Técnicas de persuasión. De la propaganda al lavado de cerebro 8420616826

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J.A.C. Brown: Técnicas de persuasión De la propaganda al lavado de cerebro

El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid ®

Titu lo or iginal: Teclmiq11es o/ Per.rnasion - ¡-:,-011i Prop"ganda to Brai11washi11g Esta obra ha sido p ublicada p or pri mera vez po r Pengui n Books Ltd. , Harmondsworrh, Midd lesex, Inglaterra. Traductor: Rafael Mazarrasa

Primera edición en "El Libro de Bolsillo": 1978 Cuarta reimpresión en "El Libro de Bolsillo ": 1991

© Estate of J. A. C. Brown, 1963 © Ed. case .: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1978, 1981 , 1984, 1986, 1991 Calle Milán, 38, 28043 Madrid ; teléf. 200 00 45 ISBN: 84-206-1682-6 Depósito leg:il: M . 46.884-1990 Papel fabricado por Sniace, S. A. I mpreso en Lave!. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid) Printed in Spain

Prólogo

«EL HO MBRE es t111 animal racional» . Eso es, al menos, lo q11e le gt1sta creer de si mismo. Este libro señala)' .rubra)'ª a es a me nudo un guía peligroso y cierta mente no de fiar. P o r eje mpl o, el debate e n la Cámara de los Lores sobre las co nsecuencia s de fuma r cigarrill os, que tuv o lu ga r a prin cipios de 1962, demostró cl a ra me nte qu e la mayoría de los orado res esta ba n co n venc idos de que la mejor manera de e vitar qu e la gente jo ve n fumara era inc ulcá nd o le un se ntimiento de miedo o inclu so de te rror a nte la posibilidad de que el fuma r pro voca ra cá ncer .de pulmó n. Es pro babl e que la mayo ría de la g ente es té de acuerdo en que la mejor manera de p o ner fin a una conducta indeseable sea el miedo a las co nsecue ncias si éstas se prese nta n de la forma mas dramática p os ible. Pero esto no es sie mpr e cierto; hace tiempo que los psicólogos sabe n que, p o r efecro de la Ley de la Re ve rsibilidad d el Es fu e rzo, cuanto má s mi edo tenga la gente a las co nsec ue ncias de una acció n, ta nto más se se ntirá impulsa da a co ntinua r cometiéndola o incluso a rep e tirla con má s fr ecuencia. U na sorpr e ndente confirmación de este hec ho es la o bte nida p o r Janis y Fes hba c h e n un exp erimento que ll evaron a cabo en una esc uel a secunda ria de Co nnecticut. Dividiero n el primer curso, al azar, e n c ua tro grup os equi vale ntes y se prep aró una charla ilu strada de quin ce minutos e n tr es formas diferentes, todas las cuales conte nían la misma informaci ó n sobre las ca usas de la ca ries dental y so bre la ma nera de evita rl as mediante una hi gie ne adecuada. Las tres charlas (cada un a de ell as a un g rup o diferente, mientra s que el c uarto, qu e servía de refe re ncia, recibi ó una charla sob re cosas que no te nía n que ve r), diferían, no e n la materia, sino en el modo de presentación. La primera co nte nía una fu e rte dosis de e mot iv idad dirigida a crea r tensi · n, poniendo de relieve las g raves consec uencias de las car ies de ntal, de las encías enfermas y de otr os peligros der iva dos de una higiene inadecuada . La seg un da presentaba una v isi ó n má s «mo de rna» de los mismo s peligros, mientra s que la te rcera hacía una alu sió n « mínima» a ell os, si n drama tizar las cons ec ue ncias ele la falta de hi giene, pero aco ns eja nd o la p rofi la xis dental. Los resultados mostraron q ue, a unque inmediatamente después de la charl a se sentía n a ng ust iados por

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el es tado de sus dientes un 42 po r 100 del g rup o «fue rte», un 26 por 100 del g rup o «moderno» y un 24 po r 100 del «mínim m,, los efectos prácticos de las diversas charl as fueron muy distintos. Sig uieron el consejo de ac udir a un denti sta sólo el 8 por 100 del g rup o «fu erte», un 22 por 100 del «modern o» y un 36 po r 100 del «mínimo». La alusi ó n al miedo fue po r tanto se nsiblemente eficaz a la hora de conseguir la co nform idad con el mensaj e. El temor es poderos ísimo a la hora de ll amar la atención so bre un mensaje, pero, sobre todo en la propaga nda sa nitaria, es más fáci l q ue tenga un os result ados más insa tisfactori os qu e el mat erial prese ntad o de forma relativame nte neut ra l. Hay o tras circun stancias - po r eje mpl o, en las conve rsio nes religiosa s- en las qu e esto no es así, pero por lo ge nera l el mied o es un arma de dos fil os en casi codas las forma s de propaga nd a.

4.

La g uer ra psicológica

A pesar de. que ha habido casos a nteri ores, es in du dable que fue durante la Primera Guerra Mundial, so bre todo ha cia el final de la co ntienda, cuando la propaganda se convirtió en un instru mento bien definido, que utilizaba un método científico y ensayaba algú n tipo de técn ica objet iva . Sin emba rgo, Gran Breta ña no alcanzó esa etapa has ta el vera no de 1918, al establecerse en Cre we House un D epartamento de Propaga nda E nemiga dirig id o por , lord orthcl iffe; también se e~tableció en Lo ndres un Co mité Internacio nal con el mi smo fin, formado po r represe ntantes de Gran Bretaña . Esta dos U nidos, Francia e Italia. E l p residente Woodrow Wilson creó en América el Co mité de Información Pública en 1917, dirigido por George Cree! , que utilizó la experien cia adquirida po r la publicidad co mercial para dis~minar su propaga nda tanto entre el pC1blico americano como entre el europeo. Po r aquel entonces, la radio no era todavía un medio de co municación de masas, y los principales medios utilizados fueron panfletos, boletines, octavillas, periódicos, carteles y, esp ec ia lmente en América, pelícu las y mítines públicos. Los principales o bjetivos de dicha propaganda , tanto en esa como en cualquier otra guer ra, fueron: 1) moviliza r y dirigir el od io al ene.migo y minar su mora l; 2) co nvencer al público de la legitimidad de la cau sa aliada y aumentar y mantener su espíritu de lu cha; 3) conseg uir la a mistad 78

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de los neutral es y forta lecer la impresió n de qu e no sólo tenían razón los alia dos, sino q ue además iban a alzarse con la victoria, y, siempre q ue fu ese posible, co nseg uir su apoyo activo y su cooperación; 4) ex te nder y fo rtalecer la a mi stad de las nacio nes ali adas. Cual esq uiera qu e fue sen las técnicas e mpl ea da s por ambo s bandos, la idea básica cons istía e n crea r fu ertes ac titudes y se ntim ie ntos de perte nencia a nu es tro g rup o, y acti t ud es op ues tas de odio al enem igo por const ituir un peligroso g rup o exterior, meca nismo que parece se r casi innato en el hombre cua ndo se enfrenta con a nsiedades y frustraciones. E l niño experimenta el p echo matern o satisfactor io como un ob jeto «b ueno» y el fru strante como un objeco «malo», ha sta que, en una fase posterior, los aspectos buenos y malos de los pa dres conducen a una a mbivalencia e n la que coex isten los se ntimientos de a mor v de o di o. D e a hí la teoría de Jo bla nco y de Jo negro, de lo , bueno y de lo ma lo, que no sólo lle va a u n odio exagerado p o r el ene migo, sin o q ue aliv ia nuestro propio se ntimien to de culpa cua nd o también nosotros nos comportamos brutalmente, y, po r proyección de nu es tros bajos impul sos sob re el enemigo, fo rtalece nu.estra moral y hace aumentar el se nti do de unidad. No hay nada co mo una g uerra para rompe r la s barreras de clase y de o tro tipo y para crea r se ntimi entos de hermandad y cooperación dentro de un país, pues toda la ag res ió n y el re se ntimi ento qu e previamente se di rigían al interior se proyectan a hora so bre un e nemigo ex tern o . Sólo en los mome ntos qu e a ntecede n a la derro ta, o desp ués de co nsegui da la victoria , e mpi eza a apa recer de nue vo la desunión. Así, en la Primera Guerra Mundial los sentimientos de patr iot is mo pre va leciero n incluso fre nte a los se nt imientos del internacionalismo marxista, que ha sta ento nces había manten ido unidos a los proletariados de Fra ncia y de Alemania; tambi én pre va lecieron frente a los considerables se ntimientos progermanos que había e n Gra n Bretaña, y más tarde, e n los Estados Unido s. E l pueblo bri tánico desco nocía el co mpro mi so de su Gobie rno de ac udir e n ayuda de Francia si ésta era atacada, y du ra nte muchos a ños, y a pesa r de las provocaciones de la política de agresió n del Kaiser desde princip ios de siglo, mu cha ge nte, si no decid ida me nte proge rman a, se mos traba e n cualquier caso más a favor de Alemania qu e de Fra ncia. Hubo mu chos importantes esta distas británicos, la mayor parte liberales, que quería n y admiraba.n a Alemania, y en cua nt o al ho mbre de la calle, es probable que estuviese influido por sucesos que databan de las Guerra s N apoléónicas, junto con la persistente co nvicció n, en parte racial , de que los alemanes eran e más co mo nosot ros», cosa qu e toda via exp resaban

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much os soldados británicos cuando l'a g uerra había terminad o. Es posible que también tuvieran su parte los sentimientos suscita dos p or la Reina Vict oria y Alberto, príncipe consorte, durante el siglo a nteri or, aunque s u hij o Eduardo VII, francófilo co n vencido, no los compa rtiese. Sin embargo, en lo qu e respecta a Gran Bretaña, la cuestión quedó resuel ta cuando Alemania in va di ó Bélgi ca, ro mpiendo así un antigu o tratado que ga ra ntizaba la neutralidad de Bélgica y permitiendo que Alemania fue se identificada como una gra n potencia imperialista que ataca ba a su pequeña y relativa mente indefe nsa vecina. P1111ch expresó la o pinió n general de la nación en una viñeta en la que aparecía un e norme y a menaza nte ma tón empujando una ve rja y entrando en un p ra do defendid o can sólo por un niñ o en p ostura desafiante, y los sentimientos pa tri óti cos de la nació n aumentaro n con la declaración de g uerra y llegada a Francia de la Fuerza Exped iciona ria Britá nica. A partir de ese punto, las nac io nes de ambos bandos comen za ron a consolida r sus fuerzas interna s-acció n que fue menos deliberada q ue la entrada en juego del mis mo mecanismo p sicológico que -ya había destruido la antig ua so lida ridad de los proletarios franceses y aleman es. En Alemania, el kaiser declaró públicamente qu e no conocía partido po lítico alg un o , mientras que la Unión Sacrée an un ciada por la Cámara de Diputados y el Senado de Francia expresa ba la solida ridad de codos los partidos p olíticos y las clases sociales. En Gran Bretaña, también se fueron p o r la borda los sentimientos progermanos o pacifistas y las ya tradicionales co nvicciones sob re la impo rtancia de la libertad individual. T odo se co nvirtió en blanco o neg ro, bueno o mal o, co n los mal os de fue ra y los buenos de dentr o, y pronto comenzaron a hacer su aparición este reotipos, eslogans e historias sobre atrocidades. Los alemanes tenía n a su vez un estereo tip o de Gran Bretaña co mo la «pérfida Al bión», cuva demanda de «l ibertad de navegación» no era sino otro nombre para « Britania gobierna las olas»; de los fr anceses decían que buscaban deliberada me nte la venganza de su derr ota en la Gue rra Franco-Pru siana de 1870 ; y de.l os rusos, que intentaban pone r en práctica la doctrina del pan-esla vis mo . Los es tereotipos de los aliados eran el «loco nacionalismo» y el «milita rismo» de los alemanes; se desc ribía al kaise r como «el pe rro rabioso de Europa». En los primeros mome ntos de la gue rra, los ca rtel es ll evaba n un es loga n: «Tu Rey y tu Patria re necesitan», debajo de la im age n de un kit chener que señalaba co n el dedo al obse rv ado r ; en una fase poste ri o r surgieron esloga ns co mo «U na g uerra para aca bar co n la gu erra», una g uerra para «derrota r a los enemigos de la democracia» y «a uto determinación de los pueblos». Aunque no existe duda de que los alemanes trataron con dureza

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a los belgas y contravinieron específicamente por lo menos dos disposiciones del derecho internacional - la negativa a reconocer la existencia de «un ejército de resistencia» y el considerar francotiradores a los que resistían- , amén de ejecutar a un gran número de rehenes, existen pocas dudas, a la luz de lo que posteriormente se averiguó, de que no fueron culpables de las terribles atrocidades que les atribuyeron los Aliados . Relatos sobre los alemanes cortando las manos a los niños, cociendo cadáveres para fabricar jabón, crucificando a los prisioneros de guerra y utilizando a los sacerdotes como badajos de las campanas de las catedrales, fueron historias nauseabundas ampliamente creídas tanto por los aliados como por sus amigos neutrales. Por el lado alemán se dijeron cosas como que el enemigo utilizaba balas dum -dum, que empleaba guerrilleros y «salvajes» de Africa y de Asia para combatir a pueblos civilizados, que encarcelaba a civiles y que sus tropas cometían brutalidades y mutilaciones. No se sabe a ciencia cierta de dónde salieron estas historias; algunas, como la de amputar las ma nos a los niños, admitió haberla inventado un periodista inglés al acabar la guerra, la leyenda de «los ángeles de Mons» (q ue por sup uesto, no es una historia de atrocidades) surgió de una historia escrita por Arthur Machen, y algunas se originaron en las sátiras de los propios alemanes. El relato de los sacerdotes y de las campanas fue tomado de un artículo de un periódico alemán que se preguntaba: «¿Qué será lo próximo que crean de nosotros?». Pero, probablemente, la mayor parte de ellas surgieron de algún relato falseado a partir de un suceso verídico, que, al ir pasa ndo de boca en boca, ganaba en sensacionalismo lo que iba perdiendo en veracidad. Natura l mente, no todo el mundo daba crédito a tales historias, hasra que la Comisión Bryce, organismo oficial, pareció resp aldarlas; fue entonces cuando mucha gente las aceptó como verdad indudable. Hay, sin embargo, razones psicol óg icas más profundas para explicar el que ese tipo de rumores se acepten a menudo en tiempo de guerra: 1). son en parte una proyección de nuestro s propios impulsos sá dico s, de nuestra propia «maldad», que cumple la funci ó n de hacer que nos sintamos «buenos» y de mantener la moral pública; 2) como al hombre· civilizado se le ha inculcado que muchos de los acros relacionados con la g uerra , e incluso la propia g uerra , so n malos, las historias sobre atrocidades ac túan hasta cierto punto de justifica nte de las cosas desagrada bles que nosotros mismos nos ve mos obligados a hace r; 3) la mente, como hemos visto, tiene una especie de esquema que actúa de forma que cuando ap-arece n huecos debidos a falta de conocimiento, la tendencia natural es llenarlos (esta es una de las causas del chismorreo y del rumor, que nada tienen

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que ver con la guer ra), pero el cómo se relle ne n di chos huecos depende de nu estras act itudes en el mo me nto: po r eje mpl o, cuand o nues tra impresió n de una perso na es desfa vo rable_, los rumores qu e difundimos so bre aspectos de sus asu nt os - los cuales ignoramos- se rán tambi én desfa vo rables; 4) por últ imo, la propia g uerra es una regresió n a model os de conducta má s primiti vos, un res urg imiento de primitivas fantasías, q ue p ro nto se hacen ev ide ntes en el co mportamiento el e co mbati entes y no-comba tientes en dos ámbitos: el sexua l y el agres ivo; ele hech o, los civiles, qu e t ienen me nos oportunidades para desfoga rse e n la acció n, so n genera lmente peores que los milita-res, y hay much os relatos de so ldados tra s la Primera G uerra Mundial (por eje mpl o: Mell/orias de un Oficial de Inf1111ter/11, de Siegfri ed Sassoo n) que ex presa n disgus to po r el descarado sa dis mo de los civ il es con los que ha blaban cuando iban a casa de permiso . Esta propaganda fue co ncebida para el consumo de los países aliados y neut ra les, y se difund ió, en a use ncia de la rad io, a través de los medios relativamente primitivos qu e ya he mos men cionado: octavillas, prensa, ca rreles, di sc ursos y a ve ces películas. El probl e ma era cómo tra ns mitir ese materia l a Ale ma nia y dernás países enemigos ; porque a unque se hab ía diri g id o propaga nda desde el Cuartel General Aliado a las tropas ene migas comba tie ntes e n la prime ra lí nea del frente, no fue has ta la creación de Crewe Hou se, e n 1918 cuando se hi cieron se ri os int entos de difundir_ la propa ga nda e ntre la p o blac ión civil de Alemania y del Impe rio Aust ro-Hú nga ro . Dicha propaga nda cons istía fundamentalmente en octavill as y pa nfl ecos tran sp o rtad os e n g lobos, aviones y gra na da s de a rtillería , apa rte del sistema de enviar po r correo ho ja s informa ti vas a ge nte res idente en países ne ut ra les qu e podía reex pedirl as a Aleman ia. La s no ti cias as í di se minada s en es te period is mo ta rdío de la g uerra era n objetivas y veríd icas en lo fundameorn l, y sirv ieron (o, al menos, eso se pretendi ó) pa ra crear una reputaci ó n de fi ab ili dad tanto en lo referente al sum inistro de inform ac ió n co mo e n lo rel at ivo a la refutació n ele la s vers·io nes alema na s, acusada s de fa lsas. T a mb ién se enviaban cró nicas a la prensa aliada y neutral que, ap a ren tando prese ntar desfavo rable mente la s co ndi ciones de vida de Gran Breta ña, de hecho ve nía n a revelar un es tado de cosas bas tante mej o r que el qu e había e n Alemania, au nqu e, como señal a Lindl ey Fraser e n su es timabl e libro sob re la propaga nd a, se meja nte técnica presupo nía qu e los directores de los peri ódicos enemigos fue se n mucho menos inteligentes que sus lecto res; tenía n q ue se r lo bas ta nte estúpid os co mo pa ra dejar pasar , por ejemplo, la informaci ó n de que las amas de casa ing lesas es taban indig na das p o r la introducció n de un seg undo día a la

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sema na sin carne cuando en Alemania los días eran tres o cuatro. Por último, al igual que e n la Segunda Guerra Mundial, se recabó la ayuda de los agentes secretos que actuaban dentro de los países enemigos para que distribu yeran octavillas (que a menudo prete ndían pro ve nir del interior de A lemania o de un pa ís neutral), escribieran consignas o pegaran carteles o pegatinas de contenido revolucionario sobre las paredes de los ed ifi cios y difundiera n rumores desmoralizad o res , a los que la ge nte es mucho más susceptible cuando está fru strada y perpleja, o igno ra lo que está sucedien do en rea lidad. El problema de qué decir sob re los objetivos y planes bélicos para el mundo de la postguerra fue al principio un as unto muy se rio para Crewe Hou se, pues las intenciones cl ara mente moderadas suelen ser má s efectivas que las duras, y cual qui era de ellas más eficaz que la ausencia de intenciones. Sin e mbargo, el Gobierno británico, preocupado con lle va r adelante la guerra y a veces algo confundido con las confli cti vas intenciones de los Aliados, no siempre estaba en s ituació n de poder ayudar. Todo el mundo estaba de acuerdo en qu e Alemania tendría que devol ve r a Francia AJ sa cia y Lorena, devolver las zonas anexionadas en el este para poder formar un nue vo estado polaco, además de pagar fuertes indemnizacio nes por el daño que había causado. Turquía también tendría que cede r los estados árabes que habían estado bajo su dominio. El Imperio Austro-Húngaro presenta ba un problema más difícil, puesto que se podía o bien intentar romper la amistad entre Alemania y Austria haciendo las paces con esta última, o bien fomentar el fraccionamiento del Imp erio. Este problema fue resuelto en última insta ncia al aplicarse el principio del presidente Wilson de autodete rminación para todas las nacionalidades, entre ellas checos, eslo vacos, polacos, rumanos y todo s los demá s pueblos bajo el dominio ele Au stria. D es de el punto de vista ele la ps icol og ía de la propa ga nda, lo que nos g usta ría saber es si se puede afirmar que todos o algunos de ca les intentos tu v ieron éxito. E l profeso r Kimball Yo ung, corno psicólogo american o , parece no tener dudas de que si surtieron algún efecto, y escribe: «Pu ede que lo que George Cree! llamaba balas de papel no ganaran la Primera Gu erra Mundial, pero ciertamente contribu yeron eficazmente a elevar la moral ele los Aliados y minar la de los alema ne s.» Lindesmith y Suauss, también psic ólogos americanos, ca li fican ele «eje mplo so bresa liente» el éxito de la propaganda gubernamenta l ing lesa y america na para meter a los E stados U nidos en la Primera Guerra Mundial, y muchos ameri ca nos están sinceramente convencidos de que eso fue realmente lo que oc urri ó, aunque otros aseg uraran , menos

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caritativamente, qu e el esfuerzo lo ll evó a cabo exclusivamente Gran Bre taña , dando a e nte nder que tanto sus métodos como sus intencio nes fueron sinies tros. Los historiadores piensa n, por lo ge neral , de o tra forma; Nye y forpurgo ( A l-lislory of the U11ited States) expresa n el punto de vista comúnmente acepta do al decir: Los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra :'\l unclial del lacio de los Aliados por diversas razones, pero hay una que está clara: América no podía pe rmitirse ot ra postura. Es cierto que los emp réstitos americanos al come rcio de g uerra con los /\ liados hicieron que el país ruvicse un importante interés financiero en la victoria /\ liada ... También es cierto que la propaganda británica, frent e a la torpeza de la alemana, fue especialmente buena y que la diplomacia británica, en co ntraste co n la ineptitud alema na, fue excelente. Sin emba rgo, ni los préstamos, n i la propaganda, ni la diplomacia, ll evaro n a los Estados Unidos a la g uerra . El hecho evidente es qu e los Estados Unidos se diero n c uenta de que no podían aceptar el riesgo de que Aleman ia suplantara a Gran Bretaña como fuerza hege mó nica en Europa.

Las a utorida des británicas rea li za ro n in icia lmente una campaña sistemática e intens iva en A mérica po rque u n imp o rtante sector de la op ini ón amer icana era host il, en pa rte po r razo nes de tradic ión relac ionadas con la Guerra de I nd epende ncia y en parte porque el blo queo inglés a lo s puercos alemanes provocó resentimiento al viola r el p rincipi o de libertad de navega ci ó n; también se ría absu rd o pretender qu e Gran Breta ña no quería la entrada el e los Esta dos U nido s en la gue rra. Per o Amér ica entró p o r sus p ropias razones de peso, y a unque can to la propaganda britán ica corno la americana pudieron ay udar a co nvencer a los aislacio nistas y posiblemente a unir al país en torno a su gobi erno, es evi de nte yu e no consiguió . la beligerancia america na, p o rqu e no es así como se deciden los as un tos internacionales. Es posible qu e las hi storias sobre atrocida des incrementaran el odio hacia los alemanes, pero ese odio se lo habían ga na do ya los propios alemanes mucho más eficazmente con la ineptitud de su conducta, al rea liza r acciones que, por muchas ventajas inmediatas que co nsiguieran, provocaban la enemis tad de otras nacio nes y hacían que la verdad pareciese casi can mala co mo la ficción. El bombardeo de la catedra l de Lovaina (que sup uesta mente, y es probable que así fuera, es taba siendo utilizada como obse r va to rio po r los Ali ados) y la invasión de Bélgica puede que fuesen tácticamente jus tifi ca bles, pero fueron graves despropósitos psicológicos que hic ie ron que el mund o vie ra en Aleman ia al vá ndalo y al ma tón ; el hundimient o del L11sitn11ifl, co n la pérdida ele 12.000 ho mbr es, muj eres y niños (c ie nto cato rce de los cuales

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eran americanos) y la ejecuc1on de E dith Ca vell fueron cachados casi unánimemente de atrocidades, a unque fuera cierto qu e el L11silonin transportaba ar mas y qu e la señorita Cavell era un agen te del enemigo. Eje mpl os posteriores fuer o n la decl arac ió n de g uerra su bma r ina sin restri cció n y el empleo de gas vene noso, el sa botaje de las insta lacio nes de g uerra a meri ca n·as y el espionaje en los Estados U nidos, junco con intentos de pro voca r conflictos en Méjico y en otros países. Tales accio nes en Am érica y en M éjico no fu ero n, claro está, atrocida des, pero infl a maro n a la op in ión pública a merica na comó si lo hubisen sid o. Es posible que la fa lta de sens ibil idad alemana a las reaccio nes psicológicas de otras naciones, incluidas las neutrales, h iciera má s daño a su causa que cualquier dosis de propaganda aliada, aunq ue al acabar la g uerra los alemanes sig uieran diciendo que fue la eficacia de aquélla lo que hizo que la perdieran. Fue ut iliza da co mo chivo expiatorio para mantener que su ejé rcito no había sido derro tado en el campo de bata ll a, sino traicio nado en la re tag uardia por aqu ell os qu e habían permitido qu e envenenara sus menees la propaganda britá nica. Hisró ri ca mence es completamente fal so ; hac ia el final de la g uerra , la mo ral de la población civil de Alemania era seg uramente más alta que la del ejército: el puebl o estaba ado rm ecido p o r las constantes promesas de pronta vic to ria y el injustificado optimismo de la propaga nda loca l. La propaga nda alemana, en manos de oficiales del ejército de la vieja escuela qu e no creían realmente en su va lor, era verdaderamente inoperante. También ell a, a pesar de nega rl o después, tuvo sus historias sobre atroc idades, pero su peo r fallo fue el esta r cons tanteme nte a la defen siva, consumiendo buena parte de sus energías en an unciar que la propaganda de los Aliados era falsa e injusta y haciendo labo riosos esfu erzos para cor regir lo que consideraban impresio nes falsas. Es te sistema vu lneró una de las primeras norma s del propaga ndista, a saber : que su men sa je tiene qu e se r siempre positivo, jamás, nega tivo. E l intento de · corregi r la propaganda «inju sta» tu vo el simple efecto de refre sca r en las mentes de los recepto re s las declaraciones originales y de difundirla s entre aquell os que, de o tro modo, no hubiese n o ído ha blar de ellas . Cuanto peo r sea la situación de un país, ma yor motivo hay para presentar una sugestión positiva de confia nza y de indiferencia a nte el pelig ro. Por último, hu bo un imp ortante facto r técnico qu e inuülizó en gra n parte el efecto de la propaganda alemana en el mundo ex teri o r: en los prime ros momentos de la g uerra los británicos hab ían cortado los cables submarin os, que era n funda mentales para la comunicación transoceánica de Alem ania. D e ahí que la princ ipal age ncia de noticias alema na Wolf, no pudiera comun ica r, mi entras

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que las agencias aliadas Reuter y Havas podían hacerlo con todo el mundo. A pesar de todos estos esfuerzos en a mbos bandos para influir en el resultado final de la Primera Guerra Mundial, creemos dificil discrepar de la concl usi ón a la que llega Lindley Fraser, disti ng uido experto británico: Nuestro veredicto sobre la propaganda británica en Alemania durante la Primera Guerra Mundial ha de ser éste: que si bien fue inteligentemente llevada dentro de sus límites, no afectó decisivamente ni pudo afectar al curso de los acontecimientos.

La Primera G uerra Mundial, con su implacable moviliza ción de los recursos nacionalt:s y con su competencia en los métodos de destrucción, fue la primera guerra total. Qui zá st: pueda citar el ejemplo de la Guerra Civil Americana, en la que las condiciones fueron en cierto modo similares, pero lo cierto es que la opinión pública ape nas intervenía para nada en las g uerras del pasado, hechas por soldados profesionales que se nt ía n poca necesidad de saber por qu é estaban luchando. La moderna propaganda se hizo necesaria, como señala Raymond Aron ( El siglo de la guerra totril), porque el soldado y el ciudadano se habían convertido en la misma persona, y la población en general, que se creía a sí misma de natural apacible, pedía a sus dirigentes razones para convertirse en soldado. Demostrar que el enemigo es el responsable absoluto se ha convertido en una especie de tarea gubernamen tal, y gran parte de la propaganda interna se preocupa no tanto de mantener la moral de las fuerzas combatientes como de sa near la conciencia de toda la nación. Inicialmente, la explosión de fervo r patriótico en todos los países combatientes creó una unidad nacional que hizo olvidar las divisiones menores; los primeros éxitos de Alemania redobl aron su espíritu de lucha, al tiempo que hacían aumentar la resolución de franceses e ingleses. Pero en una fase posterior, al quedar prácticamen_te estabilizado el frente occidental, la resolució_n dio paso a la resignación y el fervor a la aceptación forzada. En palabras de Aron: «La ideología usurp ó el luga r del auténtico sentimiento.» Al principio, las ideologías se adaptaron al país que vivía en la retaguardia, al enemigo y a la población civil neutral, mientras que los combatientes se mata ban los unos a los otros sin desprecio ni odio e inclu so con una cierta comunidad de sentimientos con respecto a la población civil. JYero a medida que la g uerra avanzaba fue necesario estimular el espíritu de lucha de los soldados mediante el empleo de principios tan gra.ndilocuentes y vagos como el derecho de los pueblos a su autodeterminación, la «guerra para terminar la guerra», etc. Ambos bandos sabían

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(o decía n saber) por qué luchaban, pero ninguno supo decir para qué luchaba . A nadie le importaba, en 1914, el problema de las nacionalidades oprimidas ni el fin del secreto dip lomático, ni la difusión de las ideas democráticas, sino que, para ganarse las simpa tías del mundo o para mantener alta la moral en sus propios países, los gobiernos recurrieron a las ideologías a partir de la fase de la intervención a merica na y de la Revolución rusa; había comenzado la era de las ideologías. Más adelante, al aumentar el costo de las operaciones, se consideró fundamental exagerar los previsibles resultados de la v ictoria. La guerra total exig.ía la victoria to tal, y esto a su vez llevaría al Tratado de Versalles. Hubo otros fenómenos psicológicos de la guerra, y especialmente de la mod erna guerra total, que marcaron los años de 1914-18. La gente, tanto al comienzo de la guerra como con ocasión de diversas victorias milita res, tuvo numerosas oportunidades de experimentar la situació n de hall arse inmersa en la multitud, situación que era habitual para el soldado (aunque de un modo más disciplinado). Le Bon fue quien señaló por primera vez el s iguiente hecho: Cua lesqu iera que sean los individuos que la componen, sea cual sea su modo de vida, sus caracteres o su inteligencia, el hecho de haberse convertido en una multitud les pone en posesión de una especie de mente colectiva que hace que piensen, sientan y actúen de una forma un tanto diferente a como pensaría, sentiría y actuaria cada individuo en un estado de aislamiento.

Le Bon explicaba estO en función de: 1) la sensación de poder in vencible que hace más primitiva a la multitud y men os sujeta al control de la conciencia o al temor al castigo; 2) el hecho del contag io o imitación ; y 3) la extremada sugestionabilidad de la multitud. Hoy en día nadie piensa ya, en términos de · una «mente colectiva» si no más bien en el anonima to del indi vid uo cuando se pierde entre la multitud y en el senti miento de permisividad que desarrolla cuando la conducta que obser va en los demás le hace creer que puede expresa r sin temor las emociones y la conducta que en otras circunsta.ncias reprimiría; pero, por lo demás, la descripción de Le Bon sigue vigente. E l individuo normalmente ais lado disfruta de la sensación de hallarse liberado de las restricciones convencionales y de la conciencia de poder que le proporciona su participación en la multitud, pudiendo expresar op ini ones o cometer acc iones que e n otras circunstancias le habrían avergonzado. Luego está la liberació n de un sentimiento de culp a normal (o incluso anormal), al proyectarse toda la culpa de una nación

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sobre un enemigo externo, ocurriend o lo mis mo con el odio y los resent imientos, qu e son las causantes de la ruptura de la unidad nacional. D e ntro de la s fr o nteras na ciona les to do el mundo se v uel ve más servi cial, más tolerante, más a ma bl e co n los de más; la moral convencional se derrumba y aumenta el índi ce de natalidad al tiemp o qu e di sm inu ye el de sui ci dios y el de neu rosis. Al suici da se Je permite exter iori zar sus tendencias ag resivas, que ya no tendr á que dirigir co ntra sí mismo; el ne uró tico pu ede encajar más fácilmente e n una so ciedad que es má s p erm is iva y se ntir se útil dentro de ella. Los muchos hombres y mujeres que desempeñan trabajos frustrantes, o que entán e n paro, o qu e vi ve n situaciones de frustración en su s hoga res, encuentran un nue vo aliciente e n la vida y, p os ibl e me nte, o tro trabajo o nuevos a mig os y logran deshacer lazos familiares que soportaro n co ntra su voluntad . En ta nto en cuanto las not icias sobre los hechos reales no so n dadas a co nocer o so n _censuradas, corren los rumo res, pero para hacer fr ente a ta l situ ación está n las bandas milita res, los himnos pa tri ó ticos, los impetuosos discursos para leva ntar la m ora l y una leg ión de políticos y clérigos dispuestos a aseg ura rn os que Dios está de nuest ro lad o . Aunque todas estas emociones y ventajas psicológ ica s van y vienen co n los ca mbios de fo rtuna e n a mbos bandos, probableme nte no erraríamos al afirm ar que constituyen algunas de· las razones por las que mu chos h o mbres y mujeres desean inconsc ient e mente la guerra (p o r lo me nos has ta a hora). Rec ié n con cluida la Primera G ue rra Mundial era n much os los que es taban dispuestos a admitir que para ellos la vida no había tenido nun ca más plenitud y ma yo r se ntido que cuando co mbatía n co ntra los alemanes. Desapa recía n las inhibiciones y las dudas y se les daba plena expresió n a la s primitivas pa sio nes de o di o por un g rup o y amor p or otro. Ade más, era posibl e concentrarse sin re servas en una sola ac tivi da d . La identificación co n un fin gra ndioso barrió la pequeñez y el egoísmo de su vida cotidiana y les permitió alca nza r una se nsac ión de integració n personal y de a uten ticida d desconocí.dos has ta e nto nces. Fue este fenómeno el que hizo que Freud co menzara a hablar , en 1918, de un instinto inna to de destrucción al que ba utizó co n el nombre de «i nstinto de muerte». Pa ra Freud, existen d os tende ncia s o in sti ntos ig ualme nte poderosos: el uno es el instinto de vida o E ros, el otro, Tanatos, tie nde a la destrucción irracional y a la muerte. Cuando el instinto · de muerte se dirige co ntra o bj etos del exterior se ma nifiesta como un incitamiento a la destrucción, mientra s que, e n el interior del indiv iduo, su fin se ría la autodestrucción. En defi niti va, la teoría del instinto de muerte vie ne a decir que te nemos qu e destruir a los demás .si o lu ciona r ia, se ii.al a q ue las con di ciones del pueblo lla no nunca habían mejorado tan rápid amen te como en los vein te años anteriores al cataclismo y, sin emba rgo, «los franceses, cuanto mejor era su si tu ació n, m.ás intolera ble la cons ideraban)) , N o son los pobres de solem n idad, que es tán acostumbrados a su cond ición , ni los pobres respetables los que hace n las revoluci o nes, sino los «n uevos pobres)), los que han mejorado su condición o han empeo rad o repen tina mente. Por eso fu e la clase media e n ascenso la qu e hizo la R evo luci ón francesa; y en Ing la ter ra fue la pequeiia a ri stocrac ia rural vernda a me nos, junto con los antes .ricos cam p es in os que habían sido desposeídos de sus t ie rras por los ce rcados y convertidos e n obre ros ur ba nos asalariados, los que pasa r o n a eng rosa r la s f il as del nuevo ejército de Cro mw ell . La miseria más abyecta o el espí ritu tota lm en te ap la sta do no traen , p o r consiguiente, la s revoluciones. En una soc ieda d donde perdura la ins ti t uci ó n de la es cl avit ud, los albo ro tadores son los esclavos nuevos y los li be rtos. Tampoco es u n revo luci o na ri o la persona sa tisfech a. E l hombre religioso satisfec ho con sus creencias, el ex per to a rt esano con su tra ba jo c rea tiv o, el típico miembro de los gru p os intermedios de la población en la actualidad , o incluso el in di vid uo mental y fís ica men te sano, no son los que ocasio nan los problemas. Los líd e res revo lu cionar ios pertenecen a las categorías de los repudiados, los g rup os minorita ri os, los socialmente ina daptados, los desequilibrados mentales, los ambiciosos de poder (para co mpensar los se ntimi e ntos de inca pac idad), la envidiosa cl ase media baja, -l os ex militares descontentos y los egocén tri cos c1ue han perdido la fe en sí mismos. Para ellos , un mov imiento ele ma sas

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ins urge nte t ie ne sus atracti vos, no sólo por razón de su d oc tr ina, si no porque puede curar sus fru straciones libe rá nd oles de su vo fracasado y sumergiéndoles en un conju nto soc ial esrrecha ménte entretejido y seg uro. Tales personas puede que hablen en nombre de la libertad, pero su verdadera mo tivac ión, como dice Erich Fromm, es su «miedo a la libertad». La sa lud física quebrantada actúa a menudo de la misma forma, y Emerson (¿o fue Ca rl yle?) ha escrito en es te sen tido que el hombre que padece problemas intestinales se pone a cambjar el mundo. Hitler, Napoleón y Sraljn (que siem pre decía de sí mi s mo que era un «as iático» ) fueron todos ciudadanos de países di st intos a los que luego ll egarían a gobe rnar, casi todos ell os eran d e baja estatura y provenían de fam ilias pobres y «marginadas». P o r encima de todo, ning uno de ell os era un políti co profesional, pues, para el revolucio nario, la expe ri encia política es un há11dicap. Tiene q ue tener una fe fuera de lo corriente en las posibilidades del futuro y es mejor que ignore totalmente las grandes dificultades con las que se tendrá que enfrentar. El político con experie.ncia, como Von Papen e n Ale mania, entra en acción cuando el movi mi ento es tá ya e n marcha, y cuando una revolu ción empi eza a atraer a gente de ese tipo es porque se ha hecho co nservad ora · e intenta preservar lo conseg uid o en vez de crear algo nuevo, Segú n Hitl er, expe rto e n la materia: Cuanto más puestos y más cargos tenga que distri bui r un mo,·imiento, más inferio r será el tipó de personas que atraiga, y ·al final, s i el partido tie ne éxito, esos.lad.illas de la política lo habrán in va dido de tal manera que el honrado luchador de los primeros d ías ya no reconocerá al primiti vo mo,·imiento. Cuando tal cosa sucede, la misi ón del mo vi miento ha terminado.

En s u imperiosa necesidad de auroexpresi ó n, el líder, al igual que el pueblo, puede mostrarse polimorfo en su búsqueda de una causa; .Mussolini pa sa por el socialismo antes de hacerse fascista, y el patético traidor William Joyce se hace nazi porque, como seña la Rebecca \Xles t, «fue su amor p o r In glaterra el que hi zo que con el tiempo se fuera inclina ndo hacia el fascismo» . En su sol icitud de ingreso en la Unive rs idad O.T.C. de Lo ndres, no hay motivo para dudar J oyce escribió en cierta ocasión de su s inceridad): «Co mo joven de pura ascendenc ia británica, algunos de cuyos a nt epasados han qcupado altos ca rgos en el Ejército bri tánico; siempre he deseado dedicar la poca capacidad y energía que pueda te ner al país que tanto quiero.,, La conve rsió n de San Pablo, lejos de ser extraordinaria, es algo mu y co rriente entre revolucionarios e n cier nes .

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Pero no ya sólo los revolucionarios, sino también los políticos·, en general, tienen personalidades y motivaciones gue merecen un estudio más profundo . .Como observa Harold Lasswell en su P sychopathology and Po/itics, el único libro, de los que conozco, que investigue realmente los ocultos motivos de los políticos americanos (anónimos): «N uestros esquemas convencionales de la "motivación política" parecen curiosamente distantes de la múltiple realidad de la vida humana cuando descubrimos los fundamentos privados de los actos públicos.» No basta. con saber que Rousseau sufría de paranoia, que N apoleón teni,~ los órganos genitales parcialmente atrofiados, que Alejandro Magno, César y Blücbcr eran alrnhólicos, que Calvino padecía de eczemas, de jaquecas y de piedras en el riñón, que Bismarck era histérico, Lincoln depresivo y que Marat sufría de artritis, diabetes y eczemas; queremos. saber qué motivaciones psicológicas concretas los· lleva ron a elegir el e.ampo de la poi ítica. Como ha demostrado Alex Comfort en su libro AuthorilJ• a11d Defi11q11en0• i11 the 1'vlodern State, la ambición de poder. y la delincuencia están estrechamente relacio nadas: El factor principal que hace que una trangresión premeditada constituya u.n acto de «delincuencia» es la afirmación implícita del derecho a compor tarse sin tener en cuenta a los demás. Puede hacerlo robando o asesinando y aceptar las consecuencias, o· bien encontrando un lugar en la estructura social que le permita, dentro de ciertos limites, afirmar su derecho sin en-

contrar oposición. Las oportunidades para practicar dicho tipo de delin cuencia ac'eptada y aceptable suelen estar casi siempre dentro de la estructu ra del poder·. La gente tiene la desafortunada tendencia a seleccionar aquellos puestos para los que objetivamente es menos idónea. H. von Hentig dice lo siguiente sobre la delincuencia entre aquellos cuyo trabajo consiste en hacn respetar la ley: ... las fuerzas policiales y los puestos de funcionarios de prisiones atraen a muchos caracteres aberrantes porque proporcionan los medios Legales para infligir dolor y ejercer poder y porque esos mismos puestos confieren a sus detentadores un amplio grado de inmunidad: Sin embargo, estos no son más que los ejemplos más llamativos, aguellos que no se pueden ocultar su tilmente tras la pantalla de los medios que el fin justifica. Las motivaciones privadas de los que ocupan posiciones de poder, motivaciones que ellos mismos p-ueden no conocer, son un objeto digno de estudio al que _n o se le ha prestado aún la• suficiente atención. A pesar de todo, sería erróneo pensar que los líderes de cualquier tipo llegan a serlo gracias a sus rasgos

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personales, o que, como dirían los marxi stas, so n puramente el resultado de circunstancia s hi stó rica s. Es obv io que, los hombres que gobernaron Alemania durante el periodo nazi ll egaro n a la política impul sados po r s us ra sgos persona les ; Hitl er, tenia sin duda ca si todas las cualida des c itadas a nterio rme nte del ho mbre qu e, po r ra zó n de su debilidad, se siente impelido a dejar su hu ella so bre la sociedad. Era austriaco en vez de alemá n, de origen humild e aunque no proletario, a ntig uo soldado co n una cicatriz en el hombro, histéri co, paranoico y, po r e nci ma de cod o, un artista fra rnsado. Tambié n eran artista s fra casa dos: Go ebbels (teatro , no vela, poesía). Ro se nberg (arquitectura y filo sofía ), von Schirach (poesía), Funk (mú s ica ) y Streicher (p intura ). P eter Yiereck obse r va que «... casi to dos ellos eran fraca sa dos, no ya según el cr iterio vulgar del éx it o, sino según sus pr opios criteri os artísticos>>. Sus a mbi cio nes artísticas y litera rias «fueron o rig inalmente mu cho más profundas qu e sus ambiciones po líti cas y eran pa rtes integrantes de su perso nalidad». Se puede dec ir que Hitler, en su perso nalidad nucl ea r, era el epitome de aq uell as acti tudes que exis tía n en las perso nalidades periférica s de los alemanes co mo resultad o de la situació n en la qu e se e nco ntra ron tra s la Primera Guerra Mundial; Hitl er era po r natura leza lo que ell os había n llegado a se r deb id o a la s circunstancias, y el g rup o in va riablemen te se lecciona, n o al líd er que te ó rica mente es tá me jor preparado para tratar sus problemas de una for ma prá ctica , sino a aquel que mejor refl eja sus se ntimientos del mome nto . U n gr upo enfermo elige a un jefe enfermo. Hitler tenía unos ra sgos qu e en otras circunstancias no le hubiese n ser v id o para alzarse con el poder; en aqu el las ci rcun stanc ias co ncreta s, pudo conver tir Ale mania en u n es tado na zi po rque muchos ale manes esta ban dispues to s a apoya rl o y a ingresa r en s u partido. Sin esa opini ó n pública latente y pers iste nte qu e ha bía e n Alemania, Hitl er no habría podido tener éx it o, de modo qu e e n esa medida sí foe un produ cto ele la s circunstancia s; pero sin él y su o rga ni zac ión la opini ó n pública alemana so bre ternas nac io nales e internac iona les po dría haber to mad o un rumbo mu y di stinto , o rientándo se, por ejemp lo, hacia el co munis mo . El que Hitl er sup erara a los co munistas se debi ó a su compre nsió n intuit iva del se ntimi ento rea l del puebl o a_le má n, utili za do lu ego su aparato propa ga ndístico para decirl e al pu ebl o lo qu e éste qu ería esc ucha r *. * Sin e mbargo , la fuer za de la propaganda h itleriana ha sido mu y exagera da. La democracia había fra casado y a los alemanes sólo les qu edaba una opción: eleg ir entr e el comunisn10 y el na zismo. En una siruación en la que los scntimienros nacio nalista s se había n visro muy exace rbados.

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U 11>1 de la s debilidades de las democracias es su incapacidad para co mprende r, corno lo hizo Hi tl er , algunas de las facetas menos raciona les de la naturaleza humana. Se da por hecho que la rna yoría de la ge nte desea que le exp liquen las doct rina s poi íti cas de una forma raciona l, que la gente no sopo rta ser embaucada, que prefiere una vida fácil a una vida difíc il y que inev itabl emente prefiere el placer al dolor, el amor al od io. Esto -puede ser cierto en condic iones ideales, pero no lo es en absoluto en las circunstan cias de «ca ll ada fru stración» en las que tran scurren. la ma yo r parte de las v icias. En .primer lu gar, la gente fru stra da es más crédula que la que no lo está; «uno está má s preparado para en tender la Sagrada Escrit u ra cuando no se odia a sí mi smo», dijo Pasca l, y durante el período ante rior a la torna del poder por Hitler, Stresemann d ijo de los alemanes: « No sólo rezan por su pan de cada día, también reza n por su ilusión diaria.» Una doctrina eficaz no es la raciona lmente comprensible (Le nin no consiguió el poder apelando al materialismo dialéctico, sin o grac ias a su apasionada orator ia); es más bi e n, corno di jo Pasca l de la religión eficaz, «contraria a la natura le za , al sentido com ún y al placer». Los comunistas distinguen en tr e propaganda y agitación, d istinción basada en la defini ció n de Plejanov segú n la cua l «un propagand ista presenta mucha s ideas a una o alg unas perso na s; un agita dor presenta sólo una o algunas ideas, pero se las presenta a una masa de gente». Lenin acepta es ta op ini ón y toma como ejemp lo el tratamiento del paro obrero. U n propagandista lo ex plicaría en términos de la teo ría económ ica comunista diciendo qu e surge como resultado de la s constantes crisis que son inev.itables bajo el siste ma capitalista y explicando sus ca usas a continuación. El agitado r, por otra p arte, elegiría algún hec ho fácilmente comprens ible y sentimental - por e jemp lo, que la familia de un obrero en paro había p1uerto de ha mbr e- y operar ia sob re los sen timientos de la s masa s. Lenin atraía a las masas como agitador (seg ún la definición arriba mencionada) y no como propagandista . En seg und o lu ga r, la ge nte frustrada quier e sufrir y sacrificarse por la ca usa; de a h í que responda, no ya a la s promesas de una victoria fáci l, s ino, como muy bien comprendió Chur ch ill y no comprend ió Charnberlain, a la s promesas de «sa ngre, sudo r y lágrimas». Una vez que ha n su mergido su odiada perso nalidad e n la masa, se afe rran a la cert idumbr e como a un clavo ardiendo, llegando incluso a cia r su vida para demostrar a los demás su papel de defensores de la santa causa. Ya no les importa, como por el Tratado de Versalles, el internacionalismo · comunista tenía pocas posibilidades de éxi10.

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les importaba antes, la opinión de los a jenos a la causa; de hecho desea n la enemistad con o bstinación, pues eso confirma lo correcto de sus ideas. Hitler dijo que el naci.o nal socialismo de bía buscar y merece r el odio vio lento de sus enemigos. La promesa de autosa crificio en aras de la causa atrae a más geo te que todas las promesas de prosperidad y bienesta r. E n tercer luga r, y apar te de su credulidad nat ural , la ge nte frustrada disfr uta siendo emba uca-da; como T ertuliano, co nsidera n una virtud el creer «po rqu e es imposible», y uno recuerda có mo Goebbels intercalaba en sus discursos, llenos de increíbles pretensiones, la frase: «¡ Por supuesto, todo esto es propaga nda'» Por último, la gente frustrada necesita odia r porque el_ odio, cuando se comparte con otros, es la emoción que más une; como decía H eine: «Lo que el a mo r cristiano no puede hace r lo consigue el odio en co mún.» Ha blando en términ os p sicológ icos, sucede que cuando un indi vidu o ve fru strado su intento de alcanzar un fin , surge natu ra lmente la agresión, probablemente co n la función o rigina ria de acumul ar todas las energías para supera r el ob stácul o . Pero m a ndo este objetivo es inalca nzable, la ag res ión tiene qu e vol verse en una de estas dos direcciones: internamente, en contra de un o mismo, o ex ternamente, en co ntra de un o bjeto sustitutivo . De ahí qu e la perso na se odie a sí mi sma y tenga la tendencia latente a busca r objecos externos contra los que dirigir su od io, uniénd ose en ca maradería con aqucll os qu e comparten sus opiniones. La cólera es el gran di solvente de la depr es ió n (que es o di o a uno mismo). La frustración conduce también a la reg resi ó n, es decir, a un retroceso a conductas más primiti vas y acciones men os co nstructivas,_ como hem os visto co n la aceptación de afirmaciones abs urdas po r parte del individuo fru strado . Hitler co mpren día todo esto i11tuiti ,,amenre, mientras qu e sus oponentes comunistas no lo comprendieron, y éstos fueron lo fundameneos sobre los que basó su propaga nda. Pero co mo el resultado de la propaganda depende ta nto de la naturaleza del o bjetivo al que se dirige co mo del poder del mis mo propagandista, es necesa rio tener en cuenta las razo nes por las que los alemanes demos tra ro n ser un blanco perfecco para la pro p-;¡ga nda de Hitler. Po rque es imposible no ver que el fa-s eismo no mostró ni much o menos las mismas carac terística s en Alemania que en otros países --a parte del nacionalismo derechista y de la estructura económica ge neral - en lo que respecta a los aspeccos psicológ icos . Cierto es que Mussolini ensalzaba la guerra y que utilizó el mismo tipo de co nsig nas que los nazis (« El Duce siempre tiene ra zón»), pero el puebl o italiano tenía el suficiente ci ni smo innato para no comárselas mu y en serio,

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y, aparte de los políticos profesionales, la libertad para expresar opiniones heterodoxas nunca estuvo tan supr imida en Italia como en A lema nia . El antisemitismo no creció espontáneamente en Italia sino que fue introducido a la fuerza por los alemanes en el transcur so de la Segunda Guerra Mundial, au nqu e. nunca fue aceptado en sus formas doctrinarias por la masa del pueblo. En Gran Bretaña, el jefe del partido fascista se mostr ó fiel al modelo cambiando de un partido a otro antes de caer en el fascismo, y sus seg uid ores constituían un grupo selecto de tipos alegremente brutales, psicópatas tories renegados y miembros excéntricos de la aris tocracia menor y de !a lista de retirados de las fuerzas arn\adas. De este último cuerpo siempre se puede esperar que produzca una espléndida cosecha de extraño s especímenes con la tendencia. - co mo dice Rebecca West de un determinado fascista bdtánico- a segui r raros vericuetos, de forma que en otras circu nstancias podrían haber sido felices medi11ms esp iritistas o fervorosos creyentes de las diez tribus perdidas de Israel. Pero los n,azis alemanes estaban imbuidos de rasgos que no pro venían exclusiva mente de su derrota militar ni del colapso económico, sin o del peculia r carácter nacional germá nico que los mantuvo apartados de.Occidente entre 1806 y 1945. Tal caráctei: había sido básicamente autoritario, no ya meramente en su forma de gobierno sino en toda su estructura social , come nzando por la familia; la sociedad prusiana, en especia l, había estado siempre fundada en una es pecie de «orden de picoteo» en el cual la recompensa de quien había sido picoteado p o r unó más fuerte era el poder picotear a su vez a o tro más débil. Los años de la Constitución .de Weimar qt1e siguier o n a la Revolución de 1918 fueron años de frustración p::ra la mayoría de los alemanes, durante los cuales, acostumbrados a las órde nes de arriba y al respeto a la autoridad, identificaba n la democracia con la confusió n y el caos total. Qt1edaron asombrado s, dice Theodore Ab'el , al darse cuen ta de «que tenían que participar en el go bierno, elegir un partido y emitir juicios so bre tema s pol íticos» . Los ra sg os básicos del carácter del alemá n medio han tendido a ser los que un psiquíatra describiría como obses.ivos; el carácter obsesivo (q ue segú n Freu-d se basa en una severa educación en el control de los órga no s internos) siente una profunda preocupaci ó n por .supu estas virtudes tales como la o bediencia, la limpieza, la puntualidad, la eficacia y el trabajo. La tesis de Freud parece estar refrendada por la correlación entre estos rasgos en el ca rácter germá nico (y una obsesió n aún má s patente por los movimientos intestinales tal y como se encuentra , por ejemplo, en Martín Lutero en grado patológico) y la tendenc ia nacional a hacer chi stes que ve rsan so bre el retrete e n lugar de las relaciones

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e ntre los sexos, como en ot ros países. Las virtudes obsesivas, cuya validez no se pone en cuestión en Alemania, no son virtudes para el resto del mundo; la obediencia y la eficiencia, por ejemplo, se consideran buenas o malas según el fin a que estén dirigidas. Pero los alemanes e n genera l las han venido considerando como fin es en sí mismas; así, aquellos c¡ue habían cometido actos especialmente horripilantes durante la Segunda Guerra Mundial se queda ban si ncerament e sorpr e ndidos de que alguien les pregumara si aceptaban la plena responsabilidad de sus acto s, creyendo c¡ue las acciones ordenadas por la autoridad superior se justificaban por si mi smas. Cierto es c¡ue la ma yo ría de los países han sido culpables en un mo mento •O en ot ro de asesinatos masivos, pero es dificil concebir a otro pueblo c¡ue no sea el alemán planificando con todas la s formalidades la transformación indu strial de los patéticos despojos humanos - pelo, prótesis dentales, ropas, etc. -con esa espa nt osa eficacia y diligencia. Por último es tá la capacidad verdaderamente so rpr e ndente de autocompasión que va unida a la total incapac idad del alemán ele poners e en el lugar de om1 persona. Esa ha sicl o una de las razones fundamentales del fracaso casi rotal de la propaganda ale mana e n guerra o en paz para impresionar a nadi e c¡ue no fuese alemán: los propagandistas eran abso lutamente incap aces de ponerse en el lugar de los demás y, a pesar de la recornendación de Hitler de permanecer impasibles ante el odio del enem igo, eran tan susceptibles c¡ue no podían re sistir la tentación de rep lica r a la propaganda enemiga, difundi énd o la así e ntr e un p(1blico rnucho más numeroso. H itl er operó co n toda s escas características; co n ven ci ó a la nación de que la guerra no se había perdido por la actuación del ejército sino por las puñaladas en la espalda de judíos y comunistas, devolviéndole así al país su res p eto de sí mismo y confianza, e hizo hincapi é e n el tema de c¡ue todo el mundo había sido injusto con t\lemania. Los británicos habían prolongado el cerco de hambre durante meses tras la firma del ,Hmisticio, el Tratado de Versalles había sido mu y inj·usto y hab ía incumplido la s promesas ame ricana s y, por último, Alema nia h ab ía s ido despojada .de sus colonias y esraba rodea da de e ne migo s por toda s partes. También se apelt', al org ull o nacional; al ti empo c¡ue aseg ur aba a los ale man es que sus log ro s no habían sido superad os por nación alguna, afi rmaba que p o r esa misma razón er an objeto de la env idia de los británicos, de los franceses y de lo s es lav os . Además, el Partido Naciona ls oc ialista pretendía ser el partido del hombre de la calle, defensor de los inte reses del tendero, del pec¡ue110 come rciant e y del artesano frente a las grandes e mpr esas o «capitalismo monopo l ista»; e xi gía la abolición de la «esclavitud del inter és»

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y pr opo nía li berar a los c iudada nos de s us deudas a bancos, otra perso nas e instiruciones creditic ias. Apelaba as í a la codicia ind ividua l, pese a que, cua nd o Hitl e r obru vo el poder los gran des mo nopo li os se hi ciero n más potentes que nun ca bajo los patrones nac ional soc ialistas. E l nu evo régi men resolvió el paro absor biendo parre d_e la mano de obra en la industria de a rma me nto y e mpleando el resro en trabajos co mo el desbroza miento de ti erras, la construcción de ciudades e incluso organizando ma rchas . Pues como dijo Hermann Ra uschning: «Las marcha s en tret ienen los pensa mientos de los ho mbres . Las marchas mata n el pensamiento. Las marchas terminan con la indi v idualidad». E l movimie nto a trajo especial me nte a la juventud de la nación, a la cual v isti ó de uniforme y e nseñó la nue va ideolog ía tal y co mo era. Hay qu e reco rdar que el fascismo, revo luci ó n nihilista por excelencia, no tiene e n realidad una ideología como la qu e pueda tener el co muni s mo. D ete nta el poder de la nació n, reescribe los libros escolares de hi sroria para c..lemosrrar su gra nd eza y remo dela la ciencia e n un ridículo fandango de sinsent idos para demostrar la existe ncia de un supu es to ti po de ho mbre nacional (el «ario¡, e n el caso de los aleman es) ; ti e ne inco ntables enemigos y es tá e n contra de muchas cosas, pero , co ncretamente, no está a.favor de 1111da. Se censuraban los li bros y el arre, pero, a diferencia o tra vez de los comunistas, no hizo ap e nas uso positivo del cine y del tea tr o para proclamar los punros progr~máricos del partido, po rqu e, aparte e.le! de la co nqui sta, no tenía ninguno. Tampoco hi zo Hitler que Alema nia se volv iera a nti semita: a l igua l qu e mu chas o tras naciones , ya lo era; pero, co mo ha bía ocurrid o ante ri o rmente con fr ecuencia, utili zó a los judíos co mo chi vo exp iarorio de la naci ó n, con indec ibles consecuencias para el pueblo judío y para la propia dignida d de todos los demás eur opeos. Se sa ti sfi zo el deseo nacional de sumisión a u na autoridad v el g usto por los espectáculos militares o paramilitares organizando gigantescos mítines, desfiles y procesiones co n anto rchas (en la actualidad, las procesiones con a nto rchas sig ue n siendo típica s de Alemania ), y ning uno de aquell os que recu erden, ya sea por experien cia di recta o .por haberl a escucha do a tra vés de la radio, la frenéti ca voz del Fü hrer y el bá rbaro cá nti co de sus seg uidores «¡Sieg H eil! ¡Sieg H ei/ 1 ¡Sieg 1-leil!» pod rá o lvidar la terr ible e hipnótica impres ión que produ cía. No cabe duda d e qu e Maclame de Stael tenia razó n cua nd o decía , hace más de un sig lo, qu e los ale ma nes e ran el ma ter ial ideal para los mov imien tos de ma sas : 0

Los alemanes so n fuertemente sumisos. U tilizan razonamien tos fil osóf icos para expl ica r la cosa menos fi losófica del mundo, el respeta por Is fu erza y t:! miedo CJLil' transfo rma ese respeto e n admiración.

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j.r\.C. Brown

Cua lesquiera qu e sean sus semejanzas superficia les, el comunis m o y el fascismo so n esencialmente distint os. El fa scismo es nacionalista, el co munismo es internaciona lista ; el prim ero no se exporta, el seg und o sí. E l fasc i.s mo no ti ene una doctrina co herente , el co munismo sí la tiene. El materialismo dialéctico o marxism o- leni ni smo , aunque es una d octrina curiosamente metafísica para mate riali tas co nvencid os, es perfectamente co herente y ha sido ·y es defe ndida por gente suma mente intelige nte, y se extiende a todas las esferas d el pensamiento. Co nsidera que la p o lítica es tá en todas partes: en la biología, en la histo ria, en la p sicol og ía y hasta en la arqueología y en la lingüística. f\ demá s, mientra s que los fin es declarados de l fa sc ismo so n co ntrari os a lo que han tenido por justos la gran mayoría de los filósofos polít icos y.éticos desde los o ríge nes de la historia, los fines que el co munismo declara (i nternac ionalismo, paz, camaradería, di st r ibució n más justa de la riqueza, od io a la injusticia y a l.a tiranía) so n d e tal índo le que pueden atrae r a cualquier perso na razonab le. La dictadura , descrita como «d ictadura del proletariado», se co nsid era un medio para ll ega r a un fin y no un fin e n sí misma , y desde la muerte de Stalin se desaprueba enérgicamente el «c ul to a la personalidad» . /\ pesa r de tod o, existen s imilitud es: los mi sm os mítines m as ivos, las mismas procesiones, las mismas manifestac io nes artificia les «espontáneas» para apoya r los fines del gobierno en cada momento, el mismo empleo de cons ignas, la misma identificación de enemigos n es te caso, el imperialismo que comercia con la gu erra , los colonialistas y los capita li stas-. La propaga nd a de G oebbels m entía deliberadamente v era a menudo incongruente, mi entra s que la propaganda comunista es en g eneral, a la luz de su doct rina, ve rdadera - son sus inte rpretaciones más que sus hechos lo que repele a alg un os- . La fe comunista es una rel igió n secula r que tiene su doct rina y sus lib ros sagra d os, su gru p o de suri, os sace rd otes que interpretan la d octrina según las necesida des del mome nt o, sus héroes y sus herejes (dogmáticos y rev is ionistas, fo rmali stas y o bjeri vis tas, trosrs ki scas, ere.), y su poder para castiga r a los que sostie nen creencias falsas (poder que se e jerció en los prim eros tiempos ·de la fo rma má s bárbara ). Se pe rsig ue a la reli g ió n, como baj o los naz is, aunque de un m odo much o más fer vie nte y dt:cidido, y el d og ma que el comunismo procl ama es el ateísmo. A pesar de que no ex iste nada que sea básicamente irraciona l en el m arxi sm o-leninis mo ni en el mate riali sm o dial éc tico, se ma ntiene de un mo do ir racional y no se permite que los marxistas critiq uen la interpretació n al uso d e su doctrina una vez enunciada. Po r eso, en vez de da r la impresi ó n d e se r razonables, abriéndose a la discusión y co nfiand o en que los resultados de cualquier

Técnica~