Ensayos: sociología y política [1a ed.]

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BIBLIOTECA DIGITAL TEXTOS SOBRE SOCIOLOGÍA SOCIOLOGÍA POR ESPECIALIDADES FICHA DEL TEXTO Número de identificación del texto en clasificación sociología: 2831 Número del texto en clasificación por autores: 43548 Título del libro: Ensayos: sociología y política Autor (es): W.G. Runciman Editor: Fondo de Cultura Económica Registro de Propiedad: Dominio Público Año: 1966 Ciudad y País: México D.F. – México Número total de páginas: 195 Fuente: https://ganz-1912.blogspot.com/search/label/Sociolog%C3%ADa%20pol%C3%ADtica Temática: Sociología de la política

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W . G . R U N C IM A N

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ENSAYOS: SOCIOLOGIA Y POLITICA

COLiCClOtt

ropuiAt P O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M IC A MÉXICO

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ganzl912 P R E F A C IO

H Título de esta oVa en inglés: SotíaJ Science and Political Tbeory ® 196} W . G. Runcimen C aaiM d g e Umvcralt]/ Pecas Londres y N ueva Y ork

Primera edlctón en inglés; 1963 Traducción al español: F loriímtino M. T orneb L a presentación y disposición en conlunto de:

Ecuayos; sociolopta y política son propiedad del editor.

Derechca reservado» ca lengua española ® 1966. F on*do de Cultura E conómica Av, de la Universidad 975, Móxico 12, D. P. Primera edición en español; 1966 Im preso en Afóxico

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íferos ensayos se basan en ana serie de confererilas pronunciadas en Cambridge ea el otoño de 1961 y trasmitidas cn^ forma abreviada en el T e r­ cer Programa de la B.B C. en la primavera de 1962. Sobre poco más o menos conservé su forma origi­ na], pero añadí unas cuantas notas que se encon­ trarán reunidas al final del volumen, y que están destinadas a señalar libros de consulta donde ello parece necesario y también a desarrollar algunos de los argumentos con más detalle del que desearía encontrar en el texto el lector no especialista. Cuan­ do se citan obras en idioma extranjero, por lo gene­ ra) usé traducciones inglesas siempre que pude dis­ poner de ellas; pero a veces modifiqué la traducción sin advertírselo al lector. Doy las gradas a las siguientes personas, que le­ yeron los primeros borradores de uno o más capllillos y me proporcionaron el beneficio de sus co­ mentarios: Profesor Reinhard Bendix. Profesor 5li Isaiah Berlín, señor Robert Cassen. señor Peter taslett. Dr. David Lockwood y Profesor Edward Sltils. El capitulo vni debe mucho a una discusión con el señor Renford Bambrough. D e los errores de hecho y de la importancia concedida a dertos Mpectos. que persisten, yo soy el único responsable. No puedo menos de darme cuenta, en un libro de este tipo, de que toco superfltíalmente muchos te­ mas que conocen mejor que yo otros muchos auto-

humana co]er las explicaciones freudtanas de la conducta. las ¿líales presuponen con frecuencia que el analista ihiedc comprender la conducta del paciente mejor de li> íjue éste ha llegado aún a advertir. Análogamen­ te, ¿ha.sta dónde está Justificado que el observador de una cultura extraña imponga una terminología que los individuos de aquella cultura no acepta­ rán como adecuada para explicar sus costumbres o prácticas? Son éstas cuestiones muy dictciles, de tas cuales aparecerán en estos ensayos diversas va-

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ciantcs o asp«ctc3s: y no son cuestiones paia cuales ni W eber ni nadie fcaya logrado propone soluciones definitivas. Peio, como veremos, son definitis'a cuestiones filosóficas, y esto es todo que por el motnemo quieto destacar. Lo que de)j ver claramente d estudio de W d>cr es que es ne4 cesaría alguna forma de comprensión, 'intema*' y dt| confirmación "externa'' para justificar toda expli'l vistas, pero a condición de que advirtamos que losi procedimientos positivistas deben ser suplementa-', dos (o precedidos) por algún otro procedimiento' de tipo diferente. No hice más que esbozar el contorno de las que yo creo ser las dos cuestiones principales, mas es­ pero haber dicho bastante para hacer ver cómo la tesis general de W eber hace posible soslayar las dos. si no resolverlas. Pero la situación se complica más. a veces, por las incursiones en el campo de batalla de disputadores no afiliados plenamente a ninguna de las dos escuelas que en términos gene­ rales pueden llamarse intuidonista y positivista. El profesor Karl Popper es quizá el más conocido de ellos. Popper no sólo es contrario al intuidonismo. que quiere asimilar por la fuerza al método hipo­ tético de la ciencia natural; es también contrarío ai positivismo, en cuanto sus ataques más fieros se dirigen contra todo intento de construir una dend a de la historia capaz de hacer prediedones. Esto no es tan inconsecuente como podría parecer, por­ que su oposidón a lo que él llama "C o n un uso especial y a veces inconsecuente de la palabra—

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}(oricisino" se apoya en fundamentos técnicos no siempre tienen por qué oponerse a su de­ tic igualar la "comprensión'' implidta tanto en ricncia natural como en la ciencia social. Adegran parte de su oposidón al "historicismo" ( i i el sentido que éJ da a la palabra) se deriva de su «ú^tidón en la disputa individualista-holista. porque ^fpper es el padre fundador de los llamados "indiv^ualistas metodológicos”. Pero su enfoque de la rc los sistemas (o serles de varisbles) J ó * “ — j— avui c una raica d e ls .S ,,'“ e e Ó J L r d t t m t r t “ l ' í , , r . “ .” r ^ A d " d « '« . .opo.ee ,oe las d ü erm .^ del saber es que está destinada a cambiar de imj,

ii li . ldualcs están siendo tratadas al arar, exactarab era o de otra, y probablemente en una direc­ .«.•t !■' como un ingeniero puede construir un puención que habrian sospechado pocos de los que Ja or cálculos de tamaño o tensión sin tomar en tt |)or practicaban en un tiempo dado. itenla los casos moleculares individuales de que Qui2á vaJga )a pena, sin embargo, aventurar un («(límente está hecho d puente. Pero el científico intento de conjetura. Hay que hacer todavía un pro­ «ri ltil, aun cuando haya descubierto la.s cotteladogreso importante en las ciencias sociales, zona in­ .ic. más consistentes entre datos de conjuntos, no segura y difícil en que factores pslcofógicos actúan ilit una explicación plena hasta haber asignado su Juntamente con factores sociales o ios recubren ísHpertanda relativa aa ios los tactores factores oe de caráctM Jj Cuando nu^tra materia es Ja gente, su conducta hHpertanda relativa fiSPpcrBmfuuu. Si *ji sabemos, =»oi«.iiiv-3* por ejemplo, que el 9 8 ^ colectiva debe explicarse por referencia a facto- íüpperaracnto. lir los corredores de bolsa ricos, anglicanos, — 3--------- - -res tanto de dentro como de fuera de ella: cuanMlltica. después de todo, ha sido estudiada dcsTO deben cegamos para la comprensión de que Pp itfq de Aristóteles, y la conducta política, si deben considerarse como el producto rígido de t ■tan antigua como Its objetos de las dendas naciencia infalible que mantiene la verdad en toa ís. es. no obstante, más antigua que la deuda momento y lugar, sino más bien como la matcrii ral misma. Pero esta novedad puede atribuirse pnma de la historia política que necesita ser intcw pretada ^ su contexto. Pero esto no quiere deaí^ É |¡¡ue la sodologta de la política presupone una lión entre lo político y lo social que aún es que sea imposible hacer generalizaciones Intercsani" lie en la historia de las ideas. H asta esta distes sobre la conducta política y comprobarlas c ni, no pudo alcanzarse el género de categorimétodos modelados, por lo menos, sobre los de t. in que (como se sostuvo en el capitulo i) es el ciencia natural. Sólo quiere decir, si os place qus aunque todas las dcncias son dendas, unas 'aeráni ri‘É(Is¡to previo necesario para la explicación: ansiempre más dcntífícas que otras; y no hay en rea^ Lixde ella, ninguno de los escritores sobre política lidad r^ ó n ninguna para que hasta los partidarioi y ^ ta d o vio en absoluto por qué su materia no litaba en realidad ser coextensa con la sociedad oe la ciencia social encuentren esto penoso. a. Para ver aparecer dicha distinción tendreque echar una breve mirada a algunos aspeede la historia del pensamiento político europeo. también vale la pena recordar cuán reciente üen realidad, mucho de aquello a que aludimos ido hablamos de '‘politica", en réladón con la iría europea. cambio principal fue. naturalmente, la enorme iliación de la política en los 150 años últimos, lufragto universal, la buroctada en gran escala, partidos de masas, son instituciones redantes. 34

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«rlidú fínico como in stiiu ció n ^ lítica no apa­ Ha^f que recordar Lgiobién tJ sufragio iinivc , b » ia 1936. Aim el te m a d« la ® ' dala en Inglaterra de 1929. en crancia de 19*1 L ««no el despotismo pop^ar, « uM en Bélgica de 19^9. M a n murió aartes de la T 1*,,,.- se encueima en On Überty. de Mili. cera Ley de Refoima de 1S85. Bcatham, el pii: Max W eber no se convirtió en matena de de los primeros campeones del sufragio imivcf iadón teórica gencralirada. „ , Kiudó la víspera dcl día en que la Ley de Refo: ea aoroiendente. pues. qúP de 1S32 Tccibío e] asentimiento real. El clásico los temos que tratan los lu d io de Bageliot titulado T h e Enfffish Consütiiíii « de la políUca un aura de novedad y aun de iue escrito bajo la mminencia de ¡a atupUaclén Sad. Quizá es meaos s o r p r e n d ^ aun ^ a n derecho ol sufragio de 1867. y no se basó en n r i W m o s también la novedad de muchos de observaciáii de sus efectos. Francia tuvo sufrai S f e d o s . E s verdad que .f , , masculino durante toda la segunda mitad del '* * ,1 . los métodos sociol^ícos ® « l ^ o s '» glo X!X, p e ro nadie estudió sistemáticamente cám Lmética Política" del siglo =d funcionaba; Proudhon, que siguió siendo la infhiei Wrríüm Pettv profesor de anatomía en UXtoro cía doctrinal más fuerte sobre la política radical frai íritercsó también por el cuerpo político, escesa hasta después de la Comuna, lo echó a u ',lU 's u notable obra sobre T h e P clitical lado, con una mezcla tipien de simpleza y penetm i Pero tos métodos estadísticos modernos ción, como "un dispositivo para hacer mentir a Ij ! fines d«l s * « X , V gente". Sólo en los Estados Unidos puede conaf mA l « r r ‘“’ ' J r s ‘S e ‘enn D debieran ser las relaciones entre soae ; ; l í t a J o e , une cueetlOn que no P^Jl» sino l„»u . Jespnés J e a a £ „ a 6 „ J e ^ a ij,., moJem.i Je l E .te Jo como o*;, “ i f , “ 7 ° " ,

^,.|o y Lntero.

^ T s i p 'e c S a " seciB PosiHe¿.cmuUc U pccS n ta : ¿Qué determina a que? ¿Es ^ C blei el arte de gobem ec). como m tóu a a v^-

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d etienminances sociaJes afectan a la caunaleta Sobiemo. y también que la saaedad puede sei aio . diÜca4a piccisaiaente por Jos gt^eroaates que c« nocen las determinantes sociales. Pero fue en iieral el problema de la soberanía el que ocupó . los ptimeros to r ito s del Estado, y sn interés c* tu\'o más bien en justiíícaT una posición prcsciiptí^ va que en deserunnrañac con exactitud las causas los efectos que actúan dentro de la fábrica de sociedad civil. Hobbes. por ejemplo, a pesar todo su tenaz nominalismo, no es un sociólogo pe Utico, como ahora entendemos la expresión. Su conJ trato social no es una hipótesis sociológica, sino! un modelo histórico destinado a apoyar un modcloj psicológico y la teoría ética implícita en 61. E n rea­ lidad, aquí estamos ante otra distinción diferente: la que hay entre proposiciones sociológicas y pioposidonea filosóficas. No es ésta, como ya se insinuó una distinción tan absoluta como se ha supuesto muchas veces, Pero hasta que se hizo posible ver una diferenda explícita entre pensar en política en términos filosóficos y eu términos sodológicos, no podía menos de ser ambiguo todo estudio sobre la autoridad, la legitimidad o la estructura de los derechos y deberes del Estado. D e hecho, la per­ cepción real de la diferenda entre relaciones po­ líticas y reladones sociales no se consiguió hasta mucho más tarde que la idea del Estado territorial Este nuev’O conodmiento no se alcanzó, aunque pa­ rezca sorprendente, hasta el decenio de 18^0. Estaba latente, desde luego, mucho tiempo an­ tes: pero quiero sugerir que no estaba más que la­ tente. En un sentido, está en la base de toda la -fO

desde la nivenciófi dd derecho ratuial h |«tición de derechos natnrales que tuvo nfj’-' entre Grodo y Rousseatt. Peco el famoso 7»i'iV iHie de Rousseau entxs d hombre y el cJada•Wó». minque ea fuadaoientaJ, es el contraste eniitj'g! bombee en estado de naturaleza y el hombre m I*, sociedad civil, y no entre d hombre político ci horabic social. Análogamente, Adam FergaiHi ■aya H h í o r j o f C ivil S ocictif se publicó cuaiiii -uíos después que coníraío social de Rouses prodatnado a veces con entusiasmo como el '/ ladero precursor de la sociología moderna: pero tuiKjiie fen una obra posterior) define la palabra i« ¡edad como uti ténnino genérico que comprende '* tímilia y la nación, esto no es sino considerar el I i'iado, al igual que Aristóteles. Aquino o Althu■I" cono la asociación general y la familia como i.iiiL Jffiociación menor.’* Ferguson. lo rai-smo que llniisseatj, no distingue propiamente las relaciones mtlíilcs de ¡as políticas como tales. No quiero deit^ n c TIC se le atribuya con razón a Rousseau el ní ríco de haber destacado la humanidad común de i. í''hombres por encima de su pertenencia a im ■t^rpo ciudadano delimitado. Pero esto no es lo 1‘üíuio que ver lo que ahora entendemos como In áiferencia entre la sociedad y el Estado. Candidato mucho más fuerte es Saint-Símon. el tosco, ingenuo y miope Saínt>5imon. con su fisio­ logía social” y su "Consejo de Newton" y su con­ fianza en los expertos que nada pareció justificar en tu propia vida. A Saínt-Simon se le concede ahora, eon razón, la prioridad intelectual sobre el verda­ dero inventor de la palabra “sociología". Augusto

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Cotnte, cocapañeio suyo en un tiempo. Con lo ,*■ ¡35 necesi a están animdaiias en sus escritos; pot I de los vicios de la humanidad", Bsta es la distíncióii de Samt-Simón, más la licción de vjsino. historidsma intemadcmalismo, industria! K*encia primigenia, y puede rastrearse asimisroo, tecnocracia. Además, fue el primero en ver ( lo que !e recoTTcdan algún mérito Mara y Engi través de Fourier y Owefl basta M arx, Engels que la estructura económica de la sociedad es en tiUn Pero decir que el gobierno es el símbolo gún sentido la base de la forma del Estado. Aun^ ;{i inocenda perdida es suprimir por definición pi estudia de la coacción legitima y necesaria; y (a diferencia de M arr) consideró todas las instíi dones productos de ideas, también vio que ‘7 cc ésta, como veremos, con la que debemos connomie poUtique est le t^éritable ct uitiquc fondemen ti hemos de distinguir lo político en cuanto tal, tic líj pclitiqnc''. Pero en toda la obra de SaüiJ M'llagunD de los escritores anarquistas [entre los Simón el contraste (aunque con frecuencia no mit «mies habría que incluir a Proudbon, aunque él claro) es cutre gobierno y administración, contm ||Hg[cr!a llamarse "sod alista") advirtió que es ncte que después se presentada aún más agudametHi ISM aria alguna forma de asociación política para en Engels y en Lenin, Lo que Saint-Simon hace ^ 't ;r posibles las sociedades, y que, por lo tanto, tratar de extraer la política del gobierno y no d I fitt relaciones políticas tienen que coexistir con las cribíT cómo se relacionan lo gubernamental y lo |: ^lociones sociales, aunque no necesiten inevitable' Utico con lo administrativo y lo social. Ui socicdiH ® itic confundirse con ellas. Proudhon, por ejemque profetiia Saíní-Simon es tina especie de fcraql b Iu, pensaba que podía suprimir lo que él entendia quia de pericia amable; pinta la subordinación slii par el "Estado" y tener, no obstante, garantia.s CMcción y no la coexistencia de lo político y lo sí>j u^ftttucionaies para los derechos que quería ver cial. El quid del asunto está ahí: pero estamos leíoj ^lonocidos por fa sociedad. Todos los anarquisde una verdadera investigación empírica sobre lo tos, tanto anteriores como posteriores a Saint-Sirelaciones mutuas entre la sociedad y el Estado, Ilion, incurren en un error muy parecido a ése. Oíatinguiaa muy propiamente la cooperación de la De manera análoga, el contraste de los anarquii tas entre sodedad y gobierno no es, a causa de sif i'oacdón, y la administracíMi del gobiemo: pero de rato pasan (como hizo M arx, pero desde premisas presupuesto básico, lo que yo entiendo por el con. diferentes) a propugnar una especie de gobiemo traste entre to social y lo político. El tadicolísrar no político sin ver que esto es o una contradicción QC Paine o el anarquismo de descansar en los términos o un super-optimismo injustificado sobre im supuesto por el cual es obligado postulm la distinción. La sociedad, dice Paine, es producti íicerca de la naturaleza humana,

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l a sociedad oo puede, como Godwia queiía, limiJI tar sus sanciones coercitivas a frenar intenníiente# mente a los delinoieates iaciiTables. La organlzaciú» social presupone que aSguien tenga algún poder so4 bre los demás, poder que im núiuero suficiente di individuos reconoce como legitimo; y así. la com­ petencia por el poder tiene que estar reguiada «i instjCucionalizada de algún modo. E l conocimier to de cómo coexisten las instituciones sociales con laí políticas es mucho más evidente en el estudio que i hace Tocquevdlc de la importancia de las asociación 1 nes voluntarias en la democracia norteamericana Pero Tocqucvillc nunca lleva hasta el fin las im­ plicaciones de su estudio. Paca ver lo que parece (hasta el decenio de ISíO ) más un estudio e.vplídto de) Estado en cuanto distinto de la sociedad, tenemos que lanzar por lo menos una breve mirada al más famoso de los contemporáneos de SalntSünon, que murió sólo seis años después que éste, que parece no haberlo leído nunca. M e refiero, n.ituralmente, a Hegcl. En la F ilo sofía d e l derecho, que publicó en 1821. Hegel se toma explícitamente el trabajo de adver­ timos que no confundamos el Estado con la "so ­ ciedad civil". Insiste también en que "los intereses particulares comunes a todos caen dentro de la sodedad dvíl y están fuera de los intereses absolu­ tamente universales del Estado propiamente dídio" * Pero tampoco es esto lo que se necesita. El error de Hegel está en que. aunque parece decir que la sodcdad civil es algo independiente, al mismo tiempo hace "absolutamente universales" por definición los intereses del Estado. No quiere dedr que la sotíe44

I) il u\il sea algo ñidepeadiente dcl Estado, sino 111 Ivicn que sin d Estado la sociedad civil es In< I jeta Para Hegel, la sociedad dvil es simpleM' la Europa occidental y sólo apropiada para elb No lo creo así. realmente, porque todo lo que tt ncmos que estar dispuestos a hacer es hablar ii sociedades "sin Estado” (como hace W eber en caso de la Europa medlev'al), esto es, sodeda en que puede usarse la fuerza pero donde no luí: uu monopolio central reconocido de ella. Esto n(jl permite retener el valor indudable de la definidd( de W eber sin ír contra el uso corriente de la pti'* labra “Estado”, que implica la idea de centraliza ción, Pero, aparte de la objedón del monopolt: centralizado, hay otras dos limitaciones que debcil~ imponérsele a la definición de W eber, una trivial) pero Ja otra más importante. Es curioso que las da|| se encuentren en el más grande de los contemporúj neos sodológicos de W eber: Érnile Durkhelm. m digo que "es curioso" no sólo porque a Durkhds no se le considera normalmente como escritor sot bre política, sino porque él y W eber, lo mismo qut Hegel y Saint-Simon antes que ellos, parecen habpf trabajado al mismo tiempo pero independíentementi. d uno dd otro. Durkbeim es conocido principalmente por sus tra­ bajos sobre asuntos más sodales que políticos: sul> ddío, rdigión, división del trabajo, y métodos y fl52

de la ciencia social. Escribió ties cstu fndpio la influencia que pueden lenei los juini oríes sobre e! método sociológico, W eber está t ' valor sobre una investigación en ciencias dispuesto como Marx a reclamar para sus estud a, puede proceder a lo qne. con esta fínica Ja jerarquía de ciencia, y. como Marx, adviene q BU, es un estudio objetivo e ímparcíal de temas hay una conexión fundainental entre los valores jiveisos como la bolsa alemana de valores, el cíales y la ciencia social. Pero su prcicnsióii ^ itvúinisjno y las bases sociales de la música. fundamentada de un mcxlo muy diferente. Porí , no obstante, tenemos que formular las dos Marx, ciencia social y valores sociales se in jp li^ mías típicas: primera, ¿está la sociología polireciprocamente porque todo pensamiento social e llamado a ser “ideológico" (en el sentido que él >lj ^ mns tdsto que W eber cree, contra la opimou creciente de la preparadón del especialista y í Mliiia extrema, que las ciencias sociales son de de la educación del hombre de cultura compleU' i Uisse que las ciencias naturales. Aun d^ando dice cxplicitamcnte que ‘el hombre culto" se i.:’ ludo el problema de la arbitrariedad de los pica aquí en sentido completamente neutral en cutf m de vista básicos, la singularidad de las seto a valor, ¿podemos aceptar plenamente esta p(!^ ittttj históricas y la intencionalidad de la contensión? ¿O no carga sus definiciones tanto ctiifl'l I humana significan que hay simnprc una iaMarx? t I de interprctadóii ante el científico so a a l que W eber podría responder a esto de varias maif (oftuna le es negada al científico natural, t i ras. Podría decir que delioc sus palabras por 'I Hler de W eber ante esta situación quiebra no sentido que tienen para las personas afectaclt^ ne no conceda que una investigación socio ócuando, por ejemplo, habla de "falso" cansina quk' ■ tm pueda estructurarse en términos neutrales re dedr lo que los secuaces del jefe carismáifj rnwnto a valor, sino porque esa concesión no considerarían falso, si lo supieran. En segundo Ii( gac, podría decir que aunque puede tener opinión- ■ ' rrc de los problemas restantes toda la inmuM que él piensa. La arbitrariedad de los puntos propias sobre esos temas, es muy capaz de excluí »lKtu no puede concederse meramente en la eleclas de su obra académica. En tercer lugar, podfii I (irlginal de palabras, después de lo cual, con decir que lo que importa en todo caso es que *!ii* conclusiones, cualquiera que sea la posición iniclrl ■ áiiica limitación, la investigación realizada pueresistan las pruebas objetivas que él mismo da coin ' liMintenerse libre de valores. El contagio de va■ no puede desaparecer por completo de las criterios de carencia de valor. Estos cilegato.s son imitas formuladas y, por lo tanto, mantenwlo creo yo, sostenibles hasta cierto punto, aun cuant^l ido por completo de las respuestas dadas. Las pueda demostrai^e que W eber se aparta de clldj en la práctica. Aunque W eber sea un humanistrJ Medirás valorativas tendrán que usarse en Inveso un demócrata, o un antimarxista, o un adoradói C l i m c s en las que - y este mi t e m a -, por nde los héroes, esto no nos Impide comprobar : ’ Viui-ns que sean las técnicas de validación que se 80

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empleen en ellas, todavía habrá ciejia Jaiitinjl, Cerpretatfvs. No quieto dedr que W cb ei ge voque cuando dice que emplea la írase culto sin aprobación ni dcsaprobacido, o qv» tiene dereclio a definir '•legitimo*' como "lo —esto es. cuando la fuente y el agtu de la autoridad son idénticos,—. según el air.'*< sis de W ebei oscilará ei momento en que el l« caso destruya b fe necesaria de los súbditos en.' daecho personal para gobernar de sus gcAcri'n tes. Puesto que en esos regímenes hay poca profi bilidad de éxito indefinido, la autoridad es íntrt secamente inestable. En los regímenes burocráli^ o tradicionales, por el contiarío, es posible la tabilidad precisamente porque puede ser separ. el Korobre de su cargo, y es posible criticar las clones del tenedor del cargo sin criticar con rf el sistema por el cual aquél tiene el cargo. En " régimen cailsmático, la dificultad está en que u tlcar aun a los subordinados del jefe es criticar • sistema, porque el jefe y su elección personal ifi subordinados es todo ¡o que es el sistema. Adviértase lo que sigue. Si hasta en un régiinc nominal mente parlamentario o, en realidad, hnf ditaiio, la base real de la autoridad es caiismáit i de hecho, el fracaso del jefe carismátlco o de U corporación carismática producirá una contienda jj! neral que las normas políticas restantes quizá sdti demasiado débiles para resistir. Además, puede in imposible permitir una oposición efectiva parlanieti tarla o de otro tipo sin que corra peligro todo ri régimen. Cuando la fuente real de autoridad no está el parlamento sino en la cabeza del Estado en pi sona. un ataque contra sus ministros en el parlameni 84

un ataque cootia los rainistios. sino un • ni sistema: la op o síd ^ tiene que ser despar deBniáón. Por lo tanto, a menos que la t|e la autoridad pueda ser tradíciooalizada la podría ser fundando una dinastía) o racio.1 Icomo podría ser. transfiriéndola a la conspromulgada). ci régimen seguirá siendo mámente inestable o ya indiqué, ta y tuuclias más dificultades (las por la idea del carisma de las que el 10 W eber registra. Y no es mi propcrsico tratar tminar en la práctica si Francia con D e Gaulle. la con Ataíurk o Ghana con Nkrurnah proun los mejores ejemplos de aquella de que ^ W eber. Supongamos, simplemente, que hay M milídad un caso al que conviene el análisis de flfíhcr en cierto tipo de forma útil. ¿No hay una Íl|(|iración inmediata para toda tcoria política que tá>ni '“da una prioridad fundamental y predomínanH «t la dcmocrada de dos partidos como base y tilMlio predo de buen gobierno? Si a esto se le t(ii valor supremo y. por asi decirlo, religioso, tfh no haya más que decir: pero s¡ el defensor l > democracia de dos partidos es persona abier‘I los argumentos, tiene que estar dispuesto, en tii'ipio. a modificar sus asertos a la luz precísa­ te de esa especie de prueba sociológica que rin suministrar la idea del carisma de Ma.\ Vtmr. lina vez demostrado que en un Estado dado no base adecuada para la legitimidad tradicíoo racional-legal, se sigue de ello que el intento crear una democracia parlamentaria de dos par-

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tl||j (en esta etapa por lo menos) " rutínizarlo" buen £xíto. Un gobierno catismütico [Hiede^ raímente, conducirse de tal manera que so det camlento sea tuoralmente tmpeiaUvo. Pero cuas las circunstancias sodales son tales que — si el aq Usís weberíano es correcto— sólo es practicable autoridad carismática, no se le barS la opDSidil basándose en motivos politico-FiiosÓlicos por la út| ca razón de que es canstnática, o no se le harálj menos que se considere preferible la anarquía moccática a la autoridad carism ática mejor adaj] nistrada. Esto no quiere ser más que una sugerencia cómo puede desarrollarse un argumento sobre «t tos lineamlentos. Y no pretendo que sea nueva implicación más manifiesta, a saber, que la demi ,.^11,1.. nido áo de tac las realidades d d poder, ¿Pero no nos dice curan siempre permanecer en d poder? ¿Que n más que Maquiavelo y Rousseau? dra s « manipuladas Ja,s organizaciones poIiHc L tercer lugar, podemos, en consecuencia tra¿Que los delegados no pueden set obligados declaración precisa c •r tlr bailar en Pareto una oveaL^..^.. efectiva por las opiniones de sus delcgt ^ iiilvoca iilvoca acerca de de la la naturaleza naturaleza yy funciones de .. tentado de decir que la pa!nl'< ntínorias. No iutnorías. No hay en Pareto ni un solo U xto ley es fundamental sólo cuando se evita todo . Mtf nc ne tenga en pie pie. como no lo hay en o tr« tentó de ser preciso. r , pm. .launas de au, ° S S i volvemos a Mosca, podemos encontrar igut , aenerale.s parecen razonablemente claras. ^ mente un ► pasaje una tfonnulacK. r que 2-- parece dar UajQ WL((iU|£1^|' ' I , . r r « L , T Í “ n .r ? i S ;;T e t i n e 1, perjeconvincente de su propósito general.^ "E n tod¿ a la misma, la forman los que tienen los las sociedades —dice M osca—, desde las que á Ílífes mis altos en la rama de 50 actividad i esto ............. ....................................... 92

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(|uieie decir (y Pareto se toma muclias en subrayarlo) los que son je ejotes en las sin Eúaguna indicación de que por ello, > más importantes sociológicamente acerca de lo# nedores del poder. ¿Esc poder es económico, |ij cial, militar o quizá espiritual? ¿Comparte la ría gobernante, como quiera que se la defina, mismas calificaciones o actitudes, o ninguna de , bas cosas? ¿Hasta dónde y en qué momento c.í i

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poder, y por qué t> por quién! ¿Es coestabie. o difuso y Eacdonario! Y asi lie, Ningitna de estas cuesüones es reatrdada por nuestros autores. Todo lo que esperar de ellos es la advertencia vehe»r desapasionadarnente que Einian formuque k oligarquía es inevitable y que. por la democracia es un fuego fatuo o una lencia, la mejor línea que puede sc¡on ellos es tomar una forma general de sus filos centrales tal como los presentan. DiHimplemente, sin sentir la necesidad de desItiir a clínicos tan impasibles de los cambios )iiM, que hasta el gobierno, democrático es en )i*3itido un gobierno por los pocos, y que esto [le menos de inquietar a todo el que se inte•ti conservar o llevar al máximo la reparación iqravio del cuerpo de ciudadanos contra el uno. Ante la advertencia de la oligarquía, irnos hacer algo para calmar esa inquietud? Hule el punto de vísta de la filosofía política. IKStación a esta pregunta no será, naturalmengran interés para quienes el problema ya está [)(Q sobre otros fundamentos. Quienes concevalor absoluto a propósitos que sólo pueden bitrsc por medios autoritarios, serán indiferentlniplemente, para el problema de llevar al málii libertad (en el sentido liberal occidental) Mierpo de ciudadanos, asi como el creyente re­ to (por asi decirlo) en un sistema de uno o dos lálos no se dejará convencer por argumentos l^lxlAglcos de que un sistema diferente de partí101

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dos puede ser tlhs necesidad ocasiona! para mentó de los objetivos que profesa. Peco --I creencias sub>'acoiies pueden defenderse de modo, esa especie de prueba sodolágrca será ¡»| pejiicente para el argumento. En realidad, el mentó para el cual es más directamente peitl!>ff ia socíologia de las minotias*^ es uno de los viejos y más dífiedes de la teoría política irstlhj nal: ¿Cómo p>odria estar garantJrado el contra el Estado? Una respuesta que se da a veces es que ría gobernante íuese en sentido estricto ‘'repr#» tante” de la masa gobernada. Ésta, es la propuM que formula, por ejemplo, el profesor Duverql^'J final de su inteligente y amplio estudio sobre partidos paUticos. "L a fórmula de ‘gobierno del ptj blo por el pueblo' —dice Duverger— debe ser tltuida por esta iórmula: 'Gobierno del pueblo tina minoría salida d e í pneWo'." * Pero es dl(K advettir que pueda hacerse algo con esta íórnui Una minoría proletaria puede no garantizar mt;S que una tninoria burguesa la libertad del ciudadri:! individual; en realidad, el mismo Duverger mRlitii a veces que en ocasiones puede garantizarla mn Hay, desde luego, en la argumentación cierta li r* nuacíón de que la democracia representativa pmll ser verdaderamente representativa, esto es, qut minoría no fuera sacada únicamente de una profesión, o un solo grupo de edad o una clase < nómica. De manera análoga, hay también una sinuación en la acusación de hipocresía que fom la Michels contra los llamados partidos proletnri dirigidos por la burguesía. Pero la conclusión i|n 102

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|qij« sacar de tales argumentos no es que una ■ntetb'ídad" mayor en este sentido pioporuna restxíccíáii garantizada de I despotismo |üíco. No sólo no hay razón necesaria que jse tales restricciones simplemente porque jrtooria gobernante se reflejan las caracterlssodales del pueblo, sino que. si se lleva el ar|»!iro hasta su extieoio, es probable que fuese fn lo contrario. Las características ordinarias de p'Madón no serán en ningún análisis lo que Mo ilamaria los residuos adecuados para el go> fno: y a menos que creamos que una caracteris■líxial determinada es necesariamente córrela' de las virtudes que nos gustaría ver realizadas nuestros gobernantes, no hay razón para decir en principio ios gobernantes deben, como corÜCiÓn, reflejar estadísticamente los atributos de tilos a quienes gobiernan. El argumento de la resentatividad, como veremos en seguida, debe Interpretado en un sentido completamente dlsitio de la palabra "representar". Srhumpcter da una solución diferente 3 la cucsfcri. El análisis de Schumpeter {expuesto en Capi/hm. Socía/ism ancf Dcmocractf) no sólo implica Rlbtn recomendación convincente, sino que descansa inhre uno de los análisú más perspicaces de la poIWca "democrática" occidental desde los de Mosca, Pureto y Michels, Su conclusión, en una frase tan láustica como la más cáustica de Michels, es que "Iti democracia es el gobierno de los p o litic e s " .N o los electores, según Schumpeter. quienes deciilcn los asuntos, sino más bien los jefes y scudo|t-/cs que están obligados a competir por los votos

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del eiectoiado. Según la defóiiddn d* Scliuai|: et método democrático es "la ordenación iastílul nal para llegar a decisiones políticas en la guc i individuos adquieren el poder de decidir me una India de competencia por el voto del pucli.1:tj De aquí se siguen dos implícacioiies. La prioier4 < que la analogía con el capitalismo es bastante í tredia para sugerir {como hace Schumpeter) no es probable que se trate de un accidente histíl rico: lo que entendemos por "democracia'’ (es Jff' cir, democracia "liberal" o "burguesa") puede ip ser, en circunstancias históricas dííerentes, el únie co modo necesario o practicable de gobernar ni(1r' sodedad Industrial modexna. Pero la segunda á que la implicación mutua entre democracia y libtj tad, que es axiomática en la tradición política cu ropea, quizá pueda explicarse mejor por el anállili de Schumpeter que por la teoría democrática clá­ sica. Puesto que la esenda de la democracia liberal es que los diferentes aspirantes a la rainoria goi\ bemante deben entrar en competencia libre pata Ih selecdón electoral, ¿no puede ser éste el medio escruj dal por el cual la democrada liberal garantiza « los ciudadanos contra el despotismo? Infortunadamente, la respuesta es una vez mási "N o del todo." ausencia en el sistema de parti. do único de seiccdoncs confiadas a un cuerpo elec­ toral es para los demócratas ocddentales demostradón suficiente de que tales sistemas implican la negadón fundamental de libertad política. Pero, después de todo, la selecdón puede hacerse en di­ chos sistemas, si bien en un nivel diferente y de un modo distinto: y, en cualquier caso, puede de104

que la compeLencia libre puede no sec :i; Ls competencia libre na ea una garanlia otros monopolios, o contra el manipuleo prteioE o las prácticas inmorales, V ale la idai que Httler llegó al poder por medios constitticioiiales. La virtud del sistema ko liberal, tal como lo analiza SchumpeS tanto que la competición entre minorías lÓn suficiente de la libertad como que dit>eCencía puede ser un camino para llegar dición necesaria de la libertad, a saber, minoría gobernante puede estar expuesta a ser destituida. realidad, no hay más que dos. y sólo dos. ios generales, que puedan Eonnularse para rusa de los ciudadanos contra sus oligarcas, imo de los dos es nuevo. Ambos son univer(11e aplicables, por democrático que sea el sU(y cualquiera que sea el sentido en que se esta palabra). Además, encaman la base de Mentido que está subyacente tanto en los ar­ illos sobre la represen tatividad como en los ilvos a la competición. El primero es que la riíi gobernante debe ser remplazabte de algún por aquellos cuyos intereses (no cuyas caIrbticas) "representa". El segundo es que la In gt^ernantc debe ser suficientemente difu■ ^1 'primero es tan vuejo por lo menos como la ftl' Iká del ostracismo en la antigua Atenas: el seido es por lo menos tan antiguo como el estudio hace Políbio de la constitución romana y la Iti de la separación de poderes, rvi dos principios no son totalmente indepen-

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díenws entre sí. poique, para ser remplasabli. ¡ rninoria ten> decidir y hacer cumplir lo deddido. E s casi impt síble decir quién tiene más o menos poder que otiNo es seguro el sentido que haya que dar a la pif gunta; pero aun hecha en forma tan concreta comí' "¿quién podría destituir a quién?", la contestaci4| j depende de circunstancias que pueden no preseUC' tarse nunca y que, si se presentan, serán exclusivas' de la ocasión histórica particular, y que, en cunlf quier caso, serán casi con toda seguridad inacef; stbies en momentos diferentes aun al investigadiu académico más tenaz. Esto impone una gran r« tricción a las ambiciones de los científicos de It política, Pero a pesar de todas catas reservas, aim hay dos moralejas generales que el teórico puedf sacar del hecho de la oligarquía general y de la< precauciones que se indican contra ella. Si partimos del supuesto de que hay en alguna forma una ley de hierro de la oligarquía, y si con­ cluimos que las dos cuestiones más importantes quá plantea al supuesto demócrata son la remplazahh lidad y la difusión de la minoría gobernante, se sc< guiría que pensaríamos en revisar algunos de Io« criterios más conocidos para la valoración de los sis­ temas políticos. Si el "gobierno democrático" en un 108

no autoritario sobre el que pneda haber plio acuerdo, depende en gran parte de esos {actores, cuestiones como los méritos relativos {^.■rtido único o de partidos múltiples, de las ones presidendalistas o parlamentarias, etson interesantes principalmente en la medi­ que sean ésos los factores que, afectan a la mlúlidad o difusión de la minoría goberNaturaímenfe, si modificamos el supuesto de rtad política implícito en la definición del godemocráUco, el desarrollo de la argumentacambia en consecuencia. Si la finalidad es. en un sistema totalitario, reducir más bien npliar las zonas de la vida social en que el O actúa sólo como hombre (en el sentido Rousseau), una mínoria cenada y centralizada convierte en un medio obvio por el cual puede eguiise más eficazmente dicha finalidad. Pero entonces serán decisivos los mecanismos de Itudón. Puede ser deseable, como realmente se en la Rusia soviética durante el auge del stamo, rejuvenecer literalmente la mínoria goberremplazando a los individuos viejos con nueLa sustitución de ese tipo será un problema cualquier sistema, autoritario o democrático; son pocos los baluartes constitucionales que pueden Irse contra la gerontocrada como contra la oliquia, porque el principio de la elección nunca es Itlildente por sí solo, como demostró en la práctica la democracia de masas. Con cualquier sistema de |ubierno —aun cuando la libertad individual sea MUrificada por necesidad o por designio— la efltnda exige que puedan ser sustituidos los indi109

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viducs de la mmoria que no piomOTíejon los ioc ses de aquellos de Jos gobernados sobie cuyo ;i o aquiescencia descansa en defimUva todo gobieiM En consecuencia. Jo que tenemos que piegiii|^> no es "cuántos caigas son electivos", sino ‘ cuátui proletarios desempeñan cargos de gobierno", o l« bién "qué garantías democtáticas están escritas la Constitución", La mecánica política demostró li origen a lo contrario de su finalidad ostensible: historia del Partido Laborista inglés y de raucli sindicatos proporciona pruebas suficientes para 1 mostrar que los proletarios en cargos de gobicn pueden resultar menos radicales que muchos de m.i colegas burgueses: y las constituciones, como dt muestra ampliamente la Rusia de Stalin, pueden m< representar nada en absoluto en la práctica. Por ti contrario, debemos preguntamos "en qué circuti. tancías pueden ser sustituidos los jefes efectivoi "quién puede influir en las decisiones de ios jcliefectivos", y "hasta qué punto son accesibles li** jefes efectivos a la información exacta acerca de W necesidades sentidas por los gobernados” . Este cambio en los aspectos considerados impar tantes conduce directamente al segundo punto. !j8isti'nr¡ón aludida es entre dos sentidas po­ de la palabra apatía. En el primer sentido, 131

nn'uie sencillo Interpreiatlss. Sabemos algo de «] elector apAtko es el que apenas distíngiie ,iii:CteiÍstica$ de la gente que es menos probapolitica conservadora y política r^rera, o ertii lítíca republfcana y pd i tica, demócrata, pero r|' É(iie rote, que es menos probable que esté in* (t ln de los sucesos c»rricnlcs. etc. E n general embargo estada dlspjtiesto a ser un delensor * fHiao podía esperarse), cuanto más próspera es de las dos contra ana grave anicnaca ertJ' t'érsona más prdmble es que sea poliltcamen' e I sistema como tal. En el segundo sentido, el li‘/a y que esté informada. Pero toda conclulor apático es el que se muestra totalmente ir» i.{ue se saque de esto sobre la probabilidad de reate a las reglas y formas de un régimen ■ sean los únteos (y por razones contrarias) cii mentar. Lo lamentable para los defensores df ‘ democracia son más bien los casos en que un lut' po electoral no más ignorante ni con menos prt|i' cios que el inglés produce movimiejitos genuiii. mente subversivos del sistema total. movimiento;< )>a los que, desde el punto de vista del dcmócratn, li lideres son demasiado poco apáticos y el stquHi potencial lo es demasiado mucho. Puede sosten! i que estos casos muestran cómo tos "apático.s", i|i pueden ser buenos paca un sistema estable segúB argumento de Voting, pueden ser la mayor amnia^ za contra él en condiciones más inestables El 134

[rts, desde luego, d ejemplo más socprendente 5r documentado, pero no es el único Y no ninguna garantía para pretender que no pourrir lo mismo en ninguna otra parte. Toda illsación sobre los orígenes y ctmseeitencias movimientos totalitarios depende de «n maItiocimiento del que se tiene todavía tanto de idones necesarias como de las suficientes I i)ue se realieen. una voluminosa literatura sobre el tema, en llar sobre el narismo. Pero en ella, mucho i]ue al tratar aún de las elecciones más difidtamos haciendo historia y no ciencia. N o hay tb para escoger entre las explicaciones presernI, y no digamos para asignar a cada una de la piopordón causal correcta. Hay, una vez idealidad entre las explicadones psicológicas )#odaIes: ¿Fueron nazis los alemanes a coñ­ uda de la derrota y la infladón, o a causa primera instrucción sexual, o a causa de amteosas? Y es difícil, también aguí, ver cómo ponos (ditener la prueba necesaria para basar tra elección. Sin embargo, la situación no es Iboibrín como esto hace suponer. Como en los ltdios de votaciones, que en realidad suministran de la prueba sobre este segundo tema, no posaber por qué los extremistas lo son, pero nos una idea bastante buena de la clase de ñas que eran. Sólo quiero mencionar una geJlxación que ha salido de esto, la cual no es amente original ni está del todo fundamenpero que muestra la clase de prueba que una de la democracia puede emplear en .su apo135

yo. Es i a sanetalbacián, que encontramoa ya pósito de las pescadores y los esquí!adorsis ils ¡as, se rcfieie a loa efectos Je] ftislamiento " . Es uft tema que se presenta en mucbas Ut. tanto en [os esciitos tílosófícos como en Iom píricos acerca de la sodedad- Es paite Impcítl te del estudio de la enajenación (en mucht^, sus sentidos), y es una preocupación que maiiS tan autores tan diferentes como Tocqueville, F.f Willíam Morris, Hrich Fromm y otros iducIio! ^ merecen ser mencionados. Las soluciones prnf(ni, tas para los problemas que plantea van sin i|| rrupdón desde la "unicidad" hasta el feudniltd Mas. por el momento, sólo deseo ver cómo |«i^ afectar a nuestras condusiones sobre el extreril* político. Gran parte de las pruebas sobre esta cuestión pecifica fueron resumidas en un libro norteanidno reciente titulado TAc Politics o f M ass Soti>t por Wilíiam Kornhauser. El profesor Komliti^iei empieza por sugerir que el extremismo politlcil^ correlativo de la rapidez o la violencia de los i ■(( bios sociales (urbanización de la población nm industrialización, etc,), diagnóstico muy parechln de Durkheira en su clásico estudio sobre el .'^iih4 dio. Pero también ofrece pruebas del tipo de ii4 viduos más atraídos por los movimientos extremlaí en un caso dado. He aquí su propio resumen: ' ( h estratos sociales inferiores son más sensibles a i«4l llamamientos a las masas que los estratos supi.i*] res. Pero, en todos los estratos, los que tienen ¡ a l nos vínculos sociales son más sensibles a clí.' ¡4I llamamientos. La categoría social designada cu 136

lugar en cada uno de los pares siguientes .|Ue posee cáenos vínculos sociales y la qtic ■.¡íponde a los movimientos de masas: a ) Inteiles independientes corma intelectuales en cor­ es Ipor ejemplo, en universidades]; 5) ne^ nuevos contra negocios viejos; c) pequeños [los contra grandes negocios: d) trabajadores i>ecíali2ados conUa trabaladorcs especializados: jba¡adores mineros y marítimos contra trabaja* II de otras clases de industrias: /) agricultores ,^et y trabajadores agrícolas contra agricultoílicos: g ) jóvenes [en especial estudiantes] conlultos: A) políticamente apáticos contra polití,.itc activos: í) desocupados contra ocupados. * Iwlzás no son sorprendentes esas condusiones. ejemplo, el extremismo de los estudiantes y de obreros sin trabajo no será nuevo para el his■dor de la Europa dcl siglo xix, en que esta ibinadóii explosiva puso más de una vez de lias a los gobiernos. Pero el interés de los re­ ídos de Kornhauser está en la medida en que generales. Unos, no es necesario decirlo, están íustanciados que otros. Pero suponiendo sin iisión que son más o menos correctos, ¿no hay una clara implicación para la teoría politicaT Itcomcndación dcl profesor Kornhauser es la na de Tocqueville: reforzar los vínculos sodaSi, en consecuencia, es esto lo importante para la democracia funcione, las prescripciones bákns de la teoría democrática probablemente serian mos directamente políticas que hasta ahora. SeIII este argumento (que supone, desde luego, que que queremos evitar es un alzamiento sorcliano 137

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de ijqiikrda o de derecha) la íínalidad del '»C co de la democracia seiia estiiciilar a la 0cnie a iii ?ar a tantas asociaciones no poli ticas como sea pt* Pero aun supcnoicndo que este argumeiiso i ser totalmente comprdaado (y, desde luego, de exponerse mucho menos crudamente que ) expuse aqui), hay cuestiones que quedan sin ' ción. Volvamos al caso inglés, y al supuesto de (sin implicar más comparaciones! la histari;i ^ cíente de la democracia inglesa puede contrastaíj vorablemente con la de Alemania o Francia, cuando sean dertas todas las gcneraliiadonei bre el aislamiento soda], ¿cámo puede demostn qiie son mucho más que marginal mente pertine por comparación con factores constlticionales ■ cho más amplios? Y mientras no se demuestre u ¿tenemos derecho a declarar que nuestras teorint la democrada deben ser reformadas para tomar cuenta esas generalizaciones? Las correlaciones consistentes de las encuestas entre muestras jmh den muy bien carecer totalmente de importiiti! mientras no demos la respuesta que no pudUf dar Karl, Marx. Halévy ni nadie a una gran c«z tión histórica: ¿Por qué no hay revolución en ¡í glaterra? , Este inmensa y provocativo tema cae muy Itti del campo de estos ensayos. Pero me lleva al tillj mo tipo de generalización hecha por un cienlKie político que deseo examinar en cuanto a su inlrit] para la teoría política. Uno de tos argumentos le Ululados para explicar la estabilidad de la poUtO inglesa procede no de los atributos sociales o pd cológicos del elector inglés, sino de las reglas qtli 13S

líiaii «] Bistecia miamo. Sus admitadores scveces el sistema de dos partidos como una • ^ o o espléndida y exclusivamente inglesa por IfS'il hieron piadosa y sabiamente estrangulados flkiLi r las coaliciones endebles, tos partidos astilos cuerpos electorales extremistas y todos Á b'irns viáDs de la política europea continental. W nrmulacióo es un poco petulante. Pero hay perfectamente serios para decir que el sis* A * electoral de cualquier pala dado desempeña l'.ipel importante o hasta fundamental en la iK'tón de la conducta política de sus ciudadap L> generalización más convincente de este tema hi del profesor Duverger {a cuyo libio sobre ^dríidos polrfíccs ya hicimos referencia). La priU lracjóji. y el alegato que el profesor Duverp (C^ula a favor de ella, pueden vcr.se en la id» 245 de esa misma obra, , La Influencia lui factor general de orden técnico: el sistema Icral. Puede esquematizarse en la fórmula sinitc: ef escraífnío m ayoritarío d e una sota vueU ilendc ai cíuaíísmo ríe ios partidos. De todos los ptiemas que hemos definido en este libro, este dUmo es, sin duda, el más próximo a una verdaJ ley sociológica. Se destaca una coincidencia üif general entre el escrutinio mayoritarío de una NÍrita y el bipartídismo: los países dualistas son HMNOtítarios y los países mayorítarios son dualis Mií Las excepciones son muy raras y pueden cx(lltmrsc gene^m ente por circunstancias partícula-

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f e ésta una gran pretcnsión. Además, si es verli^ra, tendrá para el teórico político una impllca139

m d& i tan clara como los halJaigos que leinr ;&J minado antetloimciití- S í el sísLenia declor^l principal determinante del sEstema de partid* puede usarse para impedir poi completo el miento de partidos menores y más extremist.!» „ veremos llevadas de nuevo a la tradición de la ■{ ría política por la cual debieran darse sugerV'^t-^ piescnptivas paca qtie los íepisladoies moldeen liberadamcnte las instituciones. -Pero, infortim«l i mente^ la teoría de Duverger. como se la l!a»it t veces/ íue sometida a una crítica demoledora. primer lugar, se demostró que la exposición qut •• su teoría hace Duverger no es completamenli i herente; en segundo lugar, las pruebas, en reallí:i;( se ajustan a ella menos fácilmente de lo que l'> verger sugiere: en tercer lugar, es dudoso que - • enteramente admisibles los supuestos psicológlF > de Duverger, No reproduciré las criticas en detalle. Es ind dable que la causa de Duverger es menos fiiii>. de lo que éi cree, pues aun el caso Inglés —.p para Duverger es a la larga una reversión al !■ partidismo— puede interpretarse contra su tcoF y no en favor de ella. El hecho de que el IaborÍíi¿ haya podido absorber por completo a los líbcnil^ es fuerte prueba contra el alegato de Duverger tque los partidarios de terceros partidos creen qi ■ desperdician sus votos. Además, la mejor manen sin duda, de interpretar la coherente reprcsentai irlandesa en Westminster a fines del siglo ,xix principios dcl xx es considerable como el tcrc hablando principalmente. Puede ser, como afirI un critico de Duverger, que no haya base para uiiicr que la implantación de la representación Witftdonal donde no existe aumente en realidad I «ümcro de partidos: sucedió en Holanda, por implo, pero no en Bélgica, donde sólo sirvió para Ivtir un partido liberal en decadencia. Pero si se lira estrictamente la representación proporcional *íi decir, si no hay un sistema de cocientes arbiiíios destinado a hacer fracasar a todos los partí«signándoles menor votación que un mínimo ^(Jo^ parecerá tener un efecto multiplicador dcrdo Análogamente, parece haber un efecto clá­ mente discemible sobre el tipo de apoyo electoral Loducido por la doble votación. E l caso más co-

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nritido de esto eí Fr33icía. Con lo Tercera bika. en ]f>32, los cora uní atas se negaron 3 c^' norse con otros partidos paura la segunda u j * Y s6lo tuvieron d 8% de la prímerB votaciín' 1936, cuando reunieron el Frente Popular, p!iiKil es más "lusta": pero también puede hauna defensa igualmente legítima del actual de distritos electorales y de la necesidad entar a gobiernos más fuertes aún a expen(e una representación más exacta de la opinión. de las cuestiones son técnicas, naturalmenudem.ss, el debate se realizó con frecuencia más I, vistas a la ventaja electoral que al principio Pero la cuestión de principio está ahi. Lo migleto es sólo que pruebas como tas de Dutr son un ingrediente necesario de toda deícnjfr una posición prcscríptíva sobre estos temas. Iim |niede dudarse si para el teórico político sa­ lí taplkaciones totalmente inequívocas de todas Ilnvcstlgacioncs de los sociólogos políticos desde las elecciones empezaron a ser estudiadas. En [ílnd, la conclusión que se sigue de todo aquello (uc he venido hablando es quizá más bien dbilr la categoría "cicntiflca" de la ciencia pollque pretender para ella capacidad plena para itver los problemas de teoría política. Cuantas pruebas de ésas se presentan, m ás difícil es jitlrsc seguro de hasta qué punto son realmente |tparabies casos análogos. Como dije en el capíI, una de las dos limitaciones ineluctables de ^ricncia social es ta singularidad de teda secuenhistóríca, y toda generalización acerca de quién H3

votii por q u )^ (sin hablar de por que) tktif ser sospechosa aunque no sea mSs que por tivo. Pero a pesar de esto, hay muchas pmeb que seña un error asustarse por cualquier ui( de qeuerahzar. Tas qeuecalizadones encanii pnid^a empírica que et teórico poUtico debe en cuenta al lonsulai sus recocnendaciones; y,' provisionales que puedaii ser Uts generatiracl^ la Eoorale/a que hay que sacar es segúrame ntif— ' d estudio empírico y el estudio Ülosófico | política tienen más que ganar con un contacin { t xímo entre si de lo que han podido suponer suif 'f tivadores. ya sean sociólogos norteamericanos tt 'i lóselos de Oxford. I

ÍT O D O S . M O D E L O S Y

T E O R IA S

IZANDO sea un etroi buscar teorías genera* la sociedad, y aunque codas las teorías de las H sociales estén condenadas a ser sometidas litfcíones de las que están Libres las ciencias fíales, todavía vale La pena preguntar hasta puede haber ptogi^sado una ciencia social inada en la dirección de una teoría plena{^sarroUada. En ciencia política, en tealiJ,#ó!o hay un candidato, y sólo uno, para esa (tn ftr'einpleando la palabra teoiia en su sentido riptivo o directivo^—, aparte del marxismo, 'nun sus partidarios más enérgicos sostendrían ia que ha producido un conjunto de proposífr» sobre conducta política comparables en alo íuersa a las del marxismo, Pero, a pesar ita concesión, sostendrían que puede formularífo conjunto de proposiciones generales que suran una explicación de los hechos conocidos tducta política mejor como lo hizo el marxismo, ifoque distinto det marxismo es el enfoque salista, al cual ya me he referido. En realJ^SÓlo me interesa lo que implica para los sísespecíficamente políticos de instituciones y iducta. Pero comparte con el marxismo la tantc característica de querer proporcionar una ación para todos los procesos sociales; y, en jcncia, antes de examinar su pertinencia para ico ( en el sentido prescripüvo y en el no pres145

^7 criptKo) de Is política, ccrJireinos que haeti breve estimadán de su pceteasión general. Atas—. ¡no véis que hay una armonía tundaitiil en la estructura de fundones de la sociedad? es el hecho básico de la política, resultante del h> en que aparecen las normas de conducta en jjuestas a las necesidades sentidas por todas las edades humanas." Ninguno de los dos alegatos umipletamente absurdo, pero tampoco es com«mente demostrable. Además, las dos partes aleser capaces de incorporarse exactamente las lebas en que más confia la otra. "L a identidad rente de intereses —dicen los raarxistas— es |i mera deformación de la superestructura ideolói producida por la base económica." "E l antautmo —dicen los funcionalistas— es realmente iclonal. porque aliviando o resolviendo las tcni:s permite a la sociedad ajustarse mejor.” No i;^ prueba sobre la cual coincidan las dos partes letmstituye una comprobación definitiva de las llones rivales de las propias. Sí han de persuaf ^ J a una a la otra, tienen que hacerlo sobre balosóficas para adoptar una visión diferente del indo. Pero sigue en pie el hecho de que la única alter|Miva actual al marxismo es alguna forma de fun(ífliialismo como base para algún tipo de teoría geen la ciencia política. Y a vimos, en el capitulo I el peligro implícito en intentar una definición 161

fundtenalista fiel Estado; y este capitulo ha lt»| do Ijases para el escepticismo acerca de la cnct^' dad del íancíonalísnio para aujnlnisirar explk'^i» nes completas de la conducta política u otra pey i soda!. Pero hay que estímar su utilidad por el de las proposiciones explicath'as hada las cV.l,* guía al investigador de un problema particular l’ >de. aunque no sea más, suntinistrar una estriutif* para el estudio comparado de diíerentcs sistHn** políticos, para los cuales ya no es adecuado el •< cabulario de la teoría política tradicional. Í^it dirigir la atención a causas y efectos que de h modo pasarían ínadvenidos. Hasta puede a aclarar algunos de los problemas de Ja l política tradidonal. tales como el "propósito mia tivo" o “voluntad genera)’’ de la sociedad quf pusieron algunos filósofos idealistas,*® Sólo l' supuesta teoría general es probable que sea engañoso que útil, y que soslaye la busca dr basertos rigurosos y comprobables de causa y rk; to con los cuales hay que construir una política. El hecho es que desde Marx y Weber métodos empíricos, y no las teorías deductivas, la ciencia política, han sido más fértiles en esa ¡ i*? se de asertos. Quizá esos métodos no han printii cido una aproximación tan estrecha a la cirr • natural como han pretendido algunos de sus pn> ' cantes. Pero no puede dudarse que hicieron nv zar la ínvestigadón de explicaciones mejores dr '• conducta política, y es oportuno en este un breve estudio de su calidad científica. No me propongo resumir, y ni aun menciotiñt todos los métodos de que disponen los sociólo^i' 162

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11 política. Métodos diícrentca, ya antjopológi^[Stóricos o estadísticos, son aplicados a proiñs diferentes y deben juzgarse, como La teoría iclonalista u otras, poi el rálor de las proposíes explútatrims a que conducen. F eio los más tes de ellos son, en genera), los más esladísy aquellos para los cuales puede reclamarse carácter más "dentilico". Con su ayuda pueden Ivcrse cuestiones de una precisión desacostumida y que pueden llevar ai descubrimiento muí más exacto de correlaciones entre fenómenos ialcs que anteriormente Itabia sido imposible adlír. Por lo tanto, el problema es si pueden hacer Ible el tipo de enunciados de correlación que >diijeron. en sus momentos de más éxito, las lede la ciencia natural. El peligro aquí no es to el sencillo peligro de confundir corrcladón ijíausación, pues esto no es menos posible en ciencias naturales: el peligro es más bien el de er que pueden reproducirse todas las prccaunes de las ciendas naturales de modo que en flnitiva seamos conduddos a leyes de la conducilitica estrictamente análogas a las leyes que lernan la conducta de fenómenos naturales como gases y las corrientes eléctricas. El mejor modo de ilustrar este punto quizás sea odiante la referencia a las técnicas de las encuess de muestras. No me interesa tanto el notable jtrsarrollo de las técnicas de muestreo como el modo 'm que pueden analizarse los datos de las encues4M para dilucidar una supuesta reladón causal. El método usado para esto, y de.sarrollado del modo más notable por el profesor Lazarsfeld, es el de

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mantener constante un íactof a £ln de t ireleción entre la aliliadóti a una religión y l¡i it Ilación a un partido: la inmensa mayoría de iprotestantes son republicanos, y la inmensa tr- > ría de los católicos son demócratas. Si, ante» i(» tos dias del análisis de encuestas, alguien se o)t'i sisea a esa generalizadón basándose en que • is ríqueza o la pobreza la que determina el voto < que sólo es una coincidencia el que !a riqueza y It pobreza sean correlativas con la afiliación pruii^ tantc o la católica respectivamente, no habría h > bido modo seguro de comprobar este contra-cnui' dado. Pero con la encuesta de una muestra t >'i es, en realidad, perfectamente factible, Podrin < descomponer la muestra en ricos y pobres, y v'm si en los ricos y en los pobres (tomados como i < tegorias independientes) subsiste la coireladón tre la afiliación a una religión y la afiliación a partido. Aún más exactamente, podemos ver o jg precisión en qué medida y en qué círcunstancí se da este tipo de correlación, y podemos compt* bar hasta dónde puede explicarse por factores e,t!i sales diferentes la variación en la condpcta que nti servamos. | En la terminología de Lazarsfeld. con los dalti-:^ de las encuestas pueden hacerse tres opcracioii'í básicas de esta clase: explicación, interpretación especificación. Estas palabras se usan en un neti tido especial, pero los ejemplos las adaran fácil mente. La "explicación” tiene lugar cuando se i > plica una correlación falsa por la introduedón ‘U 164

Itrcei factor en el análisis. Un ejemplo excelen«U 3-a:acsfcl trarse formalmente que "la decisión acerca de ' una correlación parcial es falsa o no (es tl>' » que no indica o sí indica una ordenación cíui“é' en genera! sólo puede adoptarse si se supoiu príori que no existen entre otras determinadati * riabtes relaciones causa!es*'.^“ No es un gran |v ■ blema evitar asertos como e! de que la edad de ti) ¡ persona no depende de sus actitudes poIÍtica.s, t> al contrario. Pero al intentar un análisis causal ruti' pleto de la conducta política de una persona o una clase de personas, se hacen mucho más rápi mente manifiestas las limitadoncs de la conelu> ''áJ residual. Cualquier explicación que se proponga I tará condenada a retener algún elemento intulllDíGj Irreductible, algunos supuestos sobre los nióvllcs . las intenciones humanas que no podría eliminar aun la mayor aproximación a los controles expeti mentales. La mala aplicación de métodos copiados de la ciencias naturales quizás pueda ilustrarse de la iti< jor manera con una discusión reciente entre metodá logos de la ciencia social. Se trata del debate snht' 168

Idc pruebas de significación que va asociado fgjlmeiiíe aJ nombre dd profesor Hanan Sel(fií Irt Universidad de California.^ Las pruebas nulificación estadística, de las cuales la mSs n!.i es Ja del chi-cuadrado.* constituyen una lie y poderosa técnica aritmética para resol;il(i de encuestas es una e^rtralimitadón de un ‘ lo fIcismo iniustiHcado. En primer lugar, ninguna encuesta llena ) dicíones necesarias de un experimento coitlr4 podrían reprodudese, por decirlo as!, retroap-^ti mente, siempre que se haya recogido iníotniti sobre todo factor que pudiera concebirse con»' tinente, Pero esta condidón no se realizará nítm completamente aparte de la naturaleza de 1»#^ clones (en cuanto opuestas a acaecimientos se están estudiando. Toda encuesta contietii fuentes posibles de variación de las que p»* controlarse, incluidas las limitadones técnicas ttil) rentes a la realización de las encuestas en la |U tica. En la medida en que ello es así, no hay ttlj guna garantía para conduk que una pruehii significadón resuelve en realidad la cuestión ,i está destinada. Preguntar sí es posible que I» rreladón dada se deba a la casualidad y no .1 procesos causales supuestos por el investigador, tiene sentido cuando hay la garantía de que no i" de deberse por completo a un tercer factor. puede suponerse con seguridad en el caso de nmtro ejemplo de la inoculadón, una vez hcclm ■ azar la distribución de los pacientes en los ' grupos. Entonces puede suponerse que toda» 1 demás fuentes de variación son aleatorias, de tu»' que le toca al experimentador escoger explicBc* nes limitadas a los dos factores únicos de cas»i.li 170

tloCuladáíi. Ptro aim entonces, el resultado prueba de cKi-cuadrado debe ser interpiecautela, dada, la posibilidad de desviaEn una encuesta de muestra, en la que ni p5Bprox¡ tuación a un experimento controlado «ente posible, difícilmente puede tener la jplgún valor. lo demás, la cuestión de la interpretación |una ves más el peligro de cientificismo. Puerse esto con el ejemplo de! capítulo iv. ¡iJUnos que un investigador encuentra dos co­ les igualmente significantes entre votar por ido Laborista y la fe en el socialismo y votar Partido Laborista y tener el pelo rojo. Es te que seria absurdo pretender que una pruesignificación de la primera demostró una de causalidad en la segunda. Cuando nos (ios ante una correladón que parece no neceíás explicación para el propósito en cuestión, saria la prueba de significadón; cuando la ción necesita evidentemente más explicación, iieba de significadón no es pertinente. En el ^do caso, los resultados deben descomponerse Idón con los factores que podrían suponerbsales, y la decisión de detener el análisis en un tnto determinado tiene que tomarse sobre baflntecpretativas, no sobre bases estadísticas. La tiación, en realidad, no es prueba de causación Ibtro sentido que aquella en que la máxima se );a en dencias naturales. Aun en una situación en podría pretenderse que un investigador sodal lijtcnido en cuenta todos los factores concebibles, sotreladones que, aunque significantes, estarían 171

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condenadas n ser rediazndas sobre beses Int Nínfruca cantidad de prvd^as de signífic.nclr.' convincente el aserto de que la política de ■-* divdduD está determinada por el color dcl )m *í dría ser que el color del pelo fuera CQI^eUll‘^ algún otro factor genético relacionado coi *t| des políticas, o que en an país dado los iitdi>ti de cabello rojo pertenezcan a una minoría cuyos intereses diiieien de los de la mayoria rubio o negro. Pero en tal caso, no es la n 1'*^ pelo como tal la determirmnte. Dada una de correlaciones significantes, el factor caiis elegido sobre bases intuitivas aun cuando seguido lo más estrictamente posible el proyt im| un estudio experimental. La moraleja es, evidentemente, que todas In^ t| nicas estadísticas deben ser servidoras, no la interpretación. Puede ser, por ejemplo, qi)*útil en ocasiones saber si la correlación que tini vestigador desea formular, sobre bases interf tivas, como causal, no puede ser explicable csk^ ticamente como una casualidad simplemente que concierne a la distribución real de casos. I'"ij entonces ser prudente proceder, en relación o i conclusión propuesta, con más cautela que «I 1 cifras no fuesen claramente explicables por " dada?— es evidente qee nos encontiaremos i problema alora familiar de la elección de paU La respuesta dependerá no sólo de los Mt|it previos subyacentes en el uso elegido de la |) i| “ político'': dependerá también de los criterlí decidir acerca de la pertinencia o iinportlim i r diversas cuestiones cuyos efectos no pueden marse positivistamente. Pero es igualmente ■I; que la cuestión no es puramente metafísica. L.ifiniciones últimas de las palabras empleadas jiin ser arbitrarias en cierto sentido, pero puedt ti bien o mal justificadas. Además, sea cualqiiiti contestación que se dé, su justificación dejirii.U de pruebas sociológicas. No sería difícil, por «j pío, deslacerse de la sugerencia de que la rtlliil' constituye ahora la base del antagonismo poli en la Gran Bretaña. Al contestar a la prrgtitptft hay en realidad dos planos diferenfes sobre los Ies puede ser remuneradora la contestación: prlt9H{i el plano sociológico (¿Qué grupos de una soelrí^ son los principales competidores por los bencfl N políticos?); y segundo, el plano ideológico (jCqué son los grupos sociales que oa clases?; y segunda, ¿qué sentido puede más útilmente a las dos palabras más usadas do el vocabulario político, Filosdiico o socioló' i.,4irqLiieida y derecha? nitro empezar por suponer sin discusión que indpal base sociológica de antogonismo poeti las sociedades industrializadas son. en a iorma, las clases. Esto necesita algunas li' mes y, en particular, una definición de “daero pienso que los martrístas y ios no mar' ■estarán en general de acuerdo en que, excepto Nido fidelidades étnicas o religiosas particulares ponen a los intereses económicos (o, cosa its divisoria de todas, coinciden con ellos), esta lia generalización razonable. Pero sólo se hace te cuando hemos ofrecido un análisis más ííico de clase. Quiero en esto empezar una más siguiendo a W eber, no sólo porque la mo­ nición que hizo de la teoría marxista sobre este se considera en general más próxima a ser ta. sino también por motivos terminológicos, (dea de "Weber es que no hay una dimensión de estratificación social, como en la teoría ta. sino tres. Hay buenos motivos para decir tiene razón en esto; pero aunque no la tuviese, tbie en su terminología traducir y comparar teorías (incluso la m arxista). No es tanto W eber quiera entender por "d a se " algo dife|te de Marx, es más bien que sostiene que clase, sentido marxista de clase económica, no es nica dimensión de la estratificación social. Está «cuerdo en que ésta es la más importante, pero 179

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üD lo esti en que las ouaa dos dimen^tcr'-’r siciún SOCÍ3I y poder— puedan reducirse fr tamente a ella. Bu parttcular, debenioí a distindón Eundamfflital y todavía olvidada ^í:!»' cestva frecuencia entre dase y posición. In fortunad amen le. tro peí amos de iiimedi;»! un problema de traducción. En el roca bu ¡i; W eber la distinción es entre Ktñíscn y Sciintí^ ' suelen traducirse en inglés por clasei'’ y yx' de posición", Pexo yrupos de posición es eny'' en el sentido de que seria más exacta es/(.i?n H posición: y '"estrato de posición" tiene de palabrería aun para los dentificoa sociales. más. S tán de es la palabra normal alemana pi'i \ttU tados", o estamentos, en el sentido de "esiadn' id| reino", y aunque ios estados son (o fueroní ÍH realidad estratos de posidón, las dos exprcMisfit no son intercambiables de ninguna manera 1 « ^ tuación es aún más complicada cuando se trau estratífícadón en relación con el poder. W ebn la palabra Partei, pero lo que en realidad ii: tamos es una palabra general que abarque lit entendemoa por facciones y grupos de presión, como lo que entendemos por partidos. Hay los pos corporativos politicamente orientados" de ber, pero esto, lo mismo que "estrato de poairh no es cómodo para la repetición frecuente, Lo ii que puede hacer es. probablemente, adoptar ' ses", "grupos de posición" y "partidos" (o ’V^' ■ to.s de poder"), dejando la palabra "estrato’*, | * Umitacíones, para una gran subdivisión de Iti ( ciedad a la que convienen las metáforas vertlC^ í de alto y bajo, cima y fondo. Pero no puede U o no U , es hablar de estilo de vida v, p lo tanto, de posición, no de ubicación en la ¡er.

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iüotiónii^'a como tal. Pueden comeídir las dos fv:peco ello no hace que sean la misma cosa -.empeorar la stluación. el vocabulario de los liógos académicos siguió siendo sorprendente' .e-incobcreiUe. Por ejemplo, cuando el profesor ,thall dke que 'la esencia de la clase social es iodo como es tratado un individuo por sus pró^ y, cEcíprocarnenie. el modo en que él los Ira­ do las cualidades o posesiones que son causa ui|uei tratamiento",® nos da una idea valiosa soe! tema de la posición (en términos weberiaij. Seria mucho más cómodo si los numerosos Mes sobre estos asuntos siguiesen el uso de jher. estén o no de acuerdo con él. Algunos lo ítn. felizmente. Pero la literatura es oscurecida itCWariamente por un cúmulo de dcfinicloneB y Itradefinidoncs, discrepancias y tautologías que ,'rii imposible exponer con exactitud la teoría de II, o aun que una teoría dada sea realmente una DIB. Sería tedioso citar ejemplos. Todo lo que ^ t a el lector es una muestra de algunos de los itíi innumerables libro.s de texto de sociología. jjlBÉomo de obras más espcdallxadas, que tratan una Con raras excepdones, no sólo cnconHii uueva deíinidón de dase formulada ex­ p ela o implidtamente: encontrará también que las ptj^tjsiciones que suelen encamarla podrían tchajIUMC adecuadamente en términos w^erianos.* Pero aparte de las contusiones terminológicas de pítSíción de dase", "d ase de posición", "posición i u ^ c a " . "categoría", “dase sod al", "d a se ecortmlca" y todo lo demás, hay, desde luego, alguk»i^ diferencias verdaderas. La mayor parte de ellas

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pueden expresarse, eomo iadiqué, en térnii,, fcetianos: peio algunas son difecendas rm mente concernientes a cómo están icalmenii Uficadas [as sodcdadeí. sino acerca de lo «jiii decirse cuajjdo se habla de un grupo cunl4(iii 'ol de uii grupo o categoría potencial de iriti' en términos jerárquicos o estratificados. El más iamoso es el mismo Marx, y su de. Ii ■ sobre eJ campesinado en E t dieciocho d e f ■r^C rio.- "E n la medida ea que millones de famíll ven en condiciones económicas de exlstenilo diferencian su modo de vida, sus interese* ^Ííf' cultura de los de otras ciases, y tas ponen tUj contraste hostil con éstas, forman una clase. medida en que hay una mera interconexión ^ entre los pequeños campesinos, y la ídentícl.iil sus intereses no produce ninguna unidad, ní^-=T unión nacional, y ninguna organización poUll- - | forman una clase," ^ La cuestión relativa a •cas. Sabemos algo de las condiciones so­ co las heredades de los municipios y en las >nes nuevas: sabemos algo del tipo de tramanuales que vcHan por loa conservadolos que I no son necesariamente los mismos) nen a los enirevistadoics como "d ase me7-i*abemos algo de los efectos de la situación ll (Ira bajo sobre las actitudes y las le^tades prolas. Pero aún no estamos equipados para des* y no digamos para explicar, cómo cambia tttunente la estructura social en relación con ¡os generales de estratificación. Ni pueden ser í;ique a tanteo y condicionales los diagnósticos J ob efectos de los cambios sobre las tendencias rgo placo de la política nacional. Lo primero hay que hacer es formular las cuestiones ínteites; y, como ya indiqué, la mejor manera de ülarlas (como quiera que se resuelvan) es en fiorma más o menos modificada de tos térml' Ijientacios por W eber como dimensiones fundaItales de la estratificación social. necesidad de hacer las distinciones correctas ^fermular las preguntas adecuadas es más agufaun cuando llegamos a estudiar cuestiones como en los términos tradicionales de izquierdas y las. Es, después de todo, un accidente hisjico al que debemos esos términos; si los diputaI de la asamblea revolucionada francesa no se in sentado como se sentaron, el vocabulario liiico de Europa y de la mayor parte del mundo ria sido muy diferente. Algunos comentaristas, 191

conatcn^iidos por «I grada de ambigüedad ;-■ Hagaron a ser manoseado» esos vocablos, íi! k jo n que seria mejor suprimirlos por completo. 1' ( a aun cuando eso sea cieno, las palabras esiaii i !i tan profundamente incrustadas en nuestro |>miento político, que dicha recomendaddn r» » probabilidades de ser puesta en piráctica. P tanto, todo lo que puede hacerse es pregiiii cómo podrían usarse mejor dichas palabras. Hay que conceder desde el principio que h i' tu aciones poli cicas en que hablar de izquierda *. derecha es absolutamente inapropiado o hoslit cío de sentido- T al sucede con muchos periudt ^ la historia europea occidental. Y aun suceiU mayor grado con los tipos de sociedades de;.. » por los antropólogos políticos en las que, coiii' mos en el capitulo ti, tenemos que estar dispin • a hablar de "sociedades sin Estado" si heini" retener para la idea de “Estado" su signific t consagrada. A pesar de esto, aun es posible ner para esas sociedades la terminología de l,t tratificación de W eber, aunque s^ o sea para lít i« cuán poco estratificadas están según las noj 11 europeas. Pero las ideas de izquierda y de detr _ son totalmente inoportunas, A manera de cjcnH'iii I vale la pena citar un párrafo de la descrlp4«| monopolio ni de la izquierda ni de la derecha l''t* de ser que el elemento totalitario de una y i sea su rasgo más importante, y también el •■■íí desagradable: pero no hay nada más extrcmísln , = definición en la una que en la otra. Para vivit ellas, )a Rusia de Stalin quizá se parada a la manía de Hitler más de lo que se parecen cultt un régimen parlamentario de izquierda y un ¡. men parlamentario de derecha. Pero esto no obliga a decir que el totalitarismo de izquienh el de derecha sean idénticos, sociológica o Idr sj gicamente. Afirmar, como un científico político it ; teamericano hizo recientemente, que "el hecho que el stalinismo era esencialmente idéntico ni t 194

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y a las demás expresiones de fascismo’ .• «i^rrar en favor de una analogía importante dos icíBs igualmente importantes, mos ante todo la difeicncJa ideológica. Hay cuestiones ideológicas que cortan el conveni® Í espectro izquierda-derecha, y dentro de un líenlo volveré a la más importante de ellas. Pero fl^Unción en filosofía política — aunque muchas prácticas de quienes profesan esas filosofías estén muy lejos de é sta s^ es una distinción lental. S e trata, en realidad, de una distinentre dos opiniones opuestas e inconciliables IflW la naturaleza del hombre. T rató bien este el profesor Talmon en su estudio sobre T he iM fís o f Toíaíiíarian Democracy,^'* Pero Talmon una doble distinción, aunque pienso que su M^usión puede formularse en una sola diferenfltndamental. Para la Izquierda, los hombres por naturaleza dotados de una igualdad del^ v a en virtud natural; para la Derecha, no lo it|n. D e esas dos imágenes diferentes del hombre 4^ esencialmente bueno y esencialmente malo *e n el anarquismo de la izquierda y el racismo «'la derecha, el ideal izquierdi.sta de una comuni­ al de hombres libres y el Ideal derechista de la mirquia comunal de la nación-Estado, el volumi•*r> utopismo de la izquierda y el irracionalismo «li fatelectualisla de la derecha. l>s verdad que Lenin —para poner sólo el ejem‘kiíjcá.s notorio— fue a su modo tan minoritlsta vilo cualquier gobernante o teórico de la derecha. >fo pueden citarse numerosos pasajes de sus esutos para demostrar su creencia en que es ncce195

sana una jniimiia únicamejite porque instin/i ic]|)erfa:tas pervirtieron a los hombres dei] h kii.» los de su bondad natnraJ. Ésta es la dcfuiu ' anarquista que ya dijimos que corre desda ■■ Simón hasta Lenin, pero que aparece en il||> les versiones en autores tan diversos como P ii Godwin, Babeof. Owen. Fourier, Pioudhnn mismo M arx (aunque fue Engels quien re-li acuñó la famosa Erase del “marchitamiento" que ser un Filósofo, quiéralo o no; y es demostiM blemente falso (como trataré de hacer ver en im último capitulo) insinuar que todas las fílosoflH* son arbitrarias e inmunes a todo juldo. Si ha di haber una sotudón viable de las cuestiones dlsciM tidas entre los partidarios de la izquierda y los "La ciencia es vacía porque no da contestarh'ií s nuestra pregunta, a la única pregunta [mpot1i>'t* para nosotros: haremos y cómo vivirerao» y W eber añade: "Que la ciencia ro da contcsliiK t'~* a esa pregunta es indiscutible." ^ Para Webrr, sabiduría académica no nos permitirá nunca ítit pretar el sentido del mundo; en el mejor caso, puede obligamos a aclarar la W clíanscham inn su] yacente en nuestra interpretación particular. Esa* Ib ." terprctacioncs son esencialmente arbitrarias, y cu ttn do son antagónicas, no hay nada más que decir: cifrtj} individuo debe seguir la suya. En cierto sentitlu W eber tiene razón, evidentemente, desde hirtiiii Para poner uno de sus propios ejemplos, ningim| cantidad de investigadón histórica hará que un t*» tólico y un francmasón coincidan en^su interprrli' cíón de la historia religiosa. Además. W eber taba muy propiamente interesado, en sus escrtt sobre método, en atacar a los moralistas de cátcdr^l cuya ciencia social no es más que un barniz de uh jetivtdad falsificada empleada para disfrazar sermones y prejuicios. Pero termina en posicláii muy parecida a la expuesta en el notorio Vo(4 ÍMiiarjf o/ PtAitics (1953) de T , D . W cldon. Uti*

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política, para W eber casi tanto como paca jt. es como la aíiclóo a loe helados manteca' ■- Todo lo que puede hacer uno es paladear el e irse: no hay ocasión de discutir, ero, sobre este panto, afirmar que W eber esté ;ado, no quizás del todo, pero si lo bastante que necesitemos ponerle una limitación ünpor' le a su argumentación. Y a bemos visto que tC' os que modificar la dicotomía de W eber entre nes sociológicas y procedimíenros para rC' las k) cual está estrechamente entrelazado con Lomia entre valor y hecho. Pero no basta aún para impugnar su afirmación de que los lilíbtos de vista valorativos son inmunes a la artación. Su propio estudio demostró que en [encía social más rigurosa entra un elemento tivo, y también que la posibilidad de poner práctica una valoración o tina prescripción dciderá, para su apreciación, de pruebas socioló. Mas para demostrar que los diferentes pan­ de vista o WcHanschatiting que podemos elegir ente no son todos igualmente arbitrarios y en ■punto básico indiscutible, se necesita una argutación aparte de carácter puramente filosófico. En un ensayo sobre "T h e Meaning of Ethical rality in Sociology and economics*’,® W eber >ne una clasificación de los modos en que ptenque es posible la argumentación significativa ire cuestiones de valor. Pueden ustedes, dijo, ar la coherencia lógica de una serie de axioás axiológicos; o pueden ustedes discutir si lo le se sigue de dichos axiomas es pertinente para caso en cuestión: o las consecuencias que se se205

giáran en la ptáciica de la ejecudáo de dicho:) ntw mas. Es ptoljabic. dice VÍ/ebei, que todas discusianes sean útiles y que pueden otllgar a 'up dJÍJcar su posición a uno u otro de los disciiú'lpi res. Además, las discusiones también puede» itf importantes porque conducen a la selección de |im blemas particulares para la investigación cm|ii' . Pero nada de esto implica una modificacLón d- if dicotomía de W eber entre hecho y valor. Toit* m sostiene, tan resueltamente como Hume antes qi i él o como Weldon después que no se puede m Iim» de un *‘es" a un "debe". ^Veber da como ejemplo de una posición ifi li.' cutible la de un sindicalista extremista para qu< ■■ no tiene importancia ninguna consideración n Lukács y j L V C U .J De todos los sociólogos mamistas Lukács '• Q más sutil, aunque es también el menos ori'u)fos, sino también a los sodólogos de la poliüca. La primera parte de esta tesis quiero apoyarla sobre un argumento mío. sino sobre el libro que que es el más pertinente a esta cuestión enlos apareddos desde hace mucho Uempo' T h e teept o/ Latv (1 9 6 1 ), del profesor Hart, El libro |tá. como su titulo índica, dedicado a los estudiande JuHsprudenda. Pero, en relación con la pretitc argumentación, su sccdón más importante son 219

tos eTtu o f /füíortcism (2a. ed., 1960), p. l5, n. 1. Whought and Action (1959). por Stuart Hamj>'iJre, p. 168. Creo que esta misma idea está en i íbase de la observación que W itt genstein hace el contexto más general del lenguaje como ( PhU osophicai Ini^estiffations, párrafo J^22) so­ la ¡dea de una "representación lúcida" (ubectliche D arstellung), "E sta idea — dice W ittBtein— es de importancia fundamental para otras, Caracterija la forma de explicación que -JIQS. el modo como ventos las cosas, (¿Es esto na ‘W cltanschauung'1)" tro es posible en principio tratar el efecto de la jediedón simplemente como una variable más por cual puede ser modificada la predicción. Puede (mostrarse esto formalmente: Véase M odela o f ían (1957). por Hcrbcrt A Simón, pp. 82-3. Anón basa su prueba sobre el teorema del punto ^jo, de Brou'wcr, del cual da una demostración ■tuitiva (cf. Gantes and D ccisions [1957], por ■(, D. Luce y H. Raiffa. pp. 3 9 2 -3 ). aunque ILcomo él concede en su Introducción (p, 6) — po se necesitan matemáticas tan formidables para d caso en que sólo se predice una variable única, fe ro sigue en pie d hecho de que (como se toma el trabajo de aclarar Simón) ésta es una prueba principio solamente; si los votantes deciden ptnbiar de idea por la sola razón de desconccra los encuestadores, no les salvará a éstos ni kl teorema del punto fijo de Brouwer. The American Soldier; an Expository Review", 233

ñor Paul F . La^ .ursfeld, en Pnbí. O pin. X III (l9 -t9 ), p, 380.

Capítulo II

^ Pn'fJCÍpJei o f M ora! and Political S cience burgo, 1792). por Adam Berguson. 1, 24 quiero insinuar que Ferguson no fue un autnr ()|l se anticipó considerablemente a su tiempo lliitpi mente. Marx Le atribuyó el mérito de la exposición clara de la división de) trabajo: t rtn Marx tendió siempre a ser tan generoso en i*i,|]| conocer sus deudas con sus predecesores, si es­ taban muertos, como renuente a admitir la rtruj pequeña ínlluencia de sus contemporáneos * Philosophif o f Right (ed.. Knox), párrafo 28S. * La cita es de “ Aus der Kritlk der HegeIact-> ■ Staatsrecht", en M arx-E ngels GcsamíaifSfjaíti', 1 1, i, 492. Hay el riesgo de una confusión de 1(1, los a causa del articulo de Marx “Zur Krltlk ilcfl Hegelschen Rechtsphilosophic” , que apareció >i| el D eatsch-F ran eosische Jahrbü cher de 1844 sam tausgabe, I, 1, i, 607-21) y en traducción lii glesa en 1926 (ed, Stenning). * Véase la necrología por Cari Menger en los bücher fa r íVaíionaiófcono/m'e tind Statistik. 111 1 (1891), 196esta referencia a Kartlir Mengelberg, en /. Hist. Ideas, X X II (IQiill 268. n. 10.'] ® G eschichte d er S orialen Beivegung in Frartlrrcf. h von 17S9 bis au f unsere T age. por L von Stt i« (Leipzig. 1850), pp, xxxi y xLin, ® Estas dos dtns están lomadas de oasaies tf 'diiw cidos en K arl Aíarx: S elec ted Writirujs in logtf an d S ocial P/ií/osopñtf. de T B BottoniDin y M , Ruber (d írs.), pp. 216 y 220. 234

fcííional^ E ih ics an d d v i c M oráis, por Étnile irldieim |ed, inglesa. 1957), p. 43. La edidón jn ccsa de estas conferencias no apareció por tz primera hasta 1950, ett EEtambul, la definición completa requeriría, naturalmente, ^n criterio estricto para distinguir to público y privado, que yo no intenté dar. Pero la diííjlad de los casos fronterizos no destruye la Jidez de la distiadón. El estudio de la señorita irendt. en el capítulo ii de T he H um an C ondi[ion (1958), tampoco ofrece un criterio estricto, ro destaca lo que la autora considera los dos saos importantes de lo público: primero, que iplica "publicidad"; y segundo, que es ‘‘común’* el sentido de ser "común a todos nosotros", luirás lo mejor que puede hacerse es considerar [la distinción en rdadón con el contexto o el pasodal: "padie" es un papel p riad o , "ciudaiano" o "votante" son papeles públicos, etc. Pero sto aún deja casos fronterizos. Éstos pueden, en p asio n es, distinguirse mediante preguntas como '¿quién paga?”, A un maestro, por ejemplo, se le jLicde considerar privado (preceptor en una famt|ri) o público (profesor en lo Universidad de un istado), Pero esto sólo a veces resolverá la cues,h'ón. porque un individuo puede actuar con carácIter público sin que le pague nadie. E l que W ebet [llama "grupo corporativo políticamente orientado YAnsfaf/sÍjeíricbJ" —esto es. una corporación que, sin ejercer por sí misma el poder procura influir len su distribución, conservación y trasoaso— pue]de actuar con «no u otro carácter. Por ejemplo cuando una organización voluntaria para la coni'ndón de edificios históricos da dinero para [la reconstrucción de una ruina interesante, actúa [con carácter privado; cuando gestiona en el Par235

kmento la proraulgadán de legisladúa aA P ceface io D cm ocrahc Thcort] (195 ), P (cada vez más de los inconstantes. Un estudio de R. A. D a U PPo . ,o M /Q51 (1953), Idos distritos en las elecciones inglesas de 1959 « T he E lectoralS iistem tn B n tam 1918-1951 Ihalló que el 8% de su muestra cambió de parpor D. E, Butler, p. 1. ' itido durante la campaña, pero que los cambisCapitulo V ftas a largo plazo (entre 1955 y 1959) fueron los lue decidieron el resultado (T elev isión an d tht Ao/iíicaf h n ag e (196 1 ), por J. Trcnaman y D. ing K c s ^ c n , w n.irfiifV y A. 1. Brod- |AIcQuait. pp. 207 s s.). En el plano nacional, la V oting B ebam or, de E, Burdiclt y ] icucsta de Gailup encontró que el 12% de líos Interrogados cambiaron de idea durante la . ¿ '£ s / v “ e í‘«x í ; ■campaña, cifra de la que se dijo que revela que ]*'el debilitamiento de la tendencia a votar por f " vo« ('S S e n . 196>) p »' « ' que ua es pert.ne,,.

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{ Imposibilidad de tina 'prueba comcostumbre paicce ser uno de los efectos cié liit ipieta aan en las ciencias oattirales— sus leves presentes cambios sociales" (T h e Briftsfi G e n o J de la naturaleza humana pueden ser de un orden £Jection í>/^ 1959 (1 9 6 0 ), por D, E, Butler y if. f ^ i c o diferente a causa del carácter intencional Rose. p. 2 0 0 ). Pero aun concediendo que los tn> j de la acción humana. constantes merecen más explicación que los ilo . . Los supuestos previos de la escuela de Michigan más, y aun cuando la conducta de los demás n«l están expuestos con cierta extensión en su tmra sorprenda a lc« científicos políticos ni aJarnur a i los filósofos políticos, los estudios de votadnufl' [más reciente y general titulada T h e Am erican V'orer, por Angus Campbell y otros (1 9 6 0 ), La aún plantean la más amplia cuestión de si conducta ahora bien documentada no puede tr)iU| isupenondad que los autores reclaman cxplícita4 mente pata el punto de vista actítudinal sobre gir una Fontiulación nueva de la teoría demo('rk> d socjológip se basa (p. \7) en que "la distritica que se ajuste más estcechamence a los hecluiN. I Dución de las características sociales en una po* También es cierto, desde luego, que en las L‘iíri*| I blación varia lentamente en un periodo de tiempo das naturales las correlaciones predichas no rtv .determinado. Pero tienen lugar fluctuaciones detrañan una prueba ni una explicación definí tl> vas. En realidad, el cuadro que pinta el prof«tn#, I gsivas en e] voto nacional de elección a elección. Popper en T h e Looic o/ S ck n tific D isconen/ etj I fcsa fluctuación no puede explicarse por varia­ bles mdependientes que no varían en períodos corprecisamente que la mayor aproximadón a Ui ¡ tos de tiempo. El enfoque actítudinal dedicó más prueba es una sucesión de intentos Fallidos y it* . atención a obietos de orientación política, taies confutadones. Pero las riendas sociales aún tlircomo los candidatos y las cuestiones, que camnen, por encima de esto, una dificultad para lu oían a corto plazo", Pero esto es caricaturizar la que son impertinentes las ideas humanas de cnit' explicación sociológica. No hay por qué negar sa y efecto, y es este punto el que yo trato aquí. que las cuestiones y los candidatos pueden hacer Es el mismo punto que Mili no ve en su estudio, osalar as elecciones. Pero dado que (como na­ de las ‘'uniformidades de cocxístcncta", de Im die lo discutirá) la popularidad personal de Eis"leyes etológicas", etc. Quizás no es un fracSMi' , p h ow ei le ganó muchos votos, la pregunta que como afirman a veces sus críticos 3n(iposUivist.i*t, hay que hacer es: "¿D e quiénes?" Los asertos de pues Mili sabe que el método experimental m inaplicable a los asuntos humanos y que tas leyr» ^ PO'’ Roosevelt a causa de la Lrisis , mucha gente votó a los demócratas empíricas de la sociedad basadas en uniformldn* porque era relativamente pobre", y "mucha gente des de coexistencia o de sucesión exigen ser su plementadas por leyes psicológicas sobre la natu i votó a^ Eisenhower porque le gustaba como can­ didato , son todos igualmente definibles. Pero la raleza humana (su "método deductivo inverso") explicación de la conducta de los votantes en una Pero sigue suponiendo que esto darla "pruehiij pbcación histórica que muestre qué partido reprecompleta" (dados suficientes testimonios) segim el modelo de la ciencia natural, sin advertir qtiá| ocasión dada exige asertos de tres tipos: una ex244

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setM^-ba, qué intereses xaniEestos, una cxplkarKiii stxiol6gica que muestre qué daee de genle tici apartó de ííus intereses manifiestos, y una ejrpllroajj dón psicológica que muestre a qué tipo de “ ik viados" atrajo tin candidato o una cuestión tíet« minados. Nadie pretende que las caracieristi\ ■' sociales respecto de las cuales son anoliiados votantes suministren por si solas una etcpile odóK completa, Pero averiguar cuánta gente votó ix>í Eisenhoveer porque les gustaba no es más