San Salvador y sus hombres

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Queda hecho el depósito que marca la ley.

Primera edición Academia Salvadoreña de la Historia Imprenta Nacional San Salvador, 1938 Segunda edición Ministerio de Educación D irección General de Publicaciones San Salvador, 1967

Impreso en los Talleres de la

D irección G eneral

de

P ublicaciones

San Salvador, El Salvador, C. A . 19 6 7

SAN SALVAD O R Y SUS HOMBRES

M INISTERIO DE EDUCACION DIRECCION GENERAL DE P U B L IC A C IO N E S SAN SALVADOR, EL SALVADOR. C. A.

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NOTA EDITORIAL

Con la segunda edición de SAN SALVADOR Y SUS HOMBRES, el Ministerio de Educación cumple un triple objetivo: 1° Pone en manos de los estudiosos una fuente de datos que, ago­ tada la edición anterior, se habían hecho difíciles de encontrar; 2? Rendir tributo de reconocimiento a la Academia Salvadoreña de la Historia, correspondiente de la Española, por haber realizado la iniciativa feliz de una primera edición; 3° Rendir homenaje a los dieciséis miembros de la Academia — la mayoría desaparecidos— que se anotan al final de la obra con­ form e al original de la primera edición. La historia, en sí misma, es lección permanente para las genera­ ciones posteriores a las de quienes intervinieron en los sucesos que ella recoge y ordena. Las grandes culturas de la humanidad se han servido de la historia — narrada a veces en el ambiente familiar con un sabor heroico— para ligar en forma indisoluble a las generaciones jóvenes con la experiencia de las generaciones adultas e integrarlas así en una unidad espiritual orientada hacia un común destino. Si el estudio de la historia nos lleva a tomar contacto con el más remoto o el más próximo pasado, la marcha dentro de su proceso nos permitirá rastrear, hasta dar con ellas, las bases de nuestra nacionali­ dad y la razón de ser — con su carácter relativo— de nuestras insti­ tuciones.

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En las palabras iniciales, el Dr. Manuel Castro Ramírez esboza el sentido del plan de SAN SALVADOR Y SUS HOMBRES: “ Por las páginas de este libro desfilarán hombres y acontecimien­ tos, unidos en conjunción armoniosa, marcando así el desarrollo evo­ lutivo de la histórica ciudad, desde la lejana época colonial hasta los tiempos modernos Si la vida del hombre es objeto de la historia, SAN SALVADOR Y SUS HOMBRES nos presenta un conjunto de vidas relevantes, llenas de contenido espiritual para proyectarse con su ejemplo más allá de los límites de su vida biológica. Las vidas que recoge esta obra son vidas que siguen viviendo en motivaciones ejemplares por sobre la muerte de la base corporal que les dio albergue. Esta ha de ser la lección de la historia: búsqueda de la perennidad dentro de la contingencia. SAN SALVADOR Y SUS HOMBRES debe cumplir el objetivo de una historia dinámica: servir de ejemplo para mejorar.

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— Los pueblos se enlazan con la muerte el día en que se divorcian de su historia.

HOMENAJE A SAN SALVADOR

La ciudad capital de la República — el rostro de la Patria— re­ clama el homenaje de la publicación de este libro, preparado paciente­ mente por la ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA HISTORIA, y auspiciado por el Poder Ejecutivo. San Salvador ostentará siempre dos títulos indiscutibles al respeto y gratitud de Centroamérica: hijos suyos lanzaron el primer grito emancipador, y haber sido luz y fuerza para defender con su sangre el espíritu democrático, en el cual se asienta la nacionalidad. Por las páginas de este libro desfilarán hombres y acontecimien­ tos, unidos en conjunción armoniosa, marcando así el desarrollo evo­ lutivo de la histórica ciudad, desde la lejana época colonial hasta los tiempos modernos. Quiere la ACADEMIA contribuir con esquemas biográficos al estudio crítico-histórico del desenvolvimiento político-social de la Re­ pública, en cuya evolución los hijos de San Salvador, grandes unos, humildes otros, fueron marcando el ritmo de la época en que vivieron. M. C. R.

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PANEGIRICO DE SAN SALVADOR Conferencia dictada por D. Francisco Gavidia en la sesión inaugural de la Academia.— 1929.

No por vana pretensión ni por hacer ostentación de erudito, traigo hoy a vuestro recuerdo el “ Panegírico de Atenas” . También, aunque toda ciudad hallaría medios retóricos para establecer y traer a pro­ pósito de sus fastos, relaciones con los de la ciudad clásica, parecerá en más de los casos una fraseología campanuda. Se haría, para el caso, del gran Diego de Alvarado (empleando el término grande como Cervantes en el sentido que tenía en el siglo XVII, de muy bueno y espectable), y de Diego Holguín, fundadores de ciudades, como Cécrops, emigrante egipcio, fundando al Aréopago y dictando las primeras leyes; y serían nuestros Alcaldes Mayores, como Pandión, Erectheo y Teseo, organiza­ dores y maestros de religión y agricultura, costumbres y gobierno. Serían las estribaciones y alturas del barrio que llamaríamos demos de San Jacinto, del Lamatepec, llamadas la Acrópolis; el puerto de La Libertad, el Píreo; Arzú, cuya tropa incendió los alrededores y pueblos vecinos, sería el Xerjes que hizo lo mismo en la ciudad helena. Serían guerras médicas las de la Monarquía Americana y del Imperio; y nuestros proceres tendrían que luchar con el tópico de grandes cele­ bridades, dándoles según su virtud saliente, el puesto de Temístocles, Arístides, Simón o Pericles. La Guerra Civil, que por una fatalidad formada de los errores de los partidos, siguió a los mejores días de nuestra historia, sería la del Peloponeso, y de este modo continuando el paralelo, si prueba que hay semejanzas que en la Historia se repiten y radican en sus mismas leyes, borraría las cualidades propias, la fuente más abundante y profunda de emoción y de verdad que supone la vida

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de una entidad humana, como es la ciudad, cuyo elogio, si merece un panegírico, intentamos. El célebre discurso cuyo título “ el panegírico de Atenas” , me ha sugerido el de este deslucido y humilde trabajo, es la obra maestra de Isócrates: lo había meditado y repulido por espacio de ocho años y en él intentó llevar a la promesa una rítmica semejante a la de la Poesía. Sin detenernos a considerar esta labor de estilista, digamos que la vida de la famosa y gran ciudad está bosquejada de mano maestra, que sus juicios históricos serían los de un gran historiador moderno, y al adop­ tar la inspiración del hermoso tema — el panegírico de una ciudad ilustre— , lamentemos que habiendo sido su objeto aconsejar la guerra y aceptar la alianza de enemigos poderosos, cuando el orador vio a la Grecia sojuzgada por éstos, contra lo que él predijera, se dejó morir de hambre. Tendré, pues, yo, al imitar tan grande ejemplo, el seguir en la historia lo que más parece revelar el designio providencial sobre las na­ ciones, y si esto puede hacerse en el asunto que es tema o sustancia de este discurso, demás está deciros toda la importancia que el mismo asunto supone: Brasseur de Bourbourg, describe así esta comarca: “ Llanuras magníficas se escalonaban en terrazas inmensas, desde las orillas del Océano Pacífico hasta la base de los volcanes de Chingo, de Cuzcatlán, y de Xilopango, bañadas de innumerables arroyos, ofre­ ciendo, en un espacio de doce a quince leguas, las más variadas pro­ ducciones. Estas ventajas no podrían dejar de llamar la atención de los proscritos de Soconusco. . . Los de la tribu llamada después de los pipiles seducidos por los atractivos del lugar y las riquezas que el suelo fecundo extendía espontáneamente a sus miradas, anunciaron a los demás su intención de no ir más lejos; y éstos que eran como la mitad del éxodo, continuaron su peregrinación y no se detuvieron por fin, sino en las tierras que se extienden al norte y al oeste del golfo de Conchagua.. . ” Toda la bella comarca era compendiada por Cuzcatlán, que ejercía la hegemonía. La tradición india de tal poder está recogida en el ca­ pítulo 37, libro III, de la “ Monarquía Indiana” , de Torquemada, a quien Brasseur resume en estas palabras: “ Cuzcatlán, célebre por las riquezas y el poderío de sus Prínci­ pes” . Testimonio y cifra de su espíritu es el Peñón, fortaleza o tenanco labrado de una piedra en una sola roca, que domina la avenida que

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da al mar en el vecino puerto, escoltada de túmulos cónicos, corona­ dos de piedras enormes. La silueta es de una majestad típica. El Padre Las Casas habla del obsequio de 3.000 cargas de hachas de oro bajo, enviado al conquistador. Y o he visto en una colección una estatuita de un metal artístico, entre latón y bronce, y que dice bien con la maestría del modelado. Toda la expedición de Alvarado fue alojada en un solo Palacio, como los de México, a fin de conocer al enemigo, rehuir las cargas de caballería y hacer la guerra de montaña que les dio la victo­ ria. La huerta de cacao de los Izalcos, el año que el Oidor Palacios fue interventor para recibir el quinto del rey, produjo 500.000 castellanos o pesos de oro, que equivalen a más de cinco millones de pesos fuertes. La significación de Cuzcatlán pasó a la provincia y ciudad de San Sal­ vador, que es designada para los cronistas con los dos nombres de modo indistinto. En nuestro tiempo los estudios históricos han llegado a establecer la unidad de la historia y tradiciones de Cuzcatlán y la raza cuyo empo­ rio llegó a ser con la Tlapallán y las emigraciones civilizadoras, enri­ queciendo su literatura, con tradiciones como la de toda la mitología de la Estrella de la Mañana y los héroes de ese nombre; con los calenda­ rios, el injerto del maíz y del bálsamo, el cultivo del cacao en Soco­ nusco e Izalco, y una filología pintoresca. En la guerra de la conquista, cuya duración es de varios años, la ciudad, como se ha dicho con acierto, pudo ser un campamento; pues no sólo en La Bermuda y en San Salvador, aparece el centro del go­ bierno regional: se halla en las historias que Diego de Alvarado gober­ nó cierto tiempo desde Acajutla. De éste, Justicia Mayor y Teniente de Gobernador, dice el gran poeta historiógrafo Manuel José Quintana, que en medio de los horro­ res de la conquista y de los fieros caracteres de los hombres de la época, se reconcilia el lector con la especie humana, contemplando las prendas morales de Diego de Alvarado. No debe dudarse, pues, que este tipo de ciudadano debió formar en mucha parte el San Salvador co­ lonial. Sus habitantes estuvieron en contacto con él en las conquistas de Yerapaz y Olancho, donde fundó a San Jorge de Olanchito, nombre este con que él honraba a su sobrino Jorge; y después, en el paso de los Andes, que Diego verificó con tino admirable, sin dejarlo sembrado de millares de víctimas como sucedió al ejército que seguía la van­ guardia de su mando. Guerrearon con él en todas las expediciones en que tomó parte en la América del Sur, y, como la navegación del Pa-

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cífico era frecuente, debido a la flota construida en los puertos de Centro América, y muchos de los que fueron al Perú con Diego y des­ pués con el Mariscal Alonso de Alvarado deben haber regresado a San Salvador, y como no dejarían de pensar en traer algunas alpacas, vicu­ ñas, llamas y guanacos, de los Andes, esto explicaría el sobrenombre de “ guanacos” que se dio a los habitantes de la nueva colonia. Imaginemos a la ciudad ya fundada, tras largos años de guerra y ya en el valle que, según la expresión de Brasseur, parece una de las llanuras de la tierra de promisión de la Biblia. Decimos tras largos años de guerra porque además de los Alvarado y de Holguín hubo expediciones de Ronquillo, de López y otros; y porque no habiendo sido los primeros capitanes sino los subalternos los jefes de expedición, que suelen ser los más crueles, los cronistas, no refieren sus hechos, en lo cual compartimos la suerte de los heroicos mayas que siendo en todo mejores que los otros pueblos, por esto sólo, han sido pospuestos o su­ mergidos en el olvido. Porque ¿no es muy extraño que Copán tan ilustre en la arqueología no haya merecido en la historia los honores de Tlaxcala? El autor del lienzo de Tlaxcala, que apenas pone el nombre de Cuzcatlán, no pudo privarse de la satisfacción de acompañar este nom­ bre con una cabeza de indio coronada de laureles. Y los que al fin se establecieron como ciudadanos de la villa de San Salvador pudieron decir interiormente: ¡Tantae molis eral romanam condere gentes! ¡Tan costosa empresa era la fundación de la ciudad romana! Y es el pensar en todo esto, cuando toman interés cosas insignifi­ cantes, por sólo el hecho de pertenecer a la nueva ciudad, que anuncia por los dolores del alumbramiento sus no comunes destinos. Así, las primeras casas provisionales, que, por amor del agua, buscaron las orillas del río, se llamaron después por mucho tiempo “ LA ALDEA” . En las mismas orillas del río se establecieron “ las moliendas” , destinadas a destruir la vasta industria maya de las abejas. Pero el emplazamiento de la ciudad en la meseta que se extiende en el centro del valle, meseta que puede contener más del doble de la población actual, se dispuso, desde luego y los lugares históricos fue­ ron, por decirlo así, designados, por la topografía del valle. La institución municipal daría nombre a lo que se llamó “ LA REPUBLICA” y que estaba cerrado por el contorno de la plaza real o plaza mayor. El que se dirigía a ese lugar, viniendo del Sur, es decir

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de “ La Aldea” , o viniendo del Norte, es decir, de lo que el padre Gage, oyó que llamaban “ los montes Chontales” , si era preguntado por algún conocido: — A dónde vas? — contestaba: — Voy a la República. Pala­ bras proféticas: pues en San Salvador, ya desde entonces, “ se iba a la República” . Los efectos de colores diversos hechos con el papel cortado a tijera en Corpus, son ya citados por el cronista Vásquez, que dice que de tal ornamentación se formaban en las calles tres naves, como las de un templo. Fue por entonces, Vásquez, predicador. De mucha trascendencia sería para el rey que la provincia de Cuzcatlán, y así lo refería al mismo Rey el Obispo Valdivieso de Ni­ caragua, daba en la enorme renta del quinto del rey de la huerta de cacao de los Izalcos, de que antes se ha tratado, con qué atender a los gastos de la Capitanía General y Presidencia de la Audiencia del Reino (hoy Centro Am érica), lamentando que pasase todo lo contrario en su diócesis. Esto quizá explica que la ciudad de San Salvador, usase las armas del rey, que no le había dado escudo como hacía con toda nueva ciudad y título que concedía aun a los particulares y aun a los pobres indios. La huerta de cacao tenía dos leguas en cuadro; y el Oidor Palacios para quitarle tuvo que contar su cosecha grano a grano y xiquipil por xiquipil. Los productos de la región, el añil, la grana, el bálsamo, el maíz hicieron llevaderas esas catástrofes como la de la erupción vol­ cánica que destruyó la célebre plantación que sostuvo el edificio todo político, administrativo y judicial de un reino. De la fiesta de agosto me parece ocioso hablar: puede que haya llegado hasta nuestros días sin modificar poco ni mucho sus caracteres. Los lincamientos de esta ciudad antigua a los ojos del artista y de una verdadera poesía, no son insignificantes: la casa que Pedro de Alvarado hizo en México, de cuatro torres en las cuatro esquinas, y que excitó los celos de las autoridades; el Palacio de Cortés en Cuernavaca, que al servicio, hoy día de la Administración, se conserva como un ejemplar del nuevo arte americano; los arcos plenos que apartándose del gótico y morisco que tanto monumento incomparable han sembrado en España, recuerdan en las ruinas coloniales, por ejemplo, las de la Antigua, el arte romano de puentes, acueductos, anfiteatros y panteo­ nes, arquitectura de algunas ruinas españolas que puede llamarse ro­ mánica, para distinguirla de la gótica, que le sigue en el orden del tiempo y de la historia. Estos son los restos de la arquitectura de aque-

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lia época y ellos nos dan los lincamientos con que nuestra ciudad anti­ gua se ofrecerá al pintor escenógrafo que la llame del olvido a los conjuros de la Poesía. Las leyes son causas generales, y sus efectos cuando no estén verifi­ cados, son por lo menos muy probables. Las leyes de Indias y todas las cédulas reales son la evocación, a veces dolorosa, de la vida de todas las ciudades de América. Así, no pecamos de temerarios si su­ ponemos descontento y tumulto en San Salvador cuando un extranjero como el Ministro Príncipe de Esquilache, mandó suprimir cosa tan es­ pañola como era el uso de la capa. La disposición contra las tapadas pudo alcanzar no sólo las tapa­ das de Lima: nuestro futuro novelista tendrá el derecho de hacer des­ lizarse por los portales de la que fue nuestra plaza real, una tapada. Mas la condición de lo que se llamaba “ castas” , ha dejado recuerdo de sus protestas vehementes: los esclavos de San Salvador su­ blevados, dieron muerte a Osegueda en 1624, y el castigo que recayó en los matadores fue un acto memorable del Alcalde Mayor Don Pedro Aguilar Lasso de la Vega. *

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En todo el tiempo de la colonia, San Salvador gozó de crédito por sus productos, de consideración por cierta grandeza, auge y cultura que le venía de la buena sociedad de sus fundadores; pero también se distinguió por cierto espíritu autonómico; y esto puede explicarse por la displicencia de pagar los impuestos y contribuciones que su famosa producción le ocasionaba; puede explicarse como herencia de las gue­ rras en que se diferenciaban la raza maya-tulteca y la maya-quiché, y que habían durado a través de los siglos; puede explicarse, en fin, por el amor a la libertad, propio del espíritu humano; pero que en nuestra ciudad fue cualidad saliente hasta caracterizarla de un modo que se ha hecho histórico. Esto da realce a un pormenor pintoresco de la vida colonial: el bando mayor. Al sonar la campana de la Alcaldía Mayor, acudían los hidalgos, a quienes estaban encomendadas las armas. Es famoso el caso de un Gobernador de provincia que se apellidaba Ocón y Trujillo, el cual había tocado en dos veces la campana a bando mayor, porque creyó que invadían la ciudad los piratas, resultando en ambas que no eran fundados sus temores, y la tercera vez cuando llamó a los hidalgos, no fue creído ni atendido, haciendo sus alarmas un

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asunto de risa, siendo cierto esta vez tercera que los piratas habían en­ trado a la ciudad, la cual fue sin piedad incendiada y robada. En San Salvador hubo un Alcalde a quien cobró ojeriza la Capi­ tanía General: ésta envióle un sustituto que le hiciese rendir cuentas que no debía, y que al hacerlo llamar, con gran sorpresa, vio al resi­ denciado tocar la campana llamando a bando mayor; alzarse sobre él las toledanas de los hidalgos y ser él propio, puesto a caballo y reenvia­ do al Capitán General y Presidente de Audiencia. Cierto humorismo se ha apoderado con mucha elegancia, de esta faz anecdótica de la historia en América. No basta él, sin embargo, en los asuntos históricos, que son propiamente épicos. * *

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Un solo hecho, daría a San Salvador ciertamente derecho a que se le tase con tal noble medida. Sin embargo — como puede también que ocurra en la historia de otros pueblos— , no son los hechos más grandes los que más repite la historia común, ni más se celebran en las fiestas que llamaremos de rúbrica, aunque éstos tengan su valor especial. Así, en los anales de San Salvador, es hermoso, que, descubier­ tos los trabajos por la independencia, y en prisión el procer Manuel Aguilar, vehemente orador, la ciudad se levanta en armas, a la voz de José Matías Delgado, y lo pone en libertad, invitando en seguida a todas las provincias a declararse en una autonomía provisional. Tal fue 1811. Es hermosa la práctica de las reformas democráticas de la Cons­ titución de Cádiz, encabezada por el C. Juan Manuel Rodríguez, y la revolución que origina y que tiene el mismo fin que la precedente de 1811. Tal fue 1814. La transacción o especie de armisticio político entre independien­ tes, monárquicos constitucionales y absolutistas, que firmaron todos ellos el 15 de septiembre, es de no escaso valor. Y tal es el 22 de sep­ tiembre de 1821 en que se juró en San Salvador el Acta famosa. Pero hay algo más emocionante, más trascendental y de más con­ secuencias históricas: fue el cabildo abierto — prominente entre tantos cabildos abiertos, verdaderamente gloriosos en ese tiempo— de 11 de enero de 1822; en él se declaró El Salvador independiente a fin de pro-

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clamar la República, desafiando no sólo el poder de México y Gua­ temala, sino de todos los imperialistas y monárquicos del mismo Centro de América. Esa acta está subrayada en la historia por dos sitios y muchos combates; su resultado en la historia de las instituciones del Nuevo Mundo es materia de estudio muy extenso. Un distinguido diplomático que se sienta en las filas de este ilustrado auditorio, ha dicho que las virtudes desplegadas por El Sal­ vador, en situaciones como la indicada, son herencia de los caracteres que formaron a América — los de Colón e Isabel la Católica. Alto y merecido es tan bello elogio. Yo señalaré al trabajo ético de nuestras letras y nuestra ciencia, afirmar y sostener siempre esas antiguas virtudes: la orientación al bien: la firme doctrina: el empleo de la fuerza, rebosante de justicia y de derecho, en el último caso; la prudencia, la fe inquebrantable en la asecución de fines siempre elevados. Mas no todo ha de ser satisfactorio, y de un centenario de la ciu­ dad, objeto de tal panegírico, si el extranjero preguntase: — ¿Dónde están los restos, dónde están los huesos de esos proceres, cuyas cualidades deben ser objeto de estudio para todo el mundo? Que­ remos depositar las coronas que merecen sobre el monumento o el templo que debe ser su tumba. Ella debe ostentar los símbolos reales de sus ideas, de su ejemplo, de sus virtudes y de su gloria. Nuestra respuesta sería: — Esta ciudad ha vivido más para sufrir que para pensar en la propia gloria y en sus propios hechos: guerras fratricidas innumerables la han probado sólo en el cumplimiento de su deber y su destino; no le ha sido dado sonreír ante la escultura que nos dé la sensación elevada de su entidad moral: y en medio de tanto dolor, que ha agravado la misma naturaleza móvil de su suelo, no ha podido ver dónde cayeron las más preclaras figuras de su historia; por eso, extranjero, hasta ahora, nuestros más grandes ciudadanos sólo hallaron la fosa del soldado desconocido. F r a n c is c o G a v id ia .

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JU A N DE DIOS DEL CID Nació en la Provincia de San Salvador — en esta ciudad— y murió a los sesenta y siete años, en 1683.

De una de las Españas llegaron a esta ciudad poco antes del año 1590 don Diego de Paz y don Diego del Cid Hernández, aquél en ca­ lidad de Alcalde Mayor y éste con un cargo que ignoro. Diego del Cid aquí contrajo matrimonio con doña Juana de Arévalo (probablemente descendiente de los Arévalos fundadores de San Salvador) con la que hubo, en diciembre de 1606, aquí en San Salvador, un hijo, el que la historia conoce con el nombre de JUAN DE DIOS DEL CID. De Juan de Dios del Cid no sabemos nada de su niñez ni su prime­ ra juventud; pero la obra realizada por él en aquellos tiempos a me­ diados de la Edad Media de América, nos obliga a pensar en la noble acción de su hogar y del medio social que llegó a hacer de él el autor de “ la primera imprenta que se fabricó en el Nuevo Mundo” . Dejando entre paréntesis los primeros años de la vida de del Cid salvadoreño, debemos hacer mención al hecho cierto de que en su tiem­ po y en su medio fue un literato distinguido, pues sus composiciones en verso deleitaban a la sociedad salvadoreña, como se ve por la crónica de la ruidosa fiesta del 1? de enero de 1647, dada por el Alcalde Mayor don Antonio Justiniano Chavarri, “ con ceremonias dignas de ser narradas” . Pero al mismo tiempo que cultivaba las letras Juan de Dios del Cid, cultivaba el jiquilite y el algodón, fabricaba añil, y tenía telares al sur de San Salvador, y estudiaba la mejor manera de elaborar aquél al mismo tiempo que introducía mejoras en los telares y difundía sus conocimientos; después se hizo fraile franciscano.

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Su “ tratado indicante de la buena hechura del hilo y del tejido” indica su labor en pro de esta industria, una de las más importantes aquí en aquellos tiempos. Su obra “ El Puntero apuntado con apuntes breves” , destinados a enseñar el modo preciso para dar el punto al añil, conocimiento enton­ ces de vital importancia, ya que el país estaba lleno de obrajes, revela los conocimientos prácticos del autor y su interés en darlos a conocer a sus paisanos para que prepararan el añil de la mejor manera. Del Cid, pues, no se contentó con acumular conocimientos para sí: los puso en práctica y escribió tratados en beneficio de los demás; pero en su tiempo no había en este Reino imprenta alguna y ¿cómo hacer para imprimir esos tratados industriales y sus composiciones poéticas y religiosas? Una obra que no se publica es casi inútil. Si no hay imprenta, se dijo del Cid, hagámosla; no hay tipo?, grabémoslo; no hay tinta? fabriquémosla, y ese cerebro poderoso que no podía conjugar sino con hechos el verbo hacer, puso mano a la obra; fabricó una prensa tipográfica, grabó los tipos, hizo la tinta e imprimió sus obras; y si no hubiera encontrado el papel necesario para ello, lo habría fabricado también. Tal era su voluntad, su inteligencia y su saber. Esa fue la primera imprenta que se fabricó en América, pues las pocas que habían entonces en el Nuevo Mundo habían sido traídas de la Vieja Europa, y no debemos olvidar que esa primera imprenta del Mundo Colombino, fue hecha aquí, en San Salvador, por Juan de Dios del Cid, y que en ella vio la luz “ El Puntero” en 1647, antes de que hu­ bieran traído la primera imprenta al Reino de Guatemala. A sus títulos de agricultor, industrial, hombre de ciencia y lite­ rato, y luego de fraile franciscano, del Cid, pues, habíase agregado otro, quizá el más grande, el de “ creador de la imprenta en América” . Tal era ese hijo de esta ciudad salvadoreña. Pero ese genio, ese hombre que de nada hizo surgir la imprenta en este apartado rincón del Nuevo Mundo, tenía que ceder al peso de sus años y de sus esfuerzos. Desde una edad relativamente joven, de unos cuarenta años, había ingresado al Convento de San Francisco, que entonces estaba en donde hoy se eleva el cuartel vecino a la Casa Pre­ sidencial; allí fabricó la imprenta y allí pasó los últimos años de su vida ese hombre — cerebro, corazón y brazo— , cuya vida fue un pe-

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renne modelo de virtudes; y allí, en el Convento de San Francisco, murió, al fin, el noble anciano, querido y estimado de todos, en las postrimerías del siglo X VII, a la edad de 77 años en 1683. Jo rge

Lardé.

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EL PUNTERO

El Prólogo de “ El Puntero” , obra de Juan de Dios del Cid, dice así: “ Navegar en mar que ninguno ha surcado, temeridad es, que sólo se quedó para Jasón, Príncipe de los Náuticos, cuando quiso llevarse la gloria de conquistador del vellocino de oro; en cuya navegación, con variedad de rumbos, se le ofrecieron varias borrascas, muchas tormen­ tas y diversos trabajos. Como caminar por senda que otro no ha pisado, arrojo es que sólo se conservó para Moisés, caudillo de Israel, huyendo de Faraón por el desierto con todo el Pueblo de Dios, en cuyo viaje se le previnieron tales malezas, espinas y contradiciones, que se entretuvo cuarenta años, sin conseguir el fin, hasta dar la vida en la cima del Monte Nevo. Este arrojo y aquella temeridad es lo que yo emprendo en este breve tratado de la tinta añil, o tinta anual, y de su prodigiosa fábrica, pues ninguno hasta ahora ha surcado este lago, ni caminado por esta senda, porque ninguno ha escrito sobre tal materia; y muy bien sé, que saliendo a público teatro, este mi pequeño tratado, me amenazan, como a Jasón y a Moisés, borrascas de contradiciones, tor­ mentas de varios pareceres, espinas y malezas de rígidas censuras, ori­ ginado todo de haber en esta facultad de hacer tinta añil muchos sabios y doctores: unos que lo son y otros que lo presumen; y cada uno dará su voto, unos abonando y otros reprobando; unos poniéndole y otros quitándole; unos asintiendo a mis dictámenes y otros contradiciendo mis opiniones: de todo habrá. Tot censores quot lectores” .

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FRAY DIEGO JOSE FUENTE

“ Fuente, es natural de la ciudad de San Salvador de Guatemala, lector jubilado, padre y custodio de la provincia de franciscanos del Santísimo Nombre de Jesús. “ Estuvo en España con el cargo de procurador y volvió a su patria honrado con el oficio de Comisario General de las provincias la N. E. y Filipinas. Mas, antes de tomar posesión, murió en el Convento de San Diego de México, a 18 de septiembre de 1742. “ El Cabildo Metropolitano le hizo los oficios sepulcrales con mag­ nificencia” . A estos datos consignados por Beristain, añadiremos que Fuente leyó las cátedras de Filosofía y Teología hasta jubilarse; y que fue guardián de las primeras casas de su provincia. Pasó a España en 1728, al capítulo general de su orden que se celebró en Milán en 1729, nombrado por Procurador de toda su Re­ ligión de Indias. El P. Fuente publicó en España dos memoriales que hemos des­ crito bajo los números 7139 y 7140 de nuestra biblioteca hispano­ americana. Léase el párrafo necrológico que le dedicó la Gazeta de México de 1742: “ Al finalizar el 17 (de septiembre) falleció a los 56 años de su edad, en el Convento principal de la provincia de San Diego de reli­ giosos franciscanos descalzos, el reverendísimo padre jubilado Fray Diego Joseph de la Fuente, natural de padres notoriamente nobles del

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reino de Guatemala, calificador del Santo Oficio, padre de su Santa Provincia del Santísimo Nombre de Jesús, ex-procurador general de todas las Indias Occidentales, electo comisario general de las de estos reinos, honra de su patria, crédito de la nación, rememorador de be­ neméritos, amante de la paz, asilo de desvalidos, fomento de aplicados: su muerte se ha sentido tanto en esta corte, cuanto las bien acertadas esperanzas de acertado gobierno y demás estimables, raras, relevantes prendas, virtud, literatura, prudencia, humildad, pobreza, desinterés, constancia, inmutabilidad, etc., pedían y demandaban: diósele sepul­ tura en el Convento principal de la Observancia, haciendo sus oficios el Venerable Cabildo de esta Metropolitana, asistiendo el Noble Ayun­ tamiento, Prelados y sus Comunidades” . Publicó “ El Abraham de la Gracia” . J. T.

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M e d in a .

CANONIGO DOCTOR BERNARDO MARTINEZ WALLOP

En las Memorias para la Historia del Antiguo Reino de Guate­ mala, escritas por el Señor Arzobispo Dr. Francisco García Peláez, al referirse al adelanto escolar de un discípulo del doctor y maestro don Bernardo Martínez, dice lo siguiente respecto al último: “ Este ilustrado sacerdote, natural de San Salvador, casi en la flor de sus años, se ve justamente condecorado con cuatro borlas obte­ nidas en esta Universidad. Mas pudo haberse dicho aplicando a ellas y recordando lo que Solórzano — Libro 2, capítulo 3— refiere de Fray Francisco Naranjo, antiguo dominicano de la provincia de México, quien sobre otras virtudes, letras y buenas partes, sabía de memoria, dice, todas las de Santo Tomás, y de ello se hizo experiencia en la Universidad, abriéndoselas de repente y oyéndole continuar a la letra las que le comenzaban a preguntar. Así habría el doctor Martínez continuado aperturas de Melchor Cano, Pedro Lombardo y otros” . No puede ser más cumplido el elogio, ni más hermoso, viniendo de escritor tan docto como el señor García Peláez. El doctor Martínez nació en San Salvador, del matrimonio de don Bernardo Martínez y doña Teresa Wallop, y recibió su educación en Guatemala. Se doctoró en Teología en 1790; en Derecho Canónico en 1796; en Derecho Civil en 1798 y en Filosofía en 1801. Se dedicó especial­ mente a la enseñanza de la juventud y dejó numerosos discípulos.

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Desempeñó entre otros cargos eclesiásticos el de Canónigo de la Catedral de Guatemala. Por obra de las ideas entonces reinantes, fue Comisario de la Inquisición, lo cual ha valido que algún historiador le llame el “ Te­ rrible” , olvidándose de que el eclipse de la libertad era general en América y de que a los hombres, sobre todo eclesiásticos, no les era dable cambiar aquel escenario. Extinguido el Tribunal de la Inquisición en Guatemala, el Canóni­ go Martínez entregó por inventario el Archivo, durante el mes de julio de 1820, y entre los documentos de que dio cuenta aparece que hasta el propio Arzobispo Casaus había sido encausado. Ahí aparece también la curiosa sentencia contra Manuel Azañudo, porque “ en el pueblo llama­ do Santo Domingo de los Isidros, distante cuatro leguas de la villa de San Vicente, había dicho misa y confesado a varios penitentes” sin haber estado ordenado de sacerdote. Todo era rigor y exageración en aquellas épocas. Para compro­ barlo véase la exposición que tuvo que presentar el procer sansalvadoreño don Juan Manuel Rodríguez: “ S. P. V. G. Juan Manuel Rodríguez, de este vecindario a V. S. digo: que en tiempo de la llamada Inquisición, quitaron a doña Dominga Durán varios libros, de paso por la Garita de Pínula. Yo prescindo del carácter del hecho, por reducirme al reclamo único de los libros, que no estaban prohibidos. Habiéndose restablecido el sistema Constitucional y la franquicia de portar libros, solicitó don Clemente Padilla, marido de dicha señora que se le devolviesen los libros que se le habían quitado, uno de los cuales son míos, de la obrita Carolina, que tiene en la portada el nombre de doña Encarna­ ción Gutiérrez, de quien los hube y los que reclamé sin efecto, al señor Inquisidor D. Bernardo Martínez, manifestándole no estar prohibido. Habiéndome facultado dicha señora doña Dominga y su marido, para que reclame de nuevo los libros suyos míos y habiéndose pa­ sado demasiado tiempo después que debían de haberse restituido A. V. S. I. suplico que en virtud de este memorial se sirva mandar que en el día se entreguen los libros, con arreglo a la nota inserta en el escrito de Padilla, que reproduzco con la protesta que haya lugar. Guatemala, marzo 23 de 1821. Juan Manuel Rodríguez” .

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Siempre amante de la libertad, el benemérito procer sansalvadoreño, quien en los albores de la Independencia, agitaba en Guatemala, el bendito ideal! C. J.

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JOSE MATIAS DELGADO (1832— 12 DE NOVIEMBRE— 1932)

El descubrimiento de América es uno de los hechos más porten­ tosos de la historia humana; y la noble y generosa España que en el decir oriental es templada y dulce como el Yemén, abundante en flores y aromas como la India, supo con mano fuerte y alma levantada cerrar el período medioeval y entregar un mundo nuevo a las labores de la civilización moderna, que han traído un hermoso florecimiento de los espíritus y un sorprendente desarrollo de las sociedades. Al hecho sin par del descubrimiento siguió la obra grandiosa de la conquista que, sobrepasando los lindes de fantástica leyenda, con la redentora cruz del misionero y la espada centelleante del soldado, res­ cató de la barbarie a un grupo de pueblos que hoy son elemento de progreso y de cultura, emporio de los prodigios de la ciencia, de las maravillas de la industria y de los milagros del arte. Mas esa obra aún no estaba terminada y en el transcurrir de los años el sol magnífico de la libertad había de iluminar el camino a los países centroamericanos para que llegaran a la cima de sus glo­ riosos destinos. El espíritu democrático que se había manifestado victorioso en las prósperas colonias inglesas de aquende el Atlántico, rompiendo las cadenas que las ataban a su metrópoli, combatió en Francia el poder absoluto de los monarcas y más pujante aún volvió de las costas euro­ peas a las playas de las colonias españolas, que a su vez en cien com­ bates en que héroes lucharon contra héroes pudieron obtener el esplen­ doroso triunfo de sus ansiados ideales.

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Para llevar a feliz término la magna obra de la emancipación política americana surgió un grupo de esclarecidos ciudadanos, de hombres meritísimos que, encendido su espíritu en el amor a la patria, sólo tomaron en cuenta los sacrificios para realizarlos y las dificultades para vencerlas. Entre esos insignes varones que América reverencia y el mundo admira, se destaca con singular relieve el presbítero doctor don José Matías Delgado, paladín de excelsa nombradla y de imperecedera memoria. De noble alcurnia ei'a el doctor Delgado: fue su padre el caballero don Pedro Delgado, perteneciente a hidalga familia del Señorío de Polán en Toledo, y su madre doña María Ana de León, dama de escla­ recido solar y de abolengo salvadoreño, descendía de don Sancho de Barahona, primer Alcalde Ordinario de Guatemala y uno de los que con don Pedro de Alvarado conquistaron gran parte del territorio cen­ troamericano. Deficiente era en Guatemala el estado de la enseñanza en las postrimerías del siglo X V III; y si esto ocurría en la capital del reino ya puede juzgarse cuál sería en una ciudad de provincia, como era San Salvador, en donde nació Delgado el 24 de febrero de 1767. Educado con esmero en la práctica de cristianas doctrinas, al terminar la instrucción primaria fue enviado a Guatemala en donde ingresó al Colegio Seminario, merced a una beca que le fue concedida por el señor Arzobispo Francos y Monroy. En aquel plantel de sólidas enseñanzas y de austeras costumbres se distinguió por su elevada inteligencia, rectitud de carácter y moralidad ejemplar, mereciendo por tan recomendables prendas el aprecio y ca­ riño de sus condiscípulos, los elogios y confianza de sus maestros. Obtenido el grado de bachiller en filosofía, se dedicó a los estu­ dios de teología, derecho civil y canónico, con tan feliz resultado que, debido a sus extensos conocimientos y acrisolada conducta, regentó muchas veces varias cátedras por enfermedad o ausencia de los profe­ sores titulares. Rendidas las pruebas correspondientes, le fue conferido el grado de doctor en derecho y el título de abogado de los tribunales. Habiéndose ordenado de presbítero, obtuvo por oposición el curato de San Salvador, su pueblo natal, que fue lugar en donde residió de asiento y en donde, solícito e infatigable, trabajó por la salud espiritual de su feligresía.

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PRESBITERO DOCTOR JOSE M A T IA S DELGADO,

Benemérito Padre de la Patria.

Como pastor de almas ejerció su apostólico ministerio con dedica­ ción ejemplar y evangélica abnegación; su ardiente caridad con los menesterosos lo hizo desprenderse de su patrimonio familiar, y su celo sacerdotal era tan grande que a él acudían todas las clases sociales en demanda de consejos en sus dificultades, de dirección en sus asuntos, de alivio y refugio en sus necesidades. Dotado de raras virtudes, fue su existencia espejo de honestidad y dechado de pureza. Jamás se atrevió la calumnia a manchar aquella fama, que se alzaba triunfante al grado que era de todos admirada y hasta por sus adversarios reconocida. Tal ascendiente ejercía entre sus conterráneos, y tanta autoridad les merecía su juicio, que la decisión suya era tenida y aceptada como fallo inapelable. Rasgos característicos en él, además de su pureza de costumbres y de su acendrada caridad, eran su ardiente patriotismo, su inquebran­ table amor a la libertad y su actividad en pro de la independencia. Su firme resolución y su entereza en lo que respecta a la evolución política de la patria, determinaron su ánimo a laborar empeñosamente por la independencia. Por los años de 1811 aumentaron sus anhelos libertarios, y para realizar éstos se unió con los presbíteros don Nicolás, don Manuel y don Vicente Aguilar, también curas de San Salvador, con don Manuel José Arce, más tarde primer presidente de Centro América, y con otros prominentes ciudadanos, quienes organizaron una insurrección general de los pueblos de la provincia de San Salvador. Todo parecía presagiar el ansiado triunfo; al frente de la cons­ piración estaba Delgado con sus grandes prestigios entre las clases populares, su palabra ardorosa, el raro don de gentes que lo distinguía, su energía nunca agotada y sobre todo la singular influencia de su carácter, que tenía temple de acero toledano. Muchas de las más importantes poblaciones del país estaban pre­ paradas para la revolución; se contaba con la simpatía de algunas provincias del reino; pero a causa de la excusable impaciencia de los conspiradores y del justificado temor de las delaciones, prematuramen­ te se lanzaron a las vías de hecho, aquellos caballeros andantes de la libertad. Presto el éxito vino a coronar los esfuerzos de los patriotas; y en la madrugada del 5 de noviembre de 1811, se apoderaron de las armas y demás elementos bélicos que estaban en los cuarteles; se desconoció la autoridad del intendente español don Antonio Gutiérrez de Ulloa; fue­

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ron destituidos de sus empleos los peninsulares y, desde el Cabildo de San Salvador, el ilustre procer don Manuel José Arce proclamó la in­ dependencia nacional. Aquel primer esfuerzo por nuestra emancipación, aquella hermosa aurora de nuestra autonomía, eran obra del espíritu inmenso de Del­ gado. La oposición de los elementos que simpatizaban con la dominación hispana, frustró temporalmente la magnánima labor de los insurgentes. Enteradas las autoridades de Guatemala de lo ocurrido en San Salvador, enviaron comisiones pacificadoras que creyeron alcanzar su objeto, pues en apariencia se restablecieron el sosiego y la tranquilidad. Se creyó conveniente que Delgado se trasladara a la capital del reino, en donde de seguro sería vigilado con más eficacia; pero aún no habían transcurrido tres años, cuando estalló una nueva insurrección; y todo hace presumir que fue la acción constante del padre Delgado la que de nuevo dio vigoroso impulso a los elementos que revolucionaron en 1814. Radicado en el centro político de la Capitanía General, se man­ tuvo en frecuente comunicación con los salvadoreños y cultivó estrechas relaciones con varios entusiastas opositores del régimen peninsular. Establecida en Guatemala la junta provincial, entró a formar parte de esta notable corporación, integrada por valiosos elementos sociales entre los que se destacaba el notable ciudadano presbítero doctor don José Simeón Cañas, a quien en posteriores años se debió la abolición de la esclavitud en Centroamérica. Varias y inuy importantes fueron las resoluciones que dictó la junta; pero entre ellas, la que más influyó en el orden político y social fue la que excitó al Capitán General don Carlos Urrutia y Montoya a depositar el ejercicio del Gobierno en el sub-inspector del ejército General don Gabino Gainza. El nuevo Capitán General era de tornadiza voluntad y su ánimo estaba pronto a tomar todas aquellas resoluciones que le permitieran continuar al frente del alto empleo que se le había conferido. Conocedor de esto, el padre Delgado hizo que sus correligionarios de San Salva­ dor se dirigieran a Gainza, instándolo a que proclamara la indepen­ dencia, estableciera la República y asumiera el cargo de Presidente de ésta, para lo cual, la rica y populosa provincia se pondría inmediata­ mente a sus órdenes y contribuiría con cuantiosos elementos para llevar a dichoso término tan gran suceso.

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No es aventurado suponer que tan halagüeño ofrecimiento haya tenido mucha parte en inclinar a Gainza a asumir favorable actitud en pro de la independencia. En la reunión celebrada el memorable 15 de septiembre, para discutir sobre tan grave asunto, se formaron dos partidos: el que soste­ nía la conveniencia de un aplazamiento, más o menos dilatado, y el que juzgaba necesario proceder con prontitud y sin poner estropiezos ni condiciones. A este último pertenecía el padre Delgado, y después de interesante discusión se llegó al acuerdo de proclamarla inmediata­ mente. El acta solemne de tan magno acontecimiento lleva entre otras la firma del proto-independiente, doctor Delgado, que en ese inolvi­ dable día, después de heroicos sacrificios y constantes esfuerzos de varios lustros, vio satisfechos sus patrióticos deseos y realizados sus más caros y ardientes propósitos. Con inusitado entusiasmo se recibió en San Salvador tan fausta noticia; y no podía ocurrir de otra suerte, pues justo es recordar que esta provincia, como lo dijo en informe oficial el Capitán General Bustamante y Guerra al Ministerio de Gracia y Justicia de España, fue la primera que se revolucionó en el reino de Guatemala y la primera que alzó el grito de rebelión; la provincia que antes del 15 de septiem­ bre se encontraba en verdadera efervescencia por las dilaciones que se ponían en la metrópoli a la emancipación nacional; la provincia en fin, que inició con gloria, mantuvo con firmeza y defendió con valentía los principios republicanos. Pocos días después de los acontecimientos narrados, ocurrieron graves desavenencias, a causa de las arbitrarias disposiciones que el Intendente don Pedro Barriere dictó contra los independientes, a cuyos cabecillas redujo a prisión y envió escoltados a las cárceles de Gua­ temala. La junta provincial, sabedora de lo ocurrido, determinó enviar al padre Delgado a San Salvador, invistiéndolo de amplias facultades para que con sus luces e influencia restableciera la paz y quietud que estaban notablemente alteradas. Motivo de no pequeño asombro y maravilla es que aquel suceso, al parecer de escasa significación, resultado acaso de la juvenil y ardo­ rosa impaciencia de los unos y de los hábitos inveterados de los otros, tuvo poderosa e incuestionable influencia en todo cuanto ocurrió más

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tarde en el orden político de las que se llamaron Provincias Unidas del Centro de América. Tan pronto como el padre Delgado llegó a San Salvador, separó de sus empleos a varios individuos, que eran manifiestamente hostiles al nuevo orden de cosas; disolvió el cuerpo de voluntarios, que se había conquistado la animadversión por sus despóticos procederes, y convocó al pueblo para la elección de una junta provincial. Organizada e instalada esta junta, de la cual fue presidente el padre Delgado, acordó el aumento de las rentas públicas, la creación de escuelas primarias, y la reorganización de las milicias. Nadie cre­ yera que aquella modesta corporación gubernativa estaba llamada a realizar grandes transformaciones sociales y a ejercer positivo influjo en los destinos de la patria. Por uno de esos enlaces misteriosos que se escapan a toda humana comprensión, el día que se instaló el nuevo organismo administrativo, el General Gainza ponía en conocimiento de la Junta Central de Gua­ temala el oficio en que el General don Agustín Iturbide proponía a los pueblos centroamericanos que se anexaran a México. El partido enemigo de la independencia recibió con el mayor júbi­ lo la excitativa de Iturbide, pues se le presentaba ocasión propicia para conservar los privilegios y favores de que había disfrutado durante la dominación española. Los antiguos realistas principiaron sus trabajos con gran activi­ dad; hicieron que numerosas corporaciones, civiles y eclesiásticas, altos funcionarios y aun personas particulares de elevada posición económi­ ca, enviaran calurosas felicitaciones al Congreso mexicano y al General Iturbide por aquella trascendental resolución, que en su sentir pondría término a nuestras enconadas luchas y traería beneficios sin cuento para estos países. Después de madura deliberación la Junta de Guatemala dispuso que el oficio de Iturbide, junto con un manifiesto de Gainza, se im­ primieran para enviarlos a todos los ayuntamientos, a fin de que en Cabildo Abierto manifestaran si creían o no conveniente la proposición de México. La resolución fue cumplida en lo general; pero por consejo de dos personajes de reconocida influencia, el Capitán General se abstuvo de remitir dichos impresos a las autoridades de San Salvador, pues bien comprendían que aquella provincia que en la época de su gentilidad, en lucha cruenta y desigual, había resistido al conquistador ibero, al

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grado de hacerlo desistir temporalmente de sus trabajos de domina­ ción; que durante el período colonial se mantuvo inquieta y rebelde; que había sido la primera en los intentos de sacudir el yugo extranjero, despreciando la persecución de los déspotas, ofreciendo generosa y magnánima la tranquilidad de sus hogares y la vida de sus hijos, no podía en manera alguna aceptar tan oprobiosa excitativa, que venía a hacer estériles sus esfuerzos de tantos años y baldíos sus mayores sa­ crificios. Conocidas las disposiciones que dictaron las autoridades centrales, el padre Delgado, sin perder punto de tiempo, convocó a la Junta Pro­ vincial y ésta, convencida que la obra de la independencia quedaría destruida con la anexión a México, resolvió rechazarla por antipatrióti­ ca e ilegal y resistir, por cuantos medios estuvieran a su alcance, a la odiosa imposición de un gobernante extraño. Enérgicas comunicaciones se enviaron al Capitán General y a la Junta Gubernativa: en ellas se expusieron los fundamentos jurídicos contrarios a la anexión, los motivos patrióticos que indicaban que tan extraño e inusitado procedimiento era contrario al juramento pres­ tado al proclamar la independencia, prediciendo que tan arbitraria medida haría empuñar las armas a los pueblos y produciría funestos resultados, “ por ser de eterna verdad que cuando el Gobierno rompe el pacto que lo une con los pueblos, pone a éstos en estado de no recono­ cerlo y de constituir otras autoridades que lo dirijan.” Las representaciones expresadas no fueron atendidas y la provin­ cia de San Salvador se levantó en armas para resistir a las fuerzas del General Filísola, enviadas por el Emperador Iturbide para sojuzgar a Centroamérica. Días aciagos, de vicisitudes y congojas fueron aquéllos; pero si el peligro era grande, más grande era la voluntad para conjurarlo. Guatemala y casi la totalidad de las otras provincias aceptaron el Imperio; San Salvador, se opone a la anexión, se niega a ser dócil ins­ trumento de las ambiciones y quereres del invasor; no toma en cuenta sus escasos recursos para la defensa, ni los insuperables obstáculos que se le presentan para hacer valer sus incontestables derechos a la libertad — sólo tiene en mira la grandeza de su ideal y la justicia que lo asiste. En los encuentros bélicos que hubo entre las fuerzas imperiales y las salvadoreñas, éstas, no obstante la superioridad de los invasores, dieron muestra gloriosa de su energía y valor; pero ante los mayores elementos del enemigo y ante la imposible situación de sostenerse, de­

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terminaron, antes que rendirse, marchar a la frontera vecina para alle­ gar los medios de continuar en la lucha. El padre Delgado había obtenido el logro de su propósito al en­ frentarse al Imperio. Esta actitud suya tuvo notable influencia en la caída de Iturbide. Prueba esta aserción lo que dijo el famoso genei'al mexicano Guadalupe Victoria al Coronel Rafael Castillo: “ Tenga us­ ted la satisfacción de que San Salvador ba sido el termómetro de los movimientos de México” . La arrogante y levantada conducta del padre Delgado alcanzó el éxito más lisonjero, y el pronunciamiento de Casamata echó por tierra la ambición de Iturbide. La inquebrantable resolución de Delgado de que se convocara a los pueblos para elegir una Asamblea Constituyente, que organizara la nación centroamericana, tuvo espléndido triunfo mediante la instala­ ción de aquel augusto cuerpo que, con fecha 1° de junio de 1823, pro­ mulgó el decreto por el cual las provincias del antiguo reino de Gua­ temala se declararon independientes de España, de México y de toda otra nación, así del antinguo como del Nuevo Mundo. Tan notable do­ cumento lleva en primer término la firma de Delgado en concepto de Presidente y como testimonio, el más valioso, del reconocimiento na­ cional a los magnos trabajos y excelsos méritos de aquel conspicuo ciudadano. La figura del padre Delgado, engrandecida con los lauros del 5 de noviembre de 1811, después de la resistencia a las pretensiones im­ perialistas se presenta en la cima de la inmortalidad con la aureola de Redentor de la Patria. La inexperiencia de nuestros pueblos, que pasaron de la servidum­ bre del coloniaje a la libertad de la República, trajo la formación de partidos extremistas que muy luego condujeron a la guerra civil a dos importantes estados de la federación centroamericana. Activos fueron los trabajos de Delgado para evitar los horrores de la guerra, incesantes sus empeños para obtener un avenimiento, há­ biles sus procedimientos para alcanzar solución decorosa entre los contendientes; pero sus consejos fueron desatendidos y de sangre her­ mana quedaron empurpuradas las campiñas nacionales. Restablecida la paz, de nuevo volvió el abnegado párroco al ser­ vicio de su feligresía y el preclaro ciudadano al desempeño de la presidencia de la Asamblea Legislativa; y en las funciones de este cargo puso todo interés para que se dictaran importantes leyes y reso­

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luciones que sólo cuidaban del bien del pueblo y del adecuado ejercicio de los organismos administrativos. La incesante y fecunda labor del patricio salvadoreño jamás rindió su ánimo; pero las contrariedades y desengaños, inevitable fruto de las contiendas políticas, los asiduos ataques de sus adversarios y el injus­ tificado desconocimiento de lo noble de sus deseos y de lo alto de sus anhelos, pusieron notas de amargura y velos de tristeza en los días postreros del ilustre Repúblico. A principios de 1832, grave dolencia aquejó al anciano procer. Esmerada asistencia de facultativos y solícitos cuidados de su familia no pudieron contener los avances de la enfermedad; y aunque lacerado su cuerpo por dolores físicos, su espíritu permanecía sereno y su ener­ gía sin merma ni quebranto. Conociendo que su fin estaba próximo, reunió a los prohombres de la ciudad y los hizo jurar que primero aceptarían la muerte antes que ver perdida la libertad de la patria. Recibidos los auxilios espirituales, el glorioso caudillo que había consagrado su existencia al bien de la humanidad y al engrandeci­ miento de su país, expiró en las primeras horas de la noche del 12 de noviembre de 1832. Difundida la fatal noticia, la ciudad entera y los pueblos cir­ cunvecinos en masa acudieron a rendir tributo de respeto, homenaje de admiración y ofrenda de oraciones a los despojos mortales de aquel que los había fortalecido con su consuelo, edificado con sus virtudes y dirigido por el camino de la gloria. Su muerte produjo en los hogares salvadoreños la tristeza de una desgracia personal, la amargura de un dolor propio. Un sentimiento de angustia hizo palpitar el alma del país entero; porque perdía al hombre único, norte de sus ideas y aliento de sus empresas; aquel con quien siempre había de contarse, tanto en los sucesos prósperos y feli­ ces como en los adversos y desgraciados; aquel que con su pueblo sufría, en su pueblo pensaba y por su pueblo llegaba al sacrificio. Jamás ha tenido El Salvador duelo más hondo y sincero; y es que el pueblo, con admirable intuición, supo comprender que el eminente ciudadano amó a la patria con ternura de hijo y que estuvo siempre en su defensa sin sombra de duda, sin hora de desaliento. En blanco ataúd, simbólico recuerdo de su pureza de costumbres, entre lágrimas y sollozos y bajo lluvia de flores, arrojadas al paso

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por manos de niños, fueron llevados aquellos despojos queridos a recibir cristiana sepultura en el presbiterio de su iglesia parroquial. La Asamblea Legislativa, autorizada intérprete del dolor nacio­ nal, acordó celebrarle honras fúnebres por espacio de 10 años, colo­ car su retrato a perpetuidad en el salón de sesiones y condecorarlo con el merecido título de Benemérito Padre de la Patria. Y esa patria que consagró al procer con incontestable populari­ dad, que en vida lo rodeó de respeto y veneración y muerto derramó lágrimas y esparció flores sobre su sepulcro, hoy hace reverdecer éstas en la primavera del recuerdo de aquel que, al poner la piedra angular de nuestra autonomía, enardeció, el valor de los guerreros e inspiró el estro de los vates. Ha transcurrido una centuria del fallecimiento del esclarecido y abnegado patriota que supo encarnar las grandezas cívicas, que con republicano arrojo desafió las iras de un poder tres veces secular y realizó la abnegación suprema del total sacrificio. Los fuertes ataques de sus adversarios sirvieron para acrecentar su personalidad y vigorizar su espíritu; las contradicciones y peligros prestaron mayor firmeza y solidez a sus convicciones y en los anales salvadoreños se destaca como personificación de nuestras glorias y como prez la más alta de nuestra vida institucional. Con méritos tan excelsos, con prendas de tan singular valía, no es posible que las sombras del olvido oculten su figura noble, elevada y majestuosa, ni cubran ese nombre que como foco inextinto arroja torrentes de luz sobre los fastos nacionales. Raro tipo de virtudes públicas y privadas, tallado a lo grande, dio vida a la leyenda y movimiento a la historia y perteneció a esa falange de predestinados que Dios envía a los pueblos para que les señalen las cumbres. Obra de loable patriotismo es el culto de las glorias del pasado, y obra de estricta justicia es perpetuar esas glorias para estímulo y ejemplo de las generaciones venideras. Que Centro América en lápidas conmemorativas esculpa el nom­ bre de su hijo benemérito, mientras El Salvador se enorgullece de él, con vibración emocional de gratitud lo resucita en la serenidad de los mármoles y en la majestad de los bronces; da su nombre a institutos y paseos; lo hace presidir en efigie las juntas de sus academias, la en­ señanza de sus escuelas y las deliberaciones de sus legisladores; y entre

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palmas de inmortalidad pone su recuerdo imperecedero, reconociendo que fue el primero en la independencia y es el primero en el amor de sus conciudadanos. V íc t o r

Je r e z.

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LOS PADRES AGUILARES

Los proceres NICOLAS, VICENTE y MANUEL AGUILAR, her­ manos por la sangre y el patriotismo, y gloriosas figuras republicanas de San Salvador, eran hijos de D. Manuel Aguilar de León, prestigioso capitán de Infantería y de doña Isabel de Bustamante y Naba, señora de alta distinción. D. Nicolás, nació en Tonacatepeque el 16 de diciembre de 1742; D. Vicente, en esta ciudad capital el 5 de abril de 1746; D. Manuel, sansalvadoreño también, el 26 de junio de 1750. Atrayente, luminosa y abnegada fue la vida de estos tres varones, que adoptaron la carrera sacerdotal, para servir con igual intensidad a Dios y a la Patria. Alumnos del Colegio de San Francisco de Borja, supieron distin­ guirse por su inteligencia y consagración al estudio. A D. Nicolás lo ordenó, en Olocuilta, el 16 de abril de 1767, el Obispo titular en visita señor Diliesa y Velasco. Cura después de esta capital, supo agigantar su figura de patriota esclarecido, amante de la Independencia. D. Manuel sirvió en el curato de Zacatecoluca, además de haber sido coadjutor en el curato de esta capital. D. Vicente administró por más de cuatro lustros los curatos de Suchitoto, Tonacatepeque, Perulapán, Cojutepeque, Zacatecoluca y de esta capital. — “ Cuando el movimiento del 5 de noviembre de 1811, aquellos

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tres hermanos formaron en las filas de la revolución, y firmes siem­ pre, trabajando por la libertad de Centro-América, no descansaron jamás en tan grandiosa empresa. “ En esta época D. Nicolás, no obstante tener 69 años, no se dio punto de reposo por lograr la realización del hermoso ideal que perseguía; y su hermano D. Vicente, aquel sacerdote humilde, pero de alma esencialmente cuscatleca, no se abatió jamás, ni ante el es­ pectro aterrador de las tinieblas que atajaban la luz de sus pupilas; y así aquel valiente adalid, estando casi ciego, concurría a las juntas revolucionarias donde se trataba de la redención de la patria. “ En el año de 1814, en el segundo movimiento, vemos otra vez aparecer en escena a esos tres valientes adalides. D. Manuel encar­ celado, D. Vicente, reconcentrado de orden de la Capitanía General, y D. Nicolás, aunque respetado por su avanzada edad y el cariño de que disfrutaba entre sus feligreses, no dejó por ello de sufrir desesperante espionaje de aquellos que veían un formidable enemigo, en aquel decrépito patricio, enamorado de la Libertad.” (D. Pedro Arce y R u bio).

Aquellos espíritus indomables no se abatieron jamás. — D. Nico­ lás, en época de las luchas libertarias, era ya un anciano; D. Vicente, toda su luz la tenía en el espíritu, porque por los ojos del cuerpo no veía, y D. Manuel, el más joven de todos, estuvo sujeto a juicio, sufrien­ do estrecha vigilancia y dura prisión. Orador sublime llama el maestro Gavidia a quien en 1818, desde el pulpito desafió a la monarquía, proclamando el derecho de insu­ rrección para los pueblos oprimidos. En aquel momento — dice el mencionado historiador— se lanza­ ron fuera de la Iglesia, amedrentados, algunos personajes, entre ellos el comendador de la Merced, Fray José Ramón Orellana y los frailes José Gil y Santiago Pérez, mientras el señor Peinado ordenaba el retiro de la fuerza que había concurrido al templo. El procer fue suspenso en el ejercicio de su ministerio y expulsado de la provincia de San Salvador para ir a guardar reclusión a la Escuela de Cristo en Guatemala. Su hermano D. Nicolás, otro carácter de acero, se enfrenta a Pei­ nado y le escribe una memorable carta que revela su amargura y des­ esperanza, ante los pretextos que se invocan para perseguir en su hermano al revolucionario de 1811.

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PRESBITERO VICENTE AGUILAR, Procer de la Independencia.

PRESBITERO M A N U E L AGUILAR. Procer de la Independencia.

Se ha creído ver en la obra libertadora de los Padres Aguilares un esfuerzo aislado, sin concatenación de ideas, y se ha llegado hasta pensar por algunos que a ese esfuerzo patriótico, iniciado en 1811, era ajeno el Benemérito Padre de la Patria, Dr. D. José Matías Delgado. Craso error, que jamás debe alimentar el patriotismo salvadoreño, porque tiende a romper la armonía histórica que preside la gestación de la Independencia de Centro América. El Padre Delgado era primo hermano del progenitor de los Padres Aguilares; y, por consiguiente, existía entre ellos un parentesco de con­ sanguinidad y aun de sujeción espiritual y moral dado al ascendiente que el tío ejerce sobre sus sobrinos, sobre todo en familias que consti­ tuyeron la fuente de virtud moral que ha alimentado a la sociedad sansalvadoreña. De aquel movimiento iniciador, el Padre Delgado fue el cerebro director. No se escapó eso al ojo inquisidor del Capitán General Bustamante, quien en 1814 afirmaba que al Padre Delgado “ el clamor de los europeos honrados de San Salvador ha acusado siempre de cóm­ plice en las conmociones anteriores” . El Procer General Arce al referirse a las luchas por la indepen­ dencia afirma esta gran verdad: “ Desde 1811 se hacían esfuerzos, que si los ignorantes osaron en su delirio llamar fricciones, el patriotismo y el suceso los colocan después al lado de las acciones heroicas” . El Dr. Lorenzo Montúfar, abanderado del liberalismo centro­ americano, le llama “ ORACULO DE SU PUEBLO Y ARBITRO DE SUS DESTINOS” y dice: “ este salvadoreño fue promotor de la cons­ piración que el 5 de noviembre de 1811 estalló en favor de la inde­ pendencia” . Todos los historiadores antiguos y modernos han señalado al Padre Delgado como el proto-independiente. D. Manuel Montúfar, historiador nada sospechoso, juzga así aque­ llos memorables sucesos: “ Desde 1811 San Salvador había sufrido una pequeña revolu­ ción, en que sin plan, sin combinación ni acierto quiso hacerse independiente: todo se redujo a deponer al Corregidor Intendente D. Antonio Gutiérrez Ulloa y todo fue promovido por los curas D. Nicolás Aguilar y D. José Matías Delgado” . El cura D. Matías Delgado, hijo de aquella provincia (San Sal­ vador) , aspiró siempre a la erección de este obispado.— Hemos visto

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su poder y su influjo entre los salvadoreños en todo el curso de la revolución.— Eclesiástico de una conducta moral a toda prueba, pá­ rroco benéfico, localista exaltado, proto-independiente, dotado de un carácter firme, etc., etc.”

El Lie. guatemalteco D. Manuel Valladares, de gratísima memo­ ria, presenta la figura de los proceres salvadoreños estrechamente vinculados: “ Dos puntos singulares solicitan la atención observadora en aque­ lla conspiración salvadoreña. Todas eran personas de viso, bien acomodadas, de bienes de fortuna é influyentes por su posición social y personales prendas; y casi todos estaban ligados por vínculos cercanos de parentescos” . “ Las familias de los Delgados, los Arces, los Laras, los Aguilares, los Aranzamendis y los Fagoagas, poseedoras eran de bienes cuan­ tiosos en tierras y comercios durante la Colonia.— Bienquistas por sus apacibles costumbres y sentimientos benéficos; rodeadas de los respetos que le suministraba, ya la ascendencia de oficiales reales, de Alcaldes mayores o de sujetos de distinción venidos de España, ya sus vínculos de parentesco con familias pudientes o sus relaciones con personajes de la Corte; con todos los prestigios de los puestos de honor que las leyes de Indias permitían a los criollos y con todas las comodidades de su posición pecuniaria, mucho arriesgaban y nada ganarían en su personal utilidad al rebelarse contra el fuerte poderío español; de suerte que sus labores y deseos presentan los rasgos de la mayor abnegación, y hacen aparecer sus nombres con la fúlgida aureola del verdadero y más desinteresado patriotismo” . “ Sus antecedentes demuestran su alteza de miras; su actitud, el amor a la libertad.— No iban en camino de medros personales; mar­ chaban en pos del ideal soñado de la patria” . “ Sus relaciones de parentesco y el carácter sacerdotal de muchos de ellos revelan la lealtad que se guardarían la rectitud de sus propósitos: no formarían conciliábulos por intereses mezquinos; la­ borarían por honrosas y altas empresas.”

El patricio Delgado juzgado por Peinado aparece como un hombre singular; y Larrazábal le llama “ el eclesiástico adornado de más sóli­ das virtudes” .

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Era el cerebro creador y la voluntad férrea; era el único capaz de mover con habilidad todos los resortes de la conspiración; pero, político de altos vuelos, no cayó en las redes del temido espionaje y pudo libertarse del furor colonial. Se señala como signo de debilidad el discurso leído en la Iglesia Parroquial el 22 de diciembre de 1811, por medio del cual recomendó orden, prudencia y perpetuo olvido de lo pasado. “ Os habla — decía— lo repito con confianza, hijos míos, un hom­ bre de cuyo amor tenéis repetidas pruebas, a quien conocéis desde que nació, que está impuesto de vuestros derechos, que sabe cuáles son sus límites, y que se halla destinado por la providencia para conciliarios con el bien general, y para coadyuvar con los ilustres jefes que nos gobiernan a vuestra cierta felicidad” . En ese discurso muestra todo su esplendor el genio político del Padre Delgado. Descubierta la conspiración del 5 de noviembre, fra­ casado el intento, perseguidos muchos de sus allegados, señalado in­ sistentemente por el dedo denunciador del espionaje, dio aquel golpe maestro que le dejó aparentemente tranquilo, aunque tuvo que trasla­ darse a Guatemala durante largo tiempo. Fracasado aquel generoso intento, los proceres acordaron en me­ morable junta celebrada en la Parroquia de Mejicanos recibir en paz y amistad a los pacificadores que enviaba el Capitán General. El Lie. Valladares justifica la actitud del procer Delgado después de la obra pacificadora de Peinado, quien ejercitó una sabia política de conciliación: “ Tanto es así — dice— y tales sus maneras insinuantes, que el Dr. Delgado, ya libre de toda persecución por su carácter sacerdotal y por la benignidad de los comisionados de Guatemala, se inclinó al reconocimiento de la monarquía constitucional, esperanzado en que el régimen decretado por las Cortes produciría el bienestar de las comarcas americanas.— Por eso en días 8 y 9 de octubre de 1812, en que se juró en San Salvador la Constitución liberal de Cádiz, el Padre Delgado tomó en ella parte principal, pronunciando notable oración que el Intendente reputó como acabado modelo de elo­ cuencia” .

De esa admirable habilidad política dio también muestras el

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Padre Delgado cuando preparó la resistencia al imperio de Iturbide en el famoso pacto de la Casa de Esquivel. Sólo asi se explica que el año 23 el Congreso de las Provincias Unidas c|ue proclamaron la independencia absoluta de Centro Amé­ rica lo eligiera su Presidente. Y sólo así se explica también que un año después de su muerte se le confiriera el título de Benemérito Padre de la Patria y se le mandara a tributar homenajes no igualados hasta ahora. Tal era el jefe, compañero, hermano y amigo de los Padres Aguilares. No vieron realizada su obra los egregios Padres Aguijares, no obs­ tante sú reiterado esfuerzo el año de 1814. Murieron antes de que llegase la ansiada aurora de la libertad. D. Manuel, llamado con justicia el orador sublime, que guardó prisión hasta 1813, fue el último de sus hermanos en morir. Bajó al sepulcro bajo el peso de los años y de sus merecimientos en 1819. No asistieron al bautismo de luz que tanto anhelaron; pero fueron los abnegados y egregios precursores. M. I.

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. :

C astro

R a m ír e z .

EL GENERAL D. MANUEL JOSE ARCE

Parece obra de maravillas la que llevó a cabo el patriotismo en la segunda mitad del siglo XVIII, al producir un cambio radical en la organización de las sociedades, y nunca se admirará lo bastante a aque­ lla generación de tribunos que levantaron multitudes con el poder de su palabra inflamada; de soldados que se fueron, entre aclamaciones y penalidades, por el camino de la victoria y de propagandistas que hablaron a los pueblos de doctrinas salvadoras y de irrealizables re­ formas. A esa generación de nobles soñadores, de caballeros de la liber­ tad, perteneció el salvadoreño ilustre, cuyos datos biográficos vamos a exponer. En la ciudad de San Salvador, cuna de tantos esclarecidos varones, nació el día primero de enero de 1787 el señor don Manuel José Arce: fueron sus padres don Bernardo José Arce y doña Antonia Fagoaga y Aguilar, pertenecientes ambos a antiguas y distinguidas familias sansalvadoreñas. La educación de Arce en sus primeros años, se limitó a las escasas nociones que entonces podían adquirirse en una capital de provincia; y por ese motivo sus padres determinaron enviarlo a la ciudad de Gua­ temala, que contaba con elementos superiores a los de las otras pobla­ ciones del antiguo reino. En aquel centro de cultura, merced a su con­ sagración al estudio y a sus altas dotes intelectuales, adquirió extensos conocimientos en varios ramos del saber humano; y además se relacionó con los principales hombres que representaban el elemento pensador,

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entre otros, con el eminente repúblico, doctor don Pedro Molina, a quien lo unió cariñosa y estrecha amistad. Era Arce hombre de claro entendimiento, y, observando el estado social de las colonias centroamericanas, llegó a convencerse de que éstas, por sus múltiples riquezas y por los numerosos elementos que te­ nían, necesitaban separarse de España y conquistar su soberanía e in­ dependencia, aun a trueque de los mayores sacrificios. Joven y animoso, amante de su país y lleno de energía, regresó a San Salvador. Aquí encontró trabajando por la independencia, con fe inquebrantable y actividad nunca decaída, al Benemérito Padre de la Patria, Presbítero doctor José Matías Delgado, y en unión de éste y de otros proceres, organizaron la gloriosa insurrección que estalló el 5 de noviembre de 1811. Entre las personas más importantes de la insurrección figuraban don Bernardo José Arce, padre de don Manuel José, y primo hermano del doctor Delgado; los presbíteros don Nicolás, don Manuel y don Vicente Aguilar, siendo de notarse que todos ellos eran parientes muy cercanos, pues descendían de don Diego de León, español que vino a Centro América, en unión de siete hijas, las cuales contrajeron matri­ monio con españoles criollos de las familias Delgado, Arce, Aguilar, Molina y Aranzamendi. El movimiento revolucionario debía verificarse en toda la provin­ cia ; pero solamente correspondieron a él unas cuantas poblaciones. En San Salvador, los patriotas depusieron al Intendente don Antonio Gu­ tiérrez de Ulloa y a varios empleados españoles; y desde el 5 de no­ viembre, hasta principios del mes de diciembre del expresado año, la autoridad estuvo en manos de Alcaldes electos por el pueblo. La primera intentona revolucionaria no produjo la proclamación definitiva de la independencia; pero Arce, de acuerdo con Miguel Del­ gado, Juan Manuel Rodríguez, los Aguilares y el doctor Celis, continuó activamente sus trabajos de conspiración, hasta que el 24 de enero de 1814 fracasó el segundo movimiento revolucionario. El señor Arce fué reducido a prisión y permaneció en ella durante varios años, sufriendo toda clase de privaciones, sin que por un momen­ to se doblegara su carácter, ni perdiera su proverbial altivez. Las autoridades españolas le ofrecieron la libertad con la condi­ ción de que revelara los nombres de sus compañeros de conspiración; pero rechazó indignado esa propuesta y continuó encarcelado, con gra­ ve quebranto de su salud y notable perjuicio de sus intereses.

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A favor de una amnistía general, concedida por el gobierno es­ pañol, recobró su libertad aquel gran patricio. Proclamada la Independencia en 1821, se trató de organizar una Junta Consultiva en San Salvador; pero ocurrieron varias desavenen­ cias, y el Intendente don Pedro Barriere ordenó la prisión de Arce y de muchos patriotas, los cuales fueron puestos en libertad por el Padre Delgado a quien envió la Junta de Guatemala, investido de amplias facultades. En noviembre de 1821, el General Iturbide pretendió que Centro América se incorporara a M éjico; y la Junta de San Salvador, presi­ dida por el doctor Delgado, rechazó valerosamente dicha incorporación y nombró General en Jefe del Ejército a don Manuel José Arce. Después de varios combates las fuerzas salvadoreñas se vieron obligadas a ca­ pitular. La resistencia de San Salvador a las fuerzas de Iturbide es uno de los hechos que más honran al pueblo salvadoreño; de esa gloria corres­ ponde gran parte al doctor Delgado y al General Arce. Posteriormente el señor Arce emigró a los Estados Unidos, en don­ de se dedicó a estudiar la organización política de aquella nación, con el fin de ser útil a Centro América. Decretadas las bases constitucionales para la organización de la República de Centro América, Arce fué nombrado individuo del Poder Ejecutivo y regresó a Guatemala en marzo de 1824; pero no pudo estar de acuerdo con don José del Valle y renunció al expresado cargo. Se trasladó a El Salvador, entró al servicio del Gobierno y se le nombró para que pasara a Nicaragua a restablecer la paz; misión que desem­ peñó con exquisito tacto y singular acierto. Los trabajos de Arce en 1811, sus padecimientos desde 1814 hasta 1819; su actividad en l8 2 1 ; su heroísmo contra las huestes de Filísola; la pacificación de Nicaragua y sus valiosas prendas de inteligencia y de carácter llamaron la atención de sus conciudadanos y fue electo, por la Asamblea, primer Presidente de Centro América, en virtud de que ninguno de los candidatos había obtenido mayoría absoluta de votos. Muchas dificultades se presentaron al nuevo gobernante: la guerra civil se desató con todas sus calamidades, y el General Arce, que patrióticamente se retiró de aquel alto puesto, fue reducido a prisión y después desterrado. Por algún tiempo residió en Méjico, y en 1832 organizó una expe­ dición contra el gobierno federal; pero fue derrotado en Escuintla de

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Soconusco. Después de esto, el General Arce se dedicó a trabajos agríco­ las en aquel país; tomó en arrendamiento una hacienda y ahí pasó du­ rante más de ocho años, soportando con su característica entereza todo linaje de privaciones. En 1843 regresó a El Salvador, con el propósito de apartarse de las luchas políticas; pero muy pronto se le persiguió y tuvo que emigrar a Honduras, de donde pasó a Guatemala a levantar fuerzas para com­ batir al General Malespín. No tuvo éxito la intentona, y sólo pudo re­ gresar a su país después de la caída de Malespín. Durante la administración del doctor don Eugenio Aguilar se trató de reorganizar las milicias, con tal fin se creó el empleo de Ins­ pector General del Ejército, y el General Arce fue el primero que lo desempeñó, aunque poco tiempo después se retiró a la vida privada. Desengañado de las luchas políticas, entristecidos sus días por enfermedades y decepciones, casi en abandono, murió aquel ilustre salvadoreño en esta capital a las tres de la tarde del día 14 de diciem­ bre de 1847. Sus funerales se celebraron con mucha solemnidad, en la iglesia de San Francisco y se le sepultó en la iglesia de La Merced. A estos actos asistieron el Presidente del Estado, los principales fun­ cionarios y muchas personas particulares. La figura política del General don Manuel José Arce, por su actuación en la historia de Centro Am érica; por sus inmensos sacrificios en favor de la Independencia Nacional; por la gloria que conquistó al oponerse a la anexión a M éxico; por su patriotismo y su amor a las instituciones libres, merece un estudio detenido y el afectuoso respeto de todos los centroamericanos. En los días gloriosos de 1811, envolvieron al General Arce los efluvios de la popularidad; y desde entonces, sin indecisiones de pen­ samiento, sirvió a la Patria con su espada, que tenía el temple de las que usaron los cruzados, con su voluntad que se había probado en los sufrimientos de la persecución. Hombre de pensamiento y hombre de acción, era ardoroso en el combate y docto y sereno en el consejo. De él también pudo decirse “ que su pluma no embotó la lanza, ni su lanza la pluma” . Conocedor de sus conciudadanos sabía comunicarles el entusiasmo que, como luz inextinguible, ardía en su noble pecho y la fuerza de su voluntad, nunca reposada, jamás tranquila, cuando se trataba de alcanzar los más re­ dentores ideales. En la lucha de las pasiones, su elevado espíritu se mantuvo en

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atmósfera siempre diáfana, a modo del rayo de luz que no se mancha, aunque pase sobre impurezas. La muerte lo encontró pobre, a las puertas de la miseria, después de haber sido Presidente de Centro América; después de heredar de sus padres una cuantiosa fortuna, que acrecentó con su trabajo y que perdió en los azares de su vida política. La tumba del procer no necesita lápidas recordatorias: el nombre de Arce vive en el corazón de todo salvadoreño que admire las glo­ rias de su país; perdura en el recuerdo de todo centroamericano que ame la libertad y brilla, con fulgor perenne, en las páginas de la His­ toria Nacional. Al recordar el magno acontecimiento de la insurrección de 1811, precursor de nuestra independencia, por la que tanto luchó aquel egre­ gio repúblico, tributamos a su memoria un homenaje de admiración, y nuestra gratitud de salvadoreños coloca en su tumba una rama de laurel. Y un soplo de epopeya pasa sobre ese laurel. V íc t o r

Je r e z .

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EL OCASO DE UN SOL

El General don Manuel José Arce se moría. Más que la edad — pues le faltaba medio mes para cumplir los sesenta y un años— , le tenían minado los padecimientos y la intensidad agotadora de su vida. Por la humildad de la vivienda en que se hallaba; por la miseria del lecho donde yacía crucificado por el dolor, nadie sospechara que el moribundo anciano hubiera venido al mundo entre cuantiosas rique­ zas, disfrutara antaño abundancia de fortuna y fuera un día el árbitro en los destinos de la patria. Familiares atendíanle, pocos amigos le acompañaban, numerosas gentes del pueblo le servían en la última dolencia: en cambio, faltaba abrigo, se echaban de menos todas las comodidades, se carecía de lo preciso para el cuidado del doliente; sobraba la pobreza y abundaba la necesidad. Figuras distinguidas de aristocráticos perfiles se desta­ caban del fondo sombrío de la más franca miseria: aquello era el re­ cuerdo de cosas mejores, la memoria de algo que fue, ruinas de pasada grandeza, naufragio de los días felices. Entre el ir y venir de los asiduos enfermos y el penetrante olor de las medicinas, se escuchaba la anhelosa respiración del enfermo y breves accesos de tos. Chisporroteaba cirio amarillento frente a un crucifijo que extendía los brazos como queriendo abarcar aquel recinto de amargura, como si convidara a recibir en ellos el alma, que libraba el postrer combate de la vida. Ruido de espuelas, pasos firmes y seguros y rumor metálico de espada que golpea, hicieron fijar los ojos hundidos del enfermo en

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dirección a la puerta de la estancia, que se abrió para que entrara airoso militar. Leve sonrisa vagó por los exangües labios del paciente y se animó su fisonomía: aquel aire marcial le refrescaba el espíritu con las memorias de los días gloriosos y lejanos en que su fuerte puño de joven patriota manejó con ardorosos bríos la espada de la indepen­ dencia. El militar era el Jefe de Estado Mayor del Presidente doctor Aguilar. Iba a informarse de la salud del ilustre enfermo y llevaba dos paquetes en la mano: doscientos pesos que el Jefe de El Salvador enviaba al antiguo Presidente de Centro-América. — Manuel José Arce no recibe limosnas del Poder — dijo con en­ tera voz el anciano, incorporándose en el lecho— : nada le falta en su miseria, y a poco todo le sobrará en el mundo. El pueblo de San Sal­ vador — agregó— me asiste con esmero: las gentes más pobres se disputan por venir a cuidarme: estos humildes hijos míos de los barrios, siempre generosos y buenos, me llevarán en sus hombros a mi último descanso. . . — ¡Mi General. . .! — exclamó el mensajero del Poder. — Diga usted al doctor Aguilar que el General Arce ha sido aten­ dido por su pueblo amado y que el pueblo de San Salvador lo ente­ rrará. Y dígale que Arce, a la orilla del sepulcro, envía un abrazo a su querido Eugenio Aguilar. Sonaban en alegre repique las campanas: era el 12 de diciembre, que la Iglesia consagra a la aparición de Guadalupe. Esa festividad encerraba los dos polos de la vida de aquel hombre: Guadalupe y M éji­ co son una cosa misma; y traían a su memoria la cúspide luminosa de su vida de procer y la honda sima de sus amarguras de político: los días gloriosos de su lucha con el Imperio, en que tuvo su espada re­ flejos inmortales, y los años de destierro en que el proscrito llegó como Temístocles a sentarse al hogar de sus antiguos adversarios. Una hora después el doctor don Eugenio Aguilar, Jefe de El Sal­ vador, entraba al aposento en que sufría los últimos dolores de la vida el grande hombre que llenó de luz los fastos nacionales: nadie creyera que la pobre mansión encerrara tanta grandeza. Se acercó blandamente: miró con fijeza angustiosa aquella faz descolorida y perfilada; y al cruzar la vista con la mirada débil del enfermo, sintióse impulsado por fuerza superior, y arrodillándose de golpe, tomó las enflaquecidas manos — a aquellas manos limpias de sangre y de baje­ zas— , escondió sollozante entre ellas el rostro y las bañó de lágrimas.

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Arce hizo un esfuerzo y acercó la faz a la cabeza del Jefe arrodillado: el beso del Padre de la Patria ungía la frente de uno de los gloriosos hijos de Cuscatlán. * *

A l día siguiente avanzó la gravedad; y el 14 de diciembre de 1847, a las tres de la tarde, un alma entraba en la eternidad, una sombra triste caía sobre Centro-América, en la inmortalidad se grababa un nombre glorioso, faro de luz de nuestra historia. Las lágrimas de un pueblo entero se derramaron sobre la fosa del patricio: su entierro fue una emocionante expresión del amor popular: a las exequias en San Francisco asistieron el gobierno y los cuerpos acreditados, y la Iglesia de La Merced le ofreció el último asilo en el mundo. La campana de la torre de La Merced, que en el silencio de la noche del 5 de noviembre de 1811 despertó con solemne són al vecin­ dario saludando la alborada de la libertad, al ocultarse el cuerpo del patricio en el seno de la madre tierra gemía con lúgubre clamor, como despidiendo aquel sol que se hundía en el ocaso. La misma campana, que tañía en repique alegre al entrar el infante al gremio de la Iglesia, y que sonó jubilosa y vibrante cuando el procer recibió su bautismo de gloria, sollozaba doliente en el adiós último al egregio ciudadano. Arce había pasado como una luz sobre la tierra. La tumba recogió su cuerpo, la historia su nombre, Dios su alma. ¡Que Centro-América recoja el ejemplo de sus altas virtudes; y que el monumento que en mármoles y bronce perpetúa la gratitud na­ cional sirva, a las generaciones que ante él se inclinan fervorosas, de recuerdo de aquellos ideales altísimos que fueron la norma de la vida del esclarecido procer don MANUEL JOSE ARCE! M an u el V alladares.

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PEDRO PABLO CASTILLO

En el grupo brillante de los proceres salvadoreños se destaca la simpática figura de Pedro Pablo Castillo. Nació este indomable re­ belde el 29 de junio de 1780, en el barrio de Candelaria de esta capital y recibió las aguas del bautismo del Reverendo Padre Fray José Anto­ nio de Zelaya. Fue de origen humilde y su familia, con algunos bienes de fortuna, logró hacer de Pedro Pablo y de sus otros dos hermanos, hombres de influencia en el pueblo y ciudadanos honrados y laboriosos. Cuando la gloriosa insurrección de 1811, Pedro Pablo fue de los pri­ meros en rodear a Delgado, Arce y Rodríguez y al lado de estos dos últimos y Domingo Antonio de Lara, se enfrentó con denuedo y bizarría a las guardias españolas. Fracasado el movimiento libertario, Castillo siguió trabajando por la independencia de nuestra patria y debido a sus merecimientos y grandes prestigios en el pueblo, fue electo en 1814, 2? Alcalde Constitucional de San Salvador, y ocupó el cargo de 1° Juan M. Rodríguez. La autoridad local en manos de dos de los libertadores de 1811 fue ocasión propicia para intentar de nuevo la lucha por la libertad, y en ese mismo año se insurreccionó de nuevo San Salvador contra la autoridad del Intendente Peinado. Pedro Pablo Castillo al frente de 150 hombres se situó en la Parroquia de San Francisco y Juan M. Rodríguez y otros con gran número de adeptos se posesionaron de lugares ventajosos para entablar la lucha. El Intendente de San Salvador dirige especialmente sus miradas sobre Pedro Pablo Castillo, porque éste representaba el elemento popular y trata de contrarrestar todos los trabajos que de antemano tenía emprendidos Castillo a fin

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de poder sofocar el movimiento que se levantaba formidable contra las autoridades españolas. Había logrado Castillo reunir gran número de gente, tenía tomadas todas las salidas de la población con orden termi­ nante de no dejar salir a nadie, y en fin, Pedro Pablo era el alma de aquel movimiento; hombre de energía superior y de indomable carác­ ter, enfrenta situaciones difíciles; pero no retrocede ante ningún pe­ ligro por conquistar su ideal de libertad. Provocado en lucha desigual por uno de los opresores, no vacila un momento en aceptar el reto y el glorioso insurrecto da muerte en noble lid al realista Zaldaña. Pero este hecho sangriento de la epopeya de 1814 sirvió para que las auto­ ridades españolas decretaran el exterminio del patriota. “ Se puso a pre­ cio su cabeza — dice un historiador— ; se le persiguió sin descanso; se le arrebataron sus bienes; y, por último, aquel valiente soldado de la libertad, ante el fracaso de 1814, tras sufrir el dolor que le causaba la muerte de su amada compañera, deja con el corazón transido de amargura los huérfanos hijos de su amor, sus tan amados patrios lares; y va a morir oscuramente a la lejana isla de Jamaica” . El gran patriota, el incansable luchador no alcanzó a ver brillar para Centro América el sol de la libertad. La muerte sorprendió al invicto soldado antes que asomara la radiante aurora de 1821. ¡Qué dolor debe haber sentido ese patriota insigne, en medio de la nostalgia abrumadora de su vida, al recibir el abrazo de la muerte, dejando todavía a su patria esclavizada. El martirio de este procer hace más grande su figura. Pedro Pablo dejó un hijo, León Castillo, que heredó las virtudes de su padre y que como éste llegó a tener grandes prestigios en la clase popular, habiendo sido uno de los soldados que con más constancia y denuedo lucharon al lado del General Morazán por la reconstrucción de Centro América. Cuando ya sus servicios no fueron necesarios, León Castillo se retiró a la vida privada, sin haber querido aceptar ninguna retribución del Gobierno por sus valiosos y desinteresados servicios. Inclinado a la vida religiosa el hijo del procer ya en los últimos años de su vida, entró a formar parte de la orden de los Carmelitas y fue entonces que debido a sus esfuerzos, se construyó la Iglesia del Carmen en la ciudad de Santa Tecla. Después de tantos años en que parecía que el denso velo del olvido cubría la memoria de los proceres salvadoreños, que fueron los prime­ ros en luchar por darnos una patria libre y soberana; después de tanta indiferencia que parecía eterna, resurgen gloriosos los nombres de aquellos insignes varones y el pueblo salvadoreño los hace grabar en

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los bronces de su monumento nacional, que se levanta majestuoso e imponente como demostrando a las generaciones venideras que la me­ moria de sus hijos más ilustres, como Pedro Pablo Castillo, no muere en el alma nacional. R afael V . Castro .

JU A N MANUEL RODRIGUEZ

Es hijo glorioso de San Salvador. Aquí nació el 31 de diciembre de 1771. Vino a la vida en pleno período del coloniaje, y su espíritu pri­ vilegiado sintió el influjo bienhechor de las ideas redentoras. Hijo ilegítimo de doña Josefa Rodríguez, la Patria ha inscrito su nombre, en homenaje a su hermoso apostolado, como legítima gloria nacional. Fue de los precursores, de los abanderados, de los que señalaron el camino de la libertad al pueblo sufrido de Centroamérica. En el memorable 5 de noviembre de 1811 estuvo al lado del Padre Delgado, de Arce y de don Nicolás, don Manuel y don Vicente Aguilar. En aquel primer arranque de libertad, su nombre fue un símbolo y su espíritu una guía. Y si el esfuerzo no correspondió a las esperanzas; en cambio, el surco quedó abierto. En 1813 empuña de nuevo su labor literaria, y en el noble afán, su visión de procer salva las fronteras y busca inspiraciones en el gran Morelos. El pueblo le amaba como a uno de los escogidos. Primer Alcalde del Ayuntamiento de San Salvador, defendió con empeño los derechos de la comunidad y en unión de Arce acaudilla la insurrección en 1814. Una larga prisión de seis años no abate su espíritu indomable; y

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a raíz de la Independencia le vemos aparecer al lado del Padre de la Patria, como Vocal de la Diputación Provincial. En 1824, el que había sido primer Alcalde de San Salvador, asu­ me el alto cargo de primer Jefe del Estado de El Salvador. Con su primer Mensaje se abre el período de nuestra historia cons­ titucional. Rodríguez promulgó la primera Constitución del Estado el 4 de julio del propio año 24. Su período de Gobierno fue fecundo en bienes para la nación. Tocóle instalar la Primera Corte de Justicia del Estado, porque justicia y libertad se hermanan; convoca a elecciones, y otorga amplia garantía a los ciudadanos; decreta premios a los leales servidores, y convierte en realidad la abolición de la esclavitud, que otro procer salvadoreño obtuvo en gloriosa jornada. Su radio de acción todo lo abarca, y los ramos todos de la Admi­ nistración Pública se sienten animados por el influjo creador de su cerebro de patriota. Tan eminente ciudadano llevó a Washington nuestra primera mi­ sión diplomática, en unión de Manuel José Arce, Rafael Castillo, Ca­ yetano Bedoya y Manuel Zelago. Fueron allá a beber inspiración en las fuentes puras del civismo, porque entonces Washington era el refugio de la libertad. Entre los eruditos estudios del Procer Rodríguez se encuentra uno fechado en Filadelfia el 19 de agosto de 1823 y dedicado al muy ilustre Ayuntamiento de la ciudad de Cartago, dando la voz de alerta a los pueblos centroamericanos contra las maquinaciones de los poderes monárquicos de Europa. Rodríguez escribe con elegancia y maestría. Hace un análisis político admirable de las corrientes que se disputan el predominio en el mundo, y tiene su pensamiento vuelos de sabio estadista. ¡Cuánto complace descubrir la huella de luz que trazaron nues­ tros hombres del pasado! ¡ Y qué triste pensar en que los salvadoreños ignoran lo que fueron e hicieron sus grandes patricios! Oigamos al procer Rodríguez en su magistral exposición al muy ilustre Ayuntamiento de Cartago: “ Ya se asoma la tempestad sobre el oriente. El embajador francés Chateaubriand propuso al Congreso español que conviniera en admitir algunas reformas en la Constitución y que los ejércitos y la marina

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JUAN M AN U EL RODRIGUEZ. Procer de la Independencia y Primer Jefe de Estado de El Salvador.

franceses quedarían desde luego a disposición de la España para sujetar las colonias. El Congreso, que está al cabo de todos sus inten­ tos, respondió que no quería entrar en ninguna transacción con los franceses. De resultas, se ha estrechado el sitio de Cádiz. Si hubiera probabilidad de que vencieran los constitucionales, el riesgo existiría; pero sería menos próximo; mas siendo de temer que haya vencido la liga, unidos los serviles de España con las fuerzas auxiliares del norte, es como infalible el ataque a las Américas; y este es el gran riesgo que me he propuesto manifestar a esas Provincias, para prevenirlas desde ahora, y exhortarlas a que adopten medidas prudentes y activas, sin pensar en otra cosa inconexa con este urgentísimo y sacratísimo objeto. “ Me parece que no se debe tratar sino de ponerse en estado de de­ fensa; déjese para después lo que tiende al establecimiento de leyes civiles; trátese de la Independencia, por medio de la unión íntima de las provincias. Con este objeto acompaño algunos ejemplares de un pequeño discurso impreso, en el que si no he acertado es por no haber­ me podido poner a la altura de mi objeto cuya falta suplirá el celo y la sabiduría de mis paisanos. “ No he podido escribir a San Salvador por falta de conducto; es­ pero que V. S. sobre la marcha se sirva comunicar a aquel Ayuntamien­ to y al de San Vicente todos los particulares de que hago mención en esta carta, y exhorto a V. S. para que de caudales públicos o de particu­ lares tome lo necesario para acopiar armamentos y pertrechos, enviando a Boston un comisionado que los compre a buen precio encomendando la intervención de la compra a Mr. Carlos Cunihan, u otro comerciante de reputación. Este es amigo mío y de mi compañero D. Manuel José Arce y muy adicto a estas beneméritas provincias” . El procer Rodríguez comenta después la reacción monárquica; el ataque a España; la actitud del emperador Alejandro y el peligro in­ minente que corre América; y todo con plena capacidad, con amplia visión de estadista. Y se dirige a los Ayuntamientos de Centro América, porque “ aunque mi comisión en este país y cerca de este Gobierno es limitada por San Salvador, yo me juzgo obligado a V. S. por su con­ fraternidad con mi provincia” . Aquel hombre fue, sin duda, un gran salvadoreño; y quién sabe si ahondando en la crítica histórica no lleguemos a la concepción del maestro Gavidia, quien, sin conocer la actitud del Procer Rodríguez, ha lanzado la idea feliz de que la resistencia de San Salvador a la adopción de la forma imperial, sirvió de estímulo a las declaraciones de Monroe.

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Ya ahora conocemos que, además de la resistencia armada hubo campaña moral, prédica de ideas, despertar espiritual. Quién sabe si Rodríguez, Arce y demás egregios salvadoreños no llevaron a Washington, Filadelfia y demás Estados de la Unión Ame­ ricana el germen de las más avanzadas tendencias libertarias, frente al expansionismo europeo. El Procer Rodríguez, cerró sus ojos a la luz en la ciudad de Cojutepeque, después del año de 1841. No sabemos a punto fijo la fecha de su fallecimiento; pero sin duda su muerte de patriota excelso debió ser dulce y tranquila, “ como mueren los lirios” , para transfigurarse en numen tutelar de El Sal­ vador. Su nombre esclarecido vivirá eternamente en el corazón de los cen­ troamericanos. M.

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C a str o R a m ír e z .

PRESBITERO DON MIGUEL JOSE CASTRO

Este notable sansalvadoreño fue hijo de don José María Castro y doña Elena Lara de Mogrovejo, perteneciente esta señora a la ilustre familia Lara, de notoria influencia en la época colonial, y vinculada por próximo parentesco con las familias Aguilar, Delgado, Molina y Aranzamendi. Don José María era poseedor de cuantioso capital y de un espíritu generoso y magnánimo. Amante de su ciudad natal llevó a cabo la introducción, por pri­ mera vez, del agua potable a San Salvador, haciendo todos los gastos de su fortuna particular. Don Miguel José hizo sus estudios en Guatemala hasta ordenarse de Presbítero; y por muchos años desempeñó satisfactoriamente la ex­ tensa parroquia, llamada de los Texacuangos. Al celebrarse en San Salvador la promulgación de la Constitución de Cádiz, el Padre Castro tomó activa participación en los arreglos para festejar dignamente tan gran acontecimiento. Cuando “ circuló” el acta y manifiesto de D. Gabino Gaínza, con la proclama de Independencia de 15 de septiembre de 1821, el Presbí­ tero Castro era Cura Párroco de la Iglesia de Zacatecoluca; y con moti­ vo del magno acontecimiento, dirigió al Alcalde 2° Constitucional, D. Santiago Ramos, el siguiente oficio: “ Anoche, a las once, llegó a mis manos un pliego con la estam­ pilla de la capital, y según otro que he recibido, infiero que contiene

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la plausible noticia de haberse jurado por los principales Jefes y Corporaciones de la Capital, la Independencia tan aclamada con generalidad. Con este mismo lo dirigiría a Vm d.; pero quiero tener la satisfacción de entregarlo yo mismo, y antes preparar los ánimos con una breve exhortación no sea que cause alguna novedad no espe­ rando ver conseguido un objeto porque tanto se ha suspirado; y suplico a Vmd. se sirva citar a los individuos del Ayuntamiento para su apertura.— Dios guarde a Vmd. muchos años.— Zacatecoluca, sep­ tiembre 23 de mil ochocientos veintiuno.— Miguel José Castro” .

Fue tan entusiasta y patriótica la actitud del Padre Castro, se­ cundada por ciudadanos tan distinguidos como don Francisco de la Cotera y don Rafael Guirola, que el Gobierno al poner de relieve su agradecimiento por la conducta de aquel vecindario, manifestó su com­ placencia “ leyendo la proclama del P. Cura don Miguel Castro, cuyas expresiones a clara luz se advierte que son hijas del más ascendrado patriotismo” . Fue Vocal de la Junta Gubernativa que organizó el Benemérito Padre Delgado. Falleció el 26 de abril de 1829. C. J.

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LICENCIADO DON JOAQUIN DURAN Y AGUILAR PRESIDENTE ACCIDENTAL DE GUATEMALA

El I 9 de febrero de 1783 se celebró en San Salvador el matrimo­ nio de don Juan Francisco Duran y doña Mónica Aguilar, hermana del Presbítero don Nicolás Aguilar, de imperecedera memoria. De este matrimonio nació don Joaquín Durán, que tomó partici­ pación muy activa en nuestra vida política. Fue en El Salvador Magistrado de la Corte de Justicia y Ministro en el Gobierno del eminente ciudadano don José María Cornejo, a quien acompañó en la prisión en que los tuvo el General Morazán. En el juicio que se siguió a Cornejo y sus partidarios se le condenó a cuatro años de destierro. En Guatemala figuró como miembro de la Asamblea del Estado, Ministro de Gobernación, Miembro del Consejo Provisional del Go­ bierno designado por la Asamblea, ejerció el Poder Ejecutivo como Ministro más antiguo, por licencia concedida al General Carrera, y fue Mediador, representando a Guatemala, en las conferencias de paz entre El Salvador y Honduras. Con motivo de su muerte la Gaceta de El Salvador le dedicó el siguiente recuerdo necrológico: “ El 18 de mayo de 1877 falleció este ilustre compatriota, después de una vida dedicada por entero a la práctica del bien. “ Su nombre fue ventajosamente conocido no sólo en El Salvador, sino en los otros países centroamericanos. “ Nacido en San Salvador en 1789, siendo muy joven se trasladó a Guatemala a hacer sus estudios profesionales. Abrazó la carrera del

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Foro, que es una de las más hermosas que pueden ejercerse, puesto que ofrece un admirable campo a las grandes facultades; es la escuela de la magistratura y de la oratoria. “ Dotado el señor Durán de un espíritu recto y de un talento claro, pudo dedicarse a su profesión con provecho para la honra, la vida y la propiedad de sus clientes, llegando a adquirir tan buen nombre como jurisconsulto, que se le ha mirado como uno de los más notables de Centroamérica, el primero, quizás, después del sabio don José Venancio López, en sentir de algunos inteligentes. “ El conocimiento de las leyes, el criterio filosófico para inter­ pretarlas, la aptitud para encontrar sus ventajas o vicios, el talento para reconocer la justicia de una causa: he ahí una de las dotes que caracterizaban al señor Durán. “ Cúpole la suerte de ser llamado al desempeño de altos puestos, señalándose siempre en ellos por su carácter noble y por su bondad de corazón. “ Había escogido para lugar de su residencia la Antigua Guatema­ la; allí encontró la tranquilidad por él apetecida, consagrándose a la agricultura y al cuidado de su familia, sin dejar ni un momento los libros en sus ratos desocupados, pues la lectura era el pasto de su es­ píritu. “ Su alma se sentía al fin fatigada en un cuerpo caduco y achacoso del que se separó para hacer el descanso eterno: tenía ya ochenta y ocho años” .

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DON DOMINGO ANTONIO LARA Nació en San Salvador el 30 de agosto de 1773, hijo legítimo de Don Domingo Antonio Lara y de Doña Ana de Aguilar, hermana de los optimates de la Independencia.

Tras largo eclipse de inexplicable olvido, vemos aparecer radiosa la atrayente figura de don Domingo Antonio Lara. Hay en su porte la altivez de los antiguos criollos; tiene su rostro varonilmente hermoso ra­ ra mezcla de dureza que impone, de gracia que fascina, de bondades que atraen y en todo su conjunto, mucho que llega al alma y nos recuerda nuestra ingratitud y nos muestra el pasado glorioso de la patria per­ dida. El lincamiento caprichoso de sus cejas, se diría que retrata su historia; es una pincelada de angustia en el cuadro de la varonil ener­ gía; en su recta y vigorosa nariz está estereotipada la provocación franca; y hay en la lumbre de sus ojos desbordamientos de honradez y firmeza. Tras los delgados labios se diría que está en acecho un cum­ plido del caballero decidor y galante; su frente ancha y límpida nos dice mucho de su fisonomía interior; hay en sus rojizos cabellos refle­ jos de aquel fuego en que templó su alma de patricio, cuando por redimir a su Patria pasó sobre la hoguera de los infortunios y soportó con estoicismo los pesados grilletes con que lo torturó la Monarquía. Ese correcto caballero de nuestra edad de oro, es el joven rebelde de 1811; es el reincidente magnífico de 1814, que con sus hermanos los libertadores, firme y altivo siempre, cae en noche trágica, traspasado del vientre por las balas de los liberticidas. Es quien selló con su san­ gre aquel hermoso pacto que se cumplió al fin, gloriosamente, en 1821. A ese paladín glorioso lo halló el sol de los libres cargado de cadenas todavía; encontró la aurora de la redención en Santa Ana, donde con la libertad que era para él más que la vida, recibió el abrazo de Del­

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gado y las congratulaciones del triunfo de su causa, en arrebatadoras palabras de aquel Patriarca de nuestras libertades. Ese apuesto doncel, es el valiente Alcalde que agitó las iras popu­ lares y estuvo al frente de este pueblo glorioso en la homérica lucha que terminó en Gualcince a los golpes de maza del servilismo criminal. Esa es a grandes rasgos la personalidad conspicua de ese varón insigne que sobre todos sus merecimientos tuvo el mérito de sustraerse de las luchas de partido; y así amargada su alma ante las desventu­ ras de la angustiada Patria cuyos hijos se despedazaban, lo vemos recluirse en la heredad de sus mayores, huyendo de los triunfos e fí­ meros, y de que a los inmarcesibles lauros de su frente llegan las sal­ picaduras de sangre centroamericana, derramada por causas más o menos fútiles que debieron orillarse y que desgraciadamente, explotó la preponderancia y el orgullo, dando por funesto resultado, lo que nunca lamentaremos lo bastante, el aniquilamiento de aquella Patria libre y grande que surgió al esfuerzo prepotente de sus ilustres hijos que ahora glorifica la historia. Ved en ese ciudadano modelo una lección hermosa de grandeza de alma. No se empequeñeció su figura con las embriagueces del triun­ fo, los aplausos que se le tributaron cuando el éxito ciñó los lauros a su hermosa frente, le llenaron el alma de satisfacción legítimas; ellos eran una justísima retribución por sus inenarrables sufrimientos de patriota; pero ante esa ovación, su bien equilibrado espíritu, permane­ ció sereno, firme, grande como lo había sido en los tremendos años en que el infortunio de su Patria oprimida, pesaba más en su alma que la montaña de desdichas que le acarreó el santo afán de lograr el en­ grandecimiento de la Patria querida. Ved en esa legendaria personalidad todo lo que puede el verda­ dero mérito cuando a éste van unidos la cordura y el desinterés. En Lara no cabían las bajas pasiones; su alma era un ánfora rebosante de bondades, en su cerebro privilegiado no podían tener albergue los mezquinos ideales; la aspiración suprema de su vida fue la redención de la Patria y tras largos y espantosos sufrimientos vio clarear para ella las venturas con que soñó su fantasía. Vino después el ciclón y barrió con los grandes ideales: el patriota desapareció de la escena de donde se alejaba el honor. Su recuerdo casi llegó a perderse entre las lobregueces del tiempo y el imperdonable olvido de sus compatriotas;

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DOMINGO A N TO N IO LARA Procer de la Independencia y Senador Federa).

pero ha sonado al fin la hora de la reparaciones, y hoy, los merecimien­ tos del patricio, lo traen a ocupar el puesto preferente que le correspon­ de en esa falange gloriosa, timbre y prez de la Patria Centroamericana. P e d r o A r c e y R u b io .

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PRESBITERO DOCTOR DON ANGEL M ARIA CANDINA

Sombras de injusto olvido han envuelto la memoria de este notable procer que en los primeros lustros del siglo próximo pasado se distin­ guió por su vigoroso talento, acrisolada virtud, extensa ilustración y acendrado patriotismo. En las postrimerías del siglo XVIII vino a América un hidalgo, natural de la villa de Laredo: el Capitán de Milicias don Juan Francis­ co Candína, que desempeñó primero un alto empleo en Sonsonate y después se le nombró Contador de las Cajas Reales de San Salvador. Fueron los padres de don Juan Francisco, el señor don Pedro Candína y doña Cecilia de Ortiz, ambos de nobles familias españo­ las; y contrajo matrimonio el 3 de marzo de 1791 con la virtuosa dama doña Irene de Cilieza y Velasco, de linajuda ascendencia, enla­ zada por parentesco con altos personajes peninsulares. El primer fruto de dicho matrimonio vino a luz en San Salvador el 21 de mayo de 1792, y tres días después recibió las aguas bautis­ males de manos del Presbítero don Nicolás Aguilar, de gloriosa memoria, quien le puso el nombre de Angel María. Aquel matrimonio, contraído bajo favorables auspicios, llevaba una existencia tranquila y todo parecía presagiarle largos años de ventura; pero inesperadamente el dolor llegó a las puertas del hogar dichoso. Cuando Angel María contaba apenas doce años de edad, tuvo el dolor de perder a sus padres; pero mostrando una entereza, en mucho superior a sus años, favorecido por sus parientes, se trasladó a Gua-

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témala para dedicarse a los estudios eclesiásticos y satisfacer así los cjue fueron ardientes deseos de su santa madre. Llegado a Guatemala ocurrió al señor Arzobispo Peñalver y Cárdenas, quien, condolido de la orfandad del joven Candina, gene­ rosamente le concedió una beca en el Colegio Seminario. Dura es la escuela de la necesidad; pero abundante en buenos resultados, y en ella adquirió Candina los sólidos principios de apli­ cación y honradez, que le sirvieron de norma y de guía en el curso de su existencia. Fue en el colegio, modelo de escolares por su dedicación al es­ tudio y su ejemplar conducta; y sostuvo con el mayor lucimiento varios actos públicos en los años de 1807 a 1810; tomó parte en nu­ merosos concursos y, por oposición, ganó una cátedra de Teología. Obtuvo el grado de doctor en la Pontificia Universidad de San Carlos, y algunos años después desempeñó las funciones de Rector de tan importante centro. Las primeras órdenes sacerdotales las recibió del señor Arzobis­ po D. Rafael de la Vara de la Madrid y las otras órdenes del señor Arzobispo Casaus y Torres. Por varios años sirvió la parroquia de Remedios de Guatemala, curato que ganó por oposición. En la célebre acta de independencia de 15 de septiembre de 1821, aparece la designación hecha en el doctor Candina para formar parte de la Junta Provisional Consultiva, en representación de Sonsonate. La sola designación del doctor Candina en el documento más importante de nuestra vida política, indica el alto aprecio que de su patriotismo y saber tenían los otros Padres de la Independencia. En 1829 desempeñaba su curato y fue reducido a prisión de orden de Morazán; pero los fieles de su feligresía pagaron la canti­ dad de dinero que se le había exigido y obtuvieron su libertad. No obstante esto fue desterrado por el partido victorioso. En México encontró favorable acogida por sus virtudes e ilustra­ ción; y allá falleció el año de 1837. En extranjera tierra yacen sus restos mortales, y hoy en su país natal se reúnen estos datos biográficos en modesto homenaje para quien honró a la Patria en grado excelso y la sirvió con desprendi­ miento ejemplar. V íc t o r Je r e z .

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EPISODIOS HISTORICOS Valioso juicio sobre el Padre Candina del historiador guatemalteco D. Víctor Miguel Díaz.

En una ciudad como la de Guatemala, hace un siglo, solamente contaba con diversiones como las corridas de toros y de cañas, muy de tarde en tarde, y con fiestas religiosas, un acontecimiento como la declaratoria de la Independencia de Centro América, tenía que cau­ sar en el pueblo no poca sorpresa, y como la población era reducida, la noticia de la Junta del 15 de septiembre de 1821, circuló rápida por todas partes. El espíritu público lo encendieron en la mañana de ese día, en la Plaza Mayor, doña Dolores Bedoya de Molina y don Basilio Po­ rras, a quienes la Patria debe una apoteosis. Las notas musicales y el estallido de las cámaras cerca de los llamados “ cajones” del mercado, atrajeron al público, dándose cuenta éste, de los sucesos que se desarrollaron en el seno de la reunión de las autoridades en el Palacio Real, donde se oía la palabra fácil, per­ suasiva y de suprema lógica del ilustre canónigo Castilla, oponiéndose a la fogosa del Arzobispo Casaus y Torres. El ruido de las “ cámaras” en la Plaza llevó a ciertos miembros de la Junta, algo así como sorpresa y miedo, creyéndose que había surgido la revolución; no pocos personajes dirigían miradas inquietas a las puertas de salida, y algunos abandonaron el edificio por no estar conformes con lo dispuesto, augurando en voz baja, entre unos y otros, graves males por aquel atrevido paso. José Francisco Barrundia y el doctor Pedro Molina compactaban

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en la Plaza las filas de los patriotas, como que esos ciudadanos eran el alma del movimiento popular. La animación crecía, a medida que el pueblo iba llegando, atraí­ do por la novedad. La alegría ensanchaba los corazones al saberse la declaratoria de emancipación. Los de la junta comenzaron a salir del Palacio, lu­ ciendo el birrete, la vistosa y bien bordada casaca, el calzón corto, la media fina, las zapatillas con hebillas de plata, la golilla y los puños blancos. Unos cuantos magnates ostentaban sobre el pecho cruces de oro, otros llevan bastones, llamando la atención los uniformes de los militares, que contrastaban con las negras capas y los sombreros de teja de los canónigos. Esos y no otros eran los trajes que usaban los “ altos personajes” en aquellos tiempos. Los cuadros pintados en épocas posteriores, presentan escenas que son anacronismos deplorables que desvirtúan las obras de arte y falsean la historia. Los criollos en momento de entusiasmo rodearon el birlocho, ti­ rado por muías, en el que iba el Arzobispo (Notas históricas de José Francisco Barrundia), suplicándole el juramento de patria y liber­ tad; pero él contesta, pálido y emocionado: “ ¡Non Possum!” La marcha del vehículo, interrumpida por un instante, se inició nuevamente. En aquellos momentos de indescriptible júbilo para el pueblo, el Arzobispo tal vez pensaba en las ardientes y patrióticas fra­ ses del Canónigo Castilla, en la rechifla que los criollos dieran a ciertos sujetos de la reunión, en la conducta vacilante, la censurable flaqueza y el vituperable egoísmo de Gainza. El Arzobispo, al llegar a su morada, se informó, entre otras cosas, del repique de campanas que momentos antes se diera en el templo del Calvario, e hizo llamar, inmediatamente, a su presencia al cura del templo, doctor don Angel María Candína. Era este sacer­ dote modelo de virtudes, venerable y modesto; su semblante revelaba bondad: se encomiaba por todos su conducta privada y pública; ais­ lado en la casa parroquial del Calvario, sin atraer las miradas de los hombres, sintió palpitar de gozo su alma, al informarse de la decla­ ratoria de independencia y lleno de júbilo, mandó repicar las campa­ nas de su iglesia. El doctor y presbítero señor Candína se presentó ante el Arzo­ bispo Casaus y Torres, quien al ver el semblante jovial y sereno del sacerdote, no pudo menos de abstenerse de dirigirle frases de recon­

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vención; sin alterarse el prelado, dijo que muy duro y largo habían repicado las campanas del Calvario. Todos ustedes — agregó— pue­ den obtener el perdón de Dios y la consideración de los hombres, al iniciar el movimiento de independencia, menos el capitán general. El padre Candína, con frase suave, respetuosa y conmovedora, contesta: “ Ilustrísimo señor: ha sido declarada la independencia de nuestra patria; como lo hicieron en México y los pueblos de la América del Sur. España, la gloriosa, luchó con heroísmo contra las huestes de Napoleón; parece, señor, que se oye el estruendo de la fusilería y de los cañones de Zaragoza y de Bailón. ¡Esa libertad que el pueblo español conquistó con las bayonetas, en el campo, en la barricada, sobre las casas, es la misma libertad que hoy nosotros nos hemos dado! Permita su Señoría un desahogo del corazón en este día feliz. “ Viene ya una era nueva; grato será al pueblo si nosotros co­ menzamos con las reformas de las costumbres, y diciendo esto, hace una reverencia a su jefe, y al retirarse del recinto exclama en voz alta: “ Alabemos al santo de este día” , mientras el Arzobispo dice a su secretario: “ Cuánta virtud revela ese digno sacerdote, modelo de honradez y de bondad!” En El Indicador, periódico que vio la luz pública en octubre de 1823 al referirse al anterior pasaje histórico, dice que la noche del 15 de septiembre de 1821, muchas de las ventanas de las casas del ba­ rrio del Calvario, que no eran iluminadas sino con motivo de las fiestas religiosas, aparecieron esa noche con faroles de cristal; siendo ésta la cuna del alumbrado público en Guatemala. V íc t o r M ig u e l D ía z .

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DON JOSE GREGORIO SALAZAR

Es fenómeno repetido en la historia de los pueblos: alrededor de los hombres superiores se forma siempre una agrupación de hombres señalados, en quienes parece que se imprime algo del destino glorioso del astro de primera magnitud que les comunica su genio, que es como luz. Así se habla de los generales de Alejandro, de los Doce Pares que seguían a Carlomagno, de los generales de Napoleón, de los ge­ nerales de Bolívar. Este grandioso fenómeno se verifica asimismo al­ rededor de los grandes pensadores y reformadores: filósofos en gran número aparecen en Grecia alrededor, y al mismo tiempo que el de mayor cuantía, que es Sócrates. La obra de Lutero tiene multitud de colaboradores de menor significación, apareciendo él como centro y símbolo del movimiento reformista. La oscuridad de nuestra historia y la poca resonancia que el nombre de nuestros grandes hombres tiene en el mundo civilizado, no será causa que nos detenga para decir que en Morazán se observan iguales indicios: su genio avasalló ánimos y cautivó inteligencias: a su poderoso influjo engrandecedor; hombres que hubieran pasado por oscuros en su época, aparecieron en el campo de batalla o en los asun­ tos del Gobierno señalándose e inmortalizándose. De esto bien puede enterarse el que eche una ojeada a las inscripciones de sus estatuas, donde su gloria envuelve y protege los nombres de quienes siguieron el mismo camino de aquel sol de nuestra historia.

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Entre éstos, pues, figura don José Gregorio Salazar, cuya bio­ grafía ensayamos. Don José Gregorio Salazar debió ser de aquellas familias que en el tiempo del coloniaje tenían entre nosotros privilegios y pre­ eminencias sobre el núcleo de los vasallos del Rey de España. Lo deja entender el dato conocido de que el padre del señor Salazar, desem­ peñó la Factoría de Tabacos en San Salvador, el año de 1793. Llegado el día de nuestra libertad, vemos en la historia que tanto el pueblo como los nobles estuvieron casi en su totalidad por la independencia, lo que muy bien se explica que sucediera en el ánimo del pueblo, porque con adquirir la libertad y establecer la República, ganaba en condición y en bienestar. Pero entre los que se llamaban nobles, unos abogaron por la libertad por verdadero pa­ triotismo; otros, que fueron los más, por ambición y deseo de predo­ minar en un teatro reducido, siendo los privilegiados por sus riquezas, posición social y talentos; predominio de que no gozaban mientras España hizo sentir su poder en las colonias. De estos llamados nobles, muchos, apenas nacida la República, como vieron malograrse las esperanzas concebidas, al punto se arre­ pintieron y trataron de unir Centro América a México; otros, como José Matías Delgado, José Francisco Barrundia y el mismo Ma­ nuel José Arce, se mantuvieron firmes y decididos por la causa de la democracia. Entre éstos se cuenta don José Gregorio Salazar, afecto a la causa del pueblo, aunque él vino a figurar en primera línea hasta unos años después de haberse independizado de España y después de México. Nacido en 1793, en esta capital, su educación puramente co­ mercial no le abrió campo desde luego en nuestra agitada política, y detrás del mostrador vio consumarse los principales acontecimientos desde 1811 hasta 1828. Pronto debía aparecer el hombre que removió los ánimos tan profundamente que a nadie fue posible esquivar su influjo, siendo o su partidario ardiente o su enemigo ciego: el General Morazán. Don José Gregorio Salazar siguió el camino sembrado de victorias que aquel Jefe de Honduras traía con rumbo a Guatemala, y cuando el ejército aliado acampó en “ Corral de Piedra” , Salazar se incorporó al ejército de Morazán, a correr el destino incierto aún del caudillo, en cuyas filas se batió con serenidad. Hombre de virtudes cívicas en no menos grado que de aptitudes militares, en el combate no se distinguía

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CORONEL JOSE GREGORIO SALA ZAR , ex-Jefe de Estado de El Salvador y Vice Presidente de Centro América.

por la fogosidad y el arrojo: la guerra era para él un quehacer que reclamaba la impavidez animosa, y sin poseer la clarividencia épi­ ca de su caudillo, peleaba con tranquilidad estoica. Morazán no perdía de vista estas cualidades de su gente, y cuando entró vencedor en Gua­ temala el 13 de abril de 1829, confirió a Salazar el grado de Coronel del ejército aliado, empleos de alta graduación que Morazán confería difícilmente de golpe. El caudillo de los liberales comprendió la im­ portancia de su admirador, que ya había atraído a su partido a su hermano don Carlos Salazar, inclinado antes al de la aristocracia, y sujeto de no menos entidad en nuestra historia. Morazán que en los momentos de triunfo jamás se olvidó de su buen nombre encargó a la caballerosidad y discreción del Coronel Salazar la custodia de los importantes prisioneros de aquella jorna­ da: prisiones exigidas por los Estados agraviados, más que hechas por espíritu de represalia, que siempre acompaña esos triunfos. Eran los prisioneros el Presidente Arce, el Vice-Presidente Beltranena, el Jefe Aycinena, su Ministro Sosa. Don José Gregorio no sólo los trató con singular finura, sino que aun tuvo el buen humor de entretenerles con juegos higiénicos en el Convento de Belén, adonde llegaban a estarse con ellos sus familias. Estuvo a su cargo asimismo sacar a los frailes de la Recolección; y dícese que penetró a caballo en la Escuela de Cristo y que uno de los 289 religiosos que al mismo tiempo que el Arzobispo salieron para el destierro, en la noche del 10 de julio de 1829, llamado el Padre Calderón, había amenazado a Salazar, por tantas profanaciones, decía, con el anatema del salmo 108. Detalle que no carece de interés, como veremos adelante, aunque de tinte tradicional. Morazán lo hizo desde luego el jefe de su mayor confianza, entre los muchos que rodeaban al grande hombre, señalado favor que llamó la atención de las gentes. Después de haberse distinguido combatiendo al lado de Morazán, sus dotes de prudencia y dignidad para lo político le pusieron al nivel de los muchos hombres conspicuos en que abunda nuestra historia de aquella época. La organización de la República Federal había dejado al Gobier­ no de Centro América sin asiento fijo ; más tarde el doctor Gálvez, Jefe de Guatemala, llamaba huéspedes a los del Gobierno nacional. Don José Gregorio comprendió el vacío y en el Congreso del 33 de que fue miembro, pidió que se autorizase al Ejecutivo a fin de que

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designara una ciudad salvadoreña para residencia de las autorida­ des nacionales. En virtud de esta autorización, Salazar, como Senador Presidente, dio más tarde un decreto en que designaba la ciudad de Sonsonate. Don Mariano Prado, Vice-Presidente de la República, había sido electo Jefe del Estado de El Salvador, cargos incompatibles. El año 34, separado temporalmente del mando el General Morazán, estuvo Salazar encargado del Ejecutivo Federal, por falta de VicePresidente, y trasladóse a Sonsonate, en unión del Ministro de Relacio­ nes don Marcial Zebadúa y de muchos funcionarios de todo orden, en virtud de su propio decreto. En el mismo año, y por estar vacante la Vice-Presidencia, don José Gregorio Salazar salió electo para desempeñar en propiedad ese ele­ vado cargo; y como el General Morazán estaba empeñado en lucha con San Martín, siguió ejerciendo el cargo supremo en la ciudad de Santa Ana, adonde trasladóse el Poder Ejecutivo, porque era en donde menos se agitaba la discordia civil. Continuaba el conflicto entre San Martín y Morazán: la traslación del Ejecutivo a El Salvador era un revés para San Martín: la disposi­ ción del doctor Gálvez de apoyar a Morazán, inesperada para San Martín, le desconcertó más. Dio un decreto de suspensión de armas y pidió entenderse con don José Gregorio Salazar, pues no podía hacerlo, dijo, con Morazán. El Vice-Presidente manejó este asunto con toda la política que pudo haber salvado al país de mal alguno: sus propues­ tas generosas y leales fueron, sin embargo, objeto de la burla sangrien­ ta de San Martín. Porque habiendo conseguido Salazar la aprobación del Congreso para sus proposiciones, las envió a Cojutepeque con un porta pliegos; éste, al llegar a aquella ciudad, a pesar de haber dicho que era Parlamentario del Gobierno Federal, cayó muerto a una des­ carga hecha sobre él a quema ropa. El Vice-Jefe San Martín, entre tanto, había hecho engrosar sus filas en Cojutepeque. Burlada la bondad del Vice-Presidente, pidió explicación por el atentado de que había sido víctima el porta pliegos, reclamando la entrega de los culpables. Un ejército respondió a la de­ manda, que asaltó a San Salvador el 23 de junio de 1834. Saget rechazó después de muchos combates parciales a las fuerzas rebeldes, quedando en el campo el Capitán Francisco Salazar, hermano del Vice-Presidente. Derrotado San Martín y pacificado el Estado, tocó a don José

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Gregorio Salazar hacerse cargo del Gobierno de El Salvador para organizarío debidamente, en virtud de facultades de que el Congreso le había investido. Convocó a los pueblos para elección de Supremos Poderes y la Asamblea se vio instalada el 21 de septiembre de 1834. Don José Gregorio Salazar debió ver en la falta de un asiento propio del Gobierno, un mal para toda la República; aprovechando, pues, el momento en que Gálvez quería alejar de Guatemala el Poder Federal que le hacía sombra, y, por otra parte, la buena disposición de los salvadoreños, que habían ofrecido por decreto de su Asamblea, el Departamento de San Salvador para Distrito Federal, firmó el año 1835 el ejecútese del decreto que hacía de esta capital la de Centro América. Pronto Salazar y el Congreso fueron el objeto de la saña de pasio­ nes localistas: en esa innovación no se vio un fin benéfico sino tenden­ cias de predominio. Con los archivos nacionales vino de Guatemala un reloj público viejísimo, que era propiedad de todos los centroamerica­ nos, es decir, que era objeto de propiedad nacional. El partido sepa­ ratista explotó largamente en el vulgo el asunto del reloj: aunque esa alhaja era antiquísima y deteriorada “ como si fuera un inmenso tesoro, contribuyó a preparar los ánimos para la caída de la República” , como lo refiere el doctor Montúfar. Reelecto Morazán en 1835 por muerte de Valle, don José Grego­ rio Salazar continuó en el ejercicio de la Vice-Presidencia, siendo eficaz auxiliar de las tendencias de su ilustre caudillo, y contemplando a su lado la borrasca que se levantaba en los horizontes de la trabajada Re­ pública, sin decidirse ambos Magistrados a conjurarla como lo hubie­ ran conseguido de haber sido menos fatal nuestro destino. Morazán y Gálvez conservaban relaciones las más frías; ambos se veían con recelo y no se prestaban auxilio eficaz. Los liberales divididos atacaban fu­ riosamente a su mismo partido gobernante, y la inteligencia de Barrundia y el talento de Gálvez, chocaban como dos espadas de diamante en público duelo, que más encendía los ánimos, mientras el partido aristócrata, contento de ver la división insensata de aquel selecto núcleo de demócratas, les estimulaba al combate irónicamente, asaltaba los ministerios y oía con placer la aproximación de las hordas de Carrera que iba a sorprender a los patriotas débiles, ahitos de odio y avergon­ zados. Así tenía de perderse la República. La renuncia hecha por don Carlos Salazar, hermano del Vice-

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Presidente, del Ministerio General, trajo más embarazos a Gálvez. Don José Gregorio probablemente no intentó disuadirle, como lo hizo para ganarlo en favor de Morazán; lo cual se explica por la frialdad con que Morazán veía que a Gálvez se le deshacía el poder. La historia de la República al llegar a este punto, es de lo más lamentable; lamentable porque es una página de ineptitud para los liberales, de maldad para los retrógrados, de ignorancia espesa e in­ sondable para la plebe que decidió de nuestros destinos. Carrera está a las puertas de Guatemala. Gálvez se resuelve a entregar el mando; y el ilustre Vice- Presiden­ te José Gregorio Salazar y el insigne vate Miguel Alvarez Castro, Minis­ tro de Morazán, ambos salvadoreños, desempeñan la misión de firmar los tratados de Guarda Viejo de Mixco. Estos dos egregios ciudadanos quizás no presumieron que un destino fatal les traía a firmar algo que significaba en aquella hora, la muerte de la democracia en Centro América; pues entregar el gobierno a la oposición liberal, ligada ya con las hordas de Carrera, no era salvar la República sino confirmar su pérdida definitiva. De entonces acá sólo nos queda que ver con el despotismo militar. Salazar no había de ver todas las consecuencias de la división de aquel partido liberal genuino, que no ha vuelto a la vid a . . . Mientras tanto, las hordas de Carrera han entrado a Guatemala cantando la Salve Regina. La casa de don Quirino Flores, opositor, se creyó libre de riesgo por su amistad con los jefes Carrascosa y Carvallo; se creyó que era sagrado para la persona de don José Gregorio, a quien el ser Vice­ presidente de Centro América y amigo de Morazán, ponía en evidente peligro. El doctor Flores como opositor era sospechoso: un piquete de soldados de los de Gálvez se introdujo en su casa, hizo algunas descar­ gas por las ventanas a los invasores, retirándose enseguida. Los salvajes de Carrera, heridos, se arrojaron sobre la casa, cuyas puertas y venta­ nas crujen, desquiciándose. El Dr. Flores cree contener a los salvajes haciendo abrir las puer­ tas por unas señoritas hijas suyas. La puerta se abre y una descarga en­ vuelve a las damas, de las cuales sólo una queda herida de un dedo. Don José Gregorio Salazar, de pie, en un corredor, tiene a un hijo suyo en los brazos. Habla a los bárbaros y les da su reloj; a las insinuaciones añade puñados de oro. El peligro, pues, ya casi desaparece. Cuando una mujer (y este rasgo por desdicha es característico), creyendo que

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la vanidad pueda tanto como en ella, en los indios de Mataquescuintla; les dice con desgraciada ponderación: Es el Vice-Presidente! El segun­ do Magistrado de la Nación cayó muerto. El niño rodó herido grave­ mente y se siguió el saqueo. Algunos clérigos y aristócratas, dice el autor de la “ Reseña” , des­ pués de la muerte del Vice-Presidente, iban con la Biblia en la mano de casa en casa, leyendo a las mujeres y a los niños el salmo 108, y haciéndoles ver que fielmente se había cumplido en la persona de Salazar. F r a n c is c o

G a v id ia .

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PRESBITERO LICENCIADO DON JOSE CRISANTO SALAZAR

La fundación de la Universidad de El Salvador causó verdadero regocijo en el país; pues con el nuevo plantel ya no tendrían necesidad los salvadoreños de abandonar sus hogares para ir a lejanas tierras en demanda de los beneficios de la enseñanza. Por iniciativa de los ilustres doctores don Antonio José Cañas, don Isidro Menéndez y don Narciso Monterrey, secundados por el Co­ mandante General del Ejército, General don Francisco Malespín, la Asamblea Constituyente decretó el 16 de febrero de 1841 que se esta­ blecieran en esta ciudad una Universidad y un Colegio, destinando para ello el edificio del Convento de San Francisco, ubicado donde está hoy el Cuartel del 1er. Regimiento de Infantería. Establecido dicho centro, preciso fue designar una persona de virtudes e ilustración que se encargara de organizar y dirigir el ansiado Instituto. Ese nombramiento recayó, con beneplácito general, en el eminen­ te Presbítero Licenciado don José Crisanto Salazar, perteneciente a la honorable familia de ese apellido. Cuentan las crónicas que el 16 de octubre de aquel año, 1841, se inauguró el Colegio, con el nombre de LA ASUNCION, sólo con las clases de Gramática Latina y Castellano. Hasta el año de 1842 fue su primer Rector y a la vez profesor el Presbítero y doctor Salazar. Fueron sus padres don José Longino Salazar y doña Manuela

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Pajares: del primero recibió nobles ejemplos de caballerosidad y de la segunda sólidos principios de cristiana educación. Mostró desde niño marcada inclinación al ministerio eclesiástico y con este fin fue enviado a Guatemala en donde siguió sus estudios, has­ ta obtener el sacro presbiterado y el título de Licenciado en Teología. Regresó a San Salvador antes de la proclamación de la Indepen­ dencia nacional y fue Cura Coadjutor de la parroquia de dicha ciudad. En este concepto tuvo el honor de leer en su Iglesia Parroquial por primera vez, el acta de 15 de septiembre de 1821. Aparece celebrada la sesión “ En la ciudad del Salvador del Mundo, a las nueve y media de la noche de hoy veintiuno de septiem­ bre del año de mil ochocientos veintiuno, primero de nuestra Inde­ pendencia y Libertad” . Realizada la reunión en el ayuntamiento “ con numerosísimo pue­ blo, se le hizo entender la causa del regocijo, que también manifestó el suyo en medio de transportes inexplicables: con vivas, aclamaciones e infinidad de demostraciones, que explicaban del modo más enérgico los deseos que generalmente tenían todos de este señalado y venturoso acaecimiento que fija su felicidad futura” . Trasladada la concurrencia al templo, “ se dió principio leyéndose por el Coadjutor don José Crisanto Salazar, literalmente la acta ex­ presada como monumento sagrado de nuestra libertad” . Celoso de la felicidad de su país estuvo al lado del ilustre patri­ cio don José María Cornejo, en los trabajos para obtener la reforma de la Constitución Federal. Adversa fue la suerte a los partidarios de dicha reforma; y el señor Cornejo junto con sus amigos políticos, entre los cuales desco­ llaba el Presbítero Salazar, fueron llevados presos a Guatemala y so­ metidos a la férrea ley que les impuso el partido victorioso. Allá permaneció Salazar por largo tiempo, y de retomo a su pueblo natal, después de servir el cargo de Rector de la Universidad, desempeñó varias parroquias; siendo la última la del pueblo indígena de Nahuizalco en donde falleció el año de 1857. En el humilde cementerio de aquella población descansan los restos mortales del docto varón que fue por sus singulares virtudes modelo de sacerdotes; por sus eminentes servicios, modelo de ciuda­ danos. C. J.

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LIC. DON CRISANTO SALAZAR, Primer Rector de la Universidad Nacional.

CORONEL DOMINGO FAGOAGA

Hijo de D. Mariano Fagoaga, antiguo Escribano Real de la In­ tendencia de San Salvador, y de doña Josefa Aranzamendi. Ingresó muy joven al ejército federal y en 1829 ascendió a Te­ niente Coronel. En 1854 desempeñó la Secretaría de la Comandancia General de la República. De 1853 a 1854 sirvió como Mayor del Regimiento de Infantería. Poseía muchos conocimientos en el ramo militar y a ello se debió que, por mucho tiempo, se le destinara a la instrucción del ejército. En la administración del general Barrios, tuvo a su cargo, por segunda vez, la Secretaría de la Comandancia General de la República. Cuando fue juzgado el general Barrios éste lo nombró su defensor. Dignamente desempeñó la defensoría, aunque sin resultado fa­ vorable. Fue casado con doña Mauricia Asturias, hermana del valiente General don Domingo Asturias. Falleció en esta capital el 23 de junio de 1870. Con motivo de su muerte el periódico oficial del gobierno dijo lo siguiente: “ Militar pundonoroso e inteligente, cumplido y honrado en toda la extensión de la palabra; sus antecedentes e irreprensible conducta, ya privada, ya oficial, son un verdadero título y un testimonio irre­ fragable de su indisputable mérito alcanzado en una dilatada y honro­ sa carrera en que al través de las borrascas políticas y sociales porque

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ha ido pasando Centro América, supo granjearse el de todos los gobiernos y jefes bajo cuyas banderas que el afecto, la consideración y deferencia de sus radas, amigos y conciudadanos que hoy lamentan un irreparable pérdida” .

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aprecio y respeto militó, no menos numerosos camaduelo general, su

GENFRAL DON CARLOS SALAZAR Benemérito de la Patria y ex-Jefe de los Estados de El Salvador y Guatemala.

La Asamblea Legislativa de El Salvador, agradecida por los rele­ vantes servicios que prestó a la República el General Salazar, por decreto de 11 de octubre de 1834, le confirió el renombre de BENE­ MERITO DE LA PATRIA. Muy merecido fue ese homenaje, tributado a un ciudadano meritísimo, a un soldado magnánimo y valeroso que tiene sitio de honor en nuestros gloriosos anales. Pertenecía el señor Salazar a honorable y antigua familia sansalvadoreña. Fueron sus padres el acaudalado comerciante don José Gregorio Salazar y doña Francisca Castro, y nació en esta capital el año de 1800. Sus padres lo enviaron a Guatemala e ingresó al Colegio Tridentino, en donde siguió sus estudios hasta obtener el grado de bachiller en Filosofía, el año de 1817. De regreso a su país natal, se dedicó al ejercicio del comercio. Estimulado por su hermano don José Gregorio, dejó las comodi­ dades que le proporcionaba la ventajosa posición económica y social de los suyos, para incorporarse al ejército salvadoreño y militar a las órdenes de Morazán. Grandes servicios prestó Salazar al partido liberal al que se afilió en sus años juveniles. Cuando en 1832 hubo serias desavenencias entre el Jefe del Estado de El Salvador don José María Cornejo y el General Morazán,

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el gobierno de Guatemala organizó una fuerza de observación que puso a las órdenes del entonces Coronel Salazar. El 23 de junio de 1834 el Senador don Carlos Salazar, General en Jefe del Ejército de El Salvador, se hizo cargo provisionalmente del Gobierno de este Estado. Con motivo de haber aparecido un movimiento revolucionario en Santa Ana, el Gobierno envió a combatir1'- al General Salazar, quien derrotó completamente a los revolucionarios el 15 de julio de 1837. El doctor don Mariano Gálvez, Jefe del Estado de Guatemala, dio las gracias a los Jefes, Oficiales y tropa que obtuvieron tan señalado triunfo y les otorgó una condecoración. En el año antes expresado el general Salazar desempeñó el cargo de Ministro del Gobierno de Gálvez; pero poco tiempo después renun­ ció el Ministerio. La Asamblea Legislativa de Guatemala, con fecha 29 de enero de 1839, lo eligió Jefe Provisorio de dicho Estado. Brillante triunfo alcanzó aquel notable jefe contra las fuerzas de Carrera, a quien derrotó en Villanueva el 11 de septiembre de 1839. Con respecto a esta batalla se publicó en Guatemala la manifesta­ ción siguiente: “ La acción de Villanueva merece citarse como una de las primeras que en nuestra República han producido resultados de una extensión incalculable. Ella ha salvado la independencia, la libertad, el orden y comunicado nueva vida a la civilización, ya expirante en Guatemala; a la moral y a la religión, torpemente hollados por los bárbaros; y sus­ pendiendo los golpes mortales que se preparaban darles en los demás Estados, la República le es deudora de tan inmenso bien. Loor eterno al bizarro general que con tanto acierto condujo al triunfo a los va­ lientes guatemaltecos y salvadoreños!” La victoria que Carrera obtuvo sobre Morazán el 19 de marzo de 1840, determinó a éste a abandonar el territorio centroamericano; y el General Salazar fue uno de los que lo acompañaron al Puerto de La Libertad y se embarcaron el 5 de abril en la goleta Izalco, con rumbo a la América del Sur. Después de la muerte de Morazán se retiró a la vida privada y en Costa Rica ejerció la profesión mercantil. El docto historiador señor Fernández Guardia, dice: que Salazar murió en San José el 23 de julio de 1867 y que estaba ya tan olvidado y oscurecido que la prensa periódica no le consagró una sola línea.

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GENERAL

CARLOS SALAZAR,

Benemérito de la Patria y ex-Jefe de Estado de El Salvador y Guatemala.

Los grandes servicios que el General Salazar prestó a Centro América le dan derecho a la admiración y a la gratitud de sus com­ patriotas. Fue modelo de valor y lealtad, lo abandonó todo para luchar por los ideales de su partido; y cuando vio perdidos esos ideales, honda­ mente decepcionado, se retiró a la quietud de su hogar. Aquel que fue Jefe de los Estados de El Salvador y de Guatemala; Ministro en la Administración del doctor Gálvez, General en Jefe del Ejército y Benemérito de la Patria, pasó ignorado y solitario en sus postreros años. ¡Qué de recuerdos y desesperanzas conturbarían el ánimo del eminente patriota, cuando al declinar de su vida, en pago de abnega­ ciones y sacrificios, sólo recibió ingratitudes y menosprecios! Náufrago de las tempestades políticas, anciano ya, aleccionado por el triste conocer de las humanas miserias, acaso en sus horas de amar­ gura repetiría la histórica frase: he arado en el mar. V íc t o r Je r e z .

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CORONEL DON ROMAN MONTOYA

En el barrio de Concepción de la capital salvadoreña y del matri­ monio de los señores Urbano Montoya y Francisca Santamaría nació, el año de 1800, este connacional que, desde el humilde taller de un artesano, llegó por esfuerzo propio hasta formar, mediante su trabajo asiduo, un cuantioso capital, a ocupar alto puesto en la jerarquía del ejército salvadoreño y desempeñar las elevadas funciones de Presidente del Senado. Adquirió los conocimientos elementales en la escuela que servían gratuitamente los frailes de San Francisco de Asís, establecida en el sitio que hoy ocupa el cuartel del 1er. Regimiento de Infantería y en donde antes estuvo el Cuartel de Artillería. Su carrera militar principió alistándose como soldado raso bajo las órdenes del benemérito general don Manuel José Arce, en las fuer­ zas que defendieron la dignidad de Centro América, oponiéndose al efímero Imperio de Iturbide. Por rigurosa escala ascendió a Coronel de Infantería; y los últi­ mos servicios que prestó en el ramo militar fueron durante el gobierno del doctor don Eugenio Aguilar habiendo sido compañero de armas de los coroneles Pérez, Rosales y Villaseñor. Se retiró del servicio militar y estableció una venta de merca­ derías, que fue base de su gran casa comercial, una de las primeras y más acreditadas en el país. Fue partidario del general don Gerardo Barrios; pero se separó

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de éste a causa de la cuestión que hubo con el clero católico en la Ad­ ministración de aquel caudillo. Conservó mucho cariño para Barrios y cuando éste cayó prisione­ ro, Montoya en unión de don José María Peralta, de los generales Bustamante y Delgado y de otros caballeros trabajó con actividad por salvar al infortunado ex-Presidente. Recordando su antigua vida de soldado, puso toda su influencia con el Presidente Dueñas para la fundación del Colegio Militar. Con noble desinterés sirvió al Hospital de San Juan de Dios en concepto de Tesorero y renunció siempre a favor de dicho estableci­ miento los honorarios que legalmente le correspondían, además le obsequiaba de su almacén cuantos útiles eran necesarios y finalmente le donó sus sueldos como Presidente del Senado. Católico ferviente, dio cuantiosas limosnas para la reparación del Templo de San Francisco y por eso la Curia Diocesana concedió que se le sepultara en dicha iglesia en demostración de singular gratitud. Falleció siendo Presidente de la Cámara de Senadores el 20 de julio de 1868.

y . j.

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j

CORONEL Y DOCTOR DON MANUEL FERNANDEZ Nació en San Salvador, en 1801. Fueron sus padres el señor Marcos Fernández (platero) y doña Gertrudis Hernández de Fernández. Murió en 1870.

Este modesto médico era un notable naturalista: sin maestros y auxiliado sólo por su gran talento, su admirable constancia y los libros que se hacía traer de Europa, aun en medio de sus penurias, fue quizá el primer salvadoreño que estudió la naturaleza de su país, de un modo verdaderamente científico. Pasaba días enteros entre los cuarenta volúmenes del Gennera Plantarum, de De Candolle; y cuando viajaba en el Estado Mayor del Presidente de la República doctor don Francisco Dueñas, iba recogien­ do preciosos datos sobre la flora, la fauna y la constitución geológica de El Salvador. Fruto de tantas y tan constantes observaciones es su Bosquejo F í­ sico y Político, del que sólo se publicó una pequeña parte, y del cual años más tarde hizo una segunda edición, la Biblioteca Nacional, bajo la inteligente dirección del ilustre literato don Arturo Ambrogi. Sus trabajos sobre la flora nacional están dispersos en varios periódicos y ojalá se reunieran para publicarlos en un solo volumen. En el campo profesional son dignos de mencionarse sus estudios y observaciones sobre la fiebre amarilla, los cuales dio a conocer en un opúsculo. Estuvo en la acción de La Arada, y son dignos de recordación los múltiples y humanitarios servicios que prestó. El Licenciado Fernández tuvo el grado de Coronel del Ejército

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Salvadoreño. Fue vocal del Consejo de Guerra que juzgó al ex-Presidente General Gerardo Barrios; se asegura que hizo empeñosos es­ fuerzos por salvar la vida del caudillo militar, y fue el único de los miembros que votó por la vida de éste. Fue casado con doña Luisa Castro, de origen hondureño.

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DOCTOR DON SANTIAGO BARBERENA Decano de la Facultad de Ciencias y Letras y Catedrático de la Universidad Nacional de El Salvador, fallecido el 25 de diciembre de 1867, a las 5 de la tarde.

Nació el señor doctor don Santiago Barberena en San Salvador, el 25 de julio del primer año del siglo X IX , y fue trasladado en su niñez a León, Nicaragua, de donde era su familia. Hizo sus primeros estu­ dios en la Universidad de aquella capital, y su primera vocación fue la Medicina, en cuya ciencia hizo muchos adelantos. El año de 26, no bastando aquel círculo a sus aspiraciones científicas, se trasladó a Guatemala, que le ofrecía un campo más extenso donde poder ejerci­ tarse. Mas en esa época, después de ocho meses de permanencia en aquella ciudad se le proporcionó hacer un viaje a Londres, en calidad de Agregado a la Legación que entonces fue a Inglaterra, compuesta del señor Zebadúa como Ministro, del señor Licenciado don Manuel Bar­ berena, Secretario, y de él mismo, que también llevaba el interés de acompañar a su hermano don Manuel. Permaneció en aquella gran ciudad, foco de la ilustración, por espacio de cinco años, en cuyo lapso se dedicó con estusiasmo a las Matemáticas, Filosofía, Física y Química. Tuvo por maestros y amigos a los señores o sabios más eminentes, como Faraday, Davis y otros, y cultivó las relaciones más elevadas de aquella culta sociedad. Vuelto a Guatemala sintiéndose capaz y lleno de actividad y por otra parte inclinado al profesorado en Ciencias y Letras, se dedicó a la enseñanza de la juventud: las cátedras de Matemáticas y de Literatura Latina de aquella Universidad, estuvieron a su cargo por mucho tiempo, y a la vez, planteó su colegio San Agustín, uno de los más acreditados que haya habido entonces y de donde salieron tantos hombres útiles a Cen-

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tro América toda: trabajaba en colaboración de otro hombre eminente, el señor Doctor Don Manuel S. Muñoz. Posteriormente, se trasladó a Quezaltenango y abrió un nuevo Colegio tan acreditado como el ante­ rior, pero muchos guatemaltecos e interesados por su permanencia en Guatemala, hicieron volver y volvió a abrir su colegio. En esta circunstancia fue llamado por el Gobierno de El Salva­ dor, el año de 5 9; y desde entonces radicóse con su familia en esta ciudad; se hizo cargo de las cátedras de Matemáticas y Latinidad, y ha permanecido a nuestro lado hasta su fin, desempeñando siempre sus asignaturas con toda aquella asiduidad, paciencia y amabilidad que le caracterizaba. Todavía tres días antes de entregar su alma al eterno, y no obstante sus achaques y la gravedad de su mal, la cátedra aún resonaba con la sabiduría de su dulce voz. D a r ío G o n z á l e z .

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DON PEDRO ARCE FAGOAGA

El 28 de agosto de 1801, en la iglesia parroquial de San Salvador, recibió las aguas bautismales, con el nombre de Pedro José Agustín, un hijo del ilustre procer don Bernardo Arce y León y de la distinguida matrona doña Antonia Fagoaga y Aguilar. Como su hermano el eminente patricio don Manuel José Arce, fue enviado a Guatemala en donde recibió una amplia cultura. De regreso a su país natal se dedicó al cuidado y explotación de las valiosas propiedades agrícolas que poseían sus padres. Desde muy joven profesaba las ideas republicanas; y con el mayor entusiasmo, en unión de los otros miembros de su hidalga familia, tra­ bajó con empeño por la independencia de Centro América, soportando como ellos tenaces persecuciones. En servicio de la República, y con el grado de capitán del ejército, fue en misión a Guatemala el año de 1823 a llevarle al Gobierno Na­ cional la oferta del auxilio armado que El Salvador enviaba para com­ batir la rebelión de Rafael Ariza Torrez. En 1833 fue por primera vez Gobernador de Sonsonate. Se le designó por parte de El Salvador para asistir a la Convención de Chinandega. Algún tiempo desempeñó las funciones de Ministro del Gobierno. El año de 1842 fue elegido Vicepresidente del Estado; y ejerció este cargo en 1843 a causa de las desavenencias que ocurrieron entre el señor Guzmán y el general Malespín.

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Asistió el año de 1855 a las sesiones del Congreso Legislativo, en representación del distrito de Izalco. En varias épocas desempeñó nuevamente la Gobernación Política de Sonsonate. El año de 1860 fue nombrado Administrador de Rentas de Sonso­ nate y Santa Ana. “ Por su valía personal y por el importante papel que su hermano había desempeñado en los años anteriores y posteriores a la emanci­ pación política de Centro América fue siempre considerado por los pueblos. Este aprecio lo hizo llegar al Poder Supremo. De sus manos habría pasado la Presidencia del Estado a las del general Malespín; pero habiéndose declarado contra la candidatura de éste, resignó el mando supremo en otro ciudadano” . Cargado de años y lleno de méritos, tranquila la conciencia y con una historia de grandes servicios a El Salvador, rindió la jornada de la vida este dignísimo procer el 3 de abril de 1871. V íc t o r Je r e z .

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DOCTOR Y MAESTRO DON JORGE VITERI Y UNGO, PRIMER OBISPO DE LA DIOCESIS DE SAN SALVADOR

El día 23 de abril de 1802 nació en esta ciudad de San Salvador; hijo legítimo de don Buenaventura de Viteri y de doña Juana Ungo, ori­ ginarios de España, y familia prominente que vino a domiciliarse en esta misma ciudad. Bautizado en la Iglesia Parroquial de San Salvador por el Cura Rector Dr. D. José Matías Delgado. Cursó Filosofía en la Universidad de Guatemala y en 1819 ob­ tuvo el grado de Bachiller; cursó Sagrada Teología y Derecho Civil, yendo a perfeccionar sus conocimientos a España y Francia. Regresó a Guatemala y obtuvo el hábito clerical el 31 de agosto de 1822, reci­ biendo la Tonsura y las Ordenes Menores el 13 de octubre del mismo año. El 20 de septiembre de 1823 fue ordenado Subdiácono, habiendo obtenido el título de Bachiller en Derecho Eclesiástico y Derecho Civil el 5 de julio de 1824 lo que dio lugar a que el 18 de septiembre del mismo año se hiciera acreedor al Sacro Diaconado. Fue ordenado de Presbítero en la Iglesia de Santa Teresa de Guatemala el 18 de febrero de 1826, de manos del Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo Dr. Ramón Casaus y Torres. Poco después obtuvo el título de doctor en ambos derechos en la misma Universidad de San Carlos, donde había cursado sus estudios, dedicando este grandioso acto a la Doctora Santa Teresa de Jesús, de quien era muy devoto. El Arzobispo señor Casaus conocedor de los valiosos méritos y conocimientos jurídicos del Presbítero Viteri, le comisionó como defensor de matrimonios de los Tribunales Eclesiásticos de la Curia Metropolitana. Hasta aquí lo que

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pueden llamarse méritos privados, que enaltecen en sumo grado a la personalidad del señor Viteri. Embarcó con rumbo a España en 1829, por cuenta de su familia, y en unión de su señora madre a bordo de una fragata inglesa, teniendo el pesar de perder a la autora de sus días a principios del mes de octubre. A raíz de su regreso a Guatemala dio comienzo para él lo que puede llamarse su vida pública. Fue nombrado Diputado a la Asamblea Constituyente, designado conciliario del Claustro de la Universidad en 1840; Delegado a la Convención Nacional, celebrada en esta capital; Individuo del Consejo del Gobierno de Guatemala y Ministro General, en cuyos puestos desempeñó con honor el cargo de sus comitentes. Le fue aceptada su reiterada renuncia en diciembre de 1841. Una de las más poderosas causales que el señor Viteri alegaba al presentar su dimisión, fuera de la del quebranto de su salud, fue la de estar nombrado Enviado Extraordinario cerca de la Corte Pontificia. Efectivamente, el 5 de abril de ese mismo año, siendo el Licenciado don Juan Lindo, Jefe Supremo de este estado, fue nombrado por este Go­ bierno y por los de Guatemala, Honduras y Costa Rica, para aquel gra­ ve y delicado cargo. De aquí se deduce que el Padre Viteri era ilustre no sólo por su elevada posición social, sino por sus conocimientos religiosos y políti­ cos. Este eminente hombre público fue el deparado por la Divina Pro­ videncia para presentar al Supremo Pastor de la Cristiandad todas las necesidades de estos pueblos, para que aquél las remediara, enviando sus paternales consuelos a las almas atribuladas por tantos males que como las revoluciones afligían a Centro América. A principios de 1841 el Enviado señor Viteri, se dirigió a Roma, pasando primeramente a La Habana, para recoger del Ilustrísimo Sr. Casaus los documentos necesarios para la realización del objeto que se le encomendase para la Ciudad Eterna. El señor Casaus administraba a la sazón la Diócesis de La Habana y por esta razón la entrevista del señor Viteri se efectuó en la capital de Cuba. Obtenida la audiencia oficial del Papa, consiguió coronar con éxito sus gestiones diplomáticas ante la Santa Sede. A él se debió la erección de esta Diócesis el 28 de septiembre de 1842 y los muy avan­ zados trabajos para la erección de la de Costa R ica; por él se preconizó

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DOCTOR DON JORGE VITERI Y UNGO, Primer Obispo de San Salvador.

Obispo, Coadjutor de la Arquidiócesis y Diocesano de Comayagua a los señores doctor Francisco de Paula García y Peláez, y don Francisco de Paula Campoy y Pérez, respectivamente. A sus gestiones internacionales se debió que la antigua Iglesia Parroquial de este Estado, fuese elevada al honor de Catedral y se hermanase con la primera de las Basílicas de la Cristiandad, San Juan de Letrán, en el goce de todos los honores, prerrogativas y privile­ gios de aquélla y condecorada con el título de insigne Basílica de San Salvador. La Santa Sede le nombró Delegado Apostólico en Centro América, Conde Palatino y Prelado Doméstico del Sacro Solio Pontificio. El 29 de enero de 1843 fue consagrado en la Capital del Orbe Católico, en la Iglesia de Santa Francisca Romana, oficiando de Consa­ grante el Cardenal Franssoni Prefecto de la Santa Congregación De Propaganda Pide nombrado por el Papa. Pocos días después dispuso su regreso a esta su Ciudad Episco­ pal, y como debiese pasar a Guatemala, para arreglar con el Cabildo Metropolitano asuntos concernientes a la nueva Diócesis, hizo su des­ embarco en el puerto de Izabal. Las exigencias espirituales de la Grey que el Divino Pastor con­ fiara al cuidado del nuevo Obispo, le obligaron a desistir de su primer propósito, y aplazar para después de su llegada a ésta, su visita a Guatemala. Mas para cumplir, lo que él quiso hacerse un deber, se dirigió al Gobernador Metropolitano desde el pueblo de Esquipulas. De allí continuó su marcha para este Estado. Ya en la capital del Estado hizo su entrada triunfal como lo pres­ cribe el Ceremonial de Obispos, revistiéndose con sus ornamentos Pontificales en la Iglesia del Barrio de Concepción. No se puede expresar con la palabra, ni aplicar calificativos pro­ pios al gozo de los capitalinos por este faustísimo acontecimiento, sólo se puede decir que por muchos años se conservó la memoria de este acontecimiento, que se considerará en la Historia Patria como una de las más memorables glorias de los salvadoreños. Gobernó la Diócesis dos años y diez meses, tiempo muy corto en verdad; pero que bastó al Ilustrísimo señor Viteri para conocer toda su Grey y remediar las principales necesidades. Si el júbilo fue inmenso por el ingreso del señor Obispo también fue amarga su emigración para él y para todos los salvadoreños. Los enemigos de todo orden lograron establecer la discordia entre los po-

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deres Eclesiástico y Civil, destruyendo la paz tan deseada que empeza­ ba a consolidarse y consiguieron que el poder civil intentase juicio contra el Obispo, haciéndole responsable de rebeldía política. Como el Gobierno no permitiera por tenaz persecución, que se quedase en nin­ gún punto de su territorio diocesano, emigró a Nicaragua el 24 de julio de 1846, dejando dos eclesiásticos que gobernasen la Diócesis. Después de dos años de permanecer en aquella Diócesis que tenía veinte de estar vacante, el señor Obispo Viteri, renunció la Sede de San Salvador y aceptó la de León que gobernó también muy poco tiempo, pues el 25 de julio de 1853, víctima de los ataques de sus ene­ migos, sucumbió a los golpes de la persecución. Murió el señor Dr. don Jorge de Viteri y Ungo a la edad de 51 años, tres meses y dos días, dejando en los fastos históricos de su Patria, muy gratos y apreciables recuerdos, así como un hondo vacío en la sociedad, de la que era miembro importante, como en las Dió­ cesis que sirvió cumpliendo rigurosamente la Voluntad Divina. En una cripta de la vieja Catedral de León reposan sus restos; y en la Sala Capitular de dicha Iglesia, se destaca, entre muchos retratos de Obispos y de Frailes, el suyo, de cuerpo entero, obra de verdadero arte hecha en Italia y en la cual admira el visitante una fisonomía de rasgos verdaderamente perfectos y un tipo de hermosa arrogancia y dominadora actitud. Era un gran orador. En el pulpito, como en un Sinaí, tronaba su elocuencia entre relámpagos y truenos. Era vehemente, agitado, tem­ pestuoso. Fue su vida muy agitada, tanto por la época en que vivió, como por su temperamento de fuego. En el desfile histórico de los Pastores de las greyes de Centro América, la figura del primer Obispo de El Salvador, pasa majestuo­ samente, con gesto olímpico. La mitra en su cabeza, refulge como co­ rona, y el báculo lo empuña su mano como un cetro. S a n t ia g o

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R ic a r d o

V il a n o v a

y

M eléndez.

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CORONEL DON MARIANO SARA VIA

El 25 de mayo de 1802 nació en esta capital. Sus padres, que carecían de bienes de fortuna para educarlo, se vieron precisados a separarse de él y enviarlo a Guatemala, poniéndolo bajo la generosa protección del Reverendo Padre Llórente, de la esclarecida orden de Santo Domingo de Guzmán. Proclamada la Independencia de Centro-América en 1821, el Pa­ dre Llórente tuvo que trasladarse a M éxico; y Saravia regresó al seno de su familia. En 1824 se enroló en las fuerzas organizadas por el eminente Procer General don Manuel José Arce para ir a la pacificación de Nicaragua. Asistió a los combates de Arrazola, Chalchuapa, Sitio de Mejica­ nos, San Antonio, Gualcho, Guatemala (1 8 2 9 ), Mixco, San Miguelito, Las Charcas, Villanueva, Espíritu Santo, San Pedro Perulapán, Guate­ mala (1840) y San Salvador 1863. Durante la Administración política del doctor Dueñas se negó a servir en el ejército. Permaneció en servicio activo 57 años. Todos los actos de su vida son irrecusable testimonio de la nobleza de sus sentimientos. Falleció en San Salvador, el 18 de abril de 1883 a los 81 años de su edad.

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GENERAL DON RAMON BELLOSO

Este ilustre guerrero, de fama esclarecida en los anales militares de Centro América, nació en San Salvador a principios del Siglo X IX . Fueron sus padres los señores Pedro José Belloso, ardiente pa­ triota, y Tomasa Renderos, ambos del barrio de Candelaria de esta ciudad. Muy joven militó en las fuerzas de Morazán y este Jefe le confirió los primeros ascensos. En 1841 aparece como Teniente de Infantería, nombrado por el Jefe del Estado en delicada comisión oficial. Ascendió a Capitán en 1842, y el General Malespín, justo aprecia­ dor de las singulares aptitudes de Belloso, le elevó a Teniente Coronel. El empleo de Comandante General de San Miguel lo desempeñó en 1844. Con el General Malespín asistió a la campaña de Nicaragua; y al regreso de ésta, derrotó al General Cabañas en el combate de Quelepa. Ejerció en San Salvador la Gobernación Política del departamento en 1854. Como Jefe del Ejército Salvadoreño, concurrió con su admirable valor y su gran pericia, a la campaña contra los filibusteros y tuvo también bajo su mando a los ejércitos aliados. El Gobierno de Nicaragua le confirió el nombramiento de General de División. A su regreso a este país, frescos aún los lauros del triunfo, falleció del cólera morbus en esta capital el año de 1857.

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Viejo militar de los tiempos heroicos, fue siempre fiel a su ban­ dera y muy amante de su patria. Su gloria militar nunca ha sido superada, y sus bizarros compa­ ñeros de armas le llaman siempre el invicto. Y en verdad, la victoria fue su constante compañera en los com­ bates. De sus grandes méritos dicen los artículos que a continuación se publican, escritos por dos salvadoreños de alto renombre: el General don Juan J. Cañas y el doctor don José Antonio Cevallos, ambos de respetable e imperecedera memoria. J. Z.

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GENERAL R AM ON BELLOSO General en Jefe de los ejércitos aliados de El Salvador y Nicaragua en la guerra contra los filibusteros.

GENERAL DON RAMON BELLOSO

Pocos días antes de haber recibido en depósito la Presidencia el señor Dueñas, había pasado por Cojutepeque el ejército auxiliar de Guatemala, en tránsito para Nicaragua, al mando de los Generales don Mariano Paredes y don José Víctor Zavala. Cuando la fuerza guatemal­ teca llegó a la misma ciudad, entraban a ella los señores don Gregorio Juárez y don Pedro Cardenal, Comisionados por don Patricio Rivas, Presidente de Nicaragua, con la misión de solicitar del Gobierno de El Salvador, auxilio contra la imposición de Walker; auxilio que fue ne­ gado por el Presidente Campo. Los comisionados del Presidente Rivas, como es natural, regresaron en el acto; pero la primera disposición del señor Dueñas fue hacerlos llamar, cuando ya iban por San Vicente, y manifestarles que sus gestiones serían inmediatamente atendidas, como en efecto, se expidió la orden de organizar 800 hombres al mando del General don Ramón Belloso, y como segundo, el de igual título, don Indalecio Cordero. Esta fuerza se puso en marcha a mediados de junio del año citado. Siendo esta expedición obra exclusiva del Vicepresidente Dueñas, hay que seguirla desde el principio hasta el fin y fiscalizarla aun en sus más minuciosos actos, para ver si fue o no acertado su nombra­ miento. La fuerza constaba de dos batallones de 350 soldados cada uno y de una guardia de honor de 100. El Estado Mayor lo componían: un General en Jefe, un segundo Jefe, de igual grado, tres Tenientes Coro­ neles, cinco Capitanes, un médico y un Secretario General.

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Ya se ha dicho que el comando de la fuerza lo ejercía el General don Ramón Belloso, y que el segundo puesto lo ocupaba el de igual grado don Indalecio Cordero. Ahora diremos que entre los Tenientes Coroneles iban: el que más tarde fue el heroico General don Felipe Barrientos, quien llevaba a su cargo las funciones de Auditor de Gue­ rra, y en concepto de Tesorero, don Joaquín Salazar, el siempre muy querido y respetado de todos los que le conocían. Entre los Capitanes iban el que esto escribe y don Daniel Castellanos, Ayudante íntimo e inmediato de órdenes. Castellanitos, como familiarmente se le llamaba, tenía a su cuidado todo lo que pertenecía al general en Jefe, y fue el mismo que más tarde fue inmolado en esta capital, víctima de su teme­ rario patriotismo. El médico era el doctor don Gregorio López y el Secretario general don Miguel Castellanos. A l llegar al puerto de La Unión se fletó el bergantín peruano “ Chimu” , de más de 200 toneladas de desplazamiento, para hacer sin tardanza la travesía hasta la caleta de Playa Grande en Nicaragua, donde se esperó dos días la llegada de las bestias. Después, en embar­ caciones menores, nos internamos en seguida para llegar al pueblo “ El V iejo” , en la tarde del lluvioso día del 10 de julio de 1856, pernoc­ tando allí. A l día siguiente, al amanecer, se continuó el viaje para Chinandega; pero como al llegar se oían detonaciones de artillería, proceden­ tes de León, dio orden el General Belloso de hacer alto, y que en un cuarto de hora almorzara la tropa, en la misma formación para seguir la marcha. Así se efectuó. Concluido el almuerzo se emprendió la marcha durante todo aquel lluvioso día, hasta llegar al pueblo de Quesalguaque, de donde no fue posible avanzar un poco más, por la densa oscuridad de la noche. Habría trascurrido una hora cuando viniendo de León en rápida fuga, con su gabinete, don Patricio Rivas, Presidente de Nicaragua, se encontró con la fuerza salvadoreña, que iba en su auxilio. Refirió que en la mañana de ese día, 11 de julio, se había aparecido repentinamen­ te y sin previo aviso y al mando de 100 hombres, Bruno Naxmer, con el falaz propósito, mal encubierto, de capturarlo con algunos más y conducirlos a Granada, residencia de Walker, su jefe, y que las salvas de artillería, las había hecho anunciando que tomaba posesión de la capital, residencia del gobierno democrático. A l terminar este relato, el General Belloso, dispuso continuar la marcha para restablecer en su puesto al gobernante legítimo del país;

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y sin demora se emprendió la marcha llegando al amanecer del día 12 a orillas de la ciudad, donde se alistaron las descubiertas respectivas para entrar en acción inmediata. Con todas las precauciones del caso se entró en la ciudad hasta la plaza principal, en donde se supo que Naxmer había partido la tarde anterior. Así fue como antes de 24 horas quedó restablecido en sus altas funciones el gobierno del Presidente Rivas, sostenido por las armas de El Salvador, que ponían en evidencia su misión. El Gobierno nica­ ragüense en el mismo día, nombró al General Belloso Comandante Ge­ neral de los departamentos occidentales, muy a despecho del propio General, porque no quería ser objeto de censuras, a causa del des­ empeño de cargos, propios de los hijos del país en que se encontraba. Como se recordará, que el ejército de Guatemala, había pasado por Cojutepeque, mucho antes de que se hablase de enviar otro igual de El Salvador; sino mucho después; aquél hizo su ingreso a León, cua­ tro días después de hallarse allí el salvadoreño, que fue el encargado de tributar los honores de recibimiento y bienvenida a la fuerza gua­ temalteca. Pero como estos distintos cuerpos de tropas no podían permanecer indefinidamente en León, mientras las fuerzas de Walker se reforzaban constantemente; había que salir en busca del enemigo, y así se efectuó, tomando el camino que conduce a Granada, cada cual de ellos hasta ocupar Masaya, ciudad inmediata a Granada. A los pocos días, al Jefe guatemalteco no le convino permanecer allí: levantó el campo, trasla­ dándose a una pequeña población, situada como a dos o tres leguas al suroeste de Masaya. El General Belloso dispuso que se atrincherara la ciudad para la mejor defensa. Este trabajo se estaba realizando cuando el General Zavala vino a Masaya y al ver al General Belloso por todo saludo le dijo: “ Conque usted se está enchiquerando, no” . “ Sí señor — respondió Belloso— como no tenemos noticias del enemigo, no obstante estar tan cerca de él e ignoramos hasta su número y sus movimientos, no que­ remos que nos encuentren desprevenidos; así cumplimos lo mejor que nos es posible el encargo que nuestro Gobierno nos ha confiado” . El objeto de Zavala era ponerse de acuerdo con Belloso, para que, en el caso de ser atacado cualquiera de ellos, el otro se echara sobre la retaguardia del enemigo, y en ello se convino. Entretanto, el cólera hacía estragos. Eso fue causa de una escena, conmovedora en extremo, ocurrida entre los camaradas salvadoreños:

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entre los atacados por el terrible flagelo, estaba el Capitán don Vicente Galdámez, de San Vicente, quien con instancia llamaba al General Belloso. Este eludía atenderlo, demostrando con ello que hay valientes hasta la temeridad; pero que a la vez son tan sensibles al dolor ajeno que no pueden menos que llorar ante sus subalternos. Al fin tuvo que ceder, yendo a ver al postrado oficial, quien le dijo: “ Lo he llamado, señor, para suplicarle, que mi cadáver, lo mande enterrar en medio de la carretera que de esta ciudad está al occidente” . El General prometió satisfacer los deseos del oficial, y preguntándole porqué deseaba semejante cosa, contestó: “ Para que los que queden de mis compañeros, y regresen a la Patria, pasen sobre mi sepulcro” . El General salió precipitadamente de aquel cuadro asolador. Pocos días después, el 13 de septiembre a las ocho de la mañana, se dio parte al General Belloso, de que el enemigo se acercaba en número muy crecido. Al oír el General tal noticia, dijo: “ Capitán Sáenz, vaya usted con la Guardia de Honor a encontrar al enemigo, le sale al camino que trae, le da la bienvenida y sin precipitación, se reconcentra usted haciéndole fuego en retirada” . Sáenz cumplió con la mayor exactitud la orden. Al penetrar a la primera línea de casas, quiso recoger y entrar a un soldado herido en un muslo que a los primeros tiros había caído, pero no le fue posible; y allí, precisamente, donde estaba el herido, hizo alto Walker con su Estado Mayor. Hay que advertir, y esto ningún escritor lo ha dicho, que Walker no montó nunca a caballo; mientras estuvo en Nicaragua siempre ca­ minó a pie a la cabeza de su fuerza. Cuando vio al soldado herido, “ Doctor — le dijo a su médico, que era cubano— , cure usted a ese hombre” . Pero el soldado prorrumpió en una retahila de insultos, y pidiendo que lo remataran, expresó que no se dejaría tocar de ningún bandido como ellos. Entonces Walker, volviéndose a don Mateo Pineda, le dijo: “ General, estos son ios hom­ bres que me dijo que se corrían a la primera descarga?” Pineda guardó silencio. Los invasores se esparcieron ocupando sitios como si de antemano se les hubiera señalado, claraboyándolos con pasmosa rapidez; poco después comenzó un mortífero fuego, con ímpetu de ciclón, a eso de las ocho de la mañana. Bien pronto cayeron heridos 18 oficiales salvado­ reños y dos de los más intrépidos, activos y expertos capitanes murie­ ron en la refriega.

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El único jefe disponible que secundaba las órdenes del General Belloso era el Teniente Coronel don Pedro Rómulo Negrete, futuro renombrado General de cada uno de los Estados de Centro América, quien, poco antes, había sido enviado por el señor Dueñas, al mando de 150 soldados, único refuerzo que en toda la campaña recibió el Ge­ neral Belloso. Aunque sin artillería por ambas partes, la acción era encarnizada y tremenda. Como a la una y media del día y cuando estaba más nutrido el fuego, el General Belloso exclamó: “ El enemigo está derrotado” . Y acto continuo ordenó al oficial Procopio Ruiz: “ Vaya usted a repicar” . Esta orden extraña sorprendió a todos los que la oyeron, por lo rara e inesperada; pero es el caso, que pocos segundos después, el fuego cesó en toda la línea: el enemigo estaba derrotado, y no se le persiguió por el completo agotamiento de medios. El General Zavala en vez de cumplir el compromiso de atacar la retaguardia del enemigo, se fue a ocupar Granada, en donde lo derro­ taron los derrotados, dejando tres importantes jefes prisioneros, a quienes Walker tuvo en aparente libertad, bajo su palabra de honor y a quienes fusiló al tercero día. También quedó castigada la invectiva de Zavala, porque lo que llamó enchiquerarse, fue obra previsora, oportunísima, eficaz y bri­ llante. Ningún salvadoreño se ha ocupado jamás de esta acción de armas, y los extraños procuran eludirla, ya que les es imposible borrarla del histórico cuadro de los acontecimientos gloriosos. Ninguna de las fuerzas auxiliares, que no pueden llamarse alia­ das, porque no lo eran, se puede envanecer de un hecho parecido. Pocos días después de estos sucesos y para no dar tiempo al ene­ migo a fortificarse en Granada, abandonaron el campo salvadoreños y guatemaltecos, para arrojarlo de allí. Walker mandó destruir la ciudad de Granada, ordenó que al pie de la columna de la derecha de la portada del templo principal, llama­ da Parroquia, se construyera una formidable mina, y a cierta dis­ tancia de ésta, se leía en grandes caracteres pintados en un tablero: “ Aquí fue Granada” . El ilustrado historiador don J. Dolores Gámez, asegura que fue en la playa donde se leía eso, con lo cual yerra, porque allí nunca hubo población. Los dos cuerpos de tropas, salvadoreñas y guatemaltecas, se mo-

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vieron de sus respectivas localidades, y simultáneamente atacaron a Granada, cuya resistencia fue cediendo poco a poco, y las fuerzas penetrando hasta la plaza, sin que la mina hubiera causado el más leve daño. Como la fuerza salvadoreña fue la primera que penetró en la ciudad, la Compañía del intrépido Capitán don Francisco Iraheta, de grata remembranza, pundonoroso y futuro general, fue la primera que dio parte a su Mayor General de haber ocupado la Plaza de Granada, poniéndola a sus órdenes; pero es el caso que por parte de los guate­ maltecos, se hacía otro tanto. Esto sucedía con frecuencia. La resistencia de la ciudad destruida, sólo fue para darle tiempo a Walker de embarcarse en uno de los vapores del Gran Lago, en com­ pañía de sus tropas, sin haber podido hacer lo mismo su Mayor Gene­ ral, el muy entendido Hennisen, sereno y hábil, que con los pocos que le quedaron, se encerró en los muros del convento de la iglesia de Guadalupe, donde se le puso sitio por muchos días, sin lograr domi­ narlo, con mengua de las armas centroamericanas. Durante este sitio el cólera hacía espantosos estragos. Una maña­ na el mencionado Capitán Iraheta, le dio este extraño parte al General Belloso: “ Señor, en mi Compañía, no hay más novedad que anoche murió el último, sólo yo he quedado” . Y era cierto, porque la columna salvadoreña estaba aniquilada y tocaba a su fin, como es natural, sufriendo calamidades de todo gé­ nero. Nunca fue reforzada; las balas y el cólera la diezmaron; sin sueldo por más de 50 días; de las filas se desertaron dos jefes, quienes en vez de recibir el castigo que merecían, fueron objeto de agasajos, consideraciones y recompensas. Se callan sus nombres por decoro. El comportamiento de esta expedición fue irreprochable en todo sentido; nunca dio lugar, en el país extraño en que se encontraba, a la censura más leve. El procedimiento más explícito del señor Campo, para demostrar la obstinada aversión que siempre abrigó por la fuerza expedicionaria en Nicaragua, enviada por el señor Dueñas, lo demues­ tra el hecho siguiente: Después que el General Belloso probó en Masaya de lo que era capaz de ejecutar, con la fuerza de su mando, y ya sitiando a Hennisen en Granada, encerrado en Guadalupe, envió el General al Presidente y Comandante General en la República de El Salvador, a un oficial, Portapliegos, para que este mismo oficial, le diese minuciosos detalles de la situación de la escuálida fuerza que aún quedaba, rogándole a

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la vez, admitiese su renuncia del puesto que se le había confiado; lo que no había hecho antes para evitar conjeturas, y atribuir su renuncia a incapacidad y cobardía; no obstante la simulada persecución de que era objeto y tenerlo sin sueldo, se entiende a toda la fuerza, hasta por dos meses, y sin haberle repuesto una sola baja, cuando las otras expe­ diciones se reforzaban y asistían siempre. Pues bien, el señor Presidente no se dignó dar contestación al ofi­ cial en referencia, que lo era el que esto escribe, a quien mandó dar de alta en concepto de Ayudante del puerto de La Unión, poniéndolo en azaroso conflicto de no poder exigir una respuesta y ni poder escribir al general, informándole lo ocurrido, porque el hacerlo implicaba una especie de censura contra el Jefe Supremo y su silencio daba lugar a que se juzgase mal a dicho oficial. El señor Presidente don Rafael Campo, para reemplazar a la extinguida y abnegada columna, envió otra, cuyas operaciones no nos corresponde comentar. Ju an

J. C a ñ a s .

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EL GENERAL BELLOSO

El General Belloso era un hombre esforzado, de un continente modesto y sencillo, y que en la guerra fue muy raro el caso en que por necesidad se vio obligado a ceder el campo al enemigo. Como General, es verdad que fue de menos nombradía que Ca­ bañas, por no haber sido tan conocido en los estados centroamericanos; mas bajo ese carácter, no le iba en zaga en valor y poseer un espíritu guerrero y animoso, aventajándole en aquel talento natural y previsor, que le hacía comprender los momentos supremos en que debía evitar un peligro amenazante, y conocer los que se presentaban propicios para aprovecharse en la victoria. Belloso fue un jefe ilustre y denodado en la guerra nacional sos­ tenida por los gobiernos de Centro América en los años de 1856 y 1857, contra William Walker, usurpador imprudente del Poder Pú­ blico en el Estado de Nicaragua; y su cooperación en aquella terrible lucha contribuyó en mucho al triunfo de las armas nacionales, con absoluto abatimiento de aquel caudillo, y de sus numerosos aventure­ ros, que en lugar de buscar las riquezas en el trabajo honrado y decente, llegaron al pintoresco país de los Guzmanes, Jereces y Chamorros, a hacerse poderosos, apoderándose no sólo de los haberes del tesoro público, sino también de las fortunas de los particulares. El General Belloso perteneció en la mayor parte de su vida al parti­ do liberal conservador, en cuyas filas militaba, cuando dispersó en Quelepa las tropas de Cabañas. Sus galones militares fueron la justa recom­ pensa de los servicios que prestó a su patria, adquiridos los de sargento

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a capitán, lidiando en las filas de la Federación. Cuando el Gral. Morazán salió el año de 1840 de Centro América hacia el Sur, el capitán Ramón Belloso, llamado entonces el “ Capitán Cañénguez” , quedó en los cuarteles de San Salvador, haciendo el servicio de cuidar por el or­ den público, a la cabeza de la guarnición que dejó aquel General. Desde entonces comenzó a figurar en escala superior en el ejército del Estado. Júzguese de la entereza, impavidez, sangre fría y ánimos resueltos de aquel salvadoreño por su comportamiento en los dos hechos que vamos a referir. Ellos son un claro testimonio de que a Belloso nada le intimidaba y que era capaz de ejecutar acciones pasmosas, cuando se hallaba en circunstancias que podían comprometer su honor, su digni­ dad y su existencia. A fines del mes de agosto de 1844, Ramón Belloso, siendo ya gene­ ral de Brigada fue designado en una junta de ciudadanos y en esa virtud nombrado por el Presidente General Malespín, Gobernador y Comandante del Departamento de San Miguel, por no ser de la con­ fianza del Gobierno el Coronel Gerardo Barrios que desempeñaba aque­ llos cargos. Belloso, ingresó a la ciudad capital del departamento y puso en noticia del Coronel Gobernador que había llegado a reponerlo como empleado en los cargos que él ejercía. Pero Barrios, poniendo en eje­ cución ciertos proyectos revolucionarios que abrigaba, acompañado de su inseparable amigo y pariente político general Cabañas, se rebeló contra dicho Gobierno, considerándose los dos disidentes protegidos bajo la sombra de la Gobernación y de la Comandancia Departamental. Dueños ambos del cuartel y de todos los elementos de guerra que allí existían, al instante dieron orden al Teniente Coronel Basilio Muñoz para que con una numerosa escolta pasara a aprehender a Be­ lloso en su propia habitación, cuya orden se ejecutó por la mañana, y en momentos en que Belloso ignoraba lo que ocurría en el cuartel de la ciudad, por el sigilo y astucia de los pronunciados. Basilio Muñoz que era uno de los rebeldes toma su escolta, la hace flanco derecho y al instante se halla intimando la orden de prisión al confiado General Beloso, quien como a las once de aquel día se halla­ ba sirviéndose el almuerzo en la casa de su hospedaje. Muñoz se había introducido en su habitación, dejando a sus soldados en la parte de afuera. Belloso impuesto de que iba a ser preso se manifiesta sorpren­ dido en apariencia, de la conducta de Cabañas y de Barrios, sin perder la calma y sangre fría en tan azarosa situación. Muñoz le ordena que

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obedezca, porque en caso contrario cumpliría con su consigna, la cual era la de hacerle conducir a la cárcel de la manera que diese lugar. Vamos, contestó Belloso: vamos coronel; y acercándose al mo­ mento a una de las esquinas de la pieza que ocupaba, toma de impro­ viso su espada: vamos coronel, le repite, y en el mismo acto le asesta una estocada con aquella misma arma, diciéndole: “ Toma traidor: anda a dar cuenta a los demás traidores con tu infame comisión.” Muñoz no obstante aquel ataque inesperado pudo herir en un brazo al gene­ ral. La escolta que esperaba oye palabras de imprecación vertidas por su jefe que la llama: corre introduciéndose al lugar en que aquel yace ensangrentado en el suelo: se informa lo que acaba de suceder; pero el cuarto está solo. Sus soldados buscan a Belloso, pero éste se ha es­ capado aceleradamente con un ayudante por las piezas interiores de la casa, que daban al zaguán. No hay remedio, Muñoz se halla mo­ ribundo: es conducido a presencia de los demás rebeldes, y el autor de aquel sangriento episodio inesperado, se dirige a campo traviesa y camina día y noche por infinitas malezas, hasta llegar sumamente estropeado a la ciudad de San Salvador. Este acontecimiento verificado el 5 de septiembre de 1844, se hizo público al instante en la capital, y Malespín jura vengarse de los rebeldes coquimbos de San Miguel, escapados por el puerto de La Unión. Los persigue hasta Nicaragua, y llevando resueltamente a su fin sus propósitos de venganza dentro del cuarto mes consigue arrojar a los perseguidos de la ciudad de León, en donde se habían asilado am­ parados por el Gobierno de aquel Estado. El mismo General Malespín se hallaba sitiando aquella ciudad en el mes de diciembre del referido año de 1844, quien comprendiendo que le sería imposible apoderarse de León, mientras no se arrasaran las fortalezas del barrio de Subtiava, reunió a los jefes del ejército y les habló de la necesidad que había de atacar por aquel rumbo a los sitiados; y dirigiéndose en primer lugar al altivo General Santos Guardiola le preguntó así: “ ¿Qué necesitaría usted General, para dirigir un ataque a muerte contra las fortificaciones de Subtiava, hasta alcanzar su rendición?” Soldados de los más valientes, algunos cañones, y sacos de arena para parapetarme convenientemente, contestó el jefe hondureño. — Y usted General Quijano ¿qué exigiría para obrar con seguridad del triunfo de la empresa? — Los elementos de guerra que sean necesarios — respondió el jefe nicaragüense.

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En los mismos términos poco más o menos, se expresaron los de­ más concurrentes a aquel Consejo. En aquellos momentos entra en la pieza de la reunión el General Ramón Belloso, que llegaba de cumplir una comisión importante que el general en jefe le había confiado. Este inmediatamente lo informa de lo que allí se trataba y le dice: — ¿Y usted General Belloso, qué exi­ giría para encargarse del ataque contra las fortificaciones de Subtiava, hasta conseguir apoderarse de ellas? — La orden de mi general — contestó el jefe salvadoreño. — ¿Nada más? — Nada más mi general. — Sea: usted, General Belloso, dispondrá lo que deba hacerse para obtener un feliz resultado. — Muy bien, mi general. La orden se le comunicó al instante, y aquel jefe, alistando la fuerza con que iba a batirse y los demás elementos necesarios, ataca denodadamente las expresadas fortificaciones, defendidas con bizarría por el Coronel Gerardo Barrios, y se hace dueño de ellas con grande asombro del ejército a las órdenes del general Malespín. Grande y merecida fama fue la que adquirió aquel modesto sal­ vadoreño en el mencionado ejército, porque a la verdad el cantón de Subtiava se tenía y consideraba como un punto fortificado inexpug­ nable. El General Malespín se mostró muy satisfecho hacia el vencedor de Subtiava, creciendo en su ánimo el aprecio y estimación que hacía largo tiempo abrigaba hacia el General Belloso. Otros rasgos de valor sublime y heroísmo referiríamos aquí, atri­ buidos a dicho general; mas para nuestros propósitos bastan los enun­ ciados en los párrafos precedentes. Quienes quieran saber más, que lo pregunten a aquellos militares que lidiaron bajo sus órdenes; y a los que en presencia de su espada, hicieron espaldas en las ciudades de León y de San Miguel, en los callejones de Quelepa y en el Monte de San Juan en Nicaragua, en donde derrotó igualmente en la época ex­ presada al preindicado Coronel Barrios, al mando de tropas leonesas. Barrios refiriendo aquel lance contaba, que a las pezuñas de su caba­ llo había debido su salvación. Aquella derrota había precedido a la toma de las fortalezas de Subtiava. Jo sé

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A n t o n io

Cevallos.

LICENCIADO DON LUIS FERNANDEZ

Nació en San Salvador el año de 1806 en la casa que poseían sus padres don Marcos Fernández y doña Gertrudis Hernández, en el barrio de Candelaria, casa perteneciente hoy a la sucesión del doctor don Rosalío Araujo. Se dedicó a los estudios de Jurisprudencia y sobresalió entre sus compañeros, no sólo por una inteligencia superior y una ejemplar apli­ cación, sino también por la austeridad de su conducta y la rectitud de su carácter. En el ramo judicial sirvió al país como Juez de Primera Instancia y en concepto de Magistrado del Tribunal Superior de Justicia. De su entereza cívica fue elocuente prueba la enérgica oposición que hizo al Presidente de Guatemala, General Justo Rufino Barrios, cuando éste impuso la candidatura presidencial del doctor Zaldívar en la célebre Junta de Notables, celebrada en Santa Ana en 1876. La patriótica actitud del señor Fernández dejó a salvo la dignidad salvadoreña. Abogado de carácter firme, de probidad acrisolada, de sólida instrucción y dilatada práctica profesional era el señor Fernández uno de los miembros más ilustres del Foro Salvadoreño, por las elevadas prendas de su corazón y de su inteligencia. En su larga carrera pública prestó grandes servicios a la Repúbli­ ca, desempeñando con rectitud y tino poco comunes varios empleos de importancia.

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Fue siempre modelo de pureza e integridad; jamás se dejó seducir por los halagos ni intimidar por las amenazas: nunca se le vio ceder a las exigencias de los que procuran el triunfo de la iniquidad. El Licenciado Fernández, tras larga y penosa enfermedad, falleció en esta capital el 25 de julio de 1878.

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GENERAL DON VICENTE VILLASEÑOR

Perteneció a una distinguida familia de la ciudad de San Salva­ dor.— Emigró en 1832, a la caída del Gobierno de don José María Cornejo.— Luchó contra el general Rafael Carrera, estableciéndose en Costa Rica después del tratado del Rinconcito, en el año de 1838. He aquí como lo juzga el historiador salvadoreño doctor Cevallos, y la defensa que de él hace por sus actos de militar en Costa Rica. “ El general Villaseñor prestó como militar de superior gradua­ ción, importantes servicios a su patria adoptiva en donde residía cuan­ do el general Morazán llegó al Estado de Costa Rica y se verificó el cambio del Gobierno establecido en el convenio del paraje del Jocote. “ Aquel notable salvadoreño, perteneció siempre al partido liberal moderado.— Amigo del principio de unidad nacional, sostenía en San Salvador las reformas constitucionales, al fracasar la Administración del expresado Cornejo.— En el Estado de Costa Rica sirvió a los go­ bernantes que lo ocuparon; pero siempre dominado por la idea de ver a su patria unida en un solo cuerpo político, formando una nación mejor constituida, que la que fué fundada el año de 1824. Carrillo era enemigo intransigente de la nacionalidad centroamericana; y aunque era de talento práctico; perspicaz, anduvo a oscuras al mandar contra el general Morazán un ejército que no le pertenecía y en el que solamen­ te el señor Rafael Barroeta estaba conforme con la opresión que aquel mandatario ejercía sobre todos los costarricenses. Villaseñor era un franco republicano y simpatizando con los principios civilizadores y progresistas del ex-presidente, hecha a un lado las consideraciones per­

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sonales, hasta cierto punto culpables, y suscribe el convenio del Jocote con todos sus compañeros de armas, excepción del enunciado Rafael Barroeta” . “ Pero el general Villaseñor, no solamente se había apoderado del gran pensamiento que lo puso en la situación de hacer causa común con los invasores del mes de abril, sino también de la levantada idea, benéfica para los pueblos de Costa Rica de arrojar del poder público a don Braulio Carrillo, cuya voluntad era como ya se sabe, la única ley que imperaba sobre los centroamericanos costarricenses. El general quería dar a aquel Estado un Gobierno estable, de legalidad y justicia, y nulificar para siempre la efímera administración de un solo hombre, que aunque deseoso de enaltecer a su modo, a sus gobernados quién sería aquel que garantizara su bienhechor y constante proceder en su Gobierno? “ Júzguese, pues, al general Villaseñor, sin hacer caso omiso de los nobles y grandiosos propósitos que dominarían en el fondo de su alma y stí' coíaáÓn, al abandonar las filas de la dictadura del Lie. Carrillo, para lidiaT bajo la bandera regeneradora de los que heroicamente su­ cumbieron, defendiendo los buenos principios de libertad y progreso social; éh el mes de septiembre de 1842, en la capital del Estado de Costa; Rica” . . ; . El hecho histórico en que fue actor principal el general Villaseñor se ha prestado a variados y enconados comentarios. D. José Antonio V ijil asegura que en el Jocote estaba el general Villaseñor con 1.500 a 2.000 hombres (700 asegura don Ricardo Fernández G uardia); y sin duda en inteligencia con los jefes y el ejército, el general Morazán bajó a una quebrada a conferenciar con Villaseñor; y de ahí subió este Jefe a yictoriar a Morazán. El .historiador nicaragüense señor Gámez, con presencia de docu­ mentos de la época, especialmente de una carta del ex-presidente Ca­ rrillo, llega a esta afirmación:

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“ Después de conocida la carta anterior, D. Braulio Carrillo tiene derecho a un lugar prominente entre los grandes nacionalistas, que se esforzaron por la reconstrucción de la República Federal de Cen­ tro América, y el general Villaseñor dejó de ser traidor para ocupar también otro lugar entre Morazán y Carrillo. — Y he aquí como al penetrar en los bastidores de la historia, nos encontramos con que los principales actores del escenario político de 1842 no fueron tales como los juzgaron sus contemporáneos.”

El prestigiado historiador Lie. González Víquez se rebela contra esa interpretación histórica y asegura que sólo la pasión política ha po­ dido echar sombras sobre la figura del ex-presidente Carrillo, que si bien intentó entrevistarse con Morazán, era sólo para evitar el derrama­ miento de sangre; pero jamás para entregarle la situación de Costa Rica. Un denso velo cubre todavía la historia de esos sucesos. ¿P or qué defeccionó Villaseñor? ¿Le arrastró el ideal nacionalista? ¿Confrontaba Carrillo una mala situación interna? El Pacto del Jocote, sin el epílogo del 15 de septiembre de 1842, habría quizá cambiado la faz política de Centroamérica.

M. C. R.

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DON JOSE M ARIA PERALTA

Nació en San Salvador, en la casa que hoy ocupa el Club Interna­ cional, en diciembre de 1807. Fue su abuelo el Sargento Mayor don Antonio María de Peralta, quien vino de España en la segunda mitad del siglo X VIII, para prestar sus servicios en Guatemala, de donde pasó a San Salvador poco tiempo después. Aquí contrajo matrimonio y fundó su hogar. Un hermano suyo, D. Luis María, Teniente Coronel, por el mismo tiempo, fue destinado a California, donde se estableció definiti­ vamente. Parece que fue el fundador de Oakland; y es por eso que hay allá lugares que llevan el nombre de la familia y numerosos descen­ dientes, ricos muchos, entre ellos la esposa del gran patriota, Ingeniero y Académico don Juan C. Cebrián, quien fue a la vez un Mecenas. A principios del siglo X IX vino a Costa Rica don José María de Peralta, sobrino de los anteriores, quien fue el primer Jefe Político de dicha Provincia al declararse la independencia, cuya acta firmó el 29 de octubre de 1821. Todos ellos eran segundones de la rama andaluza de la Casa de los Marqueses de Falces. Don José María Peralta contrajo nupcias muy joven con doña Con­ cepción Lara, bella y talentosa dama, sobrina del procer del mismo apellido. De este matrimonio nacieron trece hijos, siendo la última doña

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María Peralta de Araujo, y la que más vivió fue doña Mercedes Peralta de García González, fallecida en septiembre de 1935. Dedicóse al comercio y a la agricultura; pero sirvió al país y a la ciudad siempre que fue necesario. El año 1834, cuando apenas contaba 26 años de edad, le vemos por primera vez Alcalde de San Salvador. Ocupó puestos importantes en la Administración Pública, habien­ do sido Magistrado y Director de Correos. Siendo muy amigo del Ge­ neral Gerardo Barrios, fue Senador en su Administración y dos veces desempeñó la Presidencia de la República por Ministerio de Ley. Esos períodos presidenciales están comprendidos del 15 de febre­ ro al 9 de marzo de 1859; y del 15 de diciembre de 1860 al 9 de fe­ brero de 1861. En ese elevado cargo dio muestras inequívocas de rectitud moral, entereza y patriotismo. Sufrió grandes desgracias de fam ilia; golpes de esos que dejan un sello de dolor para toda la vida. El año 1857 cuando la segunda epide­ mia del cólera, vio perecer de dicha peste a su primogénito don José María, de 21 años de edad y a su hijo Manuel, de 19 años. Fue en su propiedad de La Chacra donde se ensayaron por primera vez los arados de águila y la maquinaria agrícola para el beneficio del café, de cuyo fruto llegó a cosechar mil quintales en los terrenos que hoy ocupan la estación y talleres de los Ferrocarriles Internacionales de Centro América y el Barrio de Lourdes. Perdió a su esposa cuando todavía eia joven, y poco después a su hija Concha, quien hacía de madre para sus hermanos pequeños, y gozaba de generales simpatías. Después de este último y rudísimo golpe, don José María se ence­ rró en su hogar, no saliendo sino dos veces diarias, a caballo, para visitar sus fincas, y después de comer para ir a tomar el café donde su prima hermana doña Josefa Aguilar Peralta. Esta última con doña Chon Lara de Peralta y la señorita Concha Peralta, duermen su último sueño en la Iglesia del Rosario. El honorable señor Peralta fue un hombre a la antigua española, de costumbres sencillas y vida austera. Allá por el año de 1881 sufrió la fractura de una pierna, acciden­ te que lo retuvo en cama hasta su muerte, ocurrida el 6 de diciembre de 1883, a los 76 años de edad, y de una vida ejemplar como caballero, funcionario y ciudadano.

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DON JOSE M A R IA PERALTA. ex-Presidente de El Salvador.

DON FRAY ESTEBAN DE LA TRINIDAD CASTILLO

El 26 de diciembre de 1807 nació en esta capital Fray Esteban de la Trinidad Castillo. Desde sus primeros años dio muestras evidentes de un talento es­ pecial para la música, haciendo a la edad de nueve años, algunas com­ posiciones que, aunque sencillas, hacían prever en él a un artista distinguido. Cuando cumplió doce años, no obstante su corta edad, fue nom­ brado Maestro de Capilla de la Iglesia de La Merced, cargo que des­ empeñó por espacio de cuatro años, con un tino digno de un adulto. En 1823 se trasladó a Guatemala, para hacerse cargo de la capilla de la Iglesia de San Francisco, en donde tomó los hábitos de religioso de aquella Orden, profesando un año después, y dando cada día muestras de un talento nada común y de virtudes envidiables. Con motivo de la expulsión de los frailes el año de 1829, se tras­ ladó a la ciudad de San Cristóbal las Casas (República Mexicana) en donde recibió sus órdenes hasta la de sacerdote; volviendo en 1842 a la capital de Guatemala, a consecuencia de haberse restablecido en dicha ciudad los Conventos Regulares. Su regreso al Convento querido fue un motivo de verdadero en­ tusiasmo por parte de sus compañeros y de sus prelados, que lo reci­ bieron con fraternal benignidad, confiriéndole poco después el nom­ bramiento de Catedrático, de Maestro de Novicios y, finalmente, el de Jefe de la Orden de Franciscanos en Centro América. Pasado algún tiempo regresó a San Salvador, en donde presenció

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los terremotos de 1854 que demolieron completamente la ciudad. En­ tonces Fray Esteban se convirtió en un verdadero ángel, llevando el consuelo y el auxilio a los infelices habitantes de esta capital, que re­ fugiados en las plazas públicas veían sus hogares venirse al suelo y con ellos la paz, la tranquilidad y el bienestar de sus hijos. Verdadero apóstol, se puso en unión del Ilustrísimo señor Obispo Zaldaña a la cabeza del pueblo y guiándolo al llano de Santa Tecla, fundaron la ciudad de Nueva San Salvador. Cuántas lágrimas de agra­ decimiento y cuántas bendiciones no tributaba aquel pueblo a esos dos ilustres varones! Poco tiempo después, habiéndose promovido al Episcopado al señor Zepeda, que ocupaba la Prelacia del Convento de San Francisco en Guatemala, Fray Esteban fue llamado a sustituirlo. No obstante los delicados y honoríficos puestos que ocupó, nunca Fray Esteban dejó de cultivar la música y fue siempre el organista de su Convento, compuso muchas misas y otras piezas de música religiosa y cuyos manuscritos existen, parte, en poder de su familia y parte en los archivos del Convento: en ellas se encuentra mucha originalidad al mismo tiempo que mucha sabiduría y belleza estética. Como orador, filósofo, teólogo y matemático fue uno de los hom­ bres más eminentes que haya tenido Centro Am érica; y como catedráti­ co se distinguió formando discípulos que con el tiempo han ocupado los primeros puestos en el clero centroamericano; y entre ellos nos es grato consignar que figura el Ilustrísimo señor Obispo doctor don José Luis Cárcamo y Rodríguez. Fray Esteban de la Trinidad Castillo murió en Guatemala en el año de 1875, a los 68 años de edad. Sus restos fueron conducidos a la última morada por todos los hombres de ciencias, de letras y de artes de aquella culta capital, for­ mando un cortejo de más de mil individuos que lamentaban la pérdida de un sabio eminente y de un sacerdote virtuoso. Ju a n A b e r l e .

DON JOSE BATRES MONTUFAR

En uno de los libros bautismales de la antigua parroquia sansalvadoreña se encuentra la partida que dice: “ En San Salvador a dieciocho de marzo de mil ochocientos nueve. Yo el Cura Rector don Nicolás Aguilar, bauticé solemnemen­ te a JOSE MARIANO GABRIEL LORENZO, que nació hoy mismo, hijo legítimo de D. José Mariano Batres, Ministro Contador de Real Hacienda, y de doña María Mercedes Montúfar, naturales de la ca­ pital de Guatemala, y vecinos de esta ciudad, fue su padrino don Luis Martínez Navarrete, Caballero Profeso de la Real Orden de Santiago, Tesorero del Exercito y R. Hacienda de esta Intendencia, a quien advertí su obligación y parentezco y lo firmé. Nicolás Aguilar. Rubricado. Al margen: José Mariano Gabriel Lorenzo. Es con­ forme” .

Comprueba el documento anterior que el gran poeta José Batres Montúfar es nativo de San Salvador. Su padre don José Mariano Batres se domicilió en esta ciudad, a principios del Siglo X IX , en donde ejerció por muchos años el impor­ tante cargo de Ministro Contador de la Real Hacienda. En esta capital nacieron varios hijos del matrimonio Batres Mon­ túfar: José Mariano el 18 de marzo de 1809, María Josefa Dolores Cecilia, el lo . de febrero de 1812, María Refugio Micaela Gertrudis, el 6 de julio de 1813, Jesús María Benvenuto, el 22 de marzo de 1816

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y Lorenzo de la Cruz, el 3 de noviembre de 1817. De la tercera fue padrino de bautismo el Benemérito Presbítero Dr. D. José Matías Delgado. Proclamada la Independencia en 1821, don José Mariano Batres se trasladó con su familia a Guatemala. En 1824 José Batres ingresó a la Escuela de Cadetes, que estaba bajo la dirección del Coronel don Manuel Arzú: hizo, con notable pro­ vecho, los estudios matemáticos y de arte militar y salió de aquel establecimiento con el grado de oficial de Artillería. Entrado a las filas del ejército guatemalteco, asistió a la batalla de Milingo y capituló en Mejicanos el 18 de julio de 1828. Por dificultades económicas su familia se trasladó a la Antigua Guatemala y para ayudar a los suyos continuó los estudios de agrimen­ sura hasta que obtuvo el título respectivo. En 1837 formó parte de la Comisión de Ingenieros que envió el Gobierno Federal para estudiar la apertura del canal de Nicaragua; y a su regreso fue Corregidor del departamento de Amatitlán y Diputado al Congi’eso Legislativo. Figuró entre los defensores de la plaza de Guatemala cuando Morazán la atacó en 1840. Falleció el 9 de julio de 1844. Del estudio acerca de Batres Montúfar, escrito por el notable literato salvadoreño Joaquín Méndez, tomamos lo siguiente: “ Los que leen las sabrosas estrofas de “ El Reloj” , las picarescas descripciones de don Pablo, ni a Lope ni a Villaviciosa echan de menos. Un verso de Pepe Batres no se olvida nunca. El era pulcro, casi ada­ mado, observador temido, agudo. Superior al mundo habitual, se vengó de él ¡ oh noble alma! legándole, a modo de pintura de ridiculeces, ini­ mitables y vivacísimos poemas. Como Ercilla la heroica, manejó Batres la octava burlesca. Ningún consonante le arredra y de intento como Bretón, triunfa siempre de ellos. Sus descripciones ora gráficas en una frase, ora rica de vericuetos y detalles, sus pintorescas enumeraciones, la burlona amargura con que flajela el falso pudor, la necia petulan­ cia, la mongil severidad, la vanidad ridicula, los raros, desusados y valientes giros con que matiza su lenguaje; la rica instrucción literaria, que revelan sus naturales alusiones; el seductor descuido, las inagota­ bles sales, los punzantes episodios, la filosófica sensatez, el castizo abandono de aquel ingenio temeroso que sabía elevarse como el águila, gemir como la paloma, vivacear como la ardilla, hacen del vate centro-

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DON JOSE BATRES M ONTUFAR

americano injustamente olvidado de los que estudian la América, una extraña página, pálida, profunda, entera y culminante. El pintó un desierto, en estrofas que secan y queman. Pintó un volcán en versos que levantan y dan brillo. Pintó un muerto de amores, dignamente doliente, en unos breves versos que todos saben, que todos admiran, que son muy sencillos, que son muy grandes, que los extraños copian “ Yo pienso en ti” .

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DON FRANCISCO DIAZ

El 3 de agosto de 1812 nació en San Salvador este célebre compa­ triota, que ocupa sitio de honor en las letras nacionales, y cuyo recuerdo es imperecedero en el pueblo salvadoreño. Fueron los padres del poeta, don José León Díaz y doña María Josefa Urías. Desde la infancia dio evidentes pruebas de una clara in­ teligencia ; y aunque sus progenitores quisieron aprovechar las brillan­ tes aptitudes de Francisco, no pudieron hacerlo debido a la triste situa­ ción, que en el orden intelectual, se mantuvo siempre a la Provincia de San Salvador, durante el largo período colonial. Faltaba en aquel entonces un centro, no de enseñanza superior, si­ quiera de segunda enseñanza; no obstante las cuantiosas rentas que se sacaban al pueblo y que anualmente se enviaban a la capital del reino. Pareciera haber existido el propósito de mantener a El Salvador en estado de ignorancia, para explotarlo con más facilidad. A causa de ello, la familia Díaz no pudo enviar a Francisco a un plantel en donde recibiera una buena instrucción y cultivara las felices dotes que la Providencia le concedió. En pobre escuela elemental recibió nuestro connacional algunos conocimientos; pero con admirable dedicación al estudio logró cultivar su entendimiento y adquirir regular ilustración. La suavidad de su carácter le conquistó muchas simpatías y llegó a ser muy querido de las clases populares. Ejerció algunos empleos; y habiéndose incorporado en las filas del ejército salvadoreño estuvo con Morazán en la campaña de Costa

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Rica en 1842; con Malespín en las de Jutiapa y Nicaragua en 1844 y en la de Honduras en 1845. En esta última, después de la batalla, fue asesinado, cuando ape­ nas contaba treintitrés años de edad. “ Sus poesías han sido impresas y reimpresas después de muerto aquel divino calavera, y han sido reproducidas y elogiadas por la prensa extranjera; no porque en ellas campeen el arte y la corrección, sino por la fluidez y armonía. “ Francisco Díaz improvisaba, sobre cualquier tema que se le diera, composiciones jocosas y epigramáticas, que son las que le hicie­ ron popular; y aunque algunas no fueron publicadas por la prensa, se han salvado del olvido, como muchas de Quevedo, porque se repiten con frecuencia y se trasmiten de padres a hijos; su fluidez era ad­ mirable” . La Epístola a Delio y La Alcoba, se tienen como sus mejores com­ posiciones; pero la Tragedia de Morazán es la obra que ha llevado el nombre del poeta más allá de las fronteras patrias. Con referencia a la última, hace varios años que el doctísimo Fran­ cisco Gavidia, escribió lo siguiente: “ Francisco Díaz, respecto al interés histórico vale más que Marure. “ El escritor que en un pueblo como Quelepa (a dos leguas de San Miguel, departamento de San M iguel), nos ha hecho conocer la tragedia de 1842, la muerte de Morazán, que para Centro América es la más solemne de sus catástrofes y la más grandiosa proclamación de su unidad: ese escritor que escribe en la conciencia de los indios oscuros el nombre de Francisco Morazán, decimos, tiene una cierta grandeza que ningún escritor de su tiempo, puede ofrecer a nuestra admiración. “ Francisco Díaz es a Pepe Batres lo que Juarros es a Marure. Los segundos tienen más cultura; en los primeros se siente el calor de la palabra “ Patria” . Los segundos son importadores: los primeros son la producción nacional: no tanto se le admira cuanto se le quiere. “ Tal es la importancia del Teatro cualquiera que sea la literatura de que toma sus repertorios, que Chico Díaz, el solo popular Chico Díaz está sobre nuestros historiadores más encumbrados. “ Esta es la obra educadora, popular y nacional. Hasta hoy la ver­ dadera apoteosis de Morazán está en la Tragedia de Chico Díaz. “ Mientras no haya más espíritu literario y más educación, el Ho­ mero de nuestro Aquiles es el sencillo y valiente hijo de El Salvador” .

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DON FRANCISCO DIAZ

Interesantes apuntamientos biográficos contiene la Guirnalda Salvadoreña respecto a este renombrado y primer poeta de que, con razón, debe envanecerse El Salvador. Estas líneas se contraen única­ mente a decir que, durante tres generaciones, el aprecio en que se han tenido las composiciones que produjo es evidente, como lo justifica la Tragedia de Morazán, aún de actualidad; puesto que con frecuencia se representa en diversas localidades, dentro y fuera de la República. Su famosa Epístola Filosófica y Social, lo mismo que la Décima en que se execra a cuatro personajes de una de nuestras importantes pobla­ ciones; Décima que no es aventurado afirmar que una gran parte de los habitantes de la República la sabrán de memoria. Igualmente, y sobre todo, la muy notable y delicadísima composi­ ción que tituló: Lolita vuelve a cantar, dedicada a la señorita Lola Libbons, quien fue la que hizo oir por primera vez en San Salvador, en su embrionario Teatro, los clásicos acentos de la Opera, desconocidos entre nosotros, como lo hizo con Casta Diva, que escuchó el público enloquecido. Esto ocurría en 1843, por los meses de julio y agosto. La señorita Libbons era hija del caballero de ese apellido, Director de la Banda Nacional, quien fue el que reemplazó a don José Martínez, su organiza­ dor y primer Director. Igualmente la muy magistral composición suya, que más bien pa­ rece una profecía o pronóstico de su muerte en la acción de armas de “ Monte Redondo” , en Honduras, entre las fuerzas del General don Ci-

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riaco Bran y las del General don Indalecio Cordero, que sucumbió; pereciendo en la derrota el esclarecido poeta. Pero una de las composiciones más raras, más sencilla y verda­ deramente poética del autor es la que titula: el Exhorto, por la fuga de su corazón, que bien merece que se le reproduzca; y dice así:

HAGO SABER: Que al salir desdichado, del pueblo chalateco, exhalando suspiros entre ayes lastimeros con paso vagaroso, desesperado, incierto, me detuve a la margen de un precioso arroyuelo. Y allí las dulces aves, con melifluos gorjeos, y el ruido de las aguas, me rindieron al sueño. Dormido, pues, estaba, por un breve momento, cuando el corazón mío fugóseme del pecho. Sigo, pues, en su alcance, mas me dijo un viajero haber tomado el rumbo del pueblo chalateco. Y o lo creí al instante, porque allí está su dueño; y siendo necesario castigar a este necio, que busca los rigores de que alejarlo quiero;

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en nombre de amor mismo os exhorto y requiero, me lo busquéis solícitos en todos los objetos.

FILIACION: Es sencillo, amoroso, fiel, celoso y modesto; tiene una gran herida que una ingrata le ha hecho por cuya boca salen llamas de amor eterno” . San Salvador.

Juan J. Cañas.

NOTA.—Este artículo fue entregado por el señor General don Juan J. Cañas, de respetable y gTata memoria a nuestro consocio el Dr. don Víctor Jerez, para que oportunamente se agregara a los datos biográficos del poeta Francisco Díaz; y como la ocasión es llegada, cumplimos gustosos la voluntad del inolvidable e ilustre General Cañas, y dejamos a la sombra de un mismo laurel el esclarecido nombre del autor de nuestro H im no N acional y el del autor de la Tragedia d e M orazán.

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CORONEL DON IGNACIO PEREZ

Don José Crisógeno Pérez era persona que gozaba de gran estima­ ción en la sociedad salvadoreña, allá por los comienzos de la recién pasada centuria. Notable profesor de música, estaba a su cargo la capilla de la Iglesia Parroquial de San Salvador. En edad juvenil contrajo legítimas nupcias con la señorita María Josefa Alegría y de ellas nació un niño a quien llamaron Ignacio. Desde sus primeros años tuvo éste, indeclinable afición a la carrera de las armas, en la que tanto llegó a distinguirse por su valentía y honradez. Militó a las órdenes de Morazán y desempeñó importantes fun­ ciones en la guerra contra Carrera: el 14 de junio de 1837 se puso en persecución de las fuerzas de éste; en junio de 1838, a las órdenes del coronel Villaseñor, lograron dispersar al enemigo en el sitio de los Cimientos, cerca de la laguna de Ayarza y el 18 de julio del mismo año derrotó a los facciosos en la hacienda de Fraijanes. En 1839, en ocasión que fuerzas hondureñas invadieron el terri­ torio salvadoreño, el coronel Pérez vigilaba la frontera del norte en unión del coronel Lazo; y el 25 de septiembre tomó participación muy importante en el combate de San Pedro Perulapán, en que se cubrieron de gloria nuestras fuerzas, poniendo en derrota a las de Ferrera. El notable historiador salvadoreño doctor Cevallos, al referirse al expresado combate, dice que el coronel Pérez hizo extraordinarios es­ fuerzos de valor.

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A principios de marzo de 1840, el general Morazán marchó sobre Guatemala y en la mañana del 18 de dicho mes, ordenó a varios jefes, entre los cuales estaba el coronel Pérez, que se apoderaran de aquella plaza. La energía de los atacantes logró su propósito: la plaza fue toma­ da; pero el denodado coronel Pérez resultó herido en una pierna y quedó fuera de combate. Dos horas después, y con violación de las leyes de la guerra, las fuerzas guatemaltecas fusilaron al ínclito coronel don Ignacio Pérez. El coronel Pérez había contraído matrimonio en 1838 con la seño­ rita María del Rosario Aguilar. El 21 de mayo de 1839, de ese matrimonio nació un niño, fruto de gloria para la Iglesia y de bendición para la patria, el sabio y santo Arzobispo de San Salvador, doctor D. Antonio A dolfo Pérez y Aguilar.

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CANONIGO DON FELIPE NOVALES

El 5 de febrero de 1813, en la Iglesia Parroquial de San Salvador, recibió las aguas bautismales un infante a quien se puso por nombre Fe­ lipe de Jesús, y era hijo de D. Manuel Novales y doña María Paz Ungo, de las principales familias españolas de la capital de la provincia. Recibió en su hogar las bases de una educación cristiana y los más perfectos ejemplos de austera moralidad. Fue enviado a Guatemala, en donde siguió los cursos de Filosofía para ingresar al Colegio Seminario y dedicarse a los de ciencias ecle­ siásticas. Los acontecimientos políticos de la época le impidieron realizar sus deseos de consagrarse al sacerdocio católico, por causa de haber expulsado Morazán al Arzobispo de Guatemala señor Casaus. Más tarde, cuando regresó de Roma su pariente próximo el señor Dr. D. Jorge de Viteri y Ungo, primer Obispo de San Salvador, el señor Novales continuó sus interrumpidos estudios, y el año de 1848 fue promovido al sacro presbiterado. Durante el gobierno episcopal del señor Zaldaña fue nombrado Provisor y Vicario General de la diócesis. En la Universidad de El Salvador fue representante de la Facultad de Teología ante el Consejo Superior de Instrucción Pública y desem­ peñó la cátedra de Teología Moral. Fue sacerdote lleno de virtudes, académico de sólida ilustración y ciudadano de patriotismo ejemplar. Falleció el 1*? de julio de 1879.

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CANONIGO DON MANUEL SERRANO Nació en esta capital el año de 1813, y murió el 26 de noviembre de 1873. Está enterrado en la Iglesia de Cuscatancingo.

Atrae la figura de este insigne orador sagrado, que desde la cá­ tedra de Cristo cinceló las más elevadas enseñanzas e hizo brillar su ministerio sacerdotal, con la luz de su elocuencia arrebatadora. Artífice de la palabra hendió el surco que abrieran los primates de la oratoria sagrada en El Salvador, Presbíteros Nicolás y Manuel Aguilar, quienes con fogosos discursos prepararon el ánimo de los sal­ vadoreños para iniciar el primer movimiento libertario. Con los Padres Bartolomé Rodríguez, José Antonio Aguilar y Norberto Cruz, forman la legión de brillantes oradores de que puede ufa­ narse la Iglesia. Educado en el Convento de Santo Domingo, fue después enviado a Guatemala para hacer el noviciado de la Orden de Predicadores, y en el Convento de Ciudad Real, Chiapas, recibió la ordenación sacerdotal. En 1943, con ocasión de la primera Misa Pontifical del Obispo Viteri y Ungo, el Padre Serrano pronunció elocuente sermón. Fue Consejero de Estado; y el Presidente Barrios le nombró Vica­ rio General del Ejército. Eran admirados sus sermones y discursos. Las gentes de aquel tiempo le llamaban “ Pico de Oro” . Se recuerda su famoso sermón predicado en la Iglesia Catedral el día seis de agosto de 1861, con motivo de la festividad de la Trans­ figuración del Señor: “ No hay en la magnificencia del manto con que la Naturaleza

cobija nuestro globo, maravilla semejante al asombroso fenómeno moral, que hoy tiene que contemplar nuestra alma. “ Las dos potencias más grandes del Pueblo de Dios, en sus días antiguos, la Ley y los Profetas, representados en Elias y Moisés, hicieron la corte en el famoso monte al H ijo de Dios; y dos Supre­ mos Poderes del Pueblo del Salvador, hoy concurren a celebrar un fausto acontecimiento. Os felicito, porque formáis parte de la Augusta Comitiva” .

Después de este exordio, entra el padre Serrano a analizar la obra de la Iglesia, cuya influencia estima eterna e invencible. En el orden humano — dice— , “ ninguna dinastía se ha eternizado sobre su trono; el poder no ha cesado de correr de raza en raza. Tan pronto es el tiempo que agota la savia a las familias reales, como las revoluciones que abren el abismo en que aquellas desaparecen.” Aquel célebre discurso terminó con una hermosa imprecación al pueblo salvadoreño. Tal pieza oratoria arrancó al Presidente Barrios los siguientes conceptos laudatorios; “ Sr. Vicario General del Ejército Salvadoreño, D. Manuel Se­ rrano.— Mi amigo y señor:— Dios me preserve de la adulación al escribir a Ud. estas líneas. El sermón que Ud. ha predicado hoy honra, no sólo a Ud. sino también al pueblo salvadoreño, su patria y a su Gobierno. Fue santo y poético como el Evangelio; es decir, aquella poesía divina que sólo se encuentra en la obra del Hijo de Dios. Massillón y Fenelón se habrían hoy admirado encontrando en el Nuevo Mundo, en un rincón del globo, que para algunos está ha­ bitada por caribes, un orador digno émulo de los más afamados apostóles del cristianismo. “ Mi Padre Serrano: estoy entusiasmado, y permítame decirle que hoy en su oración ha sido elocuente. Su voz fué santa, poética y edificante. Si todos los ministros del altar tuviesen la capacidad ne­ cesaria para optar por el sacerdocio, la Religión Cristiana, en los diez y ocho siglos que contamos, habría llenado su misión, que es civilizar el mundo; mas, por una fatalidad sucede, como Ud. dijo, que las verdades encerradas en un libro no pueden entenderse. “ Por eso yo, mísero gobernante, pero que tengo en mi alma el buen sentimiento e instinto claro de los salvadoreños, anhelo, quiero, diré mejor, que nuestro clero sea ilustrado. ¿Para qué? para que

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i él ilustre a mi pueblo, único medio de conservar nuestras institucio­ nes, de vivir en paz, y de amarnos con ese amor de Jesucristo que es la caridad y la tolerancia evangélica. “ Doy a Ud. mil en horabuenas, y me queda el orgullo de ser su paisano, y además amigo que le ama” .— G. Barrios.

Después del Concordato, el padre Serrano fue nombrado A rce­ diano de la Iglesia Catedral. Cruel dolencia minaba su ser; y en busca de alivio a sus males se refugió en tierras nicaragüenses. Mi padre, don Baltasar Castro, quien en gestiones diplomáticas visitó Nicaragua, en época del Presidente Dr. Dueñas, vio allá, en una Iglesia remota de León, al padre Serrano, entregado a las labores de su ministerio; triste y acongojado; aislado del mundo, pues ni siquiera permitía el contacto con los feligreses. Las gentes se agrupaban en la puerta del templo; y desde allí oían la palabra elocuente del sacerdote salvadoreño, predicando su evangelio de paz y de bondad. Su espíritu luminoso se mantenía sereno ante la prueba terrible que le deparó el destino; y en el seno de la patria murió el Crisóstomo salvadoreño, en 1873. Los dominicos le tienen como una de sus glorias; y El Salvador le recordará siempre como uno de sus buenos hijos, porque supo hon­ rarlo con la palabra y con los hechos. Cuando haya que buscar inspiraciones de patriotismo habrá que recurrir a leer los discursos del Canónigo Serrano, quien el 15 de sep­ tiembre de 1851, decía al Senador Presidente: “ La sociedad salvadoreña está en vuestras manos. Si cuando la entreguéis a las del ciudadano que os suceda en el Poder, no perdió ni una gota sola de su sangre, os dejará una bendición de honor verda­ dero y de verdadera gloria. Los políticos-guerreros lo han extenuado mucho, porque mucho la han hecho llorar” . “ El mismo Dios no quiso que le edificase su primer templo un guerrero, sin embargo de ser un santo” . M. C. R.

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I

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CORONEL DON LEON CASTILLO

Quien hace muchos años hubiera entrado en horas de la mañana a la iglesia del Carmen de la ciudad de Santa Tecla, se habría encon­ trado con un anciano de mediana estatura, inteligente mirada y rara actividad, que llevaba sobre el vestido un escapulario grande de la orden carmelitana. Pasaba su tiempo entregado a cuidar de una modesta capilla y de la construcción de la nueva iglesia, sin contar con más recursos que el auxilio de Dios. En la paz de su retiro, los feligreses le llamaban el hermano León: en el mundo se llamó el coronel don León Castillo. Tiene San Salvador la gloria de ser la cuna de este bizarro mili­ tar, de este humilde carmelita. Aquí nació el 11 de abril de 1813 y fueron sus padres el gran mártir de la Independencia don Pedro Pablo Castillo y doña Francisca Alegría Aquino. Su padre, incansable batallador por la independencia de la patria, tomó muy activa participación en el movimiento libertador del 5 de noviembre de 1811; y dos años después, siendo Alcalde de San Sal­ vador, fue de los más entusiastas promotores de la insurrección del 24 de enero de 1814. Perseguido implacablemente por las autoridades españolas le fueron confiscados sus bienes; tuvo el dolor de que su esposa fallecie­ ra, por causa de tantas penas y desgracias, y fue al ostracismo a morir a Jamaica, sin tener noticia de los seres más amados de su corazón.

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Don León Castillo acompañó a Morazán en muchas funciones de armas; y a las órdenes del valiente General don Carlos Salazar asistió a la acción de Villanueva, en la que salió herido gravemente. Formó parte del ejército que el general Malespín llevó a Nicara­ gua, estuvo en el sitio de León y de regreso a la patria dejó el servicio militar. En ocasión en que estuvo en inminente peligro de muerte pro­ metió a la Virgen del Carmen entregarse a su exclusivo servicio, si lograba salvar su vida. Obtenido esto, cumplió su ofrecimiento como cristiano y como caballero. Aquella mano de joven guerrero que empuñó la espada para se­ ñalar a sus soldados el camino de la victoria, en sus días postreros levantó un crucifijo para señalar a sus hermanos el camino del cielo. En pobre lecho lo encontró la muerte, cuando el viejo soldado ya no oía el clarín que lo llamaba a la pelea, para escuchar la campana que lo invitaba a la oración. V íc t o r J e r e z

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DOCTOR DON JUAN DELGADO Nació en San Salvador el año de 1817 y murió el 2 de febrero de 1865.

Era sobrino del Benemérito Padre de la Patria, Doctor Delgado, quien le proporcionó recursos para su educación. Coronó su carrera de Abogado en 1839, después de obtener las notas más elevadas. Asesor en el departamento de Cuscatlán, distrito de Suchitoto; Juez de 1* Instancia de San Vicente; Magistrado Fiscal; Comandante General de Sonsonate; y Ministro de Hacienda y Guerra, en 1863, puesto que desempeñó hasta su muerte. Fue un abogado recto y honorable. Se sabe que en un litigio defen­ dió con ardor a su cliente, no obstante todas las influencias del Poder. El Dr. Delgado resultó victorioso ante los tribunales, dando un alto ejemplo de independencia de carácter y de respeto a los fueros de la ley. El año 63 cuando el ejército de Guatemala invadió El Salvador, Delgado estimuló el levantamiento de Sonsonate y salió al encuentro de las fuerzas guatemaltecas. Capturado por orden del General Barrios, fue reducido a prisión. El Constitucional, al deplorar su muerte, consignó las siguientes ideas: “ La pérdida sufrida con tan lamentable muerte del Señor Licencia­ do don Juan Delgado, es pues, una pérdida que interesa a todas las clases de la sociedad. La República perdió un buen hijo y todos lo comprenden así. ¿Pero qué podemos decir nosotros que pueda llenar las páginas de la historia de un sujeto de tan incomparable mérito, como era el Señor Licenciado don Juan Delgado?

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DOCTOR DON FRANCISCO DUEÑAS

He aquí una de las personalidades más asendereadas y trascen­ dentales que han gobernado en El Salvador, cuyos actos debieran ser inventariados, si así puede decirse, por un testigo ocular, a efecto de evitar que con el transcurso del tiempo se tergiversen por falta de datos, se les atribuya un origen distinto del que tienen, o se nieguen algunos y se dejen de tomar en cuenta muchos de ellos. El señor Dueñas nació en esta capital en el año de 1817. Fueron sus padres don Cornelio Dueñas y doña Fermina Díaz, tía del renom­ brado y popularísimo poeta Francisco del mismo apellido. Adquirió su primera enseñanza con sacerdotes dominicos, y al pasar a los estudios superiores, sus padres y sus maestros le excitaron para que se dedicara al sacerdocio, lo cual sin oponer resistencia y con suma sagacidad, fue aplazando mientras terminaba sus estudios secun­ darios y se dedicaba a los jurídicos, que eran los de su predilección, como efectivamente, lo demostró al terminar con extraordinaria brillan­ tez, la respetable carrera de Abogado, al cumplir 25 años de edad, no siendo permitido hacerlo antes; con esto supo eludir las tendencias pa­ ternales. Vuelto al hogar, ejerció su profesión con generoso desprendimien­ to, complaciéndose gratuitamente, en resolver las dificultades de los jueces, que por lo general no eran letrados. El arranque de la intervención del señor Dueñas en los asuntos públicos data de 1841 en que, además de haber sido elevado a la Vice­ presidencia de la República, fue Ministro General en la Administración

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de don Juan Lindo; influyó mucho para fundar el Colegio de “ La Asunción” , origen de la Universidad Nacional, a repetidas instancias del General Malespín. En 1843 fundó en colaboración con don Enrique Hoyos, “ El Ami­ go del Pueblo” periódico hebdomadario llamado a combatir la candi­ datura del General Malespín; pero a fines del mismo año emigró a Guatemala, de donde no regresó, hasta en febrero de 1845. Sirvió entonces entre otros cargos, el Rectorado de la Universidad; Catedrático de Derecho Civil, Magistrado de la Corte Suprema de Jus­ ticia, Senador, y en concepto de tal, ejerció por primera vez el Poder Supremo, del 12 de enero al 1? de marzo de 1851. Y con igual título, del 13 de mayo del mismo año, al 29 de enero de 1852. Como Presi­ dente Titular, del 29 de enero del año citado, al 1° de febrero de 1854. Como por ese tiempo debía reunirse en Tegucigalpa la Convención deliberante para la Unión de Centro América, el señor Dueñas nombró a los que correspondía a su Gobierno: señores don Gerardo Barrios, don Enrique Hoyos, don Juan J. Bonilla y doctor don Rafael Pino, lo cual ocasionó un escándalo entre todos los suyos, quienes se agruparon para hacerle cargos por aquel despropósito; y él, con la mayor tranquilidad les contestó: “ Lo he hecho para que ellos y sus correligionarios vean que no somos exclusivistas y que las aptitudes en bien de la Patria, deben utilizarse, sin tomar en cuenta al partido a que pertenezcan, y finalmente para que ustedes se persuadan de que estos señores son inca­ paces de hacer nada en provecho” , aludiendo a los que le eran ad­ versos y que figuraban en el grupo mencionado. Después, fue Senador del P? al 12 de febrero de 1856 y funcionó como Vicepresidente, del 16 de mayo al 18 de julio del año de 1856. Después de la Administración de don Rafael Campo, Dueñas dejó de figurar en los acontecimientos políticos, por su inquebrantable pro­ pósito de alejarse de ellos, dedicándose a sus labores agrícolas. Después de su expatriación, volvió a Centro América, fijando su residencia en Guatemala, cuyas relaciones con El Salvador comenzaban a enfriarse, precisamente entre los dos gobiernos o gobernantes, cir­ cunstancia que a Dueñas le era propicia para hacer efectivas sus as­ piraciones de alcanzar una represalia radical, del ultraje que se le había inferido. El avenimiento entre ambos Gobiernos fue imposible, no obstante los poderosos medios que se intentaron para evitar la guerra; ésta por fin estalló, y el ejército guatemalteco vino a estrellarse contra las trin-

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cheras de Coatepeque, el 24 de febrero de 1863, al año justo de haber sido expatriado el señor Dueñas. El general Barrios se llenó de gloria y el General Carrera de des­ pecho. Este último dispuso organizar de nuevo una expedición para volver a invadir El Salvador; y así lo hizo. Puso sitio a esta capital, la que por fin fue tomada en octubre de 1863, trayendo al señor Dueñas como Presidente Provisorio de la República, a los ocho meses justos después del fracaso de Coatepeque. El General Barrios se embarcó para el exterior. Hay que tomar en cuenta que hasta la época citada, el Gobierno de El Salvador no había poseído un solo edificio de su propiedad ni aun para su propio despacho, viéndose en la necesidad de alquilar y de ir de un lado a otro, con sus archivos, lo que no podía ser más ridículo e impropio. Doña Nela Calero, adicta al General Barrios, pidió su casa al nuevo gobernante. Entonces se compró la que se incendió cuando esta­ ba ocupada por el General Regalado como mansión presidencial. Edi­ ficio fue éste que por más de 45 años albergó oficinas superiores y dio alojamiento a muchos mandatarios. El nuevo Presidente llamó al General don Luis Pérez Gómez, para fundar bajo su dirección la primer Escuela Militar técnica que ha habi­ do en la República, con satisfactorios resultados. El mismo Pérez Gómez dirigió los trabajos para nivelar la Plazue­ la de Santo Domingo y convertirla en lo que hoy se llama “ Parque Bolívar” . Además de recreo para el público, tenía por objeto ese par­ que hacer olvidar las muchas fusilaciones efectuadas en dicha plaza. Al propio tiempo, bajo la dirección técnica de don Felipe Chávez, se construyó el puente que une el barrio de Candelaria con la ciudad, como se ve en la que hoy es 10a. Avenida Sur. El servicio del agua en la ciudad era detestable con la antigua cañería de barro; si se disfrutaba del precioso líquido por uno o dos días, se carecía de él por muchas semanas; así es que el señor Dueñas se apresuró a remediar este mal, reemplazando la inútil cañería por la de hierro. Se adquirió el terreno cubierto de tapiales y barracas impropios del centro de una capital y se construyó en él un palacio destinado a los despachos de los Ministerios, Corte Suprema de Justicia, Congreso, Gobernación, etc., etc. Dicho Palacio fue destruido por un incendio la noche del 19 de noviembre de 1889, y en el lugar que ocupó se cons­

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truyó el que actualmente contiene las principales oficinas del Gobierno, con todas las comodidades de la época. Además de las obras materiales se atendía a las administrativas, económicas y judiciales. Se estableció una Junta de Crédito Público, pa­ ra indemnizar los intereses perjudicados en los últimos acontecimientos políticos, se devolvió a su propietario la valiosa hacienda de Chacalcoyo, con la respetable suma reclamada por los ingentes daños sufridos en dicha propiedad, al ser con flagrante atropello de la ley, entregada a quien nunca había tenido derecho sobre ella. Otras reclamaciones de índole diversa fueron igualmente aten­ didas. Se concedió al General Cano Madrazo y a don Eduardo Hall, el privilegio de construir en el puerto de La libertad un muelle de hierro, que tantísima falta hacía, y que fue el primero que hubo en los puertos del país. Se dio decidida protección al Hospital que mucho la reclamaba; se hizo venir suficiente número de hijas de San Vicente de Paúl, y sus benéficos efectos no se hicieron esperar. Gon el sangriento cambio político recién verificado en el Estado, los ánimos de los adictos a uno y otro sistema, envalentonados con la tolerancia absoluta que había para los desahogos ofensivos, menudea­ ban las diatribas, los apodos ridículos y aun infamantes, sin que hu­ biese una distracción pública en la que se pudiera departir con espíritu tranquilo. Afortunadamente, acertó a venir a San Salvador el actor dramático don Mariano Luque con su selecta compañía. Luque contaba con las relaciones de amistad íntima que desde tiempo atrás le unían al que ejercía el cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores; se apersonó con él para manifestarle que no estaba dispuesto a que su compañía trabajara al aire libre y a patio descubierto, como se había visto en la necesidad de hacerlo hacía dos años; que como no tenía Tea­ tro la capital, lo cual era vergonzoso, él, Luque, se comprometía a construir uno. Se le contestó que la estrechez del erario no consentía semejante gasto innecesario, a lo que el tenaz español replicó: “ y de perentoria necesidad es la construcción del Teatro que propongo” ; se le objetó la falta de local para hacerlo; a lo que replicó diciendo: “ ¿de manera que Uds. creen que tienen un adorno en ese montón de escombros que ocupa un cuarto de manzana de las más centrales de la ciudad, asiento de su gobierno, desde hace diez años, sin haberse removido ni una sola piedra?” . Y era cierto lo que Luque decía, porque allí estaban

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los restos del edificio llamado El Pabellón, por ser la Sala de Banderas y Salones del Congreso, derribado por el terremoto de la noche del 16 de abril de 1854. Se prometió al tenaz empresario que se hablaría al respecto al señor Presidente, y que volviese al día siguiente. El Subsecretario cumplió su palabra llamando la atención del Jefe Supremo, sobre la falta de un centro de recreo para la sociedad en aquellos precisos momentos, retraída de toda comunicación entre sí misma, y la propuesta que se hacía de construir un teatro. “ Que lo haga — dijo el señor Dueñas— , y entiéndase Ud. con él” . Tal fue la única autorización para que la obra se llevara a efecto, sin acuerdo ni otra fórmula. El Subsecretario comunicó lo ocurrido al Ministro de Hacienda, doctor don Juan Delgado, lumbrera del Foro patrio, quien dio orden a la Tesorería que cubriese su costo, sin fijar cantidad pre­ via, debiendo los sábados de cada semana, pagarse en aquella oficina las planillas. Se entregó la orden a Luque, quien sin pérdida de momento co­ menzó a remover los escombros, contrató la construcción con el experto carpintero don Mariano Guzmán, bajo la exclusiva dirección de Luque, sin ser fiscalizado por nadie, sin haber presentado ningún plano a que atenerse, y finalmente, sin la Rutinaria Primera Piedra, ni a quien dar cuenta del trabajo. Las maderas buenas, abundantes y baratas, y el interesado urgido con la paralización de los trabajos de su Compañía, eran un estímulo para que caminasen los trabajos con rapidez tal, que al cabo de cinco meses y medio, estuvo terminado el primer Teatro Nacional habido en la República. Durante la construcción y en los ratos que tenía libres don Ma­ riano Pinto, Secretario del Presidente, se juntaba con Luque y Guzmán en el lugar de los trabajos, y por eso se denominó Teatro de los Tres Marianos. Pinto fue el apuntador en las tres primeras funciones en el nuevo Coliseo que duró 47 años, habiendo sido una inagotable fuente de explotación, cuando el señor Dueñas salió del Poder. Se construyó el puente que da paso a Soyapango y que sirvió muy cerca de medio siglo. Se subdividió el departamento de San Miguel, creando tres más, para impulsar desde luego a las poblaciones destinadas a ser cabecera, de cada nuevo departamento, como lo fueron Usulután, La Unión y Gotera.

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Debido a las defecciones y contrariedades sufridas algunas veces por la Bandera Federal se modificó, reemplazándola por otra de cinco bandas azules, simbolizando los estados de Centro América unidos con vínculos de paz, un cuadro rojo, estrellado en la parte superior unida al asta, porque El Salvador está tinto en sangre en defensa de la Unión Centroamericana; bandera que también flameó 48 años con un brillo y orgullo bien fundados. Se terminó la carretera al puerto de La Libertad, que en la A d­ ministración anterior sólo llegaba hasta Zaragoza. Por ese tiempo se fundó un importantísimo periódico titulado “ El Faro” , cuya dirección y redacción estuvo siempre a cargo de la ilus­ trada competencia del doctor don Manuel Cáceres, con la constante colaboración del eminente doctor Pablo Buitrago, periódico ameno, siempre instructivo, en el cual se relacionan gran parte de los tras­ cendentales procedimientos de aquella laboriosa y fecunda adminis­ tración. Debiendo reunirse en Lima un Congreso Jurídico a que había sido invitado el Gobierno de El Salvador para que concurriese con sus De­ legados, el doctor Dueñas nombró al doctor don Lorenzo Montúfar y al General Herrán, ex-Presidente de Colombia, quienes llenaron con la brillantez y docta competencia de que eran capaces, su cometido internacional. Cuando aún no se había generalizado en Centro América la ES­ TAMPILLA o sello postal, y sólo Costa Rica la había establecido en sus oficinas de Correos, hubo quien dijese al señor Dueñas que en sus va­ lijas postales, toda la correspondencia de particulares iba al crédito y él pidió explicaciones; y se le dijo: “ Señor, todo el que quiere pone sus cartas en el Correo, para cualquiera parte, y sin pagar nada por el porte, cuya extracción debe cubrir el destinatario, lo que no deja de ser eventual, y sobre todo, por negarse a sacar la correspondencia y no pagar.” En el acto se adoptó el sistema y fue don Antonio José de Irizarri, Ministro de El Salvador en Washington, quien envió las primeras es­ tampillas al país, de acuerdo con el modelo que se le remitió. Acto continuo, se tendió el primer alambre telegráfico entre el puerto de La Libertad y esta capital, y fue el Comandante de dicho puerto quien puso el primer parte oficial felicitando al Supremo Man­ datario por tan incalculable beneficio, único en Centro América, en la época citada.

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No se hizo esperar el cambio del antiguo armamento de piedra de chispa, por el Remington que aún está en uso. Pero, por una fatalidad, vinieron a mezclarse notas discordantes, con la revolución en San Miguel, encabezada por el siempre heroico General Cabañas, habiendo sido batido por fuerzas superiores del Gobierno, en el puerto de La Unión, lo que fue causa determinante para la desgraciada captura del infortunado General don Gerardo Barrios y su extradición de Nicaragua. La siempre deplorable ejecución del General Gerardo Barrios, al amanecer del 29 de agosto de 1865, ha sido el error más funesto en que incurrió un Mandatario; error que aunque no es raro en la América La­ tina, no por eso es menos censurable, como las del General Morazán, Arias, don Juan Rafael Mora y el General Medina. Sin embargo, la autorizada voz del doctor don Lorenzo Montúfar, al hacer apreciaciones respecto de los pueblos centroamericanos, dijo en una reunión política, con el acento de la más profunda convicción: “ La administración de Dueñas ha sido la más lógica en El Salvador” . Años más tarde, el mismo doctor Montúfar, en pugna por el siste­ ma adoptado por una Administración de que formaba parte, y que había contribuido a establecer, se separó de ella, rompiendo con el General don Justo Rufino Barrios. Entre la serie de obras realizadas están las cárceles públicas, lla­ mado hoy El Castillo. Otro tanto aconteció con el Cuño, de que habla el señor Dueñas en su último Mensaje, por habérsele pedido a la Casa de Marcial & Co. de Nueva York. Pero teniendo a la vista el conjunto de los hechos citados, de vital y permanente utilidad, involuntariamente se establece una comparación con lo que hayan podido realizar todos sus predecesores en positivo beneficio de la Patria, y por fuerza, aun el más mal prevenido, tendrá que confesar que Dueñas, en los 7 años de su Administración última, hizo más que todos los que le habían precedido en el Poder y que al doctor Montúfar no le faltaba razón para justificar su apreciación al respecto. Se ha omitido, que a la eficaz iniciativa de este Mandatario se debe desde su primera Administración que se haya implantado en el país la legislación patria, en reemplazo de la española, y que se haya nombra­ do al doctor don Isidro Menéndez para que redactase el Primer Código de Procedimientos de la República, que se ha venido modificando.

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La fundación de Santa Tecla, a él se le debe, combatido su pro­ pósito por el escritor habilísimo don Cayetano Molina en su graciosa publicación “ Frailes al orden, que mande la orden” . Estos apuntamientos en compensación de la monótona aridez de su relato, sin hipérboles ni giros dramáticos, ostentan la magistral elocuen­ cia de las comprobaciones materiales. Hay, además, que tomar en cuenta como dato principal de aquel período la decidida protección a la Instrucción Pública. Sostuvo esta­ blecimientos de enseñanza, aun cuando sus directores no fuesen adictos al orden de cosas existente; subvencionó otros, como el de Santo Tomás, de donde salieron ilustrados y probos ciudadanos que con su brillante carrera han sabido, sin pretenderlo, dar honra a su país. Como prueba de lo expuesto, está la Biblioteca Nacional, que se estableció entonces, con abundancia de obras clásicas y raras, muchas de las cuales han desaparecido. Con tenaz empeño se abrieron carreteras y demás vías de comu­ nicación, estableciendo probablemente el principio de que “ los caminos hacen los negocios” ; carreteras y caminos que aún existen con las alte­ raciones debidas a los tiempos transcurridos. No carece de interés el siguiente rasgo del Jefe del Gobierno: una comisión de varias personas fue a invitarlo para que pasara al Palacio a ver el suntuoso salón de recepciones que se acababa de terminar, y cuando él, con la fría indiferencia que le era habitual, marchaba en aquel recinto, le dijo el General don Andrés García: “ Señor, qué sa­ tisfecho estará Ud. al ver esto, n o!” ; a lo que el señor Dueñas con ex­ presión desdeñosa respondió: “ ¿pero quién se puede envanecer con estas frivolidades?, sólo se puede estar satisfecho con el afecto y cariño de los pueblos” , y abandonó el lugar. Y efectivamente, si alguien ha sido objeto de una calurosa y constante simpatía popular, ha sido él cuando no ejercía cargo oficial ninguno, sino de simple particular, con manifestaciones espontáneas, llenas de sincero júbilo, especialmente el 4 de octubre en larga serie de años, sin la intervención, como se ha dicho, de prestigioso destino público ninguno. No ha habido hasta ahora en el país y quizá no lo habrá nunca de quien pueda decirse otro tanto. Pero hay que ver, si mientras él ejercía el Poder, el país experimentaba alguna modifica­ ción que demostrase su estado de pobreza, abatimiento o bienestar ge­ neral; a lo que los contemporáneos de la época, por unanimidad afir­ man que no ha habido ni habrá jamás en El Salvador una afluencia de

dinero circulante como la de entonces, de pesos fuertes peruanos, chi­ lenos, mexicanos, con abundancia de moneda fraccionaria de igual procedencia, y lo que hasta ahora no ha tenido una explicación satis­ factoria, es la causa de que haya habido gran cantidad de circulación de moneda norteamericana de 25 y 50 centavos en toda la República; pero el fenómeno más inexplicable es que el oro abundase tanto y fuera recibido con dificultad y menos de a la par con la plata corriente, tal que la libra esterlina, perdía 25 centavos de su valor nominal y la pieza de diez pesos de Costa Rica, sólo se recibía por nueve, y así en todas partes, sin que hasta hoy se haya sabido el porqué de este al parecer absurdo. Circulaba, además, un documento llamado “ QUEDAN” extendido en simple papel, en el cual se decía: “ Quedan a disposición de tal o cual persona, la suma d e ................ (la cantidad cuantiosa o no de que se tratase); y esta especie de documento circulaba como dinero sonante. Entre los ínclitos varones que han gobernado en El Salvador, desde la emancipación hasta 1870 y parte del 71, Dueñas descuella como el más prominente y esclarecido benefactor de la Patria, de quien puede decirse, que nunca experimentó la vanidad de ejercer el Poder, sino la de practicar el bien en gran escala y sin alardes ni ostentaciones que pudieran ser causa de que la perseverancia sólo tuviera por objeto dejar grabado el nombre del benefactor, como con tanta frecuencia se observa. Las relaciones internacionales en tiempos de Dueñas, siempre fueron muy leales, amistosas y correctas; sin embargo, en los dos últi­ mos años, el gobernante de Honduras, General don José María Medi­ na, se fue mostrando solapadamente hostil contra Dueñas, de día en día, acogiendo y acumulando todo lo que fuese contrario a su gratuito rival. Esto sin perjuicio de haberle enviado dos delegaciones que fueron acogidas, a su turno, con francos y cordiales agasajos, lo que permitió a sus ilustres jefes que quedaran penetrados de la veracidad de aquellas manifestaciones y de la conducta de quien procedían. Mas todo fue en vano, Medina no retrocedió en sus injustificables propósitos, hasta ser el apoyo más eficaz para la caída del señor Due­ ñas. Cuán caro le costó; pues no sólo perdió el Mando, sino la vida! El lunes 12 de febrero de 1866, el Ilustrísimo señor Obispo D. Tomás Pineda y Zaldaña bendijo en la capilla de su Palacio el matri­ monio del Dr. don Francisco Dueñas con la notabilísima dama Doña Teresa Dárdano, con quien compartió el hogar doméstico en los últimos

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años de su Administración, siendo su inseparable compañera en la serie de vicisitudes que le sobrevino al ser reducido a una siempre amenaza­ dora prisión, cuyas constantes zozobras soportaba la esposa con entere­ za y digna resolución, con las naturales ansiedades de la expectativa de lo que resolviese el mal dispuesto Senado que lo juzgaba. Por for­ tuna, salió ileso, para emprender con su familia, compuesta de don Francisco, de don Carlos, don Miguel, don Pablo y señorita Antonia, hijos los dos últimos del primer matrimonio, las peregrinaciones de la expatriación que ella supo sobrellevar con admirable tino y sagacidad incomparable. Vuelto de la emigración al hogar, se vió obligado a emprender el éxodo, por última vez, en 1878, lo cual hace recordar que las fases del brillante, para deslumbrar, han tenido que pasar por las más rudas asperezas. El día 31 de marzo de 1884, entregó su alma a Dios y su inolvida­ ble nombre al justiciero fallo de la posteridad. Juan J. Cañas.

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DON FERMIN PALACIOS

Nos dice la historia que fue sansalvadoreño honorable que llegó a ocupar, por mandato de la ley, la Presidencia de la República. Rico comerciante, tenía su establecimiento en la casa de esquina, frente al Palacio Arzobispal, en la que fue después residencia de don Emeterio Ruano y hoy ocupa el teatro El Coliseo. Era la época del General Malespín, quien había depositado la Presidencia en el Vice-Presidente Guzmán.— Los generales Cabañas y Barrios, en unión de otros ciudadanos, decidieron a Guzmán a desco­ nocer la autoridad de Malespín. Como Malespín regresara, y pretendiera reconquistar el Poder por la fuerza, el Vice-Presidente en ejercicio se lanzó a la lucha y depositó el mando en el Senador don Fermín Palacios, quien en esta forma entró al ejercicio de la Presidencia. Electo Presidente de la República el Dr. Eugenio Aguilar; y ante la rebelión que encabezara el Obispo Sr. Viteri, aquel gobernante depositó el Poder en el Senador señor Palacios, quien lo ejerció algunos días, al cabo de los cuales el doctor Aguilar tornó a ejercer sus altas funciones. El espíritu conciliador del señor Palacios y sus prestigios sociales y financieros le hacían figurar con éxito en los momentos en que graves agitaciones conmovían la República. Epocas de conmociones fueron aquellas. El Presidente Guzmán no contaba con la cooperación del Obispo Viteri, quien de acuerdo con Malespín trataba de derrocarlo.

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Y como circulase la noticia de que el Obispo sería expulsado del país, lo cual provocó agitaciones populares, el Presidente Aguilar vióse obligado a depositar el mando supremo. El Presidente accidental señor Palacios decretó el estado de sitio para mantener el orden público y defender los fueros de su autoridad; y cuando el Obispo señor Viteri abandonó el país, la tranquilidad volvió a reinar. Fue Presidente del Senado; y en 1844 el señor Palacios formó parte como Senador de la Asamblea General del Pueblo Salvadoreño. El 7 de febrero del propio año, como Presidente en ejercicio, ordenaba la impresión y publicación del Decreto, por medio del cual el Senado y Cámara de Representantes del Estado, reunidos en Asamblea General, declaraban la elección del general Francisco Malespín, como Presidente Constitucional. El señor Palacios sirvió la Presidencia de El Salvador, como el ciudadano respetado que era lazo de unión de la familia salvadoreña y elemento de moderación y concordia. Así aconteció en los serios con­ flictos entre el Estado y la Iglesia, provocados por la excomunión mayor lanzada contra el ex-gobernante. Al señor Palacios tocóle recibir la nota del Obispo señor Viteri, quien al manifestar sus temores por un arreglo político con el señor Malespín, anunciaba “ que tendría el dolor de emigrar de la Diócesis, para buscar su seguridad en tierra extranjera” . El señor Palacios fue el tronco de numerosa familia, querida y apreciada. — Entre sus hijos, está don Miguel Palacios, quien estudió en Guatemala bajo la dirección de los Padres Jesuítas.— Cultivó la poe­ sía y escribió bellas producciones; doctor Daniel Ulloa Palacios, médi­ co y cirujano de sólidos conocimientos y que durante muchos años ejerció su profesión en esta capital, y el doctor Rafael Ulloa Palacios, abogado, políglota, educado en Alemania y quien prestó señalados ser­ vicios a la Administración Pública. M. C. R.

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GENERAL DON VICENTE VAQUERO

Nació en San Salvador, del matrimonio de don José María Vaque­ ro y doña Francisca Solórzano, personas de muy buena posición social. Principió a prestar sus servicios como escribiente militar en 1836. Ingresó al ejército federal y estuvo con Morazán en el combate del Espíritu Santo, el 5 de abril de 1839. Enlazado por afinidad con el general don Francisco Malespín, pues éste contrajo matrimonio con doña Venancia Vaquero, acompañó a su cuñado a la campaña de Nicaragua, en donde por su valentía y honradez fue nombrado Jefe de Estado Mayor. A la caída del general Malespín corrió la suerte de su jefe, y en 1845 emigró a Honduras, en donde permaneció varios años; en 1851 aparece al frente de una división del ejército hondureño, en auxilio de las fuerzas que pelearon contra Carrera en la guerra de La Arada. Regresó a su país natal en 1864 y fue nombrado Comandante General del departamento de Santa Ana. En la Administración del General González tuvo a su cargo la Comandancia del Cuartel de Artillería; y en la del General Menéndez fue Secretario de la Comandancia General de la República. Fue militar de muy nobles sentimientos; y así lo comprueba la circunstancia de haber defendido con energía y actividad al Gran Ma­ riscal Casto Fonseca en el Consejo de Guerra que lo juzgó cuando la campaña de Malespín en Nicaragua. Retirado a la paz de su hogar, el general Vaquero falleció en San Salvador, rodeado del respeto de sus conciudadanos.

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CORONEL DON LUCIANO ARGOTE

El día 3 de diciembre de 1818 nació en San Salvador este valiente militar. Ingresó al ejército como soldado, y posteriormente fue ascendido a alférez de caballería el año de 1834. Acompañó al general Morazán al sitio de Guatemala en 1840, y resultó herido en el combate, en momentos en que comunicaba una orden de dicho general a las fuerzas sitiadoras. Asistió a la campaña de Nicaragua y en uno de los encuentros de armas quedó herido de gravedad. Convaleciente estaba cuando vino con el general Malespín, en su regreso a San Miguel, y estuvo con el general don Ramón Belloso cuando éste derrotó al general Cabañas. Como oficial de caballería tomó parte en la acción de La Arada el 2 de febrero de 1851; célebre función de armas que sostuvo el ejér­ cito salvadoreño con ocasión de que el general Carrera con el grueso de su ejército avanzó por el camino de Chiquimula. El Presidente Vas­ concelos de El Salvador, en persona, dirigió las operaciones bélicas desde la ciudad de Metapán donde concentró sus tropas. A las órdenes del general don Domingo Asturias fue a Nicaragua a combatir a los filibusteros en 1856. Defendió la capital salvadoreña cuando la sitiaron las huestes de Carrera; en San Sebastián comandó la vanguardia del general Barrios, en unión del coronel Alejo Cáceres; y hecho prisionero, permaneció por mucho tiempo en el Castillo de San Felipe y más tarde en el de San

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José de Guatemala, hasta que fue puesto en libertad a raíz de la muerte de Carrera. Adversa era para el coronel Argote la administración del doctor Dueñas y por esa causa emigró a Honduras, de donde regresó hasta en 1871. Agobiado por años y enfermedades obtuvo su jubilación el 7 de marzo de 1872. Falleció en el lugar de su nacimiento el 7 de febrero de 1901.

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DOCTOR DON JOSE CIRIACO LOPEZ

Natural de San Salvador. Fueron sus padres el coronel don Juan José López y doña Tomasa Benedicta Rosales. Nació el 8 de agosto de 1819. El coronel López prestó importantes servicios al país, a su valor y energía se debió el triunfo de las fuerzas gobiernistas, que comba­ tieron la insurrección del indio Aquino. El doctor López sirvió mucho a su país, como se verá enseguida. Los estudios de primaria los hizo en su ciudad natal, por no existir en ella un centro de estudios superiores, como no lo hubo hasta el año de 1841, en que El Salvador pudo fundar su propia Universidad. Se trasladó a Guatemala, en donde permaneció hasta obtener el título de Ingeniero. Su acrisolada honradez, sus brillantes cualidades intelectuales y su prodigiosa actividad, le hicieron obtener el empleo de Oficial Auxi­ liar de la Contaduría Mayor, en donde ascendió, primero, a Oficial propietario, y después, a Contador de Glosa. En esa época fue Director de la Escuela Primaria de esta capital. Años después, fue Contador Mayor de la República. En 1865 recayó en él la elección de Diputado a la Asamblea Legislativa; y de ese puesto pasó a la Gobernación Política del departa­ mento de La Libertad, que desempeñó durante más de seis años, y en­ tonces dirigió personalmente la apertura de la importante carretera del Guarumal.

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Formó parte de la Asamblea Constituyente de 1871, y un año después ocupó la curul de Senador por el Departamento de La Libertad. Al iniciar su Gobierno el doctor Zaldívar en 1876, llamó al doctor López al Ministerio de Gobernación, que tuvo a su cargo por cuatro años, realizando allí una labor de verdadero patriotismo. En febrero de 1892 se le nombró Tesorero General de la Repú­ blica; y estaba en este empleo cuando le sobrevino la muerte el 4 de diciembre de 1893. Siendo Ministro de Gobernación inició y llevó a feliz término, bajo su personal dirección, el notable Censo General de El Salvador en 1878. El sabio Dr. Santiago Ignacio Barberena, en su erudito estudio La Estadística en El Salvador, hace el merecido elogio de la labor del geómetra López, y la juzga a sí: “ La más importante labor estadística realizada en El Salvador, es el Censo de 1878, durante la Administración del doctor Zaldívar. El 26 de abril de ese año dirigió el Sr. Ministro del Interior, Licenciado López, una circular a los Gobernadores Departamentales, ordenán­ doles que el 15 de junio de ese año procedieran al empadronamiento de su respectiva jurisdicción. “ La fecha de ese Censo fue felizmente escogida; pues había transcurrido un siglo completo desde el empadronamiento mandado hacer por el Rey de España.”

El Censo levantado por el Ministro López dio para San Salvador 48.235 habitantes; y para la República en general 600.000 habitantes; después de agregar el 1 5 % . Docto cultivador de los estudios históricos, escribió varios opúscu­ los para refutar los asertos del doctor Lorenzo Montúfar en su Reseña Histórica de Centro América. También escribió la obra Efemérides de El Salvador, desde 1821 a 1876. Varón de modesta estirpe, de nobilísimo corazón y elevada inte­ ligencia, llevó en su hogar vida irreprensible de amor y sencillez, y como ciudadano llevó vida ejemplar de justicia y rectitud.

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DON RAFAEL MELENDEZ

Es sinónimo de honradez acrisolada y de cívicas virtudes, el nom­ bre de don Rafael Meléndez, uno de los salvadoreños que más al vivo han representado el espíritu de este pueblo noble y valeroso. El señor Meléndez, de modesto artesano se elevó a la categoría de financiero, logrando formar un cuantioso capital y abriendo a la agri­ cultura y a la industria del país nuevas fuentes de producción y riqueza. Fue el señor Meléndez tipo perfecto del hombre que los ingleses califican de self made: todo lo mucho que valió, debiólo a sí mismo únicamente. Del trabajo hizo una religión y le consagró hasta morir el culto más ferviente. Su carácter era entero y firme. Su honradez acrisolada, incorrup­ tible. Orgulloso a la humildad de su origen, era humilde en su altura de hombre acaudalado. Y no sólo formó un capital de los más cuantiosos de El Salvador, sino también un hogar honorable, dechado de sólidas virtudes. Dejó una familia, cuyos miembros son ornamento de nuestra so­ ciedad. Limpio mantienen el nombre que heredaron y lo dignifican más y más con la práctica del trabajo y las buenas obras del patriotismo. El voto popular lo elevó a la presidencia del gobierno municipal y más tarde fue Diputado y Senador.

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Sentida fue su muerte, en homenaje al preclaro ciudadano y al hombre honrado cuya vida es modelo que debieran imitar los que deseen, mediante el trabajo, elevarse y dejar recuerdos gratos e impe­ recederos. Falleció en enero de 1880.

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DON R AFAEL MELENDEZ

DOCTOR DON RAFAEL PINO

Salvadoreño eminente, nació según “ El Constitucional” , en esta ciudad, el 27 de abril de 1820. Fue hijo de D. Victoriano Pino y de doña Luisa Núñez de Pino; y contrajo matrimonio con doña Dolores Valle. Murió el 11 de marzo de 1864, rodeado del aprecio y estimación de sus conciudadanos. El año de 1837 se trasladó a Guatemala para emprender sus es­ tudios de Medicina y Cirujía; y el año 1846 obtuvo su diploma de Licenciado, después de estudios y exámenes brillantes. Poseía una ilustración general; y así se explica su habilidad y sapiencia en el desempeño de delicados puestos públicos. Fue Diputado, Ministro de Hacienda; representante en 1852 a la Dieta Centroamericana que se reunió en Tegucigalpa; Catedrático de la Facultad de Medicina, Rector de la Universidad de 1858 a 1859; y médico del Hospital, a cuya fundación contribuyó con eficacia; pero donde su figura adquirió relieves de estadista es en el desempeño de la Cartera de Ministro de Relaciones Exteriores, durante la Administra­ ción del Presidente don Doroteo Vasconcelos. Es digna de que los centroamericanos conozcan la actitud altiva y patriótica de El Salvador, con motivo de los reclamos del Cónsul inglés, señor Federico Chatfield, quien dirigió al Ministro Dr. Pino una serie de reclamos con motivo de arreglos pecuniarios y de incidentes ocurri­ dos a ciudadanos ingleses. Las Notas Consulares eran intemperantes y llegaron a alcanzar

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un tono subido. Entonces se perfiló la figura patriótica y digna del Ministro Dr. Pino, especialmente en su respuesta de 21 de noviembre de 1849. Cuando se publique la historia diplomática de El Salvador, se hará cumplida justicia a la labor ilustrada y digna del Canciller del Presidente Vasconcelos, quien tuvo que revestirse de serenidad y pa­ ciencia para soportar todas las intemperancias. El cónsul inglés pretendió amordazar el órgano de publicidad, “ Progreso” , editado en San Salvador y pedía garantías desusadas. El Ministro Pino le dio la siguiente respuesta: “ En vista de todo; y después de consideradas las especies que comprende el oficio de US. el mismo Sr. Presidente me ha prevenido contestar en los términos siguientes: “ La reclamación que ahora dirije US. contra la prensa del Salvavador es enteramente idéntica a la que formuló en 25 de mayo de 1843 contra el periódico titulado “ El Amigo del Pueblo” , que se pu­ blicaba en esta ciudad, con cuyos antecedentes dijo que daba cuenta al Gobierno de S. M. B.; y la misma contestación que el gobernante de aquella época dió a US. sería la más oportuna para el caso presen­ te si algunos incidentes particulares no ecsijieran variar en algo sus conceptos, a fin de que no se creyese que la persona del gobernante influye en los principios politicos que sigue el Estado, porque sea quien fuere el que gobierna tiene por necesidad que arreglar sus procedimientos a la Constitución y leyes del país. La libertad de imprenta del Estado del Salvador está establecida en sus leyes fun­ damentales, lo mismo que lo está en Francia, en los Estados Unidos, en Inglaterra y en casi todas las naciones cultas de Europa y Amé­ rica; y si los editores del Progreso escribieron en él algunos artículos en que relatando el hecho que se halla especificado en el N9 28 del Correo del Istmo agregaron algunas observaciones fundadas, según se advierte en las leyes que prescribe el Derecho Internacional, ellos solo serán responsables por el abuso que hayan hecho de la libertad de imprenta, previa la discusión jurídica del caso.— US. sabe mui bien que el periódico Progreso no es oficial; que sus editores tienen opiniones propias, cualesquiera que ellas sean: que teniendo la liber­ tad de manifestarlas por escrito o de palabra, el Gobierno del Estado no puede atentar contra esta misma libertad de imprenta ni castigar sus abusos: y que siendo empresa de particulares, y no teniendo mi

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Gobierno ninguna clase de intervención como US. dice, no tiene por consecuencia ninguna obligación de explicar los motivos que hayan tenido los Señores editores del Progreso para usar del lenguaje que emplearon en las publicaciones mencionadas. “ El Señor Cónsul debe saber igualmente que los periódicos de los Estados Unidos externan expresiones contra US. casi idénticas a las que reclama contra El Salvador cuando tratan la cuestión te­ rritorial de Centro América con la Inglaterra, y es bien seguro que aquel Gobierno no acogería una reclamación de esta naturaleza. La prensa de Costarrica ha insultado al Señor Plenipotenciario Norte­ americano cerca del Supremo Gobierno de Nicaragua, y jamás este ilustrado funcionario formuló ningún reclamo, porque sabe lo que son estas materias. “ No está demás manifestar a US. que la prensa de Guatemala vierte constantemente contra la persona del Sr. Presidente de este Estado las más atroces calumnias, y hasta ahora no le ha ocurrido hacer por ello algún reclamo. Lo que en tales casos se acostumbra es hacer uso de las mismas armas, o bien quejarse a los tribunales de justicia, como dejo indicado. “ Aunque el Gobierno de S. M. nada tiene que ver con que el Supremo Gobierno de El Salvador sea dirijido como US. manifiesta, por los señores editores del Progreso, y a pesar de que no es materia que debe tratarse con los cónsules, digo a US. que asegurar tal cosa es no conocer los principios que profesa mi Gobierno con relación a la política que ha observado constantemente, y decir que aquellos les confía el despacho de sus cosas es ignorar que una Ad­ ministración solo puede ser uniforme en los principios que ha adopta­ do, cuando es desempeñada por las personas sobre quienes gravita la responsabilidad. “ Amenaza usía al Supremo Gobierno de El Salvador y emplea expresiones ajenas de su misión consular y del estilo diplomático que debe usarse, sobre todo cuando las comunicaciones se dirijen a la primera autoridad de una nación. Mi Gobierno no puede ver con indiferencia esta conducta de US. porque faltaría a su dignidad, y con su silencio autorizaría al Sr. Cónsul para que en lo de adelante de la amenaza pasara a la realización de ella. El Supremo Gobierno de El Salvador no ignora que si para con él se emplea la fuerza material será vencido; pero también debe manifestar que en su vencimiento jamás le acompañará la humillación con que US. le

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quiere intimidar. Llenando sus compromisos; y tratando, como debe, a los ajentes de las naciones con quienes se halla en contacto, es mui digno de notarse que el Sr. Cónsul sea quien sin motivo alguno procure interrumpir las buenas relaciones que mi Gobierno conserva con el de la Gran Bretaña. Mas puede suceder que US. volviendo sobre sus mismos pasos, adopte una política diferente y use otros términos que además de no inferir con ellos un agravio, prueben a su Gobierno que ha sabido comprender la misión que a US. le ha confiado cerca de los de C. América, misión que no puede ser otra que la de extrechar con ellos los vínculos de amistad, lejos de ame­ nazarlos y deprimirlos en su nombre tan sólo por ser débiles” .

Cuando murió el eminente médico y esclarecido patriota, un edi­ torial de “ El Constitucional’ expresó el sentimiento de la Nación y pidió “ que esa luz inmortal que se levanta de la urna funeral de este salvadoreño ilustre, refleje su esplendor avivando la gratitud pública, no solamente en honor de tan generoso ciudadano, sino también en obsequio de su apreciable señora y tierna hija” . M.

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C a str o R a m ír e z .

GENERAL DON SANTIAGO DELGADO

El General Santiago Delgado perteneció a una familia de hombres cuyo temperamento es el heroísmo, cuya consigna es la patria y cuyo pensamiento dominante es ver triunfar por todas partes la causa de la libertad y de la luz. Originario de San Salvador, nació el 29 de abril de 1820. En aquella época no existía en la patria de Delgado un establecimiento formal de educación. Fue necesario salir del seno de la familia y en­ caminarse a Guatemala en donde se educaban a la vez multitud de jóvenes salvadoreños, que más tarde desempeñaron un papel importante en la historia de su país. Delgado no concluyó carrera alguna profesional; pero sí adquirió conocimiento sobre política y legislación, de que más tarde pudo sacar mucho provecho en su vida pública. Joven, Delgado, dotado de clara inteligencia y de sentimientos elevados y nobles, no pudo ver con in­ diferencia la suerte de la patria azotada por el turbión revolucionario. Era la época en que disuelta la Federación, las pequeñas fraccio­ nes políticas que antes la constituían, eran objeto de encontrados e intransigentes partidos, nacionalista el uno, separatista el otro y dis­ puestos ambos a ensangrentar más y más el suelo de la patria para lograr la realización definitiva de sus propósitos. Delgado no vaciló en tomar su partido y se adhirió con entusiasmo a la causa de la unión nacional que tenía por defensores los hombres más distinguidos del país. Sin vacilar se encaminó en 1845, época en que empezó su carrera pública, a alistarse en calidad de voluntario en las filas del valiente

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General Trinidad Cabañas, que preparaba en San Miguel una expedi­ ción sobre la República de Honduras. Vanos fueron en aquel entonces los esfuerzos de Delgado y de sus correligionarios políticos. Nuevos intereses, nuevas dificultades, surgian en contra del propósito noble de volver a la unidad perdida, y ambos bandos cansados de luchar se dieron una tregua para trabajar en la reconstrucción interior de cada sección política y cimentar en lo posible la paz que tanto se anhelaba. Delgado fue entonces de los primeros que en El Salvador se alistaron en la causa del orden y del progreso, en consorcio con la libertad bien entendida. Desempeñó puestos importantes en el ramo gubernativo, fue honrado por sus compatriotas y enviado a ocupar un puesto más de una vez en las Asambleas Legislativas, y Delgado ya como simple ciuda­ dano, ya como gobernador, o como tribuno, siempre fue fiel a sus principios procurando de hacer de ellos entre sus compatriotas una be­ néfica propaganda. En 1859 surgió el conflicto entre el General Gerardo Barrios y el entonces presidente don Miguel Santín. Delgado se adhirió a éste y le acompañó en su emigración hasta que, restablecido el orden, volvió después de un año de ausencia al seno de su familia, ocupándose ex­ clusivamente de sus asuntos domésticos. Poco después, nuevas desgracias afligieron a la patria. Las huestes del General Carrera, presidente de Guatemala, invadieron y asolaron el territorio de El Salvador, dando por tierra con el gobierno del Ge­ neral Barrios. La pobreza del pueblo, la exhaustez del erario después de una guerra dilatada y calamitosa, los odios de partido, la nulidad del crédito nacional, todo contribuía a formar una situación verdadera­ mente difícil. El presidente Dueñas apeló a los hombres de orden y de patriotismo para que le ayudasen en aquella delicada labor, y Delgado fue uno de los llamados a compartir con aquel gobernante las tareas administrativas. No vaciló el ya entonces coronel Delgado en aceptar tan delicado cometido, y por su carácter conciliador, infatigable, enérgico y bien intencionado ayudó de la manera más eficaz a consolidar el orden en unión de los hombres de aquella situación. Después Delgado fue a establecerse en la ciudad de Chinandega, en la República de Nicaragua, en donde no dejó de suspirar por la patria y ayudó desde allá en unión de otros notables salvadoreños expulsos, a preparar la revolución que estalló y triunfó a principios de 1871.

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Esa revolución tan generalmente aceptarla en el país, se hizo en nombre de la libertad y de la ley y no reconoció banderías. Delgado vio entonces desde su destierro el triunfo de sus principios, y abiertas las puertas para volver a la patria, fue, como debía esperarse, bien re­ cibido por los patriotas que formaban el gobierno revolucionario; fue agraciado con el título de Brigadier y ayudó con su influjo, lo mismo que con sus luces y patriotismo, a la obra regeneradora del país. El año de 1871 fue pacífico y próspero para El Salvador. Al calor de la libertad todo recibía impulso, y creíase ver en los hombres de la revolución a los mismos patriotas que habían luchado por la libertad del país en 1821, recogiendo los frutos de su obra, enjugando las lá­ grimas del pasado y preparando a la patria para un porvenir más feliz. Pero la tormenta de la reacción comenzó en 1872 a producir un ruido siniestro en la vecina República de Honduras en donde se acumulaban los elementos disgregados por el empuje de la revolución de abril, y fue necesario ir a luchar nuevamente para conjurar ese peligro y des­ truir si era posible el mal al nacer. El General Delgado fue entonces uno de los primeros que se ciñeron el sable para lidiar en defensa de las libertades de su patria, y debido a la actitud enérgica del Gobierno de El Salvador, y a la uniformidad de miras que aunaba y unía a los patriotas en aquella época, pudo prontamente restablecerse de nuevo la paz y volver El Salvador a continuar por los senderos de la libertad y gloria que había abierto la revolución de abril. Mas estaba escrito que aquello no debía ser más que un ensayo efímero de libertad. Intereses extraños hicieron pesar su influencia en los destinos de la patria y el Gobierno del General González, olvidando el origen de su poder y las ideas generosas de la revolución, dio a mediados de 1872, el primer ejemplo de una Dictadura legal, asimi­ lando hasta cierto punto su política a la que había sostenido y seguido la administración anterior. Delgado no podía conformarse con aquel giro peligroso e inusi­ tado que se daba a la política del país, y si en aquel entonces no pensó en un cambio, fue precisamente porque El Salvador tendría que sufrir de nuevo y que entrar en una nueva vía de dolores, de lágrimas y de sacrificios; mas desde entonces se hizo el blanco de las sospechas y no se le dio intervención alguna en la cosa pública. Delgado comprendía, sin embargo, que por algún tiempo debía darse de mano a toda tentativa salvadora, e influía pacíficamente en el ánimo de sus amigos, y aun

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aceptó en 1873 una misión que le fue confiada para Europa, misión que desempeñó a satisfacción del Gobierno. Así vivió Delgado ocupado por algún tiempo en sus faenas do­ mésticas, consagrado a las atenciones de familia; mas esto no fue bas­ tante para que siempre inspirase sospechas a los hombres del poder. En 1875 se trataba de la elección presidencial. Delgado gozaba en el país de mucha popularidad, y su candidatura a la presidencia acaso habría triunfado en los comicios si hubiera habido respeto al voto elec­ toral; pero El Salvador fue puesto en la alternativa del poder perpetuo o la aceptación de un candidato oficial y fue necesario optar por lo segundo, siendo Delgado uno de los primeros que suscribieron a la can­ didatura del Gobierno en obsequio de la paz pública. Mas se aproximaba la época en que debía estallar la guerra entre El Salvador y Guatemala. El Salvador entró en guerra con la República vecina. Gritos de entusiasmo se dieron por todas partes, y el patriota General Delgado dando de mano a las dulzuras de la vida privada, se alistó en las filas del ejército defensor de la patria. A principios de 1876 fue llamado a cubrir con una división la frontera Norte de la República; pero el enemigo había avanzado y trataba de invadir por el lado del Oriente en donde acaso sería insu­ ficiente el ejército mandado por el General Brioso. La situación era apremiante y mientras el General González hacía frente al grueso del ejército guatemalteco en las plazas atrincheradas de Santa Ana y Ahuachapán, Delgado recibió orden de encaminarse a marchas forzadas a la frontera oriental, en donde alcanzó a incorporarse al ejército de Brioso antes de entrar en acción. Delgado en aquella época no se fijaba solamente en las operacio­ nes aisladas de la pequeña fuerza que tenía a su mando. Su alta inte­ ligencia de hombre militar y político lo llamaba a ocuparse de cuestiones importantes sobre la defensa de la patria. Entre otras cosas y con vista de la situación, opinaba el General Delgado por que interviniese la diplomacia en el conflicto entre El Salvador y Guatemala. Si el señor Leiba, presidente de Honduras y aliado de El Salvador, sufría algún revés, debía fortificarse en Amapala, y en el caso de que sucumbiera enteramente, debía El Salvador entenderse con el Jefe Revolucionario Medina, para sustraerle si era posible a la influencia de Guatemala. Delgado opinaba igualmente por fortificar todos los puntos mili­ tares fronterizos y establecer líneas interiores de defensa, en donde el ejército pudiese ponerse a cubierto de cualquier revés.

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Decíamos, pues, que el General Delgado se había incorporado con las fuerzas de su mando al ejército comandado por el General Brioso. La incorporación tuvo lugar en el pueblo fronterizo de Santa Rosa, y en ocasión que el enemigo en número de más de dos mil hombres estaba a punto de atravesar el río Goascorán para invadir el territorio de la República, Delgado conferenció con Brioso y los principales Jefes de la expedición e hizo prevalecer la idea de que debía tomarse la ofensiva conteniendo en lo posible el movimiento de avance del enemigo. A ese efecto el 17 de abril tomó una Brigada y se encaminó al pueblo de Pasaquina que era precisamente el lugar por donde debía aparecer el enemigo. Según la opinión del primero y segundo Jefe de aquella ex­ pedición, Delgado debía marchar a Pasaquina, no para librar desde luego acción sobre el enemigo, sino para ver si el punto era defendible. En nuestro modo de pensar el General Delgado se proponía una u otra cosa. El deseaba infundir confianza con alguna victoria sobre el ene­ migo. Los valientes que le seguían estaban animados del mismo ardor y marchó resueltamente sobre aquel punto. Delgado ocupó a Pasaquina sin novedad alguna, pero mientras daba algún descanso a su tropa fue atacado en todas direcciones por el enemigo superior en número, en término de quedar reducidos los suyos solamente al recinto de la plaza. Aquello fue una carnicería terrible. Se peleaba con la misma furia por una y por otra parte. El Brigadier Molina Guirola fue herido en el combate, el valiente coronel Ignacio Henríquez quedó muerto en el campo, y no quedó entonces más que Delgado que animaba con su ardor a aquellos valientes, y asistiendo a los puntos de más peligro, “ Hijos — decía a sus soldados— , ¡mucho va­ lor! No hay que abandonar el puesto, de nosotros depende el éxito de la guerra. El General Brioso viene a protegernos y si nosotros sucumbi­ mos, el ejército de Santa Ana está perdido” . Pero el fuego que hacía el enemigo era mortífero y el valiente Delgado fue en aquellos momen­ tos muerto de un balazo, coronando con esta página gloriosa, su in­ maculada carrera pública! El ejército de protección llegó y se incorporó a viva fuerza a los pocos valientes que aún quedaban en la plaza. En aquel cuerpo venía el valiente Brigadier Fernando Figueroa. A l ver a su amigo Delgado, tendido en el campo, como víctima reciente ofrecida en el altar de la patria, su coraje no reconoció límites. Hubiérase dicho que le animaba el fuego de Aquiles. Lanzóse furioso sobre el enemigo, espada en mano, lo atacó terriblemente desalojándolo de todos los puntos, en tales

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términos que la población quedó completamente despejada. Un nuevo empuje más y el enemigo bien pronto habría sido lanzado fuera del territorio. “ Las fuerzas expedicionarias de Oriente, dice el General Gonzá­ lez, en número de 1.500 hombres al mando de los generales Brioso, Delgado, Sánchez y Figueroa, sostuvieron en Pasaquina los días 17, 18 y 19 de abril un reñido y sangriento combate contra fuerzas guatemalte­ cas que en número de 2.500 hombres comandaba el General Solares. A pesar de la superioridad numérica de éstos el triunfo estuvo de nuestra parte el primer día, según comunicación oficial del General Brioso por telégrafo, y aun habría sido completo si se hubiera perseguido en el acto a Solares que estaba con su parque cargado en disposición de fuga. Tuvimos que lamentar en esta acción de armas la pérdida del General Delgado que mostró un valor no común y extraordinario, así como la de varios jefes, y el de haber sido heridos algunos otros, todos de importancia” . “ Santiago Delgado, dijo la Gaceta Oficial, el mártir inmortal del patriotismo, había volado al cielo, cuando en la primera batalla de Pa­ saquina conseguía la victoria, conquistando con su valor indomable la palma de los héroes. ¡Feliz él que vió un rayo de gloria entre los plie­ gues de la bandera estrellada!” La muerte del General Delgado fue generalmente sentida y tenida como una lamentable pérdida para el país; pero ante la historia, ante el porvenir su muerte es envidiable, su memoria será siempre bendita, su preclaro nombre será siempre honrado por sus compatriotas. Esa muerte, que más bien parece la adquisición de una vida inmortal y gloriosa, servirá de enseña y ejemplo a los contemporáneos y una prueba de que en el país hay valor, hay heroísmo y abnegación, en una palabra, existen virtudes políticas capaces de engrandecer y enorgulle­ cer justamente a un pueblo. Hablando de Delgado como militar y hombre público, se expre­ saba el valiente Figueroa en estos términos: “ Pesa más Delgado solo en el platillo de la balanza, que nosotros juntos en el otro.” Y más de una vez se ha oído decir al Brigadier Molina Guirola, que era lástima que no se haya conocido antes aquel hombre. Delgado como hombre particular era un verdadero filántropo. Parecía que su misión en el mundo era solamente favorecer a los demás en cuanto era posible. Era franco, amigable, de conversación flúida y amena, y poseía un instinto notable de observación. Sus juicios eran

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profundos; y si hubiera ocupado la primera magistratura — pues para ello contaba con base de opinión— habría trabajado con ahinco por implantar la libertad práctica y proporcionar al país una paz basada en la justicia y en el respeto a la ley. Rafael

R eyes.

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DON JU A N FRANCISCO W . CISNEROS

I Muy rara vez puede el genio dilatar sus alas bajo el cielo de la patria. Hay una lucha terrible y misteriosa entre el talento y los contem­ poráneos, que concluye por expalriarlo y privar de sus fulgores a la juventud, que es para quien ha sido creado. En nuestra hermosa Centro América, jardín en donde el pensa­ miento se absorbe, se abisma y se conmueve, las lumbreras que consti­ tuyen su gloria y su honra, han tenido que vivir la vida del desencanto para morir después sin apoyo, sin consuelo, en el olvido! El mundo parece odiar al genio, tal vez porque no lo comprende, probablemente porque lo cree visionario, sin duda porque sus fulgores no son los llamados a iluminar la corrupción. Triste, muy triste es ver al genio vistiendo los harapos del mendigo y teniendo que llevar en sus labios balbuceantes, una sonrisa trémula que por momentos parece ser apagada por el llanto del dolor. Siempre en la indiferencia, en el olvido, en el desprecio, su terri­ ble existencia es un gemido que es a veces el rugido del huracán. Para los corrompidos hay siempre un asiento en todas partes, y para las almas elevadas apenas existe una mano amiga.— ¡Doloroso ejemplo para la juventud! ¡Terrible galardón para el talento! En otros países se aprecia el mérito: aquí la envidia corta las alas al genio; aquí el guerrero, cuando más, recibe aplausos después de la

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victoria, aplausos que se cambian en anatema después de la caída; aquí, repetimos, la virtud es una planta parásita que se asfixia por falta de aire! Y todo esto que ejecutan los contemporáneos, es la fuente de las lágrimas de los venideros. Miguel Alvarez Castro, nuestro poeta clásico, muere en un pobre pueblo de su patria, despojado de toda clase de auxilios; Francisco Díaz, nuestro ingenio más popular, concluye su existencia atravesado por las balas hondureñas, después de la derrota que las fuerzas de esta república sufrieran el cinco de junio de 1845 en el departamento de Gracias; Rafael García Goyena, el La Fontaine americano, vivió entre el menosprecio para morir en la miseria: los Diéguez, los desgraciados Diéguez, alimentáronse del pan del desterrado porque la patria les negaba hasta eso; José Batres, el autor de “ Don Pablo” , “ Las Falsas Apariencias” , y “ El Reloj” , cuyo mérito basta para honrar no sólo la Literatura de su patria, sino también la americana, corre suerte pare­ cida. Y si vamos a recorrer los anales de nuestra naciente Literatura, ¡cuántos pesares tendremos al ver los diamantes riquísimos arrojados al lodo del menosprecio! Si eso ha sucedido con los poetas, con esos filósofos del corazón que tanto deberían estimarse, ¿qué habrá sido de los demás artistas en estos pueblos? Muy pocos años hace que nacieron nuestras artes, y muchísimos infortunios tenemos ya que lamentar; puede decirse que cada genio es un infortunio, que cada talento cons­ tituye una desgracia! Por eso de hoy más, antes de pensar en fortificar plazas, debemos pensar en fortificar inteligencias. Así serán fecundas nuestras institu­ ciones, así habrá adelanto, así seremos felices! II N ació Juan Francisco Wenceslao Cisneros en esta capital, el 4 de octubre de 1823, hijo del C. Juan Nepomuceno Cisneros y la se­ ñora Dominga Guerrero, personas muy respetables y de distinguidas familias. Persona de costumbres muy arregladas, el señor Cisneros procuró cultivar la naciente inteligencia de aquel niño, que más tarde fuera, para honra de su patria, el Miguel Angel salvadoreño, el Rafael ame­ ricano. De sus últimos maestros fue el inolvidable apóstol de la juventud,

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JUAN FRANCISCO CISNEROS, Secretario de la Legación de El Salvador en Roma y Director de la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, en Cuba.

Antonio Cohelo, que tantas inteligencias cultivara y que tantísimo bien hiciera a El Salvador con su incesante afán por derramar la ins­ trucción. Ya a la edad de 16 años, Cisneros no parecía un adolescente; pues en todos sus actos se reflejaba el hombre de edad madura, permanecien­ do siempre en los círculos de la sociedad educada y desechando la amistad de los jóvenes extraviados. ¡Ejemplo palpitante del hombre que piensa y que conoce su misión! Tan joven como era (16 años), ya contaba como amigos a Mr. Chatfield, Cónsul General de Inglaterra; a Mr. Augusto Mahelin, Cón­ sul General de Francia; a Mr. Pellerin, Vice-Cónsul de Francia, que luego fue Cónsul General de Chile; al General Mejía, mexicano; al Licenciado Santiago Milla, Senador Federal; al C. José Antonio Jimé­ nez, Ministro del Gobierno Federal, y a muchas otras personas que, ya por su posición social o su talento, merecían el respeto y la estimación de nuestra sociedad. Por esa modestia que distingue al genio, por esa desconfianza de sí mismo que caracteriza al hombre de inteligencia elevada, Cisneros jamás solicitaba la amistad de las personas de alta categoría; y si entre ellas poseía muchas almas que podemos decir muy bien que él domi­ naba, era porque su talento, su hermoso continente, sus maneras finas y de gran tono que se reunían a su genio franco y festivo, lo hacían simpático a cuantos tenían la dicha de mirarle. Así, las manifestaciones de su talento fueron tan precoces, que desde la infancia se hicieron notar. En 1842 y cuando era el NIÑO MIMADO de su familia y el placer de todos cuantos le conocían, nuestro joven compatriota, por disposición y por cuenta de sus padres partió a París a completar sus estudios, el 19 de julio.I III Hasta aquí Cisneros es el joven que se lanza al mar a buscar la perfección que no podía obtener en su patria, a causa de que por aquel entonces Centro América hacía consistir el mérito y la grandeza, en las coronas de laureles recogidas en el campo de batalla y enrojecidas por la sangre fratricida. Vamos hoy a contemplarle en playas extranjeras, siendo el objeto

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del aprecio y de la admiración en pueblos cuya imparcialidad daba justo valor a su talento. Hizo su viaje por los Estados Unidos, y llegó a París, el 14 de septiembre de 1842, empezando desde entonces sus estudios. Corría el año de 1846, cuando Cisneros se propuso visitar a Luis Napoleón, prisionero entonces en el castillo de Ham; lo cual consiguió después de haber vencido muchísimas dificultades. Demócrata entu­ siasta, Cisneros tenía simpatías por el ilustre prisionero. Aquella visita le valió más tarde un terrible conflicto en que se vio después de los acontecimientos del 18 de junio de 1848. Algunos meses después de aquellos acontecimientos, Cisneros tomó parte en una gran conjuración dirigida por Víctor Hugo, Luis Blanc, Ledrú Rollin y otros. La conjuración fue descubierta, y sus jefes y muchos de los conjurados fueron hechos prisioneros. Cisneros se encon­ traba entre ellos. Cuando el gobierno francés decretó la deportación de los prisioneros destinándolos a Cayena, Cisneros hizo llegar un billete suyo a manos de Luis Napoleón, que a la sazón era Presidente de la República Francesa: en él le recordaba la visita de Ham; y el resultado fue su libertad inmediata. Después del golpe de estado del memorable dos de diciembre se hizo un llamamiento de artistas para ejecutar el retrato del Emperador; y como Cisneros fue invitado por un amigo y compatriota residente en París, para que respondiera al llamamiento, contestó que: “ sus pinceles jamás se mancharían con las tintas de un tirano.” Y era que nuestro artista, hombre de inmutables ideas, ya no veía en el Emperador al demócrata preso en el castillo de Ham. En 1853 convocóse otro concurso de artistas para ejecutar el de la Emperatriz Eugenia, y nuestro compatriota tomó parte en él: su cuadro, según se dice, alcanzó un premio, que ignoramos si fue el primero, lo cual es muy probable. En octubre de 1855 salió de París con destino a Roma, donde permaneció casi todo el año de 56 estudiando las obras maestras; esto es, recibiendo, como él decía — su confirmación de artista— , después del bautismo de 13 años de hacer profundos estudios de Historia Uni­ versal, Literatura, Botánica, Zoología, Mineralogía, Anatomía, Mecá­ nica, Hidrostática, Química e Idiomas (para los que tenía un talento especial); después de 13 años en que, simultáneamente con esos estu­ dios, hacía el de la pintura bajo la dirección de los mejores maestros de aquel tiempo, y contando ya con una celebridad europea, justo era

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que nuestro Miguel Angel tomara en los inmortales cuadros de la bella Roma, los coloridos que, según él, faltaban a su paleta para poder llevar el nombre de artista. ¡Notable conducta como hombre, bellí­ sima inspiración como genio! De Roma pasó a otros puntos notables de la Europa y regresó a París, capital en que permaneció hasta el año de 1858, época en que vino a La Habana. IV Está en la capital de la hermosa Cuba nuestro ilustre compatriota. Desde su llegada encontró en ese país tan buena acogida que se vio precisado a aceptar el puesto de DIRECTOR DE LA ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN ALEJANDRO en La Habana; empleo que desempeñó dignamente, durante cerca de 20 años. Poco tiempo hacía que se encontraba en la PERLA QUERIDA DEL OCEANO, como la llama Zenea— , cuando quiso tener una com­ pañera que embalsamase su existencia. Casóse con una señorita ha­ banera (Clotilde D íaz), con la cual vivió feliz y tuvo un hijo. La prensa cubana unánimemente, elogió los méritos de nuestro compatriota, admirando en él al artista y al hombre de ciencias. A tal grado llegaron los elogios que se le prodigaron, que, a juicio de una persona bastante caracterizada, sólo a Rafael Sanzio de Urbino se le ha dicho lo que a Cisneros. El Gobierno cubano le confió muchas veces, importantes comisio­ nes; siendo la última de ellas, la de asistir como Delegado honorario de Cuba a la Exposición Universal celebrada en París el año de 1878. Pero desgraciadamente, la muerte cerró sus párpados, de una manera repentina, el 12 de junio del año indicado, siete días antes del fijado para la partida a París. Murió, pues, a la edad de 56 años, cuando gozaba de reputación artística en Europa y en América. Su último pensamiento fue para la patria y sus últimas letras para el único amigo que de la juventud conservaba. Hemos leído su carta postrera, fechada en La Habana el 6 de junio, seis días antes de morir. Como hemos dicho ya, su muerte fue repentina; y sin embargo, se conoce que cuando escribía, el corazón le avisaba que no vería más la patria, que no contemplaría otra vez la ciudad de su cuna, que ni si­ quiera vería por un instante el cielo centroamericano perfumado por

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mil selvas vírgenes, decorado por celajes de oro y púrpura, abrillantado por innúmeros diamantes. Ya el genio no tuvo la luz del cielo patrio, porque tanto suspiraba y bajo el cual, el sepulcro de sus padres y de cuatro hermanos le lla­ maban para inspirarle melancolía, al mismo tiempo que dos vivos hacían, en medio de la tristeza de una larga ausencia, los votos más sinceros por el regreso de su querido Francisco. No podemos resistirnos a copiar de su bella y penúltima carta los siguientes pasajes:

“ Me sobraría tiempo para escribirle la extensa respuesta que yo quisiera darle a U.; pero mi espíritu no lo resistiría; la tristeza que me invade cuando tengo que escribir para El Salvador, es de tal natu­ raleza, que la pluma se me desprende de los dedos sin poderlo reme­ diar; necesito hacer un supremo esfuerzo para llenar mi propósito, pues escribir para El Salvador es recordar mi origen, mi primera juventud, lo que yo era al salir del suelo natal, lo que allí dejé. . . y es también pensar en lo que allí me queda. . . y en lo que han hecho de mí los años que llevo de expatriación. . . ” “ Echando una ojeada sobre mi pasado y mi presente, me veo con tres existencias, separada cada cual por un abismo; hay en mí tres hombres distintos y ninguno completo. Ninguno fue ni es lo que debió s e r .. . ” “ EL PRIMERO, salvadoreño por su nacimiento, sus juveniles as­ piraciones, sus crueles sufrimientos y por su porvenir, se refundió en París a la edad de 18 años.” “ EL SEGUNDO, francés por instinto, por su vocación al Arte, por su impresionabilidad; su educación intelectual, sus gustos y costum­ bres; sus goces, miserias, flaquezas y locuras; por la conformidad de su índole con la del pueblo de París, que desde niño le inspiraba las más ardientes simpatías; por gratitud hacia ese mismo pueblo, en cuyo seno halló hospitalidad, enseñanza, aliento, y desinteresadas afecciones; en fin, por su porvenir artístico, se refundió en la Habana a los 36 años.” “ EL TERCERO, hispano-cubano (fíjese U. bien en la significa­ ción de estas dos palabras unidas) hispano cubano por reconocimiento a la favorable acogida que obtuvo entre los españoles peninsulares e insulares, desde el día que puso los pies en la Isla de Cuba; por la

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posición, vínculos de familia y relaciones que se ha creado— y por úl­ timo por NECESIDAD, pues siendo el más viejo de los tres (lleva veinte años de residencia en la Habana— no puede menos que esperar aquí su fin.” “ Ahora, pues, dígame U., mi querido amigo, si un hombre arrai­ gado a este suelo, arruinado, se ve en el espejo de sus recuerdos y com­ parándose en su actualidad, se hace cargo de que su vida se ha gastado bajo la influencia de tres atmósferas distintas; que dentro de ninguna de ellas se desarrolló hasta completar su individualidad; que no ha podido realizar ninguna de las esperanzas que soñara en su triple exis­ tencia; que si ha tenido alguna aptitud para otras cosas, no la ha tenido para hacer D IN E R O !. . . y que por estos motivos se encuentra en la impotencia para volver al lugar de su nacimiento a fin de auxiliar y consolar a su familia que ha ido desvaneciéndose en el infortunio, este hombre que tampoco puede volver a París, su sueño dorado, ni puede salir de la Habana sin asegurar antes la existencia de los que hoy dependen de él; podrá tomar con gusto la pluma para escribir a su país natal. ¿No es preferible dejarla? ¡Ud. dirá SI ESE HOMBRE SOY Y O! . . . “ No creo necesario reproducir aquí lo que a Manuelita dije res­ pecto de mi salud, familia, posición, etc., puesto que ella le mostró a Ud. el parrafito de su carta relativo a las “ glorias y honores” que con tanta benevolencia, supone haya alcanzado yo durante los quince años de nuestra incomunicación.” “ Desde luego le recomiendo no vea en lo que sigue el menor asomo de fatuidad, sino la pura verdad según mi conciencia. Si U. me cono­ ciese enteramente, me abstendría de hacerle esta recomendación. Cierto es que Ud. no me había hecho la pregunta; pero no conociendo de mí sino la primera tercera parte de mi vida, y no pasando los años impu­ nemente sobre el corazón de un hombre, bien pudiera U. suponerme otro carácter que el que en realidad tengo.” “ Ha de saber U. que, hoy justamente, 1*? de julio, es el X X X V I aniversario de mi expatriación. . . ! ” “ ¿Glorias? ¡Válgame Dios! ¿No comprende U. mi querido ami­ go, que si yo las hubiese tenido verdaderas, ya habrían llegado a noticia de U .? Las únicas que yo me reconozco son dos; primera, la de haber vivido 16 años en Europa, apurando mi inteligencia y mi energía para SUBSISTIR y estudiar, gozando de cuanto podía apetecer y algo más, tanto en París, como en Roma, Florencia, Parma, Venecia, Milán,

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Turín, Génova, Ginebra, Bruselas, Amberes y Londres, alternando siem­ pre entre el bienestar y las privaciones más horribles, ladeando siempre los profundos infiernos ¡y no haberme precipitado en ellos!” “ Mi segunda GLORIA consiste en haber atravesado estos últimos nueve años de Habana, y sosteniéndome en el destino de Director de la Academia de Bellas Artes desde el año 59; mas para que U. pudiese apreciar mi permanencia, sería preciso que U. conociese la Habana y hubiese presenciado sus conflictos, sus calamidades y sus crímenes. . . “ ¿Honores? — Los honores son para mí puerilidades que pueden ser provechosas. Estas puerilidades me han pasado por las manos, pero yo no he sabido aprovecharlas. Inclinado más bien a la ironía y al sarcasmo, irreverente hacia las preocupaciones religiosas, políticas y sociales del vulgo; aleccionado por la experiencia y la lectura de algu­ nos buenos libros de Filosofía, Historia, Bellas Artes; admirando úni­ camente lo bello, lo justo y lo espiritual, he visto siempre con indi­ ferencia y hasta con asco, esa quincalla llamada honores, que tanto deslumbra a los hombres. Bien sé que U. no se refiere a esos honores que halagan la vanidad humana, sino a los que enaltecen a los hombres; pero es muy difícil alcanzarlos, si han de ser legítimos.” “ Su amigo Cisneros ha hecho en la Habana cuadros al óleo, retra­ tos grandes y pequeños, dibujos, caricaturas en los periódicos satíricos — por más de una vez se le ha desafiado y se ha intentado asesinarlo— ha escrito folletines, sueltos y gacetillas en los periódicos serios; ha contribuido a derrumbar ciertos ídolos de la escena lírica; ha levantado otros en la misma; su nombre no sale en letras de molde sino precedido por un adjetivo lisonjero y ampuloso; se le ha celebrado demasiado desde el día que llegó a la Habana; es socio honorario de todos los círculos e Institutos literarios, artísticos y de recreo; se le considera autorizado su voto; en fin, ha trabajado mucho, pero como no ha sabido explotar estas minas, ha llegado a viejo sin tener un saco de onzas de oro para recostarse.” “ Todos los HONORES que le han hecho no le han servido más que para vivir AU JOUR LE JOUR — supone que Ud. sabe francés— . Lo que le consuela es haber formado para el Arte de la Pintura a varios jóvenes de esta prosaica ciudad. Estos jóvenes viven ya de su trabajo, es decir, de su talento; muchos de ellos carecían de recursos hasta el término de no tener para calzarse. Hoy uno de los mismos, es ya Pro­ fesor de Dibujo de la propia Academia y del gran Colegio de los

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Escolapios. Además, ocupa por recomendación de Cisneros, la plaza de 2 1? Bibliotecario de la Sociedad Económica. Los demás tienen sus estu­ dios acreditados, o trabajando en los talleres de litografía y fotografía. Si algún día adelantando en su profesión componen ellos un núcleo verdaderamente artístico, puede ser, que se acuerden de Cisneros. Así le vendrán a éste las glorias y honores: pero Cisneros habrá dejado de existir, entonces!-” V Como hemos dicho ya, Cisneros tenía un talento especial para los idiomas; y de ahí que haya llegado a dominar siete: inglés, francés, alemán, italiano, griego, latín y el nativo, que, como habrán notado nuestros lectores en los párrafos que de su carta acabamos de copiar, lo manejaba con facilidad y corrección. VI Tócanos hoy, como conclusión, decir dos palabras sobre las obras de nuestro artista. No nos creemos autorizados para emitir un juicio siquiera medianamente acertado, acerca de ellos, porque nuestros co­ nocimientos en el arte plástico son nulos; sin embargo, repetimos nos­ otros lo que personas autorizadas han dicho, confirmando así los nom­ bres que hemos dado a nuestro gran compatriota. En efecto, después de oir los admirables elogios que espontánea­ mente le ha tributado la prensa cubana; después de escuchar la voz de su fama, que ha venido de otras playas alejadas por los mares; después de quedar atónitos ante el hombre y ante el genio, ¿quién nos negará la justicia que nos asiste, a decir que Cisneros es el Miguel Angel sal­ vadoreño, el Rafael americano? ¿Quién negará que en el cielo artístico de la América, Cisneros ocupa el primer lugar? Parecerá a primera vista que nosotros no hacemos más que obe­ decer al amor patrio cuando dejamos que nuestra pluma escriba con tanto atrevimiento. Nosotros conocemos nuestra insuficiencia; pero sus obras y su fama europeo-americana responden por nuestros juicios. El Salvador posee de su renombrado hijo solamente tres obras: una copia de la TRANSFIGURACION de Rafael Sanzio de Urbino que está en el Vaticano, un retrato del mismo Cisneros ejecutado en 1854,

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que existe en poder de una de sus hermanas y uno del señor Inocente Revelo, en Cojutepeque, ejecutado en 1856. “ La Transfiguración” , de Rafael de donde copió Cisneros, se con­ sidera como la primera obra del mundo en su clase. Ahora, considérese que la obra de Cisneros fue ejecutada cuando recibía éste su confir­ mación de artista en Roma, y se sabrá su valor. Cisneros consagró a su patria ese sublime cuadro, desechando diez mil francos (dos mil pesos), que en París le ofrecían por él. Esa obra que debe enorgullecer a nuestra patria, existe casi desconocida en la iglesia de Concepción de Santa Tecla. En la CORONA POETICA A LA EMPERATRIZ DE LOS FRAN­ CESES, figuró el retrato que de ella ejecutó Cisneros; y a propósito de esto, dice EL CORREO DE ULTRAMAR de París: “ — Nos olvidába­ mos decir que el retrato que a la cabeza de la Corona Poética va, es obra de Francisco Cisneros, joven centroamericano, sin duda por creerse el mejor entre los ciento y tantos ejecutados en París.” Recién llegado a Cuba hizo una obra admirable que sin duda fue una de las cosas que le hicieron adquirir la gloria que allí se le tributó. Habiendo fallecido el sabio cubano José de la Luz y Caballero, años antes que nuestro artista pisara el suelo de La Habana, y no habiendo de él un solo retrato, muchas personas se empeñaron en que Cisneros, hiciera un esfuerzo por obtener una imagen de la persona mencionada, que, como ha dicho Martina Pierra de Poó, en un bello soneto: “ Es José de La Luz, el sabio, el bueno, Honra de Cuba, admiración del mundo!”

No contaba Cisneros sino con sólo datos más o menos útiles; pero su ingenio que no encontraba barreras insuperables, dio vida a José de la Luz y Caballero, arrancando así los aplausos del inteligente público cubano. La admiración fue inmensa y los elogios tan grandes como merecidos. “ La Voz del Siglo” , de la Habana, entre otros periódicos, le ofreció laureles para su frente1. En cierta ocasión, un banquero de La Habana tuvo en su casa una 1 Refiriéndose al retrato de don José de la Luz, en un artículo de Enrique Piñeiro, se encuentra lo siquiente: “ Descríbese un retrato al óleo, de cuerpo entero, de tamaño natural, pintado por Francisco Cisneros, artista muy distinguido, natural de San Salvador, Centro América, que ganó por oposición el puesto de Director de la Academia de Pintura de La Habana, y murió en esta ciudad en 1878. El retrato presidía en el salón principal del Colegio (El Salvador)” . Revista de la Facultad de Letras y Ciencias. Universidad de La Habana.

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escogida reunión de amigos, y teniendo noticias de Cisneros, quiso invitarlo, por medio de un dependiente, para que asistiese. Cuando todos los concurrentes estaban en casa del banquero, apareció nuestro compatriota vestido de una manera sumamente modesta; el banquero no conocía de Cisneros sino el nombre, y mal pudiera figurárselo tan sencillo en su exterior. Preguntó entonces quién era el que acababa de entrar y uno de los convidados le contestó en secreto, que era el gran Cisneros. Dirigióse hacia él, diciéndole que cómo era que el gran Cis­ neros se encontraba entre sus convidados; y nuestro artista sacó de su bolsillo una tarjeta y un lápiz, y por contestación dio, después de unos minutos, un retrato que representaba al dependiente que lo había invitado. Todos los concurrentes llenos de entusiasmo aplaudieron el ingenio del artista; y cuando fue ocasión, éste tomó la palabra haciendo saber que el hombre debe presentarse siempre con suma modestia. La estimación que hasta entonces contaba creció como espuma. VII Hemos concluido de diseñar la noticia biográfica que nos hemos propuesto, y no sin cierto temor, nos inclinamos reverentes ante la tumba de Juan Francisco Cisneros, a colocarla en señal de veneración. Ella es — y lo decimos con noble orgullo— , la corona que un joven compatriota ofrece a la memoria del hombre y del genio. No perdemos la esperanza; tal vez un día lograremos conocer La Habana; y al buscar en su cementerio las tantas virtudes que contem­ plamos con emoción, una fuerza desconocida, misteriosa, nos llevará al sepulcro de Cisneros. Entonces nos arrodillaremos ante la cruz que extiende sus brazos sobre los despojos de nuestro hermano; y, dirigien­ do una mirada suplicante a El Salvador, diremos con tristeza: Patria querida: los restos de los grandes hombres no deben yacer bajo cielo extranjero; mira aquí los del primero de los artistas ame­ ricanos! . . . Es éste el modo de premiar los esfuerzos más nobles?” “ La Juventud” es el primer periódico centroamericano que ha hablado de Cisneros, y nosotros los primeros en ofrecer a nuestros compatriotas una ligera idea sobre su vida. Para concluir, diremos que por más que la envidia y el menos­ precio pretendan arrebatar la gloria al genio, éste se elevará triunfan­ te a las regiones de la inmortalidad, que es donde sus alas pueden

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dilatarse, aunque la patria le niegue, en su cielo azul, el origen de su eterna pesadilla: pues, Qué importa al polvo inerte, que torna a su elemento primitivo, ser en ese lugar o en otro hollado? Yace con él el pensamiento altivo? Que el vulgo de los hombres, asombrado Tiembla al alzar la eternidad su velo; mas la patria del genio está en el cielo” .

Joaquín M éndez.

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GENERAL Y DOCTOR FRANCISCO DE BORJA BUSTAMANTE

Nació en esta capital el año de 1825, y fueron sus progenitores don Juan Miguel de Bustamante y Castro y doña Josefa Dolores Loucel. Don Juan Miguel vino a San Salvador como alto funcionario del Gobierno español; se radicó en el país y desempeñó, durante largo tiempo, el importante empleo de Asesor de la Intendencia de esta pro­ vincia, durante el gobierno de don José María Peinado. Don Francisco de Borja siguió los estudios de Derecho hasta ob­ tener el título de abogado. El año de 1853 sirvió el cargo de Gobernador Político del Depar­ tamento de San Salvador. En 1854 ejerció las funciones de Juez de Primera Instancia, y en 1856 volvió a la Gobernación Departamental antes expresada. Fue elegido Magistrado de la Corte Suprema de Justicia el año de 1859. Tomó parte en el combate de Coatepeque en 1863, con un escua­ drón de caballería que organizó y sostuvo con su peculio particular. El General Barrios lo ascendió a Coronel. En la Administración del general González asistió a las acciones de armas que hubo en Honduras y ascendió a General de Brigada. En esa misma época desempeñó el empleo de Auditor de Guerra y más tarde fue nombrado Ministro de Hacienda y Guerra. Durante el gobierno del doctor Zaldívar desempeñó las funciones de Vocal del Supremo Consejo de la Guerra. Era el general Bustamante de procer estatura, de muy elegante

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presencia y de exquisita amabilidad. Fueron nobles sus sentimientos y generosos sus procederes. A este efecto merece recordarse el siguiente episodio: el 20 de abril de 1850, distinguida parte de la sociedad sansalvadoreña se en­ contraba en el balneario del puerto de La Libertad, acompañando al Jefe del Ejecutivo don Doroteo Vanconcelos. En ocasión de que varias señoras y señoritas tomaban el baño, una ola inmensa arrebató hacia alta mar a varias de ellas, entre las que se encontraban la señorita Virginia Vanconcelos, hija del señor Vanconce­ los, y doña Isidra Herrador, esposa del ex-presidente don Fermín Palacios. En tan angustiosos momentos, el señor Bustamante, con menospre­ cio de su vida, se lanzó heroicamente a las olas y logró salvar de segura muerte a las dos estimables damas. Por todos sus méritos singulares gozó de gran popularidad; y en cierta ocasión sus numerosos partidarios lo postularon para la Presi­ dencia de la República. Falleció en San Salvador el 24 de octubre de 1888.

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DON JOSE ROSALES

El año de 1827 vino al mundo en la capital sansalvadoreña este gran benefactor de las clases desheredadas. Fue su padre el ilustre coronel don José Rosales, natural de Es­ paña, que tuvo tan activa participación en nuestros acontecimientos políticos de la primera mitad del siglo X IX y su madre doña Josefa Herrador, de antigua familia sansalvadoreña. Dedicado al comercio, ejerció dicha industria con favorables resultados. Sirvió a su pueblo natal como miembro del Ayuntamiento, y a la República: primero, como Diputado a varias legislaturas, y, después, como Presidente de la Cámara de Senadores. En varias ocasiones se le nombró Designado a la Presidencia de la República; y en este concepto, el año de 1885, entregó el mando supremo al general don Francisco Menéndez. Poseedor de cuantiosa fortuna; y teniendo vínculos de cercano parentesco con el señor Arzobispo doctor don Antonio A dolfo Pérez y Aguilar, de santa memoria, consultó con éste, acerca de la mejor inver­ sión que podría dar a su capital. El ilustre y benemérito Prelado le aconsejó la fundación de un hospital en San Salvador; idea que inmediatamente fue aceptada por el señor Rosales, quien dejó todos sus bienes al establecimiento de ca­ ridad que lleva con sobrada justicia el apellido de su fundador. El señor Rosales falleció en esta capital el año de 1891. A la entrada de su hospital una estatua perpetúa en mármol y

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bronce su recuerdo, mientras que la gratitud nacional lo perpetúa en el corazón de los necesitados. Con mucha razón se ha dicho que “ cada estatua asegura, más que nada, la supervivencia de una personalidad; y al erguir sus perfiles sobre la deleznable caducidad de las cosas, con la consistencia triun­ fante de lo indestructible tiene valor de cátedra de bien y de tribuna de grandezas” .

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DON DOMINGO GRANADOS DECANO DE TIPOGRAFOS Falleció en Santa Tecla el 26 de mayo de 1903

N ació el señor don Domingo Granados en San Salvador el 4 de agosto del año de 1827. Aprendió las primeras letras en la Escuela Pública o Escuela Grande, como se le llamaba entonces, y que con tanto acierto dirigía en esta Capital el ilustre Profesor brasilero don Antonio Coelho, de grata memoria. De aquí pasó a ser escribiente del General Francisco Malespín, a la sazón Presidente de El Salvador. No tardó en ingresar en calidad de aprendiz a la “ Imprenta del Estado” , que era la del Gobierno. Cuando en 1854 una serie de terremotos redujo a escombros la ciudad de San Salvador, el 16 de abril, el Gobierno que presidía el señor San Martín hizo trasladar el asiento de las Supremas Autoridades a la ciudad de Cojutepeque, donde rindió el último tributo a la natu­ raleza el entonces Director de la “ Imprenta del Estado” , don José Norberto Rodríguez. En lugar de éste, y tomando en cuenta las aptitu­ des del joven Granados, fue nombrado por el Ministerio respectivo, Director del Establecimiento. En 1857, y cuando con motivo del regreso de Nicaragua de las fuerzas del Gobierno que habían ido a combatir a Walker, el terrible azote del cólera morbus hizo estragos considerables en esta República, y el General Gerardo Barrios tramó una conspiración para derribar al Gobierno conservador que presidía el austero repúblico don Rafael Campo; el señor Granados, convenientemente prevenido, fue de los pri­ meros en tomar las armas en defensa de las autoridades constituidas.

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Esto, no obstante que sus principios y sus afecciones eran las de un liberal de buena escuela. Durante toda la Administración del General Barrios, Granados estuvo al frente de la Imprenta Nacional, sirviendo con inteligencia y honradez el empleo de Director. En el sitio de San Salvador por las fuerzas guatemaltecas y sal­ vadoreñas que mandaba el General Rafael Carrera en 1863, Granados, a la cabeza del Cuerpo de Tipógrafos, empuñó el rifle en defensa de la capital, situándose en la trinchera del “ Palo Verde” , donde se hizo resistencia al enemigo hasta el último momento. Posteriormente fueron aprovechados los servicios del señor Gra­ nados por las sucesivas Administraciones, hasta que ya en los últimos años, con la salud quebrantada por larga y mortal enfermedad, se retiró a la tranquilidad del hogar, para exhalar, rodeado de sus hijos y familiares, el último suspiro. Era don Domingo Granados hombre de claro entendimiento, de conversación fácil y agradable, que él gustaba de salpimentar de anéc­ dotas históricas cuando venían al caso. Su honradez como empleado es una de las páginas más hermosas de su vida. Era patriota de aquellos tiempos clásicos en que todo era desinterés, abnegación, heroísmo y hombría de bien; muy distintos de los actuales, donde a la manera del Príncipe Hamlet, el personaje terri­ blemente trágico del drama de Shakespeare, podemos decir que “ en El Salvador hace mucho tiempo que huele a podrido!” V ic e n t e A c o st a .

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DOCTOR ROBERTO PARKER SAN MARTIN

Don Roberto Parker, distinguido oficial de la marina de Inglat rra, vino a América con el célebre Lord Alejandro Tomás Cockrar conde Dundonald que llegó a ser Contraalmirante de la Escuadra b tánica; y al terminar la guerra de independencia de la América d Sur se trasladó a El Salvador para dedicarse al comercio.

Hombre de suma actividad, de ejemplar honradez y dotado i gran inteligencia, logró reunir un fuerte capital, que perdió a cau de los acontecimientos políticos de Centro América. Don Roberto contrajo matrimonio con doña Benita San Martí hija de don Joaquín San Martín, ex-jefe del Estado de El Salvador de doña Joaquina Fugón. De este matrimonio nació en San Salvador el 28 de mayo de 18¿ un niño que se llamó Roberto. Bajo la dirección de los Padres de la Compañía de Jesús estud hasta graduarse de Bachiller en Filosofía. Ingresó a la Universidad de Guatemala para seguir los cursos i Farmacia, y obtuvo el título superior de esta Facultad. En la Administración del General González desempeñó la Gobf nación Política del Departamento de La Libertad. En varias ocasiones fue nombrado Vice-Presidente de la Asambl< Nacional; y por fallecimiento del doctor don Eduardo Arrióla, ejerc la Presidencia de aquella alta Corporación.

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Fue electo Designado a la Presidencia de la República. En 1920 desempeñó nuevamente la Presidencia de la Asamblea y falleció en Santa Tecla el 6 de julio de 1928.

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PRESBITERO DOCTOR JUAN BERTIS

Nació en San Salvador el 13 de agoste de 1837. Sus padres fueron el coronel co lombiano Felipe Bertis (de Río Hacha)

militar del tiempo de Bolívar, y de doñí Guadalupe

Malespín.

Murió

el

Padre

Bertis el 25 de agosto de 1899.

ESTUDIO SOBRE LA OBRA LITERARIA DEL PADRE BERTIS

Permitidme ante todo consignar el hecho de que la juventud uni­ versitaria, representada por sus dos sociedades de Ciencias Físicas y de Jurisprudencia, nos haya invitado a los cultivadores de las Bellas Letras, o para decirlo a la francesa, a los hombres de Letras, y nos haya encargado de plañir, pidiéndoles su tributo de lágrimas a esas santas y eternas plañideras que se llaman la Poesía y las Bellas Letras, que se arrodillan siempre de buen grado en los sepulcros de todo lo bueno, lo bello y lo grande, al malogrado Padre Juan Bertis, profesor tantos años en este claustro universitario, y en quien se daban cita para formar la unidad de un solo tipo y de una sola personalidad los sendos cultivos de las Bellas Letras y las Ciencias. Por actos como el presente se acentúa la tendencia de enlazar el genio, el espíritu y las labores de la Ciencia con el genio, el espíritu y las labores de la Poesía y las Bellas Letras y nadie en más alto grado que el Padre Bertis nos ofrece el tipo en que fundieran las Bellas Letras y las Ciencias sus labores, su espíritu y su genio. Proclamemos

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esta unión en quien fue una demostración viviente de su excelencia, y lamentemos en la muerte del que supo realizarla en grado tan per­ fecto, una pérdida irreparable. Al tratar de la obra literaria del Padre Bertis, debemos recordar que fue el primer profesor, en la primera tentativa para fundar la Cá­ tedra de Literatura de esta Universidad. Sé de sus alumnos, en cuya cultura literaria permanecen las huellas de su trato en la Cátedra y de sus estudios en la prensa, que daba la forma de una conversación a sus lecciones y que hacía alternar el análisis de un discurso de Cicerón o de un capítulo de Cervantes, con la filosofía benévola de una anécdota o de una historia. En estas lecciones de la cátedra y en sus escritos de nuestras des­ aparecidas revistas, está su obra literaria. La filosofía en literatura se esconde siempre bajo la forma, y para conocer al profesor y literato que se llamó el Padre Juan Bertis, necesi­ tamos tener en cuenta su calidad de sacerdote, su espíritu analítico adicto a las Ciencias y su exquisita sensibilidad o sea cierta aptitud de artista y poeta en prosa, que trasciende en todas las páginas de sus escritos. Señores, ha tenido de haber, entre la filosofía de la Iglesia Católica y la Poesía, la Literatura y todas las Bellas Artes, una tran­ sacción por la cual, la Iglesia cedía en sus limitaciones, permitiendo al Arte instalar a la luz del sol la belleza de la forma, y a la literatura antigua, especialmente la literatura griega, penetrar en todas las biblio­ tecas, y el arle y las letras en cambio renunciaban a todas sus crudezas antiguas y consagraban con el cincel, con el pincel, con el verso, con los símbolos, la historia y las tradiciones de la Iglesia. Esta concesión del Arte y las Letras se hizo extensiva en lo polí­ tico, a la forma de Gobierno Monárquico. Esta es la evolución que une la Poesía y las Artes con la Iglesia y con la Monarquía a partir del Renacimiento. Pero esta transacción tiene su forma perfecta en Corneille, en Rá­ eme, en las obras del siglo de Luis X IV ; en la escuela fundada por esos grandes poetas de la Monarquía que domina con su influencia hasta principios de nuestro siglo. Pues bien, dentro de esta escuela formada por tantos analizadores e imitadores de los grandes poetas del siglo de Luis XIV, analizadores e imitadores eminentes, a la cabeza de los cuales puede ponerse a Voltaire, ninguno tan digno de apoderarse de la atención, del gusto, de la admiración, del ingenio modesto, cuya pérdida lloramos, como el del

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Abate Delille, cuyo elogio escuché repetidas veces de sus labios y cuya autoridad trae en su apoyo con frecuencia en sus escritos. Ningún ingenio en verdad tan a propósito para cautivar esta alma, tallada como los diamantes, a diversas facetas, para recibir y para devolver la luz descompuesta en todos sus colores y matices. Hombre de imaginación nuestro padre, debía respetar todos los límites que le imponía su ortodoxia; grande investigador, debía aceptar en la ciencia muchas restricciones y reservas; crítico profundo, la tradición clásica era la más conforme con su arte, con su ciencia y con su filosofía y su estética. Así ningún refugio más grato, ningún remanso más apacible, ningún campo tan florido y repuesto, para el espíritu del Padre como la obra del Abate Delille, poeta clásico pero no exento de las tenden­ cias del espíritu moderno en cuanto se abre al progreso de las ciencias; es una ciencia tan amable que sus poemas son enciclopedias de historia natural y geografía, y de una filosofía ajena a los sobresaltos de las afirmaciones innovadoras. Todos tenemos nuestro libro o nuestros libros predilectos: pues lo son por razones del mismo orden que las que in­ clinaban al Padre Juan Bertis hacia tan amable y elevado poeta como el Abate Jacobo Delille. No afirmaré que Delille fuese el modelo exclusivo que se impu­ siera a su contemplación; pero siendo uno de los que más espacio ocu­ paron en su espíritu, caracteriza con toda amplitud el ideal del escritor, del poeta y del hombre de ciencia, que ante su crítica, se hacía acreedor a la admiración y a la imitación. Dados estos antecedentes, nos será concedido recorrer en el campo de las letras, el recodo en que florece la literatura profana de este paisano nuestro. Vosotros, como yo, asististeis a aquel momento en que abrió grandes horizontes a la meditación en las columnas de nuestras revistas: el origen del lenguaje o del hombre, la exposición de los métodos de la investigación de la ciencia, el análisis de un discurso de Marco Tulio, etc.; tales eran los asuntos a su elección. Es inútil examinar si en estas obras se separa de tal o cual sistema pues él permanece siempre dentro de su fe con exactitud matemática; pero cualquiera que sea la de los lectores, el Padre Bertis hará desfilar ante ellos como en un lienzo, las doctrinas y sectarios que pasan, como espadas y combatientes en la refriega de los sistemas. En este recodo hallaréis recogidos en copas de mármol todos los frutos y las flores del jardín clásico, tan majestuoso, tan profuso, tan elegante: Despreaux, Hugo Blair, imperan aquí en absoluto como legisladores del gusto. Racine, Corneille y sus imitadores forman el olimpo de esta gran literatura.

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Como a la vuelta de este recodo se encuentra el paisaje dantesco de la Revolución Francesa, con todas sus cohortes de arcángeles rebel­ des y sus olimpos de semidioses, una nube, una bruma espesa se abre sobre las tapias de este jardín, festoneado y cubierto por las redes inestricables de flores del clasicismo que produce una sola primavera desde Luis X IV hasta Luis XVI. El amigo de Delille no abandonará este campo bañado por una aurora dotada como de una eterna sonrisa; no traspasará esta tapia cubierta por cascadas de flores, no penetrará más allá de esa nube y de esa bruma espesa, en que se dejan ver chispas de rayos. La literatura, hija de la Revolución Francesa, no ocupaba ningún espacio en su preceptiva: Víctor Hugo, Byron, Alfredo de Musset pare­ cían serle desconocidos. Esta filosofía, este gusto, estas predilecciones, todas las enseñanzas que pueden recogerse en este campo del espíritu humano que hemos trazado, pasan como en un kinetoscopio en las cláusulas de una prosa, formada por el manejo extenso del idioma; y como estas fuentes en cuyas márgenes se enfilan grandes árboles, que ensombrecen con sus ramajes las aguas cristalinas que serpentean a sus pies, del mismo modo los escritos del padre Bertis son de un estilo cuya fluidez y trans­ parencia vuelven misteriosas las grandes vegetaciones que siempre se están reflejando en su fondo: la eufonía, el ritmo latino: el hexáme­ tro horaciano: la cláusula de Marco Tulio: el alejandrino de Regnier o de Delille. Señores: hay en la selva una tradición y en toda ella se conserva la herencia de los tiempos: un arroyo cavó un cauce entre guijas; la torrentera ha labrado una antigua roca que formaba todo el suelo de la Comarca: el puñado de semillas de roble, de álamos y de cedros que trajera un huracán de otros tiempos está perpetuado en los bosques que ensordece la agitación del viento; pero el alma de esta selva, el recuerdo de todas estas historias de la vieja selva, está en el canto de un antiguo ruiseñor, canto que han conservado los ecos y que aprenden e imitan y repiten las mil generaciones de sus aves. Así se forman los pueblos. En la voz del Padre Juan Bertis había de estos ecos. Y en verdad, en el concierto de su prosa había una nota que era dulce. Francisco Gavidia.

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PRESBITERO DOCTOR DON JUAN BERTIS

El 25 de agosto de 1899, lleno de méritos y entre las dolientes manifestaciones de la sociedad, falleció, para tristeza inmensa de la Patria, este salvadoreño ilustre en quien se reunieron, por modo sin­ gular, las prendas más nobles del corazón y las más altas excelencias del espíritu. Fue varón eximio, de quien se guardan recuerdos imperecederos; de los que entre los suyos se perpetúan por el afecto y entre los extraños alcanzan legítimo renombre y prestigio merecido. Admiración y gratitud acompañan a estos seres en el tránsito fugaz de la vida; amor y respeto se consagran a su memoria; sus nombres van con los himnos patrióticos y ante sus tumbas derrama lágrimas el sentimiento de los pueblos. Labor que dejó hondo surco fue la del Padre Bertis; y en los centros en donde se trabaja por el porvenir de los pueblos se le llamó Maestro, es decir, sembrador de ideales. Su poderoso talento hacía que el concepto brillante y la idea nueva, al pasar por su cerebro, tomaran individualidad propia en el juicio concienzudo, en el estudio docto, en la conversación amenísima y en la anécdota espiritual. Abarcaba extensos conocimientos sobre varias materias: objeto de su estudio eran los más arduos problemas filosóficos, y de ellos pasaba a los elevados principios de las ciencias exactas, a las investigaciones de la naturaleza, a las disquisiciones históricas, para reposar después en el amable trato de las letras.

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De su pluma salía el párrafo sabio, ya en latín elegante y armo­ nioso, ya con las áureas y regias vestiduras de los buenos tiempos del habla castellana. Temas de sus escritos fueron los discursos de Cicerón, las arengas de Demóstenes, los sermones de Masillon y Bourdaloue, las oraciones de Bossuet, las páginas, sorprendentes por lo suaves y encantadoras, del admirable Arzobispo de Cambray. Así también estudiaba las obras de los Basilios y los Gregorios; de los Agustines y los Tomases, como se deleitaba con la prosa de Rivadeneira; y leía a Milton, comentaba al Tasso, admiraba a Racine, tra­ ducía a Moliere y encontraba fuente de inspiración en la dulzura de los divinos Luises. Por su saber parecía venir de la Academia o del Liceo, y por la majestad de su estilo hacía pensar en el siglo de oro de las letras ro­ manas. En su indagación espiritual juzgaba con alto criterio las cuestiones científicas, como sabía mucho de los hermosos principios del arte. Siempre trató de ocultar su intelectualidad, tan abundante, y su vasto saber; su modestia rechazaba todo elogio, y por ahí circulan mu­ chos trabajos suyos bajo nombres desconocidos. Como patriota, el Padre Bertis estaba al lado de los mejores: suyas eran las tristezas, como eran suyas las alegrías de la Patria; y en más de una ocasión su palabra, tesoro de fe, se hizo oir en los días luctuosos de la República. Las enseñanzas del patriotismo las recibió como gratas tradiciones de familia. En las tranquilas y apacibles veladas de su hogar le habló de la Patria su aguerrido padre, el Coronel don Felipe Bertis, veterano de los ejércitos del Libertador, soldado de aquellos viejos tiempos, cuando Bolívar, en reñido batallar, hizo su magnífica odisea desde los vergeles de Colombia hasta los campos iluminados por el sol de los incas, y dejó su famoso delirio a la ardiente literatura tropical. Los méritos del sabio y del patriota aparecen con mayor brillo al recuerdo de sus virtudes: su alma serena como mañana de primavera, tranquila como el atardecer de un día otoñal, se encendía en llamas de caridad en presencia del dolor ajeno; ponía bálsamo de misericordia en las heridas más profundas y brindaba consuelos en la hora amarga de los sufrimientos. Sólo buscaba a los poderosos para pedir por los débiles; y las

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necesidades de los pobres lo vieron llegar con las manos cargadas de ofrendas y la palabra llena de esperanzas. Vivía en atmósfera de bondades; y como en el coro de Sófocles los altos sentimientos se juntaban con su venerable sabiduría para mante­ ner las obras de la virtud. A todos se daba, porque no comprendía la vida impulsada por el egoísmo; y sus sacrificios en favor de las gentes quedaban en delicioso misterio, sublimados por el silencio. Hay unos que en la lucha de la vida sólo buscan lo que les sirve; mientras otros tratan de averiguar para qué sirven ellos; y como el Padre Juan Bertis era de éstos se prestaba siempre para hacer el bien. Ni la lluvia, ni la noche, ni las distancias, ni las contrariedades lo detuvieron: jamás lo hicieron retroceder ni el peligro, ni las amenazas: iba directamente a su fin con la sonrisa en los labios, la tranquilidad en la frente y su ingénita bondad en el alma. Conocedor de los hombres sabía dirigirlos sin violencia: su misión era de paz y su ministerio de caridad. Cuando en trances difíciles se acudía a él, bajo los impulsos del cariño y con exquisitas delicadezas de corazón, encontraba presto la solución acertada y el consejo eficaz. Fue luz de vivísimo fulgor que disipaba sombras de pesar y mos­ traba caminos de felicidad. Estudiar la vida y referir las acciones de estos hombres benemé­ ritos, en quienes se aunaron sencillez y pureza, energía y virtud, co­ rresponde al historiador docto, a los demás toca tributarles respetuoso culto. Por eso, hoy que justicia y admiración, con flores de gratitud, tejen una corona para colocarla en la tumba del Maestro, sean estas líneas a modo de un puñado de hojas. Sirven las hojas en las coronas para llevar el peso de las flores. V íctor Jerez.

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DOCTOR FABIO CASTILLO

Ostenta legítimas ejecutorias para ser considerado como ilustre sansalvadoreño. Vino a la vida en esta ciudad capital el 13 de agosto de 1838, siendo sus padres don Manuel Castillo y doña Josefa Rivas. Fue bautizado en la Iglesia de La Merced y apadrinado por don Pedro de Lara, representado en la ceremonia religiosa por doña Ra­ mona Lara. De cuerpo esbelto, blanca la tez, rubio el cabello y de ademanes aristocráticos. En su profesión de abogado alcanzó fama de jurisconsulto emi­ nente, por su sólida preparación científica y su admirable versación en el campo jurídico. Influyó grandemente en el movimiento intelectual salvadoreño, por su dedicación a los estudios filosóficos, en los cuales adquirió me­ recida autoridad. Es de espíritus selectos ahondar en esas disciplinas, cuyo estudio abre al entendimiento humano tan vastos horizontes. A las generaciones actuales ha llegado el nombre del doctor Cas­ tillo nimbado con la aureola de filósofo, porque en la cátedra y en sus discursos hacía gala de conocer las corrientes espirituales que elevan al hombre a la contemplación de los misterios de la vida. Por sus ideales y principios se colocó en la línea de avanzada; pero gozó siempre, en gracia a su elevación moral y a su serenidad de juicio, del respeto de todos sus contemporáneos.

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Fue Magistrado austero. Cuéntase que perdió la Magistratura, por­ que en homenaje a la ley, manifestó su simpatía por el habeas corpus a los Padres Jesuítas que fueron extrañados del país por orden adminis­ trativa. Eso prueba que por encima de sus convicciones filosóficas, es­ taba el respeto a la ley. Murió a las siete de la mañana del 24 de marzo de 1879, a la edad de 41 años. El Consejo Superior de Instrucción Pública, formado entonces por el Rector doctor Tijerino; Consejeros: Buitrago, Aguilar, Bertis y el Secretario Araujo, dictó el siguiente acuerdo: “ Habiendo fallecido hoy a las siete de la mañana el señor Licen­ ciado don Fabio Castillo, Consejero Suplente, Sub-Decano de la Facultad de Derecho y Catedrático de Filosofía, Física y Geometría en esta Universidad, el Consejo, deseoso de dar una prueba pública de lo mucho que deplora la muerte de uno de sus más competentes colaboradores, y teniendo a la vista lo que dispone el Artículo 2733, de los Estatutos, ACORDO: 1'?— Concurrir en Cuerpo a los oficios fúnebres que se verificarán el día de mañana. 2*?— Invitar a los Ca­ tedráticos y cursantes de esta Universidad, lo mismo que a los Di­ rectores de Colegios para que en unión de los alumnos de cada esta­ blecimiento, concurran a solemnizar con su asistencia los funerales que tendrán lugar. 3°— Nombrar al señor doctor don Rafael Reyes, para que pronuncie en el Cementerio de esta ciudad, una oración fúnebre al verificarse la inhumación de los restos mortales del señor Castillo; y 4°— Pasar en cuerpo a dar el pésame a la familia del Licenciado Castillo, por la pérdida irreparable de aquel distinguido e ilustre académico.”

M. C. R.

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DR. FABIO CASTILLO, Ex-Ministro de Instrucción Pública.

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CANONIGO DOCTOR JOSE ANTONIO AGUILAR 1839— 1896

La Iglesia de El Salvador ha recibido un horrible golpe. Aún no se ha repuesto del que hace tres meses recibiera con la pérdida del M. I. señor Canónigo doctor don Miguel Vecchiotti, cuando la muerte le arrebata una de sus lumbreras: ayer a las 8 y 40 p.m. exhaló el último suspiro el M. I. señor Canónigo doctor don José Antonio Aguilar, Dean de esta S. I. Catedral. Nació el señor Aguilar el 13 de enero de 1839. Desde muy niño dio a conocer su vocación al sacerdocio. Sus principales estudios los hizo en el Colegio Seminario de Guatemala, bajo la dirección de los RR. PP. de la Compañía de Jesús y en 1864 fue ordenado de sacerdote. Prueba de superior talento dio cuando aún siendo muy joven desempeñó la Cátedra de Filosofía en la Universidad Nacional. Pero en donde más notablemente descollaba la superioridad de su inteli­ gencia, era en la carrera del púlpito. La pluma del crítico se detiene en este punto, reconociéndose incapaz de juzgar de su mérito bajo el aspecto de orador sagrado. Con lenguaje puro, correcto, propio, ar­ monioso y oportuno, por el cual se distinguía en la conversación fami­ liar, y con un estilo, reflejo vivo de su educación intelectual, de la viveza de su ingenio, de su carácter franco, y, por decirlo en una palabra, de su propia personalidad, exponía su fondo sólido basado en la Escritura, en los Santos Padres, en los Teólogos y pensadores cristianos de mayor valía. La exactitud de las ideas, la seguridad de los juicios y la fuerza de los raciocinios revelaban en él al gran teólogo y al filósofo pro­

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fundo; mas como en el púlpito no basta la convicción, sino que a la vez se ha de mover, el señor Aguilar lograba uno y otro, sabiendo vivificar sus conceptos con el calor de los sentimientos, con la animación de los afectos y el fuego de las pasiones, abrillantándolo también de cuando en cuando con el ropaje embellecido de las imágenes, y demos­ trando con esto que, si era teólogo y filósofo, era además literato de gusto. Esto mismo corroboraban la unidad de su plan, su tacto fino y delicado en la elección de las pruebas, el orden gradual de estas últi­ mas, la destreza de su desarrollo, la no menos habilidad en las transi­ ciones, su oportunidad sin divagar en toda la extensión del discur­ so, como quien tenía esa especie de intuición de la ley de lo que es conveniente en oratoria. Sabido es que la improvisación o la escasa preparación de traba­ jos anteriores por falta de tiempo, es el crisol donde se prueban los oradores de mérito y de nombradla. Pues bien: el señor Aguilar, im­ provisó en diferentes ocasiones, por servir a amigos respetables, impo­ sibilitados por alguna circunstancia inesperada para llenar sus com­ promisos, improvisó ante auditorios dignísimos por su virtud y su ciencia, pero ciñéndose siempre al asunto, siempre poseído de sí mis­ mo, dominando siempre la acción oratoria, modificando y animando siempre la voz según la importancia de los pasajes y la variedad de los afectos que experimentaba y quería excitar en sus oyentes, cualida­ des todas que descubrían al orador de inteligencia clara, de memoria pronta y feliz, de imaginación viva y a la vez ardiente. Si del mérito inapreciable del señor Aguilar en la oratoria sagrada pasamos a considerar sus vastos conocimientos, era un erudito como pocos: él hablaba de gramática, literatura, historia, filosofía, teología, moral, exposición de los santos padres, estudios apologéticos, derecho, lingüística, ciencias naturales y bellas artes; pero al mérito de erudito añadía el superior de filósofo, que no se fijaba en las apariencias, sino que se internaba en la substancia de las cosas, que se remontaba a los primeros principios y a las últimas razones. Por más que parezca raro, tenía un talento exacto, penetrante, profundo, extenso, y a la vez dotado de viveza, finura y gracia, que procuraba fecundar y enriquecer con la asidua lectura de las obras de fondo y de gusto que componían su escogida biblioteca. En este venta­ joso concepto lo han tenido el ilustrísimo señor Obispo y los señores

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Canónigos de la Iglesia Catedral y en el mismo lo han tenido notabi­ lidades científicas y literarias. Dedúcese de todo esto, como consecuencia natural, que el señor Aguilar, debió ejercer cargos honrosos en la Iglesia de San Salvador, y los desempeñó gloriosamente en circunstancias difíciles y apuradas. Siendo Provisor y Vicario General de la Diócesis, fue expulsado del territorio del Estado en 1875, porque sostenía con firmeza apostólica los derechos de la Iglesia. Lástima grande que tan esclarecido sacerdote no gozara de una naturaleza de bronce; pero por desgracia era de constitución no robus­ ta. Por esto, y viendo que su salud se quebrantaba a causa de la acti­ vidad incansable desplegada en el periodismo y en el desempeño de sus cargos, a todo lo cual hay que añadir el desequilibrio notable de sus fuerzas, ocasionado por el predominio de los intelectuales, creyó conveniente retirarse por algún tiempo al descanso para reparar sus fuerzas; pero desgraciadamente no pudo conseguirlo, y preparado con una fe viva, fortalecido con los santos sacramentos, con una resignación ejemplar y con amor ardiente ha entregado su alma al Creador. A la honda pena que por la pérdida irreparable del esclarecido señor Aguilar, han demostrado el Ilustrísimo señor Obispo, el Cabildo Eclesiástico y el Clero, han respondido también todas las clases socia­ les. Pero no es esto sólo; si el muy Ilustre señor Canónigo doctor don José Antonio Aguilar ha muerto; si falta a nuestros ojos su presencia simpática, robada al golpe de la Parca inexorable, si desde hoy no pa­ sarán más breves las horas oyendo sus evangélicas explicaciones; si nos veremos en adelante privados del bien inestimable de escuchar pen­ diente de sus labios la exposición de los sublimes misterios, durmien­ do entre tanto sus yertas cenizas el sueño de la muerte en la mansión de la soledad y del olvido, su memoria grata vivirá siempre imperece­ dera en los fastos del Cabildo Eclesiástico, cuyos miembros transmitirán de boca en boca su nombre esclarecido; vivirá también en los pechos de sus agradecidos discípulos y amigos y todos de consuno dirigiremos fervientes votos al cielo, para que su espíritu, libre ya de los vínculos de la materia, se goce de la contemplación de la Verdad eterna, de la cual fue tan amante, y abismado en el ser infinito vea con intuición los arcanos de la ciencia, a cuyo estudio, después del perfeccionamiento de su alma, dedicó con tesón los preciosos momentos de su existencia. Ju a n

B e r t is .

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LA MUERTE DEL CANONIGO AGUILAR

El duelo de la Iglesia es también del Estado. El Padre Aguilar por su linaje, por su talento, su ilustración, patriotismo y virtudes, tiene puesto de honor entre los hijos preclaros de esta tierra, y el luto es, por consiguiente, un luto nacional. Nació el señor Aguilar en esta capital el 13 de enero de 1839. Se ordenó en Guatemala de Presbítero en 1864. En acpiella república her­ mana hizo sus estudios eclesiásticos bajo la dirección de los Padres Jesuítas. El 10 de junio de 1870 fue nombrado Canónigo de esta Iglesia Catedral; y el 12 de agosto de 1889, León XIII le elevó a la dignidad de Dean, que es la segunda en el Cabildo Eclesiástico de El Salvador. En la Universidad Guatemalteca ganó el Diploma de Doctor en Jurisprudencia y en la salvadoreña el de Doctor en Teología. El año 1869 fue a Roma en representación que le encomendó el Obispado de esta Diócesis ante el Concilio Vaticano. En El Salvador desempeñó cargos importantes y delicados de la Iglesia: desde 1875 hasta 1877 fue Provisor y Vicario General, y desde 1878 hasta la muerte del señor Obispo Cárcamo, fue secretario epis­ copal, en cuyo puesto ayudó eficazmente al señor Vecchiotti en el Go­ bierno de la Diócesis. Fue Vicario Capitular durante los tres años de la Vacante ocurrida por defunción del Ilustrísimo señor Cárcamo, y después el reverendísi­ mo señor Obispo Pérez le nombró Secretario de Cámara y Gobierno. A grandes rasgos hemos descrito su vida pública; pero en ellos

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cabe toda una larga historia de merecimientos. Fue orador sagrado de primera magnitud. Su ilustración corría parejas con su modestia y era su modestia por modo extremo excesiva. En el pulpito se transfiguraba: pulida la frase, elegantísimo en el decir, dominaba a su auditorio por completo y lo ponía magnetizado bajo el imperio de su alma, fuente de santos consuelos, y bajo el dominio de su intelecto, centro luminoso que llevaba sus destellos hasta la oscuridad de la pobre razón humana in­ crédula y afligida. En la vida privada fue ángel. En la vida pública un apóstol. En las letras, una pluma de oro de los más finos quilates. Sus acciones se ajustaron todas ellas al más riguroso precepto de la moral evangélica. Y su obra literaria es arsenal riquísimo de sabia doctrina, de estilo irreprochable y de puro y delicado sentimiento. Donde ponía la pluma dejaba rastros de luz de su talento y bellezas de su alma inmaculada. La prensa religiosa, en el verdadero sentido de esta palabra, él la fundó con el padre Bartolomé Rodríguez, en El Salvador. “ El Católi­ co” ha sido el periódico que en Centro América ha servido de modo más alto y doctrinario a los intereses de la religión en los países del Istmo. A llí esgrimió sus armas el padre Aguilar en defensa de su credo apostólico, y ni en el ardor de la lucha le hirieron en el corazón sus adversarios, que ante él se descubrían, reverentes de su virtud y admi­ radores de su ciencia. Pocas vidas como la de este sacerdote ejemplar. Muere llorado por los que aquí se llaman liberales y conservadores, sin que este duelo de sus mismos adversarios afecte en lo más mínimo el concepto altísimo en que la Iglesia le tiene y que se traduce en honda pena por su muerte, que le arrebata a un paladín glorioso e irreparable. El cadáver del eximio sacerdote fue enterrado en la Catedral, al lado de la sepultura del inolvidable Padre Yecchiotti. En capilla ardiente estuvo todo el día, bajo la nave principal del templo. Suntuosos fueron sus funerales, cual debían ser los de persona de tanto valer en la jerarquía eclesiástica y de tanta estima entre los ele­ mentos sociales.

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DOCTOR DON ANTONIO ADOLFO PEREZ Y AGUILAR PRIMER ARZOBISPO DE EL SALVADOR Nació en San Salvador el 21 de mayo de 1839 y murió el 17 de abril de 1926.

Al extinguirse la vida de tan justo varón quedó huérfana la grey salvadoreña de su sabio y santo pastor; falta la sociedad de aquel que fue para ella guía de entendimientos y voluntades, maestro en las cristianas enseñanzas, partícipe de sus alegrías, confidente de sus tris­ tezas; para sus amarguras bálsamo de esperanza, para sus dolores con­ suelo celestial. El Excelentísimo Sr. Pérez y Aguilar era de estirpe ilustre den­ tro de los cánones democráticos; su abuelo don José Crisógono Pérez luchó por la independencia nacional, al lado del Libertador Arce, en las jornadas legendarias de 1814 y fue su padre el coronel don Ignacio Pérez, gallardo y valiente militar que obtuvo sus galones entre el humo de los combates de Gualcho y Perulapán y murió en Guatemala el año de 1840, lidiando en pro de la unión centroamericana. Tuvo, pues, en su cuna sombra augusta de laureles, que son un estímulo y herencia triste de lágrimas que son una enseñanza. Entró en la vida falto de la dirección paternal; pero su bondadosa madre doña Rosario, con esmero cuidó de su niñez, y habiéndose domiciliado en Guatemala lo puso bajo la amorosa protección del señor Arzobispo García Peláez, quien lo tomó a su cargo y le dispensó todo apoyo, hasta ordenarlo de presbítero y verlo coronar sus estudios, al recibir la borla de doctor en la Universidad y el birrete de abogado en los tribunales. Terminada su carrera académica se consagró al ministerio parro­ quial y a cuidar filialmente de su generoso protector.

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Por su ciencia y por su virtud figuró entre lo más escogido del clero metropolitano. Más tarde viajó por Europa y se dedicó a estudiar la organización de los planteles de instrucción pública, para venir a su país natal a trabajar en la educación de la juventud, poniendo la lámpara del saber al amparo de la Cruz. Sus propósitos se realizaron con la fundación del Liceo Salvado­ reño, en donde nunca se ha olvidado que “ el alma del niño es palacio y hay que decorarlo, es arsenal y precisa armarlo, es templo y debe colocarse a Dios en él” . Entre la solícita asistencia a su anciana madre, el estricto cum­ plimiento de sus deberes de Canónigo Teólogo de la Catedral Salvado­ reña y el asiduo desempeño de la dirección de su colegio, pasó parte de su vida, hasta que por elección de Su Santidad el Papa León XIII fue elevado a la cátedra episcopal de San Salvador, con unánime acuer­ do de las autoridades eclesiásticas y civiles y completo regocijo de la grey católica. Años después la Santa Sede lo nombró Arzobispo, y posterior­ mente su nombre figuró como candidato al capelo cardenalicio. El día que recibió la consagración episcopal, si para su madre fue de honda pena, por las graves responsabilidades que iban a pesar sobre su hijo, para la Iglesia fue un favor divino y para la sociedad un se­ ñalado triunfo. Las sólidas virtudes y las extraoi'dinarias dotes de gobierno que lo enaltecían lo hicieron regir su diócesis con suave firmeza; y mante­ niéndose fiel a sus deberes jamás llegó a concesiones indebidas, pues escrito está que si es permitido transigir en asuntos de intereses, en ma­ teria de principios transigir es apostatar. Incansable por el bien de sus hijos espirituales allá iba el celoso pastor por montes y collados, por chozas y alquerías, a esparcir simien­ te de fecundas enseñanzas. Para recibirlo, de fiesta vestían los hogares y los humildes cam­ pesinos, arcos le formaban con ramos de sus montañas, alfombras con lirios de sus colinas. Llevaba a su diócesis sobre el corazón, como quien lleva una flor. Estuvo siempre alejado de las luchas políticas; pero nunca dejó de preocuparse de las grandes necesidades de la Patria, y ocasión hubo en que dividido el país por los horrores de la guerra civil, apurados los medios de conciliación, el abnegado Obispo se puso entre espadas

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SR. DR. DN. ANTONIO ADOLFO PEREZ Y A G U ILAR , Primer Arzobispo de San Salvador.

y combatientes, y, con desprecio de peligros y de dificultades, fue al campo de batalla con el olivo en la mano y la bendición en los labios. Durante su eficaz episcopado supo también del amargor de la mirra. Penas y angustias no le fueron extrañas, y tiempos llegaron en que la nave de su iglesia, estremecida por vientos de tempestad, parecía próxima a zozobrar; pero el piloto era experto, inquebrantable su con­ fianza en la misericordia de la Providencia, y, puestos los ojos en el cielo y la esperanza en Dios, logró salvarla de escollos y vendavales y conducirla con prudencia de justo a playas serenas y tranquilas. Era el anciano Arzobispo salvadoreño figura radiante, esclarecida en ciencias y en santidad. En la cátedra sagrada su elocuencia avasalladora encendía en las almas la divina llama de la oración; era la de Luis de Granada por lo rica y numerosa; la de Massillon por lo suave y delicada; majestuosa como la de Alonso Cabrera, elegante como la de Nieremberg. Vivió con el oído puesto a los sufrimientos humanos y en su inago­ table ternura todo dolor encontraba refugio, alivio y caricia. En su apostólico ministerio alimentó a sus ovejas con el pan de su limosna, con la miel de su palabra. Fue un prelado que dio días de gloria a la x'eligión; un ciudadano que dio días de gloria a la patria; un Príncipe de la Iglesia, recto como Atanasio el de Alejandría, docto como Agustín el de Hipona, evangélico como Ambrosio el de Milán. Ya no estará más en su aprisco el vigilante pastor; en la sociedad salvadoreña el más respetable de sus directores; en la actividad ciu­ dadana uno de los patriotas más eximios, entre sus amados diocesanos aquel que, lleno de señorío en el decir y en el hacer, era todo dulzura y consuelo y en cuyo corazón misericordioso cabían todos los anhelos de su pueblo. Junto a la tumba del benemérito maestro, cuya fama señera está iluminada por el sol de la historia, quede nuestra gratitud a modo de luz votiva secular. Con espíritu emocionado, la cabeza descubierta y el pensamiento en alto, inclinémonos ante los despojos de quien fue una encamación de la virtud y presentémosle nuestra cordial ofrenda. “ Que no sea de flores, las marchita el sol; que no sea de lágrimas, las seca el viento, que sea de férvidas oraciones.” La oración en alas como de paloma se eleva a Dios. V íc t o r Je r e z .

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GENERAL AGUSTIN AGUILAR

El 4 de noviembre de 1885 falleció en Nacaome el general salva* doreño don Agustín Aguilar, a consecuencia de una antigua herida que recibió en uno de tantos hechos de armas que forman su brillante vida de valiente soldado. Grande fue la pérdida que la República de El Salvador sufrió con la muerte de uno de sus militares más distinguidos y heroicos. Aguilar descendía de aquella ilustre familia que se honra con la gloria de Nicolás, Vicente y Manuel Aguilar, paladines de la Inde­ pendencia; comenzó su carrera militar en 1862 y recibió su bautismo de fuego en la jornada del 24 de febrero, en Coatepeque, en que salió herido. En 1865, víctima de la suspicacia del Gobierno, fue dado de alta como Capitán y asistió en concepto de Ayudante del General González a la función de armas de La Unión, en donde fueron derrotadas las fuer­ zas revolucionarias que acaudillaba el General don Trinidad Cabañas. Después de la citada campaña obtuvo la baja para dedicarse a sus asuntos particulares. En 1871, cuando el espíritu revolucionario se hizo sentir en el país, Aguilar marchó a Honduras, en donde se unió al General Gonzá­ lez y formó parte de las fuerzas que invadieron a El Salvador. Con el grado de Teniente Coronel asistió a la batalla del 10 de abril, que echó por tierra la administración del doctor Dueñas. En 1872 formó parte del ejército expedicionario en la campaña de

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Honduras contra el General Medina; y el año siguiente asistió al sitio de Comayagua, que produjo la caída del Gobierno del señor Arias. Por méritos de guerra, en 1874 ascendió a Coronel; y en 1876 tomó parte importante en la guerra que hubo ese año y obtuvo el grado de General. Posteriormente emigró a Honduras, en donde prestó sus servicios al gobierno del doctor D. Marco Aurelio Soto. Falleció a consecuencia de los sufrimientos producidos por la herida que recibió en el campo de batalla. Fue militar de altas capacidades y de temerario valor. En la fila de los más heroicos generales salvadoreños, ocupa Agustín Aguilar un puesto de distinción.

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D O C T O R D O N M ANU EL BERTIS

Vástago de una familia en la que se han vinculado hasta ahora el talento y la virtud, es decir, la única aristocracia de los países demo­ cráticos, heredó en grado superior aquellas raras cualidades. El año de 1842 nació en esta capital del matrimonio de doña Gua­ dalupe Malespín con el coronel don Felipe Bertis, colombiano de origen, y uno de los famosos dragones, que en Junín, al mando del inmortal Sucre, sellaron con su espada la independencia de un mundo. Hizo sus primeros estudios en la escuela del maestro Coelho, fa­ moso por haber sido uno de los primeros en preparar jóvenes distin­ guidos para la República. Continuó la segunda enseñanza con el doctor Manuel Santos Muñoz, sabio de imperecedera memoria que recordará siempre con cariño y gratitud la juventud centroamericana. Con la nota de Sobresaliente obtuvo el título de bachiller en Cien­ cias y Letras en 1861. Dedicóse después a los estudios médicos, arle por el que tenía verdadera vocación; y en ningún campo más fecundo se pudieron haber ejercitado mejor las condiciones individuales de Bertis que en el ejer­ cicio del respetable sacerdocio de la medicina; aunque a decir verdad, aquel hombre estaba organizado sólo para el bien y refractario, por edu­ cación y por temperamento, a lo malo, en todos sus actos se percibía sólo la bondad. En filosofía no era partidario de Mr. Cousin, fundador del eclecti­ cismo moderno; pero en Medicina era completamente ecléctico y curaba

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enfermos y no enfermedades: jamás subordinó su clara inteligencia a ningún sistema patológico o fisiológico que apareciera. Para él aquellos que quieren reducir la Medicina a una simple fórmula algebraica de­ berían ser conocidos sólo en la historia del arte. En el ejercicio de la profesión era de ver a Bertis: edificaba con su ejemplo. Dondequiera que había un dolor que aliviar, una lágrima que enjugar o una miseria que socorrer, ahí estaba él, siempre con­ tento, casi personificando la caridad y ejerciéndola como lo hiciera en Granada, en lejanos tiempos, Juan de Dios, aquel bendito hijo de Portugal. A fines de la penúltima década, a consecuencia de varias im­ prudencias cometidas por los habitantes de Tonacatepeque, desenterran­ do grandes manchas de langosta, que en estado de saltón habían sepul­ tadas pocos días antes, se desarrolló en aquel lugar una epidemia de fiebres con tal violencia y extensión, que las autoridades ocurrieron al Gobierno solicitando pronto y eficaz socorro. El presidentede la Repú­ blica designó con tal fin al doctor Bertis y al que esto escribe. Se lle­ varon por cuenta del Estado medicinas en profusión, y a la vez que se recetaba se preparaban los medicamentos. Se trabajaba de diez y seis a diez y ocho horas diarias, para poder asistir como dos o trescientos enfermos. Bertis se multiplicaba día y noche y fue siempre incansable, tra­ tándose de hacer el bien. Sirvió en el Consejo de Instrucción Pública, ya como Secretario de la Universidad, ya como Conciliario durante cerca de veinte años y al mismo tiempo enseñaba en la Cátedra de Patología. En muchas ocasiones sirvió a la ciudad como Alcalde o Regidor municipal, y si hacemos ahora recuerdo de ello, es porque tenía él mucho orgullo en el desempeño de aquellas funciones; allí también prestó inmensos servicios a sus conciudadanos. Nunca quiso servir a la República en otros puestos a que varios gobernantes lo llamaron; porque, modesto hasta la exageración, creía él no ser hábil para aquellos destinos y no hubo jamás ninguna in­ fluencia que lo hiciera cambiar de modo de pensar. Así corrían los mejores años de su juventud, sólo en el ejercicio santo del bien, cuando sin causas apreciables, se alteraron sus órganos cerebrales, y vino para aquella alma hermosa una tranquila noche de diez años ............................................................................................................

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hasta que el día 23 de agosto de 1895, no sin haber recobrado antes la razón, entregó su espíritu a Dios y su cuerpo a la tierra, a ese in­ menso laboratorio donde la materia se transforma y se combina, para presentarse nuevamente bajo múltiples formas, en cumplimiento de aquella ley de que en lo creado nada se pierde y nada se gana. En él cumplióse al fin el axioma fatal de la vida, de que en la lucha por la existencia todo sucumbe, desde el hombre, organismo completo, hasta la célula, elemento primordial, contradiciendo así, en este sentido, el pensamiento profundo de Lucio Anneo Séneca de que el hombre no muere, él se mata. R a m ó n G a r c ía G o n z á l e z .

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DOCTOR DON DAVID J. GUZMAN

Médico, literato, orador, naturalista y académico de gran erudi­ ción, fue este eminente hijo de El Salvador. “ En esta ciudad se meció su cuna; nació el 15 de agosto de 1845, cuando su progenitor ocupara la Presidencia de la República, a raíz del derrocamiento y muerte del Presidente titular, general Francisco Malespín. “ Su padre, el general D. Joaquín Eufrasio Guzmán, gozaba de grandes prestigios entre sus conciudadanos. “ Llevó por nombre el recién nacido, David Joaquín e hizo sus primeros estudios en la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde obtuvo el título de bachiller en Filosofía. “ Cuando en el trágico drama del 19 de junio, de 1867, en Querétaro, Guzmán estaba para concluir sus estudios de Medicina y recibir las borlas de doctor en la Facultad de París. Dos años más tarde recibió ese honroso título. “ Las ciencias naturales fueron su estudio predilecto, sobre lo cual escribió y publicó su Topografía Física y Médica en 1883. “ A principios de 1870 hizo su regreso de Europa el ya titulado doctor David J. Guzmán. “ Triunfante la revolución libertadora, el doctor Guzmán, que fi­ guró en sus filas, fue electo Diputado a la Constituyente de 1871. El Gobierno provisional lo llamó a formar parte de su gabinete en la Sub Secretaría de Estado en el despacho de Relaciones Exteriores e Ins­ trucción Pública.

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“ Nombrado Inspector General de Instrucción Pública hizo jira de propaganda por los departamentos de la República. “ En 1885 fue fundador y Director del Museo Nacional. “ La Constituyente en 1886 le contó entre sus más prestigiados miembros” (Francisco A. Funes P.) “ El ejecutivo interpretando el criterio del Gobierno y del pueblo, reconoce, que el desaparecimiento del doctor Guzmán es una pérdida nacional, que lamenta a nombre de la misma Nación; y por eso viene en estos momentos en que se despide a sus restos, a hacer pública su gratitud, expresando a la vez sus deseos por que el alma de tan es­ clarecido ciudadano repose en las más altas claridades de la mansión de la sempiterna bienaventuranza” . (Victorino A yala). Copiosa fue la obra del doctor Guzmán en la cátedra universitaria y a través de todas las manifestaciones del pensamiento. Gallardo y longevo fue su hondo saber, que deja esparcidos en obras notables. Tenía el don de la palabra y era pulcro y diáfano en la expresión. Su talento recibió en diversas ocasiones el galardón de valiosos lauros. Poseía numerosos títulos y se le habían rendido grandes ho­ nores. Ya en la ancianidad, su cerebro no decaía. Su pluma brillaba aún sobre las inmaculadas cuartillas. El 20 de enero de 1927 falleció en San Salvador este prominente hombre de ciencia.

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DR. DAVID J. GUZM AN, ex-Subsecretario de Instrucción Pública.

DOCTOR DON MANUEL INOCENTE MORALES

Nació en San Salvador, el 28 de diciembre de 1845. Don Mariano Morales y doña Carmen Villaseñor de Morales, fueron sus padres. Desde temprana edad dio pruebas inequívocas de su profunda vocación por las letras y el estudio de las ciencias jurídicas y sociales. Se destacó en las aulas universitarias como estudiante de talento y rectitud. Coronó brillantemente su carrera de abogado en 1875; y su recia personalidad se fue abriendo campo en todas las esferas de la actividad nacional. Como Juez y Magistrado dio pruebas inequívocas de rectitud y competencia. Sus sentencias son modelo de erudición y estilo elevado. Hay que deleitarse en la lectura de esos fallos, en los cuales se revela el juzgador sereno, ilustrado, cumplidor de la ley; pero de espí­ ritu amplio para enfocar el problema jurídico. Son modelos de dicción y de hermenéutica jurídicos esos fallos en que él fue Magistrado ponente. Nombrado Subsecretario de Relaciones Exteriores en 1880, des­ empeñó largo tiempo la Cartera, por ausencia del ministro titular Dr. Cruz Ulloa. El año de 1885 formó parte de la Comisión Política que en nom­ bre del Presidente provisional don José Rosales, firmó el arreglo de paz con el General Francisco Menéndez, jefe de la revolución triunfante. En unión del doctor Santiago I. Barberena trabajó en la Comisión de Límites con la vecina República de Honduras.

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Fue Ministro de Relaciones Exteriores en 1892; y tuvo una actua­ ción provechosa para el país; desempeñó varias misiones diplomáticas y en todas ellas demostró patriotismo y sagacidad. Tocóle negociar con el Gobierno de los Estados Unidos de América un tratado de reciprocidad comercial, en el cual se estipuló la libre entrada del café salvadoreño a los puertos norteamericanos. Ocupó la Magistratura de la Corte de Justicia Centroamericana, durante algún tiempo; y en Costa Rica se hizo querer por su don de gentes exquisito. Orador de primera fuerza, poseía además de su palabra ardorosa, el vuelo fecundo de su imaginación. Gozaba de sólida ilustración y un estilo literario refinado. Con­ versador ameno, su frase fluía elegante y elevada, llena de citas históri­ cas y de relatos interesantes. Cuando murió el 6 de diciembre de 1919, desempeñaba el cargo de Ministro de El Salvador cerca del Gobierno de Honduras. Los Poderes Ejecutivo y Judicial deploraron su muerte y pro­ clamaron que ella significaba una gran pérdida para la Nación, a la cual el doctor Morales prestó siempre el concurso de su poderosa in­ teligencia. M. C. R.

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DR. M AN U EL I. M ORALES, ex-Ministro de Relaciones Exteriores y ex-Magistrado de la Corte de Justicia Centroamericana.

DOCTOR ANTONIO GUEVARA VALDES

Hijo ilustre de San Salvador. Nació el 9 de julio de 1845. Sus padres fueron don Antonio Valdés y doña Ana Martínez. Signo elocuente de su nobleza es el apellido “ Guevara” , el cual ostentó por gratitud. El 14 de octubre de 1869 recibió el título de abogado; y más tarde fue declarado “ Laureado de la Universidad” . Del 71 al 73 desempeñó las Subsecretarías de Estado en las Car­ teras de Hacienda, Guerra y Marina, El 72 fue diputado a la Cons­ tituyente; y en el seno de aquella magna Asamblea brilló por su talento, oratoria y persuasión. Juez de 1?- Instancia en Santa Ana; diplomático en Guatemala y Auditor de Guerra. Tal fue la trayectoria múltiple de ese cerebro privilegiado, que es faro de luz en los anales de la Nación. Donde Guevara Valdés se impuso con fuerza irresistible fue en los campos del periodismo y la literatura. “ El Constitucional” , “ El Faro” , “ La Tribuna” , “ El Fénix” , “ El Universal” , “ Diario Oficial” , “ El Cometa” , “ La Idea” , etc., etc., guardan las producciones brillantes de su pluma. En Santa Ana fundó el primer periódico con el nombre de “ La Voz de Occidente” . Escritor de costumbres, manejó la pluma con donaire y fina ironía. En el campo de la polémica rayó a altura envidiable; y como poeta, sus poesías tienen sabor de miel. De 37 años — en plena florescencia mental, acariciado por el

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divino tesoro de la juventud— murió este prestigiado ingenio sansalvadoreño, que avasalló con su talento e ilustración. El 3 de abril de 1882, palpitantes aún en el recuerdo nacional sus cláusulas de fuego frente a la tumba del General Morazán, cerró los ojos a la luz, aquel que supo derramarla a torrentes.

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DR. A N TO N IO G U EVARA VALDES

DON JOSE DOLORES MELARA

Nació en San Salvador en 1847. Sus padres fueron D. Jacinto Melara y doña Estefanía Campos. La Asamblea Na­ cional le dio el título de Maestro de Arquitectura. Murió el 28 de diciembre de 1884.

La muerte del señor Melara fue una pérdida muy sensible para la Diócesis de El Salvador a la que hacía importantes servicios en su pro­ fesión; pero fue, además, irreparable para la Santa Iglesia Catedral de la que fue siempre insigne bienhechor. Cuando la ruina de 1873 destruyó completamente la antigua ca­ tedral y fue necesario demoler sus escombros y hacerla de nuevo, el señor Melara se hizo cargo de la obra con desinterés y generosidad dignos del mayor elogio. Su utilidad personal fue lo que menos lo movió a esa empresa. Por eso fue que, contento con lo que podían darle y que por algún tiempo fue menos de lo que ganaban muchos de sus oficiales, consagró su genio y actividad a aquel monumento. Pero el monumento destinado a inmortalizar el nombre del señor Melara ya como artífice, ya como católico, salvadoreño, hubiera sido la nueva Catedral que ha dejado inconclusa y cuando más necesitaba su impulso y dirección. Este edificio mucho más difícil y complicado que el otro por la combinación de los diferentes órdenes de que consta y por el concierto

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de rasgos que caracterizan la arquitectura del Renacimiento, prueba el genio del señor Melara. Ese templo será también una demostración de su generosidad y patriotismo. Desde que comenzaron los cimientos y cuando se destinaba a iglesia parroquial de Santo Domingo, él no sólo ofreció su dirección, sino que la ofreció enteramente gratis. A pesar de no ganar ni un centavo, el señor Melara atendía ese trabajo con preferente asiduidad; se interesaba por cuanto podían fa­ vorecerlo; contribuía y facilitaba cuanto le era útil y aun en sus dispo­ siciones testamentarias, después de llenar sus deberes forzosos y el pago de sus deudas, destinó el remanente de sus bienes a favor de la cons­ trucción de la Nueva Catedral. Durante el largo período de su penosa enfermedad, sufrió con cristiana resignación sus dolores, que como él decía, aceptaba como justa expiación de sus faltas; y cuando presintió la proximidad de su muerte se preparó a ese tránsito terrible con los auxilios de la Iglesia. Pidió y le fueron administrados todos los sacramentos, que son para el católico las fuentes más benéficas de purificación, de gracia y de fortaleza. José A ntonio A guilar.

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DOCTOR RAFAEL REYES HISTORIADOR, PUBLICISTA Y ABOGADO

Nació en el barrio del Calvario de esta ciudad, el 18 de junio de 1847 y murió el 8 de enero de 1908. Sus padres, Coronel Paz Reyes y doña Rita Valencia.

De larga y fecunda actuación en diversos órdenes de la vida na­ cional. Pequeño de cuerpo, insinuante, ameno conversador, poseía sólida ilustración y chispeante inteligencia. Estuvo afiliado al partido radical y combatió largamente por sus ideas y tendencias. Muchos artículos suyos de índole científica y literaria, revelan sus extensos y variados conocimientos; pero donde brilló con potente luz, fue en el campo de la historia, el cual supo cultivar con notable acierto y exquisito esmero. No obstante su conocida filiación, Nociones de Historia de El Salvador, será siempre fuente fecunda de consulta y archivo de nues­ tro pasado. Su Miscelánea, contiene estudios y biografías que le acreditan como gallardo publicista. Desempeñó los cargos siguientes: Sub-Secretaría de Relaciones Exteriores, Secretaría Particular de la Presidencia, Gobernación Departamental de San Salvador, Juzgados de l?1Instancia, Alcaldía Municipal, Miembro de varias Comisiones de Legislación, Dirección de la Escuela Normal, Redacción del “ Diario

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Oficial” , varios cargos diplomáticos como Ministro Plenipotenciario, Presidente de la Dieta de la República Mayor de Centro América, Cá­ tedras de la Universidad, Instituto Nacional y Escuela Normal de Maestros, etc., etc. Fue condecorado con las Palmas de Oro de la Instrucción Pública de Francia y Comendador de la Legión de Honor. Fundó varios periódicos de combate, y en el ardor de la lucha conquistó sinsabores y provocó pasiones, que él supo atemperar con su eterna sonrisa. Durante muchos años ejerció su profesión de Abogado y Notario y entre sus estudios jurídicos merece mención el de la organización del Poder Judicial, desde la época de la Colonia, hasta los tiempos modernos. Fundó en esta capital un Colegio de Primera y Segunda Ense­ ñanza; y muchos elementos importantes del país, recibieron beneficios de su dirección intelectual. Incansable trabajador e intelectual de valía, a su muerte el Poder Ejecutivo y la Universidad Nacional, tomaron parte en sus funerales. M. Castro Ramírez .

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DOCTOR R A FA E L REYES, ex Subsecretario de Relaciones Exteriores y maestro e historiador.

DON SALVADOR J . CARAZO

Nació en San Salvador el 14 de oc­ tubre de 1850, y murió el 29 de junio de 1910, a la edad de 60 años. Fue Director de Correos. La crítica lo considera como el Mark Twain sal­ vadoreño.

El gran amigo nos pide hilvanar unos renglones acerca de la per­ sonalidad de Salvador J. Carazo; unos renglones que sean un estudio crítico o, simplemente, de reivindicación para méritos que la Justicia ha olvidado. Esta petición ha venido en buena hora. Sí. Hilvanemos los renglo­ nes con amor y con angustia: con amor por lo bueno, por lo bello, por lo digno de perpetuarse; con angustia por el olvido cruel, por la indi­ ferencia hacia los espíritus avanzados que trabajaron por instaurar aquí la tradición de la cultura. Amigo generoso: la Justicia es mujer, y como tal, con todo y ser justicia, olvida fácilmente. Hagámosla recordar; enmendémosle la plana. Salvador J. Carazo, intelectual auténtico, es la flor de la sonrisa europea trasplantada a nuestro medio. A esta circunstancia debió quizás el olvido prematuro: es flor para otros ojos, perfume para olfatos más sutiles. Los nuestros no la perciben, acostumbrados a la gama de per­ fumes y colores ardientes de los trópicos. La risa es atributo del hombre — nos han dicho desde lejanos tiempos los filósofos— . Bien. ¿Qué será, entonces, la sonrisa? La son­

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risa es la risa tamizada; la que pasó a través de los siete filtros de la evolución y el intelecto. Si la risa abierta y espontánea es expresión propia del hombre, la sonrisa es el signo del contento que ya no necesita manifestarse en la for­ ma ruidosa primitiva: es el regocijo benevolente y ágil en la plena com­ prensión de la vida y de las cosas. La sonrisa es la compañera de la conciencia lúcida y tranquila; la hermana de la bondad y la ironía; por eso sólo saben sonreír bien los pueblos cuyo proceso evolutivo ha llega­ do a gran altura. En esos pueblos tienen su clima las flores de tono suave del “ humor” y la ironía. Flores de tono suave, sí, porque la estridencia y el ruido no pueden ser “ humor” y se quedan en chiste cuando quieren convertirse en ironía. En los pueblos jóvenes no suele darse ese prodi­ gio; y si se da, es como trasplante, o como un anticipo precario, cuando mucho. Así ¿hemos de extrañarnos porque en nuestro país no hayan surgi­ do hasta hoy verdaderos humoristas? No tendría razón esa extrañeza. En realidad, hemos nacido ayer en cuanto se refiere a evolución de la mente y al espíritu, y no se nace adulto de un golpe, como en la epo­ peya mitológica. Con todo, hemos tenido — y tenemos— ensayos excelentes. Citare­ mos los de Peralta, los de Ramón Quesada, y también los de Salarrué, porque Salarrué en el fondo, es humorista, aunque el exceso de color tropical lo desvirtúa: él es un aluvión de colores y perfumes ahogando las líneas, las formas, las ideas. Ninguno sabe sonreír como Carazo. La risa de los otros es estrepi­ tosa todavía, es carcajada. Aquel precursor trajo de la vieja Inglaterra, donde transcurrió su juventud, la finura, la delicadeza del “ humor” europeo: ese algo impalpable que sólo da el esfumino de los tiempos largos; ese algo que es como el sabor del vino añejo. Por eso, porque su humorismo no es el que corresponde a nuestro estado, recordamos mejor a los bromistas y conversadores ocurrentes y dejamos a Carazo bajo la capa del olvido. Pero un día, cuando haya pasado nuestra embriaguez de los colo­ res fuertes, de los perfumes mareantes, tal vez volvamos a buscarlo, tal como en los principios de este siglo los espíritus verdaderamente refi­ nados, al extinguirse el estruendo con que los románticos encabezados por Hugo asordaron el ambiente del siglo X IX , exhumaron los poemas

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SALVADOR J. CARAZO.

del chino Li-Tai-Pe, amarillos como los marfiles seculares, para delei­ tarse a solas, en silencio, con los rasgos sobrios, con los tonos sutiles, con una belleza real, en fin, pero impalpable. José Gómez Campos.

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EL H U M O R IST A SA L V A D O R J. C A R A Z O

Don Salvador J. Carazo, nació en San Salvador, el 14 de octubre de 1850 y murió el 29 de junio de 1910 a la edad de 60 años. Educado en París, perfeccionóse en lenguas y se filtró por su sensibilidad el influjo del humour inglés; influjo del que resultó un tono de emotividad festiva en plena concordancia con la avidez del trópico. Efectivamente, vemos en su obra un estilo universal, donde el fondo muestra un humo­ rismo capaz de hacer brotar las flores de la risa en cualquier magnitud equinoccial, y en donde la forma es castiza a lo Quevedo, alardeando de voces y términos clásicos con una oportunidad y un tino incompa­ rables. Salta Salvador J. Carazo el recurso del barbarismo, del provin­ cialismo, y de todo aquel fácil andamiaje que da a las obras sabor es­ trictamente local, y que por lo mismo retarda la comprensión de los lectores extranjeros. Mas, con todo, fundamentalmente nativista creó bellos cuadros de costumbres llenos de savia del terruño, reventando en frescos decires y en graciosísimas situaciones, en las cuales palpita con todo su vigor el salvadoreñismo. En sus cuentos costumbristas resalta el poder de la evocación, de que ya nos hablaba González Blanco. Ese poder que tienen ciertos escritores de presentarnos un ambiente tan fielmente calcado de la realidad, que uno se lo construye en la imagi­ nación con lujo de colores y detalles, y que nos hace exclamar: “ ¡A sí es, así es; tiene que ser así!” Salvador J. Carazo, por su poder de evocación, siendo nativista universaliza su obra: ella lleva una fuerte sugerencia, tan fuerte, que el guatemalteco como el hondurense, el nicaragüense como el costarri­

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cense y aun todo hispanoamericano, se ve forzado a reconocer como su patria, a amar como a su indio, a admirar como a su sol, lo que el salvadoreño les presenta. De este modo se generaliza la parcela: el cerco provinciano se amplía y es un predio donde campean los rasgos privativos de la raza, con su alborada, su cénit y su puesta de sol. Es el paisaje de América, vario en la demarcación geográfica, uno en el substracto común que resume la arcilla del Continente, la misma desde México hasta el Cabo de Hornos. Oíd la descripción que hace del mediodía, y decidme si no es el mismo bochorno de todo el trópico, cuando el bosque americano se sume en honda calma: “ Los pollos, los patos y los pavos picotean aquí y allá las guijas o los granos diseminados en el suelo. Los cerdos roncan bajo el cober­ tizo de paja en el que de ordinario duerme la siesta. El follaje de los árboles aparece mustio y hasta resecado por la reverberación del calor; como que el sol envía a plomo sobre la tierra en la forma de hilos de oro, una lluvia de fuego, que hace crepitar las cortezas de los árboles y crujir las maderas de la habitación, mal encubierta por una delgada capa de lodo resquebrajado. Los pájaros jadean en la enramada, separando las alas del cuer­ po y callan, como callan casi todos los seres y los objetos que en hora más benigna del día, tienen voz. El aire apenas produce ondulaciones en la bóveda de verdura de las colinas que se levantan allende la quebrada. Sólo los grillos chirrían entre los pedruscos regados en las laderas, y el arroyo se desliza entre una cortina de malezas, de higuerillas, espinos y guarumos, parloteando sobre las arenas, bu­ llendo entre las peñas, riendo al estrechar su curso entre bancos de arenisca o murmurando al nivelar con el peso de sus aguas, los trechos fangosos de su cauce. Un globo inflado en un cielo de azul intenso y lo bochornoso del ambiente, dan indicios de la hora: es el mediodía” .

Pero Salvador J. Carazo es humorista. Eminente y altísimo humorista. El espíritu de lo cómico, el alma de la festividad, del regocijo, le sigue, le persigue, le acompaña siem­ pre: dijérase que le acosa. Asimiló de la cultura británica el carácter o disposición psíquica a lo alegre, a lo jocundo y ligero, cierta ansia de liberarse del decurso serio y trágico de la vida, hondamente arraiga -

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do en el espíritu nacional, y hasta disimulado bajo el manto de la flema sajona, tan amiga de la parsimonia y de la rigidez. Asimiló, digo, y no miento. Luego creó, es decir, dio a luz una personalidad literaria. El ambiente reafirmó su espíritu; captó la estética de lo cómico des­ prendida en el ambiente, diseminada en el aire, y luego, con ayuda de las letras, que cobran un matiz diferente en cada medio social, y aun en cada individuo, objetivó su humorismo. Un escritor salvadoreño dice de él, que “ es la flor de la sonrisa europea trasplantada a nuestro suelo.” Nada más cierto. Aquí brotó aquella planta exótica, dando un perfume nuestro. Europa le dio el color; pero América le insufló el aliento. Europa le dio el cuerpo, pero América le dio el alma. Nos ha­ llamos, pues, en presencia de un humorista de formación complicada; pero de obra fluida, sencilla y transparente. Para estudiarlo no tenemos a mano más que dos volúmenes. El uno es Taracea, colección de cuen­ tos. Y el otro es 4 Sargentos y un Cabo, editado en la ciudad de Sonsonate, en la imprenta “ La Luz” ; además, gran número de artículos dispersados en las revistas de entonces, a los cuales sólo una paciencia conventual podría ordenar y clasificar. Poseemos también un precioso trabajo de don Román Mayorga Rivas, escrito con motivo de su falle­ cimiento, y sabemos también de la existencia de otro de Darío, escrito por el poeta cuando le conoció adonde aparece el célebre bautismo que le hizo con el nombre del inmortal autor de La V irgen Esquimal: Mark Twain. ¡Bien sabía el bardo americano que al tratar de su persona salvaba el juramento de no tratar jamás con lo mediocre y falsificado! A través de lo escaso de la obra, de la indiferencia de la crítica, y, sobre todo, de la muralla del tiempo que ha empolillado datos y debilitado luces, hemos vislumbrado a un grande escritor festivo. Basta lo poco que nos brinda para comprender su talento esclarecido. Tratemos, con tan escasa documentación, de estudiarlo aunque sea someramente, para que venideros escritores y críticos terminen el análisis de su obra. En primer lugar, ¿qué clase de humorismo es el suyo? Salvador J. Carazo es padre de una risa esencialmente alegre, que resurge, que fluye ella sola, como una fuente. Es humorismo puro, el suyo. Humorismo puro, es decir, regocijo alejado de todo origen alam­ bicado. Que no tiene proceso de dolor, ni consecuencia zahiriente. Que es, como dijo Darío, “ a modo de un refugio para el espíritu, como un consuelo, o más bien, como una defensa el claro resplandor de la ale­ gría.” Y por lo mismo que es puro, es sincero, brota donde debe brotar, y no donde se quiere que brote. Un paisaje, una voz, una aurora es capaz

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de producirlo. Y cuando surge, hila una terminación humorística, da pie a una lucubración chispeante, llena de ingenio y de sal. No recuerdo si fue Kant el que pone como origen de la risa el tránsito repentino de una expectación fuerte a una consecuencia insospechadamente lejana. Es la teoría del contraste. El paso de un pensamiento poéticamente elevado a una comparación prácticamente pequeña, que nunca se es­ peraba, anima la hilaridad. En la obra de Carazo estas transiciones son numerosas. Por ejemplo, describiendo una alborada, dice: “ Salió al fin el sol: emergió del azul del infinito en medio de un rompimiento de gloria” .

Hasta aquí la imagen es casi sublime; pero he aquí que termina el período diciendo: “ Salió más orondo, y más, ¡oh, mucho más bello, que un Pre­ sidente de República hispanoamericana cuando se echa a la calle entre edecanes y polizontes” .

La comparación no se esperaba. El regocijo es inevitable. Ya la fibra del cosquilleo le domina, y en adelante aparece el humorista sutil, en plena posesión de su estilo. Y continúa: “ Aserción que motejarán de fabulosa los cortesanos y los di­ putados de cada año, en razón de que el astro rey no puede conceder ascensos, aumentar sueldos ni repartir destinos; pero aserción fun­ dada en la verdad, a pesar de todo. Bien comprendo que estoy estampando una heregía de marca mayor desde el punto de vista de los parásitos del presupuesto, según los cuales, un gobernante “ es lo más bello que ha salido de las manos del Creador” .

Otras veces logra evadir el sentimiento jocoso. Burla las abejas de la risa, se sustrae de su propio impulso, y escribe un párrafo “ al vivo” , de naturaleza realista, en donde asoma un rayo de lirismo. Mas pronto se rinde a los halagos de lo cómico. Talía logra lanzarle un dardo y él lo recibe en pleno cerebro. Por eso digo que el humorismo le persigue, en vez de ser él quien se lanza a buscarlo. En pasajes casi líricos, donde salta el sentimiento del pintor y hace gala del genio descriptivo, termina

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con una comparación que refocila el ánimo del lector. Escuchad el si­ guiente, escogido entre mil, de su obra “ 4 Sargentos y un Cabo” : “ Ancho trecho de gris de acero entre nubes plomizas de nimbo ondulado, formaba el pórtico por el cual, al cabo de mutaciones de colores cada vez más vivos, cada vez más ardientes, debía surgir triunfante la gloriosa esfera del sol. Más allá de la diminuta corrien­ te de agua, el terreno ascendía bruscamente; formando colinas espaciadas y dispuestas a guisa de gigantescos escalones, y la cresta prolongada y desigual de la última, envuelta en brumas, parece perderse en el cielo. La actividad de aquellas, al parecer, no ha sido óbice para su cultivo, ya que aún en el claroscuro dominante, podían percibirse líneas de trazo regular, cuyos puntos eran constituidos por cañas de azúcar y tallos de maíz, los que teniendo su punto de partida en su base, concluían en la sima. Evidentemente ninguna pareja de bueyes pudiera haber contribuido a labrar las ásperas laderas en las que la estaca y la macana diligentemente usadas, su­ plieron la falta forzada de tan útiles auxiliares. Aquellos plantíos fueran de lo que fueran, significaban una suma de esfuerzos que bien pudiera haber enorgullecido a Juan; como que en algunos puntos de los montes en referencia, para depositar la simiente en los huecos formados a fuerza de brazos, habría tenido que hacer equilibrios, que vistos por una mosca, la hubieran llenado de envidia” .

El final no podía ser otro. Porque Carazo es, ante todo y sobre todo, un humorista. También existen de él escritos eminentemente fes­ tivos. Artículos retozones, en donde las ideas bailan, las palabras ju­ guetean, las figuras adoptan posiciones de pantomimas desternillantes. Escribe con sal, sazona con pimienta, y buen cocinero, conocedor sagaz de las gastronomías mentales, os ofrece un plato hecho para el regocijo íntimo del espíritu. El cuento Barbarie termina así: “ Un instante de distracción del barbero, un movimiento brusco de usted y ¡zas! se halla usted sin cabeza. Si fuera del caso de reco­ gerla del suelo y llevársela al ciru ja n o .. . ya estaría uno aviado, pero cuando el percance acaece, en tal forma se achica el espíritu, o, para hablar como el vulgo, a tal punto se corta uno, que cuando viene a acordarse de recoger el tronchito ya está uno archivado en el

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seno de la tierra. A todo evento, es útil ser amable con los barberos, muy útil. ¡M iedo! ¡Miedo yo! ¡Jamás! Es asunto de conveniencia y de buena educación” .

Cuando relata su “ Primera Libación” , su primera francachela con el terrible Baco, escribe: “ Lo cierto es que me hallé en mi cama dando tumbos tales como sólo en la vecindad de las costas de Irlanda, en el Canal de San Jorge, las he experimentado” .

Y más atrás: “ Me indignó desde luego, ver al Teatro Nacional dando cabezadas de despedida a todos los concurrentes al baile, a medida que iban saliendo. Tal conducta no me pareció propia del decoro de un edificio que se respeta. ¿Porqué, me preguntaba, el Cuartel N° 1 se echa hacia atrás, como si tratara de hacer la plancha? No sabía que calificativos dar a todas aquellas casas que al acercarme yo, echaban a correr como si estuviera apestado. Y me dormí — termi­ na— soñando que yo era la hoja de un árbol y que el huracán me arrebataba al través del espacio sin límites. . . ”

Se ven en todos estos pasajes apuntados al vuelo un temperamento exquisitamente versátil, de ingenio plegadizo y escrutador, que adivina relaciones, intuye contrastes, formula comparaciones risueñas. Todo ello sin esfuerzo. Todo ello a su debido tiempo. No sacrifica una na­ rración lírica, una meditación reflexiva, ni un análisis, para dar campo abierto a sus geniecillos juguetones. Al contrario, trata de evadirlos, los burla, los esquiva, pero termina rindiéndose al mágico encanto de la risa. La chispa del humor es un producto de su alma. Por eso es sincero, y fundamentalmente humorista. La crítica nacional tiene una deuda con Salvador J. Carazo y debe ocuparse de su obra. Es valor auténtico de la literatura patria. El Salvador ha tenido buenos escritores festivos, y este aspecto de las letras ha vivido gracias a la optimista perseverancia de unos pocos cultivadores, pero no ha alcanzado la comprensión general quizá por el hecho de no nacer de un sentimiento colectivo sino de ciertas y de­ terminadas naturalezas. La tendencia humorística en las letras, aparte

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de que es una facilidad muy difícil, es muy escasa, y claro está que el público recibe gustoso todo lo que produce, teniendo las obras el aliciente de una general benevolencia. Yo les reconozco un gran valor social, porque el humor desvanece el eterno pesimismo señorial de todas las épocas, y hoy más que nunca las necesitamos. Así como en un día nublado que presagia tormenta aparece un rayo de sol llenando el am­ biente con su sonrisa luminosa, así la literatura festiva, hoy que los ánimos son presa de sombrías amenazas, vuelve al espíritu el soplo del optimismo reconfortante, despeja los pensamientos y pone en los co­ razones sentimientos de esperanza y de conformidad. Hoy, más que nunca, hay que resucitar en nosotros una franca y sana disposición psíquica, un temperamento jovial frente a las trágicas realidades que nos abaten. Nada hace más daño a los pueblos como una literatura cargada de sombras, llena de temores, que todo lo adivina sombrío y en cuyos dictados se esconde la desconfianza y una solapada y amarga desesperación. La obra de Salvador J. Carazo es un legado precioso e inimitable. Hay que hacerla difundir porque tiene mérito y fuerza suficiente para vivir fuera de su época, trascender y perdurar siempre. Resulta más preciosa cuando consideramos que el humorismo no es tributo del in­ genio nativo de la raza. Por lo tanto, su caso, como el de muchos otros, es aislado, travieso, que a fuerza de ser singular ha terminado por adquirir carácter propio. Cuando en nuestro medio se da el caso de un temperamento alegre es porque obedece a una exigencia ubicada en su propia naturaleza, y que como el poeta, no ha aprendido sino que ha nacido alegre. Y bienaventurado el ingenio festivo. Es necesario y se le necesita. Tal pasa con Carazo. Es ya la hora de revisar su obra. Un estudio serio no se le ha tributado todavía. La intelectualidad salvadore­ ña debe pagarle de algún modo ostensible el brillo y el honor que él le diera en vida. “ Fue Carazo — dice el celebrado escritor Don Román Mayorga Rivas— los que en 1871 dieron gran impulso al movimiento literario del país, y, desde aquel tiempo, casi nunca ha faltado su nombre en nuestras revistas y periódicos, al pie de producciones reve­ ladoras de una constante actividad mental. No apagó su entusiasmo por la literatura la lluvia de penas que le cayó sobre el alma. Carazo siempre sonreía. Era un artista con gran dosis de filósofo. Sobre lo que la vida tiene de doloroso y amargo, echaba él la luz retozona de su alegría picaresca y la miel de su carácter bondadoso de bohemio, en medio la indolencia en que le gustaba vivir” . Tal decía el escritor de

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la época sobre el humorista que nos ocupa. ¡Qué sabia filosofía, qué profundo concepto del hombre frente a la vida nos dio cuando ya en­ vejecido y próximo al sepulcro nos dijo: “ Ya lo ven, este cuerpo está ya flaco y hasta feo; pero así, con todo y la polilla de los años, cumple la función de planta humana: ve­ geta, vegeta, y no tadará en seguir vegetando bajo la tierra. ¿Hermoso, verdad? Esto de la vegetación eterna es una gran ley, y yo la he cumplido de la mejor manera posible y casi maravillosamente!” Y así fue, realmente. Salvador J. Carazo ha seguido vegetando constantemente al través de los años. Sólo que espera para florecer de nuevo, con toda su exquisita fragancia, el regado cariñoso y sentido de sus compatriotas. Entonces la planta trasplantada de Europa, plan­ tada en el huerto patrio, seguirá regalando al espíritu su grato y suave aroma, proyectando su graciosa belleza por la tierra bendita que lo vio nacer. A lfredo Cardona Peña .

DOCTOR DON ANTONIO N AJARRO

Promediaba el siglo diecinueve cuando nació en la capital Antonio Najarro, maestro de escuela, médico, catedrático, poeta, periodista, orador y filántropo. Por un recuerdo de la infancia os daré idea de Najarro como educacionista, que tuvo a honor colaborar en 1873 con don Manuel Lanza en la Escuela Central de San Salvador. Fue poco antes de su muerte. Era yo un párvulo. Siempre que con dulceza, con timidez tocaba a la puerta, corría a abrirle, no por las golosinas que me llevaba con frecuencia, sino porque me trataba como a persona grande, y porque me narraba cosas lindas mientras mi padre llegaba a saludarlo. Pero mi afecto a su persona se multiplicó, cuando una noche, de sobremesa, no sospechando que le oía, hizo la defensa de mi aversión por aquel infame método de lectura que sobrevive aún. “ Tiene razón su padre, señora, no hay que apurarlo. No se alarme ni apene porque su hijo llegue a los ocho años de edad sin saber leer. Para esto hay tiempo y aprenderá sin conocer las letras. Su cuerpo es débil. Mejor que juegue al aire libre, en el campo, y la Naturaleza le enseñará más y mejor que sus maestros” . . . Era un encanto escucharle. Su voz acariciaba discretamente, y su ingenio era oportuno, alado, inconsumible. Su prestancia amable. Só­ lido y calmo en el andar. Sobre su testa abatida, gentil, la cabellera en pulcro desaliño. . . Mansas las pupilas como su corazón. Cordial la sonrisa sombreada de tristeza. Para hablaros del catedrático, cedo la palabra al doctor Rubén

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Rivera, que en 1890, a nombre de la Universidad Nacional, deploró la muerte del poeta, a cuyo entierro concurrió llorando el pueblo que le llamaba su médico, su amigo y bienhechor. Porque no había epidemia, a la que con peligro de la suya, no arrebatara tantas vidas humildes. Ni desgraciado a que no curase, o con quien no compartiese su dolor o dividiese su escaso pan de cada día. “ Como maestro — dice Rivera— era amado y apetecido; sus lec­ ciones estaban al alcance de todos, porque yendo siempre a las ideas capitales, desarrollaba las jóvenes inteligencias, y despertaba como natural consecuencia, las ideas secundarias, sin producir fatiga ni fastidio. El poseía esa cualidad por excelencia del maestro como dón natural que explotaba sin artificio y con primor. Fue mi maestro y por eso pude admirarlo” . Exacto, digno. En la prensa de su tiempo apareció un sugestivo anuncio pro­ fesional con el blando apostrofe de Jesús, cuando sus discípulos se oponían a que aproximasen al maestro unos niños para que posase sobre ellos sus manos luminosas. Era de Najarro, que en las frase na­ zarena sintetizó su alma, su predilección por la niñez. Pedía que le dejasen llegar a su clínica, no la infancia sana y sonora, sino esa otra que era pimpollo marchito de la vida humana. “ Hombre sublime” . Sí, es justa la expresión de su ilustre alumno. En alma tan excelsamente bella, era natural que no faltara el culto — casi de desconocido— de la gratitud que, como la conciencia, es flor de la superioridad moral. Cuando Román Mayorga Rivas le solicitó datos para escribir su biografía en la Guirnalda Salvadoreña, Najarro le encareció que hiciese constar — como la actividad más noble de su existencia— su reconocimiento a don Fabio Morán por haberle auspiciado este patriota en la coronación de su carrera. Causará extrañeza, por tanto, que se diga que espíritu tan sobre­ humano fue periodista libertario y satírico. Pero advirtamos que su crítica fue siempre impersonal, piadosa, porque tuvo por lema el que colocó Fray Gerundio en el pórtico de su Teatro Social, tan leído y ad­ mirado por Najarro: “ Casi siempre riendo, pocas veces llorando, corregir las costumbres deleitando” .

Y vaya una para muestra, en verso — no hay tiempo para otras—

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desprendida de El Pensamiento, semanario que fundó en Santa Ana, donde también colaboró con Guevara Valdés, el epigramista sin gua­ rismo en nuestras letras: “ Porque un doctor sabía destazar, (como los matadores, una res) envaneció. Y los tontos de mi pueblo y hasta los matadores repetían: “ Vaya un hombre tan grande, tan capaz” ! Hizo una operación; murió el enfermo, y la gente comenzó a murmurar. Y los tontos del pueblo me decían: “ Pero lo hizo con gran habilidad” !

Como músico, según mi padre, interpretaba tan fielmente las armonías, que recordaba a los errantes trovadores de la Edad Media. Najarro, en la tribuna, parecía un parlamentario inglés por su continente y precisión. Seducía, más que con la suavidad de sus pa­ labras, con su profunda convicción, escribe el autor de la Galería Poé­ tica Centroamericana. En sus discursos políticos criticó con tino y brío, sin desplantes, los males que son propios de las democracias jóvenes. Y siempre tras el diagnóstico, el régimen que destacaba al sociólogo. Un 15 de septiembre — mes que en la centuria pasada estuvo consagrado al verbalismo— Najarro pronunció un discurso que fue muy celebrado en general y que en las esferas oficiales, los que son más gobiernistas que los hombres del poder, vertieron maliciosamente al lenguaje palaciego, con tanta más intención cuanto que el orador municipal era miembro del Consejo. En esa coyuntura demostró el poe­ ta que los políticos padecen ilusión muy grande cuando creen que sólo cambiando violentamente los hombres del Gobierno, se mejoran los pueblos, siendo lo contrario como lo demuestra la filosofía de la his­ toria. Es cambiando la condición social, educativa, higiénica de una nación, como esta nación mejora en todo y para todo. Porque la fiebre no está en las sábanas, decía, sino en el organismo enfermo. Mas, Najarro culminó y se conoce y considera más como poeta. Y lo fue de su época, que se caracterizó por su gallardo desdén a la

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antigüedad clásica, y porque hizo del arte, el arte de la imaginación sin freno. Todo era romántico en aquellos viejos días, que exaltaron los más altos y puros sentimientos de la especie humana. “ Tenía el doctor Najarro, observa su discípulo Rivera, un talento excepcional, vasto y luminoso; todo lo comprendía con una facilidad admirable; los asuntos más complicados eran para él cosas sencillas que explicaba con claridad; su memoria era en extremo feliz, a pesar de la vida angustiosa que llevaba” . Sin embargo de su solidez mental y su transparencia comprensiva, no tenía fe en su numen, como anota Ismael Cerna en el prólogo que escribiera para su único libro: Ecos de un alma, viñeta grata al pala­ dar de aquella generación. Si la modestia intelectual es fecunda en el cultivo de las ciencias, no deja de ser inhibitoria en la producción artística. Por eso, la mayo­ ría de los versos de Najarro fueron imitaciones, paráfrasis o glosas de los maestros de nuestro romanticismo. Pero aun cuando imitaba, nuestro artista literario era superior en estro al imitado. Lo prueba la comparación de las estrofas de Epifanio Mejía y de Antonio Najarro. ¿Verdad que si Najarro hubiera sido ateo de las divinidades ro­ mánticas y hubiese cantado lo nuestro, lo propio, con espontaneidad, habría sido un poeta continental, pero con raigamen vernáculo? Porque lo autóctono lo veía, lo sentía real y claramente. En una narración de suavedumbre becqueriana, que publicó, lo mejor es la acuarela que traza de Sonsonate, en poquísimas palabras. Un ave, una fronda, un estado de alma, realizaban el milagro del arte en Najarro: su obra maestra, Un ave aquí de todos conocida, cantaba el otro día en el jardín y en su cantar decía suspirando, ................................¡Dichoso fui!

Turbóse mi alma al escuchar el canto, Honda tristeza a mi pesar sentí. .. A y! no poder decir como aquel ave: ................................¡Dichoso fui!

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Este poema de ocho versos sencillos, vivirá en la memoria del pueblo cuscatleco, tanto como dure la especie del sér alado y regional que lo inspiró. Tanto como el pueblo mismo. Juan R amón U riarte .

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DOCTOR DON ANTONIO NA JARRO

San Salvador ha podido ver la tarde del sábado cómo hay mani­ festaciones que son un buen ejemplo y un alto estímulo. El entierro de Najarro no lo han tenido igual muchos mimados de la fortuna, que van lujosos, opulentos, hasta la tumba, donde todos somos iguales, por la implacable democracia de la muerte. Era hermoso ver la casa pobre, rodeada de las gentes de todas clases, que estaban tristes por la desaparición del amigo, del bien­ hechor, o del hombre de letras. La levita y la chaqueta concurrieron juntas a la procesión dolorosa. El profesor y el artesano, el hombre rico y el humilde obrero, fueron a enterrar a Antonio, sintiendo de veras, lamentando la pérdida, poniendo el pensamiento en aquel que al partir de la vida ha dejado mucho duelo y un hondo vacío, casi imposible de llenarse. Yo conocí a Najarro hace mucho tiempo, y le conocí en una de esas ocasiones — frecuentes en su vida de médico y de persona de corazón— en que él daba lo que tenía al necesitado, fuese pan, consuelo o alivio. Un inteligente pintor español — allí por el año 1883— vivía abatido y necesitado en esta capital. Lleno de familia, sin trabajo, se hallaba poco menos que en la miseria. A veces pintaba un boceto cual­ quiera, y mandaba a uno de sus discípulos a vender su obra por cualquier cosa, uno o dos reales, para poder desayunarse con los suyos. Había días en que no había qué comer. Esto parece imposible que pueda acontecer en San Salvador; pero es un hecho. Entonces había un hombre que llegaba al pobre taller del artista como una Providencia;

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un hombre que calmaba el hambre, alentaba el espíritu y daba esperan­ zas al pintor desgraciado: ese hombre era Antonio Najarro. Antonio era bondadoso por temperamento, ingenuamente franco de carácter y amaba a los niños. Hombre — me decía una vez— , la niñez es el único período de la vida en que el hombre no está lleno de mal. Oh!, pobre Antonio!, cargado de tristeza, de desengaños; espan­ tado hasta la indiferencia, de las miserias sociales; conocedor del lodo humano, había llegado a ser como un sonámbulo que fuese un poeta y procuraba ocultar con un velo ante sus ojos, las ruines pequeñeces del mundo. Hacía versos sentidos. Era incorrecto; pero presentaba el fenó­ meno de tener un juicio culto para las obras ajenas. Es el único hombre de letras en el que la modestia — virtud relativa— no me ha parecido falsa ni vulgar. Publicó hace algún tiempo un pequeño volumen de prosa y versos. — “ Yo conozco mi trabajo, decía. Mi libro no vale nada; pero es hijo de mi corazón” . Así hacía todo lo suyo, con el corazón, el buen amigo. Así iba a curar sus enfermos pobres, sus niños moribundos; así ponía el alma en la palabra, y era entusiasta y noble, lleno de una atrayente sencillez. Le conocía todo el mundo; y él iba a todas partes como hiciese bien, aun­ que fuese lejos el lugar y los enfermos miserables. Por eso iba: por ir a hacer su obra santa en tugurios y casuchas. El doliente era necesitado. Entonces toma la receta, toma la medicina, toma el dinero, toma el con­ suelo: esto no es nada, tu enfermito se salvará. Y por eso la madre afligida quería a su don Antonio. Salones, tertulias, alfombras. . . ; él huía de todo eso. Raramente escéptico, sabía sostener su escepticismo. Así se explica su alejamiento de los centros sociales y su limitado círculo de amigos con quienes él se expandía y se desahogaba. En la Universidad como profesor era muy querido de los alumnos y ellos lo eran de él. También hemos visto a todo ese coro de jóvenes brillantes, junto con los del Instituto, ir hasta el cementerio a dejar bajo la tierra al maestro. Tenía particularidades como ésta: a ciertos amigos de confianza los saludaba con un quousque tándem, inexplicable. ¡Hasta cuándo!, es decir — quizá me equivoque— creo que en esto Antonio se refería a la muerte. Ese quousque tándem ha resonado y

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lo habréis oído, amigos de Najarro, a las puertas de la Universidad o junto a las mesas del café de Bengoa. En medio de su alegría tenía pensamientos amargos. Un doctor amigo suyo, muy ilustrado, a quien he visto sinceramente pesaroso cerca del féretro, podrá afirmar esta observación. Antonio tendrá mármol, corona fúnebre, lugar en las crónicas sansalvadoreñas. Hombre como aquél, tan querido, tan meritorio, no sólo merece las sinceras, pero improductivas frases de un diario o de un libro, ni el simulacro de piedra en su tumba, ni el recuerdo agradeci­ do. Hay algo más! Antonio deja esposa e hijos! R u b é n D a r ío .

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GENERAL D O N CARLOS EZETA EX-PRESIDENTE DE LA REPUBLICA

La primer página de su vida está escrita en los libros baustismales de la Iglesia del Calvario; de ellos aparece que nació en San Salvador el 14 de junio de 1852. Fue bautizado con el nombre de “ CARLOS BASILIO” , y fueron sus padres el Coronel Eligió Ezeta y doña Asun­ ción de León. Ingresó en 1867 al Colegio Militar, que dirigió el Gral. Luis Pérez Gómez. Por su aplicación y aprovechamiento ascendió a Sargento 2o. en 1870. Salió del Colegio en 1871, y con el grado de Sub-Teniente tomó alta en el Ejército. Asistió a las campañas que el Gral. González sostuvo en Honduras en 1872 y 1873. Resultó herido en la acción de Santa Bárbara. Emigró a Costa Rica en 1875 y regresó a su Patria en 1876. El Presidente Dr. Zaldívar lo llamó a las armas. Emprendió una nueva emigración en 1878, primero, a los Estados Unidos y, después, a Guatemala. En 1885 formó en las filas del ejér­ cito del General Justo Rufino Barrios, quien sucumbió en Chalchuapa. Acompañó al General Menéndez en la revolución de mayo; y durante la Administración de éste fue Jefe del Cuartel de la Segunda Sección Guardia de Honor, General en Jefe del Ejército, que debeló la rebelión de Cojutepeque, Comandante General de Santa Ana e Inspec­ tor General del Ejército. La rebelión militar del 22 de junio de 1890 le abrió las puertas

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del Poder, el cual ejerció desde el 1° de marzo de 1891 a 9 de junio de 1894. No obstante el pecado de origen, su Gobierno tuvo en el Gabinete valiosos colaboradores, que dieron impulso a las actividades admi­ nistrativas. Cayó del Poder al empuje de una vigorosa revolución llamada de los 44. Murió pobre, abatido y abandonado en la ciudad de Mazatlán el 21 de marzo de 1903. Allá descansan todavía sus restos. “ Las cenizas vendrán en buen derecho a mezclarse con la tierra natal, y habrá paz y justicia para ellas; pero no glorificación” .

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GENERAL DON JOSE SALAZAR ANGULO

El 3 de marzo de 1909 falleció en esta capital el General de Di­ visión don José Salazar Angulo, siendo Gobernador y Comandante General del departamento de Cabañas. Larga y penosa fue la enfermedad que cortó la existencia de este simpático soldado y culto caballero, y la sociedad salvadoreña lamentó mucho la desaparición eterna de uno de los buenos servidores de la patria. Pertenecía el General Salazar Angulo a una de las familias más antiguas y distinguidas del país: era hijo del Coronel don Joaquín Sa­ lazar y nieto del General don Nicolás Angulo, que tan brillante actua­ ción tuvieron en nuestra vida militar. Nacido en esta capital, la muerte le sorprendió a los 55 años de edad. Su carrera militar principió en 1885, cuando El Salvador resistió heroicamente la invasión que trajo el General Justo Rufino Barrios. Sirvió al Gobierno del General Figueroa en aquel mismo año. En 1890 luchó bizarramente contra la intervención del Presidente Barillas de Guatemala, y todavía se recuerdan las gloriosas hazañas de la famosa “ Brigada Salazar” en las diferentes acciones de armas que tuvieron efecto en aquel año1. 1 En esa ocasión un poeta salvadoreño le dedicó esta décima: A tu palabra elocuente Gloriosamente has unido Tu patriotismo aguerrido, Tu condición de valietne. En el peligro inminente

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En 1894, durante la revolución que derrocó al General Ezeta, fue herido en la defensa de la ciudad de Cojutepeque y desde entonces cesó su borrascosa vida militar. Gustaba de la vida civil, y después de cada guerra pedía su baja y se retiraba a la vida del comercio, o a servir empleos de Hacienda para los que poseía una notable expedición. Fue Gobernador y Comandante en varios departamentos. Gran corazón, franco, leal y generoso. Poseyó una inteligencia nada común y brilló en muchos salones por su ingeniosa y amena con­ versación.

Jamás frunciste el ceño: Por eso con gran empeño Quiere ahora coronar Al General Salazar El pueblo salvadoreño.

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DOCTOR DON MARIANO ORELLANA

Nació en esta capital el año de 1854. Sus padres fueron don Juan Orellana y doña Toribia de Orellana, personas distinguidas de la so­ ciedad salvadoreña. Inició sus estudios en esta capital, dando muestras de su decidida inclinación por la carrera de la Medicina, en la que más tarde se desta­ cara tan brillantemente. Su familia se trasladó a la ciudad de Santa Tecla, cuando la ruina de San Salvador. Terminados sus cursos de Ciencias y Letras, comenzó tesonera­ mente en Francia sus estudios de la Ciencia de Hipócrates. En 1880 se doctoró en París. Su tesis, escrita en francés — idioma que llegó a do­ minar con facilidad— intitulada “ Influencia de las enfermedades del tubo digestivo en el desarrollo de la tuberculosis pulmonar” , fue un notable trabajo, en el cual el doctor Orellana se reveló como un profun­ do conocedor de todas las fases de la terrible peste blanca. El célebre tisiólogo francés doctor Renaud se refirió en su libro “ Sobre la Tuberculosis Pulmonar” , al estudio del doctor Orellana. Cupo al distinguido facultativo salvadoreño generalizar el sistema de auscultación y percusión como medios del diagnóstico. Fue un médico eminente, orador, profundo conocedor de la histoi'ia, latinista y erudito profesor. Sus estudios y observaciones en el campo de la Medicina, le habi­ litaron para convertirse en un verdadero maestro. Su pluma brillante escribió numerosos opúsculos, en los que a la par del estilo delicado de

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su autor, campeaba el consejo autorizado y la técnica médica adquirida a base de esfuerzos. Profesor universitario y Miembro de la Junta Directiva de Medicina, prestó al primer centro docente importantes servicios. Cuando formaba parte de Jurados examinadores, su réplica era severa e implacable. Gozó de una memoria privilegiada. Doña Teresa Trabanino fue su esposa, y de ella tuvo una hija; Angela, admirable compositora que conocía a fondo los intrincados secretos de la armonía. Murió el doctor Mariano Orellana joven aún, a los 40 años de edad, en el barrio de San José de esta capital, el 30 de marzo de 1894. Fue sepultado en el Cementerio General de esta ciudad en la tumba de don Manuel Palomo; y en el año de 1929, por disposición del Gobierno del doctor don Pío Romero Bosque, fueron exhumados sus restos y trasladados a un lado de la tumba del ex-Presidente doctor Manuel Enrique Araujo, con el propósito de honrar después debidamente su memoria. M. C. R.

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GENERAL DON HORACIO VILLAVICENCIO

El 23 de diciembre de 1898 dejó de existir en San Salvador el General Horacio Villavicencio, quien fue una de las figuras militares más notables de Centro América. Larga y penosa fue la enfermedad que le quitó la vida, y sin embargo, su espíritu no decayó ni un momento, sobreponiéndose al vencido organismo, harto minado ya por los azares de una vida de lu­ chas tormentosas. Querido y respetado de nuestro Ejército, supo conducirlo más de una vez a la victoria, al favor de un talento militar por todos recono­ cido, de su serena audacia y de sus vastos conocimientos en la ciencia de la guerra. Previsor como pocos, se adelantaba a los acontecimientos y sabía evadir los reveses y preparar el triunfo de sus tropas con sagacidad sorprendente. En el combate, su calma era admirable. En lo más recio de la pelea apreciaba los elementos del enemigo y disponía los de sus hues­ tes, con esa conciencia exacta que distingue a los buenos capitanes, sin precipitaciones ni atolondramientos, con la seguridad del militar que sabe la responsabilidad que sobre él pesa en los momentos difíciles en que un combate puede decidir del destino de un pueblo. Estaba en todo: cuidaba de los heridos, del aprovisionamiento de municiones y de que no se expusiera inútilmente uno solo de sus soldados, tratándoles con cariño paternal y con energía tanta, que se

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hacía obedecer fácilmente, infundiendo confianza y valor en los espí­ ritus que se mostraban débiles ante el peligro. Aquí en San Salvador nació este valeroso guerrero el 15 de marzo de 1854. Fueron sus padres don Mariano Villavicencio y doña Basilia Bo­ nilla; y en 1868 entró en calidad de cadete al Colegio Militar que di­ rigió el inolvidable General Luis Pérez Gómez. Desde que en concepto de oficial salió del Colegio para ingresar al Ejército, comenzó la vida de azares de este militar cuya muerte habrá que lamentar siempre. En todo Centro América hizo brillar su espada; fue de los héroes que defendieron Chalchuapa el 2 de abril de 1885 y en todas partes supo poner muy alto el nombre del Ejército salvadoreño. Costa Rica le distinguió con honores y recompensas. Patriota esclarecido, su actuación en nuestra política fue muy honrosa. Tanto sus prestigios militares como el conocimiento que de sus méritos tenía el pueblo salvadoreño, contribuyeron a que se le postulase en dos ocasiones a la Presidencia de la República. El éxito le fue adverso; y modesto y nada ambicioso, aceptó siempre sus reve­ ses políticos con tranquilidad de repúblico convencido y con espíritu de amable filosofía.

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DON CARLOS MELENDEZ

Hijo del honorable ciudadano señor don Rafael Meléndez y de doña Mercedes Ramírez de Meléndez, nació el 1° de febrero de 1861. Hizo sus estudios en el colegio que dirigió el profesor español don Fernando Velarde. El año 1885 sirvió con patriotismo a la República, ante la inva­ sión del General Barrios. Obtuvo en Inglaterra un empréstito para el país, sin devengar sueldo, honorarios, comisión ni viáticos. Candidato popular en 1888 a la Presidencia de la república; miembro de juntas de beneficencia y caridad, su nombre estuvo rodeado siempre de respeto y cariño generales. Con motivo de la infausta muerte del Presidente Dr. Manuel Enrique Araujo, llegó a la presidencia de la República, en su carácter de Primer Designado, en marzo de 1913; y para el siguiente período fue electo Presidente Constitucional de El Salvador. “ No obstante que los interinatos son épocas transitivas en que la voluntad personal y el pensamiento de evolución, no se estrechan ante la función conciliadora de una política que no se quiere truncar, nuestro país tuvo la suerte de cosechar la acción y los beneficios positi­ vos del patriota don Carlos Meléndez. Cuando el 4 de febrero de 1913, la república ensangrentada, bam­ boleaban sus instituciones en un espanto de anarquía, el interinato de don Carlos Meléndez, fue motivo de absoluta precisión para cimentar la paz y la concordia que en aquellos momentos amenazaran perderse.

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Y fue el prestigio de este ciudadano, a los altos timbres de su vida, a lo que se debió en aquella hora el mantenimiento de esa amable paz que tanto necesitábamos. Las llaves de las libertades y de los derechos republicanos, estaban en las manos del hombre probo que supo siempre tendeidas a la amis­ tad, al aplauso cívico y a la dádiva pecuniaria, en los momentos en que estas tres cosas fuesen necesarias. Y así, para el corazón del pueblo que ama y espera ciegamente, bastaba tener la esperanza del porvenir, sobre el pasado del hombre que supo siempre ser ciudadano de veras. Dejando consignada la acción conciliadora que fuera resultado de su exponente individual, y penetrando su actividad gubernativa en el período provisorio de su presidencia, puntualizaremos los aconte­ cimientos más sobresalientes, que dieran margen al aplauso de la na­ ción entera, ante todo, entre las clases conscientes y bien intencionadas, que no piensan bajo el influjo del color de las banderías partidarias o el convencionalismo egoísta. La política internacional tuvo en ese período un momento de crítica expectación para los salvadoreños, al sentir el paso acelerado del conquistador que, basándose en la “ coveniencia suya” , en la “ ne­ cesidad de su propio interés” , un recodo de nuestro litoral del Pacífi­ co, ciertas concesiones que favoreciendo planes de seguridad posterior, fuesen para El Salvador en menoscabo de su integridad nacional. Y el alma del país vibrante y viril, encauzada como el afluente de todas las energías patrióticas en el alma del Presidente Meléndez, exteriorizó la más noble, franca y patriótica protesta diplomática que conviniera a los intereses lesionados del país” . ( Gustavo A. Ruiz). “ Cuando tuve la noticia de la sangrienta tragedia del 4 de febre­ ro, consumada en el parque Bolívar pensé con sobrada razón que tan grave era el hecho, y tan profundamente impresionó la opinión. Y como para el buen nombre de nuestras repúblicas latinas, sólo se toman en cuenta los largos períodos de orden y trabajo, aquella in­ moralidad política hizo temer que el mal tuviera raíces en el pueblo y que ninguna fuerza sería capaz de mantener el orden sobre las olas del caudillaje en lucha y de desviar el país de la trágica pendiente en que se había colocado. Para salvarlo de la ruina segura no se necesitaba de una energía intransigente y sostenida en el Gobierno, que despertara rivalidades de partido, sino la acción conciliadora de un ciudadano justo, que por los

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prestigios de su honradez y patriotismo, por su prudencia y ecuanimi­ dad, se colocara en el fiel de la balanza y pudiera encauzar la opinión pública, teniendo a raya a los pocos pero audaces elementos disociadores que habían preparado el atentado y debían estar listos para lan­ zarse a la revuelta y contener al mismo tiempo los impulsos de la indignación impaciente que pudieran empujar al Gobierno a la antigua y funesta política de represalias. El problema era difícil y requería toda la serenidad de un verdadero patriota. “ Y he aquí que apareció a la cabeza del gobierno una personali­ dad limpia y prestigiosa que unificó rápidamente la opinión sensata en favor del orden y de la justicia y mantuvo a flote la nave del estado cuando parecía que iba a zozobrar. Esta personalidad fue el ciudadano don Carlos Meléndez. Su historia de patriota sin mancha llevó al país la confianza que necesitaba en aquel momento crítico, y las pasiones políticas sólo pudieron producir espasmos fugitivos, sin conmover el fondo del sentimiento popular, que se compactó en derredor del nuevo jefe de la República. El país le debe tan importante servicio, prestado en momentos difíciles con peligro de su tranquilidad y aun de su misma vida” . (Rubén Rivera). “ Vida agitada y tempestuosa la vida del Poder; agitarse en las esferas de la política y ser sereno ante los problemas nacionales, es cosa bien difícil. Es en este campo de acción donde debe verse al señor Carlos Meléndez. Sin ambiciones rastreras, sin huellas de crímenes, con enorme cau­ dal de honradez, con energías potentes y cumpliendo la Ley, llegará a la Presidencia el señor Meléndez. No ascenderá a ella como muchos por líneas quebradas; sigue la línea recta, ama la sencillez republicana y se mantiene firme con su antiguo prestigio, con el cariño y respeto de todos sus conciudadanos y creyendo siempre que la serenidad es una de las grandes virtudes que acompañan en todo momento a los hombres superiores. Don Carlos Meléndez atrae por sus virtudes cívicas; atrae por el fiel cumplimiento de la Constitución; atrae por su fisonomía amable y austera a un tiempo mismo: lleva en sí el imán que hace de los hombres la voluntad que manda obedecer y el corazón que ordena amar. No es un fermento de anarquía ni por su posición política social, ni monetaria: he ahí la suprema virtud que le mantiene en pie sin ser tocada su cabeza por tempestades que casi siempre rodean a los políti­ cos que surgen por casualidades del destino.

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Siempre será un timbre de orgullo para el señor don Carlos Meléndez su gesto altivo defendiendo la soberanía nacional y laborando por la concordia y acercamiento fraternal de los pueblos centroamerica­ nos. Es por todo esto que tiene derecho a vivir perennemente dentro del espíritu nacional que supo encarnar y defender” . (S. Martínez Figueroa). Después de sufrir muchas congojas políticas, triste y abatido, como corolario forzoso de una vida política intensa, murió en Nueva York el día 8 de octubre de 1919.

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DON RAFAEL GUIROLA DUKE

Nació en esta capital el 8 de octubre de 1864 y murió en Santa Tecla el 23 de abril de 1919. Sus padres fueron el ex-presidente de la República don Angel Guirola y doña Cordelia Duke. Tuvo por maestros a los señores don Fernando Velarde, don José María Cáceres y don Daniel Hernández. Posteriormente fue enviado a Europa, en donde permaneció como seis años. Pasó a continuación a los Estados Unidos e ingresó primero a una Academia Militar y después a un Instituto de Comercio en donde se graduó. En 1885 fue Secretario de una Legación que se envió a Guatemala. Fue Alcalde Municipal de Nueva San Salvador el año de 1891. Durante la Administración del Gral. don Carlos Ezeta des­ empeñó, en 1892, el cargo de Ministi'o de Hacienda, Crédito Público y Fomento. En 1895 fue electo Diputado a la Asamblea Legislativa. Fue de nuevo Ministro de Hacienda y Crédito Público en la Ad­ ministración del doctor Manuel E. Araujo y ejerció los cargos de Ministro Plenipotenciario en Francia, Inglaterra y Bélgica. Desempeñó la Presidencia de la Beneficencia Pública y la D i­ rección de un Banco, y la Asamblea Nacional le nombró Designado a la Presidencia de la República.

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Mimado por la fortuna y nacido y crecido en la opulencia, ali­ mentó un sentimiento de ingénita bondad que le conquistó simpatías generales. Fue un alto exponente social, de nobles procederes y de espíritu caballeresco.

VICENTE ACOSTA

Nació en Apopa el 24 de julio de 1867, y murió en Tegucigalpa, en el propio aniversario de su nacimiento, el año de 1908. Fueron sus padres don Lisandro Iraheta y doña Cecilia Acosta. En la ciudad donde vino a la vida el renombrado poeta salva­ doreño se alza gallardo un edificio moderno, higiénico y elegante, inaugurado en 1926. Es el grupo escolar “ Vicente Acosta” , que lleva el nombre del hijo esclarecido de aquella ciudad, de quien fuera en sus primeros años maestro de escuela, como que había salido de la Normal de Maestros. “ Después Acosta comenzó a perderle el amor a lo que un día fue su pasión y abandonó la vida pueblerina. Se trasladó a la capital, en cuya vida inquieta entró en cuerpo y alma. Sembró de sus mejores versos los diarios y las revistas, que en aquellos días salían a la luz pública. Se metió a periodista político. Fue al destierro. Hizo papel de esos mártires que ruedan tierras inútilmente; y en el destierro murió pobre, triste, abatido, con los ojos empañados por la agonía, abiertos y fijos hacia donde estaba la patria, cerca ¡pero tan lejana! ( Arturo Ambrogi) . ” “ Cuando se fundó la Academia de Ciencias y Bellas Letras, de la cual fué órgano oficial el Repertorio Salvadoreño, empezó a llamar grandemente la atención el nombre de un joven poeta que iniciaba con ardor y brillantez su carrera literaria. Ese joven era Vicente Acosta. Para la generalidad del público era completamente desconocido;

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sus versos popularizaron bien pronto su nombre y su persona. Lo que entonces escribía era leído con avidez y juzgado con aplauso. Aun los del oficio, poetas y prosistas, se regocijaron con los triunfos del nuevo camarada. Rubén Darío le consagró poeta; José Joaquín Palma encontró en sus versos la miel de las cañas cubanas; Francisco Gavidia lo elogió y saludó en Acosta el advenimiento de un artista inspirado y vigoroso; el decano de los poetas nacionales lo llamó “ el primer poeta salvadore­ ño” , y el público profano encontró exactos tales juicios que estaban de acuerdo con su modo de sentir. Fuera de Centro América sus versos tuvieron igual buena fortu­ na. Revistas y periódicos los encaminaron y los reprodujeron. Rafael Núñez, el más admirable poeta-filósofo de América Latina y uno de los más poderosos cerebros del Nuevo Mundo, felicitó espontáneamente a Acosta por sus obras, especialmente por la composición Ultratumba y le envió sus poesías con expresiva dedicatoria. En las Antologías de poetas americanos, hechas en España y en América, los editores han insertado siempre composiciones de Acosta, y su nombre es uno de los cuatro que aparecen citados como poetas centroamericanos en la Historia del Progreso Científico, Artístico y Literario, en el Siglo X IX , publicada por la “ Ilustración Ibérica” de Barcelona. En Acosta cualquiera que se fije un poco reconocerá fácilmente dos épocas, que corresponden a dos maneras distintas de producir su obra de arte, con dos éxitos, distintos también, pero siempre halagüe­ ños: la época en que escribió las mejores composiciones de la Lira Joven, que fundaron su reputación, y la época modernista, durante la cual sus producciones, tal vez más refinadas, parecen, quizá por lo mis­ mo menos espontáneas. ( Francisco A. Gamboa)” . “ Decíamos que con Vicente Acosta se inicia el movimiento moder­ nista de las letras nacionales. Acosta se aparta con delicadeza del romanticismo al cual pagara áureo tributo en sus primeros versos, aromados del sentimiento becqueriano. Sabe librarse de la influencia de los alejandrinos pomposos, sonoros y huecos de Velarde; de las doloras campoamorianas, imitadas hasta la saciedad; de las leyendas de Núñez de Arce, casi siempre ripioso; de las orientales de Juan Arólas, en quien se inspiró José Joa­ quín Palma, dios menor de una turba de troveros románticos. Acosta rechaza con discreción los procedimientos métricos en

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uso. Conocedor de la estética moderna aprecia y usufructa el aspecto psicológico del verso, sin desatender el orgánico que en sus estrofas vibra al ritmo del primero. Modernismo puro, es el de Vicente Acosta. Por eso, en nuestro poeta ningún verso es ridículo; ninguna estrofa, histérica; ningún ma­ tiz, absurdo; ninguna transmutación de sensaciones y de acentos, loca; ninguna libertad, abuso. Las composiciones poéticas de su segunda juventud hasta su muerte inmatura, son límpidas de toda mancha métrica, de toda des­ armonía interior. Porque su vista mental fue sutil y amplia, y su percepción interna, profunda. Como Calixto Velado cuida siempre que sus versos tengan un mo­ tivo ideológico. Y nadie como Acosta ha sabido troquelar su obra con la sustancia poética superior, sino que perdura inagotable y siempre fresca a cada nueva percepción. (Juan Ramón U ñarte)” . “ Vestid al genio con el traje de la humildad; dad al talento los modestos atavíos del trabajo; ceñid sobre la frente del proletario la diadema de la virtud, y obtendréis la fotografía moral de Vicente Acos­ ta, el primer poeta de El Salvador, y uno de los que más pueden honrar en la actualidad a la literatura americana. Carece de pretensiones, y estamos ciertos de que cuando estas líneas lea, va a reprocharlas a nuestra nunca desmentida amistad. Pero ¿qué hacer? nosotros no po­ demos excusarnos de cumplir con el precepto cardinal de la justicia que manda dar a cada uno lo que es suyo. A l remitirnos nuestro amigo José Joaquín Palma, el inspirado cisne del Bayamo, algunas de las poesías de Acosta, que por encargo del autor le pedimos para la presente colección, nos escribe estas pala­ bras: “ Le envío los lindos y perfumados versos de Acosta; léalos y goce. Tienen bouquet becqueriano y miel de nuestras cañas. Sentimien­ to, espontaneidad y alteza; todo eso encontrará en ellos. Acosta es un verdadero poeta, y tengo la seguridad de que entre pocos años será timbre y delicia de la musa centroamericana” . ¿Qué podríamos agregar a este expresivo juicio del autor de las Tinieblas del Alma sobre el sentido cantor de Apopa? Nada, en verdad, que no fuera pálido y frío. (Dr. Ramón U ñarte)” . “ Acosta ha aparecido al inaugurarse esta revolución invisible, pero fácil de ser comprobada al sólo hojear cronológicamente cualquier centón de poesías nacionales, la Guirnalda Salvadoreña o cualquier co­

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lección de periódicos literarios como la Juventud o el Repertorio o la Juventud Salvadoreña. “ Desde que vi los primeros versos de Acosta le concedí el título fácil de adquirir con que por aquí sellamos al primero que se lanza a emborronar cuartillas. Me pareció “ inteligente” , lo que entre nosotros quiere decir “ no es tonto” . Dichos primeros versos eran un soneto. Es­ taba en boga en aquellos días Joaquín Méndez: su oda a Morazán, su periódico La Juventud, el soneto que le dirigió don Juan Cañas, lla­ mándole “ pichón de águila” , formaban una nubecita de gloria sobre la cabeza del noble muchacho: el soneto de Acosta era escrito en su loa, no recuerdo lo que decía, pero sí que tenía un verso cojo. Todos los socios de La Juventud se rieron del soneto, salvo Joaquín y yo, que entonces admiraba a cualquiera que supiese medir los versos por parecerme esto, entonces, uno como dón natural admirable. Entonces el mayor elogio que yo hacía de un INTELIGENTE, era: Saber medir los versos. Y es que en realidad se necesita OIDO, o sea cierta facultad perceptiva, para escribir y apreciar la armonía del verso, como en música. Desde que me persuadí de que, fuera de uno, los trece versos restantes del soneto A JOAQUIN MENDEZ estaban bien medidos, ya no perdí de vista, o mejor dicho no perdí de oídas a Vicente Acosta. Digo así porque en aquellos días, él era interno del Colegio Normal de Institutores, y fue preciso esperar dos años para que alguien me dijera: aquél es Vicente Acosta. De cuando en cuando salían trocitos de versos, a lo Bécquer, estrofitas divididas por números romanos o asteriscos, firmados por él. Cobraba fama de inteligente; luego se vio que él no se quería con­ formar con tan poco y los periodistas se vieron obligados a escribir en sus gacetillas: Nuestro amigo el joven poeta. . . Dios sabe el placer que le daría esta última palabra que perturba más la imaginación que si tratase de un título de propiedad sobre la Gran Bretaña. Vale la pena de referir esas pequeñas satisfacciones. Aquel de los distintivos que más separa los versos de Acosta de los de las escuelas que le han precedido, es que no se apasiona de la música, sino cuando corresponde a una idea nueva y verdadera. El hace trabajar de consuno la armonía y la reflexión: tiende a la sinfonía medi­ tabunda. Su pensamiento vuela muy raras veces por fantaseo y capricho como las golondrinas; sube más bien como el halcón, con giros en que

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se entrevé un designio; y al romperse de la cláusula se advierte que trae consigo la presa: una idea. Poeta dulce, de grandes dotes descriptivas, parecería que por estos síntomas de su vocación podría ser indiferente, como son de or­ dinario los de ese género, a los sufrimientos de la patria y las caídas de la libertad. La escuela pensadora obedece a una idea de verdad y a una pasión redentora. En los versos de Acosla no falta la nota militante y la indignada. ( Francisco Gavidia)” . “ No regales tu libro Lira Joven. El público vulgar cree que las prosas y los versos se escriben juega jugando. No sabe nada de los insomnios, de los padecimientos físicos y espirituales de los que damos el jugo de nuestras venas y la vida de nuestro cerebro, para dar alimen­ to al vientre, nunca saciado de la prensa periódica. No regales tu libro. Que lo vendan las librerías hispanoamericanas. Entiéndete con Bethancourt de Curacao, con Miranda de Santiago, con Casavalle de Buenos Aires. Si tu libro gusta, que debe gustar, porque es flor literaria, obra de un verdadero poeta se agotará esta edición, ganarás dinero y recibi­ rás buenas propuestas. No regales tu libro. (Rubén D a río)” . Don Ricardo Palma, insigne tradicionalista limeño, otorgó a nues­ tro poeta la más alta consagración con la siguiente carta: “ Lima, septiembre 2 de 1890.— Sr. D. Vicente Acosta, San Sal­ vador. Mi estimado poeta:— Recibí ayer su precioso libro y lo felicito por él. Es un mentís a los que propalan que la poesía se va, y que la prosa se ha enseñoreado de los espíritus. — Mucho y muy bueno nos promete la Musa que a Ud. inspira. Diré a Ud. con mi amigo Gavidia: el hombre madura como las uvas, y entonces se produce el buen vino.— Usted para mí pertenece al número no de los llamados, si no de los escojidos. No es Ud. uva que se conserva siempre agraz, sino uva que ha de madurar y ser dulcísima. Más que vino, dará Ud. néctar delicio­ so.— Acepte Ud. la enhorabuena más cordial de este viejo borroneador de papel, y créame muy suyo sincero apreciador y amigo afectísimo.— Ricardo Palma!'. El poeta laureado cerró sus ojos en la ciudad de Tegucigalpa a donde se había refugiado como emigrado político. La Colonia Salva­ doreña residente en aquella ciudad se empeñó por la traslación de sus restos al solar nativo en 1924. Cuentan las crónicas que cuando se procedió a efectuar la exca­ vación en la tumba del malogrado poeta, se encontró que la raíz de un roble había envuelto completamente la calavera de Vicente Acosta.

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Este detalle por demás interesante se prestó a muy diversos co­ mentarios en la prensa de varios países. El escritor hondureño Froilán Turcios escribió un bellísimo artículo sobre el particular, haciendo presente que, aun ya muerto, Acosta recibía la confirmación de su numen esplendoroso al ser abrazada su cabeza por la raíz de un fuerte roble.

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JUAN ANTONIO SOLORZANO

Nació en San Salvador el 20 de octubre de 1870. Fueron sus pa­ dres los señores Justo Rufino Solórzano y María del Tránsito Calderón. Aprendió a conocer las letras del alfabeto en el seno del hogar, con su señora madre; y la enseñanza elemental la recibió de don Francisco Castañeda. A la edad de doce años el niño Juan Antonio entró a la Imprenta Nacional para aprender el oficio de cajista, donde muy pronto se hizo conocer por su talento. Como Julio Michelet, Solórzano, antes de escribir libros los com­ puso y reunió letras antes de reunir ideas. Más tarde, cuando se fundó el Instituto Nacional, bajo la Presiden­ cia del General Francisco Menéndez, el joven cajista consiguió de su jefe dos horas de permiso para ir a recibir clases de Gramática Castella­ na, y de francés. Respecto a la Retórica, decía Solórzano que él leyó algunos textos durante los pocos momentos que no estaba inmóvil de­ lante de la caja; pero que jamás recibió lecciones de ningún maestro. Sus primeros versos los publicó en el Municipio Salvadoreño, di­ rigido entonces por don Belisario Calderón. Después colaboró en todas las revistas literarias que se publicaron en el país y en varias del ex­ tranjero. Durante la Administración del General Ezeta se le quiso hacer aparecer al frente de El Eco Nacional, periódico semi-oficial de aque­ lla época. Solórzano como era natural, no aceptó y se vio en la necesi-

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dad de emigrar a Guatemala, en donde colaboró en el Diario de Centro América y en Guatemala Ilustrada. A poco fue llamado de Quezaltenango por la conocida casa Grimaldi y Alvarado, para redactar en unión de don Francisco Gavidia, el acreditado periódico El Bien Público. Pasada la revolución de abril, Solórzano se entregó de lleno a la prensa política. Fue uno de los primeros afiliados al partido parlamen­ tario y socio fundador del Club Revolución. Seguidamente fundó con el simpático Luis Lagos y Lagos La Re­ forma, periódico doctrinario y de combate que luchó contra liberales rojos y conservadores clericales; escribió también en esa época en El Tipógrafo. Pasada la tempestad eleccionaria se dedicó de nuevo a sus tareas literarias. Colaboró asiduamente en el “ Repertorio” y “ La Juventud Salva­ doreña” y ha formado parte de la redacción de el “ Diario del Salva­ dor” , importantísima hoja política, y de “ La Pluma” , “ El Fígaro” y “ La Semana Literaria” . Fue redactor del “ Diario Oficial” . Murió en esta capital.

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DOCTORA ANTONIA NAVARRO

Víctima de penosa enfermedad rindió a Dios su espíritu, el 22 de diciembre de 1891, esta inolvidable joven doctora, cuyo nombre ha sido y seguirá siendo gloria de la mujer salvadoreña, honor de las aulas universitarias y notable orgullo de la patria. Nació en esta capital el 10 de agosto de 1870, siendo sus padres el Licenciado don Belisario Navarro y doña Mariana Huezo. Entrada apenas en la adolescencia, y comprendiendo ya la eleva­ ción de su destino emprendió con formalidad y perseverancia los arduos estudios por medio de los cuales había de ilegar a la realización de una carrera científica. El 20 de septiembre de 1889, después de satisfacer con brillantez las últimas pruebas universitarias, la señorita Navarro obtuvo el grado de doctora en Ingeniería. Aplausos y parabienes sin número fueron tributados de todas partes a la joven académica, y la prensa así nacional como extranjera, saludó con frases de bien merecido elogio a la primera doctora salvadoreña. Su tesis doctoral se tituló La luna de las mieses. Con ese motivo un poeta nacional (A dolfo Castro), le dedicó la siguiente composición: Salve a la Ingeniera hermosa, cuya cualidad primera es ser antes que Ingeniera, y antes que hermosa, ingeniosa.

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Hoy que das cima gloriosa a una carrera, altanera empiezas ya la carrera de la vida fatigosa. Ten fe, Antonia, no hay reveses donde hay caricias maternas; y óyeme: sin esquiveces te darán sus luces tiernas, sino lunas de las mieses lunas de mieles eternas.

DOCTOR TACITO MOLINA IZQUIERDO

Nació en San Salvador el 11 de marzo de 1873. Fueron sus padres el doctor don Tácito Molina Guirola y doña Carmen Izquierdo. Por línea paterna su ascendencia llega a don Sancho de Barahona y doña Isabel de Alvarado, hija de don Jorge, hermano de don Pedro de Alvarado, Conquistador y Capitán General de Guatemala. A causa del terremoto ocurrido en San Salvador en aquel año, la familia Molina Izquierdo se trasladó a Guatemala. En esta última ciudad concurrió al colegio privado de las señoritas Arce y Palomo. Posteriormente, ingresó al colegio del pedagogo don Sostenes Esponda y tuvo por maestros a los señores Vela, Irizarri y Valenzuela. En 1885 obtuvo el grado de Bachiller en Ciencias y Letras; y ha­ biendo ingresado a la Escuela de Derecho se recibió de Abogado a los veintiún años. Vino a El Salvador poco tiempo después y se incorporó a la Universidad Nacional. En Guatemala ejerció el profesorado en algunos planteles de en­ señanza, y en El Salvador desempeñó varias cátedras universitarias. Fue Presidente de la Asamblea Constituyente de Guatemala, y Designado para ejercer la Presidencia de la República. Cuando Guatemala preparó, durante el régimen del Licenciado Manuel Estrada Cabrera, una valiente y esforzada revolución, Molina Izquierdo era el director y guía. Electo Presidente del Partido Unionis­

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ta, su acción se hizo sentir en todo Centro América, y el prestigio de su nombre conquistó muchos adeptos entre los hombres de pensamiento y energía. Patriota esclarecido, jamás doblegóse al miedo ni al halago; y de ahí que su nombre estuvo siempre rodeado de alto y merecido re­ nombre. Sufrió decepciones políticas, porque cultivó ideales; pero su porte de patricio no reveló jamás las tempestades de su espíritu. Falleció en el mes de septiembre de 1930. Ciudadano de ejemplar integridad; académico de variada ilus­ tración; orador de fácil y elegante palabra, dejó hondos recuerdos de su honorabilidad y de su saber. M. C. R.

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ARTURO AMBROGI

Nació el 19 de octubre de 1875 y murió el 8 de noviembre de 1936. Sus padres, el General Constantino Ambrogi y doña Lucrecia Acosta de Ambrogi. Director de la Biblioteca Nacional, dejó huellas visibles de su paso con la reproducción de obras de gran interés histórico y patriótico. Aún me parece estar viendo a Ambrogi: “ Sus ojos de un verde muy marchito, sus cabellos lacios, su palidez de cera y la melancolía que hay en toda su persona” . . . Gran escritor. Bibelots fue su primer ensayo a los diez y ocho años. Le siguen, por su orden, Cuentos y Fantasías, Crónicas Marchitas, El Libro del Trópico (Primero y Segundo), Impresiones del Japón y de la China, y El Jetón. Escritor fecundo, hizo brotar las galas de su ingenio en multitud de Crónicas, en las cuales brilla su estilo analítico, bello y sugestivo. Tenía la virtud de dar vida al colorido y rienda suelta a la imaginación. Orfebre admirable, cinceló con pluma de luz el alma campesina, haciendo surgir cuadros que evocan la dulce, tranquila y pródiga campiña salvadoreña. Leyendo a Ambrogi siéntese palpitar el encanto de la naturaleza priAiitiva, ahí donde el gallo señorea, y el buey y el hombre, en con­ junción magnífica, hunden en la tierra sus instintos y esperanzas. Leed cualquiera de sus encantadoras narraciones y sabréis de las tristezas y ansias del pobre campesino! No había en él idealismo romántico, sino realismo puro, animado

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de potente fuerza psicológica para desentrañar el alma de nuestro pueblo. Poseía exquisita precisión descriptiva, y conocedor profundo del ambiente, transparentaba en sus páginas todo el sencillo vivir de las al­ deas. Captaba los más pequeños detalles y construía una acuarela con la misma exactitud de los pinceles. Paisajista de hombres más que ana­ lizador de urdimbres sentimentales, este notable cuentista de los cam­ pos forjaba sus narraciones de tal manera que el modelo quedaba impreso en su obra, todo lleno de inspiraciones campesinas y caldeado por el sol del trópico. Viajero inquieto, ambuló por todo Centro América. Visitó Chile y Argentina; y toda una generación de escritores suramericanos le tuvo por compañero. China y el Japón, con sus exóticos paisajes, abrieron nuevos horizontes a su pluma de artista. La tierra, su eterna compañera, le ha dado ya su ropaje de amor. M. Castro R amírez .

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DON ISMAEL G. FUENTES (FUNDADOR DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA HISTORIA)

Nació en San Salvador el 14 de julio de 1878 y era un niño cuando tuvo el dolor de perder a sus padres. Hizo sus primeros estudios en el Liceo Salvadoreño y de este plan­ tel pasó a la Escuela Politécnica, que dirigió el Capitán español don José María Francés y Roselló. En la administración del General Ezeta fue enviado a Alemania para continuar sus estudios. Tuvo a su cargo la Secretaría del Consulado de El Salvador en Costa Rica, y se dedicó a tareas periodísticas. Desempeñó el empleo de Secretario Particular del Presidente de la República General Figueroa. Desde 1907 a 1918 permaneció retirado del servicio administra­ tivo, ocupándose en sus negocios particulares. Habiéndose incorporado a las filas de un partido político puso en este género de tareas su incansable laboriosidad, su entereza de carácter y su alto valer mental. En 1919 se le nombró Secretario de la Legación de El Salvador, acreditada en Italia y España. Algún tiempo después se le ascendió a Encargado de Negocios ad-interim, y obtuvo el nombramiento de De­ legado al Congreso Postal Universal, celebrado en Madrid. Desempeñó en 1923 las funciones de Encargado de Negocios de España, y en 1927 fue ascendido a Ministro Plenipotenciario en Ale­ mania. En su juventud formó parte de la redacción de “ El Fígaro” , “ La

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Pluma” , “ La Semana Literaria” y otras revistas; y a la época de su muerte era Director del diario “ El Día” . Laboró con feliz éxito por el buen nombre del país, y a él se le debe la fundación de la ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA HIS­ TORIA. Poseía las siguientes condecoraciones: Gran Cruz de la Real y dis­ tinguida Orden de Isabel la Católica; Gran Cruz Roja Alemana; Co­ mendador de la Real y distinguida Orden de Carlos III; Comendador de la Orden de Isabel la Católica; Gran Cruz de la Sociedad Heráldica Hispano Americana; Miembro de la Real Academia de Ciencias de Cádiz; Académico de número de la Academia Salvadoreña de la His­ toria; Doctor Honorario del Colegio de Doctores de Madrid y Gran Cruz de la Orden de San Silvestre. Hombre de escogida y varia cultura fue el señor Fuentes; espíritu selecto dotado de una fuerza de voluntad superior a todos los obstácu­ los; fueron los de su vida, desde muy joven, años de agitación incesante, de lucha y de labor perennes. Aquejado de grave dolencia volvió al patrio suelo y principió la publicación de sus recuerdos diplomáticos; trabajo que dejó inconcluso porque llegó para él la hora de la completa calma, de la dulce se­ renidad. Falleció en Santa Tecla el 16 de mayo de 1934. V íctor Jerez.

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DON JORGE LARDE

Nació el 21 de septiembre de 1891, en esta ciudad; y falleció el 24 de julio de 1928. Bachiller en Ciencias y Letras, dedicóse de lleno al Magisterio; y sus enseñanzas fueron fuentes de luz y de saber. Distinguióse en las asignaturas de Filosofía, Física, Química e Historia. La Escuela de la ciudad de San Martín lleva su nombre, en mere­ cido homenaje a su apostolado de maestro. Fue miembro distinguido de la ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA HISTORIA, la cual perdió con su muerte a uno de los aca­ démicos más esclarecidos. De sus trabajos históricos merece citarse, por su trascendencia e importancia, Orígenes de San Salvador Cuzcatlán. Dice uno de sus biógrafos “ que supo leer al través de los tiempos los ignorados misterios de nuestra historia, comprender lo que nadie comprendió, para dar a nuestras mentes todos aquellos misterios y saciar nuestra sed de saber” . “ Arrancó de las duras piedras y de las inscripciones antiguas la interpretación del lenguaje Maya-Quiché, como si a sus oídos hubiese llegado el eco lejendario de aquellos varones que supieron hacer Patria” . Era un geólogo consumado e hizo estudios profundos de Sismolo-

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gía. El sabio doctor Santiago I. Barberena le tenía en alta estimación intelectual. Sus trabajos científicos hacen alto honor a su Patria, que le perdió en plena florescencia intelectual. M. C. R.

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DON JORGE LARDE

DOCTOR JOSE ALFONSO BELLOSO Y SANCHEZ SEGUNDO ARZOBISPO DE SAN SALVADOR

Nació en San Salvador el 30 de octu­ bre de 1873 y murió en Santa Bárbara, California, el 9 de Agosto de 1938. Alumno del Pío Latino Americano y del Colegio de San Sulpicio en Francia. Recibió las órdenes de sacerdote el año de 1897 en Roma. Prelado, Maestro y Académico.

y su sepulcroIsaías será glorioso. Cap. 10-11 Son inexcrutables los designios de la Providencia. Era aquella tarde histórica del 6 de julio, plena de intensas emociones, cuando nos agrupábamos presurosos para despedir en el campo de aviación a nues­ tro amadísimo Arzobispo, y al par que la tristeza atenaceaba nuestros espíritus, porque el ave contextura de acero, de potentes alas plateadas, arrancaba de nuestro suelo y se llevaba en sus entrañas a nuestro Prela­ do, una risueña esperanza, sin embargo, acariciaba nuestros corazones: muy pronto nos traería de regreso al amado Pastor, lleno y rebosante de salud. Por eso, las evoluciones del potente bimotor más que escribir en el terso lienzo de las nubes un angustioso interrogante, parecía a nuestras miradas ávidas de optimismo, bosquejar en la pantalla inmen­ sa de esa tarde, la suspirada escena de su feliz retorno: Monseñor ben­ diciendo desde la altura, bajo el palio anchuroso y esplendente de los cielos, a su grey amante que lo aclamaba! Y con la pupila saturada de esa visión consoladora, avizorábamos el lejano horizonte, mientras el pájaro plateado se perdía en lontananza, confundido en la plata derre­ tida de la claridad solar.

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Los días transcurrieron pictóricos de inquietudes y esperanzas. Noticias consoladoras acusando franca mejoría, tranquilizaban y animaban el pueblo salvadoreño, cuando he aquí, que nuestra Patria bruscamente, del Tabor de sus alegrías, recién pasadas las fiestas pa­ tronales, es transportada al Calvario de una dolorosa inmolación. Con el frío laconismo de un radiograma se desvanecieron y esfumaron nuestras lisonjeras esperanzas. Una noticia urgente, tristísima, desga­ rradora, llegaba desde Santa Bárbara, California, a la mansión presi­ dencial: Monseñor Belloso había muerto. Su raudo vuelo desde Ilopango había sido sin retorno: había volado hacia la eternidad, y con la misma rapidez y sensibilidad que las ondas misteriosas de la radio vibraron aquel tristísimo amanecer del diez de agosto, vibró también de emoción intensa toda el alma salvadoreña. Las autoridades y la sociedad entera, sin distinción de clases, hermanadas por la común tristeza, se estremecieron de pesar, y las lágrimas, los elogios fúnebres y, sobre todo, las plegarias férvidas, eran una lúgubre sinfonía que hacía eco al gemebundo clamor de las campanas, tocando a vacante. Monseñor Belloso y Sánchez ha muerto, sí; su pérdida es irrepa­ rable; el vacío inmenso que ha dejado es muy difícil de llenar. Como sacerdote era ejemplar, por su vida interior y su pureza acrisolada; como maestro, sabio y prudente; como geólogo y matemático, autoridad en la materia; como escritor y orador, de subidos quilates; como pa­ triota, insigne; como Pastor, celoso e incansable; en una palabra, fue un apóstol en el pleno significado de ese vocablo; peregrinó por el erial de este mundo sin mancillar sus impolutas alas con el fango nausea­ bundo de mezquinos intereses, prodigando tan sólo el tesoro de sus virtudes, en constante y generosa dádiva de todo su sér, cual holocausto de caridad. No es menester pedir prestadas sus galas a la Retórica y valerse de la lisonja para su encomio fúnebre. Eso sería profanar su nombre y manchar su historia, cristalización hermosa de la humildad. Su actua­ ción luminosa y fecunda se destaca con claridad meridiana y por ende se elogia por sí mismo. Su vida toda de Sacerdote y de Mitrado y de Arzobispo ha sido un viviente panegírico. En perenne ascensión con las dos alas: la vir­ tud y el saber, escaló las alturas privilegiadas donde anida la aristo­ cracia del espíritu. Pero lejos de marearse en el pináculo del poder supo mantenerse con inalterable humildad. Guardó la euritmia maravi­ llosa con los Poderes Supremos del Estado, y a todos sus subalternos los

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trajo con el imán irresistible de su encantadora amabilidad. Todo el copioso acervo de sus vastos conocimientos, su vida íntima de asceta, su celo ardiente por las almas, y su amor apasionado por la Iglesia y el Papa, su patriotismo que tradujo en hechos ostensibles, esLaba henchido, saturado y embalsamado de ese quit divinum que atrae, conquista y avasalla. De temperamento dinámico y de voluntad de acero, aparecía, sin embargo, cautivando con la caricia de su trato y la sonrisa perpetua de su amor. Y o que lo traté de cerca y tuve la fortuna de gozar de su predilec­ ción; y en la Pro-Secretaría Arzobispal y en la “ Visita ad Lámina” , en la silente soledad de alta mar, propicia para las confidencias, en el res­ coldo del hogar común del cristianismo: Roma, a la sombra protectora del Papa, pude aquilatar los valores auténticos de ese varón justo, como lo apellidarían en su lenguaje peculiar los Libros Santos. Por eso, en esta hora solemne, no sólo la grandeza inmensa de esa figura epónima y avasalladora me eximen de la labor de tejer su semblanza, porque rompería el marco demasiado estrecho de una ora­ ción fúnebre, sino también porque huelga todo encomio, cuando el mejor panegírico es el espectáculo imponente, de elocuencia abrumado­ ra, que ha ofrecido este pueblo salvadoreño, precedido por sus altas autoridades, desde el día que arribaron sus restos venerados. Hay un lenguaje más convincente y persuasivo que el de las palabras, los hechos contundentes, el llanto significativo de tantos que lloran su te. Y los labios enmudecen cuando el alma es la que llora; y en estos momentos de luto nacional, solloza mi alma, la vuestra y el alma gi­ gante de nuestra Patria. Permitidme, pues, que mejor descienda de esta Cátedra Sagrada para que cabe sus despojos santos, llore en silencio mi alma dolorida y ya que enmudecen mis labios porque todo vocablo se congela en mi lengua, mi corazón de hijo agradecido modulará un poema sin pala­ bras, de amor, admiración y gratitud. Pero no, aunque la voz se ahogue en mi garganta y el llanto irrumpa copioso de mis ojos y mis palabras se congelen en mis labios, del fondo, sin embargo, de mi alma de discípulo y de hijo amante, emerge poderoso e irresistible un grito de ultratumba: no calles, habla de mis predilecciones; es el testamento de mi amor, el mejor y más va­ lioso tesoro que os lego, aunque muero pobre a los ojos del mundo. Sí, señores, no puedo callar, porque ese cadáver se levantaría para fustigarme con el anatema calcinante de ingrato. Alfonso Belloso y Sán­

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chez se ha perfilado en toda su actuación luminosa de sacerdote y obispo, como apasionado por la Iglesia y por el Papa, el Dulce Cristo en la tierra. No descansó, ni escatimó esfuerzos y energías, hasta lo­ grar que su Patria afianzara sus relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Y con filial entusiasmo fabricó una morada para su Dignísimo Representante, y laboró tesoneramente hasta obtener de Roma que se elevara al rango de Nunciatura la Representación Pontificia. Como lógica consecuencia de ese amor al Papa; obedeció con do­ cilidad sus sabias directivas, asimiló su pensamiento genial y su recia mentalidad, obsesionando su inteligencia y embargando dulcemente su corazón el ideal grandioso de un Seminario Interdiocesano. Y aquel sublime e inquieto soñador, superando dificultades sin cuento y luchan­ do con denuedo contra la indiferencia ambiente y el glacial escepticis­ mo de quienes juzgaban utopías sus hermosos y espléndidos planes, logró surgiera, como al conjuro del milagro, un moderno, sólido y esbelto edificio, que bajo los auspicios de su predilecto San José, fuera venero fecundo de sacerdotes vii'tuosos e ilustrados para cristalizar en hecho tangible la consigna divina del Evangelio: ser luz del mundo y sal de la tierra.

Y esa obra magna, obra cumbre de su fecundo pontificado, al mismo tiempo que es bella realización de sus santos anhelos, es ahora el mejor monumento a su memoria. Cada ladrillo parece una palabra de un inmenso poema petrificado, o fragmento de elocuente y signi­ ficativo epitafio. Ahora cuando nos hemos dado cita, hermanados por la común desgracia e impelidos por el mismo reconocimiento filial, me pa­ rece sentir el suave rumor de las alas impalpables de un Arcángel que señalando con el índice de su izquierda el cuerpo exánime del gran Arzobispo y con la diestra el nuevo Seminario, exclama: “ Hic iacet arquitectus aspice monumentum” ; aquí yace el arquitecto, contempla el monumento: Monumento que tal vez para los miopes del espíritu, es hoy hacinamiento mudo y desprovisto de vida; pero que en no lejano día, a la claridad doliente de ese astro que tramonta, será la página más bella y elocuente de la vida de José Alfonso Belloso y Sánchez. Porque, persuadámonos, una vez por siempre, la Religión Católi­ ca, Apostólica y Romana que nos legaron como valioso patrimonio nuestros invictos proceres y antepasados, la que aprendimos en el re­ gazo de nuestras madres entre besos y caricias; la que ha escrito las hermosas epopeyas de la Historia; la que forjará nuestro engrandeci­ miento y soberanía, colocando a nuestra Patria sobre el tabor de sus 306

glorias inmarcesibles, esa Religión, repito, no podrá conservarse in­ cólume y mucho menos tener su plena e integral aplicación, si los porta­ voces auténticos de ese Evangelio de amor, los sacerdotes católicos, no pululan como espléndida floración en el suelo fecundo de nuestra patria. Por eso, sobre ese cuerpo exánime, como sobre el ara santa que improvisaban los primeros cristianos, valiéndose del cuerpo de los Mártires, prometamos solemnemente a nuestro amadísimo Pastor, tes­ timoniarle el cariño fiel y nuestra sincera gratitud, no con palabras que brotan sí en el pleamar de nuestro entusiasmo, pero que se des­ hacen muy pronto como los caprichosos encajes de las olas, ni con lágrimas estériles que se evaporan al calor calcinante del desierto de la vida, ni siquiera con plegarias huérfanas del hálito fecundo de sus nobles y sublimes ideales, sino que con hechos tangibles y evidentes, como sería el continuar y perfeccionar la obra gigante que él emprendió y amó con predilección: el Seminario. Ahora sí, ya puedo enmudecer, porque he cumplido con un deber ineludible. Callaré, para que hable tan ^ólo mi corazón, en silencioso recogimiento, con el lenguaje misterioso del dolor y del amor, cabe ese sepulcro que será glorioso. Et sepulcrum ejus erit gloriosum. Sí, su sepulcro será glorioso, porque al ser depositados sus restos venerandos en esa afortunada cripta, como al caer la semilla en el surco abonado de la tierra, se trocará en germen embrionario, pero fecundo de futura inmortalidad, que al eco taumaturgo de la bíblica trompeta germinará ungido de celeste gloria y con la inmarcesible aureola de sus excelsas virtudes. Sepulcro glorioso para la Iglesia Salvadoreña y para la Patria entera, porque si ese corazón noble paralizó su ritmo gigante el 9 de agosto, su sangre no se ha perdido; fue riego fertilizante que dará pro­ digiosa fecundidad a todas sus empresas. Y si la luz apacible de sus pupilas, plenas de dulzura, se apagó suavemente al soplo glacial de la muerte, de ese sepulcro surgirá muy pronto un reverbero lumbre celes­ tial que marcará la aurora de espiritual resurgimiento y nos señalará, como la columna luminosa al pueblo israelita, el seguro derrotero del engrandecimiento patrio. Sí, querido Monseñor, vuestro sepulcro será glorioso. Los gigan­ tes de virtud, como Vos no terminan su acción bienhechora con el de­ clinar de la vida mortal, sino, al traspasar los umbrales de ultratumba, siguen siendo fuerza propulsora con el resplandor maravilloso de sus

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virtudes y la lluvia incesante de sus gracias. Por eso, mi última palabra será pediros, que recompenséis con creces, desde el cielo, ese gesto elocuente de los Supremos Poderes del Estado al interpretar fielmente el sentir popular, asociándose al duelo de la nación entera. Bendiciones paternales a todos los sectores sociales que cual una sola familia lloran con nosotros el fallecimiento de su bondadoso padre y pastor. Al Excmo. Señor Nuncio que se ha dignado presidir estas exequias: al Excmo. Monseñor Vilanova, quien, no obstante su quebrantada salud, quiso darnos el gran consuelo de su dulce presencia; a los dignísimos representantes eclesiásticos de la Diócesis Oriental y de los países her­ manos, para todos ellos la dádiva de vuestra generosidad. ¡Para vuestras virtuosas h erm a n a s!... A h!, Monseñor, no en­ cuentro en el vocabulario humano palabras para expresarlo, porque eso se siente, pero no se dice. Vos, mejor que nadie conocéis la belleza de sus almas y contempláis ahora en sus corazones destrozados la tem­ pestad de un acerbo dolor. Hacedles vislumbrar a través de esas nubes del sufrimiento y de las lágrimas, iluminadas con la lumbre divina del Calvario, vuestra verdadera glorificación que ha empezado con el sa­ crificio de vuestra vida. Y en las horas lúgubres de soledad, que no olviden que ahora más que nunca estáis cerca de ellas, para proteger­ las y ampararlas. Si han perdido un hermano y padre cariñoso, han ganado en el paraíso un ángel tutelar y un decidido protector! Y para mí, Monseñor, solamente imploro una gracia; con la pre­ dilección con que siempre lo hacías, así al despuntar el día, cada aurora me traiga el regalo precioso de la caricia impalpable de vuestra mano que me bendice desde el cielo. Así sea. Francisco J. Castro R.

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Insurrección del 5 de noviembre de 1811 promovida por los salvadoreños José Matías Delgado, Nicolás, Vicente y Manuel Aguilar, Manuel José Arce, Juan Manuel Rodríguez y Domingo Antonio Lara.

BOCETOS BIOGRAFICOS

AREVALO, GREGORIO.— Nació en esta ciudad el año de 1808. De cuna humilde, supo en fuerza de honradez y constancia llegar a ocupar puesto señalado entre los hijos de Gutenberg. Refería, lleno de entusiasmo, los esfuerzos de nuestros proceres y la resistencia al Im­ perio, preparada por el Padre de la Patria, Dr. Delgado. Estuvo en la batalla de San Pedro Perulapán, en calidad de sol­ dado. Más tarde obtuvo el grado de Teniente Federal. Tomó parte en la defensa de la plaza de San Salvador cuando fue sitiada por el ejército del General Carrera. Le tocó estar, como otros tipógrafos, en la trin­ chera situada en el punto denominado “ El Palo Verde” . Llegó a la Dirección de la Imprenta del Estado. Maestro Goyo le llamaban cariñosamente los del gremio. En 1843 ese establecimiento estuvo bajo su dirección. A llí se im­ primió “ El Amigo del Pueblo” , fundado por el doctor Francisco Due­ ñas en unión del doctor Enrique Hoyos. Falleció en 1898, a los 90 años de edad. ARCE, DIEGO MARIANO.— Hizo sus estudios en Guatemala hasta obtener la ordenación de sacerdote católico. Fue Cura Párroco de Apastepeque y de Suchitoto y Canónigo de la Catedral de San Salvador. En el orden civil fue Diputado a la Asamblea y en el año de 1825 Pre­ sidente del Consejo Consultivo. ARCE, JUAN JOSE, PRESBITERO.— Nació en San Salvador en 1759 y murió en Guatemala en 1850. A su fallecimiento, era el sa­ cerdote más antiguo del arzobispado. Por su austeridad de costumbres,

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espíritu evangélico y su inagotable caridad, se le tenía por un verdadero modelo de pastor espiritual. Auras de santidad acompañaron a su últi­ ma morada al humilde discípulo de Aquel que nació en un pesebre y murió en una cruz. ARCE DE LEON, BERNARDO.— Nació en San Salvador del ma­ trimonio de don José Arce y doña Manuela de León. Recibió su educa­ ción en Guatemala. Gozaba de brillante posición económica y social; pero muy amante de la libertad de su patria trabajó en este sentido con los revoluciona­ rios del 5 de noviembre de 1811; y cuando éstos fracasaron en su intento fue de los que asistieron a la sesión secreta que se celebró en la Casa parroquial de Mejicanos, en la que los patriotas, como hábil medida política, resolvieron recibir con toda atención a los pacificado­ res que venían de Guatemala. ARAUJO, TEODORO.— Nació en 1862. Hizo sus estudios con mucho aprovechamiento en la Universidad de El Salvador, hasta obtener el grado de doctor en Jurisprudencia el año de 1885 y el mismo año el de abogado en la Corte Suprema de Justicia. Fue Juez de Primera Instancia, Diputado a la Asamblea Legis­ lativa y sirvió con feliz suceso la Secretaría de la Universidad. Murió joven, cuando todavía pudo prestar importantes servicios al país. AJURIA, RAMON.— Nació en San Salvador, el 4 de septiembre de 1821. Sus padres fueron don Jerónimo de Ajuria, natural del Seño­ río de Vizcaya en el reino de España, y doña María de la Luz Valdés, salvadoreña de nacimiento. Don Jerónimo desempeñó varios cargos en los últimos años del período colonial; y el año de 1821 era miembro del Ayuntamiento sansalvadoreño, y en concepto de tal fue de los signatarios del Acta de Independencia del 21 de septiembre. D. Ramón se dedicó al ejercicio del comercio; más tarde entró al servicio público y ejerció los empleos de Contador Mayor y de Te­ sorero General. Falleció en edad avanzada. AGUILAR, JORGE.— Hijo del ex-Presidente doctor don Eugenio Aguilar y doña Dolores Padilla. Estudió en la Universidad de El Sal­ vador, hasta doctorarse en Farmacia y Ciencias Naturales. Fue Sub-Secretario de Instrucción Pública en la administración del Dr. Zaldívar, y más tarde Director del Museo Nacional.

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Falleció en es*a capital. AGUILAR Y CAMPOSECO, VICENTE.— El 15 de abril de 1802 nació del matrimonio de don José Aguilar y doña Dolores Camposeco. En 1841 fue Alcalde Municipal de San Salvador; en 1858 Dipu­ tado por Teotepeque y en 1869 Contador Mayor de la República. Falleció el 18 de septiembre de 1870. Fue un ciudadano honorable que desempeñó papel importante en la vida social salvadoreña. El periódico oficial del gobierno salvadoreño comentó su muerte, así: “ Inspirado el señor Aguilar por un espíritu recto y honrado; por eso la sociedad le bendice y la Nación le reconoce como uno de sus buenos servidores; por eso el alma se oprime de dolor al ver caer en su camino, herido por el dedo de la muerte, a uno de esos obreros in­ fatigables del bien” . " AGUILAR, RAFAEL ANTONIO, CANONIGO.— Nació en 1796, fueron sus padres don Rafael Antonio Aguilar y doña Felipa Cañas. Fue Chantre de la Catedral de San Salvador. Obtuvo el grado de bachi­ ller en Filosofía en 1817. Ordenado de Presbítero sirvió en su país varias parroquias, entre otras, la de su ciudad natal, que estuvo a su cargo varios años. El Padre Delgado tuvo para él una gran estimación. Falleció el 11 de septiembre de 1868, a los 72 años de edad. Extraño a los partidos políticos, durante 48 años ejerció su apostólico ministerio y lleno de méritos pasó por la vida como ejemplo de virtudes sacerdotales. AYALA, FERNANDO.— Nació en 1839. Sus padres fueron don Tomás Ayala y doña Lucía Castañeda. Con la mayor honradez ejerció su profesión de Escribano Público. Durante muchos años fue Secretario de la Junta del Hospital de San Salvador, y contribuyó de modo notable a la organización y fun­ cionamiento de la Lotería del Hospital y Hospicio, convertida hoy en Lotería Nacional. Redactó los periódicos “ La Caridad” y el “ Bien Social” . Fue Tesorero General de la República y Secretario Privado del Presidente de la República. Falleció el 27 de febrero de 1903. ALFARO, TOMAS.— Nació el 8 de mayo de 1792 y fue hijo de don Tomás Alfaro y doña Josefa Salazar. Muy joven ingresó al ejército salvadoreño y prestó grandes servicios a la Patria, cubriéndose de lau­ reles como vencedor de las tropas federales en la batalla de Milingo.

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ALARCIA, WENCESLAO.— Perteneciente a honorable y antigua familia sansalvadoreña. Fue caballero de mucha distinción y aprecio que desempeñó en el Ramo de Hacienda importantes empleos, entre otros, los de Administrador de Rentas, Vocal de la Junta de Crédito Público y Miembro del Tribunal Mayor de Cuentas. Murió en edad temprana cuando podía continuar sirviendo digna y provechosamente al país. AGUILAR, TOMAS.— Hijo del ex-Presidente doctor Eugenio Aguilar. Nació el 31 de diciembre de 1852 y murió el 25 de noviembre de 1915. Emprendió sus estudios de abogacía a la edad de 50 años y era de admirar su constancia y entusiasmo. En las aulas de la Universidad Nacional fue querido y respetado por su exquisito dón de gentes y por su ingénita bondad. Fue Diputado y Juez de primera Instancia. Dr. ARRIETA ROSSI, JOAQUIN.— Hijo legítimo de don Reyes Arrieta y de doña Joaquina Rossi. Nació en esta capital en uno de los días aciagos del sitio en 1863. Hizo sus estudios de Humanidades en renombrados colegios europeos. A su regreso al país se dedicó al profesorado y emprendió los es­ tudios de Jurisprudencia hasta obtener en 1888 el título de doctor. Su tesis versó sobre la histórica reclamación Sagrini. En Guatemala se incorporó de abogado y desempeñó la judicatura de Quezaltenango. Acompañó al Dr. Jacinto Castellanos como Agregado de la De­ legación de El Salvador a la Primera Conferencia Panamericana ce­ lebrada en Washington. Abogado y escritor inteligente murió en la plenitud de la vida el 28 de agosto de 1894, en la ciudad de Santa Ana en donde desempe­ ñaba con acierto una judicatura de primera instancia. GENERAL BRAN, CIRIACO.— Este aguerrido militar y distin­ guido patriota, hijo de los señores Mateo Bran y María Cañizales principió a figurar en las filas del ejército salvadoreño, con el nom­ bramiento de sargento primero, el año de 1828, en que San Salvador se defendió del ataque de las fuerzas federales hasta hacerlas capitular en Mejicanos. Después, fue promovido a Subteniente de la 4a. Compañía de Flanqueadores del Ejército Protector de la Ley.

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Continuó prestando sus servicios al lado del general Morazán y tomó parte en las funciones de armas que tuvo este caudillo. Cuando Morazán abandonó el territorio salvadoreño, Bran que era enemigo de Malespín, en unión de varios calvareños asaltó el cuar­ tel del Pabellón, pero fue derrotado. Permaneció escondido por algún tiempo; pero logró escaparse y fue a unirse a su antiguo jefe, a quien acompañó en la guerra de Costa Rica. El general Malespín tuvo un noble y gallardo proceder con Bran, y logró así atraérselo a sus filas y convertirlo de sañudo adversario en amigo fiel y cariñoso. Lo acompañó a la campaña de Nicaragua y concurrió al sitio de León. Caído Malespín, emigró a Honduras y se separó del servicio mi­ litar, hasta en 1863 que hizo armas contra el Gobierno del general Barrios. Estuvo de alta en la Administración del Dr. Dueñas; y, después de la revolución de 1871 se retiró a la vida privada. CALDERON, BELISARIO.— Nació en San Salvador el 12 de oc­ tubre de 1856 y murió el 12 de diciembre de 1923. Fue alumno del maestro de escuela don Manuel Lanza. Estudió Ciencias y Letras en la Universidad Nacional. Cultivó con esmero las letras y colaboró en muchas revistas y pe­ riódicos, en los cuales se encuentra diseminada su obra literaria de escritor y de poeta. Fue el fundador de “ El Municipio Salvadoreño” . Desempeñó varios empleos en el Ramo de Correos; y durante muchos años sirvió la Oficialía Mayor del Ministerio de Justicia, hasta la época de su muerte. CALDERON, DANIEL.— Nació en 1857. Siguió sus estudios en la Universidad hasta obtener el grado de doctor en Jurisprudencia y después la Corte Suprema de Justicia le confirió el título de abogado. En las aulas se distinguió por su brillante talento, y muy joven era cuando desempeñó el empleo de Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda, y poco tiempo después el de Subsecretario de Estado en dicho Ramo. Con gran éxito sirvió varias cátedras en la Universidad, de la cual fue Secretario, y por cuyo progreso y buen nombre trabajó con notable acierto. Escritor de elegante estilo y orador de fácil palabra, su discurso

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de apertura de las clases universitarias en 1884 da de ello evidente muestra. Falleció en Ahuachapán, siendo Juez de Primera Instancia. CAMACHO, FAUSTINO.— Militar de gran mérito. Fue segundo jefe del ejército salvadoreño que derrotó a las fuerzas federales en el combate de Milingo, y ejerció la Comandancia General de las armas en 1831 y 1832. CASTILLO PORTAL, FABIO.— Hijo del jurisconsulto Dr. Fabio Castillo; nació en esta capital el 16 de junio de 1870. Fue muchos años profesor de Castellano en la Escuela Normal de Señoritas y coronó con éxito su carrera de abogado. Sirvió el Registro de la Propiedad Raíz e Hipotecas de la ciudad de San Vicente y la Judicatura de Pri­ mera Instancia. Abogado recto e inteligente, falleció el 21 de noviem­ bre de 1916. CASTILLO, JOSE DOLORES.— Funcionó como Diputado al Con­ greso de 1833; con el grado de Teniente asistió a la acción de Arrazola; y se refiere que cuando ésta se había perdido por los salvadoreños, Cas­ tillo pudo reunir unos cuantos fugitivos y regresar con ellos a batir al enemigo; y que esa porción de patriotas cedió en su ataque hasta que, simultáneamente fue acometida a tres fuegos y perdió el último cañón que le quedaba. Refiere el notable historiador doctor Cevallos “ que cuando Morazán atacó al gobierno de San Martín éste nombró Mayor General del Ejécito al Coronel José Dolores Castillo, patriota ilustre que desde los primeros años de la Independencia de Centro América había venido sirviendo con desinteresado patriotismo y acierto la causa santa de la libertad: que el Coronel Castillo cuando defendía la plaza resultó herido en un brazo: que la gravedad de la herida desorganizó el ejér­ cito de San Martín; y que esa circunstancia desgraciada dio la victoria a Morazán; y que el ilustre Castillo fue cobarde e inhumanamente ase­ sinado por una escolta federal” . CASTRO RAMIREZ, AUGUSTO.— Nació en San Salvador, el 29 de septiembre de 1894; y fueron sus padres el honorable ciudadano don Baltasar Castro y la distinguida y virtuosísima matrona doña An­ gela Ramírez. Cursó los estudios de Ciencias y Letras en el Instituto Nacional y los de Jurisprudencia en la Universidad de El Salvador, en la que obtuvo con el mayor lucimiento el grado de doctor en dicha Fa­ cultad.

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Desde muy joven reveló poseer un hermoso talento y un brillante estro poético. Desempeñó el empleo de Juez de Primera Instancia de la capital con toda rectitud y acierto; y su muerte fue una irreparable pérdida para el foro y la literatura nacional. En su labor artística realizó estas normas: “ no han de ser los versos como la rosa centifolia, toda llena de hojas, sino como el jazmín de Malabar, muy cargado de esencias. El verso por donde quiera que se quiebre ha de dar luz y perfume” . El verso de Augusto Castro “ perfumaba como azahar y titilaba como la luz” . Murió el abogado y poeta el P? de diciembre de 1928. CASTRO, JOSE GUILLERMO.— Hijo de don José María de Cas­ tro y doña Luisa Alfaro, nació el 2 de febrero de 1764. Prestó buenos servicios en concepto de Capitán de Milicias en el período colonial y en varias ocasiones desempeñó el cargo de Regidor del Ayuntamiento de la capital. CASTRO MESONES, JOSE ANDRES.— Nació el 10 de noviem­ bre de 1804 y sus padres fueron don Bernardo Castro y doña Francisca de Paula Mesones. En Guatemala obtuvo el título de Médico, con nota­ ble lucimiento. Ejerció su profesión con feliz suceso y noble desprendimiento: a los pobres los servía no sólo gratuitamente sino que les suministraba generosamente las medicinas. Por su acierto profesional era admirado por sus colegas; y, por su gran corazón, respetado y querido de todas las clases sociales. CASTRO MESONES, JOSE FRANCISCO ALBERTO.— Hermano del célebre doctor don Andrés del mismo apellido, nació el 18 de julio de 1806. Fue Diputado a varias Legislaturas, Senador el año de 1850 y Designado para ejercer la Presidencia de la República. Yacen sus restos en la Iglesia del pueblo de Nueva Concepción. CISNEROS, JUAN N.— En 1833 desempeñó el empleo de Oficial Mayor del Ministerio General y después el de Tesorero General del Estado. También le fue conferida la Intendencia General de Hacienda y Guerra. Ejerció las funciones políticas de Ministro de Estado. De su matrimonio con doña Dominga Guerrero nació un hijo, que educó personalmente y, después, con su peculio personal envió a Euro-

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pa a estudiar pintura: ese hijo fue el gran pintor, Juan Francisco Cisneros. CORDERO, INDALECIO.— Importantes servicios prestó al país este digno general en su larga y brillante carrera militar. Tenía el grado de Capitán cuando defendió a San Salvador en 1828; en el ejército de Morazán ascendió a Teniente Coronel en 1829; fue Comandante de la División Vanguardia en 1844; con Malespín asistió a las campañas de Jutiapa y Nicaragua y concurrió a la guerra contra los filibusteros. Tuvo a su cargo la Comandancia del Puerto de Acajutla y las Comandancias de los departamentos de San Miguel y de Sonsonate. Falleció en Chalchuapa en 1870, a los 64 años de edad. CHOTO, JUAN.— Nació el 25 de noviembre de 1822 del matrimo­ nio de don Juan Pablo Choto y doña María Leona Flores. Acompañó al General Malespín en la campaña de Nicaragua y tomó parte en el sitio de León. Concurrió a combatir a los filibusteros en 1856. Adver­ sario del General Gerardo Barrios perteneció al ejército sitiador en 1863 y fue de los militares adictos al Presidente Dueñas. CUELLAR, EMILIO.— Hijo del notable abogado don José Eusta­ quio Cuéllar, antiguo Ministro de Estado; y de doña Josefa Palomo. Ocupó varios empleos, entre otros los de Secretario, Oficial Mayor y más tarde miembro del Tribunal Mayor de Cuentas; distinguiéndose por sus conocimientos y honorabilidad. CHOTO, CIRIACO.— General de División. Hijo de don Juan Pablo Choto y doña María Leona Flores, nació poco antes de la pro­ clamación de la independencia en 1821. Afiliado al partido del General don Francisco Malespín prestó im­ portantes servicios durante la administración política de este gobernante. A la caída de Malespín fue expulsado del país y vivió pobremente en Costa Rica, ejerciendo su oficio de sastre. Por gestiones de su familia obtuvo permiso para regresar a su patria, bajo condición de vivir en Sonsonate. En esta ciudad se encontraba cuando el Presidente Vasconcelos lo llamó al servicio de las armas. Fue Jefe Político de San Salvador en 1843 y Comandante del Batallón Permanente en 1853. En los años de 1854 y 1855 desempeñó la Gobernación Política del Departamento de San Salvador y fueron de suma importancia sus

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trabajos en favor de los damnificados por el terremoto del 16 de abril del primero de dichos años. Asistió en Nicaragua a la campaña contra los filibusteros. En 1862 emigró a Guatemala, de donde regresó el año siguiente. En 1866 le fue conferido el grado de General de División y fue uno de los Jefes de la mayor confianza del Presidente Dr. Dueñas. DELGADO SAN JUAN, MANUEL.— Hijo de don Manuel Del­ gado y doña Luisa San Juan. Desempeñó importantes empleos, entre otros, el de 1er. Contador de glosa y después, por varios años más, fue nombrado Contador Mayor de la República. DELGADO, ANTONIO GREGORIO.— Hijo de don Juan Delgado y doña Elena de San Juan, nació en San Salvador el 27 de noviembre de 1818; hizo sus estudios de Medicina en Guatemala, y al regresar ejerció su profesión con muy buen éxito y ejemplar desinterés. Gratui­ tamente desempeñó varias cátedras en la Universidad de El Salvador. DELGADO DE LEON, MIGUEL.— Hijo de don Pedro Delgado y doña Ana María de León. Fue Tesorero de Hacienda y desempeñó el principal papel en el movimiento de independencia del 23 de enero de 1814; pues su hermano, el Benemérito Padre Delgado, se encontraba confinado en Guatemala desde el primer movimiento de 1811. DELGADO, FRANCISCO.— Hijo de don Pedro Delgado y doña Ana María de León. Tomó activa participación en los movimientos de independencia en 1811 y en el 1814. Por este último permaneció mucho tiempo en prisión y le fueron embargados todos sus bienes por las au­ toridades españolas. Fue Diputado en la Asamblea; y el año de 1825 ejerció las funciones de miembro del Consejo Representativo. DELGADO, EMILIO.— Hijo del licenciado don Juan Delgado. Nació en San Salvador en 1848. Estudió Jurisprudencia en la Univer­ sidad Salvadoreña; pero abandonó los estudios y se dedicó a la carrera de las armas, en la que por su bizarría y denuedo llegó hasta Gene­ ral de División. En Honduras prestó muchos servicios, y habiendo encabezado una revolución contra el gobierno del General Luis Bográn fracasó en su intento y fue fusilado por éste el 18 de octubre de 1886. DELGADO, JOSE ANTONIO.— Hijo del general don Santiago Delgado y doña Estebana Cordero, nació el 11 de febrero de 1863. Estudió Ciencias y Letras en el Colegio de El Salvador, que dirigía el pedagogo cubano don Hildebrando Martí. Graduado de bachiller siguió la carrera de Medicina y se doctoró en dicha Facultad en 1888.

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Noble corazón, gran talento, de buena ilustración, escribió delica­ das poesías y trabajos científicos muy importantes. Murió en Guatemala el 2 de octubre de 1893 de una enfermedad adquirida en el ejercicio de su benéfica profesión. DIAZ, RAIMUNDO.— Nació en San Salvador el 17 de febrero de 1821. Era pariente próximo del poeta Francisco Díaz y del notable es­ tadista doctor Dueñas. Por su intachable honradez y extensos conoci­ mientos desempeñó importantes puestos en el Ramo de Hacienda, y por muchos años fue miembro del Tribunal Mayor de Cuentas de la Re­ pública. DURAN Y AGUILAR, MANUEL JOSE.— Nació el 9 de marzo de 1785.— Prestó importantes servicios como Intendente de San Saldor. Con motivo de su fallecimiento la Gaceta de El Salvador publicó esta nota necrológica: “ La Gaceta última de Guatemala, registra la triste noticia del fallecimiento de nuestro compatriota don Manuel José Durán y Aguilar, natural de San Salvador y miembro de una de las antiguas familias del Estado.— Empleado público sin tacha, padre de familia cumplidísimo, ciudadano virtuoso y modesto, el finado señor Durán era uno de aquellos hombres a quienes puede aplicarse el integer vita, scelerisque purus.— Sus amigos y deudos en esta República deplo­ ran sinceramente su pérdida. Séale la tierra leve” . DURAN Y AGUILAR, JUAN JOSE.— El 16 de abril de 1787 nació en San Salvador, del matrimonio de don Juan Francisco Durán y doña Mónica Aguilar. En 1806 se graduó en Filosofía; en Derecho Civil en 1810; y después efectuó su recepción de abogado. Fue Diputado a la Legislatura, Magistrado de la Corte de Justicia y Presidente del Consejo Representativo. DURAN Y AGUILAR, MARIANO.— Hermano de los dos ante­ riores, nació el 23 de marzo de 1792.— Siguió la carrera eclesiástica y se distinguió por sus grandes méritos.— Intervino en los asuntos po­ líticos, al lado de Carrera, y capturado por las fuerzas de Morazán, fue fusilado en Fraijanes. DUEÑAS, MIGUEL.— Nació el 28 de agosto de 1871. Agricultor y ciudadano distinguido. De educación esmerada, mantuvo siempre el cultivo de idealismos generosos. Trabajador infatigable, su dinamismo nunca decaído tuvo por cimiento una recia contextura moral. Si su capital, libre de impurezas, era inmenso, más grande fue el

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prestigio de su crédito moral. Jamás se vio mayor rectitud en los ne­ gocios humanos. En el hogar y en la vida pública y social mantuvo el prestigio de las más altas virtudes. Por la patria supo luchar con decoro, poniendo sus entusiasmos de leal salvadoreño por la causa del bien. Murió en París en 1928. ESCOLAN, JOAQUIN.— Prestó sus servicios en el escuadrón de Milicias de San Miguel con el grado de Capitán. Desempeñó el cargo de Diputado en varias Legislaturas y en 1834 ejerció las funciones de Jefe de Estado. ESCOLAN, FRANCISCO.— Nació en San Salvador el 17 de sep­ tiembre de 1855 y fueron sus padres don Francisco Escolán y doña Felipa Alvarado. Desempeñó varios empleos públicos como Adminis­ trador de Rentas y Miembro del Tribunal Mayor de Cuentas. Falleció el 15 de enero de 1922. ESTUPINIAN, MANUEL TRINIDAD.— Hijo de don Juan José Estupinián y doña María Manuela Renderos. Fue uno de los signatarios del Acta de la Independencia del 21 de septiembre de 1821, como miembro del Ayuntamiento de San Salvador, y en 1823 era Vocal de la Junta Provincial que protestó contra la asonada de Ariza y envió fuer­ zas para sostener las resoluciones de la Asamblea Centro-Americana. EDUARDO, DR. SIMEON.— Nació en 1863. De cuna humilde, supo, merced a su rectitud moral y a su dedicación al estudio, llegar a adquirir prestigio en la esfera profesional y judicial. Obtuvo su título de abogado en 1886. Juez de Primera Instancia en Ahuachapán, desempeñó después, con rectitud y competencia, una Magistratura en la Corte Suprema de Justicia. Fue Fiscal de la Universidad y Miembro de varias Juntas de Be­ neficencia. Durante muchos años desempeñó la Cátedra de Código Civil en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales. De carácter tranquilo, sin vehemencias en la expresión, era sin embargo, el tipo del abogado austero y competente.— Sin brillos des­ lumbradores, poseía un certero criterio jurídico. Con ocasión del proyecto de reformas al Código Civil, elaborado en 1902, el doctor Eduai'do, escribió sesudas críticas y juiciosos comentarios. La misma Comisión Legisladora le rindió tributo por su ecuanimidad y acierto. Murió en San Salvador el 27 de mayo de 1927.

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FAGOAGA, LEANDRO.— Hijo de don Diego Fagoaga y doña Rita Aguiar. Formó parte de la Junta Provincial que presidida por el Padre Delgado, sustituyó el gobierno del Intendente español doctor D. Pedro Barriere. FUNES, MIGUEL JOSE.— Nació en San Salvador el 29 de sep­ tiembre de 1839.— Fueron sus honrados padres, don Vicente Funes y doña Eusebia Arévalo. Hizo sus estudios de Humanidades y Filosofía en el Colegio “ La Asunción” , donde obtuvo el título de Bachiller y se graduó en Teología y Sagrados Cánones. Recibió en Guatemala las órdenes sagradas el año de 1868. Su primera Misa la dijo en la antigua Iglesia de Santo Domingo, durante la cual predicó el Canónigo Honorario Felipe de Jesús Novales. Al acto asistió el Presidente de la República doctor Francisco Dueñas. Después de ser Cura en Sensuntepeque, fue nombrado Cura encar­ gado de la Iglesia y Parroquia de Santo Domingo en esta capital; y desde entonces se dedicó con ahinco a servir a la orden Dominicana. Toda su vida eclesiástica mostró fervoroso celo religioso, una vir­ tud a toda prueba y su lema fue: 0 con Dios o con el Mundo. Falleció el 3 de noviembre de 1915, aquel digno ejemplo de virtu­ des sacerdotales y bienhechor de la Iglesia salvadoreña. FUENTES, JOSE M ARIA.— Hizo muy buenos estudios de Juris­ prudencia y se recibió de abogado. Ingresó al Ejército y ascendió a Coronel; distinguiéndose por su lealtad y valentía. FUNES, DOROTEO.— Sub-Teniente de la 1* Compañía de la Legión Veterana en 1856. Asistió a la campaña contra los filibusteros en las fuerzas comandadas por el General Gerardo Barrios. En 1863 defendió a San Salvador y fue ascendido a Capitán; y grado por grado llegó a General de División. En la Administración del General Menéndez fue Director General de Policía y Comandante General del Departamento de San Miguel. Fue de los militares que reprobaron el movimiento del 22 de junio de 1890. GALLEGOS, MIGUEL.— Nació en San Salvador el 7 de mayo de 1891. Hijo del ilustre jurisconsulto doctor Salvador Gallegos, supo prestigiar el apellido de su honorable padre. Doctor en la facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales; Agregado Civil a la Legación en Costa Rica; Sub-Secretario de Relaciones Exteriores desde el 4 de marzo de 1919 hasta el 1? de abril de 1921; Miembro de la Sección Salvadoreña de la Alta Comisión Financiera; y catedrático de Filosofía

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del Derecho Penal y Código de Comercio en nuestra Universidad en donde lució su talento y exquisita cultura. Murió el 29 de diciembre de 1931, dejando hondo vacío en el foro y en la sociedad. GARCIA, SILVESTRE ANTONIO.— Escultor, pintor y dorador. Vivió en pleno período colonial. Casado con doña Benita Evora, a quien por su origen le llamaban las gentes “ La Mexicana” . Tuvo dos hijos, Vicente y Basilio. Este último, padre de don Sal­ vador García, progenitor del doctor Ramón García González. En unión de sus hermanos, adquirió, por herencia paterna, las tierras de “ San Antonio Los Amates” , formadas por las propiedades conocidas hoy por El Espino y San Benito. Hombre de espíritu religioso, de costumbres austeras y de ascen­ diente público, dio gran impulso a las fiestas cívico-religiosas de San Salvador. “ El año de 1777, el Maestro García, llevado de su celo ardiente por las manifestaciones externas de culto cristiano, y cumpliendo un voto hecho en momentos de suprema angustia, esculpió y pintó la be­ llísima estatua de El Salvador que el pueblo venera y coloca en el carro el día de su Transfiguración gloriosa. “ Desde entonces, el Maestro Silvestre, con un entusiasmo altamen­ te laudable, se echó encima la devoción de hacerle al Santo Patrón su fiesta todos los años, con novenario y jubileo; noble tarea que siempre llevó a cabo con buena voluntad hasta su muerte, que ocurrió el año de 1807” . (Doctor Alberto Luna). En verdad, hemos tenido a la vista varias solicitudes de los vecinos de San Salvador, encabezadas por el señor García en las cuales se solicitaba permiso — tal era nuestro estado— a la Curia de Guatemala para esas celebraciones, y hemos leído las concesiones otorgadas por el Obispo Francos y Monroy. GONZALEZ, GUILLERMO.— Nació en San Salvador el 22 de agosto de 1885.— Fueron sus padres don Antonio González y doña Luisa Serrano de González, quienes formaron un honorable hogar. Falleció el 21 de noviembre de 1932. Médico de gran distinción, no obstante su juventud, descolló como uno de nuestros mejores cirujanos. Sirvió el Decanato de la Facultad de Medicina y desempeñó con gran acierto y consagración, el 2? Ser­ vicio de Cirugía del Hospital Rosales. Recogió la herencia gloriosa de Palomo, Guevara y Araujo, nues­ tros viejos y consagrados cirujanos.

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De carácter recto, afable, era, sin embargo, gran maestro de la ironía. HERRADOR, RAFAEL.— El 23 de octubre de 1856 nació en San Salvador, y recibió instrucción musical de su padre, el insigne profesor don Rafael Olmedo. Fue Director de la Banda Marcial de Santa Tecla y después de la de Sonsonate. Perteneció a la Banda de Altos Poderes, en la que se distinguió como un notable profesor. Escribió varias obras musicales, que han ob­ tenido merecidos aplausos de personas entendidas en el divino arte. IRUNGARAY, EZEQUIÉL.— Hijo del célebre Ministro don Ma­ nuel Irungaray.— Escribió un tratado de Teneduría de Libros. LARA, DOMINGO ANTONIO DE.— En San Salvador nació el año de 1740. Recibió su educación en Guatemala, en el Colegio de San Francisco de Borja. Cursó Matemáticas y Filosofía, bajo la direc­ ción de los Padres Jesuitas. De regreso a San Salvador fue regidor del Ayuntamiento; Alférez Real y Alcalde en 1781 y 1786. Casó con doña Ana de Aguilar, hermana de los proceres Aguilar. LARA, MANUEL JOSE DE.— Nació en 1749; y como su hermano don Domingo estudió en Guatemala. En 1795 sostuvo un acto público en la Universidad, y este centro, en 1801, le confirió el grado de Li­ cenciado en Filosofía. Ordenado de presbítero, fue cura por el Real Patronato del Partido de Olocuilta. LARA Y AGUILAR, MARIANO.— Nacido en esta capital, fue hijo de don Domingo Antonio Lara; siguió la carrera eclesiástica y ordenado de presbítero fue Cura de Zacatecoluca, en donde ayudó mucho al movimiento de independencia del 5 de noviembre de 1811. LARA, PEDRO DE.— El padre Lara, antiguo Cura de Mejicanos, nació en San Salvador el 29 de abril de 1787 y por su padre pertenció a la ilustre familia Lara, que prestó importantes servicios a la Patria. Por verdadera vocación se dedicó a la carrera eclesiástica y se ordenó de presbítero en 1817. Durante 53 años sirvió varios curatos y, últimamente, el de Nuestra Señora de la Asunción de Mejicanos, por espacio de 18 años. Falleció en San Salvador en 1870. LARA FERRANDIZ, JENARO.— Hijo del Coronel Salvador Ferrandiz y de la señora Aurelia Lara, la primera joven que obtuvo el grado de bachiller en la Universidad de El Salvador. Lara Ferrandiz se graduó de bachiller en Ciencias y Letras.

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Se dedicó al periodismo y fue redactor de El Gimnasio, El Univer­ so, Diario del Comercio y La República. Publicó varias poesías y tradiciones salvadoreñas. En la admi­ nistración del General Ezeta fue Director del periódico El Pueblo. LEIVA, MARIANO DE JESUS.— Sacerdote católico, hijo segun­ do del Capitán Mariano Leiva y primero de su matrimonio; heredó el carácter fuerte de su padre; pero su ministerio lo mantuvo en constante lucha y siempre apareció manso y humilde. De tarde en tarde, cuando alguna injusticia o un proceder inicuo le despertaban el genio, era violento y terrible. Era Jesús, sacando a latigazos a los mercaderes del templo. Gran latinista y gran teólogo, huía del bullicio de la ciudad y se refugiaba en el pueblo. Era el tipo del cura de aldea. Entregado a su ministerio, predicando el evangelio y moralizando a sus feligreses, que lo querían entrañablemente, pasaron sus cuarenta años de una vida de lucha perenne contra sus impulsos naturales, lucha que lo mantuvo siempre delgado, ascético y enfermo del hígado. Era un verdadero hijo de Jesús. Compartía todo cuanto tenía con los pobres, a los que dedicó todos sus cuidados. Su convento era un verdadero tribunal donde se dirimían todos los asuntos de sus feligreses; y sus sentencias, firme y dulcemente pronunciadas, eran inapelables. Cuando había algún re­ calcitrante o algún fullero, entonces aparecía el Leiva impulsivo y ancestral y sus sentencias eran terríficas. El padre Mariano nació en San Salvador en 1854 y murió en el Guayabal en agosto de 1894. Por su vida pura, por su abnegación y por su carácter, Mariano de Jesús Leiva fue un salvadoreño honorable. LOPEZ, CESAR.— Estudió en el Colegio La Asunción hasta gra­ duarse en filosofía. En la Universidad obtuvo el título de agrimensor en 1866 y después fue Catedrático de este plantel. Estuvo en el sitio de San Salvador en 1863, con el grado de Teniente; sirvió como ayudante del General Alvarado, defendiendo el reducto “ Morazán” . Durante la administración del doctor Zaldívar fue Comandante del Cuartel de Artillería y ascendido a General de División. M AYORA CASTILLO, MANUEL.— Fue hijo de don José María Mayora, antiguo Secretario de la Municipalidad de San Salvador, y de doña Josefa Castillo, perteneciente a distinguida familia de esta capital. Nació el 27 de junio de 1863. Recibió la segunda enseñanza en el

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Colegio de El Salvador a cargo de los profesores cubanos don Alsemo Valdés y don Hildebrando Martí. Dedicado a las tareas periodísticas fue redactor del Diario del Comercio y de la América Central. En la administración del General Ezeta tuvo a su cargo la direc­ ción de El Pueblo; en el período de gobierno del doctor Araujo redactó La República. Falleció el 28 de enero de 1925. MARIN BELLOSO, ILDEFONSO.— Nació en el barrio de Cande­ laria de la capital y era hijo natural del glorioso general don Ramón Belloso y la señora Tomasa Paniagua Marín. Asistió a la escuela del inolvidable maestro don Antonio Coelho. Fue aprendiz de carpintero y llegó a ser consumado maestro en su oficio, que le enseñó el reputado constructor don Manuel Campos. Tuvo a su cargo la construcción del antiguo Palacio Nacional, destruido por un incendio en noviembre de 1889. Acompañó a su padre en varias acciones de armas y por mérito de guerra ascendió a Coronel. Combatió en Santa Ana el 10 de abril de 1871 la revolución acaudillada por el General González; y viejos militares de aquellos tiempos decían que la muerte del Coronel Marín Belloso, ocurrida en el campo de batalla, influyó poderosamente en la derrota que sufrieron las tropas gobiernistas. MELENDEZ, GREGORIO.— Nació en 1857. Sus padres fueron don Ramón Meléndez y doña Ramona Porras. En la Universidad Sal­ vadoreña recibió el grado de doctor en Jurisprudencia en 1881. Fue Catedrático de Derecho Internacional, Su-Secrelario de Re­ laciones y Ministro de Gobernación. En 1894 fue vilmente asesinado. MELENDEZ, RAMON.— Secretario de la Diputación Provincial de San Salvador en 1821 y de la Junta de Gobierno en 1822. MIJANGO, DOROTEO.— El primer Presidente de la Sociedad de Artesanos de El Salvador, fundada en el período gubernativo del Ge­ neral González, nació en esta capital el 8 de febrero de 1811 y fueron sus padres dan Paulino Mijango y doña Justa Guidos. Desempeñó varios cargos administrativos; fue Regidor Municipal en 1846, Alcalde de San Salvador en 1865 y 1866 y Diputado de la Asamblea Legislativa en 1868 y 1877.

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Por ministerio de ley ejerció, durante algún tiempo la Gobernación Política del Departamento de San Salvador. Cuando ocurrió la ruina de San Salvador el 16 de abril de 1854, sirvió el Juzgado de 1^ Instancia de la capital y cedió sus sueldos en beneficio del Estado. Fue Director de la Fábrica de Pólvora, establecida por el Gobierno, y desempeñó varios cargos de beneficencia. En 1872 trabajó con empeño por la fundación de la primera socie­ dad de artesanos que hubo en el país y elaboró los estatutos y reglamen­ tos que la debían regir. La Sociedad, en gratitud a su fundador, ha colocado su retrato en el salón de actos públicos. El señor Mijango hizo estudios de Química, con aplicación a la Pirotecnia, que era su oficio, bajo la dirección del profesor francés don Julio Rossignon, y generosamente difundió sus conocimientos entre los numerosos discípulos que enseñó en su taller. Murió el señor Mijango, con la paz de un justo, el 15 de abril de 1887, rodeado del amor de su familia, del cariño de sus amigos y del respeto de sus conciudadanos. MIJANGO, FRANCISCO.— Nació en 1859. Hijo de don Doroteo Mijango y doña Virginia de Mijango. En 1885 se doctoró en Medicina. Fue Médico Forense por muchos años; tuvo a su cargo la propa­ gación de la vacuna en San Salvador y sirvió en el Hospital de Sangre cuando la guerra con Guatemala en 1890. Desempeñó el cargo de Diputado al Congreso de 1891. Con acierto ejerció dichos empleos; pero se le recuerda con mucha gratitud por su consagración a curar a los enfermos pobres, para quie­ nes fue siempre providencia, alivio y consuelo. MIRON, VICTOR MANUEL.— Nació el 16 de enero de 1864. Abogado de los tribunales de la República, supo distinguirse por su rectitud y competencia. De modales exquisitos, era suave en su trato y noble en sus procederes. Argumentaba siempre en voz baja, en forma convincente, sencilla, sin afectación. Juez de Primera Instancia, Magistrado de la Suprema Corte de Justicia y profesor en la Escuela de Derecho; en todos esos cargos demostró ilustración. Durante muchos años desempeñó el Registro de la Propiedad Raíz e Hipotecas de la Sección Central; y muchas de las reformas introduci­ das a esa institución, débense a la consagración y estudio del doctor Mirón.

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Murió en esta capital el 19 de abril de 1934 a la edad de 70 años, rodeado del respeto y cariño de sus compatriotas y colegas. MONTERROSA, REGINO.— Nació en 1829. Como Sargento de las fuerzas a la orden del General Ramón Belloso asistió en Nicaragua a la guerra contra los filibusteros; y por su valentía en varias ocasiones de armas ascendió a capitán. Acompañó al General Gerardo Barrios en el sitio de San Salvador en 1863 y fue herido en el combate. Tomó parte de las fuerzas salva­ doreñas que derrocaron al General Medina, en Honduras. En 1871 se incorporó al ejército revolucionario que venció al ejér­ cito gobiernista; y por su brillante actuación fue ascendido a Coronel. En 1885 peleó con heroísmo el 31 de marzo en la acción de San Lorenzo contra las fuerzas del General J. Rufino Barrios. El 28 de abril del año antes expresado venció en Armenia al ejér­ cito revolucionario. MONTOYA, MANUEL.— Nació el año de 1861. Fueron sus pa­ dres el General Gregorio Larreynaga y doña Cayetana Montoya. Fue un notable violinista. Sus obras musicales fueron impresas por cuenta del Estado, y las que le dieron más renombre son “ Serenata de los Dioses” , Melodía y el vals “ Nardos y Adelfas” . Militó también en las filas del ejército, adquiriendo el grado de Teniente Coronel. Murió en 1919. MORALES, FRANCISCO.— Fue de los más decididos conspira­ dores de la insurrección de 5 de noviembre de 1811. MONTALYO, DAVID.— Descendiente del General don Francisco Malespín, heredó de éste la heroica valentía. Ascendió a Coronel y gloriosamente murió en la acción de Santa Ana el 10 de abril de 1871 al lado del Coronel Ildefonso Marín. MONTOYA, CLODOMIRO.— Hijo de doña Mercedes Montoya, nació en esta capital. Inclinado desde joven a la carrera de las armas marchó a Nicaragua a combatir a los filibusteros y por su gran valor ascendió a Coronel. Fue Alcalde de San Salvador y Comandante Militar del Puerto de La Libertad. Murió en 1866 cuando desempeñaba la Comandancia General de este departamento. MONTOYA, SOR JUANA.— Hermana de la Caridad. Hija del Coronel don Román Montoya y doña Juana Paniagua. Nació en 1850. Profesó en la orden de San Vicente de Paúl a los 23 años de su edad, abandonando riquezas y posición social envidiables. Falleció en Gua-

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témala a los 75 años de edad y 52 de profesión religiosa. Fue un ángel de bondad y dejó muy gratos recuerdos por su dulzura y caridad. MONTOYA, SANTIAGO.— Nació en 1848 y fue hermano de la religiosa anterior. Siguió los estudios de Medicina en la Universidad, en donde fue discípulo de los célebres doctores Bonilla, Bertis y Gonzá­ lez, quienes lo distinguieron por su talento y aplicación. Ejerció su profesión con el más alto desinterés, sirviendo abnegadamente a las clases pobres. Su muerte ocurrida en 1886, fue muy sentida por todas las clases sociales. NAVARRO, BELISARIO.— Natural de San Salvador. Fue Secre­ tario de la Universidad y Catedrático de la Facultad de Farmacia. Se distinguió mucho por los servicios que en concepto de químico prestó al país. Falleció en esta capital en 1880. NAVARRO, JOSE BELISARIO.— Nació en esta ciudad de San Salvador en 1872; hijo de don Belisario Navarro y de doña Mariana Huezo de Navarro. Murió el 24 de octubre de 1931 a la edad de 59 años. Privilegiado talento, descolló desde las aulas universitarias y ob­ tuvo con lucimiento su título de abogado. Fue durante muchos años Fiscal de la Corte Suprema de Justicia; sirvió la Judicatura de Primera Instancia de lo Civil en esta capital, y la Escuela de Jurisprudencia y Ciencias Sociales le contó como un elemento valioso. Poseía variada y sólida ilustración; y en sus escritos forenses puso de relieve, al par que un estilo conciso y cortado, una profundidad de concepto admirable. Cultivó la literatura con esmero; y en un concurso de cuentos ob­ tuvo el primer premio por su prosa ágil, donairosa y de honda psi­ cología. Fue escritor de combate; y su pluma de fuego combatió vicios po­ líticos y sociales. Circunstancias adversas impidieron que ese esclarecido talento prestase al país los valiosos servicios que eran de esperarse de su ta­ lento esclarecido. PAREDES, FERMIN.— Hijo de don Bruno Paredes y doña Ague­ da Alfaro. Sirvió como Jefe Expedicionario en 1834 y en calidad de Comandante General del Ejército en 1845. Ascendió a General de Di­ visión.

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Desempeñó el cargo de Diputado a la Asamblea Legislativa de 1859 y el de Ministro de Gobernación en 1851. En este mismo año y en los de 1852 y 1853 se le nombró Designado para ejercer el Poder Ejecutivo. PEREZ, JOSE CRISOGONO.— Nació en San Salvador en 1769. Hijo de los señores José Antonio Pérez y Mariana de Jesús. Profesor de Música que tuvo a su cargo la capilla de la Iglesia Parroquial de San Salvador. En 1814 era Regidor del Ayuntamiento de San Salvador; tomó participación muy activa en la insurrección que estalló el 24 de enero de dicho año, y por ese motivo el Intendente Peinado lo encarceló por mucho tiempo y le confiscaron sus bienes, quedando en extrema pobreza. De su matrimonio con doña Francisca Alegría nació el Coronel don Ignacio Pérez, padre de Monseñor Pérez y Aguilar. PAREDES, ANGEL M ARIA.— Nació el 14 de noviembre de 1819. Sus padres fueron don Bruno Paredes y doña Agueda Alfaro. Desempeñó los cargos de Regidor Municipal y Tesorero del Hos­ pital y Cementerio. Durante la Administración del doctor Zaldívar fue Gobernador Político del departamento de San Salvador. PEÑA, JOSE MARIA S.— Coronó dos carreras, la de Ciencias y Letras y la de Notariado. Fue profesor de Institutos y Colegios. Maestro admirable de Geografía; nadie como él profundizó tanto en esa ciencia. Escribió valiosos artículos de carácter histórico. Era un erudito y un maestro por su devoción y entusiasmo por la enseñanza. Poseía un espíritu generoso y noble; y a los dolores del alma, res­ pondía con su risa franca de bohemio. PERALTA, CARLOS.— Nació el 8 de julio de 1838. Sus padres fueron el ex-Presidente don José María Peralta y doña Concepción Lara. Recibió una buena educación en el Colegio de la Compañía de Jesús, en Guatemala. De regreso a su hogar se dedicó al comercio y se puso al frente del almacén que tenía su familia. En distintas veces fue Diputado a varias Legislaturas y ejerció el cargo de Alcalde Municipal de San Salvador. Murió el 23 de noviem­ bre de 1884. PERALTA, ANTONIO.— Hermano del anterior. Se dedicó al ejer­ cicio del comercio. Fue Alcalde de la capital y sus gestiones impulsaron

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notablemente el adelanto de dicha ciudad. Por algún tiempo desempeñó la Gobernación Política del departamento. PERALTA, RAFAEL.— Hermano de los anteriores, ingresó al ejército hasta obtener el grado de Coronel; y murió en abril de 1885 defendiendo la autonomía de la Patria contra la agresión del General Rufino Barrios. PADILLA, JUAN FRANCISCO.— Nació el 30 de septiembre de 1817 y fueron sus padres don Francisco Peñamonge Padilla y doña So­ ledad Díaz del Castillo, ésta descendiente del célebre Bernal Díaz del Castillo. Fue miembro de la Municipalidad de la capital; y durante muchos años desempeñó, con acierto y actividad encomiables, el cargo de Go­ bernador Político del departamento de San Salvador. PALACIOS ULLOA, DANIEL.— Nació el 23 de septiembre de 1830. Fueron sus padres el ex-Presidente del Estado don Fermín Pa­ lacios y doña Isidra Herrador. Obtuvo el título de Médico en 1864'. Desempeñó los cargos de Miembro del Consejo Superior de Instrucción Pública, Vocal de la Junta Directiva de Medicina y Catedrático de varias asignaturas en la Universidad de El Salvador. PALACIOS ULLOA, RAFAEL.— Hermano del anterior; nació en 1840 y se recibió de Licenciado en Derecho en 1869. Hizo estudios en Alemania. Fue Juez de Primera Instancia, Catedrático de la Universi­ dad, Traductor del Ministerio de Relaciones Exteriores y Director de la Biblioteca Nacional. Publicó un Prontuario del Código Civil salva doreño y fue miembro de la Comisión Revisora del Código Civil. PALACIOS, MIGUEL.— Hermano de los anteriores. Poseedor de una extensa cultura literaria, modestamente se dedicó a labores agríco­ las; pero éstas no le impidieron escribir delicadas poesías que se publi­ caron en la Guirnalda Salvadoreña. PERALTA LAGOS, MIGUEL.— Sus padres fueron don Antonio Peralta y doña Rosa Lagos; nació en esta capital el 11 de septiembre de 1877. En julio de 1904 se recibió de doctor en Medicina y nuestra Uni­ versidad Nacional le contó siempre como uno de sus mejores aca­ démicos. Fue director de la Revista “ Los Archivos del Hospital Rosales” y “ Tribuna Médica” . La tesis doctoral “ Contribución al Estudio del Paludismo en San Salvador; Etiología, Profilaxis, Morbilidad y Mortalidad” , fue objeto

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de los más calurosos comentarios, por considerarla un valioso aporte científico en el estudio de una de las enfermedades reinantes en el país. Cuando apenas era estudiante asistió al Congreso Médico Estu­ diantil, celebrado en Guatemala en 1901, en representación de los es­ tudiantes salvadoreños. Asistió también en 1905 al 51? Congreso Médico Panamericano, eligiéndosele Secretario de la Sección de Cirugía, de la que resultó como presidente el eximio facultativo doctor Tomás Gar­ cía Palomo. Fue Médico Forense; Jefe de Servicio en varias Salas del Hospital Rosales; Médico del Sanatorio de Tuberculosos; Catedrático de Clínica Médica y Clínica Quirúrgica en la Escuela de Medicina y benefactor de los pobres. Envió valiosos trabajos al Congreso Médico celebrado en París del 2 al 7 de octubre de 1905 y ganó una medalla de plata. Obtuvo medalla de bronce por sus trabajos presentados al 4^ Congreso Médico LatinoAmericano, celebrado en Río de Janeiro del 1° al 8 de agosto de 1909, y medalla de oro y plata en el 1er. Congreso Médico Centroamericano. Murió el 29 de marzo de 1916. Sus alumnos se disputaron el honor de colocar una lápida sobre su tumba. Se le rindieron grandes honras fúnebres. Al morir el doctor Peralta Lagos, El Salvador perdió a uno de sus facultativos más eminentes. PINEDA, FLAVIO.— Nació el año de 1868. Fue uno de los me­ jores músicos con que contó El Salvador. Discípulo predilecto de don Rafael Olmedo. Ejerció el profesorado musical; y entre sus discípulos se contaron los mejores elementos de la sociedad salvadoreña. Murió en julio de 1935. PINO, RAMON.— Hijo de don Victoriano Pino y doña Luisa Núñez. Cursó la carrera de Farmacia hasta obtener el título profesional. Sirvió como Diputado por San Salvador en dos períodos legislati­ vos; fue miembro de la Junta de Caridad del Hospital de San Salvador y perteneció al Protomedicato Nacional. Tuvo a su cargo la dirección del Colegio Nacional “ La Asunción” . Se dedicó especialmente al estudio de Química; y el Gobierno de El Salvador en 1855 lo envió a París a seguir cursos de complementación. A su regreso, desempeñó por varios años la cátedra de dicha asignatura; pudiendo decir que fue el fundador de los estudios quími­ cos en El Salvador. PINEDA, ZENON.— Notable músico, nació el 23 de junio de 1842, y sus pares fueron los señores Eusebio Pineda y Josefa Hernández. A

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los 16 años principió el estudio de su arte, bajo la dirección de don Pablo Zarazúa, primero, y después, la de don Laureano Campos. Es­ cribió marchas fúnebres, introitos del Carmen, numerosos villancicos, ave marías y motetes de pasión, pasos dobles y música marcial; calcu­ lándose en doscientas sus piezas musicales. Falleció el 9 de abril de 1879. PREZA, JOSE DOLORES.— Nació en Guazapa, ciudad del depar­ tamento de San Salvador, el 15 de enero de 1864. Sus padres fueron el General Jacinto Montalvo y doña Mónica Preza. Ingresó al ejército el año 1883 con el grado de Sub-teniente, habiendo ascendido por escala rigurosa hasta el grado de General de División. Fue Comandante y Gobernador de los departamentos de Santa Ana, La Libertad, La Unión y Chalatenango. Desempeñó el cargo de Inspector General del Ejército. El año de 1885 tomó parte en la Guerra Nacional, ostentando el grado de Teniente Coronel. Tomó parte en los combates de Chalchuapa, Casa Blanca y Talchepigüe. En 1890 fue ascendido a General de Brigada, después de la acción del Coco. En 1906 participó en los hechos de armas librados en la zona de Metapán. Asistió al combate de Namasigüe. Murió en 1916, en el mes de febrero, a la edad de 52 años. Era un militar valiente y culto. QUIROS, JULIO V.— Hijo de doña Pilar Valle. Nació en el barrio del Calvario de esta capital el 13 de marzo de 1873. Trabajó asiduamente en el Magisterio. Publicó trabajos de mérito, tales como la Historia de Centro Amé­ rica y El Sistema Métrico Decimal. Murió de 63 años de edad el 21 de abril de 1937. RAMIREZ, GUADALUPE.— Este académico que gozó de general estimación, nació en 1859. Obtuvo el título de doctor en Jurisprudencia en 1887. Fue Alcalde Municipal de San Salvador, Gobernador de este Departamento y Subsecretario de Gobernación. En el Ramo Judicial fue Juez de l^1 Instancia y Magistrado de la Corte Suprema de Justicia. ROMERO DE SEVILLA, ANA.— Por muchos años y con éxito lisonjero fundó y sostuvo una escuela primaria de niñas en esta capi-

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tal. Tan gratos recuerdos quedan de su labor, que el Supremo Gobierno ha dado el nombre de la inolvidable maestra a una escuela oficial. RODRIGUEZ, ADOLFO.— Hijo del ilustre jurisconsulto vicentino doctor Victoriano Rodríguez. Nació en San Salvador en 1852. En 1876 obtuvo con todo lucimiento el diploma de doctor en Jurisprudencia de la Universidad Central. Fue Juez de Zacatecoluca y Diputado a la Asamblea Constituyente de 1885. Fortaleció su cultura en Estados Unidos, y el dominio en el idioma inglés le permitió escribir una bella traducción del poema La Lágrima, de Byron. Como poeta y literato alcanzó merecido prestigio. RUIZ, GENERAL FRANCISCO.— Este valiente y esforzado sal­ vadoreño nació en 1842. Su padre, el coronel don Julián Ruiz, era un ilustrado periodista y puso especial esmero en la educación de su hijo. Ingresó a las filas del Ejército en 1863, y cuando las fuerzas gua­ temaltecas pusieron sitio a San Salvador, fue uno de los defensores del reducto “ Morazán” , acreditando en el combate su denuedo y bizarría. Vencido el Gobierno del General Barrios, Ruiz se trasladó a Chalatenango, en donde desempeñó por largo tiempo la dirección de una escuela de primeras letras. Objeto de la desconfianza del partido victorioso se vio obligado a emigrar a Honduras. Tomó servicio en Intibucá e incorporado en el Ejército de aquel país, estuvo en varias acciones de armas en que triun­ fó el Gobierno. En 1864 combatió las partidas revolucionarias de Olancho y se le nombró Teniente de Infantería. Se enroló, con el grado de Capitán, a las fuerzas que comandaba el General Juan Antonio Medina y que fueron a Nicaragua en auxilio del señor Guzmán; y a su regreso a Honduras le fue conferido el grado de Teniente Coronel, en justa recompensa a sus importantes servicios. En 1872, después de tomar parte en varias acciones bélicas, ascen­ dió a Coronel Efectivo y estuvo de alta en las Administraciones del General González y de don Andrés Valle. A la caída del Gobierno el señor Valle, el Coronel Ruiz se retiró a la vida privada y se dedicó a la administración de la finca “ Venecia” , propiedad de la familia Meléndez. Posteriormente entró a servir al Gobierno del doctor Zaldívar; y el glorioso 2 de abril de 1885 fue uno de los heroicos patriotas que de-

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fendieron la plaza de Chalchuapa, del ataque de las fuerzas del General Rufino Barrios. En esta época ascendió a General de Brigada. Prestó sus servicios en las Administraciones de los Generales Ezeta y Regalado y del señor Escalón. Era el General Ruiz de suave y agradable trato en la vida social, de cultas maneras y de amena y chispeante conversación. Impresionaba gratamente por la gallardía de su apostura mar­ cial y por sus reconocidos méritos como soldado de gran energía y valor. Falleció en esta capital en abril de 1904. SALAZAR, FRANCISCO.— Hijo de don José Gregorio Salazar y de doña Francisca Castro. Nació en esta capital el 10 de marzo de 1803. Como sus hermanos don Gregorio y don Carlos se incorporó al Ejército salvadoreño a las órdenes del General Morazán; acompañó a éste en varias campañas y murió en el combate del 23 de junio de 1834, acaecido en San Salvador. SALAZAR, JOSE JOAQUIN JACINTO.— Con estos nombres fue bautizado el 16 de julio de 1818 en la Iglesia parroquial de San Salvador el primogénito de don José Longino Salazar y doña Rafaela Meléndez de Otero. Fue don Joaquín persona de acrisolada honradez. Desempeñó im­ portantes empleos, como Administrador de Aduanas Marítimas, Conta­ dor Mayor de la República y Tesorero de las fuerzas salvadoreñas que a las órdenes del ínclito General don Ramón Belloso combatieron contra los filibusteros en Nicaragua. El Coronel Salazar defendió valerosa­ mente la trinchera principal de la plaza en que estaba el cuartel general. SALAZAR DE SOTOMAYOR, LUZ.— Hermana del anterior; na­ ció el 15 de mayo de 1815 y falleció el 6 de noviembre de 1905. Vive en la gratitud de muchas almas el recuerdo de esta dignísima señora, que consagró largos años de su vida a la educación de las jóvenes sal­ vadoreñas a quienes enseñó con su palabra, dirigió con su experiencia y edificó con su ejemplo. Muy joven contrajo matrimonio con don José Sotomayor, honora­ ble caballero que gozó de la plena confianza del General Morazán, a quien acompañó siempre como Tesorero del Ejército. Doña Luz fundó el Colegio “ Santa Clara” , que mereció siempre la plena confianza de las familias. A él consagró atenciones y cuidados; y

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cuando por la edad tuvo que dejar su dirección, la confió dignamente a sus hijas Rafaela y Clara, que conservaron las brillantes tradiciones del plantel. SERRANO, RAFAEL.— Nació en 1820 y murió el 23 de julio de 1894. Sus padres fueron don Manuel Serrano y doña Josefa Peralta. Sirvió varios empleos de Hacienda Pública, como Vocal de la Junta de Crédito Público, Ministro de la Tesorería General y Miembro del Tribunal Mayor de Cuentas. SAN MARTIN, SAMUEL.— Nació el 21 de septiembre de 1832 del matrimonio de don José María San Martín, ex-Presidente de la República, y de doña Isabel Machón. Obtuvo en Guatemala el título de Médico y fue Diputado en varias Legislaturas y Senador de la Re­ pública. SOTOMAYOR DE ALARCIA, RAFAELA.— Nació doña Rafaela Sotomayor en esta capital en el mes de febrero de 1840. Sus padres fueron don José Sotomayor y doña Luz Salazar. Casó con don Wences­ lao Alarcia, de quien quedó viuda cuando aún era joven. Ocupó la dirección de la Escuela Normal de Señoritas, desde la época en que gobernó el país el General Francisco Menéndez. En 1865 fundó el Colegio de Santa Clara, en donde se educaron muchísimas se­ ñoritas, que más tarde fueron orgullo y gala de nuestra sociedad. En unión de su señora madre dirigió también el colegio de Santa María. Fue maestra ejemplar, modelo de virtudes y abnegación, y puso siempre su claro talento y su noble corazón al servicio de la enseñanza. Sus merecimientos le hacen acreedora a que se le considere como una hija ilustre del país. Murió en el año de 1915, a la edad de 75 años, después de haber dedicado la mayor parte de su vida al Magisterio. Fue llorada por la sociedad y por sus innumerables alumnas, que tuvieron en doña Ra­ faela un espejo de virtudes. SOTO, FELIPE.— Nació en esta capital, en el barrio de La Vega en el año de 1886 y murió el 31 de enero de 1913 a la edad de 27 años, en plena fiebre creadora y cuando la juventud le ofrecía aún muchos preciados frutos. Sus padres fueron don Pío Alfaro y doña Casimira Soto, y desde muy niño dio manifestaciones inequívocas de su genial afición por la música.

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Fue profesor de piano, de violín, violoncelo, guitarra y mandoli­ na, instrumentos que tocaba con singular habilidad. Compuso las obras musicales El Dolor, Recuerdos de Julio, Bella Ester, Lágrimas de Amor, Mi último pensamiento, Celia, En el Faro, En el Cielo, Amor que Vuelve, Olga, Mi Patria, Bellas Mengalas, Te­ soro mío, Saludo a París y otras muchas obras de gran mérito; pero fue su vals Siempre Sufriendo el que le colmó de gloria, alcanzando en la actualidad el triunfo de ser ejecutado en todo el mundo a la par de otros valses sentidos de maestros geniales. Compuso también varios himnos escolares poco conocidos; pero no por ello carentes de valor. VALLE Y CASTRICIONES, ISIDORO.— Fue uno de los sígna­ nos del Acta de 15 de septiembre de 1821 y es tenido por hijo de don José Gregorio Castriciones. Este último fue un español, natural de San­ tiago de Tudela, que se radicó en San Salvador, en donde formó un cuantioso capital, y contrajo matrimonio con una apreciable señorita salvadoreña el 24 de agosto de 1783. VITERI, JUAN JOSE.— Hijo de don Buenaventura Viteri y de doña Juana Ungo y hermano del Ilustrísimo señor Obispo doctor don Jorge de Viteri y Ungo. En 1821 desempeñaba el empleo de Administrador de Correos y como tal juró la independencia el 22 de septiembre de dicho año. ZALDAÑA, FRANCISCO.'— Perteneció a la distinguida fami­ lia del Señor Obispo Pineda y Zaldaña, de santa memoria. Fue miem­ bro del Ayuntamiento de San Salvador y Diputado a la Asamblea Legislativa. Se afilió al partido del Vice-Jefe don Joaquín San Martín, y con éste fue expulsado del país, de orden de Morazán. LEIVA, NICOLAS.— Nació en San Salvador el 15 de junio de 1869, y murió en la noche de 13 de septiembre de 1938. Profesor del Instituto Nacional, Escuela Politécnica, Escuela Nor­ mal de Maestros y Escuela Normal de Maestras de 1904 a 1909; Cónsul de Liverpool de 1911 a 1919 durante la benéfica Administración del doctor Araujo; Representante al Congreso de Policía Jurídico cele­ brado en Monaco en 1914. Escritor donoso, que manejó la pluma con habilidad. Poseía los idiomas francés e inglés. A la época de su muerte desempeñaba el cargo de traductor oficial en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Por sus modales, ilustración y caballerosidad fue muy estimado.

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ORIGENES DE SAN S A L V A D O R C U Z C A T L A N HOY CAPITAL DE EL SALVADOR IN T R O D U C C IO N

I

Respecto a la fundación de San Salvador Cuzcatlán, y especial­ mente en lo concerniente a la fecha en que ocurrió tal suceso, el pensa­ miento histórico ha tenido sus fluctuaciones, según el mayor o menor grado de conocimiento que cada cual ha tenido, en cada momento dado, de la documentación histórica pertinente, directa o indirecta, y de cri­ terio más o menos sensato que se ha usado en el análisis de esa docu­ mentación. Cuando los historiógrafos, en la cuestión que nos ocupa no cono­ cieron más que a Juarros ( “ Compendio de la Historia de Guatemala” ) y, por lo tanto, le siguieron más o menos fielmente, se enseñó sin dis­ cusión que la villa de San Salvador fue fundada en la Bermuda el lo. de abril de 1528 y trasladada a su actual asiento once años después, en 1539. Mas cuando se encontró y publicó el “ Libro de Actas del Ayunta­ miento de Guatemala (años de 1524 a 1 5 3 0 )” , documento original de la época y de incontrovertible valor, se vio que en el acta del cabildo celebrado el 6 de mayo de md. X X V (1 5 2 5 ), al tratarse del nombra­ miento de un nuevo regidor en vez de Diego Holguín, se dice que éste ha dejado de serlo por haberse “ ido a vivir a la villa de San Salvador, de la cual es alcalde” , de lo que se concluyó, con toda lógica y justísima razón, que la villa de San Salvador ya existía en mayo de 1525, y que por lo tanto, su fundación tuvo lugar antes de esa fecha. Documentos conocidos entre nosotros posteriormente, han venido

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a establecer sobre nuevas bases esa misma conclusión, que San Salvador ya existía en 1525, de modo que se había cometido un error al indicar el año de 1528 como fecha de dicha fundación; pero estos documentos ya no eran necesarios, pues sobre el particular, el contenido de dicha acta es suficiente, claro y terminante; sobre su fecha no cabe ninguna duda, pues el año está escrito claramente en números romanos (así, “ md. X X V ” ), y se encuentra a continuación de un acta y seguida de otra que llevan ambas indicando el mismo año de 1525 y de la misma manera ( “ md. X X V ” ). Había pues, necesariamente, que convenirse en que la fundación de San Salvador, tuvo lugar con entera certeza, antes del 6 de mayo de 1525 y que, en consecuencia, se cometió un error al indicar “ el año de 1528 como fecha de dicha fundación” . II

Mas entonces, ¿por qué Juarros afirma con tanta certeza que San Salvador fue fundada el 1? de abril de 1528, y hasta da detalles de su fundación? Indudablemente — se dijo, y con mucha razón— , Juarros no se ha inventado esas cosas y su relato es verdadero; lo único que ha habido es un error de año, leyéndose o escribiéndose 1528 por 1525, de modo pues, que la fecha de la fundación de San Salvador, en vez de ser “ 1° de abril de 1528, es 1° de abril de 1525” . Así quedaba resuelto satisfactoriamente el conflicto entre el tes­ timonio de Juarros y el de mayor peso contenido en el citado “ Lib. de Act. del Ay. de Guat.” Sin embargo, hubo quienes opinaron que el error de Juarros no estaba en haber tomado el año de 1528 por el de 1525; no es un error de cifras, dijeron, es de hechos: el error debe estar en que Juarros tomó como fecha de “ la fundación” , la fecha de la “ traslación” . En consecuencia se dijo que San Salvador fue fundada en la Bermuda antes de mayo de 1525 y trasladada a su actual asiento el 1° de abril de 1528. Pero esta interpretación está en contradicción con lo dicho por el propio Juarros, pues éste afirma, y ciertamente no por gusto ni ca­ pricho, ni por interés alguno, que la traslación tuvo lugar once años después de la fundación, de modo que si la traslación hubiera tenido lugar, como se supone, en 1528, la fundación habría tenido lugar once años antes, esto es, el año de 1517 ¡ siete años antes de que vinieran por

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primera vez los españoles, y aún antes de que Alvarado pisara el con­ tinente americano! Los españoles ciertamente, vinieron por primera vez a la provincia de Cuzcatlán en 1524 y es absurdo, por lo tanto, suponer que dicha fundación haya tenido lugar en 1517, y por lo tanto, ateniéndonos a lo dicho por Juarros, la fecha de 1528 no corresponde a la fecha de la traslación de San Salvador de la Bermuda a su actual asiento. En este estado de la discusión se ve claramente que no puede admitirse que Juarros haya cometido error tomando la fecha de la traslación por fecha de la fundación; el error, pues, está en las cifras, “ en tomar 1528 por 1525” , o en otra parte. ... Más adelante veremos que consta que San Salvador estaba “ en la Bermuda” en 1530, y que es absurdo, por lo tanto, suponer que en 1528 haya sido trasladada a su actual asiento. Por de pronto nos encontramos con un hecho cierto: que San Sal­ vador fue fundada antes de mayo de 1525, y con una conclusión plau­ sible: que fue fundada el 1° de abril de 1525. III

Rechazada la competencia de Juarros en lo relativo a la primera fundación, a la fundación verdadera de San Salvador, los investiga­ dores limitaron claramente el campo de sus estudios de la manera si­ guiente : Por las cartas de Pedro de Alvarado y otros documentos se sabe que los conquistadores españoles llegaron por primera vez a la pro­ vincia de Cuzcatlán a principios de junio de 1524: luego, la villa de San Salvador fue fundada “ después de esa fecha” . Por el “ Lib. de Ac. del Ay. de Guat.” se sabe que a principios de mayo de 1525 ya existía la villa de San Salvador: luego, la villa de San Salvador fue fundada “ antes de esa fecha” . En consecuencia: la villa de San Salvador fue fundada en una ¡echa comprendida “ entre los primeros días de junio de 1524 y los primeros días de mayo de 1525” . En esto todos los que han estudiado la cuestión, siquiera un poco, han estado completamente de acuerdo, y la discusión se entabló cuando “ dentro de esos límites” se quiso fijar dicha fecha, surgiendo tres opi­ niones: a ), que San Salvador fue fundada cuando los españoles vinieron por primera vez al territorio cuzcatleco, esto es, en junio de 1524;

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b) , que fue fundado después, a fines de 1524 o primeros días de 1 5 2 5 ;y c ) , que lo fue alrededor del 1? de abril de 1525. La falsedad de la primera de esas tres opiniones se ha demostrado, sobre todo, por la carta de Pedro de Alvarado a Hernán Cortés, en que recién regresado de dicha campaña, le relata minuciosamente los hechos de ella. La carta lleva fecha 28 de julio de 1524; fue escrita en Santiago de Guatemala y se conoce con el nombre de “ Carta II de Alvarado a Cortés” . La falsedad de la segunda se ha probado por numerosos documen­ tos, relativos en su mayor parte, a la campaña de los españoles en contra de los cakchiqueles y otros pueblos sublevados en agosto de 1524, y que obligaron a los españoles a huir de Guatemala camino de México, hacia Xepau, en donde se mantuvieron “ en la defensiva” hasta el 26 de febrero de 1526, fecha en que se trocaron los papeles. Y la verdad de la tercera se ha establecido sobre la exclusión de las anteriores, y varios documentos entre los que figura el “ Libro de Actas del Ayuntamiento de Guatemala” . La discusión y prueba de la anterior constituye el objeto de los primeros capítulos de esta obra. La villa de San Salvador ha cambiado de asiento varias veces, y después de cada calamidad pública, especialmente con los terremotos, sus habitantes han ido a establecerse a otra parte, con intención de no volver jamás; mas pasado el peligro o la alarma, han vuelto al primi­ tivo establecimiento. La historia de las primeras de esas mutaciones está naturalmente enlazada con la de los orígenes de San Salvador, y por tal motivo, serán tratados en los otros capítulos de esta obra, lo mismo que otras cuestiones íntimamente relacionadas con dichos orí­ genes.

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CAPITULO I CAMPAÑA DE 1524 No fue entonces fundada San Salvador i

La campaña de junio y julio de 1524 al territorio actualmente llamado salvadoreño, es sin duda una de las más importantes del pe­ ríodo de la conquista castellana: en esa expedición militar fue cuando el europeo puso por primera vez su planta en la tierra cuzcatleca; fue la primera vez en que hizo sentir aquí el poderío de su civilización superior y la primera vez que sus ojos contemplaron el fértil y hermoso llano de Quetzalcoatitán, en donde, desde hacía cinco siglos, florecía la grande, laboriosa y pacífica ciudad de Cuzcatlán y en donde poco tiempo después los codiciosos europeos iban a plantar el primer núcleo de su civilización con el nombre de San Salvador, San Salvador Cuz­ catlán. Era jefe de los conquistadores don Pedro de Alvarado, uno de los más grandes capitanes de su siglo. Habíale enviado Hernán Cortés a estas comarcas, para las cuales salió de México a fines de 1523, lle­ gando a Guatemala el 12 de abril de 1524, en donde organizó dicha campaña a tierras cuzcatlecas. La importancia de esta campaña a Cuzcatlán es un hecho fuera de toda duda; mas, algunos escritores le han atribuido una mayor que la que realmente tiene, pues se ha llegado hasta afirmar y repetir con energía que en esa campaña, Alvarado fundó la Villa de la Santísima Trinidad de Sonsonate con el pueblo, hoy barrio de Mexicanos, y la Villa de San Salvador Cuzcatlán con los pueblos aledaños de Ayutuxtepeque, Mexicanos, Cuzcatancingo, Aculhuaca y algotro más tal

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vez, cuando en realidad dicha campaña “ no tuvo nada de colonizado­ ra” : no fue más que “ un intento de conquista” , y sobre todo “ un viaje de exploración” . Necesitamos, pues, al investigar los orígenes de San Salvador, tra­ tar de esa campaña que inició ciertamente la serie de acontecimientos que determinaron la fundación de esa villa y con la que empezó la fusión de las dos razas, la europea y la americana, que dieron origen en su casi totalidad a la actual población salvadoreña. II

Pedro de Alvarado salió de México en noviembre o diciembre de 1523, enviado, como se ha dicho, por Hernán Cortés a estas pro­ vincias. Existe alguna duda acerca de la fecha de la partida de Alvarado: Hernán Cortés, en su carta al Emperador fechada el 15 de octubre de 1524 (llamada abreviadamente “ Carta IV de Cortés” ), dice que A l­ varado salió de México a Guatemala el 6 de diciembre de 1523, y está fecha fue casi universalmente aceptada desde 1525, fecha en que fueron impresas esa carta y otras de Cortés al Emperador, salvo por Bernal Díaz del Castillo ( “ Historia de Nueva España” ) que dice haber sido la partida un día 13 y no 6. Juarros ( “ Hist^. de G u aV ’ ), afirma cate­ góricamente que Alvarado salió de México el día 13 de noviembre de 1523, y ante este conflicto de fechas me inclinaría a creer la indicada por Cortés, si el análisis de los hechos no demostrara que indudable­ mente cometió un error al escribir “ diciembre” en vez de “ noviembre” . En efecto: Alvarado llegó a Tehuantepec el día 12 de enero de 1524 ( “ Carta IV de Cortés” ), y de México a Tehuantepec hay 390 leguas, que representan dos meses de camino sin descanso, pues en aquel tiempo la jornada del ejército conquistador era por término me­ dio y casi siempre de seis leguas y media ( 6^/2 leg.), de modo que “ dos meses antes del 12 de enero” da la fecha de partida alrededor del 12 de noviembre, lo que concuerda admirablemente con la fecha indi­ cada por Juarros para tal suceso ( “ 13 de noviembre” ). Si se acepta la fecha de partida dada por Cortés ( “ 6 de diciembre de 1523” ), re­ sultaría que llegó a Tehuantepec (12 de enero de 1524) en 37 días, lo que daría un recorrido diario de 10 a 11 leguas sin extras de descanso, lo que es imposible para un ejército, y especialmente en aquel tiempo. Cor'.és, indudablemente, en dicha carta ha cometido un error o cuando dice que Alvarado salió de México “ el 6 de diciembre de

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1523” ; o cuando dice que llegó a Tehuantepec “ el 12 de enero 1524” , y como esta fecha es verdadera, resulta que el error está en la correspondiente a la de la partida de México, y que la fecha que debe adoptarse es precisamente la que indica Juarros (13 de noviembre de 1523). Por el relato que de Utatlán hizo Pedro de Alvarado a Hernán Cortés de su expedición, carta fecha 11 de abril de 1524, conocida con el nombre de “ Carta I de Alvarado a Cortés” (impropiamente, pues ya antes había escrito otras, una de Tehuantepec y otra de Soco­ nusco, aunque no publicadas), consta que los conquistadores salieron de Soconusco una semana justa antes del combate en que pereció Tecum-Umán, el cual tuvo lugar el día I Galel (Memorial cakchiquel o de X a h ilá ); esto es, el día. sábado, 20 de febrero de 1524. La salida de Soconusco tuvo, pues, lugar el sábado 13 de febrero, y como de Tehuantepec al Soconusco hay 240 leguas, o sea un mes de camino, resulta que e paso por Tehuantepec tuvo lugar aproximadamente “ un mes antes del 13 de febrero” , esto es, “ alrededor del 13 de enero” , lo que casi nos da la fecha 12 de enero, dada por el propio Cortés en la referida carta. Estando, pues, bien determinado que Alvarado pasó por Tehuan­ tepec “ el 12 de enero de 1524” , y habiendo de allí a México, dos meses de camino, la fecha en que salió Alvarado de esta ciudad está indudablemente, “ dos meses antes del 12 de enero” , esto es, alrededor del “ 12 de noviembre de 1523” , lo que casi nos da la fecha “ 13 de noviembre de 1523” dada por Juarros y que debe reputarse como la verdadera. m Alvarado salió de México el 13 de noviembre de 1523 con un ejército formado de 420 españoles (120 jinetes y 300 peones) y 300 indios (200 entre tlascaltecas y acolhuas y 100 mexicanos), con 160 ca­ ballos, 4 piezas de artillería, mucha pólvora y municiones (Carta IV de Cortés, y Bernal Díaz del Castillo, “ Histfh de Nueva España” , Cap?. CLX IV). Llegó a Tehuantepec el 12 de enero del siguiente año, de donde escribió a Alvarado participándole haber llegado bien ( “ Carta IV de Cortés” ) y el 29 de ese mes ganó a los indios la sangrienta batalla de Tonalá; llegando el 12 de febrero a Soconusco, de donde volvió a es-

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cribir Alvarado a Cortés, refiriéndole lo acontecido y los propósitos que llevaba ( “ Carta I de Alvarado a Cortés” ). El día sábado 13 de febrero de 1524 salió de Soconusco, y el 17 de ese mes, después de las escaramuzas del 13, se dio la primera batalla en territorio hoy guatemalteco, la que tuvo lugar desde el río Zamalá hasta Zapotitlán (o Shetulul) y un poco más adelante ( “ Carta I de Alvarado a Cortés” .) Ese día y el siguiente pasaron los españoles en Zapotitlán, el 19 durmieron en el medio de la gran cuesta que hay de allí a Quezaltenango, y el sábado 20 de febrero, día I Galel, desde la cuesta y en el llano que le sigue se libraron varios combates sangrientos en que fueron deshechos completamente los ejércitos quichés y muerto su jefe principal, Tecum-Umán. El Quiché, la más poderosa nación indiana de Centro América, estaba vencida, mas no sometida aún. ( “ Carta I” cita­ da, y “ Memorial cakchiquel” ) . Los españoles entraron a Quezaltenango el día siguiente y el 25 los quichés hicieron un nuevo esfuerzo en contra del ejército invasor, librándose en los llanos vecinos a esa ciudad otro combate sangriento y desastroso para los indios (Carla citada). Alvarado se dirigió a Utatlán, en donde quemó vivos a los infor­ tunados reyes del Quiché, el día IV Cat, lunes 7 de marzo de 1524, luego les mandó quemar la ciudad, y llamó en su auxilio un ejército guatemalteco de 4,000 indios para perseguir por los montes y barrancas a los infortunados quichés, que eran matados o reducidos a la esclavitud y herrados. Gracias a esas medidas supremas, y sobre todo al auxilio de los guatemaltecos, Alvarado pudo conseguir de los quezaltecos y quichés, lo que de otro modo tal vez no hubiera conseguido: la humillación y el sometimiento, y conseguido esto, Alvarado perdonó a los quichés por ‘el crimen ’ que habían cometido defendiendo a su patria, y puso en el trono del Quiché a dos príncipes indianos, que en el fondo, más que señores, iban a ser sus instrumentos de dominación. El día 11 de abril de ese mismo año, Alvarado escribió de Utatlán una carta a Cortés relatándole detalladamente esa expedición. De esa relación, conocida, como se ha dicho, con el nombre de “ Carta I de Alvarado a Cortés” es de donde principalmente he extractado los anteriores datos. Esa carta y el Memorial cakchiquel del príncipe Xahila, constituyen la base firme de la cronología de dicha campaña.

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IV

El mismo día 11 de abril salió Alvarado de Utatlán y el siguiente llegó a la capital de sus amigos y aliados, Tecpan-Guatemala o Ixinché, según consta de las dos cartas de Alvarado (la ya citada y la del 28 de julio de 1524) y del Memorial cakchiquel. Analizando con cuidado el final de la I carta y el principio de la II, se ve que en ésta, escrita tres meses y medio después de los sucesos, existe una confusión respecto a los mensajeros enviados a Atitlán. En la I afirma Alvarado que los de Atitlán habían matado cuatro mensajeros que de Utatlán los había enviado, y que piensa detenerse un poco en Guatemala para irlos a someter, y en la II dice les envió de Guatemala dos mensajeros que los mataron sin temor alguno, lo cual (el envío de los mensajeros) no es creíble, dado que ya le habían mata­ do cuatro guatemaltecos que les envió desde Utatlán y habría sido una niñería volver a mandarle otros que ciertamente correrían la misma suerte. Indudablemente, muertos los primeros mensajeros, Alvarado no mandó otros y si así lo dice en su II Carta, es por olvido de lo dicho en la I y la preocupación primordial de Alvarado de justificar su conducta y acumular culpabilidades en los indios. Llamo la atención sobre este punto, pues la cronología sacada sencillamente, de la carta II, llevaría a una cronología falsa, contraria a los demás documentos históricos. El día 11 de abril, como se dijo, salió Alvarado de Utatlán, el día 12 llegó a Tecpan-Guatemala, “ cinco días después de haber llegado aquí” (V. Milla, “ Hist. de la Am. Central” , pág. 8 3 ), el día 17 salió para Atitlán, y “ al octavo de su salida de Utatlán” , el 18 de abril some­ tió a los pueblos perilacustres (V . “ Cartas I y II” ). El Memorial cakchiquel, que fija perfectamente esta fecha dice así: El Tunatiuh (Alvarado) consintió juntarse a los jefes en sus gue­ rras, y los jefes le dijeron: “ Oh tú, dios, nosotros tenemos dos guerras: una con los tzutuhiles (de Atitlán) y otra con Panatacat (Escuintla)” . Así hablaron los jefes. Sólo 5 días después, Tunatiuh salió de la capital (de Guatemala). Entonces los tzutuhiles fueron conquistados por los castellanos. Fue el día VII Camey que los tzutuhiles fueron destruidos por los castellanos” . Ahora bien, el día VII Camey en dicho año (1524) correspondió al sábado 18 de abril. Alvarado regresó a Guatemala, en donde pocos días después reci-

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bió homenaje de los embajadores de Atitlán, y preparó su expedición a Escuintla y Cuzcatlán, demorándose algunos días, que dedicaron al amor. Los combates que había tenido desde Tonalá hasta Atitlán, le habían destruido gran parte del ejército que trajo de México: de los 420 españoles, sólo le quedaban 250 ( “ Carta II de Alvarado a Cor­ tés” ), y si tenemos en cuenta que los indios morían siempre en mayor número, de los 300 que trajo de México se habían reducido a mucho menos de 180. Pero los guatemaltecos, que habían ayudado decididamente a A l­ varado para subyugar a los quichés, a los quetzaltecos y a los tzutuhiles, también estaban dispuestos a ayudar al conquistador en contra de los escuintlanes y cuzcatlecos, y dieron a Alvarado un ejército de 5 a 6,000 indios ( “ Carta II de Alvarado a Cortés” ). Descansados los españoles y los caballos y reorganizado su ejér­ cito, Alvarado salió de Guatemala ya iniciada la estación lluviosa, el día 13 de mayo de 1524 “ veinticinco días” después del VII Camey (Mem. cakchiquel). Es interesante anotar que en dicha Carta II a Cortés, Alvarado dice que salió de Guatemala a Cuzcatlán “ con toda su gente de a pie y de a caballo” , expresión que confirma más la tesis de que Alvarado en su tránsito por Zapotitlán, Quezaltenango, Utatlán, Atitlán y Gua­ temala no dejó ninguna colonia, ningún destacamento ni presidio de esclavos, como algunos han creído erróneamente. En Cuzcatlán los españoles fueron derrotados, y para que se com­ prenda mejor la magnitud de este hecho, antes de narrar la campaña a esta provincia, conviene conocer el propósito que tenía Alvarado (y que no pudo realizar) de pasar en ella el invierno. En la I carta a Cortés — que escribe de Utatlán, antes de su par­ tida a Cuzcatlán— , dice Alvarado: “ Según estoy informado tengo mucho qué hacer adelante y a esta causa me daré prisa, por invernar cincuenta o cien leguas adelante de Guatemala” . Y en la Carta II dice que partió a Cuzcatlán “ con toda su gente” , que su propósito era “ calar cien leguas en esta tierra y conocer los secretos de ella” , y después del invierno, regresar sometiendo a los pue­ blos que dejaba atrás. Alvarado, como se ha dicho, salió de Tecpan-Guatemala el día 13 de mayo de 1524, con su pequeño ejército, reforzado con cinco o seis

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mil guatemaltecos que venían a ayudarle en esa guerra injusta en contra los pipiles de Escuintla, los Izalcos y Cuzcatlán. Después de dormir tres noches a campo raso, llegaron bajo la lluvia a Escuintla el día 16; penetraron a ella por sorpresa, degollaron a sus habitantes y dieron fuego a la ciudad. . . Con ese horroroso crimen se inició la guerra contra los pipiles de Escuintla y Cuzcatlán. Después de ocho días, el 24 de mayo, salió Alvarado de Escuintla y llegó a Atiepac, en donde fue bien recibido, pero cuyos habitantes huyeron a los montes ante los abusos y crueldades de los conquistado­ res. Ese pueblo es designado con varios nombres (Atiepac, Aquitepaz, Astepas, Aquitepa, Atiquipaque, Nextiquipaque, etc.) y parece ser el lugar llamado Nixtepeque. El día siguiente llegó a Tacuilula, en donde sucedió lo mismo; y de donde partió a Taxisco el 26 de mayo. El propio Alvarado relata así estos sucesos: “ Y deseando calar la tierra y saber los secretos de ella para que su magestad fuese más servido y tuviese y señorease más tierras, deter­ miné de partir de allí, y fui a un pueblo que se dice Atiepac, a donde fui recibido de los señores y naturales de él, y esta es otra lengua y gente por sí (hablaban el xin ca ); y a la puesta del sol, sin propósito ninguno remanesció desploblado y alzado, y no se halló hombre en todo él. Y porque el riñón del invierno no me tomase, y me impidiere mi camino, dejólos así, y páseme de largo, llevando todo recado en mi gente y fardaje, porque mi propósito era de calar cien leguas adelante, y de camino ponerme a lo que viniese hasta calar a ellas, y después dar la vuelta sobre ellos, y venir pacificándolos” . “ E otro día siguiente (25 de mayo) me partí, y fui a otro pueblo que se dice Tacuilula, y aquí hicieron lo mismo que los de Atiepac, que me recibieron de paz y se alzaron dende una hora. Y de aquí me partí (el día 26 y fui a otro pueblo que se dice Taxisco, que es muy recio y de mucha gente, y fui recibido como los otros de atrás, y dormí en aquella noche, y otro día, (el 2 7) me partí para otro pueblo que se dice Nancendelan, muy grande” . Es interesante notar la insistencia de Alvarado haciendo resaltar que el principal objeto de su expedición a Cuzcatlán era el de calar la tierra cien leguas y conocer los secretos de ella, al fin de las cuales “ cien leguas adelante de Guatemala” estaba Cuzcatlán, en donde pensaba

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pasar el invierno (Carta II ), y después regresar pacificando los pueblos que dejaba atrás. vi En Nancinta (Nancendelan) empieza el desastre del ejército es­ pañol, pues en un ataque que les hicieron los indios perdieron gran parle del fardaje y todo el hilado de las ballestas y el herraje que lle­ vaban para la guerra. El propio Alvarado, en la referida Carta, relata así los sucesos: “ Y otro día (27 de mayo) me partí para otro pueblo que se dice Nancendelan, muy grande, y temiéndome de aquella gente, que no la entendía (hablaba xinca), dejé diez de caballo en la rezaga (retaguar­ dia) y otros diez en el medio del fardaje, y seguí mi camino (a Nancin­ ta); y podría ir dos o tres leguas del dicho pueblo de Taxisco, cuando supe que había salido gente de guerra, y que habían dado en la rezaga, en que me mataron muchos indios de los amigos y me tomaron mucha parte del fardaje y todo el hilado de las ballestas y el herraje que para la guerra llevaba, que no se les pudo resistir “ E luego envié a Jorge de Alvarado, mi hermano, con cuarenta o cincuenta de caballo, a buscar aquello que nos habían tomado, y halló mucha gente armada en el campo, y él peleó con ellos y los desbarató, y ninguna cosa de lo perdido se pudo cobrar, porque la ropa ya la habían hecho pedazos, y cada uno trata en la guerra su pampanilla de ella, y llegado a este pueblo de Nancendelan Jorge de Alvarado se volvió porque los indios se habían alzado a la sierra” . Nancinta queda como a tres leguas de Taxisco, de modo que el precedente relato indica que la acción tuvo lugar después de haber pa­ sado Nancinta, pues Jorge de Alvarado al llegar allí en su persecución a los indios, se volvió a donde le esperaba su hermano porque los indios se habían alzado a la sierra. Fácil es comprender el enojo de don Pedro de Alvarado, su deseo de castigar (a pesar de su propósito) la burla que le hicieran los indios, y su regreso a Nancinta. “ Y desde aquí (de Nancinta) torné a enviar a don Pedro (Pedro Portocarrero) con gente de pié, que los fuese a buscar a la sierra, por ver si los podía atraer al servicio de su magestad, y nunca pudo hacer nada por la grande espesura de los montes, y así se volvió; y yo les envié mensajes indios de los mismos naturales, con requerimientos y mandamientos, y apercibiéndolos que si no venían los haría esclavos; y con todo esto no quisieron venir, ni los mensajeros ni ellos” .

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Más de una semana pasó Alvarado en Nancinta, sin poder recupe­ rar nada de lo perdido, soportando la burla de los indios e impotente para reducirlos al servicio real. vil “ E al cabo de ocho días que había que estaba en este pueblo de Nancendelan, vino otro pueblo que se dice Pazaco, de paz, que estaba en el camino por donde habíamos de ir, y yo lo recibí y le di de lo que tenía, y les rogué que fuesen buenos (que fueran sumisos.) “ El otro día (5 de junio) de mañana me partí para este pueblo, y hallé a la entrada de él los caminos cerrados y muchas flechas incadas; y ya que entraba al pueblo, vi que ciertos indios estaban haciendo cuartos un perro, a manera de sacrificio; y dentro en el dicho pueblo dieron una grita, y vimos multitud de gente de la tierra, y entramos por ellos, rompiendo en ellos, hasta que los echamos del pueblo, y se­ guimos el alcance todo lo que se pudo seguir” . Esa fue la última resistencia que encontró Alvarado en territorio guatemalteco, pues el día siguiente lunes 6 de junio de 1524, atravesó el río de Paxaco, el Paz, penetrando así los españoles por primera vez al territorio hoy llamado salvadoreño, y pernoctando en el pueblo de Mochixicalanco (Mochizalco, Mojicalco, Mopizalco, etc.) que estaba en terrenos de la actual hacienda de Cara Sucia, al Sur del Departamento de Ahuachapán (y no en Nahuizalco como supone Brasseur y acepta Milla, ni mucho menos en Izalco, como pretende Barberena). La dis­ tancia de Paxaco a Mochizilalanco es de 8 leguas, o sea de una jornada larga. El día siguiente llegó a Acatepeque, pueblo situado en terrenos de la actual hacienda de Santa Catarina Acatepeque, cerca a Barra de Santiago, en el mismo Departamento, a 6 ó 7 leguas de Acatepeque (1 jornada) lugar de donde partió el siguiente día para Acajutla, distante 6 leguas de Acatepeque. El relato de Alvarado es el siguiente: “ Y de allí (de Paxaco) me partí a otro pueblo que se dice Mopi­ zalco, y fui recibido ni más ni menos que los otros; y cuando llegué no hallé persona viva, y de aquí me partí (el 7 de junio) a otro pueblo llamado Acatepeque, a donde a nadie hallé, antes estaba todo despo­ blado.” “ E siguiendo mi propósito que era el de calar las dichas cien

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leguas, me partí a otro pueblo que se dice Acaxual, donde bate la mar de Sur en él.”

VIII Los indios de la costa de Mochixicalanco y los Izalcos habían reunido sus fuerzas a la orilla del mar, en el pueblo de Acaxutla (A ca­ xual, Acaxuat, Ayacayatl, Yacaxocal, etc.), y tenían por jefe al prín­ cipe Atonat, de quien dice la leyenda haber roto de un flechazo el hueso del muslo de don Pedro de Alvarado, en la sangrienta batalla que allí tuvo lugar, y que así relata el Capitán del ejército conquistador: “ E siguiendo mi propósito que era el de calar las dichas cien leguas me partí (el 8 de junio) a otro pueblo que se dice Acaxual, donde bate la mar de Sur en él, y ya que llegaba a media legua del dicho pueblo, vi los campos llenos de gente de guerra en él, con sus plumajes y divisas, y con sus armas ofensivas y defensivas, en la mitad de un llano, que me estaban esperando, y llegué a ellos hasta en tiro de ballesta, y allí me estuve quedo hasta que acabó de llegar mi gente.” ' “ Y desque la tuve junta, fui obra de medio tiro de ballesta hasta la gente de guerra, y en ellos no hubo ningún movimiento ni alteración a lo que yo conoscí; y pareciéndome y parecióme que estaban algo cerca de un monte, donde se me podrían acoger mandé que se retrayese toda mi gente, que éramos ciento de caballo, y ciento cincuenta peones, y obra de cinco o seis mil indios amigos nuestros, y así, nos íbamos retra­ yendo, y yo me quedé en la rezaga haciendo retraer la gente, y fue tan grande el placer que hubieron, siguiendo hasta llegar a la cola de los caballos; que las flechas que echaban pasaban en los delanteros, y todo aquesto era en un llano que para ellos ni para nosotros no había donde estropezar.” “ Ya cuando me vi retraído un cuarto de legua, a donde a cada uno le habían de valer las manos, y no el huir, di vuelta sobre ellos con toda la gente, y rompimos por ellos; y fue tan grande el destrozo que en ellos hicimos, que en poco tiempo no había ninguno de todos los que salieron vivos, porque venían tan armados que el que caía al suelo no se podía levantar; y son sus armas coseletes de tres dedos de algodón, y hasta en los pies, y flechas y lanzas largas; y en cayendo, la gente de pie los mataba todos.” “ Aquí en este reencuentro me hirieron muchos españoles, y a mí con ellos, que me dieron un flechazo que me pasaron la pierna y entró la flecha por la silla, de la cual quedo lisiado, que me quedó una pierna

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más corta que la otra bien cuatro dedos; y en este pueblo me fue for­ zado estar cinco días por curarnos, y al cabo de ellos me partí (13 de junio) para otro pueblo llamado Tacuzcalco.” El mismo Pedro de Alvarado en el Escrito de Descargos, Resp. a la X X V preg., hablando de dicha batalla, agrega: “ e me dieron muchas heridas de las quales estuve ocho meses muy malo, a punto de muerte, en la cama, e asy mesmo hirieron otros muchos españoles” , y Remesal, hablando de la herida que dejó cojo a don Pedro, agrega: “ de modo que para no parecerlo tanto tuvo siempre necesidad de traer debajo del pie izquierdo cuatro dedos de corcho” . Como se ve, la batalla de Acaxutla fue sangrienta: casi todos los indios, pasados por las armas, muchos españoles heridos, y Alvarado (Pedro) rolo de una pierna, y con una herida que, mal cuidada tal vez, lo hizo pasar ocho meses más en cama (en hamacas y tápeseos).

IX El quinto día, un lunes 13 de junio de 1524, el ejército conquis­ tador marchó a Tacuzcalco, antiguo pueblo que existió aun poco des­ pués de la independencia, y cuyas ruinas se encuentran cerca y al Sur del lugar en que hoy está Sonsonate. El combate de Tacuzcalco fue también sangriento, y en él tuvieron un nuevo triunfo las armas españolas, según se ve por el siguiente relato del propio Alvarado: “ Y al cabo de ellos me partí (13 de junio) para otro pueblo lla­ mado Tacuzcalco, a donde envié por corredores del campo a don Pedro (Portocarrero) y a otros compañeros, los cuales prendieron dos espías, que dijeron cómo adelante estaba mucha gente de guerra del dicho pueblo y de otros sus comarcanos, esperándonos; y para más certificar, llegaron hasta ver la dicha gente, y vieron mucha multitud de ella” . “ A la sazón llegó Gonzalo de Alvarado con cuarenta de caballo, que llevaba la delantera, porque yo venía, como he dicho, malo de la herida, y hizo cuerpo hasta tanto que llegamos todos; y llegados, reco­ gida toda la gente, cabalgué en un caballo como pude, por mejor poder dar orden como se acometieren, y vi que había un cuerpo de gente de guerra, toda hecha una batalla de enemigos, y envié a Gómez de Alva­ rado que acometiere por la mano izquierda, con veinte de caballo, y a Gonzalo de Alvarado, por la mano derecha, con treinta de caballo, y Jorge de Alvarado rompiere con todos los demás por la gente que de verla de lejos era para espantar, porque tenían todos los más lanzas

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de treinta palmos todas enarboladas; y yo me puse en un cerro por ver bien como se hacía, y vi que llegaron todos los españoles hasta un juego de herrón de los indios, y que ni los indios huían ni los españoles aco­ metían; que yo estuve espantado de los indios que así osaron esperar” . “ Los españoles no los habían acometido porque pensaban que un prado que se hacía entre unos y otros era ciénaga, y después que vieron que estaba terso y bueno, rompieron por los indios, y desbaratándolos, y fueron siguiendo el alcance por pueblo más de una legua, y aquí se hizo muy gran matanza y castigo; y como los pueblos de adelante vieron que en el campo los desbaratábamos, determinaron de alzarse y deja­ mos los pueblos (vacíos), y en este pueblo (Tacuzcalco), holgué dos días, y al cabo de ellos me partí para un pueblo que se dice Miahuaclán, y también se fueron al monte como los otros” . x El 16 de junio del dicho año de 1524 el ejército conquistador dejando a Mihuatlán llegó al viejo pueblo de Ateos, situado cerca de su asiento actual y al pie del Jayalepeque, y en ese punto encontró a los señores de Cuzcatlán que rendían homenaje y se declaraban vasallos de Su Majestad, entregando así su pueblo al yugo extranjero. Así lo dice Alvarado, en la citada “ Carta II” y en el “ Proceso de residen­ cia” ; así lo dicen también sus enemigos, así lo dicen todos, y por más que hemos buscado algo en que pudiera establecerse la negativa, nos hemos encontrado siempre ante el hecho indudable de que los españoles fueron recibidos bien en Cuzcatlán por sus señores y con respetuosas protestas de sumisión. En la referida Carta II dice así Alvarado: “ E de aquí (Miahuaclán) me partí para otro pueblo que se dice Atehuan, y allí me enviaron los señores de Cuzcatlán sus mensajeros, para que diesen la obediencia a sus magestades y a decir que ellos querían ser sus vasallos y ser buenos; y así le dieron aquí en su nom­ bre, y yo los recibí pensando que no mentían como los otros. Y en el “ Proceso de residencia” consta lo siguiente: que “ en otro pueblo principal que se dice Coxcatlán, ques el más principal de aque­ lla provincia, los señores e principales dél le salieron (a Pedro de Alva­ rado a recibir en paz, e le tenían por los caminos muchos montones de frutas y otras cosas de comer, y llegados a dicho pueblo se aposentaron los españoles, e les dichos indios les proveían muy bien de agua e leña, e yerba e comida, e otras cosas necesarias” . . .

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El día siguiente a su llegada a Ateos, esto es el 17 de junio de 1524, el ejército español penetró por primera vez a la ciudad de Cuz­ catlán, cuyos señores, como queda dicho, recibieron de paz al conquis­ tador y protestaron sumisión, y dieron muestras de ello, ante el temor que los extranjeros les inspiraban. “ I llegando que llegué -— -dice Alvarado— , a esta ciudad de Cuzca­ tlán, hallé muchos indios de ella, que me recibieron, y todo el pueblo alzado, y mientras nos aposentamos, no quedó hombre de ellos en el pueblo; que todos se fueron a las sierras.” Y en el escrito de descargo (Proc. de resid.), Alvarado respon­ diendo al X X V I, dice: “ Digo que después que entré en el dicho pueblo (Cuzcatlán) syn les hazer daño ninguno, otro día se alzaron e fueron al monte, e no pa­ recieron.” No se comprende por qué los indios que habían recibido bien a Alvarado, hasta el grado de darles todo cuanto necesitaban (zacate, frutas, comida, leña, etc.) se hayan alzado a los montes dejando de­ sierta la ciudad, cosa que habrían hecho antes de que los españoles llegaran, si sus intenciones para con éstos no hubieren sido “ buenas” . Por eso es que todos los historiadores están acordes en que aquí sucedió una de esas escenas que a cada momento daba el ejército con­ quistador: abusos y vejámenes de toda clase con los indios y las indias, plebeyos y princesas. . . El gran historiador centroamericano José Milla, con notable cri­ terio histórico narra así esos acontecimientos: “ Los señores de aquel país (Cuzcatlán) habían dictado sus dis­ posiciones a fin de que todos los españoles fuesen bien recibidos de paz y encontrasen toda clase de auxilios en los pueblos de su jurisdic­ ción. Nada les faltó desde que tocaron en los dominios cuzcatlecos: y en Atehuan se presentó a Alvarado una comisión de los señores del reino, encargada de ofrecer su obediencia y la de sus vasallos al mo­ narca de Castilla” . “ Fueron inmediatamente a la capital (Cuzcatlán), donde encon­ traron preparado, alojamientos y víveres en abundancia, acogiéndosele con demostraciones de amistoso respeto. Alvarado, en su relación a Cortés, agrega que el pueblo de la capital estaba alzado, y que mien­ tras se aposentaba el ejército, se huyó sin que quedara hombre” . “ No se concilía esa pretendida actitud hostil con el buen recibi­ miento hecho a los españoles, y más bien puede creerse que los desafue­

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I ros cometidos por éstos y por los indios auxiliares exasperaron al vecin­ dario y fueron causa de que se retirase a los montes. El conquistador de Guatemala, en sus relaciones a Cortés, procura siempre disimular o atenuar las faltas de sus soldados y las suyas propias” . . . Algo grave, doloroso, triste, hicieron allí en Cuzcatlán, los espa­ ñoles en contra de los indios, para que éstos se hayan visto determina­ dos a huir a las sierras y a tomar las armas. . . Fueron recibidos bien los españoles, espléndidamente, el día 17 de junio, y el 18 estaban ya los indios en actitud guerrera, ¿por qué? ¿qué sucedió en la noche del 17 al 18 de junio? Una cosa sencilla, un crimen que vino a coronar otros crímenes no menores y abusos incalificables: los españoles asesinaron al señor de Cuzcatlán, a “ Atlacat” , el jefe supremo, al que había tenido la debi­ lidad de entregar a su pueblo al fiero conquistador y lo habían asesina­ do junto a otros señores de su reino. Así lo dice el príncipe indiano Xahilá en el llamado “ Memorial cakchiquel” , y lo dice así con la tremenda sencillez de un sencillo len­ guaje: “ El día 3 Venado, Atlacat con otros señores fué matado por los castellanos” . El 3 Venado del calendario cakchiquel correspondió precisamente al 18 de junio de 1524 de nuestro calendario juliano, entonces usado. El asesinato de Atlacat y los otros señores, la violación de las princesas, los ultrajes, etc. cometidos por los españoles encendieron en la población indiana la ira santa del justo, el santo coraje, del que ve atropellados sus derechos y empezó la resistencia heroica del pueblo cuzcatleco.

XI En Cuzcatlán, el 18 de junio, dice Alvarado, no quedó hombre de ellos en el pueblo, que todos se fueron a los montes. “ El como vi ésto — agrega Alvarado— , yo envié mis mensajeros a los señores de allí (los que se habían librado de la matanza) a decirles que no fuesen malos (¡que aceptaran el yugo español!), y que mirasen que habían dado la obediencia a su magestad, y a mí en su nombre, ase­ gurándoles qüe si viniesen que yo no les iba a hacer guerra ni a tomarles lo suyo ( ! ) sino a traerlos al servicio de Dios Nuestro Señor y de su Magestad” . “ Enviáronme a decir que no conocían a nadie, que no querían

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venir, que si algo Íes quería, que allí estaban esperando con sus armas” . ( ¡La respuesta de Leónidas en las Term opilas!) “ E desque vi su mal ( ! ) propósito, les envié un mandamiento y requerimiento de parte del Emperador nuestro Señor, en que les re­ quería y mandaba que no quebrantasen las pases ni se rebelasen pues ya se había dado por vasallos; donde no que procedería en contra de ellos como contra traidores alzados y rebelados contra el servicio de su magestad, y que les haría guerra, y a todos los que en ellos fuesen toma­ dos a vida serían esclavos y los herrarían; y que si fuesen leales, de mí serían favorecidos y amparados como vasallos de su magestad” . “ E a esto ni volvieron los mensajeros ni la respuesta de ellos; y como vi su dañada intención ( !) y porque aquella tierra no se quedase sin castigo envié gentes a buscarlos a los montes y a las sierras; a los cuales hallaron de guerra, y pelearon con ellos, y hirieron españoles y indios mis amigos” . “ I después de todo esto fué preso un principal de esta ciudad; y para más justificación se le torné a enviar con otro mi mandamiento, y respondieron lo mismo que antes (que los esperaban con las armas)” . “ E luego como vi esto, yo hice proceso contra ellos y contra los otros que me habían dado la guerra, y los llamé por pregones ( ! ) , y tampoco quisieron venir ( ! ? ) ” . “ E como vi su rebeldía y el proceso cerrado los sentencié, y di por traidores y a pena de muerte a los señores de estas provincias, y a todos los demás que se hubiesen tomado durante la guerra y se tomasen después, hasta en tanto que diesen la obediencia a su magestad, fuesen esclavos, se herrasen, y de su valor se pagasen once caballos que en la conquista de ellos fueron muertos, y los que de aquí en adelante mata­ sen, y más las otras cosas de armas y otras cosas necesarias a la dicha conquista” . Esas palabras de Alvarado, de cualquier modo que se les inter­ prete, dejan ver siempre la magnitud y gravedad de los sucesos que entonces tuvieron lugar en Cuzcatlán. Alvarado trata en ellos de justifi­ car su conducta y revela su enojo en contra de los indios cuzcatlecos, y hasta cierto punto también revela su impotencia.

XII El día que siguió al asesinato de los señores de Cuzcatlán, fue un domingo, 19 de junio de 1524, en el que entonces cayó la fiesta de la Santísima Trinidad, y fue entonces la primera misa que se dijo en Cuz-

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catlán, oficiando en ella Juan Godines, capellán del ejército, con la asistencia de todos los españoles y más de cuatro mil indios. Fue esa misa el día de la Trinidad de 1524, la que marca el prin­ cipio del Cristianismo en estas comarcas, y es a ello que se debe proba­ blemente el hecho de que más tarde los fundadores de San Salvador, según atestigua el P. Remesal ( “ Crónica de Chiapas y Guatemala” ), “ todos juntos unánimes y conformes dieron advocación a la iglesia y la dedicaron a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas en una esencia divina” . En los días que siguieron, continuó la lucha contra los cuzcatlecos que se habían situado en las sierras y barrancas vecinas a Cuzcatlán y de donde hostilizaban a los españoles. Estos hicieron varios ataques a los cuzcatlecos ayudados de las fuerzas guatemaltecas que habían traído, pero siempre salieron perdiendo: los indios tenían muchas fuer­ zas y éstas estaban bien situadas, y ante esos hechos, los españoles sintieron su impotencia para reducir a Cuzcatlán. Alvarado desde Utatlán, como dijimos (§ V ) tenía ya el propósito de pasar el invierno en Cuzcatlán, y ese mismo propósito tenía al partir a Guatemala de donde salió con toda su gente (Cartas I y I I ) ; pero dos graves sucesos de Cuzcatlán, las grandes fuerzas de que disponían los indios, la situación ventajosa de éstos, la falta de alimentos y el temor de quedar encerrados en este país enemigo por las lluvias y los ríos, le hicieron cambiar de parecer y acordar su regreso a Guatemala, cuyos habitantes eran, como se ha dicho, sus amigos y aliados. “ Sobre estos indios de Cuzcatlán, que estuve diecisiete días, que nunca por entradas que mandé hacer, ni por mensajeros que les hice, como he dicho, les pude atraer, por la mucha espesura de los montes y grandes sierras y quebradas y otras muchas fuerzas que tenían” . “ Acordéme (estando en Cuzcatlán) volver a esta ciudad de Gua­ temala, y de pacificar de vuelta la tierra que atrás dejaba, y por cuanto hice y en ello trabajé (¡e hizo todo lo que pudo!) nunca los pude atraer al servicio de su majestad; porque toda esta costa del sur, por donde fui, es muy montoso y las sierras cerca, donde tienen el acogida; así es que yo soy venido a esta ciudad por las muchas aguas, a donde, para mejor conquistar y pacificar esta tierra tan grande y tan recia de gente, hice y edifiqué en nombre de su majestad, una ciudad de españoles, que se dice la ciudad del Señor Santiago. . . ” Alvarado, pues, a pesar de sus triunfos sangrientos de Acajutla y Tacuzcalco, y a pesar de todo lo que hizo con tal fin no pudo someter

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a ningún pueblo de la costa, y tuvo que regresarse a Santiago de Gua­ temala, sin ningún éxito y con las pérdidas y descalabros de Taxisco y Cuzcatlán. Y sin haber fundado a San Salvador ni a la Trinidad de Sonsonate, ni nada.

XIII Hemos dicho que se ha firmado y repetido varias veces que en la “ Campaña de 1524” fueron fundadas las villas de San Salvador Cuz­ catlán y la Trinidad del Zunzunat, los dos pueblos de Mexicanos y otros pueblos más, y hecho ver que el relato de dicha campaña, ceñido estrictamente al relato del propio Jefe de esa campaña, Alvarado, de hecho excluye dichos acontecimientos. Esto sería suficiente para considerar como falso, enteramente falso el hecho supuesto de la fundación por Alvarado en 1524 de villas y pueblos en lo que hoy es El Salvador; mas la importancia de ese hecho, de que fuere verdadero, y la necesidad de esclarecer y precisar todo lo relativo a los orígenes de San Salvador nos obliga a insistir en ello. El referido relato de Alvarado (la II Carta a Cortés) encierra dos clases de pruebas de lo dicho: negativas y positivas. 1^— Su silencio acerca de las fundaciones de las villas de San Salvador y la Trinidad, prueba que no las fundó, pues al escribir Alva­ rado a su Jefe Cortés tenía interés en referirle todo lo que hizo (y aún más, exagerar) para conquistar y colonizar, y es evidente que un acto más saliente de dicha campaña habría sido el haber fundado dichas villas, o siquiera dejado destacamentos militares, y ciertamente Alvara­ do así lo había dicho en su minucioso relato escrito recién llegado a Guatemala. . . : tenía interés en decirlo y no era posible que lo hubiera olvidado, en esa carta en que Alvarado anota día por día los sucesos, y aun cosas sin interés militar o colonizador. 2^— Por otra parte, Alvarado al salir de Guatemala tenía la inten­ ción de pasar todo el invierno a cien leguas hacia Cuzcatlán, es decir, en esta provincia, y con tal propósito salió de Guatemala con toda su gente. Así lo dice Alvarado y repite e insiste nuevamente en que su propósito era el de calar cien leguas, y después del invierno (Carta II) regresr de la provincia de Cuzcatlán (Carta I) pacificando a la tierra que dejaba atrás (Carta I y II ). Y luego le vemos que perdió importantes elementos de guerra en

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Taxisco, que lo hirieron gravemente en Acajutla, que se ve impotente para reducir a Cuzcatlán que le destroza día a día su ejército, porque tienen los indios grandes fuerzas y bien situadas, etc., como Alvarado claramente lo dice, y luego vemos que continúa afirmando que a pesar de sus triunfos sangrientos de Acajutla y Tacuzcalco no pudo mantener a ningún pueblo de la costa (Carta I I ), y viéndose en la necesidad de regresar a donde sus entonces amigos y aliados los guatemaltecos, por las lluvias, la falta de alimento en país enemigo, etc. (Carta II ). En esas circunstancias, ¿pudo Alvarado haber fundado aquí y en este país enemigo tan poderoso, las villas y pueblos que se supone? ¿Pudo haber dejado aquí destacamentos militares sin comunicaciones con el cuerpo principal que regresaba a Guatemala, en plena estación lluviosa (a la que temía don Pedro según dice él m ismo), con ríos crecidos, sin alimentos, etc.? ¿Es posible que Alvarado, uno de los más ilustres capitanes de su siglo hubiera cometido esa torpeza? Y si la hubiera cometido, ¿qué suerte esperaría a los pequeños destacamentos en frente del invicto y poderoso Cuzcatlán? Ciertamente, reflexionando un poco siquiera aunque sea muy poco, se ve lo absurdo que es la suposición de que San Salvador o la Trinidad de Sonsonate haya sido fundada en esta expedición de 1524. Alvarado, pues, llegó a Guatemala el 21 de julio de 1524 sin haber fundado a San Salvador; el 25 fundó a Santiago de Guatemala, (Carta II) y el 28 de ese mes escribió a Cortés la referida carta.

La f u n d a c i ó n

de

S a n S a l v a d o r f u e d e sp u é s d e j u l io d e

1524.

CAPITULO II SUCESOS POSTERIORES A JULIO DE 1524 Todavía no fue fundada San Salvador I

Esta conclusión ha sido aceptada de lleno por todos nuestros grandes historiadores que se han ocupado de la materia, Reyes, Luna, Barberena, Gavidia. . . El doctor Alberto Luna, de grata memoria, en su bien pensado artículo intitulado “ Algo sobre la fundación da la ciuad de San Sal­ vador” , publicado en 1892 en la Universidad, publicación dirigida

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entonces por el doctor Francisco Martínez Suárez, uno de los más emi­ nentes representativos de El Salvador, tuvo en mi concepto el mérito de haber fijado con claridad los términos de la discusión. Dice así: {La Universidad, Serie III, N? 1, págs. 12-15). “ Sabiéndose con toda certeza que Pedro de Alvarado llegó a la capital de Guatemala el 21 de julio de 1526 y que la villa de San Sal­ vador ya estaba fundada el 6 de mayo de 1525, natural es que los nueve meses quince días que mediaron entre esas dos fechas; encontraremos la que buscamos (la fecha de la fundación de San Salvador). Las dos fechas que marca el doctor Luna entre las que debe bus­ carse aquella en que tuvo lugar la fundación de San Salvador se fundan en documentos incontrovertibles: la del 21 de julio (fecha del regreso de Alvarado a Guatemala de la casi infructuosa expedición a Cuzca­ tlán) está dada por el memorial cakchiquel (el del Príncipe Xahila) y la del 6 de mayo (existencia Real de San Salvador) por el Lib. de Act. del Ay. de Guatemala ya citado. Creo conveniente transcribir íntegras a los lectores las partes de esos documentos históricos que permiten fijar esas dos “ fechas límites

II El Memorial cakchiquel dice: “ Era en el día 7 Hunahpú (12 de abril de 1524) cuando los castellanos llegaron a Ixinché con su jefe Tunatiuh. La gente salió a encontrar a Tunatiuh con los jefes Belehe Dat y Cahi Imox. Bueno fue el corazón de Tunatiuh cuando entró a la ciudad con los jefes. No hubo lucha y Tunatiuh regocijábase cuando él entró a Iximché. Así entraron los castellanos de allende. Oh mis hijos, pero fue una cosa feroz cuan­ do ellos entraron; sus caras eran extrañas y los jefes les tomaron a ellos por dioses. Nosotros, aun nosotros, vuestro padre, les vimos cuando ellos por vez primera pusieron pie en Iximché en el palacio de Tzupan donde Tunatiuh durmió. El jefe se adelantó y verdaderamente luchó él contra los guerreros; él vino de su estancia y llamó a los dictadores: ¿Por qué, les dijo, queréis hacerme la guerra, cuando yo no os la he hecho, pudiendo hacérosla? — De ningún modo, Señor, contestaron los afligidos príncipes; si así fuese, ¿por qué habrían muerto tantos gue­ rreros cuyas tumbas habéis visto vos mismo allá en los bosques, a donde se han llevado sus cadáveres?— Así replicaron los jefes, y él fue a la casa del jefe Chiebal” . “ El Tunatiuh consintió juntarse a los jefes en sus guerras y los

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jefes le dijeron a él: “ Oh tú, Dios, nosotros tenemos dos guerras: una con los Tzutuhiles, una en Panatacat” . Así hablaron los jefes. Sólo 5 días después, Tunatiuh salió de la capital. Entonces los tzutuhiles fue­ ron conquistados por los castellanos. Fue en el día 7 Camey (18 de abril) que los tzutuhiles hueron destruidos por los castellanos” . “ Veinte y cinco días después (el 13 de mayo) Tunatiuh salió de la capital para Cuzcatlán yendo allá para destruir a Atlacat. El día 3 Queth (18 de junio) Atlacat fue muerto por los castellanos, con todos sus guerreros. Allá fueron con Tunatiuh todos sus mexicanos a esta batalla” . El día (1 0 Hunahpú 21 de julio de 1524) volvió de Cuzcatlán (a Tecpan-Guatemala).” ni

El Acta del Cab. de Santiago de Guatemala del 6 de mayo de 1525 md. X XV, dice así: “ Este dicho día el señor Capitán General Pedro de Alvarado dijo: que por cuanto él en nombre de sus magestades, ha hecho elección en esta cibdad de alcaldes é regidores, entre los cuales eligió por regidor a Diego Holguín, el cual se fue desta cibdad a vivir y permanecer en la villa de San Salvador de la cual es Alcalde, é al presente no hay aquí más de un regidor. Y por que hay necesidad de proveer algunas co­ sas complideras al servicio de sus magestades y a la buena gobernación é regimiento desta cibdad, é a cabsa de no haber aquí más de un regidor no se puede tener cabildo. Por tanto, que él en el dicho nombre, en lugar del dicho Diego Holguín elegía é nombraba por regidor desta dicha cibdad, a Francisco de Arévalo, el cual lo aceptó, y el dicho Sr. Capi­ tán recibió del el juramento é solenidad que en tal caso se requería, tes­ tigos Baltasar de Mendoza y Hernando de Alvarado” . “ Este dicho día, é mes é año susodichos, se juntaron en el cabildo el dicho Sr. Capitán General, y los señores Baltasar de Mendoza, al­ calde ordinario, y Hernando de Alvarado é Francisco de Arévalo re­ gidores, é proveyeron lo siguiente: “ Que un puerco en pié de treynta alredes y desde arriba se venda en veynte pesos de oro, y de veinte en cinco arriba diez y seis pesos de oro y que no lleven más, so pena de perdidos los puercos que ansi vendieren, y decient pesos de oro para la cámara é fisco de sus mages­ tades” . “ Este dicho día se pregonó lo susodicho públicamente en esta 364

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cibdad, testigos Pedro Ximénez, Gaspar Arias, y Gonzalo de Solis y mucha copia de gente.

IV En vista de esos documentos, creo que no puede ponerse en duda por nadie de que San Salvador fue fundada, como dice el doctor Luna, entre el 21 de julio de 1524 y el 6 de mayo de 1525. La Real Academia Salvadoreña de la Historia, correspondiente de la de Madrid, en una consulta del Supremo Gobierno resolvió contestar que “ San Salvador debió ser fundada dentro de un período de tiempo que abarca “ desde la finalización del invierno en 1524 al 6 de mayo de 1525” . Como se ve, todos están acordes sobre la tesis del doctor Luna, incluso la Real Academia Salvadoreña de la Historia, salvo dos de sus miembros (Castañeda y Eelloso), que siguiendo textualmente a Juarros creen que la fundación no tuvo lugar sino hasta 1528. Los fundamentos en que descansa la dicha resolución de la Real Academia Salvadoreña de la Historia, según publicación del Presidente de ella, en “ El Día” del 7 de marzo de 1925, son los siguientes párra­ fos de Milla, Barberena y Luna: “ I.— Hay también muchas probabilidades, aunque no entera cer­ teza, de que en ese mismo año de 1525, emprendieron los españoles una segunda expedición a Cuzcatlán, la que tuvo mejor éxito que la de Alvarado, verificada el año anterior. Verdad es que Juarros y otros es­ critores suponen que la fundación de San Salvador tuvo lugar hasta el año de 1528; pero las antiguas actas municipales de Guatemala, que no sabemos como escaparon en este punto a la diligente observación de aquel escritor, hacen ver sin la menor duda que en el mes de mayo de 1525 existía ya una villa de San Salvador, de la cual era Alcalde Diego Holguín. (Libro de Actas del Ayuntamiento de Guatemala, sesión del 6 de mayo de M D X X V ). Es, pues, probable que en principio del año citado haya tenido lugar la conquista de aquella provincia, co­ menzada por Pedro de Alvarado en el anterior, y la fundación de su capital.— (José M illa)” . El mismo historiador, confirma la fundación de la ciudad de “ La Bermuda” con estas dos autoridades: “ El cronista Fr. Francisco Vásquez, que residió algún tiempo en la ciudad de San Salvador, dice haber tenido a la vista los papeles an­ tiguos de su Ayuntamiento, refiere que la población se fundó primi­

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tivamente en el sitio de “ La Bermuda” , donde estuvo algunos años, que el citado escritor cree no llegarían a veinte” . “ Brasseur de Bourborg citando un manuscrito que se intitulaba “ Tratado de la fundación del Convento de Dominicos de San Salvador” , dice que la ciudad se fundó primitivamente a diez leguas de Cuzcatlán, en el valle de Xuchitoto, donde perteneció muchos años” . “ A fines de 1524 o a principios de 1525 es más que probable hayan emprendido los españoles una segunda expedición a Cuzcatlán que tuvo mejor éxito que la primera, pues existe prueba fehaciente de que ya en mayo de 1525 existía la villa de San Salvador. Desgracia­ damente, no se conocen los detalles de esta segunda expedición, de cuya realidad no dudaba el P. Ximénez y el señor Milla.— Barberena” . “ II.— Por el Libro de Actas del Ayuntamiento de Guatemala, co­ rrespondiente a los años de 1525 a 1530, palografiado por D. Rafael Arévalo e impreso en Guatemala por don Luciano Luna, en 1856 sa­ bemos que en el mes de mayo de 1525 existía ya la villa de San Sal­ vador de la que era Alcalde Diego Holguín” . “ Poco tiempo permaneció la población en el sitio “ La Bermuda” porque pronto se reconoció que era un lugar sumamente perseguido por los rayos, por lo cual fue trasladada al lugar que hoy ocupa.— Barberena ’ . “ III.— El P. Motolinia vino a San Salvador cuando todavía estaba en la Bermuda y cuenta como cosa notable que allí “ son los truenos muy desaforados y espantosos, tanto que pone grima y muy gran temor morar en aquella villa” . “ Scherzer asevera la traslación de la Bermuda” . “ Aún subsisten en la Bermuda los restos, rafiros, como dice el P. Vásquez en su famosa crónica, que indican claramente que allí estu­ vo asentada la población.— Barberena” . “ IV.— De la villa de San Salvador se hicieron dos fundaciones en épocas diferentes, la una hecha por nuestro verdadero conquistador don Diego de Alvarado en el valle de la Bermuda y la segunda fundada o mejor dicho, trasladada en el lugar en que actualmente está por Jorge de Alvarado el 1? de abril del año 1528. Esta segunda fundación de la villa de San Salvador al pie del volcán del mismo nombre, la hizo Jorge con los habitantes del pueblo que algunos años antes había ya fundado su hermano Diego en el valle de la Bermuda. Si el ilustrado historiador Juarros y el cronista Vásquez no mencionaron en sus obras la primera fundación, sólo fue porque hoy por fortuna nosotros conoce­

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mos: y por último, que si alguna duda cabe en sus verídicas relaciones se puede aclarar fácilmente, sabiendo como muy bien se sabe, que el valle de La Bermuda no está situado entre San Jacinto y Mejicanos” . “ Y como quiera que la fundación de 1° de abril de 1528 está fuera de cuestión como lo demuestran todos los historiadores de pri­ mera y segunda mano, cúmplenos por el momento, ocuparnos solamente en la primera” . “ Dos documentos auténticos existen sobre la primera fundación. Consiste el uno, en el acta Municipal de Guatemala de 6 de mayo de 1525; y el otro en un antiguo manuscrito que imprimí y di a conocer en el número 3 del tomo 3 ° del Repertorio Salvadoreño, correspondien­ te al mes de septiembre de 1889” . “ Estudiando atentamente aquellos documentos se conoce que a principios del año de 1525 existía ya la mencionada villa y que Diego de Alvarado fue su fundador.— Alberto Luna” . Hasta allí, toda la opinión y todo el fundamento de la opinión de la Real Academia Salvadoreña de la Historia, por lo que se ve que todo se reduce en el fondo a la opinión del doctor Luna.

V Concretado así el debate, hay que buscar “ la fecha de la funda­ ción de San Salvador” entre el 21 de julio de 1524 y el 6 de mayo de 1525. Para fijar dicha fecha entre estos límites, el doctor Luna se apoya en primer término “ en la imposibilidad en que estaban los españoles de venir nuevamente a Cuzcatlán en los meses de la estación lluviosa que siguieron a julio de 1524” , y en segundo lugar en “ la gran activi­ dad de Alvarado” . Con lo primero se demuestra que los españoles sa­ lieron “ después de finalizar el mes de septiembre” , y con lo segundo que salieron “ inmediatamente después” . El doctor Luna razona así: “ Para poder caminar hacia estas comarcas (las de Cuzcatlán) fue preciso, sin duda alguna, esperar, lo más tarde el mes de noviembre, en que estos riesgos (los de las lluvias y las inundaciones) desapare­ cen, porque no aparece, ni aún como verosímil que el adelantado, cuyo carácter esencial lo constituía una acción invasora y dominante, haya tenido por más tiempo interrumpida la conquista, habiendo recibido a principios de octubre un socorro de españoles descansados” . Ciertamente, el doctor Luna tiene razón al afirmar que los espa­

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ñoles no salieron a una nueva expedición a Cuzcatlán sino después de la estación lluviosa de 1524, esto es, después del 15 de octubre, fecha en que prácticamente empieza a concluir esa estación entre nosotros, pero sus conjeturas fundadas en el “ carácter esencial” de Alvarado, “ constituido de una acción invasora dominante” , y en el hecho, cierta­ mente falso, “ de que recibió” refuerzos “ a principios de octubre” , están en contra de la documentación histórica, y por lo tanto, sí podemos afirmar con certeza que la segunda expedición a Cuzcatlán tuvo lugar “ después de octubre de 1524, no podemos decir del mismo modo (ni con certeza ni con verdad) que esa expedición haya salido “ inmediata­ mente después” . El doctor Luna, cuando escribió el artículo a que nos referimos no conocía las Cartas de Alvarado a Cortés, y eso explica en parte las dificultades con que ha tropezado en ese tan interesante trabajo, en el que ha tenido que recurrir a conjeturas más o menos racionales, pero que no pasan de ser conjeturas, aceptables solamente a falta de mejo­ res datos. El razonamiento del doctor Luna, en su segunda parte, supone que dada la gran actividad de Alvarado éste ordenó una inmediata campa­ ña a Cuzcatlán al finalizar la estación de las lluvias. Pero si nuestro estimado amigo hubiera conocido dicha carta, habría visto con toda claridad que el 28 de julio de 1524 (fecha de la carta) Alvarado ardía en deseos no de regresar a Cuzcatlán, sino de ir a Tlapalán. vi Sobre esa cuestión dice así Alvarado (carta II a C ortés): “ Pasados estos dos meses que me quedan (agosto y septiembre, que son los más recios de todos (los de la estación lluviosa) saldré de esta ciudad (Santiago de Guatemala) en demanda de la provincia de Tlapata, que está a quince jornadas de aquí, la tierra adentro, y que según soy informado es la ciudad tan grande como esa de México, y de grandes edificios, y de cal y canto y azoteas; y sin esa hay otras muchas, y cuatro o cinco de ellas han venido aquí a dar la obediencia a su magestad, y dicen que una de ellas tiene treinta mil vecinos, etc.” Fácil es comprender la excitación de Alvarado ante tales informes y el motivo por el cual al concluir el invierno pensaba yá no en volver a Cuzcatlán sino dirigirse a la provincia de Tlapala, de cuyas riquezas tenía tan maravillosos informes.

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Y nadie podrá dudar que para acometer semejante empresa, contra una ciudad tan grande como la de México y otras de gran importancia y poderío, Alvarado no pensó en dividir sus fuerzas, enviando una parte al entonces invicto Cuzcatlán y otra a Tlapala. Fundados en dicha Carta II de Alvarado a Cortés, podemos, pues, establecer que la “ prodigiosa actividad de Alvarado” al concluirse el invierno se iba a dirigir no a Cuzcatlán, como supuso el doctor Luna, sino a Tlapala. Eso bastará para invalidar las conjeturas del doctor Luna respecto a la salida de la segunda expedición a Cuzcatlán a principios de la estación seca; pero hay todavía otras observaciones qué hacer, entre las cuales están las siguientes: 1^, que el doctor Luna en su razona­ miento comete un anacronismo, pues dice que Alvarado “ recibió a principios de octubre un socorro de españoles descansados” , cuando en realidad ese socorro salió de México en esa fecha y llegó a Guatemala meses después” ; y 2^, que el doctor Luna no toma en cuenta la suble­ vación indiana iniciada por los cakchiqueles el día VII Tecolote (26 de agosto de 1524), que fue la más formidable de todas las de estos países y que por poco pone fin a todos los conquistadores, sublevación que éstos no pudieron debelar, y eso a medias, sino hasta febrero del año si­ guiente (1525) a lo que podemos agregar que durante ese tiempo Alvarado estaba herido gravemente, en cama y en paso de muerte. Eso nos hace ver con claridad la imposibilidad en que estuvieron los españoles para organizar la segunda campaña a Cuzcatlán antes de febrero de 1525, y por lo tanto, l a i m p o s i b i l i d a d d e q u e San S a l v a ­ d o r H A Y A SIDO FU N D AD A AN TES DE F E B R E R O DE 1525. VII

Sobre aquellas bases transcritas el doctor Luna concluye de este modo: “ Y así cabe inferir con rigurosa lógica ( ! ) que Alvarado salió de Guatemala a principios de noviembre de 1524 (principios de la es­ tación seca) y que, contando con las dificultades del terreno, con la circunspección que no podía olvidar en una tierra desconocida y con altos que hizo en algunos pueblos que encontró a su paso, llegó a Suchitoto el 6 de diciembre ( ! ) y en los veinticinco días subsiguientes fundó en el valle de Bermuda la villa de San Salvador.” Lo que hemos dicho basta para hacer ver que los españoles no pudieron salir de Guatemala sino a fines o después de febrero de 1525,

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y en este caso, ese razonamiento del doctor Luna nos lleva a la con­ clusión de que l a f u n d a c i ó n d e S a n S a l v a d o r t u v o l u g a r e n l o s P R IM ER O S DÍAS DE A B R IL DE 1525. La importancia de esta conclusión y la necesidad de precisar con mayor exactitud el hecho que nos ocupa, nos obliga a insistir sobre las pruebas. VIII

Hemos visto que Alvarado, al escribir a Cortés de Santiago de Guatemala, el 28 de julio de 1524, a su regreso de la primera expe­ dición a Cuzcatlán tenía el propósito de permanecer en dicha ciudad durante los meses de agosto y septiembre y esperar en ella la conclu­ sión de las lluvias para emprender una nueva campaña, no a Cuzcatlán sino a Tlapala. Estando Tlapala a 15 jornadas de Guatemala, según dice el pro­ pio Alvarado, resulta que la expedición a ella habría tardado en sólo ir y venir un mes cabal, de modo que la campaña total con todas las entretenciones, no pudo durar menos de mes y medio. Ahora bien, terminando la estación lluviosa en 15 de octubre, tenemos que la expe­ dición a Tlapala había terminado hacia principios de diciembre y la segunda expedición a Cuzcatlán no pudo salir antes de este mes, lo que nos lleva a la conclusión de que San Salvador no pudo ser fundada en 1524 sino después en 1525. Eso en el supuesto de que los propósitos de Alvarado se hubieran realizado; pero antes de que concluyera el invierno, antes de que pa­ saran los “ dos meses” de que habla Alvarado, los españoles por él capitaneados fueron arrojados de Guatemala por los cakchiqueles, o si se prefiere, obligados a retirarse camino a México, hacia Xepaáu (Olintepeque). Ya en el § 11 de este capítulo he transcrito la parte del Memorial cakchiquel que permite fijar el regreso de Alvarado a Guatemala, el día 21 de junio de 1524 de la primera expedición a Cuzcatlán, y ahora transcribo la continuación de dicho relato, en la parte que se refiere a la rebelación cakchiquel en contra del odioso yugo de los extranjeros, de esos extranjeros a quienes ellos mismos habían ayudado a someter a los quitchés y tzutuhiles, y a quienes habían ayudado también en su infructuoso intento de conquistar a Cuzcatlán, el núcleo pipil que había sido entre todos los pueblos indianos el primero en la paz y que en los tiempos de prueba supo también ser el primero en la guerra.

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IX

El referido Memorial cakchiquel dice así: “ Entonces Tunatiuh empezó a pedir dinero a los jefes: El deseaba que ellos le dieran vasijas llenas de metales preciosos y aun sus copas de beber y sus coronas. No recibiendo nada, Tunatiuh se puso enojado y dijo a los jefes: “ ¿Por qué no me han dado Uds. el oro? Si Uds. no me traen el precioso metal de todos sus pueblos, escojan entonces, porque yo os quemaré vivos y os colgaré.— Así habló él a los jefes” . “ Entonces Tunatiuh cogió de tres de ellos los ornamentos de oro que llevaban en sus orejas. Los jefes sufrieron enormemente de esta vio­ lencia y lloraron ante él. Pero Tunatiuh no se preocupó y dijo: “ Yo os digo que quiero el oro aquí dentro de cinco días. ¡A y de vosotros si no lo traéis! ¡Y o conozco mi corazón!” Así dijo él a los jefes. La palabra fué entonces dada. Los jefes juntaron todos sus metales, los de los padres y los de los hijos del rey, y todo lo que los jefes pudieron con­ seguir de la gente.” “ Mientras ellos estaban recogiendo el oro para Tunatiuh, un sa­ cerdote del demonio se mostró: “ Yo soy el rayo, yo destruiré a los cas­ tellanos” . Así dijo a los jefes. “ Yo voy a destruirlos por fuego. Cuando yo golpee el tambor dejad a los jefes adelantarse e ir al otro lado del río. Esto haré en el día 7 Ahmak (26 de agosto). Así habló este sacer­ dote del demonio a los jefes. Verdaderamente los jefes pensaron que ellos debían confiar en las palabras de este hombre. Fué cuando ellos estaban colectando el oro, que nosotros fuimos” . “ El día 7 Ahmak (26 de agosto) era el designado. Ellos deserta­ ron la ciudad de Iximché a causa del sacerdote del demonio, y los jefes la dejaron. “ Sí, verdaderamente, Tunatiuh debe morir” , dijeron ellos. “ No hay más que guerrear en el corazón de Tunatiuh; ahora se regocija en el oro que le hemos dado. Así fue como nuestra ciudad fue abandonada en el día 7 Ahmak a causa de un sacerdote del demonio. ¡Oh hijos m íos!” . “ Pero lo que los jefes hicieron fué pronto sabido por Tunatiuh. Diez días después (5 de septiembre) de que nosotros habíamos dejado la ciudad, la guerra fué empezada por Tunatiuh. El día 5 Camey (5 de septiembre) empezó nuestra destrucción. Entonces empezó nues­ tra miseria. Nosotros nos ocultamos en las selvas; todas nuestras ciu­ dades fueron tomadas, ¡oh mis hijos! Fuimos nosotros degollados por Tunatiuh. Los castellanos entraron en la ciudad y ellos llegaron lo mismo que a un desierto. Desde aquel tiempo los castellanos fueron

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odiados por los Cakchiqueles. Estos hicieron trincheras, abrieron hoyos, para que los caballos pudieran ser matados y la guerra fue declarada por sus hombres. Muchos hombres de .los castellanos fueron muertos y muchos caballos matados en los hoyos. Los Quichés y Tzutuhiles fueron destruidos y todos sus poblados arruinados por los Cakchique­ les. Solamente a esos dejaron vivir los castellanos y sólo a esos se les permitió vivir por los poblados. 180 días después de la deserción de la ciudad de Iximché se cumplió el año noveno” , “ En el día 2 Ah (21 de febrero) se cumplió 9 años después de la revuelta” . “ Durante el décimo año, (que empezó el 21 de febrero) la guerra continuó con los castellanos. Pero los castellanos, habiendo recibido ayuda en este décimo año Xepau, siguieron la guerra con tanto vigor que destruyeron las fuerzas de la nación” . x La importancia de ese documento de la época, a pesar dé la sen­ cillez de su relato — sencillez acostumbrada siempre por el príncipe Xahilá— , es extremadamente grande, pues nos revela en parte no pe­ queña, la difícil situación de los españoles que se vieron obligados a salir del territorio cakchiquel, como dicen todos los historiadores, y tomar camino de regreso, a refugiarse en tierras de los Quichés, en Olintepeque (Xepau) alejándose así de Cuzcatlán y dejando entre esta invicta ciudad y el nuevo asiento de Santiago (en Xepau u Olintepeque) a todos los pueblos cakchiqueles, pipiles, pocomanes, panatlacatles, etc., en armas y coaligados en contra de los españoles. Evidentemente esas circunstancias no eran las propicias para hacer una segunda expedición a Cuzcatlán, ni fundar, por lo tanto, a San Salvador, y en consecuencia, con entera certeza podemos decir que esta villa no fue fundada sino después de haber reducido a los cakchi­ queles y demás pueblos aliados, siquiera al estado de defensiva. Ya hemos visto que el ejército de Alvarado había perdido en su venida a Cuzcatlán, cerca de 200 europeos, y en la guerra contra los cakchiqueles murieron muchos otros españoles, y esto permite compren­ der por qué los españoles desde septiembre se vieron obligados a re­ tirar y mantenerse a la defensiva o a débiles ofensivas. Por otra parte, Pedro de Alvarado no podía en esa época desplegar sus energías, pues estaba en cama (tapesco o hamaca), con fiebre y en paso de muerte, por la herida que recibió en Acajutla el 13 de junio de

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ese año (1524) y de la cual no se repuso sino hasta febrero de 1525 “ (ocho meses después)” quedando cojo para toda su vida. (Cap I § V I). La activa situación del ejército español ante la formidable suble­ vación indiana no podía ser mayor; los alimentos escaseaban y adqui­ rieron precios fabulosos, la vida civil de Santiago de Guatemala quedó suspensa, pues todo lo absorbían las actividades militares, y el cabildo de esa ciudad no pudo reunirse sino hasta “ el 12 de diciembre” (Lib. de actas, etc., etc., págs.— 8-10). La conclusión que se impone con toda fuerza es que, en los últimos meses de 1524 los españoles estuvieron en tan difícil situación que no pudieron haber siquiera ni pensado en dividir sus escasas fuerzas para hacer nuevas expediciones, cuando en frente tenían las formidables fuerzas de (cakchiqueles y tribus aliadas). Ciertamente es, en particu­ lar, que entonces los españoles no pudieron iniciar una nueva campaña a Cuzcatlán (hasta entonces victorioso y fuerte como confiesa Alvarado. Carta II cit.) a través de los cakchiqueles (que estaban sublevados y fuertes), y mucho menos en dividirse para ir unos a fundar una villa (San Salvador) en tierras cuzcatlecas: tenían que atender primero a sus enemigos poderosos e inmediatos, y después pensar en lo demás. La villa de San Salvador, pues, no fue fundada en ningún mes de 1524, sino después, en 1525, y antes del 6 de mayo de este año, como se vio en § III de este capítulo. xi

La difícil situación en que se encontraban los españoles en Xepaáu (Olintepeque) a fines de 1524 vino a ser aliviada por un refuerzo de españoles que le envió Cortés a Guatemala en la primera mitad de octubre de dicho año, y con los cuales Alvarado pudo iniciar una ofensiva vigorosa en contra los cakchiqueles y sus aliados, y quedar con ella libre para nuevas empresas. Respecto de ese hecho, el gran historiador centroamericano don José Milla (Hist. de la Ame. Centr.) dice lo siguiente: “ Allá en (Kepáu) recibió Alvarado, a fines del año 1524 o princi­ pios del siguiente (1 5 2 5 ), un refuerzo de doscientos (2 0 0) soldados españoles que le envió Cortés poco antes de emprender su marcha a Honduras” . “ Con ese refuerzo, Alvarado continuó haciendo la guerra de ex­

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terminio a los cakchiqueles y a otras tribus que; siguiendo su ejemplo, habían aprovechado la oportunidad para procurar sacudir el yugo de los extranjeros. En aquella campaña murieron muchos españoles y perdieron también considerable número de caballos, lo que se conside­ raba tan grave casi como la muerte de un soldado” . La salida de Cortés de México a Honduras tuvo lugar, como es bien sabido el 12 de octubre de 1524 (Carta V de Cortés al Empera­ dor) y la salida de dichos refuerzos de México a Guatemala tuvo lugar, poco antes, o principios de octubre. Ahora bien, hemos visto (Cap. I, § II) que de México a Guatemala un ejército casi sin detenerse tardaba un poco más de tres meses de mar­ cha, y por lo tanto, el ejército que salió a principios de octubre de México no pudo estar en Xepau sino a mediados de enero de 1525.— Hay de México a Olintepeque 650 leguas y un ejército (especial­ mente más en las condiciones en que entonces marchaban) tenía que hacer jornadas que casi nunca llegaban ni a 7 leguas. El príncipe Xahilá da la fecha 24 de febrero de 1525 para el principio de la destrucción de los pueblos cakchiqueles, lo que con­ cuerda bien con los datos que dejamos apuntados. Resumiendo la cronología de estos acontecimientos tenemos que el cabildo de Santiago de Guatemala, establecido en Xepau a causa de la sublevación cakchiquel, no pudo reunirse sino hasta el 12 de diciem­ bre de 1524, para tomar medidas extraordinarias por el excesivo precio de los alimentos; que alrededor del 15 de enero de 1525 los españoles recibieron los refuerzos que de México les envió Cortés; que Alvarado estuvo a paso de muerte, en cama hasta el rededor del 13 de febrero de 1525, y que los cakchiqueles y sus aliados no fueron dominados sino hacia el 24 de febrero de ese mismo (año 1525), La lucha intensa contra los cakchiqueles y sus aliados duró desde mediados de enero hasta fines de febrero, y lo encarnizado de la lucha, el odio de los cakchiqueles hacia los conquistadores y el de éstos, heri­ dos en su orgullo, en contra aquéllos que los lanzaron un día de su territorio matándoles hombres y caballos, hacen imposible por ese tiempo de una segunda campaña hacia aquel Cuzcatlán, ante quien se habían estrellado las fuerzas todas de Alvarado comandadas por éste, uno de los más grandes capitanes de su siglo. La segunda campaña a Cuzcatlán, y por lo tanto, la fecundación de San Salvador, tuvo lugar después de febrero (día 2 4 ) de 1525.

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Y como el 6 de mayo dé 1525 ya existía San Salvador, según he de­ mostrado (Cap. II § I I I), resulta la siguiente conclusión: Que la fecha de la fundación de San Salvador queda así fijada E N T R E E L 24 DE F E B R E R O Y E L 6 DE M A Y O DE 1525. El promedio entre los días de estas dos fechas nos da el resultado de que la f undación de San Salvador tuvo lugar alrededor DEL DIA 1? DE ABRIL DE 1525 (36 días después del 24 de febrero y 36 días antes del 6 de m ayo).

CAPITULO III FUNDACION DE SAN SALVADOR CUZCATLAN Sucesos de 1525 i Hemos visto que Alvarado ni ninguno de sus capitanes pudo haber salido de Santiago de Guatemala, en una segunda campaña a Cuzcatlán, antes de los últimos días de febrero de 1525, y como ya existía San Sal­ vador, a principios de mayo de ese año, preciso es concluir que la segunda campaña a Cuzcatlán tuvo lugar entre esos dos meses “ en mar­ zo y abril de 1525” , habiéndose fundado dicha villa, como hice ver, entre estos otros dos meses, esto es, alrededor del 1° de abril. Todos los historiadores han considerado esta campaña a Cuzcatlán a principios de 1525 como un hecho muy probable, y ahora vemos que no es sólo probable, sino un hecho históricamente cierto. Por demás hay un documento histórico que lo afirma claramente, y es la Crónica de la Santa Provincia de Chiapas y Guatemala, en la cual Vásquez dice así: “ Por el año de 1526, volviendo el Adelantado, Gobernador y Ca­ pitán de estas provincias, don Pedro de Alvarado, halló de guerra a la provincia de Cuzcatlán, habiendo sido ésta conquistada y reducida el año antecedente (esto es, en 1 52 5 ).” En el acta que he transcrito (Cap. II) de la sesión del Cabildo de Guatemala, celebrado el 6 de mayo de 1525, se ve que Alvarado se lamenta de que no puede reunirse el Cabildo a causa de la falta de un regidor, Diego Holguín, que se ha ido “ a vivir y permanecer en la villa de San Salvador, de la cual es Alcalde” , lo cual supone hacía un tiempo

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relativamente largo que San Salvador estaba fundado, y por lo menos, el suficiente para tener noticias de que lo estaba y de que Holguín había tomado su cargo. Esto nos lleva a la conclusión de que la fun­ dación de San Salvador, tuvo lugar por lo menos un mes antes del 6 de mayo de 1525, esto es, antes del 6 de abril de ese año, lo que nos da como fecha, al menos aproximada para la fundación de San Salvador, la ya indicada: 1° de abril de 1525. Por otra parte consta que Diego Holguín, se presentó a Cabildo de Guatemala, 8 de marzo de ese año, de modo que su salida fue pos­ terior a esa fecha, y teniendo en cuenta que de Olintepeque (en donde estaba Santiago de Guatemala) a Cuzcatlán (en donde fundaron a San Salvador), habían poco menos de 20 jornadas, Holguín y los demás fundadores de San Salvador, llegaron a su destino hacia el 28 de marzo y fundaron la villa española de que tenían encargo, con el nombre de San Salvador, el 1? de abril de dicho año. Si la fundación de San Salvador no tuvo lugar precisamente en ese día, I? de abril, no lo podremos saber nunca, mas sí podemos afir­ mar con toda certeza que dicha fundación tuvo lugar alrededor de ese día; tal vez el 31 de marzo; tal vez el 2 de abril, pero sí alrededor del 1° de abril de 1525. El informe de Diego Holguín a Pedro de Alvarado, comunicándole la fundación de San Salvador, no pudo haberse conservado en Gua­ temala por haber sido probablemente verbal, o si no, por tratarse de una hoja suelta. Si el libro de Actas de Ay. de Guat. se salvó en parte de la destrucción fue porque fueron cosidos a tiempo, allá en los pri­ meros años del coloniaje, los fragmentos que de él quedaban; ¿qué pasaría con los papeles sueltos? Por otra parte. Alvarado tenía aue haber informado de ese su­ ceso a Hernán Cortés, de quien dependía; pero no lo hizo; pues desde mediados de enero recibió de él noticias de que salía de México a Honduras, de donde pasaría a Guatemala, y no había por lo tanto objeto en mandarle esa noticia a México, pues no estaría Cortés y ade­ más, éste la iba a tener antes de su regreso, a su paso por Guatemala. Eso así, aunque después cambiara los propósitos de Cortés. En fin, el acta del Cabildo de San Salvador, correspondiente a la fundación, tampoco existe, pues los españoles en julio de 1525 fueron atacados de improviso y con violencia por los indios que los hicieron abandonar la villa, e huir hacia el Lempa, y ciertamente pensaron

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más en pelear y defenderse y huir que en salvar tales papeles, a los que no se concedía entonces gran importancia. Demás está decir que a consecuencia de ello, podemos tener se­ guridad que si sobre la fundación de San Salvador pueden encontrarse tal vez nuevos datos, ninguno sobre la fecha precisa del día de dicho acontecimiento. Por demás, una población no se funda, en rigor en un solo día, y para las necesidades históricas, basta la fecha media de 1$ de abril de 1525. Sobre la fundación de San Salvador existen diversas referencias en el Proceso de Residencia instruido en México en contra de Pedro de Alvarado, y entre ellos, en el “ Interrogatorio de descargos, hecho a los testigos que presentó Alvarado (Preg. L X X X II, pág. 1 0 6 ), está el siguiente pasaje: “ Yten. si saben, etc., questando dicho Pedro de Alvarado en la dicha cibdad (Santiago) que pobló en la dicha provincia de Guatymala se partió de allí en demanda de la provincia de Cuzcatlán, la que alió buena e fértil, y tomó posesyon della a nombre de su magestad, e después de buelta a la dicha provincia de Guatymala, envió a ciertos españoles a poblar a la dicha provincia, e hizo y pobló una villa que se dize San Salvador, la cual está poblada de españoles en servicio de su magestad, e asy mismo las provincias a ellas comarcanas” . Y en el Escrito de descargos, el propio Alvarado dice: “ . . . en ellos poblé una Cibdad que se dize Santiago e estando en la dicha Cibdad tuve noticias de otras tierras, más adelante, e fui a ellas, e llegué hasta la Tierra firme de Pedrarias (Nicaragua), e hice y poblé una villa que se dize San Salvador. También en el interrogatorio (pág. 101) se encuentra la siguiente: “ LLX.— Iten si saben, etc., quel dicho Pedro de Alvarado pobló en las dichas provincias una villa que se dize San Salvador, y después acá syempre ha estado poblada y en servicio de su majestad’ '. Y así mismo lo afirman los testigos presenciales Andrés de Rodas (pág. 1 1 4 ), Guillén de Lazo (pág. 122, Pedro González Najara (pág. 147), Gonzalo de Alvarado (pág. 1 62 ). En la declaración de éste se agrega que San Salvador desde que fue fundada por don Pedro hasta 1529 no cesó de existir. Y en la “ Crónica de las conquistas de nuetro Señor Santiago en la provincia de Guatemala” , atribuida erróneamente a Gonzalo de Alva­ rado, dice su autor que “ en marzo de 1525 salieron de Santiago, Gon­

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zalo de Alvarado, Diego ííolguín, Francisco Díaz, Alfonso de Üliueros y muchos otros españoles a conquistar e poblar otras provincias de Gua­ temala” , lo que no tiene sentido si no se interpreta como refiriéndose, por lo menos en parte, a la conquista de Cuzcatlán y fundación de San Salvador. Por el pasaje transcrito de Alvarado se ve que él mandó desde Santiago a varios españoles a fundar en Cuzcatlán una villa “ que se dize San Salvador” , y por lo tanto, puede considerarse a él como el fundador de esta población, aunque lo haya hecho por medio de su te­ niente (¿Gonzalo? ¿H olgu ín?). También vemos que fue a Tierras de Pedrarias (Nicaragua) por este mismo tiempo, un poco después, y a su paso por Cuzcatlán com­ pletó de organizar la villa, ya que no fue antes de mayo de 1525 ni se refiere a su viaje a Tierras de Pedrarias en julio de 1526, pues en la época a que nos referimos Pedrarias había ya reconocido como límites de su jurisdicción, y Alvarado como los de la suya, el Golfo de Fonseca. Esta expedición de Alvarado en 1525 hasta Tierras de Pedrarias está ya indicada como una intención en la citada Carta II de Alvarado a Cortés, en donde le dice: . .este verano que viene, placiendo a nuestro Señor, pienso pasar doscientas leguas adelante. . . ” Es verdad que Milla (Hist. de la Am. Cent.), dice, que en 1530, los límites de la Gobernación de Guatemala, llegaban al río Lempa (pág. 2 2 3 ); mas, también afirma (pág. 222) que anteriormente habían mandado de Guatemala al otro lado del Lempa (a la que poco después se llamó San Miguel) expedicionarios encargados de reducir a los indios que se habían insurreccionado lo que indica que ya antes habían sido conquistados. Por otra parte el cronista Herrera (D ec. IV, Lib. III, Cap. II, ario 1528) refiere terminantemente que en este año Pedrarias y Salcedo re­ conocieron como límites de sus Gobernaciones una línea que partiendo del Golfo de Fonseca fuera hasta Trujillo, lo que no habría sido así si por aquel tiempo las pretensiones de Pedrarias se hubieran extendido hasta nuestro Lempa. Milla (pág. 165) hablando del viaje de Alvarado en 1526 a través de lo que hoy es El Salvador, dice lo siguiente: “ Emprendió su viaje a Honduras tomando el camino de Cuzcatlán, pues el directo, por Esquipulas, pasaban por unos pueblos que no esta­ ban sometidos a los españoles. Atravesó aquella provincia, y pasando el Lempa, cruzó Chaparrastique, llamada después San Miguel, etc.”

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Evidentemente si Alvarado no tomó el camino directo porque pasaba por unos pueblos que no estaban sometidos a los españoles, y tomó el de Cuzcatlán y Chaparrastique, fue porque éstos ya estaban sometidos. En resumen podemos decir que después de la fundación de San Salvador en Cuzcatlán, se emprendieron en el mismo año de 1525, varias expediciones a las demás regiones del actual territorio salvado­ reño, sirviendo San Salvador como centro de esas operaciones.

III Entre los sucesos de 1525 deberíamos hablar de la celebración de la Semana Santa; pero no tenemos datos directos de ese hecho. Indu­ dablemente, el P. Godínez debe haberse quedado en Santiago de Gua­ temala para la dicha celebración y es probablemente al P. Díaz a quien haya tocado la bendición de la villa del Santísimo Salvador y la cele­ bración de su pasión y muerte. En el año 1525 la reforma gregoriana del calendario no se había hecho todavía (lo fue en 1582) y teniendo en cuenta eso encontramos que para el dicho año juliano la letra dominical fue A y la epacta 4, y que por lo tanto la Pascua cayó en 1525 el 16 de abril y el Domingo de Ramos el día 9, poco después de fundada la villa del Salvador. Como, por el cambio de calendario, no todos están habituados a esos cálculos, citaré el siguiente párrafo de la Carta V de Cortés, en que dice: “ Yo lleguaré a estas caserías de Tenciz vísperas de pascua de Resurección a 15 días de abril del año 1525, etc.” Lo que nos da directamente lo que nos dio el cómputo anterior. Puede ser que la proximidad de la Semana Santa haya sido el motivo por el cual se haya dado el nombre de San Salvador a la nueva villa, cuya Iglesia fue puesta, según el P. Remesal, bajo la advocación de la Santísima Trinidad, “ pareciéndoles que con esto — agrega— , tenían inmediatamente a Dios por protector y amparo” . (Hist. de la Provincia de Chiapa y Guatemala, Cap. III, L. IX ), debiéndose esto tal vez a que la primera misa; celebrada en Cuzcatlán fue el domingo 19 de junio de 1524, el día precisamente en que en ese año cayó la fiesta de la Santísima Trinidad. La fecha de la Semana Santa en 1525 nos da una razón más para afirmar que la fundación de San Salvador tuvo lugar a principios de abril, pues los fundadores de ella, dado el carácter religioso de la épo-

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ca, quisieron pasar la Semana Santa en Santiago Guatemala, o en la nueva villa que iban a fundar. Si en Santiago de Guatemala, habría salido después del 16 de abril, y llegado a Cuzcatlán, después del 6 de mayo, en que ya existía San Salvador hacía algunas semanas. Por lo tanto, los fundadores de San Salvador, vinieron a pasar la Semana Santa a la villa que iban a fundar, y por lo tanto, vinieron y la fundaron antes del 9 de abril (Domingo de Ramos). De otro hecho que debiéramos hablar aquí es del incendio de Cuzcatlán ordenado por los jefes españoles entre 1524 y 1526, mas no tenemos sobre el particular dalos exactos, y sólo podemos decir, avan­ zándonos al capítulo siguiente, que la lucha contra los Cuzcatlecos, apa­ rentemente "almada en 1525, volvió a encenderse en julio de 1526.

CAPITULO IV SUCESOS DE 1526.— BATALLA DEL 6 DE AGOSTO.— HECHOS DE 1527 i Al concluirse el año de 1525, como acabamos de ver, la villa de San Salvador Cuzcatlán estaba ya fundada y lo que es hoy territorio salvadoreño había sido recorrido en diversas expediciones por los ha­ bitantes de la colonia, y los pueblos de esta comarca conquistados y sometidos más o menos a las autoridades de ella. Sin embargo, el sometimiento no era completo y en 1526, cuando Alvarado se hallaba en Honduras, los pueblos de dicho territorio toma­ ron parte en la gran sublevación indiana de esa época; chaparrastiques, cuzcatlecos, guaymangos, izalcos, jumaitenses, cakchiqueles, etc., esta­ ban en armas contra España cuando Alvarado regresaba en julio y agosto de 1526 de la Choluteca (Honduras) acompañado de Luis Marín y Bernal Díaz del Castillo. En medio de esa sublevación general, ¿qué suerte cupo la pe­ queña colonia de San Salvador? El doctor Luna nos ha dado a conocer el contenido de un intere­ sante documento “ antiguo y muy curioso, en poder del historiador sal­ vadoreño J. A. Cevallos” . “ Dice ese manuscrito (refiere L u n a ): que el Adelantado emprendió 380

su viaje a Honduras a principios de 1526, atravesando todo el señorío de Cuzcatlán; que llegó a Choluteca en donde lo encontró Luis Marín, que le informó todos los pormenores de la vuelta de Cortés a México; que después de un banquete que le ofrecieron los caciques, determinó regresar en dirección a Cuzcatlán; que en Chaparrastique encontró a Diego Holguín, que iba fugitivo de los indios que se habían alzado en contra su autoridad, a influencias del Príncipe Sequechul, heredero de la corona del Quiché; que al llegar al caudaloso Lempa encontró la margen occidental guardada por un ejército considerable de indios; que, aprovechándose de un gran número de canoas que los insurgentes no habían podido llevar consigo, atravesó el río y cargó sobre el ene­ migo que derrotó completamente el 5 de agosto de 1526; que después de tan señalado triunfo, y dejando a Holguín cinco mil indios de los veinte mil que le auxiliaban, siguió su marcha a Quiché” . Ese relato a pesar de encontrarse en un antiguo documento, dadas las inexactitudes que contiene, puede decirse que es un compendio de tradiciones y documentos anteriores y en el cual deben distinguirse el valor histórico de sus diversas partes. Indudablemente, la mención a Holguín, su retirada del primitivo asiento de San Salvador hacia el Lempa en busca de Alvarado, y el refuerzo que éste le dejara no es de hechos conservados por la tradi­ ción, pues ésta había sido recogida por los antiguos cronistas, espe­ cialmente por Vásquez, de modo que el autor del “ antiguo y muy cu­ rioso manuscrito del historiador don J. A. Cevallos” , debe haberlos tomado de algún documento más antiguo. El resto del relato, proviene de Bernal Díaz del Castillo y Vásquez y todos los que les han transcrito, agregándole lo que han sabido de la tradición, de esta gran conserva­ dora y falseadora de los hechos históricos. En vista del contenido del “ documento de Cevallos” , podemos decir que la villa de San Salvador vivió en su primitivo asiento (en donde hoy está, cerca de Cuzcatlán) hasta julio de 1526, fecha en que los indios cuzcatlecos sublevados, cayeron sobre los salvadoreños, ha­ ciéndolos huir hacia el Lempa en busca de Alvarado, que venía de Choluteca; que el capitán Holguín recibió de su jefe un refuerzo de 5,000 indios auxiliares con los que se continuó la lucha en ese año y probablemente en el siguiente, quedando entonces San Salvador, como una villa-campamento, sin asiento legal determinado. Consérvase la tradición de que la villa de San Salvador estuvo en lugar llamado “ Los Almendros” o “ Pueblo V iejo” , de la jurisdic-

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ción de Suchitoto, y como por otra parte San Salvador después de haber estado en La Bermuda, de la misma jurisdicción, se trasladó directamente a su actual asiento, su fijación en aquel lugar debe haber sido antes de que se estableciera en La Bermuda, esto es antes de abril de 1528, y por lo tanto, entre agosto de 1526 y abril de 1528. ii

Respecto de la batalla del 6 de agosto de 1526, cuando Alvarado venía de la Choluteca Malalca (Honduras) con Bernal Díaz del Cas­ tillo y Luis Marín, podemos decir que la tradición ha adulterado tanto los hechos, que nuestros grandes historiadores (nada menos que Milla y Barberena) la han negado del todo. De todos los antiguos cronistas y escritores que hablan del asun­ to, el primero que fija la tradición es Vásquez, quien en su Crónica de la Santa Provincia del Dulcísimo Nombre de Jesús de Guatemala, etc.” , escrita en 1694, en el Tomo I, Capítulo X, “ En el que se dice algo de lo mucho de bueno de la ciudad de San Salvador” , dice lo siguiente: “ Fué la última victoria, que tuvieron las armas españolas, a 6 de agosto de 1526, en cuya consecuencia y memoria se dedicó la Iglesia Parroquial, al Salvador (no a la Santísima Trinidad, como dice un escritor equivocando este lugar con el de la villa de Sonsonate), y se hace reseña de este triunfo, sacándose el Pendón Real, la víspera y el día de la Transfiguración, desde la Iglesia Parroquial, por las calles públicas, con muy lucido acompañamiento de Caballería: que de verdad no le hacen ventajas en el aparato, pompas, galas y nobleza de concurso, otras ciudades más numerosas” . De allí tomó Juarros (Comp. de la Hist. de Guat.) esos datos y los aumentó con otros, y de ellos es que los demás escritores han tomado la referida especie modificándola más o menos como han creí­ do conveniente. Juarros en su Comp. de la Hist. de Guat., escrita hacia 1790 (un siglo cabal después de Vásquez) dice al respecto lo siguiente: “ Este caballero (don Jorge) digno hermano de don Pedro, para tener sujeta a la provincia de Cuzcatlán, que era una de las mas ricas de la Gobernación, dispuso se fundase en ella una villa española, a que nombró San Salvador por haberse ganado la última batalla que sujetó esta provincia a los españoles, el 6 de agosto de 1526, día en qua la Iglesia celebra la Transfiguración del Señor, y por esta misma

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razón se dedicó la Iglesia Parroquial al Salvador, y se hacía reseña de este triunfo sacando el real pendón la víspera y el día de dicha fiesta, por las calles principales, con lucido acompañamiento de caballería. Como Vásquez entre todos los antiguos escritores es el primero en transcribir la referida tradición, Milla le acusa de ser “ el autor de esa falsa noticia” . Sinceramente, no creo que el P. Vásquez la haya inventado, sino que transcribió más o menos fielmente una tradición que existía en un tiempo, una tradición que, como todas, tiene algo de verdad y mucho de error y creación colectiva. Si después de Vásquez, a pesar de quedar escrita la tradición, y por lo tanto más o menos fijada, se ha seguido alterando, ¿qué no sucedería antes? El deber que impone en este caso la lógica es distinguir las di­ versas partes de la tradición, y determinar el valor histórico de cada una de ellas, y no rechazar de plano, como Milla y Barberena, todo el contenido de ella, pues en toda tradición, por falseada que esté, hay algún fondo de verdad. ni

En primer lugar observaremos que es enteramente falso (lo que dice Juarros, y no Vásquez) que San Salvador haya tomado ese nombre por la batalla del 6 de agosto de 1526, pues como ya vimos, en el lib. de Act. del Ay. de Guat., consta de modo indudable que el 6 de mayo de 1525 (el año anterior a la batalla) ya existía con ese nombre y no con otro, pues en el acta citada (Cap. I § III) se dice que Holguín se había ido “ a vivir y permanecer en la villa de San Salvador, de la cual es alcalde, etc.” No podía haber tomado su nombre San Salvador en 1525 de una batalla que tuvo lugar en 1526. Del mismo modo podemos afirmar que es una simpleza del mismo calibre, la de los que pretenden que San Salvador tomó su nombre de una batalla que suponen habida el 6 de agosto de 1525, pues tres meses antes, en mayo de ese año (1525) ya existía con dicho nombre. En segundo lugar observaremos que si se dedicó al principio la Iglesia Parroquial de San Salvador, al Salvador, fue indudablemente porque al dar ese nombre a la villa se tomaba como patrono al San­ tísimo Salvador, y natural era que el 6 de agosto se celebrara con

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gran pompa la fiesta de la Transfiguración, no por la supuesta bata­ lla, sino por ser el día del Patrono. El paseo del Pendón Real el 6 de agosto tampoco prueba la rea­ lidad de tal batalla, pues tenía que pasearse en una de las principales fiestas de la villa, y ninguna era mayor que la del Santísimo Patrono. Después esa ceremonia se transfirió para las fiestas de diciembre, se­ gún lo atestigua Juarros. En fin, la ceremonia de que habla Juarros, de que se paseaba junto con el Pendón, en diciembre, la espada del Conquistador, que existía en Mexicanos, tampoco prueba nada sobre tal batalla, pues esa ceremonia se instituyó a mediados del siglo XVIII, más de dos siglos después de la conquista, verosímilmente cuando se transfirió el paseo de agosto a diciembre. En tiempo de Vásquez no se paseaba esa espada atribuida a Alvarado, pues Vásquez vivió en San Salvador, asistió y predicó en esas fiestas agostinas y fue guardián del Con­ vento de San Antonio, y ciertamente una ceremonia de tal importancia no le habría pasado desapercibida ni la habría dejado de consignar. Como Vásquez escribió a fines del siglo XVII y Juarros a fines del X VIII, la institución de dicha ceremonia fue hecha, como he dicho, a mediados del siglo XVIII. Eso esclarecido, de la referida tradición sólo nos queda por ana­ lizar dos proposiciones: 1^, que en 1526 se dio en territorio salvadoreño una batalla decisiva, que terminó definitivamente la conquista y su­ misión de los pueblos indianos; y 2?, que esa batalla tuvo lugar el 6 de agosto de ese año.

IV Respecto a que en 1526 cuando venía Alvarado de Honduras se baya dado en lo que es hoy El Salvador una batalla de tan gran im­ portancia como lo que se dice, a orillas del Lempa (o por San Miguel) es ciertamente un hecho completamente falso. En efecto en esa ocasión venía con Alvarado, como se ha dicho, nada menos que un gran historiador de la Conquista, Bernal Díaz del Castillo, quien al relatar ese viaje no sólo nos menciona tal batalla (¡ y ciertamente no habría omitido hablar de una batalla de tal mag­ nitud que con ella se ganara definitivamente toda esta tierra, y lo cual tenía que haber visto !) , sino que al hablar de que los indios mataron cerca del Lempa a un soldado llamado Nicuesa e hirieron a otros dos de un grupo que se había apartado del campamento en busca de maíz,

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dice que los dejaron sin castigo, que no se combatió a los indios por no detenerse. A eso se reduce la famosa batalla del Lempa en 1526, y conste que el testimonio de Díaz del Castillo, testigo presencial e historiador concienzudo, vale más que el de los demás cronistas que escribieron más de dos siglos después. Vamos a analizar esas cuestiones; mas antes debemos consignar los párrafos pertinentes del distinguido licenciado guatemalteco don Virgilio Rodríguez Beteta, Vice-Presidente de la “ Sociedad de Geo­ grafía e Historia de Guatemala” , uno de los más ilustres represen­ tantes de la intelectualidad guatemalteca. v Los párrafos a que nos referimos, los del licenciado Rodríguez Beteta, fueron publicados en el diario “ El Día” , de esta capital, cuyo cuadricentenario conmemoramos, en su edición del 8 de marzo del corriente año (1 9 2 5 ), y son los siguientes: “ Al regresar de Honduras don Pedro de Alvarado y hallarse con la tierra alzada librara una serie de batallas en El Salvador, en las inmediaciones del sitio donde hoy está San Miguel, según afirma el General Díaz del Castillo, y que entrando en Cuzcatlán ganara la úl­ tima batalla el 6 de agosto de 1526. Así lo afirma terminantemente Vásquez y lo confirma Juarros. Vásquez como se ve en el extracto, fue cura en un lugar de la provincia de San Salvador y dice haber visto las ruinas de la primitiva ciudad. Dice además, haber tenido a la vista los documentos del archivo secreto de San Salvador. Su dicho es, pues, muy digno de tomarse en cuenta, sobre todo, tratándose de un autor tan acucioso y prolijo. Tropieza esta opinión con la dificultad de que Bernal Díaz nada dice de tal batalla, lo que es verdaderamente raro tratándose también de un testigo presencial que no perdona deta­ lles, y que detalla las batallas de San Miguel. Pero Bernal Díaz afirma que la tierra (Cuzcatlán) estaba alzada. M uy bien pudo pasar por alto el detalle de la batalla del 6 de agosto, aunque no es corriente que él incurra en tales olvidos” . Es falso que Bernal Díaz del Castillo hable de esa “ serie de ba­ tallas” que le atribuye el licenciado Rodríguez Beteta, ni detalle, como éste dice, “ las batallas de San Miguel” (que no las hubo), y en cuanto la batalla del 6 de agosto, el silencio de Díaz del Castillo es suficiente para negarla, máxime tratándose de una batalla de la magnitud que se

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le atribuye, y no de un simple detalle como dice el Vice-Presidente de la “ Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala” . El relato de Díaz del Castillo, Cap. CXCIII, dice: “ . . .yendo por nuestras jornadas hallamos a Luis Marín en el pueblo que dice Alcalteca; y así como llegamos con aquellas nuevas, tomó mucha alegría, y luego tiramos camino de un pueblo que se dice Mabiani, y hallamos en él a seis soldados que eran de la compañía de Pedro de Alvarado, que andaba en nuestra busca, y uno de ellos fue Diego de Villanueva, conquistador, buen soldado y, uno de los funda­ dores de Guatemala (en donde Bernal Díaz, escribió esa historia), natu­ ral de Villanueva de la Serena, que es en el maestrazgo de Alcántara, y cuando nos conocimos, nos abrazamos los unos a los otros, y pregun­ tando por su capitán Pedro de Alvarado nos dijeron que allí cerca venía con muchos caballeros, y que venía en busca de Cortés y de nosotros, y nos contaron todo lo acaecido en México, ya por mi dicho; y como habían enviado a llamar a Pedro de Alvarado para que fuese Gobernador, y la causa por qué no fué, e yendo por nuestro camino, luego de ahora dos días nos encontramos con Pedro de Alvarado y sus soldados, que fue junto a un pueblo que se dice la Choluteca Malalcá. . . En aquel pueblo (Choluteca) quedaron los de Pedro de Arias (Garabito Compañón, agentes de Pedrarias con los que se habían reu­ nido en ese trayecto), y nosotros nos fuimos a Guatemala, y antes de llegar a la provincia de Cuzcatlán, en aquella sazón llovía mucho y venía un río, que se decía Lempa, muy crecido y no le pudimos pasar en ninguna manera; acordamos de cortar un árbol que se llama ceiba y era de tal grosor que de él se hizo una canoa que en estas partes otra mayor no la había visto, y con gran trabajo estuvimos cinco días en pasar el río, y aún hubo mucha falta de maíz; e pasado el río, dimos en unos pueblos que pusimos por nombre los chaparrastiques, que así era su nombre, a donde mataron los indios naturales de aquellos pue­ blos un soldado que se decía Nicuesa, e hirieron a otros dos de los nuestros, que habían ido a buscar de comer y venían ya desbaratados, y les fuimos a socorrer, y por no nos detener se quedaron sin castigo (esto es, no se les com batió), y esto es en la provincia en donde ahora está poblado San M iguel; y desde allí entramos en la provincia de Cuzca­ tlán, que estaba en guerra, y hallamos bien de comer; y desde allí veníamos a unos pueblos cerca de Petapa (Guatemala), etc.” Por eso se ve en claridad que la famosa batalla a orillas del Lempa, o en cualquier otro punto del actual territorio Salvadoreño,

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cuando venía Alvarado de la Choluteca en 1526, esa batalla sangrienta en la que se sometió definitivamente a los pueblos de esta comarca, es una purísima leyenda, como la del 22 de noviembre en Guatemala (M illa, pág. 184). vi Así, pues, en lo que es hoy El Salvador, ciertamente, no hubo tal batalla; mas, ¿no la hubo en algotra parte, y haya sido esto uno de los factores de dicha leyenda? El propio Díaz del Castillo, continuando el relato que he trans­ crito, dice: . .y de allí (de Cuzcatlán) veníamos a unos pueblos cerca de Petapa (Guatemala) y en el camino tenían los guatemaltecos unas sierras cortadas y unas barrancas muy hondas, donde nos aguardaron, y estuvimos en se las tomar y pasar tres días; allí me hirieron de un flechazo, mas no fue nada la herida, y luego venimos a “ Petapa” y otro día dimos en este valle que llamamos del tuerto” . Por eso se ve que antes de llegar a Petapa, sí hubo un serio com­ bate, pues los españoles tuvieron que pelear tres días para poder pasar; ¿no será ese el del 6 de agosto? ¿no será ese hecho el núcleo alrededor del cual empezó a formarse la leyenda en referencia? Así lo creo, y el lector lo verá después de seguir el relato de Castillo: “ . . . y otro día dimos en este valle que llamamos del Tuerto (Panchoy), donde agora está poblada esta ciudad de Guatemala (la Antigua), que entonces todo estaba en guerra sobre pasillos con los naturales; y acuérdome que cuando veníamos por un repecho abajo (cuesta), comenzó a temblar la tierra de tal manera que muchos sol­ dados cayeron en el suelo, porque duró gran rato el temblor; y luego fuimos, camino del asiento de la ciudad de Guatemala la vieja (TecpánGuatemala), donde solían estar los caciques que se decían Cinacán y Sacachul, y antes de entrar en la dicha ciudad estaba una barranca muy honda y aguardándonos todos los escuadrones de guatimaltecos (cakchiqueles), para no dejarnos pasar, y les hicimos ir con la mala ventura, y pasamos a dormir a la ciudad, y estaban los aposentos y las casas con tan buenos edificios y ricos, en fin, como de caciques que mandaban todas las provincias comarcanas; y desde allí nos salimos a

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lo llano e hicimos ranchos y chozas, y estuvimos en ellos diez días, porque el Pedro de Alvarado envió dos veces a llamar de paz a los de Guatemala y a otros pueblos que estaban en aquella comarca, y hasta ver su respuesta aguardamos los días que he dicho, y de que no qui­ sieron venir ninguno de ellos, fuimos por nuestras jornadas largas sin parar hasta donde Pedro de Alvarado había dejado su ejército (Olintepeque), porque todo estaba en guerra, y estaba en él por capitán su hermano que se decía Gonzalo de Alvarado. Llamábase aquella pobla­ ción, donde los hallamos, Olintepeque, y estuvimos allí ciertos días, y luego (el 27 de agosto), fuimos a Soconusco, etc.” Los expedicionarios llegaron a Olintepeque el 22 de agosto, y el Cabildo de Santiago se reunió allí extraordinariamente el 23 y el 26 de agosto para tratar de la próxima partida de don Pedro, el que salió al día siguiente, 27 de agosto de 1526 (Lib. de Act. del Ay. de Guat, págs. 17 y 18). Por el citado relato de Díaz del Castillo, podemos fijar la fecha de la batalla habida poco antes de Petapa, pues de aquí a Olintepe­ que hay seis jornadas lo que unido a los diez días de demora en Tecpán, Guatemala, nos da 16 días, que restados del 22 de agosto da la fecha 6 de agosto para el fin del referido combate. Podemos decir, pues, que después de 2 días de combate, el tercero 6 de agosto de 1526, tuvieron las armas españolas un triunfo brillante sobre los indianos de los pueblos cercanos a Petapa (Guatemala). Y esa es toda la verdad, respecto a la célebre batalla del 6 de agosto, la que a pesar de todo, no tiene que ver nada con el nombre de San Salvador, pues desde el año anterior, esta villa ya existía con este nombre, ni con las fiestas patronales de San Salvador, ni con nada referente a esta población, pues no se dio en territorio salvadoreño ni tiene la importancia que se le atribuye. vil Resumiendo lo que queda de los acontecimientos de 1526, tenemos lo siguiente: En julio de 1526, los indios cuzcatlecos cayeron sobre San Salva­ dor y, Diego Holguín con los demás habitantes de la villa huyeron hacia el Lempa en busca de Alvarado, quien les dejó un refuerzo de indios

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auxiliares mientras siguió su marcha a Guatemala, continuando Holguín y los demás sansalvadoreños la lucha con los pueblos indianos de la comarca. Esa lucha continuó probablemente en 1527, y permaneciendo San Salvador sin asiento fijo o legalmente establecido desde 1526 que aban­ donó el primitivo (cerca de Cuzcatlán, en donde hoy está) hasta 1528 que se estableció en La Bermuda, fijándose provisionalmente hacia 1527 por Suchitoto en Los Almendros. Después de Holguín, según nuestro historiador el doctor Luna, fue alcalde de San Salvador don Luys de Lunar, y como Holguín des­ empeñó ese cargo en los años de 1525 y 1526, y en 1528 eran alcaldes Antonio de Salazar y Juan de Aguilar, como veremos, cabe inferir como probable, que don Luys de Lunar lo fue en 1527. Fácilmente se comprende que los graves sucesos de 1526 (julio y agosto), las fiestas de agosto no pudieron celebrarse como se hubiera deseado; y que en 1527 se inició probablemente la tradición de cele­ brarla anualmente con pompa, lo mismo que el Corpus-Cristi, que fueron en aquellos tiempos las dos mayores fiestas. Ya he trascrito el relato que de las fiestas agostinas hace el P. Vásquez, y ahora trascribo a continuación la de la celebración del Cor­ pus, que aunque se refiere a una época posterior a 1527, indica el entu­ siasmo con que en este tiempo empezó a celebrarse. Dice así: “ Celebrábase con grandeza la solemnidad del Santísimo Sacra­ mento; hácense invenciones de fuegos, cuélganse decentemente en las calles, fabrican vistosos arcos de flores en disposición de tres naves o calles, la de en medio mayor que las laterales, con tanta igualdad, que desde lejos, por la proximidad de los unos arcos con los otros, parecen cañones bien formados, y todos de primaveras. Idéanse suntuosos al­ tares, y el de la Parroquia con tanto primor y aseo, que no hace falta el esmero del Monasterio de Monjas muy devotas y boyantes. Encién­ dese mucha cera, toda de castilla, sin mezcla, y el octavo día a todo empeño se echa el resto en la grandeza. Hay sermón en esta octava, que sólo pudo deslucirla, el ser yo alguna vez el orador.” Con estos ligeros apuntamientos concluyo la historia de San Sal­ vador en los años 1526 y 1527, debiendo agregar que en 1527 se orga­ nizó una expedición hacia los pueblos inmediatos al Hüija y de la cual no se conocen detalles.

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CAPITULO V SUCESOS DE 1528.— ESTABLECIMIENTO DE SAN SALVADOR EN EL SITIO DE LA BERMUDA i La villa de San Salvador, sin asiento fijo en los años de 1526 a 1528, luchaba con los pueblos indianos de la comarca, adquiriendo con ello, naturalmente, conciencia de su personalidad, y daba origen a la nueva población habida por los intrépidos europeos en las indias más hermosas, o más bellas, o mejor constituidas y más llenas de vida que había en la comarca. San Salvador se desarrollaba así, sin asiento legal determinado, desde el día en que los bravos cuzcatlecos los habían arrojado del valle de Cuzcatlán en 1526. En 1527 tomó posesión del cargo de Teniente de Gobernador y Capitán General, en sustitución de su hermano, don Jorge de Alvarado, y una de sus principales preocupaciones fue organizar la colonia, que don Pedro en 1526, al partir para México había dejado medio desorga­ nizada, y a los pueblos indianos en armas en contra de los españoles. Pedro de Alvarado dejaba, al partir, fundadas dos colonias de españoles: Santiago de Guatemala y San Salvador de Cuzcatlán; pero a consecuencia de las sublevaciones indianas, Santiago no estaba ya en Guatemala sino en Olintepeque (Xepau) y San Salvador no se encontra­ ba ya en Cuzcatlán, sino por el Lempa, por Suchitoto, y ambas poblacio­ nes carecían de asiento legal y apropiado para su desarrollo. Don Jorge se encargó de esto, dando asiento a Santiago el 22 de noviembre de 1527 al pie del Hunaphú, y a San Salvador el 1° de abril de 1528 en el sitio llamado años después de la Bermúdez o de la Bermuda. El establecimiento, impropiamente llamado fundación de San Sal­ vador en la Bermuda el 19 de abril de 1528 consta en diversos docu­ mentos, entre los cuales el más conocido es el de Juarros (Comp. de la Hist. de Guat.) quien dice así: “ La capital (del partido de San Salvador), que lo es también de toda la Intendencia, es la ciudad de San Salvador; está situada en trece grados y 35 ms. de lat. bor. y en 288 long. en un ameno valle circumbalado de frondosas sierras, que al Noroeste terminan en un volcán, cuyas erupciones han causado grandes estragos: a este paraje se tras­ ladó diez o doce años después de su erupción, pues al principio estuvo

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en un lugar que llaman La Bermuda. Se fundó con el título de villa el año 1528, por orden de Jorge de Alvarado, Teniente de su hermano don Pedro, con el fin de tener sujeta la provincia de Cuzcatlán.” “ Llegaron a Cuzcatlán los españoles que envió don Jorge de A l­ varado a fundar la referida villa, que todos eran de la primera nobleza de Guatemala, a fines de marzo de 1528, y escogido el sitio para plan­ tar la población el 1° de abril de dicho año establecieron la villa de San Salvador, tomando posesión de sus empleos los oficiales nombrados por Jorge de Alvarado: Diego de Alvarado, Justicia Mayor y Teniente de Capitán General en toda la provincia; Antonio de Salazar y Juan de Aguilar, Alcaldes Ordinarios; Pedro Gutiérrez de Guiñana, Santos García, Cristóbal Saluago, Sancho de Figueroa, Gaspar de Zepeda, Francisco de Quirós, Pedro Núñez de Guzmán, Regidores; Alguacil Mayor, Gonzalo Ortiz; Visitadores de la Provincia, Gaspar de Zepeda y Francisco de Quirós; y Procurador de la Villa, Luis Hurtado” . Eso informa Juarros a fines del siglo XVI I I ; mas hay otros dos cronistas anteriores que dan más o menos los mismos datos, y son Vásquez, en la citada Crónica, que escribe a fines del siglo X V lI, y Remesal, que escribió su “ Historia de la Prov. de Chiapas y Guatema­ la” , a fines del siglo XVI. Vásquez dice lo siguiente: “ No es éste el sitio, el que primero tuvo la ciudad, sino el que llaman de La Bermuda, donde hasta estos tiempos hay rastros de haberle poblado allí y conservándose algunos años la villa de San Salvador. Pero no me persuado que fuesen tantos, como algún escritor dice, y tengo para mí que aun no llegaron a veinte los que allí estuvo. La razón que motiva pensarlo así es que ninguno hay que llame Ciudad a La Bermuda, sino villa de La Bermuda, y asentado esto, no pudieron llegar a 20 los años que allí estuvo la población de San Salvador, porque a los quince de su fundación tuvo el Título Real de Ciudad, como ya veremos.” “ Concedióle el título de Ciudad el señor Emperador Carlos V por una Real Cédula (que el original se guarda en el archivo de aquella ciu d a d ); su fecha en Guadalajara a 27 de septiembre del año de 1543, y por lo actuado de aquellos años inmediatos, parece que no llegó tan aina el privilegio, porque en los autos de los dos años siguientes se llama la villa de San Salvador” . Por eso se ve, que para la fundación en La Bermuda da la fecha de 1543— 1 5 = 1 5 2 8 .

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Remesal, que es el mejor informado y el más antiguo de los tres, dice lo siguiente (L. IX, Cap. I I I ) : “ Dió orden (Jorge de Alvarado) para tener sujetas y de paz a la Provincia de Cuzcatlán, que era una de las más ricas y principales de la Gobernación de Guatemala, que ella se hiciese una población de españoles a la que dió por nombre villa de San Salvador, dejando a la voluntad y albedrío de los oficiales que enviaba, la elección del sitio más conveniente que les pareciese para asiento del lugar. Eran muchos y muy nobles los españoles que salieron de Guatemala para esta jor­ nada, que la fama de las riquezas de la Provincia, así en frutos de la tierra como en minas los cebó y obligó a dejar la apacible vivienda de Santiago de Guatemala e irse a tierra no vista” . “ Llegaron a Cuzcatlán y escogido el sitio para la nueva villa de San Salvador (que les duró hasta el año de 1575 en que se pasó al que ahora tiene), el primero de abril de mil quinientos veintiocho, edifi­ cadas algunas casas hicieron forma de comunidad y república, y los oficiales de ella, nombrados por Jorge de Alvarado, ejercitaron sus oficios. Tomaron la posesión de ellos Diego de Alvarado, de Justicia Mayor y Teniente de Capitán General en toda la Provincia; Antonio de Salazar y Juan de Aguilar, de Alcaldes ordinarios; venían nombrados por Regidores, Pedro de Gutiérrez de Guiñana, Santos García, Cris­ tóbal Salvago, Sancho de Figueroa, Gaspar de Zepeda, Francisco de Quirós y Pedro Núñez de Guzmán; venía por alguacil mayor Gonzalo Ortiz; por Visitadores de la Provincia Gaspar de Zepeda y Francisco de Quirós y por tenedor de bienes de difuntos Antonio Bermúdez.” “ Este mismo día todos juntos y unánimes y conformes dieron advocación a la Iglesia y la dedicaron a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas en una esencia divina; pareciéndoles que con esto tenían inmediatamente a Dios por protector y am­ paro.” Como se ve, los antiguos escritores empiezan la historia de San Salvador con su fundación, o mejor dicho, establecimiento en La Bermuda el 1° de abril de 1528, en la fecha conmemorativa del tercer aniversario de la primera e indudable fundación, la verdadera funda­ ción, hecha en Cuzcatlán (en donde hoy está). La razón de ello es sencilla: no se han conocido ni se conocen las actas del Cabildo de San Salvador anteriores a 1528, habiendo algunos de los antiguos cro­ nistas (Vásquez) que no conocieron sino alguna pequeña parte (9 fojas) de las actas de ese Cabildo.

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Ese es uno de los motivos por el cual los antiguos cronistas o historiadores “ casi no hablan de la fundación primera de San Salvadorignoraban que “ la verdadera fundación fué la de 1525” ; no creían, (no podían creer) que una villa legalmente constituida existe, aunque cambie su residencia de un lugar a otro. La existencia de una sociedad es independiente de su asiento, y por lo tanto, la verdadera fundación es la del 1? de abril de 1525, y no su establecimiento en La Bermuda en el tercer aniversario de su fundación, el 19 de abril de 1528. ii

Que el establecimiento de San Salvador en La Bermuda fue el de 1528 (y no el de 1525), lo que prueba el hecho de que en 1530 la villa estaba todavía allá, cerca de Perulapán y Suchitoto. A este respecto, “ don Antonio de Herrera, cronista mayor de S. M. de las Indias y su cronista de Castilla” , en su obra publicada en 1600 e intitulada: “ Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano” , hablando de la expedición de Estete a San Salvador, en la Década III, Lib. YI, Cap. V., año 1530, pág. 166, dice: “ . . .P idió (Estete) que le recibieran por Capitán y Gobernador, ofreciendo, si lo hacían, de no tomarles indios; y porque no lo quisie­ ron, salió de la villa (de San Salvador) y se fué a dos leguas a un pueblo llamado Perulapa, a donde fundó la población que llamó Ciu­ dad de los Caballeros” , etc. Y esa distancia de “ dos leguas” , por muy mal contadas que sean, conviene más al sitio de La Bermúdez que al asiento actual; de modo que la traslación tuvo lugar después de 1530. Por otra parte, ha sido tradición constante la de que la fundación de San Salvador en La Bermuda fue la de 1528. Y, en fin, esta conclusión se fortalece con el hecho de que las ruinas de San Salvador en La Bermuda son indicio seguro de que la villa no pasó allí sólo tres años (1525 a 1528), sino más tiempo, evi­ dentemente los once años que dice Juarros.— ( Compendio de la Hist. de Guat.), de 1528 a 1539. Los antiguos cronistas (Herrera, López de Velasco, etc.) identifi­ can unánimemente los lugares llamados San Salvador y Cuzcatlán, he­ cho que puede interpretarse en el sentido de que aquella población española se haya establecido cerca o a inmediaciones a la indiana de

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este nombre. “ San Salvador, dicen que en lengua de indios se llama Cuzcatlán’ . Por otra parte, dada la necesidad de permanecer frente a los cuzcatlecos durante largo tiempo para dominarlos, necesidad que fue comprendida en la campaña de 1524, como se ha visto, era natural que los españoles fundaran su villa-campamento, precisamente en Cuzcatlán, en esta “ tierra de preseas” , que Alvarado (Proc. de Resid.) dice que halló “ buena e fértil” y en donde pasó en lucha infructuosa con los cuzcatlecos diecisiete días. Las necesidades de la conquista y colonización hacían que los españoles buscaran para establecer sus colonias las inmediaciones de los grandes núcleos indianos (México, Guatemala, Cuzcatlán. . . ) y eso confirma la presunción de que Cuzcatlán fue el asiento primitivo de San Salvador. Cuzcatlán era un recio pueblo de indios, una gran ciudad de casas dispersas que se extendía entre los lugares hoy llamados San Jacinto y Santa Tecla. En fin, los sansalvadoreños desde sus primeros tiempos de vida se han caracterizado por volver a la misma localidad después de pa­ sado el terror, consecuente a cada calamidad pública, por ejemplo, te­ rremotos. Más de veinte veces sus autoridades y habitantes se han trasladado a otros lugares con intención de no volver nunca al primi­ tivo asiento; la última vez fue a consecuencia del terremoto de 1854 en que se construyó la Nueva San Salvador en la hacienda de Santa Tecla; pero siempre han desistido de su “ firme propósito” y han vuelto a su tradicional asiento. Natural es, en consecuencia, que lo mismo haya sido la primera vez, que al dejar La Bermuda, los sansalvadoreños buscaron el primitivo asiento. En fin, el gran historiador salvadoreño, doctor Cevallos, consigna el dato precioso de que los habitantes de San Salvador se fueron tras­ ladando poco a poco de La Bermuda al valle de Cuzcatlán (en donde hoy está), dejando casi solas las autoridades allá, las que tuvieron que seguir a sus moradores, según Juarros en 1539, y ese hecho confirma de que los habitantes al trasladarse a este lugar, volvían al primitivo asiento. En cuanto a los restos de la villa de San Salvador en La Bermuda, ya transcribimos lo que dice Vásquez, y ahora hacemos lo mismo con el relato contenido en un informe municipal fechado el 15 de enero de 1860, en Suchitoto, y es el siguiente: “ Existen en la hacienda de La Bermuda, situada al Sur de esta

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ciudad (Suchitoto), a tres leguas de distancia, los vestigios de una ciu­ dad que no alcanza la tradición a los tiempos de su sér; pero a la simple vista, se ven las calles delineadas, y una que conserva todavía su empedrado; las basas de las columnas de un templo con figuras en bajo relieve en sus cuatro rostros, y otras todavía más elevadas que indican haber servido a la arquitectura de la portada; se hace notar el cuadro de la plaza, y a alguna distancia de estos fragmentos, están los escombros de un molino a la orilla del río de este nombre. Con alguna distancia se ven los cimientos de otras casas como de campo o chacra” . “ Los antiguos dueños de La Bermuda hicieron uso de algunas de las basas para colocar los pilares del corredor de la referida hacienda y hasta estos últimos años que han reedificado la casa, están abando­ nadas por el patio las referidas basas” . “ Ese espectáculo se encuentra al Sudeste de la memorada ha­ cienda como a dos millas de distancia” . “ Hay la opinión casi general, que fue la ciudad de San Salvador, existente mucho antes de la conquista; o más bien dicho, la capital de la provincia, sin que haya fundamentos para dar crédito a semejante especie, porque según la historia, la ciudad de San Salvador dala de la conquista a esta parte en el lugar donde se halla” . Es lástima que no se sepa de donde provienen los datos contenidos en este último párrafo, pues la existencia de San Salvador, “ desde mucho antes de la conquista” “ en el lugar donde se halla” , indicarían claramente la identidad primitiva de Cuzcatlán y San Salvador, esto es, que la villa española fue fundada en 1525 a inmediaciones de Cuz­ catlán, entre Cuzcatlán y Cuzcalancingo. Por lo dicho se ve la importancia, desarrollo y tiempo que duró San Salvador en la Bermuda y cuyas ruinas se encuentran ahora al Sur del casco de esa hacienda, en el punto llamado La Primavera. El nombre de Bermuda, parece provenir del apellido de los antiguos moradores de la referida hacienda. Como se verá, los Bermúdez vinieron entre los primeros moradores de San Salvador. m En los pasajes de Remesal y Juarros que hemos transcrito se ve quiénes fueron las primeras autoridades de la villa y de la provincia de San Salvador, y los nombres por ellos citados son precisamente los mismos que aparecen en las actas del Cabildo de San Salvador, de 1528 a 1531; pero el doctor Luna sostiene la tesis de que Diego de Al-

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varado vino entre los primeros pobladores de San Salvador en 1525 y no en la remesa que mandó Jorge de Alvarado de 1528. Los documentos citados prueban hasta la saciedad que Diego de Alvarado vino en 1528, cuando se estableció la villa temporalmente (aunque en la creencia de que se le establecía para siempre) en la Bermuda; mas debemos analizar el documento en que se apoya el doctor Luna, que es un cuadro insertado en el final de un expediente que contiene una petición de Gómez Juárez de Moscoso y la resolución del Alcalde ordinario de San Salvador en 1579, Francisco de Cuica, y que decía así: “ En la ciudad de San Salvador, a nueve diaz del mes de febrero de mil quinientos y sesenta y nueve, ante el ylustre Sr. Francisco de Cuica Alcalde ordinario por su Magestad de esta ciudad y por ante mí Pedro de Mendieta Escribano Público de su Magestad, pareció presente Gómez Juares de Moscoso y presentó una petición del tenor siguiente” . “ Ilustre señor Gómez Juares de Moscoso y Figueroa, vecino de esta ciudad de San Salvador, y Alcalde de la santa hermandad en ella, como marido y conjunta persona de doña Gerónima Salvago mi muger digo, que en la santa yglesia de esta ciudad está una tabla como en archivo guardada y fue custodiada en que están asentados los primeros conquistadores de esta dicha, que son los que conquistaron y pacificaron y poblaron, la cual dicha tabla está allí porque a los dichos conquista­ dores en forma de capellanía se les dice cada año, una misa con renta que para ello dejó Bartolomé Bermúdez, difunto, uno de los dichos con­ quistadores, en la cual estoy asentado y me tiene dada Xtoval Salvago mi suegro, padre de la dicha doña Gerónima Salvago mi muger, y aunque de sus méritos y servicios esta hecha ynformación son Receptoria provición Real de su Magestad, librada en la rreal Audiencia de Guatemala, para más abundamiento me conviene sacar un traslado autorisado en pública forma ynterponiendo en ello Umd., su autoridad y decretó en forma para que haga mayor fée, sobre lo que pido justi­ cia y en lo necesario está Gómez Juares de Moscoso y Figueroa. “ Presentando el dicho escrito e visto por el señor Alcalde dijo que mandaba e mandó que yo el presente Escribano vaya a la yglesia mayor de esta ciudad donde el dicho Gómez Juares de Moscoso dise de estar la dicha tabla, de ella saque y dé testimonio si en ella esté el dicho Xtoval Salvago en la forma e manera que estuviere que en ello su mer­ ced ynterpone autoridad y decretó y ansi lo proveyó e mandó e firmó,

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Francisco de Cuica. Pasó ante mí Pedro de Mendieta Escribano de su Magestad. “ E luego incontinenti de la susodicho, yo el presente escribano en cumplimiento de lo mandado por el dicho señor Alcalde a lo pedido por el dicho Gómez Juares de Moscoso Figueroa, vine a esta yglesia mayor de esta ciudad en donde en un pilar de la dicha yglesia, entrando por la puerta del perdón de ella, a la mano yzquierda en un pilar estaba dicha tabla y presenté al señor Francisco de Cuica Alcalde y Diego Faxardo, el dicho Gómez Juares de Moscoso dijo que aquella que me mostraba era la de que el pedía el testimonio, la cual dicha tabla está en ello escripto en un pliego muchos nombres y el título de encima dice así: “ Jesús María. Los conquistadores que conquistaron e poblaron la ciudad de San Salvador y ayudaron a conquistar las demás provincias etz” . y luego empiezan por tres hordenes de nombres que en el principio de la primera horden empieza e dice. El Capitán Diego de Alvarado, Diego de Usaya, Diego Martín y ansí va suscesivo y el postrero de esta horden dice Magdaleno de Herrera, y en la segunda horden em­ pieza Antonio Hortis, Antonio de Quiros y va suscesivo y en esta horden cave donde dise Gracia de Alfaro está otro nombre que dise Xtoval Salvago e luego Xtoval Hierros y acaba esta horden Gabriel de Ovie­ do e empiesa la otra e dise Pedro de Pueblo, Pedro Alonso e acaba con nombre que se llama Pedro de Triano y ay por todos setenta y tres nombres e no ay firma al pie ninguna, la cual dicha tabla está en la dicha Iglesia mayor de esta ciudad en el pilar de donde ya la quité presente el dicho señor Alcalde y el dicho Diego Faxardo e para que de ello conste de pedimento del dicho Gómez Juáres de Moscoso Figue­ roa y de mandamiento del dicho señor Francisco de Cuica Alcalde, di la presente fecho en San Salvador, a nueve días del mes de febrero de mil quinientos sesenta e nueve años, en fée de la qual fisi aquí este mi signo en testimonio de verdad Pedro de Mendieta Escribano de su Ma­ gestad.” En ese documento, en el Cuadro que empieza “ Jesús María. Los conquistadores que conquistaron e poblaron la ciudad de San Salva­ dor.” no hay prueba de que haya sido el hermano de don Pedro, esto es, Diego de Alvarado, conquistador de Cuzcatlán en 1525 y fundador entonces de la villa, y si aparece en ese Cuadro su nombre es porque fue uno de los principales el principal, en el establecimiento de 1528. Repárase además que ese Cuadro fue escrito muchos años después

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del traslado de la villa a su actual asiento, aun después de haber recibi­ do ésta el título de ciudad, después de 1545, y era natural que pusieran a don Diego como el primero por su superior categoría sin que haya sido el primero en venir.

CAPITULO VI SUCESOS DE 1528 A 1531 i Ya tenemos a la villa de San Salvador fundada en la Bermuda el 1? de abril de 1528, y a partir de este momento la historia de la villa es más o menos completa y cierta por haber una documentación más precisa. Empezaré por tratar de la organización de la villa contenida especialmente en lo que resta del antiguo Libro de actas del Cabildo de San Salvador y de expedientes coloniales. Tardaron quince días en trazar las calles, plaza e iglesia de la villa y en hacer algunas casas en qué morar, como dice Remesal. Las vicisi­ tudes y casi desorganización porque había pasado la villa en sus tres años primeros de vida habían hecho comprender la necesidad de tomar medidas para evitar esos males, y así fue que don Luys Hurtado, Pro­ curador de la villa, se presentó a Cabildo el día “ Jueues a los diez y feys de abril de mcl. X X V III” , y pidió “ folares para los vezinos, y le fue respondido: Que era muy bien e jufta fu de manda” . “ Pidió anfimifmo ante los dichos feñores: Que los tales vezinos e moradores fe afianzen e juren vezindad de manera que ni agora ni en ningún tiempo fe vayan, e aufenten defta dicha vilta, ni dexen la tal vezindad por el allamamiento de Capitán alguno, ni de otra perfona que fe, ni fer pueda y en efpecial las perfonas y oficiales que tienen a cargo de mandar y regir la dicha villa. Por q’ fi de otra manera fueffe, Et. (las razones, fáciles de comprender)” . Y respondiósele: “ Que era jufta y que fe hizieffe así, y ellos mis­ mos fe ofrecieron a dar fianzas y fi neceffario era, jurar la dicha vezindad” . “ Pidió afsí mifmo el dicho Procurador: Que ninguna perfona de los vezinos y moradores de la dicha villa, ni de otra cualquiera q’ fea fe apoffefsione’ a tierra alguna, ni exidos, ni se entremetan a lo tomar. Porque podría ser efta caufa, llamarfe a poffefsio della............. hafta

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q’ ta’to los dichos feseños Tenie’ te y Alcaldes, Jufticia e Regidores de la dicha villa fe lo dar a los tales vezinos e moradores” . Respondiósele al Procurador que eso era buena y justo, quien pidió se le diera testimonio, y luego se mandó que los vecinos se asen­ tasen y diecen fianza de vecindad. De los primeros vecinos de San Salvador en los restos que quedan de lo actuado en los primeros años (1528 a 1531) y en uno que otro expediente de la época colonial, especialmente en el citado y transcrito anteriormente Cap. V § II I), nos han quedado cincuenta y cinco nom­ bres, de aquellos primeros habitantes de la villa, de los cuales algunos se fueron posteriormente a Guatemala y al Perú, y puede ser también que a México, y aunque el conocimiento de esos nombres no tiene gran importancia los trascribo a continuación para el curioso lector que quiciese enterarse de ellos. Aguilar (Juan d e ) ; Alfaro (García d e ) ; Alonso (P e d ro ); Alvarado (D ie g o ); Arévalo (Francisco d e ); Arévalo (Juan d e ) ; Arias Dávila (Gaspar). Bermúdez (A ntonio); Bermúdez (Bartolomé). Cepeda (Gaspar d e ) ; Cerón (Pedro d e ) ; Contreras (García de). Díaz ( X ) ; Díaz (Francisco); Díaz (R od rig o); Docampo (Anto­ n io ); Docampo (D iego). Figueroa (Sancho de). García (Bartolom é); García (Santos); González (Gonzalo d e ); Gutiérrez de Guyñana (P edro). Herrera (Hernando d e ); Herrera (Magdaleno d e ) ; Hierros (Cris­ tóbal) ; Holguín u Holgain (D ie g o ); Hortiz (A n ton io); Hurtado (Luys). Inés (P edro). Jaes (Luis de). León (Francisco d e ); León (Juan d e ); Lozano (Antonio Gonzá­ le z); Lunas o Lunar (L u is ); Lyaño (Pedro d e). Martín (Diego d e ); Muñoz (G iner). Núñez de Guzmán (P edro). Oliveros (Alonso d e ); Oviedo (Gabriel de). Páez (D ie g o ); Palacios (A n ton io); Palacios (J u a n ); Pueblo (Pedro d e). Quintanilla (Juan d e ); Quirós (Francisco d e ); Quintanila (An­ tonio).

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Reciño (J u a n ); Reguera (A n ton io); Robledo (Francisco d e ) ; Ro­ bledo (J org e); Rodas (Andrés de). Salazar (A n ton io); Salvago (Cristóbal). Triano (Pedro de). Villalva (A lonso). Usaya u Usagre (Diego de). ii

De esos vecinos de San Salvador, ya sabemos quiénes formaban las autoridades de la villa y de toda la provincia en 1528, pues constan sus nombres en los documentos que publicamos en el capítulo anterior. En el año 1529, eran Alcaldes de la villa, por Jorge de Alvarado, Teniente de Gobernador de Guatemala, Antonio Docampo y Sancho de Figueroa, y Regidores, Alonso de Oliveros, Alonso de Villalva, Pedro de Lyaño, García de Co’treras, Juan de Quintanilla, y Pedro Cerón; y alguacil mayor Juan de Arévalo, continuando don Diego en el cargo de Justicia Mayor hasta abril, fecha en que don Jorge lo sustituyó por don Gaspar Arias Dávila, que se presentó en Cabildo “ a los 22 días de abril de md. X X IX ” , presentando sus despachos, y el cual fue sustitui­ do poco después por el Juez de Residencia Diego de Rojas, enviado por Francisco Orduña, quien había sustituido a don Jorge de Alvarado en el cargo de Teniente de Gobernador de Guatemala. En 1530, Pedro de Alvarado, a su regreso de España y México, nombró Alcaldes a Gaspar de Zepeda y Antonio Docampo y por Regido­ res a Sancho de Figueroa, Pedro de Cerón, García de Contreras, Cristó­ bal Salvago, Juan de Aguilar y Antonio Bermúdez; por mayordomo a Alonso de Oliveros, y por Procurador de la villa a Alonso de Villalva, encomendando la Gobernación de la provincia a Luys de M afcofo (Luis de M oscoso). A partir de esa fecha esas mismas personas continuaron durante muchos años como autoridades de la villa, permutándose a veces. Debemos agregar que en 1533 fueron enviados a la Costa del Bálsamo los capitanes don Pedro Portocarrero y Diego de Rojas, quie­ nes se establecieron en Acajutla, para someter a los indios de aquella costa que se habían sublevado. Los tenientes de Alvarado entraron en choque con las autoridades de la villa de San Salvador, cuyo síndico pidió a Alvarado, y éste así lo resolvió; quedar la corporación exenta de la jurisdicción de aquellos tenientes. Con este paso la villa de San Salvador conservaba cierta autono-

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raía, pues no dependía de los tenientes que radicaban en Acajutla, sino directamente de Alvarado. ni

Para concluir de tratar de la organización de la villa de San Salvador, nos falta tratar de algunas medidas económicas dadas por su municipio para bien común, algo sobre los asuntos religiosos y de ciertos e importantes acontecimientos políticos que hicieron unos peli­ grar y otros garantizar la existencia de la villa, lo mismo que la cuestión referente a su traslado al asiento a que hoy está. Sucedió que los vecinos de San Salvador, cuando se vieron seño­ res de los pueblos de encomienda, ya no querían ejercer sus profesio­ nes, y la villa padecía grandemente por eso, y así fue que en el Cabildo celebrado el día lunes 23 de noviembre de 1528 se tomaron las dis­ posiciones pertinentes. “ Los dichos feñores mandaron a mi el dicho efcrivano (dice el acta) que fe de un pregón públicamente con voz de pregonero público. Que todos los Efpañoles, vezinos defta villa que oficiales fean de cualefquier oficios en efpecial, zapateros, cortidores, carpinteros, faftres, herreros, herradores, ufen fus oficios públicamente en efta villa, fo penas de fufpenfión de los indios que encomendados tienen. E el dicho feñor Capitán mandó a mi el escriviano efftuurieffe prefente al dicho pregón” . “ Acordaron e mandaron otro fi: Que los dichos oficiales lleuen el precio figuiente por el trabajo de fus oficios q’ a los dichos vezinos hizieren. El fastre que lleve por hechura de un íayo de armas, un ducado e por hechura de un jubón llano, medio pefo de oro, e jubón pefpuntado, que fe concierte con el oficial. E fi fuere jubón de feda llano con un ribete, un pefo de oro. E por hechura de unas calzas un ducado, que fifueren de paño con fajas un pefo de oro, y por hechura de una cape­ ruza de paño o de colchado, quatro reales, y fi hizieren otras obras extraordinarias de fufo, que fe concierten con el oficial” . “ El herrero, por hechura de cien clavos, dándole el hierro, un pefo de oro, y un ducado, y poniendo el hierro el dicho oficial, lleue dos pefos y ducado” . “ El herrador por herrar un caballo de pies y manos lleve un ducado” . “ El qual ordenaron y mandaron, fegun dicho es, en prefencia de mi el dicho efcrivano, e fe pregono en eftadicho villa públicamente,

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con voz de pregonero público todo la fufo dicho e firmé de mi nombre. Rodrigo Díaz” . Y posteriormente se dieron otras medidas semejantes especial­ mente el 20 de septiembre de 1529 en que Diego de Rojas, enviado como Juez de residencia por Orduña, impuso a los vecinos de San Sal­ vador el arancel de los precios del trabajo de los oficiales de justicia y de obras mecánicas adoptado en Santiago de Guatemala. En el Cabildo del 21 de mayo de 1529 se encargó a Bartolomé Díaz “ que cuydaffe de la limpieza y affeo de la villa” y en el del 13 de mayo de 1528 (mes y medio después de haberse establecido en la Bermuda) nombraron mayordomo de la Iglesia a Bartolomé Bermudez (apellido que más tarde tomó nombre ese sitio). El primer cura que tuvieron fue P. Pedro Ximénez cuyo salario se fijó en 1528, en “ ciento y fetenta pesos de oro en hoja de dar y to­ mar” ; más en el 23 de abril de 1529 se le señalaron sólo “ ciento y quarenta” , lo que le causó mucho disgusto, pues el 24 de agosto de ese año (1 5 29 ) entró el cura en el Cabildo y pidió por salario no sólo los 170 pesos que tenía antes sino mucho más, manifestando los alcal­ des y regidores que les era imposible pagarlo así, dieron por despedido a Ximénez y pidieron otro cura a Guatemala. En el Cabildo celebrado el once de octubre de ese año se señalaron a Francisco Hernández, Clérigo que había venido de Guatemala en vez de Ximénez, “ fefenta pefos de oro en efta fundición” , y el Cabildo del 15 de octubre le recibió la villa por su legítimo cura, para que como tal les administrafse los santos Sacramentos, y duró en este oficio hasta el 17 de junio de 1530, en que se le despidió, según consta en el si­ guiente pasaje del acta del Cabildo celebrada en ese día: “ El defpués de lo fufo dicho, efte dicho viernes, mes y año fufo dicho. En preferencia de mí, el dicho efcriuano, en el dicho Cabildo, juntos e congregados los dichos feñores Teniente Capitán, Justicia e Regidores de la dicha villa juntos e congregados, onánimos e formes, dixeron: Que por qua’to ellos han vifto, e les fue prefentado un nom­ bramiento o prouifion por el Padre Fray Domingo de Betanzos a ellos enviado, para que admitan e reciban al P. Antonio González Lozano como cura defta villa, Que eftan pueftos de lo dar faour e ayuda que para ellos necefsidad aya, e le admitían y admitieron en todo quanto de derecho podían e deuín, e no más, es allende, e el dicho feñor Ca­ pitán dixo: que él lo recibía, e recibido por tal, e le admitió afsi mefmo al dicho oficio. E todo lo pidieron por fee e tesftimonio, e firmaron de

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sus nombres. E por mafdado de los dichos feñores, yo el dicho efcriuano, notifique a Francisco Hernández fe dieffe por defpedido de cura de la villa, firman” . El acta está firmada por el Capitán Luys de M ofcofo y los regi­ dores, mas no por los alcaldes. Así fue destituido el segundo cura de San Salvador, pues parece que su nombramiento de cura tenía algunas imperfecciones canónicas, pues “ no tuvo título eclesiástico, ni tomó la colación, y posesión canó­ nica de dicho beneficio” , según dice el Canónigo Dr. Santiago Ricardo Vilanova, obispo de Santa Ana, en sus “ Apuntamientos de Historia Patria Eclesiástica” . En el Cabildo del “ fíele de diziembre de mil y quinientos y treinta y uno” , se recibió por vecino de la villa a ese cura Antonio González Lozano y le señalaron solar. Este cura murió en 1575 después de haber hecho con los demás vecinos de la villa una fuerte oposición al establecimiento de casas con­ ventuales en la villa, especialmente a la de Sto. Domingo. IV

Los acontecimientos políticos, militares y civiles acaecidos en la provincia de San Salvador, en los años de 1529 y 1530, aunque son bien conocidos, merecen ser tratados aquí. San Salvador apenas contaba cuatro años de existencia cuando se vio amenazada, ya no por los indios como lo fue tres años antes, sino por las fuerzas españolas comandadas por el feroz emisario de Pedra­ das, conocido con el nombre de Martín Estete. Era el año de 1529; San Salvador estaba en la Bermuda; Pedro Alvarado, era procesado en México; el juez de residencia Francisco de Orduña había tomado el cargo de Teniente de Gobernador en vez de Jorge de Alvarado, y había enviado a San Salvador como Juez de resi­ dencia a Diego de Rojas, quien sustituyó a Gaspar Arias D ’Avila en el cargo de Teniente de Gobernador de la villa, habiendo tenido que en­ frentar a una nueva sublevación de indios que tenían su asiento prin­ cipal en los pueblos ultralempinos. En ese estado de cosas, el capitán Diego de Rojas, armó una expedición a esos lugares con 60 sansalvadoreños y un cuerpo de indios comarcanos, comandados inmediatamente por sus Caciques, y éstos, desde luego por jefes españoles. Esas fuerzas llegaron al Lempa, en donde empezó el combate con

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los indios de Oceloclán (Usulután) que trataban de impedirles la tra­ vesía, pero sin más éxito que el de herir a 20 soldados del ejército de Rojas; y una vez atravesado el río la lucha continuó, y derrotados los indios se retiraron a un peñol, al que pusieron sitio los castellanos du­ rante un mes. Durante ese tiempo, las fuerzas sitiadas se pusieron de acuerdo con los indios auxiliares de Rojas, y al saber éste lo que pasaba, instru­ yó proceso contra los Caciques de estas fuerzas indianas, condenó a la horca a las Caciques de Perulapán, Coxutepeque y otros. Ese duro castigo que Rojas aplicó a los caciques no fue suficiente para consumar la conquista del peñol, y un nuevo peligro apareció no lejos: Estete venía de Nicaragua, y Rojas tuvo noticias que a dos jorna­ das del peñol (13 leguas), al pie del volcán que humea (el San Mi­ guel), estaba un ejército español. Rojas, confiado en que “ eran españoles” , fue personalmente a averiguar de dónde provenía aquella gente, y fuese solo con cuatro ji­ netes, cuatro infantes y algunos indios auxiliares, y con ellos se encon­ tró con Martín Estete que venía nada menos que con 119 peones y 90 de caballo con numerosos indios auxiliares y que marchaban a San Sal­ vador. Estete, sin ningún miramiento, prendió a Rojas y a los 8 españoles, mientras que los indios de éste corrían al peñol a dar la noticia, levan­ tándose en consecuencia el sitio de éste y retirándose rápidamente a la villa de San Salvador, que se preparó a la defensa. Estete entró a la villa, quiso obligar al Ayuntamiento de San Sal­ vador a que lo reconociese por Gobernador; pero los sansalvadoreños se opusieron, en armas, y resueltos a rechazar por la fuerza las preten­ siones de Estete, si éste por la fuerza trataba de realizarlas. Ante la enérgica actitud de San Salvador, Estete no se atrevió a usar de la fuerza, por temor al Rey, pues eran evidentes los derechos que asistían a la villa, y en consecuencia se retiró a Perulapia, en donde fundó la Ciudad de los Caballeros, nombró sus alcaldes, regidores, oficiales de justicia y tomó posesión de la provincia a nombre de Pedrarias y del Rey. Mientras eso acontecía en San Salvador, el Gobernador de Gua­ temala vacilaba en el envío de refuerzos que había solicitado esta villa. A esta solicitud reunióse el Cabildo de Guatemala en junta de guerra, bajo la presidencia del visitador Orduña, quien sostuvo que debían “ seguirse todos los trámites legales” , y, en consecuencia, “ man-

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darse a un escribano a que requiriese a Estete para que pusiera en libertad a los presos y saliese de la provincia” . Estete, naturalmente, se rio del requerimiento y despachó al es­ cribano diciéndole que había venido por comisión de Predrarias a cuya Gobernación correspondía la provincia de San Salvador, y que estaba resuelto a lanzar de ella a todos los españoles que no lo reconociesen así. Volvió el escribano a Guatemala con esa “ insolente respuesta” ; reunióse el Cabildo con asistencia de muchos vecinos, Orduña les dijo que había “ que someter el caso a la audiencia de México” , con lo que indignó al Ayuntamiento y vecinos, quienes lo requirieron para que fue­ se a visitar los límites de su jurisdicción, que llegaban, como se ha visto, hasta el golfo de Fonseca. Contestó Orduña que iría si le daban la fuerza necesaria para la custodia de su persona; y habiéndose dado pregón para que se pre­ sentaran los que querían ir a esa expedición, se presentaron setenta hombres, lo que sirvió de pretexto a Orduña para no ir, pues dijo ne­ cesitar por lo menos cien. En vista de tanta desidia de Orduña, el Ayuntamiento encargó la expedición al capitán Francisco López, quien salió en marzo de 1530 de Guatemala hacia San Salvador, con los 60 españoles más indios auxiliares. Estete, que como se dijo estaba en Perulapán, se encontró así ame­ nazado al norte por San Salvador (en la Bermuda) y al occidente por las fuerzas de López que venían de Guatemala, no quedándole otra salida que el camino que había traído, pues era cierto que si no salía por sí, iba a ser atacado e indudablemente derrotado y cargado de toda la responsabilidad moral y legal. En consecuencia, Estete salió huyendo hacia Nicaragua, llevándose mil indios de Perulapán, Cojutepeque, etc., para herrarlos como escla­ vos, y como el Síndico de la Ciudad de los Caballeros se opusiera, lo mandó ahorcar, lo que indignó tanto a sus soldados españoles, que lo abandonaron, pasándose a las fuerzas de López, quien persiguió a Estete, sin poderlo alcanzar, pues huyó con unos cuantos amigos y fieles servidores. Mientras eso ocurría en la provincia de San Salvador, Alvarado había llegado a Guatemala y sustituido a Orduña, y uno de sus prime­ ros actos fue mandar a San Salvador al capitán Luis de Moscoso, por Teniente de Gobernador y Capitán General, con el encargo de castigar a

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Estete, si lo encontraba y el de fundar al otro lado del Lempa una villa española que garantizase la posesión de aquella parte de la provincia de San Salvador. Cuando llegó a San Salvador el capitán Luis de Moscoso, ya Estete había huido, y mientras reorganizaba la villa, y atendía a la subleva­ ción de indios que se había iniciado a causa de las diferencias entre los dos bandos de españoles, envió al Capitán Avilés a la región ultralempina, con varios españoles, con los que fundó la villa San Miguel, en el valle de Poshotlán, al pie del Volcán (en donde hoy está), el 8 de mayo de 1530. La lucha con los indios continuó con intermitencia en el Occidente, hasta 1555 y en Oriente (San Miguel) hasta 1537. v Respecto a la traslación legal de San Salvador de la Bermuda a su actual asiento, la fecha de 1539 dada por Juarros (once años después de 1528) es completamente aceptable. Mi estimado maestro don Francisco Gavidia, hablando hace algún tiempo sobre el asunto, me manifestó que él siempre había creído que la traslación de San Salvador, de la Bermuda al valle de Las Hamacas (o de Cuzcatlán o Quetzalcoatitán) se verificó después de 1535, fecha en que los españoles lograron dominar definitivamente a los pipiles de Cuzcatlán y Costa del Bálsamo. Ese argumento del señor Gavidia es en mi concepto de gran peso, puesto que es evidente que la causa que hizo edificar en 1528 a San Salvador, lejos de Cuzcatlán, debe haberla mantenido allí en la Bermuda; después de los sucesos de 1526, en que los pipiles cayeron de sorpresa sobre los españoles, haciéndoles huir hacia el Lempa, fueron suficientes para hacerles comprender que mien­ tras esos indios no estuvieran sometidos, para estar al abrigo de sus sorpresas, era prudente mantenerse lejos, en la Bermuda. Las campa­ ñas de 1533 y 1535 decidieron definitivamente la dominación española sobre los pipiles, y por lo tanto, a partir de 1535, los sansalvadoreños pudieron sin peligro regresar al antiguo su asiento, y así lo hicieron, como queda indicado, poco a poco, precediendo la traslación de hecho a la legal. Como la fecha de Juarros (1539) es posterior a la límite inferior de 1535, podemos decir, qué desde este punto de vista tam­ bién es aceptable. Hay otro documento que nos da la fecha de 1539 indicada por Juarros, para la traslación de San Salvador a la Bermuda a su actual

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asiento y es el informe que con fecha 21 de diciembre de 1549, dio el Oidor doctor Tomás López, a la Real Audiencia de que formaba parte, después de un paso de la ciudad de Gracias a Dios a la de Santiago de Guatemala por la Provincia de Cuzcatlán. Hablando de la ciudad de San Salvador, dice así: “ Está asentado de diez años a esta parte, en un valle donde está un bolcán que no arde: e tiene cerca fuentes caldas y un río que circumbala la ciudad al Sur y Oriente; su tierra es fértil y la gente buena y activa que es maravilla como en poco tiempo han hecho su villa como ciudad de grande y edificado buenas casas de ladrillo y piedras e ma­ deras; la provincia es recia de gente y no hay corregidor, etc.” Por eso se ve que hacia 1539 (1549— 10) tuvo lugar la traslación de la Bermuda a su actual asiento; mas dado el gran desarrollo que tenía en 1549 y el hecho de que ya en 1545 le fue concedido el título de ciudad, indica que desde antes de 1539 empezó a efectuarse la tras­ lación de hecho de sus moradores, siendo en 1539 la traslación legal. También es probable que después de 1539 continuó existiendo en la Bermuda un resto de la población, la que se llamó después la Aldea o “ villa de la Bermuda” para distinguirla de la otra San Salvador llamada “ ciudad de San Salvador” , según el cronista Vásquezya citado. Ese resto de la villa de la Bermuda es el que desapareció, según nuestro historiador y sabio maestro doctor Barberena, poco después del temporal de 1541, pues como hemos visto, la traslación legal tuvo lugar en 1539. En cuanto a las causas de la traslación hay algunas dudas. Remesal, como se ha visto, dice que “ en 1575 se trasladó la villa de San Salvador al lugar en que hoy está” , y como Remesal fue con­ temporáneo del suceso, su dicho tiene gran fuerza, pues de la traslación de 1575 debe estar bien informado. Indudablemente, la capital de la Provincia de San Salvador debe haber sufrido una nueva traslación en 1575, mas no al lugar en que hoy está, sino en el que estaba cuando escribía Remesal, y a donde se había trasladado a causa del terremoto del 23 de mayo de dicho año, y de donde regresó otra vez, la segunda. Que cuando la ruina de 1575 ya estaba San Salvador en donde hoy está es un hecho indudable, pues consta en dos documentos irrecu­ sables de la época; uno de ellos es el testimonio del cosmógrafo-cronista Juan López de Velasco y el otro, el del oidor Diego García de Palacio. El cosmógrafo-cronista Juan López de Velasco, en su geografía y

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descripción general de las Indias, escrita de 1571 a 1574 por encargo del Rey y en vista de documentos oficiales, hablando de San Salvador, dice así: “ La ciudad de San Salvador, que en lengua de indios se llama Cuzcatlán, por un pueblecillo de indios que está cerca de él, en 92OÍ/2 de longitud del meridiano de Toledo y 13° de altura, cuarenta leguas de la ciudad de Santiago al Sureste, y veintidós de San Miguel al Nor­ este, y doce de la villa de la Trinidad (Sonsonate)” . Como se ve desde antes de 1575, ya estaba aquí San Salvador, cerca de Cuzcatlán y no en la Bermuda. Pocos años después de que López de Velasco escribió lo dicho, se vino el terremoto de 1575, que redujo a ruinas dicha ciudad, la que vio así el auditor García de Palacio, quien en su carta al Rey fecha de 8 de marzo de 1575, dice que San Salvador estaba al pie del volcán, junto a Cuzcatlán, no lejos de Texacuangos, a la altura de 13° 3 6 ", junto a un río y baños termales, etc., datos que sólo convienen al asiento actual, de modo que la traslación en 1575 de que informaron a Remesal no es la de la Bermuda a su actual asiento, sino de éste a otro lugar a causa del terremoto que la arruinó en ese año del que habla Palacio, y cuyo texto no transcribo por ser muy conocido. La traslación de 1575 fue a causa de un terremoto, así como otras muchas, y éste ha sido motivo para que se atribuya a un terremoto la traslación de 1539. Así, Montesus de Ballore, apoyándose, en Scherzer, en su obra Temblement a’ terre etc., dice así: “ 1538 ó 39.— San Salvador, arruinada por numerosos temblores de tierra, es trasladada de la Bermuda, en donde fué construida pri­ mitivamente, según se cree en 1526, a su posición actual más expuesta a los temblores (Scherzer)” . Pero esa afirmación carece de todo fun­ damento, pues ni aun puede admitirse como hipótesis plausible, pues la Bermuda está fuera del área ruinosa de los terremotos de El Salva­ dor y lejos al N. de los focos sísmicos, de modo que si tal cambio se hubiere operado por esa causa, la traslación habría sido hacia el N., alejándose de la zona en que las sacudidas eran más intensas. Por otra parte, ningún cronista ni historiador ni antiguo ni moderno consigna ese dato. El P. Yásquez en la citada crónica dice que “ la razón que hubo para mudar la ciudad al paraje donde está, es que el sitio de la Bermu­ da, aunque es fuerte y de buen panino, es el clima muy tempestuoso, y lo fue más cuando estuvo allí poblada la villa” .

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De allí han tomado todos esa explicación — que es la corriente— en la que la palabra “ tempestuosa” ha sido entendida por abundancia de rayos, lo que ciertamente no es equivalente. Lo cierto por el dicho de Vásquez es que las lluvias y demás me­ teoros intervinieron como factores del abandono total del sitio de la Bermuda; mas no es creíble que hayan sido los únicos. Los inviernos de 1539 y 1541 pueden haber sido muy copiosos y causado inundaciones y daños en la villa de la Bermuda; las tempes­ tades pueden haber sido tan violentas que infundieron algún temor en la población; mas para que después de diez años resuelvan sus ha­ bitantes cambiar de asiento, esas causas no bastan y deben de existir factores económicos y políticos, y estos son, que sus habitantes, es­ pecialmente los 70 encomenderos, se habían trasladado cerca de Cuzca­ tlán, y las autoridades (formadas en parte de vecinos ya trasladados) tuvieron que seguir la misma suerte y resolver el regreso legal al primitivo asiento en el año de 1539, trasladándose el último resto después del gran temporal de septiembre de 1541.

CAPITULO VII LA CIUDAD DE SAN SALVADOR i Como se ha visto, rápido fue el progreso de la villa de San Salvador en su nuevo asiento, grande su actividad y su riqueza, y a pesar de que muchos de sus vecinos se habían ido al Perú, a Guatemala y México, sus edificios de madera, de cal, de ladrillo y de piedra revelaban su pujanza en la paz, así como la había tenido en la guerra. Carlos I de España y V de Alemania la distinguió en consecuencia, otorgándole el título de ciudad por la Real Cédula que a continuación transcribo: “ Don Carlos, por la divina clemencia, Emperador siempre Au­ gusto, Rey de Alemania: doña Joana su madre y el mismo don Carlos, por la misma gracia Reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Cicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valen­ cia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaem, de los Orgastes, de Algecira, de Gibral-

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tar, de las Islas de Canarias, de las Indias, Islas y tierra firme del mar Océano: Condes de Flandes e de Tirolés” . “ Por cuanto somos informados que en la provincia de Cuzcatlán, hai un pueblo que llaman Villa de San Salvador, el cual diz que está en sitio y tierra fértil y abundoso, y donde acude mucha gente Spañoles e Indios comarcanos, y de cat mdo esto tenemos voluntad que dicho pueblo se ennoblezca, y otros pobladores se animen a ir a vivir a él, y porque de hai nos los suplicaron por suxte al de Oliveros, y Hermand Méndez de sot mayor, es nuestra merced, y mandamos que agora e de aquí adelante se llame e intitule Cibdad, e que goze de las preminen­ cias, prerogativa e inmunidades que puede y debe gozar por ser Cibdad, y encargamos, al Illmo. Príncipe D. Felipe, nuestro muy caro y mui amado nieto e hijo, e mandamos a los Infantes, Duques, Prelados, Mar­ queses, Conde, Ricos ornes, y maestros de las órdenes, Povres, Comen­ dadores y Subcomendadores, Alcaides de los Castillos y casas fuertes y llanas, y a los de nuestro Consejo. Presidente e Oidores de las nuestras audiencias e a los de nuestra casa e Corte Real Cancillería, Alcaldes, Alguaciles, veinte o cuatro regidores, Caballeros, Escuderos Oficiales y omes buenos de todas las cibdades, villas y lugares ansi de estos mis Reinos e Senorios como de las nuestras indias, Islas y tierra firme e Mar Océano, que guarden e cumplan e hagan guardar e cumplirlo en esta nuestra cédula contenida, y contra el tenor y forma de ello no vayan ni pasen, ni consientan ir ni pasar en manera alguna sopeña de la nuestra merced, e de veinte mil maravedís para la nuestra Cámara” . “ Dado en la Cibdad de Guadalajara, a los 27 días del mes de se­ tiembre de 1545” . “ Yo el Rei.” “ Yo Joan de Cámaras Secretario de sus Cesáreas y católicas Majestades, lo prevengo por mandato de su Alteza” . ii

La ciudad de San Salvador fue visitada en 1549 por el doctor Tomás López, auditor de la Audiencia en los Confines, cuando salió de Gracias a Dios para establecerse en Guatemala, y el licenciado quedó gratamente sorprendido de ver cómo la villa de San Salvador en sólo diez años se habían edificado y extendido hasta constituir una ciudad de buenos edificios de cal y canto, ladrillo y madera y enriquecido con árboles frutales traídos de Europa, un molino de trigo, un templo es­ pléndido y gran actividad y mucha bondad de sus vecinos, aunque no

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de buenas costumbres pues el cura no podía atender a tantos pueblos como comprendía la jurisdicción de la ciudad (todo lo que es hoy El Salvador, sin exclusión de los Izalcos). En esa época la provincia de los Izalcos y la de los Nonualcos producían grandes cantidades de cacao; la de Tepeahua, bálsamo, y algodón la de San Miguel Poshotlán, llevándose algunos de esos pro­ ductos a Nueva España y aun al Perú, por el puerto de Acaxutla, en donde “ hacía falta una villa de españoles” , pues los indios no querían cuidar de sus plantaciones de cacao “ por no pagar el tributo” . Todas esas provincias o sub-provincias eran partes integrantes de la gran pro­ vincia que tenía por centro a la ciudad de San Salvador Cuzcatlán. Con justicia, pues, se había otorgado a ésta el título de ciudad, y más tarde el privilegio de usar por escudo las armas reales. En época anterior, después de su traslación de La Bermuda a su actual asiento, sucedieron en la provincia algunos acontecimientos que merecen aquí, si no una narración completa sí un recuerdo, y son los siguientes: En 1539 hubo una gran sublevación de indios en Tejutla (Chalatenango) y en casi toda la provincia de San Miguel, incitados por el éxito de la resistencia de Lempira. El 27 de marzo de 1537, los indios en grandes masas “ como hormigas” , rodearon a San Miguel y mataron de cincuenta a sesenta españoles en diversos puntos de esa provincia. Al saberse en San Salvador la noticia, sonaron las campanas de la iglesia, los vecinos se reunieron y formaron un ejército que emprendió su marcha inmediatamente al mando de Antonio de Quintanilla; hubo un violento choque con los indios en las cercanías de Usulután y un sangriento combate a las orillas de San Miguel, en el que deshicieron a los sitia­ dores, llegando muy a tiempo, pues ya los migueleños no tenían qué comer. Un mes después llegaron de Guatemala, Maldonado y Marroquín con más gente, con lo que se pudo restablecer la paz en la provin­ cia de San Miguel, y después de una pequeña campaña a Tejutla y Potonico (por abril o mayo) la paz en la de San Salvador. Los pueblos de Usulután que presentaron resistencia a dicho ejér­ cito, eran gente de guerra, valientes y ejercitados en el arte de matar: en 1529 lo habían demostrado por primera vez a las fuerzas españolas, de Diego de Rojas, como hemos visto, y en diciembre de 1533 a las del propio Pedro de Alvarado, que tenía su campamento y astillero al Sur, por la bahía de Xiquilisco, en un puerto llamado entonces Xirabaltique, Chiraualtique, Qirahualtique, Xerabaltique.

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Y los de Tejutla ya habían dado muestras de su vigor en 1530 contra el ejército de Chávez y Amalín. Las cimas de Los Candeleros (cerca de Dulce Nombre de María) fueron testigos de las más san­ grientas luchas (más que la de Citalá) habidas en el período de la con­ quista. A llí cerca está un punto llamado Cerro de la Conquista. En 1540, Pedro de Alvarado se embarcó en Acaxutla, fecha a partir de la cual empezó (un año después) a establecerse por allí el comercio con México y el Perú. Débese agregar aquí que para esas dos expediciones Pedro de Alvarado molestó mucho a los habitantes de San Salvador, de lo cual protestó enérgicamente su Cabildo en cartas que insertaron en el Libro de Actas correspondiente. Sin embargo, muchos de sus vecinos, entre ellos Diego de Alvarado y Diego Holguín, se fueron al Perú, a pesar del juramento de vecindad y la fianza a que he hecho referencia ante­ riormente al transcribir parte del Acta del Cabildo de San Salvador celebrada el 16 de abril de 1528. (Tal vez no dieron ese juramento). Es de advertirse, no obstante, que algunos no dejaron la vecindad de San Salvador “ por irse al Perú” , pues ya antes lo habían hecho por tener más interés su residencia en Guatemala. Así, Diego de Alvarado se inscribió como vecino de Guatemala “ el 19 de marzo de 1528” ; “ el 16 de abril de ese año 1528” se presenta al Cabildo de San Salvador con sus despachos de Justicia Mayor, y se inscribe como vecino de la villa; el 22 de abril de 1529 toma posesión en su lugar de Teniente de Gobernador de la villa Gaspar Arias D ’Avila, habiendo poco antes re­ gresado don Diego de Alvarado a Guatemala; en 1531 le vemos ya como regidor en esta ciudad; en 1533 es el jefe de la campaña contra Tezulután (después Verapaz, en Guatemala) y en 1534, de viaje al Perú. . . Respecto a este éxodo de salvadoreños al Perú, creo interesante reproducir el siguiente párrafo del Cap. X de la citada crónica de Vásquez: “ Algunos de los sujetos que hallo nombrados por vecinos, alcaldes y regidores de la villa de San Salvador el año de 1529, se encuentran famosos por sus hazañas en la conquista del Reino Peruano; que no es pequeño timbre de la ciudad de San Salvador haber partido de su nobleza con un imperio tan ilustre y opulento.” Los anteriores párrafos, escritos a título de información ligera — que ya no quiero alargar más este trabajo— , y los datos de los ca­ pítulos anteriores, dan una idea aproximada del estado de San Salva­

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dor y de su historia en sus primeros veinticinco años de existencia (1525-1550). m La resistencia heroica de Cuzcatlán en 1524 había hecho compren­ der a Alvarado que era imposible la conquista de esta provincia si no establecía en ella un campamento permanente, esto es, una colonia de españoles; de esa necesidad se originó la fundación de San Salvador en 1525 ( 1 9 de abril). El ataque a San Salvador por el feroz agente de Pedradas (Estete) en 1529, hizo comprender la necesidad de establecer un destaca­ mento militar permanente, esto es, una colonia de españoles en la región ultra-lempina oriental, para evitar nuevos atentados de esa clase y man­ tener el dominio y posesión de aquella provincia; de allí nació la ne­ cesidad de fundar a San Miguel en 1530 (8 de m ayo). La residencia de Acaxutla en 1532 y 35 de los Tenientes de Gober­ nador y Capitán de la Provincia de San Salvador, el uso cada vez más frecuente de ese puerto, el principal del Reino en el Pacífico, del que hacía uso Santiago de Guatemala y San Salvador; la riqueza comercial de la provincia de los Izalcos, y el informe del Licenciado Tomás López, oidor de la Audiencia de los Confines, de su visita en 1549, hizo com­ prender la necesidad de fundar una villa de españoles cerca de ese puerto y no lejos de los Izalcos; de allí resultó la fundación de la villa de la Santísima Trinidad del Sunzunat (R ío Grande) en 1552, (25 de diciem bre). Así fue como la Provincia de San Salvador o Cuzcatlán quedó dividida en tres jurisdicciones: la de la ciudad de San Salvador y las de las villas de San Miguel y La Trinidad (Sonsonate). En 1551 fundóse en San Salvador, con fuerte oposición de los ve­ cinos, que temían su poder absorbente de riquezas y otros males, el primer convento, el de Santo Domingo, y en 1553 se fundó el de San Francisco, que se disolvió, estableciéndose definitivamente en 1574. Esos dos conventos se fundaron a la orilla del camino que limitaba al Norte la ciudad de San Salvador y que iba de la entrada a ésta por Cuzcatlán (el Calvario y el Guarumal) a la salida para Cojutepeque; el de Santo Domingo por donde está hoy el parque Bolívar ( “ al Occiden­ te de la plaza” ), y el de San Francisco en donde se estableció el Cuartel de Artillería (hoy del 1er. Regimiento de Infantería). El convento de Santo Domingo tuvo después varios cambios de asiento (según consta

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en la Crónica de este convento), quedando la última vez al N. del pri­ mitivo, en donde hoy está Catedral. En 1575 la ciudad de San Salvador contaba con 700 habitantes españoles y su jurisdicción, sin contar con los de San Miguel y la Tri­ nidad de Sonsonate, comprendía más de ochenta pueblos con diez mil indios tributarios y cerca de 50,000 habitantes. Las casas de la población eran de construcción sólida, de ladrillo, cal y canto, madera y tejas, y soportó su primera ruina el 23 de mayo de 1575; mas pasado el temor, la ciudad levantóse más pujante. Una nueva ruina sísmica tuvo lugar en diciembre de 1581, y levantóse de nuevo con mejores edificios, los que fueron arruinados por el terremo­ to que acompañó a la erupción del volcán vecino en 1594. San Salvador volvió a surgir de entre sus ruinas, menos el caserío disperso que se extendía hacia el Oriente con bonitas chacras, pues allí los efectos habían sido mayores, mas una nueva ruina, la de 1625, hizo a sus habi­ tantes elevar de nuevo a su ciudad querida. . . Así, más de veinte veces al través de sus cuatro siglos de vida, dando con ello una muestra de su tenacidad, de su energía, de su laboriosidad y del porvenir glorioso que le espera, con el que cubrirá sus glorias pasadas. Jorge Lardé.

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VALIOSO Y ANTIGUO DOCUMENTO DE L A MUNICIPALIDAD DE SAN SALVADOR AÑO de 1541

CARTA DEL CABILDO DE LA VILLA DE SAN SALVADOR, SOBRE EL NOMBRAMIENTO DE DON FRANCISCO DE LA CUEVA, DE GOBERNADOR DE GUATEMALA San Salvador, 5 de noviembre C. S. de la ciudad de San Salvador.

N? 434. 1541

S. C. C. mg. Ansí la muerte del Adelantado don Pedro de Alvarado, Goberna­ dor que fué por V. M. en esta provincia como de la de doña Beatriz de la Cueva, su mujer, y de todo lo demás en esta tierra acaecido será V. M. informado por la relación que de todo ello envían el Obispo de la provincia y don Francisco de la Cueva. De que no poco trabajo ha todos ha venido. Y luego como falleció el Adelantado y doña Beatriz de la Cueva visto como convenía de nombrar persona que de la Villa y su tierra gobernase y la mantuviese en su fé, hasta tanto por V. M. fuese pro­ veído y mandado lo que fuere, pareciónos que el servicio de V. M. y el bien de esta tierra convenía nombrásemos a don Francisco de la Cueva, a quien el Adelantado había dejado por su teniente cuando se fué en el armada y juntamente con el señor Obispo de esta provincia, porque estaba informado y conocía a los que fueron conquistadores de la tierra y saber más particularmente las cosas de ella. Por su saber más que en ella y para nombrar a don Francisco nos movieron muchas

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causas de ello y fueron que el Visorrey de la Nueva España nos le envió a encargarse y mandar de parte de V. M. y ansí mismo por saber años que nos gobierna a todos en nombre de V. M. que fué desde el tiempo en que el Adelantado se vino a esta tierra, pues luego como llegó le nombró por su teniente; y como él andaba entendiendo en el la armada estaba a su cargo lo de la gobernación, y en todo el tiempo nos ha mantenido en paz y como ha convenido al servicio de V. M. y tam­ bién por concurrir en él las cualidades para ello, convenía en ser caballero y letrado y ansí los nombramos y ellos en nombre de V. M. lo aceptaron hasta tanto por V. M. sea proveído lo que fuere su servicio y si para lo de adelante fuere servido y lo nombrare por Gobernador será para nosotros muy señalado por tener ya y saber que no nos ha de hacer disgusto ninguno y también por estar casado con doña Leonor de Alvarado, hija del Adelantado don Pedro de Alvarado a quien V. M. por respeto de su padre y de los servicios que le hizo el tiene ya de conocer esta tierra y viniendo otro de nuevo a la gobernación además de la confusión que será por no estar advertido de las cosas como convienen proveerse para el bien de esta gobernación donde se resumirán algunos vecinos y al servicio de Vuestra Majestad antes conviene que se acrecienten y no que se disminuyan. A V. M. suplicamos lo provea como conviene al bien de esta tierra y de los vasallos de V. M., que en ella estamos, y también porque los naturales de la pro­ vincia le conocen y con gusto los favorece y cuando lo han merecido los ha castigado como a la pacificación de la tierra conviene. Guarda Nuestro Señor la S. C. C. y Real Persona de V. Magd. y con acrecen­ tamiento de más reinos y señoríos. De esta Villa de San Salvador, cinco de noviembre de 1541. S. C. C. magt. Vasallos de V. M. que sus reales pies y manos besan, . . .Antonio Figueroa.— Alonso de Oliveiros.— Jorge de A l fa­ ro.— Gaspar de Avila Figueroa.— Cristóbal Salvago.— Hernando Perez. — Lois Dubois.— Sancho de Figueroa.

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COMO DESCRIBE SAN SALVADOR EL HISTORIADOR JUARRO S AÑO 1809

— El 2*? partido es el de San Salvador, el principal de la Provin­ cia: hállase bien poblado y se numeran en él 68.660 habitantes en la Capital y 50 pueblos repartidos en 11 Curatos. Aunque como hemos dicho, se dan en este cantón todas las producciones de tierras calientes; su cuantioso comercio se reduce a la fábrica de añiles, a la que se de­ dican sus moradores con tal empeño, que se olvidan del cultivo, aun de los frutos de primera necesidad. “ La capital, que lo es también de toda la Intendencia, es la ciudad de San Salvador: está situada en 13 gr. 36 ms. de lat. bor. y en 288 de long. en un ameno valle circunvalado de frondosas sierras que al nordeste terminan en un volcán, cuyas erupciones han causado grandes estragos: a este parage se trasladó 10 o 12 años después de su erupción, pues al principio estuvo en un lugar, que llaman la Bermuda. Se fundó con título de Villa, el año de 1528, por orden de Jorge de Alvarado, Teniente de su hermano D. Pedro, con el fin de tener sujeta la Provincia de Cuzcatlán. Con este destino embió de Guatemala muchos caballeros de la 1^ nobleza, y a Diego de Alvarado 1? Alcalde Mayor, y Tenien­ te de Capitán General de la enunciada Provincia los que habiendo esco­ gido sitio a propósito, para plantar la Villa, hicieron su erección el día 1? de Abril del expresado año, tomando posesión de sus oficios dicho Diego de Alvarado, los 2 Alcaldes, el Alguacil Mayor y 6 Re­ gidores, que nombró Jorge de Alvarado. Habiéndose aumentado consi­ derablemente esta población, le concedió honores, y título de Ciudad el Señor Emperador Carlos 5° en cédula de 27 de Septiembre de 1545. A

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la Iglesia Matriz se le dió la advocación de San Salvador, y se hizo 1? Cura de ella al P. Pedro Ximenes. En el día la sirven 2 Curas Rectores. En esta Iglesia descansan las cenizas del limo. Sr. D. Fr. Juan Ramires Obispo de Guatemala, cuyo cuerpo se encontró incorrupto 6 años des­ pués de sepultado. “ Amas de ella hai 4 Hermitas, la del Calvario, la de San Esteban, otra de Sta. Lucía, y la de la Presentación de Ntra. Sra. donde se ve­ nera una imagen de María Santísima con el niño Jesús en los brazos, que es el asilo de la Ciudad en las calamidades públicas. Adornan esta Metrópoli 3 Conventos de Religiosos: el de Dominicos, que se fundó el año de 1551; el de Franciscos, erigido el de 1574 y el de la Merced el de 1623: en cuyas Iglesias, y la Matriz se cuentan 60 Cofradías. Reside en ella el Sr. Intendente, con su Acesor, Tesorero Real, y Con­ tador: hai Estafeta de Correos: Administración de Alcabalas, Factoría de Tabacos, Diputación Consular, 2 Batallones de Milicias arregladas que constan de 1,534 plazas, y fueron creados el año de 1781: un lucido Ayuntamiento: y numeroso vecindario compuesto de 614 Españoles, 10,860 Pardos y 585 Indios. Sus calles son rectas, las casas cómodas, la plaza bien abastecida. Dista 60 leguas al Este de Guatemala. “ Los pueblos mas nombrados de ese Partido son Nejapa, Tejíala. S. Jacinto, Suchitoto, Cojutepeque, Texacuangos, Olocuilta, Tonacatepeque, Chalatenango, Masagua todos cabeceras de Curatos, que admi­ nistran Clérigos Seculares.”

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RESOLUCION DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA HISTORIA SOBRE LA FUNDACION DE SAN SALVADOR

SESION DEL 26 DE FEBRERO DE 1925 La Secretaría dio lectura a una comunicación del Sub-secretario de Instrucción Pública en que se pide a la Academia su parecer respecto a la fecha de la fundación de la ciudad de San Salvador. Después de una amplia exposición de ideas sobre este asunto y de la lectura de varios textos históricos, se acordó: nombrar a los académi­ cos Gavidia, Castro y Gutiérrez para elaborar el informe que se remitirá al Ministerio de Instrucción Pública. DICTAMEN DEL ACADEMICO DON JORGE LARDE i El 6 de mayo de 1525, San Salvador estaba ya fundada, y desde hacía varias semanas el Cabildo de Guatemala no podía reunirse por falta de un regidor, Diego de Holguín, que había sido nombrado Alcal­ de de San Salvador, según declaración del propio Pedro de Alvarado. Eso nos lleva a la conclusión de que San Salvador fue fundada a más tardar “ en la primera semana de abril anterior” . El 8 de marzo de ese mismo año, Diego de Holguín asistió al Ca­ bildo, y por lo tanto, no pudo haber estado en donde se fundó a San Salvador sino “ después del 27 de marzo” . La fundación, pues, tuvo lugar entre la última semana de marzo y la primera de abril: alrededor del 1? de abril.

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En el año juliano de 1525, la Pascua de Resurrección cayó el día 9 de abril: la Semana Santa, la Pasión y Muerte del Santísimo Salvador (de quien tomó nombre la nueva villa) se celebró del 2 al 9 de abril. Es natural que los fundadores de San Salvador no quisieron pasar en el camino en esos días grandes de su iglesia: los pasaron en Gua­ temala o en San Salvador. En Guatemala no, porque habrían salido después del 9, y la fun­ dación habría tenido lugar hacia fines de abril o principios de mayo, 10 que no fue. Luego, los fundadores de San Salvador, pasaron en ésta la Semana Santa, y la fundación tuvo lugar poco antes, el 1? o el 2 de abril. DICTAMEN DE LOS ACADEMICOS DOCTORES RAFAEL V. CASTRO Y FRANCISCO GUTIERREZ La Academia no puede fijar matemáticamente el día preciso en que se erigió San Salvador; pues debido al descuido, señalado más de una vez entre nosotros, con que se ha visto la conservación de los docu­ mentos históricos, no existen aquí archivos públicos en los cuales pudiera despejarse la duda. Según los documentos disponibles, utilizados ya por algunos de nuestros historiógrafos, y siguiendo la opinión de personas diligentes en esta clase de investigaciones, la fundación de San Salvador, cuyos restos se conservan en uno de los potreros de la hacienda “ La Bermuda’ ’, con el nombre de “ Ciudad Vieja” , se realizó en un período com­ prendido entre el 8 de marzo y el 6 de mayo de 1525. Existen pruebas auténticas de que Diego de Holguín, primer Alcalde de San Salvador, lo era ya, el 6 de mayo del año citado, y que el mismo Holguín, Regidor del Ayuntamiento de Guatemala, asistió todavía a la sesión celebrada el 8 de marzo por aquella Corporación. Es, pues, indudable que la fundación de San Salvador, se realizó en el año de 1525, en el período citado en el párrafo anterior. Además, como argumento en apoyo de esas tesis, cabe observar, que Alvarado en carta dirigida a Cortés, le anuncia su retorno a Cuzcatlán, al terminar el invierno. San Salvador, 25 de febrero de 1925. (f ) Rafael Víctor Castro.

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(f ) Francisco Gutiérrez.

VOTO PARTICULAR DEL ACADEMICO DON FRANCISCO GAVIDIA La segunda expedición, anunciada por Alvarado para fines de invierno de 1524, “ pasados, dice él, dos meses” , pudo ser de octubre a diciembre del mismo 1524. La venida del Alcalde Holguín está demostrado que fue en el lapso del dictamen anterior. El fijar la fecha para celebrar el Centenario es, pues, potestativo. (f ) Francisco Gavidia. OPINION DEL ACADEMICO MONSEÑOR JOSE ALFONSO BELLOSO Y SANCHEZ Estima como la fecha más probable de la fundación de San Sal­ vador, la señalada por respetables autores que la fijan en el día primero de abril de 1528 para el lugar que actualmente ocupa. RESOLUCION DE LA ACADEMIA La Academia Salvadoreña de la Historia ha estudiado con aten­ ción la consulta que el señor Subsecretario de Instrucción Pública se dignó hacerle por medio de oficio dirigido al señor Director, y después de oir a la Comisión especial de su seno, ha adoptado, por mayoría, las siguientes conclusiones sobre la fundación de San Salvador. I No es posible fijar precisamente el día que se erigió la ciudad de San Salvador; porque, debido al descuido con que se ha visto la con­ servación de documentos históricos, no existen en el país archivos en los que pudiera despejarse la duda. Quizás el registro minucioso y metódico que personas entendidas pudiesen llevar a cabo en el Archivo de Indias y otros de Europa y América, sería sumamente provechoso.

II Según los documentos disponibles, utilizados ya por algunos de nuestros historiadores, y siguiendo la opinión de personas diligentes en esta clase de investigaciones, la fundación de San Salvador, cuyos restos se conservan en uno de los pastos de la hacienda “ La Bermuda , 421

con el nombre de c i u d a d v i e j a , se realizó en un período comprendido a fines del invierno de 1524 y el 6 de mayo de 1525. Existen pruebas auténticas de que Diego de Holguín, Regidor del Ayuntamiento de Guatemala, asistió todavía a la sesión celebrada el 8 de marzo por aquella Corporación. III

Es, pues, probable que la fundación de San Salvador se realizó en el año de 1525. Tales son, las conclusiones adoptadas por la Academia, después de considerar el dictamen de los académicos señores Castro y Gutié­ rrez y el voto particular del académico señor Gavidia. (Esta resolución fue votada por los académicos doctores Jerez, Gavidia, Castro Ramírez, García, Castro (Rafael V .), Fonseca, Ayala, Gutiérrez y el Secretario Uriarte. Salvaron su voto los académicos Monseñor Belloso y Sánchez y Castañeda.

DON DIEGO HOLGUIN PRIMER ALCALDE DE LA CIUDAD DE SAN SALVADOR

El primer Alcalde segundo de la villa de San Salvador llevaba el apellido de Díaz, mas su nombre permanecerá indudablemente oculto en el misterio que envuelve casi siempre los orígenes de la Historia. Más aventurado fue el primer Alcalde primero de nuestra hoy ciudad de San Salvador, el capitán Diego de Holguín, si ventura es para él que conozcamos su nombre y apellido, y algo más, algunos retazos de su historia: Nació a fines del siglo X V en un pueblecillo español llamado Tona o Sona, cuya situación exacta no he fijado todavía; vino a Amé­ rica joven aún, y sus cualidades le hicieron acreedor nada menos que de la confianza de uno de los más ilustres capitanes de su siglo, Pe­ dro de Alvarado, para la conquista y colonización de Cuzcatlán. El propio Pedro de Alvarado, con todo el ejército que traía de México y el ejército auxiliar de 5,000 guatemaltecos que le dieron en Quiché, se había estrellado en sus propósitos frente a Cuzcatlán, y a Diego de Holguín, encomendó la persecución de esa conquista, la re­ ducción de Cuzcatlán indómito, amante de sus libertades. Y además le encomendó la fundación de la nueva colonia, la villa de San Salvador, “ para conquistar y tener sometida a la provincia de Cuzcatlán” . Diego de Holguín aparece en la historia como un distinguido capi­ tán de aquellos tiempos, enérgico, capaz, humano, conciliador. Fundó el l ? de abril de 1525 con los que con él vinieron, por encargo de Alvarado y Teniente de Cortez, la villa de San Salvador

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Cuzcatlán ( “ San Salvador, dicen los cronistas que en lengua de indios se llama Cuzcatlán” ). Holguín organizó la villa y consumaba aparentemente la obra de conquista cuando en julio de 1526 se levantaron los pueblos indianos y los cuzcatlecos cayeron exabruptamente sobre San Salvador. Sus habitantes, con Diego de Holguín a la cabeza, huyeron hacia Lempa, buscando a Alvarado que venía de Choluteca, Honduras, y quien les dejó cerca de 5,000 indios auxiliares para someter a los indianos pueblos de El Salvador, lo que sólo se consiguió años después. Fue Diego de Holguín a Guatemala, regresó a San Salvador, em­ barcóse a principios de 1534 hacia el Perú, en donde fundó a Puerto Viejo, mostrando allí siempre sus cualidades de hombre bueno, em­ prendedor, amigo del progreso “ y de las armas y no poco de las mujeres” . Ese Diego Holguín del Perú es ciertamente el Diego Holguín fun­ dador de San Salvador, como puede verse en la “ Recordación Flori­ da” , de Fuentes y Guzmán y el Diego Holguín, que aparece en 1552 en Usulután, debe ser un hijo o nieto del Capitán que tuvo la honra de sentar las primeras bases de nuestra hoy capital de San Salvador. Jorge Lardé.

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Distribuciofk,(lel Plano:

1, Iglesia Parroquial; 2, Plaza Mayor; 3. Fuente de la Plaza Mayor; 4, Cabildo y Cárceles; 5, Casa del Intendente; 6, Casa del Monte de Cosechar añil; 7, Caja Real; 8, Aduana; 9, Casa de Recogidas; 10, Convento de Santo Domingo; II, Plaza de Santo Domingo; 12, Convehto de San Francisco; 13, Iglesia del Calvario; 14, Iglesia de Santa Lucía; 15, Iglesia de la Presentación; 16. Convento de La Merced; 17, Iglesia de San Esteban; 18. Molinos de La Merced; 19. Obras o Sanjones; 20, Río Frío; 21, Río Ac.elhuate; 22, Molinos de Santo Domingo; 23. Puente sobre el Acelhuate; 24, Zacatales para pastar; 25, Barrio de La Vega; 26. Barrio del Calvario: 27, Barrio de San José; 28, Barrio de La Ronda; 29, Barrio de San Esteban; 30, Barrio de Candelaria; 31, Molino del Yexar; 32, Fábrica de Aguardiente; 33, Casa dril Vicario; 34, Casa de Correos; 35, Escribanía del Gobierno; 36, Comandante de Armas; 37, Hospital de Indias; 38, Cuartel de Milicias; 39, Contador; 40, Tercena de Tabacos; 41, Casi del Cura Aguilar; 42, Casa del Asesor del Gobierno; Acueductos subterráneos...................... ...(cercos de p a lo )............................ Tapias solas sin edificio; Fuentes particulares id. public.

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