Bárbaros y romanos en Hispania (400-507 A. D.) 9788496467576

«[...] ha caído la noche y los bárbaros no han venido. [...]Y entonces ahora ¿qué va a pasar con nosotros sin los bárbar

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Bárbaros y romanos en Hispania (400-507 A. D.)
 9788496467576

Table of contents :
Prólogo......Page 6
Agradecimientos......Page 13
Introducción......Page 15
1. La usurpación de Constantino III y sus repercusiones en Hispania......Page 23
2. Máximo, emperador-usurpador en Hispania......Page 46
3. Ataúlfo en Barcino......Page 61
4. La carta de Honorio......Page 77
5. El episodio vándalo......Page 89
6. Alanos......Page 109
7. Infelix Gallaecia: El Regnum suevorum......Page 112
8. Gotthi in Hispanias ingressi sunt:......Page 119
1. Bárbaros ladrones de libros......Page 134
2. Bagaudas......Page 141
3. Usurpadores......Page 148
4. Piratas......Page 154
5. Barbari depraedantur......Page 158
1. La administración civil: ¿continuidad o ruptura?......Page 169
2. La desaparición del ejército romano de Hispania......Page 176
1. Las ciudades......Page 190
2. Villae, castra, castella......Page 209
1. La desacralización de los espacios paganos......Page 218
2. La Iglesia: conflictos internos......Page 223
3. Obispos......Page 233
1. Economía......Page 239
2. Relaciones con el exterior......Page 248
Epílogo......Page 251
Nota del autor a la segunda edición......Page 256
Anexo I......Page 259
Anexo II......Page 262
Bibliografía......Page 270
Notas......Page 288
Créditos......Page 336

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JAVIER ARCE

BÁRBAROS Y ROMANOS EN HISPANIA (400-507 A.D.)

Marcial Pons Historia

A Fabienne, a Cecilia, a Doudou... y también a Frankie, que han convivido conmigo este libro.

«The past is an essential element, perhaps the essential element» (E. HOBSBAWM, «Outside and Inside History», en On History, W. and N., Abacus, Londres, 2002, p. 6). «All history writing is selection» (ibid., p. 88). «We have a responsibility to historical facts in general and for critizing the political-ideological abuse of history in particular» (ibid., p. 7). «They were the major barbarian invaders, whose nobility, instead of wishing merely to loot the Roman villas and to burnt them, formed a much better ambition: they would live in them as landowners in the Roman manner... Instead of overthrowing the Roman Empire, they would become part of it» [E. A. THOMPSON, Romans and Barbarians, Wisconsin, 1982, p. 17 (escrito en 1980)].

Prólogo

Este libro esta inspirado, remotamente, en el famoso poema del poeta K. Cavafis (1863-1933) «Esperando a los bárbaros». Y ciertamente no por casualidad, sino con una intención precisa, hasta el punto de que implica una tesis, una toma de posición que, derivada de mi propia interpretación del poema, se aplica a un episodio o, mejor, a un periodo cronológico de la historia de la Península Ibérica (el comprendido entre los años 400 y 500 d.C. aproximadamente). Ésta fue una época que se caracteriza por dos rasgos fundamentales para el historiador: por un lado, por el vacío casi total de documentación que pueda servir para reconstruir con un mínimo de garantía los hechos históricos que sucedieron durante aquellos años y su interpretación y, por otro, por la presencia, desde el año 409 en adelante, de «pueblos bárbaros» en el territorio que, hasta entonces, había estado ocupado (desde el siglo III a.C.) por los romanos e hispanorromanos desde hacía casi 600 años. Mi pretensión es indagar el impacto que supuso esa presencia en la hasta entonces Hispania romana y las condiciones en las que se desarrolló ese contacto en todos los ámbitos y contextos posibles. Un segundo objetivo es el de indagar y estudiar las transformaciones que esa presencia originó en las estructuras y organización de la vida administrativa y ciudadana, en la economía, en las creencias y modos de vida, así como en la estructura política. Puesto que el poema de Cavafis ocupa un lugar central en la idea motriz de la investigación (ya veremos que hay además otras complementarias), me parece oportuno reproducir aquí todo el poema y exponer a continuación un comentario sobre su significado.

Esperando a los bárbaros. «¿A qué estamos esperando todos reunidos en la plaza del mercado? A los bárbaros, que van a venir hoy. Y ¿por qué esa inactividad en el Senado? ¿por qué los senadores están todavía sentados sin elaborar ninguna ley? Pues porque los bárbaros van a venir hoy. ¿Qué más leyes van a hacer los senadores? Cuando vengan los bárbaros, ellos harán las leyes. ¿Por qué nuestro emperador se levantó tan temprano esta mañana? ¿Por qué está sentado esperando en la gran puerta de la ciudad, elevado en su trono y con la corona puesta sobre la cabeza? Porque los bárbaros van a venir hoy. Y el emperador está esperando recibir a su jefe. Además ha preparado un pergamino para entregárselo. En él le ha concedido por escrito muchos nombramientos y títulos. Y ¿por qué nuestros dos cónsules, y los pretores también con ellos, se han presentado hoy con vestimentas de púrpura recamadas con ricos brocados, y por qué se han puesto sus brazaletes, con todas esas amatistas, y los anillos en sus dedos resplandecientes con brillantes esmeraldas? Y ¿por qué llevan hoy sus preciosos bastones de mando tan maravillosamente labrados y con incrustaciones de oro y plata? Porque los bárbaros van a llegar hoy: y este tipo de cosas impresiona a los bárbaros. ¿Por qué no han venido hoy nuestros renombrados oradores como de costumbre a recitarnos sus discursos y decir lo que deben decir? Porque los bárbaros van a llegar hoy y ellos se aburren con la elocuencia y los discursos públicos. ¿A qué viene ahora, de pronto, tal agitación y confusión y esas caras... ¡mira qué serias se han puesto! ¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían y vuelven todos a casa compungidos?

Porque ha caído la noche y los bárbaros no han venido. Y algunas personas han llegado desde las fronteras con noticias de que ya no hay bárbaros. Y entonces ahora ¿qué va a pasar con nosotros sin los bárbaros? Al menos esa gente eran una cierta solución»1. Al margen de su belleza y fuerza nostálgica, el poema se presta a diversas o múltiples interpretaciones y, de hecho, deja abiertas casi todas. Los especialistas en la poesía de Cavafis han hecho del poema innumerables exégesis y lo han interpretado de las más diversas formas. No voy a reproducir aquí todas ellas. Pero sí considero necesario reflejar algunas. Robert Lidell, en una precisa y desmitificadora biografía del poeta, reproduce la opinión de algunos comentaristas2, entre otros la de P. Pieridis, quien, inspirado por Cavafis mismo, comentaba sobre el poema3: «Cavafis debió de componer “Esperando a los bárbaros” en un momento de negra desesperación y profunda reflexión: es una espléndida, fascinante visión del poeta que se transporta a una ciudad imaginaria cuyos habitantes, habiendo desarrollado un alto grado de civilización, se encuentran presos de una deliciosa nostalgia por las épocas pasadas cuya memoria se ha perdido en la noche del tiempo. Se imaginan que, volviendo a la vida de la civilización primitiva, volverán a encontrar la felicidad y su deseo está a punto de convertirse en realidad... Las noticias de que no hay más bárbaros es la convicción del poeta. Él piensa que el colosal organismo llamado civilización es tan perfecto y que su red tiene de tal forma atrapado al planeta en sus garras, que cualquier intento de volver a la vida primitiva sería completamente inútil». Lidell mostró su desconfianza hacia esta interpretación (y también hacia otras semejantes) y la calificó de «rousseauniana», intentado, por su parte, una contextualización del poema mucho más realista relacionándolo con acontecimientos contemporáneos al mismo y al momento de su composición. En efecto, el poema fue compuesto en diciembre de 1898 y Lidell lo pone en relación con los hechos históricos de ese momento: «Tres meses antes de su

composición, el general Kitchener había derrotado al último de los madhistas en Omdurman y hasta este momento Egipto había temido una invasión»4. De este modo se podría pensar, con S. Tsirkas5, que la ciudad del poema era Alejandría, donde vivía Cavafis: el mercado, la Plaza de los Cónsules; los senadores, los representantes de los primeros colonos griegos; los pretores, los jueces de los tribunales mixtos, y en la puerta de Rosette se sentaba el khedive Abbas II dispuesto a recibir a los invasores, preparándose para conceder honores a sus líderes. Lidell también rechaza esta interpretación ya que dice, razonablemente, que «en vista de los sufrimientos de los griegos en Sudán bajo los mahditas, no es posible creer que las comunidades extranjeras estuvieran felices de recibirles en la puerta de Rosette. La solución que se les ofrecería sería o el Islam o la muerte»6. Personalmente, prefiero ver en el poema un significado mucho más universal, amplio y paradigmático y una referencia precisa al mundo romano-bizantino del que, por otro lado, Cavafis tenía un amplio conocimiento7. La descripción de Cavafis de los cónsules, del emperador, de los pretores, implica una visión plástica concreta —yo sugeriría que Cavafis había visto o tenía presentes los dípticos consulares (¿de la colección Benaki?) o, ciertamente, de alguna iconografía bizantina—. Y la referencia al agotamiento del mundo romano parece ineludible. En efecto, en el poema de Cavafis la civilización romana se nos presenta como algo esclerotizado, repetitivo y paralizado —«¿para qué hacer más leyes»? —, reducido a sus aspectos puramente externos, simbólicos, parafernalia barroca que solo puede ya impresionar... a los bárbaros. Se espera a los bárbaros como una solución de eventual revitalización. Desde luego no se les mira como destructores ni como enemigos. Se sabe que no tienen la cultura de la palabra (por eso los rétores que repiten siempre lo mismo, «lo que hay que decir» en cada momento, no vienen a recibirlos). Pero esos bárbaros no vienen porque no existen. Al otro lado de la frontera, los bárbaros no encarnan la incultura; simplemente, no hay tales bárbaros. Son casi iguales que los romanos —harán

sus leyes—. Y la gran decepción consiste en que, aunque vinieran, ya no son los que se imaginaba que eran. Porque, en efecto, «los bárbaros» no vinieron nunca, aquellos bárbaros imaginados en las mentes de los historiadores cristianos, destructores, brazo armado de Dios y práctica encarnación de los cuatro Jinetes del Apocalipsis8. Por un lado, los romanos necesitaban a los bárbaros para cultivar las tierras, para proteger las fronteras, para que pasaran a ser contribuyentes, y por ello los colman de honores y de puestos de confianza, de modo que los mejores generales eran bárbaros y los mejores ejércitos, también. Incluso llegaron a ser emperadores, desprovistos, prácticamente, de toda connotación «bárbara». La metáfora del poema de Cavafis ¿puede contrastarse con el análisis de la documentación histórica del periodo que vamos a estudiar, es decir, el siglo V d.C.? Es éste el problema que quisiera analizar en las páginas que siguen en referencia, principalmente, a la Península Ibérica. El resultado previsible es que las agotadas provincias de la Hispania romana —agotadas porque seguían su curso histórico sin estímulos de ningún tipo que las llevasen a cualquier dinámica de transformación social o económica y menos ideológica— recibieron a los bárbaros sin entusiasmo, pero sin un rechazo absoluto. Ellos no venían a imponer ninguna otra cultura, no eran «bárbaros», sino que pretendían acomodarse a la ya existente, y ello fue lo que produjo, con el paso del tiempo, la transformación de ambas poblaciones readaptándose la una a la otra, con un elemento añadido que resultó esencial en esa misma transformación: la concomitante extensión del cristianismo, ya fuera en sus formas herejes (o consideradas heréticas) o en sus formas ortodoxas. El cristianismo no solo supuso una transformación de las creencias, sino también de las jerarquías, de las mismas relaciones sociales y del ejercicio del poder. La llegada de los «bárbaros» revitalizó la sociedad de la Península Ibérica y le abrió nuevos horizontes de relaciones con el mundo mediterráneo y, lo que es más importante, con el ámbito geográfico del centro y norte de Europa. Este periodo de transformación duró tres siglos, hasta que un nuevo elemento exterior

vino de nuevo a transformar y galvanizar la sociedad que habitaba el territorio peninsular: el Islam. Este largo periodo histórico puede estudiarse por etapas, cuyos límites cronológicos se pueden poner en los correspondientes siglos V, VI y VII, porque cada uno de ellos prácticamente se define con características propias y perfiles más o menos definidos. Si el siglo V se puede definir como el siglo de la transición, el VI es el del definitivo predominio de uno de los pueblos asentados —el visigodo— y su supremacía, y el VII, el más difícil de precisar, como el de la historia plena del reino visigodo y su disolución. Este libro está dedicado exclusivamente al siglo V. Muchos autores y especialistas han tratado este periodo de modo puntual, pero nunca de una forma global y monográfica. No existe, creo, ningún libro dedicado a estos años en Hispania de forma completa. Pero quisiera advertir que es el resultado de una interpretación personal en la que he seleccionado la documentación que me ha parecido más relevante y significativa. Me he basado en ella y he prescindido en la medida de lo posible de las suposiciones que parecen más razonables y lógicas para atenerme a lo que entiendo que ofrecen los textos y los restos arqueológicos conocidos. El título del libro resulta una inversión del de E. A. Thompson, Romans and Barbarians. The Decline of the Western Empire, Wisconsin, 1982, que, aunque recoge una serie de artículos del gran historiador de los godos, es, en mi opinión, lo mejor y más agudo que se ha escrito sobre el siglo V en Hispania (especialmente pp. 137-229, que reproducen sus artículos publicados en Nottingham Mediaeval Studies, XX, 1976, pp. 3-28; XXI, 1977, pp. 3-31; XXII, 1978, pp. 3-22, y XXIII, 1979, pp. 1-21). El hecho significa tanto que mi preocupación fundamental recae en la actividad de los bárbaros y su significación histórica, como en mi sincera admiración por la obra del gran historiador irlandés, a quien tuve ocasión de conocer en Nottingham en 1972 y con quien mantuve, ya entonces, jugosas conversaciones sobre el tema de este libro. Soy consciente de que el empleo del término “bárbaros” es inapropiado y representa la tradición romana y el punto de vista romano. Pero lo sigo

empleando por comodidad y entre comillas.

Agradecimientos

Debo dar las gracias a muchos colegas, amigos e instituciones que, de una forma u otra, me han ayudado durante la elaboración de este libro. En primer lugar, a mis colegas del programa científico The Transformation of the Roman World, que, patrocinado por la European Science Foundation, me permitió, durante más de cinco años, de 1991 a 1996, mantener contactos y discusiones científicas sobre la historia y la arqueología de los siglos IV al VIII y de quienes he aprendido a adentrarme en la problemática de los pueblos bárbaros y en el análisis de las fuentes de la época. De entre ellos debo hacer especial mención de Ian Wood, Evangelos Chrysos, W. Pohl, H. W. Goetz, P. Geary, J. Nelson, P. Heather, F. Thews, P. Delogu, R. Hodges, L. Headeager, A. Chrystys, H. Härtke, J. Jarnut y W. Liebeschuetz. Entre los colegas españoles mi deuda con Gisela Ripoll es enorme porque ha revisado el manuscrito mejorándolo en muchos aspectos, me ha animado siempre a la reflexión y sus criticas, a veces crudas y directas, me han servido de estímulo para no renunciar a tratar los temas intratables. Me he beneficiado enormemente de mis conversaciones con Eduardo Manzano y Amancio Isla, quienes me han aportado siempre con generosidad nuevos puntos de vista, novedades bibliográficas y han discutido conmigo múltiples problemas puntuales. Javier Faci me brindó la oportunidad de asistir, en julio de 2003, a un curso sobre las ciudades de Hispania en el periodo comprendido entre los siglos IV al VIII, durante el cual pude escuchar y ver los últimos resultados de las excavaciones arqueológicas en los principales centros urbanos de la Península presentados por los propios excavadores y especialistas, lo que contribuyó a

poder formarme una visión global del estado de la cuestión más actual. A todos los participantes en aquel coloquio mi sincero agradecimiento. Alexandra Chavarría ha sido siempre una ayuda inestimable tanto por la corrección minuciosa de las pruebas como por las numerosísimas indicaciones que me ha hecho sobre el mundo rural y las villae de la Península en la época de la transición, problema que ella conoce tan bien y por su generosidad en proporcionarme datos y planos. Sus críticas y su disconformidad con algunas de mis opiniones me han servido para mejorar y perfilar más adecuadamente algunos de mis puntos de vista. Raúl G. Salinero ha discutido conmigo la estructura del libro y me ha proporcionado muchos datos sobre todo referidos a la documentación eclesiástica. Además, ha corregido el manuscrito con detalle y acribia haciéndome numerosas observaciones de estilo y bibliográficas. Las opiniones expresadas aquí, sin embargo, son de mi única responsabilidad. Respecto a las instituciones, debo agradecer especialmente al CSIC y al Instituto de Historia la oportunidad que me brindan constantemente para desarrollar una investigación libre día a día, y quiero destacar la amabilidad y diligencia de las bibliotecarias del centro para satisfacer mis búsquedas de libros o revistas. En fin, a Agustín Guimerá cuyos buenos oficios y entusiasmo fueron decisivos para la publicación. Este libro me ha acompañado durante varios años y debo agradecer a la biblioteca del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid su amabilidad y acogida, así como a la biblioteca del Departamento de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad de Estrasburgo donde pasé dieciséis meses inolvidables como profesor de Arqueología Clásica. Finalmente a la National Hellenic Research Foundation, en Atenas, y al director de su Instituto para la Investigación de Bizancio, profesor Evangelos Chrysos, donde he terminado el manuscrito. Finalmente, a Fabienne, generosa y estimulante, siempre a mi lado. Aghia Paraskevi, Atenas, septiembre de 2003.

Introducción El caos

Si nos proponemos escribir la historia de la Península Ibérica en el siglo V d.C. —grosso modo del 400 al 500— y para ello utilizamos en una primera lectura, al principal y casi único historiador contemporáneo que conservamos del periodo, la Chronica de Hydacio, el panorama que obtenemos no puede ser más caótico y desastroso. Su lectura nos lleva a una conclusión evidente: el siglo V d.C. en Hispania fue el siglo del caos. En efecto, según Hydacio, el siglo comenzó con un eclipse de sol que tuvo lugar el 11 de noviembre del año 4011. Y los eclipses son y representan, en toda la tradición apocalíptica de la Antigüedad, malos augurios, son signos terribles que anuncian catástrofes2. El lector contemporáneo de Hydacio, un monje o un aristócrata, sentiría un escalofrío al leer esta entrada justamente al inicio de una crónica de un siglo de desastres, el suyo propio. La Crónica de Hydacio se acaba en el año 468. Su autor, o bien no pudo terminarla o murió poco después de llegar a ese año3. Y aun al final de la misma no deja de ser menos tétrica que su comienzo. En ese año de 468, dice el historiador, se pudieron ver en Gallaecia (desde donde escribía Hydacio) signa et prodigia, portentos y señales admonitorias. Hydacio no tiene inconveniente en describirnos y relatarnos con detalle estos acontecimientos extraordinarios, estos prodigios significativos e inescrutables que fueron, verdaderamente, asombrosos: en el río Miño, unos piadosos cristianos pescaron un día cuatro peces. Habían salido probablemente a hacer una pesca normal, con la intención de abastecerse para la cena monástica,

pero el hecho se convirtió en algo maravilloso y milagroso. Los modestos pescadores corrieron a relatar a sus hermanos, a su comunidad, que aquellos peces que habían capturado no eran normales: eran de apariencia y tipo (visu et specie) completamente extraños: tenían inscritas en el lomo letras griegas y hebreas, letras que representaban los números al uso de la era hispánica en latín4, de modo que indicaban el ciclo del año, es decir, la cifra de 3655. ¿Quién había inscrito estas letras y estos numerales en los peces? ¿Qué podrían significar? Poco tiempo después, y no lejos del lugar donde sucedió la pesca milagrosa, se vio caer del cielo una especie de lluvia de semillas, verdes como la hierba, que parecían lentejas (lenticulae). Alguien se atrevió, lógicamente, a probarlas. No eran el maná. Eran fuertemente agrias al gusto. Un fenómeno intrigante para los habitantes de la región y una advertencia de Hydacio para sus lectores. Hubo muchos otros portentos, concluye Hydacio, que sería largo de exponer6. Así acaba la Crónica del siglo V, presagiando sucesos misteriosos que anuncian indudablemente más catástrofes y que aterrorizaban los ánimos de los lectores. Poco antes de comenzar la narración de la batalla de los romanos contra los hunos en los campos Catalaúnicos (año 451) —batalla decisiva en la que las fuerzas romanas se iban a enfrentar con un enemigo devastador— Isidoro señala en su Historia Gothorum que «se vieron en los cielos muchos signos que precedieron estos hechos, prodigios que presagiaban una guerra particularmente cruel»7. Hubo terremotos frecuentes, la luna se oscureció en el Oriente y en Occidente apareció un enorme cometa... «No es sorprendente —concluye Isidoro — que la matanza de tantos hombres en la batalla fuera anunciada por la divinidad a través de tan gran cantidad de signos»8. Hydacio señala, además, que antes de estos acontecimientos, en Gallaecia, también pudieron observarse estos presagios9. Tanto para uno como para el otro de estos dos autores, Hydacio e Isidoro (que utiliza a su antecesor), todas las catástrofes están anunciadas mediante signos que las preceden. Esta visión de Hydacio, señala un comentarista reciente, «es la que corresponde a un mundo desolador que no tiene ya ninguna esperanza de paz... es una visión apocalíptica que anuncia el fin de

un época, si no es que anuncia el fin del mundo»10. Hydacio estaba convencido de que el mundo acabaría 450 años después de la Ascensión del Señor, es decir, según los cálculos de los cronógrafos cristianos, el 27 de mayo del año 482, y su Chronica no era otra cosa que el relato de un testigo de los últimos años del Imperio Romano, siendo los pueblos bárbaros los agentes del Anticristo que cumplían así la profecía bíblica11. Pero hay que subrayar que Hydacio es, por otro lado, el autor de la Chronica más importante que tenemos para conocer la historia del siglo V en la Península Ibérica. De acuerdo con esta premisa, que hay que tener siempre presente, no es difícil deducir que la historia registrada en su obra ha de estar, forzosamente, condicionada por la intencionalidad de convertirse, ante todo, en una historia aleccionadora y terrible para sus eventuales lectores contemporáneos. Dominado por estos dos extremos —el eclipse y los portentos apocalípticos— el caos preside la historia del siglo V en la obra del historiador. Causa y razón de este caos son, para él, directamente los pueblos que llegaron a la Península en el año 409 —los suevos, los vándalos y los alanos—12. Hydacio no los llama invasores, sino que se refiere a ellos como pueblos que entraron en la Península (ingressi Hispanias). Los que entraron fueron barbari13, un término que entraña, en muchas ocasiones, un componente despectivo, en definitiva, pueblos externos, pueblos no romanos. Pero si la entrada fue pacífica, inmediatamente se vieron sus intenciones, sugiere Hydacio: el pillaje mortífero («caede depredatus hostili»). Su presencia fue, además, acompañada de una peste. Y no solo eso: la peste y la presencia de estos bárbaros originó la ruina de las riquezas y bienes conservados en las ciudades, por obra y acción de los exactores, recolectores de tasas, y por los soldados. Un país próspero y rico como eran las provincias de Hispania se convirtió, según Hydacio, en una ruina, y todos se aprovecharon de la situación. Las consecuencias fueron terribles: la hambruna se apoderó de la población y se llegó a casos de antropofagia: los hombres se devoraban unos a otros, las madres inmolaban a sus hijos recién nacidos y los cocinaban con sus propias manos. Las bestias salvajes se alimentaban de los cadáveres de las

víctimas del hambre, de la espada o de la peste y devoraban, incluso, a los varones más fuertes, casi hasta la aniquilación de la raza humana14. La combinación de peste y bárbaros trae a la memoria del historiador la llegada de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: la guerra, el hambre, la peste y las bestias feroces hambrientas merodeando por todo el territorio. La profecía del Señor se estaba cumpliendo15. No puede haber un panorama más estremecedor y devastador. Hydacio estaba haciendo historia apocalíptica, estaba aterrorizando a sus contemporáneos, estaba encontrando en los bárbaros el instrumento del final del Imperio Romano, estaba anatematizándolos como causantes destructores de una civilización y un pueblo, el hispanorromano, al que él mismo pertenecía. Pero la Providencia del Señor vino a recomponer la situación: el Señor se compadeció de los habitantes de Hispania e insufló en los ánimos de los invasores el deseo de paz. Se repartieron las tierras, se establecieron en ellas16, y las pocas ciudades que sobrevivieron al desastre y sus habitantes se sometieron a la esclavitud de los bárbaros. Justo castigo por haber sido paganos, romanos e idólatras: el noble bárbaro era mejor señor, aunque fuera hereje. Éste es un tema recurrente en otros autores de la época, como Orosio y Salviano de Marsella. A pesar de este inciso en la Crónica de Hydacio, la historia que siguió al establecimiento de los bárbaros en Hispania no fue mejor, en palabras del historiador. Los eclipses y fenómenos sobrenaturales se sucedieron a intervalos durante los años posteriores, presagiando siempre el final inminente: hubo un eclipse el 19 de julio del 41717. Dos años más tarde, en 419, señales horribles — Hydacio no especifica cuáles o de qué naturaleza («multa signa afecta terrifica»)18— aparecieron en la ciudad de Biterra, en la Gallia (actual Béziers), y fueron descritas en una carta enviada a todas las comunidades cristianas por el obispo de la localidad, Paulino. El ambiente de intimidación se extendía por todas partes y de ello se encargaban, no solo Hydacio, sino otros clérigos. Un cometa apareció en diciembre del 441 y fue visible durante varios meses presagiando un desastre inminente, es decir, una plaga que se extendió por todo el mundo19, y seis años más tarde apareció otro eclipse de sol20. El clímax

parece que sobrevino en el año 451, cuando un día de abril, después de amanecer, el cielo se volvió rojo como el fuego o la sangre y se observaron rayos que parecían lanzas que se mezclaban con el rojo intenso. El fenómeno duró hasta la hora tercera de la noche y fue acompañado de continuos terremotos y otros signos celestes. E Hydacio insiste: el 26 de septiembre de ese mismo año la luna se nubló. No fue solo Hydacio la persona alarmada. El obispo Eufrasio, de Augustodunum, en la Gallia, llegó a escribir una carta a las autoridades militares, concretamente al comes Agrippinus21, describiéndole los sucesos. El 18 de junio comenzó a aparecer un cometa22 y el 29 era visible al atardecer hacia Oriente e, inmediatamente, cuando se puso el sol, se vio en Occidente. El 16 de julio, sin embargo, apareció solo en Occidente. En el 453 hubo un nuevo terremoto en Gallaecia —registra Hydacio— y algo raro apareció en el sol de modo que parecía que había un segundo sol23. Mientras sucedían todos estos portentos, Hydacio relata, una y otra vez, las razzias y las destrucciones y saqueos de los bárbaros en ciudades y campos. Nada los detiene en su afán destructor y pillaje. Es un periodo sin esperanza. La Chronica de Hydacio ocupa veintitrés páginas en la edición de Mommsen en los Monumenta Germaniae Historica (de las que una gran parte están ocupadas por el aparato crítico), y están llenas de estas referencias y otras calamidades que comentaremos en su momento. Es, por lo tanto, un texto corto y escueto que dedica una gran parte de su contenido a contar presagios y fenómenos sobrenaturales como los que hemos expuesto. Disponiendo de este tipo de documento (y prácticamente solo de éste), se entiende bien que resulte sumamente difícil reconstruir con cierta verosimilitud la historia de Hispania en el siglo V. Además de ser breve y concisa en extremo, la Chronica de Hydacio está condicionada y llena de intencionalidad admonitoria y apocalíptica24. E. A. Thompson observó hace tiempo que si bien la llegada de los «bárbaros» a Hispania en el 409 está magnificada y enfatizada especialmente en la obra de Hydacio, el hecho apenas merece unas pocas palabras en otras crónicas contemporáneas e incluso en algunas de ellas —como la del comes Marcellinus

— ni se menciona25. En efecto, en la Chronica de Casiodoro la entrada correspondiente al año 409 solo dice que los vándalos ocuparon Hispania26. La referencia de la Chronica de Isidoro es también mínima, y las Consularia Constantinopolitana señalan meramente que «barbari Spanias ingressi», «los bárbaros entraron en Hispania»27. Otro cronista de la época, Próspero Tironense, solo habla de que los vándalos ocuparon Hispania y la Chronica Gallica menciona nada más que a los suevos28. De este modo se comprueba que los acontecimientos de Hispania en el siglo V tuvieron un relativo interés para el resto del Imperio, mientras que se convierten en absolutamente fundamentales para el cronista Hydacio que vive en Hispania y los describe y magnifica como si fueran los comienzos del fin del mundo para sus lectores locales. Es cierto, no obstante, que el registro de los hechos en las diversas crónicas puede depender de las fuentes de información disponibles de cada uno de los cronógrafos. De la misma manera que el año 476 d.C. —fecha tradicional del fin del Imperio Romano en Occidente— merece solo una mención extensa en la Chronica de Marcellino29 entre todas las otras crónicas existentes, el año 409 no significó nada especial en la historiografía contemporánea o poco posterior, a no ser para un hispano habitante de Gallaecia que había oído hablar de lo que ocurrió30. Para Hydacio, Hispania y más concretamente su entorno personal, Gallaecia, son el horizonte de su historia, aunque esporádicamente en su Crónica haga alusión a otros acontecimientos exteriores31. Es, por lo tanto, manifiesto que el obispo Hydacio quiso transmitir, no a nosotros, sino a su público lector eventual (probablemente comunidades monásticas, obispos y clérigos, porque la Crónica de Hydacio no obedece a un encargo específico de un rey o de un emperador), un siglo de caos y desastre que preludiaba un cataclismo general. El problema es que nosotros disponemos sola y exclusivamente de su obra para la tarea de escribir la historia del siglo V en Hispania. Ahora bien ¿de dónde tomaba Hydacio sus noticias? No es probable que se las inventase. Cuando un historiador quiere presentar unos hechos de una forma determinada lo hace conscientemente, los elige, los selecciona, omite

muchos otros que podrían presentar la historia de otra forma32. Pero Hydacio está acreditado, sobre todo recientemente, como un buen historiador: «The best in his genre in all Late Antiquity»33. Para la primera parte de su Crónica probablemente Hydacio siguió fuentes escritas, pero la mayoría de su información fueron fuentes orales y observaciones personales —estas últimas solo para ciertos acontecimientos (su estancia y misión en Gallia en el 431 y 432, por ejemplo)—, porque desde su escenario apartado donde vivió (la Gallaecia) no estaba en condiciones de ser testigo directo de los hechos sucedidos en el resto de la Península o fuera de ella34. Afortunadamente, Hydacio no es la única fuente que poseemos para el siglo V, aunque sí la más importante. Hay otras que son mucho más directas y vívidas, como la carta de Consencio a Agustín, del 419, o la carta de Severo de Menorca, del 418, sobre la conversión forzosa de los judíos en la isla, algunas referencias a concilios y a la vida eclesiástica y para los últimos años del siglo, otras crónicas escritas posteriormente y no contemporáneas35. Para los primeros años del siglo tenemos abundante documentación en la Historia Nueva de Zósimo, en los fragmentos de Olympiodoro de Tebas, en las historias eclesiásticas de Sozomeno y Filostorgio, en la Historia adversum paganos de Orosio y otras obras que incidentalmente se refieren a Hispania36. Gracias a ellas podemos completar algo mejor el panorama tendenciosamente presentado por Hydacio. Pero en general estos documentos se refieren a los primeros años del siglo —no van más allá del 425— y a partir de esa fecha dependemos prácticamente de Hydacio. Complemento esencial a esta documentación escrita es la arqueología. Los encargados de evidenciar y descubrir la cultura material y su significado, los arqueólogos, han ido a remolque de lo que dice la Crónica de Hydacio. El siglo V es, también para los arqueólogos, un siglo de caos y destrucción: las murallas de Emerita fueron destruidas violentamente en este periodo; el circo de Tarraco era ya un basurero; muchas villae rurales ya no eran como en el siglo IV, sino que se vieron reocupadas y readaptadas a nuevas funciones. Pero sobre todo el

siglo V es un siglo casi vacío por falta de elementos de precisión cronológica segura. Los mosaicos de las villae o de las domus urbanas no se datan con precisión si no es por medio de elementos o rasgos estilísticos y, por tanto, no sabemos si siguió la producción de los mismos en el periodo que nos ocupa. Escasean los objetos de bronce o de lujo y, cuando existen, sus fechas nunca son precisas y pueden ser «de la primera mitad del V» o «de la segunda mitad». Los circos ya no se utilizan en el siglo V, ni tampoco los anfiteatros o los teatros, y se reocupan con otras funciones en fechas imprecisas que no podemos asignar con exactitud al siglo V. No hay casi inscripciones ni esculturas. Los templos paganos o se desmontan,o se reocupan, o se dejan caer en el olvido. Paradójicamente, las cerámicas de procedencia africana u oriental del siglo V se encuentran en muchos centros urbanos o incluso rurales, y las cerámicas locales son difíciles de datar con exactitud. Éste es el panorama genérico ofrecido por la arqueología. Parece que la «invasión» bárbara, descrita en los términos de Hydacio, sumió a la Península en el caos y que las ciudades fueron destruidas y la vida entera del territorio entró en una fase de recesión total a veces incomprensible. Pero en medio de este caos, sin embargo, es posible ir poco a poco y minuciosamente analizando una serie de hechos y constataciones que, estudiados en profundidad, pueden ofrecer otro panorama distinto, al menos para algunos periodos y para algunas zonas de la Península.

Capítulo 1 Bárbaros y romanos

Esta primera parte es principalmente descriptiva de los acontecimientos políticos y militares que sucedieron en la Península durante el siglo V. Trataré de establecer y analizar en ella los cambios que se produjeron en la Península como consecuencia del establecimiento de los pueblos bárbaros y cuál fue su posible alcance, así como su desarrollo. Prestaré atención a las causas posibles de la llegada, a la distribución territorial, al impacto y sucesión de las actividades de suevos, vándalos y alanos, al intervencionismo romano y a los pactos que realizó con los pueblos establecidos, la primera llegada de los godos en 414 y a la definitiva en 494.

1. La usurpación de Constantino III y sus repercusiones en Hispania Los últimos gobernadores de la Dioecesis Hispaniarum1 del siglo IV conocidos son dos personajes llamados Petronius y Macrobius. Petronius fue vicarius Hispaniarum entre los años 395 y el 397. Recibió una serie de constituciones recogidas en el Codex Theodosianus, entre las que destaca una referida a las gesta municipalia2 que viene a corroborar la vitalidad de los municipios en los últimos años del siglo IV. Conocemos, además, a Petronius como corresponsal de Símmaco con motivo de sus preocupaciones para la compra de caballos en la Península3 y sabemos que era un cristiano convencido4.

El último de los gobernadores del siglo IV conocido es Macrobius, que fue igualmente corresponsal de Símmaco con motivo de la compra de caballos y que fue vicarius en el 400. No está claro si este personaje puede ser identificado con el autor de las Saturnalia5. Sucesor de Macrobius fue Vigilius, ya en los primeros años del siglo V, al que solo conocemos como receptor de una norma del teodosiano en la que se regula la dignitas del officium del vicarius6. La rutina administrativa y las relaciones entre la aristocracia gobernante y el emperador sucedían sin problemas especiales durante el cambio de siglo. Como ha subrayado J. Matthews, a comienzos del siglo V las provincias (occidentales) del Imperio recibían sus gobernadores mediante nombramiento regular desde la corte imperial de Italia...; los senadores se interesaban por los asuntos provinciales e intervenían en ellos7. En pocos años esta situación cambió radicalmente. Estamos bastante bien informados sobre los acontecimientos que precedieron a la llegada de los bárbaros a Hispania en el 409. El periodo 407-409 es relativamente bien conocido, aunque para reconstruir su historia hay que hacer un ejercicio atento y combinado de la lectura de la documentación porque no siempre resulta clara ni es completa. Pero lo que emerge de esta documentación es que la figura de Máximo, el usurpador-emperador elevado al trono en Tarraco por Gerontius en el 410, es una figura fundamental, así como la de su general, para entender la dimensión histórica de los acontecimientos que sucedieron en la Península Ibérica en los primeros años del siglo V, y, especialmente, para intentar comprender por qué pasaron los suevos, vándalos y alanos a Hispania en el 409 y su posterior instalación en el 411. Esta llegada supuso el comienzo del fin de la Hispania romana propiamente dicha, aunque el proceso fue lento y durase aún casi un siglo hasta que se pueda hablar de nuevos gobernantes en Hispania de modo definitivo. Para situar correctamente su acción y su papel es necesario retrotraerse a la usurpación de Constantino III en Britannia y a su posterior dominio de la Península.

La sublevación de Constantino III Constantino III fue elegido emperador por las tropas de Britannia en febrero del 407 o a comienzos de ese año8. En aquel momento gobernaba legítimamente las provincias occidentales del Imperio, Honorio, hijo de Teodosio, y tenía su sede en Rávena. El acto de Constantino fue claramente una usurpación. Antes de él, y en el breve espacio de meses, otros dos usurpadores le precedieron también en las islas (Marcus y Gratianus) y fueron eliminados con la misma facilidad y rapidez con las que habían sido elevados al poder por el ejército9. Esta sucesión de usurpaciones en Britannia habla claramente del descontento de los habitantes con el gobierno legítimo de Occidente por no encontrar suficiente apoyo y atención a sus necesidades. De hecho, poco más tarde, en 409, los habitantes de Britannia se desentenderán del poder central romano y comenzarán a gestionar sus asuntos públicos por su cuenta10. Pero Constantino III, el más ambicioso y quizás el más capaz de los tres, consiguió que su usurpación no fuera tan efímera. Parece, en efecto, que Constantino tenía un proyecto de largo alcance, modelado en las anteriores experiencias de otros usurpadores en Occidente, como Magno Máximo, sublevado contra Teodosio a fines del siglo IV u otros del Imperium Galliarum del siglo III. El hecho es que, como ha observado Matthews, para asegurarse Britannia era necesario poner orden en la vecina Gallia, que tenía ya en su territorio a los grupos de suevos, vándalos y alanos y otros pueblos bárbaros que habían pasado el Rin helado en el 406. Y Constantino no tardó en comprenderlo, pasando inmediatamente con sus tropas a Bononia (Boulogne) en el continente11. Constantino era lo que se llama un soldado raso (provenía, según el historiador Orosio, ex infima militia)12. Su único mérito, siempre según Orosio, era que se llamaba Constantino, nombre carismático que le llevó a ser elegido propter solam spem nominis sine merito virtutis eligitur, «solo por la esperanza de su nombre sin que tuviera otro mérito especial». El historiador eclesiástico griego Sozomeno, que escribe su Historia Eclesiástica entre los años 443 y 450,

insiste sobre el argumento: los soldados lo eligieron porque llevaba el mismo nombre que el otro Constantino (el Grande) y por ello pensaron que podría tener el Imperio por más tiempo. Constantino pareció sentirse verdaderamente un «nuevo Constantino» y trató de modelar sus acciones políticas, militares y propagandísticas, con las de su predecesor y modelo, de forma más o menos precisa, y ello se deduce del estudio de las acciones que llevó a cabo posteriormente13. Realizando una política dinástica a imitación de la de Constantino I, el usurpador del 407 daba más verosimilitud a sus acciones y, al propio tiempo, trataba de no defraudar las esperanzas de aquellos que le habían apoyado para la conquista del poder. Resulta significativo, en efecto, que los dos hijos de Constantino III se llamasen, respectivamente, Constante y Juliano. De entre los familiares descendientes de Constantino I —su modelo— Constante fue el segundo de sus hijos y Juliano, su sobrino. Lo interesante de esta coincidencia es que ambos (Constante y Juliano) estuvieron íntimamente ligados al gobierno de las provincias occidentales del Imperio en el siglo IV y concretamente a la Gallia14. El hijo de Constantino III, Constante, fue elevado al rango de césar en el año 408 y poco más tarde fue nombrado Augusto en 409-41015. Su hijo menor, el jovencísimo Juliano, recibió el título de nobilissimus, esto es, asociado al poder y llamado a ser césar en un futuro y más tarde Augusto, cuando llegase el momento. De hecho permaneció siempre al lado de su padre y encontró su muerte con él cuando, capturados ambos en Arlés, fueron enviados a Italia y decapitados en el 41116. Constantino III era cristiano. Su hijo Constante había entrado en un monasterio y su padre le obligó a salir de la vida monástica para revestirlo del título de césar17. El propio Constantino acabó entrando en la Iglesia. Al ver que su ejército estaba acorralado, su general Edobicus vencido y sus posibilidades reducidas ya al fracaso, «él mismo dejó la púrpura y los símbolos del poder y entrando en una iglesia, fue ordenado sacerdote (presbítero)»18. Además de estos elementos de coincidencia, Constantino III tenía planes políticos y militares semejantes, en principio, a los de su ilustre

antecesor: Constantino pretendía dominar las provincias occidentales — Britannia, Gallia, Hispania— y desde esa posición llegar a un acuerdo con Honorio para que le reconociera su usurpación o, eventualmente, invadir la propia Italia (lo mismo que había hecho Constantino con Majencio en el siglo anterior). Honorio no aceptó en un principio reconocerle y envió contra él a uno de los generales godos de Estilicón, Sarus, con un formidable ejército. Las tropas de Constantino, al mando de Justino y Nebiogastes, perecieron en el enfrentamiento y el mismo usurpador se vio obligado a refugiarse en Valentia (Valence, ciudad de la Narbonense) donde se preparó para el asedio. El nombramiento de dos nuevos generales —Edobicus (un franco) y Gerontius (un britano)— hizo desistir a Sarus del acoso a la ciudad por prudencia y regresó a Italia. Por el momento la suerte sonreía a Constantino III. Y a ello había contribuido decisivamente la fama del valor y capacidad militar de un personaje, Gerontius19. Constantino, ya más seguro, estableció su capital en Arlés, un lugar estratégico con salida al mar y controlando el sur de la Gallia, Hispania e Italia, se preparó para completar su dominio del Imperium Galliarum, esto es, la conquista para su causa de la Dioecesis Hispaniarum20.

La reacción en Hispania Contrariamente a lo que había sucedido en Britannia, en Hispania no hubo usurpaciones para contestar el abandono de las provincias por parte del emperador Honorio o para contrarrestar con eficacia los eventuales peligros de la presencia en Gallia de los pueblos bárbaros que habían atravesado el Rin helado en el 406, y que suponían una amenaza para la estabilidad de las provincias gálicas y eventualmente las hispánicas. Y no porque no hubiera rumores sobre los peligros. Jerónimo, desde su retiro de Belén, ya advertía que las provincias hispánicas podían temblar ante una posible invasión21. Sin embargo, Hispania se unió fácil y rápidamente a la causa del usurpador Constantino. Su intención de

anexionarse Hispania para su «imperio» estuvo clara desde el momento mismo en que, nada más pasar a la Gallia desde Britannia, misit in Hispania iudices, es decir, envió gobernadores para que sustituyeran a los existentes, que habían sido nombrados con anterioridad por el emperador legítimo Honorio22. Lo verdaderamente relevante es que, según una preciosa indicación de Orosio, las distintas provincias de la Dioecesis Hispaniarum los aceptaron obedientemente y sin dificultad23. Los gobernadores y administradores que habían sido nombrados por Honorio fueron obligados a dimitir o aceptaron voluntariamente ser sustituidos. El sentimiento general fue el de adherirse a los nuevos gobernantesya la nueva administración. Ahora bien, una parte de la población o, mejor, de la aristocracia terrateniente no estuvo de acuerdo con estos cambios y apostó por la resistencia. De aquí que, en cierto modo, se puede hablar de una guerra civil en Hispania, expresada en las luchas que sucedieron después, como resultado de esta resistencia contra la usurpación de Constantino III a comienzos del siglo V24. La pregunta es ¿quién encarnó esta resistencia y por qué y cómo se llevó a cabo? El emperador Teodosio, padre de Honorio, había nacido en Cauca (Coca, actual provincia de Segovia)25. También su padre, Flavius Theodosius, uno de los más brillantes y afamados generales de Valentiniano I26, era de origen hispano y prácticamente toda la familia teodosiana —primos, tíos, nietos, hijos, esposas— estaba relacionada con la Península Ibérica, donde poseían tierras y propiedades27. J. Matthews se planteaba hace años en qué medida Teodosio era un terrateniente (como lo fueron otros individuos de alto rango senatorial de la época) en Hispania y dónde estaban sus posesiones, y llegó a la conclusión de que, aun admitiendo que indudablemente las poseía porque las fuentes así lo señalan, no sabemos si eran lo suficientemente extensas o amplias en su distribución para sugerir que la familia constituía una aristocracia terrateniente hispana. Parece más bien, concluía, que las conexiones y las redes de influencia de Teodosio en los ámbitos de poder residían más en sus relaciones con círculos políticos de la corte que en una aristocracia hereditaria en Hispania28. Algunos

arqueólogos, sin embargo, y sin un argumento contundente, han supuesto que las posesiones de la familia teodosiana estaban en la zona de la Meseta norte, en las regiones de Palencia-Valladolid-Segovia, representadas por las villae de esa región, en los llamados Pallentini campi que, como veremos, fueron objeto de saqueo por parte de los ejércitos de Gerontius29, entendiendo o interpretando esta destrucción como una especie de venganza contra las posesiones de la familia30. Pero a la vista de la documentación que poseemos no podemos afirmar tal cosa: no conocemos los nombres de ninguno de los propietarios de las villae de la Meseta y no se han encontrado evidencias arqueológicas claras de que fueran destruidas o arrasadas a comienzos del siglo V31. Las noticias literarias que tenemos respecto a la posible ubicación de las posesiones de la familia teodosiana hablan, más bien, de otros escenarios geográficos, como veremos más adelante. Como he apuntado, en Hispania se aceptaron de buen grado los administradores impuestos por Constantino III. Sin embargo, no iba a cambiar nada especialmente32. Se necesitaba adhesión política. Constantino III iba a gobernar desde la Gallia y a través de su prefecto del pretorio y, en el aspecto militar, con la ayuda de sus magistri militum nombrados para las Galliae nada más pasar el Canal de la Mancha en 40733. El Imperio no se toca, la administración sí. Lo mismo había hecho Juliano cuando usurpó el poder en Lutetia en el 360. Pero Constantino se presenta ante sus tropas y ante los provinciales como restitutor, el que va a traer un nuevo orden34. No sabemos los nombres de los nuevos funcionarios, vicarius y praesides y consulares que se iban a establecer en las capitales Tarraco, Emerita, Hispalis, Cartago Nova, Bracara y en las Insulae Baleares y la Tingitana. Los hispanos quizás estaban cansados de la administración pro-honoriana o quizás se sentían más seguros con la nueva administración. Pero no todos. En Hispania existía, lógicamente, una facción pro-honoriana encarnada, cómo no, en la familia de Teodosio. Aún quedaban restos de ella en la Península y estuvieron dispuestos a la resistencia. Dichos miembros de la familia teodosiana aparecen en este momento en la

historia. Son ricos y nobles (nobiles et locupletes); jóvenes aún. Son hispanos35. Tenían disensiones entre sí. Dídimo y Veriniano, por un lado, Lagodio y Teodosiolo, por otro. No vivían en la misma provincia; eran parientes, probablemente primos, del emperador Honorio36. En ninguna parte se nos dice que ostentasen cargo administrativo o militar alguno. Son ellos los que van a asumir la defensa de los intereses de la casa imperial frente al usurpador Constantino III. Sus enormes riquezas les permitirán organizar un ejército privado con el que oponerse a las tropas del usurpador que, de un modo u otro, se vio así obligado a conquistar militarmente la Península. Ellos defendían sus intereses personales, aunque declaraban que lo hacían en nombre del imperator iustus37. Pretendían salvar a la patria del peligro de los bárbaros («et barbaros tueri sese patriamque suam moliti sunt»). Aquí los bárbaros son, evidentemente, las tropas de Constante y de Gerontius, integradas en su mayor parte por auxilia procedentes de pueblos reclutados en Gallia o Britannia. El emperador-usurpador Constantino III estaba a punto de cumplir su objetivo y su «sueño constantiniano». La conquista de Hispania para su causa era esencial. Sabía que era un feudo de Honorio, un baluarte difícil y un peligro real. Conocía que en la diócesis no faltaban intereses políticos y económicos que, unidos al recuerdo de la grandeza teodosiana, pusieran en un momento dado de la parte de Honorio no solo a un sector de la población, sino especialmente a destacados miembros de la aristocracia económica o de la alta administración. Pero, con todo, eran unas provincias necesarias de dominar, tanto por razones puramente políticas o de propaganda, como estratégicas o incluso económicas. El historiador Zósimo registra claramente las razones de la acción: deseaba unificar la diócesis bajo su mando y eliminar el peligro de los partidarios de Honorio en la Península. Su temor a un alzamiento y a un reclutamiento de tropas en Hispania, que pudiera sorprenderle entre dos fuegos, en una maniobra combinada con los ejércitos de Italia al mando de Honorio, estaba plenamente justificada38. Para ello había que obrar con rapidez, con eficacia y en profundidad. Y Constantino lo hizo en un golpe de efecto de triple dimensión:

político, civil y militar. Invistió a su hijo Constante con la dignidad de césar39, para confirmar con un acto simbólico su decidida voluntad de convertirse en un emperador reconocido que actuaba de acuerdo con los principios de la colegialidad dinástica, y lo envió a Hispania. A la comitiva se unió Apollinar, en su calidad de prefecto del pretorio, para hacerse cargo de los problemas civiles y administrativos. Al frente del ejército iba un avezado militar, el mejor de los generales de Constantino: Gerontius.

Constante en Hispania El hijo mayor de Constantino III, Constante, había ingresado muy joven en un monasterio. Constantino era entonces un soldado raso. No es de extrañar que en aquel tiempo consintiera o hiciera entrar a su hijo en religión. Los monasterios se nutrían principalmente de gentes pobres, ignorantes, personas de pocos recursos. A veces, es cierto, también de individuos de la alta aristocracia, pero éste no puede ser el caso del hijo de Constantino III. Puede que ésta fuera una de las razones por las que Constante se hizo monje. Pero los hechos —y las expectativas— cambiaron radicalmente el día en que el ejército aclamó a Constantino como Augusto. Poco a poco, imbuido de la idea carismática de que debía ser el emperador de la Pars Occidentis, el seguidor de los pasos de su modelo Constantino, debía fundar o crear una dinastía legítima, una sucesión. Constantino no dudó entonces en hacer salir a su hijo del monasterio —ex monacho Caesarem factum, dice Orosio— para nombrarlo césar, lo que indigna al historiador cristiano —pro dolor!, exclama cuando relata el hecho—. Era el año 408. La inexperiencia de Constante en los asuntos de gobierno, su carácter de casi un césar instrumento en manos de sus ayudantes y consejeros resulta evidente y explica la comitiva que le acompaña a Hispania. El nuevo césar y joven Constante era más un símbolo que un hombre al que pudiera encomendársele en solitario la empresa tan delicada como el sometimiento de

Hispania, que requería una pronta solución. La nueva capital del nuevo césar de Hispania iba a ser Caesaraugusta (Zaragoza). Esta afirmación está basada en las palabras del historiador tardío Renatus Profuturus Frigeridus, citado verbatim en la Historia Francorum de Gregorio de Tours, según la cual se nos dice que cuando Constante abandonó Hispania para volver a la corte de su padre en Arlés, dejó en esta ciudad a su esposa y a su corte («cum aula et coniuge sua»). La elección de Caesaraugusta no es sorprendente si se tiene presente su privilegiada situación geográfica, sobre todo en relación con la comunicación con la Gallia y con la Tarraconense, esto es, con la salida al Mediterráneo. Ciudad fuertemente amurallada (véase p. 216), ofrecía igualmente la oportunidad de ser el punto clave del control de la penetración hacia el interior. La elección habla, del mismo modo, a favor de que el territorio no debía de ser muy propicio a Honorio. Como veremos, la resistencia pro-honoriana se focaliza más al Occidente, entre la Lusitania y la Meseta. Establecido allí se pasó inmediatamente al enfrentamiento con las armas.

La familia de Teodosio y la resistencia A pesar de sus riquezas, los miembros de la familia de Teodosio no disponían de un mando militar efectivo que pudiera poner a su disposición un ejército regular perfectamente equipado y disciplinado, entre otras cosas porque este ejército ya no existía o, si existía, no aparece en ningún momento en la documentación a pesar de la situación de emergencia que creó la usurpación de Constantino. Los familiares de Teodosio no tenían rango militar ni influencia en los eventuales cargos militares de la Península. Hacer frente a un ejército profesional romano —aunque fuera el de un usurpador— era un riesgo peligroso y así lo asumieron, según señala Zósimo, los partidarios de Honorio. Pero la resistencia se organizó presentando batalla. En este punto los historiadores

antiguos difieren ligeramente. Zósimo señala expresamente: «En primer lugar (Dídimo y Veriniano) presentaron batalla a Constante sirviéndose del ejército de la Lusitania, y cuando se percataron de su inferioridad, hicieron leva de un gran número de sus esclavos y de sus colonos y en poco tiempo pusieron en peligro al ejército de Constante»40. Sozomeno, por su parte, no precisa tan claramente la utilización, en primer lugar, de las tropas de Lusitania, sino que simplemente dice que reuniendo una gran cantidad de siervos y colonos, presentaron batalla en común en Lusitania a los ejércitos de Constante41. Orosio solo habla del ejército de esclavos y colonos organizado por Dídimo y Veriniano para oponerse a las tropas de Constante42. Varios elementos se pueden individualizar aquí. Primero, los contingentes utilizados para oponerse al ejército del usurpador y, segundo, el escenario donde se desarrollaron las acciones. Si nos fiamos del relato de Zósimo, parece que en la organización de la resistencia hubo dos momentos: una utilización de un ejército de Lusitania, o estacionado en Lusitania, que no tuvo éxito en un primer momento; y una organización de un ejército privado, cuya recluta llevó bastante tiempo (según Orosio), compuesto por esclavos y colonos que esta vez sí que llegó a poner en peligro a las tropas del usurpador. Ante la llegada de los ejércitos de Constante, Dídimo y Veriniano recurren a tropas regulares establecidas en Lusitania. Siendo éstas escasas e ineficaces, recurren a organizar ellos por su cuenta un ejército privado. La pregunta en este punto es, ¿pero qué tropas de Lusitania? Según el esquema defensivo que presenta la Notitia Dignitatum para las provincias hispánicas a comienzos del siglo V, no existía ningún ejército de o en Lusitania en este momento. Según ello, o estamos ante un error de Zósimo, o ante un nuevo dato desconocido hasta ahora: la existencia de contingentes de tropas en Lusitania que se pusieron de parte de la familia de Teodosio. En mi opinión, no hay por qué pensar que Zósimo se confunde o que traspone las tropas estacionadas, hipotéticamente según la Notitia43, en Gallaecia, a la Lusitania. Probablemente se está refiriendo a un reclutamiento entre destacamentos situados en zonas o ciudades de la Lusitania o, incluso,

como pretende recientemente P. Le Roux, de tropas ciudadanas o de burgarii44. No es imposible que existieran estas guarniciones defendiendo las ciudades, pero siempre serían escasas en número, mal equipadas y entrenadas para combatir a un ejército regular y organizado. El hecho importante es que se pusieron de parte de la familia teodosiana —lo que significa que algunas ciudades de Lusitania se unieron a la resistencia— y, lo más importante, que el llamado, o registrado sobre el papel, ejército oficial, destinado a defender un limes interior, según algunos historiadores y arqueólogos, no aparece por ninguna parte. Para esta ausencia hay, en mi opinión, dos explicaciones: o porque no existía ya45, o porque se unió a los rebeldes de Constante. Esta segunda opción parece inverosímil ya que en ningún historiador contemporáneo aparece la mención de una reacción favorable hacia el usurpador en el ámbito militar. Las fuentes solo hablan de ejércitos llegados de fuera de Hispania, al mando de Gerontius, que actuaba bajo la égida de Constante César. Por tanto, es la primera, la opción más posible: no había ya un ejército regular en Hispania46. Precisamente porque las tropas semioficiales no tuvieron éxito ante el ejército de Constante, Dídimo y Veriniano, recalcitrantes y dispuestos a ir hasta el final, se vieron obligados a reclutar tropas entre sus propios colonos y esclavos que trabajaban en sus grandes villae y en sus campos. Ellos no solo los reclutaron (y armaron), sino que los pagaron y mantuvieron vernaculis sumptibus, esto es, con sus propios recursos. Este ejército privado, o rustic army, como lo llamó E. Gibbon, merece un comentario. En primer lugar, demuestra la continuidad del sistema económico de las provincias hispanas desde el siglo IV d.C., consistente en grandes propietarios que acumulan tierras y villae y explotaciones, y atesoran enormes cantidades de dinero en forma de solidi. Solo así se explican las grandes propiedades tardías encontradas en Hispania en los últimos años, por ejemplo, las villae de Pedrosa de la Vega, o de Carranque, o del Ruedo o de San Cucufate, en la Lusitania, o la de La Malena etc.47. Los familiares de Teodosio forman parte de esa aristocracia terrateniente de Hispania junto a otros, corresponsales de Símmaco, criadores de

caballos, dedicados al otium y también al negotium y que no tienen por qué, necesariamente, residir en Hispania, sino que pueden alternar sus propiedades en otras provincias. El caso de Melania es paradigmático, ya que tenía propiedades en Hispania, Italia, Gallia y Norte de África en las que poseía miles de esclavos48. La geografía de estas propiedades es muy diversa, pues no se concentran necesariamente en una zona o provincia concretas. Gracias a esa riqueza, los familiares de Teodosio pudieron armar un ejército. Los ejércitos privados, reunidos y armados por los grandes propietarios de la Antigüedad Tardía, están relativamente bien atestiguados y no solo para el caso de Hispania, sino para otros lugares. Son el resultado del estado de inseguridad de algunas provincias del Imperio en determinados momentos. Surgen gracias a la existencia del patronazgo (patrocinium, defensor locorum), y se ha dicho que su creación es uno de los orígenes del régimen feudal49. Una ley del año 409 de Teodosio II suprime los irenarcas —jefes encargados de la defensa o policía rural en las zonas orientales del Imperio— y confía el cuidado y defensa de los campos a los nobles propietarios50. Ello quiere decir que el sistema oficial resultaba ineficaz y la presión de los propietarios para la autodefensa acabó imponiéndose. Fenómeno análogo sucedió en Hispania. La inexistencia del ejército oficial regular favoreció la creación de este tipo de ejércitos privados. Pero mientras los propietarios gustan de tener sus propias tropas, la autoridad oficial se muestra temerosa ante la eventualidad de que estos contingentes se utilicen contra el Estado51. Pero no fue éste el caso del «ejército rústico» de la familia de Teodosio, sino al contrario: fue un ejército organizado para defender al imperator iustus frente al tyrannus, Constantino III52. La composición de estas tropas está referida en las fuentes de la época de manera unánime: siervos y campesinos53. El número de gentes reclutadas no debió de ser pequeño, ya que estuvieron a punto de derrotar al ejército oficial y es significativo que Orosio señale que el proceso de reclutamiento fue largo y costoso (plurimo tempore), probablemente porque tuvieron que viajar a las distintas propiedades para reunirlos. Otro problema es saber cómo y con qué los armaron, teniendo en

cuenta que las leyes romanas prohibían tener armas a los privados y que en Hispania no había ninguna fabrica armorum de donde podrían haberse abastecido54. Otro aspecto significativo de este episodio es el escenario. En los historiadores que narran estos enfrentamientos entre pro-honorianos y los ejércitos del usurpador hay, como hemos visto, dos referencias explícitas a Lusitania. Es en Lusitania donde se reclutan una parte de las tropas y es en Lusitania donde se da la primera batalla de éxito incierto para ambos contendientes. De este detalle, a mi modo de ver, se pueden inferir dos hechos importantes: a) que las tropas de Gerontius y Constante se dirigieron desde las Galias a Lusitania, probablemente hacia la capital, Emerita, y b) que las grandes posesiones fundiarias de la familia teodosiana, donde se reclutó el ejército, estaban situadas en esa provincia55. Esta suposición me parece más defendible si se considera la hipótesis de que el ejército de Constante vino de Arlés a Caesaraugusta utilizando la via Domitia, para luego dirigirse hacia el suroeste, a Emerita, donde lógicamente se hallaba el centro del poder y la maquinaria administrativa de la diócesis puesto que era la capital donde residía el vicarius. Esta afirmación de Zósimo obliga razonablemente a desplazar el eje de las posesiones territoriales de la familia teodosiana hacia la Lusitania y no a la Meseta. De hecho, la Lusitania será un escenario frecuente de las rivalidades y del interés de los pueblos asentados en la Península a lo largo del siglo V y destaca por su importancia creciente hasta que en el siglo VI los reyes visigodos se establecen en Toledo. Si bien es verdad que existen grandes villae en la Meseta, que hacen suponer importantes propietarios terratenientes en esa región, no es menos cierto que existen igualmente destacados complejos residenciales en Lusitania, y significativamente, en los alrededores de Emerita56. La misión del ejército de Dídimo y Veriniano fue resistir y atacar al ejército del usurpador dirigido por Gerontius. Una parte de la sociedad y la administración romana, como hemos visto, estaba de su parte, la otra seguía siendo fiel a Honorio. Su eficacia fue escasa, pero actuó no sin cierta gloria. En

los enfrentamientos casi lograron la victoria, según declaran Zosimo y Sozomeno. La situación, por tanto, se hizo embarazosa para los usurpadores, que se vieron obligados a pedir refuerzos a su base de operaciones en la Gallia. Es ahora donde yo entiendo que se debe traer a colación el texto de Orosio sobre estos hechos, porque es donde tiene su lugar adecuado. Dice, en efecto, este historiador —el relato es, por lo demás, evidentemente confuso— que las tropas de Dídimo y Veriniano se dirigieron ad Pyrinaei claustra para evitar la entrada de tropas de Constante y Gerontius. Si ésta hubiera sido la primera acción de la resistencia, el enfrentamiento no se hubiera dado en la lejana Lusitania, sino en los Pirineos. Contra ellos —continúa Orosio— envió Constantino a Constante y Gerontius cum barbaris quibusdam, que recibían el nombre de honoriani57. Orosio llama a estas tropas regulares barbari, aunque estaban plenamente integradas en el ejército romano, con un cierto sentido despectivo debido a las acciones de saqueo que realizaron en la Península posteriormente y porque Orosio es un defensor de Honorio y de la familia de Teodosio. Este intento de defender los Pirineos (¿por dónde?) es probable que obedezca a un segundo momento, tras la derrota inicial en Lusitania y que se deba a la intención de evitar la llegada de los refuerzos de Gerontius mencionados por Sozomeno. Lo que sí resulta claro es que los ejércitos prohonorianos quisieron defender los Pirineos de las tropas del usurpador y lo quisieron hacer con un ejército privado y no regular («qui tutari privato praesidio Pyrineae Alpes moliebantur»)58. Esta vez los honoriani sí que acabaron definitivamente con la resistencia teodosiana en Hispania. Dídimo y Veriniano fueron apresados junto con sus esposas, lo que quiere decir quizás que encabezaban o acompañaban a sus huestes. Lagodio y Teodosiolo, que permanecían a la expectativa del desarrollo de los acontecimientos, enterados del desastre, huyeron. Uno, Teodosiolo, a refugiarse en la corte de su pariente Honorio, en Rávena; el otro, Lagodio, prefirió ir a Oriente, a Constantinopla, donde gobernaba Teodosio II. El césar Constante no perdió tiempo y marchó inmediatamente a la recién

inaugurada corte de su padre en Arlés para saborear el triunfo, llevando consigo, como botín, a los cabecillas de la resistencia, que luego, en un acto claramente erróneo para su posible entendimiento con Honorio, fueron decapitados. Pensaba regresar, porque dejó a su mujer y a toda su corte en Caesaraugusta, como hemos visto, a cargo de su general de confianza, Gerontius. Casi al mismo tiempo que Constantino se enteraba de que había vencido la oposición en Hispania y que, por tanto, ya le pertenecía la diócesis, envió una embajada, formada por varios eunucos, a Honorio a fin de que le reconociese como co-emperador. La embajada llegó a Rávena a comienzos del año 409; en ese mismo año una inscripción griega de Tréveris59 celebra su consulado conjuntamente con Honorio, y Constantino recibió un manto de púrpura desde Rávena como señal de su reconocimiento y asociación al poder60. La primera parte de su sueño «constantiniano» se había cumplido: vestía la púrpura imperial, tenía una capital estratégica y floreciente; dominaba Britannia, Gallia e Hispania; había creado una dinastía con un césar victorioso y un nobilissimus puer, su hijo Juliano, destinado a gobernar. Pero en el sueño de Constantino I entraba también Italia. Éste sería el siguiente paso de su imitador. No contaba, sin embargo, con que la rebelión le podía surgir a él en su propio imperio, como de hecho así sucedió. Esta rebelión está encarnada en la figura de Gerontius61.

Gerontius vs Constantino III: el primer pacto Gerontius se quedó en Hispania cuando Constante volvió a Arlés. Y se quedó con su ejército, constituido por las tropas galas que había traído en un primer momento y con los refuerzos de honoriani, llegados poco más tarde como ayuda en la segunda campaña contra los familiares de Teodosio. Fue entonces cuando Gerontius cometió dos grandes errores: el primero, permitir a sus tropas, como premio por su victoria (praemium victoriae), saquear los campos palentinos («praedandi in Palentinis campis licentia data»)62. Los campos palentinos, la

región de la Meseta norte, habían visto florecer especialmente en el siglo IV, grandes explotaciones agrícolas, ricas villae romanas. La arqueología las ha descubierto: Pedrosa de la Vega, Baños de Valdearados, Dueñas y un largo etcétera dan prueba de ello con sus grandes pavimentos multicolores de mosaico, y sus ajuares y monedas. No eran por fuerza las posesiones de la familia teodosiana en Hispania, como hemos visto. Eran un terreno rico y apto para el botín del soldado. Y, en efecto, éste fue inmenso: «imbuti praeda et inlecti abundantia». En qué consistió este saqueo es difícil de definir. Ocurrió entre el 408 y el 409, un dato para los arqueólogos63. Pero no fue bien visto por los hispanoromanos y Orosio aprovecha para culpar a estos bárbaros de los desastres de Hispania64. El segundo error fue encomendar la defensa de los pasos pirenaicos a estas mismas tropas, en contra de una antigua costumbre local que consistía en que tropas rústicas y nativas, más o menos armadas, se encargasen de esta misión: «montis claustrarumque eius cura permissa est remota rusticanorum fideli et utili custodia»65. Fue un error detrás de otro: tras el saqueo, las tropas iban a convertirse en guardianes del territorio. Los hispanos, naturalmente, protestan. La decisión lesionaba directamente sus intereses, su seguridad y su sentido autóctono: era «kata tón archaion ethos». Tres aspectos se pueden considerar a propósito de estos datos: primero, quiénes son estas tropas que se encargan de la vigilancia de los pasos pirenaicos y por qué son situados allí para esa función. Segundo, cuál era el tipo de defensa tradicional que los hispanos tenían en la región pirenaica. Y, tercero, qué sucedía al otro lado de los Pirineos para que fuera necesaria esta protección. Las tropas encargadas por Constante y Gerontius de proteger los pasos fueron los honoriaci o, según algunos historiadores, honoriani, tal y como lo expresa el historiador Orosio, los mismos que habían contribuido decisivamente a la derrota de los partidarios de Honorio y los mismos que habían saqueado los campos palentinos. Eran tropas compuestas por gentes galas, germanas o francas. Son tropas creadas por Estilicón en los primeros años del reinado de Honorio y por ello recibieron ese nombre, aunque hay quien piensa que son

identificablesoa los comites Honoriaci o a los auxiliarii Honoriani que menciona la Notitia Dignitatum y, en fin, Bachrach piensa que se trata de alanos reclutados por Constantino III66. Cualquiera que sea su identificación no creo que puedan ser idénticos a los honoriaci establecidos en Pompaelo, mencionados en la Epistula de Honorio dirigida a la guarnición de esa ciudad y conservada en el Códice de Roda (véase más adelante) Parece que su misión allí era proteger la infiltración de pueblos bárbaros asentados al otro lado de los Pirineos de los que, según esta hipótesis, ni Gerontius ni Constantino III se fiaban completamente. Tradicionalmente, y con esto pasamos al segundo punto, esta defensa, según se deduce del texto, estaba encargada a tropas locales, hispanas, de rústicos («remota rusticanorum fideli et utili custodia»). Por la zona aproximada a través de la que pasaron los suevos, vándalos y alanos en el 409, esta defensa pirenaica debía de estar concentrada en la región de los Pirineos occidentales o atlánticos67. La defensa de Hispania no estaba encargada a tropas regulares oficiales, sino a estos grupos de rústicos equivalentes a los diogmitae de la parte oriental del Imperio (llamados también orophylakes, guardianes de los montes) y en Occidente saltuarii. Eran tropas semiarmadas, no regulares, de vigilancia de caminos y zonas montañosas, principalmente destinadas a combatir bandidos y latrones. Isauria, en Asia Menor, ofrece un ejemplo paralelo, tanto porque era una región montañosa como porque sabemos por el historiador Amiano Marcelino que este tipo de tropas existían allí. A veces eran incluso preferibles a los limitanei legionarios. El comes Musonianus las utilizó, sin éxito, contra los isaurios a mediados del siglo IV68. La existencia de este tipo de defensa en Hispania pone el problema, una vez más, del papel y función asignado en teoría a las tropas de ocupación oficial en la Península a las que algunos historiadores han asignado un papel de defensa constituyendo un limes o frontera. Ni ese limes ni esas tropas existían en Hispania en el siglo IV ni en el V: era una vieja costumbre asignar la defensa a los rústicos hispanos69. El tercer problema consiste en qué sucedía al otro lado de los Pirineos para que fuera necesario dejar una guarnición de honoriaci para la defensa de los

pasos hacia la Península. Desde el año 406 un número indeterminado de gentes provenientes de más allá del Rin (¿100.000, 200.000?) habían traspasado la frontera romana y se habían diseminado —tratando de asentarse— por el territorio galo70. Su acción había sido devastadora en ocasiones. Algunos contemporáneos —a veces de forma claramente exagerada— presentan sus efectos como verdaderamente desastrosos: «umo fumavit Gallia tota rogo»71, «toda la Gallia ardió en una enorme pira humeante». Una parte de estas gentes se había establecido en la Aquitania, no excesivamente lejos de los Pirineos. Y parece que los habitantes de Hispania estaban preocupados por una eventual invasión, y si no ellos, al menos Jerónimo, desde Belén, lo estaba por ellos: «ipsae Hispaniae iam iamque periturae cotidie contremescunt recordantes irruptionis Cymbriae»72, «las mismas Españas ya treman cotidianamente recordando la llegada de los cimbrios» (se refiere a la llegada de los francos en el siglo III d.C.). Jerónimo exagera y su testimonio es retórico. Una vez más estamos en presencia de este sentido tremendista y apocalíptico que acompaña a los movimientos de los bárbaros expresado en la literatura contemporánea cristiana. La guarnición de honoriaci dejada por Constante para evitar una eventual invasión no parece que tuviera esa función. Constantino III era dueño de la Gallia. Habitaba en Arlés. Podía tener las mismas razones para preocuparse de un eventual paso a Hispania de los bárbaros que de un eventual ataque a sus propias bases —la floreciente Arlés incluida—. Y no sabemos que hiciera nada para defenderse especialmente en este sentido. Suevos, vándalos y alanos vivían sobre el terreno. No tenían ninguna razón específica para pasar a Hispania. Y si lo hubieran decidido así, habrían aprovechado los momentos de lucha de las tropas del usurpador contra los honorianos de la Península. Hubiera sido una ocasión oportuna. Las tropas de guarnición de los pasos pirenaicos dejadas por Constante, antes de su partida a Arlés para comunicar su triunfo, obedecen a otra razón. Fueron puestas o significan el control de posibles reacciones prohonorianas, dentro o fuera de la Península.

El hecho es que la medida de sustituir la tropa defensiva hizo cundir el descontento. Y Gerontius vio la oportunidad de aprovecharse de la situación, bien porque en un principio él mismo fue contrario a tal decisión, bien porque no se le hizo caso. Una de sus primeras acciones fue destituir a Apollinar, que tiempo atrás había venido con él a la Península en perfecta armonía. Sidonio Apollinar recuerda más tarde la perfidia de Gerontius por este hecho73. La suerte estaba echada y la posición de Gerontius en Hispania comenzaba a levantar sospechas en Arlés. Quizás por ello el emperador Constantino III volvió a enviar a su hijo Constante a la diócesis, esta vez acompañado de un nuevo general — indudablemente destinado a sustituir al hasta ahora fiable Gerontius—74 del que solo sabemos su nombre: Iustus. La presencia de Constante por segunda vez en la diócesis y, sobre todo, la del estratega Iustus fueron el motivo inmediato para la abierta rebelión de Gerontius75. Los historiadores discuten sobre si la venida de Iustus fue motivada porque se tenía ya conocimiento de la rebelión de Gerontius o si ésta ocurrió precisamente como consecuencia de la falta de confianza manifestada por Constantino III y Constante hacia su antiguo general. Ambas posiciones podrían ser conciliables: se sabía de ciertas maquinaciones y descontentos de Gerontius, y por ello su persona no inspiraba la seguridad de una lealtad total: Iustus venía a sustituirle y su presencia desencadenó la rebelión. Zósimo habla expresamente en estos términos: la llegada de Iustus a Hispania ofendió a Gerontius que, de acuerdo con las tropas locales, concita a los bárbaros de la región céltica, es decir, los pueblos establecidos en Gallia desde el 406, contra Constantino y se decide a la traición76. Olympiodoro habla también de una paz (o pacto) hecha con los bárbaros por parte de Gerontius, lo que en definitiva les permitió la entrada77. Para mí, el hecho fundamental reside en que hay que hacer énfasis en el colaboracionismo de una parte del ejército de Hispania, guiado y capitalizado por Gerontius, para llevar a cabo sus propios planes o intereses, con los bárbaros asentados en el sur de la Galia, en la región de Aquitania, lo cual determina el

carácter de los hechos históricos del 409. Porque, en efecto, no se trató de ninguna invasión en esa fecha de bárbaros, suevos, vándalos y alanos, sino que se trató de una concesión de paso, de una alianza para pasar, a fin de contrarrestar el poder del usurpador Constantino III y sus seguidores en la Península. Colaborador fundamental en esta acción fue el ejército de Honoriaci, dependiente de Gerontius que, debiendo guardar los pasos pirenaicos «abandonó su deber», a favor de Gerontius, como dice expresamente Olympiodoro78. En definitiva, la diócesis Hispaniarum se convierte en el escenario, otra vez, de una lucha civil entre dos grupos opuestos: los partidarios del usurpador Gerontius y los de Constantino III, sin olvidar los leales —aún quedaban— a Honorio. Gerontius está en el centro del problema y su papel político es decisivo.

Suevos, vándalos y alanos pasan a Hispania Porque, en definitiva, el problema capital es éste: ¿por qué pasaron los bárbaros a Hispania?, ¿qué fue lo que les movió a pasar a Hispania? La pregunta es importante porque éste es un momento, la llegada de los bárbaros a Hispania, que inicia el fin de la España romana y transforma su curso histórico. Y aunque la ruptura con Roma no fue total, y aunque los pueblos bárbaros imitaran las instituciones y legislación romanas, las cosas nunca fueron ya igual que cuando Hispania era una provincia más del Imperio. También es fundamental evaluar, en la medida de lo posible, cuál fue el efecto de esta llegada y definirla claramente. No es lo mismo una invasión que un paso pactado para cumplir un cometido determinado. Pero no podemos perder de vista tampoco, como trasfondo general de estas transformaciones, las vicisitudes políticas del Estado y del poder romano durante este periodo, la debilidad y falta de iniciativas de la administración, la pérdida del control central y centralizado a favor de la periferia. Los escritores o historiadores de la época intentaron explicar, en ocasiones, los

motivos por los cuales pasaron los bárbaros a Hispania, siendo más específicos incluso que muchos historiadores modernos79. Un autor como Olympiodoro explica que «cuando el poder de Constantino (III) fracasó, vándalos, suevos y alanos se reagruparon y rápidamente alcanzaron las montañas pirenaicas, y oyendo que la tierra allí era fértil y muy rica, entraron en Hispania»80. Salviano de Marsella, que escribió unos treinta años después del hecho, señalaba que pasaron porque era la voluntad de Dios castigar a Hispania y a África, espíritu que subyace patente también en el relato de Hydacio y de Orosio81. Pero dice más: explica que los bárbaros abandonaron la Gallia hacia Hispania por temor (formido), y un pasaje de Zósimo82 parece sugerir que pasaron como consecuencia de una nueva presencia de pueblos bárbaros proveniente del Rin. Es evidente que no podemos hacer caso a las explicaciones providencialistas de los escritores cristianos. Las razones de Olympiodoro de que pasaron porque habían oído que Hispania era una tierra fértil y rica, forman parte de lo que P. Brown ha denominado «causas meramente agrícolas de los movimientos de los bárbaros», lo que quita toda connotación de invasión al paso. Pero esta razón ha seducido a más de un historiador contemporáneo. La razón esgrimida por Courtois y otros autores de que en septiembre del 409 los bárbaros en Aquitania no disponían ya de recursos para pasar el invierno y que por ello, y para alimentarse, decidieron cruzar los Pirineos, no parece suficientemente convincente. En el mes de octubre no iban a encontrar tampoco cosecha en los campos de Hispania83. La sugerencia de Zósimo no se sostiene porque se trata de una referencia a otro momento anterior84. Estando así las cosas, parece que no hubo una razón clara para el paso, no tenían ninguna razón especial para abandonar sus territorios en Gallia, donde también podían llenarse de botín, si fuera el caso, en las magníficas villae que poblaban la Aquitania85. Por ello, la razón del acuerdo y alianza con Gerontius, que, por otro lado, se encuentra sugerida en las fuentes, puede ser la causa y razón mas aceptable y verosímil ya que no solo ofrecía cosecha, sino botín y acción. Así es que la respuesta de Gerontius fue poner en marcha sus planes: no solo

selló un pacto con los bárbaros, sino incluso con las tropas de honoriani para que, dejando pasar a los primeros a la Península (no cumplieron con su deber, dice Olympiodoro), todos juntos —honoriani y bárbaros— hicieran causa común con él, frente a Constantino III. Orosio se refiere expresamente a este colaboracionismo con los honoriani86. Estas gentes no pasaron para establecerse, y durante dos años no tuvieron territorio fijo. Probablemente vinieron para regresar a la Gallia posteriormente. El pacto de establecimiento lo hicieron más tarde, con Máximo, el emperador usurpador87. El éxito de las primeras acciones de Gerontius contra Constante y Iustus fue, al principio, completo. La operación de la rebelión consistía en varias fases perfectamente pensadas. Primero, tras convencer a los bárbaros asentados en Aquitania y ganados a su causa los honoriaci, dejar penetrar a los primeros con el fin de que constituyeran una fuerza de apoyo y de disuasión frente a Constante y Iustus; segundo, hacer un tratado con ellos que permitiese a Gerontius moverse libremente en la consecución total de sus planes, que incluían también acabar totalmente con sus rivales en la Gallia. Los bárbaros podían saquear y establecerse en la Península o volver una vez hubieran acabado con Constantino III. En tercer lugar, aunque casi simultáneamente, había que nombrar un augusto para la diócesis Hispaniarum. Y Gerontius eligió a Máximo. Asegurada la diócesis de esta forma, la última parte del proyecto de Gerontius consistía en perseguir y acabar con el usurpador Constantino III y su hijo en sus propios dominios. Un ambicioso plan que se cumplió casi en su totalidad. Suevos, vándalos y alanos pasaron a Hispania en octubre del año 409, desparramándose por el territorio y, como señala significativamente el historiador Sozomeno, «asesinando a los jefes y comites de los usurpadores», lo cual no se explica si no obedece a un plan calculado contra Constantino III y Constante. En 410 ya son foederati de Gerontius88. La rebelión de Gerontius tuvo también repercusiones fuera de la Península. De hecho consiguió ganar para su causa a todas las tropas y gentes de Gallia y Britannia. Constantino III estaba cada vez más reducido a sus propios recursos

en Arlés. Zósimo lo registra cuando dice que Constantino no pudo reaccionar contra estas sublevaciones debido a que la mayoría de su ejército se hallaba en Hispania, y ya no le era fiel. La Britannia que le había dado el poder, tampoco. Constantino había ido demasiado lejos, y su deseo continuaba aún siendo el de conquistar la propia Italia. Había olvidado atender, tal y como había hecho su predecesor, a Britannia, que esta vez no solo se sublevó contra él o contra Honorio, sino que —según testimonio de Zósimo (Olympiodoro)— se desentendió completamente de cualquier poder romano, cualquiera que fuera su signo, y decidió vivir según sus propias leyes89, acción que fue seguida por los habitantes de la zona costera de la Gallia, la Armorica. Constantino sí que estaba ahora entre dos frentes. Aprovechando esta debilidad evidente y progresiva, Gerontius impulsó un poco más adelante su proyecto. Decidió nombrar él mismo su propio emperador. La fecha de su nombramiento puede ser mediados del 410, como sostiene Paschoud90. La historia de los usurpadores se volvía a repetir. Su nombramiento requiere un momento de atención.

2. Máximo, emperador-usurpador en Hispania Nunca había habido usurpadores en Hispania. Los había habido en África, en Egipto, en Britannia, entre las tropas de Germania, en Gallia. Hispania no había sido nunca escenario de usurpaciones. Existe una sola excepción que no pasó de ser una tentativa fallida: la de Cornelius Priscianus en el 14591. Hay que preguntarse las causas de la elección de Máximo. Máximo es un personaje oscuro, solitario: presenta los rasgos típicos de un hombre de paja. Pero ¿por qué Máximo? La relación entre Gerontius y Máximo está apenas esbozada en las fuentes con una o dos palabras. Nunca antes se refieren a él. Unos autores llaman a Máximo cliens (cliente) de Gerontius, otros pais suyo, otros, en fin, domesticus suyo92. Si traducimos pais por hijo, se podría pensar que una relación familiar

explicaría el nombramiento, ya que así Gerontius podría desarrollar su política sin temor y, al mismo tiempo, podría, como lo había hecho su antiguo señor Constantino III, inaugurar una política dinástica. Pero en este caso no tendría una clara explicación el porqué no se proclamó él a sí mismo augusto en primer lugar. Máximo podría haberse convertido en su césar. Resulta mucho más convincente —y concordante además con el vocabulario de la época— traducir pais en este caso como domesticus, un domesticus que integraba un cuerpo de oficiales privilegiados y que constituían los hombres de confianza de los generales o emperadores del periodo. Como bien los ha definido A. Piganiol «les protectores domestici sont les serviteurs loyalistes sur qui le tyran peut toujours compter»93. Pero en nuestro caso este domesticus se nos advierte que era también dependiente y cliente de Gerontius. Nombrar a un hombre de su entorno más inmediato, miembro probable de la aristocracia hispana, era una medida inteligente en este momento, ya que satisfacía dos aspectos que para la política de Gerontius eran fundamentales: primero porque nombrar un augusto hispánico podría atraer fácilmente a la causa de Gerontius a los hispanos y de ahí que prefiriese quedarse en un segundo plano, y además, nombrar a un cliente que dependería de Gerontius no solo por lazos de amistad, sino probablemente por nexos económicos, dejaba a éste las manos libres para actuar y gobernar en la sombra. La proclamación de Máximo fue a instigación de Gerontius y consistió en la ceremonia de colocarle el paludamentum de púrpura: Gerontius determinó igualmente el lugar donde debía residir el nuevo Augusto, en Tarraco. Aquí surge una dificultad. De las pocas monedas que se emitieron durante el gobierno de Máximo, todas ellas llevan en el exergo la abreviatura SMBA, que, según O. Seeck, se debe interpretar como S(acra) M(oneta) BA(rcinonensia)94. Ello ha dado lugar a que algunos numismáticos, como X. Calicó o R. Turcan, o, más recientemente, T. Marot, hayan afirmado que la capital de Máximo fue Barcino y no Tarraco95. Creo que no hay ningún motivo para no creer el testimonio de Sozomeno: Gerontius ordenó a Máximo residir en Tarraco —no en la

Tarraconense como pretende R. Turcan—. El hecho de que las monedas fueran acuñadas en Barcino no significa que ésta fuera la capital. Tenemos otros ejemplos de emperadores que emiten moneda en otras cecas que no son su capital residencia. Por ejemplo, y sin ir más lejos, Constantino III emite durante su estancia en Gallia, primero, en Lugdunum y, luego, en Arlés y Tréveris96. Ello depende de las necesidades y concentración de tropas. Por otro lado, al establecerse Máximo en Tarraco, capital de la provincia Tarraconense, no hace otra cosa que reafirmar la legitimidad de su usurpación en forma de continuidad de la administración anterior, lo que es una señal para Honorio a fin de que pueda reconocer su asunción al poder. Barcino hubiera sido un claro desafío: años más tarde, como veremos, Ataúlfo, el rey godo, se establece en Barcino, distanciándose de la norma y diferenciándose de ella. Y conviene recordar que fue Tarraco y no Caesaraugusta, o Tarraco frente a Caesaraugusta. Recuérdese que Constante, el hijo de Constantino III, había establecido ya su corte en Caesaraugusta. Tarraco presentaba la posibilidad de una más rápida comunicación con el interior y también, al mismo tiempo, con Italia, por mar, y con Gallia97. La estabilidad de poder del binomio Máximo/Gerontius debía estar basada en un fuerte apoyo militar. El éxito de la empresa y sobre todo su continuidad dependían de las tropas. Al fin y al cabo el usurpador debía de estar en condiciones de enfrentarse a la ejército imperial regular que eventualmente pudiera enviar el emperador Honorio, o al ejército potente y heterogéneo que apoyaba a Constantino III. La usurpación de Máximo era, en última instancia, una doble usurpación. Doble porque era una usurpación contra Constantino III y también contra Honorio. No obstante podía ser vista con buenos ojos por Honorio, puesto que significaba una debilitación de su máximo rival en Occidente. Del gobierno de Máximo en Hispania sabemos muy poco. Conocemos algo sus emisiones monetarias (reducidas y de breve duración, pero significativas)98. Las monedas de Máximo circularon en Hispania (Barcino y Tarraco) y se ha

encontrado un tesoro de siliquae de plata cerca de Gerona y su difusión se extiende por el Rosellón francés actual. Otros especímenes se han hallado incluso en el norte de África. Un notable número de monedas de Máximo se ha hallado recientemente en la basílica paleocristiana de Tarraco (situada en el complejo denominado Eroski). La ceca de Máximo adopta todos los modelos e ingredientes de la producción de la moneta publica romana imperial y los ejemplares emitidos obedecen a los patrones normales: siliquae de plata y AES 4 VICTORIA AUGGG y AES 3 y 2 con exergo que adopta el tipo de Roma y no el de Arlés: S(acra) M(oneta) R(omana) y S(acra) M(oneta) A(relatensis). Sus leyendas e iconografía presentan aspectos de interés. Su titulación reproduce la tradicional imperial de época tardía: D(ominus) N(oster) y P(ius) F(elix) Augustus. En los bronces centenionales (AES 3), en la siliqua y en la maiorina, esto es, en todas las categorías, el reverso, en la leyenda, es idéntico: Victoria Augustorum. Pero el AES 2 presenta la novedad de que, abandonando la tradicional iconografía del emperador con estandarte, el «usurpador recupera el tipo elocuente del emperador que levanta a una figura femenina arrodillada que es la representación de la Respublica, con la leyenda Recuperatio Reipublicae (siguiendo modelos de monedas Graciano y Magno Máximo»)99. El tema de la Reparatio surge así en el contexto de la usurpación100. En las siliquae se representa a Roma sentada sobre una coraza con casco y lanza y victoria sobre globus; la Victoria con palma y corona aparecen en el centenionalis101. Toda esta información que proporcionan las monedas de Máximo resulta significativa para comprender mejor su reinado. En primer lugar, hay que destacar que no emite solidi, o moneda de oro. Ello significa, sin duda, la dificultad de abastecimiento de este metal en las condiciones en las que se produjo su nombramiento y el corto espacio de tiempo de su gobierno. Máximo no tuvo tiempo ni control de las posibles fuentes de abastecimiento de oro. Pero Máximo se presenta como uno más de los tres emperadores gobernantes en Occidente —él mismo, Honorio y Constantino III— a quienes reconoce como augusti en igualdad102. La distribución de su numerario se extiende incluso a la

Gallia, lo que indica su interés en ganarse la adhesión de los súbditos de Constantino III. Como todos los usurpadores es restitutor, restaurador del orden y salvador de la República. Su apelación a Roma y a sus símbolos indican que pretende representar los valores tradicionales del Imperio. Máximo es el nuevo emperador de una diócesis, la diócesis Hispaniarum. Quizás en sus planes (y en los de Gerontius) también entrase la idea de dominar la Gallia. Con un emperador a su disposición en Hispania, Gerontius siguió llevando adelante sus planes: intentar acabar con sus rivales de un modo total. La persecución fue fulminante y Constante, que huía a Arlés, fue alcanzado en Vienne y allí asesinad103. La situación de Constantino en Arlés se hacía cada vez más angustiosa. Hasta que el propio Gerontius se presentó a la puertas de la misma capital. Poco antes, Constantino había intentado atacar al propio Honorio en Italia. Al llegar a Verona se enteró de la muerte de Alarico en Cosenza, posible aliado suyo natural contra el emperador legítimo. Este hecho le hizo desistir de su empeño y regresó a toda prisa a Arlés donde le esperaba Gerontius. Constantino, aunque ya tarde, trató de pedir refuerzos. Edobico, uno de sus generales, fue enviado a reclutar más allá del Rin tropas de francos y alamanes. Y es ahora cuando Honorio, por fin, se decide a emprender una acción contra él, probablemente sabedor de la delicada situación en la que se encontraba e irritado por la noticia de que Constantino había hecho asesinar a sus parientes Dídimo y Veriniano. El comes Fl. Constantius y Ulfila, magister militum, fueron enviados a Arlés con un ejército. Esta vez la decisión era definitiva: acabar con los usurpadores de una vez y para siempre. Ante la inminencia del ejército de Fl. Constantius, las tropas de Gerontius desertan y se pasan al enemigo. Gerontius, solo, se ve obligado a huir y regresar a Hispania. Arlés es sitiado. Los refuerzos de Edobico, fueron interceptados. Constantino III, quizás para salvar la vida acogiéndose al derecho de asylum y al respeto hacia los cristianos de Honorio, ingresa en un monasterio y se hace presbítero. No le sirvió de gran cosa. Apresado y enviado a Italia junto con su hijo Juliano fue asesinado sin contemplaciones en el camino. Ambos fueron decapitados: poco más tarde sus

cabezas se exhibían en la punta de una lanza en Rávena y luego en Cartago Nova, Cartagena, para que la población de Hispania supiese cómo acababan los usurpadores —en alusión evidente a Máximo— y para que en ellos renaciese la esperanza del recuerdo de la grandeza de la familia teodosiana104. Gerontius se vio obligado a volver a Hispania. Y allí su ejército tampoco le era ya fiel. Tuvo que suicidarse105. No sabemos dónde tuvo lugar este hecho, ¿quizás en Tarraco? Su muerte está narrada de manera dramática y casi grandiosa por Sozomeno106.

Máximo, exiliado entre sus aliados bárbaros Máximo sin Gerontius no era nada. Su reinado efímero y sus esperanzas habían durado apenas un año y medio. A la muerte de su fautor, a mediados del 411, Máximo huyó precipitadamente hacia sus aliados bárbaros que vivían desde hacía dos años en los territorios de la Península como resultado del acuerdo al que Gerontius había hecho con ellos. Esta noticia está transmitida por el historiador Olympiodoro107. El pasaje es fundamental porque demuestra que Máximo (o quizás Máximo con Gerontius) había llegado a un acuerdo con los suevos, vándalos y alanos establecidos en la Península para que se asentaran definitivamente: el texto, en griego, dice literalmente: «[Máximo] pros tous hypospondous feugei barbarous». La clave está en las palabras «hypospondous barbarous», es decir, «huyó a los bárbaros con los que había hecho acuerdos»108. Orosio da una versión un poco diferente: «Máximo, depuesto de la púrpura y abandonado por los soldados galos que fueron transferidos a África y luego reclamados a Italia, vive actualmente [esto es en el año 417 que es cuando Orosio termina su Historia] en el exilio y pasa la vida entre los bárbaros»109. Olympiodoro dice que huyó; Orosio, que fue destituido por las tropas galas y dejado ir al exilio. Es más verosímil la primera versión, aunque la Chronica de Próspero Tironense coincide con Orosio: «Máximo in Hispania regno ablato,

vita concessa, eo quod modestia humilitatisque hominis affectati imperii invidiam non merebatur»110, esto es, a Máximo se le quitó el Imperio, pero se le concedió la vida porque la modestia y humildad con las que había gobernado, no merecían consideración alguna. Máximo, en efecto, había sido un usurpador de paja e instrumento de Gerontius. Pero, en cualquier caso, había sido un emperador-usurpador que había desafiado a Honorio. Es difícil que a un usurpador se le perdone la vida en este periodo agitado. Olympiodoro recuerda bien las cabezas de los usurpadores que fueron colocadas en la punta de una lanza y exhibidas en público: las de Jovino, Sebastián, Constantino y Juliano, su hijo, así como las de los anteriores, Magno Máximo y Eugenio (en el siglo IV). Ése era el castigo de lesa majestad (maiestas). Sustituir esta pena por el exilio es, o hubiera sido, anómalo. Por eso es preferible la versión de Olympiodoro de que Máximo huyó al saber de la derrota de Gerontius (hecho que, por otra parte, corresponde perfectamente a su carácter apocado e inseguro, tal y como lo define Próspero) y que vivía en el exilio en el 417 (como recuerda Orosio). Vivir entre los bárbaros y fuera del Imperio es, para el historiador cristiano, una forma de exilio. Máximo vivió varios años más en este «exilio» y más tarde resurgiría usurpando nuevamente el poder, como veremos: y en esta ocasión, una vez capturado, fue, lógicamente, decapitado (véase infra Capítulo 1 (4)). Pero si el reinado de Máximo parece insignificante, instrumentalizado y de poca importancia, sin embargo, realizó un acto de extrema importancia y consecuencias para la historia de Hispania en el siglo V: esto es, el acuerdo con suevos, vándalos y alanos en el 411, mediante el cual estos pueblos se establecieron y dividieron la Península, condicionando así todos los acontecimientos posteriores de la historia de este siglo.

Bárbaros y romanos: pacto y convivencia Hemos visto (véase supra Capítulo 1 (1)) que suevos, vándalos y alanos

penetraron en la Península en septiembre del 409 en virtud de un acuerdo con Gerontius, a fin de que le ayudasen en sus planes de rebelarse contra Constantino III. Hemos visto también que en un principio tuvieron como objetivo acabar con los miembros de la administración dejada en Hispania por Constantino III. Después de este episodio, estos pueblos se quedan vagantes y sin rumbo en el territorio peninsular. La paz eventual acordada con ellos por Gerontius fue quebrada por el saqueo y destrucción que denuncian Hydacio y Orosio. En efecto, la llegada está contada con precisión cronológica por Hydacio111. Y la destrucción que siguió, también112: los bárbaros que entraron en Hispania la saquearon con una matanza cruel («barbari qui in Hispanias ingressi fuerant caede depredantur»). A ello acompañó una peste horrible113. Más moderado, Orosio señala que las Españas fueron invadidas y sufrieron masacres y destrucciones114. La descripción que hace Hydacio de lo que hicieron estos bárbaros es macabra. Desde luego él no lo vio y probablemente cuando lo escribió en la Chronica, muchos años más tarde, refleja lo que le contaron o lo que el cree que pasó. La peste, las matanzas, las bestias feroces se manifiestan al mismo tiempo que la actividad saqueadora de los bárbaros. Una mezcla de hechos de tonos apocalípticos. Pero Hydacio habla también de que el tyrannus exactor —el recaudador de impuestos— se apoderó entonces de los víveres y de las riquezas de las ciudades, que luego fueron a parar a manos de los soldados115. ¿Quién es este tyrannus exactor y quiénes son esos soldados? En principio, deberían ser los bárbaros, pero los bárbaros no trajeron a Hispania al recaudador de impuestos, a no ser que pensemos que el párrafo se refiere a que los cabecillas de las distintas gentes nada más llegar se dedicaron a solicitar impuestos a la población y con ellos alimentaron a sus tropas. Podríamos también interpretar este texto oscuro de Hydacio como que se dio un colaboracionismo entre los administradores romanos y los bárbaros para que estos tuvieran el sustento necesario o bien, en fin, que los bárbaros obligaron a los exactores a recoger el máximo de impuestos para apoderarse luego de ellos. Las tres cosas son posibles. En cualquiera de las

tres interpretaciones lo que se demuestra es el sistema de «saqueo» de los bárbaros que no fue, en modo alguno, espontáneo y esporádico como muchos han imaginado. Nada más entrar los bárbaros recurren a los mismos sistemas romanos de impuestos aumentándolos si cabe116. Tenemos así descrita la actividad de los suevos, vándalos y alanos: la imposición de fuertes impuestos que les sirvieron para su manutención. Pero es importante subrayar (y al mismo tiempo significativo) que esta actividad la desarrollan en las ciudades. Su objetivo no fueron los campos117. El resultado fue el hambre y la peste. Pero el recuerdo de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis y la referencia al cumplimiento de las profecías al final del párrafo de Hydacio hacen de este pasaje una evidente exageración retórica. Aun así, la idea de que los bárbaros, utilizando sistemas romanos de recolección de tasas mediante la coerción y la fuerza, se aprovecharon de los recursos de las ciudades de Hispania (¿de cuántas?, ¿de cuáles?) es verosímil. Los bárbaros conocían perfectamente estos sistemas porque lo habían vivido durante sus contactos y estancia en la Gallia. Romanos y bárbaros, bárbaros y romanos son aquí la misma cosa y actúan de la misma manera. Orosio añade más detalles que completan la visión que nos podemos hacer de la actividad de estas gentes durante el periodo 409-411, fecha esta última en la que se establecieron en el territorio. Dice que los (hispanorromanos) que querían huir de las ciudades para evitar estos males podían usar, y de hecho utilizaron, a los mismos bárbaros como mercenarios, como servidores o incluso defensores contra otros bárbaros: ellos mismos se ofrecían voluntariamente a cumplir estas funciones y los que se llevaban todos sus bienes reclamaban una parte de sueldo como precio por sus servicios o como precio del fardo transportado118. Los hispanorromanos se sienten más seguros en el campo, en sus villae, que en las ciudades. Pronto hubo un cambio de actitud. Orosio e Hydacio se lo atribuyen a la bondad del Señor y a su misericordia. Pero creo que no es arriesgado decir que se debió a dos cosas: a la situación insostenible tanto para bárbaros como para

hispanorromanos y al hecho del pacto que hicieron con Gerontius y con Máximo (o solo con Máximo). En efecto, Orosio dice que, después de estos episodios de tensión en las relaciones entre la población y los nuevos llegados, los bárbaros dejaron la espada y se dedicaron al arado («barbari exsecrati gladios suos ad aratra conversi sunt»)119. No creo que haya que tomar este texto literalmente. Los bárbaros debían primero aprender a practicar la agricultura o, al menos, ciertos tipos de agricultura. Y así debió de ocurrir, porque los impuestos no salen de la nada. La necesidad de subsistir obliga a unos y a otros a reemprender la actividad económica. Y los bárbaros se dedican a la agricultura, no al comercio, o a otro tipo de actividades industriales. Todo ello se vio favorecido con un acuerdo de reparto territorial no hecho al azar, sino perfectamente delimitado por la autoridad romana (aunque ilegítima) establecida en Hispania, es decir, por y con Máximo. En principio las relaciones entre romanos y bárbaros iban a ser buenas y de colaboración: «y ellos (suevos, vándalos y alanos) comenzaron a tratar bien al resto de los romanos, como si fueran aliados y amigos, de tal suerte que se encuentran hoy día [año 417 en el que escribe Orosio el final de su Historia] muchos romanos que prefieren soportar una libertad en la pobreza entre los bárbaros más que la presión del tributo entre los romanos»120. Hydacio hace también una alusión a esta situación de los hispanorromanos conviviendo con los bárbaros: «Los hispanos que sobrevivieron en las ciudades y en los establecimientos rurales se sometieron a la esclavitud bajo los bárbaros, que se habían desparramado por las provincias»121. Muchos prefirieron quedarse conviviendo con los bárbaros perdiendo la libertas romana que huir o emigrar al territorio, o los territorios, que quedaron bajo control romano como resultado del reparto entre suevos, vándalos y alanos, tales como la Tarraconense, como veremos. El problema era no estar sometido o evitar las pesadas cargas fiscales del sistema romano y, sobre todo, la seguridad que les daba convivir con los nuevos inquilinos. Salviano de Marsella, años más tarde, en la década del 440, describe en los mismos términos esta situación: «Y aunque se diferencian de aquellos entre los que se han refugiado por lo que se refiere a la religión y la

lengua, y aunque están molestos por los tipos y vestidos de los bárbaros... prefieren, sin embargo, soportar una vida diferente entre ellos a la injusticia salvaje que sufren bajo los romanos»122. De hecho Salviano mismo afirma que «una gran parte de los hispanos se han hecho bárbaros»123. Comentando estos pasajes Thompson opinaba que «estos individuos (que se pasaban o preferían vivir con los bárbaros) consideraban que sus posición social y económica mejoraba bajo gobierno bárbaro: por muy malos que éstos fueran como gobernantes, eran mucho menos opresores que el lejano e indiferente gobierno romano con su corrupto sistema de recolección de tasas... y esto era válido tanto para los pobres como para los nobles»124. Estas situaciones se dieron precisamente y probablemente en el momento en el que tuvo lugar el pacto con Máximo en el 411. El problema entonces era el de quedarse con unos federados del emperador usurpador, o, huyendo, adscribirse a los territorios que quedaban en manos de Honorio y su administración. En cualquier caso, iban a seguir siendo gobernados mediante leyes romanas, quizás menos opresivas, menos lejanas, pero la administración debió de seguir en manos de los hispanorromanos. La libertad de la que hablan Salviano y Orosio es una libertad relativa, porque para que funcionase la economía o el orden social, el sistema romano debía seguir imponiéndose. Y de hecho así fue, como veremos. Lo importante, en mi opinión, es destacar que se impuso el sistema de la coexistencia entre los establecidos y los que llegaron. Y no es cierto que el gobierno de Honorio se desentendiese y olvidase de las provincias hispanas que quedaron en manos de los bárbaros. En muchas ocasiones veremos que los ejércitos y la diplomacia romana intentan recuperar los territorios perdidos a fin de establecer un control que estuviese plenamente en sus manos y según sus condiciones.

El pacto y la distribución del territorio

Hydacio señala que después del periodo de inseguridad y tensión los suevos vándalos y alanos se dividieron las tierras para establecerse y lo hicieron «a suertes»: «sorte ad inhabitandum sibi provinciarum dividunt regiones»125. Y especifica después el resultado del reparto: los vándalos (asdingos) obtuvieron la parte más occidental de la provincia Gallaecia y los suevos la parte más oriental, cercana al Atlántico; los alanos recibieron la Carthaginiense y la Lusitania; mientras que a los vándalos silingios les tocó la Baetica126. Esto ocurrió en el 411. Orosio no es tan detallado y solo dice que «habita sorte et distributa usque ad nunc possessione consistunt», «se establecieron después de haber sorteado y se distribuyeron las tierras que ocupan aún hoy [417]»127. Hay muchos problemas en saber cómo fue y en qué consistió esta distribución de tierras. Ni Hydacio ni Orosio especifican nada. Ocultan información o no están interesados en los aspectos jurídicos del hecho. En primer lugar llama fuertemente la atención el hecho de que no se aluda más que a cuatro provincias de la Dioecesis. Lo lógico es que los bárbaros se hubieran repartido todas provincias de Hispania, que sabemos eran siete (faltan por mencionar Tarraconensis, Insulae Baleares y Tingitana). Este detalle es significativo porque permite especular con que en el acuerdo se decidió que ellas no entrasen en el reparto. Dos preguntas surgen a este propósito: ¿intervinieron las autoridades romanas en esta división? En otras palabras, ¿hubo un acuerdo entre bárbaros y romanos por lo que respecta a la división de tierras a repartir entre los primeros y, por tanto, se establecieron unas condiciones? O, por el contrario, ¿fue ésta una decisión unilateral en la que las autoridades romanas no tuvieron nada que decir? Se dividieron las tierras entre ellos, pero eso no quiere decir que no hubiera intervención romana. Pudieron haber llegado a un acuerdo con los romanos para dividirse las tierras y luego entre ellos se las repartieron a suertes. Sin embargo, ningún texto hace directamente una referencia a ningún tipo de acuerdo entre los bárbaros y los romanos. Se podría pensar que los bárbaros se consideraron a sí mismos con derecho a repartirse las tierras porque ya se les había dejado entrar en la Península en el 409128. Sin embargo, se dan

dos hechos significativos que, a mi parecer, están en contra de cualquier división voluntaria por parte de los bárbaros: en primer lugar, que la división respetó tres provincias de la dioecesis (las aludidas Tarraconensis, Baleares y Mauritania Tingitana), lo que implica que se reconocía la soberanía de Honorio sobre estos territorios o, por el momento, lo que más probable, se reconocía la soberanía de Máximo, que en este momento todavía (mediados 411) era emperador-usurpador en Hispania y tenía su residencia en Tarraco. El segundo detalle es el texto de Olympiodoro que dice que Máximo, cuando fue depuesto huyó al territorio «de aquellos con quienes había hecho acuerdos», es decir, a territorio bárbaro dentro de la Península. Los suevos, vándalos y alanos respetaron escrupulosamente la organización territorial romana existente, lo que hubiera sido impensable de haber actuado independientemente: la sors decidiría quien obtendría tal o tal región, pero dentro de los límites establecidos de las provincias romanas que constituían la Dioecesis129. E. A. Thompson130 consideró de forma tajante que la división se hizo sin tener en cuenta para nada a los romanos ni a ninguna autoridad romana. Pero esta opinión es difícil de mantener por las razones expuestas antes. Llegados a este punto, hay tres posibles escenarios para explicar lo que sucedió: 1. Que el establecimiento se hizo conforme a un acuerdo con Gerontius y que todo lo que sucedió en 411 fue la división «por suerte». Este acuerdo debió de haber incluido el no establecerse en la Tarraconense, ni en las otras dos provincias, que debían quedar en manos y control de Gerontius y Máximo. 2. Que el acuerdo del 411 se hizo ya con Fl. Constantius, magister militum de Honorio quien, tras haber derrotado a Constantino III y depuesto a Máximo, le envió al exilio (o él huyó) a las regiones asignadas a los bárbaros (lo que es una contradicción con lo que dice Olympiodoro). Según ello, Constancio retenía un cierto control de la Península (incluido en el acuerdo) y continuaba gobernando en la Tarraconense que se constituía así en una especie de hinterland con respecto a los territorios de la Gallia. Poco más tarde, en 418, Constancio

asignaría las tierras entre Aquitania y Toulouse a los godos, constituyendo una defensa adicional contra las gentes establecidas en la Península131. 3. Que los bárbaros hicieron un acuerdo con el usurpador Máximo. Una vez destronado éste, la Tarraconense quedó en manos de las fuerzas romanas legítimas y él se vio obligado a huir y refugiarse entre sus anteriores aliados (con los que más tarde, en 422, intentaría recuperar el poder), que eran de hecho los dueños del resto de la Península Ibérica. De las tres posibilidades considero que la última es la más acorde con las fuentes disponibles: después de estar dos años en la Península sin establecimiento fijo, suevos, vándalos y alanos llegaron a un acuerdo con su anterior aliado, ahora emperador; se dividieron el territorio, dejándole la Tarraconense. Pero la caída de Máximo volvió a dejar esta provincia en manos de Honorio. Suevos, vándalos y alanos no entrarían en eventuales contactos con Honorio hasta 416132 (véase infra Capitulo 1 (3)) y a partir de 411 la Tarraconense será uno de los objetivos de conquista de los bárbaros precisamente porque ya no estaba en el poder Máximo con quienes ellos habían pactado. Pero ¿quiénes hicieron este pacto y esta distribución? ¿Con quienes negoció Máximo? Al frente de cada una de estas gentes, de las que hablaré en los capítulos siguientes, había un rey, aunque no podamos quizás hablar todavía de que constituían un regnum cada uno de ellos. Al frente de los vándalos asdingos estaba Gunderico133; Fredbal, al frente de los silingios134; Hermerico era el rey de los suevos135, y Addax, el rey de los alanos136. La fórmula de la distribución ha sido calificada por M. Cesa como «un procedimiento insólito»137, pero realmente resultó un fracaso. Si uno mira un mapa se puede rápidamente comprobar que el territorio que tocó a cada uno fue desigual y sin sentido. No se les puede probablemente reprochar o responsabilizar de ello ya que, seguramente, eran desconocedores de la geografía de la Península Ibérica o de la parte que se iban a dividir. Conocían la división administrativa, pero no la extensión territorial de cada una de las provincias.

Habían oído hablar, como afirma Sozomeno (HE, 9.12.6), que las tierras de Hispania eran ricas y fértiles, pero no debían saber nada más. Si consideramos los resultados, fácilmente se ve que a los alanos les tocó el área más extensa de todas —las provincias de Lusitania y Carthaginienis—, casi el doble de lo que recibieron otros grupos como los suevos, los silingos y los asdingos. A los silingos les tocó la Baetica, una gran extensión, mientras que suevos y asdingos se vieron confinados a la limitada región de Gallaecia. La Meseta y Lusitania constituían un enorme espacio, lleno de posibilidades y recursos, con muchas ciudades romanas y villae esparcidas por todo el territorio con extensas posibilidades de tierras agrícolas. Desde los primeros años de la implantación romana en la Península, Baetica había sido considerada tradicionalmente en la literatura romana específica como la región más fértil, de gran extensión geográfica, intensamente explotada en sus enormes posibilidades para los cultivos. Las ciudades más importantes de la Península se encontraba allí. Vándalos asdingos y suevos recibieron Gallaecia, el territorio más reducido en comparación con los otros y también el menos fértil. Sin embargo, Gallaecia contaba con rutas marítimas de contacto con la regiones noroccidentales de la Gallia y Britannia, y a lo largo de la costa atlántica de Lusitania con el estrecho de Gibraltar y África. Los alanos, por su parte, recibieron Lusitania, donde se encontraba la capital, Emerita y al otro extremo, Carthago Nova, la capital de la Carthaginiense, puerto vital en el Mediterráneo con posibilidades hacia las Islas Baleares y el norte de África. Los vándalos silingios, al obtener la Baetica, contaban con fácil acceso a Mauritania Tingitana y la costa africana hasta Cartago. Pero para evaluar adecuadamente la desigualdad de la división sería necesario poder establecer con seguridad el número de individuos que integraban cada grupo o gens, cuántos suevos, cuántos alanos y cuantos vándalos llegaron a la Península. En este punto estamos ante la más absoluta inseguridad y dependemos de la especulación y de la hipótesis. E. A. Thompson calculó que los bárbaros que entraron en Hispania fueron unos 200.000138. En total puede

que no hubiera más de 100.000 vándalos (se ha estimado que los vándalos silingios, que pasaron a África en 429, al mando de Genserico, fueron unos 50.000 o menos)139, y se ha especulado que el número alanos era muy reducido, ya que prácticamente fueron aniquilados en un par de batallas contra suevos y vándalos y contra romanos140. Paradójicamente, sin embargo, los alanos, los menores en número, obtuvieron el área más extensa y el resto no eran suficientes para ocupar o explotar sus propios territorios o simplemente controlarlos. Con estas perspectivas se plantea el problema de saber qué impacto tuvieron estos pueblos en la Península y de qué forma pudieron transformar la sociedad y la civilización romanas establecidas.

3. Ataúlfo en Barcino En el año 415, según todas las crónicas, encontramos al rey visigodo Ataúlfo en la ciudad de Barcino. Conviene recordar que estamos en la Tarraconense, provincia que había quedado, después del establecimiento de suevos, vándalos y alanos en las restantes provincias de Hispania, bajo control romano de la corte de Rávena, donde residía Honorio. En Barcino estaba la corte de Ataúlfo y su familia. Allí debía estar también su pueblo, su ejército, sus gentes. Barcino era una ciudad insignificante, bien amurallada y, sobre todo, bien comunicada por mar con el sur de la Gallia y con Italia. Por tierra se alcanzaba fácilmente desde allí la Narbonense, a través del paso de Le Perthus, por donde pasaba la vía romana que aún se puede ver hoy. Ataúlfo es el primer rey visigodo establecido en Hispania. Pero su estancia fue efímera y reducida en su impacto sobre el territorio. Voy a tratar en este capítulo el porqué de esta presencia y los acontecimientos que la rodearon141.

Los precedentes

Ataúlfo era cuñado del rey godo Alarico (propinquus suus, Orosio), ya que había casado con su hermana142. Había servido en los ejércitos romanos con el título y función de comes domesticorum equitum (nombrado por el usurpador Attalo) y había sido llamado por Alarico para que viniese de Pannonia en 409, con sus tropas de hunos y godos, a fin de que le ayudase en sus campañas en Italia143. Con Alarico tenía en común un odio y resentimiento total hacia Sarus, hermano de Sigerico, futuro (efímero) rey godo sucesor de Ataúlfo en Barcino en 415, y será esta enemistad inveterada contra el general godo Sarus, derivada de rivalidades políticas, la que probablemente causaría su muerte, a manos de uno de los suyos, por orden de Sigerico144. Cuando Alarico murió en Cosenza, de camino hacia Sicilia y África con su ejército, en 410, Ataúlfo le sucedió en el trono145. Ataúlfo se hizo cargo de su pueblo y, renunciando a continuar hacia Sicilia, decidió permanecer en Italia. Su problema era mantener a su gente, y, por tanto, debía entrar en contacto con los romanos para llegar a acuerdos con ellos a fin de conseguir a cambio tierras o sustento. Por ello, muy pronto iba a entrar en la política romana de alianzas contra las diversas facciones de bárbaros, unos pro y otros contra Honorio y su corte. Por ello, de Italia pasó a la Gallia para ponerse a disposición de un aristócrata galorromano, Jovino146, y reforzar su reciente usurpación. La acción de Jovino se sitúa en el contexto general de recelos, insatisfacciones y rivalidades que, casi desde comienzos del siglo, se dieron entre las poblaciones de Britannia, Gallia e Hispania contra la corte de Honorio en Rávena, en los que los distintos contingentes de pueblos y tropas bárbaras, pasadas las fronteras romanas en el 406, como hemos visto, desempeñan un papel esencial favoreciendo ora a unos, ora a otros, con el fin de recibir recompensa, sobre todo en forma de asentamientos estables, mediante acuerdos con unos u otros. Esto era justamente lo que buscaba Ataúlfo. Jovino, ante las propuestas del rey godo de nombrar un césar, rechazó su colaboración, y nombró, en cambio, a su propio hermano, Sebastián. Ataúlfo se volvió entonces hacia Rávena y se puso a disposición de Honorio a fin de asegurarle la guerra contra los usurpadores a cambio de víveres y sustento. Estos acontecimientos se

desarrollan en el 411 y demuestran la necesidad perentoria de estas gentes bárbaras de obtener, primordialmente, raciones de trigo que solo la administración central romana podía proporcionar de una forma rápida. Los ejércitos de Ataúlfo se mostraron eficaces en la lucha y aniquilación de los usurpadores y en poco tiempo apresaron a Sebastián y más tarde a Jovino, que fueron asesinados y decapitados en 412147. La recompensa de Ataúlfo consistió en que sus gentes fueron recibidas en Burdigalia (actual Burdeos) y su región, como hospites del Imperio148. M. Cesa observa oportunamente a este propósito que la elección de Burdigalia como sede de los godos de Ataúlfo no debió de ser casual: era una forma de alejarlos de Italia. Pero los víveres prometidos en el pacto no llegaban, y probablemente no podían llegar debido a la revuelta de Heracliano en África que había impedido el traslado de la annona a Italia (primavera del 413). Además Rávena exigía insistentemente a Ataúlfo la devolución de Gala Placidia, hermana del emperador, que había sido raptada por Alarico en el saqueo de Roma en 410, y que acompañaba ahora a Ataúlfo como preciado botín y rehén149. Es necesario destacar la importancia de la annona africana en lo que concierne a Italia, absolutamente esencial para satisfacer sus necesidades. Ello explica los varios movimientos de los pueblos bárbaros de dirigirse a África, zona clave para el abastecimiento de unos y otros. Los godos lo intentaron repetidamente y los vándalos lo conseguirían más tarde, como veremos. Las promesas de víveres no llegaban, el sistema de la hospitalitas no era suficientemente satisfactorio para los requerimientos de Ataúlfo, que pretendía un asentamiento estable en las tierras de Aquitania, y él no estaba dispuesto a devolver a Placidia; por ello, dice Olympiodoro, se decidió a romper la paz y prepararse para la guerra contra Honorio150. El primer paso fue elevar al trono como nuevo usurpador, a Prisco Attalo. Este personaje mediocre, aristócrata y bien educado, ya había servido como instrumento en manos de los godos puesto que, siendo praefectus Urbi de Roma, en 409, Alarico lo había elevado al trono, con el propósito de ganarse a los habitantes y aristocracia romanos. Attalo

conocía bien a Ataúlfo, en ese momento acompañante de Alarico en Italia, y lo había nombrado, nada más ser elegido emperador, comes domesticorum151. Nada de extraño, pues, en que lo promocionara, por segunda vez, a emperador. La alianza Attalo/Ataúlfo fue un intento desesperado de este último de congraciarse con la sociedad galorromana a fin de que aceptase sus reivindicaciones frente a Honorio. Ataúlfo repetía así, en cierto modo, el episodio Gerontius/Máximo en Hispania. En vez de autoproclamarse él mismo emperador —hecho que no hubiera producido otra cosa que rechazo por parte de los galorromanos— nombró a un hombre de paja y un instrumento en sus manos como era Attalo, esperando que ello contribuyera a favorecer un acuerdo con Honorio. Pero la operación resultó un fracaso. Al contrario, el todopoderoso magister militum de Honorio, Fl. Constantius, que gozaba de gran prestigio como defensor de su causa y que recientemente había sofocado la rebelión de Constantino III en Gallia, impuso un severo bloqueo de los puertos de Gallia y Tarraconense, para que no pudieran llegar los aprovisionamientos ni los godos pudieran establecer ningún contacto comercial, ahogándolos literalmente y aislándolos en su territorio152.A Ataúlfo le quedaba solo seguir presionando para convencer a Honorioya Constancio, su general, de su decidida voluntad prorromana. Y jugó su última carta —en palabras de M. Cesa— haciendo un espectacular matrimonio a la romana con Gala Placidia en Narbona. Se lo había aconsejado Candidianus, un notable local. La boda tuvo lugar, además, en la casa de Ingenius, otro destacado ciudadano narbonense.

La boda de Ataúlfo La descripción de la ceremonia, afortunadamente conservada en un fragmento de Olympiodoro de Tebas, merece ser reproducida íntegramente: «Por consejo e instigación de Candidianus, Ataúlfo se casó con Placidia a comienzos del mes de enero [año 414] en la ciudad de Narbona, en la casa de Ingenius, uno de los notables del lugar. Allí, en

el aula, decorada a la manera romana, estaba sentada Placidia, vestida con trajes regios, y a su lado Ataúlfo, llevando puesto el paludamentum de los generales romanos. Entre las celebraciones, además de otros varios regalos, Ataúlfo ofreció a Placidia cincuenta jóvenes de gran belleza, vestidos con telas de seda, cada uno de ellos llevando dos grandes bandejas (missoria), uno lleno de monedas de oro y el otro lleno de piedras preciosas, de valor incalculable, que habían sido robadas por los godos en el saqueo de Roma [del 410, dirigido por Alarico]. Y se cantaron himnos nupciales (himeneos), siendo el primero en hacerlo Attalo y luego Rusticio y Phoebadio. Las ceremonias se completaron con el regocijo y celebración tanto por parte de los bárbaros como de los romanos todos juntos»153.

Ataúlfo había entrado plenamente en la esfera romana, estaba plena y voluntariamente integrado. El apoyo de la aristocracia galorromana, rica, poderosa, culta y terrateniente, era completo. La ceremonia se había celebrado en la casa de un notable local y se hizo a instancias y consejo de otro de ellos, Candidiano. Estuvieron presentes y participaron, Phoebadius y Rusticius, dos nobles galorromanos. Y estuvo también presente el mismísimo emperador usurpador Attalo. Las ofensas del saqueo de Roma se habían olvidado: allí estaban no solo el oro y las piedras preciosas resultado del saqueo, y nadie dijo nada, sino también Gala Placidia, la hermana del Honorio, que ese día se casaba con un bárbaro. El escenario fue, asimismo, completamente romano: además de los himeneos, las vestimentas de los contrayentes no dejaban lugar a dudas de su integración: vestidos regios para Placidia, y militares del más alto rango para Ataúlfo154. El rey godo se llevaba un preciado rehén, Placidia. Esta mujer insólita y clave en la historia de este periodo, traída y llevaba por godos y bárbaros de acá para allá, amada de Alarico, de Ataúlfo, de Constancio y, sobre todo (y sospechosamente), de Honorio. Su papel político no puede ser minusvalorado precisamente por ser depositaria de la eventual descendencia de la dinastía teodosiana que es precisamente lo que hace comprender el interés por ella, por su preservación, por su simbolismo y la disputa por conseguir desposarla por parte de unos y otros. Ella significaba, ciertamente, la legitimidad imperial en la descendencia. No sabemos si aceptó de buen grado el matrimonio con Ataúlfo o fue contra su voluntad. Pero tenemos indicios de que se encontraba bien con el

rey godo. Su matrimonio posterior con Fl. Constancio fue por instigación de Honorio, que casi le obligó a ello. Olympiodoro da a entender que lo rechazó en más de una ocasión y que lo detestaba155 y, de hecho, ella nunca dejó de tener alrededor una comitiva de bárbaros acompañantes156. Con este matrimonio Ataúlfo había retado hasta el extremo a Honorio (y a su general Constancio). Ahora estaba emparentado con la casa imperial, era el suegro del emperador y su eventual descendencia podía aspirar al trono imperial, conociéndose, como se conocía, que Honorio no tenía hijos157. La alianza entre bárbaros y romanos parecía cumplirse desde una perspectiva armónica. Bárbaros y romanos celebraron el evento conjuntamente. Como dice Orosio, Ataúlfo «eligió servir fielmente al emperador Honorio y consagrar sus fuerzas y las de sus godos a defender la República romana»158. Es en este momento cuando el historiador cristiano recuerda que si bien al principio Ataúlfo soñó con hacer del mundo un imperio de los godos al que llamaría Gothia («Romanum omne solum Gothorum imperium et faceret et vocaret, essetque... Gothia quod Romana fuisset»), con el paso del tiempo se percató de que los godos no podrían de ningún modo obedecer las leyes a causa de su barbarie, pero que no convenía a un Estado suprimir las leyes, puesto que un Estado no es tal si no se rige por unas leyes, y por ello eligió intentar ser el instrumento de la restauración de Roma (Romanae restitutionis auctor)159. Hasta qué punto estas palabras de Orosio reproducen la realidad de los planes y actitudes de Ataúlfo es muy difícil de saber. No es imposible que sean elaboración propia de un autor como Orosio, pero son verosímiles dadas las actuaciones del rey godo y su matrimonio con Gala Placidia. Ciertamente traen a la memoria los versos de Cavafis, citados en el prólogo de este libro, que dicen: «¿por qué los senadores están todavía sentados sin elaborar ninguna ley?..., ¿y qué más leyes van a hacer los senadores? Cuando vengan los bárbaros, ellos harán las leyes» (Cavafis, Esperando a los bárbaros, vv. 4-7). Los bárbaros se han dado cuenta de que no pueden vivir sin leyes, que deben aceptarlas y que ellos mismos harán las leyes imitando las de los romanos, como de hecho así fue.

Pero no todos los autores antiguos vieron o interpretaron del mismo modo el significado de la boda de Ataúlfo y Gala Placidia. No lo vio de la misma forma el apocalíptico Hydacio: «Ataúlfo casó con Placidia en Narbona. A través de este hecho se piensa que se cumplió la profecía de Daniel, según la cual la hija del rey de Sur se unirá al rey del Norte, pero ninguna estirpe sobrevivirá de ella»160. Hydacio no describe las ceremonias, no se alegra del acontecimiento, no hay motivo para ello: su público lector debe saber que romanos y bárbaros no se deben mezclar y menos para gobernar. Esa unión no dará fruto. Tintes trágicos presiden los juicios de Hydacio una vez más. Los bárbaros son para él los destructores y depredadores causantes del fin de Imperio Romano161. Gala Placidia, restituida finalmente por los godos al emperador Honorio, casaría después con Fl. Constancio, y de él tendría un hijo que se convertiría en Valentiniano III, nombrado césar por Teodosio II y luego augusto de Occidente162. Lo que no sabía, quizás, Hydacio es que Fl. Constantius, por muy defensor que fuese de la causa romana, había nacido en Naissus en la Dacia163. A pesar de la idea de Ataúlfo de hacer romanos a los bárbaros y de presentarse como tal, su matrimonio con Placidia no solo no tranquilizó a Rávena, sino que aumentó su decisión de rechazar las ofertas del rey godo que en este periodo, al decir de Orosio, no cesaba de señalar que deseaba hacer la paz con Roma (¿quizás instigado o bajo la influencia de Placidia?)164. El bloqueo se hizo más intenso y sofocante165. La presión de Constancio se hizo cada vez más decidida, ya que, según Olympiodoro, deseaba ardientemente casarse con Placidia166. Los romanos no cumplían sus promesas de enviar víveres y Ataúlfo no quiso entregar a la hermana del emperador. Olympiodoro lo comprende y lo justifica167. Pero Ataúlfo se vio obligado a dejar Narbona y parece que fue Constancio, nombrado cónsul168 aquel mismo año de 414 por Honorio, quien le obligó a ir a Hispania y establecerse en Barcino169. ¿Por qué a Hispania?, ¿por qué a Barcino? Constancio, al presionar a Ataúlfo y su pueblo a establecerse en Barcino, lo situaba en un territorio controlado por sus tropas (en definitiva la Tarraconense estaba todavía bajo dominio y control romano, mientras suevos,

vándalos y alanos estaban establecidos en las restantes provincias de la dioecesis). El bloqueo por mar podía continuar y, sobre todo, el apoyo de los hispanorromanos era menor. En Gallia se había manifestado, con ocasión de la boda con Placidia, que gozaba de amigos, seguidores y simpatizantes que en un momento dado le podrían dar su apoyo. En Hispania, no. Había que aislarlo. Y decidió Barcino en vez de Tarraco. Era lógico. Tarraco era la capital administrativa de la provincia, el centro burocrático legítimo del emperador de Occidente, en lo que le quedaba de Hispania. Barcino era un lugar en el que el rey se podía establecer sin problemas. Ir a Tarraco hubiera sido llevarlo a la capital simbólica. No convenía.

La corte de Ataúlfo Es muy difícil saber qué tipo de establecimiento o qué forma de acomodo tuvieron los godos en esta primera estancia en el territorio de la Península Ibérica. Las fuentes no dicen nada al respecto. Pero el texto de Hydacio es claro en este sentido: Ataúlfo fue expulsado y obligado a salir de Narbona por el patricio Constancio para que se dirigiese a Hispania. La llegada de Ataúlfo no fue violenta ni de conquista. Nada hay que permita pensarlo en la documentación antigua. Se debieron de establecer en la ciudad y en sus alrededores. Quizás en las villae de la zona o del suburbium u ocupando las casas de los hispanorromanos ¿en régimen de hospitalitas? Desde luego ni los bárbaros asentados ya en Hispania hicieron nada para impedirlo ni tampoco las tropas de Constancio170. Se trataba de un paso consentido. Un problema importante es saber cuántos eran. Es imposible saberlo. Pero se puede hacer un cálculo aproximado. Cuando, muerto Ataúlfo, finalmente los romanos convinieron una alianza con los godos y se decidieron a proporcionarles los víveres prometidos (año 416), la cantidad que recibió Valia, rey en ese momento de los godos, ascendía a 600.000 modios de trigo171. A. H. M. Jones calculó que

esa cantidad servía para alimentar a unos 15.000 hombres por año172. La cifra ha sido discutida por algunos autores173 y otros hablan, como Wolfram, de una reducción de la población causada por las deserciones de godos a los grupos de vándalos asdingos174. Nos movemos en terrenos aproximativos y no es necesario hacer hipótesis indemostrables: en Barcino acompañarían a Ataúlfo unas 12.000 personas. Número considerable, dados los parámetros de población de la época. Barcino podría tener una población, como máximo, de unas 1.000/2.000 personas a comienzos del siglo V, y la llegada de los nuevos inquilinos debió de causar impacto y problemas de todo tipo: social, económico, personal, de seguridad, de rechazo, de alojamiento, de entendimiento. Pero lo cierto es que de esa población no sabemos nada. Gisela Ripoll ha buscado las trazas o restos de la presencia de estos godos en Barcino, muchos de los cuales habían estado con Alarico y habrían, incluso participado en el saqueo de Roma del 410, y le habrían acompañado hasta Cosenza y presenciado sus solemnes funerales, y luego habían vagado por la Gallia hasta Burdigalia. Pero no encuentra rastro de ellos175. Ello no quiere decir que no estuvieron allí: sus signos distintivos conservados pueden no diferenciarse de los de los romanos y su cultura material fue la misma que la romana. Sabemos un poco más, sin embargo, de Ataúlfo y su corte. Naturalmente allí estaba Placidia. Y también Sigerico, el hermano de Sarus, que sucedió a Ataúlfo; Valia, que sería elegido rey en Barcino; Attalo, el emperador-usurpador; la primera mujer de Ataúlfo y su hijo, el hermano de Ataúlfo, el obispo Sigesarus, ayudantes, palafreneros, notarios, jefes militares, todo el séquito de Placidia, consejeros, comites, probablemente clérigos (no olvidemos que Placidia era cristiana, como su hermano Honorio)176. Todos ellos constituían una corte regia modelada en su ceremonial y usos en la corte de Rávena probablemente por influencia de Placidia. ¿Dónde residía esta corte? Es un hecho claro que el rey godo Ataúlfo, como después tantos otros sucesores suyos, trataba de imitar costumbres, vestimenta e incluso ceremonial romanos. El episodio de su boda en Narbona lo demuestra ampliamente. Las fuentes nos dicen que Ataúlfo tenía la

costumbre de visitar sus establos cotidianamente177. No sabemos dónde estaba esta residencia. Si juzgamos por otros casos de instalación de reyes bárbaros en otros lugares, debemos pensar que Ataúlfo reutilizó un edificio romano anterior para albergar su corte. Podría haber sido una villa, un praetorium, una amplia domus178. En esta residencia nació el hijo de Ataúlfo y Placidia. Se le puso el nombre de Teodosio, significativamente. No cabe duda de que fue a instancias de Placidia. Ataúlfo tenía ya un descendiente emparentado con la familia teodosiana. Y también había nacido en Hispania como su abuelo. El interés de Ataúlfo por la causa romana se hizo en ese momento cada vez mayor, como señalan Orosio y Olympiodoro. Pero como señala este último historiador, tanto sus deseos como los de su esposa encontraron oposición cerrada en la corte de Ravenna: tanto el patricio Constancio como sus seguidores en la corte179 neutralizaron cualquier posibilidad de acercamiento o acuerdo con la pareja. Esta política de acercamiento a Roma tampoco agradaba a quienes rodeaban a Ataúlfo en Barcino y, de hecho, según Orosio, ésta fue la causa de su asesinato. Tampoco se mostró satisfecho Hydacio con el nacimiento del nuevo Teodosio porque, según él, no encarnaba la legitimidad al ser hijo de un bárbaro. Ataúlfo no fue feliz en Barcino. Además de las difíciles condiciones de su pueblo, bloqueado por mar a causa de la flota romana de Constancio, vio morir allí, de modo prematuro, a su hijo recién nacido. Su enterramiento fue un funus acerbum: sus padres, dice Olympiodoro, lo lloraron desconsoladamente. Todas sus esperanzas se habían desvanecido y lo enterraron en un sarcófago de plata en una capilla, u oratorio, cercana a Barcino180. El enterramiento en una capilla habla de la religión católica, al menos de Placidia, consentida por Ataúlfo, ¿o el oratorio era arriano? Se ha intentado en vano saber dónde estaría y cuál podría ser esta capilla u oratorio en los alrededores de Barcino. Todo son hipótesis en torno a la identificación. Pero es un signo más de la incipiente cristianización de Barcino a inicios del siglo V.

Asesinato y sucesión de Ataúlfo En el verano del 415 Ataúlfo fue asesinado mientras visitaba sus establos. Sabemos el nombre del ejecutor: según Olympiodoro, un tal Dubius, uno de sus ayudantes181. Sin embargo, el historiador de los godos, Jordanes, dice que fue asesinado por un familiar suyo, Vernulfus182. Hydacio, por su parte, solo dice que fue un godo («per quondam gothum») y que le atacó mientras mantenía conversaciones con amigos183. Las razones del asesinato no están claras: para algunos historiadores antiguos, el móvil fue una venganza personal de un resentido por la muerte de Sarus a manos de Ataúlfo en 412: «[lo hizo] porque hacía tiempo un rey de una parte de los godos, había sido asesinado por Ataúlfo... y así, Dubius, matando a su segundo señor, vengaba también al primero»184. Ahora bien, no es desdeñable, como defienden otros, que la razón fuera más de fondo: los godos que rodeaban a Ataúlfo en Barcino no coincidían con la política de su rey de intentar hacer la paz con los romanos y buscar acuerdos con ellos, ni tampoco con el espíritu prorromano que mostraba Ataúlfo de forma creciente, y que afectaba incluso a sus costumbres, como consecuencia de la influencia de Placidia185. No otra cosa hace pensar el texto de Olympidoro cuando relata su muerte. Ataúlfo no murió inmediatamente. En su lecho de muerte tuvo tiempo de recordar a su hermano, que estaba a su lado, que devolviera a Placidia y, si le era posible, continuase su política de amistad con Roma o que, al menos, siguiera buscándola186. Las palabras de Ataúlfo, recogidas en la versión olimpiodorea, demuestran dos cosas: por un lado, que estaba convencido de que la única solución para llegar a un acuerdo con Rávena era devolver a Placidia y, por otro, que él quería y pensaba que fuera su hermano quien le sucediera en el trono. Pero no fue así. Sigerico, hermano de Sarus, «mediante una conspiración, más que siguiendo la ley de sucesión de los godos, se convirtió en su sucesor, asesinando de paso al hijo de la primera mujer de Ataúlfo y a ella misma. Ambos se habían refugiado en los brazos del obispo Sigesarus»187. La masacre de Sigerico en la corte de Ataúlfo no se limitó al

asesinato del rey, sino de sus posibles rivales. Muerto el pequeño Teodosio, había que eliminar al otro descendiente de Ataúlfo, al hijo de su primera mujer y a ella misma. A través de este texto, nos enteramos de que ambos estaban presentes también en la corte de Barcino conviviendo con Placidia y Ataúlfo. Ningún descendiente de Ataúlfo podría reclamar la sucesión y probablemente el hermano corrió la misma suerte. El golpe de Sigerico no respetó la ley tradicional de sucesión de los godos188 y se alzó con el poder afrontando todas sus consecuencias de manera violenta. Un dato, en fin, destacable es la presencia del obispo Sigesarus en la corte. Por el nombre podemos colegir que era un godo y, al refugiarse en sus brazos, madre e hijo buscaban el asylum e inmunidad de la autoridad eclesiástica. La presencia del obispo protegía a la familia anterior de Ataúlfo, probablemente arriana, mientras que Placidia (Orosio nos lo recuerda) era católica189. A mediados del año 415 Sigerico era el nuevo rey de los godos en Barcino. Pero no duró mucho. Apenas una semana. Pero tuvo tiempo suficiente para humillar a Placidia: para ofender a Ataúlfo, ordenó que la reina caminase delante de su caballo con el resto de los prisioneros, apresados durante la conjura, por espacio de una distancia de doce millas fuera de la ciudad190. La humillación de Placidia por parte de Sigerico merece un comentario. El único historiador antiguo que nos la transmite es Olympiodoro. Ni Hydacio ni Orosio la mencionan. Puede que sea intencionadamente, pero era una buena ocasión para denigrar a los godos. El hecho de hacer ir a Placidia delante de su caballo junto con los prisioneros (partidarios de Ataúlfo) durante un largo trayecto tiene todo el aspecto de la celebración de un triunfo romano. En la ceremonia del triumphus, el emperador vencedor realizaba la procesión o pompa triumphalis por la ciudad, precedido de los reyes vencidos con los prisioneros hechos tras la batalla191. No se puede olvidar que esta ceremonia sucede en Barcino, en una ciudad romana en el pleno sentido de la palabra, jurídica y administrativamente dependiente de Rávena. Los ciudadanos contemplarían el cortejo y verían en él una procesión triunfal. Sigerico imitaba aquí, quizás de

modo bien calculado, una ceremonia visible y perfectamente comprensible, no solo para su pueblo, sino también para el conjunto de los ciudadanos romanos de Barcino. En otras ocasiones vemos también, entre los pueblos bárbaros, este tipo de ceremonias que algunos autores han identificado como reminiscencias del ceremonial romano del triumphus192. Si en algunas ocasiones se puede dudar de este paralelismo, debido a la modalidad de la ceremonia (llevar al vencido montado en un camello o en un asno delante de la comitiva, hecho que no es propio de la pompa triumphalis romana), en el caso de Placidia la semejanza con el ceremonial romano es evidente. Sigerico había triunfado sobre sus enemigos y se mostraba como triumphator llevando delante, como habría querido hacer Augusto con Cleopatra después de Actium, a su botín más preciado. Este espectáculo no se llevó a cabo dentro de la ciudad, sino saliendo de ella, y llegando a la distancia de doce millas de la misma. Creo que ello se debió a que la exhibición se hacía recorriendo los suburbios en los que seguramente habitaban los godos establecidos en Barcino. Eran ellos también los que tenían que presenciar la victoria y la legitimación de su nuevo rey. Este acto, plenamente integrado en la tradición romana, no debió de agradar a muchos godos entre otras cosas por lo que significaba de humillación a la hermana del emperador. Ello no podría llevar a ningún posible entendimiento con Constancio o con Honorio. Al contrario, suscitaría sus iras y su reafirmación en el bloqueo, así como la imposibilidad de llegar a pactos con ellos, provocando, quizás, la acción armada. Por ello Sigerico no duró más de una semana en el trono. Además de su consecución irregular del poder, la humillación de Placidia había puesto en peligro de forma descarada el posible entendimiento con Rávena. Siguiendo a Orosio, algunos historiadores modernos han pensado que el derrocamiento de Sigerico por parte de Valia se debió a que éste «se inclinó por la paz con Roma» y por ello fue asesinado por los suyos193. Thompson, por ejemplo, afirma sin aportar prueba alguna que «Sigerico, después de haber humillado a Placidia y asegurarse su posición asesinando al hijo de Ataúlfo, no perdió tiempo en intentar llegar a acuerdos con el gobierno

imperial»194 y no duda en señalar que Sigerico fue asesinado por los suyos «not because of his usurpation but because of his attempt to come to terms with the Romans»195. Esta interpretación es insostenible. Se contradice con tres hechos: primero, con el acto de humillación de Placidia, que no era precisamente un intento de hacer las paces con Roma; segundo, con la misma causa aducida por Orosio de que el asesinato de Ataúlfo se debió a su política de acercamiento a Rávena; y, tercero, con el dato, confirmado por Olympiodoro, de que Sigerico reinó solamente una semana, un espacio de tiempo imposible para llegar a iniciar acuerdos con Rávena. El texto de Orosio es engañoso y no se puede tomar al pie de la letra. El historiador cristiano dice que Sigerico se inclinó por la paz ordinatus a Deo, lo mismo que había ocurrido con Ataúlfo (y lo mismo que, según él, sucedió con Valia)196. Para Orosio los godos tienen que intentar hacer la paz con Roma por un designio e intervención de la Divinidad, sea o no sea esa la causa real. La historia goda está dirigida por la Providencia y al final triunfarán el entendimiento y la paz. Creo, por tanto, que Sigerico fue asesinado por dos razones. Por el peligro que supuso su acción de humillar a Placidia y que alertó a los godos partidarios del entendimiento, y por el hecho mismo de su acceso al poder ilegítima y violentamente. Mientras tanto el emperador-usurpador Attalo, que residía en la corte de Ataúlfo, intentó huir de allí con una nave que fue interceptada. Se le cortó la mano y se le perdonó la vida, siendo exiliado a las islas Lípari197.

Valia al servicio de los romanos En el espacio de una semana hubo una nueva revolución en la residencia de Ataúlfo en Barcino. El cabecilla fue esta vez Valia, que en el verano de 415 era ya rey de los godos establecidos en Hispania. Sigerico había corrido la misma suerte que Ataúlfo. Según Orosio, Valia fue elegido por los godos para que rompiese de una vez la paz con los romanos e iniciase un periodo de

hostilidades198. Éste es un juicio post eventu. Las hostilidades estaban abiertas, los romanos seguían bloqueando a los godos y no cumplían sus promesas de dar trigo ni tierras. Placidia seguía en poder de Valia, que esta vez, se nos dice, fue tratada con todos los honores (luego Valia no tenía intención de entrar en guerra contra Roma)199. Ya hemos visto que las causas aducidas por Orosio son inverosímiles y que las verdaderas razones de la elección de Valia fueron el mal comportamiento de Sigerico con su ilustre rehén y el modo en el que había conseguido el poder, hecho al margen de la tradición goda. Valia no tenía intención ni de hacer la guerra ni de seguir en paz: quería huir de aquella situación insoportable porque no podía remediarla de otra forma: hacer la guerra, esto es, llevar a su tropas contra Arles, donde residía Constancio, era un suicidio; devolver a Placidia era perder una baza esencial en una posible negociación. Valia optó huir200. De nuevo, el pueblo godo se puso en movimiento. Valia decidió pasar a África, el gran objetivo de Alarico y el granero de Italia. Este tránsito hacia África debió de suceder antes del mes de octubre del 415, en las primeras semanas de gobierno de Valia y antes de que empeorara la estación para poder navegar. Pero este episodio está narrado de manera confusa en las fuentes (principalmente Orosio)201. En primer lugar, Orosio habla de que «un gran grupo de godos, con armas y barcos, intentó pasar a África», lo que parece indicar que no fueron todos los establecidos en Barcino, sino solo una parte. Salir de Barcino con una parte de su pueblo significa disponibilidad de naves suficientes y un riesgo notable considerando el bloqueo organizado por Constancio (recuérdese el episodio de Attalo que, en su intento de huir a Italia desde Hispania en una nave, fue apresado rápidamente por la flota romana). Según Orosio, la expedición fue un fracaso debido a una tempestad en las cercanías del Estrecho de Gibraltar202. El itinerario resulta extraño, aunque no imposible. Desde Barcino las naves bordearon la costa hasta Gibraltar y allí les sorprendió la tempestad. Esto es, aparentemente iban a pasar a la Tingitana, lo que es absurdo. Para llegar a la Proconsular el camino no es llegar hasta el Estrecho. No sabemos si Valia iba al frente de la expedición. E ignoramos

también si perecieron muchas naves en el intento. El hecho es que Valia vio todas sus esperanzas desvanecerse y es en ese momento en el que se planteó hacer las paces con Honorio y Constancio. La situación de su pueblo era insostenible. Sabemos, sí, que los godos se vieron obligados a comprar trigo a los vándalos que estaban establecidos en Bética y que lo compraron a precios exorbitantes (Olymp. Frag. 29.1). En el 416 comenzaron las negociaciones. Y eran tanto más urgentes por cuanto que suevos, vándalos y alanos, establecidos en las otras provincias de Hispania, comenzaron a ofrecerse a Honorio como aliados contra los visigodos203. M. Cesa considera que, ante esta disyuntiva que le ofrecían, por un lado, los bárbaros establecidos en Hispania y, por otro, los godos, Constancio prefirió la alianza con estos últimos en consideración a la presencia de Placidia, a la que deseaba ardientemente recuperar204. El emisario encargado de hacer los acuerdos fue el agens in rebus Euplutius que fue enviado a Valia para negociar el tratado de paz («espondai eirenikai») y el regreso y entrega de Placidia205. Fue recibido amistosamente y lo primero que solicitaron los godos fue el envío de las raciones de trigo. Una vez enviadas las 600.000 raciones (modii)206, Placidia fue entregada a Euplutius para que la llevase hasta su hermano el emperador Honorio. La primera parte de la aventura, exilio y cautividad de Placidia había concluido. Orosio habla de que se entregaron también lectissimi obsides, y no duda en calificar la paz como un hecho excelente: «pacem optimam cum Honorio imperatore»207. La paz incluyó también un acuerdo de colaboración de los godos con los romanos para luchar y tratar de expulsar o aniquilar a los bárbaros, establecidos en Hispania irregularmente desde el pacto con el usurpador Máximo en 411. Valia iba a ser el brazo armado de Constancio y Honorio en Hispania, iba a luchar en nombre de Roma y para la seguridad de Roma208. Los godos y su rey Valia no habían conseguido con este acuerdo casi nada especial. En el fondo habían perdido. Lo único útil eran los 600.000 modios de trigo. No sabemos si esta cantidad se iba a repetir todos los años. Por el

momento servía para unos meses. Pero los godos no habían obtenido las anheladas tierras de asentamiento. Probablemente se les prometieron después de que realizaran las campañas contra vándalos y alanos en Hispania. Estaban todavía en Barcino y desde allí Valia y sus ejércitos emprendieron una serie de campañas Romani nomis causa contra los bárbaros establecidos en Hispania. Durante el año 417 ésta fue la actividad de Valia. En 418 inflingieron una derrota a los vándalos silingios en Bética y lo mismo ocurrió con los alanos209. De estas campañas trataremos en su momento. El resultado de estas victorias convencieron y animaron a Constancio a conceder tierras a los godos de manera definitiva. Y en el 418, el mismo Constancio estableció con ellos un foedus según el cual les concedía asentarse en Aquitania, al otro lado de los Pirineos. El problema de la presencia bárbara en las provincias hispánicas no había sido resuelto de forma definitiva (quedaban los suevos y los vándalos asdingos y algunos alanos refugiados en Gallaecia), pero Constancio prefirió, ob meritum victoriae, concederles las tierras en el sur de la Galia: «sedes in Aquitania a Tolosa usque ad Oceanum acceperunt»210. Valia murió ese mismo año y fue sucedido en el trono por Teoderico211. Pero los godos estaban ya establecidos en Gallia y solamente a fines del siglo comenzarían a venir a instalarse de nuevo en Hispania212.

4. La carta de Honorio Establecidos en Aquitania, los godos, ya con su nuevo rey, volverán a aparecer en el escenario hispánico en diversas ocasiones puntuales y solo será al final del siglo cuando iniciarán el establecimiento en la Península. Hispania había presenciado en el transcurso de los años 417 y 418, las guerras de bárbaros contra bárbaros de las que habla Orosio con satisfacción y regocijo213. Vándalos y alanos habían sido derrotados. Los asdingos se habían instalado en la Gallaecia con los pocos alanos que sobrevivieron a la derrota que les inflingió Valia.

Prácticamente la mitad de Hispania estaba en manos de Rávena otra vez. Barcino volvía a ser una ciudad romana de nuevo. Muchos historiadores se inclinan a fechar en este año de 418 un documento excepcional, conocido como «la carta de Honorio» dirigida a la guarnición de Pompaelo (Pamplona). Conviene analizarlo con detenimiento e intentar resolver su fecha de redacción y saber a qué acontecimientos se refiere.

Descripción La carta enviada por el emperador Honorio a las tropas romanas acantonadas en Pompaelo (Pamplona), copiada y transmitida en el Códice de Roda, del siglo X, hoy en la Real Academia de la Historia de Madrid, es uno de los documentos

más enigmáticos de comienzos del siglo V d.C. No conservamos bien el texto, no es fácil determinar la fecha exacta a la que se refiere y no sabemos tampoco ni a qué acontecimientos hace alusión ni si es una carta enviada específicamente a la guarnición de Pompaelo o tiene un destino más amplio, esto es, a todas las tropas en ella mencionadas, estén o no en la Tarraconense en ese momento214. La epístola comienza con un encabezamiento, sin duda redactado por el copista del siglo X, como introducción al documento, que probablemente resume detalles que existían en el original. Según el texto fue una militia —un grupo de soldados estacionados en Pompaelo (militia urbis Pampilonensis)— la que trajo la carta desde Roma, carta firmada por el mismo emperador Honorio y que estaba dirigida a las tropas. Lo habitual y bien documentado en la práctica usual de la actividad imperial es que el emperador envíe cartas como resultado de una petición. En ocasiones, una delegación, un destacamento, visita al emperador del que obtiene una carta concediendo la petición en los términos que le parecen oportunos215. Tenemos otro ejemplo de cartas enviadas por Honorio a las ciudades de Britannia, en 410, en las que el emperador les recomendaba preocuparse de su propia defensa y recompensaba a los soldados con regalos216. El caso de la epístola de Honorio a la guarnición de Pompaelo parece responder a una petición cuya respuesta fue entregada en mano a la militia de la ciudad. Los soldados regresaron para anunciar a sus conmilitones el contenido de la misma, acompañados de Sabinianus, patricius, que vino a Hispania como consecuencia de las devastaciones de las gentes bárbaras (ob infestatione diversarum gentium barbarorum). Este personaje, Sabinianus, ha dado lugar a

muchas especulaciones sobre su identidad y función217. Sabinianus, por otro lado desconocido, ostenta el título de patricius, que es un título honorífico que se concedía a quienes habían realizado servicios especiales para el Imperio y eran personas a las que se encargaban misiones especiales por su capacidad o habilidad. Éste podía haber sido el caso de Sabinianus mandado a Hispania en calidad de enviado especial218.

Cronología La cronología de la carta, el momento en el que fue escrita, su circunstancia y contexto aparecen como elemento básico para su perfecto encuadramiento. Pero no disponemos, para asignarle una fecha, de otro indicio que el contexto histórico en que pudo haber sido redactada. Se han hecho muchas especulaciones al respecto. Sivan piensa que debió de ser escrita a raíz de los problemas históricos del 418, una vez que los godos de Valia habían vencido a vándalos y alanos219. Maria Cesa argumenta que, después del retiro de los godos al otro lado de los Pirineos, a los soldados romanos en Hispania (a los que se les alaba de forma diplomática en la carta) se les garantizó, a través de ella, un aumento de estipendio, que unificaba su paga con la de sus colegas establecidos en Gallia220. Yo veo muy forzada esta interpretación, principalmente porque no sé de qué tipo de tropas romanas se puede tratar y menos, establecidas en Hispania entonces y actuando conjuntamente con los godos contra vándalos y alanos. Por ello creo que estamos ante otra cronología y otro contexto más acorde con el contenido de la carta. Honorio había visitado triunfalmente Roma —a juzgar por la descripción del poeta Claudiano— en el 404221. Y volvió en el 407-408222. Con ocasión de esta segunda visita y su disgusto por el populus romanus —según registra la Chronica de Theophanes—, Honorio salió apresuradamente de la capital hacia Rávenna —su residencia habitual— y no regresó jamás a Roma.

Consiguientemente, si la carta de Honorio fue firmada en Roma, hubo de serlo en una de esas dos ocasiones. Ahora bien, ni 404 ni 407-408 son fechas que parecen justificar la referencia en la carta al ob infestatione diversarum gentium barbarorum de las líneas 3 y 4 del documento, ya que en ese momento no se puede hablar de presencia de bárbaros en las provincias hispánicas. Por tanto, es muy probable que el copista se inventara que la carta provenía de Roma — quizás porque pensaba, en el siglo X, que los emperadores, o las cartas de los emperadores debían de residir o provenir de Roma—223. Por otro lado, esta misma referencia —la presencia de gentes bárbaras— permite situar la carta o en el año 409 o en el 411, o en cualquier año a partir de esas fechas, hasta la muerte de Honorio en el 423. Veremos inmediatamente cuál puede ser el momento al que se refiere la carta, aunque para ello es necesario conocer más detalladamente su contenido. La misiva, uno de los muchos ejemplos de sacrae litterae imperiales que emergían del officium del ab epistulis224 iba dirigida a universibus militibus nostris (l.5), a todos los soldados, por tanto, de la pars Occidentis gobernada por el emperador Honorio, con una mención específica a los seniores, iuniores, speculatores y Britannici —grupos de tropas y de servicios civiles (los speculatores)— que probablemente merecen una mención especial por un servicio también especial realizado en este caso en Hispania225. Cumplida la misión, se encontraban allí, en Pompaelo, después de haber realizado algo verdaderamente importante para la política imperial. Y el emperador así se lo reconoce en la carta y así se lo premia adecuadamente. En primer lugar, les anima a alegrarse (gaudeatis sanctissimi commilitones nostri) (l.6) y más adelante: omnes iusta exultatione gaudentes (l.7-8). En segundo lugar, les promete una paga semejante a la que reciben otras tropas —los Gallicani— (constituta sint vobis stipendia Gallicanorum) (l.11), o sea, el ejército de la Gallia, el mejor pagado, según la carta226. El emperador está agradecido y decide aumentar la paga por los servicios prestados. Esto es un reconocimiento implícito de que han estado mal pagados o peor pagados que otras tropas. Y el

emperador lo concede «para que el valor florezca en igualdad de condiciones para todos aquellos que comparten la lealtad al emperador»227. Ahora bien, ¿qué podrían haber hecho estas tropas que ahora estaban estacionadas en Pompaelo a favor del emperador Honorio? ¿Qué fue lo que motivó este acto de reconocimiento y generosidad —largitio— imperial? Las arcas imperiales no estaban precisamente a rebosar y el hecho debió de significar algo importante que satisfizo al emperador en grado sumo. Desde luego nada que ocurriese entre los años 407 y 411 que pudiera haber contentado al emperador —y así entramos en la posible cronología del documento—. Desde el 406 hasta el 411 Honorio vio cómo su autoridad y control sobre las provincias occidentales se cuestionaba y rechazaba, y sus fracasos se sucedieron uno detrás de otro228. Honorio había visto las rebeliones de Marcus, Gratianus y, finalmente, la de Constantino III en Britannia. Este último había conquistado la Gallia e Hispania. De nada había servido la resistencia de sus familiares (véase supra). En 409 Honorio había perdido irremediablemente las provincias hispánicas, después de la rebelión de Gerontius y de la usurpación de Máximo, y suevos, vándalos y alanos se habían establecido en la Península. Jovino se había rebelado en la Gallia, Ataúlfo había nombrado a Attalo emperador... Honorio veía sus provincias occidentales fraccionadas en varios centros de poder: la Tarraconense, gobernada por Máximo; el resto de las provincias hispánicas repartidas entre gentes bárbaras, desordenadas, que no constituían aún un regnum acordado con el poder legítimo y, por tanto, escapaban al control romano efectivo. En la Gallia, Constantino III; Britannia, abandonada a su suerte, y Alarico en Italia, después de haber saqueado Roma. No se podían acumular más fracasos ni para el emperador ni para el ejército imperial. El tiempo de la recuperación llegó con el nombramiento de Constancio, investido con el título de comes et magister utriusque militiae, general de las tropas de Honorio. Constancio, junto con Ulfilas, desalojó a Constantino III de Arlés. El ejército de Gerontius lo traicionó y abandonó llevándole al suicidio; y

Máximo fue depuesto y obligado a vivir entre los bárbaros fuera de la Tarraconense. Pero, todavía, suevos, vándalos y alanos ocupaban el resto de las provincias hispanas. La aspiración de Honorio era la de volver a recuperar toda la diócesis. Y así, después del episodio de Ataúlfo en Barcino, el godo Valia, por encargo del patricio Constancio y en nombre de Roma, dirigió una expedición contra los alanos y vándalos en Lusitania y Baetica y en el 417 les infringe una tremenda derrota (caedes magnas)229. Al año siguiente, 418, los vándalos silingios en la Bética fueron prácticamente aniquilados por el mismo Valia, otra vez al servicio de Roma230 y lo mismo sucedió con los alanos que se vieron obligados, los que quedaron, a refugiarse en Gallaecia231. Honorio estaba recuperando las provincias de la diócesis utilizando los ejércitos godos a quienes, como recompensa, dio tierras en Aquitania232. Aquí podríamos situar la carta de Honorio y aquí la han situado, como hemos visto, algunos historiadores. Las tropas estacionadas y agrupadas en Pompaelo podrían ser tropas que, en calidad de comitatenses, es decir, de ejército móvil, habían venido a Hispania con Valia formando parte de su ejército. Acabada la misión, el emperador les recompensaba con un mejor stipendium, hechos que se reflejan en la carta. El problema es que no sabemos que Valia utilizase tropas romanas de Constancio para sus expediciones contra vándalos y alanos. Antes al contrario, parece lógico que Constancio utilizase solo a los contingentes godos que se ofrecieron para colaborar en virtud de los acuerdos firmados en 416. Orosio, de hecho, menciona con alegría las guerras entre bárbaros que tienen como escenario la Península Ibérica. Son ellos los que se eliminan unos a otros. Y, en todo caso, las expediciones de Valia no acabaron de forma definitiva con los bárbaros asentados en Hispania ni significaron la recuperación definitiva de las provincias que habían ocupado antes para Honorio. Suevos y vándalos, y grupos de alanos, quedaban aún en Gallaecia. Pero existen, todavía, dos momentos sucesivos en los que se puede colocar la carta de Honorio a los soldados de Pompaelo. Uno de ellos es en el 420. En este año las disensiones internas entre vándalos y suevos provocaron de nuevo la intervención romana, esta vez con un ejército

imperial enviado a la diócesis al mando de Astirius, nombrado para la ocasión comes Hispaniarum233. Encontramos a Astirius, en efecto, preparando la guerra en Tarraco el año anterior, interviniendo en el problema priscilianista mencionado y relatado en la carta de Consencio a Agustín. Tendremos ocasión de hablar de él (véase infra Capítulo 2 (1) y Capítulo 4 (1)). La campaña de Astirius fue relativamente exitosa: los vándalos abandonaron el bloqueo de los suevos en Gallaecia y después de una serie de matanzas, se trasladaron a la Bética. Campaña, por tanto, que se saldó con un éxito a medias. Los vándalos seguían en Hispania. De hecho dos años más tarde tuvo lugar otra expedición contra ellos234. La expedición de Astirius no justifica el tono de la carta de Honorio ni el aumento del stipendium.

La segunda usurpación de Máximo La segunda ocasión para situar la cronología de la carta se presenta dos años más tarde: en 422. Habíamos dejado al usurpador Máximo viviendo entre sus aliados bárbaros después de su usurpación en 411. Máximo, exiliado entre los bárbaros, aglutinando sus intereses contra las acciones romanas que se estaban sucediendo, podía todavía erigirse en su defensor. Roma no había pactado con los bárbaros para que penetrasen y se adentrasen en la Península, el pacto se había hecho entre ellos y un usurpador (Máximo). Y éste trató ahora de recuperar, al menos, una parte de la Península. En la Chronica Gallica, en la entrada correspondiente al año 420, se lee que Máximo «tyrannus Hispaniarum dominatum vi optinet»235. Máximo se apoderó del poder en Hispania por la fuerza. Un reciente estudio adelanta la fecha de la rebelión al 418 y supone que Máximo fue elevado al trono con el apoyo y ayuda del rey vándalo Gunterico y señala que fue el ejército de Astirius, en su expedición a Hispania del 420, quien la sofocó, y tomando prisioneros a los dos principales cabecillas, Máximo y un tal Jovinus, los llevó a Rávena ante el emperador236. La segunda rebelión de

Máximo indica la necesidad por parte de los bárbaros establecidos en Hispania de tener por un lado la posibilidad de intentar ser reconocidos por Rávena, al nombrar un usurpador, y conseguir tierras de modo legítimo y reconocido por Honorio. Hemos visto que poco antes estos mismos bárbaros se ofrecieron a Honorio para sellar un pacto de colaboración contra los godos establecidos en Barcino, lo que indica que estaban deseosos de regularizar su situación y dispuestos a pactar con el emperador legítimo. Pero la rebelión de Máximo fue efímera. Duró apenas algo más de dos años. Es interesante destacar el apoyo que Máximo recibió de Jovinus, sin duda alguna un hispanorromano que se unió también a la empresa, descontento de la situación y presencia bárbara237 y deseando legalizar, al menos, su estancia. Los bárbaros recurrieron a ellos como última solución y no es que quisieran campar a sus anchas saqueando y destruyendo cuanto encontraban a su paso: los bárbaros buscaban estabilidad y comunidad con los romanos. Máximo y Jovino fueron llevados a Rávena por tropas romanas regulares leales a Honorio (como hemos visto, probablemente las de Astirius). En Rávena, Honorio celebraba en ese momento, 422, sus tricennalia, la fiesta conmemorativa de sus treinta años en el poder238. Su captura y posterior decapitación contribuyeron a las festividades y a la alegría (gaudium publicum) y lisonja de los cortesanos que regalaban al emperador, por fin, la victoria, y el haber sido así el implacable vencedor de todos los usurpadores239. El historiador Orosio nos da a entender que la máxima preocupación política de Honorio fueron los usurpadores, y que para acabar con ellos puso todos los medios posibles a su alcance, tentando unas veces con unos, otras con otros generales, hasta que encontró en la persona de Fl. Constancio su principal y eficaz valedor, hasta el punto de que lo designó co-emperador en el 421240: «El emperador Honorio, viendo que con tantos tiranos que se habían rebelado contra él, no podía hacer nada contra los bárbaros, ordenó que de forma prioritaria se acabase definitivamente con ellos. Esta guerra iba a ser confiada al comes Constancio»241.

Éste fue el fin definitivo de Máximo, cuya acción política y presencia en Hispania no fue en modo alguno desdeñable, ya que aparece como protagonista en momentos clave de los acontecimientos de los primeros años del siglo V en Hispania. A partir de su decapitación en Rávena, Honorio volvía a recuperar prácticamente toda la dioecesis hispaniarum. La felicitación a los soldados regulares romanos de Pompaelo, la alegría y reconocimiento por su contribución a la victoria, el aumento del stipendium, el ruego de que agradecieran el hospitium que se les había otorgado —hecho que también se incluye en la carta como veremos más adelante— encuentra en este momento de 422 su contextualización y explicación precisa y coherente, porque habían contribuido a derrocar al usurpador Máximo, que con sus bárbaros (ob infestatione gentium barbarorum) había puesto en peligro, otra vez, la legitimidad imperial y el control de Hispania242. La epistula de Honorio demuestra la alegría y satisfacción del emperador (gaudeatis... iusta exultatione gaudentes) y alaba la lealtad (devotio) y constancia fiel (constantiae vestrae) de quienes no se unieron al rebelde —tyrannus— y se mantuvieron fieles al imperator iustus que, por ello, les demuestra su generosidad y premio (coincidente, además, con sus celebraciones de las tricennalia, momento propicio para la generosidad imperial). Astirius, que era comes Hispaniarum cuando se hizo cargo de la campaña contra los vándalos en Hispania y que sofocó la rebelión de Máximo, recibió el título honorífico de patricius en 422, después de sus acciones en la Península243 hecho que coincide con los privilegios y felicitaciones de la carta de Honorio a los soldados de Pompaelo.

Contenido Establecida, por tanto, la cronología de la epístola, conviene profundizar en otros aspectos de la misma.

En primer lugar hay que destacar que estas tropas no son tropas establecidas en Hispania. Son tropas que coyunturalmente han llegado a la dioecesis y se encuentran reunidas en Pompaelo, una de las ciudades de la Tarraconense. Es más, la carta propone y concede el licenciamiento de las tropas: «así que ahora que viene el momento de vivir y residir en otro lugar»244 se les permite marcharse con prontitud y orden, «después de haber pagado el debido honor a quien os han recibido y dado hospedaje» (hospitis obsequamini)245. Cumplida la misión, estas tropas se marchan; y deben hacerlo con rapidez y orden y no cometiendo abusos con quienes les han recibido en sus casa en el régimen del hospitium: ésta es la prueba más clara, en mi opinión, del carácter transitorio y no permanente de estas tropas venidas a la Península para una acción concreta, como sucederá luego, tantas veces, a lo largo del siglo V, y como atestigua la Chronica de Hydacio246. El uso del hospitium merece un breve comentario. Este antiguo privilegio está ya regulado en el año 59 a.C. en la Lex Iulia de Repetundis y recordado con gran detalle en una inscripción de Sagalassos, en Pisidia, de época de Tiberio (año 20 d.C.), publicada por St. Mitchel247. En ella, se dice que los habitantes de Sagalassos tiene la obligación de proporcionar doce carros de transporte con sus mulos correspondientes a quienes pasaban por la ciudad, si estos eran el procurator y sus hijos, o los soldados que, además, deberán recibir en la ciudad hospitalidad gratuita. El hospitium estaba vigente aún en el siglo V d.C., y los abusos derivados eran notables, hasta el punto de que una ley de Teodosiano (del 413, y, por lo tanto, de Honorio: 7.8.10) califica el hospitium de mos sceleratus. Ya Columela recomendaba que «las vías militares no deben en absoluto hallarse cerca de la villa... la vía militar perjudica seriamente al patrimonio, bien por los robos de la gente que pasa, bien por la obligación consiguiente de dar albergue a los soldados»248. Por ello, Honorio recomienda en su carta cortesía y reconocimiento a sus tropas. Y de aquí se deriva una conclusión importante: estos soldados habían estado residiendo no en campamentos o establecimientos militares ad hoc, sino en ciudades o, eventualmente, en villae.

El alojamiento de tropas en las ciudades no es, ni era, una situación anormal. Incluso en las zonas de frontera más extremas, los soldados destinados a la protección y defensa podían residir en las ciudades. En la Vita Sancti Severini, escrita en Italia en el año 511, en el monasterio de Castellum Lucullanum, por el monje Eugippius, se recuerda que hacia mediados del siglo V (460ss), en el Noricum, «todavía en este periodo, cuando aún existía el Imperio Romano (Eugippius escribe en el siglo VI y para él ya no existía el Imperio Romano), los soldados encargados de la defensa de las fronteras vivían establecidos en un gran número de ciudades»249. Además de esta constatación, la Vita Severini añade otras informaciones, entre ellas la de que estos soldados viviendo en régimen de hospitium eran pagados con fondos públicos (publiciis stipendiis alebantur)250. Hemos visto que estas tropas de Pompaelo, cumplida su misión, se disgregan y se dirigen a otros escenarios donde se las pueda necesitar; e incluso algunas de ellas pueden ser licenciadas. Por tanto, dice la epistula, «confiamos en que la descarga del servicio (confidibus ut muneris resolutio)251 animará más que disminuirá vuestra fidelidad (incitet potius quam restringat ardorem)»252. Estos soldados reciben una paga —no sabemos, por otra parte, si la promesa se cumplió o no, y ciertamente debía de ser una paga en moneda (stipendium)— y aun licenciados se espera de ellos la fidelidad suficiente para enrolarse de nuevo en caso necesario o, al menos, no unirse a otros eventuales tyranni contra el emperador legítimo. Así pues, el retiro no implica el abandono de la militia. Suevos, vándalos y alanos estaban en la Península desde el 411. Habían ocupado cuatro provincias de la diócesis, habían intentado hacer pactos con Honorio, habían favorecido el levantamiento de Máximo para encontrar un acomodo legal y ventajoso con el emperador legítimo, habían buscado un modo de integración. Los romanos no se lo consintieron y continuaron hostigándoles repetida y constantemente. Es hora de pasar a analizar los problemas de cada uno de estos pueblos por separado y su historia particular en la Península Ibérica a lo largo del siglo V.

5. El episodio vándalo El episodio de la presencia vándala en la Península Ibérica, desde el año 409 al 429, ha sido en gran parte oscurecido por su conquista y establecimiento en las provincias romanas del Norte de África y, de hecho, no ha sido nunca objeto de estudio pormenorizado y concreto, salvo en casos excepcionales en los que se ha inscrito en estudios específicos como precedente a su presencia en África253. Como hemos visto, en el mes de octubre del año 409 vándalos asdingos y vándalos silingios cruzaron los Pirineos en dirección a Hispania, unidos, o junto a, alanos y suevos254. Estos tres pueblos, o gentes, habían pasado juntos el Rin helado en diciembre del 406255. Durante su estancia en Gallia (tres años) habían llevado una existencia más o menos independiente entre ellos, poniéndose unas veces al servicio de Roma, otras apoyando sublevaciones y usurpaciones, pero de nuevo se encontraban juntos en las regiones del sur de la Gallia en el 409, hasta el punto de que, como si formasen un solo bloque o confederación y les uniese un objetivo común, pasaron también unidos a Hispania. No todos cuantos pasaron a la Península eran los mismos que habían cruzado el Rin; grupos de alanos quedaron en Gallia (véase infra Capítulo 1 (6)) y probablemente también grupos de vándalos. Los suevos, sin embargo, parece que pasaron en bloque. Las escuetas crónicas tardorromanas esto es lo que registran, sin ocuparse de dar razones, causas, motivos, número, ni cualquier otra consideración. Es obvio, sin embargo, que necesitamos preguntas y respuestas tales como quiénes eran sus reyes, qué religión practicaban, qué significó su estancia en la Península Ibérica, en qué medida su presencia modificó el estado de cosas existente en las provincias romanas que ocuparon y por qué continuaron su peregrinaje hacia África. En principio, uno está tentado de pensar que éste era el objetivo final desde el comienzo, pero la documentación disponible no permite llegar a esta conclusión, sino que fueron diversas circunstancias puntuales las que determinaron primero el paso a la Gallia, luego a Hispania y finalmente a África. Cada una de ellas parece obedecer a un contexto diverso que hizo que los

diferentes reyes en cada caso decidieran los determinados traslados de sus gentes de un lugar a otro. Sobre el origen e historia precedente de los vándalos se ha escrito mucho256. Conviene recordar, no obstante, algunos detalles. En las descripciones de las fuentes romanas —Plinio, Tácito, Dión Casio, Procopio— los vándalos aparecen divididos en dos subgrupos o subtribus. Los silingios habitaban las regiones que hoy corresponden a la República Checa, y los asdingos a lo que era en época romana la Dacia (Rumania). De los asdingos sabemos que su nombre era el de dinastía real, cuyo primer rey fue Visimar, y que estuvieron más en contacto con el Imperio Romano que los silingios257. Parece que los asdingos eran nómadas y los encontramos en el ejército romano formando parte del ala octava Vandalorum mencionados en la Notitia Dignitatum258, a fines del siglo IV. En parte estuvieron integrados en el Imperio Romano de forma diversa, y sabemos que desde Constantino vivieron bajo la ley romana en Pannonia más de sesenta años259. En el año 390 comienzan a moverse hacia occidente acuciados por el hambre, según señala Procopio260. Peter Brown ha definido el fenómeno de «las invasiones» como «agricultural movements», esto es, motivadas por la desesperada búsqueda de tierras cultivables y un asentamiento estable. Puede que ambos, Procopio y Brown, tengan razón261. En el año 401 Estilicón, también él un vándalo, expulsa a los vándalos del territorio de Raetia y en el 406, otra vez reunidos, junto con suevos y alanos, pasan el Rin. W. Liebeschuetz ha escrito recientemente que los grupos que pasaron fueron muy numerosos262. En realidad, como él mismo reconoce, no sabemos nada de cifras. Y las razones que se han dado para establecerlas son poco concluyentes. Por ejemplo, aunque inmediatamente después del paso del Rin, los vándalos se enfrentaron en una batalla con los francos, y aquéllos se recuperaron fácilmente, ello no permite inferir que fueran muy numerosos. Y aunque se extendieron sin dificultad por las Galias, a pesar de la presencia de tropas romanas de limitanei, ello tampoco quiere decir que fueran muy numerosos263. Menos concluyente aún es la deducción de Liebeschuetz según la cual, debido a que los vándalos obtuvieron

un extenso territorio en el reparto de tierras de Hispania en el año 411, su población habría sido muy nutrida264, ya que, como hemos visto, la división territorial de Hispania entre las gentes bárbaras llegadas en 409 no tuvo nada que ver con la posible cantidad numérica de cada una de estas gentes. Lo que sí sabemos es que, desde su establecimiento consentido en Gallia, fueron un grupo molesto y cada vez más incómodo para los godos federados establecidos allí. Los autores cristianos presentan un cuadro desolador de la presencia de estas gentes en estos tres años en Gallia, pero la arqueología no ha evidenciado las destrucciones a las que se refieren y hay que considerar sus afirmaciones como exageraciones retóricas265. El hecho es que estas gentes, cada una con su rex al frente, constituyendo aparentemente una unidad política y con una diversidad de costumbres, aunque no una sólida organización o regnum266, pasaron a Hispania en octubre del 409, en virtud del acuerdo con Gerontius para apoyarle en su enfrentamiento con Constantino III. No fue una invasión, sino un acuerdo de colaboración, un paso consentido267. Los vándalos que pasaron a Hispania incluían, lógicamente, un nutrido contingente armado: ello se deduce simplemente de sus acciones guerreras antes y después de su entrada en la Península Ibérica. Pero junto a ellos iban también sus familias. Conviene resaltar que estas gentes llegaron a Hispania con muy pocos elementos de su originaria cultura material característica y propia, después de tantos años de estar integrados o en contacto con el Imperio Romano. Posiblemente no se diferenciaban de los romanos ni en el armamento utilizado ni en la vestimenta ni en los adornos personales (de ahí la dificultad, si no imposibilidad, de constatar arqueológicamente tumbas vándalas en Hispania). Este paso pactado con Gerontius explica —y es la única interpretación aclaratoria— el hecho de que, al contrario de lo que sucedió en otros escenarios (Gallia, Italia), el establecimiento inicial de suevos, vándalos y alanos en Hispania no fuera el resultado de un foedus o de un reparto de tierras acordado con la autoridad romana. Esto sucederá más tarde, en el 411. Se puede afirmar

que este primer paso del 409 fue tan solo circunstancial y que no perseguía como objetivo el establecimiento. Este primer paso del 409 se puede decir que fue un paso puntual, no para el establecimiento.

Los vándalos en el territorio No hubo nadie en Hispania ni capaz ni dispuesto a contener a estos pueblos o impedir su paso. No había ejército regular consistente en la Península para hacerlo268. El usurpador Gerontius podía utilizarlos por un tiempo indefinido e indeterminado en su lucha contra Constantino III. En sus planes entraba, como hemos visto, acabar con su rival en Gallia. Los bárbaros podían encontrar un acomodo a su antojo en el extenso territorio de Hispania, pero habrían de contribuir como fuerza disuasoria y contingente útil en un momento dado. No sabemos dónde se establecieron, o si lo hicieron de modo permanente. Probablemente, entrados por los pasos de Irún o del Pirineo central, provocaron al principio los lógicos incidentes con los hispanorromanos que menciona Orosio269. Pero su sistematización fue rápida, sobre todo después de la proclamación de Máximo en Tarraco como emperador (usurpador) en el 410-411 a instigación de Gerontius y sus tropas. Máximo se convirtió en emperador de la dioecesis Hispaniarum, cuyos súbditos o provinciales incluían a los suevos, vándalos y alanos recién llegados. Máximo acabaría por concertar con ellos un pacto dejándoles que se repartiesen las tierras a excepción de la Tarraconense y las Insulae Baleares y Mauritania. El reparto, resultado de la sors, no fue bueno ni adecuado. El reparto se hizo sorte, a suerte, independientemente del número de personas que lo iban a ocupar. Y, de hecho, se dio la paradoja de que el más extenso, Lusitania y Cartaginiense, tocó a los alanos, pueblo que debía ser poco numeroso ya que, poco más tarde, sabemos que fue prácticamente aniquilado en el curso de una sola batalla contra vándalos y ellos mismos270. A vándalos asdingos y suevos les tocó la Gallaecia (territorio mucho más reducido) y los

vándalos silingios obtuvieron para ellos solos la Bética. Era, por tanto, un territorio mal repartido, producto del desconocimiento geográfico y espacial de la Península. Este desequilibrio ocasionó, inmediatamente, rivalidades entre unas y otras gentes, que buscaron anexionarse el territorio de los otros y lograr la supremacía sobre los demás. Los vándalos asdingos obtuvieron la zona más oriental de la Gallaecia y los suevos la más cercana al Atlántico de la misma provincia. Es decir, los vándalos recibieron territorios limítrofes con la Tarraconense, con la Cartaginiense y con la Lusitania. Entre ellos y el otro grupo vándalo había un hinterland ocupado por los alanos, ya que a los silingios les correspondió la Bética271. Cada uno de estos grupos o gentes vinieron con sus reyes al frente. Gunterico era el rey de los vándalos asdingos y Fredbal, el de los silingios272. Cuando el rey godo Ataúlfo se estableció en Barcino debido a las presiones de Constancio, los vándalos intentaron aprovechar la situación vendiéndoles trigo a precios exorbitantes y trataron, además, de acercarse a Honorio para ponerse a su disposición para guerrear contra ellos. Su oferta no fue considerada ni aceptada por el todopoderoso general de Honorio, que en ese momento (416) selló un pacto con el rey Valia para utilizar sus ejércitos contra vándalos y alanos. Antes de pasar a analizar sus expediciones hay que reparar en un detalle significativo que da idea de la organización del poder entre estos pueblos. En efecto, un texto de Hydacio demuestra que los alanos poseían una especie de supremacía o liderazgo sobre vándalos y suevos cuando llegaron a Hispania: «Alani qui vandalis et suevis potentabantur», dice el historiador, es decir, «los alanos, que gobernaban sobre los suevos y los vándalos»273. Por la fecha a la que se refiere el texto y la mención de vándalos y suevos juntos hace pensar que la supremacía de los alanos se ejercía con, o sobre, los dos pueblos que estaban establecidos en Gallaecia, asdingos y suevos, y quizás no sobre los vándalos silingios que ocupaban la Bética. Es éste un detalle significativo. ¿Era ésta una supremacía resultado de un acuerdo entre ellos? ¿Era porque eran los más poderosos desde el punto de vista militar? ¿Era porque les había tocado un territorio más

extenso?, ¿Por qué eran más numerosos? ¿En qué consistía ese potentabantur? ¿Determinaban los alanos las acciones de los demás? ¿Dirigían los acuerdos y la guerra? ¿Se reconocía su rey como el rey de los demás? Sea cual fuera la respuesta, los alanos dominaban a sus vecinos del norte. Muy pronto la intervención romana impediría el propio asentamiento definitivo de vándalos silingios y alanos274.

Romani nominis causa: las expediciones de Valia (417418) Teniendo controlada la Tarraconense después del pacto con Valia, los romanos, si querían recuperar otra vez la Península Ibérica, debían primero dominar Lusitania, Carthaginiense, Bética y Gallaecia. Desde el punto de vista estratégico estas provincias incluían, especialmente las tres primeras, no solo el territorio donde se encontraba la capital —Emerita—, sino las zonas de acceso al Mediterráneo suroriental (Carthago Nova) y, sobre todo, África. Además, estas regiones eran las más productivas desde el punto de vista económico: trigo y aceite. Constituyen, por tanto, el primer objetivo de las acciones romanas y en el 417, en nombre de Roma (romani nominis causa), el rey godo Valia fue enviado para emprender una expedición de castigo y de recuperación275. Cruzaron la Tarraconense (el ejército de Valia provenía de Barcino) y el territorio alano sin dificultades, para dirigirse a la Bética. Los alanos no hicieron nada, o no pudieron hacer nada. Probablemente esto significa que su concentración estaba reducida a pequeños núcleos en la inmensidad del territorio que les cayó en suerte (véase infra Capitulo 1 (6)). Gallaecia, donde habitaban los suevos, no fue objetivo de la expedición. Podía quedar para otra ocasión dada su situación marginal. Por otro lado, la realización de esta expedición demuestra claramente que el reparto del 411 se había hecho sin el consentimiento ni acuerdo con Honorio o con su general Constancio. Los romanos consideraban la ocupación

de la Península consecuencia de una usurpación y de un acuerdo con un usurpador (Máximo). El resultado de la expedición fue fatal para los bárbaros. Ocasionó, dicen las fuentes, la casi total extinción de los silingios («caedes magnas efficit [sc. Valia] barbarorum... omnes extincti»)276. El año siguiente, mediante otra expedición, los silingios fueron definitivamente aniquilados y también los alanos en Lusitania277. A partir de entonces los alanos no pudieron pensar más en tener o llegar a tener su regnum propio y se pusieron, los que quedaron, bajo la protección de Gunderico, rey de los vándalos asdingos, establecidos en Gallaecia. Los papeles habían cambiado: ahora eran los alanos los que quedaban dominados y bajo la protección de los vándalos asdingos de tal modo que el rey Gunderico asumió el título de «rey de los vándalos y de los alanos»278. No sabemos dónde tuvieron lugar o cuál fue el escenario de estas batallas, aunque un autor posterior, Sidonio Apollinar la sitúa en las cercanías del Estrecho de Gibraltar279, lo que ofrece una idea de la localización de algunos de los asentamientos de los vándalos. No cabe duda de que el ejército visigodo actuó con contundencia y demostró una gran superioridad, y no cabe duda tampoco de que los ejércitos de vándalos silingios y de los mismos alanos, considerados los más poderosos de todos, se encontraban mermados e incapaces. Esta victoria conseguida por Valia tiene consecuencias importantes en lo que se refiere a la población y su distribución: Lusitania y Cartaginiense quedaron prácticamente desprovistas de población bárbara a partir del año 418, lo mismo que la Bética. Y ello implica un traslado de poblaciones residuales: los supervivientes alanos y silingios fueron a sumarse a los suevos y asdingos en Gallaecia, con lo que en esta fecha, la presencia bárbara en Hispania estaba prácticamente reducida a este territorio. El rey vándalo Gunterico, que asumía esta población residual, se convirtió en rey de vándalos y alanos, claramente porque había muerto Addax, rey de los alanos y habrían sido aniquilados los mejores para sucederle y porque lo mismo debió de ocurrir con el rey de los silingios. Para los alanos, los vándalos eran sus aliados

naturales, y no los suevos. Pero la rivalidad con éstos iba a surgir inmediatamente. Hydacio testimonia las luchas entre unos y otros (entre Gunderico y Hermerico, rey de los suevos) y los intentos de bloqueo para evitar pretensiones territoriales280. El reparto territorial había funcionado mal y máxime después de las derrotas de silingios y alanos. Los hispanorromanos no podían más que alegrarse de esta destrucción mutua entre bárbaros y de ello da cumplida cuenta Orosio281.

Bárbaros contra bárbaros Pero el ejército de Valia (formado por contingentes godos) no se quedó sobre el terreno después de la victoria. El patricio Constancio ordenó a las tropas volver a sus bases y, cumpliendo su promesa, les otorgó establecimiento en Aquitania (desde Toulouse al Océano)282. Constancio no quería que los ejércitos visigodos se quedasen en la Bética, especialmente después de la demostración de fuerza y eficacia que habían manifestado, y los quiso establecer al norte de los Pirineos, para que sirvieran eventualmente en futuras expediciones contra los residuos de gentes bárbaras que quedaban en Hispania, suevos, vándalos asdingos y el resto de los alanos y silingios supervivientes283. Pero esta política de Constancio significa también una cierta seguridad en el control del territorio del centro y sur de la Península y el deliberado deseo de no molestar o enfrentarse a suevos y vándalos asdingos, a los que el ejército de Valia podía haber continuado hostigando. Constancio podía, por el momento, dejarlos abandonados a su suerte. Gallaecia no entraba en las preocupaciones de Honorio por el momento. Era mejor esperar a que se enfrentasen entre ellos, lo que efectivamente sucedió al poco tiempo. Y así, en un momento dado (año 419), leemos que los vándalos bloquearon a los suevos en las montañas llamadas Erbasias284. El bloqueo era consecuencia de la intención de los suevos de extender su territorio o dominio en la zona ocupada por vándalos y alanos en la

misma Gallaecia. Pero algunos historiadores piensan justamente lo contrario: fueron los asdingos los que, apremiados por las condiciones de su propio territorio (ya que habían visto aumentar su población con los residuos de silingios y alanos)285, intentaron arrebatar territorio a los suevos. Pero parece más lógico, y se deduce del vocabulario empleado en la Chronica de Hydacio, que el bloqueo se hizo a fin de que los suevos no pudieran pasar a territorio vándalo286.

Romanos contra vándalos En este nuevo conflicto entre suevos y vándalos, los romanos decidieron apoyar a los suevos. No sabemos por qué razón. Pudo existir un pacto romanosuevo que comprendería el que los suevos no abandonarían Gallaecia; pudo ser un cálculo apoyado en la superioridad numérica de los vándalos. El hecho es que, en esta ocasión, los ejércitos romanos no vinieron al mando de un rey godo, sino de Astirius, designado comes Hispaniarum para la ocasión287. Y la campaña se hizo en colaboración con el vicarius Hispaniarum, Maurocellus, que acudió también al escenario de la guerra, en las cercanías de Bracara Augusta (actual Braga), logrando una matanza considerable de vándalos. La presión de ambos ejércitos obligó a los vándalos a abandonar el bloqueo de los suevos y a retirarse incluso de la Gallaecia, para dirigirse a Bética a fin de establecerse allí (en el 420). En el ínterim el rey vándalo Gunderico había apoyado la sublevación de Máximo como emperador que, como hemos visto, acabó en su encarcelamiento y posterior decapitación en Rávena (véase supra Capítulo 1 (4)). Los vándalos asdingos establecidos en Bética fueron de nuevo objeto de un ataque romano organizado desde la Gallia. Los ejércitos romanos estaban dispuestos a su aniquilación y no les daban tregua. Honorio deseaba recuperar los territorios de Hispania y estaba a punto de conseguirlo. Gallaecia, poblada por los suevos, era un problema menor tanto por su población, poco numerosa,

como por su situación geográfica extrema y apartada. Había que concentrarse en los vándalos. Las razones no están muy claras. Se puede especular sobre si era por su numerosa población (los vándalos que pasaron a África fueron unos 80.000, véase infra Capítulo 1 (5)), o porque habían ocupado otra vez la Bética o, en fin, porque eran arrianos. Esta vez el hostigamiento romano estuvo dirigido por Castinus, magister militum, que se presentó en el escenario bético con un gran ejército romano compuesto con auxiliares godos («cum magna manu et auxiliis Gothorum bellum infert»)288. Enviar a un magister militum quiere decir que la operación iba a ser de envergadura y que existía una decidida voluntad romana de eliminar a los vándalos de la Península. La presencia del contingente de auxiliares godos se entiende por la tradicional enemistad entre estos y los vándalos289. El desarrollo de esta campaña, que tuvo lugar en el 422, según la Chronica de Hydacio, presenta algunas dificultades de interpretación debido a la confusa descripción del cronista. Hydacio describe la estrategia de Castinus para reducir a los vándalos: someterles a un asedio (obsidio es la palabra que utiliza): «quos cum ad inopiam vi obsidionis artaret adeo ut se tradere iam pararent»290. Esta descripción presenta un problema: un asedio ¿dónde?, ¿en una ciudad?, ¿en campo abierto? No parece. ¿Es posible que todos los vándalos estuviesen en una ciudad?, ¿en cuál? ¿Es posible someter a los vándalos a un asedio en campo abierto? ¿Se trató de un bloqueo? Por lo que sigue describiendo Hydacio, parece que, en efecto, el asedio tuvo lugar en una plaza fuerte porque, según el cronista, cuando ya estaban a punto de rendirse, sin haberse preparado convenientemente, Castinus aceptó un enfrentamiento en campo abierto, lo que fue la causa de su perdición y derrota, continúa Hydacio, debido a la traición de sus auxiliares godos291. Todo parece indicar, pues, que los vándalos estaban refugiados en una ciudad (y reducidos ad inopiam). La alternativa es pensar que el cerco se hizo en torno a sus campamentos y que Castinus no adoptara la forma de ataque frontal hasta el último momento, con la mala fortuna para él que no pudo resistir la batalla. Hay que observar que «la batalla por la Bética» se resolvió en un solo

encuentro, lo que indica la escasa dispersión de los vándalos en el inmenso territorio. Esto puede dar una idea del tipo de establecimiento de los bárbaros en la Península: procuraron estar siempre unidos o poco dispersos, lo que significa la escasa ocupación del territorio real. Sus actuaciones fueron siempre en forma de razzias, pero manteniendo la cohesión tribal en la medida de lo posible292. El ejército vándalo venció al romano que, según Hydacio, era un ejército considerable (magna manu). No era fácil vencer a unas tropas de estas características. Hydacio culpa a los auxiliares godos de la derrota. Naturalmente, Hydacio no acepta de buen grado una derrota romana y la culpa ha de cargársela siempre a los bárbaros. Por otro lado, las noticias de Hydacio sobre esta batalla debían ser orales y remotas. Tranoy sugiere que estos godos al servicio de Roma decidieron pasarse a los vándalos porque no tenían nada que perder, optando por los vándalos que parecían en plena expansión territoria293. Más satisfactoria parece, sin embargo, la razón dada por el mismo Tranoy de que ello se debió a disensiones en el seno del ejército romano mismo. Castinus, adversario de la Augusta Gala Placidia (Constancio, su esposo, acaba de morir), no obtuvo el apoyo de Bonifacio, nombrado comes Africae y decidido partidario de Placidia, y por ello sus tropas godas se pusieron de su parte, reconociendo todavía en ella a la ex esposa de Ataúlfo294. En cualquier caso, Castinus, humillado, se vio obligado a retirarse a Tarraco. Esta ciudad seguía siendo la capital de la Tarraconense, todavía en poder y bajo administración romana completa, y servía, ocasionalmente, como base para las expediciones romanas contra los bárbaros establecidos en las otras provincias de la dioecesis.

Supremacía vándala: incursiones en Baleares, Mauritania y Bética Los vándalos habían salido reforzados con la victoria y contaban, a partir de ahora, con un contingente de godos auxiliares que habían estado antes al servicio

del ejército romano. Crecidos con esa victoria, los vándalos se atrevieron, incluso, a realizar una política de expansión a fin de golpear en las provincias de la dioecesis todavía en poder Honorio. Intentaron una expedición hacia las Islas Baleares. En tres años, los vándalos asdingos estaban en condiciones, incluso, de intentar conquistar territorio. La Bética no era, al parecer, suficiente. Con esta razzia hacia las Baleares, los vándalos entran en contacto con el mar y las naves. No sabemos exactamente con qué finalidad lo hicieron: si fue un simple movimiento de hostigamiento a los romanos o fue una acción de saqueo, dado que sabían que las Baleares estaban prácticamente desguarnecidas. Las Baleares significaban, por otro lado, una base muy útil para acercarse al sur de la Gallia, a la propia Italia o al norte de África o para bloquear las comunicaciones romanas hacia esas zonas. Es indudable que debieron de requisar o apoderarse de barcos en la zona levantina (¿Carthago Nova?), tal y como hicieron más tarde para su paso definitivo a África. Ello quiere decir que esa flota existía en las costas hispanas, aunque obviamente no era posiblemente la flota romana instalada en Hispania, sino que debieron apresar cualquier tipo de embarcación que encontraron. El peligro vándalo se presentaba ahora para el usurpador Juan, sucesor de Honorio, que había muerto en 424, como algo mucho más serio y digno de atención, ya que se habían convertido en agresores. Para mantener el poder legítimo, Teodosio II, que gobernaba en Constantinopla la Pars Orientis del Imperio, nombró césar a Valentiniano, el hijo de Placidia y Constancio, que en poco tiempo acabó con el usurpador. En 425 fue proclamado augusto en Roma y Félix fue nombrado patricius y magister militum. La era de Fl. Constancio había concluido, y el poder en Italia era ahora, si cabe, más inestable que con Honorio295. El párrafo de Hydacio correspondiente al año 425 evidencia, por primera vez en dieciséis años de presencia bárbara en Hispania, la movilidad y multiplicidad de frentes: tras la razzia de las Baleares, los vándalos saquean Cartago Spartaria (Carthago Nova) y luego la propia Hispalis, para, finalmente, hacer una incursión en Mauritania Tingitana. Está claro que estas provincias estaban completamente desguarnecidas. Por primera vez tenemos

noticia del asalto a una capital importante, Hispalis (Spali eversa). No parece que ninguna de las dos capitales provinciales cayeran en sus manos, sino que ambas sufrieron saqueo. El hecho de que saqueasen Hispalis quiere decir que antes durante toda su estancia en Bética no se habían asentado en ella. La incursión a Mauritania se enmarca en el mismo contexto que la de las Insulae Baleares. Parece que se trata de tentativas iniciales para una eventual acción de más envergadura y definitiva más adelante. Entre el 425 y 428 parece que hubo una fase de asentamiento sin hostilidades. Pero en 428 Gunderico ocupa otra vez Hispalis llegando a profanar la iglesia de la ciudad. Esta vez Hydacio dice «capta Ispali», lo que quiere significar que hubo una ocupación y que la anterior intentona no fue más que un saqueo. El historiador está siempre atento a los actos impíos de los bárbaros: Gunderico quizás quiso apoderarse del tesoro de la iglesia y tuvo, en palabras de Hydacio, su justo castigo, ya que murió al poco tiempo296. Lo mismo dice, más adelante, a propósito de la profanación del suevo Heremegario de la iglesia de Santa Eulalia de Mérida297. Del mismo modo, del hecho de la profanación se deduce que el rey vándalo era o pagano o arriano. Esta acción de apoderarse de Hispalis parece preanunciar un asentamiento más estable allí por parte de los vándalos con una sedes regia específica y simbólica (Hispalis era, a partir de la segunda mitad del siglo IV, la capital de la provincia Bética), que podría convertirse en capital del regnum vandalorum.

Gensericus rex et apostata: otra vez al servicio de Roma La muerte de Gunderico en Hispalis ocasionó la subida al trono de Genserico298. Genserico era hermano de Gunderico. La sucesión al trono entre los vándalos se resuelve aún en el ámbito del linaje familiar. Según Liebeschuetz, Genserico fue «a ruler of genius», como demostraron los acontecimientos posteriores299. Esta definición se puede aceptar si consideramos

que fue capaz de aglutinar a su pueblo y llevarlo a la empresa, arriesgada, pero hasta cierto punto grandiosa, de pasar a África y establecer allí su regnum. Pero uno se puede preguntar si el «genio» podía haber sido mejor utilizado si se hubiera dedicado a establecerse en Hispania, sin meterse en aventuras innecesarias. Pero la aventura africana estuvo condicionada y determinada por la política romana, como veremos. En principio, los vándalos no tenían motivos aparentes para emprender un desembarco en África y continuar hasta Cartago. Por varias razones. Su población no era muy numerosa, unos 80.000 pasaron a África300 y si ya eran muy pocos para ocupar y eventualmente defender un territorio como la Bética, eran muy pocos, también, para ocupar el territorio africano. Aparentemente, además, la Bética ofrecía un terreno fértil, lleno de ciudades romanas, con ríos navegables, con fáciles comunicaciones. Había sido «El Dorado» de los colonos romanos de época republicana y podía serlo de los inmigrantes vándalos. Y, sin embargo, Genserico decidió pasar a África. En el año 429 tuvo lugar el fin del episodio vándalo en la Península Ibérica. En el mes de mayo de ese año, cuenta Hydacio, Genserico abandonó Hispania con todo su pueblo y sus familias y cruzó, desde las orillas de la Bética, a Mauritania y África301. La pregunta es ¿por qué? África ofrecía en el siglo V quizás más interés que Hispania. El apogeo de las provincias africanas tuvo lugar precisamente a partir del siglo III con la dinastía de los Severos y en el siglo IV alcanzó su máximo esplendor. Agricultura, comercio, comunicaciones, ciudades romanas espléndidas, escuelas, villae, producción olivarera que no tenía rival. En gran parte, como hemos visto, esto también lo ofrecía la Bética. Pero África implicaba más seguridad con respecto a posibles ataques romanos (lo que se demostró con el tiempo que no era cierto) y quizás aparecía como una especie de tierra prometida. Aun así, la empresa de llegar a Cartago, a las zonas más fértiles, era larga, arriesgada y seguramente difícil y dura. Y, sin embargo, Gensercio llevó a su pueblo a esta aventura. Hubo seguramente otras causas que no fueron las que acabamos de enumerar. Tras la derrota infligida al magister militum Castinus, los vándalos habían

demostrado su supremacía. Podían esperar otra expedición romana con cierta tranquilidad de volver a ser superiores. Algunos historiadores, ya en la Antigüedad, apuntan, sin embargo, a que pasaron el Estrecho a instigación del comes Africae de aquel momento, Bonifacio, precisamente porque necesitaba a los vándalos como eventuales aliados contra sus enemigos en la corte de Rávena, Aetius y Félix, magister militum302. Si esta explicación es cierta el «genio» de Genserico se desvanece y, sobre todo, vuelve a aparecer evidente cómo los vándalos fueron siempre un instrumento útil para los generales romanos: primero fue Gerontius quien les permitió pasar a Hispania desde la Gallia y luego Bonifacio quien los atrajo, también como aliados a sus servicio, a África. Ya hemos dicho que pasaron unos 80.000. Y pasaron por el Estrecho de Gibraltar. Operación y empresa muy arriesgadas. Gregorio de Tours, tardíamente, dice que pasaron desde Iulia Traducta (HF, II, 2); Procopio señala, sin embargo, que lo hicieron desde Gades (BV, I, 3, 26). Cualquiera que hubiera sido el lugar elegido, la pregunta es saber de dónde obtuvieron las naves necesarias para el traslado. Para transportar 80.000 personas con sus bagajes, animales, etc., se necesitan muchos barcos. Hay quienes piensan que se necesitarían 5.000 naves para transportarlos a todos; otros consideran que se necesitarían solo 500 naves de carga (Courtois). Estas naves no se las prestaron los hispanos, sino que fueron confiscadas por los vándalos tal y como expresamente lo señala la Chronica Gallica (a. DXI): arreptis navibus. Algo semejante habían hecho unos años antes cuando emprendieron la expedición contra las Baleares. En definitiva, fueron barcos suficientes para hacer una corta travesía, aunque peligrosa por la corrientes y expuesta, seguramente, a los naufragios. El resto, una vez, en tierra, se iba a hacer por las vías y caminos romanos que comunicaban perfectamente la zona. Courtois descarta tajantemente que llegasen por mar a las costas de Argelia o Túnez actuales. En cualquier caso, permanece un hecho importante o significativo para la historia del siglo V en Hispania: en el litoral bético, y en la Cartaginiense, había barcos de diverso tonelaje en número suficiente (¿500/1000?) como para atender a la

demanda: barcos de transporte, de comercio, de navegación fluvial, utilizados hasta entonces por los habitantes de esas regiones para sus comunicaciones, viajes y transportes. A partir del 429 esa flota quedaría muy mermada o prácticamente inexistente. Nadie se opuso en África al desembarco. Ningún ejército, ningún grupo armado que ofreciera resistencia. El ejército teórico que la Notitia Dignitatum asigna a comienzos del siglo V, en la Mauritania Tingitania había desaparecido. La inexistencia de oposición a la llegada de los vándalos ¿se debió a la intervención de Bonifacio? Es posible. El único peligro al que tuvieron que enfrentarse los vándalos les vino por la retaguardia, es decir, desde Hispania. En efecto, los suevos habían descendido desde su territorio galaico, al mando de Heremegario, amenazando hostigar el paso hacia África. No sabemos si ello se debió a una iniciativa sueva o fue el resultado de la instigación de la corte de Rávena. El hecho es que Genserico tuvo que retroceder con un grupo de los suyos hasta Emerita y derrotó a los contingentes suevos. Heremegario, en su huida, murió ahogado en el Anas303.

Pueblos que no dejan huella El balance que se puede hacer de la presencia vándala en Hispania, después de todo lo dicho, se puede resumir en las siguientes conclusiones. Los vándalos silingios y los asdingos, agrupados con los suevos y alanos, y encabezados por sus respectivos reyes pasaron a la Península Ibérica como resultado de un acuerdo de colaboración con Gerontius apara apoyar y reforzar su situación militar en Hispania contra Constantino III en el año 409. Durante dos años estuvieron vagando o establecidos en lugares no precisados en las fuentes antiguas. Nombrado Máximo emperador-usurpador en la Península, hicieron un pacto de asentamiento y de ocupación del territorio respetando las provincias de Tarraconense, Insulae Baleares y Mauritania Tingitana. Entre los

distintos grupos o gentes bárbaras se dividieron el resto de las provincias de la diócesis, tocándoles en suerte a los vándalos la Bética y parte de la Gallaecia, compartida con lo suevos. Durante este periodo sabemos que los vándalos tuvieron contactos con los godos establecidos en Barcino y les vendieron trigo a precios exorbitantes e incluso trataron de llegar a acuerdos con Honorio para llevar a cabo la guerra contra ellos. Pero en el 417 el ejército romano oficial, utilizando a los foederati godos al mando de Valia, emprendió una sistemática campaña de acoso contra el pueblo vándalo que primero se plasmó en una expedición contra los silingios en la Bética y que concluyó con severísima derrota tanto de los alanos como de los silingios mismos, que fueron prácticamente aniquilados. Los supervivientes de ambas gentes tuvieron que ponerse bajo la protección de los asdingos en su ya escaso territorio galaico. Entre 418 y 420 todos vivieron juntos en ese espacio geográfico, lo que conllevó, inevitablemente, al enfrentamiento con los suevos, que pretendían, a su vez, parte de su espacio. Los vándalos cortaron el paso a los suevos en los montes Erabasios y se enfrentaron abiertamente con ellos. La intervención romana no se hizo esperar y de nuevo fue para castigar a los vándalos, tomando partido claramente por los suevos. Como resultado de la expedición de Astirius, en colaboración con el vicarius Maurocellus, los asdingos y los restos supervivientes de silingios y alanos se trasladaron para establecerse en la Bética (antigua provincia que había tocado en suerte a los silingios). Una vez más los ejércitos romanos de Honorio emprenden una expedición contra ellos en el año 422 al mando de Castinus, que llegó prácticamente a reducirlos, aunque al final, y como resultado de la defección de sus auxiliares godos, sufrió una humillante derrota. Los vándalos fueron hasta este momento objetivo prioritario y exclusivo de las tropas romanas en una clara intención de aniquilarlos y someterlos. La victoria sobre Castinus dio a los vándalos superioridad y autoridad y desde el 422 al 425 quedan establecidos en la Bética. Este último año comienzan una serie de razzias de tanteo y expansión tanto a provincias aún romanas, o bajo control romano (Insulae Baleares y Mauritania),

como en la propia Bética (asalto a Hispalis), lo que sin duda demuestra que no la habían ocupado enteramente. Los vándalos se muestran un pueblo peligroso para los romanos, capaz, arriesgado, con igual competencia para desenvolverse en el mar como en las campañas terrestres. Desde el 425 al 428 continúan establecidos en la Bética y no será hasta ese año cuando se apoderaran definitivamente de Hispalis. Sin embargo, y de modo inesperado y probablemente como resultado de un acuerdo con Bonifatius, el comes Africae, y con el fin de servirle de apoyo y fuerza militar, los vándalos liderados por su rey Genserico, pasan a África masivamente abandonando la Bética definitivamente y establecen su regnum, esta vez de modo más permanente y organizado, en la Caesariense. Dada la provisionalidad del episodio vándalo en Hispania y dados sus continuos traslados en el territorio, es razonable afirmar que el establecimiento vándalo en África y su estancia en Hispania no son fenómenos paragonables. En África304 se puede hablar de organización administrativa, de ocupación sistemática del territorio y de las ciudades y villae, de política monetaria, etc. El caso de Hispania no es así o no fue así. O, al menos, no tenemos ninguna evidencia de ello. Sí se puede afirmar, en cambio, que los vándalos en Hispania no perdieron su capacidad militar muy poderosa y su capacidad de realizar razzias atrevidas, su dominio del mar, su supremacía incluso sobre los ejércitos romanos organizados, en campo abierto. La cohesión del reino y su liderazgo continúan estando asegurados por la institución real, cuya sucesión se garantiza dentro del clan familiar. Tenemos indicios de que eran católicos hasta que Genserico, tal y como oportunamente señala Hydacio (a. 428), ya rey, pasó de ser ortodoxo a convertirse en arriano, lo que le vale, por parte del cronista, el calificativo de apóstata (effectus apostata). Si su antecesor Gunderico había profanado la iglesia de Hispalis (Hyd. a. 428) ello quiere decir que era arriano, pero en su grupo había también ortodoxos, como su propio hermano y sucesor Genserico305. La «conversión» de éste dio lugar, probablemente, a una masiva adopción del arrianismo entre su pueblo306.

Interpretados así los hechos, podemos volver a la última de las preguntas formuladas al principio de este capítulo, esto es, en qué medida la presencia vándala modificó, o pudo modificar, el estado de cosas existente en las provincias romanas de Hispania que ocuparon. En primer lugar: ¿se puede hablar de una ocupación total del territorio que les correspondió? Dado su número, ello es más que improbable. No es, por tanto, impropio pensar que grandes extensiones o grandes núcleos urbanos, o muchas villae, quedaran todavía en propiedad de sus antiguos propietarios o con sus poblaciones mayoritariamente hispanorromanas (en la Bética y en la Gallaecia). Dadas estas circunstancias, ¿qué tipo de supremacía o de autoridad dominante tuvieron estas gentes sobre la administración romana existente? No cabe otra respuesta que la de que se dio el colaboracionismo y la aceptación de los hechos consumados, al saberse los hispanorromanos alejados y abandonados de la administración central. La alta aristocracia de potentes y possesores continuó manteniendo, en la mayoría de los casos, su prestigio, autoridad e influencia307. El mismo caso se da en África, según las conclusiones de Liebeschuetz: «Howewer, the administration of the kingdom depended on the old roman system of administration... This must have been run mainly by Romans...». Ambas sociedades estaban condenadas a entenderse y al menos durante un tiempo, la maquinaria administrativa y la organización romanas debieron de seguir funcionando. Los bárbaros tenían las armas y la intimidación, pero reconocían desde hacía tiempo la utilidad y la supremacía de los romanos y sus leyes. Los vándalos estuvieron muy poco tiempo sobre el terreno en Hispania variando, incluso frecuentemente, de escenario geográfico. Según ello, se puede formular la pregunta: ¿qué tipo de cultura material podemos esperar de ellos?, ¿qué tipo de huella cultural?, ¿armas, vestimenta? Ningún edificio, ningún objeto específico. Se pueden esperar reformas o adaptaciones en algunos edificios como en villae o iglesias. Los enseres de la vida cotidiana debieron de ser los mismos romanos, así como la vestimenta o los adornos. Es muy difícil detectar arqueológicamente su rastro distintivo. En el caso de que hubieran

creado una producción de cerámica para consumo cerrado, no podemos esperar más que imitaciones de las producciones preexistentes muy difíciles de identificar como «producciones vándalas»308. El texto de Hydacio sobre el motivo del reparto de tierras en el 411 no deja lugar a dudas: lo hicieron para establecerse, ad inhabitandum. Lo lógico es pensar que se establecieran en los ámbitos rurales de forma concentrada y no muy distantes entre sí, que reocuparan villae o los diversos establecimientos rurales esparcidos por sus territorios correspondientes, vici, pagi y otros varios tipos de formas de habitación. Esto implicaría, o la aceptación por parte de los hispanorromanos de los nuevos inquilinos en determinadas áreas de sus residencias y explotaciones, y, por tanto, la convivencia, o la ocupación de las zonas abandonas o desérticas o, en fin, la expulsión de los habitantes para ocupar sus lugares. Nada impide pensar, por otro lado, que se establecieran también en las ciudades309. Varios textos de Procopio ilustran bien que el asentamiento de los vándalos en África no fue uniforme, sino que adoptó diversas modalidades310 y lo mismo se puede pensar que lo mismo ocurriría en Hispania. Queda, por fin, el problema del llamado «vandalismo», es decir, de sus acciones destructivas, de su capacidad de arrasar, de destruir. Es bien sabido que el concepto «vandalismo» es un término creado en el siglo XVIII, que no tiene su confirmación en lo que conocemos en la documentación antigua desde el punto de vista arqueológico, pace los escritores cristianos que describen horrorizados y para horrorizar a sus lectores u oyentes, las destrucciones y «actos de vandalismo» de estas gentes311. Es evidente que actos de saqueo razzias, como la de las Baleares, se cometieron. Pero no podemos medir el alcance de las mismas y hemos de pensar, a juzgar por su comportamiento en África, que está más documentado, tanto arqueológicamente como en la literatura, que los vándalos respetaron y utilizaron las estructuras existentes —termas, edificios, vías, puentes, murallas, acueductos, etc.— para sus propios intereses. Ello no implica que no hubiese, en ocasiones, transformaciones en el uso de algunos edificios, readaptaciones y/o reparaciones tal y como se documentan, con

relativa precisión cronológica, en algunas villae312, pero en este tema la arqueología todavía tiene que afinar mucho, tanto en sus métodos de excavación como en sus precisiones cronológicas. No conocemos necrópolis vándalas claramente identificadas ni tampoco ajuares «vándalos» en la Península Ibérica313 quizás, precisamente, porque no son identificables o se confunden con las hispanorromanas o las posteriores. Ni tampoco hay inscripciones vándalas en Hispania que demuestren su presencia; el número de las existentes en África es mínimo, tal y como demuestra el catálogo que hizo en su día Courtois314. Pero es cierto que tampoco podemos esperar demasiada «costumbre epigráfica» entre los vándalos, si no es en los niveles más cultos y sobresalientes de su sociedad315. El episodio vándalo en Hispania fue corto en el tiempo y de escaso impacto cultural. Al fin y al cabo, vinieron y se fueron estando al servicio de los romanos.

6. Alanos Cuando Isidoro de Sevilla escribió su Historia Gothorum et Suevorum no incluyó en ella a los alanos que, sin embargo, también habían llegado a Hispania junto con los otros dos pueblos en el 409. Ello es quizás un indicio de que la historia y el papel de los alanos durante su estancia en la Península Ibérica fue irrelevante y de muy escaso impacto. Los alanos eran un pueblo de las estepas. No pertenecían al mundo germánico, como los godos o los suevos. El historiador del siglo IV Amiano Marcelino los describe como un pueblo guerrero. Su descripción ha contribuido enormemente a la idea del «bárbaro» característico en el imaginario occidental. Pasaban la vida cazando y peleando, siendo la guerra su principal distracción. Eran paganos. Su dios era un dios de la guerra, al que adoraban en forma de una espada desenvainada clavada en la tierra316. La descripción de Amiano depende mucho

de los tópicos derivados de la etnografía clásica. Y aunque Thompson se imagina a estos alanos, de origen iranio, llevando las corazas típicas de los catafractarios317 (una indumentaria militar, por otro lado, adoptada por los romanos)318, no es seguro que cuando se establecieron en Gallia, después del 406, o en Hispania, en el 411, todavía la utilizaran. Sí se puede afirmar que eran un pueblo nómada y pastoril y poco dado a la agricultura319. Encontramos a los alanos al servicio de los ejércitos romanos con Teodosio, Graciano y Estilicón, en los últimos años del siglo IV y primeros del V. En las fuentes —Hydacio, Orosio— se les menciona, a partir del 406, al lado de suevos y vándalos como si formasen una confederación porque juntos atraviesan el Rin helado en 406. Una parte de ellos, al mando de su rey Goar, se pasó a los romanos en 407320, pero el resto, al mando de otro rey, Rependial, permaneció en la confederación con suevos y vándalos y después de dos años de estar en Gallia, en virtud del acuerdo hecho con Gerontius, se trasladó a Hispania en 409. Tenemos, por tanto, dos datos importantes: por un lado, la diversidad de reyes entre los alanos (Goar se queda en Gallia y Rependial fue a Hispania con los suyos); y, segundo, que los alanos que llegaron a Hispania fueron solo una mínima parte del contingente que en 406 había atravesado el Rin. De hecho, en las mismas fechas en las que se hacía el reparto de tierras en la Península, encontramos a un grupo de alanos seguidores de Goar, apoyando al usurpador Jovino en la Gallia321. Hallamos también a los alanos ayudando a los visigodos de Ataúlfo durante su estancia en Gallia, en el sitio de Bazas322. Gerontius, el general de Constantino, tenía como ayudante a un alano. De hecho, los alanos, junto con suevos y vándalos, constituyeron un grupo armado al servicio del usurpador Máximo en su lucha contra Constantino III y su hijo Constante. En 411 pactaron, conjuntamente con suevos y vándalos, con el usurpador Máximo para repartirse las provincias hispánicas. En este reparto tocó a los alanos un territorio muy extenso: dos provincias, la Lusitania y la Carthaginiense. Demasiado territorio para un grupo tan poco numeroso (Thompson calcula que los instalados en Hispania no pasarían de 30.000). Pero, a pesar de su escaso número, sabemos por Hydacio

que ejercían una suerte de supremacía sobre los suevos y los vándalos: «Alani, qui Vandalis et Suevis potentabantur»323. No sabemos si esta supremacía se debía a su carácter guerrero especialmente sobresaliente, o si era aceptada por los vándalos, que eran mucho más numerosos, porque los alanos los habían salvado en 406 cuando perdieron la batalla contra los francos, en la que pereció el rey Godesil324. Tampoco sabemos si esta supremacía influyó de alguna manera en el reparto de tierras y por ello se les concedieron dos grandes provincias325. ¿Significa el potentabantur que había un reconocimiento del rey alano sobre el resto de los reyes de los dos pueblos instalados en la Península? El rey de los alanos en Hispania era Addax326. Ésta no sería una situación atípica entre estos pueblos o gentes que en realidad no constituían todavía una unidad política estable y sólida. Seguían a quien tenía más prestigio o más fuerza o más tropas. Las campañas del rey godo Valia en nombre y por encargo de Roma en el 417 y 418,327 acabaron muy pronto con los alanos establecidos en Hispania. En una de ellas murió su rey y los escasos supervivientes, llegando a olvidarse incluso de su identidad como regnum —señala Hydacio—328 se pusieron bajo la protección del rey vándalo Gunderico que los asimiló en su territorio de Gallaecia hasta que, obligados a abandonarla y establecerse en Bética en 420, pasaron a África con los demás en 429. El rey de los vándalos tomó el título de rex vandalorum et alanorum. Los papeles se habían invertido y ahora los alanos se veían obligados a someterse a los vándalos329. De los alanos no ha quedado huella ninguna en Hispania. Apenas estuvieron diez años y su escaso número debió de mantenerlos concentrados en lugares muy específicos que ignoramos. Su pretendida ferocidad y eficacia en la guerra se desvanecieron ante los ejércitos godos a la primera ocasión. Su destino se unió al de los vándalos en África, aunque los que se quedaron en Gallia han dejado abundantes trazas de su presencia en la toponimia y en la arqueología330. En ninguna fuente antigua se hace mención a eventuales actos de destrucción y saqueo por parte de los alanos en Hispania.

Los alanos que llegaron a Hispania constituyen un grupo de gentes con una cohesión política en torno a su rey. No parece que el sistema de sucesión entre ellos fuera hereditario, sino basado en la fuerza y capacidad de liderazgo de los cabecillas. No sabemos nada de su emplazamiento o sus asentamientos. Los que quedaron después de las derrotas de Valia, integrados en el grupo de vándalos en Gallaecia, debieron de ser muy poco numerosos hasta el punto de no distinguirse claramente como entidad, pueblo o regnum. Por eso Hydacio se refiere a que después de la derrota, prácticamente perdieron la conciencia de su propia identidad (oblito regni nomine)331.

7. Infelix Gallaecia: el Regnum suevorum Infelix Gallaecia es la expresión que utiliza Hydacio para describir la situación de la provincia en la que vive, después de haber constatado una y otra vez las razzias de los suevos en su territorio y su poco respeto a los pactos. La situación se hace insostenible para un hombre como él que desearía una vida tranquila y pacífica sin la presencia de estas gentes ajenas332. No es su «barbarie» la que les reprocha Hydacio, ni su modo de vida, sino su falta de seriedad ante los pactos sellados con los godos o los romanos. De todos los pueblos que entraron en la Península en el 409, los suevos eran quizás los menos numerosos (véase supra Capítulo 1 (5)), pero fueron los que se quedaron más tiempo (hasta el siglo VI, cuando Leovigildo los aniquiló completamente) y sobre ellos disponemos de muchas más noticias que de los otros pueblos que llegaron al mismo tiempo. Ello se debe a que encontraron un historiador, o un cronista, Hydacio, que tuvo que convivir con ellos toda su vida. También Isidoro les dedicó una historia (Historia Suevorum) que, en cierto modo, se escribió para justificar las campañas de Leovigildo y sus victorias sobre ellos. Los suevos han recibido también considerable atención en la historiografía moderna333. Su historia, sus razzias, sus batallas, han sido

estudiadas con detalle y, puesto que algunos aspectos los trataré más adelante, me limitaré en este apartado a analizar algunos temas que considero relevantes. Los suevos son los protagonistas de la Chronica de Hydacio y quizás por ello aparecen como un pueblo excesivamente protagonista en el devenir de la historia del siglo V, si a ello se añade que vándalos y alanos desaparecen muy pronto del escenario o bien porque fueron aniquilados por los godos (alanos y vándalos silingios), o bien por que abandonaron la Península muy pronto (los vándalos asdingos).

Pacto y territorio Hemos visto que Thompson rechaza de plano la idea de que los suevos llegaran a ningún acuerdo con Roma para su establecimiento en la Península334. Ya he expresado mi desacuerdo con Thompson en este punto, principalmente porque creo que no tiene en cuenta la posibilidad, bien atestiguada por el testimonio de Olympiodoro (véase supra Capítulo 1 (2)), de que llegaron y se establecieron, lo mismo que vándalos y alanos, como consecuencia de un acuerdo con el usurpador Máximo. Los suevos habían pasado a Gallia en el 406 y, tras tres años de estancia allí, se trasladaron a la Península dentro del contexto de la usurpación de Gerontius contra Constantino III. El origen de los suevos es discutido por los investigadores, pero parece claro que son un pueblo germánico procedente de centroeuropa, agricultor y sedentario335. La situación de los suevos es, por tanto, paralela y similar a la de los vándalos y alanos. En 411, como hemos visto, se reparten las tierras según el acuerdo con Máximo y la suerte les asignó el territorio de la Gallaecia, aunque no por entero. Hydacio especifica en este punto: «Calliciam Vandali occupant et Suevi sitam in extremitate Oceani maris occidua». Vándalos y suevos comparten, pues, el territorio de la Gallaecia. Una línea más adelante Hydacio mismo da a entender que los vándalos a los que se refiere son los vándalos asdingos, ya que «Vandali

cognomine silingi Baeticam sortiuntur»336. Los límites de la provincia romana de Gallaecia no están muy claros: por el sur, Cauca es un punto conflictivo: ¿pertenecía a la Gallaecia o a la Carthaginiensis?337. Y León (Legio), aparece como perteneciente a la Tarraconense en la Epistula del Papa Hilario del 465338. Los límites orientales de la provincia son, por tanto, difíciles de precisar, pero no ocurre lo mismo con los occidentales: si los suevos se asentaron in extremitate Oceani maris, ello quiere decir que ocuparon la parte atlántica con Bracara como capital339. Tranoy demostró convincentemente que los vándalos asdingos se establecieron en la parte oriental, interior, de la Gallaecia y no en la parte cantábrica340. El territorio que correspondió a los suevos (es un misterio saber conforme a qué criterios y por qué se hizo así) permitía una completa salida al mar y un fácil acceso a la Lusitania. Es lógico que los vándalos asdingos (mucho más numerosos) intentasen apoderarse de parte del territorio de los suevos. Como consecuencia de una disputa entre sus reyes respectivos, Gunderico, rey de los vándalos, y Hermerico, rey de los suevos, los primeros bloquearon a estos últimos en los montes Erbassios en el 419341 con el fin de aislarlos. En esta disputa los romanos decidieron tomar partido por los suevos y obligaron a los vándalos a abandonar el bloqueo342, y tuvieron que trasladarse a la Bética, territorio que hasta entonces había pertenecido a los silingios, que habían sido derrotados por los godos de Valia en 418343. Los suevos pudieron, a partir de entonces, disponer de un territorio más amplio, es decir, toda la provincia Gallaecia, incluyendo Asturica. A partir de aquí se comprende mucho mejor su libertad de movimientos para extenderse mediante razzias periódicas hacia las regiones o de la Tarraconense, o la Carthaginiense y, por supuesto, a la Lusitania.

Población y asentamiento Los suevos no ocuparon todo el territorio de la provincia Gallaecia. Isidoro lo

dice categóricamente: «Gallici autem in parte provinciae regno suo utebantur»344. Thompson da crédito a esta información sobre todo por la simple razón de que encontramos a los suevos llevando a cabo razzias en el propio territorio galaico, lo que quiere decir que no eran habitantes de su totalidad. Siguiendo este razonamiento, se observa que los únicos lugares que no fueron objeto de saqueo en ningún momento fueron Bracara, Lucus y Asturica, y ello puede indicar que los suevos residían en estas ciudades. Thompson piensa que prácticamente todos ellos vivían en Bracara345. De este hecho tenemos confirmación en los textos: los godos de Teoderico van a buscarlos a Bracara en 456; francos y burgundios los buscan y masacran en Asturica, y en 460 Hydacio cita expresamente que los suevos que vivían en Lucus asesinaron a unos nobles romanos en su propia ciudad. Los suevos, por tanto, buscaron establecerse en las ciudades más que en el campo: después de su asentamiento inicial en Bracara, los suevos pretendieron establecerse en Emerita, donde encontramos al rey Rechila y después a su sucesor Rechiario346. Intentan el acomodo en las ciudades porque saben que allí pueden encontrar un modo de vida mejor y más seguro, y porque saben también que su fuerza en la negociación con los romanos, o los godos enviados por los romanos, consiste en ser integrantes de la vida ciudadana. Con los eventuales rehenes, ricos, nobles, que pueden capturar en ellas pueden llegar a ventajosos acuerdos347. La cifra de la población sueva se ha calculado en unos 20.000 o 25.000348. No vinieron a Hispania todos los que constituían en origen la gens suevorum, y sabemos que algunos de ellos acompañaron a los vándalos a África349. Allí se han encontrado inscripciones con nombres suevos; pero no tenemos ningún ejemplo de inscripción sueva en Gallaecia. Con todos los reparos que pudiéramos poner a esta cifra, unos 25.000 suevos en Gallaecia, con un ejército de unos 4.000-5.000 hombres, y con las dificultades de desplazamiento existentes, no pudieron nunca alcanzar un impacto notable en toda la Península (ni siquiera en Gallaecia). Su actividad fue la razzia, la búsqueda del botín puntual. Pero también la negociación. Los suevos tuvieron conciencia de su

eventual poder e intentaron alianzas que podrían serles útiles y que les reconocieran como regnum.

Reges Los suevos se regían por una monarquía, lo mismo que los vándalos o los alanos. El rex cohesionaba a la gens, aunque en el caso suevo no siempre está claro cómo funcionaba esta monarquía. El primer rey suevo que conocemos en Hispania es Hermerico350, y podemos pensar que fue él quien vino al frente de su pueblo cuando pasaron los Pirineos en el 409. La monarquía de Hermerico es hereditaria. Cuando Hermerico se sintió enfermo fue sustituido por su hijo Rechila, aunque no murió hasta cuatro años más tarde351. Rechila se distingue por sus campañas militares que él dirige personalmente. Muerto Rechila en Emerita352, le sucede su hijo Rechiario. Su sustitución como rey no estuvo exenta de oposición por parte de miembros de su familia. Probablemente no era el heredero directo o era hijo ilegítimo353. Para afianzar su poder y liderazgo lo primero que tiene que hacer un rey es conseguir botín, y por ello Rechiario, nada más llegar al trono, realizó una campaña en Gallaecia. La política de Rechiario se demostró ambiciosa y quiso, mediante su boda con la hija del rey godo Teodorico (I), establecer alianzas con él. Afianzado y confiado en el poder, se unió a los bacaudae de Basilio para asolar el territorium de Caesaraugusta y conseguir rehenes en Ilerda354. Con Rechiario parece consolidarse el regnum suevorum, de la misma manera que lo hizo el vándalo Genserico en África355. En Bracara emitió siliquae de plata a imitación de las del emperador Honorio. La fórmula iussu Rechiari reges que utiliza en la leyenda, lo sitúa en plano de igualdad con el emperador romano, pero al mismo tiempo es un acto de afirmación de su independencia356. Esta consolidación del regnum suevorum, que se manifestó en sus alianzas, en sus victorias militares, y en el establecimiento de su capital en Bracara, llevaron a el emperador romano Avitus

y a su aliado Teodorico II a emprender una campaña militar contra él que resultó ser desastrosa para los suevos: la victoria y captura del rey suevo hizo exclamar a Hydacio que su reino terminaba aquel día: «regnum destructum et finitum est suevorum»357. La línea directa de descendencia de Hermerico acaba con Rechiario. Pero no se extinguió entonces el regnum suevorum. La idea de la unión continuó viva entre el pueblo. Cuando no hay, o se extingue, una dinastía, los suevos «eligen» un rey. Poco tiempo después de la derrota de Rechiario, los suevos, refugiados en el extremo de la Gallaecia, eligieron al hijo de Massilia como rey, Maldras. Ello quiere decir que la monarquía es hereditaria mientras que el que mantiene el poder es fuerte y encuentra apoyos en el ejército. La prueba de ello reside en que, un año más después de la elección de Maldras, una parte de los suevos (pars) eligió rey a Frantame358. Parece que estamos en presencia aquí de la existencia de una doble monarquía, un hecho atestiguado en otros pueblos germanos (y en el mismo suevo) con anterioridad359. Ambos reyes actuaban por su cuenta y cada uno por su lado. Ello indica la debilidad y confusión en la que estuvieron sumidos los suevos después de la derrota de Rechiario. Lo interesante es comprobar que sobrevivieron y mantuvieron sus relaciones con los godos incluso durante este confuso periodo360. De esta debilidad se aprovecharon los godos, que empezaron a partir de este momento a mirar hacia Hispania y a enviar ejércitos a la Bética, o a otros lugares de la Península. Framtame murió (o fue asesinado) muy pronto, y fue sustituido por un personaje oscuro llamado Rechismundo, que no sabemos si obtuvo el trono, o simplemente se convirtió en cabecilla de un grupo de los suevos (probablemente los partidarios de Framtame). Tras haber asesinado a su hermano, Maldras murió, a su vez, víctima de otro asesinato. Todo indica que estamos de nuevo en presencia de una serie de luchas fratricidas y entre los diversos clanes por conseguir el poder. Después de estos hechos aparece en escena Frumario, que, según Hydacio, lideraba un grupo de suevos361. Estos personajes solitarios, líderes de grupos de gentes armadas, pertenecientes al ejército, no son infrecuentes en la historia sueva y el caso de Heremegario es uno de ellos362.

Ellos son siempre potenciales reyes. Y en efecto, Frumario y Rechismundo rivalizaron por el trono. Siguió un periodo incierto de embajadas al rey godo, seguramente con el objetivo de ser reconocidos o encontrar apoyos y, una vez muerto Frumario, los suevos aceptan a Remismundo como rey363. Para restablecer las relaciones y ser reconocido, Remismundo envía una delegación a Teoderico II, quien a su vez se la devuelve incluyendo regalos, armas y a su mujer, que había quedado (¿quizás como rehén?) en la corte de Tolosa364. Remismundo seguirá manteniendo relaciones con el sucesor de Teodorico, Eurico, tratando de hacerse reconocer no solo por él, sino por vándalos y romanos. A partir de aquí no volvemos a saber nada mas de los suevos hasta el siglo VI. Pero ellos todavía continuaban en Gallaecia. Su historiador había muerto. No sabemos qué leyes regían entre los suevos, pero lo más probable es que fueran las leyes romanas, dado que demostraron gran interés por ser reconocidos tanto por los romanos como por los godos. No sabemos nada de su corte o de su ceremonial (si es que tenían uno), aunque es significativo que recurrieran con inusitada frecuencia el sistema de los intercambios de embajadas, lo que implicaba un cierto código de conducta y una aceptación de ciertas costumbres romanas referentes a la inmunidad, escolta y alojamiento de los embajadores365.

Embajadas Es cierto que los suevos pudieron traer la infelicidad a la Gallaecia por su poca seriedad en cumplir los pactos, por sus razzias en busca de botín, por algunos crímenes aislados366. Pero nunca destruyeron ni saquearon ciudades como hicieron los godos en Bracara o en Asturica y Pallantia. A pesar del odio y desprecio que Hydacio sentía por ellos, nunca narra ningún episodio de este cariz ni los asocia con grandes masacres. Sin embargo, hay otra actividad de los suevos que, paralela a las razzias, resulta absolutamente relevante, pero que no

se suele poner de relieve: su capacidad negociadora o, mejor, su interés por las negociaciones a través y por medio de delegaciones y embajadas. No menos de cuarenta y dos son registradas en la Chronica de Hydacio, lo que implica un alto grado de disponibilidad y, ¿por qué no?, refinamiento. Ésta es una actividad que entra dentro de la esfera del mundo romano y de su cultura. Pero en la historia de los suevos ha prevalecido la imagen y visión de Hydacio que los presenta como ladrones y saqueadores. Los suevos son el primer regnum «bárbaro» convertido al catolicismo, el primero en emitir moneda, pero tuvieron la desgracia de tener un historiador visionario, apocalíptico e intransigente.

8. Gotthi in Hispanias ingressi sunt: los visigodos en Hispania El autor de la Chronica Caesaraugustana, probablemente escrita en la segunda mitad del siglo VI367 por un obispo de la ciudad de Caesaraugusta llamado Máximo, atento y conocedor, por tanto, de los acontecimientos de su ciudad y de la Tarraconense, escribe en la entrada correspondiente al año 494: «Gotthi in Hispanias ingressi sunt», los godos entraron en Hispania. Pero el autor de la Chronica distingue bien entre dos hechos: el de penetrar en el territorio y el de establecerse, ya que, tres años más tarde, en 497, dice: «Gotthi intra Hispanias sedes acceperunt». Desde la entrada hasta el establecimiento intra Hispanias medió un periodo de luchas y resistencia local que en parte está narrado (indirectamente) en la propia Chronica y en parte en la Historia Gothorum de Isidoro, escrita ca. 625, que, sin embargo, presenta otra cronología de los hechos. Es evidente por la documentación de que disponemos que los godos habían entrado ya en la Península Ibérica en numerosas ocasiones anteriormente. Pero nunca de una manera estable. El proceso de establecimiento del pueblo visigodo en Hispania es lento, lleno de tentativas y recelos hacia sus aliados romanos a lo

largo de todo el siglo V. Da la impresión de que poco a poco se van percatando del interés de las regiones de Hispania para un eventual asentamiento o bien para acrecentar su poderío más allá del lugar estable en Aquitania, donde se encontraban establecidos como foederati de los romanos desde el año 418. Paulatinamente se observa que fueron preparando el abandono de la Gallia y el régimen concordado por Roma, a fin de conseguir un regnum independiente. Y su objetivo fue la Península Ibérica. Señales de estos movimientos se observan aquí y allá en los relatos escuetos de las crónicas y se precipitan como consecuencia de sus propios problemas en Gallia con los romanos, los francos y los burgundios. El establecimiento de Ataúlfo en Barcino, prácticamente obligado por las presiones del patricius Fl. Constantius en 415, fue solo un episodio efímero que no significó ningún tipo de establecimiento verdadero y completo de los godos en la Tarraconense. Lo que importaba en aquellos momentos a la política goda era llegar a un acuerdo con Rávena, a fin de que levantase el bloqueo del abastecimiento y se llegase a un acuerdo con ellos para establecerse definitivamente dentro de las fronteras del Imperio, idea que estaba presente ya desde los tiempos de Alarico. La retención de Gala Placidia fue, como hemos visto, un obstáculo importante en la consecución de este acuerdo. En el espacio de una semana, en verano del 416, el poder visigodo cambió tres veces. Asesinado Ataúlfo, le sucedió Sigerico que, a su vez, fue derrocado por Valia. Los godos en ese momento no deseaban ni pretendían quedarse o establecerse (o que los establecieran) en Hispania. La fallida expedición de Valia a África es una prueba contundente de ello (véase supra Capítulo 1 (3)). Pero la política de acercamiento a Roma se vio favorecida por la entrega de Placidia, hecho que sirvió a Valia para ganar la confianza de la corte de Rávena. A fin de probar esa fidelidad, Constancio encargó a Valia organizar sendas expediciones contra vándalos y alanos establecidos desde 411 en Bética, Lusitania y Carthaginiense. Las expediciones se hicieron (lo hemos visto) romani nominis causa. La victoria y el éxito de las campañas visigodas fue total, derrotando sucesivamente a

vándalos silingios y a los alanos hasta el punto de su casi completa exterminación, y obligando al resto de la población a incluirse en el grupo de vándalos asdingos que residían, como consecuencia del reparto de tierras de 411, en Gallaecia. Éste pudo ser un momento perfecto y oportuno para que Constancio concediera tierras y el régimen de foederati al pueblo godo en Hispania. Podía haberles concedido la Bética, la Carthaginiense, la Lusitania, incluso la Tarraconense. Pero ello no fue así. Constancio prefirió alejarlos de Hispania y establecerlos en Aquitania, desde Tolosa hasta el océano. Las razones de esta decisión pudieron ser varias: necesidad de Constancio de tener un ejército de contención en las regiones occidentales de la Gallia, contra los bacaudae de Armórica, los francos o cualesquiera otros peligros. Pudo deberse a la intención de alejarlos lo más posible del escenario itálico ante cualquier veleidad por parte goda, o bien de pasar a Italia o a África, territorio vital para el abastecimiento de Italia y antiguo objetivo de Alarico. Pudo deberse igualmente a la necesidad de conservar Hispania para Honorio y la familia teodosiana. En cualquier caso, los godos, establecidos en Gallia, siempre quedaban como aliados para eventuales incursiones o expediciones contra suevos o vándalos que habían quedado en Gallaecia. Y desde su establecimiento en Gallia los godos siguieron siendo utilizados como contingentes militares para las expediciones a Hispania al servicio de Roma, pero nunca con carácter de establecimiento permanente. Pero no todas las expediciones tuvieron el mismo éxito que la primera de Valia. En el 422, y tras el establecimiento de los vándalos silingios en la Bética, después de la derrota que les inflingió el magister militum Astirius en los montes Erbasios en Gallaecia, una expedición romana, comandada por el también magister militum Castinus, se propuso eliminar a los vándalos de la Bética, o al menos someterlos de una vez por todas. Pero esta vez fueron los vándalos los que inflingieron a los romanos una severa derrota368. Las crónicas nos informan de que Castinus había llegado a Hispania con un formidable ejército («cum magna manu») y con una tropa de auxiliares godos («et auxiliis gothorum»)369.

Según Hydacio, la derrota se debió a la defección de los auxiliares godos que se pasaron a los vándalos («auxiliorum fraude deceptu»)370. El hecho es significativo, al margen de que la traición de los godos fuera o no la causa de la derrota, porque implica el interés de una parte del ejército godo de no someterse a los intereses romanos y su disponibilidad a permanecer en Hispania, en este caso, integrados en el pueblo vándalo. Eco y prueba de estas intenciones entre los godos es el episodio de Vetto (o Vitto, según las grafías). En el año 431 Hydacio, con una frase enigmática y sin dar más explicaciones, dice que «Vetto, enviado por los godos a Gallaecia con malas intenciones (dolose) se volvió otra vez a ellos sin haber conseguido nada»371. Puede ser que Vetto quisiera convertirse en rey de los suevos (dolose)372, o bien que intentase un acercamiento entre suevos y godos contra los romanos373. En cualquiera de las dos interpretaciones posibles, el episodio demuestra el interés de los godos por Hispania y su descontento con su situación con respecto a Roma. Otra vez, en 446, el magister militum Vitus fue enviado a Hispania con el fin de cometer pillajes en la Carthaginense y en la Bética, demostrando así a los suevos su poderío y supremacía sobre estas provincias. Vito venía también con un considerable grupo de auxiliares godos que, al ser derrotados por el ejército suevo que se enfrentó a ellos, forzaron la huida del general romano, dejando expedito el camino a los suevos para realizar sus saqueos y dominar ambas provincias. Está claro que este nuevo episodio demuestra, como ya sugirió Tranoy374, «la tentativa de los godos de apoderarse de las riquezas de Hispania más que una reacción de Rávena contra los suevos». Progresivamente, por tanto, y como consecuencia del uso de tropas auxiliares godas en las campañas de Hispania, el pueblo godo, y especialmente sus tropas y generales, fue tomando conciencia del interés de Hispania como eventual lugar de asentamiento. La ocasión vino dada en el año 456. Teoderico había ascendido al trono tras haber asesinado a su hermano Thorismundo375. Después de varios intentos de llegar a acuerdos con los suevos, tanto por parte del rey godo («qui fidus Romano esset imperio»)376, como por parte del emperador romano Avitus, a

cuya proclamación había contribuido Teoderico377, y habiendo los suevos rechazado cualquier negociación e incluso entrado provocadoramente en la Tarraconense, Teoderico encontró apoyo en Avitus para organizar una formidable expedición militar contra los suevos hecha —dice Hydacio— «cum voluntate et ordinatione Aviti imperatoris»378. Pero los planes de Teoderico obedecían a una antigua política y voluntad presente en el pueblo godo de apoderarse y extender su influencia en las provincias hispánicas tal y como se deduce de los acontecimientos posteriores. El primer paso debía ser, sin embargo, acabar definitivamente con los suevos. El ejército visigodo, que dirigía personalmente su rey, incluía un largo contingente de tropas de otros pueblos, burgundios y francos, al mando de sus reyes Goudioc e Hilperico379. Teoderico se dirigió directamente al corazón del regnum suevorum, a la Gallaecia. El rey suevo, Rechiario, salió a su encuentro con sus tropas (multitudine suevorum) y el enfrentamiento se produjo a doce millas de Asturica, a orillas del río Órbigo (Urbicus), el día 5 de octubre, que era viernes, recuerda con precisión Hydacio380. La batalla es recordada por Isidoro381 y por la Chronica Caesaraugustana que dice que el escenario tuvo lugar «in campo Paramo iuxta flumen Orbicum». La victoria del ejército visigodo y sus aliados fue total: muchos suevos fueron masacrados y otros muchos huyeron. Rechiario mismo, herido, apenas pudo escapar hacia el interior de Gallaecia, dirigiéndose a Portu Cale, seguramente para embarcar allí y huir. Teoderico lo persiguió hasta Bracara, capital de los suevos, a donde llegó el 28 de octubre. Hydacio describe con frases apocalípticas la destrucción, saqueo y masacre de los ciudadanos de Bracara a manos de los godos. Destrucción y violencias no justificadas, pero convenientemente exageradas por el obispo de Chaves, que por fin veía en los godos el instrumento divino para acabar con sus odiados y despreciados suevos con los que había tenido que convivir382. Rechiario fue capturado y llevado ante Teoderico. Los suevos supervivientes se rindieron y muchos fueron asesinados. Hydacio concluye triunfante: «de este modo el reino de los suevos fue aniquilado y definitivamente suprimido»

(«regnum destructum et finitum est suevorum»383. Prueba del carácter triunfalista de Hydacio y de sus exageraciones es que —y él lo sabía muy bien— el reino suevo y sus reyes continuaron su existencia y recomposición inmediatamente después de los acontecimientos de Bracara y la captura de Rechiario. Sin ir más lejos, en 457 los suevos que se quedaron refugiados en los lugares más recónditos de la Gallaecia nombraron rey al hijo de Massilia, llamado Maldras384. Teoderico permaneció en Gallaecia hasta el mes de diciembre de aquel año y, tras haber ejecutado a Rechiario, se dirigió con su ejército hacia Lusitania. En teoría, dominado y sometido el pueblo suevo, la misión de Teoderico, auspiciada por Roma (es decir, por Avitus), había concluido y lo usual hubiera sido que regresase victorioso a Tolosa en la Gallia. Pero no fue así. Teoderico comenzaba a desarrollar la segunda fase de su plan, esto es, adueñarse del territorio de la Península Ibérica, comenzando por la cercana provincia de Lusitania. De hecho, descendió directamente a Emerita, la capital de la provincia y de la dioecesis desde Diocleciano, y que poco tiempo atrás había sido la capital del reino suevo: el padre de Rechiario, Rechila, había entrado en ella y establecido allí su corte en 439385; y allí había sido elegido rey el mismo Rechiario en el año 448386. Los suevos habían puesto sus miras en la regiones de la Lusitania prácticamente desde el momento mismo de su establecimiento en Gallaecia en 411. La provincia fue objeto de sus incursiones, y en 429 encontramos al suevo Heremegario en las cercanías de Emerita387. Teoderico pretendió lo primero de todo saquear Emerita. Esperaba botín suficiente para él y sus tropas. Emerita era una ciudad floreciente, cosmopolita y rica. En torno al santuario e iglesia de su mártir Eulalia, se había formado un lugar de peregrinación y, por tanto, de riqueza en forma de ofrendas. Su esplendoroso pasado romano subsistía aún388. Pero alguien avisó al rey godo de que Eulalia era la santa defensora sobrenatural de la ciudad y de que la profanación de su recinto o de su ciudad podría traer consecuencias nefastas para su eventual autor. El recuerdo del fin de Heremegario, que se atrevió a profanar su templo y por ello (se decía) murió

ahogado en el río Anas, debió de hacerse presente al rey, que desistió del saqueo y se instaló en la ciudad389. Tenemos, por tanto, al ejército godo de Teoderico instalado en Emerita y sus cercanías a finales del año 456. Probablemente el rey preparaba desde allí más incursiones por la Lusitania, probablemente pensaba establecerse o dejar un contingente numeroso en la región. Pero enterado de la muerte de Avitus en Gallia, a comienzos del año siguiente, en 457390, Teoderico abandonó la ciudad en marzo de ese mismo año en dirección a la Gallia otra vez391. Teoderico regresaba con todo su ejército, incluidos sus aliados burgundios y francos, que no habían permanecido más que tres meses en la capital y en la que no habían podido conseguir el botín deseado. Pero el rey no renunciaba a sus aspiraciones de, al menos, establecer parte de su pueblo en Hispania o aprovechar las posibilidades de saqueo de sus provincias. Hydacio relata que, de camino a Gallia, envió a parte de los pueblos que le habían acompañado como aliados a la expedición contra los suevos, a Gallaecia, dirigidos por sus propios jefes. Con engaños y presentándose como enviados de Roma contra los suevos que habían sobrevivido a la derrota, entraron en Asturica cometiendo una matanza indiscriminada de la población, llevándose toda suerte de objetos preciosos que encontraron a su paso, atropellando al clero, llevándose como rehenes a dos obispos (que encontraron allí), prendiendo fuego a las casas vacías y arrasando los campos circundantes392. Si el texto de Hydacio permite asegurar que el saqueo de Asturica corrió a cargo de burgundios y francos (variae nationis), el grupo de godos que les acompañaban, dejados también libremente por Teoderico, que volvía con el grueso de su ejército a su base, fue el responsable de un saqueo semejante en Pallantia (Palencia)393. No contentos con ello, el contingente godo sitió y atacó Coviacum (actual Valencia de D. Juan, León), a treinta millas de Asturica, en la que se libró una batalla violenta, esta vez ganada por los habitantes del castrum, que es así como denomina Hydacio al lugar («unum Coviacense castrum»). Muchos godos perecieron en esta escaramuza y los restantes volvieron a la Gallia siguiendo la estela de su rey394.

Estos episodios tienen todo el aspecto de ser un praemium victoriae que concede Teoderico a parte de sus tropas, y entre ellas especialmente a sus aliados, antes de regresar a sus bases. Seguramente insatisfechos por no haber saqueado Emerita, o del poco botín conseguido en Gallaecia, Teoderico aceptó sus exigencias de saqueo de regreso a la Gallia. Fueran cuales fueran las intenciones del rey godo en Hispania, el hecho es que volvió y no permaneció en la Península. Quizás no era el momento de una operación de este tipo395. Pero en Hydacio todavía hay otro ejemplo de que, al margen de las intenciones de su rey, hubo godos que quisieron establecerse de algún modo en Hispania, bien intentando hacerse con un reino, bien demostrando su independencia de la voluntad real. A esto puede corresponder la noticia de la deserción de un personaje llamado Aioulfus, que Hydacio nos dice que desertó (año 456) de los godos mientras Teoderico estaba en Lusitania yendo a establecerse en Gallaecia396. Más tarde vemos a este mismo Aioulfus intentando conseguir el trono entre los suevos, pero sin éxito, ya que murió al poco tiempo, en julio del 457397. Teoderico no había renunciado a Hispania. En el 458 envió una expedición a la Bética al mando del dux Cyrila que llegó allí en el mes de julio398. En la Bética no había suevos. Las provincias eran territorio romano, solo esporádicamente sometido al asalto y razzias de los suevos. Teoderico no actuaba esta vez en nombre de Roma, sino por propia iniciativa. Por tanto, ¿qué pretendía este ejército? ¿Era una expedición de reconocimiento de las posibilidades de futuros traslados? El hecho es que Cyrila fue llamado al año siguiente a la Gallia otra vez y fue sustituido por el dux visigodo Sunericus, que llegó con un destacamento. E. A. Thompson considera la llegada de Cyrila a Hispania como un momento clave en la historia de Hispania: «this action can well be described as making an epoch in the history of Spain»399, porque considera que desde entonces los godos permanecieron en la Península y que hasta la llegada de los musulmanes en 711, ocuparon la Bética400. En Hydacio es cierto que los godos aparecen a partir de este momento con asiduidad: en 460 un

destacamento del ejército godo de Sunerico y Nepotiano (denominados ahora comites) ataca a los suevos en Lucus, y se ven obligados a volver a sus bases401. El texto de Hydacio dice que volvieron ad suos. ¿Este ad suos significa a la Bética? En el mismo año, Sunerico controla la ciudad de Scallabis (Santarem, Lusitania/Portugal) que le era hostil402. En 462, Sunerico regresa a la Gallia y en 468 los godos asaltan zonas de la Lusitania403. A pesar de todas estas presencias, yo pienso que la afirmación de Thompson sobre la importancia de la llegada de Cyrila con el ejército a la Bética es exagerada. Y lo pienso porque en Hydacio los hechos no están tan claros como para poder hablar de un establecimiento godo en esta región para esa fecha, aunque sea solo de una parte del ejército godo. Éstos vinieron en ese momento no para establecerse, sino para seguir controlando la expansión sueva. Hydacio mismo lo deja entrever cuando dice que «a pesar de la presencia del destacamento de godos enviado al mando de Sunerico en 459, los suevos de Maldras se atrevieron a asaltar la Lusitania y la Gallaecia»404. Pero en 460 los godos volvieron a atacar a los suevos en Lucus. Da la impresión de que Teoderico estableció una base de operaciones militar en Bética que contaba con gran movilidad, sin que podamos afirmar ni cuánto tiempo duró ni que se tratase realmente de un asentamiento estable. De hecho, encontramos a los godos en más ocasiones en Lusitania y Gallaecia que en Bética405. Por tanto, es impropio afirmar que los godos permanecieron en la Bética desde 458 hasta 711406. Se trata, en todo caso, de un ejército móvil. También es cierto que la base de este supuesto ejército visigodo en Bética es absolutamente desconocida407. Si estuvo en algún lugar me inclino a pensar que sería en la Bética occidental, cerca de la frontera con Lusitania, ya que ello facilitaría el traslado de las tropas hacia el norte, utilizando la «Vía de la Plata», Hispalis-Emerita-Asturica. Esto parece lo más verosímil, si tenemos en cuenta los movimientos que conocemos que realizaron después del 458. Pero esto no es más que una hipótesis. En cualquier caso, este ejército se nos difumina con el final de la Chronica de Hydacio (año 468) y no vuelve a aparecer. ¿Dónde estaba durante las campañas de los generales de Eurico en la década de los setenta en la

Tarraconense que veremos a continuación? El rey Teoderico mostró un interés especial por los territorios hispánicos, pero nunca llevó a cabo su proyecto. No obstante, el germen del interés por Hispania estaba ya en el pueblo godo. El rey Eurico formalizaría esta política de expansión comenzando por la Tarraconense, es decir, esta vez arrebatándole el terreno a Roma de una provincia que tradicionalmente siempre había sido romana hasta entonces. Es durante el reinado de Eurico cuando comienza de verdad la progresiva ocupación de Hispania por parte del pueblo godo que hasta entonces había ocupado, durante el siglo V, el territorio de Aquitania en Gallia. El proceso fue lento y con resistencias esporádicas y tuvo dos fases. Una de conquista militar y otra, posterior, de establecimiento paulatino. A partir del reinado de Eurico, entre el 466 y el 484, dependemos para la historia de Hispania, no ya de Hydacio, sino de la Historia Gothorum de Isidoro y de la Chronica Caesaraugustana y, esporádicamente, de otras fuentes que no son ya contemporáneas como la obra de Hydacio. Eurico accedió al trono asesinando a su hermano Teoderico408. Según Isidoro, nada más llegar al poder, Eurico lanzó un ataque fulminante sobre la Lusitania (año 468) y desde allí (inde) envió un ejército a Pompaelo (Pamplona) y Caesaraugusta (Zaragoza), ciudades notables de la Tarraconense, y sometió a las regiones del norte de Hispania. Estas noticias son producto de la confusión de Isidoro409. La Chronica del 511 señala que, tras la muerte del emperador romano Anthemius en el año 472, el rey Eurico envió al comes Gauterico a tomar Pamplona y Caesaraugusta y algunas ciudades cercanas: «Gauterit comes Gothorum Hispaniam per Pampilonem et Caesaraugustam et vicinas urbes obtinuit»410. Más tarde, el mismo cronista nos dice que Heldefred y Vincentius, enviados igualmente por Eurico, sitiaron Tarraco y algunas ciudades marítimas de la costa mediterránea. Eurico actuó ya abiertamente a través de diversos generales contra la Tarraconense, enviando dos ejércitos que comenzaron sus acciones por las regiones más occidentales de la provincia (Pompaelo, luego Caesaraugusta y ciudades de alrededor), y, el segundo, conquistando Tarraco, la capital, y las

ciudades costeras en el año 474. Algunos historiadores, entre ellos Thompson, dan por hecho que estas acciones representaron la definitiva sumisión de la Península a los godos. Pero esta conclusión se compagina mal con las noticias de la Chronica Caesaraugustana, que señala para el año 494 la entrada de los godos en Hispania, es decir, reinando ya Alarico II (484-507). Y en este caso hemos de dar más fe a esta Chronica que a Isidoro. Esta «conquista militar» inicial no contó con el apoyo y aquiescencia de la aristocracia local de la Tarraconense. Tanto Isidoro como la Chronica Caesaraugustana se hacen eco de ello. Isidoro, genéricamente, dice que Eurico eliminó, a través de la invasión con su ejercito, a la nobleza de la Tarraconense que había luchado contra él: «Tarraconensis etiam provinciae nobilitatem, quae ei repugnaverunt, exercitus irruptione evertit»411. Y la Chronica Caesaraugustana es al mismo tiempo más precisa y más indirecta. Solo dice que en 496 Burdunelo se proclamó, o fue proclamado, tyrannus (usurpador) y que en 506 Petrus tyrannus (usurpador), fue asesinado en Dertosa (Tortosa)412, indicando con ello a los cabecillas de la resistencia. El autor de la Caesaraugustana nos da los nombres de quienes sucesivamente asumieron el poder en defensa de los intereses romanos, contra la presencia visigoda en los últimos años del siglo V (sobre esto véase infra Capítulo 2 (3)). Leyendo combinadamente las fuentes que hablan de este periodo de la entrada de los visigodos en Hispania, esto es, Isidoro, Chronica Caesaraugustana y Chronica del 511, que corresponden a los reinados de Eurico (466-484) y Alarico II (484-507), uno tiene la impresión de que Isidoro es el más confuso y que resume acontecimientos sin una cronología precisa. Podemos, por tanto, reconstruir los hechos del siguiente modo: Eurico, nada mas tomar el poder en 466, se convirtió en continuador, pero en su caso mucho más agresivo, de la política de su antecesor Teoderico II con respecto a Hispania. Abiertamente envió sucesivos ejércitos al mando de sus generales en una guerra de abierta conquista (Eurico nunca vino a Hispania personalmente). Estos ejércitos fueron enviados desde la Gallia para apoderase de las ciudades de la Tarraconense. El

cronista de 511 precisa que estos generales fueron Gauterico, comes gothorum, que tomó Pamplona y Zaragoza en 472, y más tarde, también enviados desde la Gallia, Heldefeld y Vincentius (sobre este Vincentius dux véase infra Capítulo 3 (2)) sitiaron Tarraco y se apoderaron de algunas ciudades costeras. Eurico continuó también esta política agresiva en la Gallia conquistando Arlés y Marsella, que anexionó a su reino413. Estas conquistas no significaron la sumisión total de la Tarraconense a los visigodos ni tampoco su establecimiento en la misma. Ejércitos godos penetraron otra vez en Hispania durante el reinado de Alarico II (Chronica Caesaraugustana), quizás para sofocar las rebeliones que se dieron en la provincia y de las que fue destacado exponente Burdunelo en el 496. Una entrada posterior, en 497, significó un primer establecimiento, no ya solo del ejército, sino de parte del pueblo godo. La fórmula de la Chronica Caesaraugustana «gotthi sedes acceperunt» así lo indica claramente. Pero ni aun así se calmó la resistencia, ya que en 506 Petrus se sublevó en Caesaraugusta y fue apresado en Dertosa, donde había encabezado la resistencia. Su cabeza fue enviada a Caesaraugusta, donde había sido elegido usurpador, para que sirviera de ejemplo a posibles imitadores. Quedan todavía dos problemas por resolver: el primero es saber qué ocurría mientras tanto en las otras provincias de Hispania (Bética, Carthaginiense, Lusitania, Gallaecia). En Gallaecia siguieron viviendo o establecidos los suevos, donde continuaron hasta que en el año 585 el rey visigodo Leovigildo acabó definitivamente con el reino414. Los suevos siguieron teniendo reyes (Audecano sería el último de ellos) y siguieron siendo arrianos: en 587 Recaredo consiguió su conversión tras el famoso Concilio III de Toledo: «fidem facit gentemque omnium Gothorum et Suevorum ad unitatem et pacem revocat Christianae ecclesiae»415. Para la Lusitania disponemos de un documento que fue utilizado por Thompson para afirmar que en época de Eurico la provincia estaba ya controlada por los visigodos. Hemos visto anteriormente a los visigodos intentar detener la expansión sueva por Lusitania después del año 456 y la llegada de

Teoderico a Emerita en ese año y su posterior partida hacia la Gallia. En Mérida precisamente se conservaba una inscripción que recordaba la reparación del puente de la ciudad416. La inscripción dice que un tal dux Salla reparó el puente de la ciudad porque estaba en desuso y en lamentable estado y lo mismo hizo con las murallas, todo ello con la ayuda del obispo Zenón. Según Thompson, este Salla es un godo conocido por Hydacio como embajador de Teoderico a los suevos en 466417. Por tanto, dice Thompson, el hombre que reparó las murallas y el puente de Mérida fue un godo; y afortunadamente la inscripción proporciona la fecha de su presencia en la ciudad: el año DXXI de la era hispánica, es decir, el 483, haciendo, además, referencia a Eurico: «nunc tempore potentis Getarum Eurici regis». Para Thompson no hay duda («it is beyond question») que ello significa que los godos estaban ocupando Mérida en el último año del reinado de Eurico y que un godo estaba mandando allí418. Estas conclusiones son quizás demasiado precipitadas y categóricas. En primer lugar porque no es absolutamente seguro que el dux Salla de la inscripción sea idéntico al embajador mencionado por Hydacio419. Y, segundo, la presencia del dux en Emerita no significa ni que los godos hubieran tomado posesión de la ciudad ni que la ocupación militar visigoda de la Lusitania fuera ya un hecho en esta fecha. El dux Salla podía estar allí de paso y por razones prácticas pudo poner a sus tropas al servicio de la reparación del puente y de las murallas a solicitud de Zenón, que es lo que viene a decir la inscripción al mencionar al obispo. La inscripción hace hincapié en que el instigador de las obras fue el obispo y éste lo hizo amor patriae, una vieja fórmula de patriotismo tardoantiguo plenamente clásico, pero vigente aún. El evergetismo cívico estaba ahora en Emerita en manos del obispo que era realmente el líder de la ciudad. No podemos asegurar que Salla fuese el gobernador en ese momento, ni de la inscripción se sigue que Lusitania y Emerita estaban en manos de los visigodos420. De Bética y Carthaginiense no sabemos nada, a no ser que admitamos que una parte del ejército godo quedó como remanente en la Bética, hecho que, según hemos visto, es improbable, y, aunque fuera así, ello no significaría el

asentamiento421. La indicación de la Chronica Caesaraugustana asegura que en 497 «Gotthi intra Hispanias sedes acceperunt». ¿Esto qué significa? Desde el punto de vista del cronista, parece referirse solo a la región de la Tarraconense y a ninguna otra. Sedes acceperunt quiere decir que se asentaron422. Pero ¿cómo?, ¿dónde?, ¿en qué tipo de asentamiento?, ¿en las ciudades?, ¿en el campo? ¿Los godos tomaron posesión del territorio libremente o de acuerdo con alguna norma establecida por su rey? No podemos contestar a estas preguntas fundamentales con certeza. Podemos asegurar, sin embargo, que la llegada de los godos no fue masiva en un principio, por lo menos hasta la destrucción de Tolosa por los francos en 507423. Ya en 511 Teodorico obtuvo el regnum gothorum de Hispania: «Theodoricus Italiae rex Gothos regit in Hispania»424; y Theudis fue ya hecho rey en Hispania425 en 531. Los lugares de establecimiento plantean otro problema. El pueblo godo había estado instalado en Aquitania desde el 418 no solo en los espacios rurales, sino también en las ciudades. Es absurda la idea, por otro lado muy extendida, de pensar que los godos no utilizaron la vida urbana y fueron a ocupar prácticamente todas las villae o se construyeron poblados con chozas de madera y tejados de hojarasca. Los godos ocuparon los espacios urbanos de la ciudades romanas y se acomodaron en las domus o se establecieron en los espacios públicos abiertos de las ciudades o en el suburbium. Es cierto que utilizaron también las villae que ellos explotaron, bien directamente, bien a través de los propios hispanorromanos. Ejemplos de esta ocupación de las ciudades son, por citar solo algunos, el establecimiento de Teoderico en Emerita, el de Ataúlfo en Barcino y, en fin, más tarde el de Leovigildo en Toletum. La ciudad constituía para los visigodos la continuidad y la identificación con el pasado romano que ellos se apropiaron y reutilizaron de acuerdo con sus modos de vida que, en muchas ocasiones, tendían a imitar a los de los romanos. Cambiaron ciertas cosas. En la topografía urbana comenzaron a aparecer las iglesias, pero no se estableció un hábitat ex novo y diferente del anterior. Y mucho menos en esta primera fase de finales del siglo V e inicios del siglo VI. Ni qué decir tiene que

estos nuevos inquilinos no vinieron a destruir o arrasar villae o ciudades. Las necesitaban ellos mismos. ¿Cuántos vinieron? Imposible de saber. Hemos discutido las cifras de los godos en Barcino en época de Valia y Ataúlfo. Allí hemos hablado de 12.000 o 15.000 personas considerando las cantidades de trigo asignadas por los romanos para ellos en los acuerdos (véase supra Capítulo 1 (3)) de 418. Y estos mismos fueron los que se establecieron en Aquitania. Pudo aumentar la población en el periodo transcurrido desde entonces hasta su ocupación de Hispania, pero no podemos estirar las cifras exageradamente. ¿20.000, 40.000? No olvidemos que los suevos fueron unos 25.000, lo vándalos unos 80.000, los alanos quizás unos 30.000. El dominio de la Península por parte de los visigodos no se entiende sino es admitiendo que se produjo una aceptación y adhesión por parte de la población hispanorromana.

Capítulo 2 Inseguridad y resistencia

1. Bárbaros ladrones de libros Algunos textos referidos al siglo V en Hispania ponen de manifiesto episodios de inseguridad en las ciudades, en los caminos o en el desarrollo de la vida común de los habitantes. El siglo V no debió de ser un periodo fácil, pero la inseguridad no es un fenómeno nuevo ni exclusivo o característico de este momento. Si miramos al siglo IV hallamos la misma situación. En el año 382, por ejemplo, Symmaco expresa su temor a salir de la ciudad al campo porque «intuta est latrociniis suburbanitas, atque ideo praestat macerari otio civitatis, quam pericula ruris incidere»1, es decir, los territorios cercanos a las ciudades están llenos de ladrones y es mejor pasarse la vida dedicado al ocio en la ciudad que exponerse a los peligros en el campo. Había que defenderse de los latrones, de las bandas incontroladas, de posibles salteadores de caminos. Lo mismo se puede decir de siglos anteriores2. He elegido, para esta segunda parte, tres episodios para ilustrar este hecho en el siglo V que resultan significativos: las referencias en la carta de Consencio a los bárbaros ladrones de libros en los caminos de la Tarraconense en el 419, un hecho que ilustra vivamente la actividad de ciertos grupos de bárbaros en o durante su estancia en la Península; varias noticias de Hydacio sobre la presencia inesperada de piratas provenientes del norte de Europa que pusieron en peligro las vidas de los habitantes del litoral cantábrico; y, por fin, el fenómeno de los bacaudae que aparecen de pronto y brutalmente también en la Chronica de Hydacio hacia mediados del siglo. Los

tres requieren una explicación específica y un análisis pormenorizado. Por último, en el siglo V se dan varias circunstancias en las que es posible vislumbrar episodios de resistencia, bien al poder romano todavía vigente en algunas provincias que quedaron libres del establecimiento bárbaro, bien al poder godo, que a finales del siglo pretendió (y lo consiguió) establecerse en la Península.

Consencio a Agustín: Epistula 11* La Epistula 11* de Consencio a Agustín, recientemente publicada por Divjack, ha sido ampliamente comentada ya y estudiada por los especialistas en el obispo de Hipona y por los historiadores3. No obstante, merece un lugar específico aquí como documento fundamental para la historia de la Península en los primeros años del siglo V4. En primer lugar, porque es un documento nuevo. Hasta su descubrimiento en los años ochenta, no era conocida y su contenido resulta ser de trascendencia capital para obtener información sobre ciertos aspectos de la vida en la Tarraconense que completan, afortunadamente, las noticias de la escueta Chronica de Hydacio para ese mismo periodo y región. La carta está fechada con precisión en el año 419 y se refiere a acontecimientos de ese año y del anterior, el 4185. Agustín en ese periodo trabajaba activamente en sus libros y tratados contra los herejes y las herejías y desarrollaba una intensa actividad de acción pastoral. Mantenía correspondencia con obispos y presbíteros, pedía informes y se ocupaba de saber de primera mano cómo se desarrollaban las vicisitudes de la Iglesia para seguir él, con su enorme autoridad y prestigio, incorporando argumentos a sus escritos en defensa de la fe en la que creía y tan apasionadamente defendía6. En este caso, su corresponsal es Consencio, un clérigo con el que Agustín había mantenido ya intercambio de cartas en ocasiones anteriores7, y la respuesta del obispo fue el tratado Contra mendacium escrito en 4208. Consencio sabía del interés de su obispo por la herejía priscilianista: Agustín había recibido informes sobre ella por parte de

Orosio, su discípulo, en su Commonitorium de errore priscillianistarum et origenistarum, por noticias de Jerónimo9, y por la carta de Casulario a la que él contestó en su Epistula 36. El fenómeno priscilianista, surgido en Hispania y sur de la Gallia como movimiento herético a finales de los años ochenta del siglo IV10, había tenido gran repercusión en la sociedad hispana y gálica y había conseguido, como consecuencia del juicio y ejecución del propio Prisciliano, su momento culminante de máxima propaganda, debido a la intervención del emperador11. Pero la muerte de Prisciliano no disminuyó las adhesiones a la secta herética, que siguió, en cambio, ganando adeptos de modo continuo y preocupante para los dirigentes eclesiásticos ortodoxos. Disputas priscilianistas surgieron en Emerita que causaron protestas y revueltas en la ciudad en los años ochenta del siglo IV12; se reunieron concilios que expresa y reiteradamente condenaron y prohibieron las actividades de la presunta secta, como el de Caesaraugusta, y la Chronica de Hydacio recuerda, por su parte, otros episodios relacionados con lo mismo. La herejía había conseguido adeptos especialmente en las regiones de la Tarraconense y las inmediatamente colindantes al norte de los Pirineos, la Aquitania y la Septimania, aunque ello no quiere decir que no se hubiera extendido también de forma amplia por la Gallaecia y la Lusitania. La pasión de Agustín por encontrar información sobre las herejías llevó a Consencio a informarle de algo que considera que le va a interesar y de lo que va a extraer argumentos para sus escritos y refutaciones. No hace falta que el maestro se lo pida. El resultado del relato de Consencio, ya lo hemos dicho, será que Agustín cogió la pluma y escribió el Contra mendacium. Consencio era un clérigo que habitaba en las Baleares. No sabemos si permanentemente o estaba allí de paso. Las islas facilitaban el trasiego de comunicaciones con África y eran el lugar ideal para mantener correspondencia con Hipona, donde se hallaba Agustín. Las cartas y los documentos iban y venían custodiados por emisarios de confianza. Podía haber retrasos debido al estado de la mar, como ocurrió con Leonas, frecuente correo entre Consencio y Agustín13, pero la duración del viaje

podía ser de una semana, no mucho más14. En una fecha muy cercana tenemos también testimonio de mensajeros, trasladados por mar, entre África y Menorca, atestiguados en la Epistula Severi15. Una serie de circunstancias rocambolescas dieron lugar a la carta de Consencio a Agustín. El obispo de Arlés, Patroclo (que murió en 426), pidió a Consencio que escribiera algo contra los priscilianistas, porque éstos eran muy numerosos en la Galia16. Consencio no era un cualquiera; conocía la herejía y sus doctrinas y argumentaciones y merecía por ello la confianza de escribir contra ellos algo que luego serviría al obispo para refutarlos y descubrirlos en su diócesis. Consencio cumplió su trabajo y decidió no enviar a Agustín lo que había escrito, quizás porque lo consideraba innecesario; pero la llegada a las Baleares —donde habitaba Consencio— del monje Frontón17 y el relato que le hizo de sus peripecias en la Tarraconense animaron a Consencio a escribir con detalle a Agustín lo que le había contado. Consencio y Frontón habían mantenido contactos anteriormente: de hecho, Consencio había encargado a Frontón, el año anterior, que emprendiese la guerra contra los priscilianistas de Hispania18. Ambos eran, por tanto, dos expertos activistas contra ellos. Consencio señala que los priscilianistas siguieron sus acciones proselitistas aun a pesar y sin ocuparse de la presencia de «los bárbaros» que desde el 411 estaban establecidos en la Península. Parece ser que lo bárbaros no fueron un obstáculo para la actividad priscilianista, pero hubo muchos otros que sí eran conscientes de su presencia, lo que impidió en cierto modo una actividad normal.

Los bárbaros ladrones de libros Consencio había cumplido con el encargo del obispo Patroclo y había escrito tres volúmenes que había firmado bajo el seudónimo de un hereje, hecho que explicaba convenientemente —y para uso exclusivo de Frontón— en el prólogo de la obra19. Frontón recibió en su eremitorio de Tarraco el paquete sellado que

le había enviado Consencio en el que se contenían cartas, commonitoria y los tres volúmenes que había escrito sobre los priscilianistas, uno de los cuales estaba firmado con nombre falso. El envío desde las Baleares a Tarraco se lo había encomendado al obispo Agapio (probablemente entonces obispo de Tarraco), quien, tras una visita a las islas, aceptó el encargo de llevárselo a Frontón20. En esta época los libros circulan a través de los viajeros que utilizan el cursus publicus y los obispos tenían privilegios para usarlo sin problemas21. Por eso, seguramente, Consencio elige a Agapio, porque proporcionaba seguridad y rapidez. Los libros van en un paquete (involucrum) cerrado y sellado (signatum) que garantiza el secreto de su contenido. Consencio conocía bien a los herejes de Tarraco y en la carta a Frontón le daba el nombre de algunos, entre ellos el de una dama, Severa, que tenía y vivía en una casa en la ciudad22. Frontón fue a verla y ésta, engañada, habló, comunicando a Frontón el nombre del cabecilla de los priscilianistas en la ciudad, un tal Severo23. Pero la dama contó también a Frontón que dicho cabecillla había querido ir a visitar el año anterior la villa (castellum) de su madre seguro de encontrar en ella documentos priscilianistas de interés; pero el destino quiso que, a pesar de que Severo creía que los bárbaros estaban muy lejos de la región por la que viajaba (entre Tarraco e Ilerda), una banda de ellos le asaltaran y se apoderaran de los códices que llevaba. Los ingenuos bárbaros creyeron que no contenían nada comprometedor y se dirigieron a la vecina ciudad de Ilerda para venderlos. Pero al enterarse de que eran execrables por su contenido, se los entregaron al obispo de la ciudad, Sagittius24. Este fragmento de carta de Consencio permite algunas observaciones de interés para la historia de la Hispania del siglo V. En primer lugar, el escenario. El escenario es la Tarraconense, la región entre Ilerda y Tarraco. La Tarraconense, que en este momento es todavía una provincia bajo control romano y bajo la administración romana, no es un territorio bárbaro. Ciudades, villae, administración, habitantes, propietarios, campesinos, comerciantes, eran y seguían siendo hispano-romanos. La presencia bárbara era sentida como algo

lejano y ajeno: estaban lejos, en otras demarcaciones provinciales como la Lusitania, la Gallaecia, la Carthaginense. En segundo lugar, el paisaje rural, el campo y los caminos. La sociedad tardorromana vivía en villae que eran usadas como sus segundas viviendas. La madre de Severo vivía en un castellum, término que no dudo en considerar que es equivalente aquí a villa (posiblemente villa fortificada)25. Los caminos siguen siendo frecuentados y sirven para el tránsito de personas, mercancías, mensajes e ideas. Pero son inseguros. Ello es atávico en el mundo romano. Y en la Antigüedad tardía, más. Severo quizás no utilizó el cursus publicus —era un viaje privado— y quizás por ello fue asaltado por una banda de «bárbaros». En tercer lugar, los bárbaros mismos. Su presencia era permanente y palpable. Pero Severo creía que estaban lejos, que no se atreverían a penetrar en territorio romano, tan distantes de sus bases y de sus establecimientos habituales. Pero no; los bárbaros pasaban de una provincia a otra sin ninguna dificultad. Seguían buscando botín fácil, robos, asaltos a viajeros y caravanas26. El texto de la carta de Consencio a Agustín ilustra perfectamente sobre la actividad de los pueblos «bárbaros» instalados en la Península hacía solo ocho años. Se habían convertido en salteadores de caminos. Pero ¿qué robaban? Roban libros, manuscritos. Estos bárbaros no están tan lejos de la civilización del libro, conocen su valor y su importancia. No es frecuente que un salteador de caminos robe a su pobre víctima libros, a no ser que observe en ellos un valor especial. Estos bárbaros (¿vándalos, alanos, suevos?) conocen el valor que se concede a los libros en la sociedad tardía en la que viven27. Saben que son objetos de prestigio, guardados con esmero, a veces ilustrados maravillosamente, quizás con algunas letras de oro, con tintas azules, verdes, rojas. Los libros son relativamente raros en esta época, pero muy apreciados por ricos y aristócratas. Estos bárbaros lo saben y tratan de venderlos28, y para ello se dirigen a la vecina ciudad de Ilerda, para encontrar comprador. Más sorprendente todavía y más significativo para el historiador es que estos ladrones bárbaros, salteadores de caminos, entren en Ilerda sin ninguna dificultad; nadie se extraña de su presencia, hablan, indagan entre eventuales compradores.

¿Cómo iban vestidos?, ¿cuál era su aspecto?, ¿se distinguían fácilmente como «bárbaros» o usaban vestimentas romanas? Este hecho de ir a vender los libros a Ilerda implica una coexistencia y una familiaridad. Hubo quien examinó el botín, analizó su contenido y dictaminó que no estaba dispuesto a comprarlos: eran execrables29, podían causar problemas, contenían doctrinas no muy ortodoxas, cánticos mágicos (carmina magica), no eran un Virgilio o un Homero o un Terencio. En los tiempos que corrían, en una sociedad principalmente católicoortodoxa, poseer estos libros podía traer malas consecuencias: ser acusados de herejía, de practicar la magia, sospechas de intentar conjurar el poder establecido. El historiador Amiano Marcelino relata la quema de libros mágicos en la época, no muy lejana, de Valentiniano I30 y los procesos penales llevados a cabo contra sus propietarios31. Mejor librarse de ellos cuanto antes. Los bárbaros ladrones desistieron de su empresa de obtener beneficios de su botín. Huyeron también de los libros como si les quemasen en las manos, como si les comprometiesen también a ellos y, quizás aconsejados por algún ciudadano culto, decidieron entregárselos al obispo de la ciudad, Sagittius. Y los bárbaros fueron a visitar al obispo y se los entregaron. Ningún problema, ningún obstáculo para presentarse ante la máxima autoridad de la ciudad. Los ladrones no fueron apresados por ello (al menos no se nos dice en la carta). Tuvieron ellos un terror ingenuo y supersticioso a aquellos libros y se desembarazaron de ellos. Y todo esto sucedía en Ilerda, una ciudad que los poetas hacía muy poco tiempo habían descrito como ruinosa, inhóspita y sumida en la decadencia32. Los textos de los poetas son retóricos y anticuados: en Ilerda había un obispo, compradores ricos e influyentes y cultos, en la segunda década del siglo V. Este fragmento de la carta de Consencio es un retrato vívido (como lo es el resto del texto) de la sociedad del siglo V en Hispania tarraconense, texto no sometido a la ideología que domina las crónicas ni a la presentación sesgada de los hechos33. El obispo Sagittius se quedó con parte de los libros entregados por los enemigos bárbaros (ab hostibus traditis). Los habitantes de la aún romana Ilerda consideraban a los bárbaros enemigos (hostes), a pesar de la impunidad con la que habían entrado y

tratado de vender los libros en la ciudad. Esta consciencia y este calificativo son significativos porque, a pesar de todo, a pesar de la necesaria convivencia, los bárbaros establecidos en Hispania eran considerados enemigos del Imperio Romano en una provincia todavía romana. La política del emperador Honorio, a través de sus generales, a lo largo de este periodo, fue la de tratarles como tales y a ello obedecen las expediciones militares que envió contra ellos con la intención de recuperar los territorios en los que se habían establecido en virtud de un acuerdo con un emperador ilegítimo, Máximo (véase supra Capítulo 1.2).

2. Bagaudas En la entrada correspondiente al año 441, la Chronica de Hydacio menciona por primera vez a los bagaudas en Hispania y lo hace para certificar su derrota por un ejército romano dirigido por Fl. Asturius, que ostentaba el título de dux utriusque militiae: «Asturius, dux utriusque militiae, ad Hispanias missus Tarraconensium, caedit multitudinem bacaudarum»34. De este modo, los bagaudas irrumpen inesperada y abruptamente en la historia de Hispania en el siglo V. Como veremos, en otras varias ocasiones posteriormente, la Chronica menciona también a los bacaudae en diversas acciones, perfilando y aclarando más su actividad e identidad y sus alianzas. Pero esta primera noticia plantea varios problemas preliminares para abordar el tema de lo que algunos historiadores han dado en llamar «bagauda hispánica»35. En primer lugar, estos bacaudae36 no son cualquier cosa: son muchos (multitudinem bacaudarum), y para someterlos se envía a un general de gran prestigio que tenía a su cargo las tropas de caballería y de infantería del ejército romano occidental37. Estos bacaudae, además, actúan en un escenario preciso, en la Tarraconense, es decir, en una de las provincias todavía romanas, en la que no había habido asentamientos de bárbaros, una provincia externa, en la que los ciudadanos y habitantes se regían por las leyes y la administración romanas

(aunque quizás ello sucedía también en las otras), en la que la sociedad seguía siendo configurada por las distinciones sociales del periodo tardorromano: potentes, propietarios, civiles o eclesiásticos, y humiliores, sometidos al trabajo, a la dependencia, a los impuestos, inermes y desposeídos de cualquier defensa. En este momento (441) en Hispania ya no hay ni vándalos ni alanos. Solo los suevos se movían de un lado para otro y acababan de establecer su sede regia en Emerita, en un expansionismo en cierto modo desordenado, fuera de su provincia originaria, la Gallaecia. El máximo poder romano lo ostentaba en Occidente, Aetius, dux y magister militum38. Ahora bien, ¿quiénes son estos bacaudae?, ¿a quiénes se denomina con este término y qué realidad encubre?, ¿cuál es su actividad para llegar a provocar la venida de un contingente militar a la Tarraconense al mando de uno de los más prestigiosos generales romanos del momento? Es evidente que estaban poniendo en peligro la provincia romana, último reducto del emperador legítimo en Occidente en Hispania y que suponen una seria amenaza para los intereses romanos en la Tarraconense. Se trata de enemigos del Imperio y del orden establecido. ¿A quiénes llama bacaudae Hydacio? El cronista había oído hablar de ellos, había oído que se les llamaba así. Sus lectores entendían perfectamente a quienes se refería, pero nosotros no. Hydacio no dice una palabra de su composición, de si eran bárbaros, o campesinos, o aristócratas, o una confederación de todos ellos. Da por hecho que todos entienden a quienes se refiere. ¿Llama Hydacio bacaudae a «guerreros locales que luchaban en defensa de la población local»?39 ¿Son los bacaudae grupos incontrolados de gentes que se dedican al pillaje de villae, ciudades y viajeros? ¿Se encubre bajo ese nombre a un grupo de bárbaros (suevos en este caso, porque en ese momento no había otros en Hispania) asociados con grupos locales que progresivamente iban apoderándose del territorio? Lo que sí parece claro es que no se trata de bárbaros o de grupos de bárbaros. Cuando Hydacio se refiere a razzias o saqueos de villae o del territorio habla expresamente de barbari o especifica quienes son: suevi, vandali, alani, goti. En la carta de Consencio a Agustín no hay duda de quiénes

son los ladrones de libros: los barbari. Los bacaudae son otra cosa, otro grupo. Ahora bien, pueden ser bárbaros y poblaciones locales unidas para menoscabar el sistema romano imperante en la provincia. Esta combinación favorecería los intereses de los bárbaros que pretendían extender su presencia en la provincia tarraconense. Ésta es una hipótesis muy plausible. Hydacio testimonia que en el 449 esta colaboración existió y fue efectiva: cuando el rey suevo Rechiario volvía de una visita a su suegro el rey Teoderico, que residía en Gallia (¿en Burdigalia?), ya que había casado ese mismo año con una de sus hijas, emprendió una campaña de saqueos y ataques por la región de Caesaraugusta que llegó a extender hasta Ilerda, y lo hizo en colaboración con un tal Basilius que acababa de reagrupar a los bacaudae atacando la guarnición de Turiasso (actual Tarazona, localidad también de la Tarraconense), llegando a causar incluso la muerte del obispo de la ciudad, León40. Estos hechos, registrados puntualmente por Hydacio, parecen demostrar que los bacaudae —o el grupo que Hydacio denomina bacaudae— son un conglomerado de gentes locales unidos a los grupos o ejército de los suevos. Nada permite afirmar de que se tratase de revueltas campesinas41, aunque sí podría hablarse de descontentos con la administración romana a causa de sus cargas fiscales y por el abandono de sus intereses y su defensa. Este malestar es aprovechado por los suevos para tratar de seguir ganando terreno en sus intenciones de apoderarse del territorio romano. Está plenamente justificado, por tanto, desde el punto de vista romano, que se enviasen ejércitos oficiales al mando de generales experimentados y de prestigio para reprimir, no a unos grupos incontrolados de saqueadores campesinos, sino a gentes que contaban con el apoyo y colaboración de los ejércitos regulares de los suevos, ejércitos que estaban organizados, seguramente, a la manera romana y seguían la disciplina romana. Confirma esta interpretación de la significación de los bacaudae y sus acciones a mediados del siglo V, el hecho de que su escenario sea exclusivamente la Tarraconense. Los bacaudae no aparecen en ninguna otra provincia, como observó Thompson42, en la que estaban instalados los suevos o en la que estos controlaban de alguna forma el territorio. La expansión sueva por

la Lusitania no merece la atención del gobierno romano porque en definitiva es una causa perdida. Su posible dominio de la Tarraconense sí requiere su intervención, porque es el último reducto que administrativamente le queda. La intervención de los ejércitos romanos viene a ayudar y defender los intereses de las poblaciones «romanas» de la Tarraconense. Significativamente estos bacaudae intentan apoderarse de ciudades (Turiasso, Ilerda), y eventualmente Caesaraugusta, plaza a la que no pueden acceder y se limitan a saquear su territorium43. Los bacaudae, grupos de gentes que actúan atacando propiedades y ciudades, probablemente azuzados por los suevos o en colaboración con ellos, después de la derrota que sufrieron en 441, dirigida por el dux Asturius, hubieron de dispersarse y seguirían actuando en pequeños grupos. El mérito o la eficacia de Basilio, como subraya Hydacio, fue el de reagruparlos otra vez para hacer un ataque en gran escala a la ciudad de Turiasso44. Basilio demostró a todos, y entre ellos a los suevos, que era capaz de liderar y unificar las fuerzas para un golpe de mano espectacular que tuvo como consecuencia originar la muerte del obispo León. Hay que destacar en este episodio algunos hechos: primero, que en Turiasso había una guarnición de foederati, probablemente poco numerosa, que defendía la ciudad. Ello significa que el ejército romano oficial no defendía los enclaves o las ciudades de la Tarraconense, sino que lo hacía a través o por medio de tropas federadas, en este caso, probablemente tropas de visigodos desplazados desde su lugar de asentamiento al otro lado de los Pirineos. Si una localidad tan pequeña como Turiasso tenía una guarnición, no es imposible pensar que otras ciudades —Osca, Ilerda, Caesaraugusta, Pompaelo, Tarraco, Barcino— también la tuvieran. No existía, por tanto, un abandono y olvido tan absoluto de las poblaciones de la Tarraconense por parte de Roma, como pretenden algunos historiadores que justifican el surgimiento de los bacaudae debido al descontento de la población al sentirse inermes y abandonados ante las posibles razzias o saqueos de los bárbaros. Es cierto que probablemente no constituían un contingente numeroso, pero allí estaban. En segundo lugar, el

episodio de Turiasso, que conllevó la muerte del obispo, no significa que los bacaudae de Basilio consideraran a la Iglesia como aliada y opresora alineada con Roma. León, probablemente en su calidad de obispo y líder y defensor de la ciudad, encabezó y dirigió la resistencia, y murió como consecuencia del ejercicio de sus funciones. Si se refugió en la Iglesia de la localidad fue por acogerse al derecho de asilo, un fenómeno frecuente que está constatado en numerosas ocasiones semejantes en este periodo45. Queda, en fin, dilucidar quién fue este Basilio46. Los historiadores han propuesto diversas alternativas para su identificación: que era un romano47, un godo48, un general de Rechiario49, un jefe bacauda50. Creo razonable pensar que Basilio (nombre griego de origen) sería quizás un aliado (si no un general de Rechiario, como sugiere Sirago) de los suevos, y que actuó en su nombre y que fue capaz de aglutinar para su beneficio a los bacaudae. Estos grupos de bacaudae, unidos a tropas suevas, demuestran poca eficacia en el asalto y conquista de ciudades. De hecho, son incapaces de conquistarlas mediante el enfrentamiento directo o el asedio. La toma de Turiasso se efectuó cuando las tropas de foederati que la defendían fueron derrotadas posiblemente en campo abierto. Caesaraugusta no pudo ser conquistada y se limitaron a saquear el territorio, e Ilerda se consiguió mediante un engaño51. Los bacaudae comenzaron a manifestarse como consecuencia de los intentos de expansionismo suevo en 441. Por ello Hydacio conoce bien sus acciones, ya que están unidas a la historia de los suevos. Desde el 429, año de la salida de los vándalos hacia África, los suevos demuestran continua y repetidamente su interés por expandirse más allá de la Gallaecia. Y en ese expansionismo les sirvieron de apoyo los grupos de bacaudae. El enfrentamiento con Asturius resultó una grave derrota para ellos. Pero esto no significó que el movimiento fuera aniquilado definitivamente, sino que, probablemente, exacerbó los ánimos de lucha contra los romanos. Y en efecto, en el año 443 —dos años más tarde— Hydacio señala que fue Fl. Merobaudes el encargado de suceder a Asturius en el cometido de reprimir otra vez a los bacaudae, en esta ocasión, a los de la región

de la localidad de Aracelli52. Una vez más la preocupación de las autoridades romanas se demuestra extrema y ello seguramente no por causa de un grupo de campesinos incontrolados que practicaban el bandolerismo. Merobaudes es quizás un personaje aún más importante y prestigioso que su cuñado Asturius53. Hydacio lo admira y lo ensalza en un arrebato de romanismo y respeto a la cultura clásica, encarnada en su figura que representa los valores de la romanitas que él añora frente a la barbarie y saevitia de los suevos entre los que vive54. En esta segunda ocasión de intervención contra los bacaudae se nos dice que Merobaudes fue enviado a reprimirlos debido a su insolentia55. ¿A qué se refiere Hydacio con esto? En la caracterización de los grupos no romanos o antirromanos, el uso de este vocabulario es normal y demuestra siempre desprecio y rechazo56. Pero los bacaudae no son calificados de agrestes o barbari. Esta insolentia puede referirse a un posible intento de los bacaudae de apoderarse de un enclave fundamental o, incluso (y yo me inclino por esta segunda posibilidad) de haber querido crear un tyrannus, un usurpador. En el episodio de Merobaudes es de destacar de nuevo que la acción de los bacaudae se sitúa siempre en el mismo escenario, la Tarraconense, esta vez más al norte de curso del Ebro, en Aracelli, no muy lejos de Pompaelo, en el corazón del territorio de los vascones. Pero los vascones no están mencionados en absoluto como componentes de los bacaudae. Aparecerán mucho más tarde, en el siglo VI. Estos vascones, supuestamente rebeldes e indomables, no desempeñan ningún papel en el desarrollo de las acciones de bacaudae y menos contra el poder romano dominante en la región durante el siglo V57. Las rencillas de la corte hicieron regresar a Roma a Merobaudes dejando inconclusa su misión represora. Pocos años más tarde, en 449, hemos visto que bacaudae y suevos actúan juntos prosiguiendo su política de hostigamiento en la Tarraconense58. En esta ocasión no hubo expedición romana ni generales prestigiosos. Probablemente fue necesario negociar con los cautivos tomados en Ilerda y en otros lugares por los suevos59. Lo cierto es que en 449 bacaudae y suevos se acercan peligrosamente a la capital, Tarraco.

El avance progresivo de ambos por la Tarraconense requerirá, años más tarde, otra intervención romana, en 454, esta vez dirigida por Fredericus, hermano del rey godo Teoderico, decidido defensor de la causa romana en el momento en el que gobernaba su pueblo al otro lado de los Pirineos. De hecho, Hydacio nos informa de que la campaña se llevó a cabo «en nombre de Roma»60. No sabemos nada ni de sus resultados ni de sus consecuencias. A partir de aquí no volveremos a tener noticias de los bacaudae en la Chronica de Hydacio probablemente por una razón: porque en 459 una expedición militar de gran alcance, dirigida esta vez por el propio rey Teoderico, acabó con el reino suevo, que no se volvió a recuperar hasta mucho más tarde y ya extremadamente debilitado61. El expansionismo suevo había puesto en peligro con demasiada frecuencia no solo la Tarraconense romana, sino las otras provincias que, sin presencia bárbara, estaban prácticamente recuperadas para Roma62. Después de la derrota y de haber hecho prisionero al rey suevo Rechiario, ya no existían opciones para los bacaudae de actuar bajo su protección. Porque, en el fondo, de eso se trataba y eso explica el «movimiento» bagaúdico. Tanto Orosio como Salviano de Marsella63 insisten en la idea de que los hispanorromanos, o los galorromanos en su caso, prefirieron en muchas ocasiones unirse a los bárbaros en vez de seguir sometidos a los romanos que los habían abandonado a su suerte y seguían sujetándoles a las obligaciones y cargas administrativas e impositivas todavía vigentes. El bárbaro proporcionaba más libertad, más ecuanimidad y quizás más seguridad64. Los episodios bagaúdicos registrados en la Chronica de Hydacio que surgieron a mediados del siglo V en Hispania, en un arco cronológico preciso que va desde el 441 al 454, encuentran así una explicación y justificación coherente cuando se contemplan como un fenómeno concomitante al expansionismo suevo65. En la documentación que tenemos —Hydacio— no hay ninguna referencia que permita interpretar la presencia y acción de los bacaudae como movimientos campesinos, levantamientos contra la opresión o algo semejante. Solo una vez se alude a su insolentia de cuyo significado hemos

hablado. Conviene recordar que el movimiento bagaúdico surge a finales del siglo III d.C. —hacia el 280— o, al menos, es la primera vez que oímos hablar de ellos en las fuentes66, provocando usurpaciones y revueltas contra el orden romano. Se han defendido muchas interpretaciones de estos movimientos y ha prevalecido la que ve en ellos revueltas campesinas e intentos de subversión del orden social67. R. Van Dam ha resumido y contradicho de forma muy razonable estas interpretaciones proponiendo, por su parte, que, detrás de la emergencia de los bacaudae en Gallia en el siglo III, está la ausencia de la administración, del ejército o del emperador mismo, hecho que proporcionó la sensación de desamparo que, a su vez, procuraría la tendencia al resurgimiento de formas de vida tradicionales y en cierto modo marginales al orden romano, simplemente por una razón de subsistencia y autodefensa68. Pero todos estos componentes no se aprecian muy claramente en los textos que disponemos para conocer el surgimiento de los bacaudae en Hispania en el siglo V d.C., para el que he intentado una explicación ceñida a los textos disponibles. Esta interpretación deriva, además, de una legítima pregunta que es fundamental en mi opinión: ¿los bacaudae de Amandus y de la Armorica de fines del siglo III significan y son lo mismo que los de casi doscientos años después registrados en la Chronica de Hydacio? La respuesta es que probablemente no, aunque siguieron siendo denominados con el mismo término que había quedado fosilizado. Si las razones de su aparición pudieron responder en el siglo III a situaciones concretas, las del siglo V pueden ser diversas. Lo que sí me parece relevante en estos episodios de la historia del siglo V en Hispania es el interés continuado y permanente de las autoridades romanas por mantener el territorio de la Tarraconense intacto para su causa y al mismo tiempo, constatar la todavía importante vitalidad ciudadana y de las ciudades, como centros de formas de gran diversidad de vida y de sociedad.

3. Usurpadores

Hispania fue escenario en el siglo V de varias usurpaciones del poder por parte de diversos individuos que pretendieron convertirse en emperadores en igualdad con el legítimamente establecido o, simplemente, por su propia cuenta, a fin de gobernar en una o varias provincias de la diócesis. El fenómeno de las usurpaciones es, en el periodo que estudiamos, evidentemente, un síntoma de la debilidad del poder central, del abandono de la periferia a su suerte o, incluso, en algunos casos, como los que analizaremos más adelante, de un cierto «romanismo» o nostalgia por el sistema romano que se pretende perpetuar mediante la usurpación frente a la presencia de un poder externo, el bárbaro en este caso, aunque éste se encuentre profundamente identificado con el sistema y los valores romanos. En este último caso las reivindicaciones o la toma del poder tienen mucho de nostálgico y de intento de mantener los privilegios —jurídicos, económicos, sociales, culturales— de un grupo que apoya y anima al usurpador69. En un capítulo anterior hemos hablado de las dos usurpaciones de Máximo: la primera, a instigación de Gerontius como consecuencia de su propia política anti-Constantino III; la segunda, más interesante si cabe desde el punto de vista histórico, cuando, apoyado por sus aliados bárbaros (entre los que vivía exiliado), Máximo se alza con el poder en 421 o bien para forzar a Honorio a reconocerlo como igual o bien para aglutinar a su alrededor a los bárbaros para que les sea reconocido su derecho al territorio sin interferencias y como aliados, en definitiva, de Roma. No voy a hablar aquí de estos dos episodios. También hemos visto que en 443 los bacaudae pudieron haber intentado la elevación al poder supremo de un tyrannus (término que es equivalente a usurpador en el vocabulario de la época), ya que Fl. Merobaudes se desplazó a la Península como consecuencia de su insolentia (véase supra). A finales del siglo V, y al comienzo del VI, se dan otros dos casos de usurpaciones en un contexto totalmente diferente. Si en 411 o en 421 o en 443 todavía existía un emperador romano en Occidente (sea Honorio, o Valentiniano III), en las fechas en las que se registra que se dieron estas usurpaciones —en el 496 y en el 506

respectivamente— ya no hay poder romano ni en Roma ni en Italia, sino que es Teodorico, el rey de los godos, quien, habiéndose apoderado de Italia en 489, en 492 acabó definitivamente con Odoacro70, y retiene todo el poder y, en cierto modo, la herencia del emperador romano. A partir del reinado de Teodorico II, se observa un progresivo interés de los godos establecidos en Gallia por los territorios de la Tarraconense. Con Eurico este interés se convierte en decidida pretensión territorial: en 472 su enviado militar, el comes Gauterico, tomó Pompaelo, Caesaraugusta y ciudades cercanas71. Más tarde, Heldefredo y Vincentius sitiaron Tarraco y varias ciudades costeras. En 473 una parte de la Tarraconense está en manos de los godos. Como ha observado Thompson, estos hechos no significan que hubiera todavía un asentamiento godo en la provincia72, pero el proceso era ya imparable. Los habitantes de la provincia no veían con buenos ojos esta presencia goda que significaba sin duda la pérdida de una cierta independencia y posiblemente de sus privilegios. Especialmente la clases más pudientes y la administración. Un signo de esta reacción local se expresa, sin duda, en una inscripción, elevada en el foro de Tarraco y dedicada a los emperadores Anthemius (467-472) y León I (457-474) gobernantes en Occidente y Oriente, respectivamente73. Los habitantes de Tarraco, y especialmente sus administradores, seguían todavía una tradición romana bien consolidada, es decir, la de elevar estatuas en el lugar más prestigioso de la ciudad, y con esta inscripción se adherían, quizás en un acto desesperado, a la legitimidad que significaban, al menos en teoría, los emperadores de Oriente y Occidente. Ellos se sentían romanos y lo proclamaron en momentos de peligro y duda. Pero ya nadie les podía ayudar. Hubieron de resistir por sí mismos. Y es en este contexto en el que aparecen las usurpaciones de Burdunelus y Petrus. Las noticias sobre estas usurpaciones se encuentran en una curiosa, breve y fragmentaria Chronica, conocida como Chronica Caesaraugustana74. Probablemente el autor de la misma fue un obispo de Caesaraugusta llamado Máximo. A él parece referirse Isidoro (570-636) en su De viris illustribus (65),

cuando dice: «Caesaraugustanae civitatis episcopus multa versu prosaque componere dicitur. Scripsit et brevi stilo historiolam de iis quae temporibus Gothorum in Spaniis acta sunt historico et composito sermone. Sed et multa alia scribere dicitur quae necdum legi»; es decir, que Máximo fue obispo de Caesaraugusta, (ya en el VII, puesto que participó en el Concilio de Egara en 614) y escribió obras en prosa y verso. Escribió también una historia corta (historiolam) sobre las acciones de los godos en Hispania y además muchas otras obras. Tanto Isidoro como Juan de Bíclaro conocieron su obra y la usaron75. Los fragmentos que subsisten, incompletos, narran en forma de Chronica acontecimientos que van del 450 al 568. La identificación del autor no es completamente segura, aunque es muy plausible. Historiolam es un término que puede ser aplicado a la Chronica o texto que se nos ha conservado, pero probablemente no es el más exacto, ya que debería haberse referido a ella como Chronica. En cualquier caso, el autor de la Chronica Caesaraugustana conoce bien los acontecimientos de la ciudad y menciona los más relevantes como si tuviera en ellos un interés especial: narra la visita de Mayoriano a la ciudad en 46076, los juegos de circo que se dieron en Caesaraugusta en el 504, y cómo la cabeza del usurpador Petrus fue exhibida en su ciudad en 506. Cierto es también que está atento y conoce bien los acontecimientos de la Tarraconense, citando episodios que sucedieron en ciudades como Dertosa (Tortosa), Barcino, Gerunda (Girona). La Chronica procede del siguiente modo: en 494 registra la entrada de los godos en la Península («Gothi in Hispanias ingressi sunt»), esta vez no como enviados de los romanos para luchar contra los suevos u otros, sino para establecerse. Dos años después (496) señala que un tal Burdunelus se hace con el poder: «Burdunelus in Hispania tyrannidem assumit», y en 497 el cronista declara que los godos se establecen en Hispania («Gothi intra Hispanias sedes acceperunt») y a continuación habla de cómo Burdunelus fue traicionado por los suyos y, entregado a los godos, fue llevado a Tolosa (Toulouse) y allí fue condenado a muerte de forma brutal: metido en un toro de bronce fue puesto

sobre el fuego hasta que se derritió77. La secuencia de los acontecimientos permite establecer que la toma del poder de Burdulenus fue una reacción inmediata a la presencia de los godos en la Tarraconense. En 494 penetran en Hispania, no para asentarse, sino en una acción militar que llevaría luego a la entrada de toda la gens78, y dos años más tarde Burdunelus encabeza la rebelión. Una rebelión que se hace en forma de usurpación (tyrannidem assumit). Es decir, Burdunelus se declara emperador romano apoyado por un grupo de seguidores para dejar claro que detenta el poder romano legítimo en la provincia (que había sido siempre romana hasta entonces) frente a los godos. No sabemos dónde sucedió este hecho, en qué lugar, en qué ciudad, pero es bastante lógico pensar que sería en alguna ciudad de la Tarraconense (¿en Caesaraugusta, en Tarraco, en Barcino?). La tentativa de Burdunelus fue un fracaso. Sus propios secuaces, quizás al ver lo inútil de la decisión, quizás comprados por los godos, lo traicionaron muy pronto (la usurpación duró escasamente un año) y lo entregaron a los godos. Burdunelus fue llevado a la capital de Alarico II, Tolosa. Allí, públicamente y para escarmiento de todos y como castigo ejemplar, fue condenado al suplicio de los usurpadores, la pena capital, pero esta vez en forma de atroz y salvaje tormento, por otro lado, no desconocido entre los castigos romanos79. La noticia y forma del mismo se difundió rápidamente, llegando a Caesaraugusta y otras ciudades, y fue registrada en los anales locales. ¿Quién era este Burdunelus? El nombre parece indicar un origen no romano, pero, sin embargo, está claro que aunque fuera un godo de origen, actuó en nombre de Roma contra los godos80. La siguiente noticia que nos da la Chronica Caesaraugustana después del desgraciado episodio de Burdunelus resulta sorprendente: el cronista dice (año 504) que en esa fecha se dio un espectáculo de circo en Caesaraugusta («Caesaraugustae circus spectatus est»). En los anales que Máximo tenía a su disposición este hecho se consideró relevante81 y él lo registró. Los godos estaban ya establecidos, al menos en parte, por la Tarraconense, y un espectáculo de circo registrado de esta manera en la Chronica requiere una explicación.

El establecimiento de los godos ocasionó aún otra rebelión, esta vez protagonizada por un tal Petrus, que en el año 506 se proclamó también tyrannus: «Petrus tyrannus interfectus est» (Chronica Caesaraugustana ad a. 506). Dos años antes había tenido lugar el espectáculo de circo en Caesaraugusta que quedó registrado en la Chronica como hecho significativo. Petrus fue derrocado el mismo año de su rebelión y hecho prisionero en Dertosa (Tortosa), fue ejecutado y decapitado y su cabeza fue enviada, clavada en la punta de una lanza, a Caesaraugusta precisamente: «Dertosa a Gothis ingressa. Petrus tyrannus interfectus est et caput eius Caesaraugustam deportatum est». Todo parece indicar que Petrus se alzó con el poder, o se proclamó emperador (la Chronica utiliza otra vez el término tyrannus) en la Tarraconense, y yo creo que concretamente en Caesaraugusta, en cuya ocasión se celebraron juegos de circo en la ciudad. Es bien conocido que la proclamación de los emperadores en Constantinopla, en esas mismas fechas, se hacía en el hipódromo82. Cuando Petrus fue capturado dos años más tarde por lo godos, probablemente en Dertosa83, su cabeza fue enviada a Caesaraugusta, la localidad en la que se alzó con el poder, o donde se había proclamado emperador: castigo ejemplar que había que mostrar a sus seguidores en la vieja colonia augustea. Ésta es una explicación plausible para esta enigmática noticia de la Chronica Caesaraugustana. Existe la alternativa de pensar que el registro del hecho estuvo motivado solamente por el carácter excepcional de la celebración ya olvidada en las costumbres de las ciudades de Hispania y, por tanto, más digno de mención. Se da la circunstancia de que Caesaraugusta se encuentra en la Tarraconense, es decir, en una provincia que fue romana durante todo el siglo V. La tradición de los juegos pudo haber permanecido allí más tiempo, especialmente si se piensa que la ciudad había sido efímera capital imperial a comienzos del siglo con la llegada y establecimiento de la corte de Constante, el hijo del emperador Constantino III84. Se objetará que no se ha encontrado aún un circo estable en Caesaraugusta. Ello no es un problema porque los espectáculos podían improvisarse en instalaciones móviles.

En el ámbito propiamente godo y durante la corta estancia de este pueblo en Barcino (entre 415 y 417) encontramos también usurpaciones del poder por la vía del asesinato (Sigerico asesina a Ataúlfo y, en el espacio de una semana, es a su vez derrocado por Valia) (véase supra). Pero estos hechos no son usurpaciones en el propio sentido romano, sino que obedecen a otros móviles y a otros contextos. La usurpaciones en la Hispania del siglo V son hechos significativos de los problemas internos de la población y representan las aspiraciones de ciertos grupos que en un momento dado quieren o sienten la necesidad de tomar ellos mismos el control de la situación bien por nostalgia de la administración romana, bien por la desidia de ésta, bien para conservar sus privilegios85 Burdunelus y Petrus son, o representan, el último intento de conservar una unión al Imperio Romano frente a la presencia goda. Pero los godos no se establecieron en Hispania para acabar con toda la tradición romana, sino al contrario, se regirán por su legislación e trataran de imitar en casi todo sus instituciones (imitatio Imperii). Burdunelus y Petrus se equivocaron, o quizás actuaron por razones menos ideales.

4. Piratas A fines del siglo III d.C. tenemos noticias de las incursiones de los piratas francos en las costas atlánticas de Hispania que fueron reprimidas con eficacia por el emperador Maximiano Hercúleo86. No volvemos a saber nada de piratería hasta el siglo V precisamente. Y es Hydacio el que nos informa de ella en unos pasajes que abruptamente se insertan en su Chronica y que se limitan a dar la noticia de los hechos sin ningún otro tipo de explicación. Hydacio seguramente había oído hablar de ellas durante su estancia en Gallaecia, puesto que todas se refieren al litoral cantábrico. De manera abrupta e inesperada el cronista registra que en el año 455 «unos vándalos, de modo repentino, desembarcaron con sus

barcos en la localidad de Turonium en las costas de Gallaecia y capturaron familias de muchas gentes»: «vandali navibus Turonio in litore Gallaeciae repente advecti familias capiunt plurimorum»87. Turonium no es una localidad identificada con precisión. Tranoy piensa que se trata del cabo de Touriñan — ¿una isla?—88. Pero aunque no podamos identificar el lugar, Hydacio, al menos, asegura que la acción fue «in litrore Gallaeciae». El problema que plantea esta noticia es que se trató de naves de vándalos. ¿De dónde venían? y ¿por qué esta toma de rehenes? Los vándalos estaban desde hacía tiempo en Cartago. Hicieron razzias por las islas del mediterráneo, eran expertos marineros, como lo demostraron ya durante su estancia en la Península, haciendo expediciones a las Baleares y a la Tingitana y, posteriormente, pasando a África. Pero sorprende verlos aparecer en el Atlántico, lo que implicaría un viaje que, pasando por el Estrecho de Gibraltar y costeando la Lusitania, llegara hasta Gallaecia. ¿Con qué intención? Ch. Courtois89 pensó que se trataba de vándalos residuales que se quedaron en Hispania después de la marcha masiva de su pueblo a África en 429. Pero esta hipótesis es muy difícil de aceptar. Es posible que quedasen grupos de vándalos conviviendo con los suevos o con los hispanorromanos, pero para apresar a estas familias con el objeto de utilizarlas a fin de alcanzar algún acuerdo con los suevos o los mismos romanos, no es necesario hacerse a la mar. Tranoy prefiere otra interpretación del pasaje quizás más plausible: se trataría en realidad de un raid de piratas germánicos cuyo origen no esta perfectamente identificado, pero que Hydacio atribuye a los vándalos que ya tenían, en esa época, fama de ser los piratas por antonomasia90. Thompson, por su parte, da fe al testimonio de Hydacio y piensa que fueron vándalos de África que atravesaron el Estrecho y llegaron hasta las costas de Gallaecia. Thompson insiste en el hecho de que no hubiera ninguna resistencia en el territorio galaico91. Las costas atlánticas estaban expuestas a cualquier movimiento de llegada desde el mar. Los suevos no parece que se preocupasen mucho de la población local y ésta no tenía otro recurso que la autodefensa. Desde el año 439 los suevos están establecidos en Emerita92, y en 441 el ejército suevo estaba empeñado en el control de la

Bética y la Carthaginiensis93. Este alejamiento pudo favorecer el desembarco vándalo. Puesto que es bastante inverosímil que los vándalos de esta razzia fueran o provinieran del norte de África, creo, por mi parte, que se trató de vándalos residuales que se habían quedado en la Gallia y que hacen una razzia (quizás no sería la única) para conseguir botín, sin que hubieran detrás otros intereses políticos o eventuales acuerdos con uno u otros. En la Chronica de Hydacio esta noticia, como las que siguen, está anotada para contribuir a dar la sensación de inseguridad y desamparo de Hispania, y concretamente de la Gallaecia, y demostrar así que los tiempos del peligro están presentes por doquier. De hecho, Hydacio recuerda otras razzias de pueblos provenientes de las costas atlánticas que se vuelven a repetir en dos ocasiones posteriores, pero esta vez protagonizadas por los hérulos. Aquí la noticia de Hydacio es más precisa, pero tampoco aclaratoria de razones y causas. En el año 455 Hydacio dice que «una serie de hombres de la gens de los hérulos, desembarcaron con siete naves en la costa del territorio de Lucus; cuando por tal motivo se reunió una multitud de la población local, los 400 hérulos armados a la ligera se vieron obligados a huir, muriendo solo dos de ellos. De regreso ad sedes propias los hérulos «saquearon las costas de Cantabria y Vardullia»94. No hay razones para no creer el testimonio de Hydacio. Esta noticia se inscribe en su Chronica dentro de los relatos excepcionales y locales que tanto le gustan al historiador que, en la redacción de estos años de su obra, depende casi exclusivamente de recuerdos personales. Se inscribe también en el panorama desolador y descontrolado que quiere transmitir a sus lectores de la situación de la infelix Gallaecia. En esta ocasión parece que se trata simplemente de una razzia. Lo curioso es que sean los hérulos. Encontramos a éstos en el año 267 en una doble expedición marítima y terrestre, aliados a grupos de godos, en el Mar Negro. Después de una batalla naval frente a Cyzico, pasaron al Egeo y luego a la Hélade. Atenas no se libró de su asalto. Publius Herennius Dexippus describió los efectos y la resistencia a esta incursión95. Pero el grupo de hérulos que arribó a las costas de Hispania no era el mismo, y provenía, posiblemente,

de Dinamarca. Supuestamente atravesaron las costas de la Gallia en una expedición que prefigura las posteriores de los vikingos96, y llegaron a las costas del territorio de Lucus (Lucus Augusti, Lugo). A Hydacio le contaron los detalles de lo que pasó y él lo recordaba bien, y precisa los hechos. Las cifras que da resultan ilustrativas de este tipo de expediciones: siete naves y 400 hombres, es decir, 57 hombres por nave. Con este número y armados a la ligera no es fácil que asolaran demasiado el territorio várdulo o cántabro, aunque sí lo pudieron hacer crudelissime. Los hérulos tuvieron que dejar sus barcos en el litoral, ante la resistencia de la población local, y regresaron por tierra por los pasos pirenaicos. Ciertamente no había defensa romana en la región, puesto que pudieron atravesar una parte de la Tarraconense sin encontrar obstáculo alguno. Pero los objetivos de estos hérulos se iluminan con otra noticia de Hydacio correspondiente a los año 459. Dice Hydacio que los hérulos, que se dirigían hacia la Bética («ad Baeticam pertendentes»), atacaron una serie de lugares a lo largo de la costa del conventus Lucense con una crueldad inusitada97. Es decir, probablemente la incursión del 455 no tenía solo como objetivo ser una razzia, sino una toma de contacto, una avanzadilla, para tantear el terreno y cruzar hasta la Bética, verdadero destino y objetivo de los hérulos. Probablemente buscaban establecerse allí, buscaban tierras, habían oído hablar de la fertilidad del territorio y de que en ese momento estaba desprovista de habitantes vándalos. A partir de este momento no volvemos a saber nada de estos grupos de hérulos. Estas referencias de Hydacio al uso del mar en su época y a la exposición de las costas hispanas a las acciones piráticas demuestran que los contactos entre las costas atlánticas y la Península eran posibles y a veces frecuentes. La franja costera del norte de la Península estaba abierta a la navegación y a eventuales correrías de pueblos establecidos en la Gallia o incluso, más al norte. Pero las costas hispánicas son costas indefensas. No oímos nunca hablar de comercio, intercambios, intereses de explotación o relaciones de otro tipo. No sabemos en qué medida los puertos romanos de la costa seguían en funcionamiento o estaban abandonados o servían exclusivamente para las relaciones locales. Una factoría

de salazones, encontrada en Gijón, y fechada en el periodo que tratamos, no significa que hubiera intercambios de sus productos mas allá del ámbito y consumo local. Curiosamente se han encontrado en diversos puntos, y especialmente en Gijón, cerámicas de procedencia mediterránea —cerámicas africanas y del mediterráneo oriental—, llegadas allí seguramente por tierra. Pero su número es muy escaso y poco significativo98. Probablemente llegaron por mar a Gallaecia los informantes de Hydacio que le señalaron que Juvenal había sido nombrado obispo de Jerusalén: y provenían de la Pars Orientis (concretamente Hydacio habla de un presbítero de la región de Arabia (Arabicae regionis) y de algunos griegos («et aliquorum Graecorum relatione comperimus»)99. Y hay otros ejemplos que mencionaré más adelante. Estos piratas (hérulos, vándalos) contribuyen a la inseguridad de las regiones de la Gallaecia. A ellos se pueden añadir los latrones que en un momento dado pueden cometer actos de pillaje en una región, como ocurrió en el conventus de Bracara en el 455: «In conventus parte Bracarensis latrocinantum depredatio perpretatur»100, aunque este pasaje ha sido interpretado por algunos historiadores como expresión de la «resistencia campesina hispánica», lo que no tiene ningún fundamento.

5. Barbari depraedantur Hydacio es un autor que vivió en la Gallaecia casi toda su vida, excepto un viaje realizado cuando era niño a visitar los Santos Lugares y una embajada que llevó a cabo en el año 431 a Gallia, para entrevistarse con el dux Aetius101. Vivió siempre entre los suevos que se instalaron en su provincia (o, mejor, en una pequeña parte de ella, véase supra Capítulo 1 (7)) a partir del 411. Hydacio, devoto cristiano, milenarista, creyente a rajatabla, pro-romano, admirador de la cultura clásica, detestaba a los suevos. Simplemente, no los podía soportar. En numerosas ocasiones da muestras de ello cuando les acusa de violar los acuerdos

de paz102 y los tacha siempre de «fallaces et perfidi» en todo lo que hacen. Para Hydacio, aparte de las intrigas y asesinatos que se suceden en la corte, la actividad de los suevos se reduce prácticamente al pillaje. Parece que fuera ésa su única actividad y modo de vida. Excepto la descripción general de la capacidad de destrucción de los tres pueblos bárbaros que entraron en la Península en el 409 (suevos, vándalos y alanos), que resulta completamente retórica y apocalíptica103, Hydacio no acusa ni atribuye ninguna actividad de pillaje o destrucción ni una sola vez a los alanos; de los vándalos señala su incursión a las Baleares104 y a Carthago Spartaria (Carthago Nova) añadiendo un sospechoso «Hispanis depredatis» genérico para calificar su comportamiento. En el caso de los suevos, sin embargo, utiliza en numerosas ocasiones el verbo depraedare o sus compuestos: unas veinticuatro veces105. En este capítulo voy a estudiar cuál es el valor plausible de estas referencias y en qué contextos se producen, para intentar interpretar lo mejor posible su correcto significado. Ésta es una investigación imprescindible porque, precisamente, todas estas referencias de Hydacio han dado lugar a la visión catastrofista y demoledora de la presencia bárbara en Hispania en el siglo V d.C. que muchos historiadores modernos han transmitido también. Ya en el año 429 encontramos al suevo Heremegario en Lusitania realizando su tarea de depredari106; al año siguiente, los suevos, con su rey Hermerico al frente, se dedican a saquear las regiones interiores de la Gallaecia107. En el año 431 Hydacio mismo emprende una embajada al dux Aetius precisamente por la actividad saqueadora de los suevos: «ob quorum depraedationem»108. En 433, de nuevo, Hydacio señala en su Chronica que lo habitual era que el rey de los suevos Hermerico saquease la Gallaecia («Hermericus praedabatur assidue»)109. Pero si hasta aquí estas depraedationes se habían limitado a la Gallaecia, o como mucho, a la Lusitania, a partir del año 446 esta actividad se extiende a las provincias de Carthaginiense y Bética: «Suevi exim ilas provincias magna depredatione subvertunt»110. El rey suevo Rechila murió en Emerita en el 448: su hijo Rechiario, en cuanto obtuvo el poder («obtento tamen regno»), no tardó

nada («sine mora») en invadir las regiones más lejanas de la Gallaecia en búsqueda de botín («invadit ad praedam»)111. Lo curioso de esta noticia (y a la vez contradictorio) es que, habiendo buscado los suevos en una primera fase de su regnum en Hispania la expansión hacia la Lusitania, una vez establecidos en la capital de la provincia, Emerita, vuelvan en busca de botín a la Gallaecia. El afán depredador de Rechiario parece insaciable: habiendo comenzado bien su reinado —dice Hydacio— casándose con la hija del rey godo Teoderico en Gallia, de regreso a casa, «Vasconias depredatur mense Februario»112. Pero ese mismo año, en el mes de julio, Rechiario fue a visitar a su suegro Teoderico, y en el viaje de regreso, en unión de Basilio y sus bacaudae, «Caesaraugustam regionem depraedatur»113, llegando hasta Ilerda, donde, una vez capturada la ciudad mediante una estratagema, tomó un gran número de rehenes («acta est non parva captivitas»). A partir de este momento hay una corta interrupción de estas actividades, probablemente resultado de la paz establecida entre suevos y romanos a través de la embajada de Mansuetus, comes Hispaniarum, y Fronto, también comes114. Pero en 455 los suevos saquean la Carthaginiense («depredantur Carthaginienses regiones»)115. A pesar de los intentos de establecer una paz con ellos por parte del emperador romano Avitus y del propio rey godo Teoderico, otra vez en 456 los suevos invaden la provincia Tarraconense116, acción que repitieron ese mismo año llevándose esta vez muchos cautivos a Gallaecia117. La paciencia del emperador Avitus se agotó entonces y envió a Teoderico («cum voluntate et ordinatione Aviti imperatoris») con un ejército para enfrentarse a los suevos de Rechiario. La batalla, a doce millas de Asturica (Augusta), en el río Órbigo, fue favorable a Teoderico y sus tropas, y Rechiario apenas pudo escapar: «ad extremas sedes Galaeciae plagatus vix evadit et profugus»118. Para Hydacio, éste fue el fin del reino de los suevos119. Pero no fue así: al poco tiempo eligieron a Maldras como nuevo rey120 y, naturalmente, Maldras y los suyos se dirigieron primordialmente a saquear la Lusitania: «Lusitania depraedata»121, y al año siguiente hicieron lo mismo, esta vez en la parte de la Gallaecia que bordea el río Duero122. Dos años

más tarde, el mismo Maldras insistió en Lusitania y los seguidores de Regimundo, en una parte de la Gallaecia123. Muerto Maldras124, Regimundo continuó su actividad: «vicina sibi pariter Aurensium loca et Lucensis conventus maritima populatur»125. La costumbre continuaba en 463, «diversa loca... solito depredantur», hasta el punto de que esta vez Hydacio se ve obligado a calificar a su provincia como la «infelix Gallaecia»126. Aún registra una nueva incursión contra los aunonenses127. En el año 466 los suevos se dispersaron en busca de botín de la manera acostumbrada (dice Hydacio: «Suevi... more solito per diversa loca in praedam dispersa fuerant»128), y en pocos meses el rey suevo pasó a Lusitania. El resultado fue la caída de Conimbriga y más tarde de Olissipo129. La última noticia de Hydacio sobre esta actividad de los suevos se encuentra casi al final de su Chronica y corresponde al año 468. Hydacio dice allí que los aunonenses concertaron una paz con el rey de los suevos y que éstos, a continuación, invadieron praedantes algunos lugares de la Lusitania y del conventus de Asturica130. Hydacio nos presenta, pues, la actividad de los suevos como una continua serie de actos de pillaje mediante expediciones o incursiones que se realizaron de forma casi ininterrumpida desde el año 429 en adelante. Para visualizar este proceso presento el siguiente cuadro: Frecuencia de las actividades de los suevos en forma de depraedationes: 429: Lusitania (Heremegario). 430: Medias partes Gallaeciae (Hermerico). 433: Gallaecia (Hermerico). 438: Rechila lucha contra Andevotus en el río Singilis (Bética) y obtiene botín. 441: Rechila toma Hispalis y somete la Bética y la Cartaginiense. 446: Pillaje de la Cartaginiense y la Bética. 448: Rechiario: externas regiones Gallaeciae. 449: Rechiario: Vasconia. 455: Cartaginiense (que había sido devuelta a los romanos)131.

456: Tarraconense (por dos veces): rehenes. 457: Lusitania (Maldras). 458: Las regiones que bordean el Duero en Gallaecia. 460: Lusitania (Maldras) y Gallaecia (Regismundo). 463: Diversa loca de la infelix Gallaecia. 465: Los aunonenses. 466: Diversa loca, sin especificar, y Lusitania. 467: Conimbriga y Ulixippo, ambas en Lusitania. 468: Lusitania y el conventus de Asturica. En cuarenta años, los suevos de dedicaron a «saquear» (según el registro de Hydacio) dieciocho veces, es decir, se pasaron prácticamente la mitad del periodo realizando esta actividad. Parece que se tratase de un ver sacrum, de una costumbre que obedecía a un ritual anual. Conviene ahora analizar cuáles fueron sus objetivos: Primera fase: 429-439 a) Lusitania. b) Parte de la Gallaecia, donde ellos mismos estaban establecidos. Segunda fase: 439-448 (los suevos tiene su base en Emerita) a) Bética y Cartaginiense. b) En 441 dominan Bética y Cartaginiense132. c) 448: Gallaecia. Tercera fase: 455-457 [Vasconia (Tarraconense), Caesaraugusta, Ilerda (Tarraconense)]. a) 455: Cartaginiense. b) 456: Tarraconense (dos veces). Cuarta fase: 457-468 a) Lusitania, Gallaecia, aunonenses, auregenses, Lucus, loca diversa, Lusitania, Conimbriga (Lusitania) y Asturica. Este cuadro permite observar una cierta coherencia en la actividad de los suevos. En una primera fase, establecidos en un territorio poco extenso y quizás

poco productivo para sus necesidades, comienzan a mirar hacia la Lusitania y otras partes de la Gallaecia misma. En un segundo momento, sigue una extensión hacia Bética y Cartaginiense, provincias que estaban desprovistas de vándalos y alanos en ese momento (los primeros habían pasado a África, los segundos habían sido aniquilados prácticamente). Gallaecia sigue siendo un objetivo siempre. A partir de su establecimiento en Emerita, la expansión miraa Bética y Cartaginense. Tras la muerte de Rechila, su sucesor Rechiario comienza una nueva expansión, pero esta vez hacia la Tarraconense, provincia todavía romana. Tampoco se olvidan ni Gallaecia ni Cartaginense. La derrota de Rechiario en 456 por parte de los ejércitos de Teoderico cambia el signo de la actividad y los objetivos. A partir del reinado de Maldras la actividad se reduce y concentra en Gallaecia y Lusitania. Bética, Cartaginense o Tarraconense dejan de ser objetivo de expediciones o incursiones. La capacidad sueva ha quedado muy menguada después de la derrota de Bracara.

En busca de botín y rehenes Los términos usados por Hydacio para describir esta actividad sueva durante el siglo V son siempre los mismos: depraedare y sus derivados o compuestos. Solo una vez utiliza populare. Ambos son casi sinónimos y significan saquear para conseguir botín. Solo una vez utiliza invadere, es decir, penetrar en un territorio para ocuparlo. La confirmación de este significado viene dada por varios textos en los que se especifica el resultado de las incursiones. Su finalidad es patente: arrebatar el oro y la plata del thesaurus del ejército romano de Andevotus (Hyd., 106); Rechiario marcha a «Gallaecia ad praedam» para conseguir botín (Hyd., 129); toman rehenes en Ilerda (Hyd., 134); Rechiario invade la Tarraconense «grandi captivitate deducta», habiendo hecho muchos rehenes (Hyd., 163); Maldras consigue botín en su incursión a la Lusitania («praedisque contractis») (Hyd., 181); se toman rehenes en Conimbriga (Hyd.,

225); en definitiva, van a conseguir botín: «in praedam dispersi fuerant» (Hyd., 236). Estos pasajes especificativos de los resultados de la acción de los suevos nos dan la clave para entender aquellos en los que el cronista es mucho más genérico y no especifica el resultado: Hydacio utiliza depredantes, magna depredatione, depredatur, etc., en muchas ocasiones sin concretar más; pero es seguro lo que quiere decirya lo que se refiere: buscar botín. De estas acciones las ciudades parecen estar excluidas, excepto en muy contados casos: Conimbriga es destruida, Ulixippo tomada, Mirtylis rendida, Hispalis, obtenta, tomada. En Ilerda entran per dolum y en Caesaragusta no entran, sino que se limitan a saquear el territorio. Podemos afirmar, por tanto, que el alcance de estas incursiones o depredationes fue muy limitado sin temor a equivocarnos. Los suevos, pueblo cerealista y agricultor133, buscaban trigo, almacenes, oro, plata, rehenes. Necesitaban estos recursos para complementar sus subsistencias y bienes y para negociar con los romanos o con los propios hispanorromanos (de ahí la captura de rehenes). Para cifrar el posible alcance de esta actividad hay que plantearse el problema, fundamental, de cuántos eran numéricamente estos suevos contemporáneos de Hydacio. Thompson calculó que eran unos 25.000 en total los establecidos en Gallaecia y de ellos unos 3.000 o 4.000 constituían el ejército en armas134. Suficientes para causar problemas a sus vecinos habitantes de la Gallaecia, pero no para dominar un amplio territorio. Por ello sorprende la frase de Hydacio cuando dice que Rechila «Baeticam et Carthaginiensem provincias in suam redigit potestatem», en el año 441135. ¿En qué consistió ese control bajo su potestad de las provincias mencionadas? Ambas se encontraban sin población bárbara, como hemos visto repetidamente. Tampoco estaban bajo control romano. Pero seguían teniendo una población mayoritariamente hispanorromana y unos funcionarios o gobernadores que, sin duda, también lo eran. ¿Aceptaron éstos su supremacía como gobernante, rex o lo que fuese? No creo que ocurriese a consecuencia de una victoria o sometimiento de Rechila por la fuerza de las armas. Debió de haber una aceptación política. La fórmula «provinciam in

postestatem [populi romani]» redacta resulta muy clásica en el vocabulario político romano y puede que Hydacio la haya copiado sin entender completamente su sentido para significar que Rechila fue aceptado como gobernante en ellas. Por una referencia posterior136, sabemos que la provincia Carthaginiense fue devuelta a los romanos antes de 455: «Suevi Carthaginienses regiones quas Romanis rediderant...». Este hecho debió de ocurrir como resultado de acuerdos diplomáticos que implicarían simplemente la no agresión por parte sueva. Los suevos buscaban botín, de la misma manera que los latrones del episodio de la carta de Consencio lo hacían asaltando viajeros en los caminos, y de la misma manera que ocurre en muchos otros episodios de la historia romana. Y este botín no se encontraba en las ciudades a las que les era difícil entrar o conquistar. En ellas podían conseguir rehenes útiles para la negociación posterior. El botín estaba en los establecimientos rurales, más fáciles de asaltar, o en los viajeros y comerciantes o en las caravanas de transportes. La actividad destructora de los suevos, si leemos el texto de Hydacio, puede parecer enorme precisamente por la acumulación de referencias a la misma en su texto; pero en la realidad debió de ser muy limitada. Porque otra pregunta que hay que formularse es la de saber qué información tenía a disposición Hydacio a propósito de estas depredationes. Prácticamente ninguna. No tuvo conocimiento, en la mayoría de los casos, ni de su importancia ni de su alcance. Pudo haber llegado a su alcance la noticia en ocasiones, de grupos que marchaban a hacer incursiones, pudo recordar que existieron, le contaron que ésa era una actividad de los suevos, él mismo pudo comprobarlo en alguna ocasión, pero no podía ofrecer otro testimonio que unas noticias muy genéricas y vagas. No tenemos constancia de que los suevos se comportaran así durante su permanencia en la Gallia. Hydacio es el único historiador que nos habla de esta permanente actividad de saqueo y búsqueda de botín. Pero no fueron los suevos quienes destruyeron las ciudades de la Hispania romana; ni tampoco las villae que poblaban sus campos, aunque en más de una ocasión saquearon sus graneros

y sus tesoros. Los romanos sabían que ello era así, pero sabían también que ellos solos no podían constituirse en un peligro sólido para sus intereses, ni podían constituir un gobierno fuerte que dominase las provincias de la Península, que seguían siendo gobernadas por administradores romanos.

¿Saqueadores de su propio territorio? En todas estas descripciones de Hydacio referentes a las incursiones de los suevos hay un hecho que llama la atención por su aspecto aparentemente contradictorio: los suevos, instalados en Gallaecia, saquean frecuentemente la propia Gallaecia, su mismo territorio. Ello se explica porque los suevos, de hecho, nunca ocuparon todo este territorio en su totalidad como provincia romana. Se establecieron exclusivamente en una pequeña parte de ella137. A este propósito, Thompson plantea una ingeniosa hipótesis: las zonas de la Gallaecia que no saquearon fueron las del territorio que les pertenecía, esto es, Bracara, en el norte del actual Portugal; Astorga, a la que nunca asaltaron, aunque sí su territorio; y Lucus (Lugo). Según Thompson, los suevos pudieron vivir en estas tres ciudades y en ninguna otra; pero su principal concentración debió de ser Bracara y su territorio, el único que no se menciona que hayan saqueado nunca138. De ello deduce Thompson que el número de suevos ocupantes de la Gallaecia fue muy reducido en comparación con la población hispanorromana que, si bien en época de Plinio era de unos 700.000 para la Gallaecia139, aunque disminuida notablemente en el siglo V, debía ser mucho más numerosa que la de los nuevos inquilinos suevos. Todo lo dicho reduce mucho y relativiza en gran medida también las posibilidades de destrucción atribuidas tradicionalmente a los suevos en Hispania140. De hecho, las noticias, escasas, que tenemos de destrucción de ciudades y de masacres inmisericordes no se refieren precisamente a los suevos, sino a los godos. En efecto, en el 456, el ejército de Teoderico, enviado bajo los

auspicios del emperador romano Avitus, y, por lo tanto, luchando en su nombre, masacró a los suevos («caesis suorum agminibus»)141 en las proximidades del río Órbigo y continuó después hasta Bracara (la capital sueva) y allí destruyó basílicas, arrasó los altares, tomó cautivas a las vírgenes142. Poco más adelante, en el año 457, Teoderico regresó a la Gallia dejando una parte de su ejército en Hispania, en los territorios de Gallaecia («in campos Gallaeciae»). Entrando en Asturica, siguiendo instrucciones del rey, llevaron a cabo allí una matanza general de sus ciudadanos, tomaron cautivos a dos obispos y a su clero, robaron y se apoderaron de todos los objetos de valor de las iglesias, y quemaron las casa vacías de la ciudad y arrasaron los campos143. Esto nunca se dice de los suevos, excepto en el caso del asesinato de algunos nobles romanos144 en Lucus en 460 y de la ciudad de Conimbriga, cuya muralla fue semidestruida y sus casas arrasadas así como todo su territorio145. La acumulación de referencias a la actividad saqueadora de los suevos en el texto de Hydacio produce la impresión, en una primera lectura, de que éstos fueron origen y causa de una destrucción generalizada no solo en la Gallaecia, sino incluso en otras provincias como Cartaginiense, Bética o la misma Tarraconense. Sin embargo, un análisis más detenido permite minimizar y matizar esta visión y situarla en sus justos términos: los suevos buscaron botín allí donde pudieron de manera puntual y concreta debido a los pocos recursos que disponían en su reducido y escaso territorio de asentamiento, prácticamente limitado a la ciudad de Bracara y su territorium. Debido a su reducido número, los suevos no podían pretender dominar un territorio amplio y establecerse en él con todas las garantías de supervivencia. Sus incursiones estaban destinadas a sobrevivir. La actividad de los suevos durante el siglo V en Hispania se presenta de manera muy distinta de la de otros pueblos bárbaros en diferentes momentos de la historia del siglo IV o III, por ejemplo. En el caso de los hérulos, que invadieron Achaia y el Peloponeso en el 267 o de los visigodos de Alarico en 395-397, que penetraron también en la Hélade, los efectos fueron los de una verdadera invasión y sus consecuencias se pueden detectar tanto en el registro

arqueológico como en la política de defensa que se organiza en el territorio146. No creo que se pueda decir lo mismo de los suevos en Hispania, a pesar de Hydacio.

Capítulo 3 Continuidad y transformación

1. La administración civil: ¿continuidad o ruptura? La escasez de documentación sobre el siglo V d.C. en Hispania hace muy difícil responder a la pregunta ¿cómo se gobernaban las provincias en este periodo? y, quizás más difícil todavía,a la de ¿quiénes las gobernaban? La máxima autoridad civil en la dioecesis desde la reforma de Diocleciano era el vicarius, en el caso de la dioecesis Hispaniarum, el llamado vicarius hispaniarum, que tenía su residencia en Emerita1. Los vicarii eran delegados, por así decirlo, del praefectus praetorio y, en el caso de Hispania, del praefectus praetorio Galliarum, quien dependía, a su vez, directamente del emperador, y que residía en la Gallia2. Por debajo del vicarius cada provincia tenía gobernadores, consulares o praesides. Cada uno de estos cargos administrativos implicaba una serie de burócratas subalternos, dedicados a las más diversas tareas3. Las funciones de los vicarii y de los gobernadores eran las de administrar justicia, recoger las tasas, ocuparse del cursus publicus (el transporte con caballos del correo o con carromatos para el abastecimiento etc.) y tantas otras tareas administrativas4, para el correcto funcionamiento de los servicios. Conviene subrayar que, en principio, ninguno de estos cargos implicaba responsabilidades militares o de defensa o de mando de tropas. Éstas estaban encargadas a los duces o los comites o los magistri militum (que eran la militia armata, frente a la administración civil, que era militia non armata). Para estudiar esta administración y su funcionamiento en el periodo correspondiente a

la Hispania del siglo V, el principal obstáculo para el historiador es la casi falta absoluta de documentación, como he dicho. No tenemos leyes que se refieran a ellos, ni prosopografía que los pueda identificar, ni inscripciones, ni referencias en la documentación escrita. Desaparecida la «costumbre epigráfica» y dependiendo, una vez más, casi exclusivamente de Hydacio y su Chronica, resulta casi imposible trazar un cuadro mínimo de la administración y sus funcionarios y su eventual continuidad. Pero esta debió de existir, sin duda, de una forma u otra y aunque escasos, hay indicios, que permiten afirmarlo5. Ya se ha señalado aquí que el último de los gobernadores del siglo IV conocido es Macrobius, vicarius en el año 400 (véase supra Capítulo 1 (1)). Su sucesor fue Vigilius, ya en los primeros años del siglo V, a quien solo conocemos como receptor de una norma del Codex Theodosianus6. Ocho años después del gobierno de Vigilius sucede en la dioecesis Hispaniarum el paso, pactado, de suevos, vándalos y alanos. Este hecho se entremezcla con un periodo de inestabilidad política que conoció los episodios de la usurpación de Constantino III, la de Gerontius, la oposición de parte de la familia teodosiana, la entronización de Máximo como emperador en Tarraco. ¿Qué sucedió durante este periodo con la administración civil de la diócesis? En un primer momento, el hecho de la usurpación de Constantino III en Britannia no significó la interrupción del sistema administrativo civil imperial. Todo siguió igual, cambiando, eso sí, los personajes encargados de la nueva gestión, que, obviamente, debían de ser leales y partidarios del nuevo gobernante. Y eso fue lo que sucedió. Los textos indican que Constantino III, a través de su césar Constante, nombró a sus propios rectores o iudices, como los denomina Orosio7. Estos iudices son, en realidad, los nuevos vicarii, praesides o consulares de las provincias, elegidos o bien entre los partidarios del usurpador en Hispania o venidos de las provincias gálicas. Los hispanos aceptaron de buen grado estos cambios, excepto los partidarios de Honorio, que ofrecieron la resistencia armada8. Estos nuevos administradores debieron de durar en el cargo, al menos, hasta la usurpación de Gerontius y el nombramiento de Máximo

emperador. Fue en ese momento (409) cuando ocurrió la entrada en la Península de suevos, vándalos y alanos como refuerzo a los planes de Gerontius y Máximo. Por tanto, en teoría, entre 409 y 411 los gobernadores y administradores cambiaron, pero los cambios políticos no afectaron, o no tuvieron por qué afectar, a la estructura de la administración tradicional romana, ya que hasta el 411 los pueblos bárbaros no se establecieron en un territorio específico ni estuvieron en una situación de pacto con el nuevo gobernante en la Península (Máximo). En el 411 los bárbaros se reparten las tierras de cuatro provincias y quedaron como romanas, o bajo administración directa romana, la Tarraconense, las Insulae Baleares y la Mauritania Tingitana. En estas tres provincias podemos esperar fundadamente, aunque no tengamos documentados sus nombres, la continuidad de los administradores romanos. Prueba de ello la tenemos en las Insulae Baleares. La epistula de Severo de Menorca, a propósito de los problemas surgidos entre las comunidades judías y cristiana en la isla, se fecha entre los años 417 y 420-421 y en ella se encuentra mencionado expresamente un personaje llamado Litorius «que recientemente ha gobernado esta isla y que ahora se dice que es comes»9. Litorius había sido, por tanto, praeses insularum Balearum poco antes de la redacción de la carta y, en el momento en que Severo escribía, había sido promocionado ya al cargo de comes en la Gallia10. Éste es el único praeses (gobernador) conocido de las Insulae Baleares, atestiguado para la segunda década del siglo V. En las provincias que se repartieron suevos, vándalos y alanos no es seguro que su llegada significase la abolición y expulsión de la administración romana y probablemente solo implicó un cierto sometimiento de la población a los bárbaros y a sus reyes correspondientes. Y aun así esto es altamente dudoso, ya que estos pueblos no tenían una estructura política bien definida todavía. No es ni lógico ni imaginable que desapareciera completamente la administración romana porque ello conllevaría una paralización de la maquinaria administrativa en lo que no estaban interesados ni los propios bárbaros, especialmente en el

sistema de recolección de tasas o en el mantenimiento de caminos, por ejemplo. En la vecina Gallia, la presencia bárbara no hizo desaparecer la administración romana y tenemos atestiguados prefectos del pretorio Galliarum hasta, al menos, el año 47311. Es cierto que, como ha observado Barnwell, estos funcionarios dependían cada vez menos de las directrices de la Corte y del emperador (que era origen único de la ley) y actuaban cada vez más por su cuenta. Es posible que en Hispania sucediese algo semejante en las provincias que tenían presencia bárbara, y máxime si pensamos el escaso tiempo que permanecieron alanos y vándalos en sus territorios. Del mismo modo, y contrariamente a lo que sucede en el siglo IV, los cargos administrativos se nutrían de individuos salidos o provenientes de la aristocracia local y no de gobernadores venidos de otras provincias, que desarrollaban sus funciones en Hispania como parte de su cursus honorum por cortos periodos12. Un ejemplo de esta continuidad lo representa el caso de Maurocellus. Hemos visto que en Gallaecia, y como resultado del reparto del 411, se establecieron suevos y vándalos asdingos. Ambos pueblos no pudieron convivir mucho tiempo juntos si además a ellos se añadía la población local hispanorromana. Y así, según Hydacio, los vándalos, en un momento dado, bloquearon a los suevos en los montes Erbasios (junto al río Sil)13. Los romanos, a iniciativa del patricius Fl. Constantius, enviaron al comes Astirius desde la Gallia, para obligar a los vándalos a abandonar el asedio14. Las funciones de Astirius, comes Hispaniarum, fueron de carácter estrictamente militar. Y es en ese momento en el que aparece en el escenario de los hechos Maurocellus, vicarius (Hispaniarum)15. Hydacio narra que la acción del ejército romano venido de la Gallia a favor de los suevos se vio reforzada por la presencia en Bracara Augusta, capital de la provincia Gallaecia, del vicarius Maurocellus, que dirigió una operación militar en la que fueron masacrados ciertos grupos de vándalos que huían de la ciudad16. La presencia de este vicarius (hispaniarum) denota la continuidad de la administración romana al menos hasta el 42017. Entre las funciones del vicarius no estaba, como hemos visto, la de mandar

tropas. El hecho de que Maurocellus lo hiciera demuestra que la distinción ya no se hacía, precisamente por la situación especial del cargo en una diócesis con presencia permanente de bárbaros y denota, al mismo tiempo, que ya no había ejército romano oficial estable en la Península18. De hecho, el texto de Hydacio no permite inferir que Maurocellus mandase un ejército: Hydacio dice solamente aliquantis, con unos cuantos. Probablemente se trató de una tropa irregular y no oficial. Si Maurocellus residía en Emerita (lo cual parece lógico ya que acude en ayuda de Astirius desde el sur y no le acompaña desde Tarraco, de donde partió la expedición romana)19, ello nos da una idea de cómo, a pesar de la presencia de suevos, vándalos y alanos, la administración romana continua incluso utilizando la misma sede tradicional del vicarius. Otro indicio de esta continuidad se encuentra evidenciada durante el episodio de la segunda rebelión de Máximo, en el año 420. Como hemos ya visto, Máximo, que vivía entre los bárbaros desde su exilio en el 411, se alzó con el poder en el 42020. En tal empresa tuvo como colaborador eficaz a un tal Jovinus, que fue decapitado junto a Máximo en Rávena en 42221. Parece claro que este Jovinus fuera un gobernador o vicarius local que se unió a la rebelión apoyada por los bárbaros. A partir de este momento nuestra documentación es muda por lo que se refiere a los cargos administrativos romanos. Pero sigue habiendo indicios que permiten hablar de continuidad de las estructuras administrativas romanas. Por ejemplo: la división administrativa territorial de la diócesis continuó inalterada. Hydacio es perfecto testimonio de ello ya que continuamente distingue con claridad la antigua división territorial dioclecianea: Lusitania, Bética, Carthaginiense, Tarraconense, Gallaecia, Baleares y Mauritania. Un fenómeno semejante de continuidad se observa en las provincias africanas de Byzacena y Tripolitania22. Ahora bien, cabe preguntarse ¿la permanencia de las provincias y sus límites, aunque pobladas por las gentes bárbaras, implica la permanencia o la desaparición de sus gobernadores? A. Chastagnol demostró, frente a la opinión de Ch. Courtois, que estos últimos siguieron existiendo, al menos, en algunas

provincias africanas23. La presencia de Maurocellus implica la continuidad. Porque ¿es posible pensar en una completa desaparición de los cargos administrativos por la mera presencia de suevos y vándalos? Funciones y cargos debieron de seguir inalterados, aunque no sabemos el grado de dependencia que tuvieron con los reyes bárbaros, que, por otro lado, debió de ser, si existió, muy escaso. Hay que tener en cuenta que, como se ha visto, los alanos, por ejemplo, por su número y tiempo de estancia en la Península, no pudieron influenciar en nada en el sistema administrativo de las dos provincias que les tocó en suerte ocupar (Lusitania y Carthaginiense); y que los vándalos, a partir del 429 pasaron a África, quedando en Hispania solo los suevos (en número de 25.000) en Gallaecia. A este propósito, me parece muy significativo un pasaje de Hydacio que revela la situación de continuidad romana en las provincias que, en un principio, eran territorio de establecimiento de los pueblos bárbaros: en 441 el rey suevo Rechila poseía, según la Chronica, los territorios de Bética y Carthaginiensis24, además de la Lusitania, donde residía. Ese control, en todo caso, fue de tipo militar y no hay motivo para pensar de otra forma. Y no duró mucho tiempo: entre 441 y 455 los suevos habían devuelto la Carthaginiensis a los romanos: «Suevi Carthaginienses regiones quas Romanis rediderant depredantur»25. Lo interesante es saber qué significa propiamente rediderant. ¿Se las habían devuelto a los gobernadores romanos locales?, ¿se las habían devuelto a la administración romana de Ravena? En cualquier caso, la Carthaginiensis volvió a la administración romana entre el 441 y el 455. A partir de 456, con la derrota de los suevos por parte del ejército godo de Teoderico, prácticamente toda la Península estaba en manos romanas, excepto una reducida zona de la Gallaecia. La existencia de personajes romanos líderes locales esporádicos no por fuerza puede identificarse con su pertenencia a la administración romana, como a veces han hecho algunos historiadores: Basilius es un líder de los bacaudae, pero no necesariamente un gobernador de la Tarraconense o de otra provincia; Dictynio,

Spinio y Ascanio son líderes romanos locales que entregan a Hydacio a los suevos, pero no sabemos nada de su eventual pertenencia a la administración, bien sea local, bien provincial26. Terentianus es un vir clarissimus que lleva una carta a Roma para el papa Félix III en el año 48327 y, aunque el título de vir clarissimus es propio de gobernadores o vicarii, no podemos afirmar nada sobre su pertenencia a la administración. Las rebeliones de Burdunelus y Petrus en la Tarraconense en los años 496 y 506 no significa forzosamente que estos personajes fueran gobernadores de la provincia, ya que se puede tratar de líderes aristócratas locales. Hay, en fin, un caso que ha sido considerado por Thompson como un gobernador provincial todavía en el 460 en Gallaecia. Hydacio señala28 que «durante Pascua algunos romanos en Lucus (Lugo), incluyendo su rector, hombre de noble estirpe... fueron asesinados por un asalto de los suevos que vivían allí» («per suevos Luco habitantes, in diebus paschae, romani aliquanti cum rectore suo, honesto natu, repentino securi de reverentia dierum occiduntur incursu»). Según Thompson29, el vocablo rector «is one of the natural terms for a Roman provincial governor» y ello implica que en 460 «el gobernador provincial romano todavía continuaba ejerciendo sus funciones en la provincia Gallaecia» (Thompson). Esta interpretación, que podría ser favorable a la idea de la continuidad de la administración romana, es, sin embargo, forzada. Parece claro que rector aquí se refiere al gobernante de la ciudad de Lucus y puede ser identificado con el rector civitatis30. El testimonio es válido para la continuidad de la administración de las ciudades según los esquemas romanos, pero no para la administración provincial. No obstante, este y otros ejemplos que veremos indican efectivamente que la clase de los honestiores contaba todavía en la estructura social provincial y que la presencia de bárbaros no había impedido la continuación del sistema de gobierno romano en las ciudades, aunque en ellas viviesen también los suevos («per suevos Luco habitantes»). Las estructuras administrativas romanas no cambiaron sustancialmente durante el siglo V en Hispania. Quedan diluidas por la falta de documentación precisa y concreta, pero es inimaginable lo contrario, es decir, su desaparición.

Los pocos indicios que poseemos así lo confirman. P. Barnwell ha observado, con razón, un hecho obvio: «Las tradiciones romanas formaron parte de la base de una gran parte del aparato del gobierno visigodo en los siglo VI y VII en Hispania y, aunque muchos elementos los pudieron haber tomado ya durante su larga estancia en la Gallia durante el siglo V, es difícil que pudieran imponer un sistema romano en Hispania en el siglo VI si no hubieran estado presentes los elementos de ese mismo sistema localmente, y menos si la población nativa hubiera abandonado dicho sistema un siglo antes»31. La continuidad no solo se dio durante el siglo V, sino que continuó durante la misma presencia visigoda en los siglos siguientes. Como ha observado también Goffart, la coexistencia entre bárbaros y romanos debió de dar lugar a cambios en los modos de vida de ambos, pero no necesariamente a la desarticulación de las estructuras hasta mucho más tarde32.

2. La desaparición del ejército romano de Hispania A todo lo largo del siglo V los textos nos hablan en numerosas ocasiones de la presencia de ejércitos romanos en la Península Ibérica. La actividad militar es casi permanente y se registra obviamente en las crónicas porque la guerra es siempre un hecho memorable, por desgracia, en la Historia. Pero estos ejércitos no son estables que tienen sus campamentos en una provincia determinada. Son ejércitos que provenientes de la Gallia, son enviados a Hispania para acciones concretas contra suevos, o contra alanos o vándalos. Los diferentes emperadores romanos que se suceden en Italia durante el periodo no renuncian a someter a estos pueblos establecidos sin el consentimiento o el acuerdo del emperador occidental. Ellos son siempre un problema, un eventual peligro, en ocasiones un motivo de dificultades e insidias para los ciudadanos romanos residentes en la Península, a quienes desde Rávena se considera todavía fieles, leales, miembros del Imperium Romanum. Estos ejércitos no están compuestos de tropas romanas

exclusivamente, de tropas integrantes del contingente oficial romano, sino que, en muchas ocasiones, son los ejércitos de los mismos pueblos bárbaros federados o aliados de los romanos que, bajo el mando de un general, bien romano bien de origen bárbaro, están al servicio de Roma para someter, apoyar o aniquilar a los pueblos establecidos en Hispania desde el 411. Otras veces los ejércitos romanos están compuestos de tropas mixtas, en las que los auxilia godos o de otros pueblos, constituyen un componente esencial y decisivo para la campaña33. En la epistula de Severo de Menorca (ca. 417/421) hay un párrafo significativo: cuando la comunidad judía de la ciudad de Iamona se dedicó a almacenar piedras y armas para una eventual lucha contra los cristianos, el obispo Severo les increpó: «¿Por qué, hermanos, especialmente en una ciudad sujeta a las leyes romanas, habéis reunido piedras y armas como si os fuerais a defender de un grupo de ladrones?»34 . El obispo estaba apelando al hecho de que en una ciudad sometida a la legislación romana (y Iamona lo era en 420), estaba prohibido llevar o tener armas dentro del recinto urbano. De iure, la población civil en la época tardía esta desarmada y no puede proporcionar soldados. De facto, la situación es diferente y, conforme avanzan y se precipitan los acontecimientos, la legislación se hace contradictoria y permite el uso de las armas a los civiles. Y los únicos en condición de armar a contingentes, son los ricos, los terratenientes y los aristócratas35. En principio, por tanto, la población de las provincias está desarmada y en casos de peligro debe recurrir a los ejércitos oficiales encargados de su defensa. En Hispania, en el siglo V, ¿a qué ejército podían recurrir? Los documentos oficiales nacidos en los ámbitos de la corte del emperador contenían una lista de la distribución de las tropas del Imperio. En teoría, estos documentos, resumidos en uno denominado Notitia Dignitatum tam civilum quam militarium, que describía todos los cargos civiles y militares del Imperio en cada una de sus provincias y dioecesis36, debería reflejar la realidad de las fuerzas y mandos a disposición de los emperadores reinantes, tanto en Oriente como en Occidente. Pero éste no es el caso. La parte de la Notitia que se refiere

a Occidente pudo haber sido redactada en los primeros años del siglo V37 y su autor utilizó información desfasada y poco actualizada, por lo que sus informaciones sobre la disposición del ejército de la Península Ibérica no son de valor suficiente para aplicarlos a la realidad histórica de los primeros años del siglo V en Hispania38. La corriente de opinión más generalizada entre los investigadores de la Notitia va cada vez más en esta dirección, es decir, en considerarla un documento que no refleja la realidad que propone, un texto que se ofrece al emperador, ricamente ilustrado a todo color, un estado ideal de la situación del Imperio39. Por lo tanto, todo el esquema militar establecido en el capítulo XLII de la Pars Occidentis de la Notitia referido a Hispania no resulta fiable y reproduce, quizás, situaciones o anteriores (anticuadas ya a comienzos del siglo V), o una disposición que representa un desideratum, lo que realmente debería de existir, pero no existe40. Porque, en efecto, el ejército romano a fines del siglo IV o, todo lo más, en los primeros años del siglo V, ya no existía, había simplemente desaparecido. Quizás debería matizar: el ejército romano que quedó en Hispania a partir del siglo II —una legión en León (Legio), la VII Gemina, repartida en destacamentos en diversos lugares— era ya un ejército de campesinos-soldados dedicados a tareas diversas —defensa eventual, protección de gobernadores, tareas administrativas, escolta, represión del bandidaje—, pero no era ya el ejército oficial estable que fue en época de Augusto. Ya en el siglo II, con motivo de las razzias de los mauri en la Bética, el destacamento de la legio VII Gemina tuvo que unirse a un ejército venido del exterior41. La tranquilidad de la Península Ibérica durante los siglos II al IV favoreció este fenómeno de conversión del ejército en un campesinado práctico y técnico. Ahora bien, los componentes de este ejército retirados a la vida «civil» siempre pueden volver a las armas, siempre pueden erigirse en defensores de una ciudad, de una villa, en caso de necesidad. Ésta es la doctrina, por otro lado, del tratado de rebus bellicis, escrito a mediados del siglo IV, que recomienda, precisamente al emperador Constancio II que tome estas medidas con su ejército, que lo licencie, pero que le sirva en caso de necesidad42.

Contamos con muchos indicios que permiten hacer esta afirmación. Uno de ellos es que durante el siglo IV no hay ninguna ceca de producción de moneda en ningún lugar de la Península Ibérica. Hispania se abastecía del numerario producido en tras regiones del Imperio, principalmente de la vecina Gallia (Lyon y Arlés), de Italia e incluso de cecas orientales43. Allí donde había tropas había concentración de cecas (un ejemplo serían las regiones del Bósforo, con las cecas de Constantinopla, Cyzico, Nicomedia, o los Balcanes, con Tesalónica, Serdica, Siscia etc.)44. Por el contrario, cuando Máximo es nombrado emperador en Tarraco, se crea inmediatamente una ceca para atender a las necesidades de su ejército (véase supra Capítulo 1 (2)). Además, en la dioecesis Hispanirarum no hubo ninguna fabrica armorum, y aunque este hecho no es tan decisivo como las cecas para hablar de presencia del ejército, resulta significativo, ya que las fabricae armorum eran las que producían y reparaban el armamento. Si observamos la información literaria los indicios de ausencia de ejército estable regular apuntan a la misma dirección. Ni aunque admitiéramos que las referencias de la ND son válidas para la fecha de su redacción, podríamos aceptar que en Hispania hubo tropas de limitanei o un limes (como pretende una larga parte de la historiografía española reciente), por la sencilla razón de que ni en el capítulo XCLII de la ND, ni en cualquier otro lugar se menciona un dux para Hispania (solo aparecerán más tarde como comandantes de los ejércitos visigodos al final del siglo). Los ejércitos comitatenses, móviles, están mandados por comites y los de frontera, por duces45. En la Notitia no aparecen los duces al mando de las supuestas tropas estacionadas en el norte de Hispania. Cuando en el 407 penetró en Hispania el ejército del usurpador Constantino III, al mando del general Gerontius, no tenemos noticia de ninguna reacción ni oposición en la Península. El ejército llegó directamente y sin obstáculos hasta la Lusitania (probablemente se dirigía a Emerita, la capital). Cuando llegaron a Lusitania encontraron resistencia encabezada y organizada por los familiares de Honorio, Dídimo y Veriniano, que le hicieron frente con un ejército privado porque, señala Zósimo, las tropas estacionadas en Lusitania («ton en te Lusitania

estratopedon») eran insuficientes46. Los hispanorromanos contrarios a Constantino III no encontraron, no pudieron encontrar, el apoyo del ejército oficial establecido en Hispania porque no existía como tal, y debieron recurrir a sus propios campesinos y colonos para, aliados con los escasos contingentes defensores de las ciudades (burgarii), hacer frente al usurpador47. Dos conclusiones: estos burgarii que apoyan a Dídimo y Veriniano están en Lusitania, es decir, en un territorio que no se menciona en la hipotética distribución de la ND en el capítulo XLII48. Y dos: este remanente de personas en armas es muy reducido y muy poco numeroso e insuficiente a todas luces como para hacer frente al ejército de Constantino III49. En un párrafo anterior Zósimo dice que Constantino III tenía miedo del poderío de los parientes de Honorio en Hispania y de que un día pudieran formar un ejército («póte dúnamin sunagogóntes ton autóthi stratioton autoi») con los soldados establecidos allí y pudieran pasar los Pirineos y atacarle mientras Honorio enviaba desde Italia sus legiones (stratópeda) para rodearlo entre dos frentes50. En este texto hay que observar que mientras Zósimo habla de las legiones de Honorio, no precisa que se trate de legiones en Hispania, sino solo los soldados remanentes del ejército hispánico no organizados como legiones regulares. Constantino sabía que los parientes de Teodosio no tenían cargo militar alguno, pero sí riquezas suficientes para formar un ejército. Los hechos demostraron que los temores de Constantino III eran ciertos, ya que los parientes crearon una dúnamis integrada por los campesinos de sus propiedades. Ninguna fuente nos habla de que estuviesen entre ellos también soldados regulares. La batalla entre el «ejército rústico de Dídimo y Veriniano» y el ejército oficial del usurpador fue incierta. Constantino III se vio obligado a enviar refuerzos —los honoriani (u honoriaci)—, que esta vez sí, acabaron con la resistencia (véase supra Capítulo 1 (1)). Otro indicio claro de la inexistencia de este ejército oficial en Hispania a comienzos del siglo V, y contra lo que señala la ND, es la organización de la defensa de las fronteras de la dioecesis. No había ejército romano destinado a la misión de defender o vigilar los Pirineos51. Ya en el año 398, el prefecto del

pretorio de la Gallia, Vincentius, recibe instrucciones referentes a mantener tropas en las fronteras de Hispania52, es decir, la defensa de Hispania estaría del otro lado de los Pirineos. Estas guarniciones del territorio galo tendrían como misión la vigilancia de los caminos y el transporte. Y se puede afirmar esto, porque la defensa de la parte hispana de los pasos pirenaicos estaba confiada, como señala expresamente Orosio, a rústicos y gentes locales desde hacia mucho tiempo53. Uno de los problemas que dio lugar al acuerdo y paso a Hispania de suevos, vándalos y alanos fue precisamente que Constante dejó a los honoriaci como fuerza de protección de los Pirineos arrebatando esta función a los rústicos locales lo que, según Orosio, ocasionó gran frustración y descontento entre la población y no contó tampoco con la aquiescencia de Gerontius. Los honoriaci, que además habían saqueado los campi pallentini como premio a su victoria sobre la resistencia prohonoriana al usurpador, aliados a Gerontius, dejaron pasar a los bárbaros a la Península y constituyeron así el grueso del ejército de Gerontius y Máximo en su empresa de derrocar al usurpador Constantino III (véase supra Capítulo 1 (1)). El ejército de Gerontius y de Máximo estaba compuesto, además, por tropas de la Gallia pasadas a su causa tras abandonar a Constantino III. Con ellos Gerontius sitió Vienne y apresó a Constante, y puso en peligro la misma usurpación de Constantino III. Pero este ejército también abandono a Gerontius y a Máximo y fue transferido a África y más tarde a Italia54. A partir de este momento, 411, no tenemos noticia de ejército romano en Hispania. Todas las veces que se menciona un ejército, viene del exterior, es enviado desde las Galias. Es evidente que Ataúlfo se desplazó a Barcino con su ejército (y su pueblo) y que, más tarde, Valia intentó, sin éxito, desplazarse a África en 41655. Del mismo modo, sabemos que los reyes de suevos, vándalos y alanos ofrecieron sus ejércitos a Honorio56; y, finalmente, las propias tropas de Valia sirvieron de instrumento a Fl. Constantius en sus campañas contra vándalos y alanos en 417 y 41857. En un principio, la base de operaciones de los generales romanos enviados a

Hispania para expediciones militares fue Tarraco. Allí encontramos al comes Hispaniarum Astirius en 419 preparando la expedición contra los vándalos en Gallaecia: residía en el praetorium58, protegido por sus tropas59; había llegado con un gran ejército60 y en Tarraco pidió que se hicieran oraciones por él porque se dirigía a la guerra: «ad proelium, ut vides, cum exercitum properantem orationum tuarum virtute prosequere»61. Del mismo modo, en 422, tras la derrota sufrida en su guerra contra los vándalos en la Bética, el magister militum Castinus huye y se refugia en Tarraco62 y probablemente la ciudad sirvió también de base a Asturius, dux utriusque militiae, enviado contra los bacaudae de la Tarraconense63; y lo mismo podemos decir de su sucesor, Fl. Merobaudes, enviado dos años más tarde a reprimir a los bacaudae de Aracelli64. Que Tarraco fuera la base de operaciones militares y de concentración de tropas se comprende bien si se considera que era la capital de la Tarraconense y fue plena ciudad romana hasta su conquista por los ejércitos de Vicentius, dux et quasi magister militum, al servicio de Eurico en el 473 (véase infra Capítulo 3 (2)). Otro ejército romano fue enviado a Hispania en 422 y lo encontramos mencionado en la epistula de Honorio. Fue enviado para reprimir la rebelión y usurpación de Máximo y Jovino. Pero esta vez lo encontramos establecido transitoriamente en Pompaelo, otra ciudad de la Tarraconense (véase supra Capítulo 1 (4)). Conocemos su composición: una serie de tropas comitatenses que genéricamente se describen como «seniores, iuniores, speculatores ac britanni»65. Este ejército, que había estado en Hispania con motivo de la usurpación de Máximo, ya de regreso a sus bases, recibe la carta de Honorio en la que les felicita por su éxito y les promete un aumento de stipendium, además de solicitarles que agradezcan el hospitium recibido durante su estancia. Con ellos había venido el patricius Sabinianus, encargado de la misión especial de tratar con Máximo. La usurpación de este último se había hecho con el apoyo del ejército vándalo66. Después de esta fecha siguieron viniendo tropas a Hispania en misiones diversas y con resultado igualmente diverso. En 431 encontramos a Andevotus y

su ejército presentando batalla al rey suevo Rechila cerca del río Singilis (Genil), en la Bética. A través de Hydacio sabemos que Andevotus llevaba consigo el thesaurus, con oro y plata, para pagar a las tropas, que cayó en manos de los suevos. Hydacio no nos dice quién era este Andevotus ni qué cargo tenía, pero Isidoro en su Historia suevorum, precisa que era dux Romanae militiae67. La expedición de Andevotus fue probablemente motivada para evitar la expansión sueva en Bética. Thompson, de forma incomprensible, hace de Andevotus comes Hispaniarum («Count of the Spanish Provinces»), cuando Isidoro lo denomina dux Romanae militiae. Este error se debe a que Thompson parte del supuesto, equivocado, de que Andevotus y otros generales romanos como él en el periodo formaban parte del mando militar en Hispania todavía existente desde fines del siglo IV, sin percatarse de que se trata de tropas expedicionarias que van y vienen y que los cargos militares son nombrados específicamente en cada caso68. No sabemos si la embajada de Censurius a los suevos en el año 437 implicó la llegada de un ejército romano con él69. Estando en Mirtylis (Mértola), fue sitiado por Rechila y obligado a rendirse. Normalmente, una embajada para tratar asuntos de paz o de rehenes no implica el acompañamiento de un ejército. Y éste parece ser el caso de Censurius. A este personaje ya lo encontramos como embajador entre los suevos con anterioridad, acompañando al historiador y obispo Hydacio desde la Gallia en el 43270, y de nuevo en 437, en otra embajada acompañado esta vez por Fretimundo71. Según Tranoy, Censurinus, tras las negociaciones con los suevos, pensó unirse a las tropas de Andevotus, que acababa de ser derrotado por Rechila, pero fue sorprendido por éste y su ejército en Mirtylis, ciudad cercana a Emerita, donde tenía su base el rey suevo. Más tarde, Censurinus, como cautivo del ejército suevo, se encontraba en Hispalis en 449, donde fue asesinado por Agiulfo72. En 446 fue enviado a Hispania Vitus, magister utriusque militiae, con un gran ejército («non exigue manus fultus auxilio», Hyd., 126) a la Béticaya la Carthaginiense, pero fue derrotado y huyó. Las razones de esta expedición son desconocidas73. Mansuetus, comes Hispaniarum, fue enviado a los suevos en 452, pero su misión era de carácter

diplomático y no militar74. A partir de este momento no volvemos a oír hablar de más ejércitos enviados a la Península por la autoridad romana. La llegada de Teoderico en 456, aunque se hizo con el acuerdo y consentimiento del emperador Avitus, trajo consigo la presencia en Hispania de un ejército visigodo integrado, además, por tropas auxiliares burgundias y francas. Con Teoderico, el ejército visigodo toma las riendas de los asuntos de Hispania, no solo en los referentes a la guerra, sino en las relaciones y tratados o pactos con los suevos75. Y así vemos llegar sucesivamente a Cyrila, dux del ejército visigodo; a Sinericus, también dux, y, más tarde, a los magistri militum Nepotianus y Sinericus76. Existe, sin embargo, un paréntesis: en el año 460 entra en Hispania un ejército romano, con el mismísimo emperador Mayoriano al frente, que cruza la Península, pasando por Caesaraugusta, hasta la Carthaginiense77. Pero este ejército está solo de paso, en una amplia operación contra los vándalos de África. La flota que se había estado organizando por encargo del emperador en la costa de Alicante fue capturada por los vándalos que habían sido avisados del proyecto imperial por unos traidores a la causa romana, y Mayoriano, al llegar, se encontró sin barcos. Frustrado, regresó a Italia78. Pero la expedición de Mayoriano requiere un momento de atención.

El emperador Mayoriano en Hispania: año 460 De la larga lista de emperadores romanos desde Augusto en adelante, son rarísimas las ocasiones que un emperador visitase las provincias hispánicas ni para hacer la guerra ni para dejarse ver en sus ciudades o en su territorio. Solo conocemos, de hecho, tres: Augusto, en el 26 a.C. con motivo de las guerras cántabras, y una segunda vez hacia el año 14 a.C. para reorganizar las provincias; Adriano, en el siglo II, que se detuvo en Tarraco y allí incluso estuvo a punto de ser asesinado, y Maximiano Hercúleo, que, a fines del siglo III,

dirigiendo su ejército personalmente, atravesó la Península para dirigirse a África después de haber vencido a los piratas francos en las costas de Lusitania. Ni aun los emperadores más viajeros, como Caracalla o Septimio Severo, o Nerón, se ocuparon nunca de visitar la Península79. Por ello, la presencia de Mayoriano en el 460, aunque fuera solo de paso y en el contexto de una expedición militar, es un hecho relevante. Y así lo entendió el autor de la Chronica Caesaraugustana, que registró puntualmente su presencia en Caesaraugusta, su ciudad, noticia que seguramente encontró en los propios anales locales. La llegada a Caesaraugusta, que, no olvidemos, había sido sede imperial a comienzos del siglo con la presencia del césar Constante, hijo de Constantino III «cum aula et coniuge sua», indica que Mayoriano provenía, acompañado de sus tropas, de la Gallia. Pero no todas las fuentes que hablan de esta expedición coinciden ni sobre el itinerario ni sobre cómo se desarrolló. Los vándalos constituían en África, desde su establecimiento allí en 430, un problema permanente para Italia, con sus continuos acosos a islas y navegación en el mediterráneo. Los romanos necesitaban África por razones de aprovisionamiento fundamentalmente. Nunca se había intentado, sin embargo, una expedición de envergadura contra ellos en su propio territorio. Y eso fue lo que emprendió Mayoriano, preludiando la política de Justiniano en el siglo siguiente80. Mayoriano, sucesor de Marciano en el 45781, después de haber llegado a un acuerdo con el rey godo Teoderico82, se sintió seguro para emprender una expedición contra el regnum vandalorum de África, que fue preparada con minuciosidad ya desde el 45883. Según el historiador Procopio, el emperador concentró en la Liguria un gran ejército para dirigirse a África84 y decidió previamente explorar y espiar los efectivos vándalos en Cartago. Según Procopio, Mayoriano era famoso entre todos por su cabellos rubios «como el oro»85. Se tiñó, por ello, el pelo de negro para no ser reconocido, y se presentó en la corte de Geiserico como un embajador romano. El rey lo recibió amablemente e incluso le enseño el arsenal de armas de que disponía a fin de atemorizarlo. Pero durante la visita las armas chocaron entre sí ellas solas de

forma que produjeron un estrépito tan atronador que Geiserico creyó que se trataba de un terremoto. Al percatarse de que no había habido tal terremoto, el rey vándalo interpretó el hecho como un mal presagio. Mayoriano, mientras, había regresado a Liguria y, poniéndose al frente de su ejército, atravesó la Península Ibérica hasta las columnas de Hércules con la intención de cruzar el Estrecho y dirigirse por tierra contra los vándalos, en definitiva, repitiendo el itinerario que habían hecho ellos en 429. Geiserico se preparó entonces para la guerra. El relato de Procopio termina con la muerte de Mayoriano por disentería en el curso de la expedición86. Generalmente este testimonio de Procopio esta considerado como fantástico e inventado87. Y, en efecto, contrasta con otras fuentes más contemporáneas, como el propio Hydacio, que lo presentan de modo más creíble y diferente. Pero un eco de la descripción de Procopio se encuentra en el historiador Prisco de Panium que escribió una Historia en VIII libros en la segunda mitad del siglo V88 conservada solo en fragmentos. Prisco señala que Mayoriano reunió una flota de 300 barcos para pasar a África89. Geiserico le envió embajadores para intentar llegar a un acuerdo, pero Mayoriano los rechazó. El rey vándalo arrasó su propio territorio envenenando, incluso, los pozos de agua por donde debía pasar el ejército romano que vendría desde Hispania. El envenenamiento de los pozos podría estar en relación con la disentería, causa de la muerte del emperador, según Procopio. Pero el mismo Prisco, en otro fragmento (frag. 36.2), señala que el emperador se retiró de forma vergonzosa de la expedición y cruzando a Italia, Ricimero y sus hombres lo capturaron, le arrancaron el paludamentum y la diadema y, tras golpearle, le cortaron la cabeza. Aunque menos fantástico que Procopio, el relato de Prisco tampoco se corresponde con la documentación más segura que poseemos —Hydacio, Marius de Aventicum y la Chronica Gallica—. Según estos historiadores, Mayoriano no llegó nunca a poner pie en África, y coinciden con Prisco en que fue Ricimero quien lo asesinó cuando volvía de la Gallia a Roma90. Los preparativos de la campaña a la que alude S. Apollinar91 ya en 458 fueron

sin duda los de organizar la flota en las costa del Levante en Hispania y disponerlas entre Elche y Cartagena. Allí pudo reunir los 300 barcos necesarios para pasar a África. Gran empresa marítima que demuestra, si no la existencia de una flota militar en Hispania, al menos la disponibilidad de los barcos suficientes de transporte. El emperador debía, luego, una vez preparadas las naves, llegar por tierra atravesando la Península haciendo parada triunfal en las principales civitates (Caesaraugusta) y atravesando dos provincias que eran en el momento plenamente romanas, la Tarraconense y la Carthaginiense, esta última devuelta a los romanos por los suevos en el 45592. Thompson, en su estudio sobre la expedición, presenta los hechos con cierta imprecisión93 y considera que la llegada de Nepotiano y Sunerico en 460, registradas en la Chronica de Hydacio, fue para atacar a los suevos a fin de evitar eventuales hostigamientos al ejército imperial cuando atravesase la Tarraconense o la Carthaginiense94; pero el texto de Hydacio no permite estas conclusiones porque Nepotiano y Sunerico van a Gallaecia como embajadores y solo un destacamento godo ataca Lucus95. Mayoriano y su ejército fueron traicionados por gentes de Carthago Nova o zonas cercanas, ya que avisaron a los vándalos de los preparativos de la flota, y éstos, anticipándose, se apoderaron de ellas96, lo que hizo volver a Mayoriano a Italia. Lo interesante de este hecho es la constatación de la existencia de población romana, evidentemente, contraria al emperador Mayoriano y, en definitiva, al Imperio y favorable a los vándalos. Ello solo se explica por las intensas relaciones entre la costa levantina y el regnum vandalorum. Prevaleció el interés de las buenas relaciones y el mantenimiento de los lazos de colaboración y amistad de algunos cartaginienses con los vándalos antes de que se diera la posibilidad de su derrota. Ello hace pensar en relaciones comerciales o intercambios diversos y a la asiduidad y presencia de vándalos en la zona. Otros opinan que ésta es una prueba más del rechazo y preferencia de mucha de la población romana por los bárbaros en vez de seguir aceptando a los romanos97. El episodio de Mayoriano es considerado como el último momento en el que un ejército romano estuvo presente en la Península Ibérica. A partir de

entonces no fueron enviados nunca más magistri militum a Hispania y el comes Hispaniarum no vuelve a reaparecer98, pero hemos visto que el hecho y desvinculación de Roma de los asuntos de Hispania en materia militar comienza un poco antes, con Teoderico y su presencia en la Península en el 456. Las referencias a tropas y mandos militares después de este paréntesis se refieren a ejércitos visigodos mandados por generales godos o romanos al servicio de los godos que, por otro lado, asumen los títulos de la estructura militar romana. Así, encontramos ya en el reinado de Eurico (466-484), al comes Gauterico tomando Pompaelo y Caesaraugusta99; a Nepotianus, magister militiae, en 459 (Hyd., 192); a Sunericus, comes (Hyd., ibid.), a Arborius, sucesor de Nepotianus, y, por tanto, magister militiae (Hyd., 208, año 462); a Heldefred, comes; a Salla, dux en Emerita, y a Vincentius, dux. Los visigodos mantienen la nomenclatura militar romana en los cargos principales de su ejército, pero en ocasiones no están muy claras las funciones que desempeñan o si se corresponden exactamente a las funciones que designaban entre la organización militar romana100. El caso de Vincentius es un ejemplo ilustrativo: La Chronica del 511 lo denomina dux durante sus campañas en tarraconense (toma Tarraco y las ciudades de la costa), pero luego lo denomina quasi magister militum101. Después de sus victorias Vincentius se queda en la Tarraconensis como dux provinciae102, probablemente encargado de la provincia con competencias civiles y militares103. El análisis de las vicisitudes del ejercito romano en Hispania en el siglo V demuestra, entre otras cosas, el interés de la corte Imperial, se halle en Rávena, en Roma o en Gallia, en recuperar y controlar los territorios de la Península, enviando generales de un rango muy alto (magistri militum, comites) con importantes ejércitos que, sin embargo, como destacó Thompson, fracasaron la mayoría de las veces en sus enfrentamientos con suevos o vándalos. No había ejército romano en Hispania y todos los cargos militares fueron denominaciones ad hoc cuando se les encargaban las misiones en Hispania (comes Hispaniarum). La población estaba a merced de los bárbaros y en la mayoría de los casos

procuró armarse para defender sus intereses, villae, poblaciones, castra, o simplemente sus vidas. Los habitantes del castrum de Coviacum se enfrentaron y derrotaron ellos solos a los godos104; los de un lugar desconocido del conventus de Lucus consiguieron rechazar a un contingente de hérulos por sus propios medios105. Los generales romanos que vinieron sucesivamente a Hispania no incorporaban tropas locales a sus ejércitos, como pensaba Thompson; traían sus propias tropas, porque el ejército romano de Hispania había dejado de existir ya desde finales del siglo IV o quizás antes. Por eso Thompson, que todavía pensaba que el ejército reflejado en la Notitia existía en Hispania, es decir, unos 10.000 u 11.000 hombres, se pregunta con cierto grado de desesperación: «¿Se había evaporado la lealtad de los tropas romanas?, ¿o es que la guarnición de Hispania de 10.000 hombres existía solamente sobre el papel?, ¿existieron alguna vez?»106. Ciertamente no existieron. Los campesinos defendían las fronteras, los campesinos se enfrentaron al ejército de Constantino III, los campesinos se pusieron bajo la égida de Basilius para atacar el territorio de la Tarraconense, nadie pudo oponerse a la entrada de los godos o a las campañas de los suevos. Por eso los emperadores mandaron continuamente ejércitos a Hispania durante toda la primera mitad del siglo V.

Capítulo 4 Ciudades y villae

1. Las ciudades El mundo romano es un mundo de ciudades. Las ciudades, con su autonomía y sus ciudadanos, son la espina dorsal del Imperio Romano. Sin ciudades no hay otra cosa que «bárbaros» agrestes que viven en el campo, en las montañas o fuera de las fronteras del orbis romanus. Las ciudades rivalizan entre sí y los ciudadanos aspiran al privilegium libertatis que significa pertenecer a ellas1. La Península Ibérica, que vio la presencia de los romanos ya en el siglo III a.C., no era, naturalmente, una excepción. En el siglo V d.C. se puede afirmar sin titubeos que Hispania es, como el resto de las provincias del Imperio, «un conglomerado de ciudades» (A. H. M. Jones). En el siglo V, como en el IV, o en épocas anteriores, las ciudades son muy distintas entre sí. Su grado de evolución es también diferente. Pero lo primero que se constata, a través de la lectura de los textos (escasos, pero significativos), es que la ciudad del siglo V sigue siendo el centro fundamental de la civilización y del concepto y modo de vida, tanto de sus habitantes como de aquellos que vinieron a habitar la Península Ibérica como nuevos inquilinos. La ciudad sigue siendo el punto de referencia para toda clase de actividades y el referente político y de representación2. Al estudiar la ciudad en este periodo, las preguntas que el historiador puede (y debe) formular son múltiples y polifacéticas: ¿qué conservaban de su fisonomía anterior? Solo la arqueología urbana puede contestar a esta interrogación. Y

muchas ciudades romanas o no están excavadas por razones diversas, o lo están solo parcialmente. Es muy difícil poder trazar un cuadro satisfactorio para lograr responder a esta pregunta. En algunos casos es posible solo parcialmente. ¿A qué extremos de ruina o degradación o abandono habían llegado? Pregunta igualmente difícil cuya problemática esta ligada a la anterior. Pero sobre este punto conviene recordar que los conceptos de ruina o degradación son conceptos modernos si se aplican al periodo que nos ocupa. Quizás los antiguos no tenían esa misma conciencia o no medían con la misma escala de valores lo que nosotros consideramos ya «estado ruinoso», «recuperación de una zona por squatters» etc.3. El juicio moral sobre las ciudades tardorromanas o de la Antigüedad Tardía no se puede hacer confrontándolas con los parámetros ideales del urbanismo clásico. Las ciudades son urbanísticamente distintas, pero pueden seguir ejerciendo su misma función y ofrecer a sus habitantes el estímulo de vivir en la ciudad como epicentro de su vida política, ciudadana, económica o de sus seguridad. Ya P. Brown advertía en 1978 que «las ciudades tardorromanas son distintas de las de la época de los Antoninos (siglo II d.C.), pero no son ciudades forzosamente arruinadas o decadentes»4. Además de estos interrogantes mencionados, que se refieren principalmente al aspecto físico de las ciudades, a su transformación urbanística eventual, debemos plantearnos otros no menos fundamentales. Se trata de saber no solo la situación del paisaje urbano, sino qué función desempeñaban esas ciudades, qué tipo de administración tenían, si habían dejado de ser centros de comercio y mercado o si eran autárquicas, qué población albergaban. Preguntas prácticamente imposibles de responder también, debido a la falta de documentación. ¿Podemos cuantificar sus poblaciones? ¿Cuál era su relación con el territorium? ¿Siguieron sus administradores siendo romanos o siguieron estando bajo administración romana? Para el ámbito cronológico de este libro solo escasísimas noticias nos permiten apenas responder a estas preguntas. Pero voy a tratar de abordarlas todas comenzando por un aspecto muy debatido entre arqueólogos e historiadores: el de la eventual destrucción violenta de los núcleos urbanos

debida a agentes externos, es decir, por causa y obra de «los bárbaros» que se instalaron a comienzos del siglo en el territorio. En la introducción de este libro me he referido a que la Chronica de Hydacio, casi nuestra única fuente escrita parta el periodo, ofrece un panorama catastrófico y de destrucción generalizada debida a las acciones de los suevos, y de vándalos y alanos en menor medida y, ocasionalmente, por obra de los godos. Paradójicamente, la misma lectura de Hydacio no permite esta conclusión para las ciudades por mucho que, a veces, los arqueólogos se empeñen en hablar de destrucciones e incendios atribuyéndoselos a estos pueblos. En otras ocasiones, por el contrario, lo que en las fuentes escritas aparece como destrucción total no encuentra confirmación arqueológica tan evidente. En este sentido hay que tener siempre presente lo que de retórico y tópico tienen, ineludiblemente, las fuentes antiguas, sean del siglo V d.C. o del IV a.C.5 Para analizar y valorar el problema de las destrucciones de ciudades por parte de los pueblos «bárbaros» hay que considerar que la capacidad de conquistar ciudades era, entre ellos, prácticamente nula. Por eso las ciudades fueron tan eficaces en la defensa del Imperio Romano. Este hecho, el de la ineficacia o dificultad de conquistar ciudades por parte de los pueblos «germánicos», es un dato que se constata continuamente a lo largo de su historia6. Los sitios de ciudades llevados a cabo por los pueblos germánicos duraban mucho tiempo y en muchas ocasiones se resolvían con una retirada sin haber conseguido su objetivo. Por ello, la mejor defensa de los provinciales era encerrarse y defenderse dentro de la ciudades7. La mayoría de las veces si conseguían entrar o apoderarse de una ciudad era o por medio de la traición, o por el engaño, o mediante estratagemas diversas. En Hispania, en las pocas ocasiones que sucedió, se confirma este hecho. E. A. Thompson demostró, en un meticuloso análisis de las referencias de Hydacio, que sus indicaciones a conquistas o destrucciones de ciudades de forma violenta en Hispania son mínimas. Las pocas ciudades de Hispania que cayeron en manos de vándalos o suevos fue como resultado de traiciones o engaños y en

muy escasa ocasiones sufrieron destrucción8. En Hydacio tenemos constancia de capturas de ciudades, pero no de su arrasamiento o destrucción más que en tres casos. Los suevos se contentaban muchas veces con saquear el territorium para conseguir su botín, pero no las ciudades mismas. El vocabulario de Hydacio es preciso en estos casos y no ofrece lugar a dudas. «Rechiarius depredatur Caesaraugustam regionem» (449); el territorium de Lucus fue también saqueado (460) y lo mismo el de Asturica en (468). La toma de una ciudad la expresa utilizando los términos eversa, capta (caso de Hispalis, por ejemplo), aunque a veces vemos que los suevos entran simplemente en ellas, sin oposición (Rechila en Emerita en 439, o los ejemplos de Scallabis o Hispalis misma). Pero ni en una ni en otra circunstancia se refiere a su destrucción. El caso de Conimbriga es distinto: Hydacio habla claramente de su destrucción: «domus destruuntur cum aliqua parte murorum... regio desolatur et civitas»9. Nótese que, aun así, el cronista habla de que fue destruida solamente una parte de la muralla. Teoderico no se atreve a asaltar Emerita ni tampoco lo hace Heremegario. Ello es atribuido por Hydacio a la intervención milagrosa de la mártir Eulalia, pero es evidente que las razones disuasorias fueron probablemente sus murallas. Se ha destacado también (Thompson) que en ocasiones los suevos o los vándalos entran en una ciudad y la ocupan por segunda vez al poco tiempo. Estas dobles ocupaciones resultan incomprensibles a primera vista, porque es absurdo ocupar una ciudad y volverla a tomar, otra vez, al poco tiempo; pero ello se explica por el ambiente de coexistencia entre hispanorromanos y bárbaros, o por la necesidad sentida por los nuevos ocupantes de mantener las estructuras romanas: la ciudad hay que conservarla como centro administrativo o económico o político, sin necesidad de destruirla. No hay, por tanto, a juzgar por los textos que nos proporciona un testigo de los acontecimientos de los primeros sesenta años del siglo V, destrucción masiva de ciudades, como por otro lado era de esperar. Hydacio es en esto más creíble que en otros aspectos de su obra, precisamente por el carácter generalmente apocalíptico de su Chronica. Podría haber acentuado los tintes catastróficos

señalando que hubo arrasamientos de los centros urbanos, hecho que le hubiera servido para enfatizar su panorama desolador y de destrucción de la civilización romana. Esto lo hace, sí, a propósito del saqueo de Bracara; un saqueo, por otro lado, que de ser cierto tal y como él lo relata, no fue obra ni de los suevos ni de los vándalos, sino de los godos y de las tropas de francos y burgundios que les acompañaban10. Del mismo modo, Asturica y Pallantia fueron saqueadas y destruidas, según Hydacio, también por los godos y sus aliados11. Lo significativo, por tanto, es la gran cantidad de ciudades mencionadas por el cronista, ciudades activas, ciudades objeto de interés de los nuevos inquilinos de la Península en el siglo V. Estas numerosas referencias a ciudades en Hydacio indican que las antiguas provincias romanas de la Península Ibérica eran todavía un «conglomerado de ciudades». Cuál era su situación urbanística y cuál fue el proceso de su trasformación es otro problema, pero podemos afirmar que, en general, ningún cambio especifico fue debido a la destrucción por agentes externos, sino que se debió a causas diferentes.

La población Es inútil hablar de cifras. Todas las especulaciones que hagamos serán hipótesis que no podremos confirmar. ¿Cuántos habitantes tenía Barcino en los primeros años del siglo V, cuando se instaló en ella Ataúlfo? Solo conocemos muy parcialmente los restos arqueológicos tardíos de la ciudad y no son suficientes para evaluar aproximadamente una población. Es obvio que mucha de esta población viviría en los suburbia, fuera de la ciudad, en su territorium. ¿1.000 personas? ¿2.000? Está claro que Tarraco o Emerita son ciudades que podían albergar mucha más gente que Barcino, pero no sabemos cuántos espacios vacíos, o libres, o cultivables se encontraban dentro de la ciudad. Y lo mismo podemos decir de otras muchas mencionadas en los textos. Sin embargo, sí que podemos hablar de la población y de algunas de sus actividades, actitudes

y composición. La carta de Severo de Menorca permite vislumbrar algunos rasgos y características de los habitantes de Iamona (actual Ciudadela, en la isla de Menorca) hacia el año 418-419. Se trata de una población heterogénea pero que vive separada a causa de intransigencias religiosas: no se permite que vivan los judíos allí, y ni siquiera se les concede el derecho de la hospitalitas12. Las leyes romanas seguían vigentes en la ciudad, y una institución como el hospitium y la hospitalitas era una costumbre en ellas13. El pueblo de Iamona es un pueblo agresivo, que toma parte activa en los acontecimientos de la ciudad. Cristianos y judíos se aprestan a llegar a las manos, a la batalla campal con palos, piedras y armas en las calles mismas14. Los actos de violencia por razones de intolerancia religiosa arrastran a un gran número de habitantes que participan en ellos de forma masiva. Incluso llegan a destruir y demoler la sinagoga15 en su furia exaltada. El pueblo participa y toma partido en la discusión teológica. Se nos habla de procesiones y de cánticos durante las mismas, del mismo modo que, en el siglo siguiente, los tenemos atestiguados en Emerita en las Vitas Patrum Emeritensium16 o, en el siglo IV, también en Emerita con motivo de las mismas querellas antipriscilianistas17. Además del pueblo, la carta de Severo permite saber algo de algunos personajes prototípicos de una ciudad tardía que se distinguen por su prestigio, auctoritas y riqueza y que dominan por tanto a sus conciudadanos. Teodoro, además de desempeñar un papel predominante en la comunidad judía de la localidad (era pater patrum)18, había sido miembro de la curia municipal y defensor civitatis y, en el momento del enfrentamiento entre judíos y cristianos, era patronus municipium19. Teodoro se distinguía no solo por su prestigio, sino también por su riqueza: «et censu et honore saeculi praecipuus erat». De igual modo encontramos grandes matronas, ricas propietarias e influyentes. Naturalmente, junto a Teodoro, el individuo más influyente es el obispo, el propio Severus, que atendía a los asuntos religiosos de Iamona y Magona (Mahón), al mismo tiempo. En la carta de Consencio a Agustín, que hemos analizado aquí en varias

ocasiones, y que es casi contemporánea a la de Severus (ca. 419-420), encontramos también algunas referencias a la población, esta vez de Tarraco, la capital de la Tarraconense. Y de nuevo el pueblo de Tarraco aparece plenamente comprometido en el asunto de las acusaciones de priscilianismo a ciertos individuos de rango que vivían en la ciudad. Participa directa y activamente en las polémicas públicamente, bien sea en manifestaciones masivas bien con su asistencia y presencia en los juicios y tomando partido por unos o por otros. Éste es un fenómeno que caracteriza a la sociedad tardía que se puede calificar de efervescencia teológica. El obispo Gregorio de Nisa, aunque en un escenario distinto, en Oriente, podía decir: «[se refiere a Constantinopla] Toda la ciudad está llena de esta pasión; las plazas, los mercados, las calles, los pórticos; todos, los viejos, los cambistas de moneda, los vendedores de alimentos: todos están ocupados en la discusión. Si preguntas a alguien que te de cambio, te responde filosofando sobre “El Engendrado” y el “No Engendrado” (se refiere aquí a la doctrina arriana); si preguntas por el precio del pan, te dan como respuesta que el Padre es más grande y que el Hijo es inferior, y si demandas si está preparado el baño, el sirviente contesta que el Hijo fue hecho de la Nada»20. Esta vivencia del fenómeno teológico y de la controversia religiosa es un hecho innegable en la sociedad tardoantigua y es inseparable de la misma. Ello explica como normales y cotidianas las descripciones de Consencio a propósito del pueblo de Tarraco o las de Severo a propósito de Iamona. La teología, la herejía, se vive como una realidad palpable y participativa real que incluso lleva a situaciones de violencia y desorden, especialmente en los ámbitos urbanos21. De la misma manera que en Iamona, encontramos también en Tarraco una sociedad estructurada de forma semejante. No dejan de aparecer las ricas damas, como Severa, cuya madre poseía un castellum (una villa) lejos de la ciudad. Del mismo modo hallamos a la hija de Astirius, el comes Hispaniarum enviado a la Península para combatir a los vándalos en 42022. Se adivinan las relaciones familiares de la clase de los honorati en Tarraco23. La hija de Astirius estaba emparentada con el rico y potente presbítero Severus24. Su casa estaba gobernada y dirigida por un servus

(¿un liberto?)25 que controlaba toda la servidumbre de la casa incluida la hija de Astirius26. Este mismo servus se alzará en defensa de la familia irrumpiendo en la iglesia donde se había refugiado Frontón, pretendiendo estrangularlo hasta que la intervención del pueblo impidió tal sacrilegio. El desconocido servus poseía también una villa en el suburbium de Tarraco donde daba banquetes espectaculares27. Toda la familia de Astirius en Tarraco está descrita como gente de enorme poder, riqueza e influencia. Son los potentes, la elite gobernante. La hija recibe el calificativo de potentissima femina28, los familiares son potentissimi viri29, el siervo es también potentissimus quidam30. El clero forma parte también de este grupo de potentes y ricos. El presbítero Severus poseía un castellum y domestici a su servicio31 y, naturalmente, el obispo Titianus forma parte también de los potentes32. Ellos son igualmente los depositarios de la cultura. Severus es descrito como «presbyterum divitiis atque potentia litteris etiam clarum»33. En el juicio que se celebra en la ciudad para descubrir la falsedad o veracidad de las acusaciones de Frontón, están presentes varios obispos reunidos en el secretarium y sentados en sus cathedrae. Pero Astirius, recién llegado con sus tropas de camino a la guerra, y como parte indirectamente afectada por las calumnias, está presente en los juicios. Todo parece indicar que es él quien los preside: «cum igitur comes voce consurgens et omnibus interruptis»34. La sala misma está custodiada por los soldados guardia personal del comes35. Astirius ostentaba en Tarraco, en ese momento, la máxima autoridad militar y, probablemente, también civil. Al menos durante su estancia allí. Los asuntos de la Iglesia, especialmente en materia de herejías que podían en un momento dado degenerar en disensión política o violencia, no están solo en manos de la Iglesia. La autoridad civil tiene igualmente su papel de árbitro y juez. Eso era, en definitiva, lo que había sucedido con el caso del mismo Prisciliano36. Se podría pensar que estos dos casos, Iamona y Tarraco, son casos excepcionales por tratarse de dos ciudades que quedan fuera de la presencia de los bárbaros establecidos en Hispania. Y sobre todo es cierto que para ambas

disponemos de dos cartas que relatan vívidamente acontecimientos singulares ocurridos en ellas. Las referencias de Hydacio a la población son mucho más escuetas y proporcionan poca información detallada. Pero, aun así, dan una idea y permiten adentrarse en ciertos aspectos de la población de Hispania en otros núcleos urbanos. En el episodio de la conquista de Bracara por Teoderico en el año 45637, Hydacio hace una descripción de la población: en la ciudad vivían romanos y suevos conjuntamente. Los romanos fueron tomados como rehenes y los suevos masacrados. Naturalmente Hydacio habla de los clérigos y de las vírgenes y se refiere a toda la población de forma genérica —hombres, mujeres, niños— refugiados en las iglesias acogiéndose al derecho de asilo38. En 457 francos y burgundios entraron en Asturica39. Multitud de romanos y suevos (otra vez viviendo juntos) fueron asesinados; clero y obispos, capturados; ancianos y mujeres y niños, tomados como rehenes. También convivían romanos y suevos en Lucus y el gobernador de la ciudad era un romano honesto natu40; y conocemos, además, los nombres de algunos ciudadanos (romanos) de la ciudad —Dictynius, Spinius, Ascanius— que desvelaron a los suevos el lugar donde se encontraba Hydacio que fue hecho cautivo41. Los ciudadanos romanos de las ciudades eran objetivo prioritario de los asaltos de los suevos que aprovechaban luego para negociar con ellos. En Conimbriga, el nobilis Cantaber fue hecho cautivo junto con su madre y sus hijos. Ello fue el preludio de la captura masiva de sus habitantes en 467 que luego fueron dispersados a distintos lugares42. Los ciudadanos se defendieron de ataques y peligros por sus propios medios en ocasiones. Así lo tenemos confirmado en Coviacum, un castrum cercano a Asturica, cuyos habitantes consiguieron vencer a un grupo de godos en 45743. En otra ocasión, los habitantes de una localidad del territorio de Lucus hicieron frente a un grupo de hérulos que había desembarcado en las costas en número de cuatrocientos, y consiguiendo hacerlos huir44. Los ciudadanos de Turiasso defienden su ciudad con su obispo frente a los bacaudae45. El episodio de Dídimo y Veriniano, que se opusieron a la presencia de tropas del usurpador

Constantino III en Hispania, demuestra la existencia de una amplia población de campesinos y agricultores. La población de Hispana resistió a la llegada de los visigodos durante los reinados de Eurico y Alarico II (episodios de Burdunelus y Petrus), y fue capaz de ser traidora a la causa romana en Carthago Nova (episodio de Mayoriano), o se sometió voluntariamente y prefirió a los bárbaros frente a los romanos. Las fuentes escritas nos permiten ver a la población en muy diversas actitudes y al mismo tiempo permiten conocer su composición. Nobles y aristócratas gobernaban las ciudades; romanos y bárbaros convivían en las mismas; indefensos, debían defenderse por sus propios medios; clero y obispos constituyen un grupo social influyente y poderoso. No sabemos el número de los habitantes de la Península en el siglo V, ni, individualmente, los de cada ciudad. Pero, gracias a los textos, vislumbramos cuales fueron sus problemas, su composición y sus comportamientos.

Paisaje urbano La documentación literaria ofrece algunos indicios sobre la realidad física de las ciudades y sobre sus edificios o monumentos. En este aspecto es complementaria a la documentación que nos ofrece la arqueología e incluso en algunos casos nos informa de la existencia de edificios o monumentos en las ciudades que la arqueología no ha desvelado todavía. En primer lugar, hay que subrayar que no aparece en los textos ninguna referencia a edificios paganos o de culto pagano. No creo que ello signifique que se hubieran acabado completamente los cultos paganos, pero resulta relevante que Hydacio no mencione para nada el paganismo. Parece como si se hubiera acabado ya en Hispania. Hydacio o Consencio o Severo se ocupan y se interesan más por los asuntos de las herejías y las luchas entre los obispos y sus disensiones y destacan la importancia de las iglesias, especialmente su carácter

de refugio y asilo por el respeto y temor que despertaban. Las fuentes escritas, por tanto, ayudan a comprender el proceso de cristianización de las ciudades. Lo interesante de ellas es la temprana cronología que podemos asignarles. Hemos visto que Olympiodoro de Tebas se refiere a la existencia en Barcino de un pequeño oratorio en las cercanías de la ciudad, donde fue enterrado el pequeño Teodosio, hijo de Ataúlfo y Placidia, en el 41546. Fecha muy temprana para la cristianización de Barcino, pero no tan extraña si consideramos la existencia, ya en el siglo IV, de un núcleo de notables cristianos de la ciudad a cuya cabeza hay que situar al obispo Paciano47. Tarraco está relativamente bien documentada en los textos, especialmente debido a las noticias de la carta de Consencio. La existencia de la comunidad cristiana de la ciudad está atestiguada desde mediados del siglo III y los mártires Eulogio y Fructuoso fueron venerados en Tarraco desde muy pronto. La necrópolis del Francolí demuestra igualmente la presencia de cristianos desde mediados del siglo III48. Pero la carta de Consencio atestigua para el 419-420 un panorama cristiano que aparece consolidado y predominante. Frontón relata que había hecho o construido en Tarraco (instruxi) un monasterium. Algún historiador y arqueólogo ha hablado a partir de esta noticia de que en Tarraco hubo, por tanto, un monasterio en época tan temprana como la segunda década del siglo V. Ello es difícil de aceptar. En realidad, el texto de la carta despeja todas las dudas, porque dice literalmente: «mihi monasterium instruxi», o sea, que «me hice para mí (mihi) un monasterio», es decir, una celda en la que vivía apartado. Monasterium posee en el texto de Consencio el sentido etimológico de «solitario». No hay que pensar, por tanto, creo yo, ni en la existencia de una comunidad ni en un edificio de las características de un monasterio49 en la ciudad de Tarraco en esta fecha. La presencia de estos eremitorios no es infrecuente en esta época y deriva de la imitación de casos semejantes en Oriente y en el norte de África50. Como tal eremitorio debemos de pensar que el de Frontón estaría fuera de la ciudad en su territorium o suburbium, porque la condición indispensable para los monjes era la anachoresis, la separación del

mundo y de la urbs. En la carta aparece también la iglesia con su secretarium: «[Astirius] ad ecclesiam venit et mox secretarium in quo episcopi residebant»51. El secretarium se utiliza, al menos en esta ocasión, como sala del tribunal, y debía de ser una amplia sala anexa a la iglesia lo suficientemente grande como para poder contener todas las personas asistentes a las que se refiere Frontón: obispos, clero, pueblo, comes y soldados. Resulta, pues, que el secretarium es una sala anexa a la iglesia. ¿Cuál es esta ecclesia de Tarraco? Imposible de saber: ¿la catedral? ¿Estaba ya en el año 419 en el interior del recinto urbano o en su suburbium?52. La carta menciona también un hospitium, en el que se alberga el obispo Siagrio cuando llega a la ciudad para participar en el juicio: «ilico ad hospitium ad quod diverterat decucurri et salutatione praemissa...» (Ep., 11*, 11, 17). Es la primera vez, creo, que se menciona un hospitium en la documentación literaria para una ciudad romana de Hispania. La tentación de identificar este hospitium con un xenodochium, como el mencionado en las VPE en el siglo VI en Emerita, es lógica. Pero no es probable. El hospitium es un edificio común en el mundo romano y no tiene por qué tener connotaciones religiosas53. El autor de la carta no da tampoco ninguna indicación de dónde podría estar este hospitium. Otras ciudades de Hispania poseen también sus iglesias que están mencionadas en la documentación literaria. En Ilerda, la carta de Consencio atestigua la iglesia episcopal con su episcopium, o domus episcopalis, y sus dependencias, donde el obispo Sagittius recibe a los bárbaros ladrones de los libros de Severo, que él deposita en el archivo de la iglesia: se archivo ecclesiae condidisse. Por su parte, la carta de Severo hemos visto ya que testimonia la existencia de una sinagoga en Iamona (Ep. Sev., 8.4) y de que la ecclesia en la que se depositaron las reliquias de San Esteban54 se encontraba fuera de la ciudad55. Podríamos deducir de ello que la topografía cristiana no había invadido todavía el interior del recinto urbano, pero cuando los cristianos destruyen la sinagoga, y una vez convertidos los judíos, éstos construyeron con sus propias manos una basílica en el mismo lugar donde se hallaba la sinagoga, esta vez ya

en el interior de la ciudad. Si dejamos la Tarraconense tenemos noticias de otros edificios religiosos cristianos atestiguados en Hydacio. Bracara, capital de los suevos —«extrema civitas Gallaeciae»— tenía varias basílicas dedicadas a los santos (sanctorum basilicae); la presencia de vírgenes, a las que alude el cronista, podría indicar la existencia de monasterios en la ciudad, y cuando Hydacio se refiere a que el pueblo fue «abstructus de locis refugii» o cuando hace mención del locus sacer, parece que está indicando una iglesia o la iglesia principal donde se refugia la gente56. Un panorama parecido se deduce de su descripción del saqueo de Asturica: sanctae aecclesiae hace referencia, al menos, a dos iglesias en la localidad, que contenían tesoros y estaban ricamente decoradas: «sacer omnis ornatus et usus aufertur»57. En Turiasso, la iglesia sirvió de refugio tanto al obispo como a los tropas de foederati que la defendían58 y también en Aquae Flaviae encontramos a Hydacio mismo refugiado en la iglesia del lugar59. De Emerita no menciona Hydacio ningún edificio ni civil ni religioso. Pero la presencia del santuario de Eulalia y su iglesia, donde se conservaba su memoria, aparece en dos ocasiones indirectamente sugerido60. La ecclesia de Hispalis es igualmente mencionada, probablemente dedicada a San Vicente, y se presenta como lugar de culto martirial61. Muy escasas son las referencias a edificios civiles. Cuando las crónicas o los historiadores como Orosio mencionan que Ataúlfo fue asesinado cuando visitaba sus establos, está claro que no se esta refiriendo forzosamente a un palatium de Ataúlfo en Barcino. Barcino no albergaba un palatium para Ataúlfo, que pudo residir en una domus o en una villa. No cabe duda de que el rey suevo Rechila, durante el tiempo que estuvo en Emerita, se instaló o en la antigua residencia del vicarius hispaniarum, o en un edificio destacado y de prestigio. Indudablemente este edificio o residencia debería de cumplir los requisitos de tener una sala de recepción, triclinios, depósitos, establos. Pero estos prerrequisitos los podían cumplir ampliamente una domus o una villa romana aristocrática. El césar Constante dejó a su familia y a su Corte en Caesaraugusta en el 407 para ir a reunirse con su padre Constantino III en Arlés. Caesaraugusta debió de albergar,

por tanto, una residencia, un palatium, que sin duda debió de ser reutilizado por el emperador Mayoriano cuando se detuvo en la ciudad en el 460 en su camino hacia Carthago Nova. El término palatium no designa solamente un lugar de residencia prestigioso por su arquitectura. Implica, en época tardorromana, además, toda la parafernalia de la Corte, la administración, los funcionarios, la guardia militar. ¿Hasta qué punto el rey suevo necesitaba de todo esto en su residencia de Emerita? No sabemos nada del eventual ceremonial suevo, y las numerosas embajadas que se suceden durante el siglo V entre romanos y suevos y entre godos y suevos requieren, en todo caso, un aula de recepción o ni siquiera eso: pueden ser recibidos en una tienda de campaña, en una casa, en un triclinium. Otro caso es el thesaurus que normalmente acompaña al rey en sus expediciones, o que se encuentra en su residencia, como nos recuerda Sidonio Apollinar a propósito de Teodorico. Hemos visto que los generales romanos desplazados con misiones militares específicas a Hispania durante la primera mitad del siglo V tuvieron como base Tarraco, donde sí encontramos mencionado un praetorium de localización incierta en la topografía de la ciudad. ¿Había otros edificios semejantes en otras ciudades para las tropas suevas o vándalas? No tenemos noticia de ello. Las fuentes citan, incluso, las domus de algunas ciudades. Las tenemos atestiguadas para Conimbriga, Bracara y Pallantia. Las domus romanas siguieron sirviendo de lugar de habitación tanto para romanos como para bárbaros, sin necesidad de que se creasen otras habitaciones necesariamente. Las ciudades tardías se caracterizan por estar amuralladas. Las únicas murallas que se mencionan en la documentación literaria son la de Conimbriga, que fueron destruidas en parte por el asalto suevo de 467. Las de Emerita, sabemos por la inscripción de obispo Zenón y el dux Salla (cfr. supra Capítulo 1 (8)), necesitaban reparación en época de Eurico, porque nadie se había ocupado de ellas en mucho tiempo, tal y como recuerda la inscripción. Probablemente este detalle es muy significativo. Había muy escaso interés por mantener los edificios públicos, o no había medios para ello. Las autoridades locales no intervenían en

esta actividad como en el pasado. Y aunque la legislación tardía se ocupa frecuentemente de los edificios públicos y recomienda su conservación por razones prácticas, y por motivos de prestigio mismo de la ciudad, a partir del 425 parece que esta legislación no es eficaz. Los nuevos líderes de las ciudades, los obispos, serán quienes, progresivamente, se ocupen de ello, como demuestra la inscripción de Zenón (véase supra Capítulo 1 (8)). ¿Cómo se refleja la situación de las ciudades del siglo V en la documentación arqueológica? No todas las ciudades han sido estudiadas del mismo modo. Y del estudio a veces parcial de una parte de ellas no se pueden deducir conclusiones para el conjunto. Aun así, tenemos algunos datos. Estudiando los meticulosos y meritorios informes de los arqueólogos se llega a la conclusión general de lo difícil que es concretar una cronología precisa para los fenómenos de cambio o transformación urbanística. Por lo que respecta a la cronología nos movemos en terrenos de amplio espectro temporal: «primera mitad del siglo», «primeros años de la segunda mitad», «últimos años del siglo», etc. Una segunda constatación, puesta de relieve recientemente por un estudio de J. M. Gurt, es que la desarticulación de las tramas urbanas no es uniforme y, sobre todo, se constata que en muchos lugares comienza ya en el siglo II d.C., hecho que coincide con la misma decadencia de las elites urbanas62 y su desinterés por los asuntos ciudadanos. No sería propio de este lugar el hacer una relación de todas y cada una de las excavaciones urbanas y sus resultados referidos a las ciudades tardías. La bibliografía es inmensa y voluminosa63. En general se constatan los siguientes fenómenos: 1) invasión de los espacios públicos por los espacios privados; 2) reutilización de los espacios públicos para la creación de nuevos hábitats o centros de producción; 3) abandono de los grandes edificios públicos o reacomodo en los mismos con otras funciones; 4) creación de una nueva edilicia generalmente con el uso de spolia provenientes de otros edificios. El siglo V no es un periodo inactivo en lo que se refiere a la construcción de edificios, bien mediante el reaprovechamiento de los existentes, bien creando nuevos. Incluso los arqueólogos hablan de «densificación» de la población en vez de

despoblación de las ciudades64. Algunos ejemplos pueden ilustrar todos estos problemas enumerados. Aunque en Emerita existiese ya un martyrium de Eulalia, un monumento funerario, la basílica propiamente dedicada a su culto no se hace hasta mediados del siglo V65. En algunas zonas de la ciudad en el siglo V las domus invaden las antiguas calles con otras dependencias, por ejemplo, con termas, sin que ello impida la continuación de utilización de la vía pública66. Se observa también en Mérida la ocupación de los pórticos de algunas calles. Pero la conclusión de los arqueólogos es clara: «A grandes rasgos el ancho y trazado de la calzadas emeritenses se mantienen vigentes en el Bajo Imperio... sin alteraciones, salvo los pórticos que delimitaban las calzadas residenciales»67. Los edificios públicos parecen abandonados durante el periodo, y no sabemos que hayan sido ocupados por habitaciones u otras de pendencias o factorías como ocurre con Carthago Nova donde en el siglo V el teatro, que ya comienza a ser desmantelado y estar en estado ruinoso desde el siglo II, es ocupado por un mercado o macellum68. Tarraco, una de las ciudades mejor estudiadas en los últimos años, presenta un panorama semejante: ya en el III y IV se abandonan los espacios de las zonas residenciales intramuros69. Todo el gran espacio construido en época flavia que constituía la gran plaza del Concilium Provinciae se abandona en el segundo cuarto del siglo V y se detectan en él dos grandes basureros: el de la torre de acceso desde el circo (denominada Antiga Audiencia), y el de una parte del espacio del foro correspondiente a la actual calle Vilaromá. A continuación hay una fase de construcción de viviendas o dependencias en este mismo foro70. Pero este abandono no parece que fuera total porque, como hemos visto, una placa dedicada a los emperadores León y Anthemio en 468-472, proveniente del foro, significa que esta zona se sigue considerando un espacio de representación y quiere decir, igualmente, que existen todavía unas autoridades locales atentas a los cambios políticos en el Imperio que demuestran públicamente su lealtad a los emperadores. Más problemático es que el circo siguiera en funcionamiento a pesar de la carta del rey Sisebuto (612-621) al obispo Eusebio en la que le dice

que pasa demasiado tiempo entretenido con los juegos teatrales (ludis teatriis). Estos juegos no por fuerza indican juegos de circo o que implican el uso del circo: pueden ser, simplemente, representaciones o pantomimas incluso en un lugar cerrado. El teatro, en la parte baja de la ciudad, se abandona ya en el siglo II, o III, y solo se reocupará muy tardíamente. El foro de la ciudad baja se abandona en el siglo IV. El circo ya es un espacio habitado en la segunda mitad del V71. A pesar de estos cambios, hemos visto que Tarraco es una ciudad de gran vitalidad y actividad en la primera mitad del siglo V: el cambio de función de algunas zonas no impide que la ciudad siga siendo la capital de la Tarraconense. En Barcino los arqueólogos detectan cambios semejantes. Algunas calles son ocupadas por domus sin que éstas dejen de funcionar72 y dos insulae son ocupadas por el llamado palacio episcopal73, pero, en general, se respeta el sistema ortogonal de la ciudad clásica. En Valentia se abandona el circo en un momento impreciso del siglo V y se reocupa en el siglo siguiente, en el foro se sitúa el palacio episcopal, y algunas vías se interrumpen o se estrechan. La nueva edilicia está puesta al servicio de la nueva topografía cristiana74. En Complutum se abandona la ciudad romana en el siglo V y en este periodo «el centro urbano se convierte en emplazamientos de vida marginada o seminómada»75. Las termas públicas de Clunia ya no funcionan en el siglo V, sino que se reocupan con talleres industriales; el expolio y reocupación de foro de Conimbriga sucede en el siglo V76. Todos estos ejemplos, y otros muchos que se podrían poner de ciudades que han sido puntualmente excavadas, demuestran que el siglo V es el comienzo en Hispania de la transformación de la ciudad clásica en otra ciudad, que no es forzosamente ruinosa, sino que aprovecha las estructuras existentes y las reutiliza o crea otras nuevas, sobre todo al servicio de las nuevas necesidades bien económicas o de producción, bien religiosas. Todas estas acciones de reocupación, de transformación, de creación de nuevas estructuras, se ha dicho que no son espontáneas y que requieren intervención de los poderes públicos de

la ciudad77. ¿Cuáles son estos poderes públicos?

Curias y rectores civitatum Las ciudades romanas se gobernaban a través de las curias o senados municipales. Tenemos testimonios de su existencia en Hispania en el siglo IV en pocos documentos, pero suficientes para poder afirmar su existencia. Una inscripción de Oretum (Granátula, Cartaginiense) del año 387 atestigua la presencia de scribae, susceptores y magistri en la ciudad78. Y el modius de Ponte Puñide (Gallaecia) menciona en su inscripción a los principales (curiae), encargados de la recolección de impuestos en época de Valentiniano, Valente y Graciano79. A final del siglo, una ley del Teodosiano enviada al vicarius Hispaniarum Petronius (año 400) establece la vigilancia estricta, mediante la presencia de decuriones, el magistrado y un secretario público (exceptor publicus), de la redacción de los archivos municipales (gesta municipalia) a fin de evitar fraudes80. En el siglo V las cosas siguieron igual en el ámbito de la administración ciudadana al menos durante los primeros años: la carta de Severo de Menorca atestigua que Iamona era un municipium y que Teodoro había sido miembro de su curia y era patronus de la localidad, patronus en cuanto que era la persona de la localidad más rica e influyente y podía ocuparse de los asuntos del embellecimiento de la ciudad o de sus asuntos prácticos. Además, la carta expresamente dice que Teodoro había sido defensor civitatis hacía poco tiempo81. Hasta el 420, por tanto, y con el solo ejemplo de Menorca, que continuó formando parte de la provincia romana de las Insulae Baleares durante el siglo V, podemos hablar de la continuidad en la administración ciudadana, a pesar de las escasas y dispares noticias que tenemos. La misión de los curiales era la de ocuparse de las tasas y de los asuntos cotidianos de la vida ciudadana, como, por ejemplo, de las calles, de la utilización de los espacios, o de la edilicia urbana. La presencia de los suevos no debió alterar este estado de cosas en la

Gallaecia; y el resto de las provincias, desprovistas de población bárbara, debieron igualmente continuar con sus gobiernos municipales82. Confirmación de ello son dos entradas de Hydacio: una correspondiente al año 460 y la otra al 468. En el primer caso el cronista indica que los suevos que convivían con los romanos en Lucus, sin respetar la festividad de la Pascua, asesinaron a algunos ciudadanos, incluyendo al gobernador de la ciudad («cum rectore suo honestu nato»)83. El rector, un noble romano, es, indudablemente, el gobernador (defensor civitatis) de la localidad84. El defensor es casi seguro el gobernador, mientras que la clase curial prácticamente ha desaparecido85. Si no hay un defensor, el obispo le sustituirá en las mismas funciones86. La noticia del 468 habla de que los suevos tomaron Ulixippo (Olissipo, Lisboa, en Lusitania), porque Lusidius, «cive suo qui illic preerat»87, traicionó a sus conciudadanos y permitió la toma de la ciudad. Claramente estamos en el mismo caso, es decir, en la persistencia de la función del defensor civitatis aunque Hydacio no mencione el cargo expresamente. Si Lusidio puede negociar la entrega de la ciudad quiere decir que el es la máxima autoridad en ella. La ciudad romana no es solo el perímetro urbano definido por las murallas, sino que es también su territorium que administra y constituye gran parte de su riqueza. En Hydacio tenemos indicios de que esto continuaba siendo así en el siglo V. En varias ocasiones el territorium, indivisiblemente unido a la ciudad, es objeto de saqueo por parte de quienes o han entrado y dominado la civitas o por quienes no han podido hacerlo. Los suevos y bagaudas no pueden conseguir Caesaraugusta, pero se dedican a saquear su territorium; burgundios y francos saquean los campos colindantes con Asturica («incendio camporum loca vastantur»)88; los suevos devastaron no solo la ciudad de Conimbriga, sino también su territorium89. Ahora bien, ¿por qué ley o leyes se regían estos defensores civitatum? En el siglo V podemos pensar que seguían las antiguas normas municipales, pero del mismo modo debió de existir una gran iniciativa personal adaptada a las circunstancias, al haber disminuido el contacto con las directrices bien de la

administración imperial bien de los gobernadores provinciales. ¿Qué significan estos cambios en la fisonomía de las ciudades, este abandono de los espacios antiguamente destinados a juegos, reuniones o manifestaciones políticas, procesiones, recibimientos triunfales a los gobernadores, espacios que demostraban públicamente el poder personal de los benefactores o proclamaban la fidelidad a los emperadores o hacían exhibición publica del culto y pietas a los dioses? Se ha observado que se trata de una indiferencia hacia los símbolos del «Roman way of life» y que fue el poder episcopal el que los sustituyó por los modos de vida de la Iglesia: las basílicas, los palacios episcopales, los santuarios de los mártires90. Los espacios privados son los que hay que respetar; los públicos, demasiado amplios, como los foros, están ahí para su utilización con fines prácticos, ante la indiferencia de los poderes públicos91. La interrupción de las canalizaciones en algunas zonas de las ciudades o los basureros ¿significan que debemos hablar de una ciudad degradada y maloliente? La ciudad romana clásica convivía también con estos problemas, luego tampoco hay un cambio drástico y radical92. ¿Estamos, en la Hispania del siglo V, en un momento en el que podemos hablar de la ruralización de las ciudades, es decir, de la utilización de gran parte de sus espacios para el cultivo y la agricultura? Por el momento no hay evidencia clara de ello en la documentación arqueológica. Este fenómeno se producirá más tarde, ya en los siglos VI y VII. Por último, la presencia de pueblos bárbaros ¿influyó en el cambio y transformación de las ciudades de alguna forma visible u ostensible? ¿Conocemos ciudades separadas, romanos, por un lado, suevos, por otro, barrios o espacios destinados a unos y a los otros con características propias de cada uno? Por el momento tampoco podemos afirmarlo. El verdadero elemento transformador no fueron los bárbaros ni sus hipotéticas costumbres germánicas. La generadora de la nueva urbanística en las ciudades del siglo V en Hispania fue la Iglesia de forma paulatina y progresiva.

2. Villae, castra, castella

En un famoso pasaje de su Chronica, Hydacio resume el resultado de la llegada de suevos, vándalos y alanos a Hispania el año 409: «Spani per civitates et castella residui a plagis barbarorum per provincias dominantium se subiciunt servituti» («los hispanos de las ciu dades y de las villae que sobrevivieron a los desastres ocasionados por los bárbaros se sometieron voluntariamente a su servidumbre»)93. Este texto expresa, en mi opinión, de forma clara los dos tipos de establecimiento principales existentes en la Península en el siglo V: civitates et castella, se vivía en las ciudades y en villae. El problema es aquí traducir castella como villa y no como castrum o fortificación94. Creo que castella no son los castra prerromanos porque, además, Hydacio no se está refiriendo al territorio galaico, sino que habla de todas las provincias de Hispania (per provincias). Podemos, en efecto, traducir castellum como villa, villa fortificada o, quizás, mejor, como establecimiento rural. Tenemos ejemplos que nos autorizan a ello. En un reciente estudio, Jairus Banaji ha abordado el tema de los castella de forma, en mi opinión, convincente95. Banaji llama la atención sobre un pasaje de Plinio referido a los pueblos de África del norte, en el que se dice que castella es la forma predominante de los establecimientos rurales en la región: «los nombres de sus pueblos y ciudades son prácticamente impronunciables, excepto en sus propias lenguas; y el resto residen principalmente en castella»96. No cabe ninguna duda de que castella (y sus habitantes, los castellani) se opone a civitates97. Castella, fundi y villae constituyen el paisaje rural típico del norte de África y podemos afirmar, a partir del texto de Hydacio, que éste era también el caso de Hispania. Hydacio distingue bien los términos: además de los castella, un determinado tipo de establecimiento rural que permite defenderse, existen las villae: en el año 462, el cronista cuenta que un rayo quemó varias villae y abrasó a unas cuentas ovejas (un fenómeno que Hydacio considera premonitorio y excepcional): «Mense Iunio in Gallicia coruscatione villae exuste et greges ovium concremati»98. El texto más cercano al de Hydacio cronológicamente y que describe la forma de un hábitat rural es un pasaje de Jerónimo que, refiriéndose a Egipto, dice:

«Habitant autem quam plurimum in urbibus et castellis» («pero la mayor parte viven en ciudades y en castella»)99. Castellum es una forma de hábitat rural que coexiste con otros tales como civitas, vicus aut villa100. El castellum/villa posee, sin duda, rasgos y características propias, y puede ser un emplazamiento en alto o simplemente uno mejor defendido que otros, en el llano, pero menos preparado para la defensa. A esta distinción parece referirse Hydacio cuando habla de los castella tutiora: «Los suevos al mando de su rey Hermerico saquearon las zonas centrales de la Gallaecia, pero cuando algunos de sus hombres fueron asesinados y capturados por la gente que poseía los castella más defendidos, retornaron a hacer la paz» etc.101. En la epistula de Consencio102 se dice que «Severo deseaba ver, tras el fallecimiento de su madre, «castellum in quo consistebat», esto es, la villa en la que residía103. Pero por si hubiera alguna duda, la epistula vuelve a repetir el vocablo, esta vez refiriéndose al castellum del propio Severo: «portitor prius ad castellum Severi quod spatio itineris longiore distabat» [«el portador (de la carta) se dirigió primero, con toda rapidez, al castellum de Severo, que estaba algo más distante]104. Los habitantes de estos castella, los castellani, son habitantes del campo, no defensores de centros fortificados105 y su establecimiento puede ser un conjunto de edificios que corresponde a lo que llamamos genéricamente villa. Los habitantes, numerosos, de la «villa» de la Olmeda (Palencia) pueden haber sido castellani, así como los de tantos otros emplazamientos que denominamos villae. Ello no impide que el propietario habite en el edificio central de representación, mientras que los castellani agricultores, gente del campo, están establecidos en las habitaciones o construcciones adyacentes. De hecho, los castella comparten o están integrados en los grandes fundi o villae106. Esta población rural fue la que reclutaron, entre los habitantes de sus posesiones o fundi, los familiares de Teodosio, Dídimo y Veriniano, para hacer frente a las tropas de Constante y Gerontius en el 407 (véase supra Capítulo 1 (1)). Recordemos que las tropas estuvieron reclutadas ex propiis praediis y pagadas vernaculis sumptibus107. El reclutamiento fue largo y costoso (plurimo

tempore) porque, seguramente, como se ha dicho más arriba, Dídimo y Veriniano tuvieron que viajar a sus distintas propiedades para reclutarlos. Pero un castellum no es un castrum, que, esta vez sí, es un enclave fortificado. Hydacio, igualmente, hace la distinción cuando habla de los episodios de Coviacum y del de Portus Cale. En efecto, los godos que no siguieron el camino de regreso a la Gallia con su rey Teoderico en 457 saquearon primero Palantia (Palentina civitas) y siguieron luego sus correrías hasta llegar al cercano Coviacum (Unum Coviacense castrum), donde encontraron la resistencia de sus habitantes que, finalmente, derrotaron a los godos108. En 459, el recién nombrado rey de los suevos, Maldras, atacó el castrum de Portus Cale (Porto, Oporto)109. Éste dominaba la bahía, y su fortificación explica por qué el rey Rechiario, huyendo de Teodorico, se refugia allí, aunque fue apresado posteriormente110. Con estos datos, el cronista Hydacio nos ha ofrecido un panorama preciso sobre los tipos de hábitat rural en la Hispania del siglo V. Existen villae, castella, castra, en oposición a las civitates (o a los oppida). Sabemos que las villae podían estar cercanas las unas de las otras (el episodio del rayo de Hyd., 213 a, lo demuestra); que en ellas se criaba ganado (el rayó mató a varias ovejas); sabemos que los castella eran lugares de habitación rurales, fortificados a veces fuertemente (castella tutiora), o menos (castella), identificables con lo que denominamos villae que, a su vez, se podían integrar en un fundus o en una possessio mucho más amplia, y sabemos que los castra eran verdaderas fortalezas de refugio y defensa y control del territorio (Coviacum y Portus Cale). Por Orosio y Zósimo y otros historiadores sabemos que, al menos a comienzos del siglo, grandes y extensos territorios con castella y villae (y castra) podían ser propiedad de uno o más possesores que, en un momento dado, y apelando seguramente a su patrocinio y convenientemente pagados, podían convertirse en un ejército privado, preludiando así fenómenos históricos posteriores en la Edad Media. La arqueología ha evidenciado de forma profusa la importancia, el número y

en muchas ocasiones riqueza, de las villae de la Península Ibérica en el siglo IV d.C.111. La Olmeda, Torre de Palma, Carranque, la Malena, el Ruedo, La Cocosa, Dueñas, Centcelles, San Cucufate, Milreu, Els Munts, Almenara de Adaja, Cercadilla, Cuevas de Soria, Arróniz, Fortunatus y un largísimo etcétera constituyen la prueba de estas residencias rurales, con sus salas de recepción, dependencias, termas, mosaicos, objetos de lujo, como esculturas, bronces, marfiles. Su ámbito de distribución geográfica es o se extiende por toda la Península, por todas las provincias de la Dioecesis Hispaniarum. Pero, a pesar de que conocemos relativamente bien la prosopografía de los altos funcionarios y los aristócratas que, o bien tuvieron que ver con Hispania o residieron en ella112, no conocemos quiénes fueron los propietarios de ninguna de las villae mencionadas o conocidas. El caso de Carranque es quizás el más plausible: ¿se trata de un tal Maternus?113. ¿Quién fue el propietario de Centcelles? Quizás un obispo; Dulcitius, que aparece en el mosaico de la villa de Liédena, es quizás el nombre del caballo que se ve en el mosaico; el propietario de la Olmeda es lamentablemente desconocido, aunque seguramente fuera un personaje de rango senatorial. Sabemos que Vitalis fue el propietario de la villa de Tossa del Mar. Pero, excepto dos o tres casos más, no podemos asignar nombres y apellidos a los propietarios de estas residencias y propiedades114. Sí sabemos, en cambio, que Dídimo y Veriniano (y quizás también Lagodio y Teodosiolo), parientes del emperador Honorio, eran propietarios de grandes fundi (y villae) en la Lusitania. Pero aun sabiendo el nombre, en este caso tampoco podemos asignarles ninguna específica. Sucede un fenómeno paralelo en Aquitania, en la Gallia. C. Balmelle ha publicado un grueso trabajo sobre las residencias aristocráticas de esta provincia de la Gallia, pero no puede tampoco asignar el nombre concreto de un propietario a ninguna de ellas115. La situación heredada, por tanto, en el siglo V era la de un paisaje rural salpicado de grandes y pequeñas residencias, con enormes espacios para la explotación agrícola, gestionados por esclavos, colonos, agricultores, castellani, que trabajaban los campos en beneficio de los propietarios —generalmente

ausentes— y consecuentemente también en beneficio propio. Muchas de estas villae estaban en lugares estratégicamente situados en el paisaje, siguiendo antiguas indicaciones y preceptos de los tratadistas romanos sobre temas de agricultura (Columella), remozados y actualizados en este periodo por el tratado de Palladio, y se hallaban en las cercanías de los ríos, de las vías principales, en los valles o en las proximidades de las ciudades (villae suburbanas como Cercadilla, una lujosísima residencia que emulaba la arquitectura imperial; como la de Centcelles, o la del servus de Astirius en el suburbium de Tarraco, en donde se celebraban opíparos y extravagantes banquetes, como hemos visto). Estos propietarios podían serlo de una, dos o más villae, que constituían su lugar de otium privado, familiar116. De la opulencia de estas villae en la Península Ibérica no cabe duda. A ellas se dirigieron directamente las tropas de Honoriaci que, al mando de Gerontius, habían derrotado al ejército prohonoriano de Dídimo y Veriniano. El botín fue jugoso: «imbuti praeda et inlecti abundantia»117. El territorio saqueado fueron los palentini campi, precisamente donde se han encontrado las villae más lujosas y exuberantes de la Península. Pero estos saqueos no debieron conllevar la destrucción de los emplazamientos. El botín constituye los bienes muebles: monedas, libros, solidi, vajillas, vestidos, víveres, caballos, asnos, y otros animales. El registro arqueológico no constata esa destrucción. Estas villae de los palentini campi no eran los fundi de los familiares de Honorio, que sabemos que se encontraban más al Oeste, en Lusitania. El saqueo se hizo durante el camino de regreso de las tropas hacia los Pirineos, donde se les había asignado la misión de vigilar los pasos que comunican Hispania con la Gallia. Se ha discutido mucho sobre si las villae de Hispania fueron abandonadas por sus propietarios en el siglo V dando así lugar a las transformaciones en sus espacios para otros fines que los originarios. Lo que habían sido unas termas se convierten en un taller de vidrio, lo que era un peristilo en un almacén de dolia; las habitaciones de la casa, en un taller de cerámica118. Una de las propuestas que se manejan para interpretar estos hechos, y que es bastante aceptada por los

investigadores, es la de J. Percival, que opinaba que los propietarios abandonaron las villae y éstas se siguieron usando para la explotación masiva aunque ellos ya no residieran en ellas (y de ahí la reconversión de los lugares de habitación o representación en centros industriales de producción o de almacenamiento)119. A comienzos del siglo V hubo, ciertamente, un gran abandono de villae y fundi, fenómeno que está ejemplificado en el episodio de Dídimo y Veriniano y sus parientes Lagodio y Teodosiolo. Dídimo y Veriniano, propietarios de grandes predios en Hispania, fueron capturados con sus familias y decapitados por orden de Constantino III. Teodosiolo y Lagodio huyeron a Rávena y Constantinopla, respectivamente, como consecuencia del triunfo de los leales al usurpador. Ya tenemos aquí un primer abandono de grandes propiedades que quedaron libres para su reocupación por parte de la población local o por los mismos siervos, colonos o gestores de las propiedades cuando estaban sus patrones. Es evidente que los nuevos inquilinos no utilizaron ya las residencias con los mismos fines y uso que sus antiguos propietarios. El otium no formaba parte de su ideal de vida, ni la cultura aristocrática de los antiguos propietarios, ni las costumbres refinadas de recibimiento y cena con los amici y clientes120. Los espacios de la villa se reutilizan para otras funciones más prácticas, más concretas y, sobre todo, más productivas. Este cambio de actitud se evidencia de modo claro en el uso de las termas. Son las termas, nos dicen los arqueólogos, las que generalmente se reutilizan para otras funciones (productivas, funerarias, etc.). Ello significa que las termas, el placer del balneum, íntimamente ligado a la cultura romana, no es ya el horizonte cultural de los nuevos inquilinos. Los nuevos usuarios de las villae pueden y, de hecho, siguen utilizando sus instalaciones como residencia y habitación, mientras otras partes de la villa se utilizan para otros menesteres. No importa convivir con animales, depósitos u hornos de cerámica. El concepto de la domus romana se ha desintegrado, porque tampoco existe ya para ellos el mismo concepto de la familia que determinó la organización de los espacios y reguló sus funciones en las residencias

romanas121. Estos nuevos inquilinos no son poseedores de grandes fortunas y necesitan subsistir, en primer lugar; subsistir y almacenar en previsión de los avatares de los tiempos inseguros en los que probablemente tendrían que seguir pagando las tasas, pero con los que tendrían que hacer frente a sus propias necesidades también. Estos nuevos inquilinos no son los suevos o los vándalos o los alanos122. Desde luego, hay que distinguir. Las villae de la Tarraconense no fueron, con seguridad, ocupadas por «los bárbaros» hasta, al menos, la llegada de los visigodos al final del siglo, si es que esto sucedió. Vándalos y alanos pudieron estar o residir en algunas de ellas de modo muy transitorio y fugaz. Hemos visto, por otro lado, la preferencia de los suevos por vivir o residir en las ciudad (caso de Lucus). Las villae son para ellos objeto eventual de saqueo, ocasión de razzia. Los habitantes de las villae (o de los castella tutiora) son romanos, o hispanorromanos, si se prefiere. Son ellos los que realizan sus cambios estructurales y sus transformaciones. Y esto durante prácticamente todo el siglo V. La presencia de prensas, hornos etc., en el interior de las villae se ha interpretado como un signo de aumento de la actividad productiva123. Pero esta conclusión es el resultado de la constatación acumulativa de la evidencia. Porque ahora se ven estos centros de producción, ya que se han trasladado al interior de la villa; antes no se veían porque estaban fuera de la villa y los arqueólogos no los han identificado ya que se han dedicado a excavar la villa. La explotación agrícola sigue siendo la misma; la economía doméstica continua en el interior de la villa. Otro problema importante es saber cuántas personas van a reocupar estas residencias: ¿una sola familia? ¿O los espacios son compartidos por muchos individuos o unidades familiares que, mejor protegidos y mejor abrigados, comparten y se distribuyen las tareas de la economía de subsistencia? De la misma manera que Dídimo y Veriniano encontraron un trágico final y Teodosiolo y Lagodio huyeron, cabe preguntarse ¿hicieron lo mismo los demás propietarios? ¿Dónde están los domini, los possesores de las otras villae? Muchos debieron continuar en ellas. En la Tarraconense ello es casi absolutamente seguro. En la carta de Consencio hemos visto que grandes damas,

presbíteros, como Severo, e incluso siervos (libertos) como el de Astirius, siguen siendo propietarios de villae y viven en ellas. En la carta del papa Hilario del 465 se habla de honorati y possesores de la región del valle del Ebro124. La aristocracia que se enfrenta a los visigodos a finales del siglo, de cuya resistencia nos informan Isidoro y la Chronica Caesaraugustana, mantiene sus ideales romanos y, aunque eventualmente habitando en las ciudades, mantendría sus villae en el territorio. Pero también se observan transformaciones en sus villae, abandonos de zonas residenciales, presencia en las mismas de pequeñas industrias, almacenes, etc., como ha estudiado meticulosamente Alexandra Chavarría125. El problema radica en saber cuándo han sucedido esos cambios y en qué momento. El resultado es muy poco claro cuando se habla de las fechas de estos cambios. La propia Alexandra Chavarría lo evidencia reiteradamente: al no haber circulación de moneda que pueda ayudar al establecimiento de fechas relativas o absolutas, resulta muy difícil fijar unas cronologías para esos cambios126. Y esto vale no solo para la Tarraconense, sino para otras provincias. Podemos afirmar sin temor que estos cambios se producen a lo largo del siglo V, con una modulación diferente según los lugares, sin que podamos concretar específicamente. Todas estas transformaciones no significan ni crisis, ni decadencia, ni abandono de las villae, ni invasión de pueblos germánicos ni establecimiento en ellas de estos pueblos en el siglo V que no se evidencia en ningún caso.

Capítulo 5 La transformación de las creencias

1. La desacralización de los espacios paganos En una de las cartas del rétor Libanio, que vivió en Antioquia en la segunda mitad del siglo IV y que fue un personaje intelectual, pagano, consejero y amigo de emperadores, hay un episodio que merece ser citado al comienzo de este capítulo. Entre las familias más ricas de Antioquia existía en su época una especialmente poderosa y rica, la de Thalassius, que había sido prefecto del pretorio de Oriente. Thalassius y su familia eran cristianos. Y poseían un templo (pagano) en la provincia de Phoenicia que ellos habían convertido en una casa. Cuando el emperador Juliano llegó al poder y comenzó sus políticas de restauración del paganismo y de respeto a los dioses y renovación de los sacrificios y creencias de la «vieja religión», la casa de Thalassius en el templo fue confiscada y se les obligó a reconstruir el templo1. En un momento tan temprano como el año 363 el proceso de desmantelamiento de los edificios paganos había ya comenzado con fuerza, hasta el punto de que los cristianos se permitían instalar sus casas en lo que hasta entonces había sido un sacrosanto lugar dedicado a un dios. La cristiana familia de Thalassius tuvo la osadía de acometer, como acto simbólico de apropiación y desprecio por el paganismo, la construcción de una casa en un templo de Phoenicia. Puede que el templo estuviese ya abandonado y no se celebrasen en él los ritos y sacrificios acostumbrados. Puede que sus tierras, temenos y tesoros estuviesen ya confiscadas o robados. Ésta fue la situación que se encontró el emperador

Juliano en muchos lugares, que los templos y santuarios ya no celebraban los ritos ni la población acudía a ellos. Pero la familia no se atrevió a construir una iglesia en su interior. No tenía autoridad para ello. Solo los obispos pueden consagrar una iglesia y purificar un lugar pagano. Sin embargo, este proceso de desacralización de los edificios paganos no es ni uniforme ni unitario en el tiempo. Es el resultado de un largo espacio de tiempo, un proceso que evoluciona en los distintos lugares, ciudades y provincias de forma muy desigual. Existe toda una legislación sobre el tema, recogida en el capítulo 16, 10, del Codex Theososianus titulado de paganis, sacrificiis et templis que abarca desde el año 320 hasta el 435 (es decir, desde el reinado de Constantino hasta el de Teodosio II) y que refleja estos altibajos y, en ocasiones, contradicciones sobre la prohibición de los sacrificios, desafectación o destrucción de templos y santuarios2. Estas leyes son de muy diversa naturaleza: se prohíben los sacrificios (16.10.2), año 341; se ordena el cierre de los templos (16.10.4), año 346; se prohíbe el culto a los ídolos (16.10.6), año 356; que se confisquen las propiedades de los templos (16.10.12.2), años 392 y (16.10.20.1-2) 415; que se destruyan los ídolos (16.10.19.1), año 408. Pero al mismo tiempo se solicita que los templos situados fuera de las murallas de las ciudades se preserven en atención al hecho de que están relacionados con el entretenimiento público (16.10.3). Como se ve, las prohibiciones se van haciendo de forma progresiva: desde los sacrificios hasta los templos, que, como edificios respetables, se resisten a la legislación hasta que en 398-399 las leyes ya se refieren directamente a ellos: los templos que se encuentran en los campos se deben destruir sin que ello deba significar ni implique alteración de la paz, y sus restos pueden ser utilizados para otras construcciones (16.10.16 y 15.1.36). Ya en el siglo V, la ley 16.1.19.1-2 (de 407) determina que las estatuas deben ser demolidas, pero los templos de la ciudades o del campo serán utilizados para el servicio o utilidad públicas (es decir, para reutilizar sus bloques o columnas en otras obras públicas). No hubo una política imperial sistemática ni completa por

lo que se refiere a la destrucción de los templos3, y no parece que se destruyeran explícitamente muchos templos. Tampoco se construyeron en ellos muchas iglesias; este proceso empezó tarde, cuando ya no estaba presente en la sociedad el sentimiento antipagano4. El interés de los emperadores estaba centrado mucho más en la prohibición de los sacrificios que en la destrucción de los templos mismos, ya que éstos se debían preservar tanto por su utilidad pública como su valor estético, artístico o arquitectónico5. Muchas veces los elementos arquitectónicos de los templos sirvieron para construir otros edificios: para construir casas6 u obras públicas (puentes, murallas, acueductos)7. La ley 16.10.25 del 435, la última que se refiere a este tema, dice: «cunctaque eorum fana templa delubra, si qua etiam nunc restant integra, praecepto magistratuum destrui conlocationeque venerandae Christianae religionis signi expiari praecipimus». Es decir, todos los santuarios paganos (obsérvese que diferencia templum, fana, delubra) deben ser destruidos por orden de los magistrados y deben ser purificados con el signo de la venerable religión cristiana. ¿A qué administraciones locales, o magistrados llegaron estas leyes en Hispania? ¿Había magistrados que pudieran ponerlas en práctica? Además de esta normativa imperial hay que tener en cuenta las acciones voluntarias o iniciativas de los obispos o de cristianos fanáticos o intolerantes8. Este interesante proceso no ha sido suficientemente estudiado para el caso de Hispania. Ciertamente corresponde en gran parte a los arqueólogos constatar estos hechos y, en general, los estudios han estado encaminados más al fenómeno de la cristianización de las ciudades que a la despaganización de los edificios públicos o religiosos9. La documentación es, por tanto, muy escasa. De nuevo aquí nos encontramos con un problema cronológico casi imposible de resolver: ¿cómo podemos fijar la fecha de la destrucción de una estatua? Más fácil podría ser establecer la reocupación de un templo por una iglesia, pero no hay suficientes estudios realizados con este propósito. Y el uso de spolia en los edificios solo nos da un terminus post quem, el de la construcción del monumento en donde se usan, pero no podemos asegurar el momento en el que

sucedió el expolio. Una ley del 399 dirigida a Macrobio, vicarius Hispaniarum, prohíbe los sacrificios a los dioses paganos; pero al mismo tiempo expresa el deseo de los gobernantes (Arcadio y Honorio) de que los ornamentos de los edificios paganos, templos u otros, sean conservados10. En principio, ello significa que en Hispania debería de aplicarse la ley y con ella podríamos entender que estamos ante el momento del fin del paganismo en la Península. Pero es obvio que esto no se consigue por decreto. Falta por saber cómo y en qué medida se aplicó esta norma en las distintas ciudades. Por otro lado, lo que se prohíbe son los sacrificios (señal de que se continuaban practicando hasta a fines del siglo IV), pero se recomienda que se conserven los templos. ¿Qué sucedió con los templos paganos en Hispania? Prácticamente todas las ciudades poseían uno o dos templos o más. Algunos se conservan todavía en pie, pero en la mayoría de los casos o han sido arrasados y conocemos solo los cimientos, o no se conocen en absoluto, o han sido englutidos en otros edificios posteriores. No tenemos ningún texto que nos hable de la eventual destrucción de los templos en Hispania como, por ejemplo, la vida de San Martín escrita por Sulpicio Severo que describe con minuciosidad la campaña del santo para destruir templos en la Gallia11. Pero ninguna evidencia arqueológica demuestra tampoco que los templos paganos existentes en Hispania fueran transformados en iglesias en el siglo V. La única duda sería el templo de Tarraco, dedicado a Romaya Augusto, situado en la ciudad alta presidiendo la gran plaza o foro de representación construido en época flavia12. En Emerita tampoco hay evidencias de que los templos fueran convertidos en iglesias, ni en los de Corduba o Carthago Nova, Italica o Baelo, que son los lugares donde se han conservado mejor estos edificios13. Este hecho tiene una consecuencia importante para el urbanismo y aspecto de las ciudades de Hispania en el siglo V: los templos romanos de las ciudades se fueron abandonando paulatinamente, pero no fueron reocupados con otros edificios en su interior. Esto ocurrió muy tardíamente, ya en el VII en algunos casos. Los templos tampoco fueron demolidos y ello significa que el

paisaje urbano de muchas ciudades continuó teniendo el aspecto monumental tradicional pagano que habían tenido siempre. Junto a ellos, y en un principio situadas en lugares periféricos, comienzan a aparecer las iglesias (caso, por ejemplo, de la basílica de Santa Eulalia de Emerita, construida en la segunda mitad del V). Pero no solo los templos son el centro de la actividad pagana. También hay otros edificios en la ciudad que se identifican con ritos y manifestaciones externas del paganismo considerados por los cristianos como centros y focos de impiedad, idolatría y execrables prácticas. Son los teatros, los circos, los anfiteatros, asociados y vilipendiados por los tratadistas y escritores cristianos como manifestaciones del paganismo. Para percatarse de ello basta leer el tratado de spectaculis de Tertuliano, o los discursos de los padres de la Iglesia oriental contra los juegos y espectáculos de agua celebrados en los teatros o anfiteatros de la pars orientis. Circos, anfiteatros y teatros también fueron abandonados progresivamente en el curso del siglo V, sin que podamos en todos los casos asignar fechas concretas para este abandono. Podemos encontrar iglesias ocupando un anfiteatro, pero ello ocurre ya en el siglo siguiente14. Otras veces encontramos los circos reutilizados para viviendas (como ocurre también en Tarraco), o los teatros, que en el caso del de Carthago Nova se transforma y se utiliza como un macellum o área comercial a mediados del siglo V15. Sin embargo, aún en el año 504 se celebró un espectáculo de circo en Caesaraugusta, aunque probablemente en relación con la elección del usurpador Petrus. Pero el final de los juegos y espectáculos probablemente se debe de poner más en relación con aspectos y causas económicas que por motivaciones religiosas16. Ahora bien, este abandono de los templos o de los edificios de espectáculos no quiere decir que no siguiera subsistiendo el paganismo en las provincias romanas durante mucho tiempo17. El paganismo cívico, expresión de la pietas de los ciudadanos hacia los dioses y mantenimiento de la pax deorum, presenta el carácter de un ritual establecido y consuetudinario celebrado por sacerdotes, flamines y es obligación de los magistrados. Pero existe otro paganismo, si

podemos hablar así, que es el practicado en los campos, el que impregna toda una serie de creencias que conforman la vida personal de las gentes mucho menos regulado y, por tanto, mucho más difícil de erradicar. Este tipo de manifestaciones que podemos denominar «no oficiales» son las que probablemente perduraron más en medios ciudadanos y rurales. En este contexto se inserta el interés de los obispos y de los propietarios cristianos por cristianizar el campo, las villae, las residencias rurales, por reconvertir los santuarios en lugares de culto cristiano. Tenemos constancia arqueológica de que ello fue así en el transcurso del siglo V. Sulpicio Severo cuenta en su Vida de San Martín cómo éste se preocupaba en intentar convencer a los propietarios y aristócratas de las villae de la Gallia para erradicar el paganismo y construir sus propias oratorios e iglesias en sus mismas residencias18. También tenemos evidencia de ello en Hispania. El pequeño templo pagano construido en la villa de Milreu (Estoi, Portugal) en el siglo IV es sustituido por una iglesia en un momento indeterminado entre el IV y el VI. El ejemplo de la villa Fortunatus es especialmente destacable, con una capilla o edificio de culto cristiano que se ha pensado para uso privado19, que se data en el siglo V. En muchas de estas villae existían multitud de mosaicos con escenas mitológicas o paganas y una gran mayoría de ellos se conservan aún en perfecto estado, lo que permite deducir que no fueron destruidos y sirvieron de pavimento a los distintos inquilinos que eventualmente tuviera la villa. Se podría pensar que ello significaría la perduración del espíritu pagano de sus propietarios durante el siglo V. Pero las escenas mitológicas forman parte de la cultura y la educación literaria de los aristócratas, sean cristianos o paganos. Unos y otros pueden convivir con ellas (viendo quizás cada uno en la representación un significado distinto) sin que por fuerza haya que pensar que los propietarios son paganos20.

2. La Iglesia: conflictos internos

Al final de su Chronica (y probablemente coincidiendo con el final de su vida), el obispo Hydacio manifiesta su desolación personal no por la llegada de los suevos, vándalos y alanos a la Península Ibérica, no por las razzias y rapiñas de los «bárbaros», o por las guerras y los ejércitos, o por la debilidad del gobierno imperial con respecto a las provincias hispánicas, sino por la situación de la Iglesia, de su Iglesia, de la que él era obispo desde hacía casi cuarenta años: «He presentado la situación de las fronteras del Imperio Romano que están condenadas a perecer y, lo que es más lamentable, he realizado un relato de los acontecimientos de la Gallaecia que se encuentra en el extremo del mundo: la situación de los sucesores eclesiásticos pervertidos por nombramientos indiscriminados, por la pérdida de la honrosa libertad y por el ocaso de cualquier tipo de religión basada en las enseñanzas divinas, todo ello como consecuencia del predominio de los herejes confundido o mezclado con las destrucciones llevadas a cabo por de las tribus bárbaras hostiles»21. Lo que le preocupaba a Hydacio en el año 469 o 470 era la situación de la Iglesia, la cantidad de arbitrariedades surgidas en su seno, la conflictividad entre sus obispos, la venalidad de los cargos, el predominio de la herejía, el olvido de la doctrina recta y correcta. Al fin y al cabo él era un obispo. Ni una palabra del paganismo. La reflexión de Hydacio era un advertencia y una lección para sus lectores: clérigos, monjes, obispos, laicos. Su Chronica está salpicada, en efecto, de referencias (que en muchas ocasiones dejan entrever amargas críticas o constataciones) a comportamientos indebidos de los obispos y estamento clerical, al predominio de los herejes y heréticos, a la insatisfacción de no poder remediarlo. Hydacio no escribe un historia eclesiástica, como las de Eusebio, Sozomeno, Sócrates y otros. Su Chronica es un relato de los acontecimientos civiles entreverado con denuncias y noticias de la historia de la Iglesia hispánica, de la que está relativamente bien informado, pero sobre la que no da detalles suficientes ni satisfactorios para el historiador. Thompson dijo, con razón, que no es posible escribir una historia de la Iglesia hispana en el siglo V porque, entre otras cosas, Hydacio es muy parco

en noticias y, sobre todo, muy parco en sus explicaciones de los acontecimientos que menciona, para los que no especifica razones, causas y detalles que permitan interpretar más allá de la escueta noticia22. La Iglesia hispana había tenido ya sus primeras convulsiones en el siglo precedente. Los cánones del Concilio de Elvira, celebrado a comienzos del siglo (algunos de ellos quizás posteriores), ya denotan una situación preocupante por lo que se refiere a los comportamientos del clero y los obispos. La insistencia y reiteración de la doctrina sobre los matrimonios, hijos, concubinas y adulterios de obispos y clérigos es una constante en los cánones del Concilio que presenta un panorama poco aleccionador de la vida de muchos obispados de la Península23. Pero no fueron los asuntos sexuales los principales problemas de la Iglesia, sino el priscilianismo. Lo fue en el siglo IV y lo continuará siendo en el V de manera, si cabe, más aguda. Ya en el siglo V Prisciliano era considerado por muchos de sus seguidores como un mártir. Él y algunos de sus compañeros habían sido juzgados y ejecutados por acusación de magia24. Sus seguidores fueron numerosos y se extendieron por el sur de la Gallia y por las provincias hispánicas. No está claro que el priscilianismo fuera una verdadera herejía. Como ha puesto de relieve Van Dam, en una interpretación muy sugerente, las acusaciones de priscilianismo o maniqueismo a comienzos del siglo V «se convirtieron en parte del vocabulario religioso que se utilizaba para enunciar y resolver las rivalidades personales y las de sus feudos, sobre sus prioridades eclesiásticas en Hispania y en el sur de la Gallia»25. Y ésta es la impresión, ciertamente, que se deduce de los episodios narrados en la carta de Consencio a Agustín26 y en algunos de los textos de Hydacio. Pero no cabe duda de que el obispo de Chaves sentía los problemas como auténtica disidencia de la verdadera religión católica y, sin ser él agresivo, se lamentaba por ello y prefería la ortodoxia y el consenso. Un hecho está claro y resulta relevante a través de la lectura de la documentación: la intolerancia e inflexibilidad de la Iglesia hispánica no solo hacia los priscilianistas o maniqueos (que encubría ambiciones de poder, control y prestigio), sino también contra los judíos. La epistula de

Severo de Menorca lo demuestra ampliamente cuando nos presenta a los católicos excluyendo a la comunidad judía, preparándose incluso para llegar a las manos, destruyendo su sinagoga27. Los episodios de Tarraco, narrados por Frontón y recogidos en el escrito de Consencio, reflejan claramente que las acusaciones tienen por objeto desplazar a unos del poder y control de la comunidad, sin que realmente se presenten evidencias contundentes de pertenecer a los priscilianistas28. Obispos y clérigos están enfrentados entre sí, y unos y otros resultan ser priscilianistas que leen libros peligrosos y de magia. Lo que demuestra además el episodio de Tarraco es que el priscilianismo no constituía un fenómeno propio solo de las clases campesinas y desheredados, sino que es un fenómeno urbano, aristocrático y que se había extendido entre la más alta jerarquía eclesiástica29. El priscilianismo no presenta el aspecto o las características de ser un movimiento social ni nunca existió una «Iglesia priscilianista» (como hubo, en este caso sí, una Iglesia donatista en el norte de África), sino que es y refleja simplemente la enconada lucha por el poder entre los diferentes estamentos eclesiásticos. Y ello se comprende más si se tiene en cuenta la creciente importancia de los obispos en la administración de las ciudades y su control de la política y la economía además de su influencia en el gobierno y los círculos de la Corte imperial. Muchas ciudades, por insignificantes que fueran, tenían ya, en el siglo V obispos con competencias en sus propios territorios. Había un obispo en Emerita y otro en la diminuta Turiasso, uno en Barcino y otro en Hispalis, pero también en la pequeña localidad de Aquae Flaviae, y otro en Asturica. No importa el tamaño o importancia de la ciudad, sino la comunidad cristiana presente. Esta Iglesia está bien comunicada entre sí, y los documentos, cartas, decretales, y noticias se transmiten entre ellas con rapidez y asiduidad. Los obispos se comunican entre sí con regularidad, bien por medio de escritos, o acudiendo a los sínodos cuando los asuntos lo requieren, o necesitan una toma de posición conjunta. La comunicación interna entre las iglesias es fluida y lo es también con la Gallia o con Italia o África30. La Iglesia hispana acepta, requiere consejo y

suele someterse al primado de Roma, al papa de Roma31. Para algunos asuntos los obispos de Gallaecia recurren a la autoridad del metropolitano de Emerita y no a su inmediato, el obispo de Braga (Hyd., 122). Thompson observó que probablemente ello se debió o a que el de Braga no les inspiraba confianza (probablemente por su adscripción priscilianista), o por su incapacidad para llevar estos asuntos32. Presbíteros y sacerdotes o diáconos juegan un papel de intermediarios para misiones especiales de correo y como hombres de confianza de los obispos. En una ciudad como Tarraco podemos encontrar al pueblo dividido apoyando a los débiles ortodoxos (como Frontón), y otros sosteniendo la causa de los obispos y los possesores aunque éstos sean adictos al priscilianismo. Pero no había solo obispos católicos. Coincidiendo con la estancia de Ataúlfo en Barcino en 415, encontramos allí al obispo arriano Sigesarus33. El clero aparece presente en Bracara y Asturica, así como en Iamona y Magona. La presencia de vírgenes y monjes está igualmente atestiguada, unas veces aparentemente viviendo en las ciudad, en sus monasterios urbanos (Bracara y Asturica), y otras como anacoretas que no viven lejos del centro urbano como Frontón. Se respetan las fechas del calendario religioso, tal y como se había reglamentado en los concilios, con el descanso y la asistencia a los cultos religiosos, como testimonia Hydacio para Lucus34. Los hombres de la Iglesia son poderosos, ricos, tienen propiedades y cultura, no solo eclesiástica, sino también pagana. Consencio poseía una amplia biblioteca en la que, además de las Confesiones de Agustín y otros tratados, había obras de Terencio, Virgilio, Juvenal, Horacio35, aunque reconoce que es difícil encontrar hombres cultos en las Baleares y los libros son allí escasos36. Severus, el presbítero acusado por Frontón, es presentado como hombre de gran cultura; el obispo de Ilerda se ocupa de los libros y los disfruta. Hydacio mismo admira la obra del poeta Flavius Merobaudes y la de Paulino de Nola, así como la de Jerónimo, Eusebio, Agustín, Sulpicio Severo. La cultura empezaba a estar en manos de los eclesiásticos y seguramente también la educación37. Tenemos

muy pocas noticias del funcionamiento de la educación en el siglo V en Hispania. Solo podemos imaginar una continuidad en los círculos aristocráticos a la manera tradicional38. Pero sí conocemos, en cambio, una serie de hombres de Iglesia que vivieron en Hispania en el siglo V y produjeron obras de distinta importancia y contenido. El obispo Peregrinus, de mediados de siglo, escribió un comentario al epistolario de Pablo39; Toribio de Asturica que escribió una Epistula ad Hydatium et Ceponium40 y recibió, a su vez, una, antipriscilianista, del papa León41; Valeriano de Calagurris42; monjes hispanos que mantuvieron correspondencia con obispos africanos sobre problemas nestorianos y herejías43, el propio Severo de Menorca, Consencio, Hydacio, Orosio. Todos estos escritores, en general, se dedican a compilar obras de carácter doctrinal o refutaciones de las herejías, pero implican una actividad intelectual eclesiástica que preludia el gran desarrollo de la literatura cristiana en los siglos VI y VII. Hydacio es el único que escribe una historia laica, en forma de Chronica y lo hace como continuador de las de Eusebio y Jerónimo. La obra de Orosio (probablemente natural de Bracara) es diferente y de más amplio contenido univeralístico y providencialista. Quinto Aurelio Prudencio, que había desempeñado cargos administrativos, alguno de ellos en Hispania, después de una estancia en Roma, regresó a la Península a comienzos del siglo V44. Sus himnos a los mártires de Calagurris, de Emerita, de Caesaraugusta, de Tarraco, de Valentia presentan «no otra cosa que una alternativa cristiana al patriotismo cívico del Imperio pagano»45. Pero de ese culto a los mártires, proclamado en maravillosos versos por Prudencio, no se hace eco Hydacio más que en dos casos: el de Eulalia de Emerita, y el de Vicente, en Hispalis46. El culto a los mártires comienza a desarrollarse en Hispania en ámbitos urbanos en el siglo V, pero no se extenderá hasta el siglo siguiente. Los mártires se han convertido, por obra de los obispos y los clérigos, en protectores y defensores de las ciudades. Sus tumbas atraen a las gentes que vienen a visitarlas y pedir ayuda o protección, de la misma manera que lo hacían con los santuarios salutíferos paganos hacía poco tiempo. La memoria de Eulalia

se enriqueció y dignificó con la construcción de una basílica para contenerla47. Del culto a Vicente en Hispalis no sabemos nada en el siglo V, pero a él parece aludir Hydacio. El gran acontecimiento referido a los mártires es el traslado de las reliquias de San Esteban a Menorca, del que se encargó el propio Orosio48. La presencia de sus reliquias en Magona tuvo como consecuencia, según la carta de Severo, la conversión al cristianismo de los judíos de la ciudad. A partir de ese momento, el mártir se convierte en el patrón de la ciudad. No obstante, la característica que predomina en la Iglesia hispana del siglo V es la lucha contra el priscilianismo y su extensión entre obispos y clero. En la Tarraconense era un hecho indudable y también al otro lado de los Pirineos. A ello corresponden las preocupaciones del obispo Patroclo de Arlés, de Consencio y de Frontón. Hydacio denomina al priscilianismo como una herejía blasfemissimam49. Los libros con la doctrina (al menos aparentemente y, si hemos de creer el relato de Frontón, recogido en la carta de Consencio) circulaban secretamente para el adoctrinamiento de obispos y clérigos o damas de la alta sociedad. En Tarraco se organizó contra ellos un verdadero juicio inquisitorial50: se organiza el juicio, se expulsa a los sospechosos, se queman los libros y, a pesar de las acusaciones, y como los obispos solo pueden ser juzgados por otros obispos, quedan libres51. En el otro extremo de la Península, en Gallaecia, donde vive Hydacio, vemos que sus tribulaciones y preocupaciones van en la misma dirección. Hydacio da cuenta del nombramiento de Pastor y de Syagrio como obispos, contra los deseos y oposición de Agrestius, obispo de Lucus (año 433). Probablemente Pastor y Syagrio eran católicos, y la oposición de Agrestius se debió a su compromiso con el priscilianismo52. Las disensiones de los obispos por este problema no se circunscriben ni a la Gallaecia ni a la Tarraconense. Si Sabinus fue expulsado de su cátedra episcopal de Hispalis y Epifanio fue consagrado en su lugar, fue, como crípticamente señala Hydacio, «por fraude y no por justicia» (año 441). Sabino fue exiliado en Gallia y no pudo volver a su sede hasta veinte años más tarde. El fraude y la injusticia fueron seguramente la victoria de los priscilianistas (Epifanio) frente a los católicos

(Sabino). Una carta del obispo de Roma, León I sobre los priscilianistas llegó a los obispos españoles a través de Pervincus, uno de los diáconos de Toribio de Asturica, y resultó aprobada por un sínodo de obispos de la Gallaecia, pero las abstenciones fueron notables, naturalmente por parte de los priscilianistas. Las acusaciones de maniqueísmo sirvieron igualmente de instrumento político, aunque el maniqueísmo hispano no es igual que el africano y probablemente encubriera una acusación de priscilianismo53. Con este pretexto hubo persecuciones y acusaciones de maniqueísmo en el 445: identificados algunos que habían permanecido ocultos en Asturica, Hydacio y Toribio enviaron un informe a Antonino, obispo de Emerita. Uno de ellos, Pascentius, fue encontrado en la ciudad y expulsado de la Lusitania (año 448). El castigo frecuente de los obispos consistía en el exilio a otra provincia o a otra ciudad. Pero no todos los problemas provenían de las desavenencias por causa del priscilianismo. A veces los problemas surgían por el afán de poder de los obispos en sus diócesis y el interés en ser elegidos a toda costa y para dejar bien atada su sucesión saltándose la norma que, en principio, tenía ciertos aires de democrática, de ser elegidos por el pueblo y la asamblea de obispos. A estas operaciones y maniobras parece referirse el entristecido Hydacio en el prologo de su Chronica citado al principio de este capítulo. En el año 463 Ascanius, obispo de Tarraco, y otros obispos de la provincia se reunieron en un sínodo54. Tema: el nombramiento ilegal del obispo de Calagurris Silvano. Nadie había pedido su elección. Un auténtico golpe de mano, una usurpación en toda regla porque, además, Silvano había nombrado a su vez obispo, por su cuenta y riesgo, a un sacerdote que pertenecía a otra diócesis —a la de Caesaraugusta probablemente— a pesar de las protestas del clero. El obispo de Caesaraugusta había denunciado el hecho en el sínodo de Tarraco, ya que Silvano seguía pertinaz y obstinado. La respuesta del papa tardó bastante tiempo en llegar. Sin embargo, un año más tarde, en 464, el asunto del «falso hermano», como lo denominaba la denuncia, se mezcló con otro caso semejante.

El obispo Nundinarius, de Barcino, había muerto no sin antes haber traspasado su propiedad a un clérigo, Ireneo, al que había nombrado obispo de una iglesia subordinada, hecho ilegal pero con el que estaban de acuerdo los fieles. Nundinarius había propuesto que Ireneo le sucediese en el obispado de Barcino. Ricos y poderosos (honestiores y possesores) confiaban en que iba a ser nombrado. Por ello los obispos escribieron a Roma exponiendo los hechos y solicitando, a su vez, contestación sobre el asunto de Silvano, el obispo de Calagurris55. En noviembre de 465 se reúne un sínodo en Roma, y el 30 de diciembre Hilario escribe por fin a Ascanius y a los obispos de la Tarraconense sobre ambos casos —el de Silvano y el de Ireneo—. El encargado de traer la respuesta y de velar por su cumplimiento fue el subdiácono Trajano. La doctrina que estableció Hilario fue la de dejar claro que ningún obispo podía ser nombrado sin conocimiento del metropolitano (en este caso Ascanius); que los obispos no debían ni podían abandonar su iglesia e irse a otras; que Ireneo tenía que volver a su sede original y si se negaba, debía ser desposeído de su dignidad episcopal y se debía nombrar otro obispo entre los clérigos de Barcino, porque el cargo de obispo no era hereditario; que los obispos que Silvano hubiera nombrado debían ser sustituidos, aunque si no se habían casado con una viuda o una virgen, podían ser confirmados. Establecía, además, que nunca debía haber dos obispos en una iglesia (Nundinario e Ireneo parece que lo habían sido durante algún tiempo en Barcino) y además señala algunas características que deben tener los obispos para ser elegibles: no ser iletrados, ni discapacitados, ni expenitentes56. Todos estos acontecimientos, además de reflejar el desconcierto y arbitrariedad existente en la Iglesia hispana en este momento, tal y como lamenta Hydacio, demuestran que el cargo de obispo era uno de los mas codiciados del momento; que los obispos buscaban apoyos (a cambio seguramente de privilegios) para sus propios intereses y que los potentes y possesores y honorati intervenían en los asuntos de nombramientos de obispos para su propio beneficio e interés. Ello demuestra, de paso, que la estructura de la sociedad de la

tarraconense en el siglo V no había cambiado esencialmente y continuaba siendo romana, tardorromana, en su organización y jerarquía. No otra cosa demuestra otra carta del papa Hilario de octubre del 465, en la que menciona que ha recibido un escrito de varios honorati y possesores de una serie de civitates de la Tarraconensis57. Los potentes se reúnen, quizás como reminiscencia de la antigua costumbre del concilium provinciae, para escribir al obispo de Roma, inmiscuyéndose en los asuntos de la Iglesia y seguramente pidiendo privilegios y denunciado acciones de obispos que no eran de sus conveniencia. No parece que la presencia de los «bárbaros» alterara demasiado la vida de la Iglesia ni la de sus comunidades. La llegada de los suevos, vándalos y alanos hizo huir a algunos obispos de sus sedes episcopales, pero simplemente por temor58. Pero no hubo, o al menos no tenemos noticia, persecuciones o ensañamiento especial contra los cristianos. Hydacio los hubiera registrado todos, como tiene buen cuidado de subrayar que en el saqueo de Bracara sufrieron clérigos, vírgenes y fueron profanadas iglesias (del mismo modo que sucedió también en Asturica). Pero a este propósito hay que recordar que estos pasajes son especialmente apocalípticos y catastrofistas y que estas acciones fueron llevadas a cabo por godos, francos y burgundios, componentes del ejército de Teoderico, no contra la población cristiana específicamente por ser cristiana, sino dentro de una acción militar contra los suevos. En dos ocasiones recuerda Hydacio la intención de profanar el sepulcro de Eulalia y en dos ocasiones ello no se lleva a cabo. Es lógico, por otro lado, que los suevos que habitaban en Lucus no respetaran las festividades religiosas de la Pascua que practicaba la población cristiana. Los suevos eran paganos y a partir de un cierto momento arrianos, en 464, por mediación de un personaje llamado Ajax59. Hydacio no duda en relatar que circulaba una historia que decía que Genserico, rey de los vándalos, se había convertido del catolicismo al arrianismo, transformándose así en un apóstata60. Rechila, rey de los suevos, es calificado tajantemente por Hydacio como gentilis (pagano61, pero su hijo Rechiario, como catholicus62. Los suevos mantenían

buenas relaciones con el clero y obispos (con los priscilianistas, al menos), y prueba de ello es que Hermerico utiliza al obispo priscilianista Symphosio como enviado a la Corte de Rávena en 433 en una misión diplomática aunque sin éxito63.

3. Obispos En los mosaicos que decoran la sala central de la villa de Centcelles, a muy pocos kilómetros de Tarraco, capital de la provincia Tarraconense, estaba representado un obispo sentado en su cátedra (cathedra). Ayudado por una serie de acólitos y sirvientes, el obispo se viste, lee, se lava las manos, se coloca los adminículos propios de la liturgia que constituyen una parte esencial de su actividad. Escenas del Antiguo Testamento, referidas a la salvación eterna, enmarcan de forma solemne estas acciones y el Buen Pastor, signo del Nuevo Testamento, focaliza la atención del espectador, haciendo referencia a la principal función del propietario, la de ser pastor de almas, ser el encargado de guiar y proteger a sus fieles. Más abajo, un friso corrido representa escenas de caza, una actividad laica y aristocrática que también ocupa, como corresponde a su rango y estatus, la actividad del obispo. La gran sala con cúpula de Centcelles y sus mosaicos corresponden a la segunda mitad del siglo IV (¿años 360-370?) y seguramente es un aula de recepción, un salutatorium o lugar donde se celebraba la episcopalis audientia64. Estas escenas de Centcelles ilustran perfectamente la importancia y el creciente poder de los obispos en el siglo IV d.C., especialmente a partir de Constantino. El obispo adquiere en este siglo, y especialmente en el V, un poder y una influencia total en la vida ciudadana hasta convertirse en el líder espiritual y civil de la comunidad65. Los obispos adoptan formas y ceremonial propio de los altos funcionarios y su ascendencia sobre todas las clases sociales, incluidos los emperadores, es progresiva hasta convertirse en completa66. Falta una historia de los obispos en la Hispania tardorromana. No es éste el

lugar para hacerla. Me voy a centrar, por mi parte, en algunos aspectos del episcopado en el siglo V basándome en la documentación que se puede utilizar, es decir, muy escasa y reducida casi a Hydacio, una vez más. Ciertamente, la Chronica de Hydacio hace muchas referencias a los obispos, como no podía ser de otra manera. Hydacio mismo es obispo y está atento a la vida de sus colegas, los conoce en ocasiones, ha participado con ellos en reuniones y sínodos, comparte sus luchas contra los priscilianistas y también el desasosiego de una época en la que la presencia de los suevos es siempre un estorbo y un interrogante para el bienestar de sus fieles. Es de esperar en la obra escrita por un obispo que nos deje algún detalle autobiográfico que ilustre precisamente sobre su actividad, sus funciones, sus responsabilidades, sus empeños y obligaciones. Y, efectivamente, no faltan a lo largo de la obra, a pesar de la modestia que le caracteriza. Su vida se convierte, o se puede convertir, en un ejemplo paradigmático para un historiador del siglo V en Hispania que quiera tratar y conocer a los obispos y sus funciones y papel en la sociedad. Algunos de sus rasgos los tenemos confirmados por otras noticias que poseemos para otros obispos contemporáneos suyos, lo que confirma el carácter generalizador que podemos atribuir a la biografía episcopal de Hydacio, hecho que nos autoriza, por tanto, a establecer conclusiones históricas sobre los obispos en el siglo V. No hay una norma general que permita decir que los obispos del periodo que estudiamos provengan uniformemente de un grupo aristocrático o de grandes propietarios, con una posición estable en la sociedad. Existen, evidentemente, casos en los que ello fue así: el de su contemporáneo el obispo German de Auxerre (en Gallia) sería un ejemplo67, así como en el siglo IV, el de Paciano, obispo de Barcino, padre de Nummius Aemilianus Dexter, o el de Ambrosio68. No es el caso de Hydacio que, aparentemente, descendía de una familia modesta69. Llegar a ser obispo no está ligado en esta época a la clase social o al poder económico necesariamente: puede deberse también a un cierto prestigio moral, intelectual, incluso técnico. Aunque más tardío, el caso de Paulo, que llegó a ser obispo de Emerita a mediados del siglo VI, es un ejemplo claro:

proveniente «ex partibus Orientis y nihilque habens», se convirtió en obispo como consecuencia de su capacidad técnica quirúrgica al curar a la esposa de un riquísmo senador propietario de grandes extensiones de tierras en Lusitania70. Hydacio pertenecía a una familia cristiana de Gallaecia71. Una familia, podríamos decir, entusiasta de los Santos Lugares, un entusiasmo compartido por muchos otros individuos y familias en este periodo, sin ir más lejos por su compatriota Egeria. Siendo muy joven Hydacio acompaño a sus padres al largo viaje desde Gallaecia a Jerusalén, donde conoció personalmente a Eulogio de Cesarea y a Juan de Jerusalén, a Teofilo de Alejandría y, especialmente, a Jerónimo72. A lo largo de su obra Hydacio deja traslucir el impacto que le causó esta visita, que probablemente puso en él el germen que le llevó a dedicarse a los asuntos de la Iglesia y a continuar e imitar su actividad literaria73. Este viaje se sitúa entre los años 406 y 407 (cuando era infantulus). Aunque la Gallaecia era un territorio en el que el paganismo estaba muy extendido, estos núcleos cristianos se detectan ya en el siglo IV. El joven Hydacio se trajo de Oriente el impacto de los hombres de cultura y seguramente muy pronto, después de su viaje, se dedicó a la función eclesiástica74. Fama, reputación o cualquier otro factor llevaron a Hydacio a ser nombrado obispo en 42875. Hydacio se encontraba viviendo en pleno territorio suevo. Era el personaje más importante de su ciudad, quizás muy influyente en toda la provincia de Gallaecia. Seguía muy de cerca los acontecimientos. Era un defensor a ultranza de Roma y del romanismo. Para dialogar con los suevos o con los romanos él era el interlocutor autorizado y con prestigio. En 430 lo encontramos encabezando una delegación para informar a Aetius, en Gallia, sobre los acontecimientos y problemas de Gallaecia. Sus funciones no se limitaban a la mera cura pastoral76. Hydacio se erigió en defensor de su pueblo. Sentía gran admiración por Aetius, cuya carrera militar va enumerando a lo largo de su crónica: dux en 431, patricius en 43377. El resultado de la delegación de Hydacio fue que, un año después, Aetius envió a Gallaecia al comes Censurinus con el que regresó el mismo Hydacio78. Censurinus vino a pactar una paz con los suevos y momentáneamente, al menos,

lo consiguió. La intervención de Hydacio había dado sus frutos. Algunos historiadores consideran que esta intervención de Hydacio significa que ya no había autoridad civil local en el territorio79. Pero esto no es necesariamente así en nuestro caso: del texto de Hydacio no se deduce que fuera elegido por nadie para emprender su embajada. Lo interesante sería saber quiénes formaban la legación (legationem) encabezada por Hydacio. Probablemente autoridades civiles, ricos propietarios pro-romanos que fueron a plantear al magister militum Aetius sus quejas y la solicitud de intervención. Hydacio iba al frente porque era la máxima autoridad eclesiástica a la que se podía atender más fácilmente80. Pero no todos los obispos estaban de parte de los romanos. Algunos eran colaboracionistas con los suevos. Hemos citado ya el caso de Symphosius, que fue enviado por el rey suevo Hermerico a Rávena para una delegación. Pero no obtuvo nada81. Unos y otros recurren a los obispos porque saben el prestigio y el peso que tiene su opinión ante las autoridades romanas. Hydacio era un obispo molesto, tanto por su continua denuncia de las actividades de los suevos como por su decidida posición contra las facciones priscilianistas. Su compromiso con la población era completo. Como obispo gozaba de un inmenso prestigio y una cierta infalibilidad. Este mismo compromiso como obispo ocasionó que fuera delatado y capturado como rehén de los suevos82. Estuvo tres meses en cautiverio y mientras tanto Frumario, su captor, pudo saquear el territorio impunemente. Fueron romanos los delatores, romanos favorables a la presencia sueva. Su liberación fue debida quizás, como piensa Burgess, al establecimiento de una pax entre galaicos y suevos, en la que el ilustre rehén debió de desempeñar un papel importante como objeto de cambio. La vida del obispo, como consecuencia de su misión de defensor y líder espiritual, estaba siempre en riesgo, a pesar de su halo de hombre honesto e intocable y respetable. Hydacio pudo salvarse. Pero no fue ése el caso de otro obispo de la época, el obispo León de Turiasso. Como ya se ha visto, en el 449, Basilio, habiendo reunido a un grupo de bacaudae bajo su mando, y probablemente en colaboración con los suevos, atacó la ciudad de Turiasso en la

Tarraconense. Allí perecieron los foederati que la defendían refugiados en la iglesia83. El obispo de la ciudad, León, murió también como consecuencia de las heridas («vulneratus obiit»). Muy probablemente León se había erigido en defensor de la ciudad y se había refugiado, al ver que estaba acorralado, en la iglesia, acogiéndose al derecho de asylum84. Pero la principal actividad de Hydacio, y de los obispos, se concentra sobre todo en los asuntos eclesiásticos y en las disputas teológicas. Hydacio está enterado y atento a lo que sucede en la sede episcopal de Roma, de donde proviene el consejo y la interpretación de la doctrina85. Y aunque pretende, con falsa modestia, que está alejado del mundo y vive en el extremo del Imperio, se ocupa de conocer sobre las vicisitudes de la Iglesia en otros lugares aunque sean muy alejados, como África u Oriente86. Recibe cartas e informes y tiene una activa vida intelectual y cultural87. Recibe delegaciones que le informan de los acontecimientos que suceden en las iglesias orientales88. Es intermediario de la distribución de escritos entre Roma y las iglesias y obispados de las provincias de Hispania, documentos que muchas veces provienen de la Gallia89. Ejercita la función de juez en los tribunales contra los acusados de herejía («qui eos audierant») o informa al metropolitano de Emerita del resultado de sus pesquisas sobre los maniqueos90. Hydacio, además, escribe. Escribe su Chronica para aleccionar al clero, a sus colegas y a quien pueda leerle. Sufre con las desgracias de su pueblo y especialmente con las del clero y las vírgenes (episodio de Bracara). Cumple con su función de amonestar, prevenir, amenazar, recomendar la oración, recordar que el fin del mundo está por llegar y evidencia sus signos y señales para incitar al recogimiento y al arrepentimiento. Hydacio es, por tanto, un ejemplo de la vida y la actividad de un obispo del siglo V en Hispania, empeñado en la vida pastoral, y en las disputas teológicas, e intermediario de su pueblo ante las autoridades civiles, culto, letrado, activo denunciante de las situaciones injustas y fervoroso ortodoxo. Los otros obispos que conocemos bien a través de las noticias de Hydacio bien a través de otros documentos, se presentan de la misma forma en algunos

aspectos: hombres de prestigio Nundinarius de Barcino, Sagittius de Ilerda (hombre culto y poderoso), Syagrius de Osca, Severo de Menorca (que ejerce su obispado en dos ciudades), Iamona y Magona, etc.91. Muchas veces los encontramos como propietarios de tierras, practicando el nepotismo, influyentes en la política local y ante las autoridades, sirviéndose de sus diáconos o presbíteros para diferentes funciones. El obispo es el heredero y el que mantiene el legado del evergetismo cívico tradicional romano. El obispo Zenón de Emerita se ocupa de la reparación de las murallas y el puente de la ciudad por amor a su localidad (amor patriae)92; y el obispo es también el heredero y el principal conservador de la cultura clásica.

Capítulo 6 Economía y relaciones con el exterior

1. Economía Caminos y vías de comunicación son esenciales para el desarrollo de una economía. Las múltiples referencias que poseemos del uso de los caminos y vías en la Península Ibérica en el siglo V en la obra de Hydacio nos permiten afirmar que, al menos, el cursus publicus, el sistema de mantenimiento de caminos para el transporte de mercancías y personas, era razonablemente adecuado, aun con todas las dificultades que presentaba el sistema romano1. Los grandes ejes eran: la vía que, partiendo de la Narbonense y atravesando los Pirineos por el paso de Le Perthus, bordeaba la costa mediterránea hasta Carthago Nova, pasando por Barcino y Tarraco. De Carthago Nova ascendía ligeramente hacia el noroeste (Jaén) para luego descender a Corduba e Hispalis. La vía que provenía de Aquitania y Novempopulana entraba por los Pirineos occidentales y llegaba a Pompaelo, atravesaba la meseta norte hasta Legio y de ahí hasta Asturica, Lucus y Brigantium en Gallaecia, con un ramal que descendía de Asturica a Bracara, donde enlazaba con la vía Brigantium-Olissipo, pasando por Portus Cale, Scallabis, Olisssipo. Una tercera entrada desde la Gallia atravesaba los Pirineos por el puerto de Somport y descendía a Osca, Caesaraugusta y de allí, atravesando la meseta norte, llegaba a Toletum y Augusta Emerita. No menos esencial era la que, partiendo de Tarraco, llevaba a Ilerda, Caesaraugusta, Turiasso (bordeando el Ebro), para enlazar con la que venía de Burdigalia hasta Asturica. El gran eje occidental era el que unía Hispalis con Emerita y Asturica,

atravesando la Lusitania. Esta red viaria une los centros o ciudades más importantes mencionados continuamente en la documentación: Barcino, Tarraco, Ilerda, Caesaraugusta, Pompaelo, Legio, Asturica, Lucus, Bracara, Portu Cale, Olissipo, Emerita, Hispalis y, por el levante, Carthago Nova. En todo este tejido viario, Emerita aparece claramente como el núcleo de convergencia principal de numerosas vías que confluyen en ella del norte, del sur, del oeste y del este. Su situación como capital privilegiada se confirma de esta manera. Ejércitos imperiales, ejércitos godos, expediciones suevas, viajes de obispos o de «embajadores» atraviesan constantemente esta red durante todo el siglo V, a juzgar por lo que nos dicen las fuentes. Del mismo modo pueden servir para los intercambios, transportes de mercancías, relaciones comerciales, transmisión de noticias. Ahora bien, nada se nos dice de la continuidad del servicio del cursus publicus ni de su mantenimiento, recambio de postas, ni de las mansiones que los salpicaban, ni del uso de las mismas. Pero hemos de presuponer que, a pesar de la presencia de suevos, vándalos y alanos, el mantenimiento del cursus, a cargo tradicionalmente de los provinciales, y dependientes de las órdenes del prefecto del pretorio y, a su vez, de los vicarii y gobernadores provinciales, y, en última instancia, de las curiae, debió de seguir existiendo2. Ahora bien, ¿quién y cómo se pagaba este trabajo?, ¿de dónde salían los recursos?, ¿era libre, voluntario, obligatorio?, ¿quién ejercía el poder de obligar a llevarlo a cabo? Solo si existe una administración regular y un sistema fiscal se puede hablar de mantenimiento del cursus. Por tanto, municipios y curiae de las ciudades debían seguir ocupándose de este trabajo. En algunas ocasiones percibimos la dificultad de los viajes: en la epistula de Severo de Menorca se dice que Iamona y Magona no están muy distantes entre sí, pero que el camino entre una y la otra es duro y difícil3. En la epistula de Consencio se habla de que el obispo Syagrio de Osca emprende viaje a pie hasta Tarraco, un viaje, se nos dice, largo, difícil y muy peligroso4. Cuando llega a Tarraco, Frontón se entera de que ha hecho un viaje tan duro y corre a saludarlo: «postquam pedibus tam longum et laboriosum iter»5. El propio Frontón

emprende viaje a Arlés a visitar al obispo Patroclo, viaje que considera largísimo y trabajoso: «ut longissimi itineris labore suscepto»6. Es extraño ver a un obispo hacer un viaje a pie para acudir a una reunión, porque normalmente tenía derecho a transporte público; pero ello podría significar que no todos podían usar en todas las circunstancias el cursus publicus, para cuyo uso se necesitaban permisos especiales del prefecto del pretorio o del vicarius7. En cualquier caso, los viajes eran duros y peligrosos, y muchos se debían hacer a pie. Eso lo sabía muy bien Severus, que, en su viaje a visitar el castellum de su madre, fue asaltado por un grupo de barbari que le robaron la mercancía (véase supra Capítulo 2 (1)). Por tanto, probablemente, los intercambios hay que hacerlos por caminos arduos y poco transitables, y las grandes vías están reservadas al movimiento de los ejércitos y los enviados especiales. Hydacio se refiere a no menos de cuarenta y dos «embajadas» que vinieron y fueron de Gallaecia a Gallia, lo que implica la concesión del derecho al cursus y otras atenciones con estos viajeros privilegiados8. Pero para las comunicaciones quedan otras alternativas: las vías fluviales, muy utilizadas para el transporte, porque resultaban mucho mas rápidas y económicas, y el mar. Poseemos abundantes datos que demuestran que el uso de la navegación marítima es constante y es quizás uno de los medios más rápidos de comunicación a pesar de las restricciones impuestas por las estaciones y las condiciones climatológicas. Los godos de Vallia se trasladan a África en una flota desde Barcino, aunque la expedición naufraga. El bloqueo marítimo de las costas del sur de la Gallia y el noreste de Hispania llega a impedir todo contacto, comercio y abastecimiento del pueblo godo desde el 414 al 416. Los vándalos hacen expediciones marítimas a las Baleares y a Mauritania (Hyd., 77, año 425) y pasan a África con una flota considerable, tras haberse apoderado de las naves locales en 429 (véase supra Capítulo 1 (5)). Nos hemos referido ya a la flota preparada para la expedición de Mayoriano en 460, en las costas del Levante. Barcino, Ilici, Tarraco, Carthago Nova, Portus Cale parecen ser puertos en actividad durante el siglo V, y seguramente muchos otros. Las comunicaciones

entre Gallaecia y sur de la Gallia eran por mar. En 465 los enviados de Aegidius al África vándala parten de la Armorica en mayo y regresan por el mismo camino (cursu) en septiembre9. Viajeros orientales llegan a Gallaecia en 434 o a Hispalis veinte años más tarde10, y la epistula de Severo, así como la de Consencio muestran una fluida comunicación entre las Baleares y el norte de África11. ¿Qué significan todas estas noticias? Simplemente la abundancia de flotas y flotillas en prácticamente todas las costas de la Península en el siglo V. Flotas que servirían para las navegaciones cortas o de más largo recorrido, o para explotar los recursos marinos. Por otro lado, el problema es saber si algunos de los viajes mencionados fueron contactos comerciales o viajes de comerciantes. La llegada de Germanus de Arabia a las costas de Gallaecia, relatada por Hydacio, no parece que lo sea. Se trató de monjes probablemente, lo que ha hecho pensar a J. Fontaine en una influencia del monaquismo oriental en Hispania12. La dificultad para aceptar esta hipótesis es que no sabemos si Germanus se quedó en Gallaecia, regresó o continuó su viaje a la Gallia13. La noticia de los barcos llegados a Hispalis en 456, hecho que, por otro lado, indica la navegabilidad del Guadalquivir, es mucho más enigmática. Los personajes que llegan traen noticias sobre la situación política y las victorias del emperador Marciano en Oriente. Todas las interpretaciones quedan abiertas sobre las razones de esta llegada; pero el hecho demuestra, al menos, unas relaciones, un interés, unos contactos entre la Península Ibérica y Oriente (y, por tanto, no se puede hablar de aislamiento) y que los vándalos no siempre bloqueaban el Mediterráneo durante este periodo. Por otro lado, cuando Hydacio habla de orientales, no sabemos si se refiere a gentes provenientes de Egipto, de Grecia, de Asia Menor o de Constantinopla. Un problema de difícil interpretación es saber si la presencia de cerámicas en distintos centros representa una actividad comercial o de intercambio entre las provincias de Hispania y otros centros del Mediterráneo. Las cerámicas africanas o provenientes de Cartago llegan a las costas mediterráneas de la Península en porcentajes a veces considerables. No es fácil saber si ello representa un

comercio activo con unas mercancías de retorno, o se trata de productos semiannonarios. Hay que tener en cuenta que los lugares donde más se han encontrado estas cerámicas son, o se encuentran, en provincias que continúan siendo romanas o lo siguen siendo, aunque nominalmente pertenezcan alternativamente a los alanos o a los suevos14. La presencia de colaboracionistas con los vándalos en las costas de la Carthaginiense, a propósito de la expedición de Mayoriano en 460, indica que existían entre estas poblaciones intereses seguramente comerciales a los que no querían renunciar los hispanorromanos. Es un hecho bien conocido y constatado que los vándalos en África no interrumpen las relaciones con las riberas del Mediterráneo. Lo que sí es inusual es encontrar la llegada de objetos de lujo en la Península traídos de otros puntos de Mediterráneo en el siglo V. Probablemente la situla Bueña (Teruel)15 y el sarcófago de Astigi (Ecija), de clara influencia oriental en su iconografía16. Pero estos objetos aislados no son suficientes para hablar de comercio o relaciones a gran escala. ¿Qué sabemos de la producción de la Península Ibérica en este momento? No podemos cuantificar la producción, pero podemos asegurar que la agricultura constituía la actividad más importante para la producción y el consumo. Hispania había sido proveedora de aceite en grandes cantidades destinado a Roma o al limes de Germania, durante el siglo III y el IV. Pero ya la Expositio Totius Mundi et Gentium (de mediados del siglo IV) reduce mucho su importancia y da a entender que en el siglo IV la Península no era ya ese gran depósito de abastecimiento17. Esta gran producción creó a su alrededor todo un sistema de transporte y de navicularii y comerciantes, de los que ya no tenemos noticia en el siglo V. Por otro lado, el Edictum de Pretiis de Diocleciano es igualmente muy parco en noticias de productos hispánicos como objeto de compra, comercio y consumo. Y, en todo caso, estas producciones eran, además, objeto de transporte annonario, es decir, una carga para los provinciales, en definitiva, un carga fiscal. En el siglo V no tenemos noticia de que ello continuase de igual forma. Rávena dependía de África para sus transportes de

trigo o aceite, como se demuestra por la interrupción y problemas que causó la revuelta de Heracliano en las provincias africanas18. Sabemos que los godos de Ataúlfo esperaban ansiosamente las promesas de Roma de proporcionarles trigo y abastecimiento durante sus estancia en Gallia y más tarde en Barcino. Y sabemos que una de las principales actividades de los «bárbaros» establecidos en Hispania a partir del 411 fue el dedicarse a la agricultura: «dejadas las armas se dedicaron al arado», comenta Orosio19. Y prueba de ello es un texto del historiador Olympiodoro de Tebas que resulta de gran interés: en efecto, en el frag. 29 Olympiodoro nos dice que «los vándalos llaman a los godos “trulli” porque cuando estaban oprimidos por el hambre, tuvieron que comprar trigo a los vándalos a 1 solidus por “trulla”, siendo una trulla menos que un tercio de un sextario». El texto se refiere al periodo en el que los godos de Ataúlfo estuvieron en Barcino bloqueados por las naves del patricius Constancio. Durante este periodo no tuvieron más remedio que recurrir a los vándalos establecidos en la Bética para que les aprovisionasen de trigo. Los vándalos aprovecharon la situación para vendérselo a un precio desorbitado. Los vándalos sabían que los godos tenían un inmenso botín procedente del saqueo de Roma, especialmente en solidi, de aquellas grandes fortunas, de las que habla también Olympiodoro, de las grandes familias de la ciudad: «muchas de las casas de Roma tienen un beneficio de 4.000 libras de oro por año procedentes de sus propiedades, sin incluir el grano, el vino...»20. El precio exigido por los vándalos resulta ser de 48 solidi por modius, cuando la norma era de 40 modii por 1 solidus21 o 10 modii por 1 solidus, en tiempos de escasez22. Esto quiere decir, por otra parte, que los godos no se dedicaron a trabajar los campos (o que éstos eran insuficientes para mantenerles), y, por otra, que los vándalos silingios que habitaban la Bética tenían subsistencias y surplus, porque pudieron vender trigo, al menos durante dos años, para alimentar a unas 15.000 personas. Definitivamente, los vándalos se habían convertido al arado. Ello demuestra, de paso, que a Hispania no le faltaban recursos, al menos, para la subsistencia. El interés del patricius Constancio de enviar a los ejércitos Vallia contra los

vándalos el 419 y en 420 fue una utilización del rencor acumulado por éstos contra sus rivales los vándalos, y también el de intentar recuperar unas tierras fértiles como lo habían sido siempre las de la Bética. Los suevos, en cambio, recluidos en Gallaecia, con muchos menos recursos, no fueron objeto, inicialmente, de preocupación por parte de los ejércitos romanos. Olympiodoro nos dice también que suevos, vándalos y alanos pasaron a Hispania «porque habían oído que la tierra era fértil y muy rica»23. Ésta era su fama en la retórica imperial. Hispania había producido oro y plata con anterioridad. Todavía el panegirista de Teodosio, a fines del siglo IV, se refiere a Hispania como «pretiosa metallis» y al «aurifex Tagus». Sin embargo, en el siglo IV, y mucho menos en el V, las minas de oro ya no se explotaban24. Si se hubieran seguido explorando las minas de Gallaecia los suevos no hubieran tenido que saquear continuamente los territorios de las otras provincias de Hispania como lo hicieron a lo largo del siglo y, especialmente, los romanos no les hubieran dejado hacer lo que hicieron. Como hemos visto, además, en Hispania ya no había ejército permanente en el siglo V y no se constata la existencia de un thesaurus imperial. No oímos nunca hablar de estas minas ni de su interés o su importancia. Cuando se leen referencias a ellas, son recuerdos de un pasado glorioso, tópicos literarios transmitidos25. Hispania había sido famosa también por su ganado, ovejas, caprinos, caballos: «claras speciosorum gregum fama nobilitat... tibi cedet Alfeus equis, Clitumnus armentis» etc.26. Seguramente que este ganado existió, y encontramos algunas referencias a él, pero era, seguramente, para el consumo interno. Hydacio recuerda que un rayo destruyó dos villae en Gallaecia y abrasó unas ovejas: el pastoreo era una tradición antigua, y parte de la economía de la villa estaba basada en esta actividad. En muchas de ellas se han encontrado restos de cápridos y ovinos, como en Pedrosa, La Cocosa y otras, indicando que, junto a la caza de ciervos, jabalís y liebres o conejos, constituían la base del sustento de quienes habitaban en ellas. Aun el Edictum de Pretiis recuerda la importancia de la lana de Asturica, famosa precisamente porque estaba destinada a la vestimenta del

ejército. Se producían cerámicas y productos artesanales, hierros, bronces, cuchillos, hoces, cencerros etc. Las canteras de mármol estaban abandonadas porque no se sentía la necesidad de su explotación o porque no hacían falta: la ausencia de un evergetismo cívico las hacia innecesarias. Era mejor reutilizar las columnas ya existentes para utilizarlas en nuevas edificaciones y era, además, más económico. No podemos decir, por tanto, que había una producción en gran escala que permitiese obtener excedentes para su redistribución y todo apunta a que estamos ante una economía de autoabastecimiento. Hemos visto ya que en los primeros años del siglo V existían grandes propietarios con enormes espacios de explotación agrícola trabajados por esclavos y colonos. Ello representa la continuidad del sistema de fundi y villae rurales del siglo IV. Pero también hemos visto que a partir del 411 este sistema de explotación se transforma y cambia visible y progresivamente, al menos en las provincias que quedaron fuera de la orbita romana. La causa no fueron los bárbaros, sino la reocupación de las villae por los antiguos dependientes de los anteriores dueños. De la gran explotación extensiva parece que se pasa a la industria familiar, a la producción en pequeña escala. Muchos espacios de las villae son reocupados por hornos, por pequeños centros industriales de producción local. No podemos, con los datos que poseemos, sino hablar de producción autosuficiente y economía autárquica27. Nuestro desconocimiento del funcionamiento del sistema fiscal en Hispania en este periodo es completo. Evidentemente que se debían de seguir pagando las tasas. Pero ¿a quién?, ¿a los suevos?, ¿en qué forma? No hay un sistema annonario, ni ejército al que abastecer con armas, caballos, vestidos o solidi. Es posible que en la Tarraconense siguiera funcionando, al menos durante algún tiempo, el sistema fiscal romano, con impuestos de muy diversa naturaleza, la obligatoriedad del aurum coronarium, el cuidado de las vías, obligación de contribuir al mantenimiento de ejército. Pero no tenemos ni leyes, ni textos, ni ningún documento que nos lo pueda confirmar. Potentes y possesores seguían existiendo en la provincia y son ellos, probablememte, los que seguían

controlando el sistema de tasas en municipios y ciudades. Hemos visto a estos possesores aliarse entre sí para solicitar cambios o recomendar nombramientos de obispos. El patrimonio eclesiástico podía nutrirse de donaciones y herencias, pero no tenemos ningún dato que nos lo confirme para el siglo V. Que la Iglesia iba poco a poco adquiriendo riqueza es un hecho que se confirma por las descripciones que hemos visto de sus clérigos y obispos en las cartas de Consencio y de Severo de Menorca. Hydacio habla también de las riquezas y tesoros acumulados en las iglesias de Asturica que fueron saqueadas por los francos y burgundios en 457. No tenemos noticias de mercados (nundinae) ni sabemos cómo funcionaban las ciudades desde el punto de vista económico y si seguían siendo la base económica del territorium. Tarraco aparece como un centro con domus aristocráticas y ricos propietarios, como ocurre, en menor escala, en Barcino o Emerita. El territorium de las ciudades debía de representar una base fundamental de la economía ciudadana: suevos o burgundios y francos, cuando no pueden conquistar una ciudad, arrasan o saquean su territorium (casos de Caesaraugusta, Asturica, Conimbriga). A toda esta serie de datos, incompletos e inconexos, que impiden realmente al historiador hablar o analizar «la economía» de las provincias de Hispania en el siglo V, se añade el problema de la economía monetaria. ¿Qué moneda, si es que existía, circulaba en la Hispania del siglo V? La ceca de Barcino, abierta por el emperador Máximo con motivo de su usurpación, tuvo muy corta vida (apenas dos años), y su numerario, que no incluye solidi, circuló por la Tarraconense, sur de la Gallia y África, pero siempre en escala reducida28. Los arqueólogos y numismáticos defienden que la moneda del siglo IV siguió siendo utilizada durante una gran parte del siglo V, al no llegar a la Península el numerario de las emisiones de la Gallia, y al no existir ninguna ceca en la Península29. Pero hasta qué punto eso es cierto y cuál era el volumen monetario es imposible de calcular. Se da el caso de que, según algunas leyes, la gente rechazaba el dinero viejo y usado30. A pesar de que hasta el 476 los diversos emperadores emitieron

moneda, su presencia en Hispania es muy escasa y poco significativa. Ni vándalos ni alanos emitieron moneda. Pero hemos visto a los vándalos recibir grandes cantidades de solidi de parte de los godos como consecuencia de la venta de trigo. Es evidente que estos solidi fueron a aumentar su thesaurus, que, seguramente, se llevaron consigo a África en el 42931. Pero el rey suevo Rechiario (448-456) sí que emitió monedas. Conocemos sus siliquae de plata con la leyenda iussu rechiari reges32. Tal y como aparece en el exergo, estas monedas fueron emitidas en Bracara33 y seguramente fue una emisión para pagar al ejército o para servir de intercambio de presentes. ¿Seguía siendo ésta una economía basada en el solidus de oro como moneda esencial y de referencia, tal y como defiende J. Banaji para la economía de la Antigüedad Tardía, frente a la opinión de M. Weber y otros historiadores, de que estamos ante una economía natural? Es posible que ello sirva para aplicarlo a otras provincias del Imperio, pero no para Hispania en el siglo V a juzgar por las evidencias que tenemos.

2. Relaciones con el exterior La Hispania del siglo V no fue un país aislado del resto del Imperio Romano ni del Mediterráneo. Al contrario. La documentación existente permite afirmar que estuvo abierta y en contacto con otras provincias, como Italia, África del norte, sur de la Gallia, las provincias orientales. La presencia de los pueblos bárbaros aumentó el interés por los asuntos y acontecimientos en la Península en la Corte de Rávena, en la Corte de los reyes visigodos de Tolosa, en Cartago, en Roma misma. Las razones fueron muy diversas: estratégicas, de conquista, de influencia, religiosas. La presencia «bárbara» hizo salir a las provincias hispánicas de una especie de letargo aislacionista que se observa en el siglo IV. La misma usurpación de Constantino III significó el envío de tropas de muy diversa composicióna la Península e hizo llamar la atención a la Corte de Rávena por los acontecimientos que se sucedían en el territorio. En la Chronica de

Hydacio se cuentan no menos de cuarenta y dos «embajadas» para establecer negociaciones de diverso tipo entre romanos y suevos, o vándalos y romanos, o godos y suevos con un trasiego de viajes e idas y venidas de Gallia a Gallaecia o de Italia a Gallaecia inusitado y desconocido hasta entonces. Hérulos, vándalos y godos se interesaron por poder establecerse de alguna forma en Hispania. Una parte, al menos, de la dioecesis hispaniarum, la Tarraconense, se convirtió en un baluarte romano frente a la presencia «bárbara» ilegítimamente constituida mediante los acuerdos con los usurpadores. El progreso del priscilianismo intensificó las relaciones entre la jerarquía eclesiástica hispana con los obispos de la Gallia, que tenían también en su propio territorio el mismo problema, así como con Roma y el Papado. Los vándalos en África no dejaron de tener relaciones con el Levante por intereses de intercambios comerciales, y encontraron colaboracionismo entre los hispanorromanos para prevenir el ataque de las tropas y flota del emperador Mayoriano en el 460. Las relaciones de las Islas Baleares con África fueron intensas al menos hasta la expedición vándala del 425. La presencia de las reliquias de San Esteban en Magona constituyó un foco de atención e interés de los cristianos y la presencia de los restos de la mártir Eulalia en Emerita comenzó a tener eco y resonancia en África y en Italia y Oriente34. En el año 434 un presbítero procedente de Arabia y algunos monjes orientales («et aliquorum graecorum») estaban en Gallaecia informando a Hydacio de los acontecimientos de la Iglesia de Jerusalén y de Constantinopla35. En 456 encontramos de nuevo orientales («orientalium naves») en Hispalis trayendo noticias de las victorias del emperador Marciano sobre los lazi36. No sabemos si estas naves eran de mercatores transmarini o no. Pero es cierto que los arqueólogos detectan la presencia de cerámicas orientales incluso en las regiones cantábricas37 y, por supuesto, en las costas de Levante. Y esta relación es también en el sentido contrario: Hydacio viaja a Oriente siendo aún joven, Orosio hace lo propio, y Egeria, poco antes, recorre Palestina y Egipto, llegando hasta el Sinaí. Hydacio pretende decir en varias ocasiones, en tono de queja y

lamento, que se encuentra en el extremo del mundo38, pero en realidad su Gallaecia está en contacto con la Gallia permanentemente, con la Armorica, con la Corte de Tolosa y Burdigalia, con Arlés, con Roma. Los suevos no fueron nunca un impedimento para estos contactos.

Epílogo A las puertas del regnum gothorum, el siglo V, un siglo de transición

Ni caos ni bárbaros germánicos destructores. Ni Apocalipsis ni fin del mundo. La historia del siglo V en Hispania se presenta como una característica distintiva: es la historia de un siglo en transición de una sociedad y de unas estructuras políticas, administrativas y económicas, de una concepción de la vida, de la ciudad y de unas creencias y prácticas religiosas, a otras diferentes, pero marcadas en muchos aspectos por la continuidad, por la permanencia, o el interés por esa misma permanencia. No podemos decir que la presencia bárbara significase la imposición de una nueva estructura económica o un sistema de tasas diferente a la Península. Si el rex es una figura nueva en la concepción del Estado, en el fondo el rex tiende a imitar al imperator, jefe de los ejércitos, legislador, eventualmente evergeta, propulsor de acuerdos y receptor de embajadas, incentivador de las relaciones con otros regna o con el mismo emperador romano. El siglo V en Hispania aparece como un periodo de disgregación, en el que falta lo que tradicionalmente había cohesionado a la sociedad, el emperador y su administración y su legislación. Resultado de problemas internos del gobierno imperial en Italia y de la desatención de los emperadores de la Pars Orientis1, la sociedad de las provincias hispánicas debió de enfrentarse (y lo hizo) a los problemas de su organización, supervivencia y defensa, con sus propios medios, interpretando en cada caso sus desafíos, confiándose aún a las formas de organización existentes o consuetudinarias. En

el terreno económico ello significó un retraimiento a una producción más autárquica y de distribución reducida, lo que no quiere decir que no se siguieran explotando los campos, ni que se haya renunciado a las industrias tradicionales o que se produjera un aislamiento con el exterior. El impacto «bárbaro» fue muy escaso. La cultura material no se vio afectada o transformada de forma radical o evidente por la presencia de los nuevos inquilinos de la Península ni ellos dejaron ninguna impronta de su origen germánico. Es impropio y erróneo hablar de germanismo en Hispania en el siglo V. Hay que seguir hablando de unas provincias romanas y de una base estructural romana: el latín siguió siendo utilizado, los topónimos no cambiaron esencialmente, la ciudad continúa siendo el centro esencial de la comunidad y, probablemente, también de la economía. La ciudad seguirá siendo, además, el centro de representación, el símbolo del poder: Barcino, Tarraco, Caesaraugusta, Emerita, Hispalis, Bracara, Carthago Nova, Lucus, Asturica, Legio, etc. Las ciudades perviven como centros administrativos fundamentales que hay que conservar2. Administrativamente hablando, las cosas no cambiaron esencialmente: el sistema provincial, sus límites, la gobernabilidad de las ciudades y municipios, las divisiones en conventus no fueron, o no se vieron, afectadas por ninguna interferencia desde el poder «bárbaro». Este mundo «bárbaro», por otro lado, que llega a Hispania circunstancialmente de la mano del poder romano usurpador, por razones políticas coyunturales, aparece poco estructurado, poco centralizado, él mismo disgregado. Nada semejante, por ejemplo, a la dominación otomana del antiguo Imperio Bizantino a partir del siglo XV3. Esta situación, en fase embrionaria entre la gens y el regnum, de los pueblos que llegaron a la Península en el 409, no consigue afianzarse, ni influenciar, ni conseguir un cambio de estructura en la organización romana existente; por el contrario, se adapta a ella, la imita, la integra e incorpora. A ello contribuye el hecho fundamental del escaso espacio temporal de la permanencia de vándalos y alanos en la Península (no más de veinte años en total), y al reducido número de

los nuevos inquilinos. Solo los suevos, que sobrevivieron a los ataques de los romanos y de los godos, dieron muestras de comenzar a estructurar en su territorio, un regnum que prometía llegar a ser fuerte y consolidado y que comenzaba a dar señales de independencia y capacidad de entenderse y hablar de tú a tú con otros regna (el visigodo) o con el Imperio. Precisamente fue el rey suevo Rechiario el representante unificador de esta tendencia y, precisamente por ello, las tropas de Teoderico, con el acuerdo y consentimiento del emperador Avitus, organizaron una expedición de gran escala contra los suevos, destructiva y sin piedad. El reino suevo se recuperó (a pesar de la pomposa frase de Hydacio al respecto), pero es verdad que ya no fue nunca como antes. Los suevos perdieron a partir del 456 su dinámica y fuerza de crear un regnum fuerte y estable en el siglo V. Los romanos, por su parte, aun a pesar de todas las dificultades políticas, militares, económicas, no renunciaron nunca (al menos hasta el reinado de Eurico, 466-484), a las provincias hispánicas, no permitieron que se creasen en ellas unos regna independientes que, aunque modelados en los esquemas romanos (como sucedería en el norte de África con el regnum vandalorum)4, constituyeran una unidad o una fuerza política alternativa. Incluso a la llegada de los visigodos de Eurico y Alarico II, la provincia Tarraconense, prácticamente dejada a su propia suerte, opuso resistencia, principalmente expresada por su aristocracia y sus clases elevadas y económicamente poderosas. Resistencia condenada al fracaso por falta de organización, de ejército y de apoyo exterior ya, por otro lado, inexistente. Los «bárbaros» no fueron vistos como unos enemigos implacables, destructores o dominadores por la población hispanorromana, ya que esta acabó muy pronto por aclimatarse a ellos, a coexistir con ellos, prefiriéndolos a los mismos romanos (episodio de Mayoriano en 460). Los «bárbaros destructores» no lo fueron ni más ni menos que los romanos lo habían sido en sus conquistas y dominio de los territorios. Las razzias de los suevos tienen como objetivo el botín puntual, no muy diferente de lo que hacían los latrones que asolaron durante siglos el paisaje de las provincias del Imperio Romano. Los vándalos

inauguraron su política expansiva por mar desde la Península Ibérica, haciendo incursiones a las Baleares y a Mauritania, pero durante una gran parte de su estancia en la Bética se dedicaron a la agricultura (episodio de la venta de trigo a los godos en Barcino). Las provincias romanas de Hispania nunca fueron completamente dominadas ni se instaló en ellas un «nuevo régimen» con sistemas políticos, jurídicos o económicos diferentes de los romanos preexistentes. Tarraconense, Carthaginiense, Bética, Baleares, Mauritania se conservaron prácticamente bajo la administración romana durante al menos los primeros ochenta años del siglo. Y aunque la presencia de los suevos fue más larga en el tiempo en Gallaecia, convivieron con los romanos y no intentaron acabar con el sistema administrativo romano ni en las ciudades ni en la organización general. La Lusitania cobró una importancia especial por razones geoestratégicas y por ser el escenario más accesible y fácil para los residentes en Gallaecia. Pero siguió siendo romana. No oímos hablar nunca en este periodo de persecuciones de paganos o de los católicos, ni de destrucción de los santuarios o los templos, aunque éstos pudieran estar ya en desuso y las formas de paganismo adoptasen caracteres distintos a los rituales formales oficiales. La Iglesia aparece progresivamente como el componente ideológico y social emergente, líder de las comunidades. Los obispos se transforman no solo en guías espirituales, sino en conservadores de los valores tradicionales romanos (evergetismo del obispo Zenón de Emerita) y en sustitutos de los líderes locales, ciudadanos o de la administración. Pero la Iglesia, al mismo tiempo, se va consolidando con fuerza y con poder económico y surgen en su seno las disputas, las persecuciones, la intolerancia, el nepotismo, la intransigencia. La Iglesia fue también la creadora del nuevo paisaje urbano, de los nuevos centros de culto, pero, al mismo tiempo, fue la que mantuvo la cultura clásica tamizada por sus propias interpretaciones. La llegada de los «bárbaros» dinamizó a la sociedad hispanorromana, galvanizó su inercia tradicional. «El último siglo de la España romana» fue el

siglo IV. El siglo V conoció nuevos inquilinos en la Península, que no permiten hablar ya de una Hispania romana ordenadamente organizada y bajo el aparato completo del Estado romano. Pero «al menos [los bárbaros] fueron una cierta solución» (K. Cavafis).

Nota del autor a la segunda edición

En las páginas 134 y 169 de la primera edición yo mantenía la autoría hipotética de Máximo, obispo de Caesaraugusta, de la llamada Chronica Caesaraugustana, siguiendo la opinión de Mommsen en sus Chronica Minora, quien a su vez seguía la sugerencia de H. HERTZBERG (Die Historien und die Chroniken de Isidorus von Sevilla. Eine Quellenuntersuchung, Göttingen, 1874). En la misma página 169 yo señalo: «la identificación del autor no es completamente segura, aunque es muy plausible. Historiolam es un término que puede ser aplicado a la Chronica o texto que se nos ha conservado, pero probablemente no es el más exacto...». Sin embargo, en un artículo que escapó a mi conocimiento, Roger Collins [«Isidore, Maximus and the Historia Gothorum», en A. SCHARER y G. SCHEIBELREITER (eds.), Historiographie im frühen Mittelalter, Wien–München, 1994, pp. 345–358] puso en duda esta opinión defendida por Mommsen (y que fue seguida desde entonces por todos los historiadores). La reciente edición de Carmen Cardelle de Hartmann incluye ya las entradas de la Chronica Caesaraugustana como anotaciones al texto de la Chronica de Victor Tunnunensis, denominándolas o identificándolas como parte de unos Consularia Caesaraugustana que es como debemos llamar desde ahora a estas notas. Véase Victor Tunnunensis Chronicorum reliquis ex Consularibus Caesaraugustanis et Iohannis Biclarensis Chronicon (ed. de Carmen CARDELLE DE HARTMANN); Commentaria historica ad Cons. Caesar et ad. Iohann. Biclarensis Chronicon (ed. de Roger COLLINS); Corpus Christianorium, Series Latina CLXXIII A, Turnhout, Brepols, 2001, pp. 115 ss., y A. GILLET, «The Accesion of Euric», Francia, 26, 1999, pp. 1–40 (esp. 3–9). Me excuso por no

haber incluido estas referencias, un olvido imperdonable. No obstante, la nueva edición de los Consularia Caesaraugustana, salvo ligeros ajustes cronológicos mínimos, no cambia el texto ni el contenido del de Mommsen, que yo he seguido. El libro de Michael KULIKOWSKI, Late Roman Spain and its Cities, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2004, apareció cuando el mío estaba en imprenta. Éste es un estudio importante y polémico en algunos aspectos y trata de la historia del siglo V en Hispania en varios lugares, en ocasiones con opiniones e interpretaciones diversas de las mías. He manifestado mis discrepancias al mismo en una recensión, aún en prensa, en el Journal of Roman Archaeology (2007?). Se observa un creciente interés por a historia de Hispania en el siglo V d.C. en la bibliografía de historiadores y arqueólogos, y aparecen libros y artículos sobre diversos aspectos de la misma cada vez con más frecuencia. Todo ello no puede sino contribuir al debate y al progreso del conocimiento de este periodo complejo que prepara la transición del mundo antiguo a lo que llamamos la Edad Media en la Península Ibérica. Contribuir a ello es mi único objetivo, pero aún queda mucho trabajo por hacer, porque estoy convencido de que podemos volver a leer la documentación de otra forma para conseguir interpretaciones más acordes con el contexto en el que surgieron, especialmente de los siglos VI y VII. Por ello creo oportuno recordar aquí la recomendación que hacia Sir Ronald Syme a propósito del estudio de la Historia Augusta, perfectamente válido para la época que tratamos: «Anyone who wants certain facts about [the HA] will have to distrust manuals (even if recent and reputable); and he will be well advised to go slow on bibliography and “the literature of the subject”. Instead, read the text» (Ronald SYME, Historia Augusta Papers, Oxford, 1983, p. 29), es decir: «Cualquiera que quiera conocer ciertos hechos sobre [la Historia Augusta] debe olvidarse de manuales (aunque sea recientes y prestigiosos); y debe estar alerta para ir con prudencia sobre la bibliografía y “la literatura sobre el tema”. A cambio, lea el texto».

Javier Arce Villeneuve d’Ascq, junio de 2007

Anexo I Tablas cronológicas

Emperadores romanos del siglo V Pars Occidentis Honorius: 395-423 Constantinus (III) (usurpador): 411-413 Maximus (usurpador): 410-411 Jovinus (usurpador): 411-413 Attalus (usurpador): 409-410/416 Constantius (III): 421 (corregente con Honorius) Iohannes: 423-425 Valentinianus (III): 425-455 Petronius Maximus: 455 Avitus: 455-456 Majorianus: 457-461 Libius Severus: 461-465 Anthemius: 467-472 Glycerius: 473-474 Julius Nepos: 474-475 Romulus Augustulus: 475-476

Pars Orientis Arcadius: 395-408 Theodosius (II): 408-450 Marcianus: 450-457 Leo (I): 457-474 Zeno: 474-491 Anastasius (I): 491-518

Reyes visigodos del siglo V Alarico (I): 395-410 Ataúlfo: 410-415 Sigericus: 415 Vallia: 415-418 Teoderico (I): 418-451 Torismundo: 451-453 Teoderico (II): 453-466 Eurico: 466-484 Alarico (II): 484-507.

Reyes suevos del siglo V Hermerico: ?-441 Rechila: 438-448 Rechiario: 448-456 Maldras: 456-460 Framtame: 457-458 Remismundo: 459-464

Reyes vándalos del siglo V en Hispania Asdingos Gunderico: 406-428 Genserico: 428-477

Reyes alanos del siglo Ven Hispania Addax: ?-418

Anexo II Fuentes y abreviaturas

Fuentes antiguas y abreviaturas Para la Chronica de Hydacio he utilizado la edición de R. W. BURGESS, The Chronicle of Hydatius and the Consularia Constantinopolitana. Two contemporary accounts of the final years of the Roman Empire, Oxford, Clarendon Press, 1993. La numeración de esta edición difiere de las anteriores y ello hay que tenerlo presente a la hora de controlar los pasajes citados. La edición de Burgess no tiene comentario histórico, sino solamente aparato crítico, y por ello me he servido también, principalmente para comentarios y observaciones, de la edición de A. TRANOY, Hydace. Chronique (I-II), SChr. 218-219, París, 1974. En ocasiones he consultado también la edición de Th. MOMMSEN, «Hydatii Lemici continuatio chronicorum hieronymianorum ad a. CCCCLXVIII», en MGH AA, 11, Chronica Minora, vol. II, Berlín, 1894 (reimp. Múnich, 1981), pp. 3-36.

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HS = Isidorus, Historia Suevorum (MGH, AA, 11, Chronica Minora II, pp. 300-303) (Mommsen). HV: Isidorus, Historia Vandalorum, MGH, AA, 11, Chronica Minora II, pp. 295-300 (Mommsen) I. Biclarensis, Chronica ad a. DLXVII-DXC, MGH, AA, 11, Chronica Minora II, pp. 211-220 (Mommsen). Iordanes, Getica, MGH, AA, 5, 1882, pp. 53-138 (Mommsen). Iordanes, Romana, MGH, AA, 5, 1882, pp. 3-52 (Mommsen). Leo, Epistulae (A. Thiel, Epistulae romanorum pontificum genuinae, I, Braunsberg, 1867). Marcellinus Comes, Chronicon, MGH, AA, 11, Chronica Minora II, pp. 37101 (Mommsen). Marius Aventicensis, Chronica, MGH, AA, 11, Chronica Minora II, pp. 232239 (Mommsen). ND: Notitia Dignitatum, reimp. Frankfurt, 1983 (ed. O. Seeck). Severus Minorcae, Epistula de Iudaeis = Letter on the Conversion of the Jews, Oxford, Clarendon Press, 1996 = Bradbury (ed. S. Bradbury). Olymp., Frag. = (Blockley). Orientius, Commonitorium, Poetae Christiani Minores, Viena, 1888, pp. 205243 (ed. R. Ellis). Or. = Orosius: Historia adversum paganos, CSEL, 5, 1882, (ed. C. Zangemeister). Pacatus, Drepanius, Panegyricus Theodosii, Les Panégyriques Latins, t. III, Belles Lettres, Col. Budé, París, 1955 (ed. É. Galletier). Paulinus, Eucharisticon, SChr., 209, 1974 (ed. C. Moussy). Philostorgius, Historia Ecclesiastica, Berlín, 1913 (ed. J. Bidez). Priscus Paniensis, Frag. = (Blockley). Prosperus Aquitaniae, Chronica, MGH, AA, 11, Chronica Minora I, pp. 365 ss. (Mommsen). Salvianus Masilliensis, de Gub. Dei, CSEL, 8, 1883 (ed. F. Pauly).

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En esta bibliografía no he incluido una serie de manuales que tratan de forma general el periodo que va desde el siglo V al VIII como los de J. Orlandis, L. García Moreno y J. J. Sayas Abengoechea y las Historias generales de España. He incluido, sin embargo, en ella algunos títulos no citados en el texto pero que han formado parte de mis lecturas sobre el periodo o que me han servido como referencia para diversas interpretaciones. ABADAL, R. de, Del reino de Tolosa al reino de Toledo, Madrid, 1960. ALARÇAO, J., y ETIENNE, R., Fouilles de Conimbriga, I, París, L’architecture, 1977. ALBA, M., «Características del viario urbano de Emerita entre los siglos I y VIII, Mérida. Excavaciones arqueológicas 1999», Memoria, 5, Mérida, 2001, pp. 397-423. — «Sobre el ámbito doméstico de época visigoda en Mérida, Mérida. Excavaciones arqueológicas 1997», Memoria, 3, Mérida, 1999, pp. 387-418. D’ALÈS, A., Priscillien et l’Espagne chrétienne à la fin du IVe siècle, París,1936. ALBERTINI, E., Les divisions administratives de l’Espagne romaine, París, 1923. AMENGUAL, J., Consencí. Correspondencia amb sant Agustí, I, Barcelona, 1987, pp. 14-19. — Els origens del cristianisme a les Balears, I, Palma de Mallorca, 1981. — «Informacions sobre el priscil·lianisme a la Tarraconense segons l’ep. 11 de Consenci (any 419)», Pyrenae, 15-16, 1979, pp. 319-338. — «Vestigis d’edilicia a les cartes de Consenci i Severi», en III Reunió d’Arqueología Cristiana Hispánica, Barcelona, 1964, pp. 489-497. AMORY, P., People and Identity in Ostrogothic Italy (489-554), Cambridge, 1997. AQUILUÉ, X., Relaciones económicas, sociales e ideológicas entre el norte de África y la Tarraconense en época romana. Las cerámicas de producción africana procedentes de la Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco, Barcelona, 1992. ARCE, J., «La Notitia Dignitatum et l’armée romaine dans la Diocesis Hispaniarum», Chiron, 10, 1980, pp. 593-608. — El último siglo de la España romana (284-409), 3.ª reimpr., Madrid, 1997. — España entre el mundo antiguo y el mundo medieval, Madrid, 1988.

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Notas Prólogo 1 Sigo la traducción de P. Bádenas con ligeros retoques. Cfr. C. P. CAVAFIS, Poesía completa, 4.a ed., Madrid, Alianza, 1997, p. 151. 2 Cfr. Robert LIDELL, Cavafis. A Critical Biography, Londres, Duckworth, 1974, pp. 85 ss. (hay traducción española de C. Miralles, Barcelona, Ultramar, 1980). 3 Y. PIERIDIS, O Kabafis sunomilies, charakterismoi anekdota, Atenas, 1943, p. 323 (citado en LIDELL, op. cit., pp. 85-86). 4 Sobre las circunstancias históricas de este momento véase J. POLLOCK, Kitchener, Londres, 2001, y H. L. WESSELING, Divide y vencerás. El reparto de África (1880-1914), Barcelona, 2001, pp. 305 ss. 5 S. TSIRKAS, O Kabafis kai e epoche sou, Atenas, 1958, pp. 334 ss. (citado en LIDELL, op. cit., p. 86). 6 LIDELL, op. cit., p. 86. 7 Son muchos sus poemas de tema romano-bizantino. Cfr., por ejemplo, los números 115, 108, 111, 116, 128, 99, 143, 45, etc., en la edición de P. Bádenas. 8 Como los describe el cronista Hydacio en las primeras páginas de su Crónica.

Notas Introducción. El caos

1 Hyd., 26. 2 Ho Peng YOKE, «Ancient and Mediaeval Observations of Comets and Novae in Chinese Sources», Vistas in Astronomy, núm. 5, 1962, pp. 127-225; Theodor VON OPPOLZER, Canon of Eclipses (Canon der Finsternisse), traducción de Owen Gingerich, Nueva York, 1962. 3 Burgess, p. 6. 4 El uso de la datación de la era hispánica, corriente en Gallaecia, contaba a partir del año 38 a.C. Hydacio, habituado a su uso, la utilizó en su Crónica, del mismo modo que la vemos usada en las inscripciones de la región, cfr. Burgess, p. 33, y sobre la aera hispanica, cfr. J. VIVES, Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda, Barcelona, 1969, pp. 177-185. 5 Según Tranoy (Hydace, II, p. 128) el número 365 «representa las revoluciones del sol alrededor de la tierra durante un año y por ello tiene un significado especial en el mundo romano», citando a J. HUBAUX, Rome et Veies. Recherches sur la chronologie légendaire du Moyen Age romain, París, 1958, pp. 60-69. A este propósito no me resisto a no citar completa una noticia aparecida en el diario El País de 17 de marzo de 2003: «Una carpa que iba a ser cortada en rodajas comenzó a dar gritos advirtiendo sobre el fin del mundo el pasado enero en Nueva York, según aseguran dos pescaderos del New Square Fish Market. La historia, hecha pública en los últimos días por varios medios de comunicación, comenzó, según cuenta Zalmen Rosen —el dueño de la pescadería y miembro de los judíos ultraortodoxos Hasidim —, cuando Luis Nivelo, un empleado suyo ecuatoriano, se preparaba para cortar y picar una carpa destinada a la cena del Sabath. En ese momento, el pescado comenzó a gritar en hebreo: “Tzaruch shemirah, Hasof bah”, que viene a significar que hay que prepararse porque el fin del mundo está cercano. El pescadero no entendía hebreo, pero al oír a la carpa hablar salió corriendo y comenzó a dar gritos, asegurando que el diablo estaba allí. Entonces Rosen, el dueño de la pescadería, que sí habla hebreo, se acercó y pudo entender al pez parlante, que se identificó como el alma de un judío hasidim muerto hacía un año. Rosen también, presa de pánico, intentó acabar con la carpa, pero se cortó con el cuchillo y tuvo que ser trasladado a un hospital. Finalmente, su empleado ecuatoriano pudo acabar con el pez, que, pese a lo ocurrido, se vendió ese mismo día. Muchos miembros de la comunidad judía de Nueva York piensan que Dios, preocupado por la posible guerra de Irak, se ha manifestado en forma de pez, aunque la mayoría se muestran más que escépticos, incluidos muchos humoristas de la ciudad de los rascacielos, que ya han comenzado a incluir la historia en sus actuaciones profesionales en teatros, hoteles y restaurantes de la gran manzana». Creencias y supersticiones no han cambiado mucho desde Hydacio. 6 Hyd., 247. 7 Isid., HG, 26: «quorum prodigiis tam crudele bellum significaretur». 8 Hyd., 142, describe la batalla y habla de 300.000 muertos, cifra exagerada. Cfr. THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 141, y el comentario de TRANOY en Hydace, II, pp. 92-93. 9 Hyd., 148.

10 TRANOY, Hydace, II, p. 128. 11 Burgess, pp. 9-10. Hydacio había leído y creía en un Apocalipsis apócrifo que pasaba por ser una carta de Cristo a Tomás en la que se revelaba esa fecha del fin del mundo (Burgess, p. 9, n. 15). 12 Hyd., 24. 13 Cfr., sobre el sentido y significado de barbari, Raymon VAN DAM, Leadership and Community in Late Antique Gaul, Berkeley, 1985, p. 44. 14 Hyd., 40. 15 Hyd., 40. 16 Hyd., 41, año 411. 17 Hyd., 56. 18 Hyd., 65. 19 Hyd., 118. 20 Hyd., 128. 21 Sobre este personaje véase PLRE, II, s.v. 22 Recuérdese el cometa que apareció presagiando la muerte de Julio César; sobre ello véase St. WEINSTOCK, Divus Iulius, Oxford, 1972. 23 Hyd., 151. 24 Sobre los condicionamientos de la obra de Hydacio y las crónicas tardías en general véase St. MUHLBERGER, The Fifth Century Chroniclers: Prosper, Hydatius and the Gallic Chronicle of 452, Leeds, 1990, y B. CROKE, «The Origins of the Christian World Chronicle», en B. CROKE y A. M. EMMETT (eds.), History and Historians in Late Antiquity, Sydney, 1983, pp. 116-131, y Burgess, pp. 164. 25 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 142. 26 Cass., Chronica, Chr. Min., II (Mommsen), p. 155: «vandali Hispania occupaverunt». 27 Para la de Isidoro, II, p. 471 (Mommsen); para las Consularia, Burgess, p. 243. 28 Próspero: «Wandali Hispania occupaverunt»; Chr. Gallica: «Hispaniam partem maximam Suevi occupavere» [Chr. Min., III, p. 654 (Mommsen)]. 29 Chr. Min., II, 91 (Mommsen). Véase ahora B. CROKE, Chiron, 13, 1983, pp. 81-119. 30 Ni siquiera un historiador como Orosio, también hispano, concede tanta importancia dramática al hecho. Cfr. VII, 40, 9-10, y VII, 43, 13. 31 Véase THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 142 ss. 32 Un caso clamoroso reciente es, por ejemplo, el libro de Bernard LEWIS, What Went Wrong? Western Impact and Middle Eastern Response, Londres, Phoenix, 2002, en el que se demuestra que un historiador de excelente preparación puede seleccionar a su gusto e interés la documentación que posee. 33 Burgess, p. 10. 34 Para las fuentes de Hydacio véase Burgess, pp. 5 ss. 35 Todas ellas reunidas en los tres volúmenes de Chronica Minora en MGH, editadas por Mommsen. Para la carta de Consencio véase J. DIVJAK (ed.), Sancti Aurelii Ausgustini Opera. Espistulae ex duobus codicibus nuper in lucem repertae, CSEL, LXXXVIII, Ep. 11*. Para la carta de Severus he usado

Severus of Minorca. Letter on the Conversion of the Jews, edición de Scott Bradbury, Oxford, 1996. 36 Para las ediciones de estas obras seguidas en este libro, cfr. bibliografía.

Notas Capítulo 1. Bárbaros y romanos

1 Éste es el término administrativo de las provincias de Hispania a partir de Diocleciano. Cfr. J. ARCE, Último siglo, pp. 31 ss. 2 CTh., 12, 1, 151. 3 Symm., VII, 106, con J. ARCE, «Los caballos de Símmaco», Faventia, 1982, pp. 35 ss. 4 PLRE, II, Petronius, 1. 5 PLRE, II, Macrobius y Chastagnol, Les Espagnols, pp. 17 y 22-23, que se inclina por lo contrario. 6 CTh., 1, 15, 16. 7 J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 319-320 (parafraseo). 8 He tratado este tema en otro lugar y la versión de los hechos que doy a continuación no modifica esencialmente lo que ya expuse, aunque sí en algunos detalles. Además de J. ARCE, Último siglo, pp. 151 ss., y España, pp. 68 ss., véase Maria CESA, Impero Tardoantico e barbari: La crisi militare da Adrianopoli al 418, Biblioteca di Athenaeum, 23, Como, 1994, pp. 121 ss.; J. F. DRINKWATER, «The usurpers Constantine III (407-411) and Jovinus (411-413)», Britannia, 29, 1998, pp. 269-298 (que no tiene en cuenta ni mis trabajos ni los de Wynn); M. KULIKOWSKI, «Barbarians in Gaul, usurpers in Britain», Britannia, 31, 2000, pp. 325-345; Ph. WYNN, «Frigeridus, the british tyrants and early fifth century barbarian invasions of Gaul and Spain», Athenaeum, 85, 1997, pp. 69-117; H. EHLING, «Zur Geschichte Constantins III», Francia, 23, 1996, pp. 1-11; R. SHARF, «Der spanische Kaiser Maximus und die Ansiedlung der Westgoten in Aquitanien», Historia, 41, 1992, pp. 374-84. Sobre la fecha de elección de Constantino III véase Zos., 5, 27, 1-2, con Paschoud, 1989, p. 20. 9 Sobre estos acontecimientos, cfr. bibliografía citada en n. 8. 10 Zos., 6, 5, 3. 11 Olym., Frag., 13; Zos., 6, 2, 2. 12 Oros., 7, 40, 4. 13 Kulikowski (véase n. 8) no está de acuerdo con esta interpretación, pero no hay motivo para no dar crédito a los historiadores antiguos sobre este particular. 14 Constante fue emperador de las provincias occidentales y Juliano fue proclamado emperador en Lutecia, y ambos lucharon contra los pueblos de las fronteras del Rin. 15 PLRE, II, Constans, I. 16 Olym., Frg., 17, y Soz., 9, 15, 33. 17 Oros., 7, 40, 7: «ex monacho Caesarem factum». 18 Soz., 9, 15, 3.

19 Zos., 6, 2, 4-5. 20 Kulikoski y Drinkwater (véase n. 8) difieren de esta interpretación con argumentos poco convincentes. 21 Hier., Epist., 123, 15. 22 Oros., 7, 40, 5. Las distinciones que hacen Kulikoswki y Drinkwater a este propósito (véase n. 8) me parecen innecesarias. 23 Oros., ibid.: «quos cum provinciae oboedienter accepissent». 24 Así lo he puesto de manifiesto en otros lugares. Véase ARCE, Último siglo, pp. 151 ss. 25 Hyd., 2: «Theodosius natione Spanus de provincia Gallaecia civitate Cauca». Fue proclamado Augusto por Graciano en enero del año 379. 26 Véase PLRE, s.v.; E. A. THOMPSON, The Historical Work of Ammianus Marcellinus, Cambridge, 1947, pp. 89 ss., y A. DEMANDT, «Der Tod des älteren Theodosius», Historia,17, 1969, pp. 598 ss. 27 Soc., HE, V, 2, 2; Drep. Pacatus, Pan., XII, 10, 2; Ps. Aur. Victor, 47, 3; en general véase ARCE, España, pp. 91 ss., y MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 93-94. 28 MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 167-168. 29 Concretamente sus tropas de honoriani o honoriaci. 30 Ya STEVENS suponía lo mismo en «Marcus, Gratian, Constantine», Athenaeum, 35, 1957, pp. 327 ss. Y también MATTHEWS, Western Aristocracies, p. 310, y P. DE PALOL, Segovia y la arqueología romana, Barcelona, 1977, pp. 305 ss. 31 Sobre el tema véase A. CHAVARRÍA, «Villas in Hispania during the IV-Vth. Centuries», en BOWES y KULIKOWSKI (en prensa), y El final de las villas en Hispania (en prensa). 32 Constantino quería ser un emperador reconocido por Honorio sin intención específica de derrocarlo, fenómeno, por otro lado, propio de todos los usurpadores de la época. 33 Véase Maria Cesa, p. 130, n. 8, con la bibliografía allí mencionada. 34 J. LAFAURIE, RN, V serie, 15, 1953, pp. 37 ss., para las monedas con la leyenda «restitutor». 35 Oros., 7, 40, 5. 36 Zos., 5, 43, 2; Olymp., Frag., 13. 37 Oros., 7, 40, 5. 38 Zos., 6, 4. 39 Zos., 6, 4; Soz., 9, 11. 40 Zos., 6, 4, 3. 41 Soz., 9, 11. 42 Oros., 7, 40, 6: «hi vero plurimo tempore servulos tantum suos ex propiis praediis colligentes ac vernaculis alentes sumptibus». 43 Sobre el tema he tratado ampliamente en otros lugares. Véase J. ARCE, «La Notitia Dignitatum et l’armée romaine dans la dioecesis Hispaniarum», Chiron, 10, 1980, pp. 593-608, y Último siglo, pp. 63 ss. 44 P. LE ROUX, L’armée romaine et l’organisation des provinces ibériques d’Auguste à l’in vasion

de 409, París, 1982, p. 397. 45 Como he defendido, y creo demostrado, en otros trabajos. 46 Y, consiguientemente, las indicaciones de la Notitia sobre el particular son inutilizables para el caso de Hispania. Esto parece descubrirlo ahora Kulikowski (véase n. 8) sin citar mis trabajos, pero mencionando a P. BRENNAN, «The Notitia Dignitatum», en C. NICOLET (ed.), Les littératures techniques dans l’antiquité romaine, Entretiens Hardt, 42, Ginebra, 1995, pp. 147-178. 47 Sobre el tema véase el estudio pormenorizado de A. CHAVARRÍA, El final de las villae en Hispania (en prensa). 48 Cfr. Vita Melaniae, 15 (editado por GORCE, SChr., 90, París, 1962, pp. 154 ss.). Para la Gallia véase C. BALMELLE, Les demeures aristocratiques d’Aquitanie, Burdeos, 2002. 49 Ch. LÉCRIVAIN, «Etudes sur le Bas-Empire», Mél. d’Arch. et Hist., 10, 1890, pp. 253-283, esp. pp. 267 ss: «Les soldats privés au Bas Empire». 50 CTh., 12, 14, 1. 51 LÉCRIVAIN, loc. cit., p. 268, y CTh., 15, 12, 3. 52 Oros., 7, 40, 5. 53 Soz., 9, 11; Zos., 6, 4; para el término que se aplica a los domésticos libres y a los esclavos, igualmente cfr. J. STRAUSS, «La terminologie de l’esclavage en Egypte romaine», Acta Coll. 1973 sur l’esclavage, París, 1976, p. 347, n. 29. 54 No era la primera vez que se reclutaba un ejército semejante en el Imperio. Firmo, que se rebeló en tiempos de Valentiniano I contra el poder romano en África, había reunido una gran tropa a sus expensas también (magna mercede) en la que se incluían esclavos (servis comitantibus paucis). Cfr. Amm. Marc., 19, 5, 34 y 5; más ejemplos: Sidonio Apollinar, Ep., 3, 13; Procopio, BG, III, 18-22, y, en general, LÉCRIVAIN, loc. cit., p. 272. 55 Véase también ARCE, Último siglo, p. 154; F. Paschoud así también lo admite: «(Lusitanie) où sans doute ils résidaient» (Zosime, III, 2, p. 33). 56 Para la concentración de villas en Lusitania, cfr. ARCE, «Mérida Tardorromana», Hom. A. Sáenz de Buruaga, Madrid, 1982, pp. 216-217, con A. CHAVARRÍA, op. cit n. 47. 57 Oros., 7, 40, 7. Según algunos autores, estas tropas deberían llamarse honoriani, mencionados por las Notitia Dignitatum. Comentario sobre el tema en PASCHOUD, Zosime, III, 2, p. 33, y, sobre todo, M. Cesa (véase n. 8, p. 27) en pp. 135-136, n. 50. 58 Oros., 7, 40, 8. 59 IG, XIV, 2559. 60 Zos., 5, 43, 1-2. 61 Sobre Gerontius, cfr. ARCE, España, pp. 108 ss. 62 Oros., 7, 40, 8. 63 El saqueo de los honoriaci es un hecho que deja perpleja a M. Cesa, que señala que, si bien es conocida la práctica de confiscar los bienes (sobre todo los de los reos de alta traición, como sería el caso de Dídimo y Veriniano), sin embargo, la leyes castigaban a quienes se apropiasen indebidamente de tales bienes (cfr. R. DELMAIRE, Largesses sacrées et res privata, Roma 1989, pp. 598 ss.). La aparente contradicción se resuelve fácilmente: los bienes que saquearon los honoriaci no eran las propiedades de Dídimo y Veriniano, sino, simplemente, villae y campos cualesquiera.

64 Oros., 7, 40, 7, con CESA, loc. cit., p. 235. 65 Oros., 7, 40, 8; Soz., 9, 12, 2; Zos., 6, 5, 1. 66 Cfr. G. CLEMENTE, La Notitia Dignitatum, pp. 219 y 238; CESA, op. cit., p. 135, n. 50; BACHRACH, History of the Alans, p. 55 (eran alanos). 67 Véase Ch. COURTOIS, Les Vandales et l’Afrique, París, 1955, p. 52. 68 Sobre el tema y las referencias, véase Javier ARCE, Último siglo, p. 157, n. 33. 69 A pesar de ello, historiadores y arqueólogos españoles insisten recalcitrantemente en esta idea absurda e inventada para forzar una hipótesis ad hoc en un auténtico intento de «abuso de la historia». 70 Sobre el problema véase E. DEMOUGEOT, «La Gaule Nord-Orientale à la vieille de la grand invasion germanique de 407», RH, 236, 1966, pp. 17-46. 71 Orentius, Comm., II, 184. 72 Hier., Epist., 123, 15. 73 Ep, 5, 9, 1. 74 Véase J. ARCE, HAnt., 3, 1973, pp. 127 ss. 75 Los motivos de la rebelión de Gerontius no están explicados de la misma manera por los historiadores y algunos difieren de mi interpretación en pequeños puntos de detalle. Creo, sin embargo, que se puede seguir manteniendo mi versión de los hechos tan válida como otras soluciones que son, todas, hipotéticas, dadas las lagunas en la documentación que poseemos. Véase la bibliografía citada en n. 8. 76 Zos., 6, 5, 2. 77 Olym., Frag., 15 y 17. Tiene razón Wynn cuando me critica porque atribuyo en España (p. 116) este texto a Sozomeno que no se refiere para nada a la «eirene» hecha por Gerontius con los bárbaros. Quien lo dice es Olympiodoro en Frag., 17. Cfr. Wynn, loc. cit. (n. 8), p. 90, n. 83. Sin embargo, no estoy de acuerdo con la versión de los hechos que da este autor, quien considera que la segunda venida de Constante a Hispania sería consecuencia de la llegada de suevos, vándalos y alanos haciendo luchar contra ellos conjuntamente a Gerontius y a Iustus, lo que es insostenible si tenemos en cuenta lo que dicen las fuentes. Cfr. WYNN, op. cit., p. 96. 78 Olym., Frag., 15. 79 En la historiografía española el hecho se toma como un acontecimiento que no necesita explicación en la mayoría de los casos: suevos, vándalos y alanos pasaron, invadieron, dentro del esquema general de las migraciones de estos pueblos. 80 Olym., Frag., 15. 81 Véanse las opiniones recogidas en Ch. COURTOIS, Vandales, p. 50. 82 Zos., 6, 5, 2. 83 Courtois, ibid., aunque pudieron pensar que podrían saquear los silos y los horrea llenos. 84 Cfr. M. CESA, op. cit. (véase n. 8, p. 27), p. 139, con la discusión. 85 Sobre ellas véase ahora Ballmelle, n. 48. 86 Oros., 7, 40, 8: «Prodita Pyrenaei custodia claustrisque patefactis cunctas gentes quae per Gallias vagabantur, Hispaniarum provinciis inmittunt isdemque ipsi (sc. Hanoriani) adiunguntur». 87 M. Cesa fecha este acuerdo en el 409 (CESA, op. cit., n. 8, p. 141). COURTOIS, Vandales, p. 53,

piensa también que tenían intención de regresar a la Gallia pero no lo pudieron hacer porque ya en 411 estaban instalados allí los godos. 88 J. MATTHEWS, Western Aristocracies, p. 311. 89 Véase E. A. THOMPSON, «Zosimus and the End of Roman Britain», Antiquity, 30, 1956, pp. 163-167. 90 Zos., III, 2, p. 37. 91 Cfr. J. ARCE, «Inestabilidad política en Hispania durante el siglo II d.C.», AEspA, 54, 1981, pp. 101-115. 92 ARCE, Último siglo, p. 160. 93 A. PIGANIOL, L’Empire, p. 367. Sobre Máximo véase ahora R. SCHARF, «Der spanische Kaiser Maximus und die Ansiedlung der Westgoten in Aquitanien», Historia, 41, 1992, pp. 374 ss., que cree que Máximo era hijo de Gerontius. 94 O. SEECK, Geschichte, VI, Stuttgart, 1921, p. 392, n. 44 y 24. 95 Véase X. CALICÓ, «En torno a una posible moneda barcelonesa del siglo IV», Cuad. Arq. Hist. de la Ciudad, I, 1960, pp. 95-105 (donde se da la contradicción de que la moneda estudiada es de Máximo, es decir, del siglo V); R. TURCAN, «Trésors Monétaires trouvés à Tipasa», Lybica, IX, 1961, pp. 201-225 (Máximo en pp. 204-205). Han seguido esta propuesta, entre otros, J. M. GURT y C. GODOY, «Barcino, de sede imperial a urbs regia en época visigoda», en G. RIPOLL y J. M. GURT (eds.), Sedes Regiae (ann. 400-800), Barcelona, 2000, pp. 425-466. 96 J. LAFAURIE, «La chronologie des monnaies de Constantin III et de C. II», RN, V serie, 1953, pp. 37 ss. 97 Sobre la importancia de Tarraco en este periodo véanse más adelante pp. 80, 204 y 219 ss. Es en esta ciudad donde se concentran las tropas romanas cuando vienen a hacer campañas a Hispania y donde vemos residir a comites y magistri militum o duces romanos en circunstancias determinadas. El argumento, utilizado por Gurt y otros, de que Barcino era una ciudad más intacta que Tarraco en el siglo V tiene escaso fundamento y poca consistencia. 98 Cfr., sobre las monedas de Máximo, J. P. C. KENT, Roman Imperial Coinage, vol. X., pp. 150151 (Kent llama a Máximo «Máximo de Barcelona»). 99 Véase J. J. Cepeda, p. 355. 100 Cepeda, p. 355. 101 Kent, ibid. 102 A no ser que la tercera G de su titulación corresponda a Teodosio II, lo cual es muy verosímil. 103 Oros., 7, 42, 4; Soz., 9, 12, 6 y 9, y 13, l; Olym., Frag., 17, y Kulikowski (n. 8 del cap. 1), pp. 339-340. 104 Sobre estos acontecimientos véase MATTHEWS, Western Aristocracies, p. 311; CESA, loc. cit., pp. 149 ss., y los artículos de Scharf y Ehling citados en n. 8 del cap. 1. La cabeza en Cartago Nova véase Olymp., Frag., 20; Ravenna, Cons. Const., a. 411 (cfr. PLRE, II, p. 316, y SEECK, Geschichte, VI, p. 392). 105 Soz., 9, 13, 2. 106 cfr. ARCE, España, pp. 120-121. 107 Olym., Frag., 17.

108 J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 312-313, dice: «Máximo escapó hacia los bárbaros que apoyaban su régimen», lo que no es del todo exacto. 109 Oros., 7, 42, 5: «Maximus exutus purpura destitutusque a militibus gallicianis qui in Africam traiecti, deinde in Italiam revocati sunt, nunc inter barbaros in Hispania egens exulat». 110 Prosp. Tir., s.a., 412. 111 Hyd., 34. 112 Hyd., 38. 113 Hyd., 39. 114 Oros., 7, 41, 2. 115 Hyd., 40: «opes et conditam in urbibus substantiam tyrannus exactor diripit et militibus exauriunt». 116 El comentario de Tranoy (Hydace, II, p. 38) me parece, en este punto, erróneo. 117 Situación parecida, aunque no igual, en Noricum, según la Vita Sancti Severini, I, 4, y II, 1. Cfr. THOMPSON, Romans, pp. 118-119 (The End of Noricum): los bárbaros están instalados en las ciudades. 118 Oros., 7, 41, 7. 119 Oros., 7, 41, 7; Hyd., 41: «barbari ad pacem ineundam domino miserante conversi». 120 Oros., 7, 41, 7: «residuosque Romanos ut socios modo et amicos fovent, ut inveniantur iam inter eos quidam Romani qui malint inter barbaros pauperem libertatem quam inter. Romanos tributariam sollicitudinem sustinere». 121 Hyd., 41: «Spani per civitates et castella residui a plagis barbarorum per provincias dominantium se subiciunt servituri». Sobre el término castella y sus significado véase Jairus BANAJI, Agrarian Change in Late Antiquity, Oxford, 2001, pp. 7-10 (esp. p. 9, n. 24), que, en mi opinión correctamente, traduce castellum como «rural settlements», probablemente villae fortificadas, añado yo. El término «forts» o castros creo que debe descartarse (para «forts» véase Burgess; Hyd., 41, p. 83, siguiendo a THOMPSON, NMSt, 1977, pp. 22 y 26). Tranoy traduce «villes fortifiées» (Hydace,I, 49, p. 119). 122 Sal., De guber. Dei, V, 21-22. Véase el comentario de VAN DAM, Leadership and Community, pp. 43-44. 123 De guber. Dei, V, 23. 124 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 181, que, sin embargo, minimiza más adelante el valor de estas afirmaciones de Orosio y Salviano (p. 182). 125 Hyd., 41: «se dividieron las regiones de las provincias entre ellos para habitarlas». 126 Hyd., 41: «Callicia Vandali occupant et Suaevi sitam in extremitate Oceani maris occidua. Alani Lusitaniam et Carthaginiensem provincias et Vandali cognomine Silingi Beticam sortiuntur». 127 Oros., 7, 40, 10. 128 Ésta parece ser la opinión de Tranoy cuando dice (Hydace, II, p. 40): «es probable que los bárbaros llegados a la Península sintieran la necesidad de reagruparse geográficamente en función de sus etnias. Y el reagrupamiento se hizo a través del sistemas de las sortes». 129 M. Cesa piensa que hicieron un acuerdo con Máximo y que éste se quedó con el control de la Tarraconense (op. cit., n. 8, p. 142); STEIN, Histoire, I, 1, p. 263, piensa que hubo un foedus; E. DEMEOUGEOT, Formation, II, 2, p. 448, piensa que la paz se hizo solo con algunos bárbaros y la distribución de las provinciarum regiones se hace en acuerdo con Máximo y es consecuencia de una

deditio de los provinciales; SCHMIDT, Wandalen, p. 22, piensa que los llegados concluyeron un tratado con Honorio; COURTOIS, Les Vandales, p. 53, cree que no hubo pacto porque Hydacio habla de servitute. Todas las opiniones recogidas en CESA, loc. cit. Es de destacar, como hace esta autora, que muchos historiadores modernos ni siquiera se plantean estos problemas cuando tratan este trascendental episodio. 130 Romans and Barbarians, pp. 155-156; en contra, J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 287-88, y J. ARCE, AnTard, 7, 1999, pp. 79 ss. 131 Sobre este establecimiento véase, entre otros, THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 23 ss. 132 Oros., 7, 43, 14. 133 Hyd., 79; COURTOIS, Les Vandales, p. 393, y PLRE, II, s.v. 134 COURTOIS, ibid., pp. 54 y 237, n. 1. 135 Hyd., 63, y PLRE, II, s.v. 136 Hyd., 60. 137 CESA, op. cit., p. 145, donde discute si sors se puede referir a tierras obtenidas en suerte (cosa que excluye St. HAMMAN, Vorgeschichte und Geschichte der Sueben in Spaniens, Regensburg, 1971, p. 86) u otras soluciones propuestas. 138 Romans and Barbarians, pp. 158-159; un número considerado recientemente por Liebeschuetz «very much too high» (cfr. W. LIEBESCHUETZ, Gens into regnum, p. 64). 139 Cfr. Victor de Vita, I, 2; Procopio, BV, III, 18, y Liebeschuetz, ibid. que hablan de 80.000, pero véase GOFFART, Barbarians and Romans, p. 231. 140 Hyd., s.a., 417 y 418. 141 Ataúlfo en Barcino en 414 (Hyd., 52). También Oros., 7, 43, 8; Olym., Frag., 26. Sobre Ataúlfo, cfr. SEECK, RE, II, 1939-1941; PLRE, II, pp. 176-178; J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 315 ss.; S. I. OOST, Galla Placidia Augusta, Chicago-Londres, 1968, p. 117; V. A. SIRAGO, Galla Placidia e la trasformaziones politica dell’Occidente, Louvain, 1961; M. CESA, «Il matrimonio di Placidia e Ataulfo sullo sfondo dei rapporti tra Ravenna e Visigoti», Romanobarbarica, 12, 1992/3, pp. 23 ss.; WOLFRAM, History,pp. 162-163, y HEATHER, Goths, pp. 220 ss. 142 Zos., 5, 37, 1; Olym., Frag., 10. 143 Zos., 5, 37, 1, con Paschoud. 144 Sobre Sarus, cfr. Zos., 5, 30, 3, con Paschoud, p. 222, y Zos., 6, 13, 2, n. 130 en p. 66 (Paschoud). Sobre la enemistad, cfr. L. VARADY, «Jordanes-Studien», Chiron, 6, 1976, pp. 1 ss. 145 Hyd., 37: «Alaricus moritur, cui Ataulfus succedit in regno». 146 Oros., 7, 42, 6; sobre la usurpación de Jovino véase ahora J. DRINKWATER, Britannia, 29, 1998, pp. 269 ss. 147 La resistencia a Jovino la encabezó Cl. Postumus Dardanus, luego prefectus praetorio Galliarum, desde Hispania. Cfr. SEECK, Geschichte, VI, p. 49, y STEIN, Histoire, I, 2, p. 558, n. 97. Sobre estos acontecimientos y sus implicaciones entre la sociedad de la Galia, véase MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 321 ss.; para los acuerdos entre bárbaros y romanos es excelente M. CESA, Impero Tardoantico e barbari, pp. 152 ss. 148 Cfr. M. CESA, Romanobarbarica, 12, 1992/3, pp. 23 ss. 149 Oros., 7, 42, 12, hace alusión expresa a la retención de la annona africana por parte de

Heracliano: «aliquamdiu Africana annona extra ordinem detenta». Sobre la revuelta de Heracliano, cfr. S. I. OOST, «The Revolt of Heraclian», CP, 61, 1966, pp. 236-242. Olympiodoro (Frag., 22, 1) señala que la reclamación de Placidia se hacía debido a la insistencia específica de Constancio, todopoderoso magister militum de Honorio. 150 El régimen de hospitalitas significaba que el bárbaro recibía dos terceras partes de la tierra cultivable de un territorio romano, la mitad del pasto y bosques. Cfr. F. LOT, «Du régime de l’hospitalitas», RBPhH, 7, 1928, pp. 975-1011; además de W. GOFFART, Barbarians and Romans AD 418-548: the techniques of accomodation, Princeton, 1980, que presenta una interpretación radicalmente diferente. 151 Soz., 6, 7, 2. 152 Oros., 7, 43, 1: «interdicto praecipue atque intercluso omni commeatu navium et peregrinorum usu commerciorum». 153 Olym., Frag., 24; Philostorgio, 12, 4. 154 Resulta aparentemente contradictorio que Ataúlfo conservase tantas riquezas (50 missoria llenos de solidi) y piedras preciosas que, sin duda, había llevado en su thesaurus en su comitiva desde Cosenza hasta la Gallia, a través de Italia, y que su pueblo se viera constreñido por el hambre y la necesidad de avituallamiento. ¿No hubieran podido servir para conseguir la voluntad de Honorio, que tan necesitado estaba de solidi para pagar a sus ejércitos, y remediar sus finanzas? Pero los solidi no servían para dar de comer ni comerciar en aquel tiempo de peregrinaje. 155 Olym., Frag., 33 y 38. 156 Olym., Frag., 38. La relación entre Honorio y Placidia, su hermana, despertó sospechas en la corte: sentían un gran placer en estar el uno con el otro y se daban besos en la boca constantemente, recuerda Olympiodoro, que concluye afirmando que ello levantó las sospechas más vergonzantes (Frag., 38). Las mejores biografías de Placidia son las de Oost y Sirago citadas (véase bibliografía). 157 Sobre el tema, cfr. D. CLAUDE, «Gentile und territoriale Staatsideen in Westgotenreich», Frühmittelalterliche Studien, 6, 1972, pp. 1-38, esp. p. 2. 158 Oros., 7, 43, 3: «sectator pacis militare fideliter Honorio imperatori ac pro defendenda Romana republica inpendere vires Gothorum praeoptavit». 159 Oros., 7, 43, 5-6. Estos párrafos de Orosio han sido comentados en múltiples ocasiones por los historiadores, como es lógico. Lo interesante es que Orosio dice que había oído estas ideas acerca de Ataúlfo a un amigo con el que había mantenido una estrecha relación en Narbona, y que se las contó al historiador durante una estancia en Belén, en la que coincidieron. 160 Hyd., 49: «Atauulfus apud Narbonam Placidiam duxit uxorem; in quo profetia Danihelis putatur inpleta, ut ait, filiam regis austri sociandam regi aquilonis, nullo tamen eius ex ea semine subsistente». Cfr. Daniel, 11, 6; MATTHEWS, Western Aristocracies, p. 316, con el comentario, y TRANOY, Hydace, II, pp. 46-47, con Introduction, p. 19, en donde señala oportunamente que ésta es una profecía aplicable, en principio, a los reyes helenísticos de Egipto. 161 Véanse los acertados comentarios de TRANOY, Hydace, I, p. 19. 162 Hyd., 75 y 76. 163 Olym., Frag., 39. 164 Oros., 7, 43, 7. 165 Sobre sus consecuencias, cfr. D. CLAUDE, «Zur Ansiedlung barbarischer Föederaten in der ersten Hälfte des 5 Jahrhunderts», en H. WOLFRAM y A. SCHWARCZ, Anerkennung und Integration,

ÖAW ph. hist. Klasse, Denkschriften, 193, 1988, pp. 13-16. 166 Olym., Frag., 26.2 (Filostorgio, 12, 4-5). 167 Olym., Frag., 22, 3. 168 Olym., Frag., 23. 169 Hyd., 52: «Atauulfus a patricio Constantio pulsatus, ut relicta Narbona, Hispanias peteret». 170 Maria Cesa observa también este hecho: «sembra che i movimenti dei Goti non siano stati ostacolati né dai barbari che si erano stabiliti nella parte nord-occidentale della penisola iberica, né da Costanzo, i cui soldati avevano provveduto poco prima a ripristinare l’autorità imperiale in Tarraconense» (CESA, Impero tardoantico, op. cit., p. 157). 171 Olym., Frag., 30 da la cifra; Oros., 7, 43, 12; Hyd., 52; sobre este episodio véase más ampliamente infra pp. 275, 276 y 289. 172 A. H. M. JONES, LRE, III, p. 39, n. 65. 173 Cfr. C. NIXON, «Relations between Visigoths and Romans in Fifth Century Gaul», Fifth Century Gaul, pp. 64 ss. 174 Véase M. CESA, loc. cit., p. 159, n. 138. La reducción de la población: Cesa, pp. 104 ss. 175 Gisela RIPOLL, «The arrival of the Visigoths in Hispania: Population problems and the process of acculturation», en W. POHL y H. REITMITZ (eds.), Strategies of Distinction. The Construction of Ethnic Communities 300-800, TRW, 2, Leiden, 1998, pp. 153-187. 176 Oros., 7, 43, 7: «feminae sane ingenio acerrimae et religionis satis probae». 177 Olym., Frag., 26. 178 Para otros casos como el de los burgundios en Ginebra, visigodos, vándalos u ostrogodos, cfr. P. BARNWELL, Emperors, Prefects and Kings, Londres, Duckworth, 1992, pp. 87, 139, 118 ss. y 74. 179 Oros., 7, 43, 8. 180 Olym., Frag., 26. El término que usa Olympidoro para este lugar en modo alguno puede ser identificado con una basílica o iglesia. Se trata de un pequeño oratorio. 181 Olym., Frag., 26. 182 Jord., Get., 31, 163. 183 Hyd., 52 : «Inter familiares fabulas iugulatur». 184 Olym., Frag., 26. Dubius había estado al servicio de ambos. 185 Oros., 7, 43, 8. Otros autores dan otras causas más anecdóticas: Jordanes dice que lo asesinó porque Ataúlfo se reía de su escasa estatura y Filostorgio (12, 4) porque había cometido muchos crímenes. 186 Olym., Frag., 26. 187 Olym., Frag., 26. Sobre todo el pasaje, véanse los excelentes comentarios de THOMPSON, Romans, p. 47. 188 Véase otra vez THOMPSON, ibid. 189 Thompson, extrañamente, no menciona al obispo. No creo que haya que incluir a Sigesarus entre los primeros obispos de Barcino. 190 Olym., Frag., 26.

191 Sobre el triumphus, cfr. M. MCCORMICK, Eternal Victory, Cambridge, 1986. 192 MCCORMICK, Eternal Victory, pp. 303 ss. (que no menciona la ceremonia de Sigerico). 193 Oros., 7, 43, 9: «cum itidem iudicio Dei ad pacem pronus esset, nihilominus a suis interfectus est». 194 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 47. 195 THOMPSON, ibid., citando a Orosio, 7, 43, 9, y a Isidoro, Hist Goth., 20 (que no es más que una copia de Orosio). TRANOY, Hydace, II, p. 49, sigue a Thompson. 196 Oros., 7, 43, 10. 197 Oros., 7, 42, 9, y Olym., Frag., 14. Un fragmento de Olympiodoro, recogido en Filostorgio, señala, erróneamente, que fue entregado, junto con Placidia, al emperador Honorio después del acuerdo hecho con Valia. Cfr. Blockley, II, p. 217, n. 58. 198 Oros., 7, 43, 10: «ad hoc electus a gothis ut pacem infringeret, ad hoc ordinatus a deo, ut pacem confirmaret». 199 Oros., 43, 7, 12: «Placidiam imperatoris sororem honorifice apud se honesteque habitam». 200 THOMPSON, Romans, p. 47, y MATTHEWS, Western Aristocracies, p. 318, siguen a Orosio. 201 Oros., 7, 43, 11. La noticia la recoge también Próspero de Aquitania, 1259 (MGH,I, 468). Ni Hydacio ni Olympiodoro la mencionan. M. Cesa (Impero, p. 158) piensa que se trató de una expedición contra África, así como Thompson (Romans, p. 48): «the failure of his assault on Africa». Creo que ambos malinterpretan el texto de Orosio que habla sólo de transire, ciertamente con armas y bagajes: armis navigiisque. Matthews es más preciso: «an attempt to cross the straits to North Africa» (Western Aristocracies, p. 318). 202 Oros., 7, 43, 11: «in duodecim milibus passum Gaditani freti tempestate correpta, miserabili exitu perierat». 203 Oros., 7, 43, 14. 204 CESA, Impero, p. 158; una posibilidad quizás demasiado romántica. 205 Olym., Frag., 30. 206 Cfr. Blockley, II, p. 218, n. 63. 207 Oros., 7, 43, 12. Hyd., 52, habla de que la paz fue hecha en realidad con Constancio: «cum patricio Constantio pace mox facta». 208 Oros., 7, 43, 13, e Hyd., 52 (año 416). 209 Hyd., 52, 55 y 59-60. 210 Hyd., 61. 211 Hyd., 62. 212 Sobre el asentamiento en Galia y el acuerdo Constancio-godos, cfr. E. A. THOMPSON, «The settlement of the barbarians in Southern Gaul», JRS, 46, 1956, pp. 65 ss., y Romans, pp. 23 ss.; WOLFRAM, op. cit., pp. 173 ss.; B. BACHRACH, «Another look at the barbarian settlement in Southern Gaul», Traditio, 25, 1969, pp. 354 ss.; V. BURNS, «The visigothic settlement in Aquitania: imperial motives», Historia, 41, 1992, pp. 362 ss.; M. CESA, Impero, pp. 162 ss., con toda la copiosa bibliografía citada en esos trabajos. Al parecer Constancio no quería que los godos se quedasen en Hispania y formasen una fuerza importante después de sus victorias sobre vándalos y alanos.

213 Oros., 7, 43, 15: «Y así, hoy (es decir, en el momento en que escribe Orosio el final de su obra, esto es, en el 417), nos enteramos cada día, por medio de mensajes repetidos y dignos de crédito, de que en España hay guerras entre los pueblos allí establecidos y que los pueblos bárbaros se masacran los unos a los otros...». 214 Sigo la edición de H. SIVAN publicada en «An Unedited Letter of the Emperor Honorius to the Spanish Soldiers», ZPE, 61, 1985, pp. 273-287 (lo de «unedited» sobra, ya que la carta había sido publicada anteriormente). Sigo este texto porque presenta modificaciones importantes, y para mí convincentes, para la comprensión del texto. La epistula fue dada a conocer por J. M. LACARRA, «Textos navarros del Códice de Roda», Estudios de la Edad Media de la Corona de Aragón, 1, 1945, pp. 268-269; luego publicada y comentada por E. DEMOUGEOT, «Une lettre de l’Empereur Honorius sur l’hospitium des soldats», RHDFE, 36, 1956, pp. 25-49; publicada y comentada de nuevo por A. H. M. JONES, The Later Roman Empire (284-602), III, Oxford, 1964, p. 36, n. 44, quien ya le había dedicado un comentario en el X Congrès Int. d Études Byzantins, Estambul, 1955 (1957), p. 223. Entre los españoles no ha merecido gran atención a excepción de A. BALIL, «La defensa de Hispania en el Bajo Imperio», Legio VII Gemina, León, 1970, pp. 603-620, esp. pp. 616 ss., que la relacionaba con las tropas mencionadas en la Notitia Dignitatum, y Juan GIL que hizo una edición de ella en Habis, 15, 1984, pp. 185-188. Véase ahora, además, M. KULIKOWSKI, «The Epistula Honorii again», ZPE, 182, 1998, pp. 247-252. Este autor, después de un análisis de algunos problemas que presenta el texto de la carta, concluye que prácticamente es un documento del que no se pueden sacar conclusiones históricas, a lo sumo, dice, que en Hispania en algún momento hubo comitatenses leales a Honorio (p. 251). Yo creo que esto es una exageración y que, a pesar de las evidentes dificultades, el texto es auténtico (lo que no niega Kulikoswki) y del que se puede sacar una cierta información coherente, que es lo que intento hacer en las páginas que siguen. Tiene razón Kulikowski en que las tropas mencionadas en el documento no deben relacionarse ni tienen nada que ver con las registradas en la Notitia Dignitatum para Hispania, que es lo que han intentado hacer algunos comentaristas del documento, como por ejemplo, Balil (véase art. supra, pero véase ya ARCE, España, pp. 111-112). Kulikowski insiste en la idea de que la Notitia no sirve como documento para la situación militar en Hispania (p. 251, n. 14), pero eso no es ninguna novedad, ya que hace tiempo que lo he venido señalando en una serie de estudios que, por otro lado, Kulikowski no menciona o desconoce (cfr. ARCE, Chiron, 10, 1980; España, pp. 75 ss.; Último siglo, pp. 73 ss., y ahora «La epistula de Honorio», Anejos AEspA, XX, 1999, pp. 461-468). Ni Thompson ni Matthews la mencionan. Véanse también los comentarios de M. CESA, Impero, p. 164, y T. BURNS, Historia, 41, 1962, p. 56. 215 Sobre las cartas y respuestas del emperador a diversos funcionarios, magistrados, privados, militares, cfr., en general, F. MILLAR, The Emperor in the Roman World, Londres, 1977, y para el caso específico del ejército, B. CAMPBELL, The Emperor and the Roman Army, Oxford, 1984. 216 Cfr. Zos., 6, 10, 2. Parece ser que estas cartas también obedecen a anteriores misivas enviadas a Honorio. Pero sobre la discusión, muy viva, a propósito de este texto de Zósimo, véase Paschoud, III, 2, pp. 57 ss. 217 Cfr. PLRE, II, Cambridge, 1980, Sabinianus, 2. Véase la discusión en SIVAN, op. cit., p. 277, que piensa que era un comes o un magister officiorum o praefectus praetorio Galliarum y no un magister utriusque militiae. A. DEMANDT, «Magister militum», PW, suppl. XII, 1970, col. 633, piensa que es el predecesor o sucesor de Constancio. 218 La discusión sobre el tema en BARNWELL, Emperor, Prefects and Kings, pp. 44-47, y además T. BARNES, «Patricii under Valentinian III», Phoenix, 29, 1975, pp. 155-170, y R. W. MATHISEN, «Patricians as diplomats in Late Antiquity», Byzantinische Zeitschrift, 79, 1986, pp. 35-49. 219 Sivan (loc. cit., n. 2, pp. 282-285) resume las razones de unas y otras propuestas y acaba afirmando: «418, no moment seemed more auspicious» (p. 285).

220 CESA, Impero, pp. 164-165. 221 Claud., VI Cons. Hon., 543; A. CAMERON, Claudian, Oxford, 1970, p. 382. 222 CAMERON, op. cit., p. 384; THEOPHANES, Chronographia A.M. 5895 = a.d. 402-3 [cfr. C. MANGO y R. SCOTT (eds.), The Chronicle of Theophanes the Confessor, Oxford, 1997, pp. 177-178, n. 3]. 223 Solución esta sugerida por SIVAN, op. cit., pp. 276-277. 224 Cfr. MILLAR, The Emperor, pp. 87-93 y 224-225. 225 Speculatores: JONES, LRE, pp. 565-566; seniores-iuniores, britannici: SIVAN, op. cit., p. 279; R. TOMLIN, «Seniores-iuniores in the Late Roman Field Army», AJPh, 93, 1972, pp. 253-278, y D. HOFFMANN, «Das spätrömische Bewegunsheer und die Notitia Dignitatum», ESt, 7, Düsseldorf, 19691970. 226 SIVAN, op. cit., p. 281; cfr. CTh., VII, 14, 1 (para la paga del ejército). 227 «Ut eadem virescat forma virtutis quibus excellens una devotio est» (ll, 12-13). 228 Para lo que sigue puede verse ARCE, Último siglo, 1982, con la bibliografía básica. 229 Hyd., 53. 230 Hyd., 59. 231 Hyd., ibid. 232 Hyd., 61. Desde Tolosa hasta la Aquitania marítima: año 418. 233 Hyd., 66. 234 Hyd., 69, véase infra pp. 112-113. 235 Chr. Gall., 452, n. 85, s.a. (Mommsen). 236 R. SCHARF, «Der Spanische Kaiser Maximus und die Ansiedlung der Westgoten in Aquitanien», Historia, 41, 1992, pp 374-384, esp. pp. 377 ss. 237 Marc. Comes, s.a. 422: «In tricennalia Honorii Maximus tyrannus et Jovinus ferro vincti de Hispanias adducti atque interfecti sunt»; Jord. Rom. 326: «Maximus et Jovinus de Spanias ferro vincti abducti atque interfecti sunt». 238 SEECK, Regesten, p. 346. 239 «Bei den Tricennalien des Honorius in Ravenna wird der Usurpator Maximus in Triumph vorgeführt» (SEECK, Regesten, ibid.). Cfr. Chr. Gall., 452, n. 89, y Marc. Comes, s.a. 422 (supra n. 237). 240 Hyd., 7, 42, 1 (420). SEECK, Regesten, p. 344, prefiere 421, quizás con razón. 241 Oros., 7, 42, 1: «Honorius imperator, videns tot oppositis tyrannis nihil adversum barbaros agi posse, ipsos prius tyrannos deleri iubet. Constantio comiti huius belli summa commissa est». 242 He tratado de este tema con conclusiones similares, aunque ligeramente matizadas aquí, en J. ARCE, «La Epistula de Honorio a las tropas de Pompaelo: comunicaciones, ejército y moneda en Hispania (siglos IV-V d.C.)», en R. M. S. CENTENO, M. P. GARCÍA-BELLIDO y G. MORA (coords.), Rutas, ciudades y moneda en Hispania. Anejos de AEspA, XX, 1999, pp. 461-468. 243 PLRE, II, Asterius, 4 (la grafía de su nombre que da la edición de Hydacio de Burgess es Astirius). 244 L., 16: «ut ubi alibi vivendi degendique tempus extiterit».

245 L., 17. Sigo la restitución e interpretación de SIVAN, op. cit., p. 282. 246 Hyd., passim. 247 St. MITCHEL, «Requisitioned Transport in the Roman Empire: A New Inscription from Pisidia», JRS, 66, 1976, pp. 106-131; en general para lo que sigue, cfr. J. ARCE, «La penisola iberica», Storia di Roma. L’età tardoantica, 2, I luoghi e le culture, Einaudi, Turín, 1993, pp. 379-386. 248 Columela, De Agr., 1, 5, 2. 249 Eugippius, V Severini, 20, 1 (edición de Ph. Régerat, Sources Chrét., 374, París, 1991). 250 Eugippius, ibid. 251 Ll., 17-18. 252 L., 18. 253 Tales son los casos, por ejemplo, de Schmidt, Courtois y, más recientemente, W. Liebeschuetz, N. Duval y A. Ben Abed. Cfr. L. SCHMIDT, Geschichte der Wandalen, 2, Múnich, 1942; Ch. COURTOIS, Les Vandales et l’Áfrique, París, 1955; W. LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum: The Vandals», en H. W. GOETZ, W. POHL y J. JARNUT (eds.), Regna and Gentes, Leiden. TRW, 13, 2002, pp. 55-83; J. DIESNER, «Vandalen», RE, suppl. Bd. X, 1965, pp. 964-970; A. BEN ABED y N. DUVAL, «Carthage, la capitale du royaume et les villes de Tunisie à l’époque vandale», Sedes Regiae, pp. 163-218, y el volumen de AnTard, 10, 2002, dedicado monográficamente a los vándalos. Para el impacto vándalo en África, cfr. R. G. SALINERO, Quodvultdeus y los vándalos, Madrid, 2002. 254 Hyd., 34. 255 Prosp., Chron., 1229-1230 (MGH, AA, IX, 465, Mommsen). 256 Véase el excelente resumen de W. LIEBESCHUETZ, op. cit., y Chr. COURTOIS, Vandales, pp. 11-37. 257 JORDANES, Get., 22 (123) y 113. 258 ND Or., 28, 25 (Seeck), y COURTOIS, Les Vandales, p. 34. 259 COURTOIS, op. cit., p. 34, con la discusión. 260 Procop., BV,I, 3, 1; I, 22, 3; III, 22, 1-5. 261 P. BROWN, The Rise of Christendom, Oxford, 1998, p. 17. 262 «Each group was numerically strong» (pp. 64-66). THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 159, se atreve a hacer cálculos numéricos a los que hay que poner muchas restricciones: él piensa que pasaron en el 406 unas 200.000 personas a la Gallia y los distribuye así: silingios, 50.000; alanos, 30.000; asdingos, 80.000 (esta cifra es la más verosímil debido a los datos que tenemos de otros historiadores a propósito de los que pasaron a África en 429) y suevos unos 25.000. Estos cálculos no pasan de ser conjeturas. 263 LIEBESCHUETZ, op. cit. La pregunta es saber cuál era la calidad y la cantidad numérica de estas tropas de limitanei en ese momento de 406. La Notitia, como en otros casos semejantes, no es un documento muy fiable. Sobre el paso del 406 y sus consecuencias en Gallia, cfr. M. CESA, Impero, pp. 121 ss., y DEMEOUGEOT, Unité, p. 476. Sobre el enfrentamiento de vándalos con francos nada más pasar, cfr. Gr. TOURS, HF, II, 9 (Renatus Profuturu), donde se dice que los alanos salvaron a los vándalos en una situación desesperada, dato importante que comentaremos más adelante (cfr. infra p. 108). 264 LIEBESCHUETZ, op. cit., pp. 67-68, donde discute las cifras.

265 Hier., Epist., 123, 15; Oros., 7, 40, 3; Salviano, De Gub., VII, 50; importantes matizaciones, entre otros autores, en CESA, Impero, cit. 266 Para la distinción y definición de estos términos, gens o gentes, regnum, populus, que no implican una etnia, cfr. el ya clásico libro de R. WENSKUS, Stammesbildung und Verfassung. Das Werden der frühmittelalterlichen gentes, Colonia, 1977, y H. W. GOETZ, «Gens. Terminology and perception of the “Germanic” peoples from Late Antiquity to the Early Middle Ages», en R. CORRADINI, M. DIESENBEGER y H. REIMITZ (eds.), The Construction of Communities in the Early Middle Ages, TRW Series, vol. 12, Brill, Leiden, 2003, pp. 39-64, con toda la bibliografía. 267 De la misma manera que algunos historiadores antiguos y algunas crónicas consideran que el paso del 406 fue propiciado por el propio Estilicón para debilitar a Honorio. 268 Cfr. J. ARCE, Chiron, 10, 1980, pp. 593 ss., y Último siglo, p. 159. 269 Oros., 7, 41, 2-4. 270 Hyd., 60 (año 418). 271 Hyd., 41 (año 411). Sobre la distribución del territorio véanse los comentarios de TRANOY, Hydace, II, pp. 39-42. 272 Gundericus (o Guntericus), PLRE, II, s.v.; Fredbal, COURTOIS, Les Vandales, pp. 54 y 237, n. 1. 273 Hyd., 60 (año 418). 274 No sabemos bien el por qué de esta supremacía. Liebeschuetz considera que ello era debido a que los alanos habían salvado a los vándalos en el 406 cuando éstos perdieron la batalla contra francos en la que pereció el rey Godesil [Greg. Tour., HF, II, 9 (Profuturus); LIEBESCHUETZ, op. cit., p. 66, n. 50]. 275 Hyd., 55. 276 Hyd., 55. 277 Hyd., 59. 278 Oros., 7, 43, 13-15: «Rex vandalorum et suevorum»; Victor de Vita, 2, 19, aunque esto sucedió mucho más tarde, cuando ya estaban en África. 279 Sidonio Apoll., Carmen, II, 362-365. Es posible que la derrota no fuera tan definitiva como pretende Hydacio, que quiere resaltar la importancia de la campaña de Valia en favor de los romanos (cfr. TRANOY, Hydace, II, p. 52), pero debió de ser notable y mermar mucho las fuerzas y población vándala y alana. 280 Hyd., 63: «Inter Gundericum Vandalorum et Hermericum Suevorum reges certamine orto Suevi in Erbasis montibus obsidentur ab vandalis». 281 Oros., 7, 43, 15. 282 Hyd., 61: «Gothi intermisso certamine quod agebant per Constantium ad Gallias revocati sedes in Aquitanica a Tolosa usque ad Oceanum acceperunt». 283 Sobre el problema véase el controvertido artículo de E. A. THOMPSON, «The Settlement of the Barbarians in Southern Gaul», JRS, 46, 1956, pp. 65-75, que piensa que Constancio los estableció allí por temor a las Bacaudae, y la discusión en B. S. BACHRACH, «Another Look at the Barbarian Settlement in Southern Gaul», Traditio, 25, 1996, pp. 354-358; cfr. también M. CESA, Impero, p. 161, y la bibliografía allí mencionada. 284 En la región del río Sil: COURTOIS, Vandales, p. 55, n. 1; TRANOY, Hydace, II, pp. 53-54 (localización y comentario). Discusión de las conclusiones de Tranoy y meticuloso análisis de la

geografía en J. L. QUIROGA y M. R. LOVELLE, «De los vándalos a los suevos en Galicia», Studia Historica. Historia Antigua, 13-14, 1995-1996, pp. 421-437. Recientemente Emilio R. Almeida propone situar los montes Erbasios en la serranía occidental de la Sierra Central, es decir, mucho más al sur. Cfr. E. R. ALMEIDA, Ávila gallega, Ávila, 2002. 285 Así, TRANOY, loc. cit.; cfr. Chr. Gallica, p. 657, 567-568 (Mommsen). 286 Hyd., 63, en donde el cronista habla de «obsidentur ab vandalis». 287 PLRE, II, s.v., Astirius. 288 Hyd., 69; PLRE, II, s.v., Castinus; Prosp. Tir., 1278 (Mommsen). 289 Sobre el papel e importancia del magister militum, cfr. A. DEMANDT, s.v., «Magister militum», RE, suppl. XII, cols. 553-790. 290 Hyd., 69: «Pero cuando les había reducido a la indigencia con un asedio eficaz, al punto de que estaban ya para rendirse...». 291 TRANOY, Hydace, II, pp. 56-57, se hace eco también de estas contradicciones en Hydacio, pero no profundiza en el tema. Considera que el ejército romano no fue tan numeroso y que la causa de la derrota fue probablemente el enfrentamiento en Rávena entre Castinus y Bonifacio, adversario el primero de la Augusta y el segundo partidario de ella. 292 COURTOIS, Vandales, p. 34, señala su carácter de expertos jinetes: «les invasions vandales ont du prendre assez fréquemment l’allure de raids». 293 TRANOY, Hydace, II, pp. 56 y 59. 294 Véase V. A. SIRAGO, Galla Placidia, pp. 234-236, y OOST, Galla Placidia Augusta, pp. 172174. 295 Hyd., 74 y 75. 296 Hyd., 79. 297 Hyd., 80. Cfr. TRANOY, Hydace, II, p. 62. 298 Sobre Genserico, cfr. PLRE, II, s.v., Gensericus. 299 LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», op. cit., p. 67. 300 La cifra la discute y confronta LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», op. cit., pp. 67-68, pero véase GOFFART, p. 231. 301 Descripción detallada en COURTOIS, Vandales, p. 156. 302 Procopio, BV,I, 3, 22-26 y 30-1, explica las razones, y véase también Theophanes, Chr., 5931 (C. Mango). Según COURTOIS, Vandales, p. 156, la explicación de Procopio no es completamente absurda. 303 Hyd., Chr., 80. Hydacio parece ser favorable a los vándalos y simpatizante con su marcha y hace morir al general suevo por designio divino. 304 Véase LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», op. cit., pp. 74 ss., y F. CLOVER, The Late Roman West and the Vandals, Aldershot, Variorum, 1993; COURTOIS, Vandales. 305 Salviano, De gub. Dei, VII, 45, y V, l4 (los vándalos cantando versos de la Biblia durante la batalla contra Castinus en 422). 306 LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», op. cit., p. 79. 307 Cfr. J. ARCE, AnTard, 7, 1999, pp. 71-83. 308 Aun así, un libro reciente pretende demostrar que con los vándalos el modo de vida se

empobreció en la Bética. Cfr. K. E. CARR, Vandals to Visigoths, Michigan, 2002. 309 Para el modo de establecimiento, cfr. Hyd., 42: «per civitates et castella». 310 BV, I, 5, 11; I, 17, 8; II, 6, 9. 311 Sobre el concepto de vandalismo, COURTOIS, passim. Liebeschuetz insiste sobre lo mismo en «Gens into Regnum», op. cit., pp. 82 ss. 312 Sobre este tema, cfr. A. CHAVARRÍA, «Transformaciones arquitectónicas de los establecimientos rurales en el nordeste de la Tarraconensis durante la Antigüedad Tardía», Butlletí Reial Academia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi, 10, 1996, pp. 165-202. 313 Cfr. G. G. KÖNIG, «Wandalische Grabfunde des 5 und 6 Jhs», MM, 22, 1981, pp. 299-360, hace inventario de los escasísimos restos identificados como “vándalos” en Hispania. El propio Courtois insistía ya en la dificultad de identificar la cultura material vándala (COURTOIS, Les Vandales, pp. 21819). Véase también J. MERTENS, «Vandal Material Culture», en S. HENNAN (ed.), Cultural Identity, 1989. 314 COURTOIS, Vandales, pp. 219-220, y Appendix II, con LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», op. cit., p. 71. 315 Como destaca oportunamente Liebeschuetz. 316 Amm. Marc., 31, 2, 17-25; cfr. B. S. BACHRACH, «The alans in Gaul», Traditio, 23, 1967, pp. 476-489; desde el siglo I d.C. los alanos están establecidos en la regiones de la actual Ucrania, entre el Don y el Dniestr. Cfr. E. DEMEOUGEOT, La formation de l’Europe et les invasions barbares, I, 1969, pp. 206-207 y 432. 317 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 32: «Goar’s and his iron clad cavalry». 318 Clibanarii: aparecen en la HA, Al. Sev., 56, 5. 319 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 3. 320 Gregorio de Tours, HF, X, 2, 9 (Renatus Profuturus). 321 Este apoyo duró poco tiempo y se pasaron muy pronto otra vez a los romanos (STEIN, BasEmpire,I, 264). 322 Paulino de Pella, Euchar., 383-385. 323 Hyd., 60. 324 Gregorio de Tours, HF, II, 9, y LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», p. 66. 325 No es probable, porque hemos visto que el reparto se hizo con un gran desconocimiento de la geografía. 326 Hyd., 60; PLRE, II, s.v. 327 Hyd., 55 y 59. 328 Hyd., 60: «oblito regni nomine». 329 Vict. de Vita, 2, 39. 330 Véase BACHRACH, op. cit., n. 1. 331 Hyd., 60. 332 La frase se encuentra en Hyd., 215, y corresponde al año 463: «Suevi... semper fallaces et perfidi diversa loca infelicis Gallaeciae solito depredantur».

333 M. MACÍAS, Galicia y el reino de los suevos, Orense, 1921; W. REINHARDT, Historia general del reino hispánico de los suevos, Madrid, 1952; A. QUINTANA PRIETO, «Astorga en los tiempos de los suevos», Archivos Leoneses, 12, León, 1966, pp. 77-138; W. REINHARDT, «Los suevos en tiempo de su invasión», en Hispania, AEspA, 19, 1946, pp. 131-144; R. L. REYNOLDS, «Reconsiderations of the History of the Suevi», RBPH, 35, 1957, pp. 19-47; K. SCHÄFERDIEK, Die Kirche in der Reichen der westgoten und suewen, Berlín, 1967; D. CLAUDE, «Prosopographie des Spanischen Suebenreiches», Francia, 6, 1978, pp. 647-76; P. DÍAZ, «Bracara», Sedes Regiae, pp. 403433, y son el objeto principal de THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 161 ss. 334 Thompson rechaza con energía y reiteradamente la posibilidad de este tratado (pp. 154 ss.) contra la opinión de Bury, Stein o Schmidt. Cfr. BURY, op. cit., I, 204; STEIN, op. cit., I, p. 263; SCHMIDT, Wandalen, p. 22; REINHARDT, op. cit., p. 65; DAHN, Die Könige der Germanen, VI, Leipzig, 1885, p. 546 (que pensaba en un foedus con Roma en 417). La propuesta de Reynolds de que vinieron por mar, y no acompañando a vándalos y alanos, no tiene fundamento en la documentación; cfr. THOMPSON, op. cit., p. 154. 335 THOMPSON, op. cit., p. 3, que rechaza con buenas razones su identificación con los Quadi: (pp. 152 ss.). 336 Hyd., 41. 337 Véase la discusión en TRANOY, Hydace, II, Ap. III, p. 130, citando los trabajos de Casimiro TORRES, «Límites geográficos de la Gallaecia en los siglos IV y V», CEG, 4, 1949, pp. 367-395. 338 Hil., Ep., 16, con THOMPSON, op. cit., p. 176, que lo acepta. 339 Véase TRANOY, Hydace, II, p. 40, con mapas que reproduzco aquí. 340 TRANOY, Hydace, II, pp. 40-41. 341 Hyd., 63. 342 Hyd., 66. 343 Hyd., 59. 344 HS, 85 (MGH, Ch. Min., II, p. 300). 345 THOMPSON, op. cit., p. 158. 346 Hyd., 111 y 129. 347 Hyd., 134( Caesaraugusta e Ilerda). 348 THOMPSON, op. cit., pp. 158 ss. 349 LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», pp. 67 y 68. que señala las inscripciones. 350 Hyd., 63 (año 419). 351 Hyd., 114. 352 Hyd., 129 (año 448). 353 Hyd., 129. 354 Hyd., 134 (año 449). 355 LIEBESCHUETZ, «Gens into Regnum», p. 72. 356 Cfr. infra. 357 Hyd., 168 (año 467).

358 Hyd., 181. 359 Sobre ello, cfr. THOMPSON, op. cit., p. 167. 360 Hyd., 186. 361 Hyd., 196 (año 460): «cum manu suevorum quem habebat». 362 Que intentaba la profanación del sepulcro de Eulalia en 429 (Hyd., 80). 363 Hyd., 219. 364 Hyd., 223. 365 Cfr. A. GILLET, Envoys and Political Communication in the Late Antique West, Cambridge, 2003. 366 Este tema se trata mas adelante; cfr. infra p. 177. 367 Cfr. MOMMSEN, MGH, aa. Chr. Min., II, p. 221. 368 Cfr. Chr. Gall., CCCCLII, 107, s.a., 431 (MGH, I, 658, que habla de 20.000 muertos); Pros., 1208 (MGH, I, 469); Hyd., 69. 369 Hyd., 69. 370 Hyd., ibid. 371 Hyd., 87. 372 Ésta es la interpretación de THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 302. 373 Interpretación ésta de TRANOY, Hydace, II, pp. 65-66. 374 TRANOY, Hydace, II, p. 84. 375 Isidoro, HG, 30; Hyd., 146. 376 Hyd., 163. 377 Isidoro, HG, 31. 378 Hyd., 166. 379 JORDANES, Gaet., 231; Hyd., 179: «variae nationis». 380 Hyd., 166. 381 Isidoro, HG, 31, que toma sus datos de Hydacio. 382 Sobre este episodio, crf. J. ARCE, «El catastrofismo de Hydacio y los camellos de la Gallaecia», en A. VELÁZQUEZ (ed.), Los últimos romanos en Lusitania, Mérida, 1995, pp. 219-229. 383 Hyd., 168. 384 Hyd., 174. 385 Hyd., 111; cfr. Pablo C. DÍAZ, «El reino suevo de Hispania y su sede en Bracara», en G. RIPOLL y J. M. GURT (eds.), Sedes Regiae, Barcelona, 2000, pp. 403-433, esp. p. 405: «Por unos años la sede del poder suevo no va a ser Bracara, sino Emerita». 386 Hyd., 129. 387 Hyd., 80; presencia sueva en Lusitania, Hyd., 113 (año 440). 388 Cfr. Javier ARCE, Mérida Tardorromana, 300-580 a.D., Mérida 2003, passim. 389 Heremegario, Hyd., 80: «quam cum sanctae Eulaliae iniura spreverat»; Hydacio hace morir a

Heremegario por intervención divina: «divino brachio precipitatus in flumine Ana»; Teodorico se proponía saquear la ciudad, pero desiste por temor a la intervención de Eulalia: «Emeritam depredari moliens beatae Eulaliae martyris terretur ostentis», Hyd., 175. 390 Isidoro, HG, 32; Hyd., 176. 391 Isidoro, HG, 32 (que relaciona la salida con la presencia de Eulalia); Hyd., 179. WOLFRAM, Storia, p. 179, considera que partió preocupado por la situación en Tolosa. 392 Hyd., 179. 393 «Palantia civitas simili quo Asturica per Gothos perit exitio» (Hyd., 179). 394 Hyd., ibid. 395 J. B. Bury ya señalaba:«Aunque Teoderico vino a Hispania en el nombre de Avitus y de la República Romana, no podemos dudar que se estaba preparando deliberadamente para cumplir la ambición de los Godos de tomar posesión de Hispania para ellos mismos, debilitando el poder de los suevos» (Bury, I, 327, citado en THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 189). 396 Hyd., 173. 397 Hyd., 180. El historiador Jordanes se refiere a este mismo episodio de forma diferente identificando a Aioulfo con Agriwulf, quien fue nombrado gobernador de los suevos e intentó hacerse con el poder entre ellos, según la versión del autor de las Gaetica. Sobre el tema y la discusión véase THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 168-169, que considera la versión de Jordanes una pura invención interesada. 398 Hyd., 183. 399 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 189: «se puede afirmar que esta acción marca una época en la historia de España». 400 THOMPSON, ibid., citando a Seeck, que era de la misma opinión (SEECK, Untergang, VI, 334). 401 «Pars gothici... recurrit ad suos» (Hyd., 196). 402 Hyd., 201. 403 Hyd., 207 (Gallia) y 244 (Lusitania). 404 Hyd., 188. 405 En Gallaecia: Cyrila en 463 (Hyd., 216): Cyrila in Gallaecia remanente; un grupo de godos persiguiendo a los enviados suevos se dirige a Mérida (Hyd., 239, año 468); godos en Ulixippo (Hyd., 240, año 468); godos en Asturica y en Lusitania (Hyd., 244, año 468). 406 Las referencias en la n. 8 de THOMPSON, ibid., p. 302, son imprecisas y no apoyan la idea del autor de una estancia permanente de los godos en Bética. 407 Cfr. G. RIPOLL, Toreútica de la Bética (siglos VI-VII d.C.), Barcelona, 1998, p. 55, donde señala que «un gran número de necrópolis (de la Bética) documentan fases o niveles estratigráficos de los siglos IV, V y VI, pero nada permite afirmar sobre una posible presencia de gentes con una indumentaria de tipo visigodo». 408 Hyd., 238; Isidoro, HG, 34, que recuerda que hizo lo mismo que había hecho su hermano; Chr. Caes., 466. 409 THOMPSON, ibid., p. 191: «Isidore is not a reliable authority when he speaks about the Vth Century without the backing of Hydatius».

410 Chronica, a. DXI, 651 (Chr. Min., I, 664). 411 Isidoro, HG, 34. 412 Chr. Caes., s.a. 494 y 506. 413 Isidoro, HG, 34 (años 472-473). 414 J. De Bíclaro, 585, 2: «Leovigildus rex Gallaecias vastat, Audecanem regem comprehensum regno privat, suevorum gentem, thesaurum et patriam suam in suam redigit potestatem et gothorum provinciam facit». Sobre la eventual extensión de los suevos hacia el sur en los años 470s y 480s, cfr. las hipótesis de THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 200 ss. 415 J. De Bíclaro, s.a. 587 (Chr. Min., II, p. 218); sobre la historia de los suevos en el siglo VI, cfr. THOMPSON, ibid., p. 200, y la bibliografía citada en el apartado 7. 416 La inscripción se conserva solamente en un manuscrito, cfr. J. L. RAMÍREZ y P. MATEOS, Inscripciones cristianas de Mérida, núm. 10, Mérida, 2001, con amplio comentario y revisión del problema; para la bibliografía anterior y comentario, THOMPSON, ibid., p. 190, y n. 15 en p. 302. 417 Hyd., 233; Tranoy no lo identifica. 418 THOMPSON, ibid., n. 50. 419 Cfr. PLRE, II, s.v. Salla. 420 J. ARCE, Mérida tardorromana, p. 191, expresando las mismas dudas. 421 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 189: «the province where fewest visigoths were ever to settle down on live permanently»; véase THOMPSON, Goths in Spain, p. 291. 422 Compárese con Hyd., 34: «Alani, Vandali, Suevi ingressi Hispanias (año 409); Gothi... sedes in Aquitania... acceperunt» (Hyd., 61), que son dos acciones diferentes y diferenciadas. 423 Chr. Caes., s.a. 507: «Alaricus rex in proelio a Francis interfectus est: regnum Tolosanum destructum est». Con anterioridad Gesaleico, rey en Narbona, había huido a Barcino tras la toma de la ciudad gala por los burgundios de Gundobad, con gran pérdida de sus hombres (Isidoro, HG, 37), lo que significa que muchos godos estaban aún en Gallia y que partes de la Tarraconense, incluida Barcino, eran de dominio godo. 424 Chr. Caes., s.a. 513, 2, e Isidoro, HG, 39, y comienza el llamado «intermedio ostrogodo», cfr. L. G. IGLESIAS, HispAnt, 5, 1975, pp. 89-120. 425 «Theudis in Spania creatur» (HG, 41).

Notas Capítulo 2. Inseguridad y resistencia

1 Ep., 2, 22 (Seeck). 2 Véase, entre otros, R. MACMULLEN, Enemies of the Roman Order, Harvard, 1967, y el material allí recogido. 3 J. DIVJAK, «Sancti Aurelii Agustini Opera. Epistulae ex duobus codicibus nuper in lucem prolatae», CSEL, LXXXVIII, Epp. 11* y 12*, Viena, 1981, pp. 51-80; H. CHADWICK, «New letters of St. Augustine», JTS, XXXIV, 1983, pp. 434 ss.; W. H. C. FREND, «The Divjak letters: new light on St. Augustine’s problems, 416-428», JEH, XXXIV, 1983, pp. 506 ss.; R.VAN DAM, «“Sheep in Wolves Clothing”: the Letters of Consentius to Augustine», JEH, XXXVI, 1986, pp. 515-534 (que ignora lamentablemente toda la bibliografia española sobre el tema); Les Lettres de Sain Augustine découvertes par Johannes Divjak. Communications présentées au colloque des 20 et 21 Septembre 1982, París, 1983, donde se pueden leer una serie de fundamentales contribuciones al estudio y significado de esta correspondencia. Por lo que se refiere a la Epístula 11* y sus numerosas referencias a la Tarraconense, cfr. M. C. DÍAZ Y DÍAZ, «Consencio y los priscilianistas», Prisciliano y los priscilianistas, monografías de los Cuadernos del Norte, Oviedo, 1982, pp. 71 ss.; J. ARCE, Último siglo, 3.a reimp., 1997, p. 185; A. R. BIRLEY, «Magnus Maximus and the Persecution of Heresy», Bull. John Rylands Univ. Library of Manchester, 66, 1, 1983, pp. 41 ss. de la separata; sobre el tema es fundamental la obra de J. AMENGUAL, Consenci. Correspondencia amb sant Agustí, I, Barcelona, 1987, pp. 14-19; íd. Els origens del cristianisme a les Balears, I, Palma de Mallorca, 1981; íd. «Informacions sobre el priscil·lianisme a la Tarraconense segons l’ep.11 de Consenci (any 419)», Pyrenae, 15-16, 1979-1980, pp. 319-338; íd. «Vestigis d’edilicia a les cartes de Consenci i Severi», III Reunió d’Arqueología Crtistiana Hispánica, Barcelona, 1994, pp. 489-497; son interesantes las notas y el texto de L. CILLERUELO y P. DE LUIS, Obras completas de San Agustín, XIb, Cartas (3.o), BAC, 996, Madrid, 1991, pp. 621 ss., para la ep. 11*; véase, en fin, W. H. C. FREND, «A new eyewitness of the barbarian impact on Spain, 409419», Antigüedad y Cristianismo, VII, Univ. de Murcia, 1990, pp. 333-343. 4 cfr. J. ARCE, Último siglo, p. 185. 5 La discusión de la fecha en Van Dam (op. cit., n. 3, pp. 517-518), que la sitúa en 420. Divjak la fechaba en 418-419 (op. cit., pp. LVIII-LIX). Cilleruelo en 419. 6 Sobre la actividad de Agustín durante este período, cfr. P. BROWN, Augustin of Hippo, Berkeley, 1967 (hay traducción castellana reciente con las nuevas reflexiones y adiciones del autor, cfr. Agustín de Hipona, trad. de S. Tovar, M.a R. Tovar y J. Oldfield, Madrid, 2001); M. F. BERROUARD, «L’activité littéraire de saint Augustin du 11 septembre au 1er décembre 419 d’aprés la Lettre 23*A à Possidius de Calama», Lettres, pp. 318-319, y VAN DAM, op. cit., n. 3, p. 518. 7 Cfr. Epp., 119, 120, 205. 8 VAN DAM, op. cit., n. 3, p. 518, con la discusión en n. 11. 9 Hier., De viribus ill., 121.

10 Sobre el priscilianismo, del que hablaré más adelante, cfr. J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 160-172; B. VOLLMANN, Studien zum Priszillianismus, St. Ottilien, 1965; A. D’ALÈS, Priscillien et l’Espagne chrétienne à la fin du IVe siècle, París, 1936; E. Ch. BABUT, Priscillien et le priscillianisme, París, 1909; H. CHADWICK, Priscillian of Avila, Oxford, 1976 (hay traducción castellana: Prisciliano de Avila, Madrid, 1978); R. VAN DAM, Leadership, pp. 98-114, e íd., JEH, 37, 1986, pp. 515 ss.; V. ESCRIBANO PAÑO, Iglesia y Estado en el certamen priscilianista, Zaragoza, 1989. 11 K. GIRARDET, «Trier 385. Der Prozess gegen die Priszillianer», Chiron, 4, 1974, pp. 685-697. 12 Sulp. Sev., Chr., II, 465, 8; 477, 3; 49, 1-2; ARCE, Último siglo, pp. 44 ss. 13 «Dum fratrem hic Leonam ventorum importunitas detineret» (11*, 1, 1). Correo entre Agustín y Consencio: Contra mendacium, 1, 1; CSEL, 41, 469. 14 Sobre los viajes, cfr. V. GAUGE, «Les routes d’Orose et les reliques d’Etienne», AnTard, 6, 1998, pp. 265-286; dificultades en J. ROUGÉ, «La Navigation hivernale sous l’Empire romain», REA, 54, 1952, pp. 316-325. 15 Ep. Severi, 7, 1 (Bradbury). 16 «Adversum priscillianistas, a quibus iam etiam Galliae vastabantur» (11*, 1). 17 Contra mendacium, 3, 4; CSEL, 41, 474. 18 «Iniunxeram quidem ei anno superiore, ut adversus memoratos Priscillianistas... innocentisssima fretus astutia bella susciperet» (11*, 1). 19 «Ex persona haeretici scripserim» (11*, 1). 20 11*, 2. 21 J. W. LIEBESCHUETZ, The rise of the bishop, p. 115. 22 Ep., 11*, 2. 23 Ep., 11*, 2: «Severum... principem doctrinae». 24 Ep., 11*, 2. 25 Ep., 11*, ibid. Véase infra pp. 234-235. 26 Una actividad habitual en el Imperio y no exclusiva de los barbari. Cfr. Brent SHAW, «Bandits in the Roman Empire», Past and Present, 105, 1984, pp. 3-52. 27 Véase C. BERTELLI, «The Production and Distribution of Books in Late Antiquity», en R. HODGES y W. BOWDEN (eds.), The Sixth Century. Production, Distribution and Demand, TRW 3, Leiden, 1998, pp. 41-60. «Books are indicators of wealth in any time, but in Late Antiquity they have a particular significance in this sense» (p. 39). 28 Ep., 11*, 2: «et ab aliquo forsitan comparandos». 29 Ep., 11*, ibid.: «Quos cum execrabiles cognovissent». 30 CTh., IX, 16; Amm. Marc., 28, 1, 1-56; H. FUNKE, «Majestäts-und Magieprozesse bei Ammainus Marcellinusa», JAC, 10, 1967. 31 Sobre este tema, cfr. J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 56 ss. 32 Aus., Ep., 29, 50-61, y ARCE, Último siglo, p. 88. 33 cfr. W.H.C. Frend, citado en n. 3. 34 Hyd., 117.

35 El término es de Gonzalo BRAVO, «Acta Bagaudica», Gerión, 2, 1982, pp. 251-264. 36 Sobre el término, cfr. C. E. MINOR, «Bagaudae» or «Bacaudae», Traditio, 31, 1975, pp. 318-22. Sobre los bacaudae, cfr. B. CZÚTH, «Die Quellen der Geschichte der Bagauden. Acta Universitatis de Attila Jozsef nominatae», Acta antiqua et archaeologica, 9, Szeged, 1965; S. SZÁDESCZKYKARDOSS, «Bagaudae», PW, suppl. IX, 346-354, Stuttgart, 1968. Sobre los bacaudae en Hispania, cfr., además de Gonzalo Bravo, B. CZÚTH y S. SZÁDESCZKY-KARDOSS, «Die Bagauden-Bewegung in Spanien», Bibliotheca Classica Orientalis, 3, 1958, p. 140; E. A. THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 221 ss., y VAN DAM, Leadership, pp. 25 ss. 37 Sobre Asturius (o Astirius), cfr. Asturius, PLRE, II, s.v. (llegó a ser cónsul). 38 Hyd., 111 (suevos en Emerita). Aetius (Hyd., 102). 39 Cfr. VAN DAM, op. cit., p. 31. 40 Hyd., 133. 41 VAN DAM, op. cit., pp. 25-26. 42 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 185. 43 Hyd., 134. 44 Hyd., 133. 45 Véase, por ejemplo, Hyd., 167 (episodio de Bracara); Constantino III ingresa en un monasterio para acogerse al derecho de asylum (supra Capítulo 1 (2)). 46 Discusión en THOMPSON, op. cit., p. 222, y en TRANOY, Hydace, II, p. 88. 47 REIHARDT, Historia, p. 45; DE ABADAL, Dels wisigoths..., p. 41. 48 L. VARADY, «Zur Klarstellung der zwei Hydatius-Stellen», Helikon, 2, 1962, pp. 148-52. «Ein gotischer Seigneur» (p. 149). 49 SIRAGO, Galla Placidia, p. 354. 50 THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 184-185. 51 Hyd., 134. 52 Hyd., 120 (Aracelli, cerca de Pamplona, actual Arbizu). 53 Sobre Flavius Merobaudes, cfr. TRANOY, Hydace, II, p. 80, y PLRE, II, s.v. 54 Hyd., 120. 55 Hyd., ibid.: «Frangit insolentiam Bacaudarum». 56 VAN DAM, op. cit., pp. 16 ss. 57 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 222: «Nor can I accept the quixotic opinion of Cl. Sánchez Albornoz... that the bacaudae were a national movement of the Basques». Cfr. Cl. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Settimane, IX (Spoleto), 1962, pp. 437 ss. 58 Caso de Vito (Hyd., año 446). 59 Hyd., 134. 60 Hyd., 150: «ex auctoritate romana». 61 Cfr. supra. Capítulo 1 (7). 62 Hyd., 163 y 161.

63 VAN DAM, op. cit., pp. 43 ss., y THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 178 y 211. 64 Or., 7, 41, 7. 65 VAN DAM, Leadership, p. 51. 66 VAN DAM, op. cit., p. 28. 67 Véase la literatura citada en nota 36. Thompson es el principal defensor de esta teoría, seguido por algunos historiadores españoles. 68 VAN DAM, op. cit., p. 53. 69 Véase sobre el tema VAN DAM, Leadership, pp. 38 ss., con la bibliografía. 70 Marc. Comes, Chr. (Mommsem, Chr. Min., II, p. 93). 71 Isidoro, HG, 34. 72 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 193. 73 ILS, 815 (= IRT, 100). La inscripción es una placa y probablemente pertenecía a un pedestal de estatua(?). Sobre la procedencia del foro, cfr. S. KEAY, «Tarraco in Late Antiquity», en N. CHRISTIE y S. T. LOSEBY (eds.), Towns in Transition, Aldershot, 1996, pp. 18-44, esp. pp. 28-29. 74 Editada por Th. MOMMSEN, MGH, XI, II, pp. 221-223. 75 Cfr. MOMMSEN, op. cit. 76 Ad., a. 460; cfr. Hyd., 195, que no menciona la visita a la ciudad. 77 «Burdunelus a suis traditus et Tolosam directus in tauro aeneo impositus igne crematus est». 78 Sobre esto THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 192, con R. DE ABADAL, Del reino de Tolosa al reino de Toledo, Madrid, 1960, p. 46. 79 Cfr. J. P. CALLU, «Le Jardín des supplices au Bas-Empire», en AAVV, Du châtiment dans la cité, Roma, 1984, pp. 133-159. 80 L. SCHMIDT, Geschichte der deutschen Stämme: die Ostgermanen, p. 497; DE ABADAL, op. cit., p. 45, y THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 303, n. 31, opinan que se trató de un romano y no un godo. 81 Burgess, pp. 183 ss., y especialmente B. CROKE, «City Chronicles», en G. CLARK, B. CROKE, R. MORTLEY y A. EMMET NOBBS (eds.), Reading the Past in Late Antiquity, Sydney, 1990, pp. 165203. 82 G. DAGRON, Empereur et prêtre, París, 1992. 83 La entrada de los godos en Dertosa se fija en la Chronica en el 506 e inmediatamente se señala que «Petrus interfectus est». 84 Gr. TOURS, HF, II, 19. 85 Para una comparación con el caso de Britannia, cfr. THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 208 ss., esp. pp. 213 ss. 86 Sobre el tema, véase J. ARCE, España, pp. 68 ss., y Último siglo, pp. 19-22, y más recientemente J. ARCE, «Hispania y el Atlántico de los siglos III al V» (en prensa). 87 Hyd., 123. 88 TRANOY, Hydace, II, p. 83. 89 COURTOIS, Les Vandales, p. 158. Véase también TRANOY, Hydace, II, p. 83.

90 TRANOY, ibid. (nota 4). 91 THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 180 y 210. 92 Hyd., 111. 93 Hyd., 115. 94 Hyd., 164. 95 Fergus MILLAR, JRS, 59, 1969, pp. 19-29. 96 L. MUSSET, Les Invasions, pp. 149-151. 97 Hyd., 189. 98 C. F. OCHOA, P. G. DÍAZ y F. GIL SANDINO, «Las investigaciones sobre Gijón y su concejo en época romana: estado de la cuestión», Los Finisterres atlánticos en la Antigüedad, Madrid, 1996, pp. 157 ss.; A. FUENTES, «La romanidad tardía en los territorios septentrionales de la P. Ibérica», ibid., pp. 213 ss. 99 Hyd., 97. 100 Hyd., 172. 101 Viaje a los Santos Lugares, Prolog., 1.4; embajada a Aetius, Hyd., 86 y 88 (años 421 y 432). 102 Hyd., 86, 163, 181: «solito more perfidiae»; 183: «in solitam perfidiam»; 203: «perfidi»; 215: «semper fallaces et perfidi»; 225: «dolose ingressi Conimbrigam», etc. 103 Hyd., 40: «Debaccantibus barbaris per Hispanias». 104 Hyd., 77: «Balearicas depredantur». 105 Index verborum, en Burgess, p. 259. 106 Hyd., 80. 107 Hyd., 81: «depredantes medias partes Gallaeciae». 108 Hyd., 86. 109 Hyd., 91. 110 Hyd., 126. 111 Hyd., 129. 112 Hyd., 132 (año 449): «saqueó la vasconia en el mes de febrero». 113 Hyd., 134: «saqueó el territorio de Caesaraugusta». 114 Hyd., 147 (año 452). 115 Hyd., 161. 116 Hyd., 163. 117 Hyd., 165: «Rechiarius cum magna suorum multitudine regiones provintiae Tarraconensis invadit acta illic depredatione et grandi ad Gallaeciam captivitate deducta». 118 Hyd., 166 (año 456). 119 Hyd., 168: «regnum destructum et finitum est suevorum». 120 Hyd., 174 (año 457). 121 Hyd., 181 (año 457).

122 Hyd., 183 (año 458): «Regionem Gallaeciae adherentem flumine Durio depredantur». 123 Hyd., 188 (año 459): «Suevi... Lusitaniae partes cum Maldrae, alii cum Rechimundo Callaeciae depraedantur». 124 Hyd., 193 (año 460). 125 Hyd., 198 (año 460). 126 Hyd., 215 (año 463). 127 Hyd., 229 (año 465). 128 Hyd., 236. 129 Hyd., 237 (año 467, Conimbriga, y 240, Ulixippo). 130 Hyd., 243. 131 Hyd., 161. 132 Hyd., 115: «in suam redigit potestatem». 133 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 3. 134 THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 158 ss. 135 Hyd., 115. 136 Hyd., 161. 137 Isid., HS, (MGH, II, 303): «Gallici autem in parte provinciae regno suo utebantur». 138 THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 157-158. 139 Véase THOMPSON, ibid., pp. 159-160. 140 Empezando por el propio Thompson, que traza un cuadro tenebroso y desolador de su presencia: «The devastation caused by the Sueves was so implacable, so unremitting, that it is something of a wonder that they and the Galicians managed to survive the fifth century at all». Thompson añade un juicio que deriva claramente de su propia formación marxista y antifranquista: «In these dark and desperate conditions was founded the first independent kingdom of western Europe, as sombre, cruel, and suffocating as Spanish history itself» (THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 160). Éste es un juicio anacrónico y parcial, tanto por lo que se refiere a la historia de los suevos como por lo que se refiere a la historia de España en general, aun admitiendo que en la Historia de España haya habido, por supuesto, momentos y episodios de crueldad y momentos sombríos, no muy diferentes a los de la Historia de otros países. 141 Hyd., 166. 142 Hyd., 167. Sobre este episodio, cfr. Javier ARCE, «El catastrofismo de Hydacio y los camellos de la Gallaecia», op. cit., señalando la influencia apocalíptica del mismo. 143 Hyd., 179: «caeditur multitudo... altaribus direptis et demolitis sacer omnis ornatus et usus aufertur; duo illic episcopi inventi cum omni clero abducuntur in captivitatem... residuis et vacuis civitatis domibus datis incendio camporum loca vastantur...». 144 Hyd., 191; cfr. también 194, asesinato de nobles romanos en Lucus. 145 Hyd., 237: «Domus destruuntur cum aliqua parte murorum... et regio desolatur et civitas». 146 Cfr. para el tema A. AVRAMÉA, Le Péloponnèse du IV au VIII siècle. Changements et persistances, París, Sorbonne, 1997.

Notas Capítulo 3. Continuidad y transformación

1 Cfr. J. ARCE, Último siglo, pp. 36 ss.; el documento que lo atestigua es la Notitia Dignitatum, occ. XXI; cfr. también, en general para las funciones de estos vicarii, P. BARNWELL, Emperors, pp. 62 ss.; para la capital Emerita, J. ARCE, Mérida Tardorromana, Mérida, 2002, caps. 1 y 2. 2 Normalmente en Tréveris y más tarde en Arlés. 3 Sobre el officium de los vicarii y de los gobernadores, cfr. ARCE, Último siglo, pp. 52 ss.,y A. H. M. JONES, «The Roman Civil Service (Clerical and Subclerical Grades)», JRS, 59, 1949, pp. 38-55; R. MACMULLEN, «Roman Bureaucrateuse», Traditio, 1962, p. 372; íd., «Imperial Bureaucrats in the Roman Provinces», HStClPh, 1964, pp. 305 ss. 4 Para una lista de estas tareas, cfr. BARNWELL, op. cit., pp. 59-67. Los Hermeneumata Ps. Dositheana ilustran perfectamente la actividad de los gobernadores en una provincia del fines del siglo IV, así como la inscripción de Trinitapoli: para los Hermeneumata, cfr. C. DIONISOTTI, «From Ausonius Schooldays? A Schoolbook and its Relatives», JRS, 72, 1982, pp. 83-105; para la tabula de Trinitapoli, cfr. A. GIARDINA y F. GRELLE, «La tavola di Trinitapoli: una nueva costituzione di Valentiniano», MEFR, 95, 1983, pp. 249-303. 5 Recordaré que éste es el caso también para otras provincias del Imperio. Pero es pertinente mencionar aquí la observación de A. Chastagnol a propósito de los gobernadores de las provincias Byzacena y Tripolitania en el Norte de África: «Seule l’indigence des sources à l’époque est responsable de l’imprecision relative de nos connaissances» («Les gouverneurs de Byzacène et de Tripolitaine», AntAfr., 1, 1967, pp. 119-134, esp. p. 132). 6 CTh., 1, 85, 16. 7 Oros., VII, 4, 5; Zos., VI, 4; Soz., IX, 11. 8 Sobre el tema véase supra. 9 Ep. Sev., 24, 2 (Bradbury). 10 BRADBURY, op. cit., pp. 34-35; sobre su papel en Gallia: Pros., Chr., s.a. 439. No parece que Litorius fuera promocionado al cargo de comes Hispaniarum como pensaba JONES, LRE, II, Oxford, 1964, p. 948. 11 Cfr. BARNWELL, op. cit., p. 62, con la lista de todos ellos. 12 Barnwell, loc. cit. 13 Hyd., 63 (año 419). 14 Hyd., 66 (año 420). 15 Hyd., 66 (año 420). 16 Hyd., 66: «sub vicario Maurocello aliquanti Bracara in exitu suo occisis».

17 El problema es saber si Maurocellus residía en Emerita, como tradicionalmente era el caso para los vicarii Hispaniarum, o en Tarraco, provincia esta bajo control romano. Yo he sostenido en otro lugar (cfr. ARCE, «Los gobernadores», p. 81) que residía en Tarraco, pero ahora me inclino por Emerita. 18 Cfr. BARNWELL, op. cit., pp. 64-65, que insiste en que ya no hay deferencias entre el poder civil y militar. Maurocellus era la única persona de rango administrativo disponible. 19 Cfr. August., Ep. 11*, 3, de Consencio. 20 Chr. Gall., s.a. 420. 21 Marcellinus, Comes, s.a. 422, y Jordanes, Romana, 326. 22 CHASTAGNOL, «Les gouverneurs», pp. 131-132. 23 CHASTAGNOL, ibid., 131. 24 Hyd., 115: «Beticam et Carthaginiensem provincias in suam redigit potestatem». 25 Hyd., 161. 26 Hyd., 196. 27 Félix, III, Ep., 5. 28 Hyd., 194: «per suevos Luco habitantes, in diebus paschae, romani aliquanti cum rectore suo, honesto natu, repentino securi de reverentia dierum occiduntur incursu». 29 Romans and Barbarians, p. 169. 30 Cfr. J. ARCE, «Gobernadores», p. 81; A. H. M. JONES, LRE,I, p. 268; TRANOY, Hydace, Intr., p. 46, y ad loc. 31 BARNWELL, op. cit., p. 69. 32 En el mismo sentido BARNWELL, op. cit., p. 70: «No hubo ruptura con el pasado Continuidad y transformación imperial incluso en las regiones [como es el caso de Hispania] que tuvieron nuevos gobernantes». 33 El cronista Hydacio menciona, entre 417 y 468, catorce intervenciones romanas en la Península. Se observa claramente que, a partir de la expedición de Teodorico en 456, cada vez son menos las intervenciones romanas, o realizadas en nombre de Roma, y más las acciones independientes de los ejércitos visigodos. A partir del reinado de Eurico (467), los únicos ejércitos que entraron en la Península fueron ya exclusivamente visigodos. Sobre la importancia de los auxilia: cfr. Hyd., 69 (año 422). 34 Ep. Sev., 12, 8 (Bradbury): «praesertim in civitate romana legibus subdita». 35 Sobre el tema, véase Ch. LÉCRIVAIN, «Études sur le Bas-Empire», Mélanges d’Arch. et d’Histoire, 10, 1890, pp. 253-283, esp. pp. 267 ss: «Les soldats privés au Bas-Empire». Cfr. CTh., 12, 14, 1 (año 409, de Honorio y Teodosio II). En esta ley se suprimen los irenarcas, encargados de la defensa y la custodia de los caminos, y se confía esta tarea a los nobles propietarios; véase también Nov. Val., III, tít. 9 (del año 400). 36 Ya Suetonio señala que Augusto había mandando hacer un breviarium y un index de las disponibilidades militares y civiles del Imperio. La edición de la Notitia que sigo es la de O. Seeck (reimpr., Fráncfort, 1983) de 1876, pero pronto dispondremos de la de Concepción Neira (Colección Nueva Roma, CSIC, en prensa). 37 La fecha es motivo de controversia: Jones pensaba el 395; para Chastagnol y Barnwell es 425428: cfr. BARNWELL, op. cit., p. 10, y ARCE, Último siglo, p. 34, e íd., Chiron, 10, 1980, pp. 593 ss. 38 Véase ARCE, loc. cit. en la nota anterior, y ahora BARNWELL, op. cit., p. 10, que señala,

además, que la Notitia «does not appears to have been an official document and may perhaps have been produced by someone with an antiquarian interest, thus rendering it less helpful». Véase P. SALWAY, Roman Britain, Oxford,1981, p. 336; L. MUSSET, Les invasions, 1975, p. 22. 39 Cfr. P. BRENNAN, «The Notitia Dignitatum», en Les littératures techniques dans l’Antiquité romaine, F. Hardt, 42, Ginebra, 1995, pp. 147-178, y KULIKOWSKI, ZPE, 182, 1998, pp. 247-252. 40 Algo sobre lo que he insistido con anterioridad en numerosas ocasiones. Por lo tanto, todas las teorías creadas por historiadores (y arqueólogos) sobre el significado de estas tropas como un limes, como defensa en profundidad, como limes sin frontera, como defensa y control de los indomables pueblos cántabros y vascones, carecen de fundamento histórico y documental. Como ya señalé hace años, el gran problema de estos historiadores al enfrentarse a la Notitia fue el de no considerarla como documento en cuanto tal ni contextualizarla en su conjunto. Esto les llevó a creer en sus datos sin discutirlos, añadiendo una explicación hipotética plausible que se ajustase a su contenido. El problema es que todavía hay quienes siguen manteniendo estas hipótesis y defendiéndolas a ultranza. 41 Véase ARCE, España, pp. 33 ss. 42 J. ARCE, «Frontiers of the Later Roman Empire: Perceptions and Realities», en W. POHL y H. REIMNITZ (eds.), The Transformation of Frontiers, from Late Antiquity to the Carolingians, Leiden, 2001, pp. 1-13. 43 ARCE, «La epistula de Honorio», passim. 44 M. HENDY, «Mint and Fiscal Administration under Diocletian, his Colleagues and his Successors, 305-324», JRS, 62, 1972, pp. 81 ss. 45 Ésta fue, principalmente, la base de mi argumentación para contradecir la conocida tesis de M. VIGIL y A. BARBERO en Los orígenes sociales de la Reconquista, Barcelona, 1974, p. 25. Cfr. ARCE, Último siglo, p. 68, n. 17; comites y duces: JONES, LRE, pp. 44 y 101; H. NESSELHAUF, Die spätrömische Verwaltung der gallish-germanischen Länder, Berlín, 1938, p. 59, y ahora BARNWELL, op. cit., p. 38. El término dux y su utilización en las crónicas para los generales visigodos, cfr. BARNWELL, op. cit., pp. 38 ss. 46 Zos., VI, 4, 3. 47 Como he señalado, los soldados campesinos podían siempre volver a las armas en situaciones de peligro: es a estas tropas a las que se refiere Zósimo. P. Le Roux los ha identificado con burgarii (véase supra Capítulo 1 (1)). 48 Indirectamente este texto demuestra, como ya he señalado en otras ocasiones, que las posesiones de las familias de Honorio y de Teodosio se encontraban en Lusitania y no en la Meseta. Cfr. PASCHOUD, Zosime, VI, p. 33. 49 Los cálculos que hizo Jones sobre los datos de la Notitia suponían unos efectivos de 10.000 u 11.000 hombres. Si hubiera sido así no hubieran sido calificados de insuficientes. 50 Zos., VI, 4, 2. 51 Para la situación de Mauritania Tingitana véase, sin embargo, J. ARCE, Último siglo, pp. 80 ss. 52 CTh., 7, 14, 1. 53 Oros., VII, 40, 8. Constante concede la defensa de los Pirineos a los honoraci quitándosela a los rústicos locales: «montis claustrarumque eius cura permissa est remota rusticanorum fideli et utili custodia». Olympiodoro (Frag., 13) es el que hace alusión a la costumbre tradicional de los hispanos de defensa de los pasos: «Constante... volvió junto a su padre y dejó algunos de sus soldados como defensa de los pasos de Hispania, rechazando encargársela a los hispanos, como era la antigua costumbre, aunque

ellos se lo habían pedido así» («katá to archaion ethos»). La descripción de Zósimo sobre el mismo episodio puede inducir a confusión: (Zos., VI, 5, 1): «Constante volvió junto a su padre, no sin haber dejado en el lugar al general Gerontius, con los soldados venidos de la Galia, para que se ocupasen de defender el paso de las Gallias a Hispania, a pesar de que las legiones (estratopedon) de España le pidieron que les confiara como de costumbre esta vigilancia y que no dejase a extranjeros la defensa del país». Todo esto sucede en el año 408 (cfr. comentarios de PASCHOUD, op. cit., VI, pp. 34 ss.). Ese «ejército» de Zósimo son los rústicos hispanos de Orosio, es decir, el ejército al que hemos hecho alusión de soldados-campesinos. 54 Oros., 7, 42, 4-5. 55 Oros., 7, 43, 11: «Gothorum manus instructa armis navigiisque transire in Africam moliretur». 56 Oros., 7, 43, 14. 57 Oros., 7, 43, 13, y Hyd., 55 y 59-60. 58 Aug., Ep. 11*, 4: «in praetorium eius». 59 Aug., ibid: «Quod tantis militum vallaretur excubis». 60 Aug., Ep. 11*, 7: «vir illustris Asterius comes cui tanti exercitus cura et tanti belli summa commissa est». 61 Aug., Ep. 11*, 12. 62 Hyd., 69. 63 Hyd., 117 (año 441). 64 Hyd., 120 (año 443). 65 Sigo la edición de Sivan, véase supra Capitulo 1 (4). 66 Las tropas comitatenses mencionadas en el documento no deben ser identificadas, como hizo Jones, con las registradas en la ND (cfr. KULIKOWSKI, ZPE, 122, 1998, pp. 247-252, esp. p. 251, n. 15). 67 Cfr. Hyd., 106: «magnis eius auri et argenti opibus occupatis»; Isid., HS, 85 (MGH, II, p. 300); THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 217-218. 68 TRANOY, Hydace, II, p. 75, desconoce o rechaza la noticia de Isidoro: «Andevotus ne nous est connu que par le texte de la Chronique [d’Hydace]», aunque lo identifica como general romano. Cfr. Index, s.v. y I, p. 29. THOMPSON (Romans and Barbarians, pp. 173-174) se hace eco de la referencia de O. SEECK en PW,I, 2124, que señalaba que Andevotus fue un «reicher Bandenführer in Baetica», un bandolero de la Bética. La estela de Seeck ha sido seguida por algunos historiadores españoles que hacen de él prácticamente un «outsider» revolucionario y descontento con la administración romana con un ejército privado. 69 Hyd., 113. 70 Hyd., 88. 71 Hyd., 103. 72 TRANOY, Hydace, II, pp. 77-78; Hyd., 131 (asesinato). 73 Thompson piensa que Vitus utilizó tropas de Hispania, en la creencia de que todavía existían en Hispania; Hydacio habla de sus auxilia godos (THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 184). 74 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 174; Hyd., 147.

75 TRANOY, Hydace, II, pp. 38-39: «Rome s’eclipsa au profit de la cour de Toulouse». 76 Hyd., 185, 188 y 192. 77 Hyd., 195; Mayoriano en Caesaraugusta: Chr. Caes., s.a. 460: «His diebus Maiorianus imp. Caesaraugustam venit». 78 Las naves estaban preparadas en Elecis (Illici, Elche). Cfr. M. Aventicus, Chr. Min., II, p. 232 (s.a. 460.2): «eo anno captae sunt naves a vandalis ad Elecem iuxta Cartaginem Spartariam»; cfr. Chr. del 511 (MGH,I, p. 644). 79 La excepción es naturalmente Adriano, el emperador viajero que visitó casi todas las provincias del Imperio; sobre el tema, cfr. H. HALFMANN, Itinera principum: Geschichte und Typologie der Kaiserreisen in römischen Reich, Stuttgart, 1986. 80 Enfrentamientos y problemas con los vándalos, cfr. Hyd., 170. Los vándalos, como hemos visto, llegaban en ocasiones a las costas de Hispania. 81 Hyd., 178. 82 Hyd., 192; a este acuerdo hace también alusión el historiador Prisco de Panium, Frag., 36 (Blockley). 83 Sid. Apoll., Carm, V, 441 ss. 84 Procop., BV, VII, 1 (Loeb). 85 BV, VII, 8. 86 BV, VII, 14. 87 COURTOIS, Vandales, p. 199: «Ce récit tardif ne mérite aucune espèce de créance», seguido por TRANOY, Hydace, II, p. 113: «récit romanesque». 88 Sobre Prisco, cfr. BLOCKLEY, op. cit., I, pp. 48-70. 89 Frag., 36, 1 y 2 (Blockley). 90 Hyd., 205 (año 461): «Richimer litore percitus et invidiorum consilio fultus fraude interfecit circumventum»; Marius, Chronica, s.a. 461 (MHG, II, p. 234), precisa el lugar: «in civitate Dertona a Recemere patricio et interfectus est super Ira fluvio». 91 Carm., V, 441-604. 92 Hyd., 161. 93 Romans and Barbarians, p. 174: «trajo un ejército poderoso y una flota de 300 barcos a Hispania en mayo del 360 y los vándalos quemaron las naves ancladas en la bahía de Alicante», citando a Hydacio y a Prisco, que no dicen en ningún momento que fueron quemadas las naves (Hydacio utiliza el verbo abripiunt) ni que trajese la flota consigo. 94 THOMPSON, op. cit., p. 175. 95 Hyd., 196. 96 Hyd., ibid.: «De litore Carthaginiensi commoti vandali per proditores abripiunt [naves]». Tanto Marius de Aventicum como la Chr. del 511 dicen captae. 97 Por ejemplo, THOMPSON, op. cit., p. 181. 98 THOMPSON, op. cit., p. 175. 99 Chr. Gallica, DXI, 651 (MGH, I, 664): «Gauterit comes Gothorum».

100 Para esto véase BARNWELL, op. cit., p. 80. 101 Chr., 511, 652-3 (MGH, I, p. 665). 102 Carta del papa Hilario, Ep. XIV. 103 Según BARNWELL, op. cit., p. 79, como dux limitis provinciae; pero K. F. STROHEKER, Euric, König der Westgoten, Stuttgart, 1937, p. 92, piensa que tenía funciones civiles y militares. 104 Hyd., 179. 105 Hyd., 174. 106 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 174: «Had the loyalty of the Roman forces evaporated? Or did the garrison of 10.000 men guard Spain in paper only? Did they exist at all?».

Notas Capítulo 4. Ciudades y villae

1 Sobre el tema, cfr. F. JACQUES, Privilegium libertatis: Le privilège de la liberté. Politique impériale et autonomie municipale dans les cités de l’Occident romain (161-244), Roma, 1984, haciendo referencia a la famosa inscripción de Orcistus de época constantiniana. 2 Sobre las ciudades tardías se ha escrito mucho recientemente. Destacaré aquí solo unos cuantos títulos significativos. En primer lugar el reciente (y polémico) libro de J. H. W. G. LIEBESCHUETZ, The Decline and Fall of the Roman City, Oxford, 2001; N. CHRISTIE y S. LOSEBY (eds.), Towns in Transition. Urban evolution in Late Antiquity and the Early Middle Ages, Aldershot, 1996; M. O. H. CARVER, Arguments in Stone. Archaeological Research and the European Towns in the First Millenium, Oxford, 1993; Cl. LEPELLEY (ed.), La fin de la cité antique et le debut de la cité médievale de la fin du IIIe siècle à l’avènement de Charlemagne, Bari, 1996; G. P. BROGIOLO, N. GAUTHIER y N. CHRISTIE (eds.), Towns and Their Territories between Late Antiquity and the Early Middle Ages, Leiden, 2000; G. P. BROGIOLO y B. WARD PERKINS (eds.), The Idea and the Ideal of the Town between Late Antiquity and the Early Middle Ages, Leiden, 1999; L. LAVAN (ed.), «Recent Research in Late Antique Urbanism», JRA, supp. 42, 2001; Gisela RIPOLL y J.-M. GURT (eds.), Sedes Regiae (400800), Barcelona, 2000; B. WARD PERKINS, From Classical Antiquity to the Middle Ages. Urban Public Building in Northern and Central Italy, AD 300-850, Oxford, 1984; A. CARANDINI, «L’ultima civiltà sepolta o del massimo oggetto desueto, secondo un archeologo», en A. CARANDINI, L. CRACCO RUGGINI y A. GIARDINA (eds.), Storia di Roma, III, 2, L’età tardoantica. I luoghi e le culture, Roma, 1994, pp. 11-38, y una enormidad de artículos referidos a lugares concretos o regiones del imperio. También en España se ha escrito mucho últimamente sobre el tema: véase J. ARCE, Último siglo, pp. 85 ss.; íd., «La ciudad en la España tardorromana: ¿continuidad o discontinuidad?», en J. ARCE y P. LE ROUX (eds.), Ciudad y comunidad cívica (siglos II-III d.C.), Madrid, pp. 177-184; J. M. GURT, «Transformaciones en el tejido de las ciudades hispanas durante la Antigüedad tardía; Dinámicas urbanas», Zephyrus, LIII-LIV, 2000-2001, pp. 443-471 (con abundante bibliografía). 3 Sobre este tema véanse las apreciaciones de W. BOWDEN, Epirus Vetus: The Archaeology of a Late Antique Province, Londres, 2003, p. 37. 4 P. BROWN, The Making of Late Antiquity, Harvard, 1978, p. 29 (citado ya en ARCE, Último siglo, p. 85). 5 Véase el excelente estudio sobre el valor de las fuentes en el caso de las figuras de Darío III Codomano y Alejandro Magno en P. BRYANT, Darius dans l’ombre d’Alexandre, París, 2003. 6 Cfr. THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 6-10; ELTON, op. cit., pp. 82 ss. 7 Cfr., por ejemplo, el sitio de Bazas en Paulinus, Euch., 235. 8 THOMPSON, op. cit., p. 171: «They were never stormed or, apart from Mértola, starved into submission». 9 Hyd., 237.

10 Hyd., 167. Sobre este problema, cfr. J. ARCE, «El catastrofismo de Hydacio...», cit. 11 Hyd., 179. 12 Ep. Sev., 3, 5: «ne hospiti quidem iure succedere audeat». 13 Cfr. CTh., 7, 8, 5. 14 Ep. Sev., 12, 8. 15 Ep. Sev., 20, 5. 16 Cfr. J. ARCE, «The City of Mérida in the Vitas Patrum Emeritensium (s. VI AD)», en E. CHRYSOS e I. WOOD (eds.), East and West: Modes of Communication, Leiden, 1999, pp. 1-15. 17 J. ARCE, «Mérida en el siglo V», Mérida Tardorromana, Mérida, 2003. 18 Cfr. BRADBURY, «Introduction», p. 38. 19 Ep. Sev., 6, 1-3. 20 Cfr. Or. De deitate Filii et Sp. Sancti, PG, XLVI, 557; JONES, LRE, p. 964. 21 A este propósito M. WOODHOUSE puede decir en Modern Greece. A Short History, Londres, 1998, p. 27: «Constantinople was troubled more by religious controversies than by foreign invasions». 22 August., Ep. 11*, 4. 23 Véase el mismo panorama en Antioquia, por ejemplo: LIEBESCHUETZ, Antioch, pp. 42 ss. 24 August., Ep. 11*, 1: «affinis sui... aliqua consanguinitate». 25 August., Ep. 11*, 12: «potentissimus quidam servus». 26 August., Ep. 11*, 12: «cuius arbitrio non solum omnis familia, verum etiam filia comitis memorati cuius cultor fuerat regebatur». 27 August., Ep. 11*, 13: «Ad suburbanum profectus iucunde quidem epulatus est». 28 August., Ep. 11*, 4. 29 August., Ep. 11*, 7. 30 August., Ep. 11*, 12. 31 August., Ep. 11*, 14: «Ursitio ille Severi domesticus». 32 August., Ep. 11*, 2. 33 August., Ep. 11*, 2. 34 August., Ep. 11*, 12. 35 August., Ep. 11*, 10. 36 Cfr. J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 166-167. Es oportuno recordar aquí el caso de Volventius, nombrado proconsul Lusitaniae para intervenir en los asuntos y querellas priscilianistas en Emerita; cfr. ARCE, Último siglo, pp. 44-45. 37 Hyd., 167. 38 «Romanorum magna agitur captivitas captivorum... virgines abductae... clerus... exutus... promiscui sexus cum parvulis...etc.». 39 Hyd., 179. 40 Hyd., 194 (año 460).

41 Hyd., 196. 42 Hyd., 237. 43 Hyd., 179. 44 Hyd., 164 (año 455). 45 Hyd. 133: año 449. 46 Olym., Frag., 26. 47 Cfr. J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 111 y 133. 48 Cfr. S. KEAY, «Tarraco in Late Antiquity», pp. 31 ss.; P. DE PALOL, Arqueología cristiana de la España romana, Madrid, 1967, y M. D. DEL AMO, Estudio crítico de la Necrópolis paleocristiana de Tarragona, Tarragona, 1981. 49 Véase, sin embargo, S. KEAY, «Tarraco in Late Antiquity», Towns in Transition,p. 33, que no discute el problema. La propia edición de la BAC dice en n. 8 de p. 622: «Quizás más que un monasterio para varias personas hay que pensar en una celda de un eremita». 50 MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 152 ss. 51 August., Ep. 11*, 9, 1. 52 S. KEAY (loc. cit., n. 49) piensa que esta iglesia debía de estar situada en la ciudad alta; de hecho, en el interior del templo de Roma y Augusto en la terraza más alta. Según él, éste fue el lugar de la catedral durante la presencia visigoda. Para el uso del secretarium como lugar de reunión de concilios y sínodos, cfr. J. Ch. PICARD, «La function des salles de reception dans le groupe episcopal de Genève», Évêques, saints et cités en Italie et en Gaule, EFR, 1998, pp. 87-104, esp. pp. 95-97. 53 Un aspecto interesante es la continuidad de la fórmula de la salutatio utilizada todavía por Frontón al llegar al hospitium, que tenemos igualmente atestiguada como costumbre habitual en la Ep. Sev., 5,1: «salutationis officia». 54 Ep. Sev., 4, 2. 55 Ep. Sev., 20, 4. 56 Hyd., 167. 57 Hyd., 179. 58 Hyd., 133. 59 Hyd., 196. 60 Hyd., 80 y 175. 61 Hyd., 79; Isid., HV, 73 (culto de San Vicente). Sobre su situación algunos piensan que se encontraba en el emplazamiento más antiguo de la mezquita (cfr. TRANOY, Hydace, II, p. 61, con J. FONTAINE, «Un sarcófago cristiano de Córdoba, coetáneo de Osio», AEspA, 20, 1947, pp. 96-121). 62 Cfr. P. GARNSEY, «Aspects of the Decline of the Urban Aristocracy in the Empire», ANRW, II, 1, Berlín-Nueva York, 1974, pp. 229-252, y P. SILLIÈRS, «Vivait-on dans des ruines au IIe siècle ap. J.Chr.?», en J. ARCE y P. LE ROUX (eds.), Ciudad y comunidad cívica en Hispania (siglos II-III), Madrid, 1993, pp. 147-154. 63 J. M. GURT citado en n. 2 con extensa bibliografía. 64 GURT, ibid., p. 467. 65 P. MATEOS, «La basílica de Santa Eulalia de Mérida», anejos de AEspA, 19, 1995, y P. MATEOS

y M. ALBA, «De Emerita Augusta a Marida», en L. CABALLERO y P. MATEOS (eds.), Visigodos y Omeyas, anejos de AEspA, 23, Madrid, 2000, p. 152, para las fases de construcción. 66 MATEOS, op. cit., 1995, p. 128; ALBA, op. cit., 2001, p. 413, y ALBA, op. cit., 1999, p. 403. 67 ALBA, op. cit., 2001, p. 411. 68 RAMALLO, op. cit., 2000, pp. 313-314, y RAMALLO, op. cit., 2000, pp. 587-591. 69 MACÍAS SOLÉ, op. cit., 2000, p. 261. 70 TED’A, Un abocador del segle V d.C. en el forum provincial de Tárraco, Tarragona, 1989, y S. KEAY, «Tarraco in Late Antiquity», op. cit. 71 MACIÁ, op. cit., 2000, p. 264. 72 GURT, loc. cit., n. 2, pp. 448 ss. 73 BONNET Y BELTRÁN, op. cit., 2001, pp. 88-90. 74 RIBERA LACOMBA, op. cit., 2000b y 2000a, pp. 158 ss. 75 SÁNCHEZ MARTOS, op. cit., 1999, p. 257. 76 ALARÇAO, op. cit., 1977, p. 240; GURT, op. cit., 1995, pp. 88-89. 77 GURT, op. cit., p. 455, que insiste en este hecho en varias ocasiones. 78 ILS, 5911; sobre estos cargos, cfr. JONES, LRE, 1964, p. 137. 79 Cfr. R. UREÑA, BRAH, 66, 1915, p. 485; J. ARCE, «Las ciudades», La Hispania del siglo IV, Bari, 2002, pp. 45-46; T. KOTULA, Les principales d’Afrique. Étude sur l’élite municipale nordafricaine au Bas-Empire, Wroclaw, 1982. 80 CTh., 12, 1, 151. 81 Cfr. ARCE, «Los gobernadores», p. 81; para el defensor, cfr. Ep. Sev., 19, 6. 82 El fenómeno es paralelo al de la continuidad de la administración civil provincial; véase supra Capítulo 3 (1). 83 Hyd., 196. 84 LIEBESCHUETZ, Antioch, p. 169; R. GANGHOFFER, L’evolution des institutions municipales en Occident et en Orient au Bas-Empire, París, 1963, sobre la evolución de curatores a defensores. 85 LIEBESCHUETZ, «The Rise of the bishop», p. 117. 86 LIEBESCHUETZ, ibid. 87 Hyd., 240. 88 Hyd., 179 (año 457). 89 Hyd., 237 (año 467): «Et regio desolatur et civitas». 90 N. GAUTHIER, «La topographie chrétienne, entre idéologie et pragmatisme», en J. P. BROGIOLO y B. WARD PERKINS (eds.), The Idea and the Ideal of the Town between Late Antiquity and the Early Middle Ages, Leiden 1999, pp. 195-209. 91 En este punto disiento de las propuesta de GURT (loc. cit.), que se muestra tan preocupado por la intervención de unos poderes públicos o legislación que realmente ya no es operativa y no es la que determina los cambios en el urbanismo. 92 A. SCOBIE, «Slums, Sanitation and Mortality in the Roman World», Klio, 68, 1986, pp. 418 ss.

93 Hyd., 41. 94 De hecho, Burgess traduce, en su edición de Hydacio, como forts, y Tranoy como villes fortifiés; cfr. Hyd., I, p. 119. Por otro lado, Tranoy considera este texto de forma restrictiva y piensa que se refiere sólo al territorio galaico, identificando castella con los castros antiguos de la época céltica prerromana que permitirían ser reutilizados como zonas de refugio para los habitantes del Noroeste, aunque reconoce que la cronología de la perduración de estos castros es muy problemática; cfr. Hyd., II, p. 63, hablando de Hyd., 81, donde se refiere a los castella tutiora. 95 J. BANAJI, Agrarian Change in Late Antiquity, Oxford, 2001, pp. 6-10. 96 Pl., NH, 5, 1, 1: «populorum eius oppidorumque nomina vel maxime sunt ineffabilia praeterquam ipsorum linguis; et alias castella ferme inhabitabant». 97 Cfr., por ejemplo, la carta del papa León I a los obispos de Mauritania en la que les señala que los obispos deben serlo de las civitates y no de los castella; cfr. León, Ep., 12, 10 (PL, 54, 654, año 446); BANAJI, op. cit., p. 9. 98 Hyd., 123a. 99 Hier., Ep., 22, 34. En Egipto no es caso pensar que los castella estaban en las cimas de las montañas. 100 Leg Visig., 9, 1, 21: «civitas, castellum, vicus aut villa». Sobre este problema, cfr. Amancio ISLA, «Villa, villula, castellum. Problemas de terminología rural en época visigoda», Arqueología y territorio medieval, 8, 2001, pp. 9-20, con cuyas interpretaciones no siempre coincido. 101 Hyd., 81 (año 430): «per plebem quae castella tutiora retinebant». 102 Ep. 11*, 2. 103 La edición de la BAC traduce castellum como «la localidad». 104 Ep. 11*, 14; la BAC vuelve a traducir «localidad», pero sabemos que Severo habitaba en Ilerda lo que permite identificar castellum con su villa. 105 J. BRISCOE, A Commentary on Livy Books XXXIV-XXXVII, Oxford, 1981, p. 92, a propósito de Livio, 37, 56: «castellani, agreste genus», y WALBANK, CR, 1951, p. 99: «country folk». 106 BANAJI, op. cit., p. 7: «By the late Roman period castellani had to share their countryside with an exceedingly large number of private estates»; véase también p. 8. 107 Oros., 7, 40, 6. 108 Hyd., 179; Coviacum=Valencia de D. Juan (Coyanza medieval), donde se puede ver todavía su «castillo» medieval. 109 Hyd., 190: «et Porto Cale castrum idem hostis invadit». 110 Hyd., 168, que en esta ocasión lo llama locum: «ad locum qui Portum Cale apellantur». 111 La bibliografía detallada es muy abundante. Solo destacaré tres libros de conjunto: J. GORGES, Les villas hispano-romaines. Inventaire et problématique archéologiques, París, 1979; M. P. FERNÁNDEZ CASTRO, Villas romanas en España, Madrid, 1982, y A. CHAVARRÍA, Las transformaciones de las villae en Hispania en la Antigüedad tardía (en prensa). 112 Sobre el tema, J. MATTHEWS, Western Aristocracies; Ch. GABRIELLI, «L’aristocrazia senatoria ispánica nel corso del III e del IV secolo d.C. dall avvento di Sett. Severo alla morte de Teodosio», Studia Storica, 13-14, 1995-1996, pp. 331-377; K. F. STROHEKER, «Spanische senatoren der Spätrömischen und westgotischen Zeit», MM, 4, 1963, pp. 107-132, y A. CHASTAGNOL, «Les espagnols dans l’aristocratie gouvernamentale à l’époque de Théodose», Actes du colloque internationale

sur les empereurs romains d’Espagne, París, 1965, pp. 268-292. 113 La discusión en J. ARCE, «El mosaico de las metamorfosis de Carranque (Toledo)», MM, 27, 1986, pp. 365-374, y ahora íd., «La villa romana de Carranque: identificación y propietario», Gerión, 21, 2003, pp. 17-30. La identificación propuesta por algunos arqueólogos de que se trata de la residencia de Maternus Cynegius, el P. P. Orientis de Teodosio, es de descartar. 114 Véase ahora J. ARCE, «Iconografía de las élites de Hispania en la Antigüedad Tardía (siglos IVV d.C.)» (en prensa). 115 C. BALMELLE, Les demeures aristocratiques d’Aquitanie. Societé et culture de l’Antiquité tardive dans le sud-ouest de la Gaule, Aquitania, suppl. 10, Burdeos-París, 2001; el mundo cultural de estos propietarios reflejado en sus gustos y mosaicos ha sido estudiado por J. Lancha e I. Morand. 116 Cfr. J. MATTHEWS, Western Artistocracies, p. 4, para una descripción del mundo de estos senadores y aristócratas ejemplificado en la biografía de Q. A. Symmachus. 117 Oros., 7, 40, 8. 118 Sobre estas transformaciones véanse los numerosos y detallados trabajos de A. Chavarría citados en la bibliografía. 119 J. PERCIVAL, op. cit., 1976, p. 180; A. CHAVARRÍA, «Els Establis...», Annals de Inst. de l’Institut d’Estudis Girondins, 39, 1998, pp. 9-30, esp. p. 26; opinión que tambien recogen E. ARIÑO y P. DÍAZ, «La economía agraria de la Hispania romana: colonización y territorio», Studia Historica, 17, 1999, p. 178, esp. pp. 153-192, un artículo demasiado confuso y lleno de afirmaciones hipotéticas que se apoyan en la documentación existente. 120 Para una descripción de estos modos de vida y comportamiento en la villa, cfr. P. ELLIS, «Power, Architecture and Decor: How the Late Roman Aristocrat Appeared to his Guests?», en E. K. GAZDA (ed.), Roman Art in Private Sphere, Michigan, 1991, pp. 117-134. 121 Sobre la casa romana, su organización y jerarquías, cfr. A. WALLACE-HADRILL, «The social structure of the Roman House», PBSR, 56, 1988, pp. 43-97. 122 Cfr. A. Chavarría, que resume todas las propuestas que han hecho los diferentes investigadores (véanse n. 111 y 119). 123 CHAVARRÍA, op. cit., n. 119, p. 18. 124 Hil., Ep. 13, 5, 2. 125 Véanse sus numerosos artículos dedicados al tema (cfr. bibliografía). 126 CHAVARRÍA, op. cit., n. 119

Notas Capítulo 5. La transformación de las creencias

1 Lib., Ep. 1364 (año 363); sobre el episodio, cfr. J. W. LIEBESCHUETZ, Antioch, p. 43. 2 La bibliografía sobre este tema es, como siempre, amplia, pero falta un estudio de conjunto. Hay que comenzar por el clásico y fundamental estudio de F. W. DEICHMANN, «Frühchristliche Kirchen in antiken Heiligtümern», JdI, 54, 1939, pp. 103-136; R. P. C. HANSON, «The Transformation of Pagan Temples into Churches in the Early Christian Centuries», JSS, 23, 1978, pp. 257-267; E. MÂLE, La fin du paganisme en Gaule et les plus anciennes églises chrétiennes, París, 1950; F. W. DEICHMANN, «Christianisierung, II (der Monumente)», RAC, 2, 1954, col. 1228-41; T. C. G. THORNTON, «The Destrucción of Idols: Sinful or Meritorious?», JThS, 37, 1986, pp. 121-24; H. SARADIMENDELORICI, «Christian Attitudes towards Pagan Monuments in Late Antiquity and Their Legacy in Later Byzantine Centuries», DOP, 44, 1990, pp. 47-61; A. FRANTZ, «From Paganism to Christianity in the Temples of Athens», DOP, 19, 1965, pp. 187-205, G. FOWDEN, «Bishops and Temples in the Eastern Roman Empire, 320-435», JThS, 29, 1978, pp. 53-78; J. M. SPIESER, «La christianisation des sanctuaries païens en Grèce», en U. JANTZEN (ed.), Neue Forschungen in griechishcen Heiligtümern, Symposium Olympia, octubre de 1974, Tübingen, 1976, pp. 309-320; R. MACMULLEN, Christianizing the Roman Empire (100-400), New Haven, 1984; J. GEFFCKEN, The Last Days of Greco Roman Paganism (traducción de S. MacCormick), Ámsterdam, 1978, y numerosos trabajos de F. R. TROMBLEY entre los que destacaré Hellenic Religion and Christianization (370-519), 2 vols., Leiden, 1995; J. P. CAILLET, «La transformation en églises d’edificies publiques et des temples à la fin de l’Antiquité», en Cl. LEPELLEY (ed.), La fin de la cité antique et le debut de la cité médiévale, Bari, 1996, pp. 191-211. 3 H. SARADI, op. cit., p. 49, n. 20. 4 SPEISER, op. cit.; H. SARADI, op. cit., pp. 49-50. Deichmann enumera 89 ejemplos de templos reutilizados como iglesias en las regiones orientales del Imperio, en Italia, Gallia y Norte de África, con cronologías muy variadas. 5 Ley 16.10.8 del 382 y 16.10.15: «Publicorum operum ornamenta servari». 6 Lib., Or., 18, 126, época de Juliano. 7 Ley 15.1.36 del 397. 8 Sobre este tema véase el artículo de FOWDEN, op. cit., n. 2. 9 X. BARRAL I ALTET, «Transformacions de la topografía urbana a la Hispania cristiana durant l’antiguitat tardana», II Reunió d’Arqueologia Paleocristiana Hispánica (Montserrat-Barcelona, 1978), Barcelona, 1982, pp. 105-132; L. A. GARCÍA MORENO, «La cristianización de la topografía de las ciudades de la Península Ibérica durante la Antigüedad Tardía», AEspA, 50-51, 1977-1978, pp. 311-321. 10 CTh., 16, 10, 5; cfr. ARCE, Último siglo, p. 137. 11 Sulpicius Severus, Vita Martini, 13, 9; 13, 1; 14, 3, etc. (cfr. J. FONTAINE, «Sulpice Sévère», Vie de Saint Martín, II, París, 1968, pp. 760-762).

12 Cfr. S. KEAY, Tarraco, p. 33, que piensa que «the bishop’s church is most likely to have been located in the upper town, perhaps located within what had been the temple of Rome and Augustus in the upper terrace; given imperial legislation against paganism and pagan temples in the later fourth century, it seems unlikely that this could have continued in use as a pagan shrine». Según Keay, éste fue, sin lugar a dudas, el sitio donde se hizo la iglesia en época visigoda («by the seventh century the old temple of Rome and Augustus has been converted into a cathedral»). Esto no es más que una hipótesis que no tiene confirmación arqueológica para el siglo V. Y además una cosa es prohibir los cultos y otra utilizar los templos como iglesias que, como hemos visto, solían ser respetados. En cualquier caso, el recuerdo de la tradición del culto imperial en Tarraco todavía se demuestra en el reinado de Anthemio, como denota una inscripción dedicada a este emperador y a su colega oriental León, encontrada precisamente en el foro (cfr. supra Capítulo 4 (1)). 13 Solamente en Emerita, en el templo del foro de la colonia, he visto en uno de los fustes de una de sus columnas un crismón, pero es imposible precisar la fecha y en cualquier caso no he hecho un estudio detenido del grafito. 14 Caso paradigmático, el anfiteatro de Tarraco, en el que se construye una iglesia en el siglo VI; cfr. KEAY, Tarraco, p. 38, y TED’A, op. cit., 1990, pp. 219-223. 15 Cfr. S. RAMALLO, «Carthago Spartaria, un núcleo bizantino en Hispania», en G. RIPOLL y J. M. GURT, Sedes regiae (ann. 400-800), Barcelona, 2000, pp. 579-611. 16 Cfr. J. ARCE, «Ludi circenses en Hispania en la antigüedad tardía», El circo en la Hispania Romana, Mérida, 2002, pp. 245-255, esp. pp. 250 ss. 17 J. N. HILLGARTH, «Popular religion in Visigothic Spain», en E. JAMES (ed.), Visigothic Spain, Oxford, 1980, pp. 3-60. 18 Cfr. MÂLE, op. cit., pp. 61-64 (construcciones de iglesias en las villae de la Gallia); sobre el tema, FOWDEN, op. cit., p. 71, y MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 155 ss. 19 Sobre este tema con otros ejemplos en Hispania y casos semejantes en Italia, cfr. G. P. BROGIOLO y A. CHAVARRÍA, «Chiese e insediamenti tra V e VI secolo: Italia Settentrionale, Gallia Meridionale e Hispania», en G. P. BROGIOLO (ed.), Chiese e insediamenti nelle campagne tra V e VI secolo, Padua, 2003, pp. 9-37, esp. pp. 19 ss. 20 Sobre el tema véase el convincente artículo de J. W. LIEBESCHUETZ, «Pagan Mythology in the Christian Empire», International Journal of the Classical Tradition, 2, 1995, pp. 193-208, y las importantes apreciaciones de G. BOWERSOCK, Hellenism in Late Antiquity, Cambridge, 1990. 21 Hyd., Praef. 6. 22 THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 194: «what he does in general is provide a number of discontinued pieces of information which do not allow us to write a continous history of the Church in Spain in the mid fifth century». 23 Para esta situación, cfr. J. ARCE, Último siglo, pp. 138 ss. 24 Sobre Prisciliano es excelente H. CHADWICK, Priscillian of Avila, Oxford, 1976 (hay traducción castellana), y también, con una interpretación antropológica y social, R. VAN DAM, Leadership and Community in Late Antique Gaul, Berkeley, 1985, esp. pp. 58-114, con J. MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 160-171, y los clásicos trabajos de D’Ales, Babut, Barbero, Girardet y Vollmann, a los que hay que añadir los de Escribano Paño, citados en la bibliografía. 25 VAN DAM, Leadership, p. 110. 26 Ep. 11*.

27 Sobre ello, cfr. BRADBURY, op. cit., p. 39, que destaca, paradójicamente, las relaciones amistosas entre cristianos y judíos en Magona. R. G. SALINERO, El antijudaismo cristiano occidental (siglos IV-VI), Madrid, 2000, pp. 235 ss. 28 Sobre el tema cfr. el excelente artículo de R. VAN DAM, «Sheep in Wolves’ Clothing: the Letters of Consentius to Augustine», JEH, 37, 1986, pp. 515-535. 29 VAN DAM, Leadership, pp. 90-91; A. BARBERO, «El priscilianismo: ¿herejía o movimiento social?», Cuadernos de Historia de España, 37-38, 1963, pp. 5-41. 30 La carta de Paulino, obispo de Biterra (Béziers en Gallia), sobre fenómenos sobrenaturales, llega a conocimiento de Hydacio: «ubique directa» (Hyd., 65); las cartas de León sobre los maniqueos se difunden por todas las provincias hispánicas: «per provincias diriguntur» (Hyd., 125); los escritos de León I sobre los priscilianistas, traídos por Pervincus, el diácono de Toribio, obispo de Astorga, se difunden por las iglesias (Hyd., 127); Leonas hace de correo entre Augustín y Consencio, a pesar de los problemas del mar (August., Ep. 11*, 1); el obispo Agapio viaja de las Baleares a Tarraco para traer los escritos de Consencio a Frontón (August., Ep. 11*, 2); Sagittius, Severus y Siagrio viajan por la Tarraconense para reunirse; Frontón viaja a Arles después del juicio en Tarraco; las cartas del obispo Flaviano, que había enviado a León I, junto con los escritos de Cirilo de Alejandría sobre los nestorianos y las respuestas de León, llegan a la Gallia y de allí a Hispania donde las conoce Hydacio: «per ecclesias diriguntur» (Hyd., 137); los informes de Hydacio y Toribio sobre los maniqueos son conocidos por Antonino, obispo de Mérida (Hyd., 122); la carta de Eufrasius, obispo de Augustodunum (Autun en Gallia), enviada al comes Agrippinus, llega también a conocimiento de Hydacio (Hyd., 143). Dos monjes hispanos, Vidal y Constancio, se dirigen a Capreolo, obispo de Cartago. Sobre problemas relacionados con el nestorianismo, Capreolo, Epistulae. PL, 53, 843-856. 31 Los obispos de la Tarraconense solicitan opinión a Hilario en 464 (Hilarius, Ep. 15) y Toribio e Hydacio apelan a León I (Hyd., 127). 32 Pero ello no quiere decir que, como opina Tranoy, se sometieran al obispo de Emerita de modo general. 33 Olym., Frag., 26. 34 Hyd., 194. 35 August., Ep. 12*, 6, 2-3; VAN DAM, «Sheep in Wolves’», p. 527. 36 Ep. 12*, 1, 1, y 12*, 4, 3. Pero véase, por ejemplo, Ep. Sev., 18, 15 (sobre la cultura grecolatina de Innocentius). 37 Sobre el tema véase P. RICHÉ, Education et culture dans l’Occident barbare VI-VIIIe siècles, París, 1962, y H. I. MARROU, Histoire de l’éducation dans l’antiquité, París, 1965. Para el caso más específico de Hispania, cfr. J. ARCE, «I visigoti conservatori della cultura classica: il caso de Hispania», en P. DELOGU (ed.), Le invasioni barbariche nel meridione del Impero, Vandali, Visigoti, Ostrogoti, Cosenza, 2001, pp. 61-78. 38 J. MATHHEWS, Western Aristocracies, pp. 146 ss. 39 CSEL, 18, pp. 109-147. 40 PL, 54, pp. 693-695. 41 León I, Ep. 15. 42 Que escribió una profesión de fe, cfr. J. MADOZ, «Valeriano, obispo calagurritano escritor del siglo V», Hispania Sacra, 3, 1950, pp. 131-137. 43 Capreolo, Epistulae, PL, 53, 843-856 y 925B; cfr. M. VALLEJO, «Influjo oriental en la Hispania

del siglo V. A propósito de la correspondencia de Vidal y Constancio a Capreolo de Cartago», Espacio, Tiempo, Forma, Hist. Antigua, 4, 1991, pp. 351-358, y C. VEGA, «Vidal y Tonancio, o un caso de nestorianismo en España», La Ciudad de Dios, 152, 1936, pp. 412-420. 44 Prud., Praef., 19 ss., y Perist., IX, 2. 45 MATTHEWS, op. cit., p. 148. 46 Hyd., 79 (Hispalis); Hyd., 80 y 175 (Eulalia de Emerita). 47 Sobre ella véase el libro de P. MATEOS, La basílica de Santa Eulalia de Mérida, anejos en AEspA, XIX, Madrid, 1999. 48 La Epistula de Severo no menciona expresamente el nombre de Orosio, sino que habla de un presbyter quidam (Ep. Sev., 4, 1-2). Sobre el tema, cfr. C. TORRES RODRÍGUEZ, Paolo Orosio, su vida y sus obras, La Coruña, 1985; V. GAUGE, «Les routes d’Orose et les reliques d’Etienne», AnTard, 6, 1998, pp. 265-286. 49 Hyd., 25. 50 VAN DAM, op. cit., p. 517. 51 Ep. 11*, 21, 1-2. 52 CHADWICK, Priscillian, pp. 217 ss. 53 VAN DAM, Leadership, p. 102: en Hispania no hubo «true manichees». 54 Hil., Ep. 13, 3: «fraternitate collecta»; Ep. 17, 1: «concili»; para las epístolas de Hilario y otros papas sigo la edición de A. THIEL, Epistulae Romanorum pontificum genuinae,I, Braunsberg, 1868. 55 Hil., Ep. 13. 56 Sobre todo esto véanse las excelentes páginas de THOMPSON, Romans and Barbarians, pp. 194 ss. Mucho más confuso, y sin mencionar a Thompson, J. VILELLA, «Los concilios eclesiásticos de la Tarraconensis durante el siglo V», Florentia Ileberritana, 13, 2002, pp. 327-344, que supone sínodos a veces sin base segura y que menciona las hipótesis de identificación de las sedes de Ireneo. Que Ireneo era hijo de Nundinario es una propuesta expresada por A. M. MUNDÓ, «El bisbat d’Égara de l’època tardorromana a la carolingia», Simposi internacional sobre les Esglésies de Sant Pere de Terrasa, Terrasa, 1992, pp. 41-49. 57 Hil., Ep. 16. 58 Avitus de Bracara, Orosio y Pelagius; cfr. P. COURCELLE, Histoire littéraire des grandes invasions germaniques, París, 1964, pp. 67 y 97. 59 Isid., HS, 90. 60 Hyd., 79: «Effectus apostata». 61 Hyd., 129. 62 Hyd., ibid. 63 Si es que este Symphosio de Hyd., 92, es igual al Symphosio priscilianista del Concilio de Toledo del año 400 (cfr. Hyd., 25). 64 Sobre Centcelles, cfr. J. ARCE, Centcelles. El monumento tardorromano, Roma, 2002; sobre las salas de recepción y su función, cfr. J. Ch. PICARD, «La fonction des salles de reception dans le groupe épiscopale de Genève», Évêques, Saints et Cités en Italie et en Gaule, EFR, Roma, 1998, pp. 175-193. 65 La bibliografía sobre este tema es enorme. Sólo voy a citar a J. W. LIEBESCHUETZ, «The Rise

of the Bishop in the Christian Roman Empire and the Sucessors Kingdoms», Electrum, 1997, pp. 113125 (con una selecta bibliografía), y P. BROWN, Power and Persuasión in Late Antiquity, Madison, 1992. 66 Razones o causas de este proceso en LIEBESCHUETZ, op. cit., n. 65. 67 Cfr. CONSTANTIUS, Vita Germani; H. LEVISON, Saint Germain d’Auxerre et son temps, Auxerre, 1950; VAN DAM, Leadership, pp. 142 ss. 68 PAULINUS, Vita Ambrosii; N. B. MCLYNN, Ambrose of Milan, Berkeley, 1994; J. R. PALANQUE, Saint Ambrose et l’empire romain, París, 1933, pp. 3 ss., y MATTHEWS, Western Aristocracies, pp. 186 ss. 69 BURGESS, op. cit., p. 3: «not of the great aristocratic or land-owners classes». 70 Según las Vitas Patrum Emeritensium (CChr., Ed. Maya). 71 Era originario de la civitas Limica (Praef., 1); BURGESS, op. cit., p. 3. 72 Praef., 4: «infantulus vidisse certus sum». 73 De hecho la Chronica es la continuación de la de Jerónimo. 74 Desde 416?. Pero cfr. BURGESS, op. cit., p. 4. 75 Praef., 1; 6; 196; 202, de Aquae Flaviae, Chaves (Portugal). 76 Hyd., 86 (año 431). 77 Hyd., 94. 78 Hyd., 88. 79 TRANOY, Hydace, II, p. 65. 80 Cfr. C. CANDELA COLODRÓN, «Plebs y aristocracia en el Cronicón de Hydacio: la organización política hispánica en el siglo V», Polis, 13, 2001, pp. 129-139, esp. pp. 134 ss. Otros casos de intervenciones episcopales en LIEBESCHUETZ, op. cit., n. 65. 81 Tranoy piensa que Symphosius estuvo encargado de hacer reconocer a Rávena las claúsulas del acuerdo impuesto por los suevos a los galaicos (Hydace, II, p. 68), pero esto es una suposición gratuita. 82 Hyd., 196 (año 460). 83 Hyd., 133: «In ecclesia Tyriassone foederatos occidit [Basilius]». 84 ABADAL, op. cit., p. 41, piensa que León murió defendiendo a los campesinos oprimidos por los romanos. Cfr. sobre el episodio THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 221. El obispo Synesio de Cirene tambien habia cogido las armas para defender su ciudad, cfr. LIEBESCHUETZ, Antioch, p. 241, n. 3. 85 Periódicamente informa de los obispos de Roma (Hyd., 44, 57, 78, 96, 127, 217 y 242). 86 Conoce la fama de Agustín de Hipona (Hyd., 45); se ha enterado del descubrimiento de las reliquias de San Esteban en Jerusalén (Hyd., 50). 87 Ha leído las obras de Fl. Merobaudes, de Jerónimo, de Paulino de Nola. 88 Tiene noticia de que Juvenal fue obispo de Jerusalén (434) debido a las informaciones que le proporcionó Germanus, un presbítero de la región de Arabia que llegó hasta Gallaecia, y por las noticias de otros orientales (Hyd., 97): «Germani presbiteri Arabicae regiones exinde ad Gallaeciam venientis et aliquorum Graecorum relationes comperimus». 89 Hyd., 137

90 Hyd., 122. 91 Véase J. ARCE, «Obispos en Hispania en el siglo V d.C.» (en prensa). 92 Véase supra Capítulo 1 (8).

Notas Capítulo 6. Economía y relaciones con el exterior

1 Sobre el cursus, cfr. JONES, LRE, II, pp. 830 ss.; J. ARCE, «La Penisola Iberica», Storia di Roma, 3, L’etá tardoantica, II, I luoghi e le Culture, Roma, 1993, pp. 379-404. 2 Las leyes del CTh., 8, 5, 53; 5, 54; 5, 59; 5, 65, se refieren a estos cuidados y a quienes los deben realizar. 3 Ep. Sev., 12, 2. 4 Augus., Ep. 11*, 15: «verum etiam longisssimum et difficillimum insidiosissimumque iter pedibus arripiens». 5 Ibid., 11, 17. 6 Ibid., 11, 23. 7 Sobre esto véase J. ARCE, Último siglo, pp. 114 ss. 8 Sobre este tema véase ahora A. GILLETT, Envoys and Political Communication in the Late Antique West, 411-533, Cambridge, 2003. 9 Hyd., 220. 10 Hyd., 97 (Gallaecia) y 170 (Hispalis). 11 Thompson pensaba que si en el siglo VI tenemos abundantes noticias de las relaciones por mar entre la Gallia y la Gallaecia, como demuestran textos de Gregorio de Tours y la Vita Fructuosi de Braga, la situación no debió de ser muy diferente en el siglo V. Añade que Leovigildo en su campaña contra los suevos en 580 capturó sus naves y a sus tripulaciones (p. 172). 12 Sobre estos viajes, cfr. C. TORRES, «Peregrinos de Oriente a Galicia en el siglo V», Cuadernos de Estudios Gallegos, 121, 1957, pp. 53-64; J. FONTAINE, Isidore de Seville, II, p. 847, n. 2. 13 THOMPSON, op. cit., p. 147, piensa que se trata sólo de monjes; TRANOY, Hydace, II, p. 70, se pregunta si se trata de relaciones comerciales. En cualquier caso es excesivo pensar en la presencia de colonias de comerciantes basándose en noticias como ésta. Véase D. CLAUDE, Der Handel im westlichen Mittelmeer während des Frühmittelalters, Abhandlugen der Akademie der Wissenschaften in Göttingen, Phil.-hist., Kl. III 144, 1985, que recoge toda la documentación. 14 Para Tarraco, S. KEAY, «Tarraco in Late Antiquity», op. cit.; J. M. CARRETÉ, S. KEAY y M. MILLET, «A Roman Provincial Capital and His Hinterland. The Survey of the Territory of Tarragona, 1985-1990», JRA, suppl. 15, Michigan, 1995; X. AQUILUÉ, Relaciones económicas, sociales e ideológicas entre el norte de África y la Tarraconense en época romana. Las cerámicas de producción africana procedentes de la Colonia Iulia Urbs Truiumphalis Tarraco (microficha), Barcelona, 1992; R. JÁRREGA, «Notas sobre la importación de cerámicas finas africanas (sigillata clara D) en la costa oriental de Hispania durante el siglo VI e inicios del VII», Actas del II Congreso de Arqueología Medieval Española, II, Madrid, 1987, pp. 337-344.

15 Cfr. Javier ARCE, «La sítula tardorromana de Bueña (Teruel). Estudios sobre la época tardorromana. Museo Arqueológico Nacional», Estudios de Iconografía, Madrid, 1982, pp. 113-162; MUNDEL-MANGO et al., «A 6th century Mediterranean bucket from Bromeswell Parish, Suffolk», Antiquity, 63, 1989, pp. 295-311, que la sitúa, por razones estilísticas, en el VI. 16 Cfr. H. SCHLUNK, y Th. HAUSCHILD, «Die Sarkophage von Ecija und Alcaudete», MM, 3, 1962, pp. 119-159. 17 Expositio; comentarios en J. ARCE, Último siglo, pp. 112 ss. 18 Orosio, 7, 42, 12. 19 Orosio, 7, 41, 7. 20 Olym., Frag., 41, 2. 21 Nov. Val., 13, 4, en 445. 22 Cass. Var., 10, 27, con BLOCKLEY, op. cit., p. 218, n. 62. Trulla = cucharón. 23 Olym., Frag., 15 ( pero la frase puede ser un tópico). 24 Cfr. Cl. DOMERGUE, Les mines de la P. Ibérique dans l’antiquité romaine, París, 1990, pp. 215224, aunque J. EDMONDSON, «Mining in the Later Roman Empire and beyond: continuity or disruption?», JRS, 79, 1989, pp. 84-102, señala que la explotación siguió en menor escala y de modo diferente. 25 Isidoro, naturalmente, hace referencia al oro de Hispania en su De Laude Spaniae: «metalla preciosum... tu urifluvis fulva torrentis», en un contexto evidente de panegírico anticuario, MGH, II, p. 267 (Mommsen). 26 Isidoro, ibid. Sobre los caballos véase J. ARCE, «Los caballos de Símmaco», Faventia, 4, 1982, pp. 35-44. 27 Sobre la producción de las villae, cfr. los trabajos de A. Chavarría y J. Gorges citados en la bibliografía. 28 Los hallazgos del Norte de África son quizás resultado de la presencia de tropas que habían servido en la Tarraconense con Máximo. 29 Cfr. T. MAROT, «Models de circulació monetaria a Barcino durant la baixa romanitat», La romanització del Pirineu (Puigcerdá, 1988), Puigcerdá, 1990, pp. 119-130. 30 Nov. Val., 16 (de 445). 31 Cfr. THOMPSON, Romans and Barbarians, p. 169, para el transporte del thesaurus entre suevos y visigodos. 32 REINHARDT, op. cit., p. 135; íd., «El reino hispánico de los suevos y sus monedas», AEspA, 15, 1p42, pp. 308-328, esp. p. 326; X. BARRAL I ALTET, La circulation des monnaies suèves et visigothiques, Múnich, 1976, pp. 24 ss., 45 y 51 ss.; J. P. C. KENT, RIC, X, Londres, 1994, p. 230; M. GUADAN, «Las copias suevas de los solidi de Honorio», Nummus, 1958, pp. 11-23. 33 En el exergo tenemos la abreviatura BR. 34 Cfr. J. ARCE, Mérida in the Vitas Patrum Emeritensium (cit.). 35 Hyd., 97. 36 Hyd., 170. 37 R. JÁRREGA, Cerámicas finas fardorromanas africanas y del Mediterráneo oriental en

Hispania. Anejos AEspA, XI, Madrid, 1991. 38 «Intra extremam universi orbis Gallaeciam»: Praef, 6; «ut extremus plage»: Praef, 1.

Notas Epílogo. A las puertas del regnum gothorum, el siglo V, un siglo de transición

1 Sobre este tema, cfr. W. E. KAEGI, Byzantium and the Decline of Rome, Princeton, 1968. 2 Como hicieron, por ejemplo, los otomanos en sus conquistas de los países balcánicos; cfr. M. MAZOWER, The Balkans, Londres, 2001, p. 34: «The Ottomans knew that towns were vital for the administration of the empire». 3 Cfr., por ejemplo, J. DALÈGRE, Grecs et ottomans (1953-1923) de la chute de Constantinople à la disparition de l’Empire Ottoman, París, 2002. 4 Cfr. J. W. LIEBESCHUETZ, Gens into regna, pp. 70 ss.

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Índice

Prólogo Agradecimientos Introducción Capítulo 1 1. La usurpación de Constantino III y sus repercusiones en Hispania 2. Máximo, emperador-usurpador en Hispania 3. Ataúlfo en Barcino 4. La carta de Honorio 5. El episodio vándalo 6. Alanos 7. Infelix Gallaecia: El Regnum suevorum 8. Gotthi in Hispanias ingressi sunt:

Capítulo 2 1. Bárbaros ladrones de libros 2. Bagaudas 3. Usurpadores 4. Piratas 5. Barbari depraedantur

Capítulo 3 1. La administración civil: ¿continuidad o ruptura? 2. La desaparición del ejército romano de Hispania

Capítulo 4 1. Las ciudades 2. Villae, castra, castella

Capítulo 5 1. La desacralización de los espacios paganos 2. La Iglesia: conflictos internos 3. Obispos

Capítulo 6 1. Economía 2. Relaciones con el exterior

Epílogo Nota del autor a la segunda edición Anexo I Anexo II Bibliografía Notas Créditos