Cultura Y Conflicto En Irlanda Del Norte

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NURIA ARBIZU

CULTURA Y CONFLICTO EN IRLANDA DEL NORTE

Nuria Arbizu (Pamplona, 1979) es Doctora en Humanidades por la Universidad de Navarra (2008). Su tesis doctoral estudió el impacto de la política cultural en la cohesión social en zonas en conflicto, centrándose en la experiencia norirlandesa. Es autora de diversos libros y estudios sobre política cultural. [email protected]

© 2011 Nuria Arbizu. 1º edición: 2011.

Diseño y Maquetación: Nuria Arbizu. Esta obra se publica bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0. La licencia completa se puede consultar en: http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/ ISBN: 978-84-615-5920-6. Registro Safe Creative: 1110260381043.

CULTURA Y CONFLICTO EN IRLANDA DEL NORTE

ÍNDICE ACRÓNIMOS

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CRONOLOGÍA

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MAPA IRLANDA E IRLANDA DEL NORTE

17

EL CONFLICTO NORIRLANDÉS

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1.

La sociedad norirlandesa

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2.

La historia del conflicto

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a.

Los orígenes

28



b.

La Partición

31



c.

Los “Troubles”

34



d.

El proceso de paz

50



e.

Y ¿después?

60



Los costes del conflicto

3.

66

CULTURA Y CONFLICTO

75



1.

Identidades y Raíces

77



2.

Historia de una desigualdad cultural

82



3.

El narcisismo cultural

87



4.

El “Doce”

91



5.

Gaeilge

98



6.

La paridad de estima

104

CONCLUSIONES

111

BIBLIOGRAFÍA

117

ACRÓNIMOS APNI CIRA DUP GFA IRA INLA LVF NIA NICRA NIE OIRA OSF PUP PIRA PSF PSNI RIRA RUC RSF SDLP SF TUV UDA UFF

Alliance Party of Northern Ireland (Partido Alianza) Continuity Irish Republican Army (IRA de Continuidad) Democratic Unionist Party (Partido Democrático Unionista) Good Friday Agreement (Acuerdo de Viernes Santo) Irish Republican Army (Ejército Republicano Irlandés) Irish National Liberation Army (Ejército Irlandés de Liberación Nacional) Loyalist Voluntary Force (Fuerza de Voluntarios Lealistas) Northern Ireland Assembly (Asamblea de Irlanda del Norte) Northern Ireland Civil Rigths Association (Asociación por los derechos civiles) Northern Ireland Executive (Gobierno de Irlanda del Norte) Official IRA (IRA Oficial) Official Sinn Féin (Sinn Féin Oficial) Progressive Unionist Party (Partido Unionista Progresista) Provisional IRA (IRA Provisional) Provisional Sinn Féin (Sinn Féin Provisional) Police Service of Northern Ireland (actual cuerpo de policía de Irlanda del Norte) Real Irish Republican Army (IRA Auténtico) Royal Ulster Constabulary (antiguo cuerpo de policía de Irlanda del Norte) Republican Sinn Féin (Sinn Féin Republicano) Social Democratic and Labour Party (Partido Laborista Social Demócrata) Sinn Féin Traditional Unionist Voice (Voz Tradicionalista Unionista) Ulster Defense Association (Asociación para la Defensa del Ulster) Ulster Freedom Party (Luchadores por la Libertad del Ulster)

CRONOLOGÍA 1169 1585 1603 1641

1685 1690 1798 1800 1845 1867

1916

1919

1920

Se producen los primeros asentamientos de ingleses en la isla de Irlanda. La Corona inglesa controla las provincias irlandesas de Leinster, Munster y Connacht, pero no la provincia del Ulster. El último jefe gaélico, O’Neill, es derrotado en la batalla de Kinsale. Se inicia una sublevación católico-gaélica que, tras años de guerra, es reprimida por Oliver Cromwell, gobernador de Irlanda desde 1649. El monarca católico Jacobo II asciende al trono de Inglaterra e Irlanda. El rey protestante Guillermo de Orange derrota al monarca católico Jacobo II en la batalla del Boyne. Fracasa la sublevación nacionalista de los Irlandeses Unidos (United Irishmen) contra el poder inglés en la isla. Irlanda pasa a formar parte del Reino Unido y se unifican los parlamentos británico e irlandés a través del Acta de Unión. Una catastrófica cosecha de patata causa una gran hambruna que produce un importante descenso de población en la isla. Fracasa la insurrección de la Hermandad Republicana Irlandesa (Irish Republican Brotherhood), una organización partidaria de utilizar la violencia con el objetivo de lograr la independencia de Irlanda. El célebre Levantamiento de Pascua, una nueva sublevación republicana, es violentamente reprimido siendo sus líderes ejecutados pero refuerza el apoyo popular a la causa republicana. Tras el triunfo del Sinn Féin en las elecciones de 1918, superando a los nacionalistas partidarios de la autonomía, se instaura el Dáil Eireann, un parlamento irlandés no reconocido por el gobierno británico. El gobierno británico crea dos parlamentos en la isla, uno en

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1921

1921

1923

1948 1964

1967

1968-69

1969 1969

1971

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el sur y otro para los seis condados del norte, que formarán Irlanda del Norte. Finaliza la guerra de independencia tras las negociaciones entre el gobierno británico y Michael Collins, líder del IRA. El Tratado Anglo-Irlandés crea el Estado Libre Irlandés sin los seis condados de Irlanda del Norte. Se crea el parlamento autónomo de Irlanda del Norte que llevará a la práctica una política de discriminación hacia la población nacionalista. La guerra civil irlandesa entre los partidarios y opositores del Tratado Anglo-Irlandés concluye con la victoria de los primeros y con la partición de la isla. El Estado Libre Irlandés se convierte en la República de Irlanda. Se crea la Campaña para la Justicia Social (Campaign for Social Justice) que exige la igualdad de derechos para las diferentes comunidades norirlandesas. Se forma la Asociación por los Derechos Civiles de Irlanda del Norte (Northern Ireland Civil Rigths Association) que reivindica una serie de reformas sociales como la introducción del sufragio universal para las elecciones locales. Se inician los Troubles como se conoce eufemísticamente el conflicto moderno: tras la celebración de diversas manifestaciones que demandan la igualdad de derechos para todos los ciudadanos norirlandeses estalla la violencia. El gobierno británico envía al ejército a Irlanda de Norte como consecuencia de la intensificación de los disturbios. Se crea el IRA Provisional, una escisión del movimiento republicano, formado por los opositores a una mayor politización del movimiento. Se introduce el libre internamiento sin juicio de los sospechosos de pertenecer al IRA que, en la práctica, se convirtió en un instrumento de abuso hacia la población nacionalista

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

1972

1972

1972

1972 1973

1973

1974

1980-81

1983

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ya que la mayoría de los detenidos fueron católicos sin ninguna implicación terrorista. Catorce personas mueren en el denominado Domingo Sangriento cuando miembros del ejército británico abren fuego contra los participantes de una manifestación en contra del libre internamiento sin juicio. Westminster suspende el Parlamento de Stormont reemplazándolo por el gobierno directo desde Londres (Direct Rule) que, aunque se presenta como una medida de carácter temporal, se mantuvo hasta los años 90. El IRA estalla veinte bombas en el centro de Belfast causando nueve muertos y cientos de heridos. La misma noche del llamado “Viernes Sangriento”, los “Carniceros de Shankill” matan a un católico como represalia. El año más sangriento de los Troubles. El gobierno británico propone la creación de una asamblea autonómica en la que unionistas y nacionalistas compartirían el gobierno de Irlanda del Norte. Se firma el Acuerdo de Sunningdale con la participación de los gobiernos británico e irlandés, y del nuevo ejecutivo norirlandés compuesto por unionistas y nacionalistas. Se produce la primera y única experiencia de poder compartido entre unionistas y nacionalistas hasta finales de la década de los 90. Sin embargo, el gobierno fracasa después de una huelga general que paralizó por completo la región durante siete días. Tras la supresión del estatus político de los terroristas recluidos en las cárceles norirlandesas, presos del IRA inician una huelga de hambre para reivindicar su estatus de presos políticos, en las que mueren diez republicanos. Gerry Adams, miembro de la cúpula del IRA, es elegido presidente del Sinn Féin. El partido inicia una politización del movimiento republicano.

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1985

1994 1996

1996-97

1997

1998

1998 1999 2000

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Tras el auge electoral del Sinn Féin, los gobiernos británico e irlandés firman el Acuerdo Anglo-Irlandés con el objetivo de afrontar el desafío electoral republicano y de optimizar la cooperación entre Reino Unido e Irlanda. El acuerdo concede a Dublín una mayor influencia en los asuntos de la región del norte. El IRA y los principales grupos terroristas unionistas decretan el cese de la violencia. El IRA rompe la tregua ya que el Sinn Féin no es admitido a las conversaciones multipartitas del proceso de paz debido a la ausencia de desarme del grupo terrorista. La policía prohíbe la tradicional marcha protestante que se celebra cada 12 de julio a través del barrio católico de Garvaghy Road en la ciudad de Portadown. Tras varios días de violencia, se permite a los unionistas desfilar por la calle católica con un espectacular despliegue de seguridad. El partido laborista de Tony Blair logra una amplia mayoría en las elecciones generales. El IRA reinstaura el alto el fuego. Disidentes contrarios a la nueva tregua crean el IRA Auténtico (Real IRA). Los gobiernos británico, irlandés y las principales formaciones políticas norirlandeses firman el Acuerdo de Belfast o Viernes Santo, con la excepción de varios partidos unionistas. El Acuerdo es apoyado mayoritariamente en Irlanda del Norte y la República de Irlanda en sendos referendos. El IRA Auténtico hace estallar un coche bomba en la localidad de Omagh, matando a 29 personas. Se constituye la autonomía norirlandesa basada en un gobierno compartido por unionistas y nacionalistas. Se suspenden las instituciones autonómicas ante la negativa de los grupos paramilitares a desarmarse. Meses más tarde, la autonomía se recupera después de que el IRA se comprometiera públicamente a que una comisión supervisara el

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2002

2003

2005

2007

2010

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desarme. El gobierno británico suspende por cuarta y definitiva vez las instituciones autonómicas, tras una supuesta red de espionaje republicana en Stormont, sede de las instituciones autónomas. En los comicios a la asamblea norirlandesa, los partidos políticos más extremos, el DUP y el Sinn Féin pasan a ser las dos fuerzas políticas más votadas desplazando al UUP y al SDLP. La comisión encargada de verificar el desarme de las organizaciones terroristas confirma que el IRA ha destruido la totalidad de su arsenal y que carece de capacidad y voluntad para atentar. El Sinn Féin reconoce la legitimidad de la policía y las autoridades judiciales de Irlanda del Norte. De este modo, los unionistas acceden a compartir gobierno con los republicanos. Ian Paisley (líder del DUP) y Martin McGuinness (número dos del Sinn Féin) se convierten en ministro principal y viceprimer ministro de Irlanda del Norte. Tras doce años, David Cameron presenta las conclusiones de la última investigación judicial sobre los sucesos del Domingo Sangriento de 1972, iniciada por Tony Blair, que considera el suceso como “injustificado e injustificable”.

MAPA IRLANDA E IRLANDA DEL NORTE

EL CONFLICTO NORIRLANDÉS

Conocí a Jeremy, George y Joe en Belfast en 1986. Eran protestantes. Les pregunté qué opinaban de los católicos. George: “Tienen los ojos más juntos”. Joe: “Muchos de ellos tienen los ojos medio bizcos. Hay algo diferente en ellos”. (Jon Lee Anderson)

“Irlanda del Norte” o el “Norte de Irlanda”, el “Ulster”, los “seis

condados”, la “provincia”... esta pequeña región del mundo ha sido el escenario de uno de los más resistentes y violentos conflictos de Europa occidental, y el laboratorio de teorías sobre resolución de conflictos a nivel mundial. Su historia se ha construido sobre el legado de patriotas y terroristas, de bombas y diálogos secretos, de mitos y acuerdos históricos... En él se enredan problemas estructurales, controversias políticas, herencias culturales, ataques paramilitares, desigualdades socioeconómicas, choques identitarios... Todo ello ha transformado el conflicto desde un problema británico-irlandés sobre la independencia de la isla –que finalmente fue dividida en 1920-, hacia un dilema constitucional sobre la pertenencia de la región al Reino Unido o su anexión a la República de Irlanda, y un problema interno de convivencia entre las comunidades católica y protestante. Por ello, estas páginas intentarán esclarecer la historia y evolución de este longevo y estudiado conflicto desde sus orígenes en el siglo XVII hasta la actual coyuntura de “paz”. Dos criterios guiarán la siguiente narración: en primer lugar, la ausencia de preferencias y valoraciones personales políticas y/o ideológicas y, en segundo lugar, la voluntad de expresar los puntos de vista de todas las partes implicadas.

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1. La sociedad norirlandesa En 2009, Irlanda del Norte contaba con 1.775.000 ciudadanos: aproximadamente el 30% de la población de la isla de Irlanda y el 3% de la población del Reino Unido. Aparentemente se trata de una población pequeña y corriente pero es sorprendente la complejidad y diversidad que encierra. Los acontecimientos y vivencias experimentadas a lo largo de los años por los ciudadanos norirlandeses han distanciado su realidad de la de los irlandeses del sur de la isla y británicos. La singularidad y complejidad de esta sociedad es principalmente el resultado de tres factores: en primer lugar, Irlanda del Norte es el territorio donde se ha desarrollado uno de los conflictos etnopolíticos más violentos y persistentes de Europa que convirtió a esta región en un lugar aparte del mundo moderno y occidental; asimismo, Irlanda del Norte representa un problema de estatus constitucional, esto es, el debate sobre su pertenencia a la corona británica o su adhesión a la República de Irlanda; y por último, Irlanda del Norte ha sido y es una sociedad capitalista con las desigualdades e injusticias sociales y económicas propias de toda sociedad burguesa. Estas tres particularidades han determinado en gran medida el desarrollo singular de la sociedad norirlandesa con respecto a las islas británicas y el resto de Europa. Todo análisis del contexto norirlandés actual debe, en primer lugar, explicar el significado de las principales ideologías que polarizan la sociedad de los seis condados y que hacen referencia al estado constitucional de esta región, ya que la elección de la terminología nunca es casual en Irlanda del Norte. Unionismo, lealismo, nacionalismo y republicanismo se han convertido con el paso del tiempo en meras etiquetas desgastadas pero que representan mundos ideológicos y simbólicos de una gran trascendencia para la sociedad y las comunidades norirlandesas. En el lenguaje característico del conflicto norirlandés, los términos “unionismo” y “lealismo” se identifican con la comunidad protestante, mientras que los de “nacionalismo” y “republicanismo” se reconocen con la población católica. Sin embargo, y aunque sea una evidencia, ni to-

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dos los protestantes son unionistas, ni todos los nacionalistas, católicos. Esta división de la sociedad norirlandesa en dos grupos compactos y monolíticos ignora la diversidad social de esta región aunque, en términos generales y aunque parezca contradictorio, el paisaje característico de la sociedad norirlandesa revela una clara división bisocial entre una comunidad “católica” y “nacionalista”, y otra de signo “protestante” y “unionista”. El término “unionismo” se aplica habitualmente a la población protestante que en su mayoría quiere mantener la unión entre Irlanda del Norte y Reino Unido. La ideología unionista surge como reacción a las aspiraciones nacionalistas y utiliza el lenguaje de la identidad política británica, el progreso económico y los derechos del liberalismo para neutralizar los intereses nacionalistas. Ahora bien, el unionismo, lejos de ser una ideología compacta y uniforme, es un movimiento con una importante diversidad de visiones en su interior. Generalmente se diferencia entre dos tradiciones dentro del unionismo que denomina “Ulster Loyalism” y “British Loyalism”. El primero, el “Ulster Loyalism” se basa en una lealtad político-religiosa con Gran Bretaña pero de carácter secundario y condicional, es decir, condicionada a la fidelidad del estado a los ideales protestantes y británicos. Su compromiso principal es con la Corona británica (una institución plenamente protestante) y no tanto con el Parlamento de Westminster; mientras que el segundo, el “British Loyalism” apoya la unión en términos económicos y liberales –ya que la pertenencia al Reino Unido proporciona a los ciudadanos de Irlanda del Norte una prosperidad económica que la República de Irlanda no podría garantizar en el caso de una hipotética unificación-, primando su identificación con Gran Bretaña sobre la regional con Irlanda del Norte. En definitiva, el “Ulster Loyalism” se identifica principalmente con la comunidad protestante norirlandesa y, en segundo lugar, con el estado británico, entrelazando política y religión; mientras que el “British Loyalism” se identifica de modo directo, con el Reino Unido y sus valores político-liberales y, secundariamente, con un patriotismo regional norirlandés. Asimismo, la comunidad unionista se encuentra dividida en varias denominaciones religiosas, entre las que destacan el Presbiterianismo

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–que agrupa a la mayoría de la población protestante-, la Iglesia de Irlanda y el Metodismo. La comunidad protestante se encuentra más fragmentada que la católica en términos religiosos. Por ello, se puede afirmar que el mosaico protestante es una mayoría de minorías. Según el último censo norirlandés realizado en 2001, el 45.57% de la población de Irlanda del Norte se declaraba protestante, porcentaje que ha retrocedido significativamente en los últimos años ya que en 1991, el 50’6% de la población se definía como protestante. Sin embargo, la dimensión real de la comunidad protestante, según el censo, se sitúa en el 53’13% (895.377 personas), al evaluar no sólo la confesión actual sino también el contexto religioso familiar o de nacimiento. Tabla 1: Población según denominación religiosa (1981-2001). Religión

1981

1991

2001

Católicos

414.532 (28.0%)

605.639 (38.4%)

678.462 (40.26%)

Presbiterianos

339.818 (22.9%)

336.891 (21.4%)

348.742 (20.69%)

281.472 (19%)

279.280 (17.7%)

257.788 (15.3%)

58.731 (4%)

59.517 (3.8%)

59.173 (3.51%)

Otras confesiones cristianas

112.822 (7.6%)

102.448 (7.7%)

102.221 (6.07%)

Otras religiones





5.028 (0.3%)

174.061 (11%)

233.853 (13.88%)

1.577.836

1.685.267

Iglesia de Irlanda Metodistas

No religión/ reli274.584 (18.5%) gión omitida TOTAL

1.481.959

Fuente: NISRA (http://www.nisranew.nisra.gov.uk/census/start. html).

En la actualidad, las principales formaciones políticas unionistas en Irlanda del Norte son el moderado UUP (Ulster Unionist Party), liderado

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desde 2005 por Reg Empey –el partido unionista dominante entre 1921 y 1972; y el extremista DUP (Democratic Unionist Party), fundado por el reverendo Ian Paisley en 1971 y que, en la actualidad, es la principal formación política de la región. Estos dos partidos políticos unionistas consiguieron en las elecciones de 2011 un 13.2% y un 30% de los votos respectivamente, es decir, un 43% del porcentaje total. A lo largo del conflicto han existido otros partidos políticos protestantes más minoritarios y tradicionalmente vinculados a organizaciones paramilitares lealistas, como el UKUP (United Kingdom Unionist Party), disuelto en 2008, o el PUP (Progressive Unionist Party), cuyo voto ha sido y es marginal. Por último, el partido Alianza (Alliance Party of Northern Ireland) es una formación moderada que también defiende la unión con Reino Unido porque considera que dicho estatus representa la mejor garantía para los intereses de la región. Sin embargo, no rechaza un posible cambio de contexto constitucional si constituyera un beneficio para los ciudadanos norirlandeses. El porcentaje electoral del partido Alianza se ha situado normalmente entre el 5% y el 10% (en las últimas elecciones obtuvo un 7.7% de los votos), por lo que su importancia en el panorama norirlandés no es tanto cuantitativa sino simbólica, ya que atrae un interesante voto tanto de católicos como de protestantes. Paralelamente, el término “lealismo” se ha aplicado a las organizaciones protestantes más violentas y radicales, como la UDA (Ulster Defense Association) y la UVF (Ulster Voluntary Force) que desarrollaron una importante influencia en el círculo político unionista más extremo, aunque sin la trascendencia de los paramilitares republicanos. La Asociación para la Defensa del Ulster (UDA) se formó en 1971 para defender las áreas lealistas de la violencia republicana. Fue prohibida en 1992 y desde entonces utilizó distintos “nombres de guerra” como UFF (Ulster Freedom Fighters). La Fuerza de Voluntarios del Ulster (UVF) ha estado unida al Progressive Ulster Party (PUP). En el año 1995, una facción opuesta al proceso de paz, encabezada por Billy Wright, a quien los medios de comunicación habían apodado el “Rey Rata”, formaría la Fuerza de Voluntarios Lealistas (LVF). No obstante, en muchas ocasiones, ha sido confuso diferenciar entre una ideología lealista y otra unionista

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debido a sus estrechas y múltiples interrelaciones. Por el contrario, “nacionalistas” y “republicanos” son en su mayoría católicos que aspiran a una Irlanda unida. Los primeros han perseguido el mismo fin a través de medios constitucionales, mientras que los segundos han justificado la utilización de la violencia, aludiendo a una interpretación colonial del conflicto. Según está visión Gran Bretaña ha actuado como una potencia imperial en Irlanda del Norte, creando un estado artificial y desarrollando una política de represión y discriminación hacia la población católica, por lo que la utilización de la violencia se ha justificado como parte de un proceso de descolonización o liberación nacional. Pero el nacionalismo norirlandés es una ideología también compleja y heterogénea que acoge intereses divergentes y acomoda tendencias políticas muy distintas, aunque fuertemente caracterizada por tres conceptos interrelacionados: comunidad, justicia y nación. En efecto, los nacionalistas se caracterizan por su fuerte sentido de comunidad, la demanda de justicia y derechos civiles, y la consecución de una nación irlandesa unida. El republicanismo norirlandés está representado por el Sinn Féin (SF) –liderado por Gerry Adams desde 1983- y tradicionalmente se ha identificado con el terrorismo del IRA (Irish Republican Army). Sin embargo, ambas organizaciones han sufrido importantes transformaciones a lo largo de su historia. En 1969 se produjo una escisión dentro del movimiento republicano de la que surgieron dos organizaciones distintas: por un lado, el “Official IRA” (OIRA) que adoptó una ideología política de tipo marxista que disgustó a los republicanos más tradicionales del movimiento, que formaron el “Provisional IRA” (PIRA), la más importante de las facciones terroristas republicanas. Así como el OIRA era una organización irlandesa, el PIRA será esencialmente una organización norirlandesa. De hecho, el OIRA terminará su acción terrorista en 1972. Los miembros del IRA Oficial han sido denominados “Stickies”, para distinguirlos de los integrantes del IRA Provisional, también llamados “Provos”. A finales de la década de los noventa nació una nueva facción, denominada “Real IRA” (RIRA) o IRA Auténtico a consecuencia de las divergencias con respecto al proceso de paz en el interior del PIRA.

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En los años 90 también reapareció, como oposición al proceso de paz, el “Continuity IRA” (CIRA) o IRA de Continuidad, surgido a mediados de los años ochenta pero que apenas llevó a cabo actividades violentas hasta entonces. Otra facción republicana importante será el INLA (Irish National Liberation Army). En las elecciones de 2011, los republicanos lograron un 26.9% de los votos, consolidándose como el principal representante de la comunidad católica norirlandesa, mientras que el tradicional partido nacionalista, el SDLP (Social Democratic and Labour Party) de Margaret Ritchie, obtuvo un 14.2%. Así, ambas formaciones políticas constituyeron un porcentaje del 41% en estos comicios. Resulta llamativo el auge electoral que el Sinn Féin ha experimentado en los últimos años pasando del 17% de los votos en las elecciones locales de 1997 al 27% en 2011. Sin embargo, en la República de Irlanda, el Sinn Féin cuenta con un apoyo más minoritario aunque creciente ya que ha pasado del 1 escaño en el Dáil Éireann (parlamento irlandés) en 1997 a 14 en 2011. En términos generales, se puede afirmar que, debido a la división de la población norirlandesa, la competencia electoral en Irlanda del Norte no responde a criterios sociales o económicos, sino que se basa en el antagonismo constitucional entre partidos unionistas y nacionalistas a nivel interno, esto es, con el UUP y el DUP rivalizando por el voto unionista, y el SDLP y el Sinn Féin por el voto católico. De hecho, la evolución del voto en los últimos años refleja un cambio de tendencia en el interior del unionismo y del nacionalismo con un importante crecimiento de los partidos políticos más extremos (el DUP y el Sinn Féin) y un retroceso de las formaciones políticas moderadas (el UUP y el SDLP). En el último censo de 2001, la población católica de Irlanda del Norte constituía el 40.26% del total de la población, sin embargo, la estimación que el censo realiza sobre la dimensión real de esta comunidad la sitúa en el 43.76%.

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Tabla 2: Evolución de la población católica (1981-2001). 1981

1991

2001

Población total

1.532.196

1.577.836

1.685.267

Nº de católicos

414.532

605.639

678.462

28.0%

38.4%

40.26%

Nº estimado de católicos

586.400

651.700

737.412

Porcentaje estimado de católicos

38.5%

41.5%

43.76%

Porcentaje católicos

de

Incremento +1.7% +3.0% +2.26% Fuente: NISRA (http://www.nisranew.nisra.gov.uk/census/start. html).

Si bien estos son los dos principales grupos sociales, la región ha comenzado a experimentar en los últimos años un creciente flujo migratorio que ha introducido en la sociedad norirlandesa comunidades chinas, hindúes, musulmanas... pero que, por el momento, constituyen sólo el 0.85% del total de la población. En cuanto a la composición identitaria de Irlanda del Norte, en 2009, por ejemplo, el 35% de la población se consideraba “británico”, el 32% “irlandés” y el 27% “norirlandés”. Esta descripción superficial, sin embargo, se complica si se tiene en cuenta el sentido de identidad en las comunidades católica y protestante. En 2009, el 63% de los protestantes se definía “británico”, el 29% “norirlandés”, pero sólo el 3% “irlandés”. Sin embargo, entre los católicos, el 66% se describía “irlandés”, el 23% “norirlandés” y sólo el 6% “británico”.

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Gráfico 1 : Identidades en Irlanda del Norte (2009). 40 35 30

%

25 20 15 10 5 0 Británica

Irlandesa

Norirlandesa

Fuente: NILTS (http://www.ark.ac.uk/nilt/).

Es decir, la mayoría de católicos y protestantes se identifican abiertamente con dos identidades diferentes: “Irlandesa” y “Británica” respectivamente. Sólo la identidad “Norirlandesa” reúne un sentido de identidad compartida por ambas comunidades –en torno al 25%. No obstante, esta identidad expresa matices diferentes en cada comunidad: mientras para los católicos lleva implícita una conexión con el sur de Irlanda, para los protestantes es la expresión de una particularidad de la identidad británica. Es decir, no existe un sentimiento compartido de identidad entre protestantes y católicos. En definitiva, la diversidad de factores sociales, ideológicos, religiosos y culturales que caracteriza a las dos principales comunidades de Irlanda del Norte, expresa la gran complejidad de esta sociedad y conforma un enmarañado caleidoscopio de elementos que deben estar presentes en todo análisis relativo al conflicto de los seis condados.

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2. La historia del conflicto Evidentemente, resulta difícil establecer con exactitud una fecha para el comienzo del conflicto norirlandés. De hecho, Mac Ginty y Darby precisan que el origen del conflicto varía de fecha en función de los intereses políticos de cada grupo. Sin embargo, la mayoría de los expertos coincide al designar 1968 y 1969 como los años en que el conflicto norirlandés comienza su etapa moderna, que será conocida eufemísticamente como Troubles. No obstante, el conflicto actual hunde sus raíces en los primeros asentamientos de ingleses que llegaron a la isla atraídos por la búsqueda de tierras y riquezas, datados en el año 1169. Hasta entonces, la isla de Irlanda se encontraba dividida en una serie de reinos en guerra que se correspondían levemente con las cuatro provincias actuales de Irlanda: Ulster, Leinster, Munster y Connaught. Desde su origen y hasta la actualidad, el patrón del conflicto cambiará substancialmente ya que, aunque presenta ciertas dimensiones históricas que han permanecido a lo largo del tiempo, muchas de sus características y causas son contemporáneas y en absoluto podían identificarse en el siglo XII. a. Los orígenes Los orígenes de la dominación inglesa de la isla se encuentran en las primeras invasiones anglo-normandas de 1169. El poder inicial de los ingleses sobre Irlanda se limitará a la región del “Pale”, que se circunscribía al área de Dublín. Este término, “Pale” (empalizada), hacía referencia a las zanjas que los ingleses excavaron en la pequeña colonia para protegerse de los ataques de los jefes gaélicos. Sin embargo, para finales del siglo XVI, el control inglés se completaría con la conquista de prácticamente toda la entidad geográfica: el norte presentaría una resistencia más férrea ya que era la región más gaélica de la isla, pero finalmente sucumbiría ante el domino inglés tras la derrota del último jefe gaélico, O’Neill, en la batalla de Kinsale en 1603 y su exilio al con-

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tinente europeo. La corona británica llevará a cabo, entonces, una política de colonización en el norte de la isla, con el fin de consolidar su hegemonía y prevenir el resurgimiento de los rebeldes irlandeses, conocida con el nombre de “Plantation”. Esta exitosa política consistió en la expropiación de tierras a los irlandeses y en el asentamiento de protestantes ingleses y escoceses que introducirán en la región una cultura, costumbres y leyes ajenas a la población autóctona. Por ello, las principales características del conflicto, según Darby, se trazan ya tras la colonización del Ulster. En realidad, en el norte de Irlanda “convivirían” tres comunidades: en primer lugar, los nativos gaélicos irlandeses, descendientes de los celtas, que habían conquistado la isla dos milenios atrás. Los escoceses formaban la segunda comunidad: muchos de ellos habían llegado a la isla con anterioridad a la colonización del siglo XVII, ya que la proximidad entre las costas irlandesas y escocesas había provocado migraciones en ambos sentidos durante siglos. Los escoceses eran principalmente pequeños agricultores, ganaderos y artesanos. Por último, se encontraban los colonizadores ingleses, aristócratas y propietarios de las tierras expropiadas. Las tres comunidades estarán divididas por diferentes estatus económicos y sociales así como por sus culturas, lenguas y religiones. Por ejemplo, los nativos irlandeses hablaban gaélico que, en los tres siglos posteriores, prácticamente desaparecería de la isla, excepto en el extremo occidental del Ulster. Los nuevos habitantes de la isla introducirán el inglés, aunque los escoceses hablarán un dialecto diferente, el “Ulster-Scots”. Con respecto a la religión, si bien las tres comunidades eran cristianas, los irlandeses eran católicos; los escoceses, presbiterianos; y los ingleses, anglicanos. Es decir, la colonización del Ulster en el siglo XVII instituyó la oposición entre grupos representantes de culturas y tradiciones distintas. Desde entonces, las percepciones de desconfianza, hostilidad y miedo se manifestarían entre las comunidades, que enfatizarán los acontecimientos y momentos de la historia de Irlanda acordes con el objetivo de legitimar sus acciones y aspiraciones. Tras la colonización del Ulster, las rebeliones y conspiraciones contra los ingleses no se harían esperar. En 1641 se inicia una sublevación católico-gaélica en toda la isla en respuesta a la colonización y a la con-

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fiscación protestante de tierras. La revuelta daría lugar a una masacre de colonos pero tras varios años de guerra sería cruelmente reprimida por el gobernador inglés de Irlanda, Oliver Cromwell. En el año 1690 tendrá lugar uno de los acontecimientos más importantes en la simbología unionista: tras la llegada al trono inglés, en 1685, del rey Jacobo II, convertido al catolicismo y rechazado por el Parlamento, el heredero protestante Guillermo III de Orange lo derrotará en la batalla del Boyne, convirtiéndose en la cabeza reinante de Inglaterra e Irlanda y consolidando la hegemonía protestante. Desde entonces, esta victoria será conmemorada efusiva y, en ocasiones, fanáticamente cada 12 de julio por la comunidad protestante y, en concreto, por la Orden de Orange, fundada en 1795 y que se convertirá en una influyente organización político-religiosa dentro de la comunidad unionista. Esta victoria tuvo importantes implicaciones en el contexto europeo porque se enmarcó en una alianza continental contra el dominio del rey de Francia, Luis XIV, pero para el unionismo del Ulster representó el triunfo de los valores británicos y de la libertad religiosa, y el inicio de la “ascendencia protestante” en la región. Durante este periodo también se desarrollará otro suceso de gran trascendencia para la mitología unionista: el “Siege of Derry”. Desde diciembre de 1688 hasta julio de 1689, la ciudad de Derry –sitiada por las tropas de Jacobo II- resistirá hasta la llegada de los barcos británicos. Sin embargo, los sucesivos alzamientos irlandeses contra la autoridad británica dejaron ver la complejidad e inestabilidad que la isla constituía para Gran Bretaña. Entre todos hay que citar el que protagonizaron en 1798 los “Irlandeses Unidos” (United Irishmen) encabezados por el protestante dublinés, Wolf Tone. Esta organización, formada por presbiterianos, anglicanos y católicos, defendía la unión de todas las confesiones para lograr una nación irlandesa y el fin de la subordinación a Inglaterra, al considerarla el origen de los problemas de Irlanda. Pese a contar con ayuda francesa, la sublevación fracasará. El acontecimiento inspirará otras importantes sublevaciones como la del grupo nacionalista “Joven Irlanda” o el célebre Levantamiento de Pascua de 1916, y su herencia constituirá un importante legado en la mitología republicana. Con el objetivo de reforzar el control sobre ella, se presentó la

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llamada “Acta de Unión” (Act of Union) en el año 1800, a través de la cual Irlanda pasaba a formar parte del Reino Unido, anulándose su parlamento y traspasándose todas sus responsabilidades a Westminster. De esta manera, la cuestión irlandesa se convirtió en un asunto doméstico para los británicos. Por último, un trágico y aleatorio suceso alimentaría aún más el sentimiento anti-británico entre la comunidad católica: la Gran Hambruna de mitad del siglo XIX causada tras una catastrófica cosecha de la patata. Este suceso produjo un importante descenso de la población de la isla ya que por aquel entonces Irlanda contaba con 8 millones de habitantes, que vivían mayoritariamente de la agricultura y se calcula que un millón de personas murió por hambre o enfermedad y otro millón se vio obligado a emigrar. La gran hambruna, sin embargo, no afectó al Ulster con la misma intensidad que al sur de la isla, ya que en esta región la agricultura se encontraba más desarrollada y se había producido una rápida industrialización en torno a la ingeniería, los astilleros y la producción del lino. De hecho, Belfast se convirtió en el centro de la industrialización irlandesa en el siglo XIX, pasando de 19.000 personas en 1801 a casi 350.000 en 1901 (Patterson, 1996, 3). Sin embargo, el suceso sería instrumentalizado por la causa nacionalista acusando a los ingleses de abandonar a su suerte a los irlandeses aunque, con el paso del tiempo, las críticas sobre la responsabilidad británica han experimentado un proceso de revisión hacia posiciones más cautas. b. La Partición Sin embargo, la “Unión” no logró apagar las aspiraciones nacionalistas de los irlandeses por lo que, a lo largo de todo el siglo XIX, continuaron produciéndose insurrecciones irlandesas contrarias al vínculo con Gran Bretaña. Aunque todas ellas fracasaron, destacan la insurrecciones de la Hermandad Republicana Irlandesa (Irish Republican Brotherhood) y de la Hermandad de los Fenianos (Fenian Brotherhood), organizaciones partidarias de utilizar la violencia con el objetivo de lograr la

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independencia de la isla. A lo largo de estos años, el gobierno británico propondrá diversos sistemas de autonomía legislativa para la isla con el objetivo de satisfacer las aspiraciones nacionalistas pero estos serán sucesivamente rechazados por el parlamento de Westminster o por los unionistas del Ulster. De hecho en 1913 se formará la llamada Fuerza de Voluntarios del Ulster (Ulster Volunteer Force), una organización que se opondrá por todos los medios a la introducción de la autonomía para Irlanda. Al mismo tiempo, surgirá el Ejército Republicano Irlandés (Irish Republican Army). Ya en el siglo XX, cobraría especial relevancia la sublevación republicana llevada a cabo en Dublín en 1916. El Levantamiento de Pascua, como es popularmente conocido, fue violentamente reprimido y sus líderes ejecutados. Sin embargo, amplió el apoyo de la mayoría irlandesa –hasta entonces más partidaria de la autonomía de la isla- al Sinn Féin (fundado en 1907). El refuerzo popular de la causa republicana se traducirá en una mayoría del Sinn Féin en las elecciones generales de 1918 – las últimas elecciones conjuntas para toda la isla. Es decir, durante estos años, desde 1917 hasta 1921, el Sinn Féin se convirtió en un movimiento nacional, en la expresión de la voluntad política de la nación irlandesa. El triunfo de los republicanos en las elecciones de 1918, superando a los nacionalistas partidarios de la autonomía, reafirmó la declaración de independencia de 1916 e instauró el Dáil Eireann, un parlamento no reconocido por el gobierno británico que desafía su autoridad. El IRA intensificará entonces sus operaciones contra el control británico. Dos años más tarde, en 1920, el gobierno británico implantará la “Ley para el Gobierno de Irlanda” (Government of Ireland Act) por la que se crearían dos parlamentos: uno en el sur con sede en Dublín, y otro para los seis condados del norte que pasaban a denominarse “Irlanda del Norte”. El nuevo parlamento septentrional de Stormont, a la afueras de Belfast, estará desde sus orígenes controlado exclusivamente por el partido unionista, que llevará a la práctica acciones antidemocráticas contra la minoría nacionalista. Aunque la Ley para el Gobierno de Irlanda se implanta en 1920, la partición de la isla no se sellará hasta el año 1921 con la firma del Tratado Anglo-Irlandés. El acuerdo pone fin, tras las negociaciones entre

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el gobierno británico –agotado tras la contienda europea- y Michael Collins, líder del IRA, a la guerra de independencia iniciada por los irlandeses en 1918. También llevará finalmente a la separación de Irlanda en dos entidades: de los treinta y dos condados que forman la isla, veintiséis de mayoría católica pasarían a constituir el Estado Libre Irlandés, mientras que los seis condados restantes, pertenecientes al Ulster y con mayoría protestante, pasarían a denominarse “Irlanda del Norte”, permaneciendo como parte integral de Reino Unido. La delimitación de fronteras pretendía crear una entidad política con una cómoda mayoría unionista que se sintiera segura ante la amenaza nacionalista, por lo que tres de los nueve condados del Ulster, con una amplia mayoría católica, no se integraron en la nueva entidad. Por ello, conviene precisar que la región de Irlanda del Norte es llamada de forma errónea “Ulster”, ya que ésta es una provincia de la isla de Irlanda formada por 9 condados: seis pertenecientes a Irlanda del Norte (Antrim, Down, Derry, Tyrone, Fermanagh y Armagh); y tres propiedad de la República de Irlanda (Donegal, Monaghan y Cavan). Pese a ello, el temor unionista a la integración irlandesa nunca desaparecerá. Es decir, los criterios de esta división geográfica fueron principalmente demográficos: la mayoría de la población de los seis condados septentrionales era protestante (y favorable a la unión con Gran Bretaña) a diferencia de la del resto de la isla, donde predominaba la confesión católica. La partición creó, por lo tanto, un problema de doble minoría, ya que la comunidad católica constituía el 40% de la población del norte, mientras que la mayoría protestante del Ulster solo representaba el 20% en toda la isla. Algunos autores han extendido este modelo a un problema de triple minoría sugiriendo que la población unionista de Irlanda del Norte no es sólo una minoría en Irlanda, sino también en el Reino Unido. Los unionistas vieron la partición de Irlanda como una consecuencia lógica y democrática tras la decisión del sur de separarse de la Unión, mientras que para los nacionalistas y republicanos fue una imposición británica en lugar de un compromiso entre las fuerzas nacionalistas y unionistas. La partición de la isla produjo una amarga guerra civil en el nuevo estado del sur, entre aquellos que la aceptaron y aquellos que la con-

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sideraron una traición a la causa de una Irlanda independiente y unida. Michael Collins, encargado de negociar con los británicos el “Tratado Anglo-Irlandés”, fue considerado un enemigo para la causa republicana y, por ello, asesinado por sus antiguos compañeros del IRA. Pero, en 1923 la victoria en la guerra de los partidarios del tratado ratificará la partición de la isla. Así, Irlanda del Norte nació de la violencia. Tres años después, Eamon de Valera, dirigente del IRA y firme opositor del tratado, formará el partido Fianna Fail –mientras que los partidarios del tratado constituyeron el partido Fine Gael. Desde entonces, estas dos formaciones políticas han dominado la escena política irlandesa. En las elecciones generales de 1932, De Valera se convertirá en jefe del gobierno del Estado Libre Irlandés, distanciándose del Sinn Féin e ilegalizando en 1936 la actividad del IRA, que desarrollará sucesivas campañas violentas. Finalmente, en 1948, el Estado Libre Irlandés se convertirá en la República de Irlanda. c. Los “Troubles” La nueva entidad política del norte se regía por un gobierno unionista en Belfast subordinado a Westminster –donde también se tenía representación parlamentaria- pero con autoridad en ciertas materias relativas a temas locales, aunque dependiendo en última instancia de la decisión de Londres. El 7 de junio de 1921 se celebró la primera sesión del Parlamento de Stormont con James Craig, líder de los unionistas, como primer ministro para Irlanda del Norte, cargo que ejercería hasta 1940. A lo largo de los años, el estado norirlandés –siempre administrado por un único partido, el Ulster Unionist Party (UUP)- desarrollaría un sistema de discriminación política, económica y social hacia la comunidad católica con el objetivo de defender la Unión ante la amenaza nacionalista, la traición británica y su propia desunión. La lógica unionista dominante creía que sólo un regimen político exclusivista podía defender la Unión. Así, desde 1920 Irlanda del Norte experimentó un sistema de control político, económico y cultural por parte del unionis-

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mo, que crearía un estado orangista. El primer ministro para Irlanda del Norte, James Craig, llegaría a afirmar que Irlanda del Norte tenía “un parlamento protestante para un pueblo protestante”. La llegada del estado del bienestar británico a Irlanda de Norte en los años 50 no logró acabar con la desigualdad de la población nacionalista, aunque implicó importantes beneficios sociales y económicos para muchos católicos –y también para muchos protestantes de clase trabajadora que padecieron condiciones económicas y sociales muy desfavorables. Irlanda del Norte seguía siendo la región más pobre de Reino Unido pero su progreso económico contrastaba con la emigración masiva que el sur de la isla experimentaba en los años 50. Sin embargo, la población católica continuaba sin estar representada adecuadamente en sectores como el gobierno local, el funcionariado, la policía o el sistema judicial. La introducción del estado del bienestar fortaleció la posición del partido unionista en el periodo posterior a la guerra ya que acentuó la disparidad entre las condiciones socioeconómicas del norte y el sur de la isla, y la marginación internacional de Dublín. No obstante, el permanente abuso de poder por las elites unionistas había producido un gran malestar entre la minoría católica que en los años 60 emprendió una “Campaña por la Justicia Social” con el objetivo de exigir la igualdad con los ciudadanos protestantes. En 1967 se creó la “Asociación por los Derechos Civiles de Irlanda” (NICRA), inspirada en el movimiento por los derechos civiles en EE.UU., que demandaba reformas liberales para terminar con la discriminación y la desigualdad entre las dos comunidades. Entre estas demandas de derechos civiles y libertades políticas, económicas y sociales se encontraban: • la reivindicación del sufragio universal en las elecciones locales y la supresión del sistema electoral existente restringido a propietarios, que adoptó el lema “un hombre, un voto”. En efecto, en 1923 una ley electoral eliminó el sistema de representación proporcional e introdujo criterios de propiedad y renta para conceder el derecho al voto, lo que excluyó a un importante porcentaje de católicos cuya situación económica era desfavorable; • el rediseño de los distritos electorales alterados por los unionistas para lograr mayorías “artificiales” en determinadas áreas –acción co-

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nocida como gerrymandering-, para garantizar una representación justa; • la implantación de medidas contra la discriminación en la política de empleo y en la asignación de viviendas; • la supresión de la llamada “Ley de Poderes Especiales” de 1922. Esta ley de carácter excepcional concedía poderes especiales a las fuerzas de seguridad en Irlanda del Norte con el objetivo de preservar la paz y mantener el orden público en la región. La interpretación y aplicación de dicha legislación de excepción –que en palabras de McGarry y O’Leary, fue una las leyes más draconianas en una democracia liberalreforzaron el abuso hacia la comunidad nacionalista; y, por último, • la eliminación del cuerpo especial de policía íntegramente protestante, “B Specials”. La naturaleza sectaria de los cuerpos de policía –conocidos como USC (Ulster Special Constabulary) y RUC (Royal Ulster Constabulary)- proyectó una imagen de represión hacia la comunidad católica. Aunque inicialmente un tercio de las plazas del RUC estaban destinadas a católicos, su representación nunca excedió el 8%. En agosto de 1969, por ejemplo, el cuerpo de los “B Specials” estaba formado por 435 policías a tiempo completo y 8.480 agentes a tiempo parcial, y ninguno de ellos era católico. Asimismo muchas de sus prácticas siempre estuvieron acompañadas de polémica como su política de “disparar a matar”, su sistema de confidentes y su connivencia con los paramilitares lealistas. Según McCall, el programa de acción política promovido por la Asociación por los Derechos Civiles (NICRA) se basó en tres pilares: en primer lugar, en la demanda al gobierno del Reino Unido de la garantía de la defensa los derechos civiles en Irlanda del Norte dentro del contexto británico. Es decir, la comunidad católica demandaba “derechos británicos para ciudadanos británicos”. En segundo lugar, en una efectiva campaña de comunicación, especialmente a través de la televisión, que expuso las irregularidades antidemocráticas en Irlanda del Norte a nivel mundial. Y, por último, en las primeras demostraciones pacíficas de los manifestantes y la violenta reacción de los lealistas y las fuerzas de seguridad. Esta campaña de reivindicaciones se concretó en multitudinarias manifestaciones en las calles norirlandesas que produjeron un incremento

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del desorden social que la administración local no fue capaz de controlar, y un cambio significativo en la política católica: en este momento, la comunidad católica experimentó una gran unidad militante (que fue asumida políticamente con la creación del SDLP) y un resurgimiento del malestar republicano (que encontró su expresión en un nuevo IRA). En este contexto varias fechas resultan significativas: El 5 de octubre de 1968, tras la celebración de una marcha en favor de los derechos civiles en Derry, convocada por la Asociación por los Derechos Civiles (NICRA), se produjeron serios disturbios entre los manifestantes y la policía. La marcha, que había sido prohibida por las autoridades para evitar una posible confrontación con un desfile orangista y un incremento de la tensión social, originó tres días de intensa violencia en la ciudad. Los graves sucesos acaecidos en Derry abrieron, según Bew y Gillespie, la crisis moderna del Ulster. A finales de año, Terence O’Neill, primer ministro para Irlanda del Norte, anunció un paquete de tímidas reformas para transformar y modernizar la estructura y la política del gobierno unionista. Entre estas se encontraban la creación de un sistema imparcial de adjudicación de viviendas públicas, el nombramiento de un defensor del pueblo para investigar las quejas de los católicos, la reforma y reorganización del sistema local de gobierno y la revocación de la “Ley de Poderes Especiales”. Estas reformas, sin embargo, resultaron insuficientes para los católicos pero amenazantes para los unionistas, que identificaron las reivindicaciones de igualdad y de derechos civiles con los intereses del IRA, e iniciaron, encabezados por el reverendo Ian Paisley, la primera campaña pública contra un líder unionista en Irlanda del Norte. Es decir, O’Neill había incrementado simultáneamente la división unionista y las expectativas nacionalistas por lo que finalmente dimitiría en abril de 1969. El 1 de enero de 1969, los miembros del grupo radical “People’s Democracy”, en contra de las recomendaciones de NICRA, comenzaron una manifestación de varios días de duración que les llevaría de Belfast a Derry. Los manifestantes, a su paso por una zona predominantemente protestante cercana a Derry, fueron atacados por lealistas radicales – que veían en las reivindicaciones civiles, aspiraciones nacionalistas que podían poner en peligro a Irlanda del Norte- y la marcha fue violenta-

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mente reprimida por la policía. La trascendencia de este acontecimiento para el conflicto norirlandés será de tal magnitud que marcará, según Bew y Gillespie, el punto de inflexión en el que los Troubles pasan de ser una reivindicación de derechos civiles a un reflejo de las históricas disputas sobre identidades nacionales y religiosas. Si para los católicos el movimiento por los derechos civiles se basó en la demanda de igualdad para todos los ciudadanos norirlandeses, para los unionistas representó una campaña republicana para reabrir el conflicto territorial tras una retórica reformista. Sin embargo, fue la propia negativa del gobierno unionista a negociar las demandas de reforma de los católicos la que favoreció que el movimiento republicano replanteara la cuestión de la partición en el debate político. Aunque en los primeros meses del año se completan ciertas reivindicaciones de NICRA, los meses de julio y agosto de 1969 experimentaron dramáticas explosiones de violencia especialmente en Belfast Oeste, donde bandas de protestantes del barrio de Shankill asaltaron las calles católicas vecinas quemando sus casas. El incidente más conocido fue el incendio de la calle Bombay. Estos sucesos causaron una guetización de la población norirlandesa: se calcula que sólo en Belfast 1.505 familias católicas y 315 familias protestantes se vieron obligadas a abandonar sus casas. En términos generales, los católicos se desplazaron hacia el oeste y norte de Belfast y los protestantes hacia el este de la ciudad. Hasta el año 1973, 60.000 personas en Belfast –más del 10% de la población de la ciudad- tuvieron que cambiar de vivienda, en lo que se considera el movimiento de población más importante de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis de los Balcanes. Asimismo, se comenzaron a construir muros de separación entre ambas comunidades que serían conocidas como “líneas de paz”. Ciertas áreas católicas se convertirían en no-go areas, en las que el IRA se erigiría como defensor y ejército de la comunidad y donde las fuerzas de seguridad no podrían penetrar. Los continuos disturbios sectarios entre católicos y protestantes en Belfast y en Derry causaron serios perjuicios en las relaciones entre las dos comunidades. Ante la intensificación de la crisis y la incapacidad de la policía para controlar el clima de violencia, el gobierno británico decidió, en agosto

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de 1969, enviar al ejército a la región para apaciguar la situación. Inicialmente, la llegada de los militares fue acogida positivamente por la comunidad católica como defensa ante la escalada de violencia y a los ataques de los grupos radicales protestantes. En cierto sentido también suponía el fracaso del reconocimiento de Irlanda del Norte como entidad autónoma. Sin embargo, este “romance” se convertirá rápidamente en hostilidad tras, entre otros hechos, el toque de queda decretado en Falls Road desde las 22:00 horas del sábado 3 de julio hasta las 9:00 del lunes 5 de julio de 1970, en las que se procedió a un registro masivo de viviendas católicas en esta zona de Belfast, que provocó importantes enfrentamientos y la muerte de cinco personas. Para entonces el ejército, lejos de percibirse como protector de los católicos, bailaba al son unionista, según Feeney. El asedio terminó cuando cientos de mujeres, poniendo en riesgo sus vidas, desfilaron por la zona llevando comida y víveres, desafiando a las tropas británicas. Con los años, en opinión de Bew y Gillespie, se confirmaría que la decisión de enviar al ejército fue el mayor error de la política británica durante los Troubles. Mientras, la idea predominante en los círculos unionistas era que estos acontecimientos constituían una insurrección contra el régimen unionista que debía ser reprimida. Tras los violentos sucesos del verano de 1969, el Sinn Féin reconsiderará su tradicional doctrina de abstencionismo para adoptar una mayor intervención política: participar en los comicios suponía reconocer los parlamentos creados tras la partición que, en su opinión, legitimaban la división de la isla. Cuando a finales de diciembre se autoriza el cambio de dirección estratégica, se produce una escisión en el interior del IRA entre los defensores de una mayor politización del movimiento, miembros del “Official IRA” (OIRA), y un grupo de disidentes contrarios al cambio de táctica, que forman el PIRA (Provisional IRA). El IRA Provisional iniciará entonces una intensificación de su campaña terrorista –que será contrarrestada por las organizaciones paramilitares lealistasal considerar que la violencia experimentada en 1969 contradecía la orientación política defendida por el IRA Oficial. Así, durante finales de los 60 y principios de los 70, se produce un cambio en el patrón del conflicto: los disturbios generalizados entre las

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dos comunidades norirlandesas dejan paso a un triángulo de violencia entre las fuerzas de seguridad, el IRA y los paramilitares lealistas. El constante incremento de atentados llevó a la reintroducción el 9 de agosto de 1971 del “libre internamiento sin juicio” que permitía a la policía encarcelar sin juicio a cualquier sospechoso de pertenecer al IRA. El libre internamiento –que en ocasiones anteriores había constituido una medida eficaz en la lucha antiterrorista- se convirtió en un nuevo instrumento de abuso hacia la población nacionalista ya que la mayoría de los detenidos fueron católicos sin ninguna vinculación con las acciones terroristas. El libre internamiento continuó hasta diciembre de 1975, intervalo en el que 1.981 personas fueron detenidas, de las cuales 1.874 eran católicos y tan sólo 107 protestantes. El libre internamiento reforzó el sentimiento de injusticia entre los nacionalistas y agravó las relaciones entre las fuerzas de seguridad y la comunidad católica, convirtiéndose en un símbolo del antagonismo que caracterizaba al conflicto norirlandés. De nuevo, se organizaron manifestaciones de protesta que volvieron a desembocar en más violencia. En la marcha –prohibida por las autoridades- convocada por la organización NICRA el 30 de enero de 1972 en Derry, a la que asistieron aproximadamente 10.000 personas, la unidad de paracaidistas del ejército británico abrió indiscriminadamente fuego contra los manifestantes, aparentemente desarmados. La actuación del ejército terminó con 14 muertos y 17 heridos, grabando en la historia del conflicto irlandés el célebre “Domingo Sangriento”. Según los responsables del ejército, los manifestantes católicos abrieron fuego primero y los soldados se defendieron del ataque disparando a objetivos armados. Sin embargo, no se encontraron armas o explosivos a los heridos, fallecidos o detenidos. Además, ninguno de los soldados resultó herido a pesar de que éstos afirmaron sufrir un intenso ataque en su contra. La investigación oficial realizada en 1972 se cerró con la publicación del defectuoso Informe Widgery que no encontró pruebas concluyentes sobre lo sucedido y exoneró al ejército de cualquier responsabilidad. El IRA, nutrido de jóvenes tras el acontecimiento, recrudecía sus crímenes, alcanzando su mayor intensidad, mientras que los grupos paramilitares lealistas reaccionaban con más violencia.

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En marzo de 1972, Westminster suspende el Parlamento autónomo de Stormont reemplazándolo por el gobierno directo desde Londres (Direct Rule) que, aunque se presenta como una medida de carácter temporal, se mantuvo hasta los años 90. Este cambio administrativo traspasaba la responsabilidad de Irlanda del Norte a un nuevo departamento, “Northern Ireland Office”, y creaba la figura del Ministro para Irlanda del Norte (Secretary of State for Northern Ireland). La decisión se basó principalmente en la percepción británica de que la violencia en Irlanda del Norte difundía un imagen negativa del Reino Unido en el exterior, más que en un compromiso político de futuro. Muchos católicos vieron en la suspensión de Stormont un éxito de su estrategia ya que reconocía la artificialidad e incompetencia del poder unionista en la región y ponía fin al estado orangista. De hecho, el IRA proclamaría 1972 como el “año de la victoria”. Paralelamente, la disolución de Stormont representaba para los protestantes un desafío a su autoridad por parte de Westminster y una derrota ante la población nacionalista. El 28 de marzo de 1972 se celebra la última sesión del parlamento de Stormont, que marca el final de un sistema de gobierno que había perdurado durante cincuenta años. Desde ese momento, los poderes legislativos y ejecutivos se transferían a Westminster. En aquel año se registraron los niveles más perversos de violencia por la confluencia de tres eventos: la introducción del libre internamiento, el Domingo Sangriento y la caída de Stormont. Sin duda, eran años de agit prop, esto es, “agitación y propaganda”. Por ejemplo, el 21 de julio el IRA hacía estallar en poco más de una hora y sin previo aviso veinte bombas en el centro de Belfast causando 9 muertos y cientos de heridos. La misma noche del llamado “Viernes Sangriento”, los “Carniceros de Shankill” –que utilizaban instrumentos de carnicería para llevar a cabo sus asesinatos- acuchillaban y mataban a un católico como represalia. El 31 de julio, el gobierno enviaría al ejército para desmantelar las no-go areas de Belfast y Derry, en la denominada “Operación Motorman”, la operación militar británica más grande desde la crisis de Suez de 1956. En efecto, 1972 se convertiría en el año más sangriento de los Troubles con 467 muertos. Aproximadamente, 36.000 casas católicas fueron registradas y, al finalizar el año, el número de efectivos del ejército había aumentado

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de 17.000 a 29.000. En definitiva, en 1972 se podía percibir que el choque inicial sobre derechos civiles había llevado a Irlanda del Norte a su crisis más profunda desde la partición de la isla. Tras adoptar el control de la región, Londres establecía las propuestas para su política norirlandesa: la región formaría parte del Reino Unido mientras la mayoría de la población así lo deseara, pero también se asumía la necesidad de incluir una “dimensión irlandesa” que reconociera la situación de esta región dentro de Irlanda. El objetivo principal debía ser la búsqueda de consenso y la garantía de igualdad entre católicos y protestantes. Al mismo tiempo, se establecía el compromiso de crear una asamblea autonómica en la que ambas comunidades compartirían gobierno. Como se detallará, estas dos cuestiones –la dimensión irlandesa y el gobierno compartido- se convertirán en los pilares del debate político norirlandés en las siguientes tres décadas. El programa se sometió a examen en las elecciones a una nueva asamblea norirlandesa el 28 de junio de 1973. Los partidos unionistas contrarios a la propuesta obtuvieron un 31.8% de votos (26 representantes), mientras que los partidos unionistas que la apoyaban consiguieron el 29.3% (24 representantes). Sin embargo, tras arduas negociaciones, se formó una coalición de gobierno entre estos últimos, el SDLP (que había obtenido el 22.1% de los votos y 19 escaños) y el partido Alianza (9.2% y 8 escaños). Recordemos que los republicanos no se presentaron a las elecciones, siguiendo su política de boicot electoral. A pesar de este éxito, un importante porcentaje de unionistas se oponía a cualquier estructura de poder compartido con los católicos. En diciembre de ese mismo año, se reunía una conferencia tripartita entre los gobiernos de Londres, Dublín y el recién creado gobierno de Belfast con el objetivo de concretar los principios de la dimensión irlandesa. La conferencia llevaría a la firma del “Acuerdo de Sunningdale” que sería, en palabras de Gillespie, un acuerdo para discrepar ya que sus suscriptores tenían visiones completamente diferentes de lo que el acuerdo implicaba. En él se decidía la creación de un “Consejo de Irlanda” con representantes del norte y del sur de la isla –cuyas competencias quedaban sin definir- y se afianzaba una mayor cooperación entre ambos lados de la frontera en materia de seguridad.

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El nuevo gobierno de coalición entre unionistas y nacionalistas entraría oficialmente en vigor el 1 de enero de 1974, produciéndose la primera y única experiencia de poder compartido entre protestantes y católicos hasta finales de la década de los 90, con cierto éxito en materias sociales como el empleo o la vivienda. De hecho, durante el proceso de paz de los años noventa, este primer ensayo será la referencia para todos los partidos participantes. Sin embargo, este experimento fracasaría en sólo cinco meses, tras la convocatoria de unas inoportunas elecciones generales en el Reino Unido que se convertirían en una cita crucial para el futuro de Irlanda del Norte. Los comicios que, en realidad, se convirtieron en un referéndum del Acuerdo de Sunningdale, revelaron un gran apoyo a los partidos unionistas que se oponían al acuerdo. La mayoría de los unionistas percibió el curso de los eventos de 1968 a 1973 como una continua derrota o rendición ante los católicos. Esta oposición de gran parte de la población protestante a las concesiones al nacionalismo norirlandés llevó en mayo de 1974 a una huelga general de trabajadores convocada por la organización “Ulster Workers’ Council” (UWC), que paralizó por completo la región durante siete días y hundió la legitimidad del efímero ejecutivo. Bew y Gillespie consideran que el gran apoyo de la comunidad protestante a la huelga no puede explicarse si no se tiene en cuenta un conjunto de circunstancias anteriores como son las manifestaciones por los derechos civiles, el estallido del conflicto sectario, la percepción de hostilidad del gobierno irlandés hacia Irlanda del Norte, la aparente incoherencia de la política del gobierno británico, el papel de los líderes nacionalistas en la supresión de Stormont, así como la continuada campaña del IRA. Por ello, la huelga general de mayo de 1974 constituye uno de los momentos más decisivos del conflicto moderno norirlandés. Como consecuencia, se recuperó la legislación de emergencia, que continuó siendo –cómo lo había sido en el pasado- un elemento fundamental en la vida administrativa de Irlanda del Norte, y que contribuyó a la permanencia de un sistema político quasicolonial. En ese confuso contexto, el IRA comienza una campaña en distintas ciudades inglesas con el objetivo de captar la atención del Reino Unido: el 5 de octubre de 1974, cinco personas mueren tras la explosión de una bomba en un bar de la localidad inglesa de Guildford; a

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finales de noviembre, coloca varios artefactos explosivos en dos pubs de Birmingham, matando a 21 personas e hiriendo a más de 100. Diez personas inocentes, los llamados “cuatro de Guildford” y “seis de Birmingham”, fueron condenadas a largas penas de prisión por los atentados sin tener ninguna relación con el IRA y no recobraron su libertad hasta los años 90. Ambos casos se convirtieron en dos de los errores judiciales más importantes de los últimos tiempos en Reino Unido. Se introdujo entonces, en 1974, con la extensión de las actividades terroristas del IRA al resto del Reino Unido y principalmente a Inglaterra, la draconiana “Prevention of Terrorism Act”, que se convirtió, a pesar de su supuesto carácter temporal, en el pilar de la legislación antiterrorista inglesa. 1975 comenzó con un alto el fuego de carácter indefinido del IRA Provisional (PIRA) derivado de los encuentros secretos que representantes del gobierno británico habían mantenido con los “Provos” (miembros del PIRA). En estos contactos, el gobierno británico especuló deliberadamente con una posible retirada de la isla con el objetivo de llevar al IRA a una tregua y desmoralizar al movimiento republicano. A pesar del alto el fuego de casi ocho meses, en 1975 se apreció un aumento de la violencia que produjo 247 muertes. La tregua debilitó notablemente al IRA, que comenzaba a padecer el fin de la militancia masiva de miles de jóvenes, reduciéndose a un grupo estable de 300-500 miembros, estructurado en células militares que requerían un menor número de activistas para su funcionamiento. Asimismo, se cambió el planteamiento estratégico hacia una guerra de desgaste, también conocida como “larga guerra” que, en lugar de expulsar a los británicos, los llevaría a la mesa de negociación. Tras el final del alto el fuego, el gobierno británico emprendió una política de ulsterización y criminalización del conflicto, que pretendía transformar su percepción, de un problema político a una mera situación de alteración del orden público del Ulster, criminalizando la violencia del IRA. Esto implicaba una reducción de la presencia militar y la reestructuración de la policía o “Royal Ulster Constabulary” (RUC) con el objetivo de convertirla en una fuerza de seguridad más preparada y sofisticada que terminara con el desorden público y la violencia. Esta

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estrategia borraría la apariencia de problema colonial sugerida por la presencia del ejército y presentaría al IRA como un grupo reducido de criminales. Se suprimió entonces el estatus político de los terroristas recluidos en las cárceles norirlandesas, conocido técnicamente como special category status, de modo que éstos serían tratados como criminales ordinarios, lejos del ideario republicano que los consideraba patriotas y luchadores por la libertad. Los presos republicanos emprendieron una campaña de protestas. Inicialmente, se negaron a vestir el uniforme ofrecido por el sistema de prisiones y optaron por cubrirse tan sólo con mantas, dando nombre a la “protesta de la manta”. Debido a la mínima repercusión que la protesta generó entre las autoridades y los medios de comunicación, los reclusos continuaron sus reivindicaciones a través de la llamada “protesta sucia” por la que los presos impregnaban las paredes de sus celdas con sus propios excrementos. Los republicanos reivindicaban cinco demandas como reconocimiento de su estatus político: el derecho a no vestir los uniformes carcelarios, a no realizar trabajos penitenciarios, a asociarse libremente con otros presos, a recibir semanalmente una visita y un paquete, y el restablecimiento del sistema de remisión de condenas suprimido tras el inicio de sus protestas. En octubre de 1980, 33 presos republicanos de la cárcel de Maze a las afueras de Belfast, secundaron la primera huelga de hambre para reinvindicar su estatus de presos políticos. La protesta concluirá en diciembre con una profunda sensación de derrota entre los presos republicanos. Finalmente, ante la indiferencia y pasividad del gobierno británico, Bobby Sands, líder de los presos del IRA en el penal de Maze, emprendió una segunda huelga de hambre el 1 de marzo de 1981, en el quinto aniversario de la supresión del estatus de categoría especial. Durante la huelga, Sands sería elegido miembro del parlamento de Westminster el 9 de abril, pero moriría el 5 de mayo tras 66 días de abstinencia. Para Feeney la elección de Sands como parlamentario hacía imposible que el gobierno británico pudiese presentar argumentos convincentes para demostrar que Sands o, en realidad, cualquiera de sus compañeros de condena eran criminales ordinarios. El voto, según había mantenido el Sinn Féin durante la campaña, tenía como único objetivo demostrar el

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respaldo popular a las demandas de los prisioneros y salvar la vida de Sands, si bien lo presentó de inmediato como prueba del apoyo social a la posición republicana. La huelga de hambre concluyó definitivamente en octubre de ese año ante la delicada salud de varios presos. Días después el gobierno británico concedería las demandas originales de los republicanos: los presos podrían vestir su propia ropa, los trabajos en prisión se limitarían a actividades muy concretas y se permitirían más visitas y libertad de asociación para los presos. Las huelgas de hambre de 1980-81, que causaron la muerte de diez prisioneros republicanos, transformaron el contexto político de Irlanda del Norte y constituirán otro importante punto de inflexión en la historia del conflicto norirlandés. Sin ninguna duda, las huelgas de hambre revitalizaron la causa republicana a través del impacto mediático internacional y llevaron al movimiento hacia una progresiva politización, desarrollando una doble estrategia militar y política, conocida popularmente como armalite and ballot box, que pretendía alcanzar sus objetivos mediante las urnas y la lucha armada. De hecho, el 20 de octubre de 1982 el Sinn Féin concurrirá, por primera vez, a las elecciones en Irlanda del Norte, obteniendo el 10% de los votos y 5 de los 78 escaños de la asamblea norirlandesa que, entre otros, fueron ocupados por Gerry Adams y Martin McGuinness. El nacionalista SDLP conseguiría el 18.8% de los votos y 14 escaños. Asimismo, Gerry Adams asumirá la presidencia del Sinn Féin en 1983 y defenderá esta nueva línea de actuación política en la causa republicana. En las elecciones generales de ese mismo año, los republicanos obtendrían el 42.8% del voto nacionalista -el SDLP recibió el 17,9% del total de votos y el Sinn Féin el 13,4%. Este notable ascenso electoral llegaría a preocupar seriamente a los británicos por la posibilidad de que el Sinn Féin sustituyera al nacionalismo moderado del SDLP como principal partido católico. Sin embargo, tras los primeros éxitos electorales del Sinn Féin, las expectativas de crecimiento no se materializaron y el voto republicano se estancó hasta el alto el fuego del IRA en los años 90. De hecho, el temor británico al creciente apoyo electoral hacia el Sinn Féin representó un impulso decisivo al proceso que llevaría a la firma del “Acuerdo Anglo-Irlandés” en 1985. Así, a lo

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largo de los años 80, el conflicto adquirirá una mayor dimensión política que, desde la perspectiva actual, iniciará el largo camino hacia la paz. Pero a pesar de la creciente politización del movimiento republicano, el IRA continuará su acción terrorista. Por ejemplo, en 1984, cinco personas morían en un atentado en Brighton, concretamente en el hotel donde se alojaba la primera ministra, Margaret Thatcher, durante la celebración del congreso del partido conservador. Desde el fracaso de la asamblea de 1974 y hasta 1994 se propusieron distintas iniciativas para alcanzar la paz pero todas ellas fracasaron por dos razones: la negativa de los católicos a aceptar cualquier acuerdo que no los incluyera en el poder, y la negativa de los protestantes a aceptar un ejecutivo de poder compartido o la intervención de la República irlandesa como protectora de la minoría católica norirlandesa. De entre todas ellas, la más importante sería el Acuerdo Anglo-Irlandés de 1985. Tras el auge electoral del Sinn Féin, el gobierno británico estableció una política norirlandesa basada en un eje anglo-irlandés, iniciando una serie de contactos y negociaciones entre la primera ministra, Margaret Thatcher y el Taoiseach irlandés, Garret FitzGerald. El objetivo de este eje era afrontar el desafío electoral republicano y optimizar la cooperación con Irlanda en materia de seguridad, especialmente tras el atentado de Brighton. Los meses de negociaciones terminarían con la firma del acuerdo entre los dos ejecutivos que concedía a Dublín una mayor influencia en los asuntos de la región del norte. Por primera vez, el gobierno de Londres asignaba al gobierno irlandés (un poder extranjero) un papel permanente en la gestión del conflicto (una cuestión doméstica) como “representante” de la población católica sobre la que Westminster contaba con una legitimidad limitada. Para ello se creaba una “Conferencia Intergubernamental” que permitiría al gobierno de la República presentar propuestas en relación a cuestiones norirlandesas. Por otra parte, ambos gobiernos reconocían el “principio de consentimiento”, según el cual, Irlanda del Norte continuaría siendo parte del Reino Unido mientras la mayor parte de la población así lo quisiera. El logro más importante del acuerdo fue la institucionalización de la cooperación entre Reino Unido y el gobierno irlandés en Irlanda del Norte que, para Bew y Gillespie, inició una etapa irreversible de gobierno directo con

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un tinte verde. Sin embargo, el acuerdo polarizó aún más las antagónicas relaciones entre nacionalistas y unionistas. Estos últimos juzgaron el acuerdo como una nueva traición encubierta y un movimiento más hacia una Irlanda unida, por lo que renunciaron a sus escaños en Westminster y comenzaron una campaña de protestas contra la influencia de Dublín en Irlanda del Norte. La campaña unionista pretendía emular la huelga general de trabajadores en mayo de 1974 con el objetivo de paralizar el acuerdo, pero no alcanzó el apoyo esperado. La irritada reacción unionista hizo que el acuerdo pareciese más radical de lo que verdaderamente era, pero no tuvo efectos importantes. Un acontecimiento acaecido fuera de la isla, concretamente en Gibraltar, el 6 de marzo de 1988, inició un catálogo de extravagantes sucesos conocidos como la “batalla de los funerales”. En aquella fecha, los SAS (una unidad de elite del ejército británico) mataron a tiros a tres miembros del IRA que se encontraban en la colonia para colocar una bomba. Sin embargo, en el momento de su muerte, iban desarmados. En su entierro en Belfast, un miembro de la UDA (la Asociación de Defensa del Ulster) disparó a los asistentes y arrojó varias granadas matando a tres personas. En el nuevo cortejo fúnebre de una de las víctimas, un vehículo con dos miembros del ejército británico avanzó en dirección opuesta a la marcha. Algunos participantes, pensando que se trataba de un nuevo ataque lealista, rodearon al vehículo, lincharon a sus ocupantes y se los llevaron de la escena para matarlos. La presencia de los dos militares nunca se ha aclarado pero las imágenes presentaron a los ciudadanos de Belfast Oeste como unos salvajes. Este horrendo conjunto de sucesos acaecidos durante el mes de marzo de 1988, desde los muertos de Gibraltar hasta las ejecuciones de los soldados británicos marcó, en opinión de muchos, la peor etapa de los Troubles. Sin embargo, en este escenario, el nuevo Ministro para Irlanda del Norte desde 1989, Peter Brooke, inició –no sin obstáculos- un proceso de conversaciones multipartitas entre los partidos constitucionales norirlandeses, excepto el Sinn Féin. Los encuentros debían producirse en tres niveles: en primer lugar, entre los actores internos de la región (nivel 1); en segundo lugar, entre las dos partes de la isla (nivel 2); y, por último, entre los gobiernos británico e irlandés (nivel 3). Estas tres

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dimensiones caracterizarían las sucesivas iniciativas políticas británicas hacia la región. El nivel uno se basaba en la discusión del modelo que iba a sustituir a la “Direct Rule” que, aunque fue concebida como una medida de carácter temporal, se consolidó en el tiempo. En el nivel dos se reconocía la relevancia de la dimensión irlandesa en Irlanda del Norte a través de la participación del gobierno de Dublín en la vida política de la región y, en el último nivel, se confirmaba la idea de que la resolución del conflicto necesitaba de la colaboración entre los ejecutivos británico e irlandés. Las negociaciones, que constituyeron los primeros contactos entre los partidos constitucionales en 70 años, se desarrollaron a un ritmo parsimonioso y llegaron hasta 1992, año en el que Patrick Mayhew sustituyó a Peter Brooke en el cargo. Las negociaciones, que pasaron a denominarse Brooke/Mayhew, finalmente naufragaron a finales de 1992, por las profundas diferencias entre los distintos actores involucrados en los tres niveles: fueron la crónica de un fracaso anunciado. Sin embargo, en ellas se habían identificado y consensuado los elementos principales que conducirían en último término a un acuerdo final. De forma paralela a las conversaciones multipartitas, el gobierno británico se sumergió, desde principios de los años noventa, en un proceso de contactos secretos con los republicanos. Estos, a su vez, mantenían encuentros ocultos con el líder del SDLP, John Hume, y con Dublín, y desarrollaban una importante acción propagandística en EE.UU., con el objetivo de crear una “estrategia pan-irlandesa” que movilizara a la opinión nacional e internacional. El resultado de todas estas relaciones clandestinas culminó en el borrador de la llamada “Declaración HumeAdams” en el que, según sus autores, se encontraban las bases para un cese de las operaciones armadas del IRA. Tanto Londres como Dublín manifestaron su rechazo al documento y comenzaron a redactar su propio proyecto. Efectivamente, con el objetivo de recuperar el protagonismo de la acción política, el gobierno británico se centró en conseguir una declaración anglo-irlandesa que lograra un consenso entre británicos e irlandeses. Se firmaría así la “Declaración de Downing Street”, en diciembre de 1993, entre el primer ministro británico, John Major, y el Taoiseach irlandés, Albert Reynolds. El documento, que no pretendía dar una solución a las complejas cuestiones del conflicto norirlandés, se

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presentaba como un marco en el que alcanzar un consenso entre todas las partes implicadas en la contienda: pretendía atraer al Sinn Fein al “proceso de paz” sin espantar al unionismo. En él, por primera vez, los dos gobiernos reconocían el derecho a la autodeterminación de los ciudadanos de la isla de Irlanda, aunque manteniendo vigente el principio de consentimiento. Asimismo, Reino Unido declaraba que no tenía ningún interés egoísta, estratégico o económico sobre Irlanda del Norte, y contemplaba la posibilidad de que el Sinn Féin pudiera participar en futuras negociaciones de paz si se producía un cese de la violencia del IRA. Esta iniciativa nuevamente volvió a levantar, entre la población protestante, sospechas de la existencia de un pacto secreto entre el gobierno británico y los republicanos para conseguir un alto el fuego. 25 años después del estallido de los Troubles, años marcados por la violencia, la hostilidad y la división, la sociedad norirlandesa parecía ver la luz en el horizonte que, sin embargo, podía volver a apagarse en cualquier momento como había sucedido repetidamente en el pasado. d. El proceso de paz El 31 de agosto de 1994, el IRA declaraba un cese de sus operaciones militares que, seis semanas después, sería secundado por las principales organizaciones paramilitares lealistas que siempre habían justificado su violencia como oposición a la de los republicanos. Durante ese verano, se produjo un debate interno en el movimiento republicano en torno a un posible alto el fuego. Entre las bases del IRA se distribuyó un documento denominado “TUAS”, en el que se reconocía la debilidad del movimiento armado. Cuando el documento se filtró a la prensa, muchos interpretaron el acrónimo como “Totally UnArmed Strategy”, lo que implicaría el fin de la lucha armada; para otros, sin embargo, las iniciales debían interpretarse como “Tactical Use of Armed Struggle”, esto es, una tregua táctica. La realidad es que el IRA carecía de expectativas de éxito desde muchos años antes de decretar el final de su campaña armada, al haber percibido un estancamiento militar tras la “larga guerra”

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de desgaste emprendida contra la presencia británica. Las reacciones al alto el fuego del IRA fueron muy diversas: muchos aceptaron el alto el fuego como permanente, aunque existía un temor generalizado a que el IRA, tras explotar los beneficios políticos de la estrategia no armada en términos de apoyo electoral, regresara a la violencia. Finalmente, el primer ministro John Major lo aceptaría como “hipótesis de trabajo”, autorizando el inicio de diálogos preparatorios con el Sinn Féin. Sin embargo, el gobierno británico condicionaba su decisión de convocar las negociaciones multipartitas al requisito de desarme de las organizaciones terroristas. Así, el decomiso de armas abrió un importante frente de conflicto antes de comenzar las propias negociaciones políticas, conflicto que dominará todo el proceso de paz. En febrero de 1995, los gobiernos británico e irlandés presentaron unos documentos conjuntos, conocidos como Frameworks for the Future, en los que se fijaban los parámetros de un posible acuerdo de paz y las distintas dimensiones a negociar en unas teóricas conversaciones multipartitas. Para Alonso, los contenidos del documento eran secundarios en relación al objetivo que se pretendía conseguir a través de ellos, esto es, el mantenimiento de una coyuntura en la que los extremos del nacionalismo y el unionismo habían interrumpido la violencia simultáneamente en décadas. Sin embargo, el requerimiento de la entrega de armas paralizaba de nuevo el proceso. En ese contexto de estancamiento, se produciría un estímulo vital: la visita del presidente estadounidense, Bill Clinton, a Irlanda del Norte. Los dos ejecutivos, con el objetivo de manifestar una imagen de coherencia política, acordaron una nueva estrategia, denominada “twin track” (cursos paralelos), a través de la que pretendían avanzar en dos cuestiones: el desarme de las organizaciones terroristas y las negociaciones entre los partidos políticos. Para ello, se fijaba febrero de 1996 como la fecha de inicio de los encuentros multipartitos y se establecía una comisión independiente, dirigida por el senador norteamericano George Mitchell, que analizaría el asunto del desarme. La “Comisión Mitchell” concluyó su investigación afirmando que el problema del decomiso de armas encubría una carencia de confianza entre los distintos actores del conflicto. Su principal recomendación se basaba, por lo tanto,

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en la reparación de dicha confianza a través de un proceso de desarme que debía desarrollarse de forma simultánea a las negociaciones políticas: ni antes ni después. Asimismo, la comisión establecía seis principios básicos de no violencia, los “principios Mitchell”, que todos los partidos políticos deberían cumplir para sentarse en la mesa de negociaciones. Estos principios obligaban a los firmantes a utilizar únicamente medios democráticos y exclusivamente pacíficos para resolver cuestiones políticas; al desarme total de todas las organizaciones armadas, que debería ser verificable por una comisión independiente; a renunciar al uso de la fuerza o a la amenaza para influir en el resultado del diálogo político; a someterse a la decisión acordada en las negociaciones multipartitas; a recurrir a métodos exclusivamente pacíficos y democráticos para alterar cualquier resultado final; y a instar al cese de todas las expresiones de violencia callejera. Las discordantes reacciones al Informe Mitchell llevaron a un retraso de las negociaciones que causó la ruptura de la tregua del IRA a las 6 p.m. del 9 de febrero de 1996 tras la colocación de una bomba en la zona financiera de Canary Warf en Londres. El atentado causaría dos muertos, más de cien heridos y unas pérdidas de 85 millones de libras, e inició una campaña de atentados centrados en Inglaterra. El movimiento republicano acusó al gobierno británico de obstruir el proceso de paz con barreras artificiales como el decomiso de armas. Británicos e irlandeses suspendieron, entonces, sus diálogos preparatorios con el Sinn Féin a la espera de un nuevo alto el fuego de la organización terrorista. Sin embargo, el fin de la tregua del IRA no implicó el fin del proceso de paz: a finales de ese mismo mes, se establecía el 10 de junio como la fecha en la que debían comenzar las negociaciones multipartitas. El 30 de mayo de 1996 se celebraron las elecciones al Foro de representantes para las conversaciones de paz que designarían los partidos participantes en las negociaciones. Una singular ley electoral concedía dos escaños a los diez partidos más votados. Finalmente, el Sinn Féin no pudo asistir el 10 de junio a la apertura de las conversaciones multipartitas porque el IRA incumplía los principios Mitchell, corriendo así el riesgo de una marginación histórica. Las negociaciones, sin embargo, se vieron pronto estancadas por

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cuestiones de procedimiento y, finalmente, quedarían interrumpidas a principios de julio cuando la violencia se extendió por toda Irlanda del Norte a consecuencia de la temporada de las marchas. En efecto, en el verano de 1996 se producirían los disturbios más importantes en Irlanda del Norte desde los trágicos sucesos de 1969 a raíz del denominado “sitio de Drumcree”. La policía prohibió la tradicional marcha protestante que se celebra cada 12 de julio –con motivo de la victoria de Guillermo de Orange sobre el monarca católico Jacobo II- a través del barrio católico de Garvaghy Road en la ciudad de Portadown. Pero, tras varios días de violencia ininterrumpida que llegaron a crear una situación de auténtico caos en la región, las autoridades permitieron a los unionistas desfilar por la calle católica con un espectacular despliegue de seguridad. De nuevo se consolidaba entre la comunidad católica un sentimiento de desconfianza en las fuerzas de seguridad y en los políticos británicos y unionistas, que erosionaba la posibilidad de avanzar en el proceso de paz. Tras el violento receso veraniego, el dañado proceso de negociaciones sobreviviría, aunque, ante la falta de resultados, las negociaciones se pospusieron hasta después de las elecciones generales británicas e irlandesas. En mayo de 1997, Tony Blair se convertía en primer ministro, iniciando una nueva etapa de gobierno laborista tras 18 años de ejecutivos conservadores. La amplia mayoría laborista limitaría la influencia que hasta entonces habían tenido los unionistas en Westminster durante el gobierno de Jonh Major. Para el nuevo gobierno laborista, una nueva restauración del alto el fuego del IRA –que finalmente se anunciaría el 19 de julio de 1997- permitiría al Sinn Féin incorporarse a las negociaciones en un período de tiempo inferior a seis semanas después de la declaración, eliminando así el requisito de desarme previo. Las negociaciones, por lo tanto, se reanudaron en septiembre de ese año, esta vez con el Sinn Féin. El 13 de octubre de ese año, Tony Blair se reunía en Stormont con los partidos involucrados en las negociaciones, produciéndose el primer encuentro oficial –en este caso a puerta cerrada- entre un primer ministro británico y el Sinn Féin desde 1921. Sin embargo, dos días después de la inclusión de los republicanos, el DUP de Ian Paisley abandonaba la sala de negociaciones. El UUP de

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David Trimble, muy dividido en su interior, decidió finalmente participar ante la erosión del poder unionista de los últimos años y el miedo a una nueva “traición” británica. La obligada inclusión de los partidos políticos extremos y afines a organizaciones paramilitares conllevó también graves contratiempos para el proceso: por ejemplo, a principios de 1998, el Ulster Democratic Party (UDP) –representante político de la Asociación para la Defensa del Ulster (UDA) y los Combatientes por la Libertad del Ulster (UFF)- así como el Sinn Féin fueron expulsados temporalmente de las negociaciones tras una serie de asesinatos y vendettas entre las organizaciones y escisiones terroristas. Pero su inclusión se basó en el reconocimiento de que las fuerzas paramilitares tenían la capacidad de boicotear cualquier acuerdo político que las excluyera. Las negociaciones terminaron a contrarreloj: 17 horas después de la fecha límite acordada por los dos gobiernos. El 10 de mayo de 1998 se firmaba el histórico “Acuerdo de Belfast” –también llamado “Acuerdo de Viernes Santo”- entre el gobierno británico, el ejecutivo irlandés y ocho partidos norirlandeses, sin que se hubiera producido el ansiado decomiso de armas. El acuerdo mantenía varios de los principios sobre los que se habían basado iniciativas anteriores, especialmente el Acuerdo de Sunningdale de 1973. Por esta razón, Seamus Mallon, importante dirigente del SDLP, denominó al Acuerdo de Belfast como Sunningdale para principiantes lentos. Con respecto al estatus constitucional de Irlanda del Norte –que permanecería como parte del Reino Unido-, el texto reconocía el derecho de autodeterminación de los ciudadanos de la isla de Irlanda en los mismos términos que en la Declaración de Downing Street, esto es, supeditándolo al consentimiento de la mayoría de la población de Irlanda del Norte. Los gobiernos se comprometían a apoyar un cambio de estatus en el caso de que la población norirlandesa expresara su voluntad de una Irlanda unida en las consultas populares que se celebrarían cada siete años. El gobierno irlandés, además, aceptaba modificar los artículos 2 y 3 de su constitución, que habían sido una continua fuente de controversia durante años ya que en ellos se defendía la reivindicación territorial sobre Irlanda del Norte. La redacción final de los artículos

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sustituyó “la aspiración por la propiedad sobre el territorio nacional” por “el derecho de toda persona nacida en la isla a ser parte de la nación irlandesa y a expresar su identidad”. Además, el acuerdo conservaba el sistema de tres niveles (ya establecido en el Acuerdo Anglo-Irlandés de 1985): En el nivel 1 se proponía la creación de una nueva asamblea de poder compartido, formada por 108 miembros y elegida mediante un sistema de representación proporcional para defender y proteger los derechos e intereses de las dos comunidades. Así, la toma de decisiones en materias importantes exigía el apoyo de las dos comunidades norirlandesas. Este apoyo mayoritario podía alcanzarse a través de dos sistemas: “consentimiento paralelo” o “mayoría cualificada”. El consentimiento paralelo necesitaba una mayoría general de los miembros con voto, incluyendo también una mayoría de unionistas y nacionalistas; mientras que la mayoría cualificada necesitaba el 60% de los votos de los miembros de la asamblea, incluyendo al menos el 40% dentro de la representación nacionalista y unionista. El ejecutivo norirlandés estaría formado por un primer ministro, un viceprimer ministro y diez ministros, asegurando la representación de los cuatro principales partidos políticos. En el nivel 2 se crearía un Consejo Ministerial Norte-Sur con el objetivo de mejorar la cooperación en cuestiones de interés mutuo entre los dos lados de la frontera. En el nivel 3 se introduciría un Consejo Británico-Irlandés y una Conferencia Intergubernamental Británico-Irlandesa para impulsar la colaboración entre los dos gobiernos. En otro sentido, el acuerdo se comprometía a respetar los derechos civiles de las dos comunidades norirlandesas, incluyendo en la legislación de Irlanda del Norte la Convención Europea sobre Derechos Humanos, al mismo tiempo que se proponía la creación de una Comisión sobre Derechos Humanos y una Comisión sobre Igualdad para evitar la discriminación basada en la pertenencia a una comunidad. Sin embargo, los principales obstáculos del proceso de paz giraron en torno al desarme de las organizaciones paramilitares, a la excarcelación de presos y a la reforma de la policía. Con respecto al decomiso, los participantes en el proceso se comprometieron con el desarme

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total de las organizaciones terroristas en los dos años posteriores a la aprobación del acuerdo. También se acordaron medidas para permitir la excarcelación anticipada de los presos pertenecientes a organizaciones paramilitares que mantuvieran un alto el fuego completo e inequívoco. Por último, el acuerdo exigía una reforma en la estructura y el funcionamiento de la policía. Además, el gobierno británico preveía la normalización de los sistemas de seguridad de Irlanda del Norte, reduciendo el número de efectivos a niveles propios de una sociedad pacífica y desmantelando las instalaciones militares. Con este fin, se creó la “Comisión Patten”, que propuso 175 recomendaciones para la futura estructura de la policía norirlandesa que pasaría a denominarse “Police Service of Northern Ireland” (PSNI). Entre los principales objetivos destacaban la reducción de las fuerzas policiales de 11.500 a 7.500 efectivos, y el incremento de la representación católica del 8% al 30% en un periodo de 10 años. En definitiva, según Alonso, el acuerdo no constituía más que la materialización de unos parámetros para el futuro de Irlanda del Norte que ya habían sido delimitados tiempo atrás: un sistema de gobierno compartido basado en la devolución de competencias desde Westminster, en el que se institucionalizaría la dimensión irlandesa a través de la cual los nacionalistas deseaban ver reconocidas sus aspiraciones, pero limitando éstas con la consolidación del principio de consentimiento. Es decir, el acuerdo incluía pautas ya sugeridas y desarrolladas, aunque no aceptadas, en iniciativas anteriores. El texto acordado constituía una obra de ingeniería y ambigüedad política que alcanzaba el consenso entre formaciones políticas moderadas y extremas, y satisfacía intereses opuestos e incompatibles entre sí, por lo que los partidos políticos realizaron interpretaciones muy diferentes del acuerdo. Incluso la falta de consenso en el nombre del acuerdo (Acuerdo de Belfast, para los protestantes; y Acuerdo de Viernes Santo, para los católicos) expresaba ya su complejidad y diversidad de perspectivas. En teoría, ninguno de los actores renunciaba a sus aspiraciones iniciales, por lo que las causas del conflicto se mantenían latentes y sin resolver. Es decir, el triunfo o el problema del documento es precisamente que no se trata de un acuerdo político definitivo, sino el

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nuevo marco en el que las partes del conflicto resolverán sus desacuerdos. Es así cómo, por ejemplo, se puede interpretar el hecho de que los republicanos aceptaran finalmente un texto que reconoce la legalidad de la partición de Irlanda, pero presentándolo a sus electores como una etapa de transición hacia la reunificación de la isla. En términos generales, el DUP rechazó el acuerdo; el UUP lo aceptó aunque no sin desacuerdos en su interior; el SDLP lo firmó satisfecho y el Sinn Féin lo interpretó sólo como el terreno donde desarrollar una nueva “lucha” política. El acuerdo alcanzado en las negociaciones políticas fue sometido a referéndum en las dos partes de la isla el 22 de mayo de 1998: el 71.12% de los votantes de Irlanda del Norte lo apoyaron, mientras que en el sur de la isla, el 94.40% votó a favor. El 25 de junio se celebraron las elecciones para la nueva asamblea de Irlanda del Norte. Los resultados finales, dados a conocer dos días después, concedían 80 escaños a los partidos partidarios del acuerdo y 28 a quienes se oponían a él. Tabla 3: Resultados de las Elecciones a la Asamblea Norirlandesa (1998). Partidos

Porcentaje

Escaños

SDLP

22.0%

24

UUP

21.3%

28

DUP

18.1%

20

SF

17.6%

18

Alianza

6.5%

6

Otros 14.5% 12 Fuente: ARK (http://www.ark.ac.uk/elections/).

Las elecciones representaron un éxito de los partidos nacionalistas y enfatizaron la disminución de la diferencia electoral entre el SDLP (que

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consiguió el 55% del voto nacionalista) y el Sinn Féin (el 45%); pero también, revelaron las profundas divisiones dentro del electorado unionista, en general, y del UUP, en particular, derivadas de las concesiones del movimiento unionista: las concesiones de los unionistas, por su naturaleza, eran inmediatas y materiales, mientras que las concesiones republicanas, por su naturaleza, eran teóricas y a largo plazo. En otro sentido, para que el Sinn Féin pudiera aceptar los escaños que le correspondían en la nueva asamblea norirlandesa debía cambiar sus estatutos, lo que implicaba el riesgo de un cisma en el partido. Pero finalmente 332 de los 350 delegados del Sinn Féin en el Ard Fheis votaron a favor de permitir a los representantes del Sinn Féin participar en la nueva asamblea. De este modo, el 2 de julio de 1998, y tras más de 25 años de Autoridad Directa desde Londres y 64 ministros para Irlanda del Norte, se nombraba un primer ministro unionista, David Trimble (UUP), y un viceprimer ministro nacionalista, Seamus Mallon (SDLP). Sin embargo, el 15 de agosto de 1998, 29 personas morían tras la explosión de un coche bomba en la localidad de Omagh. El atentado –perpetrado por el IRA Auténtico, una facción opuesta al acuerdo- se convirtió en el peor ataque terrorista en tres décadas de violencia. Por primera vez, un líder del Sinn Féin condenaba el atentado de una organización republicana. El nuevo gobierno autónomo quedó finalmente constituido dieciocho meses después del acuerdo –tras múltiples intentos fallidos- integrado por unionistas, nacionalistas y republicanos: un escenario inédito en Irlanda del Norte desde 1974. El ejecutivo estaría formado por diez departamentos, cuya distribución debía representar los cuatro partidos políticos principales. Tabla 4: Distribución de Departamentos (1999). Departamento

Partido político

Empresas, Comercio e Inversión

UUP

Medio Ambiente

UUP

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Departamento

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Partido político

Cultura, Arte y Ocio

UUP

Finanzas y Personal

SDLP

Empleo y Formación

SDLP

Agricultura y Desarrollo Rural

SDLP

Desarrollo Regional

DUP

Desarrollo Social

DUP

Sanidad y Servicios Sociales

SF

Educación

SF

Fuente: elaboración propia.

La asamblea norirlandesa legislaría sobre un conjunto de competencias transferidas de Londres a Stormont. Otras materias permanecerían excluidas, esto es, bajo la responsabilidad permanente de Londres, mientras que ciertas competencias “reservadas” como, por ejemplo, las competencias sobre interior y justicia, deberían transferirse gradualmente a Stormont. Tabla 5: Transferencia de competencias. Reservadas Policía Seguridad Prisiones Sistema judicial Impuestos Medios de Comunicación Comercio Internacional

Excluidas

Transferidas

Elecciones Europa Política exterior Inmigración

Educación Sanidad Servicios sociales Cultura Agricultura Medio Ambiente Desarrollo económico Empleo Desarrollo regional

Fuente: elaboración propia.

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e. Y ¿después? No obstante, desde comienzos de 2000, la autonomía norirlandesa se suspendió en numerosas ocasiones, principalmente por cuestiones relativas al confuso desarme del IRA. Un importante sector del unionismo se resistió a aceptar la presencia republicana en el gobierno sin que el IRA entregara las armas: no guns, no government. De hecho, en ciertos momentos, el IRA parecía recorrer el camino contrario a la paz ya que en 1999 varios miembros de la organización fueron descubiertos comprando armas en Florida y en 2001 con guerrillas colombianas de las FARC. En el otoño de 2001 también se vivió un triste episodio que reflejaba la hostilidad entre católicos y protestantes: durante 12 semanas, la escuela católica de Holy Cross, situada en un barrio protestante de Belfast, fue el centro de los enfrentamientos entre los vecinos protestantes, que se oponían a que las niñas católicas pasaran por sus calles para llegar a la escuela, y las familias de las niñas. La última y definitiva suspensión de la autonomía se produjo el 14 de octubre de 2002 tras una supuesta red de espionaje republicana en Stormont, sede de las instituciones autónomas. Así, la asamblea y el gobierno de Irlanda del Norte, y no los acuerdos, quedaron en suspenso para reavivar un proceso de paz paralizado por la desconfianza mutua entre católicos y protestantes. Tras esta nueva decepción, en los comicios a la asamblea norirlandesa de 2003, los partidos políticos más extremos, el DUP y el Sinn Féin, obtuvieron un gran protagonismo, ya que pasaron a ser las dos fuerzas políticas más votadas desplazando al UUP y al SDLP. Como consecuencia de la falta de acuerdo y confianza para restablecer la autonomía, los gobiernos británico e irlandés entablaron negociaciones con los republicanos para intentar encontrar el modo de terminar con todo tipo de actividad paramilitar.

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

61

Tabla 6: Resultados de las Elecciones a la Asamblea Norirlandesa (2003). Partidos

Porcentaje

Escaños

DUP

25.6%

30

SF

23.5%

24

UUP

22.7%

27

SDLP

17.0%

18

Alianza

3.7%

6

Otros 7.5% 3 Fuente: ARK (http://www.ark.ac.uk/elections/).

En abril de 2005, poco antes de la elecciones al Parlamento de Westminster, el presidente del Sinn Fein, Gerry Adams, pedía públicamente al IRA que abandonara la lucha armada y abrazara la vía política como medio para conseguir la unidad de Irlanda. El IRA, que había “mantenido” el alto el fuego desde la firma del acuerdo y realizado varios actos de destrucción de arsenales en los últimos años –aunque sin cumplir el calendario pactado de desarme-, había alimentado un grado variable de violencia de baja intensidad. Además, había adoptado un comportamiento “mafioso” que le había convertido en una banda más dedicada a la delincuencia, al robo de bancos y comercios, al contrabando y al blanqueo de dinero, que a la lucha armada por la unidad de la isla. Por ejemplo, en diciembre de 2004 se produce el robo de 38 millones de euros al Northern Bank de Belfast, que las autoridades atribuyeron al IRA. Finalmente, el 28 de julio de 2005, el IRA anunciaba el cese completo de las acciones armadas. Dos meses después, la comisión encargada de verificar el proceso de desarme confirmaba que la organización había destruido la totalidad de su arsenal, y que carecía de capacidad y voluntad para desplegar campañas terroristas como las del pasado. El histórico comunicado se producía siete años después de la firma del Acuerdo de Viernes Santo. En cuanto a las organizaciones lealistas, en

62

Nuria Arbizu

octubre de 2005, la Fuerza de Voluntarios Lealistas (LVF) anunciaba su desmantelamiento. En mayo de 2007, la Fuerza de Voluntarios del Ulster (UVF) también comunicaba su desaparición como organización terrorista, pero no completó su desarme hasta junio de 2009. Poco después, la Asociación para la Defensa del Ulster (UDA) confirmaba el abandono definitivo de las armas que era verificado oficialmente en enero de 2010. Por último, el Ejército Irlandés de Liberación Nacional (INLA), un grupo escindido del IRA en 1975 que llevaba años en tregua, anunció el cese definitivo de la violencia en octubre de 2010. No obstante, la actividad de otras facciones disidentes republicanas, como el RIRA (IRA Auténtico) o el CIRA (IRA de Continuidad) continúa, al igual que permanecen activos varios grupúsculos lealistas. El 13 de octubre de 2006, el “Acuerdo de Saint Andrews” establecía las bases para que la autonomía de Irlanda del Norte quedara plenamente restablecida el 26 de marzo de 2007. Los unionistas accedían a compartir gobierno con los republicanos, tras la celebración de las elecciones legislativas, si el Sinn Féin aceptaba la autoridad de la policía norirlandesa (PSNI). La actual policía, reformada en 2001, es heredera del “Royal Ulster Constabulary” (RUC), cuerpo que estuvo en la vanguardia de la lucha contra los terroristas del IRA y que protagonizó casos de connivencia con los grupos paramilitares como confirmó un informe publicado por la Defensora del Pueblo, Nuala O’Loan, en enero de 2007. El informe afirmaba que las fuerzas de seguridad norirlandesas protegieron a paramilitares unionistas ocultando o destruyendo pruebas y obstruyendo investigaciones en relación a varios asesinatos. Pero a pesar del recelo republicano hacia la policía, ese mismo mes, el Sinn Féin reconocía, por primera vez en su historia, la legitimidad de la policía y las autoridades judiciales de Irlanda del Norte. Tras la confirmación electoral del DUP y el Sinn Féin como los principales representantes de las comunidades protestante y católica en las elecciones a la asamblea norirlandesa, el 8 de mayo de 2007 –y contra todo pronóstico-, los eternos enemigos, Ian Paisley y Martin McGuinness, se convertían en ministro principal y viceprimer ministro de Irlanda del Norte. Una “pareja de hecho” inconcebible en 1998.

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

63

Tabla 7: Resultados de las Elecciones a la Asamblea Norirlandesa (2007). Partidos

Porcentaje

Escaños

DUP

30.1%

36

SF

26.2%

28

UUP

14.9%

18

SDLP

15.2%

16

Alianza

5.2%

7

Otros 8.0% 3 Fuente: ARK (http://www.ark.ac.uk/elections/).

Desde entonces, las amenazas y obstáculos al proceso han continuado. Varias facciones disidentes del IRA pretenden hacer fracasar el proceso de paz con ataques esporádicos: por ejemplo, en marzo de 2009, dos soldados británicos fueron asesinados por el IRA Auténtico (RIRA) en un ataque a un cuartel militar. 48 horas después, un policía era abatido a tiros, esta vez, por el IRA de Continuidad (CIRA), cerrando los tres días más sangrientos de los últimos años en Irlanda del Norte y provocando una crisis que amenazaba los logros de 10 años de paz. Asimismo, el bloqueo unionista a la transferencia de los poderes sobre policía y justicia desde Londres –pactada tres años antes en el Acuerdo de Saint Andrews- amenazaba con bloquear de nuevo las instituciones autonómicas y provocar elecciones anticipadas. El DUP exigía como condición la supresión de la “Comisión de Desfiles” (Parades Commission), creada en 1997 para regular las controvertidas marchas orangistas, tras las “crisis de Drumcree”. Pero el 12 de abril de 2010, Irlanda del Norte daría otro de sus habituales “pasos históricos” para consolidar la paz acordada en 1998 al conquistar las competencias de Interior y Justicia. A cambio se pactaba la reforma de la Comisión de Desfiles. El acuerdo, sin embargo,

64

Nuria Arbizu

fue rechazado por Jim Allister, líder de “Voz Tradicionalista Unionista” (TUV), opuesto a cualquier colaboración del unionismo con el Sinn Féin. Y, sin embargo, el acuerdo existió en gran medida gracias a él: su nueva formación política amenazaba con dividir en tres el voto unionista y convertir al Sinn Féin en el primer partido de Irlanda del Norte, lo que implicaría el derecho a encabezar el ejecutivo. La asamblea eligió a David Ford, líder del Partido Alianza, como nuevo ministro de Justicia. Ford se presentaba como candidato ideal de consenso, ya que su formación representa a las dos comunidades norirlandesas. Sin embargo, horas antes de su nombramiento, el IRA Auténtico colocaba un coche bomba frente a los cuarteles de los servicios secretos británicos en las afueras de Belfast. En otro orden de cosas, el primer ministro norirlandés, Peter Robinson, que sustituyó a Ian Paisley cuando éste dimitió de sus cargos en mayo de 2008, se vio obligado a retirarse temporalmente de la vida política en enero de 2010 hasta aclarar si había cometido alguna ilegalidad en relación a los escándalos financieros e infidelidad de su mujer, también parlamentaria del DUP. Finalmente Robinson se reincorporó al cargo de ministro principal de Irlanda del Norte. En junio de 2010 y tras doce años de trabajos, David Cameron presentaba las conclusiones del Informe Saville, la definitiva investigación judicial sobre los hechos del 30 de enero de 1972, el Domingo Sangriento, anunciada por Tony Blair en enero de 1998. En síntesis, el informe considera el suceso como “injustificado e injustificable”. Según la investigación, el primer disparo llegó de las filas del ejército y sin previo aviso, y aunque hubo algún disparo desde las filas republicanas, ninguno de los disparos ofrecía justificación para que se tiroteara a víctimas civiles. Lord Saville subraya en el informe que algunos de los heridos o muertos fueron tiroteados mientras huían para protegerse o intentaban ayudar a manifestantes heridos. En definitiva, se concluye que los paracaidistas británicos actuaron siguiendo una orden que nunca se tenía que haber dado. La investigación se ha convertido en la mayor y más costosa de la historia legal británica: ha costado más de 190 millones de libras (230 millones de euros). En torno a 2.500 personas han prestado testimonio, produciendo un informe de 5.000 páginas. De ellas, 505 eran civiles, 9

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

65

expertos y científicos forenses, 49 periodistas, 245 militares, 35 paramilitares o ex paramilitares, 39 políticos y funcionarios, 7 sacerdotes y 33 oficiales del “Royal Ulster Constabulary” (RUC), la antigua policía de Irlanda del Norte. Por primera vez en la historia de Irlanda del Norte, un gobierno compartido entre nacionalistas y unionistas –curiosamente un gobierno liderado por el DUP y el Sinn Féin- completará una legislatura completa (2007-2011). En las últimas elecciones a la asamblea norirlandesa y a pesar de las múltiples concesiones, polémicas y la crisis económica que afecta a la región, el electorado norirlandés confirmó en las urnas su apoyo a este pacto político entre enemigos irreconciliables. Tabla 8: Evolución de las Elecciones a la Asamblea Norirlandesa (1998-2011). Partidos

1998

2003

2007

2011

DUP

20 escaños (18.1%)

30 escaños (25.6%)

36 escaños (30.1%)

38 escaños (30%)

SF

18 (17.6%)

24 (23.5%)

28 (26.2%)

29 (26.9%)

UUP

28 (21.3%)

27 (22.7%)

18 (14.9%)

16 (13.2%)

SDLP

24 (22%)

18 (17%)

16 (15.2%)

14 (14.2%)

Alianza

6 (6.5%)

6 (3.7%)

7 (5.2%)

8 (7.7%)

Otros

12 (14.5%) 3 (7.5%) 3 (8%) Fuente: ARK (http://www.ark.ac.uk/elections/).

3 (7,9%)

El cómputo final de los comicios confirmó el estancamiento de las que fueron en su día primeras fuerzas de la región, el UUP y el SDLP; y consolidó a Peter Robinson (DUP) como ministro principal de Irlanda del Norte y a Martin McGuinnes (Sinn Féin) como segundo en el ejecutivo autónomo de poder compartido. Parece que finalmente se ha alcanzado la estabilidad política en Irlanda del Norte.

66

Nuria Arbizu

Tabla 9: Evolución de la Distribución de Departamentos (1999-2011). Departamento

1999

2007

2011

Empresas, Comercio e Inversión

UUP

DUP

DUP

Medio Ambiente

UUP

DUP

SDLP

Cultura, Arte y Ocio

UUP

DUP

SF

Finanzas y Personal

SDLP

DUP

DUP

Empleo y Formación

SDLP

UUP

Alianza

Agricultura y Desarrollo Rural

SDLP

SF

SF

Desarrollo Regional

DUP

SF

UUP

Desarrollo Social

DUP

SDLP

DUP

Sanidad y Servicios Sociales

SF

UUP

DUP

Educación

SF

SF

SF

-

Alianza

Alianza

Justicia Fuente: elaboración propia.

3. Los costes del conflicto En total, más de 3.600 personas han muerto como consecuencia de la violencia en el conflicto norirlandés desde el estallido de los Troubles –la mayoría de ellas, durante la década de los 70- y, según cifras oficiales, más de 40.000 personas han resultado heridas (aproximadamente el 3% de la población). Estas cifras se traducen en una persona asesinada por cada 420 y un herido por cada 50 personas. Si se extrapolaran a la población de Reino Unido, 110.000 personas habrían perdido la vida y 1.400.000 habrían resultado heridas. La ciudad de Belfast se convirtió en el foco de la violencia ya que en ella se produjeron aproximadamente la mitad de las muertes, especialmente en las áreas Norte y Oeste. Concretamente en Belfast-Norte se encuentra la zona conocida como

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

67

“BT14”, en referencia al código postal del espacio geográfico donde se ha producido la mayor intensidad de asesinatos por metro cuadrado en Irlanda del Norte. Los civiles representan más de la mitad del total de víctimas mortales (54%). Los efectivos del ejército británico, el 15%; los paramilitares republicanos, el 13%; los miembros del RUC, el 9%; los paramilitares lealistas, el 3%; y otras fuerzas de seguridad, el 6%. En total los grupos paramilitares constituyen el 16% de las víctimas mientras que las fuerzas de seguridad representan el 30%. El 91% eran hombres y el 52% menores de 30 años. El 43% eran católicos, el 30% protestantes y un 18% no eran norirlandeses. Gráfico 2: Evolución del número de muertes como consecuencia del conflicto (1969-1998). 600

Número de muertos

500 400 300 200 100

1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998

0

Fuente: Fay, Morrissey y Smyth, 1999.

Más del 55% de las muertes fueron causadas por la violencia republicana, mientras que casi el 28% se debió a la acción de grupos paramilitares lealistas y el 11% a las de las fuerzas de seguridad. Las muertes producidas tanto por la violencia republicana como por la lealista re-

68

Nuria Arbizu

presentan, por lo tanto, más del 80%. Los paramilitares republicanos han matado a más del 70% de los protestantes asesinados y al 25% de las víctimas católicas (es decir, uno de cada cuatro católicos muertos); mientras que los lealistas han asesinado al 19% de los protestantes muertos (uno de cada cinco) y casi al 50% de los católicos fallecidos. Los republicanos han matado a 5’5 personas por cada víctima republicana y los lealistas a 8’5 personas por cada muerto lealista. Se estima que el total de personas afectadas por el conflicto, tanto directa como indirectamente, puede alcanzar a la mitad de la población. Por ello, no hay que olvidar que detrás de estas cifras hay auténticas tragedias humanas. Ciertamente, los niveles de violencia y muertes registrados desde el alto el fuego de las organizaciones paramilitares se han reducido en comparación con los de décadas anteriores. Entre el 1 de abril de 2008 y el 31 de marzo de 2009, por ejemplo, se produjeron 5 muertes (1 policía, 2 militares y 2 civiles), 54 tiroteos, 46 bombas incendiarias, 61 heridos por la acción de las organizaciones paramilitares (30 causados por grupos lealistas y 31 por grupos republicanos), y la policía se incautó de 113 armas y 30.6 kilogramos de explosivos. Tabla 10: Estadísticas de Seguridad en Irlanda del Norte (1998/992008/09). Muertos

Heridos

Tiroteos

Explosiones

Incautación Explosivos (kg.)

98/99

44

245

187

123

778.4

00/01

18

323

331

177

98.9

02/03

15

309

348

178

19.9

04/05

4

209

167

48

26.5

06/07

4

74

58

20

132.2

5

61

54

46

30.6

Año

08/09

Fuente: PSNI (http://www.psni.police.uk).

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

69

Sin embargo, aunque la violencia “terrorista o vertical” se ha minimizado desde los alto el fuego de las organizaciones paramilitares, la violencia “horizontal o sectaria” entre católicos y protestantes se ha incrementado, al igual que los incidentes racistas hacia otras minorías, como la china, la india y la paquistaní. Por ejemplo, entre enero de 1997 y diciembre de 2001, se produjo un incremento del 444% en las denuncias de incidentes racistas en Irlanda del Norte, ostentando el récord en el Reino Unido. Estas cifras convirtieron a Belfast, según los medios de comunicación, en la “capital del odio racista de Europa”. Tabla 11: Incidentes racistas registrados por la policía (2002-2009). Año

2002 2003 2004 2005

2006

Nº de ataques 226 453 813 936 1.047 registrados Fuente: PSNI (http://www.psni.police.uk).

2007 2008

2009

976

1.038

990

Estas cifras sugieren que hay más prejuicio racial en el Ulster desde la consecución de la paz. No obstante, también se observan los dividendos de la paz: se ha producido un importante crecimiento de la economía y de las inversiones extranjeras, el desempleo se ha reducido entre la población activa y se ha atenuado entre ambas comunidades, el turismo crece, las ciudades se han transformado, la vida cultural comienza a vibrar... En definitiva, ha mejorado sustancialmente la calidad de vida de los ciudadanos, aunque todavía existen importantes deficiencias. Durante la década de los noventa, el proceso de paz impulsó la modernización de la imagen internacional de Irlanda del Norte y la regeneración de Belfast, una ciudad de fuerte carácter industrial pero en declive. Se emprendió la construcción de importantes equipamientos con el objetivo de regenerar determinadas áreas degradadas. Por ejemplo, en el centro de la ciudad y el Titanic Quarter –los astilleros donde en 1912

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Nuria Arbizu

se construyó el majestuoso buque- se levantaron dos colosales edificios: el Waterfront Hall (un auditorio de música y centro de congresos) y el Oddysey (un complejo de ocio multidimensional, inaugurado en 2000 para celebrar el cambio de milenio). En 2008 se finalizaron las obras de un imponente centro comercial en Victoria Square que está convirtiendo el centro de la ciudad –que hasta principios de los años 90 era un espacio inanimado e inaccesible por las noches- en un templo del consumismo global. Y por último, se autorizó la construcción del Titanic Signature Project, una atracción turística que narrará la historia del Titanic a partir de 2012 –el año de su centenario-, y que aspira a convertirse en el icono de la Irlanda del Norte del siglo XXI. Todos estos proyectos pretenden, en definitiva, borrar las huellas del conflicto en la ciudad y su pasado industrial, y redefinir la identidad de Belfast como una vibrante ciudad cultural, disociada de la imagen de violencia y terrorismo. Gráfico 3: Evolución del desempleo entre católicos y protestantes (1990-2009). 20

%

15 10 5 0 1991

1993

1995

1997

1999

Protestantes

2001

2003

2005

2007

2009

Católicos

Fuente: OFMDFM (http://www.ofmdfmni.gov.uk).

Por último, la percepción social hacia la relación entre comunidades también ha mejorado desde principios de los años noventa. En los años

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

71

iniciales de esta década, la actitud social hacia la relación entre católicos y protestantes se encontraba en un extremo negativo (de modo particular, entre aquellas personas que no se identificaban con ninguna comunidad). A mediados de la década –coincidiendo con las treguas de las organizaciones terroristas-, la percepción se corrige notablemente, en particular entre la comunidad católica; pero desde 1998 decae y alcanza niveles críticos en 2002, año en el que la inestabilidad política cancela la autonomía de Irlanda del Norte. No obstante, parece que en los últimos años, con la restauración de las instituciones autonómicas y la formación de un ejecutivo entre el DUP y el Sinn Féin, la confianza hacia la relación entre ambas comunidades se ha recuperado, estabilizándose en torno al 60% entre católicos y al 55% entre protestantes. Gráfico 4: ¿La relación entre católicos y protestantes es mejor que hace cinco años? 80 70 60

%

50 40 30 20 10 0 1989

1991

1993

1995

1998

Católicos

2000

2002

2004

2006

2008

Protestantes

Fuente: NILTS (http://www.ark.ac.uk/nilt/).

Con respecto a la percepción de futuro, se repite la oscilación en la tendencia social y en la diferencia entre el optimismo católico de 1995 como consecuencia del alto el fuego del IRA y el desencanto protestan-

72

Nuria Arbizu

te de 2002 tras la suspensión de la autonomía que, sin embargo, parece haberse rectificado tímidamente en los últimos años. Gráfico 5: ¿La relación entre católicos y protestantes mejorará en los próximos cinco años? 90 80 70 60

%

50 40 30 20 10 0 1989

1991

1993

1995

1998

Católicos

2000

2002

Protestantes

Fuente: NILTS (http://www.ark.ac.uk/nilt/).

2004

2006

2008

CULTURA Y CONFLICTO

When I hear the word “culture” I reach for my gun (Cita atribuida a Herman Goering) When I hear the word “gun” I reach for my culture (Alenxander Gerschenkron)

E

l recurso a la cultura como origen y factor acentuador de conflictos es una práctica frecuente en el discurso teórico, ya que los problemas sociales y políticos se encuentran íntimamente unidos a las diferencias culturales, étnicas o religiosas. Por ello, el conflicto norirlandés, y muchos de los conflictos actuales, se interpretan reiteradamente como un Kulturkampf, esto es, una lucha entre culturas de naturaleza contraria. En el caso norirlandés el conflicto cultural derivaría de la colonización del Ulster en el siglo XVII, cuando una comunidad extranjera introdujo en la región una cultura, una lengua y unas tradiciones ajenas a la comunidad autóctona. Surgió así una composición social culturalmente dividida y una asimetría pública entre las distintas culturas que se sustentó en el tiempo. Por ello, Irlanda del Norte es descrita todavía como una “sociedad bicultural”, como una región dividida en dos identidades culturales: colonizadores y nativos, protestantes y católicos, unionistas y nacionalistas. Indudablemente, el conflicto enfrenta a dos comunidades claramente diferenciadas históricamente. Sin embargo, ésta es una descripción simplista y superficial del conflicto que ignora, por ejemplo, a los protestantes culturalmente irlandeses, a los católicos partidarios de la unión con Reino Unido, a aquellos norirlandeses que no se identifican con ninguna de estas dos comunidades o a las minorías étnicas... y, por supuesto, ignora las grandes disparidades económicas de la sociedad

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Nuria Arbizu

norirlandesa. Mientras la afiliación nacional afecta profundamente a la vida de los norirlandeses, su estatus socioeconómico tiene quizá una influencia mayor. En definitiva, las múltiples diferencias culturales y sociales en su interior son ignoradas para simplificar la realidad y presentar dos comunidades homogéneas en constante conflicto. En los últimos años, especialmente desde mediados de la década de los 80 y conforme las desigualdades estructurales han sido corregidas y superadas, el poliédrico debate político en Irlanda del Norte se ha centrado en el alcance cultural del conflicto y en el intento por acomodar las aparentes diferencias culturales entre nacionalistas-católicos y unionistas-protestantes. Cuestiones relativas a la identidad cultural, la diversidad cultural, las tradiciones o los símbolos culturales de las dos comunidades, se han convertido en nuevos ingredientes de confrontación en la política norirlandesa. El final del conflicto violento ha traspasado la división política y social a un nuevo escenario: las “guerras culturales” sobre el reconocimiento y paridad de las expresiones y tradiciones culturales de católicos y protestantes. El fuerte carácter simbólico del debate sobre los “derechos culturales” de las dos comunidades y su institucionalización lo ha convertido en una de las controversias más intensas y apasionadas de la vida pública norirlandesa porque la cultura es un campo de batalla en el que librar la lucha política. Naturalmente, los símbolos de identidad son de una gran trascendencia para la configuración de comunidad y cohesión. Todas las sociedades desarrollan sus propias expresiones y manifestaciones culturales que las singularizan. En la historia todo se explica con símbolos: la grandeza y la sumisión, la victoria y la derrota y, según Maalouf, más que ninguna otra cosa, la identidad. Sin embargo, en sociedades divididas como la norirlandesa, estas expresiones de identidad adquieren un carácter político y una importancia excepcional porque normalmente los símbolos que representan y exaltan una cultura, humillan y degradan a la otra; porque las victorias de una comunidad son las derrotas que la otra quiere olvidar. En efecto, la celebración de acontecimientos como el sitio de Derry de 1689, la batalla del Boyne en 1690 o el levantamiento de Pascua de 1916 inspiran sentimientos y pasiones contrarias que refuerzan la división entre “nosotros” y “ellos”. Es decir, en el contexto norirlandés

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

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las manifestaciones y celebraciones culturales no sólo son diferentes sino también excluyentes: los símbolos que representan la existencia y permanencia de Irlanda del Norte desprecian a los que expresan y aspiran a la unidad de Irlanda y viceversa. Por ello, la bandera izada de un edificio, el desfile que transcurre por una calle, los murales pintados o los días designados como festivos, importan. Importan porque simbolizan el conflicto. Y los símbolos proporcionan la materia a través del que las comunidades, grupos y naciones tratan de “imaginarse” a sí mismos. Las páginas sucesivas abordarán las pinceladas aquí trazadas sobre las dimensiones culturales del conflicto norirlandés, esto es, de la implicación de la cultura en el conflicto del Ulster: se profundizará en el papel de la cultura en el origen del conflicto y su consolidación. Asimismo, se retrocederá al inicio de la desigualdad cultural entre protestantes y católicos con el objetivo de contextualizar la división cultural actual, y se indagará en la causa de este reciente “fanatismo” cultural. Se estudiarán también dos de las manifestaciones culturales más características de ambas comunidades, esto es, los desfiles unionistas de la conocida Orden de Orange, y el estatus de la lengua irlandesa, por ser especialmente controvertidas y batalladas. Y, por último, se presentará la evolución hacia la institucionalización de un modelo de paridad cultural en la región en los años 90. Pero primero, se presentará la particularidad y evolución de las identidades culturales en conflicto en el norte de Irlanda. 1. Identidades y Raíces En Irlanda del Norte, las identidades étnicas, es decir, aquellas que enfatizan las diferencias culturales, se encuentran en el centro de la crisis. En términos generales, la mayoría de la comunidad católica se describe a sí misma como “irlandesa”, mientras que la protestante se reconoce como “británica”. Sin embargo, hay que precisar ciertos matices en esta generalización. Es cierto que la descripción de identidad que más se aproxima al sentimiento de pertenencia de la mayoría de la población

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Nuria Arbizu

católica corresponde a una identidad “irlandesa”; es decir, la mayoría de los católicos se identifica más con los ciudadanos de la isla de Irlanda que con sus vecinos británicos. Sin embargo, un significativo porcentaje de los católicos se siente “norirlandés”, esto es, muchos consideran que comparten importantes lazos de unión con los irlandeses del otro lado de la frontera pero también importantes diferencias tras vivir una experiencia histórica muy distinta durante más de ochenta años de división. Sólo una tímida minoría se confiesa “británico”. Tabla 11: Identidades culturales entre católicos. Identidad Cultural

Comunidad imaginada

Irlandesa

La isla y/o la gente de Irlanda. Puede incluir un fuerte sentido de identidad regional “Ulster” o “norirlandesa”.

Norirlandesa

Irlanda del Norte y su gente, protestante y católica. Abierta a una identidad más amplia “irlandesa” y/o “británica” y europea.

Británica

El Reino Unido y los ciudadanos británicos. Fuente: Ruane y Todd, 1996.

Por el contrario, la identidad más popular entre la comunidad protestante es la identidad “británica”, que enfatiza la conexión de la región con la isla vecina. La experiencia histórica de la Autoridad Directa ha nutrido a la comunidad unionista de sentimientos británicos debido a la intensificación de las relaciones entre Londres y Belfast. Asimismo un importante porcentaje de esta comunidad se identifica como “norirlandés” aunque con connotaciones distintas a las de la identidad católica. La interpretación más aceptada explica que éste es un sentido de identidad local pero que implica un sentimiento de pertenencia a un contexto más amplio: Reino Unido. Otra de las definiciones elegidas por los protestantes para describir su identidad es la de “Ulster”. Ésta podría considerarse como un sinónimo de la condición anterior, pero

Irlanda del Norte: historia de un conflicto

79

restringe su identificación a lo meramente local sin ninguna asociación con el entorno británico. Por último, la identidad “irlandesa” apenas es apreciada por la población protestante, especialmente desde el inicio de la etapa moderna del conflicto. Tabla 12: Identidades culturales entre protestantes. Identidad Cultural

Comunidad imaginada

Británica

El Reino Unido y los ciudadanos británicos.

Ulster

La comunidad protestante del Ulster.

Norirlandesa

Irlanda del Norte (incluyendo sus ciudadanos protestantes y católicos), entendida como una región de superposición cultural entre Reino Unido e Irlanda, con una identidad abierta a dimensiones irlandesas, británicas y europeas.

Irlandesa

La gente de la isla de Irlanda, protestante y católica. Fuente: Ruane y Todd, 1996.

Lejos de ser una cuestión estática, en las últimas décadas se ha producido una significativa evolución en cuanto a la preferencia de identidad cultural en ambas comunidades. Por ejemplo en 1968, dos de cada cinco protestantes se definía como “británico”, uno de cada tres prefería la identidad “Ulster” y uno de cada cinco se definía como “irlandés”. Sin embargo, años después, tras el inicio y consolidación de los Troubles, la identidad “irlandesa” entre la comunidad protestante quedó reducida del 20% al 8%, mientras que la “británica” aumentó espectacularmente: del 39% al 67%. Estos porcentajes se afianzaron en años posteriores, con una identidad irlandesa a la baja y la británica al alza (alcanzando su nivel máximo a mediados de los noventa y descendiendo en los últimos años). La identidad localista “Ulster” comenzaría también un gradual declive especialmente desde la incorporación de la identidad “norirlandesa” en 1989, que en la actua-

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lidad, reúne a más del 30%. Es decir, las identidades “británica” (57%) y “norirlandesa” (32%) representan, en la actualidad, los principales sentidos de identidad entre la comunidad protestante. Tabla 13: Preferencia de identidad entre protestantes (1968-2008). Año

Británica (%) Irlandesa(%)

Ulster (%)

Norirlandesa (%)

1968

39

20

32

-

1978

67

8

20

-

1989

66

4

10

16

1998

67

3

10

18

2008

57 4 6 Fuente: NILTS (http://www.ark.ac.uk/nilt/).

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Así como el inicio de los Troubles modificó sustancialmente la percepción de identidad de muchos protestantes, aquellos acontecimientos no implicaron cambios profundos en la identidad católica. Tabla 14: Preferencia de identidad entre católicos (1968-2008). Año

Británica (%) Irlandesa(%)

Ulster (%)

Norirlandesa (%)

1968

15

76

5

-

1978

15

69

6

-

1989

10

60

2

25

1998

8

65

0

24

2008

8 61 1 Fuente: NILTS (http://www.ark.ac.uk/nilt/).

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La principal identidad continuó siendo la “irlandesa”, aunque ésta ha ido decreciendo desde el 76% en el año 1968 hasta el 61% en el año

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2008. La identidad “británica” siempre se ha situado entre el 15% y el 8%, mientras que la identidad “Ulster” ha sido desde los primeros años poco atractiva para los católicos, llegando prácticamente a desaparecer. En contra de esta tendencia, desde su incorporación al estudio en 1989, la identidad “norirlandesa” ha acaparado un importante porcentaje en torno al 25% entre la comunidad católica. Es decir, entre la comunidad católica, las identidades “irlandesa” (61%) y “norirlandesa” (25%) representan, en la actualidad, los principales sentidos de identidad. Recapitulando, se puede afirmar que los católicos se identifican principalmente como “irlandeses” o “norirlandeses”, mientras que los protestantes prefieren identificarse con las categorías “británica” o “norirlandesa”. Es decir, ambas comunidades han desarrollado discursos de pertenencia opuestos, identificándose con distintas “comunidades imaginadas”: los nacionalistas con una República Irlandesa de 32 condados y los unionistas con el Reino Unido, lo que acentúa la percepción de la existencia de modos de estar en el mundo incompatibles. Esta identificación es especialmente compleja para los unionistas ya que para muchos británicos no son “lo suficientemente británicos” y el hecho de haber nacido en la isla de Irlanda, los convierte automáticamente en irlandeses. Esto explica la doble inseguridad unionista, ya que su identidad se construye de la relación con irlandeses y británicos, por lo que su frontera como colectividad es doblemente borrosa. Sin embargo, este conflicto de identidades culturales oculta una rivalidad mucho más importante: la legitimidad sobre el territorio. Esta rivalidad puede incluso percibirse en la variedad de nombres que se utiliza para nombrar esta pequeña parte del mundo: “Irlanda del Norte”, el “Norte de Irlanda”, el “Ulster”, la “provincia”, los “seis condados”... reflejan distintos significados sobre la relación entre estas comunidades y su territorio. El mito de la cultura primera y “auténtica” del Ulster es un factor esencial para confirmar la legitimidad de una comunidad u otra sobre Irlanda del Norte. La idea de ser autóctono, de representar la cultura genuina del territorio ancestral ha dado lugar a un interesante debate sobre las raíces culturales del Ulster. La teoría más extendida concede a los celtas esta preferencia, pero en los últimos años, ha surgido una

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teoría que reivindica que los protestantes del Ulster son, en realidad, los descendientes de un antiguo grupo de la edad del hierro, conocido como los cruthin, que tras ser derrotados por los celtas emigraron a Escocia. Así, la colonización del siglo XVII no sería sino una reunificación cultural o migración interna. No obstante, muchos han atacado e incluso ridiculizado esta teoría por su falta de rigor histórico, aunque ha ofrecido una base mítica importante para establecer una identidad unionista diferenciada. Unionistas y nacionalistas coinciden en señalar la relevancia de la historia en el conflicto norirlandés, pero discrepan en su interpretación del pasado. La selección e interpretación de la historia es una fuente básica de identidad y pertenencia pero en sociedades divididas y enfrentadas como el Ulster confirma y acentúa las divisiones contemporáneas como se comprobará a continuación. 2. Historia de una desigualdad cultural Durante el siglo XVII el control inglés sobre Irlanda se consolidó militar, política pero también culturalmente. El protestantismo, el idioma inglés y los valores británicos se apoderaron de la isla. En todo el territorio se produjo un parcial proceso de aculturización entre la cultura imperial y la cultura nativa, proceso que en el Ulster resultó de una mayor complejidad y brusquedad. En el norte, efectivamente, este choque cultural fue especialmente violento, debido a su fuerte gaelización, y produjo un enredado pero diferenciado sistema cultural. En él, la cultura irlandesa fue totalmente desplazada del poder, formándose una compleja realidad social y cultural. A rasgos generales, el dominio inglés (de religión anglicana) predominó entre los círculos de la aristocracia y las elites sociales, mientras que la influencia escocesa (presbiteriana) se fortaleció entre las clases medias, especialmente en el área oriental del Ulster. La cultura irlandesa o gaélica (católica) permaneció en los extractos más bajos de la pirámide social, sobre todo en las áreas más lejanas de la isla vecina y en las

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regiones fronterizas con el sur. Así, se produjo una segregación cultural entre los distintos estratos de la sociedad norirlandesa, que se reflejó también en la esfera institucional. Recordemos que la división de la isla estableció en Irlanda del Norte un sistema de dominio unionista que discriminó a los católicos durante los años de hegemonía protestante. Pero esta discriminación no se limitó a las estructuras políticas y económicas, sino que también se extendió al ámbito cultural. De hecho, la primera y más importante expresión de domino del estatus cultural protestante es la propia existencia de Irlanda de Norte como sociedad diferenciada. El proyecto cultural unionista se gestó, básicamente, sobre tres pilares: en primer lugar, la voluntad de distanciar Irlanda del Norte del resto de la isla y fortalecer su relación con Reino Unido; en segundo lugar, la contención de la expresión pública de la cultura católica; y, por último, la permisividad hacia la diversidad de las distintas corrientes e ideologías dentro de la cultura e identidad protestante. A raíz de la partición de Irlanda, se aplicó una política simultánea de diferenciación cultural a ambos lados de la frontera: el sur se distanciaría de la cultura británica e iniciaría un proceso de “re-gaelización” en el espacio público; mientras que el norte potenciaría la diferencia con el resto de la isla y todo lo irlandés. El régimen unionista se caracterizó por desarrollar un modelo monocultural articulado conforme a un ethos británico, flexible con respecto a sus diferencias internas, pero excluyente con la cultura católica. La expresión cultural de la minoría nacionalista no fue categóricamente prohibida pero sí fue ignorada y eliminada del dominio público, restringiéndose al ámbito privado. Tras la partición, los católicos del norte se encontraban, en teoría, protegidos por la “Government of Ireland Act” de 1920 -en la que se declaraba la neutralidad y ecuanimidad del estado en cuanto a la religión de sus ciudadanos. Sin embargo, a lo largo de la hegemonía unionista, se legislaron leyes que restringieron la exhibición de determinados símbolos culturales. Por ejemplo, la “Flags and Emblems (Display) Act” de 1954 protegía el derecho de exhibir la bandera británica, conocida como “Union Flag”, y los símbolos británicos, y obligaba a la policía a eliminar cualquier otra bandera o emblema exhibido en el espacio público que pudiera consti-

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tuir una amenaza para el orden. La ley fue, en parte, una respuesta a los disturbios originados tras la exhibición de la bandera británica durante las celebraciones de la coronación de la Reina Isabel II en el verano de 1953. La aplicación de esta ley –que no nombraba específicamente a la Tricolor u otros símbolos irlandeses- tuvo claras consecuencias discriminatorias contra la expresión cultural de la minoría católica y no fue derogada hasta 1987. De un modo similar, la “Public Health and Local Government (Miscellaneous Provisions) Act” de 1949 prohibió el uso de nombres irlandeses para las calles del Ulster, y censuró el irlandés en los acontecimientos públicos. La “Public Order Act” de 1951, que era una revisión de una ley anterior, concedía a la policía el derecho de modificar la ruta de cualquier desfile e incluso de prohibirlo durante un periodo de tres meses, ante la previsión de posibles desórdenes sociales. En su práctica, esta ley afectó principalmente a los desfiles católicos y nacionalistas. Ya con anterioridad, muchos desfiles nacionalistas fueron, en ocasiones, prohibidos o atacados. La “Civil Authorities (Special Powers) Act” de 1922 limitó e, incluso, prohibió las conmemoraciones nacionalistas y, especialmente, republicanas durante los años 20 y 30. En aquel tiempo, muchos desfiles nacionalistas o irlandeses, como los del día de San Patricio, sólo podían celebrarse en pequeñas localidades de amplia mayoría católica. Por último, la BBC del Ulster dejó de emitir los deportes gaélicos en 1934 tras las quejas unionistas y durante los 50 años de hegemonía unionista vetó el irlandés de su programación. En 1946, la BBC volvió a ofrecer los resultados de los deportes gaélicos pero, en deferencia hacia los unionistas, en lunes, el día posterior a los partidos. En definitiva, la expresión de la cultura nacionalista se limitó y restringió a los espacios privados mientras que la expresión cultural en la esfera pública reflejaba el control monolítico de la mayoría unionista, creándose una significativa desigualdad cultural. Las tradiciones y los símbolos de la mayoría unionista y de la conexión con el Reino Unido (los emblemas de la Corona británica, la bandera y el himno nacionales, las conmemoraciones británicas...) no sólo se permitían sino que se promovían a través del discurso del estado, en esencia, porque existía una creencia incuestionable en la superioridad de la cultura unionista –

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avalada por el progreso económico y científico- sobre la “tosca” cultura irlandesa del sur. Así, la iconografía británica se apropió de la cultura institucional controlando el poder cultural, mientras que la minoría católica –reprimida en su expresión cultural- volvió su mirada hacia el sur de la isla en busca de apoyo hacia sus expresiones y tradiciones culturales, forjándose así una cultura de resistencia. Sin embargo, la identificación de la comunidad católica con la cultura del sur se tornó poco a poco más difícil: irremediablemente las experiencias de los católicos a ambos lados de la frontera se fueron gradualmente distanciando. Es cierto que en los primeros años del estado norirlandés, el movimiento unionista se sentía indefenso y percibía la necesidad de instaurar un sistema sólido que resistiera la amenaza nacionalista y que reflejara la raigambre y cohesión en torno a la historia e identidad protestantes. Curiosamente, la comunidad mayoritaria y colonizadora se sentía como una comunidad sitiada e insegura ante la posibilidad de ser absorbida por una Irlanda unida y la “tiranía cultural gaélica”. Por ello, el estado unionista, lejos de construir una identidad cívica integrada, excluyó todo lo que se desviara de la línea oficial, para legitimizar su acción política. Sin embargo, esta unidad era ficticia y frágil. El proyecto cultural unionista construyó un sistema cultural asimétrico basado en términos de oposición entre una mayoría y una minoría, en el que la diferencia cultural se interpretó como inferioridad. En efecto, en el pasado la cultura unionista se consideró a sí misma superior a la irlandesa y se enorgullecía de haber llevado consigo la civilización al norte de Irlanda. Por ello, los unionistas percibían los símbolos de la cultura británica simplemente como signos de civilización y no como expresión de una cultura. Sin duda, el principal agente de difusión cultural fue el inglés: rápidamente se convirtió en el lenguaje de la ley, el comercio y el éxito social, mientras que el irlandés representaba la pobreza y la inferioridad social. Pero aunque oficialmente Irlanda del Norte era un estado protestante unido y homogéneo, en realidad, englobaba un estado diverso, compuesto por una minoría significativa de católicos y una gran diversidad de grupos protestantes, lleno de tensión. Es decir, la diversidad cultural de Irlanda del Norte constituía un serio problema para el gobierno unionista. La negación de esta diversidad por distintos círculos unionistas y

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el no reconocimiento hacia la cultura de la comunidad católica suprimió eventualmente problemas que ayudarían a intensificar los disturbios de finales de los años 60. Sin embargo, recordemos que la crisis que surgió entonces y que inició la etapa moderna del conflicto no obedeció a reclamaciones culturales o pretensiones nacionalistas, sino que se debió a reivindicaciones políticas y económicas basadas fundamentalmente en la exigencia de derechos civiles. Sólo con la intensificación del conflicto estas demandas se extendieron al ámbito cultural, que adquirió un significado nuevo y más intenso, desatando un conflicto cultural. En definitiva, entre 1920 y 1970, la identidad de Irlanda del Norte fue dominada exclusivamente por un ethos protestante y unionista en el que la comunidad protestante experimentó un grado de libertad sin restricciones para construir, preservar y expresar públicamente su identidad y tradiciones culturales. Las elites protestantes construyeron una manifiesta asimetría cultural para conservar el estatus unionista de la región y aislar a la comunidad nacionalista, que amenazaba la existencia del estado orangista. Sin embargo, el proyecto cultural unionista no cristalizó en una identidad cultural fuerte debido a las contradicciones internas entre las distintas facciones protestantes. Por un lado, reivindicaba su particularidad dentro del Reino Unido, pero también rechazaba la cultura local (particularmente católica); y mientras reclamaba la unidad con Gran Bretaña, su cultura simultáneamente proyectaba elementos anti-ingleses. Como se detallará más adelante, la prolongada discriminación cultural hacia la población católica llevó a que el gobierno británico reconociera ya en los años 80 la profundidad del debate cultural en Irlanda del Norte, aceptando la necesidad de un mayor espacio y reconocimiento de la cultura irlandesa. La intervención británica introdujo un cambio sustancial: debilitó el control cultural protestante, lo que obligó a una reconfiguración de los mapas culturales de las dos comunidades y de su relación. Se agravó así la perenne sensación de inseguridad y vulnerabilidad de la comunidad unionista. Para muchos unionistas la reafirmación de la cultura irlandesa formaba parte de una estrategia republicana más amplia que tenía como objetivo desmoralizar a los protestantes y presentar la cultura unionista como decadente y sin futuro. Por ello, la

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respuesta unionista se centró en la reinvención de su identidad cultural y en un manifiesto interés por las cuestiones culturales en la década de los 90. 3. El narcisismo cultural Como se desprende del capítulo anterior, el conflicto de Irlanda del Norte va más allá de una mera división caracterizada en términos de religión, y constituye un complejo enredo de factores políticos, sociales, económicos y culturales fuertemente interrelacionados. El conflicto es principalmente la consecuencia de un problema estructural: en efecto, las estructuras políticas, sociales y económicas del sistema no integraron las demandas de igualdad reivindicadas por la comunidad católica, ni garantizaron las exigencias de seguridad de los unionistas. Este desacierto estructural impidió desarrollar una praxis democrática y una convivencia pacífica en la región, derivando en conflicto. Sin embargo, el problema del norte de Irlanda también ha incubado una patología cultural particular. La cultura se ha convertido en el cimiento configurador y diferenciador de las identidades colectivas y en un factor de división social en la región. La división cultural, acentuada a través de la visible segregación física y espacial de las dos comunidades, ha conformado dos “sociedades paralelas” en las que los elementos culturales han permanecido aislados, sin contacto o interrelación, con graves efectos en el capital social. Es decir, ambas comunidades se educan en colegios segregados en términos religiosos, se casan con personas de su misma comunidad, participan en tradiciones y deportes diferentes, se identifican con símbolos distintos, consumen medios de comunicación opuestos, y tienen sus propios médicos, dentistas y abogados. Por ejemplo, en determinadas áreas de Belfast de clase trabajadora como Shankill o Falls, el 99% y el 98% de los vecinos son respectivamente protestantes y católicos. En 2009, el 60% de los católicos y protestantes afirmaban vivir en distritos en los que todos o la mayoría de sus vecinos pertenecían a su misma religión. Ese mismo año, el 63% de católicos y el

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70% de protestantes confesaban que todos o la mayoría de sus amigos pertenecían a su misma religión. No obstante, el 80% de la población preferiría vivir en barrios mixtos, el 92% trabajar con compañeros de ambas religiones, pero sólo un 62% enviaría a sus hijos a un colegio de educación integrada. Esta división social y cultural enfrenta a dos mundos análogos pero simultáneamente antagónicos para sus protagonistas: los católicos forman una única iglesia, se identifican con la cultura gaélica, la lengua irlandesa, la música y danza del sur de la isla, con deportes como el hurling y el balonmano, la bandera Tricolor y el color verde, leen el Irish News... En definitiva, han creado una cultura de resistencia en torno a los símbolos de identidad y unidad irlandesa y al romanticismo del siglo XIX, cuando muchos movimientos impulsaron la cultura como medio de exaltación de ideas y aspiraciones políticas. Algunos de ellos fueron, por ejemplo, el Movimiento del Resurgimiento Literario Irlandés (Irish Literary Revival) –liderado por W.B. Yeats, premio Nobel de Literatura en 1923- cuyo principal objetivo era ensalzar la cultura irlandesa; la Liga Gaélica (Gaelic League), creada en 1893 para potenciar la lengua irlandesa; o la Asociación Atlética Gaélica (Gaelic Athletic Association), fundada en 1844 para proteger los deportes regionales irlandeses más tradicionales. Por otra parte, se encuentran los protestantes, divididos en diversas confesiones religiosas y asimismo con un rico abanico de distintivos culturales como los conocidos desfiles de la Orden de Orange. La comunidad protestante se identifica especialmente con los símbolos de unidad con el Reino Unido como la monarquía británica, la Union Jack o el himno nacional. Asimismo, practican deportes de origen inglés como el cricket, el hockey o el rugby, exhiben el color naranja o la combinación rojo-blanco-azul, y compran el Ulster News. En definitiva, las dos comunidades desarrollan vidas sociales relativamente separadas, incluso cuando no están físicamente segregados. Asisten a colegios e iglesias diferentes. Practican y apoyan diferentes deportes. Y cuando se trata del mismo deporte, los alineamientos se definen desde una perspectiva cultural. Incluso cuando las referencias son periféricas, las alianzas se defienden enérgicamente: el escocés Glasgow Rangers se convierte en un equipo cien por cien protestante y, sus

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rivales, los Celtic, en un equipo local católico. Asimismo, la provisión de espacios de ocio en el Ulster y, especialmente, en Belfast, ha reproducido el patrón de segregación social y cultural. La dinámica del conflicto duplicó la provisión de equipamientos construyendo un centro nacionalista por cada centro unionista y viceversa, limitando su utilización a una comunidad, y reduciendo así los espacios neutrales de interacción cultural. Del mismo modo, por ejemplo, el Irish News (principal periódico de la población católica) presta atención a los eventos culturales y deportivos asociados con la cultura irlandesa y gaélica, mientras que el Ulster News da cobertura a los programas culturales relacionados con la identidad protestante y británica. En definitiva, la división entre las dos comunidades se actualiza a través de las prácticas culturales y de ocio en las que las dos comunidades participan y en los productos culturales que consumen, desgastando el capital social. Cada comunidad controla sus propios espacios de difusión cultural: la familia, la educación, los partidos políticos, los medios de comunicación, las organizaciones deportivas y culturales... pero –como ya se ha advertido- el unionismo ha controlado también la esfera pública. Sin embargo, hay que detallar que ni todos los nacionalistas hablan irlandés, ni son miembros de la Asociación Atlética Gaélica (GAA), ni todos los protestantes son orangistas. Es decir, muchas de las expresiones culturales que caracterizan a las dos comunidades son practicadas por una proporción de la mayoría de católicos y protestantes. Tampoco es menos cierto que tanto católicos como protestantes se rinden con el mismo entusiasmo al consumo de la cultura global de masas: los éxitos musicales, las películas más taquilleras o los best sellers editoriales entusiasman a ambas comunidades por igual y, sin duda, la actividad cultural más popular en Irlanda del Norte es ir de compras. En este sentido, se están creando –aunque parezca frívolo- nuevas identidades en torno a la cultura de consumo global, que están erosionando las tradicionales identidades etno-religiosas. Por ello, Irlanda del Norte se encuentra atrapada entre la uniformidad de la globalización y la constante balcanización de la vida social y cultural. Pero, ¿son realmente el unionismo y el nacionalismo norirlandés dos tradiciones culturales genuinamente diferentes y opuestas?

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Muchas de las expresiones culturales de protestantes y católicos han sido compartidas en el tiempo y, en realidad, son integrantes distintos de una misma tradición común, por lo que las diferencias culturales genuinas son mínimas. Por ejemplo, el origen de la tradición de desfilar es irlandés aunque hoy representa la expresión más característica la Orden de Orange. Asimismo, los protestantes unionistas desempeñaron un papel importante en la revitalización del irlandés en el Ulster del siglo XIX; y los murales, que hasta los Troubles fueron una expresión principalmente unionista, son ya paradigmáticos de ambas comunidades. Es decir, desde una perspectiva periférica, ambas comunidades parecen atesorar culturas aparentemente parecidas y específicas de Irlanda del Norte que se diferencian sólo en pequeños detalles. Por ejemplo, los británicos no pintan murales ni desfilan; los irlandeses tampoco. Entonces, ¿por qué se ha desencadenado esta exaltación de las diferencias culturales y las expresiones de identidad colectiva? La respuesta a esta pregunta podría encontrarse en lo que Michael Ignatieff denomina el “narcisismo de la diferencia menor”, en referencia a una de las ideas clásicas del psicoanálisis freudiano. En 1917, Sigmund Freud escribió: “Nada fomenta tanto los sentimientos de extrañeza y hostilidad entre las personas como las diferencias menores”. Ignatieff recupera este concepto para explicar cómo un antagonismo cultural mínimo puede convertirse en un abismo irreconciliable. En su opinión, cuanto más imperceptibles son las diferencias culturales entre dos grupos, mayor es su inseguridad cultural y su necesidad de reafirmación a través del desprecio o negación de la otra cultura. La expresión de las diferencias se hace agresiva precisamente para disimular que son menores. Es decir, el odio que nace de lo próximo puede ser más profundo que el que surge de las auténticas diferencias, transformándose en un antagonismo absoluto, aunque vacío de contenido. Así, el proceso de aculturización y de erosión de las diferencias culturales, producido en el Ulster desde el siglo XVII, ha evaporado gradualmente los contrastes y las diferencias entre las dos comunidades. Y precisamente esta clara tendencia hacia la similaridad está, paradójicamente, reforzando las marcas de diferencia y la distancia cultural. Es decir, existe un miedo mutuo al mimetismo y la subordinación que am-

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bas comunidades canalizan a través de la reafirmación incondicional de sus expresiones culturales –como, por ejemplo, los desfiles orangistas y el irlandés. Por último, existe también otro conflicto cultural, quizá mas profundo, que se encuentra en las mentes y en las percepciones de las personas: efectivamente todo conflicto surge del sentido y la interpretación que las personas extraen de los acontecimientos que experimentan, y esta percepción está fuertemente mediada por las culturas. En este sentido, el origen y el desarrollo de los conflictos se encuentran íntimamente relacionados con la cultura y el contexto cultural en el que se desarrollan. Así, en el Ulster, la desigualdad y la segregación cultural ha configurado una percepción cultural “contaminada” que ha potenciado la desconfianza y los prejuicios culturales entre católicos y protestantes. Y la ausencia de una comunicación e interacción normalizadas han minado el capital social. 4. El “Doce” Toda comunidad se caracteriza por desarrollar una cultura simbólica de expresiones y tradiciones que articulan la peculiaridad de su identidad y que representan sentimientos de pertenencia y unidad. Estas conmemoraciones adquieren un significado especial para las comunidades que se encuentran en un contexto de incertidumbre o crisis, ya que proporcionan cohesión y seguridad en torno a su continuidad histórica entre el pasado y el presente. Si hay una cuestión que refleja precisamente la intensidad del conflicto en Irlanda del Norte es, sin duda, la exhibición de estas manifestaciones culturales narcisistas, que en sí mismas no intentan tanto provocar cuanto estimular el orgullo de un grupo. Es el caso de la comunidad protestante para la que su identidad, su seguridad y su futuro están en peligro. Una de las expresiones más características y profundas de la cultura unionista son los desfiles de la Orden de Orange, tradición que, sorprendentemente, tiene sus orígenes en la cultura irlandesa (en concreto

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en el movimiento de voluntarios irlandeses formado para impedir la invasión francesa en Irlanda en la década de 1780). Sin embargo, desde finales del siglo XIX, se ha erigido en estandarte de la comunidad protestante. La Orden de Orange, fundada en 1795, celebra cada 12 de julio, la victoria política y militar protestante en la batalla del Boyne (1690), en la que el rey protestante Guillermo III de Orange destronó al monarca católico Jacobo II. Esta victoria tuvo importantes implicaciones en el contexto europeo porque se enmarcó en una alianza continental contra el dominio del rey de Francia, Luis XIV; pero para el unionismo del Ulster representó el triunfo de los valores británicos y de la libertad religiosa, y el inicio de la “ascendencia protestante” en la región. Sin duda, el 12 de julio (generalmente conocido como el “Doce”) es el día más importante en el calendario protestante. Popularmente, un soleado “Doce” confirma que Dios es protestante. Sin embargo, hay otros acontecimientos y fechas importantes en la “temporada de las marchas”, que se inicia en semana santa y termina a finales de septiembre: es, por ejemplo, el momento de repintar o crear nuevos murales. Los murales fueron principalmente una expresión de la cultura unionista desde principios del siglo XX hasta los años 80. Su origen se encuentra en las conmemoraciones del mes de julio en el siglo XIX. El primer mural unionista pintado en Belfast data de 1908. Durante décadas, los murales unionistas centraron su temática en eventos históricos y en la figura del rey Guillermo de Orange sobre su caballo. Por el contrario, los murales nacionalistas han enfatizado repetidamente los sucesos relacionados con las huelgas de hambre y la consecución de una Irlanda Unida. El primer mural nacionalista se pintó en Derry en 1969 pero constituyó un ejemplo aislado hasta principios de los años 80, cuando la brocha se unió al armalite y la urna electoral en la estrategia republicana. Desde entonces, ambas comunidades han utilizado los murales para reafirmar la lealtad política de una zona, reivindicar demandas políticas, apoyar a los grupos paramilitares o recordar a las víctimas del conflicto... En definitiva, son las huellas gráficas de una batalla cultural y propagandística. En los últimos años, no obstante, se ha reemplazado el énfasis paramilitar por temas más “suaves” como los éxitos deportivos

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o personalidades de la música o la literatura. De hecho, el gobierno ofrece subvenciones a las comunidades que aceptan retirar o modificar sus murales paramilitares, tratando de limpiar la imagen agresiva de la región, aunque, en los últimos años, los murales se han convertido en una rentable atracción turística. Los desfiles unionistas reúnen a protestantes de todas las clases sociales e ideologías en el interés por la celebración de la historia, la cultura y el poder unionista: creyentes de distintas iglesias protestantes y no practicantes, adolescentes a la última moda y ancianos con traje y bombín, políticos y jóvenes con emblemas paramilitares, sacerdotes con biblias y juerguistas... Los desfiles simbolizan un ritual de cohesión y continuidad para la comunidad protestante pero también refuerzan su control del territorio y del espacio público. Los objetivos de la Orden –de la que sólo pueden formar parte los protestantes y, fundamentalmente, los hombres- son la defensa de la unión de Irlanda del Norte con Reino Unido y la enseñanza de la fe protestante (por ello, sus miembros tienen prohibido casarse con católicos). La influencia de la Orden, con unos 40.000 socios aproximadamente, es notable: excede la vida social y cultural de la región, y se instala en los círculos políticos unionistas, y las elites empresariales, judiciales, policiales... Sin embargo, la influencia y autoridad ejercidas por la Orden de Orange y su relación con las elites ha cambiado sustancialmente en el tiempo. La tradición de desfilar se consolidó como una práctica cultural a finales del siglo XVIII. Sin embargo, las primeras décadas de la Orden de Orange (de 1795 a 1870) fueron problemáticas: los desfiles desencadenaban frecuentemente choques sectarios y violentos que rozaban la ilegalidad. De hecho, los primeros disturbios importantes en Belfast se registraron en 1813 como consecuencia de una marcha orangista que atravesó una zona católica. En 1832 las autoridades prohibieron los desfiles pero éstos continuaron entre las clases sociales más desfavorecidas y rurales, convirtiéndose en la expresión de los sectores protestantes más marginados, y produciendo diversas oleadas de violencia. Sin embargo, para 1870 el Orangismo se había transformado en un ritual respetable, apoyado por las clases burguesas y los terratenientes, convir-

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tiéndose en el centro de la identidad protestante. En 1872 se legalizaron los desfiles y se incorporaron como un instrumento fundamental en el control político. La Orden creció en volumen e importancia social y se vinculó a las elites políticas y económicas. Su apogeo llegó con la creación de Irlanda del Norte como entidad política. En efecto, durante el régimen unionista, los desfiles se convirtieron en rituales de estado que reflejaban la unidad de la identidad unionista y la fe protestante, patrocinados por los círculos políticos del Ulster. Durante el periodo comprendido entre los años 1922 y 1972, la mayoría de los políticos unionistas pertenecieron a ella (sólo dos de los ministros de los sucesivos gobiernos unionistas no formaron parte de la Orden), y tuvo una gran influencia en cuestiones como la asignación de viviendas y el empleo. En esta edad de oro del Orangismo, los incidentes violentos causados por los desfiles eran poco frecuentes. Sin embargo, con el estallido de la crisis moderna en 1969, las tensiones de la sociedad norirlandesa también se trasladaron a las manifestaciones unionistas. Los disturbios originados en Derry en el verano de 1969, tras el desfile de los “Apprentice Boys” el 12 de agosto, iniciaron el “conflicto de los desfiles”. Con la introducción de la Autoridad Directa en 1972, la relación entre la Orden y el estado cambió radicalmente, ya que ésta vio reducida su influencia política. Nunca más la celebración del 12 de julio sería un ritual de estado. Nunca más el derecho a desfilar de los orangistas sería incontestable. Para muchos participantes, los desfiles orangistas pasaron de ser una expresión de lealtad al estado protestante, a una oportunidad para expresar su oposición al gobierno británico, a la recesión económica y al peligro del avance del republicanismo, enfrentándose en ocasiones violentamente con las fuerzas de seguridad. Su creciente relación con la violencia, aire carnavalesco y falta de respetabilidad hizo que muchos de los miembros de las clases sociales más altas abandonaran la organización, formándose una subcultura de resistencia entre las clases trabajadoras lealistas. Estos sectores comenzaron a utilizar en los desfiles elementos paramilitares y sectarios, lo que acrecentó las fricciones entre las distintas clases sociales en el interior de la Orden. En definitiva, la posición social de la Orden ha cambiado profundamente desde sus orígenes hasta la actualidad, reflejando las múltiples divisiones

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en el interior del unionismo y su declive político. Los desfiles de la Orden de Orange y otras asociaciones como los “Apprentice Boys” de Derry, la “Royal Black Institution”, la “Independent Orange Institution” o la “Royal Arch Purple Institution”, se han convertido en los últimos años en un importante foco de violencia que representa significativamente el problema norirlandés. Aunque en la actualidad hay 19 desfiles principales el día 12 de julio, sin duda, el más conocido es el que se celebra desde 1807 en un tranquilo rincón rural llamado Drumcree, en los límites de la ciudad de Portadown. El problema se origina cuando los unionistas atraviesan el barrio católico de Garvaghy Road desde la iglesia protestante de Drumcree para acceder al centro de la ciudad, en contra de los deseos de muchos nacionalistas, que ven en estas marchas un alarde de triunfalismo y una humillación de su comunidad y su cultura. Para los unionistas, sin embargo, la reivindicación del derecho a desfilar representa la afirmación de su identidad y cultura. Durante el verano de 1995 se produjeron importantes episodios de violencia entre la policía y los miembros de la Orden concentrados en la ciudad ya que inicialmente se impidió el paso de los desfiles a través del barrio católico. Finalmente, y ante la magnitud de los disturbios, la policía permitió la marcha por su itinerario inicial, con la condición de desfilar sin música. Los unionistas vendieron el desenlace como una victoria unionista y una derrota católica. Los intensos sucesos vividos en aquellos días conformaron el denominado “sitio de Drumcree”. Al igual que había sucedido el año anterior, en el segundo sitio, la policía prohibió el desfile orangista. Sin embargo, tras varios días de violencia ininterrumpida en las áreas protestantes, que llegaron a crear una situación de auténtico caos en la región, las autoridades permitieron a los unionistas desfilar por la calle católica, con un espectacular despliegue de seguridad. Los disturbios comenzaron, entonces, en las áreas nacionalistas. De nuevo se consolidaba entre la comunidad católica un sentimiento de desconfianza en las fuerzas de seguridad y en los políticos británicos y unionistas, mientras que entre los protestantes se afianzó el sentimiento de comunidad amenazada. Tras los episodios de Drumcree, en 1998 se introdujo la “Public Pro-

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cessions Act”, que exigía a los organizadores de un desfile comunicar a las autoridades con 28 días de antelación, su fecha y hora, ruta, número aproximado de participantes, repertorio de uniformes y banderas exhibidas, nombres de las bandas musicales y de los oradores participantes, etc. Asimismo, se creó una Comisión (Parades Commission) responsable de regular los desfiles, con capacidad para modificar la fecha, ruta, música... de los desfiles más controvertidos, y de gestionar crisis futuras que, desde entonces, ha prohibido a la Orden desfilar por el barrio católico de Garvaghy Road. En los últimos años, sin embargo, la violencia en la “Meca naranja” ha perdido intensidad y, aunque con fuertes medidas de seguridad, la marcha ha transcurrido con relativa calma. La intensidad de los incidentes varían según los años: en ocasiones son un reflejo de la tensión política del momento pero otras son sólo consecuencia del grado de alcoholemia de los participantes. Sin duda, Drumcree es el nombre que acapara todo el odio, la intransigencia y la ira del conflicto norirlandés. Ninguna marcha de las que cada verano se celebran en el Ulster simboliza la desconfianza y la división entre protestantes y católicos como ésta. Por ello, para muchos, éste es el último gran obstáculo para alcanzar una paz duradera. En términos generales, ambas comunidades recurren al discurso de los derechos para defender y difundir sus posiciones: los orangistas presentan el reajuste de las rutas de sus desfiles como una burla a sus derechos culturales y a sus libertades de expresión y religión, amparándose en el concepto de “tradición”. Reclaman su “tradicional” derecho a desfilar por sus rutas “tradicionales” en la “tradicional” estación de las marchas. Cualquier desafío a la continuidad de esta tradición constituye una agresión a su identidad y su estatus político. Para los unionistas, su tradición a desfilar es un elemento esencial de su cultura y una expresión de sus derechos y libertades. Sin embargo, el afán por mantener las rutas tradicionales atravesando zonas católicas ignora los cambios demográficos y sociales que han tenido lugar en Irlanda del Norte en las últimas décadas: en efecto, la mayoría de las disputas sobre los desfiles se produce en áreas que una vez fueron protestantes o mixtas pero que en la actualidad son de mayoría católica. El problema, por lo tanto, no

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es tanto el derecho a desfilar sino la ruta de los desfiles. Y, en ocasiones, los residentes católicos y los miembros de la Orden u otras instituciones llegan a acuerdos para evitar enfrentamientos violentos. En definitiva, mientras que para la comunidad unionista, los desfiles son una expresión vital de su identidad cultural, para los nacionalistas, la Orden de Orange es un anacronismo en un estado moderno que recuerda el sectarismo sobre el que se fundó Irlanda del Norte, y es un símbolo de su reiterada subordinación como comunidad. Existe también un calendario paralelo de conmemoraciones nacionalistas aunque su número es muy inferior ya que éstas fueron marginadas o prohibidas. La mayoría son de carácter religioso, aunque otras celebran el Levantamiento de Pascua de 1916 o la muerte de los presos republicanos durante las huelgas de hambre de principios de los años 80. En términos generales, mientras los desfiles lealistas son presentados como culturales y tradicionales, los desfiles republicanos son vistos como políticos y, por lo tanto, provocadores y polémicos. En la actualidad, hay más de 3.000 desfiles al año, de los que el 70% son de organizaciones unionistas y el 5% de carácter nacionalista. Hay que destacar que en los últimos años se ha producido un notable incremento: en 1985, año de la firma del Acuerdo Anglo-Irlandés, la policía registró 1.897 desfiles, mientras que en 1998 se contabilizaron 2.582. En 2008 el número de desfiles ascendió a 3.801. Tabla 15: Evolución de los desfiles en Irlanda del Norte (2002-2008). Año Nº desfiles

2002

2003

2004

2005

2006

2007

2008

3.280

3.124

3.342

3.292

3.911

3.849

3.801

Nº desfiles controverti191 231 229 220 267 250 221 dos Fuente: Parades Commission (http://www.paradescommission.org).

Para muchos, este aumento en el número y en la duración de la temporada pretende, sin duda, reafirmar el control territorial y cultural

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unionista de Irlanda del Norte. 5. Gaeilge A simple vista, el idioma es uno de los pocos instrumentos culturales que tanto católicos como protestantes comparten. El inglés es la primera lengua de la gran mayoría de la población del Ulster. Sin embargo, la cuestión lingüística también refleja con claridad las divisiones étnicas imperantes en la sociedad norirlandesa, especialmente con respecto al estatus del Irlandés (Gaeilge), y su papel en la articulación de la identidad de muchos nacionalistas y republicanos norirlandeses. En el primer censo del siglo XX, se registraron 21.432 hablantes de irlandés en el norte de Irlanda. Sin embargo, desde 1921 hasta 1991, se ignoró la realidad del idioma irlandés en los sucesivos censos. Ya en 2001, el número de hablantes de irlandés ascendía a 167.490. Ahora bien, hay que precisar que los censos no proporcionan, ni siquiera los más recientes, información específica sobre la fluidez de los hablantes, y para muchos las cifras son desorbitadas. Los números pueden desestimar el número de personas que tienen cierto conocimiento del idioma pero probablemente también pueden amplificar el número de hablantes que lo dominan. Tabla 16: Hablantes de irlandés en el Ulster (1901-2001). Año

1901

1911

Número de 21.432 28.729 hablantes Fuente: MacGiolla Chriost, 2005.

1991

2001

131.974

167.489

La geografía del irlandés en Irlanda del Norte no sólo se explica con respecto a la distribución de la población católica en el territorio, sino que también implica ciertos factores sociopolíticos. En términos gene-

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rales, las zonas con mayor número de hablantes son el sur y el oeste de Irlanda del Norte y, evidentemente, las ciudades más populosas: Belfast y Derry. En la actualidad un 10.4% de la población de Irlanda del Norte habla irlandés. La gran mayoría (el 86.18%) de los hablantes son católicos. Sin embargo, el 77.8% de los mismos no lo habla y sólo para el 9.7% es su lengua materna. Tabla 17: Hablantes de irlandés por religión (2001). Nº de hablantes (% de hablantes en la denominación)

% del total de hablantes

144.346 (22.2%)

86.18

Presbiterianos

3.608 (1.1%)

2.15

Iglesia de Irlanda

3.146 (1.3%)

1.88

634

0.38

1.331 (1.1%)

0.80

314 (6.5%)

0.19

14.110 (6.5%)

8.42

167.489 (10.4%)

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Denominación Católicos

Metodistas Otras confesiones cristianas Otras religiones No religión Total

Fuente: NISRA (http://www.nisranew.nisra.gov.uk/census/start. html).

No obstante, el hecho de que la mayoría de los hablantes sean católicos y factiblemente nacionalistas hace que para muchos, especialmente para la mayoría de los protestantes, la asociación entre el irlandés y una determinada posición política sea indisoluble. Para otros, en cambio, el irlandés es una expresión cultural que pertenece a todos los ciudadanos de la isla: católicos y protestantes, nacionalistas y unionistas. Esta perspectiva es compartida, por ejemplo, por una minoría de protestantes que no observa ninguna incompatibilidad entre el conocimiento de este

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idioma y la unión política con Reino Unido. De hecho, en el siglo XIX el conflicto actual entre una identidad cultural irlandesa y una identidad política británica no existía. El irlandés estaba de moda en el Belfast de finales del siglo XIX y muchos de los líderes del movimiento lingüístico eran protestantes unionistas. Sin embargo, los protestantes asocian el irlandés a su tradición escocesa, denominándolo “Ulster-Gaelic” en lugar de “Irish-Gaelic”: muchos de los emigrantes escoceses que llegaron al Ulster hablaron durante siglos “Scottish-Gaelic”, que apenas se diferenciaba del “Irish-Gaelic”. Por lo tanto, ¿qué ha cambiado para que, en la actualidad, se produzca esta identificación cultural y política? Con anterioridad y hasta la colonización inglesa del siglo XVII el irlandés era el principal medio de comunicación para cualquier persona de la isla, independientemente de su clase social y origen. Con la llegada de los colonizadores, el inglés controló el poder político, económico y social. En 1800 nadie que aspirara a prosperar social o económicamente podía ignorar esta lengua. En el siglo XIX, el inglés era ya el idioma preferente de la sociedad irlandesa en todas las esferas. Sin embargo, en los últimos momentos de su declive, el irlandés se convirtió en objeto de cierto interés intelectual. En efecto, en 1893 se fundó la Liga Gaélica, una organización cuyo objetivo era la difusión del idioma irlandés y la creación de una literatura irlandesa. Su primer líder, Douglas Hyde, defendió siempre un discurso cultural, esto es, la separación completa del irlandés de la política. Sin embargo, la progresiva politización de la Liga polarizó las perspectivas sobre el irlandés entre nacionalistas y unionistas: el ala más radical del nacionalismo se apropió del irlandés y los unionistas comenzaron entonces a sentirse aislados en el movimiento. Paralelamente, el unionismo iniciaba un proceso de redefinición, en parte como reacción al desarrollo del nacionalismo, que finalmente rechazaría cualquier expresión de identidad cultural irlandesa. El idioma irlandés se convirtió gradualmente en una eficaz arma política. En concreto, el revival del irlandés de finales del siglo XIX se produjo como consecuencia de la introducción de un discurso de descolonización – cuyo principal exponente fue Michael Collins- que pretendía una política de diferenciación con la isla vecina. No todos los nacionalistas apoyaron

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esta asociación del irlandés y la cultura irlandesa con la lucha política – porque lo restringía a un sector concreto de la sociedad y lo convertía en un instrumento sectario-, pero finalmente su politización se impuso a su capital cultural. Este discurso de descolonización resurgió con la campaña de derechos civiles de finales de la década de los 60 y más radicalmente con las huelgas de hambre de los presos republicanos. De hecho, a principios de los años 80, se produjo un importante proceso de “gaelización” del movimiento republicano en el que la cultura irlandesa y el idioma irlandés se percibían como herramientas culturales y políticas influyentes para complementar los objetivos de la lucha armada y electoral. De nuevo, para muchos nacionalistas moderados el vínculo entre el movimiento republicano y el irlandés resultaba perjudicial y peligroso para el propio idioma, si bien es cierto que su politización amplió considerablemente su difusión en determinadas áreas. Sin duda, uno de los ámbitos de mayor relevancia para el declive y el posterior auge del irlandés en la isla ha sido el sistema educativo: en 1831 se estableció un sistema nacional de educación en inglés en toda la isla que se convirtió de facto en un sistema segregado controlado por las distintas iglesias. En 1870 se prohibió el galés, el escocés y el gaélico en los colegios de Escocia, Gales e Irlanda y se inició un proceso de “anglinización” que no se limitó al Reino Unido e Irlanda sino que alcanzó todos los territorios del imperio británico. El inglés se convirtió en el idioma de la educación, las leyes, el comercio, el éxito social... dañando el espacio de influencia del irlandés, que quedó prácticamente relegado al entorno familiar. En muchas ocasiones el abandono del irlandés fue un proceso totalmente voluntario que también implicó la interiorización de los valores de la cultura inglesa en detrimento de la cultura irlandesa. Ya en el siglo XX, en el periodo comprendido entre 1921 y 1972, la política oficial unionista ignoró el irlandés, considerándolo un idioma extranjero sin espacio en Irlanda del Norte, por lo que prácticamente llegó a desaparecer. Sin embargo, en 1971, se fundaría el primer colegio de educación en irlandés de Belfast, que sólo sería reconocido oficialmente 13 años después. La reducida red de colegios irlandeses se convirtió en el principal revitalizador del idioma. De hecho, en la actualidad, la mayoría de los hablantes reconoce haber adquirido el idioma en el colegio y no

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a través de la herencia familiar. Desde la década de los 80, el irlandés pasó de ser una actividad marginal y excéntrica a convertirse en un foco central en la agenda nacionalista. Por ejemplo, en 1988 el irlandés se incorporó como opción en el sistema educativo; en 1989 se creó el “Ultach Trust” (organización diseñada para promover el idioma irlandés entre las dos comunidades); en 1991 se reincorporó su estudio en los censos; gradualmente se aumentó el número de horas retransmitidas en irlandés en la radio y la televisión; se optimizó la recepción de la RTÉ (la radio-televisión de la República); comenzaron a financiarse actividades artísticas en irlandés a través del Arts Council; también se facilitó que los ciudadanos pudieran comunicarse en irlandés con los departamentos del gobierno; o se utilizaron nombres irlandeses para las calles de determinadas localidades... Pero, si bien es cierto que en los últimos años se ha ampliado de forma notable el apoyo oficial hacia iniciativas y proyectos para la difusión del irlandés así como su horizonte político y social, nunca ha existido una política lingüística hacia el irlandés. Por ello, el modo en que el irlandés ha sido tratado o, mejor dicho, ignorado por el gobierno y sus instituciones representa para muchos católicos y nacionalistas una metáfora de su estatus como comunidad y de la conquista de la igualdad. Como consecuencia de este exitoso “revival” irlandés durante los Troubles, ciertos sectores de la comunidad unionista se sumergieron en la reinvención del movimiento “Ulster-Scots” que, para muchos, es sintomático de la crisis de identidad y la alienación experimentada por muchos unionistas durante la transformación política de Irlanda del Norte. Si durante los Troubles fueron los nacionalistas quienes reivindicaron la igualdad cultural, tras el proceso de paz, muchos unionistas emprendieron un “mini-renacimiento cultural”. El Ulster-Scots o “Ullans” es el lenguaje de la gente de Uliad (Ulster) y una variación lingüística del “Lallans” o “Scots” –el inglés hablado en Escocia- con influencias del irlandés, utilizada principalmente en las áreas rurales. Simbólicamente el Ulster-Scots enfatiza la conexión con Escocia y la primitiva presencia de los Scots en el territorio norirlandés. Existe un interesante debate, sobre si el Ulster-Scots es realmente un idioma o un mero dialecto del inglés. Para muchos filólogos, su

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estructura, sintaxis y vocabulario no están lo suficientemente diferenciadas del inglés como para considerarlo una lengua y existe una percepción generalizada de que el Ulster-Scots es simplemente un inglés de “mala calidad” que se puede entender sin mucha dificultad. Al margen de este debate lingüístico hay otro de carácter político: desde la perspectiva nacionalista el Ulster-Scots es un dialecto reinventado artificialmente simplemente como una contrapartida cultural ridícula al auge del irlandés, diseñada para competir por las subvenciones. Aunque no existen estadísticas oficiales –los censos sólo registran los hablantes de irlandés-, según la “Ulster-Scots Language Society”, creada en 1992 para la promoción de este idioma, aproximadamente unas 100.000 personas hablan Ulster-Scots en la región, mientras que otros estudios reducen la cifra a los 35.000 hablantes. En términos generales, se pueden detectar dos tendencias opuestas con respecto al movimiento lingüístico en Irlanda del Norte: una, más minoritaria, se inclina hacia la promoción del Irlandés y el Ulster-Scots como elementos de un patrimonio cultural compartido entre católicos y protestantes; mientras que la segunda refuerza la polarización social presentando los dos idiomas como expresiones opuestas que reflejan las divisiones políticas y religiosas de la sociedad norirlandesa. Uno de los ejemplos que mejor ilustra esta última tendencia y la complejidad de esta cuestión es, por ejemplo, la controversia sobre los signos bilingües en inglés e irlandés en la Universidad Queen’s de Belfast. En 1987 se instalaron unas indicaciones en irlandés en el sindicato de estudiantes de la universidad (Students’ Union) para garantizar un espacio de paridad a los estudiantes nacionalistas. Sin embargo, en 1997 se retiraron, después de que una comisión gubernamental indicara su incompatibilidad con un entorno laboral neutro, porque su exhibición podía intimidar a los estudiantes protestantes. La decisión fue adoptada después de que las ceremonias de graduación en esta universidad sustituyeran el himno británico por el europeo. Como puede observarse, la trascendencia de estas controversias no es sólo lingüística sino política. Pero mientras el significado del irlandés como símbolo de la comunidad nacionalista está bien definido, la posición del Ulster-Scots es más problemática: no sólo su identidad como

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lengua está cuestionada, sino que su significado social y político está diluido. En 1998, el Acuerdo de Viernes Santo admitió el alcance de la cuestión lingüística reconociendo “la importancia del respecto, entendimiento y tolerancia en relación a la diversidad lingüística, incluyendo el Irlandés, el Ulster-Scots y las lenguas de otras comunidades étnicas, como parte de la riqueza cultural de la isla de Irlanda”. En diciembre de 1999 se creó un organismo lingüístico transfronterizo formado por dos agencias para la difusión del Irlandés (An Foras na Gaeilge) y del Ulster-Scots (Tha Boord o Ulster-Scotch) en toda la isla; y en 2000 ambos idiomas se incorporaron a la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias (tratado europeo que tiene como objetivo proteger los idiomas no oficiales y minoritarios del continente). Sin embargo, el debate sobre la paridad lingüística, esto es, si irlandés debe recibir el mismo status que el inglés, o si el irlandés y el Ulster-Scots deben quedar subordinados al inglés con respecto al estatus de lengua nacional continúa sin resolverse ya que los partidos unionistas se oponen a todo reconocimiento oficial del irlandés. El Acuerdo de Saint Andrews (2006), que determinó las bases para el restablecimiento de la autonomía, instaba al futuro gobierno a introducir una Ley del Irlandés para proteger y promover el idioma, y regular los derechos de sus hablantes y las obligaciones de las administraciones públicas. Sin embargo, el DUP ha rechazado reiteradamente cualquier propuesta. Sin duda, el debate promete ser encendido. 6. La paridad de estima Tradicionalmente, el problema norirlandés ha sido interpretado como un conflicto de suma cero ya que la consecución de los objetivos reclamados por una comunidad -por ejemplo, la unión de Irlanda- son incompatibles con la realización de los de la otra -la permanencia en el Reino Unido. Frente a la difícil reconciliación de las aspiraciones nacionalistas y unionistas, durante el proceso de paz se pretendió que el reconocimiento cultural de las diferencias de una y otra parte suplantara la

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limitación por la confrontación sobre el estatus constitucional de Irlanda del Norte. Este reconocimiento cultural adoptaría la forma de “paridad de estima”. Años más tarde, el Acuerdo de Belfast se cimentaría sobre los principios de igualdad y paridad entre las dos principales identidades culturales, la protección de la diversidad cultural y la ratificación de “múltiples formas de reconocimiento”: el reconocimiento por parte del Reino Unido del derecho de los ciudadanos irlandeses a la auto-determinación nacional; el reconocimiento del estatus británico de Irlanda del Norte por parte de la República de Irlanda; el reconocimiento de los “nacionalistas como nacionalistas” por los unionistas, y el reconocimiento de los “unionistas como unionistas” por los nacionalistas. Las nuevas instituciones y políticas desarrolladas por el gobierno norirlandés debían reconocer la legitimidad de las dos principales comunidades y sus respectivas culturas, así como promover su relación. De este modo, se institucionalizó el principio de paridad de estima, que aspiraba a trascender los planteamientos sectarios a través de la interacción política entre las dos comunidades. Es decir, cuanto mayor fuera la interacción política, mayor sería la posibilidad de que se implantara el reconocimiento entre las dos comunidades a nivel social, y al revés, el progresivo reconocimiento mutuo reforzaría la paridad institucional. De este modo, el modelo norirlandés estaría diseñado para que un acuerdo político originara un proceso de transformación social y cultural. El objetivo inicial de la paridad de estima pretendía reconocer oficialmente y de forma diferenciada a las dos culturas con la esperanza de que, a largo plazo, sus actitudes se abrieran al cambio y a la interacción. Es decir, el experimento pretendía que ambas culturas, al ser reconocidas oficialmente, crecieran en confianza y seguridad, y aceptaran participar juntas en el sistema político y la vida social. Por todo ello, la paridad de estima es un proyecto político que combina la expresión, transformación y deconstrucción de las dos culturas principales. En definitiva, un proyecto de “ingeniería cultural”. Sin embargo, la idea de paridad cultural plantea importantes interrogantes: por ejemplo, ¿cómo se puede lograr un compromiso mutuo de estima entre católicos y protestantes?, es decir, ¿cómo pueden los nacionalistas respetar una cultura que los ha discriminado durante años

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o el triunfalismo anti-católico de los desfiles unionistas? o ¿cómo pueden los unionistas estimar una cultura nacionalista que se expresa con lemas como “Brits out” y que persigue la desintegración de su estado y cultura oficial? Efectivamente, mientras el objetivo de la comunidad unionista es mantener la existencia del estado norirlandés, la nacionalista se encuentra inmersa en una guerra contra su legitimidad. Asimismo, ¿cómo es posible reafirmar la diversidad cultural y garantizar los derechos culturales de las dos comunidades e intentar, simultáneamente, deconstruir o reconstruir dichas identidades culturales? Es decir, la idea de paridad de estima pretende, en último término, transformar las culturas existentes para normalizar la interacción cultural y social, pero validando la legitimidad de estas dos culturas como base de la acción política. Esta política, según muchos, acentúa la contradicción entre la promoción de los elementos compartidos entre las dos comunidades mientras se anima a las comunidades a expresar y defender la singularidad de sus culturas. Por último, la paridad cultural y toda política de reconocimiento cultural implica una revisión del espacio público con el objetivo de acomodar la diferencia y la diversidad cultural. Esta revisión afecta especialmente a la exhibición de símbolos culturales. Recordemos que en el Ulster las banderas, los desfiles, los murales o los días designados como festivos, importan. Y mucho. Por ello, la política de paridad ¿qué implica?: ¿la exhibición de la bandera Tricolor junto a la Union Jack en las instituciones?, ¿la eliminación de todos los emblemas de los edificios oficiales? o ¿la creación de nuevos símbolos comunes y neutrales que represente una nueva Irlanda del Norte? La controversia está garantizada. En la actualidad, no hay una legislación específica sobre la exhibición de banderas al margen de los edificios oficiales, donde la Union Jack se ondea en “días designados”, la mayoría, cumpleaños de miembros de la familia real británica. Es por ello que se utilizan leyes muy distintas para tratar estos conflictos simbólicos: desde la legislación antiterrorista a la laboral. Además los ayuntamientos tienen sus propias políticas: desde exhibir la Union Flag todos los días del año o sólo en los días señalados, a prohibir cualquier bandera, ondear las dos banderas –la Union Flag y la Tricolor-, la bandera local o la europea... En 2005, se firmó un pro-

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tocolo de acción entre la policía norirlandesa y varios departamentos del gobierno que establecía la prohibición de la exhibición de todas las banderas paramilitares; la retirada de las banderas de determinadas áreas como el centro de las ciudades, las áreas mixtas e “interfaces”, las arterias principales o en las cercanías de colegios, hospitales e iglesias; y la limitación de su exhibición a fechas y periodos del año determinados. En cuanto a la creación de nuevos símbolos comunes y neutrales, por ejemplo, los nuevos departamentos del gobierno norirlandés adoptaron un símbolo unificado -un héxagono de diferente color- basado en la imagen de la Calzada del Gigante (un área natural del Ulster formada por miles de columnas hexagonales de basalto formadas tras una erupción volcánica). En otra dirección, ambas comunidades conciben de distinto modo la idea de paridad de estima, posiblemente, porque han desarrollado a lo largo de los años e, incluso, siglos, visiones diferentes sobre la cultura y su papel en la esfera pública. Para muchos unionistas, la identidad política del estado norirlandés debe reflejar incuestionablemente un ethos británico ya que la mayoría de la población apoya la unión con el Reino Unido; pero, culturalmente, el estado deber ser neutral. Para los unionistas, el concepto de cultura es irrelevante en su concepción de nación: el estado debe garantizar los mismos derechos y libertades a todos los ciudadanos, independientemente de sus raíces o pertenencias culturales. Es decir, la igualdad entre ciudadanos debe imperar sobre los derechos colectivos de ciertas minorías o grupos culturales. Para los nacionalistas, en cambio, es necesario un reconocimiento de las diferencias culturales en el espacio público y la consecución de la igualdad en términos colectivos. En definitiva, los unionistas interpretan el concepto de paridad de estima en términos de igualdad entre individuos ante un estado culturalmente neutral (esto es, paridad individual), mientras que los nacionalistas, recelosos de su marginación histórica, lo interpretan como la reivindicación de sus derechos colectivos y el reconocimiento de la diversidad cultural en la esfera pública (paridad colectiva). Como se puede apreciar, este debate alude a muchos de los interrogantes planteados en otras sociedades multiculturales sobre las políticas de reconocimiento: ¿cómo se puede acomodar de modo justo

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la diversidad cultural en las instituciones?, ¿es realmente factible establecer una política culturalmente neutra?, o, dicho de otro modo, ¿vaciar lo político de contenido cultural?, ¿es el reconocimiento cultural una demanda ineludible para alcanzar la inclusión social?, ¿qué modelo de reconocimiento debe aplicarse?, ¿qué sucede si el reconocimiento de una cultura resulta inapropiado para otra?, ¿eclipsa este debate las verdaderas fuentes estructurales de desigualdad?... Aunque la idea de paridad de estima se ha convertido en el recurso central para resolver el choque entre las aspiraciones y los intereses unionistas y nacionalistas, y ha sido reconocida en el escenario y documentos políticos, también ha acumulado importantes críticas. La crítica principal hacia la política de paridad cultural se centra en su énfasis en la identificación en términos culturales y religiosos de ambas comunidades, lo que, lejos de terminar con el sectarismo, puede perpetuar las diferencias y divisiones en el Ulster. Es decir, el reconocimiento político de la diferencia cultural ha institucionalizado un “sectarismo equilibrado” o “apartheid cultural”. Asimismo, este modelo se centra exclusivamente en la relación entre unionistas y nacionalistas, ignorando otras comunidades e identidades como los protestantes unionistas de cultura irlandesa, los católicos que apoyan la unión con Reino Unido, los norirlandeses representados por el Partido Alianza, los ciudadanos que rechazan identificarse con una de las dos identidades o la creciente comunidad de inmigrantes, que son invisibles para las instituciones norirlandesas. Recordemos que las pautas de la Asamblea norirlandesa obligan a que sus miembros registren su identidad como “unionista”, “nacionalista” u “otra”, con el objetivo de medir el apoyo de las dos comunidades a determinadas iniciativas o leyes. Esto ha institucionalizado las diferencias entre católicos y protestantes en un paradigma de “dos comunidades”. En otro sentido, la tendencia experimentada en los últimos años del conflicto hacia el énfasis de las diferencias culturales se ha interpretado como la consecuencia de un antagonismo innato entre dos comunidades y culturas contrarias. Esta interpretación cultural ha guiado al gobierno en el diseño de diversas iniciativas políticas para transformar el conflicto y reparar la relación entre las comunidades. Es decir, si las

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rígidas y negativas identidades del norte Irlanda son, en la actualidad, la causa principal de la división, la consecución de una relación normalizada que termine con esta distancia cultural entre ambas comunidades, lo resolverá. Estas políticas se han basado en la denominada “hipótesis del contacto”, es decir, en la teoría de que la división social es el resultado de la ignorancia y la incomprensión mutuas, de modo que el creciente contacto entre las comunidades católica y protestante reduciría los prejuicios y la desconfianza y restauraría, en definitiva, la cohesión social. Hasta finales de la década de los 80, los sucesivos gobiernos ignoraron sistemáticamente la problemática derivada de la relación entre las dos comunidades y las pocas iniciativas emprendidas a este respecto fracasaron. Existía un desinterés político y social, y para muchos activistas se trataba de una distracción de las cuestiones realmente importantes: la desigualdad económica, el alto desempleo y las condiciones sociales. Sin embargo, el gobierno era consciente del gran coste económico y social del sectarismo y la segregación entre las dos comunidades. Este panorama cambia profundamente en la década de los 90. Recordemos que el gobierno crea, entonces, una agenda política basada en tres pilares: la garantía de igualdad de oportunidad y de trato para todos los ciudadanos de Irlanda del Norte; la protección y el respeto de la diversidad cultural; y la promoción del contacto entre las dos comunidades norirlandesas y el reconocimiento de su interdependencia. En definitiva, se trataba de construir una sociedad cohesionada con el horizonte de un “futuro compartido”. Sin duda, éste era un proyecto único y de una “naturaleza radical” porque representaba una revolución en el pensamiento del gobierno: para corregir la división entre las dos comunidades había que centrarse en la naturaleza sociocultural de dicha división, reforzando el capital social y cultural. Esta nueva orientación política subrayará el potencial de la cultura y el ocio para la interacción social, y la importancia del capital cultural como complemento del capital económico y social.

CONCLUSIONES El conflicto norirlandés ha sufrido una clara evolución desde una contienda británico-irlandesa sobre la independencia de la isla, hacia un problema constitucional y de convivencia entre católicos y protestantes. El problema central del conflicto se basa en una cuestión de estatus político: ¿debe permanecer el Norte de Irlanda como parte del Reino Unido? o ¿pasar a formar parte de la República del Irlanda? Esta puede considerarse como la cuestión principal del conflicto en su dimensión actual, aunque el Acuerdo de Belfast la haya resuelto de forma temporal. Pero el conflicto político también ha desarrollado otros “conflictos” sociales derivados, por ejemplo, de la continuidad de una política de discriminación social y económica hacia la población católica. También ha existido y subsiste en menor medida un problema de violencia paramilitar y sectaria entre las dos comunidades que continúa teniendo evidentes efectos negativos en la cohesión social de la región. Y existe, por último, un intenso “choques de identidades” en términos de religión y cultura entre las dos comunidades principales, lo que parece acentuar las diferencias políticas e ideológicas. Y aunque la religión en sí no es un elemento central del conflicto es en su dimensión cultural como reflejo de la interrelación con la esfera política la que le otorga una relevancia especial. Desde su construcción en 1920 como unidad política diferenciada Irlanda del Norte ha estado dividida entre dos comunidades diferenciadas. La dominación política unionista, la desigualdad social y económica de los católicos en lo referente a recursos, empleo y vivienda, la exclusión de la cultura irlandesa en la esfera política, el perenne sentimiento de “minoría” de los protestantes ante la “amenaza nacionalista”... Todo ello detonó en un conflicto violento entre católicos y protestantes que, finalmente, se transformó también en un choque de carácter nacionalista y étnico, en torno a dos identidades culturales rivales, al control del territorio y su estatus constitucional. La población protestante ha percibido y percibe el conflicto en términos de seguridad y defensa de la Unión ante la amenaza nacionalista de una Irlanda unida; mientras que la comunidad católica denunció las prácticas de corrupción y discriminación llevadas a cabo por los su-

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cesivos gobiernos unionistas contra los católicos durante los años del estado orangista y de la Autoridad Directa, y reivindica el derecho de autodeterminación y el reconocimiento de la unidad de la isla de Irlanda. En definitiva, el conflicto norirlandés es mucho más que una disputa entre católicos y protestantes: es la consecuencia de un antagonismo enraizado en dos identidades nacionales contrarias, entre unionistas y nacionalistas, que concierne a la legitimidad del estado y sus fronteras, en el que se entremezclan choques de intereses y percepciones, alusiones históricas, problemas de desigualdad y discriminación, y un importe componente violento... Por ello, en Irlanda del Norte no hay sólo un conflicto sino un mosaico de conflictos. Todas estas diferencias políticas, sociales, económicas, religiosas y culturales han hecho que la relación y los contactos cotidianos entre la gente de Irlanda del Norte sean particularmente complejos. El final del conflicto violento –o, mejor dicho, la reducción de los niveles de la violencia terrorista- ha normalizado, innegablemente, la vida cotidiana en el Ulster; pero no ha suavizado el antagonismo entre las comunidades, pues el conflicto es una manifestación más compleja que la mera violencia. La sociedad norirlandesa continúa profundamente fracturada a pesar los muchos pasos históricos alcanzados. La violencia ya no ocupa los titulares en las portadas de los periódicos. Pero el final del conflicto violento en Irlanda del Norte ha derivado en un choque simbólico en torno a las expresiones culturales y de identidad de ambas comunidades. El antagonismo político no resulta de la rivalidad entre dos culturas históricas antagónicas pero en la actualidad parece perpetuarse como consecuencia de la ansiedad cultural ante la erosión de los contrates y las diferencias. La cultura se ha convertido en un arma que ha promovido las diferencias entre las identidades del norte de Irlanda y en un instrumento político utilizado para alcanzar los verdaderos intereses de las dos comunidades: intereses relativos a la igualdad, la seguridad, la distribución del poder y el control del territorio. En efecto, las diferencias culturales en Irlanda del Norte –como en otros muchos conflictos- son de una importancia radical, porque recrean y simbolizan el conflicto político. En Irlanda del Norte, la facultad de todo objeto para desarrollar significados culturalmente simbólicos

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que intensifican los sentimientos y la división social es asombrosa. Por ejemplo, los desfiles unionistas de la Orden de Orange o el reconocimiento del Irlandés, se convierten en debates profundamente controvertidos. Pero, el conflicto cultural se basa, no tanto en la incompatibilidad entre las propias identidades culturales, como en su expresión y reconocimiento en las estructuras de poder. El problema norirlandés ha sido también la historia de un conflicto cultural, quizá más profundo que el conflicto violento, que contamina la percepción y la comunicación entre comunidades. La desigualdad y segregación culturales en Irlanda del Norte han limitado durante años la relación entre las comunidades y ha favorecido la desconfianza e ignorancia cultural. Las manifestaciones más obvias de la vida social en Irlanda del Norte están identificadas con una de las dos comunidades. Y los cauces de comunicación y contacto, que ofrecerían una tendencia hacia de creación de una cultura compartida, están cerrados. La sociedad norirlandesa se encuentra fracturada culturalmente y el recelo mutuo encierra a los ciudadanos en identidades culturales excluyentes y muros etnocéntricos -con las consecuencias que de ello se desprende para el capital social. Lo cierto es que Irlanda del Norte es diferente y, desde el inicio del conflicto moderno fue madurando la idea de que se requerían políticas especiales para canalizar las aspiraciones e intereses de las dos comunidades. También se percibió que sólo la interacción de las dos comunidades podía llevar a la superación de la división y la consecución de la cohesión social. Sin embargo, sólo en los últimos años, la vida política y pública de Irlanda del Norte se ha reorganizado sobre la idea de que el estado debe gestionar las relaciones entre nacionalistas y unionistas, reconociendo la paridad de sus identidades y culturas. Por ello, la resolución del conflicto se ha centrado en el reajuste del antagonismo cultural hacia un reconocimiento mutuo de la diversidad cultural. En cierto modo, la cultura se convierte así en un medio importante para la resolución del conflicto. Las políticas británicas diseñadas a partir de los años noventa intentaron corregir, con mayor o menor intensidad, la desigualdad cultural de ambas comunidades con la creación de un espacio público en equilibrio,

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e intentaron promover un mayor contacto entre ambas comunidades, que transformara la desconfianza y los prejuicios mutuos en relaciones más positivas a través de la cultura. La anterior política de exclusión cultural desarrollada durante los años de la “democracia étnica”, controlada por la mayoría unionista, dio paso a una “democracia bicultural”, en la que se reconocen, no sin problemas y críticas, la paridad de los derechos culturales de las dos comunidades y la diversidad cultural norirlandesa. El proceso de paz se centró en una estrategia de simetría y neutralidad cultural, transformando el modelo anterior de “diferencia como inferioridad” en un modelo de “diferencia en igualdad” a través de la denominada “paridad de estima”. Es innegable que como resultado de este proceso ha surgido un nuevo lenguaje fundado en términos de conciencia cultural y respeto a la diversidad, en el ámbito político, en los medios de comunicación y en la sociedad. Ahora bien, no faltan las críticas hacia el modelo de paridad de estima ya que para muchos esta política cultural refuerza el aislamiento cultural que pretende trascender, empobreciendo el capital social. En definitiva, el conflicto norirlandés es uno de los mejores exponentes de la combinación letal entre asimetría política, desigualdad social y diferencias culturales, que ha convertido la cultura en una cuestión política de envergadura tanto en la consolidación del conflicto como en su resolución.

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