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Spanish Pages [248] Year 2008
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é
%. *Tr
m OBRAS COMPLETAS
DE
AMADO NER VO
TOMOS PUBLICADOS I
PERLAS NEGRAS MÍSTICAS II
POEMAS
DE CADA TOMO SE HAS IMPRESO CIEN EJEMPLARES EN PAPEL DE HILO /* J* fi fi
TEXTO AL CUIDADO DE ALFONSO REYES ILUSTRACIONES DE triste
MARCO
fá^immm^ffM OBRAS COMPLETAS DE ¡AMADO ÑERVO
preguntó
M
p
el
que
/
t
t
presidía,
que
usted insiste en que está vivo?
—Sí
Ayúdenme
mal herido!
¡y
a levantarme
¡No sean malos!
—Pues
voy a probar a usted que está
le
muerto: Usted ¿qué
—Vaya una
hombre o mujer?
es,
pregunta necia: ¡soy hombre!
-¿Está usted seguro?
La médium hizo un movimiento de contrariedad:
—¡Que si estoy seguro! ¡Qué ocurrencia! —Bueno; pues toqúese usted la cara y el pecho. La médium se llevó
la diestra
a las mejillas, y
una expresión de indecible pasmo se pintó en su rostro: Valente Martínez (que, según los retratos
de los
diarios, era barbicerrado) se palpa-
ba imberbe...
La mano temblorosa se posó enseguida en labio superior,
buscando
el
Luego, más temblorosa aún, descendió y, al advertir la
médium
al
pecho,
túrgida carne de los senos,
la
dejó escapar un grito, gutural, horrible,
en tanto que lívida
el
ausente bigote...
fríos
sudores mojaban su frente,
de tortura, en
espanto de
la
la
que se
convicción... 25
leía
el
supremo
m
A
d
a
Siguió un silencio la
Ñervo
o
muy
largo, durante el cual,
médium, inmóvil, murmuraba no sé qué, con
labios convulsos, y, por
—¡Ya ve
usted
cómo
fin, el
que presidía
está bien muerto!
dijo:
Yo
lo
he desengañado por caridad, para que no piense
más en
las
cosas de
la tierra
y procure elevar
su espíritu a Dios...
—Tiene mente
la
usted
razón,
—murmuró penosa-
médium.
Luego, después de una pausa, suspiró: «¡gracias!
Y
»
ya no profirió palabra alguna, hasta
del trance.
26
salir
III
LA
LOCOMOTORA Al
Lie.
Don Joaquín
D. Casasús
Entre
la
pradera por donde paseaban y
el
co-
queto coserío, atrayente y risueño a fuerza de color y de claridad, estaba la pauta obscura y
enorme de
los
rieles,
que prolongaban, hasta
perderse de vista en un cercano recodo,
la
ace-
rada rigidez de sus paralelas. El matrimonio y los dos niños tuvieron la mis-
ma
idea:
ir
allá entre las
y azules que eran
la
coquetas casitas rojas
seducción por excelencia
del paisaje.
Pero ¿y los
rieles? el peligro
de atravesar los
rieles?
Antes de que ción, la señora, la
el
marido madurase esta obje-
con
el
mayor de
acompañaba, echó a
correr,
los niños,
saltando
que dur-
mientes y hierros, y en tres minutos se mostró triunfante al otro lado, sobre el talud mullido de
césped. Siguióla el esposo con el niño 29
más pequeño
N de
la
mano. El chico brincaba
tendía, en algunos,
riel
a
riel
y pre-
caminar, haciendo equili-
brios sobre la angosta superficie, sostenido siem-
pre por
De
la diestra
de su padre.
pronto, un ronco silbido los paralizó a los
dos de sorpresa. Del recodo surgía poderosa, violenta, ra;
empenachada de fuego, una locomoto-
detrás
asomaban
los primeros
coches de un
gran expreso.
La madre,
allá
en
el talud,
lanzó un grito des-
esperado. El padre con esa lucidez de los inevitables
momentos de
peligro y la loca premura de su
pensamiento angustiado, se
—Es pase
dijo:
imposible llegar hasta
el
talud antes que
el tren.
Luego, siguió pensando, siguió pensando con la
concatenación de imágenes y de ideas que se
producen vertiginosamente y fuera del tiempo en los trances supremos:
—Hay
muchos
rieles,
probalidades de que
la
y por tanto muchas
máquina no recorra
que estoy en estos momentos:
misma
vía en
echo a
correr, el peligro es
firme aquí,
tal
mayor,
vez nos salvemos. 30
si
la si
espero en
Co?npletas
Obras No zos
vaciló.
al
Apretó fuertemente entre sus bra-
niñu y cerró los ojos.
El estruendo del tren se hacía
que
tantes. Parecía
mayor por
ins-
toda era presa de
la tierra
una convulsión y se poblaba de rumores. Va a Viene hacia nosotros, — pensó
—
—
.
aplastarnos.
Y
apretó
más
al
niño contra su corazón.
Su pensamiento desbocado siguió agitando imágenes en
la fiebre del instante definitivo.
Entretanto,
sobreponiéndose a aquel como
quebrantamiento,
como machacamiento
formi-
dable de fierro con que se aproximaba la loco-
motora, sobresaliendo entre tador, seguían
oyéndose
el
ruido desconcer-
los chillidos
de
la
ma-
dre, allá en el talud...
Y
él
imaginaba su muerte:
la
máquina iba a
aplastarlos, a triturarlos, a untarlos materialmente
en los
rieles.
Todas sus
lecturas
fes le vinieron a las mientes.
de catástro-
Vio su cerebro
sal-
picando los postes del telégrafo, sus miembros despedazados, dispersos; segada a cercen por los
filos
de
la
cabeza como
las ruedas,
saltando horriblemente de las órbitas mirar
el
espanto de
la
escenasi
y
los ojos
como para
Amado El niño,
Ñervo
que hasta entonces había permaneci-
da en un silencio trágico, preguntó:
—Papá, qué ¿va a dolemos?...
su
En ese mismo
instante, el estruendo llegaba a
máximum
gigantesca máquina, con su ro-
y
la
sario de coches, pasaba
zumbando por
los rieles
inmediatos.
Una sensación de bochorno, de so...
Luego,
al abrir los ojos, el
calor inten-
último vagón que
huía casi rozándolos.
A
lo
lejos, el
desmenuzaba en
amenazador penacho, que se el aire.
32
LAS VARITAS
DE VIRTUD A Federico Gamboa
Tomo
IX
•
Guando
niño, vivía yo en un caserón desgar-
bado, sólido y viejo, que era riega
de
como
la
casa sola-
la familia.
¡Oh! mi caserón desgarbado, sólido y viejo,
vendido después a
vil
precio, a
nedizos, que fueron a turbar
no sé qué adve-
el
silencioso
ir
y
venir de los queridos fantasmas.
En su
patio lamoso, crecían bellos árboles del
trópico; y en
un rincón,
el
viejo
pozo de brocal
agrietado y rechinante carril servía de guarida a
una tortuga, que desde
el
fondo y a través del
tranquilo cristal del agua, nos miraba, estirando,
cuando nos asomábamos, su cabeza de serpienre,
como un
dios asiático.
Moraban en esa
casa,
con mis padres y mis
hermanos, mi abuelita materna, y una bella, apacible, retraída
tía soltera,
y mística, que murió a 35
m
A
poco, en
Ñervo
o
y a quien tendieron en
flor,
la
gran
en un lecho blanco, nevado de azahares.
sala,
Esta mi se
d
a
le
muy amada soñó una noche que
tía
aparecía cierto caballero de fines del si-
glo xviii. Llevaba media de seda blanca, calzón
y casaca bordados, espumosa corbata de encaje
cayendo sobre
la
camisa de
batista,
y empolvada
peluca.
Saludóla, con grave y gentil cortesía, y díjole que en un ángulo del salón había enterrado un tesoro:
Mi
un gran cofre de áureas peluconas. que soñaba poco en
tía,
mundo, porque
las del cielo, despertóse
las
cosas de este
tiempo para soñar en
le faltaba
preocupada, sin embar-
go, de la vivacidad de su visión, y
la refirió
a mis
padres y a mi abuela. Esta última creía en los tesoros
como
gente de su tiempo. Había nacido, en febril
de
las
era alcalde.
tío
Padre Hidalgo entró a
te, ella le
la
del
Cuando
ciudad solemnemen-
contemplaba, según nos contó muchas
veces, «pegada a la capa de su tío
Más
la
época
luchas por nuestra independencia,
en La Barca, donde su el
toda
la
tarde,
mucho más
emperador
el
alcalde.»
tarde, asistió a la jura
Iturbide, y recordaba las luchas
36
Completas
Obras
del pueblo por recoger las
buenas onzas de oro
y de plata que, para solemnizar
acontecimien-
el
se le arrojaban en grandes y cinceladas ban-
to,
dejas. In illo tempore, los entierros eran cosa
común
y corriente. Los españoles, perseguidos o no, reputaban lenciosa,
como
el
mejor escondite
que sabe guardar todos
No pasaba año
sin
la
tierra si-
los secretos...
que se cuchicheara de esta o
de aquella familia de
la
ciudad, que había en-
contrado un herrumbroso cofre repleto de onzas.
Y
daban
se
La
que se
ce, el bien
Cuando dado ta,
detalles peregrinos:
defiende celosamente, a lo que pare-
tierra
la
le
ha confiado.
barreta empieza a removerla,
justo en el sitio
donde yace
el
oro o
si
ha
la pla-
óyese un estruendo, como de paladines ar-
mados de todas armas que
libran
descomunal
batalla.
Chocan
las filosas
espadas contra
corazas, óyense confusas voces que
panto en
el
las
el
bren
corazón blindado contra
el
es-
ánimo.
Los buscadores vacilan, tiemblan, y nen
firmes
ponen
hoyo y se
alejan.
S7
el
si
no
tie-
pánico, recu-
N Si continúan, invariablemente, a cierta profun-
didad, topan con un esqueleto.
Cuando aparece
el esqueleto,
el
tesoro está
cerca. Ello se explica.
Quien enterraba su al
oro,
excavador del pozo, a
mataba
fin
casi
siempre
de que no contara
del escondite. Nuestros abuelos sólo tenían fe
en
el silencio
A
de los muertos.
veces, estos muertos eran dos: según
magnitud del hoyo
Por
fin,
el cofre...
y,
la
por ende, del entierro.
a unos cuantos pies
más
abajo, estaba
que generalmente costaba un trabajo
endemoniado
abrir
y que pesaba horriblemente.
¡a
Existían dos hallar
procedimientos infalibles para
un tesoro.
abuela a maravilla:
Donde
Y el
esto también lo sabía mi
primero, hablar
al
muerto.
había un tesoro, había un alma en
pena. Ello era elemental.
No
se ha sabido aún de fantasma ninguno
que se resigne a dejar ignorado un
En
las
entierro.
noches enlunadas, rondan alrededor
del sitio en
que se ennegrecen lentamente 38
los
.
Obras
C
viejos pesos de a llentas
con
ocho
tiene el
mente
p
e
a
t
Don
rey
t
Carlos IV.
tales apariciones,
alma en su armario, al
l
reales y las onzas amari-
la efigie del
Hay que aprovechar
m
o
dirigirse
fantasma y hacerle
y
si
uno
derecha-
consabida pre-
la
gunta:
— De parte de Dios te pido
que me digas
si
eres de esta vida o de la otra.
A
lo
que generalmente,
mos que
interfecto (imagina-
el
se trata del espíritu del excavador ase-
sinado) responde:
—Soy
de
la otra.
Esto basta para
«
romper
el hielo»
El muerto entra en palique
explica bien
dónde
con vosotros, y os
está el dinero y
cómo habrá
de procederse para sacarlo. Después, cumplida su misión, desaparece.
Pero no se va, no
lo creáis: se
do en no sé qué pliegue de ver se
si
dais por fin
con
hasta que tos
allí,
el
humanos
queda acechansombra, a
el tesoro. Si
marcha resueltamente a
permanece
la
la
dais
fin
con
de él,
eternidad. Si no,
retenido por invisible grillete
cofre sea desenterrado y a los resse dé cristiana sepultura.
a 39
N El
segundo procedimiento es
mágicas; a
en virtud de que
se,
el
de
las varitas
mi abuela que se recurrie-
sugirió
él
el
caballero de casacón y
peluca se limitó a una aparición en sueños.
Desgraciadamente, mi padre no creía en
Había nacido en
varitas.
la
diez y nueve ,
la
ori-
abundancia de óxidos de calcio en
organismo.
Lentamente
se
inicia,
lentamente avanza...
hasta fosilizamos en vida, hasta convertirnos,
como
si
dijéramos, en piedra. El cerebro y
el
co-
razón escapan largo tiempo. Ya los pies, las piernas, los brazos, los intestinos mismos, están
más o menos
osificados. Sólo el corazón y el
cerebro siguen latiendo dentro de aquella estatua,
que
ve,
que
oye... ique se
da cuenta!
La rara enfermedad no es dolorosa. En Alemania, un hombre fué atacado por
meses antes de morir, yació en hospital. 46
ella,
el
y muchos
lecho de un
Completas
Obras
Lo peregrino de su caso hacía que acudiesen a verle innumerables personas. Él, siempre de
excelente humor, conversaba con todas.
Era una especie de escultura del dor; pero
no
Comenda-
trágica, sino afable y hasta inge-
niosa.
En
cierta ocasión, a
una princesa que
le
visi-
taba, díjoler
— Me
estoy erigiendo yo
mismo mi
estatua,
en vida. Al iniciársele rió;
todo en
trificado,
él
menos
sonrió hasta
el
mu-
osificación del corazón,
la
era ya rígido y estaba
como
pe-
boca. La estatua sonreía...
la
último
instante.
No
le
dolía
nada, es claro. ¡Cada miembro habia adquirido la
insensibilidad y
la
perdurabilidad del mármol!
a Esta enfermedad es, sin embargo, inocente se
la
compara con
otra
los cabellos, en virtud trición,
si
que voy a describiros:
de ciertos vicios de nu-
de no sé qué asimilaciones espantosas,
se van hinchando y encarnando, hasta que son
como hebras de
nervios y de carne,
dices tentaculares. 47
como apén-
N Vuestra cabeza se convierte entonces en una
cabeza de medusa, y cada cabello,
de
si tiráis
él
siquiera, sangra
si lo cortáis,
y os duele horri-
blemente.
Los griegos, que, en suma, no fantasearon tanto
como
se cree, sino que hacían de sus mi-
tos simples representaciones de seres, fuerzas y
cosas existentes, a sabiendas de esta enfermedad
imaginaron su Gorgona castigada por Minerva. Las culebras que se retuercen airadas en
la
cabeza de Medusa, y que petrificaban de espanto al enemigo, no eran más que la exageración
de un hecho. Pero yo he sabido o he soñado de una enfer-
medad todavía más terrible que las descritas. ¡Imaginaos un hombre a quien le duele pensar,
a quien cada pensamiento, cada cerebra-
ción, le
produce una tortura
física!
Mis menguados conocimientos me impedirían describiros técnicamente esta enfermedad; mi
patología es harto rudimentaria. Pero, en
suponed que hay en una
el
fin,
cerebro de este hombre
irritabilidad extraña,
y que merced a
ella,
cada célula sufre al «elaborar» el pensamiento.
Digo
*
elaborar»,
no porque sea yo 48
materialista
Completas
Obras
precisamente, sino porque no encuentro un ver-
bo más adecuado.
El cerebro, para mí, es
un
instrumento de aquello misterioso y casi divino
que hay en nosotros; pero aquí, en
el
caso que
analizamos, ese instrumento adolece de una hiperestesia cirse,
tal,
que cada pensamiento,
como un
«pincha»
Si el
paciente fuese un
politicastro militante
man*, claro que
la
al
produ-
alfilerazo.
mozo de
cordel,
un
o un «distinguido sports-
enfermedad no tendría gran
importancia. Habiendo para
raras ocasiones
él
de pensar, los dolores que sufriese no valdrían la
pena de tomarse en cuenta.
Pero aquí pasa
lo contrario: el
hombre
al
cual
nos referimos piensa mucho, piensa con exceso,
y en virtud de
esta frecuencia y
de esta intensi-
dad del pensamiento, se ha desarrollado en
él la
dolencia.
Así
como
del
mucho
mirar se
irrita
la
pupila
hasta hacérsele insoportable la
menor
a este hombre del
se le ha adolo-
mucho pensar
luz, así
rido la sustancia gris. 49
Tomo
IX
4
Amado Vive en un so
grito,
Ñervo
en un incesante y angustio-
grito...
Los médicos
lo narcotizan
sin cesar; pero en
a
fin
de que duerma
cuanto despierta, aunque sea
por breves momentos, comienza a lamentarse.
Cada pensamiento
arranca un
le
cada idea «como brota
según
la
espina de
¡ay!;
brota
la planta>,
expresión del poeta.
Antes de que
gado
la
al actual
la
inaudita dolencia hubiese
lle-
período agudo, nuestro hombre,
nuestro mártir, deberíamos decir, experimentaba sólo, al pensar,
una vaga y confusa molestia;
pero en cierta ocasión bebió inmoderadamente café,
y
la
actividad cerebral que
produjo fué intolerable.
Tuvo
tal
bebida
le
insomnios, y du-
rante ellos su tormento indecible le arrancaba alaridos. ...
Ahora duerme, aniquilado por
los anestési-
cos; pero en cuanto se filtra por su cerebro rayito
un
de pensamiento, se escucha un gemido,
un gemido lastimero que parte
el alma...
H ¿Existe esta enfermedad? ¿La he soñado o la
he presentido? Fuerza es responder con un ¡quién sabel 50
VI
LAS NUBES A
Francisco A. de Icaza
(J n
día llegará para la tierra, dentro de
muchos
años, dentro de
siglos,
muchos
en que ya no
habrá nubes. Esas apariciones blancas o grises, inconsistentes y fantasmagóricas,
que se sonrosan con
alba y se doran a fuego con
el
el
crepúsculo, no
más, incansables peregrinas, bogarán por los aires.
Los grandes océanos palpitantes, que hoy
ci-
ñen y arrullan o azotan a los continentes, se habrán reducido a mezquinos mediterráneos, y en sus cuencas enormes, que semejarán espantosas cicatrices,
morará
el
hombre
entre híbridas fau-
nas y floras.
Debido a incesantes las
honduras de
filtraciones,
la tierra,
53
el
agua en
amalgamada con
otras
Amado
Ñervo
substancias, tendrá otras propiedades y se
lla-
mará de otro modo. El sol, padre de la vida, llegado a
un
ciclo
más avanzado de su evolución, alumbrará y calentará menos. Su luz, que en épocas prehistóricas
pasó del blanco
ya del amarillo
al amarillo,
habrá pasado
como Antarés y Alde-
al rojo,
barán.
Por efecto del menor calor y del menor caudal de las aguas, la evaporación habrá de ser
muy menos
considerable que ahora, y una gran
sequedad reinará en
atmósfera.
la
¡Ni nubes, ni lluvias!
El cielo, de
un incontaminado
bará serenamente sobre
Por
las
mañanas, un leve
anunciará
la
tinte rojo,
aurora; por las tardes,
miento brusco de
No más
azul, se
com-
la tierra.
la luz presidirá
a
en
el orto,
un decrecilas tinieblas.
volcanes ignívomos, no más prodi-
giosas cordilleras de oro, no
más inmensos aba-
nicos de fuego con varillajes nacarados, no
más
piélagos de llamas, no
más entonaciones malva,
lila
y heliotropo, entre
las cuales brille la estre-
lla
de
la tarde.
Los poetas experimentarían una suprema 54
tris-
Completas
Obras íeza;
pero ya no existirán los poetas. El último
muchos
se habrá extinguido hará
siglos.
B La humanidad de entonces, sabrá empero, porque se
lo
han enseñado, que hubo aguaceros
y tormentas sobre
que hubo
la tierra,
ictiosaurios
como hoy sabemos que
y plesiosaurios; sabrá
masas de vapores, fingiendo monstruos de plomizo
vientre,
rodaban amenazantes, preñadas
de electricidad, y que ya fecundaban la tierra con el jugo vital de su seno, ya la inundaban y desolaban.
Sabrá que en algunos climas, días y hasta meses enteros,
un velo
impedía
gris
que había metrópolis donde casi
el
la vista del sol;
azul del cielo era
un milagro.
Sabrá estas cosas, y acaso también, por descripciones literarias y por los lienzos, raros,
las
muy
que hayan podido conservarse, tendrá una
idea de lo que eran las nubes.
Cosa portentosa debían de las transfiguraciones de la
ya que encantaron
las
ser,
sobre todo en
aurora y del crepúsculo,
meditaciones de los 55
artis-
Amado tas
Ñervo
y de los sabios, y extendieron su telón de
magia y de ensueño sobre
el idilio
de los aman-
ya que crearon todo un género pictórico y todo un género literario. Cosa maravillosa detes;
bieron
de
amando
ni
ser,
a
cuando había hombres que, no
la patria ni
a
la gloria,
como aquel
extranjero de Baudelaire, podían exclamar sin
embargo:
— «J'aime les nuages, les nuages qui passent, lá-bas. les merveilleux nuages...»
Cosa imponente debieron de
a
la
humanidad sobre
Cosa debieron de tiva,
cuando
humana pasa
Y ces,
los
ser
Hombre amenazaba con
Hijo del
el
cuando
nubes del cielo-
las
ser por todo extremo fugi-
idumeo Job afirmaba que
ligera
como
ellas...
la
vida
sicut nubes.
hombres de entonces, pensativos a ve-
querrán evocar
un cúmulo, de un
la
imagen de un
cirro,
estrato,
y no
lo lograrán.
a 56
de
de un nimbo; querrán
figurarse la gracia alada e imprecisa de je..:
el
venir a juzgar
un
cela-
O
Completas
b Sin embargo,
muy de tarde en tarde, casi de como ahora vienen esos enig-
siglo en siglo, tal
máticos viajeros del éter que arrastrrn cauda
como el
los viejos reyes, aparecerá en el tenue azul
prodigio de una nubécula.
Será más leve que
A
través de ella,
el
alma de una pluma.
como
a través de la tenuidad
gaseosa de los cometas, podrán mirarse hasta las
pequeñitas
Leve,
estrellas.
ágil, ideal,
nacarada, incomparable, ver-
dadera visión de ensueño, cruzará por
Todos
los
el
aire.
hombres saldrán entonces de sus
casas para contemplarla. Extáticos permanecerán mirándola y remirándola... y las ondas hert-
zianas llevarán este mensaje por
el
haz de
la
tierra.
«Hoy, en
tal
región, en tal instante, ha apare-
cido una nube. ¡Una blanca y maravillosa nube!>
57
VII
LA PRISIÓN A LA ORILLA DEL
MAR
A ANTONIO DE ZAYAS
En
San Sebastián hay una
cárcel a la orilla
del mar.
En otros muchos puertos he
visto
grandes
prisiones a la orilla del mar.
Parece
como que una
mar debiera
prisión a la orilla del
ser la mejor de las prisiones. Pero,
bien considerado, es
la
más
cruel.
Imaginaos una torre sobre una roca, a lla
los
del mar.
En esa
que vemos en
torre
la ori-
hay un prisionero, como
ciertas
decoraciones de ópera
romántica. Sólo que aquí no es tenor ni canta
con acompañamiento de orquesta. 61
Amado ...
A menos
rumorar de fingen
el
Ñervo
que forme
las olas,
la
que
orquesta
el
perenne
romper en
al
la
roca
ruido de un gran manto de seda que se
desgarra.
En
el
calabozo de este hombre hay una ven-
tana, sólidamente enrejada, el
desde
la
cual se ve
océano. El prisionero
¿qué otra cosa ha de hacer sino
mirar?
Mira, pues, mira siempre, mira sin hartarse, aquella cambiante movilidad de las olas, a quie-
nes las varias luces del día visten mejor que están vestidas las emperatrices.
Mira
sin cesar el prisionero;
y a fuerza de
mirar y remirar, en sus ojos hay algo del océano. El color de sus pupilas es el color
mismo
del mar.
En
esas pupilas siempre abiertas se copia el
eterno paisaje. Si
un alma piadosa se asomase a esas pupilas,
vería en ellas vuelos de gaviotas y desfiles de
naves;
espuma de
olas, abajo;
espuma de nubes,
arriba.
¿Concebís vosotros ahora prisionero? 62
la
angustia de este
I
Completas
Obras
Nada hay que evoque más imperiosamente idea de la libertad que ¡El la
mar
es libre! ¡El
conclusión a que
el
mar
el
la
mar. es de todos!
mismo derecho
He
aquí
interna-
cional público llegó después de aquella ruda
lucha entre los juristas holandeses y los ingleses,
que en su orgullo querían enseñorearse de
las olas. ¡El
mar es
libre! ¡El
mar
es nuestro! ¡Es de to-
dos nosotros! El prisionero
que desde una ventana de su
celda contempla un paisaje terrestre no puede sentir estas angustias
de libertad que muerden
las entrañas del otro.
B Lo que
mira: los
muros de
las
casas vecinas,
los predios limitados, las tierras de labranza di-
vididas, las
toda
montañas que cierran
ello le circunscribe el
giere ideas
el
horizonte,
pensamiento,
le
su-
de frontera, de confín, de restricción
de derechos ajenos.
Mas
el
ve
el
rre
preso que desde
la ventanilla
de
la to-
mar, y encima el espacio, tiene que
sentir el vértigo
de
la libertad
63
y del
infinito.
N A
sus pies se extiende ese gran camino que
lleva a todas partes...
En
el
pedazo de
cielo
que abarcan sus
lanzando gritos salvajes, revuelan
ojos,
las gaviotas:
¡Las gaviotas, cuyas poderosas alas
nunca se
fatigan de seguir a los barcos; las gaviotas, ami-
gas de las tormentas;
de
las gaviotas, otro
símbolo
la libertad!
Más
arriba, pasan,
grises, las
nubes
como fantasmas blancos
libres, las
o
nubes que nunca se
detienen, las incurables errantes; y abajo, sobre el
moaré de
las
se hinchan al viento las
olas,
velas de lona.
¡También
Por
la
ellas se van!
noche, los ojos insomnes distinguen
una viva sucesión de puntos
entre las tinieblas
luminosos, intervalados de sombra; parecen un
gran gusano de luz que camina...
Es un
trasatlántico
que se marcha.
Cada uno de esos puntos luminosos marote, en
el
que
leen, piensan,
ñan, seres que parten
muy
lejos,
de lejanas riberas,
un ca-
a grandes ciu-
dades cuyos palacios se reflejan sobre
y mujeres que
es
conversan o sue-
el
cristal
donde hay músicas, y
fiestas,
pasan...
64
Completas
Obras Y cuando cen
ni
en
la
soledad del ponto no apare-
vapores, ni velas, ni gaviotas ni nubes,
los dilatados ojos del prisionero verán la onda, la
onda incansable que, impulsada por
la dis-
tante influencia del sol y de la luna, va y viene
de playa en playa, de roca en roca, siempre siempre sonora, siempre errante, y siempre
ágil,
libre.
Y bría
pienso en estas cosas
y pesada, a
la
orilla
al
ver la cárcel
som-
del mar... jY pienso
también que mi alma es como ese prisionero
que está encerrado en una del mar!
69
Tomo
IX
torre,
a
la
orilla
VIII
AL VOLVER ALGUIEN HA ENTRADO Para Miguel de Unamuno
Hace en que
meses que, en una cálida mañana
tres
ciudad parecía incendiarse a los rayos
la
del sol, cerré estas habitaciones familiares, puse las llaves
en un rincón de mi gran maleta de
y me marché. Todo quedó como
viaje,
día siguiente.
si
me
fuese para tornar
Sobre mi mesa de trabajo,
bros y papeles en
el
los
al li-
habitual desorden y, presi-
diéndolos, la cabecita bizantina de marfil, enve-
nada de
finas
hendeduras negras, reliquia de los
siglos; la cabecita bizantina
de malfil que sonríe
apenas, con una sonrisa amparadora de
enigmas. El
más de
artífice
mil años.
que
la
muchos
labró ha muerto hace
No queda ya
ni el
recuerdo de
sus cenizas.
Cuando
esa cabecita surgió, blanca y pura, a 60
H la
vida silenciosa y casi eterna de las estatuas,
Cario
Magno aún no
estaban en Cid...
la
aparecía en
mente de Dios
¿A quiénes ha
los
la historia,
y abuelos del
pertenecido? ¿Por cuántas
manos ha pasado? Aquí adorada como una gen, allá guardada finada en
como un
la vitrina
vir-
amuleto, acullá con-
del anticuario.
¡Cuántas cosas habrá visto, con sus ojos obscuros, a medias abiertos y perpetuamente in-
móviles!
La excepcional blancura, ligeramente amarilenta del marfil, dice asaz
amada, que
ni
que siempre ha sido
ha sufrido intemperies
ni
ha pa-
decido abandofios.
Cuando yo haya pasado,
«sicut nubes, quasi
naves, velut umbra»; cuando
mi vida se haya perdido en
el
relámpago de
las grises
vagueda-
des de los horizontes sin fronteras, esta cabecita
de marfil seguirá subsistiendo indefinidamente, sin vida
y
sin alma,
comprender
el
y acaso
dirá,
a los que saben
dulce y discreto lenguaje de las
cosas, algo de mis invencibles tristezas y de mis inútiles ansiedades.
¿A qué manos
irá
a parar mi bibelot predilec-
to? ¡Plegué a Dios que sean 70
manos piadosas
Completas
Obras como
Pero de todas suertes y a me-
las mías!
nos de una catástrofe, su elástico y resistente atravesará
marfil
los siglos
futuros
como ha
atravesado más de un milenario, y verá develarse
muchos enigmas,
aclararse
muchos
ar-
canos!
Las razas irán amasando ante las tal
lágrimas del
substancia radiante
que edificarán
ella
el
lodo y
mundo, convertidos en inmor-
— cere
perennius— con
las divinas arquitecturas del
por-
venir.
Mientras yo
me
llevaré a la tierra mis curiosi-
dades jamás satisfechas y mis anhelos de ideal jamás saciados, mientras yo dormiré mi perenne
sueño
sin ensueños, ella continuará
rada sin
luz,
contemplándolo
con su mi-
todo... ¡todo lo
que
no me fué dado contemplar! ¿Por qué de dar a
la
el
hombre que es creador, que pue-
materia, con sus
manos expertas de
sabio o de artista, !a inmortalidad,
impedir que sea tan furtivo su
no logra
paso por
la
tierra?
Hace
tres
meses que, en una cálida mañana 71
Amado en que
Ñervo
ciudad parecía incendiarse a los rayos
la
del sol, cerré estas habitaciones familiares, puse
en un rincón de mi gran maleta de
las llaves viaje,
y
me marché.
Quedaron en
la
blanca «étagére» los retratos
predilectos.
Y muchas solitarios
veces, durante mis largos paseos
por
montañas, a
las
me he preguntado con
la orilla del
cierta angustia
mar,
qué harán
esos retratos, esos retratos amados, en
la
obscu-
ridad de la estancia.
¿Se resignarán
los rostros,
en los cuales debe
haber algunos destellos de vida, a permanecer allí,
con
los ojos
adivinando sólo
siempre abiertos en
la
sombra,
exterior por las líneas de
el .día
oro de las rendijas?
¿O
bien, desprendiéndose silenciosamente de
la superficie
muro de
en que los
fijó el sortilegio
del bro-
plata, saldrán a fuera a vivir entre las
oleadas de luz o de sombra,
la
vida de los fan-
tasmas?
Y
mis
libros,
¿nadie los habrá abierto ni ho-
jeado? ¿Ningunos ojos de ultratumba se habrán
posado en
ellos?
¿Por ventura, cuando marché, 72
la
leve plega-
Completas
Obras
dera de marfil no señalaba
el fin
de este ca-
pítulo?
Me
muy
acuerdo
bien de haberla puesto
una hora antes de que
me
a
coche viniese a
el
allí,
llevar-
la estación.
¿Cómo, pues, señala ahora una página mas lejana? ¿quién ha leído durante mi ausencia, en
¿qué ojos siguieron por
esta inviolada estancia?
muchas lectura,
horas, por
encima de mi hombro, mi
y cautivados por
ella la
han continuado
durante mi ausencia?
Porque yo siento que hay ojos
invisibles
que
por encima de mi hombro leen cuando yo leo;
yo sé de ojos que miran
lo
que yo escribo, que
en este instante mismo están mirando lo que escribo, y que, sin
que se cerraron a
embargo, hace mucho tiempo la vida...
Casi afirmaría también que mi bien sillón, al cual
está
donde
amado
debo tantas horas de reposo, no
lo
dejé.
Lo han llevado hacia
la
ventana.
En verdad os digo que
hay, en una habitación
cerrada adonde no ha entrado
nadie,
muchas
cosas que «no comprende nuestra filosofías
B 73
Amado Hace que
la
tres
Ñervo
meses que, en una cálida mañana en
ciudad parecía incendiarse a los rayos
del sol, cerré estas habitaciones fumiliares, puse las llaves viaje,
y
en un rincón de mi gran maleta de
me
marché.
Vuelvo ahora con
las
primeras graves melan-
colías del otoño, y advirtiendo
que durante mi
ausencia ha entrado en mi habitación rio,
a
la
que
pregunto en vano a los
cabeza de ellos
marfil, al sillón
saben >; pero que no
74
el
Miste-
retratos, a los libros,
me
mismo,
«¿Querrás
ser,
por ventura, ministro de Ins-
trucción pública, para aumentar
el
sueldo a tus
colegas del futuro?»
— Yo —dijo Leandro—ya he pensado muy seriamente este capítulo. Encarnaré,
músico generoso!, en llonario, pero
dad
que
el
como
tú, ¡oh,
cuerpo de un bebé mi-
esté destinado, por su capaci-
cerebral, a la tontera crónica. Creedlo:
mayor bien de tan necio
«Los
este
como
mundo
es ser
un
el
rico necio,
rico.
ricos inteligentes y buenos,
más
que gozan, porque no pueden hacer todo
sufren el
bien
que anhelan. Los ricos tontos son los verdaderos bienaventurados. Siendo archimillonario y architonto, lo seréis todo. Los sabios os harán
pasar por sabio; los
artistas,
por
artista.
Se os
atribuirán todas las cualidades, y vosotros creeréis
firmemente poseerlas. Os sonreirán todas
las
mujeres, y vuestra necedad os sugerirá que to-
das os aman.
Como
sois incapaces de iniciativa 92
Obras
Completas
y de pensamiento, otros trabajarán y pensarán por vosotros, pero atribuyéndoos toda
la gloria,
y moriréis abrumados de elogios y de bendiciones a una avanzada edad.
—Bueno; pero ¿qué virtudes adquirirás en así, Leandro? ¿Qué faceta de tu dia-
una vida
mante
espiritual pulirás?
—Ninguna— respondió Leandro—; en cambio, gracias a mi necedad, los que me rodeen, que serán muchos, ejercitarán
la
paciencia. Y,
además, os diré que esta próxima vida que desde ahora
me he
decretado, es de asueto, de recreo,
de vacaciones: quiero en echar una cana al
aire...
tante en la actual; y así
ella
no avanzar, sino
He adelantado ya bascomo en la milicia el
tiempo de campaña suele contar doble,
así
vida de maestro de escuela vale por dos...
una
XI
EL PATIO Para mi hermano Rodolfo
j
llllllglí
¿sr>
£n
Guipúzcoa
un gran
las casas tienen
patio, al cual
convergen
un patio común, las habitaciones
todas de una manzana o bloque.
Merced a
él,
muchas categorías
codean. Si vais por ferencia
la calle, veréis la
que hay entre
los
sociales se
enorme
di-
ornamentados balco-
nes de un entresuelo y los elementales barandalillos
de hierro de un quinto
piso; entre
las col-
gaduras de damasco de un principal y los
de lienzo de una buharda. Pero
llos
máis
al
patio,
las diferencias
al
gran patio,
al
si
visi-
os aso-
luminoso
patio,
son mucho menos sensibles: no
hay sino anchos muros agujereados, rectangularmente y en monótonas líneas, por
las
ven-
tanas.
Y
estas ventanas
son todas iguales, o casi
iguales. 97
Tomo
IX
7
Amado
N
v
r
€
Las categorías se marcan más bien por
o
las di-
ferentes alturas. •
Los pobres están siempre
arriba,
en comunión
de aspiraciones con los tejados y con los gatos.
Los
ricos siempre abajo,
ella asidos,
todo
el
ella
la tierra,
a
enamorados, exprimiéndole
jugo de que es capaz, pensando con po-
sesivos:
«mi
de
pegados a
«mi casa>, «mi quinta*, «mi cortijo»,
villa»
y «mi automóvil», que
liga
todos es-
tos «mis» con una vertiginosa cadena invisible.
B Por
la
noche, los muros blancos se puntean
de luces. El gran patio está obscuro, y así
como en
la
mañana todas
aquellas ventanas convergían a
una misma
hoy convergen a una misma som-
luz,
como muchas vidas a un mismo dolor. En la vasta área del patio van proyectándose
bra,
los rectángulos
luminosos por los cuales pasan
siluetas diversas.
En
el relativo silencio, la
diversidad de rumo-
res se desmadeja, se precisa;
pleta
imagen de
la
y entonces
la
com-
existencia está en algunos
metros cuadrados. 98
Completas
Obras
Asomaos a un balcón y maseis a
Todas
la
será
como
si
os aso-
vida.
edades, todos los trabajos, todas las
las
locuras están
allí.
Vosotros veis escenas que no es dado ver a los
en
ellas
directamente interesados.
Veis, dentro del rectángulo de al viejo
de
la
que dormita, mientras en
una ventana, el
rectángulo
inmediata, su mujer, jamona capitosa, co-
quetea con
primo que está de
el
Veis a los lacayos
reir
visita.
de los amos, que ma-
jestuosamente comen, separados de ellos por un
muro que para vosotros no
existe.
Oís fragmentos de conversaciones que voltejean en
el aire.
Y, a veces, a una ventana solitaria silueta
¡Oh
las
noche a ¡Oh
asoma
mujeres jóvenes que asoman por
las
las
ventanas
las
ventanas
la
solitarias!
¡Oh mis lejanos veinte años, clavados en
como
la
solitarias!
mujeres jóvenes que interrogan a
noche desde
acera,
la
de una mujer joven.
la
veinte espías llenos de zozobra y
de amor, frente a una ventana 6)
99
solitaria!
N A con
lo lejos, el el
mar
enrolla y desenrolla sus olas
mismo rumor apagado de hace un
de hace veinte
siglos,
siglo,
de hace centenares de
siglos.
Y de
lamiendo
las
playas de la ciudad luminosa,
ciudad culta y
la
festiva,
de
ciudad de
la
placer, él continúa siendo salvaje.
¿No
habéis notado que
el
mar
es el único que,
en esta perenne transformación de
las
cosas»
conserva su sello de virginidad primordial? El
hombre
biado
la
faz
lo
ha modificado todo, ha cam-
de
la tierra.
La ha desensilvecido
para levantar, en vez de sus bosques milenarios,
ciudades maravillosas; ha cultivado los campos, los
ha dividido en heredades, los ha medido y Ya no podéis ir a ninguna parte con
clasificado. la
esperanza de encontrar
la
creación.
las huellas
Los propios astros
de Dios en misteriosos,
eclipsados por los focos eléctricos, opacados
por
el
cielo,
humo de apenas
si
las
chimeneas que ensucian
el
con débil parpadeo aciertan a
hacer signos de luz a vuestro espíritu. Si pretendéis escuchar la voz sonora y potente de las cas-
cadas que cantaban en
la
noche, no lo lograréis
tampoco. El hombre se ha apoderado de toda 100
O la
Completas
b fuerza de
Ya no
mover sus
catarata para
la
fábricas.
desfleca el río cristalino su diáfano
cau-
dal irisado...
Pero no os desconsoléis, vosotros los que anen
siáis fortificaros
regazo de
el
la
naturaleza,
vosotros los que deseáis acercaros a su alma
enorme y divinamente hospitalaria id hacia el mar incólume. A él no ha logrado imponerle su :
sello el
hombre.
La montaña y
el valle
mar no
lado; el
la
y
guaba continentes en
cascada han capitu-
Es
capitula.
planeta, caliente y envuelto res, parecía
el
mismo que
principio,
el
pender aún de
fra-
cuando
el
en densos vapola
nebulosa gene-
radora.
En vano
la
osadía de
Jamás dejará una cerá mientras triturará
al
o inquietas. él
la ola. la
me-
plazca, y luego la tragará y la
mar, espíritus ¡El
mar no
libres,
almas fuertes
tiene dueñol Es nuestro,
sólo puede darnos aún en el planeta
vasta, la
que
hiende
La onda móvil
en su seno.
Venid
y
le
la quilla
huella.
la
la
poderosa impresión cósmica, genésica,
pobre
tierra
esclavizada no acierta ya a
producir. 101
N
A
Y
pienso en estas cosas mientras
patio, al patio
me asomo
al
ensombrecido, adonde convergen
muchas ventanas, como convergen muchas das a un mismo dolor.
102
vi-
XII
EL FANTASMA Para Balbino Dávalos
t,L Desierto de los Leones es uno de los
más hermosos de
la
República Mexicana.
Imaginaos, limitando
el
sitios -•
-
admirable valle de
México, un monte ensilvecido a maravilla de pinos y cedros, arado por profundos barrancos, en cuyo fondo se retuercen
diáfanas
linfas,
gomas; y en una de sus eminencias, que forma amplia me-
oliente todo a virginidad, a frescura, a
seta, las ruinas
de
de un convento de franciscanos,
que se alzaron después de
los primeros
la
conquista.
Un
poderoso aliento de misterio invade
penumbras perennes de parece
como que
gía han dejado
la
allí
oración,
las
sonoros pinares, y
los
el
ayuno y
su contagio de
la
teolo-
tristeza,
de
austeridad y de silencio.
Ahora que
los ferrocarriles
105
y los tranvías eléc-
N trieos
hacen tan
poli hacia los
dos amenos del lado de todo las
fácil la
escapada de
la
metró-
innumerables pueblecillos y recoaquel
valle,
tráfico;
y
como
ásperas derivaciones de
sitio
continúa ais-
es fuerza subir por la
montaña
al
tardo
antojo del mulo o del caballo, pocos son los turistas
que intentan
la
aventura, y casi puede
uno
prometerse, allá arriba, inalterable paz.
a Al Desierto de los Leones fué, hace algunos
años y aprovechando
mana
Santa,
el
el
ocio forzado de una Se-
eminente don Justo Sierra,
acompañaban Jesús Contreras, escultor
el
al
que
bienamado
que en París dejó un brazo y tantos en-
sueños; Jesús Urueta,
un grupo de poetas
el
orador incomparable, y
predilectos, entre los cuales,
Luis Urbina, Jesús E. Valenzuela y otro tan exquisito y alto
como
ellos, el
más
culto quizá, el
de percepción más aristocrática y fina de los poetas nuevos de México, pero cuyo nombre no
pronunciaré por tratarse del personaje principal
de esta aventura. Sólo
sí le
llamaré Sabino, 106
como
aquel com-
Completas
Obras
pañero de fray Luis, que con
Nombres de
dado a estudios
él
departe en los
que era y es muy
Cristo; y diré
espiritualistas,
y que, sabio en
teosofía y en otros altos esoterismos, ha busca-
do con verdadera ansia
la
clave de los enigmas
que nos rodean, y ha perseguido través del día y de
el
fantasma a
noche.
la
La Semana Santa había llegado tempranamente
y
el
invierno estaba todavía en las cimas.
cuanto cayó
la tarde, el frío
intensidad. Los excursionistas encendieron
gran fuego, y mientras
agrupáronse en torno de flejo
preparaban
les
la
la
la
un
comida,
vivaz hoguera,
de cuyas llamaradas temblaba en
obscuro de
En
se dejó sentir con
el
el re-
fondo
arboleda.
Naturalmente, se refirieron historias de aparecidos.
Había para
ello la
complicidad del silen-
cio y la complicidad de la luna. tribuía al conjuro
ensangrentaba
La hoguera con-
con su fantástica nota roja que
los
rostros
atentos
y pensa-
tivos.
Cuanto mayor era
el influjo
107
de
lo
desconocí -
Amado do y más
Ñervo lo invisible,
uno
de los del grupo exclamó dirigiéndose a
Don
visible
el
temblor de
Justo Sierra:
—Señor:
entre los árboles, hay
allá abajo,
una sombra... Volviéronse hacia
el
punto indicado todos los
en efecto, a cien pasos, en una explana-
ojos, y,
da, entre pinos gigantescos, se veía distintamente, al
fulgor de la hoguera y a la luz de la luna,
pasear, lentamente, a
calada y las
de
un
fraile,
capucha amplitud
patente y manifiesta era la aparición, que
ninguno de
los presentes
dudó de
producido por
sólo se oyeron
gustiosas y
como
el
el
el
ella.
El narra-
el
mutismo unáni-
pánico de
lo sobrenatural,
dor suspendió su relato, y en
que,
la la
mangas.
las
Tan
me
con
manos escondidas en
ruido de las respiraciones an-
crepitar loco
ofidios
rojos,
de los sarmientos, se
retorcían
en
la
lumbre.
¿Qué alma vagabunda de hondura de
fraile
volvía de
los siglos a recorrer aquellos
la
que
fueron agrestes escenarios de mortificación, de plegarias y de pensamientos ascéticos?
Los testigos del hecho confiesan que jamás 108
Completas
Obras
sintieron tan de cerca el soplo helado del arcano
y del milagro.
De
pronto,
el
más conmovido
dos, Sabino, lívido
como
las hojas, se
radamente a correr
como
sin
duda de
to-
luna y tembloroso
la
puso en pie y echó desespetras el fantasma.
Éste, al advertir sus movimientos, se esquivó
entre los árboles con
suma
presteza.
Parecióles a todos que se había
como desva-
necido; pero no: a poco volvieron a verle allá,
en un montículo de
más
tierra.
Sabino seguía corriendo hacia
una verdadera caza,— la caza la
al
él, y pronto espectro,— turbó
paz de las hojarascas, que se quebraban cru-
jiendo, y el
sueño de
las
culebras que huían
ondulantes.
Tan
furiosa era la persecución
como
huida. El fantasma parecía deslizarse, fluido,
en confabulación con
el
hábil
como
la
algo
viento y con la
sombra; pero Sabino, lejos de perder terreno,
cada vez más rabioso, prevenía todos los quie-
•bros,
presentía todas las artimañas, y, por 109
fin,
Amado
Ñervo
estrechando distancias, sofocado por ción, tanto
como por
manos nerviosas
sus
la
emo-
asir
con
al fraile fugitivo...
Arriba, en el vivar, los espectadores
pudo
la carrera,
un
grito retembló
cuando
de aquella nunca vista escena
advirtieron el resultado de la persecución; y to-
todos echaron a correr hacia fraile
sitio
el
en que
el
se debatía entre los brazos de Sabino ex-
clamando:
—¡Déjame
ya:
me
haces daño!
El espectro era Urueta que,
de acuerdo con
Contreras, se había disfrazado para dar a aque-
noche un poco del sabor del
lla
misterio... Sabi-
no, colérico, hundióle las uñas en los brazos, y
cuando sus amigos sa,
pasmados ante
lo
exclamó llorando de
—Haber
obligaron a soltar su pre-
le
insólito
ira
de su
actitud, él
y despecho:
corrido rabiosamente toda mi vida
detrás de lo sobrenatural, y ahora que jpor creía tocarlo
me con
Y lla
fin!
con mis propias manos, encontrar-
éste...
su pena, lo más inesperado quizá de aque-
noche de sorpresas, era imponente de noble-
za y de sinceridad.
no
XIII
LA CARTA
f££?i
Yo no
espero, hace
mucho tiempo, una
carta
que
llega.
Día a
día, al venir
de mi
busco so-
oficina, la
bre mi mesa.
Voluminoso es mi correo: hay en
pliegos de
él
todos los continentes, en los cuales ponen su
marca rectangular, de vivos colores,
los sellos
de
todas las naciones. Pero entre esos numerosos pliegos que
me traen
saludos o reproches, aplau-
sos o censuras, solicitudes o dones, no figura
mi
carta: la carta
¿De quién
que yo aguardo.
es esa carta? Quizás de
que hubiera amado y de destino brutal,
la"
que
me
la
mujer
separó un
cuando se buscaban nuestros
ojos con todos sus enigmas, nuestras bocas con
todas sus preguntas y todas sus promesas, nuestros brazos
con todos sus temblores y todos sus
deseos... 113
Tomo IX
8
Amado
Ñervo
Esa mujer, desde alguna
tierra
lejana, piensa
en mí; acaso mi nombre llega alguna vez a su
y un día
retiro...
ansio, la carta
me
escribirá la carta
merced a
finitivamente mi espíritu.
ya no
será;
Oh,
sí,
lo
y
que yo
la cual se orientará
Y lo
que no ha
yo aguardo una
de-
que fué hasta aquí,
sido,
empezará a
carta, breve,
fina, sellada
con lacre malva o
apenas por
el
lila;
ser.
blanca y
perfumada
roce de larga y marfilina
mano
ducal...
Una
carta
que me
dirá lo
que no acertaron a
decirme aquellos labios a quienes
la
fatalidad
muy misterioso que estarán como tejidas
impidió abrirse a tiempo... Algo
y muy hondo; palabras de
sol
y de luna, y entre
las cuales palpitarán
un
amor muy grande y un muy grande ensueño. ¿Cuándo llegará esa carta, Dios mío? ¡Cuántos años han pasado desde que
la es-
pero!
Señor: en mis cabellos ya hay escarcha y en
mi alma cansancio. Mis ojos están fatigados de mirar a lo lejos, buscando barcos de luz, galeras
de oro, entre
las
He sondeado driñado todas
fantasmagorías del poniente. todas las perspectivas, he escu-
las lontananzas,
114
y Ella no aparece.
Completas
Obras Por que,
lejos
que
como
viniera,
yo sabría
las princesas
un lucero en
la
Señor, estoy
de
y clamo a
gos de varios matices, está su precederla debe, la
la
sola que
si
Mi corazón,
pájaro ansioso, entre los plie-
carta, la carta
yo quiero
que
recibir;
cual todas son vanidad y tedio...
¡Señor, haz que la
ti...
como
acercarme a mi mesa... por
fuera de
estampas, tiene
frentetriste
incorregible, salta siempre al
distinguirla, por-
las
me
escriba, antes de
que reine
noche, esa perenne noche en que todo se
desvanece! Porque entonces, aun cuando
gue su abrirla;
carta,
como
como
lle-
estaré inmóvil, ya
no podré
estaré a obscuras, ya
no podré
leerla.
115
XIV
LA ULTIMA DIOSA (CUENTO ABSURDO)
A Alfredo
Vicenti
Las
fuerzas interiores del planeta, en oculta
labor,
con escondidos movimientos, con solapa-
das turbulencias, venían preparando la
la traición,
gran traición. El sol, por su parte, en su eterna caída por el
abismo, en pos de ese hipotético núcleo que acaso
rutila
en
las
masas estelares de Hércules,
había encontrado un formidable enjambre de bólidos que, lloviendo sin cesar sobre su hornaza, así
como sobre
los
mundos de sh sistema
(aunque sobre éstos naturalmente en proporción menor), acabaron por determinar un exceso de actividad espantoso,
que registran
muy
superior al undecenal
los astrónomos.
Entonces se efectuó
el
cataclismo, el inmenso
cataclismo.
Las perturbaciones del ígneo océano central, 119
N produciendo horrible expansión de gases, hincharon en una inmensa extensión
la
corteza del
planeta.
Prodújose con esto una dislocación ciclópea.
La inmutable tendencia
al equilibrio
hizo que a
hinchamientos correspondiesen depresio-
tales
nes enormes, que se manifestaron, naturalmen-
en
te,
las
entrañas de las
Así, pues, a
más ingentes
tierras.
medida que nuevos continentes iban
surguiendo del primordial océano, entre feroces torbellinos de espuma, los antiguos se hundían;
y
el
mar, buscando cauce, en oleada espantosa
se precipitaba sobre ellos,
como una
taza que se
vuelca.
Pronto, en las vastas porciones de tierra don-
de habían florecido y penado las razas, salvo en una parte reducida, ya no se oyó más que vagir a la
ola verde, plañir al
principio.— El
mundo
mar generador como en
el
había sido renovado.
¿Por qué de esta tremenda conflagración es-
capó Si
el
centro del África?
hubiesen quedado algunos sabios para ex-
plicarlo, habríanlo explicado, sin
sas maneras.
Pero ¡no quedaron! 120
duda, de diver-
Completas
Obras
¡No vivió más que uno!
mundo
Del
mundo
antiguo, mejor dicho, del
de ayer, después de los espantosos zarpazos de Plutón y de Neptuno, no subsistía más que
la
región interior del continente africano que se
extiende entre
al norte, la
y
Congo y
el
higo Tanganica al sur,
el
hara
Abisinia y
la
Guinea
el
Sanguebar
el
Sa-
al este,
ai oeste.
Marruecos, Túnez, Argel, Trípoli, Egipto, parte
de Abisinia,
la Cafrería, el
No
se veían
cordillera
Cabo y todo
el li-
habían desaparecido.
toral del oeste,
más que
los espinazos de la vieja
que enmarcaba
el
sur-
continente,
guiendo a trechos del mar, como esqueletos de monstruos ahogados en
las
aguas, aún estreme-
cidas.
Parecía labrar
al planeta, llas
bre
como que
de nuevo
que
al
la
fuerza ciega que iba a
mundo, a
esculpir de
nuevo
había querido borrar todas las hue-
la civilización
blanco logró
paciente y tenaz del
imprimir en
el
hom-
continente
negro.
Y sin
embargo,
sistido por lo
del
allí,
la
vida animada había sub-
menos: fuera de
mundo, nada quedaba de 121
allí,
la
en todo
el
haz
geografía ante-
Amado rior.
Nuevos eran
los mares,
limo de
nuevos eran
los continentes,
y unos y otros desiertos, hasta que
la tierra
No más
Ñervo
arios
tomase a de
de rosa, ojos de azur y
piel
más semitas de
cabellos de aurora; no
el
ser fecundo.
nariz en-
cornada, ojos garzos y rizos castaños; no más
indos pensativos de ojos negros, cabellos lacios
y movimientos de serpiente; no más malayos oblicuos y amarillentos; no más indios rojizos y aguilenos; no
más lapones panzudos y enanos.
Las razas sólo habían dejado, como vestigio, el
«ébano vivo» de algunas selvas
Pero no, ¡no es
Como
cierto!
antes de acribillar
lo,
la
africanas.
si el
tierra
divino
Apo-
con sus flechas
iracundas, hubiese querido conservar una
quia de
la estirpe lírica
que creó a
reli-
los dioses y
a los héroes; que volvió sonoras las divinas Cicladas;
que pobló de leyenda y de
chipiélago y el
paraje
mar Jónico,
más hermoso de
quedaba una dor
el
italiano,
dos como
la
familia
allá,
gloria el Ar-
en un aduar, en
las riberas del
Nianza,
compuesta de un explora-
casado con una griega, rubios miel de las abejas del Himeto. 122
los
Obras Y
tenían una hija, una doncellita de diez y
seis años,
que ostentaba todas
cimas en
las
Completas
las mejillas,
las
blancuras de
todas las hebras de oro
del sol en los cabellos, y en los ojos todo el ver-
de enigma del mar. ¿Concebís, amigos míos, a esta doncella rua esta nueva Anadiomena, surgiendo impo-
bia,
luta, celeste,
única de
la
concha de ébano del
continente maldito, para recordar a los hijos de
Cam de
la
la
antigua gloria de las razas,
prestigio
el
hermosura aria, aquello que fué entusias-
mo
y orgullo del corazón y del pensamiento de
los
hombres, aquello que movió con su santo es-
tímulo,
con su
irresistible
embeleso los cinceles
de Fidias y Cleomeno, que dio sus colores a Tiziano,
que se volvió carne de ensueño en
Desdémonas y Julietas, que constituyó y el sortilegio del mundo? Se llamaba
Y
las
la ufanía
Nausica...
como un crepúsculo de como una ateniense del
su madre, bella aún
otoño, e inteligente
tiempo de Pericles, suavemente
atraíala a su re-
gazo, acariciábala con sus delgadas
manos de
alabastro, y decíale:
—Hija
mía, cuando tus padres hayan muerto, 123
Amado
Ñervo
quedarás tú sola como un grano de oro en negrura del mundo. ¿Qué harás, la flor
esta
por excelencia de
las razas,
humanidad sombría
mansamente a
que
la
la perfecta,
en medio de
acaso
volverá
animalidad? ¿Realizarán por
la
ventura los dioses
tú,
el
milagro de llevarte en un
carro de oro, en asunción gloriosa al Olimpo, a ti,
de quien ya no es digna
tus rizos de luz,
como
los
la tierra,
de
a fin de que
la reina
Berenice,
fulguren en algún rincón de las noches silenciosas.
Y
decía
el
—Fuerza bio
de
como
padre, cuitado y melancólico:
será buscarte
tú,
los dioses.
un esposo blanco y ru-
para que no se extinga
En algún
progenie
la
refugio, en algún reco-
do, en algún escondrijo del continente quedará otro europeo
como
nosotros, y con
él
formarás,
en este océano de palpitante negrura, un magnífico islote
de fulgor, y vuestra estirpe
irá cre-
ciendo en estas riberas, incontaminada, serena, radiante, y poblará al
fin,
con
la
gracia de su
presencia, los nuevos continentes solitarios.
B Pero
al
cataclismo habían precedido en
el
centro del continente, ya epidemias, ya guerras 124
Completas
Obras
y matanzas, que diezmaron primero y extermi-
naron después a los reducidos colonos europeos»
y
hombre rubio no fué hallado jamás. Murió
el
el
explorador y más tarde se extinguió
mosa
griega,
besando a su
hija
contra su corazón un libro: la Riada,
ejemplar de
la
Iliada
que
en
existía
la
her-
y apretando ¡el
el
último
mundo!
Nausica quedó sola.
Se cuenta que los negros la hicieron reina y que de todos los rumbos del continente venían a contemplarla, pareciéndoles ya
como una men-
que hubiese existido nunca una raza capaz
tira
de concebir aquellas carnes de leche y aurora.
Un
poeta negro
la
cantó a su
modo en un
dialecto áspero.
Y un
día, antes
solitaria
lla
de llegar a su plenitud, aque-
y purísima azucena se extinguió,
de sus subditos,
ante
los
como
se apaga un rayo de sol.
ojos sorprendidos
Esta última hija de Apolo murió repitiendo un verso
de Homero, en
la gloria
de una fresca
mañana, acariciada por una brisa suave, que parecía
por
el
la
mar
misma que empujó a azul, la
los argonautas
misma que sopló en
ñas que brotaron de
la
las ca-
metamorfosis pánica. 125
XV EL LAGO ENCANTADO Para el ministro de México en España, Don Juan A. de Béisteoui
M
1
amigo, que
raleza, quizá
me
la
natu-
por contraste, porque su posición lo tienen asaz
y su fortuna llino
ama r apasionadamente
de los salones y
encadenado
al trajín
del gran
al
torbe-
mundo,
dijo el otro día:
—He
descubierto un lago, un lago admirable,
digno del cisne de Lohengrin, un verdadero lago wagneriano. Nadie lo
conoce— este
«nadie»
se refiere naturalmente a los turistas—. Ningu-
nos ojos frivolos lo han contemplado; ra él.
ni siquie-
hay un camino que conduzca directamente a
Ninguna
villa
donde anidan promete
la
los
se yergue en sus márgenes,
gansos salvajes. Si usted
reserva,
si
me
no dice usted una sola
palabra a nuestros amigos, lo llevaré. 129
Tomo IX
9
N Lo prometí, y ayer, después Dejamos las elegantes
partimos.
del almuerzo, callejuelas del
balneario, bordadas de palacetes y de hoteles, y
entramos a carretera
que,
la
gran carretera de París, esa gran
sombreada por árboles hospitalarios
como
todas las de Francia, más parece un
paseo que un camino. El automóvil volaba, y el aire fresco cantaba
en nuestros oídos,— ágil,— su canción alada y volandera.
Llegamos diez minutos después a una ciudad histórica,
cuyo nombre no
confluencia de dos
en uno
como dos
ríos,
diré, situada
en
la
que, a poco, fundidos
vidas amantes, y después de
lamer con mansedumbre las amarillentas landas cubiertas de pinos marítimos, se arrojan al re-
vuelto mar Cantábrico.
Atravesamos esta ciudad
máquina de ciento diez H. paciencia, y volvimos al lo
al
paso, con la gran
P. trepidando de im-
camino
real para dejar-
en seguida por otro que ondulaba entre
la
verdura.
Las casas sembradas aquí y acullá,
las
fermes
y granjas iban haciéndose raras. Pronto ya no
hubo más que
árboles, las susurrantes filas de 130
Obras
Completas
árboles solitarios, un poco amarillecidos por los
asomos
que precede en
del otoño,
jez anual del invierno,
de
la
ellos a esa ve-
más
cual salen
nos siempre y florecidos, mientras
¡ay!
ufa-
nosotros,
que nos reposamos a su sombra, no vemos sino ya para siempre, ya para
eternidad, amarille-
la
cer nuestras frentes rugosas
como
sus crúsíulas
y nevarse nuestros cabellos.
La paz de
De
campos
los
pronto
do poderosamente; te,
era infinita.
gran máquina se detuvo roncan-
la
frente a nosotros, en
un pos-
un rectángulo de madera decía:
«Lago de
I...»
Seguimos un se internaba en
casi imperceptible el
sendero que
bosque, y salió a recibirnos,
sonriente y acogedor, un hombre.
—Buenos dias— nos rrecto, sin
dijo en
castellano co-
acento alguno—. ¡Bien venidos!
Mi amigo
le
explicó que,
enamorado
del lago,
había querido volver, y venía a pedirle de nuevo su barca. El
hombre
cedió hacia
aquel, sonriendo siempre, nos pre-
la orilla.
La vegetación era tan apretada, que yo no la
gran esmeralda del agua hasta 131
el
vi
momento en
Amado que
ondas apacibles bañaban
las
El lago, plio
y
Ñervo
muy alargado, muy
casi
irregular,
mis
pies.
muy am-
bordado de pinos, de cedros,
cristalino,
de encinas, se extendía
y misterioso,
solitario
formando innumerables recodos, que eran otros
donde
tantos remansos
do
ensueño verde de
el
se echaba de
menos a
la linfa
el
y donde sólo
los cisnes místicos,
cuales dijo Wordsworth:
nadan dos:
dormía, reflejan-
los follajes,
«Cuando
el
de los
cisne nada,
cisne y su sombra».
Era de veras un lago pensativo, propicio
Diana y
éxtasis.
las ninfas
al
hubieran podido ba-
ñar en sus ondas las luminosas carnes inmortales, sin
temor alguno de ser sorprendidas.
Con un zueco que
yacía en la ribera, aquel
hombre, alternando con nosotros, empezó a extraer el
agua que cubría
pequeño y
tante
pudimos coger las
frágil;
el
fondo del bote, bas-
y pronto mi amigo y yo
los remos, ansiosos
de bogar por
temblorosas diafanidades.
No
teníamos
prisa, y
negligentemente avanza-
mos, deteniéndonos a cada instante para contemplar
mos
el paisaje.
para «oir»
leza. El
el
Bastaba dejar quietos los resilencio divino de la Natura-
agua pasaba cantando, y del bosque 132
Completas
Obras
venía ese zumbido tenue en que se funden las
conversaciones de todas nes de todas
las
las hojas, las palpitacio-
cañas, los susurros de todos los
vientos.
íbamos oblicuando de ribera a
ribera, a fin
de
ver todos aquellos rincones de misterio, de con-
templar
intensa entonación verde del
la
dormida bajo
Un
soplo furtivo rizaba
tremecerse
A
agua
las frondas. la linfa,
que parecía es-
como una mujer desnuda y
friolenta.
veces, grandes aves acuáticas levantaban el
vuelo, graznando, y extendían luego en majes-
tuosa inmovilidad las enormes alas, señoras del espacio.
Los propietarios de estos bosques son un secretario
de Embajada que reside en Londres, un
marqués que hace todo
el
año vida de hotel
ele-
gante, un industrial que trabaja afanosamente en París.
Vienen unos cuantos días después de
la
aper-
tura de la caza a matar patos silvestres, para lo
cual han disimulado en los boscajes ribereños
dos o
tres
cabanas entretejidas de
Nuestro amigo
el
lianas.
molinero, que estuvo
mucho
tiempo en Cuba y que se ha establecido aquí, 133
Amado
Ñervo
arrendando a uno de los propietarios una parcela de terreno para construir en ella su molino,
con su mujer y su
es,
hijo, el
único morador de
estas riberas.
No hay
botes de petróleo, ni cayucos aguza-
dos, ni velas crepitantes que turben este santo
sueño del
lago. El
agua
refleja
siempre pura
gloria del sol en su amplia faceta
tada en
la
de jade, engas-
esmalte de las riberas.
el
Después de una hora de remo, varamos nuestro bote
en una
ascendemos por tre los
orilla
las
tapizada de gramíneas y
escarpaduras del monte, en-
abundosos pinares.
Arriba tampoco hay alma viviente
caminos
ni
definidos.
Un vago trás
sendero nos lleva a unas chozas, de-
de una palizada.
Las gallinas, medrosas y alharaquientas, saltan
y corren entre los aperos de labranza. jer,
rodeada de
que hacía y se pone en
pie,
damente. Le preguntamos la
Una mu-
interrumpe
tres niños,
la
labor
sorprendida profun-
si
pasa por ahí cerca
gran carretera, y nos señala una lejana línea
de árboles.
Vamos
hacia allá ensordecidos por el ladrar 134
Obras
Completas
de un perro hético que no puede resignarse a
ver-
nos en su soledad, y después de recorrer unos doscientos metros a
campo
traviesa
damos en
el
amplio camino.
Hemos parte es raje
querido saber
más
accesible,
si si
el
lago en alguna
se halla en algún pa-
ceñido por carreteras; pero no, ya estamos
caminos
tranquilos: los grandes
lo
desconocen,
turismo inquieto no vendrá aún a profanar es-
el
tas riberas calladas;
ninguna sociedad anónima
descubrirá por ahora virtudes maravillosas a las fuentes que forman este caudal apacible; ningún
médico de moda enviará a sus enfermos a respirar estos aires.
Las odiosas
villas
no erguirán to-
davía sus torreones multicolores entre estas arboledas.
¡Bendito sea Dios!
B Volvemos a embarcarnos. La tarde cae damente, y
la
rápi-
paz del lago es más honda y en-
cantadora. Al fin nos penetra y envuelve, nos satura el alma; y lenta,
mos do
los
la
muy
lentamente, agita-
remos, corrigiendo sólo de vez en cuan-
dirección del barquichuelo. 135
Amado
Ñervo
Poseer aquí unos metros cuadrados de
bote y venirse a pasar
miento y
ribera,
una modesta vivienda, comprar un
construir
el
verano en
recogi-
el
placidez de estas aguas.
la
Traer consigo un bello libro y soñar o pen-
suavemente en
sar
lentos
los
crepúsculos de
Agosto. Sestear en los remansos penumbrosos; dormitar
oyendo
...
No
el
chapoteo de
acordarse de que
la el
onda
clara.
mundo
existe:
Esto desearíamos...
Pero
amigo
al
el
volver adonde nos aguarda nuestro
molinero, que nos ofrece un vaso de
leche riquísima, su mujer, una locuaz e impetuosa francesa, nos cuenta que se allí,
que en
que ansia
la
las
sociedad de sus semejantes, que...
dejaría aquel paraíso la
muere de tedio
noches tiene un miedo atroz,
ciudad lejana, en
muy la
gustosa, por vivir en
ciudad hirviente y
tri-
vial.
Mi amigo y yo si
la
contemplamos con
tristeza;
molinero sonríe melancólico y nos dice:
—Esto no
estará siempre así, tan solitario.
En
cuanto concluya mi molino, organizaré algún reclamo. Vendrán los turistas. Podrán 136
comer
Completas
Obras aquí.
Tendré mejores botes para pasear por
el
lago.
—Y
lago entonces,— interrumpe amarga-
el
mente mi amigo,— será tan estúpido y vulgar
como todos
los lagos de todas las ciudades y paseos del mundo, y habrá gente que comerá sal-
chichón en sus riberas, y nosotros no volvere-
mos jamás... Nos despedimos y nos pardear de del
la tarde,
alejamos, ya entre
mientras
la
el
gran esmeralda
agua parece una enigmática pupila que se
entorna.
¡Qué silencio
el
de
noche que viene! ¡Cómo
la
temblarán en ese gran espejo
Acaso
irá
las estrellas!
a bañarse en un remanso
la
última
hada. Acaso... El automóvil corre fantásticamente por la gran carretera.
Ya llegamos a
atravesado.
Ya
brilla
del faro del balneario.
la
la
Ya
ciudad, ya la
hemos
gran luz intermitente se iluminan las ven-
tanas del hotel.
¡Ya todo se desvaneció
137
como una
mentira!
XVI
EL HALLAZGO A Ramón del Valle InclAn
CL
yate Princesa Alicia volvía de su excursión
por
el Atlántico,
trayendo un botín admirable,
absolutamente único. Merced a sus redes, de todas formas y de todos sistemas, que arrastran-
do por entre
los
bosques de
las
grandes simas
submarinas, cautivan faunas y floras nunca vistas, el
la
príncipe Alberto de
Monaco
tenía
mano, en su laboratorio, en frascos de
allí,
das formas, seres preciosamente absurdos, gicos, increíbles,
cuyos
que
alumbraban rescentes,
el
al
propio tiempo
iló-
Había peces
intensamente abiertos, eran
ojos,
fanales,
ultrafantásticos.
a
varia-
como
que miraban,
objeto visto. Había otros, fosfo-
que cambiaban de color a voluntad,
e instantáneamente, atrayendo y enloqueciendo
de esta suerte a
la
presa que codiciaban. Había
algas de todos los matices,— desde 141
el
amarillo
Amado hasta
el
Ñervo
violeta— de todas
las
los tamaños. Había, entre el
formas y de todos
légamo glutinoso,
gérmenes que guardaban aún transformación de
ías especies;
el
secreto de la
organismos hí-
bridos, eslabones de la gran cadena de la evolución, cuyas primeras anillas surgieron
de
la
profundidad oceánica, madre de toda vida. Había,
en
ejemplares inclasificables, de una de-
fin,
licadeza, de
una inconsistencia y de una hermo-
sura tan grandes, que parecían hechos de
la
propia sustancia del ensueño. El príncipe y sus
acompañantes, que eran ha-
bilísimos preparadores, casi fluidos
manejaban, con dedos
a fuerza de suavidad y
pericia,
los
milagrosos hallazgos.
En
tales
momentos, con infinidad de reminis-
cencias científicas, de nombres de géneros, especies,
subgéneros, sabiamente
griego y
latín,
ensamblados de
venían a su imaginación visiones
sugeridas por cuentos y leyendas: todo lo que los poetas
han cantado del mar eterno, que en
pleno siglo xx tiene, para desesperar a los vestigadores, tantos arcanos
in-
como espumas-
Recordaban especialmente aquel cuento de Wells, en que un hombre desciende, en cierta esfera 142
Completas
Obras hecha para
resistir las
nes, a profundidad de
más formidables
y encuentra... una humanidad.
¡Sí!
una humani-
dad submarina, que ha evolucionado lelamente con traña,
la terrestre.
casi para-
Esta humanidad ex-
de formas imprevistas, tiénele por un dios
bajado de
allá arriba,
imagina, y
ella
presio-
muchos miles de metros
le
de mundos que apenas
adora, con fervor
tal
que
está
a punto de impedirle para siempre su ascenso al
buque explorador
del
que fué
lanzado... ¡y de
matarlo de asfixia! Silenciosos permanecían frente a los frascos,
evocando estas diversas imágenes, cuando que tenía a su
príncipe,
Phylum-Clathms, alga
diestra
el
una Phalassio-
bella por excelencia,
que
distraídamente acariciaba, sintió de pronto entre
sus dedos un cuerpo algo consistente, sua-
ve, rotundo y ligeramente frío: era oval,
una lor el
de forma casi
de un centímetro de diámetro, semejante a
perla,
pero de belleza
muy
superior.
Su co-
azulado ostentaba todos los matices: desde
tenue de
firo.
Su
la
turquesa hasta
oriente
el
profundo del za-
mostrábase prodigioso, de
suerte prodigioso,
que daba luz— una
rescente, opalina,— que en la obscuridad 143
tal
luz fosfef1
'
que em-
N pezaba a invadir
el
laboratorio se advertía per-
fectamente. Aquella luz parecía emanar del interior
mismo
del
esferoide, y se
toda su superficie, dándole
la
derramaba por
apariencia de un
lucero minúsculo y tranquilo.
Pero
lo
más sorprendente
descriptible, solitario
es que
hermoso "como no
mejor pulido o
la perla
lo
el
objeto in-
fué nunca
más
perfecta,
el
no
parecía proceder de la concha de un molusco;
no parecía
ser simple "concreción nacarina ex-
traída por el azar
de
las
valvas de alguna
ma-
dreperla, no: a juzgar por el apéndice gris azu-
lado de inverosímil tenuidad, que conservaba
adherido aún, y por otras particularidades que no
escapaban a
la
mirada avizora del grupo de sa-
bios, la perla
no pertenecía a
flora marina:
era un vegetal, un fruto, de forma
análoga a Así,
la
de
las
la
fauna, sino a la
bayas del cafeto.
pues, allá en los inexplorados abismos
del Atlántico y del
daban aquel
Pacífico había plantas que
fruto indecible, mirífico,
más desea-
ble que todos los joyeles de todas las reinas. El las
mar guardaba aún una joya
inédita,
para
mujeres del porvenir: una joya que acaso,
en los tiempos fabulosos, los tritones habían 144
Completas
Obras
suspendido del cuello lácteo de
una joya que se disputarían en
las
nereidas;
los venideros
años, a montonadas de oro, los Rothschild y los Rockfeller, para satisfacer el capricho de alguna
parisiense insinuante o de alguna americana imperiosa.
El azar de la red habia arrancado de su rama,
recientemente a juzgar por las huellas del apéndice seccionado (en cuya herida descubierta ad. vertíase
aún algo como un jugo lechoso), aque-
cosa sin nombre, pero de prestigio
lla
tal,
que
jamás contemplaron nada semejante los hijos de
hombres; de
los
que recordaba
brillo tan la estrella
principes llevan
sobre
extraño y misterioso,
que
la frente
las
hadas y los
en las leyendas
infantiles.
Los sabios pasábansela de mono en mano,
mudos y
absortos.
El Principe guardóla después en
de seda, que, colgada ces
al cuello, lleva
una bolsa de enton-
más por dondequiera.
La
fantástica joya,
sólo sale de
allí
de honor. El Kaiser entre sus manos.
que se conserva
intacta,
para ser mostrada a huéspedes la
ha tenido, religiosamente,
La ha tenido también
el
Rey
145
Tomo IX
10
Amado
Ñervo
de Inglaterra, y ha pensado acaso que su nación,
con ser señora de cerle
aún
tal
las olas,
no ha podido ofre-
maravilla, por la
que diera
el
«Cul-
linan», su gran diamante transvalense:
Por
la
noche, cuando
su estudio, contempla
en
la
penumbra... y
el
Príncipe está solo en
la joya,
la besa...
que radia
¡No
la
feérica
dará a
Em-
perador alguno! El solo digno de poseerla sería quizás ta:
un poe-
¿Maeterlinck o D'Annunzio? ¡Uno más gran-
de que
ellos todavía!
146
XVII
EL AUTOMÓVIL
DE LA MUERTE A Enrique Díez-Canedo
Los
campesinos estaban indignados, con esa
indignación que atropella por todo, que no mide
ya
el
alcance ni las consecuencias de los actos.
Por
la
mañana, como a
las diez,
máquina, poderosísima— 130 H.
una enorme
P— venía
con
velocidad loca por la gran carretera.
Uua banda de vesaba a
la
gansos, gordos y lucios, atra-
sazón. El chauffeur hizo cuanto
para evitarla; pero los volátiles— gansos
al
pudo fin-
en lugar de escapar, agrupáronse en medio del
camino.
No na.
había ya posibilidad de detener
Intentarlo era
ir
al
la
máqui-
panache, es decir, a
la
muerte. El chauffeur
tomó una
súbita resolución y
pasó sobre los gansos:
—¡Clac! ¡Clacl
Un
ruido
como de
vejiga 149
que se
revienta,
Amado como de grasa que plumas
Ñervo
se aplasta, y un torbellino de
blancas...
La equidad pedía que se el
más
la
máquina se detuvie-
que volviera sobre sus pasos y que automovilista pagase los daños causados; cinallá,
co gansos muertos, a veinte francos por cabeza,
cuando menos. Pero
automovilista, que ya se había visto—
el
en su larga carrera deportiva— enredado en otras reclamaciones, temió
las cóleras
de los campesi-
nos, las dificultades para un arreglo con
a todo vuelo, a ciento y pico a detrás
el
pas-
molestias del juzgado de Paz... y siguió
tor, las
la hora,
dejando
un reguero de plumas y de indignaciones
impotentes.
Por
la tarde,
como
si
aquello no bastara, otra
máquina chocó violentamente con una vaca cida,
como La
que no hizo caso de
la
plá-
trompa, sumida
estaba en su quieto budismo de rumiante. bestia
no murió; pero quedó maltrecha, pa-
tas arriba, en la cuneta.
Como
estaba embarazada,
el
propietario,
pobre diablo que no poseía más en
el
se entregó a la desesperación, seguro de que terrible
golpe tendría consecuencias 150
un
mundo,
fatales.
el
Completas
Obras Al anochecer,
el
estado de ánimo de aquellas
miseras gentes era verdaderamente lastimoso.
Las dos máquinas agresoras, que los arruina-
ban con tan repentina y formidable habían desvanecido
Cuando
como los
el
ellos
de
la
injusticia, se
como sombras.
llegaron, así el de
los
gansos
vaca, al lugar de la tragedia, de
automóviles no quedaba más rastro que un
poco de polvo, y un olor de ble ver ni
guno de
el
número
ellos.
ni
la
Habían hecho
dalosa impunidad, con
la
bencina...
Imposi-
procedencia de ninel
mal con escan-
aplastante indiferencia
de sus ciento y tantos caballos, y habían desaparecido luego por
el
camino polvoso lleno de
huellas.
B
— ¡Mis mejores gansos!— gemía de cien francos,
el
pan de
—¡Mi vaca!— exclamaba
tres el
el
uno—
¡Más
meses!
otro— ¡Mi hermo-
sa vaca, que vale doscientos!
Pronto un grupo compacto de labriegos, huertanos y pastores rodeaba a los quejosos. ira
Una
sorda primero, ruidosa después, se iba exha151
Amado
Ñervo
lando de aquellos pechos rugosos y velludos, contra
la
máquina implacable, soberbia,
brutal,
que siega vidas y pulveriza haciendas con una indiferencia de Jaguernat indo; que nunca tiene piedad, que lo
polvo a
la
menos que hace
es arrojar su
cara de los pobres, de los que no po-
seen para sus peregrinaciones más que ticidad de sus pies o la
la elas-
mansedumbre de su bo-
rrico.
H ...
¿Cuál de los campesinos sugirió
la
mala
idea? ¡Quién sabe! Pero en aquellos espíritus
al-
terados prendió instantáneamente. jEso eral
¡Había que vengarse!
rían los automóviles, y llevaría el castigo. ¡El
Ya
volve-
que primero pasara se
el
tremendo
castigo!
De un cercado cortaron un largo alambre y lo tendieron a través del
camino, atándolo fuer-
temente a dos árboles, a altura bien estudiada.
Luego, refugiáronse en un rincón de verdura
y de sombra; y silenciosos y tino, la
mudas ya sus
fatales
como
el
des-
cóleras ante la proximidad de
ansiada represalia, esperaron... 152
Completas
Obras
esperaron mucho.
No
La noche había caído, y en de
la
el
lejano recodo
carretera apareció, palpitando y resoplando,
encendidos sus enormes ojos encandiladores
cuyos haces barrían
las tinieblas,
un gran auto-
móvil, descubierto, lleno de risas, de perfumes
y de
de velos blancos, azules y rosas.
flotar
Venían:
el
y lindas, y lo
el
chauffeur, cuatro damas, elegantes
marido de una de
ellas; cierto títu-
sportsman, harto conocido en París, Biarritz y
Madrid.
Los aldeanos, agazapados, no respiraban.
De
pronto, algo indecible, espantoso, se pro-
dujo. El alambre, tendido y rígido, cercenó,
misma
facilidad
con que un
con
hilo secciona
la
un
bloque de mantequilla, primero dos cabezas luego
El chauffeur, tal
5
tres...
sobre
el
estruendo y
debido a su inclinación acciden-
gobierno, se salvó; y en medio de la
velocidad, ni se dio cuenta de
aquellos ruidos breves y extraños,
como de
des-
garramiento, de aquel silencio que siguió a las risas...
153
Amado ¡Oh,
el
Ñervo
automóvil de decapitados,
so automóvil de
la
el
espanto-
muerte, con sus cinco tron-
cos echados un poco hacia atrás y desangrán-
dose lentamente! jOh, el horrible automóvil de guillotinados,
que seguía en medio de
la
noche por
la
gran ca-
rretera!
Dentro, dos cabezas habían caído. Las otras
habían rodado vistosos, el
al
camino, con sus sombreros
con sus grandes velos
infame automóvil de
la
flotantes...
¡Oh,
morgue! La odiosa má-
quina, encharcada de sangre, que seguía con su
velocidad loca a través de
bordada de
la
gran cinta blanca
árboles...
jY qué visión de pesadilla cuando el coche se
detuvo en
el
garage, lleno de gente, iluminado
por grandes focos, y todos vieron, vieron por
fin
aquello!
Aquello indescriptible que había sobre
la fina piel
de los
cojines...
154
allí
dentro,
XVIII
LA ALEGRÍA
DE MAYO
A
vosotros los que vivís en nuestros piadosos
climas templados, los que nunca miráis caer las
hojas sino cuando hay ya otras nuevas, de un
verde tierno, joyantes y satinadas; vosotros los
que desconocéis
el
horror de
renne, del viento glacial
que
la
llovizna pe-
aulla días y
noches
en los recodos de las calles: a vosotros no os es
dado comprender en toda su magnitud
el
he-
chizo de la primavera que viene, y ese ¡por ñn!
que se exhala del alma, de alma, cuando
el sol
lo
más hondo
del
luce sin sombras y los reto-
ños se multiplican y los árboles se ponen a reverdecer depués de habernos mostrado por más
de
seis
meses
la
lamentable desnudez de sus ra-
mas ennegrecidas, mustias y sé qué de lluvias,
fatal,
resignadas, con no
a todos los cierzos, a todas las
a todos los granizos! 157
Amado
Ñervo
Desde que empieza Abril vivimos, como
si
dijéramos, en perpetuo acecho. No hay mañana
en que, detrás de los
cristales,
no espiemos
la
vida de los árboles que bordan la calle.
¡Con qué impaciencia buscamos, entre
la ru-
gosidad de sus ramazones, esa hinchazón bendita del brote!
Y
cuando aparece, ¡con qué ternura
crecer, abultar, redondearse
como
el
la
vemos
pecho de
una paloma o de una virgen, hasta que
estalla,
silenciosa y divinamente, coronándose de
un
suave verdorl
Desde ese puestos en
el
día
no vivimos sino con
árbol
los ojos
más precoz; porque hay
ár-
boles que tienen prematura alma tropical a pesar del apartamiento del trópico, y
a lozanear a destiempo,
como
que se echan
nuestros mocitos
de quince años, enamorados perdidamente—
¡ya!— de
colegialas...
Apenas viene un viento a temblar
¿si
tardío,
nos ponemos
acabará con aquel asomo delicado
de primavera? Pero no, nacidas tienen todo
el
las sutiles hojas
recién
vigor de la savia nueva, y
están adheridas a su tallo con todo el ímpetu de la
vida que vuelve... ¡No caerán! Irán, por 158
el
con-
Completas
Obras trario,
medrando, medrando y esperezándose en
torno de
la
rama negruzca, que dos o
antes, mostraba aún, bajo el cielo
tres
días
lívido, su si-
lencioso y trágico ademán.
A
juzgar por
el
amor, por
hondo con que vemos con que
la
olemos y
no; a juzgar por la
la
primavera,
aspiramos a pulmón ple-
que no creíamos
diría
que volviese, que no teníamos ni
la
emoción que entonces suele
mojar nuestros ojos, se
de los gérmenes
tan
ei júbilo interior
revelarse
fe
en
la
promesa
en nuestras nociones astro-
nómicas.
La primavera es una novia que nos sorprende siempre cuando acude a
la
cita.
En cuanto
columbramos, hay en todo nuestro
espíritu
la
una
exultación loca.
sangre fuese
el ritmo mismo de nuestra como un Te Deum laudamus.
Nuestra
nuestro
Anhelaríamos que
ante
muy
la
incredulidad,
semejantes a los que debieron sentir los re-
fugiados del arca ante ...
la
desconsuelo
parennidad relativa del invierno, son
el
arco
iris.
¿Volvería la lluvia implacable, después de
ostentación misericordiosa del gran signo de
colores?
Fué
preciso,
según 159
la
leyenda, para
Amado tranquilizar
Ñervo desoladas, que
aquellas almas
Eterno jurase que ya nunca
más
el
destruiría el
mundo. Así nosotros, cuando se avecina vivir
de todas
las cosas:
—Qué,
exclamamos— que haya de
el
dulce re-
¿es posible
reventar una prima-
vera más?
—¡Sí,
sí,
es posible!— nos responden con sus
mil lenguas los cielos y la tierra, el río, el árbol, la
lo ágil
Y
el sol
y
el aire,
golondrina que oblicúa su vue-
y gallardo,— ¡sí, es posible! calumniada por nuestro escepti-
la novia,
cismo, nos convence al
fin,
apareciendo triunfa
y dándonos un beso en plena boca.
XIX
CIEN ANOS DE SUEÑO
Tomo DC
11
Yo no sé
si
es por el estado de sobreexcitación,
de hiperestesia en que vive
la
humanidad, en
fuerza de esta terrible y perpetua vibración de la
vida moderna, por lo que las dolencias ner-
viosas son cada día contrario, lo
más
frecuentes, o
han sido siempre y sólo
si,
por
la falta
observación o de estadística apropiada
las
el
de
hace
aparecer ahora numerosas; pero, sin duda, uno
de los casos que
dos los
días,
sí
pueden reputarse como de
en nuestra época, es
el
de
to-
los sue-
ños prolongados.
Los que hojeamos a diario
la
prensa, estamos
ya acostumbrados a tropezar con los dormidos, en cada
No que
gacetilla.
hay
sea,
casi
pueblo del mundo, por pequeño
que no se permita
el
1
jjo
de un dormi-
do o una dormida. El
que menos, cuenta con un dormido de 163
Amado
Ñervo trate
de
son relativamente
ra-
doce meses, y es frecuentísimo que se letargos de
ocho y diez años.
Los de veinte y ros,
treinta
pero van siéndolo menos cada
No
mucho en
creo que tarde
la Bella
del
día.
darse
el
caso de
Bosque Durmiente. Cien años de
sueño ¿qué son en suma? ¡Siempre un relámpago, junto a la inconmensurable y quieta eternidad!
Parece como que
las
hadas de los cuentos de
Perrault se llaman, en la actualidad, afecciones nerviosas.
La única diferencia que hay entre las la Bella de antaño, es que
dormidas de hoy y
aquéllas no se despiertan ya para casarse con el
hermoso príncipe enamorado... Pero ¡quién sabe si
en
sueñan en el
Como to
las
bodas,
su Psiquis las realiza
si
callado misterio de
la multiplicidad
la
mente!
de los casos da pretex-
a un más concienzudo estudio de
que estos
manera
ciertas re-
no
está quizá lejos el día en
letargos, en
vez de producirse de una
giones cerebrales,
fortuita, se logren
a voluntad. Entonces,
todos los hombres podrán escapar temporalmen164
Completas
Obras te al tedio
de su vida, podrán dormirse para des-
pertar en tiempos mejores;
podrán aguardar, en
inconsciencia perfecta, a que se realicen los
la
progresos que sólo han visto en botón; podrán,
en
fin,
salvar los océanos de las épocas, para
volver a tre
la
vida en riberas
hospitalarias, en-
de un Poe, en su cuen-
Así, las imaginaciones
to de la
dormido
Como
momia; de un Wells, en su Cuando
la
nutrición el
puede efectuarse perfecta-
sueño, y
como por
desgaste orgánico, merced
es casi nulo, a todos los vivir
el
despierte, se cristalizarán.
mente durante el
más
hombres más cultos y buenos.
al
otra parte,
absoluto reposo,
hombres
les será
dado
en diferentes épocas, poniendo entre ellas
como
fuentes de inconsciencia.
Bastará para esto una especie de disposición testamentaria, a fin de que los descendientes del
que duerme cuiden de alimentarlo y de proteger su sueño, manteniéndole, además, en las mejores condiciones de temperatura
y de limpieza
posibles.
Y
a fuerza de repetirse las solicitudes, acaba-
rán por constituirse las
Compañías del Sueño, sociedades anónimas poderosas, que construi165
Amado rán,
Ñervo
en climas escogidos, edificios especiales,
con todas
las
condiciones higiénicas y antisépti-
cas deseables, para los que quieran dormir.
Habrá
normadas por
tarifas
el
tiempo del sue-
ño, desde diez hasta cien años. Vigilantes solícitos se encargarán de asear, nutrir
y cuidar a los dormidos.
Cada uno de en lugar
estos últimos tendrá a su lado,
de manera que puedan leerse a
visible,
todas horas, las instrucciones correspondientes a su caso.
Por ejemplo:
«Número 201. Duerme desde
mismo mes
del
30 de Marzo
el
mismo
día del
año 2015. Alimentación
diaria:
de 1915. Deberá despertársele
el
tantos gramos de esto, tantos de aquello, tantos
de
de más
lo
alia.
Temperatura a que debe man-
tenérsele, tantos grados», etc., etc.
Los dormitorios serán probablemente de tal,
como
los
de
las
chos, niquelados
como
tapiz espeso impedirá el
El
cris-
couveuses d'enfants. Los lelos
de
las
clínicas;
un
menor ruido de pasos.
dormido reposará en paz, mientras
la vida,
en su rededor, sigue su curso.
Un
paréntesis invisible ío separará de las dia-
Completas
Obras
perspectivas mundanales, en tanto que su
rias
Psiquis
qué
a través de quién sabe
manumisa vuela
esferas de luz.
Casi ni latirán sus pulsos
Una suave
razón.
ni se
moverá su co-
palidez dará a su rostro aspec-
to marfileño.
^ Sus descendientes, nietos,
podrán
ir
menudeando sus xime
nietos,
bisnietos, tatara-
a verle en determinados días, visitas a
medida que se apro-
el despertar.
¡Cuántas curiosidades aletearán en torno de aquella gran urna de vidrio!
¿Qué va a
decirles el antepasado
cuando des-
pierte?
¿Qué les
capítulos de historia vivida va a relatar-
en las futuras veladas?
Sentando en sus sus tataranietos,
rodillas al
más pequeño de
le dirá:
«Hace cien años,
los
hombres vestían de
esta
manera, hablaban estos idiomas, hacían estas cosas.
»Yo
vi,
surcando
el aire, los
167
primeros aero-
N pianos y dirigibles; yo
asambleas
esperantistas,
asistí
a
primeras
las
cuando
apenas
nos
atrevíamos a soñar en una lengua universal.
»En mis tiempos, había aún reinos y principados,
policía y
¡Qué
lejos están todas esas cosas!»
Y
el
códigos, cárceles y presidios...
niño se quedará pensativo, mirando
al
antepasado pálido y sonriente, que ha vuelto de
un sueño misterioso de cien
—¿Cómo
como aparece en
—Ah, ponderá
sí,
el
años...
era mi rebisabuela, di?
Tan hermosa
los retratos?— le preguntará.
muy hermosa, muy hermosa— res-
antepasado, pensando, con extrañeza
y melancolía, que aquella mujer adorada que compartió su lecho, es ya menos que leve de un ala de mariposa
el
polvo
que arrebata
el
viento.
—Murió hace cien años— añadirá— y yo, incapaz de soportar mi pena, preferí dormir... dor,
mir...
mi
Ahora me percato de que sólo he aplazado
angustia...
Un
largo siglo la aplacé... en vano,
pues que hoy viene del fondo oscuro de ese siglo a atormentarme...
H
Completan
Obras Y cuando la calle,
De
hombre que ha dormido,
el
salga a
¡qué deslumbramiento!
su época quedarán apenas algunas cateresonantes aún de las viejas plegarias
drales,
testarudas de
museos; todo
la
lo
humanidad; algunos palacios-
demás habrá desaparecido.
Las casas tendrán otra forma. Las calles se
moverán como anchas ficando
el tráfico.
cintas fantásticas, simpli-
Una ciudad
subterránea, de
trabajo y de lucha, a la luz de los focos, tará a la otra, a la que, llena
comple-
de mármoles y de
oro, estremecida de músicas y de risas, florecerá allá arriba,
Y
el
triste
una
en
la gloria
hombre
dorada del viejo
de mirarse aislado, con
infinita
sol.
aquél, nostálgico de su tiempo,
soledad en
el
la
sensación de
alma, objeto sólo de
curiosidad para los nietos de sus nietos, entre los cuales se sentirá
como
los formidables progresos
extraño; indiferente a
de
la
especie, que an-
deseaba ver y presentía con ansia; incapaz, en fin, de amar, porque está aún enamorado de
tes
su muerta, querrá dormir de nuevo; pero en esta vez,
nos
no ya en su urna de solícitas habrían
cristal,
de donde ma-
de despertarle en
lo futuro;
sino dormir para siempre, y volverse polvo y
m
N
d
sombra impalpable, como Aquella a quien amó, y cuya alma
tal
vez
le
espera, hace
más de
cien
años, al borde de lo desconocido, preguntándose con sorpresa: «¿Por
qué
tanto en llegar?»
170
tarda, por
qué tarda
XX LA LLAVE
(jN
título
de
me
Granada,
que ha vivido mucho en
Castilla,
contaba
la siguiente historia
incom-
parable:
moro de antigua
Cierto el
bien
más
familia heredó,
como
preciado, una vieja llave herrum-
brosa.
—Esta
llave, dijéronle
sus padres, ha venido
transmitiéndose de padre a
de cuatro
Cuando Boabdil gado por
hijo,
desde hace más
siglos. 'el
Chico» abandonó, obli-
las lanzas cristianas,
el
edén de sus
mayores, nuestro antepasado, que hubo de seguirle, dio
un desgarrador adiós a
había nacido,
y,
como muchos 173
la
casa donde
otros, llevó
con-
Amado sigo
Ñervo
simbólica, con
que un día
él
o
alguno de sus descendientes tornaría a abrir
el
la llave
ferrado portón que
amparó
la
los
más
felices
años
de su vida.
A
Alá no plugo que volviese, y
nes se han sucedido, guardando
las
el
pósito, mirando, melancólicamente, la
banda azul
generacio-
precioso de-
más
del mar, la ribera dorada
allá
de
donde
reinaron sus abuelos, e imaginando la vega ver-
de y
florida
y
la
serranía azul y nivosa.
moro no pensó desde entonces
El joven
en venir a Andalucía; trabajó, economizó, fin,
se
sino y,
embarcó en Tánger para Málaga, y de
al allí
fué a Granada.
¡Cómo medir
la
intensidad de sus sentimien-
tos al pisar la tierra bendita! No, no era sólo su
corazón: eran los corazones de sus padres, de sus abuelos, de todos sus antepasados los que
brincaban en su pecho; eran los labios de todos ellos los
que besaban
los azulejos
cos de
la
ellos el
que aleteaba a
Alhambra; era
enredadas Poseía
el
y los arabes-
ensueño de todos
la fresca
sombra de
las
callejuelas.
él
un plano de
la
ciudad, muchas in-
dicaciones precisas; y con instinto de amor y 174
Completas
Obras
con emoción ancestral, púsose a buscar su casa.
No
le
fué
do poco.
difícil hallarla.
estaba, en
¡Allí
misteriosa!
Allí
más de cuatro
El barrio había varia-
un recodo de
estaba lucida de
siglos,
la calleja
de
cal, vieja
pero erguida aún, con no
sé qué de acogedor en su fisonomía enigmática,
como esperando al dueño ausente, que la dejó en una mañana de lágrimas. El mozo se llevó temblando la mano al pecho, sacó de una antigua bolsa de seda aplicó con indecible
La
y
la
y
la
los pestillos saliendo del cerradero...
puerta se abrió, cantando, a
mano
la llave,
la cerradura...
suavemente, giró sin esfuerzo-
llave entró
moviéronse
emoción a
la
presión de
la
del marroquí.
Intencionalmente, no quise preguntarle a mi
amigo qué sucedió después. ¿Encontró
el
moro todo
lo
mismo que
se lo
habían descrito sus padres? ¿Rostros hostiles y manos violentas lo apartaron de
la
secular
¿O, por
el
casa y vive
morada de
allí,
suyos?
pudo
adquirir !a
enredando plácidamente sus
memorias, mientras tio,
los
contrario, feliz,
el
agua, en
la
fuente del pa-
canta su canción monótona, «la misma» que 175
N
m
en las siestas ardientes arrulló
el
ensueño
islá-
mico de sus antepasados? ¡Quién sabe!
Hay
historias
y ésta es una de
que no deben tener desenlace, ellas.
176
XXI
EL DEL ESPEJO
Tomo IX
12
A
sí
como
las
mujeres se sonríen a través del
espejo, Gabriel había caído, yo no sé la
manía de verse en
cómo, en
cuando dialogaba
el cristal
consigo mismo.
jQué hombre no habla solo!
Todo le
el
mundo
habla solo. Pero a Gabriel no
bastaba hablar solo, sino que lo hacía frente
al espejo.
Parecíale que, de otra manera, el diálogo
no
era completo.
Necesitaba un interlocutor, y ese interlocutor era
la
imagen que
más cuanto que
el
espejo
hacía con los labios los
que la
le
devolvía; tanto
gesticulaba al par que
él,
y
como
mismos movimientos
Gabriel, hasta le parecía a éste
que hablaba
imagen.
Tuvo, pues,
al
cabo de poco tiempo, dos 179
Amado
Ñervo
«yoes», no internos, sino externos, sustantivos, individualizados:
gen que
le
suyo propio, y
el
devolvía
el
el
de
la
ima-
espejo.
Cada uno de esos yoes mostraba su
índole,
su carácter, personalísimos. El alter ego
que en
lo
íntimo de nuestro espí-
departe con nosotros, que generalmente
ritu
alardea de una opinión contraria a
la
nuestra,
que nos sume en frecuentes perplejidades, para Gabriel estaba personificado en espejo; de
tal
la
a un sosias antagonista, con quien, ser francos,
imagen del
modo, que acabó por ver en
le
desahogaba sus
complacía
discutir,
ella
hemos de
si
porque
así
vaciaba sus problemas, se
iras,
desembarazaba de sus objeciones.
como
Esta,
todas las costumbres, llegó a ser
en Gabriel una segunda naturaleza.
Le hubiera sido imposible examinar, analizar
una cosa a
solas.
Necesitaba departir con su
otro yo,
con su doble, con
espejo...
que siempre
Y de
así,
la
cuando en
le
la
el
caballero aquél del
llevaba
la contraria.
noche oprimía
el
botón
incandescente y se quedaba a obscuras
para dormir, era cuando se sentía solo. El de! espejo no estaba
allí,
puesto que no había 180
luz.
Completas
Obras
Debía de dormir también
en
allá,
fondo
el
con un sueño
le-
antes de que Gabriel se durmiese
le
misterioso del biselado
cristal,
vísimo de fantasma.
Pero
si,
tumultuaba en
el
preocupación de
cerebro alguna idea, alguna las
que nos
trae el insomnio,
incapaz de soportarla solo, saltaba de
encendía
la luz
otro, a discutir
y se iba
con
al espejo,
él los
cama,
la
a despertar
al
«por qué» de su inquie-
tud y de su angustia.
—¿Crees tú— porque
lo
tuteaba— crees
tú—
decíale a cada paso, en estas discusiones,— crees
tú que tengo razón?
Y
el
espejo devolvía a Gabriel un encogi-
miento de hombros... El otro se encogía de hombros.
—¡Eso no briel,
es responder!— solía replicar
exaltándose poco a poco; y
iba también exaltándose, hasta que
el del
Ga-
espejo
ambos mano-
teaban desesperadamente y gritaban (o cuando menos gritaba uno de ellos) hasta desgañitarse.
La cólera del individuo del espejo, sus ade-
manes
trágicos, su rostro congestionado,
dían más y más las
iras
escribe no se explica
de Gabriel, y
el
encen-
que esto
cómo pudieron en 181
tanto
A
7
tiempo no venir a
las
manos y abofetearse con-
cienzudamente.
Pero que no
lo hicieron lo testificó la integri-
dad del espejo,
tranquilo, brillante, profundo,
que no mostraba
ni la
ta el día
más mínima
en que sucedió
la
Los criados sabían que
como
hablaba solo, y
esto
dejábanlo en paz. Apenas
do alguno de
si
señorito Gabriel
el
nada tiene de raro,
muy de
asomaba
ellos se
lesión... ¡has-
gran desgracial
al
vez en cuanojo de la ce-
rradura.
Pero aquella mañana no dejó de inquietarles el
diapasón de
la
voz.
Gabriel decía quién sabe cuántas cosas con estentóreo acento.
La discusión,
allá,
dentro de
pieza, había
la
llegado a extremos deplorables. El caballero del espejo empezó,
como de
cos-
tumbre, por encogerse de hombros; luego manoteó, luego... (¡quien
creyera!) le
lo
enseñó los
puños a Gabriel. Este no
pudo más, y en el paroxismo de la un secrétaire, y de un cajón
rabia, corrió hacia
sacó su revólver.
Debo
advertir
que
la
discusión
182
no tenía im-
Completas
Obras A
portan cia.
lo
que parece,
el
otto le reprochaba
interiormente a Gabriel ciertas palabras nada
corteses que había dirigido a un individuo antipático. Pero Gabriel, aquel día, estaba
más
ner-
vioso que de costumbre, y a las primeras réplicas se exaltó.
Ya con vo
revólver en la mano, volvió de nue-
el
al espejo.
—Miserable— dijo portarte.
Me
al
sosias— ya no puedo so-
amargando
estás
la
Eres un
vida.
canalla, un... esto, un... lo otro... ¡Vas a ver!
Al vas a
bros
nemos más cer),
ver, el del
(así lo
espejo se encogió de
hom-
creemos cuando menos, pues no teindicios de lo
y Gabriel, ciego de
que debió de aconte-
ira, le
apuntó a
la
cabe-
za y disparó. Al oir
la
quieta por
detonación, la
la
servidumbre, ya in-
extraordinaria violencia de los gri-
tes, se precipitó
en
la
pieza y se
quedó conster-
nada: El espejo había sido estrellado por el proyectil,
y Gabriel yacía exánime a los pies del
con un balazo en
la frente.
cristal,
XXII
EL PLOMO EN LA ENTRAÑA
Muchos
años ha que venden por
ciertos pajarillos
las calles
de colores, ya bengalíe8, ya
verdines, ya simples gorriones, ya tordos o zorzales,
que muestran todos esta particularidad pe-
no vuelan, aun cuando
regrina:
toquen ma-
los
nos ávidas o groseras. Saltan apenas los peldaños de una escala de
madera que
sirve al
pequeña
vendedor como
de muestrario, y aunque tienen íntegras sus alas y a
las
veces revelan azoramiento, se puede im-
punemente colocarlos en cualquier
parte,
con
la
seguridad de que no han de escapar. Esto sorprende y cautiva en extremo a los ni-
ños y hasta a los grandes, que se preguntan
cómo
es posible domesticar de
cillas tan
tal
manera a ave-
hurañas y medrosas de suyo.
La respuesta es muy
fácil.
187
No
se
las
ha do-
Amado
Ñervo
mesticado: se ha recurrido a un procedimiento
más
efectivo y sumario: introducirles en el in-
testino
una posta o
balita
de plomo, de
tales di-
mensiones que entre con violencia y que no pueda ser expelida por el animalillo. Este, al principio,
hace todo género de esfuer.
zos para desembarazarse del cuerpo extraño que lo martiriza
No útil
lo
y
lo irrita.
consigue naturalmente, y viendo lo in-
de su intento, se resigna, y muere
o menos pronto, de Sin embargo, consubstancial,
resultas
más
.
como su hábito de vuelo le es como todos los movimientos de
sus músculos tienden berar,
al fin,
de un tumor.
al aire,
un continuo ver-
un perenne temblor de plumas acusa su
impaciencia de elevarse hacia
el
azul tentador y
diáfano que lo envuelve y rodea. Pero toda su
dinámica se reduce a pequeños saltos de pelda-
ño en peldaño, en
aquella escala que no tiene
ni siquiera la altura de su anhelo.
Yo no he cruel que
el
visto
nada más angustioso
tormento del
méstica a quien se el
tar
esfuerzo de
ya para
le
ni
más
El ave do-
cortan las alas, sabe que
ellas, así
alzarla.
pajarillo.
mutiladas, no ha de bas-
Pero
el pajarillo éste del
188
plo-
Completas
Obras mo
siente
sí
que
las tiene
incólumes, íntegras,
sólo que, por causa cuya comprensión supera al
poder de sus embrionario cerebro,
que antes torres,
lo
llevaba hasta las
ahora no
esfuerza
el
más eminentes
basta para levantarse. Algo
le
obscuro e incomprensible, maléfico y
hostil lo
retiene y defrauda en todos sus ímpetus;
y su
desconcierto y desorientación se asemejan a los
de un niño que por encanto fuese trasladado a un planeta donde
cho a la
la
la del nuestro,
gravedad excediese en mu-
y en vano quisiese
ejercitar
antes poderosa agilidad de sus músculos lo-
zanos, que tan ligeramente lo movían sobre la tierra.
c ¡Oh alma,
tú eres semejante a
¡Oh poetas, oh
artistas,
este pajarillo!'
oh seres de pensamiento
y de ensueño, oh hombres nacidos para acción, vosotros sois table!
Un
invisible
trañas, os retiene
común
este pajarillo
la
gran
lamen-
peso obscuro y enigmático, que no sé
qué mano
al
como
sentir, al
ha clavado en vuestras en-
pegados a
las conveniencias,
prudente obrar, a los prece189
N dentes establecidos, a las diversas consideraciones sociales, que son
como
madera que constituye tordo o
el
la escalilla
mísera de
el límite del salto
para
el
bengalí.
Imposible ser grandes y nobles y bellos; imposible
lucir, triunfar.
Las dimensiones de vuestro vuelo están es-
crupulosamente medidas por los demás, y no
deben rebasarse, so pena de veros privados del aprecio de los cuerdos y aun del pan que sustenta y del sol que ilumina.
Y
así vais
por las
pegados a
calles,
escala que os sirve de meta bláis
y os azoráis y
la
triste
y en vano tem-
recalcitráis ante
mientos profanos, ante groseros, que,
fija;
los toca-
dedos curiosos y plumaje, os roban el
los
al alisaros el
oro divino de que estaban cubiertas vuestras alas.
En vano: ya no podéis cunda, pero en
la
volar.
entraña lleváis
190
¡El el
azul os cir-
plomol
xxin
JUDAS A Doña Laura Méndez
de Cuenca
Me acuerdo aún de mi primera pregunta. tonces
mucho
vida llovía
la
En-
sol sobre mis ca-
bellos.
—¿Y Judas,
madre?
—Judas
uno de
fué
los
doce apóstoles, y ven-
dió al Divino Maestro.
Esa mañana, una mañana de mi vuelta en
neblinas testarudas,
cercano, esperezándose,
menso, quemaban efigie
le
tierruca, en-
como
si el
mar
enviara un vaho in-
al traidor
de cartón pintado, con
en varias cilicios
calles,
en
de cohetes,
ante una parvulada del pueblo, que aullaba de
echaba a silbar desesperadamente cuando marraba alguna pieza de la rudimentaria
alegría o se
pirotécnica.
Más lle
tarde,
donde yo
ya lejos de mi valle («del nací», dicen
triste
va-
unos versos muy ro-
193
Tomo
IX
13
m
N
a
mánticos), nos daban ejercicios en mi colegio.
La
del padre la
resonaba con
capilla oscura
primera meditación de
clásico libro
de
la S.
—Cayó Judas
voz gangosa
la
y recuerdo que, proponiendo
lector,
la
mañana,
en
leía
el
J.:
y lo sustituyó San Mateo; cayó
Pelagio y lo sustituyó San Agustín; cayó Lutero
y
lo sustituyó
San Ignacio.
Judas otra vez.
«uno de
No
los doce»,
pregunté ya:
le
conocía? era
que vendió
el
Divino
al
Maestro.
Y bién
corrió
aún
el
-en que mi
tiempo, y una tarde gris tam-
espíritu,
que es como
el
agua
tranquila que refleja todos los matices del cielo, tenía tanta
bruma como
un
Rodembach— leía
de
libro la
de
ventana de mi
la
que puede contener el
Evangelio cerca
celda de estudiante.
El sol tramontaba ocultamente,
que
viaja de incógnito.
Apenas
como un si
rey
detrás de la
niebla lo denunciaba un pálido círculo de tonos
más
claros,
en un
como una mancha
circular
pliego de papel blanco. El
de aceite
campo
parecía
soñar bajo el pabellón melancólico del cielo; al-
gunos pájaros
friolentos garruleaban en los ár-
boles del jardín, y llegaba a mi oído 194
el
monó-
Completas
Obras
tono lloro del agua cayendo sobre
tazón de
el
mármol. Lela
relato
el
de
última cena. Allí estaba
la
amaba», como se llama te,
mía
pan y bebía
el
ba ya
el
capítulo
el
Dejé
el libro
templando
hombro
vino de
plato»,
el la
delei-
del Cristo,
que co-
Pascua, fragua-
más doloroso
el
sobre
al
era
el
del beso:
Hijo del Hombre!...»
el alféizar,
y
me quedé
con-
enfermo y serenamente
paisaje,
como mi ánima.
triste,
fué aquella la tercera vez que encontré en
mi camino a
Iscariote.
La cuarta,
la quinta,
yendo
la
Judas en
la
el
mano en
«¡Con un beso entregas
de
sí
la traición.
Pero
Y
mismo con
a
él
apoyaba su cabeza en
Judas, que «metía la
que Jesús
«el discípulo
Mientras Juan,
Iscariote.
historia y la
la sexta... le
la
encontré
poesía heroica.
le-
Hay un
Riada; hay un Judas en los albores
reconquista de España; hay un Judas en
la
tragedia
amorosa de «Alhamar
el
Magná-
nimo».
Yago, en tiene
el
tremendo drama de Shakespeare,
alma de Judas; en México tuvimos un Ju-
das que, por gracia de Dios, no nació entre nos195
Amado
Ñervo
hemos tenido
otros: Picaluga;
taron su infamia
al
otros que calen-
rayo puro de nuestro
Judas por dondequiera, a través de
de
la
sol.
marcha
humanidad; Judas vuelto símbolo; Judas
la
tornado ósculo siniestramente inmortal.
Aún fraz,
encontré
bajo
la
al traidor,
con este último
máscara de un beso, beso de
dis-
los la-
bios ante quienes se ora, de los labios que creí-
mos
hostias rojas, hostias de bendición, y que
fueron portaestandartes de Iscariote, chasquean-
do eternamente en frase del espíritu, ricia,
los siglos; y repetí la dolorida
que responde a
la
nefanda ca-
diciendo:
— «¿Con un beso entregas
al
Hijo del
Hom-
bre?»
Cuando encontré
al
Judas simbólico, escribí
estos versos:
Que aquél que, recorriendo su ruta de asperezas, haya abrevado su alma en mayores tristezas que mis tristezas, alce la voz y me reproche.. Job, Jeremías, Cristo, Daniel: en vuestra noche, toda llena de angustias de redención, había un astro, el astro de una ideal teoría: Dios vino hasta vosotros, Dios besó vuestra frente; Dios abrió en vuestro cielo la brecha reluciente de una esperanza.
En mi alma todo 196
es sombra, y en ella
Obras
Completas
amas ¡jamás! titilan los oros de una estrella. Mi alma es como la higuera por el Señor maldita: no da fruto, ni sombra, ni reposo; no agita sus abanicos de hojas. Sus ramas ¡ay! desnudas, servirán a la desesperación de algún Judas, de algún ideal tránsfuga que me besó con dolo, y que,
Que
fin, se ahorca desamparado y solo. aquél que, recorriendo su ruta de asperezas,
por
haya abrevado su alma en mayores tristezas que las mías, levante su voz de trueno. ¿En dónde están los grandes tristes? ¡Ninguno me responde! La eternidad es muda, y el enigma, cobardeHermana, tengo frío: el frío de la tarde (1).
Y
el
Judas simbólico es ya un viejo conocido
mío: sé que vendrá, lo espero siempre. el
cielo
está azul y el horizonte
erguirse su silueta, de un
melena
más
Cuando
puro, veo
rubio insultante; su
rojiza flota al viento
de
la
mentira.
Su
pecoso rostro sonríe.
Echaos a temblar, pobres gorjeadora
ilusiones, nidada
de mi alma; encogeos, humildes
amores míos; esperanzas vestidas de blanco y coronadas de azahares como para la primera coV. Obras Completas, vol. Vil, pág. 51-52. Los versos número 9 y 12 ofrecen ligeras variantes.
(lj
197
Amado
Ñervo
munión, escondeos. Escondeos, pobrecitas mías,
porque
él
viene: adelanta ya entre los árboles
espesos. La luna es tan misericordiosa, que se atreve a besar su cara antes que
bese vues-
él
tras lindas mejillas nacaradas.
¡Ah!
yo bien quisiera cobijaros entre mis bra-
zos, pero están clavados...
¡Y Judas llega! ¡Judas besa! Sí,
a él también
guiente de
le
toca su turno:
la crucifixión,
cuando
el
al
día si-
cuerpo lu-
minoso de Cristo se estremece ya en su tumba nueva para resucitar y ascender a
la gloria del
Padre, Judas se detiene ante
higuera que
sombrea un
triste
mordimiento
le
nas.
Va
arrabal
ciñe
la
de Jerusalén. El re-
como con
sierpes de espi-
a ahorcarse mientras los ángeles cantan:
Resurrexit,
non
est
hlc;
busca perfumes para ungir
mientras Magdalena el
cuerpo del Amado.
Él espumarajea mientras la de
La de Magdalo es
el
amor
Magdalo adora.
inmortal:
él
es
la
inmortal infamia.
Magdalena es loma a
el
los pies del
Judas es
lumbre de
el
beso que se posa como paDios adorado.
beso que quema
traición. 198
la
mejilla
con
Obras
Completas
Magdalena diviniza a su amado, pregonando,
muy de
mañanita, porque
el
amor madruga, su
ascensión a los cielos.
Judas
lo
vende y
lo sacrifica.
Y, sin embargo, esa alma toda luz y esta alma
toda sombra, realizan
redención: Judas ven-
la
diendo a Cristo; glorificándolo, Magdalena.
Y Judas
se ahorca.
Pero resucitará: resucitará con una resurrección maldita; es eterno: sin es preciso
que todos
ficados, a fin
no hay pasión, y
de que se obtenga
del universo, que es
medio
él
corazones estén cruci-
los
el
el fin
supremo
perfeccionamiento por
del dolor.
199
XXIV LA INACCESIBLE NOVIA
pjo
pasa una semana sin que, en Ginebra o en
Lucerna o en ínterlaken o en cualquier otra población suiza, un diario publique, indiferente-
mente, en lugar secundario, en breves líneas, este o parecido suelto:
«Se ha encontrado, en
(pongo por caso),
Glaris
mente mutilado, de un
tal
el
el
Wiggis, cantón de cuerpo, horrible-
Conrad Leuthard, de
Schlieren, de treinta años de edad.
«Conrad Leuthard quería cortar unos weiss, pisó en falso y
cayó
al
edel-
abismo. >
El lector pasa a otra cosa, y ni quien piense
más en
Y
sin
ello.
embargo, estos
cien, estos
doscientos
caballeros rubios que perecen por haber inten-
tado
la
posesión de
la
apacible, de la fría y di-
vina flor de las nieves, son rés y
de admiración. 203
muy
dignos de inte-
A
7
En
tiempos que corren, en que
los felices
hermano engaña amigo
al
al
hermano,
el hijo al
padre,
el el
amigo por unos cuantos pesos; en que
a caza del billete de banco va a zancadas la hu-
manidad, y ra lucha,
la flor
no por
de
ella se
la vida,
agota en devorado-
sino por
el
dinero, o se
asesina concienzudamente, ¿no os parece cuan-
do menos
original el tipo
de esos jóvenes teuto-
encandinavos o rusos, de grandes y pensativos ojos azules, que trepan a las más altas nes,
crestas nevadas,
que bordean
más espanto-
los
sos abismos, que en cada hora se juegan diez
veces
la existencia,
crece
allá,
tidas
en
la
por una florecita pálida que
más eminente de
las rocas ves-
de nieve?
¿Qué
Elsa recibió jamás de un Lohengrin, qué
princesa vio rendir nunca a su caballero un ho-
menaje de amor tan generoso y digno de
la le-
yenda?
Y
esto pasa en pleno siglo
plutocracias del
mundo hacen
XX,
mientras las
sonar sus grandes
carros de oro, a los cuales sigue o va uncida
humanidad, con
la
la
consigna suprema expresada
en estas dos palabras: «Negocio», «Ganancia».
204
Completas
Obras
una
El edelweiss es
me, de corola
flor
enigmática, sin perfu-
resistente y algodonosa.
circular,
Crece en plena montaña, en los recodos de en esos leves remansos de paz que
rocas,
nieve todopoderosa
le
las la
forma, en su mar de seda
inmóvil.
La avidez de que ha sido objeto quizá con flores
el
la
impulsa,
seguro y admirable instinto de las
de que nos habla Maeterlinck, a prender
cada día más
alto,
perseguidores
las
a interponer entre
mas hondas
ella
simas, los
y sus
más
te-
nebrosos barrancos, los picachos más esquivos.
Desde
lejos se la ve,
e ideal castellana
como
a una inmaculada
en su inexpugnable fortaleza
glacial.
Es una virgen maravillosa que no se entrega sino a cambio de sacrificios sin cuento.
Lo que exige
a sus
amadores es de
tal
suerte
audaz, que nos parece una insignificancia
guante arrojado a los leones desde torneo, por la
dama
caballero, y de
el
el
palco del
aquélla que probaba así a su
que tan bellamente nos habla
el
poeta alemán
Pero los amadores no vacilan ante 205
la
prueba.
m
A
d
a
Todos son el
Ñervo
o
jóvenes. Ardores tales no caben en
temeroso corazón de los
el
prestigio
de
Muchos de
después de horas y horas en
ellos,
se encaramarán
lagartos,
insectos hasta la cima de verticales rocas,
se desgarrarán
sobre
azul
leyendas del norte-
las castas
que reptarán como
como
viejos.
Hay en su mirada
Casi todos son rubios.
la
manos y
pies hasta
ir
dejando
nieve blanca la bermeja huella de su
paso, verán, ya al acercarse a la novia altiva y
que
pura,
los separa definitivamente
abismo que sólo Otros, al
ir
el
puede
vuelo
de
a apoderarse de la adorada, en
momento supremo en que extienden para
asirla,
siempre en el
ella
un
franquear.
la
el
mano
darán un paso en falso y caerán para la
hondura, enviándole
último beso. Otros,
llevarla a sus labios
más en
el
al
despedirse
felices, al asirla ya, al
primer transporte de
amor, se derrumbarán con
ella,
y a
abraza-
ella
dos irán dando tumbos de roca en roca, de aguja en aguja, hasta dormir cias eternas
ha ido
la
en
el
el
sueño de
las
tálamo de los glaciares,
al
nupcual
novia con los pétalos manchados de
rojo.
Muy pocos
volverán triunfantes, con 206
el edel-
Obras weiss, al
Completas
hogar de donde salieron, y éstos acaba-
rán por colocarlo en un relicario de oro, con finos cristales; y ante la flor miríficas
oración
andanzas del
como
muda
idilio,
recordarán
las
y rezarán una bella
ante nueva virgen simbólica, que
tuvo por padre
al cielo
y por madre a
207
la
nieve.
XXV EL COFRE DEL CID A Lucas
Tomo IX
T.
Gibbes
14
C^uando
la crisis
era
más
terrible
en Eukaria,
gran ciudad del nuevo Continente,
la
las
el
Rey de
Finanzas hizo aquel gesto histórico, ante
las
miradas suplicantes de una legión de banqueros arruinados: firmó un cheque maravilloso, que
debía traer a
la
metrópoli, hambrienta de oro,
cien millones de francos en piezas relucientes,
un
de metal precioso que iba a correr los
río
opáridos cauces del Negocio, llenos de
sed...
La tormenta cesó. Las caras supliciadas sonrieron.
Las almas se difundieron en acciones de
gracias.
Un Te Deum laudamas de
razones sucedió a
las
todos los co-
blasfemias y al ruido seco
de los proyectiles con que los desesperados se perforaban
el
cráneo. E3
211
Amado Un mes
después,
Ñervo gigantesco vapor Ania,
el
verdadera ciudad flotante, llegaba a
la
bahía de
Eukaria, conduciendo cien toneles, y en cada tonel
un millón de francos.
Jamás— afirmaban fiado la procela del
los
hasta parecía, durante
quistada por
el
periódicos— había desa-
mar tesoro semejante. el viaje,
oro,— mujer
al
que
la
¡Si
onda, con-
fin,— se abría a
la
violación de la quilla con el rumor de una falda
de seda que se desgarra! Diez custodios, como diez argos, vigilaban los toneles día y noche, relevándose cada cinco horas;
y no relajaron su cautela hasta
que, por
fin,
el
instante an
en los subsuelos blindados del Ban-
co Nacional de Eukaria, reposó en seguridad plena
la
Por cía la
la
preciosa carga.
noche,
el
empleado del Banco, que ha-
ronda— en esta vez más minuciosa— por
los
subterráneos, advirtió que uno de los toneles se hallaba en mal estado. La corva madera había
cedido un poco bajo los aros, y te interior, descubierto
el
zinc de
la
par-
y magullado por algún
212
Obras
Completas
choque, empezaba a desoldarse, mostrando una abertura de varios centímetros. El vigilante tura,
y
al
examinó detenidamente
remover con recelo
el tonel,
esta aber-
vio caer y
rodar con ruido sordo un gran cartucho cilindrico.
—¡A
la
buena
dijo— Y
se
si
si falta
esto ha pasado ya a
oro en
bordo!—
el tonel...
Y, pensativo, sopesaba en la diestra
el
cartu-
cho, que aunque era de sólida tela encerada, se
había desgarrado
desgarradura
el
ña: este canto
y dejaba asomar por
al caer,
la
canto de una pieza. Cosa extra-
no
brillaba;
más aún,
era opaco,
grisáceo y sin reborde ninguno. El empleado, al darse cuenta del extraordinario
fenómeno,
sintió
que
el
pánico encogía su
corazón y helaba sus huesos. Sin poderse contener, rompió [diez discos
el
de plomo rodaron por
cartucho, el
y...
suelo!
B ¿Cómo la
do
se había hecho
la
sustitución? ¿Quién
había osado? ¿Creerían en su inocencia cuanrefiriese el estupefaciente
¡Estaba perdido... perdido! 213
hallazgo? ¡Ah! ¡no!
Amado Cerró leras
las cajas,
subió de tres en tres las esca-
de los subterráneos,
sombrero y
calle, sin
mer coche que vio las
Ñervo
al
acezando a
salió
sin abrigo,
detuvo
la
al pri-
paso, y se hizo conducir, a
volandas, al palacio donde
Banco Nacional de Eukaria
Director del
el
digería a la sazón,
en amable compañía, unas cuantas docenas de ostras verdes, rociadas con vino del Rhin.
—¡Señor— exclamó cuando
el
burócrata lo hubo recibido en su robo! un fraude enorme! ¡Hay
ventripotente
despacho— un
plomo en vez de
oro en uno de los toneles... Acabo de descubrirlo
por rara casualidad... Le juro a usted que
yo no soy ha podido
culpable...
No
sé
cómo ha
sido...
cómo
serl
Y, tartamudeante, relataba detalle por detalle la historia
de su descubrimiento.
El financiero lo escuchaba con la plácida sonrisa del
hombre que ha comido
alterase
una sola
bien, sin
que se
de su cara, notable por
línea
rozagante crasitud; y cuando
el infeliz
la
empleado
concluyó su relato y se hubo calmado un poco, díjole,
mirándole fijamente y con voz enérgica:
—¿Ha
hablado usted a alguien antes que a mí
de su descubrimiento? 214
Completan
Obras —¡No,
—¿Es
señor!
usted capaz de guardar un secreto... un
gran secreto? -¡Sí,
-
señor!
—Pues En
ca.
bien: tranquilícese usted y
los toneles
—No...
hay... más...
que plomo.
—Como usted lo oye: ¡no hay >...
enmudez-
no hay más que plomo.
¡Y qué importa!— añadió
más que plomol
el
financiero con
un bello encogimiento de hombros—: es absolutamente lo mismo que
si
hubiese
•¿Usted recuerda por ventura
oro...
la vieja historia
del cofre del Cid? El Cid necesitaba dinero para
sus mesnadas. Pidiólo a Raquel y Vidas, judíos complacientes, que plata, recibiendo
repleto de arena. cofre,
prestaron 600 marcos de
le
como
garantía un pesado cofre
Cuando
el
Cid pagó,
en que no había más oro que
el
retiró su
de su pa-
labra.
»En cuanto pase
la crisis, el
plomo volverá
al
banco de donde vino, después de haber salvado a un país de
la
quiebra, ¡como si hubiese sido oro!
»¿Usted cree— agregó
el
financiero— que
el
oro de los subterráneos del Banco de Francia o del
Banco de Londres
sirve de algo
215
más que
este
Amado plomo?
vil
¡Ah!
Ñervo
no por
cierto: allí estará
sentos blindados, sin lucir su
brillo,
en apo-
sirviendo de
simple garantía a los millones de papeles que
van y vienen y que sustentan al crédito del mundo. Jamás socorrerá una miseria, jamás aliviará
un infortunio, jamás secará una
año
el
lágrima...
stock maldito, espléndidamente
aumentando, aumentando... Pero es
que
si
luz;
y un
fuese plomo, porque nunca día,
cuando
el
Cada
inútil, irá
lo
mismo
más verá
la
oro ya no valga nada y
las civilizaciones actuales
hayan pasado, y
grandes metrópolis en ruinas duerman bajo
las la
hierba, el arado de algún labrador chocará contra estas
mazas de metal vano; y
las
libras, los
francos, los marcos y los dólares, rodarán a sus pies en cascada resonante, sin
que
él
se digne
cogerlos, preguntándose acaso para qué ser-
vían tantos discos relucientes.
»Vaya usted en paz, amigo financiero—. Vaya usted en
mío— concluyó
el
y punto en boca... Necesita usted un poco de sueño, que lo paz...
reponga de tantas emociones violentas. Mañana, en so.
el
Consejo, lo propondré para un buen ascen-
Los hombres discretos merecen que se
proteja.»
216
les
XXVI
LA LIBERTAD A RÓMULO
Farrera
Ramírez
sale
de su casa con direccción
al
taller.
El airecillo fresco
picotea
le
el
rostro y le to-
nifica los nervios.
El día se muestra despejado, la luz del sol in-
vade en oleadas de oro ficios
y transfigura
la
las calles,
bruñe los edi-
nieve de las montañas
le-
janas.
Ramírez se siente
feliz
de
vivir,
y experimenta
esa alegre necesidad de trabajo que es propia de
hombres sanos.
En llegando mueble
al taller,
estilo Luis
continuará
XV, en
el
la talla
de un
que ha puesto sus
complacencias.
Se
trata
de un respaldo de nogal, coronado
por un casco, con una gran cimera, rodeada de 219
Amado
Ñervo
motivos más vagos, de volutas en que cie
de
rizos,
las
moli-
la
curvas alardea en toda su gracia; de
de ondulaciones
puede poner
donde
mil,
los contornos
la
imaginación
de cuantas figuras
sueñe.
Ramírez está está en paz con
con
la vida,
la
sociedad, consigo mismo, y contento de su fuerza y de su inteligencia.
Ramírez es un optimista.
Todo rez sea
contribuye, por lo demás, a que Ramí-
un optimista. En
hogar, modesto, pero
el
confortable y limpio, ha saboreado
de café con leche,
que
las
manos
la
gran taza
activas y cor-
diales de la esposa joven, alegre, le han servido
en
la
pequeña alcoba
llena
de gorjeos de dos
amorcillos morenos que juegan aún en
Gana un buen
la
jornal. El patrón lo quiere.
las
economías que su mujer,
ra,
reúne, Ramírez acabará por abrir un
Educará bien a sus rable patrimonio.
cama.
hijos,
y
solícita
les dejará
Con
y previsotaller.
un hono-
La moral en acción, ¿no es eso?
Cuando Ramírez
llega a esta parte
de su pen-
samiento, empieza a percibir voces nutridas, cantos de vivos compases, gritos, y recuerda
numerosos obreros de
distintas fábricas
220
que
han de
Completas
Obras
cidido declararse en huelga por lo de siempre:
aumento de bajo, o
A
la
tra-
vez.
hablaron de organizar un grupo, de
él le
tomar
disminución de horas de
jornal,
ambas cosas a
palabra en una manifestación, de in-
la
ánimo de
los oficiales
que trabajaban
fluir
en
el
con
él,
para que todos, absolutamente todos,
acudiesen él
al
llamamiento de sus compañeros, y
rehusó secamente.
—Yo
no tengo de qué quejarme— respondió.
La masa de obreros, entretanto, se aproximadistinguir a Ramírez, la intensidad
ba, y al
de
sus voces aumentó:
Primero
Luego
le
llamaron «tránsfuga».
«traidor».
Una delegación y
lo invitó,
se aproximó en seguida a él
con palabras en que apuntaban tonos
de amenaza, a que se uniese a El jefe de la delegación, tas
más
ellos.
uno de
influyentes, le indicó
los huelguis-
que debía hacerlo.
—¿Debo? ¿Por qué?— preguntó
Ramírez.
—Por
el
nándose
—Yo
solidaridad— respondió discutir
con
jefe,
dig-
él.
no estoy de acuerdo con vosotros— in-
sinuó Ramírez—.
Yo
estoy satisfecho de mi si221
N tuación actual. Necesito trabajar, y trabajaré.
—No trabajarás— dijo
el
otro— porque
estás
obligado a solidarizarte con nosotros.
—Yo
no puedo— replicó Ramírez— solidari-
zarme con gentes que piensan de diferente manera que yo.
—Hay,
sin
—Nunca
embargo, deberes mutuos.
serán
más grandes que
que yo
los
tengo para con mi mujer y para con mis hijos.
—Nosotros trabajamos por
la justicia
y por
la
ibertad.
— Pues empezad por ser justos conmigo: pezad por respetar mi
em-
de un
libertad, la libertad
obrero que quiere trabajar.
—Es
que, trabajando, ayudas a la tiranía del
Capital.
—Y
no trabajando, me someto a otra
tiranía
peor: la vuestra, la de la huelga.
Ahora
entre las dos tiranías, prefiero la de
uno a
muchos,
la
que yo
elijo
bien, la
de
a aquella que se
me
impone.
—La huelga es un derecho. —Pero no un deber. —Si no estás con nosotros, otros. 222
estás contra nos-
Completas
Obras —Ni
lo
uno
ni lo otro.
Luchad por obtener
lo
que os plazca, no me opongo; pero puesto que
empezad por
reclamáis derechos, indiscutible: el
respetar
que yo tengo de hacer
lo
uno
que me
plazca, mi derecho al trabajo.
—No -
trabajarás.
Sí, trabajaré.
hijos
Es preciso que mi mujer y mis
coman. Holgad vosotros
—Primero son
tus
si así
— Primero son mi mujer y mis —No En
os conviene.
compañeros. hijos.
trabajarás.
esto, los gritos
—¡Muera
recomienzan.
la tiranía!
— jViva la libertad! Y
entre
«libertad»,
un muera
la
Ramírez fué
«tiranía>
y un viva
«tiranizado»
hasta
la el
punto de no poder usar de su «libertad» para trabajar;
y obligado a reivindicar
común, perdió
el
su «derecho» a
el
«derecho»
suyo: su «derecho» a comer,
vivir.
Esto pasó... esto ha pasado... en España, en Francia, en
muchos
Y
Buenos
Aires...
un
día,
varios días,
días.
Ramírez, y todos los que piensan
como
Ramírez, están conviniendo en que nada hay 223
Amado más
tiránico a veces
Ñervo
que
dos de esta comedia de
la libertad,
y fastidia-
los derechos,
dirigida,
detrás de las bambalinas, por veinte o treinta
ambiciosos, que se burlan de lidad colectiva
de
las
la
perenne imbeci-
masas, y acabarán por
hacer una contrarrevolución, cuyo lema será éste: «Libertad para todo... hasta para prescindir
uno desús
libertades.»
«Derecho para
todo...
uno a su derecho.»
224
hasta para renunciar
XXVII
BIARRITZ
Tomo
ÍX
15
Y
icómo decir
que todos
el
los refinamientos,
bravio,
sortilegio
de esta playa en
los lujos, todas las elegancias,
todos
forman contraste con un mar
áspero, frecuentemente airado, que se
debate espumarejeando entre los dientes implacables de las rocas! ¡Y
cómo
expresar
de nosotros en
do
el
las
la
molicie que se apodera
dulces noches de estio: cuan-
gran faro intermitente barre
las
ondas con
sus dos vivos haces de impalpable luz, que pa-
recen antenas de un gran monstruo misterioso;
cuando
el
inmenso y perennemente palpitante
organismo del mar sólo se adivina por
las orlas
de plata fosforescente de su espuma, y por su perpetuo rumor de seda que se desgarral
¡Cuando
como las
arriba,
islotes
más
en los casinos y cafés, que son
de claridad, cantan
deliciosas mujeres del 227
las orquestas
mundo,
las
y
que
Amado
Ñervo
anidan del 15 de Agosto
al
esos palacios que se llaman
30 de Septiembre en el
Regina,
el
Palais,
Continental, pasan llenando el ambiente de su
el
invencible prestigio, hecho de miradas de perfu-
mes y de ritmos jY
cómo
das en que colores,
lineales!
decir la gloria de estas la
mañanas
cáli-
Grande Plage ostenta todos
y entre
las vivas
los
salpicaduras de las
graciosas tiendas de lona, los niños triscan y las bellas mujeres las galerías
muellemente sueñan, mientras en
umbrosas del casino municipal
húngaros dejan vals...
fluir
de sus arcos
el
los
último
uno de esos valses hechos más de volup-
tuosidad que de notas, de indolente voluptuosi-
dad que parece ondular por
el aire
como una
sutil culebra!
¡Y quién pudiera contar de los días de tormenta,
en que
la
ola rabiosa brinca por
encima de
las
que un omnipotente huracán ruge y y en que, bien impermeabilizados, desde
rocas, en silba, el
Rocher de
llegar
la Vlerge,
vemos
a todos los paroxismos!
228
al titán
convulso,
Completas
Obras
¡Oh! los rizos impregnados de sal de las rubias mujeres, los rizos
y de
nuca a
la
los rizos
la
que escapan de
sujeción de
la
las sienes
gorra inglesa;
que se agitan como espirales de oro,
mientras los claros ojos, hermanos del piélago, entre curiosos y asustados, miran las demasías
de
la onda...
¡Y quién pudiera, en
pintar el maridaje de
fin
estas arquitecturas suntuosas
y de estas terrazas, en
nes,
que se yergue, todo caleras,
él
jardi-
gran anfiteatro
lleno de imprevistas es-
de rientes recodos, de apacibles
cones, de avenidas en que los pies
y de estos el
pequeños y
ágiles
la
de
rin-
arena cruje bajo las parisienses
y
las españolas!
¡Oh ta
de
más
Biarritz, Biarritz, flor
plata,
y milagro de
bella de las soberanas, tentación
capua de millonarios, y a libertad y
Oh
la
cos-
surgida del capricho imperioso de
la
la
de reyes,
vez nido de paz, de
de amor!
Biarritz, ¡que
no tuviera yo veinte años,
y veinte ensueños y veinte deseos... y veinte millones de francos!
229
XXVIII
PAX MULTA
A
YER en una postal de Brujas, escribíalo a un >
amigo querido: «Éste es uno de los últimos refugios que que-
dan en
En el
el
mundo
para
el
ensueño».
efecto, ni los inevitables ingleses que,
Baedeker en
medioevales, ni
mano, discurren por
la el
mediano
tráfico
de
con
las calles la
ciudad,
logran arrebatarle su silencio, su deleitable y misterioso silencio, que parece venir del fondo
de los siglos y por los siglos mismos reforzado.
En
los canales
verdosos nadan sin ruido
cis-
nes que parecen dioses tutelares de aquellas
aguas dormidas. Hay por dondequiera remansos admirables de quietud, entre
obscuros y
las casitas rojas;
los
y flota sobre
árboles el
con-
junto de canales, de puentes vetustos, de calza233
Amado das húmedas,
Ñervo
descansada melancolía con-
tal
ventual,
que no hay de
claustro
más propicia y
fijo
en
el
mundo
paz de
hospitalaria para el pen-
samiento, fatigado de rastrear por los lodos de la tierra. i
Y
«beguinage»!
el
miento,
¿Cómo
unción indecible,
la
dad otoñales de aquellos
describir el recogiel
reposo y sereni-
patiecillos tapizados
de césped, de aquellas moradas minúsculas y
mudas,
cuyos
tras
cristales,
velados por
visillos,
se adivinan las vidas humildes, pensativas, extá-
de
ticas,
Un
las religiosas?
canal anchuroso, entre dos puentes, lo
limita.
Sobre
Nadan
el
Un
tarde.
agua cae
la
sombra de
los
árboles.
cisnes y cisnes, en la dorada luz de la
Una
«carillón» lejano canta las horas.
infinita
y celeste sensación de paz os
satura.
¡Oh! vivir aquí, en una de estas casitas cuya
imagen tiembla en
el
agua...
jNo más
escribir,
no más
hablarl Pensar, pensar solamente. Dejar,
por
que
fin,
libre,
ras.
sobre
la
pobre alma inquieta se cierna,
la vida,
Que nunca
el
sobre las cosas perecede