Zoomaquias: épica burlesca del siglo XVIII
 9783954878093

Table of contents :
Índice
NOTA
ESTUDIO INTRODUCTORIO
1. De ratones y ranas: origen y evolución de la épica burlesca
2. La Burromaquia de Gabriel Álvarez de Toledo
3. La Gatomiomaquia de Ignacio de Luzán
4. La Perromachia de Francisco Nieto Molina
5. El imperio del piojo recuperado de Gaspar de Molina y Zaldívar
6. La Perromachia de Juan Pisón y Vargas
7. El murciélago alevoso. Invectiva de fray Diego González
8. La Rani-ratiguerra de José March y Borrás
9. Grillomaquia
10. Criterios de edición
Bibliografía
ZOOMAQUIAS
1. Poema imperfecto de La Burromachia de Gabriel Álvarez de Toledo
2. La Gatomiomaquia de Ignacio de Luzán
3. La Perromachia de Francisco Nieto Molina
4. El imperio del piojo recuperado de Gaspar de Molina y Zaldívar
5. La Perromachia de Juan Pisón y Vargas
6. El murciélago alevoso. Invectiva de fray Diego González
7. La Rani-ratiguerra de José March y Borrás
8. Grillomaquia
Aparatos críticos
Agradecimientos

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Zoomaquias Épica burlesca del siglo xviii

CLÁSICOS HISPÁNICOS Nueva época, nº. 9

Director: Abraham Madroñal (Universidad de Ginebra (Suiza) / CSIC) Secretario: Emmanuel Marigno (Université de Saint-Étienne, Francia) Consejo de redacción: Nouredin Achiri Wolfram Aichinger Carlos Alvar Ignacio Arellano Frederick de Armas José Camões Enrica Cancelliere Luis Alberto de Cuenca Jean-Pierre Étienvre Luciano García Lorenzo Aurelio González Javier Rubiera Christoph Strosetzki Martina Vinatea

Univ. Sidi Mohamed Ben Abdellah, Fez (Marruecos) Univ. Viena (Austria) Universidad de Ginebra (Suiza) Universidad de Navarra Univ. Chicago (EE.UU.) Univ. Lisboa (Portugal) Univ. Palermo (Italia) CSIC Univ. Sorbonne (Francia) CSIC El Colegio de México Univ. Montreal (Canadá) Univ. Münster (Alemania) Univ. Pacífico (Perú)

Consejo asesor: Víctor Arizpe College Station, Texas (EE.UU.) Pedro Cátedra Univ. Salamanca Queen Mary (Gran Bretaña) Trevor J. Dadson Philip Deacon The University of Sheffield (Gran Bretaña) Univ. Murcia Javier Díez de Revenga Univ. Santiago Luis Iglesias Feijoo VIbha Maurya Univ. Delhi (India) Univ. Zaragoza Alberto Montaner José Luis Moure Univ. Buenos Aires (Argentina) Real Academia Española José Antonio Pascual Jesús Pérez Magallón McGill University (Canadá) Evangelina Rodríguez Cuadros Univ. Valencia Fernando Rodríguez de la Flor Univ. Salamanca Enrique Rubio Univ. Alicante Germán Vega García-Luengos Univ. Valladolid

Zoomaquias Épica burlesca del siglo xviii

Estudio y edición crítica de Rafael Bonilla Cerezo y Ángel L. Luján Atienza

Iberoamericana – Vervuert Madrid – Frankfurt 2014

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por ningún medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. Este volumen se ha beneficiado de una ayuda económica del Proyecto de Investigación I+D+i del MINECO La novela corta del siglo xvii: estudio y edición (FFI2010-15072).

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A Enrique Cerezo López A los domadores de pulgas A ❄❄❄ Mateos

Índice ESTUDIO INTRODUCTORIO 1. De ratones y ranas: origen y evolución de la épica burlesca...................................

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2. La Burromaquia de Gabriel Álvarez de Toledo........... 25 2.1. El tiempo de los novatores .............................................. 25 2.2. Álvarez de Toledo: un sevillano en palacio ..................... 30 2.3. Batalla de asnos ............................................................. 33 2.3.1. El héroe épico ..................................................... 35 2.3.2. Las causas del conflicto ....................................... 36 2.3.3. Los preparativos de la guerra ............................... 37 2.3.4. Los escenarios ..................................................... 38 2.3.5. Digresiones ........................................................ 39 2.3.6. Combate y desenlace ........................................... 39 2.3.7. Estilo ................................................................. 40 3. La Gatomiomaquia de Ignacio de Luzán........................

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4. La Perromachia de Francisco Nieto Molina................ 45 4.1. Un neoclásico disidente ................................................. 45 4.2. Guerra de redondillas .................................................... 49 4.3. Propositio y narratio ....................................................... 50 5. El imperio del piojo recuperado de Gaspar de Molina y Zaldívar.......................................................................... 60 5.1. Retrato de un viajero ilustrado: el marqués de Ureña ..... 60 5.2. Un piojo a la moda ...................................................... 64 6. La Perromachia de Juan Pisón y Vargas.......................... 72 6.1. Estructura de La Perromachia ........................................ 74 6.2. «Invención poética»: modelos y fuentes ......................... 75

6.3. Propositio: la verdad entre perros y gatos ........................ 77 6.4. De Villegas a Samaniego ............................................... 81 6.5. Una novela comediesca ................................................. 84 6.6. Retratos de salón ........................................................... 85 6.7. Celos de barroco cantor: Góngora y Calderón ............... 88 6.8. ¿Una batalla dialéctica? .................................................. 90

7. El murciélago alevoso. Invectiva de fray Diego González...............................................................

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8. La Rani-ratiguerra de José March y Borrás..................

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9. Grillomaquia......................................................................

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10. Criterios de edición..................................................... 118 11. Bibliografía.................................................................... 133 ZOOMAQUIAS ........................................................................ 147 1. Poema imperfecto de La Burromachia de Gabriel Álvarez de Toledo ................................... 149 2. La Gatomiomaquia de Ignacio de Luzán .................... 199 3. La Perromachia de Francisco Nieto Molina ............ 215 4. El imperio del piojo recuperado de Gaspar de Molina y Zaldívar ............................... 307 5. La Perromachia de Juan Pisón y Vargas ...................... 347 6. El murciélago alevoso. Invectiva de fray Diego González ........................... 429 7. La Rani-ratiguerra de José March y Borrás .............. 435 8. Grillomaquia .................................................................. 477 Aparatos críticos.................................................................

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Agradecimientos..................................................................

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NOTA Aunque este libro nace de una amistosa y estrecha colaboración entre filólogos que enseñan en dos universidades (Córdoba y Castilla-La Mancha) linderas con Despeñaperros, Rafael Bonilla Cerezo asume, en esencia, la responsabilidad científica de las introducciones y la anotación de La Burromaquia de Gabriel Álvarez de Toledo, La Perromachia de Francisco Nieto Molina, El murciélago alevoso. Invectiva de fray Diego González y la Grillomaquia, además de la collatio y los aparatos críticos (según el método del error significativo) de todos los poemas, mientras que a Ángel L. Luján Atienza corresponden el capítulo «De ratones y ranas: origen y evolución de la épica burlesca» y las introducciones y anotación de La Gatomiomaquia de Ignacio de Luzán, El imperio del piojo recuperado de Gaspar de Molina y Zaldívar y La Rani-ratiguerra de José March y Borras. El estudio y la edición de La Perromachia de Juan Pisón y Vargas se han realizado al alimón.

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ESTUDIO INTRODUCTORIO 1. De ratones y ranas: origen y evolución de la épica burlesca El hecho de que la tradición asignara un mismo siglo, contexto y padre a la obra épica por antonomasia, la Ilíada, y a su reverso burlesco, la Batracomiomaquia, invita a pensar que la subversión resulta una premisa necesaria para caracterizar o identificar un género. Reconocer un molde literario supone a la postre la posibilidad de parodiarlo, pues «la imitación de los estilos de género es, sin duda, tan antigua como los géneros mismos» (Genette, 1989: 109). No obstante, según sabemos hoy, el poema que narra la “homérica” batalla entre las ranas y los ratones es muy posterior al plectro de Homero (Bernabé Pajares, 1978: 317-320), dentro de cuyo corpus los antiguos incluían también las perdidas Aracnomaquia, Psaromaquia y Geranomaquia, dedicadas respectivamente a las trifulcas entre las arañas, los estorninos y las grullas, aves de las que se ocuparía de nuevo Quérilo en su Gerania (Bernabé Pajares, 1984: 319-323). Tampoco se antoja un capricho la atribución del Culex (El Mosquito), que viene editándose en la Appendix vergiliana, al otro gran épico de la Antigüedad: Virgilio. El responsable de la Eneida nos cuenta aquí cómo un campesino mata a un mosquito y este se le aparece para describirle la vida de ultratumba. Luego la tendencia dominante desde los orígenes es la parodia como respuesta a un solo texto serio o autor canónico, y en una forma muy determinada: la sustitución de los héroes por animales. De hecho, las preceptivas suelen emparentar estas obras y su composición con los versos y discursos que la retórica agrupó bajo la categoría de genus humile, entre los que destacaban los «elogios paradójicos», de los que Luciano fue buen cultivador1. No en vano, constituyen una de las bases sobre las que se erigirán muchos de los géneros Vid. Knight Miller (1956) y Núñez Rivera (1998). Asimismo, humanistas de la categoría de Vida (De arte poetica, 1527) aconsejaban que «el aprendiz de poeta siga el ejemplo de Virgilio y de Homero y componga breves épicas burlescas o églogas antes de atreverse a escribir una extensa epopeya» (Cacho Casal, 2012a: 76). 1

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festivos de las centurias posteriores. Basta asomarse para persuadirnos a la «Apologética» de Martínez de Miota que prologa La Moschea: [p]arece haber tenido el pensamiento de Homero, que cantó la Batracomiomaquia, que es la guerra de las ranas y los ratones; el de Favorino filósofo, que alabó la Cuartana; el del príncipe de los poetas latinos, que celebró las obsequias del Mosquito; el de Ovidio, que honró a la Pulga con su envidia y con un epigrama; el de Erasmo, que alabó a la Bobería; y finalmente el de Pedro Mexía, que alabó al asno (Villaviciosa, 2002: 118-119).

Sin embargo, el nacimiento de las guerras paródicas, «quasi un picciol mondo», haciendo nuestro el lema de un volumen al cuidado de Baldassarri (1990), que se basó a su vez en un famoso verso de la jornada séptima de Il mondo creato de Tasso2, debe mucho a otro vivero de carácter más popular, como es la fábula. Huelga decir, en este sentido, que el incidente que desató el bizarro conflicto entre los anfibios y los múridos en la Batracomiomaquia es también el núcleo de una narración esópica: la del ratón ahogado por una rana al cruzar un estanque (Bernabé Pajares, 1978: 320321). Pero el contracanto no se detiene en el espejo deformante de lo zoomórfico. Hay que considerar que para Aristóteles (2011: 40-41) el correlato burlesco de la épica seria —como la comedia lo era de la tragedia— derivaba no tanto de la Batracomiomaquia, que obviamente él no pudo conocer, cuanto de un texto hoy desaparecido (y de nuevo atribuido a Homero) que, a tenor de los escasos pasajes conservados, llevaba por título Margites y carecía de protagonista animal. La historia literaria fue creando, en su evolución, nuevos tipos de epopeyas y más variados combates de los que nos brindó la Grecia del ciego de Quíos3. Pareja a la Ilíada surgió la Odisea, camino ya de la novela de aventuras, y después la Eneida, que mezclaba ingredientes de ambas. La Europa medieval vería surgir los cantares de gesta nacionales, que, desligados de la fragua grecolatina, desembocaron en los romanzi del Renacimiento, con especial mención para el Furioso de Ariosto; empresas de largo aliento en las que los episodios amorosos y hasta fantásticos son igual de sustanciales que los guerreros4. Y por último tendremos la épica cristiana o teológica, con Tasso y Milton como maestros, por ceñirnos solo a la cultura occidental5. 2 Vid. también Tasso (1970, II: 716), quien declara en sus Discorsi del poema eroico que «le cose picciole possono esser trattate con grand’ornamento». 3 Remitimos a la monografía de Ford (2007). 4 Vid. Tanganelli (coord.) (2009). 5 Remitimos a Jossa (2002) y, sobre todo, a Zatti (1996).

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Cierto que la épica burlesca del Siglo de Oro no remedará con el mismo éxito todas esas modalidades, aunque todas se presten a ello y haya experimentos en todas las direcciones. Sin duda, serán la Ilíada, con el divertido contrapunto de paignía —o sea, de «juguetes» (Pseudo-Plutarco, Vida de Homero, 24)6— como la Batracomiomaquia, y los poemas caballerescos del Barroco italiano (con el envés de la Secchia rapita de Tassoni al frente) los patrones que gozarán de mayor descendencia y fama, dando lugar al establecimiento de una importante subdivisión: los textos que se sirven de animales y los que no7. Dirigimos ya la mirada hacia uno de los principales problemas que nos asaltan a la hora de estudiarlos: el nombre que merece esta clase de obras; e incluso la duda de si todas las inspiradas en estos modelos forman un solo género. En España se las clasifica comúnmente como «épica burlesca», que atiende por poema eroicomico en Italia y por mock-epic en el mundo sajón. En Francia, por el contrario, nos topamos con un binomio terminológico que subraya unas cualidades u otras de las mismas: el «travestimiento» (travestissement) y el llamado «poema heroicómico» (poème héroï-comique, según el subtítulo de Le Lutrin de Boileau). Dentro de esta última etiqueta, y en virtud de la cantidad de piezas que abarca, podemos delimitar un grupo que, a partir del molde inaugural del Pseudo-Homero y también de la menos conocida Catomiomaquia de Teodoro Pródromo (siglo xi)8, da rienda suelta a todo un bestiario (ranas, ratones, perros, gatos…) dotado de identidad propia frente a otros textos guasones con personajes humanos: por ejemplo, la Secchia rapita; The Rape of the Lock de Pope; y el citado Le Lutrin. Vaya por delante que no contamos todavía con un marbete universalmente aceptado para este tipo de literatura de índole animal: se habla de «épopées animalières» (Fasquel, 2010: 589), de «zooépica» (Cacho Casal, 2013) e incluso de «zoomaquias», en acuñación nuestra9. El Medievo no las cultivó (ignoraba, de hecho, la existencia de la épica griega en su lengua original), y habrá que esperar al Renacimiento y a las ediciones de Homero para asistir a la recuperación de la escuela heroica de carácter paródico. Por entonces, al mosaico de la epopeya seria se había añadido ya otra Vid. Martín García (ed.) (2008: 41). Neoaristotélicos como Escalígero (Poetices libri septem, 1561, Lib. I, Cap. III, Lib. III, Cap. XCVII), Antonio Minturno (L’Arte poetica, 1564, p. 5) y Castelvetro (Poetica d’Aristotele, 1570, p. 107) «sostienen que también hay lugar en la épica para las personas de baja condición social y moral, así como para dioses y semidioses» (Esteve, 2010: 70). Sobre la fortuna de la Poética en el Renacimiento, vid. las síntesis de Turolla (1973), Battistini y Raimondi (1990: 125-133) y Baldassarri (1982: 9-22). 8 Vid. Pródromo (2003). Se conserva también una Galeomyomachia en un papiro del siglo ii o i a.C. Vid. al respecto Schibli (1983). 9 Esta diversidad onomástica ha sido discutida por Cacho Casal (2011: 72). Sobre el nacimiento del término «heroicómico» en Francia, vid. Genette (1989: 171-172). 6

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tesela fundamental: la Eneida de Virgilio, con lo que aumentaban los candidatos a convertirse en blanco de los ingenios modernos10. Así, el Humanismo, en su plan de recuperación de las hazañas de Ulises, Aquiles y compañía, se fijó también en las parodias que se habían escrito a su zaga. Clave en dicho rescate fue la publicación en Italia, con diversas tiradas entre 1517 y 1552, de los poemas macarrónicos del mantuano Teófilo Folengo, que firmaba con el seudónimo de Merlín Cocayo. Uno de ellos, Moscheide o Moschaea, que toma la idea argumental de la Batracomiomaquia pero ridiculiza varios episodios de la Eneida, será la piedra de toque para La Moschea de José de Villaviciosa (Cuenca, 1615), la epopeya más extensa de esta especie en España11. En ella se nos refiere —en octavas reales— la disputa entre las moscas y las hormigas, con sus respectivos ejércitos aliados. Dividida como la Eneida en doce cantos, rivaliza en vuelo y estilo con la que se convertiría en paradigma del género en nuestras letras: La Gatomaquia de Lope, incluida en las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (1634). Como antecedentes peninsulares, ya disfrutábamos a modo de inciso burlesco de una guerra entre ratones y gatos en el Carlo Famoso de Luis Zapata (1566)12; y Juan de la Cueva había traducido parte de la Batracomiomaquia, paráfrasis de la que sobrevive solo el manuscrito (Cebrián, 1985), y compuesto su Muracinda, batalla entre perros y gatos (Cueva, 1984); si bien tenemos noticia de alguna otra de menor calado13. 10 Vilá (2010: 26-27) parte en sus estudios «de la convicción de que la forma en que Virgilio fue leído desde la antigüedad al siglo xvi topa con los parámetros de la crítica aristotélica renacentista que, sólo a finales de siglo, conseguirá encontrar una solución de compromiso teórica, con un reflejo en la práctica poética. […] El gran problema de la teoría de la épica del Quinientos, que acabará planteando una síntesis entre el modo virgiliano y el pensamiento aristotélico, radica en el hecho de que no consigue acomodar ni dar respuesta satisfactoria a las cuestiones que verdaderamente explican el deber ser del género, es decir, su interpretación como alabanza del poder, y eso es lo que explica la disparidad de planteamientos entre la teoría y la praxis a lo largo del siglo. En suma, considero (partiendo de Kallendorf ) que la lectura ideológica y política de Virgilio es fruto de las consideraciones morales (retóricas y, por extensión, alegóricas) a las que se somete la interpretación del corpus virgiliano ya desde la obra de sus primeros comentaristas, y que es justamente esta naturaleza ideológica la que guía y determina el asentamiento de una tradición épica que es antes virgiliana que aristotélica (incluso en la aportación de Tasso)». 11 Y no se olviden, todavía en Italia, la Myrmichomyomachia (1550) de Natale Conti y su traslado barroco en octavas: Canti cinque della guerra delle mosche e delle formiche a cargo de Serafino Croce (1615); así como tampoco la Moscheide de Lalli, impresa en 1623 pero compuesta veinte años antes. 12 Octavas 33-73 del canto XXIII. Vid. Zapata (1566: 124v-126v). 13 Remitimos a Pedraza Jiménez (2003: 215-240). A un tal Cintio Merotisso se le atribuye La Gaticida, que Nicolo Molinero publicó en París (1604). Escrita en octavas, el asunto de sus tres cantos es la muerte y entierro de la gata Crespina Marauzmana. La pelea en lo alto de un tejado entre dos gatos, el uno militar, el otro eclesiástico, representa una vaga reminiscencia de La Gatomaquia (II, 378-387). No se trata propiamente de un poema épico, pues no hay escaramuzas, guerras, ni héroes. Vid. Bonneville (1977a, 1977b) e Iglesias Laguna (1963).

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Todas ellas muestran a las claras que editamos un corpus extremadamente culto y no de naturaleza popular, como podían ser las caricaturas de los géneros dramáticos. He aquí, pues, una horma de especial atractivo para los escritores que deseaban hacer alarde de erudición, en tanto que exige el dominio y perfecto manejo de los códigos de la épica seria, el género más elevado según la preceptiva del Siglo de Oro (Vega Ramos, 1992; Davis, 2005), para trastear con su meta de imitación y objeto de burla14. Estos rasgos propiciarán que el Barroco, movimiento especialmente literaturizado, halle en estas escaramuzas un dechado de sus ideales estéticos. Como subraya Boaglio, se trata de «juguetes» que no guardan del todo «la perfección de las condiciones» —en fórmula de Pinciano (Gagliardi, 2010: 241) sobre la Historia etiópica de Heliodoro—, dirigidos a un público cortesano y extraordinariamente refinado, en los que se mezclan las notas clásicas con alusiones localistas y chistes que le sacan punta a la cotidianidad, y cuyos contrastes los hace idóneos para el paladar del Seiscientos: In definitiva, dunque, proprio la mutevolezza di immagini e cose e punti di vista, insieme con la scoperta della relatività di tutti i linguaggi —e cioè quel fondo di verità ‘tragica’ che la civiltà barocca esprimeva, da Getto individuato nel ‘metaforismo’ en el ‘metamorfismo’ universali— furono elementi necessari, se non addirittura indispensabili, per la nascita di un genere ‘aperto’ e metamorfico come il poema eroicomico, in cui coesistono e vengono a confliggere l’eroico e il burlesco, il lirico e il comico, il cavalleresco e la sguaiatezza del ribobolo (Boaglio, 2001: 41).

Cacho Casal (2011: 91-92) ha buscado en la noción de admiratio —germen a su vez del conceptismo— la raíz de la épica burlesca, pues esta fusiona dos extremos: el género serio por antonomasia y un contenido humilde y jocoso; además de contribuir decisivamente al nacimiento de la modernidad literaria. A su juicio, es clave el proceso de hibridación que lleva de la Batracomiomaquia a los romanzi italianos y, por fin, a la epopeya chancera. Será precisamente el Barroco italiano (y no la España de las zoomaquias antes listadas) el que aporte el poema gracias al cual se popularizaron por toda Europa: la Secchia rapita de Alessandro Tassoni, publicado en 1622, aunque escrito algo antes, y no vinculado a la modalidad animal (Cabani, 1999). En este contexto surgirá una doble línea de subversión que dará lugar, según Genette, a un doble cauce de composiciones. Por un lado, la Eneide travestita de Giovanni Battista Lalli (1633); y por otro, el citado invento de Tassoni. El 14 Sobre la épica seria vid. los trabajos de Caravaggi (1974), Pierce (1968²) y Lara Garrido (1999), la tesis de Vilá (2001), la colectánea de Vega y Vilà (2010), el monográfico de Criticón coordinado por Cacho Casal (2012) y el libro coordinado por Pintacuda (2014).

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primero pone patas arriba la Eneida, respetando el argumento pero convirtiendo a los héroes en gentes groseras y de escaso lustre que se expresan como tales. La Secchia rapita actúa a la inversa, ya que imita el lenguaje épico de la Gerusalemme de Tasso para dar cuenta de unos sucesos muy poco memorables: el rapto y la lucha por un cubo de agua entre los habitantes de Módena y Ferrara. Aquí, como decimos, la befa apunta más bien a los romanzi italianos que a las gestas clásicas. Recuérdese que Ariosto ya había filtrado pasajes amorosos y burlones dentro del tejido del Furioso; y que Boiardo introdujo transiciones entre canto y canto, desautomatizando la respuesta de sus lectores en el Orlando Innamorato, como también ocurrirá en La Moschea y en buena parte de los poemitas que nos ocupan. Cabe decir, incluso, que las hipérboles de los dos Orlandos rozan a veces lo cómico y están a un paso de ser parodias de sí mismas. Estas dos líneas surgidas en Italia darán lugar, respectivamente, a lo que Genette llama «travestimiento», que en Francia alcanzaría su cima con el Virgilie travesti (1648-1653) de Paul Scarron, y al «poema heroicómico» propiamente dicho, que tiene en Le Lutrin (1672-1674) de Nicolas Boileau su mejor testimonio, aun cuando el objeto robado ya no sea aquí un cubo de agua sino un atril eclesiástico15. Genette (1989: 34) fijó una triple división al respecto: el travestimiento, que «modifica el estilo sin modificar el tema»; y la parodia, que «modifica el tema sin modificar el estilo»; la cual tiene a su vez un doble desarrollo: ya conservando el texto noble para aplicarlo, lo más literalmente posible, a un tema vulgar (real y de actualidad): la parodia estricta (Chapelain décoiffé); ya inventando por vía de imitación estilística un nuevo texto noble para aplicarlo a un tema vulgar: el pastiche heroico-cómico (Le Lutrin). Parodia estricta y pastiche heroico-cómico tienen en común, a pesar de sus prácticas textuales completamente distintas (adaptar un texto, imitar un estilo), el introducir un tema vulgar sin atentar a la nobleza del estilo, que conservan con el texto o que restituyen por medio del pastiche.

Su corolario final es: 15 Mucho menos épica, pero relacionada con nuestras zoomaquias, es la República de los Animales de Jean Jacobé de Frémont d’Ablancourt, publicada en el Suplemento de la historia verdadera de Lucien (París, 1654). En este libro los corderos se pasean con los lobos, los halcones vuelan junto a las palomas, los cisnes estrechan lazos con las serpientes y los peces nadan en compañía de los castores y las nutrias. Gobernada por el ave fénix, dicha república cuenta como embajadores con los monos; los tigres y los leones son soldados; los gansos y los perros, centinelas; los loros, intérpretes; las cigüeñas, médicos; y el unicornio es el toxicólogo jefe y se ocupa de buscar antídotos para todos los venenos.

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propongo (re)bautizar parodia la desviación de texto por medio de un mínimo de transformación, tipo Chapelain décoiffé; travestimiento, la transformación estilística con función degradante, tipo Virgile travesti; imitación satírica [charge] (y no parodia, como en páginas anteriores) el pastiche satírico, cuyos ejemplos canónicos son los A la manera de…, y del cual el pastiche heroico-cómico es una variedad; y simplemente pastiche la imitación de un estilo sin función satírica, como ilustran al menos algunas páginas de L’Affaire Lemoine. Finalmente, adopto el término general de transformación para subsumir los dos primeros géneros, que difieren sobre todo en el grado de deformación infligido al hipotexto, y el de imitación para subsumir los dos últimos, que sólo se diferencian por su función y su grado de intensificación estilística (Genette, 1989: 37-38).

Según estos postulados, toda la épica burlesca animal entraría dentro de lo que Genette denominó «pastiche heroicómico» (charge) y se sometería al régimen de la imitación y no al de la transformación. Por el simple motivo de que el mismo crítico afirma que dicho pastiche se caracteriza por sus miras satíricas, lo cual, en principio, debe entenderse en términos de sátira literaria, aunque durante el Setecientos esta nota corrosiva del género se revista también de carácter social, tal como veremos. Para otros estudiosos, las dos fuerzas sobre las que se levanta lo heroicómico (parodia y sátira) son en realidad contradictorias, pues mientras que la parodia remite a la reflexividad de lo literario, la sátira apunta a lo referencial; y sin embargo, ambas se antojan inseparables en los inicios del género: Nella prima fase dell’eoricomico parodia e satira procedono strettamente intrecciate: sovvertire la dignità dell’epos significa indicare lo sfacelo dei valori che lo hanno sorretto. Nella fase di declino la funzione satirica, irrobustita in senso ideologico-didattico, prende il sopravvento su quella parodica, ormai sclerotizzata in un repertorio statico e monotono. Se la novità dei contenuti reinvigorisce temporaneamente il genere, l’isterilirsi della carica parodica comporta, grosso modo, l’inaridimento dell’universo immaginario, e la prevedibilità del pattern narrativo: il ribaltamento o la deformazione dei canoni epici, una volta attutita la sua novità provocatoria, si concentra sulla ripetizione di un numero piuttosto ristretto di topoi (Bertoni 1997: 272).

Es este ánimo satírico el que, puesto en primerísimo plano, hará que un género nacido en el Barroco continúe siendo apreciado cien años después, volviendo por sus fueros durante la Ilustración. Y si se apreciaba ya cierta in-

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tención mordaz en los textos fundacionales del Seiscientos, como la Secchia rapita, o bien La Gatomaquia, según han mostrado Fasquel (2010) y Cacho Casal (2012c) —el segundo a propósito del Poema de las necedades de Orlando de Quevedo16—, es a lo largo del siglo xviii cuando se acentuará su vocación reformadora, difuminándose un tanto la faceta más jocosa y desenfadadamente lúdica. Broich (1990: 53) ha razonado en este sentido que el Neoclasicismo buscaba una moral en la épica burlesca como lo hacía en la épica seria, y dedica un capítulo de su libro a la concepción del poema burlesco como sátira (1990: 68-74), concluyendo que el didactismo ilustrado se alcanzaba por esa vía: «For most mock-heroic poems, this was achieved by the satire» (Broich 1990: 68). Y es que esta era la única forma posible de epopeya en un momento en el que el género heroico había perdido su fuerza como molde literario. Se trata de un proceso, en realidad, que comenzó en el xvii, justo cuando se agotaron las venas más clásicas de las gestas graves: The fact that comic epic could only meet the aesthetic requirements of neoclassicism by imitating the form, language and motifs of the serious epic bears witness to the status of antiquity and the classical epic; but the fact that the epic was only possible in the form of parody shows the decline of the epic ideal. Of course, the mock-heroic poem was meant to be the poet’s expression of his love for Homer and Virgil, an aesthetic game with an esteemed model, a purely comic but not critical parody, and a genre standing within the heroic tradition (Broich, 1990: 66).

Tampoco es ajeno al triunfo de las zoomaquias el hecho de que la creciente brevedad de estos poemas los aproximaba a otros rumbos críticos y satíricos propios de los ilustrados: Il successo dell’eroicomico è, inoltre, e forse soprattutto, dovuto alla brevità dei testi: la cultura settecentesca, che lancia l’articolo, il pamphlet, il conte philosophique, privilegia le forme agili, vivacemente e asciuttamente comunicative, apprezza quindi (anche se forse inconsapevolmente) l’abbandono della solenne ipertrofia epica, per un impianto narrativo meno vasto e pretenzioso, facilmente fruibile, aderente alla tecnica del guizzante coup d’oeil e non dell’articolata rappresentazione del destino umano, aperto e sfuggente nella conclusione e non arginato dalla stabilità di un fermo orizzonte ideologico (Bertoni, 1997: 135).

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Vid. también Caravaggi (1974: 51-106) y Mata Induráin (2000).

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Desde los albores del siglo xviii, los autores ingleses se venían sirviendo del poema heroicómico para narrar más de un episodio de la Guerra de Sucesión española. Es el caso de Morrice en The Battle of the Mice and Frogs (1712), acerca de la batalla de Almansa, y el de Fielding en The Vernon-iad (1741) (Broich, 1990: 33); aunque la cumbre del género se coronará con dos obras de Alexander Pope: The Rape of the Lock (1712-1714) y la Dunciad (1728-1742), sucesoras ambas de la Secchia rapita y del Margites homérico17. Más aún: este último modelo, legitimado por Aristóteles, servirá de base para que la crítica sajona de la edad de la razón reclame el aprecio de la parodia épica (mock-epic) como género independiente, otorgándole un estatuto respecto al poema heroico equivalente al que la comedia poseía respecto a la tragedia (Broich, 1990: 61-64)18. Por influencia británica y gala, las zoomaquias cobraron nuevos bríos durante el Neoclasicismo peninsular, recibiendo incluso el beneplácito y la admiración de los miembros de la Academia. La Moschea llegó a convertirse en un texto de referencia, hasta el punto de reeditarse un par de veces: una por parte de la RAE (1732) y otra por Antonio Sancha (1777); sin descuidar que su léxico aparece por aquí y por allá como paradigma en el Diccionario de Autoridades. También Luzán, que cultivó esta modalidad en La Gatomiomaquia, dedica el capítulo XX («Del estilo jocoso») de su Poética a rubricar una distinción paralela a la del «travestimiento» y el «poema heroicómico»: a la deformidad propia o ajena puede reducirse y atribuirse otro principio de nuestra risa y otra rama y especie de estilo jocoso, que consiste en la desproporción, desconformidad y desigualdad del asunto respecto de las palabras y del modo, o al contrario de las palabras y del modo respecto del asunto, y por este medio viene a ser muy apreciable en lo burlesco lo que sería muy reprensible en lo serio. Lo primero sucede cuando se hacen asunto y objeto principal de un poema los irracionales más viles y ridículos o también hombres muy bajos y menospreciables por su estado y por sus cualidades; y a éstos, 17 Según explica Esteve (2010: 80), a partir de las tesis de Castelvetro, «si Homero escribió el Margites inspirándose en precedentes cómicos y vulgares, y la Ilíada y la Odisea a partir de modelos nobles e ilustres, debe admitirse que su carácter tenía que ser variable, como podía serlo el del resto de poetas, por lo que la relación de causa y efecto que Aristóteles establece entre la inclinación natural del poeta y el cultivo de una u otra clase de poesía no se sostiene como principio de la división en especies». Sobre The Rape of the Lock, vid. ahora Fedi (2013: 247-265). 18 No se olvide, eso sí, que «Aristóteles rechaza que la epopeya deba tenerse en mayor consideración que la tragedia porque se dirige a un público más refinado y culto, que no requiere el auxilio de la representación para entender qué se está imitando, y que aborrece los excesos y la vulgaridad de los intérpretes. El estagirita replica que la tragedia no tiene por qué recurrir a la escena para imitar de un modo perfecto» (Esteve, 2010: 64).

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ya irracionales, ya hombres despreciables, se atribuyen acciones y palabras propias de hombres grandes y de héroes famosos. Lo segundo sucede cuando, por el contrario, se atribuyen acciones plebeyas, palabras y modos bajos a héroes y personas de gran calidad (Luzán, 2008: 367-368).

Y no escatima elogios para los maestros que le han precedido: De esta especie de graciosidad es la Batracomiomaquia, o sea la guerra entre ranas y ratones, célebre poema de Homero, a cuya imitación se han escrito después con extremada gracia la Gatomaquia, de Burguillos; la Mosquea, de Villaviciosa, y otros; en Italia se celebra mucho la Secchia rapita, del Tassoni, y el Orlando, del Berni (Luzán, 2008: 368)19.

Con todo, a pesar de tales alabanzas, del favor de que gozaron en su época y de las reimpresiones de los textos barrocos que sirvieron de pauta a los neoclásicos, esta dinastía de poemas casi no ha sido atendida. Ello se debe a un cierto prejuicio contra los «juguetes burlescos», considerados inferiores por los eruditos del xix, creadores a la postre de nuestra historia literaria. Para Gayangos, verbigracia, La Perromachia de Nieto Molina «no merece ser mencionado sino como una tentativa a favor de la antigua versificación conocida con el nombre de “redondillas”» (Ticknor, 1856: 69). Es particularmente extraña esta falta de interés cuando el renacer de la zooépica en el Setecientos coincide con el auge de la fábula, con la que está hermanada, según se ha visto; un desaire crítico, además, que constituye una excepción frente al proceder de las filologías de Francia e Inglaterra, que sí han estudiado y editado su épica burlesca, entonces en todo su esplendor. Chevalier observó que «desde un punto de vista estético, la producción épica de los siglos xvi y xvii, dejando aparte los versos de Ercilla, Luis Barahona de Soto, Bernardo de Balbuena [y] Lope de Vega, merece el olvido en que la dejamos dormir» (Lara Garrido, 1999: 18). Nos acogemos a sus eruditas líneas porque —aplicadas a las zooépicas— se han cernido como una suerte de anatema sobre el más lúdico de nuestros géneros. Empero, no conviene soslayar que «desde los comentarios de la Poética de Aristóteles se había convertido en norma intangible la existencia en la épica de un maravilloso sobrenatural» (Lara 19 Sin embargo —aunque no los mencione—, la trama de su poema cuenta con precursores renacentistas más semejantes: la citada Catomiomaquia de Teodoro Pródromo, cuya edición aldina data de c. 1495 y se conserva también en dos traducciones latinas del siglo xvi (1518 y 1541); o el anónimo poemita popular en octavas que lleva por título La Gran battaglia de li gatti e de li sorzi (1521). Vid. Zaggia (2013: 49).

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Garrido, 1999: 73). ¿Y qué hay más maravilloso, al margen de que las Cruzadas a Tierra Santa subrayaran las connotaciones de la guerra entre cristianos y sarracenos, que una batalla entre la flor y la nata de las ranas, los ratones, los piojos o los perros? La primera obra dieciochesca e hispana de este tipo data, no obstante, de algunos años antes del triunfo de la corriente ilustrada y se aleja, desde luego, de cualquier fin didáctico: la Burromaquia de Gabriel Álvarez de Toledo, de la que solo quedan los dos primeros cantos, editados póstumamente (1744) por Torres Villarroel con el resto de las obras en verso del sevillano, es una secuela de la tradición barroca de estilo gongorino, en su vertiente jocosa, al igual que la Proserpina (1721) de Pedro Silvestre, chanza en octavas reales del rapto de esta diosa por parte de Plutón. Agotado ya el Barroco y el tiempo de los novatores, asistimos desde los años sesenta del siglo xviii a una multiplicación de los textos burlescos: zooépicos o no. Irrumpe así el «buen gusto» de una época en la que la cultura y el enciclopedismo se pusieron al servicio de la ridiculización de las modas —un caso evidente es El imperio del piojo recuperado del marqués de Ureña—; y se imprimen opúsculos a favor de una retórica clara y elegante, de acuerdo con las tesis ilustradas, pero con el modelo de La Moschea y La Gatomaquia siempre a la vista20. Cierto que esta querencia hacia el prodesse y la imposición de un estilo medio redunda en una notable pérdida de epicidad, y podemos distinguir entre los textos que tienden a imitar el lenguaje heroico, incluso en la forma métrica (la Burromaquia, El imperio del piojo recuperado, La Gatomiomaquia, La Raniratiguerra) y aquellos otros que apenas lo recuerdan, aun formando parte de las que designamos como zoomaquias, pues relatan acciones —no siempre guerreras— que giran en torno a dos o más animales en liza (las Perromaquias de Nieto y de Pisón, El murciélago alevoso de fray Diego González y la Grillomaquia). Además de las que editamos, cuyas características glosaremos en los siguientes epígrafes, sobresalen varias obras satíricas —ya libres de pelo y pluma— a partir de la mock epic anglosajona: La Dulciada (Madrid, 1807) de Cayetano María de Huarte; La Quicaida (Madrid, 1779) del conde de Noroña; El robo de Proserpina del duque de Alburquerque (Madrid, 1731); La Posmodia (Madrid, 1807) del marqués de Ureña, y alguno más de escasa importancia. Curiosamente, un género que había conquistado su identidad plena en el Siglo de Oro (aunque con precursores en la Antigüedad), y que dio en aquellos años sus frutos más granados, disfrutó de un notable desarrollo, que es también 20 Por ejemplo, Adrien Baillet, en su enciclopedia Jugemens des Savans sur les principaux ouvrages des auteurs (París, 1722), basándose en los comentarios de Nicolás Antonio, reparaba en la fortuna de La Gatomaquia (Pierce, 1968: 53).

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revival, durante la Ilustración. Prueba de ello que esta poesía dejara de escribirse en el Romanticismo; y no solo porque desaparecieran entonces las epopeyas serias, pues sigue habiendo algunos tanteos (el Pelayo de Espronceda y el Colón de Campoamor, entre otros), sino porque ya no estaba de moda la artificiosidad de estas batallas; y súmese, por otra parte, el didactismo y la sátira con los que las habían dotado los neoclásicos, en las antípodas del espíritu de los liberales del xix. Hay incluso quien ha interpretado lo heroicómico como una preparación, y hasta una transición, hacia la novela, el género que dominará a partir de ese momento: Una contraddizione di base si percepisce: si sogna ancora l’epos, ma insieme si avverte il fascino di una forma differente. L’eroicomico sembra colmare un vuoto che la teoria letteraria si trova a fron­ teggiare nel xviii secolo, vuoto prodotto dalla decadenza del poema eroico de dall’avvento difficile e ancora non codificato del novel. Dotato di una vitalità ormai sconosciuta all’epos, insignito di un legame con la tradizione negato alla dirompente illegittimità del romanzo, l’eroicomico, sperimentale, ma connesso ai generi canonici dalla sua natura di secondo grado, rappresenta per la riflessione sulla narrativa una novità affascinante, e al tempo stesso inquadrabile, pur attraverso equivoci e forzature, entro categorie prestabilite (Bertoni, 1997: 134).

La épica burlesca confirma así su capacidad para sobrevivir a diversas estéticas y mentalidades; para transformarse y seguir hablándonos desde los lejanos ecos de la Grecia alejandrina, fruto seguramente del hibridismo y de la polifonía consustanciales a su progreso: The epic had been built on a uniform view of the world, and so was ‘monologic’, to use Bakhtin’s terminology. The mock-heroic poem was built on different worlds and different forms, and so was ‘dialogic’ and polyphonic. It was not a fully fledged comic epic, but a secondary genre living parasitically off the serious epic, and its hybrid composition of epic, satire, parody, occasional poem etc. challenged the neoclassical doctrine of separation and hierarchy of genres. At one and the same time it represented conformity to and subversion of tradition (Broich, 1990: 74).

Y una pregunta: si humoristas tan serios como Groucho Marx se divirtieron de lo lindo, allá por la frontera entre el cine mudo y el sonoro, con vodeviles del corte de Swayne’s Rats and Cats, cuyo clímax se cifraba en que unos roedores disfrazados de jockeys cabalgaban sobre unos sufridos gatos, o, ya en nuestra

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juventud, Brian Jacques se convirtió en best-seller gracias a los dieciséis volúmenes de Redwall, saga en la que un grupo de ratones vivían un sinfín de aventuras en una abadía medieval, estimulados por el hallazgo de espadas legendarias y todo el imaginario propio de la epopeya, ¿no serán las películas de Dream­ Works, Pixar, Blue Sky o los Estudios Ghibli, con bichitos como protagonistas (Antz, Bugs, Ice Age, La guerra de los mapaches de la era Pompoko, Haru en el reino de los gatos…), narradas y concebidas con el virtuosismo de las grandes superproducciones, un avatar más de esa eterna atracción del hombre por su reflejo caricaturizado como escarabajo?21 2. La Burromaquia de Gabriel Álvarez de Toledo 2.1. El tiempo de los novatores No se ha fijado todavía con precisión «el lugar de la poesía postbarroca en el sistema cultural de su época; algo que no puede desvincularse de los diferentes perfiles de autor, de los modelos de imitación y de las vías de transmisión, dimensiones estas que se concretan a través de las distintas formalizaciones editoriales [y estilísticas]» (García Aguilar, 2009: 21)22. Basta echar una ojeada al «Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana en el siglo xviii» de Leopoldo Augusto Cueto (1869: V-CCXXXVII) para descubrir que el marqués de Valmar no profesaba excesivo afecto a los que llamó «poetas malogrados»: Álvarez de Toledo, Gerardo Lobo, Tafalla y Negrete y el marqués de Lazán. De hecho, les regala perlas como esta: Don Gabriel Álvarez de Toledo es uno de los poetas más importantes y menos conocidos del primer tercio del siglo xviii. Aunque el mal gusto entonces reinante ahogó casi siempre su privilegiado ingenio, la historia literaria no puede ni debe olvidar al escritor que levanta21 No se olvide que la base para sentar los fundamentos de una ciencia como la fisiognómica «está en la relación general existente entre las características corporales y los impulsos, no solo entre los hombres, sino también entre los animales. Porque desde el punto de vista aristotélico estos también tienen cuerpo y alma y predisposiciones y tendencias correlativas. La fisiognómica [existe desde el tiempo de los griegos y uno de los métodos seguidos ha sido aquel según el cual], examinando la constitución de los animales, [los fisionomistas] hallaban en estos predisposiciones varias y encontraban algo paralelo en los hombres. Esta escuela […] tuvo grandes adeptos muy posteriormente, en los siglos xvi, xvii y xviii. Podría llamarse escuela zoológica» (Caro Baroja, 1988: 31). Los corchetes son nuestros. 22 Se afanan en ello actualmente el Proyecto I+D+i (FFI2008-03415/FILO) del MINECO “La poesía del periodo postbarroco. Repertorios y categorías” y el Centro de Estudios de la Literatura Española de Entre Siglos (xvii-xviii) de la Universidad de Poitiers, con diversas iniciativas y publicaciones: .

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ba su fantasía a las sublimes esferas de la filosofía histórica y de la idealidad poética, en un tiempo en el que todo en la poesía era vil y rastrero. Su talento claro y brillante, su condición alegre y simpática, y la gallardía de su personalidad contribuyeron a granjearle la voluntad de las damas andaluzas, y esto ayudó sin duda a desvanecer algún tanto su corazón de mozo y de poeta. […] Los escasos datos biográficos que hemos hallado de don Gabriel […] no nos permiten formar con cabal fundamento conjeturas acerca de los motivos que produjeron el cambio total de hábitos y de ideas que se advirtió en este hombre ilustre a los treinta años de su edad. […] Su numen, embargado y vencido por la abrumadora decadencia de las letras, no produjo sazonados frutos: fue como fanal en noche oscura, que no alcanza a sobreponerse a las nieblas que lo rodean. Velázquez, Quintana y otros historiadores de la poesía lo han desconocido o desdeñado. […] Hasta el indulgente Arana de Varflora (el padre Valderrama) omite el nombre de este insigne español entre los «hijos de Sevilla» (Cueto, 1869: XXXII-XXXIII).

Por fortuna, la cosa ha mejorado bastante en las últimas décadas. Y no solo por lo que concierne al crédito del autor de la Burromaquia, sino al del resto de ingenios de entresiglos que tienden a incluirse bajo la etiqueta de novatores. Más aún: al de los poetas a caballo entre el Barroco y la centuria —o segunda mitad de la centuria— ilustrada que acusan de forma más clara y orgullosa la impronta de Góngora (Pérez Magallón, 2008). Así, Cueto (1869: XXXIII-XXXIV) tampoco dudaba al decretar que el estilo de Álvarez de Toledo es casi siempre conceptuoso hasta rayar en lo incomprensible, y no obstante, su admirador el padre fray Juan de la Concepción, hombre de saber y doctrina, le tributa especiales alabanzas por su claridad y sencillez. […] No hay que dejarse cautivar por la sensatez de estas palabras; el sabio fray Juan […] era hombre de su tiempo, y tenía afición a los enredados raciocinios escolásticos de Álvarez de Toledo, y a las tenebrosas metáforas del Polifemo y de las Soledades de Góngora, que él, por lo visto, entendía y descifraba con sagacidad peregrina. A pesar de la inspiración elevada que resplandece casi siempre en las Obras póstumas de Álvarez de Toledo, la lectura de la mayor parte de estas poesías causa disgusto y fatiga por la oscura afectación de su lenguaje. […] Tributo, y grande, paga el poeta a los extravíos literarios de la época, pero a veces le preserva su noble instinto, y trozos hay en sus obras, y aun composiciones enteras, en

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que el tono, la versificación, el lenguaje y la idea suben de consuno al más alto nivel de la poesía23.

Una de cal y otra de arena; aplausos y pullas que no ocultan que este sevillano entre la Edad de Oro y el Rococó ejemplifica como pocos la pluralidad de estéticas que rigen nuestro Neoclasicismo: aquel «siglo que llamaron ilustrado» (Álvarez Barrientos y Checa Beltrán, 1996) y que tal vez no lo fue tanto. En un reciente trabajo, Moreno Prieto (2014: en prensa) ha señalado que si bien los estudiosos de este periodo «no han llegado a un acuerdo sobre las parcelas o nomenclaturas de unas corrientes y otras, […] todos coinciden en su deseo de superar los análisis prejuiciosos —por no decir falaces— que se vertieron desde finales del xix hasta el último tercio del xx»24. Y se apoya en un estado de la cuestión que arranca del citado marqués de Valmar y atraviesa las más autorizadas plumas —gracias a la perspectiva que nos da el tiempo— de Orozco, Sebold, Glendinning, López, Checa Beltrán, Pérez Magallón, Bègue y Étienvre (2009: 183-197), entre otros. De sus páginas se deduce que solo desde 1730 comienza a hacerse efectiva la publicación de obras y discursos que repudiaron la «no acertada mutación» —en palabras de Luzán— consumada por las poéticas de Góngora y Lope (Checa Beltrán, 1992). Para Vallejo (1992a: 71), en cambio, «el estilo barroco, ya en fase de decadencia, continuó siendo el verdaderamente característico […] hasta muy avanzada la primera mitad [del xviii]… Lobo, Torres Villarroel, Torrepalma y Porcel… fueron todos ellos seguidores de la tradición literaria anterior». Ante la disparidad de nombres y fechas, Sebold (2003) postuló que hubo un único periodo clásico y que este abarcaría desde el Renacimiento (1540) hasta el Romanticismo (1870). A su parecer, puesto que las distintas corrientes 23 Nótese que incluso Sebold (1985: 36) les enderezó palabras poco piadosas: «desde finales del Seiscientos, España estaba en manos de detestables y justamente olvidados poetastros [...] como Tafalla Negrete y José Pérez de Montoro». Y en otro lugar: «A finales del siglo xvii y comienzos del xviii, se va haciendo cada vez más notable la decadencia de la poesía, ya por su exagerado gongorismo, ya por su pedestre prosaísmo. Mas por los mismos años va naciendo un nuevo sentido crítico en los pocos que han alternado la lectura de los grandes poetas españoles con la de tenebrosos espíritus ultrabarrocos de su propio tiempo» (Sebold, 2001: 57). También Glendinning (1961-1963: 323-349; 1991), al sostener que sus artículos sobre el gongorismo en la poesía del xviii no tenían otro plan que explicar por qué le resultan tan malas la mayoría de las imitaciones de las obras del autor de las Soledades por parte de León y Mansilla, Bances Candamo, Gerardo Lobo o los miembros de la Academia del Trípode de Granada (1738-1748) y de la del Buen Gusto de Madrid (1749-1751): el conde de Saldueña, Villarroel, el conde de Torrepalma y Porcel. Luego matizaría su premisa al analizar la Vida de los dos Tobías (1709), de Eugenio Gerardo Lobo, la Vida poética de San Antonio Abad (1737), de Nolasco de Ozejo, la Soledad tercera de León y Mansilla (1718), la Soledad de Hoyo (1740) y las églogas de Porcel (c. 1741-1742). 24 Se trata de un TFM defendido en el “Máster en Textos, Documentos e Intervención Cultural” de la Universidad de Córdoba. Agradecemos a su autora que nos haya permitido usar muchos de sus datos en este epígrafe.

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(Manierismo, Barroco, Bajo-Barroco, Rococó, etc.) nacieron como secuela, proyección o incluso subversión de las previas, el gongorismo hunde sus raíces en los mismos motivos que el garcilasismo, con la sola diferencia de su mayor o menor explotación: A partir de la muerte de Garcilaso […] en 1536, todo el ideal de un esclarecido grupo de poetas que abraza largas centurias —Boscán, Luis de León, Herrera, los Argensola, Jáuregui, Gerardo Lobo, Cadalso, Meléndez Valdés, Martínez de la Rosa, Espronceda, Bécquer y muchos más— es remontar a la cumbre del arte poética que se temía haber perdido para siempre con el temprano óbito del noble toledano. Los poetas y los críticos se unen en su añoranza de “aquel buen tiempo de Garcilaso”, frase que se convierte en fórmula para todos ellos (Sebold, 2001: 39).

En resumidas cuentas, y según Moreno Prieto (2014), para abordar el panorama poético de finales del xvii y principios del xviii —en nuestro caso la figura de Álvarez de Toledo y su mundillo palaciego— se antoja operativo este criterio de Fischer (1971, apud Glendinning, 1995: 367): «[los novatores] establecieron una conexión estadística entre las sociedades autoritarias o clasistas y los estilos más complejos. [Luego] el barroquismo podría corresponder a un estado más jerárquico de la sociedad española y el neoclasicismo a un momento más igualitario». He aquí, pues, el cambio de mentalidad, plasmado en una nueva concepción de las artes, que sustenta los ensayos de Velasco Moreno (2000) y Pérez Magallón (2002) cuando delimitan las constantes y fronteras de esta generación de intelectuales desde 1675 (o 1680, fecha a partir de la cual ya se registran duras críticas contra la filosofía tradicional y el atraso de la ciencia española) hasta 1725; o bien, como propuso López (1996: 98-102), hasta 1727, año en que se imprimieron las últimas Reflexiones militares (Turín, 1724-1727) del marqués de Santa Cruz de Marcenado. Y es que los novatores removieron los cimientos de la tradición europea en virtud de tres principios: 1) su apuesta por una explicación racional de la realidad como requisito indispensable para desentrañarla y transformarla; 2) su hastío ante la tradición, la pereza y el inmovilismo intelectual, académico y científico; y 3) su convencimiento de que el camino por el que debería avanzar el progreso de las letras, las artes y las ciencias no era la senda de la revolución (Mestre Sanchís y Pérez García, 2004: 397-408). Mutatis mutandis, el germen de su ideología asomaba ya por un capítulo de El hombre práctico (1680) de Gutiérrez de los Ríos (2000: 103-106), y hay quien apuesta por remontarlo hasta Gracián, impulsor de la naturalización de parte de las estructuras gramaticales y composiciones que serían propias de los tardo-barrocos. Bien es cierto, empero, que la novedad que representaron en el

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momento de su aparición quedó algo obsoleta durante el primer tercio del xviii, «hasta el punto de que la crítica los incluyó en el cajón de sastre del Post-barroco (Vallejo, 1992a: 71-74), el Ultrabarroco, el Posbarroquismo y el Rococó» (Carnero, 1983: 68-72); o, a secas, del Barroquismo25. Tanto es así que Arce (1981: 58) adelantaría su declive al estimar que el conde de Torrepalma y Porcel son los últimos representantes del Barroco (Moreno Prieto, 2014). No extraña, pues, que Glendinning (1995: 365) admitiera que el fenómeno de estos imitadores me sigue intrigando. […] Se lo puede relacionar también con el tema de la periodización —¿hasta cuándo dura el Barroco o el barroquismo del siglo xvii?— aunque un fenómeno cultural que perdura hasta los años cuarenta del siglo xviii, por lo menos, pide explicaciones que lleguen más allá de la idea de una estética dominante, al parecer.

Solo a partir de la década de los ochenta del siglo pasado se inicia una lenta labor de rehabilitación de estos poetas y de su producción; conscientes, entonces, de que, más allá del valor que les queramos atribuir, «no se podía sino reconocer su importancia funcional para la definición y estabilización, la difusión y evolución de los géneros y estilos, así como para una configuración más objetiva de nuestra historia literaria» (Bègue, 2010b: 38). Es sin duda lo que movió a los dieciochistas a volver sobre los menores, en tanto que «su valor contrastivo [dentro de] un género puede contribuir en la creación de “alternativas” a cuyo trasluz entenderemos mejor el modelo del que se apartan» (Lara Garrido, 1997: 82-87). O al decir de Sebold (2001: 40): sor Gregoria Francisca de Santa Teresa, fray Juan Interián de Ayala, Gabriel Álvarez de Toledo y Eugenio Gerardo Lobo […] tienen los pies ya más firmemente plantados en el Setecientos que en el siglo anterior. Estas cuatro figuras representan el capítulo segundo de la crónica de la transición entre la tendencia neoclásica de los siglos áureos y el siglo neoclásico propiamente dicho.

Alrededor de estas ideas girarán los próximos epígrafes y nuestro análisis de la Burromaquia, a la zaga de un párrafo de Glendinning (1995: 379) que resulta casi una invitación a poner los puntos sobre las íes: «se necesitan nuevas investigaciones sobre las figuras principales para poder discernir mejor el juego 25 Así las cosas, hay que congratularse por el definitivo rescate de la obra de Pérez de Montoro (Bègue, 2000, 2007 y 2010a) y, parcialmente, de las de Bances Candamo (Checa Beltrán, 2012), Ovando Santarén, Litala y Castelví, Tafalla Negrete o el propio Álvarez de Toledo (Pérez Magallón, 2001; 2002: 41-46). Este último dieciochista afirma que «al establecer una jerarquía en el mosaico poético [...], Góngora no se ve como la negación de Garcilaso, sino como su continuidad y su desarrollo» (Pérez Magallón, 2008: 123 y 126).

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de los distintos factores en los diversos casos. Tan sólo a la luz de ellas podrá esclarecerse explotarse más la veta gongorina en el siglo xviii»26. 2.2. Álvarez de Toledo: un sevillano en palacio De ilustre linaje originario de Braganza, en el reino de Portugal, la familia de Gabriel Álvarez de Toledo (1662-1714) se asentó primero en Aragón y más tarde en Sevilla, donde nacería el autor de la Burromaquia. Su padre fue Francisco Álvarez de Toledo, del hábito de Calatrava y consejero de Hacienda; su madre, Luisa María Pellicer de Tovar, descendía del erudito José Pellicer y Tovar, caballero de Santiago, señor de las Casas de Pellicer y Osau, del Consejo del Rey, cronista mayor de Aragón y uno de los principales comentaristas y defensores de Góngora (Cueto, 1869: 1-2). Tras dedicarse en su juventud a la poesía festiva, la lectura y los pasatiempos propios de la aristocracia, los vaivenes de la vida condujeron al hispalense al estudio de las ciencias filosóficas, las lenguas antiguas (griego, latín, hebreo, árabe y caldeo) y modernas (alemán, italiano y francés) y, sobre todo, a un acendrado misticismo. Brillará desde ese momento por la observancia de su fe, el desempeño de sus tareas oficiales, su proverbial caridad y la moderación de su retiro; hasta el punto de quemar todos los papeles que había escrito hasta entonces. El libro que le granjeó más fama fue la Historia de la Iglesia y del Mundo, que contiene los sucesos desde la creación hasta el diluvio (1713). Temeraria e imposible empresa de la que solo vio la luz un tomo en folio, corrobora la lectura por Álvarez de Toledo de La ciudad de Dios de san Agustín y, más todavía, de la Historia del género humano que dejó incompleta Arias Montano. Lo significativo, tal como ha señalado Hill (2000: 104-123), quien también puntualiza sus deudas con el cartesianismo, es que tan ambicioso volumen fue impugnado por Luis de Salazar y Castro, caballero de Calatrava, ayuda de cámara de Carlos II, bibliotecario de la Casa Real y cronista de Castilla y de Indias, en su Carta del Maestro de Niños. Un opúsculo, a su vez, que no tardaría en ser replicado por la apología El palacio de Momo, aparecida como impresa en León de Francia el año de la muerte de Álvarez de Toledo (1714). Escrita por un tal Ericio Anastasio Heliopolitano, Cueto (1869: XXXVI) sugiere que bajo esa máscara se escondía el marqués de San Felipe, amigo de don Gabriel y miembro de la Academia Española desde su fundación. Pero no terminó aquí esta controversia, pues un anónimo salió a la palestra con las Apuntaciones a la Carta del 26 Recuérdese, no obstante, que el “desván” de nuestra historiografía literaria oficial empezó a iluminarlo Ares Montes (1963: 283) a propósito de los seguidores de don Luis bajo el reinado de Carlos II, más o menos notorios o solapados: «es preciso saber a qué atenernos sobre la extensión […] del gongorismo, la calidad y cantidad de sus cultivadores, subgrupos y variantes a lo largo de ese siglo y medio [...] influido directa o indirectamente por el autor de las Soledades».

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Maestro de Niños, provocando así la respuesta de Salazar contra los dos valedores de nuestro escritor —ya finado— en la Jornada de los coches de Madrid a Alcalá (Zaragoza, 1714). Mantuvo Álvarez de Toledo una estrecha conexión con el duque de Montellano, en cuyo feudo pasó a mejor vida, y también con su primogénito, el conde de Saldueña (Hill, 2000: 123-128). En su compañía despuntaron sus numerosas cualidades, ya como secretario de la Cámara de Castilla, oficial mayor de la Secretaría de Estado, primer bibliotecario del rey (García Morales, 1974; García Ejarque, 1995) o promotor de la Academia27. En su testamento, datado en 1713 y exhumado por Jaime Galbarro en el Archivo Municipal de Sevilla (Sección de los Papeles del Conde del Águila), «muestra su preocupación por la venta y difusión de [la Historia de la Iglesia], pero en cambio nada dice del destino de toda su poesía manuscrita, inclinación literaria que había cultivado desde su juventud. Treinta años después de su muerte, Diego de Villarroel rescató sus poemas y los publicó con el título de Obras pósthumas poéticas (Madrid, 1744) y Leopoldo A. Cueto recuperó buena parte de estas composiciones en el tomo LXI de la Biblioteca de Autores Españoles» (Galbarro, 2009: 317). Gracias a Galbarro conocemos ya las seguras razones de la recopilación de Torres Villarroel, quien además prologó el volumen con una biografía del hispalense: A principios de la década de los años cuarenta Torres Villarroel sigue como Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Salamanca, y entabla una estrecha relación con la duquesa de Alba, María Teresa Álvarez de Toledo, en cuya casa pasa largas temporadas. En 1743 le dedica su autobiografía Vida, ascendencia, nacimiento, crianza, y aventuras del doctor don Diego de Torres Villarroel, y al año siguiente lleva a la imprenta la obra poética de un familiar de la duquesa: Gabriel Álvarez de Toledo. Parece clara, pues, la intención de Diego de Torres Villarroel: hacerse con la confianza, mecenazgo y protección de la duquesa de Alba, objetivo que consigue sobradamente, pues a la muerte de esta llega a administrar sus bienes y a vivir en sus propiedades. Pues bien, en las estancias que pasa en casa de la duquesa de Alba, antes de 1744, debió acceder probablemente a algún testimonio manuscrito de las composiciones de Gabriel Álvarez de Toledo. Villarroel debió partir al menos de un testimonio autógrafo o muy próximo al original, y su labor como editor consistió al menos en la selección y ordenación de los poemas (Galbarro, 2009: 220).

Más allá de que el criterio seguido para organizar los textos fuera esencialmente métrico-temático —las composiciones se estructuran en cinco grupos: 27

Para profundizar en su biografía vid. Bègue (2011: 707-741).

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sonetos, romances heroicos, octavas reales (para la Burromaquia), romances (octosilábicos) y un bloque final de metros varios—, lo que nos interesa como editores es la conclusión de Galbarro (2009: 223): Desconocemos cuál es la base textual de las Obras pósthumas poéticas que editó Torres Villarroel, pero es probable que contara con el ms. 1581 de la BNE (fechado en 1741) y algún otro testimonio manuscrito, pues no todas las composiciones que aparecen en la impresión están en los manuscritos estudiados y viceversa.

Es decir: Galbarro (2009: 223-224) indica que no todos los poemas de la príncipe constan en el manuscrito 1581 de la BNE (catorce sonetos de la primera sección, siete romances y cuatro composiciones circunstanciales); y también subraya la existencia de cinco textos del manuscrito que no acabaron en los tórculos, con hipótesis más que plausibles: 1) Al traductor del Cathecismo de Monpeller («Un molino traductor»); 2) A la acción de la República de Génova yendo su dux y dos senadores a pedir perdón de su renitençia [sic] al rey Luis XIV, después de bombardeada la ciudad por su armada («Érase una barbada señoría»); 3) A la feliz victoria que tuvieron las armas del rey nuestro señor, en Italia con muerte de seis mil alemanes («¡Hazaña baronil!, ¡gentil proeza»); 4) A la heroica propuesta de la reina, nuestra señora, en la Junta, consultando por dos veces si iría a Andalucía cuando estaba invadida del inglés («En fin, augusta Lisi soberana»); y 5) En elogio de la gloriosa victoria del duque de Baviera en ocasión de haber resulto no ausentar de España a la princesa de los Ursinos («Triumphó Baviera, ¡qué valiente empresa»). La cuestión radica en averiguar si Villarroel utilizó más de un testimonio para cuidar su edición impresa de los versos de Álvarez de Toledo. Y un segundo apuro: ¿los manuscritos que pudo manejar contenían el mismo número de composiciones? Lo que suscitaría una tercera pregunta: ¿contaminó el editor la voluntad del difunto poeta como consecuencia de haber considerado varios de ellos a la hora de “fijar” el texto de la príncipe? Las tres respuestas exigen, por una parte, el hallazgo de nuevos documentos (manuscritos e impresos) que restauren la tradición de las poesías del sevillano; y por otra, el cotejo de aquellos de los que disponemos por ahora. Entretanto, según reza en nuestros criterios, creemos ofrecer una edición fiable de la Burromaquia, fruto de la collatio entre los dos manuscritos en los que figuran estas octavas (el 1581 de la BNE y el B2416 de la Hispanic Society of America) y la príncipe de las Obras pósthumas poéticas, con la burrumaquia, de don Gabriel Álvarez de Toledo Pellicer, Madrid, Imprenta del Convento de la Merced, 1744, BNE 3/2125428.

Remitimos asimismo al «Catálogo bibliográfico de la obra de Gabriel Álvarez de Toledo y Pellicer» que generosamente nos ha facilitado Jaime Galbarro. 28

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2.3. Batalla de asnos La Burromaquia ha merecido juicios algo contradictorios: alabada por Cueto («octavas hay que habría podido prohijar el mismo Lope […], por el chiste satírico, por la versificación espléndida y segura, y hasta por el color y la naturalidad narrativa de las descripciones», 1869: XXXV), considerada «insoportable» por Aub (1974: 361) y «de una ejemplar pesadez» por Alborg (Garau Amengual, 1994: 388-389) y Palacios (2012: 226), en opinión de Pérez Magallón (2001: 474-477) se trata de un poema logrado que refleja la estética de transición entre el Barroco y el Neoclasicismo. Aunque la mayoría de los estudiosos coinciden en subrayar el influjo sobre ella de La Gatomaquia (Vallejo, 1992a: 75; Garau Amengual, 1994: 380; Aguilar Piñal, 1996: 58), la verdad es que estamos ante la zooépica más afín a La Moschea; hasta el punto de que la suele tomar como modelo29. Entre las que editamos es sin duda la más rica en fuentes y ecos de las epopeyas grecolatinas, del género burlesco propiamente dicho y de los romanzi italianos, y también la de espíritu más gongorino. Garau Amengual (1994: 372) la ha definido como parodia del estilo culto, aunque quizá sería más acertado catalogarla como parodia “en estilo culto”30. De una composición que presumimos bastante extensa en su plan original han llegado hasta nosotros el primer canto íntegro (78 octavas), el segundo casi completo (57 octavas) y un fragmento del epílogo (15 octavas), lo que arroja un total de 1.200 versos y 150 estrofas. El material se corresponde, si nos atenemos a los códigos de la épica clásica, con la invocación a la musa, la presentación del héroe, la descripción de las causas del conflicto, los prolegómenos del combate por ambas partes y el desenlace, centrado en el duelo singular entre los dos antagonistas principales, según el ejemplo de la Eneida. A la luz de lo transmitido, la Burromaquia carece de propositio en sentido estricto y arranca directamente con el apóstrofe a una peculiar musa. Por medio Aunque en el Renacimiento contamos con la Asneida. Obra irrisoria de las necedades más comunes de las gentes (c. 1587) de Cosme de Aldana, título que parece un preludio de la obra que nos ocupa, el poeta hispano-italiano se aleja de la epopeya burlesca para sumergirse de lleno en la sátira: . Solo la descripción de los pollinos (y no se antoja nada raro) se acerca un poco a las que firma Álvarez de Toledo en su Burromaquia. Destaca por último otro precedente áureo: La Asinaria de Rodrigo Fernández de Ribera (ms. 1473 de la BNE; 1947), divida en trece cantos y publicada solo en parte (siete de ellos) por Carlos Perit Caro. Es objeto actualmente de un estudio de Rafael Bonilla Cerezo. 30 Hill (2000: 98) opina que «the use of clear terms did not mean that one could not make classical allusions or employ tropes and figures. Álvarez’s own predilection for hyperbatón is not an effort at parody. […] He scorns the writers who try to be classical Greek or Latin virtuosos in Castilian. It was not a crime to use foreign terms or phrasing: like the neoclassicists, Álvarez denounced only affectation». 29

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de un calco del íncipit del Panegírico al duque de Lerma (1617), el autor parangona aquella Euterpe a la que se dirigía Góngora con una musa a la que el sevillano llama Guernica. No estamos seguros de si se refiere a un apellido o solo a la ciudad vasca, aunque es probable que detrás de tan curioso pórtico se oculten referencias personales que se nos escapan. En cualquier caso, la musa emite rebuznos que ha de escuchar todo el mundo, tal como explica en una amplificatio. Acto seguido comienza la narratio, con la obertura del Polifemo (1612) a modo de falsilla: se trata de la descripción de la isla de Asinara, a imagen de aquella Sicilia que acogió el idilio entre Acis y Galatea. El argumento de la obra es sencillo, al margen de su alambicada retórica: el príncipe Archiburro, tras conocer que su tío, rey de la isla Formentera (o Frumentaria), ha sido asesinado y su trono ocupado por el tirano Jumentorvo, decide vengarlo. Para ello reúne a su senado y dispone una flota en la que se enrolarán sus aliados. Mientras, en Formentera, que perece bajo una sequía desatada por Juno como castigo por su desgobierno, Jumentorvo acude a la cueva del hechicero Asnalandrujo en busca de consejo. El adivino profetiza ruinas y destrucción para él y su pueblo, pero Jumentorvo, desafiando a los hados, convoca una asamblea y se apresta a la batalla. Aquí se interrumpe la narración y saltamos al final: un combate entre el joven Archiburro y el feroz Jumentorvo en el que el legítimo heredero derrota al usurpador, seguido de la vergonzante huida de las tropas lideradas por este último. El único tránsito entre los dos cantos, bautizados por el autor como «rebuznos», se cifra, como en La Moschea, en una intervención directa de Álvarez de Toledo, que pide un descanso ante los acontecimientos que se avecinan: «Ya los ardores del marcial coraje / violentos la tardanza comprimía, / y ya con lento pie llega cansada / mi musa jumentil a la posada» (I, 621-624)31. Compárese con: «Volviose el tabanesco a su distrito. / Estotro olvida la cobrada pena, / los senadores a su casa envía / al punto que yo salgo de la mía» (Villaviciosa, 2002: 203); o bien con esta otra: «Pártense los cansados todos juntos, / mientras de su sosiego el tiempo dura, / a gozar de las treguas y entre tanto / descansan de la guerra y yo del canto» (Villaviciosa, 2002: 386). Examinaremos a continuación los rasgos épicos de la Burromaquia, su vínculo con la tradición y, en la medida de lo posible, procuraremos conjeturar las líneas temático-estructurales que hubiera seguido el poema en el caso de haberse rematado.

Siempre indicamos entre paréntesis con números romanos (I, II, III) la sección a la que se refiere la cita, según la organización de las octavas conservadas; o sea, el «Primer rebuzno», el «Segundo rebuzno» y el «Epílogo». A continuación, las cifras arábigas informan de los versos concretos. 31

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2.3.1. El héroe épico Frente a las epopeyas homéricas y virgilianas, en las que los héroes eran bien conocidos y sobraba con recordar de vez en cuando sus atributos con un epíteto, el paladín burlesco y el de las gestas modernas deben ser descritos y presentados a un público también moderno. Es lo que ocurre con nuestro Archiburro, cuyo nombre se acomoda al patrón de la onomástica de la Batracomiomaquia. La descripción de este pollino ocupa una octava (I, 65-72) y no puede ser más brutal, pues confluyen en él pinceladas de cómica autoridad y salvaje violencia: frente tenebrosa, majestad horrible, hirsutas cejas… Y como distintivo más acusado y digno de elogio la potencia de sus rebuznos. El epíteto que se le suele aplicar es el de «pardo», disfrutando en una ocasión del título de «pardo invicto» (I, 38); cualidad en la que se insiste sobre todo durante el combate final. En cuanto a su etopeya, se nos presenta como un héroe completo y hasta refinado, en antítesis con su feroz apariencia, pues, igual que Apolo, reúne los dones de la guerra y de las artes, amén de una ambición sin límites. De este Archiburro se celebra su genealogía, pareja a su talla heroica: es hijo único de un monarca innominado y de la reina Burrilda, otro nombre parlante cuya desinencia recuerda a la de más de un personaje de los romances caballerescos, aunque quizá derive del de la valquiria Brunilda de la mitología germánica. El antagonista de esta historia es Jumentorvo, que carece de prosopografía, aun cuando nos podamos hacer una idea gracias de nuevo al nombre, que Garau Armengual (1994: 382) transcribe como «Jumentorbo», asociándolo con una etimología a mitad de camino entre «turbar» y «estorbar». Nosotros pensamos que Álvarez de Toledo apunta más bien a la relación de este onagro con el adjetivo «torvo», en clara correspondencia con el epíteto que describe su condición («tirano»); con algunos apuntes morales («el ánimo insolente», II, 169; «la obstinada frente», II, 173); con las escasos trazos sobre su figura durante el último duelo («el negro burro», III, 66; el «tremendo asnazo», III, 80); y especialmente con lo que sabemos de su proceder como arbitrario e impío homicida de todo aquel que se oponga a sus designios. Una de sus víctimas es el depuesto tío del héroe, cuya muerte provoca la guerra: de nombre igualmente burlón, Grandasno, como el resto, puede servir a guisa de insulto y también de homenaje al Gradasso del Orlando innamorato. Este personaje aparece al comienzo del poema de Boyardo y todos lo juzgan el mejor guerrero del mundo y caudillo de los más diestros soldados. Tras ser informado por Orlando de la existencia de una espada que había pertenecido a Héctor, y también de la de Bayardo, el caballo de inteligencia casi humana mágicamente creado por Rinaldo, se decide a conquistarlos en batalla (libro I, cantos I-VIII). La segunda presa reconocida de Grandasno atiende por Burral-

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do, primo del protagonista, cuya voz escucha entre unas cañas. Volveremos sobre este asunto. Otros zoopónimos del mismo corte son «Tragacardos» (I, 316), que representa a la facción más impetuosa del senado de Asinara, y «Asnalmarín» (I, 594), apelativo muy apropiado para el comandante de la flota. El del mulo «Diracocindo», líder de los frumentarios (II, 446), parece compuesto del sintagma «coces de ira» y de un sufijo épico («-indo»), además de distinguirse por el chirlo que le cruza la cara. Y qué decir del juicioso «Asnaguirre» (I, 252), que hace las veces de prudente Néstor, o de sabio Catón, en esta batalla entre rucios; dueño a la sazón de un patronímico un tanto alejado de la onomástica burresca y que sugiere otra vez que bajo estos versos late una historia real. Habría que concluir, pues, que muchas de las pullas del poema se enderezan a personas concretas; luego, en definitiva, estamos ante una sátira. Comentario más detenido merece «Asnalandrujo», trasunto burril de la sibila de la Eneida, que nace de una amalgama o parasíntesis de tres raíces («asno», «andrajo» y «brujo») sobre su oficio y apariencia. También la cueva donde tiene su morada es un híbrido entre el antro de la sibila cumana de Virgilio y la cueva de Polifemo en la Fábula gongorina. Y su estampa corresponde a la de un nigromante cumplido: es un «negro vestiglo» (II, 246), su larga barba le inunda el pecho, se viste con la piel de una pantera y cubre su testa con la camisa de una culebra. En general, todos los burros aparecen regidos por su terquedad, y son constantes los donaires sobre la calidad de sus rebuznos y desmedido apetito. De hecho, en una octava se dice de ellos que devorarían hasta a la muerte si se la sirvieran bien sazonada (I, 575-576). También abundan los chistes que se ceban con su obstinación y supuesta estupidez. 2.3.2. Las causas del conflicto Como en La Moschea, aunque la causa directa de la escaramuza sea la muerte de un general y su ejército, la enemistad entre los dos pueblos contendientes parece venir de largo. En la Burromaquia, es el destronamiento y la muerte de Grandasno por parte de Jumentorvo lo que enciende la mecha de la guerra, como en la Batracomiomaquia lo hacía la muerte del hijo del rey de los ratones. Sin embargo, el historial de familiares de Archiburro caídos por mediación de Jumentorvo se revela bastante más nutrido, pues, como dijimos, el tirano liquidó también a Burraldo. Ambos difuntos se aparecen a Archiburro en forma espectral, con el objeto de avivar su ira y animarlo a desatar la ofensiva: Grandasno irrumpe en sueños, de una manera paralela a la de Héctor cuando se personaba ante Eneas en la épica virgiliana (II, 410-418); y no se ignore que también bajo el disfraz de la Economía se presentará ante el narrador de La Gatomiomaquia unos años

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después (vv. 61-80). Burraldo, por su parte, solo “resucita” oralmente, y entre las cañas donde se halla su tumba, remedando, como no podía ser de otra forma en un texto de burros, el mito de Midas, narrado por Ovidio en el libro XI de sus Metamorfosis (vv. 146-193). Según el poeta latino, Apolo dotó de orejas de pollino al rey Midas por preferir la música de Pan a la suya. Y las cañas entran en juego cuando el barbero del soberano, incapaz de guardar por más tiempo el secreto de su señor, se lo revela a la Tierra, de la que germinan unos carrizos que difunden sus palabras. Este último episodio recuerda, por otra parte, al episodio de Polidoro en la Eneida (III, 19-68). Eneas y los suyos, una vez han desembarcado en Tracia, se deciden a fundar allí la nueva Troya. Sin embargo, al preparar un sacrificio propiciatorio, el héroe descubre para su sorpresa que de las ramas que arranca brotan gotas de corrupta sangre, seguidas de una voz procedente del túmulo de Polidoro, cubierto por plantas, que lo invita a abandonar aquella tierra enemiga. Polidoro había sido enviado a Tracia por Príamo, su padre, con riquezas que le facilitaran la alianza con el soberano, pero este lo traicionó matándolo, quitándole el oro y pasándose al bando aqueo. Otro motivo tomado de la Eneida es la Fama, animalizada como un monstruo alado, que se encarga de expandir la nueva de la muerte de Grandasno. Se trata esta vez de un motivo tomado del pasaje de la Eneida en el que este ser plumado comunica la ilícita unión entre Eneas y la reina Dido (IV, 173-197). Tópica en este contexto —sacado de La Moschea y la Batracomiomaquia— es la amplificación del luto que invade la corte y el pueblo por la muerte del depuesto rey. Como también extrae Álvarez de Toledo de estas dos zoomaquias el lugar común de la asamblea que habrá de pronunciarse sobre la conveniencia de una guerra; un senado en el que se enseguida se descubren dos posturas: la de los prudentes y la de los partidarios de la venganza. En última instancia, este pasaje hunde sus raíces en las asambleas de la Ilíada. De hecho, en la Burromaquia se suceden un par de ellas: la primera, entre las filas asinarias, que el narrador relata por extenso, y la que celebran los frumentarios, que apenas si vale para ratificar la ira de Jumentorvo. Por último, la cólera de Archiburro, que lo conduce casi a la locura, embroma la de Orlando y, en añadido del autor, la de Amadís convertido en Beltenebros (I, 441-448). 2.3.3. Los preparativos de la guerra Una vez asumida la urgencia de la acción bélica, se impone prepararse para la batalla, motivo que registramos en la Batracomiomaquia y en La Moschea. Con una nueva amplificación basada en anáforas («cuantos», I, 427-560) se nos informa de la cantidad y calidad de los efectivos; todo ello en abierto contraste con las perífrasis que designan las tareas cotidianas y poco honorables de los

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rucios, quebrando así la ilusión épica con un tinte costumbrista. También constituye un guiño al realismo el hecho de que Archiburro calcule la soldada de cada cual y sondee las arcas del Estado antes de considerar siquiera el ataque. Otro eco, pues, de La Moschea, en la que los reyes hacían cábalas sobre el coste de su ardor guerrero: «Que ha de ver su cuñado aunque le cueste / una suma terrible de moneda»; «Naves en cantidad tengo bastantes, / y no pequeña suma de dinero»; y «Páguense los soldados de mi renta, / del tributo que tengo dentro en Braga / y en la grande provincia de Biznaga» (Villaviciosa, 2002: 189, 195 y 200). De una pasmosa modernidad el hecho de que entre los preparativos se subraye cómo los burros jóvenes hicieron la instrucción militar antes de ir al frente (I, 577-592), pues en la épica clásica se da por sentado que los soldados lo son desde el principio. También asistimos, en justa correspondencia, al alistamiento de las cohortes del enemigo (II, 433-456). Nótese que, como en La Moschea, se prepara una armada y, por una alusión a los vientos, conjurados por Jumentorvo para hundir las naves enemigas (II, 377-392), podemos intuir que el autor barajaba la inclusión del motivo de la tempestad, que evoca la tormenta inicial de la Eneida, concitada por Juno. La consulta a hechiceros y los augurios previos a las decisiones bélicas o fruto de alguna desgracia están también muy presentes en la épica seria. Hemos recordado el episodio de la sibila de Cumas, y podemos traer a colación al adivino Calcas del inicio de la Ilíada. Es normal, pues, que no falte su parodia en las zoomaquias: en La Moschea se consulta al oráculo de Delfos para levantar la ciudad (Villaviciosa 2002: 154), y en La Gatomaquia (Vega, 1983: 113) al venerable y sabio Garfiñanto, que sabía astrología «mas no pronosticaba» (II, 244). Pero quizá el antecedente más cercano al rucio de Álvarez de Toledo sea el Nusco de La Muracinda (Cueva, 1984: 211), «un admirable gato que tenía / vividos más de cuatrocientos años» (vv. 256-257), capaz de espiar desde una nube al enemigo, además de conjurar a otro felino casi demoníaco que vaticina la victoria. En la Burromaquia, como se ha dicho, Jumentorvo acude a Asnalandrujo en busca de remedio para los males que devastan Frumentaria. El nigromante lleva a cabo entonces una serie de ritos, como sorber los espíritus de un lobo para invocar a Plutón con una ridícula perífrasis; pero ante la inutilidad de la llamada, acaba convocándose a sí mismo, en calidad de auténtico diablo, y lee en las entrañas de la fiera la proximidad de la flota enemiga y la capitulación de Jumentorvo. 2.3.4. Los escenarios Como en la obra de Villaviciosa, Álvarez de Toledo aprovecha la paronomasia geográfica para situar la trama. Si las octavas del conquense se localizaban

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en la ciudad de la Moschea, ubicada en la región de la Puglia (por asociación fónica con «pulga»), los insectos cruzaban el mar Címico («chinche» en italiano) y se desplegaba todo un atlas relacionado con las moscas (Moscú, la Moscovia, el Mosco árabe, el río Moscas), la Burromaquia transcurre en Asinara, emplazamiento real en la costa de Cerdeña, famosa por sus burros blancos, y en la isla balear de Formentera («Frumentaria»), idónea por su vínculo paronomásico con el alimento de los pollinos. La mítica capital de este atolón no podía ser otra que «Onópoli» (II, 333), esta vez aprovechando la raíz de la voz «burro» en griego. Las paronomasias se extienden también a otras sedes más concretas; así, donde se entierra al tío del protagonista es un «asnotafio» (I, 160). Otro lugar admirable, pues el narrador se recrea en él, es la cueva del mago Asnalandrujo, cruce, como hemos señalado, del antro de la Sibila y del hogar de Polifemo. 2.3.5. Digresiones Varios cantos de La Moschea se abren con una digresión, y en la Eneida figuran intercaladas otras sobre la fama, los juegos entre los soldados, el escudo de Eneas o el repaso de los futuros héroes romanos, herederas todas ellas de la famosa écfrasis del escudo de Aquiles en la Ilíada. Álvarez de Toledo, al parecer, también tenía intención de incluirlas al principio de sus cantos, siguiendo el patrón de la epopeya de Villaviciosa. La única que subsiste es la que inaugura el «Rebuzno segundo»: una amplificación de los males, el caos y la sequía que sufre Formentera como castigo que envía Juno por la anarquía e insania de su rey. Que sea Juno la instigadora del mal no puede sino remitirnos a la ojeriza de la misma diosa durante la persecución de Eneas. Por otra parte, la mortandad y el caos que se viven en la isla evocan el íncipit de la Ilíada y la pena que inflige Apolo a los aqueos por el rapto de Criseida. De hecho, la acción subsiguiente de los caudillos griegos, la audiencia con el adivino Calcas, es la misma que, también a título personal, elige el asno Jumentorvo cuando pregunta al brujo sobre su destino. 2.3.6. Combate y desenlace El único combate singular que se conserva en la Burromaquia es justo el que la clausura. La lucha entre los dos paladines, que acaba con la muerte de Jumentorvo a manos de Archiburro, remite al epílogo de la Eneida, parentesco que el narrador hace explícito al referirse a Jumentorvo como «Turno cuadrúpedo» (III, 41). Recordemos que La Moschea se abrochaba también con la muerte de Sicaborón, a la manera virgiliana.

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Dicho duelo final, pintado con brío y con todos los colores y metáforas propios de la gran épica, es desautomatizado de varias maneras. En primer lugar, el narrador lo relata no como si se tratara de un encarnizado cuerpo a cuerpo, sino, más bien, como un ejercicio de esgrima. Por otra parte, la muerte de Jumentorvo no guarda el patetismo que poseía en la Eneida la agonía de Turno y que sí respetó Villaviciosa al recrear el decoro épico con el solemne descenso del alma del vencido a los infiernos. Aquí, Álvarez de Toledo se explaya en una hipérbole burlesca, según la cual la tierra no soporta el peso del cadáver, y el alma, que se resiste a salir —como de terco burro que es—, baja al tártaro entre amenazas. También ignominiosa es la actitud de las huestes enemigas, que, tras la muerte de su jefe, se dan a una huida de lo más cobarde. Eso sí, la decapitación del cadáver y el detalle de clavar en una pica la cabeza del vencido no consta ni en La Moschea ni en la Eneida, y parece desdecir un poco del carácter noble de este relato, aunque evoca lejanamente la exhibición de los despojos de Héctor por parte de Aquiles al final de la Ilíada. El autor parece haber dudado entre dos posibles epílogos para su poema, ya que las dos últimas estrofas presentan más de una incoherencia con este cierre de la muerte de Jumentorvo y la desbandada de sus tropas. En la penúltima octava se nos dice que la muralla de Onópoli se agrietó de temblor, por «la malicia concertada» de Archiburro, apuntando en tal caso a un desenlace por el asalto a la ciudad gracias a una argucia del asno, según el modelo de la toma de Troya con el caballo de madera introducido en sus murallas, tal como se refiere en la Eneida. Que el último par de estrofas pertenecen a dos estadios distintos de redacción se deriva del hecho de que la segunda hay que entenderla como una alabanza del triunfante Archiburro, pero implica asimismo una abrupta transición desde la descripción del ondear de la bandera victoriosa sobre la urbe enemiga. 2.3.7. Estilo Álvarez de Toledo opta por el molde épico más clásico, la octava real, y por la retórica más refinada de nuestras letras: la gongorina32. El pilar del humor en su obra, fiel a la tradición iniciada por la Batracomiomaquia, se eleva sobre la distancia que media entre el estilo épico y la naturaleza asnal de estos personajes. Dominan, pues, los mecanismos de amplificación, algunos de los cuales ya hemos explicado. Y tenemos además constantes perífrasis jocosas, como la que describe el paso de la infancia a la adolescencia del burro protagonista: Detallamos por extenso todos los ecos del autor de las Soledades en las notas a nuestra edición. 32

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Apenas la burrátil primavera cerdosas flores dispensó al semblante y la luz racional de su mollera amaneció el sindéresis asnante (I, 57-60);

o la que alude al vientre como «cofre de los piensos» (III, 56), en la estela de la Batracomiomaquia. Otro artificio amplificativo son las prolijas enumeraciones anafóricas, como la del alistamiento del ejército asinario, que ocupa desde el verso 497 al 560 del «Rebuzno primero». Igualmente amplificativo el íncipit del «segundo», que se extiende, por una parte, al cuadro del desorden que reina en Formentera, y por otra a las secuelas de la sequía que les ha enviado Juno. En este caso con el uso de la commoratio y alguna anáfora, como la de «cual» entre los versos 153 y 168. La única comparación genuinamente épica se localiza en el duelo entre los dos aspirantes al trono: «No así de Hircania el Céfiro manchado» (III, 33), con el repetido motivo del tigre hircano arremetiendo contra el cazador que le ha arrebatado a sus hijos, convertida ya en tópico y que volveremos a encontrar en La Gatomiomaquia (vv. 153-160). Haciendo aquí un breve paréntesis, podríamos preguntarnos si Luzán no tendría a mano las octavas de Álvarez de Toledo a la hora de redactar su zooépica, pues ya hemos aducido dos lugares —y muy concretos— que las emparentan. A continuación, otro símil no tan guerrero y, en buena lógica, menos manido: Jumentorvo es equiparado, a causa de su furia vizcaína, con el Sancho de Azpeitia del Quijote. El autor aprovecha aquí, además, para dar entrada a un neologismo festivo que prueba el furioso valor de este pueblo: «cantabrizó coraje más activo» (III, 38). Por último, como suele ocurrir en la épica seria y en su espejo burlesco, destaca un recuerdo del famoso epifonema virgiliano, marca ya casi de género: «Tan grave peso le debió a su mente / el noble origen de la burra gente» (I, 391-392). 3. La Gatomiomaquia de Ignacio de Luzán La mayoría de los datos biográficos sobre el autor nos los proporciona su hijo Juan Ignacio en las «Memorias de la vida de don Ignacio de Luzán», incluidas en la segunda edición de la Poética (1789) (Luzán, 1974: 35-56)33. Según dicha relación, hacia 1752, mientras el erudito aragonés daba «la última mano a la corrección de su Poética», compuso también «un poema jocoso que intituló La Gatomiomaquia, escrito con gracia y pinceladas satíricas, alusivas al estilo de algunos predicadores que eran famosos en aquel tiempo» (Luzán, 1974: 55). Esta epopeya se sitúa, pues, al final de la vida del preceptista, que murió en También editadas en el tomo LXI de la BAE (Cueto, 1869: 95-105). Sobre la trayectoria del autor vid. Makowiecka (1973: 23-87) y Sebold (2008: 14-33). 33

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175434. De hecho, en el «Índice de las obras de don Ignacio de Luzán que estaban en poder de su hijo don Juan Ignacio de Luzán en 1781» se la cita en la entrada undécima: «La Gattomachia, canto burlesco. Varios sonetos muy buenos» (Makowiecka, 1973: 257). Que se trate de una sátira contra oradores y poetas cultistas informa solo de parte de su significado, ya que Luzán sumó además una invectiva contra los abogados y notarios; probablemente en respuesta a los numerosos pleitos en los que —a causa del patrimonio familiar— se vio envuelto desde su retorno a España (1733), procedente de Italia (Makowiecka, 1973: 41 y ss.; Sebold, 2008: 23-24)35. No era la primera vez que Luzán acometía la redacción de una obra de este tipo. Contaba ya en su haber con la fragmentaria Giganteida (Egido 1983; Sánchez Laílla, 2010: 282-291), que, según Egido, data de antes de 1737, fecha de la primera edición de la Poética. Y aunque el título que nos ocupa sea muy deudor de La Gatomaquia, Luzán, al no narrar una guerra entre gatos sino entre una gata y unos ratones, hace uso del modelo griego y toma del compuesto homérico de Batracomiomaquia la raíz helena de la voz «ratón» (mi, µῦς) para formar el suyo. Todo comienza con la habitual propositio, en la que destaca una rima, presente ya en el arranque de La Moschea, entre «canto» y «espanto» (Villaviciosa, 2002: 143), que constituye una marca de género. Baste recordar dos ocurrencias: la primera, en la estrofa inicial de la traducción que firmó Acuña del Innamorato del Boiardo; y una segunda en la Genealogía de la toledana discreta (Alcalá de Henares, 1604) de Eugenio Martínez. Luzán plantea aquí una propositio de carácter amplificativo: a la gradación y acumulación «muerte, grima, horror y espanto» hay que añadir la «gran multitud de ratoncillos» caídos en el frente, que recuerda a la del inicio de la Ilíada, incluyendo las «muchas valientes vidas / de héroes» que se precipitaron al Hades (Homero, 1999: 3). La segunda estrofa está dedicada al igualmente normativo apóstrofe a la musa, en el que se mezcla el recuerdo horaciano con el virgiliano. Continúa la amplificatio y se dilata la propositio, que muestra enseguida su naturaleza burlesca y la fragua de la que proviene, en tanto que el autor señala los antecedentes literarios de su heroína en términos negativos: esta «gata no doncella» es una guerrera de la estirpe de la Camila de la Eneida o de las virgines bellatrices del Orlando ariostesco. Y recuérdese que Luzán, en su inacabada Giganteida, intro34 Figueras Martí (1998: 109) la adelanta hasta 1743, a la luz de ciertas notas textuales sobre los apuros financieros que el teórico padeció durante aquellos años: «La referencia a su situación personal es de una claridad palmaria. Luzán […] estaba entonces en trance de liquidar las deudas derivadas del pleito de sus familiares contra su hermano Antonio. La gravedad de su posición y la falta de perspectivas, su desdichada suerte, aparecen igualmente en las estancias de la Canción a don Manuel de Roda, sobre el cometa aparecido este año de 1743 en los meses de enero y febrero (Figueras Martí, 1998: 111). 35 Acerca de sus vicisitudes en Italia y Monzón, vid. Figueras Martí (1998: 108-109) y De Cesare (1977: 41-90).

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dujo ya a la doncella Camilona, modelo inmediato para la muy felina Miza. La nota costumbrista («libró mi despensa y librería») denota asimismo, y por contraste con la amplificación previa, la naturaleza festiva del poema. Es otro signo de que nos hallamos ante un contracanto el hecho de que el autor inserte una dedicatoria justo en este punto, después de la elevada propositio y de la invocación a las piérides; una dedicatoria, por otro lado, de extensión inusitada y hasta desmedida: cuatro octavas en un poema de tan corto aliento, y que nos adentran en un mundo doméstico de pequeños placeres compartidos, como el del chocolate y la tertulia sobre asuntos literarios. Ello es índice del ambiente en el que nació La Gatomiomaquia que, no obstante, es fruto de un círculo muy concreto, según ha razonado Figueras Martí (1998: 109): Hasta la muerte de Felipe V el sino de Luzán fue esperar y labrarse las amistades convenientes de protectores que le ayudaran en la esperada entrada en un puesto de la Administración. De hecho, Luzán aprovechó su relación con las academias Española y de la Historia y sus miembros fundadores para confiarles su delicada situación económica y hacerles partícipes de los difíciles momentos por [los] que atravesaba, ocultándolos bajo la apariencia de un pretendido senequismo. La referencia más explícita se halla en el poema La Gatomiomaquia, que supongo escrito hacia 1743. Allí, en tono joco-serio propio de un canto burlesco, se dirige Luzán a sus amigos madrileños reunidos en sesión académica o tertulia y les saluda.

Destaca en dicho canto una captatio benevolentiae, más propia del discurso retórico que del épico, en el que el poeta se justifica como mero heraldo de la musa y no debe por ello disculparse de sus faltas. Frente a la intemporalidad legendaria de la épica, la datación interna de los hechos («diez días antes de empezar el año») con la que se cierra la dedicatoria tampoco deja lugar a dudas sobre su carácter jocoso. La narratio no empieza in medias res, como es habitual en la modalidad seria, sino con una cronografía del atardecer que de nuevo subvierte lo acostumbrado en las epopeyas cultas, que solían preferir las hipotiposis matutinas. Este es el marco para que Luzán deslice un sueño admonitorio, donde, en lugar de una imagen heroica o divina, asoma una grotesca alegoría de la Economía (divinidad más propia del siglo ilustrado), caracterizada como «dueña unta y grasienta» (VIII, 59), con todas sus resonancias cervantinas y auriseculares. Se trata, a todas luces, de una parodia de la aparición de Héctor en los sueños de Eneas, antes de abandonar Troya en el canto II de la Eneida. Con la irrupción de la protagonista de la historia, la gata Miza, se precipitan las hazañas guerreras, resumidas en varios encuentros —de los que sale fácilmente victoriosa la heroína— y en un singular combate entre Quesifago y la propia Miza, que ocupa la mayor parte de las octavas y que, remedando el de

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Eneas y Turno en la Eneida, acaba con la muerte del valiente roedor, cuya vida «huyó indignada al tártaro profundo». Antes del trance definitivo, Luzán inserta una segunda invocación a otra musa, esta vez a Calíope, en la que, jugando con metáforas líquidas sobre la inspiración —como en La Moschea—, le pide «teta» (XXXIII, 260). Dicho apóstrofe, localizado en un momento clave del poema, corre parejo a otro de la Eneida (IX, 77-79). La sección bélica guarda muchos puntos en común con la Batracomiomaquia. En primer lugar, claro está, los nombres parlantes de los ratoncillos, por medio de los cuales el autor muestra su ingenio y su originalidad, pues aunque algunos recuerdan a los del Pseudo-Homero (caso de «Lamilardo»), la mayoría son de cuño propio: Luzán mezcla raíces latinas y griegas con las de la lengua romance para bautizar a «Ropicisa» o «Nucifrax», compuestos de ascendencia latina; o bien a «Rodalmuerza», «Rodiabarca», «Mordicuero» y «Hartopán», zoopónimos claramente hispanos; por no hablar de «Musagrio», cuyos dos miembros son griegos, nombres híbridos como «Macrocolato», «Polidente» y, principalmente, el del gran adalid «Quesifago», al que el aragonés aplica un epíteto inusitado: «estratiroso», que recicla el lexema griego «strat-», presente en «estrategia» o «estratega». Es en la caracterización de los ratones donde se concentra la carga satírica de la obra, pues todos los rasgos que hemos apuntado solo inciden sobre lo burlesco. Aparte de las etimologías onomásticas, que subrayan la avidez de los roedores (como en la Batracomiomaquia), su condición de devoradores de libros, sermones y papeles nos lleva al meollo del argumento. En paralelo a la Poética, Luzán enarbola esta zoomaquia contra el culteranismo y los resabios barrocos que impregnaron su siglo. Por ejemplo, Lamilardo se nos presenta como un joven degustador de sermones cultos, y su padre Macrocolato como un «aficionado a Góngora en extremo», al que el autor aplica una ironía piadosa: era tan extremamente culto que casi sintió su muerte, por la rareza de su afición. El último gran soldado, Quesifago, también sufre por mor de su cultura, pues, a pesar de su valentía, solo había aprendido algo de táctica en los libros de estrategia que había roído. Faltan en esta batalla en miniatura la descripción de las armas y también de los preliminares, muy acentuados en la Batracomiomaquia, pero sí tenemos dos símiles épicos dignos de mención: el que ocupa toda la estrofa XX, un poco manido, entre la madre del ratón muerto y la tigre hircana; y el del naufragio de la XXXVI, asimismo añejo, aunque remozado un tanto por Luzán gracias al detalle que hace de las naves un barco de guerra turco y una galera maltesa. La Gatomiomaquia, aparte de ser un recreo de tertulia y una amable sátira antibarroca, viene a simbolizar el triunfo del espíritu neoclásico. Nótese, por ejemplo, que, frente a los bizarros nombres de los ratones, la heroína recibe solo un castizo y simple «Miza». La posición ilustrada se cifra en el contenido satírico, que en la mejor tradición del Setecientos no menciona a individuos concretos, hasta el punto de que hoy por hoy se antoja difícil identificar a los pre-

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dicadores que fueron blanco de sus burlas, aun cuando los intuyamos del jaez de los pintados por el padre Isla en el Fray Gerundio. Y también la forma del poema responde a los ideales teóricos de Luzán: se atiene a la octava real, cauce estrófico asociado a la épica (ya sea seria o burlesca) y a un estilo tan ingenioso como terso, libre de barroquismos; con algunas trasposiciones y metáforas que corresponden al genus elevado, pero sin estridencias. 4. La Perromachia de Francisco Nieto Molina 4.1. Un neoclásico disidente Aunque la misteriosa vida y hasta la fortuna editorial de Francisco Nieto Molina (Cádiz, c. 1730-s. m.) han recibido críticas algo mordaces, no hay duda de que el autor de La Perromachia despunta también como uno de los ingenios más versátiles de la segunda mitad de la Ilustración. Los primeros datos sobre su figura se registran en el «Bosquejo histórico de la poesía castellana en el siglo xviii» de Cueto (1952: XCV-XCVI), quien anota que «Moratín lo clasifica, sin suficiente razón, entre los que llama poetas tabernarios; pero no es menos cierto que por la naturalidad del lenguaje, por el libre espíritu de la inspiración y por algunos detalles verdaderamente poéticos y agudos [...], hace recordar épocas más afortunadas para las letras […]. Frecuentó la poesía de Góngora, de Quevedo y de otros [nombres] señalados del xvii». Un vistazo al «Prólogo» del Fabulero (1764), breve colección de epilios y su opera prima36, acredita que Nieto se dio a conocer en la república literaria como un neoclásico disidente. No en vano, inmerso como estaba en los principales debates que marcaron el Setecientos, nunca renegó de sus maestros barrocos: Mi dictamen es [...] que solos cinco poetas españoles ha gozado el orbe. [...] Un Fénix español frey Lope Félix de Vega Carpio, del hábito de San Juan. Un portentoso don Francisco de Quevedo y Villegas, caballero del hábito de Santiago, señor de la Torre de Juan de Abad. Un asombro de los líricos, don Luis de Góngora y Argote, racionero de la Santa Iglesia de Córdoba. Un ingeniosísimo doctor D. Juan Pérez de Montalbán, clérigo presbítero y notario de la Santa Inquisición. Un excelentísimo don Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache. Estos son los poetas. [...] ¿En cuáles otras [obras] registras este primorosísimo compuesto? En ningunas. Si me presentas las selectas poesías del discretísimo don Antonio de Solís y de Rivadeneyra [...]; Utilizamos «epilio» como sinónimo de fábula mitológica. Vid. Perutelli (2000: 49-82), Ponce Cárdenas (2007), Cristóbal (2010: 9-30) y Kluge (2012: 159-74). 36

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si las chistosísimas de don Jerónimo Cáncer y Velasco, si las cultas del elevado Hortensio, si las elegantes de Anastasio Pantaleón, si las graciosas de don Antonio Hurtado de Mendoza [...], si las plausibles de don Juan de Tarsis, conde de Villamediana, diré que deben llamarse doctas, elocuentes, graves y dignas de aprecio y veneración, pero no colocarlas [...] entre las de aquellos sublimes héroes (Nieto Molina, 1764: *2-3).

Menéndez Pelayo (1994: I, 1227-1228) ratificó esta declaración en lo esencial: «admiraba a Góngora hasta en sus extravíos [...]; todo lo que conocemos de él parece de […] Polo, de Cáncer o de Pantaleón […], con gusto menos malo y no menos abundancia de dicción pintoresca». Este retrato y el rubricado por el propio Nieto confirman que los papeles de nuestro gaditano disfrutaron de algún éxito a finales del xix. Pero su nombre ha seguido en el limbo hasta los recientes trabajos de Bonilla Cerezo (2010a, 2012, 2013a, 2013); ni en las publicaciones del Instituto Feijoo desde 1995 a 2009, ni en los volúmenes de la Historia de la literatura española. Siglo xviii (García de la Concha, 1995), hay rastro de su producción. Solo Aguilar Piñal (1996: 64) ha resumido el contenido de sus opúsculos: 1) el citado Fabulero; 2) La Perromaquia (1765), fantasía poética en redondillas que participa de la épica burlesca del xvii: La Gatomaquia, sobre todo, pero también de otros modelos barrocos e ilustrados37; 3) la Inventiva rara. Difinición de la poesía contra los poetas equivoquistas (1767), entremés por el que desfilan varias de las cumbres del Parnaso español (Mena, Lope, Quevedo, Garcilaso, Góngora) y varias plumas menores: Cáncer, Montoro y León Marchante; 4) Juguetes del ingenio (1768), una floresta de epigramas en los que Nieto confiesa su devoción por Eugenio Gerardo Lobo; 5) Obras en prosa, escritas a varios asuntos y divididas en cinco discursos (1768), donde se incluye el Discurso en defensa de las comedias de Frey Lope de Vega Carpio; y 6) Los críticos en Madrid, en defensa de las comedias antiguas y en contra de las modernas (1768), elogio del Arte nuevo y, al tiempo, un ataque contra Blas Nasarre38. El hallazgo y edición por Bonilla Cerezo (2013) de la licencia de impresión de La Perromachia (Archivo Histórico Nacional CONSEJOS, 17711, Exp. 10.), presentada por José Antonio Sanz en nombre del autor y aprobada por Francisco de la Fuente en Madrid (20 de septiembre de 1765), ha confirmado su origen gaditano y que dio tardíamente sus obras a la estampa. 38 Hemos consultado los siguientes ejemplares: 1) El Fabulero, Madrid, Antonio Muñoz del Valle, 1764, 4hs. + 124 pp., BNE, R-18078; 2) La Perromachia. Fantasía poética en redondillas con sus argumentos en octavas, Madrid, Pantaleón Aznar, 1765, 4 hs. + 135 pp., BNE, R-34900; 3) Inventiva rara. Difinición de la poesía contra los poetas equivoquistas. Papel cómico, Madrid, Pantaleón Aznar, 1767, 29 pp., BNE, 7/13507; 4) Juguetes del ingenio y rasgos de la poesías, Madrid, Pantaleón Aznar, 1768, 39 pp., BNE, R-8781; 5) Los críticos de Madrid en defensa de las comedias antiguas y en contra de las modernas, Madrid, Pantaleón Aznar, 1768, 20 pp., BNE, T-10585; y 6) Obras en prosa, escritas a varios asuntos y divididas en cinco discursos, Madrid, Pantaleón Aznar, 1768, 4hs. + 116 pp. + 1 h., BNE, 3/28496. 37

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Nieto sobresale por su condición de ingenio conceptuoso, mitológico, épico-burlesco y epigramático. Lo que nos remite a aquellas páginas en las que Orozco Díaz (1968: 11-17) ponía de relieve la debilidad de varios clichés a la hora de examinar los periodos literarios; porque igual que «hay rasgos de anticipación de un estilo, los hay también de supervivencia». Aparcando un instante las luminarias, o sea, con vistas a un telar sin nombres, como propuso Wöfflin para el estudio de la Historia del Arte, quizá podamos mostrar otra cara del «siglo ilustrado». Porque si el Barroco se define por la querelle en torno a las Soledades de Góngora y la revolución del Arte nuevo de Lope, el Neoclasicismo, y la trayectoria de Nieto, que también ejerció como ambiguo defensor de las silvas del cordobés y de las tragicomedias del Fénix, cabría explicarlos no solo a la luz de tales hitos, sino alrededor de los dos polos que, según Checa Beltrán (2002: 96-97), «remiten en última instancia a la pugna entre cosmopolitismo y localismo, [...] y, en definitiva, al cambio frente a la continuidad». Lejos de tratarse de un escritor desfasado, Nieto se alistó en ese primer debate que comienza en los años treinta del siglo xviii y enfrenta al nacionalismo barroco contra el aperturismo neoclásico —Luzán y Du Perron de Castera en primera línea de fuego—, extendiéndose cada vez con menos fuelle hasta finales de los setenta. Siempre que tengamos en cuenta, eso sí, que «el segundo, a principios de los años ochenta, contempla una paulatina revalorización del Barroco» (Checa Beltrán, 2002: 96-97). El problema es que no se ha gastado mucha tinta en descifrar los motivos que condujeron a escribir una zoomaquia a un hombre «que nunca se consideró con [...] vocación de poeta, sino con ingenio y afición bastantes para divertirse merodeando por las faldas del Parnaso» (Cossío, 1998²: II, 391-394). Hoy sabemos que Nieto militó en el bando de los que escudaban la agudeza como pilar de la poesía; y en buena lógica, su fervor por Gracián lo llevó a huir de esa “hojarasca” que Góngora cultivó en el Polifemo y las Soledades: cláusulas absolutas, hipérbatos, latinismos, etc. Sin embargo, no vacila a la hora de condenar los equívocos en su Inventiva rara, la figura más característica de la poesía de Cáncer, a quien admiraba por sus dotes para lo jocoso. Dicho de otro modo: si como ha sostenido Sebold (2001: 39-55), los escritores y críticos del xviii añoraban «aquel buen tiempo de Garcilaso», Nieto fue uno de los que más buceó en ese pasado de églogas y clasicismo, aun sin desdeñar las aportaciones de Góngora y, sobre todo, de Lope39. Conviene insistir en que como teórico se posicionó del lado del Fénix —frente a Cervantes y el «Prólogo» de Nasarre— en el Discurso en defensa de las comedias de frey Lope de Vega Carpio y también en Los críticos en Madrid (Bonilla Cerezo, 2010a). Esta dicotomía entre los dos escritores barrocos se 39 De hecho, tras reírse de los «nuevos y peregrinos modos» del cordobés, añade en el «Discurso V» de sus Obras en prosa que don Luis «se distinguió por lo raro en lo culto y se descuidó en lo demás». Vid. Nieto Molina (1768a: 110).

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había impuesto tras la difusión en España de las ideas de Clavijo (El pensador, 1762-1767), quien, «desde su defensa de los dogmas neoclásicos, mantuvo una batalla contra la tragicomedia y los autos sacramentales, cuya prohibición solicitaba» (Checa Beltrán, 2004: 20). Y poco después, de las de Fernández de Moratín (Desengaños del teatro español, 1762-1763; La petimetra, 1762), más extremo en su rigorismo, y Tomás Sebastián y Latre (Ensayo sobre el teatro español, 1772), quienes redoblaron las pullas antilopistas. Nieto se sitúa en cambio junto a apologetas de Lope como Romea y Tapia (El escritor sin título, 1763) y Nipho (La nación española defendida, 1764), seguidores a su vez de Erauso y Zabaleta (Discurso crítico sobre el origen, calidad y estilo presente de las comedias de España, contra el dictamen que las supone corrompidas, 1750) y rivales acérrimos de Nasarre, responsable y presentador de las Comedias y entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra, con una Disertación, o Prólogo, sobre las comedias de España, 1749) (Bonilla Cerezo, 2010a: 325). A grandes rasgos, los objetivos del autor de La Perromachia se perfilaban ya en los párrafos que McClelland (1975²: 7-51) dedicó a la Inventiva rara y Los críticos en Madrid: 1) devolver a Lope y Calderón a la cumbre de nuestra escena; 2) acallar las voces de los eruditos (Nasarre) que, al amparo de la moderna Poética, porfiaban en enterrarlos; 3) protestar contra la moda francesa, que se imponía como alternativa a las piezas de Calderón y Moreto. En el siglo de los panfletos anónimos, la obra “crítica” de Nieto se inserta entre la dupla antigalicista que formaban Erauso y Zavaleta (1750) y Nipho (1764), por un lado, y el Ensayo sobre el teatro español, de Sebastián y Latre (1772), por otro. Pero lo que apunta hacia La Perromachia y a su vecindad con La Gatomaquia —que también se ha leído (y representado) como una comedia (Pedraza Jiménez, 1981; Sabor de Cortázar, 1982; 38-41; Blázquez Rodrigo, 1995: 296, 299 y 309)— es que Nieto redactó su Discurso al calor de un libro cuyo título no revela hasta el final: las Exequias poéticas de las Musas italianas en la muerte del Fénix de los Ingenios, promovidas por Franchi Perugino e impresas en el tomo XXI de las Obras sueltas de Lope de Vega (Madrid, Antonio Sancha, 1779); homenaje al Fénix que Nieto taraceó con el de la Fama póstuma (1636) de Pérez de Montalbán, donde se aclamaba a Lope como «portento del orbe, gloria de la nación, lustre de la patria, oráculo de la lengua, centro de la fama, asunto de la envidia, cuidado de la fortuna, […] príncipe de los versos, Orfeo de las ciencias, Apolo de las Musas, Horacio de los poetas, Virgilio de los épicos, Homero de los heroicos, Píndaro de los líricos, Sófocles de los trágicos y Terencio de los cómicos» (Bonilla Cerezo, 2010a: 351). Con este improvisado currículum, Nieto se arrogaba los mismos atributos que Montalbán otorgara al gran dramaturgo; o sea, los de Virgilio épico, Homero heroico y Terencio cómico. Movido además por su lectura de La Dragontea, citada en el Discurso en defensa de las comedias, y hasta de la Jerusalén conquistada, de la que se valió para una redondilla de su Perromachia (vv. 508-511). Y si a estas dos epopeyas sumamos las gotas de humor propias de la comedia

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ática, poco tardará en asomar el enarcado perfil de la hermosa Zapaquilda el día de sus bodas con Micifuf. Porque la historia del rey Mamarruz, la infanta Carabagua y Chasquisquiva, obligado galán y sumiso raptor de la perrita protagonista, no difiere en demasía del triángulo amoroso ideado por Lope en La Gatomaquia. 4.2. Guerra de redondillas Lo primero que puede sorprender al lector es la métrica elegida. Nieto encabeza sus cuatro cantos con una octava que resume el argumento de las sucesivas redondillas. Como vimos, La Burromaquia de Álvarez de Toledo se había ceñido escrupulosamente a las octavas, según el patrón de La Moschea; y lo propio hicieron el levantino March y Borrás, al trasladar La Batracomiomaquia al castellano, y Luzán en su Gatomiomaquia. Finalmente, la segunda de las Perromachias, en el haber de Pisón, tomará como molde la silva, esta vez a la zaga de Lope. Luego a excepción de la Grillomaquia, anónima y manuscrita en romance, y de El imperio del piojo recuperado, escrito en alejandrinos en pareado, la zooépica española tiende a plegarse a la autoridad del Fénix, o bien a la de Villaviciosa. Nieto ha optado por una estrofa de arte menor: la redondilla, tan ágil para narrar como pueda serlo el romance. Y la clave de esta miniaturización habría que buscarla en varios lugares. El subtítulo («Fantasía poética») que le otorgó a su texto se basa en el de La Moschea («Poética inventiva»), pero se antoja más cercano aún al de la hoy perdida Fantasía poética. Batalla entre los titanes y los dioses (1607) de Gutiérrez de Pamaros. De hecho, La Moschea aparece citada en los preliminares de La Perromachia junto a La Gatomaquia, La Gigantomachia de Gallegos o la también desaparecida Monomachia; y no se olvide que Alonso y Padilla, bajo cuya supervisión se publicaron los paratextos del libro de Nieto, menciona otros ejemplos, aunque más dignos de inscribirse dentro de las paradoxografías: La pulga, de Lope; el poemita de Hurtado sobre el mismo insecto o las Lecciones naturales contra el descuido común de la vida de Fernández de Ribera. Conviene profundizar —pues el librero solo copió la lista de los “animalarios” que conocía— en las causas que pudieron llevar al gaditano a decidirse por la redondilla, porque, además de los sonetos de los Juguetes del ingenio, escribió en arte menor tanto la Inventiva rara como El Fabulero. Y un repaso de los textos de Góngora reeditados en el xviii permite concluir que solo salieron de los tórculos las Poesías coleccionadas por «Ramón Fernández» (Madrid, 1789) y los pocos romances y letrillas publicados por Cerdá y Rico y López de Sedano en los tres tomos del Parnaso español (1770-1782). Luego el ataque de Luzán contra el Polifemo y las Soledades hizo mucha pupa en su tiempo. Pero tampoco se olvide que Nieto se presenta como «travieso rondador de las faldas del Par-

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naso» y no tuvo el coraje para desafiar a los que siempre consideró sus maestros. De ahí, por ejemplo, que su fiel y abocetada recreación del Polifemo («No anuncios de Jano») se contenga en versos hexasilábicos (Bonilla Cerezo, 2012); lo mismo que La Perromachia, reducción y rifacimento en octosílabos de La Gatomaquia. Es una simple cuestión de garbo respeto a los poetas del Seiscientos; y también de encarar la redacción de sus obras desde esa atalaya que los italianos llamaron barocchetto y acabó transformándose en el Rococó. Así, esta guerra de perfil recortado se acerca al modelo de Lope desde una paradoja: la que, según Rodríguez de la Flor (1983: 148), «junto a su primitivismo natural, nos entrega los signos de una civilización altamente refinada». Canes habladores, comilones y valientes corretean por La Perromachia. Y como en la zooépica de Lope, pero cien años después, sus cantos se mueven como una «danza que encierra aventuras de amor, desdenes, celos, rivalidades, poses de gallardos caballeros, desengaños y muertes» (Carreño, ed. Vega, 2002: 57). 4.3.  Propositio y narratio Las deudas con el Fénix afloran ya desde los preliminares, pues Nieto enumera en su soneto «Si los gatos lograron merecer» a los poetas —Lope, Álvarez de Toledo, Villaviciosa y Homero, por ese orden— que lo han inspirado; como paso previo, claro está, al canto I, que se abre con la tópica propositio (vv. 1-40). Sin embargo, junto a los perrunos amores que se dispone a cantar y a la invocación a las Musas, hay una serie de novedades: el gaditano dedica estos versos a un «perro acosado y herido» con trazas de «capitán leal», «guapo como una gallina» y «recio como tagarnina» (I, 11-15). Bajo la figura del dedicatario asoma ya la dualidad entre lo alto y lo bajo, entre lo grave y lo burlón, que vertebra la mayoría de nuestras epopeyas cómicas. De hecho, Nieto alterna en los cantos pares las hazañas de Mamarruz (I, 5-6) con las estrafalarias patrañas (I, 8) —que no lo son tanto— de su escudero Galluz. Una mezcla de tonos y de tramas dilatada por el apóstrofe a las musas: «cualquier musa panarra / inflúyame en este intento / y présteme su instrumento, / sea lira, flauta o guitarra» (I, 37-40); porque está claro que la lira y la flauta pertenecen al territorio de lo solemne, no así la guitarra. Nieto, al igual que Pisón y Vargas, compone una partitura tan verosímil como irónica: relata la fuga de Carabagua con Chasquisquiva y el posterior combate de este con las tropas de Mamarruz, al son de un arpa, pero también de un charango, recurso acuñado por Góngora (1998: II, 149) en el romance «De Tisbe y Píramo quiero»: «si quisiere mi guitarra, / cantaros la historia, ejemplo / de firmeza y de desgracia» (1604, 2-4); y lo mismo en «La ciudad de Babilonia», en el que una musa tomaba el pulso al mástil de otra guitarra: «citarista dulce, hija / del archipoeta rubio, / si al brazo de mi instrumento / le solicitas el pulso, / digno

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sujeto será / de las orejas del vulgo» (1618, 9-14) (Góngora, 1998: II, 363-364). Si nos ceñimos a las guerras protagonizadas por animales, Lope había hecho lo propio en La Gatomaquia: «agora, en instrumento menos grave, / canto de amor suave / las iras y desdenes, / los males y los bienes» (I, 7-10) (Vega, 1982: 72). La narratio del primer canto de La Perromachia se divide en varias partes. Una de las más extensas es la descripción del palacio de Mamarruz entre Egipto y Judea (I, 41-116). Los deícticos («Allá donde vive solo», I, 41; «Allí a la florida falda», I, 53) subrayan la proximidad de las sedes, aunque todo empiece con una panorámica de la corte (I, 61), en la que las notas orientales se encadenan sin freno, marcadas por la pittoricità de sus calles, alcázares (I, 71-72), anfiteatros, plazas, huertas floridas (I, 101-102), estatuas, pirámides, coliseos, estanques, jardines y fuentes. El retrato de Mamarruz (I, 136) omite sus méritos guerreros para definirlo como un loco de amor por Carabagua, que, en cambio, bebe los vientos por Chasquisquiva. No es difícil ver aquí la sombra del Orlando furioso o del ménage à trois entre Micifuf, Zapaquilda y Marramaquiz; con la diferencia de que el rapto de la gata de Lope el día de su boda difiere de la fuga —fraguada aquí por la perra, sin mediar ningún casorio— de Carabagua y Chasquisquiva. En La Gatomaquia, además, rivalizaban un gato pobre (Marramaquiz) y uno extranjero (Micifuf ); y el primero, enamorado de Zapaquilda, es rechazado en favor del segundo. Por otro lado, cuando Zapaquilda y Micifuf conciertan su matrimonio, Marramaquiz, al modo del lejano «Belardo el furioso» de la homónima comedia del Fénix, irrumpe en medio de los invitados al banquete, los ataca, siembra el terror y la muerte, y captura a la gata, con quien se atrincherará en su fortaleza40. La elipsis del rapto durante las bodas —que aquí ni se plantea— y la diferencia de clases entre los pretendientes se evapora en La Perromachia, hasta el punto de que da la sensación de que la guerra se dirime entre iguales. Así, las cohortes de Casquete, padre de Carabagua, están mejor pertrechadas y son más numerosas que las del rey Mamarruz; amén de que el soberano perro no coquetea con otras damas, como hiciera Marramaquiz en una trama secundaria de La Gatomaquia: la de Micilda. Destaca a mitad del canto I la comparación de Carabagua con Dafne (v. 134). Por dos razones: a) Nieto recicla un tópico de la épica seria y también de la burlesca: el símil de los animales representados como dioses o grandes héroes; b) dicho símil sirve de transición hasta la tercera sección de la narratio: la huida de los dos enamorados (I, 137-555). Carabagua se convierte entonces en un trasunto canino de Dafne al despreciar las súplicas de su Apolo (Mamarruz) y Nieto, en el tercer bloque del canto I, se afana en mostrar los casos épicos que ha tenido en cuenta: Chasquisquiva se iguala, pues, con la figura de Paris cuando huye con esta Helena de los perros (I, 149-152). Y además, la escapada, que 40

Vid. Carreño («Introducción» a Vega, 2002: 58).

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desemboca en su encuentro con el mago Caraño, se consuma tras superar un pavoroso nocturno, el cansancio, el sueño y la llegada del amanecer: todo ello excesivamente rápido, quizá por archisabido entre los aficionados al género. La profecía de este adivino viene precedida de uno de los rasgos más originales de los textos de Nieto: el gaditano, a diferencia de Góngora, por ejemplo, procede por acumulación de elementos, casi nunca por condensación; es decir, superpone tiradas y tiradas de mitos, animales, frutas41… Lo veremos con mayor detalle en los cantos III y IV. Por el momento, un «Elisio florido» (I, 217) adorna el risco sobre el que se levanta la gruta de Caraño, confirmando la tendencia de La Perromachia a ubicar los sucesivos escenarios (palacios, cuevas, castillos y fortalezas) sobre atalayas, una de las constantes de la enargeia aplicada al paisaje homérico, como ha explicado Blanco (2012: 265-274); o sea, la apuesta por una visión en gran angular desde un observatorio remontado. El que Nieto acuda a este oráculo (I, 225-412) para avanzar la guerra del canto IV vincula a Caraño con otros nigromantes de nuestras zoomaquias. Uno de ellos es el Nusco de La Muracinda (vv. 254-259) (Cueva, 1984: 211); o bien el gato armenio «que supo más que el sabio Zoroastes / en los secretos de la oculta mágica» (vv. 313-314) (Cueva, 1984: 213). Sin olvidar el ya citado ­jumento de la Burromaquia, en la que Álvarez de Toledo describe a un mago —coinciden el paisaje y sus rasgos deformes— similar al que nos ocupa: aquel jumento Asnalandrujo que había leído el destino de su pueblo en las «entrañas palpitantes» de un lobo42. Pues bien, Caraño es un perro feísimo y no se le ocurre otra cosa que advertir de lo siguiente: «Vosotros, que con arrojo / de la corte os despedís, / aunque del rey así huís, / seréis de su ardor despojo» (I, 245-248). Y por si quedara duda, pone ante los ojos de los fugados un espejo en el que contemplan —como en una pantalla de cine— el desfile de canes de la India, España, Turquía, Polonia, Francia, Alemania, África, Asia y Transilvania que, al mando de Mamarruz, entrarán en batalla: Mordiscón, el duque Cagalón, Cabalino, Mambrino, alféreces, timbaleros, pífanos… a los que se suma todo un safari de perras, hienas, gallos e incluso unos gatos cocineros. El espejo —previo a la hoguera en la que Clarinombre muestra a Mamarruz el final de los dioses, semidioses y hombres que se distrajeron por amor (canto IV)— acorta la linde entre el presente y el futuro, en el primer caso, y entre el pasado y el presente, en el segundo. Pero lo que subyace en esas dos visiones es la sincronía de lo posible (un ejército marchando hacia la guerra) y de lo imposible (ese mismo ejército lo forman perros, gallos, micos…), consumándose la fusión de códigos del género zooépico: la reencarnación o animalización de lo viejo (la Ilíada, el Furioso) en lo nuevo (La Gatomaquia, La Burromaquia, la Vid. Blanco (2010: 58). Es probable la ascendencia sobre esta clase de personajes del mago Fitón de los cantos XXVI y XXVII de La Araucana. 41 42

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Grillomaquia, etc.) reclama cierta distancia irónica, y hasta crítica, que refleje los versos en los que el poeta se inspira y su distorsión barroca, neoclásica, cultural y, por qué no, moral. Que esta “película” desazona a los fugados salta a la vista, como también que se trata de uno de los pasajes más sutiles del texto, aunque varios detalles atenten contra la verosimilitud: si asumimos que Chasquisquiva y Carabagua escaparon de los dominios de Mamarruz montados sobre una mona, animal de su mismo o inferior tamaño, ¿cómo es posible que, en la escuadra del soberano, los gallos ingleses tengan el privilegio de cabalgar sobre corceles? Flecos al margen, esta escena aproxima el papel de Caraño al del mago Fitón de La Araucana, quien en el canto XXVII de la obra de Ercilla (1979: 220-234) nos dictaba todo un curso de geografía gracias a su bola de cristal. La reacción de Carabagua ante el poderío de la falange del irascible Mamarruz no es sino desmayarse (I, 345-348). Y Chasquisquiva, bastante más práctico, no pierde un segundo en suplicar a los dioses. Nieto menciona entonces el cuarto de los modelos que ha barajado para diseñar a sus andariegos protagonistas: Teágenes y Cariclea (I, 368). Es el momento en que el mago le hace entrega a Chasquisquiva de un turbante y una espada con la guarnición de oro (I, 390-391), según la tradición de la Ilíada —Hefesto forjó las armas de Aquiles— y el mito de Perseo, obsequiado por las ninfas con unas sandalias, una alforja y el casco de Hades, amén de la espada curva que le cedió Hermes y del espejo de Atenea. Nótese asimismo que Caraño también se ocupa de proveerlos para su viaje, en una de esas enumeraciones (un “bodegón frutícola”, I, 400-408) tan típicas del autor gaditano43. Los novios continúan su marcha, signada por tempestades y agüeros —gimen los vientos, se emboscan los conejos, aúllan los lobos, revolotean los murciélagos, avistan un retén de soldados muertos (I, 425-468)— que multiplican el terror de Carabagua. Chasquisquiva no tendrá entonces más remedio que acogerse a la magia: se pone el turbante y por arte de birlibirloque ambos aparecen frente a las almenas de un castillo hecho de piedras preciosas (I, 489-605): los dominios de Casquete, el padre de la infanta y novia del protagonista. Este hechizo serena a la perrita y confirma la cuidada disposición de un texto que arrancó con la imagen de las no menos fabulosas heredades de Mamarruz. El canto II se centra en las tropas que vimos a través del espejo. Nieto estructura por tanto su relato con un montaje en paralelo; así, se desentiende durante 380 versos de la pareja de enamorados y todo gira en torno a la infantería y la caballería de Mamarruz, que ha de resolver un grave problema: después de treinta días de camino, la corriente de un río les impide continuar. Se trata de un episodio ligeramente inspirado en el canto XXI de la Ilíada y, con más probabilidad, en la batalla de Isos (333 a.C.), en la que se enfrentaron el ejército macedonio de Alejandro y el persa de Darío III Codomano, cuyas tropas 43

Vid. Osuna (1968: 206-217).

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llegaron hasta el río Pínaro, donde este último formó la línea de batalla antes de que sus espías le informaran de que habían localizado a Alejandro marchando hacia el norte. En La Perromachia, jefes y oficiales cuestionan punto por punto la manera de cruzar, y tras muchas propuestas, a cual más bizarra, como beberse el río entre todos (II, 29-44), saldada con la muerte de más de doscientos mil perros, Cañejo sugiere cortar unas ramas para construir balsas. ¿El resultado? La baja de otros cuarenta mil efectivos y la horca para tan loco ingeniero hidráulico (II, 45-80). Ante el desconcierto, tomará la palabra Galluz, que concibe un plan aún más extravagante: los perros de agua cargarán con los fusiles, mientras que las perras serán transportadas por un centenar de cigüeñas que previamente tendrán que cazar. Nieto se dedica ahora a contarnos en una serie de redondillas el papel de cada miembro del ejército: los mastines y los galgos son los responsables de capturar a las cigüeñas; el avance de los gallos y los gatos, subidos sobre unas boyas; el perrazo Calahorras, que ata las armas en los rabos de las zorras... Y Mamarruz se apresura a publicar un bando con sus volubles decisiones: esta vez sobre la estima que profesa a Galluz, un sabio impar (II, 177-180). De hecho, durante quince días todo discurre según los designios de este escudero, hasta que una noche de luna se decide a inspeccionar las aguas. ¡Es el momento de cruzar! La noticia corre como la pólvora en medio de una bacanal de las tropas: cascabeles, sonajas, burlas con almagre, arlequines y una kermesse tan heroica como favorable para empinar las botas (II, 241-296). Luego, Mamarruz pasa revista a sus perros y parten al amanecer (II, 297-381). La peripecia de Carabagua y Chasquisquiva se retoma en el canto III: el de las bodas. Casquete manda levantar una plaza con obeliscos, pedestales y estatuas (III, 1-45) para recibir a una comitiva de nobles nacionales y extranjeros, vistosos landós de perras y hasta una carroza tirada por elefantes y rinocerontes: el coche nupcial (III, 46-112). Todos acuden después a un circo en el que Veritornio, perro mezcla de Polifemo y Caupolicán, brilla con luz propia; seguido del príncipe Escardo, que sujeta un leopardo, y del infante Canibero. El narrador nos cuenta que el público se dio cita allí para verlos lidiar con «doce tígeres lunados», esto es, con un encierro de toros bravos. Tras liquidar a Canijas, el primero de la tarde le toca a Veritornio, que ejecuta una suerte semejante al salto de la garrocha mientras Canibero y Escardo ofician como rejoneadores (III, 236-264). El segundo astado se acredita como «rayo y trueno», correspondiéndole su faena a diez perros montados sobre venados y a otros diez sobre la grupa de unas avestruces; de nuevo con Veritornio y Escardo como directores de lidia. Ni uno ni otro conseguirán domeñarlo y será Canibero el encargado de estoquearlo (III, 265-324). Como es natural, la corrida inunda de color esta Perromachia e informa de algunas licencias de Nieto en lo que atañe a la tauromaquia —que veinte jinetes rejoneen a un toro se antoja insólito—, pero también de su acier-

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to al reparar en lances costumbristas hoy casi perdidos, como el del «dominguillo» (III, 335), espantajo vestido de soldado que los morlacos embestían en el centro del ruedo. Terminado el espectáculo, el gentío se desplaza a la quinta donde se celebrará la boda de Chasquisquiva y Carabagua: un vergel engalanado por escalinatas y flores que Nieto enumera en otra tirada de sustantivos (III, 357-364). Y lo mismo sucede con el salón de la ceremonia, donde el ébano, el cedro y el nogal son las maderas esenciales (III, 365-432). Por otro lado, el cortejo de cuarenta perros vestidos de carmesí, rojo, turquí, blanco, leonado, verde y dorado recuerda al de la silva V de La Gatomaquia: «Allí estaba Gafurio, / que ganó la batalla de las monas, / de grave gesto y de nación ligurio, / y otros gatos con cívicas coronas, / navales y murales, / y al laurel de los Césares iguales. / No faltaban el Túmire y el Mocho, / ni con el descolado Hociquimocho, / que asistía en las casas del cabildo, / y el armado Mufildo, / más de valor que de acero; / ni Garavillos, gato perulero. / […] / Vino Calvillo, de fustán vestido, / de patas de conejos guarnecido, / griguiesco y saltambarca, / más amante de Laura que el Petrarca, / por una gata deste nombre propio, / aunque parezca en gatos nombre impropio; / […] / Maús, de bocací trujo griguiesco, / cuera de cordobán, gorrón tudesco; / y de negro, con mucha bizarría, / Zurrón, gato mirlado, / de medias y de estómago colmado» (V, 117-168) (Vega, 1982: 175177). Los invitados portan consigo sabrosas bebidas, como boca de dama, horchata o agua de nieve y de fresas; sin desdeñar a los canes que lucen a lo turquesco, junto a las decenas de perros chinos, armenios y rústicos (III, 481-484). Y las damas tampoco tardan en mostrar sus templadas voces, acompañadas de un sinnúmero de instrumentos, a los que sigue otro buen repertorio de danzas: el paspié, el canario y la gallarda, junto a una nada casual representación en la que un joven ronda a una ninfa que se convierte en laurel (III, 513-532). Nieto recupera de este modo su primer modelo mítico para la historia de Mamarruz y Carabagua, al tiempo que conecta lo sucedido en el canto I con lo que acontecerá en el IV. Pero las bodas se difuminan lo suyo, pues el narrador parece más interesado en describirnos el banquete, en el que los manteles de Flandes deslumbran a todos, repletos de toronjil, yerbabuena, acedera, cebollino y la pesca más sazonada: sábalos, meros, salmones, truchas, y así hasta cerca de cincuenta especies (III, 557-580) que se amplían con las viandas avícolas, compuestas por veintidós galliformes, desde el pavo y el capón al francolín y la chorcha (III, 585-592). Por no hablar de los caldos de la zona (el tinto, el clarete, el moscatel) y una veintena de frutas (duraznos, peras, melocotones, moras…) a los postres. En definitiva, lo que de veras le atrae a Nieto es pintar una serie de cinco bodegones; mucho más que los esponsales entre Chasquisquiva y Carabagua, borrados de la escena y del propio canto. No obstante, el pedigrí de este matrimonio hace que las tornabodas se prolonguen durante más de seis meses, adobadas con

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festejos taurinos, juegos de cañas, fuegos, comedias y entremeses en honor de la pareja (III, 653-656). Justo hasta que se atisba en el horizonte el ejército de Mamarruz, que obliga a Casquete a disponer a sus perros, liderados por Botarón, Pavorante, Escalante, el bruto Otón, Orlando, Galón, Galvino y Odonel. El canto IV vuelve sobre los escuadrones de Mamarruz, que siguen su camino, abriéndose paso por grutas y bosques con malos presagios, esta vez mitológicos: el escuerzo, el dragón, la sierpe Anfisibena, la harpía, el grifo, la Esfinge, el cocodrilo… (IV, 1-40). Después de trepar por cerros, valles y cumbres, se toparán con otro perro ciclópeo: Calamago, el enemigo natural de Caraño. Leamos su descripción: «[…] viviente embarazo / del aire, montaña andante / de hueso, vasto gigante, / se les presenta un perrazo. / Quien más atento miraba / su elevación no podía / afirmarse si se unía / a las nubes o pasaba. / Delante del rey llegó / y, postrándose a sus pies, / discretamente cortés, / de aqueste modo le habló: / “Es mi nombre Calamago, / mi patria Siria, un montón / de peñas mi habitación / y mi profesión ser mago”» (IV, 81-96). Su tarea no es otra que la de advertir al rey de la desproporción entre su desquite, la ínfima calidad del enemigo y el número de soldados con el que avanza uno y otro. Así, igual que hiciera Caraño con Chasquisquiva y Carabagua, el segundo brujo de La Perromachia ilumina la noche con una especie de fogata —Nieto la compara con el Etna, el Flegra y el Soma (IV, 152)— en la que muestra a Mamarruz el destino de los héroes que cayeron en las redes del amor: Alcides, seducido por Onfalia; Aquiles, disfrazado de mujer en Sciros para no participar en la guerra de Troya; las distintas metamorfosis a las que se sometió Júpiter para conquistar a Leda, Pomponia, Antiopa y Europa; los desvelos de Belisario para regalar a Antonina, favorita de la emperatriz Teodora; las burlas de la hermosa Apama, que abofeteó a Ciro y jugó con su corona mientras este la miraba embobado; o el final de Marco Antonio, Leandro y Píramo, fruto de su loca pasión por Cleopatra, Hero y Tisbe, respectivamente (IV, 232). Calamago termina así sus exempla sobre los peligros de Amor y se retira a su gruta. Enseguida los perros se arremolinan en torno a Galluz, que pasa de escudero (canto II) a consejero áulico (canto IV); porque es la mano derecha de Mamarruz quien diseña la estrategia contra Casquete. Descubrimos entonces que Galluz se había deslizado días atrás por el campamento enemigo (IV, 325-364), donde tropezó con un soldado que, en una de las mejores hipérboles del poema, «hirió fiero y arrogante / con un eslabón gigante / un monte de pedernal» (IV, 366-368). A pesar de todo, Galluz logra derrotarlo y sacarle información acerca de una cueva que conducía directamente ante las huestes del padre de Carabagua. La siguiente sección se basa en este preso de Galluz, quien, vestido de rústico, dice ser monarca de un trono arrebatado por su hermano (IV, 433-444). Pero destaca aún más por su cultura: «A la magia me incliné / después de haber dedicado / mi afán, mi celo y cuidado / a estas ciencias que estudié. / Cuanto docto Victorino / enseñó elocuente y vano, / mereciendo en el trajano / foro

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simulacro dino; / cuanto Porfirio elegante / dialéctico discurrió; / cuanto experto investigó / el Galeno penetrante; / cuanto registra astrolabio / de los nítidos tachones, / de los fulgentes blandones, / y Euclides describió sabio; / cuanto el mapamundi presta / en terrestre taraceo, / cuanto en geometral empleo / geográfico Pafo empresta; / cuanto representa Clío / en rasgos a la memoria, / en la universal historia / que al bronce excede con brío; / cuanto el sortilegio, cuanto / el prestigio, el horispicio, / el augurio, el maleficio, / el oráculo, el encanto» (IV, 449-476). Este largo pasaje da entrada al segundo mago con el que habla Mamarruz: un brujo que es también príncipe, gramático, orador, astrólogo, geógrafo y frecuentador de demonios; y que solo se entiende a la luz del sabio Garfiñanto de La Gatomaquia: «[…] que sabía con rigor notable / natural y moral filosofía, / por los montes vivía / en una cueva oculta, / cuya entrada a las fieras dificulta, / como el de Polifemo un alto risco. / […] / Sabía Garfiñanto astrología, / mas no pronosticaba, / que decía que el cielo gobernaba / una sola virtud que le movía, / a cuya voluntad está sujeto / cuanto crió, que todo fue perfeto» (II, 228-248) (Vega, 1982: 113-114). Nieto Molina —sobre la falsilla de los príncipes destronados en tantas novelas y comedias barrocas— nos describe a un brujo que se distingue del anterior en que sí pronostica; y muy bien por cierto. Clarinombre le explica a Mamarruz que sería más fácil contar las estrellas del cielo que vencer a la escuadra de Casquete, porque, además, «asístelos el profundo / Caraño, mago potente, / que a su voz tiembla obediente / un eje y otro del mundo. / Pero no es esto importante / concurriendo mi persona, / vuestra será la corona, / yo os veneraré triunfante» (IV, 493-500). Otra singularidad de La Perromachia: dos magos se alistan en sendos ejércitos para medir sus fuerzas, arbitrio que luego ha hecho fortuna en la novela de nuestro tiempo, con El señor de los anillos como ejemplo más popular. Mamarruz no tarda en ponerse a las órdenes de Clarinombre y juntos enfilan el camino hacia la gruta que ataja su encuentro con el enemigo. Después de cuatro leguas, Cabalino comienza a distribuir la caballería y la infantería, sabedor de que los frentes serán muchos y arriscados: fuertes, torres, rocas, bastiones, parapetos y un largo etcétera que Nieto detalla con su proverbial morosidad (IV, 581-596). Una cronografía («Con majestad y decoro / de su confín salía hermosa / la Alba, con frente de rosa / y puros coturnos de oro», IV, 609-612) da paso al conflicto armado, en el que Chasquisquiva mata a Mambrino, Cazcarrias y Mordiscón; mientras Clarinombre, en una redondilla que satisfará a los devotos de la ciencia-ficción más posmoderna, «entre las balas andando», «[…] tira adonde conviene, / conforme quiere matando» (IV, 649-652). El narrador subraya la bravura de Escalante, comparado aquí con Tideo y el centímano Briareo, y la audacia de Pavorante, antes de abreviar el desenlace: «Con el rey lucha Casquete, / Chasquido con Odonel, / con Calvino, Cascabel, / con Fierabrás, Claribete. / Correpoco mata a Orlando, / Llevaes-

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puertas a Galón, / Pocarropa a Chicharrón, / Galluz al bruto Filando. / Proserpina las cortinas / oscuras tanto cerró / que a los ojos escondió / aun las cosas más vecinas» (IV, 721-732). Nieto abrevia el triunfo de los hombres de Mamarruz con una serie de hipérboles que convierten a su Perromachia en la mayor batalla que vieron los siglos: dos mil canes cercados, setenta mil prisioneros, ocho mil carros falcados, cien banderas, cien morteros, seis mil lanzas, ¡mil cuatrocientos millones de muertos!, y solo veinticuatro mil bajas entre los quintos del soberano (IV, 765788). A continuación, la entrada ecuestre de Carabagua, adorada como una Venus, por su belleza, y como Palas, a causa de su valor. La dama desciende del caballo y besa los pies de Mamarruz; este la abraza y Caraño se cuelga de una encina. El panorama obliga a Chasquisquiva, sometido por completo, a destruir los regalos que le hiciera el mago. Se celebra entonces una fiesta para glorificar el triunfo, en un cierre que se aleja bastante del colofón de La Gatomaquia, seguida, no obstante, por Nieto con extrema fidelidad: Clarinombre invoca a los siervos de Plutón para que trasladen a los protagonistas a la corte de Mamarruz en un viaje espacio-temporal que permite al rey contemplar desde la ventana a sus vasallos, cuyos nombres parlantes («Hueleculos», «Chupacaldos», «Acosamulos», «Cagalón», etc., IV, 901-96) se ajustan a la tradición zooépica desde la Batracomiomaquia. El final, como decimos, acentúa el orientalismo y la ironía frente a las silvas del Fénix. Si Zapaquilda aceptaba de buena gana sus nupcias con Micifuf y el desdichado Marramaquiz moría de un arcabuzazo fortuito, en La Perromachia es Mamarruz quien ordena la degollación de Casquete y envía a las llamas a Chasquisquiva. La restauración de la honra, que aquí no es tal, pues el rey no ha sufrido ningún adulterio, tan solo el desdén de su perrita, llega, pues, hasta las últimas consecuencias. Y si Lope nos decía que Zapaquilda celebró su matrimonio con Micifuf, Nieto amplía que «la infanta, puesta a caballo, / de sus perros asistida, / a vivir fue remitida / a su vistoso serrallo» (IV, 941-944). Carabagua se convierte así en la mujer del rey, igualándose con la Zapaquilda de La Gatomaquia; y también en la favorita de Mamarruz, porque el narrador —con toda la ironía del mundo— no aclara si esta guerra ha servido para conquistar a la gran señora de un harén o solo a otra de sus concubinas. Respecto al género, la relación dialógica que se establece entre estas redondillas y la épica protagonizada por animales, la novela de aventuras y los dramas de honor se nutre de abundantes tópicos. Si asumimos, como viene siendo habitual, que la epopeya «gira en torno a un héroe de origen noble; desarrolla una acción que tiene resonancias nacionales, y que se basa en un acontecimiento histórico; es objetiva y debe contar con un elemento maravilloso o sobrenatural; su audiencia es múltiple, integrando variados estratos sociales; conforma su discurso una serie de subtextos culturales propios de la época en que se sitúa; […] e impera la unidad de la acción, obviamente verosímil, lo mismo que la objetividad» (Carreño, ed. Vega, 2002: 67-68), La Perromachia cumple todos

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los requisitos: el abolengo de Mamarruz y Chasquisquiva está fuera de duda, aun cuando la historicidad quede en entredicho por la naturaleza de los personajes: un perro que podría ser el furioso Orlando, pero sin dejar de ser un perro; y ello no repercute negativamente sobre la objetividad de lo narrado, con pequeñas pinceladas mágicas de la mano de Caraño y Clarinombre. La unidad de acción también se respeta, e incluso se acentúa respecto al poema del Fénix. A propósito del desequilibrio entre lo bélico y lo pasional, resuelto a favor de los celos y la locura del paladín, tal como lo planteaba Chevalier44, La Perromachia es bastante más guerrera que la propia Gatomaquia. De hecho, el trastorno de Mamarruz resulta leve, pues tiende a proceder como un gobernante pasivo que confía a su escudero la decisión tanto del vadeo del río como de los preliminares de la batalla. Por otro lado, el canto I y el III se cifran en la pareja de enamorados, mientras que el II y el IV descansan sobre las huestes del soberano. Despunta el discurso sociológico, o sea, los versos relacionados con las fiestas, los bailes, las vestimentas y los tocados, como en La Gatomaquia, a los que Nieto suma los bodegones de armas, volátiles y peces. Y todo ello sin ridiculizar los usos de la sociedad ilustrada; muy al contrario, se regocija con sus recreos, con sus almuerzos y con una espléndida corrida de toros, tan rara en la épica y al mismo tiempo tan española. Porque los cosos constituyen desde mediados del siglo xvii uno de los recintos más proteicos de nuestra cultura, al mismo nivel que los corrales de comedias. Hasta el punto de que Huizinga (2012) ha elevado juegos como la lidia o el teatro al rango de «estatus característico» del homo ludens frente al homo sapiens. Recordemos, además, que las plazas estaban tan jerarquizadas como el Corral del Príncipe: «Se invitaba a la nobleza, a los tribunales, al Cabildo de la Catedral y a los personajes destacados, ofreciéndoles merienda de dulces y refrescos. Al pueblo y a los caballeros se les cobraba entrada. […] El vulgo se acomodaba en las gradillas que se construían en las empalizadas de las bocas de las calles o en los terrados, mientras que los hidalgos lo hacían en las ventanas y balcones» (Ojeda Calvo, 2009: 77-101)45. A pesar de todo, las digresiones escasean, igual que las intromisiones burlescas del narrador. Luego la parodia de la epopeya seria —caso de haberla en La Gatomaquia— se difumina casi por completo. El respeto de las reglas épicas, salvando el límite del protagonismo animal, confirma que nos movemos por el universo de lo jocoserio: por encima del duelo entre Mamarruz y Chasquisquiva, lo que Nieto añade a los versos de Lope es la relación entre el monarca y su escudero, próxima a la de un donjuán real y un Catalinón castrense. De hecho, Mamarruz no es un caudillo y delega la responsabilidad del combate en su sirviente (canto I) y después mayordomo mayor y coronel de su guardia (canto IV). 44 45

Vid. las consideraciones de Sabor de Cortázar en su edición de Vega (1982: 20). Vid. sobre todo Guillaume-Alonso (2011: 295-316).

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Que un viento de perruna hombría e irónica justicia zarandea este poema lo insinúa una estrofa que puede pasar inadvertida a los lectores: si el Micifuf de Lope se jactaba de que sus hazañas no se consumaron en las cocinas, sino en galeras, naves y campañas, pues mató en Granada a Tragapanzas, el gatazo abencerraje, y luchó cuerpo a cuerpo en Córdoba con Murcifo, además de arrancarle una oreja a Boquifleto y la cola a Lameplatos (III, 255-288) (Vega, 1982: 137-138), en La Perromachia es un anónimo can, que es también un cobarde redomado, el que cuenta cómo venció a las tropas de Casquete, poniendo por testigo a otro perro igual de medroso (IV, 881-884). 5. El imperio del piojo recuperado de Gaspar de Molina y Zaldívar 5.1. Retrato de un viajero ilustrado: el marqués de Ureña Gaspar de Molina y Zaldívar —o Saldívar, según Aguilar Piñal (1981: 737)—, tercer marqués de Ureña, nació en Cádiz el 9 de octubre de 1741. La fuente principal para trazar el curso de su vida son los datos recogidos por Nicolás María de Cambiaso y Verdes en sus Memorias para la biografía y para la bibliografía de la Isla de Cádiz (1829: 185-194). Recientemente, María Pemán Medina ha ampliado y matizado dicha semblanza en su edición del Viaje europeo del Marqués de Ureña (1992: 29-63). La familia paterna de este noble era originaria de Mérida, pero fue el traslado a Cádiz del padre, don Juan Antonio de Molina y Rocha, segundo marqués de Ureña, lo que hizo que su heredero viera allí la luz. Don Gaspar estudió en el Seminario de Nobles de Madrid y leyó versos propios en varias entregas de premios. Después se desplazaría a Barcelona para incorporarse al regimiento de Granada, del que había sido nombrado teniente ya en la niñez, pues lo mandaba su progenitor. Allí se dedicó a la pintura, llegando a ser admitido en la Academia de San Fernando de Madrid con apenas dieciséis años. También dominaba la música y, al parecer, tocaba varios instrumentos. En 1764, fallecidos ya a sus padres, regresa a Cádiz y abandona su actividad militar. Se afincó en San Fernando, entonces conocida como Isla de León, y contrajo matrimonio el 19 de marzo de 1766 con doña María Dolores Josefa Tirry y Lacy, hija del marqués de la Cañada. Tuvieron cinco descendientes. Aunque se pueda conjeturar que completó algún viaje por Italia y Portugal, solo tenemos constancia de su periplo europeo entre julio de 1787 y octubre de 1788, en vísperas de la Revolución francesa. En la mejor tradición de los “turistas ilustrados”, recorrió la propia Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda, a fin de conocer los avances técnicos, científicos, sociales y artísticos que se acometían en tales países. A su vuelta, codició la dirección del Seminario de Nobles de Madrid, pero fue rechazado. Obtuvo en cambio el cargo de director

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de las Obras de la Nueva Población de San Carlos en la Isla de León (San Fernando) —cuyo diseño había iniciado Sabatini—, y se le encargó la construcción, como arquitecto, del Nuevo Observatorio Astronómico, que se puede admirar todavía. También allí levantó el llamado puente de Ureña. El marqués murió el 3 de diciembre de 1806, y contaba entre sus títulos, además del recibido por derecho de sangre, el de conde de Saucedilla, regidor perpetuo de la ciudad de Mérida, caballero de la Orden de Santiago, intendente y comisario ordenador honorario de los reales ejércitos y académico honorario de la Real Academia Española y de la de San Fernando. Fue por tanto un aristócrata ilustrado de amplios conocimientos y curiosidad, ya que a su labor como arquitecto hay que sumar su talento para la pintura y la música y su interés por las ciencias, particularmente las que tenían una aplicación práctica, como veremos enseguida. He aquí el elenco de sus obras: 1. Conclusiones de letras humanas que defenderán en el Real Seminario de Nobles de Madrid Don Carlos de los Rios, Conde de Fernan-Nuñez, Don Pedro Velarde, Don Francisco Velarde y Don Gaspàr de Molina, marquès de Ureña, Madrid, Joachin Ibarra, 1754. 2. Oratio de veteri adolescentium institutione ap. Hispanos revocanda, Matriti, Ramirez, 1755. 3. Conclusiones de Physica experimental, que defenderá en presencia de los reyes, nuestros señores, D. Fernando VI y Dª. María Bárbara don Gaspar de Molina, Marqués de Ureña, Madrid, Joachin Ibarra [¿1757?] 4. El imperio del piojo recuperado. Por Don Severino Amaro, Sevilla, Imprenta de Vázquez, Hidalgo y Compañía, 1784. 5. Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música del templo: contra los procedimientos arbitrarios sin consulta de la Escritura Santa, Madrid, Joachin Ibarra, 1785. 6. Estancias en la Distribución de Premios de la Real Academia de San Fernando (Madrid, 1787). Reproducidas en la edición del Viaje europeo [1992: 591-596]. 7. El viaje europeo del Marqués de Ureña (1787-1788). El manuscrito ha sido editado en 1992 por María Pemán Medina (vid. bibliografía). 8. La Posmodia. Poema en quatro cantos Por uno que lo escribió... En Siam, En la imprenta del elefante, Madrid, Imp. Calle de la Greda, 1807. 9. Exposición synoptica de la Theórica y Práctica del llamado hasta ahora Galbanismo, extractada de varias memorias; y añadidas observaciones del que lo escribe, Cádiz, Manuel Ximénez Carreño, s. a. 10. Informe sobre el Pantano de Lorca, manuscrito de la Biblioteca de don Federico Joly. 11. Objetos dignos de atención del Gobierno, manuscrito de la Biblioteca de don Federico Joly.

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Publicó también algún poema suelto en diarios de la época y, según Cambiaso, dejó un gran tomo con Versos de diferentes clases y a varios asuntos que «se conserva en poder del actual marqués», y que debe de haberse perdido. En el siglo xviii tuvo éxito su «Soneto del reverbero», reproducido en varios periódicos (Correo de Madrid o de los ciegos, n. 37, 13/II/1787, p. 148; El correo literario de Murcia, 27/IX/1794, p. 62; y Semanario de Salamanca, I, n. 15, 19/ XI/1793, p. 133): Soneto del reverbero Érase que se era un ser viviente que duerme, que despierta, se espereza; ya son las diez; se rasca la cabeza, abre un ojo, regaña a la sirviente. Que venga el chocolate prontamente, la ropa, el peluquero. Llega un pieza; adórala, recíbelo en alteza, con un aparador sobre la frente. Huele a almizcle de lejos, va pintada, baila si la hacen son, recta y esbelta, ocupa a todos, no se ocupa en nada; tremola plumas, cabellera suelta; ¿quién será? ¿Lo preguntas, camarada? La mujer del marido de la vuelta.

La factura satírica de este soneto es similar a la del texto que editamos. Como también es satírica La Posmodia, que apareció póstuma, pero de la que se guarda un testimonio con algunas variantes (BNE, MSS/2287; y también un descriptus de este: el BNE, MSS/4094)46 y una nota final acerca de las circunstancias de su composición: La idea del poemilla satírico La Posmodia no fue original de Ureña sino de su amigo y paisano D. Francisco de P. Micón, marqués de Méritos, literato apreciable, aficionado también a las artes y muy celebrado por sus discretos y oportunos chistes. Tuvo este tal la ocurrencia de titularse coronel del Regimiento de la Posma, sosteniendo 46 El primer manuscrito se puede consultar en línea: (24/10/2012). Rocío Jodar Jurado se ocupa actualmente de su estudio y edición.

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por mucho tiempo, en unión con sus amigos (a quienes señalaba con títulos de empleos y grados en el fantástico regimiento), esta ficción graciosa que les daba pie y campo dilatado para sazonadas burlas (BNE, MSS/2287, s. xviii: 30-31).

Escrito en octavas, Ureña rubrica aquí una sátira contra el ensimismamiento, la poltronería y todo lo relativo al ocio y las meditaciones vanas. La acción transcurre en el Templo del Reposo de la tierra de Babia, donde el narrador se ve transportado en una mañana de pereza. Entre una lista de figurones que gastan su tiempo en paparruchas sin fruto, peluqueros, petimetres y libros soporíferos (las tragedias de Montiano entre ellos), sobresale el encono del aristócrata —repetido en El imperio del piojo— contra Descartes, Leibniz y la física teórica de Newton; recelo que se justifica en la nota antedicha: «Perteneció el marqués de Ureña al partido antifilosófico, lo mismo que Micón su amigo». Al parecer, para Ureña todo lo que saliera del terreno del empirismo y vagase por las nubes de la especulación (como paradigma pone el cálculo infinitesimal de Leibniz) carecía de valor. ¿Y qué hay menos práctico que la investigación sobre ese piojo con el que pierde sus horas el naturalista pintado en La Posmodia: «Swammerdan con unas pinzas tiene / fuertemente apretado un gran pïojo» (canto II)? Existe, pues, una armonía de espíritu entre esta sátira y su curiosa zoomaquia. De hecho, La Posmodia se remata con un amago de explosión que en El imperio del piojo culmina en rotundo petardazo: «Mas si el que cuento fuera cohete / yo le pusiera un trueno por ribete» (canto IV). La misma diatriba contra los conocimientos sin provecho inmediato resucita en sus Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música del templo: «Pero huyamos de metafísicas intrincadas y de juegos de entendimiento irreductibles a práctica. Dejemos las sutilezas de Kirker en sus principios de Retórica Musical como renunciamos a las Geometrías y proporciones del antiquísimo sistema Pitagórico» (Ureña, 1785: 385). 385). No obstante, estas Reflexiones atraerán al lector de nuestros días por el tratado de estética y la teoría del buen gusto que ocupan la parte primera, en la que el marqués defiende la claridad, la sencillez y un estilo basado en el equilibrio y la concordia del conjunto como fuente de belleza. Sin embargo, sus ideas sobre «lo sublime» anuncian ya un cierto Romanticismo avant la lettre. También destaca su tesis sobre la sinestesia y el paralelismo entre las artes y el fundamento de la emoción a partir de la sugerencia y la connotación. Sus andanzas por Francia, Inglaterra y los Países Bajos siguen los pasos de las de Antonio Ponz. Asistimos en su relación a un preciso itinerario poblado de edificios, jardines, cuadros, manufacturas, instituciones y museos. Se trata, pues, del típico viaje ilustrado. El marqués apenas se detiene en detallar las costumbres de los lugares que visita sino que centra su atención en aquello que pertenece a las bellas artes y en lo que pueda ser de utilidad para su nación,

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principalmente las mejoras en las fábricas y los descubrimientos de Historia Natural. No hay demasiadas referencias a la situación de las literaturas de los sucesivos estados, y la prosa de su memorial, directa y despejada, contrasta con el tono más barroquizante de sus poemas satíricos. 5.2. Un piojo a la moda Los orígenes del piojo como sujeto libresco remontan, igual que los del resto de animales poco nobles, a los discursos del género paradójico o ínfimo. Y aunque ha sido la pulga, su neóptera compañera, la que ha disfrutado de más suerte (Ovidio, Hurtado de Mendoza, Lope y hasta la Chelito), el piojo no deja de aparecer como soldado en La Moschea de Villaviciosa, bajo la bandera de su capitán Fifolgel. Remitimos a la enciclopedia de encomios heroicómicos editada en Hanóver por Gaspar Dornavio: el Amphiteatrum sapientiae Socraticae joco-seriae hoc est encomia et commentaria autorum qua veterum qua recentiorum prope omnium quibus res aut pro vilibus vulgo aut damnosis habitae, styli patrocinio vindicantur, exornantur (1616). Mientras que de la pulga se recogen hasta trece elogios, del piojo solo figuran tres, de los que uno está dedicado en realidad a la chinche. Los otros dos son: «In Pediculum Pucci Monachi oratio funebris interprete Gulielmo Canterio»; y el más conocido «Danielis Heinsii Laus Pediculi ad Conscriptos mendicorum Patres»47. Hablamos de elogios paradójicos al uso, en los que se destaca con tono burlón la fidelidad del animal y su asiento en lo más elevado del hombre: la cabeza. Durante el siglo xviii las historias de parásitos tomaron un cariz satírico. La Histoire de un pou français (1781)48 relata de manera un punto más que mordaz las fortunas y adversidades de un piojo y sus diversos hospederos. Tras pasar revista a algunos personajes de la corte francesa y dar cuenta de la estadía en ella de Benjamin Franklin, el piojo será testigo de los oscuros manejos de la política europea, de los que resulta un plan para invadir Gran Bretaña por parte de Francia, España y los Estados Unidos, y su posterior reparto entre las tres potencias. No parece que Ureña conociera esta obra, o al menos no se aprecia su huella en el Imperio, pues la sátira apunta a dianas distintas en cada caso: la alta política en una (con el uso de nombres reales para los personajes escarnecidos) y las modas de la época, en el otro. 47 Vid. la traducción francesa, con valiosos añadidos, en: Éloges du pou, de la boue et de la paille, dédiés a bien de gens; et autres Pièces, traduites du Latin, par C. Mercier de Compiegne, Paris, Favre, 1798, pp. 1-36. 48 Histoire d’un pou françois, ou l’espion d’une nouvelle espece, tant en France qu’en Anglaterre. Contenant Les Portraits de Personnages intéressans dans ces deux Royaumes, etc etc., Paris, 1781. Aunque se publicó anónima, es factible que su autor fuera Delauney.

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Una directa y severa denuncia gubernativa contiene igualmente The Lousiad, del inglés John Wolcot, que firmaba como Peter Pindar, cuya publicación (17851795) es posterior a la de Ureña49. Dividido en cinco cantos en pentámetros pareados (metro típico de la épica sajona), narra cómo el rey Jorge III se encontró un piojo en su plato. El soberano, al sospechar que el hospedero del insecto solo podía ser alguno de sus cocineros, mandó que todos se rapasen, provocando así la rebelión del servicio y, como consecuencia, encendidos discursos contra la realeza y los nobles. La tensión entre los cocineros y el monarca se desarrolla por medio de episodios que contienen un feroz ataque contra la familia real, la corte y la aristocracia británica, a partir del comentario de anécdotas y sucedidos del momento, hasta que finalmente el propio piojo nos cuenta su historia: ha caído de la cabeza del mismísimo rey, y acabará transformado en estrella, como en las Metamorfosis de Ovidio. Ureña, igual que Pisón en La Perromachia, escribe una sátira neoclásica contra los usos y abusos en los peinados, tocados y vestidos. Se allega, pues, al Cadalso de la Óptica del cortejo, al Moratín de La petimetra, a innumerables sainetes de Ramón de la Cruz y sobre todo a Juan Fernández de Rojas, autor del Libro de moda o ensayo de la historia de los currutacos, pirracas y madamitas de nuevo cuño. Escrito por un filósofo currutaco y aumentado nuevamente por un señorito pirracas (1795), por no dilatar la lista de invectivas sobre los excesos en el vestir y lucir cabelleras. El carácter juguetón del Imperio queda claro desde el inicio, encabezado por una cita de Juvenal sobre el arreglo de las mujeres, del que toma otro préstamo en los versos 281-284, y el guiño a dos epigramas de Marcial acerca de las presumidas ridículas (vv. 292-294). Y es que, como explica Ureña, hacia mediados del siglo xviii se intensificó en España un fenómeno que venía dándose desde la llegada de los Borbones a nuestro país: la adopción de hábitos franceses, en especial los relativos a vestidos, sombreros y peinados, costumbre que pronto se convirtió en objeto de atención y motivo de ridículo predilecto para moralistas, plumillas, dramaturgos y eruditos en general. Que era un asunto que preocupaba a don Gaspar se aprecia ya en el Soneto del reverbero, en las pullas a modistas y petimetres de La Posmodia y en uno de los excursos del Viaje, titulado «Teoría sobre el lujo» por Pemán Medina (1992: 202-205); o sea, la invectiva contra el derroche, el lujo estéril y lo pasajero de las modas, inspirada por lo que el autor había conocido en París: ¿Pero a qué se reduce, sino a nada y en muy pocos días, lo que va dirigido por lo que llaman moda? Aún antes que acabe, se le da muerte civil en un escondrijo. Un encaje perece en un corchete o en un Los cinco cantos fueron dados a los tórculos en sendas entregas, entre 1785 y 1795, por varios impresores de Londres. 49

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alfiler, una blonda apenas tiene existencia, un coche del mejor charol lleva una lanzada por un cochero enajenado de los vapores del vino, una vajilla de plata no circula más que de la mesa a un armario; pasa la moda y se aniquilan las hechuras. De ochocientas mil almas que tiene París, las setecientas mil se ponen polvos. A onza por cabeza salen setecientas mil onzas de harina que el aire se las lleve, que han 43.750 libras de pan con que casi pueden mantenerse cuarenta mil personas, que es la ventésima parte de la población. ¡Cuánto dinero vale y cuánto se reduce a nada en este solo ramo diario! Aquí se ve el uso de una cosa no necesaria (Ureña, 1992: 204).

Entre los variados personajes que se mueven en torno a este mundo, son los peluqueros los que cargan con peor fama y el blanco preferido para sus burlas, en tanto que este gremio había pasado a formar parte de las necesidades primarias de las clases adineradas: Los complicados peinados que la moda francesa había introducido hacían necesaria la ayuda cotidiana de un peluquero, que solía trabajar a domicilio y que constituía un indispensable símbolo de lujo. Todas las mujeres ansiaban tener peluquero particular, y si podía ser de nacionalidad francesa y no peinarlas más que a ellas, mejor (Martín Gaite, 1981: 45).

Sempere y Guarinos da cuenta de la relativa novedad de esta ola. Después de referir las diferencias de vestido y adorno entre los antiguos españoles y los modernos, concluye: «Pero, sobre todo, no había peluqueros, ni modistas; y lo que llaman cabos estaba reducido a ciertos adornos compuestos por artesanos del país» (1788: 178). Pues bien, en dicho contexto vio la luz El imperio del piojo, otro eslabón de ese rosario de ataques contra las nuevas costumbres. El hilo argumental es débil y bastante inconexo. No en vano, como en cualquier soflama de largo aliento, apenas sirve como pretexto para enlazar episodios y comentarios que embroman los objetos de chanza. El poema cuenta, a grandes rasgos, la historia de un piojo que llegó a España, en concreto a León, en la cabeza de un peregrino suizo, exmilitar, para más señas, y ahora pobre vagabundo. Después se irá adueñando de las testas de otros personajes caricaturescos con la ayuda de piojos autóctonos y de la Tiña y la Roña. Tras cambiar en varias ocasiones de atuendo y peinado, el harapiento peregrino termina convertido en árbitro de buen gusto y rico comerciante de afeites, mientras que el piojo, engreído por su triunfo, revienta literalmente de orgullo. Ureña evidencia la raíz extranjera del mal que asolaba España, de acuerdo con la mayoría de los moralistas. Sin embargo, no duda en hacer uso de un metro típicamente francés para su obra, compuesta por una larga tirada de 1.044

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pareados alejandrinos. Lo reconoce sin rodeos: «Advertiré entre comas que el pie sobre que mido / es el pie de París, que es el más recibido» (vv. 75-76). Se trata, en efecto, de la métrica imperante en la epopeya y el teatro clásico galos, aunque no descartamos la impronta de las letras inglesas, que durante el siglo xviii prefirieron el llamado heroic couplet (pareado de pentámetros yámbicos), especialmente para el género burlesco (mock-epic). Con todo, a fin de rebajar el peso de lo francés, Ureña remite al final a la tradición española del alejandrino, cuyo origen cifra en Berceo: «Tú, lector que has sufrido mi son alejandrino / en que cantó hace siglos cierto benedictino» (vv. 1035-1036). El imperio del piojo ingresa de lleno con esta opción métrica en el debate que ocupó a los eruditos del Setecientos, fruto de la adopción del alejandrino por parte de Cándido María Trigueros en la serie que tituló El poeta filósofo o Poesías filosóficas, publicada a partir de 1774. El hebraísta no denomina a sus versos «alejandrinos», sino «pentámetros», alegando que son de su invención y nada tienen que ver con el metro francés. Varias plumas le contestaron enseguida la novedad del asunto, oponiendo la existencia de la cuaderna vía desde los tiempos de Berceo y otros textos medievales de nuestra nación. De hecho, pocos años más tarde, en 1780, Tomás Antonio Sánchez publicaría las obras del clérigo riojano en su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo xv, quizá como secuela de esta polémica (Alatorre, 2001: 375-382; Navarro Tomás, 1983: 323-325)50. Una recusatio de la épica, que abarca a su vez una larga digresión que descansa sobre guiños y citas de las epopeyas clásicas, abre este poema. El tópico inicial, propio de la lírica amorosa, según el cual los autores se comprometían a cantar las hazañas sentimentales en lugar de las marciales51, sirve aquí como introito para un tema no tanto afectivo sino de veras nimio, resumido ya en la propositio con la gastada fórmula virgiliana: «Yo cantaré las armas y el campeón primero / que me obligó a rascarme debajo del sombrero» (vv. 19-20). El primero de los varios ecos del genio de Mantua que se detectan en este juguete del marqués (como ocurría en La Moschea). La también archisabida invocación a la Musa (vv. 31 y ss.) la tomó, en cambio, de Horacio: «Dime, Musa, ¿qué influjos…?»52. La trama continúa con una prosopografía del héroe, para cuyo retrato Ureña aprovecha su formación en dibujo, arquitectura, matemáticas y biología, reduciendo a su ya de por sí diminuto protagonista a una serie de líneas, planos y trazados, como si hablara de una construcción. Cabe pensar aquí en otra huella de Descartes, ahora para darle la razón, ya que el filósofo cartesiano 50 Tanto Alatorre como Navarro Tomás recuerdan que también Iriarte usó los pareados alejandrinos en su fábula «La parietaria y el tomillo». 51 Entre sus antecedentes se cuenta la «Canción V» de Garcilaso: «no pienses que cantado / sería de mí, hermosa flor de Gnido, / el fiero Marte airado» (vv. 11-13). Vid. Montes Cala (1999) y Rodríguez Rodríguez (2004). 52 «Dic mihi, Musa…» (Arte poética, v. 141). Vid. Horacio (2000: 458).

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consideraba que los animales, al carecer de alma, se comportaban como máquinas o autómatas53. Lo que llama la atención, según hemos adelantado, es su retórica barroquizante, que contrasta con la claridad expositiva de los libros no satíricos de don Gaspar, como el citado Viaje o las Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música del templo. En ocasiones, la sintaxis se antoja casi laberíntica; y es que, más allá de los numerosos hipérbatos que implican la anteposición del complemento preposicional al sustantivo («que de ajenos cabellos usaban suplemento», v. 252; «de la moza acudían a las habilidades», v. 282; «de Nerón la querida que llamaban Popea», v. 304; «de color de pajuela vistiendo un largo traje», v. 415); o de la ruptura de un sintagma por inserción de otro elemento («los cosméticos fueron y baños detergentes», v. 301), nos topamos con pasajes que la crestería de cláusulas subordinadas convierte en enigmáticos. Sirva este de ejemplo: De sebo, pelo y polvos por recurso sencillo halló en la tal urgencia formar un revoltillo y, por lo muy poblada de nativa espesura la música cabeza de dicha criatura, resultando el compuesto de escomunal grandeza, halló por conveniente ponerle en la cabeza, en vez de gasas, plumas, o de otro suplemento, ser de moda flamante el dicho pensamiento (vv. 599-606).

O este otro, en el que el sujeto («los campeones») está separado de su verbo («se dan») por cuatro versos, con mediación de abundantes hipérbatos: Preséntase de golpe y, en el fatal momento, cuando los campeones de la turba esforzada, con los ojos saltando, la faz ensangrentada, fieros echan mirando de aspecto centelleante al Norte, al Mediodía, al Poniente, al Levante, viendo aquellos espectros entrar desaguisados, a la fuga sin tino se dan precipitados (vv. 420-426).

Este desfile de subordinadas no es sino una más de las manifestaciones del rasgo estilístico que domina la obra: la amplificación. Porque la base elocutiva y estructural de la épica burlesca, la clave de su poética, como hemos visto, 53 «Esto no debe parecer extraño a los que, sabiendo cuántos diferentes autómatas, o máquinas de movimiento, puede hacer la industria del hombre empleando muy pocas piezas en comparación con la gran multitud de huesos, músculos, nervios, arterias, venas y todas las demás partes que hay en el cuerpo de cada animal, consideren este cuerpo como una máquina que, por estar hecha por la mano de Dios, está incomparablemente mejor ordenada y posee movimientos más admirables que ninguna de las que pueden inventar los hombres» (Descartes, 1984: 112).

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apunta al engrandecimiento de lo pequeño. Evocaremos tan solo la descripción minuciosa del parásito, las arengas del piojo (vv. 357-400 y 503-524), llenas de interrogaciones retóricas, repeticiones de sinónimos, etc., y el monólogo final del peregrino suizo (vv. 915-964), construido a base de enumeraciones y anáforas. En particular, el último discurso del protagonista (vv. 979-1014) resulta hasta tal punto amplificado y amplificante que el orador, de tan hinchado, acaba literalmente por estallar. En la misma línea habría que situar las perífrasis, muy frecuentes en el texto. Verbigracia la siguiente, que aglutina hipérbatos, circunloquios y latinismos en la mejor tradición cultista: Procediendo actitudes y raras contorsiones, pasa de las coquetas a tomar las lecciones al cristalino libro donde, gesticulando, del corazón estudian por conseguir el mando (vv. 619-622).

El «cristalino libro» es el espejo; igual que en otra ocasión «los que jinetes de las narices graves sobre los caballetes» son los impertinentes que el público usaba en los teatros (vv. 635-640); o una cantante es un «teatral ente de solfas espetera» (v. 615). Y qué decir del acto de beber, que, cumplidamente descrito, ocupa casi diez versos (vv. 214-222). Se trata, en todos los casos, de perífrasis que tienden a la ridiculización de acciones y personajes. Conviene anotar los guiños conceptistas, herederos de la revolucionaria estética del siglo xvii. Así, la reina de Cartago se presenta «por velar y tocada» (v. 14), pues Eneas no llegó a «velar su muerte» después de haberla «tocado», aludiendo tanto a la visión que de ella tuvo en los infiernos («entre sombras») cuanto al tema principal de El imperio: los tocados y los vestidos. Por otro lado, asoman las paronomasias cuando el marqués endereza un poema sobre peinados a Laín Calvo y Nuño Rasura, legendarios jueces de Castilla (vv. 149-154). Y podrían contarse otros ejemplos de ingenio conceptuoso, de los que destacaremos solo algunos: «Pero yo que no gusto de sangrar apellidos / para que de robustos se vuelvan relamidos» (vv. 551-552); «toldada como tienda donde se vende fruta» (v. 836); o «mudas te escuchan ninfas que tienen afluentes / del vital movimiento lo más entre los dientes» (vv. 923-924), es decir, ninfas que callan, cuando, por regla general, no dejan de darle a la lengua. Abundan los sintagmas dilógicos, como «sincopando bolsillos» (v. 290), o los que afectan a los nombres de los piojos, que remiten siempre a lexemas de verbos como «picar», «rascar» y «agarrarse», en varios idiomas además. Baste apuntar que el líder andaluz de los insectos se llama «Horqueta»; o los piropos inspirados en diosas de la gentilidad, que hacen pasar a las mujeres «una metempsicosis por todas las deidades» (v. 823); el modista, que «a los cofres fuertes anatemas fulmina» (v. 906); y la rueda de la Fortuna, transformada en asador que voltea las ensartadas vicisitudes del destino (vv. 993-994).

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La elocución del marqués es más quevedesca que gongorina, ciñéndose, en lo que atañe al magisterio del autor de las Soledades, a sus hipérbatos y retorcida sintaxis. Casi nunca a su brillante despliegue metafórico. La abundancia de diéresis en el poema se puede calificar también como cultista, pero las caricaturas burlescas de los personajes están, desde luego, copiadas de las de Quevedo. Véase la del suizo, primer portador del piojo, con ecos de la del Dómine Cabra del Buscón: Era mi peregrino zanquilargo, huesudo, de edad provecta, seco y algo ceñudo, blanca guedeja y corta, cejas poco pobladas, ojos celestes claros, ojeras replegadas, la nariz con contera de color almagrado, barba cana y bigote; con aire de soldado (vv. 193-198).

Móvil para la parodia son también los peluqueros que «[…] comen y se tapan / de lo que unos desechan, de lo que otros no rapan» (vv. 473-474), así como los y las cantantes reducidos a «músicos entes» o «músicas cabezas». Los fígaros hacen aquí, además, las veces de portadores de la enfermedad piojil, pues gracias a que van de casa en casa y de cabeza en cabeza pueden esparcir larvas por doquier, con lo que se acrecienta su imperio. También aparecen aquí burladas las coquetas, sus viejas amas y sus cortejos, y un personaje típico de aquel tiempo: el abate54, que estaba «a una beldad leyendo galantes poesías / cuando un arpista diestro le toca las folías» (vv. 647-648) (nótese el hipérbaton y la perífrasis por «picadura»). Es el primero que toma la decisión de desechar la peluca. Son estos pasajes chanceros los que constituyen los «episodios» de la épica, en el sentido que la palabra tiene desde Aristóteles, y los que van pautando los diversos cambios de moda y cómo afectan estos a los piojos. Ahora bien, todos pecan del principal defecto en que puede incurrir un escritor de epopeyas: su falta de conexión y de unidad respecto al conjunto de la obra. Leamos unas palabras de Luzán (2008: 640):

54 «La asistencia de los sacerdotes, confesores y abates a los estrados y visitas de las señoras está ya documentada en 1730 como habitual. Y es muy probable que la moda se hubiese introducido por el canal de Italia, donde estaba a la orden del día. El tipo de abate italiano mundano, correveidile, brillante y enredador, cuyo trasplante a nuestro suelo no sería demasiado arriesgado hacer coincidir con la llegada a la escena política española del abate Julio Alberoni, era ya moneda corriente en la segunda mitad del siglo […]. En muchos escritos de la época se satiriza el comportamiento de estos abates frívolos, ornato indispensable de las tertulias, admitidos a la mesa de los señores, portadores de toda clase de chismes y noticias, tan inquietos, apresurados y movedizos que parecían poseer el don de la ubicuidad» (Martín Gaite, 1981: 204-205).

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Los episodios épicos han de ser partes de la misma fábula y han de tener conexión con el asunto de ella. De lo contrario se origina el defecto de las fábulas episódicas, yerro propio de poetas imperitos, que queriendo hermosear y abultar sus poemas e ignorando el verdadero modo y arte de hacerlo, echaron mano de episodios inconexos y fuera de la fábula.

Ureña no adolece de falta de pericia, y tampoco debía ignorar la tratadística clásica. Su objetivo se cifra en subrayar a las claras el espíritu socarrón de su relato, abultándolo, pues eso y no otra cosa es la épica burlesca. La misma falta de trabazón caracteriza al resto de piezas que hemos aducido: The Lousiad, con su proliferación de anécdotas de corte, y la Histoire d’un pou français, que, más cercana a la que nos ocupa, tiene como hilo conductor el salto del piojo de personaje en personaje. De la épica solo resisten en El imperio las arengas del parásito a sus tropas, los préstamos de la Eneida y una cita de la Farsalia, paradigma del estilo enfático; no así batallas propiamente dichas ni lances guerreros. Y registramos solo una comparación épica: «Cual nave que gallarda con velamen altivo» (vv. 809-816); esto es, la ‘alta nave’ se mide con la subida cabellera de una mujer que, ante la tormenta de picaduras, decide arriar velas y lucir desgreñada. Por eso la épica suele dejar su puesto a la fábula en esta clase de juguetes, como confirma la moraleja que lo abrocha, a imagen de los apólogos sobre la presunción y la vanagloria mencionados por Ureña: Tronó y tronarán muchos pïojos racionales si Dios no los liberta de semejantes males, que es secuela ordinaria de razonable ley que reviente la rana por igualar al buey, que peligre el venado por su penacho erguido, que a la acémila rica dé sustos el bandido, y que a la cabra, en suma, por su errada contienda acarree dichetes su barba reverenda (vv. 1027-1034).

El imperio del piojo recuperado se revela, por tanto, como un poema apreciable, de indudable fuerza satírica las más de las veces, con un fondo moralizante sazonado por pinceladas burlescas, aunque consciente y bien resuelto; de estilo elevado en la forma más barroca que se podía permitir un neoclásico. No en vano, los hipérbatos, las bizarrías sintácticas y las perífrasis no ocultan su asiduo flirteo con el conceptismo.

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6. La Perromachia de Juan Pisón y Vargas Poco se sabe del autor de La Perromachia, y la mayoría de los datos provienen de un documento del Archivo General de Indias (Contratación, 5531, N.3, R.10) en el que Pisón solicita permiso a la Casa de Contratación de Cádiz para embarcar hacia México55. Según este legajo, nació el 25 de junio de 1749 en Sepúlveda (Segovia) y recibió bautismo el 28 del mismo mes en la iglesia de los Santos Justo y Pastor. Fueron sus padres don Juan José de Pisón, abogado, regidor perpetuo de la ciudad de Santo Domingo de la Calzada y alcalde mayor y justicia ordinaria de Sepúlveda, y doña Teresa de la Fuente y Vargas. La familia paterna procedía del municipio de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), y la materna de Miranda de Ebro (Burgos). El solar de su genealogía se sitúa, por tanto, en el norte de Castilla y la presencia del padre en Sepúlveda probablemente obedeciera a razones profesionales. Tuvo al menos un hermano: Ramón Pisón y Vargas, «ministro togado que fue del Real y Supremo Consejo de la Guerra», tal como reza en la portada de la edición póstuma de sus Fábulas originales en verso castellano, editadas por su sobrino don Juan Bautista Iturralde de Pisón y Vargas (Madrid, 1819). A partir de 1779 la biografía de nuestro hombre se deslizó por Cádiz, donde publicaría semanalmente durante algunos meses un periódico satírico-humorístico: El curioso entretenido, que firmaba con el anagrama de «Nosip» (Cebrián García, 2003: 84-95)56. Que su familia se había trasladado a la ciudad andaluza se infiere de la declaración de los testigos en el legajo aducido, todos ellos gaditanos, que dicen haberlo tratado, así como a sus padres, desde hace diez años. Es factible que, una vez instalados allí, la idea de zarpar a América con fines comerciales le rondara por la cabeza mucho antes de su partida efectiva en 1787, pues la fe de bautismo que aporta como expediente lleva fecha de 1779, aunque pudo solicitarla para otro trámite. En abril de 1787 se emite informe de que la «urca nombrada La Paz», con destino a Veracruz, está dispuesta a partir «con quince cajones toscos, cuatro dichos arpillados y tres baúles con géneros del Reino y de extranjeros, valor de ciento ochenta mil novecientos sesenta y ocho reales» a cuenta de Pisón, que se declara soltero. El permiso de embarque se consigna finalmente el 19 de mayo de 1787. Antes de su viaje, publicó además del citado semanario y de La Perromachia (1786), El Rutzvanscadt ó Quixote tragico. Tragedia a secas sin dedicatorias, prologo, ni argumento para no molestar a los aficionados (Madrid, Antonio Sancha, 55 Vid. la copia digital en el Portal de Archivos Españoles (PARES): . 56 Vid. esta publicación en la Biblioteca Virtual de Andalucía: .

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1786)57, que, a pesar del título, nada tiene que ver con la obra cervantina. Se trata de una parodia de las tragedias de la época por sus excesos barrocos, en la línea de afear la antinaturalidad en el teatro y la ruptura de las normas clásicas. Conservamos también en la Biblioteca Nacional de España el manuscrito de una comedia de esos años: Sacrificar por la patria la libertad y la vida: comedia heroica en tres actos (Cádiz, c. 1781-1782). Dio a la imprenta en México una traducción de la Alzire de Voltaire: La Elmira. Tragedia moderna en cinco actos, por D. Juan Pison y Vargas, con la segunda parte de Los abates locos y su loa (1788) (Lafarga y Pegenaute, 2004: 260; Álvarez y Braun, 1986), representada el 22 de mayo de ese año para celebrar el cumpleaños del virrey, según se recoge en La Gaceta de la ciudad, que define al segoviano como autor «cuyo ingenio es bien conocido por otras piezas que ha publicado en Europa» (Herrera Navarro, 1993: 356-357). También tenemos noticia del sainete La prudencia del marido hace a la mujer discreta (Coulon, 1993: 89); de la comedia en tres actos Si la muger es prudente, domina y vence al marido, traducida del italiano e impresa por Juan Xímenez Carreño, sin año, pero seguramente antes de su partida; y sobre todo de La Shore, tragedia en cinco actos, sin lugar, fecha ni nombre de editor; acaso concebida en el país azteca, pues se representaba allí en 1806, aunque consta como de autor desconocido (Antología del Centenario, 1985: 421-422) en el Diario de México (jueves 4 de septiembre de 1806, p. 20). La Shore es la traducción de The Tragedy of Jane Shore del inglés Nicholas Rowe (1714). Hay que observar que el hecho de que la firme con el anagrama «Nosip» remite a la época de Cádiz, aunque nada impide que siguiera usándolo en América. ¿Significa esto que Pisón residía en México en 1806? Lo único que se desprende de estos datos es que nos las habemos con un escritor interesado por el teatro y por la reforma de la tragedia según los ideales neoclásicos. Su ingenio se vertió principalmente en traducciones y, en consecuencia, La Perromachia supone una excepción, tanto por ser obra original como por pertenecer a un género no dramático, más allá de que tenga mucho de comedia sentimental. Por desgracia, toda su producción ha sido exiliada de las historias de la literatura, a pesar de los elogios que Aguilar Piñal (1996: 88) dedicó a la que nos ocupa: «este precioso poema es digno de ser mejor conocido y estudiado, dentro del estilo paródico». La Perromachia debió de gozar, no obstante, de cierto aplauso, pues se conservan dos manuscritos copiados en Valencia en 1790 y 1793 (Mss/8453 y Mss/5638 de la BNE). El último es descriptus del primero y no de la edición príncipe, pues repite todos los errores del texto de 1790 y suma varios propios. Su relativa proximidad en fechas con La Perromachia de Nieto Molina confundió a algunos lectores del xviii, lo que hace que los preliminares del texto del gaditano aparezcan en los manuscritos que contienen la de Pisón. Vid. digitalizada en la página de la Biblioteca de Catalunya: . 57

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6.1. Estructura de La Perromachia La estructura de este «enamoramiento canino» es muy sencilla (Aguilar Piñal, 1996: 88). Sigue la horma de La Gatomaquia, alternando la fortuna y los celos en el idilio entre dos perros. El hecho de que Pisón adopte la división en silvas indica que tal dependencia lopista no es solo temática y de tono, sino también dispositiva. La única diferencia en este sentido radica en que el segoviano, frente a las siete silvas del Fénix, articula su obra en ocho cantos. Con todo, cuando se publicó La Perromachia (1786), la silva en pareados se había instituido ya como fórmula de los poemas que procuraban resucitar la fábula esópica. Así, Talavera Cuesta (2007: 177-179) ha evidenciado cómo treinta y cinco de los apólogos de Ibáñez de la Rentería —dos terceras partes del total— se rubricaron en silvas y en silvas en pareado; detalle que no se debe tratar a la ligera, por mucho que los teóricos del siglo xviii, con Luzán (2008: 418-419) a la cabeza, se opusieran al cultivo de este metro. Después de una propositio de 60 versos, la narratio comienza en el 61, sin más trabazón que el tira y afloja entre los protagonistas. El resumen del argumento es el que sigue: Solimán, perro valiente y noble, se enamora de la bella Sultana, a la que sus padres, Galafre y Carcoma, con cierto aire prostibular, reservan para un mejor partido. Los celos del galán le llevan a enfermar y a perderse por ello una fiesta, pero recibe la visita de Sultana y Carcoma, que le sirve como lenitivo. Se convoca a continuación un baile al que asistirá lo mejor de la perrería. Un segundo ataque de celos acabará con la reconciliación de los enamorados, mientras un par de lebreles reprochan a Carcoma la exclusividad de su hija para con Solimán. Tras otra disputa, en la que el protagonista ataca a su posible suegra, Solimán es arrojado de la casa de Sultana, al tiempo que cruza la puerta su último adversario por el corazón de la perrita: Bodega. Solimán se dedica entonces a espiar a su amada y a ahuyentar a sus varios festejadores, hasta que, al fin, los padres consienten el noviazgo. Un breve romance que se abrochará con la partida de toda la familia hacia otros lugares. Como es preceptivo en el género, cada silva va introducida por una digresión, o por una cronografía, a imitación de la épica seria. Proporcionan el contexto reflexivo y moralizador de los temas desarrollados en la narración. El poder del amor, con exempla tomados de Ovidio, es objeto de la que abre la II, que comienza con una descripción del amanecer. Igualmente apoyada en ejemplos mitológicos, la que se dedica al sufrimiento que causan los celos (IV), con un símil heroico; mientras que la VI descansa en un excurso sobre la pasión y cómo esta actúa sobre los perros, símbolo de la fidelidad. Véase también la silva III, a la que se suma un escarmiento lleno de interrogaciones y exclamaciones contra los amantes. La V, una de las más amplias (42 versos), despliega un apunte sobre la Fortuna, mientras que la VIII incide en el valor de la medianía, con una relección del beatus ille sobre la caducidad de la dicha mundana. El

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reparto es por tanto equilibrado: tres digresiones para cada uno de los temas. Excepción hecha de sus paréntesis morales, la silva VII acoge también una cronografía que subraya el ánimo tormentoso y atribulado de Solimán. Pero las digresiones no se limitan al íncipit de los sucesivos cantos. También las encontramos en mitad de la narración. Así, la que empieza «mas ¡oh, implacable sed del oro inmundo!» (I, 237-242)58 sobre la venalidad de los padres de Sultana; una breve, con ejemplos míticos, relativa al amor (II, 174-180); otra ecfrástica, propia de la epopeya culta (III, 155-180), donde se describen los retratos de los canes famosos que adornan la sala de baile; e incluso otra acerca de la Fortuna (V, 143-148). Más relación con la épica burlesca posee el narrador, que se presenta como «cronista» (I, 63-64) y traductor del idioma de los perros (I, 176-178), al igual que su homólogo en La Moschea asumía el papel de intérprete de la lengua mosquita. Es característico de estos textos el salto de nivel enunciativo al final de los cantos como guiño al lector para acentuar lo artificioso de la historia y romper así con la creencia ingenua en el mundo representado: «…y que ya sin aliento / suspendo el canto y dejo el instrumento» (III, 305-312); «y yo que ya me abismo / con tanto perro voy a hacer lo mismo» (V, 348-349). En otras ocasiones el narrador se entromete para apelar a su público (IV, 40), ironizando sobre la altura que toman los hechos, o para marcar el final de la digresión: «y volviendo al intento» (IV, 51). Hasta se dirige una vez al protagonista: «¡Quién te dijera, perro desdichado / que fueras de Carcoma tan odiado!» (V, 135-136). Lo común, sin embargo, es que el narrador adopte un tono hinchado y un punto didáctico. Circunstancia que lo aleja de la épica burlesca y lo aproxima a la fábula y a las sátiras ilustradas. El nexo con los apólogos se hace explícito en tres pasajes donde Pisón alude a la posible moraleja de la historia: «como los perros son, de cuyo instinto, / al discurso distinto / muchas veces no hallamos / y aprendemos tal vez lo que ignoramos» (VI, 15-18); «y es forzoso haya quien ridiculice / que tratando de perros moralice» (VIII, 37-50); «un ejemplar ofrece nuestra historia / en el perruno hecho / que pudiera servirnos de provecho» (VIII, 48-50). 6.2. «Invención poética»: modelos y fuentes No parece casual la impresión en solo veinte años de dos libros fraguados al socaire de La Gatomaquia. Ambos nacieron de los tórculos con el mismo título, La Perromachia, y ambos responden a las sales de un par de ingenios sobre los que ignorábamos casi todo —al menos hasta este libro—. De hecho, 58 Dado que aludimos a otros autores, cuando sea necesario, y para evitar confusiones, indicaremos entre paréntesis el año de publicación, la silva en números romanos y los versos en arábigo de La Perromachia. Si el contexto no ofrece duda, citaremos solo el número de silva y de versos.

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apenas coinciden en que sus autores los bautizaron de forma similar: «Fantasía poética en redondillas con sus argumentos en octavas», en el caso de Nieto Molina, que lo dio a la estampa en 1765, e «Invención poética en ocho cantos», tal como encabeza sus versos Pisón en 1786. Mientras que Nieto escribe una epopeya de animales con licencias humorísticas, en las silvas de Pisón no hay rastro de la guerra ni símiles ariostescos. La descripción de las armas se sustituye por una sátira sobre la extravagancia y los refinamientos en el vestir de una nobleza aburguesada que no está a la altura de las circunstancias. Por ejemplo, leemos que Arcabuz lleva una artesa como sombrero, guantes y bastón a la francesa (I, 261-268). Y el primer pretendiente de Sultana regala a su padre un «vestido / con guarnición completa de becadas» (II, 260-261). Muy carnavalescas son también varias de las ofrendas del texto: «con esto, y un menudo / un plato de jamón cocido o crudo / un ponch y dos sangrías» (V, 260-264). Lo mismo que las «canillas» (de carnero o ternero) que sirven de instrumentos musicales (III, 284-286), o bien como armas: «fue ligero / a buscar dos canillas de carnero» (V, 302-303). El título supone, pues, una fantasmagoría. Porque Pisón no narra batallas entre canes ni describe ejércitos. No le interesa el conflicto armado y sí el amor y los celos. Lo que en absoluto invalida sus deudas con La Gatomaquia. No en vano, Fasquel (2010: 595) ha sostenido que «contrairement à ce qui se produisait dans La Moschea, l’amour est au coeur du poème de Lope». Si las piedras de toque para Nieto Molina son esencialmente barrocas, Pisón y Vargas también rentabiliza otras (Garcilaso, fray Luis) que disfrutaban de bien ganada fama en el siglo en que le tocó vivir. Identificaremos esas falsillas, sus andamiajes líricos, narrativos y teatrales. La primera razón que incita al divorcio entre Francisco Nieto y Juan Pisón es la génesis de sus respectivos libros. Si el primero se declaraba desde joven hechizado por Góngora, Quevedo, Cáncer o Lope de Vega (Bonilla Cerezo, 2010a), no sorprenderá ahora ni su estima por el poema bélico-gatuno ni el calco de parte de su trama. Diríase que Pisón se educó en una atmósfera más neoclásica —su hermano había brillado como fabulista (Talavera Cuesta, 2007: 57-58 y 65)—, lo que explica que su Perromachia se justifique por otros avatares: Antonio Sancha (1778: XIX, 172-262), cuyas prensas acogieron este texto, había reimpreso las silvas mininas del Fénix en su colección de Obras sueltas, y López de Sedano, por las mismas fechas, se deshacía en aplausos hacia el texto lopesco por ser único y superior a todos los de su especie, tanto en nuestra lengua como en las foráneas. De hecho, el prestigioso tipógrafo (Sancha, 1776, I: 4) apuntaba en su tomo I que el autor de Fuenteovejuna le satisfacía porque Nicolás Antonio lo había ensalzado en su Biblioteca Hispana junto a Cervantes, Rebolledo, Acuña, Medrano, Padilla, Esquilache, Virués, Castillejo, Silvestre, Herrera, Mendoza, «y otros muchos que no [son] inferiores […], y sí dignos de que anden en manos de todos, como Garcilaso de la Vega, fray Luis […] y don Esteban

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Manuel de Villegas, que hasta ahora tampoco habían logrado esta suerte». No en vano, los tres últimos son autoridades de cabecera para Pisón. Sin embargo, antes de hablar de ellos, vayamos al origen de todo: el rapto de la bella Zapaquilda. 6.3. Propositio: la verdad entre perros y gatos El final de la silva VI de La Gatomaquia reza como sigue: «Perdona, Amor, que aquí comienza Marte, / y sale Tesifonte / a salpicar de fuego el horizonte; / suspende entre las armas los concetos: / pues das la causa, escucha los efetos» (vv. 442-446) (Vega, 1982: 209)59. La curiosa historia de Marramaquiz, trasunto de Paris; Zapaquilda, la Helena de las gatas; y Micifuf, un Menelao ofendido que ni siquiera tuvo tiempo de consumar sus nupcias, cede de ese modo el primado a la guerra entre los dos paladines. Una batalla —pintura de las tropas incluida— descrita en la silva VII, que merece por derecho y singularidad el adjetivo de «épica»; por más que se atisbara ya la lucha en la III (vv. 314-361), cuando el valiente Marramaquiz y Micifuf dan con sus huesos en la cárcel como consecuencia de haberse batido en duelo. Pisón desestima los pasajes referidos a Tesifonte, furia que marcaba la obertura de los combates en la épica seria y en La Gatomaquia. Es como si para él no existieran esos versos de Lope ni la citada silva VII; más aún, lee el poema del Fénix como un celoso y civilizado cortejo entre felinos, similar a los de La prudente venganza (Novelas a Marcia Leonarda) o cualquiera de las comedias del madrileño. A este propósito, La Perromachia no carece tampoco del vicio que se ha achacado a su prototipo: la abusiva extensión. Y es que el juguete del autor segoviano se vuelve algo tedioso por las causas que desarrollaremos enseguida. No es la menor entre ellas la ausencia de una trama marcial, que deriva en la omisión del héroe, pues Solimán, si bien no se muestra timorato, queda envuelto en una disputa familiar, ridícula, sin victoria posible. Una riña entre contendientes desiguales y de poco lustre. Ya que Blázquez Rodrigo (1995: 296, 299 y 309) ha glosado que el final de La Gatomaquia confirma que «esta narración es el punto de partida de una comedia» y puede clasificarse como fábula de amores o «epopeya bufa» que sigue al pie de la letra el Arte nuevo, nos centraremos en los actores principales de La Perromachia y en el rastro del texto de Lope sobre el triángulo que forman Solimán, Sultana y Bodega, con el mínimo arbitraje de Artimina, hermana de la protagonista. Porque nos careamos con un poema que participa del teatro tanto o más que la misma Gatomaquia (Fernández Nieto, 1995: 151-160). Sin obviar las novelas del siglo xvii, las fábulas de Samaniego y, sobre todo, la veta 59

versos.

Citaremos siempre por esta edición. Remitimos desde ahora al número de silva y de

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amorosa, ascética y bucólica, según los casos, que arranca de los sonetos y las églogas de Garcilaso para intelectualizarse con las odas de fray Luis y cargarse de opulencia y anacreóntica en Villegas60. Lo primero que llama la atención es el íncipit de la silva I, a imagen de Lope: «Yo que nunca canté selvas ni prados / vestidos de arboledas y ganados, / ni sublimes hazañas, altos hechos / de fuertes corazones, nobles pechos, / ni las armas ni leyes, / que conservan los reinos y los reyes; / yo que unas veces triste, otras contento, / al son de mi instrumento, / en baja consonancia / medía la distancia / que entre males y bienes / ostenta la fortuna en sus vaivenes; / yo, en fin, que con mi metro bien hallado / ni envidioso vivía ni envidiado, / y aunque me estimularan, / temiendo que las cuerdas no alcanzaran, / jamás subí mi lira / del bajo tono en que feliz respira, / ya mudo de intención, ya sin reparo / a salir de mis dudas me preparo» (1786, I, 1-42). Recordemos que el Fénix abría su Gatomaquia (I, 1-13) con un homenaje a la Eneida en el que dice cantar con instrumento menos grave. La diferencia estriba en que Pisón no puede abdicar de la épica porque, según admite, nunca la ha cultivado. Solo desea escribir a la zaga de Lope, enriqueciendo su voz con las de otros; de modo que la silva culmina en un ejercicio de imitación compuesta. Si el pífano del madrileño era «menos grave», o sea, más apto para la lírica que para las batallas, tampoco esquivemos que le servía igualmente para templar su tambor, símbolo de la guerra. El Fénix rebajó los episodios cruentos de La Gatomaquia en favor de los amorosos, pero sin suprimir los primeros. Sin embargo, en el texto neoclásico es la lira (I, 17-18) la que cobra mayor protagonismo61. Así, la huella de Garcilaso se hace evidente, pues el poeta renacentista escribía en su canción V: «Si de mi baja lira / tanto pudiese el son que en un momento / aplacase la ira / del animoso viento» (vv. 1-4) (Vega, 1996: 100). La impronta del autor de la Oda a la flor de Gnido resucita durante el segundo monólogo de Solimán (silva VII), precedido, eso sí, por una tormenta (1786, VII, 18-23) extraída de la descripción de la cueva de los vientos en La Moschea, donde el dios Eolo desencadenaba los vientos para hacer naufragar las naves (Villaviciosa, 2002: 227-228). Se trate o no de un préstamo directo, el pasaje al que nos referimos destaca sobre todo por sus ecos garcilasianos. Solimán entona un planto (1786, VII, 40-67) para relatar los pesares que le supondría la pérdida de Sultana, apurados por el verso «llorad, ojos, llorad, tan dura pena» (VII, 40-45). Y enseguida viene a nuestra memoria el pareado que cerraba las 60 Según Fasquel (2010: 15), «cette orientation épique limite l’identification du locuteur de La Gatomaquia avec celui de Garcilaso, un poète pourtant omniprésent dans les aventures des chats. Le sonnet qui précède et introduit La Gatomaquia qualifie Tomé de Burguillos de “segundo Gatilaso”, le locuteur cite ouvertement Garcilaso et prétend que ses chats connaissent les Églogues (“el gato las Églogas sabía”)». 61 En la silva III vuelve a repetir «que hay mucha diferencia, si se mira, / de dar en los broqueles o en las cuerdas, / pasar la espada el pecho, o por la lira / el arco, hiriendo las pegadas cerdas» (1786, III, 334-337).

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octavas de Salicio en la Égloga I: «Salid sin duelo, lágrimas, corriendo» (Vega, 1996: 121-122). Si analizamos ambos modelos, separados por seis silvas, veremos que Pisón se apoya en Garcilaso como ejemplo sentimental. Lógico. Si su objetivo era componer un texto amoroso, sus autoridades no podían adscribirse al universo épico. Por ello ni en los metros del toledano ni en los de Pisón hay tambores que valgan y sí la aceptación del horacianismo de fray Luis, en quien también se inspira el autor de La Perromachia: los versos «yo, en fin, que con mi metro bien hallado / ni envidioso vivía ni envidiado» (I, 13-14) son reflejo de los de la Oda XII («A la salida de la cárcel») del agustino: «y a solas su vida pasa, / ni envidiado ni envidioso» (vv. 9-10) (León, 2001: 191)62. Esta tupida red de homenajes no oculta que el último viene filtrado por una de las fábulas de Samaniego, quien en El pastor y el filósofo, la primera de su libro VI, escribía: «De los confusos pueblos apartado, / un anciano Pastor vivió en su choza, / en el feliz estado en que se goza / existir ni envidioso ni envidiado» (vv. 1-4) (Samaniego, 2007: 371). Más aún si advertimos que su rastro se filtra también por la silva IV: tras un rosario de míticos celosos (Ísico, Calisto, Juno), Pisón apela a sus lectores («Tú, curioso lector, saber intentas / a qué son estos rayos y tormentas, / temiendo que de tales prevenciones / algún parto no salga de ratones», vv. 39-42), marcando así la transición desde la fábula del Barroco a las esópicas de la Ilustración. El ejemplo resulta bien conocido: Horacio hacía una breve referencia a esta fábula griega en su Epístola a los Pisones («Parturient montes, nascetur ridiculus mus»), pero la fuente del segoviano es la XV del segundo libro de Samaniego (2007: 227-228): «Estos montes, que al mundo estremecieron, / un ratoncillo fue lo que parieron» (vv. 7-8). Mosaico de autoridades, pues, que, partiendo de Lope, se retrotrae hasta los dos grandes maestros para los neoclásicos, Garcilaso y fray Luis; tamizados, eso sí, por el más dieciochista de los géneros: la fábula. Pisón nos confirma que su tono es lírico, menor, pero renacentista y claro. Insistimos: Garcilaso y fray Luis nunca abandonarán su atril; de los primeros versos se colige que la historia de Solimán y Sultana —lira mediante— será estrictamente amorosa y que a Pisón la épica solo le interesa en lo que tiene de idilio y de comedia. De acuerdo con los rasgos señalados por Blázquez Rodrigo (1995: 106-113) como coordenadas esenciales del género, están ausentes aquí la estampa del héroe, el predominio de una acción verosímil de interés nacional, la objetividad —rota por las glosas del locutor chancero— y la categoría de lo sobrenatural. Una actitud que no le impide al segoviano conservar la apelación a las musas: «las bellas ninfas del Castalio coro» (1786, I, 26-30); apóstrofe que solo tiene ya de festivo el adjetivo «hidrópico» para ridiculizar el arrebato de los poetas (Luján Atienza, 2007). Pero Pisón no va a cantar «los amores y accidenSobre la fortuna de ambos poetas en el xviii, vid. Pozuelo Yvancos y Aradra Sánchez (2000: 257); y Palacios Fernández (1983: 540). 62

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tes / de dos gatos valientes» (I, 17-18), como hiciera Lope, responsable de una historia que «évoquera l’amour comme matière constitutive de l’épopée, la passion dans ce qu’elle a d’autodestructeur et surtout de destructeur pour la collectivité, lorsqu’elle entraîne la guerre de Troie, ou des combats entre les meilleurs chevaliers d’un même camp, qu’ils luttent pour les beaux yeux d’Angélique, de Doralice, d’Armide ou de Zapaquilda» (Fasquel, 2010: 596). En las silvas de La Perromachia, Solimán apenas hace gala de su hombría, mientras que Bodega y el resto de los pretendientes de Sultana son unos cobardes redomados. La aventura discurre aquí por otros caminos y Pisón no duda en aclararlo: «que divertido canto / al compás de mis yerros / los sucesos y amores de unos perros / que siguiendo la ley de su destino / con paso peregrino / y pensamiento vano / llegaron al emporio gaditano / donde Sultana, perra prodigiosa, / tan joven como hermosa, / a pesar de sus padres ladradores / se mantuvo constante en sus amores» (1786, I, 32-42)63. «Sucesos» y «amores» son los sustantivos en los que se funda su propositio. Pues bien, al tiempo que duplican con ironía el arranque del Furioso, cuyos primeros versos ya eran irónicos, ambos conceptos otorgarían un título más ajustado a este texto que el de Perromachia. No debemos incurrir en el error de leer el arranque como una parodia, sino, precisamente, como una de las contadísimas muestras de fidelidad a la obra de Ariosto. Prieto (1975: 47) puso el acento en el hecho de que, al contrastarse desde el inicio pasado y presente, «el Furioso […] es [un] poema muy distinto, donde la ironía crece admirablemente entre realidad y sueño»64. Y Ruffinato (2009: 105) ha perfilado que «il sorriso ironico dell’Ariosto non risparmiava nessuno dei suoi eroi, neppure i più solenni e venerabili come San Giovanni Evangelista, ridotto al rango di cortese anfitrione; e non risparmiava Ruggiero, pavido sull’ippogrifo e amante dei buoni alberghi, né il re d’Irlanda Oberto, acceso da ardente passione per Olimpia». Luego no existe épica y menos aún parodia solo porque el protagonismo lo asuman dos canes; y sí, por el contrario, asunción de las pautas ariostescas. E incluso de las de otro molde que se deja sentir en los versos de Pisón con bastante más brío que la épica: la novela corta del siglo xvii. De hecho, Montalbán había rubricado su única colección a la italiana como Sucesos y prodigios de amor (1624). Y ya que hablamos de novela, el segoviano se ocupa de esta historia porque «un tratante de perros, / que al público los da cuando hace yerros, / condujo a nuestra vista / estos perros de quien soy el cronista» (I, 61-64); fun63 No hay que desdeñar el guiño a los primeros versos de la Soledad I de Góngora: «Pasos de un peregrino son, errante, / cuantos me dictó versos dulce musa, / en soledad confusa, / perdidos unos, otros inspirados» (1613, vv. 1-4). Vid. Góngora (1994: 183-185). Y tampoco a los que abren La vida es sueño: «¡Quédate en este monte, / donde tengan los brutos su Faetonte, / que yo, sin más camino / que el que me dan las leyes del destino, / ciega y desesperada, / bajaré la cabeza enmarañada / deste monte eminente, / que arruga el sol el ceño de la frente!» (vv. 9-16). Vid. Calderón de la Barca (1990: 58). 64 Vid. también Caravaggi (1974: 169-207).

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ción que no desentona de la del alférez Campuzano cuando, a propósito del coloquio entre Cipión y Berganza, declaraba en El casamiento engañoso que «como yo estaba tan atento y tenía delicado el juicio, delicada, sotil y desocupada la memoria […], todo lo tomé de coro y, casi por las mismas palabras que había oído lo escribí otro día» (Cervantes, 1995, II: 294). 6.4. De Villegas a Samaniego La presentación de Sultana y Solimán nos obliga a reparar de nuevo en La Gatomaquia. Si Lope se afanaba en describir a Zapaquilda («lamiéndose la cola y el copete, / tan fruncida y mirlada / como si fuera gata de convento» [I, 5456]) antes de su encuentro con Marramaquiz, que lucía «una cuchar de plata por espada» y «la capa colorada, / a la francesa […]» (I, 107-109), Pisón se desvía del modelo al concentrar su atención no sobre los protagonistas sino sobre los padres de Sultana; recurso, este del linaje ab ovo, que entronca con la novela del xviii. Tengamos presente que la épica burlesca solía retrotraerse al principio de los hechos y que era el narrador el que los contaba en orden cronológico, al contrario de lo que sucedía en la seria, donde era el héroe (Ulises o Eneas) quien evocaba el inicio de sus aventuras. Y esto sucede porque al héroe paródico no se le otorga suficiente entidad como para convertirlo en relator de hazañas poco dignas (Luján Atienza, 2002: 28-29). Así, Carcoma era «[…] de poca carne y mucha lana, / tan sutil y ladina / que pudiera pasar plaza de fina» (I, 66-68); o sea, de pícara, dado que «fina» significaba entonces tanto ‘delicada’ como ‘astuta’. Y qué diremos del artero Galafre, «en el libre comercio consumado» (II, 218), con el que había contraído matrimonio, «aunque de su comercio separada» (I, 70); luego sus negocios de amor los ejercitaba en otras sedes y con otros canes65. Este tipo de matrimonios nos anuncia que el Siglo de Oro ha expirado, pues lo que Pisón insinúa y propone desde el primer canto es la posibilidad de un desposorio grotesco, como los de los Caprichos de Goya: «Nadie se conoce», «¡Qué sacrificio!», «¿Quién más rendido?»… No hay que desdeñar tampoco el origen picaresco de Sultana, pues condiciona el desenlace, del todo distinto al de La Gatomaquia. Solo tras confesarnos la progenie de su perrita, Pisón sigue el ejemplo de Lope, si bien aborda la pintura de Solimán antes que la de la muchacha. Con una salvedad: tampoco el retrato del “héroe” celebra sus méritos en combate; y menos aún su montura 65 Nótese que el nombre del padre de Sultana es de cuño islámico. Aparece en las crónicas de Alfonso X como rey moro de Toledo cuya hija Galiana tuvo amores con Carlomagno, lo que duplica la ironía de la trama de Pisón: el podenco se niega a entregar a su hija a Solimán, ofreciéndola en cambio a un anciano opulento y cobarde. Sobre la figura del Galafre histórico, vid. Bautista (2003).

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o su identidad con «el paladín Orlando que venía / a visitar a Angélica la bella» (I, 130-131), según expusiera Lope acerca de Marramaquiz. Las notas que lo caracterizan son otras: «Solimán, perro fuerte, / que estaba acreditado / en las guerras de amor de buen soldado. / Era un perro fornido, / de cuerpo regular, poco sufrido, / halagüeño en su trato, / pródigo con su gusto sin recato, / tenaz en sus despechos, / y famoso en el mundo por sus hechos» (1786, I, 78-86). Un burgués de raza. Solimán está versado en las guerras de Amor; es un «galán aventurero / lleno de joyas, galas y dinero». Por ello su destreza se reduce a la militia amoris, o sea, a sus tretas para conquistar señoras. De esta forma, la epopeya —y apenas hemos leído 80 versos— queda de nuevo difuminada, oculta bajo un telón sentimental que acaba exiliándola de la trama. De manera semejante a lo apuntado por Cacho Casal (2010: 69-92) cuando se ocupaba de la que Chapelain llamó «fábula tranquila» del Adone, Pisón se adhiere a esa corriente barroca que reorienta la épica hacia el dominio lírico. Y va más lejos aún: la convierte en una antiépica satírica sobre una nobleza venida a menos e indigna de su pasado. Durante la presentación de Sultana, la falsilla continúa siendo La Gatomaquia, aun con matices: si Zapaquilda se atildaba —se «mirlaba» escribe Lope— como una gata de convento, Pisón aplica este verbo no a la damita, sino a su madre: «Carcoma, muy ufana, / espeluznando su mugrienta lana, / lamiéndose la cola y el hocico, / se quedó tan mirlada como un mico» (I, 107-110). Cambiando el término de comparación, el segoviano rebaja su prototipo; e incluso la respuesta de Sultana se opone a la de Zapaquilda: si la gata del Fénix se afeitaba para mostrar sus galas (I, 83-85), Sultana no se exhibe aquí en absoluto. Elude la visita de Solimán porque todavía está en paños menores: «que es propio de doncellas / ser más honestas cuanto son más bellas» (1786, I, 105106). Una máxima que evoca los aldabonazos finales de las fábulas del Setecientos. Después del primer encuentro entre Solimán y Sultana, algo sui generis, esta reluce con igual belleza que la Zapaquilda de La Gatomaquia (1786, I, 121-132). Se trataría casi de una hermana perruna de la protagonista de las silvas de Lope (I, 83-85), si Pisón no sacara a pasear de nuevo su gusto por las citas. El episodio en que Solimán despierta gracias a la contemplación de Sultana procede de «Los cien pasos», idilio de Villegas editado en el Parnaso de López Sedano (1773: VII, 41) e incluido en las Eróticas: «El alba así cuajada de arreboles / no se mostró tan plácida y lozana, / aunque recame bien sus tornasoles, / de aljófar blanco y colorada grana, / como se muestra bella con dos soles, / aurora más feliz, nuestra aldeana». La sombra del autor riojano persiste en la silva II, que se abre con un préstamo de la épica culta: el tópico del alba que precedía a la batalla: «Dejando espumas canas presuroso / de los montes rayaba / las elevadas cumbres el sol, cuando…» (1786, II, 1-3). Pero Pisón, al tomar otro sendero para concentrarse en el galán celoso, aprovecha una digresión (II, 13-18) que enlaza con la

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imagen del pelo de Sultana: «y las doradas hebras tremolando / del Favonio sutil al movimiento / eran dulces prisiones / de los más obstinados corazones» (II, 52-55). Otro préstamo de las Eróticas: «a cautivar amantes, Lida, empieza / y que en cada cabello / enreda un alma y aprisiona y cuello. // Como en el mes ardiente / el viento mueve las espigas de oro / con soplo diferente, / así las hebras, que en el alma adoro, / del céfiro movidas, / darán mil muertes, vencerán mil vidas» (Villegas, 1969: 14). La autoridad de Villegas asoma asimismo en la declaración de Solimán: «De Carcoma por ti sufro porfías / que han de ser la carcoma de mis días» (1786, II, 74-75). Tanto el galanteo como las quejas del protagonista aprovechan unos metros de la Elegía IX al doctor Pedro Martínez Rubio (Villegas, 1774: 348) y también hay que considerar al creador de las Eróticas (Villegas, 1969: 111) como la vara para medir el inicio de la silva V (1786, V, 1-12). En consecuencia, vemos que Pisón recicla pasajes del poeta riojano en los interludios y las cronografías de su Perromachia, separados por ello de la narración. Lo sugestivo es que no se basa en textos grecolatinos (Homero, Virgilio, etc.) y que, a veces, el tópico del amanecer se desplaza a la descriptio de los cabellos de la perrita. El resto de la caracterización de Solimán abunda en préstamos neoplatónicos que hacen que el triste, «ciego y loco de amor en un instante» (I, 142) se afane en rondarla con usos que destapan su deuda con la novela y la comedia del xvii: «con músicas, visitas y regalos» (I, 160), transformado en «centinela de sus balcones» (I, 168) y en cantor de octavas en «perril idioma» (I, 173-186). De cualquier forma, el narrador vuelve a agarrarse a un noviazgo que ni siquiera ha comenzado, pero que discurrirá sin grandes reyertas. Ninguno de los festejadores de Sultana gana por la mano a Solimán; de ahí que este solo despliegue sus mañas galantes, nunca las marciales, a lo largo de 190 versos. Tampoco al final de la silva, cuando se topa con Arcabuz, una suerte de Micifuf en potencia, la épica sobrepasa la frontera de lo que debió ser y no fue. Lo que aborta la epopeya, reduciéndola a dieciochesca novela de ventaneras, es la actitud de la perrita. Mientras que Zapaquilda jugaba a dos barajas y termina casada con Micifuf, raptada por Marramaquiz y recluida en una torre, encierro que propicia la guerra, Sultana se define por su firme amor a Solimán. Aunque también viaje y salga junto a su madre, recreo que condiciona el epílogo, pues convierte al caballero en un celoso irredento. El primer candidato a rival del protagonista no pasa de secundario y fugitivo: «era un mastín bermejo, / más seco que abadejo, / sumido de galeras» (I, 255-257). Un perro que, sin ser ningún Adonis, cuenta con ese atributo que a ojos de ciertas damas logra que la fealdad se torne en belleza y la belleza en deidad: tiene dinero. Ataviado como un lindo, cuenta con el caudal necesario para honrar a la hija de Carcoma (I, 265-268). Pero no llegará a medir sus armas con las de Solimán. Una vez más el triángulo queda abolido antes de iniciarse. En respuesta a la negativa de Sultana, el mastín huye con el rabo entre las patas (1786, I, 303-308). A este propósito, en la silva VI, deudora de la IV de La

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Gatomaquia, Solimán insiste en que Sultana ya no era la que solía. Por eso La Perromachia se revela como un poema de espionaje y de murmullos; un alejarse para volver sobre las tribulaciones de un can celoso que no siente segura su campaña: «De Bodega se queja porque, ingrato, / robándole la presa / procede en tal empresa / aun más que como perro como gato, / y creciendo con esta villanía / aquella natural antipatía / que entre las dos especies se comprehende, / con los gatos emprende, / creyendo sus rebatos / encontrar a Bodega entre los gatos» (VI, 80-89). La clave del fragmento es la fábula III (Los dos perros) del libro IX de Samaniego (2007: 447-448): «“¿Qué cosa estás haciendo, / desgraciado Sultán?” Pinto le dice; / “¿No sabes, infelice, / que un Perro infiel, ingrato, / no merece ser Perro, sino gato?”» (vv. 9-13). 6.5. Una novela comediesca A lo largo de la silva II, la voz de Solimán deviene en canto de autobombo sobre las aves —con clara simbología erótica— que ha regalado a Sultana: «¿Qué perdices, qué pollas, qué pichones, / qué pavos, qué capones, / sin otras muchas aves, / para ti no he robado, como sabes?» (II, 94-97). Inventario propio de un galán seguro de sus gracias, y resultado de sisas varias, que podemos comparar con los dones (un pie de puerco, tocino y salchichas) que el también pobre Marramaquiz brindaba a Zapaquilda en La Gatomaquia (I, 291-297); aunque Sultana no sustituya aquí a Solimán por otro pretendiente. Mientras la perrita atiende a tamaño “bodegón”, parece olvidar que habla con un can ratero; el que mejor casaría con la hija de una daifa y de un celestino sin escrúpulos (II, 138143). Se comporta así como un trasunto de Penélope, mucho más que de Helena, pues, persuadida de su amor, desdeña a cuantos galanes le salen al paso. Desde la silva II, Sultana, tan hermosa como casta, se opone a Artimina, a la que le correspondería en esta obra la función de Micilda en La Gatomaquia; papel, como otros, que no se concretará en una peripecia paralela: «era esta perra hermana / mayor de la Sultana, / en todo muy cumplida, / pero en nada a su hermana parecida» (II, 156-160). Pisón no amplifica el esquema de dobles parejas de la novela y el teatro barrocos. Como sostiene Blázquez Rodrigo (1995: 59), a partir del poema de Lope, el leitmotiv de Marramaquiz y Zapaquilda «no es solo una guerra entre gatos. Hay en ella un trasfondo humano más interesante […]. Lope […] agrega […] una visión cómica de las pasiones humanas, dándonos de esta forma una trasposición de la conducta de los animales a la conducta de los hombres». Pisón, un siglo después, asimila y radicaliza esta postura al servirse de animales para delatar a los individuos de su tiempo. Sorprendente, aun sin batalla, que repare en un grupo de cortesanos, perrihombres y perridamas, parecido al de La Gatomaquia; más allá de que la misión de Micilda quede mucho mejor definida que la de Artimina. Aquella no dejaba de ser un pasatiempo de Marramaquiz para olvidar a Zapaquilda; excusa y recreo

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que Pisón elude en su poema: Artimina no es el centro de atención de Solimán, sino de Bigotillos, «tan asqueroso y feo / que apagaba la llama del deseo» (II, 162-163). Luego Artimina se caracteriza por el hecho de que «hubo lengua atrevida / que asegurase andaba algo salida», pero el cortejo de Bigotillos hace pensar tanto en el caballero y la dama, en el gracioso y la criada, de las comedias de Lope como en los petimetres ilustrados. Otra vía abortada de súbito, pues nada sabremos de lo sucedido a Artimina con Bigotillos, por el que estaba «dada a perros». Otro negocio es el de Arcabuz para que el «mastín mona» de la silva I haga buenas migas con Galafre (II, 253-272). Tal vez por ello, la III se inaugura con una digresión sobre los celos (vv. 1-36). Solimán, oliéndose algún engaño —pensemos en el Veinticuatro de Los comendadores de Córdoba, seguro del adulterio de su mujer (Vega, 2003: 163)—, organiza una cena para pedirle explicaciones a Sultana y observar a cuantos pululan a su alrededor (vv. 2555-2563). He aquí otra clave de la obra: los canes fingen, encubren y velan como en una novela burguesa. Todo se reduce a una colosal mascarada: «favorable ocasión se prometían / de poder descubrir lo que fingían» (IV, 250-252); «que si quería conseguir partido / diera sus esquiveces al olvido, / y en la farsa sociable / un papel eligiera más afable» (IV, 265-268); «en el disfraz de gloria, / celebrar pretendía la victoria» (VI, 69-70); «haciendo su artificio / que pase indubitable / por paz inalterable / el que en realidad era un armisticio» (VIII, 135-138)… Una farsa donde el único episodio contrapunteado por notas bélicas es el de Solimán y Carcoma, respectivos aspirantes a la condición de yerno y suegra. Pero Sultana no ha engañado a Solimán ni tiene amantes de ninguna clase. Luego Pisón descarta la opción de la tragedia de horror al estilo de Virués o Bermúdez, que acostumbraba a terminar en uxoricidio, para guardarse en la recámara un idilio que participa de los relatos del Seiscientos sobre el marido celoso. Solimán desconfía de todo y de todos, en la línea del Filipo Carrizales del Celoso extremeño; de Marcelo, protagonista de La prudente venganza; de los novios, esposos y dueñas de Castillo Solórzano en El celoso hasta la muerte o El amor en la venganza… Y también de los de las comedias de los dos Moratín. Solimán recorre el camino inverso al de cualquier enamorado: el veneno de los celos lo lleva a atribuir a una perrita de buen pedigrí moral un vicio —la promiscuidad— que no le pertenece en absoluto. Arriesga y en parte pierde su relación por un pecado que nunca existió. 6.6. Retratos de salón Pisón se desvía del cañamazo novelesco tras la reprimenda de Solimán a las perras. Es el momento en que Carcoma y Sultana abandonan la casa por unos días y la protagonista, presa del nerviosismo, tropieza en la escalera (III, 109112). Los versos reformulan, de algún modo, la riña entre Zapaquilda y Micil-

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da en La Gatomaquia. Como se recordará, ambas gatas caían desde un tejado en la silva II (vv. 370-397). Pero la historia se anuda de nuevo gracias a una posible reconciliación: Solimán celebra un baile (III, 142) en el que el narrador enumera los «retratos excelentes» (III, 159) que adornan la estancia. Otro recurso sacado de las bodas de Zapaquilda y Micifuf (V, 105-126) en las silvas de Lope. De los versos del segoviano (1786, III, 163-180) se deduce que había cuatro pinturas y muy distintas de las de La Gatomaquia. Vila-Belda (2003: 216) ha explicado que los nombres de los felinos («Ferrato», «Túmire», «Mocho»…) en la obra del Fénix servían a guisa de «juego paródico que altera el papel que desempeñan; por ejemplo llamar “Mocho” a un héroe, palabra que en la época significaba ‘cornudo’; […] o revela deformaciones grotescas del cuerpo». Pisón se ciñe en cambio a los patrones literarios —sin burla onomástica— de Cervantes («Mambrina», «Cipión y Berganza»), el Florisel de Niquea de Feliciano de Silva («Macarte»), la propia Gatomaquia («Perrimarte») (I, 270272) o La Muracinda: «Tú (oh celeste Can) que entre los astros / tienes tu asiento, envía tu socorro / en favor de tus canes […]» (vv. 15-19) (Cueva, 1984: 204). También aquí Pisón coincide con esa moda dieciochesca consistente en acudir a un libro (o a un lienzo) para celebrar o mofarse de los tipos sociales. Así, Parini en Il Giorno («Il Mattino»), a propósito de un «breve libro elegante a te dinanzi / tra gli arnesi vedrai che l’arte aduna / per disputare a la natura il vanto» (vv. 595-597), perífrasis para aludir a Voltaire, enumeraba los modelos “épicos” que el Joven Señor tendrá presentes: «Tu appresta al mio signor leggiadri studj / con quella tua fanciulla all’Anglo infesta, / onde l’Enrico tuo vinto è d’assai, / l’Enrico tuo che in vano abbatter tenta / l’Italian Goffredo ardito scoglio / contro a la Senna d’ogni vanto altera. / […] / Questi o signori i tuoi studiati autori / fieno en mill’altri che guidàro in Francis / i bendati Sultani i Regi Persi / e le peregrinanti Arabe dame, / o che con penna liberale a i cani / ragion / donàro e a i barbari sedili, / e dier feste e conviti e liete scene / a i polli e dalle gru d’amor maestre» (vv. 621-644) (Parini, 1975: 25-26). Y lo mismo en estos otros versos de «La Notte»: «Quanta folla d’eroi! Tu, che modello / d’ogni nobil virtù, d’ogn’atto eccelso, / esser dei fra’ tuoi pari, i pari tuoi / a conoceré apprendi; e in te raccogli / quanto di bello e glorioso e grande / sparse in cento di loro arte o natura. / […] / Questi è l’almo garzon, che con maestri / da la scutica sua moti / di braccio / desta sibili egregi; / e l’ore illustra / l’aere agitando de le sale immense, / onde i prischi trofei pendono e gli avi. / L’altro è l’eroe, che da la guancia enfiata / e dal torto oricalco a i trivj annuncia / suo talento inmortal, qualor dall’ alto / de’ famosi palagi emula il suono / di messagger, che frettoloso arrive» (vv. 351-377) (Parini, 1975: 114115). Por otro lado, si La Gatomaquia exponía su pinacoteca felina después del duelo entre Marramaquiz y Micifuf (silva III) y poco antes de la batalla final

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(silva VII), la única huella épica de La Perromachia son precisamente los citados cuadros. Lienzos, a su vez, que cuelgan de un salón rococó que borra cualquier epopeya; y no porque los protagonistas sean canes, sino porque los invitados se sienten más que lejanos de unos caballeros que en nada confluyen con los que allí ha reunido Pisón: perri-máscaras que representan la carnavalización de los retratados (III, 187-206). Nótese que varios de los machos llevan nombres florales («Jazmín», «Tulipán») que los afeminan y sus vestidos son muy poco castrenses. Pisón confirma, de este modo, la farsa de un poema que nos había vendido como épico en el título. Y si observamos tamaño desfile, es difícil no percibir el tópico del majismo, y hasta la sátira quevedesca, sobre Pulpilla, Corsa, la presumida Arlaja y una muy fea, «que es la irrisión mayor cuando se aliña / una vieja queriendo hacerse niña» (III, 237-238). Lo original del pasaje es que las descripciones femeninas se sitúan justo después de las de los retratos y como antesala de la de Sultana, que recicla a su vez términos pictóricos: «Pintar de nuestra perra el brío y gala / sería oscurecer toda la sala / y querer que subsista / el oído en los riesgos de la vista» (III, 253-256). Tampoco hay duda de que la escena del baile deriva de la legión de gatos (Maús, Ranillos, Alcubil, etc.) que acudieron al desposorio de Zapaquilda y Micifuf, seguido también de un baile (V, 154-208). Empero, Lope se limitaba a referir dos danzas, una gallarda y una chacona (V, 200-205), suspendidas por la irrupción de Marramaquiz, «de acero y de furor armado» (V, 245), que desafía a los presentes (V, 264-266). El gato se transformaba entonces en un Aquiles o Ulises que liquida a la mayoría de los invitados, a excepción de Micifuf: «pues de sus manos se escaparon pocos, / llamándolos traidores Mauregatos» (V, 305-306). En La Perromachia no hay lugar para un Micifuf canino, esto es, para un rival con las mismas dotes de Solimán. Y quizá por ello la mecha que podría encender una guerra enseguida se apaga, de modo que Pisón cierra su silva con un “manual” de las danzas que se ejecutaron aquel día (III, 281-294). Luego es fácil ver en este fragmento, el de los retratos heroicos y la onomástica perruna, trazos de esa literatura del xviii que pasaba irónica revista a los atributos de los “caballeros”. Citamos de nuevo Il Giorno de Parini (cuya primera redacción data de 1763-1765, «Il Mattino» y el «Mezzogiorno») porque coincide con el poemita de Pisón en su magnificación de lo fútil para devolvernos un espejo invertido de lo que debiera haber sido el comportamiento de los grandes, ahora ociosos y corrompidos. En palabras de Calzolari (1975: XXII), «Sedlmayr e Bauer […] hanno insistito sulla struttura ‘micromegalica’ del Rococò, che consisterebbe esencialmente in un gioco scalare di artificiale riduzione o ingrandimento della realtà, gioco che assume spesso il significato evasivo di compaciuta celebrazione del grazioso o del minuto, ma che ha implicite anche delle profonde posibilita di sovversione». En cierto modo, La Perromachia narra en ocho cantos lo que el pincel de Tiepolo había plasmado ya en La Passeggiata: un cortejo en el que los dos nobles que flanquean a una misteriosa

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aristócrata dan la espalda al espectador, ajenos a virtudes como el recato y la discreción. Lo genial de esa comitiva, en la cumbre de la ironía, es que la encabezan y despiden un par de perros. 6.7. Celos de barroco cantor: Góngora y Calderón La silva IV arranca con un interludio basado en los primeros versos de las Soledades: «Cual triste caminante / en noche tenebrosa / de tempestad furiosa, / suspende el paso errante, / y cuando le sucede, / a la luz que el relámpago concede, / divisar la vereda / más deslumbrado queda / sin saber qué camino / tomar debe en tan mísero destino» (1786, IV, 1-10) (Góngora, 1994: 183-185 y 209). Pisón porfía en el tema de los celos («pues los hombres más sabios / en celosos agravios / procedieron más necios / dando injusta venganza a sus desprecios», IV, 25-28) en la parte más barroca de su texto. No en vano, el fragmento transcrito evoca el título de una comedia de Calderón: A secreto agravio, secreta venganza. Otro préstamo gongorino es el siguiente: «Buen ejemplar ofrece Acis hermoso / por los celos del cíclope furioso / de un escollo oprimido / y en río de su nombre convertido» (IV, 29-32). El segoviano resucita aquí a los dos personajes masculinos del Polifemo y copia un estilema («oprimido») del epilio de Góngora (2010: 169): «cuando, de amor el fiero jayán ciego, / la cerviz oprimió a una roca brava, / que a la playa, de escollos no desnuda, / linterna es ciega y atalaya muda» (vv. 341-344)66. La novedad de la silva IV se cifra en que Solimán irrumpe en casa de la perra, donde un nuevo festín le sirve en bandeja la vindicación de su “afrenta” y una trama digna de las que se veían sobre las tablas del Barroco y la Ilustración. Pero tampoco se llevará a cabo. Las viandas («Otros platos salieron / que el mismo fin tuvieron, / siendo sus cuerpos yertos / sepulcros vivos de animales muertos», IV, 101-104) se basan ahora en unos versos de La hija del aire: «Corrida de ser violada, / una ninfa suya quiso / que las fieras la ocultasen / hoy en los sepulcros vivos / de sus vientres […]» (vv. 917-921) (Calderón, ed. 1856, III, p. 28); y el pánico de la mujer (1786, IV, 114-118) hace pensar en uxoricidios como los de A secreto agravio, secreta venganza. Con otras palabras: cien años antes, esta perrita no hubiese tardado en descansar bajo tierra. Pero en el siglo xviii, donde los animales —como las personas— debían ser un punto más que educados, Solimán acepta las razones de su dama, «obligada» por sus padres a recibir al mastín (IV, 179-198). Conviene reparar en el desmayo de Sultana en la silva V (vv. 322-327). Del todo irónico, pues la guerra in fieri entre sus festejadores se disipa con un 66 La devoción del segoviano por Góngora no oculta algún que otro dardo contra el uso de cultismos: «Mustafá llegó luego / expresándose en griego / y atormentando en culto, / que a mi ver es lo mismo» (1786, III, 191-194).

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vahído femenino; y lo mismo durante su repentina y lírica recuperación: «Cesó el mortal ensayo / volviendo del desmayo, / y, al verla recobrada, / el alma en perfecciones anegada / quedó a sus luces bellas, / mas quien triunfó sin luz, ¿qué hará con ellas?» (V, 334-339). Los modelos son esta vez El médico de su honra («¡Ay Dios, este desmayo / fue de mi vida aquí mortal ensayo!»), de Calderón (1989: 193), y los Ocios del conde de Rebolledo (1997: 307): «ya del sueño su luz desembozada, / quedó de vida incierta / el alma en perfecciones anegada». Todo acontece tras un inciso báquico en el que Carcoma y Galafre, para «dormir la zorra», dejaron a solas a los enamorados. Una nota salaz que el narrador retoma tras el arreglo entre Sultana y Solimán, sobresaltado por la entrada de «dos lebreles / con muchos cascabeles. / No eran Héctor ni Alcides, / pero eran dos soldados / bastante acuchillados / de Venus en las lides» (IV, 223-228). No cuesta intuir que cualquier lector de entonces levantaría la guardia ante la posibilidad de que Solimán se tope con unos contrincantes a la altura de las circunstancias. Nuestro gozo en un pozo. Pisón aclara que uno de ellos «un mico parecía / y ladraba con mucha melodía» (IV, 233-234). Lo contrario de un buen guerrero. Y el otro no mejora las cosas, pues llega vestido como un bachiller de Salamanca. Luego la pincelada épica del texto sigue en mantillas, enmarcada, y hasta paralizada, en los cuatro cuadros del salón. De ahí que la pareja de lebreles cese pronto en su empeño y abandonen el hogar como «uno y otro Marte». Otra ironía, dado que no se han batido con nadie (IV, 302). Cuando más confiado estaba Solimán en la fidelidad de su dama, otro accidente se opone al happy end: Sultana y Carcoma acuden a una fiesta sin informar al celoso. Por una serie de raros sucesos, Carcoma se abalanza sobre Sultana y le araña el rostro (V, 70-73), si bien el perro procura interponerse. Se trata del único duelo, tan casero como pedestre, que sostendrá nuestro héroe. Una riña cuartelera con una anciana que lo aborrece desde el principio. Una perra, además, que siempre tira al monte y cuya actitud viene determinada por su origen, más propio de fregona que de ilustre, según vimos en la silva I. La Perromachia toma así otros derroteros: Sultana y Solimán no podrán verse, ya que la madre de ella lo prohíbe. Y el mismo perro que antes se había opuesto a que las damas de su familia —de la que aún no forma parte— salieran de casa sin permiso, lo que apunta a una mancebía de lo más lasciva, a la luz de la moral de sus suegros —que no lo son todavía—, debe arreglárselas ahora para entrometerse por aquellos muros. Buen momento, pues, para conocer a su último enemigo, el más semejante al Micifuf de La Gatomaquia: Bodega es un «perro abencerraje» (1786, V, 189), si bien su nombre rezuma guiños etílicos, como los del episodio de Galafre y Carcoma en la silva IV. La principal virtud de este can es poner de su parte a Carcoma en la «guerra civil que sin

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gobierno / mantenía la casa hecha un infierno» (V, 249-250). Contienda, por gracia de la ironía, que será la única del poema. Pisón casi no la describe; lo que equivale a negar la misma epicidad de los hechos. Porque una epopeya sin campo de Agramante no es una epopeya. Los antagonistas de Solimán se antojan muy poco marciales. Los hay timoratos y lisonjeros, como Bodega; atildados sin sustancia, como el mastín; mezquinos y maldicientes, en el caso de los lebreles. Empero, Bodega, aunque pretenda conquistar a Sultana, no duda en jugar con Artimina. Por otra parte, su presencia enerva a Solimán, que «viendo que como perros por su casa / al olor se colaban de su perra / a todos declaró sangrienta guerra». Se nos dirá que el episodio tiene cierto sabor épico, como el de Marramaquiz contra los «Mauregatos» en la silva V de La Gatomaquia, pero hay notables cambios: es Carcoma, y no el héroe, quien se adueña de la escena, alborotando de forma que «Bodega y otros perros de su banda / salieron con Galafre a la demanda» (V, 294-295). Ironía que se convierte en parodia cuando descubrimos que solo el padre de Sultana tiene algún valor, aun sin pasar adelante. Porque el «tímido Bodega», al que le correspondería lidiar con Solimán, evita que le golpee un chirlo en la refriega (V, 312-313). Volviendo a la guerrilla, tanto Ulises como Marramaquiz, patrones homérico y lopista de Pisón, respectivamente, liquidaban a un sinfín de soldados en una estancia cerrada, mientras que Solimán se ve inmerso en una pelea que exige que una perra le abra la puerta. Además, la actitud del héroe, que, callado, se bate en retirada (1786, V, 344-345), es de lo más estoica y antimilitarista, según se deduce de los conflictos que lo asaltan desde la silva VI. 6.8. ¿Una batalla dialéctica? Todo indica que los hechos seguirán el cauce de la tragicomedia de honor. No en balde, Solimán acomete en una risible escaramuza a cuantos gatos encuentra por los alrededores. Mininos que nada le habían hecho. Pero esta escenita ariostesca se inspira en aquella de La Gatomaquia (IV, 342-367) en la que Marramaquiz entraba en la cocina de su amo, destrozaba pucheros y cántaros, se atragantaba con una perdiz, derribaba sartenes… Pisón hasta logra por un instante que olvidemos que el adversario de Solimán es Bodega. Ahora bien, enardecidos por el protagonista, del que esperábamos una reacción propia de los justicieros del teatro valenciano, nos damos de bruces con que este apenas ha peleado con un tropel de gatos. Más aún: cuando pensábamos que esa trifulca felina —no buscada por nadie— le podría servir de ensayo para su duelo final, la parodia se tiñe con la lejía del sarcasmo al conocer que Solimán no halla al «perro abencerraje» por ningún sitio. No hay razón, en suma, ni para el gaticidio (VI, 90-97) ni para su poco entusiasmo en la persecución del rival.

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Esta aversión al combate valida que el poema de Pisón se articula como una novela comediesca en verso67. La sintetizamos en tres fases: 1) el idilio / reconciliación, por tres veces; 2) los celos; 3) el amago de guerra contra los pretendientes de Sultana. La Perromachia da la impresión de no ser un relato épico (o antiépico) lineal, lleno de obstáculos, aventuras y desafíos. Se trata, más bien, de un vodevil que gira en círculos sobre sí mismo; de un minué más teatral que heroico, más cortesano que guerrero, más farsesco que paródico. El resto de galanes, a cual más bufo («un faldero que cabía en la copa de un sombrero», «un alano muy preciado de ser perro de ayuda» y «dos perdigueros de pequeña fama») (VI, 152-193), también se esfuman y queda solo en escena el «cobarde Bodega» (VI, 226). Cuando sabemos que Solimán ya no se va a pelear con nadie, y menos con el adversario que le ha tocado en suerte, Pisón se apresta a alabarlo como «atleta valeroso» (VI, 220-221). Y no termina aquí la cosa: Solimán da rienda suelta a todo un catálogo de triunfos del pasado en el instante en que Bodega se disponía a hablar (VI, 254-262)68. El diálogo, a diferencia del de Micifuf y Marramaquiz en La Gatomaquia, se reduce aquí a monólogo: Solimán desgrana su serie de victorias, sin implicación alguna para el presente y menos aún para el futuro; hazañas escuchadas por un perro que ignora todo lo que le cuenta, nunca dice esta boca es mía y solo existe para hiperbolizar la gallardía del protagonista, que nadie sino él mismo acredita. Mientras Solimán actúa como héroe desubicado en un poema novelesco con aire de comedia, Bodega se halla tanto o más perdido en La Perromachia. Encajaría mejor en un relato como los de Salas Barbadillo o Castillo Solórzano; o bien entre la dinastía de pícaros y celestinos de nuestras letras. El poema de Pisón se afirma una y otra vez como farsa. Porque, ¿es posible que el mismo perro que blasonó de ser un «viejo castellano» (VI, 298) tenga un nombre árabe, lo mismo que su dama? ¿Y para qué tantos desvelos si Solimán, como en el romance «Mira, Zaide, que te aviso» de Lope (1999: 77), llega a admitir que está dispuesto «a no hablarla ni verla, / pues que nada perdía con perderla» (VI, 296-297)?69 Al final, Solimán se beneficia de un «secreto aviso» (VII, 96), similar al de la perra loca en la silva VI, que reintroduce el tema de la maledicencia —recordemos a los lebreles— como raíz de los celos. De ahí que siga gimiendo allí donde lo dejamos, en «los umbrales de su dueño ingrato» (VII, 111); pues in67 Tomamos el concepto de Yudin (1969: 585-594). Nótese en este sentido la recurrencia del verbo «entrar» (II, 154; IV, 163-164; VIII, 127, etc.). 68 El modelo vuelve a ser La Gatomaquia (III, 195-288). 69 El patronímico de Solimán también podría deberse a una moda. Corresponde al nombre del sultán turco por excelencia. No es raro, pues, que se encapriche de Sultana, a la que Carcoma pretendía convertir en una «coqueta». Quizá resista bajo este bautismo canino la influencia de Lope, pues en La Santa Liga introdujo un coro con el estribillo «Muera el perro Solimán» (acto III). Aunque no descartamos el rastro, también dieciochesco, del turquismo, justo cuando los otomanos han perdido todo su empuje y ya no representan una amenaza.

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tuye que sus pesares no acabarán con la marcha de Bodega. Sorprendido, mira cómo Carcoma y sus dos hijas salen ahora con «[…] un perro de la Mancha, / segundo Sancho Panza / en lo gordo y lo pequeño / y tercero de grande desempeño» (VII, 124-129). Al margen del chiste, esta penúltima silva es un gris estrambote para las anteriores (VII, 177-179). Ni siquiera la primera intervención oral de Sultana (VII, 250-281), a lo largo de un poema de más de dos mil versos, que pasaba por ser un cortejo, logra que remonte el vuelo. Todos los problemas amorosos obedecen en La Perromachia a la volubilidad de la Fortuna, quizá la gran protagonista de esta obra. Lo advierte el proemio de la silva VIII, cuyo diseño parece luisiano: «¡Los bienes temporales / cuán fácilmente pasan a ser males! / ¡Feliz el que su propio desengaño / consiguiendo sacar de ajeno daño / a los males resiste, / que en librarse del mal el bien consiste!» (1786, vv. 19-24). Dicho fragmento es una mina para descifrar la última lección de Pisón: «Pero también ligera / mi tosca pluma a la moral esfera / ha volado imprudente, / dejándose llevar de lo que siente, / y es forzoso haya quien ridiculice / que tratando de perros moralice. / La razón le concedo, aunque podía / replicar a la crítica manía / que no es costumbre nueva / cometer tales yerros, / pues fábulas de perros / hacen lo mismo y nadie las reprueba» (VIII, 33-44). El autor hace autocrítica al tiempo que vincula su historia con la utilidad moral. Lo mueve, por tanto, una función didáctica que aproxima La Perromachia al territorio de las fábulas de Samaniego y no de la épica. Pisón toca aquí —valga la licencia— un par de instrumentos de cuerda: la lira de sus digresiones (Garcilaso, Villegas, Samaniego) se opone al clarín o al tambor que solían acompañar y enardecer a las tramas de la épica. El segundo instrumento, una suerte de laúd cortesano, le sirve para tocar un septeto de variaciones de la misma sinfonía novelesco-teatral (Góngora, Lope, Calderón), cuyo único héroe, Solimán, acostumbra a quedarse mudo. Cierto que sus perrillos nos enseñan a evitar el peligro de los celos. Pero la palinodia final implica también una burla de este tema, porque nadie —ni los devotos del Barroco ni los hombres del xviii— podrían reprocharle gran cosa. Harina de otro costal es la posición de los lectores familiarizados con la épica, ya que Pisón no ha firmado un contracanto de La Gatomaquia. Nos entrega un perridilio o una perricomedia. De hecho, Carcoma casi muere de un ataque de risa (VIII, 75-85), en un paroxismo simétrico al de Sultana en la silva V; confirmándose así que en La Perromachia unos episodios se truecan en la cruz socarrona de los otros. La ironía se aprecia sobre todo durante la separación de los novios: lejos de constituir esta el premio a la constancia de los amantes, Pisón nos muestra que también las pasiones más encendidas y los más perros amores tienen un colofón triste y distópico: el olvido a manos del tiempo.

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7. El murciélago alevoso. Invectiva de fray Diego González Las primeras noticias sobre el maestro fray Diego Tadeo González (17321794) se deben al también clérigo Juan Fernández de Rojas, amigo y entusiasta partidario de Jovellanos. Este religioso, que cultivó la poesía bajo el seudónimo de «Liseno», informa del origen salmantino (Ciudad Rodrigo) de nuestro autor, cuyos padres, Diego Antonio González y Tomasa de Ávila, eran «no menos recomendables por lo ilustre de su linaje que por sus virtudes morales, cristianas y civiles» (Fernández, 1869: 177)70. Muy poco tardaría su hijo en sumar a esos atributos el de lector, y tras un breve escarceo amoroso, del que no han quedado huellas textuales, tomó el hábito agustino a la edad de dieciocho años71. Fray Diego profesó en el convento de San Felipe el Real de Madrid (1753) y cursó sus estudios en Madrid y Salamanca, donde pronto mostraría afición por los versos de Horacio y fray Luis72. Prueba de ello son sus adiciones a la traducción de los capítulos de Job que hiciera el sabio biblista (Fernández, 1869: 177). Al parecer, fue oído con gusto tanto en la cátedra como en el púlpito; y aunque desempeñó los cargos de secretario de la Visita General de Andalucía, prior de los conventos de Salamanca, Pamplona y Madrid, secretario de Castilla y rector del Colegio de doña María de Aragón, también supo guardar tiempo para la lírica73. Precisa «Liseno» que la producción de fray Diego vino marcada por las dos mujeres que más asoman por sus versos: Melisa y la celebrada Mirta, protagonista de «la Sátira contra el murciélago, tantas veces reimpresa» (Fernández, 1869: 178). No obstante, «Delio», alias con el que firmaba sus poemas, se orientaría en la última fase de su vida hacia temas más serios, movido por la «Carta de Jovino a sus amigos salmantinos» (1776) que Jovellanos envió desde Sevilla a «Batilo» (Meléndez Valdés), «Liseno» y el propio «Delio». A partir de entonces, el autor de A la quemadura del dedo de Filis se afanó en redactar su égloga Llanto de Delio y profecía de Manzanares, escrita con motivo de la temprana muerte del señor infante don Carlos Eusebio y del parto de la serenísima princesa de Asturias; y el ambicioso poema Las Edades (1778), a la postre inconcluso, aunque sus múltiples quehaceres y natural modesto le impidieran dedicarles excesivas horas. Según cuenta su albacea, pues «Delio» encargó a «Liseno» que destruyera sus papeles —última e incendiaria voluntad que este no cumplió—, en sus poesías «se echa de ver […] un alma penetrada del amor, un talento claro y despejado, una inclinación decidida a lo mejor […], 70 Remitimos asimismo a Demerson (1973: 377-390) y Olivera (1994: 15-37). Vid. ahora Sánchez Pérez (2006: 77-100), con amplia bibliografía. 71 Libro V de Profesiones de San Felipe el Real, Archivo Histórico Nacional, Códice 206-B, 263. Ingresó en la orden junto a su hermano Manuel Fernando. 72 Vid. al respecto Atkinson (1933: 363-376) y Vallejo (1976: 595-606). 73 Vid. los artículos de González Velasco (1994: 559-571) y Viñas Román (1994: 681712).

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un lenguaje tan puro y castizo, y una versificación tan dulce y armoniosa que, sin disputa, lleva en esto último ventaja al gran fray Luis» (Fernández, 1869: 179)74. Todo un dechado de virtud y cautela que linda con el panegírico, pero que no debe oscurecer el papel de «Delio» en la formación de la llamada «Escuela salmantina», junto a Meléndez Valdés, Forner, Iglesias de la Casa, Cadalso («Dalmiro»), el propio Fernández y Andrés del Corral («Andronio»)75. De hecho, los especialistas lo citan entre Ramón de la Cruz, Trigueros, Clavijo y Fajardo, Cadalso y García de la Huerta cuando señalan que el panorama en torno a 1760 y la generación a la que pertenece Nicolás Fernández de Moratín «va a ser por entonces el [responsable] de un cambio sustancial en todos los géneros literarios de la época» (Ríos, 1992: 113). No en vano, cuando fray Diego regresó a la ciudad del Tormes (junio de 1775), terminada su Visita General por Andalucía (1774-1775) como secretario del P. Belza, los lazos entre el Parnaso salmantino y el grupo sevillano —«Delio» hizo buena amistad con el agustino P. Miras, «Mireo»— se habían robustecido. Más aún: «recién nombrado prior del convento salmantino, el lugar de reunión de los poetas va a ser su celda. El nuevo prior era el mayor de todos y tal vez esta circunstancia unida a otras, como la de poseer “un genio […] pacífico y deleitoso”, le debió de granjear una estima especial y la calidad de aglutinador del grupo» (Vallejo, 1992b: 179). Tanto Vallejo como Sánchez Pérez subrayan que el grueso de su obra se escribe entre 1774 y 1789, años en los que alumbró su poesía amorosa —la más interesante, por sus notas pastoriles, eróticas y rococó—, la festiva, la didáctica y un variopinto ramillete dentro del cual brillan las dedicadas a sus amigos, la oda «A las nobles artes» (1781) y las de circunstancias, que hacen referencia a sucesos de aquellos días y que Monguió (1961: 256) denomina «poesía civil». Probablemente la invectiva que lleva por título El murciélago alevoso sea hoy su composición más popular. Publicada en varios periódicos de la Ilustración (El Memorial Literario, noviembre de 1789; el Diario de Barcelona, diciembre de 1792; el Diario de Valencia, enero de 1794), después de ver la luz en El Correo de Madrid (diciembre de 1786) (Sánchez Pérez, 2006: 119-120)76, desarrolla una chanza más que abocetada y puntual, si bien no conviene desligarla de su corpus amoroso. Es sabido que la tarea de salvar y organizar sus textos —de modo algo parcial y mutilado— en la edición príncipe de la Poesía de «Delio» (Madrid, 74 Era tal su admiración por el autor de De los nombres de Cristo que, según Demerson (1971: I, 86), «Delio» fue el responsable de que Meléndez Valdés convirtiera a fray Luis en uno de sus autores de cabecera. 75 Remitimos a Rodríguez de la Flor (1982: 193-229; y 1988) y Vallejo (1992: 177207). A propósito de «Liseno», vid. Barabino Maciá (1981). 76 Fue traducido incluso al latín como Perfidus verspetilio por Del Busto y Valdés (1887: 264-267).

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Vda. e hijo de Marín, 1796) recayó sobre Juan Fernández. Lo que no obsta para que buena parte de ella se difundiera en vida del autor. Así, Vallejo (1999: 68) ha razonado que habría que fijar alrededor de 1776 la redacción del poema Historia de Delio, mientras fray Diego componía la canción El triunfo de Manzanares (13 de febrero de 1776). En marzo y noviembre de ese mismo año escribió también una serie de cartas al P. Miguel de Miras y a Jovellanos, coetáneas de la divertida sátira que nos traemos entre manos. Aunque no estemos en disposición de probar la tesis de que los versos a Mirta podrían leerse como un cancionerillo al modo petrarquista (in vita), o sea, como un manojuelo de fragmenta cosidos por el hilo de una biografía amorosa (se ha especulado con un «enamoramiento más cercano a la carnalidad») (Sánchez Pérez, 2006: 111), esta circunstancia incide, y mucho, a la hora de asignar un género u otro a tan curioso poemita. En términos editoriales, la primera alusión a Mirta data de las últimas octavas de El triunfo de Manzanares: «Y si entre los millares / de ninfas, de hermosura y gracia llenas, / que pisan sus arenas / a la fiel y divina Mirta hallares / (que ignorar no podrás aun entre tantas), / besa sus bellas plantas / y dile de mi amor cuanto tú puedas, / con que añadas que siempre corto quedas. / […] / Dile que en la delgada / arena nunca hollada de la gente / grava continuamente / el dulce nombre de su Mirta amada: / y crece, y sube con el olmo alzado; / y que siempre empleado / en formar de sus prendas larga historia, / hará eterna de Mirta la memoria» (vv. 153-184) (Sánchez Pérez, 2006: 290291)77. Lleva el número 14 en la príncipe, pero el propio libro suministra varias pistas sobre la relación que nuestro autor había entablado ya con la andaluza. Nótese que El Cádiz transformado y dichas soñadas del pastor Delio, incluido con el número 15, pero escrito hacia 1775, es una “ficción” en la que esta dama, disfrazada como pastora, atiende a los galanteos del agustino: «Soñé que, transformado / Cádiz en Mirta bella, / así me hablaba: / “¿Con que presto del Tajo a la ribera / trasladas el ganado? / ¡Triste la que nació mísera esclava! / Con gusto te siguiera / hasta dejar los abundosos mares / por la triste escasez del Manzanares. / Pero el alma, que es libre, irá contigo / o quedará conmigo / la tuya en compañía”. / Y era soñar el ciego que veía» (vv. 27-39) (Sánchez Pérez, 2006: 293). También se la nombra como musa de «Delio» (v. 16) en El Digamos de Mireo (número 20 en la princeps), fechado con posterioridad a 1775, pero previo a El triunfo de Manzanares y El murciélago alevoso (Sánchez Pérez, 2006: 307). Mirta volverá a aparecer por último en los acrósticos Censura de unos sonetos (número 30), juguete burlón con poca trascendencia para explicar sus amoríos (reales o platónicos) con fray Diego (Sánchez Pérez, 2006: 328). Luego la Poesía «incompleta» (1796) compilada por «Liseno» solo ofrece una visión imperfecta de las etapas que pautaron los vínculos de «Delio» con la 77

Modernizamos tanto las grafías como la acentuación. Intervenimos en la puntuación.

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gaditana. Lo indudable es que dichos ciclos no siguen en la estructura del libro un orden correlativo, como se deduce de la fecha de composición de los textos y del epistolario del autor. Sabemos que «Mirta» era la máscara de María del Carmen González Llorente; y que fray Diego debió de conocerla en Cádiz, con ocasión de su periplo andaluz. Su relación epistolar con «Delio» puede darse por concluida en el verano de 1778, pues el poeta se quejaba en una carta a Jovellanos «del silencio de la fidelísima Mirta, que ha dejado de escribirle, y le confiesa la verdadera naturaleza de su afecto hacia ella» (Sánchez Pérez, 2006: 110). Es ahora cuando se comprende que una invectiva como El murciélago alevoso, más próxima, en principio, a textos como la Censura de unos sonetos —con el común denominador de Mirta—, merece clasificarse como otro eslabón de su cancionero amoroso. Lo deja claro desde el íncipit, cuando, sin mencionar siquiera al animalejo, evoca una estancia digna de Vermeer o Ter Borch, pero en otra escribanía y habitada por una dueña mucho más deseable: «Estaba Mirta bella / cierta noche formando en su aposento / con gracioso talento / una tierna canción, y porque en ella / satisfacer a Delio meditaba, / que de su fe dudaba, / con vehemente expresión le encarecía / el fuego que en su casto pecho ardía» (vv. 1-8). Los versos cobran significado, con las licencias biográficas que gustemos, a la luz del cierre de El Cádiz transformado, donde apostrofaba a su texto —precisamente una canción— como sigue: «Canción, ve a Mirta, y di de parte mía / que si de verdad y amor dudaba, / sepa que si soñaba / el ciego que veía / era solo soñar lo que quería» (vv. 105-109) (Sánchez Pérez, 2006: 296). ¿Es factible pensar en una correspondencia en verso (no se han conservado textos de Mirta) y tomar El murciélago —al menos sus dos primeras octavas aliradas— como otra pieza de ese puzle amoroso, tan difícil de ordenar (por todo lo que se ha perdido), entre fray Diego y esta mujer? Otro ejemplo es la Cantinela de Delio a Mirta («Me era placer y era gloria»), descubierta por Vallejo (1977: 109-113), en la que el autor celebra las prendas de su musa («Con que tu boca y ojos / mi corazón penetran / ahora, si me acuerdo / de tus miradas tiernas, / con que rindes el alma y el corazón asedias», vv. 27-33). Además de cerrarla con otro apóstrofe a sus versos, en espera de la respuesta de Carmen González: «A Cádiz ve volando / mi dulce cantinela, / y logra la ventura / que a tu amor se le niega. / Y si logras la dicha / de llegar a las bellas / manos de Mirta hermosa, / mil veces se las besas. / Y dile que perdone / si pluma ligera / se resbaló atrevida / o la ofendió indiscreta; / y vuelve luego al punto / a traerme las nuevas, / alegres, si te estima, / tristes, si te desprecia» (vv. 159-174)78. Añádase la décima en redondillas que lleva por título A Mirta («Si la efigie verdadera»); la Canción de Delio a Mirta, también llamada Visiones verdaderas de Delio; la égloga Delio y Mirta y el Romance de Delio a Mirta ausente, en el ms. 3804 de la BNE (fols. 59, 50-52, 54-56 y 69-71, respectivamente); la égloga ha sido editada por Sánchez Pérez (2006: 398). 78

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Contextualizado el momento de composición y el alcance real de El murciélago alevoso, es evidente que nos las habemos con una invectiva cuyo arranque debe soldarse al resto de su producción bucólico-amorosa y cuyo final participa de la tradición de la fábula ilustrada. Aun con matices que obligan a razonar su presencia en nuestro libro. Lo primero que llama la atención es el protagonismo del murciélago, al que «Delio» también dedicó el soneto «El que de asombro, horror, agüero y susto». Pues bien, un rápido vistazo al patrimonio fabulístico europeo revela que los quirópteros no abundan precisamente. Más allá de Esopo (fáb. 140) y de La Fontaine (La Chevre et le deux Belettes, II, 5), solo Samaniego (2007: 432-433) les prestó atención en El murciélago y la comadreja («Cayó sin saber cómo»), aunque todos ellos resalten apenas su ambigua naturaleza, a mitad de camino entre los ratones y las aves, gracias a la cual salen indemnes de los ataques de algún mustélido. El compendio de Talavera Cuesta (2007: 221) incluye otra versión: Bernardino Fernández de Velasco y Pimentel (1707-1771) recicló dicho motivo en la fábula 26 de su Deleite de la discreción y fácil escuela de agudeza79. Algo mayor es, sin embargo, su rastro en los ingenios del Barroco; tanto en la poesía de Góngora, quien los vinculó con el cíclope en el Polifemo, como en la de Quevedo, por el que «Delio» sentía especial devoción80. A propósito de las octavas gongorinas, Cancelliere (2007: 57) señala que el murciélago es «señor del fuego, si bien destructor de la vida y devorador de la luz, cualidades por las que es citado, mientras su nombre se omite (“infame turba de nocturnas aves”). A diferencia del águila, es un ave fallida que tiene algo de sombría y de pesada (“volando graves”); su vuelo es estridente (“gimiendo tristes”), bajo e inseguro». Y añade: «es símbolo del conocimiento desviado o impedido, y, en suma, de la ceguera de la mente no iluminada por la Gracia. Entra con frecuencia en las pesadillas nocturnas [fray Diego la llamará “ave funesta”», v. 24] y entre los síntomas neuróticos como metáfora de las pulsiones inconfesables y desmedidas: su contigüidad al topo y el vuelo incontrolable lo convierten en un símbolo fálico donde se mezclan el horror y la morbosa atracción» (Cancelliere, 2007: 57)81. Para concluir: «este ave abortada participa entonces de las cualidades de la divinidades tectónicas derrotadas por los nuevos dioses aéreos. Su misma longevidad lo hace un ser inmortal que, sin embargo, es emblema y guardián del reino de los muertos» (Cancelliere, 2007: 57). Esta lectura poco tiene que ver con la de «Delio», aunque resista la hibridación animal («Oh monstruo de ave y bruto, / que cifras lo peor de bruto y 79 Talavera Cuesta (2007: 221) precisa que Fernández de Velasco introdujo el tema en El avestruz de Libia, donde cambia por un gato la segunda comadreja de la fábula griega. 80 Pensemos en A una vieja que se adornaba mucho («Que se adorne Lisarda»), de clara inspiración quevedesca. 81 Los corchetes son nuestros.

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ave», vv. 25-26) y su papel de «enemigo declarado de la luz», «nuncio desventurado / de la tiniebla y de la noche fría» (vv. 29-31). Quevedo, por su parte, se valió del murciélago para asignarle unos rasgos que lo acercan al texto del ilustrado. En su Silva a las estrellas, lo sacro se confunde con la nigromancia en la parte conclusiva, y adquiere tonos marcadamente tenebrosos y fúnebres, enlazando así con la primera estrofa: «Las tenebrosas aves, / que el silencio embarazan con gemido, / volando torpes y cantando graves, / más agüeros que tonos al oído, / para adular mis ansias y mis penas, / ya mis musas serán, ya mis sirenas» (Obra poética, nº. 401, vv. 67-72). Las aves nocturnas vuelan confusas alrededor de la hoguera encendida por el narrador, trayendo señales de mal agüero y cantares luctuosos. […] Están, pues, dedicadas a las estrellas, y acompañan su venida ante los ojos del protagonista de la silva. Sin embargo, la mención de los «agüeros» reitera la deuda del poema con la tradición de los «hechizos amatorios» (Cacho Casal, 2012d: 181-182).

Dichos agüeros perduran en la obra de «Delio»: «Y las supersticiones / de las viejas, creyendo realidades, / por ver curiosidades, / en tu sangre humedezcan algodones / para encenderlos en la noche oscura, / creyendo sin cordura / que verán en el aire culebrinas / y otras tristes visiones peregrinas» (vv. 121-128). Luego con excepción de alguna referencia en Francisco de la Torre, la aparición más notable de este avechucho se cifra en la sátira del agustino, cuyo Murciélago alevoso se divide en tres partes: durante la primera (vv. 1-16) nos inmiscuimos en la alcoba de Mirta, que escribe una canción para «Delio». Sin previo aviso, un murciélago entra por la ventana y la obliga a guardar las cuartillas, finalmente emborronadas. La segunda (vv. 17-120) se centra en «Delio», quien maldice al bichejo por privarlo de esos versos, amén de censurar su venida y hasta su aspecto (vv. 25-40), con la mención de sus enemigos más comunes: las inclemencias del tiempo (la lluvia, el relámpago y el viento del Norte, vv. 41-48), las dueñas (vv. 49-56), el gato, al que glosa con mayor amplitud (vv. 57-80), y los muchachos (la «pueril tropa»), que lo someterán a toda clase de perrerías: echarle un lazo al cuello, clavarlo por las alas y hasta empalarlo (vv. 89-11), antesala de la famosa gradatio de verbos (vv. 112-120) sobre las varias torturas. La tercera parte (vv. 121-152) arranca con una nota supersticiosa (las ancianas mojan unos algodones en la sangre del murciélago), despega con el entierro del quiróptero y se remata con un epitafio. A las pinceladas circunstanciales del inicio (octavas I-II), «Delio» suma ahora las propias de la sátira y, una vez leído el epitafio, la moraleja de las fábulas. De lo que no queda ni rastro —solo en apariencia— es de la épica burlesca, tal como hemos venido usando el concepto. Lo cierto es que el primer detalle que asocia El murciélago alevoso al epos risible no es textual, sino más bien co-

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mercial: la portada de una reimpresión del siglo xix (Madrid, 1834) reza que el poema «se hallará con La Gatomaquia, de Lope de Vega, en la librería de Cuesta, frente a las Covachuelas»82. Sin duda, la relación entre las silvas del Fénix y esta sátira debió de establecerse a partir del protagonismo animal, pues los argumentos de un texto y otro en nada se parecen. Luego no hay indicios claros de épica por ahora. La segunda parte sí sugiere algún préstamo. El agustino probablemente hubo de acudir a la Batracomiomaquia, pues «Delio» desgrana una serie de adversarios para el murciélago, entre los que se cuentan la mujer que limpia detrás del tapiz donde este tenía su «manida» (vv. 49-50), el «gatillo bullicioso» (vv. 59-60) y la tropa de jóvenes que lo punzan, sajan, tunden, golpean, martillean, pican, acribillan, dividen, cortan, rajan, desmiembran, parten, degüellan, hienden, desuellan, estrujan, aporrean, magullan, deshacen, confunden y aturullan (vv. 113-120). Bastaría releer La Rani-ratiguerra para descubrir que fray Diego pudo sacar del Pseudo-Homero ese catálogo de rivales con los que lidiaban los ratones: el gato, el gavilán y la parlanchina criada (El murciélago alevoso, octava XIII); no muy distintos de esa dueña que quita el polvo a los gobelinos, del gato y de la pérfida muchachada. Por otro lado, el poema helenístico y El murciélago alevoso convergen en la celebración del entierro del ratón Lameplatos (Rani-ratiguerra, octava XXXIII) y del desdichado murciélago, respectivamente. El siguiente vínculo con la épica burlesca deriva de la métrica. El poema de fray Diego se estructura en estancias que alternan heptasílabos (vv. 1, 3, 6) y endecasílabos (vv. 2, 4, 5, 7 y 8); excepción hecha del epitafio, una octava real. Se trata, pues, de octavas aliradas; o de «estancias», ya que este término se atribuía en el siglo xvii tanto a ese tipo de estrofa como a la octava83. Así, Samaniego se acogió —igual que Lope en La Gatomaquia o Pisón en La Perromachia— a la silva formada por versos de siete y once sílabas con rima asonante, esquema muy manejable para el narrador. Sin embargo, fray Diego la desdeñó, quién sabe si para alejarse de Iriarte y del propio Samaniego; lo que no impide que tuviera en la uña los modelos barrocos (junto a La Gatomaquia) cuando hablamos de épica burlesca: la Moschea de Villaviciosa y el Poema sobre las necedades de Orlando de Quevedo, ambos narrados en octava rima. La última clave se oculta en un poema que da fe del éxito del Murciélago en el ocaso del Setecientos. Una pluma tan autorizada como la de Samaniego 82 El murciélago alevoso, invectiva del maestro fray Diego González, Madrid, Imprenta Calle del Amor de Dios, 1834. Ocho años antes había salido de las prensas esta otra edición: La Gatomaquia, poema épico burlesco […] añadido al fin la célebre sátira del murciélago del Maestro Fr. Diego González, Madrid, Imprenta de D. M. Burgos, 1826. 83 Las innovaciones métricas de González se remontan ya a su primer poema, una colección de décimas dedicadas a Carlos III con motivo de su solemne entrada en Madrid, el 13 de julio de 1760: diecisiete estrofas de versos octosílabos agrupados en décimas que riman abbaaccddc y, como remate, un soneto.

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(2001: 536-540) parodió en Los huevos moles la sátira y el estilo de «Delio». De hecho, los cambios son los mínimos para que el contrafactum conserve ese barniz de oda invertida que exige cualquier parodia. Samaniego sustituye a Mirta por una tal Juana, bastante menos absorta en la escritura que en cocinar unos huevos para «obsequiar a Perico, un mozalbete / con quien la niña tuvo un cierto acaso» (vv. 7-8). Aunque respeta la métrica, la tarea de esta muchacha (literaria vs. culinaria) no es interrumpida aquí por ningún animal. Si los renglones de Mirta nunca llegaron hasta «Delio», Juana, en el texto del fabulista, tiene todo el tiempo del mundo para guisar, en un ambiente muy distinto de la privacidad —la alcoba de Mirta— que el agustino otorgó a su texto. Solo cuando la mujer ha guardado la fuente en la despensa aparece el ratón que arruinará su plato. El resto es casi igual a lo de fray Diego. No obstante, a diferencia del Murciélago, Samaniego se permite añadir una octava en la que compara la conquista de los huevos por parte del ratón con varias hazañas de la Antigüedad: «Jamás el griego acometió al troyano, / el Campeador a Muza, / a Bayaceto el Tamorlán tirano, / ni en cruda escaramuza / con tanta fuerza el godo poderoso, / testigo de ello el cielo luminoso, / acometió a los vándalos y suevos, / como el ratón arremetió a los huevos» (vv. 25-32). El sello de la Batracomiomaquia se antoja mucho más claro en las estrofas de Samaniego, pues una de las singularidades de Lameplatos en el Pseudo-Homero era su industria para robar alimentos: «Porque cualquiera cosa que es costumbre / comer entre los hombres nunca en años / a mi estómago ha dado pesadumbres, / pues ni escondido está de mis araños / el finísimo pan, aunque lo encumbre / colgada cesta; ni me son extraños / la torta, ni el pernil, ni se me cela / el hígado revuelto en blanca tela» (March, vv. 65-72). Y si este pormenor no bastara, Samaniego añade un detalle burlesco e iné­ dito en la sátira del agustino: los epítetos épicos. El vasco compara la refriega entre el roedor y el gato de Los huevos moles con el «asalto de un húsar» o «capitán prusiano» contra un «francés republicano» (vv. 45-46). Y la serie de insectos (moscones, garrapatas, ladillas, saltones…) que harán la vida imposible al ratón, según el sortilegio de Perico, termina con unas «alguaciles arañas» (vv. 81-84); sin desdeñar que también en el epitafio, dado que las estancias de Samaniego siguen a pie juntillas el relato de «Delio», se indica que el muerto burló mil veces «la famosa vigilancia gatuna y sus celadas» (vv. 117-118). Por tanto, El murciélago alevoso no es solo un pasatiempo para quienes gusten de dulzores líricos; invectiva y también alarde de «capacidad lingüística casticista» (Rodríguez de la Flor, 1979: 196), se nutre por derecho propio del ritmo y el corazón de la fábula. Frente a los excesos metafóricos de otros siglos, «Delio» practica aquí un voluntario prosaísmo, enriquecido con giros y epítetos que tienden a repetir el esquema de dos adjetivos en torno a un sustantivo («fiero murciélago alevoso», v. 20; «tan fiera y tan ridícula figura», v. 55; «el juguetón gatillo bullicioso», v. 58). Otras veces acumula los verbos para dotar a sus estrofas de dinamismo («te acometa y ultraje sin recelo, / te arrastre por el

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suelo», vv. 74-75; la octava VX completa). Sánchez Pérez (2006: 149 y 155) sostiene que fray Diego es «el autor del xviii que más arcaísmos usa, en su afán de aproximarse a Garcilaso y fray Luis», del que imitó la fórmula de inicio con «qué»: «¿qué tienes tú que hacer donde está el día?». Añadiremos que varias de las metáforas que describen al murciélago tienen gracia y hasta gusto: imágenes como «nuevo horror de las sombras, nuevo luto, / de la luz enemigo declarado» (vv. 28-29) podría haberlas firmado el mismo Góngora, quizá el referente para los vv. 30-31: «nuncio desventurado / de la tiniebla y de la noche fría». Porque así como en la Soledad primera del cordobés un gallo se metamorfoseaba en «doméstico es del Sol nuncio canoro, / y, de coral barbado, no de oro / ciñe, sino de púrpura, turbante» (vv. 293-295) (Góngora, 1994: 261), en los versos del salmantino el murciélago pregona la llegada del ocaso. Respecto a la transmisión de la obrita, conoció muchísimas ediciones. Aunque no hayamos podido trazar un estema —tampoco Sánchez Pérez en su “edición crítica”—, el texto que mejor parece reflejar la voluntad de su autor es el de la príncipe del Correo de Madrid (diciembre de 1786), todavía bajo la supervisión de «Delio». Como explica Sánchez Pérez, las octavas reaparecieron en algunos diarios neoclásicos, y hay que esperar hasta 1796 para la publicación de las Poesías (BNE, R-33927) al cuidado (relativo) de Fernández Rojas. No hemos hallado errores de ningún tipo entre la versión de El Correo de Madrid y la de la príncipe84. Sí existen algunas variantes (faltas de estudio) en el resto de los testimonios cotejados por Sánchez Pérez: 1) el manuscrito del convento de los agustinos de Valladolid; 2) un manuscrito particular de Cayetano Mª. de Huarte, hoy en el Archivo Histórico Nacional gracias a la viuda de Rodríguez Moñino, que hemos visto y juzgado como descriptus del texto de la príncipe; 3) siempre a partir de la príncipe, las Poesías del M. F. Diego González del Orden de S. Agustín, Madrid, Imprenta de D. José del Collado, 1805, BNE I-17011, también preparadas por «Liseno», que inciden sobre los versos (501, 503, 507…) del Murciélago alevoso; 4) Poesías del M. F. Diego González del Orden de S. Agustín, Madrid, Imprenta de Repullés, 1812, biblioteca particular de Modesto González, de nuevo al cuidado de «Liseno»; 5) Poesías del M. Fr. Diego González del Orden de S. Agustín, Valencia, Ildefonso Mompié, 1817, BNE, I-I6424; incorpora un grabado que representa el sepelio del murciélago (p. 52); 6) Poesías del M. Fr. Diego González del Orden de S. Agustín, Barcelona, Imprenta de José Busquets, 1821 (Biblioteca de la Real Academia Española de la Lengua, 22-IX-4; 7) Poesías del M. Fr. Diego González del Orden de S. Agustín, 84 Sánchez Pérez (2006: 233) indica en nota que «posiblemente la primera vez que aparece impreso es en la copia que se encuentra en el convento de los agustinos de Valladolid (legajo 4964) entre sus poesías manuscritas. […] Sin fecha y sin lugar de impresión. Ofrece la curiosidad de tener junto a las estrofas impresas una serie de variantes escritas a mano, que por la letra parece que son del propio fray Diego». Como ignoramos si se trata de una fase de reescritura (intermedia o última) de las obras que no había dado aún a los tórculos (permitiéndose volver sobre un texto impreso), vale lo ya señalado. El lector podrá cotejar esas variantes en el libro de Sánchez Pérez.

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Barcelona, Juan Francisco Piferrer, impresor de S. M., 1824 (de nuevo con el grabado de las exequias del protagonista); 8) Poesías del M. Fr. Diego González del Orden de S. Agustín, Zaragoza, Imprenta de Medardo Heras, 1831, Biblioteca del Centro de Estudios del Siglo xviii, Oviedo, IV-B-18; y 9) «Poesías de Diego González», en Poetas líricos del siglo xviii, ed. Leopoldo Augusto Cueto, Madrid, Ribadeneyra, 1869, I, 181-203, que sigue la príncipe a plana y renglón, con excepción del verso 4385. Las que numeramos del 3 al 9 ofrecen un texto más estragado —dejaremos para otro lugar las deudas entre los testimonios 5, 6 y 7, ciñéndonos a la fijación de Sánchez Pérez, a falta de un estudio del manuscrito del convento de los agustinos de Valladolid)—. Nos plegamos aquí a la edición príncipe, responsable de la fortuna de un opúsculo que, por esas paradojas de la ficción, se adelantó tres cuartos de siglo a aquellos melancólicos versos en los que un cuervo, «con aires de gran señor», perturbaba el duermevela de Poe, destrozado por la pérdida de su amada Leonora. No importa, pues, demasiado que en una alcoba tan similar como lejana de aquella en la que el autor de La caída de la casa de los Usher se entretuvo con un pájaro de ébano, Mirta solo alcanzara a ver una rata con alas. 8. La Rani-ratiguerra de José March y Borrás Significativo que la primera muestra impresa de épica burlesca del Siglo de Oro, el canto XXIII del Carlo famoso (1566) de Zapata, informe de la guerra entre unos gatos y unos ratones, a imitación de la Batracomiomaquia. Como ha explicado Cacho Casal (2012a: 70), «la tesis que vincula la épica con la historia […] encontró su consagración en los Discorsi del poema eroico (1594) de Tasso, donde afirma que “al poeta eroico si conviene fare il suo fondamento sul vero”». Premisa sobre la que descansa, asimismo, «una de las más ambiciosas [epopeyas] vernáculas escritas en la primera mitad del XVI: L’Italia liberata da’ goti (1547-1548), de […] Trissino, en la que [se] celebra[n] las hazañas del emperador Justiniano tomando como ejemplo a Homero» (Cacho Casal, 2012a: 70). Pues bien, una lectura —siquiera a vista de pájaro— de aquel combate entre batracios y roedores, que se ha solido atribuir al autor de La Odisea, aunque sea muy posterior (circa siglo ii o i a.C.)86, bastaría para situarlo en las 85 En 1961, Maurice Raoux halló varios impresos y manuscritos en el Archivo de la Real Academia de la Historia. Entre los inéditos figuraban «quince décimas y un soneto final en honor de Carlos III», otras dos décimas, un soneto titulado Argumento, otras doce décimas y una octava en conmemoración de las «Fiestas de las Coronación del Gran Monarca Carlos IV», que tuvieron lugar los días 21 de septiembre y siguientes de 1789. Vid. Corchete Gonzalo (1994: 54). Incorporados a la edición de Sánchez Pérez, ponen de manifiesto que la obra de «Delio» quizá no se haya recuperado en su totalidad. 86 Sobre sus diversas paternidades (Homero, Pigres, Tolomeo Queno), vid. Bernabé Pajares (ed.) (1978, reimp. 1988: 317-320).

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antípodas de esos ideales de historicidad y hasta de crónica que vertebran las epopeyas alumbradas en Europa a lo largo del Quinientos. Lo que equivale a decir que se antoja difícil igualar la estatura bélico-literaria —zootecnia aparte— de una ranita llamada Robamigas con la del soberano marido de Teodora. O quizá no tanto. Este detalle permite vincular la épica de animales con los conceptos de variedad y deleite, esenciales para la poética renacentista, ya que favorecen la innovación y el nacimiento de romanzi como el Furioso de Ariosto, con su original técnica de relatos intercalados87. Y también el auge en España de un modelo (La Muracinda, La Moschea, La Gatomaquia…) centrado en las batallas entre dos (o más) especies; unas trifulcas que —deudoras del epilio alejandrino— inciden lo suyo en el desarrollo de lo que se ha etiquetado como «género heroicómico», según dijimos88. Respecto a La Rani-ratiguerra, poco conocemos del autor de las octavas que editamos aquí: una traducción (valdría decir “relección”) de la Batracomiomaquia. José March y Borrás nació en Castellón de la Plana en fecha por determinar y murió en 1796. Además de este pasatiempo —la única de sus obras que se recoge en la bibliografía de Aguilar Piñal (1981: 399)—, escribió un par de tragedias: Ilfis y Zuria y Raquel, datadas por Lamarca (1840: 57) en 1780. Últimamente la Universidad de Valencia ha reeditado en microfichas una disertación latina cuya impresión remonta a 1766: Theses philosophicae: quas publico certamini exponit D. Iosephus Vincentius March et Borràs. Los versos que nos ocupan se publicaron anónimos en Valencia (1790) y su atribución a March corresponde a Pastor Fuster (Aguilar Piñal, 1981: 399). Para contextualizarlos, conviene saber que la popularidad de la Batracomiomaquia fue muy estimable en la Europa del siglo xvi89. No en vano, tiene el privilegio de ser uno de los primeros poemas griegos cuya traducción latina llegó a la imprenta. Baste recordar que el mismísimo Aldo Manucio salió a la palestra como el pionero de entre sus comentaristas (1518)90. De las varias traducciones Vid. Bologna (1998), Gómez Montero (2004: 467-504) y Tanganelli (ed.) (2009). 88 Vid. Ballcels (1994: 25-30), Broich (1990: 77-80) y Cacho Casal (2011: 69-92). Sobre el epilio vid. Perutelli (2000: 49-82), Ponce Cárdenas (ed.) (2010: 17) y Kluge (2012: 159-174). 89 Vid. Bernabé Pajares (1978, reimp. 1988: 324-325) y Mariner de Alagón (2010). 90 Homeri Batrachomyomachia. Hoc est, Ranarum & murium pugna. Graece & Latine. Apud inclytam Germaniae Basileam (incluido en: Aesopi Phrygis Vita et Fabellae, cum latina interpretatione. Gabriae Graeci fabellae tres & quadraginta ex trimetris iambis, praeter ultimam ex Scazonte, tetrastichis conclusae, cum latina interpretatione. Ex Aphthonii exercitamentis de fabula. Tum de formicis & cicadis graece & latine. De fabula ex imaginibus Philostrati graece & latine. Ex Hermogenis exercitamentis de fabula Prisciano interprete. In inclyta Basilea [1518]). El corpus de los Himnos y la Batracomiomaquia ya había sido impreso por Manucio en su edición veneciana de 1504. Vid. Ford (2007: 16-18 y 323-325). Existen, no obstante, algunas controversias sobre la atribución de estas glosas al gran impresor. 87

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al latín a lo largo del Renacimiento y el Barroco destaca la que en 1623 dejó manuscrita en España el valenciano Vicente Mariner91. Aunque fragmentaria, la primera en castellano es, sin embargo, más antigua que las latinas que circularon por nuestro país. La rubricó Juan de la Cueva, responsable también de La Muracinda, y nunca se dio a los tórculos: Batalla de ranas i Ratones, Compuesta por el poeta Homero, Traducida de Latín en Romance por Juan de la Cueva92. Dionisio Solís escribió otra Batracomiomaquia, cuya fecha se ignora, mientras que la de Alenda aparecería en 1887 (Cebrián García, 1985: 35). Y el volumen LXVII de la «Biblioteca de Autores Españoles» (Poetas líricos del siglo xviii, III, 1875) recoge una traducción firmada por Pedro Antonio Marcos; sin datación, escrita en romance heroico y bastante fiel al original (Cueto, 1952: 709-713). Después vendrían las ediciones modernas, en el haber de Segalá (1927), Bernabé Pajares (1978), García Velázquez (2000) y Liñares e Ingberg (2007). En consecuencia, La Rani-ratiguerra de March y Borrás es una de las primeras versiones al español. Y decimos “versión” porque no se la puede considerar una traducción, a causa de las libertades que se toma respecto al texto griego. Cejador (1917: 264) habla de «imitación»; y de «traducción libre» la califica una crítica de la época: La Rani-Ratiguerra: Poema Jocoso, dedicado á Juan Rana, y dado á luz por uno de sus mas afectos alumnos. Valencia, en la Imprenta de Francisco Burguete, Impresor del Santo Oficio. Un tomo en 8º. // Este poema es la Batraco-miomachia de Homero reducida á una traducción libre, y puesta en verso castellano, para mayor placer y recreo de los lectores. Así el poema es de Homero; y brilla en él toda la naturalidad, invención, disposición, belleza y demas que todo el mundo reconoce en aquel sublime ingenio. Por tanto creemos que esta traduccion agradará á todos aquellos que gusten y admitan las producciones mas bellas del Arte, viendo amplificadas y elevadas á un poema tan ameno unas cosas tan pequeñas, como puede dar de sí la pintura de una guerra entre Ranas y Ratones (Continuación del Memorial Literario, Instructivo y Curioso de la Corte de Madrid, 1794: V, 265).

March respeta el argumento del Pseudo-Homero pero interviene muchas veces por amplificación y recontextualiza sus versos con intención satírica o 91 Remitimos al trabajo de Zaggia (2013) sobre la fortuna de esta zooépica entre la Baja Edad Media y el Renacimiento, quien se ocupa de la versión impresa en Brescia por Tommaso Ferrando (1474), de la de Carlo Marsuppini en hexámetros latinos (1429-1430), de la atribuida a Reuchlin (1495), Il Croacus de Elisio Calenzio (1503), de la paráfrasis en octavas de Aulerio Símaco, completada en 1456 por Iachetto Mangabaleto, de la del veronés Giorgio Sommariva (1470)… 92 Solo han perdurado tres folios en endecasílabo blanco. Vid. Cebrián (1985: 23-39).

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humorística. Para la métrica elige la octava real, propia del canto épico culto en la tradición hispana, frente al endecasílabo blanco que, según hemos visto, prefirió Juan de la Cueva. Esta elección dificultaba sin duda, por su mayor complejidad, el vertido directo al español del poema heleno, caso de que hubiera sido esta su primera intención93. Una de las aportaciones del levantino es la de rotular el único canto de su Rani-ratiguerra como «Cantigruñido», tal vez inspirado por los «Rebuznos» que Álvarez de Toledo antepuso a los de su Burromaquia. En cuanto a los nombres de los personajes, opta siempre por dar la equivalencia española, cosa que no habían hecho Cueva, en castellano, ni Mariner o el mismo Manucio, en latín; tampoco Chapman, en su traslado al inglés, quienes mantuvieron las voces griegas, con la consiguiente pérdida del humor generado por estos nombres parlantes. Marcos, por el contrario, sí se había aplicado en los trueques onomásticos. Así, el que Bernabé traduce como «Robamigas» (al igual que Marcos), el primer ratón ahogado, atiende en La Rani-ratiguerra por «Mendrug-Hurto». March se decanta siempre por los apelativos más pintorescos y marca con un guión su naturaleza compuesta: «Hincha-carrillo» («Inflamofletes» en la traducción de Bernabé; «Carinflado» en la de Marcos), «Traga-pan» («Roepán» en Bernabé; «Zampatortas» en Marcos), «Roe-pernil» («Roejamón» en Bernabé; «Tragapiernas» en Marcos), «Caen-olla» («Pateaollas» en Bernabé; «Cataorzas» en Marcos), «Voz-alta» («Vocinglero» en Bernabé y Marcos), «Lame-hombres» («Lamedor» en Bernabé, «Fuertelame» en Marcos), etc.94 March solo se aparta dos veces del original. La madre del ratón muerto: «Lichomyle», traducible como «Lamemolinos», se convierte aquí en «Lametortas» («Dientimonda» en Marcos); y el que en el Pseudo-Homero respondía por «Meridarpax», que Bernabé tradujo literalmente como «Robapartes», lo mismo que Mariner de Alagón (2010: 39, nota 97) («a rapiendis particulis»), desfila ahora como «Quitaplato» («Robaparte» en Marcos). Es probable que en estos casos March se desviara del modelo al intuir que su público no entendería bien la traslación directa del griego. La estructura de La Rani-ratiguerra puede resumirse en: 1. Proemio: invocación a las musas y apóstrofe a Juan Rana (octavas I-II). 2. Llegada de Mendrug-Hurto a la orilla. Encuentro con la rana (III). 3. Presentación y linaje de Hinchacarrillo (IV-VI). 4. Presentación y linaje de Mendrug-Hurto (VII-XV). 5. Réplica de la rana e invitación a viajar al reino de los batracios (XV-XVIII). 6. Mendrug-Hurto a la grupa de Hinchacarrillo. Ataque del hidro. Huida de la rana. Muerte de Mendrug-Hurto (XIX-XXX). Es probable que su apuesta por la octava responda a su conocimiento de La Moschea o de la paráfrasis de Manucio. Vid. Bucchi (2008: 21-34). 94 Como esos guiones abundaban en las imprentas neoclásicas y son gratuitos para la comprensión de los procesos compositivos y/o derivativos, remitimos a nuestros criterios de edición. 93

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7. Lameplatos contempla la fuga de la rana y cómo Mendrug-Hurto se ahoga. Informe a Tragapán. Preparativos de la guerra contra los anfibios. Dificultad para recuperar el cuerpo del fallecido (XXXI-XXXVII). 8. Las hostilidades vienen precedidas por un amanecer mitológico. Analepsis del rey Tragapán sobre la muerte de sus hijos. El monarca enardece a sus tropas (XXXVIII-XLVII). 9. Descripción de los ejércitos de Tragapán (XLVIII-LI). 10. Cunde el miedo entre las ranas. Embajada de Caenolla. Las ranas censuran el proceder de Hinchacarrillo. Respuesta de este último (LIILXIII). 11. Descripción de los ejércitos de Hinchacarrillo (LXIV-LXVI). 12. Júpiter observa el inicio de la contienda. Interpela a su hija Atenea para que salga en defensa de los roedores, o bien de las ranas. Negativa de esta última (LXVII-LXXV). 13. Los dioses optan por contemplar la batalla. El gran combate (LXXVICI). 14. Arenga final de Júpiter, que envía unas tropas auxiliares (los cangrejos) para salvar a las ranas (CII-CXIII). El poema arranca —como el del Pseudo-Homero— con una invocación a las musas (I, 1), aunque en March falta la alusión al soporte escrito de los versos (las tablillas de las que hablara el griego). Nótese además el estatuto lector que reserva para Juan Rana, su auditorio implícito: el famosísimo actor de entremeses, siempre que sus «cuidados» se lo permitan, podrá «visitar de Helicón los verdes prados» (II, 11). Luego March también ha adoptado otra de las peculiaridades del modelo clásico: los préstamos de la tradición hesiódica, pues el monte Helicón, sito en Beocia y morada de las musas, no constaba en la obra homérica, en la medida en que el ciego de Quíos tendía a ubicarlas en el Olimpo95. Más decisiva es la incorporación al relato de la máscara que encumbró al actor Cosme Pérez, a quien, por otra parte, el levantino dedica sus octavas. Huelga decir que March no llegó a conocerlo (Juan Rana murió en 1672), pero el hecho de presentarse como «uno de sus más afectos alumnos» y la propia elección de Pérez como destinatario, primero, y receptor intratextual de la epopeya, después («oye atento mi voz mientras repiten / sus ecos otros más descompasados», II, 12-13), condiciona el análisis de esta Batracomiomaquia ilustrada. La figura de un lector/oidor (in absentia), ligado al universo burlesco, añade a La Rani-ratiguerra unas gotas de distancia, y por ello de ironía, ausentes del prototipo griego y de las paráfrasis renacentistas y dieciochescas. En el momento en el que apela a Juan Rana el poeta se afirma como uno de esos locutores paródicos —aunque sus versos no lo sean— que movían los 95

Vid. Bernabé Pajares (1978, reimp. 1988: 323).

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hilos de los epilios barrocos. Así, más allá de la dilogía festiva entre los batracios y del apellido teatral de Pérez, nos sugiere que sus octavas cuentan con el primer ingrediente para crear una doble vía expresiva: 1) un discurso directo de carácter dramático, dirigido a un auditorio interno (Juan Rana), como si estuviera presente; y 2) la estrategia narrativa por la que se revela que su espíritu marca el tono de esta obra, cuyos paréntesis y pareados finales caen bajo la jurisdicción de un “locutor” que, a diferencia de los del xvii, se define más bien como moralista, a la zaga de los de las fábulas de Samaniego. Luego dicho recurso es un guiño cómplice para su verdadero destinatario: el lector extratextual96. Una constante de las fábulas burlescas del Seiscientos era que la voz poética se escindiese en dos: «una de ellas va narrando el mito que sirve de argumento al poema; y la otra introduce una serie de comentarios jocosos destinada a presentar con el suficiente alejamiento la materia poética que se ofrece al auditorio» (López Gutiérrez, 2003: 154). El matiz consiste ahora en que March subraya la moraleja que puede extraerse de la peripecia de Hinchacarrillo y Mendrug-Hurto. En definitiva: gracias a los incisos y al segundo apóstrofe a las musas (LXXIX), que no figura en el original, contrapuntea esa alianza entre la épica burlesca y la fábula esópica. Pensemos en apostillas como: «vio al sediento ratón; y deseosa / de informarse mejor, con blando halago / —extraña acción en rana jactanciosa—» (IV, 28-30); «(y es del alma el semblante índice cierto)» (V, 38); «Ni aman los fatuos, húmedos manjares, / delicados, terrestres paladares» (VIII, 63-64); «(¡que a quién, tras un contento, mil dolores, / mil penas, mil disgustos no rodean!)» (XIII, 99-100); «con infeliz e inútil penitencia / acusaba su arrojo y su imprudencia» (XXI, 167-168); «siendo suerte infeliz a los mortales / dar justo precio al bien solo en los males» (XXXIII, 263264)… Diseminadas antes de la sección nº 13 («El gran combate», LXXVI-CI), otras se definen por su función jocosa («Vilmente el mundo a sus amantes trata: / el príncipe ratón hereditario / sin médico murió ni boticario») (XXX, 237-240), folklórica («estas que son, según dicen expertos, / almanaques de lluvia y de tormenta») (LIII, 417-418) o solo ponderativa, a guisa de epifonema: «y si tanto temblaba el elemento, / ¡cuál sería en la rana el desaliento!» (LII, 415-416). Tales sentencias podrían confundirse, leídas de forma aislada, con las propias de la épica, pero el tono satírico resulta evidente: «que en palacio por más que se emperece / todo menos tristeza va despacio» (XXXIV, 266-267); «Y suelen los preciados de elocuentes / en exordios gastar los ingredientes» (LIV, 431-432). 96 Sobre esta dualidad narrativa en las fábulas mitológicas, vid. Arellano (1998: 49). No ha sido posible reconstruir el círculo literario de March, lo que tal vez hubiese permitido descubrir a algún privilegiado lector bajo el antifaz de Rana. Recordemos que las epopeyas cultas de los siglos xvi y xvii contaban con receptores reales y concretos. Aquí, es obvio que el poeta no dedica su texto a ningún monarca, sino que su destinatario (Rana) casa con la ínfima naturaleza de los personajes.

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Si retomamos la falsilla pseudo-homérica, acaso sorprenda que al inicio de la historia —lo mismo que en los textos de Cueva, Mariner y Chapman— el ratón escape de un gato descuidado (III, 21) y no de una comadreja, según constaba en el original. Este equívoco debe proceder con seguridad de la traducción latina de Manucio, en la que parecen apoyarse todas las imitaciones. En ella leemos: «Mus aliquando sitibundus felis periculum evitans»97. La misma sustitución se confirma cuando Mendrug-Hurto nombra a sus enemigos naturales: el gavilán, el gato y la ratonera (XIII). Y en la octava en estilo directo en la que Tragapán se duele de la pérdida de sus hijos: «Matome el robador, sangriento gato, / la prenda de mi tálamo primera» (XLIV, 345-346). Por otra parte, March mantiene el nombre griego y el traslado latino del reptil que asusta a la rana y al ratón: un «hidro», al que Bernabé ha asignado el tecnicismo de «icnaumón». He aquí otra singularidad del poema neoclásico: March decide no glosar el rapto de Europa, pues Hinchacarrillo cumple el mismo papel que Júpiter (transformado en toro) cuando lleva a MendrugHurto sobre su lomo (XXIV); y tampoco se interesa demasiado por el linaje de Quitaplato, «igual al mismo Alcides» (v. 405). Por no hablar de la cita de Latona: «Id a enturbiar el agua. Abortos fuisteis / de un excremento de la gran Latona» (CIV, 825-826). La situación cambia con el «hidro», que pronto recibe una aposición: «venenoso culebrón horrendo» (XXV, 199). Las metáforas del levantino y el empleo de latinismos crudos explican ese propósito de aclarar no tanto los mitos, más o menos difusos (por ejemplo el de Agenoría, XXV, 194), que debía de considerar moneda común, cuanto las voces que se le antojaban más cultísonas o peregrinas. A partir de ese momento, March opera sobre el original griego por amplificación y recontextualización. Que su versión es esencialmente amplificativa se deduce del dato de que de los poco más de 300 versos que ocupaba la Batracomiomaquia pasamos a 904, repartidos en 113 octavas. Luego triplica la extensión del modelo, aunque haya que tener en cuenta la naturaleza más sintética de la lengua griega. Los pasajes ampliados son numerosos. Fijémonos, por ejemplo, en el inicio: la llegada del ratón a la charca, huyendo del gato. Para lo que el Pseudo-Homero necesitó dos hexámetros y medio March despliega una octava completa, con nuevos datos sobre la vegetación y una hipálage que acentúa el terror de Mendrug-Hurto: «A la orilla de un charco coronado / de céspedes, de lirios y verbenas / llegó un ratón a quien el miedo helado / pasmó la sangre en las sutiles venas» (III, 17-20). El sintagma «miedo helado» resucita en otros lugares: 1) cuando el ratón monta sobre Hinchacarrillo, desafiando el riesgo de naufragar: «[…] pero apenas fue engolfado, / entró en sus venas el pavor helado» (XX, 159-160); 2) en la escena del cadáver del pobre Mendrug-Hurto: «de haber Hinchacarrillo en ese hielo / hecho a su hijo querido helado gusto» (LXVI, 97

Homeri Batrachomyomachia, p. 5.

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443-444); 3) durante la fuga de la rana Cañero, ya en plena batalla: «Huye a la charca el tímido Cañero, / llenos los miembros del pavor helado» (LXXXVIII, 699-700); y 4) en la reacción de Quitaplato ante el rayo («ciclópica pavesa») que Júpiter lanza a los guerreros (CIX, 865-870). Este juego de simetrías —patrimonio de la versión de March— radica en el hecho de que su Rani-ratiguerra comienza con un ratón «a quien el miedo helado pasmó la sangre en las sutiles venas» y termina con la imagen de otro («Quitaplato») que, en una situación aún más peligrosa, la del castigo de Júpiter por matar a las ranas, se detiene un instante y, acto seguido, no duda en lanzarse contra sus adversarios: «el temor que del pecho huyó a la frente, / así el ratón, mientras el trueno extraña, / sintió en sí el hielo que el valor desmiente. / Pero después, como a señal de avance, / dio más osado al enemigo alcance» (CIX, 868-872). Esta suerte de moraleja, según la cual la superación del pánico y hasta de una derrota puede mudarse en victoria, apenas se apuntaba en el Pseudo-Homero. Por otro lado, March se detiene en los agüeros mucho más que el escritor griego: «—Noble extranjero, pues te trajo el hado / por fortuna de entrambos a este puerto» (V, 33-34); «el pie en el agua a lo alto se subía; / mas huir no podía el hado infando» (XXVIII, 219-220); «Negra nube preñada de terrores / llegó de espesa polvareda al lago, / y del hierro los lúgubres fulgores, / pronóstico cometa del estrago» (LII, 409-412); y «Estas que son, según dicen expertos, / almanaques de lluvia y de tormenta, / viendo de su desgracia indicios ciertos» (LIII, 417-419). La diferencia más evidente entre ambos poemas, por su tono burlón, es la que deriva de las dos hipotiposis del texto ilustrado: la que da pie a la arenga de Tragapán antes de la guerra y la que cierra los hechos. El locutor parece cansarse y sintetiza toda la pompa de estas cronografías en dos o tres palabras: 1) «Dorando el cielo, el piélago risueño / brillante el aire, divirtiendo el prado, / depuesto el monte el tenebroso ceño, / cantando el ave, el bruto descansando, / el oficial dejando el dulce sueño, / durmiendo menos siempre el más cansado, / ya el duro arado el labrador pedía / y el yugo el fuerte buey; ya era de día» (XXXIX, 305312); y 2) «Huyó el ratón cuando se vio indecente; / y allí murieran más, sino que Apolo se acostó, / y fue la guerra de un Sol solo» (CIII, 902-904). Otras novedades son: a. la aparición de Hinchacarrillo está amplificada. Además, se tacha a la rana de «jactanciosa», atributo que March tomó del comportamiento del rey batracio (Tragapán), sobre el que el Pseudo-Homero no se pronuncia; b. a partir de la muerte de Medrug-Hurto, una gran amplificación tiene que ver con las secuelas de su pérdida para ratones y ranas. Acerca de los primeros, lo que el Pseudo-Homero despachó en 25 versos ocupa aquí 136, incluyendo el discurso regio, las muestras de dolor, la preparación del entierro, la arenga de Caenolla, etc. En paralelo, March dilata el

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efecto que produce en las ranas la declaración de guerra, el encendido discurso de Hinchacarrillo y las armas de los dos ejércitos; c. para la descripción de cascos, lanzas y escudos, habitual en la épica burlesca, sigue a rajatabla las pautas homéricas (sobre todo la Ilíada), con alguna amplificatio de las formaciones guerreras y la escuadra de los ratones: «y cada lanza horrífica parece / árbol de muerte que en sus manos crece» (L, 399-400). Añade a continuación una columna de oficiales que no figuraban en el modelo (LI, 401-408); d. igualmente ensanchados, la respuesta de Palas en la asamblea del Olimpo y algunos lances castrenses; en particular dos discursos que tampoco asoman en el Pseudo-Homero: una pequeña bravata de Mendrug-Hurto (XCI, 723-728) y las que corren por cuenta de Quitaplato a lo largo de dos estrofas (CIII-CIV, 817-832); a las que hay que añadir una comparación épica, pues el simple hecho de arrojar una piedra («como una muela de molino») en el texto griego se convierte aquí en tres estrofas ponderativas que describen incluso una catapulta (LXXXII-LXXXIV, 649-672); e. March se permite dos estrofas sobre el amanecer mitológico. En la primera, se burla de los tópicos al llamar «cigarro» al dios Titón. El chiste reside en el uso del género masculino en lugar del femenino «cigarra»; o sea, el insecto en que se trocó el marido de la Aurora. La segunda ya la hemos apuntado: es aquella, después de una perífrasis seria, que acaba con un epifonema guasón: «ya era de día» (vv. 297-312); f. otras referencias cómicas a la mitología son: – en el sepelio de Mendrug-Hurto, se nos dice que a los ratones no les hacen falta pirámides ni Artemisas: «pues también los abuelos devaneos / dejaron a las ratas mausoleos» (XXXVI, 287-288). – Palas pronuncia un excurso sobre las aceitunas y el locutor afea su poco alimento, su dureza y los problemas que causan a los candiles (LIX, 546-550). – Quitaplato inventa un origen escatológico para las ranas: «abortos fuisteis / de un excremento de la gran Latona» (CIV, 825-826). – la nota sobre el relámpago de Júpiter: «El rayo, cruel ciclópica pavesa, / tiranicida ejecutor horrendo […] / El mayorazgo al punto / de tiempo y lluvia, mas con todo eterno, / blandió el salitre y el sulfúreo unto / que mezcla su hijo cojo y cojo yerno» (CVII-CVIII, 851-860). – cierra el poema otra pincelada cómica: donde el Pseudo-Homero había escrito que se puso el sol, nuestro autor remata: «Apolo se acostó» (CIII, 903-904). March también se desvía del modelo con frecuentes guiños a la realidad de su tiempo, en claro contraste con el primitivismo de la Batracomiomaquia. Por ejemplo, cuando el ratón evoca el rapto de Europa, el locutor apostilla: «la doncella Agenoría, / que con darnos su nombre enjugó el llanto» (XXV, 194195). Frente al narrador griego, el del levantino escribe desde el continente que

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recibe el nombre de la hermosa robada por Júpiter. O cuando los roedores, por dañar el templo de Palas y beberse el aceite de sus lámparas, reciben el dudoso título de «ateístas paladares» (LXXI, 563). Se detectan varios ecos de costumbrismo. La alusión a la ratonera adquiere un tono más realista en la obra de March: se trata de una «falsa ratonera» llevada por «la parlera criada» (XIII, 103-104). Y cuando Mendrug-Hurto monta sobre la rana, se nos dice: «sin brida, sin estribo y sin albarda» (XIX, 151-152). O bien durante el consejo de los ratones: «y sin pereza el lecho, los cojines, / recojines y sábanas dejaron: / —que estas solo se apegan a ruines—; / y vestidas sus pieles de castores, / marcharon a palacio los señores» (XL, 316-320). La última licencia enmienda un desliz de los hexámetros (fruto quizá de su arduo proceso de transmisión). En la Batracomiomaquia, el ratón Lamedor, después de morir en combate, aparece de nuevo entre los soldados, incongruencia que notó De la Fuente Santo (Mariner de Alagón, 2010: 35, n. 77) y que nuestro autor salva con un escolio: «Estaba entre las ratas, ricamente / vestido, Lamedor, ratón gallardo, / del que murió primero diferente / más en el brío que en el pelo pardo. / Bien que de él se decía entre su gente / que del padre del otro era bastardo» (LXXXV, 673-678). Pero este detalle tiene otras repercusiones: uno de los aciertos de La Rani-ratiguerra es el peso que March otorga al conflicto dinástico tras las varias muertes. Así, lo primero que llama la atención —como en el Pseudo-Homero— es que el linaje de los protagonistas (o primeros personajes), Hinchacarrillo y Mendrug-Hurto, se remonte hasta sus padres. La narración de sus vidas y de su estirpe arranca ab ovo, como en la épica seria y en los libros de caballería (octavas VI-VII). Pues bien, la diferencia entre ambos consiste en que, ya desde la Antigüedad, la presentación de esta rana, hija de Lodoso y de Reina-Enlagua, se ceñía al estatus de sus progenitores, mientras que la de Mendrug-Hurto alcanzaba hasta su abuelo Roepernil, padre de la rata Lametorta. En principio, ello nos invitaría a pensar en una superioridad dinástica, natural e incluso textual de los roedores sobre los batracios. Impresión que se dilata, como una prolepsis de lo venidero, en la octava XI, cuando el ratón se ufana de su valentía ante la medrosa rana, que se esconde «al más sutil y débil ruido, / al tiro de una piedra, al ver a un hombre» (vv. 81-82). No sorprende, pues, que, para equilibrar los ejércitos, Hinchacarrillo presuma de que «el rey del mundo / me hizo dueño del prado y del profundo» (XVII, 135-136). Su naturaleza anfibia le permite batirse con una especie que disfruta de un linaje más selecto, pero solo terrestre. La rana no esgrime una cuestión de sangre, sino de ajuste a dos medios distintos. Los roedores, de algún modo, representan un orden más ancestral, telúrico, y por ello arcaico, cuyos anhelos salen a la luz con la arenga de Tragapán: el problema de este rey, mucho más que en el texto griego y en las traducciones latinas, no es la pérdida de sus tres hijos; ni siquiera que la muerte del último, Mendrug-Hurto, haya desencadenado una guerra, porque, a diferencia de los gatos y las trampas, las ranas

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no son enemigas naturales de los ratones. Lo que no deja dormir a Tragapán no es tanto la reparación de una afrenta cuanto el problema dinástico en el caso de que él también muriese: «dolor de un rey a todo reino alcanza; / y más cuando la injuria os ocasiona / buscar extraña sien a la corona» (XLII, 334-336). Para el monarca esta guerra se ha convertido en una cuestión de Estado98. Otra pista que sugiere cierta ventaja de los ratones sobre las ranas se cifra en la octava LI, en la que March pasa revista a los paladines del ejército roedor: Hoyero, Cavaqueso, Mordelomo… Y hasta Quitaplato, igual a Hércules y tío del difunto Pernilcomo. Nada obliga a identificar a este último con el «Roepernil» de la estancia VII. A las ranas, por el contrario, solo las conoceremos en plena escaramuza. Acaso porque el culpable de todo este enredo es un batracio —nótese que huyó del culebrón y miente a sus súbditos— al que se le va la fuerza por los mismos carrillos que le dan nombre. Y la cuestión de Estado a la que aludíamos se mezcla con el duelo entre dos líderes más que desiguales. Hemos llegado así al Lamedor de la octava LXXXV y a la principal novedad de esta versión de March. Dicho ratón, que en los versos griegos resucitaba para unirse al combate, se ha interpretado como una parodia de los famosos olvidos de Homero, bien es verdad que dentro de un pasaje interpolado en el original. Incluso cabría pensar en un guiño al episodio de Pilémenes, «muerto y vuelto a aparecer en la Ilíada» (Bernabé Pajares, 1978: 322). Pero el segundo Lamedor se justifica en la paráfrasis de March por su condición de bastardo, duplicando, así, uno de sus episodios más originales: la sucesión real por razones de sangre o, quizá, como se deduce de este ratón, por los méritos en batalla. Porque Lamedor, hijo de Tragapán y hermanastro del primero, se antoja aún más brioso que el empalado por la rana Vozalta. De hecho, el poeta, para borrar toda sospecha de que en la Batracomiomaquia hubiera gazapos, o de que esta resurrección del difunto se usara para embromar los fallos técnicos del Pseudo-Homero, incorpora a otro Mendrug-Hurto, seguido de una aposición («el fuerte», octava XCI) nada casual. Este último ratón no guarda ningún parentesco con el ahogado, ofreciendo así una nueva alternativa para el gobierno del reino, en el caso de que Tragapán fuera liquidado. El temor de Tragapán puede leerse a la luz de la fábula XVI (Las ranas pidiendo rey) de Samaniego (2007: 229-231), que extrae motivos de la Batracomiomaquia, aunque el protagonismo no recaiga sobre ningún ratón: «Sin Rey vivía, libre, independiente, / el pueblo de las Ranas felizmente. / La amable libertad solo reinaba / en la inmensa laguna que habitaba; / mas las ranas al fin un rey quisieron, / a Júpiter excelso lo pidieron. / Conoce el dios las súplica importuna / y arroja un rey de palo a la laguna: / debió de ser sin duda buen pedazo, / pues dio su majestad tan gran porrazo / que el ruido atemoriza al reino todo. / Cada cual se zambulle en agua o lodo, / y quedan en silencio tan profundo / cual si no hubiese ranas en el mundo. / Una de ellas asoma la cabeza, / y viendo a la real pieza, / publica que el monarca es un zoquete. / Congrégase la turba, y por juguete / lo desprecian, lo ensucian con el cieno, / y piden otro rey, que aquel no es bueno. / El padre de los dioses, irritado, / envía a un culebrón que, a diente airado / muerde, traga, castiga, / y a la mísera grey al punto obliga / a recurrir al dios humildemente. / “Padeced, les responde, eternamente; / que así castigo a aquel que no examina / si su solicitud será su ruina”». Intervenimos en la puntuación. 98

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Por lo demás, el estilo de La Rani-ratiguerra destaca por su sencillez y claridad. March se divierte con alguna bizarría léxica, como llamar «deshijado» al monarca por quedarse sin herederos (XLI, 325); o al usar un sustantivo como adjetivo: «abuelos devaneos» (XXXVI, 287). Destaca la imitación del lenguaje épico en algunas fórmulas de su cosecha, a veces burlescas, como cuando la rana dice del mar «(a quien llamáis monstruo inconstante)» (XVIII, 141); o al describir un sablazo: «Clavó la mortal punta donde el blando / y activo fuego cuece el alimento. / Cayó Estanlodo en tierra, y reventando / el vivífico humor en su oficina, / el pelo fue a cobrar de Proserpina» (XCIV, 748-752); otras son remedos, en cambio, de la lengua de Homero: «Herido el vientre cayó en tierra como / cortado el hilo de que cuelga el plomo» (LXXXI, 647-648). Tampoco renuncia a perfumar sus estancias con una brisilla latinizante: sufijos («ratunas muelas», II, 16), cultismos esdrújulos («piélago risueño», XXXIX, 305; «lanza horrífica», L, 399; «lúgubres fulgores», LII, 411; «nectáreas canas», CV, 837) y hasta una cláusula de participio concertado («de haber, de Hinchacarrillo en ese hielo, / hecho a su hijo querido helado gusto», LVI, 443444). Omite, empero, quizá por la dificultad para traducirlos, los adjetivos cultiparlantes («piquiextensos», «lomiplanos», «boquipinzudos», «similóseos»…) que adornaban a los cangrejos en la composición del Pseudo-Homero. Sobresale la metáfora «barca viviente» (XX, 154) para referirse a Hinchacarrillo, pues sirve de lanzadera a otras que no constan en el modelo: March inventa así una reificación sobre una animalización previa, ya que la rana se había metaforizado cuando hacía las veces de montura de Mendrug-Hurto. Como decimos, esta imagen se dilata en la octava XXIV («nave rana», v. 191). La última reificación digna de nota es la que designa a los batracios como «almanaques de lluvia y de tormenta» (LIII, 418). La raíz paródica de la Batracomiomaquia, y más todavía de La Rani-ratiguerra, donde queda elevada a una potencia superior, no nace del hecho de que unos ratones se atavíen como las tropas de Héctor para luchar contra las de Hinchacarrillo; y tampoco de los nombres bufos de unos y otros. Así lo ha entendido Fasquel (2010: 612): «Cette misse en scène de personnages risibles et héroïques à la fois maintient dans l’énonciation une ambigüité qui contribue au mélange des tonalités propre à l’esthétique du ‘tissu moiré’». Porque la madre naturaleza nos enfrenta cada día con escenas en las que los bichos se desafían, baten y aniquilan con la misma seriedad que los llamados «hombres»; tanto si la misión es salvar un ecosistema (caso de los depredadores) como apurar una guerra de guerrillas (táctica de la hiena) o eliminar los restos del enemigo (buitres, mapaches y derivados). La gracia, el guiño que nos animaliza como lectores, humanizándonos frente a las inciertas entidades divinas que custodian el Cielo, procede de la octava CVI, en la que Minerva y Marte se niegan a medirse con las huestes de Quitaplato: «[…] —¿Que acuda / Palas —respondió Marte— y yo a su lado? / No basta, oh padre, a rata tan membruda. / Para un par solo, a pecho tan violento, / desvergüenza le sobra y ardimiento» (vv. 844-

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848). Y es que no deja de ser divertido, y hasta moral, que un ratoncillo amilane al que los aedos consideraron el dios que mejor supo lucir un yelmo encrestado y a la que pasa por ser la virgen que nos regaló la Inteligencia. 9. Grillomaquia Perteneciente a la colección de Pascual de Gayangos, el manuscrito 18471 de la BNE reúne bajo el genérico título de Poesías varias una serie de composiciones en verso del siglo xviii. Algunas son de ingenios bien conocidos, como Jovellanos o Iriarte, y otras anónimas. Entre estas últimas figura la Grillomaquia o La guerra de los grillos, que ocupa las hojas 85-102 (Aguilar Piñal, 1999: 388). Va firmada en su cierre por las iniciales D.D.M.D.A.C.D.B, sospechosamente largas para enmascarar a su responsable, y acaba con un «Imprímase» cuyo fiador es un tal Dº Güemes, aunque, al parecer, nunca llegó a las prensas99. Romance formado por 704 heptasílabos distribuidos a lo largo de 10 cantos, con cambio de asonancia en cada uno de ellos, narra la guerra entre dos ejércitos de grillos, fruto de la muerte del linajudo Alí Music a manos del rey Altigrio. Preceden al texto unas pocas líneas en el haber del también oculto D.M.A.C.V., quien rubrica un pobre resumen de la trama. Curiosamente destaca lo más accesorio, eludiendo los episodios principales. No recoge, por ejemplo, el rosario de cortejos, celos y muertes que dan origen al conflicto armado y, sin embargo, cuando indica que los grillos se volvieron blancos a causa de la escaramuza, sugiere algún tipo de metamorfosis (que después no se producirá). Quien haya escrito este proemio sitúa la historia, con extrema precisión, en «los prados de Santa Casilda», mientras que el autor de la endecha —quizá catalano-aragonés, a tenor de sus rasgos lingüísticos: «furo» (v. 337), «enagrien» (v. 367), «armallados» (v. 560)— declara que transcurre «junto a Briviesca insigne / en tierras burebanas» (vv. 11-12). En efecto, todavía se alza en las inmediaciones de este municipio un santuario dedicado a santa Casilda, pero lo bizarro del asunto es que el responsable del prólogo localice la sede con más exactitud que el propio poeta100. Que estamos ante un preliminar elusivo y hasta lúdico lo prueba, además, la preterición que lo abrocha: después de ad99 No consta que se hayan conservado más testimonios de esta obra. A tenor del resto de textos incluidos en el manuscrito, conjeturamos que este (así como la Grillomaquia) debió de escribirse, o al menos copiarse, en la segunda mitad del siglo xviii. 100 Un recurso que bien pudo tomar de La Muracinda, cuya ambientación es tan concreta como andaluza: «Tomares es un agradable pueblo, / principio del riquísimo Ajarafe / puesto en la altura de una ecelsa cumbre, / famoso por los frutos de que abunda / y por su ilustre fuente esclarecido» (vv. 20-24). Vid. Cueva (1984: 204). Intervenimos en la puntuación. Según Cacho Casal (2013: 147), «dal punto di vista letterario, questa scelta risponde anche alla necessità dichiarata nei Discorsi del Tasso di raccontare fatti sotricamente accaduti nelle posie epiche: “al poeta eroico si conviene fare il suo fondamento nel vero” e, più concretamente, “nell’istorie”».

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vertir que no se detendrá en las virtudes bélicas de los grillos, el autor no hace sino amplificarlas, y acaba brindando a sus lectores plena libertad de interpretación. Aunque tanto el presentador como el poeta (sean o no el mismo) ubican los hechos en un entorno muy español, según se ha visto, en el plano de la ficción la batalla tendrá lugar en la imaginaria Grilliria. A partir de ahí se abandona todo anclaje con la realidad y disfrutamos de un juguete relacionado por cada una de sus esquinas con la épica culta del Humanismo, la Batracomiomaquia y el romancero fronterizo del Siglo de Oro. Tras la preceptiva invocación a las musas (vv. 1-8), sustituidas aquí por la diosa Cefiritis (Flora), se refieren los amores de Gridulceya con sus dos galanes: Alí Music, señor de tierras y gentes, y Altigrio, rey de la comarca (vv. 9-36); el rapto de Gridulceya por Alí Music y sus opulentas bodas (vv. 37-54); la enfermedad celosa que postra al soberano (vv. 55-106), paralela al adulterio de Alí Music, al que Gridulceya responde dejándose seducir por Altigrio (vv. 107-235); y el regreso y la muerte de Alí Music en duelo con su rival, previo a la huida de los desdichados amantes (vv. 236-299), en la mejor tradición del Furioso, que imprime su huella sobre los lances sentimentales y la onomástica: Alí Music, de resonancias árabes, será el Medoro de esta historia, mientras que Gridulceya asume el papel de Angélica, gracias también a su nombre, digno de una heroína de romanzo. Esta parte de la Grillomaquia guarda, asimismo, más de un punto en común con las dos Perromachias de Nieto Molina y Pisón y Vargas. El resto del argumento sigue el modelo de la Batracomiomaquia y se ajusta a la horma de la épica burlesca, si bien esta vez, al contrario de lo que ocurre en el Pseudo-Homero, o en La Moschea, la lucha es entre animales de la misma especie, acaso con el espejo de La Gatomaquia al fondo. El agravio recibido por los deudos de Alí Music clama venganza; y después del coloquio entre los miembros de la tropa —lleva la voz cantante Regrieo—, de la inaudita pudrición durante un año de los despojos del marido de Gridulceya (vv. 324-327) y de la tópica arenga, comienza la guerra (vv. 300-393), que resulta, a decir verdad, un tanto anodina: no se describen los aprestos ni las armas de los contendientes; se menciona apenas a tres de los adalides; se apuntan solo un par de reyertas y dos comparaciones épicas (vv. 394-622). Es Cefiritis, arrogándose el papel de madre y defensora de los insectos, quien fuerza a Júpiter a que detenga las hostilidades. El señor del Olimpo de­sata entonces una tormenta que dispersa a los poblados regimientos, igual que en la Batracomiomaquia, pero esta vez sin la necesidad de convocar a los cangrejos como fuerzas especiales (vv. 623-704). Quizá la falta de vuelo épico se deba a que el autor pretendía acercar su poema a las fábulas, según cabe deducir de la colocación como frontis de una cita sentenciosa, extraída del canto 10, que hace las veces de moraleja: «Que a sí mismos se vengan / de sus delitos mismos». Desde el principio sabemos que la querella entre Alí Music —que había heredado los señoríos de sus padres

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(vv. 19-20)— y Altigrio se cifra en que ambos pretendían a Gridulceya, una grilla «rayana» (v. 26) entre dos reinos. Luego aflora ya la cuestión política: el juego de tronos; concediendo, eso sí, que en los romances de frontera del Siglo de Oro se medían los ejércitos moros contra los cristianos, mientras que en la Grillomaquia todos los protagonistas parecen de origen árabe101. La preguerra en mantillas del canto I les permitirá batirse antes por una dama que es también diestro soldado, pues Gridulceya —como la Marfisa del Furioso— posee dotes militares. No en vano, lucha junto a Altigrio para liquidar al infiel Alí Music (vv. 248-291). He aquí el motivo de la anexión o de la pérdida de un territorio; por más que dicha clave retroceda frente al triángulo sobre el que descansa el romance. Un doble triángulo, pues el segundo, formado por Gridulceya, Alí Music y la atractiva Junqueyda, mujerzuela con la que el galán engaña a su esposa, casi no se desarrolla. Pero la clave política resucita en el canto II: los médicos se muestran inquietos por la convalecencia de Altigrio, ya que su muerte dejaría la corona a merced de Alí Music (vv. 65-70). Por otro lado, esta endecha asume varios tópicos de las comedias de honor del Barroco —Gridulceya llega a tramar el asesinato de su segundo galán— y deviene en la restauración del buen nombre de una grilla cornuda. Circunstancia, en principio, que no tendría por qué dar lugar a una guerra, a diferencia de las que pautan La Batracomiomaquia y La Muracinda, más que justificadas por las respectivas muertes del ratón y la gata. Si en cambio tomáramos como vara de medir La Gatomaquia, el rey Altigrio, muy distinto del Micifuf lopesco, es el mal menor con el que Gridulceya se satisface, primero, y se alía, después, para liquidar a Alí Music. Cierto que el banquete (vv. 228-235) en el que la dueña urde junto a su amante el desquite contra el marido traidor le ayudará a recobrar su honra pero, en el colmo de la ironía, se asienta sobre la base de otro adulterio. De hecho, este festín supone el reverso del celebrado con ocasión de las bodas del canto I. Podría decirse que, hasta el VI, la batalla circula amodorrada por las venas de esa pasión que se apodera de Alí Music, Gridulceya y Altigrio. Con otras palabras: editamos un relato que cede más de la mitad de su contenido al enfeudamiento amoroso. Solo después estallará el gran combate; cuando Alí Music ha recibido su castigo y se palpa la atmósfera política de los romances de frontera, que es también la espoleta de una terrible batalla. Así nos lo aclara Regrieo en el canto VII: «La política exige / vindicar el ultraje: / más hermosa es la muerte / que una vida infame» (vv. 370-373). No se trata, pues, de que el pretexto bélico hubiera puesto aquí pies en polvorosa, sino que, por el contrario, acechaba larvado bajo los primeros cantos. La “razón de amor” lo aplaza a telón de fondo porque los requiebros de los caballeros a la grilla se instauran como el motor que impulsa el choque entre sus dos bandos. Nótese que Gridulceya —¡y bien que lo demuestra con las armas!— no es el florero de esta endecha, sino el aci101

Sobre los matices entre los subgéneros remitimos a Alvar (1971).

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cate y el soldado más activo del primer duelo. Porque el segundo, liderado por Regrieo, sí que es una guerra con todas las de la ley. Ambos ejércitos, sin comerlo ni beberlo, se ven las caras por causa de una astuta mujer y en un campo de Agramante. O de Briviesca. Eso sí, tras enterrar al primero de sus pretendientes. Téngase en cuenta que Gridulceya se reduce aquí al papel de esposa burlada, y son múltiples los ejemplos novelescos, dramáticos y de la propia vida en los que esta condición no se resuelve con un pelotón de infantería. Luego un idilio recorre —sin abandonarla del todo— la espina dorsal de esta zooépica en miniatura, mucho más que en La Batracomiomaquia o La Muracinda. Si bien resisten la cronografías como preludio del combate (vv. 438-450) y los hechos discurren «con dulces esperanzas / y los otros recursos / de la retórica alta» (vv. 429-431), la Grillomaquia se escora en varios pasajes hacia el romancero morisco, perceptible en el episodio de la boda entre Alí Music y Gridulceya (vv. 37-54), donde el autor se permite incluso un anacronismo costumbrista: aunque sus insectos sean árabes, las nupcias se coronan con una corrida de toros (vv. 52-54), recurso que ya vimos en La Perromachia de Nieto Molina. Recordemos que Durán (1945: I, X) definió este subgénero tal que así: Las guerras, los combates, las fiestas, los juegos, los amores, los celos y las pasiones, la expresión de los sentimientos y de las ideas, las galas, los trajes y aun los nombres: todo, todo en los romances moriscos es una escena completa, un retrato vivo y brillante, un fiel espejo de aquella parte de recuerdos que los moros nos dejaron cuando partieron a los desiertos de Berbería.

Ingredientes, de nuevo, que se deslizan por esta Grillomaquia, aun cuando la cacareada historicidad de dichos textos esté ausente del nuestro, fruto de la naturaleza animal de las tropas en liza102. La cuestión no es que la epopeya burlesca no exista en la Grillomaquia, sino que se la despacha con una rápida algarada. Las batallas de auténtico pedigrí son las que sostienen de forma individual, o en pareja, caballeros y dueñas de la talla de Alí Music, Gridulceya y Altigrio; sin obviar las pequeñas estampas sobre el valor de Regrieo en los últimos cantos. El estilo adopta préstamos del romancero en el gastado —pero muy exacto— catálogo de epítetos con el que se adorna a Gridulceya, sucesivamente «bella» (v. 13), «blanda» (v. 24), «graciosa» (v. 29), «agria» (v. 34), «hermosa» (v. 170), «sola» (v. 200), «querida» (v. 209), «luciente» (v. 210), «tierna» (v. 237), 102 Es un largo debate que arranca de Foulché-Delbosc, defensor de la «ahistoricidad» del romancero, luego impugnada por Menéndez Pidal, Morley y Aubrun. Lo matiza Correa (1999: I, 26-28).

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«amante» (v. 361) y «dulce» (v. 619). La métrica responde al gusto ilustrado y subraya la evolución de los romances cuando su argumento resulta de carácter heroico. Y es que, desde las postrimerías del Quinientos, este género se fue abriendo a otras corrientes, popularizadas mediante un romancero sentimental que poco debía ya a los moriscos, pastoriles y caballerescos de cuño italiano. Poco a poco, ese novísimo romancero de fines del xvii y los albores del xviii, incluso en batallitas como la presente, favoreció el retroceso del octosílabo frente a la pujanza de la endecha. Los nombres de los personajes se construyen por lo general sobre la base léxica del sustantivo «grillo», con algún añadido que los singulariza: «Altigrio» hace pensar en un grillo alto o altivo; «Gridulceya» en la dulzura femenina; y «Regrieo» es el monarca de todos; o bien, si se quiere, ‘doblemente grillo’. Otros nombres derivan de las sedes en las que habitan: «Junqueyda», «Amapolis»…; aunque los de dos guerreros suenan un punto misteriosos: «Rumis» y «Cornión». No así el de «Furiato». El patronímico de «Alí Music» se antoja especialmente certero por su doble significado: por una parte, luce las notas árabes que lo convierten en el Medoro de Briviesca; por otra, sirve como nombre parlante: «el que produce música con sus alas». Sin duda, nos hallamos ante un texto menor en fantasía, vuelo y calidad respecto a epopeyas tan sutiles como La Muracinda, La Gatomaquia o las dos Perromachias. Quizá por eso no llegó a rebasar la frontera del manuscrito. Pero este divertimento entre grillos pone de manifiesto, al menos, su proximidad con el apólogo y la vigencia de la épica burlesca en un siglo en que muchos la daban ya por sepultada. 10. Criterios de edición Dado que el problema esencial de una edición crítica no radica en modernizar o no modernizar, sino en proporcionar un texto susceptible de ser entendido de la mejor manera, la primera fase de nuestro trabajo, cuando nos las habemos con poemas transmitidos en un único testimonio (La Perromachia de Nieto, La Rani-ratiguerra de March, la anónima Grillomaquia) se ha ceñido a la corrección de los errores; siempre de acuerdo con el usus scribendi de sus autores, pues en casos como los del marqués de Ureña, responsable de El imperio del piojo recuperado, el mismo Nieto o Pisón y Vargas, autor de la segunda Perromachia, han llegado hasta nosotros otros libros salidos de sus plumas. Cuando se trata de una tradición manuscrita (o bien manuscrita e impresa) más compleja, realizamos la collatio según el método del error significativo, a fin de ofrecer un texto fiable. Lo explicaremos con detalle en los siguientes epígrafes. Regularizamos el uso de la b y la v, eliminando los betacismos. Desarrollamos el diptongo cuando la unión de vocales palatales se reduce al fonema de abertura mínima /i/: «veía», en lugar de «vía». Restituimos la h allí donde es

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preciso («helado», en lugar de «elado»; «hombros», en lugar de «ombros») y la eliminamos cuando el copista (o el impresor) hacen uso impropio de la misma («arenga», en lugar de «harenga»; «echar», en lugar de «hechar»). Normalizamos el uso de las sibilantes («estrecheces», en lugar de «estrechezes»; «aceitunos», en lugar de «azeitunos») y modernizamos el del fonema alveolar sordo oral /s/ allí donde se utiliza hoy como velar fricativo sordo oral /ks/: «extraña», en lugar de «estraña». Procedemos igual en lo que atañe al uso de la c y de la q: «locuaz», en lugar de «loquaz». Por último, sustituimos en los diptongos crecientes «ay» la vocal de abertura mínima por su grafema actual i: «aire», en lugar de «ayre». Empleamos la palatal y en aquellos términos que presentan el diptongo creciente «ie» o «iu»: «yerta», en lugar de «hierta»; «yugo», en lugar de «iugo». Homologamos asimismo los fonemas consonánticos velares (sonoros y sordos) de acuerdo con las normas ortográficas vigentes: «lisonjera», en lugar de «lisongera»; «fijar», en lugar de «fixar». Salvo que se registren dobletes, en cuyo caso los conservamos, se ha optado por adaptar al sistema moderno las junturas de preposición y demostrativo, pronombre personal o artículo (dél, dello, deste, destos, etc.), ya que obedecen en buena medida a rasgos de escritura o tipografía, mucho más que a la conciencia fonética del escritor. Obviamente, y aunque no se amoldan a las normas académicas, empleamos las diéresis («düelo») para marcar las dialefas, amén de numerar los versos. Las abreviaturas más utilizadas se refieren a: Aut.: Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española de la Lengua. DRAE: Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (seguido, tras coma, el año de la edición que manejamos). CORDE: Corpus Diacrónico del Español. Por lo que respecta a las notas, van dirigidas a explicar con la mayor exactitud el léxico y las alusiones mítico-poéticas, las fuentes grecolatinas y barrocas, los préstamos, acontecimientos, personajes, lugares, tópicos, etc. La Burromachia de Gabriel Álvarez de Toledo Según Jaime Galbarro [2009: 219-220], esta zooépica se ha conservado en dos manuscritos y en la edición príncipe (y póstuma) de las poesías de Álvarez de Toledo al cuidado de Torres Villarroel. El primer manuscrito (A) está descrito con el número 105 en el Catálogo de los manuscritos poéticos castellanos de The Hispanic Society of America (Rodríguez Moñino-Brey, 1965: 53-56) y su portada reza: «Varias Poesías De D.n Gabriel Álvarez de Toledo, y Pellicer. Juntólas D. Miguel Joseph Vanhufel, y las dedica al Ex.mo S.or Duque de

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Alburquerque. Año 1719». Se trata de un manuscrito en 4º de 234 páginas (La Burromaquia en las pp. 93-147) con letra de principios del siglo xviii, que, como otros muchos de la institución fundada por Archer M. Huntington, procede de la Biblioteca del Marqués de los Caballeros. No obstante, aparecía ya recogido en su catálogo por Vicente Salvá (1829: 5), con el número de entrada 2373. Nada se sabe del copista y autor de la recopilación de los textos, Miguel Joseph van Huffel, quien dedica la obra «al Ex.mo S.or Marques de Cuellar, mi s.or Señor. Las varias Poesias, que D.n Gabriel Aluarez de Toledo, escriuio a distintos asumptos, y respetos, ofresco, juntas, a los pies de V. E… Madrid, y mayo 8 de 1719 […]». El duque de Alburquerque al que dirige la obra es probablemente Francisco Fernández de la Cueva Enríquez, virrey de Nueva España entre 1701-1711. En 1711 regresó a España y se instaló en Madrid donde murió en 1733. La labor del copista Miguel Joseph Vanhufel fue meramente recopilatoria. El segundo (B) es el ms. 1581 de la Biblioteca Nacional de España, en cuya portada consta: «Poesias varias de D. Gabriel Álvarez de Toledo y Pellizer Bibliothecario Mayor de S. Magº, recoxidas por D. Miguel Ioseph Vanhufel Secretº del Ex.mo Sr. Duque de Alburquerque. 1741». Se trata de un testimonio de 269 páginas (La Burromaquia en las pp. 97-147), con letra muy cuidada, legible y regular, que pertenece a un solo copista que dejó numerosas páginas en blanco a lo largo de la copia, y unas cuarenta y nueve páginas en blanco al final del manuscrito, justo antes de las tablas del contenido.

Y por último la edición príncipe (C): Obras posthumas poeticas, con la burrumaquia [Texto impreso] / de don Gabriel Alvarez de Toledo Pellicer y Tobar …; sacalas a luz … Diego de Torres Villarroèl, el que escribe al principio un resumen de la vida y virtudes de este autor … Madrid : en la Imprenta del Convento de la Merced : se hallara en casa de Juan de Moya..., 1744 [24], 132 p.; 4º Signatura: BNE, 3/23445

Una vez realizada la collatio, hemos comprobado que A y C son colaterales (o sea, derivan de un modelo común) y que B copia directamente de A, pues a excepción de unos pequeños errores de A (en principio poligenéticos) que B corrige sin dificultad por conjetura, reproduce los de A y añade algunos propios. Un caso peculiar es el del «Rebuzno» I, v. 499, que, no obstante, el copista de

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B pudo resolver ope ingenii, pues el contexto ofrece la solución a esa hipometría de forma inmediata. No se detectan claros errores de arquetipo, aunque es probable que en el antepasado de A y C figurara el pequeño desliz (I, 486) que reproduce fielmente el copista de A: «la guerreras gentes», corregido de forma independiente por B («las guerreras gentes») y C («la guerrera gente»). Al tratarse de un locus que se ve afectado por la posición versal del sustantivo «gentes», la lección correcta es obviamente la del descriptus B. 1. Errores separativos de C (respecto a AB) AB porque negarse a él de todo punto trompa trozos combinó filosofía

C que negarse al comer de todo punto pompa tornos concibió fisonomía

Texto crítico porque negarse a él de todo punto trompa trozos combinó filosofía

«Rebuzno» y versos I, 135 I, 147 I, 185 II, 188 II, 242

2. Errores separativos de B respecto a AC AC roznante Zafiro desagüe estambre

B resonante Céfiro desaga sangre

Texto crítico roznante Zafiro desagüe estambre

«Rebuzno» y versos I, 15 I, 169 I, 528 II, 356

3. Errores exclusivos de A Ninguno posee valor separativo (y ninguno se puede considerar seguramente monogenético, pues a menudo cambia solo un grafema); de modo que todos los errores de A se pudieron corregir por conjetura. Lo cual nos lleva a suponer que B sea un descriptus de A. Además, hay que subrayar que se trata de un manuscrito particular por lo que atañe al uso del fonema alveolar vibrante múltiple /r/ con fines burlescos, rasgo que podía ser autógrafo y quizá atenuaron de manera independiente los otros copistas: «corraje» (I, vv. 157 y 621; II, v. 406), «arreópago» (I, v. 233), «hierre» (I, v. 394), «serrones» (I, v. 529), «corroza» (II, v. 248) y «tarrama» (III, v. 54).

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4. Errores conjuntivos de AB AB Jumentorio atanguía ciego Joven Joven

C Jumentorvo ataujía ciega Jove Jove

Texto crítico Jumentorvo ataujía ciega Jove Jove

«Rebuzno» y versos I, 245 II, 244 II, 302 II, 345 II, 351

5. Selección de errores poligenéticos A queda recuas anotomía cuando que la condutos al

B queda recua anotomía cuando que la conductos al

C quedó recua anatomía cuanto que a la conductos el

Texto crítico queda recua anotomía cuando que la condutos al

«Rebuzno» y versos I, 50 I, 537 II, 139 II, 236 II, 381 II, 453 III, 84

Proponemos el siguiente estema: O A   C B La Gatomiomaquia de Ignacio de Luzán La Gatomiomaquia se conserva en dos testimonios. El primero es el manuscrito con poemas del famoso preceptista hallado por Ángel Olmella en la iglesia parroquial de Santa María de Alcañiz: A  POESÍAS / inéditas De Dn. Ignacio Luzán /copia-das / de

los Borradores, que paran en / poder /del Coronel Dn. Joa-

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quín Luzán / Señor de Castillazuelo; / en Barbastro. Año de 1789. / Del P. Pío Cañizar de Sn. Sebastián / Letor en Artes / en el Colegio de las Escuelas Pías.

Fue dado a conocer por Egido (1983), que editó La Giganteida (ff. 61-77), y Sánchez Laílla (2010: 239-247) se ha encargado de estudiarlo y editarlo en su totalidad: No hay nada extraño en la ubicación de estos papeles, si tenemos en cuenta que el autor material del manuscrito, según reza en su misma portada, es el padre Pío Cañizar de San Sebastián, rector de las Escuelas Pías de la ciudad turolense en los últimos años del siglo xviii. Con ocasión de una estancia del escolapio en Barbastro para impartir un curso de Teología, pudo producirse la relación con Joaquín de Luzán, hijo del autor de la Poética, militar de profesión, que había heredado de su abuelo, don Antonio Luzán y Guaso, el señorío de la cercanísima localidad de Castillazuelo. Es fácil suponer la mutua simpatía y aprecio de estos dos hombres cultos y forzosamente vinculados a la literatura, que pudo hacer natural la cesión por parte del coronel Luzán de unos borradores de su padre para que el religioso los aprovechara a discreción. El resultado es esta copia manuscrita, en fina letra cursiva, de una colección de veintiséis poemas de Ignacio de Luzán [de la] que presento a continuación la edición íntegra. […] He numerado con cifras arábigas y (como cualquier adición al texto original) entre corchetes los veintiséis poemas del manuscrito, que ofrecen un interesante catálogo de géneros y formas métricas. Así encontramos, por lo que se refiere a los textos castellanos, las siguientes modalidades: tres poemas en octavas reales ([1], [18] y [24]); cuatro odas, una en romancillo ([5]), otra en redondillas ([6]), otra con la forma de silva de versos sueltos ([7]) y la última en estrofas sáficas ([8]); una composición en tercetos encadenados ([10]); unos serventesios ([11]); cinco sonetos ([12], [20], [21], [22] y [23]); cuatro canciones de estancias ([13], [14], [15] —ésta con un esquema aaBbcDd— y [19]); una canción de sextetos-lira ([16]); y un epitalamio en estancias octosilábicas ([25], con esquema aBCaBCDD). En cuanto a los textos latinos, encontramos tres epigramas en dísticos elegíacos ([2], [3] y [4]), un epinicio latino ([9]), también en dísticos elegíacos, y un poema yámbico ([17]) (Sánchez Laílla, 2010: 229232).

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El segundo testimonio lleva por título Obras manuscritas de D. Ygnacio Luzán Claramunt de Suelves y Gurrea (BNE, ms. 3743, 72 h., en blanco la h. 72v.: La Gatomiomaquia en las h. 34r-41v; con ex libris de A. Mosti y sello de la BNE; en la h. 72r otra mano declara que todas las obras son de Luzán; nos referimos a él como B). La única fecha que podríamos considerar como término post quem es la de 1745, dado que ese año tuvo lugar la victoria de Fontenoy, a la que el escritor dedicó unos epinicios latinos y su correspondiente traducción, incluida en el manuscrito (f. 4). También Figueras Martí (1998: 99-168) edita La Gatomiomaquia, a partir de B, en su trabajo sobre los ecos de Monzón en la vida y obra de Luzán. En nuestro caso, una vez cotejados los dos testimonios, no hay errores comunes entre ambos. Luego proponemos el siguiente estema: O A   B Difícil saber si ambos copiaron de una fuente común (nótese que los manuscritos no cuentan con el mismo número de poemas) o si acudieron a versiones distintas de los textos del aragonés. Nos decantamos por editar el texto de A (corrigiendo ope ingenii sus errores y recogiendo las variantes de B en el aparato); y lo hacemos por cuatro razones, de acuerdo con Sánchez Laílla: 1) los borradores que el hijo de Luzán cedió a Cañizares obraron en poder del gran teórico ilustrado, lo que quizá permita especular sobre su naturaleza autógrafa; 2) «el documento […] nos ofrece testimonios únicos de algunos poemas que solo conocíamos por referencia, bien en alguno de los listados de las obras de Luzán que nos han llegado (el de su hijo Juan Ignacio, canónigo de la santa iglesia de Segovia, y el del ms. 2528 de la Biblioteca Nacional de Madrid), bien en la Biblioteca Nueva de Escritores Aragoneses de Latassa, cuya fuente es casi seguro el inventario del hijo de Luzán» (Sánchez Laílla, 2010: 231); y 3) «caso diferente es el de otros poemas de los que hay un segundo testimonio en el ms. 3743 de la Biblioteca Nacional de Madrid [no fechado] que es la recopilación de obras de Luzán más importante tras la que editamos aquí. Me refiero a [1]18, [10]19, [12]20, [15]21, [16]22, [22]23 y [26]24. De todos ellos, [15], [22] y [26], junto a otros poemas, aparecerían impresos en distintos números del Diario de Zaragoza de 1797 […], circunstancia señalada por Latassa en su Biblioteca nueva. En todo caso, los poemas citados en el párrafo precedente, ni más ni menos, son los que a la altura de 1789 eran verdaderamente inéditos. El padre Cañizares, empleando el título de Poesías inéditas de Don Ignacio Luzán, deja claro su desconocimiento de que un número considerable de ellas había aparecido en letras de molde. Ya en 1770 los poemas [5], [6]27, [7]28, [8]29, [13] y [14]30 estaban recogidos en el Parna-

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so español de López de Sedano» (Sánchez Laílla, 2010: 232-234); y 4) la collatio ha revelado que los dos testimonios no poseen ningún error en común y sí varias lecciones adiáforas (que podrían ser incluso variantes redaccionales del autor). Algunas de nuestras enmiendas de los errores de A armonizan con las lecciones de B. La Perromachia de Nieto Molina Solo se conserva la edición príncipe de esta obra: Nieto Molina, Francisco, La Perromachia. Fantasía poética en redondillas con sus argumentos en octavas, Madrid, Pantaleón Aznar, 1765, BNE, R-34900.

Enmendamos ope ingenii los errores que hemos localizado, sin desdeñar el cotejo del resto de opúsculos de Nieto Molina (El Fabulero, Inventiva rara, Juguetes del ingenio…), dada su tendencia a acarrear materiales (y hasta pasajes enteros) de unos textos a otros. Así lo ponemos de manifiesto en las notas. Los errores pueden resolverse con facilidad y casi todos son atribuibles al componedor. Solo oponen algún obstáculo los casos de ceceo, glosados oportunamente en las notas, que hemos conservado como rasgo propio del usus scribendi del autor gaditano: «cidra» en lugar de «sidra» (III, 604), «cerrallo en lugar de «serrallo» (IV, 944), etc. También hemos manejado la reimpresión de la BAE a partir de la príncipe, que a veces corrige los errores de aquella y otras suma errores propios. No recogemos en el aparato, por su escasa productividad, las variantes de dicha reimpresión. El imperio del piojo recuperado Solo se conserva la edición príncipe de esta obra: Gaspar de Molina y Saldívar (marqués de Ureña), El imperio del piojo recuperado. Por Don Severino Amaro, Sevilla, Imprenta de Vázquez, Hidalgo y Compañía, 1784. Universidad de Sevilla (fondo antiguo): A 109/067/(08).

Enmendamos ope ingenii los escasos errores; sin desdeñar la consulta del resto de los libros del marqués de Ureña. Así lo ponemos de manifiesto en las notas. Todos los errores se pueden resolver con facilidad y son atribuibles al componedor.

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La Perromachia de Pisón y Vargas La tradición textual de La Perromachia en ocho cantos de Juan Pisón y Vargas se cifra en cuatro testimonios; dos impresos y dos manuscritos: A. La Perromachia. Invención poética en ocho cantos… Madrid, por don Antonio de Sancha, 1786, 104 p.; 4º. BNE, 3/50284. Portada con viñeta xilográfica. B. La Perromachia: en ocho cantos. / de Juan Pisón y Vargas, 1790, 79 h. ; 21 x 15 cm BNE, MSS.MICRO/20740 (en blanco la h. 4v). C. La Perromachia: [invención poética en ocho cantos] / de D. Juan de Vargas, 1973, 67 h. ; 22 x 16 cm. BNE, MSS/5638. D. La Perromaquia: invención poética en ocho cantos, por D. Juan Pisón y Vargas, Barcelona, Imprenta y Librería Española y Extranjera de J. Roca y Cía., 1844, 103 pp. Biblioteca Ateneu Barcelonès, GO 4704.

Una vez realizada la collatio, hemos podido determinar que A debe tomarse como texto base. Como se deduce de las tablas infrascritas, B y D descienden de A, aunque de manera autónoma; mientras que C copia directamente de B, pues conserva la inmensa mayoría de sus errores y añade muchos propios. 1. Errores de la príncipe Todos los testimonios conservados poseen un error común (que, como veremos, no deriva de un arquetipo perdido, sino que A transmitió a sus descripti): ABCD compadece

Texto crítico comparece

Silva y versos VIII, 127

Enmendamos en nuestra edición los pocos errores que hemos detectado en la príncipe (A) —algunos de ellos ya corregidos por el resto de testimonios— sin dejar constancia de ello en las notas al pie. Dichos errores, subsanables sin dificultad, cabe atribuirlos al componedor:

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A justo apedillaba chrirlo hacer

B gusto apellidaba chirlo a hacer

C gusto apellidaba chirlo a hacer

D gusto apellidaba chirlo hacer

Texto crítico gusto apellidaba chirlo a hacer

Silva y versos II, 89 II, 220 V, 313 V, 349

2. Errores comunes de BC Una serie de errores de BC, al figurar en posición versal, tienen solo valor conjuntivo: AD perrada viento avara

BC perra vuelo vana

Texto crítico perrada viento avara

Silva y versos III, 55 III, 257 VI, 122

En cambio, la siguiente tabla recoge los errores comunes que confirman el valor separativo de la familia BC respecto al resto de la tradición: AD la zorra impensado pericón

BC con su zorra un pensado perdición

Texto crítico la zorra impensado pericón

Silva y versos IV, 134 V, 45 VIII, 242

Además, la existencia de la familia BC es corroborada por una estimable cantidad de pequeños errores sin claro origen monogenético: AD humo lo entremetida osa temer perro lo resultaba

BC humos le entrometida oso tener perros le resulta

Texto crítico humo lo entremetida osa temer perro lo resultaba

Silva y versos I, 140 I, 203 II, 206 IV, 36 V, 40 VI, 175 I, 203 IV, 54

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Por último, se documentan asimismo un buen número de adiáforas que ratifican la familia BC: AD harto no en también vino faldero y fino caricias rebeldía en los deseo difunde se oye ni ve vida oyendo halló destino

BC bien menos con vino luego fino y faldero cariños tiranía los desvío difundir se ve ni oye pena oyeron vio camino

Texto crítico harto no en también vino faldero y fino caricias rebeldía en los deseo difunde se oye ni ve vida oyendo halló destino

Silva y versos II, 111 II, 149 III, 2 III, 204 III, 205 IV, 143 V, 80 II, 21 VI, 32 VII, 3 VII, 28 VII, 59 VIII, 98 VIII, 114 VIII, 320

3. Selección de errores separativos de C B ignoraba despegó execrable en los garduña andaba que aquella río serena corta dehesa tosca inquiere persuasión

C contemplaba desplegó execlable con los guarduña anda aquella un río se recrea poca desecha toca adquiere persecución

Texto crítico ignoraba despegó execrable en los garduña andaba que aquella río serena corta dehesa tosca inquiere persuasión

Silva y versos I, 146 I, 220 I, 291 II, 30 II, 118 II, 171 III, 91 IV, 32 IV, 49 IV, 99 V, 97 V, 164 VI, 43 VI, 52

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B infiel lejos segundo retórico dispuesta mudos fingir dudan

C infeliz los ojos según retorció si dispuesta muchos sufrir dudando

Texto crítico infiel lejos segundo retórico dispuesta mudos fingir dudan

Silva y versos VI, 238 VI, 50 VII, 127 VII, 218 VII, 277 VIII, 96 VIII, 146 VIII, 257

4. Errores exclusivos de B Los loci que podrían problematizar la naturaleza de C como descriptus directo de B son escasísimos y justificables: 1) erratas del copista de B durante su proceso de transcripción de A (I, 284; II, 222; II, 233; III, 226; VII, 152), resanadas sin mayores apuros por el copista de C; 2) fallos de transcripción por parte de B que dan como resultado un par de versos hipermétricos (V, 285-286; VI, 208), detectados y corregidos por C. Solo hay dos loci (V, 35-36) un punto dudosos, pero fáciles de solucionar por un lector mínimamente avezado: 1) En A se lee: «De qué sirve que el mundo miserable / nos ofrezca el placer y la ventura». B transcribe «aventura» en lugar de «ventura», que carece de sentido en ese contexto; de ahí que C subsane el error; y 2) en A se lee: «perro pobre» (II, 165), pero el copista de B se equivoca y transcribe «pobre perro»; y el de C —creemos que ope ingenii, o bien fruto de un error al trasladar el texto de B— restaura por azar o fortuna la lección primitiva de A: «perro pobre». AC pesar perro pobre maridable comilón también y la ventura y con resuelto modo, / atropellando todo los dos aduladores desengañado

B pesear pobre perro madirable comillón tan bien y en la aventura y con resuelto modo, atropellando todo los dos aduladores, libres ya de temores desengado

Texto crítico pesar perro pobre maridable comilón también y la ventura y con resuelto modo, / atropellando todo los dos aduladores

Silva y versos I, 284 II, 165 II, 222 II, 233 III, 226 IV, 296 V, 36 V, 285-286

desengañado

VII, 152

VI, 208

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Confirman el hecho de que C es un descriptus de B una serie de errores de B que C procura resanar ope ingenii (I, 286; V, 264; VI, 123): AD tahúr que yo no soy culpada con un abencerraje ponch llegaban al

B taúl que no soy culpable en una abenzarreje pon regaban al

C tal y que no soy culpable en un abanzarraje pan regaban el

Texto crítico tahúr que yo no soy culpada con un abencerraje ponch llegaban al

Silva y versos I, 286 I, 292 III, 300 V, 189 V, 264 VI, 123

5. Errores exclusivos de D Son muy reducidos y, a la luz de la siguiente tabla, atribuibles al componedor: omisión de preposiciones o conjunciones, leísmos y caída de alguna vocal. Aunque sean de poca monta, su cantidad avala de nuevo nuestro estema: A en su frías y tenebrosas cualquier verle prometerse a esto enfado insista

D su frías, tenebrosas cualquiera verlo prometer esto anfado insistía

Texto crítico en su frías y tenebrosas cualquier verle prometerse a esto enfado insista

Silva y versos I, 130 I, 166 I, 212 I, 250 I, 254 II, 252 IV, 68 V, 10

En virtud de estos datos, proponemos el siguiente estema: O A B   D C

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El Murciélago alevoso. Invectiva de fray Diego González Vid. lo expuesto en la «Introducción». La Rani-ratiguerra No conservamos autógrafos ni apógrafos de esta obrita. Nuestra edición se ciñe al texto de la príncipe: La rani-ratiguerra: Poema jocoso dedicado a Juan Rana / y dado a luz por uno de sus mas afectos alumnos: Valencia: por Francisco Burguete…, 1790. 40 p.; 8º.

Hemos consultado los ejemplares del testimonio BNE, R/35722 (este cuenta con el anexo manuscrito de una «Ilustración al precedente poema por D. C. A. de la Barrera); VC/2536/9 y VE/577/26. Hemos optado, en virtud de su fácil comprensión, por suprimir los guiones en los nombres propios de ranas y ratones. Solo los respetamos para «MendrugHurto» y «Reina-Enlagua», pues su fonética y hasta el sentido de esa composición de palabras se verían afectados. Grillomaquia El único manuscrito de la Grillomaquia es una copia in fieri de su oculto autor —las discrepancias entre el resumen del prólogo y el argumento del poema se revelarían, entonces, como un juego irónico, al igual que sus respectivas rúbricas—. A la luz de las variantes, todas de su puño y letra, y más aún de las específicamente alternativas, que consignamos en esta edición, anotadas al margen, lo más probable es que el testimonio en el que se nos ha conservado se hallara en una fase avanzada —pero no definitiva— de corrección. Conservamos la aglutinación de preposición y demostrativo, pronombre personal o artículo («junto a la tierra deste»; «y en torno dél se paran») allí donde el autor la emplea (con frecuencia en posición versal), pues la alterna a lo largo del poema con las formas desglosadas: «de el triunfo ufanarse»; «da fin a el desafío». Hemos respetado asimismo el sustantivo «dotor» (v. 78), que se registra en los diccionarios de la época y no plantea dificultades al lector medio. El aparato se ajusta a los siguientes criterios. 1. Añadidos: 113-4. de su florida… fresco ] añadido en el margen La fórmula añadido, insertado o añadido al margen, después del texto crítico, indica que el propio autor lo incorporó más tarde.

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2. Sustituciones tardías: 152. vida ] T← muerte El signo ← indica que el texto crítico «vida» (indicado con la sigla T) deriva de un estadio previo de redacción («muerte»). El subrayado en muerte evidencia que dicha palabra fue tachada. 3. Sustituciones inmediatas: 580. en el ] de ➣ T El signo ➣ indica una corrección inmediata: el autor empieza a escribir «de» y acto seguido lo sustituye por «en el». Lógicamente, también aquí el subrayado en de evidencia que la palabra fue suprimida. 4. Tachaduras inmediatas: 463-4. llegan ] llegan los ex El subrayado indica que el texto crítico («llegan») deriva de forma inmediata de un error mecánico durante la copia, subsanado con rapidez. El autor comenzó a escribir al final del verso 463 «los ex», sintagma con el que arranca el siguiente verso («los ejércitos»).

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Poema imperfecto de La Burromaquia [de Gabriel Álvarez de Toledo] Rebuzno primero   Si vizcainado merecí algún día1 tu burramen, Garnica, pardicano2, vizcainado: participio burlesco. Entre las propiedades literarias de los vascos, escarnecidos en muchas obras del Siglo de Oro (baste pensar en el Sancho de Azpeitia del Quijote, citado por el propio Álvarez de Toledo en su «Segundo rebuzno») se cuentan lo ridículo de sus pretensiones nobiliarias, la necedad, la rudeza y el uso de una jerga tópica. Vid. Luis Arturo Hernández Pérez de Landazábal, «Vizcaínos en un berenjenal», Anales Cervantinos, XXXVIII (2006), pp. 123-164. La primera octava de la Burromaquia es un homenaje paródico al íncipit del Panegírico al duque de Lerma: «Si arrebatado merecí algún día / tu dictamen, Euterpe, soberano, / bese el corvo marfil hoy de esta mía / sonante lira tu divina mano; / émula de las trompas su armonía, / el Séptimo Trïón de nieves cano, / la adusta Libia, sorda aún más, lo sienta, / que los áspides fríos que alimenta» (vv. 1-8). Vid. Luis de Góngora, Obras completas, ed. Antonio Carreira, Madrid, Biblioteca Castro, 2000, I, p. 479. 2 burramen: neologismo festivo a partir de «vejamen», o sea, la reprensión que pone en solfa los defectos de un sujeto. Sobre este género académico, vid. Giovanni Cara, Il vejamen in Spagna: juicio y regocijo letterario nella prima metà del 17. secolo, Roma, Bulzoni, 2001; y Abraham Madroñal Durán, «De grado y de gracias»: vejámenes universitarios de los Siglos de Oro, Madrid, CSIC, 2005. Garnica: el nombre de la musa deriva del chiste previo. «Garnica» es un término vasco («Gernika»), pero se castellanizó durante la Reconquista. No se olvide, al hilo de los versos de La Burromaquia, que el árbol de Guernica (en euskera, Gernikako arbola o Gernikako zuhaitza) es un roble situado junto a la Casa de Juntas en la localidad de Gernika-Luno. Simboliza las libertades tradicionales de Vizcaya y los vizcaínos, y por extensión las de todos los vascos. pardicano: el “pelaje” del posible «burramen» es entreverado, una mezcla de tordo y blanco. Este detalle subraya la comicidad de estas octavas, pues la inspiración de la «Garnica» de Álvarez de Toledo —tachada de acémila— no está ya para demasiadas guerras. La fusión del pardo y del blanco atendía en el Barroco por «calabriada»: «mezcla de dos o más vinos, y especialmente de blanco y tinto. […] Metafóricamente se toma por la junta o mezcla en algún sitio de cosas diversas» (Aut.). Vid. la prosopografía del cíclope en la Fábula de Polifemo a la Academia de Madrid de Castillo Solórzano: «La media plaza de la frente lucia / do está el ojo rasgado o descosido, / adorna greña o cabellera sucia, / a quien dientes de peine no han mordido. / Castaña es la mitad, la mitad rucia, / calabriada que el tiempo ha permitido, / que la robustidad aun no le salva / de plata crespa ni de lisa calva» (Rafael Bonilla Cerezo, Lacayo de risa ajena. El gongorismo en la Fábula de Polifemo de Alonso de Castillo Solórzano, Córdoba, Diputación de Córdoba, 2006, p. 133). 1

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concédele a mi cántabra poesía3 el ronco acento del mejor paisano4. Émula del relincho, su armonía5 5 escuche alegre el espacioso llano, y el valle que en sus parvas le alimenta6 Filomena cuadrúpeda le sienta7.   Cuadrúpeda será, pero canora8; dígalo cuando al fin de la jornada su olfato aplaude, si su vista ignora, el anuncio feliz de la cebada. Dígalo en los destellos de la Aurora,

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cántabra poesía: la Burromaquia está protagonizada por asnos norteños. Luego «cántabra» es aquí una metonimia por «vasca», de acuerdo con la cita del árbol de Guernica. 4 ronco acento: eco de un sintagma que figura en dos octavas del Polifemo: «Verde el cabello, el pecho no escamado, / ronco sí, escucha a Glauco la ribera / inducir a pisar la bella ingrata, / en carro de cristal, campos de plata» (1612, XV, 117-120); y «el ronco arrullo al joven solicita» (1612, XLI, 321). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, ed. Jesús Ponce Cárdenas, Madrid, Cátedra, 2010, p. 159. 5 émula del relincho su armonía: aunque el poeta canta una batalla entre asnos, lo que resulta ya jocoso de por sí, el uso de voces cultisonantes duplica la comicidad de los hechos. Francisco de Quevedo, Receta para hacer Soledades en un día, incluida en La culta latiniparla, a su vez publicada en las Obras festivas, ed. Pablo Jauralde Pou, Madrid, Castalia, 1981, pp. 134-145, se había reído ya de esta clase de giros: «Quien quisiera ser culto en un solo día / la jeri aprenderá gonza siguiente: / fulgores arrogar joven presiente, / candor construye métrica armonía; / poco mucho, si no, purpuracía / neutralidad conculca, erige mente, / pulsar, ostenta, librar, adolescente, / señas traslada, pira, frustra, arpía; / cede, impide, cisuras, petulante, / palestra, libra, meta, argento, alterna, / si bien disuelve émulo canoro» (vv. 1-11). Las cursivas son nuestras. 6 parva: «la mies tendida en la era para trillarla, u después de trillada, antes de separar el grano» (Aut.). 7 Filomena cuadrúpeda: es común en las bucólicas, incluso en las protagonizadas por asnos, la presencia de un ruiseñor (Filomena) que subraya con sus trinos la belleza del locus amoenus. Filomena era «hija de Pandión, rey de Atenas. […] Tereo, rey de Tracia casado con su hermana Progne, [la] violó, habiéndole pedido a su padre para que se fuese a holgar con su hermana y dejándola en una soledad adonde se aprovechó de ella. Para que no pudiese contar el suceso le cortó la lengua, y la puso con guardas en un lugar fuerte. Pero ella, siendo diestrísima en labrar y tejer, hizo una tela donde dibujó con colores todo el suceso, y tuvo orden como viniese a manos de su hermana Progne, la cual sentida gravemente de esta injuria difirió la venganza hasta el tiempo de los orgíos, y entonces con gran muchedumbre de otras mujeres bacantes con sus tirsos y sus pieles, instruida del lugar adonde estaba su hermana, la sacó de la prisión y la llevó consigo a palacio, y allí concertaron entre las dos matar a Itis, hijo de Progne y de Tereo, y guisado se dieron a comer, y al fin de la cena salieron las dos y le pusieron en la mesa la cabeza del niño. Entonces Tereo, lleno de furor, echando mano a la espada fue tras su mujer para matarla, y los dioses le convirtieron en abubilla, y a Progne en golondrina, a Filomena en ruiseñor y a Itis en faisán» (fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Crisóstomo Garriz, 1646, p. 740). 8 canora: nótese que el poeta aprovecha adjetivos ya censurados en la polémica anticultista y en la Receta para hacer Soledades en un día. 3

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la gallicina música emulada9, haciendo su roznante melodía10 15 trompa burrátil que despierta al día.   Oiga el claro rebuzno de la fiera, pompa de la Cantabria, la corriente del Bidaso, que guarda en su ribera11 de su huella el carácter elocuente. De hierro, blando más que su mollera12, armada le oiga la indomable gente, porque atruene los términos del mundo13 del roznido canoro el son profundo14.   Donde oprime sandalia victoriosa del líbico Neptuno el espinazo15

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9 la gallicina música emulada: parodia de los amaneceres míticos. Estas octavas abren el día, igual que el canto de las aves de corral. La estrofa destaca por la bizarra imagen sobre las gallináceas; recuérdese que una de las críticas de Jáuregui a las Soledades (vid. Mercedes Blanco, «El Panegírico al duque de Lerma como poema heroico», en El duque de Lerma. Poder y literatura en el Siglo de Oro, dirs. Juan Matas Caballero, José María Micó y Jesús Ponce Cárdenas, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2011, pp. 11-56 [p. 20]), se cebaba con este tipo de licencias: «tampoco los amantes de las Soledades lo tuvieron fácil “a la hora de sostener que su materia o argumento eran grandes y heroicos pese a que el poema hablase de ‘cosas pastoriles’ o, como decía Jáuregui, de gallinas, pavos, quesos y “otras semejantes raterías”». Vid. asimismo Juan de Jáuregui, Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, ed. José Manuel Rico García, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2002, p. 43. No en vano, Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994, p. 261, caracterizó al gallo como «doméstico es del Sol, nuncio canoro» (1613, I, 294). 10 roznante: participio de presente de roznar: «vale también rebuznar» (Aut.). 11 Bidaso: el río Bidasoa atraviesa las provincias de Navarra y Guipúzcoa. Desemboca entre Hendaya (Francia) y Fuenterrabía (España), en el mar Cantábrico, por la bahía de Txingudi, junto al cabo Higuer, formando las llamadas marismas de Txingudi. 12 mollera: «la parte más alta del casco de la cabeza, junto a la comisura coronal» (Aut.). 13 atruene los términos del mundo: eco del broche de la «Dedicatoria» del Polifemo: «Alterna con las Musas hoy el gusto; / que si la mía puede ofrecer tanto / clarín (y de la Fama no segundo), / tu nombre oirán los términos del mundo» (1612, III, 21-24). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, pp. 155-156. 14 Toda la estrofa supone otro homenaje burlesco a la segunda octava del Panegírico al duque de Lerma: «Oya el canoro hueso de la fiera, / pompa de sus orillas, la corriente / del Ganges, cuya bárbara ribera / baño es supersticioso del Oriente; / de venenosa pluma, si ligera, / armado lo oya el Marañón valiente, / y débale a mis números, el mundo, / del fénix de los Sandos un segundo» (vv. 9-16). Vid. Luis de Góngora, Obras completas, p. 479. 15 Guiño al arranque del Polifemo. Tanto en el texto gongorino como en la epopeya de Álvarez de Toledo el comienzo de la narratio se sitúa en la octava IV: «Donde espumoso el mar sicilïano / el pie argenta de plata al Lilibeo» (1612, IV, 25-26). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 156. líbico: «lo que pertenece a la Libia» (DRAE, 1817). Es imagen utilizada por Luis de Góngora al inicio de las Soledades, p. 201: «breve tabla, delfín no fue pequeño / al inconsiderado peregrino / que a una Libia de ondas su camino / fio, y su vida a un leño» (1613, 18-21). Es factible también la huella de la octava I del Panegírico al duque de Lerma.

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para ser en su esfera procelosa de vagas quillas útil embarazo, isla yace (hacia el Austro) venturosa16, del gran coturno mínimo retazo17, 30 que ya del asno a la memoria clara debió el ínclito nombre de Asinara18.   Si en sus peñascos Ítaca escondida19 al tiempo jacta la duliquia gloria20, 35 y por ella, en el orbe conocida, compite a Creta y Chipre la memoria, a ti, Asinara, deja ennoblecida del pardo invicto la inmortal historia, por quien felice te formó el destino verde lunar del rostro cristalino21. 40   Anciano rey de la región florida es asnal paladín, burro africano, Austro: «uno de los cuatro vientos cardinales, y es el que viene de la parte del medio día, según la división de la rosa náutica en doce vientos, y en veinte y cuatro según los antiguos» (Aut.). 17 coturno: calzado típico de los actores en la tragedia clásica. Francisco Lugo y Dávila escribe en su «Proemio» al Teatro popular que «te ofrezco en otro lo superior con la imitación trágica —esto se entiende según Aristóteles— las acciones graves de los príncipes dignos del coturno de Sófocles —como dijo Virgilio—» (Rafael Bonilla Cerezo, «“Proemio” e “Introducción a las novelas” del Teatro popular de Francisco Lugo y Dávila. Estudio y edición», Edad de Oro, XXX, 2011, pp. 27-70 [p. 54]). 18 Asinara: por medio de un calambur remite a la isla en la que se sacralizó («ara», ‘altar’) la historia y el valor de estos asnos. Cabe pensar asimismo, aunque la geografía inicial del poema sea muy otra, en Asinara, ínsula de Cerdeña que toma su nombre de una raza de burros albinos y salvajes que se da por aquellos pagos. De hecho, aunque los protagonistas sean burros vascos, el conflicto transcurre en el Mediterráneo: concretamente entre Asinara y Formentera. 19 Ítaca: pequeña isla griega del mar Jónico, al noreste de Cefalonia. Aunque existen dudas acerca de si fue la patria de Ulises, pues Homero describe veintiséis lugares de Ítaca y ninguno parece corresponderse con su topografía moderna, ha quedado ligada al héroe de la Odisea. 20 duliquia: en el canto II, 625, de la Ilíada se mencionan sucesivamente los destacamentos del ejército aqueo, entre los cuales destacan «los de Duliquio y las sagradas islas Equinas, que están situadas frente a la costa de Élide; al frente de estos iba Meges Filida, igual a Ares, al que había engendrado el cochero Fileo, caro a Zeus, que había emigrado a [la isla de] Duliquio, enemistado con su padre. A este cuarenta naves le seguían» (Homero, Ilíada, ed. Carlos García Gual, Madrid, Espasa, 1999, p. 77). En la Odisea (IX, 24; y XVI, 247), en cambio, Duliquio aparece ligada a los territorios gobernados por Ulises. Se la cita como próxima a Ítaca, Same y Zacinto, fuera del lugar de donde vinieron el mayor número de pretendientes, un total de cincuenta y dos, que aspiraban a casarse con Penélope. Vid. Homero, Odisea, ed. Carlos García Gual, Madrid, Espasa, 1999, pp. 1203 y 1445. 21 La frondosa Asinara emerge como un lunar en medio del «cristalino rostro» del océano. 16

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que a esfuerzos de su espada no vencida el cetro ajeno trasladó a su mano. Borra con su prudencia encanecida las notas de su título tirano, y arraigados de Dafne los desdenes son verde adorno de sus pardas sienes22.

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  De la reina Burrilda prenda cara queda Archiburro, emulación de Apolo23, 50 porque el daño del número vengara creciendo singular, si nació solo. Pollo real que de su estirpe clara24 las glorias lleve al contrapuesto polo, 55 y artífice feliz de su destino, aun antes de ser pollo fue pollino25.   Apenas la burrátil primavera cerdosas flores dispensó al semblante26 y la luz racional de su mollera, amaneció el sindérisis asnante27; 60 cuando en lid blanda y en disputa fiera, alternando la lira y el montante28, con triunfo igual se confesó rendido Marte a su coz, Mercurio a su roznido. 22 Alusión a la corona de laurel (símbolo de la ninfa Dafne, metamorfoseada en este árbol para huir de las pretensiones de Apolo) que ciñe la frente del soberano burro. 23 Remitimos a la nota previa. Sobre el mito de Apolo y Dafne (Ovidio, Metamorfosis, I, 452-567), con honda proyección en las artes del Siglo de Oro (Garcilaso, Pollaiolo, Bernini…), vid. Mary Barnard, The Myth of Apollo and Daphne from Ovid to Quevedo: Love, Agon and the Grotesque, Durham, Duke University, 1987. 24 pollo real: «en la cetrería se llama la ave que no ha mudado aún la pluma» (Aut.). 25 Homenaje festivo a la octava XIX del Panegírico al duque de Lerma: «Cetro superïor, fuerza süave, / a la gracia, si bien implume, hacía / del pollo, Fénix hoy que apenas cabe / en los prolijos términos del día, / de quien será en los siglos la más grave, / la mayor gloria de su monarquía: / elección grata al cielo aun en la cuna, / si a la emulación áulica importuna» (vv. 145-152). Vid. Luis de Góngora, Obras completas, p. 483. 26 Álvarez de Toledo quiere decir que «le salió el bozo (o la barba) en la edad de su primavera asnal». 27 sindéresis: «la virtud y capacidad natural del alma para la noticia e inteligencia de los principios morales, que dictan vivir justa y arregladamente» (DRAE, 1780). Luego se trata de un burro tan juicioso como sensato. Volviendo sobre lo dicho en la nota previa, el poeta subraya que apenas le salió barba (o pelos de burro) y alcanzó la edad del conocimiento, se dio por igual a la poesía y a la guerra. 28 montante: «espada ancha y con gavilanes muy largos que manejan los maestros de armas con ambas manos para separar las batallas en el juego de la esgrima. Tomose su forma y nombre de las espadas antiguas, que se jugaban con dos manos» (Aut.).

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  Color incierto al ínclito pollino del crepúsculo dio la luz dudosa29; de blandas cerdas blanco remolino amaneció su frente tenebrosa. Los zainos ojos con fulgor sanguino su majestad aumentan horrorosa, y haciendo sombra a las hirsutas cejas30, se dilatan prolijas las orejas.

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  Los ámbitos del rostro belicoso con la bordada jáquima guarnece31, 75 y por manto a sus hombros decoroso la tiria enjalma su estatura crece32. De la herradura el orbe ruginoso33 a su sólida planta fortalece, y excedidos los céfiros veloces, alas les presta, les imprime coces34. 80   Dulcísima lisonja fue del viento de su voz la canora carraspera, y, en envidia süave de su acento, 29 Álvarez de Toledo recicla dos estilemas del Polifemo («pisando la dudosa luz del día», 1612, IX 69-72) y la Soledad I: «entre espinas crepúsculos pisando, / riscos que aun igualara mal volando / veloz, intrépida ala, / menos cansado que confuso, escala» (1613, 48-51). Vid. respectivamente Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 157; y Soledades, pp. 207-208. 30 hirsutas cejas: posible eco del primero de los veinticuatro sonetos polifémicos de Marino: «Questo che d’aspri velli irsuto ciglio / da l’una a l’altra tempia arco mi face; / questo torto baston ch’a piè mi giace / d’uman sangue e ferin tutto vermiglio» (vv. 1-4) («Esta de vellón rudo hirsuta ceja / que de una a la otra sien arco me hace; / este curvo bastón que a mis pies yace / de sangre humana y ferina bermejo»). Vid. Rafael Bonilla Cerezo y Linda Garosi, «“Con arguta sambuca il fier sembiante”: la Polifemeida de Giovan Battista Marino», en La hidra barroca. Varia lección de Góngora, ed. Rafael Bonilla y Giuseppe Mazzocchi, Granada, Junta de Andalucía, 2008, pp. 181-218. 31 jáquima: «la cabezada del cordel con que se hace el cabestro para atar las bestias. Se toma también por el mismo cabestro» (DRAE, 1817). 32 enjalma: «especie de aparejo de bestia de carga, como una albardilla ligera» (DRAE, 1817). En este caso «tiria», o sea, escarlata. 33 ruginoso: «lo que está mohoso, u con herrumbre u orín» (Aut.). 34 Metáfora sobre la velocidad del burro rey, que corre más que el propio viento («Céfiro»). Álvarez de Toledo se inspira en el mitema de los talares de Cilenio; o sea, en los zapatos alados de Mercurio, nacido en la isla de Cilene. Vid. por ejemplo la primera octava de la Epístola I a Heliodoro de Pedro Espinosa, Poesía completa, ed. Pedro Ruiz Pérez, Madrid, Castalia, 2011, pp. 220-221: «¡Quién te diera volar con plumas de oro, / que David deseó, que batió Arsenio, / a estas mis soledades, Heliodoro, / Cristo en Sión, no Venus en Partenio! / La capa a Putifar, la sombra al toro, / deja, y huye en talares de Cilenio / la ostentación, el oro y las mujeres, / pues tanto vencerás cuanto huyeres» (vv. 1-8).

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ecos asnales repitió la esfera. Ya suspende profundo su concento35, 85 ya en agudo roznido le acelera, prestando su armonía concertada alma al pesebre, vida a la cebada.   Mal se contiene el ánimo valiente 90 en el recinto del zafiro undoso, y de Ceres el vasto continente aun estrecha su pecho generoso36. Hasta el pesebre despreció fulgente que al Cancro adorna el seno luminoso, donde acuerdan gavillas de los cielos37 95 la memoria inmortal de sus abuelos38.

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(Aut.).

concento: «canto acordado, harmonioso y dulce, que resulta de diversas voces concertadas»

36 El burro era tan ambicioso e imperialista que la isla (recinto de Zafiro) se le hace pequeña; e incluso el propio continente, tierra firme llena de cebada y trigo. Toda la octava recuerda a la XVIII del Polifemo: «Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece, / copa es de Baco, huerto de Pomona: / tanto de frutas esta la enriquece, / cuanto aquel de racimos la corona. / En carro que estival trillo parece / a sus campañas Ceres no perdona, / de cuyas siempre fértiles espigas / las provincias de Europa son hormigas» (vv. 137-144). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 160. 37 gavilla: «la junta de sarmientos o cañas de trigo, cebada y otras cosas, entre sí. Algunos quieren que sea el manojo o manada de gavillas que se hacen cuando se siegan las mieses» (Aut.). Es decir, era un burro tan ambicioso que despreció toda la abundancia cereal no solo de la tierra, sino también de la prometida en el cielo asnal. 38 La segunda parte de la octava es una cultísima cronografía: el «ánimo insolente» de este nuevo rey de jumentos desprecia el «pesebre fulgente», o sea, estrellado, que adorna el seno luminoso del Cancro; es decir, el signo de Cáncer, y por ello los meses de junio y julio, donde las «gavillas de los cielos», nueva metáfora para aludir a las estrellas, dan fe de la memoria de sus «abuelos»: los soberanos asnos que lo han precedido. De alguna forma, si reparamos en el verano y en el catálogo de imágenes, Álvarez de Toledo recicla los aciertos de la octava XXIV del Polifemo: «Salamandria del sol, vestido estrellas, / latiendo el Can del cielo estaba cuando / (polvo el cabello, húmidas centellas, / si no ardientes aljófares sudando) / llegó Acis […]» (vv. 185-189). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 162. Aunque también se sirve del íncipit de las Soledades, en una suerte de imitación compuesta. Nótense las metáforas sobre el signo astrológico, los rumiantes y la acción de pacer: «Era del año la estación florida / en que el mentido robador de Europa / (media luna las armas de su frente, / y el sol todos los rayos de su pelo), / luciente honor del cielo, / en campos de zafiro pace estrellas» (vv. 1-6). Vid. Luis de Góngora, Soledades, pp. 194-197.

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  La deidad dueña de plumadas tocas39, que a chismes de metal el orbe altera, con la voz enlutada de cien bocas de trágico clamor pobló la esfera40. 100 Ya publican los huecos de las rocas que al rey de la famosa Formentera de un vasallo la industria fementida41 le usurpó el cetro, le quitó la vida.   Grandasno, a quien el mundo veneraba42, 105 Néstor mejor de la pollina gente43, y al blando yugo de la ley ligaba las cervices del pueblo inobediente; cuando en tranquila majestad gozaba 110 de los aplausos que adquirió prudente, fue, porque a su ambición sirvió de estorbo, víctima del infame Jumentorvo.

El poeta alude aquí a la Fama, que se representa siempre como una deidad alada. Vid. la siguiente octava de José de Villaviciosa, La Moschea, ed. Ángel L. Luján Atienza, Cuenca, Diputación de Cuenca, 2002, p. 185: «En esta confusión, en este encanto / una mujer horrible señorea, / que ve desde su estrado todo cuanto / en el mundo es posible que se vea. / Es la cubierta y el ligero manto / con que su vano y monstro cuerpo arrea / plumas veloces con que el orbe gira, / párpados de cien ojos con que mira» (III, 73-80). La descripción de la Fama y su función de dar noticia a las moscas del crimen de las hormigas se extiende durante 12 octavas más (III, 81176, pp. 185-188). La fuente clásica es la Eneida (IV, 173-197), en la que también se encarga de esparcir la noticia de que Eneas ha llegado a Cartago y convive con la reina Dido. Vid. Virgilio, Eneida, ed. José Carlos Fernández Corte, Madrid, Cátedra, 2000, IV, vv. 253-280, pp. 247-248. 40 Se refiere a las trompetas de la Fama. 41 fementida: «falta de fe y palabra» (Aut.). 42 El nombre subraya el tamaño y la jerarquía del burro, pero también apunta al Gradasso del Orlando innamorato de Boyardo. Este personaje aparece al comienzo del poema del conde de Scandiano, donde todos los juzgan el mejor guerrero del mundo y caudillo de los más diestros soldados. Tras saber por boca de Orlando de la existencia de una espada que había pertenecido a Héctor, y también de la de Bayardo, veloz caballo de inteligencia casi humana, mágicamente creado por Rinaldo, se decide a conquistarlos en batalla (Libro I, cantos I-VIII). 43 Néstor era el rey de Pilos. Hijo de Neleo y Cloris, subió al trono después de que Heracles matase a su padre y hermanos. Casado con Eurídice, entre sus hijos se cuentan Perseo, Pisístrato, Trasimedes, Pisídice, Policaste, Estrático, Áreto, Equefrón y Antíloco. En algunas versiones, Néstor fue un argonauta, luchó contra los centauros y participó en la caza del jabalí de Calidón. Junto a sus hijos Antíloco y Trasimedes intervino del lado del ejército aqueo en la Guerra de Troya (Ilíada, I, 202-311; II, 278-393; IV, 292-325); y aunque por su avanzada edad no podía combatir (había vivido tres generaciones, pues los dioses o el mismo Apolo le concedieron vivir los años que debían haber correspondido a sus tíos, los hijos de Anfión y de Níobe, masacrados por Apolo y Artemisa al burlarse aquella de su madre, la titánide Leto), era de mucha utilidad en el ágora y daba consejos a los más ilustres con el fin de asegurar el triunfo de la causa griega. 39

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  Era Grandasno de Burrilda hermano, y el pesar de tan lúgubre suceso en el cariño del monarca anciano, a no sobrarle, le quitara el seso. Visten las señas del dolor insano del viejo sabio hasta el garzón travieso, turbando triste la quietud del polo de varios pechos un rebuzno solo.   Triste Babel de un mísero gemido, es de asnal paladín el reino todo; el senado, en bayetas escondido, vierte y enjuga de su llanto el lodo. La plebe con dolor embravecido, sin que a su pena le prescriba el modo, sacudiendo las válidas orejas44, se arranca sus selváticas cernejas45.   Es uso antiguo en la nación jumenta, cuando celebra exequias soberanas, que el granado verdor que la sustenta ignore sus pesebres dos semanas. Solo de leve paja se alimenta, con que gimen también las tripas vanas; porque negarse a él de todo punto fuera igualar al vivo y al difunto.   De contrarios afectos la tormenta de joven burro al corazón agita, el soplo del amor su pena aumenta y el mismo soplo su venganza incita. Ternezas el amor le representa, furores el amor le solicita, y el odio en el cariño concebido, de padre ilustre es hijo mal nacido.   Va coronando la funesta pompa, hacia el túmulo regio dirigida, donde del pueblo la nativa trompa

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válida: «robusta, fuerte o esforzada» (DRAE, 1803). cerneja: «manojillo de cerdas cortas y espesas que tienen las caballerías sobre las cuartillas de pies y manos» (Aut.). 44 45

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más explica ignorada que entendida. No permite el dolor que entera rompa la voz, por explicada, comprimida, y mal cortada de la pena fiera el rebuzno hacia dentro y hacia fuera.

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  De Archiburro los pasos contenía capuz prolijo que sus lomos grava46. 155 Negro penacho en triste lozanía con sus largas orejas disputaba; el volcán del coraje con que ardía la tristeza del rostro fomentaba, y así llegó a bañar con llanto pío el asnotafio de su heroico tío47. 160   Los funerales ritos acabados, a su alcázar el joven se reduce, donde en lucha de afectos encontrados funestos monstruos el pesar produce. No a que alivie sus miembros fatigados la noche obliga, ni el silencio induce, que del bélico asunto que medita el invencible tábano le agita.   Ya cuando las azudas de zafiro48 las soñolientas horas derramaban y del Arturo al perezoso tiro49 su carro los trïones transformaban50,

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capuz: «vestidura larga a modo de capa, cerrada por delante, que se ponía encima de la demás ropa y se traía por luto, la cual era de paño o de bayeta negra y tenía una cauda que arrastraba por detrás» (Aut.). 47 asnotafio: neologismo burlesco a partir de «cenotafio»; o sea, tumba monumental para pollinos. 48 azuda: «máquina o ingenio que sirve para sacar el agua de los ríos caudalosos, para regar los campos y huertas, que se compone de una grande rueda puesta en unos maderos que la afianzan y sostienen, y al impulso del peso y de la corriente del agua da vueltas y arroja el agua fuera, como sucede en las norias» (Aut.). 49 Arturo es la tercera estrella más brillante del cielo nocturno, con una magnitud visual de -0’04, después de Sirio y Canopus. Considerando juntas las dos componentes principales de Alfa Centauri, que no se pueden resolver a simple vista, Arturo pasa a ser la cuarta estrella más brillante. Se trata, pues, de la estrella más luminosa del hemisferio celeste norte. Su constelación es Boötes («El Boyero»). 50 trión: «en latín los triones son los bueyes, tanto los bueyes de labranza como los siete bueyes (septem triones) de las constelaciones del Carro (u osa) menor y mayor. El Trión más fijo es, evidentemente, la Estrella Polar, que casi no se mueve en el cielo, al contrario de las demás estrellas» (Robert Jammes, «Notas» a Luis de Góngora, Soledades, p. 330). 46

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mal, repugnando al plácido retiro donde nuevas fatigas le aguardaban, el cuerpo laso derribado bruma51 175 de blanda paja la mullida pluma52.   Apenas de Morfeo el cetro blando los párpados sellaba soñolientos, y el Leteo, sus ojos inundando53, beben dulces olvidos sus tormentos; no bien dormido descansaba cuando, alas hurtando a los nocturnos vientos, en negro bulto, a quien la sombra crece54, de Grandasno la imagen le aparece.

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  La regia albarda, en trozos dividida55, 185 las sangrientas heridas ostentaba; la piel, del negro polvo confundida, su rucia majestad dificultaba; la panza, de los cuervos carcomida, injurias de insepulto publicaba, 190 y en los ijares torpe matadura gritaba quejas de la parca dura.   «¿Duermes —le dice—, joven generoso? Mal convienen el sueño y el cuidado. Tú descansas del lecho en el reposo, yo en el campestre cieno revolcado. Despierta, y el acero belicoso

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51 brumar: «cargar a uno demasiado, molerme y oprimirle. Dícese también Abrumar. Viene del nombre Broma, que vale peso y cosa pesada» (Aut.). 52 Lejano recuerdo del cierre de la Soledad I: «Llegó todo el lugar, y, despedido, / casta Venus, que el lecho ha prevenido / de las plumas que baten, más süaves, / en su volante carro blancas aves, / los novios entre en dura no estacada, / que, siendo Amor una deidad alada, / bien previno la hija de la espuma / a batallas de amor campo de pluma» (vv. 1084-1091). Vid. Luis de Góngora, Soledades, p. 419. 53 Leteo: el Leteo, o Lete, era un río del infierno; presente en la mitología clásica, cuyas aguas tenían la capacidad de provocar el olvido de las cosas pasadas. Vid. Natale Conti, Mitologías, trad. Rosa María Iglesias Montiel y María Consuelo Álvarez Morán, Murcia, Universidad de Murcia, 2006, pp. 220-223. 54 Eco del primer cuarteto de un soneto gongorino de 1620: «Hurtas mi vulto, y cuanto más le debe / a tu pincel, dos veces peregrino» (vv. 1-2). Vid. Luis de Góngora, Obras completas, I, p. 532. 55 albarda: «el aparejo que ponen a las bestias de carga para que puedan cómodamente llevarla y sin lastimarse el lomo» (Aut.).

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que, ofendido, se queja de guardado, cuando en tu diestra triunfos amanece, a gloria tuya mi venganza empiece».   Dando un respingo por el aire vano, despareció la sombra macilenta56, y con rebuzno que sonó lejano el dulce sueño de Archiburro ahuyenta. Con el impulso del imán paisano, aún más que late, el corazón revienta, y violento en la esfera de su espacio la quietud interrumpe del palacio.

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  Doraban ya los altos capiteles del sol vecino los infantes rayos57, 210 y, compitiendo, vientos y vergeles despliegan plumas, anticipan mayos. A su propicia luz saludan fieles con fragantes y armónicos ensayos, confundiéndose dulces y süaves 215 canoras flores, matizadas aves58;   cuando con voz convoca disonante la bocina de regio pregonero los senadores que el imperio asnante mantienen justo y autorizan fiero, cuantos visten la toga rozagante59, cuantos empuñan el bastón guerrero, al declinar la lámpara febea60 concurran a la asnátil asamblea.

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desparecer: «desaparecer» (Aut.). Posible eco de otro soneto de Luis de Góngora, Obras completas, p. 110: «Sacros, altos, dorados chapiteles / que a las nubes borráis sus arreboles, / Febo os teme por más luciente soles / y el cielo por gigantes más crüeles» (vv. 1-4). Entiéndase aquí capitel como «la cabeza o remate de las torres que está encima de la linterna, el cual se cubre regularmente de pizarra. […] Dícese muy regularmente chapitel» (Aut.). 58 Hipálage muy gongorina. Recuérdese, por ejemplo, la inversión no ya de adjetivos sino de sintagmas preposicionales de la octava XIII del Polifemo: «si roca de cristal no es de Neptuno, / pavón de Venus es, cisne de Juno» (vv. 103-104). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 159. 59 rozagante: «adjetivo que se aplica a la vestidura vistosa y muy larga. Pudo decirse así por ir por lo regular rozando con el suelo» (Aut.). 60 Hipotiposis más que tópica para referirse a los rayos del sol (Febo). 56 57

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  De árbol anciano el pabellón hojoso es el sitio a las juntas destinado, donde a la sombra de dosel frondoso se congrega el magnífico senado. Renuevo fue feliz, pimpollo hermoso, al fecundo terreno trasladado, según antigua fama certifica del fatídico tronco de Garnica61.  Ya junto el areopago jumentoso62 silencio inspira en el ameno llano, el viento entre las ramas temeroso su curso enfrena con obsequio vano; todo el bestial congreso respectoso63, del burro joven al jumento anciano, con serena atención, con faz modesta, del príncipe esperaba la respuesta.   Archiburro en retórica violenta la expedición propone meditada, del frumentorio rey la faz sangrienta64 furor imprime a su oración airada. De Jumentorvo la cerviz exenta de sus plantas supone conculcada,

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61 «Fatídico» porque sugiere la pérdida de libertades del País Vasco con la llegada de la monarquía borbónica tras la Guerra de Sucesión. 62 areopago: “el tribunal supremo de Atenas”, aquí extrapolado al mundo de los asnos. Aunque en A se registra un peculiar empleo (y en reiteradas ocasiones) del término «corraje», en lugar de «coraje», con duplicación del fonema alveolar vibrante simple hasta trocarlo en vibrante múltiple, bien por un usus scribendi incorrecto (e idiolectal) del copista, bien con la intención de dar lugar a una paronimia chistosa con «correaje», nos hemos decantado —dada su ausencia en los diccionarios académicos, en el CORDE y en el CREA— por considerarlo error y reproducir las lecciones de B y C, acordes a la lógica del texto y a nuestro propio idioma. Así las cosas, procedemos igual en este caso, donde la duplicación de la vibrante simple («arreopago») podría dar pie, no obstante, a un chiste del todo pertinente en este contexto. 63 respectoso: alomorfo de respetoso, «lo que causa o mueve a veneración o respeto» (Aut.). Aunque solo hemos localizado una ocurrencia en el CORDE (el título de las décimas «Copia divina en quien veo» de sor Juana Inés de la Cruz, Esmera su respectoso amor, habla con el retrato, y no calla con él, dos veces dueño), reproducimos la lección de A por el carácter extraordinariamente culto de La Burromaquia y, en buena lógica, de los poetas que admiraba Gabriel Álvarez de Toledo, entre los que pudo contarse la autora del Primero sueño. 64 frumentorio: neologismo festivo a partir del latinismo frumentum, es decir, «cereal», «trigo», «maíz», que son los alimentos esenciales de los burros; al tiempo que los cultivos de los campos que las bestias aran.

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y en la elocuencia que su gesto abulta fue decisión lo que soñó consulta.   Dejó de hablar y los prudentes viejos licencia piden con asnal talante, y en la impensada novedad perplejos de Asnaguirre consultan el semblante65; el cual, norma feliz de los consejos, sabio en la guerra y en la paz triunfante, por ciencia y experiencia venerado, es Catón del cuadrúpedo senado66.   Este, con suspensiones ponderadas, aumentó las arrugas de la frente, preparando en maduras cabezadas la atención que le observa diligente. Hirió la tierra en trémulas patadas, lustró al concurso en ademán doliente,

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65 Asnaguirre: el nombre del burro sugiere un guiño a Lope de Aguirre. Nacido entre 1511 y 1515 en el Valle de Aráoz del señorío de Oñate (entonces perteneciente al reino de Castilla, hoy a la provincia de Guipúzcoa) y muerto el 27 de octubre de 1561, fue apodado El loco, también El peregrino, como se llamaba a sí mismo, y El tirano. Pasó a la historia como conquistador, participó en las guerras civiles de Perú, junto a Blasco Núñez Vela, y en el viaje de los marañones, la utopía para conquistar El Dorado. Aguirre alcanzó el Atlántico (probablemente por el río Orinoco), causando estragos entre las poblaciones nativas. El 23 de marzo de 1561 instó a 186 capitanes y soldados a firmar una declaración de guerra contra el Imperio español mediante la que se proclamaba príncipe de Perú, Tierra Firme y Chile. Envió a continuación una carta a Felipe II, explicándole sus planes de libertad y autogobierno. Ese mismo año tomaría la isla Margarita, que controló con medidas de terror, matando a más de cincuenta pobladores. Mandó entonces una nueva misiva al rey español en la que lo insultaba sin miramientos. Empero, cuando llegó al continente, en su intento de tomar Panamá, su abierta rebelión contra la monarquía cambió de rumbo. Rodeado en Barquisimeto, llegó a asesinar a puñaladas a su propia hija, Elvira, y a varios de sus seguidores, que intentaron capturarlo. Finalmente, dos de los marañones le apuntaron con sus arcabuces; uno le disparó, pero solo logró rozarlo; el otro sí acertó, liquidándolo en el acto. El cuerpo de Aguirre fue descuartizado y enviado a varias ciudades de Venezuela, en donde se dieron sus restos a los perros. Su cabeza fue enjaulada y enviada a El Tocuyo. En un juicio post mortem se le declaró culpable de delito de lesa majestad. Vid. Ingrid Galster, Aguirre o la posteridad arbitraria. La rebelión del conquistador vasco Lope de Aguirre en historiografía y ficción histórica (1561-1992), Bogotá, Universidad del Rosario, 2011. 66 Catón: Marcio Porcio Catón (El Viejo) (Tusculum 234 a.C.-149 a.C.) fue un político, escritor y militar romano apodado El Censor (Censorius), Sapiens, Priscus o Maior. Se distinguió por su defensa de las tradiciones romanas, en contraposición con el lujo de la corriente helenística procedente de Oriente. Se le considera el primer escritor en prosa latina de importancia y autor de la primera y completa historia de Italia en latín: Orígenes. Vid. A. E. Astin, Cato the Censor, Oxford, Clarendon Press, 1978.

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y acabado el paréntesis prolijo, estas razones, rebuznando, dijo:   «Las empresas, señor, que el odio traza siempre fueron al juicio sospechosas, pues la razón sus luces embaraza del rencor en las nubes tenebrosas. En consecuencias trágicas se enlaza quien premisas siguió precipitosas, que no sale seguro el argumento cuando es la voluntad entendimiento.   El valor de la gente frumentaria, indomable en el orbe la acredita, dejando en lides de ambición contraria su libertad con su herradura escrita. Sufre el cetro parcial, no tributaria, con que al poder la autoridad limita, y cuando en glorias y exenciones crece más parece que manda que obedece.   De aquí le viene a la progenie parda el previlegio que constante dura, pues solo viste la marcial albarda en fieros trances de la guerra dura. No de peso servil seña bastarda la deforma con torpe matadura, ni al espinazo válido le asusta el palo inicuo ni la carga injusta.   De Jumentorvo el férvido coraje67 los rebeldes espíritus fomenta, y, en libertad mentido el vasallaje, superior manda cuando igual se ostenta; cuando al feroz y rudo paisanaje de vanas exenciones alimenta, a su imperio ignorado, mas seguro, de cada pecho le fabrica un muro.   La edad de vuestro padre, ya cadente, resguardo persüade, no conquista, 67

férvido: «lo mismo que ardiente» (DRAE, 1791).

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si en el regio laurel resplandeciente ajena sangre su verdor conquista. Tranquilidades finge lo aparente y las brasas del muerto antagonista, aunque, en cautas cenizas sepultadas, escondidas están, mas no apagadas.   Si en distantes empresas empeñado llegare de su muerte el trance duro, abandonas tu intento desairado o arriesgas el imperio mal seguro, el dominio aventuras heredado por la incierta esperanza de un futuro, y, según el refrán de nuestra Crusca68, lo propio pierde quien lo ajeno busca»69.   Más fue a decir, pero con furia brava, desatando en su voz un torbellino, al anciano concurso amedrentaba Tragacardos, indómito pollino, habitador antiguo de la Java, marcial honor del género asinino, que ya sus vastos lomos hurtó fiero de la opresión violenta de un yesero.   «La helada sangre de tus flojas venas —dice iracundo— tu razón ofusca, y con fantasmas de verdad ajenas con nuestra infamia tu descanso busca. Trampantojos retóricos ordenas con que el miedo en los pechos se introduzca, buscando conveniencias en el ocio, que no hay asno que ignore su negocio.

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68 Crusca: La Accademia della Crusca es la institución lingüística más prestigiosa de Italia. Fundada en Florencia en 1583, se ha caracterizado siempre por su empeño en mantener “pura” la lengua italiana original. En 1612 publicó la primera edición del Vocabulario de la lengua italiana, que sirvió de ejemplo lexicográfico para la francesa, española e inglesa. 69 No se trata de un verso de «nuestra Crusca», como declara el siempre culto y burlón Álvarez de Toledo, sino de un calco de Fedro, Fábulas, ed. Almudena Zapata Ferrer, Madrid, Alianza, 2000, p. 50: «Amittit merito proprium qui alienum adpetit», traducible como: «Quien apetece lo ajeno, pierde merecidamente lo propio» (lib. 1, fáb. 4).

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  Si no hubiere peligro en el intento, ¿dónde el valor heroico se mostrara? ¿Quién, salpicado del coral sangriento, el laurel a sus sienes enredara? Vulgar asunto de vulgar aliento las tibias diligencias ocupara, pero en empresas de perenne gloria es el riesgo escalón de la victoria.   De voluntario acusas el empeño que inexcusable nuestro pecho abraza, y profeta infeliz con rucio ceño en el discurso mezclas la amenaza; culpas espantadizo y zahareño70 la noble empresa que Archiburro traza, pesando en las balanzas de tu susto, delincuente el valor, al miedo justo.   Aplaudir el valor del enemigo es hidalgo primor de quien combate, no de quien busca tímido un testigo que del oprobio su opinión rescate. Desate furias el tartáreo abrigo71 con que el triunfo acreciente que dilate, que no suspenden ímpetus bastardos el ínclito valor de Tragacardos.   De internas inquietudes el recelo cauto ponderas, misterioso indicas, y con injuria del nativo suelo un miedo en otro miedo fortificas. Ingenioso en tu tímido desvelo, temores por temores multiplicas; ¿dónde tus sustos hallarán abrigo, si temes al contrario y al amigo?

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zahareño: «vale desdeñoso, esquivo, intratable o irreductible» (Aut.). tartáreo abrigo: es decir, el Infierno.

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  Cualquiera —prosiguió, terciando airado el rojo palio que en sus hombros pende72—, cualquiera que el designio meditado con timidez sofística suspende73, del generoso espíritu olvidado, a todo el mundo jumental ofende; que cuando clama del honor la ofensa, no es asno quien discurre lo que piensa»74.

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  Con semblante Archiburro mesurado el conclave disuelve turbulento75, 370 y su marcial designio decretado, deja del solio el superior asiento76. En el ameno bosque retirado a consulta llamó su pensamiento, 375 con quien suspenso y pensativo encierra en la paz exterior la interior guerra.   Relaja las pirámides pilosas, pardo diadema de la vasta frente77, de sus ojos las luces jumentosas fijas deja en el prado floreciente. Inmóviles las plantas belicosas y la nariz armónica silente,

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72 rojo palio: prenda que se toma como premio a la carrera en los entretenimientos rústicos. Aparece en el Furioso, en la fábula de Hero y Leandro de Góngora, y en La Araucana, por citar solo tres ejemplos. Escribe Luis de Góngora, Romances, ed. Antonio Carreira, Barcelona, Quaderns Crema, 1998, pp. II, 241: «Esto dijo, y repitiendo / “Hero y Amor”, cual villano / que a la carrera ligero / solicita el rojo palio». 73 sofística: relativo a una «cosa aparente y fingida con sutileza» (DRAE, 1780). 74 La octava pide cierta glosa: ofende a todos los asnos aquel que abandona el «designio meditado», o sea, el comportamiento que les corresponde por especie zootécnica y linaje, entregándose a sofismas que lo vuelven timorato, y por ello olvidado del «generoso espíritu» que animaba sus acciones. Porque, según declara la expolitio final, cuando el honor pide venganza, no merece el nombre de burro el que se pierde en vanas especulaciones. Y no se ignore la posible dilogía en «piensa» (‘opinar’ y ‘comer pienso’). 75 Hasta el siglo xviii se mantuvo como normativa la acentuación etimológica de esta voz: «entonces se sabría, por ejemplo, que es contra todas las reglas etimológicas el decir cólega, cónclave, périto, etc., pues todas ellas justifican y legitiman el que se diga, como hasta hace muy poco se había dicho siempre, coléga, concláve, períto, etc.» (Pedro Felipe Monlau, Diccionario etimológico de la lengua castellana, Madrid, Ribadeneyra, 1856, p. 86). 76 solio: «trono, y silla real con dosel» (Aut.). 77 pardo diadema: el sustantivo «diadema» se usaba entonces en masculino y en femenino. Perífrasis por «orejas».

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absorto se quedó, de tal manera que a no ser burro tronco pareciera.   Revuelve en sus asnales suspensiones el alto asunto que llenó su idea, y en insondable mar de confusiones su pensamiento jumental ondea. ¡Qué pastos, qué pesebres, qué regiones logrará de su estirpe la tarea! Tan grave peso le debió a su mente el noble origen de la burra gente78.   Del bélico discurso arrebatado, hiere la tierra su robusta pata, donde, de verdes juncias coronado, risueño arroyo su caudal desata79. A los impulsos del compás errado que inadvertidamente le maltrata, del árbol de Siringa tristes quejas80 llenan de voz y espanto sus orejas:   «¿Por qué, Archiburro, con airada mano81 interrumpes mi trágico reposo, cuando fuera el vengarme de un tirano asunto de tus iras decoroso? ¿Por qué quebrantas el verdor lozano, que es de mis miembros túmulo piadoso,

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78 Epifonema que recogen todas las retóricas desde la Antigüedad. Procede de la Eneida (I, 33): «tantae molis erat Romanam condere gentem!» («¡tamaña empresa era fundar la raza romana!»). Quintiliano (VIII 5.11) cita este verso, lleno grauitas, para ilustrar dicha figura. 79 juncia: «especie de junco muy oloroso que produce unas hojas semejantes a las del puerro, pero más largas y sutiles» (Aut.). 80 árbol de Siringa: o sea, el árbol del caucho. Por el contexto, se deduce que Álvarez de Toledo piensa en el mito de Pan y Siringa (Ovidio, Metamorfosis, I, 689-712), náyade que, acorralada por este sátiro, logró salvarse gracias a la intervención de sus hermanas, que la convirtieron en un cañaveral. También hay que relacionarlo con el mito de Midas, al que Apolo dio orejas de burro por preferir el canto de Pan. Midas oculta su secreto pero hace un hoyo en la tierra y lo cuenta, de modo que del orificio salen unas cañas que difunden continuamente el secreto. 81 Remedo del episodio de Polidoro de la Eneida, III, 19-68. Eneas y los suyos, tras desembarcar en Tracia, se disponen a fundar allí la nueva Troya. Sin embargo, al preparar un sacrificio propiciatorio, Eneas descubre para su sorpresa que de las ramas que arranca brotan gotas de corrupta sangre, seguidas de una voz procedente del túmulo de Polidoro, cubierto por las plantas, que lo invita a abandonar aquella tierra enemiga. Polidoro había sido enviado por Priamo, su padre, a Tracia con riquezas que le merecieran la alianza del rey, pero este lo traicionó matándolo, quitándole el oro y pasándose al bando aqueo. Vid. Virgilio, Eneida, III, vv. 29-96, pp. 204-206.

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sin advertir que púrpura parienta del hueco tronco la virtud fomenta?  Ya fue tiempo que en joven primavera pació verdor el que en verdor se oculta, del hado inexorable ley severa desde jumento en tronco me consulta. Al crudo filo de la parca fiera túmulo vegetable me sepulta, y de los prados el verdor nativo esconde muerto el que sustenta vivo.   Burraldo soy, tu primo sin ventura, cuya muerte, de todos ignorada, hace que nieguen a mi sombra obscura aun el consuelo inútil de llorada. De Jumentorvo la perfidia dura, contra tu regia estirpe conjurada, me mató, atravesando estos caminos, por medio de dos lobos asesinos.

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  No retardes la empresa meditada 425 que noble abrigas en el pardo seno, y del tirano la ambición armada padezca el rayo sin que escuche el trueno. Con faz benignamente remostada82 la protección te guarda de Sileno83, 430 y el hado, favorable a tu conquista, en tus banderas la victoria alista».   Dejó de hablar y, trémulas sus hojas, del apacible Céfiro movidas, 82 remostada: «participio del verbo remostar, echar mosto en el vino añejo; o bien remostarse, estar dulce en vino» (Aut.). Luego, en este contexto, “con agrado y complacencia”, además de la raíz «mosto» en la expresión de Sileno; es decir, la faz estaba “benignamente borracha”. 83 Sileno: era un viejo sátiro, dios menor de la embriaguez; padre adoptivo, preceptor y leal compañero de Dionisos, el dios del vino, al tiempo que el más experto, sabio y borracho de sus seguidores. Es probable que Álvarez de Toledo lo cite porque Sileno, fruto de sus excesos con la bebida, debía ser sostenido por otros sátiros o llevado en burro. «Como Sileno había llevado su ayuda a Júpiter, que luchaba contra los gigantes, se dice que su asno, del que había hecho uso en aquella guerra, fue colocado entre los astros por el favor de Júpiter y está colocado en la otra parte del Pesebre» (Natale Conti, Mitología, traducción, con introducción, notas e índices de Rosa María Iglesias Montiel y María Consuelo Álvarez, Murcia, Universidad de Murcia, 2006, p. 340).

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eco de sus burrátiles congojas, las deja dulcemente repetidas. Con duras quejas, consonancias flojas, alternadas están y confundidas, pues con blanda expresión de su lamento tanto como el rebuzno dijo el viento.   La admiración del joven vuelta en ira, arde su pecho jumental Megera84; volcán famoso su nariz respira con que ardientes roznidos acelera. Con trote insano por el bosque gira, los troncos bate con la testa fiera, y quebrantando nísperos y enebros las sandeces compite a Beltenebros85.   Más dentro está de sí cuando más fuera, que, en los extremos de la suerte dura, quien los motivos del dolor pondera hace prueba del juicio la locura. Quien resiste al pesar, que no le altera, en fe de su difícil carnadura86,

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84 Megera: «la de los celos», es una de las tres erinias, diosas infernales del castigo y la venganza divina. Se dice que la más terrible de las tres, pues sanciona todos los delitos que se cometen contra la institución del matrimonio, especialmente los de infidelidad. 85 Beltenebros: chiste a partir de dos modelos caballerescos. Igual que Amadís se había convertido en Beltenebros, don Quijote adoptó el nombre del Caballero de la Triste Figura: «Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos. Siendo, pues, esto ansí, como lo es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más le imitare estará más cerca de alcanzar la perfección de la caballería. Y una de las cosas en que más este caballero mostró su prudencia, valor, valentía, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros, nombre, por cierto, significativo y proprio para la vida que el de su voluntad había escogido. Ansí que me es a mi más fácil imitarle en esto que no en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejércitos, fracasar armadas y deshacer encantamentos». Vid. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico, Barcelona, Crítica, 1998, p. 275. En el mismo capítulo (I, 25) Sancho repite hasta en tres ocasiones que solo cumplirá la misión de llevar la carta de su señor a Dulcinea si este firma una cédula en la que asegure que el escudero recibirá como pago tres de los cinco pollinos que tenía en su casa. Cuando Sancho lo insta a redactar el documento, e incluso a firmarlo, don Quijote responde que no es menester hacerlo, porque su rúbrica vale ya para tres asnos, y aun para trescientos. 86 carnadura: «musculatura, robustez, abundancia de carnes» (DRAE, 1925). Se registra ya en la Historia natural y general de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo: «pero en algunos negros bozales son peligrosas, porque o por su mala carnadura, o ser bestiales e no se saber limpiar ni decirlo con tiempo, vienen a se mancar de los pies» (CORDE).

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¿de qué se alaba si, de balde cuerdo, quiere pasar por sabio, siendo lerdo?87  Ya en la inquieta quietud de su palacio al grande fin los medios proporciona, reduciendo a pequeño cartapacio cuanto circunda la burral corona. Las rentas examina muy despacio, la paga y los soldados parangona porque seguro sus medidas tome, que no hay asno que sirva si no come.   Los aparatos bélicos prepara con dirección pausada y diligente, que sin estudios su prudencia rara sabe la regla de Festina lente88. Los empleos y el mérito compara con mano anticipada y providente, dejando siempre su elección juiciosa ocupado el valor, la queja ociosa.   Extranjeros auxilios solicita que al empeño común concurran fieles, que igual a todos la venganza incita, como iguales aguardan los laureles. Desde el jumento libio al asno escita prevengan los marciales arambeles89, porque en subsidio de tan justa guerra

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87 La octava se explicaría así: el burro está más ensimismado («dentro de sí») cuanto más «fuera»; o sea, a medida que se enfurece, porque quien evalúa las causas de su dolor en las situaciones adversas, juzga su locura, esto es, su cólera, como una prueba de cordura. 88 Festina lente: locución latina, en forma de oxímoron, cuya traducción literal es «apresúrate lentamente». Según Suetonio (Augusto, 25), la autoría de esta máxima corresponde a Augusto: «Caminad lentamente si queréis llegar más pronto a un trabajo bien hecho». Es la antepasada directa, pues, del refrán castellano «Vísteme despacio, que tengo prisa». Álvarez de Toledo pudo tener en mente una de las divisas que adornan los antepechos de los siete ventanales exteriores del patio de la Universidad de Salamanca. Un programa iconográfico (a partir del Sueño de Polífilo, de Colonna) que alegoriza las virtudes que acompañan a la sabiduría. En relación con esta octava, conviene citar el primero de los emblemas: «velocitatem sedendo tarditatem tempera surgendo». Vid. al respecto Mª. del Pilar Pedraza y Martínez, «La introducción del jeroglífico renacentista: los ‘enigmas’ de la Universidad de Salamanca», Cuadernos Hispanoamericanos, 394 (1983), pp. 5-42. 89 arambel: «colgadura que se hace de paños pintados para adornar las paredes» (Aut.). Del contexto se deduce que el burro lo usa con valor de estandarte o señera.

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recuas del mar inunden a la tierra.   De sabias instrucciones prevenidos, parten embajadores diferentes que al noble asunto dejen persuadidos los monarcas amigos y parientes. Con correos madura repetidos la expedición de las guerreras gentes90, y supliendo el defecto de los trotes cruzan el golfo asnales paquebotes.  Ya para el alto asunto que imagina la jumentud previene generosa, en cuyos lomos sustentar maquina de su fama la imagen portentosa. Ya floreciente multitud pollina a la empresa prepara sanguinosa, porque inspiren sus prósperos sucesos con diestros leves, con pesados sesos91.

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  Cuantos en dulce soledad habitan, huéspedes libres de florido prado, y con planta voluble solicitan al Bóreas de su huella despreciado92, 500 ya entre fatigas bélicas agitan con desherrada diestra el fresno herrado93, y rebuznando anhélitos marciales94 aumentan los asnáticos reales. Es harto probable que el original (¿o el arquetipo?) leyera como A («la guerreras gentes»), que B y C subsanan de forma independiente. 91 diestro: «usado como sustantivo se entiende siempre por el que es muy hábil en jugar la espada o las armas» (Aut.). 92 Bóreas: en la mitología griega, el dios del frío viento del Norte que traía el invierno. Tan fuerte como violento, se lo representa como un anciano alado, con barbas y cabellos desgreñados. Suele llevar una caracola y viste una túnica de nubes (Ovidio, Metamorfosis, VI, 675-721). Pausanias escribió que Bóreas tenía serpientes en lugar de pies, aunque en el arte se le atribuyen pies humanos calzados con coturnos. Como los otros dioses-viento (Céfiro, Euro y Noto), era hijo de Astreo y de Eos. Su presencia en la Burromaquia obedece a su estrecha relación con el mundo equino. Se decía que había engendrado doce potros con las yeguas de Erictonio, rey de los dárdanos, tras adoptar forma de semental. Estos corceles eran tan veloces como su padre y capaces de correr por un campo de trigo sin pisar las espigas. 93 Eco del íncipit de la Soledad I: «arrima a un fresno el fresno, cuyo acero, / sangre sudando, en tiempo hará breve / purpurear la nieve» (1613, 13-15). Vid. Luis de Góngora, Soledades, p. 187. 94 anhélito: «aliento o respiración, que es como hoy se dice» (Aut.). 90

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  Cuantos del trigo y la cebada amiga dan al robusto lomo carga honrosa y, burlando la válida fatiga, previenen la vardasca rigurosa95, ya, sin que el viento su galope siga, agitan la palestra fervorosa, siendo, en noble defensa transformada, su albarda, arnés, su jáquima, celada.

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  Cuantos de las serviles angarillas líquida pesadumbre padecieron, y tal vez, impacientes de sufrillas, 515 las ánforas sonantes sacudieron, ya tranzando burrátiles hebillas96 los ataharros bélicos ciñeron97, siendo el que lidia menos arrogante del quinto dios envidia rebuznante98. 520   Cuantos presos en cárcel movediza vuelven la noria con el giro ciego y en círculo que afanes eterniza sufren la injuria del cultor gallego99, ya en curso que su gloria inmortaliza truecan el agua por el marcio fuego100, porque su diestra, en bélicos furores,

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95 vardasca: «la vara o ramo delgado. En Aragón y otras partes se dice Verdasca, y es más conforme a su origen, por ser verdevara» (Aut.). 96 tranzar: «lo mismo que trenzar» (Aut.). 97 ataharre: «cincha guarnecida de badana, que se echa desde la trasera de la albarda y va por debajo de la cola y de las ancas de la bestia» (Aut.). Se documenta con cierta frecuencia la variante «ataharro». 98 quinto dios: los antiguos contaban el sol y la luna entre las esferas que rodeaban a la Tierra; por tanto, Marte hacía el número quinto de los astros: «volad al celeste asiento, / y cuando paséis ligera, / veréis en la quinta esfera / a Marte fiero y airado, / que me tiene amenazado / si no vuelvo a su bandera» (Juan Rufo, Apotegmas, ed. Alberto Blecua, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2006, pp. 322-323). 99 cultor gallego: Álvarez de Toledo no piensa en ninguno en particular. Sin embargo, ya durante el Siglo de Oro se consideraba a Galicia una región avanzada en la tecnología para el sector primario. Así, Pedro Díaz de Rivas, a propósito de un par de versos de Góngora («En carro que estival trillo parece / a sus campañas Ceres no perdona», 1612, XVIII, 141-142), escribe en sus Anotaciones al Polifemo (BNE, Ms. 3893, fols. 22 r.-49) que «suelen en algunas tierras trillar el grano en unos trillos a modo de carreta, como en Castilla [o] Galicia». Vid. Jesús Ponce Cárdenas, «Notas» a Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 234. 100 marcio fuego: se refiere al fuego de Marte. Es derivado del latinismo martius, «lo mismo que marcial» (DRAE, 1803).

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desagüe los vivientes atanores101.   Cuantos en los magníficos serones102 van de huertas andantes agravados, siendo de rudo esparto paladiones103 de pepinos arjólicos preñados104, para torres de rígidos cartones dan cimiento en los lomos dilatados, con que en el uso de la guerra impía son elefantes de menor cuantía.   Cuantos, en recua mancheguil atados, miden la senda en perezosa fila y, de injusta vardasca equilibrados, enderezan la carga que vacila, del duro cautiverio rescatados, previenen oficiosos la mochila, y brincando por valles y por cerros trocaron en corbatas los cencerros.   Cuantos de duros cantos oprimidos, Atlantes de la esfera lapidosa105,

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101 atanor: «conducto o cañón de barro, piedra, bronce, plomo, cobre o madera, que sirve para conducir el agua a las fuentes, o a otra parte» (Aut.). 102 serón: «la sera grande. Hácense regularmente en forma de aguaderas, con dos senos grandes en punta, para que sean más capaces y puedan llevarse sobre las caballerías» (Aut.). Sera: «espuerta grande, regularmente sin asas que sirve para conducir el carbón y otros usos» (Aut.). 103 paladión: estatua de la diosa Palas (Minerva), considerada como la salvaguardia de la ciudad de Troya. También pasa a indicar el objeto en que se hace consistir la seguridad o defensa de algo. Es habitual la comparación del Amor con los paladiones (Fábula de Polifemo y Galatea, XXXVII), o sea, la estatua de madera que representaba a Atenea o a su amiga Palas y que fue robada de Troya por Ulises y Diomedes; aunque en el XVII también se llamó «paladión» al caballo de madera lleno de aqueos que los troyanos, engañados por Sinón, introdujeron en su ciudad derribando parte del muro, lo que ocasionó la pérdida y el incendio de Ilión (Eneida, canto II). 104 arjólico: chiste que deriva de la imagen sobre el paladión. «Arjólico» sería una deformación festiva de «argólico», o sea, «argivo», natural de la ciudad de Argos, la más antigua de la Hélade y sede de muchos de los héroes que batallaron en la Guerra de Troya (por ello introducidos en el célebre caballo de madera). Dado que a la región de la Argólida se la conoce por el cultivo de cítricos y que el pepino es esencial en la gastronomía griega, el poeta sugiere que los burros van preñados de pepinos, situación comparable, por deslizamiento metonímico, a la del paladión de Troya, “preñado” de argivos. 105 Atlante era el titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros con los pilares que mantenían a la Tierra separada de los Cielos. En uno de sus trabajos Alcides (Hércules) lo sustituyó en esta tarea. Vid. fray Baltasar de Vitoria, «Cómo Hércules sustentó sobre sus hombros el cielo», Segunda parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Herederos de Crisóstomo Gárriz, 1646, pp. 163-170.

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por ásperos repechos conducidos, piedra los grava y los sepulta losa, ya los robustos lomos sacudidos, ágiles burlan su opresión odiosa, porque en el peso de marciales lides fuese de Atlante sostituto Alcides106.

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  Cuantos atados en servil tahona107 de Ixión imitaron el tormento108, explicando en su lánguida persona del quebrantado grano el molimiento, ya ensayando la bélica chacona109 tejen el prado en caracoles ciento110, porque puedan, propicia o importuna, la rueda gobernar de la fortuna.

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  Arde la corte en bélicos furores, resuena el aire con horror festivo, ya es primavera de tejidas flores el rucio justacor de paño vivo111. Esconden con penachos discolores

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106 Refacción de la octava XXXII del Panegírico al duque de Lerma: «Su hombro ilustra luego suficiente / el peso de ambos mundos soberano, / cual la estrellada máquina luciente / doctas fuerzas de monte hoy africano: / ministro escogió tal, / a quien valiente, / absuelto de sus vínculos en vano, / el inmenso hará, el celestial orbe, / que opresa gima, que la espalda corve» (vv. 249-256). Vid. Luis de Góngora, Obras completas, I, p. 486. 107 tahona: «es un molino seco de que se usa donde no hay agua, cuya rueda mueve una bestia» (Aut.). 108 Ixión era uno de los lápitas y rey de Tesalia. Hijo de Flegias (según Eurípides), de Leonte (al decir de Higino) o de Antión (si seguimos a Esquilo como fuente), también se asocia con episodios equinos. Ixión prometió a Deyoneo un valioso regalo si le permitía casarse con su hija Día, pero nunca cumplió su palabra, por lo que su suegro, en compensación, le tomó en prenda sus yeguas (Ovidio, Metamorfosis, IV, 461 y ss.). Ixión, disimulando su resentimiento, invitó a Deyoneo a una fiesta en Larissa, prometiéndole el pago. Una vez lo tuvo en su casa, lo arrojó a un foso lleno de carbones ardiendo. De la unión de Ixión y la falsa Hera, llamada Néfele, nació el Centauro, que cuando llegó a adulto engendró con yeguas magnesias la raza de los hombrescaballo, llamados ixiónidas. 109 chacona: «son o tañido que se toca en varios instrumentos, al cual se baila una danza de cuenta con las castañetas, muy airosa y vistosa, que no solo se baila en España en los festines, sino que de ella la han tomado otras naciones y le dan este mismo nombre» (Aut.). 110 caracol: «en el arte de andar a caballo y en la guerra se llaman los tornos que se hacen con los caballos, andando alrededor, corriendo o a paso, según conviene» (Aut.). 111 justacor: «especie de vestidura, lo mismo que Ajustador. Díjose así quasi iuxta cor» (Aut.).

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de las orejas el airón nativo112, y hasta la infante crin, que parda crece, con vejeces de Chipre se encanece.   Herido el parche con feroz concento113, los brutales espíritus incita; del alegre clarín el son sangriento al más pausado corazón irrita. Festivas luminarias dan al viento los resplandores que el fusil vomita, sazonando la muerte de manera que el más cuerdo borrico la comiera.   De asnos mancebos multitud lozana en pacífica guerra se ejercita, y en blandas lides de discordia vana los bisoños ardores habilita. Luce gentil la oposición paisana que su burrátil pundonor incita, y fomentados de festivas voces, alternan los mordiscos y las coces.   El fusil, ya en el hombro, ya en la mano, airoso pende y acertado tira; el pie redondo, con compás ufano, osado carga, cauto se retira. Ya junto el escuadrón estrecha el llano, ya, disipado, sin desorden gira, y con lince destreza y furor ciego hacen ensayo de la muerte al juego.   El breve apresto de la regia flota de Asnalmarín a la prudencia fía, que registró en la esfera más remota

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112 airón: «cierta cantidad de plumas negras de diferentes aves, de que se formaba un penacho que antiguamente se llamaba martinete, por ser lo regular hacerse de las plumas de un ave llamada así, y que servía para adornar las gorras, sombreros y morriones, y de que usaban también las mujeres, poniéndoselos en sus tocados» (Aut.). 113 parche: «se llama también el pergamino o piel con que se cubren las cajas de guerra. Tómase alguna vez por la misma caja» (Aut.).

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de Tetis la salobre monarquía114. Con peligrosas experiencias nota cuanto sagaz su juicio discurría, asno que sabe manejar prudente el bastón y la gúmena igualmente115. 600   Del arsenal al puerto conducidas, pisan la móvil planta las galeras, y de tenaces dientes sostenidas la oprimen graves, la desprecian fieras. Las flámulas, del viento sacudidas116, 605 dan a la vista vagas primaveras, y el lino, ya plegado, ya pendiente, leyes impone al húmedo tridente117.   De pollinos la náutica milicia puebla con ocio libre la cubierta. Cual, ostentando su burral pericia, trepa el árbol mayor con planta cierta; cual, desfrutando la ocasión propicia, ronca tendido con la boca abierta, que sin temer las iras del mar fiero hay asno que se aplique a marinero.  Ya dispuesto el marítimo equipaje, que armamento llamaban algún día, la seña esperan del feliz vïaje para dejar contentos la bahía. Ya los ardores del marcial coraje violentos la tardanza comprimía, y ya con lento pie llega cansada mi musa jumentil a la posada.

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114 Se refiere a la titánide Tetis, hija de Urano y Gea; es decir, la diosa del mar, al tiempo que hermana y mujer de Océano. Considerada la señora de las aguas, también suele ser vista como equivalente a Talasa, personificación del mar. Vid. fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Herederos de Crisóstomo Garriz, pp. 297-300. 115 gúmena: «la maroma gruesa que sirve en los navíos y embarcaciones para atar las ancoras y otros usos» (Aut.). 116 flámula: «bandera pequeña larga, angosta y partida en dos puntas al extremo, de que por lo común solo se usa para adorno cuando se empavesan los navíos. Úsase más comúnmente en plural» (Aut.). 117 El «húmido tridente» es tópica metonimia para referirse a Neptuno y, por extensión, al océano. Vid. el retrato del cíclope en la Fábula de Polifemo de Castillo Solórzano: «Era aquesta bisarma o espantajo, / hijo del Dios del húmido tridente, / descomunal de la cintura abajo / y desde la cintura hasta la frente» (vv. 41-44). Vid. Rafael Bonilla Cerezo, Lacayo de risa ajena, p. 132.

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Rebuzno segundo   En tanto la infelice Formentera118 goza engañada su exención altiva, rota la cincha de la ley severa, al peso justo su espinazo esquiva. Los delitos padece que venera, y de su propia libertad cautiva, en injuria funesta de las leyes, tantos como atrevidos tiene reyes.   Pueblan los montes asnos forajidos y, en sus duras malezas embreñados, asaltan a los burros desvalidos que atraviesan la senda descuidados. Contra su especie misma embravecidos, de jumentos en lobos transformados, crece brutalidades su ardimiento, si hay más bruto que ser, siendo jumento.   El pollinejo que a su madre sigue, del hambre y la fatiga espeluznado, no con sus quejas ablandar consigue el furor en sus pechos obstinado. Su mísera inocencia los persigue, infesta siempre al ánimo malvado, y formando coletos de las pieles119, comen su carne asnófagos crüeles120.   No en la quietud tranquila de sus lares guarda el patricio su vejez dichosa, pues turban los tumultos militares el pesebre en que plácido reposa. A coces le quebrantan los ijares, dejando en irrisión facinerosa,

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118 Formentera es una isla mediterránea del archipiélago balear. Junto con la isla de Ibiza y varios islotes integra las llamadas Pitiusas. 119 coleto: «vestidura como casaca o jubón que se hace de piel de ante, búfalo o de otro cuero. Los largos como casacas tienen mangas, y sirven a los soldados para adorno y defensa, y los que son de hechura de jubón se usan también para la defensa y el abrigo» (Aut.). 120 Reinterpretación del canto X de la Odisea, en el que Ulises y sus compañeros llegan en una docena de embarcaciones a Telépilo de Lamos, la ciudad de los lestrigones, gigantes antropófagos que les lanzan rocas inmensas desde los acantilados y arponean a los hombres como peces.

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de la fecunda presa en menoscabo, al asno muerto, la cebada al rabo121.   Burla insolente del garzón pollino es del jumento anciano la pereza, 35 y atravesando pronto su camino, le introduce maligna ligereza. Ata sutil al rabo del mezquino de tejidas aulagas larga pieza122, que, cuando entre las corvas se embaraza, le aguija espuela y le deshonra maza123. 40   El pupilo, que en mísero cercado sus jumentiles orfandades llora, y en el verdor del alcacer sembrado124 envidiadas herencias atesora, de zánganos violentos asaltado, la libertad y el alimento ignora, siendo el peso infeliz de las gavillas carga, y no refacción, de sus costillas.   El furor en el trono colocado, triunfa la injuria, la justicia gime; la maldad es derecho autorizado que hace callar al mísero que oprime. Tímido el inocente del culpado, con disfraz delincuente se redime, porque solo su bárbara violencia reputa por delito la inocencia.

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Refrán que reprende a quienes se disponen a ayudar fuera de tiempo. Conocido desde los Refranes del Marqués de Santillana, pasó a la tradición fabulística a través de Félix María de Samaniego, Fábulas, ed. Alfonso I. Sotelo, Madrid, Cátedra, 2007, p. 281, quien lo cita en su fábula V del libro cuarto: «El triste enfermo, que lo estaba oyendo, / volvió la espalda al médico, diciendo: / “Señor Galeno, su consejo alabo; / Al asno muerto, la cebada al rabo”». 122 aulaga: «es una planta toda espina, que tiene la flor amarilla, y cuando está verde engaña la vista a poca distancia pareciendo romero» (Aut.). 123 maza: «se llama también el palo, hueso u otra cosa que por entretenimiento se suele poner en las Carnestolendas atado a la cola de los perros» (Aut.). 124 alcacer: «es la mies de todo género de grano, cuando está verde, y van creciendo, antes que acabe de secarse y granar; pero con más propriedad se dice de la cebada, mientras está la caña, y tiene el grano de la espiga por cuajar, que entonces sirve para purgar y engordar caballos y mulas» (Aut.). 121

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  Cansada Juno de su asnal malicia, providente castigo la prepara125, y la serena faz de su justicia más sañuda mostró cuanto más clara. La blanda lluvia, que vertió propicia, niega rebelde o desparece avara, y despreciando de la tierra el grito, viste a la pena el traje del delito.   La fértil isla, que ocultaba el suelo a inundación de súbitas espigas, donde Favonio con fecundo anhelo126 del cultor excusaba las fatigas, ya motilando su dorado pelo127 del Austro las tijeras enemigas, sin ver en sus terrones una malva, más que de estéril, se quejó de calva.   La fragante república de Flora del aire adusto cetro tiraniza, y, en vez de aljófar líquido, la Aurora la fulmina con férvida ceniza. Cuanto apacible Céfiro colora el Euro abrasador esteriliza128, entregando la plebe floreciente lánguido cuello a la segur ardiente.

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  El verdor primogénito de Vesta129 en triste palidez muda la grama, y, la esmeralda rústica depuesta, desmaya Dafne su constante rama. Evidente laísmo, pues lo normativo en la actualidad es el empleo de «le» para referirse a ese asno que será castigado por su «asnal malicia». 126 Favonio: el Céfiro griego es el dios del viento del oeste, hijo de Astreo y de Eos. Sin duda el más suave de todos, se le conocía como el viento fructificador, mensajero de la Primavera. Se creía que vivía en una cueva de Tracia. Vid. Natale Conti, op. cit., p. 297. 127 motilar: «cortar el pelo o raparle» (Aut.). 128 Euro: viento del este, aunque no estaba asociado con ninguna de las tres estaciones griegas y tampoco se lo menciona en la Teogonía de Hesíodo ni en los himnos órficos. Vid. Natale Conti, op. cit., p. 593. 129 Vesta: en la mitología romana era la diosa del hogar. Hija de Saturno y de Ops y hermana de Júpiter, Neptuno, Plutón, Juno y Ceres, se corresponde con Hestia en la griega, aunque en el culto romano asumió mayor relevancia. Es el símbolo de la fidelidad (Natale Conti, op. cit., pp. 633-635). 125

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A todo esfuerzo vegetable opuesta del aire adverso la invisible llama, aún borra en influencias peregrinas la estéril producción de las espinas.

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  El origen de súbitos raudales 90 niegan del aire las instables fuentes y dejan los perennes manantiales desmentidas al monte sus corrientes. Del centro fugitivo los cristales vuelven al centro en cauces diferentes, para negar de Temis al quebranto130 95 aun el consuelo mísero del llanto.   Nunca de Juno turban el semblante tejidas nieblas, fáciles vapores, ni en sus campos con urna crepitante esparce Acuario líquidos furores. No al Aries los favonios expirante dan la fecunda vida de las flores, que de Nemea el animal rugiente131 zodíaco es de Febo permanente132.   Del corvo hierro el surco repetido, sigue en pródigo afán mano cultora; y el áureo don de Ceres, esparcido, esperanzas falaces atesora. No en el húmedo centro recibido

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130 Temis: mencionada por Hesíodo entre los seis hermanos y las seis hermanas hijos de Gea y Urano, era tan antigua que los seguidores de Zeus afirmaban que fue con él con quien tuvo a las tres Parcas. Un fragmento de Píndaro, sin embargo, cuenta que las Moiras ya estuvieron presentes en las nupcias de Zeus y Temis, y que de hecho brotaron con Temis de los manantiales del Océano que circundaba el mundo y lo acompañaron por el brillante camino solar a ver a Zeus en el Olimpo. Con Zeus concibió a las Horas, Eunomia, Dice e Irene. Temis, la del «buen consejo», era la encarnación del orden divino, las leyes y las costumbres. Vid. Natale Conti, op. cit., pp. 306-307. 131 Nemea: el león de Nemea, fiera despiadada y con una piel tan gruesa que resultaba impenetrable a las armas, fue vencido por Hércules en el primero de sus trabajos. Vid. fray Baltasar de Vitoria, Segunda parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, pp. 85-92. 132 Álvarez de Toledo encadena aquí tres cronografías basadas en el Zodíaco. Es como si el Sol estuviera siempre en la conjunción del León, pues han desaparecido las lluvias de Acuario (enero y febrero, o sea, el invierno) y los «dulces favonios» de Aries (marzo y abril, es decir, la primavera). Según Autoridades, «entre la bruma y el Equinocio a cuarenta y cinco días empieza el viento Favonio el tiempo de verano».

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fecunda corrupción su ser mejora, que en su seno la tierra endurecida para muerte común guarda su vida.   Abriendo bocas mísera la tierra, de sus ardores la congoja explica, y exhalado el volcán que el pecho encierra, su tormento en su queja multiplica. Cuanto al ambiente que vecino yerra ansioso el labio por consuelo aplica, en la invisible llama que le enciende133 bebe la sed que desechar pretende.   Con ambas manos Átropos severa134 los estambres burrátiles cortaba, y con la sed y el hambre a su tijera los rigurosos cortes afilaba. No permitió que Cloto feneciera la madeja que pronta devanaba, y hasta la misma tela de la vida antes se vio cortada que tejida135.   De vivas sombras multitud pollina vaga los bosques con remisa planta, buscando alivio a su aflicción mezquina con lengua ardiente y con voraz garganta. Alcacer delicioso se imagina el cardo que sus cuellos atraganta, y con ramas de rígidas escobas del estómago barren las alcobas.

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133 En A «invensible», corregido por B («invencible»). Se trata del único caso de seseo (fruto de un probable error de copia) que hemos registrado en los manuscritos, lo que nos lleva a decantarnos por la adiáfora de C. 134 Átropos: a veces llamada Aisa, era la mayor de las tres Moiras. Elegía el mecanismo de la muerte y terminaba con la vida de cada individuo cortando su hebra con sus «aborrecibles tijeras». Trabajaba junto a Cloto, que hilaba dicha hebra, y Láquesis, encargada de medir su longitud. Las tres eran hijas de Zeus y Temis, o bien de Zeus y Nix, diosa de la noche. Vid. Natale Conti, op. cit., pp. 175-178. 135 Homenaje a la octava LVI del Panegírico al duque de Lerma (se han conservado tanto el sustantivo «estambre» como el epíteto esdrújulo, «volúbiles» y «burrátiles», respectivamente): «Sus Gracias Venus a ejercer conduce / el ministerio de las Parcas, triste; / cardó una el estambre, que reduce / a sutil hebra la que el huso viste; / devanándolo otra, lo traduce / a los giros volúbiles que asiste, / mientras el culto de las musas coro / sueño le altera dulce en plectros de oro» (vv. 441-448). Vid. Luis de Góngora, Obras completas, I, p. 492.

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  Rucia ilusión de débil fantasía el más robusto paladín parece; en sus ijares, triste anotomía, mengua la panza y las costillas crece. Al basto lomo, que canal partía, nudosa sierra su espinazo ofrece, y la planta que trémula se asienta la fantasma derriba, no sustenta.   Aun al triste descanso del gemido les dificulta su postrado aliento, y en trozos el rebuzno dividido desfigura la voz de su lamento. Mal de los flacos hombros sostenido derriban el pescuezo macilento, sirviendo solo de explicar sus quejas el pando ventilar de las orejas136.   Cual en retiros de la opaca sierra umbroso refrigerio solicita, y las piedades de la enjuta tierra con azadón rotundo solicita137. Si el difícil humor que el centro encierra tal vez sus diligencias acredita, da su lengua, que ansiosa se adelanta, envidia, y no consuelo, a su garganta.   Cual por humedecer su adusta boca lágrimas pide a los yacentes ojos, y al escondido llanto que provoca de la Parca propone los despojos. Mas cuando el pecho con terneza poca prepara triste alivio a sus enojos, en suspiros ardientes que despide la sed aumenta y el consuelo impide.   De Jumentorvo el ánimo insolente no cede al peso de comunes daños, y contra los castigos impaciente

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pando: «lento y tardo en el movimiento» (Aut.). Aunque pudiera pensarse en un error de copia o de impresión, la repetición del verbo «solicita» en posición versal se antoja coherente con el contenido de la octava. Se trata, pues, de un recurso de Álvarez de Toledo, que lo recicla de nuevo en los vv. 290 y 294 («funesta»). 136 137

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labra de los avisos los engaños. Esconde ciego la obstinada frente a la luz de importantes desengaños, que el asno que en maldades se hace viejo por guardar la costumbre da el pellejo138.   Remedio busca a la común dolencia, que agrava el mal, porque el delito agrava, irritando del hado la paciencia contra quien vanamente conjuraba. En los arcanos de la negra ciencia delincuentes antídotos buscaba, por medio del insigne Asnalandrujo, jumento de nación, de secta brujo139. Este, que de Pitágoras la escuela cursó primero, burro silencioso, y los misterios que en guarismos cela penetró agudo, combinó ingenioso, después, en la región de la canela140, émulo de sus sabios portentoso, aficionado de las negras artes, se hizo hechicero, no nombrando partes.

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138 dar u dejar el pellejo: «en estilo vulgar vale morir; aunque más frecuentemente se dice dar la piel» (Aut.). 139 Todo este pasaje es amplificación del canto III de la Eneida, en el que una peste, seguida de una gran sequía, sobreviene a los troyanos durante su estancia en Creta. Eneas se ve obligado entonces a consultar el oráculo de Apolo en Ortigia para conocer la razón de esos desastres, viaje que no llega a emprenderse porque los propios penates se lo profetizan en sueños. 140 La «Región o País de la canela» era una tierra fabulosa (relacionada con El Dorado) llamada así por la abundancia que se le suponía de esa especia, en cuya búsqueda salió una expedición comandada por Gonzalo de Pizarro, que fue un completo fracaso pero sirvió para descubrir el Amazonas: «Los rumores acerca de las riquezas existentes al Oriente de Quito movieron al conquistador de Perú, F. Pizarro, a encargar a su hermano una entrada a lo que por entonces se llamó el ‘país de la Canela’ por la supuesta abundancia de dicha especia. La expedición salió de Quito en febrero de 1541 con aproximadamente 340 soldados y 4.000 indígenas serranos, llegando hasta el Río Coca —afluente del Napo— donde el hambre, las enfermedades y la dificultad en el avance por unos territorios desconocidos, aconsejaron a Pizarro mandar un pequeño grupo (50-60 soldados) dirigido por su lugarteniente, Orellana, a recorrer el Napo para obtener alimentos de alguno de los grupos indígenas radicados en la zona. Habiendo localizado una aldea indígena —Aparia Menor—, obtenido alimentos e información de la existencia río abajo de supuestas riquezas, los expedicionarios se negaron a regresar —Pizarro ante la tardanza volvió a Quito— creyendo cercano El Dorado, surcando el alto Amazonas, el Marañón hasta que, buscando el nivel más bajo del río que les llevara al océano, llegaron a su desembocadura el 26.08.1542» (Pilar García Jordán, «Una proyección europea en América. Las misiones franciscanas en la Amazonia peruana, una perspectiva histórica», en Ramón Tamames et alii, Europa: proyecciones y percepciones históricas, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1997, p. 107).

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  Cuantas virtudes la esmeralda bruta en botica silvestre deposita a los imperios de su mano astuta en remedios o en daños ejercita141. Con las ondas del mar el cielo enluta, los astros al abismo precipita, y hasta el verdor del alcacer ameno le traslada a su prado del ajeno.   Ni la fiera, ni el ave en tierra y viento le recata el gorjeo ni el bramido, que, intérprete seguro de su acento, oye palabra el que escuchó sonido. Por más que irracional su pensamiento salga en bárbaras cifras escondido, de sus idiomas lo difícil vence, y aun hay quien diga que aprendió vascuence.   Su triste habitación busca el tirano en los silencios de la noche fría, y desnudo del séquito paisano, solo su esfuerzo le hace compañía. Por ignoradas sendas cruza el llano, siendo su pena de sus pasos guía; y cuando, soñoliento, el Sol despierta, pulsa del mago la cerrada puerta.

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 Yace una gruta, o cóncavo nativo, bostezo horrible del Averno oscuro, al pie de un monte que, gigante altivo, soberbio asalta el estrellado muro142; 220 émulo siempre al resplandor activo, 141 Asnalandrujo es un mago druida, por ello se sirve de hierbas y arbustos («esmeralda bruta») para sus pócimas. 142 Ecos del Polifemo: «Donde espumoso el mar sicilïano / el pie argenta de plata al Lilibeo / (bóveda o de las fraguas de Vulcano, / o tumba de los huesos de Tifeo), / pálidas señas cenizoso un llano / —cuando no del sacrílego deseo— / del duro oficio da. Allí una alta roca / mordaza es a una gruta, de su boca. / Guarnición tosca de este escollo duro / troncos robustos son, a cuya greña / menos luz debe, menos aire puro / la caverna profunda, que a la peña; / caliginoso lecho, el seno obscuro / ser de la negra noche nos lo enseña / infame turba de nocturnas aves, / gimiendo tristes y volando graves. / De este, pues, formidable de la tierra / bostezo, el melancólico vacío / a Polifemo, horror de aquella sierra, / bárbara choza es, albergue umbrío / y redil espacioso donde encierra / cuanto las cumbres ásperas cabrío, / de los montes, esconde: copia bella / que un silbo junta y un peñasco sella» (vv. 25-48). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo, p. 156.

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impediendo de Febo el rayo puro, da a la cueva su inmensa pesadumbre, eterna noche con eterna cumbre.   Aquí de Asnalandrujo la persona puebla de soledad el seno triste, y con mudos candados aprisiona el pueblo de fantasmas que le asiste. Con monjiles de dueña Quintañona143 los carcomidos paredones viste, y el suelo cubren víboras airadas, menos nocivas, pero más calladas.

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  Al primer toque de la mano fuerte, corrió la puerta el bastidor frondoso y apareció el teatro de la muerte 235 cuando patente más, más pavoroso. Los aparatos lúgubres advierte el tirano, irritado de medroso, y cuando el paso adelantar intenta, así el negro vestiglo se presenta144. 240   La intonsa barba el pecho le inundaba, carácter de su asnal filosofía, la blanca crin a trozos enlutaba de negros humos fúnebre ataujía145. Vario despojo de pantera brava con horrible decoro le cubría,

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143 monjil: «el hábito o túnico de la monja» (DRAE, 1843). Quintañona es la alcahueta que allanó los amores entre la reina Ginebra y el caballero Lanzarote. Disfrutó de popularidad, ya en el Siglo de Oro y en el Quijote, un romance sobre su tercería en el adulterio de la esposa del rey Arturo: «Nunca fuera caballero / de damas tan bien servido / como fuera Lanzarote / cuando de Bretaña vino, / que dueñas cuidaban de él, / doncellas, de su rocino. / Esa dueña Quintañona, / esa le escanciaba el vino. / La linda reina Ginebra / se lo acostaba consigo» (vv. 1-10). Vid. Jacques Joset, «Aquella tan honrada dueña Quintañona», Anales Cervantinos, XXXIV (1998), pp. 51-59. 144 vestiglo: «monstruo horrendo y formidable» (Aut.). 145 ataujía: «obra que hacen los moros de plata, oro y otros metales embutidos unos en otros y con esmaltes de varios colores. Sirve ordinariamente para guarnición de estribos, frenos, alfanjes» (DRAE, 1817). Consideramos que Álvarez de Toledo se refiere, más que al color de los metales, al hecho de que se trate de una mezcla de tonos y matices, como la barba del nigromante, que parece un arcoíris. También Lope lo usa de esta manera en La Dragontea, según el CORDE, pues de uno al que le han pegado una paliza dice que «le labraron las carnes de ataujía», subrayando, pues, que se las dejaron llenas de marcas y moratones. Luego esta voz, cuando se emplea con sentido burlesco, alude a un engarce o crisol de cosas y colores diversos.

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y de muerta culebra torpe funda la viviente coroza le circunda146.   Con breve ruego que soberbia espira, su pena Jumentorvo le propone; y el mago, que pausado se retira, muda obediencia a sus pisadas pone. Con lenta huella por la estancia gira hasta el íntimo seno en que compone de antorcha funeral la luz oscura, funesto día en quien la noche dura.   Grueso cordón de víboras tejido suspende por los pies hambriento lobo, cuyo cuello voraz entumecido gime suplicio el que amenaza robo. De su furia gravado y sostenido, alternando el despeño y el corcovo147, corta los aires con rabioso gesto de infiel columpio volatín funesto148.   Asnalandrujo con ligera planta clava en su testa los obtusos dientes, trasladando a su férvida garganta del bruto los espíritus ardientes. Y duplicados con fiereza tanta del pecho los ardores impacientes, oscuras voces a gruñir empieza, que aun al rebuzno añaden aspereza:

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  «Oh, tú, que de los sótanos calientes —clama severo— la región habitas, rey atezado de las tristes gentes149, 275 que en suplicios eternos ejercitas; 146 coroza: «cierto género de capirote o cucurucho que se hace de papel engrudado y se pone en la cabeza por castigo, y sube en disminución, poco más o menos de una vara, pintadas en ellas diferentes figuras conforme el delito del delincuente, que ordinariamente son judíos, herejes, hechiceros, embusteros y casados dos veces, consentidores y alcahuetes» (Aut.). 147 corcovo: «el salto malicioso que da el caballo, metiendo la cabeza entre los brazos, para echar de sí al jinete. Dícese también así el movimiento que se hace encorvando el cuerpo, saltando, o andando violenta o apresuradamente» (Aut.). 148 volatín: «la persona que con habilidad y arte anda y voltea en una maroma al aire» (Aut.). 149 atezado: «lo que tiene el color negro» (Aut.). Se refiere a Plutón, señor de los infiernos.

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tú, que por arcaduces diferentes150 los espíritus sorbes que vomitas, a quien consagran Átropos y Cloto la informe tela y el estambre roto.   Tú, que en ardores del eterno estío comes de cisco sin beber de nieve151, y con fuego y sin luz tu reino umbrío del crepúsculo ignora el rayo breve; tú, que al rigor del testamento impío, con pena grave, sin alivio leve, contento vives de tu suerte negra, solo por verte libre de tu suegra152,

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  a la imperiosa voz de mi conjuro deja, ¡oh Plutón!, la bóveda funesta, 290 y, huésped repugnante del Sol puro, prevén a mi pregunta tu respuesta. ¿No vienes? ¿No? Pues de mi acento oscuro sabrá rendirte la canción funesta, pues ni del diablo la protervia impía153 295 se librará de un asno que porfía».   Nadie responde al brujo rabicano —que se hace sordo el diablo a quien le ruega—, por más que estrecha con precepto insano los pueblos de la cálida Noruega. Y mal rendido de su esfuerzo vano, de vergüenza feroz, con ira ciega, abandonó las furias del abismo y por más diablo se llamó a sí mismo.   Del lobo en las entrañas palpitantes oráculo consulta mondonguero, dividiendo los miembros expirantes

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150 arcaduz: «caño por donde se conduce el agua en los acueductos, que del nombre caño se llaman encañados» (Aut.). 151 cisco: «carbón muy menudo o residuo que queda de esta materia, revuelto con algo de tierra en las carboneas, donde se encierra» (Aut.). 152 Como Ceres reclamaba insistentemente a su hija Proserpina, raptada por Plutón para hacerla su esposa, se acordó que esta pasara la mitad del año en los infiernos con su marido, y la otra mitad con su madre en la tierra. 153 protervia: «tenacidad, soberbia, arrogancia e insolencia» (Aut.).

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con los roñosos filos de un jifero154; de la vida en los senos más distantes examina sagaz el rojo agüero, y en membranas de injusta pepitoria leyó del pueblo la fatal historia.   De amarillez el hígado teñido, con oscuras estrellas se pintaba; el pulmón, en sus fuelles escondido, las teclas del aliento sepultaba. Del diestro lado el corazón herido, en cárdeno licor se desangraba, pero el siniestro, que robusto hervía, con amenazas de carmín latía.   «Nuevo mal, Jumentorvo, nuevo estrago —clama despavorido Asnalandrujo— ya cumple la tragedia en el amago de las estrellas el contrario influjo; ya pisan libres el tridente vago selvas nadantes que la suerte indujo, por quien adverso Júpiter destina del orbe pollinesco la rüina155.

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  ¡Oh cuánta sangre a las burrales venas sacarán las lancetas militares! 330 ¡Oh cuánto han de infamarse las arenas con los mondados huesos de tus Pares! Ya, Onópoli infelice, tus almenas156 desamparan los dioses tutelares, y tus muros, que al cielo se atrevieron157, 335 serán prisión de quien defensa fueron.

jifero: «el cuchillo con que matan y descuartizan las reses» (Aut.). Se puede parafrasear así: «El contrario influjo de las estrellas, con solo la amenaza (“en el amago”) ya está cumpliendo la tragedia, nuevo mal y estrago. Ya navegan libremente por el mar (“tridente vago”) inmensidad de barcos (“selvas nadantes”) porque así lo quiso la suerte a la que Júpiter, mostrándose contrario, destina la ruina del mundo de los pollinos». 156 Entiéndase «ciudad de los onagros», es decir, de los burros. 157 Nuevo eco de la Soledad I: «¡Oh tú que, de venablos impedido, / muros de abeto, almenas de diamante, / bates los montes que, de nieve armados, / gigantes de cristal los teme el cielo» (1613, 5-8). Vid. Luis de Góngora, Soledades, pp. 185-187. 154 155

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  ¿Qué furor, oh jumentos belicosos, las consanguíneas diestras arrebata, y en trances torpemente generosos tanta parienta púrpura desata? ¿Por qué aguijáis los hados presurosos, con vil codicia de victoria ingrata, para que rompan las costillas duras de pata igual, iguales herraduras?   ¿Dónde, ¡oh Jove!, el mísero gemido podrá librarse del rigor del hado si aun contra nuestra especie conmovido su catástrofe tienes decretado?158 ¿Dónde el mortal de penas combatido contra tus iras hallará sagrado, si no le basta, ¡oh Jove riguroso!, aun el ser asno para ser dichoso?

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  Deja la tierra, insigne Jumentorvo; huye a la mar, si el hado lo permite, antes que de la Parca el filo corvo 355 en tu rebelde estambre se ejercite. No tu valor, con delincuente estorbo, las cóleras de Júpiter irrite, y huyendo de las plumas del destino, nade delfín el que trotó pollino»159. 360   «¿Cómo —responde— al pecho no domado la ignominiosa fuga le aconsejas, si el estruendo del orbe desplomado no moverá mis sólidas orejas? Por más que apriete Júpiter airado con nuevas cinchas mataduras viejas, constante aguardo su furor infesto, que no es buen asno el que escarmienta presto.

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158 Se documenta «catástrofe» como masculino en el siglo xviii; por ejemplo en Ramón de la Cruz: «Señor, el amargo caso, / el catástrofe funesto, / digno de fraterno llanto, / aunque debemos sentirlo […]”, (sainete La avaricia castigada; fuente: CORDE). 159 Epifonema que entronca —aun renunciando a la tradición clásica de los impossibilia— con el que cierra la octava XVII del Polifemo: «mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino / la fuga suspender podrá ligera / que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra / delfín que sigue en agua corza en tierra» (1612, 133-136). Vid. Luis de GÓNGORA, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 160.

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  La saña de las furias infernales muerto me podrá ver, mas no vencido, ni en mis angustias logrará mortales aun el mísero triunfo del gemido. Despreciando los bienes y los males, a la infausta palestra me convido, y exento siempre del rigor del hado, viviré muerto, pues viví matado160.   Tú, que a la tez del golfo sosegada soplo de contrabando la introduces, apagando con noche anticipada del Sol purpúreo las infantes luces; tú, que la alberca llenas estrellada del mar con los distantes arcaduces y, burlando pragmáticas celosas, sacias la sed de las enjutas osas161,   desata en las campañas cristalinas los pellejos del griego cauteloso162 y la enemiga flota que imaginas sepulta en el abismo proceloso. Cuantos a las empresas peregrinas elevaron su espíritu medroso, padezcan con gravamen importuno las vastas aguaderas de Neptuno».   Su auxilio el mago vacilante ofrece, y el tirano, que airado se despide, con huella que distancias desparece el pedrejoso laberinto mide163. 160

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matar: «se toma también por herir y llagar la bestia, por ludirle el aparejo u otra cosa»

Las constelaciones de la Osa Mayor y la Osa Menor. Como se verá también en La Perromachia de Nieto Molina, se trata de un eco de la Odisea que recicla más de una zoomaquia: en las islas Eólicas, residencia de Eolo, dios del viento, Ulises y sus tripulantes reciben de este unos odres con los vientos desfavorables para que los guarde y los suelte cuando lleguen a Ítaca. Parecía que esta vez Poseidón no se iba a salir con la suya, pero los compañeros de Ulises no pueden vencer la curiosidad y abren los odres, desatando una violenta tormenta que les llevó al país de los lestrigones, unos antropófagos que acaban con la mayoría de la tripulación. La narración de este episodio ocupa el inicio del canto X de la Odisea (ed. cit., vv. 1-132, pp. 1237-1243). 163 pedrejoso: aunque no figura en los diccionarios académicos, se registra en Antonio de Campmany, Diccionario geográfico universal que comprehende la descripción de las cuatro partes 161 162

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Su obstinación con su peligro crece, y ya en la junta, que feroz preside, para reglar la prevenida guerra con los rebeldes sátrapas se encierra164. 400   El ardor de los pechos arrogantes con afectada persuasión concita, viendo la prontitud de sus talantes con zainas letras en su gesto escrita165. Los peligros pondera más distantes, con torpes miedos su coraje irrita, y hostigando los ánimos atroces, más que palabras pronunciaba coces.   Impacientes las bestias generosas, sus elocuentes pullas escuchaban, y alternando las patas bulliciosas la inquietud de sus pechos explicaban. Hinchadas las narices silenciosas, balbucientes roznidos murmuraban. Perdónenme la frase de susurros, que no es la miel para los labios burros166.   Si trueno fue la persuasión airada, rayo fue la respuesta embravecida, y al estrago la furia conjurada quedó, por más discorde, más unida. «¡Guerra!», suena la playa batanada167; «¡guerra!», pronuncia la montaña herida; y hasta en la voz, que por los aires yerra, es el rebuzno del rebuzno «guerra».

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del mundo, quinta edición corregida y enmendada por don Antonio Montpalau, Madrid, Viuda de hijo de Pedro Marín, 1793, y a propósito de latitudes muy vecinas de las que nos ocupan: «Córcega, Corsica, isla considerable de Italia en el mar Mediterráneo, entre Cerdeña y la costa de Génova, de casi 35 leguas de largo. El aire es malo, el terreno pedrejoso y poco fértil» (p. 343). 164 sátrapa: «voz persiana, que significa el gobernador de alguna provincia. Úsanla frecuentemente nuestros autores. El ladino y que sabe gobernarse con astucia e inteligencia en el comercio humano» (Aut.). 165 zaina: «mirar de zaino o a lo zaino es mirar recatadamente al soslayo, o con segunda intención» (Aut.). 166 Variante del refrán «No se hizo la miel para la boca del asno», que recrimina a quienes dejan lo mejor de lo que se les presenta para quedarse con lo peor, por no saber apreciar su valor. 167 batanada: «lo que está batido y golpeado en el batán» (Aut.).

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 Ya la indómita plebe frumentaria 425 para el certamen bélico se alista, y, despreciando la invasión contraria, burla soberbia su burral conquista. No el infiel giro de la rueda varia a su rebelde espíritu contrista168, 430 pues sus violentos tornos asegura con el clavo menor de su herradura.   La fama de regiones peregrinas trajo al socorro varios caballeros que de Marte en las duras oficinas 435 ilustran sus burrátiles aceros. Esparcen sus proezas paladinas de su clarín los labios vocingleros, dando noble palestra a sus hazañas de la segunda Ceres las campañas169. 440   Uno entre todos a la empresa vino de zainos hechos y de zurdo trato, que, conduciendo el escuadrón pollino, pisa soberbio el arenal ingrato. Es el nombre del héroe peregrino Diracocindo, mulo maragato170, que, diptongo de ambiguo nacimiento171, ni bien caballo fue ni mal jumento.   La basta espalda con pespuntes de oro la triangular albarda le cubría, cuya figura con marcial decoro su maragata especie distinguía. Los condutos del órgano canoro172

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contristar: «afligir, congojar o entristecer» (Aut.). Creemos que aquí «segunda» se usa en el sentido latino de «favorable». Lo recoge Aut. como poco usual. 170 maragato: «el natural de la Maragatería y lo perteneciente a ella. Asturicus, asturicensis» (Aut.). 171 Jaume Garau Amengual, «La parodia de la épica culta en el declinar de la estética barroca: La burromaquia de Gabriel Álvarez de Toledo», Revista de Literatura, 56 (1994), p. 384, ve en el uso del término «diptongo» para referirse a un animal híbrido la influencia del sentido moral con el que lo utiliza Gracián en El Criticón para identificar «a aquellos hechos, personas o cosas que no se ajustan a la concepción tópica que se tiene de ellos». 172 conduto: «lo mismo que conducto» (Aut.). 168 169

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violenta cuchillada le partía, por quien pronuncian relinchadas voces justo suplicio de traidoras coces.

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Fin del segundo canto Prosigue el autor173  Ya los corvos relámpagos de acero son del campo cometas brilladores donde, guardando a la razón sus fueros, usa el furor geométricos primores; ya por ardid de su coraje fiero es el arte auxiliar de sus rencores, y, oprimiendo al volcán nevado engaño, modera el odio por lograr el daño174.   Archiburro, que en rasgos pachecales175 toda la esfera del valor limita, en líneas que describe horizontales el enemigo centro solicita. Jumentorvo, con iras infernales, preparando sin arco la sagita176, cauto le opone de su oblicua espada la virtud, por unida, mejorada.

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  Era zurdo el tremendo Jumentorvo, y así el ángulo recto aborrecía; y con insidias de su acero corvo 173 En ninguno de los manuscritos constan estas glosas, incorporadas por Torres Villarroel en la príncipe. Las hemos añadido a nuestra edición porque entre el cierre del canto II y las octavas que clausuran La Burromaquia se produce un violento salto; la elipsis de bastantes lances e incluso —cabe suponer— de cantos enteros. Vid. lo dicho en la «Introducción». 174 Se podría parafrasear así: «Ya las espadas o alfanges (corvos relámpagos de acero) parecen sobre el campo de batalla igual que cometas por el cielo; y no obstante el furor de la batalla, aún tiene cabida la razón y el arte de la esgrima pues los contendientes se atienen a la geometría de este arte. Los contendientes usan, pues, la esgrima para esconder sus verdaderas intenciones de destrucción, y hacen como el volcán, que para provocar más daño y engañar, presenta su cumbre nevada cuando en realidad está a punto de estallar en fuego». 175 Sus rasgos son dignos de la paleta de Francisco Pacheco (Sanlúcar de Barrameda, 1564-Sevilla, 1644), pintor manierista y tratadista de arte, conocido principalmente por ser el maestro y suegro de Velázquez. 176 sagita: lo mismo que saeta, flecha.

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las enemigas puntas rebatía. Los tercios gana del fatal estorbo y a conclusión violenta procedía, pero le deja su designio vano falta de dedos su robusta mano.

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  Ardiendo el pardo en ira generosa, al zurdidiestro impávido acomete, y en diagonal injuria fervorosa burla defensas del bruñido almete177. El diestro airón de la cimera umbrosa borda cortado el flórido tapete, y, duplicando causas a sus quejas, quedó zurdo también de las orejas.

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  No así de Hircania el Céfiro manchado178 aumenta en rabias el matiz nativo, cuando, de sus cachorros despojado, al cazador persigue fugitivo; no don Sancho de Azpeitia el afamado179 cantabrizó coraje más activo cuando dobló su sólido cogote la tajante segur de don Quijote

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177 almete: «arma defensiva para la cabeza que se hace de metal en figura de casco o montera, y es lo mismo que yelmo o capacete» (Aut.). 178 Alusión al tigre (de ahí que lo llame «Céfiro», o sea, rápido como el viento) de Hircania, tópico en las letras del Barroco. Escribe Luis de Góngora, Soledades, pp. 271-273: «“¿Cuál tigre, la más fiera / que clima infamó hircano, / dio el primer alimento / al que, ya deste o de aquel mar, primero / surcó, labrador fiero, / el campo undoso en mal nacido pino, / vaga Clicie del viento / en telas hecho, antes que en flor, el lino?”» (1613, 366-373). Hircania se llamaba en la Antigüedad la parte de Asia que se extiende al sudeste del mar Caspio. La metáfora se populariza gracias a esos versos de Virgilio (Eneida, IV, 365-367) en los que Dido reprocha a Eneas su crueldad, diciéndole que fue amamantado por tigres de Hircania. Vid. Robert Jammes, «Notas» a Luis de Góngora, Soledades, pp. 270-272. 179 Sancho de Azpeitia es un personaje de la Primera parte del Quijote. Se trata de aquel vizcaíno con el que luchaba el hidalgo cuando se nos dice que los papeles que narran su historia han desaparecido. Sin embargo, no tarda en resucitar gracias a la figura de Cide Hamete Benengeli (I, 9), responsable arábigo, y por ello un tanto sospechoso, de la Historia de don Quijote de la Mancha: «Estaba en el primero cartapacio pintada muy al natural la batalla de don Quijote con el vizcaíno, puestos en la misma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título que decía: Don Sancho de Azpeitia, que sin duda debía ser su nombre». Vid. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. cit., p. 109.

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  como el Turno cuadrúpedo, inflamado180 en las voraces llamas de Megera, de sí se olvida por dejar vengado el honor de su viva cabellera; y el asnaquino método olvidado, fulminando la bélica espetera181, abrió en el pecho al émulo valiente de coral jumentoso noble fuente.   El pardo, que en su púrpura vertida más espíritus cobra que derrama, por la pequeña puerta de la herida de sus rencores avivó la llama; y en nunca reparada zambullida, prolongando su fúlgida tarama182, porque pague a la Parca negros censos le descerraja el cofre de los piensos183.

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  Pródiga baña la palestra dura de la alma roja trágica corriente, y la vida, que al tránsito apresura, 180 Turno, hijo de Dauno y de la ninfa Venilla y hermano, su vez, de la ninfa Juturna, era el rey de los rútulos, pueblo del Lacio. En la Eneida desempeña el papel de segundo antagonista principal, precedido por la diosa Juno. Debido a su alto linaje fue el prometido de Lavinia, hija del rey Latino, pero no se pudo casar con ella porque un oráculo había predicho a este último que la princesa tendría que desposarse con un hombre llegado del mar que crearía un gran imperio en nombre de los latinos: Eneas. Despechado, y bajo la influencia de Juno y de la furia Alecto, Turno declaró la guerra a Eneas. Pensaba también conseguir el apoyo de Latino, pero fue rechazado por este; de ahí que buscara la alianza del rey de los etruscos, Mezencio, quien no veía con buenos ojos el creciente poder de la liga latina. Combatieron troyanos y rútulos durante mucho tiempo en los campos del Lacio, ambos con sus respectivos aliados y con la intervención de los dioses. Turno mató a Palante, hijo de Evandro y comandante de los arcadios, aliados de Eneas. Finalmente el heredero de Anquises hirió a Turno en el muslo, y este solicitó volver a ver a su padre, petición que el vencedor estuvo a punto de consentir. Sin embargo, al observar las armas que lucía su adversario, dedujo que eran las de su amigo Palante. Cambió entonces de opinión y decidió matarlo: «y el alma de Turno fue precipitada, indignada, al reino de las sombras». 181 espetera: «conjunto de cazos, sartenes y demás instrumentos de cocina» (Aut.). 182 tarama: «támara, leña menuda» (DRAE, 1970). El CORDE recoge esta voz como un tipo de arma: «tercié la capa, / encasqueteme el sombrero, / saqué el broquel y tarama, / púseme recto, embistiome […]» (Francisco de la Calle, «Entremés de los valientes encamisados», ed. Hannah E. Bergman, Castalia, Madrid, 1984). 183 La octava se podría parafrasear así: «El pardo, que al ver vertida su sangre en lugar de acobardarse cobra más furia y valor; como si se tratara de un horno o estufa, aviva la llama de su furia por la pequeña puerta de la herida. Y lanzándose tan rápido que casi no podía notarse, y adelantando su arma encendida (si la tarama es palo de leña tiene relación con el símil de la estufa), para que el enemigo pague su tributo a la muerte, le abre el estómago o la panza».

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solo de su coraje está pendiente. Vacilando la válida estatura, aún en los cuatro pies está cadente, y, en inútil arrimo transformada, báculo apenas es la que fue espada184.

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  Solo a vengarse, no a vivir, aspira el negro burro, de consejo falto, y aun el desmayo, introducido en ira, al héroe intima el postrimer asalto. Todo el nativo guardarnés conspira, el que tropiezo fue, se admira salto, y sobre el pardo, en ímpetus atroces, llueve mordiscos y graniza coces.

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  Archiburro, en compás siempre medido, los villanos insultos evitaba, y con aguja de puñal buido la albarda natural le pespuntaba. Hasta que al fin postrado y no rendido, víctima noble de su furia brava, cayó con formidable batacazo el ya cadáver del tremendo asnazo.   Gime con ecos flébiles la tierra185 oprimida del bárbaro coloso, y el alma bruta, que sus miembros yerra, mal desampara el pecho generoso. Mas ya en rebuzno, que al abismo atierra, huéspeda de su centro tenebroso, del Orco, que en su seno aún no la abraza186, a las tartáreas sombras amenaza.   Cortada, pues, en el certamen crudo la cabeza mayor del pueblo insano,

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184 Eco del conocido soneto de Quevedo «Miré los muros de la patria mía»: «Entré en mi casa: vi que amancillada / de anciana habitación era despojos, / mi báculo más corvo y menos fuerte. / Vencida de la edad sentí mi espada, / y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte» (vv. 9-14). Vid. Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1990, p. 28. 185 flébil: «lamentable, funesto, triste y digno de ser llorado» (DRAE, 1780). 186 Orco: «se llama también el infierno, tomado de un río que fingían los poetas haber en aquel lugar» (Aut.).

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ya de la lanza en el extremo agudo ilustra fija la enemiga mano. De añoso roble viste al tronco rudo, de la cribada piel despojo vano, y, circundado con adorno feo, parece apodo lo que fue trofeo187.   La frumentaria hueste disipada desampara sus ínclitas banderas, y, por bosques y grutas sepultada, la viste su temor plumas ligeras. No retarda su fuga disparada el imán gavillado de las eras, y el dolor en el miedo contenido no se atrevió el rebuzno a ser gemido.   La muralla de Onópoli famosa, del temblor temeroso desplomada, le dio brecha espontánea y espaciosa del pardo a la milicia concertada. Ya la burral insignia victoriosa, por intrépida diestra enarbolada, es, sobre sus almenas tremolando, sérico juego del Favonio blando188.

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  Vive, ¡oh feliz!, por quien la parda gente, símbolo ya de esclavitud obtusa, 115 en padrones de mármol elocuente su gloria por el orbe ve difusa. Vive, ¡oh, vive!, y la fama reverente, de tus hazañas vocinglera musa, cuando tu nombre a los futuros rompa, de tu rebuzno formará su trompa189. 120  

187 apodo: «comparación hecha con gracioso modo de una cosa a otra por la similitud que tienen entre sí» (Aut.). 188 sérico: «cosa de seda» (DRAE, 1780). 189 Inversión burlesca del cierre de la octava III del Polifemo: «Alterna con las musas hoy el gusto / que si la mía puede ofrecer tanto / clarín (y de la Fama no segundo) / tu nombre oirán los términos del mundo». Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 156.

La Gatomiomaquia de don Ignacio Luzán Canto burlesco I De la heroína Miza el valor canto1, y las sangrientas uñas y colmillos que dieron muerte, grima, horror y espanto a una gran multitud de ratoncillos: dignas hazañas de que en nuevo canto las celebrase el gran Tomé Burguillos2, dejando al mundo clara su memoria en heroico poema o en historia3.

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II Dime, musa, la cruel carnicería4 y los principios y las causas de ella; cómo se ejecutó tal valentía

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miz, mizo o miza: «lo mismo que Gato o Gata. Es voz del estilo familiar» (Aut.). Alude, como hemos indicado, al seudónimo con el que Lope firmó su Gatomaquia. 3 El autor establece aquí una distinción entre «poesía» e «historia» que, desde Aristóteles, recorre toda la tratadística poética europea. La diferencia entre ambos géneros de representación de la realidad, como imitación verosímil de lo universal, o como narración verídica de lo particular, y sus posibles trasvases, es desarrollada por Ignacio Luzán en La poética, ed. Russell P. Sebold, Madrid, Cátedra, 2008, pp. 492-499. En este caso, parece dar a entender que su poema puede ser valorado como obra literaria, en tanto que inserto en la tradición de la épica burlesca, y también como historia, pues relata una anécdota que se presenta como verídica, siendo él mismo garante de esa verdad. 4 Préstamo de Horacio, Arte poética, ed. Horacio Silvestre, Madrid, Cátedra, 2000, p. 549: «Dic mihi, Musa, virum, captae post tempora Troiae» («Háblame, Musa, del varón que tras los días de la toma de Troya...», v. 141), aunque también hay resonancias virgilianas: «Musa, mihi causas memora» (I, 8) («Dime, oh Musa, las causas...» [v. I, 17]). Vid. Virgilio, Eneida, ed. José Carlos Fernández Corte, Madrid, Cátedra, 2000, p. 120. 1

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por una sola gata no doncella5 que libró mi despensa y librería favorecida de propicia estrella, y entre libros, papeles y borrones dio una campal derrota a los ratones.

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III Y tú, docta, jovial tertulia amada, donde concurre tan honrada gente, que aprecia más que el docta el ser honrada (cosa que hoy en el mundo no es frecuente): Roda, Boneta y Pano camarada6; y tú, de la asamblea presidente,

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5 Luzán se refiere aquí a la tradición de la doncella guerrera (virgo bellatrix), recurrente en la épica culta europea y en los libros de caballerías, a partir de las míticas amazonas. Así, por ejemplo, la reina Camila de la Eneida; Bradamante y Marfisa, en el Orlando furioso; o la Clorinda de la Jerusalén libertada. Vid. María del Carmen Marín Pina, «Aproximación al tema de la virgo bellatrix en los libros de caballerías españoles», Criticón, 45 (1989), pp. 81-94. 6 A Manuel de Roda está dedicado otro poema que Luzán publicó en el Diario de Zaragoza de los días 2 y 3 de febrero de 1797 (números 13 y 14): «Canción a Don Manuel de Roda sobre el cometa aparecido en este año de 1743 en los meses de enero y febrero» («Al tiempo, amigo Roda»). Existe versión facsímil del Diario de Zaragoza desde enero hasta abril de 1797. Números 1 al 100, Zaragoza, Librería General, 1985. El marqués Manuel de Roda y Arrieta nació en Zaragoza en 1706. Como indica Miguel Alberto Figueras Martí, «Monzón en la vida y la obra de Ignacio de Luzán. Notas autobiográficas en La Gatomiomaquia y otros poemas», Cuadernos del Centro de Estudios de Monzón y Cinca Medio, 25 (1998), pp. 99-168, Roda obtuvo el doctorado en Leyes por la Universidad de Zaragoza el 15 de julio de 1729. En 1731 se incorporó al Colegio de Abogados y se distinguió enormemente en los tribunales de Madrid; tanto, que se convirtió en una figura relevante de la España de la época. Intervino como ministro plenipotenciario en la confección del Concordato con la Santa Sede de 1753 y, desde 1765, a la muerte del marqués del Campo del Villar, fue secretario de Gracia y Justicia. Este Boneta debe de ser Antonio Boneta, secretario de la Real Academia de la Historia desde el 26 de junio de 1741 al 22 de abril de 1743, día en el que renunció. Como hemos señalado en la «Introducción», Luzán acudía durante estos años a la Academia del Buen Gusto y a tertulias como la de Montiano. Según Miguel Alberto Figueras Martí, op. cit., p. 119, «a finales de 1746 o principios de 1747 Luzán había consolidado su red de contactos en Madrid y estaba sumamente atareado con diversos trabajos para las reales academias Española y de la Historia. Luzán contaba con alguna pequeña ventaja. De ellas, no fue la menor la intimidad que se iba afianzando con Agustín de Montiano, oficial de la Secretaría de Estado, Secretario del Consejo de Castilla desde 1746, miembro de la Española, Director de la Academia de la Historia y, lo que era más importante, amigo del futuro secretario de Estado Carvajal. Luzán, entre 1738 y 1741, había preparado una serie de trabajos, perdidos por el momento, como la Perspectiva política y un proyecto para precaver las carestías de trigo». Los «Pano» eran una familia ilustre en Monzón en la que destacaron dos hermanos: Mariano de Pano y Ruata y Joaquín de Pano, ambos del siglo xix. El personaje al que se refiere Luzán debe de ser un antepasado ilustrado de ambos.

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con otros que no nombro en este instante, porque no hay para todos consonante. IV Ahora estéis tomando chocolate con bizcochos traídos de Galicia o burlándoos de algún gran disparate de cualque pedantillo sin pericia7; ahora sea que tal vez se trate de alguna erudición cuya noticia no se hallará en Potesta ni en Barbosa8, o os riáis de mis versos y mi prosa.

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V Benignos atended a mis acentos, por quien el Mincio ha de envidiar al Ebro9; no por mis versos, a que os quiero atentos, sino por el asunto que celebro. Y aunque ya voy haciendo mis mementos10 que con mis rimas la cabeza os quiebro, paciencia y barajar, que es imposible11 contener una musa incorregible.

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cualque: Aut. lo considera ya arcaísmo. Félix Potesta, teólogo franciscano nacido en Palermo (1649-1702), es autor del Examen Ecclesiasticum, in quo universae materiae morales, omnesque fere casus conscientiae excogitabiles solide ac perspicue resolvuntur, tratado de Derecho Canónico muy reeditado a lo largo del siglo xviii. Agustín Barboza (1590-1649), célebre jurisconsulto portugués, al que se alude también en La petimetra de Moratín cuando el tío de la protagonista, abogado, consulta libros de derecho para uno de sus casos: «¡Válgame Dios / el pleito y lo que me cuesta!, / pero el Barbosa ha de estar, / juzgo, en esta cuadra mesma. / ¡Ah, Martina! ¿un libro grande / no está ahí?» (Acto I, vv. 895-899). Jesús Cañas Murillo anota: «Se trata, casi con seguridad, del Repertorium juris civilis et canonici, del jurisconsulto portugués Agustín Barbosa (1590-1694)».Vid. Leandro Fernández de Moratín, La petimetra, ed. Jesús Cañas Murillo, Badajoz, Universidad de Extremadura, 1989, p. 118. 9 Mincio: río italiano que atraviesa Mantua, patria de Virgilio. Se opone aquí al Ebro, que pasa por Zaragoza, sede natal de Luzán. Luego el teórico y poeta aragonés se aventura a medirse con el gran épico de la latinidad. 10 hacer sus mementos: «fr. que significa detenerse a discurrir con particular atención y estudio lo que a uno importa» (DRAE, 1869). 11 paciencia y barajar: «frase proverbial para dar a entender que así como el que juega y no le va bien, el remedio que tiene es tener paciencia y tomar tiempo, barajando las suertes o naipes; del mismo modo al que no le sucede lo que desea en sus negocios no tiene otro remedio que tenerla y ver si puede mudar de medios para conseguirlo» (Aut.). 7 8

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VI Tiempo vendrá que con mayor trompeta cante, tertulia mía, tu vita bona12, y entonces me enviará por la estafeta13 Apolo, mi señor, mejor corona. Ahora se contenta mi etiqueta con una humilde yedra de Helicona14, dando principio a este primer ensayo diez días antes de empezar el mayo.

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VII Al tiempo que importuno el gallo llama sus consortes con voces desiguales, y que duermen tendidos en su cama los hombres sabios y los animales; cuando observa la más parlera dama15 silencio nunca visto en bocas tales, y no anda por el mundo ya otro coche más que el tumbón funesto de la noche16,

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VIII una pálida imagen macilenta apareció a mi triste fantasía 12 Sinéresis en «mía». vita bona: se trata de una alusión al estribillo del difundidísimo baile de la chacona, popular desde el siglo xvi: «¡Esta sí que es vita bona! / ¡Vámonos todos a chacona!» (Margit Frenk, Poesía popular hispánica. 44 estudios, México, FCE, 2006, p. 171; y de la misma autora: Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica, México, UNAM, 2003, t. I, pp. 1041-1051). 13 estafeta: «el correo ordinario de un lugar a otro que va por la posta. Díjose Estafeta de Estafa, que en toscano es el estribo, porque va a caballo; y en esto se diferencia del correo de a pie, que aunque se llame Ordinario, no se llama Estafeta» (Aut.). 14 El monte Helicón era la morada de las musas en la mitología griega. Aquí se utiliza la yedra como contraposición al laurel de Apolo, con el que se hacía la corona de los poetas. 15 Miguel Alberto Figueras Martí, op. cit., p. 133, anota que Luzán se refiere a «la Fama, engendrada por la Tierra después de Ceo y Encélado. La representación más clásica está en la Iconología (1645) de Cesare Ripa: una mujer con dos grandes alas, que viaja con increíble rapidez, con un ojo en cada pluma y muchas orejas y bocas (a las que se alude en el verso siguiente) bajo las plumas. Las fuentes de inspiración han sido siempre Virgilio (Eneida, IV, vv. 180-188) y Ovidio (Metamorfosis, XII, vv. 39-63)». 16 tumbón: «especie de coche que tiene el cielo en forma de tumba, de cuya voz puede ser aumentativo. Y también llaman así a los cofres que tienen la tapa de esta hechura» (Aut.).

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en figura de dueña unta y grasienta17, y en voz que por instantes fallecía18: 60 «Tienes —dijo— por cierto linda cuenta con mis leyes: yo soy la Economía. ¿Qué haces? ¿En qué piensas? ¿Qué reposo es este a que te entregas tan ocioso? IX Hierve tu alcoba, piezas y despensa 65 de crüeles y fieros adversarios; de ellos te roe una caterva inmensa la hacienda de abogados y notarios. El pernil, pan y queso sin defensa tiene cada uno contra sí cien Marios19; 70 ¿y tú duermes en paz, ¡oh mentecato!, sin tener en tu casa un solo gato? X Deja la casa, infiel, deja estos lares y múdate a otra parte luego luego20; recoge tus penates familiares21, 75 tus pobres muebles y tu patrio fuego22: será el daño mayor cuanto tardares. Huye presto de aquí, yo te lo ruego, unta: no se recoge en los diccionarios académicos su uso como adjetivo, así que debe tratarse de una licencia de Luzán o de un latinismo: el participio unctus, del verbo ungo. Miguel Alberto Figueras Martí, op. cit., p. 134, anota «gorda, grasa, mantecosa». 18 fallecer: «faltar o acabarse alguna cosa» (Aut.). 19 Cayo Mario (157-86 a.C.), conocido político y militar romano. Entre sus múltiples triunfos bélicos se cuenta la victoria sobre Yugurta; fue uno de los contendientes de la primera guerra civil romana contra su adversario Sila. Asimismo, derrotó a los teutones y los cimbrios, tribus germanas que invadieron Italia y las Galias. 20 luego: «al instante, sin dilación, prontamente» (Aut.). 21 penates: «los dioses domésticos a quienes daba culto la Gentilidad» (Aut.). 22 Estos cuatro versos parodian el pasaje de la Eneida en el que Héctor se le aparece en sueños a Eneas y le pide que huya de Troya con los penates y el fuego eterno consagrado a Vesta: «sacra suosque tibi commendat Troia penatis; / hos cape fatorum comites, his moenia quaere / magna pererrato statues quae denique ponto. /sic ait et manibus uittas Vestamque potentem / aeternumque adytis effert penetralibus ignem» (II, 293-297) («“A ti sus cultos / y sus Penates encomienda Troya: / tómalos y compartan la fortuna / que los hados te den. Para tus dioses / busca el amparo de potentes muros, / que tras luengas ansiosas travesías / verás un día levantarse”. Dice, / y saca del sagrario por su mano / Vesta, sus cintas y el eterno fuego»). Vid. Virgilio, Eneida, p. 177, vv. II, 410-418. 17

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por entrambos Leonardos, caro Ignacio, por Marón, por Homero y por Horacio»23. 80 XI Dijo y, entre enojada y compasiva, mirome y se ausentó la buena vieja. Despierto al punto, y la alma pensativa hace sobre el gran sueño su refleja24. Veo que aquella sombra fugitiva con razón y prudencia me aconseja. Resuelvo aprovechar el desengaño y remediar tan pernicioso daño.

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XII A vosotras, piérides hermosas25, que me tomastes, niño, a vuestro cargo y con cuyas dulzuras amorosas pude embocarme tanto trago amargo; a vosotras, por esto, entre otras cosas, ofrecí con un voto manilargo26 nueve odas traducir de Horacio Flaco, tomando nueve polvos de tabaco27.

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23 «Marón» es el cognomen de Virgilio, cuyo nombre completo era Publio Virgilio Marón. «Entrambos Leonardos» son los hermanos Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, poetas del siglo xvii y aragoneses como Luzán. 24 reflexa: «se toma algunas veces por lo mismo que Reflexión en el sentido metafórico» (Aut.). 25 Las musas, porque nacieron en Pieria, comarca que se extiende por las pendientes septentrionales del monte Olimpo. 26 manilargo: «el que es largo de manos» (DRAE, 1803). Aquí se debe entender “generoso”, “liberal”, “pródigo”. 27 Que el consumo de tabaco en polvo facilitaba el trabajo intelectual era creencia común en la época: «Se cuenta entre las excelencias del tabaco en polvo (y lo mismo sucede con el de humo), que caminando uno solo, llevando consigo tabaco en polvo tomándolo por las narices de cuando en cuando, no siente la soledad, ni el camino; asimismo estando una persona sola en casa, teniendo consigo tabaco y usando de él, no siente la soledad; asimismo se ha experimentado que si uno está estudiando una cosa, y se cansa de no acabar de comprenderla, tomando un polvo por las narices, o fumando un cigarro, y descansando vuelve sobre ello y lo percibe con más facilidad. Con que se ve claro que aviva los sentidos, recrea la naturaleza y la fortifica el tabaco en polvo tomado por las narices (y también el de humo), mundifica y limpia el cerebro de sus excrementos haciéndolos evacuar por la nariz y boca sensiblemente y por otras partes» (Antonio Lavedan, Tratado de los usos, abusos, propiedades y virtudes del tabaco, café, té y chocolate, Madrid, Imprenta Real, 1796, pp. 80-81). Modernizamos la grafía.

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XIII Fue oído el voto mío en el Parnaso por el buen Febo y el aonio coro28, y apareció en la puerta (¡extraño caso!) una gata —mejor diría un tesoro—29 100 que, entrando por las piezas paso a paso, se acercó con tal aire y tal decoro que parecía en todo una condesa enseñada a bailar a la francesa. XIV «¡Oh tú, quien quiera que eres —yo la digo—, o ninfa o diosa, porque no eres gata, sino algún escribano que es mi amigo y en esta forma socorrerme trata, vengas en hora buena: ya yo sigo donde quiera guiar tu hermosa pata! Ven, huele y vence, y de esta gran victoria30 entre los dos se partirá la gloria».

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XV Dije, y al punto la campeona mía, que Miza —como supe— se llamaba, entró hacia mi pequeña librería 115 guiada del valor que la animaba; pero allí, con no vista gallardía, encontró que oponérsele intentaba el sin par valeroso Rodalmuerza31, ratón de mucho aliento y mucha fuerza32. 120 Nueva referencia a Apolo y al coro de las Musas. Sinéresis en «diría». 30 Parodia de la famosa fórmula «Veni, vidi, vici», atribuida por Suetonio a Julio César cuando este se dirigió al Senado romano para describir su victoria sobre Farnaces II del Ponto en la batalla de Zela. 31 Inspirándose en la Batracomiomaquia, Luzán bautiza a sus ratones con nombres parlantes. En este caso podemos traducirlo como «el que roe el almuerzo», pero es probable que el autor esté jugando también con los apellidos de sus amigos de tertulia. Recordemos que uno de ellos atendía por Roda. 32 El sustantivo «aliento» podría juzgarse como error en el v. 220, sobre todo al considerar que se repite en el v. 122. El manuscrito B presenta la lección «diente». 28 29

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XVI Dio y recibió una y otra dentellada, y el pobre, al fin, perdió el vital aliento. Hasta las zonas tórrida y helada33, si algo pueden mis versos y mi acento, ha de llegar tu fama celebrada34, 125 ilustre Rodalmuerza, y tu ardimiento, porque fuiste el primero de tu gente que de Miza a las uñas hizo frente. XVII Salió después el joven Lamilardo35, osado, semidocto y presumido, que un sermón clausulado de un Bernardo36 todo en sola una noche había roído. Venía el boquirrubio a paso tardo37, fiado en su apariencia y su sonido. En vano, porque Miza, airada y fiera, hízole hacer la cláusula postrera.

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XVIII Al aire le lanzó con mano fuerte y le quebró los cascos en el techo38. Miguel Alberto Figueras Martí, op. cit., p. 136, anota que «la Antigüedad dividía la tierra y el cielo en cinco grandes zonas: la ártica, la antártica (heladas) y tórrida se tenían por inhabitables. Luzán usa poéticamente las teorías ptolomaicas que suponían que la región elementar, el cielo, contenía los cuatro elementos y se subdividía en tres regiones: la primera era nuestro planeta, región de tierra y agua e inferior. La segunda, la del aire, era helada, y en ella nacían el granizo y las nieves. La superior o tórrida, la más vecina al Sol, era la del fuego, y de ahí se originaban los rayos, truenos y relámpagos». 34 Eco de los versos finales de la oda I, 22 de Horacio, imitada por Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. Elías L. Rivers, Madrid, Castalia, 1989, p. 114, en su Elegía II: «si donde’l sol ardiente reverbera / en la arenosa Libya, engendradora / de toda cosa ponzoñosa y fiera, / o adond’él es vencido a cualquier hora / de la rígida nieve y viento frío, / parte do no se vive ni se mora» (vv. 175-180). Comenta esta tradición Fernando de Herrera en sus Anotaciones a la poesía de Garcilaso, ed. Inoria Pepe y José Mª Reyes, Madrid, Cátedra, 2001, pp. 656-658. 35 «El que lame el tocino (lardo)», pero hay que considerar que el sufijo «-ardo» es también el final de muchos nombres propios de persona. 36 clausulado: «estructurado en multitud de cláusulas»; o sea, con una sintaxis compleja. Bernardo: «el religioso o religiosa del orden de S. Bernardo» (DRAE, 1770). 37 boquirrubio: «metáfora que se dice del que es simple y fácil de engañar» (DRAE, 1770). 38 casco: «el hueso cóncavo que cubre la cabeza y contiene dentro de sí los sesos y el cerebro. Díjose así por la semejanza que tiene con cualquier casco de vasija redonda de barro» (Aut.). 33

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Lamentó el infeliz su triste suerte y, con un gran gemido de su pecho, invocó para el trance de su muerte los tropos de irlo y orlo, y acho y echo39; mas nada le valió, que, con desaire, murió en el aire el que era todo de aire.

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XIX Al ruido del golpazo que dio al suelo se levantó su madre, Ropicisa40, cuya labor y principal desvelo era el agujerarme la camisa41; y como vio, cuitada y sin consuelo, muerto a su hijo, con extraña prisa salió furiosa a desfogar su enojo arrojando centellas por cada ojo.

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XX Como tigre feroz cuya camada robar intenta el cazador hircano42, está sobre sus hijos asustada y horroriza a bramidos monte y llano: ya mira a sus cachorros, ya irritada vuelve la vista al robador tirano y así, dudosa entre el amor y la ira, ya le quiere embestir, ya se retira.

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Parece recitar una conjugación o un ejercicio memorístico. Luzán podría referirse a la obra de Ludovico Leporeo, Centuria di Leporeambi alfabetici, Bologna, Carlo Zenero, 1652, ramillete de cien sonetos burlescos, cada uno de ellos construido sobre un juego de rimas, anunciado al inicio del primer cuarteto, en el que solo varía la vocal. Así, el titulado: «Contrarietà amorose» sobre las rimas «accio, eccio, iccio, occio» (p. 21); y también el número 31 de los Altri Leporeambi: el soneto «Merlo fuggito dalla gabbia / erlo, irlo, orlo, urlo». 40 «La que mata o destroza la ropa», como se verá. 41 agujerar: Aut. da la doble forma como equivalente: «agujerar o agujerear». 42 Tradicionalmente, los tigres de Hircania, región situada al sur del mar Caspio, entre las actuales Irán y Turkmenistán, eran conocidos por su ferocidad, sobre todo cuando alguien les arrebataba sus crías: «No furioso tigre hircano / penetra impaciente el monte, / que por sus robados hijos / el aire a bramidos rompe, / se vio cual yo» (Alonso de Castillo Solórzano, Lisardo enamorado, ed. Eduardo Juliá Martínez, Madrid, Real Academia Española, 1997, p. 223). He aquí otro ejemplo de Luis Belmonte Bermúdez, La Hispálica, ed. Pedro Piñero Ramírez, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1974: «No, huérfano de hijos, tigre hircano / se arroja al cazador entre rompidas / flechas y dardos en venganza propia, / por más que mire de enemigos copia» (p. 179). 39

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XXI No de otra suerte Ropicisa estaba indecisa en el caso sucedido: la venganza a una parte le llamaba, a otra el hijo en el suelo ya tendido. Mas aquel mismo caso en que dudaba se le dio Miza luego decidido, que de una manotada puntiaguda le arrancó las entrañas y la duda.

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XXII Estaba el buen ratón Macrocolato43 por hijo y por mujer de luto doble. Asomose a buscar tres pies al gato, pero Miza, tirándole un mandoble, le envió a cenar con Judas y Pilato44. Así acabó la casa antigua y noble de los Macrocolatos Lamilardos, ilustre ya desde los longobardos45.

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XXIII Era el buen viejo de gentil discurso y aficionado a Góngora en extremo. Se había ya tragado todo un curso del sofista Aristóteles supremo y llegó con el hábito y transcurso a roer de memoria el Polifemo.

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43 Compuesto de «macro», o sea, “grande”, y «colato», participio latinizante de «colar», quizá en la neologista acepción de «tener cola», lo que daría: “el que tiene larga o gran cola”. Por la afición cultista del ratón, no sería raro que resonara aquí también el participio (collatum) del verbo confero: «reunir, conferir, otorgar». 44 Es necesario hacer sinéresis y leer el verbo como triptongo: “envio-a”. Judas y Pilato: Nótese que donde la épica clásica solía usar como perífrasis del infierno una referencia mitológica: «el reino de Plutón y Proserpina» (p. ej. en José de Villaviciosa, La Moschea, ed. Ángel Luis Luján Atienza, Cuenca, Diputación Provincial de Cuenca, 2002, p. 177, II, v. 464), Luzán cristianiza la alegoría y hace del infierno clásico un infierno católico, donde padecen notorios pecadores como Judas y Pilatos, partícipes ambos de la muerte de Cristo. 45 Los naturales de Lombardía. En tiempos de Luzán, «longobardo» (por «lombardo») era un arcaísmo. Se trata de un pueblo germánico que, tras las invasiones del siglo vi, se asentó y formó un reino en el norte de Italia. La antigüedad de su asentamiento los hacía equivalentes a los «godos» españoles como símbolo de pureza de la raza.

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Su afición a lo culto era muy rara: casi, en verdad, sentí que le matara. XXIV Pero la Fama ya la gran sorpresa esparcía por todos los rincones: todo era confusión, todo era priesa46, chillidos, carrerillas, encontrones: por entre bancos, cama, silla y mesa confusos escapaban los ratones; la misma turbación los impedía y alguno, por huir mucho, nada huía.

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XXV Lo que dije hasta aquí fue un solo amago, un ensayo de Miza, mi heroína, mas luego pasó a ser fatal estrago en la despensa, piezas y cocina. Formaba ya un profundo y ancho lago la derramada sangre ratonina, y caían a manos de sus patas los ratones sin número, y las ratas.

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XXVI Allí mezcló la inexorable Parca ilustres vidas a plebeya gente; allí acabó el famoso Rodiabarca47, Nucifrax, Mordicuero y Polidente48; Musagrio y Hartopán detrás de un arca49 205 murieron peleando honrosamente, y solo al derredor de una canasta resistió un rato el fiero Comipasta50. 46 priesa: «rebato, escaramuza, o pelea muy encendida y confusa; como quien dice: presura o aprieto» (DRAE, 1780). 47 «El que roe la abarca». 48 «El que rompe las nueces», «el que muerde el cuero» y «el de muchos dientes». 49 En B «Musagrio», lección mucho más lógica que el oscuro «Musugrio» de A, que juzgamos un error. «Musagrio», pues, hace pensar en un nombre compuesto de dos términos griegos: mus (“ratón”) y agrio (“salvaje, silvestre”), lo que remite a la conocida fábula del ratón de campo y el de ciudad. Hartopán: «El que se harta de pan». 50 «El que come pasta».

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XXVII Ya nadie se oponía, y la Victoria, que delante de Miza iba volando, se preparaba a coronar de gloria la noble frente del gatesco bando51. Hazme tú ahora, musa, a la memoria52 quién pudo detenerla, y cómo, y cuándo; que tal vez el valor en los vencidos vuelve a encender los ánimos caídos.

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XXVIII Solo el gran Quesifago estratiroso53 pudo quitarla el triunfo ya logrado. Si su ruina y estrago lastimoso no estuviera ya en bronce decretado54, 220 aún hubiera el imperio poderoso del real Quesifago en pie quedado; pero a ningún valor terreno es dable los decretos torcer de hado inmutable. XXIX Este tenía el cetro y señorío de mi posada en todos los ratones. De magnanimidad, valor y brío dio muestras en diversas ocasiones, y habiendo muerto Murifaz, su tío55, sin dejar sucesión de hijos varones,

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Los vv. 211-212 contienen el locus más espinoso de La Gatomiomaquia. Aunque la lectura de A es plausible y consideramos que el copista de B incurrió en un error por atracción al repetir el sustantivo «gloria» (en lugar de «frente») (v. 212), Miguel Alberto Figueras Martí, op. cit., p. 138, opta en cambio por editar el testimonio B y dejar la lección «gloria», sin juzgarla error. 52 Vid. la nota 4. 53 «El que se come el queso». En el adjetivo «estratiroso» consta la raíz griega strat- (‘ejército’), que está en la base de «estratega», si bien el sufijo de derivación «-iroso» no corresponde, claro está, a la lengua helena. Sería un equivalente de «guerrero» o «belicoso», lo que concuerda con el carácter de este ratón. 54 El manuscrito indica otra puntuación para estos cuatro versos: sin punto tras el v. 2; y con punto tras el v. 4. 55 Compuesto de la raíz latina para ratón (mus, muris) y de faz (cara): «el que tiene cara de ratón», nombre, sin embargo, un tanto redundante para un roedor. 51

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juntos en cortes, por su gran cabeza, le eligieron la plebe y la nobleza. XXX Toda su inclinación, todo su anhelo, después de hacer justicia y dar audiencia, era estarse royendo en Maquiavelo56 235 y en libros de la guerra y marcial ciencia. En Santa Cruz royó con gran desvelo57, en Follard y Polibio sin licencia58, en Vegecio, en Frontino, en Eliano59, Feuquieres y Montéculi italiano60. 240 XXXI Pues como vio perdida la batalla y a los que huían detener no pudo, así como se halló sin cota o malla, ni escudo, ni morrión, medio desnudo, quiso afrentar a la fugaz canalla y, en la urgencia del caso peliagudo, por su honor y el honor de la corona, exponer sin reserva su persona.

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56 Nicolás Maquiavelo (1469-1572) fue un polígrafo y político italiano que estudió la Política como disciplina independiente de la Religión y la Moral. Sus obras más conocidas son El príncipe y La mandrágora. 57 Álvaro Navia Osorio y Vigil (1684-1732), tercer marqués de Santa Cruz de Marcenado, fue un destacado militar español que publicó unas Reflexiones militares en 20 libros y 10 volúmenes. 58 Jean Charles Folard (1669-1752), soldado y escritor galo especializado en temas bélicos; se le conocía como el «Vegecio francés». Polibio (206-124 a.C.) fue un historiador griego, considerado uno de los padres de la ciencia política y las relaciones internacionales. En sus libros sobre la historia del Mediterráneo y el dominio final de Roma narra todas las contiendas sostenidas desde la Primera Guerra Púnica. 59 Flavio Vegecio fue un escritor romano del siglo iv que cuenta, entre otros títulos, con una De re militari. Sexto Julio Frontino, autor latino del siglo i d.C., publicó un tratado sobre los acueductos romanos y otro sobre estrategias militares. Eliano, afincado en Roma y conocido como «El Táctico», escribió sobre cuestiones militares en el siglo ii d.C. 60 Pas de Feuquières (1648-1711), militar francés, autor de unas Memoires sur la guerre, publicadas póstumamente por un sobrino suyo en 1770. Raimondo Montecuccoli, fallecido en 1680, es un militar italiano; autor de unas Memorie della guerra, publicadas póstumamente en Venecia en 1703. Suponemos que se deba pronunciar “Montéculi” la adaptación española de este nombre por razones métricas.

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XXXII Con este gran desinio en la cabeza, arrestado y resuelto a todo trance61, 250 salió a encontrar a Miza, que en la pieza seguía a los vencidos el alcance62. El valor, la osadía, la fiereza del grande Quesifago en este lance 255 no sabré yo pintar y lo rehúsa, como asunto mayor, mi humilde musa. XXXIII Calïope, del Píero serrana63, tú, en este empeño que crüel me aprieta, inspira aliento al pecho, al gusto gana y, si menester fuere, dame teta. Así a tu heroica trompa soberana no aplique el sucio labio un mal poeta: solo Homero la toque, el Mantuano, Tasso, Ariosto y Juan Milton, britano.

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XXXIV Fue crüel el encuentro, fue terrible, cual jamás semejante no se ha visto en cuanto alumbra todo lo visible el Sol desde el Antártico a Calisto. Miza, que hasta aquel punto fue invencible, probó el valor de su enemigo listo, que, arrancándola casi media oreja, sin aguardar respuesta se le deja.

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XXXV Tírala luego en otra acometida a la nariz un mordiscón hambriento; 61 arrestarse: «determinarse, resolverse, y entrarse con arrojo a alguna acción ardua, o empresa de grande contingencia y riesgo» (Aut.). 62 seguir el alcance: «es perseguir los vencedores a los vencidos o a los enemigos que huyen o se retiran, para acabarlos de deshacer y extinguir» (Aut.). 63 Calíope es la musa de la poesía épica. Las musas eran llamadas Piérides bien por haber vencido a las hijas del rey Piero o, según dijimos, por habitar en el monte Piero, que es por lo que se decanta aquí Luzán.

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sale la sangre de una y otra herida, quedando el agresor sin escarmiento. Pero Miza, del todo embravecida, acabó de perder el sufrimiento y, por dar fin de un golpe a la contienda, soltó a toda su cólera la rienda.

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XXXVI Como cuando a una inmensa, alta sultana64, la maltesa galera abordar quiere, que con crujía y espolón ufana y por la proa y por la popa hiere, al fin el viento sopla, ella la andana65 285 suelta y vira de bordo: «¡Miserere!», clama la chusma, y el chiquito vaso padece abierto el último fracaso; XXXVII así, irritada Miza, con él cierra y, asiéndole con diente enfurecido, la cabeza infeliz como con sierra le cortó y, el gran tronco dividido, cayendo estremecerse hizo la tierra; y la vida, lanzando un gran chillido, soberbio, formidable, furibundo, huyó indignada al Tártaro profundo66.

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sultana: «embarcación principal, que usan los Turcos en la guerra» (Aut.). andana: «el orden de algunas cosas puestas en línea; y así se dice que una casa tiene dos o tres andanas de balcones, un navío dos andanas de piezas de artillería, un aposento donde se crían gusanos de seda ocho u diez andanas de zarzos de cañas» (Aut.). 66 En el original «indinada». Tártaro: el infierno. En su Teogonía, Hesíodo cuenta que Tártaro era hermano de Caos, Gea y Eros y padre, con Gea, de Tifón. También asevera que un yunque de bronce caerá desde el cielo durante nueve días hasta alcanzar la Tierra, y que tardará nueve días más en caer desde allí hasta el Tártaro. En la Ilíada, Zeus dice que el Tártaro está «tan abajo del Hades como el cielo está de alto sobre la tierra». Al ser un lugar tan alejado del Sol y tan profundo en la tierra, está rodeado por tres capas de noche, que rodean un muro de bronce que a su vez abarca el Tártaro. Es un pozo húmedo, frío y desgraciado hundido en la tenebrosa oscuridad. Según la mitología griega, el Hades es el hogar de los muertos y el Tártaro está habitado. Cuando Cronos, el titán reinante, tomó el poder, encerró en el Tártaro a los cíclopes. Zeus los liberó después para que lo ayudasen en su lucha con los titanes. Los dioses del Olimpo terminaron derrotándolos y arrojaron al Tártaro a muchos de ellos (Atlas, Crono, Epimeteo, Metis, Menecio y Prometeo son algunos de los que no fueron encerrados). Es región frecuentada por la pluma de Luzán, que hizo de esta historia el argumento central de su Giganteida. 64 65

La Perromachia Fantasía poética en redondillas, con sus argumentos en octavas Por Don Francisco Nieto Molina, natural de la ciudad de Cádiz. Año 1765 Con licencia. En Madrid: En la Imprenta de Pantaleón Aznar, vive en la Plazuela del Excelentísimo Señor duque de Arcos. A expensas de don Pedro Joseph Alonso y Padilla, Librero de Cámara del Rey, donde se hallará.

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Prólogo Lector amigo, con decirte que la obra que te presento es una fantasía poética no tengo más que decirte. Si eres discreto, serás bien intencionado y no te causará novedad que pintando a los perros habladores y enamorados, te los figure danzarines, valientes y comilones. Además de esto, para el asunto que elegí era precisa circunstancia que así fuesen, pues de lo contrario ni yo me desempeñaría ni ellos acertarían a desempeñarse. No te los demuestro críticos, porque me consta que a ninguna persona capaz se le oculta que el crítico no es otra cosa que un can regañón que con el hocico retorcido todo lo muerde, roe y babosea1. Grandemente los conoció don Francisco Antonio Bances y Candamo, y por eso en su segundo romance al primer ministro, fol. 68, dijo: Razón de vulto es en ellos torcer la boca fruncidos, que elocuentísimo tienen no el labio sino el hocico2.

1 El odio de Nieto hacia lo críticos resucita en otros de sus libros. Así, en el «Discurso III» («Verdades que parecen disparates») de sus Obras en prosa (1768), p. 81: «muchos usías, de los que apenas saben leer, y muchos doctos de los que juzgan que hasta sus gargajos son sentencias, dudan de mis escritos, y gustaré de que les digáis que, malos o buenos, los produce mi entendimiento, que es capaz de contar las lagañas a un águila, los pelos a una rana y las escamas a un topo. Decidlo así, y si no penetrasen el busilis de lo que les digo, prevenirlos que acudan al establo, pues para ellos no es el grano sino la paja». Los ataca de nuevo en su «Discurso IV» («El azote crítico»): «No hay crítico que no sea majadero. No es otra cosa la crítica que una continua majadería» (p. 85); y en el Discurso en defensa de las comedias de Frey Lope de Vega: «Sutilísima es la penetración de los críticos. Todo lo trasciende, todo lo comprehende». Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Los nidos de antaño: Estudio y edición del Discurso en defensa de las comedias de Frey Lope Félix de Vega Carpio y en contra del «Prólogo crítico» que se lee en el primer tomo de las de Miguel de Cervantes Saavedra (1768) y de Los críticos en Madrid: en defensa de las comedias antiguas y en contra de las modernas (1768), de Francisco Nieto Molina», en La luz de la razón. Literatura y cultura en el siglo xviii, ed. Aurora Egido y José Enrique Laplana, Zaragoza, Institución Fernando El Católico, 2010, pp. 319-382 (p. 349). 2 La misma cita en el Discurso en defensa de las comedias de Frey Lope de Vega: «¡Oh críticos perversos que […] enseñáis los colmillos a todo el género humano! Elegantísimamente os pintó don Francisco Antonio de Bances y Candamo en el romance 2 al primer ministro, fol. 68: “Razón de vulto es en ellos / torcer la boca fruncidos, / que elocuentísimo tienen / no el labio sino el hocico”» (Rafael Bonilla Cerezo, «Los nidos de antaño», pp. 358-359). El gaditano la copió del poema «Si en prosa no solo atento» (vv. 105-108) de Francisco Antonio de Bances Candamo, Obras Lyricas, ed. Fernando Gutiérrez, Barcelona, Selecciones Bibliográficas, 1949, pp. 121-143 (p. 126). También la reciclará Nieto en Los críticos en Madrid: «Don Roque, lo que debéis / ejercer constante y fino / es festejar el cortejo / con mentirosos cariños. / […] / Procurar andar de modo, / el pelo lleno de rizos, / torcer el gesto a lo sabio, / fruncir severo el hocico, / y presumir de discreto / haciendo al montañés chino» (vv. 288-305). Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Los nidos de antaño», pp. 381-382.

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No dudo de que en mi escrito encontrarás muchas faltas o sobras; pero, reflexionando en su título, podrás perdonarlas. Si has leído la Gatomachia, la Burromachia y la Mosquea3, habrás visto consultas de oráculos, razonamientos exquisitos y extraños sucesos practicados por moscas, gatos y burros. ¡Mira qué personajes para empresas racionales! Con todo, si cuanto expongo no bastare y te mantuvieses en tus trece, preciándote de aquellos que nada les gusta sino lo que ellos hacen, no quiero desagradarte, prosigue en tu opinión4. Solo te encargo que me compres, aunque después me vendas. Vale. Soneto del autor a su Perromachia5   Si los gatos lograron merecer los aplausos de un Lope singular6; si los burros en verso rebuznar a impulsos del famoso Pellicer7;   si las moscas sus gracias extender, que un ingenio las quiso celebrar; si Homero a los ratones aclamar

3 Mantenemos la grafía de los títulos, pues Nieto (o el impresor) los regulariza de forma sistemática; es decir, usa la arcaizante «ch» con valor velar para La Gatomachia y La Burromachia, y la moderna «q» para La Mosquea. 4 La despedida y la humilitas auctorial son similares a las del «Prólogo» de El Fabulero, pp. *2-3: «esas son mis poesías; léelas si gustas, y si no haz lo que quisieres». 5 Nieto extrema la parodia sobre la que se basaban los paratextos de La Gatomaquia. Lope había inventado a «doña Teresa Verecundia», que endereza un soneto-prólogo al «licenciado Burguillos» («Con dulce voz y pluma diligente»); y también a este último, sosias del autor madrileño y firmante de las silvas dirigidas «a don Lope Félix del Carpio, soldado en la Armada de su Majestad», hijo a la sazón de Micaela de Luján y del mismo Fénix. Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, ed. Celina Sabor de Cortázar, Madrid, Castalia, 1982, pp. 69-71. El gaditano se toma aquí la libertad de ser él mismo quien prologue su libro, a cara descubierta; y sin acogerse a una autoridad de su época. De esta forma, al tiempo que muestra su orgullo, se burla —como hicieran Lope o Cervantes— de la costumbre de incluir versos encomiásticos entre los preliminares. 6 Las cláusulas condicionales («Si los gatos…») remedan y cuadriplican el segundo cuarteto del soneto De doña Teresa Verecundia en Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 69: «Si a Homero coronó la ilustre frente / cantar las armas de las griegas naos, / a vos, de los insignes marramaos, / guerras de amor por súbito accidente» (vv. 5-8). También se dejan sentir aquí unos versos de la silva V del mismo poema: «Y también escribió del transparente / camaleón Demócrito, / y las cabañas rústicas Teócrito, / y tanta filosófica fatiga / Dïocles puso en alabar el nabo, / materia apenas para un vil esclavo; / el rábano Marción, Fanias la ortiga, / y la pulga don Diego de Mendoza, / que tanta fama justamente goza. / Y si el divino Homero / cantó con plectro a nadie lisonjero / la Batracomiomaquia, / ¿por qué no cantaré la Gatomaquia?» (vv. 57-69). Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 171-172. 7 Los últimos apellidos de Gabriel Álvarez de Toledo eran Pellicer y Tovar.

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para darle a las ratas que roer8,   a los perros mi Musa ha de aplaudir. Tengan fama los perros donde quiera, en los pueblos, los campos y los cerros9.   Perros aplaudo, ¿qué podrán decir: que elijo por asunto una perrera10 o que soy un poeta dado a perros?11

8 Alude a La Gatomaquia, de Lope (vv. 1-2); La Burromaquia, de Álvarez de Toledo (vv. 3-4); La Mosquea, de José de Villaviciosa (vv. 5-6); y La Batracomiomaquia, del Pseudo-Homero (vv. 7-8). Nieto también tiene presentes los primeros versos de la canción A una mujer flaca («No os espantéis, señora Notomía») de Francisco de Quevedo, Obra poética, ed. José Manuel Blecua, Madrid, Castalia, II, 1970, pp. 70-71: «Cantó la pulga Ovidio, honor romano, / y la mosca Luciano; / de las ranas Homero; yo confieso / que ellos cantaron cosas de más peso; / yo escribiré con pluma más delgada / materia más sutil y delicada» (vv. 7-12). 9 Lejano guiño al arranque de La Gatomaquia: «Yo, aquel que en los pasados / tiempos canté las selvas y los prados, / estos vestidos de árboles mayores / y aquellas de ganados y de flores» (I, 1-6) (Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 71-72). 10 perrera: «el lugar o sitio donde se guardan o encierran los perros de caza» (Aut.), pero también, por dilogía, el «empleo u ocupación que tiene mucho trabajo u molestia y poca utilidad» (Aut.). 11 darse a perros: «aficionarse o entregarse a los perros» y «metafóricamente, el que engaña a otro, que comúnmente se dice dar perro» (Aut.). También existe otro significado para esta frase hecha: «irritarse uno mucho y casi con desesperación» (Aut.).

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La Perromachia. Fantasía poética12 canto primero argumento octava

Descríbese la corte suntuosa. Calvete a Mamarruz el cetro entriega. A Carabagua adora, infanta hermosa, que a sus finas ternezas se le niega y estima a Chasquisquiva cariñosa. El rey lo sabe, en cólera se anega. Huyen de su furor. En campo extraño mil cosas les demuestra el gran Caraño13.   Canto perrunos amores y batallas valerosas, alabo perras famosas celebrando sus primores14.   Canto soberbias hazañas15 5 de Mamarruz, perro fiero, 12 El subtítulo remite al de La Mosquea. Poética inventiva en octava rima. No desechamos la posible huella de la hoy perdida Fantasía poética de Gutiérrez de Pamaros. 13 Sobre los nombres de La Perromachia remitimos a nuestra introducción y a las consideraciones de Reyes Vila-Velda, «Onomástica y humor en La Gatomaquia», Hispanic Research Journal, IV, 3, 2003, pp. 207-221. 14 Según el modelo de Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 73: «que con el genio que me distes canto / la guerra, los amores y accidentes / de dos gatos valientes» (I, 16-18), Nieto mezcla lo lírico con lo épico. En última instancia, el poema de Lope y La Perromachia animalizan —que no rebajan— el íncipit de muchas epopeyas desde la Eneida («Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris / Italiam, fato profugus [...]») (Virgilio, Eneida, ed. José Carlos Fernández Corte, Madrid, Cátedra, 2000, I, 1-2, p. 119, I, 1-2) al Orlando furioso («Le donne, i cavallier, l’arme, gli amori / le cortesie, l’audaci imprese io canto») (Ludovico Ariosto, Orlando furioso, ed. bilingüe de Cesare Segre y María de las Nieves Muñiz, Madrid, Cátedra, 2002, I, pp. 84-85; I, 1, vv. 1-2) o La Araucana («No las damas, amor, no gentilezas / de caballeros canto enamorados, / ni las muestras, regalos y ternezas, / de amorosos afectos y cuidados; / mas el valor, los hechos, las proezas / de aquellos españoles esforzados, / que a la cerviz de Arauco no domada / pusieron duro yugo por la espada») (Alonso de Ercilla, La Araucana, ed. Marcos A. Morínigo e Isaías Lerner, Madrid, Castalia, 1990, I, 1, 1-8, p. 127). 15 Préstamo del Furioso («l’audacie imprese io canto») algo diluido en la traducción española de Urrea (1549): «Damas, armas, amor y empresas / canto; caballeros, esfuerzo, cortesía» (Ludovico Ariosto, op. cit., I, pp. 84-85). Pisón emplea un sintagma casi idéntico en su Perromachia: «Yo que nunca canté selvas ni prados, / vestidos de arboledas y ganados, / ni sublimes hazañas, altos hechos» (I, 1-3).

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y de Galluz, su escudero, estrafalarias patrañas.   A ti, ejemplo del valor, 10 dígalo tanto atrevido perro acosado y herido por vuestro feroz rigor;   a ti, capitán leal, guapo como una gallina16, recio como tagarnina17, 15 discreto como animal,   dedico estos versos y juzgo llevarán mil yerros, porque estaba dado a perros18 cuando de ellos escribí. 20   ¡Raro gusto! Pero espero no se culpen mis ficciones, pues de ranas y ratones cantó el excelente Homero;   y en su especial Gatomachia 25 Lope a gatos aplaudió; y a los burros celebró Toledo en su Burromachia.   Hasta el átomo viviente, 30 hasta el punto indivisible, la pulga aguda y terrible fue aclamada doctamente19.   De elegancia escritos ricos se ofrecen a mi favor, 35 pues gozaron de cantor pulgas, gatos y borricos. Marramaquiz era en La Gatomaquia —por boca de Micifuf— un «maullador gallina» (III, 211), mientras que este último, a ojos de su rival, se define como un «Gallina Micifuf» (III, 252). Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 137. 17 tagarnina: «lo mismo que cardillo» (Aut.). Cardillo: «cierto género de cardos que se cogen en el campo y nacen por lo regular entre los barbechos» (Aut.). 18 Dilogía que repite la del «Soneto prólogo» y de nuevo un préstamo de Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 73: «que, como otros están dados a perros, / o por ajenos o por propios yerros, / también hay hombres que se dan a gatos / por olvidos de príncipes ingratos» (I, 19-22). Pisón repite el chiste en la silva I de su Perromachia: «Un tratante de perros / que al público los da cuando hace yerros, / condujo a nuestra vista / estos perros de quien soy el cronista» (I, 61-64). 19 Además de mencionar los textos que —citados en el Soneto del autor— le sirven de modelo, hace ahora un guiño a La pulga, falsamente atribuida a Lope: «Picó atrevido un átomo viviente». 16

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  Cualquiera musa panarra20 inflúyame en este intento y présteme su instrumento, sea lira, flauta o guitarra21. 40   Allá donde vive solo el pájaro todo tretas, al que pintan los poetas ya en cuna, ya en mauseolo22;   allá entre Egipto y Judea, 45 selva de copioso olor, Arabia, de Asia Mayor provincia, fértil recrea23.   Es de dos golfos cercada24, 50 dos veces fruto tributa; tal abundancia disfruta panarra: «simple, mentecato, dejado y flojo. Pudo tomarse de que estos ordinariamente comen mucho pan, o el borracho que bebe mucho vino» (Aut.). Si Lope de Vega («Vosotras, Musas del Castalio coro, dadme favor, en tanto», La Gatomaquia, pp. 72-73, I, 14-15) y Pisón («las bellas ninfas del Castalio coro: / sed conmigo propicias entre tanto», I, 30-31) se mueven dentro del lugar común de la invocación a las musas, el gaditano las rebaja hasta convertirlas en «panarras». Pero el sintagma «Musa panarra» está lleno de resonancias maliciosas. Entre las prostitutas de burdel se contaba el grupo de las «musas de calco», dependientes de los rufianes, que se confundían a veces con las «ninfas». Vid. José Luis Alonso Hernández, El lenguaje de los maleantes de los siglos xvi y xvii: la Germanía. Introducción al léxico del marginalismo, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1979, p. 72. Por otro lado, es común que las musas asuman cierto carácter prostibulario («doce miembros tomáis cada ramera») en sus negocios con los poetas. Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Góngora y Castillo Solórzano en la Fábula de Polifemo de Francisco Bernardo de Quirós», Il Confronto Letterario, 51, 2009, pp. 39-80 (p. 53). 21 Las musas y la clase de instrumentos (lira, flauta o guitarra) que las define informan del proceso de meiosis a que Nieto somete este tópico. Vid. Antonio Carreira, «Registros musicales en el romancero de Góngora», Gongoremas, Barcelona, Península, 1998, pp. 373-396. 22 Alusión al ave Fénix, cuyo origen se sitúa en los desiertos de Libia y Etiopía. Se le consideró un ave mítica, una suerte de semidiós que se consumía por acción del fuego cada quinientos años. Entonces, una nueva y joven surgía de sus cenizas. Para los griegos consistía en un pájaro que, con sus alas perfumadas de deliciosos olores, se dirigía hacia el altar del sacerdote de Heliópolis, donde se incendiaba él mismo. Al día siguiente de su muerte, aparecía un gusano pequeño en el mismo lugar que se transformaba un día después en un gran pájaro adulto. Vid. Lope de Vega, La Dorotea, ed. Edwin S. Morby, Madrid, Castalia, p. 311. Nieto copia aquí unos versos de la Fábula del Fénix burlesca de Anastasio Pantaleón de Ribera, Obra selecta, ed. Jesús Ponce Cárdenas, Málaga, Universidad de Málaga, 2003, p. 90: «Esta es, dije, ilustre patria / del pájaro misterioso, / que sus últimas cenizas / tiene cuna y mauseolo» (vv. 21-24). En el «Prefacio» al Fabulero, op. cit., pp. *2-3, Nieto admite sus deudas con este poeta madrileño. 23 Lejana evocación de unos cuartetes de la Fénix de Anastasio Pantaleón de Ribera, op. cit., p. 90: «Aquí, si ya no me engaña / la antigua grafía del cosmos, / la desierta Arabia usurpa / al mundo el Sirio famoso. / Aquí pues único tiene / su nido el Fénix fragoso, / ave rara de la tierra, / y que no vimos nosotros» (vv. 25-32). 24 Es decir, los de Baréin y Aqaba. 20

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al año si es cultivada.   Allí a la florida falda de un monte a quien yerbas mil, 55 desperdicios del abril, lo figuran de esmeralda25,   se extiende fuerte, espaciosa, pasmo de la arquitectura, esmero de la hermosura, Jauja, corte suntüosa26. 60   En cuadro se señorea su fábrica que, luciente, ancha muralla eminente de duro bronce rodea.   Con proporción arreglada 65 puerta y puerta de marfil, que labró diestro buril, permiten vistosa entrada.   Siguen a nivel iguales 70 las calles, cuyos espacios ocupan altos palacios construidos de cristales.   Adórnanlos torres bellas que, a los rayos relucientes de Febo, resplandecientes27 75 ascienden a las estrellas.   De Neptuno el espumoso reino retrata arrogante, anfiteatro bastante a concurso numeroso. 80 25 Esta descripción es deudora del romance gongorino «Ilustre ciudad famosa» (1586): «nos promete en sus señales / más fama que los que Roma / edificó a sus deidades, / y que aquel, cuyas cenizas / en nuestras memorias arden, / de aquella, a quien por su mal / vio el que mataron sus canes, / y al de Salomón, aunque eran / sus piedras rubios metales, / marfil y cedro, sus puertas, / plata fina, sus umbrales; / y al ver su hermosa torre, / cuyas campanas süaves, / del aire, con su armonía, / ocupan las raridades; / […] / dulce olor los frescos valles, / las primaveras, de gloria, / los otoños, de azahares, / cuyo suelo viste Flora / de tapetes de Levante / sobre quien vierte el abril / esmeraldas y balajes» (vv. 78-192). Vid. Luis de Góngora, Romances, ed. Antonio Carreira, Barcelona, Quaderns Crema, I, 1998, pp. 371-393. 26 Jauja: el país de Jauja aludía al utópico valle peruano de río Mantaro, famoso por su riqueza y clima benigno. Lope de Rueda, Pasos, ed. Fernando González Ollé y Vicente Tusón, Madrid, Cátedra, 1983, pp. 157-165, lo recrea en El deleitoso («La tierra de Jauja»). 27 Febo: hipocorístico de Apolo, dios del Sol. Virgilio lo llamó juntamente «Planeta, Apolo y Febo», Eneida, lib. 3.

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  Sobre la cerúlea tez28 que el fingido mar presenta surca nave corpulenta, nada rozagante pez29.   Cuanta brilladora escama 85 el golfo inquieto retira, tanta por aqueste gira rompiendo la verde lama30:   desde la bestia que altera a Tetis el centro frío31, 90 al cangrejo que, tardío, discurre por la ribera.   En otra plaza, pinceles doctos batallas enseñan en mil lienzos que desdeñan 95 a los de Zeusis y Apeles32.   Destínase a este paraje comercio, mercadería, tráfico, unión, granjería33 de nobleza y populaje34. 100   Amenísimo recreo logran sus huertas floridas, 28 cerúlea: «cosa perteneciente al color azul; y con más propriedad al que imita al del Cielo, cuando está despejado de nubes; que también se extiende al de las ondas que hacen las aguas en estanques, ríos o mar» (Aut.). Dámaso Alonso, La lengua poética de Góngora, Madrid, CSIC, 1961, p. 97, incluye este adjetivo entre los que fueron objeto de censura o sátira anticultista en el siglo xvii. 29 rozagante: «metafóricamente vale vistoso, ufano y arrogante» (Aut.). 30 lama: «el cieno y todo lo que hace el agua» (Aut.). 31 Tetis: no la nereida madre de Aquiles y hermana de Galatea, sino su abuela, esposa del titán Océano y madre de las oceánidas. Vid. Juan Pérez de Moya, Filosofía secreta, ed. Carlos Clavería, Madrid, Cátedra, 1995, p. 172. Nieto debe referirse a cualquier monstruo abisal, por oposición a la pequeñez y hábitat costero del cangrejo. 32 Zeusis y Apeles: Zeusis (siglos v-iv a.C.) fue uno de los pintores más cotizados de Atenas. No se conocen sus obras, pero existen muchas anécdotas a propósito de sus facultades para el realismo. Apeles (siglo iv a.C.) fue un ilustre pintor griego que retrató a Alejandro Magno, en cuya corte vivió. Vid. Carolo Stephano, Dictionarium historicum, geographicum, poeticum, apud Iacobum Stoer, 1606. Se cuenta que ningún día dejaba de ejercitar su arte. Vid. también Sebastián de Covarrubias, Suplemento al Tesoro de la lengua española castellana, ed. Georgina Dopico y Jacques Lezra, Madrid, Ediciones Polifemo, 2001. 33 granjería: «beneficio de las haciendas del campo y venta de sus frutos. La ganancia y utilidad que se saca de alguna cosa» (DRAE, 1832). 34 populaje: aunque no figura en los diccionarios académicos, se entiende «reunión», «gentes del pueblo». Es término que no abunda en las obras del Siglo de Oro. Lo hemos documentado («que el santo hizo a todo el populaje») en la octava VI del canto I de La Eulálida, del P. F. Barth. Ordóñez de la Orden de San Francisco, Tarragona, Imprenta de Felipe […], 1590, p. 9.

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que parecen producidas de la idea del deseo.   Es apacible su clima, 105 benigno, claro, constante, que ni la ofende el Tonante35 dios, ni el Aquilón lastima36.   No envidia a Roma excelentes 110 estatuas, vanos trofeos, pirámides, coliseos, estanques, jardines, fuentes.   Tres veces dorado fruto Ceres al suelo prestó37, y tres Pomona pagó38 115 su acostumbrado tributo.   Tiempo en que el laurel sagrado39 ceñía la augusta frente a Mamarruz excelente, 120 rey cauto, astuto, alentado.   Siendo fortísimo, audaz, oprimía su furor el invencible rigor 35 Tonante: «participio activo del verbo tonar, que aplican los poetas a Júpiter, que dispara o arroja rayos» (Aut.). 36 Aquilón: «uno de los cuatro vientos principales, el que viene de la parte septentrional, que comúnmente se llama Norte o Cierzo» (Aut.). 37 La mención consecutiva de Ceres y Pomona parece sacada de las octavas XVIII y XIX del Polifemo, en las que Góngora describe la naturaleza de Sicilia. Ceres es la diosa de la agricultura (Ovidio, Metamorfosis, ed. Antonio Ramírez de Verger y Fernando Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1996, V, 341-345, p. 179 y V, 642-647, p. 187) y el «dorado fruto» que da por tres veces, el trigo. 38 Pomona: esposa del metamórfico Vertumno, esta hamadríade preside en el mundo romano los huertos y jardines (Ovidio, Metamorfosis, pp. 411-413, XIV, 623-697). La prueba de que Nieto tiene en la uña las octavas de Góngora deriva de su romancillo «No anuncios de Jano», en el que cita las mismas divinidades y con los mismo atributos que les había asignado el autor del Polifemo: «Pomona en amenos / pensiles presenta / frutas, y olorosas / flores Amaltea. / En verdes racimos / Lieo conserva / oculto licor / que al gusto recrea. / Ceres las llanuras / dora y altas sierras / Pales con mil copos / de lana blanquea» (vv. 41-52). Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Neoclásica y disidente: la Fábula de Polifemo de Francisco Nieto Molina», Revista de Literatura, LXXIV, 147 (2012), pp. 207-248. Se cita siempre por esta edición. 39 laurel sagrado: como símbolo y adorno del héroe triunfante es un tópico de la literatura áurea. Nieto quizá evoque unos versos de la Égloga piscatoria (1760) de Vicente García de la Huerta, Poesías, ed. Miguel Ángel Lama, Mérida, Junta de Extremadura, 1997, p. 160: «Glauco: Con Carlos solamente, / cualquiera mal el cielo ha compensado / a España, cuya frente / perpetuo ceñirá laurel sagrado; / por la admiren todas las edades / como dechado de felicidades».

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de un cieguezuelo rapaz40.   Rapaz que supo vencer a un Júpiter poderoso, a un Alcides valeroso41, solamente con querer.   El rey amante adoraba a Carabagua, deidad de tan perfecta beldad que semejante no hallaba.   Mas ella, copiando esquiva el desdén de Dafne ingrata42, lo desprecia porque trata cariñosa a Chasquisquiva.   Reconociendo, prudente, que Mamarruz, enojado, bien por fuerza o por agrado no habría cosa que no intente43,   determinó, cautelosa, pronta huir, para lo que dio parte a su dueño de empresa tan peligrosa.   Cuando vuelan torpes, graves, rompiendo el aire espaciosas, zuzurrantes, fastidiosas44, funestas, nocturnas aves45,

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40 Guiño de Nieto a otro romance de Góngora: «Ciego que apuntas y atinas» (1580). Los versos interesan esta vez por mezclar el arranque del texto gongorino («Ciego que apuntas y atinas, / caduco dios, y rapaz», vv. 1-2) con la versión del propio don Luis en una de sus letrillas: «¡Ya no más, ceguezuelo hermano, / ya no más! / Baste lo flechado, Amor, / más munición no se pierda; / afloja al arco la cuerda / y la causa a mi dolor» (1592, 1-6). Vid. respectivamente Luis de Góngora, Romances, I, pp. 197-204, y Luis de Góngora, Letrillas, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, pp. 41-43. 41 Alcides: sobrenombre de Hércules, que era nieto de Alceo. 42 Compara la actitud de Carabagua con la de Dafne, quien, perseguida por Apolo, se convirtió en laurel cuando este le dio alcance. Nieto abordó dicho mito con estilo quevedesco (A Dafne huyendo de Apolo) en otro romance de El Fabulero. Sobre la fortuna de este capítulo de las Metamorfosis en nuestras letras, vid. Mary E. Barnard, The Myth of Apolo and Daphne from Ovid to Quevedo, Durham, Duke University, 1987. 43 Sinéresis en «habría». 44 zuzurrantes: variante fonética por «susurrantes», a consecuencia del origen gaditano de Nieto. Este ceceo se documenta en todos sus libros, de ahí que hayamos optado por conservarlo. 45 funestas, nocturnas aves: recuerdo del pareado que cierra la octava V del Polifemo: «infame turba de nocturnas aves, / gimiendo tristes y volando graves» (vv. 39-40). Se trata, pues, de búhos, murciélagos o lechuzas. Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, ed. Jesús Ponce Cárdenas, Madrid, Cátedra, 2010, p. 156.

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  llegó el Paris de esta Elena 150 galanamente adornado, sobre una mona montado de flores y cintas llena.   Viene a este empeño importante, llamado por su querida, con ánimo de la vida 155 perder por ella constante.   Feliz oportunidad Berecintia permitía46, pues luz escasa ofrecía 160 entre densa oscuridad.   Con el gozo regular propio de uno y otro amante, comenzaron al instante ligeramente a marchar.   Cual el Caribe feroz47, 165 indio bárbaro, arrogante, del arco la penetrante flecha dispara veloz,   así el gran palacio dejan, su resolución siguiendo, 170 y presurosos, huyendo, en breve mucho se alejan.   Detiénelos el fatal cansancio junto a una fuente 175 que con ruidosa corriente vierte perlas de cristal.   Al sonoroso, risueño rumor de la fuentecilla que sobre la yerba brilla los rindió un süave sueño. 180 46 Berecintia: en la mitología frigia es el sobrenombre dado a Cibeles, ya que en el monte Berecintio tenía un culto particular (Berecyntia Mater). Recibía también este nombre un ídolo que llevaban en procesión por los campos para que favoreciera la fertilidad de la tierra. No obstante, Nieto se refiere aquí a la Luna («pues escasa luz ofrecía»), cuyos hipocorísticos son Lucina, Diana o Cintia. Vid. Isabel Colón Calderón, «Hacia una visión lírica de la realidad: la invocación a Lucina», Estudios sobre tradición clásica y mitología en el Siglo de Oro, Madrid, Ediciones Clásicas, 2002, pp. 73-81. 47 Caribe: «el hombre sangriento y cruel que se enfurece contra otros sin tener lástima ni compasión. Es tomada la metáfora de unos indios de la provincia de Caribana en las Indias, donde todos se alimentaban de carne humana» (Aut.). Nieto pudo inspirarse en estos versos de Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994, pp. 283-285: «de Caribes flechados, sus banderas / siempre gloriosas, siempre tremolantes, / rompieron los que armó de plumas ciento / Lestrigones el istmo, aladas fieras» (I, vv. 421-424).

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  Duermen hasta que la pía aura comenzó a mostrar su clara luz y a enunciar cómo la Aurora venía.   Ella, desprendido el riso48, 185 afable, propicia, hermosa, su frente adorna graciosa con jazmín, azahar, narciso.   Vuelven entonces de nuevo su camino a proseguir, 190 por empezar ya a lucir con brillante esplendor Febo.   El de Alcides escogido árbol, el del rojo Apolo y el que de la Cipria solo49 195 mereció ser aplaudido50;   el que a Minerva le es dado51, con otras plantas frondosas, forman bellas, deleitosas 200 calles en el verde prado;   por cuyo sitio, festivos, caminan los dos amantes, ya viendo rosas fragantes, robustos pinos altivos.   En belleza, fruta y flor 205

riso: seseo del autor (o del copista) en lugar de «rizo», esta vez por causa de la rima. Cipria: se refiere a Afrodita, diosa griega del amor y la belleza. «Apenas salida del mar, Afrodita fue llevada por los Céfiros, primero a Citera, y luego a las costas de Chipre» (Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Paidós, 1981, p. 11). 50 El árbol de Alcides es el álamo; el del «rojo Apolo», el laurel, en alusión al mito de Dafne; y el mirto ese arbusto que «de la Cipria solo mereció ser aplaudido». Acerca de estos giros, más o menos elusivos, vid. José Antonio Mayoral, «Sobre perífrasis mitológicas en el discurso poético de los siglos xvi y xvii», Estudios ofrecidos al Profesor José Jesús de Bustos Tovar, Madrid, Editorial Complutense, 2003, II, pp. 1273-1288. Nieto también homenajea aquí la octava XLV de la Égloga III de Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. Elias L. Rivers, Madrid, Castalia, 1989, p. 207 : «El álamo de Alcides escogido / fue siempre, y el laurel del rojo Apolo; / de la hermosa Venus fue tenido / en precio y en estima el mirto solo; / el verde sauz de Flérida es querido / y por solo suyo entre todos escogiolo: / doquiera que sauces de hoy más se hallen, / el álamo, el laurel y el mirto callen» (vv. 353-360). 51 el que a Minerva le es dado: el olivo. Cuando los doce dioses principales del Olimpo disputaron porque cada uno quería ponerle su nombre a Atenas, decidieron que aquel que procurase el mayor bien a la ciudad sería el agraciado. Minerva se alzó con la victoria porque inventó el olivo, productor del aceite y símbolo de la paz. 48 49

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la vista aquí se recrea, el gusto se lisonjea52, goza el olfato de olor.   Aquí canta, ruge, brilla, 210 canora, feroz, risueña, en árbol, en gruta, en peña, ave, fiera, fuentecilla;   aquí se divierte Pales con Vertumno y Amaltea53, 215 aquí Pomona franquea sin número los frutales.   En este Elisio florido54 tosco risco se elevaba, tanto que no registraba 220 su altura el mejor sentido.   A cada grieta escabrosa campestre adorno guarnece; allá el quejigo se ofrece55, acá la zarza espinosa.   Rotura profunda abría, 225 lóbrego, cóncavo, extraño56, donde el disforme Caraño, feísimo perro, vivía57.   Finge de su magia al brío: a la flor, monte eminente58, 230 52 lisonjearse: «metafóricamente significa deleitar y agradar; y se suele decir de las cosas no materiales» (Aut.). 53 Esta enumeración de Pales, Vertumno, Pomona y Amaltea también parece inspirarse en el Polifemo de Góngora (octavas XVIII y XIX). 54 Elisio florido: este vergel es un trasunto de los Campos Elíseos. 55 quejigo: «especie de roble muy parecido a la encina» (DRAE, 1817). 56 lóbrego, cóncavo, extraño: la descripción de la cueva de Caraño es una copia de la del cíclope Polifemo en el romancillo de Nieto «No anuncios de Jano»: «Aquí un risco, cuya / sublime eminencia / con la del Olimpo / competir pudiera, / lóbrega espelunca, / entre rudas quiebras, / ofrecía en una / mal rasgada grieta» (vv. 57-64). Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Neoclásica y disidente», pp. 207-248. Ambas grutas guardan cierta relación con la del Polifemo de Góngora. Vid. José María Micó, El Polifemo de Luis de Góngora. Ensayo de crítica e historia literaria, Barcelona, Península, 2001, pp. 16-18. El «tosco risco» de Nieto poco se diferencia de la «Guarnición tosca» de Góngora, y lo mismo ocurre con los sintagmas «lóbrego, cóncavo» y «caliginoso lecho, el seno obscuro» (1612, v. 37), ambos de raíz ariostesca. La gradatio «lóbrego, cóncavo, extraño» se refiere al «tosco risco» del v. 218, no a la «rotura profunda» del v. 225. 57 Sinéresis en «feísimo». 58 Continúan los ecos de Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 157: «Un monte era de miembros eminente / este (que, de Neptuno hijo fiero, / de un ojo ilustra el orbe de su frente, / émulo casi del mayor lucero)» (VII, 49-52).

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al ave, bestia valiente, peña al árbol, risco al río;   tronar hace y luego aclara59, ciudades pinta en el viento, 235 también escuadrón sangriento combatiendo cara a cara.   En la caverna sombría a Plutón mantiene inquieto60, y al Trifauce, monstruo quieto, sujeta con tiranía61. 240   Este que en estudios tales se ejercitaba prolijo, les salió al encuentro y dijo con aüllidos fatales:   «Vosotros, que con arrojo 245 de la corte os despedís, aunque del rey así huís, seréis de su ardor despojo».   Ellos que atentos le escuchan, del triste anuncio oprimidos62, 250 a su cueva recogidos, entre confusiones luchan.   Allí corteses previenen63 al anciano que ha de hacer 255 lleguen claramente a ver los males que pasar tienen.   Practícalo, pues desea servirlos el sagaz viejo; 59 tronar hace, y luego aclara: uno de los pavorosos efectos del cíclope sobre la pareja del Polifemo es precisamente el tronido: «y al garzón viendo, cuantas mover pudo / celoso trueno antiguas hayas mueve: / tal, antes que la opaca nube rompa, / previene rayo fulminante trompa» (LXI, 485-488). Y en la octava XLV del texto de Góngora: «Las cavernas en tanto, los ribazos / que ha prevenido la zampoña ruda / el trueno de la voz fulminó luego. / ¡Referidlo, Piérides, os ruego!» (vv. 357-360). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, pp. 175 y 169. 60 Plutón: «Pausanias dice que, como Plutón es señor del Infierno, tiene mucho cuidado de cerrarlo, porque no se le vaya ni salga nadie» (fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Crisóstomo Garriz, 1646, p. 351). 61 Trifauce: se refiere al can Cerbero, perro de tres cabezas que guardaba las puertas del Infierno (fray Baltasar de Vitoria, op. cit., pp. 399-401). Este cuartete recuerda una octava de José de Villaviciosa, La Mosquea, ed. Ángel Luis Luján Atienza, Cuenca, Diputación de Cuenca, 2002, p. 225: «A la morada del Trifauce pasa, / y, luchando con él, el fiero aliento, / del cabezudo monstro le traspasa, / empozoñando al riguroso viento» (vv. V, 89-92). 62 oprimidos: «apretados, estrechados y afligidos demasiadamente» (Aut.). 63 prevenir: «advertir o avisar a otro de alguna cosa» (Aut.).

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pone ante ellos un espejo a quien alumbra una tea.   En el cristal se veía, mediando mágico arte, ejército en el que Marte une fuerte perrería.   De la India, España, Turquía, Polonia, Francia, Alemania, África, Asia, Transilvania64 hay perros de gallardía.   Vístense pieles de oso y de animales horribles, que se juzgan invencibles usando traje espantoso65.   El perrazo Mordiscón gobierna a los perros chinos66, Carcueso a los perros finos, a los alanos, Alón67.   El duque Cagalón lleva, con su pujanza extremada, una lanza claveteada68, larga, dura, gruesa, nueva.   Su morrïón lo compone69 el testuz de un elefante, puesta la trompa delante, que a todos temor impone.   Cabalino muy ufano manda la caballería,

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Transilvania: los versos en los que describe al ejército tienen su origen en un romance anónimo (Romances, en Rosa real) de 1573, incluido a su vez en el Romancero general, ed. Agustín Durán, Madrid, Rivadeneyra, 1851, II, p. 155. 65 El tópico de vestirse con pieles de oso y animales horribles procede de la tradición del homo selvaticus, que pasa después a la caballería y se refina en las fiestas barrocas, a modo de disfraz. Vid. la bibliografía de Aurora Egido en «El vestido de salvaje en los autos sacramentales de Calderón», Serta Philologica F. Lázaro Carreter, Madrid, Cátedra, 1983, II, pp. 171-186. 66 perros chinos: «se aplica a una especie de perro que no tiene pelo y es de la figura de un podenco pequeño, sumamente frío y útil para el mal de hijada, aplicándole a aquella parte. Diósele este nombre porque los primeros vinieron de China» (Aut.). 67 alanos: «especie de perros muy corpulentos, bravos y generosos que sirven en las fiestas de toros, para sujetarlos, haciendo presa en sus orejas; y en la montería a los ciervos, jabalíes y otras fieras, como también para guardar las casas u huertas» (Aut.). Recuérdense estos detalles durante la corrida del canto II. 68 Sinéresis en «claveteada». 69 morrión: «armadura de la parte superior de la cabeza, hecho en forma de del casco de ella, y en lo alto de él suelen poner algún plumaje u otro adorno» (Aut.). 64

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que en buen orden se extendía por paraje alegre, llano.   A trechos el corpulento, 290 vasto cuerpo cubre la piel de un fiero espín que ya dio en sus brazos el aliento70.   Sobre micos, monas, zorras, lucen los fuertes soldados, 295 de arneses finos armados, manejando lanzas, porras.   Alféreces, oficiales, tambores y timbaleros, pífanos y clarineros71 son podencos principales72. 300   Cerrando aqueste tren bello, de la grandeza cercado, iba Mamarruz sentado en la giba de un camello.   Topacio, rubí, diamante, 305 su turbante componía y el ropaje que vestía matizaba oro brillante.   Cazcarrias camina tieso73, 310 mereciendo bizarrías del rey que por las folías74 es Caballero del Hueso.   Con despejo singular, Tanto el morrión de trompa de elefante como las pieles de erizo constituyen una burla de las armaduras de los héroes griegos. Recordemos, por ejemplo, el casco de colmillos de jabalí de la Ilíada; o cuando Agamenón entrega a Trasimedes en el canto X «una espada de doble filo», un escudo y «un yelmo hecho de piel de toro», mientras que Meriones, comandante de las guardias, cede a Odiseo «su arco, su carcaj y su espada, / y a ambos lados le puso / de la cabeza el yelmo, elaborado, / de piel de buey, que con muchas correas / por dentro estaba fuertemente tenso / y por fuera rodeaban blancos dientes / de jabalí de brillantes colmillos, / apiñados, por aquí y por allá, / dispuestos hábilmente y con destreza» (X, 260-264). Vid. Homero, Ilíada, ed. Antonio López Eire, Madrid, Cátedra, 1995, p. 414. 71 pífanos y clarineros: «personas que tocan los instrumentos del mismo nombre» (Aut.). Pífano: «instrumento militar, bien conocido, que sirve en la infantería, acompañado con la caja. Es una pequeña flauta, de muy sonora y aguda voz, que se toca atravesada» (Aut.). 72 podencos: «especie de perro, algo menor que el galgo, que sirve para cazar conejos. Tiene el hocico largo, la cabeza llana, las orejas pequeñas y los pies fuertes y duros. Son muy ligeros y de grande olfato y aguda vista» (Aut.). 73 tieso: «animoso, valiente y esforzado» (DRAE, 1780). 74 folías: «locuras» (DRAE, 1791). 70

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Mambrino, en el otro lado75 sigue dispuesto, alentado, y que no conoce par76.   Una y otra delicada perra, discreta y briosa, ocupan artificiosa, regia carroza dorada.   Doce hïenas feroces, del pie a la testa pintadas, las largas clines rizadas, tiraban de ella veloces.   En arrogantes caballos, dulces tocando instrumentos, acompañan cuatrocientos hermosos ingleses gallos.   Plumas negras y amarillas llevan en blancos sombreros, ostentándose severos con encarnadas golillas77.   Van después diez mil maceros, todos ufanos perrotes, y, peinados los bigotes, cien mil gatos cocineros.   El ancho campo llenaban los morteros, los cañones, carros, tiendas y pendones que en buena forma llevaban.   Pasada esta tropelía,

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75 Mambrino: nombre de raigambre ariostesca y cervantina. Se trata de un rey moro cuyo yelmo consiguió Reinados de Montalbán (Orlando Innamorato, I, IV, 82); Dardinel muere en el intento de recuperarlo (Orlando furioso, XVIII, 151-153). 76 y que no conoce par: dilogía típica del estilo de Nieto. Vid. este diálogo de la Inventiva rara: «Cancer y Montoro, bueno, / par-es que no tiene par / y escribieron “para todos” / cada cual un Montalbán» (vv. 80-84). Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Inventiva rara. Difinición de la poesía contra los poetas equivoquistas. Estudio y edición de un entremés de Francisco Nieto Molina», Homenaje a Antonio Carreira, ed. Alain Bègue, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2014, vol. II, en prensa. No tener par significa «que no hay otro igual ni semejante» (Aut.). El doble sentido reside en que también se compara al perro con los «pares»; o sea, con «el título de dignidad de Francia que se dio al principio a sólo doce señores, seis eclesiásticos y seis seculares, sobreañadido a los títulos de duques o condes» (Aut.). 77 golillas: «cierto adorno hecho de cartón, aforrado en tafetán u otra tela, que circunda y rodea el cuello, al cual está unido en la parte superior otro pedazo que cae debajo de la barba y tiene esquinas a los dos lados, sobre el cual se pone una valona de gasa engomada o almidonada» (Aut.).

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el cristal se oscureció y el fuego se consumió con que la tea lucía.   En los brazos de su amante, Carabagua, temerosa, se desmayó pesarosa, vuelto en jazmín el semblante.   Chasquisquiva, con furor, dando lastimosas voces, así exclamó: «¡Oh grandes dioses, apaciguad mi dolor!   Peñas, riscos, flores, aves, ¡oh si pudierais oír, me ayudarais a sentir las que sufro penas graves!».   Netas perlas derramando78 que mucha yerba embebió, del desmayo en sí volvió Carabagua suspirando.  Y dividiendo el clavel79 de sus labios, así dijo: «Mi amor siempre ha de ser fijo y el tuyo le adoro fiel.   El rey nuestro mal desea; quebrantos pasemos, que más valor tengo que el de Teagenes y Clariquea80.

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78 netas perlas derramando: sintagma común en el Siglo de Oro para aludir a las lágrimas. Vid. Vittorio Bodini, «Le lagrime barocche», Studi sul Barocco di Góngora, Roma, Edizioni dell’Ateneo, 1964, pp. 39-63. 79 También es tópica la comparación de los labios con el clavel. Jacinto Polo de Medina, Poesía. Hospital de Incurables, ed. Francisco J. Díez de Revenga, Madrid, Cátedra, 1987, pp. 211229, otro de los poetas de cabecera de Nieto, se burlaba de esta imagen en su Fábula de Apolo y Dafne: «(vamos con tiento en esto de la boca, / que hay notables peligros carmesíes, / y podré tropezar en los rubíes, / epítetos crüeles); / ¡qué cosquillas me hacen los claveles!, / porque a pedir de boca venían; / mas claveles no son lo que solían, / ni en los labios de antaño / no hay claveles de hogaño; / pero, para pedirles su alabanza, / conceptillo mejor mi ingenio alcanza, / y tanto, que con otro no se mide: es tan linda su boca, que no pide» (vv. 61-74). 80 Teágenes y Cariclea: es una novela bizantina de Heliodoro de Emesa (Siria). Se sabe poco sobre la vida del autor, datada de forma variable entre los siglos iii y iv, pero se le ha identificado con un obispo cristiano de Tesalónica, según noticia que aparece por primera vez en la Historia de la Iglesia de Sócrates (siglo v; 5, 22), que llegó a ser obispo de Trica e introductor de celibato en Tesalia. Dos particularidades conceden a la novela de Heliodoro, conocida como Etiópicas, un puesto esencial: 1) el virtuosismo en la técnica narrativa; 2) constituye un testimonio relevante de que nuevas fuerzas religiosas penetraban ya en esa época.

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  La huida acertada reputo, otro resguardo no veo, no paguemos a Morfeo81 aquesta noche tributo».   Luego Chasquisquiva abona lo que su dueño propone y con presteza le pone la silla y freno a la mona.   «Tuyo es —le dice—, bien mío, mi dictamen y tu gusto; el que se ejecute es justo, dispón según tu albedrío».   Absorto Caraño estaba con las ternezas que oía, y mucho se divertía cuando cada cual hablaba.   El espejo y tea quita, diciendo a los dos así: «Supuesto de que cumplí, más mi afecto solicita».   De la honda cueva sacó un turbante y una espada con la guarnición dorada y a Chasquisquiva entregó82.   «Aquesas prendas temidos os hará», dijo Caraño. «Estaréis libres de engaños, jamás os veréis vencidos».   Después sobre la menuda yerba les trajo a millares83 de las frutas singulares que encontró su vista aguda.   Estas fueron peras, guindas, melocotones, camuesas,

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Morfeo: dios del sueño. La acción benéfica de un mago o un dios que brinda al héroe una serie de armas que lo librarán de obstáculos o contribuirán a que se alce con la victoria data de Homero: Hefesto forjó las armas de Aquiles en la Ilíada; y en el mito de Perseo, el héroe recibe de las ninfas unas sandalias aladas, una alforja y el casco de Hades, que convertía en invisible a quien lo llevara. También es objeto de los regalos de Hermes (una espada curva) y de Atenea (un espejo). 83 La «menuda yerba» que sirve de tapete al bodegón de frutas es sintagma que Nieto había utilizado ya en «No anuncios de Jano»: «cíclope forzudo / que, en la ancha floresta, / pisando brïoso / la menuda yerba» (vv. 77-70). 81 82

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ciruelas, rojas cerezas, sazonadas, tiernas, lindas.   Su cuidado no perdona 405 la manzana colorada, la granada coronada y cuanto ofrece Pomona84.   Comieron festivamente 410 y luego que concluyeron, agradecimientos dieron a Caraño cortésmente.   El cabello coronado mostraba de luz, ufana, de Apolo la bella hermana85 415 cuando aquel sitio han dejado.   Por montañas, riscos, breñas, selvas y bosques sombríos, marchan con valientes bríos saltando quebradas peñas. 420   En tal cual parte a comer paran y a beber, tal cual el bullicioso raudal claro se llega a ofrecer.   Con toda prosperidad 425 seis semanas anduvieron, mas la séptima tuvieron una horrible tempestad.   De los campos los matices se ajan, trónchanse los troncos86 430 Este bodegón se inscribe tanto en la moda anacreóntica de la Ilustración como en la del Barroco. Pero mientras que Nieto se limita a la simple enumeración, Góngora, cuando hablaba del oro de la pálida pera, del arrebol de las manzanas, de la blancura radiante de la leche cuajada, de los hilos áureos de la miel, etc., crea una “pintura”. Vid. Jesús Ponce Cárdenas, «Introducción» a Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, pp. 71-94. 85 de Apolo la bella hermana: es decir, Diana, identificada con la Luna. 86 trónchanse los troncos: verso muy útil para aclarar una de las variantes adiáforas más debatidas del Polifemo de Góngora. Mucho más si tenemos en cuenta que Nieto fue un epígono del genio cordobés. Como decimos, uno de los problemas de la octava XLVI de la Fábula gongorina es la dicotomía que los distintos manuscritos plantean entre «troncó» y «tronchó»: «¡Oh bella Galatea, más süave / que los claveles que troncó la Aurora» (1612, 361-362). A favor de la primera lección, Pellicer indica que no hay que leer «tronchó», y tanto Vilanova como Carreira se acogen a su lectura. La alternativa procede del manuscrito Chacón, así como de la edición de Vicuña, seguida en este punto por Dámaso Alonso y José María Micó; aunque el primero de ellos escribía, sin complicarse la vida, que puede elegirse entre cualquiera de las dos. Jesús Ponce Cárdenas, «Notas» a Luis de Góngora, Fábula de Polifemo, pp. 317-321, apuesta por «troncó», como latinismo («cortar»): es decir, Góngora se refería a los claveles que se cortan al 84

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y gimen los vientos roncos, rotos los odres de Ulices87.   Muere en su florido nido el ave, en la gruta oscura la fiera y en la espesura el conejuelo escondido.   Aquel rozagante, bello florón que adora los rayos del Sol en tristes desmayos, inclina su erguido cuello.   La que la planta nevada de Venus ensangrentó, sin ver la luz falleció en su capullo encerrada88.   Suena el eco retumbante de los truenos y a porfía ardientes iras envía el gran Júpiter Tonante.   Silban manchadas serpientes, dan los lobos aüllidos, los bravos toros bramidos,

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amanecer; entre otras razones porque el sintagma había aparecido ya en un soneto de 1582: «Mientras por competir por tu cabello». Los octosílabos de Nieto sugieren que un poeta de finales del siglo xviii, buen conocedor de Góngora, dio su versión acerca del doblete de marras. Pues bien, en ninguno de los numerosos ejemplos que aduce Jesús Ponce Cárdenas se documenta una construcción sintáctica en la que el complemento directo de «troncó» (o de «tronchó») sea precisamente «troncos». Como es lógico, la cacofonía del verso sería absoluta en el caso de que hubiera optado aquí por «tróncanse los troncos». Luego, probablemente, Nieto nunca contempló la existencia de «troncar» en el texto de don Luis y leyó el pasaje gongorino como sigue: «que los claveles que tronchó la Aurora». 87 Nuevo ceceo. Ya sea natural o paródico, es necesario conservar «Ulices» por razones de rima. Nieto evoca aquí un conocido episodio de la Odisea: en las islas Eólicas, residencia de Eolo, dios del viento, Ulises y sus tripulantes reciben de este unos odres con los vientos desfavorables para que los guarde y los suelte cuando lleguen a Ítaca. Parecía que esta vez Poseidón no se iba a salir con la suya, pero los compañeros de Ulises no pueden vencer la curiosidad y abren los odres, desatando una violenta tormenta que les llevó al país de los Lestrigones, unos antropófagos que acaban con la mayoría de la tripulación. 88 Se refiere a la rosa a través del mito de Venus y Adonis. Este último, muy aficionado a la caza, murió a causa de la herida de un jabalí, impulsado por los celos de Marte, dios de la guerra y amante de Venus. Al oír la diosa el grito de muerte de Adonis, salió corriendo a protegerlo. Por el camino, las lágrimas de sus ojos se iban convirtiendo en rosas, que se iban tiñendo del rojo de la sangre que salía de las heridas que le producían las espinas de los rosales. Las rosas, blancas en principio, tienen distintos tonos según la cantidad de sangre que cayó sobre ellas. Desde entonces estas flores están consagradas a Venus. Vid. fray Baltasar de Vitoria, Segunda parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Crisóstomo Gárriz, 1646, II, pp. 414-415.

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rugen los leones valientes89;   cruzan medrosos e inquietos, entre espantosas visiones, formidables escuadrones de los pájaros funestos90.   Son los asombros fatales, es el estrago tremendo; óyese el estruendo horrendo de las furias infernales.   Como en pertinaz batalla, rotas picas, abollados arneses, muertos soldados, a un lado y otro se halla;   así, en el suelo arrojados, se miran, aquí y allí, troncos, animales y peñascos desbaratados.   Descolorido el semblante, suspira triste, turbada, despavorida, asustada, Carabagua a cada instante.   La mona en estos pasajes hace raras pataratas91 con las manos y las patas, formando extraños visajes.   Es el hueco estrecho, duro, escabroso de un peñón quien en la tribulación les da refugio seguro.   Vigilante, presuroso, como su bien esperaba, luego el turbante sacaba Chasquisquiva cuidadoso.   A su frente lo ciñó, y al momento, ¡cosa rara!, se dejó ver la luz clara y el día a su ser volvió.  Ya sosegadas sus penas,

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Sinéresis en «leones». Vid. la nota 45. 91 patarata: «demonstración afectada de algún sentimiento u cuidado, u exceso demasiado en cortesías y cumplimientos» (Aut.). 89 90

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advirtieron a lo lejos 490 que el sol doraba a reflejos unas pintadas almenas.   Un castillo parecía, hecho de piedras preciosas y de mil artificiosas 495 labores que contenía.   Un jardín lo circundaba, en el que vertió Amaltea92 su copia, que allí se emplea cuanta flor atesoraba.   El castillo y floreciente 500 pensil están de manera que su primor desde fuera a la vista se consiente.   La ninfa, aquí alborozada, 505 a su querido abrazó, porque experta conoció fenecida su jornada.   «Esa máquina opulenta93 −le dice− es justo te cuadre, 510 pues en aquesa mi padre pasa la vida contenta.   Callen las antiguas todas, que no pueden igualar, pigmeo se ha de nombrar el alto jayán de Rodas94. 515 92 Amaltea: la fábula del cuerno de Amaltea o Cornucopia la cuenta Ovidio, libro V Fastorum, entre otros. Se trata del cuerno que dio de mamar a Júpiter y, ceñido o lleno de frutas y hierbas, se consagró al mismo dios. Por eso es símbolo de la abundancia y fertilidad (fray Baltasar de Vitoria, op. cit., pp. 66-68). El empleo de este mito junto al verbo «vertió» supone otro lejano eco de Luis de Góngora, Fábula de Polifemo, p. 161: de la copia (a la tierra, poco avara), / el cuerno vierte el hortelano, entero, / sobre la mimbre que tejió, prolija / si artificiosa no, su honesta hija») (vv. 157-160). 93 máquina opulenta: «máquina es edificio grande y suntuoso» (DRAE, 1780). Este pasaje podría imitar el «Argumento» que abre el libro III de la Jerusalén conquistada: «De Salomón la máquina dorada, / del Templo, y de sus obras la opulenta / fábrica, / y lo que el indio Ofir presenta, / la plebe escucha en lágrimas bañada» (vv. 6-10). Vid. Lope de Vega, Jerusalén conquistada, ed. Joaquín de Entrambasaguas, Madrid, CSIC, 1951, I, p. 115. 94 alto jayán de Rodas: el coloso de Rodas eran una gigantesca estatua del dios griego Helios, erigida en la isla homónima (siglo iii a.C.) por el escultor Cares de Lindos. Considerada una de las siete maravillas del mundo, todo lo que conocemos sobre ella se debe a las noticias de Polibio (Historias, V, 88, 1) Estrabón y Plinio, y a las crónicas bizantinas de Constantino VII Porfirogéneta, Miguel el Sirio y Filón. Hecho con placas de bronce sobre un armazón de hierro, su altura era de unos 32 metros y su peso, de unas 70 toneladas.

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  Con el templo que Erostrato95 quemó, muros relevantes y pirámides gigantes hacer símiles no trato».   Diciendo gracias expertas, 520 descendieron de un collado y en breve tiempo han llegado de aquel castillo a las puertas.   Salió el insigne Casquete 525 vestido de fina grana, suelta a la espalda la cana melena, encima un bonete.   Adornados con pellicos le asisten perros pastores, con sonajillas, tambores96, 530 flautillas y adufes chicos97.   Los huéspedes se apearon de su ruin caballería, y en la nueva compañía 535 a un salón alto marcharon.   Tomando un perro del freno a la mona, la llevó a pesebre, en el que halló sustento escogido, bueno.  Ya que tomaron asiento, 540 se dieron a conocer, aquí aumentose el placer, cesando los cumplimientos.   Llora el padre de alegría, mirando a su hija amada; 545 llora ella regocijada porque ha llegado este día.   Aquí se gozan amores, aquí se logran finezas, 550 todo es gustos y ternezas, todo es gracias y favores.  Y pues de tanto quebranto 95 templo de Erostrato: Erostrato fue un pastor de Éfeso convertido en incendiario. Destruyó el templo de Artemisa, considerado otra de las maravillas del mundo, el 21 de julio del 356 a.C., coincidiendo, según Plutarco, con el nacimiento de Alejandro Magno. 96 sonajilla: «lo mismo que sonajero» (DRAE, 1803). 97 adufe: «cierto género de tamboril bajo y cuadrado de que usan las mujeres para bailar, que por otro nombre se llama pandero» (Aut.).

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quedan ya libres los dos, cesa mi cansada voz para proseguir el canto.

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Canto segundo Argumento Octava La tropa marcha en forma concertada. De un río la detiene la creciente. Allí fue de Cañejo respetada la idea para el paso conveniente. Perecen muchos perros; castigada es su culpa. Galluz discretamente ofrece su dictamen, mas, ufana, la senda les mostró diosa Dïana.  Ya las perrunas hileras acercábanse a compás, tremolando al viento las98 plumas, garzotas, banderas99;   ya en las escabrosas, broncas 5 asperezas atronaba el eco, que retumbaba de cajas y trompas roncas100.   Lucía la infantería 10 marchando pomposamente, y con orden competente, después, la caballería.   Treinta veces el luciente rey de los astros les dio luz y Cintia les prestó101 15 la suya resplandeciente. 98 tremolar: «enarbolar los pendones, banderas o estandartes, batiéndolos y moviéndolos en el aire» (Aut.). 99 garzota: «plumaje o penacho que se usa para adorno de los sombreros, morriones o turbantes y en los jaeces de los caballos» (Aut.). 100 caja: «instrumento militar. Lo mismo que tambor» (Aut.). 101 Vid. la nota 46.

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  Cansados de caminar, los detiene la corriente de un río cuyo torrente difícil es vadear.   Jefes, oficiales y demás militares juntos cuestionan puntos por puntos cómo han de pasar de allí.   Después de proposiciones que Mamarruz escuchó, así les aconsejó en estas breves razones:   «Pues tanta gente llevamos, bebamos al río, que lo hemos de secar, a fe, ¡todos al punto bebamos!».   Como al suelo se abalanza bandada de aves, así la perrada aquí y allí a beber agua se avanza.   Unos mueren ahogados, otros caen desfallecidos, otros, de beber rendidos, yacen disformes e hinchados.   El destrozo fue tan fuerte que de los perros faltaron doscientos mil que quedaron entregados a la muerte.   Quiso extender su consejo el discreto Cagalón, mas le niegan la atención porque principió Cañejo:   «Algunas ramas cortadas átense, que estén unidas, y escaparemos las vidas por medio de estas jangadas»102.   Obedecen sin pereza, los árboles destrozando que conducen arrastrando al río con ligereza.

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jangada: «voz náutica, compuesto de maderos o fragmentos del navío, que se hace para salvar la gente cuando se pierde el bajel» (Aut.). 102

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  Allí en la margen trabajan, unos los troncos ligando con cuerdas, otros clavando; unos cortan, otros rajan.   La áspera sierra rechina, taladra la alezna aguda103, golpea la piedra ruda, nada cesa en la fajina104.   Concluida una sutil máquina, al río se ofrecen, adonde incautos perecen cerca de cuarenta mil.   Pesaroso, el rey lamenta la pérdida de su gente, y otra cosa no consiente porque no le tiene cuenta.   Mira ropajes bordados, cuerpos, broqueles, plumajes, petos, sombreros y trajes por agua y tierra arrojados.   Dispone que, aunque sea noble Cañejo, lo ahorquen sin falta, y Malafacha de una alta rama lo colgó de un roble.   Ninguno se atreve a hablar porque se muestra feroz el rey en el caso atroz, dignísimo de llorar.   Callan Mambrino, Pearrias, Cagilón, Cagamorteros, Cabalino, Pontiberos, Meaescobas y Cazcarrias;   Chasquido, Panza de Estopa, Chupacaldos, Hueleculos, Fanfarrón, Acosamulos, Regañón y Pocarropa;   Llevaespuertas, Mordiscón,

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103 alesna: «instrumento agudo de hierro con que se horada alguna cosa, especialmente los cueros, cordobanes y suelas, y del que usan los zapateros para coger los zapatos» (Aut.). En P «alezna», dada la tendencia del gaditano a la confusión en el uso de las sibilantes. 104 fajina: «término de fortificación. Hacecillo pequeño de ramas delgadas o brozas, las cuales sirven mezcladas con tierra para hacer aproches y también para cegar los fosos y otras cosas» (Aut.).

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Correpoco, Cascabel y el alentado, crüel y famosísimo Alón.   Galluz, que el silencio advierte en ocasión perniciosa, haciendo al rey obsequiosa venia, le habló de esta suerte:   «Señor, aquesos traviesos micos nos han de librar; sus colas se han de enredar por nuestros flacos pescuezos.   Nadarán y nadaremos por llegar a la otra parte, y sin más extraño arte seguridad lograremos.   Los perros de agua, uno a uno105, fusiles pueden sacar, puesto que saben surcar el reino azul de Neptuno.   A las perras alhagüeñas que vienen en la carroza libertará la ingeniosa invención de cien cigüeñas.   Para cazarlas iremos, pues no son intentos vanos, a los lugares cercanos y a las torres subiremos.   La diligencia primera que haremos, muy prevenidos, será rociarles los nidos con la flor de adormidera106.   De la noche nos valdremos y mil mastines irán; y cien galgos que traerán más cigüeñas que queremos.   Cada galgo y mastín bien puede traer en la boca

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105 perro de aguas: «especie de perro muy lanudo que tiene la propiedad de arrojarse al agua para sacar la caza o lo que se le eche a ella» (Aut.). 106 flor de adormidera: «planta bien conocida que produce las hojas largas hendidas alrededor y asidas a los tallos sin pezones. Sus flores son muy parecidas a la rosa, muy vistosas y varios colores. Su simiente es negra y útil para muchos remedios y particularmente para causar sueño, por cuya razón se llamó adormidera o dormidera, como dice Laguna sobre Dioscórides, lib. 4, cap. 68» (Aut.).

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la que por suya le toca, con que vendrán mil y cien.   Juntas que estén, se atarán al coche por todos lados y a golpes desaforados prontamente volarán.   Porque permitan los dioses vayan donde apetecemos, ladrando suplicaremos atiendan a nuestras voces.   Los gallos luzcan sus galas, sirviéndose, pues, en suma, de la pequeñuela pluma que les da abrigo a las alas.   Los gatos, en unas boyas107 que se harán, irán subidos; y los medrosos metidos dentro de pucheros y ollas108.   El perrazo Calahorras atará bombas, cañones, morteros y municiones en los jopos de las zorras109.   Estas, puestas en unión, tirarán todas a una; y sin lastimarse alguna llevarán tanta porción.   Al feo perro Corcojas es justo se le disponga que monos y monas ponga repartidos en alforjas.   Si es mi dictamen prudente, acertado e ingenioso, mandad, señor poderoso, no se demore al presente».   De este modo concluyó Galluz su razonamiento, que el rey, lleno de contento,

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107 boya: «voz náutica. El palo con el corcho u otra cosa que ponen por señal los marineros atado al orinque que tiene el áncora para que se conozca donde está asida» (Aut.). 108 En Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 89, los felinos «vinieron en artesas» (I, 226). 109 hopo: «el rabo u cola que tiene mucho pelo o lana, como la de la zorra, oveja o ardilla» (Aut.). Con aspiración de la h, común en Andalucía, «jopo».

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por singular celebró.   Hace publicar un bando en el campo para que no ignore la forma de ir esta orden observando.   Suenan cajas y al momento, en los sitios asignados, quedan carteles fijados con aqueste mandamiento:   «Que la idea superior, por el sabio Galluz dada, sea al punto respetada por el grande y el menor».   Quince veces el planeta que nace y muere en un día su clara luz les envía para la fajina inquieta.  Ya descienden por los cerros, vigorosos, alentados, de las cigüeñas cargados, mucha cantidad de perros;   ya trabajan presurosos, la artillería juntando, y los gatos van limpiando pucheros y ollas ansiosos.   No se deja ver descuido, todos afanan sudando, el gran mormullo formando un desapacible ruido.   Tanta es la bulla que suena que no se atreve a pasar animal, ave a volar, porque el miedo los refrena.   Una noche que Argentea110 más refulgente salió, a su claro esplendor vio Galluz lo que se desea:   que permite limpio paso el río sin detrimento, y fue ligero y contento

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Otro de los sobrenombres, si bien poco habitual, que recibía la diosa Luna, obviamente por su color plateado. Vid. la nota 46. 110

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a dar parte al rey del caso.   Llegó al regio pabellón, raro, vistoso, especial, que de la persona real era digna habitación.   Compitiéndole a la esfera su reluciente esplendor, rodeaban lo exterior mil hachas de blanca cera111.   Allí Mamarruz estaba de grandes acompañado cuando el gran Galluz ha entrado y de esta manera hablaba:   «Señor, la ocasión propicia se brinda. El río está tal que exenta de todo mal puede pasar la milicia.   Sin agua se hallaba ahora, claramente lo miré. Marchemos apriesa que corre riesgo la demora».   «En ti —dijo cariñoso el rey—, soldado importante, valerosísimo Atlante112, tengo un escuadrón copioso.   Tu nombre merece solo aplaudir la voladora Fama con trompa canora por cuanto esclarece Apolo»113.   Galluz con notable brío al rey la mano besó, y con los demás partió hacia la orilla del río.   Ligera la voz corrió

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111 hacha: «la vela grande de cera compuesta de cuatro velas largas juntas y cubiertas de cera gruesa, cuadrada y con cuatro pábilos. Diferénciase de la antorcha en que esta tiene las velas retorcidas» (Aut.). 112 Atlante: en la mitología griega es un joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros con los pilares que mantenían la tierra separada de los cielos. 113 El nombre perpetuado en el tiempo gracias a la fama es un tópico medieval (vid. María Rosa Lida de Malkiel, La idea de la Fama en la Edad Media castellana, México/Madrid/Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1983) que llega hasta la modernidad.

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al ejército, que allí, con alegre frenesí, Baco la nueva aplaudió.   Con cascabeles, sonajas, tamboriles y flautillas se reparten en cuadrillas brincando, que se hacen rajas114.   A los que el sueño ha rendido despiertan con burlas raras, a unos les pintan las caras con pez y almagre molido115.   A otros visten con trapajos116 en figuras de arlequines; unos tocan vïolines, otros forman espantajos;   unos encienden hogueras y apuestan para saltar, otros salen a luchar, otros para dar carreras.   Cual graciosos tonos canta, cual precia de tirador, cual de experto decidor, cual que en fuerzas se adelanta.   Cual la llena bota empina y festeja aquel gor gor117, cual le arrebata el licor y, trompicando, le atina.   En un rancho está un caldero lleno de migas calientes, más allá aguzan los dientes comiendo asado carnero.   Unos cansados se tienden,

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114 hacerse astillas, rajas, pizcas, &c.: «frase con que se pondera la eficacia, fuerza, viveza y continuación con que se ejecuta alguna cosa» (Aut.). 115 almagre: «especie de tierra colorada, muy semejante al Bol arménico, que sirve para teñir o untar diferentes cosas como las lanas, las tablas y los cordeles de los que usan los carpinteros para señalar las líneas en los maderos que quieren aserrar» (Aut.). 116 trapajo: «pedazo de paño u lienzo roto y viejo» (Aut.). 117 Onomatopeya por el tragar del vino. Vid. «¡Ay, qué bombín / de San Martín, / gor gor gorín / ¡Ay, qué bien sabe! / ¿Quién compra bebedito / á hilu de Flandres» (Pedro Francisco de Lanini Sagredo, Baile de los hilos de Flandes [Migajas del ingenio], 1668. Recogido por Emilio Cotarelo y Mori, Revista de Archivos (Madrid), 1908, p. 73. Fuente: CORDE).

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riéndose a carcajadas, otros andan a puñadas118 275 y con los juegos se ofenden.   Como desatados locos cruzan de aquí para allá; otros vienen de allá acá, aquí hay muchos, allí pocos. 280   Despierta medio aturdido el que el alboroto escucha; pregunta que por qué lucha la gente, qué ha sucedido.   Un borracho le responde: 285 «Brava fiesta, señor mío. A uced le acobarda el frío119, pues siendo conde se esconde120.   El dios Saturno se casa 290 por engullirse chicuelos, y Venus le hace buñuelos dando Proserpina masa»121.   Llámale torpe avutarda. Se enfadan. Golpes sin tiento 295 se pegan, mas un sargento 118 andar a palos, a puñadas, a cuchilladas, a escopetazos con otro: «es reñir y pelear con estas armas» (Aut.). 119 ucé: «lo mismo que vuesamerced, de quien es síncopa más breve» (Aut.). 120 Nótese el calambur: «pues siendo conde se es conde (y “esconde”)». 121 Parece un chiste de borracho y como tal incongruente, con el solo fin de degradar los relatos míticos. Saturno (Cronos para los griegos) se casó con Rea, su hermana, después de castrar a su padre Urano, que en su agonía le profetizó que sería destronado por uno de sus hijos. De ahí que devorara a cada uno de los que le nacían (Vid. Robert Graves, Los mitos griegos, Madrid, Alianza, 1993, pp. I, 44-45). La relación de Venus con este episodio gentílico radica en que, según una de las versiones, la diosa del deseo y la belleza nació de la espuma del mar, formada por la caída de los genitales de Urano. Nunca tuvo, sin embargo, relación carnal ni doméstica con Saturno, sino que la desposaron con Vulcano. Que Nieto la presente aquí friendo buñuelos para que se los coma Saturno puede aludir burlescamente al hecho de que para evitar que Zeus, su tercer hijo, fuera también devorado por su padre se lo sustituyeron por una piedra envuelta en pañales. Resulta evidente, por otra parte, que se incluye aquí a Proserpina como proveedora de la masa de los buñuelos por ser hija de Ceres, la diosa de la fertilidad agraria. Se trataría, pues, de la que daba trigo y harina para la masa de los buñuelos, además de poseer ciertas connotaciones infernales, en relación con el parricidio de Saturno, fruto de su matrimonio con Plutón. En todo caso, la preparación de buñuelos es una actividad de las más serviles y aparece siempre para rebajar la dignidad de quien la realiza. Por ejemplo, Luis de Góngora, Romances, III, p. 238, para burlarse de la moda de los romances moriscos, escribe en uno («¡Ah mis señores poetas!») que se le atribuye: «Haze Muça sus buñuelos» (v. 65).

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mete paz con la alabarda122.   De repente el campo aquieta a la voz de que el rey viene, el más burlón se contiene, 300 que parece anacoreta.   Pasa apacible, risueño, con los jefes conversando, disponiendo y ordenando lo que les toca de empeño.   En su pabellón quedó 305 ufano, afable, contento, y cada jefe al momento a su ejercicio acudió.   A Galluz, que en la elocuencia de amor al dios ciego excede123, 310 con las perras se concede vaya mostrando su ciencia.   A los demás se reparte, sin que atiendan a otras cosas, a que dispongan las cosas 315 correspondientes a Marte.   Por los bosques intrincados unos corren a buscar los micos, porque han de estar 320 antes de una hora ensillados.   Micos y monos pacían la verde yerba gustosos, y así al principio furiosos al freno se resistían.   Sin prolijidad extraña, 325 vocería no causando, la infantería doblando va las tiendas de campaña.   La del rey quitan, cuantiosa, 330 las de los jefes, después, y la de las perras que es lucidísima, pomposa. 122 alabarda: «arma defensiva compuesta de un hasta de seis a siete pies en la cual está fijo un hierro de dos palmos de largo y ancho como de dos dedos en diminución proporcionalmente, hasta rematar en punta. La cuchilla, que es plana, y de dos filos, y guarnecida por la parte donde empieza, tiene una punta aguda en el un lado, a que corresponde por el otro un creciente de luna, o media luna, cuyas puntas miran afuera» (Aut.). 123 Vid. la nota 40.

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  Limpian los petos, celadas, rodelas, picas, saetas, 335 dardos, lanzas, escopetas, trabucos, arcos y espadas;   broqueles y coseletes124, paveses, adarga, escudo, gola, jaco, casco rudo125, guantes, grebas, brazaletes126. 340   Las cárceles de Vulcano, de donde, estrépito ardiendo, sale al aire en luz y estruendo el estrago más tirano,   con los gruesos eslabones 345 de cadenas enroscadas y maromas embreadas amarran en carretones.   Ponen sobre dromedarios 350 las diversas vitüallas, juntan las otras canallas127 de brutos extraordinarios.   Permiso a las aves dan, pues no sirven al intento, 355 y ellas poblaron el viento con su volador afán.   La carroza, que atesora más oro que presta Orfir128, y en perlas puede lucir 360 con las que llora la Aurora,   rodean muchos fanales para vencer a la noche y se representa al coche 124 coselete: «armadura del cuerpo que se compone de gola, peto, espaldar, escarcelas, brazaletes y celada. Distínguese de las armas fuertes en ser mucho más ligeras» (Aut.). 125 xaco: «vestido corto que usaban los soldados en lo antiguo ceñido al cuerpo, de tela muy grosera y tosca, hecho de pelo de cabras» (Aut.). 126 greba: «pieza de la armadura antigua que cubría la pierna desde la rodilla hasta la garganta del pie» (DRAE, 1803). 127 canallas: según Aut. esta voz no suele usarse en plural sin que sea barbarismo. Aquí con el sentido de grupo de caballos o bestias de montura. 128 Se trata de Ofir, monte citado en la Biblia por sus riquezas en oro y piedras preciosas. La variante Orfir se documenta en varios textos. Así, por ejemplo, en Sebastián de Miñano, Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, Madrid, Imprenta de Pierart-Peralta, 1826, p. XXXI.

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en que el sol rompe cristales129.  Ya sosegado el rumor 365 que el tropel llegó a causar, esperan para marchar solo al eco del tambor.   Su fila el soldado ocupa, 370 guarda el sargento su puesto; está el capitán dispuesto y el silencio todo ocupa.   Cuando la antorcha del Cielo los riscos iluminó, 375 la tropa el río pasó sin que se ofrezca recelo.   No paran hasta que el Sol deja reinar a Lucina130 y a la marcha los inclina el flamígero farol131. 380 Canto tercero Argumento Octava Celébranse las bodas deseadas. A ellas concurren perros personajes, las perras más ilustres y afamadas con telas ricas y vistosos trajes. Máscaras, toros, fuegos y cantadas132, invenciones, torneos y plumajes lucen allí, mas luego se destierra el placer con la fuerza de la guerra. 129 Cronografía de cierto mérito. Valdría decir «cuando Apolo se pone», o sea, al anochecer, cuando el carro conducido por el Sol se oculta bajo las aguas («rompe cristales»). 130 Vid. la nota 46. 131 Es decir, el Sol. Este tipo de hipotiposis son habituales en la poesía burlesca del Siglo de Oro. Vid. por ejemplo la octava VII de la Fábula de Polifemo a la Academia de Madrid: «Este que, opuesto al gran farol del cielo / el grande espacio de la frente enseña, / dicen que le ha servido de modelo / al que tiene la puente alcantareña» (vv. 49-52). Vid. Rafael Bonilla Cerezo, Lacayo de risa ajena. El gongorismo en la Fábula de Polifemo de Alonso de Castillo Solórzano, Córdoba, Diputación Provincial de Córdoba, 2006, p. 133. 132 cantada: «tonada compuesta de arias y otros pasos músicos. Es voz nuevamente introducida por los italianos, que en España se llama ‘tono’ y ‘tonada’» (Aut.).

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  Casquete en aqueste tiempo diversiones fomentaba, danzas raras ideaba y este y aquel pasatiempo.   En círculo hizo formar capaz plaza, sus balcones de ébano, espejos, florones133 y pintura singular.   El oro, plata y marfil en un trono competía que en obelisco subía cortando el aire sutil.   Espaciosas, fabricadas de duro bronce brillante, son las gradas, de diamante las barandas prolongadas.   Uno y otro pedestal de jaspe la entrada tiene, a Venus uno mantiene, otro al astro principal.   Lo interior del edificio es todo de pedrería preciosa, y así lucía con exquisito artificio.   El remate lo corona de Júpiter alta hechura, prodigio de la escultura que de Lisipo blasona134.   Es esta estatua divina fatiga de los buriles, de miniaturas sutiles hecha de metal de China.

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133 florón: «adorno artificioso, hecho a modo de una flor muy grande, con que se adornan las obras de pintura y arquitectura» (Aut.). 134 Famoso escultor griego del siglo iv a.C. Se le considera autor de una estatua de Júpiter de 17 metros de altura erigida en Tarento. «El mesmo Plinio pone mucho de esa materia, y entre otros cuenta del Coloso de treinta codos, figura del dios Apolo, que Marco Lúculo llevó de Apolonia, ciudad de Ponto, y costó a hacer ciento y cincuenta talentos; y otro como éste, dedicado a Júpiter, estuvo en el campo Marcio dedicado por el emperador Claudio; y en Tarento hizo Lisipo otro de cuarenta codos; y tan perpendicularmente asentado, que con la mano le movía un hombre, y estaba firmísimo contra cualquier tempestad». Vid. Juan de Pineda, Diálogos familiares de agricultura cristiana (Fuente: CORDE).

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  No compite la de Faro135 torre, ni la que labró Nembrot, ni la que formó136 35 Geber, arquitecto raro137.   A soplos del viento huelgan los gallardetes pintados138 y los pendones bordados, 40 que en cordones de oro cuelgan.   Extranjeros peregrinos, que ansiosos vienen a ver función de tanto poder, llenan los anchos caminos.   Llegó el día prevenido 45 para la festividad, y el sol con más claridad de rayos salió lucido.   Prontamente se prepara, 50 con el desvelo mayor, la fruta de más sabor y la bebida más rara.   Cuanto vuela, corre y nada cubrió la mesa abundante, 55 anduvo Baco galante, no fue Ceres limitada.   Al convite no resiste príncipe, infante, archiduque, marqués, conde, barón, duque, 60 cada cual gustoso asiste. 135 Se refiere al Faro de Alejandría, construido en el siglo iii a.C. en la isla de Faro (Alejandría) para servir como punto de referencia del puerto. Con una altura estimada entre 115 y 150 metros, fue una de las estructuras más altas hechas por el hombre durante muchos siglos. Identificada como una de las maravillas del mundo por Antípatro de Sidón, fue derribado por los efectos de un terremoto a principios del siglo xiv. 136 Nembrot: arquitecto que mandó levantar la torre de Babel. Vid. José Alcalá Zamora, «La escena de los gigantes de Nembrot en La torre de Babilonia», Homenaje académico a D. Emilio García Gómez, Madrid, Real Academia de la Historia, 1993, pp. 343-352. 137 Arquitecto musulmán al que se le atribuye la construcción de la Giralda de Sevilla. Se dedicó también al álgebra y la astronomía. «Fue el moro Geber gran matemático, natural de Sevilla y artífice de su torre mayor, que, aunque él no dejara otro monumento de su ingenio que éste, lo hiciera memorable en los siglos» (Rodrigo Caro, Varones insignes en letras de Sevilla, ed. Luis Gómez Canseco, Sevilla, Diputación, 1992. Fuente: CORDE). 138 gallardete: «cierto género de banderilla partida que semeja a la cola de la golondrina y se pone en lo alto de los mástiles del navío o embarcación, o en otra parte, para adorno o para demostración de algún regocijo» (Aut.).

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  Concluida esta función, salen las perras airosas en sus carrozas vistosas, que causan admiración.   Cincuenta mil se contaban 65 que tiran caballos píos139, y los tudescos con bríos140 ochocientas mil tiraban.   Fuertes, dispuestos, plantados, 70 y en aderezo especiales, lleva cada una animales doce bien enjaezados.   Adornaba pompa bella un cristal y otro cristal, 75 que fuerte carro triunfal hacía lucir como estrella141.   De oro y seda los tirantes sujetan rinocerontes, unidos aquestos montes 80 vivientes con elefantes.   Carabagua, placentera, arrullando hermosos ojos, atrayendo por despojos almas mil, va en la testera142.   De terciopelo morado, 85 de estrellas de plata y oro lleno y el turbante moro de garzotas rodeado,   van gallardos y severos cual Pitias y cual Damón143, 90 139 pío: «capa de coloración discontinua formada por superficies más o menos extensas de dos tonalidades diferentes ostentadas alternativamente. En el pío existe una coloración fundamental, que es el blanco, y otra accesoria o complementaria que le da el nombre, y que puede pertenecer, a su vez, bien a los colores uniformemente pigmentados (negro y rojo substancialmente en todos sus matices), o bien a las coloraciones uniformes y discontinuas formadas por la mezcla de filamentos pilosos con diferente tonalidad» (Gumersindo Aparicio Sánchez, Exterior de los grandes animales domésticos. Morfología externa, Córdoba, s. f., pp. 161-162). 140 tudesco: «lo mismo que capote, según Covarrubias» (Aut.). 141 Sinéresis en «hacía». 142 testera: «la frente o principal fachada de una cosa. En los coches es el asiento en que se va de frente a distinción del otro, que llaman los caballos, en que se va de espaldas» (Aut.). 143 Pitias y Damón constituyen un paradigma de amistad en la Antigüedad. Condenado Damón a morir por el tirano Dionisio de Siracusa, su amigo Pitias se ofreció como rehén para que permitieran a Damón despedirse de su familia antes de que se cumpliera la sentencia.

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cual el Magno y Hefestión144, los dos finos compañeros.   Con galanos uniformes cien bizarros granaderos145, todos perros caballeros, siguen en filas conformes.   Llegan al circo los vanos aparatos y se vio más bullicio que asistió a espectáculos romanos.   Entró en la plaza el triunfante carro, la grita empezó de vítores y duró muchas horas incesante.   Suben al trono seguidos de treinta y cuatro lacayos, vestidos de azules sayos con carbunclos guarnecidos146.   Cuatro famosos leones, que aun de piedra dan horror, sustentan con gran primor ricos cuatro almohadones.   Allí se sientan y esperan, desocupada la arena, lo que la trompeta ordena; ya de esperar desesperan.   El perrote Veritornio, de faz formidable, impía, se mostró con osadía montado en un unicornio.   Es con su vasta estatura bajo el Olimpo empinado,

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144 Hefestión fue el privado de Alejandro Magno, al que le unía una gran amistad: «No se contenta un gran ingenio con salir de la dificultad, sino que saca a otros. Llegando la cautiva reina Symgambris, madre del persiano Darío, a la presencia de Alejandro, por saludar al rey, postrose al valido Efestión; turbación, que no malicia. Advertida de su equivocación, añadió a su pena el corrimiento. Socorrió Alejandro, tan discreto como cortesano, y dijo: “No ha sido yerro, señora, que mis amigos son otro yo, y Efestión otro Alejandro”. De suerte que, con una prudente sentencia bien aplicada se desempeñó a sí y a la reina» (Baltasar Gracián, Agudeza y arte de ingenio, ed. Evaristo Correa Calderón, Madrid, Castalia, 1969, II, p. 140). 145 granadero: «el soldado que sirve para tirar las granadas de mano» (Aut.). 146 carbunclo: «piedra preciosa muy parecida al rubí que, según algunos creen, aunque sea en las tinieblas luce como carbón hecho brasa. Otros fingieron se criaba en la cabeza de un animal, que tiene un capote con que le cubre cuando siente le van a cazar» (Aut.).

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y su pelo enmarañado retrata la Estigia oscura.   Su frente la pez ahúma, provocando mil enojos, ascuas disparan sus ojos y su negra boca espuma.   Por lanza maneja un pino, como mimbre o débil caña, y lo dobla, ¡cosa extraña!, su bravo furor ferino147.   De árboles porción copiosa que peso en la tierra fuera ciñe su cabeza fiera y mueve fácil y airosa.   Síguele el príncipe Escardo, menor en la corpulencia, mas de espantosa presencia, sujetando un leopardo.   Es su color atezado más que el azabache y tinta, arruga frente sucinta y peina pelo erizado.   La nariz de anchos deslices, gruesos labios, breves ojos, y el rostro copia de arrojos, todo es labios y narices.   Rejón pesado regía, a un lado y otro volviendo, con él mil cosas haciendo que el más forzudo aplaudía.

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147 Es tópico de la épica del Siglo de Oro. Tanto la cabellera de Veritornio como el pino que maneja sin dificultad podrían derivar de las octavas VII-VIII del Polifemo («Un monte era de miembros eminente / este (que, de Neptuno hijo fiero, / de un ojo ilustra el orbe de su frente, / émulo casi del mayor lucero ) / cíclope, a quien el pino más valiente, / bastón le obedecía tan ligero, / y al grave peso junco tan delgado, / que un día era bastón y otro cayado. / Negro el cabello, imitador undoso / de las obscuras aguas del Leteo, / al viento que lo peina proceloso / vuela sin orden, pende sin aseo; / un torrente es su barba impetüoso / que, adusto hijo de este Pirineo, / su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano / surcada aun de los dedos de su mano», vv. 49-64). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo, p. 157. No obstante, el hecho de que este perro luzca como lanza un pino es un detalle mencionado en casi todos los poemas sobre el cíclope y se atribuyó a varios personajes de las epopeyas renacentistas: «en ella destacan Orlando, armado con un “baston di legno… grave” (Furioso, XXXIX, 27), y el gigante Talcaguano, que también lleva “un mástil grueso en la derecha mano / que como un tierno junco le blandea” (La Araucana, XXI, 40)». Vid. José María Micó, El Polifemo de Luis de Góngora. Ensayo de crítica e historia literaria, Barcelona, Península, 2001, p. 20.

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  El infante Canibero, siendo tal su pequeñez 155 que cabe en estrecha nuez, cual la Iliada de Homero148,   bizarramente oprimía de una onza los furores149, y sus crüeles ardores 160 al freno los reducía.   Su cortadora cuchilla es en la mano juguete, de la vaina saca y mete y al aire blando acuchilla. 165   Verde, azul y nacarado el ropaje es en los tres, la enigma en cada uno es de vario significado150.   En Veritornio es la cifra 170 un monstruo, riscos rompiendo, y esta letra: Lo que emprendo poco mi poder descifra.   En Escardo un corazón que entre llamas se sustenta, y esta: Salamandra intenta 175 vivir mi fina afición151.   En Canibero es un niño con otro a sus pies vendado, y esta: Nunca me ha prendado tu terneza, mi cariño. 180 Plinio el Viejo escribe en su Historia natural (7, 21, 85) que Cicerón decía haber visto la Ilíada escrita en el papel que cabe en una cáscara de nuez: «In nuce inclusam Iliadem Homeri carmen in membrana scriptum tradit Cicero». 149 onza: «animal cuadrúpedo muy ligero. Tiene la piel manchada semejante al leopardo, y aun dice Covarrubias que es la hembra del pardo, y añade se llamó ‘onza’ cuasi ‘leonza’, por ser en cuerpo y fuerzas semejante a la leona» (Aut.). 150 Desde «La mañana de San Juan», célebre romance glosado por Lope, «la vistosidad y el atuendo del caballero, el lucimiento de los emblemas que descodificaban los móviles íntimos de sus actos, la bravura física y, sobre todo, la expectación ante la salida, visualizan dramáticamente la partida del héroe; no bélica sino sentimental». Vid. Antonio Carreño, «De potros y asnos rucios: ludismo y parodia en Luis de Góngora», Góngora hoy VI. Góngora y sus contemporáneos: de Cervantes a Quevedo, ed. Joaquín Roses, Córdoba, Diputación Provincial de Córdoba, 2004, pp. 59-77 (p. 64). 151 Según la paradoxografía antigua, este reptil se caracterizaba por su capacidad de habitar en el fuego sin que las llamas lo consuman. En las Empresas amorosas del Quinientos, habitualmente se le relacionaba con la aptitud del amante para arder en la pasión sensual sin desfallecer jamás. Vid. Jesús Ponce Cárdenas, «Notas» a Luis de Góngora, Fábula de Polifemo, p. 253. 148

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  Remata esta comitiva perros con pequeñas faldas, coronados de guirnaldas, de amaranto y siempreviva152.   Ningún asiento se escapa sin gente, y la variedad de tanta diversidad franquea a la vista un mapa.   Doce tígeres lunados153, doce cometas ardientes, están fieros e impacientes en el toril encerrados.   Gusto y temor diferente, afecto al son del clarín, al comenzar el festín receloso el vulgo siente.   Cual al toril espantado atiende sin resollar; cual no sabe a qué mirar y está como atolondrado;   cual de lo menos se admira, cual todo lo está tachando, cual, poco a poco empinando el cuerpo, el pescuezo estira.   Asomó parda cabeza un toro. El pueblo ha empezado a silbar, y él, espantado, salió al circo con fiereza.   Al parar se resbalaron las manos, mas pronto en ellas estriba; las perras bellas154 de su altivez se asustaron.

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152 amaranto: «yerba muy olorosa que tiene tallo sutil, de un codo de alto, coronado de muchas florecitas. Hay dos especies de esta planta, una echa la flor dorada y la otra, encarnada. […] Llamáronla amaranto porque duran infinito sin corromperse y sin perder el olor sus flores» (DRAE, 1770). Siempreviva: «especie de flor, lo mismo que perpetua, flor pequeñita, con unas hojas muy menudas, que forman una coronita y duran siempre. Por lo regular son amarillas o carmesíes» (Aut.). 153 En la príncipe «tigres». El v. 277 («tígeres de furor hartos») de la Fábula de Júpiter y Europa («Préstamo, Apolo, favor»), incluida en El fabulero, confirma que se trata de un probable hápax de Nieto —derivado de formar del plural a partir del nominativo «tiger», y no del acusativo—, pues no se registra en el CREA ni en el CORDE; tampoco en ningún diccionario académico. Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «El fabulero de Francisco Nieto Molina. Estudio y edición», Criticón, 2013, 119, pp. 159-234. 154 estribar: «hacer fuerza en alguna cosa sólida y segura para afirmarse y apoyarse» (Aut.).

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  Regocijada la plebe, hace cosas exquisitas, de garrochas infinitas155 215 nubes sobre el toro llueve.   Escarba la tierra dura no dejando de bramar, nadie lo llega a inquietar porque ve su sepultura. 220   Canijas, chulo de fama156, delante dél se plantó, alentado lo llamó y en sus cuernos halló cama.   Del tonelete lo enlaza157, 225 ya aquí, ya allí lo aporrea, ya lo arrastra, lo voltea y ninguno lo embaraza.   Grita el pueblo y el feroz toro la presa no suelta; 230 una le da y otra vuelta, y anda sin parar veloz.   Da Veritornio un silbido y al aire el morrión tembló, 235 mucho polvo levantó y el toro se ha suspendido.   Le acomete y, elevando el pino, a su testa apunta; clavó en el suelo la punta, quedando el tronco cimbrando. 240   Canibero lo traspasa con la cuchilla, atrevido; vino Escardo enfurecido y con el rejón lo pasa.   El crüel toro bramaba, 245 faltándole ya el aliento, 155 garrocha: «vara larga y delgada que en la extremidad más gruesa tiene un hierro pequeño con un harponcillo para que no se desprenda» (Aut.). 156 chulo: «el que asiste en el matadero para encerrar y matar las reses, y que las lleva a la carnicería, y porque ordinariamente estos, con la continuación de andar con los toros, vacas y bueyes, aprenden a lidiarlos y hacerles fuertes, se llaman también Chulos o Toreros los que entran en las fiestas de toros a hacerles fuertes y a dar garrochones a los que torean a caballo» (Aut.). 157 tonelete: «arma defensiva de que usaban antiguamente, y eran unas faldetas hasta la rodilla, rodeadas a la cintura, donde estaban aseguradas. Hoy usan este vestuario de gala para las fiestas públicas, comedias y otras en que se visten algunos papeles a lo heroico u romano» (Aut.).

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pero en tanto desaliento ningún chulo se acercaba.   Como suelen martillando 250 fatigarse los herreros, así aquellos carniceros están en el bruto dando.   Veritornio se adelanta, echando sus ojos fuego, 255 y con la cólera ciego el brazo diestro levanta.   Cual el valiente Milón158, le dio una recia puñada en la testa y, destrozada, 260 vertió de sesos montón.   Cayó y, los cuernos atando los chulos con las groseras maromas, mulas ligeras lo sacaron arrastrando.   Ni porque suena el metal159, 265 señal que a todos expresa de que sale el toro, cesa el bullicio general.   Mil veces repiten lo que ha acaecido, y gritando 270 otros lo van ya contando distinto que sucedió.   Unos el triste fracaso ponderan del desgraciado 275 Canijas, cual fue llevado en aquel último paso.   En esto pisó el terreno de la plaza toro tal que, más que bravo animal, se acredita rayo y trueno. 280   A todas partes atiende respirando saña fiera, 158 Milón de Crotona fue un célebre atleta griego, ganador de los juegos en muchas ocasiones, famoso por su gran fuerza, que había adquirido llevando un toro a cuestas: «Milón Crotoniense era de tan aventajadas fuerças que levantava con sus manos en alto un toro y le llevava en el ombro. Afirmávase en el suelo y muchos hombres no podían hazerle dar un passo. Si tomava en sus manos alguna cosa, como una mançana, otras muchas manos no podían sacársela» (Alonso de Villegas, Fructus sanctorum y quinta parte del Flossanctorum (1594), ed. Josep Lluis Canet Vallés, Valencia, LEMIR, 1988. Fuente: CORDE). 159 metal: se refiere a los clarines y timbales que anuncian la salida del toro al ruedo.

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lo más mínimo le altera, pues aun del viento se ofende.   A lo turco disfrazados, con vistosos morrïones, salen a quebrar rejones diez perros sobre venados.   Otros tantos con capuces160 amarillos, bandas ricas, sosteniendo agudas picas dejan verse en avestruces.   Veritornio a unos adiestra, Escardo a otros acaudilla, y así una y otra cuadrilla se presenta ágil y diestra.   El regocijo, el placer de los perros, al mirar esta invención singular, no es posible encarecer.   Sosiéganse porque ya, alzando el toro la testa, iracundo manifiesta que hacer mil destrozos va.   Fieramente se dispara, este cae, aquel tropieza, y a impulsos de su braveza rompe rejón, quiebra vara.   Teñidos de sangre roja, sin plumas y descornados, avestruces y venados intrépido al suelo arroja.  Ya no hay perro con capuz, ni a lo turquesco se ve, ni venado que esté en pie, ni sin herida avestruz.   Desamparar la barrera el perro chulo no osa, que a su altivez orgullosa aunque enfurece no espera.   Así que el clarín tocó a matarlo, Canibero 160

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capuz: «capote que se usaba antiguamente por gala, ya que no se sabe su hechura»

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con su reluciente acero el cuello le dividió.   Sácanlo, y el circo libre, 325 tras este toro crüel, prosiguen otros de piel tostada y ardor terrible.   ¡Cuánta diversión se apresta de lanzada penetrante 330 y salto siempre pujante se registra en esta fiesta!   Demuéstranse también el carrocín, los juguetillos161, los inquietos dominguillos162 335 y caballos de papel.   Finalizada la tarde, por industria prodigiosa toda la plaza anchurosa con claras antorchas arde. 340   En tablados y balcones las luminarias lucientes, brillantes, resplandecientes, pasaban de seis millones.   Del perro vulgo cercadas 345 las carrozas, al chasquido del látigo sacudido, caminan apresuradas.   A la quinta se acercaron 350 que, de flores enlazadas las paredes, matizadas, vergel deleitoso hallaron.   Tal por la parte exterior asemeja red fingida, 355 de verdes ramas tejida con exquisito primor.   Esmáltanla la altamisa163, el clavel, el girasol, 161 carrocín: «coche pequeño muy ligero. Es voz moderna tomada del italiano» (Aut.). Juguetillo: diminutivo de juguete. Se toma también «por canción alegre y festiva» (Aut.). 162 dominguillo: «cierta figura de soldado desharrapado, hecho de andrajos y embutido de paja que ponen en la plaza con una lancilla o garrocha para que se cebe el toro en él y lo levante en las hastas peloteándole» (Aut.). 163 altamisa: «lo mismo que Artemisa, hierba bien conocida» (Aut.).

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lirio, narciso, anemol164, la azucena y minutisa165; 360   el jazmín, el arrayán, la violeta, clavellina, la rosa, la damasquina166, el nardo y el tulipán.   Entre tantas flores bellas 365 se mezclan sobresalientes estatuas y diferentes luces en forma de estrellas.   De topacio figurón 370 es Neptuno en la portada, en lo alto colocada según arte y perfección.   Tetis a la mano diestra se ve en delfín de esmeralda, 375 y de lo mismo en la espalda de un caimán Glauco a siniestra167.   La diosa y el dios marino, de finísimo coral, están tan al natural 380 que engañan al más ladino.   No distante de la entrada de este edificio opulento, de este sublime portento que a las nubes se traslada,   dos escaleras había 385 164 anemol: «El anemole es también flor muy hermosa y varia; compónese de ordinario de ocho hojas, del tamaño y simetría de las de la rosa, y después se le siguen otras menores, que median entre las antecedentes, y en el medio tienen una corona de semillejas y hojillas menudas muy populosa y un botoncillo molsudo verdoso y a veces amoretado y casi negro» (Antonio Palomino Velasco, El museo pictórico y escala óptica. Tomo segundo, Madrid, Viuda de Juan García Infanzón, 1724, p. 54). «Baleriana su raíz es a modo de la del anemol, ezepto ser maiores, más largas y con muchas patillas a los lados» (Luis Ramón-Laca y Luciano Labajos, Los Martín de Fuentidueña, jardineros y arbolistas del Buen Retiro. El tratado de agricultura de jardines y el Tratado de agricultura de hortaliza de Cosme Martín de Fuentidueña, Madrid, CSIC, 2007, p. 62). 165 minutisa: «especie de clavellina muy pequeña» (DRAE, 1803). 166 damasquina: «planta anua, originaria de México, que crece hasta la altura de dos pies. Sus tallos son rollizos, sus flores solitarias y de mal olor. Se reputan más perfectas cuando son de un color de púrpura mezclado con amarillo» (DRAE, 1832). 167 En el libro XIII de las Metamorfosis, Ovidio caracteriza al diosecillo acuático Glauco con barbas verdosas. El resto del cuerpo tiene forma de pez, como lo demuestran los dos extremos de su cola, que se alzan por atrás y se inclinan hacia los costados, cada uno terminado en forma de media luna y su brillo se asemeja al de la púrpura marina. Vid. Filóstrato/Calístrato, Heroico. Gimnástico. Descripciones de cuadros / Descripciones, Madrid, Gredos, 1996, pp. 300-301.

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en quienes la arquitectura y la apreciable pintura expresó su valentía.   Una de otra en competente, mensurada elevación, con arreglo y proporción existían frente a frente.   Sus barandas y escalones, con preciosos embutidos de alabastro y jaspe unidos, robaban las atenciones.   De oro, plata, cobre, estaño en las barandas se miran bien repartidas, y admiran las estaciones del año.   Aquí las perras ligeras de sus trenes descendieron, y velozmente subieron por las anchas escaleras.   De terciopelo encarnado un salón colgado estaba que majestad ostentaba en lo rico y adornado.   Alfombras cubren el suelo que tejió indiano primor, donde campea la flor, ave, planta y arroyuelo.   Espejos pasan de mil los que de la pared penden, y en cada lado suspenden cien columnas de marfil.   Columnas que, desde el suelo, sin pasar la mediación de la altura del salón, suben con recto modelo.   Cada una de ellas mantiene un fénix de oro que, airoso, florón de cristal pomposo sujeto en el pico tiene.   No hay metal, piedra, pintura, ni estatua sobresaliente que a este salón excelente no dé valor y hermosura.

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  De ébano, cedro, nogal, el taburete agraciado presta asiento delicado, y el canapé, y el sitial168.   Telas las perras crujiendo de cebolla o de Milán169, puestas en orden están graciosamente luciendo.   Unas con otras tratando en tono grueso y süave, en el jocoso y el grave forman gran ruido ladrando.   El perro mozo y el viejo, ante su perra postrado, muy ufano y muy peinado la sirve como cortejo.   Iluminada la sala con arañas cristalinas y con cornucopias finas, todo es lustre, todo es gala.   Cuarenta perros compuestos con plumajes de colores y toneletes de flores170, bizarros, bellos, dispuestos,   sirven prontos, placenteros, de cuatro en cuatro y en fila, que ninguno se desfila, el refresco muy ligeros.   Unos visten de leonado, otros rojo, otros turquí171, otros verde y carmesí, otros blanco, otros dorado.   En azafates vistosos172 traen bizcochos y panales,

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168 canapé: «banco a manera de los escaños, que se usan en España con su respaldo, para acostarse o sentarse junto a la lumbre» (Aut.). 169 tela de cebolla: «la algara y sutil membrana que cubre cada uno de los cascos de que se compone» (Aut.). 170 Vid. nota 157. 171 turquí: «que se aplica al color azul muy subido, tirante al negro» (Aut.). 172 azafate: «un género de canastillo llano teñido de mimbres, levantados en la circunferencia en forma de enrejado cuatro dedos de la misma labor. También se hacen de paja, oro, plata y charol en la forma y hechura referida» (Aut.).

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y en salvillas especiales173 a los helados gustosos.   Aurora, agraz, limonada174, 465 naranja, guinda, canela, bebida imperial, mosela175, melocotón, leche helada;   boca de dama y horchata176, 470 agua de nieve y de fresas, la de Aloja y de Sangüesas, con que el refresco remata.   Mil abalorios colgando de colores diferentes, con sarcillos transparentes 475 de granates relumbrando.   La perra negra y mulata atentamente llevando van el chocolate, dando en macerinas de plata177. 480   Diez llevan turco ropaje, diez a la chinesca idea, diez con armenia librea y diez con rústico traje.   Luego que desocuparon 485 la ancha pieza los sirvientes, los músicos diligentes los instrumentos tocaron.   Harpa, salterio, violón178, salvilla: «pieza de plata o estaño, vidrio o barro, de figura redonda, con un pie hueco sentado en la parte de abajo, en la cual se sirve la bebida en vasos, barros, etc.» (Aut.). 174 aurora: «cierto género de bebida compuesta de leche de almendras y agua de canela, que por el color se llama así, por ser blanco y acanelado» (Aut.). 175 mosela: la región del río Mosela (Mosel) es la cuna más descollante del vino alemán. 176 «Es bebida imperial si acaso bebe; / a la boca de dama no se mueve / porque no es cosa grande». Vid. Ramón de la Cruz, La Crítica, la Señora, la Primorosa, la Linda, ed. Francisco Lafarga, Madrid, Cátedra, 1990. Fuente: CORDE. 177 macerina: «especie de plato o salvilla, con un cuenco en medio, donde se encaja la jícara, para servir el chocolate con seguridad de que no se vierta. Diósele este nombre por haber sido su inventor el Marqués de Mancera, por lo que se dijo Mancerina, y después con mayor suavidad Macerina» (Aut.). 178 salterio: «instrumento músico de que se hace mucha mención en la Sagrada Escritura y se ignora totalmente su forma y hechura. En algunas partes dan este nombre a una especie de clavicordio de figura triangular que tiene trece hileras de cuerdas que se tocan con un alambre o palito encorvado; y en otras partes se llama así a una especie de flauta o corneta con que se suele acompañar el canto en las iglesias» (Aut.). 173

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oboe, sonora, clarín179, 490 flauta, cítara, violín, trompa, timbal y bajón180.   La primorosa Perrana, Orfeo en voz y en belleza 495 Venus, cantó con destreza una arieta italïana.   Siguió la Algalia, perresa, boquirrubia, perillana181, irlandesa, catalana, 500 napolitana y francesa.   Otras diversas naciones cantaron varias letrillas, recitados, tonadillas, minués y cancïones.   Perrineyra, portugués, 505 danzó el paspié deleitable, y Perrinesca, la amable, con Pringue Pamplín, francés.   El canario y mariola, la gallarda y el villano182, 510 danzaron Perrilda, Alano, Patituerta y Peñiscola. 179 sonora: apenas se encuentra documentado, pero debe tratarse de un instrumento de cuerda parecido a la guitarra para acompañar canciones populares: «¿Qué aragonés y valenciano quedará tranquilo al sonar en la sonora y la guitarra esas encantadoras jotas capaces de resucitar a un muerto?» (Mariano Soriano Fuertes, Historia de la música española desde la venida de los fenicios hasta el año de 1850, Madrid, Bernabé Carrafa, 1855, p. I, 190); «Vihuela de Péñola: Vihuela con cuerdas de metal que herían con una pluma de la misma manera que el instrumento de nuestros días llamado Sonora, cuando no fuese el mismo» (La Iberia musical y literaria, 18, Madrid, domingo 30 de abril de 1843, p. 139). 180 bajón: «instrumento músico de boca, redondo, cóncavo, largo como de una vara y del grueso de un brazo. Tiene varios agujeros por donde respira el aire, y poniendo en ellos los dedos con arreglo al arte, se forma la diferencia de los tañidos. Llámase así por imitar el punto bajo u octava baja música de la música» (Aut.). 181 perillán: «pícaro, astuto y vagamundo» (Aut.). 182 Son todos nombres de bailes de la época: paspié: «danza nuevamente introducida que tiene los pasos de minuet con variedad de mudanzas» (Aut.); amable: «Coreogr. ant. Baile o danza francesa muy magestuosa. Era como la llave de todos los bailes serios, estimable no solo por el buen gusto, sino también por su honestidad» (Ramón Joaquín Domínguez, Diccionario nacional o gran diccionario clásico de la lengua española. Suplemento, Madrid, Mellado, 1840, p. 42); canario: «tañido músico que cuatro compases, que se danza haciendo el son con los pies, con violentos y cortos movimientos. Covarr. dice se llamó así por haber traído a España esta danza los naturales de Canarias» (Aut.); gallarda: «una especie de danza y tañido de la escuela española, así llamada por ser muy airosa» (Aut.); villano: «tañido de la danza española, llamado así porque sus movimientos son a semejanza de los bailes de los aldeanos». No hemos podido documentar la mariola.

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  Entre estrépito canoro diáfana nube aparece que un perro joven ofrece esparciendo rayos de oro.   Este desciende a un florido bosque de ramos frondosos que de arroyos bulliciosos es por mil partes ceñido.   Aquí ninfa cazadora, con venablo penetrante, con arco y flecha volante pisa delicias de Flora.   El joven su amor declara, desprécialo fugitiva, quiere obligarla y, esquiva, de correr veloz no para.   «No me despreciéis, crüel», dice, y presuroso gira; ella que cerca lo mira se transforma en un laurel183.   Excediendo el harmonioso, músico estruendo, en un punto desparece todo junto con festejo y alborozo.  Ya la noche dividía su curso y, apresurados, por los expertos criados la cena se disponía.   Las mesas artificiosas cubren manteles de Flandes, cércanlas sillones grandes y vajillas ostentosas.   Luego que se colocaron las perras y los perrotes, gatos de largos bigotes con la cena comenzaron.   En cuadrillas agraciadas que el aplauso merecieron prontamente condujeron todas estas ensaladas: 183

Alusión al mito de Apolo y Dafne.

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  pempinela, lechugino184, perifollo, toronjil185, acedera, perejil186, 555 yerbabuena y cebollino.   De los ríos y los mares la pesca más sazonada permanece preparada con sus salsas singulares. 560   Perros de agua y laneces187, con cabrïolés de grana188, en platos de feligrana sirvieron los frescos peces:   sábalo, mero, salmón189, 565 trucha, besugo, dorada, pulpo, barbo, pesespada, lenguado, rubio y dentón190;   anguila, boga, jurel191, 184 pempinela: «planta bien conocida de que se hallan dos especies, mayor y menor. La mayor produce un tallo cuadrado de la altura de un palmo, las hojas hendidas, las hojas pequeñas y blancas y las raíces muy largas. La menor produce los tallos de color rojo, las hojas menores y hendidas alrededor. Una y otra nacen por los prados y florecen por el mes de junio. Sus hojas son muy sabrosas, por cuyo motivo se echan en las ensaladas y algunos las meten en el vino para darle sabor» (Aut.). 185 perifollo: «hierba que se cría en los huertos, parecida al perejil, solo que tiene las hojas más chicas y menudas. Es olorosa y muy sabrosa, así en las ensaladas como en otros guisados donde se echa» (Aut.). toronjil: «planta que produce las hojas y los tallos semejantes a los del marrubio negro, aunque mayores y más sutiles, aunque no tan vellosos, los cuales espiran de sí un olor como de cidra o toronja, de donde parece tomó el nombre» (Aut.). 186 acedera: «hierba bien conocida, la hay silvestre y hortense. […] Llámase así por el sabor acedo que tiene» (Aut.). 187 laneces: o sea, perros de lanas. 188 cabriolé: «especie de capote con mangas o con aberturas en los lados para sacar por ellas los brazos. Úsanle los hombres y mujeres, aunque de distinta hechura» (DRAE, 1803). 189 sábalo: «pescado que se cría en el mar, de los que suben al agua dulce de los ríos, muy parecido a los barbos grandes, que se crían en ellos» (Aut.). 190 rubio: el rubio es un pez con muchos nombres y, dependiendo de las zonas, varía en color y tamaño. También se le llama cuco, garneu, arete, perla, perlón, lluerna, lucerna, neskarraza, arraigorri, parloi-gorri y escacho. dentón: «pescado marino semejante al besugo, del cual se diferencia en ser mayor y en tener en cada mejilla cuatro dientes como de perro. Anda siempre a la margen del agua entre las piedras y arenas» (Aut.). 191 boga: «pez conocido, del tamaño de un palmo, escamoso, los ojos grandes, pocas espinas fuera de la maestra y las que con ella forman el buche. Cría en el vientre o pecho una gordura muy blanca y gustosa que después de asada se deja apartar. Hailas en la mar y también en los ríos, aunque son menores» (Aut.).

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pámpano, atún, salmonete192, 570 breca, sapo, borriquete193, lamprea, lisa, pajel194;   lija, róbalo, corbina195, tenca, carpa, albur, cazón196, 575 raya, calamar, ostión, anchova, pargo, sardina;   langosta, almeja, morralla, palomera, camarón, arenque, jibia, picón197, centolla, tollo y caballa198. 580   Varios perros perdigueros, propicios, afables, suaves, suministraron las aves muy atentos y ligeros.   Veíase la perdiz, 585 gallina, pavo, capón, pámpano: también llamado palometa fiatola es un pescado azul y de agua salada. Pertenece a la familia de los estromateidos. El pámpano del Atlántico tiene forma de torpedo. También se distribuye por el Mediterráneo. Posee el cuerpo ovoidal y comprimido lateralmente y una cola ahorquillada. De color gris azulado en la parte superior y plateado en los flancos, presenta una aleta dorsal paralela al dorso. 193 breca: «cierta especie de pescado muy parecida al besugo» (Aut.). Sapo: a veces llamado «sapo lusitánico» es única especie del género halobatrachus, un pez marino de la familia de los batracoídidos, distribuido por la costa atlántica de África y el Mediterráneo occidental. borriquete: pez de cuerpo alargado, de forma cónica, con la cabeza muy grande respecto al cuerpo. Radios espinosos duros hasta la primera mitad, contando únicamente con una aleta dorsal. Color de cuerpo entre violáceo y grisáceo. Los labios son duros y carnosos y el interior de la boca anaranjado, característica que lo hace inconfundible. 194 lamprea: «pescado muy parecido a la anguila» (Aut.). Lisa: «pez semejante a la locha, de dos o tres pulgadas de longitud y de carne poco estimada. Abunda mucho en el río Manzanares» (DRAE, 1884). pajel: «pez muy común en todos los mares de España. Es ovalado, comprimido, de color carne, que desde el lomo se aclara hasta terminar en el vientre plateado. Las aletas del lomo y la de la cola son encarnadas, así como la cabeza. Su carne es comestible y bastante estimada» (DRAE, 1843). 195 lija: «pez que llega a veces hasta la longitud de veinte y cinco, pero que en los mares de España crece mucho menos. Tiene el cuerpo cilíndrico, sin escamas, y cubierta de una piel de color blancuzco que tira a verde, dura y sumamente áspera. […] Es animal sumamente voraz. Vive junto a los sitios poblados y sigue en cuadrilla con los de su especie los buques, ansioso de carne humana, que prefiere a otra cualquiera» (DRAE, 1817). 196 tenca: «pez semejante a la carpa, aunque más pequeño y delicado» (Aut.). albur: «pescado que se cría en los ríos, de un pie de largo, delgado, escamoso. Su cabeza proporcionada a lo largo y grueso de su cuerpo, muy sabroso y sano, y su carne sumamente blanca» (Aut.). 197 picón: pez de coloración gris oscura o parduzca con hocico largo y manchas claras. Habita en los fondos arenosos. 198 tollo: «pez parecido enteramente a la lija» (Aut.). 192

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zorzal, francolín, pichón199, faisán, ganga, codorniz200;   sisón, pato, palomino201, alondra, tordo, gorrión202, 590 vencejo, chorcha, avión203, polla, torcaz y estornino204.   Perros negros de guinea como indios bárbaros, fieros, 595 con pocas plumas y en cueros, sola la piel por librea,   franquean los ricos vinos, dulcísimos, vigorosos, en limpios, finos, lustrosos, 600 claros vasos cristalinos.   El de manzanas lucía, y el tinto clarete; y el205 blanco, hipocrás, moscatel206, con la cidra y malvasía207.   En cestillas de labores 605 de varias pajas formadas, tejidas y matizadas con rarísimas colores,   perras lanudas, graciosas, 610 coronadas de jazmines, en enaguas y chapines conducen frutas sabrosas:   granadas, higos, camuesas, duraznos, melocotones, francolín: «ave poco mayor que la perdiz. […] Su carne es manjar regalado» (Aut.). ganga: «ave del tamaño de la perdiz que tiene las alas, cuerpo y cuello dorado muy hermoso, las piernas cortas y peludas, el pico ancho y más pequeño que el de la paloma» (Aut.). 201 sisón: «se llama un ave, especie del francolín, solo que su color es ceniciento» (Aut.). 202 tordo: «ave muy conocida, mayor que la cogujada, con unas pequeñas manchas sobre negro» (DRAE, 1783). 203 chorcha: «lo mismo que chocha perdiz» (Aut.). avión: «especie de vencejo, pero menor» (Aut.). 204 polla: «la gallina nueva, medianamente crecida, que aún no pone huevos o ha poco tiempo que los ha empezado a poner» (Aut.). 205 clarete: «ordinariamente se dice del vino que tira un poco a tinto» (Aut.). 206 hipocrás: «bebida que se hace de vino, azúcar, canela, clavo y otros ingredientes; todo lo cual se cuela por una manga de estameña o lienzo crudo después de haber estado en infusión algún tiempo. Muchos le echan una porción de agua para que no sea tan fuerte» (DRAE, 1780). 207 En P «cidra», en lugar de «sidra», en virtud una vez más del ceceo del autor gaditano. Malvasía: «cierta especie o casta de uvas que hace los racimos muy pequeños y los granos grandes, redondos y apretados. Llámase así al vino que se hace de ellas» (Aut.). 199

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guindas, peros, orejones, 615 naranjas, moras y fresas;   priscos, endrinas, ciruelas208, cerezas, limas, piñones, sandías, pasas, melones, dátiles, serbas, majuelas209. 620   De Baco en racimos fieles, lo que es licor en las cubas, las gruesas, mollares uvas210, blancas, tintas, moscateles.   El mormullo sin cesar, 625 la risa, la gritería que en unos y otros se oía, es imposible expresar.   Cual brinda la copa llena, 630 cual trincha, cual roe el hueso, cual come el pez, cual, travieso poeta, muestra su vena.   Aquel destroza la polla, aqueste monda la pera, 635 aquel en tragar se esmera, aqueste en tener su cholla211.   Quitado el último plato, con que el banquete remata, cada perra y perro trata 640 despedirse afable y grato.   Comienzan las confusiones de lacayos y cocheros, mayordomos y escuderos, coches, carrozas, forlones212.   Óyese: «él después de usía; 645 pase su excelencia, pues 208 prisco: «especie de durazno que no tiene la carne tan pegada al hueso y que fácilmente se aparta» (Aut.). 209 serba: «especie de pera silvestre, de color pardo que tira a rojo, sumamente áspera al gusto hasta que se suavizan y mudan después de cortadas del árbol con el mucho tiempo» (Aut.). majuela: «cierta frutilla colorada que produce en racimillos una especie de espino llamado oxyacanta» (Aut.). 210 mollar: «las que tienen la carne magra y sin hueso» (Aut.). 211 cholla: «la parte de la cabeza que empieza encima de la frente hasta la parte superior, que contiene los sesos y cría pelo» (Aut.). 212 furlón: «especie de coche de cuatro asientos, sin estribos, cerrado con puertecillas, asentada la caja sobre correones y puesta entre dos varas de madera» (Aut.).

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que está esperando el marqués; baje usted, señora mía.   Enciende el hachón, Perrote; arrima el coche, Perrón; la manteleta, Espigón213; que llegue el forlón, Mosquete».   Duraron más de seis meses toros, cañas y torneos214, fuegos, saraos, recreos, loas, comedias y entremeses215,   cuando la fama gritona, que en uno y otro confín con su trompa o su clarín todos los hechos pregona,   en acento furibundo, publicó cómo, arrogante, Mamarruz, bravo y triunfante, viene avasallando el mundo.   Casquete tropas alista de amigos y de auxiliares, y ejércitos a millares con sus promesas conquista.   Botarón, cuya fiereza corpulenta se elevó tanto que jamás le vio ningún perro la cabeza,   ducientos mil perros fieros manda, gruesos y membrudos, osados, fuertes, ceñudos, grandes, expertos, guerreros.   Pavorante, que a su lado lo regula por Pigmeo, monstruo torpe, basto y feo,

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213 manteleta: es probable que Nieto se refiera al mantelete, o sea, «cualquiera de los tablones gruesos, revestidos alguna vez de hoja de lata, que llevan sobre ruedas los trabajadores de un sitio, haciéndolos rodar delante para cubrirse del enemigo» (Aut.). 214 toros, cañas y torneos: toros y cañas había en casi todas las festividades importantes, considerados como el más noble ejercicio para los caballeros. Eran fingidos duelos entre jinetes armados. Esos torneos medievales vinieron desde Francia y existían en España hasta el tiempo de Carlos V en su forma original. Después fueron reemplazados por los juegos de cañas, que añadían una forma de ataque simulado con cañas, quizás tomado de los moros. Vid. Daniela Sechtig, Las fiestas palaciegas y populares en el Siglo de Oro, s. l., Grin Verlag, 2005. 215 Sinéresis en «loas».

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rige escuadrón duplicado.   Escalante que, invencible en fuerzas, nadie le gana, gobierna de Trapobana un ejército temible.   Preséntase el bruto Otón, envuelto el cuerpo abultado en pieles que había arrancado a la onza, tigre y león.   Camina causando asombro Orlando, que, muy severo, de Líbano un tronco entero lleva puesto sobre el hombro216.   Galón, Galvino, Odonel, filando con Chicharrón, cada cual un escuadrón trae a su conducta fiel.   Con tanto número junto Casquete al contrario espera, Chasquisquiva desespera, que juzga vencerlo al punto.   Todo placer se destierra, ya todo perro se arma, suena el tambor y «¡arma, arma!» se oye con el «¡guerra, guerra!»217.

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Canto cuarto argumento octava

Padeciendo quebrantos horrorosos la perra gente sigue su camino, 216 El nombre de Orlando ya resulta significativo, pero el aspecto de este personaje recuerda más bien al Caupolicán de La Araucana: «Con un desdén y muestra confiada, / asiendo del troncón duro y ñudoso, / como si fuera vara delicada, / se le pone en el hombre poderoso. / La gente enmudeció, maravillada / de ver el fuerte cuerpo tan nervoso; / la color a Lincoya se le muda, / poniendo en su vitoria mucha duda» (II, vv. 401-408). Vid. Alonso de Ercilla, La Araucana, pp. 161-162. 217 Posible eco, suponiendo que Nieto conociera este poema, de los vv. 427-430 del «Segundo rebuzno» de La Burromachia: «“¡Guerra!”, suena la playa batanada; / “¡guerra!”, pronuncia la montaña herida; / y hasta en la voz, que por los aires yerra, / es el rebuzno del rebuzno “guerra”».

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ya trepando peñascos montuosos, ya por bosques oscuros sin destino. Fieras, esfinges, monstruos espantosos a cada paso ven, mas, pronto y fino, príncipe mago les tributa gloria, y feliz Mamarruz canta victoria.   Rotos, tristes, macilentos, sedientos y destrozados, caminaban fatigados los escuadrones hambrientos.   Habían sitios transitado218 5 donde el escuerzo, el dragón219, el quelidro y el gorgón220 respiraba envenenado.   Habían visto en mil oscuras221, 10 lóbregas grutas, furiosos, iracundos, horrorosos monstruos de extrañas figuras.   A la sierpe Anfisibena222 enroscada en dura roca, 15 con una y con otra boca de fiera ponzoña llena;   a la harpía, semejante223 en el rostro a la mujer; al grifo, del propio ser del opímaco arrogante224; 20 Nieto hace la sinéresis en el verbo «habían». escuerzo: «especie de rana terrestre ponzoñosa que se reduce a la de las Rubetas, que también se llama sapo» (Aut.). 220 quelidro: nombre de una serpiente anfibia y venenosa. Gorgón: «salmón pequeño» (DRAE, 1884). Es probable que Nieto se refiera a una gorgona, monstruo femenino que dejaba petrificado a todo aquel que lo mirara. Llevaba un cinturón de serpientes, entrelazadas como una hebilla y confrontadas entre sí. Se decía que Medusa, la más famosa, tenía sierpes venenosas en lugar de cabellos. 221 Sinéresis en «habían». 222 Amphisbena: «animal mitológico de quien se dice tiene dos cabezas y que anda igualmente al lado izquierdo y al derecho. Si picadura es como la de la abeja y causa inflamación y dolores vehementes, pero no es mortal» (Aut.). 223 harpía: «ave monstruosa, cruel y sucia que fingieron los poetas, con el rostro de doncella y lo demás de ave de rapiña» (DRAE, 1770). 224 opímaco: «ave pequeña de cuatro pies, o más bien insecto como la avispa o abeja. Es muy contraria a las serpientes y pelea con ellas. Hácese mención de ella en el Levítico, y es de las que daba licencia la ley que se pudiesen comer» (DRAE, 1780). 218 219

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  a la Esfinge engañadora, que eco finge racional; al cocodrilo, animal que traidoramente llora225;   al áspid entre la flor, al basilisco crüel y al cinocéfalo fiel226 de la luna imitador;   a la víbora, que ingrata se manifiesta al nacer, pues con feroz proceder a su misma madre mata;   a la onza, que respira227 süave, fragrante olor228 para ejercitar mejor los impulsos de su ira;   al bruto, que luz brillante reparte desde su frente229, y al que a su vista patente registra lo más distante.   Cuanto en Libia inhabitable, cuanto en Scitia inapacible230, en Moncayo inaccesible, y en Vesubio insuperable,   o se ponderan o inventan de hielos, fríos, calores, de quebrantos, de rigores,

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225 Es un tópico recogido también por las fábulas neoclásicas. En la Antigüedad se decía que los cocodrilos atraían a sus víctimas con un peculiar y extraño quejido, muy similar al llanto. También se contaba que lloraban sobre los restos de sus víctimas después de haberlos devorado. Hoy sabemos que las famosas lágrimas proceden de una secreción acuosa que mantiene húmedos los ojos del animal —muy cercanos a sus glándulas salivares— fuera del agua. 226 cinocéfalo: «Animal fabuloso que fingían tener cabeza de perro y fue adorado por los egipcios bajo el nombre de Anubis. También se llama así una especie de mono con la cabeza parecida a la de un perro, que los egipcios criaban en algunos templos para conocer el tiempo de la conjunción del sol y de la luna. En esta época dicen que privado el cinocéfalo de la vista, rehúsa todo alimento y parece que se aflige por la desaparición de la luna» (Diccionario Histórico Enciclopédico por Vicenç Joaquín Bastús y Carrera, Barcelona, Viuda de D. A. Roca, 1828, I, p. 482). 227 onza: vid. nota 149. 228 fragrante: «lo que despide de sí buen olor y fragrancia» (Aut.). 229 Probable alusión al basilisco, «especie de serpiente que, según Plinio y otros autores, se cría en los desiertos de África. Tiene la cabeza sumamente aguda y sobre ella una mancha blanca a modo de corona de tres puntas, los ojos muy encendidos y rojos» (Aut.). El contexto, justo a continuación de la onza, también permite pensar en el lince. 230 Scitia: la s de «Escitia» es aquí líquida.

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tanto sufren y exprimentan.   Ni los miedos los detienen, 50 ni los asombros los paran, nada temen ni reparan, todos a marchar atienden.   Mientras más fatigas, más zozobras. ¡Valor constante! El paso dado adelante 55 nunca lo vuelven atrás.   El más lince y el más topo, en tanta pena insufrible, imita al siempre invencible fortísimo Politropo231. 60   Cada uno en emprehender lo más arduo se desvela, que alentadamente anhela nombre eterno a merecer.   Penetrando la aspereza, 65 de agrestes ramas boscaje, con intrépido coraje rompen la inculta maleza.   Como el amigo afligido 70 sin tino busca ligero por la selva al compañero que de repente ha perdido,   o como la flu[c]tuante nao sin timón navega al viento y mar que la anega, 75 aquí y allí, vacilante,   de esta manera los perros, ya subiendo, ya bajando, sin destino van trepando 80 por riscos, cumbres y cerros,   cuando viviente embarazo del aire, montaña andante232 de hueso, vasto gigante, 231 Epíteto con el que en la Odisea se designa a Ulises, con el significado de «el que recorre muchos caminos», pero también «astuto, sagaz, versátil». 232 Nótese que estas metáforas («viviente embarazo del aire», «montaña andante de hueso») son propias de Polifemo en la literatura clásica y del Siglo de Oro. No en vano, pocos versos después irrumpe en el canto un perro no muy distinto, si bien animalizado, al famoso cíclope. Remitimos, sin ir muy lejos, a la octava VII del Polifemo de Góngora: «Un monte era de miembros eminente» (v. 49). Vid. Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, p. 157.

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se les presenta un perrazo.   Quien más atento miraba su elevación no podía afirmarse si se unía a las nubes o pasaba.   Delante del rey llegó y, postrándose a sus pies, discretamente cortés, de aqueste modo le habló:   «Es mi nombre Calamago, mi patria Siria, un montón de peñas mi habitación y mi profesión ser mago.   Por ella penetré en breve, varios círculos haciendo, a qué lleváis ese estruendo belicoso y lo que os mueve.   Sé que el amor ha podido más que el ejército armado; que este siempre os ha aclamado vencedor, jamás vencido.   Vos, que mantenéis con susto al menor desliz u enojo desde el flamenco más rojo hasta el etíope adusto;   vos, a quien arrulló Palas y los pueriles primores fueron las trompas, tambores, las flechas, lanzas y balas;   ¿vos de este modo, señor? ¿Así a un monarca atropella una pasión que descuella a ponerlo en tanto horror?   ¿Qué hambres no habéis sufrido? ¿Qué sedes no habéis pasado? ¿Qué tierras no habéis pisado? ¿Qué angustias no habéis tenido?   ¿Qué lauro vais a vencer? ¿Qué grande victoria os llama? ¿Qué publicará la fama? ¿Y qué os daréis a temer?   ¿Conducís esfuerzo tal contra el perro Virïato,

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contra Tamorlán ingrato, contra César o Anibal?233   Que esto, ¡oh, rey!, ha de pensar el que vea este famoso, lucidísimo, copioso, ejército singular.   Venceros es el mayor triunfo, gloriosa proeza, blasón de vuestra nobleza y empresa de vuestro honor.   Si vencéis, ¿qué conseguís si de oprimir la altivez de Marte a la pequeñez de un rapaz luego os rendís?   A ser entre torpes feos, desengaños lamentables, los que aquesos miserables que son del amor trofeos».   Ahora, ¡rara admiración!, aquel sitio lo ilumina más que pudiera la ruina del osado Faetón.   Cumbre, risco, monte, loma, de improviso se ve arder, y fuego de sí expeler cual el Etna, Flegra y Soma234.   A esfuerzos de su denuedo de priesa se levantó, y al rey así le mostró señalando con el dedo:   «Las estatuas, que a una parte y a otra las llamas lamen, de antiguos son que en certamen venció Amor, venciendo a Marte.   Mira allí la gigantea diestra de Alcides sin gala, que en vez de clava que tala

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233 Elenco de extraordinarios guerreros y gobernantes. Tamorlán (c. 1320-1405) fue un conquistador, líder militar y político turco-mongol, el último de los grandes conquistadores nómadas de Asia Central. Su fama se extendió por Europa, donde durante siglos fue una figura novelesca y de terror. 234 Volcanes del sur de Italia.

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rueca empuña, vil presea235.   Allí al valeroso Aquiles ve conmutada la malla, de labrado acero valla, por adornos femeniles236.   Ajado el regio decoro, mira a Jove, ¡oh necio anhelo!, hecho cisne, Mongibelo237, serpiente, sátiro, toro238.   Mira a Belisario, aquel héroe invíctor, cuyos ojos239 satisfacieron enojos de una emperatriz crüel240.   A Apama mira ocupando

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235 Existen varias versiones sobre los encuentros de Hércules con Ónfale u Onfalia, hija de Lardanos o Yardanos y esposa de Tmolos, rey de Lidia, en Asia Menor. En una de ellas, el semidiós, durante uno de sus viajes para cumplir los doce trabajos que se le habían encargado, se detuvo en casa de Onfalia, ya por entonces reina viuda, y quedó tan prendado de su belleza que olvidó su valentía, abandonándose a los placeres del amor. Ha sido frecuentemente utilizada la alegoría de Heracles junto a la rueca de Onfalia, que afirmaba que el héroe, vestido de mujer, sujetaba una cesta mientras ella, vestida con la piel del león de Nemea y portando la maza de madera de olivo de su amante, hilaba junto a sus doncellas. 236 Nieto alude a los años en que Aquiles, prodigio de bravura, habitó en la isla de Esciros, donde reinaba Licomedes. Y lo hizo vestido de mujer, conviviendo con las hijas del monarca, por orden de su madre Tetis, que sabía que si Aquiles iba a la guerra de Troya, perdería la vida. Solamente la astucia de Odiseo fue capaz de descubrir la trampa. Se personó en la corte con gran cantidad de joyas, perfumes y armas que tendió en presencia de las damas, quienes, presurosas, se abalanzaron sobre las joyas y los perfumes. Solo Aquiles, que seguía disfrazado, se interesó por las armas. Es un episodio muy recurrente en el teatro del Siglo de Oro, sobresaliendo la comedia El caballero dama, de Cristóbal de Monroy, y la ópera Aquiles en Sciro, de Metastasio. Vid. Ramón de la Cruz, Aquiles en Sciro, ed. Andrea Baldissera, Como-Pavia, Ibis, 2007. 237 Mongibelo: montaña sobre la que descansa el cono volcánico del Etna. Con frecuencia se utiliza como sinónimo de este. 238 Referencia a las metamorfosis de Júpiter para seducir a sus amantes: como blanco cisne, violó a Leda; en calidad de serpiente, fecundó a Pomponia para concebir a Escipión (Tito Livio, XXV, 19); transformado en sátiro, contemplaba la belleza de Antiopa dormida; y no dudó en adoptar la apariencia de un toro para raptar a Europa. Tratándose de Nieto, no hay que descartar la impronta sobre esta redondilla del romance Cómica relación hecha a una señora («No sé, bella Sofronisa») de Eugenio Gerardo Lobo, Obras poéticas, […] dedicadas en esta segunda edicción [sic] al mismo autor y añadidas de una tercera parte, corregidas y enmendadas, Pamplona, Joseph Ezquerro, 1724: «Y en fin, Júpiter bajó / transformado hasta la tierra/ en rocío, cisne y toro, por Dánae, Europa y Leda» (p. 111). 239 Sinéresis en «héroe». 240 Belisario, el célebre general del Imperio bizantino, estaba sometido, según cuenta la tradición, a los deseos y caprichos de su mujer Antonina, favorita de la emperatriz Teodora. «Procopio nos dice que la mujer de Belisario usó de los filtros conocidos en su familia […], como si esta constituyera una dinastía de hechiceras. Y una vez que atrajo a aquel y se casó con él, los empleó con otros fines. De Teodora afirma que tenía tratos mágicos con el demonio» (Julio Caro Baroja, Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza, 1995. Fuente: CORDE).

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el trono majestuoso de Ciro, y cómo amoroso su belleza está adorando241. 180   El elocuente artificio de la escultura declara, de que su hermosura rara ha perturbádole el juicio.   Vuelve allí la vista atento 185 al torreón, que, orgulloso, baña el cerúleo, espumoso, frío, salobre elemento.   A su pie mira difuntos 190 dos amantes, cuya suerte infeliz hizo que en muerte sirvan de lástima juntos:   Leandro que, surcando altivo las ondas, bajel viviente, no quiso el hado inclemente 195 llegase a su dueño vivo.   Hero es quien le acompaña en su desastre fatal, muerta a golpes de un puñal 200 si él de Neptuno a la saña.   Espectáculo sangriento yace allí, de sí homicida, la egipcia más aplaudida, del orbe el mayor portento:   Cleopatra, que encarecerla 205 no podrá pluma o pincel, la que a su Antonio dio en el vino deshecha una perla242. «Vi yo a la amiga del gran Ciro llamada Apama, hija del Rebazaco, asentada cabe él; la cual, quitándole la corona Real de la cabeza, se la ponía en la suya con la una mano y con la otra le daba de bofetones, quedándose abobado mirándola y mirándose en ella como quien se mira al espejo». Vid. P. F. Diego de la Vega, Empleo y Exercicio Santo sobre los Evangelios de las Doménicas después de Pentecostés, Madrid, Luis Sánchez, 1607, II, p. 102. 242 Lope recuerda esta anécdota en el tercer soneto de sus Rimas: «Cleopatra a Antonio, en oloroso vino, / dos perlas quiso dar de igual grandeza / que por muestra formó Naturaleza / del instrumento del poder divino. / Por honrar su amoroso desatino, / que fue monstruo en amor como en belleza, / la primera bebió, cuya riqueza / comprar pudiera la ciudad de Nino. / Mas no queriendo la segunda Antonio, / que ya Cleopatra deshacer quería, / de dos milagros reservó el segundo. / Quedó la perla sola en testimonio / de que no tuvo igual, hasta aquel día, / bella Lucinda, que naciste al mundo» (Lope de Vega, Obras poéticas, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1989, p. 24). 241

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  Perla de tan peregrino 210 valor y crecido aprecio que aventajaba su precio al de la ciudad de Nino243.   Allí de verdes en rojas, con palpitante coral, 215 Píramo y Tisbe al moral le tiñen las frescas hojas.   A Ifis representa el Arte, que estrecha al cuello un cordel por no exprimentar más del necio desdén de Anaxarte244. 220   Repara a Troya abrasada por Elena; advierte allí a Eneas, Anquises y a Creúsa desdichada.   Aquella deidad, aquella 225 que, desgreñado el cabello, pálido su rostro bello, el voraz fuego atropella,   es Casandra; y el mancebo 230 que asido a su blanca mano la libra del mal tirano, es su querido Corebo245.   ¡Qué confusión, qué pavor, 243 Nino: que la fuente de Nieto probablemente fue el soneto lopesco lo confirma el guiño a Nino, personaje de leyenda o rey fundador del primer imperio de Asiria, según fuentes del periodo helenístico (Diodoro Sículo) y ulteriores. Se le atribuye el epónimo de la ciudad de Nínive, que se convirtió, durante el reinado de Senaquerib, en una de las ciudades más grandes del mundo antiguo. Durante el asedio a Bactriana, conoció a Semíramis, la esposa de su oficial Menón, con quien se esposó tras forzar el suicidio del marido. 244 Recuérdese el pasaje de la Canción V de Garcilaso sobre este mismo episodio: «Hágate temerosa / el caso de Anajárete, y cobarde, / que de ser desdeñosa / se arrepintió muy tarde, / y así su alma con su mármol arde. / Estábase alegrando / del mal ajeno el pecho empedernido / cuando, abajo mirando, / el cuerpo muero vido / del miserable amante allí tendido, / y al cuello el lazo atado / con que desenlazó de la cadena / el corazón cuitado, / y con su breve pena / compró la eterna punición ajena. / Sentió allí convertirse / en piedad amorosa el aspereza. / ¡Oh tarde arrepentirse! / ¡Oh última terneza! / ¿Cómo te sucedió mayor dureza? / Los ojos s’enclavaron / en el tendido cuerpo que allí vieron; / los huesos se tornaron más duros y crecieron / y en sí toda la carne convertieron; / las entrañas heladas / tornaron poco a poco en piedra dura; / por las venas cuitadas / la sangre su figura / iba desconociendo y su natura, / hasta que finalmente, / en duro mármol vuelta y transformada, / hizo de sí la gente / no tan maravillada / cuanto de aquella ingratitud vengada» (vv. 66-100). Vid. Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, pp. 96-98. 245 Estas redondillas rememoran episodios y personajes muy conocidos de la Eneida de Virgilio, sobre todo de los libros I, II y IV.

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ansia, disgusto, pesar, mirar a Troya abrasar: pues todo lo causó Amor!   ¿Qué imperio, qué monarquía no ha rendido, avasallado, destruido, aniquilado, su infamia, su alevosía?   Sus embelesos, alhago246, ternezas, gracias, caricias, fingimientos y delicias paran, y has visto, en estragos.   Ea, Mamarruz potente, pues eres perro atrevido, en las lides conocido por tu uña y por tu diente;   tú, que has tenido por ruines al largo lebrel flamenco, al veloz galgo, al podenco, y a los groseros mastines,   ¿será justo avasallarte a un ciego, a un falaz agudo, a un niño, a un rapaz desnudo, en competencia con Marte?   Ni es posible, ni lo creo, que no cabe en tu razón tan ridícula intención, tan fantástico deseo.   Estos ejemplos patentes me han parecido adecuados, estorben daños pasados a los que tienes presentes.   Animales te propongo, que gentiles y animales los regulo por iguales y como a tales los pongo.   Ellos te han de refrenar, ellos te han de contener, ellos te han de detener, sábete, pues, gobernar»,   dijo, y la ficción formada presto se despareció, 246

alhago: alomorfo de «halago» según Aut.

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y en el aire se esparció ceniza, humo, polvo, nada247.   Después que de asombro llenos los perros soldados deja, con cuatro pasos se aleja una legua poco menos.   Aquilón, Bóreas y Noto, vientos de esfuerzo tremendo, no causaran más estruendo que el perranesco alboroto.   En su conciso lenguaje, áspero, tosco, importuno, le llamaban uno a uno, pero él marcha a su vïaje.   A este bestial Polifemo gruta tanta le acogía que su altura competía al Olimpo, Atlante y Hemo248.   Del centro en los escabrosos peñascos guarda, pendientes, las pieles de diferentes panteras, leopardos, osos.   Fuese a su estancia sombría, antes quedando esparcido el disonante rüido que la campaña aturdía.   La bulla no se aplacara si Galluz, acompañado de un perro pastor al lado, hacia el rey no se llegara.

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247 Reminiscencia del cierre del famoso soneto gongorino «Mientras por competir con tu cabello»: «no solo en plata o en vïola trocada / se vuelva, mas tú y ello juntamente / en tierra, humo, el polvo, en sombra, en nada» (Luis de Góngora, Sonetos completos, ed. Biruté Ciplijauskaité, Madrid, Castalia, 1985, p. 230, vv. 12-14). 248 Olimpo, Atlante y Hemo: estas comparaciones montuosas del tamaño del «polifémico can» no derivan del modelo gongorino, pero sí asoman por las secuelas burlescas que prorrogaron este mito durante el Barroco. Así, por ejemplo, en la Fábula de Polifemo de Francisco Bernardo de Quirós: «de aqueste Olimpo de carne, / deste pirineo Vesubio, / peñasco horrible de huesos, / del cielo Atlante membrudo; / deste embarazo del aire, / que a los celestes coluros / alcanzaba con las manos; / en efecto, de este chulo / canto» (1656, 41-49). Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Góngora y Castillo Solórzano», pp. 54-57. Ovidio (Metamorfosis, ed. cit., VI, 87-89, p. 193) nos facilita una vez más los datos sobre el Hemo: «Una de las esquinas tenía a la tracia Ródope y al Hemo, / ahora montes helados, cuerpos mortales en otro tiempo, / quienes se atribuyeron los nombres de los dioses supremos».

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  Negro tizón en la boca, 305 trémula antorcha funesta, para su dirección presta opaco esplendor, luz poca.   Galgos, mastines, sabuesos, alanos, lebreles, chinos, 310 podencos y perros finos corren a oír sus sucesos.   A cuadrillas y a montones laneces y perdigueros, dogos, gozquez y falderos249 315 van a escuchar sus razones.   El ágil, el pronto, el terco, el atento, el pertinaz, el discreto, el incapaz, le forman un ancho cerco. 320   Dentro de él Galluz entró y, ante Mamarruz postrado, serio, süave, pausado, estas cláusulas formó:   «Gran señor, ya se ha alcanzado 325 lo que tanto apetecemos; junto al contrario tenemos; su tren y gente he mirado.   Ignoro cómo explicar 330 lo que he visto, mas ciñendo mucho en poco, id atendiendo, que gusto os ha de causar.   Medí aqueste caos a tiento por entre troncos y breñas, 335 por entre punzantes peñas, ya a espacio, ya violento.   A la una parte caía, hacia la otra tropezaba, en una parte bajaba y en otra parte subía. 340   Ni viento, ni agua escuchaba, 249 En P la forma «gozquez», en lugar de «gozques», quizá debida al ceceo del gaditano. No obstante, se documenta en la Obra agricultura de Gabriel Alonso de Herrera (Alcalá, 1513): «A esta hortaliza dañan y destruyen mucho los topos y ratones porque andan so tierra y comen las rayzes y tronco y luego perescen para ellos es bueno regar mucho la tierra que se harte bien de agua porque el agua los ahogue y tener gatos en la huerta entre el cardo y avn gozquez que cauen las topineras o comadrejas mansas» (CORDE).

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ni voraz fiera rugía, ningún ruido se atendía, solo el silencio reinaba.   Confusamente advertí una llama y, aunque lejos, llegué a sus claros reflejos y aqueste tronco encendí.   Angosta concavidad tanto fuego despedía que a su región ascendía en forma piramidal.   Largo rato anduve cuando me detuvo un risco erguido, mas, de mi aliento impelido, por sus quiebras fui trepando.   Pisada su altiva punta, tropecé con un soldado que, al pie del risco sentado, su testa a las nubes junta.   En el otro lado estaba en tanta profundidad que, visto con realidad, aun viéndolo, lo dudaba.   Este bárbaro brutal hirió fiero y arrogante con un eslabón gigante un monte de pedernal.   Brotó un volcán; aún más fue, volviose un volcán el monte, se iluminó el horizonte y es llama cuanto se ve.   Descendía de la altura a un bosque que el miedo afea, y hallé a este perro que idea refugiarse en la espesura.   Corrí tras él no se esconda, y mi intento tanto medra que sufrí una y otra piedra despedida de su honda.   Recios golpes descargando uno al otro con desvelo, fuerte Dares, fuerte Entelo,

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parecíamos luchando250.   Cayó sudando a mis pies 385 y até sus manos ligero, dándose por prisionero, más forzado que cortés.   El vigor recuperado, 390 me contó cómo una cueva  derechamente nos lleva ante el escuadrón armado.   Sabe en aqueste intrincado laberinto oculta entrada, 395 a él tan solo reservada, digna solo a su cuidado.   Tal es que difícil fuera a Teseo, gobernado por aquel hilo dorado que se colocó en la esfera251. 400   Otras cosas revelar puede, pues me ha asegurado que muchos años ha estado habitando este lugar.  Y desde el hueco escondido 405 hasta el albergue más bronco, rama a rama, tronco a tronco, paso a paso lo ha medido.   Aquesto es lo que he sabido 410 de él, señor, y perdonad mi corta capacidad en lo que se ha detenido».   Mamarruz lo recibió La lucha entre Dares y Entelo está recogida en el libro V de la Eneida (vv. 368-484). Habiéndose cumplido un año desde la muerte de Anquises, Eneas realiza ceremonias fúnebres y convoca unos juegos en los que participan sus soldados y los de Acestes, su huésped en Sicilia, donde han desembarcado tras su partida de Cartago. Llegado el turno de la lucha, nadie se atreve a enfrentarse al poderoso y fuerte Dares excepto el ya envejecido Entelo. Después de un duro combate, este derrota a Dares, que tiene que ser retirado por Eneas antes de morir (Vid. Virgilio, Eneida, pp. 293-299, vv. 496-676). 251 Alusión al conocido mito de Teseo y el Minotauro. La ayuda de Ariadna para derrotar a la bestia consistió en dar a Teseo un ovillo de hilo que este ató por uno de los dos extremos a la puerta del laberinto. Otra versión indica que Ariadna le entregó una corona que brillaba, regalo de bodas de Dioniso; o acaso la misma que le había obsequiado Anfitrite durante el viaje a Creta (fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro, pp. 479-481). 250

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alegre en sus brazos reales252 y con muy finas señales 415 de laurel lo coronó.   Los nobles jefes llegando —porque el rey así lo ordena—, con faz festiva y serena le van todos abrazando. 420   Hecha aquesta aclamación, al pastor manda descubra lo que sabe, sin que encubra cosa que deba atención.   Hincó la rodilla y luego 425 al rey la mano besó, y de este modo empezó estando todo en sosiego:   «Aunque en aquesta aspereza tan rústico traje visto, 430 en Transilvania me alisto entre la mayor nobleza.   Quedé del cetro heredero, y un hermano, mal hermano, 435 me obligó infame y villano a buscar reino extranjero.   El vulgo incapaz le abona, y cuando más descuidado me hallaba, me vi asaltado de las armas de Belona253. 440   No tuve quien se opusiera y mi razón ayudara, que, a ser así, él no triunfara y a Jano el templo no abriera.   El príncipe Clarinombre 445 soy, mas, en tanta humildad, más pena que vanidad me tributa el regio nombre.   A la magia me incliné 450 después de haber dedicado mi afán, mi celo y cuidado a estas ciencias que estudié. 252 253

Sinéresis en «reales». Es decir, las armas de la guerra.

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  Cuanto docto Victorino254 enseñó elocuente y vano, mereciendo en el trajano foro simulacro dino;   cuanto Porfirio, elegante255, dialéctico discurrió; cuanto experto investigó el Galeno penetrante;   cuanto registra astrolabio de los nítidos tachones256, de los fulgentes blandones257, y Euclides describió sabio;   cuanto el mapamundi presta en terrestre taraceo, cuanto en geometral empleo geográfico Pafo empresta258;   cuanto representa Clío259 en rasgos a la memoria, en la universal historia que al bronce excede con brío;   cuanto el sortilegio, cuanto el prestigio, el horispicio260, el augurio, el maleficio,

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254 Victorino: creemos que alude al orador que «trasladó las Ysagogas, es decir, las ‘introducciones’ del griego al latín. Boecio [a su zaga] hizo un comento y exposición en cinco libros». Vid. Las Etimologías de san Isidoro romanceadas, ed. Joaquín González Cuenca, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1983, I, p. 205. Conocido por «Victorino el Africano» (Cartago, 300-¿Roma?, 382), fue un estudioso de la lengua latina, filósofo neoplatónico, retórico, polemista cristiano y precursor de la teología agustiniana. Antes de su conversión, alcanzó fama en todo el Imperio como maestro de Retórica, por lo que le fue erigida una estatua en el Foro de Trajano (citada por san Agustín en sus Confesiones) en tiempos del emperador Constancio Cloro. 255 Porfirio (Batanea de Siria o Tiro, c. 232-Roma, 304 d.C.) fue un filósofo neoplatónico griego discípulo de Plotino. A él le debemos la sistematización y publicación de la obra de este último (Enéadas) y su propia biografía (Vida de Plotino). Nieto alude a él, junto con Victorino, porque también escribió la Isagoge o Introducción a las categorías de Aristóteles, que, traducidas por Boecio, se convertirían en el manual estándar sobre lógica durante un milenio después de la muerte del estagirita. 256 tachón: «se llama asimismo la tachuela grande, regularmente dorada o plateada con que adornan los cofres, coches & c.». (Aut.). Aquí está tomado como metáfora de «estrellas». 257 blandón: «hacha de cera para alumbrar» (Aut.). Igualmente sirve aquí como metáfora de «estrellas». 258 Pafo: ciudad chipriota, capital del distrito homónimo en la costa suroeste de la isla. De origen fenicio, aunque estaba habitada desde el Neolítico, en la época griega se la consideraba el lugar de nacimiento de la diosa Afrodita. 259 Clío es la musa de la Historia, pero también de la poesía heroica. 260 horispicio u horoscopio es la técnica de adivinación a través de las horas.

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el oráculo, el encanto.   Tengo a mi disposición a Gob, Giver, Hiruel, Ladrebu, Humbrés, Hubuel, Gavit, Yagy y Maimón261. 480   Pasando, pues, a imponer del ejército enemigo, reparando al vuestro digo que es mucho empeño vencer.   Más fácil fuera contar 485 las estrellas del zafir y a número reducir los peces que oculta el mar.   Si la multitud hallara 490 el océano cercano, a beber de él era llano que en un hora lo agotara.   Asístelos el profundo Caraño, mago potente, que a su voz tiembla obediente 495 un eje y otro del mundo.   Pero no es esto importante concurriendo mi persona; vuestra será la corona, 500 yo os veneraré triunfante».   Mamarruz dijo: «A fe mía que es digno de señalarse con piedra blanca y nombrarse por memorable este día.   Rey eres y desde hoy 505 como a tal ordenaré te obedezcan; y seré tu soldado, no quien soy.   Manda cuanto tú quisieres, 510 no te detengas en nada, tu orden ha de ser guardada sin que estorben pareceres». 261 «E para isso se untam primeiro com certos unguentos e invocam Satanaz con nomes peregrinos como Gob, Giver, Hiruel, Hubuel, Ladrebu, Humbres, Tegi, Maimón». Vid. «Os Fastos» de Publio Ovidio Nasâo con traduccâo em verso portugues por Antonio Feliciano de Castilho seguidos de copiosas anotaçôes, Lisboa, 1862, III, parte 2, p. 341. Sobre el diseño de Clarinombre a partir de La prodigiosa y El príncipe de los montes, de Montalbán, y La Gatomaquia, de Lope, vid. nuestra introducción.

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 Ya el rayo puro y propicio que en Oriente despuntaba a todo animal llamaba a renovar su ejercicio.   Marchar luego mandó el rey, y al punto, puestas en orden las hileras, sin desorden cumplen la propuesta ley.   De Clarinombre guiados, llegan a la gruta oscura, y, venciendo la espesura, siguen sus pasos pausados.   Amenazando un mordisco al Aries, y el cuerno agudo irritando al Tauro, rudo se empina atlántico risco.   Aquí boca se desgarra que figura roca y roca, y defiende zarza poca la entrada con garra y garra.   A este abismo introducidos, cuatro leguas anduvieron, pero por fin consiguieron ver los contrarios lucidos.   Crece el son de los tambores que las montañas atruenan y por todas partes suenan los belicosos furores.   Al ala izquierda y derecha Cabalino fue ordenando la caballería, dejando262 plaza a la infantería hecha.   Esta en buenas proporciones de un cuerno al otro llegaba de caballos, y guardaba las banderas y pendones.   El general se presenta a las tropas exhortando, y, con vigor levantando el grito, así los alienta:   «Ea —les dice Cagalón—, 262

Sinéresis en «caballería».

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aquí el vencer o morir hemos todos de elegir, así se gana el blasón.   ¿Quién el cobarde ha de ser que su estimación desprecie y villanamente aprecie el feo borrón del temer?  Y más mirando el brillante, invencible, claro acero, de aquese asombro guerrero, de aquese rey arrogante».   Cesó y sorda vocería por las filas se escuchó; y en unos y otros se vio el ardor, la valentía.   Un campo y otro afamado, como cosa prodigiosa por la magia poderosa, se mira fortificado.   Se hallan lugares abiertos, se hallan lugares cerrados, bien dispuestos y arreglados a militares conciertos.   Los primeros con trincheras para centinelas fieles, con fosos y con cuarteles y prevenciones severas.   Los segundos con los fuertes, torres, rocas, bastïones, fortalezas, torreones, parapetos, contrafuertes.   Casasmatas de mil formas263, corredores, caballeros, murallas, respiraderos, revellines, plataformas264.

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263 casamata: «término de fortificación. Es una bóveda o subterráneo a prueba de bomba que ordinariamente se construye debajo de los baluartes o bastiones, y si estos son de orejón o plazas bajas entran por ella los soldados que las han de ocupar y flanquean el foso con el fuego continuo que hacen a cubierto imposibilitando el desembocar en él al enemigo. Sirven también de almacenes para tener seguros de las bombas los víveres y municiones, y en tiempo de sitio de hospitales para los heridos y enfermos» (Aut.). En plural «casasmatas» (Aut.). 264 revellín: «obra que tiene un ángulo flanqueado y dos caras, pero sin traveses. Colócase siempre delante de las cortinas, porque su fin es cubrir estas y los flancos de los baluartes y defender las medias lunas» (DRAE, 1884).

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  La catapulta con flechas luce y el herrado ariete, que cuando fuerte acomete deja murallas deshechas.   Seiscientos mil pabellones en ambos lados relucen, que con gallardetes lucen y demás composiciones.  Ya Pirois y Etón fogoso guiaban la refulgente carroza del Sol ardiente al océano espumoso.   Fuegos hacen, que la fría noche se explica inclemente, y abrigo la perra gente para el frío apetecía.   Destrozan con aceradas hachas el olmo, el laurel, el álamo, el ciprés y el sauce y las palmas sagradas.   Con majestad y decoro de su confín salía hermosa la Alba, con frente de rosa, y puros coturnos de oro265.   Cuando prestos, en pelea, tropa y tropa combatía, ríos de sangre vertía la tierra manchada y fea.   Motivan lágrimas tiernas a los pechos delicados, allí y aquí destrozados cuerpos sin brazos y piernas.   Entre humo la artillería tanta bala disparaba que una con otra encontraba y sin proseguir caía.   Tanta saeta ofrecía el aire que la atención

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265 Estas hipotiposis son de clara filiación homérica y virgiliana. Vid. María Rosa Lida de Malkiel, «El amanecer mitológico en la poesía narrativa española», La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 119-164.

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brujuleó con suspensión266 al cielo por celosía.   Chasquisquiva con Mambrino se encuentra; con Cagalón Casquete; con Cagilón Botarón, fiero malino.   Las lanzas se hacen astillas, brotan chispas las espadas, agarran porras pesadas y hacen crujir las costillas.   Suenan los golpes espesos y, sin servir la rodela del bravo Mambrino, vuela su testa arrojando sesos.   Cazcarrias, desatinado, contra Chasquisquiva viene, mas con la lanza que tiene a él y al caballo ha pasado.   Mordiscón, de heridas lleno, no deja de batallar; su amago llega a matar, es luz, es rayo y es trueno.   Entre las balas andando, Clarinombre las detiene, y tira adonde conviene, conforme quiere matando.   Nadan en purpúreos mares de sangre, cajas, plumajes, banderas, clarines, trajes y otras muestras militares.   Exageración pequeña —es con Otón comparada267—, sierra que, desencajada, estruendosa se despeña.   Lluvia es de rayos sus brazos —en tanto valor se enciende—,

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Sinéresis en «brujuleó». Debe referirse Nieto Molina al emperador romano Marco Salvio Otón (32-69 d.C.), sucesor de Galba, al que hizo matar para ocupar su puesto, por lo que tuvo que enfrentarse a la rebelión de Vitelio, que acabaría sucediéndole. Su precipitación en aplastar esta sublevación le arrastró a un combate temerario previo al cual no respetó ni los elementales ritos religiosos ni los peores augurios, como el desbordamiento del Tíber. Vid. Cayo Suetonio, Los doce Césares, ed. Jaime Arnal, Barcelona, Iberia, 1985, pp. 275-283. 266 267

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a todas partes ofende hiriendo, haciendo pedazos.   Tiñe el campo tosco y rudo en espeso y ancho lago de sangre; no más estrago hiciera el duro testudo268.   «Para mi sed aún es poca», dice, y a todos combate; nadie se opone al embate porque es animada roca.   No el gentílico Tideo, del orbe terror pasmoso, no el torbellino dañoso, centímano Brïareo269,   pudo causar más destrozos como Escalante feroz, pues solo su vista atroz hirió, mató y hizo trozos.   Cual un risco derribado de avenida o terremoto, al villaje no remoto deja en polvo sepultado.   Así, con un golpe entierra mil, y más que no se vieron, que entre sangre y polvo fueron sepultados de una sierra.   Un brazo fue que, extendiendo, le dio la muerte a quinientos, el amago a cuatrocientos, y a cien el temor horrendo.   Pavorante, derribando dos empinadas montañas, aumentaba las hazañas pesados cantos tirando.   El menor aún fuera empleo para prueba en las faenas de antagonistas de Atenas,

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268 testudo: «arma o máquina bélica, a manera de concha de galápago, con que se cubrían los soldados para arrimarse a las murallas y defenderse de las armas arrojadizas. Llaman también testudo cierta especie de galería que forman los soldados, uniendo los escudos de unos con otros, para no ser heridos de alto» (Aut.). 269 Son dos de los gigantes de la Titanomaquia.

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más que el globo giganteo.   Con Pontiveros se junta, allí rechinan los cascos y batallan cual peñascos que el mar los aparta y junta.   Le disparó temerario una saeta, y voló tan alta que las guardó con las suyas Sagitario.   Tanto el coraje se emplea que al uno el otro enlazado los vio el planeta dorado mientras dos veces pasea.   A arroyos corre el sudor, tal que no pueden nadar, no cesan de pelear, aún mantienen más vigor.   Pontiveros más sutil a sus plantas se enredó, y Pavorante cayó destruyendo a cinco mil.   Con el rey lucha Casquete, Chasquido con Odonel, con Calvino, Cascabel, con Fierabrás, Claribete.   Correpoco mata a Orlando, Llevaespuertas a Galón, Pocarropa a Chicharrón, Galluz al bruto Filando.   Proserpina las cortinas oscuras tanto cerró que a los ojos escondió aun las cosas más vecinas.   Sigue el combate también, y, entre tristes alaridos, sobre montes de caídos matan sin saber a quién.   De las tinieblas valido el astuto Regañón, pasa por la confusión de cien perros prevenido.  Y cuando los escuadrones más feroces peleaban,

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con los picos desplomaban a las fortificaciones.   Ladridos de agonizantes se oyen, perrunos chillidos, y estruendosos estallidos de balas, bombas volantes.   En fin, el fuego que crece, truenos, golpes, batería, forman tan fiera armonía juntos que el mundo ensordece.   A la quinta de una escala fiado Cagalón trepó, allí el valor se esmeró, despedaza, arranca, tala.   Despeña de diez en diez los perros por las almenas, y sin descansar apenas de veinte en veinte tal vez.   No bien rayaba la luz de Febo cuando se escucha con fiesta, algazara mucha, victoria por Mamarruz.   De dos mil perros cercados vienen Caraño, Casquete, Chasquisquiva, Matasiete, con cadenas amarrados.   Unos huyen por las breñas, otros en grutas se acogen, entre ramas se recogen otros, y otros entre peñas.   Al eco de clarineros y al son de roncos timbales traen de perros principales setenta mil prisioneros.   Ocho mil carros falcados270, cien banderas, cien morteros, seis mil lanzas, mil pedreros271, dos mil petos acerados   quedaron entre los rojos desperdicios, que, esparcidos, 270 271

falcado: «lo así cortado con la hoz» (Aut.). pedrero: «el soldado que servía con honda y piedras» (Aut.).

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en dos leguas oprimidos, estaban tantos despojos.   Muertos mil y cuatrocientos millones se numeraron, y a Mamarruz le faltaron treinta veces ochocientos.   Sobre un bruto corpulento, fuerte, robusto, lozano, bello, dispuesto, galano, del Betis hijo y del viento272,   de clin larga, cuello breve273, ancho pecho y anca hendida, corta cabeza, extendida cola y la piel toda nieve,   arco la una y la otra mano, monte si el freno lo para y rayo si se dispara, trueno si relincha ufano,   presentose en hermosura a Pandora superior Carabagua con primor, con modestia y compostura.   Con armas al verla y galas la adoraron con cordura; por Venus, por su hermosura, y por su valor, por Palas.   Diestramente descendió con despejo varonil, y muy airosa y gentil las plantas del rey besó.   Mamarruz con rostro airado en sus brazos la recibe, y a sus grandes apercibe la atiendan con gran cuidado.

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272 Ya en la Ilíada (XVI, 150) dice Homero que los caballos de Aquiles eran hijos del Céfiro. Aristóteles, Varrón, Plinio y Colmuela propagan con mucha seriedad la misma patraña, a la que Virgilio dedica unos quince versos de sus Geórgicas (III, vv. 266-283). En España se atribuyó esta propiedad a las yeguas de la Bética, y en Portugal, a las de Lusitania. Recordemos un pasaje de la Soledad II (vv. 723-731): «Al Sol levantó apenas la ancha frente / el veloz hijo ardiente / del céfiro lascivo, / cuya fecunda madre al genitivo / soplo vistiendo miembros, Guadalete / florida ambrosia al viento dio jinete, / que a mucho humo abriendo / la fogosa nariz, en un sonoro / relincho y otro saludó sus rayos». Vid. Luis de Góngora, Soledades, pp. 524-525. 273 clin: alomorfo de «crin», según Aut.

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 Y volviendo sin mirar las lágrimas que vertía, se fue con soberanía a su tienda a descansar.  Ya la Aurora comenzaba a bordar de mil labores las nubes y sus colores el campo ya restauraba,   cuando llegó Cagalón conduciendo tantos perros que los llanos y los cerros llenaba la confusión.   A este tiempo de una encina se vio a Caraño colgado, que fiero y desesperado buscó esta maldita ruina.   Hacia un lado entregó al fuego Chasquisquiva el gran turbante y aquel acero cortante, prendas del mágico ciego.   A marchar se disponía la tropa, y al punto fue Clarinombre y dijo que él la marcha dispondría;   con que entretienen gustosos el día con diversiones, ya cantando mil canciones, ya haciendo juegos graciosos.   Llegó la noche y, tendidos al pie de robustos robles, de palmas, laureles nobles, al sueño quedan rendidos.   Entonces invoca el mago a los siervos de Plutón, que sin menor detención poblaron el aire vago.   «Vosotros —les dice— ahora habéis de valerme aquí, esta tropa ha de ir así a la corte sin demora».   El mandato ejecutando, de perros se llena el viento, y en aquel mismo momento

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se hallan su lecho ocupando.   Aun no bien las avecillas trinaban dulces y graves, no bien despedían suaves olores las florecillas,   cuando Mamarruz despierto en su lecho se admiraba y temeroso dudaba si era falso, o si era cierto.   Voces oye a breve espacio como de quien se festeja, abre al instante una reja y se encuentra en su palacio.   Lo que ve todo es placer, ve abrazar el hijo al padre, al hijo abrazar la madre, el marido a la mujer.   Por calles y por plazuelas suena fiesta y algazara, es la bataola rara274, las coplas y cantinelas.   Cuenta el que fue temeroso cómo venció a su enemigo y señala por testigo a otro cobarde famoso.   Allí una perra lamenta la pérdida de su esposo, allí anda sin reposo otra que el daño exprimenta.   Allí iguales y conformes en gozo van en cuadrillas mil perros con cadenillas de oro, plumas y uniformes.   Más allá en un circo está un perro con un bastón, pintando ya el escuadrón cuando el campo roto va;   y en el suelo, señalando el foso, pinta la mina, el fuerte, la contramina,

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batahola: «voz jocosa, lo mismo que bulla, ruido y desconcierto» (Aut.). A partir del siglo xix se documenta con y sin hache. 274

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y varios lo están mirando.   Espantado estaba el rey, y más al entrar Pearrias, Meaescobas y Cazcarrias, Pontiveros, Canobrey;   Panza de Estopa, Chasquido, Hueleculos, Chupacaldos, Acosamulos, Facaldos, Pocarropa, Entretenido;   Cagamorteros, Ganduz, Mordiscón y Correpoco, Cascabel, Alón, Vandoco, Regañón, Quijas, Galluz;   Chasquisquiva, Correpagua, Casquete, Chica, Morcón, Llevaespuertas, Cagalón, Fanfarrón y Carabagua.   Después de estos, con prisiones, los esclavos, que pasaban, sin los que afuera quedaban, de setecientos millones.   Todo ocupado el salón, el rey puesto en su dosel, recibió el pláceme fiel de tan ostentosa unión.   Mandó para cultivar sus huertas a los esclavos, diciendo a distintos cabos cómo los han de tratar.   Reparte con distinción los sueldos y los honores, medianos y superiores, según mérito y razón.   Por Mayordomo Mayor, de sus guardias coronel, señaló al valiente y fiel Galluz digno de este honor.   Sin que medie intercesión, fue Casquete degollado y Chasquisquiva quemado, causando gran compasión.   La infanta puesta a caballo, de sus perros asistida,

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a vivir fue remitida a su vistoso cerrallo275.   Hácense fiestas, torneos, toros y máscaras varias, castillos y luminarias, músicas, bailes, recreos.  Y cesa mi numen tierno, que tanto verso delira, colgando la sucia lira en la extremidad de un cuerno.

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Apéndices Licencia del Consejo Don Ignacio Esteban de Higareda, secretario de Cámara del Rey Nuestro Señor más antiguo, y de Gobierno del Consejo276, certifico que por los señores de él se ha concedido licencia a don Francisco Nieto Molina, natural de la ciudad de Cádiz, para que por una vez pueda imprimir y vender un libro, cuyo título es La Perromachia. Fantasía poética en redondillas, con sus argumentos en octavas, con tal de que sea en papel fino y buena estampa y por el original que va rubricado y firmado al fin de mi firma, guardando en la impresión lo dispuesto y prevenido por las leyes y pragmáticas de estos reinos; y trayendo al Consejo antes de publicarle un ejemplar impreso junto con dicho original. Y para que conste lo firmo en Madrid a 28 de septiembre de 1765.

Don Ignacio de Higareda

En P «cerrallo», de nuevo fruto del ceceo del autor gaditano. Poco se sabe de este personaje. Dio licencia a varios libros de la época. Es curioso, no obstante, que en el Archivo de la Nobleza (Toledo), sección Osuna, leg. 263, doc. 214, haya «dos providencias de I. E. H. sobre los clérigos, en especial los de Béjar, que se van a residir a la corte». Agradecemos la noticia al profesor Enrique Soria (Universidad de Córdoba). Rafael Bonilla Cerezo, «El fabulero», art. cit. ha exhumado los documentos de solicitud de la licencia de impresión de La Perromachia. Documento 1º: «Joseph Antonio Sanz, en nombre de don Francisco Nieto Molina, natural de la ciudad de Cádiz, digo que mi parte tiene compuesto un libro, cuyo título es La Perromachia. Fantasía Poética, en redondillas, con sus argumentos en octavas, y para poderle dar luz, sin incurrir en pena alguna. Su[pli]co a [vuestra autoridad] se sirva conceder a mi parte licencia por una vez, para su impresión y venta, remitiéndolo a la censura de la persona que vea de su agrado, que en ello recibirá [merced]». Documento 2º: «Cumpliendo con lo mandado en el decreto que antecede, he leído un libro intitulado La Perromachia, obra poética compuesta por don Francisco Nieto Molina, natural de la ciudad de Cádiz, y no he encontrado en ella cosa alguna contraria a las buenas costumbres de estos reinos y reales pragmáticas de s[u] Maj[estad], por lo que me parece puede darse luz, salvo mejor dictamen. Madrid 20 de septiembre de 1765. Dr. Don Francisco de la Fuente» (Archivo Histórico Nacional CONSEJOS, 17711, Exp. 10). 275 276

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Don Pedro Joseph Alonso y Padilla, librero de Cámara del Rey277, da noticia a los aficionados de esta clase de libros Lecciones naturales contra el descuido común de la vida, contiene los doce pensamientos siguientes en verso278. 1. El gusano de seda 2. La hormiga 3. La púrpura 4. La mariposa 5. La rémora 6. La abeja 7. El mosquito 8. La salamandra 9. La luciérnaga 10. El camaleón 11. La araña 12. La perla

277 Impresor, encuadernador, editor y librero (s.d., últimos del siglo xvii-Madrid, 1771). François Lopez, «Los editores», Historia de la edición y de la lectura en España (1472-1914), dir. Víctor Infantes, François Lopez y Jean-François Botrel, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003, pp. 358-367, subraya que «lo peculiar es su dedicación a las letras del siglo anterior, a la literatura de diversión, a la novela y a la narrativa breve. Incluso se le deben reediciones en libros de pequeños formatos de algunas “historias” desde antiguo convertidas en pliegos sueltos». Sobre el inventario de sus fondos, vid. Begoña Ripoll y Fernando Rodríguez de la Flor, «Los cien Libros de novelas, cuentos, historias y casos trágicos, de Pedro Joseph Alonso y Padilla», Criticón, 51 (1991), pp. 75-97. 278 Lecciones naturales contra el descuido común de la vida. Por D. Rodrigo Fernández de Rivera, secretario del marqués de la Algaba y de Ardales, Sevilla, 1629, 8º, BNE R/14326. Padilla se refiere a su reimpresión en Madrid, 1736 (Biblioteca de la Real Academia Española, RM-2124), junto con El perro y la calentura de Pedro Espinosa. Son doce odas morales, dedicadas a su hermano, el agustino Francisco de Ribera, cuyos asuntos descubren el ingenio y espíritu filosófico del hispalense. Según Valentín Núñez Rivera, «Rodrigo Fernández de Ribera epigramático y Baltasar de Alcázar: problemas de atribución. Descripción y estudio del manuscrito 17524 de la Biblioteca Nacional», Criticón, 55 (1992), pp. 53-89, la trayectoria de R. Fernández de Ribera (1579-1631) se divide en dos vertientes: la poética y la prosística. Mientras que la primera ha pasado casi inadvertida, sus dos novelas, Los anteojos de mejor vista y el Mesón del mundo (Madrid, Imprenta del Reino, 1631) han despertado cierto interés. La mención de este sevillano en los paratextos de La Perromachia quizá responda también a que escribió un poema animalístico, La Asinaria, divido en trece cantos y publicado solo en parte (siete) por Carlos Perit Caro (Sevilla, Editorial Hispalense, 1947). Se conserva en el ms. 1473 de la BNE.

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La Mosquea La pulga de Lope en las Rimas, es un soneto precioso279 La pulga de don Diego de Mendoza280 La pulga de Lope en su Dorotea281 El poema de los ratones282 La Gatomachia La Gigantomachia283 279 Padilla alude a La pulga, falsamente atribuida a Lope: «Picó atrevido un átomo viviente / los blancos pechos de Leonor hermosa, / granate en perlas, arador en rosa, / breve lunar del invisible diente; / ella dos puntas de marfil luciente / con súbita inquietud bañó quejosa, / y torciendo su vida bulliciosa / en un castigo dos venganzas siente; / al espirar la pulga, dijo: “¡Ay triste, / por tan pequeño mal dolor tan fuerte!”. / “Oh pulga”, dije yo, “dichosa fuiste, / detén el alma, y a Leonor advierte / que me deje picar donde estuviste, / y trocaré mi vida con tu muerte». Vid. Lope de Vega, Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, ed. Macarena Cuiñas Gómez, Madrid, Cátedra, 2008, p. 307. También existe un soneto atribuido al licenciado Burguillos, «A una pulga en la mexilla de una dama», en el manuscrito 17541 de la BNE, fol. 52r, Colección Gayangos, Versos sueltos, II. Como anota Cuiñas, es tema de filiación pseudo-ovidiana y su modelo, la Elegia de pulice («Parve pulex, et amara lues, inimica puellis»), falsamente atribuida al autor de las Metamorfosis. Vid. asimismo José Lara Garrido, «Del laus pulex al desnudo libertino», Canente, 3 (1987), pp. 122-137. 280 Se trata del «Capítulo I» (A la pulga) de Diego Hurtado de Mendoza, Poesía completa, ed. José Ignacio Díez Fernández, Sevilla, Fundación Lara, 2007, pp. 5-14. Los primeros versos nos dan la clave para lo dicho en la nota 6 de esta obra: «Señor compadre, el vulgo, de invidioso, / dice que Ovidio escribe una elegía / de la pulga, animal tan enojoso; / y mienten, que no fue ni es sino mía, / no toda de invención, mas traducida / de cierta veneciana fantasía» (vv. 1-6). Esta «fantasía» es el «Capitolo del Pulice» de Ludovico Dolce («Afferma ogni Pedante pidocchioso»). 281 Lope de Vega, La Dorotea, ed. Edwin S. Morby, Madrid, Castalia, 1980, pp. 377-381, acto IV, escena 3ª («Espíritu lascivo»). Reproducida en parte como «Canción a la pulga del Mº Burguillos», en el manuscrito 10920, fol. 171, de la BNE. 282 Alude a unos versos de Lope de Vega en La esclava de su galán, incluida en Obras de Lope de Vega publicadas por la Real Academia Española. Obras dramáticas, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1930, vol. XII, pp. 135-168: «Juntáronse los ratones / para librarse del gato; / y después de un largo rato / de disputas y opiniones, / dijeron que acertarían / en ponerle un cascabel; / que andando el gato con él, / guardarse mejor podían. / Salió un ratón barbicano / colilargo, hociquirromo, / y encrespando el grueso lomo, / dijo al senado romano, / después de hablar culto un rato: / “¿Quién, de todos, ha de ser / el que se atreva a poner / ese cascabel al gato?”» (Jornada I, escena 9ª, p. 143). Félix María de Samaniego, Fábulas, pp. 456-457, versiona este pasaje en la fábula VIII del libro IX, titulada La gata con cascabeles («Salió cierta mañana»). La idea de los ratones confabulados para vencer a su peor enemigo también aparece en la I del libro V: Los ratones y el gato («Marramaquiz, gran gato»). Pero donde de veras se impone es en la VIII del libro III: Congreso de los ratones («Desde el gran Zapirón, el blanco y rubio»). No descartamos que Padilla pudiera tener en mente el excurso épico-burlesco del Carlo famoso de Zapata (octavas 33-73 del canto XXIII), donde se relata una guerra entre gatos y ratones, narrada por el patrón del barco para hacer más llevadera la travesía. 283 Manuel de Gallegos (1597-1665), La Gigantomachia, Lisboa, Crasbeeck, 1626 (fecha de las licencias, 1628), BNE, R-5822. Es poema de cuño gongorino e inspirado en otro de Claudiano sobre este particular. Vid. asimismo Aurora Egido, «La Giganteida de Ignacio de Luzán. Argumento y octavas de un poema inédito», Anales de Literatura Española, 2 (1983), pp. 197-230. Se dice que hubo otra Gigantomaquia, hoy perdida, descrita por Nicolás Antonio: la de Pedro Gutiérrez de Pamaros, Fantasía poética; batalla entre los titanes y los dioses, Málaga, Juan René, 1607. Quizá Nieto Molina la conociera y sacara de allí el subtítulo para sus redondillas.

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La Bathrocomiomachia o Poema de las ranas284 La Monomachia285 La Gatomiomachia, poema por don Ignacio Luzán, ms.286 Coloquios de La mosca y de La pulga, por J…287 El Poema de los puercos288 La Perromachia, por don Francisco Nieto Molina

284 La Bathrocomiomaquia o la Batalla de las ranas y los ratones es una breve zooépica (alrededor de 300 hexámetros), atribuida durante mucho tiempo a Homero. Sobre los problemas de paternidad y autoría de este poema, vid. lo dicho en nuestra introducción y la bibliografía de Alicia Esteban en «Ratones, ranas y dioses: el esquema ternario en la Batracomiomaquia», Cuadernos de Filología Clásica, 1991, pp. 57-71. Padilla se refiere aquí a la traducción de Vicente Mariner de Alagón, Batracomiomaquia e Himnos homéricos, Madrid, CSIC, 2010, realizada a partir del texto latino del manuscrito 98629 de la BNE. Nos inclinamos por esta, y no por la primera paráfrasis española, en el haber de Juan de la Cueva (Sevilla, 1603-1604), porque Mariner fue un humanista de referencia para los ilustrados. Así lo reconoce el propio Nieto en su Discurso en defensa de las comedias de Frey Lope Félix de Vega, donde lo celebra como «doctísimo en letras divinas y humanas, poeta excelentísimo en la lengua griega, entre infinitos versos». Vid. Rafael Bonilla Cerezo, «Los nidos de antaño», p. 369. 285 No hemos documentado este poema. Lo más próximo que conocemos es la Fábula del nacimiento de Vulcano y su crianza por las monas en la isla de Lemnos («Oh tú, que en el serrallo del Parnaso»), de Alonso de Castillo Solórzano, Donaires del Parnaso, ed. Luciano López Gutiérrez, Madrid, Universidad Complutense, 2003, pp. 591-599. 286 Remitimos a la introducción y a nuestra edición en el presente volumen. 287 La aparición de las Academias favoreció la escritura de poemas paradójicos. Entendemos que Padilla, al dejar incompleta la sigla «J…», piensa en los tercetos de Juan de Arjona En loor de la mosca, quien también firmó otros En loor del puerco. Vid. Francisco Rodríguez Marín, «Dos poemitas de Juan de Arjona leídos en la academia granadina de D. Pedro de Granada Venegas (1598-1603)», Boletín de la Real Academia, XXIII (1936), pp. 339-380, e Inmaculada Osuna, Poesía y academia en Granada en torno a 1600: la Poética silva, Sevilla/Granada, Universidad de Sevilla/Universidad de Granada, 2003, pp. 74-76. Rodrigo Cacho Casal, La poesía burlesca de Quevedo y sus modelos italianos, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 2003, p. 107, explica que, antes del éxito de la antología de Dornau (Caspar Dornavius), Amphitheatrum sapientiae socraticae joco-seriae, Hannover, 1619, «Agustín de Rojas también incluyó un elogio de la mosca y otro del puerco en El viaje entretenido (1603), que constituyen casi un plagio de las poesías de Arjona». No es descartable que Padilla pensara en el Elogio a la mosca de Luciano. Hay que considerar, por último, que la obra aquí citada puede ser otra, fruto de un error de transcripción por parte de Padilla: en 1544 (y 1546), Juan de Jarava (nombre y apellido que coinciden con la inicial sesgada en La Perromachia) reconvirtió la fábula agonal «Formica e musca» (Fedro, IV, 25) en el Coloquio de la mosca y la hormiga. Vid. Ana Vián, «Fábula y diálogo en el Renacimiento: confluencia de géneros en el Coloquio de la mosca y la hormiga de Juan de Jarava», Dicenda, 7 (1988), pp. 449-494. 288 Se refiere a la Pugna porcorum, poema latino publicado por Petrus Placentius o Placentinus, bajo el seudónimo de Publius Porcius Porcellus, en Amberes (1530). A lo largo de sus 360 versos todas las palabras empiezan por la letra «P». Vid. The General Biographical Dictionary. New Edition. Revised and Enlarged by Alexander Chalmers, London, Nichols, Son and Bentley, 1816, XXV, p. 34.

El imperio del Piojo Recuperado. por Don Severino Amaro. Con Licencia. En Sevilla, en la Imprenta de Vázquez, Hidalgo y Compañía. Año de 1784.

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Nam quid rancidius, quam quod se non putat ulla formosam, nisi quae de thusca Graecula facta est; de sulmonensi mera Cecropis? Juven. Sat. 61. El imperio del piojo recuperado Que canten en buenhora los genios belicosos sonoras epopeyas de varones famosos, o aventuras de Turnos, Evandros y Palantes2, o de la griega estirpe los sucesos errantes3, o que canten proezas del robusto Teseo4, 5 o que traigan y lleven los manes al Leteo5. De las hijas de Jove se agotaron caudales en henchir —como dicen— de acciones inmortales rima eterna y pomposa, a gloria que comprada fue a expensas de torrentes de sangre derramada6. 10 Ya sabemos que Aquiles corría como el viento7, que sirvió Troya a Paris de pira y monumento, que de un guerrero el genio dejó inconstante y vago por velar y tocada la reina de Cartago8. 1 Juvenal. Persio, Sátiras, ed. y trad. Manuel Balasch, Madrid, Gredos, 1991, p. 213, vv. 185-187. Se trata de una sátira contra las mujeres. Los versos citados por Ureña rezan: «¿Pues hay algo de peor gusto que no hay mujer que se juzgue hermosa si de toscana no se nos hace una grieguilla, y una ateniense de pura cepa la que nació en Sulmona?». El Padre Isla, Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, ed. Luis Fernández Martín, Madrid, Editora Nacional, 1978, pp. 626-627, también aduce esta cita para criticar los excesos del afrancesamiento. 2 Personajes de la Eneida. Turno es el rey de los rútulos, al que Eneas da muerte durante el combate con el que se cierra la obra. Evandro y su hijo Palante son reyes del Lacio, aliados de Eneas contra Turno, el cual liquida a Palantes en la refriega. 3 Se refiere con toda probabilidad a la Odisea. 4 Mítico rey de Atenas que, entre otras hazañas, dio muerte al Minotauro en su laberinto. 5 Los manes eran deidades domésticas en la religión romana y se asociaban al recuerdo de los muertos. El autor quizá se refiera a la visita de Eneas a los infiernos en el libro VI de la Eneida. El Leteo es uno de los ríos del infierno clásico, cuyas aguas provocaban el olvido. 6 Las musas eran hijas de Zeus y Mnemosine, diosa de la memoria. 7 Entre los diversos epítetos que recibe Aquiles en la Iliada destacan los que aluden a la ligereza de sus pies: «levantose y dijo entre ellos Aquiles, el de los pies ligeros» (Homero, Ilíada. Odisea, trad. Emilio Crespo Güemes y José Manuel Pabón, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, p. 5, v. I, 58). 8 En el libro IV de la Eneida se relata cómo Júpiter envía a Mercurio para que le recordara a Eneas su misión y abandonase así a Dido, reina de Cartago, a la que había seducido. Esta, despechada, se suicida sin que el protagonista sepa de su muerte hasta que la encuentra en el infierno durante el canto VI. De ahí el «por velar y tocada» del verso del marqués.

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Alaben tales hechos, celebren tales nombres, 15 que al fin solo celebran los hombres a los hombres. Guarden encuadernados dorados pergaminos militares estruendos, rayos y torbellinos. Yo cantaré las armas y el campeón primero9 que me obligó a rascarme debajo del sombrero; 20 que, siendo vasto empeño a su pies arlequines10 de un pompón a la moda pasear los confines11, en oriente y ocaso, soberbio, señorea desde la Nueva España al confín de Guinea, del Aquilón al Austro su poder extendiendo12, 25 desde el lapón enano al patagón tremendo13; que sutil y fecundo en tretas refinadas se pasea por cima de testas coronadas, recupera derechos que oscureció el olvido 30 y tanto más impera cuanto más escondido. Dime, Musa, ¿qué influjos o qué giros secretos Remedo del inicio de la Eneida: «Arma virumque cano Troiae qui primus ab oris» («Armas canto y al héroe, que de Troya / prófugo por el Hado vino a Italia, / en las lavinas costas, el primero», vv. 6-8). Vid. Virgilio, Eneida, ed. José Carlos Fernández Corte, Madrid, Cátedra, 2000, p. 119. 10 arlequín: «aprendiz y como criado del volatín, que da vueltas y salta en la maroma. Viene a ser el gracioso que hace el papel del que no sabe en aquel juego o representación. Díjose Arlequín de cierto bufón del teatro francés de este nombre» (Aut.). Francisco de Quevedo, Poesía original completa, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1990, p. 663, ya hacía uso del término con valor adjetival: «su Jordán es el tintero, / y con barbas colorines, / trae bigotes arlequines, / como el arco celestial» (vv. 21-24). Carmen Martín Gaite, Usos amorosos del dieciocho en España, Barcelona, Lumen, 1981, a propósito del nuevo léxico con el que se reflejaba en el siglo xviii la merma de virilidad en los hombres y su creciente afeminamiento, escribe: «Es particularmente interesante la palabra arlequín —que dio lugar a los derivados arlequinada y arlequinería—, cuya frecuencia en los textos está justificada por el auge que habían tomado en el xviii las compañías de volatines, en su mayoría de origen italiano, donde Arlequín era el gracioso o bufón que protagonizaba tales pantomimas. En una ocasión se critica cierta comedia, diciendo que las hazañas que pretenden presentarse en serio “son unas arlequinadas que usurpan el derecho a los bailes y farsas, pantomimas dignas solamente de representar en los volatines”. Y a los petimetres se les compara con los arlequines precisamente por lo artificioso y ridículo de sus ademanes» (p. 282). 11 pompón: esta palabra no se registra en los diccionarios académicos hasta 1914, pero nos interesa la definición que da el de 1925: «(Voz francesa) m. Mil. Esfera metálica o bola de estambre o seda con que se adornaba la parte anterior y superior de los morriones y chacós militares en nuestro ejército a principios del siglo xix». Según el Tresor de la lengua francesa, se usaba en Francia desde 1556: «houppe de laine, de soie servant d’ornement» (doc., Paris ds B. de la Sté de l’hist. de Paris et de l’Ile-de-France, t. 43, 1916, p. 52). 12 Aquilón: «uno de los quatro vientos principales, el que viene de la parte septentrional, que comúnmente se llama Norte o Cierzo» (Aut.); Austro: «uno de los quatro vientos cardinales; y es el que viene de la parte del medio día» (Aut.). Por tanto, vientos del Norte y del Sur, respectivamente, y por metonimia esos puntos cardinales. 13 Se refiere a los habitantes de los puntos más extremos de la Tierra: Laponia y Patagonia. 9

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pudieron de los hados alterar los decretos que al caudillo valiente reducido tenían a cabañas y establos do sus padres lo vían? ¿Por qué caminos vuelve, raros y extraviados, al esplendor antiguo de sus antepasados, hasta llegar a verlo, del cuerno y del colmillo vencedor altanero aunque chiquirritillo, pasear jactancioso, audaz y descocado sobre las sutilezas del erguido letrado y mirar a sus plantas con el mismo desprecio los aciertos del sabio, los errores del necio? ¡Con qué derecho en todo raro y extravagante obliga del Estado la parte más brillante a pagarle tributos de la flor del granero, del cerdo colmilludo y del pingüe carnero14, apareando el caso del petimetre fino15 a los ejes del coche y al saco del molino, cuando a este tiempo a todos el chancero bellaco se va a hacerles cosquillas debajo del sobaco! ¡Oh rara criatura, enigma que no entiendo si vive siempre oculto, si muere con estruendo! Mas si reducir sabe la mágica pintura16

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14 Como se verá a lo largo de todo el texto, Ureña se refiere a los múltiples cosméticos que se usaban en peluquería: harina para blanquear las pelucas, cerdas para abultarlas y aceites y grasas para untarlas; estos últimos servían también para engrasar los ejes de los carros. El uso de ungüentos para el cabello se documenta en un sainete de Ramón de la Cruz, El peluquero soltero, en Colección de sainetes. Tomo I, Madrid, Gabinete Literario, 1843: «Rodrigo: ¿Usted está ciego? / ¿si es de día, para qué / saca la bola de sebo? / Diego: Para untar» (p. 317). También aquí se atestigua la harina para empolvar cabelleras y pelucas, pues los improvisados fígaros casi dejan ciego a Rodrigo por culpa de esta práctica: «¡Petimetres, petimetres, / y qué lástima que os tengo, / pues encarecéis el pan / por gastar la harina en esto, / y sacrificáis la vista, / la bolsa, paciencia y tiempo, / porque os deje calvos antes y / con antes el peluquero» (Ramón de la Cruz, op. cit., p. 319). En el sainete del Peluquero viudo, secuela del anterior, leemos: «por eso traigo mi sebo, / mis trapos, peines, harina, / borla, cuchillo y espejo, / ¿cuánto le he de dar a usted / por las manos?» (pp. 337-338). 15 aparear: «igualar, ajustar una cosa con otra de calidad que queden iguales» (Aut.). 16 El Marqués de Ureña, Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música en el templo, Madrid, Joachin Ibarra, 1785, pp. 31-32, usa la voz «magia» en el sentido de ‘producción de maravillas o sensaciones prodigiosas a través del arte’: «Un profesor así dotado, cuya ejecución corre parejas con su filosofía, se puede llamar un Mago en cuanto introduce al alma por diversos órganos, y con sensaciones análogas, la idea de lo que quiere o por lo menos las mociones que excitarían la presencia de aquel objeto que le parece. Digo que este secreto estimable es propiamente la magia de las artes, que tienen por fin la enseñanza y la moción mezclando lo útil con lo deleitable». Esta noción se corresponde a grandes rasgos con la acepción que da Aut. de Magia artificial: «Es la que con arte e industria humana obra cosas que parecen superiores a las fuerzas de la naturaleza»; si bien Ureña destaca sobre todo el arte de impresionar al espectador, como si

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un enorme gigante a mínima estatura, ¿por qué al poeta, digo, se imputará a delito pintar una acción grande en lo más pequeñito? Tú que diste a Burguillos, Calíope parlera17, adornar de palabras una gran friolera18, acércate a animarme con un benigno ceño y no tomes a risa el lance de mi empeño. Tócame, pues, el arpa, la cítara o bandurria que el espíritu alegren y sacudan la murria19. No me toques vïola, vïolón ni violines, ni oboses, ni flautas, ni trompas ni clarines; y si con dulces ecos mi mente fecundizas, procedan de las uñas, o proprias o postizas. Ahora bien, pareciendo racional y decente que vaya por delante de mi héroe valiente una justa pintura por perfiles y vistas20, según se nos presenta por los naturalistas, o según que lo observan anotómicos muchos21 que dan noticia de este y de otros avechuchos, comienzo desde luego en buena simetría por lo que llaman «planta» o bien «icnografía»22. Advertiré entre comas que el pie sobre que mido es el pie de París, que es el más recibido23. No me tenga quien lea por hombre impertinente porque pinto mi héroe geométricamente,

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estuviera ante el objeto real que se representa. 17 Burguillos es el seudónimo con el que Lope firmó su Gatomaquia. 18 friolera: «dicho u hecho de poca importancia y que no tiene substancia, gracia ni utilidad alguna» (Aut.). 19 murria: «cierta especie de tristeza y cargazón de cabeza que obliga al hombre a andar cabizbajo y melancólico» (Aut.). 20 Tecnicismos de la Geometría, la Cartografía, la Pintura y la Arquitectura. Vid. Francisco Pacheco, Arte de la pintura, Sevilla, 1649, pp. 39-40: «Y a lo más, podrá un Escultor hacer de un mármol dos o tres figuras redondas, y los pintores hacen muchas en una tabla, o pared: como en la pintura de un Juicio con tantos y tan varios perfiles y vistas que vencen los que puede mostrar el Escultor». Modernizamos la grafía. Recuérdese que el marqués de Ureña era arquitecto y pintor, y ambos términos aparecen repetidas veces en su Viaje cuando describe obras de arte. En los versos siguientes da buena prueba de su dominio de ambas disciplinas. 21 Aut. remite a «Anatomía» en la entrada «Anotomía», lo que confirma que en el Setecientos el primero era el alomorfo más habitual. 22 ichnographía: «Term. geométrico. La delineación o planta, en ángulos y líneas, de alguna fortaleza o edificio» (Aut.) 23 Juego conceptuoso entre el «pie» como medida de longitud, que varía según los países y las tradiciones, y el «pie métrico», importado de París, pues Ureña escribe El imperio del piojo en alejandrinos por influencia de la literatura francesa.

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que espíritus geómetras se hallan a montones que hasta en lo metafísico quieren demostraciones24. 80 Mira, pues, un galápago en aquella postura (a saber, boca abajo) cual lo puso natura. Imagínate ahora que saca la cabeza, imagínate de esta la natural grandeza aumentada dos tercios del regular guarismo 85 y déjate la concha en el tamaño mismo. Coloca el sol encima perpendicularmente, contornea la sombra con mano diligente, tal como si la sombra quedara allí clavada, y esta es la icnografía casi pintiparada25. 90 Agrégale dos cuernos, o bien sean los ojos, en figura de entenas o en figura de antojos26, tres patas a babor y a estribor otras tantas con que la icnografía pintiparada plantas. Corta bonitamente por un plano perfecto 95 llevado de alto a bajo, pero en ángulo recto y en dos justas mitades; aseguro, a fe mía, que si miras el corte verás la ortografía27. Resta ahora pintarlo con sus mismos colores 100 y arreglarlo a medida según historiadores. 24 La idea de someter los principios metafísicos y la filosofía en general a la demostración lógica y matemática (more geometrico) deriva principalmente de Descartes y Leibniz. De este último se publica póstumamente un libro titulado Principia philosophiae, more geometrico demonstrata (1728), cuyo título está tomado de los Principia philosophiae (1644), publicados en latín por Descartes. También Baruch Spinoza daría a las prensas en 1633 unos Renati Descartes Principorum philosophiae more geometrico demonstrate. La animadversión del marqués de Ureña contra esta corriente de pensamiento se pone de manifiesto tanto aquí como en La Posmodia, donde se lee esta diatriba contra el filósofo cartesiano: «Yo soy aquel Descartes sin segundo, / inventor de sistemas y opiniones, / que emboban hoy a tantos en el mundo; / yo, envolviendo la tierra en turbillones, / tenté inclinar los graves al profundo. / Yo fui quien por remate de razones / desenvolví aquel célebre admirable / cálculo in infinitum perdurable» (BNE, Ms. 2287, fol. 9v, Canto I, vv. 153-160); a la que sigue una octava igualmente paródica contra Leibniz. Asimismo, en las Reflexiones sobre la arquitectura arremete contra los geómetras justo al principio del «Tratado sobre la música»: «Si a todas las materias disputables pudieran darles alcance las puntas del compás, entraban los Geómetras con su legislación cuadrada y cúbica; los Algebristas con la balanza de la ecuación y el canon irrevocable de la fórmula y se acababan las disputas. Pero hay materias que no admiten uno ni otro, y no hay más apelación que a la razón y a la autoridad. Así se tiene la música en la parte filosófica» (marqués de Ureña, Reflexiones, pp. 349-350). Como se explicó en la introducción, don Gaspar despreció siempre el pensamiento especulativo y solo se interesaba por lo que tenía alguna utilidad práctica. 25 icnografía: véase la nota 22 al verso 74. 26 entena: «lo mismo que antena» (Aut.). 27 ortografía geométrica: «la delineación de la superficie de cualquier cuerpo según su latitud y altura; y es lo que se llama perfil» (DRAE, 1780).

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Es rubio terminado de obscuro competente, es carmesí en el centro y a la luz transparente; cuerpo y cabeza en largo compondrán los dos juntos lo que es raíz cuadrada de veinte y cinco puntos. 105 Patas y entenas dobla por varias coyunturas como el cangrejo y otras marinas estructuras. Naturales corazas más de dos le guarnecen; seis uñas, que seis sables en el furor parecen, de suerte que mi héroe desde que ve la tierra, 110 digan lo que quisieren, nace para la guerra. Un cierto movimiento continuo y peregrino le notan los filósofos del cuello al intestino cual el flujo y reflujo del Océano al Báltico, que será el movimiento que llaman peristáltico28. Y si alguien tiene duda, arguye o dificulta, 115 que allá a Bufón, si quiere, le pase la consulta29. No es punto menos grave el dar sus nombres todos, ya según le apellidan los nietos de los godos, ya según lo conocen los literatos finos, 120 en que lugar sentado merecen los latinos. Según el inglés, «lice»; «laus», alemán sencillo; «pediculus» le llama cualquiera monacillo; el francés «pou» le dice por nombre liso y llano; «pidocchio» se nomina en buen italïano, 125 mas por ahorrar voces, no lo tengáis a enojo, en castellano claro se le llama «pïojo»; de que por hecho claro concluyo como cierto —y ya veis que en el caso no atestiguo con muerto— que es mi dichoso héroe, con sus puntos y comas, volumen traducido en todos idïomas30. 130 Parece he satisfecho la primer circunstancia de dar a su persona el aire de importancia31, 28 peristáltico: «Term. Médico, que se aplica al movimiento de contracción o compressión, que hacen los intestinos, por medio de las fibras transversales o circulares de sus túnicas, para expeler los excrementos» (Aut.). 29 Bufón: el naturalista francés Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), fue uno de los padres de la Biología moderna. Fundó también el Jardin des Plantes de París, que el marqués visitó durante su estancia en la capital francesa y se conocía entonces como «Gabinete Real de Historia Natural». 30 Aunque la construcción suena un tanto extraña, y parece requerir un artículo («en todos los idiomas»), sin embargo optamos por la lectura del original impelidos por la tendencia de Ureña a hacer diéresis. 31 La retórica clásica recomendaba, sobre todo en asuntos nimios o paradójicos como el presente, que se exagerara la importancia del caso. Ureña lo lleva a cabo a partir de la «primer circunstancia» o tópico, es decir, el nombre.

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y ha de serlo sin duda, pues que le vi severo pasear con descaro de través el sombrero, 135 el rapé pellizcando con gran desembarazo y, horizontal poniendo el mollero del brazo32, sorber del polvo un tercio con estruendo y con prisa, darle el otro a la chupa y el otro a la camisa, síntomas que lo anuncian ser, según mi gramática, filósofo tupido de ciencia diplomática33. 140 Toma ya tus compases y toma, musa mía, tu regla y tus pinceles; y pido en cortesía que la pluma me dejes y, benigna y afable, me arrimes un soplico de viento favorable. «En el año...» Mas, ¡guarda!, que la dedicatoria 145 dejaba en el tintero de mi graciosa historia! Póngase en hora buena, que es acto ejecutorio34 también a mi discurso colgar ese abalorio. Vaya, pues, y propicia reciba mi presente, 150 insigne Laín Calvo, tu calva reluciente: A ti, Laín, y a tus barbas, ¡oh gran Nuño Rasura!35 —si es que de pelo y barbas os vendimió natura—, disparo mi poema, pues con razón infiero no ejerció en vos mi héroe su dominio severo. 155 Bajo tales auspicios mecenado y seguro, burlaré los peligros en este lance duro, embotará la crisis sus dientes afilados36 32 molledo: «la parte carnosa y redonda de algún miembro, especialmente de la parte alta de los brazos y los muslos y pantorrillas» (Aut.). La forma mollero es rara, y no aparece recogida en el DRAE, como variante de molledo, hasta la edición de 1925. 33 tupirse: «por translación vale hartarse de algún manjar o bebida, comer o beber con gran exceso» (Aut.). 34 ejecutorio: «lo que pertenece a la ejecución o aprehensión de la persona y bienes del deudor para satisfacer al acreedor» (DRAE, 1815). 35 Jueces legendarios del antiguo reino de Castilla. «Est el linage de Rodric Diaz el Canpeador. Como veni dreytament del linage de Layn Calbo, qui fue copaynero de Nueno Rasuera. Et fueron anvos iudiçes de Castieylla. Del linage de Nueno Rasuera vino l’Emperador. Del linage de Layn Calvo ovo II fijos: Ferant Layniz et Bermun Layniz» (Corónicas navarras [Documentos Lingüísticos Navarros], ed. Fernando González Ollé, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1970, p. 39). «E en tiempo del Rey D. Fruela ficieron los Castellanos dos Alcaydes Nuño Rasuera, é Lain Calvo: de este vino Roy Diaz el Cid: de Nuño Rasuera vino el Conde Ferran Gonzalez» (Cronicón de Cardeña, ed. Henrique Flórez, Antonio Marín, Madrid, 1767, p. 377). Vid.: «puesto que el cuitado fray Gerundio no sólo no era descendiente de los dioses, pero ni aun del Cid Campeador, Laín Calvo o Nuño Rasura, lo que por lo menos era menester para darle la investidura de héroe» (Padre Isla, op. cit. p. 66). 36 crisis: «juicio que se hace sobre alguna cosa en fuerza de lo que se ha observado y reconocido acerca de ella. Es voz en su origen griega, de quien la tomaron los latinos» (Aut.).

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y girará mi pluma con vuelos elevados. Pero ya las tijeras he de meter al tema, y pues que no es decente poner a mi poema de león la cabeza y las piernas de grulla37, a medida del monje cortaré la cogulla38. El año de cincuenta del siglo que va andando, cuando iban ya las damas el pelo remangando39, saliendo los reveses de sus cuellos erguidos de las sombras romanas en que estaban sumidos; cuando la mejor parte, la noble soldadesca, a solas se gozaba de la cabeza fresca y casi cada trozo de la tropa brillante su peluca llevaba marchando por delante, el pïojal imperio se miraba abatido por la tijera, el peine espeso y repetido, los bucles, sortijillas y otros varios inventos que le eran otros tantos venenos y tormentos; pero con el decurso de años veinte cabales la flojera y destreza, proporciones iguales, la primera subiendo, la segunda bajando, el orden de las cosas siguieron alterando hasta que finalmente el de setenta y cinco subió a diversos grados casi casi de un brinco, y aunque a impulso de fuerzas humanas, no divinas,

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37 Guiño al íncipit de la Epístola a los Pisones de Horacio, Sátiras. Epístolas. Arte poética, ed. Horacio Silvestre, Madrid, Cátedra, 2000, p. 535: «Humano capiti cervicem pictor equinam / iungere si velit, et varias inducere plumas / undique collatis membris, ut turpiter atrum / desinat in piscem mulier formosa superne, / spectatum admissi risum teneatis, amici?» («A cabeza humana si un pintor cerviz equina unir / quisiera e incluir variado plumaje, allegando / miembros de todas partes, como para rematar / feamente en negro pez mujer hermosa por arriba, / ¿ante tal espectáculo contendríais la risa, amigos?») (vv. 1-5). 38 cogulla: «el hábito o ropa que visten los monjes basilios, benitos y bernardos; la cual es muy ancha y la traen sin ceñir, llena de pliegues de arriba abajo, con una mangas muy anchas que caen en punta como también la capilla que está pegada al mismo hábito o ropa» (Aut.). 39 arremangado: «vale también levantado hacia arriba, lo que se dice de la nariz, no solo roma sino levantada, y de los ojos cuyos párpados están algo vueltos y levantados contra el natural» (Aut.). Esta costumbre parece proceder de París y el mismo marqués de Ureña, en El viaje europeo del Marqués de Ureña (1787-1788), ed. María Pemán Medina, Cádiz, Unicaja, 1992, cuenta que la sufrió al llegar a la capital francesa, donde fueron necesarios ciertos artificios para ‘arremangarle’ la pelambre, que debía de ser escasa: «Sea como sea, lo que más me consternó fue la poca providencia que hallaba en mi cabellera para erizar sobre mi frente cinco buenas pulgadas de pelo batido, que se hacían indispensable necesidad para estar presentable en los concursos de Corte» (p. 185).

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pasó por mar y tierra diversas sarracinas40. En tal época, meses o días más o menos, a pesar de huracanes, relámpagos y truenos, un pïojo suïzo se vino de camino41 185 desde Brabante a Francia con cierto peregrino, por cuya profesión, piadosamente andante, fue llevado sin costas de Suïza a Brabante. Así bonitamente a León se vinieron, donde él y el peregrino a cenar acudieron 190 cierta noche en un sitio que en término algo charro42 se suele por el vulgo denominar cotarro43. Era mi peregrino zanquilargo, huesudo, de edad provecta, seco y algo ceñudo, 195 blanca guedeja y corta, cejas poco pobladas, ojos celestes claros, ojeras replegadas, la nariz con contera de color almagrado44, barba cana y bigote; con aire de soldado. Supónese lo era, como se colegía 200 al oír de su suerte la genealogía, desde que en los grisones político discierne45 el cuerpo respetable de Zuric y de Berne46, hasta que, según cuenta con método discreto (los hechos colocados por orden de alfabeto),

40 sarracina: la forma «sarracino, -na» como variante de «sarraceno» no se recoge en el Diccionario de la Academia hasta 1925, sin embargo Autoridades da la siguiente definición del sustantivo sarracina: «La pelea entre muchos, especialmente cuando es el acometimiento con confusión y sin orden. Pudo decirse con alusión a los Moros, porque estos pelean con gritería, y sin orden ni concierto. Dícese por extensión de qualquier riña o pendencia en que hay heridas o muertes». 41 El origen suizo del piojo y de su portador no son arbitrarios; como nos recuerda el editor de Eusebio, en la época «suizo» equivalía a «pendenciero», y añade: «En el Renacimiento el nombre de los habitantes de Suiza venía a significar ‘soldado mercenario de infantería’ porque solían servir a potencias extranjeras. Aut. registra la voz «zuiza» como «riña, pendencia y alboroto entre varios» (Pedro Montengón, Eusebio, ed. Fernando García Lara, Madrid, Cátedra, 1998, p. 594, nota 19). 42 charro: «la persona poco culta, nada pulida, criada en lugar de poca policía. En la corte y en otras partes dan este nombre a cualquier persona de aldea» (Aut.). 43 cotarro: «habitación de gente de mal vivir» (Aut.). 44 contera: «el hierrezuelo cóncavo o hueco que fenece en punta y se pone en la extremidad de la vaina de la espada, daga o puñal para que no la rompa ni pueda herir al que topara en ella» (Aut.). 45 grisón: «el natural de cierto país de los Alpes situado en las fuentes del Rihn o lo que les pertenece» (Aut.). 46 La actual Berna.

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de Wachtendonck al lado entre los genoveses47 205 saludaba los corsos con tajos y reveses, y entre los alemanes con siniestro destino corría de alto abajo Mirándola y Piombino48. Por abreviar, en cuanto respectaba al pelaje49, 210 diré en una palabra que era de su equipaje percha que va de marcha con humos de vestiglo50 y tabla cronológica de la historia del siglo. Llegado, como digo, de su parada al puesto larga el bordón a un lado, se sienta y rasca; en esto 215 sus manos lleva al pecho y asiendo con cachaza dos cabos de que penden mochila y calabaza, después que desenreda dos libras bien corridas de cruces y medallas que llevaba prendidas, depone el fardo; y luego con gentil continente toma la calabaza, preséntasela al frente 220 y dale un largo beso, los carrillos hinchados, subiendo hasta ponerla en los noventa grados. Respira y se relame y a su bigote cano le pasa por encima el revés de la mano. 225 Después de saludados con buena cortesía los demás concurrentes de aquella compañía, el lío desenvuelve con orden y concierto (a todo esto el pïojo callado como un muerto), saca un par de espejuelos, en su nariz los monta, 230 y luego una cartera de que con mano pronta presenta cierto libro a toda la asamblea que por pasar el tiempo le suplican que lea. Histoire de la parure estaba intitulado por Mr. de Chatouille, peluquero afamado51, Wachtendonck: Actualmente Wachtendonk, municipio alemán en la frontera con Holanda. Ciudades italianas. Mirándola se sitúa en la región de la Emilia-Romagna y Piombino, en la Toscana. Todo este currículum hace referencia a las diversas guerras europeas de la primera mitad del siglo xviii. 49 pelaje: «met. La disposición y calidad de alguna cosa, especialmente del vestido» (DRAE, 1832). 50 vestiglo: «Monstruo horrendo y formidable» (Aut.). 51 Histoire de la parure: No aparece ningún libro con este título en los catálogos de la Bibliothèque Nationale de France. El nombre del autor parece del todo facticio, pues «Chatouille» en francés significa «cosquillas» o «cosquilleo». Ureña puede aludir al famoso libro de Jean-Baptiste Thiers, Histoire des perruques, Paris, 1690, citado en el Fray Gerundio: «Si hay historia y no mal escrita, por Juan Bautista Thiers, de las pelucas y de los peluqueros, ¿por qué no la podrá haber de los escribanos?» (Padre Isla, op. cit., 685). La cursiva es del original. 47

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y él a la compañía que impaciente lo espera sin gastar más preámbulos leyó de esta manera: «Sabemos por historia la más autorizada que la gran Babilonia miró considerada en el grado sublime por matronas famosas el arte encantadora que ayuda a ser esposas. Ítem que el gran Homero con su pluma galante adorna sus heroínas en manera elegante52, y que allá entre los persas la Dama Favorita, si agregaba la maña al imán de bonita, de rentas de provincias, por cosa muy segura, fundía un guardarropa con la mayor finura; que alojaban con orden en varios gabinetes cinturones y lazos, joyas y brazaletes. Los medos con tïaras ropajes arrastraban53 de mangas anchurosas, al cuello se colgaban cadenas de oro y piedras; y no tengo por cuento que de ajenos cabellos usaban suplemento, se pintaban el rostro, las cejas se teñían. Si esto los medos eran, sus damas ¿qué serían? Despejada la niebla de la barbarie anciana, la pulida ateniense, la fina cortesana54 que al bello mundo griego robaba adoraciones, en botes de pomada, color y confecciones, opiatas y cosméticos, según la historia indica55 al tocador le daba honores de botica.

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Sinéresis en «heroínas». medos: el Imperio medo ocupó una parte de lo que después fue Persia (Media) por lo que muchas veces se designa así a los persas y a varios pueblos del Próximo Oriente: «no sé de qué Sapor se habla porque huvo tres reyes de los medos de este nombre, aunque no se decían reyes de los medos, sino de los persas, por estar la Media entonces sujeta a la Persia» (Benito Jerónimo Feijoo, Theatro crítico universal, o discursos varios en todo género de materias, CORDE, Real Academia Española, 2003, p. 346). 54 Puede referirse a Phriné, la célebre cortesana ateniense de la que se dice que por su belleza fue modelo de las Venus de Praxíteles y Apeles. «Phriné sirvió de modelo a Praxíteles para su Venus de Gnide, y, habiendo visto Apeles durante las fiestas de Neptuno cerca de Eleusis a esta cortesana a las orillas del mar sin más velo que el de sus cabellos sueltos y esparcidos, quedó tan hechizado de su beldad que tomó de ella la idea de su Venus al salir de las aguas» (AntoineLéonard Thomas, Historia o pintura del carácter, costumbres y talento de las mujeres en los diferentes siglos, Madrid, Miguel Escribano, 1773, p. 24). 55 opiata: «composición cualquiera en forma de pasta o pomada que sirve para limpiar y fortificar la dentadura» (DRAE, 1869). 52 53

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No hablaré de sulama de los tiempos de ahora56 ni las fisonomías que la costumbre dora, con que en días nupciales para honrar los festines las novias griegas vuelve estatuas de jardines; mas referir no omito que las antecedentes tocaron las ventajas de los hierros calientes, que el cabello ahuecando en fanfarrones rizos de la figura hermosa doblaban los hechizos. Gastaban la mañana…» (en esto ya el pïojo con atención escucha, abriendo tanto ojo); «gastaban la mañana las romanas beldades en oír de su espejo halagüeñas verdades, volviendo a consultarle por más que les repita una, dos y tres veces ya he dicho que bonita. Pero las que por orden de la naturaleza en partición no hubieron el don de la belleza al espejo apelaban con gestos y guiñadas57, estudiaban mohínes y actitudes forzadas. Y la verdad que hablaba aquel censor severo al revés la tomaban con arte lisonjero. Y (un poeta responde de que digo verdades)58 de la moza acudían a las habilidades, que alguna vez pagaba por lo poco mañosa todo lo que a su ama faltaba para hermosa. No hablo de las esencias, perfumes y pomadas, opiatas y otras drogas con orden colocadas59 en tiendas espaciosas que el gusto disponía, do el femenil achaque de la frisomanía60 hallaba lenitivos según las condiciones, sincopando bolsillos de los ricos varones; allí alfileres de oro para prender los rizos,

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sulama: «At this day the women in the Greek islands make much use of a paint which they call Sulama, which imparts a beautiful redness to the cheeks, and gives the skin a remarkable gloss» (William Alexander, The History of Women from the Earliest Antiquity to the Present Time, London, 1782, 3ª ed., II, p. 144). Se trata de la fuente principal (pp. 139 y ss.) de Ureña para el pasaje sobre la historia de la moda femenina. 57 guiñada: «la señal, advertencia u demostración que se hace con el ojo, cerrándole algo» (Aut.). 58 Juvenal Sat. 6 (nota del autor). Se trata del mismo poema con cuya cita abrió El imperio del piojo. 59 Véase la nota 55 al verso 259. 60 frisomanía: neologismo sobre la base de «frisar», pero no tomado del español, en donde significa «levantar y retorcer los pelitos de algunos tejidos de lana por el envés» (Aut.), sino del francés friser: «rizar, hacerse rizos». Luego se trata de la ‘manía de los rizos’. 56

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dientes artificiales y cabellos postizos que en Maximina y Lelia un poeta tunante61 burlaba algunas veces con sátira picante; había frontispicios de arquitectura extraña que al rostro acomodaba la artificiosa maña; de boj y marfil peines y demás que no explico» (aquí mi buen pïojo torció un poco el hocico); «formaban con barnices de mil composiciones varias fisonomías de las mismas facciones. Los cosméticos fueron y baños detergentes62 ocupación muy seria de sus primeras gentes. Sirva de autorizarme para quien no me crea de Nerón la querida que llamaban Popea. Dígalo si no el baño en que se repulía, que de quinientas burras la leche se bebía63. Con el romano imperio a decaer empieza de tan sublime estudio la primera grandeza, y en mil altas y bajas entre varias naciones siguió siempre el tocado dando mil tropezones. Dilatarme sería cómo, dónde ni cuándo,

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61 Martial, l. 12. Ep. 23. l. 2. Ep. 41. (nota del autor). El primer epigrama (12, 23) al que se refiere Ureña reza así: «Utilizas dientes y cabellos, Lelia, y no te da vergüenza, comprados. ¿Qué harás con tu ojo, Lelia? No se compra» (Marcial, Epigramas completos, ed. Dulce Estefanía, Madrid, Cátedra, 1991, p. 459); el segundo (2, 41) se traduce de este modo: «‘Ríe, si sabes, jovencita, ríe’ había dicho, creo, el poeta pelignio [Ovidio], pero no se lo había dicho a todas las jovencitas. Aunque se lo hubiera dicho a todas las jovencitas, no te lo dijo ciertamente a ti: tú no eres jovencita y tienes, Maximina, tres dientes, pero completamente del color de la pez y del boj. Por tanto, si te fías del espejo y de mí, debes temer la risa del mismo modo que Espanio teme al viento y Prisco la mano, como Fábula, blanqueada con greda, teme la lluvia o como teme Sabela, blanqueada con cerusa, el sol. Adopta un gesto más severo que la esposa y que la nuera de mayor edad de Príamo, evita los mimos del cómico Filistión y los banquetes demasiado festivos y todo lo que por su licenciosa procacidad distiende los labios con franca carcajada. Te conviene sentarte junto a una madre afligida y junto a la que llora a su esposo o a un hermano cariñoso y disponer de tiempo libre solamente para las musas de la tragedia. Además tú, siguiendo mi consejo, llora, si eres juiciosa, oh jovencita, llora» (Marcial, op. cit., pp. 113-114). 62 detergente: «lo que limpia o purifica» (DRAE, 1837). 63 Popea Sabina (30-65) fue amante de Nerón y después, su mujer, tras convencer al emperador de que se divorciara de su esposa Claudia Octavia. Vid. la Historia natural de Cayo Plinio Segundo. Traducida por el licenciado Gerónimo de Huerta, Madrid, Luis Sánchez, 1624: «Bebida [la leche del asno] refrena la fuerza de los venenos, y también, lavándose con ella, las damas curiosas deshacen las rugas del rostro y deja hermosa tez, y aun tienen por cierto que le blanquea, y así se cuenta de Popea, mujer de Domicio Nerón, que tenía quinientas burras paridas en cuya leche se bañaba todo el cuerpo para que le quedase el cuero blanco, delgado y liso» (p. 473). Modernizamos la grafía.

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basta para mi intento decir que barbeando64 el siglo diez y seis con el que le seguía, según L’Etoile —tratando de la frisomanía—, 315 por París paseaban las monjas, y no locas, que de rizos y polvos componían las tocas65. De estos en nuestra era extraños fenomenos66 un siglo deplorable» (aquí no pudo menos de mi ilustre pïojo el espíritu ardiente 320 que irse pasito a paso asomando a la frente); «un siglo deplorable de pera y de bigote67 y cabellos de damas ligados al cogote, de la bella manera de la antigua finura degeneró en la necia quijota compostura68. ¡Oh tiempos, oh costumbres! Mas ¿para qué vivimos69 325 los que de patriotas estímulos sentimos? Toma, lector amado, y seas el que seas presenta a las hermosas y también a las feas, barbear: «metafóricamente se toma por allegarse, acercarse y arrimarse mucho a alguna parte, y así de la flota o armada que se acerca a tierra junto a alguna ciudad o provincia se dice que está barbeando sobre ella y cuando alguna tropa de caballería se arrimó mucho a una plaza siguiendo al enemigo que llegó a barbear con la empalizada o con la estrada encubierta» (Aut.). 65 Se trata de Pierre de l’Étoile (o de l’Estoile) (1546-1611), historiador y memorialista parisino que escribió sobre los reinados de Enrique III y Enrique IV. La noticia la trae Antoine Vincent Arnault, Oeuvres. Critiques, philosophiques et littéraires. Tome III. Paris, Bossange, 1827: «En 1593, si l’on en croit Pierre de l’Estoile, on vit à Paris des religeuses se promener poudrées et frisées» (p. 277). Tanto Ureña como Arnault se refieren al siguiente pasaje: «Le Mercredy 8. Decembre, Commolet precha les Religieuses que les Gentilshommes promenoient tous les jours à Paris par dessous les bras, comme à la verité on ne voyait autre chose que Gentilshommes & Religieuses accouplés, portant lesdites Religieuses sous le voile vrais habits, & façons de courtisannes, fardées, poudrées, masquées et vilaines en paroles» (Pierre de L’Étoile, Memoires pour servir a l’histoire de France. Tome second. Depuis 1589 jusqu’en 1611, Colonia, Herman Demen, 1719, p. 161). 66 Como evidencia la rima, la palabra «fenómeno» era de acentuación llana para el marqués. Esta vacilación acentual era común en la época para los préstamos del griego como términos técnicos y filosóficos. Vid., por ejemplo, Lorenzo Hervás y Panduro, Historia de la vida del hombre o idea del universo, Madrid, Imprenta de Aznar, 1789, II, pp. 416-417: «Al abuso vicioso de la Poesía se debe atribuir también el raro fenoméno del monstruoso é increíble embeleso, que contra toda razón causan en el alma encantada de los Poetas la fábula irracional, y la misma falsedad manifiesta». 67 pera: «llaman también aquella porción de pelo que por gravedad se dejan crecer los eclesiásticos y doctores en la punta de la barba. Díjose porque ordinariamente es de la hechura de una pera» (Aut.). 68 quijota: el adjetivo parece inventado por Ureña ya que no se documenta este uso. El DRAE (1817) da quijote como sustantivo aplicado al «hombre ridículamente serio o empeñado en lo que no le toca». 69 ¡Oh tiempos, oh costumbres!: recuerdo del ciceroniano «O tempora, o mores!» del primero de los discursos contra el taimado Catilina (I, 2) (Cicerón, Catilinarias, ed. Francisco Campos Rodríguez, Madrid, Gredos, 1994, p. 8). 64

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de mis tareas fruto, ese don consumado, que es lo que saco en limpio de todo lo ensartado; y aunque es fruto que tarde se logrará maduro, quizá para mi gloria verá el siglo futuro, reliquias de que siempre en las cultas naciones abundaron patricios de buenas intenciones». Ya estas últimas frases apenas se entendían, envueltas en bostezos que las interrumpían. La cena y el cansancio, efecto del camino, a descansar llamaban al lector peregrino, tal que a muy poco rato quedó sin más enojos dormido con su libro y con sus anteojos. El sueño en actitudes raras y diferentes fue asimismo fijando los demás concurrentes, de suerte que en el libro se nos quedó guardado el curioso fragmento del arte del tocado. Pero el pïojo altivo dijo detrás de un voto: «A fe no lo has echado en ningún saco roto». Parose un tanto cuanto y sin oír más razones fue hinchando poco a poco sus cóncavos pulmones y, esforzando el torrente de viento que ha cogido, prorrumpió de repente en un fuerte bramido. A tal novedad corren en diversas patrullas los pïojos, cual suelen en su tiempo las grullas70. Fórmanse, pues, en orden los fieros batallones, inúndase aquel sitio de fuertes campeones; atónitos escuchan, y dijo con arrojo desde el trono elevado el insigne pïojo: «¿Y queréis que os renueve el dolor inefable del reino ya perdido? ¿Que refiera, que hable71 de sucesos funestos que oscurecen la gloria de los célebres fastos de nuestra antigua historia que ojeé en pergaminos de centurias pasadas, de infamia y vilipendio las páginas manchadas? La pïojal progenie que en siglos anteriores

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70 grullas: aves migratorias que vuelan en bandadas ordenadas siguiendo siempre a una de ellas que hace de guía. «Las abejas nos dan exemplo en reconoçer un rey y un superior y las grullas en seguir a un capitán en orden una tras otra» (Sebastián de Horozco, Libro de los proverbios glosados, ed. Jack Weiner, Kassel, Reichenberger, 1994, p. 198). 71 Remedo de la Eneida, II, 3-5: «Infandum, Regina, iubes renovare dolorem, / Troianas ut opes et lamentabile regnum / eruerint Danai» («Espantable dolor es el que mandas, / oh reina, renovar con esta historia / del ocaso de Ilión, de cómo el reino, / que es imposible recordar sin llanto, / el Griego derribó», Virgilio, op. cit., p. 163, vv. II, 4-8).

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trató familiarmente con reyes y señores 365 ¿ve humeando —cadalso de muerte anticipada— con su sangre el recinto que coge una pulgada y llevar su deshonra, sin haber quien lo gruña, el rústico villano en la punta de la uña? Al gran Sgratiñani, pïojo italïano72, 370 registro en las historias cuando corría en vano desterrado sin tiempo de las lomas toscanas a hallar asilo bajo las lunas otomanas; cuando el rapado turco «no ha lugar» —le decía—, «que por mi ley me lavo siete veces al día». Ya del piojo Rasqueta, andaluz macareno73, 375 cuarta o quinta progenie del pardo sarraceno, los penosos rodeos con dolor imagino cuando, a China llevado por rigor del destino, al fin de mil afanes se mira sin amparo sobre el casco lampiño del mandarín avaro. 380 Leo más y registro, a derecho y a tuerto, al pïojo Desongles, francés vivo y despierto74, correr a la inclemencia la tez que no arrebola75 la habitadora inculta de la remota Angola. 385 ¿Quién, pues, miserias tantas y tales refiriendo, no deja ir sin tino las lágrimas corriendo76 al ver los que algún tiempo vivieron halagados en cojines de plumas, de cortinas cerrados, salir el duro enero con riesgo y sin abrigo 390 al sol en la camisa del infeliz mendigo, y verse apellidados de poetas pedantes viles diminutivos de los entes rampantes? ¡Ah! corramos el velo a casos tan odiosos, no cabe tolerarlos en pechos generosos. A recobrar os llamo conocidos derechos 395 72 Nombre burlesco sobre un supuesto sgratignare italiano, palabra apenas documentada. Su raíz más probable es el verbo francés égratigner, que significa «rascar». 73 rasqueta: «instrumento con que se rae alguna cosa. Llámase también rascador» (Tomas Connelly y Tomas Higgins, Diccionario nuevo y completo de las lenguas española e inglesa, inglesa y española, Madrid, Imprenta Real, 1797, t. II, p. 383). macareno: «guapo, baladrón o que afecta valentía. Pudo tomarse de los que viven hacia el barrio de la puerta Macarena en Sevilla» (Aut.). 74 Desongles: otro nombre burlesco que en francés significa literalmente «uñas» o «de las uñas». 75 arrebolar: «hermosear dando el color del arrebol. Es usado en lo Poético» (Aut.). 76 Evidente recuerdo de la Égloga I de Garcilaso: «Salid sin duelo, lágrimas, corriendo» (Poesías castellanas completas, ed. Elias L. Rivers, Madrid, Castalia, 1989, pp. 121, v. 70).

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si vive todavía, si vive en vuestros pechos tal cual leve centella de aquel ardor bizarro. Salgamos, ¡oh pïojos!, salgamos del cotarro y llevemos la roña y llevemos la tiña 400 extendiendo el asombro por la vasta campiña», dijo, y apenas hubo acabado el discurso la conmoción se nota en todo aquel concurso; con rumor sordo y vago que a motín amagaba de aquella vasta nave el hueco resonaba. Mas cata que la Tiña, de su hermana seguida77, 405 que por el nombre Roña está bien conocida y moraba no lejos del sitio ya nombrado, quizá por un diablo que, conchudo o taimado78, en las revoluciones que el pïojo tramaba 410 algún grave proyecto también interesaba, reciben el aviso y en dicha coyuntura a los mínimos términos reducen su estatura. De becoquín funesto la Tiña se cubría79, con pasos presurosos la Roña la seguía, 415 de color de pajuela vistiendo un largo traje. Su próxima llegada avisan al paraje por viento penetrante de azufre y de cerote80, que, al héroe pïojo tocando en el bigote, le anuncia algún extraño raro acontecimiento. 420 Preséntase de golpe y, en el fatal momento, cuando los campeones de la turba esforzada, con los ojos saltando, la faz ensangrentada, fieros echan mirando de aspecto centelleante81 al Norte, al Mediodía, al Poniente, al Levante, catar: «ver, mirar, registrar» (Aut.). conchudo: «en lo literal vale cubierto de conchas. Úsase común y familiarmente por metáfora y se apropria a la persona que es muy recatada, cautelosa, astuta y reservada y difícil de engañar» (Aut.). 79 becoquín: «birrete o solideo con orejeras. Es voz tomada del italiano pero de poco uso. Tráela Covarrubias en la palabra Beca, y dice que en toscano llamaron así a la beca porque cubría el rostro» (Aut.). 80 cerote: «masilla o pasta compuesta de pez y aceite de que usan los zapateros para untar o encerar los hilos con que cosen los zapatos» (Aut.). Se trata de una sustancia amarga, pegajosa y pestífera como se colige de otra mención del autor en el «Prólogo» a La Posmodia: «Supuesto lo dicho, si lo coge el diente más desapiadado tengo el consuelo que si no muerde la lima, como el culebrón de Alciato, morderá un pelotón de pez griega, cerote y trementina, que si llega a meter los dientes no los podrá desencajar a dos tirones» (BNE, Ms. 2287, fol. 2v). 81 fieros: «usado en plural significa bravatas y baladronadas con que alguno intenta aterrar a otro» (Aut.). 77 78

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viendo aquellos espectros entrar desaguisados, 425 a la fuga sin tino se dan precipitados. Cual corre, cual tropieza, por más que el gran pïojo les grita reventando de cólera y enojo; a nada dan oídos, tal que con desafuero dos grandes adalides que del orden primero 430 ocupaban los puestos de más categoría, dando frente con frente sin guardar cortesía, de tal modo se avisan su necio desatiento82 que recíproca muerte se dan en el momento. 435 Pero la mayor parte con gentil entereza del cuerpo respectivo se tiene a la cabeza. Ínterin que al aspecto del lance lastimoso desprecia los cobardes el guerrero famoso; y luego que las damas saluda cortésmente, «Veo su fuga», les dice, «y me es indiferente; 440 el ver vuestro desaire, que miro como mío, empeñará en el lance todo mi poderío. Vuestra vista, señores, limpió mis escuadrones de aquella vil canalla de inútiles follones. 445 Mas esta de mis huestes porción más aguerrida a vengar tal agravio brïosa se convida. Será vuestro cuidado sondar vuestro albedrío, ejecutar al punto será el empeño mío». «Generoso mancebo», la Tiña le responde, «basta ya, pues ni ignoro ni tampoco se esconde 450 al mundo entero cuándo de los hados impíos la vuestra causa y nuestra sufrieron los desvíos, corriendo casi siempre por términos iguales la misma alternativa de bienes y de males. 455 A daros, pues, auxilio y a pedirlo venimos, pues que tales memorias lloramos y sentimos. Esta que me acompaña, batiéndome la estrada83, os dice lo que digo, con no deciros nada, pues es de los roñosos antiguada manía ahorrar las razones a fuer de economía84. 460 Por premio solo exige nuestra beneficencia, desatiento: «turbación, enajenación del sentido y tiento» (Aut.). batir la estrada: «Phrase Militar. Reconocer, registrar la campaña, por si hay alguna gente enemiga oculta y encubierta, y si en los caminos hay algún embarazo o riesgo» (Aut.) 84 Aprovecha la doble significación del término: «el que tiene roña» (enfermedad) y el «avaro y miserable». Aut. da una última acepción de roñoso: «vale también miserable, mezquino, o ruin». 82 83

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respecto a vos y vuestra ilustre descendencia85, el vernos al esfuerzo de vuestro ardor valiente colocadas en solio más digno y eminente», 465 dicen y se retiran, cuando en aquel momento atraviesa el espacio del sabido aposento con paso presuroso un feroz personaje que goza puerta franca sin anuncio de paje; de los de tal esfera que por antigua usanza pasean en pelaje de toda confianza 470 y suelen por derecho de posesión seguida tratar de la república la gente más florida: uno, digo, de aquellos que comen y se tapan de lo que unos desechan, de lo que otros no rapan, 475 en cuya profesión sus mayores y ellos a la par van creciendo que crecen los cabellos. A este le cupo en suerte correr con las cabezas de unos músicos entes cuya esfera y proezas ascienden y descienden en métrica armonía 480 según de los poetas gira la fantasía. Unos hablan en tono grave, profundo y lleno; otros son animales del género epiceno que alegran del teatro la oyente comitiva diciéndoles las solfas octavas más arriba86; otras ya como reinas, ya como contadinas87, 485 escupen de la rees y tragan esterlinas88, pesos duros, luïses, rixdahllers y zequines89, los bolsillos barriendo de francos y ruïnes90, 85 respecto a, o respecto de: «mod. Adv. En comparación, en atención, en consideración» (DRAE, 1803). 86 Las dos perífrasis encadenadas aluden a los peluqueros y a los cantantes de ópera, respectivamente. Al clasificar las voces, Ureña distingue entre los bajos, de «tono grave», y los tiples o altos, que considera del género epiceno porque cantan con voz femenina, por encima de los tonos del hombre. También puede referirse a los castrati o contratenores, de moda en los teatros europeos del siglo xviii. Vid. Patrick Barbier, The World of the Castrati: The History of an Extraordinary Operatic Phenomenon, London, Souvenir Press, 1998. 87 Ahora describe los papeles de las mujeres en la ópera, como reinas o bien campesinas («contadinas», en italiano). 88 rees: se refiere probablemente a la nota «re», aunque puede haber un juego de palabras con res, «cosa» en latín, que acaba significando «nada» en varias lenguas romances; o con la dificultosa pronunciación del sonido vibrante español para los cantantes extranjeros. 89 Monedas de Inglaterra, España, Francia, Holanda y Venecia, respectivamente. A su paso por Holanda, el marqués de Ureña, Viaje, p. 491, deja constancia de la equivalencia del rixdaler: «La travesía, de 24 leguas, por mí y por mi criado, con gasto de mozo de carga, me costó 2 rixdalers (40 reales a corta diferencia)». 90 ruin: «se toma asimismo por el mezquino, miserable, escaso y avariento» (Aut.).

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gajes bien ordinarios del miserable empleo de los que no renuncian al demonio Asmodeo91. 490 Aquel que espolvorea la ya expresada gente ahueca, peina, emplasta y apresta diligente, pudiendo bien decirle a los que no son sordos que al diapasón le peina entrambos tetracordos92, 495 guardaba en su revista por útiles razones el orden de ir dando fin por los más poltrones93. Acudió de mañana este tal perdulario al susodicho hospicio, en donde de ordinario al capellán solía peinarle la peluca. Llega, toca la puerta, el adalid lo cuca94, 500 y a su guerrera grey con un denuedo ardiente este razonamiento dispara de repente: «Llegó la fatal hora, pigmeas criaturas, en que, al ver el arranque de nuestras travesuras, diga el mundo pensante que aún se ve en sus distritos 505 nacer gigantes casos de padres pequeñitos. Ya nos vemos al frente de la plaza primera que ha de ser digno empeño de nuestra saña fiera, Hock, Graiffer, La Pincete, Brachini, Garra fuerte95, vos a quienes siguiendo mis tiendas, una suerte96, 510 una salud y causa plugo abrazar conmigo y morir con indómita cerviz, a vos os digo: preparad de coraje los pechos cosquillosos 91 Uno de los demonios de la tradición hebrea y cristiana, comúnmente asociado a la lujuria: «Dice Geminiano aquí que el mudo de hoy estaba poseído del Demonio de la soberbia, que es Lucifer, del de la Lujuria, que es Asmodeo» (José de Jesús, Quatro Quaresmas continuas reducidas a una, Barcelona, Rafael Figuer, 1706, en el Índice final, sin paginación). Modernizamos la grafía. «Asmodeo, espíritu incitador de la lujuria, huyó de la oración de Sara, mujer de Tobías el mozo» (José Ortiz Cantero, Directorio Cathechistico, el cristiano ilustrado en la fe. Tomo segundo. Madrid, Diego Martínez Abad, 1708, p. 329). 92 Términos musicales. Como explica el propio marqués de Ureña, Reflexiones, p. 358, el diapasón corresponde a lo que hoy llamaríamos «escala», compuesta por dos grupos de cuatro notas o tetracordos: «Pero nuestro diapasón consta de dos tetracordos disjunctos; entran en él ocho cuerdas y procede de otro canto primitivo diverso del de los Griegos». 93 Dialefa en «de ir». 94 cucar: «hacer burla, mofar» (DRAE, 1780). 95 Nombres burlescos que significan o están relacionados con «garra» y «pinza» en varios idiomas. 96 Lucano, Pharsal. lib. 9 (nota del autor): «O quibus una salus placuit mea castra secutis / indomita ceruice mori, conponite mentes / ad magnum uirtutis opus summosque labores» [IX, vv. 379-381] («Oh vosotros que, siguiendo mis armas, escogisteis como única salvación morir sin doblar la cerviz, aprestad vuestros ánimos para una gran empresa de valor y para esfuerzos supremos»). Vid. Lucano, La Farsalia, ed. Víctor José Herrero Llorente, Madrid, CSIC, 1974, tomo III, p. 64.

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a proezas enormes y trabajos penosos. Séanme compañeros aquellos que conmigo mis riesgos correr quieran, siéndoles yo testigo cuando lo hacer así, con espíritu ardiente, juzgaron por heroico pïojal y valiente; mas los que prefirieren vivir horas poltronas, cual viles malandrines, vayan a escardar monas. O soldado o caudillo, embestiré a serpientes, basiliscos y fieras con garras y con dientes, que para el esforzado trabajos y rigores son mazapanes, natas, pestiños y alfajores». Dijo, y allí al instante el congreso severo resolvió por asalto tomar al peluquero. Formada la columna sale la tropa al frente, y luego a la sordina se fue bonitamente escalando las piernas con paso majestuoso mientras el peluquero menea presuroso las manos y cabeza, precisa circunstancia para dar al peinado donaire y elegancia. Conviniérale en lance de tal naturaleza mover las pantorrillas mejor que la cabeza, mas el pobre diablo por tristes conclusiones les entregó la plaza sin capitulaciones. En estas circunstancias el héroe pïojo sus tropas reconoce y, abriendo tanto ojo, al campeón Horqueta señala con un cuerno y al punto de la plaza le confiere el gobierno. Dale sus instrucciones y se vuelve al destino de los andantes trapos del viejo peregrino, mas porque los lectores no tengan a manía que, expresando los nombres de tanta animalía, oculte el que distingue a mi ilustre pïojo, allá va, ¡fuera afuera!, direlo con arrojo. Hirnbohrend se llamaba, en pïojo suïzo apelativo nombre y propio, no postizo. Son germánicas voces que interpreta el discreto, El que taladra el casco en castellano neto. Pero yo, que no gusto de sangrar apellidos para que de robustos se vuelvan relamidos ni sincopar los nombres como muchos poetas por que a la rima vengan a modo de calcetas97, 97

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calceta: «jocosamente se toma por el grillete que se pone en la pierna del forzado» (Aut.).

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he omitido y omito y omitiré adelante 555 del esforzado bicho el nombre retumbante por ahorrar angustias a los oídos finos si mi poema pasa por labios femeninos. El paréntesis baste y volveré a mi asunto, puesto que está zanjado de erudición el punto. 560 Vuelto a su gabinete, como diciendo iba, dicen los refugiados quedito «¡viva viva!»; aquellos que en aprietos recientes y pasados de pánicos terrores huyeron acosados 565 y pasito a pasito se fueron a andurriales en donde el sol no suele dar a los racionales. Óyelos y, al momento, esforzando el torrente de su aguda elocuencia y alentando su gente con la gloria de tanto excomunal guerrero98 que arrostró los peligros de aquel empeño fiero, 570 subiendo cual si fuera algún albaricoque sin efusión de sangre ni cosa que le toque, con máximas sutiles los exhorta siquiera a que dieran los golpes de la misma manera y a coger los contrarios dormidos o maduros99, 575 que son siempre en la guerra los lances más seguros. No se le malograron sus sabias intenciones según de sí lo dieron mil otras ocasiones del cotarro alojados en la plebe ambulante como el lector curioso verá más adelante. 580 A mi héroe dejemos y a los otros volvamos que allá en el peluquero de guarnición dejamos. Salió este, como dije (¡ah pobre si supieras lo que va maquinado bajo tus faltriqueras!), 585 haciendo por su turno las sólitas visitas a barbados, lampiños, a feas y bonitas. Mas no se ve, ni ha visto, ni se verá de estado un criminal famoso mejor asegurado. A la tercer visita tal furor le trabuca 98 La forma excomunal por descomunal no la recogen los diccionarios académicos; sin embargo, es uso que documentamos en nuestro autor más de una vez: «Pero se gastan diez mil pesos: ¿y en qué? En un enmaderado excomunal, recargado atrozmente de pegotes de talla» (Reflexiones sobre la arquitectura, pp. 288-289); «Las embarcaciones que en este río trafican sobre París son especie de chatas en que silgan las maderas, y por medio de unos timones escomunales puestos al canto, corren el río sin tocar en las orillas» (marqués de Ureña, Viaje, p. 196). 99 maduro: «significa también avanzado en edad» (Aut.).

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que salió como toro picado de la cuca100. 590 Pero el lance forzoso en tal aprieto era de un tiple femenino peinar la cabellera. Urgíanle los picos de la maldita grey y entró precipitado, diciendo «¡viva el Rey!». Los que se guarecían bajo de la camisa 595 a que se despachara le daban tanta prisa mientras escarmentaba la teatral princesa que empezó en el amable y acabó en giga inglesa101. De sebo, pelo y polvos por recurso sencillo 600 halló en la tal urgencia formar un revoltillo y, por lo muy poblada de nativa espesura la música cabeza de dicha criatura, resultando el compuesto de escomunal grandeza102, halló por conveniente ponerle en la cabeza, 605 en vez de gasas, plumas, o de otro suplemento, ser de moda flamante el dicho pensamiento. En tal tiempo agitado con diversas posturas goteó de la manga vivientes criaturas, las cuales, bien cebadas, en tiempo limitado del lineal guarismo montaron al cuadrado. 610 Al proseguir corriendo aquel pieza famoso103 su turno acostumbrado, con brazo dadivoso cizaña fue sembrando de camino que araña104 cráneos y pelucas con presurosa maña. 615 Mas el teatral ente, de solfas espetera, se prepara entretanto cual Zenobia guerrera105. cuca: «gusano pequeño, lo mismo que Cuco» (Aut.). Se trata de dos tipos de baile, solemne y lento el primero, precipitado y rápido el segundo: «Amable. Coreogr. ant. Baile o danza francesa muy magestuosa. Era como la llave de todos los bailes serios, estimable no solo por el buen gusto, sino también por su honestidad» (Ramón Joaquín Domínguez, Diccionario nacional o gran diccionario clásico de la lengua española. Suplemento, Madrid, Mellado, 1840, p. 42); «Yo no he visto que el ver saltar o el ver correr incite tanto al movimiento como el oír la Música de una Contradanza, de una Giga Inglesa o de una Alemanda» (marqués de Ureña, Reflexiones, p. 396). 102 Variante de «excomunal», habitual en la prosa del marqués de Ureña. Vid. la nota 98. 103 pieza: «se llama comúnmente el truhán o bufón, y así al que es sabandija palaciega se dice que es pieza de Rey» (Aut.). 104 meter o sembrar zizaña: «Phrase metaphórica que vale causar disensiones o echar especies que inquieten a los que antes estaban concordes y amigos, o introducir perniciosas costumbres» (Aut.) 105 Zenobia, reina de Palmira en el siglo iii, se enfrentó al Imperio romano para crear el suyo y llegó a conquistar Egipto. «Zenobia, reina de los palmerinos, del linaje de los Tolomeos: con su ejército venció a Sapor, rey de Persas, y le quitó la Mesopotamia» (Cristóbal de Villalón, El Scholástico, ed. Richard J. A. Kerr, CSIC, Madrid, 1977 p. 187). Modernizamos las grafías y la puntuación. 100 101

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De marcial uniforme el rostro coloría con carmín y cerusa, postas del claro día106. Procediendo actitudes y raras contorsiones, 620 pasa de las coquetas a tomar las lecciones al cristalino libro donde, gesticulando107, del corazón estudian por conseguir el mando. Se observa y aprehende que a sus ojos le dice afectos de Ariadne, de Dido y Berenice108. 625 Con esto se derrite, se ensancha y regodea y tremola las grímpolas de la gran chimenea109. Sacúdese la falda, sale y en silla andante, como caja de azúcar, la llevan a que cante. Llega, pues, y a su turno le presenta en la escena 630 al alegre concurso la pomposa melena; y, ejerciendo un imperio sobre canoras tropas tal cual sobre los naipes ejerce el rey de copas, admira al bello sexo, sus atenciones roba, tal sonríe, tal tose, tal guiña, tal se emboba. Al ver el fenomeno salen los que jinetes110 635 de las narices graves sobre los caballetes en personajes muchos autoridad indican, y ahora lleva en sus brazos del Ípsilon que aplican extranjeros influjos de modernas estrellas por bajo de los ojos, con niñas o sin ellas111. 640 A otro día los pajes salen en comisiones para emprender de pelo nuevas expediciones, tal que al motor afirman le salió buenamente a lüis el pïojo por cálculo corriente112. cerusa: «albayalde» (DRAE, 1837). cristalino libro: perífrasis por “espejo”. 108 Ejemplos de mujeres seductoras y a la vez protagonistas de famosas óperas del siglo xviii. Ariadna pretendió seducir a Teseo al suministrarle el hilo con el que este podría salir del laberinto después de matar al Minotauro. Es el personaje central de la ópera Arianna in Creta de Händel. La Didone abbandonata es un libreto de Pietro Metastasio musicado por diversos compositores a lo largo del siglo xviii: Nicola Porpora, Leonardo Vinci, Domenico Sarro, Baldassare Galuppi, Johann Adolph Hasse, Niccolò Jommelli, Tommaso Traetta, Giuseppe Sarti y Niccolò Piccinni. Berenice, regina d’Egitto es otra de las óperas de Händel y se basa en la biografía de Berenice III, reina de Egipto en el s. i a.C. 109 grímpola: «la bandera larga y angosta partida por medio, que hace punta, las cuales se ponen en los topes de los navíos» (DRAE, 1803). 110 fenomeno: vid. la nota 66 al v. 317. 111 Oscura perífrasis. Debe de referirse a los anteojos y binoculares que lucían los nobles y altoburgueses para presenciar los espectáculos desde sus palcos. 112 luis: moneda francesa de la época. María Pemán Medina nos da la equivalencia de la época: «1 luis de oro = 91 reales v.» (El viaje europeo del marqués de Ureña, p. 599). 106

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El capellán que dije se hallaba descuidado 645 con todos los perfiles de abate refinado, a una beldad leyendo galantes poesías cuando un arpista diestro le toca las folías por bajo la peluca en sitio retirado donde con maña astuta se hallaba atrincherado. 650 Ya las cejas arquea, ya en el cuello se sume, ya en honor de los rizos se aburre y se consume; y en el desasosiego que el juicio le trabuca, renuncia en adelante por siempre a la peluca. 655 De este el sistema siguen por iguales razones otros muchos pelucas y otros mil pelucones, y a las damas tan solo les quedó reservado el tráfico exclusivo del pelo preparado de enharinados entes por químicos esmeros para bien de hospitales y de sepultureros. 660 Al punto se habilitan diversos postillones113 que en París se fabrican de cartón y jirones y luego, arrebolados con rostro cristalino, llevan nuevas que importan al sexo femenino 665 a la Süecia fría, a la Rusia espaciosa y al extremo templado de la Bética ociosa. Pero al cabo de días y diversos azares que el inconstante mundo produce por millares, a París se volvieron los dichos trampantojos oxeando mosquitos y abrigando pïojos114. 670 Diré cómo, arreglado a verdad y conciencia, si el lector me concede un poco de paciencia. Noten que a mi pïojo sus medidas prudentes dieron lugar en medio de las primeras gentes y que logró tenerlo, quedando atrincherado, 675 a fuer de salchichones de pelo preparado; invención desde luego entre los ingenieros nunca vista ni ahora ni en los siglos traseros. Pero como el destino al héroe acrisola 680 como el huevo a la azúcar en una cacerola, del fiero rascamoño el moderno expediente115 113 postillón: «el mozo que va a caballo delante de los que corren la posta para guiarlos y enseñarlos el camino, el cual solo corre desde una posta a otra y se vuelve a traer los caballos» (Aut.). 114 oxear: «por analogía vale espantar y ahuyentar de cualquier suerte alguna cosa» (Aut.). 115 rascamoño: «lo mismo que rascador por la aguja que llevan las mujeres en la cabeza por adorno» (DRAE, 1803).

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con el proyecto agudo dio en tierra brevemente, a equivaler viniendo el dicho tagarote116 a bombas, a granadas, carcasas y rebote117. Reducidas las cosas a tan crítico estado nuevo sistema entabla un caudillo taimado. Tenía de algún tiempo estrecha confianza con el viejo meollo de una que por usanza118 solía hacer modesto papel de centinela a otra de quien pudiera tenerse por abuela, y aunque de ajena alcurnia, generación o rama a lo teatral suele denominarse «mama»; palabra tan usada como clara y sencilla, que a tales avestruces les viene de perilla. Esta, pues, en el punto en que a tomar consejo pasaba la educanda del confidente espejo cuando a un nocturno empeño las armas prevenía que amor, el gran diablo, de su manejo fía, provista acompañaba de ciertos perejiles para dar al tocado los últimos perfiles. Al tiempo que la joven a la luz examina de la faz que acicala la gracia peregrina, a la vieja el pïojo dio tal aguijonazo que, acudiendo al socorro, apresurado el brazo impelió la bujía con maña tan ligera que, acometiendo el fuego la hueca cabellera, el incendio consume la mitad por atajo de mantequilla, polvos, cabellos y trabajo. Reparar el desastre con prontitud urgía porque absolutamente el lance lo pedía. El caso de contado se le remite al ente a que en toscano llaman il cavalier servente, que a correr se destaca todos los vericuetos119

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116 tagarote: «especie de halcón, del color del neblí, aunque más pequeño, pero de grande ánimo, tanto que acomete a todas las aves» (Aut.). 117 carcasa: «especie de bomba cuya materia exterior es un saco o unos aros de madera; esta se llena de uno de los mixtos de fuego, sembrando en él repetidas granadas y se arroja para que se introduzca en la ciudad con mortero como las bombas» (Aut.). rebote: «en las batallas en campo raso conviene más el tiro directo rasante que el de rebote, porque las desigualdades del terreno pudieran hacer rebotar en mal sentido el proyectil, y así solo cuando es llano serán útiles los tiros de rebote» (José Odriozola y Oñativia, Compendio de artillería, Madrid, Fuentenebro, 1827, p. 257). 118 meollo: «ant. Se toma también por el cerebro o la parte donde están los sesos» (DRAE, 1803). 119 destacar: «nombrar, elegir y separar una porción de soldados del cuerpo principal para alguna acción, escolta, guardia u otro fin» (Aut.).

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donde para cabezas se fabrican coletos120; y tardando los vivos en reparar la quema, dispone que los muertos resuelvan el problema. El caso fue —direlo sin afectar misterio— que a pasar acertando por cierto cementerio el portero, que es uno de aquellos animales que viven de que mueran los entes racionales, saliéndole al encuentro y su cuita advirtiendo, le franquea los senos de aquel lugar horrendo, la moneda mediante con que el siniestro hado a explorar aquel sitio le obliga desusado. Allí, mal prevenido, por fin se figuraba entre aquellos despojos hallar lo que buscaba, aunque haber de dar pasos era pesada historia por sitios que no anda la juvenil memoria. El perrito faldero seguía diligente de la tal Amarilis al pulido cliente, que, provisto, desciende de su enorme linterna a registrar el hueco de la oscura caverna. La noche que al espanto los pasos apresura, del sitio no pisado la dilatada anchura, de la luz el vislumbre que en cóncavo lejano espectros pinta al miedo con invisible mano, las mohosas paredes, mil insectos errantes, el silencio profundo de aquellos habitantes, osamentas que impiden las trémulas pisadas al espíritu apuran las fuerzas reservadas. En fin, cuando ver piensa lo que al azar le empeña una árida cabeza nota que le hace seña; y así, como negándose a su errada porfía, en acción silenciosa un «no» le profería. El pelo se le eriza, tiembla, vacila y, yerto, casi, casi expiraba; mas, a derecho o tuerto, el perrillo faldero con una saña fiera embistió de repente contra la calavera; y al momento, acosado, con paso presuroso salió como relámpago el santo milagroso. Recóbrase el mancebo, pero más de corrida el ratoncillo gana del sitio la salida.

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120 coleto: «vestidura como casaca o jubón que se hace de piel de ante, búfalo u de otro cuero. Los largos como casacas tienen mangas y sirven a los soldados para adorno y defensa, y los que son de hechura de jubón se usan también para la defensa y abrigo» (Aut.).

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Huyó, pues, como digo, y apresuradamente se volvió sin recurso el gallardo valiente. Llegó, pintó el suceso de su fuerte aventura; el caso daba prisa y el discurso se apura. Nemine discrepante vota en fin el consejo121 que se saquen las tripas a un taburete viejo. Al punto se ejecuta y aquel vientre cerdoso celebra el matrimonio con el cabello hermoso. Llenó el hueco, en efecto, mas no era bastante para dar al conjunto la proporción gigante. Apélase, por tanto, al arbitrio sencillo de transformar en tocas cierto hueco arandillo122. Aplaudiose el invento con que se envanecía de darle nuevos timbres a la frisología. Por guardar proporciones y perfiles al bulto quidproquo de cabellos aquel ponía culto123 con cofiones, caleses y cofias de camino124 que observa religioso el sexo femenino. Sur le bon ton a dama de mi conocimiento125 vi correr a gran vela con el boreal viento que, no hallando a la cofia calesín suficiente y echándole bravatas al helado torrente, plegó el fuelle a la espalda y llegó a su destino hecha sorbete, pero con cofia de camino126. Mientras, elude el pïojo con mañosos intentos

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nemine discrepante: «modo adverbial Latino que se usa en nuestra lengua y vale sin contradicción, discordancia u oposición de alguno» (Aut.). 122 arandillo: «(Provinc. de Andaluc.) El tontillo de menos vuelo, que en Castilla llaman caderillas» (DRAE, 1770). 123 quid pro quo: «phrase puramente latina, que ha pasado a nuestro idioma y se usa cuando se substituye un equivalente en lugar de alguna cosa. Úsanlo muy frecuentemente los boticarios» (Aut.). 124 Distintos tipos de tocado. Cofiones: parece aumentativo de «cofia», aunque no lo recogen los diccionarios de la Academia. Cfr.: «las actrices, bailarinas y otras que no lo son, pero tan públicas como ellas, [logran] cofiones regalados por la misma razón que los trajes de aquellos» (marqués de Ureña, Viaje, p. 190). Caleses, aunque no lo hemos podido documentar, debe hacer referencia a los sombreros que se llevaban en las calesas. En cualquier caso, como documenta Autoridades a propósito de «calesa»: «Es voz tomada del francés Caleche. Algunos modernos la llaman Calés». 125 sur le bon ton: expresión francesa que significa “por el buen gusto”. 126 Todo este pasaje parece decir que la dama, viendo que el gran tocado que lleva no entra en el calesín (carruaje pequeño) con la capota puesta (el fuelle), prefiere soportar el trayecto bajo la lluvia y el frío (el viento boreal proviene del Norte), a descubierto, e incluso llegar a su destino empapada y gélida antes que renunciar a él. 121

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del feroz rascamoño los acometimientos127 y logró en pocos días con los empavesados128 volver en pïojosos muchos adinerados: 780 transformó alguna dama de peluda en lampiña, y erigió de su casco regio solio a la tiña129, proeza que hará época en los sucesos varios que de la bagatela rezan los comentarios130. 785 Mas al cabo de días se malogra la treta, dando algunas pulgadas de más a la saeta, bien que la escabie habita de asiento, y bien despacio131, allá con el pïojo partiendo el Victus ratio132. Este, pues, irritado, con denuedo altanero, 790 al sentirse alcanzado del aguijón severo renueva los esfuerzos, apura las ideas y el fin consigue, como verás con tal que leas. Si pensar corregirte es insigne locura, de ti reiré, mundo, y habrá de ser cordura. Animales tesalios que a cerebros calientes133 795 el ser les heis debido sin ser vuestros parientes134, ¿habrá entre vos acaso fantásticos vestiglos y todavía mozas al fin de tantos siglos; rascamoño: vid. la nota 115 al v. 681. empavesada: «reparo y defensa hecho con redes espesas y también con lienzos para cubrirse y defenderse, embarazando la vista a los contrarios: lo que se ejecuta frecuentemente en la Náutica en los abordos de las naves y galeras» (Aut.). 129 solio: «trono y silla real con dosel» (Aut.). 130 bagatela: Carmen Martín Gaite, Usos amorosos, p. 291, señala el auge de esta palabra en la época como signo de la trivialización de las relaciones sociales galantes. 131 escabie: «el caimiento de los pelos es en dos maneras. El uno es simple y es del género de la alopecia, otro es con inflamación y con alguna ulceración, y es del género de la sarna. Del primero largamente arriba fue dicho en la alopicia, del segundo en la escabie o sarna zulatina» (Juan Calvo, Cirugía de Guido de Cauliaco con la glosa de Falcó, Valencia, 1596, p. 552). De esta enfermedad se hace eco el marqués de Ureña, Viaje, p. 438, pero en relación con los cerdos: «Dio en observar que apenas comenzaban a iluminarlas el sol de la mañana corrían en tropel los animales de que cuidaba hacia donde estaban las aguas, que parecían sólo cenegales, de cuya inmundicia volvían cubiertos los cerdos. Como hombre estudioso se apercibió, al cabo de observaciones, de que los que acudían primeros eran los que estaban infectados de alguna escabie, enfermedad a que son propensos y que a pocos días curaban». 132 Expresión latina: «ración de alimento». 133 Se debe referir a los centauros. «Centauro (griegos).— Ser deforme nacido de la extraña unión de Ixión con una nube, a la que Zeus había proporcionado el semblante de una falsa Hera (Néfele). Según la leyenda, el extraño bastardo, criado por las Ninfas sobre el monte Pelón en Tesalia, se unió con las yeguas de Magnesia engendrando a los Centauros (Vid. Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, IV)» (Giuseppina Sechi Mestica, Diccionario Akal de Mitología Universal, Madrid, Akal, 2007, p. 55). 134 heis: arcaísmo por «habéis». 127 128

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alguna tan ociosa que parta sus esmeros 800 en hacer redecillas o en guarnecer sombreros como alguno a la cuácara que a nadie se le quita135 e iguala por encanto la fea y la bonita? Si no, que se entretenga y no me ponga hocico en pelar avestruces ínterin que me explico; o sea tan política que, al tiempo que yo ensarto136, 805 el sombrero le quite al rey Enrique cuarto; o que a Sully le pele la pera y las mejillas137, pero sea con tiento, dejando las patillas. Cual nave que gallarda con velamen altivo 810 se escapa y le da alcances al viento fugitivo y, rompiendo veredas o surcos pasajeros, a las regiones líquidas echar parece fieros, hasta que el cierzo crudo, soplando a dos cachetes138, rifa estays y gavias y rinde los juanetes139, una infanzona hermosa de un pïojo acosada 815 prefirió al sufrimiento el verse desgreñada. Los oídos un quidam de sus adoradores le regala al mirarla diciéndole mil flores. 135 a la cuácara: el marqués de Ureña, Viaje, pp. 324-325, tuvo ocasión de asistir a una asamblea de cuáqueros en su viaje a Londres. Sobre que estos tenían por norma no descubrirse ante nadie para mostrar la igualdad de todos los hombres nos ilustra esta anécdota de la vida de William Penn: «El corregidor de Cork, en cuya ciudad se hallaba Penn, mandó prenderle, y en vez de pedir a su padre perdón de rodillas, al salir de la cárcel, según la costumbre inglesa, se acercó a él con sombrero puesto y le dijo: ‘Amigo, me alegro de verte bueno’. Ignoraba el pobre padre que Guillermo era ya un cuáquero completo, al pronto creyó que se había vuelto loco, pero conociendo en breve la verdadera transformación que había experimentado su hijo, arrojole nuevamente de su presencia, si bien luego le consintió que practicase el cuaquerismo, con la condición de quitarse el sombrero delante del monarca, del duque (después Jacobo II) y de él mismo. Por más fácil que pareciese al padre la obediencia en este punto, vio con sorpresa que después de consultar Guillermo la voluntad del cielo, según decía, por medio de ayunos y oraciones, le contestó que no podía complacerle» (Wenceslao Ayguals de Izco, El panteón universal. Diccionario histórico. Tomo IV, Madrid, Imprenta de Ayguals de Izco Hermanos, 1834, p. 132). Vid. también Pedro Montengón, Eusebio, p. 204: «¿Quién hay que prefiera los afectados modos de un francés, o los ceremoniosos y viles de un soplado romano, a la rústica integridad, si así se puede llamar, de un cuáquero que pasa delante de un rey con su sombrero calado?». 136 ensartar: «por traslación es encadenar una razón tras otra sin atender a estilo, método y orden, diciendo cuanto se ofrece y hablando continuamente sin reparar en cosa alguna» (Aut.). 137 Maximilien de Béthune, duque de Sully (1559-1641), fue ministro del rey Enrique IV de Francia y uno de los hombres más poderosos de la Francia del momento. 138 cachete: «se toma también por el carrillo o mejilla» (Aut.). 139 estay: «term. náutico. Es un cabo grueso que va de la gavia mayor al trinquete y de allí a la bauprés» (Aut.). juanete: «en la náutica es la vela más pequeña, la que va encima de la vela de gavia y del velacho. Y también se llaman juanetes las velas de la sobrecebadera y sobremesana» (Aut.).

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Ya Dánae la pinta con boca lisonjera, ya Dafne, ya Diana, ya deidad de Citera140, 820 haciéndola que pase, a fuer de necedades, una metempsicosis por todas las deidades. Mas otra antagonista que se hallaba en el rolde141, de la idea pagada sin contar con el molde, 825 la acompaña al concurso por modo de sufragio y a poca diligencia se difunde el contagio. No volvió satisfecha de la tal compañía por faltarle la gracia de la fisonomía. Apurada mirando a un cuadro que no pinto, o del Cid o de Alba o ya de Carlos Quinto, 830 para suplir del rostro el atractivo infiero que lo mejor de todo le pareció el sombrero. Vistiéndolo de plumas, de flores y cintillo y a la tez con carmines poniendo un tabardillo142, a lucir se despide derecha y carienjuta143 835 toldada como tienda donde se vende fruta. Espárcese el hallazgo por calles y plazuelas; las modistas, alegres, tocaban castañuelas; y al ver lo que resulta, diréis con mil razones que hace sol o que llueve dentro de los salones. 840 Al fin mi buen pïojo salió con el partido de quedar a cubierto y mejor defendido adonde el rascamoño, con chanzas importunas, nunca le dé matraca teniéndolo en ayunas. 845 En estas y en esotras llegó por fin el día en que vino llamado desde la Andalucía el célebre operario de la primera treta que se dejó a la orden del campeón Horqueta; con sueldo moderado de un mensüal careto144, deidad de Citera: vid. la nota 49 a La Perromachia de Nieto Molina. rolde: «la rueda hecha de personas puestas en orden, o el círculo formado de otras cosas» (Aut.). 142 tabardillo: «enfermedad peligrosa que consiste en una fiebre maligna que arroja al exterior unas manchas pequeñas como picaduras de pulga y a veces granillos de diferentes colores, como morados, cetrinos, etc.» (Aut.). 143 carienjuta: compuesto léxico inventado por Ureña, ya que no se documenta ni en los diccionarios académicos ni en la base de datos del CORDE. 144 careto: «es particularidad que afecta a la parte anterior de la cabeza, cuando la característica de lucero invade toda la frente [del caballo] y el cordón se desborda hacia los laterales de la cara. En este caso se muestra completamente blanca, en contraposición del resto que sigue siendo de la coloración básica de la capa. Cuando esta mancha blanca no afecta más que a uno de los lados o la mancha en sí es más pequeña en extensión, entonces se denomina semicareto» (Gumersindo Aparicio Sánchez, Exterior de los grandes animales domésticos (morfología externa), Córdoba, s. e., s. a., pp. 169-170). 140 141

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manos libres y mesa, casa y más que no meto145, 850 vïaje y cien doblones, que tanto requería un hombre en el estado de tal categoría. Pareció al mismo tiempo, mas por otro camino, el héroe pïojo sobre su peregrino. ¡Oh lector!, adivina sus primeras razones 855 al advertir el fruto de sus expediciones, viendo unas en saraos haciendo cabriolas en heroínas francesas, flamencas y españolas, tremolando en banderas de colas los fragmentos que pájaros grandables llevaron por los vientos146, 860 y a muchas que no gozan cabeza lisa y fresca andar en actitudes de huracán o de gresca, al ver de las orejas colgar los confidentes147 y entrarse los cabellos a saludar los dientes, 865 cuando sobre la cumbre levantada divisa la república blanca de los que van de prisa, y allá con franca mano señoriles honores reparte entre droguistas y entre perfumadores. Mas al suïzo andante do el pïojo se sienta le esperaba fortuna algo más opulenta. 870 Una ciudad fastuosa lo recibe y abriga, un tal su païsano le llena la barriga, y un mostrador en breve a que sea lo eleva algo más digno trono del príncipe que lleva. 875 Una vïuda rica le cupo en casamiento, y al fin de pocos meses, por abreviar el cuento, del agradable sexo al capricho acomoda el que se vea electo Licurgo de la moda148. Sus armarios encierran, detrás de los cristales, 880 de perlas, borlas, talcos y vistosos metales, manos libres: «expresión que significa los emolumentos que puede uno ganar en algunas diligencias u ocupaciones en que con libertad se puede emplear sin embargo de estar asalariado en algún oficio u cargo» (Aut.). 146 grandable: arcaísmo por «grande». 147 confidentes: debe de ser un tipo de peinado: «Esta, pues, original e inimitable Dama tuvo la destreza, y yo la envidiable fortuna (lo que confieso sinceramente, pues los hombres de bien han de ser agradecidos), de que con su ejemplo y elocuencia cambiase en un todo mi mujer de sistema. Ahora (vaya que es una barbaridad lo que yo debo a mi buena vecina) se peina todos los días de mano de Maestro. ¡Qué Confidentes! ¡Qué lazos de Suspiro de Page en ayunas! ¡Qué gasas! ¡Qué Sombrerillos! ¡y qué demonio! son unas maravillosas diabluras con las que adorna su cabeza!» (El corresponsal del censor. Tomo I, Madrid, Imprenta Real, 1787, p. 99). 148 Licurgo: famoso legislador de Esparta. Reformó la sociedad de esta urbe y sancionó su constitución. 145

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engalanados grodes y rasos y espolines149, inglesas y francesas de varios colorines, de entrañas apellidan de petimetre unas150, hay de verde pistacho y hay de paje en ayunas151; 885 hay otras de peluza debajo de la cama, de Isabela dormida y de lo que se llama152 cabellos de la reina, remedios conocidos153 para ganar amantes y divertir maridos; y de mil otros nombres que, por extraordinarios, nunca de la pintura vieron los diccionarios154. 890 Del Licurgo moderno la divertida mente no cabe en los antiguos reinos del occidente, y vaga por el globo sin término ni coto como compás que vaga por carta de piloto. A Polonia recurre, a Georgia y Circasia155, 895 al Ponto le da vueltas y términos del Asia156. Vuelve a Constantinopla y le roba al serrallo ropas, turbantes, lunas y lo demás que callo, grodes: no hemos localizado este término. La palabra más próxima, en este contexto, es grodetur: «tela de seda semejante al tafetán, pero de más cuerpo» (DRAE, 1817). espolín: «se llama también cierto género de tela de seda fabricada con flores esparcidas y en cierta manera sobretejidas como el que hoy se dice brocado de oro u seda» (Aut.). 150 «Le règne de Louis XVI, surtout, s’illustre en ce domaine non moins qu’en celui des coiffures: y naît la fameuse couleur puce — sous-divisée en jeune, vieille puce, dos, ventre, cuisse, tête de puce, puce effrayée ou puce endormie-, mais aussi d’autres teintes: oeil de roi, cheveux de la reine, boue de Paris, ventre de carmélite, fumée d’opéra, prune-monsieur, caca-dauphin, soupir étouffé, larmes indiscrètes, queue de serin, cuisse de nymphe émue et entrailles de petitmaître, entre autres innovations chromophiles» (Marguis de Caraccioli, Le livre à la mode, Saint-Étienne, Publications de l’Université de Saint-Étienne, 2005, p. 19). 151 paje en ayunas: vid. la nota 147 al v. 863. 152 Vid.: «abandonarse a los vapores y disponer un orden de enfermedades, del mismo modo que disponen los colores de sus cintas; ya de suspiro de monja, ya de aire oprimido, de Isabela dormida, de lodo de París, o de color de polvo de debajo de la cama» (Luis de Eijoecente, Libro del agrado impreso por la virtud en la imprenta del buen gusto, Madrid, Joaquín Ibarra, 1785, p. 70). 153 Vid.: «el color más de moda para las batas es el de Cabellos de la Reina, y después de este el de Pulga» (Mercurio histórico y político, Madrid, Imprenta Real, mayo de 1776, t. II, p. 279). 154 Creemos que la dificultad sintáctica del pasaje estriba en que aquí Ureña opta por el partitivo francés: «sus armarios encierran de perlas, borlas...», para indicar una cantidad indeterminada de objetos; a no ser que se lea «grodes» como algún tipo de caja, frasco o contenedor, en lugar de la explicación dada en la nota 149 al v. 881. 155 Región del Cáucaso, vecina de Georgia. Recuérdese el título de la tragedia de José Cadalso: Solaya o los circasianos (1770). 156 Ponto: el antiguo reino del Ponto, fundado por Mitrídates, ocupaba prácticamente toda la costa del Mar Negro. En consecuencia, nuestro personaje hace la ruta desde Europa del Este hasta el fin de Asia pasando por el Mar Negro y la zona del Cáucaso. 149

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después que miró altivo servir a sus intentos 900 de los israelitas sagrados ornamentos. Hinchado del orgullo con un torvo semblante en trono a la Duchesse, bufete por delante157, y en la nariz calados aquellos anteojos con que leyó los fastos al rey de los pïojos, 905 para nuevos empeños sus planos examina con que a los cofres fuertes anatemas fulmina. Allí varias estampas roban sus atenciones, cotejando los trajes de todas las naciones. Allí observa, critica, compasea y detalla, calcula y analiza, por fin resuelve y falla. 910 Gozoso del hallazgo en que se complacía y mucho más del útil que de él se prometía a solas expulsaba de los internos senos aquestas expresiones, palabras más o menos: «¡Oh tres y cuatro veces mortal afortunado158 915 que sanidad vertiendo, robusto y remozado, de calabaza subes a taza y cafetera y despote gobiernas en Chipre y en Citera159, mira, mira pendiente de tu voz decisiva 920 sin desdén y sin ceño la beldad atractiva. Oráculo infalible te ve la bagatela y el ciego Dios te cede la mitad de su escuela160. Mudas te escuchan ninfas que tienen aflüentes del vital movimiento lo más entre los dientes! 925 Empuñando absoluto el cetro del estrado, aplaudido te miras, servido y acatado, 157 Duchesse: es un tipo de pomada. Vid.: «Poner en ella un peine para cada día, un grande espejo, botecitos de cristal y de Talavera con diversas pomadas, particularmente la de la Mariscala, la Duquesa, Artoa, Franchipana y otras» (Luis de Eijoecente, Libro del agrado, p. 36); «y si quiere que la envíe algún bote de pomada a la Duchesse o a la Bergamotte, no hay inconveniente» (Leandro Fernández de Moratín, Epistolario, ed. René Andioc, Madrid, Castalia, 1973, p. 376). 158 Recuerdo de las palabras con las que Eneas envidia la suerte de los que han caído en la defensa de Troya: «O terque quaterque beati, / quis ante ora patrum Troiae sub moenibus altis / contigit oppetere!» (I, 94-96) («¡Dichosos —clama—, oh sí, dichosos / mil veces, los que, a vista de sus padres, / de Troya ante los muros, consiguieron / la vida fenecer!». Vid. Virgilio, Eneida, p. 125, vv. I, 135-138. 159 despote: se trata de una errata o de la forma francesa de la palabra, ya que los diccionarios académicos no recogen «déspota» hasta 1791. Chipre y Citera: islas ambas dedicadas a Venus y, por tanto, al culto del amor y de la belleza. Véase la nota 140 al verso 820. 160 ciego Dios: por antonomasia, Cupido.

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al tiempo que, moviendo la imperiosa tijera, el sistema vacila de la bella manera. A tu mandato sube de la falda el cogido, a tu voz va colgando ya suelto, ya prendido, manejando de trajes las mangas y faldones tal como en el teatro manejan los telones. Ya dices al escote que salga o se retire, ya que baje el sombrero, ya que suba o que gire, ya lo emplumas, lo pelas o por dentro o por fuera, o ya tal vez lo vuelves jardín en primavera. Por tu influjo colgaron patillas y mechones, trencillas, gasas, lazos, borlillas y borlones161, y vieron elevarse por cima de la frente las plumas de pavones perpendicularmente, cuando, muy poco antes, vimos a todas luces calvas a retaguardia de cisnes y avestruces. Anda, dile al astrónomo que llena los infolios con problemas y cálculos, corolarios y escolios, si le importa a su vientre, su caja o su bolsillo, qué platero a Saturno le fabricó el anillo162, o si hay tablas que enseñen a llenar las gavetas163 con circunvoluciones y barbas de cometas164. Anda, dile al letrado si hallará en el Digesto165, no esquilmando clientes por embrollar el texto, un fricandó, una sopa, un pavipollo asado166,

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161 gasas: en el original aparece «gazas». Debe tratarse de un caso de ceceo, ya que la acepción de «gaza» que recogen los diccionarios académicos pertenece al lenguaje náutico: «pedazo de cabo o cuerda de cáñamo unido alrededor del montón con una asa o lazo suelto de la misma cuerda para colocarle donde convenga» (DRAE, 1817 supl.). borlillas y borlones: diminutivo y aumentativo, respectivamente, de borla: «uno como botón de seda, oro, plata, hilo o lana, del cual pende deshilada la seda que remata el cordón, o se pone encima cubriéndole con ella cuando las borlas están para pegarse a otra cosa, como almohada, y queda formando una figura como campanilla con el deshilado» (Aut.). 162 Como se sabe, el planeta Saturno es el sexto del Sistema Solar, el segundo en tamaño y masa después de Júpiter y el único con un sistema de anillos visible desde nuestro planeta. 163 gaveta: «especie de caja, corrediza y sin tapa, que hay en los escritorios, armarios y papeleras, y sirve para guardar lo que se quiere tener en orden y a la mano» (Aut.) 164 circunvolución: «la vuelta que en redondo hace alguna cosa» (DRAE, 1780). barbas de cometas: no recogen esta expresión los diccionarios académicos, pero sí, por ejemplo, el Nouveau dictionnaire de Sobrino, françois, espagnol et latin. Tome Second, Lyon, Delamolliere, 1791, bajo la entrada «Barbe»: «Barbe de comète: barba de cometa» (p. 45) 165 Digesto: «nombre que se da a la famosa recopilación de las decisiones del Derecho mas justas, hecha en cincuenta libros por mandado del Emperador Justiniano, que empleó en eso los más célebres jurisconsultos de su tiempo» (Aut.) 166 fricandó: «guisado de la cocina francesa que regularmente es de ternera mechada» (DRAE, 1791).

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unas medias de seda o un vestido bordado, cual pro oportunitate sin forenses quimeras167 producen en un punto mis mágicas tijeras. Que diga el alquimista en romance sencillo si le valdrá su piedra más que mi jaboncillo. Ve al geómetra y dile si podrán sus afanes ganar en el terreno lo que en mis tafetanes; y pregunta al político si Grocio le ha enseñado168 a sacar de manías dinero de contado. Ve, en fin, dile al poeta, más loco que ninguno, tan hinchado de versos como flaco y ayuno, si allá la prensa, cuando por cantarme le ha dado, le ha vuelto a su cerebro el jugo que ha gastado». En el crítico punto que tanto revolvía óyese por la puerta sonar algarabía que a la lid emplazaba (no a madres abadesas), en que tocan al arma contradanzas inglesas. A tal nueva de gozo en lo interior del pecho el corazón le salta y dice: «¡Aquesto es hecho, la nube se aproxima, no de piedra o granizo, mas preñada de antojos con que me fertilizo!». A no muy largo rato se van llegando a pares a oír el catedrático las bellas escolares. Cércanlo como abejas que cercan la colmena, y el gran pïojo entonces, mirando el aula plena, la voz así dirige a todas las cuadrillas que estaban alojadas bajo de las mantillas: «¡Ah, digo de vosotras, sutiles alimañas, las que habitáis ocultas en espesas marañas, y ah de vosotras cuantas en retirados senos vivís días alegres tranquilos y serenos, sin contar con aquellas de gusto depravado que espontáneamente a vivir han pasado allá en las entretelas de los menesterosos, en antes opulentos, que por giros fragosos169 de la paz el deseo, de ostentar el prurito de amor la pasión loca, de amor, amor maldito

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pro oportunitate: fórmula latina que significa «según la ocasión». Hugo Grocio, o Huig de Groot (1583-1645), fue un eminente jurista de los Países Bajos. Sobresalió en lo relativo al Derecho Internacional. 169 en ante o en antes: «mod. adv. ant. Lo mismo que antes» (DRAE, 1783). fragoso: «áspero, intrincado, lleno de quebradas, malezas y breñas» (Aut.). 167 168

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transformaron de Cresos en Iros indigentes170 alquimistas, poetas, voces equivalentes! ¡A vos, repito, aquellas que entre plumas y flores del palacio de Cintia vivís los miradores171, ya el asador voltea do en varias actitudes del destino ensartadas van las vicisitudes; o bien viejas o mozas, o deformes o bellas ya vuelven a halagaros casadas y doncellas, y ya, por fin girando con ordenado turno, a reaparecer vuelven los reinos de Saturno172;  acordaos de cuando, como negro celaje que destruyendo pasa el pïojal linaje, enralecer se vía por espeso rastrillo173 que al tremendo elefante sacaron del colmillo! A poco más faltaran fuertes batalladores que contaran los hechos de sus progenitores. ¡Oh Júpiter, qué estrago de aquel funesto aseo en tus hechuras hizo el oficioso empleo! Mas ya libres a influjo de mis tretas y mañas, mis guerreros esgrimen cortadoras guadañas; ya de Adonis pasean matizados vergeles, ya ninfas los arrullan en rosas y claveles, y en los días nupciales atrevidos los veo adelantar sus pasos al solio de himeneo; y ya son recibidos sin sustos ni peleas a circos, a teatros y grandes asambleas». Así, por grados iba el vuelo remontando ínterin que las turbas estaban escuchando, que por grados iguales el silencio rompían en repetidos vivas que en confuso se oían, mientras el gran pïojo, de vanidad hinchado, poco a poco abultando su natural estado

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170 Creso: «rey de Lidia, célebre por sus riquezas y desgracias» (Chompré, Diccionario abreviado de la fábula para la inteligencia de los poetas, pinturas y estatuas, Madrid, Manuel de Sancha, 1783, p. 171). Iro: «o Arneo, mendigo del país de Ítaca, y uno de los que pretendieron casarse con Penélope. Ulises le mató de una puñalada» (ibidem, p. 309). 171 La Luna era conocida con el sobrenombre de Cintia. Se asocia también a la Fortuna y a la volubilidad, debido al cambio continuo de sus fases. 172 El reino de Saturno o Cronos, en griego, corresponde al periodo mitológico de la Edad de Oro. «En Los trabajos y los días, Hesíodo cuenta un mito relativo a las diferentes razas que se han sucedido desde el comienzo de la Humanidad. Al principio —dice— hubo una “raza de oro”. Era cuando Cronos reinaba en el Cielo» (Pierre Grimal, Diccionario de mitología, p. 146). 173 enralecer: «ponerse ralo» (DRAE, 1936).

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y a su espíritu grande, siendo estrecha cabida de su corporatura la estancia reducida, engurgitadas voces que articular intenta174 aprieta, esfuerza, empuja, cruje, ¡por fin revienta! Acabose el pïojo y acabose mi oficio cual suelen acabarse los fuegos de artificio. Tronó y tronarán muchos pïojos racionales si Dios no los liberta de semejantes males, que es secuela ordinaria de razonable ley que reviente la rana por igualar al buey; que peligre el venado por su penacho erguido; que a la acémila rica dé sustos el bandido; y que a la cabra, en suma, por su errada contienda acarree dichetes su barba reverenda175. Tú, lector, que has sufrido mi son alejandrino en que cantó hace siglos cierto benedictino176

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174 engurgitado: no se recoge en los diccionarios académicos, sin embargo sabemos por otros testimonios que es un término de la medicina que parece significar congestión de un órgano por acumulación de líquidos con obstrucción de vías: «En la abertura del cadáver de los desgraciados que fallecen de esta manera, se halla muchas veces el estómago engurgitado de líquidos y alimentos, que comprimiendo la aorta descendente, han obligado a la sangre a retroceder hacia el cerebro, determinando de esta manera la ruptura de los vasos del mismo» (J.-B. F. Descuret, Medicina de las pasiones, o las pasiones consideradas con respecto a las enfermedades, a las leyes y a la religión, Barcelona, Pablo Riera, 1857, p. 186). 175 dichetes: diminutivo de «dicho». Aunque no aparece registrado en los diccionarios, viene a significar “burla, sátira, dicho ingenioso, remoquete”: «de suerte que la primera hoja no decía cosa, aunque estaba llena de dichetes refinados de mozos de mulas con gracia mohosa» (Pedro Antonio de Navarrete y Sabogal, Curioso discurso hecho de un cortesano, 1702, p. 3); «Los dichetes y satirillas se cruzan por todas direcciones, sin que se haga entre tanto una operación respetable cual conviene» (Abeja española, Cádiz, Imprenta Patriótica, 1813, n. 139, 28 de enero, p. 222). Todas las fábulas a las que alude son bien conocidas. La primera la encontramos en Babrio, Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio, ed. P. Bádenas de la Peña y J. López Facal, Madrid, Gredos, 1993, p. 318, bajo el título de «El sapo hinchado» y relata cómo un sapo hembra amenaza con reventar en la empresa de adquirir la corpulencia del buey que ha pisoteado a su hijo. No obstante, la versión más conocida es la de Fedro, «La rana reventada y el buey» (I, 24; Fábulas, ed. Almudena Zapata Ferrer, Madrid, Alianza, 2000, p. 60), en la que la rana estalla, en efecto, por imitar al buey. El segundo de los apólogos castiga el orgullo del ciervo cuando se ufana de su gran cuerna, que le dificulta la huida de su cazador (Esopo, op. cit., pp. 75-76: «El ciervo en la fuente»; Félix María de Samaniego, «El ciervo en la fuente» I, 13, en Fábulas, ed. Alfonso I. Sotelo, Madrid, Cátedra, 2007, pp. 183-185). La tercera fábula cuenta cómo de entre dos asnos, uno cargado de dinero y el otro con pobres aperos, los ladrones roban y maltratan al primero (Fedro, op. cit., p. 70: «Los dos mulos porteadores», II, 7; Samaniego, op. cit., p. 288: «Los dos machos», IV, 9). La cuarta narra cómo las cabras suplican a Júpiter que les dé una barba para gozar de la misma autoridad de los chivos (Fedro, op. cit., p. 102: «Acerca de las cabras barbadas», IV, 17; Samaniego, op. cit., pp. 235-236: «Las cabras y los chivos», II, 19). 176 Se refiere a Gonzalo de Berceo, introductor del verso alejandrino en nuestro país. Vid. la introducción para la polémica sobre el uso del alejandrino pareado en la España de Ureña.

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dispensarás si acaso vieres que llega tarde algo del contenido con que este candil arde. Corren y tan aprisa la moda y la manía que el andarles en zaga será loca porfía, a menos que se vuelvan para materias tales veletas los poemas o escenas teatrales. Cópialo y encuadérnalo en pergamino o pasta, cuida de preservarlo de la polilla, y basta.

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La Perromachia. Invención poética en ocho cantos.     Por D. Juan Pisón y Vargas Con licencia en Madrid, por don Antonio de Sancha, año de 1786

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Silva primera Yo que nunca canté selvas ni prados vestidos de arboledas y ganados1, ni sublimes hazañas, altos hechos de fuertes corazones, nobles pechos, ni las armas ni leyes que conservan los reinos y los reyes2; yo que unas veces triste, otras contento, al son de mi instrumento, en baja consonancia medía la distancia que entre males y bienes3 ostenta la fortuna en sus vaivenes; yo, en fin, que con mi metro bien hallado ni envidioso vivía ni envidiado4, y aunque me estimularan, temiendo que las cuerdas no alcanzaran, jamás subí mi lira del bajo tono en que feliz respira5, ya mudo de intención, ya sin reparo a salir de mis dudas me preparo; ya venciendo el temor que me contuvo,

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1 Pisón parodia el arranque apócrifo que algunos editores anteponen a la Eneida: «Ille ego, qui quondam gracili modulatus avena / carmen, et egressus silvis vecina coegi / ut quamvis avido parerent arva colono, / gratum opus agricolis, at nunc horrentia Martis…» («Yo que en la tenue flauta campesina / toqué de joven, y al dejar mis sotos / hice que el campo obedeciese dócil / al ávido labriego, con que supe / ganar su amor, de Marte hoy las erguidas...»). Vid. Virgilio, Eneida, p. 119. 2 Compárese con el íncipit de La Gatomaquia: «Yo, aquél que en los pasados / tiempos canté las selvas y los prados, / éstos vestidos de árboles mayores, / y aquéllas de ganados y de flores, / las armas y las leyes, / que conservan los Reinos y los Reyes» (I, 1-6) (Lope de Vega, La Gatomaquia, ed. Celina Sabor de Cortázar, 1982, pp. 71-72). 3 Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 72: «canto de Amor suave / las iras y desdenes, / los males y los bienes» (I, 8-10). 4 Homenaje explícito a la Oda XXII («A la salida de la cárcel») de fray Luis de León: «y a solas su vida pasa, / ni envidiado ni envidioso» (vv. 9-10) (Poesías completas. Propias, imitaciones y traducciones, ed. Cristóbal Cuevas, Madrid, Castalia, 2001, p. 183). Félix María de Samaniego, Fábulas, ed. Alfonso I. Sotelo, Madrid, Cátedra, 2007, p. 276, recicla esta fórmula luisiana en El asno y Júpiter («Sólo en verso se encuentran los dichosos, / que viven ni envidiados ni envidiosos», libro IV, fáb. II, vv. 29-30) y en El pastor y el filósofo («De los confusos pueblos apartado, / un anciano Pastor vivió en su choza, / en el feliz estado en que se goza / del vivir ni envidioso ni envidiado», libro VI, fáb. I, p. 371, vv. 1-4). 5 Eco del inicio de la Canción V de Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. Elias L. Rivers, Madrid, Castalia, 1996, p. 100: «Si de mi baja lira / tanto pudiese el son que en un momento / aplacase la ira / del animoso viento / y la furia del mar y el movimiento» (vv. 1-5).

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a la alta cumbre del Parnaso subo, donde mi pecho, fragua del humor cristalino que desagua liberal Aganipe6, 25 hidrópico el ingenio participe7; donde consiga aliento mi temerario intento, a cuyo fin imploro 30 las bellas ninfas del Castalio coro: sed conmigo propicias entre tanto que divertido canto8 al compás de mis yerros9 los sucesos y amores de unos perros10 que, siguiendo la ley de su destino 35 con paso peregrino11 y pensamiento vano, llegaron al emporio gaditano12 Según Juan Pérez de Moya, Philosofía secreta de la gentilidad, ed. Carlos Clavería, Madrid, Cátedra, 1995, p. 494, «que esta fuente incitase a los que della bebían a pensar y que los hacía sabios es, según sentido histórico, que Cadmo, hijo del rey Agenor, viniendo de Finicia, en Grecia, en busca de su hermana Europa, como su padre le mandase que a su presencia no volviese sin ella, y no hallándola, andando mirando aquella tierra, greca de donde fundó la ciudad de Thebas, topó dos fuentes llamadas Aganipe e Ypocrene; y porque Cadmo andaba a caballo, cuando descubrió y halló aquellas fuentes, dicen que la uña del Pegaso las hizo; y porque cerca dellas hallase la invención de las letras, dice la fábula que estaban allí las Musas, y que bebiendo de aquella agua conmovían a pensamientos y se hacían sabios los hombres. Esto es porque Cadmo estando allí bebía y pensaba, y hallaba cosas de sabiduría y de gobierno para su ciudad». 7 La sintaxis de esta frase resulta algo confusa, aunque el sentido está claro: el poeta pide que el ingenio participe del agua de la inspiración que alberga en su pecho. La confusión estriba en que la preposición «de» en el sintagma «del humor cristalino» cumple dos funciones a la vez: introducir el complemento del sustantivo «fragua» y también el complemento de régimen de «participe». 8 Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 72-73: «Vosotras, Musas del Castalio coro, / dadme favor en tanto / que con el genio que me distes canto...» (I, 14-16). 9 Juego de palabras entre «hierros» y «yerros». Vid.: «Con mudas voces hace / en el punto más bajo, / al compás de mis hierros, / música de su llanto» (Vicente Sánchez, Lira poética, ed. Jesús Duce García, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003, p. 678, vv. 23-26). 10 La rima «yerros / perros» también consta en Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 73: «que como otros están dados a perros, / o por ajenos o por propios yerros, / también hay hombres que se dan a gatos» (I, 19-21). 11 Puede tratarse de un eco gongorino, tanto por la referencia al «peregrino» de las Soledades como al soneto De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado («Descaminado, enfermo, peregrino»). Vid. Luis de Góngora, Sonetos completos, ed. Biruté Ciplijauskaité, Madrid, Castalia, 1985, p. 145. 12 emporio: «cualquier ciudad donde concurren para el trato y comercio muchas y varias naciones de todas partes» (Aut.). Cádiz en el siglo xviii era la ciudad mercantil más importante de España. Ostentaba el monopolio del comercio con América como sede de la Casa de Contratación y de la Flota de Indias. 6

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donde Sultana, perra prodigiosa, 40 tan joven como hermosa, a pesar de sus padres ladradores13 se mantuvo constante en sus amores. ¡Oh quién tuviera en suma del Fénix español la tersa pluma14 y a costa del desvelo, 45 remontando su vuelo, llegara a tal esfera que el desempeño acreditar pudiera! Pero es loca esperanza el tiro dirigir donde no alcanza. 50 Mi necedad confieso sin que deje por eso de seguir lo emprendido, pues cuando salga mal nada hay perdido: 55 si no logro la dicha de imitarlo conseguiré la gloria de intentarlo, y a la luz de su clara Gatomaquia hará sombra mi oscura Perromaquia. Esto supuesto, en fin, aunque no valga, vamos al caso y salga lo que salga15. 60 Un tratante de perros16, que al público los da cuando hace yerros17, condujo a nuestra vista estos perros de quien soy el cronista. Era Carcoma madre de Sultana18, 65 perra de poca carne y mucha lana, tan sutil y ladina que pudiera pasar plaza de fina19. Posible juego de palabras por paronomasia: ‘ladradores / labradores’. Alusión a Lope y a su Gatomaquia. 15 «¿Qué, no hay más sino meterse a escribir a salga lo que salga y en ocho días zurcir un embrollo, ponerle en malos versos, darle al teatro y ya soy autor?» (Leandro Fernández de Moratín, La comedia nueva o el café, ed. Jesús Pérez Magallón y Fernando Lázaro Carreter, Barcelona, Crítica, 1994, p. 155). 16 tratante: «usado como substantivo se toma por el que compra por mayor géneros comestibles para venderlos por menor» (DRAE, 1780). 17 dar perro: «se toma también por el engaño u daño que se padece en algún ajuste o contrato o por la incomodidad u desconveniencia que se tiene, esperando por mucho tiempo a alguno o para que execute alguna cosa, y suelen decir: ‘Dar perro u perro muerto’» (Aut.). 18 Vid. el calambur. La unión de la última y primera sílabas de «Carcoma» y «madre», respectivamente, permite leer: «mamá». 19 fino: «translaticiamente vale astuto, sagaz, cauto y agudo» (Aut.). 13 14

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Con Galafre casada20, aunque de su comercio separada21, 70 vivía en paz gustosa de sus amadas hijas cuidadosa, fundando su derecho aún más que en el honor en el provecho. A la voz que derrama 75 la sonora trompeta de la Fama, quiso probar su suerte Solimán, perro fuerte, que estaba acreditado 80 en las guerras de amor de buen soldado. Era un perro fornido, de cuerpo regular, poco sufrido, halagüeño en su trato, pródigo con su gusto sin recato, tenaz en sus despechos, 85 y famoso en el mundo por sus hechos. Galán aventurero, lleno de joyas, galas y dinero, se presentó una tarde 90 haciendo como alarde de haber sido insensible a las flechas del niño más temible22. Carcoma, a la sazón hecha una bola, estaba sacudiendo con la cola 95 el polvo a las paredes, 20 El nombre de Galafre procede de dos modelos literarios. Es un gigante del drama de Calderón que lleva por título La puente de Mantible (Pedro Calderón de la Barca, Comedias de don Pedro Calderón de la Barca I, ed. Juan Eugenio Hartzenbusch, Madrid, Rivadeneira, 1848, pp. 205-223). Por otra parte, aparece citado en las crónicas medievales como un rey moro de Toledo: «Galafre, hijo de un reyezuelo de África, llamado Alcamán, y de la condesa Faldrina, viuda del conde don Julián, con quien casó en Toledo, se hallaba rey desta ciudad por muerte de Iuseph su tío» (Cristóbal Lozano, Los reyes nuevos de Toledo. Descrívense las cosas más augustas y notables de esta Ciudad Imperial…, Valencia, Juan Bautista Ravanals, 1698, p. 20). He aquí otro ejemplo: «Carlos auiendo desamor con su padre sobre razon que se le alçaua contra las iusti[ci]as. cuedando quel farie pesar; uinosse pora Toledo seruir al Rey Galafre que era ende sennor a aquella sazon. E quando llego a cerca de la cibdad. enuio su mandadero al Rey Galafre quel mandasse dar possadas en su logar. El Rey Galafre auie una fija a que dizien Galiana. E esta quando lo oyo; salio luego con muchas de sus duennas a recebir le. Ca en uerdad segund cuenta la estoria; por amor del[l]a uinie Carlos seruir a Galafre» (Alfonso X, Estoria de España II, ed. Lloyd A. Kasten, John J. Nitti, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1995. Consultado en el CORDE). 21 comercio: «met. La comunicación y trato secreto, por lo común ilícito, entre dos personas de distinto sexo. Commercium turpe, libidinosum» (DRAE, 1780). 22 Perífrasis por Cupido, dios del amor.

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y Sultana, cual otro Ganimedes23, con la copa en la mano, faltando al cumplimiento cortesano, más ligera que el viento, sin formar un acento24 100 huyó de la visita avergonzada de hallarse descuidada, aún en paños menores, según lo publicaron sus colores25: 105 que es propio de doncellas ser más honestas cuanto son más bellas26. Carcoma, muy ufana, espeluzando su mugrienta lana27, lamiéndose la cola y el hocico, se quedó tan mirlada como un mico28, 110 sirviendo a su trasera29 de alfombra berberisca sucia estera30. Pasados los cumplidos, llamó la perra vieja con ladridos 115 a Sultana su hija, que como pudo al punto se cobija31. No aparece tan bella y tan lozana 23 «Finge Ovidio [Metamorfosis, X, 155-161] y otros poetas haber sido arrebatado Ganimedes del águila y llevado al cielo para servir de copero a Iúpiter en lugar de Hebe, hija de Iuno» (Juan Pérez de Moya, op. cit., p. 480). 24 acento: «poéticamente suele tomarse por la voz misma o por el verso» (DRAE, 1770). 25 Durante el primer encuentro entre Marramaquiz y Zapaquilda (La Gatomaquia, I, 137138), la protagonista también oculta sus vergüenzas: «y con temor de alguna carambola, / tapó las indecencias con la cola» (Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 84). 26 Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 84: «que ha de ser la doncella virtüosa / más recatada mientras más hermosa» (I, 141-142). 27 espeluzar: «véase Despeluzar» (Aut.). Despeluzar: «erizar los cabellos algún pavor o miedo repentino. Es formado del nombre “despeluzo”. Úsase muy regularmente como verbo recíproco, diciendo “despeluzarse los cabellos”, y se dice también “espeluzar” y “despeluzar”» (Aut.). 28 mirlarse: «entonarse afectando gravedad y señorío en el rostro» (Aut.). Vid. La Gatomaquia, I, 51-56: «Estaba, sobre un alto caballete / de un tejado Zapaquilda al fresco viento, / lamiéndose la cola y el copete, / tan fruncida y mirlada / como si fuera gata de convento»; y I, 132-134: «La recatada ninfa, la doncella, / en viendo el gato, se mirló de forma / que en una grave dama se transforma» (Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 83). 29 trasera: «la parte de atrás o posterior de cualquier cosa» (Aut.). 30 También los protagonistas de El coloquio de los perros se acomodaban sobre sendas esteras: «Berganza amigo, dejemos esta noche el Hospital en guarda de la confianza y retirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos desta no vista merced que el cielo en un mismo punto a los dos nos ha hecho» (Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares II, ed. Harry Sieber, Madrid, Cátedra, 1991, p. 299). 31 cobijar: «lo mismo que cubrir o tapar» (Aut.).

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el alba, aunque de aljófares y grana32 cuaje sus arreboles33, como sale bizarra con dos soles34, 120 Aurora más feliz, Sultana hermosa35, envidia del jazmín y de la rosa. Partiéronse en corales36, de donde brotan perlas orientales, 125 los dos hermosos labios de su boca, dejando la razón más cuerda loca37. Como el que, sin ventura, largo tiempo sufrió prisión oscura, al ver el claro día 130 duda en su fantasía si sale de algún sueño, tal quedó Solimán. ¡Oh, cruel beleño38 Bernardo de Balbuena, El Bernardo, en Poemas épicos I, ed. Cayetano Rossell, Madrid, Imprenta Ribadeneyra, 1866, p. 167. También compara la aparición del héroe con el amanecer. El sintagma «aljófares y grana» es idéntico al empleado aquí por Pisón. Escribe Balbuena: «Así tal vez entre celajes pardos / suele, bullendo en luz resplandeciente, / con bellas alas de oro y pasos tardos, / el lucero alegrar el rojo oriente; / y entre peñascos de ámbares gallardos / dorar las nuevas rosas de su frente, / recamando de aljófares y grana / el tierno día, el mundo y la mañana» (III, vv. 241-248). 33 Vid. Vittorio Bodini, «Le lagrime barocche», en Studi sul barocco di Góngora, Roma, Edizioni dell’Ateneo, 1964, pp. 41-61. Hay, asimismo, ecos de Esteban Manuel de Villegas, Eróticas o amatorias, ed. Narciso Alonso Cortés, Madrid, Espasa-Calpe, 1969, p. 48: «Pues sabe que no ignoro / de tus mejillas la niñez lozana, / ni los que agora pulen tu mañana / arreboles de grana y rayos de oro» (vv. 7-10). 34 La metáfora de los «soles» para aludir a los ojos es típica del petrarquismo. Góngora se sirvió de ella varias veces. Por ejemplo, en el soneto Al puerto de Guadarrama, pasando por él los condes de Lemus (1604): «Huirá la nieve de la nieve ahora, / o ya de los dos soles desatada, / o ya de los dos blancos pies vencida» (vv. 12-14) (Luis de Góngora, Sonetos completos, p. 63); y también durante la famosa descripción del sueño de Galatea: «Dulce se queja, dulce le responde / un ruiseñor a otro y dulcemente / al sueño da sus ojos la armonía, / por no abrasar con tres soles el día» (vv. 181-184) (Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, ed. Jesús Ponce Cárdenas, Madrid, Cátedra, 2010, p. 162). 35 Préstamo de unos endecasílabos de Los cien pasos. Edilio (sic) de D. Esteban Manuel de Villegas: «El alba así cuajada de arreboles / no se mostró tan plácida y lozana, / aunque recame bien sus tornasoles, / de aljófar blanco y colorada grana, / como se muestra bella con dos soles, / aurora más feliz, nuestra aldeana / un sábado a la tarde, que podría / jurar que vio tres soles en un día» (vv. 265-272) (Juan José López de Sedano, Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos, Madrid, Antonio de Sancha, 1773, VII, p. 41). 36 Vid. Esteban de Villegas, op. cit., p. 128: «Divide esos claveles / más dulces que las mieles, / y más que los panales / divide esos corales» (vv. 1-4). 37 Hipérbaton. La construcción recta sería: ‘dejando cuerda la razón más loca’. 38 Vid. «Y como el que de luz estuvo ajeno / en oscura prisión por tiempo largo, / que al ver la claridad del sol sereno / parece que despierta de un letargo, / tal me miré...» (vv. 105-109) (Esteban de Villegas, Las eróticas y traducción de Boecio. Tomo I, Madrid, Antonio Sancha, 1774, p. 411). beleño: después de describir por extenso las especies de esta planta, Aut. añade: «Las dos especies primeras son nocivas y hacen enloquecer y causan sueños muy graves y pesados, la especie tercera es menos dañosa y como más benigna es usada en la medicina». 32

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del amor! ¡Qué de males, qué de estragos no has hecho en los mortales! Ensayos solo del rapaz Cupido39 135 los del amante perro habían sido todos hasta el presente, pero ya es llama ardiente, a quien dio sin violencia cenizas antes que humo su obediencia. 140 Quedose, como he dicho, el triste amante ciego y loco de amor en un instante; de su grande hermosura arrebatado, inmóvil el cuidado, 145 con tanta admiración la contemplaba que él mismo enajenado se ignoraba. Disimulando la pasión ardiente, hablaba indiferente, pero al menor descuido que tenía por los ojos el alma se salía40. 150 Llegó el caso en efecto de dejarlas ofreciendo servirlas y obsequiarlas, y al urbano cumplido que las hace la recíproca oferta satisface. El triste Solimán, de amor herido, 155 con esperanzas de mejor partido, pensando en su remedio, resolvió combatirla por asedio sin guardar intervalos. 160 Con músicas, visitas y regalos su cuidado moviendo, ya que no iba triunfando iba venciendo. Volaba el tiempo y Solimán seguía su amorosa porfía. ¡Cuántas noches lluviosas, 165 frías y tenebrosas 39 Vid.: «Ciego que apuntas y atinas, / caduco dios y rapaz» (Luis de Góngora, Romances, ed. Antonio Carreira, Barcelona, Quaderns Crema, 1998, I, p. 199, vv. 1-2). 40 Pisón se hace eco de la creencia de que el amor se transmitía por la mirada a través de unos corpúsculos llamados «espíritus», teoría en la que se basa el soneto garcilasiano que comienza: «De aquella vista pura y excelente / salen espirtus vivos y encendidos, / y siendo por mis ojos recebidos, / me pasan hasta donde el mal se siente» (Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, p. 44, vv. 1-4). Vid. sobre la fortuna de este tópico en el petrarquismo hispano, Armando Pego Puigbó, «Hipertextualidad e imitación (a propósito de los “espíritus de amor” en Garcilaso)», Revista de Literatura, LXV (129), 2003, pp. 5-29.

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pasó en continua vela siendo de sus balcones centinela! ¡Cuántas la blanca Aurora, que unos dicen que ríe, otros que llora, sin que le asalte el sueño le encontró a los umbrales de su dueño! ¡Cuántas, hiriendo el viento el sonoro instrumento, dulcemente cantaba al compás de sus cuerdas una octava que, traducida del perril idioma41, es la siguiente sin faltarle coma: «Amoroso placer del pensamiento a quien dedico todas mis acciones, no dejes que mis voces lleve el viento, haz que logren en ti sus impresiones; duélete de mi pena y mi tormento, y para acreditar tus compasiones, sácame del infierno en que he vivido a la gloria de ser correspondido». Sultana agradecida a una y otra fineza repetida, ciega y determinada, pasó de agradecida a enamorada, que no hay a la frecuencia de un amoroso trato resistencia, y donde pone honor más prevenciones suelen arder más vivas la pasiones42. Queríanse constantes los dos perros amantes sin que aparentes celos

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41 En un pasaje humorístico de La Moschea también se juega con la demostración de la autenticidad de un documento a partir de la veracidad de su traducción: «Demás que en los auténticos anales / de los archivos de la gran Moschea / por testimonios consta originales / que están escritos en la lengua hebrea / las evidentes muestras y señales / de que esta historia verdadera sea, / la cual está en la piel de un piojo escrita / de lengua hebrea vuelta en la mosquita» (José de Villaviciosa, La Moschea, ed. Ángel Luis Luján, Cuenca, Diputación provincial de Cuenca, 2002, p. 144, vv. I, 57-64). 42 Vid.: «En la moderación de las acciones / de la severidad más recatada, / arden tal vez más vivas las pasiones» (Ocios del conde don Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo Primero. Parte segunda de sus obras poéticas, Madrid, Antonio Sancha, 1778, p. 512).

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motivasen cuidados ni desvelos, mas como nada estable se encuentra en este golfo miserable, el destino dispuso que un perro langostín, músico intruso43, lo revolviera todo pensando hacer fortuna de este modo. Era Arcabuz un perro valenciano de los que llevan presas a la mano44, tan atento y cortés con todo el mundo que en ser tercero no alcanzó segundo45. Estimulado el perro de los dones que le ofreció otro perro con tacones, prometió en su servicio hacer cualquier oficio, y lo puso por obra a pesar del temor y la zozobra que llegara a saber tales excesos y le moliera Solimán los huesos. Sultana reprendió su atrevimiento y, con desprecio del ofrecimiento, prudente en sus agravios, nunca, aunque perra, despegó los labios. Viendo que no dio lumbre la escopeta46, valiose de otra treta. Buscó, pues, presuroso a Galafre y Carcoma y, cauteloso,

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43 langostín: «pescado semejante a la langosta, aunque es más pequeño, y se tiene por muy regalado» (Aut.); «animal testáceo marítimo muy semejante a la langosta, pero muy pequeño» (DRAE, 1803). Pisón pondera así el diminuto tamaño del perro. 44 presas: «los colmillos o dientes agudos y grandes que tienen en ambas quijadas algunos animales, con los que agarran lo que muerden con tal fuerza que con gran dificultad lo sueltan» (DRAE, 1780). Vid.: «Trújome la mano por el lomo, abriome la boca, escupiome en ella, mirome las presas, conoció mi edad, y dijo a los otros pastores que yo tenía todas las señales de ser perro de casta» (Miguel de Cervantes, El coloquio de los perros, en Novelas ejemplares, p. 305); «11. Encarnizarse, es del perro, cuando se ceba en la res y está rabioso por comer de sus carnes cebado ya en la sangre de las heridas que le ha hecho con las presas» (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, ed. Felipe C. R. Maldonado y Manuel Camarero, Madrid, Castalia, 1995, p. 275). 45 Es decir: fue extremado en servir de tercero o concertador de amores y matrimonios. 46 no dar lumbre la escopeta: encontramos esta expresión en Adrien Berbrugger, Nouveau dictionnaire de poche Français-Espagnol, Paris, Thiériot, 1840, bajo la entrada manquer: «faltar; no dar lumbre la escopeta, etc. Encallar, abortar; omitir, quebrar, alzarse».

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les ponderó con arte riquezas de la parte, pródigos desperdicios de su genio, amables circunstancias de su ingenio, y para más ornato precisas conveniencias de su trato. Tal relación les hizo que el deseo de un todo satisfizo haciéndoles creer que con su entrada tenían la fortuna asegurada. Venció, pues, la malicia y a rebato tocó la vil codicia. ¡Mas, oh implacable sed del oro inmundo, cuántos estragos no has causado al mundo! Irífile lo diga47, que, fiera y enemiga, sin piedad ni decoro, a su esposo vendió por el vil oro. En fin, el triumperrato48 por desollar el gato49

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47 Irífile aparece como personaje en el drama de Calderón La fiera, el rayo y la piedra, y en el título de un conjunto de novelas de Bernardo de Balbuena, Siglo de Oro en las selvas de Erífile (1607), que alcanzó notable éxito en su época. Pisón, sin embargo, debe estar pensando en el personaje mitológico Erífile, que entregó a su marido por un collar de oro: «Anfiarao. Amphiaraus. Hijo de Oicleo, marido de Erífile, de nación Griego, y adivino, y quiriendo el rey Adrasto llevarle consigo a la región de Thebas, halló por su arte de adivinar que no avía de bolver de la jornada y ansí se escondió en parte donde sola su muger lo sabía. Esta fue coechada por Adrasto dándole muchas joyas y un rico collar de oro, con que le descubrió, y el día mesmo que llegó a Thebas se abrió la tierra que pisaba y se le tragó» (Sebastián de Covarrubias, Suplemento al Tesoro de la lengua española castellana, ed. Georgina Dopico y Jacques Lezra, Madrid, Polifemo, 2001, fol. 36v. Fuente: CORDE). Homero, Odisea, ed. Antonio López Eire y Luis Segalá y Estalella, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, la sitúa en el infierno en el canto XI: «Vi a Mera, a Clímene y a la diosa Erifile, que aceptó el preciado oro por traicionar a su marido» (p. 239); y lo mismo hace Virgilio, Eneida, p. 343, aunque este se centra en las heridas recibidas por su hijo: «his Phaedram Procrinque locis maestamque Eriphylen / crudelis nati monstrantem uulnera cernit» [VI, 445-446] («Allí Procris y Fedra, allí Erifile / que exhibe el seno herido por su hijo», vv. VI, 640-641). También aparece en el Laberinto de Fortuna entre «los que por cobdiçia succorieron en viçios»: «Estavas, Erífile, allí vergoñosa, / vendiendo la vida de tu buen marido, / de ricos collares tu seso vencido, / quisiste ser biuda, mas non deseosa. / ¡O siglo nuestro, edat trabajosa, / si fallarían los que te buscasen / otras Erífiles que desseassen / dar sus maridos por tan poca cosa» (Juan de Mena, Laberinto de Fortuna, ed. Miguel Ángel Pérez Priego, Madrid, Espasa-Calpe, 1989, p. 106, vv. 713-720). 48 Formación léxica sobre «triunvirato», terna de personas que en Roma dirigían una magistratura. 49 gato: «se llama también la piel de este animal, aderezada y compuesta en forma de talego o zurrón, para echar y guardar en ella el dinero, y se extiende a significar cualquier bolsa o talego de dinero» (Aut.).

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la trama de la tela 245 urdió con tal cautela que, antes de traslucirse una mañana, se presentó en la choza de Sultana. Quedó descolorida al verle, como rosa que cogida 250 fue fuera de sazón; pero la vieja50, meneando el rabo y una y otra oreja, le hizo tal cumplimiento que pudo prometerse el vencimiento. 255 Era un mastín bermejo, 51 más seco que abadejo , sumido de caderas, las zancas de galeras tenían presunciones, de quien eran los pies los espolones52. 260 Llevaba, presumido, aparentando el perro ser persona, de color de esperanza su vestido, blanca y hueca valona53, 265 con medias y zapatos de pelo natural como los gatos; por sombrero una artesa54, con guantes y bastón a la francesa. Quedose algo parado 270 al ver que Solimán estaba al lado de la Sultana hermosa, que, robando colores a la rosa, con el susto que altera su cordura realces añadía a su hermosura. 50 sazón: «descolorida estaba como rosa / que ha sido fuera de sazón cogida» (Egloga III, vv. 133-134) (Garcilaso de la Vega, op. cit., p. 215). 51 abadejo: «pescado que se coge en grande abundancia en la isla de Terranova y en otras partes. Regularmente suele tener media vara de largo, su figura es plana y el color es verdoso. Este pescado, ya seco, se distribuye y comunica por toda la Europa, aunque con varios nombres, pues en unas partes le llaman bacalao y en otras truchuela» (Aut.). 52 Juega con la doble acepción de «espolón»: «se llama también la punta que hace la galera y con que remata la proa»; «significa asimismo la friera o sabañón que sale por el invierno en el calcañar y lastima tanto que no se puede calzar el zapato sino es con mucho trabajo» (Aut.). 53 valona: «adorno que se ponía al cuello, por lo regular unido al cabezón de la camisa, el cual consistía en una tira angosta de lienzo fino, que caía sobre la espalda y hombros, y por la parte de adelante era larga hasta la mitad del pecho» (Aut.). 54 En Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 89, la artesa sirve de embarcación: «los que habitaban de la mar las costas, / tanto pueden de Amor dulces empresas, / vinieron en artesas» (I, 224-226).

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Solimán, inmutado 275 con la venida del mastín soplado55, disimulando enojos, a Sultana decía con los ojos: «¿Qué es esto, ingrato dueño, en tu albergue qué busca este cermeño?56 280 ¿Qué intento le conduce? ¿O qué interés seduce tu corazón amable para que a mi pesar seas mudable?» Mas ella, cabizbaja 285 como tahúr que pierde y que baraja, parece le decía: «Querido Solimán, no es culpa mía; mi corazón sincero 290 es incapaz de cometer tan fiero y execrable delito; que yo no soy culpada te repito. Mis padres... Arcabuz... yo no sé nada, que jamás le di paja ni cebada»57. 295 Sosegado algún tanto el fiero Solimán de su quebranto con pruebas semejantes, que sin hablar se entienden los amantes, desarrugó su ceño, dando con las orejas 300 a entender a su dueño que estaba satisfecho de sus quejas. Levantose el mastín a poco rato y sacando tal vez por el olfato 305 que aquella fortaleza casi era inexpugnable a su fiereza, se despidió hecho un pavo58, haciendo cortesías con el rabo. soplado: «llaman a el demasiadamente pulido, compuesto y limpio» (Aut.). cermeño: «árbol, especie de peral con las hojas de figura de corazón y vellosas por el envés, cuyo fruto madura a fin de primavera. Pirus praecox. // met. Tosco, sucio, necio» (DRAE, 1852). 57 no haberle echado a alguno paja ni cebada: «f. fam. con que se da a entender no conocer o no haber tratado al sujeto de quien se habla o se pide informe» (DRAE, 1803). 58 En la princeps «pabo», grafía habitual y que alternaba con «pavo»: «La pareja que se seguía, era una pareja parecida á un par de huevos, uno de gallina, y otro de pabo» (José Francisco de Isla, Descripción de la máscara o mojiganga, Madrid, 1787, p. 61. Fuente: CORDE). Los testimonios B y C modernizan la grafía, al igual que nosotros: «pavo». 55 56

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Silva segunda Dejando espumas canas presuroso59 de los montes rayaba las elevadas cumbres el sol, cuando Solimán, como amante receloso, 5 el descanso olvidaba. Pero ¡quién descansó jamás amando! Sus penas aumentando con discursos amantes, suspiros incesantes exhalaba, y quisiera 10 que, apresurando Apolo su carrera, término diese al general letargo. ¡Oh qué acerbo dolor es el que siente el mísero doliente 15 que vivió con salud por tiempo largo! ¡Oh qué de quejas vierte cada día el triste prisionero que de su libertad gozó primero! Pero ¿a quién perdonó la tiranía del hijo de la diosa Citerea60, 20 si hasta en los Cielos su poder emplea y su imperio amoroso de las deidades es yugo afrentoso? Jove por Mesomina61 59 Sintagma común en el Siglo de Oro para describir las olas, especialmente en el estilo sublime de la épica, pues se trata de un epíteto. Vid. Lope de Vega, «Justa poética del Maestro Burguillos, octavas», en Colección de las obras sueltas assí en prosa como en verso, Madrid, Antonio Sancha, 1777, t. XII, p. 216, en tono de burla: «Tencas Nereas y Náyades truchas / saltan alrededor, las ninfas ranas / mueven la voz y en amorosas luchas / le besan las jervillas soberanas: / de su divina luz se argentan muchas, / jugando cañas por espumas canas / marlotas de ovas, palos por jinetes, / y de cáscaras de habas los bonetes» (vv. 17-24). También es habitual el sintagma «de espumas cano»: «primero entre los ásperos bajíos / del piélago africano / enjutos se verán los ojos míos, / cuando de espumas cano, / a gúmenas y entenas / guerras pregone con cristal y arenas» (Esteban de Villegas, Eróticas o amatorias, p. 32, vv. 43-48). 60 «Citherea: éste es nombre muy común a Venus, en cuanto fue mujer, por el lugar donde afirman haber nacido, que es la isla Citherea, que primero se llamó Porphiris. Y según San Isidro, diremos que es llamada Citheresa por un monte alto donde era muy honrada, teniendo templo famoso en él» (Juan Pérez de Moya, Philosofia secreta, p. 384). 61 Se trata de Mnemosine, diosa de la memoria, madre de las musas, por la que Júpiter se convirtió en pastor: «de pastor [engañó] a Mnemósine» (Ovidio, Metamorfosis, ed. Antonio Ramírez de Verger y Fernando Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1996, p. 194, VI, v. 114).

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se hizo pastor, y fuego por Egina62; 25 el Pitio venerado en halcón fue por Isse transformado63; y Neptuno en becerro por Aracne, culpada en su destierro64. 30 Pues si en los dioses que con ciega instancia adoró la ignorancia, si en las deidades que empleó sus dones, errada la razón con las razones65, se vieron tales yerros, 35 ¿qué mucho que en los perros, donde el amor no es vicio, ciega naturaleza haga su oficio? Solimán impaciente maldecía, llevado de su loca fantasía, con amoroso empeño 40 las horas que tardaba en ver su dueño; que ausentes los amantes horas se les figuran los instantes. Almorzó apresurado 45 un pedazo de lomo mal asado, se remilgó a su modo66, lamiéndose de arriba abajo todo, 62 Egina, hija de Asopus, concibió de Júpiter a Éaco, uno de los jueces infernales: «de fuego [engañó] a la Asópide» (Ovidio, Metamorfosis, p. 194, VI, v. 113). Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 99: «a Júpiter, señor del rayo ardiente, / con disfraz indecente, / fugitivo de Juno, / su rigor importuno / tantas veces mostraron, / que en fuego, en cisne, en buey le transformaron / por Europa, por Leda y por Egina» (II, 6-12). 63 Se refiere a una de las transformaciones de Apolo-Febo, conocido como Pitio desde que, por amor a Isse, mató a la serpiente Pitón: «Allí está Febo, campesino por su aspecto, / y cómo unas veces llevó alas de gavilán y otras lomo de león, / cómo de pastor engañó a la Macareide Ise» (Ovidio, Metamorfosis, p. 194, VI, vv. 122-124). 64 Todo este pasaje de transformaciones está tomado del episodio de las Metamorfosis en el que se cuenta la competición entre Pallas y Aracne para alzarse con título de mejor tejedora. Aracne borda toda una serie de transformaciones ignominiosas para los dioses, algunas de las cuales reproduce aquí Pisón, a la zaga de Ovidio. El gaditano se equivoca, no obstante, al decir que Neptuno fue convertido en toro a causa del su amor por Aracne, pues, según el gran mitógrafo, lo único que sucedió es que Aracne representó en su tela a Neptuno convertido en toro por su amor a la hija de Eolo (Canacé): «También a ti, Neptuno, cambiado en torvo novillo, te puso / junto a la doncella Eolia» (Ovidio, Metamorfosis, p. 194, VI, vv. 115-116). 65 Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 202: «Todos Platones sois, todos Catones: / más podrá la razón que las razones» (VI, 258-259). En ambos casos el juego de palabras es el mismo: razón (entendimiento) frente a argumentos (razones). 66 remilgarse: «repulirse y hacer ademanes y gestos con el rostro. Dícese comúnmente de las mujeres» (Aut.).

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y con ansia tirana a la casa se fue de la Sultana. 50 Estaba a la sazón Sultana dando a su hermosura aumento, y las doradas hebras, tremolando del Favonio sutil al movimiento67, eran dulces prisiones de los más obstinados corazones68. 55 Coronada su frente de dorado esplendor y llama ardiente, vibraba tales rayos que Febo con desmayos sus luces esparcía, 60 viendo dar nuevo sol luces al día69. «¿Hasta cuándo —le dijo—, bella ingrata, tu corazón dilata el premio de mi amor? Dime: ¿hasta cuándo 65 he de vivir penando con solo la esperanza de que pueda en tu pecho haber mudanza? No quiera tu dureza ser ejemplar al mundo de firmeza; 70 deja de ser esquiva y atiende compasiva lo que por ti he sufrido, que es gloria la piedad con el rendido. De Carcoma por ti sufro porfías Favonio: «el viento que viene del verdadero poniente, que por lo más común se llama Zéfiro. Los poetas suelen usar mucho del nombre Favonio» (Aut.). 68 Este tópico petrarquista constaba ya en Fernando de Herrera, Poesía castellana original completa, ed. Cristóbal Cuevas, Madrid, Cátedra, 1985, p. 288: «Mi fuego veo en vos, mis bellos ojos, / y el lazo en tersas y doradas hebras; / y cuanto me encendéis, divinos ojos, / me prenden tanto las sagradas hebras. / Si el pecho me abrasáis, ardientes ojos, / el cuello anudan las compuestas hebras; / sois mi prisión y muerte, nudo y llama, / y así, enlazado, vivo y muero en llama» (vv. 17-24). También se registra en la narrativa breve del Barroco, como en La ingratitud hasta la muerte de José Camerino: «y alegre fabricaba cadenas de sus cabellos que, siendo de oro, pensó ser para galas y no para prisiones» (Novelas cortas del siglo xvii, ed. Rafael Bonilla Cerezo, Madrid, Cátedra, 2010, p. 185). El mismo motivo, pero dando al viento el nombre de Céfiro, resucita en Esteban de Villegas, Eróticas o amatorias, p. 14: «Suelta el céfiro blando / ese vellón que luce en tu cabeza, / verás que, tremolando, / a cautivar amantes, Lida, empieza, / y que en cada cabello / enreda un alma y aprisiona un cuello. // Como en el mes ardiente / el viento mueve las espigas de oro / con soplo diferente, / así las hebras, que en el alma adoro, / del céfiro movidas, / darán mil muertes, vencerán mil vidas». 69 Repite esta imagen, que ya había aparecido en la «Silva primera» (v. 120). 67

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que han de ser la carcoma de mis días70. 75 Por ti miro enojado cuantas perras me miran con agrado; por ti en continua pena un delirio ignorado me enajena; por ti en amargo llanto 80 tristes endechas lloro cuando canto71; y por ti, finalmente, padeciendo, víctima del amor vivo muriendo. Si no te he dado galas, no es extraño, 85 porque tus lanas son de todo el año. Pero ¿cuántos regalos que pudieran costarme muchos palos no arrebaté con proceder injusto por que fueran lisonja de tu gusto? 90 ¿Qué pastel, a pesar del diligente y sucio cocinero, más temido de mí que el Cancerbero, no ha sido presa de mi agudo diente? ¿Qué perdices, qué pollas, qué pichones, qué pavos, qué capones, 95 sin otras muchas aves, para ti no he robado, como sabes?72 ¿En qué jamón o lomo no hice presa por que fuera despojo de tu mesa? 100 ¿Qué de rellenos, di, qué de empanadas no han sido por mi ingenio conquistadas, de tus plantas trofeo? ¿Quién con más aptitud puede su empleo desempeñar que yo, cuando es notorio no dejé bodegón ni refectorio 105 que veloz no corriera 70 Vid. Esteban de Villegas, Las eróticas y traducción de Boecio, p. 348: «Solo de aquesta Musa, que promete / tal vez melancolías, / me dejan que las dudas interprete: / Quizá por ser carcoma de mis días, / con quien las horas gasto / dedicadas a gustos y alegrías». 71 Vid. el romance «Lloraba la niña» de Luis de Góngora, Romances, I, p. 492: «Ya no canto, madre, / y si canto yo, / muy tristes endechas / mis canciones son» (vv. 35-38). 72 La simbología erótica de las aves es una constante de la literatura áurea. Por ejemplo: «A: Comadre, la de Buen Día / B: ¿Qué queréis, vecina mía? / A: Que nos demos un buen día. // Vos, ¿qué tenéis que llevar? / B: Yo, dos pollos y un capón. / A: Yo, una polla y un lechón» (Pierre Alzieu, Robert Jammes, Yvan Lissorgues, Poesía erótica del Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 2000, p. 171). También en Esteban de Villegas, Eróticas o amatorias, p. 56, destaca el carácter afrodisíaco de la pitanza avícola: «No inmortaliza el pavo advenedizo, / ni el francolín agrícola del viento, / que antes disponen a mayor licencia» (vv. 28-30).

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por si encontraba cosa que pudiera por nueva o por extraña mover tu gusto y publicar mi maña? 110 ¿Qué de cocinas no asalté en las siestas estando mis costillas harto expuestas? Acuérdome que en una dispuso la fortuna con influjo tirano hallase un escribano 115 que, mortal enemigo, un ejemplar queriendo hacer conmigo73, como fiera garduña, creyéndome gallina, 120 al pescuezo me echó la sutil uña, y al mirar que se obstina en mi daño imprudente, volviendo el duro diente, le tiré dos bocados tan feroces que quedó confesión pidiendo a voces74. 125 Pues si todo lo dicho no me puedes negar, ¿por qué capricho contra razón y ley tu injusto trato se ha de mostrar conmigo tan ingrato?» Sultana respondió muy relamida: 130 «Yo vivo y viviré reconocida a tus muchos favores, mas no alcanzo a qué vienen tus clamores. Con infundadas quejas 135 baldonas mis amantes expresiones y confusa me dejas sin saber por qué son tales baldones. ¿Llamas ingratitud por complacerte negarme a todo perro de tal suerte que, con estar abierta 140 un ejemplar: se supone «castigo ejemplar». Pisón extiende aquí los dones que Marramaquiz dice haber ofrecido a Zapaquilda (Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 93) cuando se queja de su comportamiento: «y que al galán Marramaquiz dejara / por un gato que vio de buena cara, / después de haberle dado / un pie de puerco hurtado, / pedazos de tocinos y salchichas?» (I, 293-297). Y un poco más adelante I, 342-351: «Si no te he dado telas y damascos / es porque tú no quieres vestir galas / sobre las naturales martingalas, / por no ofender, ingrata a tu belleza, / las naguas que te dio naturaleza; / pero en lo que es regalos, ¿quién ha sido / más cuidadoso, como tú lo sabes, / en cuanto en las cocinas, atrevido, / pude garrafiñar de peces y aves? / ¿Qué pastel no te truje, qué salchicha?» (Lope de Vega, ibidem, p. 96, I, 342-352). 73 74

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de mi casa la puerta, nadie de visitarme tiene aliento temeroso del mal recibimiento? ¿Es ser ingrata por obviar recelos 145 no hablar con quien pudiere darte celos y a pesar de mi madre, perra rara, poner a todo el mundo mala cara? Pero tienes razón, no contradigo; con todos soy ingrata, no contigo. 150 ¡Ah, Solimán, qué poco me conoces!, pues no entiendes las voces, retóricos despojos que el corazón arroja por los ojos. Amor me predo...». En esto entró Artimina y se quedó sin reventar la mina75. 155 Era esta perra hermana mayor de la Sultana, en todo muy cumplida, pero en nada a su hermana parecida. Con ella y dos gozquillos76 160 venía Bigotillos, tan asqueroso y feo que apagaba la llama del deseo. Estaba enamorado, aunque era perro pobre y mal criado, 165 de Artimina que, ciega, a tanto extremo llega que sin reparo de su mala traza lo llevaba colgado como maza77. Curioso juego lingüístico. Pisón completa en posición versal la palabra que dejó trunca en el verso anterior. Es lo que José Enrique Martínez, La voz entrecortada de los versos. Nuevos estudios sobre el encabalgamiento, Barcelona, Davinci, 2010, pp. 145-146, llama «encabalgamiento léxico ‘dilatado’». Para explicarlo cita a Caramuel, que lo registraba en Ariosto y García Luis de Córdoba: «A la primera salva / que el delfín fulminó por un costado / cayó Cloris, y dijo: “adiós mi Alva- / mas la muerte impidió dijese el ado». También Antonio Quilis, Estructura del encabalgamiento en la métrica española, Madrid, CSIC, 1964, pp. 14-15, recoge un pasaje donde se cita el texto del Furioso: «Edirgli, Orlando, fa che ti ricordi / Di me ne l’oration tua grate a Dio: / Ne men ti raccommando la mia Fiordi- / Ma dir non poetè gli: e qui finio». Nótese que la dicción se corta a causa de la muerte. 76 gozque: «perro pequeño, que solo sirve de ladrar a los que pasan u a los que quieren entrar en alguna casa. Llamáronse así porque vinieron de Gocia». Gozquejo: «el perro pequeñito» (Aut.). 77 maza: «se llama así también el palo, hueso u otra cosa que por entretenimiento se suele poner en las Carnestolendas atado a la cola de los perros, y también se llama así el trapo sucio u otra cosa que se prende en un alfiler en los vestidos de los hombres y mujeres para burlarse de ellos» (Aut.). 75

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Y hubo lengua atrevida 170 que asegurase andaba algo salida78. Pero no hay que admirar ningún exceso cuando los perros son de carne y hueso y el Amor, tan tirano 175 que priva la razón, ciega los ojos y todo lo atropellan sus enojos. Biblis lo diga en fuente transformada, de su hermano sin fruto enamorada79; y Mirra de su padre, cuyo engaño se vino a descubrir después del daño80. 180 Así Artimina, sin mirar su yerro, dada a perros estaba por el perro81. Sería disculpable la eficacia si amor ocasionase su desgracia, 185 pero no es esta la verdad desnuda, y con razón se duda si era efecto de Amor, porque en amores distinguir no sabía de colores, siendo tal vez, por ley de su destino, novia de todo perro campesino. 190 Apenas su venida (de nuestros dos amantes bien sentida) cortó a Sultana el hilo del amoroso estilo 195 en que se producía, y con falsa alegría a frases amorosas sustituyen palabras oficiosas, 78

(Aut.).

salida: «se aplica a las hembras de algunos animales, cuando tienen propensión al coito»

La hija de Meandro dio a luz a los gemelos Biblis y Cauno. Biblis se enamora de su hermano y decide mandarle una carta confesándole sus sentimientos. Este la rechaza y huye a otras tierras. Por último, Biblis abandona el hogar y vaga por lo campos desconsolada hasta que las náyades la transforman en fuente (Ovidio, Metamorfosis, pp. 282-287, IX, vv. 450-665). 80 En la versión de Ovidio, ibidem, pp. 304-309, X, vv. 298-502, Mirra, hija de Cíniras, logra acostarse con su padre haciéndose pasar por una nueva concubina. «Mirra, según Ovidio, fue hija de Cinara, de quien dice San Fulgencio que amó a su padre, con quien tuvo ayuntamiento carnal, habiéndole primero dado a beber; y como Cinara supiese que estaba preñada, y la maldad dél, como comenzó a seguirla con la espada desenvainada, con intención de matarla, Mirra, muy temerosa, huyendo y llorando, pidiendo favor a los dioses, fue convertida en árbol de su mismo nombre; deste árbol, siendo herido de Cinara, nació Adonis» (Juan Pérez de Moya, Philosofia secreta, p. 388). 81 darse a perros: «irritarse uno mucho y casi con desesperación» (Aut.). 79

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cuando Carcoma entró muy remilgada a echar su cucharada82, 200 que, aunque pasar no pudo con un ingenio agudo de bachillera al grado de doctora, era perra habladora, preciada de entendida 205 y tan entremetida que con cualquier motivo dar quería su voto decisivo. Galafre vino luego 210 y mostró a Solimán algún despego, mas, haciendo desprecio el noble can de proceder tan necio, con prontitud extraña alzó la pierna y remojó su saña. Era nuestro Galafre un perro viejo83, 215 curtido de pellejo84, camastrón refinado85, en el libre comercio consumado, y cierto antagonista 220 le apellidaba por su poca vista y varios contratiempos «podenco maridable de estos tiempos». Perro de tal linaje que jamás se olvidó de que fue paje, pues a larga distancia 225 86 sacaba de las ollas la sustancia , no habiendo hostelería que a la dura porfía de sus manos y pies no se rindiese meter su cucharada: «frase que se dice del que en todo cuanto se habla u discurre quiere dar dictamen, interrumpiendo a los otros en materias que no profesa ni entiende» (Aut.). 83 a perro viejo no hay tus tus: «Refr. que enseña que el hombre experimentado y juicioso es muy dificultoso de engañar» (Aut.). «Es perro viexo. Para dezir ke uno tiene esperienzia i es astuto» (Gonzalo Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, Institut d’Études Ibériques et Iberó-Américaines de l’Université de Bordeaux, 1967. Fuente: CORDE). 84 Hablando de Ferramoto, padre de Zapaquilda, escribe Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 159: «Ferramoto era un gato / de buen entendimiento y de buen trato, / cano de barba y negro de pellejo» (IV, 242-244). 85 camastrón: «hombre engañoso, disimulado y doble que espera con maña para hacer su negocio o engañar a otro. Es voz vulgar» (Aut.). 86 Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 198: «que no paraba, sin hacer ruïdo, / hasta sacar la carne de la olla» (VI, 155-156). 82

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y, fuese como fuese, 230 celebrase sus glorias cantando al son de Baco sus victorias. Este, pues, comilón perro goloso, en materias de honor escrupuloso (que aun entre perros es cosa sentada 235 ser el honor materia delicada), movido de Arcabuz (que aunque creía inútil la porfía, andaba sin embargo 240 poniendo, como suele el buen agente, el medio que imagina conducente al feliz desempeño de su encargo), hizo amistad secreta, solo en esto discreta, con aquel mastín mona87 245 que antes dije de guantes y valona. Y siendo su cuidado que Solimán no oliera este guisado88, tenían sus sesiones 250 los tres por los rincones en donde se trataba la amorosa pasión que a esto obligaba. Galafre consentía en que el mastín pusiera batería al tierno corazón de la Sultana 255 sin mirar que profana el respeto de honor y, con afrenta de su antigua opinión, lo pone en venta. El nuevo pretendiente, agradecido, 260 le regaló un vestido con guarnición completa de becadas89 y, en lugar de botones, empanadas. Obligado Galafre a lo galante de expresión semejante 87 Nueva acuñación léxica de Pisón. Debe de referirse al refrán «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda» y también a la acepción que aparece bajo la entrada «mona» en el Suplemento del Diccionario académico de 1803: «El que hace las cosas por imitar a otros». Vid. Tomás de Iriarte, La mona, en Poesías, ed. Alberto Navarro González, Madrid, Espasa-Calpe, 1976, pp. 33-35. 88 guisado: «en la Germanía significa la Mancebía. Juan Hidalgo en su Vocabulario» (Aut.). 89 becada: «lo mismo que Gallina ciega. Es voz usada en Aragón y tomada del francés Becasse, u del Toscano Becacia» (Aut.); «lo mismo que chocha perdiz» (DRAE, 1770).

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alentó su esperanza, culpándole de paso su mudanza; y creyendo el mastín como forzoso de tan feliz principio fin dichoso, determinó obstinado seguir a toda costa lo empezado, ofreciéndole al padre de su ingrata, como suelen decir, montes de plata90. Con este ofrecimiento torres formó en el viento91 y a su casa se fue, donde prepara, a Solimán poniendo mala cara (como ya queda dicho), evitar este estorbo a su capricho. A poco tiempo, en fin, de su llegada, por ser la acostumbrada hora en que Solimán se despedía, dejó su compañía y puso con secreto en manos de Sultana este soneto:

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  «Por ti sufro a Carcoma que ha nacido no perra para mí, si no es harpía; por ti sufro la vil bachillería del gruñidor Galafre su marido;   por ti sufro el tenaz torpe ladrido de una infame asquerosa perrería; y por ti desde luego sufriría

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290

Vid. Juan Meléndez Valdés, Obras en verso, ed. Juan H. R. Polt y Jorge Demerson, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo xviii, 1981, p. 434: «Como el tigre en el desierto, / que el hambre y la sed abrasan, / sobre la incauta corcilla / se arroja y despedaza, / vendrá, y traerá sus legiones, / que oprimen la Escitia helada, / ofreciendo a su codicia / por cebo montes de plata» (vv. 113-120). 91 Se trata de un tópico áureo que explota, por ejemplo, Lope de Vega, Obras poéticas, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1989, p. 297: «si no tengo de todo lo pasado / presente más que el tiempo que he perdido, / vanamente he cansado mi sentido, / y torres en el viento fabricado» (vv. 5-8). Vid. también el romance gongorino «Ciego que apuntas y atinas» (1580): «una torre fabriqué / del viento en la raridad, / mayor que la de Nembrot / y de confusión igual» (vv. 41-44). O el soneto atribuido a Góngora contra Lope (1598): «Por tu vida, Lopillo, que me borres / las diecinueve torres del escudo, / porque, aunque todas son de viento, dudo / que tengas viento para tantas torres» (vv. 1-4) (Luis de Góngora, Obras completas, ed. Antonio Carreira, Madrid, Biblioteca Castro, 2000, pp. 8 y 625). Tanto uno como otro se hacen eco del adagio «armar torres de viento», o sea, «dejarse llevar de pensamientos varios e invenciones locas» (Cov.). 90

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todo cuanto no es ser perro sufrido92.   Jamás te he dado causa de disgusto, acreditada tengo mi firmeza y a tu gusto no más mi ley ajusto.   Si tanto amor ablanda tu dureza y pretendes, Sultana, darme gusto, tratemos desde hoy con más franqueza».

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Silva tercera Errado pensamiento que en la dicha te ofuscas con proceder injusto, ¿dónde el contento buscas? ¿Ignoras que el contento es huésped del disgusto? ¿Sabes que en esta vida no puede haber satisfacción cumplida y es lo que más complace niebla que con el viento se deshace? ¿A qué son los extremos con que el bien deseamos si, cuando lo logramos, cosa distinta vemos, ya que opuesta no sea de lo que figuraba nuestra idea? ¿Quién es quien no se asombra de que al humano celo un bien que al fin es sombra cueste tanto desvelo, y por una hermosura, flor que el tiempo deshoja,93 haga tanta locura,

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sufrido: «se aplica también al marido consentidor» (Aut.). La comparación de la caducidad de la belleza femenina con la de las flores es un tópico muy extendido en el Siglo de Oro. Lo tenemos en Francisco de Quevedo, Poesía original completa, p. 317: «reprehensiones son, ¡Oh Flora!, mudas / de la hermosura y la soberbia humana, / que a las leyes de flor está sujeta» (vv. 9-11); en el soneto de sor Juana Inés de la Cruz que comienza «Rosa divina que en gentil cultura» (Obras completas I. Lírica personal, ed. Alberto G. Salceda, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 278); y en la letrilla: «Aprended, flores, en mí / lo que va de ayer a hoy, / que ayer maravilla fui, / y hoy sombra mía aun no soy» (Luis de Góngora, Letrillas, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1984, pp. 47-49, vv. 1-4). 92

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pase tanta congoja? ¡Oh infelices amantes que en olas inconstantes de afectos diferentes zozobráis imprudentes, viviendo miserables! Pero no sois culpables: pensión es la flaqueza94 de la naturaleza, y de amorosos yerros ni aun se libran los perros, pues rinden al amor, sin ver su ultraje, la razón y el instinto vasallaje. Cuando más engolfado se hallaba Solimán en su cuidado, creyendo que a su dicha no hiciera la desdicha oposición alguna, dispuso la Fortuna con súbita mudanza que enfermara de celos su esperanza95. Notó que de Sultana la fineza declinaba en tibieza, y presumiendo que otro amor causaba lo que triste notaba, se entregó al sentimiento cuyo soplo violento tanto avivó la llama que lo postró en la cama, precisado a sangrarse sin perder tiempo para no abrasarse. A la sazón tenía la perrada una alegre batida proyectada que sin él tuvo efecto, habiendo sido parte en el proyecto. Disimuló el disgusto, y, aunque perro, sintió, como era justo,

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94 pensión: «la carga anual que perpetua o temporalmente se impone sobre alguna cosa. // Metafóricamente se toma por el trabajo, pena o cuidado que es como consecuencia de alguna cosa que se logra y la sigue inseparablemente» (Aut.). 95 La enfermedad de celos aparece también en Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 93: «Marramaquiz, con ansias y desvelos, / vino a enfermar de celos» (I, 303-304).

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que, hallándose sangrado, no se hubiera la fiesta dilatado. Esperó su regreso y dispuso obsequiar todo el congreso 65 con una cena donde el postrer plato fueran las justas quejas de su trato. Galafre, con razones poderosas, se excusó del convite que gustosas las perras admitieron, y a ver al triste enfermo alegres fueron96. 70 Pero apenas llegaron al lecho en que reposa, la voluntad quejosa, cuando cautas mudaron la alegría en tristeza, 75 profiriendo expresiones de terneza. El dichoso doliente, en la ocasión presente del favor satisfecho, 80 ocultando la pena de su pecho, les dio la bienvenida y con ver a Sultana cobró vida. A poco tiempo que en dichosa calma pasto daban al alma, su apetito despierta 85 la mesa que, cubierta con uno y otro plato, recreaba la vista y el olfato. A cenar se pusieron y, deshecha 90 la prudente sospecha de que aquella llamada con segunda intención iba trazada, hicieron de su juicio en lisonja del gusto sacrificio. Acabada la cena, 95 el cauto Solimán, con voz serena, valiéndose del arte, a Sultana y Carcoma llamó aparte; y después de sentadas, 100 con razones medidas y pesadas Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 95: «pero por alegralle la sangría / le trujo su criada, Bufalía, / una pata de ganso y dos ostiones» (I, 321-323). 96

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produciendo sus quejas, les puso tan calientes las orejas97 que, arrebatadas del impulso ardiente, maldiciendo el convite interiormente, 105 dieron fin al asunto, despidiéndose al punto del enfermo, que, habiéndose quejado, quedó, ya que no bueno, mejorado. Con tal celeridad y tan ligera quiso bajar Sultana la escalera 110 que poco le faltó no la rodase y coja para siempre se quedase98. Pasáronse después algunos días hasta que, recobradas las sangrías, 115 Solimán dejó el lecho en que se hallaba y, aunque pasión violenta le arrastraba a ver su perra amante, reprimiendo constante de su incendio la llama, se mantuvo hecho un perro con su dama99. 120 Pero Carcoma atenta, del conocido yerro pesarosa, calmar supo ingeniosa con un cortés recado la tormenta. Referir la alegría 125 de nuestro amante perro en este día será por demás cuando sabemos que a Sultana estaba amando; y huyendo digresiones, 130 volvieron los amantes corazones con afecto rendido al yugo de Cupido, haciéndonos patente que el curso diligente de los celestes velos 135 sabe trocar las penas en consuelos. Solimán, que el sollozo 97 calentar las orejas: «es reprehender a alguno severamente u decirle algunas palabras agrias y ásperas para que las sienta, se avergüence y corrija» (Aut.). 98 En Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 121-122, la pelea entre Zapaquilda y Micilda acaba con una caída efectiva desde el tejado (II, 384-397). 99 ponerse como un perro u hecho un perro: «frase vulgar con que se significa que alguno se enoja, irrita y enfurece con facilidad» (Aut.).

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vio convertido en gozo, siguiendo lisonjero de Carcoma consejos eficaces, con un baile casero dispuso celebrar las nuevas paces, y con modo halagüeño la perra se encargó del desempeño. Ya todo a punto estaba y solo se esperaba que se ausentase el día y que la noche fría extendiese su manto, haciendo resonar el triste canto de importunas lechuzas que, según opinión vulgarizada, y sin razón fundada, se chupan el licor de las alcuzas100. De la dispuesta sala en el contorno, por timbre y por adorno, aunque del tiempo ajados, se miraban colgados retratos excelentes de ilustres ascendientes que, colmados de glorias, merecieron lugar en las historias. Allí estaba Mambrina, aquella perra que mantuvo la guerra con treinta pasteleros y a cuchillo pasó mil gallineros. La ejemplar alianza

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«Díjose quasi Lecytusa del nombre Griego Lecytus, que significa Aceitera, porque se bebe el aceite de las lámparas» (Aut.). «Óyese el triste canto a la lechuza / que el humor de las lámparas extingue, / por quien ya se convierte en viva alcuza, / teniendo el vientre eternamente pingüe» (Rafael Bonilla Cerezo, Lacayo de risa ajena. El gongorismo en la Fábula de Polifemo de Alonso de Castillo Solórzano, Córdoba, Diputación Provincial de Córdoba, 2006, p. 202, vv. 193-196). La aclaración que hace Pisón, desmintiendo una falsa creencia popular, es de espíritu netamente ilustrado. Un siglo después escribirá José Monlau, Programa de un Curso de Historia Natural para uso de los Institutos de Segunda Enseñanza y Escuelas Normales, Madrid, Librería de la Publicidad, 1867, 2ª ed.: «Es común creencia en España que las rapaces nocturnas chupan el aceite de las lámparas (creencia que Yriarte consigna en una de sus fábulas), pero sin otro falso fundamento que el elegir muchas por morada los campanarios e introducirse a veces dentro de las naves de las iglesias en busca de ratas, ratones y otros animales que constituyen su pasto» (p. 97). 100

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de Cipión y Berganza101 contra perros feroces 170 muda en un lienzo estaba dando voces. De la fiera polilla carcomido daba muestras un cuadro de haber sido de aquel héroe Macarte102, famoso Perrimarte103, 175 que sin oír consejos asoló todo un soto de conejos. Y hasta del Can Celeste que, bizarro104, del rubicundo Dios embiste el carro, con suma vigilancia, otro cuadro pintaba la arrogancia105. 180 Aun no bien era la hora señalada y ya estaba poblada la sala de mirones, 101 Nótese la acumulación de nombres cervantinos: «Mambrina» lo toma del Quijote («Mabrino») y Cipión y Berganza son los protagonistas de El coloquio de los perros. No consta en la última de las Novelas ejemplares ningún episodio que corresponda con esta «ejemplar alianza contra perros feroces» de la que habla Pisón y que hay que atribuir a su imaginación, a partir, quizá, de las resonancias bélicas del nombre de Cipión. 102 Personaje del Florisel de Niquea, continuación del Amadís de Gaula escrita por Feliciano de Silva, La Coronica de los muy valientes cavalleros don Florisel de Niquea y el fuerte Anaxartes, hijos del excelente Príncipe Amadís de Grecia, Zaragoza, Domingo de Portonariis Ursino, 1584. El libro II, cap. XXI, lleva por título: «De como Macartes rey de Tiro embio una carta de desafío al excelente Amadis» (fol. 152v.) 103 El mismo juego en Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 92, a propósito de Micifuf: «por nombre, en gala, cola y gallardía / célebre en toda parte / por un Zapinarciso y Gatimarte» (I, 270-272). 104 Can celeste: se trata de la constelación de la canícula, que coincide con la plenitud del verano. Recuérdese el célebre pasaje del Polifemo gongorino: «Salamandria del Sol, vestido estrellas, / latiendo el Can del cielo estaba cuando / (polvo el cabello, húmidas centellas, / si no ardientes aljófares sudando) / llegó Acis; y de ambas luces bellas / dulce occidente viendo al sueño blando, / su boca dio y sus ojos cuanto pudo / al sonoro cristal, al cristal mudo» (Luis de Góngora, Fábula de Polifemo, p. 162, vv. 185-192). La misma expresión, «can celeste», en un soneto de Lope de Vega, Rimas de Tomé de Burguillos, en Obras poéticas, p. 1311: «A la muerte de Timosca, perra de aguas famosa, matola la rueda de un molino»: «Mi muerte fue un molino, mas ya creo / que trasladarme al Can celeste ordena / Júpiter por mujer. ¡Qué dulce empleo! / ¡Ay de ti, Manzanares, porque en pena / haré, si en la canícula me veo, / incendio tu cristal, polvo tu arena!» (vv. 9-14). Vid. La invocación a la canícula al inicio de la Muracinda: «Tú (oh celeste Can) que entre los astros / tienes tu asiento, envía tu socorro / en favor de tus canes, que la Muerte / los tiene condenados a que mueran, / por el orden fatal que iré contando» (Juan de la Cueva, Fábulas mitológicas y épica burlesca, ed. José Cebrián. Madrid, Editora Nacional, 1984, p. 204, vv. 15-19). 105 La descripción de los cuadros de perros famosos está tomada de Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 174-175: «Tenía ya Ferrato / en un zaquizamí curiosamente / la sala aderezada / de uno y otro retrato / de belicosa cuanto ilustre gente», y a partir de aquí se describen varios cuadros de gatos famosos por sus hazañas (V, 105-128).

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que en tales diversiones 185 acuden los gorristas al cebo natural de las conquistas. De Arlequín disfrazado se presentó Rubí, perro adamado106, de las perras querido por modista, por necio y presumido107. 190 Mustafá llegó luego expresándose en griego y atormentando en culto, que a mi ver es lo mismo, porque yo dificulto 195 se encuentre en el abismo demonio que resista el cruel tormento de un cultiparlista108. Entró después Jazmín todo doblado, 200 tan rígido observante del peinado que ni agosto ni enero en su cabeza vieron el sombrero109. Tulipán también vino, perro faldero y fino, 205 huésped de una marquesa que solía peinarse a la francesa, mas por inútil tengo el contar cuántos eran y necio me detengo cuando las damas a la puerta esperan110. 210 Entró la gran Catunda, Perrivenus segunda, que fue en su primavera dichosa emulación de la primera. Con Esmeralda, su querida prima, 215 106 adamado: «lo que tiene aire o manera femenil: como de un mancebo se dice que es adamado cuando el rostro representa un género de hermosura u delizadeza femenil. Y de cualquiera se dice que es adamado cuando en el gesto o acciones muestra melindres mujeriles» (Aut.). 107 modista: «el que observa y sigue demasiadamente las modas» (Aut.). 108 cultiparlista: «adj. de una term. que se aplica a la persona que habla mucho y se explica con términos cultos. Es voz inventada y jocosa» (Aut.). Se trata de una broma de ascendencia quevedesca, pues recuerda a la acuñación de «La culta latiniparla». 109 El perro evitaba ponerse el sombrero, por calor o frío que hiciera, para no estropearse el peinado. 110 Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 178: «Mas ¿para qué discurro / con verso torpe y proceder grosero, / cuando lo menos de lo más refiero, / si me aguardan las damas, que aquel día / mostraron cuidadosa bizarría?» (V, 180-184).

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vino después Zelima, nombre que no se ajusta con su progenie augusta111, pues su alcurnia tenían, según ellas decían, mirando hacia el Moncayo de un perro del infante don Pelayo. Pulpilla la graciable112, que era ya por su edad tan respetable como por la hermosura respetada, se presentó también que ni pintada. Corsa, perra traviesa, con mucha polonesa113 daba a entender que a veces es mucho más el ruido que las nueces. La presumida Arlaja, con vestido de maja, pasó plaza de serlo y sin la detención de parecerlo. Cierto cuerpo mayor, perra muy fea, escarnio vino a ser de la asamblea, que es la irrisión mayor cuando se aliña una vieja queriendo hacerse niña114. Vinieron otras muchas, todas bellas, que con el sobrescrito de doncellas en estilo discreto entregaban la carta del respeto. Llenaron el estrado, quedando su recinto hecho un cielo abreviado en cuyo laberinto

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Por ser nombre de procedencia árabe, como estamos viendo que son los de la mayoría de las perras. 112 graciable: «adj. de una term. que se aplica a la persona inclinada a hacer gracias y que tiene afabilidad en el trato. Dícese también de la cosa fácil de conceder» (Aut.). 113 polonesa: «Prenda de vestir de la mujer, a modo de gabán corto ceñido a la cintura y guarnecido con pieles» (DRAE, 1884). 114 La nómina de los perros que acuden al banquete es paralela a la de los gatos que acuden a las bodas de Zapaquilda y Micifuf en Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 177-180 (V, 154-208), seguida igualmente de un baile en todo punto similar al que aquí vemos. Además, Pisón introduce la escena con una cronografía de la llegada de la noche que también encontramos en Lope. El tema de la “vieja niña” es de carácter barroco y aparece insistentemente en la obra de Quevedo. Vid. Rodrigo Cacho Casal, La poesía burlesca de Quevedo y sus modelos italianos, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2003, pp. 244-259. 111

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cada cual a porfía como estrella lucía, cuando el sol de Sultana, aunque en edad temprana, salió con tanto aumento que a las demás dejó sin lucimiento. Pintar de nuestra perra el brío y gala sería oscurecer toda la sala y querer que subsista el oído en los riesgos de la vista; pues como hermosa garza que da al viento la blanca pluma de esplendor luciente y el diestro cazador la mira atento sin acordarse de su plomo ardiente, así Sultana llena de despojos se llevaba los ojos de toda la perrada, la prevención dejando desairada de tantas envidiosas que el fin no conseguían y tal vez pasarían, a no estar a su lado, por hermosas. Ningún galán con tanta gentileza en obsequiar su dama se señala cual nuestro Solimán: ¡con qué fineza de la mano la lleva por la sala; qué cortés y qué atento le da el mejor asiento, y ocupando su lado en complacerla pone su cuidado! Rompió con la pavana115 el festín una perra que, aunque anciana, allá en sus mocedades no dejó de tener habilidades. Bailaron la chacona Tulipán y Pelona, y luego unas folías al dulce son de alegres chirimías

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pavana: «especie de danza española que se ejecuta con mucha gravedad, seriedad y mesura, y en que los movimiento son muy pausados: por lo que se le dio este nombre con alusión a los movimientos y ostentación del pavo real. Llámase también así el tañido con que se acompaña esta danza» (Aut.). 115

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que un músico barbero 285 hizo de las canillas de un ternero. Artimina, por ser extraordinario, bailó con Bigotillos un canario116. Candonga, perra vana y andaluza117, acompañada del valiente Muza118, 290 compasó una tirana119, y hasta Carcoma, ufana, a la par de un alano bailó el «agua de nieve» y «el villano»120. 295 En estas diversiones, sin que la vil malicia canario: «tañido músico de cuatro compases que se danza haciendo el son con los pies, con violentos y cortos movimientos. Covarr. Dice se llamó así por haber traído a España esta danza los naturales de Canarias» (Aut.). 117 candonga: «la zalamería disimulada que hace uno para engañar a otro lisonjeándole y conquistándole con halagos y apariencia de amistad y cariño. Y generalmente se toma por todo lo que es mentira, lisonja y engaño. Es voz vulgar. Lat. Simulata assentatio. // Se llama también la mula vieja, que ha servido ya mucho tiempo y está llena de axes. Y también se toma por cualquiera cosa vil y de poco servicio que por no ser buena para nada se dice vulgarmente que es una candonga» (Aut.). 118 El moro Muza protagoniza diversos romances del ciclo morisco. Se le presenta como adalid de los abencerrajes y rendido amador, desterrado por devoción a su dama. Al personaje histórico se le atribuye el paso del estrecho de Gibraltar en el 712 y la conquista del reino visigodo. Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 207-208, escribe: «y no menor locura que se intente, / no siendo Micifuf el moro Muza, / tratar de desafíos / con quien sabéis que tiene tantos bríos» (VI, 403-406). 119 tirana: «cierta canción española» (DRAE, 1822). 120 La serie de danzas aquí citadas está documentada por extenso. Pedro Grases, «La nomenclatura de bailes y canciones de Hispanoamérica», Escritos selectos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1989, pp. 406-412, al hablar de sus orígenes españoles, dice: «Anoto algunos nombres de bailes históricos peninsulares, todos ellos documentados en textos literarios o críticos de los siglos xvi y xvii principalmente» y cita en primer lugar «agua de nieve» y después: «villano (villano del Danubio)» (p. 409, nota 7). En la p. 408, nota 4, aclara: «o el del villano: ‘Al villano que le dan...’». Vid. también, dentro del libro de Andrés Amorós y José María Díez Borque (coords.), Historia de los espectáculos en España, Madrid, Castalia, 1999, el apartado dedicado a los bailes y danzas desde la Edad Media al siglo xviii, escrito por María José Ruiz Mayordomo (pp. 273318). En la p. 309 leemos a propósito de la Ilustración: «El repertorio habitual es harto extenso, con danzas y bailes antiguos (folías, seguidillas, jácaras, cumbés, gaitas) y nuevos (guaracha, agua de nieve, gachupino, jota)»; «el villano» aparece nombrado en la p. 299. En la p. 305 se refiere al tratado de Pablo Minguet e Irol, Arte de Danzar a la Francesa añadido en esta tercera impression con todos los pasos o movimientos del danzar a la española, con seis danzas al último (Madrid, 1737), y explica: «En dicho tratado se contienen todos los pasos ya descritos por Esquivel, con algunas variantes consecuencia de la lógica evolución, que consisten principalmente en variaciones aún más virtuosas sobre los pasos base insertando giros y batería, para terminar con la descripción de seis danzas: pavana, gallarda, villano, españoleta, imposible y hermosa». Aut. define el villano como «tañido de la danza Española, llamado así porque sus movimientos son a semejanza de los bailes de los Aldeanos». 116

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con leves desazones turbara la delicia de nuestros perros, que en dichosa calma parecían dos cuerpos con un alma, la aurora sobrevino, y a una mesa dispuesta fueron, donde a ser vino un abundante almuerzo fin de fiesta. No pinto cual pudiera circunstancias tal vez que otro dijera; y aunque algunas pasaron, solo digo que alegres almorzaron, que a descansar se fueron luego que concluyeron, y que ya sin aliento suspendo el canto y dejo el instrumento.

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Silva cuarta Cual triste caminante en noche tenebrosa de tempestad furiosa suspende el paso errante, 5 y cuando le sucede, a la luz que el relámpago concede, divisar la vereda más deslumbrado queda sin saber qué camino tomar debe en tan mísero destino121, 10 121 Recuerda al inicio de las Soledades: «Era del año la estación florida / en que el mentido robador de Europa / (media luna las armas de su frente, / y el Sol todo los rayos de su pelo), / luciente honor del cielo, / en campos de zafiro pace estrellas, / cuando el que ministrar podía la copa / a Júpiter mejor que el garzón de Ida, / náufrago y desdeñado sobre ausente, / lagrimosas de amor dulces querellas / da al mar; que condolido, / fue a las ondas, fue al viento / el mísero gemido / segundo de Arïón dulce instrumento. / Del siempre en la montaña opuesto pino / al enemigo noto / piadoso miembro roto, / breve tabla, delfín no fue pequeño / al inconsiderado peregrino / que a una Libia de ondas su camino / fïó, y su vida a un leño. / Del océano, pues, antes sorbido, / y luego vomitado / no lejos de un escollo coronado / de secos juncos, de calientes plumas, / alga todo y espumas, / halló hospitalidad donde halló nido / de Júpiter el ave. / Besa la arena, y de la rota nave / aquella parte poca / que lo expuso en la playa dio a la roca, / que aun se dejan las peñas / lisonjear de agradecidas señas. / Desnudo el joven, cuanto ya el vestido / océano ha bebido / restituir le hace a las arenas, / y al Sol lo extiende luego, / que, lamiéndolo apenas / su dulce lengua de templado fuego, / lento lo embiste y con süave estilo / la menor onda chupa al menor

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del mismo modo Solimán dudoso, como amante quejoso, combatido de penas no sabía qué medio tomaría en tanta confusión, en dolor tanto. ¿A quién no causa espanto que fueran unos celos móvil de tantas penas y desvelos? Pero nadie se espante, que fue la admiración el consonante y todos conocemos de esta pasión violenta los extremos, mostrando la experiencia que su poder no encuentra resistencia, pues los hombres más sabios en celosos agravios procedieron más necios, dando injusta venganza a sus desprecios122. Buen ejemplar ofrece Acis hermoso, por los celos del cíclope furioso de un escollo oprimido, y en río de su nombre convertido123; Ísico desdichado, de la flecha de Apolo traspasado124;

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hilo. / No bien, pues, de su luz los horizontes / que hacían desigual, confusamente / montes de agua y piélagos de montes / desdorados los siente, / cuando, entregado el mísero extranjero / en lo que ya del mar redimió fiero, / entre espinas crepúsculos pisando, / riscos que aun igualara mal volando / veloz, intrépida ala / menos cansado que confuso escala. / Vencida al fin la cumbre, / del mar siempre sonante, / de la muda campaña / árbitro igual e inexpugnable muro, / con pie ya más seguro / declina al vacilante / breve esplendor de mal distinta lumbre, / farol de una cabaña / que sobre el ferro está en aquel incierto / golfo de sombras anunciando el puerto» (Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994, pp. 194-209, vv. 1-60). 122 Vid. Steven Wagschal, The Literature of Jealousy in the Age of Cervantes, Columbia/ London, University of Missouri Press, 2006, sobre este tema de la fábula gongorina. 123 Acis, amante de la ninfa Galatea, muere aplastado por el farallón que le arroja el cíclope Polifemo, enamorado de la ninfa. Es el asunto de la célebre Fábula de Polifemo y Galatea de Luis de Góngora, inspirada en el relato de Ovidio, Metamorfosis, pp. 384-388, XIII, vv. 740-897. 124 Isquis, hijo de Elato, de quien se enamoró Corónide, amante de Apolo y madre de Asclepio. Al enterarse Apolo, gracias a su cuervo, de la infidelidad de la mujer, mandó a Artemis que se vengara de ella disparándole todas las flechas de su carcaj, según la versión de Ovidio, ibidem, pp. 106-108, II, vv. 542-632, que no recoge explícitamente la muerte de Isquis. Robert Graves, Los mitos griegos, Madrid, Alianza, 1993, I, pp. 214-215, sin embargo, proporciona una doble versión: «En cuanto a Isquis, llamado también Quilo, algunos dicen que lo mató Zeus con un rayo, y otros que lo derribó de un disparo el mismo Apolo». Pisón y Vargas toma esta última interpretación. Vid. Juan Pérez de Moya, Philosofia secreta, pp. 258-259.

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Calisto perseguida, en osa convertida125; y Sémele abrasada, de la celosa Juno aconsejada126. Tú, curioso lector, saber intentas a qué son estos rayos y tormentas, temiendo que de tales prevenciones algún parto no salga de ratones127; y creo bien fundados tus recelos, pues no puedo negar que, aunque los celos densas nubes parecen, a los rayos de amor se desvanecen,

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«Después que Lycaón fue por Iúpiter echado del reino y convertido en lobo (según dice Paulo Crisippo), quedando Calístome, su hija, desamparada, se hizo de la compañía de Diana, siguiendo su ejercicio en cazas y virginidad; y siendo hermosísima, fue amada de Iúpiter, el cual, como dice Ovidio, tomando figura de Diana, la engañó; de donde creciéndole el vientre y siendo de las demás ninfas, sus compañeras, convidada a lavarse donde también se bañaba Diana, temiendo que sería visto su pecado desnudándose, resistía el lavarse. Finalmente, desnuda por fuerza y conociendo Diana ser dueña, la despidió de su compañía. Viendo Calístome que Diana sus desculpas en ninguna manera oír quería, muy triste y desconsolada se partió por unos grandes y umbrosos montes, rogando a los dioses hubiesen compasión della. / Andando, como digo, por fieros y solitarios bosques tomole el parto y parió un niño a quien puso nombre Arcas. Viendo esto Iuno, descendió a ella y tomándola de los cabellos, la arrastró por el suelo. Calístome, juntando las manos, quería pedir misericordia, cuando Iuno, de oírla hablar más airada, luego la convirtió en osa, y así la hizo ir por la floresta, quitándole la habla y la figura en tal manera que ni a Iúpiter ni a otro jamás pudiese agradar, y quedando el niño solo, por unas ninfas fue dado a criar» (Juan Pérez de Moya, Philosofia secreta, pp. 611-612). Vid. Ovidio, Metamorfosis, pp. 102-104, II, vv. 401-495. 126 «Bacho, según Ovidio y otros poetas, fue hijo de Iúpiter y Semele, de cuyo nacimiento dice que amando Iúpiter a Semele, hija de Cadmo, y haciéndose dél preñada, Iuno, que mucho aborrecía a las mancebas de su marido Iúpiter, fue a buscarla, mudándose en forma de la vieja Veroe, ama de Semele; y hablando con ella de varias cosas, le preguntó si Iúpiter la amaba y la quería bien. A quien Semele respondió que creía que sí. Replicó Iuno: Mira, hija, que podría no ser Iúpiter, porque muchos hombres engañan a algunas mujeres, viniendo disimulados en las figuras de los dioses; mas conocerle has, en que con juramento te prometa que viniendo a estar contigo, te abrace con aquella majestad y guarnimientos con que abraza a Iuno, queriendo dormir con ella. Semele, deseosa de hacer expiriencia, ruega a Iúpiter (haciéndole primero jurar por la Stygia) le otorgue un don, como dice Ovidio en el lugar alegado, donde comianza: Rogat illa Iovem sine nomine munus, que la abrace con los guarnimientos con que solía abrazar a Iuno. Iúpiter, cuando esto oyó, pesóle en el alma, porque había jurado de cumplir lo que había prometido, subió al cielo muy triste, y trajo los nublos y truenos y relámpagos, porque así se llegaba a Iuno, y con esto descendió luego; y entrando en la casa de Semele, y ella no pudiendo sufrir los rayos de Iúpiter, se abrasó» (Juan Pérez de Moya, Philosofia secreta, pp. 303-304). Vid. Ovidio, Metamorfosis, pp. 126-128, III, vv. 253-315. 127 Célebre fábula de Esopo que cuenta cómo, después de la gran expectación producida por el próximo parto de los montes, resultó que de ellos nació un humilde ratón. Pronto se aplicó al ámbito literario para zaherir a aquellos que prometían grandes obras y acababan escribiendo cosas sin importancia. Horacio alude a este apólogo en su Epístola a los Pisones: «Parturient montes, nascetur ridiculus mus» (v. 139). Félix María de Samaniego, Fábulas, pp. 227-226, escribió una versión española, con moraleja similar a la de Horacio: «El parto de los montes». 125

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dejando al mismo paso que se ausenta la pena el alma del amante más serena. 50 Mas esto no es del caso, y, volviendo al intento de nuestro Solimán, el sentimiento, la duda y el coraje resultaba de haberle dicho un paje128, 55 de Sultana pariente, que el mastín pretendiente en aquella mañana le había regalado con liviana y vil galantería un traje a la ligera129 60 cuyo color decía lo que debía ser, si no lo era. En fin, cantó de plano, no fue vicio. Era paje, hizo bien, cumplió su oficio. Con nuevas tan fatales, 65 que eran presagio de mayores males, Solimán alterado, al enojo pasando del enfado, del enojo a la ira, 70 torpemente respira, y por los ojos su mortal congoja dos volcanes arroja130 que dan noticia escasa del incendio voraz en que se abrasa; 75 pero vuelve en su acuerdo y, refrenando el acerbo dolor que está pasando, procede tan prudente que parece que ignora lo que siente. Resuelve como sabio disimular su agravio 80 hasta estar satisfecho 128 Paje es también el que lleva a Marramaquiz noticias de la belleza de Zapaquilda (Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 79-80, I, 80-98). 129 a la ligera: «frase con que se da a entender que alguna persona camina con menos familia y carruaje del que conviene a su dignidad y representación» (Aut.). 130 La misma expresión encontramos en Francisco de Leiva Ramírez de Arellano, La dama presidente, en Dramáticos posteriores a Lope de Vega, ed. Ramón de Mesonero Romanos, Madrid, Ribadeneyra, 1858, I, p. 362: «En un andaluz morcillo, / hijo adoptivo del aire, / salí; y el animal fiero, / que por los ojos volcanes / arroja, que recogió / del fuego de mi coraje…».

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de la verdad del hecho, poniendo la esperanza en que será completa su venganza si, siguiendo tal vez mudables modas, es Sultana tan perra como todas. Batallando con este pensamiento, en traje de contento disfrazado el pesar que le maltrata, se presentó en la casa de su ingrata, donde con alegría en forma circular la perrería hacía sacrificio —obsequiando otros perros de su oficio— de un infeliz carnero, regalo de un Quijote Caballero. Un cabrito después salió a la mesa, y como en él hallaron para un hambre canina corta empresa, señas de haber salido no dejaron. Otros platos salieron que el mismo fin tuvieron, siendo sus cuerpos yertos sepulcros vivos de animales muertos131. Cual mísero doliente que, fatigado de la fiebre ardiente, viendo el agua que anhela con despecho atento a su provecho sufre la sed y tímido no llega132, por más que no sosiega

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Vid.: «Corrida de ver violada, / una ninfa suya quiso / que las fieras la ocultasen / hoy en los sepulcros vivos / de sus vientres» (Pedro Calderón de la Barca, La hija del aire, I, vv. 917-921, recogida en Comedias de don Pedro Calderón de la Barca, tomo III, ed. Juan Eugenio Hartzenbusch, Madrid, Ribadeneyra, 1856, p. 28). Baltasar Gracián trae dos ejemplos de este mismo concepto: el primero es el soneto de Argensola Sobre el martirio de San Lorenzo que acaba: «Y tú, tirano cruel, cruel Ceraste, / revuelve, y come deste lado abierto, / y da sepulcro vivo a un cuerpo muerto»; y añade: «Otro dijo: ‘Serán tus entrañas crudas / Sepulcro de un cuerpo asado» (Agudeza y arte de ingenio, ed. Evaristo Correa Calderón, Madrid, Castalia, 1987, I, p. 75). 132 Alusión al mito de Tántalo, que fue castigado por los dioses a no poder beber agua ni tomar alimento a pesar de tenerlos a su alcance, pues estos huían de él cuando se aproximaba: «Y así, fue condenado para el infierno a perpetua pena, en esta manera: que estuviese metido en las aguas hasta el bezo más bajo de la boca, y árboles cargados de fruta le cuelguen hasta el bezo más alto, y cuando comer quisiese de la fruta, se le alcen los árboles, y cuando beber del agua, se le baje; y por tal triste condición, Tántalo fue puesto entre frutas y bebida, padeciendo continua sed y hambre» (Juan Pérez de Moya, Philosofía secreta, p. 571). 131

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a templar sus enojos, queriendo con los ojos beber en agua que su mal aumenta, así Sultana, atenta de su amante al cuidado, no reposa, dudando temerosa hablarle, y con la vista le dice que en su enojo no subsista. Finalizó el convite y nada Solimán en él admite. Comieron con exceso sin que quede ni un hueso que pueda hacer notorio haber sido la sala refectorio. En fin, todos ufanos, en continuo retozo se estiraron muy bien de pies y manos, lamiéndose después el rabo y bozo. Retirose Carcoma haciendo un quiebro por no sé qué vapores que al cerebro, de tropel exaltados, la dejaron los ojos eclipsados. Acometió a Galafre la modorra y a dormir fue la zorra133. De los demás a ojeo unos se fueron y otros a paseo. Solo las dos hermanas, sacudiendo las lanas, quedan con Solimán, que aunque quería seguir el disimulo no podía; y recelando el golpe en los amagos Sultana con halagos, ternezas y caricias de todo fiel le dio largas noticias134. Le dijo que, hostigada de Galafre y Carcoma, precisada a tomarlo se vio, mas que vería,

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133 zorra: «llaman asimismo en estilo familiar la borrachera, y así se dice: dormir la zorra, desollar la zorra» (Aut.). 134 fiel: creemos que Pisón usa aquí «fiel» en el sentido de «parroquiano» o «visitante asiduo», acepción no recogida en los diccionarios académicos de la época, aunque el de 1803 trae: «en algunas partes de Andalucía lo mismo que Tercero».

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si a su casa volvía, el desaire y desprecio que hacía de aquel necio; que su amor y firmeza aseguraba el premio a su fineza. Y alegando razones fundadas en derecho, con vivas persuasiones a Solimán dejó tan satisfecho que, de todo olvidado, noticioso de solo su cuidado, ardiendo mariposa en la llama amorosa, agotaba rigores por beber de la luz los resplandores135, cuando entró de repente el mastín pretendiente, bien ajeno del daño que amenazando estaba el desengaño. Recibiole severa sin hacerle siquiera el menor cumplimiento y al lado de Artimina tomó asiento, pero como su instinto llevaba fin distinto, estuvo desairado mientras Sultana, atenta a su cuidado, su pasión demostraba, y al mismo tiempo a Solimán sacaba de la anterior sospecha, dejando su palabra satisfecha. El mastín conociendo, por lo que a su pesar estaba viendo, que a mayores desaires se exponía

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135 Imagen tópica del amante petrarquista (Canzoniere, soneto CXLI: «Come talora al caldo tempo sòle») que, como la mariposa nocturna, perece atraído por la luz de su dama. Este motivo servía para reconvenir a los mancebos insensatos que mueren por arrimarse en exceso al fuego del amor, tal como expone una pictura de Simeoni: «Così vivo piacer conduce a morte». Aunque menos conocido como emblematista que Alciato o Covarrubias, las divisas del moralista florentino se editaron junto a los Symbola heroica de Paradin, que gozaron de amplia difusión por Europa al imprimirse en la oficina plantiniana. Vid. sobre este tópico áureo Gregorio Cabello Porras, «La mariposa en cenizas desatada: una imagen petrarquista en la lírica áurea o el drama espiritual que se combate dentro de sí», Ensayos sobre tradición clásica y petrarquismo en el Siglo de Oro, Almería, Universidad de Almería, 1995, pp. 65-108.

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si tenaz insistía en su empeño amoroso, perdida la esperanza que, ambicioso, 185 el paterno favor alimentaba, supuesto no dudaba136 que, aunque más la hostigasen, era imposible el gusto violentasen, siendo por excelencia 190 el amor voluntad y no violencia, determinó constante desde aquel mismo instante abandonar la empresa, a cuyo efecto, con natural aspecto de alterado apetito, 195 se despidió cortés siguiendo el rito de las leyes modernas, y se fue con el rabo entre las piernas. No de otra suerte el triste navegante, cansado de sulcar el inconstante137 200 golfo undoso, se cubre de alegría aquel dichoso día que, acabado el desvelo, llega a pisar el suspirado suelo, que Solimán quedó viendo cumplido 205 a pesar de la envidia lo ofrecido. El gozo resaltaba en los ojos y daba muestras de su terneza 210 levantando las manos y cabeza. Ya con ladrido lento esgrimía contento cola blanda y flexible, ya lamiendo apacible las manos de su dueño138, 215 supuesto: “puesto que”. sulcar: «lo mismo que surcar, que es como más comúnmente se dice, aunque esta voz es más conforme a su origen, del Latino Sulcare» (Aut.). 138 El empleo del masculino para aludir al sexo femenino es corriente en el discurso amoroso desde las primeras manifestaciones líricas: «El señor propietario que tiene dominio sobre alguna cosa, y también se suele llamar así a la mujer y a las demás cosas del género femenino que tienen dominio en algo, por lo llamarlas dueñas, voz que ya comúnmente se entiende de las dueñas de honor, y en este caso si a la voz dueño se añade algún adjetivo es siempre con la terminación masculina» (Aut.). Pisón crea así una dilogía entre el discurso amoroso y el comportamiento habitual de los perros. 136 137

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se mostraba risueño, y con dulces amagos su placer denotaba en los halagos. ¡Contemple su alegría 220 quien glorias del amor gozó algún día! Despertó del letargo Carcoma con el gusto un poco amargo. A la sazón entraron dos lebreles con muchos cascabeles. No eran Héctor ni Alcides139, 225 pero eran dos soldados bastante acuchillados140 de Venus en las lides: el uno muy fruncido141, 230 quitándose las motas del vestido (que vestido se llama en su lenguaje el pelo que les sirve de ropaje), un mico parecía y ladraba con mucha melodía; negro de cuello el otro y bayo de anca142, 235 de bachiller graduado en Salamanca143, pensaba conquistar la perrería con tajos de moral filosofía. 139 Héctor, héroe troyano de la Iliada. «Alcides» es el sobrenombre de Hércules: «porque primero fue llamado Alcides, de alce en griego, que significa fuerza» (Juan Pérez de Moya, Philosofia secreta, p. 443). 140 acuchillado: «metafóricamente vale experimentado, práctico y capaz de las cosas que ha visto y tratado» (Aut.). 141 fruncir: «por semejanza vale estrechar y recoger cualquiera otra cosa reduciéndola a menos extensión» (Aut.). 142 bayo de anca: «capa que proviene de la degradación del rojo, si bien con destellos ambarinos y cabos negros. Dado que la floculación pigmentaria del rojo no es constante, la gama fluctúa, desde el bayo claro con idéntica coloración, al tordo isabela, o sea, blanco-amarillento, hasta el bayo oscuro, que linda con el castaño» (Gumersindo Aparicio Sánchez, Exterior de los grandes animales domésticos. Morfología externa, Córdoba, s. e., s. a., p. 158). 143 Salamanca era por entonces la universidad más prestigiosa de España, de ahí que los que se graduaban por ella tuvieran fama de altaneros y desdeñosos. Recuérdense un par de pasajes cervantinos: «—Yo sé lo que digo, señora ama: váyase y no se ponga a disputar conmigo, pues sabe que soy bachiller por Salamanca, que no hay más que bachillear —respondió Carrasco» (Don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico, Barcelona, Instituto Cervantes/Crítica, 1998, Cap. II, 7, p. 679); «Estudiante: Lo que sabré responder es que yo, señoras, por la gracia de Dios, soy graduado de bachiller por Salamanca, y no digo… // Leonarda: Desa manera, ¿quién duda sino que sabrá pelar no solo capones, sino gansos y abutardas» (Miguel de Cervantes, Entremés de la Cueva de Salamanca, en Teatro completo, ed. Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Barcelona, Planeta, 1987, p. 816). Aut. recoge la siguiente acepción de bachiller: «comúnmente y por vilipendio se da este nombre y se entiende por el que habla mucho fuera de propósito y sin fundamento».

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Pasaba de dos meses 240 que estos perros corteses la casa frecuentaban y fina educación manifestaban sin mostrar en su trato otro fin que querer pasar el rato, pero sus intenciones 245 no convenían con las expresiones del trato indiferente. Y se vio claramente que, puesta su esperanza 250 del tiempo en la mudanza, favorable ocasión se prometían de poder descubrir lo que fingían. Cansados de esperar, con la quimera de ver que Solimán siempre estuviera al lado de Sultana, 255 cogieron a Carcoma una mañana a solas y de quejas la llenaron del rabo a las orejas. Dijéronla, en efecto, 260 que a Sultana debían poco afecto; que el trato de la gente no era para el honor inconveniente; que ninguno podía hablarla una palabra en todo el día; que si quería conseguir partido 265 diera sus esquiveces al olvido y en la farsa sociable un papel eligiera más afable. La vieja, enfurecida, de los perros consejos conmovida, 270 a Sultana trató de melindrosa, de mona, presumida y fastidiosa; y no contenta con ladrarla tanto, sin piedad de su llanto, hechos los ojos fieros basiliscos144, 275 144 basilisco: «especie de serpiente que, según Plinio y otros autores, se cría en los desiertos de África. Tiene la cabeza sumamente aguda y sobre ella una mancha blanca a modo de corona de tres puntas, los ojos muy encendidos y rojos. El cuerpo es pequeño y el color de él tira a negro, salpicado de manchas blancas, la cola es larga y delgada y de ordinario la trae enroscada. Con el silbo ahuyenta las demás serpientes, como rey que presume ser de todas, por lo que es llamado también Régulo. Es fama vulgar que con la vista y resuello mata, por ser eficacísimo su veneno» (Aut.).

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estuvo para darla dos mordiscos. Sultana, penetrando por qué, por dónde y cuándo la tempestad venía, al natural disgusto que sentía cuando la visitaban, añadiendo el pesar que ocasionaban, tanto sintió su proceder injusto que en mortal odio convirtió el disgusto. Estos perros, en fin, que aquella tarde a hacer vinieron de su ingenio alarde dieron duras batallas, asaltaron murallas, desmontaron malezas, rindieron fortalezas, y, en menos que lo digo, los dos solos dieron la vuelta por entrambos polos. Ya el horizonte hollando iba el sol descendiendo, el opuesto hemisferio iluminando, y la noche, sus sombras esparciendo, el descanso ofrecía a los mortales en la amarga fatiga de sus males, cuando marcha batieron y a paso regular juntos se fueron el uno y otro Marte a verter sus noticias a otra parte. Solimán que, callado, todo aquel tiempo estuvo enajenado, viendo ya libre el campo de enemigos a los ojos testigos hizo de cuánto el corazón sentía de tan dulce amorosa compañía apartar los sentidos, y con tiernos ladridos se despidió risueño, dejando el alma en su adorado dueño145.

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Vid. la nota 138 al verso 215 de esta misma silva.

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Silva quinta ¡Oh, qué vano desvelo es querer la inconstante rueda de la Fortuna fijar en este suelo, sabiendo que, incesante, imagen de la luna, por el orbe girando va su curso veloz apresurando! El triste codicioso insista laborioso en aumentar riquezas; de la diosa que rige de Ancio la ciudad famosa146 inciense los altares, y sulcando los mares no deje paralelo que no mida y penetre su desvelo para lograr sus dichas. ¡Mas, ay, cómo en desdichas las ve trocadas, cuando, la nave zozobrando, de notos y aquilones combatida, en fragmentos se mira dividida! ¡Elevado coloso, respire vanidad el poderoso al ver que la Fortuna en los cuernos lo puso de la luna; haga atrevido y necio del infeliz desprecio147, imitando del mar la vana espuma, que, cuando menos él se lo presuma, mano habrá que dirija a sus débiles pies pequeña guija y con suma presteza arroje por el suelo su grandeza! ¿De qué sirve que el mundo miserable

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146 La Fortuna era la diosa patrona de Ancio, ciudad de la región italiana de Campania. Vid. la «Versión XXXV. A la Fortuna» de Esteban de Villegas, Eróticas o amatorias, p. 111: «¡Oh tú, divina diosa, / que riges la ciudad de Ancio agradable, / Fortuna poderosa...» (vv. 1-3). 147 Vid.: «Aunque te haya elevado la fortuna / desde el polvo a los cuernos de la luna, / si hablas, Fabio, al humilde con desprecio / tanto como eres grande serás necio» (Félix María de Samaniego, Fábulas, p. 434, vv. 1-4).

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nos ofrezca el placer y la ventura si aquel sabemos bien que no es durable y estamos viendo que esta no es segura? ¡Qué errada confianza gozar la dicha y no temer mudanza teniendo a cada paso un evidente ejemplo de este caso! Cuando en dulce reposo Solimán se creía más dichoso, impensado accidente trastornó de repente su dicha y su sosiego, publicándole guerra a sangre y fuego. Una noche funesta que Carcoma y Sultana de una fiesta, a donde sin noticia fueron de Solimán, o por malicia o por descuido (que esto no se sabe, pues en las perras uno y otro cabe), llegaron a su casa, descubriendo el incendio en que se abrasa, el enojado perro por arrojo el motivo les dijo de su enojo. Culpó a Carcoma de intención siniestra presentando su hija en la palestra, y de su rabia loca el veneno vertiendo por la boca, se quejó de que, hallándose obligadas, pagasen sus finezas con perradas. Carcoma, enfurecida, cual víbora ofendida, recelando prudente de Solimán el diente, hizo presa en Sultana, y arañando tirana su inocente hermosura, dar airada procura venganza a su querella, diciendo que era ella la causa de su ultraje, al ciego dios rindiendo vasallaje. Solimán interpuesto, comedido y modesto,

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en vano pretendía de Carcoma vencer la rebeldía. Con razones instaba, pero nada bastaba, y al ver su mediación, siempre temida, no solo desairada sino herida de algunos mordiscones, se dejó de razones, venciendo con violencia la tenaz resistencia; pero por su desgracia puso tal eficacia que al desasirla la tiró en el suelo, dando fin de este modo a tanto duelo. No suele tan furioso el jabalí cerdoso148 cuando se mira herido con horrendo bramido por una y otra dehesa buscar en donde hacer sangrienta presa como la perra brama, echando por los ojos viva llama. Tenaz en su porfía, le quería embestir, mas le temía. Vengose con la lengua, espada que a las perras no da mengua. La Sultana, arañada, de sí misma olvidada, viendo la consecuencia que ofrece la pendencia, aún más que sus araños siente de Solimán futuros daños. Con el llanto y el ruego pretendía el sosiego de su irritada madre,

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148 Se trata de un sintagma habitual en el Siglo de Oro. Lo encontramos en Garcilaso, Herrera, Cervantes o Góngora, y es también un símil repetido en la épica culta. Vid.: «Cual león de Libia o jabalí cerdoso, / de mastines sin dueño rodeado, / que entra, acomete y sale victorioso / del tímido escuadrón desordenado» (Bernardo de Balbuena, El Bernardo, p. 185, vv. IV, 13291332). También en José de Villaviciosa, La Moschea, p. 259: «A la serpiente víbora semeja / entre fieros leones africanos, / que por picarlos y escapar forceja / de entre las grifas de sus pies y manos; / al jarameño toro a cuya oreja / acuden a cebarse los alanos; / al jabalí cerdoso, que en los cerros / matando se defiende de los perros» (VI, vv. 385-392).

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suplicándola humilde que no ladre, 115 y con el mismo intento de Solimán exige el sufrimiento. Llegó en esto Artimina, que también le tocó no sé qué china, mas como del delito estaba exenta, el Iris vino a ser de la tormenta149. 120 Quedó Carcoma en calma, imprimiendo en el alma150 un mortal odio contra el perro amante, a quien desde el instante 125 de tan fatal suceso atravesado tuvo como hueso. Lo aborreció de suerte que solo de nombrarlo ansias de muerte al parecer le daban, y a cuantos perros en su casa entraban 130 previno su advertencia no nombrasen tal perro en su presencia. ¡Oh, triste noche de dolor y pena, llena de horrores, de pesares llena! 135 ¡Quién te dijera, perro desdichado, que fueras de Carcoma tan odiado, cuando, constante y fino, la servías con lonjas de tocino; cuando tu amor traía perdices y lenguados 140 en que puesta tenía toda la vanidad de sus guisados!151 ¡Pero qué hay que extrañar, si cada instante mudando están semblante 145 las cosas de este mundo miserable 149 Iris era la mensajera de Juno, representada por el arco luminoso que aparece después de la tormenta como símbolo de paz y concordia. En Ovidio, Metamorfosis, p. 73, Juno envía a Iris después del diluvio para que aspire las aguas (I, vv. 270-273). Sin embargo, Pisón, con el uso del artículo masculino, parece referirse aquí al fenómeno óptico, bastante más que a la divinidad. 150 Se trata de un lugar común del neoplatonismo, aunque aplicado por los poetas a los afectos amorosos, como en el soneto de Garcilaso de la Vega, op. cit., p. 41: «Escrito ‘stá en mi alma vuestro gesto / y cuanto yo escribir de vos deseo: / vos sola lo escribistes; yo lo leo / tan solo que aun de vos me guardo en esto» (vv. 1-4). 151 guisado: «metafóricamente se llama la acción o hecho dispuesto o ejecutado con circunstancias notables y que le hacen reparable. Lat. Bonum vel malum opus. // En la Germanía significa la Mancebía. Juan Hidalgo en su Vocabulario» (Aut.).

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donde nada hay estable, y la humana esperanza solo encuentra firmeza en la mudanza! Sultana, combatida de mil males, cercada pasaba triste vida; y viéndose privada del trato de su dueño, buscaba con empeño ocasiones de hablarle para comunicarle las penas que sentía ausente de su vista y compañía. Vivía Solimán desesperado, de sí mismo olvidado, y, atento solamente a su dolor presente, jamás desamparaba la tosca concha en que su perla estaba152. De cuanto dentro y fuera de casa sucedía nada era oculto a su noticia, pues, con ciega codicia, sus espías seguras153 en sabias conjeturas tal cuidado ponían que hasta los pensamientos descubrían. Pero su diligencia era solo evidencia de que lo mismo allana el fino proceder de la Sultana, que en su empeño constante a todos despreciaba por su amante sin que el rigor violento pudiera disuadirla de su intento. Un día se pasaba y otro día y el obstinado enojo más crecía. Solo por dicha en tanto desconsuelo,

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Es decir, Solimán hacía guardia ante la pobre casa en que Sultana vivía como una perla preciosa oculta bajo una concha de mísera apariencia. 153 «Espía» era en la época un sustantivo de género exclusivamente femenino, con independencia del sexo del referente (Aut.). 152

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de cuantos perros con fortuna escasa frecuentaban la casa ninguno a Solimán daba recelo por ser perros los más flacos y flojos, pero tenía entre ojos a un perro abencerraje154 de aquellos que jamás hacen coraje, tan baladrón y loco155 que hablaba mucho pero obraba poco. Este perro Bodega, los seis meses noruega156, odioso por sus modos, y a la hermosa Sultana más que a todos, en el favor fïado de un amigo, creyendo la campaña sin ningún enemigo, intentó seducirla con su maña, y, viendo en tal conquista imposible el asalto a escala vista, como buen ingeniero quiso ganar primero, tirando diagonales, los fuertes de la plaza principales. Carcoma proseguía

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154 Los Abencerrajes eran una famosa familia noble granadina. Sus rivales eran los Zegríes. Han dejado varias muestras en la literatura española, en el romancero nuevo y especialmente el famoso relato del Abencerraje y la mora Jarifa. También hay un gato Abencerraje en Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 138: «que yo maté en Granada a Tragapanzas, / gatazo abencerraje» (III, 272-273). 155 baladrón: «el fanfarrón y hablador que siendo cobarde blasona de valiente y gasta muchas palabras sin tener manos ni obras en los lances y ocasiones» (Aut.). 156 Ignacio de Luzán, La Poética, ed. Russell P. Sebold, Madrid, Cátedra, 2008, p. 371, da noticia del uso burlesco de «noruega», como verbo inventado, en Eugenio Gerardo Lobo: «También agracia mucho al estilo jocoso la invención de nuevos vocablos. El citado don Eugenio Gerardo Lobo dijo: ‘Se anochecen, se anoruegan, se antipodan’, etc.». En efecto, Eugenio Gerardo Lobo, Obras poéticas. Tomo primero, Madrid, Joachin Ibarra, 1758, p. 216, usa ese vocablo en una «Respuesta a una que le escribió el Conde de Hornachuelos pidiendo novedades de Córdoba». Refiriéndose a las damas dice: «Aun las madamas cerriles / se mantienen como erales, / desairándonos la suerte, / con el rigor de apartarse. / Se anochecen, se anoruegan, / se antipodan con el frágil, / denso vapor de sutiles, / tejidas obscuridades» (vv. 69-76). Modernizamos grafía y puntuación. Es decir, las mujeres escapan de su vista tapándose con velos negros. Aplicado al perro, puede querer decir que seis meses se los pasa ausente o embozado. Vid. también un poema incluido en la novela El culto graduado, de Castillo Solórzano: «Cuando a ponérmele llega / hace mi Oriente Noruega» y la nota que los acompaña (Rafael Bonilla Cerezo [ed.], Novelas cortas del siglo xvii, p. 323).

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más perra cada vez en su porfía sin que empeños bastasen 210 para que los disgustos se acabasen. Sultana, sola, triste y afligida157, de su madre insultada y perseguida, apenas daba paso que no la sucediese algún fracaso; 215 mas como por efecto de natural defecto, sin mirar el delito, la privación aumenta el apetito, cuanto más la privaban, 220 a su amante pasión más fuerza daban, que el amor, como rayo, hiere con más violencia donde encuentra mayor la resistencia. Resuelta en tal estado, su amoroso cuidado 225 anteponiendo de su madre al tedio158, no perdonaba medio de hablar a Solimán, que, diligente, estaba de su voz siempre pendiente, amarrado a la mísera cadena159. 230 ¡Oh, qué terrible pena es la de dos amantes que logran con temores tasados los instantes para manifestar sus interiores! 235 La neutral Artimina, con su suerte mezquina el gusto satisfecho, ni servía de daño ni provecho. 240 Galafre, con temor del escarmiento, a su negocio atento 157 Este sintagma se repite en el Siglo de Oro como expresión tópica del pesar amoroso. Vid.: «Triste pisa, y afligido, / las arenas de Pisuerga / el ausente de su dama, / el desdichado Zulema» (Luis de Góngora, Romances, I, p. 397, vv. 1-4). 158 tedio: «aborrecimiento, fastidio u molestia» (Aut.). 159 La elocuencia, como arte de atraer y seducir a la gente, se representa en la emblemática como un encadenamiento que parte de la boca de los oradores. En el emblema de Alciato que tiene por lema «Eloquentia fortitudine praestantior» se muestra a Hércules enlazando a varios oyentes con la cadena de sus palabras (Antonio Bernat Vistarini y John T. Cull, Enciclopedia Akal de emblemas españoles ilustrados, Madrid, Akal, 1999, p. 396).

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ningún partido toma echando las pedradas a Carcoma, y Solimán, osado, a sombra de tejado160 245 hacía que anduvieran para que fin pusieran a una guerra civil que sin gobierno mantenía la casa hecha un infierno. Bodega, que con arte 250 logró fuera Carcoma de su parte, lleno de vanagloria cantaba la victoria, creyendo que, apartado 255 Solimán de su lado, ninguno otro podía contrarrestar su bárbara osadía. A Galafre también ganó de paso, dándole por acaso para quitarse el frío 260 yo no sé de qué paño cierto lío. Con esto y un menudo, un plato de jamón cocido o crudo, un ponch y dos sangrías161, 265 dentro de pocos días atrevido Faetón pensaba solo regir el carro del sagrado Apolo162. Mas en tal pensamiento no tuvo atrevimiento 270 de decir a Sultana la menor expresión, y con su hermana 160 a sombra de tejado: «frase adverbial con que se significa que alguno está encubierto, disimulado u oculto por algún delito, por el cual conviene que no le vean» (Aut.). 161 ponch: Aut. y todos los diccionarios académicos consideran normativa la forma «ponche». Sin embargo, se registra «ponch» en Leandro Fernández de Moratín, La comedia nueva o el café, ed. Jesús Pérez Magallón y Fernando Lázaro Carreter, Barcelona, Crítica, 1994, p. 109: «Vinieron ahí tres o cuatro a beber ponch y empezaron a hablar, hablar de comedias, ¡vaya!». 162 Faetón es el símbolo de la temeridad arrogante y suicida. Su madre, Climene, le había desvelado que era hijo de Febo (el Sol), de lo que él se jactaba ante sus amigos. Como estos lo dudaban, Faetón se dirigió directamente a su padre y le pidió como prueba de su paternidad que le dejara guiar un día el carro del Sol. La inexperiencia y la insuficiencia de fuerzas para guiar los impetuosos caballos celestes acaban derribando al jinete, precipitándolo al vacío después de haber abrasado parte de la Tierra. El relato aparece en Ovidio, Metamorfosis, pp. 86-100, vv. I, 747-II, 332. Se trata de una imagen tópica para pintar al amante que se atreve a empresas en las que puede encontrar el fracaso y la muerte.

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el tiempo entretenía, disimulando así su perrería, bien que estaba enterado que lo más reservado Sultana a Solimán comunicaba, y precisado estaba a ocultar el enredo, no tanto por honor como por miedo. Cansado Solimán de lo que pasa, viendo que como perros por su casa163 al olor se colaban de su perra, a todos declaró sangrienta guerra; y con resuelto modo, atropellando todo, una noche a la puerta (solo a él cerrada, a los demás abierta) a la sazón llamó que abrió Carcoma. Y aún no bien por la puerta el perro asoma cuando, como una fiera, dando fuertes ladridos, alborotó la casa de manera la perra que, aturdidos, Bodega y otros perros de su banda salieron con Galafre a la demanda, pero viendo el motor de aquel delito164, solo Galafre quiso, alzando el grito, ostentar valentía y en respuesta de tanta demasía le alcanzó no sé cómo un golpe sobre el lomo, por lo que fue ligero a buscar dos canillas de carnero para vengar su ultraje, pero volvió con ellas sin coraje. Carcoma, enfurecida, daba de cuando en cuando una embestida. Artimina miraba

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163 La expresión proverbial más conocida es «andar o entrar como Pedro por su casa», pero se ha recogido también la variante «como perro por su casa», que parece más propia del español hispanoamericano: «Entré como perro por su casa, ya que la puerta del señor Zalduendo, señor, siempre estaba abierta, como su corazón» (Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Dos fantasmas memorables. Un modelo para la muerte, Madrid, Alianza, 2001, p. 31). 164 motor: «lo mismo que Movedor. Es voz puramente latina» (Aut.).

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la fiesta desde lejos y callaba. Con todo que advertido165 310 se estuvo sin tomar ningún partido el tímido Bodega, un chirlo le alcanzó de la refriega166. Cubierta de agonía, 315 a Solimán Sultana contenía, pero nada bastaba, pues con todos intrépido pegaba hasta que la tormenta, o por mejor decir la lid sangrienta, serenó un accidente 320 que acometió a Sultana de repente. Apenas Solimán sobre la tierra vio desmayada su querida perra cuando su mano enlaza, 325 siendo su confusión quien le embaraza el buscar diligente remedio que repare el accidente. Con amorosos giros exhalando suspiros, lo que ha de hacer no sabe, 330 y en desdicha tan grave, buscando quien le ayude, por acudir a todo a nada acude. Cesó el mortal ensayo volviendo del desmayo167, 335 y, al verla recobrada, el alma en perfecciones anegada168 con todo que: equivale a «aunque». Con este sentido concesivo lo usan, por ejemplo, Ignacio de Luzán, Arte de hablar, o sea, Retórica de las conversaciones, ed. Manuel Béjar Hurtado, Madrid, Gredos, 1991, pp. 166-167: «Esta felicidad de la cual habla Quintiliano, es, creo yo, lo que hace dignas de ser admitidas, aunque rara vez, en lo serio algunas agudezas que, con todo que estén fundadas sobre falso y contengan algún comento del sentido metafórico al propio, no obstante (sea por la gala y bizarría con que la fantasía del poeta las viste y adorna, sea porque también dan gusto a veces los delirios de un loco) agradan y deleitan»; y Tomás de Iriarte, Poesías, p. 45: «y aun el topo, con todo que es un ciego, / confesó que el capullo era un milagro» (vv. 15-16). 166 chirlo: «herida en el rostro prolongada, como la que hace la cuchillada y la señal o cicatriz que deja después de curada» (Aut.). 167 Vid. «¡Ay Dios, este desmayo / fue de mi vida aquí mortal ensayo» (Pedro Calderón de la Barca, El médico de su honra, ed. D. W. Cruickshank, Madrid, Castalia, 1989, p. 193). 168 Vid.: «ya del sueño su luz desembozada, / quedó de vida incierta / el alma en perfecciones anegada» (conde de Rebolledo, Ocios, ed. Rafael González Cañal, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1997, p. 307) 165

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quedó a sus luces bellas, mas quien triunfó sin luz, ¿qué hará con ellas? 340 Sosegado ya todo, nuestro perro, pesaroso del yerro, se retiró callando, con su semblante dando a entender que en callar nada se pierde, pues el perro que calla es el que muerde169. 345 Los demás perros que la casa embosca se fueron a la suya a hacer la rosca170, y yo, que ya me abismo171 con tanto perro, voy a hacer lo mismo172. Silva sexta Si Amor en cuanto encierra el mar, el aire y tierra para que se corone de absoluto el poder leyes impone; si ejemplo competente del racional viviente el ave, el pez y el bruto173 al imperio de Amor pagan tributo; si nada se resiste al fuego que contiene y cuanto tiene ser amando existe, ¿qué admiración previene el mirar sus efectos 169

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Hace alusión al conocido refrán que Aut. da como «Perro ladrador nunca buen morde-

hacer la rosca del galgo: «echarse a dormir en cualquier parte sin esperar comodidad» (DRAE, 1817) 171 abismar: «Confundir, abatir» (DRAE, 1770). 172 En A «voy hacer». Lo juzgamos error de la príncipe porque los testimonios BC corrigen y, sobre todo, porque ni en el CORDE ni en el CREA consta ningún ejemplo de la construcción «voy hacer» anterior a 1874. 173 Nuevo eco calderoniano, esta vez del célebre monólogo de Segismundo: «¿Qué ley, justicia, o razón / negar a los hombres sabe / privilegio tan suave, / excepción tan principal, / que Dios le ha dado a un cristal, / a un pez, a un bruto y a un ave?» (Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, ed. Evangelina Rodríguez Cuadros, Madrid, Espasa-Calpe, 1990, p. 63). Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 145: «La fiera, el ave, el pez, en su elemento / todos aman y quieren / por la razón de quien lo es amable» (IV, 21-23). Todo este principio, con la digresión sobre el poder del amor, es paralelo al de la silva IV de La Gatomaquia. 170

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en unos animales tan perfectos como los perros son, de cuyo instinto al discurso distinto muchas veces no hallamos y aprendemos tal vez lo que ignoramos? No solo amor inclina el perro corazón, pero domina su sensitivo espíritu de suerte que viene a ser constante símbolo del amor el perro amante174; y si en los perros por naturaleza el extremo se ve de la fineza con amorosos yerros, Solimán era extremo de los perros, pues cuanto más crecía la obstinada porfía del contrario ardimiento, tanto más se aumentaba el deseo violento del amoroso triunfo a que aspiraba. Altivo combatiente, creyendo que no fuera suficiente la declarada guerra a vencer la constancia de su perra, seguía su destino cuando el hado previno que aparente mudanza castigase su necia confianza, llevando a su noticia novedades que inquiere la malicia de espía cautelosa,

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En un emblema que trata sobre la fidelidad matrimonial destaca el símbolo del perro: «Con la de la mujer está trabada / la diestra del varón, y ant’él retoza / un perro. Esta es la muestra de la honrada / Fidelidad, que si de amor bien goza / la fruta del manzano bien pintada, / estará entre ellos, pues con tal la moza / Atlanta en la carrera fue vencida, / y al pastor Galatea fue atrevida» (Antonio Bernat Vistarini y John T. Cull, op. cit., p. 424). También en la fabulística el perro es símbolo de lealtad, como por ejemplo en esta de Félix María de Samaniego, Fábulas, p. 372: «Mi mastín, el hermoso / y fiel sin semejante, de gratitud y lealtad constante, / es el mejor modelo, / y si acierto a copiarle me consuelo» (vv. 42-45). Vid. asimismo Miguel de Cervantes, Coloquio de los perros, p. 300: «Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad; y así, habrás visto (si has mirado en ello) que en las sepulturas de alabastro, donde suelen estar las figuras de los que allí están enterrados, cuando son marido y mujer, ponen entre los dos, a los pies, una figura de perro, en señal que se guardaron en la vida amistad y fidelidad inviolable». 174

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exacta y cuidadosa en cumplir de su oficio obligaciones, quien en breves razones contó largos pesares, y en frases familiares le dijo que Sultana, rendida a la tirana persuasión que incesante la afligía, no era la que solía, y atenta a su provecho víctima de otro amor era su pecho; que el dichoso Bodega, de Galafre y Carcoma sostenido, había corrompido el tierno corazón de la que ciega tenía a todas horas como loca Solimán en el pecho y en la boca175; y para prueba de esto, que se había dispuesto ir aquel día a recorrer las tiendas y escoger varias prendas con que el amante nuevo, disimulando el cebo en el disfraz de gloria, celebrar pretendía la victoria. No suele tan violento el enojado aliento del Austro con su saña176 las mieses arrasar de la campaña cual Solimán furioso, de la cólera ciego,

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Solimán es también el nombre del afeite y maquillaje que usaban las damas, «azogue sublimado» lo llama Aut., de carácter corrosivo y venenoso. Cov. dice, en la entrada Veneno: «cerca de los latinos se toma algunas veces por el afeite de las mujeres, y con mucha propiedad pues en efeto lo es, especialmente el solimán, que de suyo es mortífero y es veneno para la mesma que se lo pone porque le gasta la tez del rostro y le daña la dentadura». Las felinas de Lope de Vega, La Gatomaquia, p. 153, también se afeitan con solimán, pues cuando se pelean, «En fin, a puros tajos y reveses / de las rapantes uñas aguileñas, / desmoñadas las greñas / y el solimán raído, / quedaron desmayadas sin sentido» (IV, 169-173). En la fábula El erudito y el ratón de Tomás de Iriarte, Poesías, p. 40, el escritor usa esta sustancia para matar al ratón que le roe los papeles: «El autor, aburrido, / echa en la tinta dosis competente / de solimán molido». 176 Austro: «uno de los quatro vientos cardinales; y es el que viene de la parte del medio día, según la división de la Rosa náutica en doce vientos, y en veinte y quatro según los antiguos. El Griego le llama Notos, y el Latino Auster, de donde se ha tomado en Castellano» (Aut.). 175

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al sentir que celoso se abrasa en vivo fuego, corre, para, resuelve, sale y entra arrasando rabioso cuanto encuentra. 80 De Bodega se queja porque, ingrato, robándole la presa, procede en tal empresa aun más que como perro como gato177, y creciendo con esta villanía 85 aquella natural antipatía que entre las dos especies se comprehende, con los gatos emprende, creyendo sus rebatos178 encontrar a Bodega entre los gatos. 90 Recorre las cocinas de las casas vecinas; aquí muerde, allá ladra, todo su agudo diente lo taladra, y es su fiera venganza tan cumplida que por poco no deja gato a vida, 95 dando uno testimonio que no era perro aquel sino demonio. Después de la refriega fue a buscar a Bodega, 100 mas quiso su fortuna que no diera con él en parte alguna. Templados sus desvelos (si puede haber templanza donde hay celos), a la calle se fue de su enemiga. Rendido a la fatiga 105 del deseo curioso con que aumenta sus penas un celoso, encubierto acechaba con ansias vigilantes la sensible salida que esperaba179 110 cuando a pocos instantes (que el mal nunca se tarda, gato: «se toma asimismo por el ladrón ratero que hurta con astucia y engaño» (Aut.). rebato: «metafóricamente vale acometimiento pronto u impensado de alguna pasión, que altera y conmueve» (Aut.). 179 sensible: «lo que se percibe o se imprime en los sentidos // Significa también lo que causa o mueve a sentimiento, dolor, angustia o pena» (Aut.). 177 178

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y si es a mucha costa al triste que lo aguarda le parece que viene por la posta)180 115 hija y madre salieron y solas se volvieron después de haber corrido en busca de un vestido, que en promesa quedó, diversas tiendas 120 porque del tal Bodega las ofrendas, con precaución avara, llegaban al altar pero no al ara181. Solimán, que en acecho a todo estuvo, 125 su cólera contuvo, creyendo desahogarla luego que hubiese proporción de hablarla182, pero se pasó el día y la hora también en que solía 130 de Sultana el empeño por el brocal de un pozo hablar su dueño, sin que el caso llegase de que el celoso amante se quejase. En continuo despecho, haciendo campo de batalla el lecho183, 135 pasó la triste noche, y cuando el rubio coche precipitado dora los campos de la aurora, 180 por la posta: «modo adverb. con que además del sentido recto de ir corriendo la posta, translaticiamente se explica la prisa, presteza y velocidad con que se ejecuta alguna cosa» (Aut.). 181 amigo hasta las aras: «frase y expresión que aunque denota lo estrecha que debe ser la amistad al mismo tiempo advierte se debe contener y no pasar los límites de la Religión» (Aut.). Puede haber también un juego dilógico con ara, como arcaísmo por «ahora»: «Adv. Lo mismo que Ahora. Es voz corrompida y bárbara, aunque muy usada en el estilo familiar» (Aut.). 182 proporción: «disposición u oportunidad para hacer o lograr una cosa // Coyuntura, conveniencia» (DRAE, 1884). Aunque la inclusión de esta acepción en el DRAE resulta tardía, el empleo era habitual en el siglo xviii: «Hace ya tiempo que el paquetillo del retrato llegó a Barcelona, y allí se está, hasta que haya proporción de traérmele» (Leandro Fernández de Moratín, Epistolario, ed. René Andioc, Madrid, Castalia, 1973 p. 391). 183 Se trata de una fórmula acuñada por Francesco Petrarca en el soneto 226 de su Canzoniere, ed. Jacobo Cortines, Madrid, Cátedra, 1989, p. 694: «Lagrimar sempre è’l mio sommo diletto, / il rider doglia, il cibo assentio et tòsco, / la notte affano, e’l ciel seren m’é fosco, / et duro campo di battaglia il letto» (vv. 5-8). Garcilaso de la Vega, Poesías completas, p. 53, la copia en su soneto XVII: «el ancho campo me parece estrecho, / la noche clara para mí es escura, / la dulce compañía amarga y dura, / y duro campo de batalla el lecho».

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salió oliendo portales 140 a dar algún alivio a tantos males. No erró la diligencia, pues con esta advertencia al umbral de un logrero184 (que sobre alhajas suele dar dinero, 145 llevando con malicia por cada real un cuarto sin justicia) dio de manos a boca185 con una perra loca, 150 vecina de la casa, que le hizo relación de cuanto pasa. Le dijo que un faldero que cabía en la copa de un sombrero (y a no tener tan alto su destino, por lo pequeño y fino 155 que iría se colige de algún reloj colgado como dije) había remitido su embajada solicitando se le diese entrada. 160 Mas la razón de estado se la había negado, no sin motivo presumiendo fuese más que los golpes el estruendo. Añadió que un alano muy preciado de ser perro de ayuda186, 165 que iba siempre tan hueco como vano en la acción que se pone el que estornuda y pudiera según su valimiento titular en el viento sin pagar como suele el que esto trata 170 184 logrero: «el que da dinero a logro y lo mismo que Usurero. Dícese también del que compra o guarda y retiene los frutos para venderlos después a precio excesivo» (Aut.). 185 de manos a boca: «vale lo mismo que luego al punto, en un instante, de repente, sin intermisión ni intervalo alguno» (Aut.). 186 perro de ayuda: «el que está enseñado a socorrer y defender a su amo en caso de aprieto» (DRAE, 1783). Vid.: «asiome del cuello y dijo a dos corchetes suyos: “Este es famoso perro de ayuda, que fue de un grande amigo mío; llevémosle a casa”. Holgáronse los corchetes, y dijeron que si era de ayuda a todos sería de provecho» (Miguel de Cervantes, Coloquio de los perros, p. 323). Vid.: «Con ser melindre presumís de alano, / o en vuestra lana Júpiter se muda, / que si es de celos no ladráis en vano. / Si a mi fuego ponéis su nieve en duda, / basta que tenga su desdén la mano: / que sois muy chico para ser de ayuda» (Lope de Vega, Obras poéticas, p. 1271).

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lanzas ni media anata187, poniendo por tercero un perro caballero a quien todos y todas perro suelen llamar de todas bodas188, 175 la misma pretensión con más penacho189 hizo y no tuvo más feliz despacho. Le contó finalmente que habían en la noche antecedente 180 visitado su dama dos perdigueros de pequeña fama, los que, pensando que Sultana era perra como cualquiera, la hicieron un convite que no solo no admite, 185 mas, del modo ofendida, una respuesta seca y desabrida estampó en sus oídos, y se fueron (corridos190 de no lograr su empresa) 190 arrastrando la cola tres pies a la española, que no siempre ha de ser a la francesa191. 187 lanzas: «se llama asimismo también cierto servicio de dinero con que contribuyen cada año a los Reyes de España los Grandes y Títulos de ella. Llamose así por haberse reducido a maravedís el número de soldados con que tenían obligación de servir a los Reyes, en las ocasiones que los necesitaban» (Aut.). media annata: «La mitad de los frutos o emolumentos que en un año rinde cualquiera Dignidad, Prebenda o Beneficio Eclesiástico, y también se extiende a la mitad del valor y emolumentos de cualquier empleo honorífico y lucroso temporal que en España paga al Rey aquel a quien se le confiere» (Aut.). Vid.: «Pues a Molière se le antojó despachar esos dos títulos perdonándoles las lanzas y las medias anatas, a dos bufones, lacayos de dos marqueses verdaderos…» (Padre Isla, Fray Gerundio de Campazas, ed. Luis Fernández Martín, Madrid, Editora Nacional, 1978, t. I, p. 72). 188 perro de todas bodas u de muchas bodas: «se llama al entremetido y que se injiere en las fiestas y concursos a desfrutar el júbilo y gozar del entretenimiento» (Aut.). 189 penacho: «metafóricamente se toma por vanidad, presunción o soberbia» (Aut.). 190 correrse: «avergonzarse, tener empacho de alguna cosa que se ha dicho o hecho» (Aut.). 191 tres pies a la francesa: «frase con que se da a entender que alguno ha de precisar a otro a que ejecute lo que se le mandare, ya sea por fuerza o ya por dominio o superioridad. Dícese también Un pie a la Francesa, pero es menos frecuente» (Aut.). La misma expresión en el periódico de Pisón, El curioso entretenido, III, p. 173: «La referida, ya por no ser muy práctica en el terreno, o, lo que es más cierto, por no echar a perder un manto de lustre nuevo, echó a correr tres pies a la española (que no siempre ha de ser a la francesa) sin acordarse de la madre que la parió»; y en su drama El Rutzvanscadt, Madrid, Antonio de Sancha, 1786, p. 51: «Albocén: Mamaluc, ¿cómo al Rey no vas siguiendo? / Mamaluc: Tres pies a la francesa como un gamo / se encerró en su retrete».

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Hecha la relación de cuanto sabe 195 en asunto tan grave, dando se fue de ligereza pruebas, y Solimán, oyendo tales nuevas, con el placer reparte del pesar que le aflige mucha parte. Entre los dos se emprende fuerte lucha 200 y vence lo que siente a lo que escucha. Duda si estas lealtades efecto son de nuevas amistades o de antiguo cariño consecuencia. 205 Tiene de esto experiencia y de aquello noticia, pero es tal la injusticia de la desconfianza que cree de Sultana la mudanza. Con estos pensamientos 210 pasó el día formando vengativos intentos. Y luego que ocultando Apolo fue sus luces y de tristes capuces192 215 se vistieron los cielos, acompañado de atrevidos celos, con intención siniestra se presentó del duelo en la palestra. Atleta valeroso, 220 a su contrario el esperar concierta, registrando orgulloso cuanto entraba y salía por la puerta. No sin noticia fiel del enemigo 225 pero sí con temor de su castigo, el cobarde Bodega con otro concolega193, haciéndose reacio, en su visita estuvo muy despacio. 230 A la calle salieron, y apenas distinguieron de Solimán el bulto, 192 capuz: «metafóricamente se toma por la obscuridad grande del Cielo u de alguno de los Planetas mayores, ocasionada de lo espeso y negro de las nubes» (Aut.). 193 concolega: «el contemporáneo o compañero de otro en el colegio» (Aut.).

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Bodega, temeroso del insulto, con muestras de contento le saludó político y atento; mas Solimán airado, de su ciega pasión arrebatado, «Infiel amigo —dijo—, can cobarde, que solo del valor haces alarde entre flacas mujeres, ¿cómo, di, con sobornos mis placeres solicitas turbar? ¿Cómo te opones a mi constante amor con tus traiciones? ¿Qué infame atrevimiento para tanta maldad concede aliento? ¿Qué bárbara locura a mirar de Sultana la hermosura anima tu osadía? ¿Ignoras que Sultana es alma mía y del menor agravio es tu vida pequeño desagravio? ¿Se borró en tu memoria ya de mis hechos la gloriosa historia? ¿Dudas que mis hazañas han sido en duras lides y campañas, no como tú en cocinas royendo huesos y trinchando espinas? ¿Sabes que a Boca-tuerta, perro famoso y guarda de una huerta, de cuatro dentelladas deshice las quijadas? ¿Ignoras que a Mambruno, el Aquiles perruno, mi brazo altivo y fuerte en batalla reñida dio la muerte y, estirando la zanca, del cuerpo se le arranca el alma que camina en busca de Aqueronte y Proserpina? 194 ¿No sabes que mi brío en campal desafío, con victoria cumplida,

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Aqueronte era en la mitología clásica el barquero que llevaba las almas al infierno, y Proserpina (Perséfone en griego) la mujer de Plutón, divinidad del infierno. 194

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siempre ha sido sangriento perricida? Pues si lo dicho sabes, ¿cómo tu trato aleve195 275 a ofenderme se atreve sin que la vida a mi furor acabes? Si tu entrada en su casa es deuda de mi empeño, ¿cómo viendo una infamia en desempeño 280 el fuego de mi enojo no te abrasa?». Iba el perro después de estos despechos a pasar de los dichos a los hechos cuando el infiel Bodega 285 humillado le ruega que cesen sus recelos, porque él es incapaz de darle celos; que el cielo era testigo de que era buen amigo y podía seguro 290 creer en su amistad un fuerte muro contra las baterías de Carcoma. Pero que si su cólera no doma, y en esto consistía su sosiego, dispuesto estaba y pronto desde luego196 295 a no hablarla ni verla, pues que nada perdía con perderla197. Solimán, como viejo castellano198, creyó con pecho sano 300 su medrosa cautela y tales expresiones no recela, que puedan, fementidas199, aleve: «vale lo mismo que infiel, desleal, pérfido, alevoso y traidor» (Aut.). luego: «Adv. Al instante, sin dilación, prontamente» (Aut.). Por tanto, lo que Bodega quiere decir es que renuncia a visitar a Sultana desde ese mismo instante. 197 «Entre los acontecimientos del matrimonio, solo el de la pérdida de la mujer no puede ser afrentoso, porque si la mujer es mala se gana con perderla; si es buena, con perderla se asegura de que no lo deje de ser» (Francisco de Quevedo, Obras completas, ed. Felicidad Buendía, Madrid, Aguilar, 1978, t. II, p. 1083). Vid. el romance «Mira, Zaide, que te aviso» de Lope de Vega, Lírica, ed. José Manuel Blecua, Madrid, Castalia, 1999, p. 77: «y pierdo mucho en perderte / y gano mucho en amarte». 198 Resulta irónico que un perro con nombre musulmán se identifique con un castellano viejo, pero aquí Pisón se refiere probablemente, más que al origen racial, a la fama de campechanía que se asignaba a este tipo de personajes, y que unas décadas después pintaría Larra en el artículo titulado «El castellano viejo». 199 fementido: «falto de fe y palabra. Es formado de las voces Fe y Mentir, porque miente o falta a la fe y palabra» (Aut.). 195 196

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ser solamente del temor nacidas. Por satisfecho no se da del caso, pero paso entre paso, reprimiendo su cólera violenta, muestra serenidad, calla y se ausenta. Los dos aduladores, libres ya de temores, al viento dando algunas bravatas importunas de lo que hacer pudieron, igualmente se fueron a descansar del susto, y yo entre tanto también pretendo descansar del canto.

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Silva séptima No como suele la brillante Aurora, dejando de Titón el lecho amante, difunde por los campos la alegría200; antes bien con las lágrimas que llora, encapotado y triste su semblante, parece que por fuerza llama al día. Suspenden su harmonía las aves y la salva que acostumbran hacer niegan al alba. Del sol las claras luces entre negros capuces201 envueltas se propagan de suerte que parece que se apagan. Su vista oculta el cielo, confusa lobreguez la tierra viste, y la etérea región de oscuro velo se cubre opaca y triste. Los vientos desatados, rompiendo los candados de la caverna oscura,

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200 Tópico para describir el amanecer. Aurora es la esposa de Titón, héroe troyano, para el que la diosa del amanecer pidió la inmortalidad. Vid. María Rosa Lida, «El amanecer mitológico en la poesía narrativa española», en La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 119-164. 201 Vid. la «Silva sexta», v. 215, nota 192.

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forman unos con otros lid tan dura que a sus choques parece que, impelida, la tierra se estremece202. Las olas alteradas, contra las duras peñas irritadas, amedrentan el suelo levantando montañas hasta el cielo203. Nadie se oye ni ve, y en dolor tanto todo es silencio, confusión y espanto. Solo el fiel Solimán, a los umbrales de la ingrata Sultana, hechos raudales sus ojos, parecía el más vivo retrato de aquel día. Estaba su esperanza combatida de vil desconfianza, y dando por seguro en su amorosa empresa el mal futuro, sin mirar que era el viento a quien hablaba de esta suerte a su dueño se quejaba: «Tanto lloro, después que la alegría cedió su antiguo trono a la tristeza, que ya tengo rubor de llorar tanto, mas si nace de amor la pena mía, ¡llorad, ojos, llorad, que no es bajeza en el pecho más duro el tierno llanto! ¡Oh, cuánto diera, oh, cuánto, por romper mis prisiones y vengar las traiciones que hace a mi fina fe tu infiel mudanza! Pero pues miro lejos la esperanza de llegar a romper la vil cadena y conseguir venganza, ¡llorad, ojos, llorad tan dura pena! Pues son mi grave pena y sentimiento los ejes de tu gloria, bella ingrata, la voluntad recibe agradecida con que sufro el dolor que me maltrata.

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202 Esta descripción de la tormenta tiene algunos puntos de contacto con la descripción de la cueva de los vientos de La Moschea; los mismos que Eolo suelta para hacer naufragar las naves del ejército de las moscas (José de Villaviciosa, op. cit., pp. 223-229, V, vv. 1-208). 203 Recuerda a los «montes de agua y piélagos de montes» (v. 44) de la descripción de la tormenta al principio de las Soledades. Vid. Luis de Góngora, Soledades, p. 207.

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¡Oh, si fuera posible que el tormento acabase a tu vista con mi vida! Entonces complacida tu ingratitud se viera, y tal vez consiguiera el dolor insufrible de perderte alivio con la muerte, pero ya que mi suerte me condena a vivir de esta suerte, ¡llorad, ojos, llorad tan dura pena! ¡Cuán diferente no ha muchos momentos de aquel que soy me vi, feliz gozando del placer a que amor tierno convida! Mas ya exhalando míseros lamentos, cubierto de terror estoy trazando donde el alma perdí perder la vida. ¡Oh, aleve fementida!, ¿dónde está la firmeza que juró tu flaqueza? Mas ¿por qué lo pregunto si sospecho que anegada en mi llanto se ha deshecho? Y pues veis el dolor que me enajena, rendidos al despecho, ¡llorad, ojos, llorad tan dura pena!»204 Con estas y otras quejas repetidas, aunque mal explicadas bien sentidas, culpaba la inconstancia de su perra, mientras el sol destierra con alegres ensayos, para que así sus rayos de gloria se coronen, las densas nubes que a su luz se oponen. Venció al fin su porfía, y quedando en su amago tanto temido estrago, calmó la tempestad, serenó el día. Solo del perro amante la querella

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204 Parece imitación de la Egloga I de Garcilaso de la Vega, op. cit., pp. 119-134; en concreto de los versos en los que Salicio se queja de la infidelidad de su amada y repite el estribillo: «Salid sin duelo, lágrimas, corriendo», convertido por Solimán en: «llorad, ojos, llorad tan dura pena». Igualmente, el «¡Cuán diferente no ha muchos momentos / de aquel que soy me vi, feliz gozando» de este perro recuerda al «¡Ay, cuán diferente era / y cuán d’otra manera» de Salicio.

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lidiaba con su estrella, cuando secreto aviso le dieron de improviso de que nada prolijas Carcoma y sus dos hijas en recibir favores iban en aquel día a coger flores dos leguas de distancia. Faltó la tolerancia con la noticia de la infiel jornada y, sin mirar en nada, cual fiero torbellino, volvió desde su casa a su destino, creyendo que su vista aborrecida impedimento fuese a la partida. Después que largo rato a los umbrales de su dueño ingrato vio que ninguno entraba ni salía, cansado de esperar envió un espía a saber lo que pasa y le dijo que nadie estaba en casa. No de otra suerte exhalación errante corre veloz el globo de diamante205 que Solimán, celoso, en busca de Sultana presuroso anduvo las dos leguas sin conceder a su fatiga treguas, hasta que ya a la entrada consiguió dar alcance a la perrada. Las tres con alegría iban en compañía de un perro de La Mancha, segundo Sancho Panza206 en lo gordo y pequeño

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205 El globo de diamante es metáfora por la esfera celeste. Aparece en Calderón y también en Luis Meléndez Valdés, Obras en verso, I, ed. Juan H. R. Polt y Jorge Demerson, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo xviii, 1981, pp. 469-470: «Ya de la luz de la razón guiado, / la variedad del orbe discurriendo, / nada de cuanto en él fui conociendo / mi corazón dejó maravillado: / no el globo de la tierra, que asentado / se está sobre sí propio sosteniendo, / ni el abismo del mar, ni aquel estruendo / que forma el viento en él alborotado, / ni el cristalino globo de diamante, / de estrellas tachonado en noche oscura, / ni tú, ¡oh fulgente sol!, que ardiente veo» (vv. 1-11). También se registra la variante «globo diamantino». 206 Nuevo homenaje cervantino.

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y tercero de grande desempeño, 130 aunque por desgraciado se encontró antes de tiempo jubilado. Apenas vio la vieja a nuestro Solimán cuando, perpleja, entre el miedo y coraje se quedó dando a perros el vïaje207. 135 Sultana, algo encendida, lo miró desabrida, mas él, no haciendo caso, llegó paso entre paso208 muy sereno y tranquilo 140 y en cortesano estilo vertió mil claridades209, culpando sus injustas veleidades. Ella, viendo su ofensa 145 hecha tan cara a cara, la defensa prepara, que hasta la hormiga tiene su defensa, y con resuelto modo le dijo que ya todo estaba concluido 150 y así diera al olvido su amor desengañado, si mal escarmentado no pretendía, necio, 155 los rigores probar de su desprecio. El infeliz amante, al oír desengaño semejante, bajando las orejas se fue sin producir sus justas quejas. 160 Quien sepa qué es amor y cuánto daño ocasiona un amante desengaño podrá formar idea de la dura pelea que encontrados afectos mantendrían Vid. la nota 81 al verso 182 de la «Silva segunda». paso entre paso: «mod. adv. Lentamente, poco a poco» (Aut.). 209 claridad: «se toma algunas veces por palabra dicha con resolución y como expresión llana y fuerte de algún sentimiento, queja u de otro motivo que uno tenga de otro; y en fuerza de esto se dice que Fulano dijo a otro dos claridades, que es tan resuelto que dirá una claridad a un santo, y esta última locución entre los cortesanos corresponde y significa lo proprio que desvergüenza y prueba de desenvoltura en quien lo ejecuta» (Aut.). 207 208

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mientras que no rendían, temiendo su vejamen210, el corazón del perro a su dictamen. Prevaleció la ira y ya le ofende cuanto toca y mira. Huye el amor vencido y ocupa el odio el puesto que ha perdido. Canta el rencor victoria y finalmente, con el dolor vehemente, desesperado y ciego, de cobrar el sosiego perdida la esperanza, fraguaba una venganza que fuera de escarmiento a proceder tan perro y desatento. Y cuando ya trofeo el amor iba a ser de su deseo, suspendió su atentado de Sultana un recado en que fiel le decía que se vio precisada, de Carcoma hostigada, a aquella perrería, mas que siempre era suya sin que su amor el tiempo disminuya; y así que lo esperaba a donde se hospedaba para que de lo hecho en un todo quedase satisfecho. Trocose en alegría la mortal agonía de nuestro perro amante, y sin perder instante, rendido y amoroso, a visitar se fue su dueño hermoso. Ella, que no reposa, de haber dado pesares pesarosa, al mirar su desvelo hecha estatua quedó de vivo hielo. Su vergüenza era tanta

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vejamen: «vaya u reprehensión satírica y festiva que se le da a alguno sobre algún defecto particular u personal o incluido en alguna acción que ha ejecutado» (Aut.). 210

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que los ojos del suelo no levanta y tan torpe procede que, aunque pretende hablar, hablar no puede. De la ocasión valido, el noble perro atento y comedido en sus tiernas orejas imprimió dulces quejas y con discursos sabios hizo demostración de sus agravios con tal viveza que en líquidos despojos el alma de Sultana por los ojos derramarse quería, y viendo a Solimán se detenía. Retórico el silencio que observaba211 la culpa de la perra disculpaba (que, pasmada delante de su perro, daba en tanto quebranto con suspiros y llanto satisfacción completa de su yerro) cuando, sin más noticia que la de su malicia, Carcoma se presenta y, temiendo en su honor alguna afrenta, hace amagos feroces y alborota la casa con sus voces. Acuden las amigas a socorrer piadosas sus fatigas, pero, viendo el delito que ocasión pudo dar a tanto grito, tan prudentes mediaron que su cólera ardiente mitigaron. Solimán, que sabía reprimirse, contribuyó a la paz con despedirse. Quedaron sosegadas hasta que, regresadas a casa sin fracaso, a Galafre contó Carcoma el caso y con ira importuna,

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211 retórico el silencio: nuevo eco calderoniano. «Rosaura: Tu favor reverencio. / Respóndate, retórico, el silencio: / cuando tan torpe la razón se halla, / mejor habla, señor, quien mejor calla» (Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, p. 112, Jorn. II, esc. VIII, vv. 1620-1623).

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maldiciendo emperrados su fortuna, a Sultana llamaron a una cuadra y anduvieron los dos a cuál más ladra212. 245 Tanto, en fin, la oprimieron que errados consiguieron el silencio rompiera y sin rebozo alguno les dijera: «¿Hasta cuándo el rencor que tanto infama 250 ha de encontrar en vuestros corazones combustibles materias a su llama? ¿Hasta dónde sus ciegas sinrazones, que todos abominan, 255 han de llegar al paso que caminan? Yo, por efecto de naturaleza, adoro a Solimán con tal firmeza que el rigor más violento no me haría mudar de pensamiento. Si vuestro impulso fuerte 260 no logra su deseo con mi muerte, el precepto perdone, que imposible será que lo abandone. El rigor se modere; 265 advertid que es quimera querer que yo no quiera lo que mi estrella quiere, y ¿por qué un apetito que obediente contemplo en vosotros ejemplo, 270 en mí ha de ser delito? Disculpad este afecto, y ya que vuestra pausa contribuyó a la causa 275 no os neguéis al efecto. En fin, a daros gusto dispuesta como es justo la más fina obediencia se atesora en mi pecho apacible, 280 pero dejar de amar a quien adora, si no me hacéis de nuevo, es imposible». Con tal resolución los padres viendo ladrar: «por semejanza vale amenazar con palabras, sin acometer. Tráelo Covarrub. en su Thesoro» (Aut.). 212

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inútil el estruendo y de un perro prudente que acudió diligente a componer el lance aconsejados, se vieron precisados a mudar de sistema y dejar a Sultana con su tema. Lleno de vanagloria cantó Amor la victoria, y desde aquel instante mudaron de semblante las cosas de manera que Sultana salía a la escalera a hablar a Solimán sin que cuidado le diera de Carcoma el ceño airado. Con esta libertad la apetecida quietud restablecida, lograban sin temores los placeres de amor en sus amores; y en tanto que el contento con favorable viento sigue sulcando la amorosa espuma, los dejó, y dejo la cansada pluma.

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Silva octava ¡De qué sirve que viento favorable a la ligera nave de la vida en el mundano golfo hoy preste aliento, si mañana se acuerda de que es viento y, procediendo al fin como mudable, la deja entre las olas sumergida! ¡De qué sirve que dicha pasajera el deseo dirija sin concierto y la esperanza sin medida aliente, si en la vil condición de nuestra esfera la pena imaginaria es un mal cierto y el más cierto placer es aparente! ¡Oh mísera locura buscar del mundo en la infeliz clausura placeres que la suerte en pesares convierte,

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concediendo el contento para dar su memoria más tormento! ¡Los bienes temporales cuán fácilmente pasan a ser males! ¡Feliz el que su propio desengaño consiguiendo sacar de ajeno daño a los males resiste, que en librarse del mal el bien consiste! ¡E infeliz del que ciego, concediéndose al ruego del infame apetito, de la razón al grito descuidado se niega y al contento se entrega sin mirar que el contento ligero pasa y deja un escarmiento! Pero también ligera mi tosca pluma a la moral esfera ha volado imprudente, dejándose llevar de lo que siente, y es forzoso haya quien ridiculice que tratando de perros moralice. La razón le concedo, aunque podía replicar a la crítica manía que no es costumbre nueva cometer tales yerros, pues fábulas de perros hacen lo mismo y nadie las reprueba213. A más que cuanto he dicho

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El origen fabulístico de la concepción global de La Perromachia aparece aquí explícito. Las fábulas sobre canes abundan en la tradición clásica. Esopo, Fábulas de Esopo, ed. Pedro Bádenas de la Peña y Javier López Facal, Madrid, Gredos, 1993, cuenta con: «La zorra que acariciaba un corderito y el perro» (p. 61), «El labrador y los perros» (p. 66), «El hombre al que mordió un perro» (pp. 70-71), «Los dos perros» (pp. 83-84), «El hortelano y el perro» (pp. 95-96), «La corneja y el perro» (p. 98), «El perro que perseguía a un león; El perro que llevaba un trozo de carne; El perro dormido y el lobo; Los perros hambrientos; El perro y la liebre» (pp. 100-102), «El pastor y el perro» (p. 132), «La cerda y la perra» (pp. 137-138), «El perro, el gallo y la zorra; El perro y el caracol; El perro y el carnicero» (pp. 151-153), «El asno y el perro que viajaban juntos» (p. 157), «El pastor y el lobo criado con los perros» (p. 158). Félix María de Samaniego, op. cit., recoge: «El asno y el perro» (pp. 264-265), «El cazador y el perro» (pp. 289-290), «El lobo y el perro flaco» (pp. 354-355), «El perro y el cocodrilo» (p. 360), «El lobo y el perro» (pp. 363-365), «El raposo y el perro» (pp. 438-439), «Los dos perros» (pp. 447-448) y «El amo y el perro» (pp. 460-461).Tomás de Iriarte, op. cit., colecciona solo dos: «Los perros y el trapero» (pp. 29-31) y «El gozque y el macho de noria» (pp. 37-38). 213

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no es por vano capricho, antes a la memoria un ejemplar ofrece nuestra historia en el perruno hecho que pudiera servirnos de provecho. Solimán, entregado al placer que le ofrece su cuidado, con el gusto de hablar y ver su perra sentimientos destierra; y dando, inadvertido, pesadumbres pasadas al olvido, se imagina orgulloso del rencor de Carcoma victorioso. Favorecido amante, la escalera guardaba tan constante que a todas horas era para cuantos pisaban la dichosa escalera escalón en que todos tropezaban. La suerte varïable ayudó favorable a la intención sencilla que en el suelo reposa, y dispuso oficiosa que volviera a ocupar la antigua silla. Padecía Carcoma entre varios achaques imprevistos ataques de un accidente que su furia doma. Cuando le acometía, la risa se movía; y al parecer, riendo, se estaba la infeliz casi muriendo (aunque venga violento, el nombre doy de risa a un movimiento que en estos animales se divisa, y si risa no es, pase por risa). La metáfora sigo y que eran tales movimientos digo risadas por afuera, y por adentro las lágrimas volvían a su centro. Antes que, diligente, su espíritu embargara el accidente,

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daba tristes aullidos; y negando el comercio a los sentidos, se quedaba tan yerta que algunas veces la creyeron muerta. Sultana y Solimán bien descuidados, en su amor ocupados, siendo de sus razones fieles testigos mudos escalones, se estaban ofreciendo recíprocas firmezas cuando, oyendo de Carcoma las voces, acudieron veloces del accidente extraño a remediar en lo posible el daño. Al desmayo rendida, sin aliento ni vida la encontraron y tantas diligencias practicaron que logró recobrar aliento y vida. Piadoso Solimán en su desgracia, puso tal eficacia que, a pesar de su tedio214, deudora le quedó de su remedio. Cesó el mortal ensayo215 con que la perra a todos afligía y, vuelta del desmayo, en los brazos se halló que aborrecía precisada a fingir, como lo hizo, gracias con que la deuda satisfizo; que aunque el odio no venza, de acreditarse ingrata se avergüenza y más quiere en la duda que recata216 parecer inconstante que no ingrata. Dio las gracias en fin de la fineza al noble can, que, libre del estrago que amenazando estaba su fiereza, y mirando en halago convertido el encono, gozoso ocupa su perdido trono.

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Vid. la «Silva quinta», v. 226, nota 158. Vid. la «Silva quinta», vv. 334-335, nota 167. 216 recatar: «encubrir u ocultar alguna cosa que no se quiere se vea o sepa. Úsase muchas veces como verbo recíproco. Es compuesto de la partícula Re y del verbo Catar» (Aut.) 214 215

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A la sazón Galafre comparece217, y siendo en la palestra el que más lo aborrece, es el que entonces menos lo demuestra. Con falsas expresiones llenas de adulaciones su gusto patentiza y del pasado enojo se indemniza218, haciendo su artificio que pase indubitable por paz inalterable el que era en realidad un armisticio. Conociendo común la complacencia, con igual apariencia a nada contradice y en todo cuanto dice procede lisonjero, haciendo ostentación de humor ligero. En cosas de agasajo le costaba el fingir poco trabajo, y así en este socrocio219 hacía como en todo su negocio. Como sucedería al que privado de ver la luz nació, si por ventura consiguiera la vista, transportado quedarse de la luz en la hermosura, no hallando su memoria equivalente gusto a tanta gloria220,

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En la princeps «compadece», al igual que en B, C y D. Ningún diccionario de la época recoge como acepción de «compadecer» este sentido de ‘aparecer’. El CORDE da en el siglo xviii, entre multitud de casos de «compadecer» como ‘sentir compasión’, solo un ejemplo con el valor de ‘comparecer’. Se trata de los Documentos sobre música en la catedral de Sigüenza, publicados por Javier Suárez-Pajares, ICCMU (Madrid), 1998, donde se lee: «4742. Habiendo hecho relación yo el infraescripto secretario cómo los edictos para la plaza de contralto se cumplían el día 13 de este mes y que habían compadecido dos opositores, nombró el Cabildo por examinadores al maestro de capilla y organista, y les mandó advertir que asistan estos días futuros al coro. [AC-74 f. 326v / 11-VIII-1699]». 218 indemnizar: «hacer a alguno libre, indemne o exento de algún daño, previniéndole o precaviéndole» (Aut.). 219 socrocio: «emplasto o epictima de color de azafrán. // Metafóricamente vale delectación, complacencia o refocilación del ánimo que se solicita o se percibe de alguna especie» (Aut.). Vid. Lope de Vega, La Gatomaquia, pp. 75-76: «que alguna vez el ocio / es de las armas cordial socrocio» (I, 47-48). 220 Esta comparación del deslumbramiento de la hermosura y la felicidad con la ceguera producida por el exceso de luz se repite en la «Silva primera» (vv. 127-132). 217

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así nuestros amantes, mirándose triunfantes de oposición tan fuerte, admiraban su suerte, no pudiendo el deseo apetecer más bien que aquel trofeo. Una sola alegría repartida en dos pechos no cabía, y tanto los inflama que por ojos y bocas se derrama. A la dulce quietud que amor promete ya no hay recuerdo que atrevido inquiete. A la ventura que imaginan nueva no hay desdicha pasada que se atreva. A la firmeza que en sus pechos late no hay recelo que pueda dar combate, y es tal la confianza de su cariño necio que miran con desprecio el tiempo, la fortuna y la mudanza. Solimán, victorioso en sus prisiones, excediendo tal vez sus facultades con locas profusiones, solemnizó las nuevas amistades. Desde este día que volvió a su centro, por que su dicha más completa fuese no hubo quien receloso de su encuentro a volver a la casa se atreviese. Solo amado y servido de los padres, las hijas y criados, era manifestarse agradecido el cuidado de todos sus cuidados. Conociendo el empeño en que puesto lo había su fortuna, para su desempeño no perdonaba diligencia alguna. Sultana, cuidadosa, por su parte, de no perder placeres que gozaba, todo su estudio y arte a complacer su amante dedicaba. En tal estado, ¡quién pensar podría acabara en tristeza la alegría y sin haber mudanza en la firmeza

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tuviera ingrato fin tanta fineza! Pero ¡qué hay que extrañar ninguna cosa! si la diosa voltaria221, 200 como nunca está ociosa, ya se muestra propicia, ya contraria, y no ha habido quien pueda fijar un clavo en su inconstante rueda222. 205 Carcoma, cuyo genio nunca cedió al convenio cuando enojos previno, violenta en el destino de su amistoso trato, ocultando lo ingrato 210 con fingida templanza, en su interior trazaba la venganza. Del odio las raíces su corazón taladran 215 y abiertas cicatrices del enojo pasado mudas ladran. Recibidos favores reprimen sus furores y presentes provechos contienen sus despechos. 220 Pero todo lo olvida, que era su antiguo vicio pagar desconocida223 con una ingratitud un beneficio. Ya resuelta del todo 225 para que de este modo su vengativo intento más impresión hiciera al sentimiento, con secreta advertencia 221 voltario: «mudable, inconstante en el dictamen u genio» (Aut.). La «Diosa voltaria» es la Fortuna, cuya inconstancia es un tema recurrente en la obra. Vid. el inicio de la «Silva quinta». Vid. asimismo Alonso de Castillo Solórzano, Jornadas alegres, Madrid, Bibliófilos Españoles, 1909, p. 321: «No querría que puesto en alta fortuna os desvaneciésedes, como muchos que he conocido, no mirando a los bajos principios que tuvieron, ni que la voltaria Diosa jamás tiene firmeza en sus favores». 222 «El sol se ha parado, la rueda de la Fortuna, nunca: quien más seguro pensó haberla fijado al clavo, no hizo otra cosa que alentar con nuevo peso el vuelto de su torbellino» (Francisco de Quevedo, La hora de todos y la Fortuna con seso, ed. Luisa López-Grigera, Madrid, Castalia, 1975, pp. 69-70). 223 desconocido: «vale también ingrato u mal correspondiente» (Aut.).

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dispuso que la ausencia, pareciendo forzada, la dejara vengada de los amantes perros, a cuyos dulces yerros turbando la delicia, a un tiempo llegó el daño y la noticia. Para poner el pensamiento en obra (conviniendo Galafre sin zozobra, que en tales caramillos224 mascaba a dos carrillos y con grande sosiego de pericón servía en cualquier juego)225 de suerte urdió la trama conservando su fama que el haber de ausentarse de efecto corresponde al ser llamados donde no es posible negarse. En fin, sin traslucirse ni poder estorbarlo, llegó el día de irse y la hora también de publicarlo. Los dichosos amantes, que los días pasaban como instantes, la noticia reciben y es solo lo que sienten lo que viven. No dudan la sentencia, que el mal trae siempre cartas de creencia226. Al sentimiento ceden los sentidos sus precisas funciones sin recatos, quedando sorprendidos y de puro sentir como insensatos. Vuelven en sí, se quejan de la estrella

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224 caramillo: «metafóricamente vale embuste y enredo, que ocasiona desazón entre algunas personas, movido de chismes de algún revoltoso o mal intencionado que los enzarza con cuentos y chimeras» (Aut.). 225 pericón: «nombre que dan en el juego de quínolas al caballo de bastos porque se puede hacer y vale lo que cualquiera otra carta y del palo que quiere y le conviene al que le tiene» (Aut.). 226 carta de creencia: «la que lleva uno en nombre de otro para tratar alguna dependencia y que se le dé crédito a lo que dijere y tratare. Y también se llama así la que se da al embajador o enviado por su príncipe, para que se le admita y reconozca por tal en la Corte de otro a quien se envía» (Aut.).

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que así los atropella, maldicen de su suerte la inconstancia y falta en tanto mal la tolerancia. Propone Solimán como remedio el rechazar la fuerza con la fuerza, y Sultana se esfuerza con su opinión a rebatir el medio. Hace ver que no alcanza la fuerza donde llega la esperanza. Le dice que se acuerde que si se pierde el fin todo se pierde, y el más seguro modo para lograrlo todo era no hacer al daño resistencia, que el crisol de la ausencia con ardientes combates de su amor probaría los quilates, y que ella dispondría las cosas de tal suerte que en breve volvería si no atajaba su intención la muerte. Empeñó su palabra, y tanto labra con amoroso encanto el corazón del perro esta palabra que cede al ruego y se abandona al llanto. ¡Oh, violencia tirana! ¡Qué no rinde lo bello! ¡Qué no allana! Aquí fue donde pudo el sentimiento llegar a verse en su mayor aumento. Suspiros y sollozos salieron de sus tristes calabozos; lamentos y gemidos continuados, aún más que repetidos, eran las expresiones de los dos afligidos corazones que, en lágrimas deshechos, abandonando los amantes pechos, salían por los ojos de la terrible pena a ser despojos. La congoja era tanta que, de cordel sirviendo a la garganta, respiración no deja para el pequeño alivio de la queja.

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Si alguna voz, huyendo sus agravios, escalaba la cárcel de los labios, la impresión que lograba en el raudal del llanto se anegaba. En esta coyuntura de exceder el dolor la desventura llegó de la partida el momento fatal, la hora temida; y Solimán, sin dar al llanto treguas, fue con ellos también algunas leguas. Despidiéronse, en fin, todos ladrando, unos llanto fingiendo, otros llorando. Por opuesto camino cada cual encontró con su destino, donde el tiempo, que todo lo destruye, sentimiento y constancia disminuye; y haciendo vanagloria de que sea tal vez un triunfo suyo, consumir solicita la memoria de la historia amorosa que concluyo227.

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En B, en lugar de «Fin» reza «Finis» y se nos informa de que el manuscrito fue «copiado en Valencia en el mes de septiembre del año de 1790». 227

El murciélago alevoso. Invectiva del maestro fray Diego González Estaba Mirta bella cierta noche formando en su aposento con gracioso talento una tierna canción; y porque en ella satisfacer a Delio meditaba, que de su fe dudaba, con vehemente expresión le encarecía el fuego que en su casto pecho ardía. Y estando divertida, un murciélago fiero, ¡suerte insana!, entró por la ventana. Mirta dejó la pluma, sorprendida; temió, gimió, dio voces, vino gente; y al querer, diligente, ocultar la canción, los versos bellos de borrones llenó por recogellos. Y Delio, noticioso del caso que en su daño había pasado, justamente enojado con el fiero murciélago alevoso que había la canción interrumpido y a su Mirta afligido, en cólera y furor se consumía, y así a la ave funesta maldecía: «¡Oh monstruo de ave y bruto, que cifras lo peor de bruto y ave1,

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El quiasmo sintetiza al máximo el núcleo de las famosas décimas de Segismundo: «Nace el ave, y con las galas / que le dan belleza suma, / apenas es flor de pluma, / o ramillete con alas / cuando las etéreas salas / corta con velocidad, / negándose a la piedad / del nido que deja en calma: ¿y teniendo yo más alma, / tengo menos libertad? / Nace el bruto, y con la piel / que dibujan 1

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visión nocturna grave, nuevo horror de las sombras, nuevo luto2, de la luz enemigo declarado, 30 nuncio desventurado de la tiniebla y de la noche fría3, ¿qué tienes tú que hacer donde está el día?4 Tus obras y figura maldigan de común las otras aves, que cánticos süaves5 35 tributan cada día a la Alba pura. Y porque mi ventura interrumpiste y a su autor afligiste, todo el mal y desastre te suceda que a un murciélago vil suceder pueda. 40 La lluvia repetida que viene de lo alto arrebatada, tan solo reservada manchas bellas, / apenas es signo de estrellas, / gracias al docto pincel, / cuando, atrevido y crüel, / la humana necesidad / le enseña a tener crueldad, / monstruo de su laberinto: / ¿y yo con menos instinto / tengo menos libertad?». Vid. Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, pp. 61-62. 2 Durante los primeros versos, fray Diego parece evocar algún que otro estilema del Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz, Poesía lírica, ed. José Carlos González Boixo, Madrid, Cátedra, 2001, pp. 269-270: «Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra, al cielo encaminaba / de vanos obeliscos punta altiva, / escalar pretendiendo las estrellas: / si bien sus luces bellas / −exentas siempre, siempre rutilantes− / la tenebrosa guerra / que con negros vapores le intimaba / la pavorosa sombra fugitiva / burlaban tan distantes, / que su atezado ceño / al superior convexo aun no llegaba / del orbe de la diosa / que tres veces hermosa / con tres hermosos rostros ser ostenta, / quedando solo dueño / del aire que empañaba / con el aliento denso que exhalaba; / y en la quietud contenta / del imperio silencioso, / sumisas solo voces consentía / de las nocturnas aves, / tan obscuras, tan graves, / que aun el silencio no se interrumpía» (vv. 1-24). 3 Lejana reminiscencia (vid. «Introducción») de una metáfora de las Soledades: «doméstico es del Sol nuncio canoro, / y de coral barbado no de oro / ciñe, sino de púrpura turbante» (vv.). Vid. Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994, p. 261. 4 Posible rastro emblemático. Antonio Bernat Vistarini y John T. Cull, Enciclopedia Akal de emblemas españoles ilustrados, Madrid, Akal, 1999, p. 554, dan cuenta de una empresa de Marco Antonio Ortí (Siglo cuarto de la conquista de Valencia, Valencia, 1640) en la que un murciélago revolotea bajo el Sol. El lema reza «Inmunes sunt lege coronae» («Las coronas son inmunes a la ley») y la subscriptio: «Si antes, de la luz huía, / ya de Faetón miro el coche, / pues trocó la dicha mía / las tinieblas de la noche / por esplendores del día» [Geroglífico XXIX, Segunda parte, f. 81 r]. Según Juan José Sánchez Pérez, Vida y obra de fray Diego Tadeo González (Delio), Salamanca, Diputación Provincial de Salamanca, 2006, p. 234, «en la posible primera edición [de esta obra] existe la siguiente estrofa después del verso 32: “Cuando el águila pasa / y al sol lleva derecho su viaje, / do el rizado plumaje / se chamusca tal vez, si no se abrasa, / y allí contempla atenta resplandores, / y en beber sus ardores / logra su diversión y complacencia, / ¿cómo osas parecer en su presencia?”». Modernizamos la grafía. La fórmula introducida por el «qué» interrogativo, según Juan José Sánchez Pérez, op. cit., p. 155, es un préstamo de fray Luis de León. 5 En la princeps «suäves».

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a las noches, se oponga a tu salida; 45 o el relámpago pronto reluciente te ciegue y amedrente; o soplando del Norte recio el viento6, no permita un mosquito a tu alimento. La dueña melindrosa, tras el tapiz do tienes tu manida7, 50 te juzgue inadvertida por telaraña sucia y asquerosa y con la escoba al suelo te derribe; y al ver que bulle y vive tan fiera y tan ridícula figura, 55 suelte la escoba y huya con presura8. Y luego sobrevenga el juguetón gatillo bullicioso, y primero medroso, 60 al verte, se retire y se contenga, y bufe y se espeluce horrorizado9, y alce el rabo esponjado, y el espinazo en arco suba al cielo, y con los pies apenas toque el suelo. Mas luego, recobrado 65 y del primer horror convalecido, el pecho al suelo unido, traiga el rabo del uno al otro lado y, cosido en la tierra, observe atento; 70 y cada movimiento que en ti llegue a notar su perspicacia le provoque al asalto y le dé audacia. En fin, sobre ti venga, te acometa y ultraje sin recelo, te arrastre por el suelo 75 y a costa de tu daño se entretenga; y por caso las uñas afiladas en tus alas clavadas, 6 Alusión a Bóreas o Aparctias, viento del Norte que traía el frío invernal. Según fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Herederos de Crisóstomo Garriz, por Bernardo de Nogués, 1646, p. 505, «es el viento Cierzo [y] se enamoró [de Oritia, hermana de Procris], como lo dice Natal Comité y Ovidio en la carta que escribió de Leandro a Hero». 7 manida: «el lugar, sitio u paraje donde se recoge y reside uno» (Aut.). 8 presura: «priesa, prontitud y ligereza» (DRAE, 1780). 9 espeluzar: «erizar los cabellos algún pavor o miedo repentino» (Aut.).

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por echarte de sí con sobresalto, 80 te arroje muchas veces a lo alto. Y acuda a tus chillidos el muchacho, y convoque a sus iguales, que con los animales suelen ser comúnmente desabridos; que a todos nos dotó naturaleza 85 de entrañas de fiereza, hasta que ya la edad o la cultura nos dan humanidad y más cordura10. ¡Entre con algazara11 90 la pueril tropa al daño prevenida, y lazada oprimida te echen al cuello con fiereza rara; y al oírte chillar alcen el grito y te llamen maldito! Y creyéndote, al fin, del diablo imagen12, 95 te abominen, te escupan y te ultrajen. Luego por las telillas de tus alas te claven al postigo; y se burlen contigo, y al hocico te apliquen candelillas13; 100 y se rían con duros corazones de tus gestos y acciones; y a tus tristes querellas ponderadas correspondan con fiesta y carcajadas. Y todos, bien armados 105 de piedras, de navajas, de aguijones, Repite la misma idea en su soneto A un murciélago: «El que de asombro, horror, agüero y susto / a unos, servir suele a otros muchachos, / y aun a los que se rozan los mostachos, / de risa, diversión, júbilo y gusto. / Ratón alado, cuyo ceño adusto / coronando los timbres y penachos / de Valencia, a diplomas y despachos / la regia voluntad sella su busto: / la fama que en la tierra, aire y espuma / se adquirió la guerrera edad pasada, / aun entrando mil triunfos en la suma; / con la que por si logra comparada, / se hallará que hoy no menos a tu pluma / ha debido que entonces a la espada». Vid. Juan José Sánchez Pérez, op. cit., p. 340. 11 algazara: «común y vulgarmente se toma hoy por ruido de muchas voces juntas; pero festivo y alegre. También se usa para significar alboroto y tumulto» (Aut.). 12 La relación del murciélago con el demonio es común en la religión católica y en la musulmana. Así, según Jurgis Baltrušaitis, La Edad Media fantástica. Antigüedades y exotismos en el arte gótico, Madrid, Cátedra, 1994, p. 153, «la iconografía representaba de hecho al diablo cuya imagen tenía alas de pájaro nocturno, con la membrana estirada sobre los huesos, que no evocan al Paraíso, sino que difunden la sombra de siniestras regiones». 13 Existe la creencia popular de que si se clava en un madero a un murciélago con las alas en forma de cruz, obligándolo a tragar el humo de un cigarro, suelta blasfemias por su boca con voz humana. 10

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de clavos, de punzones, de palos por los cabos afilados —de diversión y fiesta ya rendidos—, 110 te embistan atrevidos y te quiten la vida con presteza, consumando en el modo su fiereza. Te puncen y te sajen, te tundan, te golpeen, te martillen, te piquen, te acribillen, 115 te dividan, te corten y te rajen, te desmiembren, te partan, te degüellen, te hiendan, te desuellen, te estrujen, te aporreen, te magullen, te deshagan, confundan y aturrullen14. 120 Y las supersticiones de las viejas, creyendo realidades, por ver curiosidades, en tu sangre humedezcan algodones para encenderlos en la noche obscura, 125 creyendo sin cordura que verán en el aire culebrinas15 y otras tristes visiones peregrinas16. Muerto ya, te dispongan 130 el entierro, te lleven arrastrando, gori gori cantando17, y en dos filas delante se compongan; y otros, fingiendo voces lastimeras, 14 aturrullar: «lo mismo que confundir o abatir a otro» (Aut.). Aunque resulta algo desconcertante, Luis Cortés, Salamanca en la Literatura, Salamanca, Gráficas Cervantes, 1973, pp. 117-120, ha visto en esta estrofa una prueba del «carácter rencoroso» del agustino, al que presenta como un fraile irascible y un tanto cruel. 15 culebrina: «la pieza de artillería del primer género, que, aunque tira menor bala que otras, la arroja a gran distancia; y por eso se hace para efecto de ofender de lejos al enemigo. Divídense en varias especies, según la mayor o menor bala que arrojan, y son culebrina, media culebrina, cuarto de culebrina […] y octavo de culebrina o falconete. A todas estas especies de culebrinas, si tiene de largo 30 a 32 diámetros de su boca, llaman legítimas, y a las que tienen menos, bastardas» (Aut.). 16 Tópico folklórico cuya manifestación literaria más célebre se cifra en el conjuro de Celestina (tercer auto de la Tragicomedia): «Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y la fuerça destas bermejas letras, por la sangre de aquella noturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen». Vid. Fernando de Rojas, La Celestina, ed. Dorothy Severin, Madrid, Cátedra, 1995, pp. 147-148. 17 gori gori: «canción con que los niños suelen querer imitar y remedar el canto de los sacristanes. Otros juzgan quiere decir la comida espléndida que en algunos lugares se da a los eclesiásticos los días que las cofradías celebran sus santos» (DRAE, 1780).

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sigan de plañideras y dirijan entierro tan gracioso al muladar más sucio y asqueroso. Y en aquella basura un hoyo hondo y capaz te faciliten, y en él te depositen, y allí te den debida sepultura. Y para hacer eterna tu memoria, compendiada tu historia pongan en una losa duradera, cuya letra dirá de esta manera: «Aquí yace el murciélago alevoso, que al Sol horrorizó y ahuyentó el día; de pueril saña triunfo lastimoso, con cruel muerte pagó su alevosía. No sigas caminante presuroso hasta decir sobre esta losa fría “Acontezca tal fin y tal estrella a aquel que mal hiciera a Mirta bella”».

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La Rani-ratiguerra. Poema jocoso dedicado a Juan Rana1 y dado a luz por uno de sus más afectos alumnos Valencia, año M.DCC.XC Por Francisco Burguete, impresor del Santo Oficio2 1 Juan Rana es el personaje más conocido —amén del nombre artístico— de Cosme Pérez, famoso actor de entremeses del Barroco. Nacido en la villa de Tudela del Duero a comienzos de 1593, su familia pudo pertenecer al grupo de labradores, ganaderos, criados y jornaleros, más o menos necesitados, dependiendo de las circunstancias y del momento, que conformaban el grueso de la población pucelana. Nada sabemos sobre su infancia y primera juventud; tampoco acerca de su fecha de asentamiento en la corte. Sáez Raposo sugiere que su contacto con la farándula debió de producirse durante el hechizo que en toda la región causó el boato de las celebraciones llevadas a cabo en Valladolid entre 1600 y 1606, nueva sede para el gobierno de Felipe III. En 1617, el cómico se integró en la compañía dirigida por Juan Bautista Valenciano, en cuyas filas permanecería hasta 1624, año en que se documenta su paso a la de Antonio de Prado. Lope fue el primer dramaturgo que imaginó un papel para Rana y se decidió a incluirlo en una de sus obras: Lo que ha de ser. Datado por María Luisa Lobato alrededor de 1627, el anónimo entremés de El casamentero supuso su debut dentro del género breve. No en vano, esta decisión de dar vida a Juan Rana lo obligó a renunciar a la apetecible posibilidad de convertirse en renombrado actor de comedias. Debió de casarse hacia 1630 con la también actriz María de Acosta. El matrimonio solo tuvo una hija: Francisca María Pérez. Esa década sería la del espaldarazo definitivo a su carrera: la asociación que entabló con el más célebre entremesista del siglo xvii, Quiñones de Benavente, lo lanzó al estrellato, convirtiendo a la máscara que había creado en la favorita del público, además de en el alcalde entremesil por antonomasia. Falleció el 20 de abril de 1672. Entre las piezas que llevó a los escenarios sobresalen El pescador de caña, de Cáncer; El doctor Juan Rana, El soldado, El remediador, El mago y El mundo al revés, de Quiñones Benavente; El triunfo de Juan Rana, de Calderón; y la Loa de Juan Rana, de Moreto. Vid. Francisco José Sáez Raposo, Juan Rana y el teatro cómico breve del siglo xvii, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2005, pp. 21-71. 2 Vid. Arturo Zabala, «Noticia sobre los impresores José Tomás Lucas y Francisco Burguete», Saitabi. Revista de la Facultat de Geografia i Història, IV, 19 (1946), pp. 23-30; y José Enrique Serrano y Morales, Reseña histórica en forma de diccionario de las Imprentas que han existido en Valencia hasta el año 1868 con noticias sobre los principales impresores, Valencia, 1898-1899.

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La Rani-ratiguerra Cantigruñido único I El coro entero de las nueve hermanas mi ronca voz y flaco pecho aliente al empezar de las soberbias ranas y ratas nobles el combate ardiente3, cuando en sangre tiñó las ondas canas la mortal lanza del ratón valiente: gran furor, choque cruel, duros guerreros imitadores de gigantes fieros4.

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3 La invocación a las musas es tópica en las epopeyas desde Homero. Así, por ejemplo, en la Ilíada (1, 1-7; 2, 484-489) y la Odisea (1, 1-3). Vid. también Hesíodo, Obras y fragmentos. Teogonía y Trabajos y días. Escudo. Fragmentos, Certamen, ed. Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez, Barcelona, Gredos, 2000, pp. 15-16. La particularidad del íncipit en la versión de March radica en su asimilación de un detalle del comienzo de la Batracomiomaquia. En la octava II, poco después de aludir a Juan Rana, el autor menciona «de Helicón los verdes prados» (v. 11), subrayando así su respeto del texto del Pseudo-Homero: «Al comenzar la primera columna, el coro desde el Helicón / que venga hacia mi espíritu ansío para el canto, / el que ha poco en tabletas sobre mis rodillas puse / —una lucha sin límites, mueveguerra obra de Ares— / con ansias de lanzarles al oído a los mortales todos / cómo ratones contra ranas valerosos marcharon, / imitando las obras de terrígenos varones, los gigantes» (vv. 1-7). Cf. Pseudo-Homero, Himnos homéricos. Batracomiomaquia, ed. bilingüe, introd. Lucía Liñares, trad. y notas Lucía Liñares y Pablo Ingberg, Buenos Aires, Losada, 2007, pp. 274-275. La diferencia respecto al modelo clásico reside aquí en su proximidad a la tradición de los aedos, en tanto que la Batracomiomaquia (escrita, pero con apariencia de oralidad) le llega a March «directamente inspirada por las Musas». Homero, a pesar de la fraseología popular, aludía en cambio a unas tablillas para apuntalar el carácter escrito de su obra. 4 La contienda entre ranas y ratones se compara con la Gigantomaquia ya en el PseudoHomero; es decir, la lucha entre el orden cósmico de los atletas olímpicos, liderados por Zeus, y las fuerzas inferiores del Caos, liderados por el gigante Alcioneo. Como ha estudiado Aurora Egido, «La Giganteida de Ignacio Luzán. Argumento y octavas de un poema inédito», Anales de Literatura Española, 2 (1983), pp. 197-231, «las fábulas sobre los gigantes no abundan en la literatura española, aunque estos aparezcan de forma esporádica en numerosos poemas. José María de Cossío recoge, en primer lugar, el caso de Fernando de Herrera, cuya Gigantomaquia se perdió lamentablemente, y analiza otra obra de igual título de Manuel Gallegos, que desarrolló en tres cantos el tema, basándose, sobre todo, en el fragmento de Claudiano De Gigantomachia y en las Metamorfosis de Ovidio. […] Otro poeta barroco que rindió culto al tema fue […] Álvarez de Toledo, que en un romance endecasilábico, La Gigantomaquia, centró en el gigante Tifeo la lucha contra los dioses del Olimpo” (pp. 200-201).

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II Tú, Juan Rana, si acaso los cuidados «de más de libra en cuajo» te permiten5 10 visitar de Helicón los verdes prados6, oye atento mi voz mientras repiten sus ecos otros más descompasados. Con esto podrá ser que se desquiten turbados sueños, malogradas velas7, 15 por locuaz rana y por ratunas muelas. III A la orilla de un charco coronado de céspedes, de lirios y verbenas8 llegó un ratón a quien el miedo helado pasmó la sangre en las sutiles venas al escapar de un gato descuidado; y estribando en las débiles arenas9, probó las aguas, satisfizo el gusto y recobrose del pasado susto.

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5 Probable eco del refrán «cada renacuajo tiene su cuajo», que, en opinión de Cejador, quiere decir: “cada uno tiene su opinión”. Vid. Gonzalo Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por Robert Jammes y Maïte Mir-Andreu, Madrid, Castalia, 2000, p. 146. Quizá este verso pueda aludir a una pieza teatral (o a una cita de la misma) vinculada con Pérez. Una vez rastreado el catálogo de las obras que representó, no hemos hallado ninguna fuente directa. 6 Helicón: montaña en la región de Tespias, en Beocia, próxima al monte Parnaso. En la mitología griega está consagrada a Apolo y las musas (las helicónides), lo mismo que la fuente Hipocrena. Según fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Barcelona, Juan Pablo Martí, 1722, p. 177, «llamáronse Heliconiadas, del monte Helicón, donde ellas asistían muchas veces. Así las llamó Hesiodo». He aquí otra de las claves del íncipit de March: en la tradición homérica, las musas habitaban el Olimpo y no formaban coros; de ahí que haya que pensar en el modelo de Hesíodo. Vid. Alberto Bernabé Pajares, «Introducción» a Himnos homéricos, p. 323. 7 velas: «la acción de velar o la vigilia. Tómase asimismo por el tiempo que se vela» (Aut.). 8 verbena: «hierba que hay de dos especies; una que llaman recta y otra supina, porque la una produce derechos hacia arriba los ramos y la otra, al contrario, los extiende por tierra. Y según Plinio, la primera es el macho y la segunda la hembra, a la cual llaman también hierba sagrada» (Aut.). 9 estribar: «hacer fuerza en alguna cosa sólida y segura para afirmarse y apoyarse» (Aut.).

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IV A este tiempo una rana, que del lago salió a la orilla libre y deliciosa a gozar aire más templado y vago, vio al sediento ratón; y deseosa de informarse mejor, con blando halago —extraña acción en rana jactanciosa—, desde su fresco asiento, el verde césped, con lisonjera voz habló a su huésped:

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V «Noble extranjero, pues te trajo el hado por fortuna de entrambos a este puerto, dime quién eres, que el real agrado y airoso garbo que en tu talle advierto alma descubre de más alto grado (y es del alma el semblante índice cierto)10; y fuera, si es verdad lo que imagino, agasajarte mi primer destino.

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VI Yo soy Hinchacarrillo y en el agua11 por su rey toda rana me venera. Mis padres son Lodoso y Reina-Enlagua, 10 Eco de una máxima de san Jerónimo en su Carta a Furia, sobre la guarda de la viudez: «La cara es el espejo del alma y los ojos, aun callados, confiesan los arcanos del corazón». Vid. Cartas de san Jerónimo, ed. bilingüe, introd. Daniel Ruiz Bueno, Madrid, BAC, 1962, I, p. 461. 11 Los nombres paródicos (Hinchacarrillo, Rana-Enlagua, Lodoso, Mendrug-Hurto…) son préstamos y adaptaciones de los de la Batracomiomaquia (Inflacarrillos, Reina del Agua, Fangoso, Robamigas…). A propósito de Fangoso (Lodoso en la versión de March), Alberto Bernabé Pajares, «Introducción» a Himnos homéricos, p. 327, anota que el nombre griego usado por Homero es Pēleús, «que coincide con el del padre de Aquiles. Se trata, pues, de un juego de palabras debido a la similitud del nombre con la palabra pēlós ‘fango’». La onomástica chancera es un recurso típico de la épica burlesca desde el texto seudo-homérico en adelante. Vid. José María Balcells, «La Batracomiomaquia y la epopeya burlesca», pp. 25-30. Remitimos también a Reyes Vila-Belda, «Onomástica y humor en la Gatomaquia de Lope de Vega», Hispanic Research Journal IV, 3 (2003), pp. 207-221.

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que me parió en la erídana ribera12. Cuanto cristal en este mar desagua, cuanto fértil produce esta frontera, en mi palacio servirá a tu gusto; mas, ¡ea!, cuenta tu linaje augusto».

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VII Respondió Mendrug-Hurto: «¿Que no sabes13 mi nobleza y solar tan conocido de dioses, hombres y celestes aves? Mi nombre es Mendrug-Hurto y el temido Tragapán es mi padre; y porque acabes de saber mi linaje esclarecido, la grande Lametorta fue mi madre, que al rey Roepernil tuvo por padre14.

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VIII Mi madre me parió en un escondrijo, y allí, con dulces higos y con nueces, me sustentaba con amor prolijo. Mas si yo vivo en tierra, tú entre peces, tan diferente condición es fijo no sufrirá de amor las estrecheces; ni aman los fatuos húmedos manjares delicados terrestres paladares.

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12 erídana ribera: el Erídano es un río identificado con el Po o el Ródano; en él transcurren varios episodios míticos de Heracles y de los argonautas. «Es Erídano río famoso por la caída que hizo en él Faetón, como lo dice Plinio. Estrabón y Eustaquio dicen que es el mayor río de toda la Europa, fuera del Danubio; y así le llama Virgilio ‘rey de los ríos’. […] Plinio dice que este rio Erídano es el Ródano, que nace de los montes Alpes que dividen a Italia de Francia, y corre por toda ella pasando León de Francia hacia la parte oriental, donde recibe el río Arar, como lo dice su natural Bartolomé Casáneo». Vid. fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro, pp. 609-616. Se trata, pues, de un probable préstamo de Hesíodo, Teogonía, p. 338. 13 «Mendrug-Hurto» es el trasunto ilustrado del homérico «Hurtamigas». 14 «Roepernil» es la versión hispana del rey «Roejamones» en el Pseudo-Homero.

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IX Porque cualquiera cosa que es costumbre comer entre los hombres nunca en años a mi estómago ha dado pesadumbres, pues ni escondido está de mis araños15 el finísimo pan, aunque lo encumbre colgada cesta; ni me son extraños la torta, ni el pernil, ni se me cela16 el hígado revuelto en blanca tela.

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X Ni el fresco queso de reciente leche de mis sutiles dientes se ha librado, ni el de dulce suavísimo escabeche17 75 plato sabroso, y siempre deseado de cuantos andan por la vía leche18. En fin, yo gusto de cualquier guisado de aquellos a quien dan los cocineros 80 salsa exquisita y nombres extranjeros. XI Y tú, que al más sutil y débil ruido, al tiro de una piedra, al ver a un hombre, medroso te zabulles en tu nido19, araños: «la señal que deja el rascuño, o rasguño, en la carne, rompiendo ligeramente el cuero o pellejo con la uña» (Aut.). 16 celar: «encubrir, ocultar, fingir, disimular» (Aut.). 17 Guiño a otro poema que se asociaba —al menos desde el «Prólogo» del Encomium Moriae de Erasmo— con la Batracomiomaquia: el Almodrote (o Moretum) del Pseudo-Virgilio. El almodrote era una «especie de guisado o salsa con que se sazonan las berenjenas, que se hace y compone de aceite, ajos, queso y otras cosas» (Aut.). 18 Alusión chistosa a la Vía Láctea, estrella «a quien llaman Galexia y, según el doctísimo Titelman, quiere decir leche, no porque sea de naturaleza de leche, sino por su gran blancura, que parece leche. Este camino o Vía Láctea, que la gente ignorante llama el camino de Santiago, dicen ser la confulgencia de muchas estrellas, que están juntas en el octavo Cielo, las cuales, por su pequeñez y por estar muy juntas envían sus rayos condensados y entregados a nuestra vista, a la cual llegan tan confusos que apenas se distinguen unos de otros». Vid. fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro, p. 22. 19 zabullir: «meter alguna cosa debajo del agua con ímpetu u de golpe» (Aut.). 15

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mira mi brío porque más te asombre el genio superior con que he nacido. No me asustó jamás de guerra el nombre, ni el parche, ni el clarín, siendo el primero20 al embestir, y al retirar postrero.

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XII Pues del hombre tampoco me recato, que, aunque de cuerpo irregular y horrendo, ni su presencia extraño ni su trato; antes bien, si le hallé tal vez durmiendo junto a un árbol, la punta del zapato con tan ligera mordedura hiendo que ni el dolor altera su sentido ni interrumpe del sueño el dulce olvido.

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XIII Pero, entre tantas dichas, tres temores tal vez mi audaz espíritu saltean (¡que a quién, tras un contento, mil dolores, mil penas, mil disgustos no rodean!). Tres son, tres son los viles salteadores que en quitármela a mí su vida emplean: el gato, y gavilán, y la parlera crïada con la falsa ratonera.

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XIV Y según son las varias aficiones, diverso pasto el paladar abraza. ¿Cómo siendo tan otras mis pasiones me convidas a entrar en esa aguaza21 que, entre asquerosos, sucios borbollones,

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parche: «se llama también el pergamino o piel con que se cubren las caxas de guerra. Tómase alguna vez por la misma caxa» (Aut.). 21 aguaza: «el humor acuoso que se cría y junta entre cuero y carne, de que suele resultar algún tumor o hinchazón» (Aut.). 20

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te da cebolla, berza, calabaza, ajo, escarola, rábano y repollo, comida sin sustancia y sin meollo22?

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XV Ni gusto yo de tan insulsos platos, ni el más pobre ratón de ellos gustara, que, si los nuestros fuesen tan ingratos, no ya con ansia tan crüel y avara nos persiguieran los golosos gatos». Aquí su arenga Mendrug-Hurto para; e hinchando los carrillos, vocinglera23, la rana respondió de esta manera:

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XVI «¡Oh huésped, no pensé que noble pecho tan bajos pensamientos encerrara, y que a quien debe el mundo ser estrecho en alabar los platos reparara! Los platos digo que son vil desecho de la mesa del hombre cuando en clara, cerúlea, cristalina y fresca copa me ofrece el agua más honrada sopa24.

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22 Después de enumerar los alimentos de Mendrug-Hurto, March sugiere (como en el Pseudo-Homero) el pobre conocimiento del ratón acerca de lo que come una rana. Ignorancia que, según observa Alberto Bernabé Pajares (ed.), Himnos homéricos, p. 328, «afecta también, como se verá, a los nombres propios de los campeones del ejército de los batracios». 23 vocinglera: «adjetivo que se aplica al que da muchas voces o habla muy recio» (Aut.). 24 Eco horaciano (pero también de Juvenal y Séneca, «Venenum in auro bibitur»), al tiempo que de la empresa 95 de la «Centuria III» de Sebastián de Covarrubias, Emblemas morales, Madrid, Luis Sánchez, 1610, p. 295: «Cuenca de palo o corcho es rico vaso / del pobre pastorcico en su cabaña, / do bebe el agua clara y, si acaso, / trae cual que gusarapa no se engaña. / Al rico, aunque lo sea más que Craso, / bebiendo el vino en copas de Alemaña, / el resplandor del oro le divierte, / para no echar de ver allí su muerte». Tampoco desdeñamos el posible rastro de un soneto de Quevedo: «Mejor me sabe en un cantón la sopa, / y el tinto con la mosca y la zurrapa, / que al rico, que se engulle todo el mapa, / muchos años de vino en ancha copa». Vid. José Manuel Blecua, Poesía original de Quevedo, Barcelona, Planeta, 1971, soneto 519.

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XVII ¡Qué digo el agua! Si también el prado, simple, sabroso plato me conserva; 130 pues la tierra feraz y el mar salado uno y otro a mi abasto se reserva, dándome este su lúbrico pescado y aquella verde y saludable hierba; pues con común envidia el rey del mundo25 135 me hizo dueño del prado y del profundo. XVIII Mas dejemos la voz, que no es bastante, ni el gusto entiende sino quien lo siente. Si te atrevieres a marchar constante sobre mi espalda por el mar rugiente, verás —a quien llamáis monstruo inconstante— cuánto bien me asegura esta corriente. Yo haré, si no te arredra el elemento, que entres gustoso y salgas más contento.

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XIX ¡Ea, pues vamos!». Y diciendo aquesto, la blanca y verde espalda le ofrecía. Dudó el ratón primero, pero presto cobró el nativo honor la valentía; y con garbo gentil, donoso gesto, haciéndole una airosa cortesía, sube veloz; ni el verse le retarda sin brida, sin estribo y sin albarda26.

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Dentro del contexto pagano del texto, las gentilidades latinas conviven en la épica con el catolicismo: habría, pues, que pensar en el Dios del Génesis. 26 albarda: «el aparejo que ponen a las bestias de carga para que puedan cómodamente llevarla y sin lastimarse el lomo» (Aut.). 25

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XX Marcha contento Mendrug-Hurto encima de la rana veloz, barca viviente, sin que turbe su temple al nuevo clima 155 mientras de cerca mira el continente. Ni el mar marea, ni el profundo grima causa en su pecho, porque cerca siente los puertos; pero apenas fue engolfado, entró en sus venas el pavor helado27. 160 XXI Considerando entonces —porque antes, por estar divertido, no advertía— la agua profunda y ondas tumultuantes que un recio viento en la laguna hacía, así, en medio del charco, y tan distantes los campos que otra vez por sí corría, con infeliz e inútil penitencia acusaba su arrojo y su imprudencia.

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XXII Yerta la sangre, el pecho alborotado, dificultoso y trémulo el resuello, miraba el agua y suspiraba al prado28; y cuando se volvía al prado bello, teme la muerte en el profundo vado, mesando con furor el negro vello que, al ir la rana a romper la ola, mojó desde la oreja hasta la cola.

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Repite una fórmula ya empleada en la octava III. Consideramos como error el sintagma «suspiraba el prado», por atracción de la cláusula coordinada «miraba el agua» y, más aún, por la subordinada del v. 172 («y cuando se volvía al prado bello»). No constan expresiones similares en el español literario del xviii. El sujeto de la acción es obviamente Mendrug-Hurto, no el prado. 27 28

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XXIII Pero la rana, con violencia extraña, de las olas el ímpetu rompía; y a este fin, con cautelosa maña, ya montaba la ola, ya se hundía. Mas cuantas veces en el mar se entraña, tantas el buen ratón muertes temía; y apretando los pies al vientre en tanto, al cielo enterneció con este canto:

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XXIV «No así en sus hombros conducía el toro de dulce amor el suave hermoso peso cuando de Europa el virginal decoro con cadenas de flores llevó preso de la grande ciudad a ser tesoro, como me lleva por el mar travieso nave rana, que ostenta entre aguas blancas pálido cuerpo y macilentas ancas»29.

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Referencia a la fábula de Europa y Júpiter. Uno de los ensayos más famosos que hizo el dios Júpiter «para las desenvolturas de su sensualidad fue el convertirse en toro. […] Fue Europa hija de Agenor, rey de Fenicia, nieta de Neptuno y Libia y sobrina de Belo, que reinó en Egipto. […] Júpiter se fue a la vacada del rey Agenor, que andaba apacentándose [a] orillas del mar, donde también andaba la infanta Europa con sus doncellas, solazándose y cogiendo flores, de las cuales hacían ramilletes y guirnaldas. […] Puesta […] la divinidad a un lado, el gran Júpiter se transformó en toro blanco, bello y hermoso. […] Y teniendo Europa hecha una guirnalda de flores, se la puso al blanco toro en sus sienes. […] Tanto le vio de apacible y manso que se le puso encima y él se paseaba, como roncero por la orilla del mar, y se entraba poco a poco por las márgenes della, hasta tanto que perdió el pie y el miedo de que ella no se volvería a apear. […] Ella tuvo por bien de asirse a los cuernos y dejarse llevar del enamorado toro, hasta que uno y otro aportaron a la isla de Candia, o Creta». Vid. fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro, p. 180. 29

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XXV Iba aquí a compasar su grande espanto con el de la doncella Agenoría30, que con darnos su nombre enjugó el llanto, pagando con tal gloria acción impía, cuando, improviso, de un partido canto un hidro así a los dos fiero se hundía31; un venenoso culebrón horrendo que sintió acaso el pasajero estruendo.

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XXVI Vio Hinchacarrillo erguir en onda cana32 negra cabeza y ponzoñosa boca, sepulcro cruel de renacuajo y rana; y con el miedo, alborotada y loca, olvidando al ratón, carga liviana, presurosa al profundo se desboca; y entrándose en el puerto, desatenta, dejó al pobre ratón en la tormenta.

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XXVII Miserable el ratón, en la agua blanca se vio metido, solo, yerto y frío; y por no naufragar, cual remo arranca —así como del borde de un navío— la macilenta cola de entre la anca; pero del susto, como perdió el brío,

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30 Agenoría: antropónimo de Europa, en tanto que hija del rey Agenor. No hay que confundirla con la diosa femenina Agenoría, atestiguada por san Agustín (C. D. IV, 16 y IV, 11), que compartía con el diosecillo Agonio el atributo de la acción (rebus agendis) y las fiestas Agonalia. Vid. al respecto María Dolores Castro, «El De verborum significatione de Pompeyo Festo y Pablo Diácono, como fuente de la mitología romana», Avrea Saecvla. Actes del IXè Simposi de la Secció Catalana de la SEEC. St. Feliu de Guíxols, 13-16 d’abril de 1988, ed. L. Ferreres, I. Treballs en honor de Virgilio Bejarano, Barcelona, Universidad de Barcelona, 1991, pp. 181-189 (p. 183). 31 hidro: masculino de hidra, «especie de serpiente que se cría y vive en el agua. Es semejante a la culebra, y tiene el pellejo muy pintado de diversos colores. Susténtase de peces y ranas» (DRAE, 1780). 32 onda cana: estilema muy gongorino: «El mar encuentra, cuya espuma cana» (Soledad II, 62). Vid. Luis de Góngora, Soledades, ed. Robert Jammes, Madrid, Castalia, 1994, p. 429.

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cayó supino, y bate con enojo los pies, silbando con la muerte al ojo33.

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XXVIII Ya pesado infeliz se sumergía en las mortales ondas, ya estribando el pie en el agua a lo alto se subía; mas huir no podía el hado infando34. 220 Mojado el pelo, al mísero le hundía con el gran peso del licor; y cuando vio Mendrug-Hurto próxima su muerte, formó el último aliento de esta suerte: XXIX «No evitarás de Júpiter tonante35, 225 ¡oh violador del hospedaje!, el rayo, que como de alta roca al mar bramante me echaste: si en el mar tal vez desmayo, no pienses que así es, ¡oh vil nadante!, cuando mis fuerzas en la tierra ensayo: 230 ¡Ah, traidor! Velo Dios con justos ojos; pagarás a las ratas tus arrojos». XXX Al repetir esta amenaza, fiero, bebiendo en el licor la muerte ingrata, rindió a las aguas el ardor postrero. Yace en las ondas la más noble rata que Febo vio desde el albor primero. Vilmente el mundo a sus amantes trata: el príncipe ratón hereditario sin médico murió ni boticario.

al ojo: «modo adverb. que vale ‘cercanamente’ o ‘a la vista’» (Aut.). infando: «infame, ilícito y que no es digno de que se hable de ello» (Aut.). 35 tonante: “que truena” uno de los epítetos que suele recibir Júpiter. 33 34

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XXXI Y aun por ti, mundo ingrato y lisonjero, el difunto quedara sin venganza; mas Jove, vengador y justiciero36, próvido en un ratón se la afianza, pudiendo en lo más vil y más ratero el áncora fijar nuestra esperanza. Pues Lameplatos, que se halló en el puerto, testigo fue de la desgracia cierto.

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XXXII Furioso Lameplatos, e impaciente al ver entre las olas sin sentidos al príncipe jurado de su gente, entre llantos y tristes alaridos corrió a los suyos, y con voz doliente hirió a la triste nueva los oídos; y volando la fama vocinglera, llenó de lloros toda la ribera.

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XXXIII Todo era luto y lagrimas, y al punto que la tristeza se encendió la ira, pues lo que al gozo fue dichoso asunto ya ahora rabia y coraje solo inspira. Y la virtud y gracia del difunto más que amada fue viva se suspira; siendo suerte infeliz de los mortales dar justo precio al bien solo en los males.

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Jove: forma nominativa para referirse a Júpiter.

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XXXIV 265 Luego la nueva penetró al palacio; que en palacio, por más que se emperece37, todo menos tristeza va de espacio. Donde la perla, la tormenta crece, y entre hambre y niebla se encontró el topacio; ni el gusto, ni el poder, ni el oro empece38 270 el llanto a Tragapán solo un instante, padre infelice del difunto infante. XXXV Pero en el padre cólera y afecto, venganza y compasión a un tiempo obraba, y equívoca la causa en el efecto, 275 lloraba el odio y el amor se aunaba; y expidiendo eficaz su real decreto en que una junta general mandaba, al dispertar el rey de los planetas mandolo promulgar por sus trompetas39. 280 XXXVI No dejó de ofrecerse en tanta prisa al triste padre el enterrar al muerto: diligencia importante y tan precisa para entrar al Eliseo, ameno huerto40. Ni haría falta el egipcio, ni Artemisa

285

37 emperezar: «tener pereza de hacer alguna cosa. Es formado de la preposición en y del nombre pereza. Vale también dilatar, diferir, retardar y dar largas a la expedición de las cosas y negocios» (Aut.). 38 empece: «daña, ofende, causa perjuicio, mal y daño a uno» (Aut.). 39 El amanecer épico como antesala de la batalla es propio del género. Vid. María Rosa Lida de Malkiel, «El amanecer mitológico en la poesía narrativa española», La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 119-164. 40 eliseo: lugar felicísimo, lleno de recreación y sumo descanso, como lo pinta Virgilio (Eneida, lib. 6, v. 637). «Algunos dijeron que eran unos campos grandes que había en Tebas. […] Allí siempre es una perpetua primavera, y no corren ni suenan otros vientos sino el manso Céfiro que hace con su fecundidad y apacibilidad vestir, adornar y esmaltar los campos de odoríferas flores». Vid. fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro, pp. 519-522.

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que diera al cuerpo célebre cubierto41, pues también los abuelos devaneos dejaron a las ratas mausoleos. XXXVII Pero el triste cadáver se encontraba tan engolfado en la laguna fría que, por más que el amor lo deseaba, alcanzarlo imposible se creía. Y así por imposible se dejaba, pensando en tanto que, al siguiente día, con la sangre de víctima ranuna aplacarían la infernal laguna.

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XXXVIII Ya la alba hermosa con dorado carro empezaba a correr nuestro horizonte, bañando el cielo del color bizarro que alegra al prado y desenoja al monte; dejando a su buen viejo don Cigarro, que así Titón se llama, sin que monte la fábula en contrario una alcaparra, que si es macho Titón, ¿cómo es cigarra42?

300

March se refiere a las pirámides de Egipto y al famoso sepulcro que Artemisa hizo construir para su marido Mausolo, rey de Caria. Como se sabe, el Mausoleo de Halicarnaso fue considerado una de las siete maravillas del mundo, junto a las citadas pirámides. Medía 400 pies de circunferencia, 140 de altura y contenía en su recinto 36 columnas. Muchos célebres escultores, Timoteo, Escopas y Leocares, entre otros, lo enriquecieron con estatuas y bajorrelieves. Vid. Kristian Jeppesen et alii, The Maussolleion at Halikarnassos, Copenhagen, Gydeldark, 1981. 42 Juego de palabras con el «Cigarro» del v. 302. De ahí la pregunta irónica en el pareado del locutor burlesco, que invita a pensar en el «cigarrón» (‘saltamontes’). El chiste radica en el episodio mitológico de Aurora y Titón. Según fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro, p. 579, «Propercio hace una elegía de los amores de la Aurora. […] Para gozar ella de sus nuevos amores más a su salvo, arrebató a su querido Titón y se le llevó al cielo. Y para poderle conservar más en su amor, pidió a las Parcas le hiciese inmortal, la cual gracia le fue concedida fácilmente: pero olvidose de pedirles de camino que no envejeciese. […] Y así Titón, con la muchedumbre de años, vino a estar tan viejo que como a niño le vigilaban, y últimamente se convirtió en cigarra, como lo dicen Ovidio y Estacio». 41

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XXXIX Dorado el cielo, el piélago risueño43, 305 brillante el aire, divirtiendo el prado, depuesto el monte el tenebroso ceño, cantando el ave, el bruto descansando44, el oficial dejando el dulce sueño, durmiendo menos siempre el más cansado, 310 ya el duro arado el labrador pedía y el yugo el fuerte buey; ya era de día. XL Luego desde el alcázar resonaron la alborada, las cajas y clarines45, y al aviso las ratas dispertaron; y sin pereza el lecho, los cojines, recojines y sábanas dejaron —que estas solo se apegan a ruines—; y vestidas sus pieles de castores, marcharon a palacio los señores.

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XLI Ya el gran Tragapán, que desvelado le tenía el cuidado y la tristeza, los aguardaba en un salón ovado46 que más que Arte pulió Naturaleza47. Luego el triste monarca deshijado,

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piélago: «aquella parte del mar que dista ya mucho de la tierra, y se llama regularmente Alta mar» (Aut.). 44 bruto: «comúnmente se toma por el animal cuadrúpedo, como el caballo, mulo, asno, etc.» (Aut.). 45 cajas y clarines: de nuevo el lugar común del amanecer épico como preludio de la batalla. Las cajas son «instrumentos militares, lo mismo que el tambor» (DRAE, 1817). Recordemos que Lope abre su Gatomaquia (I, 1-13) con un homenaje a la Eneida en el que dice cantar con instrumento «menos grave» este tipo de combates. 46 ovado: «lo mismo que aovado, cosa que está hecha en forma de huevo» (Aut.). 47 La dicotomía acerca de si el arte se impone sobre la naturaleza, o viceversa, es un tópico del Siglo de Oro, con multitud de matices y tratamientos. Vid. José Lara Garrido, «Que la materia sobrepuja al arte: la plasticidad creadora de Pedro Espinosa», Del Siglo de Oro (métodos y relecciones), Madrid, CEES, 1997, pp. 174-178. 43

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cuando vio congregada la nobleza —si es que la fama no es fingida hablilla—, es fama que así habló desde la silla48: XLII «Vasallos míos, si en común afrenta es tan debida la común venganza, ¿qué mucho, en el dolor que me atormenta, funde yo en vuestra honra mi esperanza? Que aunque el ser padre mi dolor aumenta, dolor de un rey a todo el reino alcanza; y más cuando la injuria os ocasiona buscar extraña sien a la corona.

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XLIII Pues en unión tan triste las estrellas en mi lúgubre horóscopo lucieron49, que tres hijos que tuve, prendas bellas, los tres infelizmente perecieron50. 340 Brillaron todos sí, pero centellas; eran brillos que instantáneos fueron, y siendo a mi corona perlas finas, son ya a mi corazón duras espinas.

48 La fama y perpetuación de los héroes son capitales en los textos épicos desde la Edad Media. Vid. María Rosa Lida de Malkiel, La idea de la Fama en la Edad Media castellana, México/Madrid/Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1952. 49 El levantamiento e interpretación del horóscopo debían ser dominados por cualquier astrólogo que se preciara y, en cierto modo, pertenecían al dominio público. Para su elaboración había que seguir unos pasos: «determinación del estado del cielo en el momento que se quería observar. Esta determinación se llevaba a cabo por medio de máquinas astrológicas (astrolabio) y tablas de efemérides (lunarios). El cielo se estructuraba en doce partes iguales: casas del cielo; el estado de cada una de estas casa se plasmaba en la ‘figura’ que a tal efecto se levantaba». De algún modo, March piensa en las casas cuarta (la que significa los padres, patrimonios y bienes inmuebles), quinta (la de los hijos y las hijas) y octava (la de la muerte). Sobre este particular, vid. Antonio Hurtado Torres, La astrología en la literatura del Siglo de Oro, Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos/Diputación Provincial de Alicante, 1984, pp. 62-67. 50 Recuérdense los tres enemigos naturales a los que había aludido el ratón.

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XLIV 345 Matome el robador, sangriento gato, la prenda de mi tálamo primera. Gozando del paseo el dulce rato, a la otra en triste, pérfida ratera, sufocó el hombre con doblado trato. ¡Ratera raticida! La postrera51, 350 de mí y su madre amor, murió en el lago, causando Hinchacarrillo tanto estrago. XLV ¿Y el fiero, vil tirano de las ranas, señor de gusarapas y lombrices52, se ha de gloriar de hazañas tan villanas? ¿Nosotros con dolor y ellas felices? ¿Despreciados nosotros y ellas vanas? Si fue necesidad ser infelices, no sufrirá la afrenta nuestra honra, que es solo voluntaria la deshonra.

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XLVI Pero no es tiempo que en ociosa arenga de la venganza la ocasión pasemos, ni es bien que en persuadiros me detenga cuando vuestra honradez probado habemos. Mas antes que la rana se prevenga, vasallos míos, nuestra gente armemos, que, formada en vistosa compañía, vuestro honor vengará y la pena mía.

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51 Neologismos del mismo jaez que «raticida» figuran en los precursores épico-burlescos del Siglo de Oro: tanto Zapata (en el Carlo furioso) como Lope (en La Gatomaquia) usan, por ejemplo, «gaticida». 52 gusarapas: «cierta especie de insecto o gusano blanco, que tiene seis pies, y se cría en el agua o en lugares húmedos y encharcados» (Aut.).

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XLVII ¡Ea, pues, valerosos campeones, cuyo valor, prudencia y ardimiento logró trofeos cuantas ocasiones! ¡Al arma! ¡El honor y el sentimiento de vuestro rey hará vuestros pendones!». Dijo; y puso con esto en movimiento a la ratuna, chilladora plebe, y en tanto Marte sus alientos mueve.

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XLVIII Ármanse al punto, y cíñense primero las pantorrillas con hermosas botas, trabajadas del duro verde cuero de las que, en noches próxima y remotas53, 380 habas comieron; y por fuerte acero para abrigar el pecho eran las cotas de piel de un gato muerto, que adobaron y aptamente con cañas circundaron54. XLIX Un casco de candil era el escudo de los que allá sirvieron en cocina, la lanza de una aúja el hierro agudo55, obra toda de Marte, y obra fina. Media nuez vana al rostro bigotudo contra los tiros bélicos obstina. De estos petos, broquel, lanza y celada salió toda la tropa al campo armada.

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El verso obliga a una concordancia en plural: “la noche anterior y otras muchas antes”. El uso de armas ridículas, uno de los pilares del Pseudo-Homero, junto con los nombres jocosos y las tropas de animales, ha sido estudiado por José María Balcells, «La Batracomiomaquia y la epopeya burlesca», pp. 25-30. 55 March (o bien el copista/impresor) da pie aquí a un curioso doblete: a lo largo de todo el poema emplea la voz «aguja», con excepción de este alomorfo vulgar («ahuja», quizá con aspiración de la hache) del v. 387. Consta como «aúja» en el Diccionario Académico Manual de 1927. 53 54

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L Llenaba el campo la roedora gente de lucidos, invictos escuadrones; la tierra dura las pisadas siente y embarazan el aire los pendones. El escudo bruñido al sol luciente volvía mejorados sus arpones, y cada lanza horrífica parece árbol de muerte que en sus manos crece.

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LI Eran cosa de ver los adalides Hoyero, Cavaqueso, Mordelomo, Sigolor, Lameplatos, Rascalides, Quesón, Caenolla, Lamedor, Pancomo, Quitaplatos, igual al mismo Alcides56, 405 y el tío del difunto, Pernilcomo; y otros muchos que es bien que aquí los nombre más el propio valor que el propio nombre. LII Negra nube preñada de terrores llegó de espesa polvareda al lago, y del hierro los lúgubres fulgores, pronóstico cometa del estrago. Al golpe de clarines y atambores57 temblaba a tanto horror el aire vago; y si tanto temblaba el elemento, ¡cuál sería en la rana el desaliento!

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Alcides: apodo de Heracles (Hércules), descendiente de Alceo. atambores: «es una caja de madera redonda, cortada igualmente por el haz y el envés, y cubierta por abajo y por arriba con pergamino. Tócase con dos golpes de dos palillos llamados baquetas, que dan en uno de los pergaminos, llamados parches. Es instrumento sonoro, que anima los corazones de los soldados y gobierna sus movimientos» (Aut.). 56 57

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LIII Estas que son, según dicen expertos, almanaques de lluvia y de tormenta, viendo de su desgracia indicios ciertos —que es difícil que el mal temido mienta—, salieron luego a los floridos puertos a dar remedio a acción tan turbulenta; mas como son las ranas tan astutas, todo el tiempo pasaron en disputas.

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LIV Cada cual peroraba sobre el caso, 425 pasando el tiempo en discurrir la causa; mas sin dar en la causa un solo paso dan a puntos inútiles la pausa. Que así tal vez el ser el tiempo escaso más que a sus alas nuestro andar lo causa58; 430 y suelen los preciados de elocuentes en exordios gastar los ingredientes59. LV Pero mientras su ingrata parlería en sutiles cuestiones los atolla60, con carácter llegó de legacía61 435 de Cavaqueso el hijo, Caenolla, que, si es verdad, «Caenolla» se decía Probable alusión al emblema La ocasión, de Alciato, cuya imagen, rica en significados, se asocia a la Fortuna (rueda de la Fortuna), a Cronos (el tiempo en sentido cuantitativo) y a la Ocasión (Kairos, el tiempo en sentido cualitativo). Por eso se representa a esta última como una mujer desnuda —apoyados sus pies alados sobre una rueda que gira— y con la cabeza calva por detrás, pero con un mechón de pelo sobre la frente. Vid. Andrea Alciato, Los emblemas de Alciato traducidos en rimas españolas, trad. Bernardino Daza Pinciano, Lyon, Guillermo Rovilio, 1549, p. 36. 59 Chiste a partir de la retórica clásica. En los discursos forales (e incluso en la predicación del Barroco), así como en todo proceso de escritura literaria desde la latinidad, la primera fase (inventio) consistía en la búsqueda de loci (lugares y tópicos autorizados por nombres de prestigio), que después se estructuraban (dispositio) de la forma más expresiva (elocutio) posible. March se burla de aquellos que se van por las ramas en las introducciones (“exordios”). 60 atollar: «entrar en lugar lodoso o cenagoso, de donde no se puede fácilmente salir» (Aut.). 61 legacía: «la embajada o recado que se envía» (DRAE, 1780). 58

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porque cayó al saltar en una olla. Este, mostrando el cetro, insignia santa, con la intima de guerra los espanta62: 440 LVI «El Rey, mi amo, que prospere el Cielo, con el enojo y sentimiento justo de haber Hinchacarrillo en ese hielo hecho a su hijo querido helado gusto, os cita, ¡oh ranas!, al sangriento duelo en que expiéis la acción de un rey injusto; y a quien se precia de guerrera y fuerte, a esa pide por víctima a la muerte.

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LVII Nuestro campo, formado en la campaña, solo espera enemigo en cuyas venas la sed apague de su espada y saña. ¡Ea, pues, salid ya de esas verbenas, de esos cárdenos lirios y espadaña, que os sirven más de cado que de almenas63! Bien probaréis que a nuestro acero ardiente paga culpa de un rey toda su gente».

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LVIII Dijo; y sin dar lugar a la respuesta, fuese el ratón, dejando atolondrado y confuso el consejo a tal propuesta. El enemigo cerca y obstinado a la defensa, la ocasión molesta aumentaba el peligro y el cuidado; y no hallando en sí alivio le buscaban, mirando al rey en quien la culpa hallaban.

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62 intima: «lo mismo que intimación. Es voz antigua, que se usa aún en Aragón» (Aut.). Intimación: «Notificación, aviso o noticia dada» (Aut.). 63 cado: «lo mismo que huronera o madriguera» (DRAE, 1780).

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LIX El rey, si bien con testimonio cierto se confesaba a su sentencia reo, guardó constante el ánimo encubierto con noble disimulo —digno empleo de un ánimo real— hasta que, abierto, pasó vilmente a ser engaño feo; porque, al verse notado y reprehendido, se quiso disculpar falso y fingido:

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LX «Bien sé que el nombre solo de la guerra, fuertes vasallos míos, no os turbara si aquel rubor que en sí la culpa encierra vuestra entera constancia no alterara. Ni en prometerse la victoria yerra si el ratón con justicia no os culpara; mas, tímido y astuto, vencer quiere, y así con solo lo que puede hiere.

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LXI Ese infeliz ratón que, sumergido, ocasiona a su gente esos pesares, él se perdió sin duda de atrevido por nadar inexperto en nuestros mares, pagando así el antojo presumido, donde sabéis son tantos los azares; mas pues me culpa y la ocasión es corta, vengar mi honra con el triunfo importa.

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LXII Ármese luego nuestra tropa y vaya —no es larga la jornada— donde el lago forma más alta y lúbrica la playa. Allí, ordenado el campo, con amago de quien espera y de embestir desmaya,

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causará en los contrarios el estrago; pues al cerrar coléricos y ufanos, resbalando caerán en nuestras manos».

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LXIII Dijo; y luego se oyeron los timbales. Y conmovida al arma toda rana se veía entre los verdes carrizales: ya quien sus armas en limpiar se afana —precioso orín, de paz dulces señales—, ya quien con las ya limpias se engalana; quien, con la prisa del marcial rüido, más cuida de ir armado que pulido.

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LXIV Paró el bullicio y todos se ordenaron en la emboscada de la infiel ribera. Uniformes en todo se calzaron hojas de malva por botín; la cuera64 de verde y ancha acelga la formaron; en la calva cabeza por cimera, pintados de mil luces y colores, se calaron vacíos caracoles.

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LXV Cuelga del brazo el invencible escudo que de las hojas de la dura berza, sin clavos, sin acero, sin engrudo, se labró impenetrable a cualquier fuerza. El filo de la lanza, el más agudo, antes que pase es bien se rompa o tuerza;

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64 nacer en las malvas es frase para «aludir a los de bajo y oscuro nacimiento» (Aut.). Quizá March tenga presente el refrán «ni de malva buen vencejo, ni de estiércol buen olor, ni de mozo buen consejo, ni de puta buen amor», que enseña que de malas causas no deben esperarse buenos efectos. cuera: «especie de vestidura, que se usaba en lo antiguo encima del jubón, y corresponde a lo que después se llamó ropilla. Y porque regularmente se hacían de cuero, se le dio este nombre» (Aut.).

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el filo, digo, de su propia lanza, que contra el hierro tal rigor no alcanza.

520

LXVI Eran sus lanzas, pues, de un junco grueso, largo, derecho, puntiagudo y fuerte; y aunque al doblarse dócil en exceso, en lo largo adelanta el golpe y muerte. Fácil es al blandir por menos peso. Armada ya la tropa de esta suerte, paró en el falso lodo del estanque, moviendo el junco con feroz arranque.

525

LXVII En tanto Jove, en la estrellada esfera65, desde donde descubre en un momento cuanto por su monarca le venera, convocando a los dioses a su asiento, les mostraba una y otra hueste fiera: su multitud, sus lanzas, su ardimiento, no inferior a centauros y gigantes, solo mayores porque fueron antes66.

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LXVIII Con una blanda risa preguntaba el padre de los dioses y mortales qué dios y a qué partido se inclinaba, pues el amor se ve en aprietos tales. Y vuelto a Palas, que más cerca estaba,

540

65 estrellada esfera: desde una perspectiva ptolomaica, que era la vigente a efectos astrológicos, la Tierra era el centro del Universo; a su alrededor giraban los siete planetas (Luna, Mercurio, Sol, Marte, Júpiter y Saturno) y, alrededor de estos, los cuatro cielos: Octava Esfera, Cielo Cristalino, Primer Móvil y Cielo Empíreo. Probable alusión, pues, a Júpiter, que tenía su asiento en el sexto cielo. Vid. Antonio Hurtado Torres, op. cit., pp. 35-36. 66 Nueva alusión a la gigantomaquia. Vid. la nota 4.

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«Ea —dice—, hija amada, ¿que no sales67 en favor del ratón que en tu servicio va a tu templo al olor del sacrificio?». LXIX Así habló Jove, y respondiole Palas, la de cerúleos o aceitunos ojos68 —de ella son esas, más que frutas, balas que, más que carne dan, dejan despojos; buenas si pocas, y si muchas malas, enfado en plato y en candil enojos—. Respondió, pues, a Jove placentero, revestida de dama a lo severo:

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LXX «Aunque en peligro de la vida viera cuanto ratón en el terráqueo chilla, mi lanza en su favor nunca blandiera, pues mis vestidos, más que a la polilla, deben su destrucción a la dentera, y a aquella al fin la ahuyenta la escobilla; mas, sin remedio alguno, el ratón fiero ni corona, ni adorno deja entero.

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LXXI Las lámparas que, ardiendo en mis altares, ilustran la piedad de mis devotos, a estos ateístas paladares69 sirven de pasto. ¡Cuántos vasos rotos por hurtar el aceite! ¡Qué lugares

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67 que no sales: marca de interrogación, equivalente a «¿es que...?» o «¿acaso...?», habitual en la zona catalano-aragonesa. 68 Este tipo de aposiciones son de cuño homérico. cerúleos: «cosa perteneciente al azul, y con más propriedad al que imita el del Cielo, cuando está despejado de nubes; que también se extiende al de las ondas que hacen las aguas en estanques, ríos o mar» (Aut.). 69 Verso que exige dialefa.

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santos violados! ¡Qué roídos votos! A todo avanzan sin dejar a vida sacrificios, vestidos ni comida. LXXII Y lo que ahora me trae más mohína es ver que en estos días me han roído un manto que de hilada lana fina, con labor varia y de sutil tejido, me estaba haciendo; y ahora se amotina contra mí el sastre y pide lo perdido, pues tejí de prestado; ni a esta paga tengo una blanca con que satisfaga70.

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LXXIII Mas no por eso pienses, padre mío, que he de ayudar al renacuajo ingrato contra el ratón; porque el pasado estío, al salir yo de un choque, quise un rato71 580 descansar a la orilla de este río. Y él, sin miramiento ni recato, tanto y tanto gritó que ni un momento pude aliviar el fatigado aliento72. LXXIV Por eso, padre mío, estoy resuelta a no empeñarme; y lo mejor sería que nadie entrase a parte en la revuelta; y si algún dios en guerrear porfía,

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70 blanca: «moneda de vellón, que el P. Mariana es de sentir se llamó así por las blancura del metal de que se fabricaba. Don Diego de Covarrubias, en su tratado de monedas, cap. 5, n. 8., resuelve que en tiempo del rey don Alfonso XI tres blancas componían un maravedí de los que entonces llamaban viejos» (Aut.). 71 choque: «en la milicia se toma por el rencuentro, combate o pelea que por el poco número de tropas o duración no se puede llamar batalla» (Aut.). El contexto hace pensar en una dilogía sexual para ese «choque» en el que se vio inmersa Palas. 72 Situación no muy distinta a la vivida por el ratón al principio del texto.

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con sangre temo que será su vuelta, pues del ratón es tanta la osadía, y tan poco el juïcio de la rana, que no rehusarán la acción profana.

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LXXV Así que, dioses, pues ningún partido nuestra atención y ayuda se merece, desde este azul balcón que, defendido, al tiro más osado desvanece, miremos los dos campos, que embestido han ya, según el alboroto crece». Dijo; y creyendo a la prudente Palas, nadie salió de las celestes salas.

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LXXVI E inclinando a la tierra desde el Cielo las inmortales niñas de sus ojos, vieron se armaba ya el furioso duelo, cuanto más sin razón con más enojos. Sus tímpanos divinos desde el suelo herían y punzaban como abrojos los agitados átomos del viento que acicalaba el marcïal contento.

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LXXVII Intimaron de una y otra parte dos pregones el choque, en cuya brecha73 610 se ostentaba el blasón del fiero Marte, que de los dos la inmunidad pertrecha. La batalla intimada y, según arte, ya toda ceremonia satisfecha, se retiraron a su campo luego. 615 Turbó la caja el tímido sosiego. 73

pregones: con el mismo valor que «pregoneros».

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LXXVIII Sonó la trompa y el clarín agudo a soplos de mosquíticos carrillos; todos aliento y voz, al son sañudo, turbaban la región sus canutillos. Luego lanza con lanza, escudo a escudo, peón con peón, caudillos con caudillos, traban el choque dando horribles gritos y oyéndose entre todos los mosquitos.

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LXXIX ¡Oh Musa, tú que sin ningún cuidado en el partido monte te entretienes pisando airosa con compás el prado, tejiendo lauros a las sabias sienes, o tal vez refrescando en el estrado, di, pues que todo en tu memoria tienes: ¿quién mató a quién? Sin ti no sé contarlo; tú lo sabes, y puedes inspirarlo!

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LXXX La valiente Vozalta, la primera al fuerte Lamedor con lanza hiere, 635 que valeroso en la primera hilera mostrar primero su ardimiento quiere. Al hígado clavó la punta fiera, y él, revolcado en el vil polvo, muere, echando a borbollones por la herida de su dispensa la sanguínea vida74. 640

Dispensa por «despensa», por el lugar donde se guarda o acumula la sangre. La batalla épica, a pesar del contexto burlesco, no escatima notas sangrientas desde la Batracomiomaquia. Vid. al respecto Samuel Fasquel, «Le barde et le bouffon: la geste burlesque à l’époque de Lope de Vega», Bulletin Hispanique, 112, 2 (2010), pp. 587-632. 74

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LXXXI Lodón, al golpe del valiente Hoyero, que el blanco hinchado pecho le lancea, fue a visitar al infernal barquero. Muere Caenolla a manos de Acelguea; Muchivoz de Pancomo al duro acero: Muchivoz que, de lanza ratonea herido el vientre, cayó en tierra como cortado el hilo de que cuelga el plomo.

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LXXXII En este tiempo la Agüigusta, viendo caer a Muchivoz, coge una piedra, ruejo molar que con el peso horrendo75 a doce ranas para alzarlo arredra (de estas que en nuestra edad están viviendo, no de las viejas que eran de más medra), mas la rana la vuelve y la fulmina como si fuera una pequeña china.

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LXXXIII No así impetuosa catapulta al viento dispara el dardo o las pesadas balas; no así del arco en círculo violento vuela la flecha con postizas alas. No tan certero con el diestro tiento, avaro flechador, el tiro igualas, cual de la rana aquel peñasco duro salió violento, rápido y seguro.

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LXXXIV Y dando en la garganta al fiero Hoyero —que ni aun a un ratón tan gran peñasco cogía antiguamente por entero—, 75

ruejo: «lo mismo que rueda en el molino. El rodillo de la era» (DRAE, 1803).

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le parte el cuello y le divide el casco del tronco cuerpo, y el horror postrero cubre su hermosa tez de espanto y asco; duro sueño y quietud los ojos carga, y eterna lobreguez la vista embarga.

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LXXXV Estaba entre las ratas, ricamente vestido, Lamedor, ratón gallardo, del que murió primero diferente más en el brío que en el pelo pardo. Bien que de él se decía entre su gente que del padre del otro era bastardo; mas mostró ahora que la culpa ajena nunca el valor legítimo condena.

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LXXXVI Ve a Comicol de lejos que, violenta, atropellaba la ratuna plebe. Dispárale la lanza y la ensangrienta donde la ira su acrimonia bebe76. Sintiose herida Comicol y, atenta a su salud, atrás las plantas mueve. Corre así al charco para hallar guarida o entre su gente dar la triste vida.

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LXXXVII Sigue sus huellas Lamedor osado, desenvainando el matador acero, matando al paso cuanto fiel soldado quiere por su adalid morir primero. Y ya la rana en el profundo vado entraba alegre cuando el ratón fiero llegó; y pasando el cuerpo con la espada,

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acrimonia: «metafóricamente significa la severidad y rigor de algunas razones, que se dicen para exagerar algo, o para reprehender, o para tachar alguna cosa mala» (Aut.). 76

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llenó de sangre la laguna helada. LXXXVIII A Cavaqueso degolló Charquero, dejándole en la playa despojado. Huye a la charca el tímido Cañero, llenos los miembros del pavor helado al ver de Mordelomo el rostro fiero, al rey, tío del príncipe anegado. Gustagua a Pernilcomo la garganta con un duro peñasco le quebranta.

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LXXXIX Embiste con la aguja desalmada Lameplato y traspasa a Camacieno. A Camacieno mata el inculpado. Coltrago a Sigolor ahogó en el cieno, cogiéndole del pie; y del otro lado, poniéndole al vital aliento freno, le apretó la garganta; mas, con todo, halló para salir la vida modo.

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XC El escuadrón que a Sigolor seguía volvió la espalda al matador Coltrago; y más que la enemiga valentía causó en las ranas su terror estrago. Ni su villano empeño se rendía a la amenaza, al orden, ni al halago, y atropellando cuantas filas topa, ponía en confusión toda la tropa.

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XCI Sintió el desorden, y del flanco drecho77 que gobernaba Mendrug-Hurto el fuerte, volando al centro, «¿qué fatal despecho os lleva —dice— a la deshonra y muerte? ¿Qué otros muros tenéis, qué otros pertrechos que el mismo que turbáis? ¡Que desta suerte sola una rana alborotaros pueda y sin vergüenza todo a un brazo ceda!»

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XCII Encendido a esta voz volvía la frente puesto en orden el tímido soldado, entrando en el peligro más valiente con el sonrojo del temor pasado. Ni ya podía el ímpetu reciente sufrir el enemigo, que, empeñado en seguir al ratón cuando escapaba, distante de su cuerpo se encontraba.

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XCIII Mas la conducta de Estanlodo hacía la retirada honrosa y ordenada. Instaba Mendrug-Hurto y cedía78 la noble rana en número menguada, jugando herida con tenaz porfía los bien logrados filos de la espada. Hasta que Mendrug-Hurto, ya impaciente, turbó de un golpe la cansada gente.

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drecho: variante alomórfica de «derecho». Dialefa entre «Mendrug-Hurto» e «y».

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XCIV Miró a Estanlodo, que, a mirar atento, más que a su vida andaba; y disparando la dura aguja con rigor violento, clavó la mortal punta donde el blando y activo fuego cuece el alimento. Cayó Estanlodo en tierra, y reventando el vivífico humor en su oficina, el pelo fue a cobrar de Proserpina.

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XCV Al ver en tierra al capitán valiente huye la rana; y el ratón soldado, antes cobarde, sigue la insolente hasta que el corto número que el hado dejó con vida se juntó a su gente. Con esto ya Lodando recobrado, por vengar a su primo el Estanlodo, cegó a su matador con sucio lodo.

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XCVI Luego la vaina desnudó a la espada y arremetió al ratón, turbado y ciego; mas él, con el furor de la pesada burla, encendido en vengativo fuego, al buen Lodando hirió de una pedrada en la misma rodilla y murió luego. Porque del vago que aquel gonce forma79, salió el aliento que la vida forma.

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XCVII Y así, aplacada la inquietud primera, limpiaba ya el ratón su sucia casa cuando, esperando el tiempo, Vocinglera 79

gonce: «lo mismo que gozne» (Aut.).

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el venenoso junco le dispara. El pecho el golpe sin defensa espera ni la ocupada mano lo repara. Cae el ratón, echando por la herida el colorado humor, y en él la vida80.

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XCVIII Ocupada la rana codiciosa en quitar la riqueza al enemigo, pudo salvar la vida más preciosa. Herido en la espinilla Cometrigo, y aunque el pie con la herida dolorosa escaseaba el paso, dio contigo en el vecino foso; y desta suerte menguó el dolor ya libre de la muerte.

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XCIX Iba animando Tragapán valiente, monarca digno de la grey ratuna81, las chilladoras filas de su gente, nombrando con su nombre a cada una y con las glorias de su propio diente las que heredado habían en la cuna; mas al llegar a la primera tropa, con el traidor Hinchacarrillo topa.

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80 humor: alusión a la sangre. Los humores varían tanto en número como en cualidades y son elementos fluidos que se mueven en el cuerpo en varias direcciones. La manera más fácil de distinguirlos es por el color: blanco (flema), de color amarillento o casi negro (bilis); también difieren en lo que atañe al calor: la bilis es caliente; la flema, fría. En Hipócrates hallamos desde un sistema binario (bilis-flema), acorde con el pensamiento antitético del hombre arcaico, hasta un modelo más avanzado, consistente en cuatro humores, correspondientes a los cuatro elementos o, mejor dicho, a las cuatro cualidades (frío/caliente/húmedo/seco). Vid. Sobre los humores, en Tratados hipocráticos, introd., trad., y notas por J. A. López Férez y E. García Novo Madrid, Gredos, 1986, pp. 89-117. 81 grey: «el rebaño de ganado menor, como ovejas y cabras. Se llama metafóricamente la congregación de los fieles debajo de sus legítimos pastores» (Aut.). Aquí con la acepción de “ejército, división o escuadra”.

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C Aquí el amor, la saña y sentimiento movió el valor paterno a la venganza, mas si añadió violencia el ardimiento, torció el furor el tino de la lanza. Rasgó la aguja estrepitosa el viento, pero solo del pie el empeine alcanza, y allí, entre pies, la rana pereciera si Porrino a su ayuda no corriera.

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CI Viendo Porrino a Tragapán furioso, que arremetía al príncipe caído, púsose entre los dos y con dichoso tiro detuvo al enemigo erguido. Echole al pecho el junco venenoso, mas Tragapán paró el broquel bruñido; y mientras se despeja el buen Porrino, libró a su rey en el cristal vecino.

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CII Estaba en el ejército royente, y sobre todos descollaba un mozo noble, rico, galán, fuerte y valiente, llamado Quitaplato, en quien el bozo daba apenas lugar al hoz luciente82. Hijo de Acechapán, con el destrozo ufano él y la matanza hecha, nuevo terror con sus bravatas echa:

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82 hoz: en el sentido de “garganta”, o bien en el de atusarse la barba, como el cíclope Polifemo, que usaba su mano con esa función en la fábula gongorina: «Negro el cabello imitador undoso / de las obscuras aguas del Leteo, / al viento que lo peina proceloso, / vuela sin orden, pende sin aseo; / un torrente es su barba impetüoso, / que (adusto hijo de este Pirineo) / su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano / surcada aun de los dedos de su mano» (VIII, vv. 57-64).

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CIII «Infelices acuáticos —les dice—, ranas si ciertamente, que no ranos, ni el brío el nombre mujeril desdice. ¿Que aún queréis hacer pruebas de estas manos que tanta ensangrentó vena infelice? Dejad la guerra; ved que los gusanos libres os llevan vuestro mar y apenas para tan pocas hallaréis arenas.

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CIV Id a enturbiar el agua. Abortos fuisteis de un excremento de la gran Latona83; y si a ella enojo en vuestro origen disteis, vuestro villano proceder lo encona. Ni de la diosa a quien airada visteis el poderoso amante hoy os perdona. Será este brazo a vuestro aliento altivo del alto Jove rayo vengativo».

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CV Dijo; y corriendo a las opuestas ranas, ejecutado su amenaza hubiera si desde las celestes barbacanas Jove en aire las voces no volviera. Porque, volviendo sus nectáreas canas, dijo: «no poco la amenaza fiera

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83 Latona: «Apolo fue hijo de Iúpiter y de Latona, nacido de un mismo parto con Diana. […] Los poetas fingen que nacieron de Latona, hija de Ceo, y que antes que pariese, entendiendo Iuno que estaba preñada de Iúpiter, muy enojada como lo solía estar con todas las mancebas de su marido, envió tras ella a Phitón, serpiente de disforme grandeza, la cual la seguía, no dejándola en ningún lugar parar. Latona huyendo, no hallando lugar donde poder parir, fuese a la isla Ortigia, de quien fue recibida, y parió primero allí a Diana, la cual luego como nació sirvió de partera para que su madre pariera a su hermano Apolo». Vid. Juan Pérez de Moya, Philosofía secreta, ed. Carlos Clavería, Madrid, Cátedra, 1995, pp. 246-250. La alusión a esta diosa no es casual. Recuérdese que se dice de ella que, llevando a sus hijos por tierra de Licia, sintió gran sed a causa del calor y llegó a un lago donde unos hombres le negaron la bebida y hasta enturbiaron el agua. Enojada, rogó a los dioses que permaneciesen para siempre en el lago sobre el que habían saltado. Los dioses no tardaron en complacerla, metamorfoseándolos en ranas.

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me espanta, oh dioses, de este mozo, y temo que hoy ha de ver la rana el día extremo.

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CVI Mas pues las Parcas esto no han hilado, determino estorbarlo con la ayuda de Minerva y de Marte alborotado. ¡Que pongan freno a ese ratón!». «¿Que acuda Palas —respondió Marte— y yo a su lado? No basta, oh padre, a rata tan membruda. Para un par solo, a pecho tan violento desvergüenza le sobra y ardimiento.

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CVII Así que o vamos todos a la empresa, 850 o tú, Tonante, arroja con estruendo el rayo cruel, ciclópica pavesa, tiranicida ejecutor horrendo a cuyo fuego, trueno y niebla espesa, al escalar tu alcázar reverendo, vio Encelado sus últimos instantes84 855 con la terrestre grey de los gigantes». CVIII Así habló Marte. El mayorazgo, al punto de tiempo y lluvia, mas con todo eterno, blandió el salitre y el sulfúreo unto que mezcla su hijo cojo y cojo yerno85. 860 84 Encelado: «algunos han querido decir que la isla de Sicilia no la arrojaron los dioses sobre Tifeo, sino encima del gigante Encélado. Así lo dicen Téxtor y Virgilio». Vid. fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro, p. 111. 85 Referencia a Vulcano, que, «según Eusebio, nació cojo, y por esta fealdad los padres no le quisieron tener consigo, mas echáronlo en la isla de Lemnos. […] Pintaban a Vulcano, según Alberico, de figura de un herrero lleno de tizne, y ahumado, y muy feo, y cojo de una pierna, con un martillo en la mano, y la pintura mostrando como que los dioses con ímpetu lo echaban del cielo. Venus, su mujer, amó al dios Marte. […] [Él] halló a Venus y a Mars desnudos; y así, torpemente estando, llamó a los dioses y deesas que los viesen». Vid. Juan Pérez de Moya, op. cit., pp. 221-222.

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Dio el relámpago y fuego fiel trasunto de su violencia en el azul cuaderno, causando tan extrañas impresiones susto y pavor en ranas y ratones. CIX Mas cual pierde el color en la campaña al oír el parche el paladín valiente86 hasta que rompe la sangrienta saña el temor que del pecho huyó a la frente, así el ratón, mientras el trueno extraña, sintió en sí el hielo que el valor desmiente. Pero después, como a señal de avance, dio más osado al enemigo alcance.

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CX No consintió tan pertinaz demanda el padre de los dioses, y al momento que vayan tropas auxiliares manda a turbar del ratón el nuevo aliento. Vino la gente generosa que anda siempre de lado, con torcido tiento; cual, aunque tiene el dorso, es tartamuda, dos tenazas las bocas y conchuda.

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CXI Los hombros dilatados y lucientes, de hueso el cuerpo, la cerviz nerviosa, los ojos en el pecho transparentes, sobre ocho pies su máquina reposa, duplicadas las caras y las frentes. No se atreve la mano temerosa cerrar tal animal en los artejos87, que acostumbra el vulgar llamar «cangrejos». 86 87

Vid. la nota 20. artejo: «el nudo del dedo de la mano» (Aut.).

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CXII Vino a la rana el escuadrón peludo y embistió con denuedo a los ratones. El espaldar, impenetrable escudo, burlaba las agujas y rejones. Alborotado el campo bigotudo, presto desordenó sus escuadrones, y mezclado en las filas el cangrejo, del dios airado ejecutó el consejo.

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CXIII Al corte fiel de la vital tenaza que esgrimía el cangrejo diestramente, manos y pies de ratas despedaza; y cual del tronco el vástago inocente, la cola de las ancas desenlaza88. Huyó el ratón cuando se vio indecente; y allí murieran más, si no que Apolo89 se acostó, y fue la guerra de un Sol solo.

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Imprímase. Gonzalez Yebra.

Las «ancas», al igual que en el v. 213, se refieren a las patas de los ratones. En la edición príncipe figura «sino que Apolo». Optamos por la cláusula condicional («si no»), pues resulta más coherente con el broche del poema: los cangrejos hubieran matado a más ratas todavía, si no [fuera] porque el Sol se ocultó en ese momento, dando así por terminada la jornada (y la guerra). 88 89

Grillomaquia La acción pasa en los prados de Santa Casilda1, en donde hay tantos grillos que aturden con su cantar y se ven saltar y correr a cientos. Entre tal muchedumbre reñir unos con otros es cosa cierta y, riñendo, se vuelven blancos2 y nadan gallardamente los riachuelos. De su disposición para la lucha y para las otras acciones militares es inútil decir, pues apenas entre los insectos se hallarán otros ni más propios ni más bien formados y armados3. De lo restante puede juzgar el que leyere y hacer de todo el aprecio que le parezca si lo mereciere. D.M.A.C.V.

1 El santuario de Santa Casilda es una iglesia situada en la comarca de La Bureba, perteneciente al término municipal de Salinillas (Burgos). La portada la hizo Nicolás de Vergara y cuenta con una talla de la titular esculpida por Diego de Siloé. La presencia de grillos obedece a que el templo se alza sobre un peñasco, por cuyas faldas corren unos manantiales que el pueblo llama «pozos». Al parecer, brindaron salud a la santa que les da nombre y fecundidad a muchas mujeres. El patronímico del santuario apunta hacia uno de los modelos áureos de esta endecha: el romancero fronterizo. No en vano, Casilda, hija de un rey musulmán de Toledo, llevaba alimentos a los prisioneros cristianos de su padre. Una vez descubierta, las viandas que ocultaba entre sus ropas se convirtieron en rosas; de ahí que fuera martirizada y elevada a los altares. No hay que descartar la conexión de este resumen en prosa con el íncipit del poema: si la Grillomaquia arranca con una invocación a las musas —aquí a la diosa Cefiritis (Flora)—, habitual desde la Odisea, a Casilda le estaban «consagradas» tanto las flores como los versos. Vid. fray Valentín de la Cruz, Burgos. Guía completa de las tierras del Cid, Burgos, Diputación Provincial de Burgos, 1979, p. 214. 2 Destaca un par de veces el blanqueamiento de los grillos, pero dicha metamorfosis nunca llega a consumarse. La segunda alusión (del todo metafórica) se sitúa casi al final, cuando, en plena refriega, «cae Altigrio supino / y del furioso salto / queda medio aturdido, / y se vuelve tan blanco / como la plata o los lirios, / pues creyó que la muerte / había en el caído» (vv. 584-590). No obstante, en virtud de las costumbres de los insectos de este juguete épico y del nombre de Alí Music, señalaremos que el Acheta domestica (grillo blanco) crece más rápido que los otros y es dueño de un canto menos molesto. 3 El grillo es un insecto territorial y muy agresivo con sus congéneres, con los cuales a menudo entabla batallas, siendo frecuente hallar ejemplares a los que les falta una o varias patas; o bien con las alas destrozadas por las mandíbulas del rival. Baste pensar aquí en los duelos entre Alí Music (y después Regrieo) contra Altigrio.

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Grillomaquia «Que a sí mismos se vengan de sus delitos mismos».

Canto 104



Grillomaquia o La guerra de los grillos Canto primero   Di, resonante diosa  del cantar de batallas, de los furiosos grillos la guerra suscitada. Tú, diosa Cefiritis5, 5 que por los prados vagas, dime de sus furores los casos y las causas. En la verde Grilliria6, 10 región que está situada junto a Briviesca insigne7 en tierras burebanas, a Gridulceya bella Alí Music amaba, 15 grillo muy aguerrido y de clara prosapia;

Para acercar la Grillomaquia a las fábulas del XVIII, el autor recicla como frontis un par de versos del «Canto 10», con claro valor moralizante. 5 Cefiritis: «tratando Vincencio Cartario cómo Flora es esposa del [viento] Séfiro, la pinta su figura, diciendo cuán grande era su hermosura. Y está con una guirnalda de flores adornada su frente, y el vestido blanco con muchas rosas y flores de varias y diversas colores. […] A esta la atribuían que presidía a fecundar y prevenir los campos y prados». Vid. fray Baltasar de Vitoria, Primera parte del Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, Herederos de Crisóstomo García, 1646, p. 646. 6 Región imaginaria. No hay que perder de vista que uno de los géneros de mayor éxito en el xviii (con Los viajes de Gulliver a la cabeza) fue la narración —e incluso la sátira— camuflada como libro de viajes por países pintorescos. 7 Briviesca: municipio y ciudad española situada en el norte de la Península, cabecera del partido judicial homónimo, en la comarca de la Bureba, provincia de Burgos. Poblada desde la Edad Antigua, vivió su época de mayor esplendor en la Media, cuando se configuró su actual trama urbana. 4

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señor de gran distrito en aquella campaña, herencia de sus padres, insignes en las armas. Junto a la tierra deste, Altigrio, rey, mandaba, también enamorado de Gridulceya blanda, pues de un reino y de otro la grilla era rayana8; y Alí Music, amante, así la requebraba: «Gridulceya graciosa, el grato mayo marcha cuando nuestros amores dulcemente se tratan, ¿y al mío has de ser siempre, Gridulceya, tan agria?». Pero entre dos amores ella suspensa estaba. Alí Music en esto se la llevó a su casa, en donde de las bodas las fiestas fueron dadas. Del exquisito vino, de las flores más gratas y de sabrosas yerbas las mesas rebosaban. Músicos y poetas de su arte el resto echaban; saltaban gratamente muchachos y muchachas y llena era de fiesta de Alí Music la casa. Y según la vetusta costumbre de la patria, en todos los tres días hicieron tauromaquias. Con rabioso despecho Altigrio lo llevaba 8

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rayana: «la que confina u linda con otra cosa, o está en la raya que divide dos provincias»

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y de pesar la sangre tenía requemada, hasta que el Amor fiero le hace caer en la cama9. 60 Canto segundo   La enfermedad de Altigrio a todos da cuidado, pues estaba del todo del manjar desganado10. Que médicos se junten al instante dan bando; que sin rey se quedaban, que Altigrio estaba malo; y que su rey se haría Alí Music el bravo. Acuden prontamente a refrenar el daño. Entran a donde estaba el príncipe postrado, el compás consideran del pulsatorio salto11, y luego así habla entre ellos el dotor más anciano: «Según los aforismos de autores muy probados, que el pesar estar hace

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Sinéresis en «caer». La enfermedad de amor era un tópico en las letras latinas y en las áureas. Su origen remonta a la obra de Catulo y Lucrecio (De Rerum Natura, lib. IV), quienes asentaron una sintomatología muy exacta que procedía de los griegos. Vid. Massimo Ciavolella, La malatia d’amore dall’antichicitá al Medioevo, Roma, Bulzoni, 1976. 11 pulsatorio salto: cultismo jocoso para indicar que los galenos le midieron el ritmo cardíaco. Según Massimo Ciavolella, op. cit., p. 81, «il polso è il movimiento dell’organo que conduce in tutto il corpo lo pneuma vitale, composto di diastole e sístole per permettere questo movimeno. E appunto questo variare d’intensità nel battito del polso —alto e veloce quado si è al cospetto dell’oggetto amato o quando si rivolge a questo il pensiero, basso e lento nei momento di tristeza —che offre uno dei metodi più sicuri per diagnosticare la malattia. […] Questo metodo diagnostico, come ormai sappiamo, viene ripetuto da tutti i medici che parlano della malattia d’amore». 9

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los líquidos parados12, el mal que al rey oprime es algún pesar de ánimo. Yo pienso que Amor sea, 85 por su igüal estado, pues que sin crecimiento al fin se va llegando. Algún adormeciente conviene de contado13, 90 después dársele debe espíritu rosado14; que luego que las fuerzas hubiere recobrado, 95 se buscará remedio para lo enamorado». Así dijo, y la junta le dio muchos aplausos, y a vuelta de ocho días fue declarado sano. 100 Mas para restaurarle de tal ardid usaron: buscaron una grilla de hermoso rostro y garbo, 105 y el amor de Altigrio con ella fue curado.

12 Alusión a los humores del torrente sanguíneo, pero también al semen. Lucrecio había escrito que el enfermo de amor debía «descargar el humor acumulado contra un cuerpo cualquiera, antes que retenerlo y guardarlo para un único amor, y procurarse así cuitas e inevitable dolor». De hecho, el clásico recomienda desahogarse con prostitutas («Venus vagabundas»), solución del todo coherente con su filosofía epicúrea. Ahora se comprende, pues, la misión de la grilla «de hermoso rostro y garbo» (vv. 103-104) encargada de restaurar a Altigrio. Según indica Massimo Ciavolella, op. cit., p. 82, «Bisogna […] evacuare gli humori proprio come si usa fare con i folli ed i malinconici. Molto utile può essere l’unione sessuale con donne giovani, in quanto quest’unione può far dimenticare il desiderio per la donna amata». 13 de contado: «modo adverbial, de presente, luego, al instante» (Aut.). 14 espíritu rosado: o sea, el vino. Según Pablo de Egina, «poiché la malattia colpisce sia lo spirito che l’organismo físico, i metodi terapeutici dovranno tener presente ambedue le componenti: bagni, libazioni di vino, ginnastica, spettacoli teatrali, ascolto di favole e storie, tutte cose atte a distogliere l’attenzione dell’innamorato e a fargli dimenticare la persona amata». Vid. Massimo Ciavolella, op. cit., p. 52.

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Canto tercero   En esto a Gridulceya Alí Music da celos, pues Gridulceya *bella,  *linda15 a paseo saliendo, 110 a Alí Music encuentra con Junqueyda dormiendo de su florida casa en lo sombrío y fresco16. 115 Allí quiere matarlos Gridulceya de celos, mas luego se detiene en estos pensamientos: «El matar un marido es delito funesto. 120 Si a ella solo mato, mucho a Alí Music temo. ¡Ay de mí, desdichada! Mi fe manchada veo, y a mí rodeada toda17 125 del furor de los celos; y el amor me reprime y me atormenta a un tiempo. Alí Music ingrato, Alí Music perverso, 130 ¿para tales dolores me trajiste a tu lecho y mi amor tan hermoso te di yo para esto? 135 Mas, ya que no perezcas, venganza te prometo y hacerte igual injuria que la que tú me has hecho». Con esto allí les deja en el funesto suelo, 140 y se vuelve a su casa 15 Quizá esta variante alternativa obedezca a que, con la excepción de «bella», el autor no repite ninguno de los epítetos (por lo general sencillos) que dedica a su protagonista. Es probable que, sabedor de ese detalle, barajara la posibilidad de cambiar «bella» por un sinónimo. 16 Remitimos al aparato crítico acerca de los vv. 113-114. 17 Sinéresis en «rodeada».

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y disimula de ello. Pero al instante envía a Altigrio un correo a decirle que venga seguro de recelo, que de su amor hermoso el pecho tiene lleno desde que a su noticia llegó que su amor tierno por ella le condujo de la vida al extremo; que desta suerte ablanda y muda Amor los pechos; que si del suyo guarda dentro de sí algún resto, que corra, pues el de ella es mayor veces ciento; que Alí Music, su esposo, se iba de allí lejos después del medio día otro día a *paseo.  *recreo18 Enviada la crïada, su ánimo quedó quieto; y aunque Alí Music viene no entiende nada de esto, y en el atrio se pone a cantar muy contento.

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Canto cuarto   Con el recado amante de Gridulceya hermosa de nuevo amor Altigrio se enfurece y rebosa; y hace temblar la casa con el gozo que toma. Y si de pesar antes, de gusto ayuna ahora; en su casa a Amapolis

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Añadida al margen la variante alternativa «recreo». Dado que el autor ha usado ya «a paseo saliendo» (v. 109), es probable que contemplara este retoque por razones de variatio. 18

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amantemente aloja. En cantar amoroso pasa la noche umbrosa. Con su cantar sonoro a los otros provoca y la verde pradera resuena alegre toda. Altigrio, afortunado, en saliendo la Aurora, comienza la jornada con Amapolis socia; y llegando al extremo de su región frondosa, detiénense aguardando la conveniente hora de una blanda mata a la agradable sombra. Al decaer Apolo siguen la marcha pronta entre la umbría yerba, que le esconde traidora, hasta entrar en la casa de Gridulceya sola.

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Canto quinto   Cuando los amadores se vieron juntamente, Altigrio y Gridulceya lágrimas muchas vierten y casi se desmaya Gridulceya de verle, pero Altigrio, amoroso, la dice desta suerte: «Gridulceya querida, Gridulceya luciente, mi espíritu y mi sangre tuya es hasta la muerte; Gridulceya y Altigrio han de quererse siempre. Dichosos los desmayos que a mi amor le debes

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y más dichosa la hora en que aquí Amor nos tiene». Dijo, y a Gridulceya él va y a él ella viene: el uno de Amor triunfa y ella también ya vence19, y de Alí Music, falso, se venga juntamente. Tenía Gridulceya yerbas allí recientes para cuando viniera Altigrio muy valiente. Costado con costado hicieron el banquete, luego bailaron juntos, él dio cantos alegres con los que Gridulceya más y más se enternece; y así, en amantes fiestas se huelgan y divierten.

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Canto sexto20   Entre tanto que Altigrio con Gridulceya tierna entretenido estaba, Alí Music da vuelta y entre grillos y grilla hay una agria revuelta, desafío furioso, desdichada contienda. En torno de la casa de Alí Music pelean, pero pugnan unidos Altigrio y Gridulceya.

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19 Tópico de la militia amoris, o sea, del amor interpretado como batalla. Muy presente en la literatura griega y latina, su origen suele cifrarse en los Amores (I, 9, 1) de Ovidio: «Militia omnis amans, et habet sua castra Cupido». Vid. P. Murgatroyd, «Militia amoris and the Roman Elegists», Latomus, 34, 1975, pp. 59-79. 20 A partir del sexto canto, el manuscrito abandona el uso de ordinales y los sustituye por cardinales («canto 7», etc.). Optamos por regularizarlos todos como ordinales. Aquí, además, el autor incurrió en un error de copia: canto sexto ] canto >quinto