Peru observaciones y estudios del pais y sus habitantes durante una permanencia de 25 años. Tomo II.  La costa.

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NUNC COGNOSCO EX PARTE

THOMAS J. BATA LI BRARY TRENT UNIVERSITY

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https://archive.org/details/peruobservacione0002midd

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PERU OBSERVACIONES Y ESTUDIOS DEL PAIS Y SUS HABITANTES DURANTE UNA PERMANENCIA DE 25 Af'IOS por

E. W. MIDDENDORF Tomo ll

LA

COSTA

Primera Versión Española con 28 láminas, 30 fotograbados y 19 zincograbados. Un mapa plegado del Perú ( 1894) y superposición del mapa actual.

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Titulo de la obra en alemár,: PERU.

Beobachtungen und Studien über

DAS LAND UND SEINE BEWOHNER Wahrend Eines 25 Jahrigen Aufenthalts. II Band.

Das Küstenland von Peru Mit 56 textbildern und 38 tafeln Nach Eigenen photographischen aufnahmen Berlín Robert Oppenheim (Gustav Schmidt) 1894

PRIMERA VERSION ESPAÑOLA

©

Traducción

Ernesto More

Revisión

Federico Schwab

Cubierta

Fernando de Szyszlo

Diagramación

José Flores Araoz

Coordinación de la edición

Estela Castillo de Maruenda

Copyright, 1973 por la Dirección Universitaria de Biblioteca y Publicaciones de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Lima-Perú

CONTENIDO PROLOGO.

AUTOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

I

VISION GENERAL

8

Los VALLES

II CALLAO

IX

LOS ALREDEDORES DE LIMA

•. . . . . . . . . . .. . . . . . . . .. . .. . . . . •. . •. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

ANCÓN - CAUDEVILLA - CoLLIQUE . . . . . • . . . • • . . . . . . . . . . . . . • • . • . . CHORRILLOS - MIRAFLORES - MAGDALENA . . . . . • . . . . . . . • . . . . . . . . . . EL MORRO SoLAR Y LAS ALTURAS DE SAN JuAN • . . . . . . . . . . . . . . • . .

27 33 37 41

EL VALLE DEL RÍMAC MÁS ALLÁ DE LIMA - SANTA CLARA - CHOSICA MATUCANA

. .. . . . . .. . . . . .. . . . . . . . •. . . •. •. . . . . . . . . . . . .

48

RESTOS DE ANTIGUAS CONSTRUCCIONES INDÍGENAS EN EL VALLE DEL

LA ANTIGUA CIUDAD DE HuADCA . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . • . . . . . .

53 56

LAS HUACAS DE LA MAGDALENA y MIRAFLORES . . . . . . . . • . . . . . . . . .

69

RíMAC

III

•. . .•. . . . . . . •. • •. . . . . . . •. •. . ••. ••. •. . . . . . . . . . . .

VALLES DE LA COSTA AL SUR DE LIMA

EL VALLE DE LuRÍN . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . .

79

EL VALLE DE CAÑETE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . • . . . . . . . . . . . . . EL VALLE DE CHINCHA . . . . . . . . . . . • • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

90 101

EL VALLE DE lcA

. . . . . . . . . . . . . •. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

108

Las Islas de Chincha y El Guano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Influencia del N egocio del Guano en la Vida Pública y Priv ada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Contratista de Ferrocarriles Henry Meiggs . . . . . . . . . .

123 135 146 VII

.............. , . . . . . . . . . . . . . . • . . • . . . . . . . . . . . . . . • . .

161

La Ciu dad de Arequipa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Reseña Histórica de Arequipa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los Alrededores de Arequipa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

177 180

•.\REQUIPA

IV

VALLES

DE

LA COSTA AL

NORTE DE

LIMA

......••.............•...•.....•...•.......•.....

187 195 208 225 239

El General Salaverry ................................. .

242

HU A CHO PARAMONGA CASMA

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SAl\1ANCO y CHIMBOTE . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . SALAYERRY

...........................•..............•.......

254

Las Rtiinas de Clzan-Chán ........................... . El Pueblo de los Chimú .............................. . El Templo del Sol en ~Mo che .......................... .

263 271 279

rfRUJILLO

p ACASJ\ilA YO

..................................•...... , ..... .

ETEN, CmcLAYO Y LAMBAYEQUE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . PAITA

VIII

16S

281 287 297

PROLOGO En la primera parte de esta obra, en la descripción de Lima, hemos tratado acerca de las instituciones públicas y del estado político actual de la República peruana; y en la reseña histórica correspondiente, de la Conquista y colonización del país por los españoles, así como de los sucesos acaecidos desde la Emancipación del Perú y el establecimiento de la República peruana independiente. En el presente volumen consideramos, especialmente, el peTÍodo anterior al descubrimiento del país por los europeos. El objetivo principal que el autor se había propuesto en sus excursiones y vi'ajes por la Costa, fue la visita a las ruinas y restos arqueológicos de los antiguos peruanos, para obtener mediante su comparación, un juicio acerca de la naturaleza de la cultura de los pueblos que habían vivido antiguamente en esta región, antes de que se produjeTa el contacto con los europeos. Como es sabido, a la llegada de los españoles, toda la faja de la Costa, desde la línea ecuatorial hasta el grado 35 de latitud sur, pertenecía a un imperio que estaba bajo el dominio de los reyes del Cuzco, de la estirpe de los Incas. Debido a eso, en el Perú y en otros países hace afios que prevalece la muy difundida opinión de considerar como obra de los Incas todas las ruinas aTqueológicas existentes en la Costa. En las introducciones a sus obras sobre los idiomas nativos del Perú, el autor ha tenido oportunidad de remarcar que, si bien los Incas fueron el pueblo más pujante y mejor organizado que existió en las altas culturas sudamericanas, no fue el único ni el más antiguo, sino que, simultáneamente y hasta antes que él, existieron, tanto en la Costa como en la Sierra, otros pueblos que alcanzaron igual grado de desarrollo cultural, y que, en ciertos aspectos quizás lo superaron. A pesar de todo, estos pueblos no pudiernn conservar su independencia frente a la superioridad política y a la alta organización de los Incas. De los monumentos conservados en la Costa, hay pocos de origen incaico, aunque éstos son los que se encuentran en mejor estado, lo que se explica no sólo porque son los más recientes, sino porque no pocos. de los más antiguos deben haber sido destruidos por los Incas, cuando sometieron estas regiones a su dominio. Las construcciones erigidas por los Incas servían, ya a fines religiosos, es decir, eran templos, casas de los sacerdotes o conventos para las Vírgenes del Sol, ya a fines militares o administrativos, o sea, eran foTtalezas, castillos, depósitos de víveres y de utensilios de guerra. Todas estas IX

construcciones se diferenci ,.

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Lima, Callao y alrededores.

Ambos hospitales están sostenidos por la Beneficencia Pública que sólo dispone de los ingresos de la lotería, pero son suficientes y hasta dejan un pequeño excedente, pues estos ingresos ascienden a más de 30 mil soles al año. Otro ingreso de los hospitales proviene de los aportes de los buques para la atención de los marineros enfermos. Antes se realizaban las operaciones de carga y descarga por medio de lanchas y aunque el agua es casi siempre tranquila en la bahía, y los buques no tienen necesidad de situarse muy lejos de tierra, gracias a la suficiente profundidad del fondeadero, este sistema representaba pérdida de tiempo y molestias. Para remediar estos inconvenientes, la Casa Comercial Tempelman, Bergmann y Cía. en Lima (que ahora ya no existe), solicitó un permiso para la construcción de muelle y dársena, para la carga y descarga de los barcos, permiso que le fue otorgado el 7 de agosto de 1869. Sin embargo, los trabajos avanzaban tan lentamente con estos empresarios, que al término de un año el contrato fue transferido a la firma constructora inglesa Brassey y Cía. y ésta encargó la obra al ingeniero James Hodges. La dársena está delimitada por muros y tiene la forma de un paralelogramo, con una abertura de 30 metros para entrada y salida de los buques. Los muelles, construidos con piedras grandes y cal hidráulica, tienen un ancho superior a 25 metros que permite el cómodo almacenaje de las mercancías, y están provistas de rieles para su transporte. La longitud total de los espigones destinados para la descarga es de 1,160 metros, y un puente de hierro, por el cual pasan los rieles a la Aduana y a las estaciones, los comunica con tierra. En el ángulo romo del muelle, junto al mar, se alza un pequeño faro. Hay desembarcaderos especiales para las tripulaciones de los buques de guerra y de los mercantes. Los emoresarios de los muelles tienen derecho para explotarlos durante

60 años, y un privilegio especial por diez afias. Todos los buques están obligados a cargar y descargar en el mueile; por cada barco que ancla en el puerto, y tiene más de 10 toneladas de registro, los empresarios reciben diez centavos por tonelada; los buques tienen derecho de llevar a bordo sus provisiones, sin efectuar ningún pago. Los buques grandes pagan por cada tonelada métrica S/. 2.50 y S,1. 1.50 por la tonelada de peso, tanto para la carga como para la descarga. Todos los buques de guerra están exentos del pago de derechos. El Gobierno peruano está autorizado a adquirir la obra, en cualquier momento, al precio tasado; al término de 60 años llega a ser propiedad del Estado. La dársena no cuenta con dique seco para carenar y calafatear los barcos. En cambio, el puerto posee un dique flotante, una obra sumamente útil e importante, no sólo para el Callao, sino para toda la navegación de la costa; fue instalado por una sociedad anónima, en 1863, gracias a la iniciativa del entonces director de la Compafiía Inglesa de Vapores, Georges Petrie. El dique flotante fue construido por la firma Randolph Elder de Glasgow, y su costo se elevó a 42 mil libras esterlinas; tiene 100 pies de largo en el exterior, y 60 pies en el interior y sólo 4 pies de calado; puede contener buques de hasta 5 mil toneladas; para el ingreso de los buques se baja por medio de válvulas y dos máquinas a vapor efectúan el bombeo. Los buques pueden ser elevados en un tiempo de una a dos horas y media. Los barcos a vela tienen su fondeadero fuera del muelle, en la zona este de la bahía. Más allá anclan los paquebotes y los buques mercantes; más leios hacia el oeste, en dirección a la isla de San Lorenzo, están los buques de guerra. La mayor parte de los vapores que atracan en el puerto, pertenece a la Pacific steam -navigation- Company. Esta compañía ha crecido en el transcurso del tiempo, y aunque comenzó muy modestamente ha llegado a ser una verdadera

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potencia en la costa occidental de América del Sur. Inaugmó sus viajes en 1840 con dos pequeños vapores, y ahora posee una flota de más de sesenta. El fundador de la Compañía inglesa fue \Villiam \Vheelwright, hombre a quien Sudamérica debe varias empresas que han sido de gran utilidad. La directiva, los talleres y los almacenes de la compañía se encuentran en el Callao, debido a la situación central de este puerto, en la ruta recorrida por sus vapores. Sus edificios, con dos puentes propios de desembarco, se hallan situados en el suburbio de Chucuito, al oeste de la Fortaleza y al comienzo de la península cuyo extremo se llama La Punta. La propiedad de la Compañía inglesa es, sin duda la propiedad privada más importante de la ciudad. En comparación con años anteriores, el número de barcos que entran y salen del Callao ha disminuido mucho actualmente. El período más brillante correspondió a la década del 60, cuando la exportación del guano de las islas de Chincha alcanzó el nivel más alto. Todos los buques que se dirigían a las islas tenían que conseguir en el Callao un permiso de carga, para volver después de realizada la operación. En esos años constantemente se veían alrededor de 200 embarcaciones en la bahía, y sus mástiles formaban un bosque tan tupido que cuando se llegaba en barco apenas se podía divisar algo de las casas del puCTto. Hay que observar, además, que si bien el n{1mcro de los buques de vela ha disminuido mucho, se ha producido un aumento de los vapores. La compañía inglesa no sólo ha aumentado considerablemente sus vapores, sino que en otros países, como Alemania, Francia, Italia, se han fundado sociedades que a intervalos regulares hacen partir vapores para la costa occidental, especialmente para el transporte de mercaderías. Durante la guerra con Chile, el tráfico marítimo fue completamente interrumpido, y sólo después del Tratado de Paz (1883 ), pudo restablecerse lentamente.

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De acuerdo a la disminución del movimiento portuario, debió disminuir también la población que vivía del puerto. Por lo demás, el crecimiento o disminución de la población no se ha producido nunca de un modo regular, sino que éste ha sido siempre inconstante y variable. Desde 1859, en el que el Censo registró 18,700 habitantes, su númern disminuyó hasta 14,800 en 1866. Desde 1869 aumentó rápida y considerablemente, a causa de las extensas construcciones ferrocarrileras realizadas por el empresario Henry Meiggs y de la bonanza artificial que en el país se produjo al circular grandes sumas de dinero. Según el censo de población, bajo la administración de Pardo, el Callao registraba 33,638 habitantes. Durante la guena con Chile, la ciudad quedó casi desierta, y aun después de la paz estaban deshabitadas todas las casas situadas en muchas calles alejadas. La desolación de la ciudad fue motivo para que muchas familias, que hasta entonces habían tenido residencia permanente en el puerto, se trasladaran a Lima. Muchos limeños prefieren el Callao para tomar sus baños de mar durante el verano. En Chorrillos, la playa es fangosa y el agua, agitada por los bañistas, se vuelve pronto turbia y sucia. Ancón está demasiado lejos y en Magdalena, las fuertes rompientes del mar hacen poco agradable el baño, y a veces hasta imposible. En verdad, los baños en el Callao tienen también sus desventajas. El agua, en promedio, es dos grados más fría que mar afuera, pues la fría corriente del sur que se desplaza a lo largo de la costa, penetra en la bahía por la abertura del Boquerón, entre la isla del Frontón y La Punta. Además, el agua no se contamina únicamente por los desagües de la ciudad, sino a veces debido a causas diferentes. Grandes extensiones del agua de la bahía tienen a veces un desagradable olor a podrido y un aspecto turbio lechoso. No se ha llegado a establecer si este descoloramiento y otras alteraciones co-

mo el de la claridad, observadas en el agua del mar, provienen de la presencia de pequeños animales u organismos vegetales, o como algunos opinan, de las emanaciones hidrosulfúricas, a través de las resquebrajaduras del suelo de la bahía, 1 que habTía sido en alguna época un cráter volcánico. Los botes o barcos pintados de blanco, al ponerse en contacto con estas aguas, se oscurecen, puesto que el óxido de plomo de la pintura se combina con el azufre, y ésta es la razón por la cual los marineros ingleses designan a este fenómeno con el nombre de "the painter" -"el pintor"-. Sin embargo, el agua de La Punta está libTe de estas impurezas, por lo que sus playas son más concurridas. En La Punta, o sea el extremo de la mencionada península, se encuentran dos hoteles y una pequeña colonia de casas particulares, donde muchas familias acomodadas de Lima van a pasar todo el verano, pues allí, gracias a la fresca brisa, nunca es insoportable el calor. La Punta está unida a la ciudad por un fenocarril, que parte de un paradero de la línea inglesa y llega a su meta al cabo de diez minutos. Desde el punto de vista histórico, hay poco que observar acerca del Callao. El pueblo no fue fundado por una especial disposición del gobierno de la Corona, sino que fue formándose poco a poco, a medida de las crecientes necesidades de la capital. Dos años después de la fundación de Lima, el Cabildo concedió a cierto Diego Ruiz, el permiso de establecer una posada y una barraca para depositar las mercaderías. Luego se edificaron otros almacenes, así como algunas casas y chozas, formándose de este modo un pequeño poblado. Transcurridos 20 años, el Cabildo de Lima ordenó la construcción de una iglesia, y en el año 1566, se nombTó el primer alcalde. Este tuvo, sin embargo, sólo

facultades limitadas, pues la pnmera autoridad del puerto era el llamado General de la mar, nombrado por el Rey. A comienzos del siglo XVII, contaba el pueblo con 2 mil habitantes y aproximadamente 800 casas (Cobo, Fundación de Lima), pero quedó siempre bajo la jurisdicción del Ayuntamiento de la ciudad de Lima, hasta que en 1671, el Virrey Conde de Lemos lo elevó reconociéndolo como ciudad con Cabildo pTOpio. En 1624, a pesar de no estaT defendido aún por murallas, el Callao resistió los repetidos ataques del Almirante holandés J acob Clerk (llamado el ermitaño). Este había armado en Amsterdam una flota de 11 barcos con 294 cañones y 1,600 hombres, y se diTigió hacia la costa del Pacífico con la intención de conquistar y saquear Lima. El 7 de mayo de 1624 echó anclas cerca de la isla de San Lorenzo. El Virrey de entonces el Marqués de Guadalcázar, tomó enérgicas medidas para repeler el ataque. Todas las tropas de Lima fueron despachadas al Callao; fueTon armados los ciudadanos, y hasta los estudiantes de la Universidad y de los demás colegios formaron compañías de voluntarios. Clerk sólo logró bloquear el puerto y tomar algunos barcos que llegaban, y el intento de desembarco fracasó, así como el plan para incendiaT la ciudad y la fortaleza por medio de barcos incendiarios. Un año después de su llegada (2 de junio de 1625), murió repentinamente, y fue enterrado en la isla de San Lorenzo. Ghen Huygen, su sucesor en el mando, abandonó poco después la costa occidental y se dirigió con sus barcos al Brasil; allí tomó por asalto la ciudad de Bahía, pero al cabo de un año, tuvo que abandonaTla y regresó luego a Holanda con el resto de su escuadTa. A fin de no exponer nuevamente a la ciudad al peligro de ser conquistada por una armada enemiga o a los saqueos de los piratas, el Vi-

1 Según A. von Humboldt, al Este de la Isla Barbados, el mar allí muy profundo, ofre· ce siempre un aspecto lechoso; se pregunta H. si existe tal vez en ese sitio una isla vol· cónica sumergida en el mar.

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ney Marqués de Mancera ordenó la construcción de murallas (1639-1648)-. Los trece bastiones de éstas fueron armados con piezas de artillería que habían sido fundidas en Lima. Hacia fines del siglo xvn, el Callao ya se había desarrollado grandemente. Contaba, además de su iglesia parroquial, con otras seis que pertenecían a los conventos de los agustinos, dominicos, franciscanos, mercedarios, de la Orden de San Juan y los jesuitas, y tenía de 5 a 6 mil habitantes. El ingeniero francés Frézier, quien en misión de su gobierno hizo un viaje por Chile y Perú, nos ha dejado en su obra (Voyage dans la mer du Sud, 1716) una descripción de la ciudad. Y a no existe nada de lo que él vio, pues con el terremoto del 28 de octubre de 1746, la ciudad quedó completamente destruida junto con sus murallas e instalaciones portuarias. Este terremoto, el más pavoroso de los muchos que han azotado el Perú, ha sido descrito detalladamente en el primer tomo de esta obra, al que remitimos al lector. De todos los habitantes del Callao, cuyo número era de 5 a 7 mil personas, apenas se salvaron doscientas. Según el relato de alguno de los sobrevivientes, la ciudad no habría sufrido por la sacudida tanto como Lima, aunque era casi imposible obtener una idea cabal de su verdadero alcance, a causa de que después del primer y más violento remezón, el mar comenzó a retirarse de las orillas, a eso de las once, paTa luego regresar con una ola gigante que se precipitó por encima de las murallas sobre la ciudad, derribándolo todo. De las 24 grandes y pequeñas embarcaciones ancladas entonces en el puerto, 19 fueron volteadas y 5 arrojadas sobre la tierra. Estas Óltimas fueron levantadas por la ola y llevadas por encima de las murallas; las personas que se hallaban a bordo escucharon desde lo alto de la ola los gritos de espanto de los hombres que trataban de salvarse en las calles. Un buque de guerra, la fragata Fermín, encalló en Bellavista, a un cuarto de hora de la cos32

ta . Cuando el mar se retiró nuevamente y se calmó, de todos los edificios y murallas sólo quedaban trozos de las dos grandes puertas de la ciudad. Veinticinco años después del terremoto fue construida la Fortaleza Real Felipe, que aún existe y donde se encuentran los depósitos de la Aduaua. Esta fortaleza fue el último lugar que los españoles conservaron en su poder en América del Sur. Después de la capitulación de Ayacucho se sostuvo allí el General Rodil con una pequeña guarnición, hasta que también tuvo que rendirse, el 22 de febrero de 1826, después de haber resistido el asedio durante 13 meses. Cuarenta años después se presentó una flota de guerra espaifola frente al Callao. En el conflicto entre España y Chile, el Perú tomó partido a favor de la República hermana y envió una escuadra de 7 barcos para auxiliaTla. En diciembre de 1865, el gobierno de M. Ignacio Prado, entonces Dictador, celebró una alianza con Chile, a la que se adhirieron posteriormente el Ecuador y Bolivia. A principios del año 1866 los aliados declararon la guerra a España, y como consecuencia de ello una flota española comandada por el Almirante Núñez bombardeó Valparaíso (31 de marzo), y luego, el 25 de abril, ancló en las afueras de la bahía del Callao, cerca de la isla San Lorenzo. El 2 de mayo se hizo a la vela, y poniéndose a tiro de cafión ante la ciudad, comenzó el bombardeo de la fortaleza y de las baterías costeras: una imprudencia fanfarrona, ya que sólo uno de sus barcos, el Numancia, era acorazado. Los demás eran de madera. Los peruanos estaban preparados para el ataque, y disponían, aparte de muchos cañones anticuados, de algunos cañones nuevos y de g-ran calibre. Si hubiesen sabido utilizar mejor estas baterías, muy mal les hubiera ido a los españoles; pero aún así, éstos tuvieron que retirarse, después de un combate de 4 horas, con sus barcos bastante dañados, y ya el 10 de mayo abandonaron la costa

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Muelle y Dársena del Callao.

p~ruª1:1ª· En conmemoración de esta v1ctona, se eTigió en Lima el monumento del Dos de Mayo, una bella columna colocada en la plaza que está en el extremo de la ciudad y de donde parte la alameda al Callao 2 • En la guerra entre el Perú y Chile ( 18791883), después de que de las dos mejores unidades acorazadas peruanas,

una, la Independencia, enc:allara, y otra el monitor Huáscar fuera abordada, el Callao sufrió el bloqueo de la flota chilena, y fue bombardeado, con ciertos intervalos, desde gran distancia. Después de la derrota peruana en las batallas de Chorrillos y Miraflores, la ciudad fue ocupada sin mayor lucha por el vencedor.

ANCÓN - CAUDEVILLA - CoLLIQUE Ancón, el segundo puerto de Lima, está situado al norte de la capital, a una distancia de 7 leguas o sea 35 Km, más o menos a la misma distancia del Callao. La bahía es pequeña, abierta al mar, pero protegida de los vientos del sur, de fácil y seguro acceso y con un buen fondeadero arenoso. A pesar de estas favorables características, rara vez es visitado por grandes barcos, geneTalmente tocan allí sólo los que cargan azúcar de las haciendas del valle Chillón, o que desembarcan algunos fardos de mercaderías para las mismas. También la pesca es insignificante y sólo se ven pocos botes. En cambio, Ancón es un balneario apreciado, y sus playas, realmente las mejores de las vecindades de Lima, serían todavía más visitadas, si estuvieran situadas a menos distancia, y los hombTes de negocios pudieran Tealizar diariamente el viaje de ida y vuelta. Para dirigirnos hacia allí desde el Callao, primero utilizamos el ferrocarril trasandino o americano, cuya estación se encuentra muy ceTca del desembarcadero. La línea corre un trecho a lo largo de la plava, delante de las casas de la ciudad, y luego sigue la orilla del Rímac, que aun en inviernos muy secos tiene un poco de agua y desemboca en el mar como riachuelo. Llegados a Lima, seguimos hasta la segunda estación de

la ciudad, La Palma, y de aquí nos dirigimos, a través del puente del mismo nombre, al lado derecho del río y nos encontramos delante de la estación del ferrocarril a Ancón, un modesto edificio de calamina situado junto a los muros de defensa del río. El camino a Ancón, recorre en la primera mitad, la más amena zona de los alrededores de Lima, y es un viaje igualmente agradable, ya se realice a pie o a caballo. El f enocarril corre entre árboles, setos vivos y verdes campos, a través de una llanura de inclinación apenas perceptible, formada por la unión de los valles del Rímac y del Chillón. No bien se ha atravesado el río Chillón, el terreno comienza a elevarse y la vegetación, fuera del alcance del Tiego artificial, se hace pobre y pronto desaparece. Se atraviesan los tan característicos arenales despoblados de la Costa, y poco a poco se sube hasta llegar a una meseta de poca altura, desde donde, después de hora y media de viaje, se divisa la apacible bahía de Ancón, hacia la cuaf el tren desciende en cerradas curvas. Aunque el pueblo tiene sólo pocas casas, todas están hien construidas y son nuevas, pues Ancón fue fundado sólo a pTincipios de la década del 70, bajo el gobierno del Presidente José Balta. Los edificios principales, y entre ellos un buen ho-

2 Este hermoso monumento fue proyectado por el arquitecto Edmond Guilleume y el escultor León Cugnot, ejecutado en París e inaugurado en Lima el 28 de julio de 1874. Los honorarios para los artistas y el precio del material llegaron a la suma de 220 mil francos, y el transporte y colocación a diez mil francos.

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tel, se extienden a lo largo de la playa; y delante del hotel está situado el muelle de desembarco para los botes, y a su lado una playa de fina arena, esta playa generalmente se usa para los baños. En este lugar, el piso del mar es totalmente plano, y su profundidad aumenta lenta y gradualm~n­ te. El terreno en torno a Ancón no es completamente seco, sino que contiene, a poca profundidad de la superficie, una capa húmeda que ha permitido plantar en algunos sitios palmas datileras que parecen desarrollarse bien. En ninguna parte de las cercanías de Ancón se encuentran restos de murns o tapias de viviendas o templos antiguos, pero parece haber existido allí un importante poblado, pues en esa zona se halla un gran cementerio. Esta necrópolis, que los señores Reiss y Stübel han estudiado y descrito minuciosamente, está completamente removida, y sólo deben quedar muy pocas tumbas intactas. Todos los cadáveres allí sepultados, en tumbas cuadradas de mampostería, estaban envueltos como las momias, tal como se describirá posteriormente, y se hallaban en cuclillas, ya individualmente ya en grupos de familia. El polvo marrón proveniente de las tumbas es grasoso al tacto y tiene un repugnante olor a guano, que no se debe a la utilización de guano para el enfardelaje, sino a la compenetración del suelo con los líquidos de la descomposición de los cadáveres, en ausencia de toda humedad. El ferrocarril de Lima a Ancón, según el plan original, debía ser prolongado hasta el valle de Huacho, pero fue construido solamente hasta Chancay: una pequeña ciudad en el valle de su nombre, a la misma distancia de Ancón que éste de Lima. La distancia en línea recta entre Lima v Chancay es de 12 leguas, según el itinerario del correo. El ferrocarril va por un trecho de 8 kilómetros, más o menos a una altura de 150 a 200 pies sobre el nivel del mar, en la falda de cenos muy abruptos que se ele-

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van desde la orilla. Estas pendientes son de arena suelta, y sobre ellas sólo se ha realizado el suficiente afirmado para poder colocar los rieles. Cuando el autor viajó por este tramo la primera vez, llegó a la conclusión de que nunca había hecho un viaje tan desagradable y peligroso. Le parecía que en cualquier instante todo el terraplén se deslizaría hasta el mar, junto con el tren. Las ruedas chirriaban sin interrupción en las cerradas curvas, y el tren iba tan lentamente, que uno sentía en qué alto grado el maquinista tenía conciencia de su prnpio peligro. Después de que el tren ha recorrido el vertiginoso trecho junto al mar, desciende al valle de Pasamayo y lo atraviesa por un largo viaducto, o sea, un puente armado con débiles vigas de madera que crujen, vibran y excitan los nervios del viajero, no menos que la vía que corre por el escaso afirmado realizado en los cerros de arena. Chancay está situado junto al mar, en una llanura que termina en un barranco quebrado de aproximadamente 100 pies de altura, formado de cantos rodados y que desciende casi verticalmente a la playa. Abajo en la orilla del mar, irrumpen numerosas fuentes pequeñas, al lado de las cuales crece densa vegetación, de modo que toda la playa parece estar enmarcada por un borde verde. Todo lo demás es árido v yermo. La pequeña ciudad es un balneario especialmente saludable nara quienes padecen del pecho y de fiebres. También el autor eligió una vez este lugar para recuperarse de una fiebre tenaz, y cuando paseaba por la tarde en las alturas cercanas al mar, tuvo realmente la impresión de que jamás había respirado aire tan puro v saludable. Antes de que se emprendiera la construcción del ferrocarril central trasandino, se consideraba la posibilidad de trazar la línea por Chancay, a través del valle del río Pasamayo, y desde aquí a través de la Cordillera. En este caso, las dificultades por vencer, v con ello también su costo, habrían sido notablemente me-

nores, y además, el tramo hasta la importante ciudad minera de Cerro de Paseo, cuya unión con la Costa era el principal objetivo de la línea férrea, habría sido más corto. Mas como ésta debía ser prolongada también hasta Jauja y Huancayo, este ramal meridional habría sido más largo, razón por la que se dio preferencia a la vía ahora ya construida, a través del valle del Rímac. El río Chillón, llamado también Carabayllo, por el que atraviesa el tren de Lima a Ancón, no es tan caudaloso como el Rímac, pero lo mismo que éste no se seca, ni en los inviernos de escasa lluvia. Su valle es amplio y fértil y en él se encuentran varias haciendas de caña de alto rendimiento, la mayor de las cuales, Caudevilla, está a tres leguas de distancia de Lima. El autor, acompañado por algunos amigos, visitó esta región una clara mañana del mes de agosto, que es generalmente nublado. Primero viajamos en el tren de Ancón hasta la Hacienda Infantas, una gran plantación de caña de azúcar a media legua de Lima, con elegante residencia y que posee instalaciones modernas y excelentes máquinas para la elaboración de azúcar y alcohol. Allí recorrimos a caballo, que pusieron a nuestra disposición, los cañaverales entre tapias, y al cabo de media hora, más o menos, llegamos al pie de una colina aislada, en cuya cima se encuentran las ruinas de una antigua fortaleza llamada Collique. La colina, situada en la parte izquierda del borde del valle, tiene la forma de un cono ovalado, carece de vegetación y su altura es de 400 pies, aproximadamente. Dejamos nuestros caballos cerca del camino y subimos a la cumbre del cerro para explorar la fortaleza, la que en cierto modo nos produjo una decepción. Las fortificaciones consisten de dos pequeños muros circulares, bajos, construidos con piedras irregulares que rodean la falda del cerro en su tercio superior. En la cumbre hay un tercer muro, más alto y mejor construido, que circunda una torre redon-

da, que es en realidad la fortaleza y también se encuentran otros edificios ruinosos. Una empinada escalera, en parte labrada en la roca, conduce a la plataforma sobre la que se levanta la fortaleza, y lo más interesante de ella es una especie de bastión, en el que existen aún algunos montones de las pequeñas piedras redondas que arrojaban los defensores para repeler los ataques. Los siglos que han transcurrido desde que fueron amontonadas estas piedras es algo que ni siquiera se puede conjeturar, pues la fortaleza es muy antigua, y su origen, a juzgar por la manera de su construcción y la colocación de las piedras, se remonta a tiempos anteriores al de los Incas. Cerca de la colina de Collique, en el borde del valle, se encuentra un antiguo cementerio; en el que han sido profanadas muchas tumbas, pero en menor número que en Ancón, ya que el lugar es muy retirado. Desde que se ha despertado el interés por las antigüedades peruanas, personas de todas las profesiones se ocupan, ya por simple afición o con miras de obtener algún beneficio pecuniario, en la excavación de antiguas tumbas. Más tarde llegamos a conocer a uno de estos buscadores de tumbas -los llamados huaquerns- y éste había tenido bastante éxito en sus excavaciones. El cementerio de Collique se encuentra en una zona completamente seca, lo que explica que muchas de las momias encontradas allí y envueltas en burdo algodón, estén extraordinariamente bien conservadas. Llama la atención el hecho de que los cráneos diseminados en ese lu¡!ar tengan una forma completamente distinta a la de los del valle del Rímac. Los cráneos que se encuentran en las tumbas de la anti¡!ua ciudad de Huadca, entre Lima y Callao, son redondeados, mientras que los de Collique, tienen los huesos parietales, a ambos lados de ).a sutura central, convexos como me.i1llas. Lo que demuestra que, pese a que los antiguos habitantes de esta región eran vecinos, pertenecían a pueblos totalmente distintos.

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Cerca del mediodía llegamos a la Hacienda Caudevilla; el administrador, que era amigo de uno de los señores de nuestro grupo nos ofreció un almuerzo muy limpio y agradable, preparado por un cocinero chino. Luego visitamos las dependencias de la gran hacienda, que yo había conocido ya algunos años antes. Encontré sin cambios la casa hacienda, lo mismo que las oficinas y la planta de máquinas, pero no así el poblado que poco a poco se había formado alrededor de la prnpiedad. La Hacienda está rodeada por altos muros sostenidos por contrafuertes. El gran patio tiene tres puertas, dos de las cuales se abren sobre el pueblo, una de ellas para peatones, la otra para jinetes y la tercera para el ferrocarril, en el que se transporta la caña de azúcar de los campos al trapiche. Los patios y las grandes barracas, en las que antes vivían los trabajadores chinos, y en las que eran encerrados todas las tardes como esclavos, están ahora vacíos, pues los chinos han cumplido hace tiempo su contrato, son ya trabajadores libres y viven en sus propias chozas. Delante de las puertas de la casa hacienda se abre una plaza bastante grande, en torno a la cual están las casas y chozas mejor construidas, y desde donde parten las calles y callejuelas. En el centro de uno de los lados, se encuentra el templo chino, cuya puerta está permanentemente abierta. Se penetra en un aposento semejante a una sala, en cuya parte posterior hay una mesa en forma de altar, y detrás de ella, una segunda con la imagen de Buda, rodeada de algunas figuras grotescas que semejan diablos. A ambos lados, en las paredes se yerguen alabardas cuyas puntas están adornadas con dragones y pintorescos arabescos. Otros lugares de las paredes están cubiertos con anchas franjas de papel rojo o de cartón, pintadas con caracteres chinos, que expresan mandamientos, enseñanzas y sentencias. Penden del techo numerosas linternas sexa u octogonales, revestidas de abigarrados papeles.

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A la derecha, junto al aposento del templo hay, adornada en igual forma, una antesala con muchas mesas grandes y pequeñas que son utilizadas en las fiestas. Hoy no se bebió allí: sólo se jugó. Casi todos los chinos se entregan con pasión al juego, y cuando pierden consiguen dinero en préstamo, por el que pagan intereses realmente escandalosos, claro está que a sus propios connacionales. Se juega de tres maneras: colocando fichas, como en nuestro Dominó, con naipes y a pares y nones. El juego de naipes consiste de unas tiras estrechas de papel grueso, de sólo media pulgada de ancho y tres de largo, que en la parte delantera llevan diversos arabescos y dibujos, y son negras en el reverso. Cada uno de los jugadores mantiene en la mano en forma de abanico de 20 a 30 cartitas. Se las arroja en un recipiente y son mezcladas removiéndolas con los dedos. El juego predilecto parece ser el de pares y nones, que se juega sobre una mesa larga y oval, como ruleta. En el centro de la mesa estaba sentado el banquero: tenía a su lado dos auxiliares de cuentas, y en torno de ellos se encontraban los jugadores, detrás de los cuales un grupo de observadores, sentados en bancas y taburetes, formando círculo, seguía los azares del juego, con un interés no menor que el de los mismos participantes. El juego era dirigido por un chino entrado en años, de aspecto serio, y que sentado en el extremo de la mesa tenía delante un gran montón de fichas de latón. Tornó un puñado de éstas y las volvió a colocar un poco más lejos, sobre la mesa, e inmediatamente una persona lo cubrió con un cubilete de bronce. Después los jugadores hicieron sus apuestas. Cada jugador tenía ante sí dos cuadrados, marcados con líneas, uno para los pares y el otro para los nones, y cuando se bahía decidido por uno u otro, ponía su apuesta en el cuadrado correspondiente. Hechas las apuestas, el que presidía el juego levantó el cubilete, y se inició entonces la parte decisiva del juego. Con una larga varilla

Iglesia en el pueblo de la Magdalena, llamado también Magdalena Vieja y Pueblo Libre.

de marfil se separarnn, cada vez cuatro fichas, que fueron colocadas enseguida en un cuadrado y retiradas inmediatamente. Después se separaron cuatro más y se continuó con esta operación hasta que quedaron las últimas, que son las que deciden la suerte: un juego sencillo, que puede ser controlado por cualquier persona, que no se presta para malentendidos ni engaños, y que, por lo tanto, no da lugaT a discusiones. No había mujeres presentes en el juego. El propietario de la Hacienda era también aficionado al Juego, pero no

al de cartas, sino a las apuestas que suelen hacerse en el Perú en las peleas de gallos, parecidas a las que en otros países se hacen en las carreras de caballos. En un patio largo y estrecho tenía alrededor de 60 gallos de pelea, cada uno en su cajón; los cajones estaban colocados en fila, en paredes opuestas, de modo que los gallos podían mirarse, dando a conocer su ansia de pelea con su frecuente canto. Como prueba, hicieron que dos pelearan, pero sin cuchillas. Las peleas de gallos entre animales armados han sido descritas en el primer tomo.

CHORRILLOS - MIRAFLORES - MAGDALENA

La parte más baja del valle del Rímac, se llama valle de Lima: una amplia llanura con leve inclinación hacia el mar, bordeada por un litoral algo curvado hacia el inteTior y que es completamente plano en el Callao, pero que se eleva suavemente hacia el sur, hasta un empinado promontorio. Al pie, y bajo la protección de este promontorio, llamado Morro Solar, se encuentra Chorrillos, el tercer puerto de Lima y al mismo tiempo el balneario y lugar de entretenimiento preferido por los limeños. Para visitar Chorrillos desde el Callao no utilizamos el ferrocarril trasandino, como en el paseo a Ancón, sino la llamada líuea inglesa. Esta rodea primero la fortaleza, corre luego por una amplia calle de la ciudad, se detiene un momento en Bellavista, un arrabal del Callao, y llega a Lima en media hora. Aquí se cambia de' tren, sin necesidad de caminar mucho, pues la estación del Callao está separada de la de Chorrillos sólo por una calle ancha. El viaje dura unos minutos más que el de Lima al Callao, pues la distancia es algo mayor: tres leguas, o sea 15 kilómetros. Después de un cuarto de hora, el tren se detiene en Miraflores, un suburbio agradable, donde muchas familias de Lima pasan el verano. Un

gran número de personas tiene allí su residencia permanente y viaja a Lima todas las mañanas para atender sus negocios. Antes de la guerra, Miraflores poseía no pocas elegantes y bellas casas, pero la mayoría fue incendiada por los chilenos. Muchas estaban rodeadas por agradables y bien cuidados jardines, uno de ellos, con un bosquecillo de pinos de Norfolk, bastante crecidos y que se alcanzan a ver desde lejos, son dignos de mención. Miraflores no es muy frecuentado como balneario, ya que no está contiguo al mar. Sin embargo, tiene un buen camino que conduce a la playa. El segundo paradero es Barranco; desde Miraflores se llega allí en un cuaTto de hora y como éste es un suburbio cuyas casas están algo más cerca del mar, pero situadas a 100 pies de altura, sobre un barranco muy abrupto y quebrado. Barranco sufrió menos los estragos de la guerra que MirafloTes, ya que allí no se luchó. Mientras que Miraflores está rodeado de campos yermos, sin cultivo, los alrededores de Barranco tienen una vegetación verde y fresca, aunque no exuberante; campos de maíz y alfalfa, plantaciones de yuca y de camote alternan con grupos de árboles y setos vivos, duTante media hora de viaje, hasta llegar al pequeño pueblo de

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Vista de Miraflores hacia el Morro Solar.

Surco, situado en medio de huertas. El viaje en tren desde Barranco a Chorrillos dura cinco minutos. Chorrillos está situado, como ya se ha indicado, al pie del Morro Solar, sobre una llanura cuyo bmde cae abruptamente sobre el mar desde unos 90 a 100 pies de altura, como Sorrento en Nápoles, sólo que mientras en Sorrento la orilla es rocosa, la de Chorrillos, Barranco y Miraflores es de guijarros. Se ha formado por un lento levantamiento del suelo del maT y las olas arrastran poco a poco estratos de tierra y de guijarros del llano que, con el transcurso del tiempo, han dado origen a este elevado barranco. Abajo, en la playa, como en Chancay, brotan numerosos manantiales de la capa de cascajo, de donde proviene su nombre Chorrillos, o sea chorritos de agua. Es agua del Rímac, que utilizada en las partes altas del valle para el riego de los campos, se filtra a tra-

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vés de las capas porosas hasta aparecer finalmente abajo. El autor no puede informar sobre el estado actual de este otrora elegante y acogedor balneario, pues cuando abandonó el PeTÚ, Chorrillos estaba casi completamente en ruinas. De acuerdo a un nuevo plano, las antiguas y angulosas calles debían ser reemplazadas por otras más anchas y regulares, pero debido a la pobreza general del país la reconstrucción prngresaba lentamente. La zona más apreciada de la ciudad es el llamado Malecón, una terraza pavimentada de grandes lajas, que se extiende hasta cerca del pie del Morro Solar, donde baja el camino a los baños. Las cabinas se parecen a las que hay en los balnearios del Mar Báltico. Junto a los baños se ha construido un pequeño espigón de madera para el amarre de los botes y la carga y descarga de las mercaderías. Este puerto es frecuentado sólo por pequeñas em-

barcaciones; los barcos grandes anclan aquí rara vez. Chorrillos se distingue por su clima poco variable, su aiTe suave y a la vez fresco y tonificante. Esto rige sólo para la zona del Malecón, protegida de los vientos por el l\forro Solar. En las calles más alejadas del Morro, especialmente en la calle Lima, donde se encuentra la mayor parte de las nuevas residencias, sopla desde el mediodía una bTisa tan fuerte que obliga a tener cerradas las puertas y ventanas de los pisos superiores. En tiempos remotos, la zona de Chorrillos debe haber sido tan poblada como todo el valle de Lima, aunque el núcleo principal no estaba situado en el lugar de la población actual, sino un poco más al interior, en la parte plana, al pie del Morro Solar, donde todavía existen extensas ruinas de antiguas construcciones indígenas. En medio de ellas, a un lado del camino que conduce a la Hacienda Villa, hay una fortaleza, o sea una plataforma cuadrada, que se apoya en muros o paredes de barro apisonado. Las construcciones superiores edificadas sobre esta base no parecen habeT sido de gran amplitud. El nombre de Armatambo indicaría que este lugar fue también, en tiempos antiguos, un lugar de baños, pues la palabra en quechua significa posada de los baños. Allí comió y descansó Hernando Pizarra en la última jornada de su viaje a Pachacámac, adonde fue enviado por su hermano, después de la pTisión de Atahualpa, con la orden de que llevara a Cajamarca los tesoros del templo.ª En el año 1688 se construyeron las primeras casas o chozas en el lugar actual, cuando cierto Don Francisco de Carrasco donó a los pescadores del pueblo de Surco las tienas de su pertenencia, junto al mar, para que se establecieran en ellas. Chorrillos fue un modesto pueblo de pescadores hasta hace 50 años, más o menos. Todas las mañanas, las mujeres lleva-

han en asnos al mercado de Lima, lo que los hombres habían pescado en la noche. Hasta ahora se festeja a San Pedro, como patrón del pueblo, y anualmente, el día en que se inicia la temporada de pesca se hace una procesión, en la que la imagen del Santo es paseada pTimeramente por las calles, y luego, en bote, por el mar. Las viviendas de Chorrillos eran al principio casas o cabañas ligeras, construidas de quincha o de caña y por eso recibieTOn el nombre de ranchos. Rancho es una palabra española, que tiene diversas acepciones, entre muchas otras la de pabellón de caza, lugar de reunión, cabaña. La costumbre de llamar ranchos a las casas en Chorrillos, ha proseguido, no obstante que allí las casas eran más hermosas y lujosas que las mejores de Lima. El progreso de Chorrillos comenzó alrededor del año 40, cuando con el descubTimiento de los yacimientos de guano y su creciente exportación, se produjo una repentina afluencia de dinero en el país, que se gastaba, naturalmente, en su mayor parte, en Lima. El abono, que fertilizaba los campos de Europa, también fertilizaba al Perú, pero sin duda para su perdición; Chorrillos se volvió entonces un lugar de moda. Era de buen tono en Lima, no sólo pasar allí los meses de verano, sino poseer su propio rancho. Antes tenía que hacerse el viaje a caballo o en coche, por una carretera polvorienta. Para evitaT las incomodidades del viaje, en 1857 el balneario predilecto de los limeños fue unido con la capital por medio de un ferrocarril. De este modo, todos los visitantes tuvieron la posibilidad de ir a Lima, atender sus negocios, y regresar por la tarde, pues el hecho de que la estancia en Chonillos resulte tan saludable y tonificante no estriba tanto en sus baños como en el sueño reparador que su clima ofrece. Al General Castilla -el más popular de los Presidentes peruanosle gustaba vivir en Chorrillos, y espe-

3 Relación de Miguel de Estete en la Historia general y natural de Indias, de Oviedo Lib. XL VI, Cap. IX, Tomo 4, p. 191.

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Malecón y parte de la bajada de los baños de Chorrillos.

cialmente en su segunda administración, contribuyó en gran medida a la mejOTa de sus obras públicas, tales como calles, paseos e instalaciones para baños. La vida en Chorrillos tenía un encanto especial, pese a que los días transcurrían allí sin alteración alguna, siempre iguales y monótonos. No habían teatros ni se ofrecían conciertos, como tampoco se Tealizaban paseos o excursiones por tierra o por mar, y todos se entregaban al dulce ocio. Por las mañanas, los baños; después del desayuno los hombres viajaban a Lima y las mujeres se quedaban en casa o se visitaban, cubiertas solamente con la manta negra, pero de noche vestían bien, y descubierta la cabeza se paseaban por el malecón, donde generalmente una handa militar amenizaba la noche. Allí se

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paseaban también los jóvenes para contemplar a las empeTifolladas damas. Las sefioras de edad permanecían en sus casas y jugaban !'hombre, llamado aquí rocambor. El juego era siempre el motivo principal de conveTsación de los hombres, y antes, cuando el país gozaba todavía de bonanza económica, se jugaba fuerte. Ahora los peruanos ya no juegan tanto como antes, pues sólo pocos están en condiciones de permitirse los Tiesgos del jueªº· El ya mencionado Presidente Cas~illa era un gran aficionado al rocambor, y en general a ~odos los juegos de azar, y en Chornllos d~be haber sucedido lo que relata la anecdota referente al pago de su deuda de juego por medio de la Caja Fiscal, a la que ya nos hemos referido en las notas biográficas del primer tomo.

EL MoRRo SoLAR Y LAS ALTURAS DE SAN JUAN

Una de las excursiones más agradables que puede realizarse desde Chorrillos, aunque sólo se hace rara vez, es la ascensión al Morro Solar. Visto desde lejos, desde el cerro San Cristóbal de Lima, por ejemplo, aparece como una simple eminencia sin accidentes. En realidad es un pequeño promontorio, del cual parten varias crestas, lo que se ve sólo al llegar a la cumbre. Desde Chorrillos se sube por un cómodo camino en zig zag, y se llega primero a la rocosa colina cuya base forma la pequeña bahía. La colina se llama la punta de Chorrillos o el Salto del Fraile, llamado así porque según una antigua tradición desde allí se arrojó al mar un monje que padecía de penas de amor. Esta colina está unida con el cerro principal, mucho más elevado, por una depresión en forma de montura, por la cual un sendero conduce a una ensenada situada al otro lado. En la guerra con Chile, el Dictador Piérola hizo emplazar una batería de artillería pesada sobre el Salto del Fraile, para cuyo transporte se construyó ese sendero. En víspera de la batalla de San Juan (12 de enero de 1881), el autor visitó la colina, y vio unos 200 hombres que hacían tremendos esfuerzos para subir los cañones. Algunos días después, estos cañones fueron volados por los chilenos, sin que se hubiera disparado con ellos un solo tiro. El camino al Morro propiamente dicho, no es tan empinado y duro como parece desde abajo. Hasta la punta misma, donde hay una cruz, se ha allanado un ancho camino, que puede haber servido para subir los cañones, pues de trecho en trecho se ven estacas clavadas en el suelo para amarrar las cuerdas. La cumbre del Morro es una cresta de un kilómetro y medio de largo; de allí parten dos ramificaciones hacia el mar, y forman pequeñas ensenadas. El cerro tiene aproximadamente 800 pies de altura, es árido y gris, y sólo en inviernos muy húmedos el pálido resplandor

verde de modestas plantas rodea su parte superior. Sin embargo, ni en los veranos calurosos está completamente desprovisto de vegetación, pero ésta consiste sólo de una especie de plantas cuyas raíces están a ras del suelo. Estas extrañas plantas pertenecen a algunas especies de Tillandsia; plantas de duras hojas de la Familia de las BROMELIÁCEAS cuyas raíces no se hunden en el suelo, sino que se extienden bajo la protección de las hojas, para absorber de esta manera la humedad del aire. Suelen agruparse en colonias, y cubren grandes extensiones de las faldas de los cerros, como un hirsuto césped. Al pisarlo se desprende en grandes trozos que se deslizan por la escarpada ladera. Desde lo alto del Morro, mirando hacia abajo, se divisan las colinas de San Juan, donde en la última guerra con Chile se decidió el destino del Perú en forma tan desastrosa para el país. Antes de que relatemos algunos aspectos de la batalla, y para su mejor comprensión, es conveniente ofrecer una visión del campo de batalla, tal como lo permite nuestro punto de observación. El promontorio al que pertenece el Morro, aunque separado de las estribaciones de la cadena de los Andes, comunica con ella mediante una serie de colinas de poca altura. Este enlace queda interrumpido por una angosta hondonada, hecha quizás por la mano del hombre, por la que corre un canal derivado del Rímac, llamado río Surco, para regar los campos de la Hacienda Villa, que está situada en las proximidades del Morro, hacia el sur. Se distingue desde arriba la casa de esta Hacienda, una casa de aspecto señorial situada al borde de una vasta llanura arenosa, la Pampa de Lurín, que se prolonga hacia el sur hasta el valle de Lurín o Pachacámac. Por tanto, la fila de colinas entre el Morro y la cadena principal forman en cierto modo, la puerta de ingreso que un enemigo que viene desde el sur

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para atacar la ciudad de Lima debe forzar para tener acceso al valle. Es por eso que los peruanos habían fortificado la hilera de colinas: una fila ininterrumpida de parapetos se extendía sobre ellas, con trincheras que se apoyaban en el Morro y estaban además protegidas por otras obras de defensa, tanto en la falda como en la cumbre de este cerro; indudablemente una posición muy fuerte y bien apropiada para rechazar cualquier ataque, pero que tenía el inconveniente de que era demasiado extendida para las fuerzas de combate de que disponían los peruanos. La serie de desastres que sufrió el Perú en esta guerra, comenzó con la pérdida de su último buque blindado, el Huáscar, que fue sorprendido en la Punta de Angamos por la flota chilena, puesto fuera de combate y abandonado después de la muerte de su valiente Comandante, el Almirante Grau (8 de octubre de 1879). Después se produjo la derrota de las tropas del Perú y Bolivia, en Dolores (San Francisco), donde el ejército aliado, al mando del General Buendía, fue dispersado casi sin lucha ( 19 de noviembre), lo que permitió que Chile se apoderara de la provincia salitrera de Tarapacá. A comienzos del año siguiente, un ejército de 18 mil hombres desembarcó en Ilo, puerto de Moquegua, pero sólo después de algunos meses (26 de mayo), atacó al ejército Perú-boliviano, que estaba comandado por el General Montero (peruano) y Camacho (boliviano). Esta vez, los aliados se batieron mejor, pero fueron superados por los chilenos, tanto en número y equipo, como en artillería. Por eso también aquí su victoria fue completa, y el enemigo fue dispersado y casi aniquilado. Después de que los chilenos se habían adueñado de facto de la parte del territorio, cuy a conquista fue el objeto principal de la guerra, les faltaba obligar al Perú a la cesión formal, y esto sólo podía lograrse con la ocupación de la c~pi~al. ~o s ingres?s de la rica provmc1a salitrera pusieron a su dispo-

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sición los medios que les perm1t1ernn equipar un ejército de 30 mil hombres, la fuerza armada más grande que este pequeño país había puesto sobre las armas y que desembarcó en Pisco (20 de noviembre de 1880), más o menos a 230 Km al sur de Lima. Desde aquí avanzaron lentamente sobre Lima, establecieron su cuartel general en Lurín y destacaron sus avanzadas hasta la llanura que se extiende delante del Morro Solar. El 12 de enero de 1881, el autor visitó el Morro, desde el cual, sirviéndose de prismáticos, se podía distinguir claramente el campamento chileno. Del mismo modo, los chilenos podían enterarse de las obras y preparativos de los peruanos, desde las alturas vecinas, lo que, indudablemente hicieron repetidas veces. En la noche, cuando el autor regresó de su paseo a Chorrillos, con el objeto de poner a buen recaudo sus ef ectos, que todavía se encontraban en su habitación, nadie presentía la catástrofe que se produciría al día siguiente, en la mafiana. Había corrido el rumor de que el enemigo levantaría su campamento situado frente a las líneas peruanas y de que parecía retirarse a sus antiguas posiciones de Lurín. Para visitar el campo de batalla, que se designa generalmente como batalla de Chorrillos, se toma primero el ferrocarril que conduce hasta la estación de Barranco. Desde aquí se va por un camino que está situado a la izquierda; una amena senda que a través de huertos y olivares o debajo de coposos árboles de pacaes conduce a Surco, donde se llega después de una caminata de 20 minutos. Surco es un pequeño pueblo de miserables chozas, en torno a una plaza arenosa en la que se encuentra una descuidada iglesia, casi en ruinas, con sus tristes campanas sobre una torre sin techar. La escasa población, de oscuros zambos e indios, que allí vive parece tan decaída como las mismas casas, y causa admiración que en un lugar tan atrayente, y en medio de una zona tan fecunda, se pueda encontrar tanta mi-

seria. La guerra ha arrebatado las pertenencias de esta pobre gente y la desocupación ha hecho que la mayor parte de los habitantes abandone el pueblo. Desde Surco se llega, por un camino igualmente ameno, entre setos vivos y cañaverales, aproximadamente después de media hora, a la Hacienda de San Juan, una propiedad con casas de aspecto modestísimo y un trapiche en igual condición. Inmediatamente detrás de San Juan comienza la cadena de colinas que tienen ese mismo nombre. Se componen, como ya se ha indicado, de una fila de eminencias de 200 hasta 300 pies, que forman un pasaje entre las estribaciones de la Cordillera y el Morro Solar. Las colinas, donde se encontraba el centro de la posición peruana, parecen estar muy cerca, pero el camino hasta la cima es bastante hrgo y fatigoso. Tres colinas son un poco más elevadas que las otras, y vistas desde lejos parecen estar en una misma línea, pero en realidad no es así, ya que la del centro se adelanta más hacia la Hacienda de San Juan, y las dos laterales, hacia la Pampa de Lurín. Las colinas son rocosas, bastante empinadas y en parte están cubiertas de tilansias. Hacia el sur, es decir hacia la pampa, sus laderas son de menor altura, pues esta llanura ya está a más de cien pies sobre el nivel del mar. Es allí donde se encontraba acampado el ejército chileno antes de la batalla, y allí permaneció varios días en aparente inactividad, aunque en realidad estaba informándose con la mayor exactitud de todas las particularidades de la posición peruana. El 12 de enero se observaron algunos movimientos en las posiciones chilenas, como si las tropas iniciaran un movimiento de retirada. Pero el día 13, a las cuatro de la mañana, desencadenaron la ofensiva. Cuando se contempla las alturas desde abajo, y uno mismo las ha escalado hundiéndose en la profunda arena, causa asombro que semejantes posiciones hubieran sido tomadas; sin embargo, los chilenos lo lograron, gracias al factor sorpresa y a la negligencia

de los peruanos. Estos no habían colocado ningún puesto de avanzada al pie de las colinas, y los chilenos, protegidos por la oscuridad, avanzaron hasta la ladera, donde ya se encont~a­ ban fuera del alcance de la artillería enemiga. Las baterías, en realidad, apenas alcanzaron a hacer unos disparos, pues los chilenos ya habían escalado casi toda la colina del centro antes de que su avance fuera advertido; después de esto dispararon dos descargas de fusil e inmediatamente se lanzaron, bayoneta calada, contra los parapetos, cuyos defensores, al verse sorprendidos, fueron presa del temor y la confusión. Con este primer ataque, quedó casi decidido el desenlace de la batalla, pues los chilenos habían logrado ascender a la colina, en la retaguardia, y una vez tomada, los defensores de las otras se encontraron entre dos fuegos. El resto de la lucha se limitó a una infructuosa resistencia de algunos efectivos del ejército peruano, que deben haber luchado valientemente. Con esto se demuestran las fallas y desventajas de la posición peruana. Su línea era demasiado larga para el número de sus tropas, pues en total disponían sólo de algo más de 16 mil hombres, mientras que el ejército chileno tenía 24 mil hombres. Las alturas de San Juan estaban ocupadas por 4,500 hombres, comandados por el Coronel Cáceres, que más tarde fue Presidente del Perú; era un hombre valiente y decidido, pero sus tropas hubieran sido vencidas aun sin que hubiera mediado el factor sorpresa, pues fueron atacadas por dos divisiones chilenas de 13 mil hombres en total. Muy valientemente se mantuvo el General Iglesias, a quien los chilenos designaron después Presidente Provisorio y concertó la Paz de Ancón, y que más tarde oblig? a dimiti~ al General Cáceres. Iglesias mando ocupar con 4,500 hombre el Morro Solar, y el enemigo, bajo el mando del Almirante Lynch, no pudo hacer nada contra él, hasta que después del asalto de San Juan, las tropas chilenas del centro lo atacaron también, cercándo-

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lo en el cerro, de modo que después de haber perdido gran parte de su gente tuvo que rendirse con el resto, a las dos de la tarde. Desde el princi· pio el Dictador Piérnla desempeñó de un modo lamentable el papel que con tanta arrogancia y seguridad había ensayado. En la vanidosa supervaloración que había hecho de sus propias cualidades, consideraba que sólo él era capaz de vencer a los chilenos, y no quería compartir con nadie esa gloria. Aunque no era soldado, estaba convencido de que no solamente en materia de finanzas y de administración, sino también en asuntos militares, conocía todo mejor que los demás; y como las inapropiadas y débiles líneas de defensa habían sido ejecutadas según sus planes, se reservó también el mando supremo del ejército y la dirección de la batalla. Mas cuando comenzó la lucha, perdió la cabeza. Cabalgaba desorientado y sin propósito entre Barranco y Surco, y aunque ni siquiera supo impartir Órdenes, tampoco permitió que otro lo hiciera. Sólo cuando Iglesias, que se encontraba en el Morro amenazado por fuerzas superiores, le solicitó el envío de reservas, le contestó que era inútil, que debía retirarse como mejor pudiera, pues todo estaba perdido. Y a a eso de las ocho de la mañana, llegaron a Lima los primeros fugitivos, a pesar de que el campo de batalla estaba a tres horas de distancia de la ciudad. Cundió un sordo temor. Pocos habían abrigado la esperanza de que el enemigo sería vencido, pero cuando comenzó el momento en el que lo que se temía se hizo realidad, todos se sintieron como paralizados. Por el anochecer, cuando ya había oscurecido, un tenebroso resplandor en el horizonte anunció a los desgraciados limeños que su amado Chorrillos estaba destinado al ocaso. Esta ciudad y los hombres que allí habían permanecido sufrieron el impacto más fuerte. Al mediodía llegaron las primeras tropas chilenas desde Barranco. Mataban a tiros a todos los hombres y animales que 44

encontraban en el camino. Los pulperos italianos, que eran odiados por los chilenos por su manifiesta simpatía a los peruanos, fueron muertos detrás de sus mostradores. Un médico inglés, hombre de 80 años, que tuvo la infantil convicción de que su nacionalidad le protegería, fue asesinado delante de la casa del ministro inglés. Algunos pescadores italianos y franceses, que regresaban del mar con sus botes, corrieron igual suerte. Por la noche se produjeron espantosas escenas entre los mismos vencedores. En el ejército chileno se encontraba la gentuza más depravada. Muchos criminales habían sido armados porque los habían considerado elementos útiles para la guerra. Durante el día estos hombres llegaron a un estado de frenesí producido por la sangrienta batalla y el alcohol consumido en el saqueo. Ansiaban más sangre, y peleaban en las casas entre ellos mismos, con bayoneta y con cuchillo. En la calle más ancha, o sea, la calle de Lima, los soldados hicieron fogatas, bailaban alrededor de las llamas y se lanzaban disparos mútuamente para divertirse. Los oficiales no se atrevían a presentarse pues temían por sus vidas, y hasta el Comandante en Jefe chileno, Baquedano, tuvo que abandonar la casa en la que se había alojado con algunos oficiales. Así se contaba, y aunque estos relatos no han sido comprobados, no parecen inverosímiles, según informes de fuentes más seguras. El autor atendía entonces como médico a la esposa del director de la empresa de gas, un escocés llamado Reid. Este, hombre tranquilo y digno de confianza, le relató lo que a él le había sucedido. El día de la batalla, se había ocultado con su familia en el depósito de carbón de la instalación de gas. Al anochecer, cuando todo parecía tranquilo alrededor de su residencia, en el extremo de la ciudad, se aventuró por las calles y vio desde lejos las fogatas y a los soldados ebrios bailando alrededor y haciéndose disparns entre sí. Se des-

!izó hacia la Escuela de Cabos, a la entrada de la ciudad, donde los chilenos hahían organizado sus ambulancias. El oficial al mando, lo recibió def eren temen te, y ordenó traer a sus familiares desde el depósito de carbón al improvisado hospital, e hizo que en el piso de los corredores les extendieran colchones. Cuando Reid habló al día siguiente con el oficial, éste le contó, con el ánimo muy deprimido, que en la mañana había tenido que cumplir un triste deber: había retirado de las casas de Chorrillos 195 cadáveres de soldados chilenos, y se vio obligado a incinerarlos. Estos fueron las víctimas de la orgía de la victoría.4 Muy entrada la noche, cuando, llegó al cuartel general de los derrotados peruanos la noticia de la situación de desenfreno de las tropas chilenas, algunos de los jóvenes combatientes propusieron que se aprovechase de esta circunstancia para llevar a cabo un ataque por sorpresa; en realidad, si se hubiese llevado a cabo un decidido ataque nocturno, se habría podido dar otra orientación a la campaña; mas la mayor parte de los generales se mostraron poco inclinados al plan, ya que consideraban que, con la desmoralización de las tropas, no era conveniente arriesgarse. En el fondo, ellos estaban más desalentados que su gente. Hasta el Dictador Piérola rechazó la propuesta, puesto que en caso de que tuviera éxito la gloria recaería en quien la realizara, y él temía la posible aparición de un rival. Junto a la línea de defensa de San Juan, que fue perdida el 13 de enero, los peruanos habían establecido también otra que se extendía oblícuamente entre Barranco y Miraflores. por el valle; consistí a en una profunda trinchera, defendida en la parte posterior por un terraplén y fortificada de trecho en trecho por reductos salientes. Esta línea fue ocupada por el llamado ejército de reserva, que esta-

ba formado por ciudadanos hasta la edad de 40 años. Como después de la derrota de las tropas de esta línea de defensa no existían dudas, sobre la inutilidad de toda resistencia, los representantes de las potencias extranjeras en Lima, se esforzaron para persuadir al Dictador a que entregase voluntariamente la ciudad, bajo cuyos buenos oficios se acordó una tregua, que debía durar hasta el 15. Ese día, en el cuartel general de Piérola, en Miraflores, se habían reunido los ministros extranjeros, para conferenciar, cuando a eso de las dos de la tarde se reanudaron sorpresivamente los disparos. Los peruanos rompieron la tregua, según parece, inducidos por los chilenos, quienes en un reconocimiento de las líneas peruanas habían pasado los límites establecidos. Como era natural, la reunión de los ministros se disolvió a toda prisa, y los espantados diplomáticos para salvarse tuvieron que correr por los campos y saltar por encima de los muros que rodeaban a éstos, todo lo que debe haber costado mucho esfuerzo al representante del Imperio alemán, un gran aficionado a la cerveza, que gozaba de una corpulencia proporcionada a sus aficiones. La trinchera y los baluartes de la segunda línea de defensa estaban ocupados no sólo por las milicias, sino por las tropas del ala izquierda peruana, que el día de la batalla de San luan no habían entrado en combate. °El día 15 éstos se defendieron muy valerosamente, y tres intentos de los chilenos para atravesar los fosos, fueron repelidos con grandes pérdidas. A eso de las cinco, después de que la batalla ya había durado 3 horas, declinó repentinamente el fuego de los defensores: perdieron la seguridad, comenzaron a dispersarse, y con ellos se desbandó hacia la ciudad también el resto del ejército de reserva. Se les habían acabado las municiones, o según otro informe, habían recibido car-

4 El corresponsal del periódico chileno "Mercurio " calculó en 300 a 400 el númen de muertos producidos en la refriega nocturna entre chilenos -22 de marzo de 1881-.

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tuchos que no correspondían a sus fusiles, pues no todos habían recibido la misma clase de armas. En cualquiera de los casos es evidente que faltaron los medios para continuar combatiendo, y en estas circunstancias, es explicable que cada cual pensase sólo en su propia salvación. Los oficiales chilenos, que mientras tanto habían recuperado el control sobre sus tropas, impidieron que sus soldados iniciaran la persecución. Este fue el momento de mayor peligro para Lima, pues si la furiosa soldadesca hubiese invadido la ciudad al mismo tiempo que los fugitivos, es difícil imaginar las atrocidades que se habrían cometido. Esta desgracia fue evitada por la resuelta actitud de los almirantes del conjunto de los buques de guerra extranjeros, que se habían concentrado entre Chorrillos y el Callao para proteger a sus súbditos. Advirtieron al comandante en jefe chileno que en caso de que se permitiese el saqueo de Lima, la flota chilena sería atacada y destrnida, y que con este fin todos los buciues de guerra extranjeros estaban listos para entrar en combate. Coma et Dictador no regresó a Lima y huyó a la sierra, fueron las autoridades municipales las que con la mediación de los ministros extranjeros firmaron la entrega de la ciudad, el día 16. Ese día la ciudad careció de toda protección militar o policial, circunstancia que aprovecharon los soldados peruanos desbandados para saquear en la noche las tiendas de los chinos e incendiar sus casas. Sin embargo, los miembros de las compañías de bomberos extranjeras se opusieron enérgicamente a estos excesos, se armaron y mataron a tiros a todos los malhechores encontrados in fraganti. El 17 de enero los chilenos hicieron su entrada, en orden ejemplar, silenciosamente, sin ninguna de las manifestaciones de júbilo típicas de los vencedores, con el rencor contenido en sus sombríos rostros. Sin duda alguna, muchos estaban amargamente decepcionados, ya que el saqueo

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de Lima era el prem10 que se les había. prometido como recompensa de sus fatigas, en el momento de su enganche. Como la capital había escapado a su codicia, los soldados dieron libre curso a su furor en los suburbios, y sus jefes no le pusieron freno. Chorrillos fue destruido y ardió varias semanas, pues como los muros de las casas estaban hechos de adobes y éstos eran muy anchos, el fuego no se propagó y fue necesario incendiarlas una por una. Saquearon las casas, se llevaron los muebles más valiosos a sus buques y amontonaron el resto en los cuartos y lo incendiaron. La destrucción fue un verdadero trabajo y como finalmente los chilenos se cansaron, quedaron algunas casas en pie. Lo mismo sucedió en los pueblos de Barranco y Miraflores. En este último, muchas hermosas residenciaa se salvaron gracias a una estratagema bien ideada. Los propietarios encontraron la persona indicada para hacer llegar la proposición de que pagarían una contribución voluntaria a condición de que fueran respetadas sus casas. Un día después de la entrada de los chilenos, un joven alemán, hombre de poca talla, pero fuerte y audaz, prometió tomar el riesgo de ir a Miraflores, y de presentarse al comandante de las fuerzas enemigas. Prometió a los oficiales letras giradas por el Banco Inglés de Lima, que debían ser pagadas, si después de tres semanas, determinadas casas indicadas en las letras, quedaban aún intactas. Los oficiales, a quienes la destrucción de las casas hubiera sido indiferente, tenían ahora interés en conservarlas, y desde este momento las hicieron vigilar. Mientras el negociador alemán estaba conversando con los oficiales, se le acercó un soldado y le preguntó si entendía algo en cuestión de joyas. Enseguida extrajo clel bolsillo un paquete envuelto en papel sucio, lo abrió, y le mostró una redecilla de oro, incrustada con perlas en los nudos de las mallas: sólo deseaba que le informara qué precio podía tener eso. El aludido respondió que no era un ex-

perto, pero que creía que por eso podría recibir seguramente 300 pesos. ¿Qué?, dijo el joven "¿300 pesos? ¿Habré dado yo muerte a tres hombTes por 300 pesos?". Los oficiales presentes volvieron las espaldas, simulando no haber escuchado esas palabras. Después de la ocupación de Lima, las autoridades chilenas hicieron todo lo posible para mantener la seguridad pública. No permitieron que los soldados abandonaran los cuarteles, y castigaban con severidad todos los excesos denunciados. Sin embargo, la mayor paTte de los asaltos eran cometidos por miembrns de la policía que estaba encargada de la vigilancia de las calles en la noche. Trataron de librarse poco a poco de la ,g ran cantidad de malos elementos que había en el ejército chileno, y que, aunque sólo se engancharon por afán de botín, habían sido bien recibidos en el ejército, pOTque eran soldados valientes. El bajo pueblo chileno recibe en Chile el nombre de roto. El roto chileno es un mestizo, mezcla de sangre española con araucana. Los primeros colonizadores españoles fueron aventureros impetuosos, llegados a Chile, después de las luchas de partidos entre los conquistadoTes. A ellos se añadieron laboriosos inmigrantes gallegos, y éstos se mezclaron con los araucanos que, desde los tiempos de Valdivia hasta nuestros días, han conservado su carácter salvaje, guerrero y su afición por el robo. El roto chileno ha heredado las caracteTÍsticas de las razas de que proviene, por lo que pertenece a los bípedos rapaces más peligrosos de la creación. Es fuerte de cuerpo, ágil, listo y resistente, es proclive al roho y a la riña, no es cruel, si ello significa gozar con el doloT ajeno, pero es de instintos sanguinarios. Le gusta la lucha cuerpo a cuerpo, pues matar a su rival con arma de fuego sólo le produce una leve satisfacción, prefiere atravesarlo con la bavoneta, y sobre todo hundir el cuchillo corvo en el cuerpo de su enemigo. De aquí se puede deducir que

cuando estos hombTes reciben instrucción militar sus cualidades pueden hacer de ellos los más temibles soldados. Por eso es que los soldados chilenos eran muy superiores a los soldados peruanos. También la mayor parte de estos últimos estaba constituida por mestizos, pero el indio peruano es indolente y pasivo. Naturalmente, mata también, pero cuando se lo mandan, y no porque el hacerlo le prnduzca placer. Sólo en las rebeliones contra los blancos -sus opresores y torturadores de siglos- la pasión enciende su sangre, y estalla un pérfido y cruel deseo de venganza. Por otro lado, los oficiales chilenos eTan también mucho más capaces que los peruanos. Entre los primeros se encontraban muchos jóvenes instruidos, de todas las profesiones, que se habían presentado al servicio por amor a su país. Veían con patriótico pesar los excesos de sus soldados, y los consideraban como una mácula al honor nacional. En muchos, esta reprnbación era evidentemente, sólo exterior, y ocultaba una secreta satisfacción y maldad, ya que el odio del chileno contra el peruano es antiguo y de profundas raíces. Se originó ya en los tiempos del régimen colonial, debido a la envidia por la situación preferencial que Lima tenía como sede del virreinato más importante de Sudamérica, a la que debemos añadir el resentimiento por la mayor riqueza, por la superioridad social, y el desprecio que sentían por la molicie y debilidad de los peruanos, y su actitud vanidosa y presuntuosa. En cambio, los peruanos no han odiado ni menospreciado nunca a los chilenos, pero desconfiaban de ellos y les temían. Ya el apoyo que prestarnn los chilenos a la lucha de Gamarra contra el Protector Santa Cruz y la Confederación Perúboliviana, fue dictado sobre todo por la envidia, ya que si bien no veían un peligro para su propia seguridad en la existencia de un Estado vecino floreciente, consideTaban que menoscababa el predominio al que siempre ha aspirado Chile en la costa occidental de

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América del Sur. La alianza secreta que el Presidente Manuel Pardo había concertado con Bolivia, y que fue tan fatal para el Perú, no tenía otra intención, en el fondo, que alejar el peligro que amenazaba por parte de Chile; pues el PeTÚ nada tenía que envidiar a Chile, ni nada que arrebatarle; pero sabía muy bien que Chile esperaba sólo una oportunidad o un pretexto para realizar los planes que tanto tiempo había alimentado en secreto. Magdalena el cuarto suburbio de Lima, se salvó de la triste suerte de Chorrillos, Barranco y Miraflores, ya por su situación, alejada del camino por el que avanzó el ejército enemigo, ya por la modestia de sus viviendas y sus humildes enseres, que no excitaron la codicia del vencedor. El pueblo de Magdalena está situado más o me-

nos a la mitad del camino entre el Callao y Miraflores, a un kilómetro de distancia del maT; bellos huertos y olivares dan un encantador aspecto al lugaT, pero en cambio originan aire malsano. Por eso ha surgido cerca del mar, en sitio más sano, un nuevo pueblo y para diferenciarlo del de Magdalena Vieja, se le llama Magdalena del Mar. El barranco, a más o menos 80 pies de altura, cae abruptamente al mar y está formado de guijarros, como en Chonillos. No es agradable bañarse allí, porque las olas sin obstáculo en que quebrarse, golpean fuertemente la playa y la rompiente es demasiado violenta. Un ferrocarril de trocha angosta une a Magdalena con Lima, pero como es poco usado, sus ingresos apenas pueden cubrir el costo de sostenimiento.

EL VALLE DEL RíMAC MÁS ALLÁ DE LIMA - SANTA CLARA CHOSICA - MATUCANA

A treinta kilómetros de la desembocadura del Rímac comienza a ampliarse el estrecho valle de este río. Desde Lima no se nota este ensanchamiento, pues como más allá de la ciudad en medio del valle se eleva un contrafuerte, el de San Bartolomé, que impide la visión hacia arriba, parece como si sólo allí se iniciara la ampliación en forma de delta, en cuyo ángulo superior está situada la ciudad. Desde la cumbre del San CTistóbal se divisan, más allá del contrafuerte de San Bartolomé, los verdes cañaverales de las zonas superiores del valle. Aunque todas las tierras regadas por las aguas dd Rímac, son parte de un valle común, se designan como valles independientes las diferentes zonas regadas por los canales deTivados del río. De esta suerte, la zona de la parte izquierda, más arriba del San Bartolomé, recibe el nombre de valle de Ate; más abajo están los valles de Surco, San Juan y Villa, que ya hemos conocido al hacer la descripción de la bata-

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lla. En la parte derecha del río, se cuentan, en sentido descendente, los valles de Lurigancho, Amancaes y Bocanegra; la región en el centro del valle, más abajo de Lima, se llama el valle de Huatica, según el nombre de las ruinas que allí se encuentran. Para regar todas estas tierras, y proveer al mismo tiempo de agua suficiente a las ciudades de Lima, Callao, Miraflores y Chorrillos, se distribuyó cuidadosamente el agua del río de acueTdo a un reglamento que está en vigor desde hace tiempo (Reglamento de Aguas de Canseco y Cerdán), y un tribunal privativo (Juzgado de Aguas) supervigila su cumplimiento, así como la limpieza y las reparaciones que anualmente se realizan en los canales. Es de suyo comprensible que sólo en los meses de invierno sea necesaria una estricta distribución del agua, pues en verano, cuando comienzan las lluvias en la sierra, el río trae un gran excedente, y se desborda a veces con tanta fuerza, que todas las defensas, di-

qu es y otras obras indispensables para la distribución del agua, son arrasadas. Asimismo, en las partes superioTes, donde todo el año el río es caudaloso, la toma no está regulada y el reparto sólo se realiza más abajo, donde se bifmcan los grandes canales que riegan Ate, Surco, Lurigancho, Bocanegra y Huatica. El canal más grande es el de Surco, ya que recibe una mitad completa del río. Razón por la cual se llama río Surco. Se llama toma al sitio donde se inicia la acequia. La cantidad de agua que, según el reglamento, le corresponde a cada hacienda, se mide por riegos, y se consideTa riego la cantidad de agua que durante 24 horas sale de una abertura que mide la sexta parte de una vara cuadrada. Sin embargo, el volumen de agua designado como riego no es el mismo en todas partes del Perú. Por ejemplo, en el valle de Chincha, es mayor que en Lima, y llega a la cuarta parte de una vara cuadrada. En otras partes, recibe el nombre de riego corrientemente, la cantidad de agua que es necesaria para regar diez fanegadas de tierra. Para calcular la cantidad de agua, se nivela el lecho del río, se tiende una cuerda sobre él y a lo largo de ella, de trecho en trecho, se colocan estacas marcadas con medidas. Desde luego, la distribución realizada así, no puede ser exacta, pues no se ha tomado en consideración la velocidad de la corriente. Para conocer el valle del Rímac, haremos una excursión en el ferrocarril trasandino, llamado también de La Oroya. No bien el tren ha traspuesto la zona estrecha del valle formada por el contrafuerte de San Bartolomé, llega de nuevo a una región abierta y atraviesa amplios cañaverales, dirigiéndose con lentitud hacia la Cordillera. La primera estación es la de Santa Clara, a 18 kilómetros de Lima, a 30 del Callao y a 400 metros sobre el nivel del mar. El promedio del declive, es pues, de 1.3 %. Aquí bajamos del tren, a fin de visitar la Hacienda La Estrella, situada a un kilómetro va-

lle arriba. El aspecto de la Casa-hacienda, cuyo segundo piso sobresale de un jardín frondoso, es magnífico. Detrás de la casa se encuentra un gran patio, limitado a la izquierda por la fábrica de azúcar, y a la derecha por los talleres y las viviendas de los trabajadores. La Hacienda Estrella posee una de las plantaciones de azúcar mejm cultivadas en los alrededores de .Lima, no obstante que a esta altura la caña requiere más tiempo para madurar. La fábrica se compone de tres cobertizos seguidos. En el primero se encuentra el trapiche, en el segundo la destilería y en el tcrcero la refinería. Esta última no está ahora en funcionamiento. Estas tres instalaciones han costado más de S/. 1'200,000 pero según me aseguró el actual propietario, se podrían conseguir ahora en 400 mil soles. J,a Hacienda se hallaba pues, a causa de estas circunstancias, en una mala situación financiera, como todas las haciendas azucareras del Perú. En el tiempo del alto precio del azúcar, habían comprado costosas maquinarias y luego debido a la caída de los precios, como consecuencia de la creciente producción de azúcar de remolacha, no pudieron pagar los intereses de las sumas adeudadas, carga que las aplastaba. El proceso de la fabricación del azúcar de caña es el siguiente: mediante una correa ancha, movida por una polea, la caña descargada de los carros es conducida al trapiche, donde se la tritura. Los rodillos se componen de tres cilindros de acero acanalados; dos inferiores que se mueven hacia adelante, y uno superior, que gira en sentido opuesto. Mediante este movimiento altcrno, los trozos de caña son cogidos, triturados y desnedidos por el otro lado. Cuando los cilindros encajan completamente entre sí, la máquina produce al ponerse en movimiento, un zumbido y rumor muv particulares. El jugo se desliza entre los rodillos como un pequeño riachuelo, fluye por un tamiz, que retiene los restos. de la caña, y es bombeado hacia

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arriba, a un recipiente al vacío. Allí se le extrae el aire por bombeo, y mediante calentamiento al vapor, que circula fuera del recipiente, o sea por entre las paTedes de ambos calderos, es condensado y se hace menos fluido. En ese estado, se le vierte en unas cajas cuadradas de hierro, de más o menos cinco pies cuadrados, que corren sobre ruedecillas, en las que se convierte, en gran parte, en una masa cristalina. Las cajas son expedidas inmediatamente, por medio de un dispositivo que asciende a una alta plataforma, deba io de la cual se encuentran las centrifugadoras: tamices en forma de calderas, que giran con gran velocidad. Encima de cada aparato hay una especie de embudo, por cuya abertura sale en porciones la masa de azúcar medio fluida, y que rociada con un poco de agua, es sometida a la rotación. A los pocos minutos de haber llegado la masa de azúcar al cedazo rntativo, desaparece el color pardo. en tanto que la humedad es despedida hacia afuera, y el azúcar aparece en la pared del colador, blanca y cristalina. Se saca de estas centrífugas y después poT medio de una máquina elevadora, como al trigo en los molinos, se la levanta, haciéndola secar en un gran rodillo que gira lentamente. El eie del rodillo tiene una suave inclina.ción, de modo que el azúcar ya seca, sale automáticamente al otTo extremo de aquél, y es puesta en sacos que luego son pesados en el depósito. En la forma indicada, el azúcar pasa cinco veces por la máquina, de modo que los remanentes lavados en las centrífugas, vuelven a ser nuevamente condensados en el recipiente al vacío. El azúcar obtenido de esta manera, se hace más oscura con cada paso por la máquina. El jarabe que queda finalmente como resto no cristalizable. es convertido en la destileTÍa en alcohol de 40% . La fábrica producía diariamente 135 quintales de azúcar cristalina, pero hubiera podido llegar hasta 180 quintales. En la Hacienda La Estrella no sólo se elabora la caña cultivada en sus

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campos, sino también el producto de la Hacienda Huachipa, situada en la orilla derecha del Rímac, cuyo propietario ha construido con este fin un puente sobre el río, uniendo su propiedad con La Estrella por medio de un ferrocarril de trocha angosta. El precio que paga por la molienda es el 40% del azúcar obtenido. La Hacienda Huachipa está situada a la derecha de la desembocadura de un valle adyacente, en el que sólo cone agua en tiempo de lluvia, razón por la cual sus campos son regados con agua del Rímac~ El canal que sirve a este objeto parte más arriba de Santa Clara, y serpentea al pie de un promontorio rocoso a 40 pies más o menos, sobre el suelo del valle. La parte del valle en que está situada Huachipa, se llama Lurigancho alto, así como se designa también con el nombre de Ate alto a la zona alTededor de Santa Clara. Como en Caudevilla, todos los traba iadores de La Estrella eran también chinos, antes sujetos a contrato pero ahora jornaleros. libres, y recibían su salario, mitad en arroz, mitad en dinero. Después del almuerzo, el autoT, acompañado por el propietario, hizo un paseo por el pueblo formado por las viviendas de los chinos y visitó también el templo, cuyo arreglo y disposición interiores tenían semejanza con el de Caudevilla. Se encontraba allí la misma figura de Buda rodeada de imágenes extrañas, franias de papel rojo en las paredes, faroles multicolores colgando del techo, aunque aquí se había añadido una elegante araña europea de cristal, que no sin cierto orgullo nos mostró el guardián del templo. Había también salas para las fiestas y juegos de azar al lado del templo, pero como cuando la visitamos era día laboTable no había nadie en ella. El jardín delante de la casa estaba bien cuidado, y allí se encontraba bajo una espesa enramada, una tentadora piscina que, pese a su atrayente aspecto, era poco usada, por temor al aire malsano del jardín, seg{m me dijeron. Las plantaciones de caña terminan

un poco más arriba de Santa Clara, y son sustituidas poT campos de alfalfa y maíz. El valle se hace más estrecho, y consiste sólo de un ancho y pedregoso lecho de río, cubierto de trecho en trecho por matorrales o cañas, entre los cuales se encuentra rara vez una faja de tierra cultivable. Una hora después de habcr dejado Lima, el tren llega a Chosica, que está a 59 kilómetros del Callao y a 850 metros sobre el nivel del maT. Chosica es muy apreciada como lugar de recreación, pese a que allí sólo hay un hotel con limitada capacidad de alojamiento. La permanencia en el lugar es particularmente grata en los meses de invierno, cuando las zonas de la costa están cubiertas por densas capas de neblina, y la humedad del aire produce catarros, que suelen ser pertinaces, a menudo y las recaídas son frecuentes. Chosica está situada por encima de la zona de neblinas. Se parte de Lima bajo un cielo sombrío y cargado de nubes, pero unos cinco minutos antes de que el tren llegue a Chosica, el tiempo comienza a aclararse, Hasta que~ Tepentinamente, uno tiene la sorpresa de encontrarse en un ambiente sin nubes, claro y seco. Desde aquí el ascenso del tren es mucho más pronunciado. El río es caud:iloso y se precipita impetuosamente, bramando sobre las grandes piedras de su lecho. El tren sigue las ondulaciones de su curso, en cerradas curvas. Las ruedas chirrian en los rieles, y la máquina jadea con fuerza y lentamente, pues hay, en algunos lugares de este tramo, las pendientes más pronunciadas: más del 4 % . En la estación de San Bartolomé, que sólo está a 17 kilómetros de distancia de Chosica, nos encontramos ya a una altura de 1,500 metros sobre el nivel del mar. Este paradero se halla situado en una moderada ampliación del valle, formada por la desembocadura de un valle secundario. Desde sus pequeños huertos asoman las casas de este humilde pueblo, cuyos habitantes ofrecen en venta la fruta del lugar en la estación de San Barto-

lomé a los pasajeros del tren. Sus paltas son de una extraordinaria calidad. Este sitio maTca en realidad el fin de la región de la Costa, pues se encuentra a una altura efectiva de 5 mil pies sobre aquélla, pero como está rodeada de cerros elevados, cuyas f aldas reflejan hacia abajo los rayos del sol, el clima se hace tan cálido que los que llegan de la Sierra creen que ya se encuentran cerca de la Costa. Más arriba de San Bartolomé, la pendiente del valle es tan empinada que el ferrocarril no puede seguir el curso del TÍO. Tiene entonces, que volver hacia atrás, a fin de ganar, en admirable zig zag, y subiendo por la ladera del cerro, la necesaTia distancia para la ascensión. Sigue luego por el borde del valle, y por un audaz puente de hierro atraviesa la quebrada de Verrugas: probablemente el puente del ferrocarril más alto del mundo. En el paTadero de Surco, el tren retrocede otra vez, describe un nuevo arco y de esta manera llega a Matucana, a 101 kilómetros del Callao y a 2,370 metros sobre el nivel del mar. Matucana es un pequeño pueblo, en una prolongada dilatación del valle. Es el lugar más frecuentado por los tuberculosos que, o son demasiado débiles para poder sep;uir viaje a mula o a caballo, o no quieTen ir a Jauja por alguna otra razón. El aire en Matucana es realmente seco, fresco y saludable, pero la localidad tiene la desventaja de que el viento de la costa, que so.pla a partir del mediodía hasta la noche, alcanza con frecuencia una desagradahle violencia. Este viento sopla en todos los valles de la vertiente occidental de la cadena de los Andes, aunque con diversa fuerza, según sea su dirección. Cuando el aire va gradualmente calentándose en las angostas quebTadas flanqueadas por paredes rocosas, asciende, mientras el aire más fresco proveniente del mar penetra, y con una fuerza que aumenta en proporción al calentamiento de la quebrada. En Matucana, crujen y golpean frecuentemente las puertas y ventanas hasta muy avanzada la noche. 51

Otra gran desventaja de este lugar, es el peligro de la verruga. Esta enfermedad, sumamente extraña, y sobre la cual hemos ofrecido algunas observaciones en el primer tomo, parece provenir siempre del uso de aguas insalubres, es decir que han sido contaminadas seguTamente por sustancias tJrgánicas desconocidas, que no son reconocibles ni por un sabor particular ni por el cambio de color del agua. Mucho tiempo después de haberse producido la intoxicación, a veces sólo después de meses, aparecen los primeros síntomas: dolores de cabeza, de espalda y de las articulaciones, así como una fiebre Temitente que resiste tenazmente todos los tratamientos, hasta que al fin brotan las verrugas. Hacia el año 1880 se produjo, algo más arriba del lugar, un deslizamiento que represó el río, y formó un pequeño lago. Algunos días después, el agua se abrió paso por la tierra suelta y tan súbitamente que el pueblo fue inundado por la corriente. Pocas semanas después muchas personas en Matucana, especialmente gran cantidad de limeños que solían detenerse temporalmente allí, enfermaron de verruga. M atucana pertenece a la Sierra de acuerdo con su altura sobre el nivel del mar, y de allí se derivan sus condiciones climáticas. La vegetación es muy raquítica, no obstante las frecuentes y r-ecias lluvias en la época de verano. Aunque ya hemos dejado la región de la Costa, continuaremos describiendo, por razones de coherencia, el f enocarril trasandino hasta donde se encontraba su punto final entonces, y añadiremos algunas obseTvaciones sobre los planeados ramales de la línea férrea, después de haber atravesado la cadena de la Costa. Interrumpida la construcción durante años, se reinició cuando se llegó a un acuerdo con los tenedores de la deuda externa peruana, y se les concedió derecho a la explotación del ferrocarril del Estado, por 66 años. Se construyeron algunos tramos más, que fueron entrega-

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dos al tráfico, pero ahora están paralizados otra vez los trabajos, (1894). l\Iás arriba de Matucana, la región se hace inhóspita, los cerros más altos y rocosos, y la quebrada que se abre paso entre ellos es cada vez más estrecha. Las dificultades que se tuvieron que vencer en la construcción del f errocar~il. fueron n:uy grandes, y cua:ndo se v1ap por pnmera vez, se expenmenta constantemente asombro y sobresalto. El punto más interesante de toda la línea es el Infiernillo, más arriba de la estación de San Mateo, a 27 kilómetros de Matucana, allí donde la quebrada consiste en una garganta encerrada por dos paredes perpendiculares de mea. El tren emerge de un túnel, atraviesa el abismo por un puente de hierro y desaparece nuevamente en el cerro. La mayor dificultad de la construcción, consistía en obteneT las distancias necesarias para la ascensión. Por eso, no era posible la colocación continua de rieles sin interrupción, ya que faltaba el espacio para desarrollos en círculos, si no se quería hacerlo, por medio de túneles, como se hizo posterioTmente en el ferrocarril de San Gotardo. De este modo, los gastos ya entonces superiores a lo presupuestado, hubieran sido aún mayores. Por esta razón, hubo que soluéionar el problema con el establecimiento de una serie de las llamadas estaciones terminales, con lo que la línea férrea llegó a parecer en cierta forma, un descomunal camino en zigzag. Sin embargo, las pendientes m~s pronunciadas no se encuentran en las regiones más elevadas, sino en el tramo entre Chosica y San Bartolomé, donde en ciertos sitios, llega al 5% de pendiente. Desde San Rartolomé hasta Matucana el promedio de la gradiente es de 3 .6% y desde aquí hasta la estación provisional de Chicla, de 3.5 % . Cuando el autor dejó el Perú (a mediados de 1888), el ferrocarril trasandino llegaba hasta una altura de 3,724 metros (12,220 pies ingleses), donde está la pequeña localidad de Chicla, a 139 kilómetros del Callao.

Sin embargo, los trabajos del terraplén habían continuado hasta mucho más allá, y también se perforó el gran túnel que atraviesa la cima de la Cordillera, a una altura de 4-,789 metros, aunque todavía no tiene el ancho necesario en todas las panes. Los trabajos, interrumpidos entonces por f alta de dinero, fueron reanudados por la ( Peruvian Corporation) compañía inglesa que se había constituido con los tenedores de la deuda externa, y se les prolongó hasta el puente de La Oroya, sobre el río Mantaro, con lo que quedó concluida realmente la parte central del ferrocarril trasandino. De este modo, había pasado la cadena costera de la Cordillera de los Andes, y descendió a un afluente del Amazonas, perteneciente a la cuenca del Océano Atlántico. Mas para que esta vía férrea sea útil para el país, se requiere todavía que sean construidos los dos ramales finales, en los que debía bifurcarse el ferrocarril, en un punto, antes de llegar al puente de La Oroya. Uno debía ser prolongado hacia el norte hasta el asiento minero de Cerro de Paseo, y el otro, hacia el sur, por el valle del Mantaro, hasta la ciudad de Huancayo. La dificultad que hay que vencer para tender estas dos líneas es, en comparación con la anterior, muy pequeña, aunque es probable que transcurra todavía algún tiempo hasta la iniciación de los trabajos, debido a la mala situación financiera del Perú.

El pequeño pueblo de Chicla, que durante muchos años ha servido de estación terminal del ferrocarril trasandino, tiene mejor aspecto que el que ofrece generalmente las aldeas de la sierra, ya que es nueva la mayor parte de las casas, y debe su surgimiento al activo tráfico creado por el ferrocarril. En los cerros vecinos se laborean muchas minas de plata v los minerales se transportan en sac-os a Chicla, y se les envía desde allí al Callao, para su embarque. Para bajar los minerales de los cerros se utilizan llamas, que se encuentran en gran número en las calles de este lugar. La llama es un animal útil} pero nada simpático, pues despide un olor desagradable y tiene costumbres abominables, como por ejemplo, la de echar mucosidades por la nariz, para mostrar su cólera. Cada animal carga solamente un quintal, un peso menor que el de una mula, pero en cambio el costo de su alimentación es reducido, pues cuando no se le arrea mucho y se le permite caminar con lentitud, busca durante el camino el alimento necesario para su humilde existencia. La carga es colocada sobre el lomo de la llama, casi siempre sin ataduras, pues gracias a la tupida lana no resbala. Para dejarse cargar, el animal se arrodilla por sí solo, y vuelve a ponerse de pie cuando siente la carga.

RESTOS DE ANTIGUAS CONSTRUCCIONES INDÍGENAS EN EL VALLE DEL RíMAC

De todos los valles de la costa peruana, el valle del Rímac es el más rico en ruinas y restos de construcciones antiguas, particularmente en la región baja, vecina al mar, donde se encuentran en gran cantidad. Estos restos v testimonios de una cultura nativa, desaparecida hace mucho tiempo, consisten, en parte, en montículos artificiales o amontonamientos de tierra, y en parte murallas de cir-

cunvalación en muros que rodeaban pueblos más grandes, o en viviendas fortificadas que se encuentran diseminadas en todas partes, en los campos cultivados. Los murns están hechos de barro apisonado, prensado en moldes, y sólo por excepción, de ladrillos secados al aire, y todos han sufrido los efectos de la erosión. Algunos permiten, en rasgos generales, reconocer el plano de la construcción, otros sólo

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constituyen montones informes. En la región en que se encuentra actualmente la ciudad de Lima existía, antes de la llegada de los españoles, una pequeña aldea indígena cuyo nombre, derivado de una defectuosa pronunciación del nombre del río Rímac, pasó a ser luego el que tomó la colonia española. Según el testimonio de Miguel de Estete, quien acompañó a HeTnando Pizarra en su viaje a Pachacámac, el valle estaba densamente poblado, y también existían en él, junto a muchas pequeñas localidades y algunos caseríos, tres ciudades más grandes, a saber, una más arriba de la actual Lima en la parte derecha del río, que ahora se llama Cajamarquilla; una segunda, más abajo de Lima, entre la ciudad y el pueblo de Magdalena, llamada Huadca y que ahora se pronuncia H uatica. Este era el lugar pTincipal de todo el valle, con muros, fortaleza, templos y túmulos sepulcrales. Finalmente, la tercera ciudad era la ya mencionada Armatambo, al pie del Morro Solar, y cuya antigua extensión ya no se puede conocer, pues una gran parte de las ruinas compuestas de paredes de barro, ha sido echada abajo y allanada paTa campos de cultivo. Como ya nos hemos ocupado de la parte alta del valle del Rímac, las ruinas más cercanas son la de Cajamarquilla, por lo que comenzaremos con una visita a ellas. Cuando el autor visitó la plantación de azúcar La Estrella, le preguntó al propietario si sería posible que le ayudase a conocer las ruinas de una antigua ciudad indígena que estaba situada en la vecindad, en la orilla opuesta del TÍo. Sin embargo, aunque en los trapiches de su hacienda hada años que se molía la caña de dicho lugar, el dueño nunca había oído hablar de la existencia de esas ruinas y observó que con mucho gusto aprovecharía la oportunidad de conocerlas y que él me acompañaría hasta allí. Envió por delante a un sirviente, quien llevaba caballos ensillados, a fin de que nos esperase en determinado sitio, y ordenó se pusie-

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Ta a nuestra disposición una pequeña locomotora que servía para el acarreo de la cafia desde las zonas distantes de la Hacienda. Viajamos en ella y atravesamos el río por un puente de madera de ligera construcción, y al final de la línea encontramos al sirviente con los caballos. Nos condujo por el lecho de un río que aunque estaba seco, debía conducir gran cantidad de agua en tiempo de lluvia, pues formaba una quebrada de empinadas paredes, que habían sido lavadas en la llanura por las aguas. Este camino pedregoso y sumamente molesto no carecía de interés, pues en las paredes de la quebrada se podía ver los estratos del suelo sobre el que, como descubTimos luego, había sido construida Cajamarquilla. Atravesamos el canal de regadío, que corre en un amplio círculo en torno a los límites de la tierra cultivada, y de pronto aparecieron a nuestra vista la masa de las ruinas. Estas se parecen, por lo general, a las ruinas que están diseminadas por todas partes del valle, sólo que se extienden en forma continuada sobre una llanura de 4 Km 2 y cubren hasta uno de los lados de una colina; formaban, por tanto, una ciudad que bien puede haber albergado de 10 a 12 mil habitantes. Las ruinas consisten de los llamados adobones, o sea paredes de bano, que están formadas de grandes trozos aprensados en moldes de 5 hasta 6 pies de altura, colocados unos encima de otros. La parte superior de las paredes se ha derrumbado casi Íntegramente, pero los adobones no se han disgregado al caer, sino que cubren en grandes capas el suelo. Estos trozos se han venido ahajo, sin duda poT obra de los terremotos, cayendo unas veces a un lado y otras al lado opuesto de la pared, de la que formaban parte, por lo que es difícil y sólo posible en algunos lugares, hacerse una idea de la forma de la casa y distribución de sus espacios. Sólo de trecho en trecho se pueden reconocer calles. Las viviendas parecen constituir una masa ininterrumpida y conexa. En tres lugares de este campo de rui-

Ruinas de Cajamarquilla. Su área cae en la quebrada de Jicamarca al este de Lima (Foto: Guillén. 1950).

nas, se advierten eminencias en forma Las ruinas de Cajamarquilla están de colinas, compuestas de tierra amon- más desintegradas que las que se entonada, sobre las cuales las altas pa- cuentran en muchos otros lugares del redes, que todavía se conservan verti- valle del Rímac, a causa de la gran cales, parecen demostrar que estos si- abundancia de arena mezclada con el tios fueron fortalezas. Sobre una de barro de los adobones. En muchas de las colinas, situada hacia el río, se ha- las paredes semidestruidas, se advierlla una gran plaza abierta, desde la ten puertas, pero jamás ventanas. Las cual se divisa toda la ciudad. entradas de las casas eran, por lo geLo más interesante en las ruinas, neral, bajas, estrechas, algunas ovalason los hoyos cavados en el suelo, das, o más anchas arriba que abajo. que se hallan en todas partes, tanto Esta forma de las puertas es la misen el interior de las casas corno en los ma que se encuentra en otros edifilugares abiertos. Se ven aquí, en la cios del período preincaico. No se endura capa de la superficie del suelo, cuentra en ninguna parte restos de aberturas circulares, de 2 a 4 pies de construcciones incaicas, o señales de diámetro: unas junto a otras, en hile- que los Incas hubiesen utilizado los ras, son las entradas a cavidades edificios existentes transformándolos de formas semejantes a calderas. La para su uso, como ha ocurrido en otros profundidad de éstas es muy variable lugares de la costa, por ejemplo, en y llega desde 6 hasta 20 pies, y aún Pachacámac, Cañete y Chincha. Asimás. Las más profundas no tienen en mismo, se buscan en vano huellas de todas partes el mismo ancho, sino que construcciones incaicas en otras ruinas consisten en varias sinuosidades sobre- del valle del Rímac, lo que no deja puestas, separadas unas de otras por de llamar la atención, ya que los toestrechamientos anulares. Algunas es- pónimos del valle, de origen quechua tán llenas de escombros, y cuando se en su mayoría, parecen demostraT que les limpia, se encuentran osamentas a la llegada de los españoles, el domihumanas y objetos de alfarería. Estos nio de los Incas ya había durado muhoyos, que se hallan por lo general cho tiempo y estaba bien consolidado. dentro de las habitaciones, eran pues, Es por eso que Cajamarquilla es un tumbas semejantes a las que encon- diminutivo español de la palabra quetraremos nuevamente en otros luga- chua Kaka-marca, ciudad de peña; res del valle, en sitios elevados de las Huachipa, nombre de la hacienda sicasas. Los antiguos aborígenes, como tuada allí, es el genitivo de Huachi, la actualmente los chinos, no querían se- flecha; Lurigancho de Ruru-cancha, pararse de sus muertos, y los enterra- huerto de árboles frutales; Rimak sigban no sólo en su vecindad, sino en nifica un hablador, en relación con el sus mismas casas. Sin embargo, esto río murmurador y roncador; Pariache, sólo era costumbre de las familias dis- nombre de una hacienda situada más tinguidas, pues los grandes cemente- abajo de Huachipa, tiene su origen en rios que se han encontrado demues- el diminutivo quechua, Paria-cha, el tran que la mayor parte de los muer- gorrioncito; Callao, viene de K allu, la tos ha sido enterrada lejos de las vi- lengua. El nombre del antiguo Choviendas. Otros hoyos, especialmente rrillos, Armatampit, significa lugar de los profundos, que han sido encontra- baños, balnearios. Sin embargo, hay dos en hileras o en grupos en peque- dos nombres que parecen indicar que ñas plazas, están vacíos, y parece que los aimaras se habían establecido tamhan servido de graneros o de depósi- bién aquí, antes que los Incas; o sea tos de víveres. Eran muy apropiados en Chosica y Ate. En la lengua aimapara la conservación de éstos, pues co- ra, Chosica significa lechuza, y Ati, el mo el piso de los hoyos está a mayor cerco o valladar. altura que el suelo del valle, estaban Todas las áreas de Cajamarquilla completamente secos. están cubiertas de tilansias, como la

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ladera del Morro Solar y las colinas de San Juan, son plantas aéreas, secas y de hojas grises, con pobres florecillas azul rojizas en panículas amarillas. Habitante permanente de estos antiguos muros es una pequeña y graciosa lechuza salpicada de blanco y gris, que no es tímida y deja que la gente se le aproxime bastante, antes de alzar el vuelo. Antes de la construcción del ferrocarril, Cajamarquilla era guarida

y refugio de bandoleros, que encontraban seguro escondrijo en los numerosos hoyos. Ahora el "oficio" del bandolero es poco remunerativo, por lo cual ya no se le ejerce. Los bandoleros que penetran en las haciendas son descubiertos pronto y capturados, y desde la inauguración del ferrocarril los viajeros a caballo o a mula, que podrían provocar su codicia, han desaparecido.

LA ANTIGUA CIUDAD DE

Ahora nos dirigimos a las ruinas situadas en las regiones bajas del valle. Y a se ha indicado que la amplia llanura, regada por el Rímac y que tiene un suave declive hacia el mar, desde tiempos anteTiores ha sido dividida en distritos, para así regularizar la distribución del agua, los distritos han recibido nombres especiales. El sector triangular del valle, que se foTma cuando se traza mentalmente una línea de Lima al puerto del Callao y una segunda hacia el pueblo de Magdalena, se llama valle de Huatica, una viciada pronunciación del nombTe de la antigua ciudad Huadca, cuyas ruinas se hallan allí mismo. Estas ruinas se encuentran en medio de campos y de viñedos, todos ellos rodeados por muros de barro, y que no son accesibles ni a caballo ni en coche, sino solamente a pie, y no sin pocos obstáculos, pues el visitante tiene que saltar repetidas veces por encima de muros o pasar a vado las acequias. Esta es la razón por la que tan inteTesante zona, que nos hemos propuesto hacer conocer al lector, sea muy poco conocida. La mayor parte de los pobladores de Lima, no tiene casi idea de que, apenas a una legua de distancia de la capital, en tiempos remotos, se encontraba un gran pueblo de muchos miles de habitantes, y que contenían dentro de sus dilatados muros, numerosas fortalezas y palacios, así como templos para la adoración de sus dio-

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H UADCA

ses, de los que ni siquiera se han conservado sus nombres. La forma más cómoda de visitar las ruinas de la antigua ciudad, es ir en tren hasta el paradero de La Legua, que está más o menos a la misma distancia de la capital que del puerto. La Legua es una hacienda de aspecto ruinoso, al lado de la cual, los restos de una capilla indican que la propiedad aparentemente tan poco impoTtante hoy, tuvo mejores tiempos otrora. Cerca está el edificio de la estación, con un jardín bien cuidado, a la sombra de pinos de Norfolk y de ficus siempre conservados frescos mediante el agua de un pozo, bombeada por medio de un pequeño molino de viento. Desde la estación se camina a través de campos de papas y de forraje hacia una hilera de colinas aTtificiales, la más cercana de las cuales llega hasta cerca de la línea férrea, mientras que la más alejada está más o menos a 2 Km de distancia de ella. Después de una caminata de media hora, durante la cual es necesario pasar por encima de los cercos de barro de los campos, se llega a la muralla de la antigua ciudad, cuya extensión desde el pie de la colina más alejada hacia el mar e incluyendo las casas situadas fueTa de los muros, era de 4 Km 2 , aproximadamente. Para que se comprenda mejor la siguiente descripción, añadimos un plano, que ha sido hecho de acuerdo con

las medidas que tomamos en las diversas visitas a las ruinas. Al observarlo, lo primero que salta a la vista, es que, con excepción de un pequeño trecho de la parte septentrional del muro ciTcundante, que está orientado hacia el pie de la colina ( 15), todos los muros, así como las paredes de los edi-

ficios se encuentran en ángulos rectos, y están orientados evidentemente, con bastante exactitud, en dirección de los puntos cardinales. El espacio comprendido entre las líneas más gruesas (A), fue probablemente, el centro de la ciudad, que estaba ocupado por mayor número de casas, y sepaTado

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de las zonas del contorno (B,E,G), por un ancho muro. Tres puertas conducían a este interior de la ciudad: una en la parte occidental y dos en la parte septentrional. La occidental, que ha sido condenada por el actual propietario, se abría sobTe un camino, que se extiende 3 Km en línea recta, a través de los campos, flanqueados por altos y anchos mmos . Una de las puertas septentrionales (2 ), es la mejor conservada, y actualmente todavía sirve de entrada. Tiene a ambos lados un adorno tosco, en forma de dos piTámides truncadas, casi cúbicas. Como es norma en todas las puertas de las an tiguas fortalezas peruanas, ésta no conduce directamente al interior del espacio rodeado por los muros, sino a un corredor en forma de codo, a fin de facilitar su defensa, en caso de un ataque. También la entrada externa desde ( G), está formad a por un camino acodado como el anterior, flanqueado de muros, y que se puede seguir un

buen trecho, en dirección norte. La segunda puerta septentrional (3) está en ruinas, pero como posteriormente le colocaTon muros para condenarla, no se puede reconocer su forma original. Entre las dos puertas septentrionales, se encuentra el ya citado trozo del muro, que no se extiende en dirección completamente paralela con la de los demás, sino algo oblícuamente. Todo el muro, así como los otros muros de la ciudad, es de bano aprensado, pero de un ancho extraordinario. El máximo ancho se encu en tra en las cercanías de las puertas septentrionales. Allí mide en la base hasta 3 metros, pero se adelgaza hacia arriba. Sólo se pueden hacer conjeturas respecto a la altura, a causa de la destrucción paTcial producida por la erosión.

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A juzgar por las partes mejor conservadas, podTía haber sido de 6 a 7 metros. E l lado exterior del muro forma arriba un parapeto, detrás del cual corrió un pasadizo para los defensores. De trecho en trecho, escaleras empinadas conducían a este conedor, a fin de poder llevar rápido auxilio a los lugares amenazados. En caso de que el muro circular hubiera sido tomado por asalto, en el interior de éste los defensores tenían varios reductos. El más impoTtante de ellos se encontraba inmediatamente junto a la puerta (2): una fortaleza rodeada de doble muralla ( 4), que formaba un cuadrado de ángulos romos, cuyos lados medían 80 metros cada uno. Dos de estos lados están conservados en parte, y en el lado occidental se ven todavía ambos muros (se tomó una fotografía del mmo exterior, que es de notable altura, aunque de escaso espesor). Hacia el este, la fortaleza se apoyaba en un montículo artificial y fortificado ( 5), donde ahora sólo hay chozas construidas recientemente en las que viven los actuales cultivadores de la tierra. El edificio más grande en el interior de la ciudad, que paTece haber sido al mismo tiempo palacio y fortaleza, está situado al sudeste de las ruinas, sobre un montículo artificial. Se lei llama huaca de La Palma (6). Un camino flanqueado de anchos muros conduce directamente a ella desde la puerta occidental. Los muros de la mayor parte de las habitaciones de esta construcción están tan ruinosos, que todo el conjunto se presenta como un montón de escombros, en el que sólo pueden reconoceTSe los contornos aproximados de tres grandes salas, una de las cuales t enía 50 y la otra 40 metros de largo y un ancho de 18 metros. En los muros semiderribados que se encuentran al pie de la colina, en un cuarto largo y relativamente angosto, se puede ver un vestíbulo con restos de decoraciones murales. En el muro circular del oeste, al lado de la puerta, desde la cual el cami-

Camino de entrad a a las murallas de la ciudad de Huadca.

no recto conduce hacia la huaca de La Palma, hay una fila de patios y construcciones, que si bien son adyacentes entre ellos, no parecen haberse comunicado entre sí. Esta parte de las ruinas está relativamente bien conservada, y en ella deben haberse encontrado los edificios públicos, pues éstos se apoyaban inmediatamente en el muro, y estaban en comunicación con los parapetos del mismo. El aposento más digno de mención de este grupo, es una prisión (21), de la cual ofrecemos un pequeño plano. El recinto del centro (a), era una prisión general, los pequeños sectores ( b) y (e), celdas para los prisioneros que debían ser vigilados estrictamente. Como los antiguos peruanos no conocían puer-

Muralla dc.;-Ía Ci udJd Parapeto

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tas con goznes, sino que cerraban sus entradas, bien con pieles de animales o con vigas cruzadas, trataban de impedir la evasión de los prisioneros por medio de pasadizos sin salida y estrechas puertas, vigilados por guardianes especiales. A ambos lados del camino que conduce la puerta ( 1) hacia el palacio de la huaca de La Palma ( 6), existen algunos grupos de ruinas que, presumiblemente, han sido viviendas de los jefes. Aunque eran de diversos tamafios, todas estaban construidas según

el mismo plano. Se componen, sin excepción, de un gran recinto central abierto hacia el norte, y cuyo lado posterior (el del sur) está en comunicación con un corredor. Este corredor no tiene ninguna salida hacia el sur, sino que conduce, por la derecha y por la izquierda, a los aposentos que están a ambos lados del cuarto principal. Es indudable que los antiguos dieron esta disposición a sus habitaciones para protegerse del viento que sopla constantemente desde el sur, y que suele ser a veces molesto por su violencia. La parte occidental de la muralla de la ciudad,. ha sido prolongada tanto hacia el norte como hacia el sur, delimitando en ambos lados secciones o zonas, ya pequeñas, ya grandes, circundadas por muros que pertenecieron, seguramente, a la ciudad, y quizás fueron arrabales. Al pie de la colina, hacia el norte, se encuentran grandes patios (G); hacia el sur, en dirección al mar, antiguos muros, que caen perpendicularmente sobre la muralla anular, forman tres grandes zonas (B,C,D). Al centro se halla (C) la construcción mejor conservada de todas las ruinas, de la que da una idea la reproducción fotográfica. Su plan es, en líneas generales, el mismo que el de las casas situadas dentro de la muralla circular, sólo que los aposentos son más grandes y de construcción más exigente. La sala grande ( 1), abierta hacia el norte, tiene 22 metros de ancho y 8 m de fondo. Las paredes están adornadas con figuras en bajo relieve. El piso del vestíbulo está un poco levantado, y se desciende de él, por algunos peldaños, a un angosto vestíbulo (2), llegando luego a un espacioso patio (3) rodeado de muros. En la última y más amplia sección o zona ( D), también delimitada por antiguas, aunque bajas murallas, no se advierten restos de construcciones antigua~. En el centro de ellas se encuentra la Hacienda Maranga, ( 15) rodeada de cañaverales. T\Iás allá del lado oriental del muro de la ciudad, e~ las secciones E y F,

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que también han sido partes de la ciudad, no se encuentran ruinas de viviendas, como las descritas en A, B, e, sino varios grupos de construcciones sobre montículos bajos ( 7,8,9),

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iguales a las que se encuentran dispersas en otras partes del valle del Rímac, y que hemos considerado como viv!endas fortificadas, para nobles o caciques. Si se contempla el plano de la ciudad en conjunto, se notará con cierta extrafieza que no solamente se había descuidado la comunicación de los habitantes, sino que las diversas partes del lugar parecen haber sido aisladas intencionalmente unas de otras; pues no sólo no se encuentran indicios de puertas entre las secciones D,C,B, sino que, también en A, las viviendas situadas a ambos lados del camino de ingreso carecen en absoluto de comunicación; así mismo, al norte de la huaca de La Palma, los restos de muros indican que también esa zona estaba dividida en diversos distritos separados. Estas disposiciones nos hacen deducÍ'r que, aun en las pequeñas ciudades era regla la estricta separac1on por linajes (tal como era mantenida, según Garcilaso, en la capital Cuzco). La población rural se unía

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indudablemente en grandes aldeas, para defenderse de enemigos comunes, pero cada tribu seguía viviendo separada una de otra. Estas mismas disposiciones las encontraremos también, en otras ciudades antiguas de la Costa, cuyas ruinas se han conservado en Pachacámac y en Chan-Chán, cerca de Trujillo. En Cajamarquilla eran menos claras debido a la avanzada destrucción de las ruinas por la ero., s1on. Las tierras en que se encuentran las ruinas de Huadca pertenecen, en su mayor parte, a la vecina Hacienda Pando, que ha sido arrendada a varios italianos, dedicados principalmente a la fruti y horticultura. Se ven sus casas y cabañas en la cima de los montículos y de los amontonamientos de escombros donde están menos expuestos al aire malsano causado por la evaporación del agua de los campos. A pesar de ser más saludable, los colonos viven de mala gana en estas viviendas, a causa de la superstición, generalmente difundida, de que los espíritus de los muertos enterrados allí, se vuelven inquietos en la noche, y andan en pena. Es por ello que han sido abandonadas muchas cabañas, habiendo preferido sus dueños trasladarse al pie de la colina. Los campos situados entre las ruinas, son cultivados con maíz, cebollas, col, calabazas, camote y yuca; en los bordes crecen duraznos, higueras y árboles frutales nativos, como guayabos, pacaes y chirimoyos. De trecho en trecho se alzan algunas hirsutas palmeras. Mas la principal producción de estos campos, la constituye el cultivo de la uva. En torno a todas las colinas y montones de escombros, serpentean profundas acequias de regadío, que están cubiertas por una apretada masa de un duro gras medio seco. En el suelo de estas acequias echan raíces las parras, cuyos sarmientos cubren los bordes y faldas, o se arrastran sobre la tierra plana, sin apoyo alguno. Estas capas deben ser muy antiguas, -de mucho más de un siglo- pues no pocas de ellas tienen el tronco principal tan

Murallas de la ciudadela en Huadca

grueso como el muslo de un hombre. Una gran parte de los racimos se llevan al mercado de Lima, como uva de mesa, pero no son utilizados para la preparación de vino. Vamos a dirigirnos a otros tipos de ruinas que se hallan en las proximidades de la ciudad de Huadca, no menos interesantes que las consideradas hasta ahora, pese a que es oscura, en parte, su interpretación, y que sólo se pueden hacer conjeturas sobre su forma y objeto originales. Ya cuando se viaja de Lima al Callao, se ve desde el ferrocarril, a mano izquierda, una hilera de montículos cuyo extremo está cerca de la línea. Se distinguen cuatro grandes colinas y algunas pequeñas. Desde la distancia, las colinas parecen elevaciones naturales del suelo de poca altura, de alargadas e irregulares formas; pero observadas de más cerca, uno se convence de que todas han sido hechas artificialmente, amontonadas por mano del hombre, pudiéndose reconocer en las tres mayores, a pesar de la erosión, una base originariamente cuadrada e

indicios de una antigua construcción en terrazas o escalonadas. Tres de las colinas más grandes (15,16,17) están situadas al norte de la mmalla de la ciudad de Huadca, y una al sudeste

( 10). Visitamos primeramente las colinas septentrionales, que son las que están más cerca del muro circular. En realidad, hay que caminar algo así como 120 pasos desde la puerta ( 3), a través del campo, para llegar al pie de la primera colina ( 15). Esta tiene una configmación en forma de riñón, y es de altura irregular. La cima situada hacia el este mide, de 80 a 90 pies de altura, y las partes del lado izquierdo deben tener la mitad de esa altma. Los contornos de todas, son redondeados como si fueran elevaciones naturales del suelo, pero en la parte oriental, sumamente escarpada, se derrumbó un trozo de ladera y se observa con asombro, que la pared de la colina está compuesta de pequeños adobes cúbicos. Esto hace suponer que, originalmente, también las otras faldas de este grupo de colinas, ahora 61

informes, han sido terrazas sostenidas por muros. En la parte oriental, existe un espacio intermedio bastante amplio, entre esta colina y la que inmediatamente le sigue, espacio que, en la parte oeste, ha sido ocupado por un saledizo de la segunda. Esta segunda colina (16), es la más importante de las tres septentrionales, y sobrepasa a sus vecinas especialmente por su longitud, que llega a 280 metros Su ancho es desigual y mayor en sus ex-

rias excavaciones efectuadas por los buscadores de tesoros, que sus paredes se componen de esos mismos elementos de construcción, hasta una gran profundidad, pero que toda la parte central es tierra amontonada, en la que no se ha descubierto hasta ahora rastro alguno de galerías subterráneas o de cámaras. La falda de la colina desciende lentamente hacia el norte en forma ondulada . Al pie del ángulo sudoeste, se encuentran sobre t errazas,

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Ruinas de una vivienda en Huadca

tremas que en el centro. El punto más alto, situado en el extremo sur, se alza de 100 a 110 pies sobre la llanura. Si se da la vuelta por la base de la colina, se apreciará que ésta forma un cuadrado. En la parte este, la más escarpada, se advierten en el centro, trechos largos escalonados, construidos con los pequeños adobes que hemos mencionado (15). Se ve, asimismo, al ascender la colina, en va-

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dos plataformas de cuatro lados, a 8 metros más o menos sobre el suelo ( 18,19), la más pequeña de las cuales ( 19) se extiende hasta el pie de la colina (15). Estas dos plataformas han sido cementerios que los buscadores de tesoros han removido completamente, en especial el más pequeño. Por todas partes hay cráneos rotos o descompuestos por la acción del tiempo, así como osamentas huma-

nas, fragmentos de esteTas y tejidos con los que se envolvía a los muertos. También la región inferior de la colina contiene muchas tumbas (15). Entre los cráneos esparcidos se advierte algunos agujereados o rotos; esto no es debido evidentemente, a la azada de los buscadores de tesoros, puesto que las fracturas son antiguas, y han sido originadas, a todas luces, por heTidas recibidas. Se encuentran, asimismo, a veces, cráneos con sus fracturas cicatrizadas, en las que ha quedado una notable depresión. La forma de la base de esta colina, el escarpado descenso de sus tres lados, así como el cuarto lado escalonado, y finalmente los restos de antiguos materiales de construcción, que son visibles en varios lugaTes, hacen llegar a la conclusión de que toda la superficie, actualmente desnuda y derruida, ha sido una base q11e ha soportado anteriormente otras construcciones, sobre cuya forma y extensión no podemos formular ni siquiera suposiciones. La base consta de una seTie de terrazas o gradas, que tenían encima una plataforma, y cualquiera que fuera el uso a que fueron destinadas ésta u otras· semejantes, es innegable que su edificación ha sido posible sólo con un inaudito empleo de tiempo y de esfuerzo. La tercera colina del norte ( 17), que está separada de la anterior por un espacio intermedio de 100 metros, tiene 210 metros de lar,go y, como la segunda, es menos ancha en la parte central que en sus extremos. El extremo superior mide 105 metros, y el inferior es notablemente más ancho, pero no se puede medir a causa de la desigualdad del suelo v de la acequia que por allí corre. El pie de la colina se encuentra rndeado por una gran terraza o plataforma, situada sobre la base del valle, más o menos a la misma altura que la terraza (18). Por lo demás, esta colina se diferencia de las dos anteriores, por cuanto no se descubre en su pendiente rastro alguno de los pequeIi.os adobes que sirvieron paTa la construcción de las terrazas de sus veci-

nas. Esta colina consiste, por tanto, únicamente de un amontonamiento de tierra y piedras. Tampoco se encuentran restos o vestigios de eventuales construcciones en su cima, como, mediante elevaciones de tierra, se insinúan en otros lugares semejantes. Esta colina es la más elevada del grupo, pero sobrepasa a la segunda sólo por estar situada más arriba, en el valle; sobre el nivel de la llanura no se eleva más que la segunda. Alrededor del pie de las tres colinas corren acequias, en cuyo lecho se han plantado cepas, como en las Tuinas de la ciudad. Los sarmientos han sido llevados hacia arriba sobre la pendiente pedregosa, en cuyos guijarros reverberan los rayos del sol, lo que favorece su madurez. Se mantienen estos viñedos bastante secos. Sólo cada 15 días durante algunas horas se deja coner el agua por las acequias. En la cima de las colinas están las casas de los guardianes, desde las cuales se dan avisos a los trabajadores de los campos circunvecinos. En la del medio, y ante una de las chozas, pende en vez de una campana, un viejo arado de hierro que al ser golpeado emite un sonido ronco. Debido a este toque que se escucha desde lejos, esta colina lleva el nombre de Huaca de la Campana. La forma actual de estas colinas, no arroja luz alguna sobre los fines que pueden haber cumplido. Pueden haber sido lugares sagrados destinados a la adoración de los dioses, donde se encontraban los templos o lugares de sacrificios. Quizás fueron fortalezas para defenderse de los enemigos externos o castillos para dominar e intimidar' a los vasallos o, finalmente, sólo Tesidencias aireadas, que los reyes de la comarca se hiciernn construir con el fin de estar fuera del alcance de la fiebre. Sin embargo, esta última suposición nos parece la menos probable, ya que se trataba de gente que por más que temieran la fiebre no habían llegado aún a conocer la coTteza de la quina y su poder curativo. Llama la atención que en ningún lugar de la

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parte baja se encuentren cavidades y hoyos que indiquen los sitios de los que se extrajo la tierra para amontonamientos tan enormes. Debe suponerse, por consiguiente, que las masas de tierra e·ran sacadas proporcionalmente de toda la superficie del valle. Procediendo así se perseguía, además del levantamiento de las colinas para construcciones, otro objetivo, o sea apartar la tierra agotada por el largo cultivo, y dejar al descubierto, la que estaba debajo: tierra todavía virgen para la siembra. Los antiguos peruanos eran muy experimentados en la agricultura, conocían la necesidad del abono y sabían apreciar el guano. Pero como en las proximidades de Lima no había ningún depósito de guano, lo Teemplazaban con la renovación del suelo, lo que era posible, pues las capas de tierra cultivable son muy profundas en el valle del Rímac. Como este procedimiento ha dejado de ser empleado hace siglos, el antes fértil suelo de los alrededores de Lima, debe estar, si nos atenemos al testimonio de un experimentado agricultor, completamente agotado. Quizás el origen de las muchas colinas artificiales que se encuentran en Lima y en otros valles de la costa peruana, haya sido la tendencia a elevar la capacidad productiva del suelo, mediante la extracción de las tierras de la superficie. La utilización de aquéllas para la construcción de fortalezas o para objetos religiosos, no vino sino después. Para semejante suposición se encuentra apoyo en el hecho de que hay muchas colinas aTtificiales que sólo se componen de amontonamiento de tierra y de piedras, y que no han sido utilizadas ni para tumbas ni para construcciones. Hay un gran número de estas pequeñas colinas y de amontonamientos de tierra, situados al sur en las proximidades de la gran colin~ descrita más arriba, y una de ellas está indicada en el plano (23); la pequeña coli~a que está a su lado (20), es una colma de terrazas construida con adobes.

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Otro problema que intriga al v1s1tante es el relativo a la antigüedad de las . colinas. No nos. .referimos a los tiempos en que se ongmaron, pues carecemos de puntos de refeTencia, sino más bien a su antigüedad en comparación con la de las ruinas de la ciudad que se extiende a sus pies. Las colinas están mucho más derruidas; todas las construcciones que han existido sobre ellas han desaparecido casi por completo, y hasta los contornos generales de las masas, carecen de forma, y sólo es posible tener una idea aproximada de su configmación original recurriendo más a la conjetura que al reconocimiento. Estas alteraciones no han sido, según todas las apariencias, obra de una destrucción intencional, sino resultado de un lento desmoronamiento y desintegración debidos a influencias atmosféricas. En cambio, en la ciudad, en todas las partes en donde las ruinas no significaban un obstáculo para el cultivo de los campos, vemos que los muros y las paredes están bastante bien conservados. Además, la manera de construir en las colinas no era la misma que en el llano. En ninguna construcción de la ciudad encontramos que se hayan usado los pequeños adobes de que están formados todos los muros de contención de las terrazas y plataformas de las colinas. Volveremos a encontraT luego, al visitar otras construcciones muy antiguas de la costa, los mismos adobes pequeños, especialmente en el Templo de Pachacámac, en Lurín, que se diferencian mucho de los grandes adobes del Templo del Sol y de-las demás construcciones incaicas. Por consiguiente, consideramos como probable que las colinas situadas al norte de Huadca, son considerablemente más antiguas que la ciudad; que tienen quizás, su origen en otra raza distinta de la que, en el tiempo de la conquista de la región por los Incas, dominaba el valle. Lo dicho aquí, no se hace extensivo a la cuarta de las grandes colinas, que en la forma y en la construcción se

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Ruinas de Huadca (Foto: Guillén. 1940).

aparta esencialmente de la descrita anteriormente, y está situada, además, bastante lejos de aquélla. Por esta razón nos dirigimos a hacerle una visita y le dedicaTemos una detenida descripción. Con este propósito descendemos de la colina septentrional, caminamos a lo largo de la muralla de la ciudad hasta su extremo este y nos diTigimos hacia el sur, a través de los campos. Llegamos a un grupo de ruinas (7,8), situadas sobre pequeñas eminencias, las pasamos, atravesamos una profunda acequia (22) por encima de un tronco viejo de sauce y lle1g amos a la plaza abierta ( F), hacia la cual está orientado el frente de la colina (10). Esta es conocida con el nombre de huaca del Estanque, así llamada a causa de un estanque o receptáculo de agua (12), que está situado en su lado occidental, y en el que se reúne el agua de la acequia para su distribución. La colina no se presenta como un informe amontonamiento de tierra, como las que han sido descritas hasta ahora, sino que desde la distancia se advierten líneas rectas en sus contornos, lo que peTmite deducir que la obra se debe a la mano del hombre. En realidad, en su conformación la superficie forma un cuadrado, cada uno de cuyos lados mide 135 metros. La altura es de 28 a 30 metros. Las paredes laterales de esta construcción consisten, por el norte, oeste y suT, de varias hileras de gradas escalonadas o estrechas terrazas, que han sido formadas por paredes de barro casi verticales, algo inclinadas hacia adentro. Esta disposición es más clara todavía en el lado occidental, relativamente bien conservado, pero las gradas tampoco muestran aquí líneas Tectas y regulares, ya que en muchos sitios han cedido las paredes y se han derrumbado. Esto ha podido ocurrir, en parte, cuando el edificio estaba todavía en uso, y las muchas irregularidades que allí se advierten, serían refacciones de daños sufridos, o muros de sostén para pTevenirlos. En el lado delantero se observa un amontonamiento de tierra que ascien-

de oblícuamente de la llanura (F), y cuyo extremo superior se une a una intersección de la colina y estaba revestida por muros. A pesar de la ruinosa condición de toda la pared fronteriza se reconoce de inmediato, por la forma general de toda la masa, que ésta era una gran escalinata externa, que conducía desde abajo hasta la plataforma. En la parte este, la construcción se elevó asimismo, en escalones, pero éstos no estaban cercanos y colocados verticalmente unos sobre otros, sino formados por largas salas, que se extendían en tres filas, a todo lo largo, siempre una sobre otra. Eran aposentos de 10 a 12 metros de ancho, sostenidos por anchos muros, y que constituían otras tantas terrazas. De esta disposición se desprende que la superficie supeTior o plataforma de la construcción y cuya base tiene lados iguales, no formaba un cuadrado, sino un rectángulo, cuyos lados largos son los del este y del oeste. Por esta razón la escalinata externa no se encontraba al centro de la construcción, sino que conducía al centro del rectángulo, y su subida se hallaba más próxima al lado occidental. La supeTficie de la construcción es una amplia plataforma, sobre la cual no se descubren restos de muros. Al extremo sur de aquélla, se encuentra un hoyo cavado por buscadores de tesoros, una especie de socabón, cuyo fondo no se puede ver, y de cuya profundidad nos da una apToximada idea el ruido de una piedra arrojada allí. Los buscadores de tesoros no han visto recompensados sus esfuerzos por ningún hallazgo y sus trabajos nos han mostrado que el interior de la colina consiste de tierra y piedras amontonadas, y que no existen galerías o cámaras subterráneas. También en otros sitios de la plataforma se advierten huellas de excavaciones, aunque son menos profundas que las antes mencionadas. Ni siquiera parece haberse hallado tumbas, pues no se ven ni los cráneos ni osamentas, que siempre se encuentran desparramados en torno a las tumbas destruidas.

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Si se mira desde lo alto de la plataforma sobre el arco (F) que se extiende al pie, en ambos lados se observan ruinas de muros, que indican que allí se hallaba una plaza abierta, un patio grande, desde el cual la escalera conducía hacia arriba. Frente a la escalera, en el extremo del patio, se elevan todavía restos de un gran camino de acceso, que parece haber conducido a una segunda plaza o patio. Esta plaza estaba limitada por la derecha, por una construcción imponente, que se levantaba sobre una colina artificial de base rectangular. Si bien estaba a la zaga de la más grande, era sin embargo, en altura y extensión muy considerable (80 metros de largo por 50 metros de ancho). Entre los muchos aposentos de las ruinas que allí se encuentran, se nota una gran sala de asamblea, a lo largo de cuyas paredes se adosan estrados o bancos de barro, de un metro de altuTa. Si se formula la pregunta acerca del objeto a que podían haber servido las obras descritas, tanto la visión del conjunto de las ruinas, como también las particularidades expuestas, ofrecerán mucho más puntos de referencia para su inteTpretación que los obtenidos en las demás colinas artificiales. Se ha considerado generalmente la huaca del Estanque como una fortaleza, por lo que ha sido llamada El Castilllo. Sin embargo, un examen más detenido revela que la construcción no ha sido una plaza fuerte, sino un templo destinado al culto. Así lo indica la disposición escalonada de las paredes, que volveremos a encontrar en todos los templos de la costa, en Pachacámac, Chincha, Huaura, Casma, Trujillo y Eten; además, la ausencia de cualquieT vestigio de construcción sobre la plataforma, y ante todo, la existencia de una gran gradería. En todas las construcciones militares de los antiguos peruanos, las entradas, aún conservadas, consisten en pasadizos torcidos o en recodos; como desconocían las puertas que giran, hechas de tablas o vi~as, cerraban los accesos de sus foTtalezas por medio de barre66

ras y construían barricadas en los recodos de los pasadizos. En cambio, sólo en los templos se encuentran graderías, que conducían, poT lo general, en línea recta, desde el patio hasta la cima o plataforma, tal como es el caso en el edificio del que nos hemos ocupado. Como el autor, en sus muchas excursiones por los alrededoTes de Lima, ha examinado poco a poco todas las llamadas huacas, y ésta es la {mica en la que ha podido comprobar las características de los templos de la costa, no vacila en considerar a la huaca del Estanque como Templo del Rímac, del dios de los oráculos, que antes fue adorado en el valle de Lima, y del que se deriva el nombre de éste. Garcilaso relata en el capítulo que trata del sometimiento de esta Tegión al señorío de los Incas ( I, Lib. 6, Cap. 30), que los habitantes del valle habían adorado un ídolo de figura humana, que al ser preguntado, revelaba el porvenir, como el oráculo de Delfos. Por esta razón, llamaban a este dios Rímac, es decir, el que habla, pues rimak es el participio activo del verbo rimay, hablaT. Este dios habría gozado de una fama muy grande, aun en tiempo de los Incas; su morada, debe haber sido un magnífico templo, aunque su riqueza no podía igualarse a la del templo del dios Pachacámac, en Lurín; pues en comparación con éste, el Rímac no era sino una divinidad de segunda categoría. Nada dice Garcilaso respecto al lugar en que estuvo el templo de este dios, de lo que deducimos que no sabía nada al respecto, pues de otra manera. indudablemente lo habría Telatado. Hernando Pizarra debió haber pasado, en su viaje de Cajamarca a Lurín. junto a la ciudad cuyas ruinas acabamos de describiT, pero ni él mismo, en su caTta a la Audiencia de Santo Domingo, ni el contador Miguel de Estete, que lo acompañaba v que nos dejó una relación de este viaie, mencionan templo alguno. Como Hernando Pizarra, en el largo camino que tuvo que recorrer por mandato de su her-

El Templo del Rímac según foto tomada por el propio Middendorf.

mano, no perseguía otro objeto que el de hacer trasladar los tesoros del templo de Lurín al campamento de los españoles, es indudable que no habría dejado de visitaT otros ricos templos que encontrara en su camino, aunque no hubiesen estado en las inmediaciones de la ruta. Tampoco los peritos que dos años después, por orden de Francisco Pizarra, exploraron el valle de Lima con el fin de elegir un sitio apropiado para fundar la nueva ciudad, trajeron noticia alguna de que se encontrara allí un gTan poblado o de un famoso templo. La falta de referencia en todos estos informes, nos permite deducir que, en tiempos de la llegada de los españoles, el Templo del Rímac ya no cumplía su función, y que quizás hasta la misma ciudad había sido abandonada y yacía en escombros. A pesar de la ausencia de noticias más concretas, se conservó la tradición de la existencia de un templo tan famoso, y el Padre Calancha, en su Crónica de la Orden de San Agustín, sostiene que estaba situado detrás de la hacienda de los dominicos, en Limatambo. La hacienda de Limatambo se encuentra a mitad de camino entre Lima y Miraflores, en el lado derecho de la carretera. El autor, luego de habeT explorado la región, se ha convencido de que en el perímetro de un kilómetro no hay monumentos antiguos, detrás de los edificios de esta hacienda. El Padre Calancha no habrá sido muv exacto en la indicación del lugar; pr~bablemente sólo había oído decir que el templo se encontraba en esa zona. El tomo IV, p. 295 de los Documentos Literarios del Perú de Odriozola se confiTma y completa el dato de Calancha: "El dios del valle de Lima era el Rímac, cuyo templo vemos hoy día en la cercanía de la hacienda de los dominicos, que antiguamente se llamaba Rímactampn, y que ahora, debido a la pro-

nunciación equívoca se conoce como Limatambo. En esta huaca comenzaba la antigua ciudad y se extendía hasta Maranga, como lo comprueban las ruinas que allí existen". En efecto, las ruinas de la ciudad se extienden hasta la hacienda nombrada, pero la huaca del Estanque se halla bastante distanciada de Limatambo. Sin embargo, si se combinan los datos de la tradición con los Tesultados de la investigación, ya no queda duda de que las ruinas que acabamos de describir corresponden realmente al templo del Rímac. En estrecha relación con el conjunto de estas ruinas surge la pregunta acerca del nombre primitivo del dios Rímac. Rímac es una palabra del idioma quechua; pero en la costa se hablaban varios dialectos completamente diferentes de aquél, que sólo cedieron ante el idioma oficial de los Incas, después que éstos hubieron conquistado la región. El nombre Rímac, provenía indudablemente de los nuevos señores del país, y éstos lo dieron al antiguo dios local por su don de pronunciar oráculos. En la obra de Oviedo se halla un relato del piloto Pedrn Corzo, 5 quien había viajado durante muchos años nor la costa peruana. Allí se dice: "En toda la Costa, en una extensión de 500 leguas, se encuentran templos en las alturas. Los ídolos son de madera o de piedra. El dios principal se llama Guatan, 11na voz que significa torbellino de aire. Los sácerdotes visten de blanco, viven castamente v no consumen ni sal ni pimienta .. Los sacrificios se realizan en las platafoTmas de los templos. Se sacrifican hombres y animales y con este obieto se les ananca el corazón como ofrenda para los ídolos". Ahora bien, en un pasaie de la historia de la fundación de la ciudad de Lima del Padre Cobo, 6 se indica que la ciudad situada en la parte del valle del Rí-

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Historia general y natural de las Indias Occidentales. Lib. 46, Cap. 17. Historia de la Fundación de Lima, por el P. Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús, Urna 1882 - p. 75.

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mac, conocida actualmente como Huatica, se había llamado primitivamente Guadca. Se puede suponer entonces, que Guatan y Guadca eran voces mal pronunciadas de una sola palabra, el nombre antiguo de un solo dios indígena. La transcripción fonética de Corzo parece haber sido la más descuidada, lo que comprueban otros errores de este tipo, pues en la misma relación llama Canda a la ciudad Chan-Chán cerca de Trujillo. Como Guadca o Huadca fue el dios que se adoraba en el valle de Lima, bautizaron con su nombre a la ciudad donde se encontraba su templo, exactamente como la ciudad situada en Lurín, junto al Templo de Pachacámac, se conocía con el nombre de dios. Otra prueba a favor de esta afirmación la ofrece la circunstancia de que la palabra h1iateka ha sido incorpoTada al idioma quechua, con el significado de uno que aconseja cosas malas, que induce a la tentación, y además con el del diablo. Puede ser, y nosotros lo consideramos probable, que esta palabra haya sido introducida por los misioneros en la lengua general del Perú sólo después de la conquista española. Los españoles de aquel tiempo consideraban como representantes del demonio a los ídolos adorados por los gentiles; y todos los oráculos eran tenidos por ellos como engañosas supercheTÍas del enemigo mortal de CTisto7 . Después de esta digresión, volvamos al tema de las ruinas, y tratemos de conseguiT, antes de abandonarlo, una visión de conjunto. En todas las colinas que hemos visitado se goza de una hermosa vista sobre la llanura circundante, pero la huaca de La Palma ofrece el mejor panorama, gracias a su situación, al centro de la antigua ciudad. Hacia el norte están situadas las tres grandes colinas, por encima de las

cuales se divisan, al fin de los cerros, las torres de las iglesias de Lima; a la izquierda, hacia el oeste, la estación de La Legua con su pequeña iglesia ruinosa y la alameda de astrapeas, la carretera del Callao a Lima; más hacia el sur, el puerto con sus buques y la bahía limitada por las islas San Lorenzo y el Frontón; en el sur, muy cerca, la Hacienda Maranga, rodeada por cañaverales, de fresco verdor y más allá el mar; hacia el este, el Templo del Rímac, y al otro lado de éste, la Magdalena, rodeada de olivares; a la izquierda de ésta Miraflores, con sus pinos de Norfolk; al sudeste, en el extremo de la bahía, el Morro Solar, y al pie de éste, el balneario de Chorrillos, tan encantador en tiempos pasados; más allá, en la lejanía, las fatales colinas de San Juan, en las que se decidió el destino del Perú. Abajo, delante de nosotros, dispersas, entre verdes camoos de maíz y yuca, viñedos, pequeños huertos y grupos de verdes palmeras, las ruinas: mmallas de circunvalación, escombros de viviendas, en la parte plana, y sobre montículos algunas pequeñas fortalezas. La antigua ciudad, al igual de tantas otras ruinas, ofrece quizás un cuadro más agradable en su estado de decadencia, que cuando estaba habitada. Si tratamos de imaginarnos el aspecto que en aquella época puede haber ofrecido al observador, no podemos menos que decir que los patios rodeados de altos muros, los estrechos pasadizos, las casas sin ventanas, con angostas entradas, en las que los habitantes estaban aglomerados, la falta de vías de comunicación entre las diferentes partes de la ciudad, el aislamiento intencional en que se mantenía a la gente atestiguaba mutua desconfianza, y to