensión de las Palmones. Hemos hallado constancia asimismo de otras salinas en la Gibraltar y por tanto cerca del citado molino, si bien tan sólo en un

una información salinas del río bahía, junto a mapa de 1779.

Las salinas del Palmones estuvieron en explotación durante el s. XIX por parte de la Compañía Salinera Algecireña, que en 1849 abrió nuevos caños y recuperó la actividad de épocas anteriores, según consta en documentos del Archivo Municipal de Algeciras (Vicente Lara, 2001: 163). En 1852 una Real Orden del Ministerio de Hacienda concedía a esta explotación la exención, ya aplicada en las salinas de San Fernando, Torrevieja e Ibiza, del pago de derechos de puerto a aquellos barcos que cargaran sal en Palmones (Noticias de la Villa, 19/07/2012). De esta explotación procedería seguramente la que se guardaba en el almacén para el salado del pescado, existente a mediados de siglo junto al Cortijo del Rocadillo, en el solar de la antigua Carteia (Valverde, 1849/2003: 91). A finales de ese siglo, las salinas estarían parcialmente abandonadas según se especifica en varios mapas, aunque seguramente continuaría su explotación a escala familiar. En el s. XX, hasta la construcción del polígono industrial y comercial, que no dejó de las salinas del Palmones más que la calle homónima, se encargó de esta actividad la familia Sánchez Lara, cuya herencia recogió la empresa Hijos de Sánchez Lara S.L. La fotografía aérea previa a los años sesenta es un documento excepcional hoy para conocer el aspecto o la dimensión (algo más de 36 ha) de las salinas del Palmones, así como las colecciones fotográficas familiares58 que muestran los últimos años de una explotación quizá milenaria (Fig. 28). En lo que respecta a la Antigüedad, según hemos mostrado en la reconstrucción paleogeográfica, las áreas de potencial explotación salinera eran mayores aún que las de siglos pasados y la zona del canal Guadarranque-Palmones donde se instalaron las salinas históricas podría haber albergado este tipo de explotación, a pesar de los cambios en la fisonomía del estuario a lo largo del periodo. Resulta por tanto tentador asociar las salinas históricas con la ciudad de Carteia dada dicha potencialidad natural, su ubicación cercana pero no lo suficiente como para ser molesta y, en particular, la necesidad de ingentes cantidades de sal que precisó la industria salazonera de dicha ciudad en época romana (Arévalo González et al., 2004: 70; Jiménez Vialás, 2008a: 173 y ss.). El aprovisionamiento de sal hubo de ser, de hecho, tan importante para dicha industria como la propia pesca, ya que la elaboración de salazones precisa tantos kilos de sal como de pescado. 58

Como las interesantes fotografías cedidas por Chani Sánchez Cruz a una página web sobre Los Barrios: http://www. noticiasdelavilla.net/listado-imagenes.aspx?idGaleria=60 (consulta: 31/01/2012).

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En el caso del barrio salazonero de Carteia, se ha calculado recientemente una capacidad de producción mínima de 183 m3 en función del número y dimensiones de las piletas documentadas (Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: tabla 1). A partir de este dato, considerando que la sal fuera efectivamente el 50% del contenido de las mismas, estaríamos hablando de 91,5 m3 de sal que equivalen a 201.300 kg (201,3 toneladas), puesto que su densidad aproximada es de 2.200 kg/m3. Si bien se trata de un cálculo aproximado, permite hacernos una idea sobre el volumen de sal necesario para una campaña salazonera en Carteia. En lo que se refiere al rendimiento de las salinas, partiendo nuevamente de un dato aproximado como 175 toneladas de sal por hectárea y temporada59, serían necesario explotar cerca de 2 ha de salinas para abastecer tan sólo este barrio salazonero. Ello nos lleva a considerar, en primer lugar, la importancia en lo que a peso económico específico y mano de obra requerida supuso el abastecimiento de sal, por un lado, y prácticamente a descartar que ésta pudiera haber sido importada. Tras la necesaria inversión inicial, tanto de trabajo como de materiales –fundamentalmente madera-, la explotación de la sal resultaba un negocio muy rentable que tuvo una consideración semejante a las minas, al reservarse el estado romano el derecho de explotarlas por medio de eslavos y libertos imperiales. Sin embargo, desde época republicana habría sido común su cesión a societates o corpora de salarii o conductores salinarum particulares, así como a las ciudades cercanas a las mismas, a cambio de un canon. El estado cobraba, además, una tasa sobre su consumo, la annona salaria (Ponsich, 1988: 46; Mangas Manjarrés y Hernando Sobrino, 2011: 57 y ss.). No podemos saber si esta explotación habría estado en manos de Carteia o de Traducta y si habría sido una de las pérdidas territoriales de la primera con la fundación de la segunda. En todo caso, dada la más que probable fabricación masiva de sal, y la existencia de dos puertos, es factible considerar que la sal producida en la bahía hubiera sido exportada a otras zonas cercanas como Baelo Claudia que no parece haber tenido salinas (Mariscal Rivera et al., 2003: 75), así como otras zonas del Estrecho que no producen sal o cuya sal no es apropiada para la elaboración de salazones (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965: 100-101). Las únicas evidencias arqueológicas asociadas a estas posibles salinas son las menciones del historiador Montero que, además de situar en Palmones las salinas antiguas, afirmaba que al abrir sus caños por aquellos años, se habían descubierto cimientos de las canalizaciones de las salinas romanas (1860: 49), noticia semejante a la proporcionada por J.I. de Vicente Lara, que fue testigo, en 1971, de la limpieza del caño del río Blanco y la carretera que une Palmones con la N-340, donde apareció material romano (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991: 130). Resulta significativo, en este sentido, que el propio G. Bonsor, en su plano de las ciudades antiguas del estrecho de Gibraltar, indicara la existencia de salinas en la bahía, junto a la mención a las ciudades actuales y antiguas, al considerar que era un dato de relevancia para el pasado (1918: 143). Otra posible evidencia material relacionada con la explotación de la sal, esta vez por briquetage, procede del yacimiento orientalizante de Casa de Montilla, fuera de la bahía de Algeciras pero aún en el término municipal de San Roque. Se trata de una serie de piezas trapezoidales o prismas de cerámica, que H. Schubart (1987: 206) interpretó como posibles soportes de cerámica para horno60, o briquetas para la explotación de sal por ignición, y que se encuentran actualmente en estudio (Marzoli et al., 2010: 179, nota 14). 59

Cálculo efectuado para la explotación salinera tradicional en Tenefé (Santa Lucía de Tirajana), Gran Canaria: http:// www.triangulodigital.es/las-salinas-de-tenefe-en-pozo-izquierdo-a-punto-de-desaparecer-por-falta-de-salineros/ (consulta: 15/01/2012). 60 Apoyaría esta primera interpretación los abundantes ejemplares recuperados en el horno púnico del Cerro del Villar y que

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Poco sabemos de los contendores, ánforas, sacos o toneles de madera, empleados en el trasporte del producto. En lo que respecta a su almacenaje, la importancia y necesidad generalizada de la sal justificarían la existencia de horrea gestionados por las autoridades, como sería habitual en las mansiones de las vías principales romanas (Mangas Manjarrés y Hernando Sobrino, 2011: 73). En nuestra zona de estudio han podido documentarse posibles almacenes asociados a centros de producción alfarera (Roldán Gómez et al., 2003c) y salazonera (García Pantoja, 2008a; López Rodríguez y Gestoso Morote, 2012) donde es posible, especialmente en el caso de los últimos, que se guardara también la sal. Otro posible método de almacenaje, aunque a escala familiar, serían los silos excavados en la tierra, revestidos de adobe y tapado con arcilla, como los documentados por M. Ponsich en la actual aldea de Kouass, con 2 m3 de capacidad, dato etnográfico interesante a la hora de valorar la importancia y manejo de la sal (1988: 138). Por último, no podríamos concluir el apartado dedicado a las salinas, sin referirnos siquiera de forma sucinta a la mansio Portus Albus que el Itinerario de Antonino sitúa a seis millas de Calpe Carteia y diez de Mellaria (407, 1). Ya en el s. XIX, el historiador Montero consideró que Portus Albus habría sido un embarcadero en la zona del río Palmones, que tomaría su nombre de la blancura de las salinas que allí existían en su época y que tendrían un origen romano (1860: 49). Se ha considerado tradicionalmente que, como sucede en algún ejemplo moderno como el de la ciudad toscana de fundación musoliniana de Albinia, el adjetivo albus derivaría del blanco de las salinas presentes en el entorno. Las hipótesis sobre la ubicación de este puerto apuntan, en primer lugar, a la propia Traducta, puesto que no aparece mencionada en dicha vía, pese a ser una ciudad portuaria de indudable importancia en época romana (Sillières, 1988: 796; Corzo Sánchez y Toscano San Gil, 1992: 78-81; Gómez Arroquia, 2001: 138; García Vargas et al., 2004: 6; JiménezCamino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 189). Y, como Montero, otros autores han apuntado la posibilidad de que dicha mansio se ubicara hacia el Palmones, donde se situaron las salinas en el s. XIX (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 62-63; Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991; Gómez Arroquia, 2001: 138; Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 189). Algunos argumentos que apoyarían esta identificación son las seis millas que el itinerario establece entre Carteia y Portus Albus y que, debido a la irregularidad de la costa en época antigua, permiten apuntar a la zona de Palmones y descartar Traducta, que quedaría de este modo más alejada (Gómez de Avellaneda, 1995: 77); así como una serie de topónimos que parecen haber fosilizado el albus antiguo, como el cerro, el cortijo o el río “Blanco” registrado en la cartografía (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 62-63). Sin embargo, la identificación de éste último con el puerto de Traducta nos parece hoy la más plausible, a la luz de la realidad arqueológica revelada en Algeciras en los últimos años, que haría inexplicable su ausencia en un itinerario redactado durante el Bajo Imperio. Esto es perfectamente compatible con el hecho de que hubieran sido las salinas de Palmones, efectivamente, quienes hubieran prestado el adjetivo “blanco” al puerto, por ser el lugar por donde se exportaba parte de la producción. 5.2. A 5.2.1. Pozos y acuíferos El agua dulce, además de esencial para la vida animal y humana, fue sin duda necesaria para las industrias alfarera y salazonera desarrolladas por Carteia y Traducta. Como hemos

se emplearían para colocar las piezas para la cocción (Aubet Semmler, 1999).

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podido ver en el apartado dedicado a la caracterización geológica, la bahía cuenta con unos importantes recursos hídricos, procedentes tanto de ríos como de acuíferos. Esta riqueza ha sido sin duda una de las causas de su peso demográfico tradicional y un agente histórico importante, al incidir tanto en las decisiones locativas como en las estrategias económicas de sus habitantes. Aunque las fuentes clásicas no recogieron menciones explícitas a este hecho, sí contamos con textos medievales que subrayan la abundancia y pureza de las aguas de la zona. Autores como Ibn Sahib al-Sala, en el s. XII, alabaron las aguas de Gibraltar, que “son dulces, ligeras y claras” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 285-288), mientras el geógrafo Al-Idrisi recogía en su Geografía de España que en Gibraltar “del lado del mar existen extensas cuevas por las que corren fuentes de agua” y “Algeciras está atravesada por un río llamado (Wadi l-‘Asal) río de la Miel, cuyas aguas son dulces y buenas, y de ellas usan sus habitantes” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 93); idea que repetiría, en el siglo siguiente, Al-Magribi: “su río se conoce por el río de la Miel (Wadi l-‘Asal), así llamado por la dulzura de sus aguas” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 140). Dejando a un lado las ciudades, la cartografía histórica del s. XVI a inicios del XX recoge dicha riqueza hídrica con un nivel de detalle que nos ha permitido definir una red de pozos y fuentes en toda la bahía, tanto asociados a hábitats como aislados de todo asentamiento conocido. Destacan, en líneas generales, la zona del istmo, La Línea de la Concepción y Puente Mayorga, por un lado, y el espacio entre Guadarranque y Palmones, por otro, que en ambos casos reposan sobre sendos acuíferos. En el caso del istmo, llama la atención la facilidad para obtener agua dulce, ya que basta alejarse unos 50 m de la costa y hacer un hoyo para conseguirla. De hecho “La utilización de pozos fue la forma usual de aprovisionamiento de agua potable por parte de la población de La Línea de la Concepción hasta que llegó el agua corriente proveniente del pantano del Guadarranque. Después se ha utilizado en los períodos de restricciones en la red” (López Fernández, 2003: 156, nota 27). Esa facilidad para obtener agua explica la presencia de numerosas huertas en el solar de lo que hoy es La Línea de la Concepción, que eran regadas mediante pozos y otros sistemas regadío, como abrir charcas en el nivel freático (Tornay de Cózar, 1991). Sucede algo semejante en el propio Peñón, donde existe un acuífero y unos potentes depósitos de arena, los llamados “arenales de la Alameda” o “arenales colorados”, que han funcionado tradicionalmente como filtros, de los que se ha beneficiado la población gibraltareña mediante diversos sistemas, especialmente complejos en el periodo británico dadas las necesidades de autoabastecimiento. En el s. XVIII contamos con el testimonio del historiador López de Ayala, quien valoraba la calidad y abundancia del agua de Gibraltar “Pocos pasos despues (de la muralla nueva) habia otro pozo de dulcisima i excelente agua, como era la que se bebia en toda la ciudad” hasta el punto de que “En 1571 se abrió en los arenales colorados un conducto para proveer de agua a la ciudad” (1782: 250). Dicha calidad llegó, incluso, a atraer a gente de otras partes de España para curarse de determinadas afecciones (James, 1771: vol. II, 346-347). En cuanto a la segunda zona, comprendida entre Guadarranque y Palmones, resulta de nuevo llamativa la facilidad para conseguir agua dulce, cuando sin embargo es un área ocasionalmente ocupada por marismas, y que pudo haber albergado unas salinas. Esta singularidad es quizá una de las razones que explican la concentración de yacimientos en este punto: el Cerro del Prado, Carteia y sus barrios industriales periurbanos, el poblado orientalizante y la villa romana del Ringo Rango, así como el alfar de la Venta del Carmen.

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Como toda ciudad romana, Carteia tuvo una gran necesidad de agua y se dotó además, para sus necesidades básicas, industriales y lúdico-sociales de un acueducto, prácticamente desaparecido hoy, que arrancaría aguas arriba del arroyo Madre Vieja, así como de todo un complejo sistema de almacenamiento y distribución del que hoy conocemos tanto aljibes o cisternas como diversos pozos, conducciones o drenajes (Pellicer Catalán, 1965; Roldán Gómez, 1992: 70; García Díaz y Gómez Arroquia, 2009). En el caso de Traducta, la afamada agua del río de la Miel y los numerosos arroyos, pozos y manantiales documentados históricamente, surtirían las industrias de salazón, donde de hecho se han excavado dos pozos (Bernal Casasola et al., 2005). Mención específica merecen los alfares, como los ya mencionados de la Venta del Carmen, donde se conoce una canalización y dos pozos-manantiales para el abastecimiento hídrico (Bernal Casasola y Sánchez Sánchez-Moreno, 1998); o Villa Victoria, donde la cercanía del acuífero provoca que el nivel freático aparezca a escasa profundidad, de ahí la abundancia de pozos y fuentes en el lugar, e incluso la constatación arqueológica de pozos y canalizaciones de época tanto moderna (Blánquez Pérez et al., 2006a) como romana (Roldán Gómez et al., 2003c: 20). 5.2.2. Agricultura en un entorno litoral A pesar de su indudable importancia en la alimentación humana desde el Neolítico y de su papel fundamental en la configuración de las sociedades urbanas, la agricultura cerealista no tuvo, en el caso de la bahía, una de sus zonas privilegiadas, como sí lo han sido tradicionalmente la campiña jerezana o, más cerca, las campiñas de Medina Sidonia, Tarifa o Jimena de la Frontera. Debido al carácter costero, el relieve fragmentado y la fuerte influencia atlántica en vientos y precipitaciones, las actividades agrícolas han sido siempre consideradas una actividad secundaria respecto a la pesca y las industrias derivadas (Fernández Cacho, 1995b). Las fuentes literarias, por su parte, contribuyeron a generar dicha imagen, al destacar la riqueza piscícola de la zona mientras alaban la agrícola de otras muchas áreas del mediodía hispano. Con todo, a pesar de no ser el marco geográfico ideal para este tipo de producción, la agricultura ha sido el sector preponderante en la economía de la zona hasta época reciente (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 18; Vicente Lara y Vicente Ojeda, 2002: 496). Los campos aptos para el cultivo se concentran, tal y como veremos en el capítulo 9, en las colinas medias que bordean la bahía y a lo largo de las vegas fluviales de Palmones y Guadarranque, que coinciden con las vías de penetración al interior y, por tanto, de concentración del poblamiento. Las primeras fuentes textuales con que contamos para el estudio de esta actividad en la bahía de Algeciras datan de la Edad Media, época en que el cultivo de secano, trigo y cebada, completado por vides, olivos y frutales constituía la base de la economía (Torremocha Silva y Sáez Rodríguez, 2001: 216 y ss.). En el s. XI Ibn Hayyan, en su narración sobre la rebelión muladí contra el emirato de Córdoba, mencionaba las labores agrícolas de Algeciras: “Salió el malvado ‘Umar ben Hafsun con sus huestes facciosas a hostilizar a los moradores de la Isla Verde (Algeciras), a interrumpir la labor de los agricultores” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 67). En la llamada Crónica del moro Rasis se describe “Algezira es villa pequeña e muy buena, e ha mucha gente e todas las bondades de la tierra e de la mar (…) E a gran laguna, e otrosí es tierra de buena simentera e de buena crianza” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 74-75), imagen repetida en el Kitab al-Mugrib fi nulà al-Mugrib del s. XIII “Su puerto es el mejor del Estrecho, y su tierra es tierra de agricultura y de ganadería, tanto lechera como de cría” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 140) y en la Crónica de 1344 “E a y una muy gran legua (laguna) e es tierra de muy buena sementera e de muy

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buena criança” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 235). En ese mismo siglo, Ibn Marzuq, con motivo de la toma de Algeciras por el meriní Abu al-Hasan menciona “a los más destacados, que habían sido agricultores, le asignó (una tierra) de labor” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 231). Otra evidencia de las actividades agrícolas la tenemos en las tareas encomendadas a los cautivos cristianos y recogidas por Fray Sebastián de Vergara, como “Facianle moler cada día trigo” o “Havia a moler cada día una aroa de trigo, ó de farina, ó de mijo” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 126 y 134). En los primeros tiempos de la dominación cristiana en la zona, a inicios de la Edad Moderna, la agricultura se vio paralizada por los continuos conflictos, por lo que sólo fue posible el abastecimiento recurriendo al grano de Medina Sidonia o Jerez o de las poblaciones interiores de la comarca como Castellar y Jimena, que ofrecían tierras buenas para cereales panificables, es decir, trigo y cebada (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 109). En el s. XVII, Hernández del Portillo menciona el cultivo de trigo en la bahía aunque, puesto que en Gibraltar se avituallaba la armada, éste no era suficiente y debía importarse (1622/2008: 45). En el s. XVIII, según el Catastro de Ensenada, la producción de secano estaba constituida por trigo, mayoritariamente, seguido de cebada. Se constata la existencia, además, de 25 panaderos, 34 harineros y 14 maestros molineros en las poblaciones que formaban Gibraltar en el exilio: Algeciras, Los Barrios y San Roque. Sin embargo, como en época anteriores, debía importarse grano de otros lugares “no tanto porque la cosecha propia no alcanzase para abastecer el pueblo, quanto por que se embarcaba mucho trigo para Ceuta” (López de Ayala, 1782: 271). La situación era muy semejante en el s. XIX, cuando los cultivos predominantes continuaban siendo el trigo y la cebada pero la producción era, de nuevo, “insuficiente para el consumo del público” (Madoz, 1845-1859: t. XIII, 567), ya que “los sembrados granan mal por causa de los aires de la mar” y “se recogen por término medio en los años buenos y medianos 24.000 fan. de trigo y 4.000 de cebada (…) no bastan para el consumo de 4 meses de la pobl.” (t. I, 561-562). Para abastecer a la población se compraba grano o harina, como se venía haciendo, a municipios del interior de la comarca como Jimena. Sabemos hoy que, incluso el solar de la antigua Carteia, fue campo de cultivo de cereal durante los últimos siglos, lo que explica, en parte, el grado de destrucción de sus estructuras. Ya en el s. XVII existía “un cortijo de muchas tierras de pan sembrar” (Hernández del Portillo, 1622/2008: 183), en 1738 se sembraban 22 fanegas de trigo y 21 de cebada y en 1756 figura “un cortijo de tierras de pan sembrar con sus casas y tierras que se compondrán de 36 fanegas de sembradura que llaman el Rocadillo”, tal y como se registra en el testamento de Isabel Chamizo (tomado de Ballesta Gómez, 2011: 350 y ss.). Por esas mismas fechas, Carter mencionó campos de cereal, empleando la palabra “corn”, habitualmente identificada con el maíz (Crespo Delgado, 2001), pero que designa igualmente al trigo, lo que estaría refrendado por el uso, más adelante, del vocablo “wheat” (Carter, 1777: vol. I, 98); habida cuenta, además, de las diferentes condiciones climáticas requeridas para estas especies vegetales –una alta humedad en el caso del maíz-, no nos parece probable que se desarrollara el cultivo simultáneo de ambas en un mismo espacio. En el siglo siguiente continuaría dicho cultivo, puesto que Valverde refiere el hallazgo de monedas en Carteia por parte de los labradores que araban las tierras de cortijo “para empanarlas”, es decir, para sembrar trigo (1849/2003: 87-89). El carácter agrícola del Cerro del Rocadillo habría perdurado, de hecho, hasta época reciente, ya que las fuentes orales consultadas nos informan sobre el cultivo de trigo, avena,

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garbanzos y hortalizas sobre los restos de la antigua ciudad (Ballesta Gómez, 2011). Por otro lado, las fotografías realizadas en las décadas de 1940 a 1960 por el Ejército del Aire o los arqueólogos J. Martínez Santa-Olalla, M. Pellicer o el equipo de D.E. Woods, parecen confirmar la existencia de cultivos y prados en la zona, que aparece desprovista de todo árbol. La era del Cortijo de Rocadillo, desmantelada casi totalmente por las intervenciones arqueológicas de las últimas décadas, sería, por último, la evidencia material definitiva de ese pasado agrícola. La cartografía histórica analizada confirma, a su vez, el panorama ofrecido por las fuentes textuales con un predominio del cultivo de cereal, seguido de legumbres, hortalizas, viñas, frutales y olivo. La mayoría de los mapas de finales del s. XVIII y s. XIX incluyen, como parte del paisaje representado, las parcelaciones correspondientes a zonas cultivadas y, aunque en pocas ocasiones especifican el tipo de cultivo, se ven completados por las informaciones textuales expuestas. Las áreas ocupadas por cultivos coinciden sistemáticamente con las ya mencionadas como más aptas, colinas medias y vegas fluviales y, en concreto, el solar de la actual La Línea de la Concepción, Campamento, Puente Mayorga, inmediaciones de San Roque, vegas del Guadarranque, Cerro del Prado, vegas del Madre Vieja, cerros al norte de las salinas del Palmones, vegas del Palmones, inmediaciones de Algeciras, vegas del río de la Miel y Saladillo y colinas medias de la ensenada de Getares. También la existencia de molinos, constatada por fuentes textuales y cartográficas de época moderna y contemporánea, sería una prueba indirecta de la importancia de la agricultura en la zona. Los molinos, tanto de viento como hidráulicos, fueron empleados para moler grano pero también para aceite y caña de azúcar (Torremocha Silva y Sáez Rodríguez, 2001: 225). En un momento tan temprano como el s. XII tenemos constancia de la existencia de un molino harinero en la misma cima del Peñón, que fue construido por los almohades, tal y como nos transmite Ibn Sahib al-Sala en su Al-Imann bil-imama “El Hayy Yi’is arquitecto, durante el tiempo que dirigió la construcción, según dijimos, hizo en lo más alto de Gibraltar un molino de viento que molía los granos con el aire” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 285-288). En el s. XVIII se conocen hasta 41 molinos en el Campo de Gibraltar (Jurado Doña y Noguera Sánchez, 1995: 100-101), al menos 6 en el río de la Miel (Ocaña Torres, 1995: 256) y, con toda seguridad, uno en el istmo (López de Ayala, 1782: 296). En el siglo siguiente hay constancia de varios “molinos harineros” censados por Madoz en San Roque (1845-1850: t. XIII, 567) y Los Barrios (1845-1859: t. IV, 59), a los que hemos de sumar al menos otros 13 molinos en Algeciras (Vicente Lara, 2001: 168). En el río de la Miel, en concreto, fueron muy abundantes, como demuestran aún hoy los numerosos restos conservados (Sáez Rodríguez, 2001b) y, de hecho, hasta los años ochenta funcionó el perteneciente al Sr. Escalona (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 307). Un número tan elevado de molinos apunta a una producción de cereal considerable, pues aunque se importaba cereal de otras zonas, éste se compraba ya como harina, luego es lógico pensar que los molinos estarían dedicados a la molienda de la producción local en su inmensa mayoría. Aunque sobradamente documentado en época medieval, moderna y contemporánea, el cultivo de cereal en época antigua, si bien es un hecho constatado, requiere de toda una línea de investigación que ahonde en su peso específico en la economía, en las especies empleadas y en sus variaciones a lo largo del tiempo. Los estudios palinológicos realizados en Carteia han confirmado fehacientemente la existencia de un paisaje antropizado, propio de zonas de pastos y cultivos, desde los inicios de la ciudad, en el s. IV a.C., y el cultivo de cereal en sus cercanías desde, al menos, el s. III a.C. Con posterioridad, y a excepción de una pequeña recesión a inicios de la presencia romana, en relación, quizá, con el conflicto

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armado de la segunda guerra púnica (finales del s. III-inicios del II a.C.), este cultivo progresaría a lo largo de época romana (López García y Hernández Carretero, 2006).

Figura 29.- Molinos para la fabricación de harina de pescado en las factorías de Traducta (García Vargas y Bernal Casasola, 2009: fig. 24). En Traducta, sin embargo, no han podido documentarse taxones de cerealia y, por tanto, no puede confirmarse su cultivo para época antigua, aunque la escasa distancia a la que se desplaza su polen y el alto grado de antropización que presenta el paisaje desde época altoimperial, permiten considerar que existieron pero en zonas apartadas de las factorías de salazón y la costa (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). Como complemento de dichos estudios, en lo que respecta a las evidencias estrictamente arqueológicas relacionadas con labores agrícolas, como instrumental de siega, molinos o estructuras de almacenamiento, destaca su escasez –que no ausencia- en el registro arqueológico de la zona, lo que resulta directamente proporcional, por otra parte, a la pobre atención prestada por la investigación a este tema. De época fenicio-púnica podemos mencionar una posible azuela de piedra recuperada en el Cerro del Prado (Tejera Gaspar, 1976/2006: 103), donde además abundan cerámicas de almacenaje como ánforas y pithoi (Pellicer Catalán et al., 1977: 231 y ss.; Ulreich et al., 1990: 249), evidencias aún muy escasas para implicar por sí mismas el desarrollo de labores agrícolas. En otras colonias fenicias como Lixus, Castillo de Doña Blanca, La Fonteta o Baria, la agricultura se basó mayoritariamente en el cereal, completado con leguminosas y arboricultura (Iborra Eres et al., 2003; López Castro, 2003: 101; Buxó i Capdevilla, 2009: 162-165).

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En la misma época (ss. VII-VI a.C.) se han podido documentar, en el poblado orientalizante del Ringo Rango, elementos líticos relacionados con labores de cosecha y transformación como lascas o molinos naviformes y, de nuevo, ánforas y pithoi, un conjunto material que apunta más firmemente a dicha producción (Bernal Casasola et al., 2010: 559). En el yacimiento de época púnica y romana del Monte de la Torre, se han hallado en superficie molinos naviformes y material lítico en sílex, así como un molino rotatorio troncocónico que estaría depositado en el Palacio de los Larios. Estos objetos apuntan sin duda al desarrollo de actividades agrícolas en ambas épocas, lo que parece apoyado por la ubicación de dicho yacimiento junto a la fértil vega del Palmones. Ya en época púnica avanzada, la fundación de Carteia (s. IV a.C.) es muestra de una nueva relación con el espacio y nuevas formas de organización social por tanto, donde la explotación agrícola y la configuración de un verdadero territorio hubieron de jugar un papel principal como confirma, por otra parte, la presencia de cultivo de cereal en las analíticas palinológicas. No se descarta, por otro lado, la importación de productos como cereal, vino o aceite de la zona del Guadalquivir, según muestran las ánforas importadas de esa zona (Blánquez Pérez et al., 2006b: 374). Un elemento a tener en cuenta de la Carteia del s. III a.C. sería la construcción de la muralla de casamatas, de la que se han documentado hasta 12 de estos compartimentos, de unas medidas aproximadas de 3 por 3 m, que suman una capacidad de almacenaje extraordinaria (Blánquez Pérez et al., 2017). Si bien no podemos asegurar que estos cuartos estuvieran dedicados, al menos de forma exclusiva, al almacenaje de cereal, dado el peso específico que pudo haber tenido ya entonces la industria salazonera u otras necesidades, no podemos sino plantear que parte de ese espacio de almacenaje pudo estar destinado a una producción agraria procedente de su inmediato entorno como del hinterland. Por otro lado, aunque en el ámbito de lo simbólico, hemos de citar el depósito votivo de carácter fundacional sobre el que se construyó el santuario púnico en forma de altar escalonado y, posteriormente, el templo republicano de Carteia. Dicho depósito estaba formado por un ánfora cortada que contenía cenizas y bajo la que se colocaron dos dientes de hoz de sílex, en lo que los excavadores interpretaron como una posible alusión a Melkart (Roldán Gómez et al., 2006a: 536). Las piezas del depósito votivo constituirían una evidencia clara de práctica agrícola de no haber sido halladas, precisamente, en un contexto ritual, lo que altera completamente su función original y, por tanto, el significado que debemos concederles en nuestra interpretación. Sin embargo, hemos de destacar que este tipo de materiales líticos vinculados a tareas agrícolas son menos reconocibles que las herramientas metálicas, que por otro lado no estuvieron generalizadas hasta el IV a.C. (Iborra Eres et al., 2003: 48). Las evidencias materiales de producción agrícola en época romana son una serie de molinos de mano de caliza fosilífera recuperados en la ciudad de Carteia, tanto en superficie como amortizados en niveles posteriores a su uso (Blánquez Pérez et al., 2006c: 139; Roldán Gómez et al., 2008: 32). Mención aparte merecen los más de diez molinos rotatorios recuperados en las factorías de salazón de Traducta, aunque es probable, dado su contexto, que hubieran sido empleados para elaborar harina de pescado (Bernal Casasola et al., 2004c) (Fig. 29). La villa romana del Ringo Rango, la única excavada en la zona, estuvo dedicada, en sus dos etapas –altoimperial y tardoantigua-, a la producción agropecuaria, aunque completada por la pesca y salazón dada su cercanía a la costa (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002a). No

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en balde, se han recuperado en el yacimiento varias piedras de molinos circulares de arenisca, de adscripción cronológica indeterminada dentro de la época romana y se ha excavado un almacén de la fase tardoantigua, construido sobre un estanque altoimperial, donde se ha recuperado un volumen importante de material cerámico dedicado al almacenaje y transporte, como dolia y ánforas, y que ha sido interpretado como un horreum para la producción salazonera y agrícola (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002b: 349 y ss.). Siguiendo el curso de los valles fluviales se han identificado otras villae propiamente rurales y dedicadas en exclusiva, por tanto, a la producción agrícola, si bien su conocimiento se basa en prospecciones de superficie (García Díaz et al., 2003: 49-51), por lo que sólo futuras excavaciones arqueológicas nos permitirán una más completa y precisa aproximación a la explotación rural en época antigua. En el caso de Traducta, se ha querido ver desde hace siglos su iconografía numismática –espigas y vides- como evidencia de su faceta agrícola, frente a la economía marítima de Carteia (Flórez, 1757: tabla VI y LXV). Por nuestra parte, aunque no podemos sino tomar en consideración esta información, a falta de nuevos estudios palinológicos o hallazgos arqueológicos que vengan a ahondar sobre el asunto, hemos de ser cautos a la hora de interpretar estos símbolos como fieles reflejos de la especialización económica ya que podrían ser, en este caso concreto, una mera evocación de los emblemas de Tingis o Zilil, ciudades de donde procedía parte de la población de Traducta, según nos transmite Estrabón (Gómez Arroquia, 2001: 150). Sí parece claro que en los últimos siglos de la Antigüedad, caracterizados por un cierto dinamismo comercial frente a la crisis económica general, la agricultura de esta zona se habría visto afectada por la transgresión marina y el aumento de la humedad, que habría reducido sustancialmente los espacios de potencial agrícola cercanos a la costa (Ruiz Zapata y Gil García, 2007: 516). 5.2.3. La viticultura en la bahía La viticultura fue una de las innovaciones introducidas por los fenicios en la agricultura peninsular, aunque el consumo de uvas está documentado desde la más remota Prehistoria. En un primer momento, el vino habría sido importado como uno de los objetos de prestigio procedentes de oriente para, posteriormente, producirse en suelo peninsular con vistas a su comercialización, como se ha documentado en el Castillo de Doña Blanca desde el VII a.C. (Chamorro, 1994), y ya en contextos ibéricos en el VI a.C. (Gómez Bellard y Guérin, 1995; Blánquez Pérez y Olmos Romera, 1993). Para la bahía de Algeciras, como en el caso del cereal, tenemos nutrida constancia de su producción en época medieval y moderna aunque, por el contrario, está totalmente ausente en el paisaje del último siglo, hasta resultar extraño, para quien no está familiarizado con las fuentes históricas, asociar dicha producción a la zona. El motivo principal es que la vid se adapta a una gran variedad de suelos, preferiblemente oligocenos y miocenos, que no sean extremadamente rocosos o salinos, por lo que pudo desarrollarse incluso en esta zona, donde la humedad, la salinidad de algunos suelos y el régimen de vientos han sido obstáculos tradicionales para la agricultura, como hemos visto (Hidalgo Fernández-Cano, 2002: 239 y ss.). Resulta revelador, en este sentido, el pasaje en que el gaditano Columela, conocedor de las tierras de Estrecho, describe la forma de orientar las vides y especifica la apropiada en el caso de las costas azotadas por el viento, como las béticas: “A nosotros nos parece aconsejar en términos generales que el viñedo mire al Mediodía en los lugares fríos y, en los templados, que mire al Oriente; ahora bien, siempre que no sople el Austro o el Euro como en las costas marítimas de la

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Bética. Si las regiones estuvieran sometidas a dichos vientos, se orientarían mejor hacia los vientos Aquilón o Favonio” (De Re Rustica, 3, 12, 6; tomado de Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 302). Es decir, en una zona ventosa como el Estrecho, estarían orientadas hacia el norte o el oeste. Las primeras referencias textuales explícitas al cultivo de vid en la bahía datan de época medieval. La primera, de Ibn Sahib al-Sala, relata la construcción de la ciudad de Madina alfath –ciudad de la victoria- en Gibraltar por los almohades en el s. XII: “Todo lo que se planta en su tierra, en las hondonadas que se extienden por ella, crece, y se ramifica y hace grande, y fructifica poco después de su siembra, y llega a buen fin; y crecen todos los frutales, como las higueras, viñas” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 285-288). En 1409 tenemos de nuevo constancia de la existencia de viñedos, concretamente en la zona de Carteia, gracias a la Crónica de Juan II de Castilla “E en çinco dias del mes de agosto fizo llamar a los capitanes e patrones de la flota, a consejo, e dixoles que sería bien que fuesen talar las viñas de Gibraltar, que son a la torre que dizen de Cartajena” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 342-347). Pero es a partir del s. XVI cuando contamos con un mayor número de referencias que confirman la pujante producción vinícola de la bahía. El origen de este auge habría sido la repoblación de Gibraltar emprendida por Fernando de Zafra, según la cual se otorgaba a cada nuevo habitante un huerto y un viñedo (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 161). En el siglo siguiente habría ya una exportación notable, pues se decía de Gibraltar “Hay en esta ciudad una larga y copiosa cosecha de vinos y muy excelentes, que se cargan en ella por la mar para Flandes, Inglaterra y Francia, y para otras muchas partes de España” (Hernández del Portillo, 1622/2008: 46). Las viñas ocuparon entonces parte del solar de la propia Carteia “Hoy vemos las ruinas de esta ciudad en un pago de viñas llamado del mismo nombre de Cartagena á una legua de Gibraltar” y podemos conocer incluso el nombre de varios de sus propietario en aquella época “Andrés Díaz Yñíguez, escribano público de esta ciudad” así como un tal Andrés Carillo (Hernández del Portillo, 1622/2008: 174 y ss.). Al ser el vino una de las riquezas de la época, célebres fueron los episodios de saqueos de piratas turcos o berberiscos como los que en 1540 desfondaron en Gibraltar 200.000 botas de vino, según nos transmite Pedro Barrantes Maldonado (Torremocha Silva, 2009: 344, nota 508) o destruyeron la bodega del diezmo con 6.000 arrobas en Puente Mayorga (Pérez Girón, 2006: 126127). En este último lugar, de hecho, recientes excavaciones arqueológicas en la necrópolis del asentamiento secundario de Villa Victoria han permitido documentar la existencia de viñas de época moderna-contemporánea plantadas sobre la antigua necrópolis (Blánquez Pérez et al., 2006d: 53). Con anterioridad a la pérdida de Gibraltar en 1704, hemos de imaginar un paisaje repleto de viñedos en el que, según Valverde, apenas existían espacios incultos “más que para las precisas sendas” (1849/2003: 35). En función de estos datos, dicho cultivo podría ser el representado en la vista de A. van der Wyngaerde en la zona de Puente Mayorga, lo que constituiría la imagen más antigua de viñedos de la bahía, datada en 1567. En el s. XVIII, el Catastro de Ensenada hace referencia a la producción vitícola de la bahía en repetidas veces. En el mismo siglo, el inglés James, impresionado por la exuberancia de la vides de Gibraltar, enumera los diferentes tipos de uva cultivados en el Peñón: “las vides florecen en tal exuberancia, que difícilmente pueden ser igualadas en otro lugar: la uva roja grande, la blanca grande y redonda, la roja alargada, la blanca alargada, la pequeña y redonda, tanto blanca como roja,

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la negra pequeña, la blanca y la moscatel roja”61 (1771: vol. II, 338). En el sigo siguiente Madoz en su Diccionario menciona la existencia de siete viñas en San Roque (1845-1850: t. XIII, 567) y al menos “43 posesiones de viñedo” en Algeciras (1845-1859: t. I, 561). En esa época Valverde calificaba el vino de escaso en relación con siglos anteriores, aunque exquisito (1849/2003: 71). Una riqueza vitícola tan destacada explicaría, en parte, la advocación de la ermita que dio nombre a la ciudad de San Roque, santo venerado por la protección que ofrecía frente a las epidemias humanas pero, igualmente, las que afectaban a las viñas, como bien reflejan tradiciones recogidas en diversas manifestaciones folclóricas del cancionero popular castellano.

Figura 30.- Ánforas vinarias de los alfares de Venta del Carmen y Villa Victoria (a partir de Bernal Casasola, 2009c: fig. 5). En lo que respecta a la representación de viñas en la cartografía histórica analizada, si bien son más escasas que las fuentes textuales, vienen a confirmar que en los ss. XVIII y XIX este cultivo estaba extendido por prácticamente toda la bahía. Los mapas muestran una mayor profusión en zonas como La Línea de la Concepción, Puente Mayorga, Carteia y los alrededores de Algeciras. La vid fue, por tanto, un cultivo presente en la bahía en la Edad Media y que tuvo una época de verdadero auge en los ss. XVI y XVII, aunque la posterior pérdida de Gibraltar y el azote de las plagas de iodium y la filoxera del s. XIX acabaron con él, hasta el punto de que, salvo algún cultivo muy puntual, no existe producción vinícola en la actualidad hasta Manilva, ya en la costa malagueña, o la bahía de Cádiz hacia occidente. Tan sólo queda su recuerdo en algunos topónimos conservados hoy como “Viña Exprés”, “Cortijo de la Viña” o “Huerta de la Viña”. A pesar de todo lo dicho, nada nos permite confirmar, por el momento, la fabricación de vino, ni siquiera el consumo de uvas en época antigua en esta zona (Peña Cervantes, 2010: 171 y ss.). Los estudios palinológicos en Carteia y Traducta no han dado muestras de dicho cultivo, ni tan siquiera la presencia de la especie salvaje, por lo que la cuestión permanece abierta 61

Traducción de la autora.

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(López García y Hernández Carretero, 2006; Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). Sin embargo, no es disparatado considerar que en el asentamiento fenicio de la bahía de Algeciras, el Cerro del Prado, o en asentamientos indígenas, pudo desarrollarse este cultivo tal y como se ha constatado en poblados de la costa occidental malagueña, limítrofe con nuestra zona de estudio, a partir del s. VI a.C. (López Pardo y Suárez Padilla, 2003: 84), en el Castillo de Doña Blanca (Chamorro, 1994), o en el Cerro del Villar –donde se documenta sólo su consumo- (Catalá Ortiz, 1999). A ello se suma la ausencia de estructuras para la transformación de las uvas en vino, como los lagares con revestimiento tipo hormigón hidráulico para el pisado, documentados en época púnica en el mencionado Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata y Pérez Pérez: 1995: 107). Sin embargo, sí existió un consumo de vino itálico como constataría la presencia de ánforas grecoitálicas en los niveles tardopúnicos y republicanos de Carteia (Blánquez Pérez et al., 2006b: 375). En época romana, sin embargo, y a pesar del silencio de la palinología al respecto, sí contamos con algunos indicios que permiten apuntar a dicha producción. En primer lugar, la representación de vides en las monedas de Iulia Traducta, ya consideradas por el Padre Flórez (1757: tabla LXV) o G. Bonsor (1918: 147) como evidencia de la especialización económica de la ciudad, al igual que en las cercanas Acinipo o Baesippo. Se ha señalado, por otro lado, que esta representación podría responder más bien a un signo de prestigio de la ciudad (Marín Díaz y Prieto Arciniega, 1987, 373) o ser uno de los emblemas de las ciudades del Círculo del Estrecho, junto a atunes y espigas (Tarradell Mateu, 1967: 305). Nosotros, como en el caso mencionado de las espigas, no podemos sino poner en duda, a falta de confirmación arqueológica, esta lectura lineal aunque sugerente, de un lenguaje tan complejo como la iconografía numismática. Como en época púnica, carecemos de estructuras romanas que, como los tan bien conocidos torcvlaria, nos ilustren sobre esta actividad (Peña Cervantes, 2010). Es el ámbito de los envases, pues, donde la hipótesis de la producción vinícola en la bahía encuentra su mayor apoyo aunque lo invariable o no de sus contenidos ha sido objeto de un importante debate. En primer lugar, la manufactura de ánforas Dr. 1A y 1C, formas para el transporte de vino, en los alfares de El Rinconcillo, Guadarranque o Baelo Claudia apuntaría al envasado de una producción local de dicho producto, tal y como han defendido diversos autores (Beltrán Lloris, 1977; Sillières, 1997: 24-25; Bernal Casasola, 1998a: 39) y han confirmado las analíticas cromatográficas efectuadas al contenido de una Dr. 1A en las factorías de Baelo Claudia (Cobo Heredia et al., 2007). La opinión mayoritaria a este respecto, sin embargo, considera que dichos envases, dado el conocido proteccionismo de Roma para con la producción vinícola, y acorde con el producto característico de la zona, contuvieron salazones y salsas de pescado, hasta iniciarse la manufactura de Dr. 7/11, específicas de salazón (Domergue, 1973: 115; Fernández Cacho, 1995b: 188-189). Tesis que, además, apoyarían las marcas SCC o SCG aplicadas en algunos de estos envases y que han sido interpretadas como S(ocietas) C(etariorum) G(aditanorum) o S(ocii) C(etarii) G(aditani), en clara alusión a la producción salazonera (Étienne y Mayet, 1994; Mayet, 1999). Al margen de este debate, aún por resolver, contamos con otras formas anfóricas que nos hablarían de la exportación de vino, como la Haltern 70, la Dr. 28 de fondo plano que pudo fabricarse también en el alfar de la Venta del Carmen y, finalmente, la Dr. 2/4 (Bernal Casasola, 1998d: 172 y ss.) (Fig. 30). Ésta última se habría elaborado en la primera fase del alfar de Villa Victoria, a partir de las décadas finales del s. I a.C., lo que sería hasta hoy la evidencia más antigua de su producción constatada en la Bética, ya que los excavadores del alfar consideran que las atribuciones de su fabricación a otros alfares como El Rinconcillo y Guadarranque no cuentan con

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argumentos sólidos. Se trataría, en todo caso, de una producción destinada al envasado de vinos béticos para su exportación, por lo que viene a arrojar luz sobre un aspecto bien atestiguado por las fuentes pero escasamente conocido a través de registro anfórico (Bernal Casasola et al., 2004d). Quedaría por resolver, en todo caso, si todo el vino embarcado en los puertos de Carteia o Traducta era producido en la bahía o si, por el contrario, llegaba desde otros lugares por vía fluvial, terrestre o incluso marítima, en odres o toneles, para su envasado en la costa. La cercanía o facilidad de acceso a dichos puertos abarataría, de hecho, los costes, convirtiendo la explotación local de vino en un negocio rentable (Sillières, 1988). Se ha señalado que fue, precisamente, la cantidad y, por tanto, su bajo precio, lo que hizo de los vinos béticos un producto competitivo desde época de Augusto que convirtió a la zona en exportadora de caldos (Sáez Fernández, 1987: 47 y ss.). Las pocas certezas que tenemos para época altoimperial se reducen aún más a partir del s. II, cuando el registro material y en particular el anfórico, dificultan el rastreo de una posible exportación de vino. Las formas vinarias de los siglos finales del mundo romano son imitaciones de envases de otras provincias, como la Gauloise 4 bética, la Matagallares I, la Beltrán 68 o la Dr. 30 y por el momento no tenemos constancia alguna de su producción en la bahía (Bernal Casasola, 1996 y 2009c). 5.2.4. ¿Olivos o acebuches? El cultivo del olivo, tercer componente de la “tríada mediterránea”, habría sido introducido también por los fenicios, aunque el aprovechamiento de su variedad silvestre, el acebuche, está constatado desde momentos anteriores. Debido a su fácil adaptación a condiciones climáticas y sequedad extremas, esta especie prosperó en amplias zonas de la Península, aunque la fuerte inversión de tierra y trabajo que requiere su cultivo explica que su desarrollo tuviera lugar, fundamentalmente, en época romana (Buxó i Capdevilla, 2009: 162-165). En un principio el aceite habría tenido un carácter suntuario vinculado con otros usos como el perfume, la iluminación, la medicina o su valor simbólico y ritual (Brun, 2003: 169 y ss.), aunque ya en época púnica se constata el inicio de su producción a gran escala a través de una densa red de villas agrícolas controladas por centros urbanos como el Castillo de Doña Blanca, Asta Regia o Asido en el bajo Guadalquivir (Carretero Poblete, 2007). En época romana se habría convertido ya en un producto muy generalizado con un papel fundamental en la dieta hispanorromana y destinado mayormente a la exportación. La renombrada producción oleícola de la Bética y, en especial, del valle del Guadalquivir, está sobradamente atestiguada, hasta el punto de ser el principal producto de Iberia al que se alude en las fuentes clásicas (ver, por ejemplo, las abundantes citas en Mangas Manjarrés y Plácido Suárez, 1999; Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003). Por otro lado, la arqueología ha constatado igualmente esta importancia a través, sobre todo, de las excavaciones en el Monte Testaccio de Roma, donde se depositaron millones de ánforas de aceite bético a lo largo del Imperio (Blázquez Martínez y Remesal Rodríguez, 1999; Remesal Rodríguez, 2011). En la bahía de Algeciras, sin embargo, carecemos de fuentes textuales que hagan referencia a dicho cultivo hasta el s. XVII. El gibraltareño Hernández del Portillo explicaba que aunque existían algunos olivos en la zona, los habitantes no se dedicaban apenas a su cultivo, ya que llegaba mucho aceite a la ciudad “por causa del pescado” (1622/2008: 45). En el siglo siguiente, López de Ayala invertía la relación causa-efecto, atribuyendo a ese desinterés de los labriegos por el olivo, la necesidad de importar aceite: “De esta escasez dimanó la condición que imponía el gobierno de Gibraltar à los tragineros que iban a su playa a cargar pescado. Por una carga que hubiesen de sacar

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debían introducir otra de pan o aceite”. El autor lamentaba, de hecho, que el miedo a los vientos de levante disuadiese a los habitantes del cultivo del olivo, cuando la abundancia de acebuches en la zona invitaba a pensar en lo próspero que éste podía llegar a ser (1782: 272). Posteriormente, en el s. XIX, la situación no sería muy diferente, ya que se hace mención a la calidad de las aceitunas de la zona, aunque se mencionan lo reducido del número de olivos (Valverde, 1849/2003: 71). A este escenario ya de por sí poco favorable a una tradición oleícola, viene a sumarse la parquedad de las evidencias arqueológicas. En primer lugar, las analíticas palinológicas en Carteia reflejan la existencia olivos desde época púnica (s. III a.C.), si bien la imposibilidad de diferenciar los taxones de olivos de aquéllos de su variedad silvestre no permitiría confirmar, por el momento, dicho cultivo para época antigua (López García y Hernández Carretero, 2006). En Traducta, por el contrario, no hay constancia de dicha especie, dado quizá que la factoría de salazones analizada se ubicaba muy cercana a la costa y apartada, por tanto, de las potenciales áreas de cultivo (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). Nada sabemos, tampoco, de la existencia de estructuras de molienda o decantación que pudiéramos relacionar con actividades de transformación de las aceitunas en aceite, pero en lo que respecta a los envases sí se ha planteado la posibilidad de una producción de contenedores cerámicos para una producción oleícola local. Las formas anfóricas de la familia de las Dr. 20 o las Sala I, producidas en el alfar de El Rinconcillo, apuntarían a una posible fabricación o, al menos, exportación de aceite en época imperial (Fernández Cacho, 1995b; Bernal Casasola, 1998a: 25). Sin embargo, más abundantes son las importaciones de aceite del Guadalquivir como atestigua la presencia frecuente de ánforas Dr. 20 en los asentamientos romanos de la bahía, como, por ejemplo, la propia Carteia (Presedo Velo et al., 1982: fig. 95), su entorno suburbano (Piñatel Vera, 2006: 355) o los alfares de la Venta del Carmen (Bernal Casasola, 1998d: 144) o Villa Victoria (Roldán Gómez et al., 2003b: 41). La extraordinaria abundancia y calidad del aceite de las campiñas hispalenses y cordobesas, sumado a su bajo precio, puesto que llegaría por vía fluvial o marítima, explicaría la importación habitual de este producto, que en algún caso podría incluso haberse embarcado en los puertos de la bahía para su exportación y que, a modo de hipótesis, pudo haber funcionado como contrapartida de los productos salazoneros de la zona, como se conoce para época moderna. Sin embargo, el alto valor del cultivo del olivo y lo adecuado de la zona para su desarrollo –recordemos que el acebuche es la tercera especie tras alcornoque y quejigosugieren que, aunque a reducida escala, la oleicultura pudo estar presente en la bahía desde época púnica. Recordemos, en este sentido, que bastaría con realizar un injerto de olivo en un acebuche para obtener la especie cultivada, conocimiento del que dispusieron los pueblos fenicio y púnico antes del romano y cuyo nivel tecnológico cubría perfectamente las necesidades derivadas de dicha explotación, como ha constatado la arqueología en otros lugares. 5.2.5. Horticultura y arboricultura Las leguminosas, hortalizas y árboles frutales han sido el complemento tradicional de la agricultura cerealista de secano, en un proceso bien estudiado que habría arrancado en la cuenca mediterránea a finales de la Edad del Bronce y que, en el caso peninsular, experimentaría una notable intensificación y diversificación como consecuencia de la presencia colonial. Tuvieron un papel esencial en dicha diversificación la viticultura y

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oleicultura, ya analizadas, aunque fueron otros los cultivos entonces introducidos, como por ejemplo el garbanzo (Iborra Eres et al., 2003: 42 y ss.; Buxó i Capdevila, 2009: 162 y ss.). La bahía de Algeciras ha albergado, tradicionalmente, multitud de huertas y huertos junto a las zonas habitadas, cuya profusión contrastaba con el modesto cultivo de secano. En época medieval, de hecho, las huertas eran consideradas una de las principales riquezas de Algeciras (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 77 y ss.) o de Gibraltar, tal y como mencionaba Ibn Sahib al-Sala en el s. XII de manera algo idealizada: “Todo lo que se planta en su tierra, en las hondonadas que se extienden por ella, crece, y se ramifica y hace grande, y fructifica poco después de su siembra, y llega a buen fin; y crecen todos los frutales, como las higueras, viñas, manzanos, perales, membrilleros, albaricoqueros, ciruelos, toronjas, plátanos y demás, a pesar de lo estrecho de su configuración alargada” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 285-288). Tres siglos después, en una descripción de Algeciras, el geógrafo Al-Himyari alababa la riqueza en frutales: “al Oeste, jardines de higueras y arroyos de agua dulce” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 267). En el s. XVII conocemos nuevas descripciones sobre la extraordinaria riqueza arborícola de Gibraltar: “tiene para sí de su cosecha largamente lo que ha menester de todos los frutos de la tierra” (Hernández del Portillo, 1622/2008: 45). El Catastro de Ensenada, en el siglo siguiente, registraba un abundante cultivo de regadío en huertas que producían todo el año, generalmente acompañadas de árboles como higueras, membrillos y almendros. En cuanto a las legumbres, se mencionaba el cultivo de habas y garbanzos en las tierras de labor en barbecho ya que, como sabemos, estas plantas aportan hidrógeno que opera de forma significativa en la regeneración de la tierra. En ese mismo siglo, López de Ayala describía cómo, con anterioridad a la ocupación inglesa, Gibraltar gozaba de “huertas de árboles de muchas, diferentes, y sabrosísimas frutas, i mui alabadas de los naturales i forasteros” entre las que destacaban, otra vez, las higueras (1782: 30-31). En el Diccionario de Madoz, en el s. XIX, se incluían, junto al trigo, los cultivos de “habas (y) garbanzos” en San Roque, (1845-1850: t. XIII, 567). En el caso de Algeciras, se reflejaba la riqueza de sus huertas, pues tan sólo en el río de la Miel se conocían “23 huertos de árboles frutales y hortaliza” (1845-1859: t. I, 561). Valverde cita, en efecto, las habas y garbanzos como legumbres principales y la abundancia de huertas pobladas de almendros, perales, morales, granados, nogueras, ciruelos e incluso algunas palmeras datileras (1849/2003: 70-71). La cartografía histórica nos muestra, por su parte, la existencia de huertas en las vegas de ríos y arroyos y especialmente en sus desembocaduras, sobre antiguos terrenos pantanosos y por tanto de gran riqueza orgánica. Según los mapas de los ss. XVIII, XIX e inicios del XX, las huertas se concentrarían en zonas ya señalas con motivo de los recursos hídricos, como el extremo norte del istmo, en Puente Mayorga, y vegas del Guadarranque, Palmones y río de la Miel. En la cartografía analizada predomina la representación de arbolado en estas huertas, frente al cultivo hortícola propiamente dicho. Los árboles frutales especificados son naranjos y limoneros, cuya existencia no podemos extrapolar sin embargo a la Antigüedad, y lo que resulta más interesante, higueras. En lo que respecta a árboles frutales silvestres, ciertos topónimos recogidos en estos mapas apuntarían a la presencia de madroños, granados o perales: “cañada de las madroñeras”, “cerro de los granados”, “arroyo de los granadillos” o “cañada del peral”. Las huertas donde se cultivaban verduras, legumbres y árboles frutales han sido, en suma, muy abundantes en los municipios de la zona a lo largo de los siglos. En algunas de las áreas más pródigas, como La Línea de la Concepción, Puente Mayorga, El Rinconcillo o el río de la Miel, estos

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cultivos se mantuvieron gran parte del s. XX e incluso hoy día. En el caso de la primera, la abundancia de huertos, favorecidos por la abundante agua, impulsó los célebres mercadillos de hortalizas, frutas y flores de los que existen hoy interesantes testimonios gráficos (Tornay de Cózar, 1991). En las inmediaciones y mencionados, existieron varios primera necrópolis carteiense garbanzo y frutales como las

en el solar de la propia huertos, como el “del conocida, y donde se higueras, éste último aún

Carteia, además de los cereales Gallo”, que dio nombre a la cultivaron legumbres como el hoy presente en el yacimiento.

Para época antigua carecemos de nuevo de información sobre el cultivo de leguminosas o árboles frutales. Sin embargo, la idoneidad de la bahía para este tipo de cultivo, favorecido por el alto nivel de pluviosidad y la existencia de numerosas vegas regadas por ríos, arroyos y manantiales, sumado a su importante papel como complemento del cereal en la dieta, nos lleva a considerar su más que probable aprovechamiento en época antigua. Los análisis palinológicos muestran en Carteia una ausencia de árboles frutales –a excepción, claro, de la posible existencia de olivos- así como la cercanía de variedades silvestres de leguminosas, aunque no se constata su cultivo (López García y Hernández Carretero, 2006). En Traducta, ya en época tardorromana, se habría introducido el avellano que, además de la madera, proporcionaría un fruto comestible muy apreciado (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). En la cercana Baelo Claudia, además de avellano se cultivaron nogal y castaño, cuyos frutos poseen un importante valor calórico (Ruiz Zapata y Gil García, 2007). Así pues, si bien han de ser futuros estudios arqueológicos y paleobotánicos los que confirmen el desarrollo de este tipo de cultivos en época antigua, no podemos sino constatar la potencialidad de su explotación desde época fenicia. La arboricultura y el cultivo de leguminosas están perfectamente constatados en asentamientos fenicios del Estrecho, dado que, como hemos comentado, este pueblo tenía un avanzado conocimiento de la agricultura y en particular del papel de las leguminosas como regeneradoras de la tierra. En yacimientos contemporáneos al Cerro del Prado, como el Castillo de Doña Blanca, el Cerro del Villar, Baria o La Fonteta se cultivaron garbanzos, habas, lentejas o guisantes y se consumieron frutas como higos, granadas, ciruelas, avellanas, nueces, almendras y posiblemente también dátiles (Chamorro, 1994; Catalá Ortiz, 1999; López Castro, 2003; Grau Almero, 2007; Pérez Jordà, 2007). De este modo, como en tantos otros aspectos, también la horticultura y arboricultura de la bahía podría haber tenido su inicio con la colonización oriental. 5.2.6. Las plantas industriales: esteras, cuerdas y redes Además de su cultivo con fines alimentarios, las plantas tuvieron en el mundo antiguo, como tienen en las economías tradicionales, un papel primordial relacionado con la medicina y usos industriales como el curtido de pieles, el tejido, el perfume o el tinte. De todo ello tenemos constancia gracias a las abundantes menciones literarias de época clásica, mientras que las evidencias arqueológicas, dado el carácter perecedero de la materia orgánica, son extremadamente escasas y en su mayor parte indirectas. El aprovechamiento de plantas como el cáñamo, el lino, el esparto, el palmito o el junco está a medio camino entre la agricultura y la recolección, ya que las dos primeras pueden cultivarse, pero todas ellas pueden ser explotadas en estado salvaje. Aun con todo, requieren un cuidado mínimo como evitar, por ejemplo, el acceso del ganado a las zonas donde crecen. De ellas se extraen, mediante un proceso no muy complejo, fibras con las que confeccionar elementos tan básicos como ropa, calzado, cestería, esteras o cordelería, por lo que han jugado un papel destacado

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en el repertorio material de las sociedades tradicionales. En época romana, junto a las pieles y la lana, el lino, el esparto, el algodón62 en menor medida y sobre todo el cáñamo fueron empleadas en la industria textil y en la confección de cuerdas y velas de barco (Fernández Pérez, 2002). El lino también se usaba para la fabricación de cuerdas y velajes, aunque, dada su mayor finura, era preferible para la confección de ropa. Esta planta se adapta bien a diferentes climas y suelos, y su aprovechamiento en la Península está documentado desde la Prehistoria reciente (Rovira i Buendía, 2007: 28). En época romana fue célebre el lino hispano de ciudades como Saitabis (Játiva, Valencia) o la antigua colonia griega de Emporiae (La Escala, Gerona), empleado fundamentalmente para confeccionar paños o vestidos. Sin embargo, la fibra de lino se empleó también para elaborar redes, tanto de pesca como de caza, como menciona el poeta latino Gratio en su Cynegetica: “por el contrario el lino de nuestros faliscos no es apto para la caza, y el Hispano de Saetabis llama la atención para otros usos” (1, 54-55; tomado de Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 342). Más nos interesa aquí una referencia a un gaditanum linum, que revelaría un cultivo de esta especie en el entorno de Cádiz. Este “lino gaditano” figura como parte de un curioso remedio para el dolor ocular citado por Marcelo de Burdeos, autor del s. V: “para que no padezcas dolores de ojos durante todo el año, tan pronto como las cerezas estén para comer, esto es, casi maduras, agujerea tres piedrecitas e introduce tres cerezas, pon dentro lino de Cádiz y úsalo como amuleto” (De medicamentis liber, 8, 27; tomado de Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 344). De este modo, quedaría constatado el cultivo de lino en las costas del Estrecho, al menos en época tardoantigua. En el Campo de Gibraltar, en concreto, existe constancia de su cultivo en la Edad Moderna, tanto en las tierras del interior como en la propia bahía y, ya a inicios del s. XX, jugaría un papel importante, junto a la piel y el algodón, en la industria textil algecireña (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 172, 305).

Figura 31.- Agujas de red de Carteia y Traducta (a partir de Presedo Velo et al., 1982: fig. 163; Bernal Casasola et al., 2004e: 115; Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: fig. 9)

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Aunque conocido por los romanos, el cultivo del algodón (Gossypium sp.) no fue relevante en el área mediterránea hasta la Edad Media, por lo que no analizaremos su potencial explotación en época antigua.

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Pero fue el esparto –o atocha- la planta de uso industrial más renombrada en el caso hispano. Es la más basta y resistente de las citadas y, por tanto, óptima para cordelería de la industria naval, esteras y todo tipo de utensilios agrícolas, como los capachos empleados en la depuración del aceite tras la molienda de la aceituna. El esparto crece en zonas de escasa humedad y alto contraste térmico e incidencia solar, por lo que su principal área de extensión es el sureste, aunque pude encontrarse puntualmente en otras zonas del mediodía peninsular. Su aprovechamiento está constatado desde al menos el Neolítico, para la elaboración de cestería, cordelería y calzado, como puso en videncia la célebre cueva de los Murciélagos de Albuñol, en Granada (Buxó i Capdevila, 1997: 126). En época antigua contamos con innumerables referencias al esparto hispano, de reputada eficacia para redes o sogas, por parte de autores como Mela, Plinio o Ateneo de Náucratis (Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 278). Entre todos destacaba el del campus spartarius de Cartagena (Estrabón, Geo., III, 4, 9) que pudo ser, de hecho, uno de los principales motivos, junto a la riqueza minera, la pesca, la sal y su ubicación estratégica, de la fundación de la ciudad bárquida por Asdrúbal (Ramallo Asensio y Ruiz Valderas, 2009: 529). En el caso de la bahía, la existencia de estas plantas con fines industriales cobraría un valor especial dado el carácter portuario y la especialización pesquera de sus asentamientos, que habrían precisado, sin duda alguna, de una amplia producción de cuerdas, redes, nasas o velaje. En el caso del esparto, aunque el alto grado de humedad y la composición de los suelos no son los ideales para su desarrollo, sí se constata su aprovechamiento en los últimos siglos. En el s. XVIII el Catastro de Ensenada registraba tres maestros esparteros y en el siglo siguiente se mencionaba la existencia de “cuatro o cinco Espartales” en el término de San Roque (Valverde, 1849/2003: 71). Sin embargo, no podemos descartar que, dada la alta demanda de este producto para la industria naval y pesquera y su bajo precio, derivado de su ligereza y su abundancia en otras zonas de la Península, fuera importado en especie y elaborado en la zona; un proceso semejante se ha documentado en el Cerro del Villar, en cuyo entorno pantanoso no pudo crecer esparto, pero donde se adquiría en especie para posteriormente trabajarlo (Aubet Semmler y Buxó i Capdevila, 1999: 336). El palmito, única especie de palmera nativa de Europa, es hoy la más abundante de las plantas comentadas en las colinas medias de la bahía. Además del aprovechamiento alimenticio de sus cogollos, se ha empleado desde la Prehistoria para la fabricación de esteras y cuerdas, así como la cubierta vegetal de cabañas (Fernández-Miranda, 1978: 80). En época antigua su uso está constatado por Columela, que menciona la utilidad de las esteras fabricadas con dicha planta para proteger las viñas del sol estival (De Re Rustica, V, 5, 15; Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 127). Parecen también aludir al palmito el árbol de Carthago Nova “que desprende de sus espinas una fibra con la que se fabrican hermosísimos tejidos” según nos transmite Estrabón (Geo., III, 5, 10) y el “espino de Heracles” con que se fabricaban bastones, del que nos habla Teofrasto en su De Historia Plantarum (4, 4, 12; tomado de Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 281). Junto al palmito, los juncos, cañas y carrizos son especies silvestres reducidas hoy en la bahía a espacios como el Paraje Natural del Palmones, pero que fueron muy abundantes a lo largo de la Antigüedad, asociadas a las amplias zonas de estuarios y marismas (López García y Hernández Carretero, 2006; Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). De la abundancia de juncos en la Península dieron fe autores como Estrabón, que calificó de campo de juncos –campus iuncarius- las tierras del Alto Ampurdán, al sur del Pirineo (Geo., III, 4, 9). En época romana fue común su uso para la fabricación de redes, como comentaremos más adelante, y en la pesca y construcción tradicional se han empleado para nasas, cuerdas, como relata Plinio de los griegos (N.H., XIX, 9), velas de las embarcaciones y cubierta de los “casarones”, viviendas tradicionales campogibraltareñas. Sobre la

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rentabilidad de su explotación en el pasado nos ilustra el hecho de que en el s. XVIII ésta aseguraba la manutención de muchas familias de la ciudad alicantina de Denia (Sáñez Reguart, 1792: 91). En la bahía de Algeciras, tanto el palmito como los juncos jugaron un papel esencial en la industria textil de época medieval y moderna (Torremocha Silva y Sáez Rodríguez, 2001: 223). Y además hemos de considerar, también, la posible explotación del mimbre a partir de la corteza de arbustos de la familia del sauce, abundante en los bosques de ribera de la zona, pero de cuyo aprovechamiento no tenemos constancia alguna. Como uno de los productos elaborados con las fibras vegetales mencionadas, especial atención nos merecen las redes, que tuvieron que ser abundantes en una economía pesquera como la de la bahía y cuyo estudio, tan interesante como tradicionalmente ignorado por la investigación arqueológica, no puede sino apoyarse hoy en una serie de evidencias indirectas como las agujas o lastres de red (Bernal Casasola, 2008a; Alfaro Giner, 2010). En época romana, las redes se elaboraban a partir de esparto, cáñamo, lino e incluso juncos en el caso de las nasas, plantas todas que pudieron cultivarse en la bahía y, desde luego, presentes en la península Ibérica en estado salvaje. Como podemos comprobar, dichos materiales apenas han variado a lo largo de los siglos, puesto que la pesca tradicional española ha empleado también lino y cáñamo, preferiblemente, sin descartar tampoco el esparto (Sáñez Reguart, 1792: 120). Las menciones literarias a redes de época antigua son casi inexistentes por lo que apenas podemos citar a Plinio, que indica lo adecuado del cáñamo (N.H., XIX, 56) o el esparto hispano (N.H., XIX, 8; XXIV, 40) para su fabricación. Éste último es señalado, también, por Opiano Anazarbense en su Halieutica: “Fabríquese una nasa tan amplia como sea posible, entramándola con esparto ibérico o con juncos” (3, 341-342; tomado de Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 356). Desde el punto de vista arqueológico, hay una gran dificultad en el estudio de este tipo de objetos elaborados con material orgánico, pero las técnicas actuales de microscopía permiten conocer hoy gran información sobre los materiales y técnicas antiguos, a partir de los escasos y mínimos fragmentos conservados. En el caso de las redes recuperadas en la necrópolis ibérica y el pecio de época flavia de la Albufereta (Alicante), se ha podido identificar con toda seguridad el material de una de las redes ibéricas, el cáñamo, mientras la romana pudo ser de cáñamo o lino (Alfaro Giner, 2010). Sin alejarnos de las costas alicantinas, no podemos dejar de mencionar el hallazgo de esparto, tanto en especie como trenzado, en una habitación del asentamiento costero ibérico de la Illeta de Campello, que fue interpretado por su excavador, E. Llobregat, como un espacio dedicado al trabajo y almacenamiento del esparto para cordaje de los barcos y redes (Olcina Doménech et al., 2009: 100-103). En los asentamientos de la bahía disponemos, como hemos comentado, de evidencias indirectas como agujas de red o velajes y pesos de red. Su abundancia y recurrencia a lo largo de todo el periodo analizado, de época fenicia a tardorromana, evidencian la importancia que los utensilios de fibras vegetales tuvieron en las actividades pesqueras y salazoneras. En primer lugar, citemos las abundantes agujas y punzones, tanto de bronce como de hueso, aunque hubieron de existir también de madera. Tan sólo las agujas lanzaderas, con extremos ahorquillados, servirían para fabricar redes, aunque aquéllas de un sólo orificio podrían emplearse en su reparación así como en la confección y remiendo de otros elementos fabricados con tejidos duros, como sacos, odres o velaje de los barcos. En el yacimiento fenicio del Cerro del Prado se han recuperado varias agujas y punzones de bronce y dos agujas de hueso (Tejera Gaspar, 1976/2006: 102; Ulreich et al., 1990: 239), en Carteia

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agujas de hueso, bronce e incluso hierro (Presedo Velo et al., 1982: 64 y ss.) de las que, al menos una, es una lanzadera para confeccionar redes. Y en factorías de salazón de época romana y tardorromana, como las de Traducta y en el barrio salazonero de Carteia, han aparecido abundantes agujas de bronce, incluyendo lanzaderas (Bernal Casasola et al., 2004e; Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: 313); un aparejo que, por otro lado, resulta frecuente en yacimientos costeros similares como la factoría púnico-gaditana “P-19” del Puerto de Santa María (Gutiérrez López y Giles Pacheco, 2004) o la hispanorromana de Baelo Claudia (Arévalo González y Bernal Casasola, 2004) (Fig. 31). También en la villa del Ringo Rango se exhumaron nueve agujas de hueso, que constituyen una de las muestras de su doble vocación agrícola y marinera (Lorenzo Martínez y Bernal Casasola, 2002: 275), como se ha defendido para otras villae a mare similares como El Xarquet (Villajoyosa, Alicante), donde la pesca y la confección y reparación de velas o redes habrían completado la economía agropecuaria propia de estos enclaves (Espinosa Ruiz et al., 2011: 168-169). Los pesos de red serían, igualmente, evidencias indirectas del uso, y seguramente fabricación, de redes. Debemos tener en cuenta, sin embargo, que algunos de esos pesos podrían corresponder también a la pesca con caña y sedal que, según las fuentes iconográficas, habría sido común en el mundo antiguo (Bernal Casasola, 2010: 120). Tenemos constancia de pesos de red de diferentes tipologías y materiales, desde piedra a plomo o cerámica, en diferentes yacimientos: el Cerro del Prado (Tejera Gaspar, 1976/2006: 102-103), en Carteia (Woods et al., 1967: 106; Presedo Velo et al., 1982: figs. 1, 22, 72; Presedo Velo y Caballos Rufino, 1987: 389), en su barrio salazonero (Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: 313), en Traducta (Bernal Casasola, 2011b), incluso es posible que también en la villa de Ringo Rango (Lorenzo Martínez y Bernal Casasola, 2002: 277). Como parte de los usos industriales de las plantas, queríamos citar, por último, el aprovechamiento de las llamadas “plantas barrilleras” mediante la obtención de sosa (carbonato sódico) y potasa (hidróxido de potasio) de sus cenizas. Estas plantas, de la familia de las quenopodiáceas, crecen en suelos salinos como cordones dunares y marismas y fueron, como éstos, muy abundantes en época antigua, según confirman las analíticas palinológicas (López García y Hernández Carretero, 2006; Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). Dada, pues, esta abundancia y el hecho de que la técnica empleada no requería una compleja infraestructura o mano de obra y era, además, conocida ya por el pueblo fenicio, no es aventurado pensar que podía haberse desarrollado dicha explotación en época antigua. Con la sosa o potasa obtenidas se podía fabricar jabón y, lo que es más importante, un material tan apreciado como el vidrio, ya que el carbonato sódico de la sosa vendría a sustituir al natrón (carbonato de sodio) en la mezcla con sílice –que se extraía de la arena- y la cal, de cuyo descubrimiento habría sido artífice el mismo pueblo fenicio (Plinio, N.H., XXXVI, 45) (Fernández Pérez, 2002). Aunque no hay constancia de la fabricación de vidrio en la zona, sí de la fundición de vidrio puro y vidrio reutilizado para la elaboración de ungüentarios en un taller identificado en el alfar altoimperial de la Venta del Carmen. Los vidrios analizados contienen como fundentes sosa pero también potasa, por lo que el artesano, seguramente itinerante, pudo adquirir vidrio puro –fabricado con natrón, originario de Egipto- en alguno de los puertos de la zona, aunque no se descarta el empleo de plantas barrilleras para la obtención puntual de potasa (Fuentes Domínguez, 1998). El paisaje vegetal de la bahía de Algeciras habría permitido, en resumen, una serie de explotaciones industriales derivadas de plantas como el esparto, lino, cáñamo, palmito, juncos, plantas barrilleras y otras muchas más que no hemos incluido. La técnica necesaria para su explotación era sencilla y, en muchos casos, conocida desde la Prehistoria. A una escala industrial,

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el aprovechamiento de las fibras vegetales requeriría de gran cantidad de agua y piletas para la maceración del producto, elementos que, como veremos, abundaron en la bahía. Todo favorecía, pues, un tipo de explotación que fue muy frecuente en época antigua pero que queda, lamentablemente, silenciada en el registro arqueológico. Debió además de ocupar a una parte importante de la población, quizá como complemento de las faenas pesqueras, en palabras de C. González Wagner sobre Cartago: “La construcción naval era, por otra parte, uno de los sectores que más mano de obra requería, y a los carpinteros, armadores y calafateadores se sumaban los encargados de fabricar las velas y cordajes para lo que se empleaba preferentemente el esparto” (2000: 162-163). 5.2.7. La ganadería La ganadería ha sido una de las principales actividades económicas del Campo de Gibraltar, muy adecuado para este tipo de explotación por la idoneidad de los pastos de las vegas, las colinas arcillosas poco aptas para la agricultura y la abundante vegetación de monte bajo que ha favorecido también la montanera del cerdo. A ello hemos de sumar, además de la existencia de un ambiente marismeño, tan propicio para la ganadería mayor, las numerosas fuentes de agua dulce e, incluso, la facilidad de acceso a la sal, elemento indispensable en la dieta animal. Las economías de las sociedades ibéricas que estuvieron en contacto con los pueblos colonizadores se caracterizaron por una ganadería basada en la oveja y la cabra, el ganado vacuno y en menor medida el porcino (Buxó i Capdevilla, 2009: 162-165). Se ha considerado que el progresivo aumento de éste último en paralelo a un descenso de los bovinos podría reflejar el creciente proceso de territorialización iniciado en época ibérica y acentuado con la romanización. Habría una disminución del pastoreo y las prácticas trashumantes, mientras se generalizarían los rebaños de ovicaprinos, de manejo más fácil y conciliable con dicho proceso. Los bovinos pasarían, junto a los asnos, a emplearse mayoritariamente como fuerza de tracción (Iborra Eres et al., 2003: 49-50). En la bahía, la ganadería bovina ha sido una actividad económica con un gran peso específico históricamente (Torremocha Silva y Sáez Rodríguez, 2001: 218 y ss.). Las fuentes, como Al-Magribi en el s. XIII, reiteran la riqueza de la tierra de Algeciras para este tipo de explotación: “Su puerto es el mejor del Estrecho, y su tierra es tierra de agricultura y de ganadería, tanto lechera como de cría” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 140). En el s. XVII Hernández del Portillo constata la exportación de ganado gibraltareño, tanto para carne como para tiro, a otras ciudades: “es abundantísima en todo género de ganado vacuno y de cerda, carneros y cabras (…) Proveense en esta ciudad de carne para sus carnicerías, Sevilla, Granada, Córdoba y otras muchas ciudades, y para arar, pues con los bueyes que de aquí se llevan se labra una gran parte de la Andalucía y aún se llevan hasta el reino de Toledo” (1622/2008: 45). A inicios del s. XVIII se establece la dehesa boyal de Guadarranque (Pérez Girón, 2006: 127-128) y medio siglo después el Catastro de Ensenada reflejaba la riqueza de los municipios de la bahía en ganado “bacuno, yeguar, cerdos, cabrío y jumentas” debido a la abundancia de pastos de primera calidad. Tal riqueza ganadera contrastaba con la modesta producción agrícola, aspecto que motivó las reflexiones de autores como López de Ayala que culpaba al azote de los vientos del hecho de que “Los países próximos al Estrecho son tan buenos para la cría de ganados como malos para las cosechas” (1782: 271 y ss.); idea retomada por Madoz, que de Algeciras refirió su “Gran fertilidad para pastos, que no se agotan en el estío, los sembrados granan mal por causa de los aires de la mar” (1845-1859: t. I, 561). En ese s. XIX las especies criadas eran las vacas, cabras, ovejas y cerdos en menor medida (Valverde, 1849/2003: 71).

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Además de la lógica importancia del ganado como fuente de carne y fuerza, ya mencionadas, no menos importantes han sido históricamente la explotación de recursos secundarios como la piel o la leche. En el mundo romano, como en las economías tradicionales, fue relevante el uso de la piel para el vestido, el calzado y todo tipo de utensilios de la vida cotidiana (Baratta, 2008). En un ámbito cercano como la bahía de Cádiz, en la villa maritima de Gallineras en San Fernando, se ha planteado la existencia de una posible fullonica –lavandería- o tinctoria –tenería o tintorería- en función de la existencia de una serie de piletas de opus signinum diferenciadas de las de salazón por estar interconectadas mediante conducciones (Bernal Casasola, 2008b: 290). Si bien éste es un aspecto de la economía antigua escasamente conocido, ha de ser al menos tenido en cuenta a la hora de abordar posibles industrias derivadas en zonas de conocida riqueza ganadera. De nuevo en la bahía, una de las actividades históricas derivadas de la mencionada abundancia de ganado fue de hecho la industria de los curtidos, favorecida además por un fácil acceso a otros elementos necesarios como agua dulce o material para el tinte como la corteza de aliso, encina o alcornoque, ricos en taninos (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 183; Ocaña Torres, 2001b: 68; Vicente Lara, 2001: 168). No en balde la existencia de maestros curtidores y fábricas de curtidos está constatada al menos desde el s. XVIII por el Catastro de Ensenada o el Diccionario de Madoz (1845-1859: t. XIII, 567; t. I, 562). La lana de oveja figura también como uno de los productos exportados de Turdetania según Estrabón (Geo., III, 2, 6). En nuestro caso, aunque contamos con un estudio arqueozoológico que refleja el papel predominante de la cabaña ovicaprina en época romana, dado lo exiguo del registro analizado hemos de apoyarnos, de nuevo, en las evidencias indirectas a la hora de analizar una posible actividad textil (Riquelme Cantal, 1998). Los pesos de telar o pondera y fusayolas son objetos arqueológicos de enorme utilidad para documentar la existencia de telares y husos, que por ser elaborados en madera no se conservan, y por tanto de actividades como el hilado y el tejido de fibras animales o vegetales. Los pesos de telar son objetos profusamente documentados en las excavaciones en Carteia, tanto en superficie (Roldán Gómez et al., 2007) como en los niveles púnicos (Woods et al., 1967: fig. 38), en el barrio salazonero (Woods et al., 1967: fig. 2), en las inmediaciones de la domus de la Torre del Rocadillo (Presedo Velo et al., 1982: fig. 172) o en las termas (Presedo Velo y Caballos Rufino, 1987: 389). También se han recuperado pesos de telar en la villa del Ringo Rango, fabricados quizá en el taller de El Rinconcillo (Bernal Casasola, 2004: 222) y que, unidos a la presencia de agujas, han llevado a sus excavadores a considerar el tejido como una de las actividades productivas de la villa (Lorenzo Martínez y Bernal Casasola, 2002: 276). De las fusayolas cerámicas tenemos una menor información aunque han sido asimismo halladas tanto en el yacimiento fenicio del Cerro del Prado (Tejera Gaspar, 1976/2006: 102) como en niveles púnicos y romanos de Carteia (Woods et al., 1967: fig. 62; Presedo Velo et al., 1982: fig. 5; Presedo Velo y Caballos Rufino, 1987: 389; Blánquez Pérez et al., 2006e: 150). En lo que respecta a las evidencias arqueológicas directas de ganadería en época antigua, contamos con varios estudios estrictamente arqueozoológicos referidos a yacimientos concretos aunque no, por el momento, con un trabajo monográfico al respecto. En el caso de la ciudad de Carteia, los numerosos restos recuperados en las últimas campañas de excavación por parte del Proyecto Carteia de la UAM, se encuentran aún en proceso de estudio por lo que sus resultados no han podido ser empleados en nuestro estudio.

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Para época fenicia podemos tan sólo mencionar los restos de fauna bovina y ovicaprina (Tejera Gaspar 1976/2006: 109) y de animales sin identificar recuperados en el Cerro del Prado (Ulreich et al., 1990: 218), así como los fragmentos de fauna terrestre –sin especificarexhumados en el poblado orientalizante del Ringo Rango (Bernal Casasola et al., 2010: 559). En época romana disponemos del que fue el primer trabajo arqueozoológico efectuado en un yacimiento antiguo de la bahía, el estudio de la fauna recuperada en el alfar romano de la Venta del Carmen (Riquelme Cantal, 1998). A pesar de apoyarse en una muestra muy limitada, se atisba un predominio de la cabaña ovicaprina (tres individuos) seguida de bovina (un individuo) y otras especies como asno, conejo (cuatro individuos) y, a través de evidencias indirectas, gato y perro. Se constata, pues, un claro predominio de animales domésticos y un consumo de animales adultos. En el caso de la ciudad de Traducta, pronto dispondremos del estudio efectuado por I. Cáceres Sánchez para la memoria de las excavaciones en las factorías de salazón, de inminente publicación (Bernal Casasola, e.p.). Sin embargo se han adelantado algunas de sus conclusiones, como la constatación de un amplio conjunto de restos entre los que se han podido identificar individuos de vaca (30), oveja (28), ciervo (25), cabra (15), cabraoveja (38) o cerdo (12), en su mayoría jóvenes y con huellas de descarnado, que certifican su aprovechamiento cárnico, seguramente como conserva. El resto de animales domésticos como mula, asno o perro no presentan huellas de descarnado, por lo que se relacionan con labores de tracción en relación con la actividad de la factoría de salazón (Bernal Casasola, 2007). La presencia de ganado ha sido también constatada por los estudios palinológicos de la factoría, que documentan nitrófilos como Plantago y Urtica asociados a los animales domésticos (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). En la misma ciudad, en unos niveles de vertidos bizantinos (ss. VI-VII) se ha podido asimismo constatar la presencia de ganado ovicaprino, cerdo y caballo empleado para tracción, así como una gallina (Jiménez-Camino Álvarez et al., 2010). Dichos estudios analíticos, a pesar de su escaso número, parecen reflejar una cierta relevancia de las actividades pecuarias, así como un potencial panorama ganadero para la Antigüedad no muy diferente del documentado para época medieval y moderna, si bien caracterizado por el predominio del rebaño mixto de cabras y ovejas. Junto a la introducción de especies como la gallina, dicho predominio es un rasgo, como hemos comentado, propio del fin de la Protohistoria peninsular y la época romana que ha podido ser constatado también en las colonias fenicias del sur hispano como Castillo de Doña Blanca (Hernández Carrasquilla y Johnson, 1994; Morales Muñiz et al., 1994), Cerro del Villar y Toscanos (Montero Fernández, 1999; Iborra Eres et al., 2003: 39) y La Fonteta (Iborra Eres, 2007). En la costa malagueña los estudios acometidos en yacimientos indígenas de la misma época, como La Era de Benalmádena, muestran una situación similar (Riquelme Cantal, 2003). En la vecina Ceuta, sin embargo, en los niveles del s. VII a.C. excavados predominan aún los bovinos, seguidos de ovicaprinos y cerdos (Camarós Pérez y Estévez Escalera, 2010). Respecto a éste último, su frecuente presencia en los yacimientos fenicios y púnicos muestra que, de haber estado reglado el supuesto tabú a su consumo, éste se habría diluido en la expansión fenicia por el Mediterráneo mediante el contacto con otros pueblos (Campanella y Zamora López, 2010). Estas tendencias parecen consolidarse con la romanización, cuando la economía experimentaría un mayor grado de especialización. El aporte cárnico de ganado bovino disminuye frente a la consolidación de cabra y oveja incluso en ciudades con un marcado carácter rural o serrano como Munigua en Sierra Morena (Schattner et al.,

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2008: 134-135). En la cercana Baelo Claudia, la fauna recuperada en las excavaciones de la factoría muestra una cabaña ganadera diversificada, aunque con predominio de la vaca, frente a la cabaña selectiva de San Nicolás (Cáceres Sánchez, 2007). 5.3. L 5.3.1. Del bosque al mar: madera, resina y corcho Las áreas boscosas, como las montañosas en general, eran consideradas regiones inhóspitas o pobres en el pensamiento clásico, que concebía la agricultura como parte indisoluble del concepto de civilización. Como consecuencia, a la hora de analizar culturas como la romana, ha tenido mayor peso el estudio de las ciudades que de los ámbitos rurales y, desde el punto de vista de la economía, la agricultura frente a actividades como la caza y otros aprovechamientos del bosque, que han sido generalmente marginados por la investigación (Ruiz del Árbol, 2006: 121 y ss.). Sin embargo, en el caso de la península Ibérica en general y de zonas como el Campo de Gibraltar en particular, no podemos obviar la riqueza de sus bosques, como espacios naturales en los que el hombre se abastecía de recursos como la madera, la caza, los frutos silvestres o las plantas medicinales, y que constituyeron un buen complemento para una cierta diversificación económica. En nuestra zona, los recursos forestales han sido históricamente una fuente de riqueza importante, por lo que disponemos de un amplio volumen de documentación, tanto sobre la explotación de la madera, para leña, carbón o para la construcción naval, como igualmente sobre otros productos como el corcho o la resina. En todos los casos se trata de recursos conocidos y empleados en época antigua, por lo que la constatación de su explotación tradicional nos resulta de gran utilidad a la hora de plantear su posible aprovechamiento en épocas anteriores. En la Edad Media, las fuentes nos ilustran sobre el abastecimiento de madera de los bosques para la construcción de viviendas, embarcaciones y toneles, leña para hornos y otros muchos usos (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 114). En el s. XVII sabemos que “la parte occidental y noroeste del territorio se hallaba ocupada por elevadas sierras cubiertas en su totalidad de denso arbolado (alcornoques, quejigos, fresnos y alisos)” (Hernández del Portillo, 1622/2008: 16), que iría en disminución tras la toma inglesa de Gibraltar y el subsiguiente conflicto, que requeriría de ingentes cantidades de carbón y madera “para las minas, artillerías, estacadas y demás obras” de la línea de contravalación o de Ceuta (Vicente Lara, 1998). Precisamente, la manufactura de carbón fue otra actividad destacada en la economía de la zona, según se desprende de las menciones de Conduitt (1719: 2) o Madoz (1845-1859: t. I, 561), o de la huella que ha dejado en toponimia como la “Sierra Carbonera”, esquilmada ya en el s. XIX (Valverde, 1849/2003: 70 y ss.). Para época romana, aunque la elaboración de carbón fue una técnica conocida y empleada, ha sido sin embargo escasamente documentada (Escarpa Gil, 2000: 17). A mediados del s. XVIII, el Catastro de Ensenada cita explícitamente la riqueza de alcornoques en la zona, pero la merma de los bosques iría en aumento por las mencionadas necesidades militares, especialmente de la armada. En 1748 Fernando VI estableció en sus Ordenanzas de Montes la jurisdicción de la Marina sobre los bosques situados a menos de 25 leguas (unos 138 km) de la costa, en aras de la defensa nacional (Jurado Doña y Noguera Sánchez, 1995: 101) y, como dato concreto, mencionaremos la concesión en 1801 de una licencia a la Comandancia Militar de la Marina para talar 3.000 árboles en sierra Almenara, en Guadiaro (Pérez Girón, 2006: 66).

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Unida a las menciones de la explotación de sus bosques para la industria naval, hemos podido constatar igualmente la fabricación de navíos en aguas de la bahía. Ya en época medieval autores como Al-Idrisi y Al-Himyari mencionaron la existencia de atarazanas (Lombard, 1972: 124; García y Bellido, 1943) y el primero se refería a Algeciras como “un lugar donde se construyen navíos, y puerto de embarque y desembarque” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 93). En el s. XVI el Capitán General de las Galeras de España, Don Álvaro de Bazán, mandó levantar unos astilleros para la construcción y calafeteado de barcos militares en el Guadarranque (Hernández del Portillo, 1622/2008: 62), emplazamiento idóneo ya que por ese río bajaban los árboles talados en los bosques de Castellar (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 200). Conocemos, en efecto, por diferentes fuentes, como los troncos de pinos y alcornoques llegaban a través de los cursos del Palmones o Guadarranque, ayudados por las largas varas de aliso de los leñadores (Valverde 1849/2003: 70-71; Jurado Doña y Noguera Sánchez, 1995). Estas menciones sobre época medieval y moderna se revisten de valor con la lectura de Estrabón y la mención a la existencia de astilleros en Carteia (Geo., III, 1, 7) y al hecho de que los turdetanos “sus navíos los construyen allí mismo con maderas del país” (Geo., II, 2, 6). En efecto, la existencia de dos ciudades portuarias en época romana hubo de precisar una ingente cantidad de madera, tanto para las infraestructuras navales como para embarcaciones y construcción en general; y, quizá de forma anecdótica, para infraestructuras temporales propias de los conflictos bélicos romanos (Cortijo Cerezo, 2005). A ello tendríamos que sumarle el combustible necesario para los numerosos alfares cerámicos y otros usos industriales referidos. Los estudios palinológicos confirman, además, la correspondencia entre las especies presentes en época antigua y aquellas explotadas de forma tradicional para estos usos. El aliso, limitado en la actualidad a los bosques de ribera, crecía con cierta profusión en época fenicia en la vecina Ceuta (Ruiz Zapata y Gil García, 2010), en Carteia en épocas púnica y romana (López García y Hernández Carretero, 2006), y en Traducta a lo largo del periodo romano (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). El uso de esta especie para la industria naval, además de otras muchas aplicaciones como la fabricación de muebles, carbón, leña o el empleo de su corteza para teñir y curtir pieles, está bien documentado en la zona en el s. XVIII (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 42). Las analíticas palinológicas muestran también cómo la masa forestal de alcornoques sería mayor que la actual, mientras que los pinos, aunque se documentan en el entorno de ambas ciudades, son mucho más abundantes en el caso de Traducta, lo que se ha interpretado como una posible potenciación para su explotación maderera en época tardorromana, momento en que se detecta además la introducción del avellano (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). En la cercana Baelo Claudia se ha planteado, también, una intensa explotación del pinar desde época altoimperial (Ruiz Zapata y Gil García, 2007). La disponibilidad de recursos arbóreos en la península Ibérica ha sido, precisamente, valorada entre las principales causas a tener en cuenta para entender la expansión a occidente de la colonización fenicia (Treumann, 2009). Según esta idea, el pueblo fenicio, maestro en el uso de la madera para la construcción de embarcaciones y edificios monumentales, como los célebres cedros empleados en el templo de Jerusalén (I Reyes, 5, 20-23), habría instalado algunas de sus colonias, tanto en la costa siria, como el sur de Turquía o la península Ibérica, en lugares conocidos históricamente por su explotación maderera (Treumann, 2009: 173, a partir de Lombard, 1972). En época romana, la extensión geográfica de los dominios del Imperio tuvo como una de sus consecuencias la facilidad de acceso a materias primas procedentes de muy diversas

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zonas, ampliando la gama de especiales empleadas en la industria naval, que anteriormente se limitaban a las variedades del pino carrasco, que proporcionaban además resina y pez (Meiggs, 1982: 467). Se generalizaron entonces el pino silvestre, el roble, el alerce, el ciprés o el olmo (León Amores y Domingo Hay, 1992: 216), aunque el carácter pragmático de la industria romana hizo común el uso de especies procedentes del entorno inmediato, como bien demuestra el “Napoli C”, un pecio del puerto de Nápoles del s. I (Allevato et al., 2009). Otros productos del bosque que surtieron la industria naval y el sector pesquero fueron la resina y el corcho. La resina vegetal puede obtenerse de una amplia variedad de especies y se ha utilizado tradicionalmente para usos impermeabilizantes que cubren hoy una extensa gama de resinas sintéticas. Propiedades similares tiene la pez o alquitrán vegetal, una sustancia derivada de la resina y empleada comúnmente como sinónimo de la misma, y diferente a la obtenida del petróleo, cuyo uso no se generalizaría hasta época medieval. La resina se obtiene directamente de los árboles y arbustos, mientras que la pez requiere un proceso ligeramente más complejo, como la destilación o fundición de restos de resina o teas. Estos métodos de elaboración, así como las especies óptimas para su obtención y sus diferentes usos, fueron ya descritos por el propio Plinio (N.H., libros XIV, XVI y XXIV), y se han mantenido invariables en el tiempo hasta hace años en los pinares segovianos y abulenses (Sanz, 1992). Las especies explotadas por su resina fueron el pino resinero, el salgareño y el carrasco, así como el lentisco, abundantes en la Península y de presencia constada en Carteia (López García y Hernández Carretero, 2006). La resina de lentisco o almáciga, en concreto, tuvo un gran uso en época antigua, tanto por sus propiedades impermeabilizantes como médicas, según se desprende de las fuentes clásicas (Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 347); la de cedro, que era muy apreciada, era sustituida en Iberia por aquélla de especies como el ciprés o el enebro (N.H., XVI, 216), que de nuevo encontramos en el paleoambiente de la bahía (Ruiz Zapata y Gil García, e.p.). El principal uso de la resina en la Antigüedad fue el calafateado de barcos (Meiggs, 1982: 415; Fernández Pérez, 2002), aunque también la impermeabilización de ánforas vinarias y su aromatización (Bernal Casasola y Petit Domínguez, 1995), así como de toneles de madera, botas u odres (Meiggs, 1982: 467 y ss.; Brun, 2003: 102-103) o, incluso, el aislamiento de viviendas (Prados Martínez, 2003: 141). Diversas fuentes literarias y arqueológicas constatan el comercio y por tanto el valor de este producto, como las recientes analíticas del cargamento del pecio de Uluburun, en la costa turca, que concluyen que el contenido de las ánforas fue resina de lentisco exclusivamente, y no vino aromatizado con ésta (Stern et al., 2008). En el caso ibérico, Estrabón menciona la pez, junto a la madera, como uno de los productos que se exportaban de Turdetania a Roma (Geo., III, 2, 6), lo que evidencia la existencia de una industria resinera desarrollada (Cortijo Cerezo, 2007: 210). Habida cuenta, pues, de la existencia en la bahía de especies propicias para la fabricación de resina, por un lado, de su explotación tradicional registrada en fuentes como el Catastro de Ensenada, por otro, y, finalmente, de la necesidad de dicho producto que hubieron de tener Carteia y Traducta, consideramos que tuvo que haber existido una fabricación local de resina. A modo de hipótesis, vinculamos con la misma las únicas evidencias arqueológicas de resina antigua que conocemos en esta zona: aquélla que recubría el interior de una de las ánforas romanas recuperadas en el dragado de la Isla Verde en 1980-1981 (Vicente Lara y Vicente Ojeda, 2002: 493), y, más recientemente, la resina vegetal empleada en el calafateo

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de una embarcación datada en época tardoantigua, hundida a menos de 2 km de Carteia, y hoy desaparecida por acción de la corriente (San Claudio Santa Cruz et al., 2009: 250). Por último, no podríamos hacer mención a la explotación de los bosques sin referirnos al corcho, una de las explotaciones forestales más rentables y a la vez más sostenibles, en lo que ha conservación del bosque mediterráneo y de especies como la mula se refiere. Portugal y España son líderes mundiales en su exportación y las poblaciones del Parque de los Alcornocales tienen en él uno de sus principales recursos económicos. En época histórica tenemos constancia del aprovechamiento del corcho a escala industrial desde al menos el s. XIX (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 304). Sólo Algeciras contaba, a mediados de ese siglo, con tres fábricas de corcho (Madoz, 18451859: t. I, 562) y La Línea de la Concepción albergó la Industrial Corchera de los hermanos Larios desde 1888 (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 308). Sin olvidar otros usos de la corteza del alcornoque, como su empleo para la fabricación de tinte para pieles, motivo por el que era exportada a ciudades como Cádiz o Málaga (Vicente Lara, 2001: 160). Las singulares cualidades de la corteza del alcornoque como su elasticidad, el ser aislante, comprimible, resistente a la fricción y de combustión lenta, explican que haya tenido múltiples aplicaciones a lo largo de la historia, entre las que destaca su uso como tapón de botellas de vino. En época antigua, las fuentes recogen, en efecto, sus múltiples aplicaciones, incluidas las médicas que nos ofrece Plinio (N.H., XXIV, VIII), pero nos interesan aquí aquéllas vinculadas al sector naval y pesquero. Dado, por tanto, que conocemos bien el uso del corcho desde época romana al menos, para las boyas o las relingas de las redes (Fernández Pérez, 2002; Alfaro Giner, 2010: 75 y ss.), hasta el punto de haberlos dado el nombre de “encorchadura” en las artes pesqueras tradicionales (Sáñez Reguart, 1792: 118119), es sencillo pensar que Carteia y Traducta, cuyo entorno era extraordinariamente rico en alcornoques, explotaran dicho recurso para abastecer la industria pesquera. Sin olvidar el posible uso de tapones de corcho para las ánforas, planteado por D. Bernal en Baelo Claudia, dada la escasez de opérculos cerámicos documentados (Bernal Casasola et al., 2007a: 255). 5.3.2. La caza Como hemos tenido oportunidad de comentar en el capítulo 4, las especies salvajes presentes en época antigua apenas han variado respecto a las que se cazan en la actualidad en los bosques de Los Alcornocales, como el ciervo, el corzo, el jabalí y por supuesto el conejo o la liebre. Aunque el aporte cárnico de la caza en las sociedades antiguas era mínimo en comparación con el de la ganadería, en zonas que tuvieron, como la nuestra, amplias áreas de bosque, ésta tendría una mayor presencia, aunque siempre dentro de lo minoritario. Para época medieval tenemos constancia de la caza de conejos, cérvidos, jabalíes e incluso osos (Torremocha Silva y Sáez Rodríguez, 2001: 219 y ss.), tal y como muestra el Libro de la monteria de Alfonso XI que certifica la abundancia de jabalíes en el entorno mismo de Carteia: “El Soto de Guadarranque y la Isleta de Palmones son lugares buenos para jabalíes en verano” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 243). Ya en el s. XIX, Madoz recogía que “La caza mayor consiste en corzos y jabalíes, no con mucha abundancia, pero con mas los conejos y aves de paso” (1845-1850: t. I, 562) y Valverde mencionaba las muchas perdices y conejos que se cazaban en Sierra Carbonera y Los Alcornocales (1849/2003: 72-73).

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Para época antigua, el estudio arqueozoológico del alfar romano de la Venta del Carmen permitió documentar cuatro conejos que habrían completado el consumo cárnico, basado en la fauna doméstica (Riquelme Cantal, 1998). En unos vertederos de época bizantina de Traducta también se constata la caza de animales salvajes como el ciervo y el conejo, aunque de nuevo en porcentaje mínimo en comparación con las especies domésticas (Jiménez-Camino Álvarez et al., 2010). En Carteia, a la espera de los estudios zooarqueológicos del Proyecto Carteia que se publicarán en la memoria, sólo podemos citar, de modo casi anecdótico, la aparición de varios colmillos de jabalí en diferentes intervenciones en la ciudad (Woods et al., 1967: 106; Presedo Velo et al., 1982: 64, 66). Otras evidencias que podrían revelar actividades cinegéticas de forma indirecta, son las puntas de flecha de bronce recuperadas en el Cerro del Prado, que pudieron también tener una función defensiva en un contexto colonial no siempre pacífico (Ulreich et al., 1990: 239) y aquélla descubierta en la villa imperial del Ringo Rango, cuya función defensiva parece descartada (Gómez Alcalde-Moraño et al., 2002: 293). Especial atención merece, por el volumen y por tanto lo representativo de los datos, la identificación de hasta 25 individuos de ciervo en las factorías de salazón de Traducta que, junto a las especies domésticas, fueron procesados para su conserva (Bernal Casasola, 2007: 99). Una cifra tan alta muestra la relativa importancia de la caza en el abastecimiento de esta particular industria y la predilección por una especie salvaje en concreto, que nos habla de la práctica de una caza selectiva. Por otro lado, no podemos obviar la excepcional abundancia de aves migratorias que transitan por el Estrecho a lo largo del año y que, no en balde, son las especiales más profusamente representadas en el rico arte rupestre de la zona (Bergmann et al., 2002). Para la Antigüedad, el consumo de aves ha sido un aspecto generalmente ignorado, aunque contamos con algunos estudios en nuestro ámbito que lo constatan desde época fenicia (García Petit, 1999). En la bahía, tan sólo W. Culican (1972), en su trabajo sobre el santuario fenicio-púnico de la cueva de Gorham, subrayó la excepcional abundancia de aves como una de las causas del establecimiento de población fenicia en la zona. Por el momento, sin embargo, carecemos de datos arqueológicos que nos permitan valorar el peso de ese tipo específico de caza, seguramente minoritario, en las economías de Carteia, Traducta o los núcleos de sus territoria. 5.3.3. Otros aprovechamientos forestales: plantas aromáticas y apicultura Al margen de algunas actividades puntuales de recolección, como frutos de árboles silvestres o setas, nos referimos en este apartado a productos como las bellotas, los piñones o las plantas aromáticas, además de otro uso tradicional del bosque, la apicultura. Las bellotas de encinas, alcornoques y quejigos fueron un producto abundante en época antigua, que pudo ser empleado para alimento del ganado o consumo humano, como fruto seco o tostado, en harina o incluso para licor. Su consumo, según autores como Estrabón, era parte importante de la dieta de los pueblos ibéricos (Geo., III, 1, 2-3; 7, 7-8). En la bahía contamos con algunos datos históricos de interés a este respecto. En 1560 el concejo de Gibraltar construyó un puente, origen remoto del actual de Puente Mayorga, costeado exclusivamente con las rentas obtenidas de la venta de la bellota (Pérez Girón, 2006: 126-127). Dos siglos después, el Catastro de Ensenada menciona la abundancia de bellotas de primera calidad en la zona, empleadas fundamentalmente para la montanera del cerdo (Vicente Lara, 2001: 160). Otros frutos que pudieron haber sido consumidos son el piñón o las algarrobas. En el caso del primero hay constatación de la existencia de pinos en época antigua y el consumo tanto

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de piñones como de las mencionadas bellotas, está constatado en época fenicia en yacimientos como el Castillo de Doña Blanca (Chamorro, 1994). Por otro lado, los algarrobos son muy abundantes en las sierras que rodean la bahía, aunque no han sido documentados en los estudios palinológicos de Carteia o Traducta. El uso de sus semillas como legumbres, pan o forraje está bien documentado en la Península al menos desde la Edad del Bronce (Rovira i Buendía, 2007: 368). Especial atención merece, dado el volumen que alcanzó en época altoimperial la producción de salazones y salsas de pescado en la zona, la recolección de las plantas aromáticas necesarias para la elaboración de dichas salsas, como tomillo, orégano, hierbabuena o albahaca. Los análisis palinológicos realizados hasta el momento en las factorías de salazón de Traducta o Baelo Claudia no han podido documentar esos taxones, ausencia que los paleobotánicos achacan a la baja polinización de la familia de las labiadas, así como al hecho de que se emplean secas y sin flores. Es perfectamente plausible, pues, como por otra parte apuntan las características paleoambientales, que en el entorno de dichas ciudades crecieran estas plantas que una vez recolectadas y secas, se utilizarían como condimento. Sí han podido documentarse sin embargo las apiáceas, familia a la que pertenece el hinojo, que también podía emplearse en estos preparados, y el enebro, que pudo haber sido utilizado, como el laurel, para neutralizar los malos olores (Ruiz Zapata y Gil García, 2007 y e.p.). La documentación histórica sí nos ilustra sobre la recolección de plantas aromáticas y medicinales, cuya abundancia y variedad maravillaron en época moderna incluso a un boticario enviado a la zona por Felipe II (Hernández del Portillo, 1622/2008: 47), y que fueron un verdadero motor económico de la zona (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 180). Otra explotación forestal relacionada con la pesca que fue común en siglos pasados y que puede aportar nuevas ideas al estudio de la economía antigua es el empleo de hojas de helecho, una especie presente en las umbrías sierras, que resulta óptima para el trasporte del pescado, como hasta hace poco veíamos en algunas pescaderías (Vicente Lara y Vicente Ojeda, 2002: 488). Por último, una explotación silvícola desarrollada también en el piedemonte y las sierras y en estrecha relación con las mencionadas plantas aromáticas, es la apicultura para la obtención de cera, empleada para iluminación, y miel, azúcar del mundo antiguo y elemento de gran valor simbólico además (Fernández Uriel, 1988). Ya en época medieval, en Una descripción anónima de al-Andalus se decía de Algeciras “es tierra agrícola, ganadera y muy apropiada para la cría de abejas y animales” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 265). En época moderna esta actividad llegó a tener un peso notable y a emplear a un número importante de personas, tal y como se desprende del Catastro de Ensenada que cuenta “poco más o menos de mill y quattro cienttas” colmenas en las poblaciones de la bahía que proporcionaban abundante miel y cera. En ese mismo s. XVIII el inglés Conduitt define la miel de la zona como la mejor de España, no en balde llegó a dar su sobrenombre a Vejer “de la miel” (1719: 921). En el siglo siguiente hubo una fábrica de velas de cera en San Roque, cuya materia prima procedía de las abundantes colmenas de la Sierra Carbonera (Valverde, 1849/2003: 72 y ss.). En la actualidad la apicultura es una actividad aún viva en pueblos de la comarca y que ha dejado, incluso huella en la toponimia, como el “arroyo de la Colmena”, “de las Colmenas” o “del Colmenar” al norte de San Roque, o el apellido “Melero”, muy frecuente en la zona63. No olvidemos, además, que uno de los materiales empleados en la 63

Fuente: INE: http://www.ine.es/apellidos/ (consulta: 21/06/2015).

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fabricación de colmenas es el ya mencionado corcho del alcornoque, cuya primera “pelá” o descorche64 se destina tradicionalmente a tal fin (Movilla Romero, 2010). Un material ligero que permitiría, por ejemplo, trasladar la colmena en mula o incluso en barco en caso de no haya flores en un determinado lugar, como indica Plinio (N.H., XXI, 43). Esta idoneidad de la región para la apicultura queda también reflejada en la referencia de Estrabón que menciona la miel entre los productos exportados desde Turdetania (Geo., III, 2, 6), o la posible evocación de la miel –mel, mellis- en el topónimo Menlaria (Geo., III, 1, 8), Melaria (Mela: Chor., II, 96; Plinio: N.H., III, 3, 7) o Mellaria (It. Ant., 407, 2) reducible, seguramente, a Tarifa, lo que ha llevado a considerar tradicionalmente que la miel estaría entre los recursos explotados en esa zona en época antigua (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 19). 5.4. R

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Este apartado recoge una breve descripción de los recursos petrológicos de la bahía, de cuya explotación tenemos constancia histórica, bien a través de la arqueología o de los textos de época medieval y moderna, y con un interés particular por la piedra y la arcilla empleadas en la construcción y la industria alfarera. Se trata, sin duda, de un aspecto que requeriría de una atención específica por parte investigaciones como las actualmente desarrolladas por el Proyecto Carteia en torno a las técnicas constructivas romanas, que permitirán precisar con propiedad los diferentes tipos de piedra identificados en los yacimientos, cuya interpretación por parte de los arqueólogos ha sido en ocasiones inexacta65. El primer acercamiento arqueológico al tema fue la monografía Técnicas constructivas romanas en Carteia (San Roque, Cádiz) publicada en 1992 por la profesora L. Roldán. Su estudio establecía el predominio de la piedra local, arenisca, caliza fosilífera y caliza margosa, frente al ladrillo u otros materiales, así como la preferencia, en líneas generales del empleo de la arenisca en época púnica y republicana frente a la generalización, a partir de época augustea, de la caliza fosilífera para grandes sillares del opus quadratum y elementos decorativos y de caliza margosa para el opus vittatum (Roldán Gómez, 1992). Dadas las características geológicas ya descritas, nuestra zona de estudio combina materiales de cierta dureza, como areniscas y calizas en puntos concretos, con otros más blandos como arcillas y margas de origen cuaternario. Unos y otros, piedra y arcilla, fueron una fuente básica de materia prima para la construcción. La caliza, material principal empleado en la construcción, existe en diversas formas que podemos agrupar en tres: calizas blancas, más puras y blandas; margosas, de tonalidad gris y mayor dureza; y, finalmente, fosilíferas, compuestas por restos fósiles marinos, en general bivalvos, cementados por carbonato cálcico. La caracterización litológica muestra dos afloramientos rocosos jurásicos del primer tipo, Los Pastores al oeste de Algeciras y el propio peñón de Gibraltar (IGME, 1980a y b). En la zona de Los Pastores se han explotado tradicionalmente arcillas calizas, dolomías y margas, y paquetes yesíferos con abundancia de fósiles y, desde inicios del s. XX, se explotó intensivamente la cantera 64

Este término denomina, de hecho, tanto la acción de arrancar la corteza al alcornoque como “romper el corcho de la colmena para sacar la miel” (DRAE, 2001). 65 Como principal ejemplo, en ocasiones se han tomado por calizas fosilíferas, debido a su gran parecido, tanto biocalcarenitas como conglomerados fosilíferos, conocidos en la región como “roca ostionera”.

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de Los Guijos, para extracción de piedras para la ampliación del puerto de Algeciras. El Peñón, por su parte, está formado por caliza particularmente pura en su extremo superior, lo que le confiere su particular blancura. A pesar de su blandura, su piedra se ha explotado tradicionalmente en canteras como Forbes Quarry donde aparecieron en 1848 los primeros Homo neanderthalensis conocidos. Las calizas margosas son margas (rocas sedimentarias formadas por arcilla y calcita) cuya proporción de carbonato cálcico es mayoritaria. En el lado occidental de la bahía, existen diferentes tipos de caliza en combinación con arenas y margas, con arcillas margosas, con brechas y dolomías. Entre ellas destacan las oolíticas en la zona de Getares, conocidas como “losa de Tarifa”, muy apreciadas por su aspecto brillante y explotadas con seguridad desde el s. XIX (Vicente Lara, 2001: 164). Del tercer tipo de calizas, las fosilíferas, existe un afloramiento reducido en el centro de la bahía cuya importancia estriba en su cercanía a yacimientos como el Cerro del Prado o Carteia. Éste se sitúa en la margen izquierda del Guadarranque, a la altura de Taraguilla, donde ha sido prácticamente desmantelado por el Polígono Industrial de La Pólvora. Otros afloramientos se localizan en la zona de El Almendral, al norte de San Roque, y del Cerro de los Infantes, al noreste de dicha localidad, donde existen hoy dos canteras. Dada la existencia en este punto de un yacimiento de época púnica, se ha planteado que el material para su construcción proviniera de dichas canteras (Castiñeira Sánchez y Campos Carrasco, 1994: 145) (Fig. 32). Finalmente, ya más cerca de la costa mediterránea que de la propia bahía, hemos de citar una serie de afloramientos en las zonas de Albalate y La Doctora, al sur de los ríos Guadalquitón y Borondo, explotados por varias canteras. La importancia de este conjunto de afloramientos es su cercanía a los aludidos cursos fluviales, que permitirían hipotéticamente el transporte de un material tan pesado como la piedra hasta su desembocadura y de ahí ya por mar hasta los puertos de la bahía. Tenemos constancia de su explotación bajo el nombre de “piedra guadalquitona” desde, al menos, el s. XIX para la construcción y para piedras de molino e incluso de su exportación a Ceuta (Valverde, 1849/2003: 78-79). La arenisca es el material más abundante en la bahía por ser el que conforma los cerros que rodean la costa y se presenta de forma aislada (la llamada arenisca del Aljibe), como en Sierra Carbonera o las sierras de Algeciras, o alternada con margas grises, como en el caso del Cerro del Rocadillo, el Cerro del Prado, gran parte de Algeciras, la zona de Punta San García, Getares y Punta Carnero en el extremo suroeste de la bahía. En época histórica este material se explotaba en canteras en las estribaciones meridionales de Sierra Carbonera que dieron nombre a la Torre de Canteras o Pedrera muy bien documentada en la cartografía histórica de los ss. XVIII y XIX. La abundancia de arenisca en la bahía permite considerar que su uso en las construcciones de la ciudad de Carteia, por ejemplo, responde a una explotación local (Roldán Gómez, 1992). Aunque no se han podido identificar canteras, puesto que es posible que la piedra fuera extraída del mismo cerro sobre el que luego se instaló la ciudad, lo que habría borrado las huellas de una posible extracción, sí contamos con un posible indicio al respecto en la parte alta de la ciudad. Se trata de una serie de afloramientos situados hoy en terrenos de la refinería, entre la muralla de la ciudad y la fortaleza meriní, que si bien muy afectadas por las instalaciones industriales, parecen mostrar posibles frentes y huellas de extracción, tal y como señaló M. Pellicer que lo identificó como “cantera” (1965).

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Calizas y areniscas, que abundan en la bahía y su entorno inmediato, fueron de hecho los principales tipos de piedra empleados en los asentamientos del Cerro del Prado, Carteia, Traducta o los alfares de El Rinconcillo, Venta del Carmen y Villa Victoria, por citar algunos de los yacimientos mejor conocidos. Tenemos constancia de su explotación intensiva al menos desde el s. XIX, momento en que se censan hasta seis canteras de caliza y arenisca cuarzosa gris sólo en Algeciras (Madoz, 1845-1850: t. I, 562; Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 306). Dado que las técnicas e instrumental de explotación de la piedra apenas variaron entre época romana y la generalización del uso de la pólvora en el siglo pasado, y que las canteras se ubican siempre junto a vías de comunicación importantes y fácilmente transitables por carros (Adam, 1996: 23), se podría plantear, como hipótesis, la posibilidad de que las canteras explotadas en las últimas centurias pudieran corresponderse en algunos casos con aquéllas de época antigua. En cualquier caso esta cuestión es muy compleja de poder demostrar ya que precisamente la continuidad de la explotación intensiva de estas canteras impediría hoy reconocer las huellas de posibles extracciones antiguas. Las únicas canteras antiguas conocidas en la comarca son las de calcarenita de Baelo Claudia en Punta Camarinal, desde donde se transportaría en barco, y en Paloma Alta, desde donde se haría por tierra, y por tanto de explotación más costosa (Sillières, 1997: 71-72). La Isla de las Palomas de Tarifa presenta también evidencias de extracción de material pétreo, si bien es complicado establecer las distintas épocas de uso. Por otro lado, parece documentarse, desde época augustea al menos, la exportación de caliza fosilífera y “losa de Tarifa” de la zona del Estrecho para material de construcción de ciudades de la Bética (Jiménez Martín, 1977: 1155 y ss.). Ante esta serie de datos, las cuestiones planteadas son si el material pétreo de ciudades como Carteia fue explotado mayoritariamente en canteras de la propia bahía o, dado el abaratamiento del precio que supone el transporte marítimo frente al terrestre en el caso de materiales tan pesados, pudo haber sido importado de zonas más alejadas, pero cuya naturaleza costera tornaba rentable la explotación. Es un tema sobre el que muchos interrogantes restan abiertos y que deberá ser abordado en cada caso con un enfoque cronológico concreto, ya que en épocas fenicia y púnica parece lógico pensar que la arenisca empleada se extraería en el entorno inmediato, mientras que en momentos como la reforma urbanística augustea documentada en Carteia, parece más lógico pensar en una importación de materia prima, quizá de la mencionada zona de Guadalquitón, cercana a la bahía y fácilmente accesible por mar. Otro aspecto interesante en relación con la construcción antigua, en que el conocimiento de la economía tradicional puede ser de gran ayuda, es la fabricación de cal, elemento básico como material aglutinante y revestimiento en la tradición constructiva fenicio-púnica (Prados Martínez, 2003: 138 y ss.) y romana (Adam, 1996: 69 y ss.). La combustión en un horno de carbonato cálcico procedente de las calizas fosilíferas, así como de la malacofauna que la integra, permite su transformación en cal viva. Este material pétreo es uno de los que más frecuentemente han sido empleados en Carteia como aglutinante de la argamasa del opus caementicium, si bien es cierto que esas argamasas no son muy ricas en cal (Roldán Gómez, 1992: 187 y ss.). La necesidad de este material para abastecer, entre otros, las necesidades de dos ciudades romanas, y la relativa abundancia de caliza en la zona, explican la existencia de varias caleras que han podido ser documentadas arqueológicamente. En los alfares altoimperiales de la Venta del Carmen y Garavilla han podido excavarse sendos hornos, originalmente de cerámica, que en su fase final habrían sido empleados para la fabricación de cal (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 1998: 84;

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Tomassetti Guerra et al., 2009); y en la propia Carteia, en la campaña de 2009, se excavó una calera aneja a la muralla romana, de la que tomó la materia prima, y que podría datar de época tardoantigua (Roldán Gómez et al., 2009). La técnica tradicional para dicha fabricación y su ubicación en zonas de fácil acceso a las afueras de las poblaciones, son aspectos que apenas cambiaron desde época romana hasta las últimas caleras tradicionales, como pudimos saber por el testimonio de D. Salvador Rubio Ocaña, calero retirado de la localidad campogibraltareña de Castellar de la Frontera. En época antigua, la explotación de arcilla no sólo abasteció a la construcción, como los materiales anteriormente citados, sino también, de forma muy especial en nuestro caso, a la industria alfarera como subsidiaria de la salazonera. Como hemos comentado respecto a la caracterización litológica, las arcillas son uno de los materiales predominantes, junto a arenas y limos, de las desembocaduras de los ríos (IGME, 1980a y b), y lo serían más aún en época antigua, con una geografía caracterizada por la irregularidad de la costa y la abundancia de áreas inundables. Ese sustrato de arcillas correspondiente a antiguas áreas de marisma ha sido identificado, por ejemplo, en el entorno del barrio alfarero de Villa Victoria (Arteaga Cardineau y González Martín, 2006: 68-69).

Figura 32.- Los principales asentamientos se ubican en afloramientos de arenisca o biocalcarenita y junto a zonas de potencial explotación de arcillas (base: IGME, MGE 1:200.000). La identificación de canteras de arcilla o “barreros” es más difícil aún que la de aquéllas de extracción de piedra, al materializar un registro arqueológico apenas perceptible. Sin embargo, sí es posible reconocer barreros antiguos en puntos con existencia de depósitos importantes de arcilla en los que haya una presencia antigua y tradicional de alfares, como es el caso de Puerto Real, en la cercana bahía de Cádiz (Lagóstena Barrios, 1993: 98). En nuestro caso, se ha señalado igualmente la presencia de barreros en la villa romana del Ringo Rango, que contó con un horno alfarero en época tardoantigua, y donde se han documentado una serie de fosas excavas en el

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suelo de arcilla cuya función como silos estaría descartada por no encontrarse colmatadas por restos de fauna (Bernal Casasola et al., 2010: 558). Asimismo, en el caso de los alfares suburbanos de Carteia, en la zona de Loma de las Cañadas, se ha señalado la vega del arroyo Madre Vieja como fuente de aprovisionamiento de arcilla (Tomassetti Guerra y Bravo Jiménez, 2006: 258). Otra posible zona de explotación de arcilla pudo ser lo que López de Ayala describe como arenales de Gibraltar, en especial los “los Arenales colorados, que empiezan desde el pie de la peña, i corren hasta el mar (…) es esta arena provechosa para la fábrica de los edificios que se hacen en esta ciudad, pero incomodan enormemente á los que transitan por ellos” (1782: 30-31). Sin embargo, ésta es la única mención que conocemos al respecto. Por último, no podíamos dejar de mencionar los metales, dada su importancia en la Península a lo largo de la Protohistoria y la época romana. No obstante, a pesar de las menciones de Plinio de que “casi toda Hispania es rica en minerales de plomo, hierro, cobre, plata, oro” (N.H., III, 4) y el peso que el estudio de la minería antigua ha tenido en las últimas décadas (Domergue, 1990 y 2008), la bahía de Algeciras no es una de las zonas privilegiadas en ese sentido. Nuestra zona de estudio parece carecer, efectivamente, de yacimientos metalúrgicos susceptibles de ser aprovechados y no se ha constatado, hasta la fecha, el mínimo atisbo de explotación minero-metalúrgica antigua. El río Guadiaro, que recorre el término municipal de San Roque aunque desemboca al este de la bahía, ha sido tradicionalmente identificado con el Chrysus flumens citado por Avieno, que evocaba muy nítidamente a la presencia de oro (v. 420 en Mangas Manjarrés y Plácido Suárez, 1994: 114). Dado que Estrabón menciona que el oro en Iberia no sólo proviene de minas sino del lavado de ríos, algunos han considerado que el Guadiaro pudo haber portado oro, por lo que dicho vocablo habría quedado fosilizado en el hidrónimo árabe wadiauro/Guadiaro (Torremocha Silva y Humanes Jiménez, 1989: 34). Sin embargo, la existencia de dicho metal no ha podido constatarse en el río, aunque sí en el Guadalevín, uno de sus afluentes, lo que queda muy alejado ya de nuestro marco de estudio (Vicente Lara y Vicente Ojeda, 2002: 500-501). En la propia bahía, tenemos constancia de la búsqueda de minas en el s. XIX en la Sierra Carbonera sin éxito (Valverde, 1849/2003: 72), así como de varias noticias contradictorias sobre las minas de Algeciras en el Diccionario de Madoz. Esta obra menciona, por una lado, la existencia de minas de oro y cobre en el Monte del Águila (1845-1850: t. V, 140), de las que no tenemos otra constancia, mientras que en otro lugar afirma que “muchas de las piedras de la Sierra de Algeciras parecen mineralizadas con señales de cobre o hierro pero no se encuentra abierta mina alguna” (1845-1850: t. I, 562). Por otro lado, la presencia en la zona de topónimos como “Monte del Cobre” junto a la actual barriada del Cobre y el también sugerente microtopónimo de “Fuente de las Minas” en mapas del s. XIX, parece relacionado con el batido del cobre que se haría en los molinos del río de la Miel (Madoz, 1845-1850: t. I, 561; Vicente Lara, 2001: 169). Un siglo antes, ya el Catastro de Ensenada censaba un maestro calderero y 22 herreros y sabemos de la existencia de una fábrica de refinado de cobre para armar barcos en Algeciras (Ocaña Torres, 2001b: 76). En efecto, también la arqueología parece refrendar la ausencia de explotaciones mineras pero sí la existencia de trabajo del metal, aunque éste fuera importado. En la villa romana del Ringo Rango, por ejemplo, se excavó un pequeño taller metalúrgico de hierro, destinado a la fabricación de pequeños utensilios para consumo doméstico de la villa, aunque también dedicado, seguramente, a la reparación de objetos en bronce o plomo (Gómez Ramos, 2002).

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5.5. A 5.5.1. Las factorías de salazón La importancia de los recursos del mar no sólo convirtió la pesca en la principal actividad económica de época romana, sino que hizo posible el desarrollo de un complejo sistema industrial basado en la transformación del pescado, así como en la producción anfórica para su envasado y exportación. Por este motivo, hemos incluido ambas actividades de transformación en este capítulo, dado el papel que desempeñaron tanto en la economía de la zona, como en su configuración territorial, como veremos en el capítulo 9. El sistema articulado en torno a las actividades haliéuticas, las salazones y la alfarería, hundía sus raíces en las etapas precedentes fenicia y fundamentalmente púnica, pero con la integración de las ciudades del Estrecho en la economía romana, alcanzaría un grado de especialización y complejidad nunca visto antes (Lagóstena Barrios, 2001: 229 y ss.). Debido al volumen que llegó a alcanzar la producción de salazones y salsas de pescado, piletas de salazón y alfares se han convertido en verdaderos rasgos característicos del registro arqueológico de la zona. Como dato ilustrativo a este respecto, sólo en la provincia de Cádiz pueden contarse hoy hasta 11 núcleos salazoneros diferentes (Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: 300). Como consecuencia de la relevancia reflejada en las fuentes y la rica información revelada desde hace décadas en el norte de Marruecos, la bahía de Cádiz, Baelo Claudia o la bahía de Algeciras, existe todo un conjunto de trabajos consagrados de forma específica al estudio de la producción salazonera en el Estrecho (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965; Lagóstena Barrios, 2001; Frutos Reyes y Muñoz Vicente, 2004; Lagóstena Barrios et al., 2007; Pons Pujol, 2009; por citar los principales). Mención aparte merecen las publicaciones de aquellas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en los últimos años en importantes factorías de salazón como las de Baelo Claudia (Arévalo González y Bernal Casasola, 2007), Traducta (Bernal Casasola, e.p.) o Carteia (Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011), por haber aportado una preciosa información relativa a los procesos industriales y la continuidad de los mismos a lo largo del tiempo. El atún fue, como hemos tenido oportunidad de comentar, la especie más destacada por su sabor y volumen de aportación cárnica, aunque ya en época antigua se elaboraron salazones de otros peces como la anchoa, la sardina, la chucla, la caballa o el aligote (Martínez Maganto y García Vargas, 2009: 152). En el caso de los fenicios de occidente, las salazones y salsas de pescado como el garum, especialmente el gaditano y el sexitano, fueron apreciadas por griegos y romanos, tanto por su valor alimenticio y sabor como por algunos usos medicinales derivados, según se desprende de las alusiones de los autores clásicos (Mangas Manjarrés y Myro Martín, 2003: 440 y ss.). Al menos desde el s. V a.C., cuando poetas griegos como Eupolis hicieron referencia a un salsa llamada garon y al pescado en conserva o tárijos, el registro anfórico recuperado en algunas ciudades griegas confirma su importación desde las ciudades fenicias occidentales (López Castro, 1997). Una de las mayores aportaciones de la investigación en los últimos años ha sido la constatación arqueológica de que, efectivamente, esta producción se remonta al menos a época púnica, algo que por otro lado era tenido en cuenta por la investigación arqueológica tradicional en función de lo dicho (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965: 113). El avance en el conocimiento de las actividades salazoneras en la bahía de Cádiz ha permitido confirmar el papel, no sólo destacado sino también vanguardista de Gadir, como probable lugar de invención de las piletas de salazón, puesto que es allí donde se han documentado las más antiguas del Mediterráneo, datadas en el s. V

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a.C. (Sáez Romero y Bernal Casasola, 2007). La ciudad de origen fenicio desarrolló una economía pesquera y conservera que alcanzaría en el s. VI a.C. un nivel de complejidad que se ha asociado a su transformación en una verdadera polis, y que estaría caracterizado por una organización integrada de diferentes áreas productivas en el marco periurbano de la bahía: alfares en la isla de San Fernando y saladeros en la propia isla gaditana o en la costa de El Puerto de Santa María (Bernal Casasola y Sáez Romero, 2007). Sobre la gestión pública, privada o mixta de estas industrias, el registro material no ha permitido por el momento concretarlo, aunque alguna tesis reciente apunta al celebérrimo templo gaditano de Melkart como gestor y garante de tan emblemática producción (Sáez Romero, 2009). En función de las relaciones y el paralelismo histórico entre la bahía gaditana y la algecireña, no podemos descartar la posible existencia de una industria salazonera en época fenicio-púnica en ésta última, habida cuenta del escaso conocimiento de las actividades llevadas a cabo en el asentamiento del Cerro del Prado, donde sin embargo sí se han podido recuperar evidencias materiales que apuntan a una actividad pesquera, como se ha mencionado. Para época púnica contamos con alguna evidencia indirecta de la producción salazonera, como la presencia de ánforas T-12.1.1.1 en la Huerta de las Presas (Fernández Cacho, 1994: 156; Frutos Reyes y Muñoz Vicente, 1999: 399; Fernández Bermejo et al., 2001: 128), junto al enclave fortificado del Cerro de los Infantes, y en especial de fallos de cocción de T-9.1.1.1. recuperados recientemente en Carteia, que nos hablan de una fabricación local de ánforas salsarias y, por ende, de la producción de salazones desde al menos el s. II a.C. (Roldán Gómez et al., 2007; Bernal Casasola et al., 2011: 74). Además, el relato sobre el pulpo gigante que Plinio sitúa en Carteia habría tenido lugar en el s. II a.C., lo que de nuevo apunta a esa fecha como momento en que con toda seguridad existirían infraestructuras dedicadas a la salazón en la ciudad (Lagóstena Barrios, 2001: 132). La romanización de este ámbito, como en todos los demás, fue un proceso complejo y desigual que implicaría cambios cualitativos en la organización funcional de la producción, los circuitos comerciales en que se integraba y el propio consumo. En el s. II a.C. hubo una cierta continuidad de los modos de producción de tradición fenicio-púnica, aunque se vieron sujetos a una intensificación notable y su integración en circuitos comerciales más amplios y, ya en el s. I a.C., se habría producido una adaptación total de la industria a las estructuras productivas y comerciales del Imperio, en paralelo a una evolución en los hábitos alimenticios, desde un consumo de lujo en la época anterior a un verdadero consumo popular en época romana (García Vargas, 2004). La gestión se organizaría probablemente en manos privadas de individuos asociados en societates y surgirían nuevos centros salazoneros y alfareros de tipología claramente itálica que tendrían su ejemplo más temprano el complejo alfarero de El Rinconcillo (Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004). Por el momento, las evidencias materiales directas más antiguas de actividad salazonera en la bahía se datan en torno a época augustea, cuando inician su producción las factorías de Traducta (Bernal Casasola y Expósito Álvarez, 2006), el barrio alfarero de Villa Victoria (Bernal Casasola et al., 2004a) y muy probablemente Getares-Caetaria. Pero resulta paradójico que en Carteia, la ciudad más importante y antigua, no se hayan podido documentar este tipo de estructuras hasta un momento avanzado del s. I, hacia época claudio-neroniana, como fecha más exacta aportada por recientes intervenciones (García Pantoja et al., 2011a: 257), ya que en el caso de las antiguas excavaciones, no puede concretarse más allá de un “momento impreciso del s. I d.C.” (Bernal Casasola, 2006a: 452). Como expusimos en un apartado anterior, las importantes modificaciones topográficas acaecidas en la explanada situada entre la ciudad y el Guadarranque, solar del antiguo barrio salazonero, han podido borrar las huellas de instalaciones anteriores, o bien éstas podrían haberse ubicado en otro lugar. Lo que parece claro es que sí se habría desarrollado una actividad

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salazonera en la ciudad al menos en el s. II a.C., a la que habría abastecido la producción anfórica de la propia ciudad y de El Rinconcillo en su fase inicial, previa a la fundación de Traducta. Nos interesa especialmente el modelo o tipología de estas instalaciones, en lo que concierne a su ubicación espacial y su relación con ciudades, aspecto ya valorado por investigadores como L.G. Lagóstena, que las divide en urbanas, por un lado, y aglomeraciones secundarias tipo portus, vicus, statio o mansio, por otro (2001: 257 y ss.); o D. Bernal, que diferencia dos categorías al margen de las urbanas, las cetariae insertas en villae maritimae y las autónomas (2006b).

Figura 33.- Factorías de salazón romanas documentadas y por confirmar. En nuestro caso, podemos considerar urbanos, sin ninguna duda, independientemente de su emplazamiento intra o extramuros, los complejos salazoneros de Traducta y Carteia, estrechamente relacionados con las ciudades y sus áreas portuarias, que garantizarían un fácil abastecimiento de pescado y sal, así como la inmediatez de la exportación del producto. En el caso de la primera, el conocimiento arqueológico de las últimas dos décadas ha progresado de manera espectacular pasando de una serie de hallazgos aislados en la zona de la Villa Vieja (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991; Liz Guiral, 1987), al descubrimiento en la calle San Nicolás66, en diferentes intervenciones de urgencia (Jiménez Pérez et al., 1995; Salado Escaño et al., 1998a y b; JiménezCamino Álvarez y Tomassetti Guerra, 2000; Bernal Casasola y Expósito Álvarez, 2006), de hasta nueve complejos industriales dedicados a actividades de transformación de productos marinos y, 66

Muy cerca del solar donde, como curiosidad histórica, se instaló en 1902 una factoría de salazón, según figura en un interesante documento del archivo notarial de Algeciras (Europasur, 16/04/2010).

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lo que resulta más interesante, su disposición ortogonal según un evidente plano urbano del que han podido identificarse dos decumani (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 170). La magnitud de los restos exhumados en este complejo industrial y la exhaustividad con que se han desarrollado las intervenciones aportan una valiosa información desde el punto de vista del funcionamiento de este tipo de centros y de su evolución durante toda la época romana. Algunos trabajos han puesto ya de relieve el carácter polifuncional de estos lugares, donde no sólo se salaba pescado sino que se procesaban moluscos, carne de ganado o caza, además de aprovecharse también la grasa, la sangre o los huesos del atún para la elaboración de harina de pescado (Bernal Casasola, 2007). En Carteia, donde al contrario que en Traducta, se conoce una parte importante del trazado murario, el área industrial dedicada a las salazones se emplazaba fuera del recinto urbano, pero anejo a él en su parte suroeste, en lo que hubo de ser la zona portuaria a orillas del paleoestuario. Este barrio industrial pudo ser documentado en las excavaciones de J. Martínez Santa-Olalla en los años cincuenta (Presedo Velo et al., 1982: 60; Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b: 132-133) y la Bryant Foundation en los sesenta (Woods et al., 1967: 8-38), aunque su conocimiento se ha visto exponencialmente ampliado en los últimos años de manos de las intervenciones de urgencia (Piñatel Vera, 2004a; García Pantoja, 2008a y b; García Díaz y Gómez Arroquia, 2008), que han ofrecido una rica información sobre esta área tan relevante en la configuración del paisaje periurbano carteiense. Tras las cetariae urbanas o suburbanas, contamos en la bahía con toda una serie de aglomeraciones secundarias salazoneras, si bien su consideración como villae o vici, a falta de testimonios literarios o epigráficos, es difícil, habida cuenta de la compleja correspondencia entre realidad material y jurídica (Lagóstena Barrios, 2001: 266 y ss.). Los problemas a la hora de analizar esta categoría residen también en la parcialidad del registro y por tanto en la dificultad de una correcta caracterización de sus elementos compositivos, lo que ha provocado un sobredimensionamiento de las villae maritimae en la bibliografía, y, al contrario, una infraestimación de las cetariae independientes, un modelo bien conocido en la costa marroquí (Bernal Casasola, 2006b: 1372 y ss.). Nuestro primer ejemplo es la factoría ubicada en Getares, topónimo generalmente asociado a la Cetraria de las fuentes, que haría referencia precisamente a esta industria, como hemos comentado ya, y que, en función de las piletas y otras estructuras emergentes, así como del material recogido en superficie, pudo haber estado en funcionamiento desde época altoimperial hasta el s. VI (Jacob, 1985; Ponsich, 1988: 187). Otro ejemplo sería la factoría de Villa Victoria, cuyas reducidas dimensiones en comparación con otros grandes complejos apuntarían a un mero autoabastecimiento, aunque no se descarta que parte de su producción se hubiera destinado a la exportación (Bernal Casasola et al., 2009). Dada su cercanía e indudable dependencia respecto a Carteia, unida a su especialización en la producción de ánforas, y el hecho de contar con otras estructuras, como una necrópolis o un embarcadero, sin que por el momento se haya podido documentar el hábitat, ha llevado a sus excavadores a considerar este conjunto como un barrio alfarero periurbano (Bernal Casasola et al., 2004a). Se trata, pues, de una particular categoría de factoría de salazón incluida en un núcleo de carácter secundario, sin duda dependiente de Carteia, pero que no puede ser calificada de estrictamente urbana. Hemos de mencionar también las piletas documentadas en la villa altoimperial del Ringo Rango que, de pertenecer efectivamente a una factoría de salazón, aspecto que habrá de ser confirmado por próximas intervenciones, constituiría un ejemplo de cetaria incluida en una villa marítima (Bernal Casasola et al., 2010). Otras cetariae, ya fuera de la bahía, y

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quizá dependientes de Barbesula serían Guadalquitón-Borondo, donde se han documentado además una necrópolis y posibles estructuras domésticas (Gómez Arroquia et al., 2003), y considerada por D. Bernal como ejemplo de cetaria autónoma (Bernal Casasola, 2006b: 1373); y los hallazgos que apuntan a posibles factorías en Sotogrande y Torreguadiaro. Todas estas factorías siguen un patrón espacial similar, caracterizado por la cercanía de arroyos para el abastecimiento de agua dulce, y por su ubicación costera, o al menos fácilmente accesible desde el mar, lo que permitía una fácil exportación de la producción y una comunicación fluida con las ciudades, al haber estado dotados de embarcaderos, como Villa Victoria (Blánquez Pérez et al., 2005b), o al menos en zonas de fondeo naturales, como Getares (Martín-Bueno, 1987) o Guadalquitón-Borondo (Gómez Arroquia et al., 2003) (Fig. 33). Por último, si bien el panorama ofrecido responde a época altoimperial, es importante destacar que en prácticamente todas las factorías conocidas, la actividad industrial perduró a lo largo de toda la época romana hasta el s. VI, tanto en Traducta (Bernal Casasola et al., 2003) como en Carteia (Woods et al., 1967: 8 y ss.; Bernal Casasola, 2006a: 418 y ss.), Getares (Ponsich, 1998: 187), Villa Victoria (Bernal Casasola et al., 2009) o Guadalquitón-Borondo (Gómez Arroquia et al., 2003). La industria derivada de la pesca, por tanto, aunque quizá a un nivel de autoabastecimiento y exportación limitada, continúo jugando un papel importante en la economía de la zona hasta el fin de la Antigüedad (Lagóstena Barrios, 2001: 305 y ss.; Bernal Casasola, 2006a: 460 y ss.). 5.5.2. Los alfares La segunda manufactura derivada indirectamente de la pesca y en estrecha relación con la producción de salazones fue, como hemos adelantado, la alfarería. A la producción habitual de vajilla, recipientes y material constructivo se unió, en época altoimperial, la fabricación de envases anfóricos a escala industrial para las salazones, salsas de pescado y quizá también vino o aceite de forma puntual. La existencia de alfares dispersos por el territorio, y dedicados a abastecer de envases la industria conservera, como también la producción agrícola en otros casos, fue de hecho un rasgo característico de las nuevas formas productivas romanas (Lagóstena Barrios, 2001: 271). La bahía ofrecía en época antigua unas condiciones óptimas para la producción alfarera, según se ha subrayado en numerosas ocasiones, debido a la abundancia y calidad de arcillas en un medio que, recordemos, combinaba estuarios y lagunas litorales, la disponibilidad de agua dulce, como adelantamos ya en el apartado correspondiente y, no menos importante, de madera en los bosques como combustible para los hornos (Bernal Casasola, 1998a; Arteaga Cardineau y González Martín, 2006). La confluencia de características naturales tan favorables, las necesidades de la mencionada industria conservera y el desarrollo urbano creciente de la zona desde época púnica condujeron, como se conoce en la bahía de Cádiz desde momentos anteriores, a un auge espectacular de este tipo de industria en época altoimperial. En la economía tradicional de la bahía podemos rastrear también la profusión de esta actividad en los últimos siglos, lo que refleja un mantenimiento de las condiciones propicias para la explotación de arcilla y elaboración de cerámica, a pesar de los importantes cambios geomorfológicos acaecidos desde época antigua. A partir del s. XVIII, la pérdida de Gibraltar obligó a sus antiguos habitantes a construir núcleos ex novo como San Roque, Los Barrios o la nueva ocupación de Algeciras, para lo que se precisó una ingente cantidad de material constructivo.

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Ladrillos, tejas y todo tipo de vajilla se producían entonces en la bahía e incluso eran exportados a ciudades como Ceuta o Cádiz (Ocaña Torres, 2001b: 74). El Catastro de Ensenada citaba la existencia de 12 alfareros y ya en el s. XIX Madoz mencionaba la existencia de cinco tejares y alfarerías en Algeciras (1845-1859: t. I, 562), varias alfarerías en San Roque (1845-1859: t. XIII, 567) y una fábrica de teja y ladrillo en Los Barrios (1845-1859: t. IV, 59). La cartografía histórica que hemos analizado muestra asimismo hasta 14 tejares durante los ss. XVIII y XIX, de los que, según Valverde, “cinco fabricas de Ladrillos y Tejas, Cuatro de Ollas, Cazuelas, Cántaros, Lebrillos, Tiestos para flores, &.” funcionaban en San Roque (1849/2003: 80). Muy elocuente resulta a este respecto, la hidronimia de El Rinconcillo, área de alfares antiguos y modernos, donde se conocían un arroyo del cuco o del Tejarillo, un arroyo del Tejar y un arroyo de los Ladrillos. Dado el extraordinario valor de las ánforas, particularmente las romanas, para establecer cronología, origen y contenido a partir de la forma, su estudio ha sido uno de los principales temas tratados por la investigación arqueológica en el caso de la bahía. La temprana y sistemática excavación de los hornos de El Rinconcillo a finales de los sesenta por M. Sotomayor (1969 y 1970), cuyo extraordinario grado de conservación y el hecho de documentar formas anfóricas para el envasado de garum, situaron a la bahía de Algeciras en un lugar privilegiado en la investigación sobre la producción anfórica en la Bética, iniciaron una larga tradición de estudios que pasamos a exponer brevemente. El artículo de M. Beltrán Lloris (1977) sobre la tipología de las ánforas béticas identificaba, años después, un segundo alfar romano en Guadarranque, junto a Carteia. En los años ochenta, de las prospecciones en la zona ya mencionadas en otra parte, dos pudieron recabar información sobre nuevos alfares como el de Albalate (Sedeño Ferrer, 1987) o la Venta del Carmen (Alonso Villalobos, 1987). En el caso de Algeciras, con el inicio de la década de los noventa se dieron a conocer antiguos y nuevos hallazgos relacionados con posibles alfares en la ciudad (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991) y se emprendieron nuevas excavaciones en El Rinconcillo, que arrojaron información sobre la producción anfórica del alfar al exhumar un tercer horno así como importante material cerámico (Fernández Cacho, 1991a). Esta intervención fue continuada por posteriores actuaciones de urgencia, ya referidas en otra parte, cuya información hizo posible una interpretación global del conjunto y una valoración de su papel en la introducción de modelos itálicos de producción anfórica en la zona (Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004). La arqueología de urgencia o preventiva ha sido, como hemos visto en otros casos, la que ha aportado mayor volumen de datos sobre la producción alfarera, al haber posibilitado la excavación del alfar altoimperial de la Venta del Carmen y la publicación de su correspondiente memoria (Bernal Casasola, 1998b); igualmente la villa del Ringo Rango, donde existió un alfar en época bajoimperial (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002a); el núcleo de Villa Victoria (Bernal Casasola et al., 2004a), cuya memoria se encuentra hoy en preparación o, finalmente, uno de los alfares de Traducta excavado en el solar de la antigua fábrica Garavilla, del que se han publicado ya algunos resultados iniciales (Tomassetti Guerra et al., 2009). Los alfares de la bahía fueron analizados por primera vez desde una perspectiva histórica de conjunto con motivo del estudio monográfico mencionado sobre el alfar de la Venta del Carmen (Bernal Casasola, 1998a). Otros trabajos han recogido con posterioridad esta información, con las lógicas actualizaciones derivadas de los nuevos hallazgos, aunque siguiendo en general sus principales líneas interpretativas (Díaz Rodríguez et al., 2003; Tomassetti Guerra y Bravo Jiménez, 2006). Asimismo, el interesante registro proporcionado por la bahía de Algeciras ha sido analizado en trabajos de perspectiva más amplia sobre comercio y producción anfórica tardoantiguos en el Estrecho (Bernal Casasola, 1997), sobre la historiografía de los alfares de la Bética (Beltrán Lloris, 2004), en catalogaciones de la producción cerámica en la provincia

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de Cádiz (Lagóstena Barrios y Bernal Casasola, 2004) o en recientes estados de la cuestión sobre las ánforas béticas (García Vargas y Bernal Casasola, 2008), por citar los más destacados. La producción alfarera de la bahía ha merecido, por tanto, una atención notable por parte de la investigación. Por nuestra parte no pretendemos aquí sino esbozar los rasgos principales de dicha producción, su evolución a lo largo de tiempo y especialmente su dimensión espacial como indicador del desarrollo urbano alcanzado en época altoimperial. Para las épocas fenicia y púnica no disponemos por el momento de evidencias arqueológicas que demuestren una producción alfarera, aunque no se puede descartar que ésta hubiera existido en el caso del asentamiento fenicio y púnico del Cerro del Prado o en la etapa inicial, púnica, de la ciudad de Carteia, cuya fundación habría requerido un importante volumen de material constructivo así como de vajilla y recipientes para el normal funcionamiento de un núcleo urbano. El único e interesante dato con el que contamos es la reciente identificación, entre las ofrendas y vajilla empleada en rituales de la cuevasantuario de Gorham, de una posible producción fenicio-púnica de la bahía sobre la que, por el momento, no podemos ofrecer mayor detalle (Gutiérrez López et al., 2012: 346).

Figura 34.- Horno excavado del alfar altoimperial de Villa Victoria (foto F. Prados 2004, Proyecto Carteia). Sólo a partir de época republicana podemos hablar de producción cerámica constatada arqueológicamente. Aunque ya M. Beltrán había considerado que el alfar identificado por él en Guadarranque habría iniciado la actividad en el s. I a.C. (1977), no fue hasta las excavaciones de la campaña de 2007 en la zona del foro cuando el Proyecto Carteia pudo hallar varios fallos de cocción de ánforas de tipología tardopúnica e itálica del s. II a.C., seguramente salazoneras, que se han convertido en las evidencias más antiguas conocidas, por delante de El Rinconcillo (Bernal Casasola et al., 2011). En el caso de las cerámicas comunes de época romana, la identificación de una indudable tradición púnica en las tipologías y el hecho de que este tipo de producciones procedan mayoritariamente del entorno, invitaba ya a pensar en una producción previa que parece poco a poco confirmarse (Rodríguez Gutiérrez, 2006).

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Pero sería a partir del s. I a.C., en época tardorrepublicana e imperial, como hemos adelantado, cuando se constata una verdadera eclosión de la producción cerámica en la bahía, tanto de ánforas para la exportación de las salazones como de cerámica común, terracotas (Bernal Casasola, 1993) o material constructivo como ladrillos o tegulae que, si bien menos espectaculares que otras producciones, jugaron como sabemos un papel esencial en la construcción romana (Adam, 1996: 157 y ss.; Bendala Galán et al., 1999). La fundación de una nueva ciudad como Traducta, así como la monumentalización de Carteia (Roldán Gómez et al., 2006a: 394 y ss.), demandarían ingentes cantidades de ladrillos y tegulae, aunque siempre como complemento de la piedra que es el principal material empleado (Roldán Gómez, 1992: 174 y ss.). Surtirían a Carteia de estos productos alfares como la Venta del Carmen, de donde proceden las pilae de hipocaustum de las termas (Roldán Gómez y Bernal Casasola, 1998) pero también otros en los que se han documentado este tipo de producciones, como El Rinconcillo (Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004) o Villa Victoria (Bernal Casasola et al., 2004a). Sin embargo, no se ha podido localizar por el momento los talleres productores de las tegulae con marcas CARTEIA, HERCULIS o M. Petrucidius recuperadas en Carteia (Bernal Casasola, 1998a: 35; Bernal Casasola y Roldán Gómez, 1998: 347). El auge experimentado por la producción anfórica en esta época está íntimamente relacionado con el de la industria de salazón de la que era subsidiaria, por lo que los análisis que han abordado el tema han tenido siempre en cuenta esta particular asociación67 (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965; Ponsich, 1988; Bernal Casasola, 1997; Lagóstena Barrios, 2001; Pons Pujol, 2009). Ambas manufacturas, como seguramente la explotación de la sal, funcionaron en esta época como un verdadero sistema productivo integrado que evidenciaba un alto grado de interdependencia y de especialización del trabajo; una verdadera economía “protoindustrializada” (Fernández Cacho, 1995b) o un sistema de “integración vertical” en la que diferentes etapas del proceso productivo podían recaer en manos de una misma familia o societas (Silver, 2009). Los alfares de la bahía, aunque elaboraron también materiales de construcción o cerámica común, como hemos visto, tuvieron en las formas Dr. 7/11 y Beltrán II A y II B para salazones una de sus principales producciones entre el s. I a.C. y I d.C. (Bernal Casasola 1998d; Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004; Bernal Casasola et al., 2004a; Tomassetti Guerra et al., 2009). No podemos olvidar tampoco, como mencionamos ya con ocasión de la producción vinícola en la zona y dejando al margen cuestiones ya expuestas sobre el posible uso de las Dr. 1C vinarias para el envasado de salazones, la producción de ánforas para el envasado de vino como Haltern 70, Dr. 28 de fondo plano en la Venta del Carmen (Bernal Casasola, 1998d: 172 y ss.) o Dr. 2/4 en Villa Victoria (Bernal Casasola et al., 2004d). La fabricación de ánforas sería en este caso, pues, subsidiaria de otras actividades productivas como la vinícola. Dada esa estrecha conexión entre la industria salazonera y la alfarera, es posible que los alfares estuvieran sujetos a una temporada alta, con el paso del atún y la fabricación de salazones a lo largo de los meses de verano y una baja en que algunos podrían cesar su actividad temporalmente, tal y como se ha podido constatar en el horno de Villa Victoria, cuyo extraordinario grado de conservación y la cuidada intervención realizada permitieron documentar una capa de arcilla que sellaba la parrilla, una vez limpiado el horno, como eficaz método de preservación de la estructura durante una etapa de inactividad (Bernal Casasola et al., 2004f: 63) (Fig. 34). Aunque no disponemos de evidencias concluyentes que permitan afirmar si tal inactividad respondió a necesidades y funcionamiento particulares de la figlina, como un 67

De esta relación tan estrecha entre alfares y salazones podría derivar la curiosa acepción de “almadraba” como sinónimo de tejar o alfarería (DRAE, 2001).

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descenso de la producción o la sustitución de éste por otros hornos, resulta interesante plantear que la preservación del horno refleja la existencia de una temporada baja y, por tanto, de una estacionalidad de la producción alfarera, claramente ligada a la pesca del atún (Díaz Rodríguez et al., 2009). Por otro lado, es probable que en algunos casos los hornos se dedicaran a otras actividades que garantizasen su mantenimiento durante todo el año, como la transformación de vidrio, según se ha propuesto en el alfar romano de la Venta del Carmen (Fuentes Domínguez, 1998), o la fabricación de cal, como se ha documentado en un horno de ese mismo alfar (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 1998: 84) y en el de Garavilla (Tomassetti Guerra et al., 2009).

Figura 35.- Alfares romanos documentados y por confirmar. El citado análisis de D. Bernal Casasola (1998a) sobre los alfares de la bahía definía un patrón de instalación en torno a la antigua línea de costa sobre el que incidiría el carácter centralizador de las dos ciudades, Carteia y Traducta, cuyos puertos monopolizarían la exportación. Cronológicamente, la producción alfarera alcanzaría su cenit entre el s. I a.C. y la segunda mitad del I d.C. de forma paralela al desarrollo urbano de inicios del Imperio, constatado en la renovación urbanística de Carteia y la fundación de una nueva ciudad, quizá una colonia, de Iulia Traducta. La explicación del abandono de centros como Venta del Carmen o El Rinconcillo a partir de mediados del s. I d.C. se debería a múltiples causas, por lo que resultaría demasiado simple atribuirlo al cese de la industria salazonera (Bernal Casasola, 1998a). Se ha planteado, por ejemplo, que fuera el reflejo de una reordenación generalizada de estas industrias a partir de época flavia que podría haber provocado la concentración en grandes centros alfareros en detrimento de otros, que serían abandonados (García Vargas, 2001: 119 y ss.; Lagóstena Barrios, 2001: 279). Por nuestra parte y a modo de recordatorio, creemos importante considerar también,

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como una de las posibles causas de esos abandonos generalizados, la incidencia de la ola de origen sísmico que impactó en las costas de la bahía entre el año 40 y 70 alterando de manera notable la fisonomía de algunas zonas, como la propia Villa Victoria, cuyo alfar experimentó entonces un receso, o el entorno de la misma Carteia (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004). Los diferentes modelos de alfares según la tipología de D. Bernal ya citada para las factorías de salazón, establece la existencia de áreas alfareras periurbanas, alfares de villae maritimae o alfares autónomos pertenecientes a fundi rurales o costeros, que constituirían el llamado “modelo Venta del Carmen” (Bernal Casasola, 2006b: 1373 y ss.). En el caso de la bahía, las ciudades de Carteia y Traducta contaron con áreas alfareras en su entorno periurbano, que en el caso de la primera serán analizadas en detalle en el capítulo 9. Para Algeciras, donde se conocían noticias de posibles alfares entre El Chorruelo y el Hotel Reina Cristina o la calle San Quintín (Ponsich, 1988: 67; Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991: 141), se ha confirmado la existencia de un núcleo alfarero en la zona sureste de la ciudad con la reciente excavación de la figlina de Garavilla donde se han documentado hasta tres hornos y que habría estado activa en los momentos iniciales de la ciudad, entre finales del I a.C. hasta mediados del I d.C., en línea por tanto con la cronología general de otros alfares de la bahía (Tomassetti Guerra et al., 2009). El Rinconcillo podría clasificarse como una figlina independiente, probablemente vinculada a Carteia en un principio y posteriormente a Traducta cuando ésta fue fundada y que habría estado gestionada por una societas (Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004), según revelarían las marcas SCG y SCET, interpretadas por R. Étienne y F. Mayet societas cetariorum gaditanorum o socii cetarii gaditani (1994). También independiente sería el alfar de la Venta del Carmen, primero en ser definido como tal y que ha dado por tanto su nombre al citado modelo Venta del Carmen (Bernal Casasola, 2006b: 1375). El caso de Villa Victoria resulta una vez más excepcional ya que, aunque podría ser interpretado como un alfar autónomo, sus diferentes elementos compositivos reflejan una complejidad que excede dicha categoría y que ha llevado a considerarlo un barrio periurbano dotado de cierta autonomía (Bernal Casasola et al., 2004a). Con este barrio podríamos relacionar, por otro lado, el posible alfar afectado por una obra en los años noventa en la calle Aurora de Campamento, a menos de 500 m de Villa Victoria (Fernández Cacho, 1995b: 179). En lo que respecta a la asociación de alfares y factorías de salazón, figlinae y cetariae, la bahía de Algeciras parece presentar un equilibrio entre ambos centros productivos caracterizado por una dispersión de alfares y factorías autónomos en torno a la costa, asociados tan sólo en el caso de Villa Victoria, que resulta excepcional en múltiples sentidos y, por el contrario, una clara convivencia espacial en el caso del ámbito urbano. En Traducta las áreas industriales salazoneras y alfareras se concentrarían en los lados este y sur de la ciudad, cerca de la probable zona portuaria, y de manera similar en Carteia, donde ambas actividades flanquearían el recinto urbano por sus lados suroeste y noroeste, en torno a la antigua orilla del paleoestuario. Esta perfecta combinación de centros dedicados a las dos producciones necesarias para la exportación de salazones y salsas de pescado, sumada a las carencias documentadas en algunas zonas donde no existieron alfares, ha llevado a plantear un abastecimiento de envases vacíos desde zonas productoras como la bahía a Septem o Baelo Claudia, mecanismo comercial no reflejado en las fuentes pero sobre el que la arqueología parece arrojar cada día más luz (Bernal Casasola, 2006b: 1376 y ss.).

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En línea con el resto de regiones salazoneras de Hispania, hay una progresiva desvinculación entre industria salazonera y alfarera, y a mediados del s. II las figlinae ya no abastecen las salazones (Lagóstena Barrios, 2001: 351 y ss.). En nuestra zona de estudio, una vez cesó el auge industrial de los ss. I a.C. y I d.C., parece que la producción alfarera se detuvo, o se redujo notablemente, dado que no disponemos de evidencias arqueológicas hasta el s. IV, momento en que inició su actividad el alfar de la villa del Ringo Rango, según un modelo de alfar dependiente de villa que podría ser propio de esta época bajoimperial, respecto a los alfares autónomos del Alto Imperio y que no sólo estaría destinada al autoabastecimiento sino a una producción modesta para abastecer a otros centros (Bernal Casasola, 2002: 392). En Carteia contamos tan sólo con dos posibles evidencias de actividad alfarera, el molde de lucerna bylichne de tipo bizantino exhumado en las excavaciones de la Bryant Foundation en los años sesenta (Bernal Casasola, 1998a: 35) y el horno identificado junto a la muralla del que, dada su excavación parcial, no puede establecerse su cronología o funcionalidad aunque la tipología y ubicación podrían revelarlo como tardoantiguo (López Rodríguez, 2006). Al rico panorama alfarero de la bahía hemos de sumar otros posibles alfares ya en tierra al interior de la bahía, como Albalate-Santa Ana (Sedeño Ferrer, 1987; Bernal Casasola, 1998a: 33) y Pino Merendero, donde se conocen un horno o fallos de cocción respectivamente, así como numerosos puntos del interior de los municipios de San Roque, Los Barrios y Algeciras donde se han documentado por prospecciones superficiales otras tantas evidencias de fallos de cocción y posible industria alfarera de alfares autónomos o villae (García Díaz et al., 2003), ubicadas en torno a cursos de agua y rutas de penetración al interior como antiguas vías pecuarias (Fig. 35). Más allá de la costa, como en tantos otros aspectos, el interior de la bahía ofrece una gran potencialidad para estudios sobre la producción cerámica en esta zona del conventus Gaditanus.

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6. U 6.1. A

:

( . VII- VI .C.) ¿

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Nuestro relato urbano arranca con la presencia fenicia en la bahía de Algeciras y presenta, ya desde su inicio, una importante singularidad: la ausencia, o al menos el desconocimiento, de hábitat indígena alguno en los momentos previos. Según la información de que disponemos en la actualidad, el santuario ubicado en la cueva de Gorham, que habría estado en uso desde finales del s. IX a.C., constituye la presencia fenicia más antigua documentada en esta zona. Su naturaleza sagrada y su ubicación en el peñón de Gibraltar y no en un emplazamiento con mejor acceso a las tierras del interior, son aspectos que denotan un marcado carácter marítimo y colonial, coherente con las fases más antiguas de la colonización fenicia en occidente (Gutiérrez López et al., 2012). La costa de bahía, tal y como expusimos en la reconstrucción paleogeográfica del capítulo 4, se caracterizaba en aquel momento por ser mucho más irregular que en la actualidad, cuajada de ensenadas, lagunas costeras y pequeños estuarios. El Peñón presentaría un aspecto insular, pues el istmo que lo une al continente era zona de marisma y es posible, incluso, que se pudiera acceder a la bahía también desde ese extremo oriental. En este panorama dominado por el medio acuático y semiacuático, destacaría por sus dimensiones el gran estuario del sistema Guadarranque-Palmones, que configurarían una segunda bahía de excepcionales condiciones portuarias, al estar resguardada de vientos y corrientes, y con una amplia visibilidad del Estrecho. En lo que respecta al poblamiento que dotaba de contenido humano ese paisaje, resulta interesante comprobar como decimos, que los marinos orientales hallaron en la bahía una suerte de costa virgen, dado que las comunidades del Bronce Final poblarían zonas del interior, más aptas para una economía agropecuaria, ignorando de algún modo la costa (Fernández Cacho, 1995a). Esta imagen tradicional de una costa desierta a la que arriban los fenicios con sus mercancías, encarnaría el lugar ideal, por su carácter neutro, para la práctica del comercio y por tanto para la

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instalación de “puertos comerciales” según el modelo de K. Polanyi (1963). Sin embargo, en las últimas décadas parece asumido por parte de la investigación que uno de los motivos principales de la elección de emplazamiento colonial era la preexistencia de poblamiento en las inmediaciones, como por otra parte parece lógico, a la hora de plantear una colonización que tenga en el comercio una de sus principales orientaciones y que precise de productos agropecuarios para su sustento cotidiano. Habida cuenta de que la colonización fenicia hunde sus raíces en la intensificación de los contactos comerciales entre los dos extremos del Mediterráneo a lo largo de la Edad Bronce, fenómeno que ha venido definiéndose con el hoy debatido concepto de “pre-colonización”, ésta no puede entenderse sin la existencia de un contacto normalizado entre sus protagonistas, los pueblos orientales por un lado y los habitantes del extremo occidente por otro (Celestino Pérez et al., 2008). Por tanto, si bien no tenemos por el momento ejemplos de poblamiento pre-fenicio en la bahía, es muy probable que éste existiera, como poco a poco vamos constatando en el entorno más cercano. Tan sólo podemos apuntar por el momento al enclave fortificado púnico del Cerro de los Infantes, donde al parecer se ha recuperado cerámica a mano de la Edad del Bronce, sin que dispongamos de más información sobre esa posible fase antigua del asentamiento (PGOU San Roque, 2000). Al este, en dirección a las costas malagueñas, en la desembocadura del Guadiaro, el yacimiento de Casa de Montilla habría sido un poblado indígena junto al que posteriormente se instaló una colonia fenicia (Schubart, 1987). Aunque también sugerente, menos información tenemos en el caso del poblado de cabañas de la Edad del Bronce excavado en los años ochenta68 en la zona de Guadalquitón-Borondo, al carecer de información precisa sobre la cronología exacta o la naturaleza de las estructuras y materiales recuperados (Gómez Arroquia et al., 2003). Al oeste, en dirección a Cádiz, las costas de Tarifa están brindado una valiosa información sobre estos momentos. Citemos, en primer lugar, la espectacular necrópolis de Los Algarbes, cuya envergadura denota un poblamiento importante y continuado en la zona en las etapas previas a la colonización fenicia (Posac Mon, 1975; Prados Martínez et al., 2011). Además, se han documentado en la propia ciudad de Tarifa niveles del Bronce Final previo a la presencia fenicia, tanto en el Castillo de Guzmán el Bueno como en la cercana Iglesia de Santa María, que se encuentran hoy en curso de estudio (Pérez-Malumbres Landa y Suárez Padilla, 2010). En la costa de Barbate, inmediatamente al oeste, también se documenta ocupación costera durante el Calcolítico y la Edad del Bronce, aunque que con un aparente vacío en el Bronce Final (Bernabé Salgueiro, 1987 y 2010). En todo caso, es un tema sobre el que aún queda mucho por conocer e investigar, tanto en lo referente a nuevos hallazgos como fundamentalmente a la caracterización étnica de los asentamientos y por tanto de los modelos de ocupación del territorio y estructura social de las poblaciones del Bronce Final en los momentos previos a la colonización fenicia; para ello resulta además esencial establecer de forma precisa la cronología de la misma, dado que la revisión al alza motivada por los nuevos hallazgos en Cádiz (Gener Basallote et al., 2014), Huelva (González de Canales et al., 2008) o Málaga (Sánchez Sánchez-Moreno et al., 2012), obliga a replantear en muchos casos lo que entendíamos por poblamiento “pre-fenicio”. 6.2. L

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G

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El santuario de Gorham sería, como hemos comentado, la primera presencia fenicia documentada hasta la fecha. La cueva se ubica en la cara este del peñón de Gibraltar y está orientada por tanto a la entrada al Estrecho desde el Mediterráneo, una ubicación que subraya su carácter marítimo y su papel de hito en la navegación. 68

El poblado fue excavado por L. Perdigones y F. Blanco, si bien el estudio ha quedado inédito.

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Gorham forma parte de una serie de cavidades con importantes ocupaciones prehistóricas y conforma una galería dividida en el centro por una columna estalagmítica, que se consideró inicialmente como un eje simbólico de articulación de los espacios del santuario (Belén Deamos y Pérez López, 2000), si bien posteriores intervenciones constataron que ésta estaba ya cubierta por sedimento en época fenicia y no era por tanto visible. En efecto, los potentes sedimentos prehistóricos habían elevado de forma considerable el nivel de suelo original, de forma que, tanto el acceso a la cueva, ascendiendo una duna, como el desplazamiento por la misma, estarían sujetos a lógicas limitaciones físicas que favorecerían las connotaciones simbólicas propias de estos lugares (Gutiérrez López et al., 2001 y 2012) (Fig. 36).

Figura 36.- La cueva de Gorham, en Gibraltar (a partir de Gutiérrez López et al., 2012: fig. 2 y foto J. Blánquez 2008).

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Los objetos depositados en la cueva-santuario, a modo de ofrenda, proceden de distintas partes del Mediterráneo, como escarabeos egipcios, terracotas u objetos de vidrio (Culican, 1972; Posadas Sánchez, 1988), aunque la cerámica es el material más abundante y destaca tanto por la calidad de las producciones como por sus distintos orígenes. Se documenta desde talleres fenicios orientales, greco-orientales, centro-mediterráneos como Cerdeña o Cartago, colonias fenicias de la costa ibérica mediterránea, Gadir y otras zonas del Estrecho; y la mayoría de formas identificadas estarían relacionadas con la realización de libaciones, ofrendas de comida, banquetes o iluminación, prácticas propias de la ritualidad fenicia (Belén Deamos y Pérez López, 2000; Gutiérrez López et al., 2012). En cuanto a la cronología de uso del santuario, un primer estudio de materiales, carente de información estratigráfica, permitió establecer un arco temporal entre inicios del VII a.C. y el s. III a.C. (Belén Deamos y Pérez López, 2000). Sin embargo, posteriores investigaciones que han podido disponer de la información estratigráfica y dataciones C14 de las nuevas excavaciones del Gibraltar Caves Project (1997-2004), han adelantado la fecha de inicio del santuario a finales del s. IX o principios del s. VIII a.C. y prolongado su funcionamiento hasta mediados del s. II a.C. La cueva-santuario de Gorham habría estado en uso, pues, desde los inicios de la colonización fenicia en occidente y durante todo el periodo feniciopúnico hasta su abandono, ya en época romana republicana (Gutiérrez López et al., 2012). La divinidad tutelar del santuario ha generado muy distintas opiniones, como las que se lo atribuyen a un genius loci quizá asociado a Melkart, dado el protagonismo de dicho dios en esta geografía (Culican, 1972; Schubart, 1982), a Tanit-Astarté por el carácter ctónico de la cueva y la dedicación de otros santuarios semejantes del Mediterráneo (Belén Deamos y Pérez López, 2000; Ferrer Albelda, 2014) o incluso al paredro Melkart-Tanit (Gutiérrez López et al., 2012: 362). Independientemente de la advocación, nos resulta interesante destacar su naturaleza marítima, internacional y comercial, aspectos que definieron la propia empresa colonial fenicia. La elección del enclave no ha de entenderse en la esfera local y por tanto en función de las características de la bahía de Algeciras, sino en un contexto mediterráneo, en el que el Peñón constituía un verdadero hito geográfico y simbólico. Es indudable que los promontorios costeros de esta magnitud fueron esenciales para la orientación de los navegantes y en consecuencia se revistieron de un carácter sagrado materializado en la erección de santuarios, como los célebres de Poseidón en el cabo Sunión o de Astarté en Eryx (Gras, 1999: 24-26). La cuevasantuario, como referencia ritual de la travesía del estrecho de Gibraltar, no sólo habría jugado un papel importante en la navegación, colonización y religiosidad fenicia y púnica, sino que seguramente habría tenido un carácter panmediterráneo, como la mayoría de santuarios costeros de occidente, y habría ejercido una función destacada en el comercio y circulación de productos de distintos puntos del Mediterráneo (Romero Recio, 2008; Gutiérrez López et al., 2012). Dicho esto, nos interesa aquí subrayar una segunda naturaleza del santuario, la local o territorial, inexistente en un principio, pero que habría surgido con la fundación del asentamiento fenicio del Cerro del Prado en el centro de la bahía. Desde su instalación a finales del s. IX a.C., el santuario de Gorham habría desempeñado un papel esencial en el conocimiento de la zona, de sus recursos y demás aspectos de interés para un poblamiento estable y, por tanto, contribuyó de manera esencial a la creación del Cerro del Prado más de un siglo y medio después, en la segunda mitad del s. VII a.C. A escala de la bahía, pues, el santuario habría sido un lugar de referencia para los habitantes del Cerro del Prado y posteriormente de Carteia, que se habrían encargado del mantenimiento

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del mismo, así como seguramente de atender a los fieles que pudieran demandar un puerto donde fondear y hacer aguada. En efecto, la dualidad de materiales constatada en la cueva-santuario refleja la frecuentación tanto por navegantes de distintas partes del Mediterráneo como de la bahía y su entorno (Schubart, 1983: 77; Belén Deamos y Pérez López, 2000; Gutiérrez López et al., 2012). Además, en la dinámica de poblamiento de este territorio a lo largo de toda la Antigüedad, nos resulta llamativo que, a pesar de las numerosas actuaciones de arqueología urbana realizadas en Gibraltar, no conozcamos otras evidencias de época antigua a lo largo y ancho del Peñón. En efecto, tan sólo ha podido documentarse, en las diversas intervenciones, un resto de tegula cerca de la catedral de Santa María la Coronada (Finlayson et al., 1996) y una posible figura votiva romana en la Puerta de Granada (Giles Guzmán et al., 2008 y 2011), ambos descontextualizados en niveles de época medieval (Lane et al., 2014: 139)69. Dado que el traslado a Gibraltar de material constructivo y epígrafes romanos de las ciudades de Carteia y Barbesula es un fenómeno bien conocido en época medieval y moderna, consideramos que estos hallazgos puntuales responden, igualmente, al desplazamiento de materiales con motivo de los rellenos para las nuevas construcciones; de hecho, la propia Puerta de Granada presenta sillares de biocalcarenita seguramente procedentes de Carteia (Giles Guzmán et al., 2011). Esta ausencia de restos antiguos, sumada a la posible naturaleza insular del Peñón en la época, nos permite ver con nueva luz, aunque siempre con la mayor de las cautelas, la cita de Avieno sobre las islas del Estrecho con altares dedicados a Hércules70, donde los marinos “se acercan a hacer sacrificios al dios y se marchan rápidamente: se considera un sacrilegio demorarse en estas islas” (vv. 361-362, en Mangas Manjarrés y Plácido Suárez, 1994: 104-105). Resulta cuando menos sugerente pensar que el texto se refiere al Peñón, o que un tabú o restricción semejante pudo haberle afectado y por ese motivo no hallaríamos evidencias de hábitat hasta época medieval, cuando recibió el nombre que aún hoy conserva, Djebel Tarik o “monte de Tarik”. Este Mons Calpe, columna europea de Hércules, pudo haber sido por tanto un lugar destinado a lo sagrado de forma exclusiva y que estaba en consecuencia vedado para otras funciones, como el hábitat o los enterramientos. De hecho, la prohibición de poblar o de hacer noche debió de ser común en otros lugares sagrados asociados a la navegación, como el Hieron Akroterion o Promontorio Sagrado en el extremo SO de la Península (Cabo de S. Vicente), del que alertaba Estrabón “no está permitido hacer sacrificios ni acceder de noche al lugar” (Geo., III, 1, 4). Siempre es complicado hablar de la existencia de “geografías” o “espacios sagrados”, dado que eso conllevaría el carácter “profano” del resto del espacio, lo que resulta impensable en las culturas pre-modernas (Eliade, 1998). Algunos autores han propuesto términos como paisajes “vividos”, “imaginados” o “conceptuales” (Knapp y Ashmore, 1999), pero sigue siendo habitual el concepto de “paisaje sagrado” para aquellos lugares de especial significación religiosa, como santuarios o caminos de peregrinación; entendidos, eso sí, no como puntos aislados sino como una más de las múltiples capas de significado de los paisajes (van Dommelen, 1999; Scheid y De Polignac, 2010). Dicho esto, el Mons Calpe reúne a nuestro juicio una serie de características, tanto físicas y simbólicas como sobre todo arqueológicas –la existencia del santuario-, que nos permiten hablar de un espacio reservado a lo sagrado. Desde el punto de vista fenomenológico, escasamente 69

Agradecemos a C. Finlayson y K. Lane el habernos facilitado esta información. La relación entre las islas con altares mencionadas por Avieno y la cueva-santuario de Gorham ha sido ya señalada por autores como Culican, 1972 o los propios Mangas Manjarrés y Plácido Suárez, 1999: 105. 70

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desarrollado por la Arqueología para estos momentos en comparación con la Prehistoria (Tilley, 1994), las propias características físicas del Peñón invitan o sugieren un carácter singular: una imponente pared de caliza blanca, material vistoso y ausente en el resto de la bahía, separada de la costa por un estrecho istmo de arena prácticamente cubierto por marismas, acentuando sin duda su carácter aislado y diferenciado. El hecho de que el acceso al santuario de Gorham tuviera que realizarse por mar acentuaba aún más ese carácter, mientras que la existencia de zonas de marisma en la zona que unía el Peñón al continente, incidía en el carácter liminal entre tierra y mar, como reflejo del tránsito entre la vida y la muerte o entre el mundo real y lo sagrado (Ruiz-Gálvez Priego, 1995; López Bertran, 2007: 132 y ss.; Delgado Hervás, 2008). Todo ello hemos de sumarlo al carácter simbólico que desde época fenicia tuvieron las Columnas de Hércules como puerta, umbral o confín occidental del mundo conocido, ineludiblemente asociado al Melkart fenicio –y aunque menos conocido, también al Briareo eubeo-, como legitimación mítica de la colonización (López Pardo, 2000; González Wagner, 2008); un carácter mítico que permanecería ligado a la zona en el imaginario mediterráneo incluso en época romana (Blánquez Pérez et al., 2012) y en el epílogo mismo de la Antigüedad. No en balde, también el emperador bizantino Justiniano quiso extender su dominio hasta el confín occidental, lo que plasmó simbólicamente, esta vez en clave cristiana, mediante la consagración en el Estrecho de “un estimable templo a la Madre de Dios, vinculando a ella el umbral del Imperio y haciendo inexpugnable esta fortaleza para todo el género humano” (Procopio de Cesarea, Los Edificios, Libro VI, VII, 13). 6.3. L

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A pesar de su destrucción casi completa causada por su explotación como cantera y la instalación de una planta de butano, conocemos la existencia de un asentamiento fenicio en el Cerro del Prado, gracias a una serie de investigaciones mencionadas en el capítulo 3: las prospecciones de la Universidad de Sevilla en 1975 para la localización de colonias fenicias (Pellicer Catalán et al., 1977), la excavación en 1976 y 1977 por miembros del mismo equipo (Tejera Gaspar, 1976/200671), así como otra intervención de urgencia en 1989 (Ulreich et al., 1990); sumados a estos trabajos, los estudios específicos de los materiales recuperados (Rouillard, 1978; Cabrera Bonet y Perdigones Moreno, 1996), nuevas prospecciones en los años noventa por parte del Proyecto Carteia (Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006a: 92; Blánquez Pérez et al., 2009) y, más recientemente, intervenciones preventivas con motivo de la instalación de una planta fotovoltaica en 2007 en la llanura aluvial contigua (Lorenzo Martínez, 2007a y b). El Cerro del Prado configuraba en época antigua una isla o península en el paleoestuario del Guadarranque, un patrón habitual de los asentamientos fenicios (Pellicer Catalán et al., 1977: 228-230; Arteaga Matute et al., 1987: 120-121). Estaba formado por tres elevaciones, de las que probablemente sólo la más meridional estuvo habitada y amurallada, con una extensión aproximada de 1 ha (Ulreich et al., 1990: 199). Sus lados sur y suroeste eran los más elevados y coincidían, además, con la zona en que el mar estaba más cercano (hoy se sitúa a 2 km), por lo que el poblado tendría una amplia visibilidad sobre el antiguo estuario y una notable capacidad defensiva natural. De la muralla se conserva tan sólo un sector muy reducido, en lo que fue el límite septentrional de su perímetro, que ha sido estudiado a partir de fotogrametría por parte del Proyecto Carteia (Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006a). Estaba construida de mampuesto 71

La campaña de 1977 permanece aún inédita (Blánquez Pérez, 2007: 268).

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trabado con barro rojo y alcanzaba 1 m de anchura y, puesto que se sitúa a una altitud de 20 msnm y este tipo de construcciones se caracterizan por seguir una misma cota, es probable que la cerca hubiera abarcado no sólo la elevación meridional sino también la contigua. Según el cálculo de estos autores, la zona amurallada podría haber alcanzado 1,5 ha de extensión, lo que no quiere decir que toda esa superficie estuviera ocupada. Es probable, además, que una de las puertas del asentamiento se emplazara en el desnivel natural entre las dos elevaciones que lo conformaban (Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006a: 94; Blánquez Pérez, 2007: 270).

Figura 37.- Trasformación del Cerro del Prado y planimetría del corte 1 excavado en 1976 (a partir de Tejera Gaspar, 1976/2006: figs. 54, 66 y 67). Aparte de la muralla, apenas se han podido documentar dos estructuras de posibles viviendas y otros muros aislados de funcionalidad indeterminada, todos de mampuestos trabados con arcilla y alzado de adobes en algunos casos, pero que reflejan una complejidad constructiva y una ordenación propia de asentamientos urbanos. En la única de esas estructuras que fue completamente excavada, se documentó un hogar o un posible horno, un suelo de tierra roja compactada y, lo que resulta más interesante desde el punto de vista urbanístico, su construcción sobre estructuras de una fase anterior cuya orientación se mantuvo, lo que refleja de forma clara la continuidad de los ejes urbanos del poblado a lo largo del tiempo (Tejera Gaspar, 1976/2006) (Fig. 37). Algunas de estas estructuras, seguramente a viviendas, estarían adosadas a la muralla (Corzo Sánchez, 1983b: 29). Destaca también un potente muro de 80 cm de anchura que quedó descartado como muralla al constatarse un ángulo en uno de sus extremos, lo que le perfilaba como un edificio de gran envergadura de una fase reciente del asentamiento, puesto que fue construido sobre niveles deposicionales anteriores. Junto a estas estructuras, se excavaron niveles de vertedero y escombros pertenecientes siempre a un área periférica del asentamiento, en los que se pudieron distinguir dos fases separadas por un nivel de cenizas (Ulreich et al., 1990). La cronología establecida en función de la cerámica del cerro, apunta a una fundación del asentamiento hacia mediados del s. VII a.C., si bien la parcialidad de la información a causa del nivel de destrucción del lugar y el hecho de que las intervenciones se hayan realizado siempre en

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una zona periférica, que a priori no correspondería con las fases más antiguas, llevan a considerar la posibilidad de una fundación anterior, además de que algunos materiales recogidos en superficie así lo indicarían (Tejera Gaspar, 1976/2006: 110). No podemos descartar, por tanto, que hubiera existido una fase de ocupación previa a las estructuras conocidas, situada en una zona central del cerro a modo de acrópolis, de la que no tenemos constancia. Quizá un asentamiento de carácter temporal y con estructuras en material perecedero que hubiera dado paso al posterior asentamiento estable, según un modelo de colonización en “dos fases” –de experimentación y consolidación-, que habría tenido su lógico reflejo en la arquitectura (Prados Martínez y Blánquez Pérez, 2007). Los materiales recuperados en las diferentes intervenciones son los habituales en otras colonias fenicias de la época, con un predominio de formas para el transporte y almacenaje como ánforas y pithoi, vajilla de barniz rojo, cerámica gris bruñida de tradición tartésica, cerámica de cocina y común a mano en todas las capas, aunque siempre minoritaria (Tejera Gaspar, 1976/2006; Ulreich et al., 1990; Lorenzo Martínez, 2007a y b). En cuanto a la funcionalidad del asentamiento, si bien la información es muy escasa, no hay evidencia de actividades metalúrgicas ni alfareras como en otros asentamientos, pero el abundante material de almacenaje y materiales como una azuela, punzones, anzuelos o agujas, permiten plantear el desarrollo de una economía pesquera y agropecuaria que podría haber completado la función comercial presumible de las instalaciones fenicias (Tejera Gaspar, 1976/2006). Consideramos interesante destacar, en relación con esa vertiente comercial, que en las mencionadas estructuras domésticas o artesanales excavadas, se recuperaron tres pequeños objetos de metal –plomo, bronce y hierro- de forma cúbica, que quizá podríamos interpretar como posibles ponderales, propios de ambientes de intercambio en emporios comerciales de occidente, tal y como se ha documentado en el Cerro del Villar o Huelva en contextos arcaicos (Aubet Semmler, 2002a; García-Bellido, 2002; González de Canales et al., 2006). Por otro lado, un grafito cerámico también hallado en el cerro correspondería a un numeral, según W. Röllig, con significado de “y veinte” o “y diez”, común también en este tipo de contextos (Ulreich et al., 1990: nota 35); sin olvidar la excepcional pieza del toro de bronce arcaizante, recuperado en niveles de vertido del s. V a.C., lo que reflejaría la presencia de elementos suntuarios comunes en los intercambios de los primeros momentos de la colonización y que pudo formar parte de un objeto de arte menor, como un timiaterio o una caja, sin descartar su posible función de ponderal (Ulreich et al., 1990: 241 y ss.; Jiménez Ávila, 2002: 261 y ss.). Especial importancia tendría para este asentamiento colonial su puerto, tradicionalmente relacionado con los restos de un embarcadero situado a unos 100 m del cerro y a la orilla del Guadarranque, aunque en época antigua habría estado en la misma línea de costa del estuario. Esta imponente estructura tiene 30 m de longitud visibles pero, dado que está prácticamente cubierta por sedimentos del río, podría haber alcanzado los 50. A pesar de las indudables refacciones de época moderna, el empleo de sillares semejantes a los del asentamiento fenicio, la cercanía al mismo y la existencia de una serie de estructuras anejas de tipología fenicia identificadas en los años ochenta, parecen apoyar su posible origen fenicio (Tejera Gaspar, 1976/2006: 109; Ulreich et al., 1990: 202; Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006a: 92). La fundación de un asentamiento fenicio en la bahía de Algeciras tuvo lugar en un momento avanzado de la colonización en occidente, sobre todo si tenemos en cuenta las nuevas cronologías arrojadas por los mencionados hallazgos en Cádiz o Málaga que constatan una presencia estable ya en el s. IX a.C. En consecuencia, el Cerro del Prado, fundado en la segunda mitad del s. VII a.C., formaría parte ya de una “tercera fase” de la expansión colonial, así que

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las motivaciones aducidas tradicionalmente para la colonización fenicia como la riqueza minera, la presión demográfica en oriente y la necesidad de tierras para el cultivo, parecen desdibujarse en estos momentos de consolidación de la empresa colonial, por lo que fundaciones como ésta han de ser entendidas dentro de una estrategia de control territorial por parte de las colonias de occidente, y en especial de Gadir (Pellicer Catalán et al., 1977; Aubet Semmler, 1995: 51). Una instalación permanente en la bahía de Algeciras suponía, efectivamente, un control de la navegación en el Estrecho, pero también de una serie de rutas terrestres que comunicaba la costa con zonas del interior como el valle del Guadalquivir o la Serraría de Ronda, donde se constatan intensos contactos con las poblaciones fenicias desde el s. VIII a.C. en asentamientos como Acinipo o la propia Ronda (Aguayo de Hoyos et al., 1987 y 2009; Mancebo Dávalos, 1995). La comarca del Campo de Gibraltar ofrece, además, recursos de enorme interés para el pueblo fenicio que, si bien no resultaron interesantes o rentables en los primeros momentos de la colonización, podrían haber cobrado importancia en esta etapa posterior de expansión y podrían explicar en parte la fundación del Cerro del Prado: la extraordinaria riqueza piscícola y la producción salinera, pilares de la industria salazonera que caracterizaría la economía fenicia occidental desde al menos el s. VI a.C. (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965). Por otro lado, los frondosos bosques de Los Alcornocales son una importante fuente de materia prima para actividades como la construcción y, muy especialmente para el pueblo fenicio, la industria naval, al proveer no sólo de madera sino también de resina y corcho; suma de causas que, si bien no explicaría la colonización en occidente, sí parece suficiente para motivar la creación de una colonia en la bahía de Algeciras (Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006b: 300; Treumann, 2009: 173). Y aunque carecemos de evidencias para confirmar la existencia de una economía salazonera en época fenicia, sí nos parece adecuado pensar en el Cerro de Prado como algo más que un puerto comercial, un asentamiento en cierta medida multifuncional, donde se habrían desarrollado actividades comerciales, bajo la garantía de la divinidad presente en Gorham, pero también pesqueras, sin descartar las agrícolas e industriales (Tejera Gaspar, 1976/2006; Pellicer Catalán et al., 1977: 222). En lo que respecta a la ocupación del resto de la bahía por parte de los fenicios, el mapa está claramente incompleto puesto que carecemos de información sobre la existencia de asentamientos secundarios, ya sean de carácter agrícola o industrial, que si existieron no han sido descubiertos aún o podrían haber quedado cubiertos por construcciones actuales. Sí se constata, sin embargo, una intensa frecuentación de las aguas de la bahía, dado el papel esencial de la navegación en la cultura y colonización fenicias y las excepcionales condiciones portuarias de la bahía como un gran puerto natural. Aunque la aparición de restos subacuáticos, especialmente cerámica y anclas de piedra, es relativamente común en la zona, se han individualizado varios puntos donde la frecuentación de barcos fue intensa y donde los vestigios de época fenicia parecen confirmados, como la ensenada de Getares, que pudo haber sido un fondeadero ya desde época fenicia o púnica, y Punta Carnero; en ambos se ha documentado abundante material desde época colonial (MartínBueno, 1987). Asimismo en Punta Europa, en el extremo meridional del Peñón, se han recuperado anclas fenicias que podrían indicar una zona de refugio a la espera de buenas condiciones para el paso del Estrecho, aunque al ser éste un punto con una marcada peligrosidad, como en el caso de Punta Carnero, pueden ser testimonio también de diferentes naufragios (Fa et al., 2001). Tampoco conocemos la o las necrópolis del Cerro del Prado, quizá conservadas bajo los sedimentos del río Guadarranque, destruidas por construcciones posteriores o cubiertas

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por vegetación y aún por descubrir. En función de lo que conocemos en otras colonias fenicias del momento, cabría esperar una necrópolis de tipo aristocrático, caracterizada por un escaso número de enterramientos, ajuares suntuosos y quizá hipogeos como es habitual en las necrópolis fenicias arcaicas y como conocemos en la cercana Isla de las Palomas de Tarifa, que pudo además haber albergado un culto a Tanit (Almagro Gorbea, 2010; Prados Martínez et al., 2011). La necrópolis se ubicó muy probablemente al otro lado del río, en este caso en la margen derecha, según el patrón del mundo funerario fenicio con claros ejemplos en la misma Tiro, o Toscanos y Morro de Mezquitilla en occidente (Aubet Semmler, 1997: 267; Prados Martínez et al., 2011: 262). El mismo esquema parece repetirse en Guadiaro, donde se localizaron materiales fenicios que podrían pertenecer a una necrópolis (oinochoi de boca de seta y trilobulado, y una lucerna) en la orilla opuesta al asentamiento de Casa de Montilla (Arteaga Matute et al., 1987: nota 24).

Figura 38.- Fotografía y planimetría de la cabaña de Ringo Rango (a partir de Sáez Romero, 2013: figs. 5 y 6).

Figura 39.- Repertorio material de Gorham, el Cerro del Prado y Ringo Rango (a partir de Tejera Gaspar, 1976/2006: fig. 75; Sáez Romero, 2013: figs. 4 y 7).

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Tomando en consideración estos paralelos, nos parece lógico plantear que la necrópolis del Cerro del Prado pudo ubicarse en los cerros con base pétrea que circundaban el antiguo estuario al norte, una zona donde se localizaron evidencias púnicas, algunas funerarias, en el Cortijo del Oro, el Cortijo del Lobo, la Venta del Oro y el Vado del Oro en los sondeos geoarqueológicos del Proyecto Costa (Arteaga Matute et al., 1987: fig. 6; Fernández Cacho, 1994: 45). Junto a estas escasas evidencias arqueológicas, podemos mencionar también un argumento toponímico. Este punto se conoce tradicionalmente como vado “del oro” (con la variante posterior “del loro”), que dio nombre a su vez al cortijo y la venta. La mención más antigua del topónimo que hemos encontrado es la “Fuente del Oro” citada en el Libro de la monteria de Alfonso XI, del s. XIV, y que bien podía hacer referencia a la aparición de un tesorillo (Cuesta Estévez, 1997: 62; Álvarez Vázquez, 1998: 377-378), que nosotros consideramos, a modo de hipótesis, procedente de la necrópolis fenicia, donde sería normal la presencia de objetos metálicos de tipo suntuario. 6.4. E

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Parece hoy incuestionable que el conocimiento de la colonización fenicia quedaría incompleto sin tener en cuenta, de forma específica, el papel de las poblaciones autóctonas en dicho proceso. En el caso de la bahía, éste era un aspecto totalmente desconocido hasta hace apenas unos años, cuando fue dado a conocer el poblado orientalizante del Ringo Rango. Algunas evidencias del mismo habían sido ya identificadas durante las excavaciones de la villa romana (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002a), pero no fue hasta una intervención posterior, en 2005, cuando se excavó parte de una cabaña en el otro extremo del cerro, que parecía confirmar el que era el primer ejemplo de hábitat indígena en la bahía (Bernal Casasola et al., 2010). La cabaña tenía forma ovalada y un posible hogar en su extremo meridional, fue excavada en el nivel geológico de arcillas y construida con mampuesto de piedra, que seguramente tuvo alzado en tapial y cubierta vegetal, según conocemos en otros poblados de tradición indígena (Fig. 38). Tenía una sola fase de uso y abandono, avanzado el s. VII y hasta inicios del VI a.C. y coincidente, por tanto, con los primeros momentos del Cerro del Prado. Formaría parte de un poblado dedicado a actividades agropecuarias, tal y como indican los restos de fauna, molinos naviformes y lascas de posibles hoces recuperados en la excavación, que habría desempeñado una importante función comercial como intermediario entre las poblaciones indígenas y los fenicios. De hecho, como en el caso del Cerro del Prado, la abundancia de formas cerámicas destinadas al almacenaje y al transporte, como ánforas T-10.1.2.1 y derivadas, o pithoi, es una prueba evidente de un contexto comercial y de intercambio, seguramente de productos agropecuarios por mercancías manufacturadas. Igual explicación tendrían otras concomitancias entre los materiales de ambos enclaves, como la vajilla de barniz rojo fenicia o la cerámica común y de cocina, tanto de tradición fenicia como indígena (Fig. 39). La ubicación del poblado del Ringo Rango en una terraza del Palmones, muy cerca de las fértiles tierras de la vega fluvial y junto a la costa del antiguo estuario, en un punto de amplia visibilidad sobre la bahía, sería en sí misma una clara muestra de esa doble vocación agropecuaria y comercial del asentamiento (Bernal Casasola et al., 2010; Sáez Romero, 2013). El hecho de que el poblado fuera creado en un momento avanzado del s. VII a.C., poco tiempo después que el Cerro del Prado, así como las indudables muestras de contacto entre ambos asentamientos, permiten plantear que esa relación comercial sería precisamente la causa de la fundación del poblado. Una decisión que habría estado precedida, lógicamente, de contactos previos entre la sociedad fenicia y la local. De este modo, la colonia fenicia se aseguraba el suministro de productos agropecuarios, mientras que las poblaciones del interior accedían a toda una serie de productos importados como vajilla, objetos de metal o salazones, según un sistema

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de intercambio que ha podido documentarse en la colonia fenicia del Cerro del Villar en el s. VIII a.C., cuyos habitantes consumieron cereal y ganado que no habían sido producidos en su entorno, sino proporcionados por las comunidades locales (Aubet Semmler y Delgado Hervás, 2003). Sin embargo, tenemos que mencionar una reciente y argumentada hipótesis que defiende que lo que la investigación ha dado en llamar “fondos de cabaña” no sean tales sino otro tipo de estructuras, de funcionalidad desconocida diferente a la doméstica, que configuraron grandes conjuntos que no podemos considerar poblados propiamente dichos. Estos “fondos”, o mejor dicho, “hoyos” o “depósitos”, se distinguirían de las cabañas en el hecho de estar excavados en el suelo, carecer de zócalo y sobre todo por estar colmatados por un solo nivel, repleto de material, que suele definirse como de “uso y abandono” (Suárez Padilla y Márquez Romero, 2014). Es cierto que la cabaña de Ringo Rango compartiría con estos hoyos la configuración de su relleno, aunque la existencia de mampuestos en su interior, fruto del derrumbe, indicarían que estamos realmente ante una cabaña (Bernal Casasola et al., 2010: 559). En todo caso, es difícil establecer estas cuestiones con exactitud, dada la escasa información de que disponemos, de ahí la potencialidad que tienen las investigaciones en este yacimiento, no sólo para la bahía sino para la Protohistoria del sur peninsular en general. Si damos por buena la interpretación del Ringo Rango como un poblado, podemos decir entonces que la bahía de Algeciras albergó en el s. VII a.C. un particular modelo territorial, conocido en otros ámbitos, basado en la existencia de una colonia fenicia y un poblado indígena de carácter agrícola, subsidiario de un oppidum principal situado al interior. Este modelo revela, en primer lugar, que las sociedades autóctonas se encontraban en un estado avanzado de complejidad social y de organización de su territorio, con oppida a la cabeza como Asta o Asido en el entorno de la bahía de Cádiz, la Silla del Papa-Bailo en las costas de Tarifa o Los Castillejos de Alcorrín en la costa occidental malagueña, que les permitía emprender la fundación de poblados especializadas en la producción agropecuaria –como Casa de Montilla, La Era, Pocito Chico, Campillo, etc.- en las cercanías de las colonias fenicias (Ruiz Mata y González Rodríguez, 1994; López Pardo y Suárez Padilla, 2003; López Amador et al., 1996; Ruiz Gil y López Amador, 2001). Casa de Montilla quizá sea el mejor paralelo en nuestro entorno más cercano, a sólo 15 km de la bahía, en la margen izquierda del antiguo estuario del Guadiaro, navegable entonces hasta 2 km tierra adentro (Arteaga Matute et al., 1987; Hoffmann, 1987). El yacimiento sería anterior al del Ringo Rango ya que fue fundado en el s. VIII y abandonado en el s. VII a.C. Los tres cortes realizados por H. Schubart documentaron un primer nivel de un poblado del Bronce Final, caracterizado por la presencia de cerámica a mano y la ausencia de materiales fenicios. En una segunda fase irrumpen las importaciones fenicias que convivirían con las producciones tradicionales y, finalmente, en una tercera fase predomina la cerámica a torno fenicia, revelando una influencia colonial notable, cuando no la propia presencia de una población fenicia. Dada la ausencia de estructuras más allá de simples fosas y posibles hogares, y el escaso conocimiento de este tipo de poblados por aquel entonces, el excavador planteó cuatro diferentes interpretaciones posibles en función del citado registro: en primer lugar, podría tratarse de un asentamiento indígena junto al que se habría instalado una colonia fenicia que fue progresivamente asimilada; otra opción sería que la colonia fenicia se hubiera instalado en primer lugar y la población indígena, atraída por las posibilidades de intercambio, habría creado un poblado anejo; una tercera posibilidad es que ambos asentamientos se hubieran instalado sincrónicamente; por último, dada la reducida distancia entre los cortes correspondientes a los dos posibles asentamientos, al arqueólogo alemán le pareció más verosímil que se tratara de un único poblado indígena, limitado a los cortes 1 y 2 en origen, y que, posteriormente, ya

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en un momento de marcadas influencias orientalizantes, se habría extendido hasta la zona del corte 3, junto a la costa, donde se ubicaría un posible embarcadero. En todo caso, la cercanía de una colonia fenicia, quizá al otro lado del Guadiaro, sería incuestionable (Schubart, 1987). La hipótesis del carácter indígena de Casa de Montilla parece haberse ratificado en 2001, cuando se excavó, con motivo de una intervención preventiva junto al yacimiento, una posible cabaña de características similares a la del poblado del Ringo Rango. Esta estructura y los materiales exhumados probaban la continuidad de dicho yacimiento hacia el sur, precisamente donde H. Schubart había situado el posible embarcadero o barrio fenicio, por lo que se revalidaba el carácter indígena del yacimiento (Suárez Padilla, 2001). En la actualidad se interpreta, de hecho, como un poblado dependiente del oppidum de Los Castillejos de Alcorrín, situado a 7 km del Guadiaro, con el que comparte un horizonte cronológico similar y una misma cultura material (Suárez Padilla, 2006: 378; Marzoli et al., 2010: 179). De la colonia fenicia que habría existido en el Guadiaro, junto a Casa de Montilla, tan sólo se ha documentado alguna evidencia aislada, ya citada, de una posible necrópolis en el entorno de Sotogrande. En la misma margen del río, el Cerro Redondo, posible acrópolis de la ciudad de Barbesula, pudo haber albergado con anterioridad una colonia fenicia o quizá la población trasladada desde Casa de Montilla, dado que el abandono de ésta en el s. VII a.C. coincidiría con algunas cerámicas de esa cronología recuperadas en el solar de la ciudad romana, si bien esta hipótesis se apoya en un conocimiento muy superficial (Presedo Velo et al., 1982: 10; Fernández Rodríguez et al., 2002: 645). También hay noticias de la aparición de cerámica fenicia en el Cortijo de los Álamos, a unos 400 m de Casa de Montilla, si bien su carácter puntual y el hecho de que otras intervenciones en el área se hayan saldado con resultado negativo, podría indicar que se trata de materiales arrastrados por el río desde dicho yacimiento (Alarcón Castellano, 2003). Otro interesante ejemplo de este tipo de poblados “orientalizantes” lo tendríamos al otro lado del Estrecho, junto enfrente de la bahía de Algeciras, en Ceuta. Bajo la Plaza de la Catedral se ha excavado un hábitat con una primera fase de cabañas circulares y escaso material fenicio, a finales del s. VIII a.C., y una segunda fase de viviendas cuadrangulares de mampostería con verdaderos ejes urbanos y una cultura material caracterizada por el incremento de importaciones fenicias, que se abandona a finales del s. VII a.C., coincidiendo por tanto con Casa de Montilla. El asentamiento estaría dedicado a la producción agropecuaria, pesca y marisqueo, pero también a actividades comerciales, y ha sido interpretado como un poblado indígena creado como respuesta a la presencia fenicia en la zona (Villada Paredes et al., 2010). Como se ha venido defendiendo, estos poblados dependerían de un oppidum principal que habría emprendido la fundación de estos pequeños núcleos de explotación agrícola a fin de acceder a los productos importados de las colonias fenicias. En lo que respecta al asentamiento principal desde el que pudo haberse fundado el poblado del Ringo Rango, nos es por el momento desconocido, dada la ausencia de este tipo de asentamientos en las sierras inmediatas a la bahía. Sin embargo, también sobre este aspecto ha habido un importante avance en la investigación de los últimos años, que nos permite hoy conocer tres –quizá cuatro- importantes asentamientos fortificados del Bronce Final o Hierro I, en un radio de 30 km desde la bahía de Algeciras. El primero sería la Silla del Papa, unos 25 km al oeste y que sería fácilmente accesible desde la bahía a través de las sierras por los valles del Palmones y el Almodóvar. Este oppidum, antecedente urbano de Baelo Claudia y por tanto la Bailo (b’l) de las monedas libiofenicias, se ubica cerca de la costa pero en el extremo noroeste de la Sierra de la Plata, por lo que fue un asentamiento orientado al interior, con una economía agropecuaria –que puede reproducir la

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iconografía de las citadas amonedaciones- y un amplio control visual sobre la antigua laguna de La Janda y la vía que discurriría por la zona y que podría haber dado nombre a la propia Sierra de la Plata (de “lapidata” o de “al-balat”, camino empedrado). Este enclave, a una altitud de 400 m, pudo haber alcanzado las 12 ha de superficie y habría estado habitado desde la segunda mitad del s. X a.C., según han podido constatar recientes excavaciones, si bien se desconoce aún con exactitud la trama urbana de los momentos más antiguos (Moret et al., 2008 y 2011). Jimena de la Frontera, la posterior Oba libiofenicia y romana, se ubica en el camino natural de la bahía de Algeciras a Ronda y estaría a unida a la primera por los cursos del Guadarranque y el Hozgarganta. El poblamiento de la zona o la frecuentación de esa vía en época fenicia o, incluso, de las llamadas “pre-colonizaciones”, estaría atestiguada por las pinturas de embarcaciones y un posible puerto del conocido abrigo de la Laja Alta72 desde el que, curiosamente, no se ve el mar. Desde el castillo de Jimena, sin embargo, son perfectamente visibles el peñón de Gibraltar y el Djebel Musa africano, aunque tampoco se aprecia la costa de la bahía de Algeciras o la desembocadura del Guadiaro. Aunque las estructuras documentadas en la zona del castillo corresponden a la ciudad romana, los restos de una arquitectura rupestre similar a la conocida en la Silla del Papa, la ubicación en altura controlando una zona de ricas vegas fluviales, así como el hallazgo de una serie de niveles del s. VIII a.C. en rellenos de la fase romana, permite plantear la existencia de un posible oppidum que habría dado inicio a una ocupación prolongada e ininterrumpida del lugar (Huarte Cambra, 2005; Tabales Rodríguez et al., 2005). Otra opción sería el Castillo de Castellar, igualmente en un punto elevado junto al Guadarranque, aunque más cercano que Jimena a la bahía. Lamentablemente, a pesar de la idoneidad del enclave, las evidencias de poblamiento antiguo se limitan a una serie de materiales del Bronce Final y quizá época púnica recuperados en una pequeña intervención en los años setenta (Sotomayor Muro y Sotomayor Rodríguez, 1993). El cuarto ejemplo de oppidum o asentamiento principal del Bronce Final o Hierro I de la zona, ya en la costa malagueña, sería Los Castillejos de Alcorrín, un núcleo fortificado de más de 11 ha, con amplia visibilidad sobre su entorno, y también del Peñón y el Djebel Musa. Fue fundado en el último cuarto del s. IX a.C. y posiblemente abandonado a finales del s. VIII a.C. por el traslado de la población a Villa Vieja de Casares, aunque no se descarta cierta continuidad en el s. VII a.C. en función de algunos materiales de ese momento recuperados en el yacimiento. Su envergadura y organización interna reflejan la existencia de una sociedad compleja y estratificada, con una clara jerarquía en la organización territorial. Los abundantes silos documentados en las prospecciones geofísicas podrían, además, reflejar el papel del poblado como centro aglutinador y distribuidor de la producción agrícola, que es en sí mismo una clara muestra del control ejercido sobre el territorio. Encarna, pues, uno de los principales ejemplos del origen del fenómeno urbano en la zona, como un resultado tanto de la evolución interna de las comunidades del Bronce Final como de las importantes influencias fenicias. Sus materiales reflejan esta doble realidad, al estar compuestos mayoritariamente por cerámica a mano típica de la región o de contextos orientalizantes y una presencia incipiente de ánforas fenicias (Marzoli et al., 2010). Si bien la distancia que separa estos oppida de la bahía, y en el caso de Alcorrín su posible abandono con anterioridad al s. VII a.C., dificulta su posible relación con el poblado del Ringo 72

Estas pinturas han generado muy diferentes opiniones sobre la adscripción indígena, fenicia o púnica de las embarcaciones y por tanto sobre su cronología, por lo que remitimos a los principales trabajos que las han analizado: Barroso Ruiz, 1980; Almagro Gorbea, 1988; Aubert, 1999; Guerrero Ayuso, 2008.

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Rango, su conocimiento nos permite valorar la complejidad del poblamiento en la zona, así como apreciar los elementos que pudieron caracterizar un hipotético asentamiento principal del que dependería dicho poblado agrícola. De este modo, podemos entender el citado poblado de cabañas como parte de un modelo territorial que fue propio de esta zona a partir del contacto con los fenicios. Sin embargo, como nos ocurre con el caso del Cerro del Prado, las cronologías de la bahía de Algeciras son posteriores con respecto a su entorno, pues poblados como Casa de Montilla o Ceuta estaban siendo abandonados cuando se instaló el del Ringo Rango a finales del s. VII a.C.; un aspecto que sin duda ha de ser abordado por futuras investigaciones que evalúen las causas de este posible retraso o si se trata de un simple vacío de representatividad de los datos para el s. VIII a.C.

Figura 40.- La bahía y la desembocadura del Guadiaro en época fenicia (ss. VII-VI a.C.).

6.5. F

:

En resumen, si bien quedan algunos interrogantes por resolver, relativos a la existencia de nuevos yacimientos o a la cronología de los conocidos, podemos y debemos, en el estado actual del conocimiento, plantear el modelo territorial que caracterizó esta época, así como su consiguiente lectura social. En época fenicia, la bahía de Algeciras albergó un particular modelo de poblamiento, a caballo entre lo protourbano y lo urbano, cuya singularidad reside en el hecho de no ser resultado de un proceso histórico lineal de una cultura determinada, sino producto del contacto físico, en

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un mismo espacio, de dos modelos de poblamiento correspondientes a sociedades con un desigual desarrollo político y socioeconómico: los fenicios y las poblaciones autóctonas del Hierro I. Como toda situación colonial, hemos de abordarla teniendo en cuenta tanto la perspectiva de la colonización como, muy en especial, de la nueva situación generada, entendida ya como la suma de factores –fenicio e indígena-. Proponemos, por tanto, una visión centrada en el ámbito local como objeto de estudio, partiendo de planteamientos propios del análisis espacial, pero siempre sensible a las circunstancias regionales –un incipiente desarrollo urbano autóctono paralelo a la colonización fenicia en el área del Estrecho-, e internacionales –la colonización fenicia en el Mediterráneo-. Desde el punto de vista exclusivamente fenicio, la bahía de Algeciras habría desempeñado un importante papel desde los primeros momentos de la colonización en occidente, con la instalación del santuario de Gorham en el Peñón en un momento tan temprano como finales del s. IX a.C., si bien la zona no sería poblada hasta el s. VII a.C. La fundación del asentamiento del Cerro de Prado tuvo lugar, por tanto, en un momento avanzado de la colonización fenicia, en el marco de una política de control del Estrecho por parte de Gadir, en pleno auge económico y progresiva desvinculación de la metrópolis tiria, procesos que culminarán con la formación de una verdadera ciudad-estado en siglos posteriores. Tendríamos, pues, un ejemplo de colonización de una zona conocida con anterioridad por la existencia de un santuario, que podría haber representado de alguna manera la apropiación simbólica del lugar por parte de los fenicios, pero que no tuvo bastante interés o se dieron las circunstancias suficientes para que albergara una colonia en los primeros momentos. El nivel de desarrollo urbano de la cultura fenicia, a la que pertenecían el santuario y posterior asentamiento, estaría más que contrastado en su tierra de origen, con ciudades de la talla de Tiro, Biblos o Sidón. A ello habría que sumarle que la propia acción de colonizar es en sí misma la máxima expresión del carácter urbano de una cultura. En este sentido, la cueva de Gorham y el Cerro del Prado formarían parte de un sistema colonial de indudable naturaleza urbana, un hinterland fenicio costero, definido por el mar. Sin embargo, aunque las murallas, ordenación urbana, técnicas constructivas de estructuras domésticas e industriales y áreas funcionales diferenciadas, otorgaron un aspecto urbano a las colonias fenicias, entre ellas el Cerro del Prado, se ha argumentado que su reducido tamaño, inferior a las 3 ha salvo casos como el Cerro del Villar o el Castillo de Doña Blanca, y la ausencia de un territorio propio, impediría definirlas como auténticas ciudades. Es decir, al contrario que en el bien conocido caso griego, parece que no hubo intención de crear verdaderas comunidades ciudadanas con un territorio propio en las tierras colonizadas, sino más bien una red de factorías comerciales, a excepción quizá de ejemplos como la propia Gadir. Las colonias fenicias arcaicas carecieron, en efecto, de la voluntad o de la capacidad de apropiarse de un territorio más allá de su entorno inmediato, mediante la creación de asentamientos subsidiarios dedicados a la explotación agrícola. Y es precisamente esa falta de arraigo en el territorio, condición inherente al concepto mismo de ciudad, la que lleva a considerarlas, en sus respectivos contextos locales, como asentamientos protourbanos o dotados de un urbanismo “colonial” o “marítimo” (Aubet Semmler, 1995; van Dommelen, 1997). Por otro lado, desde el punto de vista de las poblaciones indígenas, la fundación del poblado del Ringo Rango en un momento inmediato al Cerro del Prado, puede ser considerada una respuesta indígena a ese indudable estímulo, y reflejaría la capacidad de adaptación, la iniciativa, de las comunidades locales a nuevas situaciones como la presencia colonial en la costa. Su alto nivel de desarrollo urbano estaría apoyado, además, por lo que hoy conocemos en grandes asentamientos fortificados como los citados Silla del Papa y Los Castillejos de Alcorrín, que dibujan un panorama social y territorial marcadamente jerarquizado, con grandes oppida que controlarían amplios

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territorios agrícolas y pequeños asentamientos subsidiarios, algunos estratégicamente ubicados junto a colonias fenicias costeras, como el caso del Ringo Rango o Casa de Montilla. A pesar de las marcadas diferencias de estatus y funcionalidad de estos dos tipos de poblado, claramente reflejadas en su patrón de asentamiento y arquitectura –de cabañas, ubicados en el llano y sin defensas los unos, y en altura y dotados de una compleja ordenación urbana y fortificaciones los otros-, la complementariedad de ambos, en lo que a explotación y ocupación del territorio se refiere, es justamente un rasgo que define las sociedades urbanas o, en este caso, en el umbral del mundo urbano. Nos interesa de forma particular en este caso la situación generada por el encuentro de esos dos mundos (Fig. 40). Desde el punto de vista estrictamente local, los tres establecimientos conocidos para esta época, la cueva-santuario de Gorham, el Cerro del Prado y el poblado del Ringo Rango, formaron parte de un mismo territorio entendido como un espacio de límites más o menos definidos, si bien ocupado y explotado no por una misma comunidad sino por dos, indígenas y fenicios. Los enclaves se ubicaron respectivamente en una cueva de un promontorio rocoso, en un cerro costero con excelentes condiciones portuarias y en una terraza fluvial sobre una vega de gran potencialidad agrícola, emplazamientos acordes con las diferentes y complementarias funciones que ejercieron: la religiosa-simbólica, la habitacional-comercial y quizá industrial, y la productiva. Por otro lado, el análisis de visibilidades certifica la vocación marítima del santuario y muestra la complementariedad de las visibilidades desde la colonia y el poblado agrícola, viéndose desde la primera la parte oriental de la bahía y desde el segundo la occidental. Si bien el poblado del Ringo Rango fue una fundación de las comunidades locales del interior y no de la propia colonia del Cerro del Prado, su creación marcó de alguna manera el inicio de la vinculación del asentamiento fenicio con el territorio. Parece claro que el establecimiento del binomio colonia–aldea agrícola sería resultado de una serie de acuerdos y pactos que implicaría la aceptación de condiciones por parte de ambas sociedades, la fenicia y la autóctona, acuerdos que debieron de llevarse a cabo en circunstancias diríamos pacíficas pero en un contexto general de alerta, a juzgar por la existencia de fortificaciones, tanto en los oppida como en las colonias. Las comunidades que ocupaban esos territorios cederían a las colonias parte de los mismos y, muy seguramente también, grupos de trabajadores agrícolas, iniciando así una progresiva integración étnica, desigual sin duda, de ambas sociedades, que hubo de adoptar formas muy diferentes dependiendo de cada contexto particular y desde luego de difícil análisis arqueológico. Sobre la naturaleza y circunstancias de los contactos entre la sociedad colonizadora y la colonizada, la investigación actual subraya desde hace tiempo su complejidad, dejando de un lado las tradicionales visiones “aculturacionistas” o exclusivamente coloniales, para adoptar una perspectiva siempre bidireccional y atenta también al papel de las poblaciones locales, aunque sin olvidar el carácter desigual de dichos contactos (Aubet Semmler, 1997: 281; van Dommelen, 2006; López Castro y Adroher Auroux, 2008). Está claro que estos poblados de cabañas circulares, que incluyen tanto cabañas propiamente dichas como los conocidos “fondos”, son un rasgo característico de las poblaciones autóctonas del Bronce Final, claramente alejado de la cultura arquitectónica fenicia y que deben ser considerados indígenas (Izquierdo de Montes, 1988). La perduración de este tipo de arquitectura en siglos posteriores y su presencia en los territorios de las antiguas colonias, reflejaría de alguna manera la fuerte presencia de la población indígena en esos territorios, hasta el punto de que además de la conocida secuencia de estructuras cuadrangulares superpuestas a cabañas circulares, hay ejemplos también de lo contrario, como en La Rebanadilla,

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fenómeno asociado a la pérdida de la funcionalidad inicial del enclave y su nueva condición de instalación rural o industrial del territorio de la polis malacitana (Arancibia Román et al., 2011). Dejando a un lado las evidencias arquitectónicas, de indudable carácter indígena, nos parece interesante valorar también la perspectiva espacial: la escasa distancia (menos de 7 km entre el Ringo Rango y el Cerro del Prado) que en ocasiones separó estos poblados de las colonias fenicias, siempre inferior a la que los separaba de sus oppida principales, su ubicación en zonas llanas muy accesibles y la usencia de muralla, nos lleva a considerar que entre aldeas agrícolas y colonias tuvo que haber necesariamente una estrecha relación. Pero más importante nos resulta el hecho de que, según los datos expuestos, parece claro que fueron los fenicios quienes disfrutaron en última instancia de lo producido por estos poblados. Esto nos lleva a valorar que, aunque no podemos asegurar de forma concluyente que estas aldeas perdieran su relación de dependencia con respecto al oppidum principal, parece que al menos en momentos avanzados de la colonización, a partir del s. VII a.C., pasaron de alguna manera a depender de la colonia formando parte de su incipiente territorio, disfrutando de ellas, al menos en usufructo (López Pardo y Suárez Padilla, 2003: 81; López Rosendo, 2013). En cuanto a la composición social, estos poblados o aldeas albergarían población local especializada, aunque no podemos descartar la participación de trabajadores agrícolas fenicios que tendrían un importante papel a la hora de transmitir nuevas técnicas e introducir nuevos productos agrícolas que vendrían a sumarse al bagaje previo de los indígenas, con un profundo conocimiento de las condiciones locales (López Castro, 2003: 103). Esta incipiente integración étnica tendría lugar también en las propias colonias, donde se ha planteado que mujeres y mano de obra esclava indígena pasaran a formar parte de una ya de por sí heterogénea sociedad colonial, compuesta por una élite social de comerciantes enriquecidos, campesinos y artesanos libres. Esta incorporación de indígenas, que debemos saber valorar en su justa medida, proporcionaba nuevos lazos familiares y por tanto alianzas, en el caso de los matrimonios con mujeres de un cierto estatus, pero también habilidades de gran utilidad como la lengua, los recursos disponibles en el territorio o las rutas que unían los asentamientos principales de la zona (López Castro, 2004: 73 y ss.). El hecho mismo de que los materiales de tradición local aparezcan desde momentos antiguos en ámbitos muy diferentes de la costa española o africana, muestra que hay poblaciones muy mezcladas desde época arcaica e incluso grupos de indígenas desplazados por los fenicios (López Pardo y Suárez Padilla, 2002; Aranegui Gascó et al., 2011; Botto, 2013). En nuestro caso, la presencia de cerámica a mano de tradición indígena, tanto en el asentamiento colonial del Cerro del Prado como en el poblado orientalizante del Ringo Rango, podría ser una muestra de esa integración; parece claro que las ollas o cuencos, presentes en ambos asentamientos, son formas de tradición indígena propias de una dieta basada en gachas y sopas, que indicarían la presencia de indígenas en el asentamiento colonial, quizá mujeres, como se ha planteado para el Cerro del Villar (Delgado Hervás y Ferrer Martín, 2007) o grupos de población indígena en general, con un estatus servil y empleada como mano de obra rural (González Wagner y Ruiz Cabrero, 2015). En la misma línea podíamos interpretar las cerámicas, también de tradición indígena, que fueron depositadas en la cuevasantuario de Gorham, y de las que podríamos inferir igualmente una relativa integración de individuos de las comunidades locales en el sistema de creencias fenicio (Gutiérrez López et al., 2012: 330-332). Quizá el santuario y la divinidad allí presente hubiera jugado un papel esencial como garante sagrado del “pacto territorial” establecido entre ambas sociedades.

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7. C 7.1. D

, C

E P

C

( . V-III .C.)

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A partir del VI a.C. cristalizaron en el Estrecho una serie de procesos sociales, políticos y económicos iniciados en época anterior, por los que las antiguas colonias fenicias como Malaca, Sex, Baria o Lixus se transformarían en auténticas poleis, articuladas política y comercialmente a través del templo de Gadir, como representante primero y heredero, después, de la legitimidad y liderazgo de la metrópolis tiria. Este fenómeno fue contemporáneo a la consolidación de los oppida ibéricos en el interior, que alcanzaron rasgos urbanos determinantes en esta época, y parte de un contexto más amplio de consolidación de modelos urbanos en el Mediterráneo occidental, caracterizado socialmente por la sustitución de las aristocracias guerreras –o comerciales en nuestro caso-, por oligarquías ciudadanas. En el estudio de las antiguas colonias fenicias de occidente, dicho proceso ha venido denominándose “etapa urbana” o de conformación de las poleis púnicas, entendiendo que el término griego, aunque exógeno, resulta lícito para el caso púnico por haber sido el empleado por las fuentes, así como por las importantes concomitancias entre los casos griego y púnico (Ferrer Albelda y García Fernández, 2007). La relevancia de este periodo histórico explica la atención concedida por parte de los investigadores, si bien son patentes hoy las dificultades de su estudio, debido a la existencia de ciudades actuales sobre las antiguas poleis en la mayoría de los casos, aunque no en Carteia, y la consiguiente dificultad de proyectos de investigación que sistematicen la información procedente de la arqueología urbana; por lo que son los estudios de territorio, necesario complemento al contexto estrictamente urbano, los que nos ofrecen hoy mayores posibilidades a la hora de paliar esa situación.

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De forma muy sintética, y teniendo siempre en cuenta que el proceso “no parece responder a una evolución lineal y similar en todas partes” (Aubet Semmler, 2002b: 11), podemos decir que se produjo en las antiguas colonias una acumulación de riqueza y un importante crecimiento demográfico, en paralelo a la paulatina debilidad de Tiro en oriente y por tanto de sus imposiciones tributarias y demás lazos de dependencia. En la sociedad colonial, que tendría ya entonces un importante componente mestizo, aumentaría el peso de las poblaciones locales, a las que se habrían ido sumando de forma paulatina nuevos contingentes fenicios de otras zonas del Mediterráneo, dando lugar a una población heterogénea con claros rasgos ciudadanos, como la existencia de una amplia base social de estatus y nivel económico semejante y una marcada especialización del trabajo. Esta nueva sociedad tendría reflejo en los santuarios cívicos, que se convirtieron en verdaderos referentes religiosos de identificación colectiva, y en las nuevas necrópolis, donde ya eran cientos de individuos los que tenían acceso al enterramiento. Más allá de las murallas de la urbe, las ciudades conformarían un territorio propio que excedería, ahora sí, su entorno periurbano inmediato, apropiándose de nuevas tierras, probablemente mediante pactos con las comunidades de la zona, y creando núcleos menores de explotación agrícola y absorbiendo seguramente otros preexistentes (Aubet Semmler, 1995; Arteaga Matute, 1994 y 2001; López Castro, 2004). Gadir y Malaca configuraron entonces sendos territorios con una fuerte vinculación con sus ámbitos regionales, polinucleares y articulados en diferentes áreas funcionales, repartidas entre las islas y el continente en el caso de la primera (Bernal Casasola y Sáez Romero, 2007; Niveau de Villedary, 2014) y aglutinando la población de otros enclaves de la bahía en el caso de Malaca (Delgado Hervás, 2008). En la bahía de Algeciras, ya la fundación del Cerro del Prado en el s. VII a.C. debe ser considerada como una muestra de la paulatina consolidación territorial de las colonias fenicias de occidente. En la centuria siguiente, el asentamiento habría experimentado, como otras colonias, un crecimiento urbano importante y a este momento pertenecerían, de hecho, las principales estructuras conocidas. El auge urbano del s. V a.C. está bien documentado pues tanto las ánforas como la vajilla griega de esa cronología revelan un importante dinamismo comercial en el enclave (Ulreich et al. 1990: 234); y más específicamente, el conjunto de cerámicas áticas de barniz negro fechado en el último tercio del s. V a.C., refleja además el papel del Cerro del Prado como uno de los centros redistribuidores del circuito comercial entre Ampurias y Gadir (Cabrera Bonet y Perdigones Moreno, 1996). Es muy probable, pues, que la colonia tuviera ya en ese momento un nivel urbano desarrollado como otros del entorno, si bien, una vez más, el grado de destrucción del yacimiento y el desconocimiento de sus necrópolis impiden apreciar ese interesante proceso histórico con la suficiente fiabilidad o detalle. Por ese motivo, a la hora de analizar la consolidación urbana de época púnica, nos centramos en el s. IV a.C., marcado por un hecho de gran trascendencia para la historia urbana de la bahía como la fundación de la ciudad de Carteia, cristalización definitiva del proceso iniciado en el Cerro del Prado (Blánquez Pérez, 2007). La continuidad entre ambos asentamientos y el desarrollo posterior de Carteia hasta la presencia romana, así como el hecho de que dispongamos hoy de una mayor y más completa información sobre la misma, además de su potencialidad de cara al futuro, nos lleva igualmente a tomarla como referente para esta época. Un aspecto que consideramos primordial a la hora de interpretar ese proceso como un traslado, subrayando la idea de continuidad o evolución, y no como un mero abandono más o menos coincidente con la posterior fundación de Carteia, es la comparación de los materiales más recientes del Cerro del Prado con aquéllos más antiguos exhumados en la ciudad púnica.

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Una de las producciones más modernas del asentamiento fenicio es la cerámica de engobe rojo de tradición fenicia pero de tipología formal helenística, conocida como de “tipo Kouass” o gaditana, característica de las ciudades del Círculo del Estrecho entre finales del s. IV y el s. II a.C. (Niveau de Villedary, 2003). La presencia de algunos ejemplares en el Cerro del Prado, además de cerámicas pintadas púnico-turdetanas, permiten retrasar su abandono definitivo hasta finales del s. IV a.C., momento en que ya habría sido fundada Carteia, y por lo tanto plantear una posible convivencia de ambos asentamientos por algún tiempo (Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006a: 93). Apoyaría igualmente este posible solapamiento cronológico la presencia en ambos enclaves de ánforas T-12.1.1.1 y derivadas, del s. III a.C. (Blánquez Pérez et al., 2006b: 354).

Figura 41.- Materiales de las fases finales del Cerro de Prado e iniciales de Carteia (a partir de Pellicer Catalán et al., 1977: fig. 5; Cabrera Bonet y Perdigones Moreno, 1996: fig. 6; Roldán Gómez et al. 2006a: CD figs. II, LXVII y XXVII). Los niveles más antiguos de Carteia, donde disponemos de una detallada información estratigráfica y de los materiales, coinciden con el registro más reciente del Cerro del Prado. Esos niveles iniciales estarían caracterizados por la presencia de cerámicas tipo Kouass y púnico-turdetanas y aunque algunas de éstas últimas producciones podrían remontarse al s. V a.C., es poco probable dada su conocida perduración a lo largo del tiempo (Roldán Gómez et al., 2006a: 322; Prados Martínez, 2006a). Además de éstas, se ha documentado en la ciudad un reducido conjunto de cerámica ática de barniz negro, formado por fragmentos recuperados mayoritariamente en niveles de amortización de momentos posteriores, pero que presenta cierta uniformidad al remitir incontestablemente al segundo cuarto del s. IV a.C. (Adroher Auroux y Blánquez Pérez, 2006). Varios de esos fragmentos fueron exhumados precisamente en niveles asociados a la construcción de la muralla original de la ciudad, lo que brindó un término post quem para dicha obra y por tanto para la fundación de la ciudad, que habría sido acometida en un momento indeterminado de la segunda mitad del s. IV a.C. (Bendala Galán et al., 1995: figs. 6 y 7; Blánquez Pérez et al., 2006e: 146). También en las dinámicas comerciales que reflejan las ánforas importadas se constata una continuidad entre el Cerro del

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Prado y Carteia, con un predominio de ánforas salazoneras del área del Estrecho, turdetanas, griegas y excepcionalmente del ámbito de Cartago (Blánquez Pérez et al., 2006b) (Fig. 41). Por otro lado, la sospecha de que Carteia pudiera haber tenido ocupación con anterioridad a su fundación en el s. IV a.C., motivada por la existencia de posibles actividades industriales previas a la construcción de la muralla (Blánquez Pérez et al., 2006e: 155), que reflejarían la frecuentación de la zona por las gentes del Cerro del Prado, parece haberse confirmado recientemente con el hallazgo de niveles de habitación amortizados por dicha muralla (Blánquez Pérez, 2014: 178 y ss.). Parece claro pues, en función de los materiales, que el abandono del Cerro del Prado y la fundación de Carteia fueron parte de un mismo proceso, protagonizado por las mismas gentes y coincidente en el tiempo. El asentamiento fenicio-púnico y la ciudad púnica, separados por poco más de 1,5 km, constituirían dos fases de una evolución urbana local, aunque claramente inserta en un contexto mediterráneo, tal y como se ha sostenido por parte de diferentes autores desde el descubrimiento del Cerro del Prado (Tejera Gaspar, 1976/2006: 110; Pellicer Catalán et al., 1977: 225; Corzo Sánchez, 1983b: 28); idea a la que las investigaciones del Proyecto Carteia han dotado de contenido arqueológico y conceptual con la acuñación del vocablo Carteia la vieja para el Cerro del Prado (Blánquez Pérez et al., 2002: 146). Las causas manejadas inicialmente para el abandono de un emplazamiento por otro fueron la colmatación del antiguo estuario del Guadarranque en la zona adyacente al Cerro del Prado y la consiguiente amortización de su puerto, que habría obligado a sus habitantes a buscar un nuevo lugar junto a la costa, como la suave loma donde se ubica Carteia (Pellicer Catalán et al., 1977: 227; Ulreich et al., 1990: 194). Sin embargo, aunque es incuestionable la influencia que tal modificación geomorfológica habría ejercido sobre el poblamiento, parece insuficiente para motivar una nueva fundación, empresa que habría precisado de una fuerte inversión material y de trabajo, y que siempre se explica por una suma de factores diversos derivados de un crecimiento económico y demográfico. El nuevo emplazamiento, en una suave y extensa ladera junto al mar y en la boca del antiguo estuario, no sólo ofrecía unas magníficas condiciones portuarias, sino también una superficie mayor y más regular que las elevaciones del Cerro del Prado, óptima para construir una verdadera ciudad. Otra prueba de lo meditado de la decisión y de que difícilmente se explica por la simple colmatación del puerto, sería la citada simultaneidad entre ambos asentamientos. Parece que durante un tiempo habrían permanecido en uso ciertas viviendas o actividades industriales en el Cerro del Prado, a pesar de que la administración y gran parte de los ciudadanos residirían ya en la nueva ciudad, lo que de nuevo se explica en el contexto de una planificación urbana y no como una decisión forzada por un acontecimiento natural (Bendala Galán et al., 1995: 94; Blánquez Pérez y Tejera Gaspar, 2006a: 96). El traslado de ciudades fue un fenómeno relativamente normal en la Antigüedad y que plasma magníficamente el concepto de ciudad como una comunidad de ciudadanos y no, como lo entendemos hoy, como la suma de un lugar y unos edificios, una realidad más mueble que inmueble, tal y como defendía Fustel de Coulanges (1864). El caso griego, como en tantos otros aspectos, resulta enormemente ilustrativo en ese sentido, pues de sus textos se deduce que la polis era “móvil” y podía recrearse allí donde sus ciudadanos emigraran o escaparan (Raaflaub, 1991: 566). Algunas de las causas más habituales de esos traslados de ciudades fueron la destrucción causada por fenómenos naturales, la pérdida del carácter costero o su anegación, así como transformaciones más profundas del sistema socioeconómico imperante, que empujaron a las ciudades a subir a los cerros, a bajar al llano o a instalarse junto a un vado, un camino o un recurso determinado. Si bien fueron más comunes en culturas con un marcado desarrollo urbano y estatal, como la romana, los traslados

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se dieron también con relativa frecuencia en el mundo fenicio-púnico; colonias fenicias como Toscanos o el Cerro del Villar, por citar algunos ejemplos principales, fueron abandonadas en favor de los nuevos asentamientos de Cerro del Mar o la preexistente Malaca, en lo que puede considerarse dos estadios de una misma realidad urbana (López Castro, 2004: 90; Aubet Semmler, 2005: 201). Siguiendo esta línea argumental, Carteia no fue una simple fundación sino resultado de la culminación de un proceso iniciado en el Cerro del Prado, algo así como una refundación de una comunidad urbana previa. Es muy probable, incluso, que junto con el contingente demográfico, hubiera mantenido elementos institucionales y simbólicos como los cultos o el nombre, lo que no era extraño en estos casos (Bendala Galán et al., 1995: 93). Otro indicio, esta vez de tipo indirecto, del pasado fenicio de Carteia, podría ser su conocida confusión con la mítica Tartessos, recogida por Pausanias (Per., VI, 19, 3), Plinio (N.H., III, 8, 17), Estrabón (Geo., III, 2, 14), Mela (Chor., 2, 96), Silio Itálico (Pun., III, 396) y Apiano (Ib., VI, 63), quien incluso generó la forma híbrida Carpessos. Parece no obstante que estos autores expresaban ya dudas al respecto, al transmitir que la idea procedía de la tradición griega –Estrabón afirma que “algunos dicen que Carteia es Tartessos” o Plinio alude a “Carteia que los griegos llamaban Tartessos”-. Ahora bien, nos interesa aquí señalar que el hecho mismo de asociar Carteia al legendario reino tartésico, evidenciaría la consideración que se tenía de la ciudad, ya en época romana, como de gran antigüedad, lo que a su vez podría remitir al recuerdo de una ciudad anterior en la bahía: el Cerro del Prado (Presedo Velo et al., 1982: 12; Jiménez Vialás, 2009). 7.2. L

C

7.2.1. Una nueva urbe: factores locales y mediterráneos La fundación de Carteia es, sin duda, el hecho urbano que marcó la etapa púnica en la bahía, en un proceso que venía gestándose al menos desde el s. VII a.C. La propia entidad urbana de la ciudad desde su inicio, según la información que poco a poco nos brinda la arqueología, nos habla de lo consolidado del fenómeno urbano en la zona en ese momento. En primer lugar por su tamaño. La urbe ubicada en el Cerro del Rocadillo habría superado las 2 ha, en función del cálculo realizado a partir de la topografía, dado que se ha estimado que el asentamiento púnico se correspondería grosso modo con dicho cerro, y de los segmentos de lienzo murario conocidos, con lo que parece seguro que doblaría el perímetro del Cerro del Prado (Blánquez Pérez et al., 2009). A ello hemos de sumar la posible fase púnica del torreón romano anejo a la Torre del Rocadillo, al sur de la ciudad romana (Roldán Gómez, 1992: 48; Cobos Rodríguez y Mata Almonte, 2011), así como el tramo de muralla excavada en el corte IV de D.E. Woods y C. Fernández-Chicarro al norte (Woods et al., 1967: 30), que ampliarían considerablemente el recinto urbano de la Carteia púnica, superando por tanto las 2 ha citadas. Es probable, por tanto, que si bien el núcleo urbano principal y originario se redujese al Cerro del Rocadillo, existieran otras construcciones, quizá de una fase púnica avanzada, en diferentes puntos del solar de la posterior ciudad romana. Desde el inicio, la ciudad se dotó de una imponente muralla de 3 m de ancho en alguno de sus puntos y que pudo alcanzar los 9 m de altura, construida con caras vistas y relleno de piedra irregular y seguramente rematada con un alzado de tapial o adobe. Asimismo, las estructuras de la zona identificada como acrópolis –y posible foro después- presentan una envergadura y monumentalidad que permite considerarlas edificios de carácter público, a juzgar por los muros exhumados bajo las construcciones romanas que mantuvieron, además, los mismos ejes al menos en dos fases consecutivas de la etapa púnica (Roldán Gómez et al., 2006a: 533 y ss.). Otro rasgo

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de planificación urbana es el sistema de aterrazado mediante potentes muros de contención, que sujetaban y delimitaban escalones o terrazas, un sistema muy habitual en el mundo púnico, que pudo ser documentado en Carteia en 2009, y que permitía aprovechar mejor la pendiente del cerro y orientar los principales edificios hacia la zona portuaria (Roldán Gómez et al., 2009). Mención aparte merece, en este punto, el santuario púnico que se excavó parcialmente bajo el templo republicano del s. II a.C. y que, en virtud de las diferentes refacciones del altar y el carácter seguramente fundacional del depósito votivo sobre el que se situaba, es probable que corresponda al momento mismo de la fundación de la ciudad (Roldán Gómez et al., 2006b: 204). Resulta de lo más significativo que la construcción romana no sólo mantuviera la sacralidad del espacio sino que fue construida literalmente sobre muros de una edificación monumental púnica, como bien han podido documentar las recientes excavaciones en la esquina SO del tempo, donde los sillares de la obra romana, reutilizados en su mayoría de esa construcción anterior, se asientan directamente sobre muros anteriores de inconfundible tipología púnica (Roldán Gómez et al., 2007). A ello debemos sumar otra importante obra colectiva como el puerto, que si bien desconocido arqueológicamente hasta la fecha, fue varias veces mencionado por las fuentes y de su atenta lectura se puede deducir, incluso, la existencia no sólo de un fondeadero sino de un posible cothon o puerto construido (García Vargas et al., 2004: 6). En una segunda fase púnica, mejor conocida arqueológicamente y encuadrable en el último tercio del s. III a.C., la ciudad experimentó una importante monumentalización que transformó su aspecto, adaptándose no obstante a los parámetros urbanos preexistentes. La construcción mejor conocida es la imponente muralla edificada sobre la anterior, mediante un muro paralelo a la misma y una serie de muros perpendiculares que definían unas casamatas o casernas, según un modelo propio de la poliorcética helenística y que podemos entender en el contexto de dominio bárquida del sur peninsular. Como parte de esta obra, se edificó también un acceso al sur de la ciudad, ubicado seguramente sobre el de época anterior, formado por una rampa paralela a la muralla que giraba 90° hasta formar un codo y penetraba en la ciudad por una puerta monumental de sillares almohadillados. De esta imponente muralla se han excavado a día de hoy casi 40 m en dos tramos separados por unos 50 m y que presentan una altura conservada de más 2 m en algunos puntos (Roldán Gómez et al., 2006a: 301 y ss.; Blánquez Pérez et al., 2017). Obras de la envergadura de una muralla son uno de los elementos valorados generalmente a la hora de considerar la naturaleza o el nivel de desarrollo urbano de un asentamiento. Su importancia reside en que proyectos de este tipo requieren una ingente mano de obra dedicada en exclusiva a su construcción y por tanto son indicativas de sociedades con un cierto grado de especialización, división social del trabajo y una administración centralizada –estatal- de los recursos. Algo que se dio en las poleis púnicas, que tuvieron que contar necesariamente también con hombres dedicados a algo tan específicamente urbano como la defensa colectiva (López Castro, 2004: 87 y ss.). Es necesario en este punto dejar por un momento lo local y abordar la perspectiva mediterránea. Los efectos que el progresivo dominio de la ciudad de Cartago en el Mediterráneo central y occidental a partir del s. VI a.C. tuvo en las sociedades ibéricas en general y en las ciudades púnicas de la costa, en particular, han sido objeto de un intenso debate por parte de la investigación, reciente y no tan reciente. El motivo principal es que, si bien resulta innegable la importancia de los recursos y los territorios de Iberia en la empresa política de los Barca y la posterior segunda guerra púnica, existen discrepancias sobre la discutida “hegemonía” cartaginesa en la Península con anterioridad al s. III a.C. Es cierto que las ciudades púnicas

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del Estrecho, del ámbito apuntarían no norteafricanos

bajo el liderazgo de Gadir, presentan una personalidad propia y diferenciada cartaginés, pero diferentes evidencias, fundamentalmente numismáticas, sólo a una fuerte influencia sino incluso a la presencia de contingentes militares en distintos puntos del sur peninsular (Ferrer Albelda y Pliego Vázquez, 2013).

La coincidencia de la fundación de Carteia con el Segundo Tratado romano-cartaginés de 348 a.C., que sancionaba la progresiva influencia de Cartago en el Mediterráneo occidental al erigirse en representante de las poleis púnicas de occidente, así como el radical “qrt” de su nombre, parecen relacionar la fundación de Carteia con Cartago. El radical fenicio “qrt” tendría significado de “ciudad” y es bien conocido en otras ciudades fenicio-púnicas del Mediterráneo como las innumerables Qart Hadast, “ciudad nueva”, cuya reiteración permite incluso plantear su equivalencia con “colonia” (Zamora López, 2006; Prados Martínez, 2012). Algunos autores han planteado que la propia Carteia hubiera sido una fundación cartaginesa que aglutinó la población previa de origen fenicio del Cerro del Prado y nuevos contingentes norteafricanos, para garantizar el control estratégico del estrecho de Gibraltar. La creación de la ciudad habría sido, según esta tesis, resultado de una dinámica internacional, más que local, dentro de una política de fundación de ciudades por parte de Cartago entre el s. VI a.C. y el IV a.C., y tendría paralelos en otras ciudades con la misma raíz en el norte de África, como Cartennas (Ténès) y Cartili (Damous) en la actual Argelia (López Castro, 1995: 110; López Pardo y Suárez Padilla, 2002). No obstante, las investigaciones arqueológicas en la ciudad, que han sacado a la luz niveles de los primeros momentos de ocupación, documentan una cultura material propia de la zona y una ausencia casi total de elementos asociables a la presencia cartaginesa (Blánquez Pérez et al., 2006b: 369). Más coherente con esto último nos parece, por tanto, la reciente y muy sugerente propuesta de M. Álvarez de la lectura de Justino (44, 5) del Epitome a Trogo Pompeyo, según la cual, la ciudad fundada por indicación del oráculo y a donde se trasladaron los sacra de Melkart desde Tiro, no sería Gadir como se ha considerado tradicionalmente, sino Carteia. De este modo se entendería la participación de los gaditanos en el episodio y al situarse éste en el s. IV a.C., el relato tendría una mayor coherencia cronológica; esta nueva interpretación sería además compatible con la idea del traslado del Cerro del Prado a Carteia, si bien la iniciativa del mismo habría correspondido a los gaditanos (Álvarez Martí-Aguilar, 2014). De haber sido así, se confirmaría el fuerte vínculo de Carteia con Gadir, presente ya en la fundación del Cerro del Prado, así como el importante papel del dios Melkart como garante de la nueva empresa urbana. Parece indudable, en todo caso, que para aproximarnos hoy al complejo problema de la fundación de Carteia, hemos de tener en cuenta no sólo circunstancias propiamente locales, como el desarrollo de la antigua colonia del Cerro del Prado, sino también regionales, el papel de liderazgo de Gadir en el Estrecho, y sin ninguna duda internacionales, la progresiva hegemonía de Cartago en el Mediterráneo occidental. 7.2.2. ¿Necrópolis de ciudadanos? Otro reflejo arqueológico de la existencia de una comunidad cívica consolidada son las necrópolis, donde podemos reconocer muy claramente, tanto el aumento considerable de habitantes de una ciudad como la tendencia a la homogeneización de las sepulturas –más tumbas pero menos suntuosas-, algo que evidencia la propia composición social de las ciudades (Prados Martínez, 2006b). Como en el caso del Cerro del Prado, uno de los aspectos desconocidos de la ciudad púnica de Carteia es su o sus necrópolis, que sin duda aportarían una valiosa información sobre

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la composición social del asentamiento, así como su cronología y relaciones con el Cerro del Prado. Es muy probable que, de forma coherente con la citada continuidad de ambos enclaves, los ciudadanos de Carteia, al menos en los primeros momentos, hubieran utilizado la misma necrópolis del Cerro del Prado, como se conoce en el caso de Jardín, que estuvo en uso en los últimos momentos de Toscanos y en la posterior fundación de Cerro del Mar (Schubart y Niemeyer, 1970).

Figura 42.- Materiales púnicos de Gorham, Carteia, Palmones-Acerinox y Algeciras (a partir de Marfil Ruiz y Vicente Lara, 1991; García Alfonso, 1998; Roldán Gómez et al., 2006a: fig. 324-325; Gutiérrez López et al., 2012: fig. 14).

Reiteramos, pues, la idea propuesta para el Cerro del Prado de una necrópolis en la otra orilla del Guadarranque, en la zona conocida como Vado del Oro, donde los sondeos geoarqueológicos del Proyecto Costa localizaron restos de época púnica que incluían evidencias funerarias (Arteaga Matute et al., 1987; Fernández Cacho, 1994: 45). Es muy posible que en esta época, como hemos descrito, la necrópolis albergara un mayor número de enterramientos sencillos, no monumentales, y de ajuares modestos en comparación con la época anterior. Pero para esta época contamos además con otro indicio que, si bien muy puntual, podría revelar la existencia de una necrópolis hacia la actual empresa ACERINOX, también separada de Carteia por el Guadarranque. Conocemos una serie de noticias sobre importantes descubrimientos púnicos y romanos con motivo de la construcción de dicha instalación, entre los que pudo ser rescatado un ejemplar completo y bien conservado de plato de pescado tipo Kouass, depositado hoy en el Museo de Algeciras. La pieza data del s. III a.C. y se ha propuesto su pertenencia a una necrópolis o asentamiento menor junto a las posibles salinas de la Carteia púnica (García Alfonso, 1998) (Fig. 42). Efectivamente, este tipo de piezas son comunes en las necrópolis púnicas de Gadir, aunque no habrían formado parte del ajuar sino de las ofrendas relacionadas con los rituales funerarios (Niveau de Villedary, 2003: 165). La zona ocupada hoy por la citada planta de ACERINOX fue un día parte del amplio estuario del Guadarranque, pero es muy posible que ya en época púnica se

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hubiera formado en ese punto una isla o flecha dunar, según parece atestiguar la aparición de restos antiguos en el lugar (Mariscal Rivera, 2002: 92). Esta ubicación se ajustaría perfectamente a los patrones de esta cultura por estar separada de la ciudad por un estuario, cuyo carácter pantanoso tendría, además, un significado simbólico como lugar de tránsito o liminal. Sin embargo, dado lo puntual de citado hallazgo, el desconocimiento del resto de objetos recuperados en la zona y el grado de destrucción al que ésta ha sido sometida, es difícil establecer hoy la existencia en el lugar de una necrópolis, un pequeño asentamiento dependiente de Carteia o incluso un posible santuario, dada la presencia de este tipo de piezas en lugares como la cueva de Gorham y las ya citadas menciones de Avieno a santuarios ubicados en islas rodeadas de aguas pantanosas. Un hallazgo similar se produjo en la calle Baluarte de la Villa Nueva algecireña, donde se recuperaron unas piezas de barniz negro helenístico de finales del s. IV o inicios del s. III a.C. Como en el caso anterior, se trata de una evidencia muy puntual, pero sugerente, ya que permite plantear la existencia de un asentamiento y/o necrópolis púnica en Algeciras o la cercana Isla Verde, dada la idoneidad de ambos emplazamientos para ese tipo de enclaves (Marfil Ruiz y Vicente Lara, 1991; Gómez de Avellaneda, 1999: 79). Esperemos que pronto se conozcan alguna de estas posibles necrópolis, que aportarían una valiosa información tanto sobre la defendida continuidad entre el Cerro del Prado y Carteia como sobre la caracterización social y étnica de los habitantes de la ciudad púnica, presumiblemente con una presencia de poblaciones autóctonas ya en un avanzado estado de integración. 7.3. L 7.3.1. Aprovechamiento agrícola y jerarquización del poblamiento A lo largo de los siglos que siguieron a la implantación fenicia en la zona, se acentuó el ritmo de los cambios en la geografía, como la colmatación de los estuarios y ensenadas de la bahía, que se habría visto acelerada por la deforestación y demás consecuencias de la acción humana sobre el medio, en un proceso que pudo haber influido de manera notable, como hemos mencionado, en el abandono del Cerro del Prado. Como contrapartida, las nuevas tierras ganadas al antiguo estuario, formadas por sedimentos del río, brindaron potenciales áreas de cultivo ricas en nutrientes. Favorecidos por estas circunstancias existieron, al menos desde el s. III a.C., cultivos de cereal en las cercanías de la ciudad de Carteia, ocupando parcialmente la recién formada llanura aluvial del Guadarranque, según han demostrado las analíticas palinológicas (López García y Hernández Carretero, 2006). La agricultura fue, precisamente, uno de los rasgos definitorios de la transformación de las antiguas colonias fenicias en ciudades, puesto que suponía la configuración de un verdadero territorio con vocación productiva y por tanto relativamente autónomo y permanente (van Dommelen y Gómez Bellard, 2008a). Aunque son escasos los datos de que disponemos a este respecto, la ciudad púnica de Carteia habría ido apropiándose del territorio de la bahía de Algeciras en un proceso iniciado por el Cerro del Prado en la etapa anterior. La principal característica de ese territorio continuaba siendo su naturaleza costera y por tanto su propensión marítima, si bien en esta época la ciudad acentuaría su vínculo con las tierras del interior, tanto mediante la expansión agrícola y la creación de nuevos asentamientos como potenciando las vías de comunicación terrestres. En la etapa anterior, el poblado indígena del Ringo Rango había sido, según parece, el encargado de la producción agropecuaria que abastecería al Cerro del Prado. Sin embargo, el abandono del primero en el s. VI a.C., precisamente cuando se inicia la época púnica, nos

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obliga a considerar otras opciones para cubrir esa función productiva que desempeñaba, ya sea la creación de nuevos asentamientos que vinieran a sustituirlo, o que el propio Cerro del Prado ejerciera a partir de ese momento las actividades agropecuarias del poblado orientalizante. Hemos de tener en cuenta, de todas formas, que dado que apenas se ha excavado una cabaña, la información sobre la fecha de abandono podría no ser extensible al resto del poblado, pero resulta significativo en todo caso que coincida con una época de importantes cambios en la organización del poblamiento en todo el sur peninsular (Bernal Casasola et al., 2010). Quizá debido a ese escaso conocimiento del poblado del Ringo Rango, sólo ligeramente superado por el destruido Cerro del Prado, se hace patente en estos momentos una de las carencias o vacíos más significativos en el conocimiento arqueológico de esta etapa, los ss. VI y V a.C. No sería hasta finales del s. IV a.C., dos siglos después de dicho abandono, cuando podríamos fechar la creación de dos nuevos asentamientos, que de alguna manera vendrían a continuar la función desempeñada por el Ringo Rango, dada su situación en zonas de gran potencialidad agrícola si bien, en esta ocasión, también con una marcada vocación defensiva. No podemos, por el momento, confirmar si ese hiatus de dos centurias fue efectivamente real o si es tan sólo un espejismo provocado por la superficialidad del conocimiento arqueológico de dichos yacimientos. Se trata, en todo caso, de un aspecto de enorme trascendencia para entender las transformaciones operadas en esta época y sobre el que esperamos que próximas investigaciones arrojen nueva luz. El primero de esos enclaves fortificados, el Monte de la Torre, se sitúa en una elevación a cuyos pies corre el arroyo del Prior, en la margen derecha del Palmones y a 1,7 km del lugar donde se situó el poblado del Ringo Rango. Esta elevación, a unos 100 m de altitud, goza de una amplia visibilidad de la bahía, de la vega del Palmones y en especial de la zona donde se había ubicado el Ringo Rango, por lo que permitía el control de las tierras agrícolas y de la ruta que se dirigía desde la costa, siguiendo el curso de dicho río, hacia la Silla del Papa-Bailo o hacia Asido y la bahía de Cádiz por el interior. El yacimiento presenta además importantes estructuras defensivas como una muralla dotada probablemente de bastiones y un posible camino empedrado (García Díaz et al., 2003). El segundo asentamiento sería el Cerro de los Infantes, esta vez en la ruta que unía Carteia con Barbesula en dirección a Malaca, sobre un cerro escarpado formado por una hoz del arroyo de la Colmena. Es difícil apreciar estructuras en superficie pero sí se observan grandes sillares de la posible muralla del asentamiento y la evidencia más llamativa es una galería excavada en la roca y revestida de sillares, que unía la parte superior del cerro con el citado arroyo en su parte inferior. Esta estructura refleja un nivel avanzado de la ingeniería de estas poblaciones y habría requerido una notable inversión de material y trabajo, de lo que a su vez podemos inferir que el abastecimiento de agua y la defensa del asentamiento fueron sin duda preocupaciones de primer orden (Castiñeira Sánchez y Campos Carrasco, 1994). En este sentido, es importante señalar que existen noticias de una estructura similar en Barbesula, inspeccionada por Montero en el s. XIX (1860: 50, nota 2). La ya argumentada fiabilidad del historiador sanroqueño, buen conocedor de Carteia y Barbesula, nos lleva a descartar que confundiera ésta última con el Cerro de los Infantes, yacimiento entonces desconocido. Así pues, si bien la existencia de una galería subterránea en Barbesula parecía un relato fantasioso hace décadas, ha de ser hoy tomado en consideración a raíz del descubrimiento de la citada galería del Cerro de los Infantes. Otros ejemplos de estructuras rupestres dedicadas al abastecimiento hídrico en enclaves fortificados de la zona, lo tenemos en la cisterna que el suizo J.C. Spahni describe en la Silla del Papa (Spahni y Hours, 1961: 210) y en la vecina Sierra del Retín (Barbate), en el Peñón del Aljibe, cuyo nombre deriva precisamente de la estructura tallada en la roca a la que, aún hoy, surte un manantial (García Jiménez, 2010: 431).

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Junto a los enclaves del Monte de la Torre y el Cerro de los Infantes, aunque más alejado de la bahía, hemos de citar también el de Garganta del Cura, un asentamiento fortificado sobre una terraza fluvial del Palmones y cubierto parte del año por el actual embalse de Charco Redondo. El material recogido en superficie y las técnicas constructivas apuntarían a un asentamiento de época púnica que perduraría en época romana y del que son perfectamente visibles sus estructuras defensivas, viviendas y posibles calles. Se sitúa a 15 km de la costa y constituye uno de los escasos asentamientos conocidos en esta zona, dado el carácter boscoso de las sierras del Parque Natural de Los Alcornocales, poco propicio históricamente para el poblamiento. Se trata de un enclave bien comunicado, dado que transcurría por la zona una vía que, en paralelo al río, llegaba desde la bahía de Algeciras y se dirigía a la gaditana o al valle del Guadalquivir a través de Asido y cuyo trazado sigue en parte la actual A-381 (Torres Abril et al., 2008). Estos tres yacimientos son conocidos, lamentablemente, tan sólo por hallazgos aislados o contadas prospecciones superficiales, por lo que la información no es todo lo completa o ajustada que quisiéramos, a pesar de constituir, como en el caso del Ringo Rango, elementos de enorme interés para la definición del territorio de Carteia y sus relaciones con las poblaciones del interior. En todos los casos se trata de cerros que destacan en el entorno por su altitud relativa, con cierto carácter defensivo natural, junto a cursos de agua como el río Palmones o el arroyo de la Colmena y que controlan zonas muy fértiles para la agricultura pero también las rutas de penetración al interior desde la bahía, por lo que el control territorial se vislumbra como su faceta principal, motivo por el cual habrían perdurado en época republicana (Mariscal Rivera et al., 2003: 74). Los tres yacimientos presentan restos de importantes estructuras defensivas y ocuparon una extensión media de 1 ha aproximadamente. En función de los materiales recogidos en superficie, entre los que hemos de contar molinos naviformes y otros elementos relacionados con la agricultura, habrían sido fundados en un momento indeterminado del s. IV a.C. y habrían perdurado hasta época romana. En el caso del Monte de la Torre y Garganta del Cura, se ha recogido incluso terra sigillata, lo que indicaría una ocupación también en época imperial, no así en el Cerro de los Infantes. En este yacimiento, de hecho, las primeras prospecciones que se realizaron tras su descubrimiento abogaban por una ocupación hacia el s. V a.C., en función de las ánforas, y un abandono en el s. IV a.C. como consecuencia del dominio cartaginés en el Estrecho (Castiñeira Sánchez y Campos Carrasco, 1994: 148). Una vez más, la superficialidad de la información nos lleva a ser cautos respecto a las cronologías apuntadas. Puesto que la ubicación de estos asentamientos garantizaba la explotación agrícola de sus entornos y el control de los caminos que unían la costa con el interior, nos parece clara la complementariedad de los mismos con la ciudad portuaria de Carteia; habida cuenta además de la coincidencia en el tiempo de las fundaciones de unos y otra, formarían parte de la importante restructuración territorial acaecida en el s. IV a.C. Esto nos lleva a plantearnos, como es lógico, la naturaleza de las relaciones entre la ciudad púnica y estos asentamientos fortificados, para la que contemplamos varias posibilidades en función de la información disponible y de la comparación con otros contextos cercanos. En primer lugar, han sido considerados poblaciones indígenas, dependientes de algún oppidum al interior, cuya relación con Carteia se basarían en el intercambio de productos agropecuarios o mano de obra, por parte de los primeros, y salazones y productos manufacturados por la segunda (Castiñeira Sánchez y Campos Carrasco, 1994; García Díaz et al., 2003: 49).

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La posibilidad de que fueran entidades independientes vendría apoyada por un contexto general, tanto en las colonias costeras como en los asentamientos del interior, de reordenación territorial y nuclearización del poblamiento, así como una tendencia a la fortificación, bien constatado en la costa malagueña (López Pardo y Suárez Padilla, 2011: 810). En efecto, en esos momentos se abandonaron algunos asentamientos de época anterior y surgieron otros nuevos de menor tamaño, fortificados, como Cerro Colorado (Benahavís) en la costa occidental malagueña, el citado Peñón del Aljibe (García Jiménez, 2010) y quizá Los Algarbes II-Las Cabrerizas (Tarifa), donde no se han documentado estructuras pero sí una importante concentración de material de los ss. V a II a.C. que se correspondería con la reutilización en esos momentos de la cercana necrópolis de cuevas artificiales de la Edad de Bronce de Los Algarbes (Martín Ruiz et al., 2006; Prados Martínez et al., 2011: 260).

Figura 43.- Propuesta teórica, mediante polígonos Thiessen, de los territorios de la orilla norte del Estrecho en la fase púnica. Sin embargo, en el caso de la bahía, el tamaño de dichos asentamientos, alrededor de 1 ha, y sobre todo la escasa distancia que los separaba de una ciudad de la entidad de Carteia, 6 km en el caso del Cerro de los Infantes y 8 km en el Monte de la Torre, pensamos que dificultan su interpretación como entidades urbanas independientes73. Nos parece más ajustado considerarlos parte inseparable de la reorganización del territorio de la bahía en el s. IV a.C., marcada por la consolidación de Carteia como ciudad portuaria, que habría tenido la capacidad de fundar o al menos fomentar la creación de dichos asentamientos, con una vocación de control del territorio y la producción agrícola; éstos tuvieron un papel esencial en la 73

Por ese motivo hemos evitado el término oppidum, pues si bien se emplea en ocasiones de forma laxa y acrítica para todo tipo de enclaves fortificados, no consideramos justificado aquí su uso dadas las implicaciones urbanas del vocablo en las fuentes clásicas (Fumadó Ortega, 2013; Fernández Ochoa et al., 2014: 121).

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ocupación y explotación del territorio, en un esquema claramente jerarquizado encabezado por Carteia, y supusieron la ocupación o avance hacia el interior de la ciudad de origen colonial. También en torno a la costa pudieron existir pequeños establecimientos dedicados a la pesca o la industria salazonera y alfarera, tan bien conocidos en el caso de la Gadir púnica (Bernal Casasola y Sáez Romero, 2007). Un posible ejemplo cercano podía haber sido el pequeño asentamiento púnico de El Piojo, en la ensenada de Bolonia, conocido exclusivamente por prospección superficial, pero cuyos materiales, de los ss. V y IV a.C., han sido atribuidos a una posible factoría de salazón (Arévalo González et al., 2001: 120-124). La bahía de Algeciras presenta unas condiciones favorables para dichas explotaciones, como demuestra la profusión que tanto factorías de salazón como alfares tuvieron en época romana, que bien pudieron haberse iniciado en época púnica. Sin embargo, aunque ciertos indicios como las abundantes ánforas de salazón, quizá de producción local, o el conjunto de anzuelos recuperados en el Cerro del Prado apuntarían a la existencia de una industria salazonera, no se han documentado por el momento estructuras o evidencias materiales concluyentes al respecto, ni autónomos ni asociados a los asentamientos del Cerro del Prado y Carteia (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2004). Cabe sólo citar los hallazgos aislados de material anfórico púnico en Huerta de las Presas (Fernández Cacho, 1994: 156; Frutos Reyes y Muñoz Vicente, 1999: 399; Fernández Bermejo et al., 2001: 128), en el entorno inmediato del Cerro de los Infantes y por tanto seguramente relacionado con dicho asentamiento, el citado plato tipo Kouass del entorno de la empresa ACERINOX, mencionado a propósito de la posible necrópolis púnica pero que podría corresponder a un asentamiento menor dedicado a la salazón de pescado o la explotación de sal, o el conjunto de cerámicas de barniz negro de la Villa Nueva algecireña. Como únicos enclaves secundarios confirmados para época púnica, Monte de la Torre y Cerro de los Infantes podrían corresponderse con los “núcleos menores de población” de rasgos urbanos y entre 1,5 y 2 ha, definidos por J.L. López Castro (2008) como categoría inmediatamente inferior a las ciudades en la jerarquía territorial, caso del poblado de Las Cumbres respecto del Castillo de Doña Blanca (Niveau de Villedary y Ruiz Mata, 2000); por otro lado, la particularidad de estar fortificados los asocia a los “asentamientos fortificados de mediano tamaño” u “oppida secundarios” que propone E. Ferrer para el territorio de Baesippo (2007). Dada la ausencia de proyectos de prospección sistemática, no podemos por el momento saber si existieron, en una escala inferior a estos asentamientos, las categorías de J.L. López Castro de “villas agrícolas” de menos de 1 ha, dedicadas a la producción y transformación agrícola, formadas por varias unidades y de las que el Cerro Naranja en Jerez es el mejor ejemplo conocido en la zona (González Rodríguez, 1987); o, por último, las pequeñas granjas o caseríos situados directamente en las tierras explotadas y destinadas exclusivamente a la producción, como las conocidas granjas olivareras de la campiña gaditana (Carretero Poblete, 2007), las explotaciones agrícolas o pesqueras del entorno de La Janda (Ferrer Albelda, 2007; Bernabé Salgueiro, 2010), o la citada factoría costera de El Piojo en la ensenada de Bolonia. Esta diferencia entre Carteia y otras ciudades púnicas podría explicarse quizá por las características físicas de la bahía, rodeada de agrestes sierras, que no disponía de amplios terrenos tan adecuados para la agricultura como las citadas campiñas. No podemos descartar, no obstante, que se trate de una mera falta de información al respecto, y tales granjas, simplemente, no hayan sido aún descubiertas. Por tanto es difícil aún conocer en profundidad ese paisaje rural que tanto nos enseña sobre la dimensión territorial, a veces olvidada, de la cultura fenicio-púnica (López Castro, 2008).

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Figura 44.- Restos de la posible torre vigía de Cala Arena, con el Peñón al fondo (2015). En lo que atañe a la extensión del territorio dependiente de la ciudad, es un aspecto siempre difícil de analizar, incluso en época romana cuando se dispone de epigrafía, y que ha sido apenas abordado de forma específica para el caso púnico (López Castro, 2008). Sin embargo, las técnicas de análisis espacial hoy disponibles permiten establecer con exactas bases geográficas criterios como la movilidad, la accesibilidad a los recursos o la visibilidad desde una ciudad, y calcular la extensión de terreno –siempre teórica- que correspondería a asentamientos contemporáneos de un mismo nivel o incluso de diferente nivel jerárquico (Grau Mira, 2011). En nuestro caso, el cálculo de los territorios de Carteia y sus ciudades circundantes a través de los conocidos polígonos Thiessen, nos ha resultado útil a la hora de analizar esta problemática, aunque siempre como propuesta teórica de partida (Fig. 43). Para ello hemos tenido que considerar Tarifa y Barbesula como ciudades púnicas equiparables a Carteia, lo que es probable pero no está confirmado (Rodríguez Oliva, 1978), y partir de la premisa de lo igualitario de las ciudades incluidas, entre las que pudo haber sin embargo enormes diferencias. De forma aproximada, el área resultante alcanza los 400 km2, una extensión habitual para los centros urbanos de esta cronología, y no muy alejado de los que 300 km2 que podemos calcular para el oppidum bástulo-púnico de Baesippo en función de la extensión propuesta por E. Ferrer (2007a).

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A partir de ese interesante cálculo teórico, hay que tener en cuenta que existen otros aspectos que condicionarían el comportamiento espacial de las sociedades y a los que es difícil aproximarse desde las técnicas geográficas, como el uso de elementos naturales o artificiales empelados como frontera, la existencia de áreas “desiertas” poblacionalmente o aspectos históricos que pueden explicar la pertenencia o no de una zona a una ciudad. Conviene en este caso, por tanto, matizar aspectos como los límites, teniendo en cuenta las características orográficas: el límite del territorio de Carteia al sur está claro, el mar, hacia el suroeste seguramente el río Guadalmesí, al noroeste la Sierra del Niño que separa la bahía de la zona de La Janda, pero hacia el noreste no resulta tan claro, quizá Punta Mala en la costa o la confluencia del Hozgarganta con el Guadarranque hacia el interior.

Figura 45.- Cuencas visuales de Carteia, Monte de la Torre, Cerro de los Infantes y Cala Arena. 7.3.2. Control de las comunicaciones terrestres y marítimas Desde la fundación de la nueva Carteia, la ciudad, como expresión evidente de una vocación de permanencia, hizo de la bahía de Algeciras su territorio, lo que supuso un avance cuantitativo y cualitativo de rasgos ya esbozados en la etapa anterior. Aunque es habitual hablar de control del territorio, algo materialmente imposible pues implicaría la presencia efectiva

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en todas partes, nos referimos al control de las comunicaciones; si se controlan las vías de comunicación y fundamentalmente los pasos, puertos, collados, vados, mediante la presencia de destacamentos o visualmente desde un yacimiento, se controlará la comunicación, los desplazamientos, y por tanto el tránsito, tanto de personas como de ganado y mercancías. La ubicación de Carteia junto a la desembocadura del amplio paleoestuario GuadarranquePalmones en aguas de la bahía, evidenciaba su vocación marítima, ya clara en su antecesor Cerro del Prado. Éste resultó sin duda un emplazamiento óptimo para el nuevo puerto, del que las fuentes nos transmiten tanto su importancia como su papel en batallas marítimas de la segunda guerra púnica o las guerras civiles romanas (Estrabón, III, 1, 7; Livio, XXVIII, 30, 6; Bell. Hisp. XXXVII, 1-3). Asimismo, la presencia de material púnico en fondeaderos ya empleados en época fenicia, como Punta Europa o la ensenada de Getares, reflejarían una frecuentación habitual de la zona, además de la posible existencia de pequeños establecimientos en esos lugares (Martín-Bueno, 1987; Fa et al., 2001). En directa relación con esa frecuentación de las aguas de la bahía y alrededores en época púnica, hemos de mencionar la torre de Cala Arena (I), situada en el extremo suroccidental de la bahía. Esta construcción se enclava en la punta meridional de dicha cala, se conoce tan sólo de forma superficial y aunque la vegetación y la existencia de estructuras de aspecto moderno impiden reconocerla en su totalidad, sí parece una construcción de planta cuadrangular, de la que son visibles con claridad uno de sus esquinas y dos muros de mampuesto de unos 80 cm de ancho74 (Fig. 44). El material cerámico de superficie, como ánforas púnicas, cerámica de barniz rojo (tipo Kouass) y pintadas púnico-turdetanas permiten establecer su construcción y uso entre los ss. IV y II a.C. Ha sido interpretada como una posible fortificación o punto de vigilancia del Estrecho, y la cala en que se ubica podría haber funcionado como zona de fondeo, aunque no reúne unas condiciones tan apropiadas como otros enclaves de la bahía (Muñoz Vicente y Baliña Díaz, 1987; Fernández Cacho, 1995a). Su carácter aislado, su ubicación estratégica en relación con la navegación en el Estrecho y la entrada a la bahía, así como su tamaño, permiten considerarla un verdadero fortín de guardia, donde un reducido contingente humano se encargaría de la vigilancia costera, en directa dependencia de Carteia y su puerto; sin descartar utilidades complementarias como faro o punto de avistamiento de atunes. Las torres o pequeños fortines costeros con control de zonas de aguada y amplia visibilidad sobre el mar fueron habituales en el territorio de Cartago tras las guerras de Sicilia en el s. IV a.C., como Djebel el-Fortass o Ras ed-Drek en el Cap Bon, o Ras Zebib en la región de Bizerta (Prados Martínez, 2008); y poco a poco van conociéndose ejemplos en Iberia, como el yacimiento de Aigües Baixes en El Campello (Alicante) de planta trapezoidal y unos 350 m2 de extensión y lamentablemente destruido tras su excavación (Sala Sellés et al., e.p.) y quizá la Sierra de la Atalaya, a medio camino entre Baesippo y la Silla del Papa-Bailo (Ferrer Albelda, 2007; Bernabé Salgueiro, 2010). Se corresponderían por tanto con una variante costera de los ya mencionados “torres vigía” o “asentamientos tipo atalaya” de López Castro y Ferrer respectivamente. Parece inevitable mencionar en este punto las célebres turres Hannibalis que según Plinio empleaban señales de fuego para ahuyentar a los piratas (NH, II, 181) y que no deben confundirse ni con su variante en los territorios interiores, ni con el empleo del término turre como metonimia de un recinto fortificado mayor o de tipo rural (Moret, 2004). Más sugerente aún resulta identificar

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Agradecemos a Ángel Muñoz, Dir. del Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia, sus indicaciones sobre la ubicación de esta interesante construcción.

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como una de esas construcciones la torre en la que, según el Bellum Hispaniense, se habría refugiado Gneo Pompeyo herido, al huir de Carteia tras la derrota de Munda (Moret, 1999: 86-87). En cuanto al control del ámbito terrestre, es un aspecto que consideramos crucial en este discurso sobre la consolidación urbana en la bahía de Algeciras, por lo que implica de apropiación y construcción de un territorio. Carteia garantizó el control de su entorno y de las comunicaciones en la zona mediante la fundación de los enclaves del Cerro de los Infantes y el Monte de la Torre en dos elevaciones que permiten el control de las principales vías de comunicación terrestre desde la bahía: en dirección a Malaca el Cerro de los Infantes, y hacia la Silla del Papa-Bailo, Gadir y el valle del Guadalquivir el Monte de la Torre. Dichas vías creemos que reflejan el doble interés por las ciudades púnicas de la costa pero también por los oppida del interior, dada la probable existencia de un mercado interno para la exportación de las salazones y otros productos manufacturados y la importación de productos agropecuarios del interior. No es casual que ambos enclaves complementen, además, la visibilidad desde Carteia, por lo que, como en el caso de Cala Arena (I), aseguran el control efectivo del territorio de la bahía por parte de la urbe (Fig. 45). 7.3.3. Calpe-Carteia: la apropiación simbólica del territorio No menos importante resulta el plano simbólico en la construcción de la sociedad y los territorios púnicos, tanto los santuarios urbanos como los territoriales tuvieron un papel cohesionador bajo el patronazgo de divinidades como Melkart en Gadir o Astarté en Baria, como garantes divinos del vínculo religioso e identitario entre los ciudadanos (López Castro, 2004: 84-87; Ferrer Albelda y Álvarez Martí-Aguilar, 2009: 222 y ss.). En el caso de Carteia contamos tanto con un santuario urbano como con uno territorial, la cueva-santuario de Gorham. Del primero conocemos, como hemos dicho, un altar al aire libre, quizá en el patio de un santuario, que tuvo varias fases constructivas desde la creación de la ciudad en el s. IV a.C., momento del que dataría el depósito votivo formado por un ánfora, unas cenizas y unas lascas trabajadas de sílex de posibles dientes de hoz, sobre el que se construyó el altar. Dicho conjunto podría ser interpretado como una representación ritual de la advocación al ya citado Melkart, según la cual los dientes de hoz representarían la agricultura, atributo original del dios y claro símbolo del apego a la tierra, e indirectamente por tanto, de la vida urbana, mientras las cenizas remitirían a las reliquias del dios conservadas en su famoso templo de Gadir, cuando no al olivo en llamas de la leyenda fundacional de la propia Tiro (Roldán Gómez et al., 2006a: 535-536). Las piezas de sílex, aunque no son habituales, tampoco son raras en contextos sagrados y hay otros ejemplos en ambientes rituales fenicio-púnicos, como en la necrópolis de Cádiz (Niveau de Villedary, 2009: 171) o la de Baelo Claudia, romana de cronología pero neopúnica en su tradición ritual (Prados Martínez, 2015). La ya citada nueva propuesta de lectura de Justino (44, 5) por M. Álvarez, según la cual la nueva ciudad a la que se trasladaron los sacra de Melkart desde Tiro sería Carteia y no Gadir, reviste de nuevo valor, tanto este santuario como la relación de la ciudad con el dios, fundador él mismo de la ciudad, como por otra parte ya nos trasmite Timóstenes (Estrabón, Geo., III, 1, 7). Quizá por estar relacionado con su misma fundación mítica, el santuario urbano de Carteia imprimió al lugar un carácter sagrado tan marcado, que su uso religioso perduró a lo largo de los siglos, aun a pesar de su amortización con la construcción del tempo republicano en el s. II a.C. y hasta época tardoantigua, cuando se instaló una necrópolis quizá relacionada con una posible basílica (Roldán Gómez et al., 1998: 107 y ss.). De hecho, es en época romana cuando podemos rastrear verdaderamente el protagonismo de esta divinidad, que presumimos como una perduración

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de su versión fenicio-púnica de Melkart. Las emisiones monetales, la epigrafía latericia, la mención a un “sacerdote de Hércules” en epigrafía funeraria e incluso la toréutica, reflejan la importancia de ese culto durante la época republicana y su continuidad, con transformaciones no obstante, en época imperial (Chaves Tristán, 1979; Oria Segura, 1993; Blánquez Pérez et al., 2012).

Figura 46.- Articulación del poblamiento en torno a Carteia y las vías a Gadir y Malaca (ss. IV-II a.C.). Ya fuera de la urbe, el papel de los santuarios extraurbanos o territoriales como vertebradores del espacio de la poleis, bien conocido en el caso griego (De Polignac, 1984), hubo de ser también importante en la cultura fenicio-púnica. Estos santuarios no sólo señalaban espacios sagrados sino que marcaban límites o jalonaban caminos, por lo que fueron verdaderos hitos en la estructuración de los territorios periurbanos y rurales (Bonnet y Garbati, 2009). La bahía de Algeciras es un caso excepcional en este sentido al contar con un hito geográfico y simbólico de relevancia mediterránea, el Mons Calpe o columna europea de Hércules, enclave sagrado y símbolo del éxito de la colonización fenicia en occidente como hemos mencionado. El funcionamiento del santuario de Gorham a lo largo de toda la época fenicia y púnica reflejaría de alguna manera la defendida continuidad entre los asentamientos del Cerro del Prado y Carteia, y además el auge poblacional de los ss. VI y V a.C. que condujo a la fundación de la segunda. Entre los ss. V y II a.C. se constata en el santuario un mayor volumen de ofrendas, que ocupan toda la cavidad y se extienden incluso hasta la vecina cueva de Bennett. Los orígenes de los materiales siguen siendo muy diversos, como en la etapa anterior: del Mediterráneo oriental, Cartago, Cerdeña, la costa andaluza mediterránea o la bahía de Cádiz, aunque se incorporan nuevas

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procedencias como Ibiza y quizá la península Tingitana. Se han podido aislar incluso posibles producciones de la bahía, es decir, del Cerro del Prado o Carteia (Gutiérrez López et al., 2012: 346). Pero nos interesa aquí el vínculo del hito sagrado con la ciudad. Es interesante comprobar, en este sentido, que las evidencias recuperadas en Gorham reflejan una mayor presencia de material de la zona a partir del s. V a.C. y el notable paralelismo de los materiales recuperados en la ciudad y en el santuario, en concreto las cerámicas tipo Kouass, aunque también las pintadas púnico-turdetanas, serían una buena muestra de la doble naturaleza marítima pero también local del santuario que se habría impuesto con la consolidación urbana de época púnica (Gutiérrez López et al., 2012: 338 y ss.; Roldán Gómez et al., 2006a: 321322). Resulta llamativo a este respecto que incluso el interesante grafito en greco-ibérico recientemente identificado, propio del sureste y sin precedentes en el Estrecho, está realizado sobre un cuenco de cerámica común de posible fabricación local (Zamora López et al., 2013). Parece claro, pues, que la cueva-santuario de Gorham, que mantuvo en esta época su marcado carácter marino y colonial, fue igualmente, sin que ello resultara contradictorio, un hito simbólico del territorio cívico de Carteia, como el Herakleion para Gadir (Sáez Romero, 2009), el Promontorium Iunonis para Baesippo (Ferrer Albelda, 2007) o el Cerro de la Tortuga para Malaca (Muñoz Gambero, 2009). El santuario adquirió de este modo una vocación territorial, carteiense, que se sumaría, sin sustituirla, a la marítima original. También en lo que respecta al abandono del santuario influyeron aspectos tanto mediterráneos como de ámbito local. Las recientes excavaciones lo fechan hacia mediados del s. II a.C., en relación con acontecimientos como la destrucción de Cartago en la tercera guerra púnica en 146 a.C. pero en especial, y eso es lo interesante para nosotros, con la construcción del templo de Carteia que no sólo habría amortizado el santuario púnico sobre el que se construyó, sino también de forma simbólica la propia cueva-santuario de Gorham (Gutiérrez López et al., 2012: 364). Esta coincidencia cronológica en el fin de ambos santuarios, aunque no necesariamente del valor sacro de los lugares –como vemos bien en el templo urbano-, evidencia su estrecha relación y marcaría el inicio del fin de la religiosidad fenicio-púnica en la zona. Dada la cercanía, tan sólo 7 km, y la imponente presencia del Mons Calpe en la bahía que preside Carteia, resulta evidente el papel simbólico que tuvo que desempeñar como lugar singular para sus habitantes, y aunque desde la ciudad no se ve la cueva, el Peñón, como metonimia del santuario, era y es un elemento omnipresente en la bahía. No en balde, Peñón y ciudad, Calpe y Carteia, fueron conceptos incluso identificados como hemos indicado ya, y tal y como refleja la mención de Estrabón a la “ciudad de Calpe” (III, 1, 7), la estación Calpe Carteiam del Itinerario de Antonino o la confusión de Nicolás de Damasco (Frag., 127, 11) al referirse a la ciudad como Calpia (Sillières, 1988; Jiménez González, 2004: 129 y 143). Esta unión e identificación entre ciudad y monte, entre Carteia y Hércules/Melkart se ve por otra parte refrendada por el propio nombre de la primera. Además del ya citado significado de “qrt” como ciudad, la partícula “y”, que podría tener un sentido de “isla” o “mar”, factible en el caso de Carteia, podría igualmente ser un elemento teóforo, al conocerse paralelos de la omisión de “ml” en menciones al dios “mlkrt” (Lipinski, 1995: 360); es decir, que el “qrt” de Carteia podría no ser más que una abreviatura del Melkart, lo que estaría respaldado además por el testimonio de Timóstenes transmitido por Estrabón (Geo., III, 1, 7), de que Carteia se había llamado anteriormente Herakleia (Dietrich, 1936: 15-16; Bonnet, 1988: 231; López Pardo y Suárez Padilla, 2002: 141).

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No sería extraño que, dada la personalidad de dicha divinidad en la zona, fuera esa la advocación de ambos santuarios, el urbano y el territorial, como hemos argumentado. Nos parece, por tanto, evidente que una de las consecuencias de la configuración de un verdadero territorio por parte de la ciudad de Carteia, habría sido la apropiación de la cueva-santuario de Gorham, aunque ya existiese desde época fenicia una estrecha relación entre éste y el Cerro del Prado. La presencia de la divinidad, Melkart o quizá el paredro Melkart-Tanit, legitimaba y sacralizaba el vínculo entre el territorio –la bahía- y la ciudad –Carteia-, sin mermar la naturaleza marítima e internacional del santuario del Peñón, que flanqueaba tanto la entrada del Estrecho como la de la propia bahía. 7.4. U

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Según los postulados de la Arqueología del paisaje, todo cambio en el poblamiento refleja necesariamente un cambio en la sociedad que lo define. En este caso, la apropiación de los territorios circundantes de la bahía que creemos constatar por parte de Carteia, ciudad de origen colonial, denota un afán de integración de los dos ámbitos: la costa, ocupada ya desde el inicio de la colonización fenicia, y las tierras del interior (Fig. 46). Nos parece evidente que este importante cambio no puede entenderse sólo desde la parte colonial, sino tomando en consideración lógicamente a las poblaciones locales, con quienes los fenicios habrían establecido relaciones y se habían mezclado de alguna manera desde su instalación. La ciudad púnica habría sido un importante centro portuario al que llegaban y del que partían rutas marítimas y, en efecto, los fondeaderos citados evidencian que la bahía era una zona frecuentada sin duda por embarcaciones. Allí confluirían también caminos terrestres, ya utilizados en época anterior, pero que ahora experimentarán una importante consolidación que continuará en épocas posteriores: por un lado, el camino que llegaría a Carteia desde el este, rodeando el Peñón por el norte, y que estaría controlado por el Cerro de los Infantes; igualmente, el camino que llegaría desde la bahía de Cádiz o el valle del Guadalquivir a través de Lascuta y Asido, y que discurriría junto a los enclaves de Garganta del Cura y Monte de la Torre, en el valle del Palmones. A su carácter costero, comercial y pesquero, propio de su origen fenicio, Carteia supo sumar en esta época una vocación territorial, agrícola, tanto en la propia ciudad, según demuestran las analíticas palinológicas, como en los enclaves fortificados. Esta apropiación del territorio no habría sido posible, en efecto, sin una integración poblacional bajo una misma entidad política. En lo que concierne al nivel poblacional, a pesar de la dificultad manifestada por distintos especialistas a la hora de distinguir etnias en el registro arqueológico, y más aún de evaluar la naturaleza y distintos ritmos de esa integración social, avanzada ya tras más de cuatro siglos de convivencia, ha de ser ese nuestro objetivo, al constituir un aspecto clave tanto de la colonización fenicia como, más si cabe, de la conformación de las ciudades púnicas de Iberia (Arteaga Matute, 2001: 224 y ss.; López Castro, 2004: 73 y ss.). Asimismo, no podemos perder de vista la asimetría que presidió las relaciones entre colonos y colonizados y que por tanto dicho proceso de integración seguramente conllevó fenómenos de coerción y sometimiento de ciertos sectores de las poblaciones locales (González Wagner, 2011). Es cierto que el tema de las identidades púnicas no ha sido objeto de tanta atención como otras cuestiones de la paletnología de Iberia, aunque recientes trabajos se han enfrentado a la compleja tarea (Ferrer Albelda y Álvarez Martí-Aguilar, 2009). Para nuestra zona, el extremo oriental de la costa gaditana y la costa malagueña, las fuentes literarias hablan de bástulos, que serían resultado del mestizaje entre los colonos fenicios y las poblaciones locales, aunque es común el empleo de bástulo-púnico para acentuar el

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doble componente, siendo siempre predominante el fenicio-púnico, como diferencia con los bastetanos del interior (Ferrer Albelda y Prados Pérez, 2002; Ferrer Albelda, 2004). Carteia era, por tanto, una de estas poleis bástulo-púnicas; no en balde, la bahía de Algeciras había sido testigo de más de tres siglos de contacto entre poblaciones locales y fenicias, por lo que ya en el s. IV a.C. sus habitantes eran una sociedad con un alto grado de mestizaje, como fue común en las costas del mediodía peninsular, y tan “autóctonos” como podían serlo otros turdetanos u oretanos (Ferrer Albelda, 1996a: 127). En este proceso de integración social, de difícil caracterización, habrían sido clave los asentamientos de Ringo Rango para la fase fenicia y el Monte de la Torre y el Cerro de los Infantes para la púnica, que reflejan dos modos de actuación diferentes y sucesivos en el tiempo: la relación y aprovechamiento de enclaves existentes y el paso a la creación de asentamientos propios. A nivel arqueológico, la interpretación como indígenas –ibéricos- de los yacimientos de Monte de la Torre y el Cerro de los Infantes en su día, se derivó del hecho de estar fortificados, pero también del predominio absoluto de la “cerámica ibérica” frente a la “púnica” (Castiñeira Sánchez y Campos Carrasco, 1994: 148). Sin embargo, ambos argumentos pueden hoy, a nuestro juicio, contestarse. En primer lugar, hay que ser cautos a la hora de interpretar como ibéricos asentamientos fortificados cercanos a ciudades púnicas sólo por el hecho de estarlo, dada la existencia de ejemplos de lo contrario (López Castro, 2008: 160); en cuanto a lo segundo, dado el estado del conocimiento arqueológico de los fósiles directores de ambas culturas en el momento que fueron formuladas dichas interpretaciones, debemos seguramente entender que las producciones entonces llamadas pintadas “ibéricas” corresponderían a lo que hoy conocemos como “pintadas púnico-turdetanas”75, uno de los fósiles directores de Carteia y las ciudades púnicas del Estrecho entre fines del s. IV a inicios del II a.C. (Prados Martínez, 2006a). Es decir, tanto la ciudad púnica como los asentamientos fortificados parecen compartir un mismo horizonte material. Un tercer argumento es de naturaleza espacial, ya que consideramos que ambos asentamientos se entienden sólo desde la complementariedad con Carteia, al tener un tamaño menor, no parecen superar 1 ha, desempeñar un papel productivo de marcado carácter agrícola, asegurado por su emplazamiento en zonas de potencial agrícola, y garantizar el control del territorio mediante su ubicación en altozanos junto a las mencionadas vías de comunicación. Un aspecto esencial ya mencionado sobre el que queremos insistir es la cercanía y equidistancia con respecto a Carteia, pues ambos asentamientos se emplazan a poco menos de 6 km. Podríamos considerar que, puesto que compartieron una misma cultura material y un mismo territorio, los pequeños asentamientos fortificados del Monte de la Torre, Cerro de los Infantes y quizá también Garganta del Cura formaron, con Carteia a la cabeza, parte de un sistema territorial fuertemente jerarquizado como es propio de las sociedades urbanas. Las relaciones de dependencia, colaboración o sometimiento de los unos respecto a la otra, así como el carácter libre o servil de sus habitantes, se nos escapan por ahora; lo que está claro es que la jerarquización territorial se reflejaría en un mayor peso del componente colonial en la ciudad, y de la población de origen autóctono tanto en los enclaves fortificados como en las eventuales aldeas agrícolas. De nuevo, lamentablemente, la ausencia de necrópolis conocidas nos impide ahondar más en esa integración y tratar de observar la existencia de tradiciones funerarias distintas, más aún cuando se desconocen las de los pueblos autóctonos. 75

Sobre la compleja realidad cultural y étnica que se esconde detrás de los confusos términos de “cerámica turdetana”, “púnico-turdetana” o “ibero-turdetana”, ver Ferrer Albelda y García Fernández, 2008.

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Prueba de la complejidad en estos contextos de contacto, es que en la cercana costa occidental malagueña se constata en esta época la creación de nuevos centros fortificados, tanto púnicos como ibéricos, hasta el punto de que se ha propuesto la existencia de una verdadera frontera entre ambas sociedades, marcada por las cabeceras del Guadalmedina y Guadalhorce como límites de la polis malacitana, o por el cauce del Guadiaro en el caso de Barbesula (López Pardo y Suárez Padilla, 2003; Suárez Padilla, 2006). Lo que parece claro, en todo caso, es el cambio de relaciones entre iberos y púnicos en los ss. VI y V a.C., con un desarrollo urbano paralelo y contemporáneo y un ritmo ininterrumpido de intercambio y relaciones, pero cuyo nivel de fortificación parece mostrar un cierto recelo, fruto sin duda del nivel de territorialización alcanzado por ambos pueblos en esta época (López Castro y Adroher Auroux, 2008). Para complicar aún más las cosas en el ya de por sí heterogéneo mapa de las poleis púnicas del Estrecho, hemos de valorar una vez más el papel de Cartago. En efecto, ya en el s. III a.C. resulta evidente esa hegemonía o dominio cartaginés que desembocaría en la segunda guerra púnica, en la que Carteia jugó un papel destacado en el bando cartaginés, como bien reflejan las fuentes (Livio, XXVIII, 30, 3 y 6; XXVIII, 31, 1). “Mientras ocurrían estos hechos cerca del río Betis, Lelio entretanto cruzó el estrecho con la flota hacia el Océano y se acercó a Carteya. Esta ciudad está situada en la costa del Océano, donde el mar comienza a ensancharse a la salida del estrecho (…) Entraba ya la quinquerreme en el estrecho cuando Lelio, que había zarpado del puerto de Carteya en una quinquerreme seguida de siete trirremes, se lanzó sobre Adérbal y sus trirremes seguro de que la quinquerreme, metida ya en la corriente del estrecho, no podía retroceder contra corriente (…) Lelio regresó victorioso a Carteya. Enterado de lo que había ocurrido en Cádiz –el descubrimiento de la traición y el envío de los conspiradores a Cartago, quedando en nada la esperanza que les había traído-, mandó un mensaje a Lucio Marcio” (Tito Livio, XXVIII, 30-31) Además del papel estratégico en el conflicto romano-cartaginés que revelan las fuentes, desde el punto de vista arqueológico, la monumentalización y refortificación de la ciudad en la segunda mitad del s. III a.C., siguiendo parámetros púnico-helenísticos, inciden en el papel de Carteia como una de las ciudades promovidas en la estrategia política de los Barca, sin duda por el valor de su puerto para el control de la navegación del Estrecho (Bendala Galán y Blánquez Pérez, 2003). Es probable que, de forma acorde con esa importancia política, la ciudad hubiera tenido entonces control sobre algunas ciudades de su entorno, como la Silla del Papa-Bailo, Barbesula o núcleos menores como el Cerro Colorado, donde se ha excavado una muralla de casamatas semejante a la de Carteia, así como un importante “tesorillo” de moneda cartaginesa de la segunda guerra púnica (Soto Iborra y Bravo Jiménez, 2006). Es complicado, sin embargo, conocer la naturaleza y secuencia cronológica de las relaciones de dependencia que se establecieron entre algunas ciudades en los convulsos momentos de dominio cartaginés, quizá semejantes a las conocidas entre Asta y la Turris Lascutana, que comentaremos más adelante, o las que se han propuesto entre Baesippo, en cuyo territorio se constata en este momento una clara intensificación de la producción agrícola, y Asido, un asentamiento de primera importancia en la zona desde la Edad del Bronce (Ferrer Albelda, 2007; Niveau de Villedary y López Rosendo, 2011).

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Sí parece claro que en ese contexto de potenciación de las estructuras políticas y económicas para la explotación de los recursos de Iberia, los Barca establecieron una estricta administración territorial cimentada en las ciudades y en una desarrollada red viaria (Bendala Galán, 1987). Se ha planteado incluso que, en un nivel superior, existieran tres distritos administrativos correspondientes a la Baja, Alta Andalucía y el Sudeste (González Wagner, 1983: 440 y ss.; Pérez Vilatela, 2003), comparables a los “rst” que formaban el territorio de Cartago, como el conocido pagus Thuscae (rts tskt), y que serían similares a los pagi romanos (Picard, 1966). En semejante panorama territorial, las ciudades púnicas del Estrecho y Carteia en particular, habrían jugado un papel esencial como puertos de una amplia red marítima cartaginesa, a la vez que centralizadoras de la producción y tributos en dirección a la ciudad “capital” del distrito, seguramente Gadir.

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8. C

8.1. “P

L

C ( . II-I .C.)

:

”:

(171 .C.)

Los inicios de la conquista romana y todo el periodo republicano fueron uno de los momentos en que la ciudad de Carteia tuvo una mayor relevancia histórica. Tras la derrota cartaginesa en la segunda guerra púnica en el 206 a.C., se plantea si la ciudad pudo haber sido objeto de represalias por parte de Roma al haberse alineado las ciudades púnicas con el bando cartaginés, pero el hecho de que la flota romana, con Lelio al mando, estuviera amarrada en Carteia al final de la guerra, como nos cuenta Tito Livio (XXVIII, 30, 6), sugiere que ésta se habría convertido en aliada de Roma en el último momento, lo que además concuerda con la ausencia de niveles de destrucción en la ciudad (Roldán Gómez et al., 2006a: 26). Carteia habría tenido a partir de ese momento el estatus de civitas stipendiaria, como la mayoría de ciudades hispanas de origen fenicio, sometidas lógicamente a una expropiación de sus recursos por parte de Roma, pero que parecen haber mantenido parte de su administración local de tradición púnica al menos en los primeros momentos (Gozalbes Cravioto, 1983; López Castro, 1995: 110 y ss.). También por Tito Livio conocemos los detalles del episodio que marcó el devenir de la bahía de Algeciras en el periodo republicano: la fundación en Carteia de la colonia libertinorum en el 171 a.C., primera colonia latina fuera de la península Itálica, que tuvo la peculiaridad añadida de estar constituida por “una nueva clase de gente”, los mestizos, hijos de soldado romano y mujer hispana: “Llegó también de Hispania una embajada enviada por una nueva clase de gente. Haciendo hincapié en que eran más de cuatro mil los que habían nacido de la unión de soldados romanos con

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mujeres hispanas con las que no existía derecho de matrimonio, pedían que se les diera una ciudad donde vivir. El senado dispuso que dieran a Lucio Canuleyo76 su nombre y el de aquéllos a los que hubieran manumitido, en caso de que hubiese alguno; su deseo era que fueran a asentarse en Carteya, junto al Océano; a los carteienses que quisieran continuar residiendo allí se les ofrecería la posibilidad de formar parte de la colonia, asignándoles tierras. Sería una colonia latina y se llamaría “colonia de los libertos”’” (Tito Livio, Ab urbe condita, XLIII, 3, 1-4) Si bien no analizaremos pormenorizadamente las diferentes versiones de la traducción del texto de Livio o el intenso debate que éste ha suscitado entre los especialistas a lo largo de los años77, sí creemos necesario para nuestro análisis mencionar las ideas principales y las implicaciones de las diferentes interpretaciones, por cuando atañen tanto a la composición social de la ciudad como a los cambios en la tenencia de la tierra, según demuestran los diferentes estudios (Saumagne, 1962; Humbert, 1976; Knapp, 1977; Cels-Saint-Hilaire, 1985; Pena Gimeno, 1988; López Melero, 1991; Fear, 1994; Hernández Fernández, 1994; Marín Díaz, 2002). La creación de la colonia latina supuso indudablemente la concesión de un privilegio y la efectiva incorporación de la ciudad, y por tanto de su territorio, al sistema territorial y administrativo romano basado en la civitas. El ius latii fue un instrumento de gran valor para la integración política y jurídica de comunidades no romanas, por permitir una relativa libertad de las mismas en su organización interna, y pudo haber sido, de hecho, un método más empleado en Hispania de lo que se piensa (Espinosa Espinosa, 2013). Carteia compartía numerosos aspectos con las colonias latinas itálicas, como su ubicación estratégica en un puerto importante con rutas de comunicación al interior, la instalación de un contingente amplio de ciudadanos latinos, al menos 4.000, su composición social abierta, y rasgos de cierta autonomía como la acuñación de moneda (Marín Díaz, 2002: 277-284). Se trata de la única colonia latina constatada textualmente en Hispania y resulta, por otro lado, sumamente anómala por diversos motivos. En primer lugar, el grupo que elevó sus reclamaciones al senado romano estaba compuesto peregrini, ya que a pesar de ser hijos de romano tomarían la ciudadanía de la madre. Su existencia en sí no resulta novedosa, pero sí el hecho de apelar al vínculo con Roma en virtud de la ciudadanía paterna, para reclamar sus derechos. Por otro lado, la deductio fue promovida directamente por el Senado que no la encargó, como cabría esperar, a los triumviri coloniae deducendae, sino al magistrado L. Canuleyo. Por último, resulta también novedoso el papel de la población conquistada, en este caso los carteienses, a los que se les permitió quedarse en su ciudad y participar en la deductio (Marín Díaz, 1988: 126 y ss.). Además de los rasgos citados, los aspectos que han generado mayores discrepancias entre los investigadores conciernen a la configuración social de esa nueva colonia y por tanto al título de la misma como libertinorum, “de libertos”, dada la falta de paralelos conocidos. Las distintas opiniones derivan de las corrupciones que ha sufrido el texto de Livio a lo largo de los siglos y de las diferentes alternativas a la hora de traducir el verbo “manumitir” y de establecer la puntuación, 76

Resulta sumamente interesante la vinculación histórica de esta familia con la zona, según documentan dos epígrafes que citan miembros de la tribu Canuleia en Lacipo, uno conservado durante décadas en Carteia y otro en la Alcazaba de Málaga (Rodríguez Oliva, 2006a; Bravo Jiménez, 2011). 77 Remitimos a Marín Díaz, 1988: 126-129 y 2002: 282-284 o Sáez Fernández, 2002: 414, con las diferentes versiones y una bibliografía completa sobre este interesante debate histórico.

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ya que éstas alteran sustancialmente la comprensión del texto y por tanto la identidad de los participantes en la deductio. Por exponerlo de manera sucinta, la traducción del verbo en 3ª persona del singular, seguida de una coma (“el senado decretó que declarasen sus nombres ante L. Canuleyo y, de entre éstos, los que (él) hubiera manumitido”), implicaría que habrían formado la nueva colonia los carteienses que desearan quedarse y los hijos de soldado romano e hispana manumitidos por L. Canuleyo; la traducción del verbo en 3ª del singular pero con punto y coma posterior (“el senado decretó que declarasen sus nombres ante L. Canuleyo y los de aquéllos a los que hubiese manumitido”), supondría que los participantes fueron, además de los carteienses, los hijos de soldado romano e hispana y los esclavos manumitidos por L. Canuleyo; y, finalmente, si el verbo se traduce en 3ª del plural y con punto y coma posterior (“el senado decretó que declarasen sus nombres ante L. Canuleyo y los de aquéllos a los que hubiesen manumitido”), significaría que los protagonistas de la deductio fueron los carteienses que desearon quedarse, los hijos de soldado romano e hispana, y los esclavos manumitidos por éstos (Marín Díaz, 1988: 126 y ss.; López Melero, 1991: 43-44). La opción que consideramos más verosímil entre todas sería la primera, dado que si los libertos dieron nombre a la colonia, no parece que éstos fueran unos simples esclavos manumitidos sino los protagonistas de la historia, los hijos de soldado romano e hispana. La cuestión entonces sería por qué razón figuran como manumitidos, cuando su forma de actuar y sus pretensiones colectivas indicarían que se trataba de un grupo con gran poder, lo que difícilmente puede entenderse si su origen fuera esclavo. Algunos autores han planteado a este respecto que se tratara de una manumisio ficticia o simbólica (Humbert, 1976; Cels-Saint-Hilaire, 1985; Fear, 1994). La solución jurídica a ese enredo podría haber sido que ese grupo de mestizos hubiera figurado una deditio o rendición sin condiciones ante el Senado, por la cual se encomendarían a la fides de Roma, que ante esa situación podía optar por esclavizar a la población o darle la libertad. En este caso parece que hizo esto último mediante la fórmula de la manumisio censu, por la cual el censo de una nueva colonia implicaba la liberación de esa población de la potestas a la que se habían sometido (López Barja, 1997). La colonia “de libertos” habría sido fundada, pues, por los mestizos, considerados libertos tras haber sido sometidos a una manumisio, y por los carteienses que optaron por quedarse, que con toda seguridad vieron mermadas sus posesiones con la creación de la colonia. Precisamente el aspecto más interesante de este episodio histórico sea la información que nos brinda sobre la rápida transformación de la situación anterior y la composición social de la colonia, al constatar la llegada de itálicos y la emigración o permanencia de la población de origen púnico. Aunque es indudable que la inmigración itálica fue esencial para la difusión de la civitas en Hispania, es una problemática de difícil aproximación cuantitativa, dado que la investigación ha basculado entre puntos extremos, maximizando o minimizando las cifras. Para el caso de Carteia, gracias al citado texto, podemos saber tanto el número como su caracterización sociológica: fueron al menos 4.000 hombres, un contingente amplio, y afines al ejército, dado que eran hijos de soldado romano (González Román, 2010: 14 y ss.). La antroponimia registrada en la epigrafía de época imperial mostraría, efectivamente, la presencia en la ciudad de un grupo mayoritario hispanorromano e itálico, así como uno minoritario de origen púnico que podemos interpretar como descendientes de aquellos carteienses originales que decidieron quedarse en la ciudad (Padilla Monge, 2011). 8.2. R

¿

?

Resulta lógico pensar que un acontecimiento del calibre de la fundación de la colonia latina, hubo de tener un gran impacto, tanto en la ciudad de origen púnico como en su territorio, del que sin embargo no tenemos evidencia alguna. Según la información transmitida por Livio, las consecuencias serían dramáticas en el plano material para los

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antiguos habitantes de Carteia, que en muchos casos decidirían trasladarse, y por tanto abandonar sus tierras, quizá en dirección a otras ciudades púnicas de la zona. Por otro lado, aquéllos que se quedaran participarían en la deductio y recibirían tierras, siempre según el relato de este autor romano, por lo que podemos colegir que no conservarían aquéllas que les pertenecían con anterioridad, o que las verían mermadas; parece indudable en todo caso que tuvo que haber importantes transformaciones en la propiedad y estructuración de las tierras. Es este, de nuevo, un aspecto que ha generado opiniones contrarias. Por un lado, se ha considerado que el hecho de que algunos carteienses pudieran quedarse podría significar que hubo una cierta conservación de la organización territorial de época púnica o, al menos, la convivencia de ésta con los nuevos repartos de tierra (Rodríguez Neila, 1994: 226), idea acorde con la continuidad constatada en el urbanismo de la ciudad hasta el último tercio del II a.C. (Bendala Galán, 2005b: 15, nota 22). Por otro lado, parece innegable que hubo un reparto y asignación de tierras, a juzgar por la mención expresa de Livio a un ager adsignatus (Ariño Gil et al., 2004: 1920), si bien la existencia de una adsignatio no implica obligatoriamente una divisio, hay tierras que se entregan pero no están divididas, como el ager per extremitatem mensura comprehensus o zonas de bosques y pastos (Castillo Pascual, 1996: 94 y ss.). Como en toda deductio, se habría procedido a dibujar una forma o mapa del territorio y la asignación de parcelas mediante la centuriatio, según una trama ortogonal o, tal y como fue común en colonias latinas y parece más adecuado para el tipo de configuración de relieve de la zona, mediante scamnatio, es decir, parcelas alargadas, cuadrangulares, que no siguen ejes ortogonales sino que parten de ejes previos, algo irregulares, como vías o ríos (Sáez Fernández, 2002: 414-421). Lamentablemente no se han realizado hasta el momento estudios específicos en este sentido y no se ha identificado parcelación antigua alguna que, dado el tamaño del contingente instalado en la colonia, hubo sin duda de afectar a un amplio territorio. El reconocimiento y estudio de las centuriaciones78 romanas en los paisajes actuales es, como sabemos, una tarea ardua y compleja, que ha permitido en las últimas décadas la configuración de una metodología crítica que combina la foto y cartointerpretación con las prospecciones, excavaciones o análisis paleoambientales, y asume la complejidad y evolución de los catastros como algo dinámico y cambiante (Ariño Gil, 2003: 100). Por nuestra parte, el análisis detallado de una amplia información planimétrica disponible, sobre todo cartografía histórica y fotografía aérea, y un profundo conocimiento del terreno, no nos ha permitido identificar catastro alguno que podamos asociar a este acontecimiento histórico; sí hemos identificado una zona reducida con un posible catastro antiguo, que en todo caso atribuiríamos, por los argumentos que expondremos, a la deductio de Traducta hacia el 30 a.C. Algunos investigadores han planteado que se hubiera producido un reparto de tierras a lo largo de los cauces fluviales donde se localizan las tierras más fértiles, con posibles parcelaciones regulares de unas 10 ha en los cursos bajos de Guadarranque y Palmones, si bien no nos parecen lo suficientemente significativos y más bien resultado de parcelaciones recientes (Mariscal Rivera, 2002: 98). Habrá que realizar, en todo caso, estudios en profundidad

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Un panorama general e historiográfico sobre el estudio de las centuriaciones y formas del paisaje en Ariño Gil, 2003; para el caso específico de la Bética, ver Sáez Fernández, 2002: 435 y ss.

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sobre las formas del paisaje que aportaran mayor información sobre un aspecto de gran interés histórico como la que fue probablemente la primera deductio colonial en Hispania. En cuanto a los tipos de organización del campo romano, según se deduce de los agrimensores, serían el ager diuisus adsignatus –centuriado, del que más tratan estos autores-, el ager per extremitatem mensura comprehensus y por último el ager arcifinius –del que no se conoce su medida pero sus límites están marcados por elementos naturales o artificiales claros, como ríos, montañas, caminos o propiedades anteriores-. De los dos segundos tenemos poca información puesto que los agrimensores no les prestaron apenas atención, pero serían sin duda muy comunes, dado que el campo centuriado sería siempre mínimo respecto al total (Ariño Gil et al., 2004: 177). En el ager per extremitatem mensura comprehensus sólo se medía el perímetro del territorio, que era asignado a una comunidad o un individuo y fue característico de ciudades peregrinas; se produjo en zonas donde Roma respetó el sistema de propiedad y explotación del campo de la época previa (Catillo Pascual, 1996: 101 y ss.). Quizá interese más en nuestro caso la tercera de las qualitates agrorum de Frontino, el ager arcifinius, que fue propio de zonas montañosas dedicadas al pastoreo pero también de aquellas áreas donde la estructuración territorial anterior, por los motivos que fuera, perduró en época romana (Castillo Pascual, 1993). Este sistema pudo haber sido común en época republicana en zonas con cierto peso poblacional y con un nivel de organización importante como el mediodía peninsular, ya que resultaría menos costoso respetar elementos previos como las vías o el patrón de organización en torno a ejes fluviales, que borrar completamente un sistema territorial bien implantado y que implicaba la existencia de estructuras previas con un alto nivel de organización (Ariño Gil et al., 2004: 181 y ss.). Es muy probable, por tanto, que este sistema fuera el habitual en la Bética hasta época imperial, donde el nivel de organización territorial y las técnicas de explotación agrícola estaban muy desarrollados ya en época púnica, por lo que las centuriae romanas debieron adaptarse en muchos casos a parcelaciones y tradiciones mensurarias prerromanas (Sáez Fernández, 1978; Bendala Galán, 2002-2003: 336). Por esta serie de razones, el ager arcifinius ha sido el modelo planteado por M. Bendala para la Carteia republicana, donde debió de ser más sencilla la adaptación a las ordenaciones anteriores, si bien con el lógico cambio de manos de la propiedad, o la convivencia de éstas con pequeñas zonas centuriadas, que el acometer grandes transformaciones del paisaje (2005b: 16 y ss.). En efecto, la configuración topográfica de la bahía, con amplias zonas cubiertas por marisma, y donde la proximidad de las sierras deja un exiguo espacio para los cultivos, limitados a los cerros que rodean la costa y a los estrechos valles fluviales, no es el entorno geográfico ideal para empresas de calado con fines agrícolas, como la centuriación. Otra categoría que nos ofrece la literatura gromática y que nos resulta de gran utilidad para Carteia, son los agri redditi o loca reddita, las tierras sobrantes de una asignación que son devueltas a sus antiguos propietarios, los habitantes del territorio donde se había instalado una colonia. Este sería el caso de Carteia, ya que Livio menciona precisamente esa situación: a los carteienses “se les ofrecería la posibilidad de formar parte de la colonia, asignándoles tierras”. Un interesante ejemplo de agri redditi constatado epigráficamente lo tenemos en el conocido catastro de Orange (Francia), donde se especifica, junto a aquéllas que se asigna a cada colono, a la comunidad y al estado, aquellas tierras que fueron restituidas a los indígenas (Castillo Pascual, 1996: 170 y ss.).

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Figura 47.- De la continuidad a la “romanización” del territorio (s. II y s. I a.C.).

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8.3. L

:

Desde un punto de vista tanto material como simbólico, pocas intervenciones definen tan bien a las culturas urbanas como la fundación de una colonia, por lo que implica de creación de una nueva ciudad en tierra ajena y de dominio del medio ambiente a través de actuaciones como la centuriación o la explotación de nuevas tierras (Purcell, 2005b). Con la creación de la colonia libertinorum, a pesar de que cabría esperar una fundación ex novo o al menos una gran transformación urbana con motivo de la instalación de los colonos, el registro arqueológico, hasta la fecha, parece reflejar lo contrario. En justamente la ausencia de grandes transformaciones la que nos permite establecer dos etapas dentro del periodo republicano en la bahía: en primer lugar, un panorama de continuidad, entre el fin de la segunda guerra púnica en el 206 a.C., o si se prefiere la fundación de la colonia latina en el 171 a.C., y hasta el 130 a.C. aproximadamente, y un segundo periodo de importantes transformaciones, comprendido entre ese último cuarto del s. II y la fundación de Traducta hacia el 30 a.C., que marca el inicio de la época imperial (Fig. 47). En la ciudad, las intervenciones del Proyecto Carteia no han podido documentar niveles de arrasamiento o alteraciones reseñables entre las fases púnica y republicana sino, al contrario, una absoluta continuidad (Roldán Gómez et al., 2006a: 541-542). No podemos descartar, sin embargo, dado que la ciudad imperial habría cubierto su extensión, el hecho de que la obtención de estatus de colonia, más que una refundación de la ciudad, proceso que parece reflejar la arqueología, se hubiera materializado en un nuevo barrio romano junto a la ciudad púnica (Roldán Gómez et al., 2006a: 23). La creación de dípolis pudo ser efectivamente, junto a las nuevas fundaciones y los sinecismos, uno de los mecanismos empleados por Roma para la potenciación de las ciudades, con posibles ejemplos detrás de nombres plurales como Emporiae, nombres dobles como Kesse-Tarraco o Arse-Saguntum o, incluso, con la mención explícita a gemella en ciudades como la Colonia Augusta Gemella Tucci; de haberse producido este proceso en Carteia se trataría, no cabe duda, de una deductio colonial muy particular (Bendala Galán, 2003b: 27-28). Dejando a un lado esa sugerente hipótesis, el material cerámico de los comienzos de la colonia latina se caracterizó por el predominio de las producciones típicas del periodo anterior al menos hasta las últimas décadas del s. II a.C., aunque a las ánforas de circuitos comerciales púnicos y las de posible fabricación propia se sumaron pronto nuevo tipos itálicos (Blánquez Pérez et al., 2006b; Bernal Casasola et al., 2011). En cuanto a las producciones de barniz negro, predomina la Campaniense A y hay una paulatina introducción de la Campaniense B también desde finales del II a.C. (Adroher Auroux y Blánquez Pérez, 2006: 336-337). Otras producciones características de la época púnica como las pintadas púnicoturdetanas o las cerámicas de tipo Kouass fueron desapareciendo de forma progresiva a lo largo del s. II a.C. (Prados Martínez, 2006a: 352; Roldán Gómez et al., 2006a: 322). Esa continuidad, o dicho de otro modo, lo paulatino de los cambios, parece haber sido la pauta general en los primeros momentos de la conquista romana y prácticamente hasta época imperial, como en la propia Tarraco, donde se mantiene la estructura territorial ibérica hasta mediados del II a.C., cuando se documentan verdaderos cambios con la creación de un nuevo catastro que materializaba la reorganización del poblamiento anterior (Arrayás Morales, 2005); o Carthago Nova, donde hubo una deductio con veteranos pero no se detectan cambios significativos en el urbanismo ni en la organización territorial hasta Augusto (Orejas del Saco y Ramallo Asensio, 2004).

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La continuidad de los asentamientos de época anterior y la escasez de nuevas fundaciones son aspectos que caracterizaron en efecto la época republicana en la Bética, donde la romanización, en lo que a creación de un sistema territorial claramente urbano se refiere, no vino sino a acentuar procesos ya consolidados desde época anterior, como hemos insistido en el capítulo 1. Este fenómeno de continuidad y de pragmatismo de Roma al apoyarse en estructuras urbanas y de producción previas es particularmente claro en el caso de las poleis púnicas de Iberia, que experimentan precisamente en esta etapa un auge económico y urbano sin precedentes, gracias a su integración en los mercados del sistema romano y a la introducción del sistema esclavista (López Castro, 1995: 112 y ss.). Por tanto, si bien conservaron algunos elementos culturales anteriores, como es lógico, como la lengua o aspectos religiosos, en lo que viene denominándose como horizonte “neopúnico”, es de destacar la rápida y exitosa adaptación de las antiguas ciudades púnicas al sistema romano (Bendala Galán, 2012). Un panorama semejante al de Carteia presentan entornos vecinos como las tierras malagueñas, donde se mantuvieron tanto las ciudades costeras de raigambre púnica como los oppida ibéricos del interior (Rodríguez Oliva, 1976: 6-9; Corrales Aguilar, 2007: 251). Hacia el oeste, en la zona de Tarifa y La Janda, los oppida de época púnica continuaron también habitados y, como en el caso del territorio de Carteia, los cambios se constatan ya a finales del s. II y durante el s. I a.C., cuando se abandonan asentamientos como el Peñón del Aljibe o la Silla del Papa-Bailo, éste último en favor de la posterior Baelo Claudia (García Jiménez, 2010: 435-436; Moret y Prados Martínez, 2014). Estos asentamientos fortificados que controlaban importantes rutas de comunicación terrestre, no sólo se mantuvieron con el inicio de la presencia romana sino que, como los enclaves fortificados de la bahía, habrían jugado un importante papel en el control del territorio durante la conquista. Refleja bien esta idea la refortificación de la Silla del PapaBailo, que se dotó en este momento de una imponente torre vigía para el control de la costa del Estrecho, al tiempo que de una serie de recintos menores en su territorio (Moret et al., 2014). Como hemos adelantado, dado que las primeras décadas desde la deductio se caracterizaron por la continuidad respecto a la época púnica, habría de pasar más de medio siglo, cerca de tres generaciones, para que esa romanización “oficial” que conocemos por las fuentes, dejara huella en el registro material de la ciudad. Hacia el último cuarto del s. II a.C. se aprecia una transformación de verdadero calado, que algunos han relacionado con la concesión hacia el 125 a.C. a las colonias latinas de la posibilidad de que sus magistrados obtuviesen la ciudadanía romana per honorem (Fear, 1994). En esa fecha se acometió una restructuración importante de la zona tradicionalmente conocida como foro, que consistió en la amortización de la puerta púnica, que habría estado en uso hasta entonces, y en la construcción de nuevas estructuras que, no obstante, mantuvieron los ejes previos e incluso se apoyaron en algunos casos sobre muros púnicos de la etapa precedente. La principal transformación del momento fue la construcción de un templo de tipología etruscoitálica sobre el anterior santuario púnico, que si bien materializaba la implantación de una arquitectura religiosa claramente romana, al mismo tiempo perpetuaba el valor sagrado de época anterior, manteniendo un mismo lenguaje urbano. El templo fue edificado, además, reutilizando al menos un 80% de sillares –algunos almohadillados- de arenisca procedentes de construcciones púnicas como la citada puerta o el santuario, que habrían sido desmontadas entonces para su empleo como cantera (Roldán Gómez et al., 2006a: 541-542) (Fig. 48). En directa relación con estas transformaciones documentadas en su urbanismo, Carteia inició en esta misma época, en torno al año 130 a.C., sus emisiones monetales. Tras las guerras

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numantinas, Roma parece tomar mayor conciencia de los asuntos hispanos y la acuñación de moneda local en Carteia vino a cubrir una necesidad imperante de numerario en las florecientes ciudades de la Bética, al tiempo que era un útil instrumento de romanización, ya que se trataba de acuñaciones en bronce, destinadas a pequeñas transacciones, mientras que Roma se reservaba el privilegio de acuñar en plata (Chaves Tristán, 1979). La iconografía de la ceca carteiense guarda ciertos símbolos de raigambre púnica como la efigie de Hércules, dios tan relacionado con la zona y la ciudad, así como delfines o cabezas aladas, pero es indudable que aspectos como la leyenda latina, los valores romanos, además del hecho mismo de emitir moneda en ese contexto histórico, son claros signos de su integración en el sistema romano (Chaves Tristán, 1979: 33 y ss.; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001: 87-95).

Figura 48.- Templo de tipología itálica erigido en Carteia en la segunda mitad del s. II a.C. (Proyecto Carteia, 2008). Los magistrados monetales de la ceca de Carteia nos aportan además una valiosa información sobre el origen de sus élites y sobre las magistraturas romanas en sí, dada la escasez de fuentes de otro tipo para esta época, y el hecho de ser la primera colonia latina de ultramar y que sus magistrados fueran probablemente los primeros fuera de Italia (Barreda Pascual, 2007: 113115). Los nombres de esos magistrados nos ilustran de nuevo sobre la heterogeneidad étnica de la ciudad y el predominio de las élites itálicas, procedentes tanto del Lacio (Agrius, Ammius, Atinius, Aufidius, Maius), Etruria (Coelius, Curvius, Falcidius, Marcius y Septimius) o Campania (Ninnius, Pedecaius, Raius y Vibius) como Osca (Ninius, Opsilius) (González Román, 2010: 21-22).

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En el territorio, una de las consecuencias más evidentes de los importantes cambios acontecidos en ese momento fue el abandono del santuario de la cueva de Gorham, que se habría producido de manera muy paulatina hacia finales del s. II a.C., por lo que parece lógico pensar que la construcción del templo de Carteia supuso como hemos dicho la amortización del santuario que había seguido utilizándose en las primeras décadas de dominación romana (Gutiérrez López et al., 2012: 364). Resulta interesante considerar, sin embargo, que si bien los romanos dejaron de emplear la cueva como santuario, sí pudieron haber respetado o mantenido el carácter sagrado del Peñón como un lugar deshabitado, dada la citada inexistencia de resto romano alguno en el Mons Calpe. Una importante ausencia en esta época son las necrópolis, aspecto que también definió a las etapas anteriores fenicia y púnica, y que no responde sino a los azares de la investigación. Podemos presumir que la o las necrópolis se situarían en torno a la ciudad y por tanto han sido destruidas con la creación del polígono industrial a partir de los sesenta, aunque descubrimientos como la necrópolis altoimperial de INTERQUISA (empresa CEPSA) en 2007, evidencian la potencialidad de zonas industriales en las que aparentemente se habría arrasado todo nivel arqueológico. Por otro lado, tampoco podemos descartar que las tres necrópolis imperiales conocidas, la citada, la del huerto del Gallo y la del Rocadillo o “cementerio nº1” de Martínez Santa-Olalla, que mencionaremos en el capítulo siguiente, hubieran tenido un origen republicano. En este sentido, es interesante destacar que, en contraste con la importancia que tuvo la ciudad en época republicana, no se hayan documentado epígrafes de ese momento, lo que contrasta con el nutrido conjunto de época imperial (Hoyo Calleja, 2006b). Esto puede deberse, obviamente, al desconocimiento de la necrópolis republicana, aunque no podemos dejar de plantear, en línea con el argumento ya expuesto de la continuidad de la tradición cultural púnica en el ámbito religioso de la zona, que esta ausencia se deba a la tradición anicónica y por tanto quizá anepígrafa de las estelas funerarias (Bendala Galán, 2009a; Prados Martínez, 2011a). También los asentamientos secundarios de la bahía reflejan la continuidad que hemos comentado en la propia ciudad. Seguirían entonces habitados los enclaves agrícolas fortificados de la etapa anterior: el Monte de la Torre, Garganta del Cura y el Cerro de los Infantes. Sin embargo, dado que el conocimiento que tenemos de los mismos es superficial, existen discrepancias al respecto de la romanización de estos asentamientos. Para algunos autores los tres habrían tenido continuidad durante la época romana, en época republicana e inicios de la altoimperial (Mariscal Rivera et al., 2003; Bravo Jiménez, 2010: 283) aunque para otros, el Cerro de los Infantes habría sido abandonado con motivo de la presencia cartaginesa en la zona, en el s. IV a.C. (Castiñeira Sánchez y Campos Carrasco, 1994). La presencia de material romano en el caso de los dos primeros, no sólo material constructivo o cerámica común sino Campaniense B, es probable que hubiera una ocupación en este momento en que lugares fortificados y que controlaban vías principales serían un perfecto complemento para la ciudad de Carteia, que era en sí misma una plaza fuerte del avance romano. Desempeñarían, además, labores agrícolas como en la etapa anterior, tal y como atestigua la presencia de un molino troncocónico de tipología romana en el Monte de la Torre. Su continuidad reflejaría una perduración del sistema territorial, con la ciudad costera de Carteia y estos asentamientos fortificados como enlace con el interior, en un claro afán de control de las vías de comunicación. Quizá también, como en época púnica, este sistema explicaría la ausencia de asentamientos menores, si bien puede tratarse también de un vacío en la investigación. Un modelo semejante se ha planteado para los primeros momentos de romanización del área malagueña, caracterizado por la ubicación de ciudades en la costa y la perduración de los oppida del interior, unidos por lazos de clientelismo (González Román, 1996; Corrales Aguilar, 2007: 249 y ss.).

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No conocemos, por tanto, la existencia de pequeños núcleos de explotación agrícola o villae en esta etapa inicial de la romanización, si bien hemos de tener en cuenta los numerosos hallazgos romanos del territorio de la bahía datados en época altoimperial, que han sido generalmente interpretados como explotaciones agrícolas tipo villa y que recogemos de forma detallada en el capítulo siguiente. Puesto que se conocen por prospecciones superficiales y los materiales recogidos son mayoritariamente de construcción y cerámica común, no podemos descartar que en algún caso dataran de época republicana. En cuanto a los núcleos industriales de tipo salazonero o alfarero, que definirán de manera muy clara la ocupación costera en época imperial, tienen en el alfar de El Rinconcillo su primer ejemplo, que inició su actividad a inicios del s. I a.C. y por tanto directamente relacionado con las transformaciones operadas en la ciudad que venimos comentando. Como delata su producción, este alfar jugaría un papel destacado en la “italización” de la zona, ya que junto a la propia Carteia, donde se fabricaron formas también tardopúnicas, fue un importante centro productor de materiales canónicamente itálicos, lo que contrastaba con las perduraciones de época púnica bien conocidas para esos momentos en Gadir (Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004; Bernal Casasola et al., 2011) (Fig. 49).

Figura 49.- Producción anfórica de época republicana: El Rinconcillo y Carteia (a partir de Bernal Casasola y Jiménez-Camino Álvarez, 2004: fig. 10; Bernal Casasola et al., 2011: fig. 2). Nos interesa además subrayar su patrón de asentamiento, pues a nuestro parecer de nuevo preludia la que será la organización territorial de época imperial. El alfar fue instalado en la margen derecha del río Palmones, a 4 km de Carteia, y por tanto, fuera de su inmediato entorno periurbano, por lo que materializa el inicio de una progresiva ocupación de la bahía por medio de núcleos ya totalmente romanos en su funcionalidad y tipología. Mostraría muy bien el cambio de estrategia por parte de Roma, desde un aprovechamiento de estructuras productivas previas para la explotación de los recursos, a un sistema organizado marcado por su carácter de

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permanencia. Una actuación de esta envergadura sólo puede explicarse en un contexto en que el componente social itálico es ya mayoritario y favorece el surgimiento de societates como, en el caso de esta zona pesquera, la Societas Cetariorum Gaditanorum o Socii Cetarii Gaditani de las marcas de las ánforas de este taller (Étienne y Mayet, 1994; González Román, 2010: 31-32). Aunque se estarían fabricando envases para una posible producción salazonera de la bahía desde al menos el s. II a.C., no tenemos constancia arqueológica directa de la existencia de factorías de salazón, ya fueran urbanas o autónomas, hasta el cambio de Era. Sin embargo, algunos indicios nos permiten presumir que sí existieron con anterioridad a época imperial, como la mención de Plinio a las factorías de Carteia con motivo de la citada anécdota del pulpo gigante (N.H., IX, 9293), que ha de situarse a mediados del s. II a.C., o las claras alusiones a la vocación pesquera de la ciudad en sus monedas, con motivos como el pescador o el delfín, tan bien conocida en momentos posteriores. Es muy probable que en este primer momento la actividad industrial se hubiera concentrado en la propia ciudad, aunque lamentablemente no tenemos constancia de estructuras salazoneras de este momento, ya que aunque han aparecido materiales de época púnica y republicana como cerámica Campaniense en la explanada entre la ciudad y el río donde se ubicaría el gran barrio salazonero en época imperial, es probable que esa zona fuera marismas con anterioridad al s. I. 8.4. C Aunque dese la arqueología no podamos por el momento constatar cambios hasta finales del s. II a.C., resulta evidente que con la conquista romana, en un primer momento, y desde luego con más claridad a partir de la creación de la colonia libertinorum en el 171 a.C., el territorio de Carteia pasaría a formar parte de la compleja administración romana y por tanto a ceñirse a las exactas y perfectamente establecidas estructuras jurídicas propias de su sistema territorial79. Es evidente que existen diferencias entre el territorio al que podemos aproximarnos desde la arqueología, que sería de alguna manera el área de influencia o ecosistema de una ciudad, y el que podemos deducir a través de la epigrafía, que sería el territorio administrativo y jurídico (Castillo Pascual, 1996: 65 y ss.). Sin embargo, consideramos que ha de ser un objetivo de toda investigación centrada en el territorio tratar de hacer complementarias ambas perspectivas, profundizando en las posibles conexiones entre ambos cuando sea posible. De igual manera, y a pesar de la dificultad, es necesario avanzar en la caracterización arqueológica, material, de términos como villa o vicus sin los que es complicado aproximarse al mundo rural romano (Molina Vidal, 2008; Fernández Ochoa et al., 2014). Dicho esto, empleamos el concepto de territorium80 en lugar de ager, entendiendo que el primero es más genérico y por tanto más amplio a la hora de referirnos al territorio de una ciudad, ya que a diferencia de otros, engloba tanto los terrenos cultivados por los habitantes de una ciudad, como las tierras que ésta posee como persona jurídica y que son gestionadas por el ordo a través de los magistrados, como también la jurisdicción que una ciudad ejerce sobre su territorio (Castillo Pascual, 1996: 34 y ss.). Por otro lado, y como propuesta para nuevas investigaciones, no podemos dejar de plantear el carácter jurídico de ciertos lugares que la arqueología nos dibuja para Carteia, como las posibles salinas del Palmones, que serían propiedad del estado como era habitual, aunque seguramente fueran explotadas por la ciudad mediante una concesión; los bosques y sierras que 79

Sobre la administración territorial romana en la Bética, ver la monografía de Cortijo Cerezo, 1993; una síntesis sobre el territorio de las ciudades béticas en Sáez Fernández, 2002. 80 Para una definición del término, su etimología y sus concomitancias y diferencias con otros términos como ager, finis, locus, pertica o regio, ver Castillo Pascual, 1996: 35-41.

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rodean la bahía que podrían estar fuera de la jurisdicción de Carteia al ser territorios deshabitados; y, finalmente, el Mons Calpe como posible locum sacrum (un fanum en concreto) consagrado a un dios, quizá Hércules, y por tanto no sujeto a propiedad por parte de privados, lo que explicaría la ausencia de hábitat o de instalación romana alguna (Castillo Pascual, 1996: 189 y ss.). Otro aspecto interesante que nos plantea el derecho romano en relación con nuestro territorio, es el litoral, el litus maris, entendido como la zona de tierra bañada por el mar, y que resulta un concepto ambiguo por situarse entre el mar, que es inapropiable por los hombres (res communis omnium) y la tierra firme, que sí puede ser objeto de propiedad (dominium). Una excepción la constituye las cabañas de pescadores, que debieron ser abundantes en la bahía, como ya M. Ponsich planteaba para las ciudades del Estrecho (1988: 96 y ss.), que adquirían ese derecho de propiedad en virtud del aprovechamiento económico, por lo que cuando la cabaña era derribada por el mar, perdían dicho derecho (Masi Doria, 2014). En lo que respecta a la extensión de ese territorium, no hay reglamentación sobre las extensiones territoriales de las ciudades romanas, así como sobre la relación entre estatus jurídico y dimensiones, lo que en cada caso quedaría establecido en los archivos públicos con la descripción detallada del perímetro; lo que sí sabemos es que dicho territorio no tenía por qué ser continuo, pues podía incluir zonas “extraterritoriales” que no estarían bajo jurisdicción de la ciudad, como las propiedades imperiales, de una legión o de otra ciudad (Castillo Pascual, 1996: 63 y ss.). En el caso de Carteia, es probable que de forma coherente con la citada continuidad se mantuviera la organización del final de la época púnica y su integración en el sistema romano no haría sino acentuar rasgos ya existentes, como la indisolubilidad de los conceptos campo y ciudad o las relaciones de dependencia de los núcleos secundarios respecto a la urbe. No sería, pues, extraño que la mayor parte del nuevo territorium se correspondiera con el territorio de época púnica. Remitimos, por tanto, a lo dicho sobre los límites del territorio en época anterior, que mantendrían seguramente el valor de frontera de elementos naturales como ríos, montañas, etc. aunque quizá alguno estuviera materializado ahora en termini de piedra, vías o sepulcros, que constituirían límites inviolables de naturaleza sagrada como el propio pomerium (Castillo Pascual, 1996: 50 y ss.; Cortés Bárcena, 2013). Dichos límites vienen de nuevo a incidir sobre la idea del valor de Carteia en la estrategia política romana, dado que la ciudad estaría prácticamente rodeada por las ciudades que acuñaron moneda en caracteres libiofenicios: la Silla del Papa-Bailo al este, Lascuta o Asido al noroeste y Oba al norte. Dejando a un lado otras opiniones del espinoso debate al respecto de estos libiofenicios81, si los consideramos, en línea con las tesis de E. Ferrer (2000), como mercenarios africanos que, tras la derrota en la segunda guerra púnica habrían permanecido en la Península, hemos de considerar estas ciudades como verdaderas plazas fuertes que fueron en ocasiones hostiles a la presencia romana y que protagonizaron, de hecho, diferentes rebeliones, como la de Culchas y Luxinio junto a antiguas colonias como Malaca o Sex (López Castro, 1995: 151 y ss.). Carteia y su territorio habrían jugado, por tanto, un importante papel como contención de esas ciudades, a la vez que como punto estratégico en los primeros momentos de la conquista por su carácter portuario y de control de vías de comunicación con el interior (Cortijo Cerezo, 1993: 22-23).

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Ver las diferentes opiniones al respecto en García-Bellido, 1993; Domínguez Monedero, 1995; Ferrer Albelda, 2000; López Pardo y Suárez Padilla, 2002.

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El carácter militar y mestizo de los nuevos habitantes de Carteia, los 4.000 hijos de soldado romano y mujer hispana, suponía una garantía de control y adhesión de la zona y resultó, en la práctica, un mecanismo sumamente pragmático y eficaz, muy propio de la estrategia política y militar romana (Santos Yanguas, 1998: 16). De hecho, los miembros del ejército romano que permanecieron en suelo hispano tras la segunda guerra púnica y los subsiguientes matrimonios mixtos que formaron, desempeñaron un papel decisivo junto a otros fenómenos que definieron el nacimiento de una nueva sociedad hispanorromana, como la urbanización y la municipalización (Dyson, 1985: 197-198; Marín Díaz, 1988: 126 y ss.; Roddaz, 2003: 164). No en balde la colonia latina fue, en palabras de P. Sillières, el “primer puerto militar de Hispania meridional” cuyo valor simbólico atestigua, además, la proa de nave de sus monedas, prácticamente única en la Hispania Ulterior (2003: 29-32). En el periodo comprendido entre las guerras lusitanas y las guerras civiles, el Estrecho fue escenario de diversas incursiones de contingentes lusitanos y enfrentamientos con las tropas romanas, que de nuevo ponen de relieve el papel estratégico de Carteia para la empresa romana. En el 147 a.C. Viriato derrotó a Gaius Vetilius cerca de Tribola y los romanos se refugiaron en Carpessos/Carteia (Apiano, Ib, 63); durante el conflicto sertoriano, el general romano desembarca desde África junto al Mons Belleia, seguramente identificable con el oppidum de la Silla del Papa-Bailo, donde le esperaban al menos 4.000 lusitanos (Moret et al., 2014); acontecimientos que muestran el papel de las ciudades portuarias de la zona y de las comunicaciones marítimas sobre todo a partir del 80 a.C. tras quedar el Estrecho libre de piratería (Gozalbes Cravioto, 1988). Mención especial merece el papel de Carteia en el conflicto pompeyano. La ciudad fue una de las que mantuvieron la fides con la gens Pompeia desde la guerra sertoriana, de hecho, los gentilicios de origen osco de las monedas podrían reflejar gentes de la clientela de Pompeyo que llegarían a Hispania con motivo de dicho conflicto (Chaves Tristán, 1979: 100; Amela Valverde, 2002: 98 y ss.). Tras la derrota de Munda, Cneo Pompeyo el joven apela a esa fides y se refugia en Carteia (Bel Hisp. XXXII, 8), aunque el apoyo de los carteienses a la causa pompeyana se resintió por dicha derrota y los partidarios de César “bloquean las puertas; se produce una gran matanza; Pompeyo, herido, se apodera de veinte navíos de línea y se da a la fuga” (XXXVII, 1-3). También su hermano Sexto Pompeyo contará con el apoyo de la ciudad posteriormente (Cic. Att., XII, 44; 315, 20, 3). Derivado de esa relevancia portuaria de la ciudad, Carteia fue además un importante nodo de rutas comerciales marítimas y terrestres hacia el interior, en concreto a Corduba por Acinipo o hacia Lascuta, Asido y el bajo Guadalquivir y que comentaremos en detalle en el capítulo siguiente. Estas rutas estaban guiadas por ríos que, como el Guadarranque, además de haber sido navegables quizá a lo largo de un tramo importante, funcionaron como verdaderos ejes de comunicación y articuladores del poblamiento (Spaar, 1981: 185-188; Parodi Álvarez, 2001). Además de tener un papel destacado en la conquista romana y las guerras civiles, fueron igualmente un vehículo esencial de comercio, al trasportar productos agrícolas del interior y las salazones y manufacturas importadas desde la costa. Incluso los preciados metales de Sierra Morena podrían haber tenido en Carteia uno de sus puertos de salida a Roma, según parece reflejar la dispersión de monedas de dicha ceca y de ciudades del área minera como Obulco, Castulo y Corduba tanto en Carteia como en estaciones intermedias de esas rutas, como Carissa o Acinipo (Mora Serrano, 1999; Arévalo González, 2003: 254-255). Por todos esos motivos, podemos considerar que Carteia se convirtió en una verdadera cabeza de puente de Roma en el Estrecho, e incluso con más calado que Gadir en lo que a introducción de una cultura material de tipo itálico se refiere (véase las monedas o las ánforas de El Rinconcillo). Se ha planteado, de hecho, que la cetaria existente en la

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ensenada de Bolonia en el s. II a.C., anterior a la fundación de Baelo y el traslado de los ciudadanos de la Silla del Papa-Bailo, podría ser un establecimiento dependiente de la propia Carteia. Esto encajaría muy bien con la presencia de monedas de la ciudad como numerario principal, así como con los materiales cerámicos itálicos en esos niveles preurbanos de Baelo (Alarcón Castellano, 2007; Bernal Casasola et al., 2007a: 352-353). Ya en el s. I, el registro epigráfico reflejaría, en la misma línea, la ausencia de gentes de tradición púnica y la presencia de itálicos procedentes seguramente de Carteia (Padilla Monge, 2010). El registro numismático respaldaría, incluso para los inicios de la época imperial, ese papel de liderazgo de Carteia sobre un conjunto de núcleos urbanos adyacentes como Traducta, Barbesula o Baelo en la costa, y Oba y Lascuta en el interior (Sáez Bolaño y Blanco Villero, 1996: 259). No podemos descartar que, dado el peso que tuvo la ciudad en la fase final púnica, algunos de esos vínculos de dependencia con otras ciudades existieran ya entonces, tal y como refleja el llamado “bronce de Lascuta” (189 a.C.) para Asta Regia y la Turris Lascutana, cuya relación ha sido interpretada como evidencia de una organización territorial púnica o tartésica por diferentes autores (García Moreno, 1986; Cortijo Cerezo, 1993: 93-94; López Castro, 1994). También bajo la órbita carteiense pudieron estar en esta época ciudades de la orilla africana, como Tingis, que tras la concesión de la ciudadanía romana a sus habitantes en el 38 a.C., pasaría seguramente a depender administrativamente de Carteia hasta la creación de la provincia Tingitana en el siglo siguiente (Gozalbes Cravioto, 1993a y b). Así pues, Carteia y su territorio se habrían visto beneficiados por su valor estratégico como base naval y punto de acceso y control, tanto del sur peninsular como al norte de África, a la vez que presencia fundamental en un área en ocasiones problemática como las ciudades de las cecas libiofenicias. Y aunque es indudable el liderazgo de Gadir sobre los territorios de lo que luego será el conventus Gaditanus, ordenación territorial en la que Roma respetó el factor étnico-cultural –las antiguas colonias fenicias-, y quizá la estructura administrativa anterior (Cortijo Cerezo, 1993: 157 y ss.), el valor estratégico de Carteia en la conquista pudo haberse visto materializado, en determinados momentos, en el dominio sobre un amplio territorio en el extremo sur peninsular y quizá también en la orilla africana del Estrecho.

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9. C

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9.1. L

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9.1.1. Una ciudad romana bajo Algeciras Analizamos en este capítulo el auge urbano y demográfico de época altoimperial, mediante el examen del impacto que la fundación de la colonia romana de Iulia Traducta tuvo en la organización territorial de la hasta entonces única ciudad de la bahía, Carteia. Dado además el momento en el que se produjo, entre el año 30 y el 27 a.C., fue sin duda el acontecimiento que marcó el posterior devenir del periodo altoimperial. Ésta es la época para la que contamos con un mayor número de evidencias arqueológicas, hasta el punto de multiplicarse exponencialmente los yacimientos, lo que refleja sin duda una clara intensificación del poblamiento de la zona desde el cambio de Era y a lo largo de los ss. I y II. Por este motivo, y dado además que algunos aspectos concretos han sido objeto ya de una importante literatura científica, nos centraremos aquí en analizar el patrón de ocupación de este momento, definido por una densa ocupación litoral mediante ciudades portuarias y factorías de salazón, y la intensificación del poblamiento rural de carácter agrícola en los valles fluviales. Es importante mencionar, como ya hemos detallado en el capítulo 2, que el conocimiento arqueológico de la Algeciras romana, aunque sujeto a las limitaciones que implica la existencia de una ciudad actual sobre la antigua, ha sido una de las principales aportaciones de la arqueología urbana en la zona. Los diferentes trabajos que han recogido los hallazgos aislados y las posteriores intervenciones de urgencia realizadas en Algeciras, permiten confirmar hoy la entidad urbana de sus restos romanos y, derivado de ello, su identificación con la Traducta de las fuentes (Rodríguez Oliva, 1977a; Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991; Gómez de Avellaneda, 1999; Bravo Jiménez, 2003a). Especial atención merece el artículo de R. Jiménez-Camino

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y D. Bernal, ya citado en otro lugar, que sintetiza la información de antiguos y nuevos datos arqueológicos para ilustrar sobre el desarrollo de la ciudad y sus diferentes áreas funcionales desde época augustea al fin de la Antigüedad (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007). La ciudad romana ubicada bajo la Villa Vieja algecireña puede hoy ser identificada con Iulia Ioza, Tingentera o la Traducta de las fuentes, así como con la ceca de Iulia Traducta, de la que se han recuperado diversos ejemplares en la ciudad (Sáez Bolaño y Blanco Villero, 1996: 301-312). Los restos más antiguos documentados hasta el momento en Algeciras son las ya citadas cerámicas de Barniz Negro helenístico, que fueron sin embargo halladas en la Villa Nueva y no en la Villa Vieja donde se emplazaba la ciudad romana. Estas evidencias han llevado a algunos investigadores a plantear una posible ocupación de época púnica en el solar de la actual Algeciras, en dicha meseta de Villa Nueva o en la Isla Verde, si bien se trata de hipótesis por confirmar arqueológicamente (Marfil Ruiz y Vicente Lara, 1991; Gómez de Avellaneda, 1999: 79). En función del registro arqueológico hoy conocido, Traducta tuvo una ocupación ininterrumpida entre el I a.C. y el s. VII, aunque la información sobre los ss. II y III es escasa respecto a los primeros y últimos momentos de ese arco cronológico. La ciudad pudo haber alcanzado las 12 ha de extensión aunque por el momento no existen datos arqueológicos firmes sobre la existencia de una cerca muraria, que podría haber sido quizá destruida por la medieval. Tampoco tenemos constancia directa, aunque sí elementos arquitectónicos aislados, de estructuras domésticas o edificios públicos, que se habrían situado presumiblemente en el centro de la meseta de Villa Vieja. Sus áreas industriales, sin embargo, son el aspecto mejor conocido de esta urbe, y tanto la alfarera como especialmente la salazonera se ubican en los bordes norte, este y sur de la meseta, y por tanto limitando con el río de la Miel, el mar y el arroyo Saladillo respectivamente (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007). El barrio salazonero se situaría probablemente intramuros y se conocía desde hace décadas por diferentes hallazgos aislados de piletas de salazón entre la antigua playa de El Chorruelo y el Hotel Reina Cristina, entre la calle Marqués de la Ensenada y el Paseo de la Conferencia, o en la calle San Quintín (Pemán Pemartín, 1954: 176; Rodríguez Oliva, 1977a: 346 y ss.; Liz Guiral, 1985; Ponsich, 1988: 186; Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991: 136). Pero fueron una serie de intervenciones preventivas acometidas a partir de la década de 1990 las que pusieron al descubierto en la calle San Nicolás un importante complejo industrial compuesto por un mínimo de nueve factorías y 70 piletas de salazón (Jiménez Pérez et al., 1995; Salado Escaño et al., 1998a y b; Bernal Casasola et al., 2003 y 2005) (Fig. 50). Esta área industrial, objeto de una completa memoria que se encuentra hoy en prensa (Bernal Casasola, e.p.), estuvo en funcionamiento entre el s. I y el s. VI, estaba dotada de un complejo sistema de abastecimiento hídrico formado por diversos pozos y canalizaciones, y la envergadura de sus estructuras la sitúan entre los más destacados complejos salazoneros del occidente mediterráneo. Las excavaciones en estas factorías de salazón han permitido además confirmar el carácter plenamente urbano del asentamiento, definido por una estricta planificación espacial que mantuvo sus ejes principales hasta el s. VI. Se ha identificado un decumano de 8 m de ancho, pavimentado y probablemente porticado en ese punto, además de un cardo y un segundo posible decumano. Los edificios se dispusieron en torno a estos ejes según un esquema ortogonal, en insulae, y mantuvieron esas pautas de organización hasta la amortización del barrio salazonero el s. VI, como hemos mencionado (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 173-174). Asociada a dicha área salazonera, aunque conocida más superficialmente, existió un área alfarera que estuvo en funcionamiento tan sólo a inicios de la época altoimperial, coincidiendo con los primeros momentos de vida de la ciudad de Traducta. A lo largo del pasado siglo se produjeron

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numerosos hallazgos de material procedente de alfares, como fallos de cocción de ánforas y restos de posibles hornos, en puntos ya citados como El Chorruelo, el Hotel Reina Cristina o la calle San Quintín, pero también en la zona de la Huerta del Carmen. Esta última ubicación ha sido confirmada por la reciente excavación de un alfar romano, compuesto por al menos tres hornos, en la finca de la antigua conservera Garavilla, junto al arroyo Saladillo. La cronología del conjunto confirma aquélla atribuida a los citados hallazgos y se concentra en los primeros momentos de la ciudad, entre fines del I a.C. y mediados del s. I. (Tomassetti Guerra et al., 2009).

Figura 50.- Factorías de Traducta, conjunto de la calle San Nicolás (foto D. Bernal 2006). El área de necrópolis de la ciudad altoimperial se situó al norte, en la meseta de la Villa Nueva algecireña, y por tanto separada de la urbe por la desembocadura del río de la Miel, donde pudo ubicarse el puerto antiguo. Las primeras evidencias de esta área funeraria fueron descubiertas en 1967 en la intersección de las calles Rafael Muro y Cánovas del Castillo y permitieron constatar la existencia de una necrópolis de incineración que habría estado en uso entre época augustea y mediados del s. I. (Rodríguez Oliva, 1977a). Posteriormente, sendas intervenciones preventivas en la cercana calle General Castaños descubrieron nuevos restos de pequeñas fosas con cubierta de tegulae y ladrillos que podrían corresponder a incineraciones de esa misma necrópolis (Torremocha Silva, 1999; Torremocha Silva y Salado Escaño, 1999). Al sur de ésta primera, en la Avenida de la Marina, se ha excavado hace pocos años una segunda necrópolis, en esta ocasión de inhumación y de los ss. III al V. Este desplazamiento hacia el sur del área funeraria en época tardorromana se ha atribuido a la colmatación del antiguo estuario, que habría generado nuevas extensiones de tierra firme cercanas a la urbe. Las sepulturas de dicha necrópolis fueron excavadas, de hecho, sobre dunas consolidadas, habituales en el entorno de ensenadas y lagunas litorales (Bravo Jiménez et al., 2008).

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Podemos afirmar, pues, que según los datos conocidos hasta el momento, la Villa Nueva no habría albergado en época antigua más que las áreas funerarias, ya que el resto de hallazgos romanos realizados en este lugar se encuentran descontextualizados y pudieron haber sido desplazados desde la ciudad en épocas posteriores. Podrían haber correspondido también a estructuras periurbanas como villae monumentales, hipótesis interesante para el conocimiento de Traducta, pero que estaría por confirmar arqueológicamente (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 165-166). El puerto estuvo situado seguramente en la desembocadura del río de la Miel, dado lo adecuado del lugar para esa función y las abundantes evidencias de época romana recuperadas en los diferentes dragados del puerto moderno de Algeciras. Jugó sin duda un papel destacado en la vida de la ciudad, como en el caso de Carteia, y habría tenido además una importante función de articulación espacial al separar la urbe, al sur, de las áreas funerarias, al norte. Sin embargo, este panorama “dual” de Traducta, definido por la ubicación de la ciudad en la meseta al sur del río de la Miel (Villa Vieja) y las necrópolis al norte del mismo (Villa Nueva), podría verse enriquecido si se confirma la interpretación de una serie de estructuras altoimperiales descubiertas en la Plaza del Coral, en la Villa Vieja, como posibles monumentos funerarios. En una intervención realizada en 2007 se identificaron, en efecto, unos posibles monumentos con material asociado de los ss. I y II, incluida una de las escasas monedas de Iulia Traducta hallada en contexto estratigráfico, bajo un gran vertido de material y escombro del s. VI (Bravo Jiménez y Trinidad López, 2010). Quedaría, por tanto, confirmar el carácter funerario de esa zona, que parece condensar un largo recorrido histórico. Como en el caso de Carteia, el entorno periurbano de Traducta pudo haber albergado otras factorías de salazón, como la de la Isla Verde, donde hay noticias de la existencia de piletas (Vicente Lara y Vicente Ojeda, 2002: 491 y ss.); y desde luego, sí albergó otras dos necrópolis, algo más alejadas de la ciudad pero dentro de un radio de 5 km: la necrópolis de El Rinconcillo (II) o Torre Almirante, formada por un conjunto de cremaciones en urna que ha sido generalmente asociado al complejo alfarero altoimperial de El Rinconcillo, del que sin embargo la separan más de 900 m (Rodríguez Oliva, 1977a; Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991: 135), y la necrópolis de La Menacha, junto a la carretera CA-231, donde aparecieron en la década de 1980 restos de huesos y tegulae de una posible necrópolis de inhumación (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991: 135). En función del ritual funerario y de los escasos datos sobre el material recuperado y la tipología de los enterramientos, podríamos ubicar la primera de ellas en los momentos iniciales de Traducta, mientras que la segunda podría ser de época imperial más avanzada, o tardorromana. De forma paralela al debate historiográfico sobre la existencia de una ciudad romana bajo la actual Algeciras, se ha desarrollado también el referido a la identificación de dicha ciudad con topónimos transmitidos por las fuentes como Iulia Ioza, Tingentera y Iulia Traducta (Sedeño Ferrer, 1988; Sillières, 1988; Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991; Gozalbes Cravioto, 1993a y b; Gómez Arroquia, 2001: 130 y ss.; Bravo Jiménez, 2003a; González Fernández, 2005: 53, nota 57; Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007). La Iulia Ioza que menciona Estrabón se situó sin duda en la orilla norte del Estrecho pues este autor nos dice “también Zelis era vecina de Tingis, pero los romanos la trasladaron a la orilla opuesta, añadiendo incluso algunos habitantes procedentes de Tingis; enviaron también colonos propios y denominaron Iulia Ioza a la ciudad” (Geo., III, 1, 8). Es decir, en la costa europea del Estrecho los romanos fundaron una ciudad con los habitantes de ciudades de origen púnico-mauritano como Zelis y Tingis, a los que se unieron ciudadanos romanos. Este

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episodio guarda un alto interés histórico y ha generado un nutrido debate, en el que nos parece importante destacar el papel jugado por las ciudades del Estrecho, muy especialmente la bahía de Algeciras y Tingi, al otro lado, en los procesos de conquista e integración en el Imperio romano (Gozalbes Cravioto, 1993a y b). La narración de Estrabón nos ilustra sobre los diferentes mecanismos de recompensa, o en este caso castigo, que practicó Roma en el Estrecho, así como sobre la normalidad de los traslados de población en la zona, ya referidos en otra parte. Las palabras de Mela, que tienen un mayor valor, al ser él natural de la zona, nos permiten incluso ubicar la ciudad mencionada por Estrabón en la bahía, al afirmar que Tingentera, “que pueblan fenicios, procedentes de África”, se situaba en el mismo golfo que Carteia (Chor., III, 96)82. La referencia a unos habitantes procedentes de África y la posible interpretación del vocablo Tingentera como un término coloquial derivado de “Tingi altera”, “la otra Tingi”, apuntarían pues a la misma ciudad que Estrabón. Permítasenos en este punto una pequeña reflexión sobre algunos paralelismos entre ambas ciudades. En primer lugar, en el patrón de asentamiento, al ser tanto Tingi como Traducta las dos únicas urbes del Estrecho, entendido éste de forma estricta, que se sitúan sobre terrazas costeras, superiores en ambos casos a los 15 msnm, y no en islas, istmos o suaves laderas; ambas urbes han estado, además, históricamente atravesadas por dos ríos, Melaleh en el primer caso y de la Miel en el segundo, que las delimitarían en origen para acabar siendo finalmente absorbidas por la ciudad. Pero el aspecto más interesante, más allá del patrón de asentamiento, que se debió seguramente a razones diferentes a la búsqueda consciente de una topografía que recordara a Tingi, es el registro funerario. Si bien se trata de un ejemplo muy concreto, consideramos importante destacar el paralelismo exacto que las urnas cinerarias de la necrópolis instalada en la calle Cánovas del Castillo de Algeciras desde época augustea (Rodríguez Oliva, 1977a; Gómez Arroquia, 2001: 167), tienen en la tingitana de Marshan (Ponsich 1970, pl. LXXIV). Estas urnas tienen el valor de ser uno de los escasos restos materiales que podemos asociar a los primeros momentos de Traducta, y el hecho de tratarse de cerámica común, con paralelos exactos en Tingi, nos lleva irremediablemente a pensar en los tingitanos que, según Estrabón, formarían parte de esa primera Traducta. Otros autores no son tan claros a la hora de referirse a la ciudad. Plinio mencionó una colonia llamada Iulia Traducta al hablar de Tingi (N.H., V, 1, 2), lo que se ha interpretado como una alusión a la ciudad de la que venimos hablando, aunque el autor parece desconocer el importante episodio citado por Estrabón y confundir ambas (Cortijo Cerezo, 1993: 192; Gozalbes Cravioto, 1993a: 274). Para cerrar el círculo sobre la equivalencia de estos topónimos, otros autores como Ptolomeo (Geo., II, 4, 6), Marciano de Heraclea (II, 8-9), el Anónimo de Rávena (305, 12; 344, 6), Guido de Pisa (516, 5) o Gregorio de Tours, en su Historia Francorum (II, 2), mencionaron una Transducta o Traducta, que significaría “trasladada”, es decir, lo mismo que el griego “ioza” de Estrabón. La mayor parte de los investigadores coinciden hoy, por tanto, en que los cuatro topónimos citados, Iulia Ioza, Tingentera, Traducta y Iulia Traducta, hacen referencia a una misma realidad urbana, ubicada en el solar de la actual Algeciras y coincidente con la ceca de IUL(ia) TRAD(ucta). La excepción entre las fuentes que citan a Traducta la presenta el Itinerario de Antonino, que no menciona ninguno de estos topónimos, sino al problemático Portus Albus, entre Carteia y Mellaria (407, 1). La ausencia de Traducta en esta obra realizada en el s. II pero redactada hacia finales 82

Algunos autores relacionan a esos fenicios con la otra ciudad citada, Carteia, al considerar que el pasaje hace referencia al traslado de población desde la otra orilla del Estrecho por parte de los cartagineses, y no de Roma (López Pardo y Suárez Padilla, 2002; Roldán Gómez et al., 2006a: 537).

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del s. III (Roldán Hervás, 1975: 20-21), cuando la ciudad tenía una más que notable importancia urbana y comercial, ha generado distintas hipótesis al respecto, que han sido ya expuestas en otro apartado. Nos parece interesante destacar aquí la tesis que consideramos más probable y que defiende que ese portus hiciera mención a Traducta, puesto que su uso en ablativo, Porto Albo, nada extraño en el Itinerario, haría referencia no al puerto sino al punto de la vía en que se tomaría el ramal hacia el mismo, y que podríamos traducir por “hacia Portus Albus” (Corzo Sánchez y Toscano San Gil, 1992: 78-81). Interpretación que no entraría en contradicción con el hecho de que fueran unas posibles salinas las que dieron el sobrenombre de “blanco” al puerto de Traducta. Derivado de las citadas menciones, parte del debate en torno a Traducta ha correspondido, lógicamente, a su posible estatus de colonia romana. Apoyarían su consideración de colonia además del citado relato de Estrabón, el apelativo de Iulia y la existencia de una ceca de iconografía marcadamente imperial, al representar símbolos inequívocos del emperador y su familia –los caesares gemini Cayo y Lucio-, así como atributos sacerdotales como el simpulus, el lituus, el aspergillum, la pátera, el gorro flamíneo y la corona cívica (Sáez Bolaño y Blanco Villero, 1996: 301-312; García-Bellido y Blázquez Cerrato, 2001: 370-372). Otra evidencia arqueológica interpretada como indicio de la existencia de una colonia es un pedestal de mármol con dedicatoria a Diana, considerado tradicionalmente de Barbesula (Rodríguez Oliva, 1973; Presedo Velo, 1974), pero que podría proceder de Traducta y demostrar la existencia de un culto imperial propio de una colonia (Ventura Villanueva, 1991). Por el contrario, las razones que podrían esgrimirse en contra de su consideración como colonia serían argumentos ex silentio, como la ausencia de epigrafía o textos concluyentes83. La colonia de Traducta habría sido fundada con anterioridad al año 27 a.C. dado su apelativo de Iulia y no de Augusta, como hubiera cabido esperar tras el inicio del Imperio. Aconteció quizá entre el año 29 y el 28 a.C., de tal modo que los romanos incluidos como colonos podrían ser veteranos de la batalla de Actium contra Marco Antonio. Con esta fundación, Octavio habría buscado recompensar a los veteranos y a la vez pacificar una zona conflictiva, asegurándose el control de la bahía, pero sobre todo del Estrecho en general (Gómez Arroquia, 2001: 139; Bravo Jiménez, 2003a, 2004 y 2005). Dicha fundación se encuadró precisamente en un intenso contexto de urbanización y municipalización en Hispania, iniciado por César y continuado por Octavio, con vistas a consolidar el dominio romano, la ordenación territorial y la definición de límites de los territoria, mediante la creación de colonias en zonas estratégicas o la promoción de ciudades (Cortijo Cerezo, 1993: 22-23; Santos Yanguas, 1998: 16 y ss.; Roddaz, 2003: 163 y ss.). Una vez analizada la interesante problemática histórica de Traducta, un aspecto que merece una especial atención en nuestro estudio son las implicaciones territoriales que habría tenido la fundación de esta nueva ciudad en la bahía. La principal consecuencia de la instalación de una colonia sería la pérdida de tierras, y por ende de poder, por parte de la antigua colonia libertinorum Carteia, ciudad privilegiada hasta entonces. Es posible, de hecho, que hubiera sido un mecanismo de castigo por parte de Roma la instalación de una colonia junto a una ciudad que se había alineado con Pompeyo en las guerras civiles (Sáez Fernández, 2002: 424). 9.1.2. Evidencias de un posible catastro antiguo La creación de una colonia por Octavio implicaría la existencia de una deductio colonial y la correspondiente asignación de tierras a los colonos. Sin 83

Para una completa bibliografía sobre este debate ver Gozalbes Cravioto, 1993b: nota 11; Bravo Jiménez, 2003a y 2004.

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embargo, como en el caso de Carteia, desconocemos la existencia de una centuriación en Traducta, excepción hecha del posible catastro que a continuación describimos. La zona en consideración es la actual barriada de El Rinconcillo, al norte de Algeciras, situada entre el tramo de la autovía A-7 y la playa homónima, y delimitada al norte por las marismas del río Palmones. En este punto hemos podido identificar un área muy reducida, definida por su organización ortogonal, que contrasta de manera radical con el resto de las tramas urbanas y suburbanas de la bahía. La constatación de su existencia en momentos previos al crecimiento urbano de los años sesenta, así como su articulación a partir un tramo de la vía costera entre Traducta y Carteia, nos lleva a plantear, a modo de hipótesis, su posible datación en época antigua.

Figura 51.- Evidencias de un catastro ortogonal en El Rinconcillo (CGE, Ar.GT.9-C.2-854; AGA, (09)003_00231/PLA01-08-024-01195; CECAF, B323-33120). A partir del análisis de documentación cartográfica y fotografía aérea, hemos podido delimitar un área cuadrangular de unos 720 m de lado y una orientación N-S, semejante por tanto

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a la extensión de una centuria, si bien la existencia de un brazo de río dificulta el establecimiento de su límite oriental. Sus divisiones internas son igualmente difíciles de establecer por las profundas modificaciones provocadas por la urbanización de la zona, pero podríamos definir unas subdivisiones horizontales, de unos 160 m de ancho, que a su vez parecen dividirse en rectángulos verticales formados por pequeñas parcelas, por lo que recordarían más a una división per strigae et scamna que a las tramas centuriadas cuadrangulares canónicas. El paralelo más parecido que hemos encontrado ha sido el tercer catastro de la ciudad sabina de Rieti (Reate, Italia) coincidente además en el tiempo al datar del año 27 a.C. (Chouquer y Favory, 1992: 108). Desde el punto de vista geomorfológico, esta parcelación se ubica sobre el aporte sedimentario tanto marino como del citado río y por tanto en una de las márgenes del antiguo estuario, aunque la instalación del alfar de El Rinconcillo en el s. I a.C. demostraría que al menos en esa época el lugar ya era tierra firme. Por otro lado, se trata de una de las zonas más aptas para la agricultura aún en la actualidad, puesto que sus suelos son ricos en nutrientes por su naturaleza aluvial, al verse paliada la alta salinidad del río por el acuífero cuaternario de Guadarranque-Palmones. El principal argumento para descartar su datación contemporánea es lo anómalo que resulta una ordenación espacial tan escrupulosa en un barrio cuyo origen fue la parcelación clandestina, de carácter espontáneo, iniciada en los años sesenta (Pardo González, 2001: 123; PGMO de Algeciras, 2001; Europasur, 22/02/2008). De hecho, aunque en la actualidad la zona está urbanizada, resulta llamativo que las escasas zonas de huerto mantengan igualmente dicha trama. La fotografía aérea de los años cuarenta y cincuenta confirmaría que la organización parcelaria es anterior a la barriada, pues refleja la zona ocupada tan sólo por pequeños huertos, pero ya perfectamente parcelada. Más difícil resulta retroceder en el tiempo a través de la cartografía histórica, dado que ésta fue una zona no urbana y por tanto carente de interés para los topógrafos. Hemos podido no obstante identificar dicha trama en mapas de inicios del s. XX (1932 y 1934) y en uno del s. XIX (1824), que representa muy nítidamente la vía N-S entre Algeciras y el Palmones, así como algunas líneas perpendiculares a la misma que delimitan diferentes parcelas (Fig. 51). Por último, aunque menos seguro, un mapa de 1722 que muestra, bastante idealizados, unos cultivos de marcada ortogonalidad en la misma zona. Por otro lado, el reconocimiento sobre el terreno nos ha permitido documentar, además de las calles que han fosilizado los antiguos caminos y límites parcelarios, la continuación de los ejes en las zonas que aún no han sido urbanizadas, mediante bancales y fosos que delimitan las parcelas, siempre según ejes N-S y E-O. En función de lo dicho, podemos plantear que el sistema ortogonal de El Rinconcillo existía con toda seguridad al menos en el s. XIX. En cuanto a su origen, la primera hipótesis fue atribuirlo a la refundación de Algeciras tras el exilio de los gibraltareños en 1704, que motivó la confección por parte de un ingeniero militar, el marqués de Verboom, de un plan de urbanización de la nueva ciudad basado en una trama ortogonal (1730). Sin embargo, sus planes no afectaron al territorio más allá de la ciudad, y ni siquiera en ésta se respetó de forma estricta, tal y como apreciamos hoy en la Villa Nueva (Pardo González, 2001: 21 y ss.; Vicente Lara, 2001: 119). Si retrocedemos en el tiempo, Algeciras había estado despoblada desde el s. XIV y, con anterioridad, la ciudad islámica habría organizado su territorio de forma radial, como es habitual para esa época, por lo que la hipótesis de una cronología romana para esa trama nos parece la más factible. Pero el argumento más claro para vincular esta parcelación con la ciudad de Traducta, es

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su organización en torno a la vía que discurre al norte de la ciudad, en perfecta orientación N-S. Dicha vía estaría documentada indirectamente por la existencia de hallazgos de tipo funerario alrededor de ese eje, que habría quedado fosilizado en la antigua “calle Imperial”, actuales calles de Rafael Muro, José Antonio, Plaza Alta y Alfonso XI, y podría estar también documentado en época medieval (Gómez de Avellaneda, 1999; Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 166). Esa vía que salía de la ciudad hacia el norte continuaba 1,7 km en dirección noroeste por la actual Avenida Capitán Ontañón y la calle del Maestro Millán Picazo, hasta tomar el trazado de la actual N-340, que transcurre en un perfecto sentido N-S durante 1 km hasta girar poco antes del río Palmones. Sin embargo, según atestigua la cartografía histórica analizada, el camino tradicional mantenía la misma orientación a lo largo de la Avenida del Embarcadero hasta el mismo río; de hecho, era allí donde se ubicaba el embarcadero o barca de Palmones que dio nombre al lugar y que estuvo en funcionamiento desde 1717 (Vicente Lara, 2001: 182). Es decir, la vía que se extiende al N de la ciudad y el posible catastro que creemos haber identificado en torno a ella, tienen unas características muy concretas, que, en función del conocimiento de la historia de Algeciras, sólo pueden entenderse en un contexto urbano desarrollado como el romano. Y aunque se trata lógicamente de una propuesta apoyada en un análisis de la documentación planimétrica, y que habrá de ser confirmado por estudios más completos que combinen también prospecciones superficiales, geofísicas y geoarqueológicas, hemos querido abordar aquí esta posibilidad dadas sus importantes implicaciones en la reorganización territorial de época imperial. En efecto, esta particular configuración parcelaria cobraría sentido a la luz del conocimiento histórico de Iulia Traducta, cuya fundación hubo de implicar una deductio colonial y la consiguiente asignación de tierras. Aunque en el caso de Carteia parece que no existió dicha centuriación, quizá por el momento histórico de inicio de la presencia romana en Hispania, así como por la existencia de una ciudad con su ordenación territorial previa, ahora la fundación de Traducta en un contexto político completamente diferente, respondía a la doble necesidad de reforzar el control romano en el Estrecho y de nuevas tierras para los veteranos. Otro ejemplo que nos ilustra sobre la importante acción del emperador en la zona es el traslado de la Silla del Papa-Bailo a la playa, Baelo, certificando el fin de la necesidad defensiva y el nacimiento de una nueva economía pesquera, en consonancia con la política, a escala imperial, de pacificar y fomentar la vida urbana (Moret y Prados Martínez, 2014). Las condiciones orográficas y pedológicas de la bahía no eran en todo caso las más adecuadas para la explotación agrícola extensiva, por lo que de haber existido efectivamente una centuriación, es probable que ésta hubiera afectado a una extensión muy limitada de terreno, situada entre la costa y el inicio de las sierras, y en el caso de Traducta, la zona de El Rinconcillo es sin duda la más adecuada. No en balde, la adaptación a cada paisaje, y en especial a elementos destacados como el mar, fue algo común en la ordenación territorial romana y en concreto en las centuriaciones (Castillo Pascual, 1996: 87 y ss.). Finalmente, y con todas las precauciones, no podemos dejar de mencionar la vocación cerealista que traslucen las monedas de Iulia Traducta, con representación de espigas, así como el perfil agrícola de los habitantes que habrían sido trasladados desde Zilil, quizá para aprovechar su experiencia a la hora de poner en cultivo nuevas tierras (Gozalbes Cravioto, 1993a: 272).

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9.1.3. Reorganización territorial de la bahía Creemos importante valorar en este punto la indudable merma territorial y quizá también demográfica que la instalación de Traducta habría supuesto en el territorio de Carteia. La fundación de una segunda colonia en la bahía implicaría, de nuevo, la existencia de una asignación de tierras a veteranos y también, en este caso, a antiguos ciudadanos de Tingis y Zilil. La particularidad en esta ocasión era que la nueva colonia se instalaba en el territorio de una colonia preexistente, de la que apenas la separaban 7 km, por lo que Carteia perdía de facto la mitad de su territorio costero, correspondiente al oeste de la bahía. Como ya mencionamos al analizar la deductio de Carteia, Roma había previsto estos casos y tras una adsignatio era habitual que parte de las tierras sobrantes (agri redditi) se entregaran a los antiguos propietarios. Esto quiere decir que quizá parte de ese nuevo territorio perteneciente a Traducta fuera de alguna manera restituido a los carteienses que lo poseían, y que incluso volviera a la jurisdicción de la antigua ciudad. Un buen ejemplo lo tenemos en el caso del citado catastro B de Orange, del año 35 a.C. y por tanto muy cercano en el tiempo a la fundación de Traducta, que indica la restitución de tierras a los Tricastini tras la fundación de la colonia Iulia Firma Secundanorum Arausio (Castillo Pascual, 1996: 170 y ss.).

Figura 52.- Propuesta teórica, a partir de polígonos Thiessen y los cursos de agua destacados, de la extensión de los territorios de Carteia, Traducta, Barbesula y Mellaria. Otra manera que tuvo Roma de compensar a las ciudades en cuyo territorio había fundado colonias, fue entregarles nuevas tierras, extraterritoriales y en ocasiones muy alejadas de las ciudades, pero que ofrecían algún recurso interesante. Generalmente, las ciudades que recibía estas propiedades, les sacaban rendimiento mediante el cobro de vectigales a sus antiguos propietarios, que serían quienes las explotaran finalmente. Un magnífico ejemplo lo tenemos en Capua, a la que

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Roma compensó por la continua instalación de veteranos en su territorio, mediante la concesión de tierras de extraordinaria riqueza agrícola en Knossos, Creta (Castillo Pascual, 1996: 198 y ss.). En nuestro caso, las pérdidas de Carteia no sólo serían de territorio sino lógicamente de las instalaciones que la ciudad poseía en la zona que ahora pasaba a Traducta. Y en concreto el alfar de El Rinconcillo, núcleo económico importante, y que quedaba ahora a tan sólo 3 km de la nueva ciudad. Dado que el origen la figlina está bien constatado arqueológicamente en un momento anterior a la fundación de Traducta, podemos concluir que habría sido fundada por Carteia para posteriormente pasar a depender de la nueva colonia (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 177 y ss.). Quizá podríamos añadir otros enclaves de difícil datación del territorium de Traducta que podrían haber existido con anterioridad a la misma y por tanto haber dependido de Carteia en un primer momento, como las necrópolis de La Menacha y de El Rinconcillo, o los asentamientos fortificados del Monte de la Torre y Garganta del Cura, que parecen haber perdurado en esta época. Sin embargo, a pesar de estas mermas territoriales y materiales de Carteia, la indudable existencia de una competencia entre las dos ciudades, y la consideración tradicional de que Traducta fue desplazando a la ciudad de origen púnico desde época altoimperial, la realidad arqueológica muestra un claro protagonismo de Carteia también a lo largo de toda la época romana, a lo que se añade una mayor presencia en las fuentes escritas. Es interesante comprobar que en la propia bahía la ceca de Carteia es siempre la predominante, dado además que tuvo una vida más prolongada, mientras las monedas de Traducta son escasas, y en Carteia conocemos tan sólo un ejemplo. Ésta lideraría, pues, las ciudades de la orilla sur del Estrecho como principal enclave redistribuidor, por lo que las pérdidas territoriales y materiales que sin duda le infligió la fundación de Traducta se vieron sobradamente compensadas por el auge económico de época altoimperial (Bernal Casasola, 1998a: 37 y ss.). Como consecuencia de la cercanía de ambas ciudades, ya P. Sillières (1988) planteó que éstas hubieron de tener amplios territoria alargados con una importante penetración hacia el interior, si bien el escaso poblamiento en las sierras que bordean la bahía dificulta el plantear un límite septentrional para las mismas, que por otro lado orientaron su poblamiento y su economía al mar. En cuanto a los límites entre ambas, si bien carecemos de información epigráfica o de otro tipo que nos permita concretar su emplazamiento, se vienen situando en el río Palmones por ser una frontera natural casi equidistante entre las ciudades (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 177 y ss.; Bravo Jiménez, 2010: 442 y 452). Algunos criterios arqueológicos empleados a la hora de defender la pertenencia de yacimientos de la margen izquierda del Palmones como el alfar de la Venta del Carmen a Carteia han sido la presencia de sus monedas como única ceca hispánica (Arévalo González y Bernal Casasola, 2002), o el hecho de que su producción cerámica haya sido perfectamente documentada en la ciudad (Roldán Gómez y Bernal Casasola, 1998). En todo caso, el valor fronterizo del Palmones ha sido una constante histórica, pues en época moderna, tras la pérdida de Gibraltar y el surgimiento de núcleos poblacionales en la bahía como San Roque, Los Barrios o Algeciras, se establecieron los límites de San Roque en el Guadarranque, de Algeciras en el Palmones y la zona intermedia se reservó para Los Barrios (Montero, 1860: 331). Esa zona estaba ocupada además por marismas que la convertían en una perfecta “tierra de nadie”, y de haber existido unas salinas, como planteamos, serían de propiedad estatal, lo cual se adapta bien a esa idea de espacio neutro como frontera. Dado el gran valor de este tipo de explotaciones, es probable sin embargo que Traducta se hubiera visto beneficiada con la concesión

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de su explotación, lo que apoyaría la tesis ya mencionada de que el adjetivo “blanco” del Portus Albus del It. Ant., aludiera efectivamente a la sal que se exportaría desde el puerto de Traducta. Hacia occidente, el límite entre Traducta y Mellaria pudo ser el Guadalmesí, y hacia oriente, el de Carteia con la ciudad de Barbesula pudo ser Punta Mala o el arroyo Guadalquitón (Gozalbes Cravioto, 2001b; Bravo Jiménez, 2010: 442, 454). Parece evidente, en todo caso, que la fundación de Traducta habría implicado una radical disminución del territorio adscrito a Carteia que, si bien en época republicana habría ejercido su influencia sobre una amplia zona, esta capacidad se diluiría ahora en el complejo sistema de administración territorial estatal (Fig. 52). 9.2. C 9.2.1. Monumentalización en la urbe Como otras muchas ciudades del Imperio, Carteia experimentó en época augustea una notable monumentalización acompañada de una reorganización de toda la plataforma del foro, donde un gran edificio porticado, en estudio por parte del Proyecto Carteia, adquirió todo el protagonismo. También de época imperial, pero algo posterior, dataría la construcción de grandes infraestructuras como la muralla, el acueducto, el teatro, las termas y el barrio salazonero, que la confirieron un aspecto de verdadera urbe romana (Roldán Gómez et al., 2006a: 394 y ss. y 2009). El estatus de municipium de la que había sido colonia libertinorum está bien atestiguado por un epígrafe aparecido en la ciudad (Hoyo Calleja, 2006a: 11 y 2006b: 468). Aunque la opinión generalizada es que lo habría obtenido, como muchas otras ciudades hispanas, con el edicto de Vespasiano en el año 73-74, A.T. Fear ha planteado la sugerente hipótesis de que lo hubiera alcanzado anteriormente, con la Lex Iulia de civitate de 90 a.C. que otorgó la ciudadanía romana a las antiguas colonias latinas. Según esta tesis, Carteia habría sido, además de la primera colonia latina documentada en Hispania, uno de los primeros municipia, y por tanto formaría parte de los diez existentes en la Bética según Plinio (Fear, 1994). Carteia se adecuaba perfectamente, pues, a la imagen de una verdadera ciudad romana, idea que queda también reflejada en las menciones de Tito Livio o Estrabón (Bedon, 2003: 259; Castro Páez, 2004). Independientemente del momento en que lograra el estatus municipal, sí parece que en el s. I la ciudad, como muchas otras, experimentó una “segunda romanización”, reflejada en la citada monumentalización urbana y en el rico registro epigráfico que se constata a partir de ese momento, y que permite documentar cultos de cuño romanos, así como la presencia de las tribus Sergia y Galeria, verdaderos indicadores de latinidad en las poblaciones de la Bética, siendo la primera propia de fundaciones republicanas y la segunda de imperiales (González Fernández, 2005; Hoyo Calleja, 2006b: 471). Acorde con esta revitalización urbana de Carteia, el paisaje periurbano que analizamos a continuación reflejó de forma magnífica, tanto el crecimiento económico y demográfico del momento, como las pautas que caracterizaron el poblamiento altoimperial en la bahía: una clara vocación costera y una dedicación casi monográfica a la industria salazonera. Los espacios periurbanos, para los que los romanos emplearon términos como suburbanus, extra urbem, extra moenia o extra murum, tenían una organización espacial propia, caracterizada por aunar elementos tanto urbanos como rurales, y por rasgos propios como la concentración de necrópolis o de actividades industriales (Fernández Vega, 1994; Goodman, 2007: 1-6). Esos espacios, a los que la arqueología hispanorromana ha prestado una atención específica sólo

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muy recientemente, podrían definirse por su polivalencia y por un crecimiento más dependiente de rasgos internos y coyunturas de cada ciudad, que de pautas generales (Vaquerizo Gil, 2010). Las funciones relegadas a estos espacios fueron múltiples y muy diferentes, desde las más molestas y desagradables, como las actividades industriales o los basureros, a las más nobles y sagradas, como las necrópolis o los santuarios extraurbanos, sin olvidar la importancia del ocio y los edificios de espectáculos o los horti, las lujosas residencias aristocráticas conocidas en la literatura arqueológica como villae suburbanas (Purcell, 1987; Fernández Vega, 1994).

Figura 53.- El entorno periurbano de Carteia, con las áreas industriales, las necrópolis y el tramo final del acueducto en línea discontinua (base: IGN, PNOA 2013). En el caso de Carteia, el estudio de las áreas periurbanas altoimperiales realizado como parte de nuestra tesis doctoral puso en evidencia el gran potencial de dichos espacios para el conocimiento de la ciudad, al establecer por primera vez las diferentes áreas funcionales a partir de las evidencias recientes y de aquéllas conocidas de antiguo (Jiménez Vialás, 2012a: 567 y ss.). Este hecho resulta sorprendente dado que se ha considerado tradicionalmente que las instalaciones industriales asociadas a la refinería habían agotado por completo todo elemento arqueológico del entorno de Carteia (Fig. 53). Es indudable que la frontera entre lo propiamente urbano y lo periurbano es la muralla, y que sus puertas son los cauces de comunicación entre los dos ámbitos. En Carteia, si bien no conocemos ninguna de las puertas de forma exacta, sí contamos con una serie de indicios que nos permiten establecer su potencial ubicación. En función de criterios topográficos y urbanísticos, los investigadores del Proyecto Carteia han propuesto la existencia de tres puertas en el flanco

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norte, que denominaremos I, II y III de O-E y otras tres en el sur, que denominaremos IV, V y VI (Roldán Gómez et al., 2006a: 58 y ss.). Esta hipótesis se ha visto reforzada recientemente con la aparición de la necrópolis de INTERQUISA que mencionaremos más adelante y que se ubicaría en las proximidades de la puerta I. A esas seis puertas habría que sumarle una séptima, la “Puerta de la Playa” excavada por J. Martínez Santa-Olalla junto a la Torre del Rocadillo en los años cincuenta, que marcaría el acceso a la ciudad desde la playa y el extremo oriental del barrio salazoneroportuario, y que conocemos exclusivamente por las fotografías del investigador (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b). Entre estas puertas, tendrían una especial relevancia la I al noroeste y la IV y la VII al sur, dado que eran más fácilmente accesibles que el resto, por encontrarse en la parte más baja de la ciudad, y que allí se dirigirían las dos principales vías que llegaban a la ciudad. La situación costera de Carteia, que limitaba con el mar de la bahía por el sur y con el estuario por el oeste, así como el relieve áspero, rocoso y con un importante desnivel en la zona noreste, condicionaban el acceso por tierra a la misma, que debía realizarse bien bordeando el estuario por el norte, bien siguiendo la costa por el sur. Estos dos corredores, al norte y al sureste, serían por tanto los principales accesos a la ciudad, por lo que parece ser que el crecimiento de los suburbia no habría sido circular ni radial, como es habitual en ciudades no costeras, sino guiado por la costa, por lo que se dibuja un paisaje periurbano en que el modelo de ocupación costera y las actividades industriales desempeñaron un papel protagonista; si bien nuestra información es parcial dado el grado de alteración de la zona situada inmediatamente al este de la ciudad y ocupada por la refinería. El primero de estos caminos discurriría al norte de la ciudad en paralelo al actual arroyo Madre Vieja, por el camino tradicional de Guadarranque a San Roque que fosiliza hoy la CA2321. Éste habría sido el principal acceso terrestre a la ciudad ya que agrupaba el tramo final de las vías procedentes del interior, de Acinipo y Corduba, pero también de la vía de la costa en ambos sentidos, el oriental desde Barbesula y el occidental desde Traducta; quizá por ello, coincide con el área periurbana donde se ha podido documentar una mayor densidad de ocupación. Este camino daría acceso a las puertas del lado norte de la ciudad, es decir, la I, la II y la III aunque es probable que existieran ramales desde la puerta I, que sería la principal, a las otros dos. El segundo camino principal a la ciudad discurriría por el litoral de la bahía al este de Carteia, siguiendo el camino tradicional de Algeciras a Gibraltar, y sería un ramal de la vía costera que se dirigiría de Carteia a Calpe. En su recorrido atravesaría la necrópolis del Gallo, donde P. Quintero Atauri mencionó la existencia de una calzada romana (1929: 10 y ss.) y donde según J. Martínez Santa-Olalla se conservaban entre la necrópolis y la playa “vestigios de la Vía Herculia, de Málaga a Cádiz pasando por Carteia” (1955/1998: 93). Más adelante, este camino pasaría por el núcleo alfarero de Villa Victoria, donde también se han documentado restos de un posible camino empedrado de época romana (Piñatel Vera, 2004b). Como en el lado norte, es probable que la puerta principal de este lado sur fuera también aquélla ubicada en la zona más baja, en este caso la VII (Puerta de la Playa) y quizá también la IV. Además de estos dos accesos principales a la ciudad, al norte y al sur, existirían toda una red de caminos secundarios y ramales que circunvalarían la ciudad y la comunicarían con diferentes núcleos del entorno periurbano y su territorium. 9.2.2. Las necrópolis Gracias a recientes intervenciones de urgencia y al citado estudio de las fotografías de J. Martínez Santa-Olalla por parte del Proyecto Carteia, podemos contar hoy hasta

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cinco necrópolis, de las que tres pertenecerían con toda seguridad a época altoimperial: la necrópolis de INTERQUISA, del Gallo y de la Torre del Rocadillo, todas de marcado carácter costero –a orillas de estuario la primera y de la bahía las otras dos-, siguiendo un patrón que parece repetirse en otras ciudades del fretum Gaditanum (Jiménez Vialás, 2015). Al norte de la ciudad, cerca de puerta I, se ubica la citada necrópolis de INTERQUISA, que data de los ss. II y III, aunque no se descarta un origen anterior. Presenta enterramientos sencillos con inhumaciones en su mayoría, donde destacan un par de cupae, una de ellas cubriendo una inhumación infantil en sarcófago de plomo, que constituye el enterramiento más suntuoso (Gestoso Morote y López Rodríguez, 2009). La existencia de una necrópolis en la zona era conocida al menos desde el s. XIX por el hallazgo de dos sarcófagos de plomo (Montero, 1860: 70), una “sepultura hueca de mampostería” y una “pila de mármol tallada curiosamente” (Valverde, 1849/2003: 89-90), y en el s. XX tenemos constancia de la destrucción de restos funerarios con motivo de la construcción de Induquímica (Corzo Sánchez, 1983b: 39).

Figura 54.- Excavaciones de J. Martínez Santa-Olalla en la desaparecida necrópolis del huerto del Gallo en los años cincuenta (MAN. Foto: Archivo, NI 1973-58-FF-10121-022). La segunda necrópolis es la del huerto del Gallo, o simplemente del Gallo, conocida desde los años veinte, pero cuya fase altoimperial puede hoy confirmarse gracias a la citada documentación fotográfica (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b: 142 y ss.) (Fig. 54). Esta necrópolis fue la primera y durante décadas la única necrópolis periurbana conocida en Carteia, tras el descubrimiento casual en 1927 de un espectacular sarcófago de mármol blanco con una sobria decoración estrigilada y un motivo central compuesto por un cordero y un árbol de la vida, que motivó su identificación como paleocristiano en un primer momento (Romero de Torres, 1934: vol. 1, 225 y ss.; Pemán Pemartín, 1954: 28 y ss.), y que sabemos hoy que es un tema pagano que debe situarse como muy tarde a inicios del s. IV (Beltrán Fortes, 1999: 50; Rodríguez Oliva, 2000). También de esta necrópolis procedería otra de las piezas más excepcionales que ha brindado la ciudad de Carteia, el relieve de mármol de época julio-claudia conocido como “bucráneo”, por ser éste uno de los motivos representados, y que pudo haber formado parte de un

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importante monumento conmemorativo o funerario (Roldán Gómez et al., 2006a: 36). Este relieve fue hallado en los años centrales del s. XIX y existió una segunda pieza, idéntica, que adquirió posteriormente un tal coronel Moor de Gibraltar (Valverde, 1849/2003: 93; Montero, 1860: 75). Esta necrópolis se emplazaba al sureste de la ciudad, en el entorno de la puerta VI, por lo que fue destruida con la instalación de refinería. Habría estado en uso al menos desde el s. II, por la tipología de las tumbas que se aprecian en las fotografías de J. Martínez SantaOlalla, y por los epígrafes dedicados a Annio Senicio y Valeria Fausta, cuya paleografía y fórmulas dedicatorias remiten a ese momento (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b: 143). La última necrópolis altoimperial de la que tenemos constancia fue también excavada en los años cincuenta por J. Martínez Santa-Olalla junto a la Torre del Rocadillo y denominada por él como Cementerio Nº 1. La tipología de sus tumbas, de nuevo con paralelos muy claros en las otras necrópolis altoimperiales de la ciudad y del núcleo alfarero de Villa Victoria, nos lleva a interpretarla como altoimperial (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b: 140). El área funeraria se dispondría cerca de la puerta VII (Puerta de la Playa), en plena playa y muy cerca del extremo suroriental del barrio salazonero, aunque también de la vía que conduciría hacia el este en dirección a Calpe. Dada la sencillez de las tumbas y el reducido tamaño de la zona excavada, quizá lo más destacado fue la aparición de un sarcófago de plomo, en muy mal estado pero completo, que vendría a unirse a los cuatro conocidos en la necrópolis septentrional y al ejemplar exhumado en la del Gallo, lo que le convertiría en el sexto sarcófago de plomo recuperado en Carteia. 9.2.3. El puerto Gran parte de las menciones dedicadas a Carteia en las fuentes literarias aluden, como es bien sabido, a su puerto, cuya situación estratégica en el estrecho de Gibraltar explica su papel en conflictos bélicos como la segunda guerra púnica, la batalla naval entre el romano Lelio y el cartaginés Aderbaal (XXVIII, 30, 6) o las guerras civiles romanas, con la batalla entre el pompeyano Varo y el cesariano Didio (Dion Casio, Historia romana, XLIII, 31, 2-3) o la huida de Cneo Pompeyo tras la batalla de Munda y la posterior partida de nuevo de Carteia (Dion Casio, XLIII, 40, 1-2; De Bello Hispaniense, XXXII, 6 y 1-3; Apiano XIV: De bel. civ., II, 105). La más célebre quizá sea la de Estrabón, que decía de la ciudad de Calpe que era “antigua y digna de mención, que fue en tiempos puerto marítimo de los iberos. Algunos sostienen que también ella fue fundada por Heracles, entre los cuales se encuentra Timóstenes, quien afirma que antiguamente incluso tenía por nombre Heraclea y que mostraba una gran muralla y dársenas” (Geo., III, 1, 7). Los términos naústathmon y neosoikós empleados por este autor implican la existencia de infraestructuras construidas y, en el caso del segundo, de un arsenal o dársena militar, lo que estaría confirmado por la mención posterior de navale praesidium en De Bello Hispaniense. Dion Casio lo calificó de limen, término más genérico relativo a comercio, por lo que habría sido un indudable puerto comercial y seguramente militar en momentos puntuales. De la lectura de esas fuentes se desprende también que se trataba de un puerto con capacidad notable, puesto que podía albergar flotas formadas por la “quinquerreme seguida de siete trirremes” de Lelio o los “veinte navíos de línea” de Pompeyo el Joven. La mención de Dion Casio a la retirada de Didio cerrando la bocana del puerto con cadenas o anclas, según la traducción, parece apoyar la existencia de un cothon o puerto artificial o al menos de dos diques que delimitarían el puerto y que pudieron ser unidos por una cadena de anclas (García Vargas et al., 2004: 5-6).

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Ahora la cuestión es ¿dónde se ubicó ese puerto? En función de lo que hoy conocemos sobre las modificaciones geomorfológicas de la desembocadura del Guadarranque en los últimos dos milenios, y siguiendo la lógica de ubicación de los puertos en zonas resguardadas de corriente y vientos, pero con suficiente calado, es muy probable que el puerto de época púnica y/o romana se ubicara entre la ciudad y el curso actual del río Guadarranque, quizá cerca de la confluencia de dicho río con el arroyo Madre Vieja (Martínez Santa-Olalla en Roldán Gómez et al., 2006a: 40; Pellicer Catalán, 1965; Woods et al., 1967: 27-28; Roldán Gómez et al., 2006a: 539). Es errónea, por tanto, la tradicional identificación de los salientes rocosos del Rocadillo, interpretados en ocasiones como muelles, pues su geometría y ordenada disposición responde en realidad a una erosión selectiva como la que se conoce en Punta Paloma, cerca de Baelo Claudia (Ménanteau et al., 1983: 176). Sin embargo, en esa zona comprendida entre la ciudad y el río, no se conserva vestigio antiguo alguno, cubierto seguramente por metros de sedimento, aunque sí podemos afirmar, gracias a la documentación histórica, que al menos hasta el s. XIX eran visibles en este lugar unas estructuras de aspecto romano. Ya en el s. XV, el geógrafo árabe Al-Himyari, al describir las ruinas de Carteia, afirmaba que “todavía puede verse una larga escollera de piedra, construida en el mar, donde se acercaban los barcos para cargar” (tomado de Torremocha Silva, 2009: 267); lo que fue considerado ya en su día por A. García y Bellido como referencia al puerto romano (1943: 306-310).

Figura 55.- Detalle de West View of the Ruins of Carteia and its River (Carter, 1771), donde se aprecian los restos del castillo, el teatro, la muralla y el muelle (BN, 19718). Posteriormente, en s. XVIII, los eruditos británicos Conduitt y Carter descartaban la ubicación del puerto en la bahía y se inclinaba por situarlo en la desembocadura del Guadarranque, informaciones que recogería después Madoz (1845-1850: t. XV, 65). El primero mencionaba “restos visibles de un muelle antiguo”84 (1719: 904) y el segundo, que reflejó dichas estructuras en su grabado West View of the Ruins of Carteia and its River, afirmaba que 84

Traducción de la autora.

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“se puede distinguir el muelle o atracadero, del que una parte de muro sobresale todavía unos doce pies por encima de la superficie del agua; esta es la parte de río más cercana a la muralla de la ciudad que dista 100 m”85 (Carter, 1777: vol. I, 95-97). Según la descripción del inglés, cuya exactitud está respaldada por su acertada descripción de restos conocidos hoy por la arqueología, parece verídico considerar que existían entonces restos de un muelle a unos 100 m del extremo occidental de la muralla de Carteia, la parte más próxima al Cortijo del Rocadillo, cerca de donde el arroyo Madre Vieja desemboca en el Guadarranque (Fig. 55). En el siglo siguiente parece que las estructuras eran tan sólo visibles en bajamar, dada la rapidez de los cambios geomorfológicos en ambientes de desembocadura. El historiador local Montero señalaba que “del muelle de piedra, que celebran varios escritores, situado en la boca del Guadarranque, solo quedan algunos cimientos que se distinguen en la bajamar” (1860: 74); es posible, incluso, que tales restos fueran aún visibles en los años cincuenta del s. XX, cuando al parecer fueron reconocidos por J. Martínez Santa-Olalla (Castelo Ruano et al., 1995: 107-109). Es importante no confundir en ningún caso estas menciones referidas al puerto de Carteia, en la desembocadura del Guadarranque, con el conocido como “muelle” o “dique del Guadarranque”, refacción medieval o moderna de un posible embarcadero fenicio situado junto al Cerro del Prado, a poco más de 2 km aguas arriba de la desembocadura actual (Tejera Gaspar, 1976/2006: 109; Blánquez Pérez et al.: 2009: 520-521). Tanto los textos como la cartografía histórica reflejan su abandono ya en el s. XVIII, e incluso la pérdida de todo recuerdo sobre el mismo, hasta el punto de atribuir su construcción a los árabes (Valverde, 1849/2003: 90), por lo que nos inclinamos, a modo de hipótesis, a relacionar dicha obra con los astilleros que Don Álvaro de Bazán, alcaide de Gibraltar y Capitán General de las Galeras de España, estableció en el s. XVI en el Guadarranque para la construcción de embarcaciones destinadas al comercio de Indias (Hernández del Portillo, 1622/2008: 62; Marqués de Miraflores y Salvá, 1867: 265-284). Volviendo al puerto de Carteia, aunque escasas, podemos citar evidencias arqueológicas que resultan de sumo interés a la luz de lo descrito por las fuentes. Por un lado, el registro subacuático certifica una intensa frecuentación náutica de la desembocadura del Guadarranque a lo largo de toda la historia de la ciudad (Higueras-Milena Castellano, 2002; Castillo Belinchón, 2006), y lo que resulta más interesante, el hallazgo de un conjunto de anclas romanas (con algún ejemplar quizá púnico), conservadas hoy en el Enclave Arqueológico de Carteia y que fueron recuperadas a escasos 40 m del límite de la ciudad, al efectuar un orificio de unos 8 m de profundidad para la “casa de bombas”, parte de la instalación de una central de ciclo combinado. Si bien no conocemos su posición estratigráfica exacta, los niveles descritos por sus excavadores son de enorme interés: un primer estrato formado por “arenas de playa” y un segundo por “gravillas con restos de malacofauna”, por lo que parece ser una zona sumergida en un primer momento y anegada posteriormente por la sedimentación del estuario (Castro Casas, 2001; Piñatel Vera y Mata Almonte, 2002; Piñatel Vera, 2004a y 2006). El interés de este hallazgo reside en que dicha secuencia geológica, sumada al hecho de que por su gran peso las anclas no fuera elementos que se trasladaran del lugar donde desempeñaban su función, nos permite plantear la proximidad del puerto antiguo. Otro hallazgo interesante es el gran edificio de 14 m de lado y reforzado con potentes contrafuertes que ha sido recientemente excavado con motivo de la ampliación de la piscina de agua de lluvia de INTERQUISA (López Rodríguez y Gestoso Morote, 2012). Dicha estructura mostraría el crecimiento del puerto motivado por el auge de la exportación de salazones en 85

Traducción de la autora.

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el s. I y que se habría materializado en la construcción de toda una serie de instalaciones relacionadas con la actividad portuaria (talleres para reparación de embarcaciones o utillaje pesquero) y la exportación de las salazones (almacenes de salazones, sal o envases vacíos). En directa relación con esos almacenes, es posible que también hubiera existido un área comercial donde se habrían llevado a cabo transacciones e intercambio de mercancías sin necesidad de acceder a la ciudad, tal y como se ha constatado en la ciudad portuaria galorromana de Lattara (Lattes, Francia) (Garcia y Vallet, 2002); a lo que debemos sumar la faceta productiva: las propias factorías de salazón bien documentadas en este punto, lo que nos lleva a considerar que barrio portuario y salazonero fueron una misma entidad. Por último, en lo que respecta a su relación con la ciudad, proponemos como puertas de acceso desde el puerto, la I y la VII o “Puerta de la Playa”. Habida cuenta de que el puerto sería una verdadera “puerta” de la ciudad, resultaba útil la existencia de un barrio portuario extramuros, fácilmente accesible a través de vías terrestres, con cierta autonomía, en el que concentrar toda una serie de tareas de control fiscal de mercancías y de personas. El puerto era, además, el punto neurálgico de las comunicaciones de la bahía y en él convergerían las rutas que comunicaban Roma con Hispania y los nuevos territorios atlánticos del Imperio en África o Britannia, con aquéllas de carácter local que partían de Traducta y embarcaderos menores como el conocido en Villa Victoria. 9.2.4. El barrio salazonero de Guadarranque En función de lo descrito para el puerto, podemos definir un amplio espacio de unas 10 ha entre la ciudad y el río, ocupado hoy en parte por la barriada de Guadarranque, y conocido como “zona baja” de Carteia, que albergaría una amplia área industrial y portuaria. No en balde, el protagonismo de las industrias conserveras en las zonas portuarias, ubicación ideal para la exportación de la producción, fue precisamente una de las características de la topografía de las ciudades salazoneras hispanas (Lagóstena Barrios, 2001: 260). Quizá por formar parte de un mismo barrio, las factorías de salazón de Carteia gozaron, como el puerto, del privilegio de aparecer reflejadas en las fuentes literarias. En este caso, en la conocida anécdota del pulpo gigante narrada por Plinio y cuyo escenario fueron, precisamente, dichas instalaciones: “en Carteya, había uno que acostumbraba a salir del mar hacia las balsas que había abiertas, acabando allí con las salazones – sorprendentemente a todos los animales marinos les gusta ese olor suyo y esa es la razón por la que se untan las nasas-; éste se granjeó la ira de los guardas por su desmedido afán de robar. Se le pusieron por delante unos cercados, pero los saltaba por medio de un árbol, y no se lo hubiera podido atrapar si no llega a ser por el olfato de los perros. Éstos lo rodearon cuando volvía de regreso por la noche y los guardas al despertarse se aterrorizaron por algo tan excepcional. Ante todo su tamaño era insólito, después el color de animal, untado en la salmuera, con un olor de espanto. ¿Quién se hubiera podido esperar un pulpo en aquel lugar o lo hubiera reconocido de tal guisa? A ellos les parecía que luchaban contra un monstruo, pues espantaba a los perros con su bufido terrible, azotándolos, además, unas veces con las puntas de los tentáculos, o golpeándolos otras veces con la parte más fuerte de

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sus brazos a modo de mazas; a duras penas se pudo acabar con él tras múltiples arponazos. Le mostraron a Luculo la cabeza, del tamaño de un tonel con quince ánforas de capacidad; además, por utilizar yo las mismas palabras de Trebio, las barbas, que apenas podían abarcarse con los dos brazos, llenas de nudos, como las mazas, de treinta pies de longitud, con sus ventosas o copas de una urna de capacidad, como calderos y, asimismo, los dientes, en correspondencia con su tamaño. Sus restos, conservados por su carácter extraordinario, pesaron setecientas libras. El mismo autor refiere que también fueron arrojados a aquellas costas sepias y calamares de ese tamaño” (N.H., IX, 92-93). Este tipo de relatos sobre animales que rayaban lo fantástico han de ser interpretados con mucha cautela, pues aunque el autor, en este caso Plinio, es sumamente fiable, el hecho de que Claudio Eliano narrara en su Historia de los Animales (XIII, 6) un episodio semejante, esta vez en la ciudad de campana de Puteoli, puede reflejar que existieran leyendas de este tipo que circulaban por distintas ciudades del Mediterráneo. Se ha argumentado, sin embargo, que el relato tiene todo los visos de ser auténtico, pues el tal Trebio citado por Plinio sería un erudito que acompañó al cónsul Lucio Licinio Luculo en sus campañas, por lo que ciertamente podría haber visitado Carteia (Bravo Jiménez y Guzmán Fernández, 2002). Las primeras informaciones arqueológicas de la existencia de una factoría de salazones en la zona baja de Carteia provienen de las intervenciones de J. Martínez Santa-Olalla en los años cincuenta y, más concretamente, de sus excavaciones junto a la Torre del Rocadillo, en lo que sería el extremo suroriental del posible barrio salazonero. Puesto que permanecieron inéditas, hoy podemos aproximarnos a estas investigaciones por medio de las menciones de Presedo en su memoria (Presedo Velo et al., 1982: 60), así como, fundamentalmente, a través del estudio efectuado por el Proyecto Carteia de sus fotografías. Las imágenes nos permiten hoy constatar la excavación de un conjunto de al menos cuatro piletas entre la muralla y la playa, en la zona de la “Puerta de la Playa” (VII), cuyos materiales y técnicas constructivas son similares a otras estructuras de época altoimperial y constituyen las primeras evidencias conocidas del gran barrio industrial de Carteia (Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b: 131-133). Esta zona fue objeto de nuevas intervenciones en 2005, en este caso de limpieza superficial, con motivo del acondicionamiento para la visita del llamado “jardín romántico” de Carteia, que puso al descubierto un área de unos 300 m2 con diez piletas de diferentes tamaños y que presentaban diversas remodelaciones, lo que apuntaría a un uso prolongado de las instalaciones desde su inicio, situado por sus excavadoras en el s. II (García Díaz y Gómez Arroquia, 2008). En la década siguiente, M. Pellicer en su Informe calificaba esta explanada ubicada entre la ciudad y el río como “extrarradios”, dada la cercanía a la misma y la presencia de abundante material arqueológico, y consideraba que habría estado ocupada por “la vida portuaria y la ciudad baja de Carteia” (Pellicer Catalán, 1965: 5). Las primeras intervenciones arqueológicas correctamente documentadas en este lugar fueron los trabajos financiados por la Bryant Foundation en la década de 1960. En su Corte I, los arqueólogos pudieron excavar un área industrial salazonera, de cierta envergadura a juzgar por las estructuras reveladas, que inició su actividad en un momento impreciso de época altoimperial y que habría estado en funcionamiento durante siglos

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(Woods et al., 1967: 8-38). Revisiones posteriores del material tardoantiguo confirman que habría estado en uso hasta el s. IV avanzado o el s. V y posteriormente, en los ss. VI y VII, habría tenido un uso esporádico como necrópolis (Bernal Casasola, 2006a: 451-452). Pero ha sido de nuevo la arqueología de urgencia la que ha venido a revelar nuevos e interesantes datos sobre este posible barrio salazonero. Citemos, en primer lugar, una serie de actuaciones acometidas entre 1999 y 2001 con motivo de la instalación de una central de ciclo combinado por parte de Gas Natural y Endesa que implicó la realización de prospecciones superficiales, control de movimiento de tierras y sondeos terrestres y subacuáticos para la instalación del emisario submarino; sus resultados han sido ya objeto de varias publicaciones (Piñatel Vera y Mata Almonte, 2002; Piñatel Vera, 2004a y 2006). Uno de los lugares de actuación fue la franja de tierra comprendida entre la llanura aluvial de Vegas del Prado y la citada “casa de bombas” junto a la playa, y a escasos metros de la muralla de Carteia. Además del conjunto de anclas ya mencionado, pudieron documentarse al menos restos de una pileta y de un pavimento de opus signinum, de nuevo pertenecientes a ese barrio salazonero, y asociados a material cerámico de los ss. I y II. Pero la intervención de mayor relevancia para el conocimiento de este barrio industrial, en lo que a dimensiones, nivel de conservación de los restos y calidad de los trabajos publicados se refiere, han sido las actuaciones de “Adecuación y recuperación ambiental del Arroyo de la Madre Vieja” desarrolladas en 2007, y cuyos resultados han sido ya expuestos en varios trabajos (García Pantoja et al., 2011a y b; Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011). Estas excavaciones han exhumado hasta cinco conjuntos con más de 20 piletas de lo que sería la cetaria mayor y mejor conocida hasta el momento de la ciudad, muy cerca del citado Corte I del equipo de D.E. Woods, y a escasos 100 m de la pileta de la “casa de bombas”. Los conjuntos estaban dotados de piletas, habitaciones destinadas al almacenaje y también a actividades de preparación y despiece, como patios con suelo de opus signinum que se drenarían por medio de balsas de decantación y pocetas. Se ha documentado también una posible cisterna, así como materiales propios de estos contextos industriales, como agujas de red, lanzaderas, pesos de redes, anzuelos o fragmentos de coral entre otros. En lo que respecta a la cronología, estas intervenciones han permitido concretar con precisión lo que en el resto de los casos eran dataciones aproximadas. El conjunto habría sido construido, en efecto, a inicios de época claudio-neroniana, en el arranque de la segunda mitad del s. I, según confirman los materiales cerámicos recuperados en un sondeo estratigráfico en el conjunto I, como TSG en marmorata y un vaso de paredes finas Mayet XXXVI, por citar los ejemplos principales. Los niveles de uso presentan abundantes ánforas altoimperiales de salazón como Dr. 7/11 y Beltrán I y II, propias de ambientes industriales de la zona en época altoimperial. Las reformas sucesivas que han podido documentarse, como la sustitución de un pavimento de opus spicatum por tegulae y el cierre de un vano en el conjunto I, reflejan un uso intenso y prolongado de la zona. El material cerámico confirmaría este aspecto, puesto que documenta un cese de la actividad a finales del s. IV o inicios del s. V. Con posterioridad, la zona sería ocupada y frecuentada hasta inicios del s. VII, pero aunque la presencia de ostras, almejas, lapas o vértebras de atún revelarían actividades pesqueras y de marisqueo en época tardía, es probable que la zona no tuviera ya la misma funcionalidad, tal y como atestiguan algunas nuevas estructuras o la presencia de un hogar dentro de una pileta (García Pantoja et al., 2011a; Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011). En función de la información hasta ahora expuesta, tanto los testimonios literarios sobre la importancia de la economía pesquero-salazonera de Carteia citados en éste y otros apartados, como fundamentalmente los interesantes descubrimientos recientes, podemos hoy certificar la existencia de un área industrial salazonera entre la ciudad y el

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río que habría estado en funcionamiento desde al menos mediados del s. I y hasta el s. V. (Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011; Roldán Gómez y Blánquez Pérez, 2011b). Los conjuntos industriales recuperados junto al arroyo Madre Vieja parecen responder al modelo documentado en Baelo Claudia o Iulia Traducta, consistente en una factoría de dimensiones moderadas, siempre inferior a las 10 piletas, pero que por estar dotadas de estancias para todas las fases productivas (despiece, conserva y almacenaje), constituían unidades productivas independientes; sin descartarse tampoco el modelo de grandes factorías como las conocidas en Cotta o en el Teatro Andalucía de Cádiz para las piletas de la Torre del Rocadillo (Expósito Álvarez y García Pantoja, 2011: 316). El emplazamiento de este barrio salazonero entre la ciudad y el río, en una zona ligeramente más baja respecto a la primera, tendría un buen paralelo en las factorías de Lixus, al pie de la ciudad y cercanas al río Loukos (Ponsich y Tarradell Mateu, 1965: 9 y ss.). Esta ubicación respondía muy probablemente a la mencionada necesidad de garantizar el acceso y la salida de mercancías a través del puerto. Es interesante comprobar, además, como ese patrón de factorías de salazón junto a la costa, y por tanto junto al puerto, se repite en diferentes ciudades del entorno como Baelo Claudia (Arévalo González y Bernal Casasola, 2007) o quizá la propia Iulia Traducta (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 170 y ss.). Es más, en el fretum Gaditanum la estrecha relación no sólo entre cetariae y puerto sino entre éstas y la ciudad fue tal, que pudo haber sido común la inclusión de dicha industria en el perímetro urbano, como conocemos de nuevo en Baelo Claudia (Arévalo González y Bernal Casasola, 2007) y Iulia Traducta (Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 176-177). En el caso de Carteia, D. Bernal ha considerado también dicha posibilidad, dado el escaso conocimiento arqueológico del tramo suroccidental de la muralla (2006b: 1371). Sin embargo, varios argumentos nos llevan a considerar que sí existió muralla en esa zona que separaba el barrio salazonero de la ciudad, tal y como podemos apreciar en diferentes documentos históricos (Jiménez Vialás, 2012a: 578 y ss.), y parecen confirmar las recientes prospecciones geofísicas del Proyecto Carteia (Roldán Gómez et al., 2008; Meyer, 2009). 9.2.5. El área alfarera del arroyo Madre Vieja Aunque menos conocido que el barrio salazonero y materializado en un modelo de ocupación más atomizado, proponemos hoy la existencia de un área alfarera al norte de Carteia, que se extendería a lo largo del arroyo Madre Vieja, en lo que sería una de las orillas del antiguo estuario; en paralelo a dicho arroyo discurría además el principal acceso a la ciudad. Esta zona reunía unas condiciones óptimas para el desarrollo de la industria, como agua dulce y la cercanía del estuario, que suponía una fuente casi inagotable de arcilla. Se conoce, de hecho, la explotación de canteras de arcilla y la fabricación de cerámica y materiales de construcción en la zona desde época moderna, tal y como reflejarían además topónimos como “Tejar del Antequerano” o “Tejar de Fronteta” (Alonso Villalobos, 1987: 97). Estos alfares periurbanos abastecían a la ciudad de material constructivo o cerámica común y a la industria salazonera de envases anfóricos, por lo que se ubicaron cerca de ambos núcleos y seguramente también del puerto, aunque lo suficientemente apartados para que sus humos no afectaran a la ciudad.

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El primer alfar dado a conocer fue un testar identificado por M. Beltrán en unas prospecciones junto a la ciudad en los años setenta. Se ubicaba en un lugar cercano a la costa y al río, pero carecemos de indicaciones más precisas que permitan señalar su ubicación exacta, por lo que es conocido en la bibliografía como “de Guadarranque” y generalmente ubicado junto a la ciudad. M. Beltrán no documentó estructura alguna y sólo recogió material anfórico, incluidos fallos de cocción, de las formas Dr. 7/10, Beltrán I (o Dr. 7/11), Beltrán II y de la familia de las Dr. 2/4, un conjunto material que sitúa la producción del alfar entre mediados del I a.C. y finales del s. I (Beltrán Lloris, 1977: 112 y ss.). El segundo alfar identificado, que podría quizá corresponder al anterior, proporcionó el llamado “horno de Campsa” que fue afectado en los años ochenta durante la construcción de esta planta, hoy CLH (Compañía Logística de Hidrocarburos S.A.) y que se ubica en la zona conocida como Tejar del Antequerano. El horno fue descubierto al realizar el desmonte de una loma al este de la carretera CA-2321, a unos 800 m de la ciudad de Carteia y pudo ser reconocido por D. Bernal, quien lo describe como un horno circular parcialmente destruido, con restos y fallos de cocción de material constructivo romano, que permiten establecer el tipo de producción aunque no así la cronología exacta (1998a). En la misma zona, al noroeste de la ciudad y siguiendo la CA-2321 que discurre en paralelo al arroyo Madre Vieja y por tanto a la orilla del antiguo estuario, se localiza un área conocida como Loma o Lomo de las Cañadas, contigua a la citada instalación de CLH. Este lugar ha sido objeto de una serie de prospecciones y controles de movimientos de tierra motivados por diversas instalaciones de tipo industrial, que han resultado en muchos casos con resultado positivo, documentando abundante material cerámico altoimperial, cerámica común y ánforas, incluidos defectos de cocción, o un posible horno y diversas estructuras de función y cronología indeterminadas, aunque presumiblemente altoimperiales (Tomassetti Guerra, 2002; Tomassetti Guerra y Suárez Padilla, 2003; Tomassetti Guerra y Bravo Jiménez, 2006); otros trabajos identificaron un testar formado por fragmentos anfóricos, tegulae y fallos de cocción de cronología altoimperial, material cerámico disperso y la estructura de un posible pavimento o calzada construido con fragmentos de ladrillos, fallos de cocción y sillarejo irregular, según una técnica propia de ambientes alfareros (Castañeda Fernández et al., 2010); y, finalmente, un posible horno y un testar cerámico constituido mayoritariamente (un 95%) por material constructivo, aunque se documentaron también fallos de cocción de ánforas, correspondientes a la segunda mitad del s. I (Bernal Casasola et al., 2006). Los hallazgos mencionados, aunque parciales e inconexos por haberse producido en el contexto de prospecciones o de obras de construcción, nos permiten a día de hoy dibujar una amplia área, de unas 20 ha, que habría estado ocupada de manera dispersa por hornos y otras estructuras auxiliares. Esta área dibujaría una franja paralela a la ribera del antiguo estuario, a las vías de acceso a la ciudad y al acueducto, al norte de Carteia, que se conoce tradicionalmente con los topónimos de “Tejar del Antequerano”, “Molino de la Fronteta” y “Loma de las Cañadas”. La documentación de cuatro testares y tres posibles hornos, de los que al menos uno estaría confirmado, además de un pavimento realizado con material de desecho de un alfar, reflejarían una evidente especialización alfarera de la zona, dado además que no se han constatado otras funciones periurbanas más allá de la cercana necrópolis septentrional y el paso por la zona tanto de la vía de acceso desde el norte como del acueducto. De la intensa frecuentación de la zona en época antigua sería muestra también la aparición de material cerámico romano descontextualizado, quizá arrastrado por la lluvia, en zonas anejas como la llanura aluvial al sur del Cerro del Prado y en éste mismo (Ulreich et al., 1990; Lorenzo Martínez, 2007a y b).

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En lo que respecta a la producción de dichos alfares, las evidencias conocidas por el momento reflejan una manufactura mixta, como es habitual en estos centros, aunque se constata una mayor presencia de material de construcción frente a las ánforas de salazón. Cabría esperar, sin embargo, en función del auge que la industria salazonera experimentó en esta época altoimperial, correctamente constatado por la arqueología, nuevos hallazgos en la zona que reflejaran una fabricación a gran escala de contenedores anfóricos para salsas y salazones, como se conoce en otros alfares de la bahía como El Rinconcillo o Villa Victoria. En la periferia urbana de Carteia se vislumbra, en definitiva, un notable protagonismo de las actividades industriales que, en función de lo que conocemos hoy, estarían separadas espacialmente aunque muy cercanas: el barrio salazonero unido a la ciudad en su lado oeste y el área alfarera al norte de la misma. En la tipología ya citada de D. Bernal sobre figlinae, cetariae y las relaciones entre ambas, Carteia es clasificada como ciudad dotada de factorías de salazón urbanas o periurbanas, mientras que sus alfares conformarían un verdadero “cinturón alfarero periurbano” semejante a los constatados en ciudades como Gades y que estaría completado, además, por la existencia de alfares autónomos, pero cercanos, como Villa Victoria (Bernal Casasola, 2006b).

Figura 56.- El poblamiento de época imperial muestra una gran densidad y variabilidad (ss. I-II). 9.3. E

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Como fenómeno paralelo a la fundación de Traducta y al auge del entorno periurbano de Carteia, nos interesa ahora abordar la intensa ocupación de la costa y su marcada especialización industrial, desde el cambio de Era (Fig. 56).

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A los importantes conjuntos industriales salazoneros de ambas ciudades, hemos de sumar el que parece ser un modelo propio del Estrecho en esta época: las factorías de salazón de aglomeraciones secundarias o autónomas, que hemos tratado ya en detalle en el capítulo 5. Estas cetariae se caracterizaron por su situación costera y cercana a fuentes de agua dulce, y jalonaron el litoral de la bahía desde el este, con la pequeña factoría de Villa Victoria que formaba parte de un complejo alfarero, al oeste, con la factoría de Caetaria-Getares. Al este de la bahía, en las costas cercanas a Barbesula, hemos de citar asimismo la factoría de Guadalquitón-Borondo y las posibles cetariae de Sotogrande y Torreguadiaro, sobre las que apenas existe más información que la noticia de la destrucción de piletas en algunos casos. Resulta interesante comprobar que todas ellas habría comenzado su actividad hacia el cambio de Era o inicios del s. I, lo que implicaría una clara apuesta política por la producción salazonera a escala industrial en la zona, como una de las más importantes transformaciones de época imperial (Jacob, 1985; Gómez Arroquia et al., 2003; Bernal Casasola et al., 2007b). Una peculiaridad de estos centros es que en algunos casos como Villa Victoria, CaetariaGetares o Guadalquitón-Borondo, llegaron a constituir verdaderos asentamientos o núcleos secundarios con un relativo nivel de autonomía, pero siempre bien comunicados por mar con sus ciudades respectivas. El barrio industrial de Villa Victoria disponía de un embarcadero, asociado a una zona de fondeadero en el arroyo Gallegos, para la exportación de la producción a Carteia; la factoría de Getares contaría seguramente con algún tipo de infraestructura portuaria, dado que sabemos que la ensenada fue zona de fondeadero y eso le permitiría un rápida comunicación con el puerto de Traducta, ciudad a la que pertenecería; por último, es probable que se repitiera el mismo esquema en Guadalquitón-Borondo, donde se ha identificado un posible fondeadero, y que formaría parte en este caso quizá del territorium de Barbesula. Otro ejemplo sería la villa del Ringo Rango, interpretada como villa a mare por sus excavadores, y donde recientemente se han localizado dos piletas que pudieron haber estado dedicadas a la producción salazonera (Bernal Casasola et al., 2010: 562). Sin embargo, dada la existencia de piletas en otras posibles villae rurales, que analizaremos con más detalle en el apartado siguiente, se nos plantea la existencia de un nuevo tipo de cetaria, correspondiente a la producción salazonera para el autoconsumo en enclaves rurales, lo que evidenciaría la generalización que dicha industria tuvo en este territorio en época altoimperial. En directa relación con las factorías, otras instalaciones industriales diseminadas por el litoral fueron los alfares. En este caso hemos de sumar, de nuevo, los propiamente urbanos, situados en el entorno de las ciudades de Carteia, Traducta y seguramente también Barbesula, a los autónomos como El Rinconcillo en el territorium de Traducta o la Venta del Carmen en el de Carteia, que fueron un modelo característico de este momento, como hemos tenido la oportunidad de exponer en el capítulo 5. Estos alfares, como se aprecia muy bien en el entorno de Carteia, se situaron cerca de la costa, pero no a orillas de la bahía como las factorías de salazón, sino cerca de áreas pantanosas o de marisma, muy abundantes en aquella época, y que aportaban la materia prima principal para su actividad. Asimismo, se ubicaron junto a fuentes de agua dulce, también necesaria en la industria cerámica, y siempre en lugares cercanos a las ciudades y a vías de comunicación, como la costera – los alfares de El Rinconcillo o la Venta del Carmen- u otras vías interiores –posible alfar de Albalate-.

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Primaron en su instalación, por tanto, criterios como el abastecimiento de materias primas, pero al mismo tiempo su accesibilidad para una fácil exportación de la producción, tanto por mar como por tierra. Y puesto que una de sus principales funciones fue suministrar envases a la industria salazonera, los alfares se encuentran en muchos casos, aunque no siempre, asociados a las cetariae. El caso más claro serían las propias ciudades, donde áreas salazoneras y alfareras estuvieron prácticamente contiguas, o Villa Victoria, que tuvo tanto alfares como una pequeña factoría de salazón. Este enclave, situado en la barriada sanroqueña de Puente Mayorga, merece aquí una mención especial al ser un ejemplo bien conocido, por lo extraordinario de su conservación en el momento de su excavación, y excepcionalmente representativo de la ocupación industrial de la costa en esta cronología. Conocido por frecuentes hallazgos materiales desde al menos el s. XIX, la documentación de un horno en el cercana barriada de Campamento en los años ochenta y varias intervenciones a partir del año 2000 que planteaban la existencia de varios hornos de un alfar romano (Piñatel Vera, 2003 y 2004b; Bravo Jiménez, 2003b), pudo ser finalmente excavado durante una serie de intervenciones preventivas por parte del Proyecto Carteia (UAM-UCA) entre 2003 y 2008, en una superficie cercana a los 30.000 m2. A la espera de la pronta publicación de la monografía sobre este núcleo secundario, que constituirá sin duda un hito en las investigaciones sobre Carteia, se han realizado ya completos avances sobre el alfar (Bernal Casasola et al., 2004a y 2004d; Roldán Gómez et al., 2006c), el embarcadero (Blánquez Pérez et al., 2005b), la necrópolis (Blánquez Pérez et al., 2008), el taller de púrpura tardorromano (Bernal Casasola et al., 2008) o la factoría de salazón (Bernal Casasola et al., 2009), así como interpretaciones generales sobre el papel de este barrio en la configuración de un paisaje productivo romano en la bahía de Algeciras (Blánquez Pérez, 2013). El alfar habría surgido a finales del s. I a.C., alcanzó su máximo desarrollo a lo largo de la primera mitad del s. I y cesó su producción en el tercer cuarto del s. I., tal y como se constata en el resto de alfares de la bahía. Sin embargo, la factoría de salazón y la necrópolis certifican una continuidad de la actividad hasta el s. VI. En cuanto a su producción, fue de carácter mixto, ánforas y material latericio, aspecto habitual en la práctica totalidad de los alfares detectados de la misma época, si bien se aprecia cierta especialización en la fabricación de ánforas de salazón. De esta producción destacan las ánforas del tipo Dr. 7/11 en la primera fase, anterior al tsunami de mediados de siglo, que coincidió con el cese de la actividad de una parte del alfar (Arteaga Cardineau y González Martín, 2004), la amortización del horno y de parte del edificio interpretado como horreum o la colmatación de la bocana del embarcadero. Sin embargo, los vertidos cerámicos posteriores al episodio certifican una cierta continuidad de la actividad alfarera durante ese tiempo y, posteriormente, no sólo la reanudación de la actividad del alfar sino una importante intensificación de su producción; se produjeron en este momento Beltrán II A y Dr. 14. En cuanto a las ánforas vinarias, destaca la producción de Haltern 70 y de Dr. 2/4. En esta figlina se excavaron más de 40 m lineales de testar, con los vertidos de desechos de cocción, restos de limpieza y raspado de las paredes de la cámara de combustión, un horno en excelente estado de conservación, aunque existieron más, y otras estructuras como canalizaciones para el aprovisionamiento hídrico o un horreum que habría superado los 50 m2; además, un embarcadero con un muelle de piedra de más de 24 m de longitud para la exportación de la producción hacia Carteia; una necrópolis de enterramientos muy sencillos, tanto de cremación como de inhumación, así como una pequeña factoría de salazón y otra serie de estructuras de carácter industrial indeterminado. También se documentan evidencias indirectas de unas termas altoimperiales, de las que aparecen abundantes restos tanto en una construcción aneja al embarcadero como amortizando las piletas de salazón, y que podrían ser, a modo de

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hipótesis, unas termas suburbanas como las recientemente localizadas en Baelo Claudia (Bernal Casasola et al., 2013). Todas estas instalaciones, además de otras que no han sido documentadas, como las viviendas, convirtieron el alfar en un núcleo secundario de cierta importancia, quizá una verdadera aglomeración secundaria con el paso del tiempo (Blánquez Pérez, 2013). En época altoimperial parece claro que Villa Victoria habría sido un alfar autónomo siguiendo el denominado “modelo Venta del Carmen” propuesto por D. Bernal (1998a: 35-40); sin embargo, la existencia de una factoría de salazón o una necrópolis, planteaba nuevas cuestiones relativas a la caracterización de este tipo de núcleos ya que, mientras las factorías salazoneras con hornos están bien tipificadas en el Estrecho, no así a la inversa (Bernal Casasola, 2006b: 1376 y ss.). En cuanto a su relación con Carteia, de la que dista algo menos de 2,5 km por tierra y con la que estaría unida también por mar como demuestra su embarcadero, no plantea duda alguna sobre la dependencia económica y administrativa respecto de la ciudad, cuyas necesidades de abastecimiento estuvieron en el origen de dicho núcleo (Roldán Gómez et al., 2003b; Bernal Casasola et al., 2004a). La frecuentación de las aguas que unían ambos núcleos está, además, bien constada por las evidencias subacuáticas (Castillo Belinchón, 2006; Higueras-Milena Castellano, 2002; González Gallero et al., 2006a y b). Sin embargo, es cierto que tuvo cierto nivel de autosuficiencia, lo que nos lleva a plantear la posibilidad de considerar Villa Victoria una aglomeración secundaria tipo vicus, término polisémico como sabemos, que alude tanto a asentamientos rurales como a barrios o edificios urbanos (Curchin, 1985; Marín Díaz, 1988: 82-86; González Román, 2002); en la Bética, además, los únicos vici constatados epigráficamente son precisamente unos barrios de Corduba (Rodríguez Neila, 1976; Cortijo Cerezo, 1993: 241 y ss.; González Román, 2002). En nuestro caso, el término parece ajustarse a la realidad de las ciudades del Estrecho y ser adecuado por tanto para referirse a los pequeños núcleos industriales costeros dotados de embarcadero (García Vargas et al., 2004: 9). Pensamos además que su cercanía a Carteia no sería un obstáculo para su consideración de vicus, dada la citada acepción de “barrio” del vocablo. Por último, además de los alfares urbanos y los autónomos como Villa Victoria, no se ha documentado hasta la fecha una tercera posible categoría que serían aquéllos incluidos en villae, lo que podría deberse a una marcada falta de investigación en las tierras del interior, o quizá a que ese modelo simplemente no fue propio de época altoimperial (Bernal Casasola, 2006b: 1374-1375). Quedaría, por tanto, por confirmar la naturaleza de algunos posibles alfares en zonas apartadas de la costa, como Pino Merendero o Albalate y Santa Ana, estos dos últimos seguramente relacionados, de los que por el momento no podemos asegurar que fueran simples alfares o que formaran parte de explotaciones rurales más amplias. 9.4. U

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Junto a la fundación de Traducta y la ocupación de tipo industrial del litoral, otro salto cualitativo en esta época lo constituye la conformación de un verdadero paisaje rural romano, mediante la creación de numerosos núcleos de explotación agrícola, de muy diferente tipología probablemente, que sustituyeron a los asentamientos fortificados de origen púnico que parecen haber ejercido dicha función hasta ese momento. La primera categoría, de forma coherente con la marcada vocación costera de la bahía, serían las villae a mare, que si bien no son ejemplos estrictos de paisaje rural agrícola, constituyen

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un tipo que podría haber sido característico de esta zona. La única villa romana excavada y por tanto conocida en detalle hasta el momento, Puente Grande–Ringo Rango, correspondería a dicha categoría. Se ubicó cerca de las orillas del antiguo estuario Guadarranque-Palmones y las excavaciones demuestran que fue fundada hacia el cambio de Era y abandonada en el s. II. Se identificaron con claridad tanto las estructuras dedicadas a la pars urbana destinada al alojamiento, como la pars fructuaria dedicada a la producción, donde se han constatado evidencias de fabricación de metales para uso doméstico o confección de redes (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002c). En una última intervención se documentaron también restos de dos piletas, ya mencionadas, que podrían confirmar ese carácter mixto propio de las villae maritimae (Bernal Casasola et al., 2010: 562). Su dependencia de Carteia parece clara debido a su ubicación en la margen izquierda del Palmones y al predominio de monedas de esa ceca en el registro numismático de la villa (Arévalo González y Bernal Casasola, 2002).

Figura 57.- Vega del Palmones, donde se concentran las explotaciones agrícolas y los suelos de mayor aprovechamiento agrario del entorno de Traducta (base: MAGRAMA, Mapa de cultivos y aprovechamientos, 1980-1990). Este tipo de villae estaban definidas, además de por su ubicación costera, por su vocación polifuncional, ya que se dedicaban a diferentes actividades relacionadas con el mar y la pesca, como la alfarería, así como su no menos importante función como lugar de recreo y otium junto al mar. En Hispania son bien conocidas en determinados ámbitos como el Algarve o las costas mediterráneas, aunque existen aún discrepancias sobre sus funciones, elementos integrantes o denominación exacta (Fernández Castro, 1982: 134). Cerca de nuestra zona de estudio, los ejemplos mejor conocidos se sitúan en la costa malagueña, como el faro de Torrox (Rodríguez Oliva, 1977b), la Finca del Secretario de Torremolinos (Villaseca Díaz, 1997) y las de

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Benalmádena (Pineda de las Infantas, 2007); o en la bahía de Cádiz, como Gallineras y Avenida de la Constitución–Huerta del Contrabandista, en San Fernando (Bernal Casasola, 2008b: 289 y ss.).

Figura 58.- Vega de Guadarranque-Guadacorte, donde se concentran las explotaciones agrícolas y los suelos de mayor aprovechamiento agrario del entorno de Carteia (base: MAGRAMA, Mapa de cultivos y aprovechamientos, 1980-1990). En el caso de la bahía y su entorno, existe un segundo tipo de enclaves, ya mencionados, que parecen estar a medio camino entre las villae rurales y las factorías de salazón. Se trata de lugares cercanos al mar pero no estrictamente costeros, interpretados como posibles villae, pero en los que existen piletas de salazón. Sería el caso de Mesas de Chullera, en el entorno de Barbesula, que se sitúa a menos de 3 km de la costa y comunicada con ella a través de los arroyos de Rute o de Montilla, que desembocarían en el antiguo estuario del Guadiaro. Tenemos constancia igualmente de restos de piletas en la posible villa de Fuente Magaña, en el conjunto de GuadacorteGuadarranque y por tanto muy cerca de la costa del antiguo estuario, o en Tajo del Cabrero, algo más alejado aunque ubicado junto al curso del Palmones (Mariscal Rivera, 2002: 93-94). Ha de ser tarea de nuevas investigaciones el valorar, en cada caso, si dichos enclaves reunieron las características funcionales y espaciales necesarias para ser considerados villae rurales con una reducida producción de salazones, villae maritimae ligeramente apartadas de la costa, o factorías de salazón autónomas. Por último, en lo que respecta a los asentamientos que por su ubicación o por los materiales recuperados pueden ser clasificados sin duda de rurales, hemos de tener en cuenta nuevamente el carácter superficial de nuestro conocimiento. Es indicativo, no obstante, que las escasas prospecciones realizadas documenten precisamente un auge de la presencia romana imperial, respecto a otras épocas y una importante densidad de ocupación en zonas de tradicional uso agrícola (García Díaz et al., 2003).

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En nuestro Catálogo de yacimientos hemos recogido todas estas evidencias superficiales, aunque tan sólo el citado caso del Ringo Rango ha sido considerado como villa confirmada. Los motivos que nos han llevado a separar estas evidencias como “hallazgos aislados”, son la superficialidad de su conocimiento, que nos impide por el momento considerarlas como verdaderos yacimientos, a falta de nuevas investigaciones que lo confirmen. Por otro lado, su ubicación en tierras de potencial agrícola y la naturaleza de los restos, constituidos generalmente por cerámica y material de construcción diseminados en varios centenares de metros, nos lleva a interpretarlas como explotaciones agrícolas romanas tipo villa, entendida ésta como concepto amplio que comprende tanto pequeñas instalaciones (granjas o alquerías), como grandes centros productivos agrícolas y residencias señoriales (Fernández Ochoa et al., 2014: 119). Estas villae fueron una forma específicamente romana de explotación agraria, cuya implantación en Hispania se constata bien a partir del s. I (Gorges, 1979; Fernández Castro, 1982; Fornell Muñoz, 2005), aunque no podemos ignorar otros tipos de ocupación que caracterizaron las propiedades rurales tipo fundus y que debieron de adoptar muy diferentes formas y variantes (Cortijo Cerezo, 1993: 232 y ss.; González Román, 2002: 193-207).

Figura 59.- Vega del Guadiaro donde se concentran las explotaciones agrícolas y los suelos de mayor aprovechamiento agrario del entorno de Barbesula (base: MAGRAMA, Mapa de cultivos y aprovechamientos, 1980-1990). En cuanto a la cronología de estos hallazgos, dada la citada superficialidad y la naturaleza de los restos, han sido datados en su mayoría en época romana indeterminada, aunque hemos concretado su adscripción altoimperial cuando se han identificado fósiles directores cerámicos claros como terra sigillata o ánforas. Y aunque se acepta generalmente, por parte de los trabajos citados, la cronología altoimperial de todas estas

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posibles villae, no podemos descartar en ningún caso que algunas de ellas corresponderían a asentamientos rurales de época anterior (republicana) o posterior (tardorromana). Como hemos mencionado, este registro, homogéneo en apariencia, debió de esconder una realidad muy compleja. Tal y como han propuesto los autores de las citadas prospecciones, hallazgos como los de Cortijo de la Almoguera, Cortijo del Jaramillo, Malpica, Cortijo de Bocanegra, Loma de la Vega de Bocanegra y por supuesto Ringo Rango, que ocuparon una extensión importante y donde se han documentado estructuras de cierta entidad, podrían corresponder efectivamente a grandes villae productivas o aldeas rurales; mientras que en el resto de casos, donde apenas se recoge material constructivo latericio en superficies inferiores a los 100 m2, podría tratarse de simples granjas o alquerías (Mariscal Rivera et al., 2003: 78 y ss.). Este segundo caso, que suele coincidir además con aquellas tierras menos fértiles para cultivos, pero adecuadas para pastos, puede responder igualmente, dada la escasa entidad de algunos de esos hallazgos, a un “ruido de fondo” del registro arqueológico, propio de zonas donde se constata una densidad de poblamiento en esta época, como el área Guadacorte-Guadarranque. En todo caso, estas posibles villae se agrupan muy claramente en zonas aptas para la agricultura, que se concentran en torno a las vegas de los ríos y arroyos de la bahía, y de hecho coinciden en su mayoría con la ubicación de cortijos modernos. Especial concentración se documenta en tres áreas como el bajo Palmones, la zona GuadacorteGuadarranque y, al este de la bahía, en la vega del Guadiaro. Estas agrupaciones habrían correspondido, en cada caso, a Traducta (Fig. 57), Carteia (Fig. 58) y Barbesula (Fig. 59) respectivamente, pues si bien es complicado establecer los límites de los territoria, parece clara en todo caso la relación de esos ríos con cada una de las ciudades. Un indicio indirecto de la existencia de un núcleo rural sería también la necrópolis de Las Majadillas, aguas arriba del Palmones y a 9 km de la costa, donde se hallaron un conjunto de urnas cinerarias de plomo que habrían sido refundidas para fabricar aparejos de pesca. Se trataría de una posible necrópolis romana altoimperial asociada a un hábitat que desconocemos y perteneciente al territorium de Carteia (Mariscal Rivera, 2002: 96). Los datos reflejados en la Fig. 52 demuestran, en todo caso, que el entorno de la costa, y en especial las vegas fluviales, tuvieron una densa ocupación en época altoimperial, hasta el punto de que se documenta una cierta continuidad en el registro formada por hallazgos romanos insignificantes, generalmente cerámica, que reflejarían una intensa ocupación del territorio pero no necesariamente la existencia de un yacimiento. Algunos de estos casos serían el Cortijo de Torres, la Central de Ciclo Combinado B. de Algeciras, La Doctora II o la Cantera “La Alcaidesa”. Por nuestra parte, aunque consideramos que la falta de investigaciones específicas sobre el poblamiento rural de la zona y las cuestiones expuestas en anteriores apartados dedicados a las épocas fenicia y púnica, apuntarían a un desarrollo y consolidación gradual del poblamiento rural por parte de las ciudades de la costa, es innegable que en época altoimperial se produjo una ocupación de los valles sin precedentes, que tuvo que implicar la roturación de nuevas tierras y la instalación de nuevos contingentes humanos, producto del crecimiento demográfico del momento, quizá nuevos colonos de Traducta. Hubo, pues, una marcada integración entre el interior y la costa mediante la jerarquización y especialización de los distintos enclaves, y una clara especialización espacial del territorio. Esta radical transformación del paisaje en época altoimperial tiene un magnífico paralelo en la provincia

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de Málaga, donde se observa un patrón de asentamiento definido por una costa cuajada de ciudades portuarias y centros de producción salazonera y un poblamiento interior, de carácter agrícola, dispuesto en torno a los valles fluviales como el Guadalmedina, el Guadalhorce o el Guadiaro, que marcaron las vías de penetración (Rodríguez Oliva, 1976: 10-11; Corrales Aguilar, 2007: 254 y ss.).

Figura 60.- Carteia como nodo de rutas terrestres y marinas a escala regional y local. 9.5. L

:

C

-C

Como en la actualidad, las principales vías que comunicaban la bahía en la Antigüedad se extendían a lo largo de la costa y en dirección al interior, ya sea hacia Ronda o hacia la bahía de Cádiz y el valle del Guadalquivir (Fig. 60). Mencionemos, en primer lugar, la llamada “vía de la costa”, variante litoral de la vía Augusta entre Gades y Roma que discurría por la costa del sur y sureste peninsular hasta unirse a ésta en Carthago Nova. Aunque existía sin duda desde tiempo anterior, nuestras fuentes de información más elocuentes son las menciones de autores de época romana como Estrabón (Geo., III, 1, 7), Mela (Chor., II, 95-96), Plinio (N.H., III, 3, 7-8) o Ptolomeo (Geo., II, 4, 4-6) que nos trasladaron la sucesión de ciudades costeras, y en especial los itinerarios de época tardía o medieval, que aludieron de forma más explícita a dicha vía, como el Itinerario de Antonino, el Anónimo de Rávena o la Geografía de Guido. En torno a la bahía, el It. Ant. cita (E-O) las estaciones de Barbariana, Calpe Carteiam, Porto Albo, Mellaria y Belone Claudia en sus it. 406 y 407 (en Roldán Hervás, 1975: 19-101); el Anónimo

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de Rávena enumera Bamaliana, Gartegia, Transducta, Cetraria, Melaria y Belone en su it. 305 y Bamaliana, Cartetia, Traducta, Cetraria, Melaria y Belone en el 344 (en Roldán Hervás, 1975: 111-142); y, por último, la Geografía de Guido cita en su it. 516 Sabessola vel Bardesola, Saltum, Bamaliana, Gartecia, Transducta, Cetraria, Melaria, Belona (en Roldán Hervás, 1975: 143-148). Se trata, en líneas generales, de ciudades reconocidas arqueológicamente, aunque se aprecian lógicamente ciertas variantes de los topónimos, siendo la más significativa la ya citada alusión a Portus Albus por Traducta en el It. Ant. La repetición de esta sucesión de ciudades en las fuentes, que merece sin duda una atención mayor de la que aquí podemos concederle, muestra en todo caso la existencia de la citada vía costera que, a su paso por la bahía de Algeciras discurría junto a Carteia, Portus Albus/Traducta y Cetraria y que es considerada segura por la Tabula Imperii Romani (TIR, J-30, 2000: mapa Cordvba-Hispalis-Carthago Nova-Astigi). Si bien su carácter costero es incuestionable, las modificaciones experimentadas por el litoral de la bahía plantean hoy diferentes alternativas para su potencial trazado. En primer lugar, partiendo de Carteia hacia el este, en dirección a Barbesula y Malaca, la vía podría seguir la costa en dirección al Peñón y luego girar en dirección norte, bordeando la Sierra Carbonera por el sur en lo que parece el trazado costero más lógico. Sin embargo, las diez millas señaladas por el It. Ant. entre Carteia y Barbesula parecen indicar más bien un recorrido interior que evitaría el peñón de Gibraltar, como la autovía actual, según observaron ya autores como G. Bonsor (1918: 143) o C. Pemán (1954: fig. 1) y han defendido investigadores posteriores como J.M. Roldán (1975: lám. VI), G. Arias Bonet (1988), P. Sillières (1990: 353) o R. Corzo y M. Toscano (1992: 81), entre otros. El citado tramo entre Carteia y Barbesula bordearía la Sierra Carbonera por el norte, seguiría el arroyo Madre Vieja hasta enlazar con el arroyo de la Colmena y de éste al de la Doctora, que daría acceso al actual trazado de la A-7 en dirección a Málaga; o bien por el antiguo camino “de las canteras de Guadalquitón” hasta Barbesula. Este trayecto, además de resultar más corto que el costero, está jalonado de yacimientos de época antigua como el enclave fortificado del Cerro de los Infantes o el posible alfar o villa romanos del Cortijo de Albalate, que parecen certificar la frecuentación de la ruta (Mariscal Rivera et al., 2003: 82). El topónimo de “Albalate” podría, además, hacer alusión a un camino empedrado (“al-balat”)86 de posible origen romano, como ya han apuntado algunos autores (Arias Bonet, 1988: 20; Torremocha Silva, 2009: 67). Parece claro por tanto que Calpe Carteiam del It. Ant. haría referencia a la existencia de un ramal que desde Carteia se dirigiría al Peñón, el Mons Calpe (Sillières, 1990: 358). Este camino transitaría por la necrópolis del Gallo en primer lugar, el núcleo de Villa Victoria más adelante, y conduciría al Peñón, aparentemente deshabitado y de difícil acceso por tierra al estar rodeado de agua y marismas, pero que pudo albergar algún tipo de templo o altar dado su conocido valor simbólico. La segunda opción sería la vía de la costa en sentido Gades, para lo que el camino tendría que salvar el importante obstáculo que constituía el estuario de Guadarranque-Palmones. Una opción sería franquearlo en barco, quizá desde el mismo puerto de Carteia o desde un embarcadero menor destinado a tal fin. Sillières propuso que el río Guadarranque se cruzaría en barco y en la otra orilla se retomaría el tránsito terrestre, haciendo alusión a los restos de una vieja calzada entre los ríos de Guadarranque y Palmones, en lo que hoy son terrenos de la 86

P. Sillières (1990: 221-223) nos alerta, sin embargo, sobre la recurrencia de este topónimo en Andalucía y su utilización también para designar núcleos rurales, aconsejando cierta cautela a la hora de equiparar los “Albalates” o “Albolotes”, así como alusiones a “la Plata”, con la existencia de calzadas antiguas.

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empresa ACERINOX (Sedeño Ferrer, 1987: 106; Arias Bonet, 1988: 18; Sillières, 1990: 353). Sin embargo, dado que toda la zona comprendida entre ambos ríos estaría ocupada por agua y marisma, parece más lógico pensar que esa barca tomaría tierra ya en la margen derecha del Palmones, en la barriada de El Rinconcillo. Es probable que dicho alfar, como el de Villa Victoria, hubiera contado con un embarcadero, que a modo de hipótesis, podría corresponder al Portus Albus del It. Ant. Un emplazamiento posible de este atracadero podría haber sido el tradicional “embarcadero del Palmones”, hoy en desuso, que presenta la peculiaridad de ubicarse en el punto exacto donde arranca una vía de perfecta orientación N-S que más adelante ocupa la N-340 y que se correspondería con la vía identificada por C. Gómez de Avellaneda (1999) y con uno de los ejes de la posible centuriación de Iulia Traducta propuesta en un apartado anterior. Una alternativa al barco en esa vía hacia Gades sería bordear el estuario por un camino ribereño que probablemente compartiría su primer tramo con la vía que se dirigía hacia Malaca. Sin embargo, al circunvalar el estuario, este trazado alargaba las distancias, haciendo difícil encajar las seis millas que el It. Ant. establece entre Carteia y Portus Albus, con la ciudad de Traducta, apuntando de nuevo al embarcadero del Palmones. Este camino cruzaría el río Guadarranque en dirección oeste a la altura del Cerro del Prado y la actual carretera N-340, zona tradicional del vadeo del río conocida como vado del Oro. Existía, de hecho, un camino alternativo al costero que en parte fosiliza la carretera actual y que se conocía como “de los vados”, al unir la zona de vadeo del Guadarranque (vado del Oro o del Loro), con la del Palmones al oeste (vado de las Piedras, las Pilas o los Pilares). En éste último se conocen restos de un posible puente romano que permitiría atravesar el río a unos 3 km de la costa y 4 km de la desembocadura actual y que, de confirmarse su cronología romana, ratificaría el recorrido descrito aquí. La estructura fue reconocida por el cronista de Los Barrios M. Álvarez Vázquez que la describió como de apariencia romana, con sillares de caliza fosilífera y opus caementicium, pero la densa vegetación de ribera que la cubre hoy impide análisis visual alguno (1998: 386). Lo que sí podemos confirmar es su cronología anterior al s. XVII con total seguridad, pues ya Hernández del Portillo la describió como “una grandísima puente según ahora aparece por unos antiquísimos pilares” (1622/2008: 54) y en el siglo siguiente López de Ayala mencionaba “notables vestigios de un puente” (1782: 87). Entre ambos vados, el camino discurriría junto al alfar de la Venta del Carmen y otros posibles yacimientos romanos de la zona del Guadacorte. Existen noticias incluso de la existencia de restos de calzada en la margen izquierda del Palmones, junto a la estación férrea de Los Barrios, en los Altos del Ringo Rango y aguas arriba del río, en el Cortijo del Pimpollar (Mariscal Rivera et al., 2001: 117). Es posible que en la zona de la citada estación de ferrocarril, antes de llegar al río, el camino se bifurcara en dos: la vía costera continuaría hacia Traducta atravesando el citado puente, mientras que un segundo camino seguiría el Palmones y se dirigiría hacia el interior en dirección a la Silla del Papa-Bailo y Asido, como veremos después, y pasaría junto a la villa del Ringo Rango, donde se habrían conservado incluso restos de una calzada (Mariscal Rivera, 2002: 81-83). Bien franqueando el estuario en barco o bien bordeándolo por tierra, la vía de la costa llegaría a Traducta y tras esta ciudad se plantearían de nuevo dos posibilidades. En primer lugar, un camino costero hacia Mellaria y Gades más abrupto y accidentado, que pasaría por Cetraria (seguramente en Getares) y seguiría el trazado aproximado de la tradicional Cañada Real del Pelayo o la carretera N-340 (Pemán Pemartín, 1954: fig. 1; Sillières, 1990: 353-354) o de un sendero que discurre al sur de ésta con un recorrido mucho más recto, visible en fotografía aérea (Corzo Sánchez y Toscano, 1992: 75). Una segunda opción, que excluiría Caetaria-Getares, sería el camino tradicional de “la Trocha” que une Algeciras y Tarifa por la sierra y que presenta algunos tramos calzados, aunque seguramente de época moderna (Sáez Rodríguez, 1998). Ya

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G. Bonsor planteó este recorrido por la sierra, aunque este autor ubicaba Caetaria en la actual Tarifa (1918: 143) y otros autores que han defendido este trazado que uniría Carteia con Gades con ramales hacia Mellaria y Baelo Claudia, han identificado posibles restos de calzada romana en algunos puntos de su recorrido como el Puerto de Ojén (Arias Bonet, 1988: 18) o cerca del Puerto de Bacinete (Mariscal Rivera et al., 2003: 84). La existencia de un camino que uniría la bahía con la comarca de La Janda por el interior, evitando la costa y bordeando las sierras de la Plata y del Retín, sigue en parte una idea de J. Gavala y Laborde (1959: 101) y viene a coincidir con recientes propuestas para época prerromana de una ruta interior controlada por enclaves como la Silla del Papa-Bailo o el Peñón del Aljibe (García Jiménez, 2010; Moret et al., 2010). Además de la vía de la costa, desde Carteia partían rutas que comunicaba el litoral con las tierras del interior y que debieron de estar en funcionamiento al menos desde época fenicia, como hemos tenido la oportunidad de comentar. En época romana estas vías habrían jugado un papel importante tanto en la conquista como en la posterior vertebración del territorio y del poblamiento rural en época romana (Sillières, 1988; Mariscal Rivera et al., 2001). El mejor ejemplo de estas rutas de comunicación interior es llamada vía de CarteiaCorduba, señalada como de trazado inseguro por la Tabula Imperii Romani (J-30, 2000: mapa Cordvba-Hispalis-Carthago Nova-Astigi) al no estar mencionada en los itinerarios antiguos, pero sí constatada por indicios indirectos. Su existencia estaría confirmada desde época romana republicana, ya que De Bello Hispaniense le asigna una longitud de 170 millas al narrar la huida de Pompeyo el Joven a Carteia tras la derrota infligida por César en Munda (XXXII, 6-8). Se menciona incluso un miliario pero no hay mayores referencias a su recorrido exacto. Posteriormente, Estrabón aludió a los 1.400 estadios que separaban Munda de Carteia (Geo., III, 2, 2), en lo que podemos considerar otra prueba indirecta de la existencia de esta vía, generalmente aceptada por los investigadores especialistas (Pemán Pemartín, 1954: 53-55; Sillières, 1990: 422 y ss.; Corzo Sánchez y Toscano, 1992: 150-155). Se trataría de una vía que tuvo gran actividad en época republicana como enlace entre la armada y el ejército de tierra, aunque es probable que se encontrara en cierta decadencia desde época julioclaudia y de hecho no fue recogida posteriormente por el It. Ant. (Cortijo Cerezo, 2008: 307). Aunque la describimos aquí a grandes rasgos dada su amplia extensión, esta vía podría haber tenido dos variantes principales. Una primera, bordearía la Serranía de Ronda por el oeste y tendría como estaciones de su recorrido las ciudades de Lascuta, Itucci, Ilipa, Astigi y Corduba (Corzo Sánchez y Toscano San Gil, 1992: 150-155) o quizá Oba, Ocuri e Iptuci y de allí saldría a la vía de Hispalis-Corduba por la actual carretera de Las Cabezas de San Juan (Pemán Pemartín, 1954: 53-55). La vía también podría haberse dirigido a Lascuta, donde tomaría la ruta citada, a través de Oba, por un camino tradicional entre Alcalá de los Gazules y Jimena de la Frontera que es hoy impracticable en automóvil (Corzo Sánchez y Toscano San Gil, 1992: 154). Una segunda opción sería atravesar la Serranía de Ronda por los valles del Guadiaro y el Corbones, a través de Oba y Acinipo hasta salir a la campiña en Urso, donde la vía tomaría una ruta hacia Corduba pasando por Astigi y quizá por Munda que sí está confirmada ya que se conocen restos de su calzada (Sillières, 1990: 429-430). También entre Acinipo y Carteia G. Arias detectó varios tramos de calzada de posible adscripción romana en el Puerto de las Encinas Borrachas y en Gaucín (1988: 19 y ss.). Se trata, además, de una ruta pecuaria tradicional que unía Gibraltar y Ronda, la llamada Cañada Real del Campo de Gibraltar.

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La fluidez de los contactos entre la bahía de Algeciras y las ciudades del entorno de Corduba y por tanto la existencia de esta vía, estaría confirmada además, como hemos comentado en otra parte, por la abundancia de monedas de Carteia en ciudades del área minera como Obulco, Castulo y la propia Corduba y de estas cecas tanto en Carteia como en estaciones intermedias de esas rutas como Carissa o Acinipo (Gozalbes Cravioto, 1995a: 407; Mora Serrano, 1999; Arévalo González, 2003: 254-255). Otra alternativa para llegar a Corduba desde Carteia sería a través de Hispalis. La vía Carteia-Hispalis tampoco aparece mencionada en las fuentes antiguas, pero sí se documenta, en su versión Gibraltar-Sevilla, en algunos textos medievales como los itinerarios de peregrinos (Gozalbes Cravioto, 2001a: 216). Esta vía seguiría el río Palmones hacia Asido por la vía natural de comunicación terrestre con la bahía de Cádiz, fosilizada posteriormente en la Cañada San Roque-Medina, que fue en origen Gibraltar-Medina (Álvarez Vázquez, 1998: 382), y allí tomaría la vía Asido-Hispalis que presumiblemente tendría su origen en la población de Baesippo (Sillières, 1990: 430 y ss.). 9.6. E

III ¿

?

Una vez descrito el panorama que caracterizó la bahía de Algeciras entre el cambio de Era y el s. II, resulta inevitable, como epílogo de nuestro recorrido histórico, referirnos a los cambios acontecidos en el s. III. Es indudable que esta centuria estuvo marcada por la crisis política del Imperio romano, acuciado por guerras e invasiones favorecidas por una notable debilidad del poder central. Esto desencadenó una serie de cambios en la estructura política y administrativa del Imperio que preludiaban una larga época de progresivas transformaciones, a medio camino entre el mundo antiguo y la Edad Media, que conocemos como Antigüedad Tardía87. Sin embargo, la crisis política no parece haber implicado necesariamente una crisis del modelo urbano o territorial, al contrario de lo que la historiografía tradicional, basada en la historia política, preconizaba. Desde el punto de vista administrativo, por ejemplo, se constata en Hispania una continuidad de la vertebración territorial y las comunicaciones, así como un no desdeñable dinamismo urbano que traslucen las dedicaciones ciudadanas y el evergetismo reflejados en la epigrafía (Cepas Palanca, 1997). Y sin bien es cierto que la arqueología refleja numerosos abandonos y destrucciones en contexto urbanos de este momento, las ciudades hispanorromanas no fueron destruidas o abandonadas, sino que iniciaron una transformación gradual que a lo largo de los siglos siguientes daría origen a un nuevo tipo de ciudad, la civitas christiana (Kulikowski, 2004; Diarte Blasco, 2009; Brassous, 2010; Quevedo Sánchez, 2015). Uno de los cambios estructurales tradicionalmente asociados a la crisis de las ciudades es la ruptura del equilibrio campo-ciudad y la ruralización de la sociedad entendida como el abandono de las ciudades por las villae, aunque hoy día se concibe como una evolución del poblamiento paulatina y un aumento en la variedad de formas de poblamiento, desde las conocidas villae o los vici, castella o turres, de difícil adscripción arqueológica, hasta la reocupación de antiguos oppida o castros (Díaz Martínez et al., 2007: 250 y ss.).

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Contamos hoy con una reciente obra conjunta sobre los estudios de Antigüedad Tardía en España (Escribano Paño, 2009), que recoge revisiones historiográficas sobre esta línea de investigación (Gurt i Esparraguera y Sánchez Ramos, 2009). También son trabajos de referencia sobre la ciudad tardoantigua, el territorio y la evolución de su conocimiento arqueológico: Février, 1974; VV.AA., 1993; Salvador Ventura, 2002: 447 y ss.; Brogiolo et al., 2000.

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Esta imagen de ciudades y campos en transformación, y no en decadencia, es especialmente clara en la Bética, dado el tradicional peso urbano de la zona, que facilitó el mantenimiento de formas de organización y de una vida urbana romanas, prácticamente hasta la islamización (Pérez Centeno, 1999: 432; Helal Ouriachen, 2009). El contraste entre la imagen tradicional de la decadencia urbana a partir del s. III y la realidad material de las ciudades revelada por las investigaciones arqueológicas, es especialmente llamativa en las ciudades del fretum Gaditanum, donde esta época habría estado caracterizada por un notable dinamismo urbano y comercial, tal y como muestra, en especial, el registro anfórico, propio de una gran actividad económica e intercambios comerciales con el norte de África y diferentes zonas del Mediterráneo hasta el s. VII (Bernal Casasola, 1997; Villaverde Vega, 2001). Conviene recordar, en este sentido, que los tradicionales vínculos comerciales y económicos entre las ciudades de ambas orillas del Estrecho se habrían reforzado política y administrativamente en el s. III con la inclusión de la provincia Mauritana Tingitana en la Diocesis Hispaniarum creada por Diocleciano. Estos aspectos se observan en las dos ciudades de la bahía, tanto en Carteia como en Traducta y es probable que hubiera sido así también en Barbesula que podría haber estado ocupada también hasta época visigoda. En Carteia se constata una clara continuidad urbana respecto a los siglos anteriores, aunque es indudable un cierto decaimiento económico en el s. III, quizá adelantado ya por el cese generalizado de la actividad alfarera en el s. II, pero que en todo caso no parece haber tenido el calado que hasta hace poco tiempo se le atribuía (Presedo Velo, 1989; Gozalbes Cravioto, 1995b). La época tardoantigua ha estado estrechamente unida a la historiografía de la ciudad de Carteia desde su inicio, debido a la aparición del famoso sarcófago de mármol en 1927 y el subsiguiente descubrimiento de la necrópolis del Gallo. Con posterioridad, prácticamente todas las intervenciones efectuadas en la ciudad han revelado importantes niveles tardoantiguos, y ya en los años noventa se emprendieron estudios específicos encaminados a un mejor conocimiento de esta época, centrados en el análisis del registro material y de las estructuras, tanto aquéllos recuperados o exhumados en el Proyecto Carteia como aquéllos conocidos por intervenciones anteriores (Bernal Casasola, 2006a). Fuentes como la numismática o la epigrafía ponen de manifiesto la vitalidad urbana y el dinamismo comercial del periodo comprendido entre los ss. III y V, debido a la abundancia de monedas de esa época en la ciudad, así como a la existencia de epígrafes dedicatorios, por ejemplo la inscripción imperial dedicada a Julio Vero Maximino de la década de 230 o la inscripción funeraria de Aurelius Felix, del s. IV. La ciudad podría haber ocupado en estos siglos unas 15 ha de las 25 ha de época altoimperial, y respecto a sus diferentes áreas funcionales, es posible que se abandonara la parte alta de la ciudad y que las estructuras de uso residencial se ubicaran en el conocido como “cerro de las monedas” excavado por el equipo de D.E. Woods en los sesenta. En la zona del foro se han excavado numerosas estructuras de esta época, de difícil interpretación funcional pero seguramente de carácter público. En la zona baja, las múltiples refacciones de las termas revelarían la continuidad de su uso hasta el s. IV, así como las construcciones y modificaciones en la zona de la “domus del Rocadillo”, que además respetaron los ejes anteriores (Bernal Casasola, 2006a). Ya en el entorno suburbano de la ciudad, el área industrial salazonera ubicada junto al Guadarranque estuvo en uso hasta al menos el s. V, como también lo estuvo la mencionada necrópolis del Gallo, que además albergó enterramientos de cierta importancia en esta época. Mención especial merece el citado sarcófago de mármol blanco, tradicionalmente considerado paleocristiano pero que dataría en realidad de finales del s. III o inicios del s. IV y sería una de las últimas importaciones de sarcófagos de tema pagano en la Bética,

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otra clara muestra del dinamismo urbano y del acceso a bienes de prestigio por parte de la población carteiense de la época (Beltrán Fortes, 1999: 50; Rodríguez Oliva, 1999). En Traducta, a pesar de que contamos con una información muy reducida en comparación con Carteia, puede comprobarse también esa marcada continuidad urbana. A partir del s. III la ciudad no sólo no decaería sino que es posible que mantuviera el área ocupada en época altoimperial. En la zona de factorías de salazón se continuó con la actividad industrial y aunque se realizaron algunas reformas, se conservaron los ejes principales que ordenaban el espacio, por lo que la estructuración urbana, al menos en ese lugar, no sufrió cambio alguno. A juzgar por las cerámicas importadas se mantuvo una dinámica relación comercial con diferentes áreas del Mediterráneo, pero en especial con el norte de África, Italia y el extremo oriental (Bernal Casasola, 1995a; Jiménez-Camino Álvarez y Bernal Casasola, 2007: 178 y ss.). La necrópolis de época altoimperial fue sustituida por la recientemente excavada en la Avenida de la Marina, que habría estado en uso entre el s. III y el s. V. Esta nueva zona funeraria se ubicaba al sur de la anterior, aunque también en la Villa Nueva algecireña, y por tanto más cerca del río de la Miel y de la ciudad, como hemos comentado anteriormente (Bravo Jiménez et al., 2008). Más allá de las ciudades, las instalaciones industriales costeras, factorías de salazón y alfares, que habían caracterizado los siglos iniciales del Imperio, ofrecieron a partir del s. II un aspecto muy diferente, aunque no por ello de decadencia o crisis. Ya en el s. II parece constatarse un cese general de la actividad alfarera que no se correspondería sin embargo con el final de la producción salazonera, que sí continuó, sino más bien a una restructuración del sector industrial a escala imperial (Fernández Cacho, 1995b: 193-194; Bernal Casasola, 1998a: 37). Nuestra zona de estudio sigue, por tanto, las pautas generales definidas para las cetariae hispanas partir de mediados del s. II, cuando se produjo un cambio del modelo productivo que afectó tanto a su organización y propiedad, con una tendencia a la privatización, como a su topografía (Lagóstena Barrios, 2001: 351 y ss.) Las factorías de salazón son, sin embargo, uno de los principales argumentos de la continuidad económica y poblacional entre época alto y bajoimperial, tanto en la bahía como en su entorno gaditano y malagueño. Y si bien el volumen de salsas de pescado y salazones pudo haber disminuido respecto a la época anterior, las numerosas instalaciones entonces en funcionamiento, así como el flujo comercial que reflejan objetos importados de otras partes del Mediterráneo, revelan que una parte considerable de esa producción fue objeto de exportación. En estos siglos continuaron en funcionamiento, como hemos mencionado, las factorías urbanas de Carteia y Traducta. También siguió produciendo salazones la pequeña factoría del barrio periurbano de Villa Victoria, que en esta época habría perdido su función original de alfar. Aunque inicialmente se había considerado que el barrio habría sufrido un hiatus entre los ss. II y IV, momento en que se estableció un taller de púrpura junto al antiguo embarcadero altoimperial (Bernal Casasola et al., 2008), la posterior excavación de la factoría de salazón, que estuvo en uso entre época augustea y el s. VI, revelaba la continuidad de la actividad industrial en Villa Victoria a lo largo de toda la época romana (Bernal Casasola et al., 2009). Tampoco podemos descartar el uso de la necrópolis altoimperial en esta época, dado la aparición de una tumba del s. VI en sus niveles superiores, que han sido objeto de importantes alteraciones (Blánquez Pérez et al., 2008). Así pues, es probable que Villa Victoria se convirtiera en esta etapa en una verdadera aglomeración secundaria, con cierta autonomía respecto de Carteia, al socaire de la tendencia centrípeta de esos siglos (Lagóstena Barrios, 2001: 356 y ss.). Un indicio destacado de la comunicación por mar entre el citado barrio y la ciudad en estos momentos sería el material del fondeadero identificado entre la desembocadura del arroyo

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Gallegos y el pantalán de la empresa CEPSA, que incluye restos de una embarcación, hoy desaparecida, que fue datada en época tardoantigua (San Claudio Santa Cruz et al., 2009). Otro núcleo de origen industrial que pudo haber tenido un desarrollo similar a Villa Victoria y, por tanto, alcanzado tamaño y relevancia de aglomeración secundaria, fue la factoría de salazón de Getares. Este enclave habría surgido como factoría de salazón y habría alcanzado una envergadura notable, puesto que son visibles estructuras, no sólo de piletas de salazón, en la misma costa pero igualmente en un cerro anejo. Aunque la parcialidad y escasez de la información impiden establecer su origen, que presumimos altoimperial como el resto de industrias de la bahía, el material recogido en superficie sí ha permitido a los investigadores establecer su continuidad hasta el s. VI (Pemán Pemartín, 1954: 49; Jacob, 1985; Sillières, 1988; Ponsich, 1988). Además, el hecho de que el Anónimo de Rávena (305, 13; 344, 7) o la Geografía de Guido (516, 6) citaran Cetraria, mientras que Ptolomeo y el It. Ant la ignoraron, puede significar que en los últimos siglos del Imperio habría alcanzado una relevancia como núcleo secundario del territorium de Traducta que no tuvo en época altoimperial (Gozalbes Cravioto, 2001b).

Figura 61.- Inicio de las transformaciones del territorio en época bajoimperial (ss. III-IV). En el entorno oriental de la bahía se constata esa misma continuidad de las actividades salazoneras y la posible evolución de las factorías a verdaderos núcleos secundarios. La factoría de salazón de Gualdaquitón-Borondo, habría estado en funcionamiento también en época tardorromana, así como su posible fondeadero asociado. Otras factorías del

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entorno de Barbesula que pudieron haber prolongado su actividad en esta época fueron Mesas de Chullera, Sotogrande o Torreguadiaro, si bien es una cuestión aún por confirmar. En cuanto al poblamiento rural del interior, aunque es un aspecto siempre menos conocido que la ocupación de la costa, podríamos presumir igualmente una tendencia a la continuidad respecto a época altoimperial. La villa de Ringo Rango estaría abandonada ya desde el s. II hasta su nueva reocupación en el s. IV (Bernal Casasola y Lorenzo Martínez, 2002b). La información de que disponemos sobre otras posibles villae es, como hemos visto para el periodo anterior, muy escasa, por lo que resulta difícil concretar cuáles de las posibles explotaciones agrícolas altoimperiales habrían continuado en esta época, aunque hay varios argumentos que nos llevan a pensar en su continuidad, de manera coherente con la citada para el caso urbano y en línea con lo que se conoce en zonas cercanas como el interior de la provincia de Málaga, donde la mayoría de villae permanecieron activas en estos siglos (Corrales Aguilar, 2007: 266 y ss.). Próximos trabajos sobre el tema habrán de tener en cuenta, por tanto, aquellos hallazgos clasificados como posibles villae altoimperiales y aquéllos de cronología romana indeterminada, expuestos en el capítulo anterior, ya que podrían haber perdurado o incluso haber sido creados en esta época. Dichos hallazgos, recordemos, se concentraban en las vegas fluviales del Palmones, Guadarranque y Guadacorte junto a Carteia, y el Guadiaro en el caso de Barbesula. A pesar de esa citada dificultad en el conocimiento de los núcleos rurales, sí parece constatarse la creación en los ss. III y IV de nuevas posibles villae como Loma del Novillero Torres o Cala Arena (II), ésta última podría haber sido una factoría de salazón por su cercanía a la costa. También en el territorium de Traducta se fundaría la posible villa o asentamiento fortificado de La Zorrilla, donde se distinguen estructuras de grandes sillares y opus caementicium, así como una posible fortificación, asociados a materiales tardorromanos y visigodos. En el territorium de Carteia Alto de Fuente Magaña, Cruce del Patrón, Cerro de los Pinos y Miraflores, ésta última recientemente descubierta al realizar la variante de la carretera A-405, presentan exclusivamente materiales tardorromanos (Crespo Santiago, 2007). No se descarta, sin embargo, que algunos de estos posibles yacimientos tuvieran un origen previo. Resulta interesante señalar, aun insistiendo de nuevo sobre la escasa información disponible, el carácter fortificado de algunas de estas posibles villae bajoimperiales, como el Cerro de Palmares y La Zorrilla, ambas cercanas a vías de comunicación, pero especialmente la segunda, que se sitúa en la sierra y controlaría los caminos terrestres tradicionales entre la bahía y la comarca de La Janda (Fig. 56) (García Díaz et al., 2003: 52). Este hecho nos ha llevado a catalogarlas, también, como posibles “asentamientos fortificados romanos”, un aspecto de enorme interés, de confirmarse, si tenemos en cuenta que, además de la ocupación de antiguos castros, la fortificación de las villae o los vici a partir del s. V explicaría su mención por las fuentes posteriores como castra o castella (Arce Martínez, 2007: 213-243). Completarían este panorama del poblamiento tardorromano posibles necrópolis de dudosa cronología y por tanto ya mencionadas en época altoimperial, como La Menacha, entre Traducta y el río Palmones, donde se recuperaron tegulae y restos óseos y se data por tanto en un momento indeterminado de época romana, y a la que no se le conoce hábitat asociado (Vicente Lara y Marfil Ruiz, 1991: 135). En el entorno de Barbesula, las perforaciones geoarqueológicas del DAI en los años ochenta pusieron al descubierto restos de una posible necrópolis romana situada a unos 400 m al noroeste de la ciudad y que formaría sin duda parte de su entorno periurbano (Arteaga Matute et al., 1987: 120).

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El paisaje de la bahía a partir del s. III se caracterizó, en suma, por una notable continuidad respecto a la época anterior, por su dinamismo urbano, industrial y comercial, aunque sí hubo importantes modificaciones, pero que en todo caso no supusieron una gran crisis de las estructuras económicas ni sociales de la zona. Las ciudades mantuvieron una vida urbana al modo romano y aunque algunos espacios pudieron haber alterado su función inicial, las zonas industriales salazoneras conservaron su configuración y uso y favorecieron la continuidad de la actividad productora y comercial. A lo largo de la costa, si bien ya no existirían alfares autónomos, sí se mantuvieron las factorías salazoneras como Villa Victoria y Getares, que pudieron haberse convertido en núcleos de cierta entidad. Esta vocación marítima y pesquera, en un contexto de dinamismo urbano, dejó huella, una vez más, en los puertos de Traducta y Carteia, en la desembocadura del río de la Miel y del Guadarranque respectivamente; igualmente en los fondeaderos de Puente Mayorga, la ensenada de Getares, y quizá en los de Punta Mala y Punta Europa, donde se recoge abundante material tanto romano como tardorromano (Fig. 61). En sintonía con la continuidad de las ciudades y las factorías de salazón, es probable que los territorios hubieran mantenido su configuración de época romana y los lazos de dependencia administrativa con las ciudades, aunque ya se habría iniciado una dinámica de progresiva autonomía del campo respecto de las ciudades.

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10. S

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A

10.1. P Como necesario punto de partida de este estudio histórico sobre el poblamiento de la bahía de Algeciras, hemos realizado una propuesta de reconstrucción paleogeográfica (capítulo 4), para la que nos hemos apoyado en un amplio elenco de fuentes de información, tanto documentales como geoarqueológicas y paleobotánicas. Según podemos concluir de la lectura comparada de dichas fuentes, el relieve y sobre todo la línea de costa de la bahía, ofrecían en época antigua un aspecto muy distinto al actual, con la sola excepción de las marismas del Palmones, que son hoy Paraje Natural y conservan parte de sus características pretéritas. Los cambios han sido provocados por la evolución geomorfológica de más de dos milenios, a la que vinieron a sumarse las transformaciones operadas por el hombre en los últimos siglos. Dichas transformaciones explicarían la ausencia de evidencias arqueológicas in situ en amplias zonas de la franja litoral y de las llanuras aluviales, al haber estado sumergidas en época antigua. La línea de costa antigua que hemos podido describir a partir de nuestro estudio estaba jalonada por una serie de estuarios, lagunas litorales, cordones dunares, barras arenosas e islas, que le conferían una fisonomía muy irregular debido a dos aspectos fundamentales: en primer lugar, el mar tenía un nivel superior al actual, a lo que hemos de sumar que los diferentes procesos de erosión y sedimentación continental y marina que han uniformado y suavizado el contorno litoral durante dos milenios, se encontraban en un estado inicial. A pesar de ello, la bahía debió de ser entonces, como lo ha sido a lo largo de la historia, un refugio inmejorable para las embarcaciones, al encontrarse protegida de vientos y corrientes, y emplazada en un nodo de comunicaciones principal como fue y es el estrecho de Gibraltar. El medio acuático tuvo, por tanto, un mayor protagonismo que en la actualidad, ya que la transición entre medio marino, fluvial y terrestre era más gradual que

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hoy día. Es este un aspecto que definió las pautas de poblamiento, las estrategias económicas, así como unas redes de comunicación a caballo entre mar, marisma y tierra. Como principal protagonista de aquella paleocosta, existió un gran estuario formado por la confluencia de las desembocaduras del Guadarranque y el Palmones, así como algunos afluentes de éstos como el Guadacorte o el Madre Vieja, donde se emplazan hoy dos polígonos industriales y un centro comercial y empresarial. El estuario seguía, en líneas generales, la actual cota de los 3 msnm aunque, dado que las dinámicas de erosión y sedimentación de los últimos siglos han alterado el relieve, es difícil establecer la línea de costa antigua en función tan sólo de la altitud. Podemos calcular, en función de estos datos, que el estuario del sistema Guadarranque-Palmones ocupaba una extensión cercana a las 900 ha y penetraba hasta 3 km al interior por los valles de los citados ríos y arroyos. Constituía, por tanto, una zona doblemente protegida dentro de la bahía, lo que explica que los principales asentamientos de época fenicia y púnica se ubicaran en sus orillas: el Cerro del Prado al fondo de dicho estuario, en un primer momento, y la ciudad de Carteia, a caballo entre la bahía y el estuario, posteriormente. La extrapolación de los datos paleogeográficos obtenidos en los sondeos del Proyecto Carteia y la recopilación de otros estudios publicados nos permiten hoy afirmar que existían en la bahía otros estuarios o ensenadas, de reducidas dimensiones en comparación con el citado del Guadarranque, en puntos como el río de la Miel o los arroyos Saladillo, Lobo o Pícaro, en la mitad occidental, o en el arroyo Gallegos en la mitad oriental. Como es sabido, desde época fenicia al menos, estos estuarios se encontraban en proceso de colmatación por lo que a inicios de la época romana muchos habían sido confinados por flechas litorales que habrían generado espacios de marisma. Sin embargo, no fue un proceso totalmente lineal entre el máximo flandriense y la actualidad, sino que habría experimentado un ritmo de colmatación más intenso a lo largo de la época fenicio-púnica y hasta el s. II a.C., y más gradual después. Tal y como demuestran los últimos sondeos del Proyecto Carteia y otros estudios realizados en zonas cercanas, en el s. II de la Era se inició una transgresión marina que provocó el retranqueamiento de la línea de costa y la inundación de zonas que estaban ya desecadas, y posteriormente comenzó una nueva etapa de progresiva colmatación, que habría culminado en los últimos siglos. Junto a los estuarios, otros elementos que caracterizaron la fisonomía de la antigua bahía de Algeciras fueron la Isla Verde, hoy absorbida por el puerto de Algeciras, y el peñón de Gibraltar, cuyo istmo fue zona de marismas hasta prácticamente el s. XX, según reflejan diferentes fuentes textuales, cartográficas e incluso fotográficas. Si bien es complicado afirmar que la profundidad de esas marismas permitiera la navegación por la zona en época antigua, sí es seguro al menos que éstas dificultaban el acceso al Peñón por tierra y le conferían el aspecto de una isla, hecho recogido por autores como Estrabón (Geo., III, 1, 7) o Mela (Chor., II, 95-96). En lo que respecta a las corrientes, dada la irregular configuración de la paleocosta, su régimen dentro de la propia bahía debió de ser menos estable que el actual, si bien la existencia de estuarios ofrecía abundantes espacios protegidos de las mismas. Las corrientes marinas del Estrecho, por otro lado, fueron muy semejantes a las actuales, dominadas por la confluencia excepcional en la zona del océano Atlántico y el Mediterráneo. La bahía de Algeciras y el estuario del Guadarranque ofrecían, por tanto, refugio de las corrientes y los imprevisibles vientos, que hacían tan peligrosa la travesía del Estrecho. Esto explicaría el protagonismo que el puerto de Carteia tuvo en sucesivos episodios bélicos como la segunda guerra púnica o las guerras civiles romanas, referidos a lo largo de texto.

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Otra conclusión novedosa es que, sobre este paisaje ya de por sí cambiante, vino a incidir en el s. I de nuestra Era una gran ola de origen sísmico de entre 3 y 5 m que impactó, con toda seguridad, sobre la costa de la mitad oriental de bahía, según se ha podido documentar en Carteia y Villa Victoria a través de los sondeos geoarqueológicos. Los efectos destructivos sobre embarcaciones, estructuras portuarias o instalaciones industriales cercanas a la costa fueron notables y sus secuelas han sido incluso documentadas por la arqueología en la citada Villa Victoria. No obstante, nos resulta de gran interés destacar que, a pesar de los efectos destructivos de ese acontecimiento y la consiguiente alteración del paisaje costero, el registro arqueológico del mencionado alfar o de la propia Carteia, así como en general las pautas de poblamiento de época altoimperial, revelan una marcada continuidad respecto a la etapa precedente. Las zonas de marisma fueron asimismo importantes fuentes de recursos como la pesca, la arcilla o la sal, de más que demostrada relevancia en la economía de las ciudades del Estrecho. Estas áreas pantanosas condicionaron igualmente los desplazamientos y la definición de las vías de comunicación en la bahía. Dada la irregularidad de la costa y sus continuos cambios, así como la existencia de estuarios y marismas, el trazado de la vía costera hubo de discurrir más al interior y dibujar un contorno más quebrado, que podría incluso variar según la época del año. Ese recorrido que bordeaba el estuario por las zonas más elevadas y esa dinámica viaria caracterizada por la movilidad de los trazados y su adaptación a las diferentes condiciones de la costa y de los estuarios, ha sido una constante hasta época contemporánea, según hemos podido comprobar a través de nuestro estudio cartográfico. Desde el punto de vista estrictamente arqueológico, tal y como hemos expuesto en el capítulo 9, se conocen restos de posibles calzadas en los Altos del Ringo Rango o la estación férrea de Los Barrios, lo que confirmaría ese trazado interior que bordeaba el antiguo estuario. Los desplazamientos terrestres entre diferentes puntos de la bahía fueron en muchos casos más largos que los marítimos, que serían por tanto los más comunes, especialmente en el caso del transporte de mercancías. Además de los recorridos en barca por la bahía, los estuarios y ensenadas que se abrían en la misma fueron también espacios transitados cuando la profundidad lo permitía, del mismo modo que lo eran los esteros de la Bética descritos por Estrabón (Geo., III, 1, 9). Para estos desplazamientos se emplearían medios específicos como los que nos transmite Avieno, al afirmar que los púnicos “tenían esta costumbre, que construían embarcaciones con el fondo más llano, para que la nave dotada de mayor anchura pudiera deslizarse por el mar menos profundo” (vv. 377-380). También en la construcción simbólica del espacio, en un plano fenomenológico, habría jugado un papel esencial ese carácter dinámico de la costa, la convivencia con el mar y las marismas, así como hitos geográficos de significado panmediterráneo como el Estrecho y el peñón de Gibraltar o Mons Calpe. El carácter sagrado de éste último, que tan bien reflejan las fuentes literarias, estaría reforzado por la realidad geomorfológica descrita, puesto que el istmo que le unía al continente era una zona inundable que suponía en la práctica una barrera para el acceso por tierra, lo que implicaba su aislamiento de las zonas pobladas. A ello hemos de unir el carácter sagrado de estos entornos semiacuáticos como espacios liminales entre la tierra y el agua, y por extrapolación, entre lo profano y lo sagrado. Pero es la arqueología la que ha confirmado de manera definitiva ese valor religioso del Peñón, dada la existencia de un santuario fenicio-púnico en la cueva de Gorham que a lo largo de más de cinco siglos recibió ofrendas de muy diferentes áreas del Mediterráneo. Sin embargo, desconocemos por el momento y a pesar de las numerosas intervenciones realizadas en la ciudad de Gibraltar, otro vestigio de época antigua en el Peñón. Esta ausencia, unida a la mencionada cita de Avieno sobre las islas con altares dedicados a Hércules de donde los devotos “se marchan

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rápidamente: se considera un sacrilegio demorarse en estas islas” (vv. 361-362), invita a pensar en el Peñón como un lugar destinado exclusivamente a lo sagrado y vedado, por tanto, al hábitat. 10.2. E

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A esa geografía de naturaleza dinámica y definida por la confluencia de los medios terrestre, marino y semimarino, le acompañó siempre también una caracterización biológica dividida en diferentes ámbitos como las sierras y el piedemonte, la costa y las marismas, en función de la información aportada por diferentes estudios arqueobotánicos y arqueozoológicos. Los rasgos climáticos como las temperaturas, las precipitaciones o los vientos eran semejantes a los actuales, dado que la ubicación de la comarca del Campo de Gibraltar en el extremo meridional y su exposición a los vientos húmedos del Atlántico, la dotaron de un clima benigno pero de una alta humedad en comparación con su entorno inmediato. Dichas características han propiciado la existencia de amplias masas forestales de encinas y alcornoques, que sin duda singularizaron el entorno de las ciudades de la bahía respecto a los paisajes de otras zonas costeras y que tienen su mejor ejemplo en el actual Parque Natural de Los Alcornocales, la masa de alcornoques más meridional de Europa. Estos bosques parecen haber inspirado, de hecho, la alusión de Avieno a que las Columnas de Hércules “por doquier están erizadas de bosques” (v. 356). Las analíticas palinológicas demuestran que la franja litoral estuvo también ocupada por ese bosque esclerófilo, que en zonas menos húmedas sería sustituido por pinos y acebuches, así como por bosque de ribera y especies propias de entornos de marisma en sus respectivos ámbitos. Era un bosque abierto, lo que se vio acentuado por el proceso de deforestación iniciado seguramente en época fenicia por la explotación del mismo para diversos fines industriales, especialmente para combustible, así como para la extensión de cultivos. Los análisis paleobotánicos han demostrado, en efecto, cómo los entornos de las ciudades de Carteia o Traducta estaban ya fuertemente antropizados en época romana, por lo que el bosque originario había dado paso ya en ese momento a importantes extensiones de cultivos y pasto. El registro faunístico recuperado en diferentes yacimientos como Traducta o el alfar de la Venta del Carmen revela que tampoco la fauna salvaje, como jabalíes, corzos y conejos, ni la doméstica, formada por vacas, cabras u ovejas, diferían mucho de las especies aún hoy conservadas en las sierras o, incluso, en los cerros y piedemonte. Una mayor degradación han sufrido, especialmente a partir de su explotación a escala industrial desde fines del s. XIX, los principales productos consumidos en época antigua, tanto los moluscos de los entornos de marismas como la fauna propiamente marina. En ésta última destacan los túnidos o los escómbridos que, pese a todo, continúan siendo especies protagonistas de la rica fauna marina del Estrecho. Nuestro estudio de los recursos naturales y la economía antigua de la bahía expuesto en el capítulo 5 se ha basado lógicamente en el registro arqueológico, pero también de forma muy especial en las informaciones que sobre esa economía antigua o la tradicional nos aportan fuentes literarias de todas las épocas, fuentes iconográficas e incluso testimonios orales. El motivo de haber tenido en cuenta este tipo de informaciones es que nos permiten tomar en consideración determinados recursos cuya explotación no ha sido documentada arqueológicamente, pero que pudieron haber sido aprovechados en la Antigüedad dada la utilidad de los mismos, su abundancia o el escaso nivel técnico requerido para su explotación.

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De forma coherente con el panorama geográfico y biológico ofrecido, las actividades económicas de la bahía se articularon en torno a las principales unidades del paisaje: mar, cerros y vegas fluviales y finalmente marismas. El primer y principal recurso que la bahía ofrecía en abundancia es el agua dulce, pues a los numerosos ríos y arroyos podemos sumar los ricos acuíferos cuaternarios de Guadarranque-Palmones y de La Línea. El agua fue por tanto una de las causas del profuso poblamiento y de la idoneidad de la bahía como punto de aguada para la navegación. Los recursos del mar como peces, moluscos y otras especies fueron uno de los pilares de la economía antigua, tal y como atestiguan numerosas fuentes literarias y arqueológicas citadas a lo largo del texto. Sin embargo, no fueron menos importantes las actividades agrícolas en las fértiles aunque reducidas vegas de los ríos, donde la calidad de la tierra aluvial facilitó el cultivo de cereal, constatado desde época fenicia por la arqueología en el poblado del Ringo Rango y desde al menos el s. III a.C. en el entorno de Carteia, por los análisis palinológicos. Es importante señalar, no obstante, que debido a los fuertes vientos y la abundante humedad, el cultivo de cereal, si bien ha sido una constante a lo largo de la historia, nunca tuvo el protagonismo que alcanzó en otras zonas cercanas como Oba-Jimena de la Frontera. En cuanto a los olivos, los análisis palinológicos demuestran su presencia desde época púnica en Carteia, pero dada la dificultad de diferenciar los taxones de la variedad silvestre y la cultivada, estaría aún por confirmar arqueológicamente su explotación. Ocurre lo contrario con la vid, ya que no ha podido aún documentarse por la palinología, pero sí de forma indirecta por la arqueología, dada la fabricaron de ánforas vinarias en los alfares altoimperiales de la Venta del Carmen y Villa Victoria, además de ser las vides uno de los símbolos que aparecen en algunos tipos de reverso de la ceca de Iulia Traducta. Nuestro estudio de la economía tradicional demuestra, además, la intensa producción vitícola de la bahía en época moderna, cultivo que fue objeto de exportación a diferentes puntos de España pero que ha quedado absolutamente borrado del paisaje actual. Las características de los suelos, especialmente los cerros arcillosos que circundan la bahía, los hacían menos aptos para labores agrícolas pero muy adecuados para pasto, por lo que la ganadería tuvo tradicionalmente una mayor profusión que la agricultura. Para época romana, los escasos estudios de fauna realizados parecen apuntar a un predominio de la cabaña ovicaprina frente a la bovina, un tipo de explotación que se corresponde con una sociedad altamente territorializada como la romana. La carne de esos ganados fue incluso objeto de exportación, tal y como demuestran los indicios de conservas cárnicas documentados en las factorías de Traducta. Las zonas de marisma o lagunas intermareales fueron óptimas para la recolección de determinados moluscos y la obtención de sal y arcilla, productos que resultaron esenciales en el desarrollo de la industria salazonera. Aunque la costa, como hemos demostrado, sufrió variaciones a lo largo de los siglos que debieron de incidir de alguna manera en los patrones de asentamiento y en la vida cotidiana de los habitantes de la bahía, este medio semimarino brindó, por sus citados recursos, una oportunidad de diversificación económica de la que carecían las zonas del interior. A pesar de las incomodidades para las comunicaciones o su insalubridad, las marismas fueron de hecho muy comunes en el entorno de las ciudades fenicio-púnicas, y un medio que también los romanos, que se adaptaron a muy diferentes ámbitos geográficos, supieron aprovechar. La bahía de Algeciras, del mismo modo que la propia ciudad de Cádiz, son la clara muestra de que las culturas urbanas supieron paliar, mediante la tecnología, los muchos inconvenientes de los hábitats costeros, dando a valer su carácter portuario, su ubicación en nodos de comunicación y la riqueza de las explotaciones propias de esos entornos, como las pesqueras y las salineras.

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Un aspecto importante en la economía antigua de las ciudades de la bahía, pero que es difícil documentar arqueológicamente de forma directa, fueron los recursos de los bosques. Las exuberantes sierras que rodean la costa, de cuyo poblamiento en época antigua apenas tenemos información, han sido una fuente tradicional de recursos como la caza, que completaba el aporte cárnico de la ganadería y que fue incluso empleada en la fabricación de conservas, también constatadas en las factorías de Traducta, pero de forma muy especial de madera y corcho. La misma existencia de un poblamiento denso en la costa requeriría de abundante madera para la construcción, pero igualmente para su combustión en los múltiples alfares y para la industria naval y los aparejos de pesca, actividades que tuvieron un gran desarrollo. Otros recursos disponibles en zonas de monte bajo fueron las plantas aromáticas, que en época moderna llegaron a tener cierta fama en la corte de Felipe II y que serían recogidas para la elaboración de salsas de pescado como el garum, además de posibilitar la práctica de la apicultura, una actividad tradicional de fuerte arraigo en la zona y a la que parece hacer referencia el topónimo antiguo de Mellaria. Por otro lado, el esparto, los juncos o los palmitos, quizá también el cáñamo o el lino, fueron seguramente recolectados para la cestería, cordelería, redes y todo tipo de aparejos relacionados no sólo con la pesca sino con otras muchas actividades cotidianas. Lamentablemente, su carácter perecedero no ha dejado hoy más registro que los pesos de redes o las pesas de telar, que nos hablan indirectamente de redes y tejidos, y que son abundantes en las factorías de salazón de Carteia y Traducta, que fueron ante todo ciudades portuarias y pesqueras. Sin embargo, el aspecto más destacado desde el punto de vista económico y que sin duda singularizó a las ciudades del Estrecho frente a otras áreas, fue el alto grado de especialización. Como hemos argumentado a lo largo del texto, la pesca del atún y su transformación en salsas y salazones, así como la producción de envases anfóricos para su exportación, fueron las principales actividades de la economía, bien constatadas en época romana y presentes seguramente desde época fenicia, además de ser las mejor documentadas arqueológicamente, debido al volumen y perdurabilidad de sus infraestructuras: las piletas y los alfares. Sin entrar en el debate sobre el carácter independiente de esta industria respecto a la agricultura, o sobre el nivel de sectorialización de la economía, sí queríamos subrayar las implicaciones que esta especialización de las ciudades tuvo en las pautas de poblamiento. La vocación costera, que había definido el poblamiento desde época fenicia, se convirtió en época romana en elemento sustancial de esa orientación económica en la pesca y las salazones, al surgir toda una serie de factorías, así como toda una gama de actividades subsidiarias como la alfarería, bien conocida arqueológicamente, o la siempre difícil de documentar explotación salinera. Esa especialización resulta de enorme importancia a la hora de analizar la economía antigua, puesto que imprimiría un marcado carácter estacional, definido por el paso del atún en los meses de mayo a octubre, aunque hemos de tener en cuenta que las economías antiguas se apoyaron siempre en la diversificación como un medio de subsistencia, dada la inestabilidad que suponía concentrar todo el esfuerzo en una sola producción que siempre dependería de las condiciones meteorológicas. La economía de las ciudades pesqueras y salazoneras no se entendería, como las economías antiguas en general, sin un fuerte sector agropecuario que respaldase dichas actividades y que, lamentablemente, no genera un registro tan atractivo como éstas. Es indudable que la pesca y las salazones se complementarían a lo largo del año con el aprovechamiento del bosque y con actividades agropecuarias como las citadas viticultura o la oleicultura, cuyas cosechas se desarrollan entre septiembre y octubre, la primera, y entre noviembre y diciembre, la segunda. Según han podido documentar con todo detalle las investigaciones de la UCA en las factorías de Traducta, el mismo sector pesquero ofrecía oportunidades de diversificación

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respecto a la preponderante pesca y salazón del atún. A lo largo del año se capturaban especies no migratorias y se desarrollaban otras técnicas como la ostricultura, las conservas cárnicas o de moluscos, la elaboración de aceite y harina de pescado, así como la captura y transformación de cetáceos, o incluso de esponjas o corales. Parece lógico pensar que si se disponía de las técnicas y de la compleja infraestructura para la salazón del atún, éstas se empleasen fuera de temporada para otras actividades que requerían también de agua dulce en abundancia y de piletas para contener grandes cantidades de líquidos, como podría ser el tratamiento de fibras textiles como esparto, cáñamo o lino, que tan necesarias hubieron de ser en las faenas de pesca y en los puertos, o incluso el curtido de pieles o tinte, especialmente la púrpura. Como una de las actividades subsidiarias de la industria salazonera, la alfarería para la fabricación de envases podría haberse visto sujeta a esa cierta temporalidad, tal y como ha podido constatarse en el único horno alfarero excavado del núcleo de Villa Victoria. Pudo haberse complementado con otras producciones que sí serían necesarias a lo largo de todo el año, como la cerámica común o el material constructivo, así como la fabricación de vidrio o cal, ambas constatadas arqueológicamente en los alfares romanos de la Venta del Carmen y de Garavilla. La relevancia que la actividad comercial tuvo en la zona deriva, en primer lugar, de su carácter costero y por tanto portuario. No por mil veces repetido resulta menos cierto que la ubicación de la bahía en un punto estratégico para el control del Estrecho y su carácter de puerto natural, la convirtieron en un lugar óptimo para el anclaje. Esa vocación marinera, portuaria y por tanto comercial, estuvo presente ya desde la instalación del asentamiento fenicio del Cerro del Prado, pero marcó igualmente el posterior devenir de las ciudades de Carteia y Traducta. El auge industrial y la integración de las salazones locales en circuitos comerciales del Imperio coincidieron, de hecho, con el auge urbano de la zona en época altoimperial, caracterizado por la fundación de Traducta y por la monumentalización de Carteia, hecho que refuerza la idea de que comercio y navegación son aspectos definidores de la vida urbana, y las ciudades portuarias uno de sus más claros exponentes. De la importancia del puerto de Carteia tenemos nutrida constancia por las fuentes comentadas a lo largo de texto, y con mayor detalle en el capítulo 9, que reflejan su papel de puerto principal en la comunicación de Roma con las ciudades del interior de la Bética, especialmente en época republicana. Tuvo un papel estratégico tanto por factores militares como comerciales, al haber sido escenario de combates navales pero también puerto exportador de su producción salazonera o incluso de los metales de Sierra Morena. Esa importancia de su puerto definió igualmente la confluencia de una serie de vías de comunicación que partían del mismo, tanto fluviales, dada la mayor navegabilidad de ríos como el Guadarranque en la época, como las terrestres que discurrían en paralelo a la costa o a los ríos, verdaderos ejes de comunicación y articuladores del poblamiento de la zona, como hemos referido en las diferentes épocas analizadas. Las ciudades de la bahía se beneficiaron, por tanto, de la diferencia de coste entre el transporte marítimo o fluvial y el terrestre, que hacía sin duda más competitivos sus productos respecto a los de las tierras del interior. Pero no sólo el puerto de Carteia desempeñó un papel destacado, sino que el registro arqueológico revela hoy también el dinamismo comercial que la otra ciudad portuaria de la bahía, Traducta, tuvo a lo largo de la época romana y tardoantigua, así como la existencia de otros embarcaderos y posibles fondeaderos que reflejarían un trasiego constante de naves en la bahía. Un claro indicio de esa importancia portuaria de Traducta sería el hecho de que ya en el s. V, en el momento de cruzar el Estrecho hacia África, los vándalos emplearon su puerto y no el de Carteia, según nos trasmite Gregorio de Tours en su Historia Francorum (II, 2). Dejando a un lado las posibles rivalidades entre ambos puertos, tema sin duda de gran interés, nos resulta interesante

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destacar cómo desde época fenicia hasta el fin de la Antigüedad, los puertos de la bahía o, mejor dicho, la bahía como puerto, desempeñaron un papel fundamental en la navegación del Estrecho y en la penetración al interior de la Península. Esta vocación portuaria e internacional, que perdura en la actualidad, ha estado íntimamente ligada al desarrollo urbano en la bahía, y no sólo no fue eclipsada con el fin de la Antigüedad, sino que se vería si cabe acentuada con el episodio que dio inicio a la Edad Media, el desembarco de las tropas musulmanas acaudilladas por Tarik en el 711. 10.3. P

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A la hora de estudiar el origen y desarrollo del horizonte urbano en la bahía de Algeciras, hemos planteado un catálogo arqueológico que responde a las particulares circunstancias de la zona de estudio, detalladas en el capítulo 3, que dificultan extremadamente la realización de prospecciones, al tiempo que ofrecen una amplia información derivada de las intervenciones de urgencia. Nuestro catálogo está formado tanto por “yacimientos arqueológicos” en el sentido estricto como por “hallazgos aislados” y ha sido elaborado a partir de dos fuentes de información principales. En primer lugar, las excavaciones arqueológicas de carácter sistemático, entre las que destacan por encima de todas las efectuadas en la ciudad de Carteia, y que hemos podido documentar tanto a través de las numerosas publicaciones como de nuestra participación en el Proyecto Carteia. En segundo lugar, nuestro trabajo se ha basado de forma especial en las más de 200 intervenciones de carácter preventivo realizadas desde el traspaso de competencias en materia de cultura a la Junta de Andalucía, cuyos informes se encuentran depositados en la Delegación de Cultura de Cádiz. El volumen de información y la relevancia de la misma nos impusieron la elaboración de una base de datos específica, el Inventario de intervenciones arqueológicas de la Bahía de Algeciras, como paso previo para la creación del citado catálogo. A fin de sistematizar la información sobre poblamiento antiguo de la manera más adecuada y dada la dispar calidad de los datos manejados, hemos jerarquizado la información considerando “yacimientos” exclusivamente a aquellas evidencias de cierta entidad y que son conocidas a través de trabajos bien documentados. Hemos tenido en cuenta lógicamente también la información de noticias antiguas o prospecciones superficiales, pero tan sólo en el caso de evidencias de magnitud los hemos considerado como yacimientos. La categoría de “hallazgo aislado” ha resultado muy útil, por tanto, a la hora de tomar en cuenta numerosos hallazgos, sobre todo de posibles explotaciones rurales romanas, que aportan una información valiosa pero cuya consideración como yacimiento, al nivel de las ciudades de Carteia o Traducta, falsearía nuestras conclusiones históricas. Por otro lado, dada la vocación diacrónica de nuestro trabajo y la concepción de ciudad como un todo que incluye no sólo la urbe intra moenia sino también el entorno periurbano, hemos primado la consideración de categorías generales del tipo “ciudad” o “asentamiento secundario” y no de sus entidades constituyentes como necrópolis, embarcaderos o alfares. Aunque somos conscientes de los problemas de representatividad que se derivan de las intervenciones de urgencia, por no haber tenido una dispersión regular sino condicionada por las obras de construcción, creemos sin embargo que el extraordinario volumen de información manejado y el hecho de que este tipo de intervenciones se hayan desarrollado de forma mayoritaria en la costa y a lo largo de las vías de comunicación principales, nos permite considerar concluyentes nuestros datos con respecto a estas áreas, siempre a la espera de nuevas investigaciones que confirmen o maticen nuestras hipótesis.

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La lectura conjunta de nuestra propuesta paleogeográfica (capítulo 4) y de los distintos patrones de asentamiento analizados en los capítulos 6 a 9, nos permite afirmar que a lo largo de toda la Antigüedad la mayor parte de asentamientos se ubicaron en la franja litoral, bien directamente sobre las dunas consolidadas, como el alfar de Villa Victoria, bien en las primeras elevaciones del terreno, como el Cerro del Prado o Carteia, por lo que playas, marismas y lagunas litorales fueron sus entornos habituales. Los ríos Palmones y Guadarranque fueron además ejes de comunicación con el interior y de articulación del poblamiento rural, que se dispuso mayoritariamente a lo largo de sus valles fluviales. El agua fue, en suma, un referente espacial y organizador territorial, al ser las costas y las orillas de los ríos lugares preferentes de hábitat y de comunicación. Por ese motivo nuestro estudio ha incluido también, junto a los yacimientos terrestres, los subacuáticos, que en la bahía conforman un rico, aunque vulnerable, patrimonio histórico. La recopilación de noticias de hallazgos, prospecciones sistemáticas o actuaciones preventivas submarinas nos han permitido clasificar en nuestro catálogo diferentes zonas de fondeo e incluso evidencias del posible puerto de Traducta en los frecuentes dragados del puerto de Algeciras. Habida cuenta, pues, de esa marcada orientación costera, fueron la progresiva explotación y ocupación de las tierras del interior y las relaciones entre los dos ámbitos, costa e interior, aspectos principales a la hora de entender el modelo territorial que caracterizó a cada época. El enfoque de paisaje nos ha permitido apoyar nuestro discurso no sólo en las urbes sino en otras facetas de sus territorios, como la progresiva apropiación del hinterland desde los primitivos núcleos costeros, aspecto éste esencial a la hora de analizar el desarrollo urbano de las ciudades de origen colonial. 10.3.1. La bahía como tierra colonizada (ss. VII-VI a.C.) Según hemos podido ver en el capítulo 6, la bahía desempeñó un papel destacado en la colonización fenicia en occidente desde los primeros momentos. Ya en el s. IX a.C., cuando no se detecta presencia poblacional en la bahía, el peñón de Gibraltar albergó la cueva-santuario de Gorham, un importante lugar de culto que recibió ofrendas de marinos de todo el Mediterráneo, tal y como han podido identificar las diferentes excavaciones y estudios realizados en la misma. Sin embargo, a pesar de esa temprana presencia fenicia materializada en ese santuario marítimo, no sería hasta mediados del s. VII a.C. cuando los fenicios instalaron un asentamiento en la zona, el Cerro del Prado, situado a orillas de la segunda bahía hoy desecada. Aquella fundación tuvo lugar, pues, en un momento avanzado de la colonización y se enmarcó en un contexto de paulatina debilidad de Tiro frente a algunas de sus fundaciones coloniales como Cartago o Gadir, que se beneficiaron del auge económico del comercio de occidente. La presencia del santuario de Gorham denota un tráfico fluido de carácter comercial que permitió a los fenicios familiarizarse con la zona y valorar las potencialidades de lugar, pero al mismo tiempo supuso una apropiación simbólica de la bahía, que culminó con la creación de un hábitat dos siglos después. El Cerro del Prado, como el propio santuario de Gorham, fueron parte, pues, del complejo sistema colonial fenicio, de indudable carácter urbano. A pesar de ello y de la innegable caracterización urbana del primero de ellos, dotado de muralla y organizado en ejes urbanos que perdurarían durante varias generaciones, la falta de un verdadero hinterland impide hoy considerarlo, como al resto de colonias arcaicas, una verdadera ciudad. Es decir, tal y como parecen demostrar diferentes análisis de territorio en la península Ibérica, Sicilia o Cerdeña, las colonias fenicias de los primeros momentos carecieron de un territorio productivo propio en sentido estricto, más allá de un reducido espacio en torno a la ciudad donde se ubicarían su puerto, instalaciones industriales como

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alfares o salinas y quizá algún huerto. Esa importante carencia ha llevado a considerar más adecuado para esos momentos hablar de un modelo “protourbano” o de un urbanismo “colonial” o “marítimo”. El reciente descubrimiento del poblado orientalizante del Ringo Rango, que habría sido fundado en un mismo momento o quizá algo posterior al Cerro del Prado, ha abierto nuevas perspectivas que aportan interesantes matices a este panorama. Este poblado, del que se ha podido excavar un fondo de cabaña, estaba ubicado en una loma cercana a la orilla del antiguo estuario, que era además una zona de gran potencialidad agrícola. Los materiales recuperados en su interior revelan su especialización agrícola y una intensa actividad comercial, al haberse documentado tanto producciones del ámbito indígena como fenicias, que ponen en evidencia la existencia de contactos comerciales continuos con el Cerro del Prado. Como otros poblados de ese tipo conocidos en la bahía de Cádiz, Ceuta o la costa malagueña, habría sido creado por un asentamiento indígena de mayor rango a fin de suministrar productos agrícolas a los fenicios instalados en la costa y comerciar con ellos. Este hecho demuestra, por un lado, la importancia del estímulo de la presencia fenicia, pero también la capacidad de las poblaciones del Bronce Final para adaptarse a la nueva situación. Si bien desconocemos el asentamiento principal del que habría partido la creación de nuestro poblado -quizá Oba-, otros oppida recientemente excavados en la zona como Los Castillejos de Alcorrín o la Silla del Papa-Bailo, ambos superiores a las 10 ha, muestran un alto nivel de organización urbana y la existencia de un poblamiento ya fuertemente jerarquizado con anterioridad a la presencia fenicia. Según el panorama descrito, el poblamiento de la bahía en época fenicia se caracterizó por un lado por la incidencia de su colonización, que portó un bagaje cultural de innegable desarrollo urbano, y por otro lado por su interacción con las culturas locales, en un avanzado proceso de jerarquización social y por tanto territorial. Como hemos defendido en el texto, desde el punto de vista del contacto colonial y de las nuevas realidades que éste siempre conlleva, podemos considerar que la bahía albergó un poblamiento que presentaba ya indudables rasgos urbanos, puesto que tanto el Cerro del Prado, seguramente dedicado a la industria del salazón y su comercialización, el santuario de la cueva de Gorham y el poblado agrícola del Ringo Rango desempeñaron funciones complementarias en un espacio compartido. Ello, dejando a un lado las implicaciones étnicas, parece definir un mismo modelo territorial que caracterizó el poblamiento de época fenicia en la bahía. Así pues, la confluencia de las dos tradiciones, la fenicia y la local, dio origen a nuevas formas de ocupación y organización del territorio que luego evolucionaron en su complejidad y estuvieron en el origen del posterior desarrollo urbano de época púnica. 10.3.2. Carteia y la consolidación de las formas de vida urbanas (ss. V-III a.C.) A partir del s. VI a.C. las antiguas colonias fenicias de las costas peninsulares culminaron ese proceso evolutivo, bien identificado arqueológicamente, al convertirse en verdaderas ciudades como Gadir, Malaca o Baria. Sin embargo, según hemos expuesto en el capítulo 7, en el caso de la bahía de Algeciras, esos importantes cambios no han podido ser identificados estratigráficamente hasta mediados del s. IV a.C., lo que puede deberse al desconocimiento del Cerro del Prado, a causa de su destrucción, o a un diferente ritmo respecto a otras zonas donde la colonización fenicia se había implantado con anterioridad. Es necesario tener en cuenta a la hora de analizar esas diferencias cronológicas, tanto los factores locales, siempre esenciales en el estudio de la evolución de las ciudades, como también los internacionales, dada la relevancia histórica que tuvieron acontecimientos como la firma del Segundo Tratado romano-cartaginés en 348 a.C., para la influencia cartaginesa sobre el Estrecho.

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Sea como fuere, las evidencias de la fundación de Carteia la nueva a mediados del s. IV a.C. permiten plantear que el desarrollo urbano de la antigua colonia se encontraba ya entonces en un estado avanzado, dado que el abandono oficial del Cerro del Prado en ese siglo coincidió con la fundación de la nueva ciudad, situada entre la bahía y el paleoestuario hoy colmatado. A partir de las investigaciones del Proyecto Carteia, parece hoy incuestionable que, además del avance constante de la colmatación que fue progresivamente reduciendo el estuario, fueron sobre todo el crecimiento demográfico y las nuevas necesidades urbanas que éste habría acarreado, las que condujeron a la creación de una nueva ciudad, o mejor dicho, un nuevo emplazamiento para la consolidación de un mismo proceso urbano. Por ese motivo, desde su fundación, la ciudad de Carteia duplicó la extensión del asentamiento fenicio y mostró claros rasgos urbanos, como una muralla que triplicaba en anchura la del Cerro del Prado. Una de las principales características que definen el modelo urbano de época púnica es el avance cuantitativo y cualitativo de rasgos ya esbozados en época fenicia. Desde la fundación de la nueva Carteia, ésta, como expresión evidente de una vocación de permanencia, hizo de la bahía de Algeciras su territorio. La ciudad dominaba el fondo de la bahía, a caballo entre ésta y el amplio estuario de Palmones-Guadarranque a cuya entrada se ubicaría su puerto o puertos. La posible torre vigía púnica de Cala Arena, situada en el extremo suroccidental de la bahía, garantizaba el control de la navegación del Estrecho y de la entrada en la bahía. Al otro lado, en el extremo oriental, la cueva-santuario de Gorham, que mantuvo su carácter marino e internacional, fue igualmente, sin que ello resultara contradictorio, un hito espacial y simbólico del territorio de Carteia. Esta cueva, como referente territorial, y el santuario urbano excavado en Carteia, que pudieron estar dedicadas a Melkart, dios de la empresa colonial y urbana por excelencia, fueron sin duda piezas fundamentales y complementarias en la consolidación tanto física como simbólica del territorio. Las necrópolis, que han servido en otras ciudades púnicas para reconocer la tendencia a la isonomía social propia de las sociedades urbanas, todavía no han sido descubiertas en Carteia. Es probable que, como se conoce en otras ciudades púnicas peninsulares, el área funeraria hubiera sido la misma que en la etapa precedente, al menos en un primer momento. En nuestro catálogo recogemos, como únicas evidencias al respecto, algunos materiales cerámicos aislados en la zona del antiguo estuario y en la Villa Nueva algecireña, que podrían indicar la existencia de núcleos costeros secundarios o, como han apuntado algunos autores, de posibles necrópolis. En lo que respecta a las tierras agrícolas de los valles fluviales, es también en el s. IV a.C., momento de la fundación de Carteia, cuando se constatan modificaciones sustanciales. Se crearon entonces dos pequeños asentamientos fortificados en el Monte de la Torre y el Cerro de los Infantes, conocidos tan sólo por prospecciones superficiales, y cuya ubicación junto a tierras aptas para el cultivo, así como los materiales en ellos recuperados, apuntarían a esa función productiva antes ejercida por el Ringo Rango. Sin embargo, quedaría por resolver el hiatus entre el s. VI a.C., momento de abandono de dicho poblado orientalizante, y el s. IV a.C. en que se fundaron los asentamientos citados. El Monte de la Torre y el Cerro de los Infantes han sido interpretados de forma tradicional como indígenas por los materiales cerámicos recuperados en superficie y por su carácter fortificado, que revelaría desconfianza u hostilidad hacia Carteia. A nosotros nos parecen, sin embargo, parte de la misma reordenación territorial que dio origen a la ciudad en el s. IV a.C. A pesar de la dificultad de valorar la adscripción étnica a partir del registro arqueológico, pensamos que los claros paralelismos en la cerámica de unos y otra, el escaso tamaño de estos asentamientos, así como la cercanía respecto a Carteia, obligan a considerarlos

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como púnicos, teniendo en cuenta que en este contexto geográfico y cronológico dicho término incluía, necesariamente, no sólo a las ciudades costeras sino a las diferentes poblaciones de origen autóctono que formaban parte de una sociedad marcadamente heterogénea. Con Carteia a la cabeza, en cuyas inmediaciones también se constatan cultivos de cereal al menos desde el s. III a.C., estos asentamientos fortificados estarían dedicados a la explotación agropecuaria de su entorno pero, de igual manera, al control territorial, dado que a su carácter fortificado se unía su ubicación en importantes vías de comunicación, hacia Malaca en el caso del Cerro de los Infantes, y hacia Asido y el valle del Guadalquivir en el de Monte de la Torre. Ambos caminos reflejan el doble interés por la costa pero también por el interior, dada la existencia seguramente de un mercado interno para la exportación de las salazones de la bahía ya desde esos momentos y la importación de productos agropecuarios del interior. Este proceso de control sobre el territorio por parte de Carteia se vio sin duda potenciado con la política de corte imperialista de Cartago en la zona, quizá ya desde ese s. IV a.C., aunque con toda seguridad en el s. III a.C., y que desembocaría en la segunda guerra púnica. Cobró especial interés entonces su importante puerto y su ubicación estratégica en el control del Estrecho, que la convirtieron en una de las ciudades en las que se apoyó la estrategia política de los Barca en Iberia, lo que se habría traducido en un férreo control de la ciudad sobre un gran territorio, que pudo haber incluido ciudades del entorno como Bailo, Barbesula, Oba o Lacipo. 10.3.3. Carteia colonia libertinorum (ss. II-I a.C.) Las implicaciones de la derrota cartaginesa en la segunda guerra púnica y el consiguiente control romano del territorio en nuestra zona de estudio, han sido analizadas en el capítulo 8 dedicado a la época romana republicana. En el año 171 a.C., la creación de la Colonia Libertinorum Carteia, primera colonia de derecho latino de la Península de la que tenemos constancia, marcó la romanización oficial de la ciudad y por tanto de su territorio. El relato de Livio (XLIII, 3, 1-4) indicaba la instalación de 4.000 hijos de soldado romano y mujer hispana a los que se les asignaron tierras, lo que habría sin duda supuesto un gran impacto no sólo en los sistemas de propiedad de la tierra sino también en la configuración urbana y territorial. No obstante, las investigaciones arqueológicas del Proyecto Carteia en la ciudad constatan, por el momento, una total continuidad respecto a la época anterior durante casi un siglo, un fenómeno que fue muy propio del sur peninsular en época republicana. En efecto, las excavaciones en la ciudad han demostrado que se respetaron y mantuvieron los ejes y edificaciones principales, así como los tipos cerámicos característicos de la época precedente, por lo que la “romanización” oficial o política de la ciudad, y la material, habría seguido ritmos diferentes. En el territorio de la antigua ciudad púnica, por su parte, no se acometieron nuevas fundaciones, siguieron ocupados los asentamientos fortificados del Monte de la Torre y del Cerro de los Infantes, cuyo papel de control de las vías de comunicación sería igualmente importante en el contexto de la conquista, e incluso siguió frecuentándose, aunque en menor medida, el santuario fenicio-púnico de Gorham. Es posible, por tanto, tal y como han planteado algunos investigadores, que a pesar de haberse producido una asignación de tierras, éstas mantuvieran su parcelación originaria, si bien cambiaron de propietario. Este sistema de organización no centuriado sino simplemente delimitado, que los agrimensores romanos denominaron ager arcifinius, fue muy habitual en las colonias fundadas en época republicana en entornos costeros o poco apropiados para la explotación agrícola y que, como el nuestro, contaban con un importante poblamiento previo.

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Los verdaderos cambios que permiten hablar de una “romanización” más profunda fueron evidentes sólo a partir del último tercio del s. II a.C., cuando Carteia inició sus emisiones monetales en metrología y lengua latina, y acometió una importante reforma de la posible acrópolis o foro, que incluyó la construcción de un templo que amortizó físicamente el santuario de época púnica y provocó el decaimiento del de Gorham. Ya en el s. I a.C., de Carteia partió la creación del alfar de El Rinconcillo, cuyos hornos y producción cerámica claramente itálicos revelan la presencia de una indudable emigración de nuevas gentes romanas a la bahía. Como en época púnica, la ciudad portuaria de Carteia y las vías terrestres que atravesaban su territorio, especialmente la Corduba-Carteia, desempeñaron un papel esencial tanto en la conquista como especialmente en el proceso de romanización de la zona. La presencia de un contingente poblacional fiel a Roma y el estatus privilegiado de la colonia latina respecto a otras ciudades, la perfilaban como centro de un amplio territorio bajo su jurisdicción en el que estarían incluidas ciudades como la citada Barbesula y quizá Tingis, en el norte de África. Ese territorio pudo, además, haber ejercido de contención de las ciudades libio-fenicias que la rodeaban, como Oba, Asido o Bailo. La época republicana se definió, por tanto, por la introducción, desde Carteia como ciudad y territorio, de modelos socioeconómicos propiamente romanos, que permitieron el establecimiento de un paisaje productivo basado en las factorías costeras para la transformación de los productos de mar que, si bien hundía sus raíces en época fenicio-púnica, sería característico de las ciudades del fretum Gaditanum altoimperial. 10.3.4. Carteia y Iulia Traducta en el Alto Imperio: el esplendor de la vida urbana (ss. I-III) En el capítulo 9 hemos analizado la época altoimperial, como momento de culminación de los procesos iniciados siglos atrás. La fundación de Iulia Traducta hacia el año 30 a.C., aunque previa a la proclamación imperial de Octavio, marcó el inicio de la época romana imperial en la bahía de Algeciras, que supuso la definitiva consolidación del modelo urbano romano, esta vez basado en la existencia de dos ciudades, y de la integración definitiva en las estructuras político-administrativas y económicas del Imperio. Las evidencias arqueológicas manejadas demuestran que las ciudades, como pilar esencial del sistema territorial romano, experimentaron un importante desarrollo en esta época. La creación de una nueva ciudad, seguramente colonia romana, suponía la definitiva apuesta de Roma por la configuración de un paisaje de ciudades en un lugar tan estratégico como el Estrecho. Al igual que en el caso de Carteia, la población de la nueva colonia tendría un origen heterogéneo, al estar formada por militares veteranos pero también por habitantes de las ciudades norteafricanas de Tingis y Zilil, que habían sido hostiles a Roma. El traslado de grupos humanos de un lado al otro del Estrecho fue un fenómeno relativamente común en la Antigüedad que explica, en parte, las afinidades culturales en ese ámbito, y que en el caso de Roma garantizaba el control sobre una zona tradicionalmente conflictiva como era la Tingitana. De la eventual centuriación del territorio que se habría producido con motivo de esa nueva deductio colonial, no quedarían huellas en las formas del paisaje actual, y es probable que la no necesidad de este tipo de organización territorial se explicara, como ya apuntamos para época republicana, por el emplazamiento costero, poco propicio para una agricultura extensiva, además de por la cercanía de las sierras y la abundancia de áreas inundables. Ahora bien, es necesario puntualizar que nuestro estudio de fotografía aérea, cartografía histórica y otros documentos nos ha permitido identificar una trama ortogonal en la barriada algecireña de El Rinconcillo, previa a la existencia de viviendas en la zona, y que podemos retrotraer al menos hasta inicios del s. XIX. Se

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trata de un aspecto, por tanto, sobre el que nuevas investigaciones habrán de profundizar a fin de determinar su cronología y, en su caso, su posible interpretación como centuriaciones de Traducta. La implantación de una nueva ciudad en la bahía, hasta entonces ocupada exclusivamente por Carteia, tuvo que conllevar una definición clara de los límites de los territoria de ambas y una reducción del correspondiente a la ciudad de origen púnico, lo que podía ser de hecho interpretado como un castigo por su apoyo al bando pompeyano. Pese a haber sido perjudicada por la fundación de Traducta en su antiguo territorio, la realidad arqueológica analizada muestra, muy al contrario, cómo Carteia experimentó un extraordinario auge urbanístico y periurbano que la situó a la cabeza de las ciudades de la zona. En efecto, el paisaje periurbano de Carteia es una perfecta síntesis de los rasgos del poblamiento altoimperial de la bahía de Algeciras en general: una marcada orientación costera del poblamiento, tanto en la franja litoral como en las orillas de los antiguos estuarios y ensenadas, una cierta densidad de ocupación de esas zonas mediante la creación de nuevos asentamientos, así como una acentuada especialización industrial y comercial, ejemplificada en factorías y alfares, todo ello completado por diferentes puertos y embarcaderos para la exportación. A partir de ese momento la bahía albergó dos ciudades, ambas de carácter portuario y ambas dedicadas a la industria salazonera. Esa marcada especialización industrial se completaba con toda una red de alfares y factorías de salazón separados de los núcleos urbanos, y ubicados los primeros en torno al antiguo estuario o zonas de marisma que proveían de materia prima, y los segundos en las costas de la bahía, más abiertos al mar y por tanto al acceso de los barcos que portarían la pesca para su transformación. Algunos alfares o factorías de salazón, como Villa Victoria y quizá también Getares-Caetaria, pudieron haber conformado verdaderos núcleos secundarios con el tiempo, al dotarse de viviendas, necrópolis y diferentes infraestructuras. Junto a los enclaves industriales y los propiamente urbanos, definieron el modelo territorial de época altoimperial las explotaciones agrícolas situadas al interior. En las tierras emplazadas entre la franja litoral y Los Alcornocales, se produjo una ocupación nunca antes vista. Muchas de las nuevas explotaciones agrícolas debieron de desarrollar una economía mixta agrícola y pesquera, como se ha constatado en la única villa excavada hasta el momento, aunque suficientemente significativa, en los Altos del Ringo Rango. El resto de evidencias que hemos podido documentar a través de diferentes noticias y publicaciones, corresponderían a una variada tipología de explotaciones rurales y reflejan una intensa ocupación agrícola de la zona, especialmente en las áreas del bajo Palmones y aquélla comprendida entre el Guadarranque y el Guadacorte. Las fuentes arqueológicas e históricas nos permiten afirmar que la bahía continuó siendo un importante nodo de comunicaciones, si bien ahora en el contexto de la pax romana y de claro carácter industrial y comercial, y no de carácter militar como en etapas precedentes. Por los puertos de Carteia y Traducta se exportaron sus productos salazoneros con destino a diferentes circuitos comerciales mediterráneos y seguramente de manera especial para el abastecimiento de la annona militaris. De los mismos partían vías de comunicación hacia el interior, ya frecuentadas desde hacía siglos, como la vía costera entre Malaca y Gades o las rutas hacia el valle del Guadalquivir por Asido o bien hacia Acinipo y el alto Guadalquivir. En sus tramos iniciales, estas vías vertebraron también el poblamiento rural de la bahía, puesto que la mayoría de asentamientos rurales se dispusieron en torno a ellas. A partir de lo que podemos hoy leer en nuestro catálogo arqueológico, el paisaje imperial estuvo definido, en suma, por una fuerte jerarquización entre unas ciudades costeras de acentuada especialización industrial volcada al mar, sólo comprensible en las estructuras

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productivas y económicas del Imperio, y una ocupación rural de una magnitud desconocida hasta el momento, desarrollada por pequeños núcleos dependientes de las ciudades. Diremos para concluir que la bahía, como trasunto territorial de Carteia y Traducta en época antigua pero también de Gibraltar y Algeciras en época moderna y contemporánea, condensa un proceso urbano milenario caracterizado por una marcada vocación portuaria y una gran permeabilidad a las influencias externas. Sólo desde una perspectiva diacrónica como la adoptada en este trabajo podemos apreciar en su justa medida y en su justo contexto ese devenir iniciado en época fenicia y que, aunque sometido a la lógica tensión entre cambios y continuidades, abocó a la consolidación de las formas de vida urbana en este lugar privilegiado entre el Mediterráneo y el Océano.

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C

A

Y-001

apropiada como otros enclaves de la bahía. Materiales: Ánforas púnicas, cerámica tipo Kouass y pintada púnico-turdetana. Cronología: Aprox. IV – III a.C. Adsc. Cultural: Púnico.

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cala Arena (II) T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 279430 3993340 Cód. IAPH:

INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 1985, 1992. Bibliografía: Muñoz y Baliña, 1987; Fernández Cacho, 1994; 1995a; Gómez, 2001.

8 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Posible torre vigía Otros concep.: Descripción: Estructura cuadrangular emplazada en el extremo meridional de Cala Arena, con amplia visibilidad sobre el Estrecho y asociada a materiales púnicos. Se le superponen estructuras modernas pero puede reconocerse al menos un ángulo del edificio, con muros de 80 cm de anchura. Posible fortificación o torre de vigilancia del Estrecho. La citada cala podría haber sido, a su vez, una zona de fondeo, aunque no es tan

Y-002

LOCALIZACIÓN Topónimo: Ensenada o fondeadero de GetaresPunta Carnero T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 280390 3996526 0 msnm

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Cód. IAPH: 01110040058 IDENTIFICACIÓN Concepto: Fondeadero Otros concep.: Descripción: Zona submarina de concentración de materiales desde época fenicia a contemporánea, con especial incidencia en época romana, resultado de la frecuentación de la zona por embarcaciones, seguramente en relación con la factoría de salazón de Caetaria (Y-003). Materiales: Material cerámico desde época fenicia a contemporánea, cepos de ancla romanos y abundancia de ánforas romanas. Cronología: VII a.C. – XX d.C. Adsc. Cultural: Fenicio, Púnico, Romano Republicano, Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, Bizantino-Hispanovisigodo (?), Medieval, Moderno, Contemporáneo. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones subacuáticas. Fechas: Varias indeterminadas, 1984, 1985. Bibliografía: SIPHA; PGMO de Algeciras; Martín-Bueno, 1987; Cancela y Martín-Bueno, 1991; Jiménez-Camino y Tomassetti, 2005; Jiménez y González, 2006.

Y-003

LOCALIZACIÓN Topónimo: Getares (II), Caetaria, Cetaria, Cetraria T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 279664 3996986 15-35 msnm Cód. IAPH: 01110040018 IDENTIFICACIÓN Concepto: Factoría de salazón Otros concep.: Posible asentamiento secundario Descripción: Restos de estructuras pertenecientes a una factoría de salazón romana en la ensenada

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de Getares, tradicionalmente identificada con la Caetaria de las fuentes literarias. Se ha señalado que el topónimo podría hacer referencia precisamente a este tipo de explotaciones, aunque otros opinan, con argumentos filológicos, que dicho topónimo no podría derivar de Caetaria debido a la forma intermedia documentada en época medieval –Xatares- y que por tanto ésta no sería sino una mención a la ciudad de Traducta. Los restos hoy visibles se ubican tanto en la margen derecha del río Pícaro, junto a la costa, como en otro cerro cercano más elevado. Formaría parte del territorium de Traducta (Y004) y es probable que, como en el caso de Villa Victoria (Y-016), un enclave meramente industrial en origen hubiera llegado a configurar un núcleo de cierta entidad con el paso de los siglos. Eso explicaría que, aunque ausente de obras geográficas de época imperial romana, sí aparezca citada en itinerarios y recopilaciones de época tardía y medieval, como el Anónimo de Rávena o la Geografía de Guido. Materiales: Material constructivo y cerámica romana y tardorromana (TS, TSA D y TS estampada roja). Cronología: Aprox. I – VI d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 1986. Bibliografía: SIPHA; PGMO de Algeciras; Pemán, 1954; Jacob, 1985; Sedeño, 1987; Ponsich, 1988; Sillières, 1988; Vicente y Marfil, 1991; Fernández Cacho, 1994; Gómez, 2001; Vicente y Vicente, 2002; Jiménez-Camino y Tomassetti, 2005; Pascual, 2007; Hoz, 2010.

Y-004

LOCALIZACIÓN Topónimo: Iulia Traducta, Iulia Ioza, Tingentera, Algeciras, Villa Vieja T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 279991 4000486 5-15 msnm Cód. IAPH: 01110040049 IDENTIFICACIÓN Concepto: Ciudad Otros concep.: Factoría de salazón, alfar, necrópolis Descripción: Ciudad romana ubicada en la Villa Vieja algecireña e identificada con Iulia Ioza, Tingentera o Traducta de las fuentes y con la ceca de Iulia Traducta. Aunque se ha propuesto una posible ocupación de época púnica en la Villa Nueva o la Isla Verde, por el momento las evidencias más antiguas datan de época romana. La ciudad tuvo una ocupación ininterrumpida entre el I a.C. y el s. VII, aunque la información sobre los ss. II y III es escasa; podría haber alcanzado las 12 ha y no se conocen restos de la muralla, que pudo ser destruida por la medieval, ni estructuras domésticas o edificios públicos, salvo por indicios indirectos. El aspecto mejor conocido son sus áreas industriales, la alfarera y especialmente la salazonera, que se ubicaron alrededor de la urbe, limitando con el río de la Miel, el mar y el Saladillo respectivamente. El barrio salazonero se situaría intramuros y se conocen evidencias entre la antigua playa de El Chorruelo y el Hotel Reina Cristina, la calle Marqués de la Ensenada y el Paseo de la Conferencia, en el Parque de las Acacias, en la calle San Quintín y en especial en San Nicolás, donde intervenciones preventivas han puesto al descubierto un complejo formado por un mínimo de nueve factorías, articuladas por ejes viarios urbanos, que estuvo en funcionamiento entre los ss. I y VI. Asociada a dicha área salazonera, existió en época altoimperial un área alfarera en el entorno del Hotel Reina

Cristina, y también al sur, junto al arroyo Saladillo, donde se ha excavado recientemente un alfar compuesto por al menos tres hornos que estuvo en funcionamiento entre fines del I a.C. y mediados del s. I. El espacio funerario se situaría al norte, en la meseta de la Villa Nueva y separado de la urbe por la desembocadura del río de la Miel, donde probablemente se ubicó el puerto (Y-005). Tenemos noticias de una necrópolis de incineración de finales del s. I a.C. y primera mitad del s. I. en la intersección de las calles Rafael Muro y Cánovas del Castillo, que pudo extenderse a la cercana General Castaños. En función de la dispersión de los hallazgos, se ha planteado la existencia de una vía N-S que habría quedado fosilizada en las calles Rafael Muro, José Antonio, Plaza Alta y Alfonso XI. Al sur, en la Av. de la Marina, se ha excavado una segunda necrópolis, ésta de inhumación, en uso de finales del s. III al s. V. Desde mediados del s. VI intervenciones arqueológicas recientes constatan importantes transformaciones: un desplazamiento hacia el oeste, con la instalación de almacenes y otros edificios en las calles Alexander Henderson y Doctor Fleming, y la amortización del barrio salazonero por nuevas construcciones. Por último, de la etapa hispanovisigoda conocemos tan sólo evidencias funerarias como la necrópolis de Alexander Henderson, una sepultura de esa fase en la Plaza del Coral, e indicios de una posible necrópolis y basílica en el Hotel Reina Cristina. Materiales: Elementos arquitectónicos, objetos de vidrio, instrumental de pesca como anzuelos o agujas, monedas, cerámica puntual de época púnica y abundante cerámica de cocina, ánforas, común o vajilla fina de época altoimperial a tardoantigua; un vaso litúrgico visigodo. Cronología: Último cuarto del I a.C. – VII d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, Bizantino-Hispanovisigodo. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, excavaciones sistemáticas y preventivas. Fechas: Varias a lo largo del s. XX e inicios del XXI. Bibliografía: SIPHA; PGMO de Algeciras;

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Pemán, 1954; Santacana y Mensayas, 1901; Rodríguez Oliva, 1973; 1977a; Presedo, 1974; Liz, 1987; Sedeño, 1987; Ponsich, 1988; Sillières, 1988; Vicente y Marfil, 1991; Marfil y Vicente, 1991; Fernández Cacho, 1994; Jiménez et al., 1995; Piñatel, 1996a, b y c; Bernal, 1998c; 2011a; Salado et al., 1998a y b; 1999; Gómez de Avellaneda, 1999; Torremocha, 1999; Torremocha y Salado, 1999; Jiménez-Camino y Tomassetti, 2000 y 2005; Gómez, 2001; Iglesias y Lorenzo, 2002; Vicente y Vicente, 2002; Bernal y Expósito, 2006; 2010; Bernal et al., 2003; 2005; Bravo, 2003a; 2005; Jiménez-Camino, 2006; Jiménez-Camino y Bernal, 2007; Fernández, 2008; Barragán y Castro, 2009; Tomassetti et al., 2009; Guerrero et al., 2010; Jiménez-Camino et al., 2010.

Y-005

LOCALIZACIÓN Topónimo: Río de la Miel, Puerto de Algeciras T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 280264 4000848 0 msnm Cód. IAPH: 01110120370 IDENTIFICACIÓN Concepto: Fondeadero Otros concep.: Descripción: Concentración de material subacuático en la desembocadura del río de la Miel y en el puerto de Algeciras. Refleja la frecuentación histórica de la zona y por tanto la cercanía de un fondeadero en época antigua y, seguramente, del puerto de Traducta (Y-004). Materiales: Cerámica de época altoimperial romana, especialmente ánforas de salazón, tardorromana, de época bizantina, medieval y contemporánea. Cronología: I a.C. – XX d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, Bizantino-Hispanovisigodo (?).

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INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, actuaciones subacuáticas preventivas. Fechas: Varias indeterminadas, 2001, 2005, 2006. Bibliografía: SIPHA; Vicente y Marfil, 1991; Gómez de Avellaneda, 1999; Bengoetxea, 2001; Vicente y Vicente, 2002; Abia, 2010; JiménezCamino y Tomassetti, 2005; Ruiz e HiguerasMilena, 2006; Jiménez y González, 2006.

Y-006

LOCALIZACIÓN Topónimo: El Rinconcillo (II), Torre Almirante T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 279859 4003102 19 msnm Cód. IAPH 01110040024 IDENTIFICACIÓN Concepto: Necrópolis Otros concep.: Descripción: Conjunto de cremaciones en urna. Esta necrópolis se ha relacionado con el complejo alfarero altoimperial de El Rinconcillo (Y-007), aunque el kilómetro que los separan podría apuntar más bien a la existencia de otro núcleo que no ha sido identificado y que se situaría en la costa, en el entorno de Traducta (Y-004). Materiales: Urnas cerámicas romanas. Cronología: Aprox. I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Republicano (?), Romano Altoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 1992. Bibliografía: SIPHA; PGMO de Algeciras; Rodríguez Oliva, 1977a; Vicente y Marfil, 1991; Fernández Cacho, 1994; 1995a; Jiménez-Camino y Tomassetti, 2005.

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LOCALIZACIÓN Topónimo: El Rinconcillo (I) T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 279726 4004212 Cód. IAPH: 01110040003

LOCALIZACIÓN Topónimo: Monte de la Torre T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275546 4004509 103 msnm Cód. IAPH: 01110080082

5-8 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Alfar Otros concep.: Descripción: Complejo alfarero formado por al menos cuatro hornos y un posible quinto, de diferente tipología: dos circulares, uno ovalado y uno cuadrangular; además de vertederos del alfar y otras estructuras de funcionalidad indeterminada. Se trataría de una alfar autónomo, dependiente inicialmente de Carteia (Y-015), aunque es probable que hubiera pasado a manos de Traducta (Y-004) con la fundación de la misma en el último tercio del s. I a.C. Materiales: Producción del alfar: ánforas Dr. 1A y C, Dr. 7/11, Dr. 14, Dr. 21/22 (?), LC 67/Sala I, algunas con las marcas SCG y SCET; cerámica común, material de construcción y terracotas. Cronología: Segundo cuarto del I a.C. – mediados del I d.C. Adsc. Cultural: Romano Republicano, Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Excavaciones sistemáticas y preventivas, prospección superficial. Fechas: 1966, 1986, 1987, 1991, 1992, 1997, 2000, 2002, 2008. Bibliografía: SIPHA; PGMO de Algeciras; Sotomayor, 1969; 1970; Beltrán, 1977; Alonso, 1987; Perdigones, 1987; Sedeño, 1987; Bernal, 1993; 1998a; Étienne y Mayet, 1994; Fernández Cacho, 1991a; 1994; 1995b; 1997; Mayet, 1999; Torremocha y Tomassetti, 2000a; Bernal y Jiménez-Camino, 2004; Lagóstena y Bernal, 2004; Tomassetti y Bravo, 2006; Gutiérrez, 2008.

IDENTIFICACIÓN Concepto : Enclave fortificado Otros concep.: Posible asentamiento secundario Descripción: Asentamiento fortificado sobre un promontorio destacado en el entorno y con buena visibilidad de la bahía y la vega del Palmones. Se observan en superficie restos de la muralla, bastiones, un posible camino de acceso, así como materiales de época púnica y romana. Materiales: Cerámica púnica, pintada púnicoturdetana, molinos naviformes, pesas de telar y material lítico en sílex; cerámica romana como ánforas, Campaniense, TS, material constructivo pétreo y latericio, un molino troncocónico. Cronología: Aprox. IV a.C. – I d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Republicano, Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

Y-009

LOCALIZACIÓN Topónimo: Garganta del Cura, El Palancar T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 268742 4015885 94 msnm

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Cód. IAPH: 01110080089 IDENTIFICACIÓN Concepto: Enclave fortificado Otros concep.: Posible asentamiento secundario Descripción: Asentamiento fortificado sobre una terraza del Palmones y cubierto parte del año por el embalse de Charco Redondo. Se sitúa a 15 km de la bahía y constituye uno de los escasos asentamientos conocidos en esta zona, dado el carácter boscoso de las sierras de Los Alcornocales. Estaría en la ruta que, en paralelo al río, se dirigía desde la bahía de Algeciras a la gaditana a través de ciudades como Lascuta y Asido, y cuyo trazado sigue en parte la actual A-381. Son visibles en superficie estructuras defensivas, viviendas y posibles calles, así como materiales de época púnica y romana. Materiales: Cerámica púnica y pintada púnicoturdetana, común romana, Campaniense, TS, material constructivo pétreo y latericio, molinos naviformes. Cronología: Aprox. IV a.C. – I d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Republicano, Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002 Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003; Torres et al., 2008.

Otros concep.: Descripción: Restos de los pilares con tajamares de un puente construido con sillares de caliza fosilífera y opus caementicium, en el río Palmones, a la altura de la antigua presa de Celupal y a unos 4 km de la desembocadura. Se encuentra cubierto por la vegetación y en un estado de destrucción avanzado debido a las crecidas del río y el expolio de su material de construcción. Presenta rasgos propios de la edilicia romana, aunque su datación estaría por confirmar. Su antigüedad viene refrendada por menciones en textos y en cartografía que ilustran de su estado de ruina ya a inicios del s. XVII. Materiales: Material constructivo romano como sillares y opus caementicium. Cronología: Aprox. I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; Hernández del Portillo, 1622/2008; López de Ayala, 1782; Gómez de Avellaneda, 1980; Fernández Cacho, 1994; Bernal, 1995b; Mariscal et al., 2001; Álvarez, 2002.

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LOCALIZACIÓN Topónimo: Las Pilas, vado de Los Pilares T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 277220 4005193 1 msnm Cód. IAPH: 01110080022 IDENTIFICACIÓN Concepto: Puente romano

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LOCALIZACIÓN Topónimo: Puente Grande, Altos del Ringo Rango, Cortijo Grande T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 276111 4006190 34 msnm Cód. IAPH: 01110080086 IDENTIFICACIÓN Concepto: Villa Otros concep.: Poblado orientalizante, alfar, posible factoría de salazón Descripción: Fondo de cabaña de un posible poblado indígena orientalizante del Hierro I que

refleja, en su registro material, el inicio de los contactos con los colonos fenicios asentados en el Cerro del Prado (Y-014). Posteriormente, se instaló una villa altoimperial, de carácter rural o suburbano, y calificable de villa maritima, dada su ubicación cercana a la costa del entonces estuario del Palmones y su dedicación tanto a la producción agropecuaria como a la explotación de recursos del mar. Se han identificado un estanque monumental y estructuras de posibles habitaciones de la pars urbana, que pudo incluso haber contado con unas termas. También se han documentado dos piletas de opus signinum cuya funcionalidad exacta de desconoce. Dependió probablemente de Carteia (Y-015), de cuya ceca proceden dos de las tres monedas altoimperiales recuperadas en la villa, que fue abandonada hacia finales del s. I o inicios del s. II. En el s. IV la antigua villa fue reocupada. Se documentan estructuras que corresponderían a la pars fructuaria, como un horreum construido sobre el antiguo estanque y un alfar con al menos dos hornos que además del dedicarse al autoabastecimiento pudo haber exportado parte de su producción. Los excavadores plantean la coincidencia del abandono de esta villa, hacia mediados del s. V, con la posible inestabilidad provocada por el paso del pueblo vándalo que embarcaría en Traducta camino de África, tal y como transmiten las fuentes. En toda la zona de los Altos del Ringo Rango hay noticas de concentración de material y estructuras de aspecto romano, como un aljibe y una posible calzada, que denotan una ocupación intensa del entorno. Materiales: Orientalizante: cerámica fenicia de barniz rojo, urna Cruz del Negro, pithoi y molinos naviformes; romano: cerámica común, material de construcción, TSI, TSG, TSH, TSA A C y D, ánforas de salazón, vino y aceite, monedas, molinos, anzuelos, fusayolas, agujas, escorias, lingotes y útiles de metal; producción del alfar tardorromano: ánforas Almagro 51c, Keay VI, XVI, XIX y Majuelo I, cerámica común y material constructivo. Cronología: VII – VI a.C.; cambio de era – finales del I o inicios del II d.C.; IV – inicios del V d.C. Adsc. Cultural: Orientalizante, Romano

Altoimperial, Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales, excavaciones preventivas. Fechas: Varias indeterminadas, 1998, 1999, 2002. Bibliografía: SIPHA; Fernández Cacho, 1994; Arévalo y Bernal, 2002; Bernal y Lorenzo, 2002a; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Bernal et al., 2010.

Y-012

LOCALIZACIÓN Topónimo: Venta del Carmen T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 279768 4006756 8 msnm Cód. IAPH: 01110080076 IDENTIFICACIÓN Concepto: Alfar Otros concep.: Descripción: Alfar altoimperial que abastecía a ciudades como Carteia (Y-015) de material constructivo y ánforas para la producción de salazón y posiblemente también de vino. Fue fundado en los últimos años del s. I a.C. y abandonado en el último cuarto del s. I, al igual que otros centros como El Rinconcillo (Y-007) o Villa Victoria (Y-016). No se conocen las dimensiones totales del complejo, al haber sido excavado tan sólo parcialmente, pero se han documentado dos hornos, tres estancias para el trabajo y manipulación de los mismos, así como un complejo sistema de canalizaciones y pozos para el abastecimiento hídrico del taller. El alfar pertenecería al territorium de Carteia (Y-015), aunque constituiría un ejemplo de alfar autónomo, lo que ha llevó a su excavador a definir estos alfares como “modelo Venta del Carmen”. Materiales: Producción del alfar: ánforas Beltrán

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II A y B, Dr. 14, Dr. 7/11 y Venta del Carmen I salazoneras y Haltern 70 y Dr. 28 de fondo plano vinarias, cerámica común y material de construcción; materiales importados: TSI, TSG, lucernas, Paredes Finas, cerámica común, ánforas, cerámica africana de cocina, restos de vidrio para su reciclado. Cronología: Finales del I a.C. – últimas décadas del I d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales, excavaciones preventivas. Fechas: Varias indeterminadas, 1986, 1996, 1997. Bibliografía: SIPHA; Alonso, 1987; Ponsich, 1988; Bernal, 1998b.

vega del Guadarranque. Materiales: Tegulae, jarros monoansados, un jarro globular. Cronología: VI – VII d.C. Adsc. Cultural: Bizantino-Hispanovisigodo. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales, estudio de materiales. Fechas: Varias indeterminadas, 1986, 2000. Bibliografía: Sedeño, 1987; Fernández Cacho, 1994; Bernal, 1995a; Gómez de Avellaneda, 1980; Bernal y Lorenzo, 2000; Mariscal, 2002.

Y-014

Y-013 LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro del Prado T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 282443 4008598 Cód. IAPH: 01110330014 LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo Villegas, Villegas T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 279330 4011295 68 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Necrópolis Otros concep.: Descripción: Necrópolis de época tardoantigua que fue prácticamente destruida por la construcción de una depuradora de agua. Se conoce por hallazgos aislados y fotografías, algunos en el Museo Municipal de Algeciras que han podido ser estudiados por los especialistas. Se documentan al menos tres sepulturas con inhumaciones y cubierta de lajas. Los ajuares eran muy sencillos y apenas estaban compuestos por jarros cerámicos, como es habitual en esta época. Se desconoce por el momento el hábitat al que estaría asociada, aunque es probable que se tratara de un núcleo rural ubicado en la cercana

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4-15 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Asentamiento colonial Otros concep.: Posible embarcadero Descripción: Asentamiento amurallado sobre un cerro que configuraba en época antigua una península o isla en el paleoestuario del Guadarranque, patrón habitual de instalación de las colonias fenicias, y que hoy se encuentra 2 km tierra adentro. Fue destruido en los años setenta para la construcción del polígono industrial, aunque se conservan restos de algunas estructuras, como un exiguo tramo de la muralla y un posible embarcadero junto al río Guadarranque, a 100 m del cerro, con 30 m de longitud visibles. El asentamiento tendría una extensión potencial de aproximadamente 1,5 ha en torno a varias elevaciones que configuraban el cerro. Las estructuras documentadas reflejan una complejidad constructiva y una ordenación propia de asentamientos urbanos; además de la citada muralla, se han podido documentar

varias estructuras de posibles viviendas y otras de funcionalidad indeterminada, realizadas con mampuestos trabados con arcilla y alzado de adobes en algunos casos. En la única de esas estructuras que fue completamente excavada se documentó un hogar o posible horno, así como su construcción sobre estructuras de una fase anterior cuya orientación se mantuvo, lo que revela la continuidad de los ejes urbanos que articulaban el asentamiento. En función de los materiales recuperados, habría sido fundado en la segunda mitad del s. VII a.C., aunque la parcialidad de la información, dado el nivel de arrasamiento del yacimiento y que las intervenciones se han realizado siempre en una zona periférica, llevan a considerar la posibilidad de una cronología anterior. En cuanto a la funcionalidad del asentamiento, de nuevo es muy escasa la información disponible, aunque el abundante material de almacenaje recuperado y otros materiales como restos de fauna, una azuela, anzuelos o agujas, permiten plantear el desarrollo de una economía pesquera y agropecuaria que podría haber completado la función comercial, que parece refrendar la presencia de tres posibles ponderales. No hay evidencia de actividades metalúrgicas ni alfareras. Su abandono se produjo hacia mediados del s. IV a.C. seguramente de forma progresiva, coincidiendo con la fundación de Carteia (Y-015), en una amplia loma junto al mar, más apta para una empresa urbana estable y para la actividad portuaria, ya que el Cerro del Prado había perdido entonces su carácter costero por la colmatación del estuario. En época romana es probable que, como parte del entorno periurbano de la ciudad de Carteia, hubiera albergado actividades industriales, tal y como refleja un vertido puntual de ladrillos y otros materiales romanos recuperados. Materiales: Fenicio: ánforas, pithoi, cuencos, fuentes, platos, lucernas, cerámica gris, de barniz rojo, polícroma, a mano –minoritaria pero presente en todas las capas-, importaciones áticas del último tercio del s. V a.C.; estatuilla de toro de bronce, tres posibles ponderales, anzuelos, punzones y agujas; Romano: material constructivo, ánforas. Cronología: Mediados del s. VII – IV a.C.

Adsc. Cultural: Fenicio, Púnico, Romano Altoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Excavaciones sistemáticas, preventivas, prospecciones superficiales. Fechas: 1976, 1989, 2007. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Tejera, 1976/2006; Pellicer et al., 1977; Rouillard, 1978; Corzo, 1983b; Arteaga et al., 1987; Ulreich et al., 1990; Fernández Cacho, 1994; Cabrera y Perdigones, 1996; Roldán et al., 1998; 2003a; 2006a; Blánquez et al., 2002; 2009; Blánquez y Tejera, 2006; Lorenzo, 2007a y b.

Y-015

LOCALIZACIÓN Topónimo: Carteia, Colonia Latina Libertinorum, Cerro del Rocadillo T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 283401 4007198 5-57 msnm Cód. IAPH: 01110330015 IDENTIFICACIÓN Concepto: Ciudad Otros concep.: Factoría de salazón, alfar, necrópolis Descripción: Ciudad situada junto a la costa, en la margen izquierda del río Guadarranque. Fue citada por las fuentes clásicas y estuvo habitada de forma ininterrumpida desde el s. IV a.C. hasta el VII o inicios del s. VIII, según constatan las excavaciones arqueológicas acometidas desde mediados del s. XX. Desde su fundación hacia mediados del s. IV a.C., por los habitantes del Cerro del Prado (Y-014) muy probablemente, dispuso de una potente muralla y una organización urbana con construcciones de entidad. En la segunda mitad del s. III experimentaría una importante monumentalización y una remodelación del sistema defensivo, con la construcción de una muralla de casamatas y un

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complejo acceso en codo. La extensión de la ciudad púnica pudo haber alcanzado las 4 ha en torno al cerro del Rocadillo, aunque se conocen restos aislados de esta época en otros puntos de la posterior ciudad romana, como la Torre del Rocadillo. En época romana republicana, la ciudad se convirtió en un enclave estratégico para la conquista y en el año 171 a.C. obtuvo el estatus de colonia latina, aunque el registro arqueológico no refleja transformaciones notables, sino una marcada continuidad respecto a la época anterior. Sólo en torno al último cuarto del s. II a.C. se perciben cambios que traslucen una progresiva romanización, como la erección de un templo sobre el anterior santuario púnico, la acuñación de moneda a partir del año 130 a.C., o la construcción con posterioridad de un edificio de tipología itálica, de probable carácter público, interpretado tradicionalmente como domus. En época augustea se constata una importante remodelación urbana: se modificaron los ejes viarios y se construyó un gran edificio público con una escalera monumental que vertebraría toda la zona. Data igualmente de esta época la muralla que abarcaría las 25 ha de extensión de la ciudad, y otros edificios públicos como el teatro o las termas, ya en el siglo siguiente. Entre los ss. III y VII se constata, como en Traducta (Y-004), un mantenimiento de la vida urbana y un gran dinamismo comercial, aunque ya en el s. VI hay importantes cambios. Se ha estimado que la urbe se habría reducido entonces a unas 15 ha en torno a dos núcleos: la zona conocida como “foro”, donde se instaló una necrópolis junto al antiguo templo, que pudo haber sido transformado en basílica, y la parte baja, donde otra necrópolis y una segunda posible basílica ocuparon la zona de las antiguas termas. Del entorno periurbano de Carteia, a pesar de las intensas transformaciones a las que ha estado sometido, podemos hoy constatar la existencia de hasta tres necrópolis, el tramo final de un acueducto, un extenso barrio salazonero entre la ciudad y el río Guadarranque, seguramente asociado al puerto, y un barrio alfarero al norte de la ciudad, a lo largo del arroyo Madre Vieja. Materiales: Cerámica púnica: tipo Kouass, pintada púnico-turdetana, ánforas; cerámica

300

romana: Campaniense A y B, Paredes Finas y lucernas, común, de cocina, TSI, TSG, TSH, TSA A, TSA C, TSA D, Late Roman C, Lucente; monedas, anzuelos, agujas, material epigráfico y esculturas. Cronología: IV a.C. – VII d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Republicano, Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, Bizantino-Hispanovisigodo. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, excavaciones sistemáticas, preventivas. Fechas: Varias desde el s. XIX, a lo largo del s. XX e inicios del s. XXI. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Martínez Santa-Olalla, 1955/1998; Pellicer, 1965; Woods et al., 1967; Beltrán, 1977; Chaves, 1979; Presedo et al., 1982; Corzo, 1983b; Arteaga et al., 1987; Presedo, 1987; Presedo y Caballos, 1987; Ponsich, 1988; Fernández Cacho, 1994; Bernal, 1998a; 2006a; Roldán et al., 1998; 2003a; 2006a; Castro, 2001; Piñatel y Mata, 2002; Tomassetti, 2002; Gómez y García, 2004; 2008; Pajuelo, 2004; Piñatel, 2004a; Lagóstena y Bernal, 2004; Gómez, 2005; López, 2006; Bernal et al., 2006b; García et al, 2006; Tomassetti y Bravo, 2006; Blanco, 2007; García y Gómez, 2008; 2009; Gestoso y López, 2009; Castañeda et al., 2010; Cobos y Mata, 2011; Expósito y García, 2011; Roldán y Blánquez, 2011a; Jiménez Vialás, 2012a.

Y-016

LOCALIZACIÓN Topónimo: Villa Victoria, Callejón del Moro, Puente Mayorga T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285686 4006625 2-4 msnm Cód. IAPH: 01110330062

IDENTIFICACIÓN Concepto: Asentamiento secundario Otros concep.: Alfar, embarcadero, necrópolis, factoría de salazón Descripción: Complejo industrial situado en la costa a 2,5 km al este de Carteia (Y015), exhumado en diversas intervenciones preventivas en la barriada de Puente Mayorga. El estudio paleogeográfico muestra la existencia de una barra o flecha dunar donde se habría situado el alfar a finales del s. I a.C. y tras la cual se extendería una laguna litoral que se habría ido colmatando progresivamente. En un momento indeterminado entre el año 40 y el 70, una gran ola de origen sísmico impactó en la costa y hubo de afectar parte de las estructuras de este núcleo. El alfar desarrolló una producción mixta de material constructivo, cerámica común y fundamentalmente ánforas de salazón y cesó su actividad a finales del s. I. Se han excavado varios testares, conducciones, estructuras correspondientes a posibles horrea para la producción alfarera, así como un horno, aunque el registro estratigráfico y algunas noticias sobre la destrucción de otros, apuntan a la existencia de más hornos. El alfar contó con un embarcadero, que jugó un papel principal en el traslado de la producción alfarera al puerto de Carteia y que habría estado en funcionamiento durante las primeras décadas del s. I hasta la colmatación de su bocana. De esta instalación portuaria se ha podido documentar un muelle de piedra de más de 24 m de longitud que empleó ánforas reutilizadas como sistema de drenaje. En torno al embarcadero se dispusieron una serie de estructuras de funcionalidad industrial, como una plataforma y una pileta de opus signinum, y en los ss. IV y V se instaló un taller de púrpura. A 100 m, se excavó también una pequeña factoría de salazón autónoma, con ocho piletas, que podría haber exportado parte de su producción además de abastecer a la población del asentamiento alfarero y que habría estado en funcionamiento desde época augustea hasta el s. VI en que fue colmatada. Estas estructuras confirman, pues, un uso continuado de la zona para actividades industriales con posterioridad al cese de la actividad del alfar. Por último,

aunque no se han documentado hasta el momento las viviendas de este asentamiento, la existencia de una necrópolis vendría a incidir en el alto grado de autonomía del conjunto. Las sepulturas excavadas coincidirían con el periodo de funcionamiento del alfar, aunque no se descarta su continuidad en el tiempo ya que se documentó también una tumba del s. VI. Dado el nivel de destrucción de la necrópolis, que podría haber perdido sus niveles superficiales, la citada continuidad de la actividad industrial en la zona y la tendencia a la perpetuación de las áreas funerarias, no resulta extraño pensar en una continuidad de dicha necrópolis entre los ss. I y VI, y por tanto de todo el asentamiento. Materiales: Producción del alfar: Dr. 2/4, 7/11, 12, 14, Beltrán II A y B, Haltern 70, cerámica común y material constructivo; cerámica importada: TS marmorata, Paredes Finas; monedas, objetos de metal, etc. Cronología: Finales del I a.C. – VI d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, Bizantino-Hispanovisigodo (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales, excavaciones preventivas. Fechas: Varias indeterminadas, 1986, 20032008. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Montero, 1860; Alonso, 1987; Maier, 1999; Piñatel, 2003; 2004b; Bernal et al., 2004a; 2004d; 2004f; 2008c; 2007b; 2009; Arteaga y González, 2004; Blánquez et al., 2005a; 2005b; 2006a; 2006d; 2008; Roldán et al., 2003b; 2003c; 2006c; Tomassetti y Bravo, 2006; Arteaga y Prados, 2008; Díaz et al., 2009; Jiménez Vialás, 2012a; Blánquez, 2013.

Y-017

LOCALIZACIÓN Topónimo: Pantalán de CEPSA, arroyo de los

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Patos, arroyo Gallegos T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 284790 4006592 Cód. IAPH: 01110330094

y González, 2006; San Claudio et al., 2009. 0 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Posible fondeadero Otros concep.: Embarcadero, pecio Descripción: Abundancia de evidencias materiales de época antigua en el entorno del pantalán de la refinería, entre la desembocadura del Guadarranque, donde hubo seguramente un fondeadero (HA-057), y del arroyo Gallegos, en la barriada de Puente Mayorga. Podría reflejar la existencia de fondeaderos o infraestructuras portuarias en la zona, o simplemente la frecuentación de ese tramo de costa que unía Carteia (Y-015) y el alfar de Villa Victoria (Y016). Cerca de la desembocadura del pequeño arroyo de los Patos se ha documentado una concentración de material de épocas púnica y romana y evidencias de una estructura compuesta por al menos cuatro grandes sillares de caliza fosilífera y restos de opus signinum, que podría corresponder a un posible muelle de época romana. Más al este, en la desembocadura del arroyo Gallegos, se ha documentado abundante material cerámico de época antigua y moderna, seguramente arrastrado por el arroyo, y restos de una embarcación que fue destruida por la corriente, datada en época tardoantigua por su técnica constructiva y por la utilización de resina vegetal. Materiales: Abundante material cerámico púnico y romano (cerámica común, TS, ánforas, dolia), un cepo de ancla de caliza fosilífera, escaso material medieval y moderno. Cronología: Aprox. IV a.C. – VII d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial (?), Bizantino-Hispanovisigodo (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales y subacuáticas preventivas. Fechas: 2002, 2003, 2004, 2007. Bibliografía: SIPHA; Higueras-Milena, 2002; Castillo, 2006; González et al., 2006a y b; Jiménez

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Y-018

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de los Infantes, Cortijo del Infante T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 286916 4011978 80-110 msnm Cód. IAPH: 01110330037 IDENTIFICACIÓN Concepto: Enclave fortificado Otros concep.: Posible asentamiento secundario Descripción: Asentamiento fortificado sobre un cerro fácilmente defendible que controlaría la vía que unía Carteia (Y-015) y Barbesula (Y-022). Pudo haber alcanzado las 3 ha de extensión. La densa vegetación actual impide apreciar estructuras en superficie, aunque sí se observan grandes sillares de la muralla. Destaca una galería excavada y revestida de sillares que unía la parte superior del cerro con el arroyo de la Colmena, aunque se encuentra parcialmente derrumbada. En función del material visible en superficie el asentamiento habría estado poblado entre el s. IV y el I a.C., por lo que habría perdurado en los primeros momentos de la presencia romana como un asentamiento de control territorial, hasta un momento indeterminado del final de la Republica o inicios del Imperio. Sin embargo, otros autores abogan por una fundación hacia el s. V y su abandono en el IV a.C., a causa del creciente dominio cartaginés en el Estrecho. Materiales: Cerámica a mano, ánforas púnicas, cerámica pintada púnico-turdetana, tipo Kouass, Campaniense; cerámica y material de construcción romano. Monedas. Cronología: Aprox. IV a.C. – I a.C. Adsc. Cultural: Orientalizante (?), Púnico, Romano Republicano.

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002, 2006. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Castiñeira y Campos, 1994; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Anaya, 2006; Pérez, 2006; Bravo, 2010.

Y-019

LOCALIZACIÓN Topónimo: Santa Ana, Horno de Santa Ana T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285307 4011796 86 msnm Cód. IAPH: 01110330053 IDENTIFICACIÓN Concepto: Alfar Otros concep.: Posible villa Descripción: Horno cerámico romano que no ha sido excavado y que conservaría aún la cubierta. En el lugar se ha recogido material constructivo romano, cerámica y fallos de cocción que apuntan a época altoimperial. Se ha puesto en relación con el testar romano identificado en Albalate (HA-061), ambos en el territorium de Carteia (Y-015), aunque les separa 1,5 km. Queda por dilucidar si se trata de un alfar autónomo, modelo típico en época altoimperial, o formaría parte de una villa. Materiales: Cerámica romana y material de construcción latericio. Cronología: Aprox. I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Década de 1990, 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Bernal, 1998a; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Lagóstena y Bernal, 2004; Pérez, 2006.

Y-020

LOCALIZACIÓN Topónimo: Mesas de Chullera T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 295092 4022093 Cód. IAPH: 01110330064

57 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Factoría de salazón Otros concep.: Posible villa Descripción: Factoría de salazón romana que fue parcialmente destruida por el propietario de la finca hasta la intervención del SEPRONA. No se sitúa en la costa, como es habitual, sino a 3 km de la misma y comunicada con ella a través de los arroyos de Rute o Montilla, que desembocarían en el antiguo estuario del Guadiaro. Pudo tener un carácter autónomo o pertenecer a una villa. Se ubicó en el territorium de Barbesula (Y-022), 3,5 km al sur, al otro lado del río Guadiaro. Materiales: Cerámica y material constructivo romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002, 2006. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; García et al., 2003; Anaya, 2006; Pérez, 2006.

Y-021

LOCALIZACIÓN Topónimo: Guadalquitón-Borondo T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 294043 4014962 1-5 msnm

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Cód. IAPH: 01110330038 IDENTIFICACIÓN Concepto: Factoría de salazón Otros concep.: Posible asentamiento del Bronce Inicial, necrópolis, posible asentamiento secundario Descripción: Conjunto ubicado junto a la desembocadura de los arroyos Guadalquitón y Borondo. En los ochenta se identificó un posible poblado con materiales líticos y cerámicos del Bronce Inicial (Guadalquitón 1). Los restos romanos, que en función del material cerámico y de las sucesivas repavimentaciones de las piletas de salazón pudieron haber estado en funcionamiento entre el s. I y el VI, conforman un hábitat complejo que pudo corresponder a un asentamiento secundario semejante a Villa Victoria (Y-016). Se ha documentado un posible hábitat en la margen derecha del río, con viviendas y materiales de época altoimperial y tardorromana (Guadalquitón 2), una segunda concentración de estructuras que incluye piletas de salazón (Guadalquitón 3); una necrópolis de inhumación de los ss. I-II con sepulturas de cistas y cubierta de tegulae, situada 300 m al oeste de la zona de piletas (Guadalquitón 4); y, finalmente, una nueva concentración de estructuras y restos de piletas, emplazada junto a la necrópolis (Guadalquitón 5). Este conjunto dependería de la ciudad de Barbesula (Y-022), 4 km al norte, con la que estaría unida por mar a través del antiguo estuario del Guadiaro. A 1,8 km en dirección norte por la costa se emplaza la posible factoría de salazón de Sotogrande (HA-081). Materiales: Cerámica de la Edad del Bronce, material latericio romano, TSG, TSA A, C y D, restos malacológicos, vértebra de atún. Cronología: IIº milenio a.C. (?), I – VI d.C. Adsc. Cultural: Bronce Inicial (?), Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, excavación preventiva, prospecciones superficiales. Fechas: Década de 1980, 2002, 2007. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Pineda, 1997; Vicente y Vicente, 2002; García

304

et al., 2003; Gómez et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Pérez, 2006.

Y-022

LOCALIZACIÓN Topónimo: Barbesula, Sabesola, Bardesola, Cerro Redondo T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293562 4019226 10-40 msnm Cód. IAPH: 01110330011 IDENTIFICACIÓN Concepto: Ciudad Otros concep.: Necrópolis, alfar Descripción: Ciudad romana ubicada en la margen derecha del río Guadiaro, cerca de su desembocadura. Habría ocupado unas 10 ha y se extendería por el Cerro Redondo y la vega adyacente, donde se han identificado algunos restos de estructuras y recuperado numerosos materiales arqueológicos y elementos arquitectónicos. La ciudad pudo haber tenido un origen fenicio-púnico, a juzgar por la cerámica pintada recogida en superficie, el propio topónimo y la temprana presencia oriental en la zona, como sabemos por Casa de Montilla (Y-023) y por los materiales fenicios (oinochoe de boca de seta, trilobulado y lucerna) hallados al norte de Sotogrande, cerca de Barbesula. La ciudad seguramente obtuvo el estatus de municipium con el Edicto de Vespasiano y es probable que continuara habitada hasta los ss. VI o VII. Del entorno periurbano se conoce una posible necrópolis altoimperial al sur del cerro, destruida por la construcción de un colegio, un alfar altoimperial de producción mixta, canalizaciones y otras estructuras de funcionalidad indeterminada (HA-078), posibles restos del antiguo puerto, una posible necrópolis tardoantigua 200 m al norte del cerro y otra posible necrópolis de cronología indeterminada, 400 m al noroeste del mismo (HA-077), así como

materiales romanos indeterminados (HA-075, HA-076). El entorno de la Barbesula romana tuvo un poblamiento denso, tal y como evidencian los numerosos hallazgos pertenecientes a posibles villae en la vega del Guadiaro (HA-067, HA068, HA-069, HA-070, HA-071, HA-073), en lomas cercanas a otros cursos de agua (HA-064, HA-065, HA-066), así como las factorías de salazón costeras o cercanas a la costa (Y-020, Y-021, HA-080, HA-081). Materiales: Cerámica fenicia, pintada púnico-turdetana y romana: común, ánforas, Campaniense, TSI, TSG, TSH, TSA A y D, estampillada. Cronología: VII – V a.C. (?), aprox. IV a.C. – VII d.C. Adsc. Cultural: Fenicio (?), Púnico (?), Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, BizantinoHispanovisigodo. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones geoarqueológicas, prospecciones superficiales, excavaciones preventivas. Fechas: Varias indeterminadas, 1985, 2005. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Montero, 1860; Bonsor, 1918; Romero de Torres, 1934; Rodríguez Oliva, 1973; 1976; 1978; Presedo et al., 1982; Arteaga et al., 1987; 1988; Fernández Cacho, 1994; Bernal, 1998a; Mariscal et al., 2003.

Y-023

LOCALIZACIÓN Topónimo: Casa de Montilla, Montilla, Guadiaro T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 294697 4019468 9 msnm Cód. IAPH: 01110330013 IDENTIFICACIÓN Concepto: Poblado orientalizante Otros concep.: Posible asentamiento colonial

Descripción: Asentamiento del Bronce Final situado en la costa del antiguo estuario del río Guadiaro y actualmente 2 km tierra adentro. Fue descubierto con motivo de los sondeos geoarqueológicos del Proyecto Costa del DAI y excavado en 1986. Carente de material fenicio en una primera fase, pero fue asimilando influencias fenicias hasta que en una fase final la cerámica fenicia predomina y se acomete una ampliación del poblado hacia el sur, donde podría ubicarse el embarcadero. Dado el importante volumen de cerámica fenicia en las últimas fases, no puede descartarse la existencia en realidad de dos asentamientos, uno indígena y uno fenicio, o la asimilación de un barrio fenicio por parte del primero. Una intervención preventiva en 2001 permitió constatar la continuidad del yacimiento hacia el sur, al documentar una cabaña con un hogar, similar a la del poblado de Ringo Rango (Y-011), asociada a materiales fenicios y de tradición indígena. Es probable que se tratara de un asentamiento dependiente de Los Castillejos de Alcorrín (Manilva), a 7 km, para el comercio con los fenicios asentados en este poblado o en la cercana Barbesula (Y-022), al otro lado del río, en cuyas inmediaciones se han localizado materiales procedentes de una necrópolis fenicia, como un oinochoe de boca de seta, uno trilobulado y una lucerna. Materiales: Cerámica fenicia: pintada polícroma, ánforas, platos de barniz rojo, soportes para la cocción cerámica; cerámica indígena: fuentes, cuencos, cazuelas, coladores y una lucerna de imitación fenicia, a mano, y algún fragmento con decoración bruñida. Cronología: VIII – VII a.C. Adsc. Cultural: Orientalizante, Fenicio (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas, excavaciones sistemáticas y preventivas. Fechas: 1985, 1986, 2001. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Arteaga et al., 1987; 1988; Arteaga y Hoffmann, 1987; Schubart, 1987; 1988; Fernández Cacho, 1994; Suárez, 2001; Marzoli et al., 2010.

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Y-024

LOCALIZACIÓN Topónimo: Punta Europa T. Municipal: Gibraltar (Territorio Británico de Ultramar) Coordenadas: 289094 3998713 0 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Fondeadero Otros concep.: Pecio Descripción: Zona de concentración de cepos de ancla desde época fenicia, que refleja el trasiego de embarcaciones desde el inicio de la cueva-santuario de Gorham (Y-025). Dada la peligrosidad de la zona, los restos pueden corresponder a naufragios u ofrendas de los marinos. Materiales: Anclas de piedra y de plomo Cronología: Aprox. VIII a.C. – V d.C. Adsc. Cultural: Fenicio, Púnico, Romano Republicano, Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, subacuáticas. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Fa et al., 2001.

prospecciones

Y-025

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cueva de Gorham, Gorham’s Cave T. Municipal: Gibraltar (Territorio Británico de Ultramar) Coordenadas: 289179 3999755 3-5 msnm Cód. IAPH:

306

IDENTIFICACIÓN Concepto: Santuario Otros concep.: Descripción: Cueva-santuario fenicio-púnica de tipo marítimo donde tuvieron lugar diversos rituales de petición y agradecimiento por una travesía segura desde o hacia el Estrecho. Estuvo en funcionamiento a lo largo de la época feniciopúnica, desde los momentos iniciales de la colonización hasta entrado el s. II a.C., en época republicana, aunque ya de forma esporádica. No existen evidencias concluyentes sobre la advocación del santuario, aunque se ha propuesto tanto el dios Melkart, vinculado al Estrecho y a la colonización, como Tanit, que recibió culto en otras cuevas-santuario, o incluso un genius loci. Se trata del único yacimiento de época antigua constatado en el peñón de Gibraltar, que pudo quizá haber tenido un carácter sagrado y por tanto vedado al hábitat. El acceso debió hacerse por mar, aspecto que subrayaba su carácter sagrado y marítimo, lo que explicaría la abundancia de material y anclas desde época fenicia recuperadas en el fondeadero de Punta Europa (Y-024). Materiales: Escarabeos egiptizantes, vidrio, terracotas y cerámica: lucernas y vajilla vinculada con las ofrendas de alimento y libaciones procedentes de todo el Mediterráneo, desde talleres fenicios orientales, de Cartago a la costa andaluza mediterránea, la bahía de Cádiz o producciones ibero-turdetanas. Cronología: Finales del IX – mediados del II a.C. Adsc. Cultural: Fenicio, Púnico, Romano Republicano. INTERVENCIÓN Tipo: Excavaciones sistemáticas. Fechas: 1945-1948, 1950-1952, 1954, 1968, 1969, 1991-2004. Bibliografía: Barnett, 1963; Culican, 1972; Schubart, 1983; Posadas, 1988; Finlayson et al., 1996; Belén y Pérez, 2000; Giles et al., 2001b; Gutiérrez et al., 2001; 2012; Lane et al., 2014.

HA-001

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cala Arena (I) T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 279808 3993824 35-40 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible factoría de salazón, posible villa Descripción: Concentración de material cerámico de época tardorromana en un cerro amesetado frente a Cala Arena, entre Punta del Fraile y el arroyo de la Morisca. Lugar fácilmente defendible y cercano a una zona adecuada para el fondeo de embarcaciones. No se observan estructuras en superficie pero por su ubicación podría haber sido una posible factoría de salazón. Pertenecería al territorium de Traducta (Y-004) y se ubica a unos 4 km del núcleo de GetaresCaetaria (Y-003). Materiales: Material de construcción y cerámica común romanos, TSA. Cronología: Aprox. II – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 1985, 1992. Bibliografía: Muñoz y Baliña, 1987; Fernández Cacho, 1994; 1995a; Gómez, 2001.

T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 280932 4000339 6-8 msnm Cód. IAPH: 01110040046 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible factoría de salazón, posible asentamiento colonial Descripción: En la Isla Verde, que forma hoy parte de la superficie del puerto de Algeciras, se han recuperado numerosos restos de época antigua, tanto cerámica a mano como en especial material romano, y hay noticias sobre la existencia de piletas de salazón romanas. Se trataría de una factoría de salazón perteneciente a Traducta (Y-004) y situada en un lugar óptimo dada la cercanía del puerto en la desembocadura del río de la Miel (Y-005). Se ha planteado la posibilidad de que la isla hubiera albergado algún asentamiento fenicio o púnico. Es probable que el fuerte defensivo construido en época moderna arrasara toda estructura anterior. Materiales: Cerámica a mano, ánforas romanas. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Fenicio (?), Púnico (?), Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, actuación preventiva. Fechas: Varias indeterminadas, 2006. Bibliografía: SIPHA; Marfil y Vicente, 1991; Vicente y Marfil, 1991; Vicente y Vicente, 2002; Jiménez-Camino y Tomassetti, 2005.

HA-003

HA-002 LOCALIZACIÓN Topónimo: Loma del Novillero Torres T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 279163 3998041 25 msnm Cód. IAPH: 01110040023 LOCALIZACIÓN Topónimo: Isla Verde

307

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material cerámico de época tardorromana y ausencia de estructuras visibles en superficie. No se descarta su ocupación desde época altoimperial y se ha interpretado como posible villa, dada su ubicación en una de las lomas más adecuadas para la explotación agrícola en el entorno de Algeciras. Pertenecería al territorium de Traducta (Y-004). Materiales: Cerámica tardorromana. Cronología: Aprox. III – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 1992. Bibliografía: SIPHA; PGMO de Algeciras; Fernández Cacho, 1994; 1995a; Jiménez-Camino y Tomassetti, 2005.

HA-004

LOCALIZACIÓN Topónimo: La Alcarria T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 278038 4000653 Cód. IAPH: 01110040022

85 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material cerámico y constructivo romano que no permite una datación exacta del conjunto. Como en el caso de la Loma del Novillero Torres (HA-003), ocupa una de las zonas de mayor potencial valor agrícola del entorno de Traducta (Y-004). Materiales: Material cerámico y constructivo romano. Cronología: Aprox. I – V d.C.

308

Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 1992. Bibliografía: SIPHA; PGMO de Algeciras; Fernández Cacho, 1994; 1995a; Jiménez-Camino y Tomassetti, 2005.

HA-005

LOCALIZACIÓN Topónimo: La Menacha T. Municipal: Algeciras (Cádiz) Coordenadas: 278270 4004275 Cód. IAPH:

8 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Existen noticias de la aparición en los años ochenta de huesos y tegulae junto a la carretera CA-231, correspondientes a una posible necrópolis romana de inhumación. Pertenecería al territorium de Traducta (Y-004) aunque se desconoce el hábitat menor al que estuvo asociada. Materiales: Tegulae y restos óseos. Cronología: Aprox. II – V d.C. Adsc. Cultural: Romano altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Vicente y Marfil, 1991; Gómez, 2001.

HA-006

LOCALIZACIÓN Topónimo: Venta de Santa Clara T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280884 4008311 30 msnm Cód. IAPH: 01110080090 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano. Podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo pétreo, material constructivo cerámico y cerámica común. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2006. Bibliografía: SIPHA; Anaya, 2006.

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Restos romanos hallados en la margen izquierda del Guadarranque con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI. Pertenecería al territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica romana: Dr. 7/11, TSH, TSA; cerámica medieval Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano AltoimperiaI, Romano Bajoimperial, Medieval (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas. Fechas: 1985. Bibliografía: Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994.

HA-008

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo del Oro, Cortijo del Loro, “hallazgo 3 Guadarranque” de Arteaga et al., 1987 T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 281595 4009142 5 msnm Cód. IAPH:

HA-007

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo de Villanueva, Arroyo Miraflores, “hallazgo 5 Guadarranque” de Arteaga et al., 1987 T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 281265 4011568 14 msnm Cód. IAPH:

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis, Posible villa Descripción: Restos de un enterramiento púnico en la margen derecha del Guadarranque, hallado con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI. Podría corresponder a la necrópolis del Cerro del Prado (Y-014) o Carteia (Y-015), como los restos del Vado del Oro (HA-083). También se han identificado materiales romanos que podrían corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica púnica: ánfora Mañá 8 y

309

dos cuencos; cerámica y material constructivo romanos. Cronología: Aprox. VI – II a.C., aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas y superficiales. Fechas: 1985, 2002. Bibliografía: Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994; Mariscal, 2002; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003.

INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas y superficiales, actuación preventiva. Fechas: 1985, 2002, 2007. Bibliografía: Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003; Giles, 2007.

HA-010

HA-009 LOCALIZACIÓN Topónimo: Venta del Oro, “Guadacorte 2” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 281925 4008850 6 msnm Cód. IAPH: LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo del Lobo, El Lobo, “hallazgo 4 Guadarranque” de Arteaga et al., 1987 T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280890 4010349 11 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible asentamiento, posible necrópolis Descripción: Materiales tardopúnicos hallados en la margen derecha del Guadarranque con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI. Podrían corresponder a un asentamiento o, como el Cortijo del Oro (HA-008), a la necrópolis del Cerro del Prado (Y-014) o Carteia (Y-015). También se ha localizado una concentración de material romano que podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica tardopúnica: ánforas de los tipos T-7.4.3.3 y T-7.4.2.1-T-7.4.3.2, páteras, Paredes Finas; y cerámica romana: TS y ánforas de salazón Beltrán II B. Cronología: Aprox. IV – II a.C., I – II d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Altoimperial.

310

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible asentamiento, posible villa Descripción: Materiales púnicos localizados con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI. También se documenta material romano, que podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica púnica: ánforas de los tipos T-7.4.3.3 y T-7.4.2.1-T-7.4.3.2, pátera, cerámica común, Dr. 1C; cerámica romana. Cronología: Aprox. III – I a.C., I – V d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

HA-011

LOCALIZACIÓN Topónimo: Parque de Bomberos, “Guadacorte 3” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 281308 4008162 11 msnm Cód. IAPH: 01110080069 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material cerámico y constructivo romano. Podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo romano, ánforas, cerámica común y TSG, TSH. Cronología: Aprox. I – III d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-012

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo o Palacio de Guadacorte, “Guadacorte 4” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 281215 4008632 35 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado

Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano, de cronología imprecisa. Podría corresponder a una villa del conjunto de GuadacorteGuadarranque, en el territorium de Carteia (Y015). Materiales: Cerámica romana Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal, 2002; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003.

HA-013

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de la Venta, “Guadacorte 14” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 279687 4007395 62 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Existen noticias del hallazgo, detrás de la barriada de Ciudad Jardín, de varias cistas de piedra con cubierta de losas horizontales, de tipología tardoantigua, como las conocidas en la necrópolis del Cortijo Villegas (Y-013). Como en ese caso, desconocemos el hábitat asociado. Materiales: Cronología: Aprox. VI – VII d.C. Adsc. Cultural: Bizantino-Hispanovisigodo. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; Mariscal, 2002.

311

HA-014

LOCALIZACIÓN Topónimo: Los Cortijillos Oeste, Pinar de Los Cortijillos, “Guadacorte 11” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280613 4007382 15 msnm Cód. IAPH: 01110080075 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano, de cronología imprecisa. Podría corresponder a una villa del conjunto de GuadacorteGuadarranque, en el territorium de Carteia (Y015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-015

LOCALIZACIÓN Topónimo: Los Cortijillos Este, “Guadacorte 12” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 281142 4007382 4 msnm Cód. IAPH:

312

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano, de cronología imprecisa, entre la empresa ACERINOX y la N-340. Podría corresponder a una villa del conjunto de GuadacorteGuadarranque, en el territorium de Carteia (Y015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-016

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo de Bocanegra, Bocanegra (II) T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275550 4013086 204 msnm Cód. IAPH: 01110080066 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano, de cronología imprecisa, de una posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; Gómez de Avellaneda, 1980; Mariscal et al., 2001; Mariscal, 2002.

HA-017

LOCALIZACIÓN Topónimo: Presa de Guadacorte T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280351 4008588 30 msnm Cód. IAPH: 01110080070 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano, de cronología imprecisa. Podría corresponder a una villa del conjunto de GuadacorteGuadarranque, en el territorium de Carteia (Y015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: SIPHA; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003.

HA-018

LOCALIZACIÓN Topónimo: Loma de la Vega de Bocanegra

T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 278958 4007394 12 msnm Cód. IAPH: 01110080077 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano, de cronología imprecisa. Podría corresponder a una villa del conjunto de GuadacorteGuadarranque, en el territorium de Carteia (Y015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002, 2006. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003; Anaya, 2006.

HA-019

LOCALIZACIÓN Topónimo: Callejón de la Barca T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275488 4006961 5 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano, entre el que destaca una terracota fabricada probablemente en El Rinconcillo (Y007), correspondiente a una posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica y terracota romanas. Cronología: Aprox. I – II d.C.

313

Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Bernal, 1993; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

HA-020

LOCALIZACIÓN Topónimo: El Chaparral T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275588 4007390 Cód. IAPH:

24 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: García et al., 2003; Mariscal et al., 2003.

HA-021

LOCALIZACIÓN Topónimo: Ladera de la cantera de Guadacorte, “Guadacorte 10” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 279896 4007919 62 msnm Cód. IAPH: 01110080074 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano. Podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica común romana y TS. Cronología: Aprox. I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-022

LOCALIZACIÓN Topónimo: Fuente Magaña, “Guadacorte 17” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 278909 4008866 15 msnm Cód. IAPH: 01110080078 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible factoría de salazón

314

Descripción: Concentración de material constructivo, cerámica y posibles restos de piletas de salazón, de una posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Relacionado seguramente con los restos de Alto de Fuente Magaña (HA-023). Formaría parte del conjunto de Guadacorte-Guadarranque compuesto por una serie de hallazgos correspondientes a posibles villae, que reflejan la densa ocupación de la zona, inmediata a la costa del antiguo estuario en época antigua. Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

serie de hallazgos correspondientes a posibles villae, que reflejan la densa ocupación de la zona, inmediata a la costa del antiguo estuario en época antigua. Materiales: Material constructivo y cerámica tardorromana. Cronología: III – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial.

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002, 2006. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003; Anaya, 2006.

HA-024

HA-023

LOCALIZACIÓN Topónimo: Alto de Fuente Magaña T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 278817 4008628 26 msnm Cód. IAPH: 01110080079 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible factoría de salazón Descripción: Concentración de cerámica romana, material constructivo, restos de opus signinum de un posible aljibe o piletas de salazón. Relacionado seguramente con los restos de Fuente Magaña (HA-022). Posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Formaría parte del conjunto de Guadacorte-Guadarranque compuesto por una

INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002, 2006. Bibliografía: SIPHA; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Anaya, 2006.

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cruce del Patrón, Cruce del Cortijo del Patrón T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 278253 4011094 39 msnm Cód. IAPH: 01110080080 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámica tardorromana en la vega del río Guadacorte, de una posible villa tardorromana perteneciente al territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. III – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002, 2006.

315

Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003; Anaya, 2006.

HA-025

LOCALIZACIÓN Topónimo: El Tejarillo, El Tejadillo T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275610 4008966 46 msnm Cód. IAPH: 01110080084 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámica común romana, pertenecientes a una posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

HA-026

LOCALIZACIÓN Topónimo: Malpica T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 276009 4012982 202 msnm Cód. IAPH: 01110080062

316

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de cerámica romana y estructuras visibles en superficie, sillares y restos de opus reticulatum. Posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo latericio, cerámica común romana, ánforas y TSI, TSG y TSH. Cronología: I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

HA-027

LOCALIZACIÓN Topónimo: Plaza de toros T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 278466 4011986 53 msnm Cód. IAPH: 01110080063 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámica romana correspondiente a una posible villa del territorium de Carteia (Y015). Materiales: Material constructivo, cerámica común romana, TSG. Cronología: Aprox. I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos superficiales.

aislados,

prospecciones

Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003. HA-028

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cucarrete T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 271012 4015952 195 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano junto al río Palmones, a la altura del embalse de Charco Redondo. Posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romano. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

Coordenadas: 267829 Cód. IAPH:

4018449

166 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible factoría de salazón, posible asentamiento secundario Descripción: Concentración de material cerámico romano y restos de opus signinum en la orilla norte del embalse de Charco Redondo, cerca de un conjunto de tumbas antropomorfas excavadas en la roca. Posible villa del territorium de Traducta (Y-004). Materiales: Material cerámico romano, restos de opus signinum. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-030

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo del Pimpollar T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 274458 4010030 54 msnm Cód. IAPH:

HA-029

LOCALIZACIÓN Topónimo: Tajo del Cabrero, Boquete del Cabrero T. Municipal: Los Barrios (Cádiz)

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible calzada Descripción: Concentración de material cerámico romano y restos de una posible calzada en la margen izquierda del Palmones, por donde podría discurrir la vía que uniría Carteia (Y-015) con la bahía de Cádiz a través de Lascuta y Asido. Posible villa del territorium de Carteia (Y-015).

317

Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Mariscal, 2002.

HA-031

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de Palmares, Cortijo de Palmares T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275007 4009627 55 msnm Cód. IAPH: 01110080067 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible asentamiento secundario Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano con importantes estructuras visibles en superficie, como un edificio rectangular de 20 m de largo en sillarejo trabado con opus caementicium. Posible villa o asentamiento fortificado del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica romana y restos de opus caementicium. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

318

HA-032

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de Monreal, Cortijo Monreal T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 278409 4006860 74 msnm Cód. IAPH: 01110080087 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano. Podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo, cerámica común romana, TSG. Cronología: I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-033

LOCALIZACIÓN Topónimo: Estación férrea de Los Barrios T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 278667 4006066 5 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible calzada

Descripción: Concentración de material romano de cronología imprecisa y restos de pavimento de una posible calzada, quizá de la vía que unía Carteia (Y-015) con la bahía de Cádiz a través de Lascuta y Asido. Se ubica en la margen izquierda del Palmones, muy cerca de la línea de costa del paleoestuario. Materiales: Material constructivo romano Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; Mariscal, 2002.

HA-034

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo de la Almoguera T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275899 4005157 20 msnm Cód. IAPH: 01110080020 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de cerámica y estructuras de una posible villa, situada en la margen derecha del Palmones y por tanto seguramente perteneciente al territorium de Traducta (Y-004). Materiales: Material constructivo, cerámica romana común, ánforas. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas.

Bibliografía: SIPHA; Gómez de Avellaneda, 1980; Mariscal et al., 2001; Mariscal, 2002.

HA-035

LOCALIZACIÓN Topónimo: Las Majadillas T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 273694 4011568 79 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Existen noticias del descubrimiento de un conjunto de urnas cinerarias de plomo durante la construcción de unas instalaciones militares, que habrían sido refundidas para fabricar aparejos de pesca. Se trataría de una necrópolis romana Altoimperial asociada a un hábitat que desconocemos y perteneciente al territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Urnas de plomo Cronología: Aprox. I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Mariscal, 2002.

HA-036

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo del Jaramillo T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 273082 4009560 15 msnm Cód. IAPH: 01110080088

319

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible necrópolis Descripción: Concentración de material romano y restos de estructuras de entidad. Posible villa en la vega del Palmones, en su margen derecha y por tanto seguramente perteneciente al territorium de Traducta (Y-004). Existen también noticias de sepulturas cubiertas por lajas que habrían sido destruidas, y que corresponderían presumiblemente a la necrópolis de la villa. Materiales: Cerámica romana: ánforas, lucernas, TSG; fragmento de escultura romana, monedas. Cronología: Aprox. I – III d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-037

LOCALIZACIÓN Topónimo: La Zorrilla T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 270672 4006452 175 msnm Cód. IAPH: 01110080023 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible asentamiento secundario Descripción: Concentración de material constructivo y estructuras de grandes sillares y opus caementicium, que podrían corresponder a una villa o a un asentamiento fortificado de época tardorromana o hispanovisigoda. Se sitúa en la sierra, controlando una de las rutas que une la bahía con la comarca de La Janda, y formaría

320

parte del territorium de Traducta (Y-004). Materiales: Material constructivo y cerámico tardorromano e hispanovisigodo. Cronología: Aprox. III – VII d.C. Adsc. Cultural: RomanoAltoimperial (?), Romano Bajoimperial, Bizantino-Hispanovisigodo. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-038

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cuesta de los Caínes T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 268696 4005433 279 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano perteneciente a una posible villa. Se sitúa en la sierra, controlando uno de los caminos tradicionales entre la bahía y la comarca de La Janda, y formaría parte del territorium de Traducta (Y-004). Materiales: Material constructivo y cerámico romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Mariscal et al., 2001.

HA-039

LOCALIZACIÓN Topónimo: Fuente del Tiradero T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 267972 4004425 180 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano perteneciente a una posible villa. Se sitúa en la sierra, controlando uno de los caminos tradicionales entre la bahía y la comarca de La Janda, y formaría parte del territorium de Traducta (Y-004). Materiales: Material constructivo y cerámico romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Mariscal et al., 2001.

HA-040

LOCALIZACIÓN Topónimo: Venta de Ojén T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 266617 4002969 240 msnm Cód. IAPH IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa, posible calzada

Descripción: Concentración de material cerámico romano y restos de una posible calzada que podría pertenecer a una vía, alternativa a la costera, que unía Traducta (Y-004) con Baelo Claudia y la zona de La Janda a través de la sierra. Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Gómez de Avellaneda, 1980; Arias, 1988; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-041

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo del Soto de Roma T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 272465 4009716 33 msnm Cód. IAPH: 01110080058 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de cerámica romana correspondiente a una posible villa en la vega del Palmones, en su margen izquierda, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001;

321

Mariscal, 2002.

Coordenadas: 281389 Cód. IAPH:

HA-042

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis, posible calzada Descripción: Existen noticas del hallazgo de material romano y restos de una calzada que fueron destruidos por la construcción de la planta de la empresa ACERINOX. También procedería de este lugar un plato de pescado tipo Kouass conservado hoy en el Museo de Algeciras y que podría proceder de una necrópolis o hábitat púnicos. Esta zona comprendida entre los ríos Palmones y Guadarranque estaba cubierta por un gran estuario en época antigua, pero es posible que existieran islas o barras de arena en este punto. Algunas intervenciones preventivas en zonas contiguas han documentado aportes de tierra, procedentes quizá de ACERINOX, con material de época romana. Materiales: Plato de pescado tipo Kouass, cerámica romana: común, TS. Cronología: Aprox. IV – III a.C., I – V d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial (?).

LOCALIZACIÓN Topónimo: Pozo Laguna, “Guadacorte 1” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 282045 4008818 3 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material romano desaparecido con motivo de obras de construcción. Pertenecería al territorium de Carteia (Y-015) y formaría parte del conjunto de Guadacorte-Guadarranque compuesto por una serie de hallazgos de posibles villae, que reflejan la densa ocupación de la zona, inmediata a la costa del antiguo estuario en época antigua. Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

4006881

5 msnm

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Gómez de Avellaneda, 1980; Sedeño, 1987; Sillières, 1990; Pérez-Malumbres, 1995a, b y c; García, 1998; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

HA-044 HA-043

LOCALIZACIÓN Topónimo: ACERINOX (empresa) T. Municipal: Los Barrios (Cádiz)

322

LOCALIZACIÓN Topónimo: Fábrica de corcho T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 276446 4005781 5 msnm Cód. IAPH:

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible factoría de salazón, posible villa Descripción: Concentración de cerámica común romana y restos de opus signinum de posibles piletas de salazón. La cercanía al río Palmones y a la costa de antiguo estuario apuntaría a la existencia de una factoría de salazón, perteneciente en este caso al territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica común romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: Bernal, 1995b; Mariscal, 2002.

HA-045

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de la Depuradora T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280584 4008585 52 msnm Cód. IAPH: 01110080071 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámica romanos. Podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material de construcción y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

HA-046

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de los Pinos T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280150 4008575 75 msnm Cód. IAPH: 01110080072 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo, cerámica común y ánforas tardorromanas. Posible villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material latericio, ánforas y cerámica común tardorromana. Cronología: Aprox. III – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002, 2006. Bibliografía: SIPHA; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Anaya, 2006.

323

HA-047

LOCALIZACIÓN Topónimo: Pinar de Guadacorte, Cerro del Pinar de Guadacorte T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280563 4008818 68 msnm Cód. IAPH:

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo romano y cerámica común de una posible villa. Pertenecería al territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material de construcción y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámica romanos. Podría corresponder a una villa del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material de construcción y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

LOCALIZACIÓN Topónimo: Caserío de la Coracha T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 276520 4010501 157 msnm Cód. IAPH:

HA-048

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo del Arenoso T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 275271 4010956 120 msnm Cód. IAPH:

324

HA-049

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo romano y cerámica común de una posible villa en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material de construcción y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos superficiales.

aislados,

prospecciones

Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Mariscal et al., 2001; 2003; García et al., 2003.

HA-051

HA-050 LOCALIZACIÓN Topónimo: Parque de Betty Molesworth T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 276490 4006687 30 msnm Cód. IAPH: 01110080085 LOCALIZACIÓN Topónimo: Pino Merendero, “Guadacorte 6” T. Municipal: Los Barrios (Cádiz) Coordenadas: 280244 4008804 59 msnm Cód. IAPH: 01110080073 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible alfar, posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámica romana. Podría tratarse de un alfar autónomo como la Venta del Carmen (Y-012) o incluido en una villa, como Ringo Rango (Y-011). Formaría parte del conjunto de Guadacorte-Guadarranque, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo, cerámica común, TSI, fallos de cocción de ánforas. Cronología: Últimos años del I a.C. – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002, 2006. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; 2003; Mariscal, 2002; García et al., 2003; Lagóstena y Bernal, 2004; Anaya, 2006.

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámica romanos de una posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material de construcción, cerámica común y ánforas romanas. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Mariscal et al., 2001; Mariscal, 2002; García et al., 2003.

HA-052

LOCALIZACIÓN Topónimo: Calle Vicente Aleixandre T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285306 4010271 65 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Enterramiento de 10 individuos

325

adultos descubierto al abrir una zanja para la remodelación de la barriada de Los Olivillos en 2007. Carecía de ajuar, por lo que se plantea que fuera la fosa común de una epidemia de época moderna o de la Guerra Civil, aunque la ausencia de ancianos y niños, por un lado, y de proyectiles, por otro, deja abierta su interpretación. Materiales: Restos óseos. Cronología: Indeterminada Adsc. Cultural: Bizantino-Hispanovisigodo (?), Medieval (?), Moderno (?). INTERVENCIÓN Tipo: Excavación preventiva. Fechas: 2007. Bibliografía: Gestoso, 2007.

HA-053

LOCALIZACIÓN Topónimo: La Toma (II) T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 284186 4010795 Cód. IAPH: 01110330022

17 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa junto al arroyo Madre Vieja, en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romanos. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2006. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque;

326

Anaya, 2006.

HA-054

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo de Torres T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285171 4007642 Cód. IAPH:

5-25 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Descripción: Material cerámico romano descontextualizado, asociado a las estructuras del Cortijo de Torres, en el entorno de Carteia (Y-015). Podría proceder de algún yacimiento cercano, de movimientos de tierra, muy habituales en la zona, o simplemente reflejar la intensa ocupación romana de la zona. Materiales: Cerámica común romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Actuación preventiva. Fechas: 2007. Bibliografía: Díaz y Universidad de Cádiz, 2010.

HA-055

LOCALIZACIÓN Topónimo: Miraflores T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 282839 4011294 Cód. IAPH:

85 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material tardorromano asociado a diversas estructuras y un pavimento de cal. Posible villa del territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica tardorromana. Cronología: Aprox. III – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Bajoimperial.

Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

INTERVENCIÓN Tipo: Actuación preventiva. Fechas: 2007. Bibliografía: Fernández Cacho, 1994; Crespo, 2007.

HA-057

LOCALIZACIÓN Topónimo: Desembocadura del Guadarranque T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 283021 4005995 0 msnm Cód. IAPH:

HA-056

LOCALIZACIÓN Topónimo: Taraguilla T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 282278 4009103 Cód. IAPH: 01110330024

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Valverde, 1849/2003; Montero, 1860; Fernández Cacho, 1994; Rodríguez Oliva, 2011; Roldán y Blánquez, 2011b.

5 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Hacia mediados del s. XIX se descubrió en Taraguilla un sepulcro que contenía una urna de mármol con un bajo relieve que representaba “por una de las caras á varios hombres conduciendo un cadáver, y por la otra un grupo de matronas romanas en actitud llorosa” (Montero, 1860: 70). Dado que no se especifica el lugar exacto, podría haber sido en una zona cercana a la necrópolis septentrional de Carteia (Y-015), aunque no podemos descartar que fuera otra necrópolis, hoy desconocida, del entorno periurbano de dicha ciudad. Materiales: Urna de mármol con relieve Cronología: Aprox. I – IV d.C.

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible fondeadero Descripción: Concentración subacuática de material cerámico en la desembocadura del Guadarranque, cerca de donde se ubicó el puerto antiguo de Carteia (Y-015), aunque no se ha observado por el momento una densidad suficiente para confirmar la existencia de un fondeadero. Materiales: Cerámica desde época romana hasta contemporánea. Cronología: Aprox. II a.C. – XX d.C. Adsc. Cultural: Romano Republicano, Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, BizantinoHispanovisigodo, Medieval, Moderno, Contemporáneo. INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones subacuáticas. Fechas: 1999. Bibliografía: Castillo, 1999.

327

HA-058

LOCALIZACIÓN Topónimo: Central de Ciclo Combinado “Bahía de Algeciras” T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285256 4006842 4 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Descripción: Material cerámico romano descontextualizado resultado de aportes de un yacimiento cercano, quizá en la zona ocupada hoy por la refinería, en el entorno periurbano de Carteia (Y-015). Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Actuación preventiva. Fechas: 2007. Bibliografía: López, 2007. HA-059

LOCALIZACIÓN Topónimo: Calle Aurora de Campamento T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285968 4006144 14 msnm Cód. IAPH: 01110330017 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible alfar, posible factoría de salazón Descripción: Testar de época romana destruido

328

por construcciones contemporáneas. En la zona se han documentado fragmentos de ánforas romanas y hay noticias de una posible factoría de salazón. Podría tratarse de un alfar autónomo o quizá vinculado al cercano núcleo de Villa Victoria (Y-016), situado 400 m al oeste, ambos en el territorium de Carteia (Y-015) Materiales: Material anfórico romano Cronología: Aprox. I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospección superficial. Fechas: Inicios de los años noventa, 1998. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Fernández Cacho, 1994; 1995b; Bernal, 1998a; Castillo, 2001; Lagóstena y Bernal, 2004.

HA-060

LOCALIZACIÓN Topónimo: Punta Mala T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285964 4005563 Cód. IAPH:

0 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible fondeadero Descripción: Concentración subacuática de materiales en el entorno de Punta Mala, que podría reflejar el uso de la zona como fondeadero, quizá relacionado con núcleos costeros del territorium de Carteia (Y-015), como el alfar de la calle Aurora (HA-059) o el núcleo de Villa Victoria (Y-016). Materiales: Cerámica desde época romana hasta contemporánea. Fragmento de pavimento y pesa de red. Cronología: Aprox. II a.C. – XX d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial, Romano Bajoimperial, Bizantino-Hispanovisigodo (?), Medieval, Moderno, Contemporáneo.

INTERVENCIÓN Tipo: Actuación preventiva, prospecciones subacuáticas. Fechas: 1998, 2003. Bibliografía: Castillo, 2001; Berenjeno, 2003.

Sedeño, 1987; Fernández Cacho, 1994; Bernal, 1998a; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Pérez, 2006.

HA-062 HA-061

LOCALIZACIÓN Topónimo: Albalate, Cortijo de Albalate T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 286421 4013392 86 msnm Cód. IAPH: 01110330021, 01110330016 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible alfar, posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa. 300 m al sur se ha documentado un testar con material constructivo romano, incluidos fallos de cocción, aunque no se conocen hornos. Podría tratarse, por tanto, de un alfar autónomo como la Venta del Carmen (Y-012) o incluido en una villa, como en Ringo Rango (Y-011). Sin embargo, este último modelo no es propio de época Altoimperial. Pertenecería al territorium de Carteia (Y-015) y podría guardar relación con el alfar de Santa Ana (Y-019), 1,5 km al sur. El vocablo “albalate” podría hacer mención a una calzada, quizá de la antigua vía entre Carteia (Y015) y Barbesula (Y-022). Materiales: Material constructivo, cerámica común romana, TSH, fallos de cocción de material constructivo. Cronología: I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 1986, 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque;

LOCALIZACIÓN Topónimo: La Doctora (II) T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 287517 4012614 Cód. IAPH: 01110330051

101 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Descripción: Concentración de material cerámico y constructivo romano, aparentemente descontextualizado, junto a la cantera La Doctora. Posiblemente relacionado con un hallazgo similar 700 m al suroeste, en La Alcaidesa (HA-063), ambos en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002, 2006. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; García et al., 2003; Anaya, 2006.

HA-063

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cantera “La Alcaidesa” T. Municipal: San Roque (Cádiz)

329

Coordenadas: 286886 Cód. IAPH:

4012209

75 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Descripción: Material cerámico y constructivo romano. Posiblemente relacionado con un hallazgo similar 700 m al noreste, en La Doctora (II) (HA-062), ambos en el territorium de Carteia (Y-015). Materiales: Material constructivo y cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2008. Bibliografía: PGOU de San Roque; Cano, 2008.

HA-064

LOCALIZACIÓN Topónimo: Las Mesas T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 290627 4015954 Cód. IAPH: 01110330055

93 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano, entre los arroyos de Guadalquitón y Borondo, perteneciente a una posible villa del territorium de Barbesula (Y022). Materiales: Material constructivo y cerámico romano. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

330

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque.

HA-065

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo del Cardo T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 289646 4020162 Cód. IAPH: 01110330048

235 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa del territorium de Barbesula (Y-022). Materiales: Material constructivo y cerámico romano. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Pérez, 2006.

HA-066

LOCALIZACIÓN Topónimo: Venta Nueva T. Municipal: San Roque (Cádiz)

Coordenadas: 288336 4021145 Cód. IAPH: 01110330052

26 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa del territorium de Barbesula (Y-022). Materiales: Material constructivo y cerámico romano. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; García et al., 2003; Pérez, 2006.

HA-067

LOCALIZACIÓN Topónimo: Vega de los Nísperos T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293191 4020188 Cód. IAPH: 01110330026

6 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa en la vega de Guadiaro. Pertenecería al territorium de Barbesula (Y-022), en un área donde se ha documentado una concentración importante de hallazgos similares (HA-068, HA069, HA-070, HA-071, HA-073). Materiales: Material constructivo y cerámico romano: TS, Paredes Finas, lucernas, ánforas. Cronología: I – II d.C.

Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Fernández Cacho, 1994; García et al., 2003; Pérez, 2006.

HA-068

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de la Amoladera T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 292886 4021094 Cód. IAPH: 01110330020

21 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa en la vega de Guadiaro. Pertenecería al territorium de Barbesula (Y-022), en un área donde se ha documentado una concentración importante de hallazgos similares (HA-067, HA069, HA-070, HA-071, HA-073). Materiales: Material constructivo y cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Fernández Cacho, 1994; García et al., 2003; Pérez, 2006.

331

HA-069

LOCALIZACIÓN Topónimo: Vega al norte del puente viejo de Guadiaro T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 292991 4020795 16 msnm Cód. IAPH: 01110330025 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa en la vega de Guadiaro. Pertenecería al territorium de Barbesula (Y-022), en un área donde se ha documentado una concentración importante de hallazgos similares (HA-067, HA068, HA-070, HA-071, HA-073). Materiales: Material constructivo y cerámica romana: TSG. Cronología: I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial.

Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa en la vega de Guadiaro. Pertenecería al territorium de Barbesula (Y-022), en un área donde se ha documentado una concentración importante de hallazgos similares (HA-067, HA-068, HA-069, HA-071, HA-073). El topónimo “las bóvedas” podría hacer referencia a restos de un antiguo acueducto u otro tipo de infraestructura, aunque no disponemos de datos para confirmarlo. Materiales: Material constructivo y cerámica romana Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Pérez, 2006.

HA-071

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque. LOCALIZACIÓN Topónimo: Casilla de control T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293587 4020695 Cód. IAPH: 01110330019

HA-070

LOCALIZACIÓN Topónimo: Las Bóvedas T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293836 4021095 Cód. IAPH: 01110330059 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado

332

25 msnm

7 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa en la vega de Guadiaro. Pertenecería al territorium de Barbesula (Y-022), en un área donde se ha documentado una concentración importante de hallazgos similares (HA-067, HA068, HA-069, HA-070, HA-073).

Materiales: Material constructivo y cerámica romana: común y ánforas. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?).

HA-073

INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2006. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Fernández Cacho, 1994; Piñatel, 2006.

LOCALIZACIÓN Topónimo: San Enrique T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 294603 4020470 Cód. IAPH: 01110330023

HA-072

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cerro de los Álamos T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293489 4020992 Cód. IAPH: 01110330027

12 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Existen noticias del hallazgo y expolio de una serie de cistas con ajuares visigodos, aunque carecemos de información sobre el tipo de materiales recuperados. Esta necrópolis estaría asociada a un núcleo menor del entorno de Barbesula (Y-022), quizá San Enrique (HA-073). Materiales: Objetos de ajuar tardoantiguos y altomedievales (?) Cronología: Aprox. VI – VII d.C. Adsc. Cultural: Bizantino-Hispanovisigodo.

77 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible villa Descripción: Concentración de material constructivo y cerámico romano de una posible villa en la vega de Guadiaro. Pertenecería al territorium de Barbesula (Y-022), en un área donde se ha documentado una concentración importante de hallazgos similares (HA-067, HA-068, HA-069, HA-070, HA-071). De haber tenido una fase de ocupación tardía, podría tratarse del asentamiento asociado a la necrópolis tardoantigua del Cerro de los Álamos (HA-072). Materiales: Material constructivo y cerámico romano. Cronología: Aprox. I – VII d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?)., BizantinoHispanovisigodo (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Fernández Cacho, 1994.

HA-074 INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Fernández Cacho, 1994. LOCALIZACIÓN Topónimo: Nuevo Guadiaro - “hallazgo 3 Guadiaro” de Arteaga et al., 1987

333

T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293142 4019719 Cód. IAPH:

Romano Bajoimperial (?). 32 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible asentamiento, posible necrópolis Descripción: Material cerámico púnico hallado con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI, unos 600 m al norte de Barbesula (Y022), que podría haber tenido una fase púnica. Materiales: Cerámica púnica. Cronología: VI – III a.C. Adsc. Cultural: Púnico. INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas. Fechas: 1985. Bibliografía: PGOU de San Roque; Rodríguez Oliva, 1978; Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994.

HA-075

LOCALIZACIÓN Topónimo: Nuevo Guadiaro - “hallazgo 4 Guadiaro” de Arteaga et al., 1987 T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 292809 4019783 59 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Descripción: Material cerámico romano hallado con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI, unos 800 m al noroeste de Barbesula (Y-022), así que formaría parte de su entorno periurbano. Materiales: Cerámica romana Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?),

334

INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas. Fechas: 1985. Bibliografía: Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994.

HA-076

LOCALIZACIÓN Topónimo: Nuevo Guadiaro - “hallazgo 5 Guadiaro” de Arteaga et al., 1987 T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293253 4020021 5 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible asentamiento Descripción: Material cerámico púnico y romano hallado con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI, unos 600 m al norte de Barbesula (Y-022), por lo que pudo corresponder a su entorno periurbano. Al haberse hallado bajo niveles de limos, es probable que estuvieran situados en la costa y hubieran sido cubiertos por la sedimentación del Guadiaro. Materiales: Cerámica púnica y romana. Cronología: Aprox. VI a.C. – V d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Republicano (?), Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas. Fechas: 1985. Bibliografía: PGOU de San Roque; Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994.

HA-077

LOCALIZACIÓN Topónimo: Nuevo Guadiaro - “hallazgo 6 Guadiaro” de Arteaga et al., 1987 T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293073 4019471 17 msnm Cód. IAPH: IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Posible necrópolis romana hallada con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI, unos 400 m al noroeste de Barbesula (Y-022), así que formaría parte de su entorno periurbano. Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones geoarqueológicas. Fechas: 1985. Bibliografía: Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994.

HA-078

LOCALIZACIÓN Topónimo: Autovía San Roque-Estepona en Guadiaro T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 293042 4018661 19 msnm Cód. IAPH:

Otros concep.: Descripción: Conjunto de estructuras romanas como una canalización y otros muros de función indeterminada 700 m al oeste de Barbesula (Y022) y por tanto en su entorno periurbano. Materiales: Cerámica común romana y TSH. Cronología: I – II d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial. INTERVENCIÓN Tipo: Actuación preventiva. Fechas: 1997. Bibliografía: Martí, 1997.

HA-079

LOCALIZACIÓN Topónimo: Cortijo de los Álamos T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 294888 4019201 Cód. IAPH: 01110330012

9 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Descripción: Material fenicio hallado a escasos 450 m del yacimiento de Casa de Montilla (Y023), aunque posteriores intervenciones en este punto no documentaron evidencias antiguas, por lo que podría tratarse de material arrastrado desde dicho yacimiento. Materiales: Cerámica fenicia. Cronología: Aprox. VIII – VII a.C. Adsc. Cultural: Fenicio (?), Orientalizante (?). INTERVENCIÓN Tipo: Actuación preventiva. Fechas: 2003. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Alarcón, 2003.

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado

335

HA-080

LOCALIZACIÓN Topónimo: Torreguadiaro T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 296116 4019190 Cód. IAPH: 01110330057

3 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible factoría de salazón Descripción: Piletas de salazón halladas en la playa de Torreguadiaro en los años ochenta. Factoría de salazón que pertenecería al territorium de Barbesula (Y-022), ciudad con la que estaría comunicada a través del antiguo estuario del Guadiaro. Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Vicente y Vicente, 2002.

HA-081

LOCALIZACIÓN Topónimo: Sotogrande T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 294677 4016732 Cód. IAPH: 01110330092

5 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible factoría de salazón

336

Descripción: Material cerámico romano y piletas que habrían sido destruidas. Posible factoría de salazón que se ubicaría en la misma desembocadura del antiguo estuario y a 2,5 km de Barbesula (Y-022), con la que estaría unida por mar y de cuyo territorium formaría parte. Materiales: Cerámica romana. Cronología: Aprox. I – V d.C. Adsc. Cultural: Romano Altoimperial (?), Romano Bajoimperial (?). INTERVENCIÓN Tipo: Prospecciones superficiales. Fechas: 2002. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque; Vicente y Vicente, 2002; García et al., 2003; Mariscal et al., 2003; Pérez, 2006.

HA-082

LOCALIZACIÓN Topónimo: Guadalquitón-Borondo, Punta MalaRapalo T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 294426 4014420 0 msnm Cód. IAPH: 01110120371 IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible fondeadero Descripción: Hallazgos subacuáticos de material de época púnica a moderna, especialmente romanos. Serían fruto del arrastre de los arroyos o un fondeadero relacionado con la factoría de salazón romana de Guadalquitón-Borondo (Y-021) y parte, por tanto, del territorium de Barbesula (Y-022). Materiales: Cerámica púnica, romana, medieval y moderna. Cronología: Aprox. VI a.C. – XVIII d.C. Adsc. Cultural: Púnico, Romano Republicano, Romano AltoimperiaI, Romano Bajoimperial, Bizatino-Hispanovisigodo (?), Medieval,

HA-084

Moderno. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados. Fechas: Varias indeterminadas. Bibliografía: SIPHA; PGOU de San Roque.

LOCALIZACIÓN Topónimo: Huerta de las Presas T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 285813 4012288 65 msnm Cód. IAPH:

HA-083

LOCALIZACIÓN Topónimo: Vado del Oro T. Municipal: San Roque (Cádiz) Coordenadas: 282064 4009189 Cód. IAPH:

7 msnm

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible necrópolis Descripción: Materiales procedentes de un enterramiento, localizados con motivo de las perforaciones geoarqueológicas del DAI en la margen izquierda del Guadarranque. Podría corresponder a la necrópolis del Cerro del Prado (Y-014) o Carteia (Y-015), como el Cortijo del Oro (HA-008). Materiales: Cerámica púnica: ungüentario, cuenco de cerámica común y plato de Campaniense Cronología: Aprox. III – I a.C. Adsc. Cultural: Púnico.

IDENTIFICACIÓN Concepto: Hallazgo indeterminado Otros concep.: Posible asentamiento Descripción: Material cerámico púnico y estructuras de un posible asentamiento. Dada su ubicación a 1 km al oeste del Cerro de los Infantes es probable que se trate de un pequeño núcleo de explotación agrícola relacionado con el enclave fortificado. Materiales: Cerámica púnica: ánforas T-12.1.1.1 Cronología: Aprox. IV – II a.C. Adsc. Cultural: Púnico. INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: SIPHA; Fernández Cacho, 1994; Frutos y Muñoz, 1999; Fernández et al., 2001.

INTERVENCIÓN Tipo: Hallazgos aislados, prospecciones superficiales. Fechas: Varias indeterminadas, 2002. Bibliografía: Arteaga et al., 1987; Fernández Cacho, 1994; García et al., 2003; Mariscal et al. 2003.

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A Archivos, colecciones documentales y organismos citados en el texto

AGA AGS AHEA BN CECAF CGE CER.ES CNIG IAPH IGME IGN MAGRAMA MAGNA MAN MTN PGMO PGOU PNOA SIPHA

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Archivo General de la Administración. Archivo General de Simancas. Archivo Histórico del Ejército del Aire. Biblioteca Nacional. Centro Cartográfico y Fotográfico, Ejército del Aire. Centro Geográfico del Ejército, Ejército de Tierra. Red Digital de Colecciones de Museos de España. Centro Nacional de Información Geográfica, Ins tuto Geográfico Nacional. Ins tuto Andaluz del Patrimonio Histórico. Ins tuto Geológico y Minero de España. Ins tuto Geográfico Nacional. Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio ambiente Mapa Geológico Nacional. Museo Arqueológico Nacional. Mapa Topográfico Nacional. Plan General Municipal de Ordenación Plan General de Ordenación Urbanís ca Plan Nacional de Ortofotogra a Aérea. Sistema de Información del Patrimonio Histórico Andaluz.

Í

T Abdera 31, 32, 73 ACERINOX S.L., Planta de (Los Barrios, Cádiz) 41, 99, 200, 205, 266, 312, 322 Acinipo 79, 140, 183, 230, 246, 267, 268, 288 Adra (Almería) vide Abdera África 18, 33, 40, 58, 68, 72, 73, 77, 79, 101, 117, 199, 230, 231, 237, 251, 269, 270, 281, 287, 297 Akra Leuke 33 Albalate (San Roque, Cádiz) 159, 168, 173, 257, 259, 265, 303, 329 Alcarria, La (Algeciras, Cádiz) 308 Alcornocales, Parque Natural de los (Cádiz) 39, 41, 113, 155, 183, 203, 278, 288, 296

Alcorrín, Los Castillejos de (Manilva, Málaga) 186, 187, 188, 190, 284, 305 Alemania 47, 95 Algarbes, Los (Tarifa, Cádiz) 176, 204 Algeciras (Cádiz) vide Traducta Algeciras, bahía de 14, 15, 17, 19, 23, 39, 40, 46, 55, 56, 57, 63, 81, 82, 85, 86, 89, 93, 94, 101, 104, 106, 107, 110, 112, 113, 119, 123, 126, 127, 129, 132, 137, 140, 141, 143, 147, 148, 162, 163, 168, 172, 175, 178, 182, 183, 186, 187, 188, 189, 190, 194, 201, 203, 205, 207, 209, 210, 213, 217, 237, 258, 265, 268, 275, 276, 279, 282, 284, 285, 287, 288, 291, 296 Alicante vide Lucentum

Almuñecar (Granada) vide Sex Anas 66, 68 Andalucía 19, 37, 50, 51, 61, 77, 84, 85, 86, 91, 122, 149, 215, 254, 265, 282 Antequera (Málaga) 78 Antioquía (Turquía) 110 Arados 31 Argar, El (Antas, Almería) 36 Argelia 42, 117, 199 Arwad (Siria) vide Arados Arse-Saguntum 223 Asido 122, 132, 133, 141, 186, 202, 203, 212, 214, 229, 230, 266, 268, 286, 287, 288, 296, 317, 319 Asidona vide Asido Asta Regia 141, 231 Astigi 265, 267 Atenas 24 Atlántico 44, 113 Aurora, calle de (San Roque, Cádiz) 49, 172, 328

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Baelo Claudia 20, 43, 47, 79, 80, 106, 108, 109, 110, 112, 116, 123, 124, 129, 140, 144, 148, 152, 153, 155, 157, 160, 163, 172, 187, 208, 209, 224, 231, 241, 249, 254, 259, 264, 265, 267, 321 Baetica vide Bética Baesippo 140, 205, 206, 208, 211, 214, 268 Bailo 20, 80, 186, 187, 202, 208, 209, 214, 224, 229, 230, 231, 241, 266, 267, 284, 286, 287 Baleares, Islas 112 Barbariana vide Barbesula Barbate 122, 176, 202 Barbesola vide Barbesula Barbesula 14, 40, 64, 68, 73, 74, 78, 167, 179, 187, 202, 206, 214, 231, 238, 242, 244, 264, 246, 257, 261, 262, 263, 265, 269, 272, 286, 287, 302, 303, 304, 305, 329, 330, 331, 332, 333, 334, 335, 336 Bardesola vide barbesula Baria 32, 135, 144, 193, 209, 284 Barrios, Los (Cádiz) 23, 40, 41, 49, 53, 55, 63, 76, 85, 86, 98, 119, 120, 127, 128, 133, 134, 161, 163, 164, 166, 167, 168, 169, 170, 171, 173, 243, 251, 266, 270, 277, 295, 296, 297, 298, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 320, 321, 322, 323, 324,

432

325 Belona vide Baelo Claudia Belone vide Baelo Claudia Benaoján (Málaga) 46 Benzú (Ceuta) 125 Bética 37, 38, 43, 45, 68, 69, 71, 72, 73, 78, 120, 138, 140, 141, 160, 168, 220, 221, 224, 225, 228, 244, 259, 269, 277, 281 Betis 31, 43, 66, 67, 70, 72, 136, 141, 142, 183, 203, 209, 212, 214, 230, 264, 286, 288 Biblos (Libano) 31, 190 Bizerta (Túnez) 208 Blanco, río 129 Bolonia (Tarifa, Cádiz) vide Baelo Claudia Borondo, río 159, 167, 176, 257, 271, 303, 304, 330, 336 Bóvedas, Las (San Roque, Cádiz) 332 Britannia 251 Cabezas de San Juan, Las (Sevilla) 267 Cádiz vide Gadir Cádiz, bahía de 97, 101, 106, 127, 139, 150, 161, 163, 167, 186, 202, 210, 212, 261, 264, 268, 284, 306, 317, 319 Caetaria 46, 48, 64, 65, 73, 74, 76, 105, 125, 164, 166, 257, 265, 266, 267, 271, 288, 292, 307 Cala Arena (Algeciras, Cádiz) 122, 206, 207, 208, 209, 272, 285, 291, 307 Callejón de la Barca (Los Barrios, Cádiz) 313 Callejón del Moro vide Villa Victoria

Calpe 64, 65, 66, 68, 70, 71, 72, 73, 74, 101, 102, 130, 179, 209, 210, 211, 226, 229, 246, 248, 264, 265, 277 Calpia vide Carteia Campamento (San Roque, Cádiz) 49, 134, 172, 258, 328 Campania (Italia) 225 Campello, El (Alicante) 147, 208 Campo de Gibraltar 14, 19, 47, 52, 56, 57, 76, 77, 83, 99, 110, 111, 112, 117, 119, 122, 134, 145, 149, 152, 183, 267, 278 Cantera “La Alcaidesa” (San Roque, Cádiz) 263, 329 Cap Bon (Túnez) 208 Capua (Italia) 242 Carambolo, El (Camas, Sevilla) 30, 43 Carissa 79, 230, 268 Carmo 34, 38, 58, 60 Carmona (Sevilla) vide Carmo Carpessos vide Carteia Carpia vide Carteia Cartagena vide Carthago Nova Cartago (Túnez) 32, 33, 42, 44, 45, 67, 149, 178, 196, 198, 199, 208, 210, 211, 214, 215, 283, 286, 306 Cartare 65 Cartea vide Carteia Carteia 13, 14, 15, 18, 19, 22, 41, 46, 47, 48, 49, 51, 53, 55, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 63, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71, 72, 73, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81, 82, 83,

84, 87, 90, 95, 96, 97, 98, 99, 100, 102, 104, 107, 109, 110, 112, 114, 115, 116, 117, 120, 123, 124, 125, 128, 129, 130, 131, 132, 133, 134, 136, 137, 138, 139, 140, 141, 142, 144, 145, 147, 148, 150, 153, 154, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 166, 167, 168, 169, 170, 171, 172, 173, 178, 179, 180, 193, 194, 195, 196, 197, 198, 199, 200, 201, 202, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 217, 218, 219, 220, 221, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 233, 236, 237, 238, 239, 241, 242, 243, 244, 245, 246, 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 258, 259, 260, 261, 263, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, 272, 273, 276, 277, 278, 279, 280, 281, 282, 283, 284, 285, 286, 287, 288, 289, 295, 297, 299, 300, 301, 302, 303, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 321, 322, 323, 324, 325, 326, 327, 328, 329, 330, 337 Cartennas (Ténès, Argelia) 199 Cartetia vide Carteia

Carteya vide Carteia Carthago Nova 33, 58, 61, 73, 75, 122, 138, 146, 223, 264, 265, 267 Cartili (Damous, Argelia) 199 Caserío de la Coracha (Los Barrios, Cádiz) 324 Casilla de control (San Roque, Cádiz) 332 Casitérides, islas 126 Castellar de la Frontera (Cádiz) 161 Castillo de Doña Blanca (El Puerto de Santa María, Cádiz) 30, 101, 118, 123, 124, 135, 137, 140, 141, 144, 151, 157, 190, 205 Castulo 230, 268 Central de ciclo combinado “Bahía de Algeciras” 53, 250, 253 Cerdeña (Italia) 32, 68, 178, 210, 283 Cerro Colorado (Benahavís, Málaga) 204, 214 Cerro de la Amoladera (San Roque, Cádiz) 331 Cerro de la Depuradora (Los Barrios, Cádiz) 323 Cerro de la Venta (Los Barrios, Cádiz) 311 Cerro de los Álamos (San Roque, Cádiz) 333 Cerro de los Infantes (San Roque, Cádiz) 159, 164, 176, 202, 203, 204, 205, 207, 209, 212, 213, 226, 265, 285, 286, 302, 337 Cerro de los Pinos (Los Barrios, Cádiz) 272, 323

Cerro del Prado (San Roque, Cádiz) 18, 41, 48, 49, 51, 53, 55, 57, 58, 81, 82, 83, 84, 95, 96, 98, 99, 123, 131, 134, 135, 140, 144, 147, 148, 150, 151, 156, 159, 160, 164, 169, 178, 180, 181, 182, 183, 184, 185, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 195, 196, 197, 199, 200, 201, 202, 205, 208, 210, 211, 212, 250, 255, 266, 276, 281, 283, 284, 285, 297, 298, 299, 309, 310, 337 Cerro del Villar (Málaga) 101, 118, 123, 124, 129, 140, 144, 146, 151, 182, 186, 190, 192, 197 Cerro de Monreal (Los Barrios, Cádiz) 318 Cerro de Palmares (Los Barrios, Cádiz) 272, 318 Cerro Redondo vide Barbesula Ceuta vide Septem Chaparral, El (Los Barrios, Cádiz) 314 Chorreras (Vélez-Málaga, Málaga) 31 Chorruelo, El (Algeciras, Cádiz) 41, 47, 49, 172, 234, 235, 293 Coín (Málaga) 78 Colonia Augusta Gemella Tucci 223 Colonia Iulia Firma Secundanorum Arausio 221, 242 Colonia Latina Libertinorum vide Carteia Conil de la Frontera

433

(Cádiz) 121, 122 Constitución–Huerta del Contrabandista, avenida (San Fernando, Cádiz) 261 conventus Gaditanus 79, 112, 173, 231 Cordoba vide Corduba Corduba 38, 67, 70, 230, 246, 259, 264, 267, 268, 287 Cortijillos, Los (Los Barrios, Cádiz) 312 Cortijo de Bocanegra (Los Barrios, Cádiz) 263, 312 Cortijo de la Almoguera (Los Barrios, Cádiz) 263, 319 Cortijo del Arenoso (Los Barrios, Cádiz) 324 Cortijo del Cardo (San Roque, Cádiz) 330 Cortijo del Jaramillo (Los Barrios, Cádiz) 263, 319 Cortijo del Lobo (Los Barrios, Cádiz) 185, 310 Cortijo del Oro (Los Barrios, Cádiz) 185, 309, 310, 337 Cortijo de los Álamos (San Roque, Cádiz) 187, 335 Cortijo del Pimpollar (Los Barrios, Cádiz) 266, 317 Cortijo del Soto de Roma (Los Barrios, Cádiz) 321 Cortijo de Torres (San Roque, Cádiz) 263, 326 Cortijo de Villanueva (Los Barrios, Cádiz) 309 Cortijo Villegas (Los Barrios, Cádiz) 298,

434

311 Cotta (Marruecos) 43, 254 Cruce del Patrón (Los Barrios, Cádiz) 272, 315 Cucarrete (Los Barrios, Cádiz) 317 Cuesta de los Caínes (Los Barrios, Cádiz) 320 Djebel Musa 188 Djebel Tarik vide Calpe Doctora, La (San Roque, Cádiz) 14, 159, 263, 265, 329, 330 Écija (Sevilla) vide Astigi Edeta 37 Éfeso (Turquía) 93 Egipto 148 Embarcadero de Palmones 48, 56, 266 Emerita Augusta 85 Era, La (Benalmádena, Málaga) 151, 186 Escorial, El (Madrid) 122 España 18, 41, 42, 43, 47, 76, 77, 83, 97, 100, 103, 125, 131, 138, 153, 155, 157, 250, 268, 279 Estación férrea de Los Barrios (Cádiz) 266, 277 Estrecho de Gibraltar 19, 20, 33, 39, 42, 43, 44, 45, 54, 58, 64, 65, 66, 68, 70, 72, 78, 80, 95, 101, 103, 110, 112, 113, 117, 118, 120, 121, 122, 123, 124, 125, 129, 132, 137, 138, 140, 144, 145, 149, 156, 160, 163, 168, 175, 176, 178, 179, 180, 183, 187, 190, 193, 195, 196, 199, 203, 204, 208, 211, 212, 213, 214, 215, 224, 229, 230,

231, 236, 237, 238, 241, 243, 257, 259, 269, 276, 277, 278, 280, 281, 282, 284, 285, 286, 287, 291, 302, 306 Etruria (Italia) 225 Europa 40, 41, 68, 72, 77, 94, 101, 113, 117, 126, 146, 183, 208, 273, 278, 306 Fábrica de Corcho (Los Barrios, Cádiz) 322 Faro de Torrox (Málaga) 260 Finca del Secretario (Torremolinos, Málaga) 260 Fonteta, La (Guardamar del Segura, Alicante) 31, 124, 135, 144, 151 Forbes Quarry (Gibraltar) 46, 159 Francia 20, 47, 138, 221, 251 fretum Gaditanum 65, 117, 125, 247, 254, 269, 287 fretum Herculeum vide fretum Gaditanum Fuente del Oro (Los Barrios, Cádiz) 185 Fuente del Tiradero (Los Barrios, Cádiz) 321 Fuente Magaña (Los Barrios, Cádiz) 261, 272, 314, 315 Gades vide Gadir Gadir 14, 18, 31, 42, 46, 47, 49, 52, 53, 56, 59, 60, 67, 68, 74, 79, 81, 86, 94, 97, 101, 106, 112, 113, 125, 127, 139, 145, 150, 155, 158, 161, 163, 167, 168, 169, 176, 178, 182, 183, 186, 190, 193, 194, 199, 200,

202, 205, 209, 210, 211, 212, 214, 215, 227, 230, 231, 246, 254, 256, 261, 264, 265, 266, 267, 268, 279, 282, 283, 284, 288, 291, 292, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 299, 300, 302, 303, 304, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 320, 321, 322, 323, 324, 325, 326, 327, 328, 329, 330, 331, 332, 333, 334, 335, 336, 337 Gallegos, arroyo 100, 257, 270, 276, 302 Gallineras (San Fernando, Cádiz) 150, 261 Garganta del Cura (Los Barrios, Cádiz) 203, 212, 213, 226, 243, 295 Gartecia vide Carteia Gartegia vide Carteia Gaucín (Cádiz) 267 Getares, ensenada de (Algeciras) 48, 49, 56, 104, 105, 125, 134, 159, 164, 166, 167, 183, 208, 257, 266, 271, 273, 288, 291, 292, 307 Gibraltar 14, 17, 19, 22, 23, 39, 40, 41, 42, 44, 45, 46, 47, 52, 54, 56, 57, 59, 63, 65, 74, 75, 76, 77, 78, 81, 82, 83, 84, 86, 93, 95, 97, 99, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 108, 110, 111, 112, 117, 119, 122, 127, 128, 129, 131, 133, 134, 138, 139, 141, 143, 145,

149, 152, 156, 158, 162, 167, 175, 176, 177, 178, 179, 183, 188, 199, 243, 246, 248, 250, 265, 267, 268, 275, 276, 277, 278, 283, 289, 306 Gorham, cueva de (Gibraltar) 47, 54, 83, 84, 156, 169, 175, 176, 177, 178, 179, 180, 183, 184, 190, 191, 192, 200, 201, 209, 210, 211, 212, 226, 277, 283, 284, 285, 286, 287, 306 Gorham’s cave vide Gorham Grecia 26, 27, 70 Guadacorte, río 48, 99, 100, 261, 263, 266, 272, 276, 288, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 318, 322, 323, 324, 325 Guadalete, río 94 Guadalhorce, río 94, 214, 264 Guadalmesí, río 207, 244 Guadalquitón, río 159, 160, 167, 176, 244, 257, 265, 303, 304, 330, 336 Guadalquivir, río vide Betis Guadarranque, río 41, 48, 49, 51, 57, 75, 80, 95, 96, 97, 98, 99, 100, 109, 112, 114, 122, 127, 128, 131, 132, 134, 140, 143, 149, 153, 155, 159, 164, 168, 169, 175, 180, 182, 183, 188, 196, 200, 201, 207, 208, 220, 230, 240, 243, 246, 249, 250, 251, 255, 260, 261, 263, 265, 266, 269, 272,

273, 276, 279, 281, 283, 285, 288, 298, 299, 300, 302, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 318, 322, 323, 324, 325, 327, 337 Guadiana, río vide Anas Guadiaro, río 40, 51, 122, 152, 162, 176, 184, 186, 187, 188, 189, 214, 261, 262, 263, 264, 267, 272, 303, 304, 305, 331, 332, 333, 334, 335, 336 Gybelaltar vide Gibraltar Haití 105 Hallstatt (Austria) 126 Hasta Regia vide Asta Regia Hieron Akroterion 179 Hispalis 48, 60, 122, 149, 180, 265, 267, 268 Hispania 18, 38, 67, 124, 126, 162, 173, 217, 218, 219, 221, 230, 238, 241, 244, 251, 260, 262, 268 Hozgarganta, río 188, 207 Huelva vide Onoba Huerta de las Presas (San Roque, Cádiz) 164, 205, 337 Iberia 25, 27, 28, 33, 36, 37, 58, 65, 66, 67, 69, 70, 71, 72, 73, 141, 154, 162, 198, 208, 212, 215, 224, 286 Ibiza 32, 128, 211 Ilipa 267 Italia 20, 26, 65, 225, 240, 270 Itucci 267 Iulia Ioza vide Traducta Janda, La 47, 97, 117, 188, 205, 207, 224, 267, 272, 320, 321 Japón 105

435

Jerusalén 123, 153 Jimena de la Frontera (Cádiz) vide Oba Karteia vide Carteia Kesse-Tarraco vide Tarraco Knossos 243 Lacio (Italia) 35, 225 Lacipo 73, 78, 218, 286 Lacus Ligustinus 94 Laja Alta, La (Jimena de la Frontera, Cádiz) 188 Lascuta 212, 214, 229, 230, 231, 267, 296, 317, 319 Lattara (Francia) 251 Lattes vide Lattara Libia 66 Línea de la Concepción, La (Cádiz) 40, 41, 53, 54, 55, 63, 85, 86, 101, 104, 112, 131, 134, 139, 143, 155 Liria (Valencia) vide Edeta Lixus (Marruecos) 31, 43, 44, 135, 193, 254 Lobo, río 276 Loma de las Cañadas (San Roque, Cádiz) 162, 255 Loma del Novillero Torres (Algeciras, Cádiz) 272, 307, 308 Lucentum 20, 31, 33, 37, 147, 148, 208 Madre Vieja, arroyo de la 53, 98, 99, 100, 114, 132, 134, 162, 246, 249, 250, 253, 254, 255, 265, 276, 300, 326 Majadillas, Las (Los Barrios, Cádiz) 263, 319 Malaca 18, 31, 44, 46, 68, 73, 78, 87, 101, 122, 155, 176, 182, 193, 194, 197, 202, 209,

436

210, 211, 218, 229, 246, 264, 265, 266, 272, 284, 286, 288 Málaga vide Malaca Málaga, bahía de 101 Malpica (Los Barrios, Cádiz) 263, 316 Marruecos 26, 42, 43, 46, 117, 163 Mauritania Tingitana 45 Medina Sidonia vide Asido Mediterráneo, mar 24, 26, 29, 32, 33, 38, 40, 68, 73, 77, 101, 111, 112, 113, 118, 120, 151, 163, 176, 178, 179, 190, 193, 194, 198, 199, 210, 252, 269, 270, 276, 277, 283, 289, 306 Melaria vide Mellaria Mellaria 68, 72, 73, 74, 130, 158, 237, 242, 244, 264, 265, 266, 267, 280 Menacha, La (Algeciras, Cádiz) 236, 243, 272, 308 Menlaria vide Mellaria Mesas, Las (San roque, Cádiz) 330 Mesas de Asta (Jerez de la Frontera, Cádiz) vide Asta Regia Mesas de Chullera (San roque, Cádiz) 261, 272, 303 Miel, río de la 41, 98, 104, 105, 131, 132, 134, 143, 162, 234, 235, 236, 270, 273, 276, 293, 294, 307 Millares, Los (Santa Fe de Mondujar, Almería) 35, 36 Monte de la Torre (Los Barrios, Cádiz) 136, 202, 203, 204, 205,

207, 209, 212, 213, 226, 243, 285, 286, 295 Montilla, Casa de (San Roque, Cádiz) 55, 129, 176, 184, 186, 187, 189, 191, 304, 305, 335 Morro de Mezquitilla (Algarrobo, Málaga) 31, 184 Munda 66, 68, 209, 230, 248, 267 Munigua 151 Nuevo Guadiaro (San Roque, Cádiz) 333, 334, 335 Oba 132, 188, 229, 231, 267, 279, 284, 286, 287 Obulco 230, 268 Ocuri 267 Onoba 70, 72, 176, 182 Orange (Francia) vide Colonia Iulia Firma Secundanorum Arausio Osca (Italia) 225 Ostia (Italia) 126 Osuna vide Urso pagus Thuscae 215 Palacio de Guadacorte (Los Barrios, Cádiz) 311 Palmones, río 41, 48, 53, 56, 57, 75, 76, 82, 95, 98, 99, 100, 112, 117, 122, 127, 128, 129, 130, 131, 132, 134, 136, 143, 146, 153, 155, 175, 185, 187, 200, 202, 203, 208, 212, 220, 227, 228, 239, 240, 241, 243, 260, 261, 263, 265, 266, 268, 272, 275, 276, 279, 283, 285, 288, 295, 296, 297, 317, 319, 320, 321,

322, 323 Palomas, Isla de las (Tarifa) 160, 184 Parque de Betty Molesworth (Los Barrios, Cádiz) 325 Parque de Bomberos (Los Barrios, Cádiz) 311 Patos, arroyo de los (San Roque, Cádiz) 301, 302 Península Ibérica 17, 31, 36, 39, 42, 64, 105, 111, 112, 114, 127, 147, 152, 153, 283 Península Itálica 58, 217 Peñón de Gibraltar vide Calpe Peñón del Aljibe (Barbate, Cádiz) 202, 204, 224, 267 Pícaro 104, 105, 276, 292 Pilas, Las (Los Barrios, Cádiz) 296 Pinar de Guadacorte (Los Barrios, Cádiz) 324 Pino Merendero (Los Barrios, Cádiz) 173, 259, 325 Plaza de toros (Los Barrios, Cádiz) 316 Polinesia 105 Porcuna (Jaén) vide Obulco Portugal 42, 155 Portus Albus 46, 64, 65, 71, 74, 76, 130, 237, 238, 244, 264, 265, 266 Pozo Laguna (Los Barrios, Cádiz) 322 Presa de Guadacorte (Los Barrios, Cádiz) 313 Promontorio Sagrado vide Hieron Akroterion Promontorium Iunonis 211 Puente Mayorga (Cádiz) 41, 53, 59, 76, 100, 131, 134, 138, 139,

143, 156, 258, 273, 300, 301, 302 Puente Tablas (Jaén) 37 Puerto de Santa María, El (Cádiz) 148, 164 Puerto Real (Cádiz) 161 Punta Carnero (Algeciras, Cádiz) 39, 49, 159, 183, 291 Punta Europa (Gibraltar) 183, 208, 273, 306 Punta Mala (San Roque, Cádiz) 41, 207, 244, 273, 328, 336 Puteoli (Italia) 252 Qart Hadast vide Carthago nova Rieti (Italia) 240 Rinconcillo, El (Algeciras, Cádiz) 48, 49, 52, 53, 83, 84, 98, 109, 115, 122, 123, 140, 142, 143, 150, 160, 164, 165, 168, 169, 170, 171, 172, 227, 230, 236, 239, 240, 241, 243, 256, 257, 266, 287, 294, 295, 297, 313 Ringo Rango, Altos del (Los Barrios, Cádiz) 53, 56, 81, 89, 109, 110, 123, 131, 136, 148, 150, 151, 156, 161, 162, 166, 168, 173, 184, 185, 186, 187, 188, 189, 190, 191, 192, 201, 202, 203, 213, 257, 260, 262, 263, 266, 272, 277, 279, 284, 285, 288, 296, 297, 305, 325, 329 Roma 20, 24, 34, 35, 36, 37, 69, 71, 126, 140, 141, 154, 217, 218, 219, 221, 223, 224, 225, 227, 230, 231,

237, 238, 242, 243, 251, 264, 281, 287, 321 Ronda (Málaga) 79, 183, 188, 264, 267 Ronda la Vieja vide Acinipo Sabesola vide Barbesula Sabessola vide Barbesula Saguntum 223 Saladillo, río/arroyo 104, 105, 134, 234, 235, 276, 293 San Enrique (San Roque, Cádiz) 333 San Fernando (Cádiz) 128, 150, 164, 261 San Nicolás (Algeciras) 53, 82, 115, 152, 165, 234, 235, 293 San Quintín (Algeciras) 49, 172, 234, 235, 293 San Roque (Cádiz) 14, 18, 19, 23, 40, 41, 49, 51, 53, 54, 55, 59, 63, 76, 85, 86, 129, 133, 134, 139, 143, 146, 157, 158, 159, 162, 167, 168, 173, 176, 243, 246, 268, 298, 299, 300, 301, 302, 303, 304, 305, 325, 326, 327, 328, 329, 330, 331, 332, 333, 334, 335, 336, 337 San Vicente, cabo de (Portugal) vide Hieron Akroterion Santa Ana (San Roque, Cádiz) 173, 259, 303, 329 Segeda 37 Septem 18, 52, 117, 123, 124, 125, 133, 151, 152, 153, 159, 168, 172, 187, 189, 284 Serreta de Alcoy, La (Alicante) 37

437

Sex 31, 44, 193, 229 Sicilia (Italia) 32, 68, 208, 283 Sidón (Líbano) 31, 190 Sierra Carbonera (San Roque, Cádiz) 152, 155, 157, 159, 162, 265 Sierra del Retín (Barbate, Cádiz) 202 Silla del Papa, La (Tarifa, Cádiz) vide Bailo Sotogrande (San Roque, Cádiz) 167, 187, 257, 272, 304, 336 Spal vide Hispalis Spina (Italia) 93 Tajo del Cabrero (Los Barrios, Cádiz) 261, 317 Tamuda (Marruecos) 43, 117 Tánger, bahía de vide Tingis Taraguilla (San Roque, Cádiz) 99, 159, 327 Tarifa (Cádiz) 43, 74, 76, 106, 122, 132, 158, 159, 160, 176, 184, 186, 204, 206, 224, 266, 267 Tarraco 67, 85, 223 Tartessos 30, 60, 65, 197 Tejarillo, El (Los Barrios, Cádiz) 168, 316 Tingentera vide Traducta Tingis (Marruecos) 72, 80, 137, 231, 236, 242, 287 Tingitana vide Mauritania Tingitana Tiro (Líbano) 31, 42, 184, 190, 194, 199, 209, 283 Toma, La (San Roque, Cádiz) 326 Torre Almirante 236, 294 Torre Cartagena (San

438

Roque, Cádiz) 58, 61, 75 Torre del Almirante (Algeciras, Cádiz) 48 Torre del Rocadillo (San Roque, Cádiz) 53, 150, 197, 246, 247, 248, 252, 254, 300 Torreguadiaro (San Roque, Cádiz) 167, 257, 272, 336 Torreparedones (Castro del Río-Baena, Córdoba) 37 Torrevieja (Alicante) 128 Toscanos (Vélez-Málaga, Málaga) 31, 151, 184, 197, 200 Tossal de Manises vide Lucentum Traducta 14, 15, 17, 18, 19, 23, 39, 40, 41, 46, 47, 48, 49, 51, 52, 53, 54, 55, 56, 57, 60, 63, 64, 65, 71, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 80, 81, 82, 84, 85, 86, 87, 89, 93, 94, 97, 98, 101, 104, 105, 106, 107, 110, 111, 112, 113, 115, 116, 119, 123, 124, 125, 126, 127, 128, 129, 130, 131, 132, 133, 134, 135, 136, 137, 139, 140, 141, 142, 143, 144, 145, 147, 148, 149, 151, 153, 154, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 162, 163, 164, 165, 166, 167, 168, 170, 171, 172, 173, 175, 178, 182, 183, 186, 187, 188, 189, 190, 194, 200, 201, 203, 205, 207, 209, 210, 213, 217, 220, 223, 231, 233, 234,

235, 236, 237, 238, 239, 240, 241, 243, 244, 246, 251, 254, 256, 257, 258, 260, 263, 265, 266, 268, 269, 270, 271, 272, 273, 275, 276, 278, 279, 280, 281, 282, 283, 284, 285, 287, 288, 289, 291, 292, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 300, 307, 308, 317, 319, 320, 321, 322, 328 Transducta vide Traducta Trafalgar, cabo de vide Promontorium Iononis Turdetania 66, 72, 124, 126, 150, 154, 158 Turquía 153 Urso 267 Vado del Oro (Los Barrios, Cádiz) 266 Vado del Loro vide Vado del Oro Vega al norte del puente viejo de Guadiaro 332 Vega de los Nísperos (San Roque, Cádiz) 331 Venta del Carmen (Los Barrios, Cádiz) 48, 53, 56, 82, 89, 109, 117, 131, 132, 139, 140, 142, 148, 151, 156, 160, 168, 170, 171, 172, 243, 257, 259, 266, 278, 279, 281, 297, 298, 325, 329 Venta del Oro (Los Barrios, Cádiz) 185, 310 Venta de Ojén (Los Barrios, Cádiz) 321 Venta de Santa Clara (Los Barrios, Cádiz) 309 Venta Nueva (San Roque, Cádiz) 330 Vejer de la Frontera (Cádiz)

vide Baesippo Verde, Isla (Algeciras, Cádiz) 41, 49, 105, 132, 154, 201, 234, 236, 276, 293, 307 Vicente Aleixandre, calle (San Roque, Cádiz) 325 Villa Nueva vide Traducta Villa Victoria (San Roque, Cádiz) 14, 18, 53, 56, 81, 82, 89, 90, 100, 107, 108, 109, 110, 125, 132, 138, 139, 140, 142, 160, 161, 164, 166, 167, 168, 169, 170, 172, 246, 248, 251, 256, 257, 258, 259, 265, 266, 270, 271, 273, 277, 279, 281, 283, 288, 292, 297, 300, 302, 304, 328 Villa Vieja vide Traducta Villaricos (Almería) vide Baria Ubrique (Cádiz) vide Ocuri Volubilis (Marruecos) 26 Yabal Tariq vide Calpe Zahara de los Atunes (Barbate, Cádiz) 122 Zelis vide Zilil Zilil (Marruecos) 137, 241, 242, 287 Zorrilla, La (Los Barrios, Cádiz) 272, 320

Í

M Adsignatio 37, 220, 242 Ager 219, 220, 221, 228, 286 Ager arcifinius 219, 221, 286 Agrícola 26, 32, 33, 80, 90, 132, 133, 134, 136, 137, 148, 149, 157, 167, 183, 185, 186,

187, 188, 189, 190, 191, 194, 201, 202, 203, 204, 205, 212, 213, 214, 221, 227, 233, 241, 243, 259, 261, 262, 264, 284, 286, 288, 308, 337 Agricultura 14, 31, 32, 35, 94, 114, 115, 132, 133, 134, 135, 137, 142, 144, 149, 152, 201, 203, 205, 209, 240, 263, 279, 280, 287 Alfar 43, 48, 49, 53, 54, 56, 83, 84, 89, 100, 107, 108, 110, 117, 123, 131, 140, 142, 148, 151, 156, 168, 169, 171, 172, 173, 227, 235, 240, 243, 255, 257, 258, 259, 265, 266, 270, 277, 278, 283, 287, 293, 295, 296, 297, 299, 301, 302, 303, 304, 325, 328, 329 Almadraba 121, 127, 170 Ánfora 48, 49, 69, 130, 135, 136, 137, 140, 141, 142, 154, 155, 164, 166, 168, 169, 170, 182, 185, 188, 194, 195, 196, 203, 205, 208, 209, 223, 228, 230, 235, 252, 253, 255, 256, 258, 262, 279, 292, 293, 294, 295, 297, 298, 299, 300, 301, 302, 305, 307, 309, 310, 311, 316, 319, 320, 323, 325, 328, 331, 333, 337, 439 Antigüedad Tardía 268 Arqueología del paisaje 14 Arqueología urbana 18, 46, 50, 52, 55, 56, 57, 63, 179, 187, 193,

233, 304, 305 Base de datos 55, 64, 82, 85, 92, 282 Cantera 48, 100, 158, 159, 180, 224, 314, 329 Cartografía histórica 82 Catastro 23, 76, 133, 138, 143, 146, 149, 150, 152, 154, 156, 157, 162, 168 Caza 39, 117, 125, 145, 152, 155, 156, 166, 280 Centuriación 221, 223, 239, 241, 266, 287 Cetaria 53, 54, 60, 109, 151, 165, 166, 167, 172, 205, 230, 253, 254, 256, 257, 258, 259, 270, 271, 272, 292, 296, 301, 304, 307, 314, 315, 317, 323, 328, 336 Círculo del Estrecho 19, 39, 42, 43, 44, 45, 80, 118, 140, 195 Ciudad 13, 14, 18, 19, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 28, 31, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 40, 41, 44, 46, 47, 48, 49, 52, 53, 54, 55, 57, 58, 59, 60, 61, 64, 65, 66, 67, 69, 70, 72, 75, 76, 77, 78, 79, 80, 81, 82, 83, 84, 86, 90, 93, 97, 98, 100, 101, 103, 104, 106, 108, 109, 110, 112, 114, 115, 116, 117, 125, 126, 127, 128, 130, 131, 132, 134, 136, 138, 139, 140, 141, 146, 147, 149, 150, 151, 156, 159, 162, 164, 165, 168, 169, 170, 171, 172, 176, 187, 188, 190, 194, 195, 196, 197, 198,

439

199, 201, 203, 204, 205, 206, 207, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 217, 218, 219, 220, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 233, 234, 235, 236, 237, 238, 240, 241, 242, 243, 244, 245, 246, 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 259, 266, 268, 269, 270, 272, 276, 277, 279, 281, 282, 283, 285, 286, 287, 288, 292, 293, 299, 300, 304, 327, 336 Civitas 34, 35, 36, 37, 217, 218, 219, 233, 268 Clima 110, 111, 112, 117, 278 Colonialismo 28, 29 Colonización 14, 17, 19, 28, 29, 30, 31, 32, 37, 42, 89, 127, 144, 153, 175, 176, 178, 180, 182, 183, 185, 188, 190, 192, 210, 212, 283, 284, 306 Contexto colonial 29, 30, 44, 156, 189 Cueva-santuario 83, 169, 176, 178, 179, 191, 192, 209, 211, 212, 283, 285, 306 Deductio 37, 217, 218, 219, 220, 221, 223, 224, 238, 241, 242, 287 Economía 17, 21, 24, 25, 29, 31, 32, 35, 40, 42, 45, 46, 56, 58, 65, 75, 78, 80, 81, 117, 119, 120, 123, 124, 125, 127, 129, 132, 134, 137, 140, 147, 148,

440

149, 150, 151, 152, 157, 160, 163, 164, 167, 170, 175, 182, 183, 187, 190, 194, 224, 229, 241, 243, 244, 253, 259, 269, 270, 277, 278, 279, 280, 283, 288, 299 Embarcadero 54, 99, 108, 130, 166, 182, 187, 241, 250, 257, 258, 259, 265, 266, 270, 298, 301, 305 Epigrafía 38, 64, 77, 78, 206, 210, 219, 228, 231, 238, 244, 268, 269, 300 Época altoimperial 58, 135, 141, 153, 157, 166, 167, 169, 227, 233, 234, 243, 247, 252, 253, 256, 257, 259, 263, 269, 270, 271, 272, 277, 281, 287, 288, 293, 294, 303, 304, 308 Época bajoimperial 168, 173, 271 Época fenicia 14, 17, 18, 19, 32, 45, 57, 81, 90, 94, 95, 96, 101, 106, 114, 118, 119, 123, 124, 127, 144, 147, 151, 153, 156, 157, 175, 177, 180, 183, 188, 189, 208, 210, 212, 213, 267, 276, 278, 279, 280, 282, 284, 285, 289, 292, 306 Época púnica 44, 80, 96, 112, 114, 115, 136, 140, 141, 142, 158, 159, 163, 164, 167, 188, 194, 197, 198, 200, 201, 203, 204, 205, 208, 211, 220, 221, 223, 224, 226,

227, 228, 229, 234, 249, 279, 284, 285, 287, 293, 295, 296, 334, 336 Época republicana 77, 78, 79, 129, 169, 203, 210, 221, 224, 226, 227, 244, 267, 281, 286, 287, 306 Espacios periurbanos 13, 14, 18, 53, 56, 61, 65, 76, 89, 166, 172, 194, 227, 236, 244, 245, 246, 256, 272, 282, 288, 299, 300, 304, 327, 328, 334, 335 Especialización 21, 32, 92, 137, 140, 146, 151, 163, 166, 170, 194, 198, 255, 256, 258, 263, 280, 284, 288 Excavaciones de urgercia vide Arqueologia urbana Factoría de salazón vide cetaria Fauna 64, 75, 89, 117, 118, 120, 151, 152, 156, 162, 185, 278, 279, 299 Figlina 172, 173, 256 Fondeadero 49, 75, 183, 198, 257, 270, 271, 291, 294, 302, 306, 327, 328, 336 Fotografía aérea 64, 83, 128, 220, 239, 240, 266, 287 Fuentes literarias 22, 25, 30, 33, 38, 46, 58, 64, 97, 101, 125, 132, 154, 212, 248, 251, 277, 278, 279, 292 Fundus 172, 262 Gaditanización 44 Ganadería 14, 80, 113, 114, 115, 116, 125, 130, 132, 144, 149,

150, 151, 152, 155, 156, 157, 166, 186, 208, 279, 280 Garum 69, 84, 115, 163, 168, 280 Geoarqueología 64, 80 Hallazgo casual 46, 57, 64 Hinterland 32, 136, 190, 283 Imperio romano 35, 36, 42, 45, 58, 130, 141, 153, 164, 171, 173, 180, 237, 238, 244, 251, 268, 270, 271, 281, 287, 289, 302 Industria naval 146, 149, 152, 153, 154, 155, 183, 280 Insularidad 65, 101, 103 Inventario de intervenciones 55, 81, 84, 85, 86, 87, 88, 99, 104, 105, 282 Línea de costa 14, 19, 56, 82, 93, 94, 97, 98, 104, 171, 182, 275, 276, 319 Litoral 31, 41, 56, 94, 96, 104, 106, 110, 111, 113, 117, 132, 229, 233, 246, 257, 259, 264, 265, 267, 275, 278, 283, 288, 301 Mestizaje 34, 212, 213 Municipalización 34, 37, 230, 238 Navegación 68, 93, 103, 176, 178, 179, 183, 208, 214, 276, 279, 281, 282, 285 Necrópolis 18, 32, 36, 53, 54, 58, 59, 60, 61, 63, 83, 90, 97, 124, 138, 144, 147, 166, 167, 176, 183, 184, 185, 187, 194, 199, 200, 201, 204, 205, 209, 213, 226, 235, 236,

237, 243, 244, 245, 246, 247, 248, 253, 255, 258, 259, 263, 265, 269, 270, 272, 282, 285, 288, 293, 294, 299, 300, 301, 304, 305, 308, 309, 310, 311, 319, 320, 322, 325, 327, 333, 334, 335, 337 Numismática 64, 77, 78, 79, 80, 137, 140, 225, 230, 234, 237, 238, 243, 260, 269, 279, 293, 297 Oleicultura 124, 142, 143, 280 Oppidum 22, 37, 89, 186, 187, 188, 190, 191, 192, 193, 203, 204, 205, 206, 209, 224, 226, 230, 268, 284 Pagus 38, 215 Paisaje rural 27, 32, 33, 34, 205, 228, 259 Paleoambiente 19, 26, 54, 56, 57, 63, 64, 65, 80, 81, 83, 101, 110, 118, 119, 154, 157, 220 Paleosismología 20, 105, 106, 107 Paleotopografía 14, 86, 89, 107 Patrón de asentamiento 32, 94, 96, 111, 191, 227, 237, 264, 279, 283 Pecio 147, 154, 302 Pesca 14, 31, 43, 118, 119, 120, 122, 123, 124, 125, 127, 128, 132, 136, 145, 146, 147, 148, 157, 163, 167, 171, 187, 205, 260, 263, 277, 280, 281, 288, 293, 319 Polis 22, 31, 44, 164, 192, 193, 196, 198, 199, 210, 213, 214, 224

Puerto 40, 41, 46, 65, 66, 67, 68, 71, 72, 73, 75, 76, 77, 93, 104, 106, 109, 128, 130, 132, 149, 153, 154, 159, 179, 182, 183, 188, 196, 198, 208, 214, 218, 230, 235, 236, 238, 244, 248, 249, 250, 251, 254, 257, 265, 276, 281, 282, 283, 285, 286, 293, 294, 300, 301, 304, 307, 327 Romanización 18, 28, 30, 34, 35, 36, 37, 38, 44, 77, 78, 149, 151, 164, 217, 222, 224, 225, 226, 227, 244, 286, 287, 300 Ruralización 268 Salazón 18, 43, 49, 53, 60, 63, 69, 82, 84, 90, 109, 115, 116, 120, 122, 123, 124, 125, 126, 128, 129, 132, 135, 136, 140, 142, 148, 150, 151, 156, 157, 163, 164, 165, 166, 170, 172, 173, 185, 203, 205, 209, 228, 230, 233, 234, 236, 250, 251, 252, 253, 254, 256, 257, 258, 259, 261, 270, 271, 272, 273, 280, 281, 284, 286, 288, 292, 293, 294, 296, 297, 299, 301, 303, 304, 305, 307, 310, 314, 315, 317, 323, 328, 336 Salinas 76, 82, 98, 120, 125, 126, 127, 128, 129, 130, 131, 134, 183, 200, 228, 238, 243, 284 Silvicultura 120, 152, 155,

441

156 Sistema de Información del Patrimonio Histórico de Andalucía 51, 91, 84, 292, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 299, 300, 301, 302, 303, 304, 305, 307, 308, 309, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 320, 321, 323, 325, 326, 327, 328, 329, 330, 331, 332, 333, 335, 336, 337 Sistema de Información Geográfica 27, 91, 92 Suburbium vide Espacios periurbanos Territorio 14, 15, 18, 19, 20, 22, 25, 26, 27, 28, 31, 32, 34, 35, 36, 38, 39, 41, 42, 54, 56, 57, 61, 65, 78, 82, 83, 87, 105, 136, 152, 167, 176, 179, 186, 188, 190, 191, 192, 193, 194, 201, 203, 204, 205, 206, 207, 208, 209, 211, 212, 213, 214, 215, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 226, 227, 228, 229, 231, 240, 242, 243, 244, 257, 263, 267, 268, 271, 282, 283, 284, 285, 286, 287, 288 Territorium 36, 78, 228, 229, 243, 246, 257, 263, 271, 272, 292, 297, 303, 307, 308, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316, 317, 318, 319, 320, 321, 322, 323, 324, 325, 326, 327, 328, 329, 330, 331, 332,

442

333, 336 Turres 34, 38, 208, 214, 231, 268 Turris vide Turres Urbanización 14, 19, 22, 23, 24, 25, 28, 31, 34, 47, 57, 63, 120, 188, 190, 197, 220, 223, 224, 230, 238, 240, 282, 284 Vegetación 75, 83, 112, 113, 114, 115, 116, 117, 118, 120, 149, 184, 208, 266, 296, 302 Vía Augusta 264 Vía costera 239, 246, 264, 265, 266, 267, 277, 288 Vía Cordvba-Carteia 230, 246, 264, 267, 268, 287 Vicus 14, 38, 165, 166, 228, 259, 268, 272 Villa 14, 18, 38, 46, 53, 56, 81, 82, 89, 90, 100, 107, 108, 109, 110, 125, 128, 132, 137, 138, 139, 140, 142, 148, 160, 161, 164, 165, 166, 167, 168, 169, 170, 172, 173, 188, 201, 205, 227, 234, 235, 236, 240, 245, 246, 248, 251, 256, 257, 258, 259, 260, 262, 263, 265, 266, 268, 270, 271, 272, 273, 277, 279, 281, 283, 285, 288, 292, 293, 296, 297, 300, 302, 304, 305, 315, 322, 328 Visibilidad 90, 122, 175, 180, 185, 188, 202, 206, 208, 209, 291, 295 Viticultura 124, 137, 142,

280 Yacimiento 13, 27, 52, 58, 60, 61, 63, 82, 84, 86, 88, 90, 129, 136, 137, 144, 147, 150, 151, 159, 176, 186, 187, 188, 194, 202, 203, 208, 263, 282, 299, 305, 306, 326, 328, 335

Í A

F

Anónimo de Rávena 65, 71, 73, 74, 125, 237, 264, 271, 292 Apiano 65, 69, 197, 230, 248 Ateneo de Náucratis 146 Avieno 65, 95, 113, 162, 179, 201, 277, 278 Cicerón 66 Columela 32, 126, 137, 146 Dion Casio 71, 248 Eliano 252 Esteban de Bizancio 71 Estrabón 37, 65, 66, 72, 80, 93, 101, 113, 120, 124, 125, 126, 137, 146, 150, 153, 154, 156, 158, 162, 179, 197, 208, 209, 211, 236, 237, 238, 244, 248, 264, 267, 276, 277 Filóstrato 113 Gregorio de Tours 73, 237, 281 Guido de Pisa 237 Heródoto 66 Itinerario de Antonino 46, 65, 71, 73, 74, 130, 158, 211, 237, 244, 264, 265, 266, 267 Justino 199, 209

Livio 58, 65, 67, 78, 208, 214, 217, 218, 219, 220, 221, 244, 286 Marciano de Heraclea 80, 237 Mela 65, 68, 72, 73, 80, 101, 102, 146, 158, 197, 237, 264, 276 Nicolás Damasceno 67, 211 Opiano de Anazarbo 120, 147 Pausanias 65, 70, 197 Plinio 34, 37, 65, 68, 72, 73, 120, 124, 126, 146, 147, 148, 154, 155, 158, 162, 164, 197, 208, 228, 237, 244, 251, 252, 264 Procopio 180 Ptolomeo 65, 70, 72, 73, 80, 237, 264, 271 Silio Itálico 65, 68, 197 Timóstenes 66, 209, 211, 248 Trogo Pompeyo 199

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