Historia de la vida privada en Chile: El Chile contemporáneo: de 1925 a nuestros días
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Bajo la dirección de Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri

Historia de la vida privada en Chile

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El Chile contemporáneo De 1925 a nuestros días

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Historia de la vida privada en Chile

Historia de la vida privada en Chile Bajo la dirección de

Rafael Sagredo y Cristián Gazmuri

Tomo III El Chile contemporáneo De 1925 a nuestros días

TAURUS

© De esta edición: 2008. Agilitar Chilena de Ediciones S.A. Dr. Aníbal Ariztía 1444. Providencia. Santiago de Chile. Rolando Álvarez. Patricia Arancibia, Paulina Dittborn. Baldomcro Estrada, Cristian Gazmuri. Rodrigo Hidalgo. Leonardo León. Elizabeth Lira. Luis Ortega, José del Pozo. Gonzalo Rojas. Jorge Rojas. Rafael Sagrcdo. Rafael Sánchez. Verónica Valdivia, Angela Vergara, María Soledad Zarate.

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Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de Ediciones Av. Leandro N. Alcm 720. C1001 AAP, Buenos Aires, Argentina Santillana de Ediciones S.A. Avda. Arce 2333. entre Rosendo Gutiérrez y Belisario Salinas. La Paz, Bolivia. Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. Calle 80 Núm. 10-23, Santafé de Bogotá. Colombia. Santillana, S.A. Avda. Eloy Alfaro 2277, y 6 de Diciembre. Quito. Ecuador. Grupo Santillana de Ediciones S.L. Torrelaguna 60, 28043 Madrid, España. Santillana Publishing Company Inc. 2043 N.W. 87 th Avenue, 33172, Miami, FL, EE.UU. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de C.V. Avda. Universidad 767, Colonia del Valle. México D.F. 03100. Santillana S.A. Avda. Venezuela N" 276 e/ Mcal. López y España. Asunción. Paraguay Santillana S.A. Avda. San Felipe 731, Jesús María, Lima. Perú. Ediciones Santillana S.A. Constitución 1889. 11800 Montevideo. Uruguay. Editorial Santillana S.A. Avda. Rómulo Gallegos. Edif. Zulia 1er piso. Boleita Nte., 1071. Caracas, Venezuela.

ISBN: 956-239-349-6 (Obra completa) ISBN: 978-956-239-526-7 (Tomo III) Inscripción N° 165.419 Impreso en Chile/Printed in Chile Tercera edición: marzo 2010 Cubierta: Ricardo Alarcón Klaussen sobre El 18 de septiembre, óleo sobre tela de Israel Roa, 1953. Colección Museo Nacional de Bellas Artes. DIBAM. Fotografía de portada: Marcela Contreras Fotografía de láminas: Juan José Alfaro González Selección iconográfica y redacción, corrección y edición de textos de láminas: Rafael Sagredo Baeza

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de infor­ mación. en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico. electrónico, magnético, electroóptico. por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la Editorial.

Presentación

La acogida de los tomos I y II de la Historia de la vida privada en Chile, que hasta el momento se expresa en cuatro y tres ediciones respec­ tivamente en menos de dos años, y en positivas evaluaciones de la crítica, no hace más que confirmar la opción que en su oportunidad tomamos. Se trataba de alejarse de la historia como pedagogía cívica, aquella ligada a la organización de la república y a la construcción de la nación que, en nuestra opinión, impidió ocuparse de muchos lemas y preguntas que hoy forman parte de esta obra. Nuestro punto de partida fue la época actual y sus desal ios; entre otros, la necesidad de explicar por qué las cosas habían ocurrido de un modo inesperado, diferente a como, de acuerdo con la historia pública, se supone que debían haber sucedido. En el ámbito de lo privado, en el sentido de lo no público, pensábamos que podrían encontrarse las claves que darían cuenta de la resistencia de los actores a comportarse según el papel que previamente se les había asignado, a rebelarse y poner en en­ tredicho la supuesta trayectoria excepcional que nos muestra la historio­ grafía sobre Chile; por ejemplo, olvidando su calidad de ciudadanos capaces de vivir plenamente los valores republicanos. Tal vez, sospechábamos, las continuidades históricas estaban más le­ jos de lo que siempre se ha creído de esos dos monstruos, creados y cre­ adores de modernidad, que son el Estado y la política, y también debían buscarse, por ejemplo, en los temas abordados en los volúmenes de esta obra. O. quizás, es que la visión general de la evolución histórica nacio­ nal prevaleciente es como el óleo de Israel Roa que ilustra la portada de esta obra. El 18 de septiembre, fiesta nacional, icono, símbolo gozoso, momento de exaltación, de entusiasmo y fervor popular en torno a la pa­ tria. la nación, la república y sus éxitos. Instante de celebración pública que sólo muestra la exterioridad de los sujetos ahí representados en fa­ milia en sociedad, sin adentrarse, como esta obra lo hace, en su dimen­ sión privada, incluso íntima, mostrando, cual microscopio, una realidad en demasiadas ocasiones muy distinta a la visión pública del conjunto. Acaso, luego de esta Historia..., ¿cabe alguna duda de que para las grandes mayorías la expansión experimentada por el país desde el siglo XIX en adelante fue sólo una ilusión, una posibilidad si no imposible, a lo menos muy remota hasta bien entrado el siglo XX? Podrá tal vez in­ terpretarse que las graves convulsiones experimentadas por el Chile de la segunda mitad de la centuria pasada, que finalmente terminaron afectan­ do incluso a aquellos que siempre habían estado ajenos al miedo, dolor, violencia y precariedad derivada de la realidad social, también tuvieron co­ mo antecedente las características de la existencia privada de los chile­ nos. Todas las cuales, finalmente, terminaron haciéndose presentes en la vida social y pública, experimentando así la sociedad, como conjunto, lo que la mayor parte de las generaciones de chilenos había vivido en el ám­ bito que le era propio.

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En lo que respecta a este tercer tomo de la Historia de la vida priva­ da en Chile, que aborda esencialmente el siglo XX que el prestigioso his­ toriador inglés Eric Hobsbawm ha caracterizado como «el siglo más extraordinario y terrible a la vez de toda la historia», una de las caracte­ rísticas esenciales es que tanto sus autores como la mayor parte de sus potenciales lectores han sido contemporáneos, testigos, incluso protago­ nistas de los temas abordados; es decir, pueden ser considerados «obser­ vadores partícipes», en palabras de los antropólogos. Sin duda, mucho de lo ocurrido en la existencia privada de los chile­ nos del siglo XX tiene ya algún antecedente, interno o externo. Así, por ejemplo, la vida en la clandestinidad o las consecuencias derivadas de la violencia, como la represión y el exilio. Pero que en el país se repliquen si­ tuaciones ya conocidas en el resto del mundo, no invalida que el conoci­ miento de la historia de la vida privada en Chile sea un magnífico medio de comprender la realidad del país durante la pasada centuria. Como es conocido, hay dos formas en que los hombres conservan una visión de conjunto de su pasado: la memoria y la historiografía. ¿Cuál es la diferencia entre ambas? En lo fundamental, consiste en que la memoria es una visión eminentemente subjetiva —a nivel personal o de grupos— marcada por una serie de condicionantes, y la historiografía lo es menos. Pierre Vidal-Naquet, en un lúcido ensayo sobre los judíos, la memoria y el presente, hace notar, refiriéndose a la historia-historiografía política, que «la rivalidad organizada de las memorias es una de las características de las sociedades pluralistas»; por ejemplo, en el Chile de hoy, entre la que tienen algunos miembros del Ejército y un familiar de un detenido desaparecido o un exilado, hay ciertamente una «rivalidad». Y, continúa Vidal-Naquet: «No sucede lo mismo en las sociedades totalitarias, don­ de memoria e historia, ambas oficiales, deben coincidir plenamente ba­ jo pena de ser modificadas por orden de arriba». En realidad creemos que habría que agregar, al menos en el caso de la memoria, que esa modificación «oficializante» se da sólo en el dis­ curso público y que cada individuo y grupo conserva la propia, por más que no la pueda hacer pública tal cual es. George Orwell se ha referido al tema. Por ejemplo, sin duda era diferente la memoria que un comu­ nista de la ex URSS conservab¿t del período estalinista, que la que con­ servaba un ex habitante del gulag, sólo que en el segundo caso no podía hacerla pública. Lo que queremos enfatizar es que, y en particular cuando nos referi­ mos a la historia reciente, no es tan sencillo separar historia de lo que es memoria. Porque para muchos de los autores las últimas décadas han si­ do su presente, y se tiende a privilegiar espontáneamente cómo vimos las cosas nosotros, generalmente a partir de nuestras vidas íntimas o, si se quiere, privadas. Es asi que los lectores de este tercer tomo dirán, en algunos casos, es­ te autor esta contando su vida. Vida privada, es cierto, pero que fue in­ evitablemente diferente en sus detalles, y no podía ser de otra forma, a la de los demás chilenos. Como se comprenderá, la tendencia inevitable a lo subjetivo es mucho más grande cuando se hace la historiografía del tiempo presente, que cuando se trabaja con testimonios provenientes de terceros en un pasado que no conocimos. Por lo tanto, este prólogo es también una advertencia. Hacer historia del tiempo presente tiene el riesgo que acabamos de mencionar, la con­

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fusión entre memoria e historiografía puede ser una problema mucho ma­ yor que en los tomos anteriores, porque lo subjetivo y objetivo tienden a confundirse. La cercanía de los hechos y las implicancias ideológicas, culturales y emotivas, muchas veces impiden tener una visión más «agre­ gada» y analítica de los sucesos relatados. Pero tenemos que arar con lo que tenemos. La alternativa sería renun­ ciar a hacer historia del tiempo presente. Queda el consuelo de que otros vendrán y en el futuro completarán y mejorarán los testimonios parcia­ les y las explicaciones que entregamos ahora. Esa es una de las grandes virtudes de la historiografía, en especial si, como en el caso de esta His­ toria.... se han ampliado sendas hasta ahora poco transitadas por los es­ tudiosos del pasado. Aspiramos, como el ya mencionado Hobsbawm lo explicitó alguna vez, a que los recuerdos personales de los autores que se encontrarán en esta obra como parte de la evolución de Chile en el siglo XX acercarán a los lectores más jóvenes a esta historia, reavivando en los de mayor edad sus propios recuerdos. En este libro, y en primer lugar, los lectores se encontrarán con el tex­ to de Soledad Zarate sobre la experiencia del parto y la crianza de los ni­ ños; realidades dolorosas y duras, en muchas ocasiones transformadas en tenue límite entre la vida y la muerte e íntimamente relacionadas con la pobreza, tanto como para preguntarnos cuándo dejó de ser un alivio la muerte del recién nacido en Chile. La respuesta, las experiencias que transformaron, mejorando, las condiciones del parto y primera crianza de los párvulos, mostrando de paso la evolución de las condiciones en que las mujeres daban a luz y más tarde se ocupaban de sus hijos, son mostradas aquí en toda su magnitud, como reflejo de la evolución social del país en el siglo XX. Pese a que pasar de vivir en un rancho a una vivienda sólida sólo pue­ de presentarse como una evolución positiva, el trabajo de Rodrigo Hidal­ go y Rafael Sánchez muestra elocuentemente que en el ámbito de la habitación privada, las perspectivas que la sociedad promueve, en oca­ siones, conspiran contra las evidentes mejorías que en materia de vivien­ da social aplicó el Estado a lo largo de ¡a pasada centuria. En síntesis, que no todos los cambios deben medirse en términos cuantitativos, y que lo cualitativo es básico a la hora de estudiar la sociedad. La evolución del tipo de habitación popular no sólo releva las características de las condi­ ciones básicas de existencia de una gran mayoría de la población nacio­ nal a lo largo del tiempo, también las transformaciones operadas en las expectativas y modos de vida de los chilenos, para los cuales, en la ac­ tualidad, la vida en una morada sólida, pero en una población aislada o segregada, insegura, sin centros de sociabilidad y esparcimiento, resulta crítico. Entre otras razones, porque ios pobladores ya no son campesinos emigrantes, sin lazos en la ciudad e ignorantes del mundo, sino que po­ bladores altamente ricos en relaciones interpersonales que, intempesti­ vamente, por obra y gracia de la «solución habitacional», ven modificadas abruptamente las características de su existencia, entre ellas el espacio más preciado, el de la vida privada. z Muy diferente es la realidad que Ángela Vergara ofrece en su estudio sobre eí devenir de los obreros de la gran minería del cobre. Tomando co­ mo ejemplo la realidad de Potrerillos, nos ilustra respecto de las condi­ ciones de existencia de una comunidad situada en un lugar aislado y

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remoto, pero también sobre cómo la transformación de las formas de pro­ ducción inciden sobre las de subsistencia. ¿Cómo era vivir y trabajar en un centro industrial?, ¿cómo afectaba esa condición la vida privada de los trabajadores y sus familias? La existencia del minero se nos presen­ ta marcada por el trabajo, la geografía y un mundo muy limitado que de­ jaba poco espacio para la privacidad e imponía grandes sacrificios. En un medio así. nos señala la autora, lo estrictamente privado pasaba rápida­ mente a ser objeto de espectáculo público, a tema de chisme, cuando no de ocupación del Departamento de Bienestar de la empresa. Los esfuer­ zos de los mineros por escapar de la vista de los demás, construir sus pro­ pios espacios e identidad, entre otros a través del contraste con el mundo norteamericano de la administración de la mina, ofrecen un buen ejem­ plo de cómo las personas logran desarrollar su ámbito privado en los am­ bientes más hostiles, pues, en definitiva, es una necesidad vital. La experiencia de los inmigrantes en Chile se aprecia en el trabajo de Baldomcro Estrada a través de la comunidad española en Valparaíso. El autor presenta su evolución desde las peripecias de su viaje y llegada al puerto, adaptación a la nueva sociedad y alternativas de su existencia, hasta su ascenso y consolidación económica y social, concluyendo que la mayor parte de los inmigrantes muestran un gran apego a la estructu­ ra cultural de la sociedad de la cual provienen. Manifestaciones del fe­ nómeno son sus patrones matrimoniales, redes económicas y prácticas de sociabilidad familiar y colectiva, todas las cuales reflejan su adapta­ ción a la realidad nacional, pero también que muchos vivieran añorando su tierra natal y estuvieran dispuestos a regresar a ella. La infancia y primera juventud a partir de sus experiencias en el bal­ neario de Quintero, es el proceso que en primera persona entrega Cris­ tian Gazmuri. La descripción de un mundo interior en ebullición, los recuerdos felices de las vacaciones y las evocaciones íntimas de un suje­ to que vive sus primeras experiencias con el sexo opuesto, no sólo reliejan los cambios de una etapa trascendental en la vida de una persona, sino también la forma en que muchos guardan sus recuerdos, combaten la nos­ talgia y vuelven a vivir instantes de profunda felicidad. A través de las memorias de un niño de clase media en un balneario popular del litoral central de mediados del siglo XX, muchos podrán reconocer su propio tránsito hacia la adultez en un Chile irremediablemente ido. El relato de Luis Ortega sobre las experiencias de un aficionado al fútbol de la segunda mitad del siglo XX, no sólo muestra el significado íntimo que el deporte puede llegar a tener en la vida de un sujeto, la fuen­ te de satisfacción que la pasión por un equipo puede llegar a representar, la instancia de convivencia y sociabilidad familiar y colectiva que fue el fútbol en Chile; en especial, la evolución que éste tuvo desde una prácti­ ca multitudinaria y pública, hacia una individual e íntima, tanto como pa­ ra concebirla como vida privada. Esta evolución, junto con explicar el cambio histórico de un aspecto concreto de la realidad nacional, mues­ tra también las profundas transformaciones experimentadas por la socie­ dad, reflejadas en el comportamiento del público en los estadios, el papel de los clubes deportivos y la función de los medios de comunicación en la intimidad del hogar. La vida de los militares, grupo que en el último tercio del siglo XX adquiriría un protagonismo indiscutido en Chile, es lo que ofrece el tra­ bajo de Verónica Valdivia. ¿Cómo vivían los oficiales?, ¿cuáles eran sus

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aspiraciones?, ¿cómo compatibi tizaban su vichi privada con sus respon­ sabilidades profesionales?, ¿qué identidad surge de la particular forma de vida que llevaban?, son algunas de las preguntas que a través de su texto se responden. Entre otros decidores fenómenos, se aprecia el ver­ dadero abismo que separó a civiles y militares a lo largo de la centuria, la situación de marginación que éstos experimentaron respecto del resto de la sociedad y el casi total desconocimiento, cuando no desprecio, que los civiles mostraron hacia las labores profesionales de las Fuerzas Ar­ madas. Sin duda, algunas de estas realidades explican la ignorancia y sor­ presa que sobre el comportamiento de los militares mostró la sociedad civil a partir del I 1 de septiembre de 1973. Ella no entendió el lenguaje, el tono y el último sentido de las palabras y actos de los uniformados, nunca se ocupó, no ya de comprenderlos y valorarlos, sencillamente de conocerlos, como hoy es posible hacerlo, entre otros medios, gracias a la historia de su vida en el cuartel. La crisis que la sociedad chilena experimentó a fines de la década de 1960 se materializó también en la angustia y temor que para un porcen­ taje no menor de la población significó el ascenso al poder de la Unidad Popular, como lo refleja el texto de Patricia Arancibia y Paulina Diltborn. Las esperanzas que el nuevo régimen despertó entres sus partidarios y adherentes, para no referir las expectativas que provocó en la comunidad internacional, tuvo su contraparte en el miedo, verdadero pánico, y en el sentimiento de amenaza que, aun antes de instalarse en el poder, desper­ tó entre vastos sectores de la sociedad. A través de las alternativas de una vida familiar marcada por la lucha política y la polarización del país, las autoras muestran cómo la existencia privada de los sujetos no estuvo aje­ na al clima de confrontación nacional y a los cambios sufridos por una sociedad que ya entonces mostraba claras evidencias de haber entrado en un proceso de grandes reformas. De este modo, si la modernidad provo­ có profundos trastornos sociales, lo cierto es que éstos tuvieron su pri­ mera expresión al interior del núcleo familiar. En éste, la polarización entre el entusiasmo de los triunfadores y la frustración de los derrotados en octubre de 1970. fue el preludio de lo que más tarde, y dramáticamen­ te. ocurriría a escala nacional. El drama, que como se advertirá para algunos había comenzado la misma noche de la elección presidencial de 1970. se desencadenó bru­ talmente a partir del golpe militar de 1973. Rolando Álvarez lo aborda desde la perspectiva de los militantes de la izquierda chilena que. para sobrevivir o combatir al nuevo régimen, pasaron a la clandestinidad; esa nueva forma de vida que, aunque no inédi­ ta en la historia republicana, entonces alcanzó dimensiones desconocidas. La experiencia de los comunistas proscritos, sus prácticas para escapar a la represión, disimular su identidad, aparentar normalidad y vivir en un mundo que en ocasiones escapaba a las características más elementales de lo que se entiende por «vida normal», permiten apreciar la relatividad de conceptos como «verdad», «vida privada» y. en especial, «realidad». Es la existencia en el mundo de la «infrapolítica», de los dominados que desarrollan diversas formas de resistencia, entre las cuales el enmascara­ miento de la verdadera identidad, el teatro y la actuación, en muchas oca­ siones, transformaron la realidad en mentira y la falsedad en verdad. Además, la vida en la clandestinidad, corrientemente asociada a una ex­ periencia terrible, y como el texto lo muestra, tuvo también una dimen­

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sión menos negativa que ofrece una extraordinaria riqueza e innumera­ bles matices, entre los cuales los momentos de alegría y satisfacción tam­ bién estuvieron presentes. La existencia como prisionero en un campo de concentración, una si­ tuación que pareciera sacada de la historia europea, del contexto de las grandes confrontaciones mundiales, también fue parle de la realidad na­ cional de fines del siglo XX. Como lo refiere Leonardo León en su tex­ to histórico y testimonial, adentrarse en la vida privada de los sujetos recluidos en los campos de detención abiertos por el régimen militar lue­ go de 1973 puede parecer una pretensión ociosa, entre otras razones por­ que precisamente esa fue la principal dimensión de su vida que la prisión les arrebató a los detenidos. Sin embargo, y pese a las extremas condi­ ciones de subsistencia, los prisioneros lograron crear espacios propios, formas de vida privada, prácticas íntimas e, incluso, momentos y signi­ ficados que marcarían su paso por los campos de concentración. La con­ moción por el arribo de nuevos prisioneros, el nuevo significado de la luz eléctrica a raíz de su uso como instrumento de tortura, la alegría de las visitas, la emoción cuando algunos salían en libertad, son aspectos, re­ cuerdos. que marcaron a quienes sufrieron esta dura experiencia. El trastorno político experimentado a partir de 1973 dio un nuevo sen­ tido a la experiencia del exilio nacional, el cual pasó a ser un fenómeno masivo, de larga duración y vastos alcances geográficos en términos de la presencia de nacionales en el mundo. Al mismo se refiere José del Po­ zo a través del caso de los chilenos exiliados en Montreal. Éste revela las características y condiciones de los protagonistas del fenómeno, sus sen­ timientos y reacciones, las habilidades que debieron adquirir, los ritos y formas de sociabilidad que desarrollaron para crear la «sensación» de fa­ milia, las crisis matrimoniales, familiares y sociales que enfrentaron. También el extraordinario desarraigo que el exilio implica para sus acto­ res, una de cuyas manifestaciones fue la angustia de tener que aprender un nuevo idioma y la imagen de «las maletas abiertas», un verdadero sín­ drome que dificultó por largo tiempo su plena integración en la sociedad que los acogió. ¿Cómo un sujeto se transforma en enemigo de la patria?, ¿qué secue­ las tuvo la dictadura entre las víctimas de las violaciones de los derechos humanos?, son las preguntas que guían el texto de Elizabeth Lira. En él aparece un Chile fracturado, de enemigos, fracasado, en el sentido de ha­ ber sido incapaz de resolver sus conflictos de manera pacífica y negocia­ da. Pero sobre todo se ofrecen las consecuencias personales, familiares y. por todo lo anterior, sociales, de la práctica de la tortura y de la angus­ tiosa realidad de que la vida de unos dependiera de la persecución y muerte de otros. Las sucesivas travesías: por la muerte, la de los deudos y sobrevivientes: por la tortura y la desaparición, la de las víctimas y sus parientes; hacia la libertad, la de los libres y exiliados, son mostradas a través de testimonios directos, de protagonistas individuales de un fenó­ meno que por su magnitud se transformó en una realidad social y nacio­ nal. que hunde sus raíces en el miedo. Por último, y en verdadero contraste con la politizada, polarizada y exasperante realidad social mostrada por la prensa nacional hasta 1990, Jorge y Gonzalo Rojas se adentran en el proceso de mediatización del país vivido desde 1973 en adelante. Desde el «adormecimiento» de los años iniciales del régimen de Pinochel. hasta el exultante plebiscito de

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1988, en el que los medios de comunicación tuvieron un papel esencial, el trabajo ofrece la evolución de la radio y del cinc, la industria editorial, el impacto de la televisión y el fenómeno de Sábados Gigantes y la Teletón, entre muchos otros hechos, actores, medios y contenidos que mar­ caron la vida nacional en general, pero también la privada. El Chile mediatizado y «farandulizado» de la actualidad le debe mu­ cho al desarrollo de los medios de comunicación social y al profundo impacto que ellos tienen en la vida concreta, íntima y privada de los te­ levidentes. Para no referir la verdadera campaña de trivalización de la realidad que ellos mismos han promovido. Pero no es menos cierto tam­ bién que el Chile de hoy, superficialmente vuelto hacia la vida privada de los famosos, y de los no tanto, menos «grave» y solemne, más grose­ ro y desprejuiciado, más light en palabras de muchos, es deudor también de la polarización y la violencia experimentada en la segunda mitad del siglo XX. No por nada se ha visto la televisión, el gran protagonista de la vida familiar que todos tenemos en nuestro hogar, como una vía de es­ cape, de evasión de la realidad. Una realidad que, al igual que la vida pri­ vada que esta historia ha comenzado a mostrar, en muchas ocasiones fue demasiado dura, no ya sólo como experiencia vital, sino incluso como para recordar y, luego, encarar como sociedad, fin al que esta historia espera contribuir. Rafael Sagredo B. Cristián Gazmuri R.

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Parto, crianza y pobreza en Chile María Soledad Zarate

«Madre, cuéntame todo lo que sabes por tus viejos dolores. Cuéntame cómo nace y cómo viene su cuerpeci)lo, entrabado en mis visceras. Dime si buscará solo mi pecho o si se lo debo ofrecer, incitándolo. Dame tu ciencia de amor ahora, madre. Enséñame las nuevas caricias, delicadas, más delicadas que las del esposo. ¿Cómo limpiaré su cabedla, en los días sucesivos? ¿Y cómo lo liaré para no dañarlo? Enséñame, madre, la canción de cuna con que me meciste. Eso lo hará dormir mejor que otras canciones». «Cuéntame, madre...». Desolación, Gabriela Mistral

En Desolación (1922), Gabriela Mistral dedica su prosa y poesía al sentimiento y ejercicio de la maternidad. Para la poetisa, todo lo que una mujer necesitaba saber para ser una buena madre lo aprendía de la propia, en el seno familiar y/o en sus redes sociales más cercanas. La experiencia de quien había parido y criado resultaba irreemplazable, e imprescindible su transmisión de mujer a mujer: la confianza en la sabiduría de la que ha sido madre era incuestionable. De manera opuesta, la maternidad y las madres en la mirada de la medicina y de la asistencia social de Chile desde 1920. eran una expe­ riencia y un grupo humano, respectivamente, que requería normarse, entrenarse y medical izarse, en especial si pertenecían al segmento poblacional más pobre. El vasto repertorio de publicaciones que médicos y asistentes sociales produjeron y que se multiplicó significativamente en las décadas siguientes así lo corroboran. Gracias al registro monu­ mental de esas fuentes es posible reconstruir parte de la experiencia del ciclo maternal1 de las mujeres pobres y trabajadoras que serían o eran madres y que buscaban auxilio en los servicios caritativos-privados de las gotas de leche y asilos, y en los estatales de la Caja del Seguro Obi i-

hnagen de Guillermina Malvenda, quien parió en la calle, junto a su bebé. Una triste realidad que la protección social progresivamente fue erradicando. Unidad. Revista de los empleados de la Caja de Seguro Obligatorio, año 6. N° 72. julio de 1947. p. 3.

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gatorio y la Dirección General de Sanidad en la primera mitad del si­ glo XX. El cuidado de parturientas, recién nacidos y lactantes, provisto por agentes sanitarios y sociales, era entendido como parle del proceso de re­ producción de una nación e inspiró una cruzada estatal que, explícita­ mente. se propuso la intervención biológica2. La historia de la maternidad es, entonces, parte de una dimensión estratégica de la protección estatal y del proyecto sanitario-profesional del Chile contemporáneo. La profesionalización del cuidado maternal tenía como principal pro­ pósito médico reducir las altas tasas de mortalidad infantil y maternal al mejorar las condiciones asistenciales de la embarazada, del parto y de los dos primeros años de vida de los hijos. Pero también propiciaba la difu­ sión de la puericultura y el vínculo materno-infantil que comenzaba a es­ timarse beneficioso. La muerte del bebé a los pocos días de nacer que, hoy por hoy. constituye una excepción y una sorpresa dado el avance al­ canzado por la obstetricia y la pediatría, en el pasado reciente chileno era un hecho natural, aceptado y cotidiano. Más aún, para muchas mujeres resultaba un alivio, pues se decía que cada nuevo nacimiento era una tra­ gedia para la familia obrera, como lo dejan entrever las lavanderas que dialogan en el conventillo recreado por el escritor Nicomedes Guzmán en su novela Los hombres oscuros, de 1939: «—¡Parece que Jacinto ya me plantó “otro"! ¡Este mes no me llegó la “cuestión”...! —¿Por qué no lo aborta, vecina? —¿Abortar? ¿Matarlo? ¡Ni me lo diga...! ¡Como si yo no hubiera vis­ to el guagüito que botó mi comadre Zulema! ¡Chiquitito, una mano de sangre apenas, se movía como un grande! ¡Daban deseos de llorar, veci­ na, por Diosito! ¡Casi me ataqué! —La suerte que yo no tendré más chiquillos... ¡No sería tampoco ca­ paz de botarlos! ¡Es un crimen! ¡Qué culpa tienen los pobrecitos! ¡Una suerte que me hayan sacado los ovarios! —¿Encuentra suerte eso. vecina? Después de todo, los chiquillos son una alegría para una... ¡Si la vida fuera fácil, yo me sentiría feliz de pa­ rir hartos chiquillos!... Pero así como va la vida, hasta pesa parir. ¡La vi­ da la endurece a una! ¡No deja de ser bonito que la preñen a una...!»3. ¿Qué sabemos de las mujeres que se convertían en madres en el Chi­ le de la primera mitad del siglo XX? ¿Cómo parían? ¿De qué morían las parturientas, los recién nacidos y los infantes menores de un año? ¿Dón­ de era mejor que se produjera el parto, en la casa o en el hospital? ¿Qué conductas, hábitos y moral familiar era necesario reformar para dismi­ nuir los altos índices de mortalidad materno-infantil. de abandono de los hijos y del aborto? ¿Qué políticas específicas podían mejorar las condi­ ciones de vida de la población femenina pobre que estaba embarazada o que ya era madre? Estas fueron algunas de las preguntas que inspiraron las políticas de protección estatal médica y social dirigida a las embara­ zadas y madres de la clase trabajadora e indigente. Este artículo examina la trayectoria de algunas de aquellas políticas del Chile contemporáneo, que dieron vida a transformaciones que afecta­ ron la experiencia del parto y la primera crianza y que fomentaron, entre otras consecuencias, el que ambas perdieran paulatinamente el carácter íntimo y la naturaleza doméstica que las rodeaba hasta entonces, para convertirse en materias de debate público sanitario. Paralela y contradic-

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todamente, el parto y la primera crianza experimentaron procesos de pri­ vatización en la medida que el primero fue. de manera progresiva, con­ finado al espacio hospitalario, y la segunda era circunscrita al espacio del policlínico, el consultorio y/o la oficina social. Ambas transiciones im­ plicaban desechar gradualmente la influencia de las redes familiares y de la medicina popular y familiar en pos de integrar la de los profesionales sanitarios y asistenciales.

Parir en casa En Chile, el lugar del parto hasta pasada la mitad del siglo XX fue preferentemente el domicilio de la futura madre; no obstante, en el caso de la capital los partos asistidos en maternidades y hospitales ya alcan­ zaban el 60% de los nacidos vivos en 19514. Asimismo, la asistencia sa­ nitaria del paito estuvo preponderanteinente en manos femeninas, parteras y matronas, salvo en Santiago, donde la disponibilidad de médicos era mayor*1. Desde fines del siglo XIX, la asistencia del parto y el cuidado de los hi­ jos estimularon la formación obstétrica de las matronas y médicos, y su en­ trenamiento clínico en la Casa de Maternidad de Santiago. La asistencia del parto dejaba de estar exclusivamente en manos de parteras —cono­ cidas por practicar una «ciencia de hembra»6 ligada al conocimiento mé­ dico popular e indígena— y comenzaba modestamente a ser parte de la preocupación de médicos y matronas instruidos en la naciente «ciencia obstétrica», inspirada en su símil europeo7. Sin desconocer este proceso, lo cierto es que aún la «ciencia obstétrica» se reducía a la oferta de un pu­ ñado de médicos y matronas que en Santiago beneficiaba a la población femenina que podía pagar sus servicios o a la más pobre que recurría a la Casa de Maternidad que, por ejemplo, no recibía más de dos mil mujeres en I8998. En 1900 se contabilizaban 110.697 nacidos vivos en el país9, y en 1895 el Censo registraba la existencia de 842 médicos y 814 matronas1 . La mejor de las estimaciones indica que ambas categorías agrupaban a per­ sonas que declaraban tal oficio sin contar con certificación formal. Lo se­ guro es, entonces, que más de la mitad que se declaraba matrona, en realidad fueran parteras y/o curanderas; en consecuencia, la «ciencia de hembra» era la que se empleaba en la mayoría de los partos del país. ¿Qué sabemos respecto de los preparativos del parto, quiénes estaban junto a las mujeres? Pese a la importancia de este momento en la vida fe­ menina. los testimonios de mujeres son escasos, y es necesario recurrir a fuentes literarias, médicas y asistenciales que se concentran preferen­ temente en la descripción de partos complicados y con desenlaces trági­ cos. y a los manuales de puericultura que incluían recomendaciones útiles al parto en el hogar de la futura madre. Hacia fines del siglo XIX. la principal compañía de las mujeres du­ rante el parto en la casa eran las otras mujeres de la familia, las vecinas, la partera, la matrona o la «meica». Sólo en contadas excepciones se in­ cluía al «médico o la partera, una criada y dos personas sumamente afec­ tas a la parturienta, en el trance del parto»1’. Cuando los dolores del alumbramiento comenzaban se recomendaba dar una alimentación sóli­ da a las mujeres que les brindara energía para tolerar el esfuerzo físico del trabajo de parto: era habitual estimular el consumo de caldos de ave

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y/o carne de vacuno, y de vino caliente, recomendación frecuente en las siguientes décadas. Por ejemplo, Wenceslao Hidalgo, médico, sostenía en 1877, que si el parto se prolongaba mucho, «las fuerzas faltan y la mu­ jer tiene deseo de lomar algo, se le puede dar un poco de caldo o bebidas ligeramente refrescantes; pero nunca el vino caliente que suele aconse­ jarse para aumentar las fuerzas»12. Por esta época, las mujeres privilegiaban posturas y movimientos que facilitaran la expulsión de la criatura, apoyadas por quienes las acompa­ ñaban; no obstante. Hidalgo ya escribía que el lugar más cómodo para desembarazar era la posición acostada, que empezaba a imponerse en los recintos hospitalarios, por la comodidad que representaba para el médi­ co. Cuando los dolores eran más intensos, la labor de la matrona, parte­ ra, médico o familiar consistía en «poner sus manos sobre las partes como sujetándolas en cada esfuerzo, con lo cual no se mitigarán los dolores, si­ no que se evitarán desgarraduras, que en ese tiempo del parto son fre­ cuentes y mucho más en las primerizas o primíparas». Si la expulsión de la placenta no se producía espontáneamente, «hay necesidad de ayudar a la naturaleza, ya por fricciones sobre el vientre o haciendo ligeras con­ tracciones del cordón umbilical en el momento en que se producen las contracciones del útero». La extracción violenta de la placenta era una práctica relacionada a la muerte maternal a causa de hemorragias inter­ nas, y el ser atribuida usualmente a las parteras fue uno de los tempranos argumentos para desprestigiar la asistencia que ellas proveían13. El cuento de Manuel Guerrero Rodríguez «El parto»14, publicado en 1941, ofrece una detallada descripción de los momentos en que Eulogia, una campesina de la solitaria tierra sureña de Confluencia, experimenta los dolores de parto en compañía de su asustada hija. Chana, a quien le dice: «Estoy enferma... muy enferma... Voy a tener un chiquillo. Tú lo vas a ver. La mujer sufre mucho cuando va a parir... Dicen que también se puede morir entre los dolores. Tu padre no ha llegado de los barbechos. Dijo que llegaría por ayer: cinco días son muy largos... No hay quien va­ ya a buscar a la partera... No hay quien vaya a buscar a doña Cierna... Pe­ ro yo creo que ya no sirve: está muy vieja... Yo no sé qué voy a hacer si tu padre no llega... Hay que tener agua caliente. ¡Ay! Me duele todo el cuerpo... Los animales paren solos. Dicen que a veces las mujeres tam­ bién paren solas, pero sufrirán más, mucho más...»15. Ante la posibilidad de ver morir a su madre, Chana sale en busca de auxilio, que encuentra en un pescador, Peirucho, quien se autodefine «bien baqueano para cortar ombligos». Peirucho se hace dueño de la si­ tuación como un auténtico «meico del campo», solicitando utensilios necesarios, como paños, fajero, mantillas y una cuchara nueva de lata pa­ ra cortar el ombligo. A Chana le ordena matar una gallina y preparar un caldo; mientras él pelaba y despedazaba el ave, Eulogia bebía el vino que serviría de sedante para aminorar los dolores que se aproximaban. La «armada», un lazo de cuero encebado que pasaba por la viga que esta­ ba sobre la cama de Eulogia y que se deslizaba entre sus axilas, era el mecanismo para ser alzada por Peirucho hasta que sólo la punta de sus pies rozara el camastro: «Abierta de piernas, sujetándose el vientre que parecía abrírsele, so­ baba su carne dolorida. Los gritos de dolor no encontraron eco en la pieza plagada de agujeros. El hombre, hábil maestro de esa operación

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salvaje pero necesaria, abría campo entre las roídas ropas como si pre­ parara un nido. La parturienta presentaba un aspecto atrozmente repug­ nante. Chana enterrábase las uñas en sus huesos para no dar rienda suelta a la desesperación»16. El colgar a la parturienta fue una experiencia común, a juzgar por fuentes médicas y folclóricas latinoamericanas que destacan su brutali­ dad y las distintas modalidades que aquélla adoptaba; particularmente fueron las matronas las que conocieron de cerca esta práctica17. Lo cier­ to es que la tarea de quien asistía el alumbramiento se reducía al apoyo moral a la parturienta, la que no se agolaba sólo por los agudos dolores que sentía, sino por el desgaste físico que esta posición le producía y que en el caso de Eulogia fue excesivo: «Su cuerpo había perdido el mando. Revolvíase en el aire como un animal sacrificado. La cuerda, al rozar con la viga, crujía. De repente, asomó la criatura. Un ¡ay! tremendo saludó su llegada. La recibió Peirucho en la palangana y, rápidamente, operó con la cuchara de lata. Dejan­ do a un lado la masa que dejaba escapar el llanto de un niño, descolgó a la madre y cubriendo con un saco el resto de sangre que había en el le­ cho, la ayudó a tenderse. Una mujer no habría tenido más tacto ni maes­ tría... Limpió el sudor de la mujer y volvió sus dedicaciones al recién nacido»18. Nacido el bebé, el cuidado en la madre se concentraba en los temibles y dolorosos cólicos uterinos, conocidos como «entuertos», que restauran el tamaño normal de ese órgano y que eran contenidos por fricciones con láudano sobre el vientre. Otro motivo de preocupación, según Hidalgo, era la «fiebre de leche» o «láctea», un estado febril que aparecía habi­ tualmente entre cuarenta y sesenta horas después del parlo, y que se ca­ racterizaba por una piel caliente y sudorosa, un pulso ancho y blando, una hinchazón dolorosa en los pechos y un dolor de cabeza más o me­ nos intenso19. Casi cincuenta años más tarde, el médico Isauro 'forres publicó en 1926 su manual Cómo tener y criar hijos sanos y robustos, que dedicaba un apartado al parlo domiciliario, si bien las recomendaciones relativas al traslado de la parturienta a un recinto asislencial ya estaban presentes20. La higiene del cuerpo de la mujer, especialmente de los órganos genitales, y la suspensión de las relaciones sexuales en el último mes del embara­ zo eran indicaciones frecuentes. Se lisiaban los implementos, químicos farmacéuticos y utensilios necesarios para antes y después del parlo usa­ dos por «personas acomodadas» y «personas pobres»-1. En manos de la matrona se iniciaba el ritual higiénico que. similar al descrito por Hidalgo, salvo por la inclusión del lavado intestinal, in­ cluía pasos como la limpieza de órganos genitales por fuera con agua cocida: el no barrer ni limpiar muebles con plumero durante el día y me­ nos durante el parlo; extrema higiene en manos, sábanas y agua para evi­ tar la fiebre puerperal; la preparación de la cama con dos sábanas y entre medio de ellas un hule: entibiar la pieza con estufas o braseros, y la per­ manente disponibilidad de teteras que aportaban humedad y agua her­ vida. Se insistía en la precaución de no atender a la mujer en el suelo o colgada —como el caso de Eulogia—, y en la limitación del número de personas en la pieza del parto, prácticas que desaparecían proporcional­ mente al crecimiento del parto asistido por matronas y en recintos hos­ pitalarios.

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La matrona, y sólo ella, pues Torres no incluía la presencia de parle­ ras. procedía al corle umbilical y aseaba el exterior de genitales de la ma­ dre. usando un paño y algodón seco entre las piernas. Ponía alrededor de la cintura una faja abdominal y administraba una inyección de ergotina para evitar hemorragias y regresión de la matriz. El descanso y la restric­ ción de visitas durante los siguientes seis días era la medida habitual luego de un parto normal, pero esta disposición resultaba una ilusión pa­ ra aquellas mujeres que siendo pobres y solteras debían generar ingresos rápidamente. Hasta el comienzo del siglo XX. la presencia del médico en el parto de mujeres pobres constituía una excepción, que sólo se daba cuando és­ tas recurrían a recintos hospitalarios o cuando miembros de sus familias, sacrificando los pocos ahorros y ante la muerte materna inminente, los requerían en sus domicilios. Los peligros que podía detectar el médico en el domicilio y que le competían exclusivamente podían ser. por ejem­ plo. la posición inadecuada del feto, la dificultad de la mujer para elimi­ nar la placenta o la aparición de hemorragias internas22.

La madre asegurada: protección social y sanitaria

Afiche alusivo al día del hospital que ilustran imágenes de maternidad. Revista de Asistencia Social, lomo 3. N° 4. diciembre de 1934.

Aun cuando el parlo y el cuidado de la madre pobre siguieron mayoritariamente en manos de matronas y parleras durante las primeras décadas del siglo XX en Chile, las nuevas generaciones médicas —in­ fluenciadas por el pensamiento eugenésico europeo y las desventuras de la pobreza femenina urbana local— convirtieron la asistencia del parlo en una materia pública que excedía la frontera del ámbito clíni­ co. para ser también uno de los ejes de la «cuestión social» y parte de una política estratégica en pos del descenso de los índices de mortali­ dad materna y neonatal22. En 1900. porcada mil nacidos vivos en Chile, 342 morían, y en 1920. por igual proporción, fallecían 263. En el Santiago de 1920, la cifra aumen­ taba a 334 por cada mil. Estas cifras incluían a los niños muertos antes del primer mes de vida, que representaban aproximadamente más de un 36% de la mortalidad infantil total24. Considerando que los reportes estadísti­ cos de la época no eran exhaustivos, el índice de mortalidad materna más confiable corresponde a 1930. año en que murieron 1.147 mujeres en el parlo y por complicaciones puerperales en recintos hospitalarios, de un to­ tal de 169.395 nacidos vivos en el país. En el caso de Santiago, de 9.645 nacimientos exitosos en las tres maternidades capitalinas más antiguas. 180 mujeres fallecieron por causas similares en 19202?. Uno de los significa­ dos históricos de estas cifras fue la influencia que tuvieron en la transfor­ mación del control del embarazo y del parto entre las mujeres pobres como uno de los objetivos político-demográficos que podían garantizar el naci­ miento de ciudadanos, y particularmente trabajadores sanos y productivos, útiles al desarrollo industrial que la economía local experimentaba y el Chi­ le moderno requería después de la década de 1920. Las ponencias presentadas en el Primer Congreso de Protección a la Infancia (1912), el Primer Congreso de Beneficencia Pública (1917) y el Primer Congreso Nacional de las Gotas de Leche (1919) lo confirman.

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Celebrados en Santiago, estos eventos fueron protagonizados por médi­ cos que, palpando diariamente los límites de las instituciones disponi­ bles, abogaban por mayores atribuciones sanitarias para el Estado y la caridad organizada, y entendían la medicina como un factor de progreso social, al estilo de los Estados benefactores europeos. Frente a la prolelarización femenina urbana26, sugerían la elaboración de medidas jurídi­ co- laborales que protegieran a las parturientas y a la infancia abandonada, y la creación de «dispensarios de amas» y «asilos maternales» que am­ pararan a las embarazadas y a las que darían a luz, a semejanza de la asis­ tencia pública parisina27. Inspirados en médicos franceses, como Pinard y Budin, algunos discutían el efecto del trabajo físico en el ciclo mater­ nal. las ventajas para las mujeres pobres de parir en maternidades28 y la necesidad de perfeccionar las estadísticas, tarea emprendida por el pri­ mer Instituto de Puericultura de Santiago, fundado en I90629. Paralelamente al reconocimiento por parte de la clase médica y de or­ ganizaciones caritativas de los beneficios clínicos y sociales de la atención profesional del parlo, la década de 1920 sumó a un nuevo actor interesado en su cobertura asistencia!: el Estado. Su inicial intervención se concre­ tó por medio de dos instrumentos legales: la Ley de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio de 1924 (en adelante CSO) y las reformas al Código del Trabajo de 1931, que consagraban los derechos de la madre obrera, el descanso prenatal y postnatal y los subsidios maternales20. La prime­ ra ley. presentada por el diputado conservador y médico Ezequiel Gon­ zález Cortés e inspirada en sus observaciones del sistema previsional alemán, declaraba la afiliación obligatoria de la población obrera, hombres y mujeres menores de sesenta y cinco años, a un seguro de enfermedad e invalidez. Con respecto a las parturientas, establecía la obligatoriedad de la «atención profesional de las aseguradas durante el embarazo, parto y puerperio, y además un auxilio del 50% del salario durante las dos sema­ nas que preceden y siguen al parto, y de un 25% en el período posterior, prolongado hasta el destete cuando amamantaren a su hijo. Este período no podrá exceder de ocho meses»21. Contando inicialmente sólo con ma­ tronas y médicos, los servicios asistenciales de la CSO convertían el au­ xilio profesional del parto, domiciliario y hospitalario, en un objetivo de política sanitaria. Por su parle, la Dirección General de Sanidad (en adelante DGS), re­ gida por el Código Sanitario de 1931, dispuso la creación de centros pre­ ventivos Madre y Niño, que fueron heredados por el Departamento Central de Madre y Niño, creado en 194022. Estas reparticiones públicas apoyaban a las mujeres indigentes y a los niños abandonados, población que no accedía a los beneficios de la Caja del Seguro Obligatorio. En ade­ lante, las políticas asistenciales distinguirían a las madres aseguradas y no aseguradas. Por medio de la biografía de una joven y empobrecida mujer que iba a ser madre, la aspirante a visitadora social (en adelante VS) Guillermi­ na Gronemeyer proporciona antecedentes emblemáticos de lo que suce­ día con una de las primeras beneficiarías de las políticas maternales y su peregrinación institucional a fines de la década de 1920. Se trataba de una mujer de sólo diecinueve años, que nunca es identificada por su nom­ bre y que en 1928 estaba embarazada y no contaba con un lugar dónde pasar los últimos días de su preñez ni donde dar a luz22. Al momento de contactarla, la joven ejercía como empleada doméstica y esperaba un hi­

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Fachada del edificio del Patronato Nacional de la Infancia en 1919. Revista de Beneficencia Pública. tomo 111. 1919. p. 24.

jo de un hombre que la visitaba frecuentemente en el hogar en que tra­ bajaba. al que primero describe como soltero y con el que. según ella, no podía casarse porque residía en el sur del país. Al abandonar este traba­ jo. su vida se convirtió en una aflictiva travesía: en el nuevo hogar en que se emplea es rechazada al poco tiempo a causa de su estado, busca auxi­ lio en un asilo maternal y al presentar síntomas de aborto es enviada a una maternidad. Luego de recuperarse es devuelta al asilo, donde no es recibida, pues aún fallaba tiempo para el parto, y viaja al sur a la casa de una conocida. En adelante, la tarea de Gronemeyer consistió en asegurar que esta mujer no atentara contra la vida del retoño y que tampoco albergara des­ eos de abandonarlo después de nacido: «Le aconsejamos en primer lugar que no abandonara a su hi jo y que era su deber criarle y le citamos que fuera el sábado 16 a la Maternidad Carolina Freiré para queja examina­ ra el doctor y para ver si la admitían en el Asilo Maternal» En los si­ guientes días. Gronemeyer se encargó de revisar la libreta del Seguro Obligatorio de la embarazada, verificando el retraso de dos meses de su cotización y que aún era posible pagar esa deuda. Luego, asiste a la Ma­ ternidad Carolina Freire y paga el seguro, además de proveer tejidos y moldes de confección para que la madre hiciera la ropa del bebé. No obs­ tante. en una nueva visita se entera que la joven ha dejado el recinto asis­ tencia! y comienza su búsqueda en las maternidades de San Borja, de la Asistencia Pública y en la de San Vicente. Paralelamente se entrevista con su primer empleador, quien le informa de circunstancias desconoci­ das que rodeaban la vida de esta mujer: la mayoría de los datos aporta­ dos por la embarazada eran falsos, pues el supuesto padre del bebé era casado, «muy honrado» y no vivía en el sur. Además, a ella la habían des­ pedido de ese trabajo por problemas de conducta y por la constatación de sus «facultades trastornadas», razón por la que permaneció una breve temporada en la Casa de Orates.

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A los pocos días, la mujer da a luz en una maternidad no identifica­ da. Al encontrarse con la joven madre, ésta le confiesa «que el padre de la guagua era el señor del sur. antes había dicho que era soltero porque así se lo había él exigido que dijera, y le había prometido ayudarla. Des­ pués de haberle dado algunos consejos, le prometimos ir a buscarle la ropila y la mandamos a guardar cama»37’. Al dar a luz, las posibilidades asistenciales para mujeres abandona­ das o sin redes parentales se reducían a la acogida temporal en un asilo maternal, pues ninguna maternidad las admitía, a menos que la fecha del parlo estuviera próxima; atrás habían quedado los días en que la Casa de Maternidad de Santiago permitía la permanencia de algunas mujeres por más de siete u ocho días. Aunque sin éxito, Gronemeyer intentó otra so­ lución que aún era común entre las mujeres que parían en total desampa­ ro en Santiago: «A las nueve de la mañana la llevamos a la Casa de Huérfanos para que la reciban de ama con su guagua. Hablamos con la visitadora, quien iba a conseguir ocuparla ahí sin que abandonara a su hija, pero después de haberla examinado encontró que no alcanzaba a dar la leche suficien­ te para poder alimentar a tres niños, de modo que no la dejaron»'6. Como se aprecia, convertirse en ama o nodriza —mujer que comer­ ciaba con la leche de su propio pecho— era una alternativa laboral para aquellas que. después de haber parido y que conservaban a sus hijos, su dotación de leche era abundante, con la cual se podrá alimentar a más de un niño simultáneamente. No obstante, este oficio caía en descrédito en virtud del mandato social de la lactancia materna del exclusivo dere­ cho del niño sobre la leche que producía su madre37. Sin perder las esperanzas. Gronemeyer insistió ante sus profesoras por tener una nueva oportunidad para auxiliar a esta mujer; en tanto, vi­ sitaba la Oficina de Empleos del Club de Señoras, insertaba un aviso en E/ Mercurio y recurría al Asilo Maternal, donde, gracias a la gestión de una visitadora titulada, la joven madre fue aceptada. A su juicio, aquella mujer encontró un poco de alegría y tranquilidad para pensar, acompa­ ñada de su pequeño hi jo, en un nuevo futuro: «En resumen, la situación era bien crítica, iba a ser madre, sin recur­ sos, abandonada por todos, sus patrones la despedían al imponerse de su estado: ella pensaba abandonar a su hijo y ocuparse. Todos los desengaños y sufrimientos que ha pasado han sido ocasionados por la ignorancia, más que por malicia. Ahora está muy cambiada, resignada y agradecida de los servicios que le hemos hecho y que a ella no se le habían ocurrido; por ejemplo, la ayuda que recibió del seguro. etc.»3x. La historia de aquella mujer reunía algunas de las carencias más re­ currentes entre la población femenina pobre: la espera de un hijo en so­ ledad a consecuencia del repudio de la pareja, la incertidumbre de dónde parir, el dolor y la impotencia de ser rechazada por el entorno social más cercano, la pérdida de la fuente laboral, la elección del aborto o del aban­ dono del hijo como eventuales soluciones ante la falta de apoyo material y emocional. El nuevo papel del Estado, trazado por las reformas y organismos cre­ ados en la década de 1920. se profundizó con algunas modificaciones, como la extensión temporal del auxilio a las madres aseguradas hasta la edad de un año del hijo y de la atención de éste hasta los dos años, des­ de 1936. y la ampliación de beneficios a las esposas de asegurados, en

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1938'9. Asimismo, la llegada al poder del Frente Popular ese mismo año40 y la promulgación de la Ley de Medicina Preventiva y la Ley Ma­ dre y Niño, multiplicaron las tareas sanitarias dirigidas a disminuir el im­ pacto de las «enfermedades sociales», como la tuberculosis y la sífilis, y la mortalidad materno-infantil en la clase trabajadora, «capital humano» más castigado por la acelerada industrialización41. Respecto a la asisten­ cia del parto provista por la CSO. se reforzó el fomento al criterio preven­ tivo y la creciente cobertura nacional del parto domiciliario y hospitalario. Por ejemplo, en 1938. la CSO asistió 22 mil partos, y ya al año siguien­ te la cifra sobrepasaba los 25 mil, de los cuales ocho mil correspondían a partos atendidos en maternidades42. Los servicios maternales y de laclantes, responsables de la embara­ zada hasta el primer año de vida del hijo, y de éste hasta que cumplía dos años de edad, fueron el foco de atención de los consultorios de la CSO43: «La Administración General de la Caja tiene fe en la honestidad y en el sentimiento maternal de la mujer obrera, y espera que, sometida a la dis­ ciplina del consultorio y al consejo orientador del médico, pronto tendrá conciencia plena de los problemas de su sexo y de sus deberes y derechos como madre y como asegurada, y se hará acreedora a los premios que fija el reglamento respectivo. Además, en esta forma se alcanzará que estos ser­ vicios sean una verdadera escuela práctica de la madre obrera chilena, que vitalizará, en parte, la raza; que generará cultura, ejemplos permanentes y ramos técnicos que obedecerán a directrices centralizadas e integrales» . ¿Qué efectos tuvieron estas reformas estatales sociosanitarias en la vida de las mujeres y madres que podían acceder a ellas? Entre los prin­ cipales fenómenos sociales estaban el redescubrimiento de la madre sol­ tera. de la influencia negativa del trabajo físico y los escasos cuidados prenatales en la embarazada, la ausencia de condiciones sanitarias ade­ cuadas para el parto y el puerperio, y la falta de control médico de la ma­ dre y del recién nacido. Frente ai desafío de obtener un compromiso estable de las beneficiadas, estas reformas fueron acompañadas de una serie de estrategias, como la instauración del Día de la Madre desde 1924. las visitas benéficas a las parturientas hospitalizadas, la creación de re­ des femeninas —como la Liga de las Madrecitas, fundada por la médica Cora Mayers— o la premiación de las madres que alcanzaban metas comprobables, como el aumento de peso, amamantamiento continuo y/o higiene personal de sus hijos45. El deambular de las madres por los servicios de la beneficencia y de las agencias estatales capitalinas en busca de auxilio médico y material, como el caso reseñado por Gronemeyer, fue una dimensión de las nue­ vas rutas urbanas de la población femenina en la primera mitad del siglo XX. La exposición del cuerpo grávido, la multiplicación de los interro­ gatorios clínicos y sociales Irente a hombres médicos, matronas y visita­ doras sociales comenzaron a ser parle de una rutina asistencia! específica y estimulaban las confesiones femeninas de una vida envuelta en apre­ mios y ansiedades ante la noticia de un nuevo hijo.

De la casa a la maternidad La transición del parto asistido en la casa al hospital, un fenómeno todavía escasamente documentado, fue parte del vasto debate público de

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las transformaciones sanitarias asistenciales en la primera mitad del si­ glo XX chileno. En la década de 1920. el parto hospitalario registraba signos de crecimiento respecto a fines del siglo XIX. cuando sólo exis­ tía la Casa de Maternidad de Santiago, gracias a que las madres asegura­ das de la CSO contaban con financiamiento para ser hospitalizadas si se presentaban complicaciones en sus partos y a que la oferta hospitalaria también era atractiva para las mujeres más pobres y no aseguradas. La posibilidad de parir en un recinto asistencia! o asilo era una atrayen­ te pero complicada opción frente al cuarto sucio, al conventillo malolien­ te o a la casucha en ruinas en que vivían las mujeres pobres de Santiago. Atrayente porque liberaba temporalmente a las mujeres de un ambiente poco higiénico y de las tareas domésticas, pero complicada porque las ponía en la encruci jada respecto de qué hacer con los otros hi jos o paren­ tela que dependían de su presencia y cuidados. Pese a esta controversia. Luisa Fabres. visitadora social de la Maternidad Carolina Freire. del Pa­ tronato Nacional de la Infancia, sostenía en 1928. como otras profesio­ nales, que la hospitalización del parto era altamente beneficiosa para la «madre soltera, aquella mujer que se ve repudiada por los de su casa y que se encuentra en completo abandono»46. Entre 1900 y 1930 se sumaron a la Maternidad del Hospital San Borja. antigua Casa de Maternidad de Santiago, la Maternidad de la Escue­ la de Obstetricia y Puericultura Alcibíades Vicencio, que destacaba por su cobertura; la del Hospital Clínico o San Vicente, que era pagada —a excepción del grupo de menesterosas—. con capacidad de 155 camas y con disponibilidad de dispensarios anexos para embarazadas y de pueri­ cultura. y la Maternidad del Hospital del Salvador, con 100 camas, gra-

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Madre e hijos con la visitadora social que. cuando el caso lo requería, llegaba hasta el hogar del niño para hacer las investigaciones necesarias y enseñar las reglas elementales de Higiene. Servicio Social, año II. N" 1. marzo de 1928. p. 27.

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tuita y con dispensarios similares al hospital anterior47. Luego, se agre­ garon las maternidades Carolina Freire, del Patronato Nacional de la In­ fancia; Madre e Hijo, de la Unión Evangélica de Chile; Susana Palma, y las ubicadas en clínicas privadas, como la Alemana y Santa María. En Santiago, las maternidades del San Borja. del Salvador y San Vicente de Paul acogieron a 20.849 parturientas en 1920. y en 1952. las mismas ins­ tituciones, con sus respectivas secciones de pensionado, y más las mater­ nidades Carolina Freire y Madre e Hijo, registraban la atención de 30.444 mujeres48. Las embarazadas que accedían a recintos maternales desde fines del si­ glo XIX eran solteras en su mayoría o en proporciones muy significativas, antecedente que justificó la preocupación médica por estas mujeres. El in­ forme de Carlos Ramírez, médico del San Borja y de la Oficina Maternal de la DGS, señalaba que en 1938 la Maternidad de San Borja había asisti­ do 3.150 partos, de los cuales 1.442 correspondían a madres solteras, es decir más del 45% del total, y de 970 hogares visitados al azar en todos los sectores de la capital, sólo 735 estaban conformados por parejas legalmen­ te constituidas, o sea que más del 24% carecía de esta condición4^. Ese mismo año. otro estudio de Ramírez ofrecía al selecto grupo cien­ tífico que se reunía en la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología, organismo fundado en 1935. una radiografía de lo que denominaba el «problema de la asistencia maternal» en Chile. Según su análisis estadís­ tico. en 1937 se produjeron 160 mil nacimientos en el país, entre los cua­ les siete mil correspondían a nacidos muertos. De los 153 mil restantes, 45 mil correspondían a los nacidos en maternidades (29.4%). 48 mil en el domicilio «en buenas condiciones» (31,3%). 17 mil a los atendidos por el servicio domiciliario del Seguro Obrero (11.1 %) y 43 mil nacidos «sin ninguna clase de atención técnica y comodidades» (28.I%)50. Si suma­ mos los porcentajes respectivos, se concluye que los partos atendidos en condiciones medicas formales, en maternidades y por el servicio domi­ ciliario de la CSO, alcanzaba el 40.5% del total de los partos de nacidos vivos en el país. ¿Qué ventajas ofrecía la hospitalización del parto entre las mujeres pobres? Sin duda, la primera fue la caída de la mortalidad materna por causas sépticas y no sépticas, que paralelamente se benefició de la intro­ ducción del uso de las su If adrogas y antibióticos hacia fines de la déca­ da de 1930. más disponibles en partos hospitalarios que domiciliarios*51. Aquellos partos complicados que presentaban hemorragias, traumatis­ mos, septicemias puerperales, toxemias o señales de aborto podían tener un mejor pronóstico de recuperación en recintos que contaban con instru­ mentos, medicamentos y personal médico. Prueba de esto es el estudio de 1956 que calculaba que la tasa de mortalidad materna de las maternidades de Santiago descendió en promedio de 22 a 1,1 fallecidas por mil naci­ dos vivos entre 1932 y 1955*52. También la hospitalización del parlo podía prevenir la mortalidad de los niños al nacer y durante su primer mes de vida; a comienzos de la dé­ cada de 1950, el estudio del médico José Miguel Ugarte sostenía que las causas históricas de la mortalidad de un 41.8% de niños menores de un mes entre 1917 y 195 I se repartían entre quienes presentaban «debilida­ des congénitas», «vicios de conformación», «nacimiento prematuro y consecuencias del parlo». La tesis de Ugarte era que si el cuidado prena­ tal y el control médico del parto hubieran contado con políticas de ma-

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yor cobertura, las dos últimas causas de mortalidad no habrían sido tan significativas5'. Las condiciones higiénicas y asistenciales en que se producían los partos hospitalarios reportaban ventajas sustanciales respecto de las pre­ sentes en los partos domiciliarios de las mujeres pobres. Además, las par­ turientas podían ser atendidas, recobrar energías para el regreso a sus labores, atender a la parentela que dependía de ellas y, temporalmente, estarían protegidas de un nuevo embarazo, agresiones o relaciones sexua­ les indeseadas. No es menos cierto que aunque el deseo de los médicos era asegurar una mejor atención del parlo fomentando la hospitalización de las muje­ res que tenían una naturaleza riesgosa o no podían ser asistidas en el do­ micilio por la pobreza de los mismos, las maternidades no contaban con el número de camas necesario para absorber la demanda asistcncial. Por ejemplo, de las 26.555 camas disponibles en los hospitales de la benefi­ cencia en 1952, sólo 2.213. el 8.3% del total, estaban destinadas a la asis­ tencia obstétrica54. En la década de 1940, la Asociación Médica de Chile sostenía lo siguiente: «La asistencia pública se ve obligada a aceptar la recepción de tales enfermas y a asistirlas, aunque no tiene el instrumen­ tal, ni las camas, ni el personal especializado en obstetricia para practi­ car esta asistencia en forma científicamente adecuada. »Lo que la asistencia pública puede y tiene que hacer para no aban­ donar partos y abortos en la vía pública, a pesar de su falta de dotación y medios, no ha sido posible que lo hagan las maternidades sometidas a reglamentos rígidos, preocupadas de estadísticas que aparecen así artifi­ cialmente mantenidas, indiferentes al clamor de las futuras madres que encuentran cerradas las puertas aunque las torturan los dolores del parto y muchas veces tengan que tener a sus hijos en la calle o en el camastro de una ambulancia»*'*'. La crítica al quehacer de las maternidades aludía a la selección que éstas hacían de las asistidas, a diferencia de la obligación que tenía la asistencia pública de aceptarlas a todas, aun sin contar con personal téc­ nico ni instrumentales adecuados. ¿Cómo resolverlo? Las sugerencias apuntaban, por una parte, a reproducir algunos procedimientos que aún son familiares en el Chile actual, como el uso de camillas en el suelo y de corredores como salas de parto para la atención de la sobredemanda y. por otra, reforzar el servicio domiciliario que las matronas prestaban. El control sanitario de los partos domiciliarios fue prácticamente in­ aplicable en zonas rurales hasta la década de 1940. donde otros proble­ mas sociales, como el alcoholismo o la falta de asistencia quirúrgica y dental, eran igualmente crudos y la confianza campesina era mayor en la medicina popular que en la universitaria. En 1938. el médico Arturo Larraín sugería que para apoyar el progreso de la atención maternal rural se consideraran las siguientes recomendaciones: la persecución a las parte­ ras. mediante la aplicación de multas o de prisión según gravedad de la denuncia: persuadir a las parturientas de ser asistidas en los consultorios rurales, dada «la falta absoluta de higiene en las habitaciones campesi­ nas». y «desarrollar el servicio social de los fundos, con el fin de prove­ er de sábanas y otros materiales a las enfermas, cuando sea preciso atenderlas en el propio domicilio»*'6. La atención hospitalaria del parlo en el campo era aún más escasa por el bajo volumen y dispersión territorial de las maternidades, la preferen-

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cía de la población por la asistencia que brindaba la partera o matrona del pueblo y la poca o nula experiencia de los médicos residentes en la espe­ cialidad obstétrica. El testimonio de uno de ellos, José Ilic. es convincen­ te. Recién titulado, Ilic viajó al sur para hacerse cargo de la Casa de Socorro del pueblo de Villa Alegre en 1943. A los pocos días de su arribo se pre­ sentó una «enferma de parlo en trabajo», la que, ajuicio de la matrona residente, debía ser atendida por Ilic haciendo uso del fórceps, situación delicada porque éste recordaba qtie no había prestado mayor importancia a la especialidad y práctica obstétrica en sus años de estudio: «Un escalofrío me recorrió la espalda. Fui a conocer el fórceps de Tarnier que había en la vitrina del pabellón y empecé a recordar las re­ glas de su manejo... me encerré en el escritorio a repasar apresuradamen­ te mis apuntes de obstetricia»57. La tardanza de Ilic fue tal. que sólo pasado un buen tiempo recibió un tímido golpe tras la puerta de su escritorio: «Doctor, la enferma ya se mejoró... ¡sola!». Afortunadamente, la matrona había atendido a la mu­ jer con éxito: se trataba de una profesional con dos o tres años de ser\ icio que había sido ayudante del médico Víctor Manuel Gacitúa. profesor de la clínica del Hospital San Borja: «No era. pues, una de esas viejas co­ madronas que una podría haber esperado en un pueblecito de provincia». Una sanción disciplinaria era la explicación de qtie una profesional con esa trayectoria se encontrara en aquel perdido pueblo sureño en la déca­ da de 1940. No obstante, al poco tiempo, la llegada de otra parturienta que traía la cabeza del feto retenida obligó a Ilic a practicar la temida apli­ cación del fórceps: «Pero discretamente dirigido por la matrona, inicié la bárbara inter­ vención. Me parecía sentir crujir los huesos de la criatura bajo la presión de las tenazas del metálico instrumento; mas había que hacerlo, y con te­ mor al comienzo, aunque animado por el progreso de la expulsión, ter­ miné por realizar una extracción de un niño vivo, lo que compensó las Irías gotas de sudor y el temor que sentía por mi inexperiencia»58.

Control pediátrico en el Día de Consulta en la Gola de Leche. El niño en la camilla, rodeado por médicos, enfermeras, la visitadora social y su madre, refleja el interés que despenaba este grupo de la población. Servicio Social. año II. N I. marzo de 1928. p. 62.

PARTO. CRIANZA Y POBREZA EN CHILE

Pese a los obstáculos reseñados, lo cierto es que entre 1920 y 1960 el porcentaje de los nacidos vivos en partos hospitalarios en el país creció del 6.7% al 50.1%. como lo enseña el siguiente cuadro: Cuadro N21 Porcentaje partos hospitalarios entre nacidos vivos (Chile, 1920 y 1960) % nacidos vivos

Partos hospitalarios

Años

Nacidos vivos

1920

146.725

9.767

6.7

1960

225.758

113.196

50.1

Fuente: Anuario Estadístico, 1920, 1960

En el caso de Santiago, el crecimiento de la cobertura hospitalaria del parlo fue aún más significativo, pues entre 1931 y 1951 ésta se duplica: Cuadro N2 2 Nacidos vivos según local de parto (Santiago, 1931 /1951) Año

Total

Maternidades y hospitales

%

Casa habitación

%

1931

33.060

11.102

33.58

21.226

64.20

1951

53.976

32.512

60.23

21.246

39.36

El porcentaje restante se repartía entre aquellos nacidos en cités. conventillos, asistencia pública y vía publica, que oscilaba entre 0.5 y 2.5% del total de nacidos. Fuente: Anuario Estadístico. 1931, 1951.

A mediados de la década de 1940. cerca de la cuarta parle de los na­ cimientos en el país estaban controlados técnicamente por la CSO. lo que se traducía en el incremento de la participación de médicos y/o matronas en partos domiciliarios y hospitalarios. No obstante, no hay que olvidar que el parlo en plena calle aún era una realidad habitual para las mujeres más pobres. Patéticas y comunes eran las noticias de partos en la calle como el de Guillermina Maluenda. que en el Santiago de 1947. en la «madrugada de un sábado del mes de junio, dio a luz. cerca de su casa, en el Zanjón de la Aguada en la capital, abandonada de toda atención mé­ dica. Una buena vecina (que ] fue su matrona, ayudó a esta mujer de nues­ tro pueblo»59. El aumento de la asistencia privada del parlo también fue un fenóme­ no observable desde fines del siglo XIX y principios del XX, liderado por los servicios que brindaban las matronas. Según una guía médica de Santiago de 1902, más de 200 matronas vivían en la ciudad60, cifra aún insuficiente, principalmente en la capital, si es que se deseaba combatir efectivamente la cobertura que brindaban las parteras, que todavía man­ tenían una posición relevante en aquel mercado asistencia!61. Desde la década de 1920. los anuncios de prensa de pequeños recin­ tos asislenciales eran un elocuente testimonio de un mercado en creci­ miento al que podían acceder mujeres que tenían ciertos ingresos. La actividad de estas maternidades fue normada por el Reglamento de Ma­ ternidades Particulares, elaborado por la Oficina Maternal y de Eugene­ sia en 1938 y modificado en 19406-. Éste consagraba el derecho del médico o la matrona a prestar asistencia obstétrica en el recinto bajo con-

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE

(.liciones específicas, entre las que destacaban la delimitación estricta de las competencias de ambos respecto de la atención manual del parto nor­ mal. el uso de instrumental y de fármacos anestésicos, estos últimos reser­ vados exclusivamente al médico. La supervisión de estos establecimientos tenía por fin último poner trabas a lo que se creía su principal objetivo: la realización de abortos clandestinos. Para ello se estipulaba que la in­ terrupción de un embarazo sólo podía ejecutarse contando con una orden escrita firmada por tres médicos63. Pese a la resistencia que opuso el Frente Nacional de Matronas a este reglamento, en virtud de que se esti­ maba atentatorio de la libertad profesional, finalmente el Sindicato de Matronas apoyó la medida estatal64.

La madre pobre y soltera La madre pobre y soltera se convirtió en protagonista de una encru­ cijada social y sanitaria: por una parte, cuidar a los hijos y, por otra, pro­ veerse de recursos para subsistir. El trabajo u oficio remunerado a los pocos días o. quizás, recién pasadas algunas horas de dar a luz no era una elección para ella, sino una obligación. Aunque el parto establecía un an­ tes y un después en su vida, la pobreza fomentaba la separación del hijo de la madre durante el puerperio, período significativamente estratégico para la consolidación del vínculo entre ambos. Si bien las publicaciones que daban cuenta de los perjuicios del trabajo físico femenino durante el ciclo maternal y la inconveniencia de que las mujeres «abandonaran» a sus hijos para salir a trabajar largas jornadas en la fábrica se multiplica­ ron desde la década de 1930. nadie ponía en duda que su manutención y la de sus vástagos estaban en sus manos6*'. El trabajo de las visitadoras sociales en los servicios de las materni­ dades, de la CSO y de la DGS es una provechosa fuente para conocer las percepciones y estrategias de intervención sanitaria y social aplicadas en beneficio de estas madres. Por medio de estadísticas que buscaban desen­ trañar el misterio de la pobreza femenina y orientar la implementación de políticas, las VS fueron agentes clave del trabajo de los consultorios en la transmisión del valor moral y social de una madre dedicada y la conso­ lidación de la disciplinada familia proletaria urbana66. La difusión de los beneficios de las leyes que protegían a las madres y el trabajo persuasi­ vo eran los componentes más importantes de esta cruzada social. Como lo defendía la VS Berta Araya en 1941. aquella «desconfianza o reticen­ cia a la intervención extraña en la solución de un problema que se con­ sidera personal»67 constituía uno de los principales desafíos con que se encontraban estas mediadoras asistenciales. Estudios como los publicados por las visitadoras sociales Luisa Fie­ rro Carrera en 1929 y María Santelices en 1938 refuerzan que, en su ma­ yoría. las mujeres que ingresaban a las maternidades eran solteras68. Según Fierro, eran éstas las que concentraban el mayor esfuerzo asistencia!, pues se intentaba, por todos los medios posibles, convencer al padre de forma­ lizar los vínculos parentales a través del matrimonio y posterior recono­ cimiento del hijo, tarea «que se les proporciona con gusto, sobre todo si se trata de jóvenes buenos, trabajadores. Unirlos es preservarlos: se les ve atraídos hacia su hogar por amor al hijo, y aduuieren hábitos de eco­ nomía para subvenir a sus nuevas obligaciones»6 . Probablemente, ésta

PARTO, CRIANZA Y POBREZA EN CHILE

fue una de las tareas que mayor intervención suponía en la intimidad fe­ menina. pues no sólo se trataba de identificar y promover la dedicación a) cuidado de los hijos en las nociones correctas de la puericultura, sino también de introducir la formalización del vínculo emocional a través del acto legal del matrimonio: «Vano esfuerzo; las respuestas evasivas me dejan comprender que ese hogar no se constituirá nunca legal mente. Y así veo. no muy lejano, el sombrío porvenir de una madre que no pudo resistir al cariño, abandona­ da con sus pequeñuelos, agobiada por el peso de una familia y que pide al sentimiento materno fuerzas para luchar, mientras ese hombre sin afec­ tos ni educación contrae una unión legal con otra»/(). Si no era posible contar con el apoyo del padre, el trabajo de la asis­ tente social era convencer a la madre que la alternativa correcta era con­ servar al hijo y no abandonarlo o entregarlo a la Casa de Huérfanos. Bien lo sabía Luisa Fierro al transmitir las dificultades que suponía ligar la ma­ ternidad con la felicidad en el contexto social en que vivían estas muje­ res: «¡y qué satisfacción para la visitadora cuando se ven al fin coronados sus esfuerzos! Y oye la frase: “Señorita, búsqueme empleo donde pueda tenerlo a mi lado, no lo abandonaré"»71. Santelices. en su memoria de 1938, presentaba una muestra de 50 mu­ jeres, en su mayoría empleadas domésticas, a las que entrevistó durante su práctica en la Maternidad San Francisco de Borja y en el Consultorio N° 1 del Seguro Obligatorio, sección Madre y Niño72. Los factores del crecimiento del fenómeno de los niños nacidos fuera del matrimonio eran de orden «racial», como la falta de principios morales; de orden cultural, como la ignorancia en que vivía el pueblo, y también de orden social, co­ mo su pobreza material. Estos factores parecían ser aún más amenazan­ tes para las mujeres que perdían su trabajo como empleadas domésticas a causa de un embarazo que no era bien recibido por sus patrones y que se constituía en la evidencia física de una caída moral: «Casi siempre la muchacha que se entrega por primera vez se viene desde el campo a la ciudad “para buscar ocupación", y a veces el pretex­ to de ello es ocultar su estado de embarazo ante sus familiares. Aquí de­ be trabajar, ya que no cuenta con medios económicos para mantenerse y no puede recurrir al seductor, por ser éste de su mismo pueblo; pues bien, se emplea entonces en el servicio doméstico, encontrando siempre a su alcance vacantes, por cuanto la patrona exigente “prefiere siempre a la muchacha de campo, por ser más hacendosa y menos exigente que las que hasta ahora ha tenido a su servicio". La garantía que la muchacha en­ cuentra en esta clase de empleo es el ningún conocimiento y práctica que él exige»7'. La figura masculina del seductor correspondía al hombre que sólo se interesaba en la mujer para obtener favores sexuales usando el engaño y la mentira premeditada y que, bajo ninguna circunstancia, actuaba como padre y proveedor de esa familia constituida por la madre y el hijo. San­ telices reseñaba las múltiples actitudes de rechazo del padre al saber de la noticia del embarazo, los temores femeninos respecto de perder la fuente laboral o la desesperanza ante el producto de un acto sexual no consentido: «Generalmente, la muchacha se muestra reacia a confidencias de or­ den sentimental, sobre todo en la primera encuesta; aquí juega un rol im­ portantísimo la bondad en el trato de la visitadora hacia la cliente, su

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Revista de Asistencia Sacia!, tomo 3, N° 4. diciembre de 1934.

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE

laclo, lino y discreción para formular ciertas preguntas que puedan herir su susceptibilidad»74. A partir de su encuesta. Sanlelices sostenía que después del parto, al­ gunas mujeres optaban por ejercer como empleadas domésticas, dada «la dificultad para cuidar al niño, si sigue en fábrica o taller, y las pocas ex­ pectativas de sostenerse ella y su hijo, debido a múltiples gastos que és­ te le ocasionará, al contar solamente con el escaso salario semanal»75. No obstante, también es cierto que nacido el retoño los problemas para ser recibidas en residencias particulares no eran pocos. Si las políticas asislenciales estatales, al menos teóricamente, estruc­ turaron un trabajo focalizado en la parturienta hacia fines de la década de 1930, los límites de aquéllas son evidentes cuando se conoce el testi­ monio de madres que no accedían a beneficios estatales, como lo refleja el testimonio de Carmen Yáñez en la carta que envió a la Primera Dama de la nación. Rosa Markman de Videla, desde Linares en 1952: «Con gran necesidad y vergüenza recurro a Ud. con la esperanza que ha de oírme esta necesidad que me aflige. Soy madre de tres niños y otro por llegar y estoy en una pobreza que no se puede explicar, sobre todo con mi madre enferma... vino la señorita visitadora, se impuso de mi po­ breza. pero de ahí no saqué nada. Por eso recurro a Ud. que con su alma noble me ha de ayudar en ropita vieja, sobre lodo para mi madre, que ya está vieja y enferma, y aquí que el invierno es tan frío»76. Lo que acontecía con las mujeres que parían y que no tenían acceso a los servicios y seguros de la CSO, ni protección laboral, era un campo de asistencia social que sólo tema cobertura entre la caridad organizada. Según Luisa Fierro, este era un gran problema en el Chile de la década de 1920: instituciones como la Casa Nacional del Niño recibían niños sin madre, el Asilo Maternal de Santiago acogía a mujeres para que pudie­ ran alimentar a sus hijos, pero no les daban recursos, obligándolas a tra­ bajar a los pocos días de dar a luz. Una limitada alternativa, entonces, era la entrega del niño a una pouponniére —donde una nodriza podía alimen­ tarlo— o a instituciones de protección de lactantes, como las Cunas de San José y la Obra Sweet. Pese a su reducida capacidad, los asilos cons­ tituían la alternativa a la que más recurrían médicos y visitadoras socia­ les para dar solución a los casos apremiantes de parturientas y puérperas desamparadas, como por ejemplo la Pre-Maternidad del Amor Miseri­ cordioso de la Cruz Blanca, que podía recibir hasta 22 mujeres durante los meses que precedían al parlo y atender casos de partos de urgencia por una matrona residente, y el Asilo Maternal del Patronato de la Infan­ cia, que con capacidad para 42 madres las recibía con su respectivo hijo después del parlo, pudiendo permanecer hasta seis meses77. No obstante estas pequeñas soluciones, la carta de Genoveva Muñoz a la Primera Dama de la nación de mediados de siglo XX ejemplificaba un futuro incierto, sin matices, cuando la maternidad se ejercía en medio de la pobreza urbana, cargando con trabajos desgastadores por un largo período, sin acceso a beneficios estatales y escaso apoyo de la pareja y de redes familiares: «La situación mía es muy mala, yo me encuentro enferma debido a tanto hijo que he tenido... he sido lavandera más de ocho años, debido a eso me encuentro enferma, una debilidad general, descalcificación a los huesos y los riñones y principio de reumatismo al corazón. Y sólo me viven cuatro hijos porque nacen pesando 1 kilo 800 gramos, eso no

PARTO. CRIANZA Y POBREZA EN CHILE

es peso normal para una guagua recién nacida, nacen raquíticos... mi situación es bástanle triste porque mi marido es muy tomador, mis niños andan descalzos... y no puedo trabajar, tenemos dos cainitas donde dor­ mimos todos amontonados, no tengo sábanas, no tengo una frazada, no tengo ni laza en que lomar lé. ni plato ni servicio; nada, señora, para mí ni para mis hijilos. Es bastante triste mi situación, uno de mis niños tie­ ne cuatro años, el otro cinco, el otro siete años y diez... a veces he pen­ sado en la muerte, pero mis hijos qué hacen con un padre como el que tienen...»78.

Control prenatal y postnatal: orígenes, supervisión médica y persuasión A inicios de la década de 1930. el cuidado prenatal era una sentida recomendación médica, pero su puesta en práctica muy rudimentaria y de escasísima cobertura. El médico Arturo Baeza Goñi advertía que el servicio prenatal en Chile estaba en pañales, «en parte por la falla de or­ ganización y en parle también por falta de educación maternal y de pue­ ricultura en nuestra población femenina»79. El valor de la asistencia prenatal encontró acogida tempranamente en el quehacer de la Maternidad y Dispensario Madre e Hijo, fundada en 1923 por la Unión Evangélica de Chile. En sus inicios este recinto fue sólo un dispensario dedicado a proteger a madres desamparadas y a sus niños, que luego inauguró un servicio de maternidad en 1927. con siete

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Familia asistida por una visitadora del Servicio Social. Servicio Social, año II. N I. marzo de 1928. p. 81.

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camas y un pensionado, y en 1928 funcionaba una clínica prenatal y un servicio de atención dental80. Para 1932, el crecimiento de la infraestruc­ tura y de los recursos materiales era indudable81. La singularidad de Madre e Hijo era la atención prenatal, que propen­ día a la reducción de las complicaciones del embarazo de las mujeres que eran recibidas dos veces por semana en el recinto. A las madres se les im­ ponía la obligación de concurrir una vez al mes antes del séptimo mes de embarazo, y pasado dicho mes de gestación, el control se estipulaba ca­ da quince días. Entre los efectos psíquicos del control médico maternal, que ponía en contacto a mujeres que vivían similar situación, estaba la creciente preocupación por el autocuidado y una verdadera competencia entre ellas por presentar hijos más lozanos y robustos: «El hecho de juntarse muchas embarazadas que comentan los acci­ dentes, las enseñanzas o los resultados de los prolijos cuidados a que son sometidas, les va formando a las recién llegadas la conciencia de las obli­ gaciones que como futuras madres pesan sobre ellas y de las normas a que deben estar sujetas durante este período tan importante de su vida»82. Según Baeza, los resultados positivos de la Maternidad Madre e Hi­ jo se debían a que a ella acudía «gente relativamente acomodada con al­ guna instrucción, que trata de favorecer en la medida de sus fuerzas la labor en que está empeñado el personal», o «una clientela de cierta cul­ tura que sabe aprovecharen beneficio de sus hijos». Estas mujeres podí­ an seguir mejor las prescripciones respecto del aseo personal, cumplir con la realización de exámenes vaginales, de orina y presión arterial, y acatar la prohibición del trabajo físico excesivo83. El control postnatal de este recinto propendía a asegurar que los niños recibieran asistencia has­ ta los dos años en la clínica de puericultura, primero provisto por un mé­ dico y luego por una enfermera; si en 1928 se asistía a 70 lactantes, en 1931 la cifra ya alcanzaba los 22884. En 1932. siguiendo los argumentos de Baeza Goñi, la médica Figueroa insistía en el valor de la educación prenatal emprendida por la Escue­ la de Obstetricia y Puericultura de la Universidad de Chile, en la Maternidad San Borja y en los centros preventivos impulsados por el Ser­ vicio Nacional de Salubridad Pública . El apoyo que estos centros brin­ daban en la última etapa del embarazo, especialmente de la mujer soltera, eran estratégicos para la supervivencia del hijo: «Basta que una mujer se presente en su último período de gestación para que se le niegue toda ayu­ da en circunstancias que ella sólo solicita trabajo. La mujer soltera, pró­ xima a ser madre, tiene un duro calvario que seguir hasta el fin. Esta es la causa principal por qué muere en este país un número muy subido de hijos ilegítimos... Los hijos ilegítimos son los hijos del amor, como los nacidos en hogar constituido, justo es que aquéllos merezcan análogas consideraciones y gocen de los mismos privilegios»86. La consideración de Figueroa respecto del trato equivalente entre hijos nacidos fuera co­ mo dentro del matrimonio era excepcional si se compara con las atribu­ ciones negativas que se le imputaban a la condición de los ilegítimos87. Igualmente, la existencia y apoyo estatal a estos centros colaboraría en la disminución de la tasa de abortos: «¡Cuántas hay que interrumpen su embarazo por el temor al enorme fardo de sufrimientos que les aguarda para el momento de ser madres! Son arrojadas del hogar y abandonadas por el seductor de oficio, y en la desesperación de conseguir trabajo debido al estado de embarazo eviden-

PARTO. CRIANZA Y POBREZA EN CHILE

le. desesperadas destruyen la vida del fruto del amor. Sordos al grito de nuestra conciencia censuramos a la culpable. ¿Quién pudo otorgarnos el derecho de acusar si somos incapaces de prestar ayuda e impedir que ta­ les cosas sucedan? Debemos tender las manos fraternalmente y ayudar­ las a reconstituir y legalizar su vida»ss. El procedimiento asistencia! para las mujeres embarazadas asegura­ das debía persuadirlas del valor de la consulta médica periódica y del se­ guimiento regular de las instrucciones que recibían. Por ejemplo, la VS Hilda González, en su estudio sobre el servicio de lactantes del Consulto­ rio N° 2 de la zona norte de Santiago, listaba algunas de las obligaciones y derechos que se requería inculcar en las jóvenes madres, como por ejem­ plo el responder encuestas socioeconómicas, el someterse a exámenes de laboratorio y de rayos X. seguir los consejos del personal sanitario e in­ terrogar al médico cada vez que se tenían dudass9. También se buscaba convencer a las mujeres que mantenían vínculos con servicios sanitarios que. a más tardar quince días después del cese de la regla, se presenta­ ran al centro de tratamiento para someterse a exámenes clínicos y de la­ boratorio que confirmaran su estado grávido. No obstante, lo que usual mente ocurría era que las mujeres no acudían a los consultorios an­ tes del quinto mes de embarazo. Las recomendaciones y el seguimiento de las VS pretendían que la vida de la madre, desde el momento en que se sabía embarazada, se cen­ trara en la preparación del nuevo ser y en la multiplicación de tareas y procedimientos nunca antes practicados, como por ejemplo asistir a tra­ bajos prácticos de «cocina de leche» y de elaboración de ropero infantil durante el embarazo; exigir al médico del centro maternal el certificado para presentar en el trabajo y conseguir reposo durante seis semanas an­ tes y después del parto; avisar oportunamente al centro maternal de la proximidad del parto para programar la visita domiciliaria de la matrona el mismo día. Se aspiraba a que idealmente el médico, la visitadora so­ cial. la enfermera sanitaria y la matrona fueran percibidos por las madres como «sus más fieles amigos y consejeros de la formación de su hijo», y simultáneamente que ellas demostraran cada vez que se les pidiese que sabían «alimentar, vestir, bañar y educar a su niño», y que conocían «cuá­ les son sus deberes y derechos como madre y como asegurada»90. Lle­ gado el momento del parlo, se recomendaba que las aseguradas y no aseguradas dieran a luz en sus domicilios, previo informe de la VS y de la enfermera sanitaria, y sólo en casos de riesgo o cuando el domicilio no contaba con adecuadas condiciones higiénicas, optar por la atención en un recinto maternal. Luego del parlo, la matrona debía dar aviso a la enfermera sanita­ ria de la Oficina del Niño y a la visitadora social para que acudieran al hogar familiar y revisaran el entorno del nuevo lactante; «La madre de­ be presentarse al consultorio a los quince días del parto, con su niño bañado y con ropa limpia, libreta de Seguro Obligatorio, inscripción del niño y su ficha médica maternal. Con todos estos documentos se inscribe al niño en la sección laclante, donde se le da el carnet con el nombre de la madre del niño, número de inscripción de la libreta de se­ guro. médico que corresponde al sector en que vive y horas de consul­ ta. Una vez ingresado el lactante, tiene su ficha médico-social, donde se anota la evaluación de su desarrollo»91. El control postnatal era una exigencia centrada en la atención del recién nacido, en el estímulo a las

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Maternidad de San Vicente. Boletín de la Dirección (¡eneral de Beneficencia v Asistencia Social. Año I. diciembre de 1929. N° ll.p. 718.

Sala de parios de la maternidad. Boletín de la Dirección General de Beneficencia v Asistencia Social. Año I. diciembre de 1929. N° ll.p.718.

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE

madres para que cumplieran con los controles sanitarios periódicos y recibieran los subsidios monetarios y en especies durante el período de amamantamiento. En cuanto el niño ingresaba al servicio de lactantes, la visitadora so­ cial verificaba en el hogar sus condiciones de vida material, moral y ju­ rídica, debía buscar trabajo para los miembros cesantes de la familia e instruir a la madre, todas tareas obligatorias hasta cumplidos los dos años de vida del niño. Para la VS Luz Cañas, esta restricción de edad limita­ ba la cobertura de la «defensa» sociosanitaria del niño, pues la propor­ ción de los que recibían estos beneficios era aún pequeña: «los niños deberán convivir necesariamente en el plantel educacional o en la sim­ ple vida social, y aquellos que han carecido de la atención sanitaria, a que me he referido, estarán en condiciones de contagiar a los que quedaron en mejores condiciones»92. Aun para los niños que cumplían con los requisitos de edad y condi­ ción civil, algunas disposiciones eran contraproducentes, como por ejem­ plo la no admisión de lactantes mayores de tres meses que. en ocasiones, eran casos que ocurrían porque la madre, o los padres en su conjunto, desconocían los beneficios y se presentaban tardíamente en los consul­ torios. Muy desfavorable era la situación de aquellos a los que se les pri­ vaba de asistencia luego de no concurrir durante tres veces consecutivas, debido a la imposibilidad de las madres de salir en horas laborales o a la necesidad de atender una numerosa familia que dependía exclusivamen­ te de su presencia. Visitadoras y médicos, al propiciar lazos de confianza con las mujeres, buscaban contar con información fidedigna respecto de aspectos íntimos no sólo ligados al embarazo, sino a su vida sexual y familiar, de estratégi­ ca importancia al momento de asegurar un entorno sano para el recién nacido. En este sentido, el apoyo al sistema prenupcial o el resguardo de la formación de matrimonios afines biológicamente entre las visitadoras como Luz Cañas fueron algunas de las disposiciones eugenésicas que ge­ neraron interés en Chile9'. También el grave problema social del mal ve­ néreo y sus efectos sanitarios en el niño aparecían en el relato de Cañas ilustrando las dificultades para contener la propagación de la sífilis y las reservas que los tratamientos generaban entre los padres u otros miem­ bros masculinos de la familia: «En una casa a la cual debí concurrir para hacer el cuadro sanitario del estado del niño, me encontré con que el padre y la madre estaban ata­ cados por la sífilis; la reacción de ambos arrojaba tres cruces. Ante mis insinuaciones, la madre se sometió a un tratamiento, pero el padre no qui­ so iniciar su curación. En estas condiciones, los esfuerzos de la madre por sanar eran estériles, ya que el trato con su esposo la dejaba en las mis­ mas condiciones que al comienzo. Hablé con el marido, sin que él acce­ diera a someterse a un tratamiento, hice la denuncia que correspondía en la Sección Lúes y se procedió a hacer las tres citaciones que prescribe el reglamento, al hombre aludido, sin que éste acudiera. Finalmente, se in­ formó a la Dirección de Sanidad para que se procediera a detenerlo con el objeto de que se sometiera a curación»94. El control de madres y lactantes en los consultorios de la CSO propi­ ció la elaboración de estudios sobre las condiciones socioeconómicas en que era vivido el ciclo maternal. Por ejemplo, la VS Berta Araya diagnos­ ticó sustantivamente la realidad socioeconómica de 150 familias —cons­

PARIO. CRIANZA Y POBREZA EN CHILE

tituidas por madres aseguradas o esposas de trabajadores asegurados— de un universo de 1.400 a 1.549 laclantes entre 1939 y 1940 asistidos en el Centro Las Rosas, ubicado en el barrio de Quinta Normal. Su estudio concluía que las condiciones físicas de los hogares y la heterogeneidad y nivel educativo de los habitantes del barrio eran deficientes. Asimismo, la alta venta de bebidas alcohólicas y la irregularidad del transporte co­ lectivo atentaban contra la acción de «elementos civilizadores», como la escuela e iglesia presentes en el barrio9''. Respecto de las cualidades habilacionales. un 78% (117 casos) co­ rrespondía a la de tipo suburbano, donde predominaba la calzada de tie­ rra y piedras, acequias a (ajo abierto que transportaban aguas servidas, y sólo 19.3% (29 casos) al tipo urbano, con disponibilidad de alcantari­ llado y pavimentación. El piso de tabla estaba presente en el 84% de los casos, lo que representaba también un avance en la infraestructura urba­ na. El acceso a «baño de lluvia» o ducha estaba reducido tínicamente para el 33% de los casos, y al «WC de patente» para el 44%. La dispo­ nibilidad de un solo dormitorio era la realidad del 94% de los casos: no obstante, el uso de una cama por más de una persona se daba en 168 ca­ sos en que servía de lecho sólo para dos personas. Este aspecto era cru­ cial. dado el interés de crear nuevos hábitos morales y sanitarios entre los miembros de la familia, los que debían comenzar tempranamente en el niño. Los oficios de la madre, en un 53%. estaban repartidos en mayor pro­ porción entre las que realizaban «labores de aguja», «empleada domés­ tica», «lavandera, «obrera de fábrica», frente al 40% de casos donde su profesión era clasificada como «labores del sexo» o dueña de casa96. En el caso del padre, el 69.3% se concentraba en oficios como «obrero de la construcción», «obrero de fábrica», «obrero de arles mecánicas», «em­ pleado doméstico» y «obrero de trabajo independiente». Respecto al laclante, la condición de ilegitimidad era un problema pa­ ra el universo de madres aseguradas que correspondía sólo al 24.8% de los casos. El 58.6% dormía en su propio lecho, fuera éste cama o canas­ to: el 72.6% contaba con vestuario suficiente y el 82% de los niños era amamantado o recibía leche en modalidades auxiliares, como leche en polvo o desecada y sopas, todas condiciones materiales que estaban por sobre el promedio de la población infantil no asegurada. La entrega de beneficios a las aseguradas —pago de subsidios de lac­ tancia en dinero o alimentación, como harina y leche— fue una impor­ tante motivación para que las madres acudieran a los controles postparto y para que se hiciera efectiva la vigilancia de la lactancia materna. El dar pecho era el seguro de subsistencia del recién nacido más valorado por la comunidad médica, argumento que justificó la extensión tempo­ ral del amamantamiento subsidiado de ocho meses a dos años en 1936. Sin embargo, la aplicación de este beneficio como medida de control postnatal no estuvo exenta de problemas. El uso que algunas mujeres daban al subsidio en dinero fue cuestionado por algunos médicos y po­ líticos. al punto de solicitar su supresión: se decía que no cumplía su propósito, dado que no era usado para comprar leche o que no era nece­ sario adquirir alimento si los bebés, hasta el sexto mes. sólo consumían aquel vital elemento. También se sostenía que dicho dinero era lomado por los padres para malgastarlo en vicios como el alcohol. Según el mé­ dico Arturo Bohórquez. más del 45% de las madres gastaba dicho dine­

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Baño de un niño en el Patronato Nacional de la Infancia. Revista de Rene/icencia Pública, lomo III. 1919. p. 32.

Interrogatorio de una embarazada. Centro Maternal Policlínico. Valparaíso. Revista Asistencia Social. lomo 4. N 4. diciembre de 1935. p. 689.

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ro en «maquillaje»97. La respuesta a esta grave acusación no se hizo es­ perar. La secretaria de la Sección Madre y Niño, de la Administración Ge­ neral de Santiago, Rebeca O'Bricn Pflanz, en tono aclaratorio, daba cuenta que el dinero era entregado sólo si era posible comprobar que la madre amamantaba a su hijo. Por tanto, dicho subsidio no era para alimenta­ ción directa, sino para su propio beneficio, como el mejorar la manuten­ ción de la madre o el vestuario del lactante. Es decir, se trataba de un apoyo monetario que respaldaba la decisión de dar pecho el mayor tiem­ po posible financiando una porción de las necesidades materiales de las madres que trabajaban o que aún estaban en su período de descanso. Fi­ nalmente, O'Brien cerraba su réplica explicando que luego que el mé­ dico comprobara que el amamantamiento había concluido, dicho subsidio se suspendía —pese a no completarse el año—, y que en nin­ gún caso las madres recibían un subsidio de lactancia doble, es decir di­ nero y leche simultáneamente". ¿Cuántas mujeres accedían a los beneficios de la asistencia materno-estatal a mediados del siglo XX en Chile? En ¡941, el 23.8% de los partos del país era cubierto por la Sección Madre y Niño de la CSO, y la capital concentraba la cobertura de más del 25% de aquéllos. Las consultas de las embarazadas en centros maternales registró un impor­ tante aumento en sólo dos años: de 149.779 mujeres en 1939 a 221.500 en 1941". Gracias al pionero estudio de los médicos Raúl Ortega y Adriana Cas­ tro. basado en el análisis de 3.500 fichas clínicas de niños asistidos en consultorios de Santiago durante 1943. es posible hacer algunas estima­ ciones respecto de «la actitud de las madres» aseguradas y las no asegu­ radas frente al control pre y postnatall(M). Entre las conclusiones se sostenía que en ambos grupos la primera consulta prenatal se producía en el 60% de los casos sólo después del quinto mes de embarazo, cifra que revela­ ba la necesidad de mejorar la modalidad para atraer a las mujeres en pe­ ríodos más tempranos de su preñez. Respecto de la modalidad del parto, la proporción de los domiciliarios y hospitalarios entre las aseguradas era casi igual, a diferencia de las no aseguradas, en que más del 70% paría en su casa, dado que sólo las primeras recibían financiamiento para la hospitalización. Más del 80% de las madres que acudían al control postnatal y del re­ cién nacido lo hacían antes del primer mes de vida de este último. Este aspecto era una prueba concreta, según Ortega y Aguayo, del «alto ren­ dimiento de la labor educativa desarrollada por enfermeras, visitadoras y auxiliares maternales en el domicilio para que las madres inscriban a los niños»101. También se presentaba como motivación de la temprana inscripción del niño entre las aseguradas, el legítimo interés de cobrar el auxilio maternal, más que la autenticidad por asegurar la prevención de enfermedades. Para Ortega y Castro, esa opinión se alojaba entre los «médicos de gabinete» o entre aquellos que aún clasificaban a las ma­ dres chilenas como «un conjunto torpe, ignorante y con la desidia e in­ dolencia característica del chileno». En consonancia con la idea de perfeccionar el sistema asistencia! e insistir en la política preventiva, es­ tos médicos apostaban por la «responsabilidad de la madre chilena» y recordaban que las actitudes negativas que se les imputaban existían en «porcentaje nada despreciable en todos los países y aun en capas socia­ les más elevadas»102.

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Una nueva ciencia: la puericultura Una adicional estrategia de expansión del cuidado prenatal y postnatal fue la difusión de la ciencia de la puericultura en publicaciones desde fi­ nes del siglo XIX. bajo el supuesto de que tanto profesionales sanitarios como las propias madres se beneficiarían de su lectura, redundando en la disminución de la mortalidad malerno-infantil10'. Entre sus objetivos estaban la «vulgarización» de nociones de cuidado científico, que poní­ an «al alcance de todos» un repertorio de «consejos prácticos», reforza­ dos por un lenguaje que apelaba al mejoramiento de la raza, a la recuperación del debilitado vigor del pueblo y al reemplazo de prácticas y hábitos populares que se consideraban especialmente dañinos. Otro plan­ teamiento común de los textos era la habitual calificación de las mujeres pobres como individuos ignorantes del correcto cuidado del niño y de su propio cuerpo. Se estimaba que este defecto no era privilegio de las cla­ ses pobres, sino compartido por el género femenino; no obstante, los des­ cargos se concentraban en las faltas cometidas por las más pobres. El citado texto de Wenceslao Hidalgo fue pionero al plantear que una mujer infor­ mada y bien entrenada en el cuidado de los hijos reportaba beneficios eco­ nómicos y sanitarios insospechados. Pese al limitado impacto de manuales y cartillas, en virtud de las al­ tas tasas de analfabetismo femenino, el análisis de los mismos permite conocer algunos aspectos del cuidado maternal vigentes y cuáles se de­ seaba modificar. Aunque la influencia fue probablemente muy limitada, tanto por el restringido número de ejemplares como por los modestos efectos entre mujeres analfabetas o escasamente educadas, no es menos cierto que paite de las prescripciones, si bien reflejaban problemas reales, eran prejuicios de quienes los redactaban. Posteriores a 1920, algunos ma­ nuales, que reunían preferentemente información científica, incluyeron as­ pectos relativos a procesos fisiológicos femeninos más útiles a profesionales sanitarios que a las mujeres. Una materia clave fue la promoción de una alimentación adecuada de madres e hijos. Durante el embarazo, la mayoría de las prescripciones se concentraban en fomentaren la futura madre una alimentación balance­ ada que. por ejemplo, excluyera en ocasiones el consumo de carne y sus­ tancias albuminosas, el alcohol y bebidas excitantes, y que sí promoviera la abundante ingesta de vegetales y frutas, leche (entre uno y dos litros diarios), harinas, cereales y legumbres. Un repetido diagnóstico era que los bebés consumían alimentos y preparaciones similares a los de adultos que no eran apropiados para sus necesidades fisiológicas y el funciona­ miento de su sistema gastrointestinal infantil, dado que con ellos «se les rompía la hiel». Numerosas eran las normas de crianza que instaban a cambios como el «no malcriarlos», regular los ciclos y frecuencia del amamantamiento, no permitir que fueran besados, especialmente en la boca, como método de prevención de enfermedades, mantener estricto control del peso, tener conocimiento de los primeros auxilios indispen­ sables para socorrer al recién nacido y al lactante, cumplir con los con­ troles médicos y el plan de vacunas, particularmente contra la viruela. Inspiradas en una fuerte crítica a las nodrizas, las campañas en pos de la lactancia materna desde fines del siglo XIX se reforzaron con el tra­ bajo de las Gotas de Leche del Patronato Nacional de la Infancia y, más

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Sida de maternidad del hospital de la Compañía Carbonífera e Industrial de Lola.

tarde, con el estímulo monetario y la sistemática persuasión que médi­ cos, enfermeras y visitadoras pusieron en práctica entre las madres ase­ guradas104. No obstante, hasta mediados del siglo XX las nodrizas eran estimadas un mal necesario y se optaba por la mayor regulación posible de su actividad en beneficio de los niños que debían alimentar: los pro­ pios y los ajenos. Frecuentes eran los llamados y exhortaciones de mé­ dicos como Luis Calvo Mackenna y Cora Mayers a fomentar la lactancia materna en virtud de argumentos como aquellos que sostenían que no era madre quien no amamantaba, que la leche no era propiedad de la madre sino de sus hijos, o que difundían la convicción de sus benéficas propie­ dades inmunológicas en los recién nacidos,(b. Dar pecho al bebé era una «obligación sagrada». Como lo dictaminaba una cartilla de la Cruz Ro­ ja. las mujeres «jamás [debían| venderse de amas, porque significa robar y vender alimento que por legítimo derecho pertenece a su guagua»106. Las recomendaciones relativas a la higiene personal y ambiental tam­ bién se contaban entre las predilectas de estos escritos, porque aludían, estratégicamente, a las consecuencias sociales del hacinamiento urbano. Sin embargo, eran las más difíciles de ser cumplidas por la falla de agua potable y de recursos para la construcción de salas de baño en las frági­ les viviendas proletarias: el baño «tibio» personal o el baño «por partes», y en promedio dos veces a la semana, prescrito por Isauro Torres, era un lujo imposible de alcanzar. Importante atención demandaba también el diagnóstico temprano de enfermedades venéreas de «trascendencia so­ cial» que afectaban las condiciones de la futura descendencia107. En la cruzada por la difusión de la puericultura participaron activa­ mente instituciones estatales, de beneficencia y maternidades privadas que financiaron cartillas y/o folletos. Por ejemplo, de vital importancia lúe la cartilla de la Dirección General de Sanidad, de 1936, que afirmó

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sin titubeos lo que para muchos comenzaba a ser un predicamento uni­ forme: «el embarazo no es una enfermedad»108. Pero todo indica que di­ cha afirmación era más importante para los profesionales que para las propias madres, pues no aparecen evidencias contundentes en la literatu­ ra popular que apoyen la percepción del estado de gravidez como una en­ fermedad. Pero no es menos cierto que el proceso de medicalización internacional que experimentaba la asistencia obstétrica desde mediados del siglo XIX, estimuló el interés por las patologías que rodeaban el em­ barazo y el parto. Otros textos editados por la misma repartición eran dis­ tribuidos gratuitamente en los centros preventivos de la DGS. como el del médico Olio Schwarzenberg o aquel que reunía conferencias transmiti­ das radiofónicamente por los médicos del Departamento de la Madre y el Niño100. Ambos coincidían en diagnosticar que entre las madres, en su mayoría muy jóvenes, la ignorancia y la pobreza constituían los mayo­ res obstáculos para la introducción de una medicina preventiva que se an­ ticipara a las enfermedades de los recién nacidos e infantes. Entre las cartillas de recintos asistenciales, la difundida por la Mater­ nidad Madre e Hijo sugería la programación de citas al dentista, el uso de faja «no elástica» durante todo el embarazo, el aseo cuidadoso y ma­ saje de los pezones, especialmente desde el quinto mes, todas al alcance de una clientela de clase media. El resguardo de aquellas prescripciones prenatales era requisito fundamental para el éxito asistencia! de las em­ barazadas que recibía la institución. En la década de 1930, textos como El libio de las madres. Nociones fundamentales de puericultura y alimentación infantil para los médicos rurales o Consejos para las futuras madres y cuidado de los niños, de los médicos Félix Valenzuela. Gastón Valle y Ricardo Rolando, respec­ tivamente. retomaban los tópicos señalados con cuotas de mayor realis­ mo. Particular atención en el texto de Valenzuela cobraba el tema de la leche materna y sus múltiples beneficios en comparación a la provista por la nodriza y las de origen artificial, denominación que recibía la le­ che extraída de la vaca, burra y cabra y hasta del poroto. Las restriccio­ nes al cocimiento excesivo de las leches artificiales y al consumo de carne y sopas eran drásticas, pues se les atribuía la aparición de putrefacciones permanentes en el intestino infantil110 A diferencia de Torres, que las consideraba prohibitivas. Gastón Va­ lle calificaba a las leches artificiales, por ejemplo la condensada y la de­ secada. útiles en caso de que la alimentación materna o la leche de vaca no fueran de buena calidad o no estuvieran disponibles11 *. Como médi­ co director del Consultorio de Asegurados de Quilpue, Valle valoraba la instrucción en puericultura entre profesionales sanitarios de ambientes rurales y reconocía los progresos de las agencias estatales en la tarea de disminuir la influencia del «meico y la comadre» en la asistencia de par­ tos y recién nacidos. El texto de Ricardo Rolando G., jefe del Servicio de Obstetricia de la Maternidad San Agustín, era la adaptación de una publicación extran­ jera del Laboratorio Mead Johnson and Company, y fue entregado a las madres gratuitamente gracias al financiamiento de las Farmacias Knop de Valparaíso1,2. La constante advertencia sobre los perjudiciales con­ sejos que las redes familiares y sociales brindaban a las futuras madres es muy importante en el texto y reafirma la voluntad de reducir la in­ fluencia de todos aquellos que no eran parte de la profesión sanitaria.

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apoyando estratégicamente el monopolio de la figura médica en el ciclo maternal. Especial mención merece la cartilla A las incubes, publicada en 1942 y que incluía un texto de Cora Mayers, entusiasta activista de la causa de la puericultura desde 1920, quien no escatimaba calificativos condenato­ rios para las mujeres que no cumplían con el deber de criar correctamen­ te a sus hijos: «Forja a tu hijo: pon todas tus fuerzas: junta cuantos rayos de luz ven­ gan dispersos a tu alma y empléalos en esa obra de vida o de muerte. Si quieres, no hagas nada más. Si no puedes, vive oscura, tranquila, retirada y exenta de toda lucha. Te exoneramos de todo trabajo social y político y le concedemos la paz y la libertad a cambio de que nos dejes un hombre. »Pero si nos dejas un malvado, si nos dejas un opresor, un mentiroso, un esbirro, un explotador, un verdugo, un loco, un enfermo, un degenera­ do, entonces no te absolvemos y cualquiera que sean tus méritos aparen­ tes. declararemos que nos has defraudado y que tu paso por este mundo ha sido una desgracia»1 L\ Con un tono plagado de expresiones eugenésicas, este manual incluía información sobre anatomía sexual y procesos fisiológicos femeninos, como por ejemplo la contabilidad precisa de las menstruaciones como método para estimar los tiempos de embarazo o la identificación de los cambios físicos y emocionales de la pubertad. El valor educativo de es­ te tipo de cartillas excedía el ámbito de la puericultura, pues exploraba la difusión del auloconocimienlo corporal y de prácticas de observación difíciles de promover entre mujeres pobres, según las quejas de Isauro Torres en 1926. Entre fines del siglo XIX y mediados del XX, una diferencia signifi­ cativa del papel y responsabilidad femenina en el correcto cuidado de los hijos fue que la habitual crítica médica respecto de la supuesta desidia y pereza de las mujeres se matizó al considerar los límites que imponían la educación y condiciones de vida que las rodeaban. Bajo este marco, en­ tonces, la necesidad de generar lazos de confianza entre ellas y los pro­ fesionales asistenciales cobraba mayor sentido. Las dificultades para que las mujeres acudieran a los controles prenatales y postnatales, y amaman­ taran a sus hijos el mayor tiempo posible, suponían conductas y obliga­ ciones adicionales que cuestionaban antiguas prácticas, y que les demandaban tiempo y energía que debían dividir entre sus familias, sus fuentes laborales y las ocupaciones domésticas.

Conclusión La fundación del Servicio Nacional de Salud en 1952 (en adelante SNS) agrupó a las instituciones prestadoras de salud, brindando asisten­ cia sanitaria integral a la población más desposeída, indigentes, obreros y sus familias, que constituían aproximadamente el 70% de la población na­ cional1 u. Respecto de la asistencia maternal, se reforzó la hospitalización del parlo y el control prenatal en consultorios externos, la capacitación de matronas con apoyo técnico de la Organización Mundial de la Salud y la constitución de grupos de obstctras que asesoraban a las maternidades de Santiago1 L\ Hacia 1954, los servicios correspondientes controlaban po­ co menos del 30% de las mujeres embarazadas, proporción que variaba

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según la zona del país entre un 50% y un 6.8%. En las provincias agríco­ las. sólo un 15% de aquéllas se controlaba antes del parto: «Los partos atendidos en hospital alcanzaron ese año a 78.603. o sea aproximadamente un tercio del total. Los partos a domicilio, atendidos por matronas del servicio, fueron unos 20 mil más. lo cual da alrededor de 40% de partos controlados por el SNS. Los laclantes controlados en 1954 sumaban aproximadamente un 33% de los nacidos vivos. Esta ci­ fra ha sido ligeramente ascendente en los últimos años. Más del 50% de los lactantes en control corresponden a las provincias de Santiago, Val­ paraíso y Concepción. La proporción de lactantes inscritos en el servicio baja considerablemente en las provincias agrícolas»116. Adicionalmente, el SNS adoptó en 1954 una política amplia en mate­ ria de alimentación complementaria a la madre embarazada y nodriza co­ mo al preescolar y al escolar, estrenada a inicios de la década en pequeña escala con apoyo de UNICEF117. Se estima que en 1956 se repartía el equivalente a 50 millones de litros de leche, distribución que incrementó «significativamente el control prenatal en algunos centros de salud»1 ls. Estos indicadores confirman la creciente inclusión de las embaraza­ das y madres en el nuevo contexto político-sanitario de la década de 1950. Su calidad de beneficiarías activas es una política que no admitía duda y supuso concentrar las propuestas y críticas en la ampliación de la cober­ tura asistencial. el mejoramiento de la calidad de los servicios sanitarios y las capacidades profesionales, más que en la «resistencia» de las ma­ dres a la medicalización. En la década siguiente se aceleraron estos procesos. En 1960. de los 256.674 partos de niños vivos. 171.813 recibieron atención profesional en hospital o domicilio, es decir un 66.9%. Los 84.861 niños restantes, un ter­ cio del total, nacieron sin recibir ningún tipo de asistencia, cifra que. a jui­ cio del médico Onofre Avendaño. sólo reforzaba el carácter subdesaiiollado o incipiente civilización de la sociedad chilena119. Aun cuando la dotación de camas obstétricas era menor a la demanda asistencial. la cobertura del parlo domiciliario alcanzaba el 90%' en ciertas zonas de Santiago1 gra­ cias a la reducción de los tiempos de hospitalización, a la atención de dos puérperas por cama o al precoz traslado postparto domiciliario, práctica que se reconocía negativa para la recuperación121. Indicadores como el de mortalidad materna descendieron de manera importante: de una lasa de 29.9 a 18.1 por diez mil nacidos vivos entre 1960 y 1969122. Como se aprecia, el volumen asistencial de las instituciones mater­ nales se incrementó notoriamente a mediados del siglo XX. pero las ba­ ses ideológicas del cambio en las conductas y hábitos del mundo privado de la maternidad ya se aplicaban en políticas asistenciales caritativas y estatales de limitado alcance desde inicios de ese siglo. A nuestro juicio, el espíritu de estas políticas se sostenía, en parte, en una estratégica interrogante: ¿las madres nacen o se hacen? Si se nacía madre, su cuidado y atención al hijo —que no necesariamente es sinóni­ mo de amor— era de origen instintivo, natural, por ende, irreemplazable e imposible de intercambiar, y se manifestaba, con especial despliegue, a partir del embarazo. Pero a la luz del contenido y objetivos de estas po­ líticas, lo cierto es que el ciclo maternal aparece como un objeto de aná­ lisis histórico y cultural. Parir y criar entre las mujeres pobres del Chile contemporáneo se transformaron en experiencias que para los profesio­ nales sanitarios y sociales no podían sobrellevarse confiando sólo en el

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Consultorio de Lactantes. Oficina del Niño. Valparaíso. Revista de Asistencia Social, lomo 4. N 4. diciembre de 1935. p. 689.

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instinto maternal, si se quería asegurar una maternidad científica y derro­ tar la mortalidad materno-infantil. Se requería reentrenar a las futuras ma­ dres, propósito que alimentó una silenciosa pero significativa transición: el ciclo maternal dejaba de ser un proceso exclusivo de la intimidad fe­ menina, para transformarse en un problema social, sanitario y estadísti­ co. En la mirada de los profesionales, la dedicación a la preparación del embarazo, el parto y la lactancia, y al cuidado de sus hijos pequeños, su­ ponía el cambio o adquisición de nuevas conductas y hábitos de parte de las mujeres, que contrastaban con la resignación e indiferencia de ver mo­ rir a los hijos que tanto se les criticaba en el pasado reciente. Lo cierto es que el mandato social de ser madre nunca fue unívoco; visitadoras socia­ les y médicos reconocían, en ocasiones, que no todas las mujeres lo cum­ plían, como por ejemplo aquellas que se convertían en madres siendo solteras, las aquejadas de enfermedades mentales y físicas incurables o las que poseían un carácter «voluntarioso» y agresivo. Cabe destacar que la educación y control sanitario de las madres fue­ ron factores importantes pero no concluyentes del descenso de las cifras de mortalidad materno-infantil. La inversión en infraestructura material, como la cobertura de red de agua potable y alcantarillado a partir de fi­ nes de la década de 1940, tiene un valor creciente en la eficacia real de la instrucción en puericultura. No era viable implantar y atender medi­ das higiénicas respecto del aseo personal, de los alimentos y del entorno ambiental si no se contaba con aquellos recursos123. Pasada la primera mitad del siglo XX, la creciente hospitalización del parto y el control prenatal y postnata] producían efectos de largo plazo en la estera pública y privada, que se retroal i mentaban y que no apuntaron só­ lo a objetivos como la disminución de la mortalidad materno-infantil. Tam­ bién estimularon el debate público de las condiciones de vida de la clase trabajadora y, particularmente, de las mujeres, su capacidad reproductiva y nutricia. El crecimiento de consultorios, maternidades y agencias estata­ les, junto a las campañas de difusión de la puericultura y la lactancia ma­ terna, contribuyeron a publicitar el mundo privado de la maternidad y a la conformación de una opinión pública científica normativa. Para extender la cobertura y eficacia del quehacer de aquellas instituciones fue necesario precisar el perfil social de las madres, saber cómo se cuidaban durante el embarazo y el parto, y así sugerir estrategias que permitieran conservar al hijo tanto durante la espera como después del parto, incentivando el des­ arrollo del «instinto maternal» y desanimando la opción del aborto y de su abandono en alguna institución o en la vía pública. En definitiva, la vigi­ lancia y apoyo a la maternidad tenía como propósito, en términos de la psi­ cología moderna, la construcción y fomento del apego o vínculo entre la mujer y su hijo donde se pensaba que no existía.

Notas I

Denominación que usamos para aludir al periodo del embarazo, parto, puerperio y lactan­ cia que, en promedio, podía alcanzar dos años de la vida de una mujer. Existe una amplia literatura internacional que aborda la historia de la maternidad como un eje sustantivo de las historia de las políticas estatales de la primera mitad del siglo XX. co­ mo por ejemplo Fran^oise Ihebaud: Qitand nos grand-nicres donnaiem la vie. Presses Universitaires de Lyon, I9S6; Gisela Bock y Pal I hanc (Eds.): Maternidad y Políticas de género.

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La mujer en los Estados de bienestar europeos. 1880-1950. Madrid. Eds. Cátedra. 1996; Linda Gordon (Ed.): Women, the State and Welfare. The University of Wisconsin Press, 1990; Selh Koven y Sonya Michel: Mothers of a New World. London. Routledge, 1993. Para el ca­ so chileno véase el trabajo pionero de Asunción Lavrin: Mujeres, feminismo y cambio so­ cial. Argentina. ('hile y Uruguay. 1890-1940. Santiago. DIBAM-Centro investigaciones Barros Arana. 2005 11995]; el capítulo 4: «Gender and State Building. Charity. Rights and the Profession». pp. 123-148, en Karin Alejandra Rosemblatt: Gendered Compromises: Political Cultures and the State in Chile. 1920-1950. University oí Norlh Carolina Press, 2000. Entre los estudios clásicos de la historia de la medicina chilena consultados en este articu­ lo. los relevantes son: Ricardo Cruz Coke eds.: Historia de la medicina chilena. Santiago. Ed. Andrés Bello. 1995; Enrique Laval M.: Algunos aspectos del desarrollo histórico de la obstetricia en Chile. Di Maternidad del Salvador, separata VI. Centro de Investigaciones de Historia de la Medicina de la Universidad en Chile. Biblioteca de Historia de la Medicina en Chile. 1961; María Angélica Ulanos: En el nombre del pueblo, del Estado y de la ciencia I...J. Historia social de la salud pública. Chite. 1880-1973. Santiago. Ed. Colectivo de Aten­ ción Primaria, 1993. Entre algunos estudios más recientes están los de Claudia Araya: «La construcción de una imagen femenina a través del discurso médico ilustrado. Chile en el si­ glo XIX». Historia. N° 39. Vol. I. enero-junio 2006. pp. 5-22; Rafael Sagredo: «Nacer para morir o vivir para padecer. Los enfermos y sus patologías», en Historia de la vida privada en Chile, eds. Rafael Sagredo y Cristian Gazmuri. Santiago. Eds. Taurus. 2006. Tomo II; Juan Eduardo Vargas: «Los médicos, entre la clientela particular y los empleos del Estado. 1870-1951». Boletín de la Academia Chilena de la Historia, año LXVIII. N° 111.2002. pp. 133-165; María Soledad Zárate C.: «Enfermedades de mujeres. Ginecología, médicos y pre­ sunciones de género. Chile, fines del siglo XIX». en Pensamiento crítico. Revista Electró­ nica de Historia, www.pensamienlocrilico.cl. N°l. 2001. Nicomedes Guzmán: Los hombres oscuros. Santiago. Ed. Zig-Zag. 1964 (1' ed. 1939). p. 124. Véase cuadro N° 1. En 1930. Santiago registra 477 médicos, y en 1952. 1.203, Censos Nacionales. 1930. 1952. Denominación que aludía a la práctica de las parteras durante el siglo XIX. Para el desarrollo de este tema véase María Soledad Zárate: Dura Luz en Chile. S. XIX: de la ciencia de hembra a la ciencia obstétrica. Santiago. DIBAM-Centro de Investigaciones Barros Arana-Universidad Alberto Hurlado. 2007. «Boletín Anual Casa de Maternidad de Santiago». Memoria de la Junta de Beneficencia. Santiago de Chile. 1899. Anuario Estadístico. Santiago de Chile. Dirección General de Estadística. 1900. Sétimo Censo Jeneral de la Población de Chile. 1895. Santiago de C hile. Glicina ( cutral de Estadística. Imprenta y Encuadernación Barcelona. 1896. Para la provincia de Santiago, las cifras correspondían a 267 médicos y 212 matronas. Wenceslao Hidalgo: Medicina doméstica de la infancia, o sea Consejos a las madres sobre el modo de criar, educar y curar a sus hijos por sí mismas. Santiago. Imprenta El Progreso. 1885. Esta obra fue premiada en el Certamen Literario Científico del 17 de septiembre de 1877 por su acuciosa investigación. Hidalgo, p. 52. Hidalgo, p. 56 Manuel Guerrero Rodríguez: «El parlo», en Nicomedes Guzmán (Comp.): Nuevos cuentis­ tas chilenos. Saniiago. Chile Cultura. 1941. Manuel Guerrero R.. p. 187. Ibídem. p. 200. Algunas prácticas y procedimientos en la atención del parto para el siglo XIX son descritas en: Pedro Lautaro Ferrer: Historia general de la medicina chilena (documentos inéditos, biografías y bibliografía). Talca. Imprenta Talca. 1904: Hermilio Valdizán y Ángel Maídonado: La medicina popular peruana (contribución al folclore del Perú). Lima. Imprenta Fo­ rres Aguirre, 1922. Tomo 1. cap. XI: «La obstetricia», pp. 331 -346; cap. XII: «La pediatría», pp. 347-369; Ricardo Archila: Historia de la medicina en Venezuela (época colonial). Cara­ cas. Ed. Ministerio de Sanidad y Asistencia Aocial. 1961. pp. 91-94 y 309-311. La actual re­ alización de entrevistas a matronas chilenas de avanzada edad, en virtud de una futura publicación, corrobora esta información. Manuel Guerrero, p. 200. Hidalgo, p. 66 Isauro Torres: Cómo tener y criar hijos sanos y robustos. Prólogo del Dr. Angel C. Sanhueza. Santiago. Editorial Nascimento. 1926. 342 pp. Isauro Torres, pp. 56-7. Véase Zárate: Dar a Lu: en Chile. S. XIX.

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María Soledad Zarate: «Proteger a las madres: origen de un debate público, 1870-1920». Nomadías, Serie Monográficas, N° I. Programa Género y Cultura en América Latina. Uni­ versidad de Chile, pp. 163-82. Estadísticas de Chile en el siglo XX. Santiago de Chile. Instituto Nacional de Estadísticas. 1999. p. 30: Anuario Estadístico, Vol. I: Demografía y Asistencia Social. Santiago de Chi­ le. Dirección General de Estadísticas. 1920. Las cifras de mortalidad infantil en Chile esta­ ban entre las más altas del mundo, incluyendo Sudamérica. En igual época, países como Estados Unidos. Francia e Inglaterra no superaban el coeficiente promedio de 150 muertos por mil nacidos vivos; véase Alfredo Commentz: «Estadísticas de mortalidad, natalidad y morbilidad en diversos países europeos y en Chile». Trabajos y Actas de! Primer Congreso Nacional de Protección Nacional a la Infancia. 21-26 septiembre 1912. Santiago de Chile. Imprenta. Litografía y Encuadernación Barcelona, pp. 315-13. Anuario Estadístico. Vol. I: Demografía y Asistencia Social. Santiago de Chile. Dirección General de Estadísticas, 1920. En 1912. las mujeres constituían un tercio de la población manufacturera, alcanzando una proporción de tres hombres respecto de una mujer en la industria textil y del tabaco. Ofici­ na Central de Estadísticas. Santiago de Chile. 1912. Véase Elizabeth Hutchison: LaborsAppropriate lo TheirSex. Gender. Labor and Polifies in Urban Chile. 1900-¡930. Durham and London, Duke University Press. 2001. Roben Simón: «Reducción de la mortalidad infantil del primer año por la asistencia a las madres antes, durante y después del parto». Trabajos y Actas del Primer Congreso Nacio­ nal de Protección Nacional a la Infancia. Víctor Kórner: «Protección de las madres durante el embarazo, el parto y el puerperio, y su influencia sobre la mortalidad infantil». Trabajos y Actas del Primer Congreso Nacional de Protección Nacional a la Infancia, pp. 137-44. R. Aldunate: «Datos suministrados por la Estadística del Instituto de Puericultura». Trabajos y Actas del Primer Congreso Nacional de Protección Nacional a la Infancia, pp. 355-59. Acompañó a esta ley el establecimiento del Ministerio de Higiene. Trabajo y Seguridad So­ cial. Véase a Jorge Jiménez de la Jara (Ed.): Medicina social en Chile. Santiago de Chile. Editorial Aconcagua. 1977: Mario Livinsglone y Dagmar Raczinsky (Eds.): Salud pública y bienestar social. Santiago de Chile. Cieplan. 1976. María Perrero Malte de Luna: El problema materno-infantil ante la ley. Santiago de Chile. Biblioteca Jurídica Universidad Católica. 1946. p. 88. Perrero: El problema materno-infantil.... pp. 117-126. Gronemeyer. Guillermina: «Todos los trámites necesarios para resolver un caso», en «Algu­ nos casos resueltos por alumnas de primer año». Servicio Social, año II. 1928. N° 3. pp. 225228. Gronemeyer. p. 226. Gronemeyer. p. 227. Gronemeyer. pp. 227-228. Un dato revelador indica que en 1895 se consignaba la existencia de 1.674 nodrizas, y en 1920. sólo de 309. Censos. 1895. 1920. Gronemeyer. p. 228. Editorial: «Nueva política médico-social». Acción Social, año V. N° 52. agosto 1936. pp. 1-2. Sobre las políticas asistenciales del período de los Frentes Populares véase a Karin Rosemblatt: Gendered Compromises: Political Cultures and the State in Chile. 1920-1950. Chapell Hill and London. University of North Carolina Press. 2000. Sobre la Ley de Medicina Preventiva elaborada por el médico y ministro de Salubridad y Asistencia Social (1937-1938). Eduardo Cruz Coke. véase Carlos Huneeus y María Paz Lanas: «Ciencia política e historia. Eduardo Cruz Coke y el Estado de Bienestar en Chile. 1937-1938». Historia. N° 35. 2002. pp. 151-86. Salvador Allende: La realidad médico-social en Chile. Santiago. Imprenta Lathrop. 1939. Raúl Ortega: «La hospitalización en los Servicios Madre y Niño de la CSO». Revista de Asis­ tencia Social. lomo 9. N° 2-3. junio-septiembre 1940. pp. 536-42. Los niños que llegaban a esta sección lo hacían por tres vías: porque sus madres habían re­ cibido asistencia en la sección maternal; porque eran los hijos de asegurados que solicitaban atención antes de cumplir tres meses, y por traslados de otros consultorios. Luz Cañas: Es­ tudio de los problemas que se presentan en la Sección de Lactantes en el Consultorio N° 3 de la Caja del Seguro Obligatorio. Memoria Escuela Alejandro del Río. 1941. p. 77. Editorial: «Nueva política médico-social», op. cit, pp. 1-2. Véase Lavrin: Mujeres, feminismo y cambio social. «Puericultura. Public Health and Mothcrhood». pp. 131-164: María Soledad Záratc: «Las madres obreras: identidad social y po­ lítica estatal. Chile. 1930». Revista de Historia Social v Mentalidades, año 2005. Vol. 1-2. pp. 59-83. USACH. 2005.

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Luisa Fabres: «El Servicio Social de la Maternidad Carolina Freire. del Patronato Nacional de la Infancia». Servicio Social, año II. N° I. 1928. pp. 48-52. Junio a estos recintos estaba la Maternidad Carolina Freire. del Patronato de la Infancia, que en esa década sólo atendía partos a domicilio, con una inscripción semanal de 22 madres en promedio: Fierro, p. 274. En 1920. la cifra de mujeres que ingresaron a recintos hospitalarios en todo Chile era de 66.872. y en 1952. de 262.266. Dirección General de Estadísticas de Chile: Anuario Estadístico. Asistencia Social, 1920. 1952. Carlos Ramírez: «Problemas de obstetricia social. Proyecto de protección maternal e infan­ til por el Estado». Boletín de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología. Santiago. Vol. 3. N°9. octubre de 1938. p. 631. Carlos Ramírez: «Estado actual del problema de la asistencia maternal en Chile». Boletín de la Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología. Santiago. Vol. 4. N° 4. mayo de 1939. pp. 203-219. Juan Moroder y Francisca López; «Mortalidad materna y sulfadrogas». Revista Chilena de Higiene y Medicina Preventiva. Vol. IX. N° 3-4. sepliembre-Diciembre 1947. pp. 279-88. Onofre Avcndaño, Hernán Romero y Ernesto Medina: «Mortalidad materna». Boletín So­ ciedad Chilena de Obstetricia y Ginecología. Vol. 21. N° 6. 1956. pp. 142-53. Las materni­ dades consignadas eran las del Hospital del Salvador. José Joaquín Aguirre y San Francisco de Borja. José Manuel ligarte: «Mortalidad materno-infantil en Chile. 1917-1952». Boletín Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología. Vol. 17. N° 7. 1952. p. 182. José Manuel Ugarte: «Mortalidad materno-infantil en Chile. 1917-1952». Boletín Sociedad Chilena de Obstetricia y Ginecología. Vol. 17. N° 7. 1952. p. 182. «El problema de las maternidades». AMECH (Asociación Médica de Chile), año 5. sep-octnov. 1941, N°9-10-11. p. 3. Arturo Larraín: «Los problemas médico-rurales de Chile». Revista Asistencia Social, Tomo 7. N° 2, junio 1938. p. 152. Larraín agregaba que era inoficioso «insistir en la necesidad de perseguir criminalmente a los que practican el aborto atentando así la moral pública y limi­ tando la natalidad de nuestra raza». Ibídein. José Ilic Toro: Memorias de un médico rural. Santiago, Ed. Andrés Bello. 1986. p. 18. Ilic Toro. p. 19. Unidad. Revista de los empleados de la Caja de Seguro Obligatorio, año 6. julio de 1947. N” 72. pp. 3-4. Adolfo Meyer: Guía médica de hijiene y beneficencia. Con un plano nuevo i guía de San­ tiago. Santiago. Imprenta. Litografía y Encuadernación Barcelona. 1902. pp. 123-130. Varios juicios en este sentido se encuentran, por ejemplo, en Trabajos y Actas del Primer Congreso Nacional de Protección Nacional a la Infancia, 21 -26 de septiembre 1912. San­ tiago, Imprenta. Litografía y Encuadernación Barcelona. 1912. p. 216. El Censo de 1920 contabilizaba 1.643 matronas en el país, número que no distinguía entre aquellas que con­ taban o no con la categoría de «examinadas». Dirección de Estadística: Censo de población de la Republica de Chile, 1920. Santiago. Imprenta y Litografía Universo. 1925. «Reglamento sobre Maternidades Particulares». Decreto Supremo N° 946 del 14 de diciem­ bre de 1938. Boletín de Leyes y Decretos del Gobierno, Tomo V. Santiago. Dirección Gene­ ral de Prisiones. 1939. pp. 3859-3867: «Reglamento sobre Maternidades Particulares». Decreto Supremo N° 839 del 30 de agosto de 1940. Boletín de Leyes y Decretos del Gobier­ no. Tomo 111. Santiago. Dirección General de Prisiones. 1940. pp. 1671-1679. Respecto de los debates sobre el aborto en las primeras décadas del siglo XX en C hile, vé­ ase Andrea del Campo Peirano: Una historia desconocida: los albores remotos de una po­ lítica de salud para regular la fecundidad en Chile. 1915-1930. Tesis licenciatura en Historia. PUC. 2004. Ramírez: «Estado actual del problema de la asistencia maternal en Chile», pp. 214-215. M. Guajardo de Atria: «Causas del trabajo obrero femenino en Chile». Boletín Médico Social de la Caja del Seguro Obligatorio, año IV, N" 44 y 45. 1838, pp. 9-14: Victoria García C arpanetti: «Algunas consideraciones sobre medicina social en la mujer obrera chilena». Bole­ tín Médico Social de la Caja del Seguro Obligatorio, año IV. N” 44 y 45. 1938. pp. 15-25. La tarea de las visitadoras excedía la mera gestión de beneficios, pues se hacían cargo de la educación higiénica, del control e investigación de diagnósticos y tratamientos médicos, de la colocación de embarazadas en instituciones asistenciales y de la gestión de Inenies de tra­ bajo. pensiones alimenticias y habitación. Los métodos de trabajo más usados eran la visita domiciliaria, la recolección de datos en encuestas sociales, la búsqueda de personas y la ges­ tión de trámites institucionales. Véase María Angélica lllanes: El cuerpo de la política: la visitación popular como mediación social: génesis y ensayo de políticas sociales en ( luir, 1900-1940. Tesis doctoral Universidad Católica. 2004; Ximcna Valdés: «Género, familia y

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matrimonio: la visión de las visitadoras sociales católicas entre 1930 y 1950». Revista de ¡a Academia, N°6, 2001. pp. 177-206. Berta Araya: Labor de la Visitadora Social en un servicio de lactantes de la Caja del Segu­ ro Obligatorio. Memoria Escuela Alejandro del Río. 1941. p. 144. Luisa Fierro Carrera: «El Servicio Social en la maternidad». Servicio Social, año III. 1929. N" 4. pp. 254-285: María Santelices: «El Servicio Social frente al problema de la madre sol­ tera y su hijo». Servicio Social, año XII. 1938. N” 4. oct-dic.. pp. 151-197. Fierro, p. 261. Fierro, pp. 261 -262. Luisa Fierro Carrera: «El servicio social en la Escuela de Obstetricia y Puericultura». Ser­ vicio Social, año III. N° 2. junio 1929. p. 134. La selección de mujeres tuvo en común los siguientes aspectos: madres primíparas, «mejo­ radas en la maternidad», pertenecientes a la masa obrera y con cuyas parejas no se legalizó la unión. Algunas de ellas recibían algún tipo de ayuda del padre de la criatura o seductor; Santelices. p. 154. Santelices. p. 159. Santelices. p. 155. Santelices. p. 160. Linares. 13 de junio de 1952. Archivo Gabriel González. Videla (en adelante AGGV). Vol. 88. foja 463. Este archivo epistolario es analizado por Diana Veneros Ruiz-Tagle: «El epis­ tolario de la pobreza. Nexos entre mujer y Estado. 1946-1952». y Dina Escobar G.: «Muje­ res que escriben al Estado. Chile. 1946-1952». ambos artículos publicados en Dimensión Histórica de Chile. 13-14. número temático: «Mujer. Historia y Sociedad». Santiago. Uni­ versidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. 1997-1998. pp. I I 1-137 y 275-332. respectivamente. Fierro, pp. 274-276. Santiago. 13 de agosto. 1952. AGGV. Vol. 89. foja 179. Arturo Baeza Goñi: «Labor que desempeña a favor del niño la Maternidad Madre e Hijo», en VVAA: «La Asistencia Privada en Chile». Servicio Social. 1932. año VI. N° 2-3. p. 218. Baeza. pp. 216-219. Baeza sostiene que se contaba con dos aulas de puérperas con capacidad de 12 camas: dos departamentos de pensionado: una sala de partos: un pabellón montado en forma tal que se puede prestar cualquier atención que se presente; sala de esterilización: un pequeño depar­ tamento para la atención del niño recién nacido: servicio dental, y baños: Baeza. p. 216. Baeza, p. 217. Baeza. p. 218. Baeza. p. 219. Doctora Figueroa: «Protección prenatal y a la madre», en VVAA: «La Asistencia Privada en Chile». Servicio Social, año VI. 1932. N° 2-3. pp. 225-231. f igueroa, p. 230. Véase a Asunción Lavrin: Mujeres, feminismo y cambio social, pp. 188-205. Figueroa. p. 230. Hilda González: Algunas consideraciones sobre el Servicio de Lactantes del Consultorio N” 2 del Seguro Obligatorio. Memoria Escuela Alejandro del Río. 1942. González, p. 19. Hilda González, p. 13. Luz Cañas, p. 79. Luz Cañas, pp. 47-49. Luz Cañas, pp. 84-85. Sobre las estrategias de contención de las enfermedades de trascen­ dencia social véase Catalina Labarca: «Campaña de Salvación Nacional. Estado y Educa­ ción Sexual 1925-1938». Tesis para optar a licenciatura en Historia. Santiago. Pontificia Universidad Católica de Chile. 2004. Estos centros de tratamiento iniciaron su funcionamiento en 1934. con el objeto de ampliar la atención general ofrecida en los consultorios a partir de 1924. El Centro Las Rosas aten­ día público desde marzo de 1937. conociéndose en un principio como Centro Catedral, ubi­ cado en Catedral N° 3078: Araya. p. 38. El 7% restante se repartía en oficios como comerciante, enfermera, telefonista, etc. Doctor Arturo Bohórquez: «Lactancia». Unidad, año 2. julio de 1941. N° 13. p. 24. Rebeca O Brien Pflanz: «Lactancia». Unidad, año 2. agosto 1941. N° 14 . p. 19. Raúl Ortega. Onotre Avendaño y Pedro Araya: «Los servicios de madre y niño de la Caja de Seguro Obligatorio durante 1942». Separata Boletín Médico Social de la Caja del Seguro Obligatorio, año X. N° I I I y I 12. 1943, pp. 1-20. Raúl Ortega y Adriana Castro: «Actitud de las madres frente al seguro social». Boletín Mé­ dico Social de la Caja del Seguro Obligatorio. N° 120-122, 1944. pp. 487-92.

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101 Ortega y Castro: «Actitud de las madres frente al seguro social», p. 488. 102 Ortega y Castro: «Actitud de las madres frente al seguro social», p. 489. 103 Algunos textos pioneros son: Dr. Federico Gacilúa: Lactancia Artificial y materna o el arte de alimentar y de criara los niños recién nacidos. Valparaíso. 3a ed. notablemente corregi­ da y aumentada. Tipografía Nacional. 1890: Juan Edwin Espié: Consejos a las madres de familia para atender a los niños. Adaptación para Chile de los consejos de la Academia de París a la Sociedad Protectora de la Infancia de Valparaíso. Santiago. Imprenta La Opinión. 1895: E. Fernández Frías: La Salud de los Niños, o sea Catecismo Higiénico de la Infancia. Santiago. Imprenta Victoria. 1885. 104 Un texto clave de esta campaña fue el del médico Luis Calvo Mackenna: Propaganda de la Lactancia Materna. Santiago. Imprenta Universitaria. 1916. 105 Vida Sana. Sección Ed. Sanitaria: «El primer derecho del Niño. La leche de la madre no se puede reemplazar con ningún oiro alimento». Unidad, año 2. marzo 1942. N° 21. p. 17. 106 Cruz Roja de Los Angeles: Cartilla de Puericultura. Chillan. La Discusión. 1930. p. 9. 107 Isauro Torres: Cómo Tener y criar hijos sanos y robustos, p. 29; Cruz Roja de Los Angeles: Cartilla de Puericultura. 108 Dirección General de Sanidad: Cuidados del Niño. Santiago. Imprenta M. Ferrado, 1936. p. 5. 109 Otto Schwarz.enberg: Educación, (dimentación e higiene del niño. Un consejero para las madres. Santiago. Dirección General de Sanidad. Departamento de Bienestar de la Madre y del Niño. 1934: Dirección General de Sanidad. Dpto. de la Madre y del Niño de la Direc­ ción General de Sanidad: Ciclo de Conferencias dictadas por radio por los Sres. Médicos del Departamento de la Madre y del Niño. Santiago. Talleres Gráficos Gutenberg. 1936. I 10 Félix Valenzuela: El libro de las madres. Santiago. Editorial Cultura. Libro de Utilidad Prác­ tica, N°3. 1933. p. 36. I I I Gastón Valle O.: Nociones fundamentales de puericultura y alimentación infantil para los médicos rurales. Santiago. Imprenta Gutenberg. 1935. p. 5. 112 Ricardo Rolando G.: Consejos para las futuras madres y cuidado de los niños. Valparaíso. Imprenta Universo. 1938. 113 Servicios de Salubridad Fusionados: A las Madres. Breve cartilla de consejos para criar hi­ jos sanos y robustos. Santiago. Talleres Gráficos La Crítica. 1942. 114 Entre algunas de esas instituciones estaban el Departamento Médico de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio, el Servicio Nacional de Salubridad, la Junta Central de Beneficencia y Asistencia Social. 115 «Análisis de la marcha del SNS en 1955». Boletín del Servicio Nacional de Salud. Vol. II. jul-agosiode 1956. N°4. p. 528. 116 Guillermo Valenzuela. Bogoslav Juricic y Abraham Horvitz: «Doctrina del SNS». Revista del Servicio Nacional de Salud. Vol. I. octubre 1956. N” I. p. 14. 117 «Convenio con Caritas-Chile para el abastecimiento de alimentos en programa de atención materno-infantil». Boletín del Servido Nacional de Salud. Vol. III. N° 5, sep-oct. de 1957. p. 797; «Convenio con UN1CEF». Boletín del Servicio Nacional de Salud. Vol. II. N° I. enefeb. de 1956. p. 66. 118 «Antecedentes que dieron origen a la Asignación Familiar Prenatal». Boletín del Servicio Nacional de Salud. Vol. III. N° 4. julio-agosto de 1957. p. 564. Informe que adjuntan la So­ ciedad Chilena de Pediatría, de Obstetricia, de Salubridad, de Nutrición y el Capítulo Chi­ leno de la Academia Americana de Pediatría a la carta que envían al Congreso para que se apruebe la asignación familiar desde el sexto mes y la destinación del 59í de la asignación familiar a la adquisición de leche. 119 En frecuentes ocasiones, la atención profesional que brindaban las matronas en sus domici­ lios particulares se verificaba en precarias condiciones materiales y la asistencia en mater­ nidades no era la más idónea. Editorial: «Programas de atención maternal». Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología. Vol. XXVI. N° 2. marzo-abril 1961. pp. 173-4. 120 Fernando Rodríguez: «Necesidades asistenciales obstétricas de la ciudad de Santiago». Re­ vista Chilena de Obstetricia y Ginecología. Vol. XXVI. N" 6. nov-dic. 1961. pp. 417-422. 121 Onofre Avendaño. Editorial: «Asistencia obstétrica en áreas urbanas de Santiago». Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología. Vol. XXVI. N” 5. sep-oct. 1961. pp. 337-338. 122 Fernando Rodríguez. Lucía López y Margarita Notari: «Mortalidad Materna en Chile». Re­ vista Médica de Chile. Vol. 98. N° 12. diciembre 1970. p. 862. 123 Pablo Camus: La Salud Pública en la Historia de Chile, s. XIX-XX, texto inédito.

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Del conventillo a la vivienda: casas soñadas, poblaciones odiadas1 Rodrigo Hidalgo Rafael Sánchez En nuestro país, desde el último cuarto del siglo XIX, grandes olea­ das de campesinos se abalanzaron sobre las ciudades con el fin de obte­ ner nuevos empleos y mejores remuneraciones-. Santiago fue la urbe más afectada, su población manifestó un crecimiento sostenido e intenso. Cua­ tro años antes del inicio de la Guerra del Pacífico, la capital registraba 150.367 habitantes, que veinte años después se habían elevado a 256.403. Durante la primera mitad del siglo XX, el incremento de la población se aceleró aún más, llegando a duplicarse en forma constante cada veinte años aproximadamente. Es así como el Censo de 1907 registró para la ciudad de Santiago la cantidad de 332.724 residentes, que en 1930 se ha­ bían elevado a 696.231. El Censo de 1952 reveló que la capital de C hile ya era el hogar de más de 1.350.403 personas^. Este fuerte incremento de población no fue acompañado de una ex­ tensión de los servicios y equipamientos urbanos. La falta de viviendas derivó en un aumento del hacinamiento y la promiscuidad, puesto que las residencias de alquiler no daban abasto. Los conventillos pulularon en los sectores más deteriorados de la ciudad. Quienes no podían acce­ der a este tipo de vivienda debido a que carecían del salario necesario pa­ ra su arriendo4, levantaron sus hogares en los bordes de la urbe y de los cauces que la atravesaban, recreando la tipología del rancho o ruca por ellos conocida y que para su vida en el campo les había resultado ade­ cuada. De esta habitación rural y las costumbres de sus habitantes se se­ ñalaba en 1913 que «no puede ser más humilde y malsana, se compone de un rancho y de una pequeña ramada, que le sirve de cocina... las no­ ciones de aseo son casi desconocidas... hay muchos que apenas se lavan los domingos, y la gente ignorante cree que la mugre es necesaria en los niños como en los chanchos, porque los preserva de enfermedades»*1. El agravamiento de la situación de los grupos más desposeídos, así como las presiones provenientes de los diferentes sectores sociales, obli­ garon al Estado a hacerse cargo de este problema y asumir una posición más activa en la solución de las malas condiciones de vida de la pobla­ ción menesterosa. Es así como a través de una abundante legislación, el

De la necesidad de una vivienda, a la exigencia de una buena calidad de vida. Si a principios del siglo XX el objetivo de una familia era acceder a una vivienda, cien años después, la insatisfacción y la frustración respecto de su calidad, generó la demolición y reconstrucción de ellas.

Fuentes: Consejo Superior de Habitaciones Obreras. 1912, y La Nación, edición electrónica. htlp://www.lanacion.cl-Galcría Fotográfica.

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE

Estado fue buscando las mejores medidas, con una metodología de en­ sayo-error, para la clase desprotegida. Esta preocupación estatal llevó a que los antiguos campesinos modificaran en la ciudad su modo de vida, cuestión que se vería coronada con la entrega de viviendas baratas y sa­ lubres, que estimularían costumbres y comportamientos nuevos6. La vivienda en su propia configuración conjuga dos realidades: la pú­ blica y la privada, las cuales interactúan continuamente'. La primera se manifiesta en las relaciones que la vivienda y sus usuarios establecen con los espacios urbanos de uso común de lodos los ciudadanos y que son elementales para la vida urbana (i.e. plazas, calles y centros de servicios, entre otros). Sin embargo, también es un espacio privado, una oportuni­ dad para que cada individuo pueda crear su soberanía absoluta, donde la intimidad puede ser manifestada y resguardada. Incluso, desde antes que sea ocupada la vivienda, ya se encuentra organizada y distribuida (i.e. en­ chufes. disposición de las ventanas, número de habitaciones). De este modo, la lucha por una vivienda a lo largo del siglo XX no sólo tuvo la intención de obtener un bien patrimonial, sino que también un lugar don­ de imprimir una habitabilidad irrepetible. Al adquirir una vivienda «pro­ pia» se adquiría una vida «propia», que marcaba el inicio de una vida «privada». Dependiendo de los contextos políticos, sociales, culturales y econó­ micos. la relación entre necesidades de habitación y la política estatal de vivienda mostró diversas manifestaciones a lo largo del siglo XX. En este período se pasa de bajos índices de construcción a una edificación casi mi­ llonada en la década de 1990. En paralelo se transitó de una aceptación de las soluciones a un rechazo y decepción de sus beneficiarios. Así ocurrió en los últimos años con algunos conjuntos como la población El Volcán, en la comuna de Puente Alto, conocida también como las casas de «nylon», en alusión a los problemas que dichos bloques de departamen­ tos tuvieron en el invierno de 1997. A pocos meses de ser entregados se vieron seriamente afectados por las inclemencias de la lluvia que se de­ jó caer en la zona central de Chile y que repercutió con especial vigor en la ciudad de Santiago. Luego de numerosos intentos por parte del Servi­ cio de Vivienda y Urbanización (Serviu) por reparar los problemas alu­ didos, finalmente en agosto de 2006 se comenzaron a demoler algunos edificios y sus habitantes reubicados en otras viviendas. La constante minimización a lo largo del siglo pasado de los están­ dares constructivos permite señalar que en sus inicios las viviendas edi­ ficadas por el Estado potenciaron la vida «privada». La salida de ranchos y conventillos colectivos creó ámbitos de privacidad; cuestión que hoy se ve afectada, tal como mostró, por ejemplo, la cinematografía chilena a través de El chacotero sentimental, donde una de sus historias relataba la vida intima de una familia que habitaba en las poblaciones construi­ das en la ultima década. Al mismo tiempo, la localización cada vez más periférica y distante de los lugares del resto de las funciones de la vida diaria de sus moradores (i.e. parientes, trabajo, educación y comercio), hacen que el residir en los conjuntos de vivienda social que hoy entrega el Estado se convierta en una «pesadilla», más que en el cumplimiento del sueño de la casa propia. Es en este contexto donde el texto que presentamos busca compren­ der cómo las decisiones del Estado en materia de vivienda social afecta­ ron la vida privada de la población involucrada. A su vez. interesa destacar

DEL CONVENTILLO A LA VIVIENDA’. CASAS SOÑADAS, POBLACIONES ODIADAS

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el modo en que las intervenciones públicas fueron construyendo la geo­ grafía social de la ciudad y la evolución de la respuesta que los usuarios tuvieron de las soluciones construidas a lo largo del siglo XX, teniendo como referencia el caso de la ciudad de Santiago.

Del conventillo y el rancho a la vivienda salubre (1906-1952) La Ley de Habitaciones Obreras de 1906 es la primera iniciativa que se dio en el siglo XX respecto de la política de vivienda en Chile. Con una marcada orientación higienista, permitió un amplio margen de ac­ ción a los agentes privados para la edificación de habitaciones baratas y salubres. Esta labor comenzó a dibujar en la ciudad de Santiago los pri­ meros bosquejos de barrios de viviendas obreras. La promulgación de la citada ley tuvo como preámbulo el debate que se generó en las últimas décadas del siglo XIX en torno a la «cuestión social» y el «higienismo». El primero de estos aspectos se relaciona con la preocupación de los círculos intelectuales y políticos por la pobreza y condiciones de trabajo de los obreros8. El higienismo se desarrolla en Europa a finales del siglo XVIII en el contexto del mejoramiento y especialización de la ciencia médica, toman­ do como punto de partida para sus postulados la influencia del entorno ambiental y del medio social en el surgimiento de las enfermedades. Los higienistas critican la falta de salubridad en las ciudades industriales, así como las condiciones de vida y de trabajo de los obreros fabriles \ El higienismo tuvo una influencia significativa en el nacimiento del urbanismo moderno del siglo XIX, cuyos principios sustentaron nume­ rosas intervenciones urbanas de importantes ciudades europeas. En Chi­ le, el higienismo. propiciado por algunos médicos, estuvo presente en la formación de algunas agencias estatales, como el Consejo Superior de

Las habitaciones de las poblaciones «callampas» fueron las principales víctimas de la política de habitación popular destinada a mejorar la vivienda de los sectores obreros de la periferia capitalina. Z/g-Zag, 1939.

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Higiene Pública en 1892. En las décadas de 1880 y 1890 se promulga­ ron una serie de normativas que intentaron regular variados aspectos de la salubridad en las ciudades, desde aquellos relativos a la edificación de viviendas hasta los servicios de urbanización, como el agua potable y el alcantarillado. El doctor Federico Puga Borne, reconocido médico higienista de fina­ les del siglo XIX y principios del XX, llegó a constituirse en presidente del citado Consejo Superior de Higiene Pública. Puga Borne caracteriza­ ba y tipificaba a las habitaciones insalubres de la siguiente manera: «Las casas habitadas por los individuos menos favorecidos de la for­ tuna se hallan de ordinario en calles estrechas, desprovistas de un pavi­ mento artificial, lo que es causa de humedad en invierno, de polvo en el verano; las construcciones son poco elevadas sobre el suelo y su piso a veces de nivel inferior al de la calle, son por consiguiente estrechas, os­ curas. húmedas y frías. En Europa se destinan con frecuencia cuevas sub­ terráneas a la habitación de los obreros. En Chile, sin ser subterráneas, suelen ser peores las casas de los pobres; o habitan en cuartos redondos, esto es, desprovistos de toda abertura y comunicación con el exterior que no sea la calle, o habitan ranchos cuyos materiales, lodos de construc­ ción. constituyen una masa de materias húmedas y putrescibles; un sis­ tema algo perfeccionado es el de los conventillos, reunión de cuartos redondos a lo largo de una calle que sirve de patio común; tienen éstos siquiera que la ventaja de que la cocina y el lavado de la ropa no se ha­ cen en el dormitorio; la aglomeración de individuos, de provisiones y de animales indispensables, estos últimos como reserva alimenticia o como guardianes; el desaseo casi inevitable trae todas las más funestas condi­ ciones del aire confinado. Cómo es posible admirarse entonces de que las enfermedades que se declaran en los habitantes de estas moradas to­ men un carácter de gravedad excepcional ni de que las epidemias encuen­ tren en ellos el terreno más apropiado a su extensión»1'1. El conventillo fue el tipo de infravivienda más difundida entre las cla­ ses populares y mostró, además de lo acolado por el doctor Puga Borne, otras características. Ellas estuvieron asociadas a la acción deliberada de los antiguos propietarios de casas ubicadas en barrios centrales de la ciu­ dad de Santiago que las subdividieron y comenzaron a arrendar las habi­ taciones en forma separada. El proceso se da a partir del abandono de los grupos aristocráticos de la sociedad de esas localizaciones, los que pos­ teriormente, y con un bajo nivel de inversión, reacondicionaban esas vi­ viendas para obtener beneficios económicos. Las condiciones de vida existentes en los conventillos fueron descri­ tas en su época a través de diferentes medios de comunicación escritos. Uno de ellos corresponde al clásico cuento «El conventillo», de Gonzá­ lez Vera, publicado en 1923, donde hace una exhaustiva descripción de estas habitaciones colectivas y el modo en que ellas son ocupadas por sus moradores: «Vivo en un conventillo. La casa tiene una apariencia exterior casi burguesa [...] La pared, pintada de celeste, ha servido de pizarrón a los chicos de la vecindad, que la han decorado con frases y caricaturas risi­ bles y canallescas [...] La puerta del medio permite ver hasta el fondo del patio. El pasadizo está casi interceptado con artesas, braseros, tarros con desperdicios y cantidad de objetos arrumados ( ...] Los pequeños hara­ pientos gritan, chillan, mientras bromean con los quiltros gruñones y ra-

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quilicos. Al lado de cada puerta, en braseros y cocinitas portátiles, se ca­ lientan tarros con lavaza, tiestos con puchero y teteras con agua [...] El patio semeja colmena [...] Las viejas toman mate junto a sus puertas; otras mujeres lavan inclinadas sobre la acequia negra, amenazando a sus chicuelos y hablando a torrentes. Nunca tendrán úlceras»1 Las normativas higiénicas repercutieron en la morfología de la ciu­ dad. pues delinearon la edificación de los llamados «conventillos higié­ nicos», que fueron viviendas colectivas construidas por los particulares para ponerlas en el mercado de alquileres. Estaban dirigidas a los obre­ ros que contaban con medios económicos suficientes para pagar un arriendo y se constituyeron en una tipología habitacional que, amparada en la legislación municipal, contribuyó a diseñar un segmento de los es­ pacios sociales populares de la ciudad. La citada ley de 1906 creó el Consejo Superior de Habitaciones Obre­ ras, con sede en la ciudad de Santiago. Entre sus atribuciones estuvo fa­ vorecer la construcción de viviendas higiénicas y baratas destinadas a ser arrendadas o vendidas; tomar medidas conducentes al saneamiento de las habitaciones obreras existentes; fijar las condiciones de las nuevas vi­ viendas destinadas a los grupos proletarios, y fomentar la creación de so­ ciedades de construcción. Las acciones iniciadas por dicha ley tuvieron repercusiones sobre el espacio ya edificado y el control de habitaciones malsanas vinculadas a los conventillos y ranchos en que vivían los sec­ tores populares. La misma normativa, a unos años de su promulgación promueve, aunque en una proporción mucho menor a las unidades de­ molidas —un cuarto o pieza construida por 1.5 demolidas entre 1906 y 1924—. la edificación de los primeros conjuntos de viviendas sociales. Ellos se ubicaron en la periferia de la ciudad, de preferencia en lo que eran los nacientes barrios industriales de la capital del país1-. Las características que debían tener las nuevas viviendas fueron dis­ cutidas en el transcurso de las primeras décadas de) siglo XX. Las dife­ rentes organizaciones higiénicas hicieron patente la necesidad imperiosa de construir habitaciones salubres y enseñarles a los propietarios las ven­ tajas de vivir en un ambiente benévolo y benigno. Entre ellas estaba la Asociación de Señoras contra la Tuberculosis, para quienes una buena habitación era la mejor manera de «prevenirse contra las epidemias, en­ demias y enfermedades generales». Esta asociación hacía visitas domici­ liarias. en las cuales notaban que «desgraciadamente, la inmensa mayoría de esta gente dispone de pésimas habitaciones, y las muy escasas que suelen disponer de una buena habitación, ellas mismas, por su ignoran­ cia. contribuyen a hacerlas inadecuadas, porque se conglomeran en ex­ ceso —cuatro, seis, ocho— para habitar un local que sería escasamente apto para uno o dos»13. Esta habitación con cualidades higiénicas descansaba en unas adecua­ das condiciones de ventilación, orientación y comodidades en la ubica­ ción de sus servicios, así como también en una estructura que obedecía a un sistema de construcción racional. Se debía impedir cualquier tipo de edificación compuesta de «adobes en tabiques, reboques de barro y enlu­ cidos. debiendo estos elementos ser reemplazados por blocks de yeso»1 . La vivienda salubre es vista como un inductor de las normas de urba­ nidad, ella debe disciplinar el comportamiento y costumbres de los gru­ pos familiares. El control social que se pretende establecer con las nuevas viviendas abarca tanto el espacio interior como el exterior. En el prime-

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Trabajo de líneas eléctricas subterráneas en calle Mapocho esquina Brasil. 1920. El mejoramiento de los servicios e infraestructura urbana acompañó la construcción de nuevos conjuntos habilacionales en Santiago. Chilectra. Luces de modernidad. A rchi\o foto#rájico Chilcetra. Santiago. Enersis S.A., 2001. p. 71.

ro, los servicios higiénicos en el recinto interno imponen nuevas pautas de cómo llevar a cabo las labores de la vida diaria; tiempo y comodidad suplen las esperas para el uso del baño y del aseo de las personas en ge­ neral, ello suprime el lapso de contacto con los vecinos y se amplía el es­ pacio temporal y físico de la vida «privada». Mientras que en el espacio externo, la proximidad de las viviendas y la inmediata salida a la calle o vía de acceso demanda el respeto por los vecinos (a terceros) y la man­ tención de la vivienda, puesto que restringe la generación de actividades contaminantes o antihigiénicas (i.e. quema de elementos orgánicos, acu­ mulación de desperdicios o basura, cría de animales de consumo), ya que pueden perjudicar y molestar directamente a los residentes de las vivien­ das cercanas. Como es de suponer, las viviendas que se habían construido tenían cos­ tos relativamente altos para ser arrendadas o adquiridas por obreros de ba­ jos ingresos (por ejemplo, las poblaciones Huemul. San Eugenio. Matadero, Santa Rosa, todas origen de los nacientes barrios industriales al sur de San­ tiago en el inicio del siglo XX), hecho que forzó a esta sección de la po­ blación chilena a seguir habitando en condiciones mínimas, sin la presencia de los servicios básicos de urbanización. Un estudio efectuado hacia prin­ cipios de la década de 1920. y que realizó una evaluación de la legislación de 1906, señalaba que «el 90% de las habitaciones higiénicas construidas en Santiago al amparo de la ley. está formado por departamentos de va­ rias piezas, cuyo canon mensual fluctúa entre cuarenta y ochenta pesos, cantidad muy distante de los medios económicos de la clase más pobre de la sociedad: jornaleros, gañanes y lavanderas, que no pueden gastar más de veinte pesos mensuales en arriendo de habitación»'5. Las condiciones sociales y los vaivenes económicos del país en las primeras décadas del siglo XX. ¡unto a las propias limitaciones de las normativas, estimularon las reacciones que tuvieron los grupos más afec­ tados por la carencia de vivienda. Los altos precios de los alquileres y la formación de las llamadas Ligas de Arrendatarios, que intentaron abrir un campo de negociación con los propietarios y el gobierno, marcaron el

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destino de las respuestas estatales hacia finales de la década de 1910 y en la primera mitad de los años veinte. De este modo, los esfuerzos de sobrevivencia de los sectores popula­ res no estaban sólo dedicados a generar el sustento diario para cubrir su alimentación y necesidades de abrigo, también concentraron energías y tiempo a sus reivindicaciones en los incipientes movimientos huelguis­ tas y de resistencia obrera de las primeras décadas del siglo XX16. En este escenario, en 1925 se procedió a la promulgación del Decreto Ley 261. conocido como Ley de la Vivienda, que estableció la reducción del 50% de la renta de alquiler de las propiedades declaradas insalubres: la limitación de los precios de los arriendos de las viviendas salubres: la exención del pago de contribuciones, y la prohibición de desalojo de los arrendatarios antes de los seis meses, entre las medidas más relevantes. También en 1925 se promulga la Ley 308. o Ley de las Cooperativas, que dejó atrás un período de aciertos y vacilaciones marcado por iniciativas de corle higiénico: en términos de viviendas construidas tuvo un aporte restringido, pero marcó el inicio de una época de realizaciones por parte del Estado que influirían en el conjunto de la política social que comen­ zaba a gestarse en esos años. Esta iniciativa buscó aumentar los índices de construcción de nuevas viviendas y la promoción de cooperativas en la edificación de alojamientos, incentivando para ello la exención de im­ puestos municipales en aquellos edificios colectivos1 7. En los años treinta, el Estado adquirió cada vez más compromiso con el problema habitacional. Intervino fijando normas de construcción, fo­ mentó la intervención del sector privado, reguló los arriendos y buscó pro­ teger a la población de los especuladores, promoviendo la creación de cooperativas de viviendas. Por último, también comenzó a construir direc­ tamente nuevos lugares de alojamiento para la población más necesitada. Lo anterior puede ser observado cuando en 1931 se envió al Congre­ so Nacional un proyecto de financiamiento para el fomento de la habita­ ción popular, denominado Decreto con Fuerza de Ley N 33. Su objetivo fue mejorar el acceso al crédito de las personas de bajos recursos y abor­ dar el problema relacionado con los compradores de sitios a plazo y con los arrendatarios de pisos que habían edificado sus viviendas en suelo Tranvía de 20 asientos. 1935. A raíz de ajeno, cifra que llegaba a los 200 mil en todo el país18. la expansión de la ciudad, el transporte Tanto la demanda desatendida como la nueva forma en que se abordó público se transformó en un servicio la oferta de viviendas para los más pobres, generó periferias de autocons­ indispensable para los habitantes de trucción —oficiales o informales— y otras en base a grandes conjuntos las nuevas poblaciones. Chilectra. inspirados en el racionalismo arquitectónico19. Estos principios imperan­ Luces de modernidad.... p. I 19. tes en el contexto internacional sirvieron de base para acometer la ingente labor que significó atender al crecimiento poblacional de las grandes ciu­ dades que presionaba por cada vez más viviendas20. Es precisamente durante el período del llamado Estado Nacional Desarrol lista que se inicia la construcción en gran escala21. Impulsadas pol­ la Caja de la Habitación Popular, fundada en 1936 y reformulada en 1943. nacen las primeras agrupaciones de viviendas que superan las cin­ co mil unidades. La influencia urbanística proveniente del movimiento moderno a través de los Congresos Internacionales de Arquitectura Mo­ derna (CIAM) impulsados desde 1928 por el arquitecto urbanista Le Corbusicr. se comenzó a manifestar tempranamente en los primeros conjuntos de vivienda económica en altura materializados en los anos treinta y cua­ renta. Desde el punto de vista del desarrollo urbano de la ciudad de San­

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tiago, los grandes proyectos habitacionales basados en lo que se ha llama­ do intervenciones corbusianas22 —que se conocen en Francia como grands esemhles o polígonos de viviendas en España— han tenido su clá­ sica expresión de abarcar extensas áreas de la ciudad, generalmente con espacios públicos desolados, que provocan la decepción de sus ocupantes ante la acción del Estado en materia habitacional. Entre los grandes pro­ yectos de vivienda social llevados a cabo bajo los principios de los C1AM. hay que destacar en la ciudad de Santiago la población Juan Antonio Ríos, la que fue construida en etapas sucesivas desde los años 1940 hasta prin­ cipios de la década del cincuenta, involucrando 5.271 viviendas. Otras po­ blaciones que destacan en este período son Huemul 2, Arauco, Isabel Riquelme, Huertos Obreros, Franklin D. Roosevelt y Simón Bolívar. Una de las innovaciones importantes que introduce la Ley de la Caja de la Habitación de 1943, estuvo referida a la formulación de una orde­ nanza especial de urbanización y construcciones económicas. Dicha or­ denanza estableció que las viviendas económicas tendrían una superficie que fluctuaría entre los 36 y los 100 metros cuadrados: estos tamaños in­ tentarían involucrar la mayor cantidad de tipologías habitacionales que fueran posibles de fomentar a través de la acción directa o indirecta por parte de la Caja de la Habitación. A su vez, la ordenanza estableció las características urbanísticas que deberían tener los proyectos habitaciona­ les que se podían acoger a los beneficios que ella estipulaba, indicando, entre otras cuestiones, las áreas mínimas de construcción de los conjun­ tos de viviendas, su altura, el total de pisos, el asoleamiento, la ventila­ ción y las características de circulación al interior de ellos. Asimismo, se definían criterios para el trazado de las poblaciones, de los espacios li­ bres, de los sistemas de agrupamiento, de la densidad, de los servicios mínimos de urbanización (agua potable, alcantarillado, alumbrado públi­ co, energía y gas industrial). Las nuevas viviendas construidas en estos años alteraron las formas de habitar de los obreros y sus familias. El conseguir una vivienda no só­ lo significó adquirir una «vida propia», sino también la posibilidad de otorgar a las construcciones una identidad, incluso, al interior de los ho­ gares: el tener un mayor número de habitaciones permitió que éstas aho­ ra fueran monofuncionales, posibilitando que la individualidad de los propios miembros del clan pudiera avizorarse. Los matrimonios también accedían a la intimidad, mientras que los hijos obtenían un mayor grado de privacidad y libertad. Pero también se modificaron los espacios públi­ cos de recreación y convivencia. Lugares como los patios comunes de los conventillos, los basurales y vertederos ilegales, o los sitios de acopio de agua potable (también utilizados como balneario común), fueron reem­ plazados por plazas de juegos infantiles con árboles y asientos para el descanso. Además, existió el paso de un espacio de insalubridad, conflic­ to y peligrosidad a otro de seguridad y esparcimiento. Durante las décadas de 1930 y 1940 se materializaron una serie de avances con el objetivo de entregar a la clase obrera un lugar de habita­ ción confortable. De este modo, el Estado estimuló y aceleró la irreme­ diable modificación de los modos de vida de los inmigrantes, propiciando el control social y generando un antes y un después en la vida de los an­ tiguos campesinos. Si bien en términos cuantitativos aumentaron las viviendas edifica­ das y por tanto los resultados de la política, también se comenzaron a ge­

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nerar efectos no deseados. Ya a mediados de los años treinta surgieron voces críticas con respecto a la construcción de poblaciones económicas para los obreros de la ciudad, puesto que en éstas no se había tomado en cuenta el tiempo que los trabajadores pasaban con sus familias en los ra­ tos de ocio. Una de estas críticas fue realizada por Carlota Andrée, directora de la Sala Proveedora de Trabajo a la Mujer. Según su evaluación, hasta esos años «los barrios populares de Santiago sólo han consumido habitantes, pero no los han renovado»23. La razón principal era la inexistencia de áreas verdes y equipamiento en las poblaciones, lo cual generaba desazón entre el proletariado, y con ello las condiciones para la aparición de los vicios como el alcoholismo y las enfermedades infantiles mortales. Para la funcionaría, la única solución posible era que las habitaciones de los trabajadores estuvieran «rodeadas por terrenos suficientes para permitir la creación de un palio para niños y de un pequeño jardín... lo invitará al cultivo de sus llores»; mientras que el conjunto construido debía contar con «su coliseo de entretenimientos, sus campos de juegos, su plaza aco­ gedora amenizada con una banda municipal»”4; sólo así, las habitaciones de la clase menesterosa no estarían «excluidas o apartadas del resto de la ciudad», disminuyendo con ello el «sello humillante de barato» y promo­ viéndose una clase de trabajadores más sanos y disciplinados-5.

Las callampas en aumento En 1952 se realizó el Primer Censo Nacional de Viviendas, el cual per­ mitió dimensional* la magnitud del problema habitacional al declarar que las viviendas precarias o «no apropiadas» para la habitación ascendían a 374.306. lo cual representaba el 30% de las residencias existentes en el país. Dicha situación se agudizaba si se utilizaba como referencia sólo a la ciudad de Santiago, que registraba la existencia de 1 19.163 viviendas precarias (unifamili.ires y colectivas), es decir el 36,2% del total. A pesar de las desastrosas cifras que el censo dejaba entrever, este instrumento estadístico no fue suficiente para determinar la real magni­ tud de la deficiencia habitacional en la clase menesterosa. Se necesitaba información de mayor calidad y precisión, por ejemplo sobre la ubica­ ción y las condiciones de ocupación del suelo —de hecho o no—. la fal­ ta de servicios básicos, el número de habitaciones, entre otras; por ello, el mismo año se realizó un Censo Especial de Poblaciones Callampas26. Este censo especial determinó la existencia de 41 poblaciones callam­ pas en Santiago, que albergaban a 35.61 1 habitantes. Dichas aglomera­ ciones se ubicaban preferentemente en la comuna de San Miguel (20) y Santiago (10), siendo las más populosas las del Zanjón de la Aguada, Colo-Colo. Cerro Blanco, Pino Bajo y Nueva Matucana27. En esos años, el arquitecto Carlos Marlner caracterizó tres tipos de poblaciones callampas , las que fueron distinguidas como: «por agrega­ ción», consistiendo en la ocupación ilegal de sitios de bajo valor y donde sus miembros construyeron sus ranchos desordenadamente; «planifica­ da», donde familias organizadas tomaron posesión de un terreno, y «mix­ tas». que fueron una combinación de las dos anteriores. En su opinión, el desarrollo de estas poblaciones se explicaba por la capacidad de orga­ nización de sus miembros, llegando a determinar tres etapas en su cons­

El problema de la vivienda obrera en Chile también tenía rostro femenino, en especial a raíz de la pobreza encerrada en los conventillos. Zig-Zag. 1939.

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IIISTORIA DE LA V11XX PRI VA DA ENCHILE

La sustitución de las viviendas miserables por habitaciones sólidas e higiénicas, permitió al obrero vivir como «hombre» y no como «subhombre». Mejorando también la convivencia al interior del hogar. Z/í'-Zí/.í?. N° 1.821. 1940.

trucción: la primera, más precaria, consistía en una sola pieza de (res por cuatro metros donde «se agrupaba la familia sin diferenciar las funcio­ nes propias del habitar, donde ubican una mesa que sirve para el come­ dor. esparcimiento y trabajo, mientras el resto del espacio es ocupado pol­ las camas»29. La segunda etapa implicaba la organización de las familias de la pobla­ ción para conseguir los servicios básicos de agua potable, luz eléctrica y alcantarillado. Los materiales de desecho o frágiles son reemplazados o mejorados «por construcciones más sólidas a base de tabiques de madera labrada, cubierta por dos caras con tablas de una pulgada de espesor, pare­ des de adobe de 0.15 a 0,40 de grosor»30. Finalmente, la tercera etapa involucraba la exigencia a las autorida­ des de) mejoramiento de los servicios básicos, construcción de centros comunitarios, lugares de esparcimiento y escuelas. El interesante estudio realizado por Carlos Marlner permite observar como los modos de vida de los habitantes iban siendo modificados a través del tiempo. La cons­ trucción inicial de la vivienda, si bien era de emergencia, respondía a la experiencia previa que los inmigrantes tenían en relación a sus destrezas y técnicas de construcción, y también a las necesidades que su mundo les demandaba. A medida que se iban adentrando en la vida urbana y adop­ taban el comportamiento de los habitantes de las grandes ciudades, iban asimilando nuevas tecnologías y técnicas, y comprendiendo que la vida en las urbes requiere de «una unión en grupos organizados con otros in­ dividuos de intereses similares». De este modo surgen otras necesidades que en su vida «primitiva» no tenían. No está de más destacar que las condiciones sanitarias existentes en las callampas eran deplorables. En algunas poblaciones, como las del Zanjón de la Aguada, había un pilón de agua por cada 1.500 habitantes. Esta extrema precariedad se registraba también en el caso de las letrinas, las cuales, si existían, podían servir a una demanda de aproximadamen­ te 500 usuarios cada una. Si no se hallaban, cualquier curso de agua o ejemplar de vegetación abundante se convertía en un improvisado baño. Las poblaciones callampas fueron objeto importante de la atención de la política habitacional de mediados del siglo XX. La Corporación de la Vivienda (Corvi), creada en 1952. actuó en ellas a través de diversas modalidades: erradicando a su población a viviendas nuevas o a sitios pa­ ra que los propios habitantes construyeran sus residencias y radicando la población en el mismo lugar donde estaba la callampa, opción en la que también los pobladores ayudaban en la consolidación de sus casas31. Es­ tos programas de autoconstrucción fueron acogidos positivamente por la opinión pública, la cual comenzaba a expresar cada vez más intensamen­ te su preocupación por la falta de habitación de los grupos populares. Las descripciones del fenómeno abundaban y coincidían en que «el éxodo constante de las familias obreras hacia la periferia de las ciudades, mo­ tivado por distintas razones, entre ellas la creación de nuevas industrias en competencia con la agricultura y el menor atractivo de la vida rural Irente a la atracción de los centros urbanos, la transformación de los an­ tiguos conventillos y casas de habitación centrales en edificios de depar­ tamentos. etc., crea un problema permanente de falta de viviendas, cuya solución no deberá ser solamente el facilitar ese éxodo aumentado las po­ blaciones en forma indiscriminada, sino abordar el fenómeno desde sus raíces bien conocidas... Felizmente, este gobierno ha logrado poner en

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práctica una solución que nos parece, dentro de las posibilidades actua­ les, la más acertada para este tipo de pobladores. Proporcionarles terre­ nos con un mínimo de condiciones higiénicas y de urbanización, para que en etapas sucesivas se logre mejorar sus condiciones de vida y se orga­ nicen sus comunidades...» '2. La entrega de sitios se constituyó en un aliciente para las clases más bajas, quienes vieron en ellos una posibilidad concreta y real de acceder a una vivienda digna. La población San Gregorio, en la comuna de La Granja, y que se inició en los terrenos del fundo homónimo, se convirtió en una de las primeras macrosoluciones planteadas por el gobierno. A ella se trasladaron, en un principio. 1.200 familias que habitaban el Zan­ jón de la Aguada, siendo completada más tarde con el traslado de núcle­ os familiares de diferentes sectores de la ciudad, alcanzando la cifra de 25 mil habitantes. El Mercurio explicaba que su objetivo era «reemplazar a las pobla­ ciones insalubres denominadas “callampas" por nuevas construcciones económicas para familias de escasos recursos. Se denomina “Plan San­ tiago". contará con una importante colaboración de empresas particula­ res. sobre todo en cuanto al suministro de materiales de construcción»". En el mismo diario, el ministro del Interior, doctor Sótero del Río, jus­ tificaba la razón de esta política y explicaba sus alcances, destacándose que «el gobierno inició en el mes de noviembre del año pasado [1958]. junto con asumir el poder, los trabajos necesarios para trasladar al mayor núme­ ro de familias en la zona de Santiago a un lugar permanente que fuera la base de su futura habitación antes de que las durezas del invierno los sor­ prendieran nuevamente expuestos en dichas poblaciones. »Hasta el momento se ha completado la urbanización de cuatro mil sitios en el lugar denominado San Gregorio, en la comuna de La Granja, los que cuentan con pavimento, luz. agua potable y cierres. Simultánea­ mente se trabaja para habilitar 8.800 sitios en Lo Valledor, en la comuna de San Miguel |...|. »Es preciso destacar en esta oportunidad la urgencia que reviste para el futuro del país salvar a los niños que hoy se están perdiendo en ambien­ tes malsanos de poblaciones sin condiciones higiénicas, sin educación, sin más futuro que la miseria y. tal vez, el delito». Muchos de los necesitados vieron en estos auspiciosos programas la solución real a los problemas que los aquejaban, que iban afectando con­ siderablemente su vida diaria, incluso poniendo en peligro su integridad física como resultado de los inhóspitos inviernos, los continuos incen­ dios3*' que se producían en las poblaciones «callampas» y los violentos desalojos'6. Así. los mismos pobladores ayudaban, en la medida de sus posibilidades, con su esfuerzo, tiempo y trabajo en el buen éxito de este proceso. Al respecto, la prensa santiaguina destacaba que «los jefes de familia y sus parientes adultos han cooperado en el trabajo de autocons­ trucción de sus modestas casitas, a muchos de los cuales se les han entre­ gado algunos materiales para completar los tabiques y techos, materiales que han sido donados en su mayor parte por empresas comerciales e in­ dustriales de la capital. »Los nuevos habitantes de la población que se está levantando en los terrenos del ex fundo San Gregorio, han demostrado gran respeto por las instrucciones que reciben de los funcionarios de la Corporación de la Vivienda»37.

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El contraste entre el ames y el después de la erradicación de un campamento, se aprecia también en el mejoramiento de los espacios públicos comunes. Zig-Zat>, 1950. N° 2. .

Algunos testimonios de habitantes de la población San Gregorio in­ forman del significado que tuvo para ellos la ocupación y construcción paulatina de sus viviendas, al tiempo que una parte considerable de su existencia estaba centrada en dicha actividad: «... el primer año, adentro, una chacrita hacía uno y sembrábamos de todito, porotos, zapallitos, de todo, era bonito, y todo el mundo trabajan­ do, tratando de cercar, de hacer algo, pero había personas que no traían na­ da. nosotros traíamos algo, entonces en unas carpitas ahí no más, a otros les hacían un techito y eso era todo... en el invierno. Entonces era boni­ to porque uno trabajaba en una pega, entonces el día domingo uno le ha­ cía empeño, ahí todos trabajando, en sus casitas»38. El esfuerzo que involucraba la autoconstrucción iba más allá de la compra de materiales, debido a que se postergaba parte importante del tiempo libre, hipotecando con ello la comunicación y convivencia al inte­ rior del grupo familiar. Testimonio de ello lo deja uno de los habitantes de la población Germán Riesco. parte de los programas de autoconstrucción de aquellos años en Santiago, que señalaba que «era un esfuerzo grande, que significaba trabajar los días sábado en la tarde y los domingos en la mañana durante casi un año»39. Cuestión que era contrapuesta con el he­ cho que las «ansias por tener nuestra propia casa eran mucho más pode­ rosas que los grandes sacrificios cine tendríamos que realizar. Así apechugamos y aceptamos el plan»4 . Esto demuestra que la salida de las precarias condiciones de vida imperantes en las poblaciones callam­ pas no era inmediata, debía transcurrir cierto tiempo para llegar a con­ cluir la construcción definitiva. Sin embargo, un numeroso contingente de pobladores de los asen­ tamientos precarios no veía con buenos ojos estos traslados a poblacio­ nes proyectadas por el Estado, se oponían alegando que llevaban más de 20 años viviendo en el mismo lugar. Así sucedió en la denominada población «Nueva Matucana», donde los residentes habían costeado numerosas obras de adelanto, como pilones de agua y alumbrado pú­ blico. Una de esas pobladoras, la señora Agustina Arancibia de Muñoz, señalaba que «yo he dado los postes de esta calle, el alambre y las am­ polletas para mantenernos alumbrados. Tengo un pequeño horno donde hago pan. Las utilidades que obtengo me permiten vivir modestamente. ¿Qué voy a hacer yo si me trasladan? ¡Sería una desgracia que esto ocu­ rriera!»*41. Ante esta inesperada negativa a trasladarse, las visitadoras sociales de la Corvi argumentaban ante los pobladores que en la nueva ubicación «se les darán casas y títulos de dominio», señalando que el traslado se reali­ zaba debido a la carencia y precariedad de calles, así como por la falta de los servicios mínimos de urbanización de sus asentamientos de origen. Razones que los pobladores dudaban, señalando que «no creemos que nos vayan a dar casas y títulos. La razón es simple: a los “erradicados” del Zanjón de la Aguada que viven en San Gregorio, no se les ha dado ni lo uno ni lo otro. Es más, todavía viven como si jamás hubieran salido de una “población callampa". Además, ahora algunos técnicos nos han dicho que se gastarían 100 millones de pesos para urbanizar esta población»42. Lo anterior demuestra el nivel de conciencia que habían adquirido los sectores populares respecto del problema que los afectaba. Estas personas, cuando llegaban a las poblaciones creadas por el Estado, co­ menzaban a demandar con fuerza las «promesas» realizadas por los fun­

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cionarios estatales con el objeto de estimular su traslado fuera del cas­ co consolidado de la urbe. Entre las exigencias realizadas se encuen­ tran la instalación de redes de agua potable, alumbrado público en calles y avenidas principales (la que tampoco existía en los domicilios), loco­ moción colectiva nocturna, mejoramiento y ampliación de la atención medica, mayor vigilancia policial y construcción de campos deportivos. Además, se opusieron a las soluciones de la Corvi sobre la construc­ ción de viviendas de las denominadas «cholguan». las cuales, según ellos, eran de baja calidad y muchas de ellas mostraban roturas en las parles exteriores43. Estos problemas «eran seguidos» y continuamente destacados por algunos periódicos contrarios al gobierno, los que resallaban las defi­ ciencias. reclamos, mítines y eventos violentos que se producían en es­ tas nuevas poblaciones. Llamaban continuamente a los pobladores a exigir sus derechos y promesas sin cumplir. Una de estas noticias seña­ laba que el día 28 de noviembre de 1959. los pobladores de la población San Gregorio habían realizado una concentración pública en las proxi­ midades del antiguo terminal de buses de la ETCE (Empresa de Trans­ porte Colectivo del Estado), agregando que «el acto tenía por objetivo discutir numerosos problemas que se arrastran sin que se les dé una so­ lución. especialmente en la construcción de viviendas. El encargado de prensa de la organización. Hugo Araya. señaló que alrededor de 1.500 familias carecen de agua potable, siendo los sectores más perjudicados el A, el B y El Tranque. También se dijo que sólo 12 buses prestan ser­ vicio para un total de 22 mil personas, la basura se amontona porque no llegan camiones recolectores al sector, el alumbrado público es escaso e insuficiente. Sólo un médico atiende a toda la población, “las madres deben hacer colas a las seis de la mañana para que las reciban a las on­ ce”. Si alguien se enferma la ambulancia no llega, pues tiene que haber más enfermos»44. La carencia de servicios básicos era el principal déficit de las nuevas poblaciones. Sin embargo, también comienzan a florecer denuncias so­ bre la inseguridad y la delincuencia, como la que señaló la señora Tere­ sa Cubillos, de la población San Gregorio, quien argumentaba que «a la falta de agua se agrega el problema de la luz eléctrica. No la hay ni do­ miciliaria ni en las calles. En cuanto oscurece, esto se convierte en una verdadera boca de lobo. ¡Y hay que ser valiente para arriesgarse a salir a la calle! La razón es sencilla: decenas de delincuentes fueron trasladados junto con gente de trabajo. Nosotras creemos que se pagaron servicios electorales a los matones que atacaban al pueblo»45. La pobladora señala una característica que hasta el día de hoy estig­ matiza a la población San Gregorio, como es la delincuencia. Es decir, desde hace más de cuarenta años que las acciones del Estado continúan en una misma dirección, erradicándose un número considerable de cam­ pamentos en un solo sector en la periferia de la ciudad, con un bajo va­ lor del suelo y un amasijo de familias provenientes de los más diversos lugares y condiciones. Todo esto no sólo genera una segregación espa­ cial con respecto a la ciudad, sino también una polarización y segmenta­ ción al interior de la nueva comunidad, producto de los disímiles modos de vida que cada familia trae consigo desde su lugar de origen. En estos conjuntos se mezclan forzadamente gente «honrada y de trabajo» con personas transgresoras de las pautas sociales y legales.

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Planta y viviendas sociales en la comuna de Paine. La extensión de la ciudad obligó a alejar las soluciones habitacionales del centro de la ciudad, creando problemas como el de la movilización y el acceso a los puntos de abastecimiento. Fotografía: Rafael Sánchez. Fuente: SERVIU-MINVU, 2004.

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Muchos pobladores demuestran su descontento a los periódicos a raíz del empeoramiento de su calidad de vida con respecto a su antigua resi­ dencia. La señora Francisca Silva (forzada a trasladarse a San Gregorio) señalaba su descontento al diario El Siglo el 9 de noviembre de 1959, re­ latando que «yo vivía en la población Pacífico. Desde allí me traslada­ ron a este lugar. ¡Me arrepiento todos los días de mi vida de haberlo hecho! Hasta acá jamás ha venido una visitadora social. Sólo sabemos que se nos tiene provisoriamente. No se nos permite hacer ningún arre­ glo. La mugre casi nos agota». A pesar de estas desafortunadas situaciones, para muchos de los nue­ vos pobladores era motivo de orgullo y coraje el lograr poco a poco el mejoramiento sustancial de sus condiciones de vida y. sobre todo, de vi­ vienda. Así lo dejaba en claro el presidente de la Junta de Vecinos de la población Barea. don Pedro Llanos, quien manifestaba: «Tenemos dos cosas que nos costaron una gran lucha, el agua y la luz. Desde hace ya dos años. De los 285 sitios, sólo una parle muy reducida no tienen llave de agua en sus casas porque no han tenido los medios pa­ ra pagarla»46. Los pequeños avances logrados por los vecinos se celebraban entu­ siastamente en los actos conmemorativos del nacimiento de cada pobla­ ción. Un ejemplo de ello fue lo acontecido en la población 16 de Febrero (comuna de San Miguel), la cual en 1959 celebró cinco años de existen­ cia con cinco cañonazos disparados a las seis de la mañana. El diario El Siglo destacó el hecho señalando que «a las ocho horas hubo embande­ ramiento general de las viviendas, que en número de 200 se levantan en los terrenos tomados por los pobladores en 1954, sucediéndose a conti­ nuación una serie de actos que duraron todo el día, prologándose hasta avanzadas horas de la noche»... «entre los festejos destacaba un desayu­ no para 400 niños hecho por una comisión formada por las dueñas de ca­ sa, los deportistas y el conjunto artístico con el apoyo de la cooperativa de la población 16 de Febrero. Partido de fútbol y baile familiar»47. Similar ambiente se vivió en la populosa población La Victoria, la cual, al celebrar sus dos años de vida (30 de octubre de 1959), realizó una serie de actividades festivas, entre las que destacaron: una exposición de fotografías de China Popular y de las poblaciones de Santiago, un cóctel para las autoridades, actuación de conjuntos artísticos, proyección de pe­ lículas gratuitas, bailes populares, competencias deportivas y juegos tra­ dicionales chilenos. En esta población y en otros asentamientos precarios, como San Gre­ gorio y Lo Valledor. tuvo lugar la ayuda solidaria de algunas institucio­ nes de beneficencia vinculadas a la Iglesia Católica, como el Hogar de Cristo. En su seno se funda en 1957 la sección vivienda48, conformada por jóvenes católicos sensibles a las duras condiciones de vida del prole­ tariado. Inspirados en la figura del fundador de la agrupación, padre Alber­ to Hurtado, idearon un programa de voluntariado que tenía por objetivo la asistencia a los jefes de hogar en el levantamiento de sus mejoras o me­ diaguas a un precio irrisorio y carente del costo de la mano de obra49. La mediagua se definió como «una habitación de tablas de pino en bruto, sin piso, ni cielo, ni divisiones interiores, con una puerta y un postigo de ven­ tana y con un lecho»50. Su superficie podía ser de 10. 20 o 40 metros cua­ drados, se fabricaba en base a paneles transportables y montables de forma bastante sencilla51.

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El tamaño de los sitios y de las residencias a que se accedía por au­ toconstrucción a través de programas de viviendas terminadas, contras­ taba a veces con el tamaño de los predios que se encontraban en algunos de los asentamientos informales o poblaciones callampas, los que podí­ an alcanzar fácilmente los 250 metros cuadrados, incluidos los palios. El espacio del sitio de las nuevas residencias se reducía a poco más de 120 metros cuadrados, mientras que las casas tenían como medidas 8 por 8 metros. La materialidad era más compleja, pues los elementos de cons­ trucción combustibles eran reemplazados por bloques de cemento-*'2. En algunas circunstancias, con el objetivo de acelerar la entrega de vivien­ das. en la década de los sesenta se optó por entregarlas sin terminar; por ejemplo, sin estucar o carentes de cielo, piso y/o terminaciones. Estos detalles dejados en manos de los habitantes y el tamaño de las casas era un aspecto que no era omitido en esos años en algunas encues­ tas realizadas en la citada población Germán Riesco. donde algunos en­ trevistados afirmaban que «la casa era muy fría por tener piso afinado sobre radier | al tiempo que se] estorban al realizar actividades distintas por carencia de espacio y se produce un “chiflón mortal’' al abrir la puer­ ta de acceso»'". aspectos todos que eran producto del diseño basado en estándares mínimos y que en definitiva determinaban la vida diaria de sus habitantes en su interior. Como señalamos, la Corvi también edificó viviendas terminadas, tan­ to para pobladores de las callampas como para las nuevas familias de los sectores populares, que aumentaban con gran velocidad en la segunda mitad del siglo XX. Los diseños replicaban la experiencia adquirida de los grandes conjuntos iniciados por la Caja de Habitación Popular. Las

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Interior de un conventillo en la calle Brasil, entre Mapocho y Baquedano. A comienzos del siglo XX. una porción significativa de los santiaguinos v¡\ ía en este tipo de vivienda. Enersis. S.A.. Luces de modernidad..., p. 79.

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viviendas racionalistas en altura mezcladas con casas unifamiliares fue­ ron las opciones que se plantearon, las que a su vez marcaron la morfolo­ gía del espacio urbano de la periferia de la ciudad. Ellas eran la alternativa que los arquitectos de los órganos públicos propusieron y a las cuales sus beneficiarios debieron adaptarse con todas las consecuencias en la exis­ tencia cotidiana que ello implicaba, entre las que se pueden contar el ade­ cuarse a una nueva forma de convivencia entre los vecinos, ahora más cercanos y, por consiguiente, con mayores posibilidades de perturbar la vida privada del «otro». Así como se podían generar conflictos en los conjuntos de copropie­ dad. también ellos podían servir para acercar a los vecinos. La construc­ ción. mantención y hermoseamiento de algunas obras, como plazas e iluminación, comenzaron a ser parte de las actividades que ocupaban a los habitantes los fines de semana y días libres de actividad laboral. Ve­ cinos de la Villa Olímpica, construida a través de la Corvi por las Cajas de Empleados Particulares, Públicos y de Periodistas, destacaron recien­ temente que «antes aquí se hacían kermeses, la gente era como bien uni­ da: |...| se elegía reina |...| venían grandes personajes de esa época Y todas las platas que se reunían eran para el hermoseo de la villa. [...] Estaban los departamentos, pero había que iluminarla»54. La experiencia internacional ofrecía una tendencia similar en la for­ ma de trazar las soluciones habitacionales. La Europa post Segunda Gue­ rra Mundial asumió la reconstrucción de las zonas devastadas con los mismos principios que entonces se desarrollaron en Chile desde los años treinta. Los ya mencionados grands emsemhles en Francia y las new towns inglesas representan esta alternativa que buscó abaratar los costos de construcción y beneficiar a una mayor cantidad de población215. Los desafíos que debieron afrontar los habitantes de las viviendas en estas nuevas poblaciones fueron muy diversos y se manifestaron, en es­ pecial, con el reto de empezar a vivir en un medio desconocido, que im­ ponía la necesidad de establecer relaciones con personas provenientes de realidades y orígenes diferentes. A ello se sumó, la mayoría de las veces, la dificultad que implicaba la ausencia de equipamientos colectivos en salud y educación, para una comunidad que tenía una pirámide de pobla­ ción esencialmente joven, con edades que fluctuaban entre los veinticin­ co y cuarenta años y con una base infantil significativa de menos de diez años56. Tanto las viviendas terminadas como las unidades de autoconstruc­ ción se siguieron impulsando en Chile en los años posteriores a la crea­ ción de la Corvi para abordar un déficit habitacional siempre en aumento, que continuó afectando con especial vigor a los más pobres. De este mo­ do se siguieron proponiendo soluciones e innovando en materia de polí­ ticas públicas, las que estuvieron marcadas por las tendencias ideológicas de los partidos y gobiernos de turno. En este sentido, a fines de los años cincuenta se tomaron medidas tendentes a incentivar decididamente el rol de los agentes privados en la solución del problema de la vivienda. Lo anterior se materializó en la promulgación del Decreto con Fuerza de Ley N° 2. también conocido como la «Ley del Plan Habitacional». que se constituyó en la nueva forma de encarar el problema de la vivienda en Chile, luego de la crisis económica vivida en la segunda mitad de la dé­ cada de 195057. En el diseño de dicho plan le cupo un papel protagónico a la Cámara Chilena de la Construcción2’8.

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Los movimientos sociales de los «sin casa» y las nuevas respuestas del Estado La década de 1960 es testigo del aumento de la influencia de los mo­ vimientos sociales en materia habitacionaP9. Por esos años se observa un incremento en la demanda de viviendas en las ciudades, debido, por una parle, a) aumento del crecimiento vegetativo de la población y, por otra, a la llegada de un mayor número de migrantes desde las áreas rurales como consecuencia indirecta de los procesos de reforma agraria que se estaban aplicando en el país. La respuesta del Estado, en un contexto de eferves­ cencia política y reivindicación social, requirió de soluciones rápidas. En este sentido, una de las principales medidas que se concretaron en ese tiempo fue la creación del Ministerio de Vivienda y Urbanismo en 1965. institución que desde entonces tuvo a su cargo la política habitacional de Chile y la coordinación de las instituciones involucradas con la acción del Estado en materia de vivienda. En sus primeros años, el ministerio optó por otorgar más «soluciones habitacionales» que viviendas terminadas. Las crecientes presiones de las movilizaciones sociales llevaron a repostular los modos a través de los cuales se estaban llevando a cabo los objetivos inicialmente trazados. Dentro de esta dimensión se planteó reforzar aquellos aspectos que les permitiesen a las autoridades superar la coyuntura que producían dichos movimientos, los cuales también, en la mayoría de los casos, tenían fuer­ tes motivaciones políticas y se manifestaban en numerosas oportunida­ des en «tomas» ilegales de terrenos, donde los colectivos involucrados en dichas demandas levantaban sus precarias viviendas. Una de las mo­ dalidades emblemáticas de aquellas «soluciones habitacionales» fue la denominada «Operación Sitio». Originalmente fue concebida como al­ ternativa residencial para atender en forma urgente a los damnificados de los temporales ocurridos en el invierno de 1965, que afectaron con espe­ cial vigor a la ciudad de Santiago. La Corporación de la Vivienda abor­ dó el proyecto considerando la posibilidad de plantear un tipo de solución intermedia que fuera capaz, ¡unto con proveer de habitación a la pobla­ ción involucrada en esos eventos climáticos extremos, de servir de base para abordar otros programas destinados a grupos de bajos ingresos. La «Operación Sitio» se convirtió en la principal estrategia de auto­ construcción desarrollada por el Estado chileno en el siglo XX. Entre 1965 y 1970. el Estado entregó alrededor de 71 mil soluciones con esta modalidad en todo el país, de las cuales 51.881, el 71,6%, se localizaron en la ciudad de Santiago, abarcando una superficie de 1.800 hectáreas. Se trató, por lo general, de proyectos ubicados en lugares periféricos de la capital, que en el momento de ser loteados suponían una baja inver­ sión relativa para el Fisco, debido a que algunos de esos terrenos perte­ necían al Patrimonio del Estado o eran adquiridos a bajo precio60. De los 16 municipios en los cuales se aplicaron las «operaciones sitio», cuatro de ellos —Cerro Navia, La Pinlana, Peñalolén y San Ramón— concen­ traron más del 50% del número total de soluciones61. Las soluciones otorgadas en la escala más básica fueron, en una pri­ mera etapa, la entrega de terrenos de 160 metros cuadrados, con letrina.

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Las nuevas viviendas obreras ofrecieron espacios interiores limpios y confortables, además de servicios básicos, mejorando así sustantivamente las condiciones de existencia de la familia obrera. Z/.e-Zí/.e. N° 1.781. 1939.

calles ripiadas y soleras, además de redes de agua potable con pilones y los respectivos empalmes eléctricos. En casos específicos se consideró la construcción de mediaguas de madera que tuvieron una superficie pro­ medio de 20 metros cuadrados. El segundo paso fue la instalación domi­ ciliaria de arranques de agua y electricidad, junto con sus respectivos medidores; además, se contemplaba la conexión a la red de alcantarilla­ do y la pavimentación de aceras y calzadas62. La «Operación Sitio» fue uno de los hitos más relevantes que se die­ ron en Chile en el ámbito de las soluciones habitacionales masivas. Su ejecución no estuvo exenta de polémica y debió enfrentar la oposición de diversos estamentos sociales y gremiales. La Cámara Chilena de la Construcción y la Central Única de Trabajadores, dos asociaciones situa­ das en los polos opuestos de la política, mostraron sus discrepancias: una, porque este tipo de soluciones era de baja inversión para el sector priva­ do. y otra, debido a la explotación que la autoconstrucción generaba en el pueblo63. Se criticó también el posible desmedro de las áreas agrícolas vecinas y encarecimiento de los servicios urbanos por la expansión horizontal de la ciudad; las limitantes que presentaba el sistema de construcción pro­ gresiva, que dependía de las exiguas rentas de los beneficiarios y de la ayuda del Estado, que muchas veces era bastante cambiante dado los cons­ tantes replanteamientos de la política de vivienda en lo relativo a los gru­ pos de bajos ingresos, y la lejanía de los centros de producción y de trabajo de los pobladores, lo que implicaba grandes movimientos pendulares dia­ rios. Quienes justificaban la aplicación de planes de este tipo argumenta­ ron que eran una alternativa real y tangible para los habitantes que sólo tenían como opción las «tomas» y otras formas de subviviendas. La «Operación Sitio» reprodujo, en parle, la experiencia que habían tenido las personas que dieron forma a las poblaciones de autoconstruc­ ción de la década pasada. La marginal idad se vivía en forma similar, pe­ ro ahora era masiva, el tamaño de las poblaciones fue considerablemente mayor, por lo que las relaciones entre los grupos que conformaban el con­ junto habitacional también eran de carácter más impersonal. A su vez. las descripciones de las viviendas y el uso interior de los espacios reve­ lan cuestiones semejantes, como la precariedad y transítoriedad de la so­ lución. tal como expuso en aquellos años un habitante de la población Sergio Saavedra, en Barrancas, donde fue erradicada parte de la pobla­ ción callampa Colo-Colo: «Esta casa tiene tres piezas. Yo podría ampliarla según me alcancen las fuerzas [...] Aquí en esta piececita de trabajo las cosas son de índole intelectual. Aquí yo tengo mi mesa de trabajo [...] esa máquina de cósel­ es de mi mujer |...| En la segunda pieza tenemos tres camas; en una de ellas duermo yo con mi mujer, cuando a ella le toca estar en la casa. En la otra cama duerme mi mamá con la chica mayor, y en la otra duermen los chicos: son cuatro los chicos que están aquí viviendo, tres duermen en esa cama. »Mi madre vive con nosotros. Es curadita. Le gusta el vino como el azúcar. Yo sufro por eso |...] Ella está viejita y no quiero ofenderla, por­ que al fin es mi madre. Esa es mi gran cruz en esta vida [...( La pieza de la entrada es mi taller de “peluquería". Allí trabajo a diario [...] En la co­ cina hay una cocina kerosene, unas ollas viejas, platos, una mesa y unas sillas viejas, eso es toda mi pertenencia. Esa especie de casita de fonoli­

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ta es la letrina. Allí se hacen las necesidades vitales: está casi cerca de la casa, pero toda la población padece por ese motivo, solamente eso nos queda, desinfectarla, sobre todo en verano. »E1 sitio todavía no es definitivo. Creo que cuando se urbanice vamos a tener que retroceder o corrernos hacia delante, es por esta razón que no hago gran cosa de arreglo, pero también porque no tengo tiempo, quizás más adelante»61. En paralelo a la «Operación Sitio», el Ministerio de Vivienda desarro­ lló un intenso programa de construcción de viviendas sociales que estuvo dado por el Plan de Ahorro Popular (PAP), que abarcaba desde unidades de autoconstrucción hasta monobloques de vivienda en altura65. Las fa­ ses superiores de dicho plan involucraban, al igual que en las iniciativas propuestas de la Corvi, generalmente a personal de las Cajas de Previ­ sión. Dichos individuos pertenecían a la creciente clase media de la épo­ ca y veían en esas viviendas el cumplimiento del mismo sueño que compartían los sectores populares. La experiencia de una familia prove­ niente de El Salto2 al norte de Santiago, hacia la villa Jaime Eyzaguirrc, en la comuna de Ñuñoa. así lo relata: «A nuestro padre se le había asignado un departamento en un cuar­ to piso en la nueva población de la Caja de Empleados Particulares construida durante el gobierno del Presidente Freí [...]. Estábamos ins­ talados. pues, en nuestra flamante vivienda y se comenzaba a vivir una nueva vida. Era una novedad para mí y mis hermanos habitar en un edi­ ficio. Rápidamente hicimos muchos amigos, y así empezamos las ino­ centes correrías infantiles y un acervo de cosas menudas para jugar y hacer maldades de niños |...| Se iniciaba una nueva etapa para cientos de familias que hasta ese momento habían vivido en casas más humildes o barrios antiguos; recomenzaban en una naciente sociedad de clase me­ dia, con mejores perspectivas, con promesas de un futuro desarrollo pa­ ra sus hijos»66. En los años setenta continuó la gran presión social por la vivienda propia. Las ciudades chilenas tenían ya casi tres décadas de ocupaciones ilegales de terrenos y estos asentamientos precarios mostraban que los esfuerzos realizados por el Estado chileno para paliar el déficit habita-

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Vista de las casas de la población Matadero en 1912. La uniformidad y el orden sobresalen en los conjuntos destinados a la habitación de los sectores populares. Consejo Superior de Habitaciones Obreras.

Plano original de la población Matadero de 1912. Éste tipo de documento sirvió como «plantilla» para replicar por el país habitaciones de estas características. Consejo Superior de Habitaciones Obreras.

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cional no habían logrado satisfacer la demanda. En efecto, la evolución de la carencia de viviendas en Chile en el tercer cuarto del siglo XX ex­ presa un crecimiento notable. En 1952, el déficit alcanzaba las 156.205 viviendas, en 1960 era de 454 mil y en 1970 llegaba a las 592.324. Los comités de los «sin casa» pasaron a convertirse en un movimiento de po­ bladores coordinados a escala nacional y políticamente dirigido por par­ tidos proletarios y vinculados a las nuevas organizaciones revolucionarias que entonces empezaban a formarse en Chile. Las poblaciones a las que dieron origen estos movimientos se denominaron «tomas» o «campamen­ tos», término que hace alusión a su fragilidad y al carácter paramilitar combativo que ellos tenían. El proceso que culminaba en la «toma» ocurría en etapas sucesivas, que iban desde la organización del grupo de «sin casa» hasta la asigna­ ción de los predios dentro del terreno ocupado. En este sentido, el primer paso era constituir un colectivo de personas «sin vivienda». Posteriormen­ te, cuando la decisión de la toma se acordaba, se reunían varios comités de «sin casa», políticamente afines, y un grupo de acción se encargaba de los preparativos, secretos, para así sorprender a la policía. El momento de la ocupación, en el que se instalaban «en la noche carpas y banderas chile­ nas. era protegido por el grupo y solía ser respaldado por personalidades e influencias políticas: en los días sucesivos iban llegando otros miem­ bros de las familias y añadiéndose nuevos pobladores hasta cuando el co­ mité del campamento lo aceptaba»67. Los testimonios que dejaron los involucrados en estas acciones con­ firman la continua búsqueda de lo «propio» por sobre las condiciones de salubridad, higiene y hasta la localización. El ambiente de marginalidad subsiste en la toma y el tiempo de espera por la llegada de los servicios de urbanización —agua potable, alcantarillado y luz eléctrica— es lenta y demorosa, quedando al arbitrio de las negociaciones entre los dirigen­ tes poblacionales con las autoridades respectivas. El momento de la ins­ talación en los terrenos tomados refleja la dureza y adversidad a la que se deben sobreponer los participantes de la loma, tal como lo refleja el siguiente relato: «Los terrenos donde se realizó la toma eran de la sucesión DomíguezChacón. Esta era una chacra, un terreno inmenso y disparejo, había pe­ pinos y repollajes. estaba plagado de hormigones, arañas y otros. Estaba ubicado en avenida Macul con Departamental |...| los pobladores pusie­ ron al campamento “Unidad Popular’’, esto se debió a la gran afinidad que existía en aquel entonces por el gobierno que se aproximaba [...] Los primeros días de la toma fueron crudos, porque la mayor parte de la gen­ te tenía niños. No había agua, nada, la traían en botellas, no había baños, estuvimos así como 15 días. »Se movilizaron todos: hicimos una carpa, llegaba a dar risa, dos palos parados y un nylon... realmente daba pena. Mi papá trabajaba, mi papá nos traía comida, no quería venirse porque le daba miedo que lo reprimieran. »En la toma todos sufrimos»68. En 1972. el Ministerio de Vivienda y Urbanismo realizó un catastro de «campamentos» en la capital de la República que contabilizó 275 asentamientos espontáneos, que a su vez involucraban a cerca de 450 mil personas. El diagnóstico de la época puso en relieve las serias consecuen­ cias negativas que las invasiones «ilegales» estaban causando en las áre­

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as urbanas involucradas; debido, entre otros aspectos, a los problemas de integración espacial de esos lugares al resto de la ciudad, a la ausencia de servicios de urbanización y a las deficiencias sanitarias causadas por ello, a lo que se unía la precariedad de las propias habitaciones que los constituían69. Pero también en la década de 1970. y como parle de la política cons­ tructiva de viviendas sociales, se llevó cabo un intenso proceso de cons­ trucción de conjuntos en altura destinados a las clases más necesitadas. De este modo se levantaron grandes conjuntos habitacionales destinados a sectores populares en lugares pericentrales de Santiago, reduciendo con ello la segregación social existente, como Fueron el seccional Che Gue­ vara y Cuatro Alamos70. Lo anterior fue posible gracias a la gran organización que los sectores populares habían alcanzado a principios de los años setenta ayudados por grupos políticos de izquierda. Entonces, los pobladores no sólo lucharon por un terreno o una vivienda, sino que sus demandas incluyeron la do­ tación de equipamiento e infraestructura asociada a sus nuevos conjun­ tos residenciales. Para ello utilizaron la misma estrategia que tan buenos resultados les había dado en otras ocasiones: la violencia y la «toma» ile­ gal de espacios urbanos, edificios públicos o privados y terrenos baldíos71. Las características del poblador de las tomas contrastan fuertemente con las del de veinte o treinta años antes. En estos últimos predominaba un modo de vida anclado en la tradición y valores de la sociedad rural de la cual provenían. En ella, el «patrón» estaba presente como figura pa­ ternal y salisfaclor de sus necesidades vitales. Por ello es que al llegar a la ciudad se sentían desprotegidos y. carentes de organización y esperan­ zas, ocupaban terrenos «procurando molestar poco y viviendo con resig­ nación su miseria y abandono»72. En cambio, los nuevos pobladores que arribaban en los años setenta se instalaban en la ciudad con una «actitud agresiva y progresista... no esperando ser tolerado, sino para vivir en ella activamente»7'. Esto era consecuencia de las transformaciones acaecidas en el campo chileno producto de la Reforma Agraria llevada adelante pol­ los gobiernos democratacristiano y de la Unidad Popular. Por ejemplo, en el ámbito laboral, las formas de comunicación y entendimiento ances­ trales se modificaron: de la sumisión y obediencia irrestricta al «patrón» o hacendado pasan a enrostrar sus derechos al jefe de obra o dueño de casa74. Al comenzar la década de 1970. las fuentes oficiales señalaban que el déficit de vivienda llegaba a casi las 600 mil unidades; dicha situación, debido a la gran presión y exaltación social existente, obligaba a estable­ cer una línea de acción que permitiera solucionar esa carencia en el pla­ zo de seis años, es decir a un ritmo de 100 mil unidades anuales.

De allegados a propietarios (1978-2006) Las transformaciones acaecidas durante el régimen militar tuvieron significativas consecuencias en la formulación de las políticas sociales. El nuevo paradigma económico, que perdura hasta el día de hoy. buscó el crecimiento por medio de la desregulación de la economía y la aper-

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La evaluación de las políticas habitacionales aplicadas a lo largo del siglo XX se aprecia en reportajes gráficos en los que se muestra cómo vivían y cómo viven los obreros. Zig-Zag. 1939. N° 1.781.

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE

Vistas de la inauguración del conjunto habitacional San Eugenio en 1911. Una nueva población obrera para los trabajadores y sus familias. Z/.e-Z^. 1911.

tura a] comercio exterior. Los postulados del libre mercado también tu­ vieron sus expresiones en el diseño de las políticas de vivienda y de des­ arrollo urbano. En esta dirección, hacia 1979 se formuló una Política Nacional de Desarrollo Urbano que liberalizó el mercado del suelo, tra­ yendo consigo un conjunto de problemas que se manifiestan en el creci­ miento de las principales ciudades chilenas. El discurso «neoliberal» afirmó que estas medidas debían repercutir en un menor precio del sue­ lo, situación que tendría que ayudar a los compradores de viviendas y al Estado en sus planes habitacionales y de infraestructura urbana, por el hecho de abaratar uno de los principales insumos: el territorio. Sin embargo, contrario a lo que postulaba dicha política, los precios de la tierra, en el caso de Santiago, no descendieron. Una mayor disponi­ bilidad de suelo no provocó una disminución de su valor, sino que. por el contrario, éste aumentó debido a los procesos especulativos que ello ge­ neró en los territorios liberados, incluso independientemente de la locali­ zación de conjuntos de viviendas sociales. Las consecuencias de dichas decisiones se siguen viviendo en la mayoría de las grandes ciudades chi­ lenas, especialmente en las áreas metropolitanas, cuyo crecimiento en los últimos años se relaciona directamente a los intereses de los agentes pri­ vados, teniendo los instrumentos de regulación urbanística un valor rela­ tivo, a la vez que una gran flexibilidad para acoger dichas inversiones. , Por otra parle, la ampliación de los límites urbanos potenció la acu­ mulación de conjuntos de vivienda social en aquellas comunas que ofer­ taban suelo con un menor valor y que, en definitiva, especializaron su uso en este tipo de proyectos habitacionales. En general, se trataba de locali­ zaciones distantes de la ciudad consolidada, desprovistas de los servicios y equipamientos mínimos, y cuyos habitantes debieron recorrer grandes distancias para acceder a sus lugares de trabajo y a los centros de salud y educación, situación que potenció la exclusión social de las personas y familias que recibieron esas soluciones de vivienda. Las cifras de la población que se vio afectada por dichas operaciones fueron contundentes. En 1979, según un catastro elaborado por la Secre­ taría Ministerial de Vivienda y Urbanismo. Santiago tenía 294 campa­ mentos, habitados por aproximadamente 44.789 familias, es decir, por 223.957 personas. En base a criterios económicos (restitución de las pro­ piedades ocupadas a sus propietarios originales) y socioambicntales (de la presencia de riesgos naturales de algunos asentamientos), se decidió reubicar a la población en conjuntos de vivienda social, cuyo tamaño uni­ tario promedio fluctuaba entre 40 y 45 metros cuadrados construidos. En­ tre 1979 y 1986 se erradicaron en la capital de Chile alrededor de 28.500 familias hacia municipios de la periferia de la ciudad75. Por su parte, las familias no erradicadas —cerca de 16 mil— formaron parte de un inten­ so programa de autoconstrucción y saneamiento bajo los principios que impulsaba en aquellos tiempos el Banco Mundial a través de los progra­ mas de lotes con servicio, que involucraron la construcción de una caseta sanitaria de 9 o 12 metros cuadrados, a la cual debía adosarse progresiva­ mente el resto de la vivienda. Las consecuencias de las erradicaciones han sido catalogadas nega­ tivamente desde distintas posturas políticas, llegándose a decir que ellas causaron «un daño gigantesco a las familias, casi irreparable por genera­ ciones»76. El texto de Jorge Álvarez, ya un clásico en la materia, con el sugerente título Los hijos de la erradicación11, analiza testimonios tan-

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lo de la población involucrada como de expertos del mundo político, aca­ démico y profesional en relación al señalado proceso. En los primeros, las opiniones acerca de la situación vivida por el traslado de sus domici­ lios hacia las viviendas sociales ubicadas en la periferia de la ciudad ex­ presan los altos costos asociados a las nuevas localizaciones residenciales. En concreto, aleunos de ellos llegaban a señalar: «Cuando llegamos aquí, yo no me quería quedar: “no” —le decía a mi marido—. “que me devuelvan pa' donde estaba, no me gusta aquí; yo me devuelvo pa' donde estaba” |... | ¡Es que me mintieron! Por ejemplo, las camas eran unos puros palos corlados no más |... | De los diez años que llevamos viviendo aquí, puedo decir que ha sido algo verdaderamen­ te malo. A mí se me echó a perder un hijo aquí, porque se empezó a jun­ tar con estos chicos que aspiran neoprén; él no aspira, pero fuma de esa cuestión en pilos, la marihuana |...| Mi marido perdió su trabajo, de la CIC lo echaron por llegar atrasado, ¡chi! Con lo lejos que le quedaba, nunca llegó a la llora de marcar tarjeta. Y yo también, pues, yo tuve que dejar mi trabajo de empleada puertas afuera [...]». Otros testimonios muestran la precariedad económica en la que se en­ contraron sumidos a causa de la ubicación de sus nuevas viviendas y las estrategias de sobrevivencia empleadas por la población: «La gente ha vendido todo lo que puede sacarle a sus casas: las rejas, las cocinas a gas que les dieron, pa' qué las quieren sin gas. También an­ dan vendiendo las pilchas; lodos los días andan vendiendo algo por aquí, algo por acá»79. La comuna de La Pintana fue uno de los territorios que recibieron gran cantidad de familias erradicadas de los campamentos de Santiago, y por lo mismo el grueso de su población tiene su origen en estas migra­ ciones intraurbanas forzadas por la política habitacional*0. Los habitan­ tes que llegaron a ese territorio tenían escaso margen de elección para decidir la localización de su nueva residencia. Las redes sociales estable­ cidas en los lugares de origen se rompen de un día para otro y de paso se siente en forma considerable el aislamiento que provoca vivir en una pe­ riferia mal servida y equipada, tal como lo manifiestan las opiniones de los involucrados en dicho proceso: «Cuando a nosotros nos dieron casa dijeron que nos iban a solucio­ nar los problemas, y resulta que en La Pintana no se nos solucionó nada. Nos vinimos de Renca, acá nos salió casa pero nos salió bien lejos. Allá tenía lodo a mano y uno se acostumbra al barrio, acá no me gusta. Ade­ más tenía familiares, era diferente. Acá es lejos, no es como allá. »Cuando uno vive varios años en una parle, uno se acostumbra. Sa­ lir de allá de la noche a la mañana... Ahora una ya está más adaptada. Al principio, a uno se le hacía esto para ir a) centro. Uno tiene que ir con tiempo, en cambio allá en Renca no. porque uno estaba a un paso del cen­ tro y en un ralito ya estaba y tenía harta locomoción»*1. Los efectos de estas políticas de vivienda sobre la existencia concre­ ta de las personas dejan de manifiesto cómo se modifican constantemen­ te sus modos de vida y la manera en que el cambio de casa generó inseguridad y rompió con la matriz social de la vida diaria. El llegar a «tierra de nadie» implicó una serie de problemas de difícil solución, en­ tre los que se destaca la ausencia de una amplia gama de servicios y equi­ pamientos y las oportunidades asociadas al contacto entre grupos diversos, tanto en lo social como en lo económico.

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La participación de lo propios beneficiados en la construcción de sus viviendas fue otra de las formas de estimular el trabajo y el mejoramiento de la vivienda obrera. Z/.C-Zw N° 1.813. 1939.

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Para un alto porcentaje de familias chilenas, todavía en 1973 su vida cotidiana se desenvolvía en viviendas de material ligero, sin servicios y en medio de la pobreza extrema. Imágenes 1973. Santiago, El Mercurio-Aguilar, 2003, p. 19.

Los tipos de vivienda social diseñados durante los años del régimen militar tuvieron importantes proyecciones, ya que muchas de ellas son la base de las viviendas de este tipo que actualmente se edifican en Chile. La vivienda básica, que constituye una residencia con los mínimos pará­ metros de tamaño y confort, se ha convertido en el prototipo a seguir por la política de edificación de viviendas sociales que se ha llevado a cabo en los años noventa e inicios del siglo XXL Durante el período transcu­ rrido entre 1973 y 1989. la acción del Ministerio de Vivienda y Urbanis­ mo estuvo involucrada en la entrega de casi 300 mil viviendas, cifra para nada despreciable, pero exigua para las reales necesidades del país. Es­ to quedó expresado en el ingente déficit habitacional de comienzos de los años noventa, que alcanzará una cifra cercana al millón de viviendas. Aparejado con este déficit y al férreo control establecido en torno a las «tomas» ilegales y la formación de asentamientos espontáneos, se incre­ mentó el fenómeno de lo que en los años ochenta llamaron los «allega­ dos». En general, esta solución popular al problema del alojamiento se relacionó con la acogida que realizaron algunas personas de sus parientes o amigos cercanos en sus propias viviendas. Se ha definido esta alterna­ tiva como «la condición habitacional de una persona o familia, pariente, amigo o conocido del dueño de casa, que por falta de vivienda se ve obli­ gado a vivir con otros»82. Esta condición la vivieron y lo siguen hacien­ do un número importante de chilenos83, que sólo en la ciudad de Santiago en 1983 alcanzaban a la cifra de 70 mil familias aproximadamente. Los allegados podían convivir tanto dentro de las mismas viviendas ya exis­ tentes como a través de la construcción de mediaguas o piezas en preca­ rias condiciones instaladas en los sitios de sus receptores, situación que condujo a tugurizar aún más algunos conjuntos de vivienda popular84. Esta situación es resaltada por los propios afectados, quienes desta­ can las vicisitudes que significa estar en un hogar en el cual no pueden tomar decisiones y al mismo tiempo ven limitadas sus posibilidades de progresar en su vida familiar. Esa condición de transitoriedad se trans­ forma en un período largo en el cual ellos mismos van acomodándose y

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también invirtiendo parle de sus recursos, tal como lo expresan al relatar su modo de vida: «Vivíamos de allegados en la población Yungay. donde un vecino, pe­ ro lodos familiares, dieciocho personas. Adelante vivíamos dos y los otros nos repartíamos en piezas en el patio, y yo vivía en una pieza con los cua­ tro | hijos|. Se producen problemas, por los niños, por los cordeles de la ropa y para entrar al baño... Teníamos la llave afuera; como las casas tie­ nen una pileta afuera, la ocupábamos para lavar, para lomar |...| Estába­ mos en una pieza, dormíamos los cuatro. Después logramos hacer otra pieza y al final en tres piezas. Ahí vivimos catorce años»8\ El fenómeno de los «allegados» dio a lugar a un amplio debate du­ rante la segunda mitad de los años ochenta, y su solución fue uno de los argumentos que utilizó en su discurso la Concerlación de Partidos por la Democracia en las elecciones de 1989. Es precisamente que en 1993 se desarrolla el Programa de Densificación Predial, que intenta mitigar par­ le del déficit habitacional asociado al «allegamiento», fórmula que con­ sistió en apoyar la edificación de unidades habitacionales en sitios que ya contaban con una vivienda, otorgando créditos y subsidios en el mar­ co de lo que fue el Programa de Vivienda Progresiva. Como vimos, tanto los erradicados y ahora los allegados se ven in­ fluidos por las actuaciones del Estado en el ámbito de la vivienda, unos por acción directa y otros por ser omitidos de sus beneficios de cons­ trucción. En estos últimos, los modos de vida se ven afectados por es­ tas formas de convivencia entre los «sin lecho» y sus receptores. Los espacios de la intimidad siguen tal cual lo fueron en el mundo de los conventillos y las callampas. Las posibilidades de consolidar su lugar físico son nulas, y la de trazar el futuro de la familia se encuentra cir­ cunscrita al sentimiento de estar «de paso» en espera de una vivienda definitiva. Esto limita el cumplimiento de las aspiraciones de progreso familiar y es a veces fuente de conflicto en la familia por la decepción que provoca el no poder ampliar su hogar o tener una verdadera vida «propia», ajena al «qué dirán» y libre de la mirada omnipresente de la familia que acoge. Los allegados fueron uno de los grupos objetivo a los que se dirigió la política de vivienda de la última década del siglo XX. En este período se trató de impulsar nuevas reformas en el campo habitacional. Los pro­ gramas de vivienda continuaron con el modelo impuesto en los últimos años del gobierno militar, pero lograron sobrepasar significativamente el número de viviendas construidas. En este sentido, el decenio de 1990 ha quedado registrado como uno de los períodos en que se edificó el mayor número de viviendas sociales en Chile, y por ende, el lapso en que se re­ dujo con mayor rapidez el déficit habitacional. Ello se tradujo en que in­ cluso la producción de viviendas llegó a superar la tasa de crecimiento poblacional86. Entre 1990 y 2002 se construyeron más de 1.27 millones, reduciendo el déficit a algo más de 242 mil viviendas87. En este campo se llevan a cabo una serie de innovaciones en el siste­ ma de acceso a la vivienda, como fue el fortalecimiento del papel esta­ tal, en cuanto a subsidiario de los sectores más bajos, regulador de la acción habitacional e incentivador de la rehabilitación de áreas patrimo­ niales deterioradas: así como en la descentralización y regionalización de los programas habitacionales y en la incorporación del sector privado a la función financiera88.

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Si bien es cierto que los logros cuantitativos de la política de vivienda en la citada década están a la vista —muchos chilenos salen de la marginalidad habitacional. lo que redunda en una mejoría de las condiciones de salubridad de la población de bajos ingresos—, es precisamente sobre los principios que ella descansó donde se observan también las principales debilidades y, por consiguiente, los flancos que sustentan las sustanciales críticas realizadas. En este sentido, la edificación masiva de viviendas so­ ciales trajo aparejada una serie de dificultades que repercuten tanto en la administración de los programas como en la población beneficiaria. Una de estas cuestiones es la referida a los problemas de calidad de construcción manifestada en algunos conjuntos residenciales, y que hi­ cieron crisis en el invierno de 1997. período en que numerosas viviendas recién entregadas a sus propietarios se vieron seriamente afectadas pol­ las inclemencias de la lluvia que se dejó caer en la zona central de Chile y que repercutió con especial vigor en la ciudad de Santiago, en la cual se vieron dañadas casi nueve mil viviendas. Esta situación levantó una gran polémica sobre el tipo y la calidad de viviendas que se estaban cons­ truyendo en Chile para las familias de ingresos medios bajos y bajos. Otra de las críticas que ha recibido la política de vivienda de los años noventa y la masificación de las viviendas básicas, tiene que ver con la segregación residencial generada en base a estos conjuntos habitacionales. Gran parte del análisis de los efectos sociales y espaciales de los pro­ cesos de localización descritos se han centrado en las externalidades negativas que las soluciones de vivienda básica representan. En este senti­ do, la ciudad resultante de dichas políticas se asocia a verdaderos guetos que se caracterizan por un rápido proceso de deterioro físico, insuficiencia de los equipamientos (educación, salud, vigilancia) y la inexistencia, abandono y no materialización de sus áreas verdes proyectadas, la inse­ guridad y espacios vacíos o eriazos89. A su vez, el carácter mínimo de las soluciones, en cuanto a tamaño construido y predial, no permite adecuar la vivienda a la evolución del ciclo de vida familiar, ni acomodar dicha unidad para acoger apropiada­ mente a otros miembros. La imposibilidad de ampliar el espacio inicial de la vivienda, junto a la pésima calidad del diseño y de la construcción, también juegan en contra de la evaluación de las políticas en cuestión. Dichas externalidades han sido catalogadas por algunos autores como «el lado oscuro de la política de vivienda en Chile»90, la que. más allá de so­ lucionar el problema del alojamiento, ha impactado negativamente en la calidad de vida de los beneficiarios al localizarse en la periferia, y que el estar construida con materiales de bajo costo la convierte en una vivien­ da a la cual constantemente se deben hacer reparaciones. Este tipo de problemas fue vivido por la población El Volcán, de la co­ muna de Puente Alto, la cual es un ejemplo representativo de la crisis de la política de vivienda social vivida en la década de los noventa. Durante agos­ to de 2006 se llegaron a demoler algunos edificios por fallas irreparables. Desde 1907 hasta ese año, las quejas de los beneficiarios no han cesado y la experiencia por ella dejada es un ejemplo de lo que no se debe hacer en la materia. En 2005, un estudio recogía algunas opiniones de sus habitan­ tes que resumen su decepción en torno a la solución habitacional: «No, esto no es un barrio [...] El Volcán pa’ mí es un campamento de cemento, de mala calidad, porque aunque sean viviendas básicas pa’ que pueda vivir la gente, como ellos dicen, dignamente... cómo se le va a lia-

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mar vida si esto no era lo que nosotros queríamos... y ahora que nos es­ tén obligando a pagar inclusive los arreglos y si ellos mismos los entre­ gan [los departamentos...!, cómo pagar una vivienda que está mala estructuralmente y más encima quedarme en este sector |... |»91. En relación a los efectos que provoca la acumulación territorial de las soluciones de vivienda social en contados lugares de la ciudad y en con­ juntos de gran tamaño, algunos estudios señalan que ello hace «más ma­ ligna» la segregación social, potenciando la desintegración de los vínculos familiares y personales que se establecen en una comunidad de vecinos. Precisamente, los pobres logran muchas veces acceder a las soluciones de vivienda social básica; sin embargo, en estos conjuntos habitaciona­ les reinaría una situación de desintegración social y una «subcultura» de la desesperanza92. Los antecedentes expuestos demuestran que a finales del siglo XX. la solución del déficit de vivienda no pasa sólo por lo cuantitativo. El pro­ blema se encuentra en que las necesidades y evolución de las familias proletarias emergentes han adquirido una velocidad inusitada, impulsa­ da por los beneficios de los procesos económicos globales por los que atraviesa el desarrollo del país, los que también han repercutido en los ámbitos sociales y culturales. Estas transformaciones no van de acuerdo a la rigidez y características de las viviendas sociales actuales; dicho de otro modo, la política en cuestión aún no asimila estos cambios. Estas habitaciones sólo otorgarían «una mejor calidad de vida material, pero atentarían contra las costumbres y lógicas sociocu llura les propias de los pobres en su vida cotidiana y productiva»9'. Es decir, en los albores del siglo XXI seríamos testigos de la existencia de una nueva pobreza, don­ de el problema de las viviendas ahora es para las familias «con techo»94. Lo anterior se explicaría en el hecho de que las necesidades habita­ cionales que estos residentes manifiestan no compatibilizan con el trato que el Estado les otorga, el cual aún los piensa, dirige y trata como los antiguos campesinos desarraigados de mediados del siglo pasado. A és­ tos se les tomaba en cuenta y se les daba una solución lo más rápidamen­ te posible, enviándolos a distintos lugares de la periferia urbana, sin importar si se hacía en forma grupal o individual, pues después de todo estos «campesinos» no pertenecían a ninguna comunidad y sus lazos afec­ tivos se encontraban a varios kilómetros de las grandes haciendas del va­ lle central, de las cuales eran originarios. A diferencia de ellos, los pobres de fines del siglo XX son residentes de una población tradicional, en forma de allegados de la casa original nuclear, o de un campamento formado por el esfuerzo de un grupo de amigos o familiares. Por ello, y en ambas circunstancias, son «altamen­ te ricos en relaciones interpersonales, ya sea por los vínculos de consan­ guinidad o históricos que los unen»95. Ante este escenario, la obtención de una vivienda social significaría el deterioro o pérdida de estas relacio­ nes y un desarraigo no sólo social, sino también territorial. Si a ello se suma la construcción de grandes conjuntos de viviendas, incluso cerca­ nos a las dos mil residencias en sucesivas etapas, se obtienen extensos lunares urbanos de desazón, amargura e individualidad, donde la calidad de vida de las personas, muchas veces, es inferior a la que tenían antes de la vivienda propia. Las consecuencias de vivir en estas poblaciones no sólo afectan la vi­ da «puertas adentro», sino que además se visualiza en la imagen exterior

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que proyectan sus habitantes hacia el resto de la comunidad. Estigma y vergüenza se funden en los sentimientos de algunas personas de esfuer­ zo y trabajo, que muchas deben esconder que viven en determinada po­ blación. que se caracteriza por la sucesión de delitos y personas que viven | al margen de la ley, tal como lo afirman los habitantes de una población ubicada en la comuna de Maipú: «... aquí ahora las mismas cosas que han pasado, pucha, han salido en los diarios, en la tele. Y uno va para otro lado y... ¡Oh, adonde vives tú mataron a tres personas! Da vergüenza eso. eso que la anden apuntan­ do con el dedo, a mí me da vergüenza... Y uno no encuentra qué respon­ der. Es complicado porque mi hija fue al colegio al día siguiente, después llegó a la casa y me dijo: “Mama, sabes que me da vergüenza. Incluso di­ je que no vivía aquí, en estos departamentos...". Pero sentí vergüenza, porque al ver que a mi hija [...] los niños del grupo le dicen: “Ah no. no nos vamos para allá porque hay volados, les tenemos miedo”»96. Situaciones como éstas llevarían a algo inusitado: que muchos de los usuarios se manifiesten en contra de obtener una solución habitacional estatal, y quienes ya la tienen quieran irse de ellas97. Las principales ra­ zones estriban en aspectos de índole social. Desde la mala convivencia con los vecinos, pasando por la falta de seguridad, la existencia de delin­ cuencia y drogadicción, hasta la imagen desilusionada del poblador de su propio conjunto residencia), por la estrechez de las viviendas, el ais­ lamiento con respecto a la trama urbana y la falta de servicios, equipa­ miento y parques. El aprecio por la vivienda «decrece con el pasar de los años de residencia: el desencanto de los usuarios, que soñaron con la ca­ sa propia, aparece entre los seis meses y los dos años de instalación en el conjunto. La intención de irse de la casa y la percepción de afecto, o no, al conjunto demuestran la importancia de los sentimientos de la gente ha­ cia el lugar y el entorno urbano»98. Pero más allá de la cantidad de personas que son forzadamente movi­ lizadas hacia la periferia de las ciudades, o la gran extensión que ocupan estos nuevos asentamientos, lo importante es cómo esta situación implica el «tránsito desde una forma de sociedad a otra». Estos pobladores irían «desde una condición de relativa autonomía a ser dependientes de relacio­ nes clientelistas con su entorno urbano, dejando atrás una sociedad que re­ conocía como su eje fundante los valores de uso, para pasar a otra en la que predomina la mercantilización de las relaciones sociales»99. Más acertado sería señalar que los pobladores ven modificados abrup­ tamente sus modos de vida, los cuales no calzarían con los demandados o entregados por el Estado. La ilegalidad, el ocultamiento, los espacios aislados del control y la supervisión, supuestamente darían paso a la lega­ lidad y la visibilidad de los pobladores: mientras que la cesión forzada de los servicios básicos (i.e. luz, agua potable, espacio urbano) cambiaría por el endeudamiento por la propiedad y la responsabilidad de cancelación de cada una de sus necesidades de equipamiento. Dicha situación no es nada fácil, si se considera que para los pobladores de los campamentos, la obtención de ios servicios de urbanización es algo inalienable a la exis­ tencia de cualquier hogar (formal o informal), y la cancelación de éstos a una empresa privada es percibido por ellos como algo «injusto» y abu­ sador. Por ejemplo, en la ya emblemática «toma» de Peñalolén, desarro­ llada durante la década de los noventa y donde Un Techo para Chile100 construyó mediaguas tal como lo hicieron los jóvenes católicos en la

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población La Victoria a fines de la década de 1950, los ex pobladores señalaban que «la luz ahora la pagamos legalmenle a Chilectra. Antes estábamos colgados. Me acuerdo que un día llegaron los carabineros allá abajo, todos gritábamos ¡los pacos, los pacos!... y salieron todos co­ rriendo a defender los cables, porque Chilectra iba y se llevaba los me­ tros de cable y dejaba todo el sector sin luz y eran cables gruesos para alimentar un sector grande, así que había que ir a defender los cables con piedras...»101. En este sentido, los pobladores ven que es la empresa privada la que debe otorgarles los servicios básicos y no escatiman ningún método con tal de «defender» sus derechos, ante lo cual «a ellos [Chilectra] Ies salía más a cuenta llegar a un acuerdo con nosotros y Chilectra nos puso luz y medidores»102. Sin embargo, como esta transformación de los modos de vida es pro­ gresiva. se entiende su tendencia a la apropiación de los espacios inters­ ticiales de su barrio y la modificación, reorganización o levantamiento de nuevas estructuras en torno y al interior de sus viviendas nuevas. Hue­ llas de su primitivo modo de vida, una forma de expresión de su naci­ miento en el ocullamienlo, desregulación y oposición a una autoridad superior. A su vez, el interior de las viviendas entregadas es alterado, ex­ presando sus identidades y acomodando el espacio a sus necesidades: construyendo nuevos dormitorios o ampliando los existentes, moviendo los baños hacia el patio de atrás, pintando los muros, colocando protec­ ciones en las ventanas y rejas en el antejardín. Esta situación no sólo se realiza con el fin de disminuir, en parle, la rudimentaria arquitectura, si­ no también para acomodar sus pertenencias y costumbres al espacio in­ terno disponible. El progreso material vs. el progreso social y cultural están en las ba­ ses de los efectos o consecuencias que la política de vivienda genera en la población beneficiaría. Los problemas vividos en lo que se ha llama­ do la nueva pobreza de «los sin techo», asociada a los conjuntos edifica­

Edi Licio y plano de un departamento tipo de la Población El Cortijo en Santiago. Comparado con las soluciones habitacionales de comienzos del siglo XX. El Cortijo ofrece múltiples avances. Entre otros, espacio para dejar los vehículos de los. ahora, trabajadores y consumidores. Fotografía: Rafael Sánchez. Fuente: Aguas Andinas, s/f.

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dos en la última década, reproduce problemas ya vividos por erradicados de los conventillos y las callampas en los primeros intentos del Estado chileno por dar solución al déficit habitacional de los más pobres a co­ mienzos del siglo XX. Entonces, la pregunta es: ¿en qué se ha progresa­ do? La respuesta está en: lo cuantitativo, en lo material —aunque puede ser cuestionado por la calidad de la construcción—, en el número de vi­ viendas construidas, en el aumento de la población cubierta con la políti­ ca. ¿En qué no se h¿i avanzado? En construir ciudad, en dolar los espacios de la vivienda social de lo urbano, de los equipamientos y servicios que sustentan la vida colectiva y posibilitan el contacto entre los ciudadanos, de las oportunidades que debería brindar la ciudad, no sólo como fuente de empleo, sino de la cultura, de la educación, de las artes, de la diversi­ dad social, de la paz y seguridad ciudadana. Tampoco se ha avanzado —o al menos escasamente— en la compren­ sión de que las familias de la clase más desposeída transitan por las mis­ mas dinámicas que cualquier familia de los grupos más pujantes, no son estáticas, sino que sufren ciclos que demandan expresión física en la con­ figuración de las viviendas, no sólo en cuanto a tamaño y número de ha­ bitaciones. sino también al espacio físico en el cual se insertan. El Estado chileno mantiene una política de vivienda demasiado rígida, que impide transformaciones estructurales de las residencias, c incluso el tránsito de una vivienda a otra más apta a las necesidades y expectativas que se ge­ neran dentro del grupo familiar. El Estado, a lo largo del siglo XX. mediante sus políticas de vivien­ da ha fomentado la creación de una vida «propia» e «individual» por par­ te de las clases más desposeídas. La destrucción de los conventillos de las primeras décadas eliminó los patios comunes y la exposición del in­ terior de las habitaciones a la mirada de los «otros». Luego, la radicación y erradicación de los campamentos de los inmigrantes rurales cercenó las áreas de pilones de agua y baños comunes, instauró la monofuncionalidad de las habitaciones e incrementó la intimidad de padres e hijos. La vida comunitaria que tenían en las grandes haciendas es reemplazada o refaccionada en las poblaciones callampas, siendo posteriormente, con la vivienda urbanizada, empujada hacia la responsabilidad de la manten­ ción y mejoramiento de una vivienda «propia». Finalmente, en las décadas finales del siglo, la disminución de los es­ tándares de calidad de las residencias y del tamaño de éstas, unido a los extensos paños donde se agrupan los conjuntos residenciales construi­ dos. ha provocado un encerramiento de las familias al interior de sus ho­ gares, generando un individualismo tan intenso que ha coartado las relaciones sociales de los grupos más vulnerables de nuestra sociedad.

Notas 1

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Proyecto Fondecyl 1060759. Los autores agradecen los valiosos aportes de los profesores del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile Rafael .Sagredo y Claudio Rolle. Este proceso de atracción de principios del siglo XX también se produjo en el resto de las ciudades latinoamericanas. Algunos autores plantean que este proceso no fue sólo por cau­ sa de la incipiente industrialización y deterioro de las condiciones de vida de los campesi­ nos. sino que también existió una causa de índole psicológica, que tiene que ver con una supuesta «tradición urbana latinoamericana», que indicaría que «sólo el hecho de ser de la ciudad da un prestigio social, el que “eleva” por sobre el campesino». Ver Eike Schíitz: Ciu­ dades en America Latina. Desarrollo barrial y vivienda. Santiago. Ediciones Sur. 1996.

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Debe destacarse que los fenómenos naturales que continuamente azotan al país, como Ilic­ ión los terremotos de 1939 y 1960. se convinieron en una causa de migración forzada de los habitantes rurales del sur de Chile. Estos grandes eventos significaron para muchos campe­ sinos la pérdida total de sus hogares e incluso de sus fuentes laborales por la destrucción de infraestructuras y equipamientos, como caminos y acueductos. A su vez. ante el colapso de la corteza terrestre, en numerosos lugares se produjo la inundación de tierras bajas por las aguas de ríos, canales y del mar. Bolívar Vásquez: «Historia de mi población. Las Torres de Conchalí», en: Constatelores de ciudad. Nueve historias del primer concurso Historia de las Poblaciones. Santiago. Ediciones Sur. (s/f). p. 13. El precio de arriendo en los conventillos subía constantemente y de forma explosiva, conse­ cuencia directa de la creciente demanda de vivienda en Santiago. Mientras que en la prime­ ra década del siglo XX el arriendo de una pieza oscilaba entre uno y dos pesos mensuales (Roletín de la Sociedad de Fomento Fabril. Vol. 25. N° 3. 1908. pp. 182-183), en el año 1911 los precios de una pieza con salida a la calle oscilaban entre los 10 y los 30 pesos, depen­ diendo de las características de construcción y de ubicación dentro de la ciudad. Una habi­ tación de mayor «exclusividad» la constituía una pieza de interior, cuyo precio podía alcanzar entre los 18 y 85 los pesos mensuales (Consejo Superior de Habitaciones Obreras: Memo­ rias de su labor. 1906-1911. Santiago. Imprenta y Encuadernación Chile. 191 I). Carlos Carvajal: Reformas necesarias a la lev de habitaciones para obreros. Santiago. Im­ prenta Kosmos. 1913. p. 30. Juan ('arlos Skewes considera que las políticas utilizadas por el Estado en materia de vivien­ da buscaban, más que dar una solución efectiva, regularizar el entorno urbano. En donde el «disciplinamiento espacial es clave para su éxito y su aplicación redunda en un mayor con­ trol sobre las personas: pero, más que eso. facilita la incorporación compulsiva de la pobla­ ción a una economía monetarizada». Juan Carlos Skewes: «De invasor a deudor: el éxodo desde los campamentos a las viviendas sociales en Chile», en Alfredo Rodríguez y Ana Sugranyes: Los con techo. Un desafío para la política de vivienda social. Santiago. Ediciones Sur. 2005. p. 101. Sergio Murillo: «La trastienda del espacio privado: género y vivienda», en Luis Cortés (Comp.): Pensar la vivienda. Madrid. Talasa Ediciones. 1995. p. 169. Sobre el desarrollo de los problemas del proletariado y de los obreros en el siglo XIX y prin­ cipios del XX. ver las obras de Sergio Grez: De la regeneración del pueblo a la huelga ge­ neral: génesis y evolución histórica del movimiento popularen Chile (1810-1890). Santiago. Dirección de Bibliotecas. Archivos y Museos. Colección Sociedad y Cultura. 1997: y La «cuestión social- en ( hile. Ideas y debates precursores (1804-1902). Santiago. Dirección de Bibliotecas. Archivos y Museos. Colección Fuentes para la Historia de la República. 1997. Luis Urteaga: •Miseria, miasmas y microbios. Las topografías médicas y el estudio del me­ dio ambiente en el siglo XIX». en Geocrítica. N° 29. 1980. Federico Puga Borne: Elementos de higiene. Santiago. Imprenta Gutenberg. 1891. p. 265. José Santos González Vera: «El conventillo», en Vidas Mínimas. Santiago. Ediciones LOM, 1996 | primera edición I923|. pp. 19-20. Respecto de la legislación sobre vivienda impulsada por el Estado y la localización de los conjuntos de habitación social a lo largo del siglo XX. ver la obra de Rodrigo Hidalgo: La vivienda social en Chile y la construcción del espacio urbano en el Santiago del siglo XX. Santiago. Pontificia Universidad Católica de Chile - Centro de Investigaciones Diego Ba­ ños Arana. Colección Sociedad y Cultura. 2004. Asociación de Señoras contra la Tuberculosis: «El conventillo y la tuberculosis», en Asam­ blea de la habitación barata, celebrada en Santiago los días 28. 29 y 30 de septiembre de 1919. Santiago. Imprenta y Litografía La Ilustración. 1920. pp. 324-325. Ricardo González. Bernardo Morales Morales y F. Machicao (delegados del Instituto de Ar­ quitectos): «Materiales higiénicos», en Asamblea de la habitación.... op. cit.. p. 327. Jorge Munila: El problema de la habitación barata. Santiago. Memoria de prueba para op­ tar al grado de licenciado en la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas. Universidad de Chi­ le. 1921. Gonzalo Vial: Historia de Chile. Tomo 11. Santiago. Santillana del Pacífico. 1981. p. 852. I .uis Bravo: Chile: el problema de la vivienda a través de su legislación (¡906-1959). San­ tiago. Editorial Universitaria. 1959. p. 16. La Nación. 19 de mayo de 1931. Ejemplo de ello son posibles de encontrar en los textos de Eduardo San Martín: La arqui­ tectura de la periferia de Santiago. Experiencias y propuestas. Santiago. Andrés Bello. 1992: ) Armando de Ramón: «La población informal. Poblamiento de la periferia de Santiago de Chile. 1920-1970». EURE. Santiago. 1990. N°31. Este crecimiento poblacional de las grandes ciudades generaba una serie de consecuencias económicas tanto en las urbes como en el país entero. Para una mejor apreciación del lema

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE véase los textos de Guillermo Geisse: Economía y política de la concentración urbana. Mé­ xico D.C.. Colegio de México-PISPAL. 1983: y Carlos Hurtado: Concentración de pobla­ ción v desarrollo económico. El caso chileno. Santiago. Instituto de Economía-Universidad de Chile. 1966. 21 Ver textos de Luis Muñoz Malushka: «Plan Nacional de Vivienda. Ideas básicas para su ela­ boración». en Exposición de la Habitación Económica. Semana de la Habitación. Noviem­ bre y diciembre de 1936. Conferencias y estudios. Santiago. Imprenta Gutenberg. 1937: y Waldo Parraguez: «La vivienda, problema nacional», en Arquitectura y construcción. San­ tiago. 1947, N° 8. 22 Para observar la evolución de las principales corrientes arquitectónicas y de planificación urbana mundial, ver el texto de Peter I lall: Ciudades del mañana: historia del urbanismo en el siglo XX. Barcelona. Ediciones del Serbal. 1996. 23 Carlota Andrée: «El problema de la habitación y algunos de sus alcances sociales», en Ex­ posición de la habitación económica. Conferencias y estudios. Santiago. 1937. p. 81. 24 Op.cit.. p. 82. 25 Esta estigmatización social se hacía sentir con fuerza sobre la clase trabajadora, producto de la mayor cantidad de aspiraciones que la sociedad de los años treinta y cuarenta comenza­ ba a experimentar. Necesidades que eran cada vez más difíciles de satisfacer con el perma­ nente fantasma de la cesantía. Ante este fenómeno, las mujeres de estas viviendas comenzaron poco a poco a asumir un importante papel en la obtención de ingresos para los hogares, mediante la búsqueda de empleo dependiente, la prostitución y. también, como pe­ queñas artesanas y trabajadoras independientes que encontraban en sus nuevas residencias un local comercial donde ofrecer sus bienes y servicios. Ver María Mercedes Vial de Ugarte: «Protección al trabajo femenino en el hogar», en Exposición de la habitación económi­ ca. Conferencias y estudios. Santiago. 1937. pp. 248-249. 26 Decreto Supremo N° 6.077 de 1952. 27 Mario Garcés: La lucha por la casa propia y una nueva posición en la ciudad. El movimien­ to de pobladores de Santiago. 1957-1970. Santiago. Tesis para optar al grado de Doctor en Historia. Pontificia Universidad Católica de Chile. 1999. p. 35. 28 También sobre el origen de los asentamientos precarios o poblaciones callampa en Chile, ver Ignacio Santa María: Las tres vías en la historia del «campamento» chileno. Santiago. Pontificia Universidad Católica de Chile. Departamento de Urbanismo y Vivienda, 1973. 29 Carlos Marinen Tipos de poblaciones callampas. Santiago. Facultad de Arquitectura. Uni­ versidad de Chile. 1953. p. 10. 30 Op.cit.. p. 13. 31 La Corvi nació de la fusión de la Caja de la Habitación Popular y de la Corporación de Re­ construcción y Auxilio, dos entidades que estaban involucradas en la solución del problema de la vivienda en Chile y que fueron creadas en la segunda mitad de la década de los trein­ ta. Dicha agencia fue la encargada de la urbanización, de la reestructuración, de la remode­ lación y de la reconstrucción de barrios y sectores, comprendidos en el Plan de la Vivienda y en los Planos Reguladores elaborados por el Ministerio de Obras Públicas: también debe­ ría estudiar y fomentar la construcción de viviendas económicas (Decreto Ley que estable­ ce la Corporación de la Vivienda. N° 285. Santiago, 25 de julio de 1953. fíoletín del Colegio de Arquitectos de Chile. N° 26. 1954. p. 22). 32 El Mercurio. 5 de mayo de 1959. pp. 15-16. 33 El Mercurio. 5 de mayo de 1959. pp. 15-16. 34 El Mercurio, 5 de mayo de 1959. pp. 15-16. 35 A fines de la década de 1950 se produjeron un gran número de siniestros en las poblaciones callampa, que terminaban no sólo con miles de casas destruidas, sino con víctimas fatales. Esto ocurrió, por ejemplo, en los sectores I. 2. 3 y 4 de la población Pedro Aguirre Cerda el día 26 de octubre de 1957. y que terminó con 15 heridos y 500 familias en la calle. El Cla­ rín. 27 de octubre de 1957. p. 13. 36 Muchos pobladores fueron víctimas de estafadores que loteaban fraudulentamente terrenos que no les pertenecían o que carecían autorización municipal, vendiendo paños ilegales a personas de escasos recursos, las cuales recién se daban cuenta del engaño una vez que que­ rían lomar posesión de ellos. Ejemplo de esto fue lo ocurrido en la población Las Casas de Cerro Navia. donde un centenar de pobladores fueron estafados y desalojados de los terre­ nos por ellos adquiridos. El Siglo. 18 de febrero de 1954. p. 6. 37 E! Mercurio. 9 mayo 1959. p. 13. 38 Entrevista de Mario Garcés a don Arturo Pérez, de la población San Gregorio, en Mario Gar­ cés: La lucha por la casa propia y una posición en la ciudad. El movimiento de pobladores de Santiago. 1957-1970. Santiago. Tesis para optar por el grado de Doctoren Historia. Pon­ tificia Universidad Católica de Chile. 1999. p. 216. 39 Adrián Escalona: «Comité “agregados de Nueva La Legua". Hoy población Germán Ries-

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co». en Construí-lores de ciudad. Nueve historias del primer concurso «historia de las po­ blaciones». Santiago. Ediciones Sur. s/f. pp. 43-44. Op. cil. El Siglo. 13 de septiembre 1959. p. 18. Op. cil. El Siglo. 15 de noviembre de 1959. p. 17. El Siglo. 29 de noviembre de 1959. p. 20. El Siglo. 9 de noviembre de 1959. p. 2. El Siglo. I de noviembre de 1959. p. 9. El Siglo. 16 de febrero de 1959. p. 16. Hogar de Cristo: «Un millón de metros cuadrados», en Revista Mensaje. Santiago. 1969. N° 181. p. 370. La magnitud del apoyo otorgado por esta institución, así como de las técnicas y materiales de construcción, queda muy bien explicado y evidenciado en la película realizada por el Ins­ tituto Fílmico de Chile. Callampas, dirigida por Rafael Sánchez. S.J. Esta obra recrea el even­ to de octubre de 1959 cuando millares de personas decidieron apropiarse de un terreno cercano al Zanjón de la Aguada, fundando la población La Victoria. Testimonio fiel de la ac­ ción de los jóvenes católicos en el mundo poblacional de la década de 1950 puede encon­ trarse en Antonio Barros: Juan y La Victoria. Santiago. Editorial Aconcagua. 1976. Hogar de Cristo, op. cil.. p. 370. El 1 logar de Cristo, en 1960. había atendido a 71 familias con un total de 355 personas, y en 1961 a 308 familias con 1.192 personas. La demanda creciente de soluciones habitaciona­ les les había obligado, en 1962. a adoptar un nuevo método de edificación, en el cual «ya no serán los universitarios y estudiantes los que en sus week-end construirán la casa. Esta será prefabricada por obreros especializados. Los estudiantes se dedicarán sólo a instalar y armar los paneles y techos ya preparados. Esto trae consigo un leve aumento del costo de la vivien­ da. que pasa a ser de E° 35». En «Viviendas de emergencia». Revista Mensaje. 1962. Vol. XI. N° 109. pp. 299-300. Adrián Escalona: «Comité “agregados de Nueva La Legua”. Hoy población Germán Ries­ en». en Construí lores de ciudad. Nueve historias del primer concurso «historia de las po­ blaciones». Santiago. Ediciones Sur. s/f. p. 45. 11. Flaño, S. Jacob y J. Tuca: «Población Germán Riesen». en Vida Familiar en algunos con­ juntos Corvi de la Metrópoli. Santiago. Instituto de la Vivienda. Pontificia Universidad Ca­ tólica de Chile. 1964. p. 6. Soledad Martínez y Marcela Moreno: Informe «Villa Olímpica», en Comunidad e Identidad urbana. Historias de barrios del Gran Santiago: 1950-2000. Santiago. Proyecto Fondecyl. 2005. p. 45. Disponible en Internet: http://www.antropologiaurbana.cl/etnograrias/ctnngrafiasji.swf. Para una visión completa de estas variantes ver Pierrc Merlin: Las ciudades nuevas. l¿i Pla­ nificación urbanística frente a los nuevos modelos de crecimiento urbano. Barcelona. Edi­ ciones Laia, 1978. Rcné Kaés: Vivir en los grandes conjuntos. Madrid. Euroamérica. 1970, p. 74. Jorge Opazo: Chile y el Plan Habitacional del Estado. Santiago. Trabajo presentado al Co­ mité de Vivienda. Construcción y Planificación de las Naciones Unidas-Corporación de la Vivienda. 1963. p. 6. Además, esta iniciativa estableció una larga lista de franquicias que in­ tentaron promover la acción de los privados y motivar de paso la edificación de la vivienda propia, por parte de los mismos afectados, tanto de los grupos más pobres de la población como de aquellos estratos que tenían capacidad adquisitiva. También trató de institucionali­ zar el ahorro previo de los adquirentes de las viviendas sociales, como uno de los requisitos más significativos para acceder a dichas residencias. Parte de las propuestas de este gremio se basaron en los viajes realizados por integrantes de su directiva a Europa y Estados Unidos para conocer las distintas modalidades que se habí­ an creado en esa parte del mundo para abordar las políticas de vivienda y de edificación en general. Cámara Chilena de la Construcción: Cuarenta años construyendo bienestar 19511991. Santiago. Cámara Chilena de la Construcción. 1992. p. 60. Según el arquitecto Luis Bravo Heitman. en el año 1959 el problema de la vivienda era de un déficit de 500 mil unidades, afectando a 2.8 millones de personas aproximadamente, lo que significaba un 40% de la población total. En «Pasado y presente de la política habita­ cional chilena». Revista Mensaje. 1959. Vol. VIH. N° 85. pp. 523-526. Rodrigo Hidalgo: «Continuidad y cambio en un siglo de vivienda social en Chile (1892 1998). Reflexiones a partir del caso de la ciudad de Santiago», en Revista de Geografía Nor­ te Grande. 1999. N° 26. pp. 69-77. Ejemplo de este plan fue la población Roben Kennedy (Villa Francia), nacida a partir de la subdivisión de la antigua Chacra de Chuchunco. perteneciente a la familia Rivas Vicuña. Par­

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE le de esos terrenos había sido donada a los padres carmelilas. quienes ame la presión de las masas populares de los años sesenta, la vendieron a la Corporación de Mejoramiento Urba­ no (Cormu). organismo que lo subdividió en sitios y entregó a numerosas familias. Histo­ rias para un fin de siglo. Primer concurso de historias locales y sus fuentes. Santiago. ECO Educación y Comunicaciones. 1994. 62 Existían dos planes de «Operación Sitio». En el Plan I. el postulante debía contar al menos con 20 «cuotas de ahorro» en una libreta del Banco del Estado de Chile. Estas libretas eran abiertas individual o colectivamente y los fondos que en ellas se depositaban se «traducían a cuotas de ahorro en el momento del depósito y no pueden girarse antes de transcurridos tres años». Una vez inscrito, el interesado debía depositar cuatro cuotas mensuales durante un año. al cabo del cual «habría reunido en su cuenta 68 cuotas y habrá obtenido con esto el derecho a recibir un sitio semiurbanizado». este terreno de 160 metros cuadrados debía ser cancelado mensualmente con cinco cuotas de ahorro en un plazo no mayor a 14 años. En el Plan 2 se exigían 50 cuotas como ahorro inicial y un plazo de espera mayor para la obten­ ción de un crédito necesario para un terreno totalmente urbanizado. En 52(¡ del mundo sin casa. Santiago. Selavip. 1973. pp. 21 y ss. 63 Eduardo Palma y Amonio Sanfuentes: «Políticas estatales en condiciones de movilización social: las políticas de vivienda en Chile (1964-1973)». en EURE. 1979. p. 38. 64 Carmen Pimemel: Vidas Marginales. Santiago. Editorial Universitaria. 1972. pp. 266-268. 65 Rodrigo Hidalgo: La vivienda social en Chile.... op. cit.. pp. 307-310. 66 Juan Lobos: «Historia de la Villa Jaime Eyzaguirre». en Constructores de ciudad. Nueve his­ torias del primer concurso «historia de las poblaciones». Santiago. Ediciones Sur. s/f. pp. 120-121. 67 Equipo de Estudios Poblacionales CIDU: «Reivindicación urbana y lucha política: los cam­ pamentos de pobladores en Santiago de ("hile», en EURE. Santiago. 1972. Vol. 2. N° 6. p. 57. 68 Andrés .Moreno: «Campamento Unidad Popidar», en Hanny Suckel (Ed.): Historias Loca­ les. Santiago. Jundep. 1990. pp. 44-45. 69 Ignacio Santa María: «Desarrollo urbano mediante “asentamientos espontáneos”: el caso de los '‘campamentos chilenos”», en EURE. 1973. N° 7, pp. 103-112. 70 La labor de la Cormu ha sido analizada en profundidad en el libro de Alfonso Raposo. Mar­ co Valencia y (¡abriela Raposo: La interpretación de la obra arquitectónica y proyecciones de la política en el espacio habitacional urbano. Memorias e historia de las realizaciones habitacionales de la Corporación de Mejoramiento Urbano. Santiago 1966-1976. Santia­ go. LOM. 2005. 71 Un primer ejemplo lo constituye la «loma» realizada el miércoles 9 de diciembre de 1970 por la Federación Juvenil Popular de Santiago Oeste y la Juma de Vecinos de la unidad vecinal Villa Metropolitana, de las bodegas del Instituto de Viviendas Populares (Invica). dependien­ te de Caritas (Arzobispado de Santiago). La razón esgrimida por los pobladores era que la unidad vecinal, construida por Invica y compuesta por la Villa Cardenal Frings. con 350 ca­ sas. y la Villa California, con 200. no tenía un lugar de reunión para los jóvenes, ni canchas deportivas, teatro ni otro lugar donde divertirse, y la bodega, de 2.800 metros cuadrados, po­ día cumplir con toda «felicidad» estas necesidades. En «invica: una institución cuestionada». Revista Mensaje. 1971. Vol. XX. N” 196. p. 45. Otro ejemplo de la espiral de violencia en la que se habían adentrado las organizaciones de pobladores ocurrió el 5 de agosto de 1972 en la población Lo Hermida. en la cual se enfrentaron los pobladores, agrupados en los grupos «Asalto al Cuartel Moneada». «Lulo Pinochel» y «Victnam Heroico», con agentes de Inves­ tigaciones y Carabineros. En la gresca resultó muerto el poblador René Fernando Saravia Arévalo y siete heridos a bala, más numerosos contusos. Las razones del enfrentamiento fueron confusas, con acusaciones mutuas no sólo entre los involucrados, sino incluso entre los diri­ gentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el gobierno. En «Lo I lermida: trasfon­ do de una tragedia». Revista Mensaje. 1972. Vol. XXI. N° 212, pp. 508-51 I. 72 «La "Operación Sitio". Una solución habitacional de desarrollo progresivo», en Revista Men­ saje. 1970. Vol. XIX. N° 192. pp. 428-432. 73 Op. cit. 74 Muchos de los dirigentes de los campamentos militaban en partidos políticos de izquierda y entre sus funciones se encomiaba el continuo adoctrinamiento y se les mostraba, en pala­ bras del dirigente Joaquín, del campamento Ranquil. a los «trabajadores en forma muy pri­ mitiva lo que es una sociedad socialista». En «Ocupaciones al Nuevo estilo». Revista Mensaje. 1970. Vol. XIX. N° 193. p. 488. 75 Irene Molina y Carmen Rivera: «La ciudad de Santiago», en Patricio Larraín: Geografía de la Región Metropolitana. Santiago, instituto Geográfico Militar. 1986. 76 Rosita Camhi: Nuevas causas de la pobreza. Políticas públicas, familia y participación de la sociedad civil. Santiago. Libertad y Desarrollo. 2005. p. 51.

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Jorge Álvarez: Los hijos de la erradicación. Santiago. PREALC, 1988. Op. cit.. pp. 18-19. Op. cil., p. 130. Entre los censos de 1970 y 1982, la población de La Pintana aumentó de 35.603 a 73.573 habitantes, con una tasa de crecimiento anual acumulativa del 6.23%. que corresponde a 2.27 veces la del Gran Santiago en el mismo plazo. En diciembre de 1984. el 52,56% de la po­ blación de la comuna vivía en campamentos de radicación, nuevos campamentos y pobla­ ciones de erradicación. En Alberto Gurovich: «Una ciudad interminable: La Pintana». en C/L Revista Oficial del Colegio de Arquitectos de Chile A.G.. 1989. N° 57. pp. 32-35. Taller Acción Cultural: «Amasando el pan y la vida: historia de la olla “Libertad"», en His­ toria para un fin de siglo. Santiago. ECO. 1994. pp. 139-140. Rodolfo Jiménez y Silvia Araos: «La densificación de lotes: una alternativa para familias allegadas», en Instituto de la Vivienda: II Jornada de vivienda social. Santiago. Universidad de Chile. Instituto de la Vivienda. 1991. p. 2. Según datos del último Censo, el número de allegados en Chile creció de 193.423 en 1992 a 241.979 en el 2002. Andrés Necocchea: «Los allegados: una estrategia de supervivencia solidaria en vivienda», en EURE. N° 39-40. 1987. p. 98. Claudio Robles. Juan Carlos Gómez y Nicolás Corbalán: «Impacto social de la política de vivienda: una evaluación desde los pobladores. 1990-1993». en Proposiciones. N” 29. 1996. Disponible en Internet: http://www.sitiosur.cl/publicacionesDetal le.asp?pid=0&xpid=l5000027&lipo=D. CEPAL: Informe hábitat. Santiago. 1999. Jaime Ravinel: «La política habitacional chilena: alternativas de acceso a la vivienda para las familias más pobres», en Invi, 2004. N° 50. p. 131. Jaime Ravinel: op. cil.. p. 133. María Elena Ducci: «Chile: el lado oscuro de una política de vivienda exitosa», en EURE. 1997. Vol. XXIII. N°69. pp. 99-1 15. Op. cit. Deín Pórtela: «Villa El Volcán II: La inseguridad y su reflejo en el espacio habitado», en Co­ munidad c Identidad urbana. Historias de barrios del Gran Santiago: 1950-2000. Santia­ go. Proyecto Fondecyt. 2005. p. 45. Disponible en Internet: http://www.antropologiaurbana.cl/cinografias/elnografias_h.swf. Francisco Sabatini. Gonzalo Cáceres y Jorge Cerda: «Segregación residencial en las princi­ pales ciudades chilenas: Tendencias de las tres últimas décadas y posibles cursos de acción», en EURE, 2001, Vol. XXVII. N° 82. pp. 21-42. Manuel Tironi: Nueva pobreza urbana. Vivienda y Capital Social en Santiago de Chile, 19852001. Santiago. Universidad de Chile-Programa de Estudios Desarrollo y Sociedad-RIL Edi­ tores, 2003. p. 79. Alfredo Rodríguez y Ana Sugranyes: «Vivienda social y violencia intrafamiliar: una rela­ ción inquietante. ¿Una política social que genera nuevos problemas sociales?», en Invi. 2005. N°53. p. 12. Alfredo Rodríguez y Ana Sugranyes: «Vivienda social y violencia...», op. cit.. p. 81. Carla Cerpa. Maria Eugenia Fucntcalba y Paulina Pavez: «Etnografía La Villa Sin Nombre Maipú». en Taller de antropología urbana 2002-2003. Identidades y fronteras en la ciudad. Santiago. Escuela de Antropología Universidad Academia Humanismo Cristiano. 2003. p. 11. Disponible en Internet: http://www.aniropologiaurbana.cl/etnografias/etnografias_h.swf. Alfredo Rodríguez y Ana Sugranyes: «Vivienda social y violencia...», op. cit.. p. 12. Op. cit., p. 14. Juan Carlos Skewes: op. cit., p. 101. El trabajo de Un Techo para Chile consiste en la construcción de mediaguas en los campa­ mentos y asentamientos marginales que existen en el país. Dicha labor se realiza en forma voluntaria y se financia gracias a campañas de recolección de fondos por los propios volun­ tarios, junto al apoyo de algunas instituciones financieras que abren cuentas para depositar los apones de los ciudadanos. Nace en 1997 por iniciativa de jóvenes universitarios con vo­ cación de acción social cercanos al I logar de Cristo. En el año 2000 inician la campaña «Dos mil mediaguas para el 2000». meta cumplida, pero que sentó las bases para seguir trabajan­ do hasta hoy en dichas poblaciones. Ver Historia de Campamentos. Santiago. Centro de In­ vestigación Social Un Techo para Chile. 2004. «Organización en un mundo marginal y publicitado: La loma de Namur». en Historia de Campamentos, op. cit.. p. 125. Op. cit.

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Ciudades privadas. La vida de los trabajadores del cobre ✓

Angela Vergara

En 1932. la revista Alacama dedicó un número especial al mineral de cobre de Potrerillos que. inaugurado en 1927, ya se había convertido en la industria más importante y moderna de la provincia de Chañara!. «Po­ treo líos», escribían los periodistas de Alacama. «produce la fuerte im­ presión de una colosal usina norteamericana: estridencia de motores, ajetreo y bullicio de trenes metaleros, dinamitazos ensordecedores, trá­ fico de gentes y vehículos. Resaltan los hábitos de pulcritud y sobriedad en todas parles, y. tratándose de un colmenar de estas proporciones, or­ gullo da constatar que no hay parásitos ni pordioseros: el ambiente fabril no los tolera. Es esta una verdadera comunidad industrial socializada. El que no trabaja no come, y debe irse. Se gana según la propia capacidad y los frutos que se rinden. Un poder central regulador armoniza, supervigila, cuida, estimula y reprime. La organización es admirable. La ruti­ na. el empirismo pernicioso han cedido espacio a los procedimientos de rigurosa base científica, a objeto de alcanzar la perfección el logro de sus múltiples esfuerzos»1. Esta descripción de Potrerillos refleja el impacto de los cambios que estaban ocurriendo en la industria del cobre. Durante las primeras tres dé­ cadas del siglo XX. capital norteamericano invirtió, transformó y moder­ nizó la minería del cobre en Chile, convirtiéndola en la principal industria exportadora del país. Hacia fines de la década de 1950. la gran minería del cobre, que incluía en ese entonces los yacimientos de El Teniente. Chuquicamata y Potrerillos. producía más de mil millones de libras de cobre al año y empleaba cerca de 17 mil personas entre obreros, empleados y supervisores2. Al consolidarse la importancia del cobre para la economía nacional y las finanzas del Estado, éste pasó a ser tema central del deba­ te económico nacional y sus trabajadores se transformaron en protagonis­ tas de la vida política y laboral del Chile contemporáneo. La revista Alacama también nos sugiere que las transformaciones en el modo de producción de Potrerillos trajeron cambios sustantivos en la organización del trabajo y en las formas de vida. ¿Qué significaba vivir y trabajaren una «comunidad industrial socializada»? ¿A qué se relerí-

La pulpería se transformó en el centro de abastecí miento de la población de cualquier mineral, y también en espacio privilegiado de sociabilidad e intercambio de noticias. Eliana Gala/. y María Angélica Alvear, «Factores de trabajo en Chuquicamala». Memoria. Escuela Elvira Malte de Cruchaga. Universidad Católica. Santiago. 1957.

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HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA EN CHILE

an los periodistas por un «poder central regulador»? ¿Y qué implicancias tenía esto en la vida privada de los trabajadores y sus familiares? La vi­ da, la mentalidad y las demandas de los mineros del cobre estaban pro­ fundamente marcadas por las exigencias y riesgos del trabajo minero industrial, la estructura urbana de los campamentos, la actividad sindical y la presencia —hasta 1971— del capital extranjero. Era una vida de grandes sacrificios, «fue una vida, la del minero, muy sacrificada, todo lo que pudo haber ganado no compensa en absoluto el esfuerzo de estar días y días por años bajo la tierra»-. En los campamentos del cobre, la población se tuvo que adaptar a un medio ambiente inhóspito, reglamentos internos, estrictos sistemas de turnos y patrones extranjeros. La cotidianidad, la sociabilidad y la vida privada estaban marcadas por el trabajo y la geografía y un mundo social pequeño que dejaba poco espacio para la privacidad. Lo estrictamente privado se convertía rápidamente en espectáculo público, en tema de chis­ mes o en preocupación del Departamento de Bienestar. Sin embargo, a pesar de estas restricciones y del fuerte control que ejercían las empre­ sas sobre la vida de los trabajadores, los mineros del cobre construyeron un espacio e identidad propia.

Los campamentos de la gran minería del cobre En 1953, durante una airada discusión que tuvo lugar en la Cámara de Diputados, Baltazar Castro, diputado comunista y antiguo empleado en El Teniente, justificaba las aspiraciones de mejoramiento económico de los trabajadores del cobre como una compensación por las duras condi­ ciones de vida y de trabajo. Castro señalaba: «algunos grandes campa­ mentos de los minerales de cobre están ubicados en la pampa, en el desierto, a bastante distancia de los grandes centros; otros, en la cordille­ ra, el que menos a dos mil doscientos metros, o a tres mil o cuatro mil me­ tros de altura. En estos campamentos se lleva un sistema rítmico y mecánico de vida. Los hombres que van a ellos desde la ciudad deben re­ adaptarse a una manera de vivir totalmente diferente. Los he visto, a los pocos meses de llegar, con el sistema nervioso destrozado»4. Tal como lo sugiere la intervención de Baltazar Castro, la vida y el trabajo en el cobre se desarrollaron sobre bases muy distintas a las que existían en el resto del país. El fuerte aislamiento geográfico, la presencia y el estricto control de las empresas sobre todos los aspectos de la vida del trabajador y su fami­ lia. y la cuidadosa planificación y segregación del espacio urbano y la vi­ vienda, fueron algunas características esenciales de estos campamentos. Desde sus inicios, la gran minería del cobre requirió el traslado ma­ sivo de mano de obra a lugares aislados y remotos. Para satisfacer las ne­ cesidades básicas de vivienda, consumo, entretención y salud de los trabajadores, las empresas planificaron y construyeron exclusivos cam­ pamentos mineros. Dada la alta movilidad del trabajador chileno en las primeras décadas del siglo XX, el capital norteamericano concibió el campamento como una forma de atraer, estabilizar y controlar la mano de obra y, en lo posible, incrementar el número de trabajadores casados y con familias. La calidad de la vivienda, la variada gama de servicios y

CIUDADES PRIVADAS. LA VIDA DE LOS TRABAJADORES DEL. COBRE

las buenas condiciones de vida aumentarían la productividad y la eficien­ cia del trabajador, reducirían la movilidad e inestabilidad laboral y limi­ tarían la presencia de sindicatos, organizaciones obreras y partidos de izquierda. «Hombres orgullosos del lugar donde trabajan», señalaba Alvin Hollinan, asistente del gerente general de Andes Copper, en 1927, «ayuda a hacerlos más limpios y ordenados, a preocuparse por mantener su empleo y. por supuesto, reduce la rotación de personal»*1. Asimismo, el trabajador casado, creía el ingeniero de Anaconda Wilbur Jurden, «es más confiable en tiempos de conflictos laborales y se ausenta menos que los hombres solteros el día después de pago»6. A pesar del discurso de las empresas, las condiciones materiales de vida en los campamentos de­ jaban mucho que desear. La segregación del espacio urbano y la vivien­ da, el excesivo control, los problemas en la pulpería y la falla de viviendas para familias y servicios higiénicos inspiraron un temprano activismo sindical y tensionaron fuertemente las relaciones entre capital y trabajo. Las características geográficas y climáticas dificultaban la vida del mi­ nero del cobre. La altura, la sequedad, la monotonía del paisaje y el aisla­ miento tenían un profundo impacto en quienes llegaban a los campamentos por primera vez. Aunque con el paso de) tiempo, la gente se fue acostum­ brando al desierto y a la cordillera, siempre recordaron con nostalgia el verde que existía en sus lugares de origen. En Chuquicamata. campamen­ to ubicado a 2.870 metros sobre el nivel del mar en la provincia de Caía­ nla, «el paisaje es una inmensidad triste y gris, un terreno privado de vida, no se ve un solo animal, ni un pájaro, ni una brizna de hierba, ni siquiera un cactus»7. Similares descripciones encontramos para los otros campa­ mentos. El campamento de Potrerillos estaba ubicado en la provincia de Chañara! a 3.300 metros sobre el nivel del mar. allí «las calles son casi to­ das de pura tierra, no hay árboles, ni antejardines, ni plazas con áreas ver­ des. ni flores, ni matorrales, ni sombras. El sol penetrante del altiplano, ligeramente diluido por este humo que raspa los bronquios, la tierra ama­ rillenta en que nada crece, las casas de lata herrumbrosas, los burros que deambulan acarreando leña, gas licuado o compras y los perros»8. Para muchos trabajadores, la dureza de las condiciones geográficas debía ser compensada con mejores viviendas, salarios y beneficios. En estas condiciones de aislamiento, los habitantes del campamento dependían casi absolutamente de las compañías. Las empresas proveían el trabajo, la vivienda, el transporte (ferrocarril) y los servicios urbanos y sociales básicos. Para satisfacer las necesidades de la población, los campamentos contaban con servicios e instituciones tales como pulperí­ as, escuelas, clubes sociales, teatros, hospitales e iglesias. Durante la pri­ mera mitad del siglo XX. la existencia de los servicios básicos para el desarrollo de la vida urbana llamaba extremadamente la atención de al­ gunos visitantes, quienes lo consideraban un mejoramiento con respecto a las condiciones que existían en barrios obreros u otras faenas mineras. Por ejemplo. Eliana Galaz y María Angélica Alvear quedaron gratamen­ te impactadas con Chuquicamata: «la grandiosidad de la industria que da vida a un campamento que casi no puede clasificarse como tal, sino que reúne casi todas las características de una gran ciudad, en la que no sólo su personal administrativo sino que sus trabajadores viven en condicio­ nes de vida imposibles de comparar con el resto de la zona. Poseen los máximos adelantos de la civilización actual, una red de agua potable, al­ cantarillado. servicio de alumbrado eléctrico, teléfonos, escuelas, Corre­

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Bahía de Barquito, puerto de entrada hacia Potrerillos. incluso fue motivo de una estampilla en 1938. María Celia Barros Mansilla. Potrerillosy £7 Salvador. Una historia de pioneros. Santiago. Corporación Minera y Cultura. 2006. pp. 59 y 123.

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os y Telégrafos, Banco del Estado, carabineros, cines, clubes sociales y campos deportivos, servicios religiosos, con los cuales el individuo pue­ de satisfacer ampliamente sus necesidades materiales y espirituales»9. La presencia del Estado, sin embargo, era limitada y éste tendía a de­ legar sus funciones y responsabilidades en las empresas. De esta forma, las compañías administraban los hospitales, servicios y beneficios de sa­ lud a través de un convenio con las diversas cajas de seguro y posterior­ mente con el Servicio Nacional de Salud. También subvencionaban las escuelas y proveían locales y habitaciones para carabineros y empleados públicos. Esta cercana relación entre Estado, carabineros y el capital pri­ vado creaba enormes contradicciones y, tal como lo denunciaban constan­ temente las organizaciones obreras, limitaba la capacidad de fiscalización y neutralidad de los organismos públicos. Con el paso del tiempo, los campamentos del cobre se convirtieron en verdaderas ciudades: más de 45 mil personas habitaban en los cam­ pamentos de la gran minería del cobre a comienzos de la década de 1960. Sin embargo, las demandas y necesidades diarias de una creciente y ca­ da vez más heterogénea población, los esfuerzos de las empresas por mantener el control sobre lo que ocurría dentro del campamento y la es­ casa presencia del Estado fueron creando enormes tensiones. Desde sus inicios, se consideró los campamentos como propiedad privada y las com­ pañías norteamericanas exigían que todos los visitantes obtuviesen un pase para entrar. Estas regulaciones creaban inconvenientes para los ha­ bitantes y limitaban la vida cotidiana, familiar y política. El periódico La Usina de Potrerillos denunciaba en 1945 los inconvenientes e injusticias del sistema de pases: «Conseguir en la estación de la Andes Copper un PASE para trasladarse a este mineral no es cosa fácil, como es sabido. La compañía, a manera de salvaguardar sus intereses internos que no com­ prendemos, mantiene un estricto control minucioso y casi inhumano so­ bre toda persona que quiera venir a trabajar honradamente, visitar a sus familiares muchas veces enfermos o por diligencias que en nada perjudi­ can a la empresa»10. Aunque con el paso del tiempo, el sistema de pases se fue relajando, las empresas siempre mantuvieron garitas a la entrada de cada campamento y controlaron la llegada de huéspedes a las viviendas de los trabajadores. Mineros de Lola a mediados del siglo XX. En la montaña, en medio del desierto, o bajo el mar en el golfo de Arauco, la vida del minero siempre fue dura y sacrificada. Karen Berestovoy, El fotógrafo Marcos Chamudez. Santiago. Ediciones Altazor. 2000. p. 92.

Población campamentos mineros 1907-1992)11 Año

Sewell

Potrerillos

El Salvador12 Chuquicamata

1907

TOTAL

317

317

2.043

9 715

18.065

7.566

8.030

13.346

28.942

1940

11.761

11.203

19.132

42.096

1952

9.023

4.587

24.017

37.627

1960

10.866

6.168

3.511

24.798

45.343

1970

8.919

5.801

7.586

22.126

44.432

1982

211

4.808

12.012

16.891

33.922

1992

1.409

5.715

10.437

12.722

30.283

1920

6.307

1930

Las diferencias de clase y nacionalidad fueron la base de una riguro­ sa segregación del espacio y de los servicios urbanos. Cada campamen­ to estaba claramente dividido entre el sector norteamericano y el chileno.

CIUDADES PRIVADAS. LA VIDA DE LOS TRABAJADORES DEL COBRE

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El campamento americano contaba con exclusivos servicios, escuelas y clubes sociales y era custodiado cuidadosamente por serenos. Las habita­ ciones eran espaciosas y de excelente calidad, en Chuquicamata y Potrerillos los norteamericanos vivían en llamativos chalets tipo californiano y los empleados solteros en departamentos individuales. En el sector norteame­ ricano del puerto de Barquito, a pesar de la escasez de agua dulce, los jar­ dines contaban con hermosas rosas y había una piscina para la recreación de las familias extranjeras. El campamento americano era ante lodo un en­ clave extranjero, un mundo anglófono, donde la mayoría hablaba un espa­ ñol rudimentario. En sus propias pulperías, los extranjeros adquirirían exclusivos productos importados, desde cajas de cereales, leche condcnsada v cigarrillos, a las últimas revistas de moda. Asimismo, se celebraba el Día de Acción de Gracias. Halloween y el 4 de julio, se jugaba golf, tenis y bridge, y los adolescentes eran enviados a estudiar internos en Estados Unidos o Europa. William Humphrey. hijo del primer superintendente de la fundición de Polrerillos en la década de 1930. recuerda vividamente al­ gunos de los detalles de la vida en el campamento americano: «Pero si vi­ víamos en un enclave americano, realmente, y no teníamos relación con los chilenos... El hospital tenía un doctor norteamericano y algunas de las enfermeras eran norteamericanas también. Algunas enfermeras eran jóve­ nes chilenas, pero vivían aparte. Teníamos nuestro propio pequeño lugar de vida, así era como se hacían las cosas en esos días. Qué mal»13. La clara división entre el mundo norteamericano y el mundo del tra­ bajador chileno creó serias tensiones, convirtiéndose en la base de un fuerte nacionalismo entre la población chilena. Las contradicciones de esta política empresarial fueron advertidas tempranamente por autores como Ricardo Latchman. quien describió Chuquicamata en la década de 1920 como un «feudo yanqui», una ciudad privada donde las leyes y au­ toridades chilenas no tenían jurisdicción. Asimismo, en 1926. el periódi­ co La Verdad de Chañara! denunciaba que Polrerillos era un «eslado dentro de un estado», donde no existía libertad de comercio14. Cuarenta años nuis tarde, estos problemas continuaban generando la ira de los vi­ sitantes. En 1964. Sergio Carrasco escribía en El Siglo: «Los yanquis vi­ ven segregados de los trabajadores chilenos en lujosas poblaciones en ambos campamentos. En las puertas de sus lujosos bungalows andinos, muchos con jardines mantenidos a gran costo, estacionan modernos sta-

TRABAJADORES PARA CHUQUICAMATA Y POTRERILLOS oon toda □ rímela. Jorna’.eroi y lertx •altaros para CHUQUICAMATA. Para PVTRKK1LJAJH también >a necesitan coa toda >rfwtd* Jo mala roa. oarpia taras, albaftlle*. mecánicos. torneros, calendaros y fandltorej noIterar. Coat**atoa Individuales conforme i la ley 9. Esta nueva modalidad de la instrucción confirmó la noción existente en la cultura militar de ser parte de una comunidad con un mismo desti­ no: la nación; razón por la cual debía terminarse con el estrecho concep­ to de profesional militar vigente entre las autoridades y la clase política. Este anhelo de modernización económica y social fue el que incidió en que una parte de la oficialidad del Ejército, a pesar de su anticomu­ nismo, no mirara en forma totalmente negativa la llegada al poder de la

LA VIDA EN EL CUARTEL

Unidad Popular y se sumara al programa de transformaciones estructu­ rales que apuntaban hacia el desarrollo. Tal como lo venían haciendo des­ de los años cuarenta, la vida en el cuartel y las labores asignadas a su tra­ bajo con el contingente de reclutas fueron los medios a través de los cuales se integraron al proceso. Por ejemplo, y junto a los miles de jóve­ nes voluntarios que se movilizaron para apoyar las obras públicas, el per­ sonal del Ejercito participó en la denominada «Operación Invierno» de 1971, la que buscó prevenir los efectos dramáticos que cada año produ­ cía esa estación60. Aún en 1972, la vida en el cuartel no implicaba la guerra real. El pa­ ro del gremio de transportistas de octubre de ese año. y la crisis econó­ mica e institucional que provocó, señaló el punto de quiebre, a pesar que hasta agosto de 1973 hubo oficiales demandando a la clase política un acuerdo que evitara el derrumbe. El general Carlos Prats fue la figura em­ blemática de esa generación castrense. Su inmolación profesional en agosto de 1973, cuando renunció a la Comandancia en Jefe del Ejército, señaló el fin de la vida en el cuartel que hemos retratado aquí. Era el oca­ so del oficial del siglo XX. Si una gran mayoría de los oficiales de la generación caracterizada hasta el día de hoy reivindican esta forma de entender la profesión cas­ trense. es decir, una fusión de lo militar y el desarrollo económico-social leí país, hubo sectores del Ejército que consideraron ajena a la verdade­ ra función de la defensa la participación de los uniformados en obras de infraestructura y de bien público. En efecto, la crisis de identidad que afectó a la oficialidad en los años sesenta, en medio de su desvaloriza­ ción a los ojos de la clase política, los gobiernos y la sociedad, reforzó una lectura eminentemente contrainsursente de la Doctrina de Seguridad Nacional, la que se centraba más en la extirpación del peligro comunis­ ta que en el problema del desarrollo. Estos comenzaron a distanciarse de la labor social para enfatizar las tareas defensivas, policiales y represivas que la nueva doctrina les asig­ naba y el gobierno de Frei Montalva les ordenaba cuando los enviaba a resolver conflictos sociales. Estos oficiales fueron envueltos en la pugna política e ideológica de los sesenta, rechazando la evolución política y de movilización social que se vivió a fines de esa década. Se transformaron, poco después, en acé­ rrimos enemigos de la experiencia de la Unidad Popular. Entre ellos, el debate acerca del papel de las Fuerzas Armadas en la sociedad y el sen­ tido de la profesión derivó en un cuestionamiento a la obediencia debida al poder civil y la convicción de que debían tener un papel más activo en la defensa de la seguridad interna, especialmente en lo atingente a la re­ presión del comunismo. Algunos de ellos interpretaron la experiencia en los «campamentos» durante la Unidad Popular, pero especialmente la mi­ sión de allanamiento de locales obreros desde julio de 1973, como ma­ nifestación de la subversión y de la amenaza comunista, y actuaron en consecuencia. El golpe de Estado de 1973 fue el hito que rompió con lo que se ha­ bía entendido como el militar chileno del siglo XX, dando paso a una nueva concepción. Los últimos meses del gobierno de Salvador Allende agotaron el perfil del oficial del siglo XX y delinearon al que se identifi­ caría con la Comandancia en Jefe del general Augusto Pinochet. La vida en el cuartel ya no fue la misma.

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Delegación chilena a los I Juegos Deportivos para Escuelas Militares, en el aeropuerto de Los Cerrillos. Cien Águilas, N° 29. 1963. p. 56.

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Notas 1

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Genaro Arriagada: El pensamiento político de los militares. Santiago. Cisec. 1981. capítulo 1. Morris Janowit y Roger Litte: «Sociology and the Militan' Establishment», citado por Arria­ gada. op. cit.. p.28. Manuel Caslells: La era de la información. Barcelona. Alianza Editorial. 1998. Vol. II: El poder de la identidad. Hernán Millas: La familia militar. Santiago. Planeta. 1999. Verónica Valdivia O. de Z.: La Milicia Republicana. Los civiles en armas. 1932-1936. San­ tiago. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. 1992. Carlos Maldonado: «Entre ci­ vilismo y constitucionalismo formal: las Fuerzas Armadas chilenas en el período 1931 -1938». Santiago. Flacso, Documento de trabajo 55. 1988. Liliana Mahn en Sergio Marras: Confesiones. Santiago. Ornitorrinco. 1988. p. 40. Augusto Varas y Felipe Agüero: El desarrollo doctrinario de las Fuerzas Armadas chilenas. Santiago. Flacso. 1979. Augusto Varas. Felipe Agüero y Fernando Bustainante: Chile, de­ mocracia. Fuerzas Armadas. Santiago. Flacso. 1980. Verónica Valdivia O. de Z: «Marineros. Trabajadores y Soldados. Chile bajo la Depresión. 1931-1932» (inédito). Para entender el mundo de los militares es necesario introducirse en las características pro­ pias de su profesión, pues ellas determinan tanto la forma de entender el mundo como de «ser», sus conductas y costumbres. Samuel Huntington: El soldado y el Estado. Grupo Editor Latinoamericano, 1995. p. 23. Ornar Gutiérrez Valdebenito: Sociología militar. La profesión militar en ¡a sociedad demo­ crática. Santiago. Editorial Universitaria. 2002. Gutiérrez: op. cit., pp. 168-169: Arraigada: op. cit.. pp. 34-35: Huntington: op. cit.. p. 26. En esta parle nos basaremos en Arriagada: op. cit.. pp. 32-34. Gutiérrez: op. cit.. p. 169. Gutiérrez: op. cit.. pp. 191 -192. Huntington: op. cit.. p. 28. Raúl Sohr: Para entender a los militares. Santiago. Ediciones Melquíades. 1989. p. 72. Luis Barros Lazaeta: «La profesionalización del Ejército y su conversión en un sector inno­ vador hacia comienzos del siglo XX». en Luis Ortega (Ed.): La Guerra Civil de 1891. Cien años hoy. Santiago. Universidad de Santiago de Chile. 1993. pp. 49 y ss. Sobre la influen­ cia alemana. Patricio Quiroga y Carlos Maldonado: El prusianismo en las Fuerzas Armadas chilenas. Santiago. Ediciones Documentas. 1988. Mario Vargas Llosa: Pantaleón y las visitadoras. Barcelona. Seix Barral, 1980. p. 289. Liliana Mahn. en Marras, op. cit., p. 39. Arriagada: op. cit.. p. 51. General Alejandro Medina Lois en entrevista con la autora. 25 de enero de 2000. General Ervaldo Rodríguez en entrevista con la autora. 21 de marzo de 2000. TVN. Informe Especial: «Cuando Chile cambió de golpe», cap. II: Los mil días de la Uni­ dad Popular. 12 de agosto de 2003; Chilevisión: Septiembre, cap. IV: ¿Quién es Pinochet?. septiembre de 2003. Coronel José Domingo Ramos A.: Las cartas del coronel. En respuesta a las que nadie le escribió. Santiago. Ediciones Tierra Mía. s/f. p. 15. General Jorge León en entrevista con la autora el 25 de marzo de 1999. Genaro Arriagada: op. cit.. p. 47. Mayor Javier Palacios Ruhmann: «Verdadero significado del juramento a la bandera». Me­ morial del Ejército de Chile, NQ 303. 1961. General Jorge León en entrevista ya citada. Rolando Alvarez el al.: «De Ariosto Herrera al general Viaux: un estudio de los complot mi­ litares en Chile». Seminario de Título. Universidad Blas Cañas, 1995. p. 237. TVN Informe Especial, cap. II. Patricia Lutz: Años de viento sucio. Santiago. Planeta. 1999. pp. 17-18. General Ervaldo Rodríguez en conversación con la autora. 21 de marzo de 2000. Ibídetn. La hija del general Lutz refiere que la graduación de su padre fue festejada con una visita a una conocida casa de tolerancia, «la Maison de Lucy. una casa de remolienda tradicional ubicada en Barroso 640. famosa por la buena atención que se les prodigaba a los uniforma­ dos. Madame Lucy era cincuentona, de modales pulcros, que tenía la virtud de agregar un loque de glamour a las atmósferas interiores, de modo que su libido aparecía en cada deta­ lle del decorado... En sus salones departían sugerentes señoritas de escoles pródigos y labios de corazón que brindaban con los clientes... La anfitriona se vanagloriaba de la condición

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internacional de su negocio que permitía a los oficiales codearse con la gente influyente del país y marinos de diferentes rulas», en Lutz; op. di., p. 31. 35 Mahn: op. di., p. 41. 36 TVN, Informe Especial, op. cit. 37 General Ervaldo Rodríguez en entrevista citada. 38 Sergio Marras: Palabra de soldado. Santiago. Ornitorrinco. 1989. TVN Informe Especial, op. cil. 39 General Jorge León en entrevista citada. 40 Lutz: op. di., p. 73. 41 TVN. Informe Especial, ya citado; Lutz: op. cil.. p. 68. 42 Lutz: op. cil.. pp. 71-72. 43 Ihídem. p. 93. 44 Varas. Bustamante y Agüero; op. cil.: Andrea Ruiz-Ezquide: «Las Fuerzas Armadas duran­ te los gobiernos de Eduardo Freí Montalva y Salvador Allende»; capitán Alejandro Medina Lois: «Seguridad Nacional: un concepto que debe difundirse». Memorial del Ejército de Chi­ le, N° 333. septiembre 1966. 45 General (r) Mario Sepúlveda en entrevista con el dentista político David Pérez en 1999. La autora agradece el préstamo de este material. 46 La primera cita, general Gustavo Leigh. en Marras: Confesiones, p. 123; la segunda, gene­ ral Alejandro Medina Lois. en Marras: Palabra de soldado, p. 58. 47 Gutiérrez: op. cil., p. 172. 48 Coronel Carlos Ossandón en entrex isla con el dentista político David Pérez. La autora agra­ dece el préstamo de este material. 49 Mayor Claudio López: «Las I cierzas Armadas en el Tercer Mundo». Memoria! del Ejército de Chile. N° 356. julio-agosto 1970. 50 Verónica Valdivia O. de Z.: «Las Fuerzas Armadas de Chile y la integración social: una mi­ rada histórica». Mapocho, N° 48. 2000, pp. 295-312. y El golpe después del golpe. Leigh v.v. Pinochet. Chile. 1960-1980. Santiago. LOM Ediciones. 2003, cap. IV. 51 Macarena Muñoz: «Legitimación de las Fuerzas Armadas en el marco de la Doctrina de Se­ guridad Nacional: el servicio militar obligatorio como contenedor de la subversión. 19551973». Tesis. Universidad de Santiago de Chile. 2005. 52 Carlos Maldonado P.: Servido militar en Chile. Del Ejército educador al modelo selectivo. Santiago. Comando de Institutos Militares. Academia de Guerra. 1998. pp. 34-36. 53 Lutz: op. cit.. p. 38. 54 El Mercurio. 4 de octubre de 1973. p. 21. Otros ejemplos en Verónica Valdivia O. de Z.: El golpe después del golpe, pp. 160-161. 55 Editorial «Reclutamiento y su labor cívico-militar». Memorial del Ejército de Chile. N 333. septiembre 1966. p. 19. 56 Respecto del papel social del sen icio militar obligatorio durante la época de la Doctrina de Seguridad Nacional, nos basaremos en la tesis de Macarena Muñoz, ya citada. 57 Sobre las Fuerzas Armadas y el desarrollo véase coronel René González Rojas: «Contribu­ ción económica de las Fuerzas Armadas». Memorial del Ejército de Chile. N° 315. septiem­ bre-octubre de 1963: y Verónica Valdivia O.de El golpe después del golpe, capítulo I. 58 Muñoz: op. cit.. pp. 75-80. Sobre los estanqueros y la modificación de las funciones milita­ res. Verónica Valdivia O. de Z.: «Nacionalismo e ibañismo». Santiago. Serie de Investiga­ ciones. Universidad Blas Cañas. 1995. 59 Según la información de la revista del Estado Mayor del Ejército, en 1966 el Servicio Mili­ tar del Trabajo estaba en funcionamiento en la mayoría de los regimientos del territorio na­ cional. 60 Sobre la relación de las Fuerzas Armadas y el gobierno de Allende véase Verónica Valdivia O. de Z.: «“Todos juntos seremos la historia”: Unidad Popular y Fuerzas Armadas», en Ju­ lio Pinto (Ed.): Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular. LOM Edi­ ciones. 201)5.

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Angustias y esperanzas. La Unidad Popular Patricia Arancibia y Paulina Dittborn

«El dolor, la separación, la sensación de derrota, de pérdida de un inundo, no fueron unilaterales». Jorge Edwards1

Introducción En este artículo intentaremos poner en relación dos aspectos de las experiencias de vida de una persona. Uno. el de su convivencia familiar que se mueve en el ámbito privado, y el otro, el de sus ideas y participa­ ción política que se inserta en la esfera de lo público. En concreto, nos proponemos explorar, desde la perspectiva de la historia de la vida pri­ vada, hasta qué punto una circunstancia política, la Unidad Popular, afec­ tó las relaciones familiares y la cotidianidad de éstas. Para ello, primero, tipificaremos los dos ámbitos objeto de nuestro análisis, y luego, a tra­ vés de testimonios desplegados cronológicamente, procuraremos seguir la progresiva degradación del proceso político que culminó el 1 1 de sep­ tiembre de 1973. En un trabajo de esta naturaleza la memoria juega un papel central y creemos necesario señalar que ella no es un espejo de la realidad, sino más bien un mecanismo de orden psíquico que permite a un individuo actualizar voluntaria o involuntariamente un sinnúmero de hechos, cono­ cimientos, experiencias e impresiones vivenciadas en el pasado. La me­ moria es así «la representación de un hecho o una situación mediante una acción interiorizada en el sujeto»2. Por lo que al recordar, lejos de refle­ jar con exactitud la realidad percibida en su día. la persona lo que hace es resignificar el pasado desde el marco individual de su propio presen­ te. No parece necesario añadir más para dar a entender que los testimo­ nios siempre portan una carga interpretativa. De ahí que su valor para dar cuenta del pasado no pueda ser considerado absoluto y. para que sean una herramienta útil en la búsqueda de la verdad histórica, se les deba poner constantemente en relación con otras fuentes3.

Durante la Unidad Popular, entre las nuevas prácticas que modificaron los hábitos de los chilenos, estuvo la de hacer cola para conseguir alimentos. En esta instancia de convivencia pública se hacían amistades, se cultivaban relaciones sociales y se discutía sobre la realidad nacional, llevando a la calle situaciones propias de la vida privada. Imágenes 1973. Santiago. El Mercurio-Aguilar, 2003. p. 24.

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Jóvenes del 73. Pelos largos y al viento, barbas, cimillos, ponchos y bine jeans formaron parte de la moda, pero también de una forma de expresión política. Imágenes 1973.... p. 52.

También debemos advertir que el tema que nos ocupa es apenas una expresión de un ámbito mucho más amplio y complejo: el proceso de transformación de la sociedad chilena, cuyas manifestaciones más visi­ bles se dejaron sentir a mediados de la década del sesenta cuando, coincidentc con un fenómeno de carácter mundial que puso fin a la sociedad burguesa tradicional sobreviviente de la Revolución Industrial, una ola de rebeldía, de crítica al orden establecido y de efervescencia social irrumpió con fuerza en nuestro país. Los deseos de cambios, una aspira­ ción generalizada porque el agotamiento del proyecto de sociedad enton­ ces vigente era evidente, fueron movilizando a un número cada vez más creciente de ciudadanos que, influidos por el espíritu participativo domi­ nante en este período, quisieron dejar de ser meros espectadores de los acontecimientos para convertirse en protagonistas. En efecto, nuevos ac­ tores, principalmente jóvenes, mujeres y sujetos provenientes del mun­ do poblacional y campesino, se sintieron llamados a integrarse de mane­ ra mucho más comprometida en todo tipo de movimientos sociales, culturales, religiosos y políticos. Por honestidad intelectual debemos hacer otra advertencia. En un sentido diferente a lo anteriormente indicado, este artículo no pasa de ser una aproximación a un tema cuya amplitud justifica una investiga­ ción mucho mayor, la que hasta hoy no se ha emprendido. Nos fue di­ fícil rastrear el material utilizado en este trabajo, especialmente aquel que tiene relación con las angustias y temores de quienes vieron afec­ tadas sus familias a causa de los actos políticos ocurridos bajo el régi­ men de la Unidad Popular. Existe una profusa bibliografía referente a dicho período en tanto fenómeno político, económico y social, pero son escasas las publicaciones en que se recogen, aunque sea marginalmen­ te, los testimonios encaminados a personalizar cómo vivió el común de los chilenos la conflictividad y la incertidumbre de esos años. El miedo individual a la violencia política, el dolor por las pérdidas patrimoniales, el disenso político al interior de algunas familias, el desgarramiento pro­ ducido por la eventual disolución de un estilo de vida que parecía lla­ mado a perdurar, son fracturas íntimas a las que todavía cubre un man­ to de silencio. Contrasta esa omisión con los antecedentes reunidos y los numero­ sos estudios existentes sobre una realidad similar, pero ocurrida durante los años posteriores. Incluso el gobierno se ha preocupado de rescatar y mantener viva esa memoria histórica a través de comisiones oficiales. Queremos decir con todo esto que estamos conscientes de las limitacio­ nes de nuestra labor, pero también que nos entusiasma adentrarnos en te­ rritorio desconocido. Junto con nuestra experiencia personal, hemos recurrido a una diver­ sidad de fuentes bibliográficas, entre las que se cuentan biografías, me­ morias, testimonios, cartas y prensa que, complementadas con entrevis­ tas y libros que tratan el período, han sido la base con que hemos procurado recrear el clima general y el impacto que provocaron en el núcleo familiar los sucesos de ese entonces. Dichas fuentes, como hemos dicho de la memoria, son eminentemente subjetivas y en más de alguna ocasión los relatos que de ellas rescatamos no se ciñen estrictamente a la realidad factual. Para nuestro enfoque, eso no es lo esencial. Lo que ver­ daderamente nos importa es descubrir cómo cada uno de los testigos o protagonistas percibieron esos hechos, cómo los visualizaron y cómo

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afectaron su mundo interno de valores y comportamientos. Por otra par­ te. con la finalidad de mostrar un amplio espectro de experiencias, he­ mos recogido las vivencias de miembros de familias de diversos secto­ res sociales y de diferentes posiciones políticas, con énfasis, eso sí, en el grupo social al que pertenecemos, esto es. familias de clase media ur­ bana y profesional. Por último, más que articular una recopilación de recuerdos, nos sentimos interpretadas con la posición de Miguel Orellana, quien en su libro Alma en pena señala que lo importante es ser capaces de revelar los lazos que nos ofrecen las distintas interpretaciones que surgen de los recuerdos, haciendo «inteligible la posición de un adversario, de un contradictor, e incluso de un enemigo que está políticamente motivado por una visión distinta de la propia»4. Creemos, al igual que él. que lo nuestro, a fin de cuentas, es exponer la diversidad de opiniones y posi­ ciones. «sin la hipocresía de sostener que todas las interpretaciones son igualmente respetables y sólidas, ni la arrogancia de creer que sólo la propia lo es»5. Respecto de los conceptos de familia y política, nos parece que tiene razón Roger Chartier al sostener que «la verdadera esfera de lo privado es la célula familiar. De todos los grupos, ella se convierte en el princi­ pal ámbito, cuando no en el único, en que se deposita la afectividad y se salvaguarda la intimidad»6. Ello se traduce en que, a diferencia de lo que ocurre en las demás estructuras vitales, en el seno familiar las personas valen y son aceptadas por lo que son. en rigor, por ser ellas mismas, y no por lo que piensan, hacen, saben o tienen. La familia, en efecto, es el es­ pacio de convivencia por excelencia, donde convivir, a diferencia de co­ existir. implica aceptar las diferencias, discrepancias y conflictos «pro­ pios de esa operación que consiste en vivir juntos»7. Si la familia constituye el espacio de convivencia por excelencia, el ámbito de la participación política representa su opuesto. Se podría afir­ mar que se trata de realidades que giran en órbitas distintas, aunque tan­ gentes. La familia nos inserta, lo queramos o no. en una cadena que une generaciones. La participación política, en cambio, es eventual y contin­ gente. En la órbita familiar, lo acabamos de señalar, valemos por lo que somos; en la política, según el poder que ostentemos. La familia es un reino privado; la política, en cambio, por definición, es un asunto de «puertas afuera». En consecuencia, en la actividad política, es decir, en la competencia por obtener y conservar el poder, no es otro el alma de la política, rigen códigos de interpretación y normas de conducta perfecta­ mente ajenos, cuando no inaceptables, para las relaciones familiares. Siendo así. ¿por qué afirmamos que se trata de ámbitos tangentes? Porque el ser humano se inserta en la sociedad desde una familia. En efecto, desde una familia nos asomamos al mundo y nuestras aspiracio­ nes sociales, profesionales y políticas están condicionadas —por acepta­ ción o rebeldía— por las ideas y sentimientos que surgen de nuestras pro­ pias familias. Sin embargo, se dice que los hijos se parecen más a su tiempo que a sus padres. Este factor es muy importante para comprender lo que ocu­ rrió en la vida privada de muchas familias durante los años de la Uni­ dad Popular. El afán por cambiarlo lodo —«seamos razonables, pida­ mos lo imposible»— caló profundo en muchos jóvenes que, aunque hoy nos parezca extraño, sintieron el éxito de la Revolución Cubana como

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Fidel Castro en Chile, noviembre de 1971. Su visita y larga estadía acentuó la división política al interior de la sociedad chilena. Qué pasa, Chile bajo la Unidad Popular, N° 4. p. 17.

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un triunfo del espíritu libertario. En ese momento y por primera vez en su historia, una parte significativa de la población chilena creyó que la posibilidad de hacer la revolución era real. Pero otra parte de ella, igual de significativa, le temió, convencida que significaba no sólo una ame­ naza real al modo de vida que conocían y apreciaban, sino también que se trataba de una opción que los convertiría en instrumentos de un régi­ men totalitario. Ciertamente que la división familiar con motivo de una crisis polí­ tico-social mayor no es algo inusual. Es casi la regla común en la his­ toria. Algunos ejemplos de la historia mundial reciente. La Guerra Ci­ vil en España separó familias y amistades, transformando el cariño a veces en odio profundo; en otras, con todo, el vínculo subsistió o se re­ compuso después de terminada la contienda. La historiografía y la no­ vela así lo muestran. En Chile, crisis mayores también han dividido fa­ milias y amigos. En las guerras de la independencia tenemos, por ejemplo, el caso de Javiera Carrera, que abandonó esposo e hijos para partir a Mendoza con sus hermanos8. En la Guerra Civil de 1891, el fe­ nómeno se dio en mayor medida. Incluso la dictadura de Ibáñez, aun­ que fue relativamente suave en comparación con otras, causó hondas divisiones y profundos odios9.

La elección de 1970 Por los antecedentes disponibles, nos inclinamos a aceptar como premisa que, salvo excepciones, en la crisis chilena de 1970-1973, años previos y siguientes, las familias, por lo general, no se quebraron prin­ cipalmente por motivos políticos, a pesar de la creciente polarización del país. Algo que debe conjugarse con los testimonios que hemos reu­ nido, los que nos indican que «la Unidad Popular quizás se vivió no só­ lo en dos formas, sino con múltiples raciocinios, percepciones y sensi­ bilidades. Desde dos bandos, pero entrecruzados éstos por infinitas relaciones, vínculos, historias personales, y familia - divididas, por mo­ tivos muy diferentes»10. Partiremos nuestro análisis describiendo las vivencias de un par de jóvenes adolescentes, miembros de familias de padres profesionales, quie­ nes rememoran el día de la elección presidencial de 1970 desde una mi­ rada neutra, de meros observadores de una realidad de la cual todavía no participan. Los recuerdos de Miguel se remontan a la mañana del 4 de septiem­ bre, cuando una pareja de amigos de sus padres, los Bronfman, pasan a buscarlos para ir a votar al Estadio Nacional en un reluciente Impala con­ ducido por un chofer. «En el Chile antiguo —escribe—. los amigos iban a votar juntos, aunque fueran a votar distinto. En el espacioso automó­ vil yanqui iban las dos parejas. Los Bronfman, por supuesto, eran “mo­ mios”, es decir de derecha. Para la “tía" Margot, probablemente como para tantos judíos que habían llegado como refugiados a causa de la Se­ gunda Guerra Mundial a Chile, no había man diferencia entre los comunistas y los nazis. Ellos tenían grandes esperanzas en el triunfo de “El Paleta”, como cariñosamente llamaban a don Jorge sus partidarios. Eduardo, el chofer, votaba por Tomic. En una época de revoluciones, ni siquiera un chofer de gerentes corría el riesgo de ser demasiado “apa­

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tronado*'... Mis padres, por supuesto, votaban por Allende. También eso era sabido en el auto. Todos sabían por quién votaban los demás. El re­ sultado final, un virtual empate entre Alessandri y Allende, con el democratacristiano en un tercer lugar, reflejó fielmente la realidad elec­ toral del automóvil en el cual mis padres y sus amigos se trasladaron para volar aquel día»1 ’. Paulina, por su parte, no recuerda con exactitud esa jornada, pero sí que su papá —un psiquiatra que trabajaba en la Universidad de Chile— era bastante escéptico de la política. «Él votó por Alessandri. pero más que por creer en el proyecto que éste ofrecía, lo hizo porque lo conocía por motivos profesionales. Mi mamá, que era asistente social y se había retirado del Partido Comunista, cuando se enteró de los crímenes come­ tidos por el régimen de Stalin. compartía con mi papá los recelos hacia la política contingente, pero fiel a sus convicciones más íntimas, votó por Allende como lo había hecho en las tres oportunidades anteriores en que fue candidato. Las divergencias que podían tener en el plano políti­ co nunca fueron motivo de conflicto. En mi casa se conversaba y discu­ tía respetando las ideas de los demás, sin que ninguno intentara impo­ ner sus puntos de vista sobre el otro ni influir en las posiciones que yo o mi hermano pudiéramos tener. Tengo la percepción que en el ambien­ te que yo me movía, la política no era concebida como algo demasiado importante. Los intereses y preocupaciones en mi casa y en la de mis amigos no iban por esc lado, y aunque mirado en retrospectiva eso pue­ da parecer extraño, tengo la sensación que, por lo menos en mi círculo, la elección de ese año no fue vivida como un acontecimiento dramático ni mucho menos»12. Más allá de mostrar que en la esfera privada de estas familias las di­ ferencias políticas eran perfectamente naturales y no complicaban ma-

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Bajo el sol o la lluvia, la población se habituó a hacer largas colas para conseguir, por ejemplo, sus cigarros Hilton. pan o carne. Imágenes 1973..., p. 25.

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El enano maldito del diario Puro Chile. La violencia verbal, con amenazas de diversa índole, contribuyó a deteriorar la convivencia nacional.

yormente las relaciones inlerpersonales entre sus miembros y grupos cer­ canos. llama la atención la tranquilidad con que se observaba el momen­ to político. Detrás de esa calma parecía predominar la observación for­ mulada entonces por el sociólogo Pablo Huneeus: «Es absurdo temer un estallido revolucionario, este es un país tranquilo donde nunca pasa na­ da. No ha habido guerras este siglo y los conflictos sociales se han ido resolviendo por medio de mecanismos democráticos como la libre dis­ cusión, el movimiento laboral y la renovación periódica de la autoridad. El respeto a la persona humana, la tradición democrática y el clima frío en las noches, son elementos que conforman el buen sentido del chileno, reacio siempre a los excesos tropicales»13. Esta impresión, que dominaba al interior de muchas familias chile­ nas. contrastaba sin embargo con la sensación que trasmitían los medios de comunicación de la época: para ellos, Chile vivía en un ambiente de fuerte agitación política y polarización partidaria. Las encendidas decla­ raciones y discursos de los dirigentes políticos de todas las tendencias presentaron la elección de 1970 como algo crucial. No se trataba sola­ mente de elegir un nuevo gobierno, sino de la posibilidad que se produ­ jera un cambio radical de régimen político, con todas las consecuencias que ello conllevaba. Pero no siempre el caso era como el descrito. La conciencia de que Chile se enfrentaba a una disyuntiva más bien trágica, sí estuvo presen­ te en la familia de Francisco, cuyo padre, oficial de Ejército en retiro y que desde hacía doce años trabajaba como ingeniero en El Teniente, es­ taba convencido que el triunfo de Allende llevaría a Chile al despeñade­ ro. «Yo era el mayor de siete hermanos, estaba estudiando Derecho en la Universidad de Chile y conversaba mucho con mi papá sobre el momen­ to político que estábamos viviendo. Pese a que no militaba en ningún par­ tido y no le interesaba hacerlo, tenía claridad sobre las consecuencias que tendría para nuestro país caer en la órbita soviética. Mi padre temía que nosotros creciéramos en un ambiente totalitario, sin posibilidades de des­ arrollo personal ni profesional. No confiaba para nada en la “vía chilena al socialismo** y veía a Allende como un títere de quienes estaban dis­ puestos a llevar adelante la revolución a cualquier precio. Votó por Ales­ sandri. pero lo hizo sin ninguna ilusión. Le parecía que el hecho mismo que él hubiera sido el candidato de la derecha ya era una derrota, porque creía que no tenía la energía necesaria para luchar contra las fuerzas de la izquierda y vencerlas. Mi mamá seguía sus aguas. Ya él se había dis­ tanciado de su cuñado —también oficial de Ejército, pero en servicio ac­ tivo—. que había avalado la “revolución en libertad" de Freí —pensa­ ba— sin entender que era la antesala del comunismo»14. El escepticismo en relación a la candidatura de Alessandri no fue sin embargo la tónica general. Días antes de la elección, El Mercurio había publicado los resultados de una encuesta que le daban a don Jorge más del 40% de las preferencias. «Por eso —relata Pablo—, en el barrio alto no cabía duda del triunfo aplastante de su candidato. Por las amplias ave­ nidas bordadas de plátanos orientales, que se extienden desde la plaza Baquedano hacia arriba, se respiraba ese mismo aire de superioridad de las haciendas en domingo, cuando la familia patronal se sienta en los es­ caños del parque a tomar café y coñac Napoleón para bajar el almuerzo de bife, tournedos y torta de chocolate. En los balcones de los edificios de departamentos, donde colgaban enormes lienzos de “Alessandri Pre­

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sidente", se habían formado animados grupos de elegantes damas, nue­ ras tan dijes y maridos encantadores para celebrar todos la victoria de las cosas en su lugar... En los jardines de las mansiones, nietos rubios con zapatitos de charol corrían felices sobre el pasto. Por Providencia, jóve­ nes en jeans Lee y casacas de gamuza se aprestaban a iniciar marchas triunfales en autos de papá, mientras el departamento de Juan Eduardo S.. a un costado de la iglesia de Nuestra Señora de los Angeles, hacia el lado del Club de Golf, levantan un balde de plata con una botella de champaña adentro para invitar a la celebración»l?. Sólo al final del día de la elección, cuando los cómputos comenza­ ron a dar ventaja a Allende, se empezó lentamente a decantar lo suce­ dido. Los partidarios de la Unidad Popular no se convencían de lo que estaba ocurriendo. Recién a las diez y media de la noche se comenza­ ron a organizar espontáneamente las primeras marchas para celebrar un inesperado triunfo. Familias completas salieron a la calle, «pero no son desfiles puño en alto, ni las amenazantes hachas del Partido Socialista; se parecían más bien a las manifestaciones callejeras cuando gana el Colo-Colo. Había algo de sorpresa en esos rostros, como si no la hu­ bieran esperado»16. En la casa de Miguel hubo celebración: «llegaba gente a cada rato. En la salila de la TV varios invitados todavía repasaban los últimos cóm­ putos y en el salón de la entrada alguien tocaba la guitarra: tres o cuatro hombres de negocios (como se llamaba en el Chile antiguo a los empre­ sarios) conversaban animadamente con artistas, abogados y periodistas de izquierda. Las puertas del comedor estaban abiertas y en torno a la mesa estaban sentados los parientes y un puñado de compañeros de uni­ versidad de Raúl, mi medio hermano mayor... Recuerdo a Augusto Oli­ vares. el “Perro” Olivares, sentado en el sofá verde preguntándole al Ne­ gro Jonquera: “Oye, ¿pero tú entendís lo que pasó?". A lo cual éste respondió: “Claro que me doy cuenta, ganamos". Para Olivares, sin em­ bargo. eso no era lo más significativo: “No. huevón. ¡Los guatones de la PP (Policía Política) son nuestros ahora!"»17. Mientras la Alameda se llenaba de gente. Guillermo, también perio­ dista de izquierda, recuerda como en la televisión —todavía en blanco y negro— «se veía desfilar como en un funeral los rostros desencajados de presentadores y entrevistados, casi lodos conservadores, gente a la cual se le estaba desmoronando algo, lo que debo confesar era agradable de ver. No es que sea uno resentido, lo que ocurre es que la soberbia de los poderosos ha sido tan intensa y tan despreocupada en Chile, han despre­ ciado de tan asquerosa manera al prójimo, se han inventado un país tan sumamente injusto y cerrado, que verlos sufrir un ralo por la lele provo­ caba un curioso alivio... Así era el ambiente, y en el canal universitario laico la voz afónica, entusiasta, enardecida, delirante del Negro Jorquera cantaba el triunfo de los populares... que por fin, mierda, después de tantos y tantos años de lucha habían logrado imponer a su candidato pre­ sidencial en las urnas»18. El entusiasmo contagió a muchos. «El recuerdo es preciso porque la noche del triunfo, como la llamaron los Costa, los líos pasaron a recoger a mis padres para llevarlos a dar una vuelta a la Alameda. A pesar de las dudas revolucionarias que habían manifestado durante la campaña, final­ mente ellos también se sumaron al festejo y Cacho y Toña se quedaron a dormir en nuestra casa. No creo que los tíos y mis padres hayan vuelto a

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La juventud, en medio de la crisis, se divertía y disfrutaba de fiestas y bailes. Imágenes 1973..., p. 59.

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salir juntos a ninguna parte, aunque todavía en ese tiempo un espíritu co­ mún parecía reunir a las dos familias en torno a la ¡dea del progreso ser­ vida en la mesa»19.

La angustia de los derrotados Pero ¡unto con la explicable alegría de los partidarios de la Unidad Popular frente a una votación que posibilitaba que. por primera vez. pu­ diera llegar al gobierno por la vía democrática un presidente marxista, comenzaron a aparecer en muchos de ellos los primeros rasgos de una irritación largamente contenida. No sólo Guillermo confiesa sus senti­ mientos más íntimos, sino que también Mónica, una mujer culta y edu­ cada. señora de un conocido rector universitario de la época: «Cuando sé del triunfo de Allende me pongo eufórica. Los llantos de ciertos familia­ res y el terror que reina en la clase alta —aquella que me ha criado y da­ do a luz— me dejan indiferente. Me lanzo a las calles a celebrar, junto a mis hijos y compañeros de teatro, este éxito inesperado y por tanto tiem­ po anhelado. Mientras las alamedas esa noche se llenan de millares de entusiastas partidarios aplaudiendo el triunfo, los contrarios, encerrados en sus casas, preparan apresuradamente sus maletas para huir de “este país que amenaza sus vidas y confiscará sus bienes”»-0. En efecto, un sentimiento de incertidumbre y temor se hizo sentir en un sinnúmero de familias que recién comenzaron a tomar conciencia de lo que podría venir. «Comimos alcachofas en vinagreta, mirando calla­ dos el televisor... Delia está de nueve meses, para cualquier día... ¿Nos quitarán la casa si sale Allende? ¿Habrá que emigrar? ¿Será esto una re­ volución? En Cuba, a los profesionales y empresarios independientes los apodaron “gusanos**, les hicieron la vida imposible y tuvieron que irse con lo puesto. En cuanto termina esta lúgubre cena, se para a arropar a los niños, que duermen plácidamente en la pieza del lado sin tener idea de lo que se viene encima. Pongo el televisor a los pies de la cama, cie­ rro los postigos y aseguro con candado el portón de la calle... A las tres de la madrugada aparece el ministro del Interior, doctor Patricio Rojas, con el boletín final. ¡Ganó Allende! Obtuvo 1.070.334 votos (36.2%), contra 1.031.159 (34.9%) de Alessandri y 821.801 (27.8%) de Tomic. Suena el teléfono, es mi mamá, asustada y llorosa... cuando colgué el te­ léfono me lijé que también a la madre de mis hijos le corrían gruesos la­ grimones bajo los anteojos... Llamamos a los suegros, temiendo que es­ tén dormidos, pero están muy despiertos. La señora Marita también llora. ¡Qué horror, niños!»21. En la casa de Carmen, señora de un senador del Partido Nacional, se vivió también el drama. «Fue tremendo, porque estaba convencida en mi fuero interno de que iba a salir Alessandri. Creo que nadie en el Partido Nacional pensaba distinto, sabíamos que el resultado podía ser estrecho pero nunca que perderíamos. El comeo fue voto a voto y la tensión nos comía por dentro y por fuera, la mayoría de la gente del partido estaba en el comando o en sus casas colgada de la televisión. Cuando supe el re­ sultado me dio taquicardia, pánico y una pena horrible: mucha gente nuestra se tomaba la cabeza a dos manos y decía: “¡qué vamos a hacer, qué vamos a hacer!”. En ese momento me di cuenta de que vendrían tiempos muy ¡muy difíciles!»22.

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Francisco, a su vez, había sido testigo en Rancagua del ambiente de completa desolación que se vivió esa noche en el comando de Alessan­ dri. «Me volví caminando a mi casa, no había nadie en las calles y re­ tumbaba en mis oídos el comentario que me había hecho un amigo, com­ pañero de universidad y que había tenido un papel muy activo en la campaña: “Pancho, estamos fregados: para qué vamos a seguir estudian­ do Leyes”. Claro, ¡qué sentido tenía ser abogado en un sistema donde el Derecho está al servicio del Partido Comunista! La verdad es que has­ ta ese momento yo no había pensado en que los proyectos que abrigaba para mi futuro estaban amenazados. Llegué preocupado a mi casa, con ganas de conversar... pero no había ánimo de nada, sólo de irse a dor­ mir...»23. Y es que. como dice Alvaro, sólo «cuando gana Allende hay gente que de repente despierta y dice ¡pero cómo, si es marxista!, y la Revolución Cubana y todo eso»24. Tal como señala la ya citada Mónica. al día siguiente de la elección, muchas familias comenzaron a hacer sus maletas para irse fuera del país. La desazón y el miedo a lo que vendría lomó los ánimos de mu­ chos padres de familia, más aún cuando ya se escuchaban las primeras voces que la revolución se radicalizaría y que no habría vuelta atrás. En varios de ellos resonaban los discursos agresivos de militantes del Par(ido Socialista, del MAPU y del MIR. que creían en la inevitabilidad y legitimidad de la violencia revolucionaria, en la necesidad de destruir el aparato burocrático y militar del Estado burgués para consolidar la revolución socialista, y en el enfrentamiento mediante todas las formas de lucha, incluso armada, para frenar la reacción de la burguesía y el imperialismo . El testimonio de Joaquín es un buen ejemplo del sentimiento que em­ bargaba a sus padres y a otras familias que. como la de él. estaban tra­ dicionalmente vinculados a la tierra y al mundo empresarial. «En mis primeros once años de vida no recuerdo ninguna despertada antes de la del 5 de septiembre de 1970. Llega mi padre a la pieza, nos despierta y nos dice: “ganó Allende". No quedaba ninguna duda, se había quedado hasta tarde, hasta los últimos cómputos. La mirada se me fue a la puer­ ta del clóset. a los papelitos pegables con un A y una V unidas, que de­ cían “Alessandri Volverá". “No más chivas. Alessandri", y otras frases más que coleccionábamos como objetos de triunfo. De repente, todos esos cartelitos de colores se habían quedado sin sentido. Eran un peda­ zo de papel que ensuciaba el clóset... Pasan unos días y llega otra ma­ ñana. Nos llaman a los cuatro hermanos al living. porque había que con­ versar una cosa. No dura mucho. Con voz tranquila, los papás nos dicen que. a pesar de nuestra edad (II. 10, 8 y 6), sabemos lo que es el mar­ xismo y lo que significa que Chile vaya a ser un país comunista. Exis­ ten dos posibilidades. La primera es quedarse aquí y dar la pelea, la mis­ ma pelea que venimos dando en el campo durante los últimos años con las lomas, las expropiaciones y los demás desbarajustes que desde hace tiempo componen nuestra existencia. Además, el marxismo no tiene vuelta, una vez que llega a una parte no se va nunca más. La otra posi­ bilidad es irse a Argentina, pero eso significa abandonar lo que más que­ remos. y no dar la pelea aquí»26. Esta última opción, que fue la que en definitiva tomó el padre de Jo­ aquín, ocurrió también en otros hogares, como el de María Paz: «En septiembre de 1970. nuestra vida familiar experimentó un vuelco ines-

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Las manifestaciones cotidianas, con la consiguiente represión policial, las carreras y el gas lacrimógeno, contribuyeron a acrecentar el clima de violencia nacional, Imágenes 1973.... pp. 98. 99 y 100.

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La Reforma Agraria, que agitó el campo provocando una gran efervescencia social, significó enfrentar una realidad que mostraba el 73% de las tierras productivas en manos del 2.3% de la población. Qué Pasa, edición especial. Chile siglo XX. Historia y personajes de un país adolescente. Santiago. 1999, p. 197.

petado. Yo tenía veintidós años, era la menor de cuatro hermanos y era la única que todavía vivía con mis padres. Mi papá, que conocía la his­ toria y sabía lo que pasaba en los países comunistas, entró en pánico y partió con nosotros a Buenos Aires. Todo fue distinto de ahí en adelan­ te porque nos separamos del resto de la familia, lo que siempre es du­ ro y doloroso»27. Lo mismo sucedió en la familia de Esperanza. «Yo recuerdo ese tiempo con mucho dolor, pues mi familia se disgregó. Una hermana recién casada y que le tenía mucho miedo al comunismo se fue a vivir a Colombia, como también lo hicieron muchos amigos míos que me escribían diciendo lo difícil que era adaptarse a la vida en otros países. A través de las cartas nos enterábamos de sus penas y a la vez nosotros les contábamos lo que era vivir con la constante duda de no saber qué pasaría al día siguiente»28. El caso de Clementina, hermana del cardenal Raúl Silva Henríquez, es uno más de tantos: «El mismo día y a la misma hora que asumió Allende decidí partir a vivir a Aus­ tralia. La decisión la lomé porque tres de mis hijos me contaron que ha­ bían resuello irse del país. Les pedí que se pusieran de acuerdo y que todos se fueran al mismo lugar y que yo los acompañara. |...| Existían los más tristes presagios. Muchos conocidos partieron a Argentina, otros a Canadá, pero el país que más facilidades ofrecía era Australia... Fue terrible dejar la patria; a pesar de que íbamos muy ilusionados, sabía­ mos que comenzaríamos de cero. Dejaba también a dos hijos acá. y eso me daba pena»29. La misma decisión de partir lomó Eduardo: «Al día siguiente de la “victoria”, un individuo se dedicó a pasear frente a nues­ tra casa. Mi señora no le quitaba el ojo. A los dos o tres días se puso nerviosa y. coincidentemente. dos amigos argentinos aparecieron para convidarnos al país vecino mientras se aquietaban las aguas. Ese mis­ mo día la familia, sin mí. atravesó la cordillera en el auto de María Eu­ genia, escoltado por nuestros amigos. Se suponía que nos reuniríamos en Mendoza antes del 3 de noviembre, fecha de la transmisión del man­ do. El éxodo había comenzado. Ante el peligro del advenimiento de un régimen comunista, muchos empezaron a vender sus propiedades para contar con algunos dólares de reserva. Otros lo vendieron todo y se fue­ ron del país. Cuando los vendedores son muchos y ios compradores po­ cos, las cosas pierden su valor. Una fortuna de un millón de dólares, de un día para otro se había reducido a 50 mil. Era tal el derrumbe de los precios que más de un argentino se compró un departamento amobla­ do en la avenida Perú de Viña del Mar por mil dólares. El primer mila­ gro de Allende fue rebajar el precio de Chile a la veinteava parte»30. Pese a que el miedo y la desesperanza se esparcieron por doquier, la gran mayoría de los opositores optó por quedarse. Los más activis­ tas. para dar una lucha frontal e inmediata; otros, en espera de resolver, según cómo se manifestaría la anunciada revolución, y la generalidad, porque no sólo no tenían recursos económicos, también por la esperan­ za que, después de todo, no pasaría mucho. Jamás se habían planteado la idea de abandonar patria y familia. Roberto, oficial de Marina en re­ tiro y ejecutivo de una empresa del grupo Edwards, reconoce que se planteó la posibilidad de partir: «A los cincuenta años y con seis hijos me pareció imposible. Igual consideré un deber preguntárselo a mi mu­ jer. quien simplemente me contestó: “¿Tú estás loco? Yo me quedo anuí hasta que me muera y quiero que me entierren al lado de mi hijo"»-’. Leonardo, ingeniero agrónomo, cuenta por su parte que «nunca pensa­

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mos en irnos del país. De hecho, lodos nuestros hermanos permanecie­ ron aquí. Decidimos quedarnos, conscientes que nos estaba locando vi­ vir uno de los momentos más difíciles de nuestras vidas, pero que no teníamos otra alternativa que afrontarlo»32. Similar fue la actitud que tomó la familia de Victoria: «Yo recuerdo con mucho dolor cuando Allende llegó a La Moneda. Hoy en día es fácil pensar que la situación no era tan tremenda porque no existe la Unión Soviética ni hay muro de Berlín. Salvo Cuba, la mayoría de los países salieron del comunis­ mo, pero en esa época no existía en ninguna parle un país que cayendo en ese régimen hubiera podido salir de él. Así y lodo, nos quedamos aquí para luchar activamente contra Allende, porque él no era un socia­ lista al estilo de hoy, sino un socialista marxista que buscaba implantar una Cuba en Chile»33. Las sensaciones de Hernán, un reconocido crítico literario de la épo­ ca. son impresionantes por su fidelidad para mostrar la realidad de los derrotados. «Hace ya más de un mes que vivimos una novela de sus­ penso. un día temiendo lo peor, otro día con leves esperanzas, las jus­ tas para que al día siguiente se renueve la pesadilla. Siento como si hu­ biera cambiado lodo, hasta la cordillera, me siento en Chile como extranjero en un país hostil, rodeado de acechanzas y peligros. Todos los que podían han escapado ya de la catástrofe y los que permanecen forzados están enfermos y no se oyen sino lamentaciones siniestras. Se ha producido ya la sublevación de los espíritus, si es que el populacho lo tiene, y no se puede confiar en nadie ni en nada. Pensar que con el muro de Berlín a la vista, y a pesar del discurso de Fidel Castro, que la mayoría haya volado por el comunismo, constituye un certificado de estupidez nacional tal que la palabra patria ya no tiene sentido, es otro mundo, otra atmósfera. La hora más terrible es la del despertar y vol­ ver a convencerse que somos un país comunista, que habrá que some­ terse. resignarse y adaptarse al más aborrecido de los regímenes, a una especie de cárcel»34. Los dos meses que transcurrieron entre la elección y la asunción de Allende al poder estuvieron marcados por un sinnúmero de aconteci­ mientos políticos, de los cuales ya no era posible sustraerse. «En mi familia», recuerda Patricia, «la política, que hasta entonces no ocupa­ ba un lugar central en las conversaciones de sobremesa, comenzó a ser lema diario. Mi mamá vivía pegada a la radio y la hora de noticias pa­ só a ser sagrada. Así nos enteramos que la Democracia Cristiana tenía la llave que podía abrir o cerrar la puerta para que Allende llegara a La Moneda, escuchamos el llamado “discurso del terror" del ministro de Hacienda de Freí, conocimos de la firma del Estatuto de Garantías Constitucionales, oímos los rumores de un golpe y supimos del aten­ tado y muerte del general Schneider. De ahí en adelante nada sería igual para nosotros. Mi hermano mayor, estudiante de Ingeniería de la Católica que formaba parle de un grupo de jóvenes nacionalistas que se oponía a que Allende asumiera, fue indirectamente involucrado en esa operación, y si bien posteriormente fue sobreseído de cualquier res­ ponsabilidad en ese acto, mi familia sufrió el hostigamiento y perse­ cución de la Policía Política, que no trepidó en allanar nuestra casa, amenazar a mis padres si no decían dónde estaba mi hermano y I i nalmente. en una acción totalmente arbitraria, lomar preso a mi papá. Vi­ vimos días terribles, más aún cuando comenzamos a recibir llamadas

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Los partidarios de la Unidad Popular también se expresaron en las calles. Las frases en los improvisados carteles muestran la polarización existente. Imágenes 1973.... p. 1 12.

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telefónicas anónimas amenazando que iban a secuestrar a alguno de nosotros. Ahí. mi hermana mayor, que era simpatizante del MAPU, de­ jó de lado cualquier diferencia política y se trasladó con nosotros a la casa de mis abuelos en Viña, recibiendo para ello la ayuda de varios de sus amigos que en una caravana de autos nos protegieron durante lo­ do el trayecto»3"*. Más que el 4 de septiembre fue el 22 de octubre, fecha del atentado al comandante en jefe del Ejército, el hilo que hizo despertar de su in­ genuidad, inocencia o ignorancia a gran parte de las familias chilenas, que a partir de ese momento comprendieron que algo se había quebra­ do al interior del alma de Chile. «Fue un sensor inconsciente, el sexto sentido del yo social, la premonición secreta del destino colectivo, que nos hizo a todos percibir en ese instante el espanto que se avecinaba»36. Ya el padre de Francisco había recibido como un latigazo que a pri­ mera hora del 5 de septiembre el mineral El Teniente amaneciera sin su plana mayor: en la noche los ejecutivos norteamericanos habían sido retirados de sus hogares por personal de su embajada. El anuncio de quienes les reemplazarían no dejaba lugar a dudas del futuro que espe­ raba a la más importante de las empresas chilenas: militantes socialis­ tas y comunistas totalmente ajenos a la actividad minera pasaban a ser los responsables del mineral, y era obvio que. tarde o temprano, él per­ dería su fuente de trabajo. No militaba ni tenía simpatía alguna por la izquierda y no lo disimulaba. Pero, recuerda su hijo, lo que terminó de anonadarlo fue el asesinato de Schneider, su antiguo capitán en la Es­ cuela Militar. «Estaba claro que de aquí en adelante la política no sólo afectaría a su trabajo y a su familia, sino que iba a ser necesario lomar posiciones. Cuando le conté que en la Escuela de Derecho el profesor Pablo Rodríguez había convocado a sus alumnos para hablarles de la gravedad del momento, de lo que verdaderamente estaba en juego, y le dije que me integraría al movimiento que se estaba gestando, me miró seriamente, asintió y me dio un abrazo. Yo me emocioné porque él no era de ese tipo de gestos y me sentí más comprometido aún»3'.

El entusiasmo de los vencedores Muy diferentes fueron los sentimientos y sensaciones que se vivie­ ron en el otro lado del espectro político. El entusiasmo y los deseos de incorporarse al proceso revolucionario y a la lucha contra los «fascis­ tas» renació con fuerza en muchos hombres como Fernando, quien, sin­ tiéndose un «momio tránsfuga», no hallaba las horas de trabajar por la causa: «Comienzo a escribirte con enorme dificultad, ya que como su­ pondrás estoy sumido en el caldo mismo de la “revolución" y todo su­ cede con tal rapidez y fuerza, que aunque no haga nada concreto me siento presionado interiormente y no logro la tranquilidad para sentar­ me a repasar los hechos, las sensaciones, y mucho menos para tratar de resumirlos, de comentarlos. He estado, estoy, feliz, ya que presiento que luego podré incorporarme emocional e intelectualmente al tremen­ do proceso de cambios que se anuncia. Pero mientras no logre romper con la rutina del pasado, mientras no esté trabajando exclusivamente para ayudar al proceso, no podré ser feliz y estaré muy angustiado. Han sido tantos los años de estar junto a la izquierda, junto a los comunis­

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tas. y de pronto, cuando menos lo esperas, “se vota por la revolución". Qué de cosas: los momios fugados, los que vuelven, los que complotan. y lo peor es que uno los conoce, ¿tú y yo somos momios tránsfu­ gas, no? Ahora hay que aprender a olvidarse que existen»38. En el mundo de izquierda primaba la esperanza. Miguel, un obrero de la industria Mademsa en Santiago, cuenta que su gran anhelo era «que el gobierno sacara al pueblo, a mis hermanos de clase, del sufri­ miento. de la gran miseria y de la gran ignorancia. Yo recién venia rom­ piendo el cascarón de la ignorancia en aquel momento. Eran mis gran­ des sueños desarrollar grandes fuentes de trabajo, pero también con escuelas de artes, de educación. Chile debía llenarse de libros, debía encenderse una llama que iluminara todas las conciencias oscuras que no eran capaces de entender una serie de situaciones. Creía en eso con mucha, mucha fuerza»'9. Para Mauro, dirigente obrero, cuyo padre hacía fletes con una ca­ rretela tirada por un caballo y cuya madre era lavandera, el gobierno de la Unidad Popular significaba «igualdad en lodo, que lodos tuvieran los mismos derechos, a la comida, habitación, salud, a tener una casita, aunque fuera de mala calidad, pero una casita... Por lo menos tener al­ go, tener la comida segura, no esa lucha diaria por la comida, y poder dedicarme a otras cosas... No estar lodo el día pensando que mis hijos necesitan eslo y esto otro. Está uno lodo el día pensando en la salud de la familia, la falla de comida, en los estudios, uno quiere tener una me­ jor familia que a la cual perteneció. Yo estuve en una familia de doce hermanos y supe lo que era la miseria, yo no quería que mis hijos su­ frieran lo mismo, por eso sólo tuve dos. me racioné yo mismo... Yo es­ peraba eso del gobierno un reconocimiento de la clase trabajadora»40. Víctor, militante del Partido Comunista, con más conciencia políti­ ca, cuenta que «sabía que la derecha se nos iba a oponer, pero por de­ formación intelectual pensaba que al darse vuelta la tortilla la derecha iba a usar los mismos mecanismos que nosotros usábamos cuando éra­ mos oposición... Así como ellos nos habían tolerado durante años de vida, yo pensaba que ahora sería al revés, que ellos nos atacarían pero sin llegar a los extremos. Yo creía que se mantendría el diálogo, sin pe­ ñascazos ni balazos»41.

La polarización del país ¿Pero era eso posible? Desde el primer momento, la violencia físi­ ca y verbal contra instituciones y personas adquirió una virulencia des­ conocida. envenenando la convivencia y radicalizando las posiciones. Las descalificaciones y las consignas injuriosas se reproducían en la prensa, se gritaban en las manifestaciones, se cantaban en las peñas y se extendieron a los hogares. Los primeros en ser denostados fueron los que habían decidido emigrar. Inolvidable fue el estribillo de una canción, que ya en la primera hora fue popularizada por los Quilapayún y que decía: «Por el paso de Uspallata. qué barbaridad/ el momiaje ya se escapa, qué felicidad/ Uspallata. hacen nata/ que se vayan y no vuelvan nunca más». Le siguieron muchas otras, quedando en la memoria de muchos, por lo pegajosa, aquella cantada por el mismo grupo musical, que expresaba en su letra con clara agresividad: «los

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Marcha de estudiantes universitarios. En un clima cada vez más polarizado, pocos permanecieron indiferentes a la lucha política que vivía el país, uno de cuyos escenarios privileuiados fue la calle. Imágenes I973...,p. 103.

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Diciembre de 1971. Protesta femenina contra el ministro del Interior. José Tohá. En un clima polarizado que obligó a lomar posiciones a todos los sectores, las mujeres de clase media y alta protagonizaron manifestaciones contra el gobierno de la UP de gran impacto mediático. Manuel Salazar, Chile 1970-1973. Santiago. Editorial Sudamericana, p. 177.

señores de la mina/ han comprado una romana/ para pesar el dinero/ que toditas las semanas/ le roban al pobre obrero... que la tortilla se vuelva/ que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda». Las re­ ferencias a los miembros de la Corte Suprema como «viejos cabrones, alcahuetes y Celestinos», y los ataques a empresarios, dueños de tierras y políticos de oposición recrudecieron42. En abril de 1971, el ex mi­ nistro del Interior de Freí. Edmundo Pérez Zújovic, pasó a ser blanco predilecto de la prensa de izquierda. Más tarde, se «pintan letreros en su contra en las paredes, se distribuyen panfletos y en una jornada cul­ tural del Colegio Saint George, el cantante Víctor Jara entona una can­ ción en la cual se le menciona como “asesino", todo delante de uno de sus hijos que estudiaba ahí. Provocado por este insulto a su padre, el niño Pérez se para, va al proscenio y le pega un puñete en la quijada al cantante»43. Por esos mismos días, Radomiro Tomic le había escrito una intere­ sante carta a Allende, donde le hacía ver que las «palabras sacan pala­ bras y puñetes sacan puñetes», advirtiéndole sobre «la política secta­ ria. excluyeme y prepotente de la Unidad Popular»44. Dicha advertencia cayó sin embargo en el vacío. Menos de un mes después, Pérez Zújo­ vic era asesinado por miembros de la VOP. un grupo de extrema iz­ quierda que junto con militantes del MIR habían sido indultados por Allende en su primera acción de gobierno. Es sabido que las revoluciones, como las guerras civiles, tienden a radicalizarse de lado y lado45. La sensación de estar a «dos bandos» se agudizó a partir de la muerte de Pérez Z. A medida que avanzaba el pro­ ceso, cuenta Francisca, «los ánimos políticos se exacerbaron y soplaron vientos de eníremamientos. La normal convivencia entre las diferentes clases sociales e intrafamiliar se convirtió en algo del pasado. Se cul­ paba a los grupos de poder económico de lodos los males que aqueja­ ban al país, y la ciudadanía se dividió en dos bandos. Los simpatizan­ tes del gobierno pensaban que su nueva política sería el remedio para todos los males y que sus problemas personales se resolverían sin más. La oposición veía en el gobierno una amenaza a la propiedad y a las

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fuentes de trabajo, y se alarmaba ante el clima de enfrentamiento y vio­ lencia política. Todo era inquietante e incierto»46. Esta situación afectó directamente a muchas familias, cuyos miem­ bros, impulsados por los acontecimientos, dejaron de lado la indife­ rencia e inactividad política y comenzaron a participar activamente en partidos, movimientos y en lodo tipo de manifestaciones callejeras. No todos lo hicieron por convicción ideológica o por defender las ideas de sus padres o familiares. Vera, por ejemplo, confiesa que ingresó a las Ju­ ventudes Comunistas «porque era choro pertenecer al MIR o al PC». De­ trás de su opción había un contenido de rebeldía: el deseo de ir contra las ideas políticas de un hermano mayor, que sustentaba posiciones muy con­ servadoras. Como señala José del Pozo, esta experiencia aparentemente intrascendente no fue la única. Salomón, un joven obrero, recuerda que su padre, sus tíos y sus hermanos eran militantes comunistas; sin embar­ go, él prefirió apoyar al PS. «yo no sé si fue por discrepar, por no hacer lo mismo que los otros». En otros casos fue la influencia de algún miem­ bro de la familia lo que los llevó a convertirse en militantes. Arturo aban­ donó su posición a favor de la DC para entrar a militar al MAPU en 1971, y declaró haber elegido esta formación esencialmente por influencia de un hermano que militaba en ese partido47. Victoria, por su parle, no du­ dó en entrar al Partido Nacional, donde ya militaban sus padres. «Yo tuve una actividad política súper fuerte. Estudiaba Filosofía en la Uni­ versidad Católica, y con permiso de mis papas lomé pocos ramos para poder participar activamente en la lucha política. No sacaba nada con re­ cibirme si al final caíamos en una dictadura comunista. Lo que nos im­ pulsaba a pelear era la defensa de nuestro país y de ciertos valores que nos parecían irrenunciables: la libertad, la propiedad privada, la posibi­ lidad de una educación libre. Veíamos como el país se estaba desintegran­ do y se insultaba y degradaba a lodos aquellos que por años habían lo­ grado sacar adelante sus empresas o campos, y que por el solo hecho de tener algún bien eran considerados explotadores y delincuentes. Para mí era súper complicado ir a mi escuela, que estaba totalmente dominada por la izquierda. La derecha allí eran dos o tres democralacristianos, pe­ ro yo me hacía respetar»4*

El paro de caniioneros de octubre de 1972 contribuyó a desestabilizar el gobierno de la Unidad Popular al impedir el abastecimiento de la población. Manuel Salazar. Chile 1970-1973.... p. 250.

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Patricia también se involucró en la contingencia política motivada por lo que le estaba sucediendo a su familia. «Mi padre murió de un infarto en febrero de 1971, a los pocos meses de salir de la cárcel donde había estado preso injustamente. Eso me marcó mucho. Él era joven, tenía cin­ cuenta y dos años, diez hijos y una vida por delante. Había quedado muy afectado por todo lo que nos había pasado y por la incertidumbre de no saber qué le podría ocurrir a mi hermano. Sentí que había que luchar pa­ ra que su muerte no fuera en vano y entré a Patria y Libertad, convenci­ da que ese era el lugar donde debía estar. A nosotros no nos podían qui­ tar nada, porque todo lo que teníamos era nuestra inteligencia y capacidad de trabajo, por lo que mi motivación principal para participar en política fue el sentimiento transmitido al interior de la familia de que nuestro país dejaría de ser dueño de su propio destino. Mi preocupación de fondo era que si no hacíamos algo, Chile terminaría por perder su libertad e iden­ tidad. Si bien tomé esa decisión por mí misma, influyó sin duda todo lo que pasó en mi entorno familiar. Siempre sentí el apoyo de mi mamá, que apenas pudo superar la tragedia de quedarse sola, participó activamente en todas las manifestaciones y marchas contra el gobierno de la Unidad Popular. Con todo, en mi familia, que era numerosa, por lo que existían distintas opiniones y modos de analizar la realidad, estaba implícito que la unión familiar y la amistad eran valores más importantes que cualquier razón política. Así, pese a lo que nos había pasado, nunca sentí odio, só­ lo dolor»49. En otras familias, ahora la política provocó grandes desencuentros y conflictos. Francisco cuenta que uno de sus hermanos, estudiante de Ar­ quitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, llegó al tradicional almuerzo dominical a presentar a su polola. «Todo se desenvolvía bien hasta que surgió el tema político. Mi papá comenzó a criticar sin piedad al gobierno y la visita de Fidel, que ya llevaba casi un mes en Chile. En eso, ella, que resultó ser miembro del MAPU, interrumpió para señalar que lo que ellos estaban haciendo era reparar la injusticia social que ha­ bía en el país y que la visita de Fidel era importante para incentivar el proceso revolucionario. Yo no la pesqué mucho, pero al terminar el al­ muerzo vi que mi papá llamó a mi hermano aparte y le dijo: “no quiero que esta niña vuelva a pisar la casa”. Eso bastó para que regresaran de inmediato a Valparaíso y no volvieran nunca más. Se produjo un quiebre que no logró superarse. Al tiempo, mi hermano se casó y se fue a vivir a Australia. Cuando mi papá murió y él viajó a su funeral, me dijo: “No sabes cuánto siento no haber podido hablar nunca con el papá. Qué pe­ na que una cuestión política nos haya distanciado de esa manera”. Pero así había sido»50. La visita de Fidel Castro provocó fuertes reacciones y adhesiones, lo­ grando la conversión de algunos que aún miraban el proceso desde fue­ ra. El relato de Arturo, simpatizante DC, es una muestra elocuente: «Fi­ del es un profesor de primera categoría, con una facilidad de análisis que te va interesando en las cuestiones que presenta, te facilita mucho la po­ sibilidad de adherir a algo. Yo lo escuchaba con mucha calma, creo que ya estaba bastante abierto. Un día salía de mi trabajo junto a mi patrón, un democratacristiano de derecha, con el cual nos tuteábamos, éramos buenos compinches. Cuando estábamos a punto de decirnos chao, le pre­ gunto qué le parece la visita de Fidel. Y el tipo se pone a despotricar con­ tra Fidel de una manera absolutamente extraordinaria. Yo sentí algo que

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me decía que debía lomar la defensa de Fidel, aunque yo no era de iz­ quierda. pero en Fin. me encontré defendiendo a Fidel con los pocos ele­ mentos que tenía. Estuvimos hablando durante una hora, y terminamos peleados... él se fue a su casa y yo a la mía y me quedé diciendo: bueno, ¿cómo es la cuestión? ¿Estás a favor de Fidel? Creo que en ese momen­ to me di cuenta de que me había pasado al otro lado y me incorporé al MAPU»51. Desde la otra trinchera, Carmen cuenta que «ya nadie soportaba la presencia de Fidel, me acuerdo que cortábamos pedazos de papel de dia­ rio y escribíamos con plumones GO HOME. Hicimos miles y cada vez que pasaba con su comitiva por algún barrio de Santiago, se los tirába­ mos para que se diera cuenta de que no era bienvenido acá»52. A estas alturas del proceso, a la estalización de los bancos, de las in­ dustrias, a la toma de terrenos y predios y a la aceleración drástica de la Reforma Agraria, se agregó un nuevo elemento: el desabastecimiento, factor que vino a alterar la vida cotidiana de miles de familias chilenas. Ello provocó las primeras movilizaciones masivas de la oposición, com­ prometiendo a las mujeres, un sector que tradicionalmente se había man­ tenido en un segundo plano, sin participar activamente en la contingen­ cia política. Salvo excepciones, la mujer de esa época no admitía ser clasificada sin más en la izquierda o en la derecha. «En nosotras», dice María de la Luz, «primó el instinto de seguridad, por lo que en la misma medida en que el orden público se fue deteriorando, desaparecieron los alimentos básicos para alimentar a nuestros hijos y se acentuó el peligro que alguno de ellos fuera herido o muerto en un enfrentamiento, nos vol­ vimos más decididas. La política nos empezó a importar y salimos a la calle cuando no tuvimos otra alternativa»^3. Pamela, partidaria de la Unidad Popular que estaba encargada de or­ ganizar reuniones en diferentes poblaciones para conocer las necesida­ des de las mujeres, sostiene, en efecto, que «en lo que más insistían era en su preocupación por los niños, lo que a mí me extrañó un poco por­ que yo pensaba que iban a pedir reivindicaciones netas para la mujer, pe­ ro ellas, aunque no todas eran madres, pedían que se hiciera realidad el medio litro de leche y un montón de cosas que Allende le prometió a los niños»54.

La «marcha de las cacerolas» De hecho, fue una pobladora de Hucchuraba la que dio la idea de la famosa marcha de las cacerolas vacías, ya que «no tenía con qué parar la olla». Mujeres de todas las condiciones sociales, y no sólo un «grupo de viejas pitucas», como señaló al día siguiente El Clarín, se tomaron las calles el I de diciembre de 1971 «e hicimos valer lo que sentíamos y pen­ sábamos. Eran miles y miles de mujeres que se expresaban solas, sin ma­ ridos de por medio, lomando conciencia de su capacidad para intervenir en los destinos del país. Esa marcha fue la más grande reunión de muje­ res de que se tenga memoria, y lo más fantástico fue que tuvo la gracia de no ser partidista, ya que unió a moros y cristianos que transversalmen­ te querían expresar su descontento»5^. El que esta marcha fuera reprimida con violencia, no sólo por Ca­ rabineros, sino por las brigadas socialistas, comunistas y del MIR, que-

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Incidentes en las calles en abril de 1973. A medida que avanzaba el año el clima nacional se mostraba cada vez más enrarecido Manuel Salazar. Chile 1970-J 973...

dó grabado en la memoria colectiva. «Me acuerdo perfectamente haber ido a esa marcha con mi mamá, hermanas, primas, tías, etc. Muchas de mis amigas fueron también con las mujeres de sus familias. Éramos mi­ les y las columnas llegaban de todos los puntos. Fue la primera vez que sentí los efectos de las bombas lacrimógenas y conocí el peligro de ser atacada con un arma que al parecer allí se inauguró: papas con hojas de Gillette»56. De aquí en adelante y hasta la caída de Allende, las manifestaciones y marchas de opositores y oficialistas fueron de recurrencia habitual. Im­ presionaba ver los linchacos, hondas, palos y banderas de todo tipo que eran usados contra el adversario, ya considerado como un verdadero ene­ migo. Con todo, lo más impactante era escuchar los gritos y consignas que sobrepasaban lodos los límites del respeto y la decencia. «A estas alturas», recuerda Francisco, «el lenguaje se había degradado a niveles sorprendentes. Mientras en las concentraciones de los partidarios de la Unidad Popular se voceaban consignas del tipo “Pueblo, conciencia y fu­ sil; ¡MIR, M1R!". “Al paredón, momio ladrón", “Quisiera ver a un mo­ mio colgado de un farol, con media lengua afuera pidiéndonos perdón" o “El momio al paredón y las momias al colchón", en las de oposición era común escuchar, incluso a mujeres, gritar “¡Allende, escucha, ánda­ te a la chucha!". “Date una vuelta en el aire, Chicho, concha de tu ma­ dre", o corear rítmicamente “No hay carne, huevón; no hay pollo, hue­ vón; qué mierda pasa, huevón"»57. Sin duda que para el Chile de los años setenta del siglo XX sirve la deducción del filosofo español Julián Marías, quien no se equivocaba cuando señalaba que «las cuestiones de palabras son las más graves y peligrosas. Por mi edad he asistido a la génesis, desarrollo y consecuen­ cias —tan largas— de la Guerra Civil. Y estoy persuadido de que su causa, más que cuestiones “de hecho", fueron las cosas agresivas, irres­ ponsables. falsas, que se dijeron a ambos lados; fueron las que llevaron a que hubiese dos siniestros “lados" fratricidas y destructores. Los que habrían de ser “los dos bandos" no podían soportar lo que decían “los otros". Se produjo una violenta e irracional intolerancia a la retórica de los adversarios, que se convirtieron en enemigos implacables»58. Durante el curso del año 1972, la crisis política, económica y de convivencia se acentuó radicalmente. Ya no era posible mirar al con­ trario con con lianza, y el «cállate, upeliento» o «momio fascista» fue­ ron los epítetos más suaves con que se terminaba una discusión políti­ ca. Y éstas eran pan de todos los días. Guillermo recuerda haber asistido al funeral de la abuelita de su señora, «una dama de mucho es­ tilo y humor que falleció después de una larga enfermedad. Con nues­ tra pinta barbuda y unas tenidas un poco hippies, Jaime y yo desento­ nábamos ampliamente en la parroquia de San Pedro, en Isabel la Católica. Sentí una impalpable pero clarísima hostilidad ambiental, y ante un par de jóvenes parientes que me observaban con los ojos echan­ do chispas, como conteniéndose de decir algo terrible, tuve la sensa­ ción de que me sindicaban a mí como uno de los autores intelectuales de la muerte de aquella dama, e inductor, quizás, de todas las desgra­ cias que llovían sobre la tierra de Santiago. Quienes teníamos ese se­ llo como de clase media derivados a populares estábamos entrampados, mi padre lo estaba, y yo. y todos, en una lógica perversa e irracional que nos superaba. A mí me había parecido bonito y decente que esos

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cientos de miles de personas, millones en realidad, los así llamados po­ bres, el proletariado, los viejos de carretón, la señora de la ropa, que hasta entonces habitaban en una ficción de país democrático, en una realidad injusta y despiadada para ellos y sus familias, se hubieran aso­ mado aunque fuese por un tiempo a una existencia en que se les con­ sideraba como personas, y no podía creer que hechos sencillos —por ejemplo, que todos y no sólo algunos pudieran comerse un pollito el sábado, o que los trabajadores no vivieran con la continua amenaza de quedarse sin pega— produjesen tal descalabro en nuestra pequeña y remota sociedad. Mientras el gobierno dejaba que la calle se transfor­ mara en un escenario abierto a cualquier tipo de enfrentamientos, mi­ litantes o brigadistas de diversa especie desfilando con uniformes, mar­ chas, concentraciones, protestas a destajo, balazos, atentados y asesinatos, era cada día más palpable que la economía se le había ido de las manos a las autoridades y que desde la oposición lo que se esta­ ba haciendo no era oponerse, sino llanamente destruir, hacer sallar por los aires el sistema»59. La economía, efectivamente, se había ido al suelo: la bonanza artifi­ cial de 1971, que había permitido mantener la ilusión en muchas fami­ lias de escasos recursos que las cosas en verdad podían mejorar, se había evaporado. La vida cotidiana para las familias acostumbradas a un buen pasar, también se vieron afectadas. «Recuerdo el desabastecimiento», cuenta Miguel, «la escasez de productos, las colas interminables para comprar hasta gaseosas. Y también recuerdo amigos de oposición que me mostraban, socarrones, los congeladores repletos en sus casas. Mis pa­ dres eran muy estrictos. No compraban en el vigoroso mercado negro ni siquiera cuando parientes nuestros afiliados al MAPU ofrecían vender­ nos pollo que por meses no habíamos comido. Más de una vez faltó el jabón, el dentífrico y hasta el papel en el baño»60. Joaquín, cuya familia se había radicado en Argentina, dice que en las oportunidades en que venía temporalmente a Santiago «le daba pena ver los temas de conversación a los que estaban reducidos los parientes y amigos. Sólo se hablaba de dónde se podía conseguir un poco de deter-

La escasez de combustibles llevó al racionamiento. Largas colas para adquirir parafina y soldados custodiando las bencineras fueron imágenes corrientes en la época. imágenes 1973..., p. 40.

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gente Rinso o en qué parle había una cola para comprar algo de té. Esto era muy triste, porque los habíamos visto en otras condiciones, con con­ versaciones entretenidas y chispeantes. También daba pena ver que la gente de mi edad decía cosas como que si los marxistas tiraban ácido en una concentración, había que hacer lo mismo. Una sola cosa no podía ha­ cerse por ningún motivo: tirar papas con Gillette. Eso no se podía hacer ni siquiera contra la gente de la Ramona Parra o del M1R. Era una fron­ tera absoluta, una diferencia que no había que borrar»61. El desabastecimiento, además de las dificultades obvias, provocó no pocos desencuentros al interior de las familias. El mismo Joaquín relata que «el lío Jaime, por ejemplo, estaba con el gobierno de Allende, inclu­ so se había metido en las JAP y le parecían cosa buena, un medio contra el acaparamiento. Para nosotros, en cambio, anunciaban el control de la gente por el estómago, ‘Típico del comunismo". Los almuerzos en casa de mi abuela eran batallas campales entre el intelectual de la familia y to­ dos los demás... en esas discusiones tenía que enfrentar solo a todo el mundo. Se ponía muy rojo. Nosotros lo pasábamos mal: lo único que es­ perábamos es que alguien cambiara de tema y se volvieran a reír, que vol­ vieran a ser los mismos de siempre»62.

Pánico en el campo

Campesinos en la toma del fundo San Luis. Para la derecha chilena, la expropiación de sus tierras representó una afrenta pues, entre otros efectos, socavó su poder social. Imágenes 1973.... p. 137.

En el campo, mientras tanto, los problemas eran vividos con una in­ tensidad y velocidad que no concordaban con su lento y cansino ritmo. El gobierno había tomado la decisión de acelerar el proceso de Reforma Agraria al costo que fuera. Su ministro de Agricultura había señalado que ésta debía implementarse de manera «rápida, drástica y masiva», con el fin de evitar más inseguridad e incertidumbre. «Mi idea era que todos los cambios estructurales había que hacerlos lo más rápidamente posible, la Reforma Agraria era un cambio bastante radical en las relaciones de la propiedad de la tierra, en las relaciones de los campesinos con la tierra, y yo estaba consciente de que ella provocaba un gran temor y rechazo en ios sectores tradicionales que habían sido sus dueños, pero estábamos en una democracia, y esos sectores habían perdido gran parte de su poder»63. La verdad es que para las familias de propietarios y agricultores, el drama se había iniciado en 1967 bajo el gobierno de Freí Monlalva. Fue en ese tiempo, nos cuenta Adolfo, «cuando se abolió en Chile el derecho de propiedad al prohibirse la división, parcelación o hijuelación de los predios superiores a 80 hectáreas. Además, se estatizaron los derechos de aguas, sin indemnización, y gracias a la “ley Aylwin” se autorizó la loma de posesión material del predio expropiado mediante la consigna­ ción de una suma que arbitrariamente determinaba la propia CORA, sin posibilidad de reclamo alguno, siendo desalojado de su casa con la fuer­ za publica la Iami lia del agricultor. Todo este proceso no sólo fue apoya­ do por la Democracia Cristiana y la izquierda, sino también por la Igle­ sia Católica. De hecho, nosotros vivimos los primeros dramas en 1969 de que estudiantes, campesinos y activistas del campo nos tomaran el fundo Venus»64. Pero sin duda lúe en el tiempo de Allende cuando la situación se hi­ zo caótica e inmanejable y, como tantas otras, la familia de Adolfo no sólo se disgregó completamente, sino que perdió sus tierras: «Mi her-

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mano Andrés, que trabajaba con mi papá en la administración de los dos fundos que teníamos, se fue a Estados Unidos en busca de mejores proyecciones, claramente asustado del proceso socialista que se venía encima, y mi otro hermano, Carlos Fernando, a Venezuela, donde un tío que ya había sido expropiado en la administración de Freí. Para col­ mo. María Verónica, que ya estaba casada, se fue a radicar con su fa­ milia a Argentina. Pero eso no fue todo, en 1971 nos quitaron todo lo que teníamos. Recuerdo la gran tristeza que tuvieron mis padres cuan­ do tuvieron que rematar los muebles de la casa y algunos bienes agrí­ colas. Para que nos fuéramos de allí y ni siquiera nos quedáramos con la reserva que nos correspondía, fuimos sentenciados a que nos harían la vida imposible. A consecuencia del estrés provocado por este despo­ jo. mi papá sufrió una irreversible trombosis cerebral que tiempo des­ pués le causó la muerte»65. Para Antonio, no es grato recordar ese tiempo. «Desde San Fernando a Pichilemu teníamos lomas y expropiaciones por todos lados. Paraban banderas aquí, paraban banderas allá y los agitadores los teníamos por todas parles. Julio Sepúlveda, un gran amigo de lodos, nos iba a avisar cuando se acercaban. Llegaba en las noches a despertarnos y nos decía: “hoy anunciaron loma*'. Entonces, con mi mujer, salíamos a sacar a los niños en la camioneta Land Rover que servía para movilizarse en el ba­ rro y partíamos a Santiago. Fue tanto el trauma que se produjo en estos niños, que eran cabros chicos, tanto el trauma que esas cosas produjeron, que después demoraron años en volver al campo. De los siete hijos, nin­ guno quiso ser agricultor. Ellos veían con espanto lodo lo que pasaba, veían que teníamos que sacar algunas cosas de la casa a escondidas, que nos controlaban día y noche, que alguien nos podía parar en el camino. Fue un período que quisiera borrar de mi memoria»66. El miedo a ser invadidos en su intimidad y a que les quitaran lo pro­ pio se repite invariablemente en el testimonio de los miembros de fami­ lias poseedoras de tierras. «Nuestro campo», cuenta María Paz. «fue ex­ propiado i legal mente y sólo nos de jaron la casa. Quedaron con nosotros un par de trabajadores que se mantuvieron fieles, pero vivíamos lodo el día asustados, no sabíamos en qué minuto nos vendrían a atacar, a lomar­ nos la casa. Era la operadora del teléfono la que nos avisaba dónde vení­ an los que se estaban lomando los caminos, para que tomáramos todas las precauciones»67. Para Esperanza, el tema tampoco es agradable de re­ cordar. «La inseguridad estuvo presente durante todo el período de la Uni­ dad Popular. Nosotros vivíamos del campo y mis papás. desde los vein­ te años, trabajaban en él. Sin embargo, sus esfuerzos de toda la vida se fueron al lacho de la basura. Yo los veía llorar y eso me angustiaba. Nos dejaron unas reservas, pero ni siquiera esc pedazo de tierra lo podían de­ jar para venir a verme a mí y a mi hermana a Santiago, por la amenaza constante de una loma, siempre organizada por afuerinos. Yo estudiaba en el Pedagógico, donde el ambiente era fuertemente de izquierda. Allí me hablaban de la explotación del patrón, de sus abusos con los campe­ sinos. etc., y yo no lo podía creer. Había visto por años a mi papá levan­ tarse lodos los días a las seis de la mañana, a mi mamá preocuparse de los trabajadores, y ellos, que no conocían el campo ni lo habían trabaja­ do. se daban el lujo de teorizar y criticar»68. Con el fin de mostrar cómo operaba el sistema de expropiación, asi como las consecuencias a nivel de opinión pública que estas prácticas

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Enero de 1973. La desesperación por el desabastecí miento genera incidentes en las colas para conseguir alimentos. Manuel Salazar. Chile 1970-1973.... p. 281.

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Junio de 1973. Largas colas de personas tras algún producto esencial. La escasez fue una de las más evidentes manifestaciones de la crisis económica por la que atravesó el país. Manuel Salazar, Chile 1970-1973...

tuvieron, nos detendremos en el relato de Pablo que. por su dramatis­ mo y repercusiones, se convirtió en un caso emblemático. La familia de Pablo tenía campo en Colchagua y el fundo se llamaba Nilahue. «Los incidentes comenzaron en enero de 1971. Con la elección de Allende se intensificó la presión sindical y las cosas se pusieron bra­ vas. Una noche vimos aparecer una camioneta por el camino y al rato devolverse. Y en eso entra desaforada una señora, relativamente joven, a decirnos que habían raptado a su marido que trabajaba con nosotros. Se habían bajado tres personas y a golpes lo habían metido al auto. El inquilino era muy amigo mío. tenía mi edad o un año menor y se lla­ maba Miguel Escobar. Partí corriendo y mis hermanos se subieron al auto nuestro y comenzaron a perseguirlos. Hubo una balacera grande, pero lo lograron recuperar. Mis hermanos trajeron a un rehén, quien no tardó en confesar todo: uno de sus acompañantes —que había logrado escapar— era el diputado socialista Joel Marambio, y lo que querían era raptar a esta persona, a esta específica persona, porque esta especí­ fica persona era el jardinero de la casa y querían presionarlo para que les entregara información sobre la familia, de nuestros horarios y lodo lo que pudiera servir para la toma que preparaban. Era esa la forma de actuar de los agitadores, pero... nadie se enteraba. Lo peor vino des­ pués. Cuando nos dirigíamos a la comisaría a denunciar los hechos apa­ reció un carabinero, acompañado de un gran despliegue policial, a to­ mar presos a mis hermanos Jorge, Patricio y Juan Ignacio. Antes de ser enviados a la cárcel de Santa Cruz fueron interrogados, y por ahí más de alguien dijo que eso había sido un tribunal popular. Estaban todos los jerarcas de la UP de la zona de Santa Cruz, del intendente para aba­ jo. Mis hermanos estuvieron como ocho días en la cárcel, eso que fue­ ron para allá Víctor García, que era senador, y Fernando Maturana, di­ putado y abogado del Partido Nacional. Era un claro anuncio que expropiarían. A mi papá se le vino el mundo encima. Él vivía allá y le iban a quitar lo poco que tenía, con el agravante que soportaba una car­ ga tremenda sobre sus hombros: tres de nuestros hermanos sufrían una

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enfermedad terrible que los tenía absolutamente limitados. A mí me to­ có hacerme cargo de la situación. Me citaron al Tribunal de San Fer­ nando para ser notificado de la expropiación. Tenía al intendente y a una pila de dirigentes frente a mí. que comenzaron a sacarme en cara porque teníamos una piscina que en ese tiempo se llenaba con agua tur­ bia de tranque. Siempre forzando a que entregáramos y yo firme en que no lo haríamos. Hasta que a fines de abril hicieron el operativo. Llegó la CORA, el intendente, los carabineros, más de 20 autos con sirenas. Con una prepotencia tremenda le dicen a mi padre: “Venimos a expro­ piarlo y a desalojarlo de la casa". El se sintió mal. comenzó a quejarse de unos dolores terribles y murió esa noche. Se le había reventado la aorta. Tenía sesenta y nueve años. En el intertanto, los inquilinos de­ fendieron las tierras con sus familias y mujeres, mientras los afuerinos intentaban entrar a ocupar. Todo esto fue terrible y difícil de olvidar»69. El funeral del padre de Pablo tuvo efectos políticos, al igual que los de otros agricultores que murieron defendiendo su propiedad. Joaquín re­ cuerda que al primer entierro que asistió en su vida fue al de «un agricul­ tor de apellido Quezada, muerto por la gente de izquierda en una toma. “A estos entierros se viene por razones políticas", nos explicaron a mi hermano y a mí. mientras avanzábamos por el cortejo. Hubo discursos que el señor Quezada jamás hubiera tenido si hubiese muerto de una peri­ tonitis. Al lado, unos niños sin papá, sin pequeña propiedad y sin un peso. Llega la hora de meter el ataúd en la tierra, una hija se levanta y mirando la fosa dice: “padre, te vengaré, te lo juro"»70. Los que impulsaron y ejecutaron la Reforma Agraria nunca entendie­ ron y valoraron lo que significaba la tierra para quienes vivían de ella y en ella. Jaime Gazmuri, que participó en esos años en el proceso, cuen­ ta que un día un amigo y pariente de derecha le preguntó: «¿por qué us­ tedes hicieron todas estas brutalidades?», y al final le hizo una confesión que lo dejó helado: «Mira, para nosotros la tierra es como la vida»71. Y era verdad, para los agricultores la tierra tiene un significado espe­ cífico, representa, como dice María Rosaría Stabili, «el escenario a tra­ vés del cual toda la familia puede expresarse, no sólo los dueños de la tierra. Es considerada como el espacio privilegiado para darse identidad». De allí, entonces, que las expropiaciones fueron vividas por quienes las sufrieron con enorme intensidad, con el sentimiento de que se ha produ­ cido un quiebre irreparable en su universo de valores, de sensaciones, re­ laciones sociales y rituales. En definitiva, como violaciones a la identi­ dad del grupo social de pertenencia72. Como señala Jorge Edwards, el nudo de la crisis chilena estuvo en el campo. Él recuerda que estando en la Embajada de Chile en Francia, el ex ministro de Agricultura de De Gaulle le mandó el siguiente recado a Allende: «Dígale al Presidente que no es demasiado difícil expropiar la industria, pero que con el campo hay que tener mucho cuidado. La ex­ propiación de la tierra, que siempre toca fibras tradicionales y emocio­ nales profundas, es infinitamente más complicada y peligrosa»73. El ex ministro francés tenía razón. «La herida que causaron», comen­ ta Pablo, «nunca podrá sanar, está más allá de la cabeza, es algo más profundo en las personas que la sufrieron. Si alguien hoy día me dijera: eso es lo que hubo que hacer, pasar por todo eso para llegar a la mara­ villa que tenemos. Pero no fue así. De las cosas buenas siempre quedan huellas, pero de la Reforma Agraria no hay nada, excepto odiosidades y

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Concentración de la Central Única de Trabajadores llamando a evitar la caída del gobierno de la UP. Imágenes 1973..., p. 128.

ELGOLPEi a defender el

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un gran número de personas, no todas, reconoce que fue un monstruo­ so error»74. Al final del proceso, la irracionalidad, el odio y el miedo cundieron en el campo y la ciudad, sin que nadie pudiera evitar que sus réplicas afectaran la convivencia entre las familias chilenas. Como dice Lucía, «el miedo en esos tiempos se sentía, tenía presencia física y palpable; las per­ sonas se miraban con desconfianza, con suspicacia; yo tenía la sensación de que se olían como los perros para saber de qué bando era cada uno. El miedo a los grupos armados que desfilan militarmente amenazando a la población, el miedo a la violencia, el miedo al golpe, el miedo a no tener alimentos, el miedo a perder la libertad, el miedo a la adoctrinación, el miedo a perder los frutos del trabajo y el esfuerzo, el miedo a ir avanzan­ do paulatinamente hasta quedar en manos de los elementos más radica­ les. el miedo a estar divididos en bandos irreconciliables, el miedo a la división y a la hostilidad dentro de nuestras propias familias, el miedo a tener que odiar, el miedo a llegar a la convicción dramática que la super­ vivencia de uno es a expensas de la supervivencia de otro, el miedo a los complejos dilemas morales de las situaciones límites, el miedo a la gue­ rra civil, el miedo al millón de muertos, etc.»75.

La UP como experiencia de vida

Portada de La Tercera del 15 de septiembre de 1973. El titular expresa muy elocuentemente la motivación esencial de los opositores al gobierno de Allende. Sin duda el miedo se transformó en un factor esencial al momento de explicar el golpe militar.

Sin embargo, a la hora de las evaluaciones, muchos partidarios del gobierno popular, mirando en retrospectiva los acontecimientos vividos, se quedaron con la sensación de haber sido testigos o partícipes de una experiencia extraordinaria y positiva: «Yo no soy de los que dicen “ay, qué terrible lo que pasó con la Unidad Popular". Para mí fueron los me­ jores años de mi vida, los errores que cometimos fueron errores del amor y no errores de temor. Fue una época muy buena para mí, una época de enorme expansión de mis horizontes intelectuales y políticos y de gran aprendizaje. Siempre había sentido un abismo entre mi intelectualismo y el pueblo, entre comillas, y de repente todas las normas se estaban rom­ piendo en pedazos: las normas de cómo organizas tu vida, de cómo or­ ganizas tu cuerpo, las normas sexuales, las normas de la familia, todo es­ taba en el aire. Yo creo que de alguna manera eso es insoportable, la gente necesita estabilidad, normalidad, pero para mí fue una inmensa odisea, un inmenso viaje de descubrimiento de mí mismo y el mundo, y nunca lo voy a olvidar»76. Dicha percepción es compartida por muchos, especialmente por quie­ nes se comprometieron activamente en el proceso y recuerdan esa etapa como una aventura enriquecedora: «Los tres años más hermosos de mi vida» (Valentina); «una experiencia de una riqueza incalculable, después de eso puedo morir en paz» (Marcelino); «había vida, efervescencia, mu­ cha participación, incluso en las personas de oposición» (May); «siento pena y orgullo, sigo pensando que esa experiencia es válida para la libe­ ración nacional de Chile y América Latina» (Horacio); «fue el sueño del pibe, un proceso que dignificó al hombre en Chile, al ser humano» (afue­ rino): «no reniego ni me arrepiento de lo que hicimos. Siento, a lo me­ jor. un poco de tristeza, de nostalgia de haber dedicado tanto tiempo y energías a eso y de no haber tenido tiempo de haber probado que lo nues­ tro podía resultar» (Rodolfo)77.

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Tal como se habían dado las cosas, los mil días de la Unidad Popular no habían dejado indiferentes. Quisiéronlo o no. muchos miembros de familias chilenas que hasta ese momento se habían mantenido en mayor o menor grado distantes del acontecer político sin dejar que éste invadie­ re! su espacio privado e íntimo, tuvieron, por la fuerza de las circunstan­ cias. que salir «puertas afuera» a expresar y luchar por la defensa de sus valores y convicciones. Se vieron obligados a lomar partido porque aho­ ra, para bien o para mal. las decisiones que se tomaban en el ámbito de la política afectaban ya no sólo su vida social, también la de sus relacio­ nes familiares y su cotidianidad. Incluso aquellas familias que compartieron el entusiasmo de la aventura revolucionaria vivieron las consecuencias dolorosas del pro­ ceso. Como señala Miguel. «Allende presidió el proceso que destruyó el mundo nuestro. El ambiente cosmopolita, intelectualmente estimu­ lante y económicamente despreocupado en el cual mis padres me die­ ron el privilegio de crecer. Después de su caída, la familia de mis pa­ dres marchó al exilio en distintos países, un exilio del cual fui el único en regresar»78. En las crisis lodos sufren y, en el caso chileno, esta máxima se cum­ plió exactamente.

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V. CASTRO VIÍ.UVIGENCIO "...

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