Frailes Curas Y Masones (1901 Scan)

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oca M Apostolado do la Prense PRIMERA

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Tomos en 8 ° de 300 páginas próximamente, esmeradamente impresos, encuadernados en tela con preciosas planchas. A p e s r t n el ejemplar. En lot pedidos de doce ejemplares en adelante se hará un descuento de 20 por 100 I. «La entrada en el mundo».—Libro riquísimo por su fondo doctrinal, debido al célebre jesuíta italiano P. Bresciani, y admirable por su forma clásica. I I . «La verdadera devoción á la Santísima Virgen», por el B. P . Grignon de Monfort —Libro precioso y profundo, al que llamo inspirado el ilustre escritor ascético P. Faber. I I I . «Cuentos y verdades», pe:- el Edo. P. Francisco de P. Morell, S. J.— Amenísimo conjunto de doctrinas popularmente expuestas con sumo gracejo y donarie. I V . «Juan Miseria», pov el P. Luis Coloma.—Edición ilustrada con multitud de preciosos fotograoados. V . "El Tesoro del pueblo», p d el Edo. P.Francisco de P. Morell, 8. J.— Sólido y precioso compendio de las cuestiones más candentes de actualidad. VI. «Eespuestas populares á las objeciones más comunes contra la religión», por M. Segur y traducido por D. G. Tejado. VII. .El Devoto de la Virgen María» por el P. Pablo Señeri, S. J.—Es uno de los libros más sólidos de su célebre autor. J V I I I . «LOS errores del protestanti no», por el Edo. P. Segundo Franco, S. J.—Obra oportunísima y admirable para refutar las herejías é impiedades del protestantismo. IX. «Tratado de Teología popular», por el Edo. P. Francisco de P . Morell. S. J.—Cuestiones acerca de Dios y de Jesucristo.—Notabilísima por S Q fondo teológico, su estilo admirablemente popular. X. «Los Cuatro Evangelios de Nuestro Señor Jesucristo», traducidos por el limo. Sr. D . Félix Torres Amat, con notas del P. B'r. Anselmo P e t i t e . X I . «Vida de nuestro Señor Jesucristo», por el P. Eivadeneira. XII. «Vida de la Virgen Santísima Nuestra Señora», por el P. Eivadeneira. XIIT. «Las Glorias de María», por San Alfonso María de Ligorio, traducción hermosísima del P. Eamón García, S. J. X I V . «Tratado de la afición y amor á Jesús y María», por el V. P. Juan. Ensebio Nierenberg. X V . «Verdades eternas», por el P. Carlos Eosignoli. S. J. X V I . «Introducción á la vida devota de San Francisco de Salea».—Nueva edición corregida. X V I I . «La Palabra de Dios», explicación de los Evangelios y dominicas del año, publicada por LA LECTURA DOMINICAL, adicionada con la explicación de los Evangelios de las principales fiestas del año y de todos los días d e Cuaresma. X V I I I . «Tratado de la Tribulación», por el P. Pedro Eivadeneira. • X I X . «Libro de la Oración y Meditación», por el V- P. Fr. Luis de Granada. X X . «Los t^es modelos de la juventud estudiosa».—Preciosas vidas, a c o modadas á los jóvenes, de los tres santos jesuítas, Luis Gonzaga. JuanBerchraans y Estanislao de Kostka.—Ningún regalo más á propósito para colegiales y congregantes. X X I . «Práctica del amor á Jesucristo», por san Alfonso María de Llgoiitk. Uovlsirna y correcta traducción por el Apostolado de la Prensa.

APOSTOLADO

DE LA

PRENSA

CXIV 1901

JUNI©

FRAILES

Curas y Masones

ADMINISTRACIÓN DEL

APOSTOLADO

DE

LA

PRENSA

Plaza de Santo Domingo, 14, bajo MADRID

-¿te. CON

TIPOGRAFÍA

LAS

DEL

LICENCIAS

SAGKAPO

COBAZÓH,

NECESARIAS

LEGANITOS,

54,

MAPBIP.

FRAILES, OÜRAS Y MASONES

i ¿Qué e s un cura?

^5 IS

considerado, el cura es un hombre que pudiendo disfrutar de los goces del mundo, renuncia á ellos para consagrarse por completo al servicio de una idea que sabe de antemano ha de convertirle en blanco de contradicción de muchos, en víctima de burlas para no pocos y en objeto de las investigaciones de gran número de gentes que están deseando cogerle en la más leve falta para desacreditarle á los ojos de todo el mundo. En menos tiempo que el que tardó para llegar al sacerdocio pudo hacerse abogado y aspirar á ruidosos triunfos en el foro, de esos que además de honra dan positivos provechos. Pudo seguir la carrera de las armas y llegar á figurar en los puestos más preeminentes de la milicia; dedicarse al NDIVIDUALMENTE

comercio y realizar una pingüe fortuna, y sobre todo, lanzarse á la política y con una gran dosis de desaprensión y osadía escalar las alturas del poder y ser arbitro de los destinos de todo un pueblo. En cambio, como cura no podrá pasar, desde el punto de vista de las comodidades humanas, de una modesta medianía, rayana no pocas veces en la miseria. El traje que ha de vestir es humilde; las diversiones con que se solaza el mundo, aun aquellas que no son pecaminosas para los seglares, le están vedadas, y su alimentación, aunque el carácter de que se halla investido y el ejemplo que debe dar á los demás no se lo impusiera, ha de ser forzosamente frugal en razón á la escasez de sus emolumentos. ¿Pero por qué se ha hecho cura? ¿Acaso por egoísmo y para verse libre de los cuidados y sacrificios perennes que exige la familia á cambio de los fugaces goces que proporciona? Nada de eso; el cura tiene por lo general, todas las cargas que la familia impone, sin los goces que proporciona la que el seglar se forma por medio del matrimonio. El padre y la madre, ancianos, requieren su protección, y si no los tiene, pocas veces le faltan hermanos á quienes amparar ó colaterales en cuyo auxilio ha de acudir. Por ambición ya hemos visto que no ha tomado el estado eclesiástico, pues en cualquiera de las carreras ó profesiones que hemos citado y en muchas más que hemos omitido, habría tenido

más ancho campo para satisfacer sus aspiraciones en este punto. ¿Se habrá hecho cura por misantropía ó aborrecimiento al resto del Jinaje humano? Tampoco; porque el cura está en contacto con el mundo, aunque no vive según el mundo. ¡Y con qué mundo vive! No seguramente con los que se divierten y gozan de los placeres de la vida, sino con los que sufren, con los que lloran, con los angustiados por todo género de calamidades. * Si se dedica al confesonario, ¡qué de miserias y de horrores se ve obligado á escuchar! ¡Cuántas dolencias morales tiene que curar! ¡Qué casos más intrincados de conciencia ha de resolver! ¡Cuánta dosis de paciencia y de misericordia tiene que emplear para escuchar tranquilamente el relato de los más repugnantes pecados sin dejar desbordar los sentimientos de repulsión que el delito produce en todo pecho honrado, á fin de no desesperar con una dureza impremeditada al pecador que á él se confía! ¡Qué tacto ha de desplegar en la reprensión de los vicios! ¡Qué prudencia en dar los consejos que se le piden! ¡Qué tino en sondar las llagas del alma, á fin de no irritarlas en lugar de sanarlas! Si se dedica con preferencia á la predicación, no son menores sus afanes ni los temores de incurrir en tremendas responsabilidades por el uso que haga en este punto de los talentos que Dios le ha dado. No va como el orador parlamentario ó tribuno,

á escuchar los aplausos de un público á quien puede entusiasmar con períodos grandilocuentes, aunque se hallen, como por lo general están esa clase de discursos, formados con palabras vanas ó vacíaB de sentido. Va, por'el contrario, á predicar una doctrina que pugna con los apetitos de la carne, que se opone á la vanidad humana, que está en guerra abierta con lo que el mundo desea y quiere. Sabe, y esto le alienta, que le está prometida la asistencia del Espíritu Santo, pero no ignora que ha de merecerla por una preparación solícita, por un estudio concienzudo, y sobre todo, por una pureza de intención que excluya todo objeto que no sea el fin elevado que su misión apostólica le impone, y esto le hace experimentar no pocas zozobras y temores. Vive, sí, en el mundo el cura, y puede decirse que es esclavo de todo el que padece, porque el enfermo le llama á la cabecera de su cama, y aunque sea á hora avanzada de la noche, ha de levantarse de su lecho, como el médico, para acudir al apremiante llamamiento. Con una diferencia muy notable, á saber: el médico se lucra con •esas molestias inherentes á su profesión, mientras el cura no recibe recompensa ninguna material, y sabe, por el contrario, que no pocas veces ha de ser mal recibido por algún pariente anticlerical, que, por espíritu sectario, quiere privar al moribundo de los auxilios espirituales que el cura va caritativamente á prestarle. Pero si demostrado queda con esto que el cura

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no lo es, ni por egoísmo, ni por ambición, ni por misantropía, ¿cuál puede ser la causa de que haya abrazado el estado eclesiástico con preferencia á cualquiera otro? La respuesta no puede ser más sencilla. El cura digno de este nombre ha seguido, para serlo, los impulsos de una vocación que implica, como ya iremos demostrando en el curso de este modesto trabajo, el amor más sublime y más puro hacia el género humano. II Qué doctrina enseña el cnra.

os mayores incrédulos, los enemigos más encarnizados de los curas, tienen que darse, por vencidos en este punto. Podrá haber, y existen por desgracia, quien no crea que la doctrina que predica el cura es divina; pero nadie se ha atrevido á negar que, aun desde el punto de vista meramente humano y social, es la doctrina más perfecta que se ha conocido. Acudid todos los enemigos del llamado clericalismo á la iglesia donde el cura expone esa doc-' trina; leed, al menos, los libros en que anda impresa; no os fijéis, ya que vuestra ceguera voluntaria se opone á que penetre en vuestros entendimientos la luz esplendorosa de la fe, prescindid, repito, para vuestra desgracia, de todo cuanto en ella se refiere á la revelación, para exami-

- 8 nar tan sólo lo que toca á los deberes del hombre con sus semejantes, y decid luego qué hay en esas enseñanzas que no constituya la más ardiente aspiración de todo ser honrado. Oid lo que dice á todas horas el cura: Sed buenos padres; sed buenos hijos; sed buenos amos ó patronos; sed buenos criados ú obreros; sed buenos esposos; no matéis; no robéis á vuestros prójimos; no les difaméis ni quitéis la honra; no manchéis vuestros labios con la mentira; más aún, ni con el pensamiento siquiera atentéis contra la honra ni contra la propiedad de vuestros semejantes. Amad á los que os persiguen; haced bien á los que os aborrecen; no os contentéis con no perjudicar á vuestros hermanos, sino favorecedlos como vosotros mismos quisierais ser favorecidos. Sed sobrios, trabajadores, económicos; no expongáis no solamente vuestras almas, sino vuestros cuerpos, á pérdida segura sumiéndoos en el cenagal de los vicios que traen aparejadas las enfermedades y la muerte prematura. Soberanos: acordaos de que Dios os ha colocado á la cabeza de los pueblos para que los rijáis con amor de padre, no para que los oprimáis con entrañas de tiranos. Subditos: vivid sometidos á vuestros soberanos porque la autoridad que ejercen dimana de Dios, y tenéis obligación estrecha de respetar sus mandatos en lo que no se opongan á las leyes divinas, obligatorias lo mismo para los reyes que para los vasallos.

- 9— Esto es lo que enseña el cura y nadie podrá presentar ningún testimonio en contrario. Pero tal vez digan los enemigos de los curas: —Estamos conformes en que la doctrina es buena; pero basta para que se cumplan sus preceptos con los libros que acerca de ello se han escrito, sin necesidad de tener un número considerable de personas que nos recuerde de palabra lo que podemos leer siempre que queramos en letras de molde. El ningún valor de esta objeción puede demostrarse sin recurrir á argumentos más profundos, con sólo recordar el hecho de aquel emperador de la antigüedad, que se hacía seguir por un esclavo que constantemente le gritaba: .. —¡Acuérdate de que eres hombre! Sin duda alguna el soberano á quien tal frase se dirigía, sabía de sobra que pertenecía á la especie humana; tenía además á su disposición, para recordarlo, los escritos de muchos filósofos que de ello daban testimonio. ¿Para qué entonces el esclavo encargado de advertirle á cada paso lo que tan sabido tenía? La respuesta no puede ser más fácil. Aquel príncipe poderosísimo sabía también que su poder era omnímodo; que su voluntad era ley inmediatamente obedecida; que le bastaba una sencilla orden, un gesto nada más, para que rodasen las cabezas de los que incurrieran en su desagrado. Y como tal suma de poder era ocasionada á que se juzgara un ser sobrenatural, exento de las ña-

quezasdelos demás hombres, y esto podía dar lugar á enormes injusticias, quería tener quien constantemente le recordase su verdadera y natural condición, para que no se desvaneciera y deslumhrara con el brillo de su terrenal omnipotencia. A todos los hombres puede aplicarse este caso, porque todos tenemos pasiones que muy á menudo nos impulsan á proceder de una manera diametralmente opuesta á lo que exigen la justicia y la caridad que debemos á nuestros prójimos, sin contar con los deberes que tenemos respecto á Dios y de los que ahora no hablamos, para pulverizar los argumentos de los enemigos de los curas, desde un punto de vista meramente humano, ya que en los tiempos desgraciados que alcanzamos, se, hace tanto hincapié en lo que redunda en beneficio de los intereses terrenales, prescindiendo de los eternos. Pues bien: el hombre, tan expuesto á dejarse llevar por el impulso de sus pasiones, necesita tener constantemente una voz que le recuerde sus deberes y le mantenga en los límites de lo honesto y de lo justo, y esa voz es la voz del cura, que no dice ciertamente más que lo que enseñan los Mandamientos de la Ley de Dios, impresos en muchos libros, pero que es necesario que lo diga y lo repita, pues de otro modo esa Ley se daría pronto al olvido, porque con no leer los libros en que consta escrita, se vería el hombre libre de un recuerdo que no puede ser más importuno para los

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que quieran vivir sin más pragmáticas que las de su voluntad y sus caprichos. Para evitar ese mal, tan dañoso á la salud de las almas y al bienestar puramente humano de los individuos y de los pueblos está el cura, cuya misión doctrinal, distinta de la sacramental, de la que ahora no hablamos por no ser de necesidad para nuestro razonamiento, consiste en enseñar á las gentes, según el mandato dado por Jesucristo á los Apóstoles. Y que es buena la doctrina que enseña, ya queda plenamente demostrado., III E s necesario que haya curas.

E lo expuesto anteriormente se deduce esta necesidad, pero conviene hacerlo ver también con argumentos de-otra índole. Es de todo punto incontrovertible que una creencia ó un hecho casi umversalmente admitidos en todos los tiempos y circunstancias, y por todos los pueblos del mundo, constituyen una verdad necesaria ó un hecho cuya autenticidad no puede ponerse en duda. Podrá la razón humana, según esté iluminada por la luz de la fe ó anublada por las tinieblas del error, creer las verdades de la única religión verdadera, ó dudar de ellas ó negarlas; pero no podrá negar que, sea la que fuere la creencia por

- 12 que se decida, en ella encontrará siempre, bajo una ú otra forma, al intermediario entre Dios y los demás hombres, ó sea al cura. Sacerdotes han existido y existen en todos los tiempos y en todas las religiones. El judaismo, el budismo, el paganismo y el mahometismo, reconocieron y han reconocido siempre una clase sacerdotal más ó menos privilegiada, pero siempre rodeada de consideraciones y respetos de parte de los pueblos sujetos á las creencias por aquellos sacerdotes enseñadas. ¿Qué más? Hasta en el mismo protestantismo, que basado en el libre examen sostiene la facultad de que cada cual interprete las Sagradas Escrituras como se lo dicte su espíritu privado, tiene sacerdotes, y con jerarquía eclesiástica, como sucede en la secta anglicana. Es, pues, universal la institución del sacerdocio desde que, perdida por el primer hombre la justicia original, quedó privado de la facultad que antes tenía para comunicarse con Dios directamente. Y como una cosa no puede existir y haber existido siempre en todos los pueblos del mundo sin ser necesaria, el sacerdote, el cura, lo es indudablemente, aun prescindiendo de la verdad revelada que así lo demuestra. Pero ya oimos decir á algunos: —Convenimos desde luego en esa necesidad; pero no es contra los curas precisamente contra quienes nos declaramos, sino contra los frailes. Sofisma burdo se llama esta figura, porque ¿qué

— 18 otra cosa que curas son los miembros de las Ordenes religiosas? ¿Acaso unos y otros, no han recibido las mismas órdenes sacerdotales? Las únicas diferencias, y no substanciales, que existen entre unos y otros, es que los sacerdotes seculares viven cada cual en su respectiva casa, y los regulares habitan en común, y en que además de los deberes generales de los primeros, tienen otros especiales nacidos de la regla particular á que se sujetan, y de los votos también especiales que pronuncian. Un sacerdote secular puede convertirse, y no son pocos los que se convierten, en sacerdote regular, ingresando en cualquiera de las Ordenes religiosas aprobadas y bendecidas por la Iglesia, como un sacerdote regular puede pasar al clero secular por diferentes causas, entre las que podemos mencionar la de su consagración episcopal, de la que existen bastantes ejemplos. No hay, pues, que engañarse ni engañar á nadie acerca de este punto: el que no quiere al sacerdote regular, no quiere tampoco al secular, aunque otra cosa diga, para ver si de este modo consigue suscitar la discordia entre estas dos ramas de la familia eclesiástica. Tan cura es el uno como el otro, repetimos; la misma doctrina enseñan; uno y otro predican y confiesan y hasta ejercen iguales funciones parroquiales, como sucede, por ejemplo, en las islas Filipinas, cuando la falta de clero secular ú otras circunstancias especiales así 10 exigen.

- 14 — Hermanos de una misma familia el clero secular y regular, tienden todos como buenos hijos á procurar la prosperidad de la Iglesia su Madre, y de Jesucristo su Padre, como Esposo místico de aquélla, y ni existen antagonismos entre ambos cleros, ni hay razón fundada para que los haya. Curas son unos y curas son otros, y cada cual en la órbita que su razón de ser les ha trazado, concurren á la obra común de la santificación del género humano. Y hecha esta salvedad, en lo que se refiere á la insidiosa distinción con que los enemigos de la Religión católica tratan de encubrir sus perversos propósitos, sigamos demostrando la necesidad de la existencia de los curas de orden más elevado que los que llevamos expuesto. El hombre es un compuesto de alma y de cuerpo, y tiene, por consiguiente, necesidades espirituales y corporales; tiene también dolencias morales y físicas, y así como para estas últimas reclama el auxilio de aquellos de sus semejantes que se han dedicado al estudio de las enfermedades del cuerpo, requiere el auxilio de otros hombres consagrados al estudio de las enfermedades del alma. Estos hombres no son otros que los sacerdotes, cuyos auxilios comienzan desde que nace un niño al que sanan de la enfermedad original con las aguas regeneradoras del Bautismo. En caso de urgente necesidad, este Sacramento puede ser administrado por cualquier seglar que tenga uso de

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razón y la intención de aplicarlo según el espíritu de la Iglesia: pero como esa dolencia original del alma no es la única que el hombre padece, como no lo son tampoco las enfermedades propias de la infancia, hay que recurrir al cura para que haga su oficio de médico espiritual en todas aquellas otras dolencias espirituales que el hombre padece en el transcurso de su vida mortal, por medio de la enseñanza de la doctrina cristiana y la aplicación de los Sacramentos de la Penitencia, de la Eucaristía y de la Extremaunción. El cura es también necesario para la formación de la familia, uniendo con lazos indisolubles y no sujeto á las veleidades humanas al hombre y á la mujer que tratan de constituir aquélla. Y es un error gravísimo afirmar que la intervención del cura en este caso puede ser sustituida por la del juez municipal ó la del notario, porque no tratándose solamente de la unión de dos cuerpos y de los intereses materiales de ambos cónyuges, sino muy principalmente de la unión de dos almas, sin la cual el matrimonio no pasaría de ser un ayuntamiento carnal y un contrato mercantil, por todo extremo precario desde el momento en que surgiera el menor disentimiento entre las partes contratantes, la santa institución de la familia correría gravísimos é inminentes riesgos de la más lamentable disolución. De esta pueden presentarse millares de tristísimos ejemplos en la vecina Francia donde, como consecuencia lógica del llamado matrimonio ci-

- 16 vil, existe el divorcio, quedando en libertad los cónyuges así separados, de contraer otras civiles nupcias que, á más de la degradación de la mujer, producen males sin cuento en la educación de la prole nacida de semejantes uniones. Basta para mostrar la intensidad de esos males, con sólo fijarse en que si allí donde no existe el divorcio con esa facultad de contraer otros enlaces, el casamiento de un viudo ó una viuda con hijos es causa frecuente de disensiones entre los hijos del primer matrimonio y su padrastro ó madrastra y aun entre los hermanastros, ¿qué no sucederá allí donde los hijos, cuyos padres ó madres viven, vean penetrar en su hogar á seres extraños que usurpen las atribuciones de aquéllos? ¿Y qué autoridad moral podrán tener para reprender los desórdenes de sus hijos, esos padres y esas madres que en vida de sus respectivos y primitivos cónyuges contraen nuevos enlaces, dando así ejemplo de disolución á sus descendientes?/ A todos esos y otros incalculables males aplica especial preservativo el sacramento del matrimonio, que no puede contraerse sin la intervención del sacerdote, que sólo por este hecho, aunque no hubieran otros que la demostrasen, hace necesaria é imprescindible la existencia del cura, único que puede dar á la unión del hombre y de la mujer el carácter de indisoluble, pues en los contratos meramente humanos no pueden existir los compromisos de por vida, que siempre puede revocar la voluntad de los que los han contratado.

— 17 — IV L o s malos curas.

A estamos esperando esta objeción á que se . agarran como á un clavo ardiendo los enemigos de la Iglesia. —¿Cómo entonces—dicen—y siendo la misión del cura tan augusta y tan necesaria, permite Dios que existan malos curas, y cómo, dado que lo permite, no adolecen de vicio de nulidad todos los actos que como tales curas realizan? Respecto al primer punto, diremos que la existencia de los malos curas que no son, ni mucho menos, tantos como la impiedad supone, sino muy pocos en comparación de la totalidad de la clase sacerdotal, diremos que Jesucristo escogió sus Apóstoles entre los hombres, para que su flaqueza de tales les hiciera tener conmiseración de las flaquezas de los demás hombres, y para que éstos tuvieran menos vergüenza al manifestar sus debilidades á seres tan expuestos como ellos á incurrir en el enojo de Dios. Pudo haber escogido ángeles, pero en este caso, ¿qué hombre se hubiera atrevido á poner ante la vista de esos seres celestiales é inmaculados, sus grandes y abyectas miserias? Y si aun tratándose de hombres, el criminal experimenta un gran temor á relatar sus delitos á un hombre honrado y sólo tiene confianza en manifestarse tal y como es, á otros criminales como

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él, ¿qué sucedería si hubiese de declarar sus malos hechos á seres sobrenaturales é impecables? La Sagrada Escritura en el libro del Génesis, trae acerca de este punto un ejemplo admirable. Caín, envidioso de las virtudes de su hermano Abel, le mató traidoramente. Y no dice el libro santo que se ocultara de su padre Adán ni de su madre Eva, no obstante el temor que debía tenerles; trató de ocultarse de la vista de Dios, porque comprendió perfectamente el horror y la indignación que tan abominable crimen habría de causar en el Supremo Hacedor, exento de todo pecado. Es, pues, efecto de una gran misericordia de Dios, que su elección para enseñar su doctrina y administrar las medicinas espirituales que los hombres necesitan para curar las dolencias de su alma, recayera en hombres flacos, cuyos pecados parece como que se complace en publicar para dar más confianza á los hombres pecadores. Pedro, el príncipe de los Apóstoles y la piedra fundamental de su Iglesia, le negó tres veces; Tomás no creyó en su resurrección hasta que tuvo de ella pruebas tan materiales como las de tocar con sus manos las heridas hechas por los clavos de la crucifixión en las sagradas extremidades del Salvador del mundo y meter sus dedos en la llaga abierta en su divino costado. Todos los Apóstoles cometieron el acto punible de la deserción, huyendo á la desbandada cuando los sicarios de los príncipes de la sinagoga fueron á prender á nuestro

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Redentor, ¿guiados por quién? por Judas, uno de los doce Apóstoles. . Más todavía: pudo, ya que su elección recayó en hombres, escoger á gente principal y calificada para la misión de publicar por el mundo la buena nueva, y en vez de esto buscó, no sólo á los más humildes, sino algunos de oficio tan mal reputado, como San Mateo, publicano y alcabalero. Existen, sí, por desgracia malos sacerdotes; mas para la debida distinción conviene clasificarlos en dos categorías ó clases, á saber: una, las de los sacerdotes que obran mal y enseñan el bien, y otra, en los que su mala conducta va aparejada con sus perversas doctrinas. Pero, caso singular: mientras los primeros son objeto de la aversión y de las censuras de los enemigos de la Iglesia y sus flaquezas son exageradas con escándalo farisaico, los segundos son objeto de admiración y de los más entusiastas elogios de parte de esos escrupu-' losos puritanos. Que un sacerdote caiga en un pecado de sensualidad, ó movido por la codicia se apodere del bien ajeno, ó cegado por la ira ponga las manos airadamente sobre sus semejantes, pero que no apostate de la verdadera fe y siga enseñando con sus palabras la buena doctrina, y aun procure ocultar sus vicios para producir el menor escándalo posible. Ensordecedor es el griterío con que los periódicos sectarios, y aun los que blasonan de moderados, levantan contra esos hechos, realmente abominables y dignos de censura. Pero no

- 20 — paran ahí esos singulares defensores de la pureza de costumbres en el clero, sino que, tomando pie de un hecho puramente individual, manifiestan que no es oro todo lo que reluce en su indignación, pues á renglón seguido insinúan que toda la clase sacerdotal debe ser responsable de las faltas ó delitos de alguno ó de algunos de sus individuos. Pero que ese sacerdote indigno por sus vicios, añada á ellos la apostasía ó, sin llegar á ese extremo, rompa con la disciplina de la Iglesia y se rebele contra su Prelado, ó en lugar de entregarse á la sensualidad clandestinamente, se case civilmente. ¡Ah! Entonces ese mal sacerdote es una víctima de la tiranía clerical, un espíritu superior que rompe contra las supersticiones que tenían ahogado su privilegiado ingenio; un héroe que merece estatua y todas las demás muestras de la veneración del mundo. Testigo Lutero, para quien tienen reservadas sus más exageradas alabanzas esos titnoratoé que se muestran escandalizados por las flaquezas de un cura que no se ha separado en los puntos de fe y en la observancia externa de sus deberes de los preceptos de la Iglesia; testigo Giordano Bruno, al que erigen estatuas y le dan los honores de mártir todos los enemigos de la Iglesia, que relampaguean y truenan contra el más mínimo desliz clerical. Testigos, por último, los tristemente célebres curas del periódico sectario y fautor de toda clase de escándalos titulado El País, á

— 21 — quienes abre éste sus columnas para que desde ellas vomiten todo género de soeces invectivas y groseras calumnias contra los ministros dignos de la Iglesia de Dios. ¡Los malos sacerdotes! Harto llora la Iglesia sus extravíos; harto hace para reprimirlos y volverlos al sendero del bien; pero muchas veces sus esfuerzos resultan estériles por el apoyo que esos ministros indignos encuentran entre los que, blasonando de querer regenerar—palabra muy en moda—al clero, prestan á todos aquellos malos curas, que á sus flaquezas unen la rebelión contra la Iglesia, ó niegan en redondo todas las verdades de la fe. V ¿Qué son los m a s o n e s y demás sectarios?

° ^ ^ A hemos visto lo que son los curas, la doctrina que enseñan, la necesidad de su existencia, y demostrado queda también que las flaquezas de algunos no pueden servir ni aun de pretexto para pedir su extinción, como la existencia de moneda falsa no es razón para que deje de acuñarse y de apreciarse la buena. Veamos ahora lo que son los masones, que tomamos como el prototipo de todos los sectarios, por ser ellos los que han organizado y dirigen el movimiento anticlerical con que agitan hoy al mundo.

— 22 — El masón es, en primer lugar, un hombre que blasonando de libre, se liga con juramentos terribles á una asociación cuyos fines desconoce en el momento de entrar en ella, y á la que ha de prestar ciega obediencia, cualquiera que sean sus mandatos. Es un hombre, además, que alardeando de ser derpreocupado y enemigo de toda superstición, se entrega á las más ridiculas y depresivas ceremonias, incluso la de ponerse en cuatro pies en plena sesión de logia, como sucede con los afiliados al grado 22 del rito escocés de la secta masónica. Es también un hombre que diciendo profesar los principios del libre examen, está obligado, por los juramentos que á ciegas hace, á no profundizar los misterios de la secta, hasta el punto de estarle severamente prohibido leer los rituales de los grados superiores á aquel que le ha sido confiado en la logia. Se le dice que todos los hombres son iguales y luego se le obliga á acompañar con antorchas, cuando entran ó salen del templo masónico, á los masones de grados superiores al suyo, y se le veda sentarse en el sitio reservado á esos masones y á callar inmediatamente que el venerable de su logia ó el vigilante de quien dependen da Un golpe con el mazo ó mollete sobre la piedra triangular que dichos dignatarios de logia tienen en la mesilla, también triangular, ante la que se hallan sentados. Se dice partidario de la publicidad y acude á

— 33 — sitios escondidos, y es tal el secreto que tiene que guardar en todo lo que se refiere á los asuntos masónicos, que al final de cada sesión se le hace jurar por el venerable de la logia, no revelar á nadie lo que se ha tratado en ella. Consta en los estatutos de la secta, para uso de los que no están verdaderamente iniciados en sus rituales secretos, que la masonería no se ocupa en asuntos religiosos ni políticos y sí únicamente en obras benéficas, y no hay movimiento antirreligioso y revolucionario que no haya sido organizado por las logias. Ellas mismas se jactan de haber movido la pluma de los enciclopedistas del siglo X V I I I , á ellas pertenecieron Voltaire, Rousseau, Biderot y D'Alambert, cuyos abominables trabajos para arrancar la fe de los individuos y de los pueblos, aún sirven de pauta á todos los enemigos de la Iglesia de Dios en estos tiempos; consideran, y no mienten, como obra suya la proclamación de los llamados derechos del hombre el año 1789, los horrores del terror en 1793, y hasta presentan como título de gloria el asesinato del rey Luis XVI de Francia, al que los masones de la Convención francesa contribuyeron con sus votos, obligando á que también votara el infame regicidio el duque de Orleans, primo de aquel infortunado monarca, y conocido en las logias con el mote masónico ó nombre simbólico de Igualdad. Dice el masón que se ocupa en obras de beneficencia, pero es lo cierto que por los trabajos de la masonería, se decretó aquel infame latrocinio co-

— 24 nocido con el nombre de desamortización eclesiástica, que redujo á la más espantosa miseria á millones de desgraciados que en todo el mundo recibían el socorro de la Iglesia, por medio de obras pías, con cuyos fondos se enriquecieron los masones que antes no tenían, como se dice vulgarmente, sobre qué caerse muertos. Hoy mismo tenemos una prueba de la filantropía masónica en las leyes de persecución y de despojo contra las congregaciones religiosas, presentadas por la Cámara de diputados de Francia y pendientes de aprobación en el Senado de la susodicha nación. De aprobarse esas leyes, se triplicaría cuando menos el presupuesto de la llamada Asistencia pública, ó sea la beneficencia oficial, sopeña de dejar morirse de hambre á cientos de millares de pobres, que será lo más probable; pero en cambio los quinientos millones de francos en que han sido valuados los bienes de dichas congregaciones, vendrán á aumentar el peculio de los compadres de las logias, que por poco más de un pedazo de pan, como decirse suele, adquirirán productivas fincas que les permitirán vivir en la holganza, que tan sin fundamento echan en cara á los religiosos, á costa de los sudores de éstos, que á fuerza de trabajos y de constancia habían logrado reunir ese patrimonio, no para ellos, sino para socorrer las necesidades de los desvalidos é indigentes. Con lo cual se cometerá un doble fraude; aquel de que serán víctimas los pobres, cuyo patrimonio servi-

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rá para satisfacer las codicias de los masones listos, y el que se cometerá comprando por uno lo que vale diez, como sucedió en España con las desamortizaciones eclesiásticas, gravando además los intereses de los contribuyentes, á los que se exigirán mayores tributos para satisfacer los mayores gastos de la beneficencia oficial, qué hasta aquí se han venido sufragando con esos bienes de las congregaciones religiosas que han excitado la codicia de las logias. VI ¿Qué doctrina ensenan los masones?

como son los masones y demás sectarios enemigos de los curas y frailes, no hay que decir que sus enseñanzas han de ser diametralmente opuestas á las que frailes y curas enseñan. Y como está ya plenamente demostrado que la doctrina que éstos enseñan es buena, lógicamente se deduce que ha de ser mala la que sectarios y masones propagan. Esto no obstante, y para que la demostración que resulta de los dictados de la lógica quede confirmada por los hechos, expondremos someramente la doctrina masónica, tal y como se enseña á los que tienen la desgracia de ser presos en las redes de las logias. Lo primero que se le dice al candidato á masón es que á la secta no le importa un bledo que IENDO

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sea católico, protestante ó judío, mahometano, etcétera, ó que no tenga creencia ninguna, con tal que convenga en la existencia de un gran arquitecto del universo, reduciendo de este modo la divinidad del Supremo Hacedor á la categoría de un maestro de obras, pues para la masonería todas las religiones son iguales y todos los hombres tan estimables, cualquiera que sea la creencia que profesen. Y aunque esto no es verdad, pues para la secta masónica son indiferentes todas las creencias menos las de la religión católica, á la que tienen declarada guerra sin cuartel, resulta que al que ingresa en una logia se le obliga á profesar el principio de la libertad de cultos, que únicamente puede perjudicar á la verdad, pues la mentira sale con esto ganando. A esta primera enseñanza, que como se ve, va derechamente contra la Religión católica, que es la única verdadera, porque la verdad es una y no admite participaciones, porque tan mentira resulta decir que dos y tres son cuatro, como que son cuatro y medio, ó cuatro y nueve décimas, sigue otra más concreta y la única que sin ambajes ni símbolos se expone á la consideración de los que solicitan ser masones. —Sabed—les dice el venerable de la logia—que varios Pontífices de la Religión católica, y entre ellos el actual, han excomulgado á los masones. A pesar de esto, ¿insistís en recibir la luz? (Esto es: en ser masón.) Si eVaspirante dice que no, le plantan bonita-

mente, y no con buenos modos, de patitas en la calle, y si dice que sí, presta el juramento y le quitan la venda que ha cubierto sus ojos desde que penetró en las calles próximas á la logia, por las que así vendado le hacen dar un sin número de vueltas para despistarle, y nunca puede reconocer el sitio á que se le llevó, si no es admitido en la secta. De donde se deduce, que para ser masón hay que declarar que nada se le importa ser excomulgado, ó lo que es lo mismo, hay que hacer un acto explícito de rebeldía contra el Vicario de Jesucristo en la tierra, y separarse voluntariamente de la comunión de la Iglesia. Y ahora preguntaremos: ¿Puede dudarse racionalmente que el fin que se propone conseguir la masonería en el orden religioso, es un fin diametralmente contrario al catolicismo? Pero sigamos relatando las enseñanzas que recibe el masón en el acto de ser iniciado en una logia. Después de habérsele dicho que para la masonería todas las religiones son iguales y todas respetables, y ya hemos visto hasta qué punto es esto verdad^ se le dice también: La masonería tiene por objeto borrar las barreras que dividen á los hombres en razas y nacionalidades, para convertirlos en miembros de una sola familia, pues esas divisiones territoriales son invención de los tiranos para oprimir más fácilmente á la humanidad. Ó lo que es.igual.

Después de borrar en el masón la idea de Dios y su obligación de defender la religión que profesa, borra la secta la idea de la patria, y apunta su propósito de infiltrar en el ánimo del adepto el espíritu de rebeldía contra el rey ó jefe superior de su nación, presentándole con los caracteres de un tirano aborrecible que levanta fronteras entre el pueblo que rige y los demás pueblos, de acuerdo con los otros soberanos, para mejor dominar y oprimir al resto del género humano. ¿Cabe decir después de esto que la masonería no es una asociación, no ya política, sino revolucionaria y demoledora? No le basta, sin embargo, á la masonería borrar la idea de Dios, de la patria y de toda autoridad religiosa y civil de los corazones de sus afiliados; necesita acabar con la familia para lograr la destrucción de la sociedad cristiana y fundar otra basada en los principios del materialismo, según nos, lo ha enseñado el augusto Pontífice reinante en su admirable encíclica Hwmanum genus. Veamos de qué modo procede para llegar á conseguir tan abominable fin. Después de prestado el juramento masónico, el venerable entrega al nuevo afiliado un par de guantes blancos, diciéndole estas palabras: —Recibid este par de guantes para la elegida de vuestro corazón. Y luego añade: —Cuando lleguéis al grado de compañero podréis visitar las logias de adopción.

Con lo cual el recipiendario se queda como quien ve visiones, sin encontrar la relación que pueda existir entre aquel par de guantes que el venerable le ofrece galantemente para la elegida de su corazón, y la promesa de que podrá visitar las logias de adopción cuando reciba el grado de compañero. Y es que quizá no sepa entonces que existen logias de mujeres, y que esas logias se conocen con el nombre de logias de adopción, y que en esas logias ha de demostrar más aún que en la suya propia si le puede ser otorgado el grado de maestro, si hemos de creer en las palabras del masón Alberto Pike, gran comendador que fué del Supremo Consejo masónico de Charleston, que vienen á decir, en substancia, que el masón que sólo ama á una mujer no es digno de recibir el grado de maestro. Las palabras textuales del susodicho masón son más expresivas; pero, por razones fáciles de comprender, no nos atrevemos á transcribirlas' en toda su descarnada desnudez. Pero no paran en esto los propósitos de la secta masónica para destruir á la familia cristiana; su acción en este punto llega al extremo de considerar como único matrimonio válido á sus ojos la sacrilega parodia de la celebración de este santo Sacramento, que se verifica en la logia, en la que el venerable de la misma hace de sacerdote, ni considera como hijos legítimos, desde el punto de vista masónico, más que aquellos cuyos padres se prestan á llevarlos á las logias para que sean bau-

tizados masónicamente, otra horrible parodia del sacramento del Bautismo. La mujer y los hijos del masón que no son reconocidos como tales en las logias por medio de tan abominables sacrilegios, no son para la secta otra cosa que la hembra y los vastagos naturales ó profanos del afiliado, como dicen en las logias de todo lo que no es masónico; y de aquí que consideren á la esposa legítima, según las leyes divinas y canónicas, del masón como á una manceba, y á los hijos de matrimonio como á los habidos fuera de él. Todo esto se halla plenamente comprobado en los rituales de la masonería, que hasta se venden en los baratillos de libros, y donde pueden verse explicadas por menudo las abominables ceremonias del bautismo y del matrimonio masónico, y hasta el de las tenidas ó sesiones fúnebres, otra horrible parodia de las exequias que la Iglesia celebra en sufragio de las almas de los fieles difuntos. VII Otras enseñanzas que reciben los masones.

aquí hemos tratado de las que recibe el masón de los grados inferiores; veamos ahora las que aprenden en los grados superiores al 3.° ó sea el de maestro. Pero antes de entrar en materia acerca de este punto, hemos de decir que al recibir el masón del ASTA

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grado 2.° ó sea el compañero el grado de maestro, se le dice, después de una serie de enrevesados simbolismos, que no hacen ahora al caso, que los tres enemigos contra quienes tiene que combatir la masonería son la ignorancia, la hipocresía y la ambición. Mas esto es también un símbolo, porque esos toes vicios son otras tantas representaciones de instituciones, que más adelante y con el ritual masónico del grado correspondiente á la vista, designaremos como ese ritual las designa, con sus nombres propios. Y dicho esto, que no debe echar en olvido el lector, pasemos al examen de las enseñanzas que el masón recibe en los grados superiores al de maestro. En los grados 9.° y 10 se proclaman como medio de realizar los fines masónicos el asesinato; en el 16 se dice textualmente que los trabajos masónicos hacen ver que la igualdad humana produce, como consecuencia inmediata, la libertad y la independencia de las naciones como reuniones históricas ó territoriales, y como consecuencia mediata, que los derechos y los intereses de la humanidad no pueden ser limitados por las fronteras. Que es, ni más ni menos, que la ampliación de la idea de borrar los sentimientos de amor á la patria, ya apuntada en la ceremonia de la iniciación masónica. Hay, además, en este grado un simbolismo cuya significación es de gran importancia, y cuya síntesis es la siguiente:

- 82 — Represéntase en el susodicho grado á los judíos luchando para vencer á los samaritanos y que desconfiando Zorobabel de someterlos, pidió su protección al rey Darío,'que éste se la otorgó y desde entonces los judíos, apoyados por el monarca asirio, hicieron pagar el tributo á los samaritanos. A primera vista no parece que exista congruencia entre la teoría de que los derechos é intereses de la humanidad no puedan ser limitados por las fronteras, y que de resultas de la embajada de Zorobabel á Darío, los judíos lograron sacar el tributo á los samaritanos; pero si se tiene en cuenta que de la teoría disolvente de borrar las fronteras ha sacado partido el judaismo para hacerse desde el punto de vista económico dueño del mundo, y los puntos de contacto que existen entre masones y judíos, hasta el punto de hallarse en manos de éstos la dirección suprema de la secta masónica, se comprenderá fácilmente que los samaritanos del grado 16 de la masonería somos todos los cristianos y muy principalmente la Iglesia católica, despojada de sus bienes por toda clase de sectarios con el apoyo del Estado moderno, á quien representa en el simbolismo masónico el rey Darío. En el grado 17, además de ensalzarse los errores del gnosticismo, se proclama el derecho de reunión tal y como lo entienden todas las escuelas liberales. En el grado 18, ó sea el de príncipe Rosa-cruz,

— 88 — se'profana la institución de la sagrada Eucaristía de un modo tan sacrilego como horrible. El grado 21 tiene dos aspectos: el del simbolismo judaico que caracteriza á todos los grados de la masonería y en el que se trata de la reedificación de la torre de Babel, ó sea del triunfo de la soberbia satánica, ó de la razón independiente sobre la fe, y otro ya indicado en el grado 17. En el simbolismo de este segundo aspecto aparece un obispo de Viena, condenado á perder lo» bienes que había adquirido, según el ritual masónico, por malas artes, y no hay necesidad de ser muy lince para conocer que el susodicho obispo representa aquí á la Iglesia condenada por la masonería al despojo de sus bienes, empleando para ver de justificar tan inicua medida, las calumnias que acerca del origen de dichos bienes hacen correr todos los sectarios. En el grado 30 ó sea de caballero Kadosch, se explica más claramente quiénes son los enemigos á quienes la masonería tiene que exterminar, pue* al recipiendario se le obliga á atravesar con ua puñal una tiara, una mitra y una corona, y en algunas cámaras de este grado, donde domina el elemento judaico, se obliga al caballero Kadosch á pisotear, ¡horror causa decirlo!, un crucifijo. En el grado 32, príncipes del real secreto, y note el lector que en la secta masónica donde tanto se habla de la igualdad, todos los masones de los altos grados, son patriarcas, príncipes y soberanos, para distinguirlos del vulgo masónico, se 2

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declara de una manera clara que al auge en que hoy se hallan los principios de la masonería, han contribuido la herejía de Lutero, la emancipación de los Estados Unidos de la América del Norte, y la revolución francesa, pero que su victoria definitiva no llegará hasta después del triunfo del socialismo y de la anarquía. ¿Qué le parece al lector de la fraternidad masónica? Pero todo esto son tortas y pan pintado si se compara con la enseñanza del grado 33, el más empingorotado de la masonería escocesa. En él, dejándose de simbolismos y de garambainas, se dice al recipiendario que los tres enemigos del simbólico maestro Hiram, ó sea de la masonería, son la Ley, la Propiedad y la Religión, y que contra esos tres enemigos ha de pelear la secta hasta vencerlos. Esto no se dice, como es de suponer, á aquellos á quienes se concede ese grado para que figuren como fantasmones en las logias, sino á los verdaderos iniciados, según el ritual secreto, aunque no tanto, pues impreso corre sin que los masones puedan negar su autenticidad, del mencionado grado 33 (1).

(1) Puede consultarse á este fin la obra que lleva por título La masonería en España. Madrid, 1893. (Impresa con licencia de la autoridad eclesiástica.)

Vili «La obra de los maso ¡íes y demás sectarios.

una doctrina, nada más fácil que g¡2¡2$? calcular sus efectos; pero cuando éstos ya se han producido no es necesario que el entendimiento discurra, pues basta con que la memoria los retenga en su archivo. No vamos á hablar de Historia antigua, sino de Historia contemporánea, de sucesos de ayer, como aquel que dice y aun de hoy, porque hoy más que nunca se sienten en el mundo los efectos de la perniciosa doctrina masónica. Fijémonos en España, pues para España especialmente y para los españoles escribimos; entremos en cualquiera de sus ciudades, en la que á cualquiera de nuestros lectores le plazca, pues el espectáculo que va á considerar es igual en todas y quizá ni aun necesite moverse de su casa, bastándole con asomarse á una ventana para comprobar la verdad de lo que pasamos á exponer. ¿Qué se hizo de aquella robusta fe y de aquella pública y acendrada piedad del pueblo español? ¿Qué de aquel sincero amor á la patria, que llevó á nuestros padres á plantar la bandera española en todos los confines del mundo conocido, y del que Dios nos otorgó valiéndose del famoso genovés Cristóbal Colón? ¿Dónde hallar ya aquella firme y digna adhesión á sus soberanos temporales, 50^-ONOCIDA

que permitió á éstos realizar las empresas gloriosas que aún asombran al mundo? ¿Dónde fué á parar el respeto á la ley y á sus representantes? ¿Qué se hizo de la misericordia del rico para con el pobre, de la gratitud de éste para sus bienhechores, de las francas y cordiales relaciones, guardando cada cual su puesto, de amos y criados, de maestros y oficiales ó de patronos y obreros? Aquí y allá aún existen vestigios de esa hermosísima armonía de los hijos del mismo Dios, de la misma patria y de la misma familia; pero, en general, bien puede decirse, por desgracia, que todo es desunión y discordia. Rota la unidad de la fe, los que antes se consideraban, y con razón, hijos del mismo Dios, son hoy enemigos irreconciliables, que se increpan, se insultan y se maltratan, esperando que llegue la hora de la batalla definitiva que ha de producir el exterminio de uno de los dos bandos. En el orden político ocurre lo propio; el turno de los partidos ha sustituido al gobierno estable de los antiguos tiempos, en que el oficio de gobernante no se conquistaba por el voto de la muchedumbre alucinada por las frases de relumbrón de un audaz charlatán, y ya son pocos los españoles que no se juzguen en aptitud para escalar los puestos más preeminentes de la gobernación del Estado. Y como estos puestos son pocos y los aspirantes innumerables, de aquí la formación de bandos ó partidos políticos que traen divididos á los vecinos de un mismo pueblo, que ya no con-

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curren unidos á la realización del bien común, sino que luchan y se despedazan para que su bando se sobreponga al contrario, con perjuicio de la buena administración y de la paz que debe reinar entre personas que diariamente tienen que estar en contacto para los fines de la vida de relación. De ese semillero de odios surgen las asperezas que dificultan la solución del problema social, problema que, por otra parte, debe su agravación á las doctrinas masónicas y sectarias, porque es indudable que arrancada de los corazonesy de los entendimientos la idea de Dios, y suprimida la obligación de seguir sus preceptos, el hombre queda entregado á sus sentimientos egoístas, haciendo al rico duro de corazón para con el pobre, y haciendo ver á éste que el rico es el enemigo que le arrebata la parte de bienes que le corresponde para atender á las necesidades de su existencia. Pero no paran en esto los estragos que la doctrina masónica y sectaria causan en la sociedad. La familia que es su base natural, sufre igualmente las consecuencias de tan perniciosas doctrinasPara convencernos de ello, basta examinar lo que pasa en muchas familias, comparándolo con lo que sucedía antes de que las doctrinas masónicas y sectarias se hubieran abierto paso en el mundo. ¿Cuándo se vio, como ahora, á gran número de padres haciendo alardes de impiedad ante sus hijos, y á éstos olvidarse del respeto que deben á sus padres? Y lo que todavía, si cabe, es

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más horrible: ¿cuándo se vio á la mujer, como hoy se ve á muchas, haciendo gala de despreocupación en asuntos religiosos? ¿Qué prácticas piadosas quedan hoy en bastantes familias, de las que antiguamente no prescindía niuguna? Grandes y muy graves son los males que las perversas doctrinas sectarias han causado en las leyes que rigen en los Estados modernos, pero aún son mayores los producidos en las costumbres, así públicas como privadas. No ha contribuido poco á esos males la libertad de la prensa para esparcir toda clase de errores y de abominaciones, siendo de notar acerca de este punto, para demostrar la parte que la masonería tiene en ese medio de corrupción, que según declaró hace algunos años el conocido masón D. Nicolás Díaz y Pérez desde las columnas de La Época, no hay periódico en Madrid, excepción hecha por supuesto, de los declaradamente católicos, que no cuente en su redacción con dos redactores masones. Afirmación que ninguno de los periódicos aludidos desmintió, y que por tanto puede considerarse como consentida. Una de las cualidades que primeramente pierde el masón así que se acostumbra á respirar el ambiente de la logia, es el sentimiento religioso que le fué comunicado por las piadosas enseñanzas de su madre y por la doctrina cristiana que aprendió de los sacerdotes encargados de la catequesis de la infancia. Sin darse cuenta de ello comienza á odiar al cura, objeto de las burlas masónicas, si

- 39 no precisamente en las sesiones de las logias de aprendiz, donde, y esto no siempre, se procura no alarmar demasiado las conciencias de los nuevos adeptos, sí en los intermedios de aquéllas, donde los masones se entretienen en la llamada sala de los pasos perdidos ó sea la antesala de la logia, en disertar sobre religión y política, asuntos de que no pueden tratar en las referidas reuniones de los aprendices. En aquellos intermedios es donde recibe el nuevo iniciado las enseñanzas masónicas sin simbolismos ni mogigangas. Un masón antiguo y experimentado en ese género de corrupción, lleva generalmente la voz cantante y repite, aprendidas de memoria, todas cuantas calumnias se han escrito y publicado contra la Iglesia y sus ministros, y no hay que decir si esa obra periódica de difamación contra el clero, salpicada de chistes obscenos y de chascarrillos indecorosos, irá sembrando en el masón nuevo, primero la duda y después la más completa incredulidad en asuntos religiosos. Pero ese masón, es quizá casado y tiene hijos, y cuando desde la logia vuelve á su casa, lleva ya el veneno que ha de verter en las almas de los individuos de su familia. Si antes se confesaba con frecuencia, deja de hacerlo en absoluto desde que es masón, prescinde de la obligación de oir Misa, y si por acaso alguno de sus hijos le pregunta algo acerca de lo que aprendió en la escuela sobre un punto relacionado con la Doctrina cristiana ó con la Historia Sagrada, el masón se encoge de hom-

- 40 bros despreciativamente, si no es que suelta en redondo alguna de las patochadas irreverentes que oyó en la logia. Y así como le han quitado los otros masones la fe, así se la quita él á su vez á su mujer y á sus hijos; y si por ventura está casado con una mujer sinceramente cristiana, penetra en el hogar doméstico la discordia más espantosa, con grave y muchas veces irreparable detrimento de la buena educación de los hijos. Tal es la obra del masón, completamente opuesta, como se ha escrito, á la obra del cura. Veamos ahora algunos de sus frutos, para poder juzgar con pleno conocimiento de causa, de la perversidad del árbol que los produce. IX Frutos de la enseñanza masónica,

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A hemos demostrado con las enseñanzas de los grados 9.° y 10.° de la masonería, según constan en los respectivos rituales de dichos grados, que dicha secta proclama el asesinato como uno de los medios conducentes al logro de sus abominables fines; y en el ritual del grado 30 hemos visto también, que de esos procedimientos criminales, han de ser víctimas con preferencia los Papas, el clero (á cuya cabeza están los obispos) y los reyes. Las masones, á quienes maldita la gracia que ha

- 41 — hecho la [divulgación de esos ritaales, insisten en afirmar que todo eso es simbolismo puro, pues sus tiros se dirigen á destruir á la ignorancia, á la hipocresía y á la ambición, que son los tres enemigos de la humanidad, representados por los tres compañeros que dieron muerte al maestro Hiram, constructor del templo de Jerusalén, según la enseñanza que se da al masón cuando recibe el grado de maestro. Pero si esto fuera así, ¿á qué venían las palabras ¡venganza!, ¡venganza!, que sirven de contraseña en dichos grados? ¿A qué el esgrimir un puñal, como lo hacen esos elegidos de los nueve y esos caballeros Kadosch, cuando se quieren dar á conocer unos á otros? ¿No parece lo más natural que tratándose de destruir la ignorancia, en vez de esgrimir un puñal, mostraran un libro abierto, y en lugar de gritar, ¡venganza!, dijeraií de corrido las letras del alfabeto, ya qué quieren velar sus intenciones por medio de símbolos? Y si de destruir á la hipocresía se trata, ¿por qué no decirlo francamente en lugar de andar con esos trampantojos? Y si es la ambición el enemigo de la masonería, ¿á qué viene esa cáfila de títulos rimbombantes de grandes caballeros, sublimes príncipes y soberanos inspectores, etc., etc., con que se engalanan los masones? Guando Jesucristo nuestro Señor vino al mundo á destruir la ignorancia, comenzó por enseñar al pueblo, no en obscuras cavernas ni en misteriosos conciliábulos sino en campo abierto, en la

plaza pública, en la sinagoga, donde se hallaban sus enemigos, según El mismo lo hizo valer cuando le preguntaron acerca de su doctrina. Vino á destruir la hipocresía, y sin andarse con circunloquios ni símbolos enrevesados como los masones, llamó á los fariseos raza de víboras, sepulcros blanqueados y cuanto hacía al caso, para que el pueblo conociese la doblez de aquéllos en la apariencia más escrupulosos guardadores de la antigua ley. ¿Y de qué modo luchó contra la ambición? Sin hacer alarde vano pudo llamarse Hijo de Dios, porque lo es realmente; sin pecar de soberbia pudo llamarse cuando menos Príncipe, pues era sucesor del rey David; pudo, lo que no há podido ni podrá jamás hombre alguno en el mundo, escoger su cuna y nacer en un palacio, y morir, ya que había decidido hacerlo, en lecho suntuoso, y rodeado de solícitos servidores, y hacerse unos funerales como los del soberano más poderoso de la tierra. Y precisamente, para destruir la ambición que había perdido al hombre, escogió para cuna un pesebre y para lecho de muerte una cruz, el suplicio más ignominioso de aquellos tiempos, y para compañeros de su agonía dos miserables bandoleros. No, repetimos; no son un mero símbolo esos gritos de venganza, ni esas calaveras, ni esos puñales que se dan, se muestran y se esgrimen en los grados 9.° y 30. Esos gritos se dan fuera de las logias en los motines callejeros, se dieron en los

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días del terror de la revolución francesa, obra de los masones, y en el saqueo de los conventos en España cuando la degollación de los frailes, algunas de cuyas calaveras han servido en los antros masónicos para recordar con satánica alegría aquellas horribles matanzas y para jurar repetirlas. Los puñales de la secta han sido á veces símbolo, pero símbolo de las bombas que el masón Orsini arrojó al coche del emperador Napoleón III y de las pistolas y revolvers á cuyos tiros han sucumbido bastantes soberanos de Europa, dos presidentes de la república norte-americana en el pasado siglo, y el presidente mártir de la república del Ecuador, García Moreno. Y puñales no simbólicos, sino muy afilados, fueron los que los masones esgrimieron contra Rossi, el ministro del inmortal Pontífice Pío IX y el que el cura Merino, que ya había tratado de atentar contra la vida de Fernando VII, esgrimió el año 1852 contra la reina doña Isabel II; pues está probado que no sólo era masón el cura Merino, sino por añadidura carbonario. Y masón, precisamente del grado 9.°, ó sea el de las venganzas, es el cura Galeote, asesino del primer obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá, según dijeron varios periódicos liberales, y por tanto nada sospechosos en este punto, á raíz de aquel horrible y sacrilego crimen. Y masón era Caserío, el asesino del presidente de la república francesa Sadi-Carnot, y masón An-

— 44 — giolillo, el asesino de D. Antonio Cánovas del Cas­ tillo, y Luceni, el de la emperatriz de Austria, y Bresci, el del desg raciado Humberto de Saboya. Porque ni el ser masón libra á los reyes del pu­ ñal de los masones; porque la masonería después de haberse valido de los reyes para perseguir á la Iglesia, acaba con los reyes, como se desembaraza el asesino de un cómplice pelig roso. La triple pu­ ñalada del sombrío masón del grado 30 á la tiara, á la mitra y á la corona, es el testimonio más elocuente de la verdad que acabamos de apuntar. Estos son los frutos de la masonería. Vamos á ver lo que sería el mundo si se realizaran los pla­ nes de los sectarios. X №1 mundo e n poder de masones y d e m á s sectarios.

por un momento que los abomi­ nables deseos de los masones y demás sec­ tarios se han cumplido. Ya no hay frailes ni curas en el mundo y cada cual es dueño de adorar á Dios á su manera, ó de no adorarle de ning una y aun de neg ar su existencia en redondo para dar, sin freno alg uno, rienda suelta á sus pasiones. Ya no hay curas, ni ig lesias, ni culto de ningún género, ni Sacramentos, ni enseñanza de la doc­ trina cristiana, ni nada que teng a la más mínima semejanza con las prácticas relig iosas. UPONGAMOS

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Ya todo el mundo se dedica á los negocios de la tierra sin pensar en los del cielo; el que tiene bienes de fortuna, gasta y triunfa; el que no, se come los codos de hambre ó se dedica á buscar, donde los encuentre, los medios de atender á sus necesidades. Los sectarios y masones han triunfado en toda la línea; la autoridad ya no emana de Dios, pues á los ojos de una sociedad constituida por sectarios, Dios es un mito inventado por los curas, y no habiendo curas se aoabó el mito. Pero como sin autoridad no pueden vivir los pueblos, hay que recurrir para inventarla al principio masónico de que la autoridad no viene de arriba, sino de abajo; esto es, que el origen de toda autoridad reside en el pueblo, y que éste delega en los magistrados que elige para que cuiden de la gobernación del Estado. Pero como el delegado no puede representar al delegante sino por el tiempo por que éste quiera, resulta que la autoridad para gobernar el Estado no puede ser más precaria, pues un capricho del pueblo soberano puede dar al traste con ella. Pero de fijo al llegar aquí no faltrrá quien nos diga: —Pues qué, ¿acaso no sucede eso mismo en los Estados que antigua y actualmente han adoptado la forma republicana y los poderes amovibles del primer magistrado de la nación, sin que por eso se hunda el firmamento ni tiemblen las asieras? —Sí que sucede, contestaremos, pero con una

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diferencia muy esencial, y es la de que, habiendo curas, el pueblo sabe que debe respetar á los gobernantes como quien respeta á Dios en ellos, mientras que en un Estado sin religión falta necesariamente ese respeto; porque el pueblo puede dar el cargo, pero no la autoridad para ejercerlo; porque la autoridad es patrimonio del superior, y siendo el pueblo el superior, ó lo que es lo mismo, residiendo en él la fuente de toda autoridad, la del jefe del Estado, que sería delegada, sería inferior á la suya, y las leyes de aquél no podrían prevalecer sin la sanción del pueblo, lo cual haría todo gobierno imposible. Y realmente, si el hombre al obtener el poder no recibe otra autoridad que la que en él delegan sus electores, está siempre á merced de ellos y sujeto á las veleidades de la opinión, tan frecuentes en las muchedumbres, y muy pronto resonaría en sus oídos este grito, que ya constituye el programa de los más violentos sectarios: —Ni Dios, ni amo. Ó lo que es igual: ni autoridad divina, ni autoridad humana; pues siendo todos los hombres en el sentido de no admitir entre ellos ninguna diferencia social, ninguno podría ejercer jurisdicción sobre los demás, ni éstos otorgarla sin abdicar de su autonomía, cosa que considera degradante y abyecta todo sectario convencido. Pero ¿á qué recurrir á argumentos especulativos para demostrar lo que en el orden religioso y en el político y social sería el mundo en poder de

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los masones y demás sectarios, cuando, por confesión de la propia secta masónica, sabemos ya que su objeto es destruir la ley, la Religión y la propiedad? ¿Y qué es esto sino sumir al mundo, no ya en las tinieblas del antiguo paganismo, sino en los horrores de la más espantosa y triple barbarie? Sin Dios no hay salvación alguna pira las almas, ni eternidad feliz ó desgraciada según las obras de cada individuo, sino una vida efímera de alma y cuerpo, tras la cual sólo se encuentra la nada. En esas condiciones, ¿para qué el estudio de las ciencias morales, ni las obras del ingenio humano, como la poesía, la música y la pintura, que aunque penetran en los sentidos no se detienen en ellos, sino que van principalmente á deleitar al espíritu? Todo lo que no sirviera para satisfacer los apetitos de la carne, quedaría proscripto como innecesario y aun nocivo en una sociedad sin curas y dominada por los sectarios. Al hombre inteligente y pensador sucedería el hombre máquina, mejor dicho, el hombre bestia, pues al dejar de cultivar el entendimiento, hasta los adelantos materiales de que tan envanecidos se muestran los hombres del siglo, irían desapareciendo hasta quedar por completo abandonados. Pero además de suprimir á Dios, que no á otra cosa equivale suprimir la Religión, los masones quieren suprimir la Ley, esto es: quieren tener como única regla de su vida su capricho. ¿Puede concebirse anarquía más espantosa? El hombre

entregado á sus apetitos y teniendo éstos como única regla de su existencia, no se diferencia en nada de la bestia. Pero como los apetitos de un hombre encuentran un obstáculo en los apetitos de otro hombre cuando ambos ansian una misma cosa, no sólo el hombre queda convertido en bestia, sino en bestia feroz, pronta á devorar á otra bestia también feroz, que le disputa una presa, á la cual uno y otro se consideran con el mismo derecho, porque ya hemos visto que además de destruir la ley, pretende el masón destruir la propiedad, aunque esto último, suprimida la idea de Dios y destruida la ley, la propiedad queda ipso fado destruida, pues no hay ya precepto divino ni humano que la defienda. ¿Va comprendiendo ya el lector lo que sería el mundo en poder de los masones y de sus sectarios? ¿No ve claramente que entregado el mundo á tan horrible desorden, la sociedad no tardaría en desaparecer por completo? ¿Pero qué decimos la sociedad? ¿Podría subsistir siquiera la familia? No, seguramente, porque el hombre, seducido al miserable estado de bestia feroz, no querría soportar las cargas que la familia trae consigo, tales como la manutención de la mujer y de los hijos, la educación de éstos, su asistencia en sus enfermedades, ninguno, en suma, de los cuidados que lleva consigo el carácter de cabeza de un hogar par modesto que éste sea. El hombre se uniría transitoriamente á la mu?

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jer como se unen las bestias, alejándose de ella así que hubiera satisfecho su concupiscente apetito. Quizá la mujer, por ese instinto maternal que Dios ha concedido á los seres irracionales, cuidase á su prole en la primera infancia; pero presto la abandonaría, así que viera que no necesitaba su cría aquellos cuidados que son necesarios para que pudiera manejarse por sí sola. No habría, pues, ni hijos, ni padres, ni hermanos, sino bestias humanas como las hay de la raza canina, de la felina ó de cualquiera de las innumerables que existen en la escala zoológica. No se lograría, seguramente, que el hombre descendiese del mono, como pretendía Darwin, pero sí que entre uno y otro en su manera de vivir hubiera escasa diferencia. Tal es, en suma, la tan decantada civilización á que aspiran los masones, y sólo pensar que semejante horror se consumara, llena el alma de indecible angustia y todas las fibras de nuestro ser se extremecen á impulsos de un terror que traspasa los límites del pánico. XI P e s e á los masones y demás sectarios, habrá siempre curas.

ERO serénese el ánimo del lector, á quien haya impresionado dolorosamente la idea de que los fines masónicos llegaran á realizarse. Por la infinita misericordia de Dios no se reali-

— 50 — zarán; en primer lugar, porque Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ha prometido á su Iglesia que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; y después, porque una vez descubiertos los infames planes de la masonería, no ha de ser tan ciego el género humano que los secunde, aunque sólo fuera por instinto de propia conservación. Podrá, sí, ocurrir, y eso ya sería una desgracia inmensa, que Dios retirase su protección á las naciones que, habiendo sido llamadas como el pueblo escogido del Señor para defender su doctrina, falten á su vocación y prevariquen como prevaricó el pueblo de Israel. Otros pueblos, otras naciones, serán llamadas á continuar la obra de glorificar á Dios, y de ello van ya observándose no pocos indicios en las naciones protestantes, donde el catolicismo cuenta, como en Alemania é Inglaterra, una libertad de acción que, ¡vergüenza causa decirlo!, se la niega en los Estados oficialmente católicos. Habrá curas, pese á los masones y demás sectarios, porque la obra de la civilización verdadera no puede desaparecer, y sin el cura y sin el fraile, esa civilización no existiría. Curas y frailes fueron los que sacaron al mundo de las tinieblas de la barbarie, enseñando la doctrina que los mismos sectarios tienen que reconocer que es buena, no sólo por su origen divino, sino por los bienes de orden natural y humano que proporciona. Curas y frailes fueron los que enriquecieron las

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bibliotecas con obras de todos los ramos del saber humano; los que organizaron la enseñanza de las ciencias, de las artes, de la agricultura y de la industria. Sin los curas y los frailes, no existiría ninguno de los progresos materiales de que tanto se ufanan los hombres del siglo; porque en las iglesias, en los monasterios, en los conventos, como la abeja en su panal, se sentaron todas las premisas científicas, cuyas aplicaciones admiran al mundo. Sin curas y frailes no existiría la cultura que hace al hombre asequible al trato social, porque el mundo se hallaría sumido en la mayor ignorancia y sabido es que la ignorancia hace al hombre zafio é insociable. No es posible calcular los tesoros de sabiduría que han salido de las iglesias y conventos. Puede, sin embargo, formarse el lector de ello una imperfectísima idea, con sólo fijarse en que las antiguas universidades del mundo estaban dirigidas por curas, y frailes y que actualmente, y pese á la secularización de la enseñanza decretada por los Estados modernos, esto es, por los masones y sectarios, millones de seres reciben la instrucción primaria, la elemental y aun la superior, de curas y frailes. ¡Y todavía les llaman obscurantistas! ¡Obscurantistas ellos, que así que llegan á cualquiera de los pueblos bárbaros que en cumplimiento de una misión sublime van á evangelizar, lo primero que hacen es establecer una iglesia y

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en ella una escuela! ¡Obscurantistas y les deben el saber leer y escribir un gran número de los que de ignorantes les acusan! Sin el cura y el fraile no existiría la caridad, porque la caridad digna de este nombre, digan cuanto quieran los trovadores de la hospitalidad musulmana y de la generosidad de los pueblos salvajes, sólo existe en la Iglesia de Dios y en las instituciones fundadas por ésta, es decir, por esos curas y esos frailes contra los que masones y demás sectarios azuzan el furor ciego é ignorante de las turbas. Decid, masones, librepensadores y demás sectarios, ¿cuándo han fundado alguno de los vuestros una asociación para asistir á los enfermos, para dar de comer á los necesitados ó para redimir á los cautivos? ¿Dónde están vuestros establecimientos de enseñanza, ya que os llamáis partidarios de la civilización y del progreso? ¿Cuántas escuelas habéis fundado? ¿Qué Universidades habéis instituido? ¿Qué bibliotecas habéis formado? Cuando la instrucción dada á la juventud en las Universidades de que se apoderó el Estado, atribuyéndose funciones docentes que no le corresponden, era todavía católica, ó por lo menos no opuesta á las enseñanzas de la Iglesia, todo se os volvía pedir libertad, mucha libertad de enseñanza, hasta el punto de que en uno de los famosos lemas del periódico La Discusión, dirigido por D. Nicolás María Rivero, antes de la revolu-

- 58 ción de 1868, se pedía para cada ciudadano la facultad de enseñar sin títulos académicos. Pero triunfó la revolución y del mismo modo que aquellos que pedían la abolición de las quintas y matrículas de mar y el ejército voluntario (otro de los lemas del periódico de Rivero), han acabado por pedir el servicio militar obligatorio, así también cuando se ha visto que bajo el régimen de una libertad de enseñanza, no pedida ciertamente por la iglesia, (pues el espíritu en que se inspiran los principios de esa llamada libertad no son los principios católicos que no admiten la libertad para el mal), cuando se ha visto, repetimos, que bajo ese régimen, las congregaciones religiosas fundaban y multiplicaban escuelas, institutos y universidades, los masones y demás sectarios han proclamado el absurdo principio de la tiranía docente del Estado y lo han comenzado á llevar á la práctica poniendo toda clase de trabas y cortapisas á la enseñanza libre. Y como así y todo aún tienen esas tan calumniadas congregaciones religiosas vitalidad bastante para luchar contra la ignorancia que al pueblo tratan de imponer los sectarios, recurren éstos al medio de pedir la disolución de esas sagradas milicias, y su extrañamiento del mundo civilizado, como si de fieras dañinas se tratase. Pero qué, ¿el cura y el fraile por serlo, han dejado acaso.de ser ciudadanos con los mismos derechos que el resto de sus compatriotas? ¿No son los curas y frailes tan españoles como el que más

de todos los españoles seglares? Y respecto á los curas y frailes extranjeros, ¿son en algo inferiores á los sacamuelas norteamericanos ó á los afiladores franceses que vienen á España á ejercer sus industrias, sin que nadie les moleste, ni mucho menos pida su expulsión? —¡Ah!—exclaman los masones y demás sectarios, cuando se les hace este argumento que no tiene vuelta de hoja.—Los curas y los frailes dependen de Roma, y Roma es un poder extranjero. ¡Válganos Dios, y qué patriotas nos resultan ahora esos masones, que comienzan por enseñar á sus adeptos que eso de las diferentes naciones y fronteras, son invenciones de los tiranos para mejor sojuzgar á la humanidad! Pero decidme, escrupulosos masones, ¿sabéis acaso de quién dependéis vosotros? Sois esclavos de un poder oculto cuya nacionalidad ignoráis, pero que según todos los indicios y aun pruebas fidedignas, es la judaica. Vuestro nombre en España va unido á todas las desmembraciones del territorio patrio; cuando Napoleón invadió á España, erais alrancesados; cuando las colonias se rebelaron contra la madra patria, filibusteros, y ahora en Cataluña sois separatistas, y trabajáis por la anexión á Francia de dicho principado. En cambio el cura y el fraile fueron en la guerra de la Independencia el obstáculo más grande conque tropezó el invasor, y ante el que se estrellaron sus ambiciosos proyectos; en las colonias han sido los más decididos defensores de la inte-

— 65 gridad de España, y siempre y en todas partes han colocado su amor á la patria inmediatamente después de su amor á Dios. Dependen de Roma en lo espiritual; pero en lo temporal han sido siempre los más fieles hijos de su nación respectiva, y jamás España fué más grande y poderosa que cuando fué gobernada por curas y frailes, ó tuvieron éstos influencia en las regiones del Estado. ¿Acaso fué un mal español el cardenal Ximénez de Cisneros porque en lo espiritual dependía de Roma? ¿Fué mal francés el cardenal Richelieu por la misma causa? Nadie que tenga el entendimiento sano y conozca la Historia podrá afirmar que ambos purpurados no fueron los más celosos amadores de sus respectivas patrias. Lo contrario sucede con los masones. Masón era Azanza, presidente de las cortes de Bayona, que entregaron el gobierno de España al intruso José I; masón era Riego, que se sublevó contra su rey legítimo al frente de las tropas que iban á combatir á los rebeldes americanos y que por esta causa no fueron, lo que acarreó la pérdida para P^spaña del continente americano. Masones eran los jefes y oficiales del ejército español, que hicieron causa común con los insurrectos de Méjico, de Bolivia y del Perú, y masones también los que han capitaneado últimamente las rebeliones de Cuba y Filipinas, cuyo apoyo más firme lo han obtenido de los masones de la península, y ahí está el masón Morayta, que aunque lo pretenda, no podrá dejarnos por em*

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busteros, pues de su intervención en,la propaganda sectaria en nuestras antiguas posesiones de la Oceanía existen pruebas realmente abrumadoras. No; ni el cura ni el fraile desaparecerán del mundo porque, su necesidad, plenamente demostrada por la Historia, aunque no lo estuviera por el origen divino de la clase sacerdotal, les hará existir todo lo que el mundo tenga de duración. Jesús al despedirse de sus Apóstoles, les dijo estas palabras, que en medio de las más violentas persecuciones contra la Iglesia, se han visto siempre confirmadas: —Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos. Y sabido es que pasarán los cielos y la tierra, pero las palabras de Jesucristo, Hijo de Dios, no pasarán: Esto no impedirá seguramente, antes al contrario, será una plena confirmación de las divinas palabras del Salvador del mundo, que los masones y sectarios triunfen temporalmente en algunas naciones del mundo, y aun las arrastren á una prevaricación tan dañosa para las almas como para los cuerpos, para los individuos como para los pueblos; y deber es, por tanto, de todo buen católico y de todo buen español, impedir que nuestra patria sea una de esas desgraciadas naciones. Unamos, pues, todos nuestros esfuerzos para

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destruir los planes de las logias, y Dios nos concederá la corona de la vida, ofrecida á los que perseveran amándole y sirviéndole hasta la muerte.

XII Conclusión.

visto ya lo que son los curas y frailes, y lo que son los masones y sectarios. Los primeros nos enseñan una doctrina que, á más de asegurarnos si la observamos fielmente, nos da por añadidura la verdadera civilización, el verdadero progreso y la paz y el bienestar, no sólo moral, sino también material, de los individuos y y de los pueblos. Lo que pueden darnos los segundos, esto es, los masones y demás sectarios, ya lo hemos visto también. La doctrina es nociva, tanto para las almas como para los cuerpos. Si llegase á triunfar, el hombre quedaría reducido á la condición de bestia; la sociedad se desquiciaría después de convulsiones violentísimas y de catástrofes sin cuento; de la familia no quedaría ni rastro, y la especie humana, perdida su superioridad espiritual sobre los animales, pero inferior á éstos desde el punto de vista de la fuerza bruta, acabaría por ser devorada á su vez por las fieras que hoy pueblan los desiertos. EMOS

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Con los curas y frailes hallará sabiduría el ignorante, consuelo el afligido, pan el menesteroso, albergue el que de él carezca, vestido el desnudo y, lo que vale más que todos los bienes temporales, perdón el hombre pecador y esperanzas fundadas de vida eterna. Y estos no son ofrecimientos ni programas políticos vanos, como los que lanzan á la publicidad los masones y demás sectarios para embaucar á los pueblos dejándolos luego chasqueados. Todo cuanto dejamos apuntado, lo han hecho y lo siguen haciendo los curas y las congregaciones religiosas. Porque ¿qué institución benéfica ó docente existe en el mundo que no deba su origen á esos curas y á esas Ordenes religiosas tan calumniadas? No ignoramos que masones y demás sectarios, siguiendo la máxima maquiavélica del divide y reinarás, y fingiendo un espíritu de imparcialidad que están muy lejos de sentir, hacen sutiles distinciones, falseando.los artículos del Concordato, entre las congregaciones religiosas que se dedican á la enseñanza y á obras de beneficencia y las que dicen que no se ocupan en dichas obras. ¿Pero dónde está esa segunda clase de Ordenes religiosas, cuyos fines no son ni la enseñanza ni la caridad? ¿A que no las nombran donde haya personas que puedan desmentirlos con pruebas fehacientes? Se dedican, por ejemplo, á la enseñanza los Escolapios, ¿pero no se dedican también á lo mismo los Hermanos de la Doctrina cristiana, los Agustinos, los Jesuítas, los Dominicos, etc., etc.?

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Y en cuanto á la beneficencia, ¿qué congregación religiosa, aunque no esté asignada al servicio de hospitales, hospicios y otros establecimientos benéficos, deja de practicar la caridad con los desvalidos? Ahora mismo, el superior de los Cartujos en Francia, en una entrevista que le pidió el redactor de un periódico extranjero, acaba de responder de una manera victoriosa á ese sofisma de los masones y demás sectarios. Sabido es que uno de los cargos que se hacen á varias congregaciones religiosas, es el de que se dedican á especulaciones industriales que les enriquecen mientras sumen en la miseria al. pueblo en que se establecen. Pues bien: el superior de los cartujos, con datos estadísticos en la mano, ha demostrado que la mayor parte del alcohol vínico que se produce en Francia, lo compran los monjes de la Grande Gharireuse para fabricar el licor del mismo nombre; de donde se deduce que la mencionada congregación es el mayor consumidor de un artículo cuya producción enriquece á gran número de cosecheros. Y al llegar aquí ya oímos decir á alguno de los muchos sectarios que andan á la que salta para coger en un renuncio á curas y frailes: —Será como usted dice, ¿pero cuánto no ganarán los cartujos con su licor para que tengan necesidad de consumir una cantidad tan considerable de alcohol? Mucho ganan, seguramente, pero aun suponien-

do que la ganancia se la guardaran ¿con qué ley ni en virtud de qué derecho se les ha de privar del producto»de lo que ganan con su honrado trabajo? ¿Acaso el que un industrial gane mucho porque el producto que expende tenga grande aceptación en el público, es causa suficiente para que se le quiera despojar de lo legítimamente ganado y por añadidura se le extrañe del territorio como á un gran criminal? Mucho dinero produce efectivamente el licor llamado Chartreuse, ¿pero acaso no ganan con él muchos comerciantes seglares que se dedican á su venta con comisiones nada despreciables? ¿Los amos de café, no pocos de ellos anticlericales rabiosos, no se ganan un 50 por 100 en cada copa de Chartreuse que sirven á sus parroquianos? ¿Por qué, pues, ha de ser delito en los cartujos franceses lo que es lícito para los intermediarios seglares que existen entre aquéllos y el público? Pero todavía hay más. De esos comerciantes seglares que obtienen pingües beneficios de la venta del Chartreuse, no sabemos de ninguno que haya dado, á los asilos de beneficencia parte, ya que no todo de lo que por tal concepto gana, mientras los cartujos dedican el importe de los productos de dicha industria á sostener más de cien hospitales, escuelas y otros asilos para los indigentes. Y esto mismo que pasa con los monjes de la Orande Chartreuse sucede con las demás congregaciones religiosas que se dedican á alguna industria.

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Probado está, pues, que todas las congregaciones religiosas se dedican á la enseñanza ó á la caridad, ó á ambas cosas á la vez, y que mientras existan no le faltará al mundo ni la luz de la ciencia, ni casas de caridad donde hallen amparo los enfermos y necesitados. ¿Sucede lo propio con los masones y demás sectarios? En modo alguno, pues ya hemos visto que no pueden presentar al mundo ni el más imperfecto remedo de las grandes obras realizadas en ese orden por los curas y frailes, ministros de la Iglesia de Jesucristo. Los curas y frailes son los bienhechores del género humano, no ya desde el punto de vista espiritual, al que desgraciadamente en estos tiempos de positivismo que padecemos significa poco á los ojos de muchas gentes, aunque debiera ser lo más principal; sino desde el punto de vista de les intereses materiales, como lo demuestra la Historia y demostrado está también en otros opúsculos de este Apostolado de la Prensa, que por lo conocidos no hay necesidad de citar (1). Por el contrario, los masones y demás sectarios son los más crueles verdugos del hombre á quien arrancan la fe, privándole de los bienes eternos y tratan de privarle también del bienestar material, (1) Pueden verse, sin embargo, para mayor ilustración de este punto, La Iglesia, La fábrica y la escuela, Los Tesoros de la Iglesia, El clericalismo, etc.

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destruyendo las bases sobre que descansa la sociedad y la familia, como demostrado queda con la exposición somera que hemos hecho de las doctrinas masónicas y de sus abominables propósitos. Para concluir: Con los curas y frailes, esto es, con la Religión de quien son ministros, existen la prosperidad y la vida. Con los masones y sectarios, la miseria y la muerte. ¿Quién, después de esto, dudará en la elección? A. M. D. G.

ÍNDICE Pag¡¡.

I.—¿Qué es un cura? II.—Qué doctrina enseña el cura III.—Es necesario que haya curas IV.—Los malos curas V.— ¿Qué son los masones y demás sectarios? VI.—¿Qué doctrina enseñan los masones?.. • VIL—Otras enseñanzas que reciben los masones VIII.—La obra de I03 masones y demás sectarios IX.—Frutos de la enseñanza masónica X —El mundo en poder de masones y demás sectarios XL—Pese á los masones y demás sectario?, habrá siempre curas XII.—Conclusión

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