Ensayos Sociológicos y Políticos

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Agustín Cueva Ensayos Sociológicos y Políticos

PENSAMIENTO POLÍTICO ECUATORIANO

Agustín Cueva Ensayos Sociológicos y Políticos

Introducción y selección de Fernando Tinajero

Pensamiento Político Ecuatoriano Colección dirigida por Fernando Tinajero

© De la presente edición: Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados Venezuela OE 3-66 entre Sucre y Espejo (593) 2 2953-196 www.mcpolitica.gob.ec

BEaTrIz TOla BErmEO ministra JOSé larrEa Jarrín Secretario Técnico anDréS ChIrIBOga TEJaDa Proyecto de Estudios y Pensamiento Político ISBn: Cuidado de la edición: Sofia Bustamante layedra guillermo maldonado Cabezas Diseño de la portada e interiores: rubén risco Intriago Imprenta V&m gráficas Quito, febrero 2012

Presentación Beatriz Tola Bermeo

Sin lugar a dudas, agustín Cueva Dávila es una de las figuras mayores de la cultura ecuatoriana en la segunda mitad del siglo XX y su pensamiento no deja de incidir en las ciencias sociales y las concepciones políticas de nuestros días. Vinculado a uno de los movimientos más influyentes de los años sesenta, fue además un adelantado de la nueva sociología en el Ecuador –disciplina cuyo estudio, por extraña coincidencia, fue fundado por su padre, el doctor agustín Cueva Sanz, primer profesor de sociología que tuvo la Universidad Central en 1916. Brillante en la crítica literaria y cultural, su libro Entre la ira y la esperanza fue la campanada que dio comienzo a un proceso de cuestionamiento de las más tradicionales concepciones de nuestro pasado cultural; pero lo que le dio verdadera dimensión continental es su producción sociológica y política, nacida en su actividad docente en la Universidad Central y continuada en la Universidad nacional autónoma de méxico. Fueron célebres sus intervenciones polémicas en torno a los temas del populismo, del carácter no marxista de la teoría de la dependencia y de la caracterización de los modos de producción en américa latina, todos ellos de carácter académico, pero indudablemente ligados a las definiciones políticas más importantes en un momento de crisis en nuestro continente, cuando los grandes procesos de los años sesenta tropezaron con la más violenta reacción conservadora, no solo en nuestro país, donde tuvimos que soportar casi una década de dictaduras militares, sino también en el Cono Sur, donde los excesos del poder han sido ya universalmente reconocidos como uno de los peores atropellos a los derechos humanos que se hayan registrado en el mundo después de la Segunda guerra mundial. Para el ministerio de Coordinación de la Política es un acto de justicia la incorporación de una selección de textos de agustín Cueva en la Colección del Pensamiento Político Ecuatoriano; pero el objetivo de haberlo hecho no ha sido solamente el de rendir un merecido reconocimiento de la producción de uno de nuestros principales intelectuales contemporáneos, sino el de ofrecer a los ecuatorianos un punto de vista autorizado acerca de los temas trascendentes de la estructura social y sus necesarias transformaciones. 5

En estos mismos días, cuando el Ecuador se prepara para un nuevo acontecimiento democrático, del cual depende el porvenir inmediato de los procesos de cambio que han sido emprendidos por el gobierno de la revolución Ciudadana, es altamente necesario que nuestras preocupaciones no se enreden en el escándalo cotidiano, siempre provocado por aquellas fuerzas que no disponen de otra arma de combate, y que se concentren en aquello que es fundamental: contar con criterios bien fundamentados para tomar decisiones acertadas sobre aquello que nos hace ser lo que somos, y sobre aquello que aspiramos a ser.

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índice

Presentación ........................................................................................... 5 Beatriz Tola Bermeo agustín Cueva, o la lucidez apasionada .................................................. 9 Fernando Tinajero

Antología de Agustín Cueva · · · · · · · · · · · ·

Ciencia social e ideologías de clase ............................................. 35 Cultura, clase y nación ............................................................... 53 Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia ............. 73 El uso del concepto de modo de producción en américa latina: algunos problemas teóricos ........................................................ 99 El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político .......... 119 Elementos y niveles de conceptualización del fascismo ............. 129 El Estado latinoamericano y las raíces estructurales del autoritarismo ................................ 143 Vigencia y urgencia del “Che” en la era del neoconservadurismo ............................................. 157 la democracia latinoamericana: ¿forma vacía de todo contenido? .............................................. 165 las interpretaciones de la democracia en américa latina: algunos problemas ................................................................... 177 El populismo como problema teórico-político ......................... 221 El velasquismo: un ensayo de interpretación ............................ 235

referencias ......................................................................................... 263 Bibliografía ........................................................................................ 264

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agustín Cueva, o la lucidez apasionada Fernando Tinajero

… todas las revoluciones latinoamericanas de este siglo, desde la mexicana hasta la nicaragüense,[…] han sido una rebelión contra las tiranías o las «democracias fraudulentas» […] y simultáneamente contra la injusticia social y la dominación imperialista. En cierto sentido trato de recuperar teóricamente esta tradición, tanto popular como de la izquierda, a la que de manera tal vez romántica me aferro. agUSTín CUEVa

En los días finales de 1964, cuando agustín, Françoise y yo empezamos a planear la revista Indoamérica, ninguno de nosotros podía imaginar que al cabo de veintiocho años él habría de morir casi en mi presencia después de regresar de méxico para pasar en Quito los últimos meses de su breve vida. aunque nos conocimos en 1958, mientras los dos cursábamos estudios de derecho en la Universidad Católica –antes de que yo abandonara los códigos para estudiar filosofía, antes también de que él fuera expulsado de la Universidad por su actitud ya alineada con la izquierda–, nuestra amistad comenzó después, a su regreso de París, y nunca fue alterada por sus ausencias ni las mías. a causa de su temprano origen, la adhesión de agustín al marxismo fue al comienzo de carácter emocional, como la mayor parte de las que aparecieron en la primera mitad del siglo –y quizá un poco más, cuando las izquierdas empezaron a recibir un poderoso aliento que llegaba del Caribe. no obstante, en un proceso que duró algunos años, agustín fue transformando esa elección emocional en firmes convicciones que nacieron de la lectura de los clásicos del marxismo, condimentada desde luego con el Sartre marxista de los años sesenta y el mariátegui de los veinte, pero al mismo tiempo, con todas las experiencias cercanas y lejanas que no podían dejar de provocar ira y esperanza, para decirlo con las palabras de su título más célebre. Esa firmeza explica que agustín no haya renunciado a sus ideas ni siquiera en los años finales de su vida, cuando los Kapellmeisters del capitalismo pusieron una pesada lápida sepulcral sobre la fosa donde habían arrojado las efigies de marx, creyendo que de ese modo en9

terraban al marxismo. al contrario, esa adhesión fue la constante de su obra y de su vida, tan marcada esta última por sorprendentes avatares. Por eso en otra parte1, al recordar la curiosa clasificación de los intelectuales que fue propuesta por Berlin al amparo de un verso de arquíloco (πολλ’ οίδ’ άλώπης άλλ’ έχινος έν μέγα –«muchas cosas sabe la zorra; el erizo sabe una sola pero grande»), afirmé que si es válida esta clasificación –y no hay razón de que no lo sea, puesto que es tan arbitraria como cualquiera otra– agustín Cueva fue un «erizo»: uno de esos escritores que «saben relacionar todo su trabajo con una única visión central que da significado a todo lo que son y todo lo que dicen», y no una «zorra», como aquellos otros que «persiguen muchos fines, a menudo inconexos y hasta contradictorios»2.

ParíS, InEVITaBlEmEnTE ParíS al comenzar la fabulosa década de los sesenta, agustín dejó también los estudios de derecho al recibir su licenciatura y se marchó a Francia para estudiar sociología. París seguía siendo el paraíso soñado por intelectuales y artistas, y la tertulia de sus cafés era un hervidero alimentado por las polémicas de Sartre, que no se cansaba de distribuir sus periódicos maoístas en el Boul’ mich’. mucho tiempo después, al prologar la quinta edición de Entre la ira y la esperanza, agustín hizo un balance de aquellos años: entre los «hitos positivos» que contribuyeron a su formación intelectual, menciona precisamente a Sartre 3 y agrega los nombres de Barthes y de Claude lévy-Strauss –cuyo pensamiento, según declara, siempre fue fascinante para él–, sin olvidar por supuesto a györgy lukács, «redescubierto» en esos tiempos después de haber sufrido la 1 Véase mi prólogo al último libro de agustín, de cuya edición me encargué después de su muerte: Literatura y conciencia histórica en América Latina, Quito, Planeta del Ecuador, 1993. 2 Cfr. Isaiah Berlin, e hedgehog and the fox, 1953. Con una ilustre ejemplificación en la que constan Platón, Pascal, hegel, Dostoievsky y Proust como «erizos», y aristóteles, montaigne, goethe, Balzac y Joyce como «zorras», el profesor inglés ha advertido que la diferencia entre las dos categorías no es de nivel, sino de personalidad, de actitud general ante la producción intelectual o artística. 3 la influencia de Sartre en todos los intelectuales de mi generación fue intensa y decisiva, aunque no siempre tuvo el mismo significado. Véase al respecto, alicia Ortega, editora, Sartre y nosotros, libro que reúne las contribuciones para un seminario en conmemoración del primer centenario del nacimiento de Sartre (Quito, Universidad andina Simón Bolívar / Editorial El Conejo, 2007). Para este tema, es especialmente interesante la sección «memorias», donde se encuentran ensayos de abdón Ubidia y martha rodríguez, y entrevistas a alejandro moreano, Ulises Estrella, Fernando Balseca, raúl Vallejo y Fernando nieto.

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condena del dogmatismo soviético por el delito de haber pensado con espíritu creativo. O sea que los verdaderos maestros de agustín fueron dos filósofos –uno de ellos más conocido por muchos como novelista, dramaturgo y ensayista–, un lingüista y crítico de la literatura, y un etnólogo, pero ningún sociólogo: revelación que no deja de ser sorprendente, porque no se puede suponer que tales hayan sido las lecturas preferidas por quien estaba preparándose para ser un sociólogo profesional. Y las revelaciones de agustín van todavía más lejos: declara que «jamás se deslumbró» con las clases o los libros de georges gurvitch y que tampoco llegaron a interesarle los análisis de maurice Duverger –dos de sus maestros en la École des Hautes Études Sociales–, y agrega: Por la época en que publiqué mi primer trabajo de «sociología política» (Más allá de las palabras: introducción a la mitología velasquista4), de hecho lo que hice fue leer y releer a Barthes y lévi-Strauss, apasionándome luego por el 18 Brumario de marx, pero paradójicamente a partir de la relectura de Tristes trópicos. En contraste, jamás me pasó por la cabeza la idea de inspirarme en Duverger y, menos todavía, la de aprovechar técnicas de investigación como las de Paul lazarsfeld –para citar otro ejemplo– cuyo curso en la Sorbona recibí como una verdadera tortura que fui incapaz de resistir por más de dos semanas5.

Como si todo eso no fuera suficiente, estas revelaciones se cierran con la que acaso sea la más sorprendente de todas: declara que de sus profesores de París, el único que de veras le interesó y al que nunca dejó de leer fue raymond aron,

4 Este texto apareció por primera vez en el número 7-8 de la revista Indoamérica (1967). Después, totalmente reelaborado, volvió a aparecer en El proceso de dominación política en el Ecuador, bajo el título de «El velasquismo: un ensayo de interpretación», Quito, Editorial Planeta del Ecuador, 1997 (véase en este volumen p. 235). 5 Cfr. agustín Cueva, «Veinte años después. Introducción a la 5a. edición de Entre la ira y la esperanza», Quito, Editorial Planeta del Ecuador, 1986. alejandro moreano anota que Cueva llegó al marxismo desde la sociología clásica representada por Durkheim y Weber. Cueva no menciona a estos autores, pero es evidente que ellos también dejaron huella en su formación intelectual. Cfr. a. moreano, «Estudio introductorio» en Agustín Cueva. Pensamiento fundamental, Quito, Campaña nacional Eugenio Espejo por el libro y la lectura, Corporación Editora nacional / Universidad andina Simón Bolívar, 2007.

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…ese pensador de derecha y especie de anti Sartre que ya a comienzos de los años sesenta era considerado más como un «publicista» (o periodista) que como un sociólogo, juicio de intención peyorativa al que él respondía comentando que algunos de sus colegas investigaban de manera cada vez más rigurosa y con métodos más sofisticados problemas cada día menos importantes (Id.).

mejores que cualquier argumentación sobre el sentido de su obra, estas revelaciones de agustín, hechas cuando ya gozaba de prestigio en el Ecuador y en américa, dan la pauta más precisa para definir el carácter de su producción: una enorme apertura intelectual –que no se detiene por limitaciones de secta, capilla ni «especialización»–, en la cual se advierten los motivos que le hicieron refractario al empirismo, ya perceptible en esos años, con todo su bagaje de técnicas que en su afán de matematizar todos los hechos no pueden ocultar la impronta positivista de su concepción. al citar a aron, agustín parecía decir a sus lectores que tampoco él aceptaba esos refinamientos de método que llevan a descubrir casi todo sobre casi nada, y prefería la amplia y penetrante manera de mirar que ha caracterizado a los franceses. Esto no significa, sin embargo, que agustín haya sido un autor afrancesado. al contrario, el Ecuador y américa latina ocupan el centro de su atención a lo largo de todo su trabajo, pero lo hacen sin los sesgos del «especialista» que recorta la realidad para examinarla rigurosamente por uno solo de sus aspectos: el hecho de que haya transitado por el análisis sociológico, la crítica literaria y la polémica política, sin contar la reflexión retrospectiva que le puso en el territorio mismo de la historia6, muestra en cambio que su abordaje de la realidad desde ópticas distintas le permitió alcanzar casi siempre una comprensión más profunda y compleja –más discutible también– de la multiforme realidad de nuestro continente. En este sentido, pero solo en este, el caso de Cueva es semejante al de Echeverría, que ha sido ya presentado a los lectores en el primer volumen de esta Colección. los dos optaron por el marxismo desde edades tempranas; los dos mantuvieron esa misma convicción hasta la muerte; los dos se formaron en Europa; los dos nutrieron su trabajo con alimentos muy variados, que jamás excluyeron la literatura ni el arte; los dos estuvieron permanentemente vincu6 Véase el «Estudio Introductorio» de rodolfo agoglia en el volumen Historiografía ecuatoriana, Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, vol. 25, Quito, Banco Central del Ecuador / Corporación Editora nacional, 1985.

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lados con el movimiento político-cultural de los años sesenta; los dos tuvieron como propósito central de su trabajo la transformación revolucionaria de nuestra sociedad, y entendieron como nuestra a toda la sociedad de américa latina. no obstante, el modo de asumir el mismo corpus de ideas no fue igual para ambos: Bolívar Echeverría llevó a cabo una lectura nueva de la teoría que nace de «ese proyecto inacabado» que es la obra de marx y no vaciló en señalar sus limitaciones, entendiendo el marxismo como un campo de trabajo más que como una doctrina acabada; agustín Cueva hizo una lectura nueva de la praxis política y social en américa latina, manteniéndose dentro de lo que algunos consideran «ortodoxia» por no haber cuestionado los principios fundamentales del marxismo, pero haciendo de ellos un manejo creativo, que a veces le permite un despliegue de sutileza poco frecuente entre sus colegas. ambos, sin embargo, fueron vistos por los partidos comunistas con el recelo que las viejas dirigencias tenían frente a quienes se atrevían a pensar y recibían por eso el sanbenito de «disidentes», «revisionistas» o «traidores». hoy, a más de veinte años del hundimiento del bloque soviético y su dogmatismo, tales epítetos han perdido completamente su sentido –si alguna vez lo tuvieron–, aunque de tarde en tarde algunos despistados insisten todavía en seguirlos usando: a despecho de ese anclaje en el pasado, tanto Echeverría como Cueva son verdaderos referentes en la búsqueda de una nueva comprensión de nuestra realidad social y de las vías posibles para superarla.

lOS COmIEnzOS: DEl TzAnTzISMo a IndoAMÉrICA En 1964, cuando regresó de Francia después de haber obtenido un diploma en sociología, agustín Cueva se integró rápidamente al movimiento cultural que había nacido del Tzantzismo y que estaba empezando a reproducir su rebeldía iconoclasta frente a un gobierno militar que era popularmente designado con el mote de «dictablanda»7. Eso no significaba, desde luego, que aquel movimiento cultural hubiera alcanzado ninguna unanimidad en las concepciones políticas y estéticas de todos los grupos o individuos que constantemente en7

El grupo Tzántzico hizo su primera aparición pública en 1962. Para 1964, su actitud de ruptura ya había producido algunas repercusiones en el ámbito de la cultura, no solo en Quito sino también en otras ciudades del país. agustín nunca fue un tzántzico, pero siempre miró con simpatía esa actitud rebelde, calificada por él como «tierna e insolente». acerca de ese período, véase mi ensayo «los años de la fiebre», en el libro homónimo editado por Ulises Estrella, Quito, libresa, 2005. además, puede consultarse de Susana Freire garcía, Tzantzismo: tierno e insolente, Quito, libresa, 2008.

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grosaban sus filas: significaba solamente que estábamos viviendo tiempos de rebeldía general, cuyas manifestaciones se extendían en el mundo por todos los ámbitos de la sociedad, traspasaban fronteras, y provocaban un clima de permanente exaltación con sus inolvidables utopías. Incorporado a los «coloquios» que se hacían en el Café 778, agustín participó también en la constitución de la asociación de Escritores y artistas Jóvenes del Ecuador (aEaJE), y en 1965 fue elegido su primer presidente: la claridad de su talento, unida a la firmeza de sus ideas, hizo que su personalidad se convirtiera en una suerte de polo de atracción para la cantidad creciente de poetas, narradores o pintores que empezaban a asumir la necesidad de articular una acción colectiva capaz de reivindicar los derechos del arte y la cultura, pero ante todo la «autenticidad» de una identidad nacional que se consideraba «mistificada» por el proceso colonial de los siglos XVI a XIX, y agravada por el colonialismo contemporáneo. las ideas de identidad y liberación nacional, firmemente alentadas por las noticias que llegaban primero desde argelia y después desde Vietnam, se vinculaban así a las afirmaciones antiimperialistas que provenían del Caribe: la cultura y la política andaban como siempre por el mismo andarivel, y por momentos parecía que la diferencia entre las dos era anulada por un mismo oleaje de crisis, impugnaciones y propuestas. Pero no fue solamente la circunstancia de haberse involucrado en ese proceso, sino una inclinación espontánea que no desapareció jamás, lo que llevó a agustín a iniciar su labor intelectual en el horizonte de la crítica. Esa fue la época en que él y yo hicimos, con Françoise Perus9, la revista Indoamé8 Situado en la casa que perteneció a marieta de Veintemilla, en la esquina de las actuales calles Benalcázar y Chile, el Café 77 fue el cuartel general de los tzántzicos, quienes le bautizaron con ese extraño nombre. allí tenían lugar, todos los viernes por la noche, los Coloquios sobre arte y literatura que congregaban a un público muy numeroso cuya afluencia contrastaba con las salas vacías de la Casa de la Cultura intervenida por la dictadura. a una cuadra de Carondelet, el Café 77 fue el lugar donde los temas literarios y artísticos derivaban fácilmente hacia temas políticos, y se terminaba hablando abiertamente contra el régimen militar y contra sus auspiciantes de la Embajada de los Estados Unidos. Clausurado por orden del gobierno en 1965, sus animadores fueron perseguidos y al menos dos de ellos fueron apresados y maltratados en los cuarteles: vivíamos una época en que las fuerzas armadas de todo el continente habían sido instrumentalizadas para la «defensa continental», como se llamaba oficialmente a la lucha anticomunista, convertida en el común denominador de los gobiernos fuertes de américa latina. 9 En todos los números de nuestra revista aparece, en el reverso de la portada, esta leyenda: «Indoamérica, revista cultural dirigida por agustín Cueva y Fernando Tinajero»; y después, una línea más abajo, consta el nombre de Françoise con el agregado de «secretaria de redacción». Esa discriminación, absolutamente injusta, fue la expresión de un machismo inconsciente que se acomodaba a la ideología dominante. En honor a la verdad, quiero dejar constancia ahora de que Indoamérica fue hecha por los

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rica, que vino a sumarse a las que ya se publicaban desde el costado izquierdo de nuestro movimiento: Pucuna, que fue la revista combativa de los Tzántzicos encabezados por Ulises Estrella, y La Bufanda del Sol de la primera época, a cargo de alejandro moreano, Francisco Proaño y el mismo Ulises, que se propuso difundir en el Ecuador lo que se hacía en otros países de américa latina, al mismo tiempo que daba a conocer a esos países lo que se hacía en el Ecuador. Junto a estas «hermanas mayores», Indoamérica se propuso ser la revista teórica del movimiento –lo cual no significa que necesariamente haya llegado a serlo10. Según mi opinión, ese período –que poca atención ha recibido de parte de quienes han estudiado el pensamiento de Cueva–, es sin embargo un momento clave en el desarrollo de sus ideas. Fue en Indoamérica donde aparecieron sus primeras incursiones en el tema de la cultura nacional y sus primeras exploraciones del proceso político ecuatoriano, que se ampliaría después a toda américa latina; fue en sus páginas, por tanto, donde tomaron su forma original sus primeras intuiciones sobre la ideología del mestizaje11 y el populismo, entendido como un epifenómeno del modo de ser de la dominación capitalista en américa latina12.

tres, sin que el aporte de Françoise haya sido de ninguna forma inferior al que hicimos agustín y yo. hay que recordar que Françoise ha ejercido también durante muchos años la docencia en la Universidad nacional autónoma de méxico, y en dos ocasiones (1976 y 1982) ha obtenido el Premio Casa de las américas por su importante producción en el campo de la crítica literaria (véase, de F. Perus, Literatura y sociedad en América Latina: el modernismo, la habana, Casa de las américas, 1976; e Historia y crítica literaria, la habana, Casa de las américas, 1982). 10 Con exceso de generosidad, abdón Ubidia recuerda la aparición de Indoamérica y dice que aquella revista fue «una versión ecuatoriana de Los tiempos modernos». no lo fue, en realidad, pero pudo haber llegado a ser algo parecido si las circunstancias la hubieran permitido prolongar su vida. (Véase, de abdón Ubidia, «la galaxia Sartre», en Sartre y nosotros, cit. supra.). 11 Como toda ideología, la del mestizaje –tan cara a los intelectuales de la burguesía latinoamericana a partir de la década del veinte– tiene un carácter encubridor: en ella, las relaciones de dominación étnica, económica y cultural se convierten en idilio… no es inútil precisar, en todo caso, que no debe confundirse la ideología del mestizaje con el hecho histórico y social que esa ideología alude y elude. 12 los ensayos publicados por agustín Cueva en la revista Indoamérica fueron los siguientes: «la encrucijada de la cultura ecuatoriana», n° 1, enero-febrero de 1965, pp. 6-14; «reflexiones sobre la novela indigenista», n° 2, marzo-abril de 1965, pp. 117-122; «mito y verdad de la cultura mestiza», n° 4-5, julio-diciembre de 1965, pp. 288-302; «más allá de las palabras. Introducción a la mitología velasquista», n° 7-8, enero-mayo de 1967, pp. 36-69.

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Un lIBrO-InSIgnIa En 1966, después de la caída de la Junta militar de gobierno que fue encabezada por el contraalmirante ramón Castro Jijón, agustín volvió a Francia en goce de una beca, y durante su ausencia se produjo la «toma» de la Casa de la Cultura y su consiguiente «reorganización»13, que en rigor se limitó a la expedición de una ley avanzada que tuvo una vigencia efímera, y al regreso de Benjamín Carrión a la presidencia de la institución que él mismo había fundado en 1944: como he expresado ya alguna vez14, la verdad es que aquella «toma» fue un proceso frustrado cuyos menguados logros no pasaron de ser un sucedáneo del objetivo real que buscaba desde nuestro costado el movimiento. Sin embargo, como prueba de la indecisa situación inicial después de la «victoria», poco después, formando parte del nuevo plan editorial de la Casa, de sus prensas salieron nuestros primeros libros: el de agustín titulaba Entre la ira y la esperanza y estaba llamado a convertirse en el libro-insignia de una generación: Obra de gran fórmula –escribe abdón Ubidia–, mención indispensable para quien reseñe el ensayo ecuatoriano, audaz, irreverente, apasionada, publicada en ediciones ya incontables, fue para nuestra generación un grito de guerra y una advertencia: el pasado impregnaba el presente, lo contaminaba y pervertía; la Colonia renacía de entre sus propias cenizas y se encarnaba en sombríos personajes que la añoraban. aquello debía terminar de una vez por todas. Un ¡basta! inequívoco brotaba de esas páginas luminosas, claras, que decían lo suyo con un estilo austero y directo, impecable, bien trabajado y lúcido en su fluida elegancia15.

la idea matriz que desarrolla este libro es la afirmación de que la Colonia, lejos de haber muerto al producirse la independencia, siguió viviendo bajo las

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Un año después, hernán rodríguez Castelo (que sin representar a nadie participó en el «triunvirato» que dirigió aquellas jornadas), publicó un folleto con un título excesivo: revolución cultural (Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967), en el que cuenta de un modo casi fiel todo el desarrollo del acontecimiento, pero su interpretación es triunfalista: como es obvio, sus objetivos no eran los nuestros. Véase además, «El radicalismo de los Tzántzicos», entrevista de hernán Ibarra a Ulises Estrella, en Sartre y nosotros, cit. supra. 14 Cfr. «los años de la fiebre», cit. supra. 15 abdón Ubidia, «Cuarenta años después. los ardientes años que aún viven», prólogo a la edición de Entre la ira y la esperanza incluida en la Colección Bicentenario, editada por el ministerio de Cultura en 2008.

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formas republicanas, y seguía aún tan fresca como en el siglo XVII16. Esto significa que entre el movimiento de la sociedad y el lenguaje de la cultura se había establecido la relación que existe entre la máscara y el rostro: las cambiantes estructuras de la sociedad quedaron escondidas bajo la forma de un lenguaje que funcionó siempre como «ablución» –es decir, un lenguaje que no existía para comunicar sino para «purificar» o sacralizar la realidad mediante el ritual de la palabra, del arte y de los comportamientos cotidianos17. En el prólogo ya citado, agustín declara sin rodeos que alberga serias dudas acerca del carácter «marxista» que algunos han atribuido a Entre la ira y la esperanza, y agrega que ni siquiera está seguro de que se trate de un texto sociológico. Y tiene razón. El lector no encontrará en ese libro ni sociología ni marxismo: encontrará literatura –una literatura en la que la intuición desempeña el papel que en los estudios sociales debe desempeñar la teoría, aunque evidentemente se encuentra sobredeterminada por una toma de posición política–. Dentro de la tradición latinoamericana del ensayo literario, tan venido a menos actualmente, agustín compuso en esas páginas una visión apasionada y penetrante de nuestro proceso cultural, reducido a menos de doscientas páginas con la osadía que solo se puede tener hasta los treinta. Pero es esa osadía, justamente, la que impregna ese libro de un tono y una lucidez que no pudieron alcanzar los demás libros de agustín, pese a que nunca dejó de tener un ánimo combativo, siempre dispuesto a la polémica, asumida por él como el modo propio de la lucha revolucionaria en la palabra. no creo inútil recordar que agustín era dueño de un talento lúcido como pocos, pero también de un temperamento apasionado.

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Téngase en cuenta la fecha en que apareció Entre la ira y la esperanza: 1967. han pasado ya 45 años, pero a pesar de los enormes cambios que se han producido en nuestra sociedad, víctima de crisis económicas, inestabilidad política, devastación neoliberal…, en ciertos aspectos ideológicos y en ciertas prácticas sociales, la tesis de agustín Cueva sigue en pie. 17 Compárese esta temprana percepción de Cueva con el concepto de ethos barroco que fue propuesto mucho después por Echeverría, sobre un fundamento teórico indudablemente serio. Véase además la relación entre el lenguaje concebido como ablución y el concepto de «blanqueamiento» (cfr. Bolívar Echeverría, «la historia de la cultura y la pluralidad de lo moderno: lo barroco», en La modernidad de lo barroco, méxico, Editorial Era, 1998, y además, «Imágenes de la blanquitud», en Modernidad y blanquitud, méxico, Editorial Era, 2010).

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la PIEDra DEl ESCánDalO Después de haber escrito dos artículos destinados a un diccionario de la literatura de américa latina que fueron incorporados más tarde a Lecturas y rupturas, agustín entregó al público un libro que estaba llamado a ser la piedra del escándalo: El proceso de dominación política en Ecuador18. Se trataba de un nuevo desarrollo del tema tratado en su artículo de Indoamérica sobre el velasquismo, al cual se agregaron los materiales reunidos para los cursos que dictaba en la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Central. En síntesis, el conflicto se produjo cuando rafael Quintero publicó El mito del populismo en el Ecuador (1980), cuyos planteamientos, contrarios a los que agustín había sostenido, dieron lugar a un intenso debate durante el III Encuentro de historia y realidad Económica y Social del Ecuador, realizado en Cuenca en aquel mismo año19. Fundándose en un minucioso estudio de los resultados electorales de de 1933, que dieron la victoria al doctor Velasco Ibarra, Quintero sostenía que la base del electorado velasquista había sido la población rural de la Sierra, manipulada por la Iglesia y las fuerzas conservadoras, lo cual le llevaba a afirmar que Velasco no fue un político populista, sino un representante de la oligarquía terrateniente y católica; en tanto que Cueva había afirmado que los triunfos del caudillo se debían al subproletariado urbano, sobre todo costeño, y a la caótica superposición de sus creencias, hábilmente manejadas por Velasco-candidato con intenciones reformistas y promesas taumatúrgicas, aunque al final Velasco-presidente acabara aprisionado por las oligarquías, todo lo cual hacía de él un populista. hay que notar, desde luego, que el objeto del estudio no fue exactamente el mismo en ambos casos: Cueva había formulado sus juicios teniendo en mientes todo el velasquismo, desde su aparición en 1932, hasta 1972, cuando concluyó el último período presidencial del doctor Velasco Ibarra; Quintero, en cambio, había analizado exclusivamente las primeras elecciones en las que triunfó el caudillo. Evidentemente, se trataba de un debate académico, en toda la extensión de la palabra, puesto que ponía en juego las teorías desde las cuales se interpretaba la realidad, así como los métodos empleados para la demostración de las 18

la primera edición fue preparada por rené Báez para Ediciones Crítica, y apareció en 1972. Véase sobre la accidentada historia de este libro el prólogo escrito por el propio agustín para la edición hecha por Editorial Planeta del Ecuador en 1988. 19 Desde su tercera edición (1997), El mito del populismo trae entre los anexos la transcripción de este debate, que fue realizada por el Instituto de Estudios Sociales (IDIS) de Cuenca. Es de lamentar que ese documento se haya hecho público cuando agustín ya no podía pronunciarse sobre él.

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hipótesis. agustín había dirigido una mirada abarcadora al proceso histórico y social del Ecuador durante el siglo XX, y había trazado una fenomenología del velasquismo poniendo en relación los sustratos de una cultura popular abigarrada y ambigua con las propias palabras de Velasco; pero a pesar de la agudeza de sus observaciones, había incurrido en el error –hay que admitirlo– de formular generalizaciones que nacían de una percepción intuitiva del fenómeno, sin contrastarlas con la realidad objetiva20. Quintero, en cambio, usando técnicas precisas y una paciencia admirable, había preferido sustentar sus interpretaciones en las cifras correspondientes a las elecciones presidenciales de 1931 y 1933, con la ayuda de las cuales había sometido a una crítica rigurosa a las habituales interpretaciones del velasquismo –con presupuestos que no son comunes a todos los populismos que llegaron después, ni siquiera a los demás velasquismos, que no fueron estudiados por Quintero. a partir de ese momento, la interpretación del velasquismo se dividió entre «quinteristas» y «cuevistas», con un saldo más bien negativo para el desarrollo de nuestras ciencias sociales, porque los debates no se desarrollaron ya en el nivel de la teoría ni del método, sino en las banderías de una izquierda que ya para entonces había abandonado la lucha contra el enemigo real –el imperialismo político y su inhumano sistema económico–, por haberse enredado en una lucha intestina que terminó paralizándola durante largo tiempo21.

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recuérdese las revelaciones de Cueva sobre su resistencia a recibir las lecciones relativas a las técnicas de investigación que incluyen el manejo de datos empíricos; pero téngase en cuenta, además, la necesidad de distinguir entre el uso de datos empíricos en una investigación concreta –que es un procedimiento legítimo y necesario, siempre que tales datos sean sometidos a una interpretación teórica con arreglo a principios previamente asumidos–, y el empirismo tout court, entendido como la negación de todo saber especulativo y la proclamación de la experiencia como única fuente del conocimiento, distinción que desgraciadamente no siempre es clara en los textos de agustín. Por otra parte, me parece indispensable contrastar críticamente la consistencia de los datos empíricos manejados por Quintero y la argumentación teórica que desarrolla fundándose en ellos. 21 Véase sobre la accidentada historia de este libro el prólogo escrito por el propio agustín para la edición hecha por Editorial Planeta del Ecuador en 1988. Demás está decir que, desde el punto de vista del marxismo, en rigor no debe existir divorcio entre la lucha política y la lucha en la teoría; la fragilidad de los varios «marxismos» ecuatorianos, sin embargo, radica, entre otras cosas, en el hiato que se produce entre esas dos instancias.

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DE lOS SESEnTa a lOS SETEnTa «FUErza DE laS COSaS» Pero no vayamos tan de prisa. la primera edición de El proceso de dominación política en Ecuador apareció en 1972, pero la polémica que queda aludida se produjo en el 80. los ocho años de intervalo entre esos hechos corresponden a un cambio de grandes consecuencias en la vida y la producción intelectual de agustín, y ese cambio coincide con una difícil transición en los panoramas intelectuales y políticos de américa latina, que al pasar de los sesenta a los setenta fue transformando de modo acelerado aquello que Eduardo Devés denomina «la sensibilidad» de la época (¿zeitgeist?), siempre más efímera que las ideas o las «mentalidades»: una «sensibilidad» que en los años setenta empezó a reflejar la pérdida de las ilusiones y el esfuerzo por re-significar el pensamiento revolucionario, de cara a la «guerra sucia», mientras en los sesenta había estado caracterizada por una serie de rasgos frecuentemente contrapuestos22, cuya permanente contradicción produjo un clima espiritual que no podrá ser encontrado en ningún otro momento del siglo XX: un clima que favoreció el nacimiento de un pensamiento marcado siempre por la búsqueda del cambio y cristalizado en configuraciones de notable importancia –la teoría de la dependencia, la pedagogía, la filosofía y la teología de la liberación, la «historia de las ideas»– cuya formulación alimentaba al mismo tiempo el desarrollo de aquel mismo clima, en una relación dialéctica en la que cada elemento producía y era producido por el otro, aunque sin llegar a diseñar una espiral, sino un círculo que se consumía en sí mismo. 22 «…el desarrollo de un clima deseoso de cambios, la difusión del marxismo, especialmente a partir de una versión cubana; la renovación o la dimensión social del pensamiento cristiano, la exaltación de la militancia y el compromiso político, la admiración por los movimientos populares y de masas, la búsqueda de formas de vida alternativas a las convencionales: hippismo, rastafarismo, orientalismo, protoecologismo; la exaltación de la marginalidad y hasta de la locura, entre los no marginales; la búsqueda de conciencia y de concientización; el afán ordenador, planificador, organizador de la economía y de la sociedad, el utopismo y el romanticismo asociados a la convicción de la bondad y la perfectibilidad de las personas; la búsqueda de la autenticidad, de la expresión, del ser sí mismos; el sentimiento de explotación, dependencia, injusticia, marginación y pobreza; el deseo de dar vida por la causa y vocación sacrificial [...] Todo lo que podía ser contradictorio se hacía coherente en la medida en que representara un rechazo a los modos de vida existentes. El rechazo, el cuestionamiento o la descalificación de las formas de existencia constituyen algo más que un trazo de esa sensibilidad. En realidad, esto es lo que da sentido a todo lo demás, es aquello que permite dar coherencia a todos los elementos, por contradictorios que sean individualmente. Todo conducía al sentimiento, a la convicción, de que la situación en la que se vivía «no daba para más» y que debía (y podía) ser cambiada mediante un gran acto que cortaría el nudo gordiano…» (Cfr. Eduardo Devés Valdés, El pensamiento latinoamericano en el siglo XX. Tomo II: desde la CEPAL al neoliberalismo (1950-1990), Buenos aires, Editorial Biblos, 2003).

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Un proceso de esas características, y sobre todo de esa temperatura social, solo podía tener el cruel destino de Saturno: estaba inevitablemente condenado a devorar a sus propios hijos. hacia finales de la década, cuando la exaltación del cambio llegó a sus puntos más dramáticos –el asesinato del Che en la selva boliviana, la rebelión francesa del 68, la masacre mexicana en Tlatelolco, la primavera praguense que terminó arrebatando la máscara «revolucionaria» del totalitarismo soviético…–, se hizo evidente que la revolución soñada en los sesenta se alejaba sin remedio: poco después, apenas comenzada la década siguiente, el golpe pinochetista en Santiago anunció el advenimiento de lo que agustín llamaría más tarde «los tiempos conservadores». De un modo paralelo, entre nosotros los virajes convirtieron a los años de nuestra exaltación en un brevísimo paréntesis: nuestro movimiento había nacido junto a la más chata de todas las dictaduras –aquella del 63, que no pudo ir más allá de la invasión a la Universidad Central–, y terminó en la dictadura «nacionalista y revolucionaria» de rodríguez lara, pasando por esa ficción democrática que fue la sucesión de interinazgos de Yerovi y arosemena gómez, seguidos muy de cerca por el quinto velasquismo… En un ajuste perfecto con su tiempo, agustín dio entonces a su vida un giro de tales proporciones, que toda ella iba a quedar marcada por un «antes» y un «después»: al terminar una breve estancia profesional en Bolivia, donde cumplió alguna consultoría, se estableció en Chile, para profesar una cátedra de literatura en la universidad de Concepción. El deterioro de la situación chilena por la arremetida de la derecha contra el gobierno de la Unidad Popular determinó, sin embargo, que agustín se trasladara a méxico, en cuya mayor universidad habían encontrado abrigo muchos otros intelectuales de américa latina que no podían ejercer su trabajo en sus lugares de origen debido al acoso de la reacción más rabiosa que hayamos conocido en nuestro continente. Uno a uno los gobiernos latinoamericanos fueron cayendo en manos de unas fuerzas militares comprometidas con el Pentágono, y las libertades de expresión e investigación sufrieron tales recortes, que el nombre de marx terminó convirtiéndose en una mala palabra y no era recomendable mencionarlo ni aun para pronunciarse en contra. la Universidad nacional autónoma de méxico se benefició entonces de una masiva migración de intelectuales, cuya presencia en ella la convirtió en el centro más importante de producción de saber desde el río Bravo hasta la Patagonia. Una somera revisión de la bibliografía de agustín a partir de entonces da la medida de lo que para él significaron sus años mexicanos: El desarrollo del 21

capitalismo en América Latina (1977), Teoría social y procesos políticos en América Latina (1979), Lecturas y rupturas (1986), Tiempos conservadores. América Latina y la derechización de occidente (1987), Las democracias restringidas de América Latina (1988), América Latina en la frontera de los años 90 (1989), y por fin, el libro que ocupó los meses finales de su vida, y apareció después de su temprana muerte: Literatura y conciencia histórica en América Latina (1993). hay que agregar que el primero de los libros ahora enumerados fue premiado en 1977 en el concurso de ensayo Siglo XXI, promovido por la editorial del mismo nombre: con él pudo agustín ingresar en la primera plana de las ciencias sociales de américa latina, lo cual significó el comienzo de una intensa participación en los foros universitarios de todo el continente.

lOS nUDOS CríTICOS En el afán de identificar las líneas teóricas que dan sentido y coherencia al trabajo intelectual de agustín Cueva en esta época, a partir de El desarrollo del capitalismo en América Latina, me parece pertinente señalar dos vertientes en su rica producción sociológica y política, sin separarla jamás de su matriz marxista: su crítica a la teoría de la dependencia, que incluye su intervención en el debate sobre los modos de producción en américa latina, y el de su aporte a la definición del fascismo latinoamericano a través del análisis concreto de los procesos políticos más notables de nuestro subcontinente. Dichas vertientes se desarrollaron en forma coincidente en los años setenta, y desembocaron en la crítica a los procesos de derechización de nuestra américa, desarrollada en los años ochenta. En torno a la teoría de la dependencia En 1974, durante el XI Congreso latinoamericano de Sociología, celebrado en San José, Costa rica, agustín presentó una ponencia titulada «Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia»23, en la cual formuló serias críticas al pensamiento que había venido a sustituir al desarrollismo dominante en las ciencias sociales y la política de américa latina durante toda la década de los sesenta. Según dice el propio agustín:

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Véase en este volumen p. 73

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…toda la paradoja y gran parte de la originalidad de la teoría de la dependencia estriba […] en una suerte de cruzamiento de perspectivas que determina que, mientras por un lado se critica a las corrientes burguesas desde un punto de vista cercano al marxista, por otro se critique al marxismo-leninismo desde una óptica harto impregnada de desarrollismo y de concepciones provenientes de las ciencias sociales burguesas (Id.).

no tiene sentido, desde luego, pormenorizar aquí la argumentación desarrollada por agustín a partir de esta observación, puesto que el lector puede encontrar en este volumen el texto completo al que hago referencia; solo quiero subrayar que, aun reconociendo innegables aciertos en la teoría de la dependencia, o al menos, en algunos de los libros de los autores que la han sostenido, agustín les reprocha un uso inadecuado de las categorías marxistas, e incluso el haberlas sustituido en muchas ocasiones por ideas no definidas que introducen peligrosas ambigüedades. Sustituir, por ejemplo, como hace eotonio Dos Santos24, el concepto de desarrollo del capitalismo por la idea de crecimiento económico, no es un mero recurso lingüístico inocente, sino un procedimiento que, con intención o sin ella, contribuye a confundir las perspectivas teóricas y provoca innumerables desviaciones ideológicas: puesto que no se trata de palabras o nombres cualesquiera, sino de categorías teóricas precisas, un procedimiento semejante lleva los análisis a robustecer las concepciones desarrollistas, que son justamente las que se pretendía superar. Igual efecto causan los textos que, como los de gunder Frank25, conducen a sustituir el análisis de las estructuras por el de sus efectos, tomados como determinaciones últimas del proceso social; o el reemplazo de los análisis de la explotación y de las contradicciones de clase, por el de un sistema indeterminado de contradicciones nacionales, como ocurre en un importante texto de Stavenhagen26. Fueron intervenciones de esta naturaleza las que dieron pie para la muy divulgada acusación de «dogmatismo» que se hizo a agustín. Es obvio que no se trataba solamente de las observaciones aquí citadas, que aparecen a título de ejemplo; pero aun así, tengo la opinión de que se trató siempre de una acusación sin fundamento. no lo digo por la amistad que tuve con él ni por el afecto 24

eotonio Dos Santos, dependencia y cambio social, cit por a. Cueva, en «Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia», en Teoría social y procesos políticos en América Latina, méxico D.F., Editorial Edicol, 1979. 25 a. gunder Frank, «la sociología del desarrollo y el subdesarrollo de la sociología», en desarrollo del subdesarrollo, méxico, Escuela nacional de antropología e historia, 1969. 26 rodolfo Stavenhagen, Siete tesis equivocadas sobre América Latina, cit. por a. Cueva, loc. cit.

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con que guardo su memoria: lo digo porque me parece que es preciso distinguir entre ortodoxia y dogmatismo. Una cosa es el esfuerzo por conservar el sentido exacto de un sistema de categorías teóricas, y declarar que tal o cual aplicación de ese sistema es o no coherente con el significado preciso de los conceptos, y otra muy distinta el esfuerzo por imponer a priori un conjunto de ideas prescindiendo de toda demostración racional y negando la posibilidad de toda crítica. lo primero es sencillamente rigor intelectual –ese rigor que todos desearíamos dar a nuestros trabajos o encontrar en los ajenos–; lo otro es resucitar el viejo y repudiable principio de autoridad, propio de todos los fideísmos y absolutamente incompatible con la racionalidad crítica del marxismo. Cabe observar que la tarea asumida por agustín en el texto citado no consistía en someter a una crítica las categorías del marxismo –como hizo, por ejemplo, Bolívar Echeverría en el horizonte estrictamente teórico–, sino en denunciar el carácter no marxista de la teoría de la dependencia, cuyo sentido aparece plenamente fuera de la órbita marxista: como dice el propio agustín al referirse a gunder Frank y luis Vitale, …siempre que uno haga caso omiso de El Capital y se ubique de lleno en la óptica de la economía y la historiografía no marxistas, las aseveraciones de Frank y Vitale se tornan límpidas e irrefutables» (loc. cit.).

Esta idea, que no se debe perder de vista en un balance general sobre aquella célebre polémica, se completa con la réplica de agustín a los textos de Theotonio Dos Santos27 y Vania Bambirra28, donde es posible leer textualmente esto: lo que he sostenido y sostengo es que la especificidad de la llamada teoría de la dependencia radica en la aplicación de un paradigma simplista, mecánico, unilateral, de análisis de los problemas latinoamericanos, que consiste en deducirlo todo de nuestra “articulación con la economía mundial”. Y que, metodológicamente adialéctico, dicho paradigma ha impedido comprender adecuadamente la organización jerarquizada de las distintas determinaciones y contradicciones de nuestro desarrollo histó-

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Imperialismo y dependencia, méxico, Era, 1978. Teoría de la dependencia: una anticrítica, méxico, Era, 1978.

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rico, así como de las categorías susceptibles de explicarlo; hecho que, a su turno, ha desencadenado bizantinas disquisiciones teóricas, ciertamente “originales”, aunque no en el sentido que les atribuyen sus autores29.

Acerca de los modos de producción en América Latina En el contexto de este debate sobre la teoría de la dependencia, agustín intervino también en el que se desarrolló acerca de la definición de los modos de producción en américa latina30, a partir de ciertos textos de andré gunder Frank y luis Vitale31, quienes sostenían que desde la conquista ibérica hasta el presente, no ha existido en nuestra américa otra cosa que el capitalismo, lo cual debía tomarse como el punto de partida para la definición de una línea política correcta, cuyo esquema debía incluir el comienzo inmediato de la lucha armada para implantar el socialismo, también de manera inmediata, en todos nuestros países. Estas tesis encontraron acogida en un buen número de intelectuales latinoamericanos, quienes, al decir de Cueva, quedaron «fascinados por el torbellino de sus elucubraciones ideológicas», aunque fueron incapaces de percibir una evidente paradoja: «Todos los movimientos que en ese momento estaban luchando, armas en la mano, por la implantación del socialismo, lo hacían convencidos de la existencia de un sector todavía feudal en américa latina».

Y aun más, tal convicción era quizás el único punto en que no podía registrarse mayor diferencia entre comunistas, maoístas y castristas. la revisión teórica que ciertos intelectuales realizaban por su lado, poco tenía pues que ver con las prácticas revolucionarias que por otro lado venían efectuándose (Id.). 29

a. Cueva, «¿Vigencia de la “anticrítica” o necesidad de autocrítica? respuesta a eotonio Dos Santos y Vania Bambirra», en Teoría social y procesos políticos en América Latina, cit. supra., p. 88. 30 Cfr. agustín Cueva, «El uso del concepto de modo de producción en américa latina: algunos problemas teóricos», en Teoría social…, cit. supra., pp. 40- 59 (véase en este volumen p. 99). 31 agustín cita de a. gunder Frank, sobre todo Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Buenos aires, Signos, 1970; y de luis Vitale, «américa latina: ¿feudal o capitalista?» (sin indicación de fuentes) e Interpretación marxista de la historia de Chile, t. II, especialmente el capítulo «la colonia y la revolución de 1810», Santiago de Chile, Prensa latinoamericana S.a., 1969. Cfr.

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agustín menciona otros dos aspectos que tienden a mostrar la incongruencia que, según él, aparece en los esfuerzos por afirmar un «pancapitalismo» precisamente cuando ya es indudable que los elementos feudales van perdiéndose en américa latina y sin que tal afirmación se haya sustentado en nuevos estudios históricos; pero pasa de inmediato a lo que quizá es el núcleo esencial de la discusión: dice que los trabajos destinados a sostener esta tesis aparecen dentro del propósito de «renovar» el marxismo considerado como «dogmático» o «tradicional», pero señala inmediatamente el hecho de que toda la argumentación desarrollada en este sentido proviene de «la ciencia social burguesa», que define el capitalismo como una economía «abierta» o por la simple existencia de moneda y comercio, es decir, contradiciendo de plano toda la obra de marx y los otros clásicos del marxismo, que revolucionaron precisamente aquella concepción […]: nadie que haya leído con seriedad las obras de marx (aunque solo fuese el folleto Trabajo asalariado y capital), se arriesgaría hoy a asumir las tesis de Frank, sobre las que existen, además, esclarecedores estudios críticos, como el de Ernesto laclau (Id.).

nuevamente encontramos aquí el tema del «dogmatismo»: ¿no es esta, precisamente, una prueba de que, en el aspecto teórico, el trabajo de agustín se encuentra efectivamente traspasado por ese dogmatismo insistentemente repetido por muchos comentaristas? El problema es delicado, y lo es por varias razones. En primer lugar, el debate sobre la vigencia de las teorías clásicas sobre los modos de producción fue puesta en el tapete de américa latina cuando el comunismo mundial atravesaba una situación crítica, debido al cisma entre la Unión Soviética y la China de mao –cuyo contenido no era únicamente político sino también teórico e ideológico– y además porque no se habían apagado todavía los ecos de los procesos de desestalinización –ellos sí caracterizados de manera indudable como una vigorosa reacción contra el dogmatismo stalinista. En segundo lugar, sin que ello signifique menor importancia, la misma situación de américa latina se presentaba en ese momento extremadamente compleja, pues no había desaparecido aún la poderosa influencia ejercida por Cuba en la intelectualidad de nuestro continente, mientras el triunfo de la reacción ultraconservadora empezaba a llenar el mapa de américa con las banderitas que señalaban los países gobernados por dictaduras militares aliadas 26

del Pentágono, y en diversos lugares se estaba desarrollando una lucha armada –los Tupamaros en Uruguay, el ErP en argentina–, mientras el ascenso de la Unidad Popular en Chile ensayaba la posibilidad de un cambio revolucionario sin violencia, a todo lo cual los gobiernos militares del Cono Sur respondieron con la «guerra sucia». En tales circunstancias, todos los trabajos que se proponían renovar o profundizar las teorías de marx, aduciendo la necesidad de «ponerlas al día» o de «adaptarlas» a la especificidad histórica y social de américa latina, tenían que lucir necesariamente sospechosos. Si en términos generales tal actualización es comprensible y aun deseable y necesaria, bajo ese membrete bien pueden filtrarse ideas adversas al marxismo que acaben por deformarlo y convertirlo en una caricatura de sí mismo, con los consiguientes efectos en la praxis política. Bien sabemos que la teoría de marx es la más certera explicación del funcionamiento de la sociedad y el Estado bajo el dominio del capital; pero sabemos también que esa teoría no es absoluta. Cabe decir incluso que el marxismo podría considerarse como una verdad aún no superada si algunos de sus partidarios no pretendieran convertirlo en verdad absoluta. Es legítimo, por consiguiente, todo esfuerzo por desarrollar la teoría de marx, no solo para superar sus límites, sino incluso para dar respuestas adecuadas a un mundo muy distinto de aquel que marx conoció y tuvo como referente de su trabajo teórico; pero de ahí a aceptar toda «revisión» del marxismo, incluso aquellas que recurren a las categorías de una ciencia social directamente opuesta a sus principios fundamentales, y que contribuyen a la confusión más que a la definición de nuevas perspectivas, hay ciertamente una distancia. Pienso, en consecuencia, que la intervención de agustín en el debate sobre los medios de producción en américa latina, igual que la más amplia que se desarrolló a propósito de la teoría de la dependencia, representaban una voz de alerta ante ese confusionismo que, precisamente en los años setenta, provocó la proliferación de grupos, movimientos y organizaciones, cuyos adherentes se disputaban entre sí el privilegio de representar al «verdadero» marxismo, o proclamaban la aparición de un «nuevo» marxismo o una «nueva izquierda». lo que agustín hacía, en otros términos, era salir por los fueros de la claridad conceptual, y reprochaba a sus colegas cuando empezaban a deslizarse hacia posiciones no marxistas mientras declaraban estar «renovando» el marxismo. Por eso he dicho más arriba que no se debe olvidar la diferencia entre ortodoxia y dogmatismo. Creo que la posición y el esfuerzo intelectual de agustín corresponden a lo primero, pero de ningún modo a lo segundo. 27

De ahí que, luego de examinar minuciosamente otras intervenciones en este debate, entre ellas, la de Fernando henrique Cardoso32, agustín haya sentido la necesidad de distinguir entre la categoría de modo de producción, que es de carácter abstracto, y la de formación social, que permite ya un grado de concreción, puesto que alude a las condiciones particulares que de hecho se dan en cada realidad histórica. Por lo demás, agustín no deja de reconocer que la discusión sobre los modos de producción en américa, con todas sus «extravagancias», dejó como saldo positivo un estudio más detenido de varias cuestiones histórico-sociales que hasta entonces habían sido tratadas de un modo muy superficial33. Dos palabras sobre el fascismo Especie de puente hacia su libro sobre la teoría marxista, los cuatro ensayos que constituyen una suerte de segunda parte en Teoría social…, están dedicados al fascismo, cuya presencia fue sentida en toda américa latina cuando el Cono Sur del continente fue asolado por las peores dictaduras que haya registrado nuestra historia34. Si bien todos esos ensayos revisten enorme importancia, acaso el que propone algunas líneas conceptuales para la caracterización del fascismo sea el que tiene actualmente mayor pertinencia, en la medida en que son frecuentes las voces que desde el costado de las ideologías liberales –más o menos comprometidas con el mantenimiento de las «democracias fraudulentas» sometidas al capital internacional–, han surgido repetidamente las acusaciones de fascismo lanzadas contra los gobiernos fuertes de nuestra región, empeñados en preparar un cambio profundo en las sociedades latinoamericanas. 32 agustín cita Las clases sociales y la crisis política de América Latina, mimeografiado, Oaxaca, méxico, Instituto de Investigaciones Sociales, Unam, 1973. 33 alejandro moreano dice que «al cabo de los años es evidente que las tesis más avanzadas de la teoría de la dependencia han mostrado su sorprendente validez, y menciona en especial la dialéctica de la dependencia, de ruy mauro marini, La estructura del sistema capitalista mundial, de aníbal Quijano, y El nuevo carácter de la dependencia, de eotonio Dos Santos, como los textos más avanzados de esa línea de pensamiento, de la cual han recibido influencia pensadores como Samir amin e Inmanuel Wallerstein, aclarando que el libro de marini «que es sin duda el mayor esfuerzo teórico de interpretación de américa latina», recoge los aportes de agustín Cueva. Cfr. a. moreano, loc. cit. 34 los cuatro ensayos mencionados son: «la fascistización de américa latina», originalmente publicado en 1975 en los Cuadernos del CEla, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Unam; «la política económica del fascismo», ponencia presentada en un seminario en méxico en 1976; «Elementos y niveles de conceptualización del fascismo», publicado en la revista Mexicana de Sociología en 1977 y reproducido en este volumen p.127, y «la “remodelación” fascista de la sociedad», publicado en Cuadernos políticos en 1978.

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En su ensayo titulado «Elementos y niveles de conceptualización del fascismo», agustín empieza por descartar la posibilidad de definir el fascismo por los rasgos más o menos característicos que han revestido los regímenes indudablemente fascistas, puesto que un procedimiento semejante, directamente derivado de la sociología weberiana, no ofrece ningún criterio objetivo para distinguir lo que es un atributo estructural del fascismo –agustín emplea la palabra «esencial», que a mi juicio no es adecuada– de lo que es un atributo coyuntural nacido de las circunstancias particulares de cada régimen. a un procedimiento semejante, que presupone la construcción de un modelo ideal, agustín opone el método marxista, para el cual los rasgos característicos –«esenciales»– del fascismo son los siguientes: 1. Se trata no solamente de una dictadura burguesa, sino de una dictadura en que el sector monopólico tiene el predominio omnímodo, incluso sobre los sectores burgueses no monopólicos. 2. Esa dictadura adquiere un carácter terrorista hasta el punto de producir un cambio cualitativo en la forma de dominación y consecuentemente en la forma del Estado, operando una ruptura radical con las fuerzas democrático-burguesas. 3. Esta forma de dominación se ejerce en lo fundamental contra la clase obrera, que la burguesía identifica como su enemigo principal. 4. Tal dictadura aparece como “el remedio infalible en donde el capitalismo atraviesa por una crisis y teme un colapso” (Togliati). a partir de esta conceptualización, agustín procede a descartar el carácter supuestamente esencial que se atribuye a otros rasgos, como por ejemplo la construcción de un partido de masas o el nacionalismo, que si bien han caracterizado a los regímenes fascistas instaurados en Europa en el segundo tercio del siglo XX, corresponden a condiciones particulares difícilmente verificables en américa latina. El nacionalismo a ultranza, por ejemplo, es difícil de imaginar en los gobiernos que pudieran establecerse en américa latina con predominio del capital monopólico, puesto que ese capital es precisamente extranjero35.

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hay que advertir, a este propósito, que los nacionalismos que han existido en américa latina han estado más bien identificados con algunos sectores de la burguesía no monopólica y de las clases medias, e incluso han configurado la imagen sui generis que han tenido algunos movimientos de izquierda.

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El recurso a la teoría Fueron precisamente estos debates, pero sobre todo la emergencia de múltiples variantes del marxismo clásico y la perspectiva de una pérdida de los referentes teóricos fundamentales, las causas de que agustín recurriera a la reflexión teórica aunque sabía que no era ese su ámbito propio de trabajo. así, en octubre de 1977 concurrió al Segundo Coloquio nacional de Filosofía, celebrado en monterrey (nuevo león), y presentó una ponencia titulada «análisis dialéctico y revolución social»36, que en realidad no fue sino la antesala de un libro entero dedicado diez años después a los problemas teóricos del marxismo –La teoría marxista. Categorías de base y problemas actuales37,– en cuyas páginas desarrolla una exposición de las categorías fundamentales del marxismo examinadas desde el punto de vista de un sociólogo: incluye la exposición de la teoría marxista sobre las clases sociales y su relación con la propiedad, incide en la debate sobre la relación entre la ciencia social y la ideología, desarrolla una discusión sobre el concepto de enajenación38, y presenta una exposición sucinta de la teoría clásica sobre la relación entre la cultura, la clase y la nación, trabajada a partir de textos de marx, lenin y gramsci. Completan ese libro una crítica del concepto de hegemonía, que no favorece a las versiones gramscianas que habían despertado tanto entusiasmo en américa latina, y un capítulo dedicado al marxismo latinoamericano. moreano dice que se trata de una refundación de la sociología marxista; pero no podemos dejar de percibir en este libro la influencia que louis althusser ejerció en ese tiempo sobre la concepción que agustín tenía del marxismo.

lOS añOS FInalES Este último libro mencionado, no obstante, se inscribe en un nuevo período del trabajo de agustín, correspondiente a los años ochenta, que representan en 36

Este texto, bajo el título de «El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político», fue incluido después en Teoría social y procesos políticos en América Latina, méxico, Edicol, 1979 (véase en este volumen p. 119). 37 Véase La teoría marxista, Quito, Planeta del Ecuador, 1987. 38 Es interesante señalar que el punto de vista de agustín acerca de este tema es opuesto al que en su momento sostuvo Bolívar Echeverría, para quien nunca fue aceptable que se pusiera a marx contra marx, oponiendo sus escritos de juventud con los de su madurez, tal como fue propuesto por althusser (cfr. Pour Marx, Paris, la Pensée, 1965).

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nuestra américa un largo momento de reflujo que habría de prolongarse hasta los noventa: no una década, sino veinte años «perdidos» en la historia continental, cuyo balance es la devastación del Estado y la pérdida de las conquistas sociales ya adquiridas. las doctrinas neoliberales buscaron desembozadamente transferir a la empresa privada las funciones y derechos de la sociedad y del Estado, identificaron a las clases dominantes con la «sociedad civil» para disolver la conciencia de las contradicciones y favorecer el sometimiento al ambicioso proyecto del capital internacional, impuesto bajo el engañoso nombre de «globalización», y representaron el más grande atraco a los pueblos de todo el mundo, y en particular a los latinoamericanos, en todo el transcurso del siglo XX: con todo ello vino aparejado el desmantelamiento de la izquierda, que no pudo sino optar entre dos alternativas: o suavizar sus posiciones y colaborar con los nuevos poderes a título de «realismo», «progresismo» o de «izquierda renovada», o aferrarse a una radicalización clandestina e inútil, para la cual el fanatismo no podía ser sino la máscara de la desesperación. Sin saber que estaba viviendo sus últimos años, agustín asumió entonces la tarea que como intelectual le correspondía: la tarea de desarrollar la crítica de la situación y las rutas de la ciencia social en américa latina, así como de los procesos políticos en curso, entendiendo que, si en ese momento no era viable ninguna acción política concreta por no existir fuerzas capaces de llevarlas a cabo, la crítica era por sí misma una acción que tenía un valor político en la medida en que contribuía a la comprensión del acontecer inmediato y favorecía el nacimiento y aun proliferación de grupos dispuestos a preparar una acción para el futuro próximo. no es descaminado pensar que la emergencia actual de nuevos procesos reformistas o revolucionarios en la mayor parte de américa, lejos de ser un fenómeno inmediato y espontáneo, representan el resultado de ese fermento provocado por la misma presencia del neoliberalismo, pero ante todo por la acción de esclarecimiento crítico desarrollada por muchos intelectuales. Son de esa época cuatro libros muy importantes de agustín: dos de ellos confirman que, en medio de toda su actividad académica y política, nunca dejó de interesarse por la literatura ecuatoriana y latinoamericana 39, en las cuales no vio jamás simples documentos para ilustrar el análisis de la realidad históricosocial, sino productos estéticos, dotados de su propia legalidad, aunque nece39 Véase Lecturas y rupturas, Quito, Editorial Planeta, 1986, y Literatura y conciencia histórica en América Latina (1993). Este último libro, preparado en los meses finales de la vida de agustín, se publicó un año después de su muerte.

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sariamente vinculados al contexto del que nacen. los otros dos son los vehículos de su crítica a la «democracia» fraudulenta establecida por el neoliberalismo y a ellos se suma una recopilación de ensayos propios y ajenos que dan cuenta del avance victorioso del conservadurismo40. Si se lee estos ensayos de agustín en la óptica de la circunstancia que entonces atravesaba américa latina, aparece con meridiana claridad que toda su labor, independientemente del campo epistemológico en que se haya desenvuelto, está marcada por una intencionalidad política indudable, para la cual no son válidos los señuelos con que la dominación capitalista intenta engañar a sus adversarios: si renovó su lenguaje, vaciando a los conceptos de su contenido propio para rellenarlos con otro que no dejó de desorientar a muchos, hombres como agustín, de inquebrantables convicciones, no se dejaron engañar. más aun, alcanzaron, como agustín, la fuerza y el valor moral necesarios para mantenerse fieles a tales convicciones cuando parecía que el carro de la historia había abierto rutas que les dejaban solos. Ese valor moral que sostuvo a agustín durante los tres últimos años de su vida, cuando la caída del muro de Berlín y el derrumbe del «socialismo real» parecieron marcar la hora de la derrota definitiva. De un modo que Javier Ponce calificó de simbólico en un artículo de prensa, agustín murió el 1 de mayo de 1992. Simultáneamente, sin embargo, en aquel día nació para el futuro, porque sus textos siguen alumbrando la ruta de los pueblos que no pierden su norte, marcado ahora por la Cruz del Sur. Quito, enero de 2012

40 Véase Las democracias restringidas de América Latina, Quito, Planeta, 1988; América Latina en la frontera de los años 90, Quito, Planeta, 1989, además de la compilación Tiempos conservadores. América Latina y la derechización de occidente, Quito, Planeta, 1987.

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Agustín Cueva Ensayos Sociológicos y Políticos

Ciencia social e ideologías de clase

I. La práCtICa CIentífICa en generaL: unIdad epIstemoLógICa Con dIferentes estatutos soCIoLógICos

La actividad científica, en general, puede definirse como una práctica encauzada a producir un conocimiento objetivo de las leyes que rigen la estructuración y el funcionamiento de determinado campo de la realidad natural o social. en este sentido, posee una especificidad que la vuelve irreductible a cualquier otro tipo de práctica, confiriéndole unidad a pesar de la diferencia del objeto de cada ciencia particular. es posible afirmar, por consiguiente, que no existe diferencia epistemológica alguna entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. sin embargo, esta unidad epistemológica no implica que los dos grupos de ciencias posean un estatuto sociológico similar, es decir, una idéntica forma de inserción en el todo social. por el contrario, aquí surgen diferencias substanciales que determinan la marcada e inevitable intervención de las ideologías en el campo teórico de las ciencias sociales, en contraste con lo que ocurre en el terreno, también teórico, de las ciencias naturales. para entender la diversa evolución histórica de uno y otro conjunto de ciencias en este aspecto, hay pues que comenzar por la recuperación de su heterogéneo estatuto sociológico.

II. eL estatuto soCIoLógICo de Las CIenCIas naturaLes por definición, las ciencias naturales están destinadas a dar cuenta de estructuras y procesos no sociales, pero cuya aprehensión teórica interesa a la sociedad en la medida en que le abre la posibilidad de acrecentar constantemente su dominio sobre la naturaleza. en cuanto instancia de conocimiento, las ciencias naturales están directamente ligadas con el desarrollo de las fuerzas productivas, al menos desde que se implantó el primer modo de producción que en estricto rigor involucra un proceso de reproducción ampliada, esto es, el modo de producción específicamente capitalista. 35

no es un azar que desde entonces las ciencias naturales hayan adquirido un vertiginoso desarrollo y una independencia cada vez mayor con respecto a las formas ideológicas (teología, filosofía especulativa, etcétera) que secularmente las mantenían supeditadas. tales formas devinieron una verdadera traba a partir del momento en que las “potencias espirituales” del hombre, descubiertas como facultad de producir conocimientos sistemáticamente aplicables a la transformación de la naturaleza, fueron incorporadas de manera consciente al proceso productivo. ahora bien, ya que la tarea de dominar la naturaleza no es cuestionada actualmente por ningún grupo social históricamente significativo1, y que la naturaleza, por su parte, mal puede oponerse a tal voluntad de dominio, las ciencias que se ocupan de ella gozan de un estatuto social particular que si no las preserva cien por ciento de la lucha ideológica de clases, al menos tiende abiertamente a ello. por esta razón nadie habla, en el momento presente, de una ciencia burguesa y una ciencia proletaria en el campo de las ciencias naturales. resulta legítimo, entonces, señalar que hay un claro proceso de desideologización de este tipo de ciencias, con la sola condición de no confundir la práctica científica propiamente tal con la “filosofía nocturna” de los hombres de ciencia, para retomar la expresión de Bachelard. está claro que las especulaciones idealistas de un biólogo o un físico, por ejemplo, no forman parte de la biología o de la física (con las que guardan una relación de exterioridad), sino que tienden a ser ubicadas en el ámbito de la ideología a que pertenecen. Igualmente hay que distinguir –siempre en el caso de las ciencias de la naturaleza– entre el proceso de producción de conocimientos, de una parte, y su aplicación y explotación sociales, de otra. La física nuclear, por ejemplo, no es en su estructura interna una ciencia de clase por más que las armas atómicas que se fabriquen con su aplicación sean utilizadas para la defensa de determinado sistema social y estén, por lo mismo, al servicio de ciertos intereses de clase. aun sin recurrir a ejemplos tan extremos como éste, es fácil señalar que en una sociedad clasista el propio desarrollo de las fuerzas productivas está supeditado a los intereses de la clase dominante, que instrumentalizó las ciencias naturales desde el mismo momento de la instauración del modo de producción específicamente capitalista (que de otra manera no hubiera podido establecer 1 Los movimientos ecologistas –salvo en sus expresiones más exageradamente románticas– no se oponen a que el hombre domine la naturaleza, sino a la forma destructiva en que lo hace. en rigor se oponen a cierta aplicación y explotación sociales de la ciencia, lo cual es muy distinto como más adelante se verá. actitud justa, por lo demás.

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la extracción de plusvalía relativa como eje básico de su funcionamiento). pero no hay que olvidar que las instrumentalizó propiciando su desarrollo como instancias de conocimiento objetivo de la realidad natural y no distorsionando su estructura teórica en función de intereses de clase. tal instrumentalización no deja de plantear problemas de carácter ético a los hombres de ciencia (y no debería dejar de hacerlo), mas no porque ello afecte a la naturaleza interna de su ciencia, deformándola en este ámbito, sino porque sus conocimientos de cierta esfera de la realidad, en virtud de su misma objetividad, son aplicados y explotados con determinados fines sociales, a menudo aviesos. por lo tanto, es lícito hablar de problemas ideológicos (en el sentido lato del término) derivados de la aplicación social de las ciencias naturales, pero en rigor no se puede hablar de una intervención de las ideologías en la construcción teórica de dichas ciencias.

III. eL estatuto teórICo de Las CIenCIas soCIaLes distinto es el caso de las ciencias sociales, dado que ellas, en su misma construcción teórica tienen que dar cuenta de estructuras y procesos sociales y no de estructuras y procesos naturales. se vinculan, pues, de manera inmediata y directa con la esfera de las relaciones sociales de producción, a cuyo mantenimiento o transformación contribuyen por el solo hecho de elaborar tal o cual representación teórica de base. aquí ya no se dispone del espacio de neutralidad abierto por la existencia de una meta universalmente admitida (necesidad de dominar la naturaleza) y por la unilateralidad del agente, como en el caso anterior, sino que se está en la encrucijada de intereses de clase contrapuestos y en lucha. La relación de dominio del hombre sobre la naturaleza es una relación sin contrincante y por lo tanto apolítica; las relaciones sociales de producción son en cambio intrínsecamente políticas y no pueden dejar de expresarse como tales, incluso en el terreno científico. por esto, las ideologías intervienen directa y activamente en las ciencias sociales, determinando la construcción de universos teóricos diferentes. Lo que acabamos de señalar es fácil de comprobar con solo confrontar un tratado de sociología burguesa con uno de materialismo histórico, que no tienen 37

otra cosa en común que su referencia a un campo vagamente definible como el espacio de “lo social”. Y decimos campo, que no objeto, en vista de que las divergencias comienzan en el momento mismo de convertir a ese campo en objeto teórico. en efecto, ¿qué hay de común entre los conceptos marxistas de modo de producción y formación social, que conforman el objeto de estudio del materialismo histórico, y los conceptos weberianos de sociedad y cultura, por ejemplo? recordemos, a título ilustrativo, que ni siquiera la concepción del quehacer científico coincide en el caso de las dos corrientes que acabamos de mencionar. para Weber, en rigor, no existen leyes que rijan el movimiento histórico en su conjunto, sino únicamente constelaciones individuales de hechos correlacionados entre sí, de modo que desde su perspectiva mal podría definirse a la ciencia social en el sentido en que lo hemos hecho nosotros. en palabras suyas: “para las ciencias exactas de la naturaleza, las ‘leyes’ son –tanto más importantes y valiosas cuanto más general es su validez–. para el conocimiento de los fenómenos históricos a través de sus premisas concretas, las leyes generales son regularmente las más faltas de valor, por ser las más vacías de contenido. porque cuanto más abarca la validez de un concepto genérico –cuanto mayor es su extensión–, tanto más nos aleja de la riqueza de la realidad, puesto que ha de ser lo más abstracto y pobre de contenido para poder contener el aspecto común del mayor número posible de fenómenos. en el campo de las ciencias de la cultura, el conocimiento de lo general nunca tiene valor por sí mismo. de lo dicho hasta aquí resulta que carece de sentido un estudio ‘objetivo’ de los procesos culturales en el sentido de que el fin ideal del trabajo científico deba consistir en la reducción de la realidad empírica a unas ‘leyes’”2. además, Weber no concibe a la sociedad como una totalidad estructurada en la que es posible distinguir lo que objetivamente es esencial y lo que no lo es. por eso escribe: “Cuando exigimos del historiador o del sociólogo la premisa elemental de que sepa distinguir entre lo esencial y lo secundario, y que para ello cuente con los ‘puntos de vista’ precisos, únicamente queremos decir que sepa referir –consciente o inconscientemente– los procesos de la realidad a unos ‘valores culturales’ universales y entresacar consecuentemente aquellas conexiones que tengan un significado para nosotros. Y si de continuo se expone la opinión de que tales puntos de vista pueden ser ‘deducidos de la materia misma’, ello solo se debe a 2

marx Weber, Sobre la teoría de las ciencias sociales, Barcelona, ediciones península, 1971, p. 47.

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la ingenua ilusión del especialista, quien no se percata que –desde un principio y en virtud de las ideas de valor con las que ha abordado inconscientemente el tema– de entre la inmensidad absoluta solo ha destacado un fragmento íntimo, precisamente aquel cuyo examen le importa” 3. perspectiva teórica que se sitúa exactamente en las antípodas de la teoría materialista en general, y en particular del pensamiento de Lenin para quien: “el materialismo proporciona un criterio completamente objetivo, al destacar las relaciones de producción como estructura de la sociedad, y al permitir que se aplique a dichas relaciones el criterio científico general de la repetición, cuya aplicación a la sociología negaban los subjetivistas. mientras se limitaban a las relaciones sociales ideológicas..., no podían advertir la repetición y regularidad en los fenómenos sociales de los diversos países, y su ciencia, en el mejor de los casos, se limitaba a describir tales fenómenos, a recopilar materia prima. el análisis de las relaciones sociales materiales... permitió inmediatamente observar la repetición y la regularidad, y sintetizar los sistemas de los diversos países en un solo concepto fundamental de formación social. en síntesis, fue la única que permitió pasar de la descripción de fenómenos sociales (y de su valoración desde el punto de vista del ideal) a su análisis rigurosamente científico, que subraya, por ejemplo, qué diferencia a un país capitalista de otro y estudia qué tienen en común todos ellos. por último..., esta hipótesis creó, además, por primera vez, la posibilidad de existencia de una sociología científica, porque solo reduciendo las relaciones sociales a las de producción, y éstas últimas al nivel de las fuerzas productivas, se obtuvo una base firme para representarse el desarrollo de las formaciones sociales como un proceso histórico natural. Y se sobreentiende que sin tal concepción tampoco puede haber ciencia social (los subjetivistas, por ejemplo, reconocen que los fenómenos históricos se rigen por leyes, pero no pudieron ver su evolución como un fenómeno histórico natural precisamente porque no iban más allá de las ideas y fines sociales del hombre, y no supieron reducir estas ideas y estos fines a las relaciones sociales materiales)”4. escrito en 1894, este texto de Lenin pareciera destinado a refutar punto por punto las tesis weberianas antes citadas, que sin embargo datan de 1904. no es un azar, por lo demás, que todos aquellos que emprenden el “regreso” del materialismo al idealismo sociológicos (para no hablar de sus posiciones

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max Weber, op. cit., p. 49. V.I. Lenin, - y cómo luchan contra los socialdemócratas, Buenos aires, editorial anteo, 1973, pp. 14 y 15. 4

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políticas) lo hagan siempre apoyados en la misma muletilla: “lucha contra el ‘reduccionismo economicista’ o ‘clasista’”5. por otra parte, es bien conocido que Weber, siguiendo a dilthey, incluso levanta una barrera epistemológica entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales (llamadas por ellos ciencias “del espíritu” o “de la cultura”); las primeras susceptibles de llegar a una verdadera explicación de las leyes que rigen la estructura y el funcionamiento de su objeto de estudio; las segundas, limitadas a una comprensión (Verstehen) de las “conductas significativas” de los agentes sociales. agentes que, por lo demás, aparecerán asimilados completamente a los individuos en el estructural–funcionalismo contemporáneo, que por lo mismo tiene una forma muy peculiar de definir a la sociedad, convertida en objeto teórico a través del concepto de sistema social: “un sistema social –reducido a los términos más simples– consiste, pues, en una pluralidad de actores individuales que interactúan entre sí en una situación que tiene, al menos, un aspecto físico o de medio ambiente, actores motivados por una tendencia a ‘obtener un óptimo de gratificación’ y cuyas relaciones con sus situaciones –incluyendo a los demás actores– están mediadas y definidas por un sistema de símbolos culturales estructurados y compartidos”6. desacuerdo de principio sobre lo que ha de entenderse por “sociedad”; desacuerdo no menos profundo sobre el concepto de ciencia social; desacuerdo en cuanto al método o métodos de análisis: “parece evidente que la unidad de las ciencias sociales no consiste en otra cosa que en su confluencia en un campo de lucha en el que se enfrentan tendencias teóricas antagónicas”. el hecho que acabamos de señalar es en efecto tan obvio, que en el balance del desarrollo mundial de la sociología preparado en 1982 por la asociación Internacional de sociología, uno de los articulistas no vacila en afirmar que “los diversos sociólogos tienen poco en común, salvo el hecho de llamarse a sí mismos ‘sociólogos’ y de trabajar en el marco de similares instituciones”; luego 5 Cfr. por ejemplo el trabajo de ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, méxico, siglo XXI, varias ediciones; y la amplia discusión del mismo en Populism and popular ideologies, LARU Studies, Vol. III, no. 2/3, January 1980, toronto, Canadá. 6 talcott parsons, El sistema social, madrid, ediciones de la revista de occidente, 1966, p. 25. parsons cree pertinente aclarar, casi al final de su libro, que su punto de vista “no constituye la ‘reducción’ de la teoría sociológica a términos psicológicos, sino la extensión del aspecto estructural de esa teoría a una formulación expresa de su concernimiento con el proceso motivacional dentro del contexto del funcionamiento del sistema social como sistema” (sic, p. 546). Como se diría en portugués: E pior a emenda que o soneto.

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recalca que “la evolución de la sociología ha sido de naturaleza fuertemente multilinear” (a multiple paradigm science, como la denomina más adelante), para terminar observando que incluso “la acumulación del conocimiento social está gobernada por regularidades diferentes de aquellas que gobiernan la acumulación de resultados en las ciencias naturales”. todo lo cual se explica, a su juicio, por la situación siguiente: “La historia de la sociología; cualquiera sea el grado de autonomía que esta disciplina pueda lograr, sigue siendo parte integrante de la historia intelectual y se torna prácticamente incomprensible fuera de este contexto. Y me refiero no solamente a los nexos entre el pensamiento sociológico y las ideologías, que comparativamente han sido más frecuentemente estudiados y son de extraordinaria significación. mi afirmación se refiere también a las relaciones entre la sociología y la cultura toda de una época y un país determinados, así como a sus raíces en la conciencia social”7.

IV. eL proBLema de La VerIfICaCIón Y sus ImpLICaCIones Y hay un problema más, que complica las cosas. el científico social en general no puede, por razones fácilmente entendibles, reproducir a voluntad en un gabinete o laboratorio los fenómenos que estudia. se encuentra, por lo tanto, imposibilitado de aislar experimentalmente lo que es esencial de lo que no lo es, o de demostrar, experimentalmente también, la forma de vinculación de los distintos elementos del todo social. Como observa marx: “en el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio y los reactivos químicos. el único medio de que disponemos, en este terreno, es la capacidad de abstracción”8. el científico social procede, pues, como cualquier hombre de ciencia, por abstracciones sucesivas que conducen a la construcción de determinados sistemas teóricos, pero con la diferencia de que la validez o invalidez de los mismos no puede ser verificada mediante la experimentación artificial controlada, sino

7London and Beverly Hills, sage publications, Jerzy szacki, e history 01 sociology and substantive sociologlcal theories, en Sociology, the state of art, editado por tom Bottomore, stefan nowak y magdalena sokolowska, bajo el patrocinio de la asociación Internacional de sociología, 1982, pp. 367-371. 8 K. marx, El capital (“prólogo a la primera edición”), vol. 1, p. XIII.

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solo a través (y “a lo largo”, con todo lo que esto implica) de la experiencia proporcionada por el propio desarrollo histórico. ahora bien, esta experiencia dista mucho de presentarse como un “libro abierto”, capaz de revelar de inmediato la adecuación o no adecuación de un sistema teórico con respecto a la realidad. La misma complejidad de toda estructura social dificulta el conocimiento de sus leyes profundas de funcionamiento (“en realidad, toda ciencia estaría demás si la forma de manifestarse las cosas y la esencia de éstas coincidiese directamente”, decía marx9); y más todavía cuando se trata de estructuras de carácter clasista que están produciendo sin cesar efectos de mistificación e incluso de “inversión”: “Ya al estudiar las categorías más simples del régimen capitalista de producción e incluso de la producción de mercancías, las categorías mercancía y dinero, hemos puesto de relieve el fenómeno de mistificación que convierte las relaciones sociales, de las que son exponentes los elementos materiales de la riqueza en la producción, en propiedades de estas mismas cosas (mercancías), llegando incluso a convertir en un objeto (dinero) la misma relación de producción. todas las formas de sociedad, cualesquiera que ellas sean, al llegar a la producción de mercancías y a la circulación de dinero, incurren en esta inversión. pero este mundo encantado e invertido se desarrolla todavía más bajo el régimen capitalista de producción y con el capital, que constituye su categoría dominante, su relación determinante de producción”10. el que las ciencias sociales no puedan recurrir a una verificación experimental similar a la de algunas ciencias naturales no impide la construcción de una teoría verdaderamente científica de la sociedad, ya que dicho carácter no deriva de tal o cual forma de verificación, sino de la capacidad de elaborar conceptos idóneos para la captación de las leyes que rigen el movimiento de la historia. no olvidemos que en materia social, igual que en las ciencias naturales, el empirismo no siempre tiene la última palabra. Como dice el físico robert march refiriéndose a las tesis de galileo: “una vez más, la prueba más significante en la cuenta final no fue la de qué idea era la que describía más de cerca los movimientos que solían observarse en la naturaleza, sino la de cuál llevaría en definitiva a un conocimiento más profundo de la naturaleza. el modo de ver de galileo condujo directamente a las conquistas de newton, mientras que el antiguo no conducía a ninguna parte”11. 9 Ibíd.,

vol. III, p. 757. p. 765. 11 robert H. march, Física para poetas, méxico, siglo XXI, 1977, p. 37. 10 Ibíd.,

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sin embargo, el hecho de que no sea posible demostrar experimentalmente lo que es una determinación en última instancia o una relación dialéctica, por ejemplo, facilita la intromisión ideológica en la construcción de las ciencias sociales. Y decimos facilita, que no origina, para dejar claramente sentado que la fuente principal de esta intervención no radica en la estructura de tales ciencias ni arranca de problemas metodológicos supuestamente “irresolubles”, sino que es un efecto de las contradicciones existentes en el seno de determinada formación social.

V. La naturaLeza de La InterVenCIón IdeoLógICa Las determinaciones sociológicas de la ciencia social, entendidas como determinaciones originadas en una estructura de clases, no constituyen un problema meramente “exterior”; la ideología del científico social no es, como en el caso del sabio dedicado a las ciencias naturales, una simple “filosofía nocturna”. La intervención de las ideologías tampoco se traduce aquí por puras diferencias “valorativas”, sino que lleva a la construcción de universos teóricos distintos y, en el límite, antagónicos. tomemos un ejemplo. Cuando se trata de analizar la génesis del capitalismo, la diferencia esencial entre los análisis de marx y los de max Weber no radica en que el primero aprecie “negativamente” la acumulación originaria y el segundo la valore en términos “positivos”, cosa que sería totalmente falso afirmar. La diferencia está en que el autor de La ética protestante y el espíritu del capitalismo12 simplemente pasa por alto aquel proceso, desplazando su análisis hacia un elemento “cultural” que aparece como la clave de dicha génesis: nos referimos al concepto weberiano de “racionalización” de todas las pautas del comportamiento humano (hecho general y esencial para el autor), del que la “racionalización” económica (sinónimo absoluto de “capitalismo moderno” en Weber) no sería más que una expresión particular. no hace falta entonces que Weber se pronuncie moralmente en favor del capitalismo para que haya una toma de partido; basta y sobra con aparejar teóricamente los conceptos de “racionalidad” y capitalismo y analizar todo en esa perspectiva. tampoco es menester que el autor justifique explícitamente el sis12

max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, ediciones península,

1969.

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tema capitalista para hacer la apología del mismo: suficiente con que lo represente como resultado de la austeridad, las privaciones y el comportamiento económicamente “racional” de la burguesía, y no como resultado histórico de un proceso de despojo a los productores directos. otro ejemplo. si leemos algunos capítulos de la obra De la división del trabajo social, de emilio durkheim, especialmente del libro III, vemos como éste describe una serie de fenómenos que parecieran configurar un diagnóstico de la sociedad capitalista bastante similar al de marx: antagonismo entre el trabajo y el capital, intensificación del trabajo hasta reventar músculos y nervios, desarraigo e incluso “enajenación” de la clase obrera, pérdida del control del proceso productivo por parte del productor directo, quiebras constantes y correlativa centralización del capital, crisis económicas, etcétera. sin embargo, todos estos fenómenos están conceptualizados de tal forma que, lejos de aparecer como expresiones normales de las leyes de valorización y acumulación de capital, son presentados como formas “anómalas” o “desviadas” de un sistema en lo fundamental regido por un nuevo tipo de “solidaridad”. resulta curioso comprobar cómo hasta la ley del valor aparece por momentos formulada de manera bastante análoga a la de marx13, pero solo para concluir a que las diferencias de clase se originan en transgresiones a la ley del valor. ¡Como si no bastara con que dicha ley regule el precio de la fuerza de trabajo para que la extracción de plusvalía y la reproducción de las clases antagónicas tengan lugar! ejemplos que permiten mostrar de qué manera la intervención de las ideologías en la construcción de las ciencias sociales dista mucho de ser una “adherencia externa”, una “filosofía nocturna” o un “juicio de valor”, que vendría a añadirse a una representación en sí misma objetiva del universo social, sino que es una intervención que, según la ideología de que se trate, distorsiona o no la representación de la estructura y leyes de funcionamiento de la sociedad.

13 “en una sociedad dada, cada objeto de cambio tiene, a cada instante, un valor determinado, que podríamos llamar su valor social. Buenos aires, schapire editor s.r.L. Éste representa la cantidad de trabajo útil que contiene; por esto no hay que entender el trabajo integral que pudo costar, sino la parte de esta energía susceptible de producir efectos sociales útiles, es decir, que responden a necesidades normales. aunque tal magnitud no pueda ser calculada matemáticamente, no por ello es menos real” (emilio durkheim, De la división del trabajo social, 1973, p. 324).

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IV. eL proBLema de Los “VaLores” empero, llegados a este punto hay que tener mucho cuidado en no confundir el problema de la intervención de las ideologías de clase en la construcción de las ciencias sociales con lo que se ha dado en llamar el problema de la ciencia “libre o no de valores”. este último planteamiento, con todo lo progresista que pueda ser en determinados contextos como el de cierta sociología estadounidense por ejemplo14, da más cuenta de la crisis ética que afecta a muchos científicos sociales que del problema teórico de la ciencia social misma. señalemos, en primer término, que es falso que una posición éticamente progresista asegure por sí sola la producción de conocimientos correctos, es decir, objetivos, de la realidad social. Lukacs observó ya, al escribir el prólogo auto crítico a La teoría de la novela, la posibilidad de que se entrelacen en un mismo autor, e incluso en toda una corriente de pensamiento, una “ética de izquierda y una epistemología de derecha”15. se pudiera añadir que tal es el drama de gran parte de la sociología pequeño burguesa tanto en sus posiciones liberales cuanto en sus expresiones de ultraizquierda, aunque estas últimas son cada vez menores desde que muchos “ultras” de ayer se han convertido en los socialdemócratas y “euromarxistas” de hoy. Lo cual no quiere decir que en los textos inspirados por una ética progresista no pueda haber ideas justas ni juicios acertadamente críticos sobre los efectos del sistema; mas una cosa es percibir éstos y denunciarlos y otra conocer la estructura y leyes que determinan su constante producción. si algún ejemplo habría que dar sobre la diferencia entre estos dos niveles de aprehensión de la realidad, quizá no habría mejor que el de la comparación de una obra como la de fray Bartolomé de las Casas, que descubre con minuciosidad, dolor e ira los efectos de la acumulación originaria de capital en américa Latina, pero sin ningún conocimiento teórico de ese proceso16, y los capítulos correspondientes de El capital de marx17, que arrojan luz sobre los acontecimientos aunque apenas se refiera a ellos. 14 alvin gouldner, “el anti minotauro: el mito de una sociología libre de valores”, en Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, no. 62, méxico, facultad de Ciencias políticas y sociales de la unam, octubre-diciembre de 1970. 15 gyorgy Lukacs, prólogo a La théorie du roman, suiza, editions gonthier, 1963. 16 Cfr. Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, méxico, ed. agustín millares Carlo, con prólogo de Lewís Hanke, 3 vols., méxico, 1951. 17 Cfr. sobre todo el cap. XXIV del libro 1.

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de otra parte, y como ya se vio a través de los citados textos weberianos, la afirmación de que el fundamento último de la ciencia social radica en la adopción de ciertos valores no es más que una puerta abierta al subjetivismo 18. se quiere decir con ello que la sociedad carece de una estructura objetiva científicamente cognoscible, y que lo único que cabe frente a esta “naturaleza de lo social” son puntos de vista distintos, tan válidos unos como otros. al no existir un en sí social, lo único que queda, en esta perspectiva, es la posibilidad de múltiples para sí, según la “pauta valorativa” que escoja cada investigador. por esto, conviene poner en claro que la ciencia social no es una simple mise en forme de determinados valores o pautas culturales, sino una práctica específica en la cual las perspectivas de clase intervienen de manera también específica.

VII. La CIenCIa soCIaL Burguesa: sus LímItes estruCturaLes en lo que a la ciencia social burguesa concierne, es menester precisar que no es una actividad encaminada a la producción de meras imágenes ilusorias de la realidad, a la manera de las religiones, por ejemplo. está dotada de cierto grado de cientificidad en la medida en que efectivamente produce conocimientos objetivos de determinada índole y sobre parcelas asimismo determinadas de la realidad social. por esto la economía o la sociología burguesas poseen una eficacia práctica que va bastante más allá de sus efectos puramente ideológicos, permitiendo una real aplicación de los conocimientos parcelarios que producen. La teoría keynesiana en su momento, como la friedmaniana en la actualidad, suponen una reconstrucción conceptual adecuada de múltiples mecanismos de funcionamiento de la economía capitalista, sin lo cual mal podrían servir de guía a determinadas políticas económicas. Y lo mismo podría decirse, aunque con variaciones de grado, de la sociología funcionalista y empirista, de la psicología social burguesa, etcétera. tan es así que a partir de ellas pueden llevarse a cabo investigaciones como el tristemente célebre plan Camelot u otros de contrainsurgencia, o aplicarlas con relativa eficiencia para la manipulación de las masas. 18 por esta razón incluso discrepamos de tesis como la de adolfo sánchez Vásquez para quien: “La objetividad de las ciencias sociales es valorativa; en ellas no se escinden objetividad y valor”. tesis 5 de su ensayo “La ideología de la ‘neutralidad ideológica’ en las ciencias sociales”, en rev. Historia y sociedad, segunda época, no. 7,1975, p. 15.

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esto no quiere decir, sin embargo, que tales ciencias constituyan un acervo de conocimientos neutros, susceptibles de ser explotados para fines sociopolíticos distintos e inclusive antagónicos, como ocurre en el caso de las ciencias naturales. no. aunque contengan niveles de conocimiento objetivo como los ya señalados, son ciencias de clase y no otra cosa en la medida en que la ideología burguesa interviene directamente en su construcción, es decit, en su configuración interna, fijándoles fronteras estructurales que no pueden ser rebasadas teóricamente en su concepción global de la realidad. ¿de qué frontera se trata y qué efectos produce en el seno de la teoría social? en términos generales puede afirmarse que tal frontera está constituida por la imposibilidad de revelar el carácter clasista de las sociedades de clase que estudia, límite que impone una serie de distorsiones y coartadas en el funcionamiento global de la teoría, truncando y redefiniendo de este modo conocimientos parciales que dichas ciencias puedan llegar a producir. estos mismos conocimientos quedan, de esta suerte, instrumentalizados y unilateralizados (teóricamente) en razón de la perspectiva de clase que los supedita. por eso, la economía burguesa puede analizar múltiples momentos del movimiento objetivo del modo de producción capitalista y por supuesto captar muchos de sus mecanismos y efectos, pero no puede, dada su naturaleza clasista, aprehenderlos como momentos, mecanismos y efectos de una estructura social constituida en torno a la explotación de una clase por otra. esto le impide incluso llegar a definir de manera teóricamente adecuada un concepto tan fundamental como el de capital, que en la economía burguesa aparece siempre como sinónimo de un acervo de bienes o algo semejante, y no como lo que en realidad es, es decir, como una relación social antagónica que permite que una clase se apropie de la plusvalía producida por otra. de ahí que marx tenga que insistir, de manera aparentemente machacona a lo largo de toda su obra, en que “el capital no es una cosa, sino una relación social entre personas a las que sirven de vehículo las cosas”19. Lo que para nosotros suena a obviedad, pero es sistemáticamente disimulado por la economía burguesa. más aún, recordemos que el propio concepto de clase aparece como una categoría ajena a la economía burguesa, que por principio la remite al campo de la “sociología”. Y esta disciplina, que gracias al primer tour de passe recibe dicho concepto ya amputado de sus fundamentos económicos, se encarga a su turno de desvirtuarlo todavía más, disolviéndolo en un haz de “múltiples va19

K. marx, El capital, vol. 1, p. 651.

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riables”. así que la misma división de la ciencia social burguesa en una “economía” y una “sociología” no es ajena a una perspectiva de clase que, por un lado permite ocultar el hecho de que toda categoría económica es una categoría social y por otro soslayar la determinación que en última instancia ejerce lo económico sobre los demás niveles del todo social. esta desocialización de las categorías económicas es evidente incluso en las expresiones más progresistas del pensamiento burgués, como sería por ejemplo el caso de la CepaL. tal como lo destaca octavio rodríguez en su libro La teoría del subdesarrollo de la CEPAL: “... la limitación del pensamiento estudiado no depende de… carencias de forma, sino del propio enfoque que se utiliza, es decir, de su naturaleza estructuralista. en breve, la limitación que se desea destacar deriva de que los aportes teóricos de la CepaL (que dicen esencialmente respecto al modo como se va transformando la estructura de producción de bienes y servicios durante la industrialización periférica) no consideran ni analizan las relaciones sociales que están en la base del proceso de industrialización y de las transformaciones de estructuras que éste trae consigo” 20. siendo la burguesía la clase propietaria de los medios de producción, su interés material fundamental consiste en la conservación de éstos y, como derivación de ello, su interés ideológico se concentra en la negación de que el núcleo estructurador de toda formación social radica en la distribución de los factores de producción en términos de propiedad. de ahí que ninguna economía, sociología o ciencia política burguesa esté en capacidad de poner en claro este hecho, demostrar que allí reside el origen material de las clases sociales y que éstas, al configurarse en torno de la división de la sociedad en propietarios y no propietarios de los medios de producción, son entidades antagónicas cuyo conflicto permea todos los niveles del cuerpo social. uno puede pasar revista de cualquier tratado de economía o sociología y comprobar que la frontera entre la ciencia social burguesa y el materialismo histórico se ubica, con absoluta precisión, en el punto arriba señalado. más acá de este límite, que constituye su infranqueable limite de clase, la ciencia social burguesa puede presentar desde luego múltiples tendencias y matices: su denominador común no está dado por la repetición de un discurso literal o argumentalmente idéntico, sino por la no transgresión de la frontera indicada. 20 octavio rodríguez, La teoría del sub desarrollo de la CEPAL, méxico, siglo XXI, 2a. ed., 1981, p. 273.

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dentro de ese acotamiento, su presentación tiene que ser tanto más “renovadora” y “creativa” cuanto que, no lo olvidemos, es producto de una sociedad de consumo que no solo devora bienes materiales sino también imágenes y representaciones. La ciencia social burguesa, igual que cualquier otra mercancía, no puede ser ajena a ese fenómeno que conocemos con el nombre de moda.

VIII. La CIenCIa soCIaL Burguesa en La CoYuntura aCtuaL si la ciencia social no puede dejar de tomar partido frente a las oposiciones de clase vigentes en una formación social determinada (y ya vimos que no toma partido diciendo que está bien que unos hombres se apropien de los medios de producción para que así puedan expropiar la plusvalía producida por otros, sino ocultando esta estructura de base), es claro que tampoco puede dejar de participar en la oposición que, como corolario de lo anterior, se da actualmente entre dos sistemas sociales antagónicos, que son el capitalismo y el socialismo. en este sentido, la situación de la ciencia social burguesa no es la misma hoy que hace un siglo o tres cuartos de siglo, cuando todavía el capitalismo podía ser analizado en comparación con el modo de producción que lo precedió, y en esa perspectiva aparecer con rasgos objetivamente progresistas. en 1920, Weber podía aún permitirse el lujo de presentar al capitalismo como el movimiento de racionalización por antonomasia; hoy la tarea resulta más ardua por decir lo menos, y tanto economistas como sociólogos se ven obligados a tomar partido de manera siempre más directa. algunos, como milton friedman y su escuela, lo harán abiertamente recalcando las virtudes de la “libre empresa” y la economía de mercado sin barreras, para ellos sinónimo absoluto de libertad y bienestar, por más que ese neoliberalismo no deje de hundir cada día más a las economías del llamado tercer mundo. otros recurrirán a artimañas bastante burdas para demostrar la “superioridad” del capitalismo sobre el socialismo. Incluso publicaciones que uno puede suponer serias y respetuosas de sí mismas, como el anuario editado por françois maspero bajo el título L' état du monde, no vacilan en hablar de la “crisis económica y degradación” de los países socialistas, en contraste con unos estados unidos “sin reflujo”, a pesar de que los datos que su misma publicación proporcionan indiquen que la economía de la urss ha crecido dos veces más 49

rápidamente que la de los estados unidos en el período que en este caso consideran (1965-80)21. Lejos de registrar una tendencia a la desideologización, las ciencias sociales se hallan pues más comprometidas que nunca en la lucha ideológica, en razón de la profunda crisis que padece el mundo capitalista, con sus secuelas de depauperación no solo de clases sino de zonas enteras del planeta, sobre todo en las áreas subdesarrolladas. en esas condiciones no es un azar el que justamente en estas áreas, de las que américa Latina forma parte, la lucha contra las posiciones del materialismo histórico sean cada vez más arduas, yendo desde la represión y las medidas administrativas hasta las campañas de desprestigio puro y simple. Campañas tanto más empecinadas e insidiosas cuanto que entre nosotros existe una ya arraigada tradición de ciencias sociales progresistas y de cuadros de alto nivel formados en base a la teoría marxista22, que es precisamente lo que se pretende erradicar.

IX. materIaLIsmo HIstórICo Y perspeCtIVas de CLase Hemos señalado ya que la ciencia social no es una simple proyección o mise en forme de ciertos “valores”, sino que es una actividad específica en la que las ideologías de clase intervienen de manera igualmente especifica, fijando, en el caso de la ideología burguesa, una frontera estructural que la ciencia social correspondiente no puede rebasar. estas reflexiones allanan el camino para una mejor comprensión del nexo que guarda el materialismo histórico con la perspectiva de la clase social con la que está orgánicamente vinculado, es decir, el proletariado. el materialismo histórico no es, desde luego, una mera proyección de cierta “ética obrera” ni una pura prolongación de los “anhelos” del proletariado; es una ciencia por derecho propio y está, consiguientemente, por las normas del quehacer científico general. su sistema de categorías es un sistema teórico que 21 L 'etat du monde 1981. Annuaire économique et géografique mondial, dirigido por francois gèze, alfredo VaIladão e Ives Lacoste, parís, ed. françois maspero, 1981. Cfr., especialmente los capítulos dedicados a europa del este, la unión soviética y estados unidos. 22 a este respecto véase nuestro trabajo Reflexiones sobre el desarrollo de los estudios latinoamericanos en México, en varios, Balance y perspectivas de los estudios latinoamericanos, Coordinación de Humanidades/facultad de filosofía y Letras, unam, 1985.

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permite reproducir la estructura y el movimiento objetivos de la realidad histórico-social y no solo reproducir el punto de vista de determinada clase o, lo que es peor todavía, limitarse a ser una mera “teoría crítica”23. esto no significa, sin embargo, que en el materialismo histórico esté ausente una perspectiva de clase. por el contrario, la perspectiva del proletariado está presente desde el momento mismo de la construcción de la ciencia social marxista y, luego, en todo su desarrollo ulterior, como permanente condición social de producción y aplicación de la teoría. ¿Qué alcance tiene esta afirmación? no quiere decir, por supuesto, que tal perspectiva secrete automáticamente conocimientos de tipo científico, ni menos aún que ellos broten por generación espontánea de la conciencia psicológica (conciencia inmediata) de los obreros. Lenin fue claro sobre este punto al señalar, en su obra ¿Qué hacer?, que librada a su sola espontaneidad y sin el concurso de la ciencia social marxista, la clase obrera no puede ir más allá del “tradeunionismo”, es decir, del economicismo. recalcó con ello la autonomía del materialismo histórico como práctica científica, a la vez que su papel de vanguardia teórica de la cual no puede prescindir la vanguardia política. empero, no hay que olvidar que esa autonomía es siempre relativa ya que solo a condición de mantenerse en la perspectiva de los intereses históricos del proletariado es posible estar en situación de producir un conocimiento objetivo de la realidad social, siempre que se cumpla, a partir de esta situación, con los requisitos de la práctica científica correspondiente. en términos metafóricos podría decirse que en este caso la perspectiva de clase desbroza el terreno sobre el cual se levantará una construcción científica. en efecto, si la intervención de la ideología burguesa en la construcción de la ciencia social se manifiesta por el establecimiento de una frontera estructural como la que se analizó en el apartado 7, la intervención de la perspectiva proletaria se caracteriza, en cambio, por el levantamiento de esta barra: la ideología de clase no constituye aquí un elemento obstructor, sino que es más bien factor encargado de abrir un campo de visibilidad en el que la ciencia social puede desarrollar toda su objetividad. por lo demás, el mismo concepto de ideología del proletariado tiene que ser entendido de manera histórica y dialéctica, es decir, no como una “esencia” 23 Que es a lo que pretenden reducirla autores como José aricó, por ejemplo, cfr. su artículo “marx y américa Latina”, en rev. Nueva sociedad, 66, Caracas, mayo/junio 1983, pp. 56-57.

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dada de una vez para siempre, sino como una representación del mundo en permanente desarrollo y susceptible de ir incorporando, cada vez con mayor profundidad, los elementos de conocimiento que el materialismo histórico le aporte.

X. “C IenCIa” e “IdeoLogía”: una antInomIa aBstraCta a lo largo de esta exposición hemos evitado tratar la antinomia “ciencias-ideología” de manera abstracta e indeterminada por considerar que, plantada como tal, es simplemente falsa. de hecho, la “ideología” a secas no existe históricamente –o al menos no en el momento actual–, puesto que las ideologías enfrentadas en la ciencia social y fuera de ella son ideología de clase. solo ubicándolas en este plano es posible, por lo demás, captar sus efectos diferenciales en el terreno del quehacer científico social, cuyo desarrollo no se ve limitado o impulsado por la intervención de la “ideología” sin más calificativos, sino que se despliega en el ámbito demarcado por cada perspectiva de clase, que restringe o amplía las posibilidades de objetividad en función de los intereses materiales en cada ideología.

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Cultura, clase y nación I. ¿teoría de La CuLtura o anáLIsIs materIaLIsta HIstórICo deL Campo denomInado CuLturaL? Cuando uno examina cualquier índice temático de las obras escogidas de marx y engels, termina inevitablemente por descubrir una incómoda paradoja: el concepto de cultura ni siquiera aparece en tales índices1. Y al escarbar en nuestra propia memoria la perplejidad no hace más que incrementarse: de un lado nos queda la convicción de que aquellos clásicos sí sentaron las bases para una explicación de la cultura; de otro, está la cuasi certidumbre de que apenas si la mencionan en sus obras. Cuando a ella se refieren explícitamente, es siempre de manera tangencial2; jamás, en todo caso, utilizan el término cultura como un concepto teórico, es decir, como un concepto destinado a producir el conocimiento de un objeto determinado. en La ideología alemana, por ejemplo, la cultura parece identificarse con la “completa y multiforme producción de toda la tierra (las creaciones de los hombres)”3; expresión con la cual se señala un vasto y problemático campo de investigación que, sin embargo, no será analizado a partir de ninguna teoría específica de la cultura sino con las categorías propias del materialismo histórico (teoría de los modos de producción y las formaciones sociales). una superficial revisión de ciertos textos de Lenin tiende a “tranquilizarnos”, en la medida en que este autor sí se refiere explícitamente y con relativa 1 Cfr., por ejemplo: C. marx, f. engels, Obras escogidas, en tres tomos, moscú, editorial progreso,

1973. 2 esto ocurre incluso en una obra como La ideología alemana, Buenos aires, ediciones pueblos unidos en donde la cultura es mencionada muy pocas veces y sobre todo para indicar, de pasada, que ella está íntimamente vinculada al proceso de producción material y que se enriquece con el incremento del intercambio universal. 3 el pasaje completo del cual hemos extraído esta definición dice así: “es evidente, por lo que dejamos expuesto más arriba, que la verdadera riqueza espiritual del individuo depende totalmente de la riqueza de sus relaciones reales. solo así se liberan los individuos concretos de las diferentes trabas nacionales y locales, se ponen en contacto práctico con la producción (incluyendo la espiritual) del mundo entero y se colocan en condiciones de adquirir la capacidad necesaria para poder disfrutar esta completa y multiforme producción de toda la tierra (las creaciones de los hombres)” (Carlos marx y federico engels, La ideología alemana, Buenos aires, ediciones pueblos unidos, 1973, p. 39).

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frecuencia a la cultura. empero, una lectura más atenta de los mismos nos instala de nuevo en la incertidumbre: Lenin nunca precisa lo que ha de entenderse por cultura y, lo que es más, emplea el término en los más variados sentidos: conocimientos científicos o técnicos, educación, literatura, arte, ideología, hábitos, costumbres, etcétera. se trata, a no dudarlo, de un uso simplemente descriptivo del vocablo: con él alude a un campo abigarrado de la realidad, que no a un objeto teóricamente construido. Como luego se verá, cada conjunto particular de fenómenos culturales es, además, sujeto a un tratamiento político distinto por parte de Lenin. ¿Insuficiencia de los clásicos del marxismo? ¿Laguna teórica que hay que colmar? Ciertamente no. estamos frente a un problema derivado de la contextura de la realidad y no de una insuficiencia de la teoría, por las razones que de inmediato pasamos a señalar. en primer lugar, lo que habitualmente denominamos cultura, es decir, la “completa y multiforme producción de toda la tierra” (o de un país determinado, si se quiere restringir especialmente el problema), está constituido por un conjunto de fenómenos que no poseen otro denominador común que el de ser “creaciones de los hombres”; es decir, productos no naturales. ahora bien, parece evidente que similitud tan general mal puede servir de fundamento para la conformación de un objeto teórico: elaborar una “teoría de la cultura” resulta, en este sentido, tan difícil como elaborar una “teoría de la naturaleza”. en segundo lugar, y como derivación de lo anterior, es patente que el campo cultural engloba a un conjunto de fenómenos que, más allá del denominador común señalado, poseen estatutos teóricos diferentes en la medida en que corresponden a niveles asimismo diferentes de la realidad social. el clásico intento de clasificar a la cultura en por lo menos dos grandes categorías, “cultura material” y “cultura espiritual”, demuestra, con todo lo insatisfactorio que pueda ser, la existencia de una percepción del problema planteado por parte de casi todos los autores que abordan esta temática. tercero, al ser la cultura una creación de los hombres, es, quiérase o no, un producto social; no puede comprendérsela, por tanto, al margen de sus condiciones sociales de producción y, consecuentemente, de la estructura social a partir de la cual es producida. Contrariamente a lo que postula el pensamiento idealista, no es la cultura la que confiere sentido a la sociedad sino que es ésta, a través de sus estructuras y procesos, la que confiere sentido a la cultura; en otras palabras, la que la determina. 54

por todo esto, lo que en cierto momento aparecía como una paradoja de los clásicos del marxismo, casi como una insuficiencia conceptual suya, resulta ser en el fondo un movimiento teórico necesario en la medida en que corresponde, como decíamos, a la contextura misma de la realidad. Ya que la cultura no es, en primera instancia, un factor constitutivo (determinante) de la estructura social, sino más bien un campo empírico determinado por ella, no solo teórica sino también metodológicamente se impone un desplazamiento que consiste en alejarse momentáneamente del plano de su existencia fenoménica (poniendo incluso entre paréntesis el concepto que descriptivamente lo señala), para ubicarse en el plano de las estructuras y procesos que le confieren sentido4. esto, desde luego, sin perjuicio de que, en un segundo momento, se retome al análisis dialéctico del otro aspecto igualmente real del problema: el del grado y las maneras en que una cultura históricamente constituida y determinada, sobredetermina a su turno la forma concreta de desarrollo de los procesos sociales y confiere a la formación social respectiva una “fisonomía” nacional sui generis. es el método de análisis que aquí nos proponemos seguir.

II. La dImensIón CLasIsta de La CuLtura para el tratamiento de este problema tal vez lo más pertinente sea partir del conocido texto de Lenin que dice lo siguiente: “en cada cultura nacional hay elementos, por muy poco desarrollados que estén, de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay la masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. pero en cada nación, hay también una cultura burguesa (y, muy a menudo, una cultura reaccionaria y clerical) –y ésta no solo bajo la forma de ‘elementos’, sino en forma de cultura dominante–. por 4 en su libro Sociedad, formación económico-social y cultura, Luis f. Bate llega a la conclusión de que “la categoría de cultura no es ni puede ser considerada como categoría explicativa central de ninguna disciplina de la ciencia social”; pero que “sin embargo, es indispensable precisar con claridad las relaciones categoriales, objetivas y lógicas, entre el aspecto cultural de la sociedad y la categoría explicativa fundamental de formación económico-social” (méxico, ediciones de Cultura popular, 1978, pp. 194–195).

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eso la ‘cultura nacional’ es, en general, la cultura de los terratenientes, de los popes y de la burguesía”5. una primera idea que cabe rescatar de este texto es la de que, en las sociedades antagónicas, la cultura no puede desarrollarse sin sufrir algún tipo siquiera de determinación proveniente de la estructura de clases propia de cada formación social. en este sentido existen, en los casos que Lenin tiene en mientes, una cultura burguesa, una cultura democrática y socialista y, eventualmente, una cultura reaccionaria y clerical. una segunda idea importante está dada por la observación relativa al diferente rango que cada una de esas unidades culturales detenta en la respectiva formación social. así, la cultura burguesa ocupa, en este caso, el lugar de cultura dominante, en razón del índice de predominio que la burguesía ha adquirido en la estructura económico-social global. Lo cual quiere decir que existe, correlativamente, una cultura dominada, que es la de las clases subalternas. una tercera idea, estrechamente vinculada a la anterior, consiste en la observación de que el rango ocupado por cada unidad cultural en el seno de determinada formación social confiere a tales unidades posibilidades en principio distintas de articulación. por esto, la cultura democrática y socialista existe, en este caso, bajo la forma de simples elementos, mientras que la cultura burguesa está presente bajo una forma distinta: como entidad que, por el hecho de ocupar la posición dominante, está en mejores condiciones estructurales de articularse a sí misma y de articular, imprimiéndole su sentido, a la mayor parte de los elementos a ella subordinados. aunque tomando como punto de referencia un campo bastante más restringido de la cultura, el del llamado folklore, antonio gramsci plantea una reflexión que va en similar dirección que la de Lenin. en efecto, el pensador italiano define al folklore como “una concepción del mundo no solo no elaborada y asistemática... sino también múltiple; no solo en el sentido de diverso y contrapuesto sino también en el de estratificado...”6. en seguida veremos lo que esta estratificación significa. por el momento, conviene retener la idea de que, para gramsci, un importante segmento de la cultura “popular” aparece como una verdadera amalgama, incapaz de articularse en la medida en que carece, según sus palabras, de “concepciones elaboradas,

5 Notas críticas sobre la cuestión nacional, citado según el texto recopilado en Lenin, Escritos sobre la literatura y el arte, Barcelona, ediciones península, 1975, pp. 160–161. 6 antonio gramsci, Cultura y literatura, Barcelona, ediciones península, 1977, p. 330.

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sistemáticas y políticamente organizadas y centralizadas en su contradictorio desarrollo”7. observación que nos permite formular un cuarto punto, que tanto en opinión de Lenin como de gramsci, la cultura solo puede articularse realmente con el concurso de una ideología que la organice y confiera sentido a cada uno de sus elementos. sin el concurso de este factor sistematizador y políticamente orgánico, la cultura mal puede rebasar su espontánea condición de amalgama, como no sea en niveles estrictamente formales. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que la cultura sea reductible a la ideología que la articula: si ésta está en capacidad de “organizar” a aquélla, es justamente porque son distintas. gramsci es por lo demás muy claro al distinguir diversos “estratos” en el interior de esa amalgama que en principio constituye la cultura “popular” espontánea. así, cuando se refiere a la “moral del pueblo”, es decir, a ese “conjunto determinado (en el tiempo y en el espacio) de máximas para la conducta práctica y de costumbres que de ella se derivan o que han producido”, observa que: “también en esta esfera se deben distinguir diversos estratos: los fosilizados, reflejo de condiciones de vida pasada y, por consiguiente, conservadores y reaccionarios, y los que constituyen una serie de innovaciones, a menudo creadoras y progresistas, espontáneamente determinadas por formas y condiciones de vida en proceso de desarrollo y en contradicción con la moral de los estratos dirigentes –o solamente distintos de ella”–8. reflexión que nos previene contra toda interpretación empirista de lo que ha de entenderse por cultura de clase. en efecto, no todo lo que el pueblo produce, piensa o practica constituye automáticamente tal tipo de cultura, en la medida en que entre sus expresiones culturales hay también una buena dosis de elementos “fosilizados” y de prácticas y normas simplemente neutras en términos clasistas. suponer lo contrario, a partir de cierto romanticismo, jamás conduce más allá de posiciones populistas. sintetizando lo dicho hasta aquí podríamos, pues, afirmar que las sociedades antagónicas generan efectivamente culturas clasistas, posibles de definir como sectores y planos de la cultura articulados por ideologías de clase o, por lo menos, determinados por prácticas sociales que realmente corresponden a los intereses objetivos de determinadas clases. 7 8

Ibíd. op. cit., p. 331.

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III. La dImensIón de La CuLtura La definición que acabamos de formular sugiere inequívocamente que no toda “la completa y multiforme producción de toda la tierra” se constituye o puede constituirse en cultura de clase, sino únicamente una parte de ella. ¿es verdad esto y, si lo es, cómo explicar el hecho desde el punto de vista del materialismo histórico cuando nos referimos a sociedades clasistas? Comencemos por citar la opinión que a este respecto dan dos autores soviéticos, rosental e Iudin, en su Diccionario filosófico abreviado. dicen: “en una sociedad antagónica, la cultura espiritual es una cultura de clase. La cultura dominante es la cultura de la clase dominante. al desarrollarse como consecuencia de las contradicciones sociales, es un instrumento de lucha de clases. en esta lucha, las diversas clases utilizan medios culturales tales como la escuela, la ciencia, la prensa, las artes, etcétera, para lograr sus objetivos”9. Los autores parecen sugerir, pues, que solo la cultura “espiritual” es una cultura de clase en las sociedades antagónicas; no lo sería, por tanto, la cultura “material”. pero a nuestro juicio esta distinción, al estar basada en la vieja dicotomía “espíritu–materia” en vez de en las categorías del materialismo histórico, embrolla el problema en lugar de resolverlo. ¿La prensa a la que aluden, es “espíritu” o “materia”? ¿La ciencia, actividad “espiritual” al parecer, forma realmente parte de una cultura de clase en las sociedades clasistas? en su afán de resolver el problema, rosental e Iudin incurren, por lo demás, en un segundo error teórico que consiste en confundir lo que es propiamente una cultura de clase (en el sentido que hemos señalado) con lo que es una cuestión bien distinta: la utilización por las clases de ciertos elementos culturales como instrumentos de lucha. Los conocimientos en materia de aeronáutica, por ejemplo, no forman parte de ninguna cultura de clase, por mucho que en una sociedad capitalista puedan ser utilizados para reprimir a los sectores populares o destinarse al disfrute preferencial de determinada clase. son dos órdenes de problemas totalmente distintos en la medida en que en un caso estamos ante objetos internamente estructurados de acuerdo con una lógica de clase y en el otro no. ¿Qué tratamiento dio Lenin a esta cuestión y cómo llegó a establecer una diferenciación entre lo que es propiamente una cultura de clase y lo que en rigor no lo es? 9

rosental e Iudin, Diccionario filosófico abreviado, méxico, ediciones Quinto sol, s. f., p. 105.

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en sus ya citadas Notas críticas sobre la cuestión nacional Lenin fue muy enfático en afirmar: “al proclamar la consigna de ‘cultura internacional de la democracia y del movimiento obrero mundial’, tomamos de cada cultura nacional solo sus elementos democráticos y socialistas, y los tomamos única y exclusivamente como contrapeso a la cultura burguesa y al nacionalismo burgués de cada nación”10. sin embargo, seis años más tarde lanzaba una consigna que parecía contradecir flagrantemente lo anterior: “Hay que tomar toda la cultura que el capitalismo ha dejado y construir con ella el socialismo. Hay que tomar toda la ciencia, la técnica, todos los conocimientos, el arte. sin ello no podemos construir la vida de la sociedad comunista. Y esta ciencia, esta técnica, este arte, están en las manos y los cerebros de los especialistas”11. ¿el Lenin de 1919 contradecía realmente al Lenin de 1913? por cierto que no. en 1920 volvió a insistir en que “no se puede desterrar ni destruir a los intelectuales burgueses”, es decir, a esos especialistas de los que hablaba un año antes; pero simultáneamente recalcó que: “... hay que vencerlos, transformarlos, refundirlos, reeducarlos, así como, por lo demás hay que reeducar, al precio de una lucha de largo aliento, sobre la base de la dictadura del proletariado, a los propios proletarios, los cuales tampoco se desembarazan de sus prejuicios pequeño-burgueses súbitamente, por milagro, bajo la prescripción de la Virgen, bajo el efecto de una consigna, de una resolución, de un decreto, sino solamente al precio de una lucha de masas, larga y difícil, contra las influencias pequeño-burguesas en las masas”12. ¿Qué pensaba en definitiva Lenin sobre la cultura “espiritual” heredada del capitalismo? ¿Que era o no una cultura de clase? ¿Que había que asimilarla o que se debía derrotarla? Creemos que el punto clave para entender su posición sobre este asunto –posición que nada tiene de contradictoria– consiste en poner en evidencia que su análisis del problema cultural pasa por un esquema teórico que no 10

op. cit., p. 161.

11 Los éxitos y las dificultades del poder soviético, recopilado en op. cit., p. 156. José Carlos mariátegui,

por su parte, formula una reflexión similar: “el socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalista; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna, sino por el contrario la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional” (Ideología y política, Lima, perú, empresa editora amauta, 8a. ed., 1977). 12 La enfermedad infantil del comunismo: el “izquierdismo”, pasaje recopilado en op. cit., p. 160.

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guarda relación alguna con la dicotomía “espíritu/materia”, sino que está referido a diferentes planos estructurales del todo social. en efecto, cuando afirma que de cada cultura nacional hay que tomar solo (y lo subraya) sus elementos democráticos y socialistas, Lenin alude a determinada dimensión de la cultura: la que tiene que ver con las ideas, representaciones, costumbres; hábitos, etcétera, vinculados al plano de las relaciones sociales de producción; es decir, a las relaciones de explotación y dominación-subordinación que mantienen unos hombres con respecto a otros (relaciones de clase). Y en este plano, claro está, el socialismo mal puede hacer suya esta cultura: tiene que vencerla. tiene, entre otras cosas, que reeducar a sus portadores, impulsando una lucha de masas capaz de establecer la hegemonía ideológico-cultural del proletariado (revolución cultural). en cambio, cuando Lenin habla de “tomar toda la cultura que el capitalismo ha dejado”, se refiere sin duda a otra dimensión de esa cultura: concretamente, a todos los conocimientos y maneras de hacer (técnicas) que implican variados grados de dominio del hombre sobre la naturaleza; esto es, a la parte de la cultura que tiene que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas, tanto en su aspecto “material” como “espiritual”. por eso aquí incluye también al arte, que en cierto nivel es una práctica encaminada al dominio “espiritual” de la naturaleza (trátese de la exterior al hombre o de la suya propia). Y lo incluye, por supuesto, solo en cuanto es eso: no en cuanto portador de determinadas ideologías, lo cual es objeto de otro nivel de análisis (véase a este respecto las reflexiones del propio Lenin sobre la obra de tolstoi)13. esta somera revisión de las diferenciadas tomas de posición de Lenin con respecto a “la cultura” parecen pues corroborar nuestra tesis de que la órbita cultural vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas no constituye una cultura de clase propiamente dicha, por más que en una sociedad antagónica dicha órbita esté, como es natural, instrumentalizada por la clase dominante. distinción que, por lo demás, es de vital importancia en el plano político por dos razones: (a) porque si el hecho de negar la existencia de las culturas de clase conduce inexorablemente a una desviación de derecha, la posición contraria, de reducir toda la cultura a términos clasistas, conduce a un error de ultraizquierda; y (b) porque aquella distinción determina dos formas diferenciadas de la lucha de clases: lucha por la abolición de la cultura de clase

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op. cit., pp. 121-151.

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del adversario, en un caso; lucha por la expropiación de los elementos culturales no clasistas que ese adversario ha acumulado, en el otro.

IV. La CuLtura en su dImensIón formaL: eL eJempLo de La Lengua a través de una serie de entrevistas publicadas en 1950, stalin se pronunció sobre algo que constituía un espinoso problema para los marxistas de la época: la cuestión de saber si la lengua forma o no parte de la superestructura. Con su indudable talento práctico stalin concluyó tajantemente que la respuesta tenía que ser negativa; pero sin dejar de intuir que, a pesar de ello, la lengua sufre en ciertos niveles algunas determinaciones provenientes de la estructura social. mas, en el plano teórico su respuesta distó de ser satisfactoria: “en pocas palabras: no puede incluirse a la lengua ni en la categoría de las bases ni en la categoría de las superestructuras. tampoco puede incluírsela en la categoría de los fenómenos ‘intermedios’ entre la base y la superestructura, pues tales fenómenos ‘intermedios’ no existen”14. a renglón seguido se enfrascó en una disquisición por momentos bizantina tendiente a demostrar dos cosas: por un lado, que existe cierta analogía entre la lengua y los instrumentos de producción, ya que ambos “manifiestan cierta indiferencia (sic) hacia las clases y pueden servir por igual a las diversas clases de la sociedad”; y por otro, que ello no obstante la lengua no puede identificarse con tales instrumentos en la medida en que no produce bienes materiales sino solo “palabras”. Con su típica corrosiva ironía concluyó: “no es difícil comprender que si la lengua pudiera producir bienes materiales, los charlatanes serían los hombres más ricos de la tierra”15. todo lo cual es cierto, pero deja sin resolver teóricamente el problema planteado: si la lengua no “encaja” en ninguna de las tres categorías mencionadas por stalin ¿dónde entonces ubicarla? a nuestro juicio, el quid de la cuestión radica en la forma misma de conceptualizar a la base y la superestructura. en efecto, si concebimos a estas dos instancias como categorías taxonómicas destinadas a encasillar exhaustivamente la realidad social, con todos sus procesos y fenómenos, siempre aparecerán la 14 J. stalin, Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. El marxismo y la lingüística, méxico, ediciones Cuauhtémoc, 1973, p. 76. 15 op. cit., p. 77.

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lengua, el deporte, la familia o lo que fuere, para jugarnos una mala pasada teórica. Y nos la jugarán inevitablemente, por la sencilla razón de que los conceptos de base y superestructura no pueden ser tratados como casillas taxonómicas sino como lo que en realidad son: puntos nodales de articulación del todo social que, al constituir su estructura fundamental, determinan en grado diferente al conjunto de procesos y fenómenos también sociales, pero que en sí mismos no constituyen, por definición, ni una base ni una superestructura. Las propias ideas, recordémoslo, solo forman parte de la superestructura cuando configuran “ideologías históricamente orgánicas, es decir, que son necesarias a determinada estructura”16. de lo cual se desprende, además, que el campo denominado cultural es mucho más rico y variado que sus determinaciones estructurales, aunque solo fuese por el hecho de que siempre “el fenómeno es más rico que la ley”17. por algo la “esencia” (estructura) tiene que ser aprehendida mediante un proceso de abstracción, es decir, como el mismo término lo indica, mediante la extracción de ciertos elementos, los esenciales, con exclusión de los demás. si volvemos al caso de la lengua, de inmediato descubrimos que su configuración interna básica corresponde a la necesidad de establecer las condiciones formales de emisión de un cierto tipo de mensajes y no a una determinación proveniente del desarrollo de las fuerzas productivas o de tales o cuales relaciones sociales de producción. no hay ninguna morfología, sintaxis, fonética o fonología susceptibles de explicarse por su relación con alguno de esos planos estructurales; y ni siquiera el nivel semántico de un idioma puede explicarse por tal tipo de determinación, a no ser en parcelas muy marginales y que en realidad solo adquieren pleno sentido cuando se pasa del plano del código (lengua) al de los mensajes emitidos a través de él, los que obviamente poseen ya un contenido extralingüístico: ideológico, científico o simplemente pragmático, según el caso. por lo tanto, la lengua es un fenómeno cultural neutro en el sentido de que ni constituye un punto nodal de la estructura de una formación social ni su configuración interna básica depende de determinaciones provenientes de tal estructura. Lo que es más: por ser la lengua un código que establece las condiciones formales de emisión de cierto tipo de mensajes, se encuentra por así decirlo al abrigo de una determinación que la convierta, por ejemplo, en mero 16 antonio gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce, méxico, Juan pablos editor, 1975, p. 58. 17 V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, Buenos aires, ediciones estudio, 1974, p. 147.

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código de clase. si la ideología dominante quiere realmente dominar, tiene que emitir sus mensajes a través de un código que los dominados entiendan, trátese del código lingüístico o de cualquier otro código análogo. Y es justamente la existencia de estos códigos formales comunes lo que, bajo ciertas condiciones históricas, viene a constituirse en uno de los elementos fundamentales de la identidad nacional (cuestión que retomaremos más adelante). sin embargo, el problema no concluye aquí ni es tan sencillo como en un principio podía parecer. si bien es verdad que la estructura de una formación social no determina la configuración interna básica de la lengua, también es cierto que no por ello deja de sobre determinarla en otros niveles o aspectos de su desarrollo histórico. ni siquiera vale detenerse en lo más obvio: las connotaciones, incluso de clase, fáciles de detectar en diversas lenguas. emplear determinados términos, construir la frase de determinada manera, pronunciar (realizar) un fonema en tal o cual forma, pueden efectivamente convertirse en “marcas” de clase en la medida en que allí entre a operar un segundo “código” (ya superestructural) adherido al primero (propiamente lingüístico). pero hay algo aún más importante y es el hecho de que, en algunas formaciones sociales, la sobre determinación a que nos hemos referido puede llegar al extremo de conferir cierto status a idiomas enteros. así, si tomamos como ejemplo al idioma español encontraremos, en un primer nivel de análisis, que naturalmente se trata de un simple código formal, sin ningún estatuto social que lo “acompañe”. pero si pasamos a un segundo nivel analítico, que es el de su modo concreto de inserción en determinadas formaciones sociales, podremos detectar por lo menos tres situaciones claramente diferenciables: 1. una como la del uruguay contemporáneo, supongamos, en donde el español sencillamente carece de estatuto social en cuanto idioma: 2. una situación como la “chicana”, en la que el español pasa a convertirse en lengua dominada, poseedora por lo tanto de un estatuto social negativo; y 3. La del español en ciertas zonas del altiplano andino, donde frente a las lenguas vernáculas adquiere el estatuto de lengua dominante, dotada de un signo social positivo. Cuestión que dista mucho de ser intrascendente, aunque solo fuese por estas dos razones: primero, porque el hecho de que una lengua se convierta en lengua dominada mutila sin la menor duda sus posibilidades de desarrollo histórico: la conquista española y la sociedad que ella engendró, obstruyeron múltiples posibilidades de desarrollo del idioma quichua, por ejemplo. 63

segundo, porque al sufrir un idioma determinados efectos derivados de la estructura de una formación social dada, de hecho, adquiere una coloración simbólica particular que lo inserta en las luchas sociales de diverso tipo, en donde por lo general convergen un problema de clase y un problema nacional.

V. formas CuLturaLes Y naCIón el análisis de un fenómeno como el de la lengua nos ha permitido recorrer un camino aparentemente insólito: luego de demostrar que se trata de un hecho cultural eminentemente formal, hemos arribado a un punto en que la hemos encontrado inserta en conflictivos procesos sociales. pero en verdad este recorrido nada tiene de insólito puesto que la estructura de cada formación social, además de (a) configurar culturas de clase en cierto nivel e (b) instrumentalizar clasistamente a la parte no clasista de la cultura, también (c) confiere determinado rango y valor simbólico a los estratos meramente formales de la cultura, es decir, a aquellos que en principio no guardan una relación directa ni con la base ni con la superestructura. Conviene ahora avanzar un poco más en nuestro análisis, a partir de la idea de que son precisamente estos estratos o dimensiones formales de la cultura los que adquieren relevancia cuando se pasa a analizar la “fisonomía peculiar” de una nación. aunque se trate de un autor cuya popularidad se ha visto bastante mermada en los últimos tiempos, vamos a permitirnos citar nuevamente a stalin, con el clásico texto en que define lo que ha de entenderse por nación: “nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura”18. texto clásico, decíamos, pero también bastante extraño por más de una razón. por ejemplo: ¿por qué stalin, que en su vida puede haber pecado de todo menos de idealista, confiere una importancia tan grande a la comunidad de idioma, que incluso coloca antes de la comunidad de vida económica? o bien: ¿cómo es posible que hable de la “comunidad de psicología, reflejada en la comunidad de la cultura”, o de una “fisonomía espiritual, que se expresa en 18

J. stalin, El marxismo y la cuestión nacional, méxico, ediciones Cuauhtémoc, s. f., p. 13.

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las particularidades de la cultura nacional”19, sin plantear el problema de las clases ni explicar lo que en términos marxistas ha de entenderse por “fisonomía espiritual”, ni interrogarse sobre si ésta forma o no parte de la superestructura de determinada formación social? pensamos que el punto de vista de stalin solo cobra coherencia en todos los órdenes desde el momento en que planteamos la hipótesis de que está referido al plano preponderantemente formal de la cultura, que justamente por serlo puede llegar a constituirse en denominador común de una totalidad por lo demás contradictoria y antagónica. el caso del idioma ya lo hemos analizado. en cuanto a la comunidad de vida económica parece razonable creer que stalin no aludía con ello a las relaciones sociales de producción, que ciertamente no tienden a crear una comunidad real entre el explotado y el explotador; sino más bien a determinadas modalidades formales muy concretas y por lo mismo peculiares de vida material de una sociedad. en fin, y por muy gruesamente formulada que esté su reflexión al respecto, hay que suponer que la comunidad de psicología y de “fisonomía espiritual” tampoco está referida a contenidos (de clase, por ejemplo) ni a niveles ideológicos propiamente superestructurales, sino a una dimensión preponderantemente formal, en este caso idiosincrática. pensamos, por lo demás, que ésta es la única manera de entender cómo es posible que el estado, representante de intereses de clase por definición particulares, pueda aparecer como representante del interés general de la sociedad. Y es que esta sociedad, por fisurada que esté, posee un mínimo de elementos comunes (la “sangre”, la lengua, costumbres y hábitos, una geografía y una historia compartidas, etcétera) a partir de los cuales es factible mantener, consolidar y hasta desarrollar lo que marx y engels denominaron una comunidad ilusoria20. Ilusoria en cuanto la comunidad real, se ha escindido a consecuencia de los antagonismos de clase; mas no por ello menos vigente a nivel ideológico y hasta “sensorial”, en la medida en que algunas o muchas de aquellas formas culturales siguen siendo compartidas por buena parte e incluso por la totalidad de los miembros de una sociedad, aunque no necesariamente en grado similar. sobre esta base, el estado mismo puede aparecer como un estado-nación, expresando una dominación de clase por sus contenidos fundamentales, pero no de una manera informe sino mediante una dominación moldeada en la fragua de una tradición. La profundidad con que el estado pueda aparecer como un estado verdaderamente nacional dependerá sin embargo del grado de “he19 20

Loc. cit. Cfr. La ideología alemana, op. cit., p. 35.

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gemonía”21 con que la clase dominante logre ejercer su dominio. en el mejor de los casos este dominio se mostrará como una suerte de “dirección espiritual y moral” (dixit gramsci) y la clase dominante aparecerá entonces como “representante y rectora” de la entera comunidad nacional. pero tal posibilidad de hegemonía, que es prácticamente sinónimo de capacidad para configurar una comunidad ilusoria, tampoco brota ex nihilo ni de la sola voluntad o habilidad políticas, sino que depende de cierta constelación objetiva de factores determinada por la mayor o menor homogeneidad estructural de la sociedad, así como por la mayor o menor capacidad de participación en el reparto mundial del excedente económico, como luego veremos. sea de esto lo que fuere, es un hecho que a medida que nos acercamos a niveles de concreción mayor el análisis de las formas culturales cobra cada vez más importancia. Y ello por múltiples razones entre las que merecen destacarse las siguientes: a. aunque en el proceso de abstracción sea necesario, como oportunamente se dijo, captar lo esencial con prescindencia de las expresiones fenoménicas concretas, éstas no dejan de existir ni de desempeñar, en cierto nivel, un papel histórico significativo. b. La producción y reproducción de la vida social es un proceso que no solo involucra contenidos (en el sentido de instancias estructurales) sino también formas, las que en buena medida constituyen los materiales concretos a través de los cuales los hombres se ligan subjetivamente con sus condiciones de existencia. c. no cabe olvidar que cuando se habla de formas culturales se está hablando de formas en perpetua búsqueda de contenidos; esto es, en busca de un sentido histórico que no está dado de una vez por todas, sino que va conformándose al calor de arduas luchas.

VI. estado-naCIón Y formaCIón soCIaL en amÉrICa LatIna La reflexión sobre el concepto de nación nos ha llevado a colocar en primer plano la cuestión cultural, hecho explicable en la medida en que tal concepto es inseparable de otro: el de cultura nacional. Y hemos puesto asimismo énfasis en la dimensión formal de la cultura por estimar que esta dimensión adquiere 21 en el sentido gramsciano del término, que comentaremos críticamente en el capítulo final de este libro.

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un peso muy específico cuando el problema analizado es precisamente el de los rasgos peculiares (“fisonómicos”) que distinguen a una comunidad humana de otra. sin embargo, está claro que tal fisonomía, por formal que pueda parecer desde cierto punto de vista, es un producto eminentemente histórico. es el fruto de una tradición (procesos y prácticas compartidas secular y hasta milenariamente) que deja huellas profundas en el “rostro” de un pueblo, de la misma manera que “la vida” (procesos y prácticas personales) deja su impronta en el rostro de un individuo. el problema de la nación y la cultura nacional no puede ser estudiado, por tanto, al margen de la estructura y la historia de las formaciones económico-sociales en que se ha desarrollado y desarrolla22. Comencemos por recordar que el concepto de formación económico-social particular23 es claramente distinguible del de nación, puesto que está constituido por otro orden de determinaciones. Consiste en la unidad de la base con la superestructura, articulada de manera específica gracias a la presencia de un estado que, con su acción “reguladora”, tiende a crear un espacio relativamente autónomo de acumulación, tanto en el sentido estrictamente económico del término como en el sentido más amplio de una acumulación de tradiciones y contradicciones, dotadas de un ritmo histórico particular. por algo escribió marx que la sociedad civil: “abarca toda la vida comercial e industrial de una fase y, en este sentido, trasciende los límites del estado y de la nación, si bien, por otra parte, tiene que hacerse valer al exterior como nacionalidad y, vista hacia el interior, como estado”24. una formación económico-social solo puede pues cohesionarse como tal en la medida en que al mismo tiempo consolide su ya señalada perspectiva de estado-nación, forjando ese espacio relativamente autónomo de acumulación al que hemos hecho referencia. mas el problema reside, justamente, en las condiciones históricas concretas de conformación y desarrollo de dicho espacio. el estado burgués, por el solo hecho de existir, tiende desde luego a cohesionar a la sociedad civil y a construir el estado-nación. pero, una cosa es lo 22 si algún defecto de fondo tiene el referido trabajo de stalin es justamente el de proponer una definición rígida de nación que pareciera asfixiar cualquier movimiento dialéctico de la historia. 23 Hablamos de formación económico-social particular para establecer una diferencia con el empleo del concepto de formación económico-social en un sentido más amplio, que se refiere a toda una etapa histórica del desarrollo universal. 24 La ideología alemana, op. cit., p. 38.

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que el estado se proponga como tarea y otra, a veces muy diferente, lo que efectivamente pueda lograr en determinadas condiciones históricas. no olvidemos que, si de una parte el estado es el elemento “regulador” de las contradicciones de la sociedad civil, de otra parte es también e inexorablemente el reflejo de ellas, que son las que en última instancia lo determinan. esa sociedad civil rebasa, por lo demás, las fronteras del estado-nación, “trasciende sus límites”, como lo recuerda marx, constituyendo por ende no solo su condición interna sino también externa de existencia. una condición interna fundamental para la configuración de un verdadero estado-nación consiste en la creación de un mercado interior que rebase los límites puramente locales y regionales y abarque todo el ámbito de una formación económico-social particular (mercado nacional). mercado en el sentido económico, naturalmente, puesto que allí radica la base objetiva de todo lo demás; pero también mercado cultural, en el sentido de comunidad de vivencias y símbolos nacionalmente compartidos. ahora bien, un mercado de tales características solo puede construirse sobre la base de la disolución de la matriz precapitalista: el precapitalismo es, por definición, un factor de disgregación y no de unificación en el terreno económico y, a fortiori, en el terreno cultural. en este sentido, la creación de las condiciones materiales de existencia de un espacio nacional realmente integrado guarda relación estrecha con el proceso de acumulación originaria que, al imponer un movimiento tendencial de conversión de todos los elementos de la producción en capital constante y capital variable, tiende simultáneamente a crear un mercado nacional tanto de valores (económicos) como de símbolos (culturales). pero tal proceso no es necesariamente lineal ni uniforme. en américa Latina sobre todo, está marcado por un desarrollo desigual en extensión y profundidad, por modalidades y ritmos que varían no solo de país a país sino incluso de región a región, determinando grados diversos de disolución de la base precapitalista previa. de hecho, el proceso de acumulación originaria (realizado en su fase más intensa en el último tercio del siglo XIX), lejos de crear una matriz depuradamente capitalista, impone el predominio del modo de producción capitalista dentro de una abigarrada constelación de modos de producción y formas productivas. al seguir el capitalismo latinoamericano, ulteriormente y por regla general, una vía reaccionaria de desarrollo, la disolución de los elementos precapitalistas deviene un proceso lento y tortuoso, que dificulta la articulación de un mercado interior verdaderamente nacional. Quié68

rase o no, la etapa denominada oligárquica implica una sociedad todavía regionalizada y esta mentalizada; de suerte que no es sino hasta la fase siguiente (de “desarrollo hacia adentro”, como diría la CepaL), que tal mercado empieza realmente a configurarse, simultáneamente con la conformación de un circuito interno relativamente amplio de reproducción del capital. pero aun entonces el problema de la heterogeneidad estructural de nuestras sociedades persiste, en razón misma de que el tránsito de una fase a otra se ha operado por medio de mutaciones graduales y desiguales, que no mediante una transformación estructural a la vez global y radical. Lo que es más: todo el proceso histórico al que venimos refiriéndonos está estructuralmente determinado por la forma en que américa Latina se inserta dentro del sistema capitalista imperialista mundial; es decir, por una situación de dependencia que no hace más que profundizar el carácter contradictorio de nuestro desarrollo y obstruir, de maneras diversas, la plena conformación de las entidades nacionales. aun cuando las economías latinoamericanas no adquieren la forma de economías de “enclave” (caso extremo de deformación estructural), su carácter dependiente determina una malformación del aparato productivo que constantemente obstruye la homogenización del espacio económico nacional. Lo cual, claro es, no deja de repercutir en la forma de desarrollo, desigual, del mercado interior. en estas condiciones, la creación del estado-nación y de la cultura nacional correlativa se torna tanto más difícil cuanto que tropieza con barreras no solamente internas sino además externas. antes mismo de haber construido la unidad nacional, estas formaciones económico-sociales se ven supeditadas y en cierto sentido desvertebradas por los múltiples efectos, incluso culturales, de la dominación imperialista. antes de haber construido las condiciones objetivas y subjetivas de su hegemonía interior, las burguesías criollas se encuentran ya en una situación de subordinación en el plano internacional. de suerte que, glosando aquella cita de marx (cita 24), podríamos afirmar que la sociedad civil latinoamericana, estructuralmente heterogénea y dependiente, tiene una dificultad congénita para “hacerse valer” hacia el exterior como nación independiente y, hacia el interior como estado soberano, capaz de desarrollar con plenitud ese espacio relativamente autónomo de acumulación. por esto, si la investigación sobre la nación es en gran medida una reflexión sobre la “fisonomía” peculiar de una formación social determinada, habría que concluir que en este caso estamos frente a una fisonomía tensa y todavía incompleta, en constante búsqueda de su propia identidad. 69

VII. aLgunos rasgos deL desarroLo CuLturaL LatInoamerICano por las razones que acabamos de señalar, las clases dominantes locales han sido, por regla general, históricamente incapaces de asumir la “dirección intelectual y moral” de nuestras sociedades y, por ende, de regir claramente el proceso de conformación de una cultura nacional latinoamericana. el hecho de que el capitalismo no se haya desarrollado aquí por una vía democrática25 ciertamente les ha impedido nutrirse de la savia popular, asimilarla y desarrollar con sus ingredientes una sólida cultura burguesa nacional, legitimándose al mismo tiempo como clase. Y la misma situación de dependencia les ha vedado buscar y robustecer sus “señas de identidad” diferenciales. en lo que a su vinculación con los intelectuales concierne, esas clases han dispuesto, por idénticas razones, de un margen muy estrecho de “cooptación”: la capa de intelectuales “orgánicos” del bloque oligárquico-burgués-imperialista ha sido siempre delgada, por decir lo menos. en contraposición dialéctica con lo anterior se han desarrollado en cambio, significativamente, los elementos democráticos y liberadores de nuestra cultura. es más, podría decirse que es en torno de éstos que la auténtica fisonomía nacional de américa Latina ha ido configurándose. oprimida por el cerrojo oligárquico-burgués-imperialista, de hecho las expresiones culturales más altas de nuestro subcontinente corresponden a un movimiento de rebeldía contra él. si en el caso ruso al que aludía Lenin podía decirse, con razón, que la cultura nacional es “en general, la cultura de los terratenientes, de los popes y de la burguesía” (ver cita 5); en el caso latinoamericano no cabría afirmar legítimamente lo mismo. Y no se trata, desde luego, de que la cultura burguesa imperialista no sea aquí la cultura dominante: sin duda lo es, pero no de manera omnímoda ni sin una fuerte resistencia. por eso, tal cultura raras veces aparece como la expresión de una suave “hegemonía”, sino más bien, en perspectiva histórica, como un proceso de constante contrarrevolución cultural. a las armas de una cultura nacional bastante crítica, el bloque dominante frecuentemente no tiene otra cosa que oponer que la crítica de unas armas sin mayor alternativa cultural nacional. es sintomático, por lo demás, el que en gran parte de los países lati25 La tesis de que el capitalismo latinoamericano se desarrolló por una vía exactamente contraria, la oligárquico-dependiente, hemos expuesto ampliamente en nuestro libro El desarrollo del capitalismo en América Latina, méxico, siglo XXI.

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noamericanos la verdadera intelectualidad “orgánica” de aquel bloque se encuentre en los institutos castrenses, antes que en las universidades y otros centros propiamente culturales. dada la articulación particular de las contradicciones estructurales en américa Latina, el desarrollo cultural de esta área presenta por lo demás ciertos rasgos específicos que conviene destacar. en lo que se refiere a la relación de la cultura popular con la cultura de los intelectuales, sin duda existen aquí muchos más vasos comunicantes que en el caso de la europa contemporánea, por ejemplo. Baste a este respecto recordar un hecho. La cultura progresista que empieza a desarrollarse a partir de los años veinte de este siglo, aproximadamente, se propone como principal tarea la recuperación de los materiales vernáculos, “criollos”, regionales, etcétera, con los cuales inicia una especie de acopio originario de formas y símbolos propios que, a la par que representa un primer intento de articulación de una cultura genuinamente democrática, constituye también la expresión primera de la configuración de un espacio relativamente autónomo de acumulación cultural. este es incluso el momento en que, al ser literaturizada a partir de sus manifestaciones populares, el habla latinoamericana conquista su autonomía relativa, dejando de depender de los paradigmas expresivos de las respectivas “madres patrias”. el que la cultura nacional vaya conformándose a partir de lo que hasta entonces había sido una amalgama de elementos dispersos a nivel local o regional, no significa, sin embargo, que ella adolezca de provincianismo o enclaustramiento. por el mismo hecho de nuestra temprana incorporación al sistema capitalista mundial (siglo XVI), el horizonte cultural de américa Latina rebasa el ámbito de lo estrictamente nacional. al menos, así lo visualizan sus pensadores más avanzados, desde un José martí, con su célebre frase: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”26; hasta un tomás Borge, con su convicción de que nuestra cultura ha de ser “una cultura universal pero que sea capaz de poner en vigencia sus propias raíces”27. Lo cual no quiere decir, en modo alguno, que la conformación y afirmación de nuestra identidad nacional no tenga que pasar por una cierta perspectiva nacionalista. Como lo expresara adecuadamente mariátegui:

26 “nuestra américa”, en José martí, Política de Nuestra América, 2a. ed., méxico, siglo XXI, 1979, p. 40. 27 discurso pronunciado el 18 de enero de 1981.

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“el nacionalismo de las naciones europeas –donde nacionalismo y conservatismo se identifican y circunstancian– se propone fines imperialistas. es reaccionario y antisocialista. pero el nacionalismo de los pueblos coloniales –sí, coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política– tiene un origen y un impulso totalmente diversos. en estos pueblos, el nacionalismo es revolucionario y, por ende, concluye con el socialismo. en estos pueblos la idea de la nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha agotado su misión histórica”28. Y no cumplirá esta trayectoria ni agotará tal misión en tanto no se rompan los vínculos de dependencia con el imperialismo y se erradiquen todas sus secuelas. por eso, el nacionalismo consecuente tiene un contenido antiimperialista, a la vez que engarza con las luchas en pro del socialismo, en la medida en que nuestra opresión nacional es precisamente producto de la inserción de américa Latina en el sistema capitalista. Los mejores perfiles de nuestra cultura nacional han sido, por esto, forjados en un movimiento de rechazo al sistema capitalista imperialista y su cultura de clase, que en américa Latina ha hecho sentir sus efectos más aberrantes. en el curso de este movimiento se ha recuperado ya gran parte de nuestras raíces telúricas y ancestrales, así como nuestras más altas tradiciones, pero no con espíritu pasatista ni chauvinista, sino como formas y símbolos de una empecinada voluntad de configurar un rostro propio que refleje el no menos tenaz designio de llevar adelante las urgentes tareas de liberación. en este terreno queda desde luego mucho por hacer, pero las bases están sentadas y el derrotero señalado. Hay en todo caso una partida que no podemos perder.

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op. cit., p. 221.

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problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia La teoría de la dependencia, al menos en su vertiente de izquierda, que es la que aquí nos interesa analizar, nace marcada por una doble perspectiva sin la cual es imposible comprender sus principales supuestos y su tortuoso desarrollo. por una parte, surge como una violenta impugnación de la sociología burguesa y sus interpretaciones del proceso histórico latinoamericano, oponiéndose a teorías como la del dualismo estructural, la del funcionalismo en todas sus variantes y, por supuesto, a las corrientes desarrollistas. Con esto cumple una positiva función crítica, sin la cual sería imposible siquiera imaginar la orientación actual de la sociología universitaria en américa Latina. por otra parte, emerge en conflicto con lo que a partir de cierto momento dará en llamarse el marxismo “tradicional”. ahora bien, toda la paradoja y gran parte de la originalidad de la teoría de la dependencia estriba, no obstante, en una suerte de cruzamientos de perspectivas que determina que, mientras por un lado se critica a las corrientes burguesas desde un punto de vista cercano al marxista, por otro se critique al marxismo-leninismo desde una óptica harto impregnada de desarrollismo y de concepciones provenientes de las ciencias sociales burguesas. el debate sobre feudalismo y capitalismo en américa Latina, que derramó mucha tinta y sembró no poca confusión teórica, es, sin duda, el ejemplo más claro, aunque no el único, de lo que venimos diciendo. debate situado aparentemente en el seno del marxismo, es el que gunder frank y Luis Vitale1 sostuvieron con la “izquierda tradicional”. tiene este empero, la particularidad de que los autores se formulan tesis que solo se vuelven comprensibles a condición de abandonar la teoría marxista. en efecto, y siempre que uno haga caso omiso de El Capital y se ubique de lleno en la óptica de la economía y la historiografía no marxistas, las aseveraciones de frank y Vitale se tornan límpidas e irrefutables. definido el capiI Luis Vitale nunca formuló, desde luego, una teoría de la dependencia. pero sí trabajos suyos, como el titulado América Latina: ¿feudal o capitalista? alcanzaron tanta difusión, es porque se inscribían dentro de una perspectiva teórica que ya empezaba a pensar nuestra problemática en términos izquierdistas, pero que visiblemente se alejan de los del marxismo-leninismo.

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talismo como economía monetaria y el feudalismo como economía de trueque o, en el mejor de los casos, como economía “abierta” y economía “cerrada”, respectivamente, pocas dudas caben de que el capitalismo se instaló plena y profundamente en américa Latina no solo desde su cuna sino desde su concepción, como llegó a decirse. para demostrarlo, ni siquiera era menester realizar nuevas investigaciones históricas –y en efecto nadie se tomó el trabajo de hacerlas–; bastaba retomar los materiales proporcionados por la historiografía existente y demostrar que en el período colonial hubo moneda y comercio. se podía seguir, en suma, aunque no sin caricaturizarlo, un razonamiento análogo al que permite a pirenne afirmar la existencia de capitalismo en la edad media, a partir del siglo XII por lo menos2. todo esto, envuelto en una especie de mesianismo cuya lógica política resulta, además, imposible de entender; a menos de tomarla como lo que en realidad fue: una ilusión de intelectuales. Las que aparecían entonces como nuevas líneas revolucionarias en américa Latina, esto es el castrismo y el maoísmo, *se habían constituido desde luego con mucha anterioridad al “descubrimiento” del carácter no feudal de la Colonia; y, en cuanto a la táctica de frentes populares que se quería impugnar, era obvio que no iba a derrumbarse con el solo retumbar de estas nuevas trompetas de Jericó. el frente que se formó en francia en 1936, por ejemplo, no necesitó hablar de feudalismo para sustentarse. sea de ello lo que fuere, lo que importa destacar aquí es esta primera gran paradoja que envolverá a la teoría de la dependencia “desde su cuna”: la de constituirse como un “neomarxismo” al margen de marx. Hecho que pesará mucho en toda la orientación de la sociología latinoamericana contemporánea y terminará por ubicar a dicha teoría en el callejón sin salida en el que actualmente se encuentra. esta situación ambigua debilitará incluso las críticas hechas a las teorías burguesas del desarrollo y el subdesarrollo, en la medida en que sus impugnadores permanecen, de una u otra manera, prisioneros de ellas. es lo que ocurre con gunder frank, por ejemplo, quien en su ensayo La sociología del desarrollo 2 Cfr., por ejemplo, su Historia económica y social de la Edad Media, méxico, fondo de Cultura económica, 1969. p. 119 y ss. *Lo que en determinado momento se denominó “castrismo”, evolucionó en Cuba hacia un sólido marxismo-leninismo; en los demás países de américa Latina el proceso fue más complejo. en cuanto al maoísmo, está convertido en la actualidad en la extrema izquierda del imperialismo. Las referencias que aquí se hacen a trabajos de mao deben tomarse como simples referencias teóricas, que jamás implicaron simpatía alguna por la política de pekín (nota de 1979).

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y el subdesarrollo de la sociología, por lo demás muy meritorio, entabla una descomunal batalla con los discípulos de parsons, destinada a saber dónde existen pautas más “universales” de comportamiento, si en los países desarrollados o en los subdesarrollados3; embarcándose en una polémica barroca de la que ni siquiera es seguro que resulte vencedor. después de todo, la mistificación de los parsonianos no radica en el hecho de encontrar en los países subdesarrollados orientaciones de conducta, que en realidad pueden darse en áreas donde el modo de producción capitalista aún no se ha desarrollado suficientemente; sino en sustituir el análisis de las estructuras por el de sus efectos más superficiales y presentar a éstos como las determinaciones últimas del devenir social. el mismo debate sobre el dualismo estructural, tesis burguesa que en realidad era menestar impugnar, parece desembocar a menudo en la simple recreación de un dualismo de signos invertidos, en el que el planteamiento y por lo tanto los elementos básicos del análisis no cambian, sino solo su papel. en las Siete tesis equivocadas sobre América Latina de rodolfo stavenhagen, por ejemplo4, los sectores “tradicional” y “moderno” siguen presentes como unidades analíticas fundamentales, con la única diferencia de que ahora ya no es el sector “tradicional” el causante del atraso sino más bien el sector “moderno”. por eso, la misma teoría del colonialismo interno, al menos tal como es presentada en las Siete tesis, dificulta el análisis de clase en vez de facilitarlo; conduciendo, además, a conclusiones sumamente cuestionables como aquella de la séptima tesis, en donde se formula la inviabilidad de la alianza obrero-campesina en Latinoamérica, aduciendo que “la clase obrera urbana de nuestros países también se beneficia con la situación de colonialismo interno”. el propio autor parece haber sentido las limitaciones de este tipo de enfoque, por lo que reformulará posteriormente su tesis del colonialismo interno en términos de combinación de modos de producción5, retomando de este modo uno de los conceptos centrales del marxismo clásico, que en las Siete tesis aparecía más bien catalogado como una sofisticada variante del dualismo estructural.

3 Cfr. Desarrollo del Subdesarrollo, méxico, escuela nacional de antropología e Historia,1969. p. 34 y ss. 4 stavenhagen no formula en rigor una teoría de la dependencia y, lo que es más, se aparta del horizonte teórico de ésta en sus trabajos más amplios. pero las Siete tesis se escriben indudablemente bajo la influencia de los autores dependentistas y constituyen en cierta medida el manifiesto de toda una generación. 5 Véase su intervención en el seminario sobre clases sociales realizado en oaxaca en 1971, reproducida en Las clases sociales en América Latina, méxico, siglo XXI, 1973, pp. 280-281.

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de todas maneras hay en este trabajo de stavenhagen, y sobre todo en los de frank, la presencia de un esquema en el cual la explotación y por tanto las contradicciones de clases son remplazadas por un sistema indeterminado de contradicciones nacionales y regionales que, justamente por su indeterminación, no deja de plantear serios problemas desde un punto de vista estrictamente marxista. a este respecto, antes que preguntarse si el modelo frankiano, por ejemplo, es compatible o no con un análisis de clase; resulta importante constatar que en ensayos como el titulado Chile: el desarrollo del subdesarrollo, la lucha de clases está simplemente ausente, pese a que en dicho país, hasta donde sabemos, la historia no parece ser muy pobre en este aspecto. este desplazamiento que convierte a los países y regiones en unidades últimas e irreductibles del análisis, es el que confiere, además, un tinte marcadamente nacionalista a la teoría de la dependencia, y no porque la contradicción entre países dependientes y estados imperialistas no se dé históricamente, cosa que sería absurdo negar, sino porque un inadecuado manejo de la dialéctica impide ubicar el problema en el nivel teórico que le corresponde: esto es, como una contradicción derivada de otra mayor, la de clases, y que solo en determinadas condiciones puede pasar a ocupar el papel principal. si no nos equivocamos, el único texto en que se aborda este problema de manera sistemática e inequívoca es Imperialismo y capitalismo de Estado, de aníbal Quijano6; pero no. se olvide que tal escrito data de 1972, cuando ya los cimientos de la teoría de la dependencia están bastante resquebrajados y el propio Quijano se encuentra, a nuestro juicio, más cerca del marxismo a secas que de aquella corriente. Y no es únicamente en estos puntos, de por sí importantes, que los nuevos modelos de análisis cojean. antidesarrollista y todo lo que se quiera, la teoría de la dependencia sigue moviéndose, de hecho, dentro del campo problemático impuesto por la corriente desarrollista e incluso atrapada en su perspectiva economicista. ocurre como si el neomarxisdIo latinoamericano, al polemizar con sus adversarios, hubiera olvidado o desconocido la tajante advertencia de marx en la Ideología alemana: “no es solo en las respuestas, sino en las preguntas mismas, donde ya hay una mistificación”. en efecto, la pregunta que se hicieron los desarrollistas al comenzar la década de los sesenta venía ya cargada de ideología, no solo porque al indagar cuáles eran los escollos para un “desarrollo económico-social acelerado y armónico” (?) de nuestros países, escamoteaban la cuestión central (explotación de 6

rev. Sociedad y política. no. 1, Lima, junio, 1972, p. 5.

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clase) y reducían la problemática a la del simple desarrollo indeterminado de las fuerzas productivas, imponiendo así una perspectiva economicista; sino también porque, de hecho tal pregunta involucraba la aceptación de que es posible alcanzar un desarrollo de este tipo –equilibrado, armonioso, sin depresiones ni crisis–, bajo el sistema capitalista. así y todo, la pregunta tenía un sentido y una coherencia, que le eran dados precisamente por la ideología de clase en que se sustentaba. en cambio, ¿qué sentido podría tener para un marxista formularse las mismas preguntas, sin antes desmontar y rehacer toda esta problemática? ¿de qué desarrollo frustrado o frenado se estaba hablando en este caso? frank encontró, desde luego, una fórmula mágica, la del “desarrollo del subdesarrollo” que entre otros supuestos implicaba el de la “continuidad en el cambio”, que eotonio dos santos no tardó en señalar, con razón, como una concepción a-dialéctica7. en realidad se trataba de un mito, tal vez no del eterno retorno, pero sí de la eterna identidad; que, en lugar de introducir una dimensión histórica en el análisis, suprimía la historia de una sola plumada. pero aún así frank tuvo que recurrir a sutiles acrobacias verbales para apuntalar una teoría en que la retórica ocupaba visiblemente las lagunas dejadas por la dialéctica: “al extender esta vieja tesis sobre las regiones más colonializadas y explotadas, para comprender no solo Latinoamérica sino asia y africa también; y, al denominarlas ‘ultrasubdesarrolladas’ en mi exposición en Caracas, los compañeros francisco mieres y Héctor silva michelena objetaron que, conforme a mi ‘teoría’, el ultrasubdesarrollo debería darse no en aquellas regiones anteriormente más colonializadas, sino en las actualmente más colonializadas, y que, de hecho, según silva, el país que sufra más ultrasubdesarrollo en américa Latina es Venezuela. La objeción teórica me pareció correcta y, también, la evaluación del ultrasubdesarrollo venezolano a causa de la ultraexplotación del boom de exportación de petróleo. acordamos denominar, muy provisionalmente este último como un desarrollo ‘activo’ del ultrasubdesarrollo y buscar otra palabra conceptual para el estado ‘pasivo’ del ultrasub (¿o lumpen?) desarrollo de aquellas regiones de exportación de etapas anteriores del desarrollo capitalista mundial”8. en un plano ya más serio, el propio eotonio dos santos entabló una polémica con Lenin, que resulta interesante reconstituir para ver hasta qué punto la teoría de la dependencia y el marxismo-leninismo se movían en órbitas 7 “el capitalismo colonial según andré gunder frank”, Dependencia y cambio social, Cuadernos de estudios socio-económicos no. 11 Ceso. universidad de Chile, 1970. p. 151 y ss. 8 andré gunder frank, Lumpemburguesía: lumpendesarrollo, Chile, prensa latinoamericana, s. a, 1970. p. 37.

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aparentemente muy cercanas, pero en el fondo harto distintas. nos referimos a aquel texto en que dos santos afirma que “la dependencia, conceptuándola y estudiando su mecanismo y su legalidad histórica, significa no solo ampliar la teoría del imperialismo sino también contribuir a su reformulación”9. ¿de qué reformulación se trata exactamente? según eotonio dos santos, de “algunos equívocos en que incurrió Lenin, al interpretar en forma superficial ciertas tendencias de su época. Lenin esperaba que la evolución de las relaciones imperialistas conducirían a un parasitismo en las economías centrales y su consecuente estagnación y, por otro lado, creía que los capitales invertidos en el exterior por los centros imperialistas llevarían al crecimiento económico de los paises más atrasados”. al respecto, Lenin dice textualmente lo siguiente: “La exportación del capital influye sobre el desarrollo del capitalismo en los países en que aquél es invertido, acelerándolo extraordinariamente. si, por este motivo, dicha exportación puede, hasta cierto punto ocasionar un cierto estancamiento del desarrollo en los paises exportadores, esto se puede producir únicamente a costa de la extensión y del ahondamiento del capitalismo en todo el mundo”10. afirmación errónea, a juicio de dos santos, porque: “en primer lugar, Lenin no estudió los efectos de la exportación de capital sobre las economías de los países atrasados. si se hubiera ocupado del tema, hubiera visto que este capital se invertía en la modernización de la vieja estructura colonial exportadora y, por tanto, se aliaba a los factores que mantenían el atraso de estos países. es decir, no se trataba de la inversión imperialista en general, sino de la inversión imperialista en un país dependiente. este capital venia a reforzar los intereses de la oligarquía comercial exportadora, a pesar de que abría realmente una nueva etapa de la dependencia de dichos países”. sí, pero no nos parece nada seguro que, de haberse Lenin ocupado del tema, hubiera modificado lo substancial de su afirmación; al menos en lo que a los países atrasados concierne, entre otras razones, porque Lenin no dice lo que eotonio dos santos le atribuye. en el resumen que éste hace de la tesis de aquél hay una diferencia terminológica que, en el fondo, remite a una diferencia de conceptos y universos teóricos que es el origen de todo el malentendido: Lenin no afirma, en ningún momento, que las exportaciones de capital “llevarán al crecimiento económico de los países más atrasados” sino que dichas 9

Dependencia y cambio social, pp. 41-42.

10 El imperialismo, fase superior del capitalismo, pekín, ediciones en lenguas extranjeras, 1972, p. 80.

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inversiones producirán en estos países un acelerado desarrollo del capitalismo que significará, a la postre, una extensión y ahondamiento de dicho modo de producción en escala mundial. ahora bien, decir que desde 1916, fecha en que Lenin redactó dicho texto, hasta 1969 en que dos santos escribe el suyo, no ha habido una extensión y un ahondamiento del capitalismo en américa Latina, con desarrollo de las fuerzas productivas inclusive, es lisa y llanamente insostenible. ¿Qué ha ocurrido, si no, en nuestros países? Que este desarrollo ha sido desigual y crítico en el sistema en su conjunto y en los países subdesarrollados en particular; así como la causa de la pauperización relativa y, a veces, absoluta de las masas trabajadoras, es un hecho que está fuera de duda; pero no debemos olvidar que, para Lenin, ello forma parte del concepto mismo de desarrollo del capitalismo; que, por lo tanto, no es equivalente a la expresión ideológica crecimiento económico. de no darse esas desigualdades y esa pauperización, anota Lenin en el mismo texto, “el capitalismo dejaría de ser capitalismo, pues el desarrollo desigual y el nivel de vida de las masas semihambrientas son las condiciones y las premisas básicas, inevitables, de este modo de producción”11. Lo que sucede es que dos santos se ubica en una perspectiva diferente, que involucra necesariamente la idea de que, a no ser por la dependencia, américa Latina hubiera tenido un desarrollo mucho más acelerado y armonioso del que en realidad tuvo. admite que hubo una “modernización”, pero ella misma es reconceptualizada como elemento de perpetuación del atraso, en la medida en que éste no es definido en relación con una situación existente en el momento dado, sino en relación con una situación virtual: el desarrollo independiente del capitalismo en américa Latina. Y es que, de hecho, en los autores de la teoría de la dependencia existe, en mayor o menor grado, una como nostalgia del desarrollo capitalista autónomo frustrado; que es, justamente lo que confiere a su discurso un permanente hálito ideológico nacionalista y determina que la dependencia se erija en dimensión omnímoda cuando no única del análisis. Lo que no quiere decir –y esto hay que dejarlo bien sentado– que ellos hayan propugnado el desarrollo capitalista autónomo como panacea para nuestros males: mientras para el nacionalismo reformista este tipo de desarrollo seguía presentándose como el camino más expedito hacia la tierra prometida; para el nacionalismo revolucionario ya no era más que un paraíso irremisiblemente perdido: 11

op. cit., p. 77.

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“pero al aislar a su país, no de toda relación, sino de la dependencia extranjera –escribe gunder frank–, los gobiernos del doctor francia y sus sucesores, los López, lograron un desarrollo nacional estilo bismarkiano o bonapartista como ningún otro país latinoamericano de la época. Construyeron un ferrocarril con capital propio; desarrollaron industrias nacionales y contrataron técnicos extranjeros, –pero sin admitir inversiones– como lo harían los japoneses, décadas más tarde; establecieron la educación primaria fiscal y gratuita, casi eliminando –según testigos contemporáneos– el analfabetismo; y, es más, expropiaron a los grandes latifundistas y comerciantes, en beneficio del régimen más popular de américa, con apoyo de los indígenas guaraníes. Cuando esta política ‘americana’ –que, por cierto, también devino expansionista a mediados del siglo– tropezó con las ambiciones del “partido europeo” en Buenos aires, montevideo, río de Janeiro y en la propia europa, la guerra de la triple alianza venció a la nación paraguaya y diezmó hasta 6/7 de su población masculina. Luego el paraguay también se abrió a la ‘civilización’”12. nostalgia del capitalismo nacional perdido que no deja de ser, por lo menos, paradójica si se piensa que este texto fue escrito en el momento en que el futuro socialista estaba ya instalado en américa, con la revolución Cubana como bandera. La presencia de este trasfondo desarrollista o nacionalista no anula, por supuesto, la validez de muchos análisis concretos, ni resta mérito a investigaciones como la del propio eotonio dos santos en El nuevo carácter de la dependencia, hito notable en el desarrollo de nuestra sociología, que solo citamos a titulo de ejemplo, ya que no es nuestra intención repartir premios y castigos ni hacer historia; sino solo señalar, con la mayor franqueza y precisión, algunos puntos de discrepancia con respecto a la corriente sociológica más vigorosa y difundida en la última década. entre los problemas que esta corriente presenta está, naturalmente, el derivado del uso totalitario de los conceptos “dependencia” y “dependiente”, cuyos límites de pertinencia teórica jamás han logrado ser definidos y cuya insuficiencia teórica es notoria, sobre todo cuando se trata de elaborar vastos esquemas de interpretación del desarrollo histórico de américa Latina. Que este desarrollo, en el siglo XIX, por ejemplo, resulta absolutamente inexplicable si no se toma en cuenta la articulación de nuestras sociedades a la economía mundial, es algo que está fuera de toda duda, como lo está también 12

Lumpenburguesia: lumpendesarrollo, pp. 72-73.

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la enorme contribución que para el conocimiento de este problema han realizado los estudios sobre dependencia. admitido lo cual, uno no puede dejar de constatar, sin embargo, las claras insuficiencias explicativas del concepto “dependencia”, sobre todo cuando se dejan de lado conceptos básicos como: fuerzas productivas, relaciones sociales de producción, clases y lucha de clases; o bien, se los remplaza por categorías tan ambiguas como: “expansión hacia afuera”, colonias de “explotación” o “de población”, “grupos tradicionales” y “modernos”, “integración social”, etcétera. tenemos naturalmente en mientes el libro Desarrollo y dependencia en América Latina, de Cardoso y faletto, cuyas tesis generales se vuelven incluso difíciles, si es que no imposibles de organizar y discutir, en la medida en que todo el discurso teórico de los autores parece remitir constantemente a un doble código y ser susceptible por lo tanto de dos lecturas: una marxista y otra desarrollista, según que uno acentúe talo cual afirmación; ponga de relieve uno u otro concepto; o, simplemente, atribuya diferente significado a los términos (¿conceptos?) tantas veces entrecomillados. pero si nos fijamos, no ya en los ambiguos enunciados teóricos; sino que reflexionamos sobre los análisis históricos concretos, descubrimos de inmediato las lagunas dejadas por la no aplicación de conceptos fundamentales como los arriba señalados. es lo que ocurre por ejemplo en el capítulo III, intitulado “Las situaciones fundamentales en el período de reexpansión hacia afuera” donde parecen escaparse muchos elementos sin los cuales se toma incomprensible la historia –incluso meramente económica– de los países latinoamericanos en ese período y aún más allá de él. tales elementos son, entre otros, los siguientes: Primero, el carácter basicamente precapitalista de américa Latina al iniciarse ese período, lo que implica ya cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas y ciertas relaciones sociales de producción; es decir, una articulación concreta de modos de producción y, por lo tanto, de clase, que de alguna manera determinará la forma de articulación de nuestros países al capitalismo mundial, en un movimiento desde luego dialéctico. Segundo, el proceso de acumulación originaria que en esas condiciones tenía que darse y se dio; no porque américa Latina no hubiera “contribuido” desde antaño a la acumulación originaria en europa, sino justamente por esto: porque su situación colonial le impidió realizar internamente dicho proceso. Tercero, y lo que es más importante, toda la lucha de clases que ello implicó, aunque solo fuese por hechos como el despojo bárbaro a los campesinos desde 81

méxico hasta Chile; la confiscación de los bienes eclesiásticos y las revoluciones liberales en sí mismas, que no necesariamente fueron un juego de niños. Hechos de los cuales se hace caso omiso en el libro en cuestión; pese a que sin ellos resulta imposible entender la revolución mexicana, por ejemplo, sin la cual es incomprensible, a su vez, el ulterior desarrollo del capitalismo en méxico. de la misma manera que, sin hablar de los desembarcos y ocupaciones militares del Caribe y Centroamérica por las fuerzas imperialistas, cosa igualmente omitida en Desarrollo y dependencia, es absolutamente imposible explicarse el desarrollo de esta área, incluyendo la revolución Cubana. tales actos, no lo olvidemos, crearon situaciones verdaderamente coloniales (puerto rico) o semicoloniales (Cuba, santo domingo, Haití, nicaragua, etcétera), que el ambiguo término de “enclave” está lejos de describir y, menos aún, de captar su significación histórica. no se trata, pues, de reclamar el análisis de los modos de producción y de las clases sociales por razones “morales” o de principio; sino por ser categorías teóricas fundamentales, sin las cuales ni siquiera se puede rendir cuenta del desarrollo puramente “económico” de la sociedad. Los propios autores de Desarrollo y dependencia parecen admitirlo implícitamente cuando escriben: “¿Hasta qué punto el hecho mismo de la revolución mexicana que rompió el equilibrio de las fuerzas sociales, no habrá sido el factor fundamental del desarrollo logrado posteriormente?”13; “pero son, justamente, la lógica y riqueza de procesos como éste los que dejan escapar al adoptar un modelo teórico que parte del supuesto de que es el tipo de integración de las clases, y no su lucha, uno de los ‘condicionantes’ (?) principales del proceso de desarrollo”14. en general, es el análisis de las clases y su lucha lo que constituye el talón de aquiles de la teoría de la dependencia. para empezar, los grandes y casi únicos protagonistas de la historia que esa teoría presenta son las oligarquías y burguesías, o, en el mejor de los casos, las capas medias; cuando los sectores populares aparecen, es siempre como una masa amorfa y manipulada por algún caudillo o movimiento populista; de suerte que uno se pregunta por qué en Brasil, por ejemplo, se estableció un régimen claramente anticomunista (y no antipopulista), o cómo fue posible que en Chile se constituyera “de repente”un gobierno como el de la unidad popular. además, no deja de ser sintomático

13 14

Desarrollo y dependencia en América Latina, 2a. ed., méxico, 1970, pp. 8-9. op. cit., p. 17.

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el hecho de que, en la década pasada, no se haya producido un solo libro sobre las clases subordinadas a partir de aquella teoría15. en fin, el propio estudio de la burguesía y sus fracciones parece haberse visto interferido por un inadecuado manejo del marxismo. tal es el caso de los análisis sobre la burguesía nacional (media y pequeña), a la que comienza por pedírsele virtudes revolucionarias que jamás poseyó, para luego negar pura y llanamente su existencia en américa Latina. Con el loable propósito de evitar las posiciones reformistas, en este como en otros aspectos, se cae en el otro extremo, la ultraizquierdización del análisis; al borrar de una plumada todas las contradicciones secundarias de la sociedad y la posibilidad de actuar sobre ellas. algo semejante ocurre con los estudios sobre la llamada “oligarquía” a la que se le atribuye, de derecho, una contradicción antagónica con la burguesía industrial; para pasar a señalar, de inmediato, que la originalidad del capitalismo “dependiente” frente al capitalismo “clásico” determina la abolición de aquella contradicción. razonamiento que uno tiene dificultad en seguir, aunque solo fuese por la ambigüedad inherente al término “ligarquí”. en todo caso, si se trata de la aristocracia feudal o esclavista, ella ha sido eliminada de la escena social latinoamericana hace ya bastante tiempo; o convertida, hasta en sus últimos reductos de ecuador o Bolivia, en fracción terrateniente semi-capitalista; así que por ese lado no se ve mayor diferencia de fondo entre el desarrollo “clásico”, y el nuestro. Y si por “oligarquía” se entiende simplemente el sector agrario de la burguesía; no se ve en virtud de qué habría que esperar su total eliminación. el desarrollo del capitalismo, clásico o no, convierte a esta fracción de clase en sector no hegemónico, como está ocurriendo por doquier en américa Latina, mas esto es ya otro asunto. observación que nos coloca, además, frente a otro problema presente en la mayoría de los estudios sobre dependencia; problema que consiste en el manejo teóricamente arbitrario de dos modelos: el de un capitalismo “clásico” y un capitalismo “dependiente”, que, a la postre, no son otra cosa que dos tipos ideales, en el sentido weberiano del término. meditemos por ejemplo, en toda la ambigüedad de este pasaje extraído de Desarrollo y dependencia en América Latina: “metodológicamente no es lícito suponer –dicho sea con mayor rigor– que en los países ‘en desarrollo’ se esté repitiendo la historia de los países desarro15 Hay, por supuesto, el libro ya mencionado de rodolfo stavenhagen, pero cuyo marco teórico poco tiene que ver con la teoría de la dependencia.

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llados. en efecto, las condiciones históricas son diferentes: en un caso se estaba creando el mercado mundial paralelamente al desarrollo, gracias a la acción de la denominada bourgeoisie conquerante; y en el otro se intenta el desarrollo cuando ya existen relaciones de mercado, de índole capitalista, entre ambos grupos de países, y cuando el mercado mundial se presenta dividido entre el mundo capitalista y el socialista. tampoco basta considerar las diferencias como desviaciones respecto de un patrón general de desarrollo, pues los factores, las formas de conducta y los procesos sociales y económicos, que a primera vista constituyen formas desviadas o imperfectas de realización del patrón clásico de desarrollo, deben considerarse, más bien, como núcleos de análisis destinados a hacer inteligible el sistema económico social”16. “La historia no se repite”: he ahí una fórmula de perfiles peligrosos, puesto que puede conducir directamente al empirismo, si es que no se precisa su alcance y su contenido. entendida en el sentido de una “originalidad” absoluta de nuestro proceso histórico, esa formula ha sembrado, de hecho, una enorme confusión en las ciencias sociales latinoamericanas; como es fácil comprobar con solo seguir la discusión sobre los modos “coloniales” de producción, supuestamente irreductibles a cualquier categoría antes conocida. Que la historia de américa Latina no es una forma “desviada o imperfecta de realización del patrón clásico de desarrollo”, en eso estamos de acuerdo con Cardoso y faletto; mas no por las razones que ellos aducen, sino porque plantear el problema en términos de “patrones” o “modelos” nos parece substancialmente incorrecto. Lo que existe, al menos desde un punto de vista marxista, no son “patrones” sino leyes, como las del desarrollo del capitalismo, por ejemplo; que se cumplen en américa Latina como por doquier, dentro de condiciones históricas determinadas, claro está, pero cuyo estatuto tiene que ser definido con precisión si no se quiere caer en una teoría de la irreductible singularidad. son esas “condiciones” (sobredeterminaciones) las que aceleran, por ejemplo, el paso de la fase competitiva a la fase monopólica; o las que “ahorran”al capitalismo periférico la necesidad de una “revolución” industrial, al mismo tiempo que entregan a sus masas trabajadoras a una doble explotación: la de la burguesía local, más la de la burguesía imperial, o inversamente si se quiere. Y es en esto, así como en la articulación específica de varios modos de producción, y de varias fases de un mismo modo, donde reside la particularidad del desarrollo histórico latinoamericano; en el que no cabe buscar entonces una 16

op. cit., p. 33.

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excesiva “originalidad”. La historia no se repite al pie de la letra, es cierto; pero “milagros” como el brasileño o como el del propio pinochet tampoco son del todo inéditos. antes que “milagros” de la dependencia son milagros del capitalismo tout court. por eso conviene recordar, metodológicamente, que en la fórmula capitalismo dependiente hay algo que es un sustantivo (capitalismo) y algo que es un adjetivo (dependiente) y que, por lo tanto, la esencia de nuestra problemática no puede descubrirse haciendo de la oposición capitalismo clásico/capitalismo dependiente, el rasgo de mayor pertinencia, sino a partir de las leyes que rigen el funcionamiento de todo capitalismo. el mantenimiento de aquella oposición como eje central del análisis no es, por lo demás, otra cosa que el testimonio fehaciente de cierta “continuidad en el cambio”; toda vez que representa la traducción a términos aparentemente marxistas del clásico binomio cepalino “centro/periferia”, que frank a su turno, retomó con el nombre de “metrópoli/satélite”. en su afán de mantenerse fiel a la teoría de la dependencia, incluso un autor tan riguroso y ceñido al marxismo como ruy mauro marini se ve obligado a estilizar tanto las situaciones, que a la postre termina trabajando con modelos antes que con leyes. en los capítulos 5 y 6 de su libro Dialéctica de la dependencia, por ejemplo, nos describe una situación específica del capitalismo latinoamericano que consistiría en la existencia de una estructura productiva basada en la sobrexplotación del obrero; la que, a su vez, determinaría una estructura de la circulación escindida: por un lado una esfera orientada hacia el consumo suntuario, que sería la verdaderamente dinámica; y, por otro, la del consumo obrero, deprimida y en constante estancamiento. de suerte que, mientras en la, “economía clásica” es y habría sido el consumo de las masas el motor principal de la industrialización (?); en la “economía dependiente” no ocurriría nada parecido; creándose así, un problema de realización que originaría una tendencia de expansión hacia el exterior, y sería la causa fundamental del subimperialismo. muchos de los problemas planteados por marini son desde luego ciertos; queda, sin embargo, la inquietud de saber si entre el capitalismo llamado clásico y el dependiente existe realmente una diferencia cualitativa que autorice a formular leyes específicas para uno y otro17; o si marini no está simplemente car17 punto sobre el cual las formulaciones teóricas de marini se vuelven, por lo demás, equívocas. en la p. 81 de su obra, habla de “las leyes de desarrollo del capitalismo dependiente”; en la p. 83, se refiere, en cambio, a “la manera cómo se manifiestan en esos países (los de américa Latina, a.e.) las leyes de desarrollo del capitalismo dependiente” (?); mientras en otros pasajes habla de “los grados intermedios

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gando las tintas a fin de volver operables los modelos. se puede poner en duda, por ejemplo, que a la francia de 1930 o 1940 se hubiera podido aplicarle esta afirmación con la que el autor cree describir una especificidad del capitalismo dependiente: “el abismo existente allí, entre el nivel de vida de los trabajadores y el de los sectores que alimentan a la esfera alta de la circulación, hace inevitable que productos como automóviles, aparatos eléctricos, etcétera, se destinen necesariamente a esta última”18. Como se puede dudar también que ramas industriales como la electromecánica (televisores, radiorreceptores, etcétera); la de productos metálicos (muebles, por ejemplo) o petroquímicos (utensilios de material plástico), no estén dinamizadas en gran parte de los países latinoamericanos gracias a cierto consumo popular. después de todo, la imagen de las masas semihambrientas pero provistas de transistores, parece ser más bien “típica” de las situaciones de subdesarrollo19. observaciones con las cuales no queremos decir –repitámoslo una vez más– que el desarrollo de los países dependientes ocurra en la misma forma que el de los países capitalistas hoy “avanzados”; ni que la situación de las masas sea idéntica en ambos casos. tanto la dominación y explotación imperialista, como la articulación particular de modos de producción, que se da en cada una de nuestras formaciones sociales, determinan que incluso las leyes propias del capitalismo se manifiesten en ellas de manera más o menos acentuada o cubiertas de “impurezas” (como en toda formación social, por lo demás); pero sin que ello implique diferencias cualitativas capaces de constituir un nuevo objeto teórico, regido por leyes propias; ya que la dependencia no constituye un modo de producción sui genero (no existe ningún “modo de producción capitalista dependiente”, como en cierto momento llegó a decirse) ni tampoco mediante los cuales esas leyes (las leyes generales del capitalismo, a.e.) se van especificando”, p. 99; afirmaciones que no son exactamente equivalentes. Cfr. Dialéctica de la dependencia, méxico, era, 1973. 18 op. cit., p. 72. 19 Incluso decir, como lo hace marini, que el proceso de industrialización en américa Latina se frenó por “la compresión permanente que ejercía la economía exportadora sobre el consumo individual del obrero” (Dialéctica de la dependencia, p. 61) es solo parcialmente cierto. La situación que describe peter Klaren, por ejemplo, en su libro La formación de las haciendas azucareras y los orígenes del Apra. (moncloa, Lima, 1970), no es una situación en la cual los obreros de la plantación no tienen acceso a bienes industriales; la tienen, y justamente por eso la compañía redobla su negocio instalando grandes tiendas donde se venden artículos... importados, cosa que está lejos de contribuir al desarrollo industrial del perú por razones obvias, pero que no corresponden al mecanismo descrito por marini.

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una fase especifica de modo de producción alguno (comparable a la fase imperialista del m. p. c., por ejemplo); sino que es la forma de existencia concreta de ciertas sociedades20 cuya particularidad tiene que ser desde luego estudiada. nuestra tesis es, por lo tanto, la de que no hay ningún espacio teórico en el que pueda asentarse una “teoría de la dependencia”, marxista o no; por la misma razón que no la hubo ni en la rusia de Lenin, ni en la China de mao; aunque en todos estos casos haya, naturalmente, complejos objetos históricos concretos cuyo conocimiento es necesario producir a la luz de la teoría marxista. además de los problemas ya mencionados, la teoría de la dependencia presenta otro, que consiste en el tratamiento no dialéctico de las relaciones entre lo externo y lo interno; lo que lleva, en muchos casos, a la postulación de esquemas mecánicos en los que no queda otro motor de la historia que la determinación externa. aquí, como en puntos anteriores, conviene partir de las tesis de frank, que son las más elocuentes al respecto. en el “mea culpa”, publicado como introducción a Lumpenburguesía: lumpendesarrollo, el autor no deja de expresar su asombro por el hecho de que ernst Halperin haya interpretado su libro Capitalismo y subdesarrollo en América Latina como “una presentación impresionante y convincente de la manera en que, a partir de la Conquista, el destino de los latinoamericanos siempre ha sido afectado por acontecimientos fuera de su continente y fuera de su control”21. frank arguye entonces que ése no es su punto de vista, y para comprobarlo, cita este pasaje del libro comentado por Halperin: “para la generación del subdesarrollo estructural, más importante aún que la succión de su excedente económico... es la impregnación de la economía nacional del satélite con la misma estructura capitalista y sus contradicciones fundamentales... que organiza y domina la vida nacional de los pueblos en lo económico, político y social”22. Luego añade que, “al contrario de aquella ‘impresión’ (la de Halperin, a.q, la dependencia no debe ni puede considerarse como una relación meramente 20 por eso, aun aquel rasgo que marini señala como más típico de éstas; es decir, la sobrexplotación, que se traduce por la compresión del consumo individual del obrero; bien podría enunciarse con un nombre bastante clásico: proceso de pauperización, que en coyunturas a veces prolongadas se realiza, incluso, en términos absolutos. Y en cuanto al problema de la realización de la plusvalía, que el mismo autor plantea, tampoco es del todo inédito; basta recordar la polémica que al respecto mantuvo Lenin con los populistas rusos. 21 op. cit., p. 14. 22 Ibíd., p. 1:5.

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‘externa’ impuesta a todos los latinoamericanos desde afuera y contra su voluntad; sino que es igualmente una condición ‘interna’ e integral de la sociedad latinoamericana, que determina a la burguesía dominante en Latinoamérica; y, a la vez, es consciente y gustosamente aceptada por ella” 23. frank se defiende pues, aquí como en otros ensayos24, de haber realizado y difundido un tipo de análisis en el cual, las determinaciones externas sustituyen y anulan a las determinaciones o contradicciones internas, como núcleo explicativo del desarrollo de américa Latina. ahora bien, el comentario de Halperin es, en realidad, una caricatura de las tesis de frank; pero como toda caricatura, no hace más que acentuar algunos rasgos del original. por eso, lo que a la postre resulta asombroso no es tanto el que Halperin y otros hayan leído sin la debida atención a frank; sino el que frank se haya leído mal a sí mismo o no haya tomado conciencia de las implicaciones teóricas de lo que escribía. suyas son, después de todo, las siguientes afirmaciones: “si es el status de satélite el que genera el subdesarrollo, una relación más débil o menos estrecha entre metrópoli y satélite puede producir un subdesarrollo estructural menos profundo y/o permitir mayores posibilidades de desarrollo local”25. Y: “es importante también para confirmar nuestra tesis, el hecho característico de que ciertos satélites lograron avances temporarios, en el sentido del desarrollo durante guerras o depresiones ocurridas en la metrópoli, las cuales debilitaron o redujeron momentáneamente la dominación de ésta sobre la vida de los satélites”26. ¿piensa realmente frank que esos avances se debieron a que los satélites se “desimpregnaron” en ese momento de su estructura capitalista, o más bien realiza un “cuasi experimento” destinado a mostrar cómo un elemento exterior (crisis o depresión en la metrópoli) determina, en este caso favorablemente, el desarrollo del satélite? sus análisis concretos sobre Chile no dejan lugar a dudas: “estimulada por la depresión y por la caída de las importaciones industriales provocadas por la guerra, la producción de la manufactura chilena aumentó en un 80% entre 1940 y 1948; pero solo un 50% entre 1948 y 1960. en otras palabras, durante el primer lapso de ocho años la tasa no acumulativa anual de la producción industrial fue del 10%; y en los doce años que siguieron a la recuperación metro23 Ibíd.,

p. 1:5. Cfr. “La dependencia ha muerto, viva la dependencia y la lucha de clases”, Sociedad y desarrollo. santiago de Chile, Ceso-pLa, no. 3, julio-septiembre, 1972, p. 228. 25 “Chile: el desarrollo del subdesarrollo”, Monthly Review, selecciones en castellano, 2a. ed., s.f., p. 20. 26 op. cit., p. 21. 24

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politana, la tasa de crecimiento de la manufactura bajó al 4%. desde entonces el promedio siguió descendiendo hasta tocar el cero; y, a veces, más abajo”27. Que los autores cepalinos vean el desarrollo industrial de Chile, a principios de los años cuarenta, como un desarrollo “inducido” por una crisis en las “economías centrales”, que obligó a realizar una “substitución de importaciones” en los países “periféricos”, parece lo más normal del mundo: se trata de una interpretación prudente y oficial. pero que un autor como frank ignore la existencia de ciertas luchas sociales en Chile; el triunfo del frente popular de aguirre Cerda en el año 38, y la consiguiente implantación de una política planificada que “algo” tuvo que ver con la industrialización del país (en condiciones nacionales e internacionales determinadas, claro está), es un hecho ya más grave. demuestra los límites a los que puede llegar una “revolución” teórica que, para superar al marxismo “tradicional”, no vacila en remplazar la lucha de clases por la “sustitución de importaciones” como motor de la historia. ninguno de los teorizantes de la dependencia ha llegado, desde luego, a manejar un esquema tan simplista como el de frank. sin embargo, ideas como la de que la industrialización de américa Latina es explicable por las sucesivas crisis en el “centro” parecen ser harto difundidas; pese a que basta con revisar las tasas de crecimiento de la industria fabril, en cualquier país latinoamericano entre 1929 y 1935, por ejemplo, para darse cuenta de que se trata de un simple mito. mas, el hecho mismo de que el mito haya podido prender, demuestra hasta qué punto llegó a arraigar en nuestra sociología el esquema determinista mecánico difundido por frank y los autores cepalinos*. es cierto que en autores como Cardoso y faletto hay un importante esfuerzo por superar dicho esquema a través de planteamientos como el siguiente: “se hace necesario, por lo tanto, definir una perspectiva de interpretación que destaque los vínculos estructurales entre la situación de subdesarrollo y los centros hegemónicos de las economías centrales; pero que no atribuya a estos últimos la determinación plena de la dinámica del desarrollo. en efecto, si en las situaciones de dependencia colonial es posible afirmar con propiedad que la historia y –por ende el cambio– aparece como reflejo de lo que pasa en la metrópoli; en las situaciones de dependencia de las ‘naciones subdesarrolladas’ la dinámica social es más compleja. en ese último caso hay, desde el comienzo, una doble vinculación del 27

op. cit., p. 142. *Quiero hacer notar que todos los autores dependentistas, sin excepción, aceptaron la tesis de la industrialización “por substitución de importaciones”, al menos hasta el momento en que este trabajo fue redactado (nota de 1979).

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proceso histórico que crea una “situación de anbigüedad”; es decir, una contradicción nueva. desde el momento en que se plantea como objetivo instaurar una nación –como en el caso de las luchas anticolonialistas– el centro político de la acción de las fuerzas sociales intenta ganar cierta autonomía al sobreponerse a la situación de mercado; las vinculaciones económicas, sin embargo, continúan siendo definidas objetivamente en función del mercado externo y limitan las posibilidades de decisión y acción autónomas. en eso radica, quizá, el núcleo de la problemática sociológica del proceso nacional de desarrollo en américa Latina”28. pero aún aquí las limitaciones son evidentes. en primer lugar, y como lo señaló oportunamente Weffort29, la contradicción entre un estado nacional políticamente independiente y una economía nacional dependiente (del mercado mundial) resulta abstracta, por decir lo menos, si es que no se liga a un riguroso análisis de clase. en el caso ecuatoriano, por ejemplo, ¿qué contradicción podía haber entre el estado nacional de la incipiente burguesía agro-mercantil y la economía mundial de mercado; siendo que esa burguesía se había sumado a la lucha independentista justamente para conseguir la abolición de las trabas comerciales impuestas por españa, que le impedían desarrollarse como clase? si contradicción hubo entre estado independiente e incorporación al mercado mundial en el caso mencionado, no fue otra que la que se estableció entre esa burguesía y los terratenientes feudales, cuyos rudimentarios “obrajes” no tardaron en desaparecer ante la competencia de los géneros importados. es decir, una contradicción de clase que aquí remitía, incluso, a una contradicción entre modos de producción; que naturalmente, no dejó de reflejarse a nivel del estado nacional, y en las relaciones de éste con los centros metropolitanos. es por lo tanto esa contradicción interna –a cuyo desarrollo desde luego no es ajeno el de la economía capitalista mundial– la que permitirá comprender los aspectos contradictorios y no contradictorios de la relación entre el estado ecuatoriano y el “mercado externo”. en segundo lugar, la aseveración de que “en las situaciones de dependencia colonial es posible afirmar con propiedad que la historia –y por ende el cambio– aparece como reflejo de lo que pasa en la metrópoli”, es profundamente reveladora de cómo el esquema frankiano no está totalmente superado por Cardoso y faletto; sino solo relegado a la etapa en que no existía aún el estado nacional,

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Desarrollo y dependencia..., pp. 28-29. Notas sobre la "teoría de la dependencia": ¿teoría de clases o ideología nacional?, méxico, aBIIs-unam, s.f.

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único elemento capaz de introducir cierto nivel de contradicción. pero ¿cómo explicar, a partir de esta visión nacionalista de la historia, los levantamientos de los encomenderos a mediados del siglo XVI; la secular lucha de los araucanos; las continuas rebeliones populares y, finalmente, la dependencia? ¿fue esta última, por ejemplo, un simple “reflejo” de la crisis por la que en ese momento atravesaba la metrópoli? dicha crisis fue sin duda uno de los elementos que configuraron la compleja situación en que pudo triunfar el movimiento independentista latinoamericano; mas ello no autoriza a establecer un determinismo tan mecánico, que bien podría llevamos con igual legitimidad, a afirmar que los tiempos han cambiado tanto que ahora la situación de las metrópolis es un “reflejo” de lo que sucede en las colonias, como los recientes acontecimientos de portugal lo estarían demostrando. Hay, pues, un problema en el tratamiento de la relación externo-interno, que, a nuestro juicio, no ha sido adecuadamente resuelto por la teoría de la dependencia. de hecho, ésta parece oscilar entre una práctica en la que la determinación ocurre siempre en sentido único (lo que sucede en el país dependiente es resultado mecánico de lo que ocurre en la metrópoli), y una “solución” teórica que es estrictamente sofística y no dialéctica: no hay, se dice, diferencia alguna entre lo externo y lo interno, puesto que el colonialismo o el imperialismo actúan dentro del país colonizado o dependiente. esto último es cierto, ya que de otro modo se trataría de elementos no pertinentes, ajenos simplemente al objeto de estudio; pero hay una sofisma en la medida en que de esa premisa verdadera se derive una conclusión que ya no lo es: ese “estar adentro” no anula la dimensión externa del colonialismo o el imperialismo, sino que más bien la plantea en toda su tirantez. el capital imperialista invertido en la explotación del petróleo ecuatoriano, por ejemplo, está en el interior del país, forma parte de la estructura interna del ecuador y hasta constituye, en el momento actual, el polo hegemónico de su economía. solo que, si por arte de magia suprimimos la dimensión externa del problema (externa a la formación social ecuatoriana), tendríamos que concluir, lisa y llanamente, que el ecuador es un país imperialista puesto que el capital monopólico constituye el polo dominante de su economía. desgraciadamente, lo que penetra en cada nación “dependiente” no es el concepto de imperialismo, sino el imperialismo “de carne y hueso”, con todas las relaciones internacionales que ello implica (relaciones que, por supuesto, no pueden entenderse sin aquel concepto). 91

Weffort tenía razón de hacer notar que “la incorporación de la dimensión externa es obligatoria, pues de otro modo no tendría sentido hablar de las relaciones internas como relaciones de dependencia”30, pero su error consistió en creer que el problema podía resolverse mediante la simple supresión de las premisas nacionales de que había partido la teoría de la dependencia; cuando, en realidad, era menester buscar el fundamento de clase de la relación entre naciones y tratar, dialécticamente, la dimensión externa que ello implica necesariamente. “en oposición a la concepción metafísica del mundo, la concepción dialéctica materialista del mundo sostiene que, a fin de comprender el desarrollo de una cosa, debemos estudiarla por dentro y en sus relaciones con otras cosas; dicho de otro modo, debemos considerar que el desarrollo de las cosas es un automovimiento, interno y necesario, y que, en su movimiento, cada cosa se encuentra en interconexión e interacción con las cosas que lo rodean”, escribe mao en su conocido texto Sobre la contradicción31. gunder frank arguye que, sin embargo, nadie ha logrado todavía “clarificarla suficientemente... cómo debe distinguirse exactamente entre las contradicciones ‘externas’ y las ‘internas’ en el proceso, tal como éste se desenvuelve en una parte determinada del sistema imperialista”32. Y es comprensible que esto le ocurra. para mao, ese misterioso “interno” está constituido por una articulación específica de contradicciones “entre las clases productivas y las relaciones de producción, entre las clases y entre lo viejo y lo nuevo”33, en cada formación social concreta; llámese ésta China, Colombia o argentina; articulación interna que resulta imposible imaginar siquiera en un esquema como el de frank; en donde los conceptos de fuerzas productivas, relaciones de producción, estructura y lucha de clases están simplemente ausentes. este error de la teoría de la dependencia, que consiste en tratar de explicar siempre el desarrollo de una formación social a partir de su articulación con otras formaciones; determina que aun trabajos tan sólidos como Dialéctica de la dependencia desemboque en un verdadero callejón sin salida. Como se sabe, marini sostiene en este libro que en la relación entre países industrializados y países dependientes, en la segunda mitad del siglo XIX –primera fase de nuestra dependencia–, se encuentra ya la clave para entender las diferencias del desarrollo de estas dos áreas. Y aduce para ello buenas razones. 30

Loc. cit. Cinco tesis filosóficas, pekín, ediciones en Lenguas extranjeras, 1971, p. 49. 32 op. cit., p. 51. 33 La dependencia ha muerto..., op. cit., p. 228. 31

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en primer lugar: “el fuerte incremento de la clase obrera industrial y, en general, de la población urbana ocupada en la industria y en los servicios, que se verifica en los países industriales, en el siglo pasado, no hubiera podido tener lugar si éstos no hubieran contado con los medios de subsistencia de origen agropecuario, proporcionados en forma considerable por los países latinoamericanos. esto fue lo que permitió profundizar la división del trabajo y especializar a los países industriales como productores mundiales de manufacturas”34. en segundo lugar, la propia implantación del modo de producción específicamente capitalista en europa, basado en la plusvalía relativa en lugar de la absoluta, no puede explicarse sin considerar la afluencia de productos agropecuarios provenientes de los países dependientes; productos que, obtenidos a precios cada vez más deteriorados, abarataban en el Viejo Continente el valor real de la fuerza de trabajo. en fin, y coadyuvando en el mismo sentido, tendríamos el flujo de materias primas desde la periferia hacia el centro del sistema. He ahí, según marini, el anverso de esta medalla llamada dependencia. su reverso, que es el que más nos interesa, estaría, a su turno, constituido por un contrario dialéctico. esa misma producción exportable, que hace posible la implantación de un modo de producción específicamente capitalista en los países industrializados, tiene como contrapartida, en los países dependientes, el establecimiento de un modo de producción basado en la sobre explotación; es decir, en la remuneración permanente del trabajo por debajo de su valor; sobre explotación que, a su vez, se convierte en un freno para el desarrollo de nuestros países, tal como se vio en páginas anteriores. ahora bien, la novedad del esquema de marini no está en señalar la existencia de un intercambio desigual entre naciones, con la consiguiente transferencia de valores y, en última instancia, de plusvalía; ni en anotar que la baja remuneración de los trabajadores constituye un escollo para la creación de un amplio mercado interno en américa Latina. tampoco en recordar todas las tropelías y exacciones que el imperialismo ha realizado, y realiza, en nuestros países, cosa que marini da por sabida. Lo nuevo está en establecer una relación directa entre la articulación países industrializados-países dependientes (causa) y el desarrollo interno de cada una de esas economías que de ahí se derivaría (efecto). y es en este punto, precisamente, donde el esquema de marini se torna cuestio34

op. cit., p. 21.

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nable, no por falta de coherencia lógica ni de fuerza ideológica, sino porque la realidad histórica se resiste a encajar en él. en efecto, basta pensar en dos casos concretos de la historia de américa Latina –y no muy marginales que se diga– para que la relación causal establecida por marini se rompa en uno u otro sentido. en el primer caso que tenemos en mientes, el de Brasil, uno puede admitir en rigor la tesis de la sobre explotación a condición de no poner reparos teóricos a su concepto mismo (remuneración permanente de la fuerza de trabajo por debajo de su valor) y de entenderlo más bien a partir del “sentido común”; pero en cambio resulta imposible concebir siquiera cómo las exportaciones de café brasileño habrían podido abatir el valor real de la fuerza de trabajo en europa, y contribuir con ello al proceso que marini señala (paso de la plusvalía absoluta a la plusvalía relativa), ya que se trata de un producto netamente superfluo desde el punto de vista de la reproducción de la fuerza de trabajo y cuyo principal consumidor ni siquiera fue la clase obrera. en el otro caso significativo, el de la argentina, uno puede aceptar la incidencia de la exportación de cereales y carnes en la disminución del valor real de la fuerza de trabajo en Inglaterra, por ejemplo, pero entonces resulta harto difícil sostener que ello haya tenido como contrapartida la remuneración de la fuerza de trabajo argentina por debajo de su valor, ni impedido la creación de un mercado interno para la industria de este país. Las masas argentinas de ese período fueron de las pocas aceptablemente nutridas del mundo capitalista en general, y dicho país, el primero de américa Latina en tener un mercado significativo para productos industriales. además, los mismos ejemplos del Brasil cafetalero y la argentina cerealera y ganadera contradicen flagrantemente la afirmación de marini en el sentido de que, sin la contribución de la economía agropecuaria latinoamericana, habría sido imposible liberar la mano de obra que europa necesitaba para su desarrollo industrial. Las áreas abastecedoras de cereales y carne –que por lo demás no siempre coinciden con los países hoy subdesarrollados– y aun una área cafetalera como la del Brasil, se poblaron, en el período en cuestión, con inmigrantes extranjeros; esto es, con la población excedente de europa. ¿Quiere decir todo esto que las tesis de marini no funcionan a nivel de formaciones sociales concretas o que, al menos, pierde pertinencia en algunas de ellas?, ¿Que debería ubicarse entonces en un plano más general? es posible que así sea, pero, en ese caso, ya no estamos ante un proceso de abstracción que lleve al descubrimiento de verdaderas leyes; sino ante generalizaciones cuyo estatuto teórico habría que precisar, definiendo, en primer término, los objetos 94

mismos sobre los que recae la investigación; esto es, lo que marini denomina respectivamente “economía clásica” y “economía dependiente”. por su misma brillantez y rigor, el ensayo de marini pone de relieve las fronteras insuperables dentro de las cuales se mueve toda la teoría de la dependencia. es decir, las limitaciones inherentes a ese prurito inveterado de explicar el desarrollo interno de cada formación social a partir de su articulación con otras formaciones sociales, en lugar de seguir el camino inverso. Y es que la teoría de la dependencia ha hecho fortuna con un aserto que parece gozar de la caución de la evidencia, pero que merece ser repensado seriamente. según dicha teoría, la índole de nuestras formaciones sociales estaría determinada en última instancia por su forma de articulación en el sistema capitalista mundial; cosa cierta en la medida en que se presenta como la simple expresión de otra proposición, ella sí irrefutable: el capitalismo, una vez que ya lo tenemos como dato de base, mal puede ser pensado de otra manera que como economía articulada a nivel mundial. solo que todo ese razonamiento supone que dicho dato (el carácter capitalista de nuestras sociedades) es un dato teóricamente irreductible, que no puede ser concebido como producto permanente de una estructura interna que en cada instante lo está produciendo y reproduciendo; sino que, cuando más, puede ser susceptible de una explicación genética (somos países dependientes porque siempre fuimos de una u otra manera dependientes), explicación que, por lo demás, nos encierra en un circulo vicioso en el que ni siquiera hay lugar para un análisis de las posibilidades objetivas de transformación de nuestras sociedades. por eso, la misma fórmula, aparentemente evidente, de la teoría de la dependencia podría enunciarse de manera estrictamente inversa, para poner de relieve sus limitaciones y su unilateralidad: ¿no será más bien la índole de nuestras sociedades la que determina, en última instancia, su vinculación al sistema capitalista mundial? en rigor, es esta segunda formulación la que está más cerca de la verdad. si la revolución Boliviana de 1952, por ejemplo, hubiera seguido un curso similar al de la revolución Cubana, Bolivia no sería hoy un país dependiente: para serlo (y aquí no estamos hablando de situaciones coloniales o semicoloniales, sino de situaciones de dependencia en sentido restringido), hay que tener como premisa indispensable una estructura interna capitalista, o preñada de fuerzas históricas que tiendan “naturalmente” hacia el capitalismo; de la misma manera que para avanzar al socialismo son necesarias fuerzas internas capaces de romper la estructura existente. esto es indudable, pero no se trata 95

aquí de colocarse “más cerca de la verdad” ni de remplazar una visión adialéctica por otra similar; sino de recordar la doble perspectiva del problema. Ningún error es gratuito, sin embargo. Si la teoría de la dependencia ha enfatizado unilateralmente un aspecto del problema, es debido a su empantanamiento en una problemática desarrollista, con su consiguiente perspectiva economicista no superada totalmente. Solo así se comprende, además, que a partir de tal teoría no se haya producido un solo estudio sobre el desarrollo revolucionario cubano*, caso omitido, incluso, en libros de un horizonte histórico tan amplio como Desarrollo y dependencia en América Latina. La teoría de la dependencia no está desligada, sin embargo, de la Revolución Cubana y, sobre todo, de algunos de los efectos que ella produjo inicialmente en el resto del Continente. ¿Cómo entender, si no, esta extravía mezcla de premisas nacionalistas y conclusiones socialistas, de una epistemología desarrollista y una ética revolucionaria que hemos venido analizando, si no es a partir de un hecho como la Revolución Cubana que, entre otras cosas, produjo una radicalización total de vastos sectores medios intelectuales; desgraciadamente desvinculados del movimiento proletario, tanto orgánica como teóricamente, y que, incluso, llegaron a ufanarse de su “independencia” frente a las organizaciones obreras, como en el caso del mismo Frank o del grupo de Monthly Review? A partir de esta constatación todo se toma en cambio coherente: el predominio omnímodo de la categoría dependencias sobre la categoría explotación; de la nación sobre la clase35, y el mismo éxito fulgurante de la teoría de la dependencia en todos los sectores medios intelectuales. Incluso la ilusión de que con ello se habían superado las “estrecheces” y “limitaciones” del marxismo clásico: ¿y cómo no iba a ser posible esta “superación” teórica, si en la misma práctica política las vanguardias de extracción intelectual creían poder remplazar al proletariado en sus tareas revolucionarias? Si esta hipótesis –seamos cautos– es cierta, el mismo movimiento crepuscular de la teoría de la dependencia hacia fines de la década de los sesenta podría explicarse por razones que irían más allá del simple desarrollo de las contradicciones de tal teoría. Tal vez no sean extraños a este itinerario acontecimientos como el “cordobazo” argentino; la presencia de la clase obrera boliviana en el primer plano de la escena política de su país entre 1970 y 1971, o el ascenso de la Unidad Popular al gobierno en ese mismo momento; es decir, el repunte de las luchas proletarias en vastas zonas del Continente. * El libro de Vania Bambirra sobre la Revolución Cubana apareció con posterioridad a la redacción de este trabajo (nota de 1979). 35 Marini tiene el enorme mérito de ser la excepción en ambos casos.

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pero ¿ha muerto realmente la teoría de la dependencia? más aún, ¿es algo que merezca ser enterrado? ambiguo como siempre, gunder frank tituló a uno de sus más recientes escritos: “La dependencia ha muerto, viva la dependencia y la lucha de clases”. ambiguo, decimos, puesto que no cabe confundir un hecho histórico objetivo con las teorías que a partir de él puedan elaborarse. La dependencia obviamente no ha muerto, ni nadie ha tratado en momento alguno de negar su existencia, ya que es una de las dimensiones más expresivas de nuestra realidad. Los estudios concretos que sobre ella se han hecho siguen y seguirán por lo tanto vigentes, y no como un simple reservorio de datos sino como una cantera inagotable de preocupaciones y sugestiones para la futura investigación. Lo que tal vez haya estallado sin remedio es esa caja de pandora, de la que en un momento dado llegaron a desprenderse todas las significaciones e ilusiones, y que recibió el nombre de teoría de la dependencia. Caja de pandora que desde luego no era un “lugar sin límites” sino un marco de representación de contornos definidos por la idea de que toda nuestra historia es deductible de la oposición “centro-periferia”, “metrópoli-satélite” o “capitalismo clásico-capitalismo dependiente”; eje teórico omnímodo sobre el cual podían moverse desde los autores cepalinos hasta los neo-marxistas. es este movimiento sociológico, cuya sociología queda aún por hacer, el que parece encontrarse ahora en franco declive o en vías de una positiva superación. Lo que empezó como una construcción barroca en gunder frank, tal vez termine, pues, con el edificio neoclásico de marini, en el que se dibujan ya nuevas perspectivas. para no mencionar la clara ruptura operada por aníbal Quijano, por ejemplo, quien en uno de sus últimos trabajos36 no vacila en hablar de la teoría de la dependencia en pasado y retomar la línea general de análisis del marxismo-leninismo, recuperando, incluso, los aportes de uno de sus más grandes pensadores latinoamericanos, José Carlos mariátegui.

36 Cfr. Imperialismo, clases sociales y Estado en el Perú. seminario sobre clases sociales y crisis política en américa Latina, oaxaca, méxico, IIs-unam, junio, 1973.

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el uso del concepto de modo de producción en américa Latina: algunos problemas teóricos La discusión sobre los modos de producción en américa Latina adquiere relevancia a mediados de la década pasada, cuando a partir de ciertos textos de andré gunder frank y Luis Vitale1 se entabla una apasionada polémica sobre el carácter feudal o capitalista de américa Latina2. saturadas de intenciones mesiánicas y coronadas, por eso mismo, de una vasta difusión y aceptación entre los intelectuales del Continente, la tesis de esos dos autores conllevan, sin embargo, una serie de paradojas cuya sola enunciación contribuye a despejar el ámbito de esta discusión. en primer lugar, la tesis del pancapitalismo latinoamericano, esto es, de la existencia del solo y único modo de producción capitalista en américa Latina, desde la conquista ibérica hasta nuestros días, se presentó a sí misma como la premisa indispensable para una correcta línea política, consistente en la aplicación inmediata de la lucha armada destinada a implantar, de manera igualmente inmediata, el socialismo en nuestros países. Y es a este titulo, es decir, en calidad de única postura teórica capaz de producir aquellos efectos políticos; que tal tesis fue convirtiéndose en dirección hegemónica del pensamiento de una intelectualidad. que fascinada por el torbellino de sus elucubraciones ideológicas, fue incapaz de percibir esta primera paradoja que es menester señalar: todos los movimientos que en ese momento estaban luchando, armas en la mano, por la implantación del socialismo, lo hacían convencidos de la existencia de un sector todavía feudal en américa Latina. más aún, y como para acentuar esta ironía histórica, tal convicción era quizás el único punto en

1 de a. g. frank sobre todo Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Buenos aires, signos, 1970; y, de Vitale su artículo “américa Latina: ¿feudal o capitalista?”. también, en su libro Interpretación marxista de la historia de Chile. t. II; el capítulo “La colonia y la revolución de 1810”, santiago de Chile, prensa latinoamericana s. a., 1969. 2 antes, el problema había sido abordado, aunque en términos distintos, por el profesor sergio Bagú; mas, el hecho mismo de que sus tesis, que en realidad datan de 1949, solo hayan sido “redescubiertas” tres lustros más tarde –es decir, con un retraso similar al que sufrió la edición en castellano de la discusión entre sweezy, dobb, Hilton, Lefebvre, Hill y takahashi– demuestra como solo a mediados de los sesenta la situación había “madurado” lo suficiente como para que dicha controversia pudiera adquirir actualidad en américa Latina. Cfr. sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial, Buenos aires, ateneo, 1949 y Estructura social de la Colonia, misma editorial, 1952. asimismo, sweezy et al., La transición del feudalismo al capitalismo, Ciencia nueva, madrid, 1967.

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que no podía registrarse mayor diferencia entre comunistas, maoístas y castristas. La revisión teórica que ciertos intelectuales realizaban por su lado, poco tenía pues que ver con las prácticas revolucionarias, que por otro lado venían efectuándose. en segundo lugar tenemos un hecho que, visto ya con cierta perspectiva histórica, no deja de llamar la atención: ¿qué necesidad había de insistir en que américa Latina nunca fue total o parcialmente feudal, en un momento en que era mucho más fácil demostrar que las formaciones sociales que la componían eran ya predominantemente capitalistas; y que los elementos feudales de su estructura habían pasado a ocupar un plano totalmente secundario en la inmensa mayoría de aquellas formaciones? es evidente que en este punto privó el intelectualismo abstracto de cierta tendencia política, afanosa, por lo demás, de pescar en las aguas, por entonces revueltas, del movimiento marxista internacional. en tercer lugar, es importante observar cómo toda esta polémica se llevó a cabo sin que en ningún momento se aportaran nuevos datos en apoyo de la reciente interpretación del carácter de américa Latina desde sus orígenes. esta interpretación fue por lo tanto producto de simples disquisiciones teóricas a partir de datos u observaciones de historiadores, casi siempre burgueses; y no el resultado de una investigación a fondo de nuestra realidad. Hecho que debe tenerse muy en cuenta en la evaluación de esta discusión. en el ánimo de los sustentadores de la nueva interpretación se trataba desde luego, de un importante trabajo teórico de renovación del marxismo “dogmático” y “tradicional”; mas es aquí, justamente, donde surge la cuarta paradoja, que tal vez sea la más significativa desde cualquier punto de vista: la tesis del pancapitalismo en américa Latina, que se presentaba como la más revolucionaria y auténticamente marxista, solo podía sostenerse, y efectivamente se sostuvo, sobre ciertas bases teóricas proporcionadas por la ciencia social burguesa; que define al capitalismo como una economía “abierta” o por la simple existencia de moneda y comercio; es decir, contradiciendo de plano toda la obra de marx y los otros clásicos del marxismo, que revolucionaron precisamente aquella concepción. Con respecto a este punto no cabe siquiera reabrir la discusión en el momento actual: nadie que haya leído con seriedad las obras de marx (aunque solo fuese el folleto Trabajo asalariado y capital), se arriesgaría hoy a asumir las tesis de frank, sobre las que existen, además, esclarecedores estudios críticos, como el de ernesto Laclau3.

3 “feudalismo y capitalismo en américa Latina”. assadourian et al., Modos de producción en América Latina, Buenos aires, Cuadernos de pasado y presente, no. 40, 1973. también eugenio genovese, Esclavitud y capitalismo, Barcelona, ariel, 1971, p. 102 y ss.

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en fin –last but not least– en este extraño debate, no solo se combatía en nombre del marxismo con armas muy poco marxistas; sino que, además, se embestía contra supuestas interpretaciones marxistas de américa Latina que con frecuencia eran puros molinos de viento. Las tesis de un José Carlos mariátegui, por ejemplo, que en la interpretación de su país descubrió una articulación compleja de, por lo menos, cuatro modos de producción –comunidad primitiva, feudalismo, elementos esclavistas y capitalismo–, en un marco colonial y semicolonial, que tampoco dejó de percibir y analizar, en los Siete ensayos sobre todo, dista mucho de ser la caricatura “dualista” que gunder frank y otros se empeñarán después en rebatir4. revisando con detenimiento esta línea de pensamiento, se descubre, pues, que la discusión sobre los modos de producción en américa Latina nace y se desarrolla enredada en una maraña ideológica que algún día habrá que desentrañar con mayor detenimiento; pero sobre la cual se puede señalar desde ahora su falta total de consistencia teórica, y aun política; al menos desde un punto de vista marxista. Y es que, en rigor, aquellas nuevas tesis pertenecen a la historia de una ideología paramarxista, antes que al desarrollo de la teoría marxista propiamente. ahora bien, lo grave está en que este momento de la discusión, que actualmente parece superado, al menos a nivel de los textos teóricos más serios, ha dejado profundas huellas en el pensamiento social latinoamericano. de hecho, la teoría de la dependencia, corriente hegemónica, durante más de un lustro y que aún sigue ejerciendo cierta influencia, hizo suyas las tesis de frank; o, por lo menos, procedió como si ellas fueran ciertas, abandonando por completo el análisis de la articulación y evolución de los distintos modos de producción en américa Latina. aun los pocos investigadores que se dedicaron a estudiar a fondo el desarrollo histórico de nuestras sociedades, sufrieron las inevitables vacilaciones de quien nada evidentemente contra la corriente o es arrastrado en mayor o menor grado por ella. al respecto, y en virtud de la misma seriedad con que es llevada a cabo su investigación; tal vez uno de los ejemplos más elocuentes sea el del historiador guatemalteco severo martínez peláez, quien, luego de constatar el carácter feudal de su país en la época colonial y aclarar, con sobrada razón, que “no es necesario que haya feudos con castillos feudales para que haya feudalismo”, llega a conclusiones tan literalmente incomprensibles como ésta de que “puede darse 4 Laclau observa, con razón, que “afirmar el carácter feudal de las relaciones de producción en el sector agrario no implica necesariamente mantener una tesis dualista. el dualismo implica que no existen conexiones entre el sector ‘moderno’ o ‘progresivo’ y el ‘cerrado' o ‘tradicional’”, op. cit., p. 37.

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un régimen que no sea típicamente feudal y que ofrezca, sin embargo, un marcado carácter feudal, como fue el caso de guatemala durante la colonia”5. o este otro ejemplo de edelberto torres, quien recurre a una extraña mezcla de marx y max Weber a fin de “resolver” el problema: “Las categorías teóricas no aparecen con claridad cuando en el análisis histórico concreto se utiliza la noción de ‘servidumbre’, ya que, de ese reconocimiento a la calificación de ‘feudal’ solo hay un paso; el contenido de la relación establecida con el peón (o mozo colono) dentro de la hacienda era por cierto más patrimonial que capitalista, en el sentido que la propiedad de la tierra es solo la condición de relación entre la peonada desposeída y el propietario que, al disponer de la fuerza de trabajo, dispone de la persona misma, verificándose de esta manera una cierta e irresistible ‘privatización’ del poder. esto último no obstaculiza la persistencia de rasgos de paternalismo, entendido a la manera weberiana, que también están presentes en la hacienda”6. La discusión que acabamos de evocar se situó, desde luego, en un horizonte político muy complejo; marcado, entre otras cosas, por la crisis del marxismo a nivel mundial (pugna chino-soviética, sobre todo), así como por las complejas repercusiones del proceso de desestalinización. proceso, este último, que si bien liberó a la investigación marxista del cerco dogmático que ciertamente la venía limitando; también dio pábulo a algunas revisiones muy dudosas, ya no de las rigideces teóricas de stalin, sino del marxismo-leninismo a secas. en américa Latina esto ocurrió de manera bastante acentuada por tres razones principales: primera, en virtud de que la intelectualidad “neomarxista” de la década pasada surgió y se desarrolló con una total desvinculación orgánica del movimiento obrero, salvo muy contadas excepciones. segunda, porque una fuerte tradición nacionalista y populista había inculcado en el grueso de la intelectualidad del Continente la convicción de que nuestra historia es tan original, que mal cabe “encajarla” dentro de conceptos y teorías (“moldes”) “foráneos”, venidos de europa en particular7. se trataba, naturalmente, de la justificación ideológica de ciertas vías políticas asimismo “originales”. 5 severo martínez peláez, La patria del criollo: ensayo de interpretación de la realidad colonial guatemalteca, guatemala, editorial universitaria, 1970, p. 621. 6 edelberto torres-rivas, Procesos y estructuras en una sociedad dependiente, Chile, prensa latinoamericana s. a., 1969, p. 66. 7 de los provenientes de los estados unidos se habla, por razones obvias, mucho menos. Cabe aclarar, además, que el mito de la originalidad irreductible de américa Latina data, por lo menos, de principios de siglo, con la teoría del “mestizaje”; se consolida luego con las “soluciones” populistas y por fin cree hallar un fundamento “científico” con la teoría de la dependencia.

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tercera, porque una buena parte de los intelectuales latinoamericanos partían de una formación de base (nos referimos a su formación académica) muy poco marxista y, menos todavía, leninista. desestalinización del pensamiento marxista significó, entonces, para ellos, la posibilidad de leer a marx con lentes weberianos, estructural-funcionalistas o cepalinos. La discusión sobre los modos de producción en américa Latina pasó a ubicarse en este contexto, del que no tardaron en brotar unos cuantos modos de producción “inéditos”, que la historia habria engendrado por vez primera en américa Latina. todo ello, en base a ciertas premisas teóricas que interesa examinar aquí. se cuestionó, para comenzar, el esquema supuestamente “lineal” de la evolución de la sociedad humana, siendo tildadas de “eurocéntricas” las indicaciones que al respecto dejara el propio marx. Ciro Cardoso, por ejemplo, escribió que: “desde el punto de vista teórico, se trata de renunciar a la importación de esquemas explicativos elaborados a partir de otros procesos de evolución; y de reconocer la especificidad de los modos de producción coloniales en américa. pero especificidad en serio, en el sentido fuerte de la palabra: ellos existieron como estructuras dependientes (es decir, la dependencia constituye un elemento esencial de su definición y de su modelo), pero irreductibles a los esquemas eurocéntricos”8. Y es que, para este autor: “tal sucesión de etapas, lejos de poder aplicarse a la historia de cada pueblo y cada región, se refiere específicamente a la evolución del área mediterráneoeuropea tomada en su conjunto. se trata de una vía de evolución entre muchas, pero que en el pensamiento de marx presentaba un carácter de ‘vía típica de evolución’, en la medida que condujo –por primera vez– a una historia verdaderamente mundial, al capitalismo y a la posibilidad de la superación histórica de las sociedades de clases. por otra parte, la región mediterráneo-europea aparece en esa evolución como el epicentro de un proceso mucho más vasto, que interesa a partes cada vez más extensas del mundo. La unidad de: la historia mundial no es, pues, un dato que siempre estuvo presente, como una evidencia ‘natural’; sino que es el producto histórico de uno entre muchos caminos de evolución, cada uno de ellos complejo y no lineal, conociendo no solamente progresos sino también involuciones y estancamientos. en determinadas circunstancias históricamente determinadas, la vía de evolución mediterráneoeuropea pudo desembocar en el desarrollo, por primera vez, de un mercado 8 Ciro flamarion santana Cardoso, “severo martínez peláez y el carácter del régimen colonial”, Modos de producción en América Latina, op. cit., p. 102.

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mundial; primer paso hacia la universalización de la historia humana. Querer encontrar en áfrica, asia o américa procesos evolutivos que comprendan obligatoriamente las mismas fases de la historia mediterráneo-europea constituye, pues, un ejercicio intelectual gratuito y esterilizante, reflejo de un eurocentrismo hoy día desenmascarado”9. ¿eurocentrismo de quién?, cabe preguntar. ¿de Lenin?, puesto que en todo momento luchó contra los populistas propugnadores de una “originalidad” rusa irreductible a los conceptos “europeo-occidentales”, cosa que no le impidió analizar a fondo la especificidad de su sociedad y transformarla. ¿o de mao, quien utilizando conceptos y esquemas “europeos” logró también resultados no desdeñables en los campos teórico y práctico?* La cuestión no puede ser despachada con demasiada ligereza, y el mismo concepto de especificidad, que es pertinente para el caso de cualquier formación social, tiene que ser entendido en sentido marxista y no a la manera de la ciencia social burguesa que, confundiendo los distintos niveles teóricos del análisis, hace de la particularidad un sinónimo de singularidad absoluta, “irreductible”. personalmente me temo que la interpretación que Ciro Cardoso hace del marxismo esté más cerca de una perspectiva weberiana que de una tradición realmente marxista-leninista. Weber creía, en efecto. que era gratuito y esterilizante encerrar la realidad en conceptos “genérico-abstractos” y que de lo que se trataba era más bien de “articularla en conexiones genéticas concretas, de matiz siempre e inevitablemente individual”10; Y sin duda pensaba, también él, que la evolución del área europea occidental era “una vía de evolución entre muchas” (teoría de la contingencia histórica, sin la cual el resto del razonamiento y las investigaciones weberianas carecerían de sentido); vía a la que solo una ética especial pudo conferirle determinado sentido que, sin la incidencia de esa “variable”, bien habría podido ser totalmente distinto. otra me parece ser, en cambio, la perspectiva marxista, que parte de la idea de que existe una determinación entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, que hace que las primeras fijen ciertos límites estructurales a la índole de las segundas; que, por su parte y en lo esencial, no 9

op. cit., p.100. * antes, claro está, de que sugieran la original maoista de “los tres mundos: fundamento de la actual política china (nota de 1979). 10 max Weber, La ética protestante y el capitalismo, Barcelona, península, 1969, p. 42. léase el amplio desarrollo que Weber hace de estas tesis enlas páginas iniciales del cap. II, titulado: “el espíritu del capitalismo”.

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pueden darse en número infinito ya que representan una relación entre pocos elementos11: medios de producción, productores directos y, en el caso de los modos de producción clasistas, no productores que se apropian del excedente. matriz de la que se desprenden, además, las relaciones fundamentales de clase, que tampoco pueden ser, por lo tanto, radicalmente distintas y siempre inéditas, según la historia “peculiar” de cada pueblo, hacienda, aldea o región. Y, de hecho, me parece difícil encontrar en la américa poscolombina otras relaciones básicas de producción que no sean las de esclavitud, servidumbre y trabajo asalariado12; con las consiguientes situaciones mixtas y transicionales, que tampoco son privativas de este Continente, y todas las particularidades y hasta singularidades propias de cualquier formación social; y más todavía, de las formaciones dependientes, coloniales o neocoloniales. observaciones válidas, claro está, a condición de no caer en un empirismo puro y simple; como el que ha llevado a autores como fernando Henrique Cardoso, por ejemplo, a ver en los “ coroneles”, “hacendados del café”, “estancieros”, “ganaderos”, “indios”, “libertos", “agregados”, etc., seres extraños cuya naturaleza social escapa, y tiene necesariamente que escapar, a cualquier intento “tradicional” (marxista) de conceptualización13. actitud teórica que se sitúa exactamente en las antípodas de la de marx; quien, sin desconocer la existencia de esa marafia empírica en que muchas investigaciones se pierden, pensaba que había que partir en busca de una relación económico-social básica, reveladora del “secreto más recóndito” de todo el edificio social. me excuso de citar in extenso un texto que, por lo demás, se supone bastante conocido: “La forma económica específica en que se arranca al productor directo el trabajo sobrante no retribuido, determina la relación de sefiorío y servidumbre tal como 11 “Cualesquiera que sean las formas sociales de la producción, sus factores son siempre dos: los medios de producción y los obreros. pero tanto unos comootros son solamente, mientras se hallan separados, factores potenciales de producción. para producir en realidad, tienen que combinarse. sus distintas combinaciones distinguen las diversas épocas de la estructura social”. El capital, fondo de cultura económica, vol. II, p. 37. 12 pablo gonzález Casanova tiene razón en señalar a éstas como las únicas relaciones básicas de producción en la evolución de este continente; en buscar la especificidad de nuestras formaciones en la combinación, asimismo específica, de tales relaciones, dentro de un sistema colonial que es precisamente el que las articula; pero sin llegar a presentar excluyentes o competitivos los conceptos “colonial” y “dependiente” de una parte, y “esclavista”, “feudal” y “capitalista” de otra. Los reproches que al respecto le hace Ciro Cardoso me parecen desprovistos de fundamentos. Cfr. gonzález Casanova, Sociología de la explotación, siglo XXI, 1973, p. 251 y ss.;y Ciro Cardoso, op. cit., p. 101 y ss. 13 Cfr. Las clases sociales y la crisis política de América Latina, mimeografiado, oaxaca, méxico, Instituto de investigaciones sociales, unam, pp. 18-23, 1973.

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brota directamente de la producción y repercute, a su vez, de un modo determinante sobre ella. Y esto sirve luego de base a toda la estructura de la comunidad económica, derivada a su vez de las relaciones de producción y con ello, al mismo tiempo, su forma política específica. La relación directa existente entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos –relación cuya forma corresponde siempre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo del tipo de trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social– es la que nos revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la construcción social y también, por consiguiente, de la forma política de la relación de soberanía y dependencia, en una palabra, de cada forma específica de estado. “Lo cual no impide que la misma base económica –la misma, en cuanto a sus condiciones fundamentales– pueda mostrar en su modo de manifestarse infinitas variaciones y gradaciones debidas a distintas e innumerables circunstancias empíricas, condiciones naturales, factores étnicos, influencias históricas que actúan desde el exterior, etc., variaciones y gradaciones que solo pueden comprenderse mediante el análisis de estas circunstancias empíricas dadas”14 . texto que además nos ayuda a precisar otro problema. La “definición demasiado estrecha de un modo de producción solo –o principalmente– en función de las relaciones de producción”, que autores como Ciro Cardaso engloban entre las “concepciones dogmáticas”15, es del propio marx, a quien pertenece también la afirmación de que “lo único que distingue unos de otros los tipos económicos de sociedad, v. gr., la sociedad de la esclavitud de la del trabajo asalariado, es la forma en que este trabajo excedente le es arrancado al productor inmediato, al obrero” 16; y, por supuesto, el descubrimiento básico del marxismo, de que el capitalismo o, si se prefiere, el capital, es una relación social (casi huelga aclarar que esta definición del modo de producción a partir de las relaciones sociales de producción no deja de lado el elemento fuerzas productivas, puesto que éstas son el fundamento de aquellas). Cuando se olvida esta cuestión, esencial para entender la historia, que desde la disolución de la comunidad primitiva hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases (concepción que en última instancia, marca la frontera entre el marxismo y la ciencia social burguesa), se cae naturalmente en afirmaciones tan alejadas del marxismo como ésta de andré gunder frank:

14

El Capital, vol. III, ed. cit., p. 733. op. cit., p. 98. 16 El Capital, vol. I, p. 164. 15

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“una fuente de confusión más significativa concierne a la verdadera naturaleza del sistema feudal y, lo que es más importante, del sistema capitalista. Cualesquiera que sean los tipos de relaciones personales que existan en un sistema feudal, lo determinante en él, para nuestro propósito, es que se trata de un sistema cerrado débilmente ligado al mundo exterior”17. o se llega a aseverar, como Luis Vitale, que “la relación entre las clases a veces no coincide del todo con el modo general de producción de una sociedad”18, cosa que habria ocurrido en américa Latina durante, por lo menos, cuatro siglos de capitalismo sin burguesía strictu sensu ni proletariado. no insistamos más en este punto y pasemos más bien a abordar otro tema sobre el que también parece haberse producido una confusión bastante grande en algunas expresiones del pensamiento sociallatinoamericano; se trata de la relación entre el concepto de modo de producción y las situaciones colonial y de dependencia. a este respecto conviene citar una vez más a Ciro Cardoso para quien “las formaciones sociales de américa colonial se caracterizan por estructuras irreductibles a los modos de producción elaborados por marx”, puesto que “la dependencia –que tiene como uno de sus corolarios la transferencia de una parte del excedente económico a las regiones metropolitanas–, por circunstancias propias del proceso genético evolutivo de las sociedades en cuestión, es un dato inseparable del concepto y de las estructuras de dicho modo de producción”19. observación a partir de la cual el autor va muy lejos, ya que no solo cree que ello nos obliga a investigar qué modos de producción inéditos se engendraron por eso en américa Latina, sino que además nos sugiere elaborar un nuevo concepto de modo de producción para éstas áreas: “me parece que los diversos sentidos del concepto de modo de producción mencionados más arriba (los que se encuentran en marx, según Cardoso, aC), no convienen al análisis de los modos de producción coloniales en américa. para llegar a construir su teoría y comprender su carácter esencial, creo que es necesario proponer el concepto –mejor dicho, la hipótesis– de otra categoría: la de modos de producción dependientes”20. paso por encima el hecho, llamémoslo “formal”, de que si definimos el concepto modo de producción a nuestra manera ya no estaríamos hablando de los modos de producción en o de américa Latina, sino de otra cosa a la que hemos decidido lla17 op.

cit., p. 234. Interpretación marxista de la historia de Chile, t. ll, edic. cit., p. 17. 19 Sobre los modos de producción coloniales en América Latina, op. cit., p. 142. 20 Loc. cit. 18

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marla así. Y voy a lo esencial. no se trata de negar que tanto la situación colonial como la de dependencia son situaciones cuya particularidad histórica tiene que ser rigurosamente analizada con los conceptos pertinentes; de lo que se trata es de saber si tales situaciones engendran necesariamente modos de producción originales –“irreductibles”– y por qué razón; de demostrar que el concepto clásico de modo de producción incluye como elemento constitutivo el rasgo no-dependencia; y de averiguar, en fin, si los conceptos modo de producción, de una parte, y situación colonial y situación de dependencia, de otra, se ubican en el mismo plano teórico. Ciro Cardoso tiene razón al recordamos que “no hay, en los textos de marx, una verdadera teoría de los modos de producción coloniales”21, pero a mi juicio yerra al suponer que ello se debe a que marx no alcanzó a desarrollar tal teoría; es decir, al atribuir tal “laguna” a una situación de hecho y no de derecho. personalmente creo que no hay tal teoría en marx porque, desde su perspectiva, los dos conceptos, modo de producción y colonial, se sitúan en niveles distintos de abstracción, correspondiéndoles, por lo tanto, distintos rangos teóricos. por eso, marx puede escribir en los Grundrisse, por ejemplo, lo siguiente: “en cuanto a las conquistas hay tres posibilidades. el pueblo conquistador impone al conquistado su propio modo de producción (lo que los ingleses hicieron en Irlanda en nuestra época, y en un grado menor en la India); o bien deja subsistir el antiguo modo de producción y se contenta con extraer un tributo (a la manera de los turcos y de los romanos); o bien se establece una interacción que da lugar a una forma nueva, una síntesis (lo cual realizaron las conquistas germánicas en algunos países)”22. ni en éste ni en ningún otro texto marx ha concebido siquiera la idea de que las situaciones coloniales, semicoloniales o de dependencia engendran, por principio, modos de producción cualitativamente distintos de los de las áreas metropolitanas, y requiriesen, por su sola “dependencia”, una nueva conceptualización. Y casi huelga aclarar que tal idea nunca afloró tampoco a la mente de Lenin, mao o mariátegui. Cuando en los textos de marx y engels el modo de producción de los pueblos conquistados difiere del de sus conquistadores, ello no obedece a la relación de dependencia sino siempre a una determinación, en última instancia de las fuerzas productivas sobre las relaciones sociales de producción y la “forma” toda de la comunidad: “en última instancia –escriben marx y engels en La Ideología alemana–, la toma de posesión tiene un final rápido en cualquier parte y, cuando no queda ya nada 21 22

op. cit., p. 135. Fundamentos de la crítica de la economía política, La Habana, Instituto del libro, t. 1, 1973,

p. 35.

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que tomar, no hay más que ponerse a producir. La necesidad de producir, que se manifiesta enseguida, motiva el que la forma de comunidad adoptada por los conquistadores ocupantes corresponda al grado de desarrollo de las fuerzas productivas encontradas y, si esto no ocurre de principio, la forma de comunidad tiene que irse transformando en función de las fuerzas productivas”23. por lo demás, y criterios de autoridad aparte, uno puede ver el problema con bastante claridad en la américa Latina actual. Los países que la conforman, con excepción de Cuba, son sin duda países dependientes; sin embargo, sería absurdo decir que por ese hecho están regidos por un modo de producción irreductible al concepto “europeo” modo de producción capitalista; o pretender elaborar toda una teoría de la “forma de producción mercantil simple dependiente”, por ejemplo. La misma expresión “modo de producción capitalista dependiente”, que alguna vez se deslizó en ciertos textos, no es ahora más que eso: un desliz, en el cual los propios autores se cuidan mucho de insistir. por lo demás, resulta interesante reflexionar en el caso de puerto rico, que es sin duda un país colonial, y preguntarse qué sucede allí: ¿estamos ante un nuevo modo de producción colonial, irreductible a los conceptos europeos; o, pura y simplemente, frente al modo de producción capitalista? de ser verdad esto último, ¿habrá que admitir que el modo o los modos de producción coloniales prexistentes fueron desapareciendo desde que esta desventurada nación pasó a ser colonia yanqui, operándose así, en el fondo, un real proceso de descolonización? ejemplo con el cual podemos acercamos ya al meollo de la cuestión y decir que el error no está en investigar las modalidades especificas de funcionamiento de cada modo de producción en las situaciones coloniales, semicoloniales y de dependencia –problema que debe estudiarse a fondo–; sino en confundir los niveles de análisis (el más abstracto de modo de producción y el más concreto y determinado de formación social), abriendo con ello problemas falsos que, en última instancia, no hacen más que destruir la propia teoría que se pretende desarrollar, el marxismo en este caso. punto en el que era necesario insistir en un momento en que hay quienes niegan, por ejemplo, la existencia de un modo de producción feudal, aun en aquellas áreas de la américa Latina colonial donde cualquier investigación seria puede constatar la presencia de los siguientes elementos: 1. predominio de una relación básica de producción (servil) entre terratenientes y campesinos. 23

méxico, ediciones de la cultura popular, s. a., 1972, p. 111.

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2. neta separación, en el tiempo y en el espacio, entre trabajo necesario y trabajo excedente. 3. expropiación de ese excedente por medio de coacciones extraeconómicas. 4. predominio de técnicas “campesinas” a nivel de toda la producción. 5. “Ciertos elementos de la superestructura del feudalismo europeo que efectivamente han existido en américa Colonial”24. 6. una mentalidad, es decir, una ideología “señorial” predominante. 7. Incluso “un régimen de economía natural; es decir, un régimen en que las condiciones económicas se crean totalmente, o en una parte grandísima, dentro de la misma explotación y pueden reponerse y reproducirse a base del producto bruto obtenido de la misma”25. si pese a la presencia conjunta de todos estos elementos (y cito un caso histórico concreto donde esto se dio: el del ecuador, cuya historia conozco más de cerca por razones de nacionalidad); si pese a esa presencia conjunta, decía, todavía no es legítimo hablar de la existencia de un modo de producción feudal en sentido marxista; creo sinceramente que ya no estamos ante un problema de mera definición de lo que es un modo de producción, ni de lo que es tal o cual modo en particular, sino ante un problema de reelaboración de todo el marxismo o, para ser más precisos, de la construcción de una nueva teoría que ya no se parecerá, como no sea de muy lejos, a la marxista-leninista. Claro que entonces sí podrá argüirse con legitimidad que el modo de producción al que acabamos de referimos no es feudal porque fue engendrado de manera distinta que el feudalismo del área mediterráneo-europea; o, porque una parte del excedente que el señor extrae al siervo fluye, en este caso, a la metrópoli. razones a las cuales se podría apelar también para mostrar que, en el momento actual, no existe un modo de producción capitalista en américa Latina, sino algo totalmente distinto. a lo que quisiera añadir solamente la constatación de que el recurso a ciertos argumentos ideológicos (combate al “estalinismo”, lucha contra los conceptos “europeos”, etc.), no garantiza por sí solo el progreso teórico. Lo que hay que examinar entonces es si lo que se propone a cambio de “lo superado” es realmente una superación o no; en última instancia, preguntarse si la nueva conceptualización propuesta explica o no, de manera más satisfactoria, el objeto que se busca aprehender teóricamente. en este sentido, yo no encuentro escandaloso, por ejemplo, el que se pretenda remplazar el concepto de modo de producción feudal 24 25

Y no hago más que citar a Ciro Cardoso, op. cit., p. 153. definición tomada de marx. El Capital, vol. lll, p. 736.

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por el de “modo de producción basado en la explotación de la fuerza del trabajo de los indios”26; solo que me gustaría saber qué ganamos con ello y que se me precisen algunos puntos: ¿Cómo se arrancaba en este caso el trabajo excedente al productor directo? ¿Cuáles eran las relaciones fundamentales de clase que este modo de producción generaba? ¿de qué “indios” se trata exactamente?: ¿de los esclavos que la Corona autorizó tomar en la araucanía a partir de 1608, de los siervos o comuneros de la sierra peruana o boliviana, de las tribus jíbaras, o qué? en fin, ¿qué sucede teóricamente cuando, aliado de las áreas de servidumbre indígena, encontramos áreas de siervos blancos, como ocurre al pasar del centro al sur de la sierra ecuatoriana, por ejemplo? ¿el “cambio de piel” implica en este caso un cambio automático en el modo de producción? me he extendido adrede en este punto para que se vea cómo ciertas proposiciones no muy bien fundadas embrollan los problemas en vez de resolverlos. aquí, por ejemplo, lo que se ha hecho al decir “modo de producción basado en la explotación de la fuerza del trabajo de los indios” es tomar un elemento (el “indio”) constituido por determinado modo o modos de producción, y convertirlo en elemento constituyente; lo cual nos coloca, inevitablemente, en un callejón sin salida. el concepto de “indio”, recordémoslo, es un concepto ideológico, perteneciente, por lo tanto, a la superestructura; es decir, a la representación (racista en este caso) con que la clase dominante encubre a la vez que refleja distorsionadamente y, además, solidifica las relaciones sociales reales de producción. por eso es posible explicar el problema indígena a partir del predominio de cierto modo de producción en vastas áreas de américa Latina, sobredeterminado por la situación colonial; pero resulta imposible seguir un camino inverso, esto es, definir un modo de producción específico a partir del concepto de “indio” (más adelante haremos unas reflexiones complementarias sobre este problema). el esclarecimiento de todos estos aspectos teóricos, al que acordamos particular importancia, dada la manera en que ha venido desarrollándose la discusión entre nosotros, no significa, sin embargo, una “resolución” anticipada de los múltiples problemas que plantea el estudio de los modos de producción en américa Latina; así como la correcta conceptualización de los modos de producción básicos, que han servido de puntos nodales de nuestra estructuración social, tampoco equivale a una fórmula mágica de la que se pudiera “deducir” esa estructura y su desarrollo histórico. 26

Concepto sugerido por Ciro Cardoso, op. cit., p. 1-3.

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es más: creemos que pese a todas sus extravagancias, la discusión sobre el “carácter” de américa Latina y sus modos de producción ha producido algunos frutos positivos; aunque solo fuese en el sentido de hacemos descubrir muchas complejidades del problema y reflexionar sobre cuestiones que, hasta la década de los cincuante, fueron despachadas a menudo con ligereza. me parece incluso –para citar un ejemplo– que una obra tan importante como la Historia del capitalismo en México, de enrique serno27, aunque situada en una línea muy distinta de las que aquí hemos criticado, sería inconcebible sin el antecedente de toda aquella discusión. y no solo esto; trabajos como el del propio Ciro Cardoso sobre El modo de producción esclavista colonial en América28, son un valioso aporte para el mejor conocimiento del funcionamiento concreto del modo de producción esclavista en américa, con todo lo cuestionables que puedan ser las conclusiones teóricas que de ello extrae el autor. en fin, la recuperación de una categoría marxista antes relegada del análisis: la de forma (o modo) de producción mercantil simple, parece revelarse muy fructífera, sobre todo para la explicación de nuestras estructuras agrarias, tal como los recientes trabajos de roger Bartra, por ejemplo, lo demuestran29. Como es natural, quedan todavía enormes campos aún inexplorados y un abanico bastante grande de problemas teóricos y metodológicos que ameritan estudio y discusión; algunos de los cuales quisiera señalar aquí, aunque de manera asistemática: l. en lo que al estudio del período colonial concierne, me parece necesario llamar la atención sobre un problema metodológico importante y que, como toda cuestión metodológica, remite al plano teórico. Y es que, para ver con claridad la estructura del modo o modos de producción entonces vigentes, urge superar todo el formalismo de la historiografía burguesa, que ciertos autores recuperaron durante la década pasada a nombre del marxismo, con el fin de demostrar el carácter “capitalista” de la américa Latina colonial. Hemos heredado, por esta razón, un conjunto de “conclusiones” sobre la encomienda o el “salario” colonial, por ejemplo, que son más bien comentarios a la letra de las leyes, antes que análisis de las relaciones reales de propiedad y producción. punto que debe tenerse muy en cuenta sobre todo tratándose de una época en que la aguda lucha en el interior de la clase dominante determinó que, frente a la ley de la fracción “metropolitana” se desarrollara también una contranorma practicada por la fracción “indiana” que, según su propio decir, “acataba las leyes pero no las cumplía”. 27

Historia del capitalismo en México. Los origenes: 1521-1763, méxico, era, 1973. Incluido en Modos de producción en América Latina, ed. cit., p. 193 y ss. 29 Cfr. su obra Estructura agraria y clases sociales en México, méxico, era, 1974. 28

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2. en lo que se refiere al funcionamiento específico del modo de producción feudal en la américa colonial me parece que, a veces, se tiende a confundir la relación fundamental de clase, que era una relación entre terratenientes y campesinos siervos, con el efecto de una contradicción secundaria, a nivel de la estructura de la propiedad señorial. La contradicción entre las fracciones de la clase dominante señaladas en el numeral anterior determinó, en efecto, que la propiedad de esta clase estuviese dividida, de hecho, entre la Corona y los encomenderos; en grados y con modalidades que se explican, justamente, por el desarrollo histórico de este nivel de la lucha de clases. Hecho que desde luego tuvo consecuencias importantísimas en la evolución de nuestra sociedad colonial, pero que tal vez no autorice a conceptualizar la relación entre la Corona y los indios como un modo despótico-tributario de producción. al menos creo que esto no sería válido para el caso de los indígenas vinculados también al sistema hacendario laico o eclesiástico (a las comunidades que guardaron autonomía con respecto a las haciendas me referiré en el numeral 4). 3. me parece también que a veces se busca en la propiedad feudal del período colonial las mismas características de la propiedad burguesa; y, luego, al descubrir en aquélla rasgos comunitarios o estatales que ésta no presenta (al menos en determinada fase de su desarrollo), se los toma como rasgos incompatibles con la propiedad feudal. por eso es pertinente recordar la observación de marx y engels en el sentido de que la propiedad privada, tal como hoy la concebimos, solo se desarrolla con el advenimiento del “capital moderno, condicionado por la gran industria y la competencia mundial, que representa a la propiedad privada en su estado puro, despojada de toda apariencia de comunidad y habiendo excluido cualquier acción del estado sobre el desarrollo de la propiedad”30. 4. en el caso de las comunidades indígenas que conservaron una autonomía real frente al sistema hacendario, subsiste la duda de saber si su modo de producción fue simplemente el comunitario (tesis de mariátegui), o si se trata, en verdad, de un modo de producción despóticotributario; como lo sostiene enrique semo, por ejemplo31. La tesis de semo me parece muy sugestiva; pero creo que plantea algunos problemas que ameritan una discusión, v. gr.: ¿desde qué momento y en qué condiciones la imposición de un tributo pasa a constituir un verdadero modo de producción? ¿Cuándo, en cambio, puede afirmarse, como marx, que el conquistador no establece un nuevo modo de producción, sino que “se contenta” con imponer un tributo; afirmación que supone que la extracción de tributos no constituye, en 30 31

La ideología alemana, ed. cit., pp. 105-106. Véase especialmente el cap. ll, “el despotismo tributario”, op. cit., p. 60 y ss.

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sí misma, un modo de producción? ¿el diezmo que la Iglesia recaudó en francia, por ejemplo, hasta el momento de la revolución, significó lo mismo que, según semo, significó en américa, esto es, una relación despótico-tributaria? en fin, ¿el tributo que todos los indios pagaban a la Corona constituía, realmente, una relación de clase distinta de la relación señor-siervo; o era, simplemente, la expresión de un mecanismo de distribución de la renta feudal entre fracciones de la clase dominante? 5. sea de esto lo que fuere, hay un punto que quisiera destacar aquí y en el que coincido plenamente con el análisis de semo. es la constatación de que el problema de la comunidad indígena –cualquiera sea el estatuto teórico que uno acuerde finalmente a ésta– no puede ser entendido al margen de una lucha de clases concreta, que se manifestó, por lo menos, en dos niveles: como contradicción en el seno de la clase dominante, contradicción sin la cual toda la “protección” de la Corona a las comunidades indígenas, que permitió la subsistencia de éstas, seria inexplicable; y como lucha entre explotadores y explotados, a través de la cual se afirmó la cohesión interna y la conciencia histórica de tales comunidades. esto me parece lo substancial. 6. en cuanto al período colonial, subsisten algunos problemas más, concernientes a la articulación de los distintos modos de producción; al carácter de cada formación regional, en virtud del predominio de alguno de esos modos, y a la lógica interna que consiguientemente regía en determinado nivel y en contradicción a esas incipientes formaciones. Creo que solo con la investigación a fondo de este problema lograremos superar los esquemas dependentistas o cepalinos, según los cuales nuestro desarrollo no es más que el reflejo pasivo de lo que sucede en la metrópoli, o el resultado de una conexión mecánica entre zonas mineras destinadas a enviar metales a españa, zonas agrarias destinadas a alimentar a las zonas mineras, y zonas de autoconsumo destinadas a reproducir la mano de obra para los dos anteriores. esquemas de los que está ausente toda la trama compleja de contradicciones internas y externas –es decir, la dialéctica real del proceso–, expresada en una lucha de clases asimismo compleja, que, a lo largo de todo el período colonial, se manifestó a través de los levantamientos indígenas o las rebeliones de los esclavos negros, las insurrecciones de los encomenderos, y los alzamientos de la “plebe” urbana, hasta desembocar en la Independencia. 7. Creo que la precisión de estos puntos nos ayudará, además, a resolver otro asunto, que es el de la gestación problemática de las formaciones sociales latinoamericanas. pues es un hecho que no puede considerarse a américa Latina entera como una sola formación social en aquel momento; ni asumir que, hacia fines de la Colonia, por ejemplo, hubo tantas formaciones sociales como repúblicas se constituyeron después. Lo que hay que hacer es analizar el desarrollo y la articu114

lación de los distintos modos de producción en su historicidad ya concreta, acordando la debida importancia al papel de la instancia política e institucional, y a los factores ideológico-culturaIes. solo así haremos, además, un poco de claridad sobre el famoso período de “anarquía” que siguió a la independencia; respecto del cual, parece seguir primando la interpretación colonialista que no ve en él más lógica que la de una “barbarie” salpicada de elementos pintorescos. 8. el mismo análisis del desarrollo del capitalismo en américa Latina depende de una correcta comprensión de la articulación de éste con los modos de producciones precapitalistas. pues es obvio que el capitalismo no se desarrolló aquí sobre un vacío social, y que, por ejemplo, su fase inicial, la de la llamada “expansión hacia afuera”, fue también y necesariamente la etapa de un desarrollo “hacia adentro”, en el que el proceso de acumulación originaria marcó la pauta fundamental de relación entre los distintos modos de producción. Lo cual no fue más que el inicio del largo proceso de implantación del capitalismo en nuestras sociedades, con fases y modalidades de transición hasta ahora insuficientemente estudiadas, sea porque la tesis del pancapitalismo lo dio por implantado desde el siglo XVI, es decir porque la teoría de la dependencia –no desvinculada de la tesis anterior– no vio en todo este proceso más que el reflejo mecánico de una determinación externa. el proceso y las vías de desarrollo del capitalismo en el campo, por ejemplo, proceso aún no terminado en muchas áreas del continente; o el de la constitución del estado verdaderamente capitalista luego de las fases “anárquica” y “oligárquica”, de transición; para no hablar de toda la evolución de la instancia ideológico-cultural de nuestras sociedades, son aspectos que ameritan estudios sistemáticos y son fundamentos más sólidos de los que hasta ahora han guiado ciertos análisis. 9. el mismo problema indígena, tal como se ha desarrollado históricamente en áreas como la de Bolivia, perú y ecuador o en guatemala y vastas regiones de méxico, resulta difícil de analizar si no es a partir de una articulación específica de modos de producción; puesto que la evolución de aquel asunto no es otra cosa que el resultado complejo (complejo por su infinidad de desfasamientos, asimetrías y diacronías) de la evolución de dicha articulación. de ahí que, aunque el problema indígena parezca impregnar todavía estructuras sociales enteras, como la de toda la sierra ecuatoriana hasta la de todo un país como guatemala (al menos según los estudios de Carlos guzmán Bockler y jean-Loup Herbert)32, no cabe olvidar que tal situación se origina en una articulación estructural concreta, correspondiente a la vigencia de modos precapitalistas de producción o de fragmentos de éstos en la matriz social ge32

Cfr. Guatemala: una interpretación histórico social, méxico, siglo XXI, 1970.

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neral. por eso, el avance del modo de producción capitalista en américa Latina va “resolviendo” a su manera dicho problema; es decir, haciendo paulatinamente del asunto indígena un asunto del proletariado a secas, como en las minas de Bolivia o las plantaciones capitalistas de la costa ecuatoriana; o un asunto del subproletariado sin más calificativo, como en los cinturones de miseria de las grandes ciudades. tendencia que por supuesto no excluye la existencia de una problemática propia de la fase de transición; ya que, como afirma severo martínez peláez, “el salario, por sí solo, no es suficiente para modificar a corto plazo el género de vida de los antiguos siervos –¡que precisamente por serlo reciben los salarios más bajos!”33–: y que no excluye, tampoco, la presencia de un problema cultural específico, en la medida en que la cultura indígena es una cultura oprimida, expresión necesaria del nivel de subordinación de sus portadores. por todo lo cual me parece necesario reconocer la existencia de un espacio propio de análisis para las relaciones interétnicas e interculturales –que poseen cierto grado de autonomía relativa– y hasta que se las denomine, si se quiere, relaciones de “colonialismo interno”34; pero a condición de ubicar el problema en el lugar teórico que le corresponde; esto es, como una sobredeterminación de la estructura de clases por efecto de la articulación de determinados modos de producción, y no como sustituto de tal estructura, o como un sistema especial que permitiría que todas las clases “blancas” o “ladinas” exploten a “todas las clases” (en este sentido, me parecen muy controvertibles las tesis desarrolladas por guzmán Bückler y Herbert, por ejemplo)35. 10. en fin, ya manera de conclusión de estas reflexiones, quisiera insistir en un tema ya tocado en varios puntos anteriores y que es el de la relación entre modos de producción y lucha de clases. Los marxistas deberíamos tener claro este asunto, mas en el momento en que ciertas líneas estructuralistas y economicistas parecen estar en boga, no parece ocioso recordar que el desarrollo histórico de nuestras sociedades es absolutamente incomprensible si se prescinde del análisis de la lucha de clases. esta se desarrolla, ciertamente, en el marco de determinados modos de producción, sin cuyo conocimiento teórico la misma estructura de clases se torna incomprensible. es cierto igualmente que un modo de producción no puede existir como no sea sobre la base de determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas; mas todo esto no debe hacernos olvidar que, dentro de aquellos límites estructurales, es la lucha de clases el motor de la historia. La comunidad indígena, ya 33 op.

cit., p. 570. el término ha sido utilizado principalmente por pablo gonzález Casanova, rodolfo stavenhagen y Carlos guzmán Bockler, aunque con alcances y connotaciones distintas en cada uno de ellos. 35 op. cit., véase sobre todo el cap. V, “Las clases sociales en guatemala”, escrito por Herbert. 34

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lo vimos, no apareció y subsistió “espontáneamente”, por efecto de las simples fuerzas productivas; la encomienda y sus complicados avatares tampoco fueron un efecto mecánico de tales fuerzas. en fin, las vías y modalidades de implantación del capitalismo, la propia configuración de nuestras actuales formaciones sociales, así como la existencia de vastas áreas de pequeña producción campesina en méxico o Bolivia, por ejemplo; y, por supuesto, la instauración de un modo de producción socialista en Cuba, son indudablemente el producto histórico del desarrollo de estructuras complejas y contradictorias, pero que se expresan, articulan y transforman a través de la lucha de clases.

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el análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político

el presente trabajo solo aspira a comunicar cierta experiencia teórico-metodológica (“filosófica”) de un sociólogo empeñado en comprender la problemática latinoamericana; y descifrar las posibilidades de transformación de la región a la luz del marxismo-leninismo. desde esta perspectiva, queda descartada, como es natural, toda relación positiva con la filosofía idealista, a la que vemos y analizamos como lo que objetivamente es: un segmento privilegiado de la ideología de la clase dominante, cuya función no es otra que la de contribuir a la conservación del orden vigente. distinta es, en cambio, nuestra relación con la filosofía materialista por razones que pueden parecer obvias, pero que quizá no sean tanto en un momento en que se tiende a cuestionar la existencia misma de esta filosofía, y, más concretamente, la vigencia del método dialéctico. se plantea entonces el problema de saber si debemos o no abandonar aquel acervo filosófico que conocemos en el nombre de materialismo dialéctico y reducir, por lo tanto, el marxismo-leninismo a su sola dimensión de materialismo histórico, o, en el límite, al exclusivo nivel de una economía política. La tentación de responder a esta cuestión con argumentos de autoridad es muy grande; pero estamos conscientes de que ello no contribuye a despejar mayormente el horizonte. es tan cierto que los clásicos del marxismo jamás dudaron de que los resultados de sus investigaciones fueran fruto de una correcta aplicación del método dialéctico, como legítimo es suponer que esta convicción no provenía de una “inconsciencia” que, más allá de la etapa de madurez de marx y engels, habría persistido en toda la obra de Lenin. pero con esta comprobación –apoyable en textos que llenarían fácilmente varios volúmenes– en el mejor de los casos, adelantaríamos en una cuestión de orden ético: la de pedir que en lo posible la discusión sea franca, en el sentido de afirmar, sin rodeos, que al impugnar la dialéctica se está impugnando uno de los puntos vertebrales del pensamiento de los clásicos. parece claro, sin embargo, que el problema no puede plantearse en términos de “fidelidad” o “infidelidad” a textos que no tienen el rango de sagrados; sino

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que de lo que se trata es de averiguar si, dejando de lado el método dialéctico, es o no posible lograr un conocimiento cabal y dinámico de la realidad social. aquí es posible esbozar ya un principio de respuesta, diciendo que para Lenin tal cosa es imposible por definición; ya que él concibe “la dialéctica como (el) conocimiento vivo, multilateral (con una cantidad de aspectos que aumenta eternamente), con una infinita cantidad de matices de cada enfoque y aproximación a la realidad (con un sistema filosófico que se convierte en un todo a partir de cada matiz)...l. Importa destacar, también, que ese por definición, que hemos empleado líneas antes, no busca señalar una frontera formal, cuya transgresión involucraría un escándalo “lógico”; sino destacar la presencia de una definición política, poniendo de relieve que el propio carácter del marxismo-leninismo, de instrumento de conocimiento al servicio de la transformación revolucionaria de la sociedad, le impone la tarea de producir cierto tipo de conocimientos adecuados al fin que explícitamente persigue. La definición de este tipo de conocimientos no constituye por lo tanto una “adiposidad” filosófica que podamos eliminar a nombre de la ciencia “pura” (?); sino que, al contrario, conforma el horizonte programático de toda la investigación marxista. es evidente, desde luego, que de principios filosóficos (metodológicos), como los citados a título de ejemplo, no puede surgir de manera directa e inmediata ningún tipo de conocimiento concreto sobre la realidad social (ni sobre ninguna realidad). pero sucede que tomar de manera aislada tales principios, separándolos del cuerpo teórico del materialismo histórico, de por sí constituye ya una lectura adialéctica de los textos clásicos. ningún principio metodológico del marxismo pretende suplantar al análisis basado en las categorías específicas de la ciencia social (materialismo histórico); sino establecer un nivel de reflexión que sirva de guía y vigilancia de su aplicación, así como de tamiz crítico de sus resultados. Conviene recordar a este respecto, por más trillado que ello parezca, que el materialismo dialéctico no tiene por objeto el conocimiento inmediato de los modos de producción y sus efectos (objeto del materialismo histórico); sino los procesos de producción de conocimientos. es verdad que entre estos dos órdenes tiene que mediar necesariamente una relación de adecuación, puesto que, de otro modo, el segundo orden carecería de toda pertinencia sobre el primero, convirtiéndose, a lo sumo, en una lógica formal como cualquiera otra. Y es 1

Cfr. Cuadernos filosóficos, Buenos aires, edición 1974, p. 330.

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cierto, por ende, que para ser algo más que eso, el materialismo dialéctico hace suya cierta imagen hipotética de la contextura de la realidad social, a partir de la cual elabora determinadas categorías metodológicas de base, que cumplen con las funciones arriba señaladas. pero ver en este hecho una “contradicción irresoluble” (“¡cómo es posible que el método dialéctico guíe y vigile la producción de conocimientos científicos al mismo tiempo en que se sustenta en ellos!”) no es más que una formalización del problema. aparte de señalar que hay aquí una relación de interdependencia, históricamente surgida y desarrollada, que no constituye ningún misterio insondable; conviene recordar que lo que interesa en una perspectiva marxista no es replantear una discusión similar a la de la primicia del huevo o la gallina, sino, para el caso que ahora nos ocupa, indagar si esa imagen hipotética en que se basa el materialismo dialéctico para construir sus categorías metodológicas fundamentales es correcta o no, y si tales categorías coadyuvan o no a un conocimiento más adecuado de la realidad social. señalemos, para comenzar a explorar esta cuestión, que la propia revolución que el marxismo opera en el terreno de la economía solo es posible a partir de una revolución previa en la esfera de la filosofía; revolución que instaura una nueva representación general de la realidad social y, consiguientemente, una nueva manera de aprehenderla (método). no en vano El Capital lleva el subtítulo de Crítica de la economía política, precisamente para subrayar que no se trata de un simple nuevo texto de economía política; sino de una crítica de ésta a partir de un nuevo método de interpretación e investigación del devenir social. parece por lo demás claro que dicha crítica alcanza al mismo concepto tradicional (burgués) de economía, hasta entonces amputado de su dimensión denominada “sociológica”. “el capital no es una cosa, sino una relación social entre personas a las que sirven de vehículos las cosas” 2, he ahí la hipótesis que sintetiza toda la transformación que marx opera en la ciencia social en su conjunto. a partir de esta hipótesis, el método de investigación se transforma consiguientemente, y las categorías antes separadas por barreras infranqueables empiezan a entrelazarse dialécticamente. el primer volumen de El Capital se abre, por eso, con el análisis de una categoría de apariencia estrictamente “económica”: la categoría mercancía; para cerrarse con el análisis, no menos riguroso de una categoría de apariencia puramente “sociológica”, como es la de propiedad (hago notar de pasada que los economistas burgueses, y no solo ellos des2 Idea que marx formula, ya con absoluta nitidez en Trabajo asalariado y capital y luego la desarrolla ampliamente en El Capital.

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afortunadamente, siguen considerando a la propiedad como una categoría de orden “institucional”, “extraeconómica” o simplemente “superestructural”). el manejo de categorías de apariencia no homogénea como éstas supone, en todo caso, un estricto manejo de los instrumentos analíticos lógico e histórico, sin cuya aplicación dialéctica la propia comprensión del capitalismo quedaría trunca. en términos exclusivamente lógicos, el modo de producción capitalista es ciertamente el resultado de la determinación de dos categorías: la categoría mercancía, que así deviene mercancía-fuerza de trabajo; y a la categoría propiedad privada que, a su turno, se convierte en propiedad privada capitalista. mas, ¿cómo explicar el surgimiento de esta doble determinación, si no es mediante la aplicación del instrumento histórico que nos proporciona la categoría clave de acumulación originaria de capital? marx está plenamente consciente de este problema y por eso subraya que no hay otra manera de romper el círculo vicioso en que nos encierra el instrumental exclusivamente lógico3. Vale subrayar, por lo demás, que en la misma conceptualización marxista del modo de producción capitalista están involucradas las categorías dialécticas de continuidad y ruptura, y, con ellas, el concepto también dialéctico de salto cualitativo. el capitalismo tiene como base la economía de mercado y, en este sentido, registra una continuidad indudable con respecto a la economía mercantil simple; es, además, un régimen basado en la propiedad privada de los medios de producción y en esa medida es una “continuación” de los regímenes que lo precedieron. pero, ¿cómo aprehender su especificidad si no se retiene la idea de una frontera teórica (y simultáneamente histórica) que lo separe de las formas productivas anteriores; es decir, sin retener la idea de una ruptura, de un salto cualitativo que configure esas determinaciones propias del capitalismo a que ya nos referimos? parece inútil, a estas alturas del desarrollo de la ciencia social latinoamericana, insistir en los desastrosos efectos que aquí produjo el olvido –intencional o no, poco importa– de principios tan fundamentales como éstos. Las propias categorías de la “economía política” marxista no pueden pues, constituirse, como se ve, sin la intervención del materialismo dialéctico y de sus conceptos de base. a este respecto solo quisiera afiadir un último ejemplo, que se refiere a un problema de bastante actualidad: el del carácter “igual” o “desigual” del intercambio capitalista. no pretendo, desde luego, retomar aquí la intrincada discusión en tomo a la conceptualización del “intercambio desigual” entre naciones capitalistas de diferente grado de desarrollo; sino solo re3

Cfr. El Capital, Vol. 1, comienzo cap. XXIV.

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cordar que el mismo concepto de intercambio de equivalentes, del que parte la teoría marxista para sus análisis del modo de producción capitalista, no es más que un presupuesto inicial que, amputado de su tratamiento dialéctico, corre el riesgo de convertirse en una hipótesis pura y llanamente falsa. en efecto, la cuestión no es nada sencilla y marx está consciente de ello; por eso, ofrece una respuesta al problema que es un verdadero modelo de aplicación del método dialéctico. Voy a permitirme citar in extenso el pasaje pertinente: “pues bien –escribe marx–, en estas condiciones, la ley de la apropiación o ley de la propiedad privada, ley que descansa en la producción y circulación de mercancias, se trueca, por su misma dialéctica interna e inexorable, en lo contrario de lo que es. el cambio de valores equivalentes, que parecía ser la operación originaria, se tergiversa de tal modo, que el cambio es solo aparente, puesto que, de un lado, la parte de capital que se cambia por la fuerza de trabajo no es más que una parte del producto del trabajo ajeno apropiado sin equivalente, y, de otro lado, su productor, el obrero, no se limita a reponerlo, sino que tiene que reponerlo con un nuevo superávit. de este modo, la relación de cambio entre el capitalista y el obrero se convierte en una mera apariencia adecuada al proceso de circulación, en una mera forma ajena al verdadero contenido y que no sirve más que para mistificarlo. La operación de compra y venta de la fuerza de trabajo no es más que la forma. el contenido estriba en que el capitalista cambia constantemente por una cantidad mayor de trabajo vivo de otros una parte del trabajo ajeno ya materializado, del que se apropia incesantemente sin retribución. en un principio, parecía que el derecho de propiedad se basaba en el propio trabajo. por lo menos, teníamos que admitir esta hipótesis, ya que solo se enfrentaban poseedores de mercancías iguales en derechos, sin que hubiese más medio para apropiarse una mercancía ajena que entregar a cambio otra propia, la cual solo podía crearse mediante el trabajo. ahora, la propiedad, vista del lado del capitalista, se convierte en el derecho a apropiarse trabajo ajeno no retribuido, o su producto, y, vista del lado del obrero, como la imposibilidad de hacer suyo el producto de su trabajo. de este modo, el divorcio entre la propiedad y el trabajo se convierte en consecuencia obligada de una ley que parecía basarse en la identidad de estos dos factores. sin embargo, aunque el régimen capitalista de apropiación parezca romper abiertamente con las leyes originarias de la producción de mercancías, no brota, ni mucho menos, de la violación de estas leyes, sino por el contrario, de su aplicación”4. 4

El Capital, vol. 1, cap. XXd.

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La respuesta de marx al problema planteado es nítida pese a su gran complejidad; pero siempre y cuando la comprendamos a la luz de algunas categorías fundamentales del materialismo dialéctico: contenido y forma, esencia y apariencia, unidad y contradictoriedad. sin la intervención de estos conceptos metodológicos de base, un pasaje de “economía política” como el transcrito es rigurosamente incomprensible; y cualquier respuesta que se dé a la pregunta que habíamos formulado será falsa por unilateral y conviene subrayar que el entendimiento de una cuestión como ésta no es solo un requerimiento intelectual sino un verdadero imperativo político: saber que el “intercambio desigual” no constituye transgresión alguna a las leyes del capitalismo, sino que es el resultado de su más estricta aplicación, en cualquier nivel que sea, equivale a una toma de conciencia de lo medular de nuestros problemas. Hasta aquí hemos propuesto algunos ejemplos destinados a mostrar cómo la propia economía marxista solo cobra coherencia gracias al apoyo del materialismo dialéctico; es decir, a la rigurosa aplicación del método de marx. pero está claro que no se trata únicamente de buscar la coherencia interna de la teoría, sino también y sobre todo de aplicarla correctamente al análisis de situaciones concretas. ahora bien, en nuestro caso, este segundo problema adquiere una relevancia muy particular, ya que, como se ha dicho y repetido infinidad de veces, la historia de américa Latina es “muy distinta” de la europea. en tomo a esto existen, por lo demás, cantilenas bien conocidas: hace medio siglo ninguna teoría “europea” podía aprehender nuestra insondable “originalidad” de pueblos “mestizos”; cuarenta años más tarde había que inventar nadie sabe bien qué pólvora teórica, dada nuestra condición “dependiente” ... ¡al propio Lenin llegó a imputársele el haber analizado el problema del imperialismo, “desde el punto de vista de los países centrales”! a través de este magma ideológico se revela, sin embargo, el síndrome de una problemática real, que no podemos soslayar. La historia de américa Latina, ciertamente, no configura una “originalidad” irreductible a las categorías tildadas de “europeas”; pero tampoco es una repetición mecánica y solo desfasada en el tiempo del devenir del Viejo Continente. tiene sin duda una especificidad de la que la teoría está obligada a dar cuenta, y todo el problema consiste en saber de qué manera. según algunos, tal situación nos obligaría a crear un instrumental teórico completamente inédito; o, por lo menos, a acuñar nuevas categorías para definir aqµellas situaciones económicas o políticas que “decididamente no encajan en el molde europeo”. ¿Cómo hablar de un feudalismo o un fascismo latinoame124

ricanos si para cualquiera es “evidente” que estos fenómenos no se repitieron ni se están repitiendo aquí al pie de la letra? me parece que la sola evocación de argumentos como éstos sirve para demostrar que hay toda una cuestión metodológica en juego. pues es cierto que, por poco que uno olvide ciertos principios elementales del materialismo dialéctico, la teoría marxista se torna globalmente inaplicable a situaciones “como la nuestra”, (en realidad, a cualquier situación concreta). Quiero decir con esto que, si no se recuperan algunas categorías metodológicas que definen justamente los niveles de realidad, y por lo tanto los correlativos niveles de análisis (nivel de lo universal, nivel de lo particular, nivel de lo singular); necesariamente se desemboca, sea en un discurso abstracto-formal que deja escapar la especificidad de nuestras sociedades y de sus problemas, sea en un discurso ideológico empirista que convierte a esta especificidad en una “originalidad” teóricamente inaprehensible. en el primer caso, las leyes universales del desarrollo social aparecen flotando en el vacío, desprovistas de toda modalidad concreta de existencia; en el segundo, tales modalidades son conceptualizadas como substitutos de aquellas leyes. Y, como los errores teóricos no están desligados de sendos errores políticos, es claro que de allí se derivan consecuencias en el plano de la estrategia de transformación revolucionaria de la sociedad. Voy a permitirme, para terminar, insistir en la importancia de la categoría filosófica, a mi juicio central, de marxismo-leninismo: la categoría de contradicción. no pretendo hacer ningún desarrollo teórico al respecto, sino solo señalar su relevancia a través de algunos ejemplos. Creo, en primer lugar, que muchas de las críticas (socialmente justas) que en determinado momento se formularon a las teorías desarrollistas, habrían ganado bastante con solo recordar que todo desarrollo histórico es el desarrollo de un conjunto determinado de contradicciones 5, y que es este hecho, precisamente, el que escamotea la teoría burguesa. ello nos hubiera ahorrado, en todo caso, discusiones tan bizantinas como la de si puede o no haber “desarrollo” en américa Latina bajo el capitalismo; y hasta conclusiones harto extrañas como la de que dicho “desarrollo” (¿cuál?) es “inviable” en estas tierras (¡como si hubiese razón alguna para que las contradicciones propias del modo de producción capitalista dejaran de desarrollarse en nuestro subcontinente!). en segundo lugar, quisiera asentar la tesis de que la presencia o ausencia de la categoría contradicción constituye la línea divisoria entre un análisis ver5

Que “el desarrollo es la lucha de contrarios”, como anota Lenin en los mismos Cuadernos, p.

328.

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daderamente dialéctico (es decir marxista-leninista); y un análisis de tipo “sistémico” es decir, metodológicamente estructural-funcionalista. apoyaré mi aseveración con dos ejemplos: el primero se refiere a los análisis –hoy tan en boga– de los denominados aparatos ideológicos de estado, análisis que me parecen seguir dos vertientes netamente distintas desde su mismo punto de partida, según se defina a tales aparatos como instancias privilegiadas de reproducción del sistema, o bien, como lugares específicos de reproducción de las contradicciones del mismo. Las conclusiones políticas que pueden sacarse con respecto a la naturaleza y el papel de las universidades latinoamericanas, por ejemplo, diferirán de acuerdo con la perspectiva metodológica que para su análisis se adopte. el segundo ejemplo tiene relación con el problema tan discutido de la articulación de varios modos de producción; donde también considero posible rastrear dos tipos de análisis: uno, en que el problema es enfocado de manera realmente dialéctica; y otro que lo concibe de manera tan mecánica que hasta deja la impresión de que las formas productivas feudales, pongamos por caso, fueron creadas con la finalidad de que algunos siglos más tarde sirvieran de piso ideal (?) para el establecimiento del capitalismo monopólico; o, para ilustrar con otro caso, que las formas de producción mercantil simple no son más que una “astucia” de la historia destinada a abaratar los componentes del capital variable, o algo parecido. La unidad contradictoria, que necesariamente constituye toda articulación dialéctica de modos de producción, es pasada por alto en estos casos; hecho que ni siquiera permite comprender las tendencias generales de desarrollo del capitalismo en américa Latina. Los ejemplos de análisis mecanicista podrían multiplicarse sin dificultad; pero me limitaré a señalar dos más que tienen que ver ya, de manera directa, con la lucha política. tomo en primer término el caso del fascismo y, consiguientemente, el de la lucha antifascista, solo para observar que si no tiene en cuenta el hecho de que la sociedad es una constelación jerarquizada de contradicciones en movimiento, un diverso nivel y amplitud, es imposible trazar una línea política justa, que permita una acumulación de fuerzas objetivamente capaz de derrotar al fascismo. de un lado puede generarse –y efectivamente se genera– una desviación ultraizquierdista que se caracteriza por su incapacidad de comprender que, en situaciones como la del fascismo, existe la posibilidad –y la necesidad– de ampliar el frente de lucha bastante más allá de las fuerzas anticapitalistas y antimperialistas; precisamente porque la estructuración de las contradicciones es aquí tal, que a la vez que robustece el poder burgués en 126

cierto nivel, lo debilita en otro, al abrirle un campo de confrontación con los sectores simplemente antifascistas. pero de otro lado puede generarse –y efectivamente se genera– una desviación que actualmente es “socialdemocratista”, incapaz de articular una política de frente amplio, pero fundada en una clara distinción cualitativa de las fuerzas que lo integran. Lo dicho con respeto al análisis del fascismo es válido también (mutatis mutandi) en relación con el análisis del nacionalismo, y de la actitud que frente a él deberían adoptar las corrientes revolucionarias. me parece superfluo insistir en que la propia conformación del sistema capitalista imperialista mundial abre un espacio objetivo de contradicción entre la nación “dependiente” y su “metrópoli” , o “metrópolis”; contradicción que, incluso, puede expresarse bajo la forma del nacionalismo burgués (del país subordinado). ahora bien, frente a un fenómeno como éste también suelen aparecer dos tipos de desviaciones: la ultraizquierdista, que no obstante estar en lo justo al señalar el carácter de clase de ese nacionalismo, se niega a analizarlo como una efectiva contradicción tácticamente importante para el movimiento revolucionario, y lo reduce a una simple “maniobra” del imperialismo; y la desviación reformista, que si bien tiene una posición justa en cuanto a detectar que el fenómeno en cuestión expresa una contradicción real; se niega, sin embargo, a ubicarla en el nivel que le corresponde, cerrando incluso los ojos frente a su contenido de clase. sería por supuesto iluso imaginar que todos los errores políticos obedecen a puros errores en el método de análisis de los contextos reales; y que, por lo tanto, la filosofía (tal como nosotros la entendemos) es la varita mágica encargada de transformar revolucionariamente la sociedad. Claro que no. aun en el plano del simple conocimiento científico, el método está lejos de desempeñar tal papel, y no se diga en la compleja esfera de la actividad política, a la que sin embargo presta un invalorable apoyo logístico. término que empleo intencionalmente para subrayar que el materialismo dialéctico sigue siendo una de las principales armas de la revolución y, por lo tanto, un “arma cargada de futuro”.

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elementos y niveles de conceptualización del fascismo

desprendidos de un universo teórico que les confiera un sentido inequívoco, los conceptos terminan por parecerse a esos albergues de la juventud europeos en donde uno no encuentra más cosas que las que personalmente ha traído. en tal caso, los conceptos tienen un uso arbitrario y cualquiera discusión al respecto desemboca en el vacío del nominalismo. pero hay que suponer que nadie trata en términos tan rudimentarios un problema crucial como el de las brutales dictaduras que asuelan a buena parte de nuestro continente; sino que el tema es abordado siempre a partir de un marco teórico por lo menos subyacente y que convendría volver explícito con el fin de canalizar adecuadamente la actual controversia en torno al fascismo. si enfocamos el problema en una óptica weberiana por ejemplo, habrá que proceder a la construcción de un tipo ideal a partir de los elementos más significativos de una situación histórica que en nuestra “cultura” ha recibido el nombre de “fascista”, creando así un modelo heurístico que servirá para evaluar otras situaciones que aparentemente presentan rasgos afines. mas téngase en cuenta que aquellos elementos “significativos” no se seleccionarán de acuerdo con un criterio distintivo de lo que es realmente esencial y lo que no lo es –puesto que tal jerarquía no existe objetivamente para Weber– sino que la selección estará normada por criterios en última instancia subjetivos (“culturales”) como los que maneja la sociología comprensiva. en el mejor de los casos se llegará por este camino a la elaboración de un concepto “típico ideal” bastante descriptivo de fascismo, basado en cuatro, seis, ocho o por qué no veinte o treinta rasgos provenientes de cualquier instancia, forma o aspecto de la situación histórica que sirve de referente empírico. no es por lo demás un azar el que con este “método” se llegue casi siempre a una misma “conclusión”, que para Weber –más coherente que sus discípulos– eran más bien una premisa teórica: la de que los hechos históricos constituyen constelaciones causales fatalmente singulares y por ende irrepetibles. Y es que, a condición de aceptar de entrada cierta concepción de la historia, el resto se torna evidente por sí solo: el Chile de los años setenta “obviamente” no es la alemania de los años treinta, lo del ave fénix no es más que un mito. 129

en cambio, si uno se coloca en una perspectiva de análisis marxista, la cuestión se plantea en términos radicalmente distintos. Ya no se trata de construir modelos “culturalmente” significativos ni de trabajar con categorías puramente descriptivas, sino de empezar operando una distinción neta entre lo que es objetivamente esencial y aquello que no lo es, de acuerdo con la teoría materialista y dialéctica y mediante la aplicación de sus categorías más adecuadas a la naturaleza del fenómeno que se busca analizar. Lo que interesa en el caso de regímenes como los del Cono sur de américa Latina es, pues, conocer su esencia, y no por mero capricho intelectual sino porque ese conocimiento es de vital importancia para la acción política. si tal esencia coincide con la conceptualización marxista ya existente sobre el fascismo, lo conveniente es llamar a las cosas por su nombre: lo contrario no pasa de ser un acto de logomaquia que incluso nos priva de un término que es al mismo tiempo una consigna de aglutinación y de lucha. al hablar de fascismo sin duda aludimos a un fenómeno de la superestructura político-estatal, es decir de aquella instancia en que lo económico se “concentra” a través de la lucha de clases. el estado, decía marx, es “el índice de las luchas prácticas de la humanidad”, índice que como sabemos cristaliza en estructuras de dominación de una clase sobre otra u otras. Quién ejerce el dominio sobre quién y de qué manera lo hace son por lo tanto las interrogaciones esenciales en la esfera de lo político. tratándose del fascismo, la tradición marxista –por lo menos desde dimitrov para acá– parece acorde en responder a estas interrogaciones de una manera muy precisa: el fascismo es la dictadura terrorista que los sectores más reaccionarios del capital monopólico ejercen sobre la clase obrera primordialmente, en situaciones de crisis o cuando por cualesquiera otras circunstancias sienten amenazado su sistema de dominación. en el concepto de fascismo hay por consiguiente un cierto número de elementos esenciales que conviene destacar: l.

se trata no solamente de una dictadura burguesa, sino de una dictadura en que el sector monopólico tiene el predominio omnímodo, incluso sobre los sectores burgueses no monopólicos. 2. esa dictadura adquiere un carácter terrorista hasta el punto de producir un cambio cualitativo en la forma de dominación y consecuentemente en la forma del estado, operando una ruptura radical con las formas democrático-burguesas.

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3. esta forma de dominación se ejerce en lo fundamental contra la clase obrera, que la burguesía identifica como su enemigo principal. 4. tal dictadura aparece como el “remedio infalible en donde el capitalismo atraviesa por una crisis y teme un colapso” (togliatti). ¿Y los demás elementos que a veces se mencionan como constitutivos del fascismo, tales como el partido de masas, el soporte pequeño burgués o la ideología nacional-chauvinista? por el momento limitémonos a recalcar que lo esencial no está en estos elementos puesto que ellos constituyen simples medios destinados a “apuntalar” lo fundamental. “Como ya advirtiera dimitrov –escribe rodney arismendi– no es la existencia o no de un partido de masas lo que define primordialmente el fascismo, sino su naturaleza de clase y el cambio cualitativo que impone a las formas del estado”1. Y el mismo arismendi nos recuerda que en los casos de finlandia, Bulgaria y Yugoslavia el fascismo se implantó sin una base de masas, apoyado exclusivamente en el aparato militar del estado. Conviene precisar, por lo demás, que el fascismo no es en modo alguno una dictadura de la pequeña burguesía. Y en cuanto a ciertos elementos ideológicos concretos que suelen señalarse como característicos del fenómeno, es evidente que se trata de materiales históricos mutables pero que siempre se articulan sobre un eje que les confiere una identidad esencial, reflejo de la estructura básica del fascismo: me refiero al rabioso anticomunismo. definido en esta forma el fenómeno fascista podemos preguntarnos ya si existe o no en países como los del Cono sur de américa Latina. Comencemos por señalar que el hecho de que Chile, uruguay y argentina o Brasil no sean países imperialistas, sino por el contrario países sometidos a la dominación imperialista, no es óbice para que allí puedan darse procesos de fascistización; antes bien, la penetración profunda del capital transnacional en esas economías es el punto de referencia fundamental para la comprensión de tales procesos. si ahora podemos hablar con propiedad de fascismo –seguramente por primera vez en la historia del subcontinente– es justamente porque a través de esa penetración han madurado las condiciones económicas necesarias para que dicho fenómeno pudiese ocurrir. Casi huelga insistir en que américa Latina ya no es, en la década de los sesenta, una simple área semicolonial en la que el capital imperialista esté presente de manera casi exclusiva en los sectores primario-exportadores; se trata ahora 1 “reflexiones sobre el momento actual de américa Latina”, El día,

méxico, 7 y 8 de enero, 1977.

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de una región en proceso de industrialización “dependiente”, es decir, de un espacio económico permeado hasta la médula por un capital transnacional que ha penetrado en el seno mismo de nuestro mercado interior. por muy imprecisamente formuladas que hayan sido las observaciones que algunos autores hicieron la década pasada en el sentido de que el imperialismo no es para nosotros un factor exclusivamente externo sino también interno, no dejaban de revelar la toma de conciencia de una mutación tan importante como la que acabamos de señalar. sea de esto lo que fuere, el control de los sectores claves de la industria latinoamericana por el capital imperialista es un hecho que no deja lugar a dudas desde hace más de una década y media, como incontrovertible es también el control que ese capital ha establecido en la órbita financiera. en torno a estos puntos nuevos de desarrollo del capital monopólico, a los que habría que añadir naturalmente el gran comercio y los complejos agroindustriales de factura más reciente, ha ido creándose además una franja de burguesía monopólica nativa y con ella el elemento interno decisivo para la conformación de un bloque monopólico extranjero-local (“transnacional” en el fondo) que, junto con las alturas de la burocracia militar y civil vinculadas no solo política sino incluso económicamente a él, constituye el eje social de una dominación eventualmente fascista, es decir, presta a fascistizarse cuando las circunstancias históricas lo requieran. Ya no se trata pues de aquellas complejas situaciones de transición al capitalismo que engendraron a los regímenes absolutistas del pasado (regímenes “oligárquicos”), expresión del dominio tripartita de los junkers locales, la burguesía “compradora” y los intereses imperialistas; tampoco es ya cuestión de las antiguas situaciones de “enclave”, que en el plan político dieron origen a las tiranías semicoloniales; en fin, ya no estamos frente a crisis de hegemonía ocasionadas por fisuras en el seno del bloque oligárquico-burgués-imperial (con o sin la acción de movimientos de masas de confusos perfiles clasistas), crisis que dieron lugar a las dictaduras militares tradicionales. al menos este ya no es el caso de países como Chile, uruguay, Brasil o la argentina, aunque en situaciones como las de Bolivia, nicaragua o Haití los procesos de fascistización se presenten íntimamente entrelazados con los elementos de dictadura militar tradicional en el primer caso o de tiranías semicoloniales en los dos últimos. Conviene insistir en que, sobre todo en el caso de los procesos más avanzados de fascistización, el predominio del bloque monopólico se expresa por el rápido desplazamiento del eje central de poder de las franjas burguesas na132

cionales (es decir premonopólicas) así como de los sectores terratenientes tradicionales. esto es fácil de comprobar en un modelo como el brasileño por ejemplo, con solo examinar el desarrollo industrial y agrícola de 1964 para acá. el proceso de violenta centralización y concentración de capitales en el primer sector es bastante conocido y por lo tanto huelga abundar sobre él; en cuanto a la evolución del agro solo quisiera señalar que estudios recientes han podido comprobar que frente al auge de los complejos agroindustriales de propiedad monopólica hay hacendados con predios mayores de 300 hectáreas que apenas perciben un ingreso anual equivalente a la mitad de lo que les correspondería a título de salario mínimo regional. “el aspecto nuevo que emerge de estas investigaciones –escribe alberto passos guimarâes– es el de que la pobreza rural ha dejado de ser una peculiaridad exclusiva de la masa de campesinos y asalariados, pues alcanza ya a una parcela importante de agricultores-empresarios de no pequeño tamaño”2. todo esto no significa, claro está, que los remanentes de la burguesía nacional o de los terratenientes tradicionales (y hablo de “remanentes” porque sus estratos de punta son refuncionalizados e incorporados al bloque monopólico) queden inmediata y totalmente excluidos de ciertos niveles de poder una vez que el fascismo se instaura. el temor al socialismo o a la simple reforma agraria democrática puede convertirlos incluso en sólidos puntos de apoyo del proceso de fascistización, pero es un hecho que sus intereses y proyectos de clase distan mucho de ser los hegemónicos. Basta recordar que la política económica de los regímenes fascistas persigue una despiadada eliminación de los niveles empresariales “internacionalmente no competitivos” para comprender el destino de estos sectores que cuando más pueden sobrevivir vegetativa mente en áreas de la economía que no interesan de manera directa al capital monopólico o supeditándose cada vez más a su dominio. La omnímoda dominación de este último parece pues incuestionable y por ese lado hay base más que suficiente para calificar de fascistas a las dictaduras del Cono sur. en cuanto al otro aspecto definitorio del fascismo, es decir al hecho de que la dictadura terrorista del capital monopólico se ejerza fundamentalmente en contra de la clase obrera, también parece difícil de impugnar. Hay, en primer lugar, un conjunto de hechos políticos que saltan a la vista. tanto el golpe de estado de Bánzer en 1971, como el de pinochet dos años más tarde, fueron la culminación de acciones contrarrevolucionarias dirigidas centralmente contra 2

“o complexo agroindustrial no Brasil”; semanario brasileño, Opinâo, 5 de noviembre, 1976.

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fuerzas proletarias que a través de procesos políticos diversos lograron articular alternativas socialistas. en este sentido resulta paradójico, por decir lo menos, que algunos estudiosos destaquen el aspecto contrarrevolucionario de estos regímenes, pero más bien para negar con ello su carácter fascista. es probable que su razonamiento gire en torno a la idea de que los procesos en cuestión eran en verdad, “reformistas” y no prosocialistas, pero entonces, ¿cómo explicar el hecho de que los mencionados golpes se hayan dado con el explícito fin de “salvar a la patria del comunismo”? el mismo golpe de 1964 en el Brasil fue más anticomunista que “antipopulista” (por más que ciertas interpretaciones interesadas en hacerlo distorsionen este carácter) y el golpe de Bordaberry en uruguay se inició con una inequívoca represión masiva de la clase obrera (hasta ese entonces la represión se había ejercido, y duramente, contra movimientos revolucionarios de otra extracción social). el caso argentino es un tanto más complejo y por eso algunos sectores de izquierda dudan en calificar a la situación actual de fascista; pero aquí también es notorio que la instauración de la dictadura de Videla no fue solo una reacción contra el desmoronamiento del gobierno de la señora martínez, sino también una respuesta represiva a las reivindicaciones obreras y sobre todo a los intentos de autonomización política de esta clase. Interesa destacar, por lo demás, que en todos los casos mencionados el sistema entero había entrado en una fase crítica que –al menos en opinión de los interesados en defenderlo– lo ponía al borde del colapso. pero no hay solo estos aspectos políticos, que tendrán continuidad con la represión constante de toda actividad obrera autónoma, sea sindical o partidaria, sino que además está la cuestión económica que revela con claridad meridiana el carácter fundamentalmente antiobrero de tales regímenes. el balance al respecto es bastante fácil de establecer, ateniéndose a los propios datos oficiales: desde que se instauraron regímenes fascistas en Brasil, Chile, uruguay y argentina, el proletariado de estos países ha sufrido una pauperización absoluta que en promedio es del orden del 50%3. el proceso es tan brutal y desembozado que uno puede formular la función del fascismo en este terreno en términos inequívocos: se trata de producir la mano de obra más barata posible en beneficio del capital monopolista por métodos terroristas. Incluso es legítimo afirmar que el fascismo es el eslabón político necesario para la rápida fusión 3

Cfr. “fascismo y economía en américa Latina”, Controversia, no. 2. guadalajara, febrero-abril,

1977.

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del capital monopólico nativo con el multinacional sobre la base de la creación de una nueva “ventaja comparativa” (la mano de obra barata justamente) que constituye el “atractivo” substancial que la burguesía local puede ofrecer entonces a su socio mayor. es en todo caso el medio por el cual la gran burguesía intenta salir de su atolladero histórico, ya no solo aliándose sino está esta vez fundiéndose con un capital transnacional que a su turno está más ávido que nunca de súper beneficios, ahora que la tasa de ganancia ha decrecido severamente a nivel mundial por efecto de la crisis. en fin, parece difícil cuestionar el carácter terrorista generalizado que para cumplir con sus propósitos han asumido las dictaduras del Cono sur. se trata de un terror “moderno”, institucionalizado y sistemático, que sin duda marca un cambio radical en el funcionamiento de la superestructura estatal. “La supresión total de las libertades democráticas, como la libertad de coalición, de prensa, de reunión, el derecho de huelga, el sufragio universal directo, etcétera, como también la prohibición de crear organizaciones autónomas de masas”, todos estos elementos que togliatti señalaba como característicos del fascismo en Italia los encontramos sin duda en los países latinoamericanos fascistizados4. Incluso un apologista tan conocido de las dictaduras del Cono sur, como es mariano grondona, reconoce que ellas expresan el advenimiento de una forma estatal cualitativamente distinta de la democrático-burguesa. grandona, cierto es, no admite que se trate de estados fascistizados sino que prefiere equiparlos con las formas absolutistas que europa conoció en la fase de transición al capitalismo; desde un punto de vista marxista resulta sin embargo difícil imaginar que pinochet o geisel estén cumpliendo tareas históricas similares a las de Luis XIV5. el desmantelamiento del estado democrático-burgués y su sustitución por una forma fascista no tiene desde luego por qué revestir aquí exactamente las mismas modalidades concretas que tuvo en europa, en donde por lo demás variaron de país a país. Y ni siquiera es necesario que el proceso sea estrictamente uniforme en todos los países fascistizados de américa Latina. Bien sabemos que geisel mantiene una caricatura de parlamento mientras le conviene, clausurándolo y reabriéndolo a voluntad, o que los fascistas uruguayos colocan un títere civil a la cabeza del gobierno, en tanto que pinochet prefiere prescindir de este tipo de rodeos. son singularidades nacidas en la peculiaridad de cada 4 5

“a propósito del fascismo”, Escritos político, méxico, era, 1971. revísense los múltiples editoriales que al respecto ha publicado grandona en Visión, 1976.

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desarrollo nacional, de cada equilibrio o desequilibrio de fuerzas, y en este nivel tienen que ser entendidas y evaluadas para ver si tienen o no relevancia en la lucha política; sea de esto lo que fuere, importa tener presente que como simples modalidades que son, únicamente pueden señalar la posibilidad o imposibilidad de ciertos movimientos tácticos pero jamás fundar una estrategia. esta tiene que basarse en una comprensión, es decir en el reconocimiento de que la lógica que rige el funcionamiento de la superestructura política en su conjunto no es otra que la impuesta por la dictadura terrorista del capital monopólico. dentro de la unidad que constituye el fascismo hay obviamente margen para la diversidad, y ello por una razón más que no cabe olvidar: el desarrollo dialéctico de la historia, determinado por la lucha de clases, hace que nunca se den superestructuras “químicamente” puras, cristalizadas de una vez por todas. se trata siempre de procesos en que diversos elementos se combinan de manera compleja, produciendo ciertamente rupturas de orden cualitativo sin las cuales sería imposible hablar siquiera de distintas formas de estado, pero abriendo al mismo tiempo un abanico de gradaciones y matices. por lo tanto, puede haber grados variables de fascistización en cada formación social, como efectivamente los hay en el Cono sur. Chile, por ejemplo, parece presentar en el momento actual un grado de fascistización mayor que el del Brasil. entre el plano de lo esencial-universal y el de las singularidades concretas existe además un plano intermedio, el de la particularidad, que el análisis materialista no puede pasar por alto. en el caso de américa Latina esta particularidad está dada por el hecho de tratarse de países subdesarrollados y dependientes, con una economía atrasada, deformada y que ocupa una posición siempre subalterna en el seno de la constelación capitalista-imperialista mundial. de aquí se desprende una primera característica del fascismo latinoamericano que consiste en su imposibilidad de conseguir una base de apoyo popular, es decir de sustentarse en algún movimiento de masas. ello tiene que ver sobre todo con el hecho siguiente: los países dependientes no pueden disponer de una afluencia de excedente proveniente del exterior que les permita expandir de manera rápida y a la vez relativamente homogénea su economía, sino que más bien están sujetos a un drenaje constante de excedentes. en esas condiciones, o bien su economía crece pero acentuando violentamente las desigualdades de todo orden y desarrollando únicamente los puntos que interesan al capital extranjero (sería el caso de Brasil), o bien zozobran en el estancamiento como sería el caso de Chile, uruguay y argentina en el momento actual. La diferencia entre el primer caso y los tres últimos está dado por dos factores: 1. el que 136

Brasil haya adquirido la condición de aliado privilegiado del imperialismo y 2. el que su “modelo” haya logrado implantarse antes de que el capitalismo mundial entrara en crisis. La conjunción de ambos factores le permitió adquirir el carácter de “milagro” (antes de la crisis), pero con un costo social bien conocido que constituye la barrera estructural que ha impedido el desarrollo de un fascismo con apoyo de masas. Inútil pensar siquiera en la posibilidad de una movilización fascista de ciertos sectores obreros o campesinos cuando estas dos clases en conjunto sufren un proceso de pauperización pocas veces conocido: aventurado tratar de movilizar en igual sentido a las masas pequeño-burguesas cuando el grueso de éstas soporta los efectos de un brusco proceso de centralización de capitales en beneficio de los monopolios extranjeros. en los casos de Chile, uruguay y la argentina, la cuestión es más clara todavía. Limitémonos a añadir que incluso las capas medias han experimentado una depauperación y una “marginación” que probablemente son las más graves de su historia. su nivel de vida ha descendido bruscamente y los solos despidos masivos de empleados públicos han contribuido a crear una legión de cesantes. en estas circunstancias nada tiene de extraño que la “línea de masas” del fascismo haya sido –allí donde se dio– de muy corta duración. La hubo en Chile, por ejemplo, en el momento en que la gran burguesía se enfrentó con el gobierno de la unidad popular movilizando en su contra a vastos sectores de la pequeña burguesía y ciertos estratos de las capas medias; pero tales movilizaciones terminaron el mismo 11 de septiembre de 1973, sin que se intentara siquiera construir un partido fascista sobre la base de estos movimientos sociales. factor clave del proceso de desestabilización del gobierno de allende, no podían convertirse en un sólido soporte orgánico del régimen que se instauró después, ya que sus intereses y perspectivas estaban condenadas a entrar en colisión con la política promonopólica que es la médula del fascismo. en el momento mismo de escribir estas líneas la prensa da cuenta de una abierta pugna del gremio de camioneros y la asociación médica con la dictadura chilena, en razón de la penuria económica a que se ha conducido a los miembros de estas dos organizaciones que paradójicamente constituyeron los más eficases arietes “populares” de la lucha antiallendista6. otro rasgo particular del fascismo latinoamericano consiste en su imposibilidad de implantar una política de tipo nacionalista, dada nuestra configuración dependiente. en el plano objetivo esto se torna impensable puesto que el 6 me refiero a los cables publicados por los diarios mexicanos Excélsior, El día y El sol de México en la segunda semana de mayo, 1976.

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capital monopólico dominante es justamente extranjero y mal puede desarrollar una política en contra de sí mismo. Y en el plano subjetivo tampoco es fácil agitar banderas nacionalistas para movilizar a las masas por la sencilla razón de que en los países dependientes ello corre el riesgo de adquirir desde la base, proyecciones antiimperialistas. el elemento nacional-chauvinista del fascismo alemán o japonés se asentaba sobre un elemento objetivo constituido por la posibilidad real de expansión del capital monopólico nativo más allá de sus fronteras patrias; nada de esto puede darse en el caso del fascismo latinoamericano que en sí mismo es el resultado de un movimiento inverso, es decir, de la penetración del capital extranjero en nuestros espacios nacionales. resulta poco menos que ridículo imaginarse a Chile, uruguay, Bolivia e incluso la argentina convertidos en países imperialistas por obra y gracia de la política fascista, e incluso aquello del “subimperialismo” brasileño debe analizarse con la debida atención. en primer lugar, parece desacertado examinar el movimiento del capitalismo en el Brasil como si fuese realmente autónomo, es decir independiente del movimiento del capital internacional que predomina en esta formación social. el intervencionismo “brasileño”, patente en la vida política boliviana, uruguaya y chilena (para no hablar de la invervención armada en la república dominicana en 1965), es un hecho que dista mucho de corresponder a una diástole del capital nativo; en su esencia no es otra cosa que un reflejo mediado de la expansión del capital transnacional. para afirmar lo contrario habría que demostrar previamente que el capital originario de Brasil ha entablado una lucha con el capital imperialista de otras nacionalidades por la conquista de mercados y el aseguramiento de fuentes de materias primas, lo que es falso; para que esto sucediese tendría que comenzar por independizarse en el seno de su propia formación social, cosa que por lo menos hasta ahora no ha ocurrido. Lo anterior no quiere decir que la franja de capital monopólico nativo no intervenga como socio menor de ciertas aventuras expansivas o que la propia dictadura brasileña no alimente la ilusión de convertir al Brasil en potencia imperialista aunque sea de segundo orden, lo cual ha dado origen a cierta dosis de “nacionalismo”. Quiere decir, simplemente, que lo uno y lo otro chocan con la barrera objetiva de haber llegado tarde al reparto del mundo. nada más ilustrativo al respecto que el fallido proyecto brasileño de ocupar por lo menos el lugar del declinante imperio portugués en áfrica en el preciso momento en que su derrumbe, lejos de facilitar la realización de aquel proyecto, permitía más bien que las antiguas colonias se encaminasen por una vía socialista. 138

el fascismo latinoamericano es, en todo caso, la alternativa política más expedita para la desnacionalización de nuestras economías, como lo prueba el propio “milagro” brasileño. en los paises que se fascistizaron posteriormente, en la década de los setenta, este proceso supone incluso el desmantelamiento del antiguo sector capitalista de estado, cuya privatización es sinónimo de desnacionalización. Con ello el estado nacional acaba por perder todo grado de autonomía frente al capital extranjero y aun ideológicamente queda desarmado en este terreno por más que ciertos teóricos intenten disfrazar la situación hablando de un “nacionalismo de fines” (últimos) que habría reemplazado a un anterior “nacionalismo de medios”. Lo que esconden frases como estas no es más que el real proceso de sustitución del viejo capitalismo de estado, muchas veces antimonopólico y nacionalista, por una nueva situación de capitalismo monopolista de estados en la que la fuerza brutal del fascismo militar se aúna con el capital monopólico extranjero y la franja monopolista local “transnacionalizada” para llevar a cabo un proceso simultáneo de expoliación de las clases populares y de desnacionalización de la economía latinoamericana. Con ello, el fascismo termina por operar no solo un cambio cualitativo en la forma de la dominación política sino además un cambio de igual orden en el papel económico del estado. Culminación de un proceso previo de monopolización del proceso productivo, el estado fascistizado deviene a su turno la palanca más eficaz de constitución plena de la fase capitalista monopolista de estado con las modalidades específicas que ésta tiene que asumir con los países dependientes. Incapaz de poner en marcha un proceso de desarrollo autosustentado, internamente coherente y con reales posibilidades de expansión, el fascismo latinoamericano dista mucho de resolver la crisis de las sociedades a las que subyuga. tampoco puede establecer en ellas una verdadera hegemonía de la clase a la que expresa, si por hegemonía entendemos el hecho de aparecer ante las masas como encamación de los intereses de la nación. falto de un “consenso”, este fascismo se sustenta básicamente en un aparato militar que tiene que ocupar desde fuera, en una operación de “guerra interna”, todos los puntos estratégicos de la sociedad civil, comenzando por los denominados “aparatos ideológicos de estado”. su fuerza es pues, una fuerza militar; su debilidad, una debilidad civil. no hay que caer sin embargo en la ilusión de pensar que se trata de regímenes fascistizados pero de una fragilidad tal que pueden derrumbarse ante la primera arremetida de las masas. en sí mismo el terror no es poca cosa y peor aún cuando los cuerpos armados que lo ejercen son una prolongación del apa139

rato imperialista mundial de represión. tampoco hay que subestimar la capacidad del capital monopólico para incorporar a su proyecto a las “alturas” de la burocracia civil y a las capas de gerentes y administradores de su vasto aparato productivo, constituyendo en torno a ellos una red importante de intereses locales. en fin, el hecho de que el fascismo local no pueda conseguir un amplio “consenso” no quiere decir que esté incapacitado de ejercer un terrorismo ideológico generalizado, incrementando así toda suerte de temores, incertidumbres y vacilaciones. de no disponer de este abanico de recursos económicos, políticos e ideológicos los regímenes en cuestión se habrían derrumbado ya como castillos de naipes. si la debilidad civil del fascismo señala su talón de aquiles y abre la posibilidad de conformar en un plazo más o menos breve un frente de masas capaz de derrocarlo, su fuerza militar impone la necesidad de crear una verdadera contrafuerza social dando a dicho frente la mayor amplitud, es decir convirtiéndolo en el punto de convergencia de las aspiraciones legítimas de todos los sectores antifascistas que constituyen la inmensa mayoría de la población. este punto de convergencia no puede ser otro, a nuestro juicio, que el de la lucha por el establecimiento de una democracia avanzada que sea la fase mediadora entre la etapa de fascistización que estamos viviendo y la meta socialista que no tardaremos en alcanzar. me parece innecesario extenderme aquí sobre el contenido concreto de la fase de democracia avanzada, puesto que sus líneas fundamentales han sido ya trazadas por los partidos populares que son los auténticos portavoces de nuestros pueblos y la garantía de que las transformaciones previstas se llevan efectivamente a cabo. solo quisiera, antes de terminar con este breve ensayo, referirme a un punto particular de la controversia sobre el fascismo que a muchos desconcierta. no hace mucho, alguien me preguntaba por qué si múltiples estudios sobre las dictaduras del Cono sur coinciden en sus análisis concretos de lo que allí sucede en los planos económico, político e ideológico, difieren sin embargo en cuanto a la “caracterización” de la situación como fascista o no y sobre todo hacen (o hacemos) de este asunto una cuestión vital. Yo creo que la respuesta solo puede provenir de la constatación de que en el marxismo no existen terminologías “puras” en el sentido de carentes de connotaciones políticas, ideológicas y aun estrictamente simbólicas. así como al hablar de un feudalismo latinoamericano uno no deja de revelar un mínimo siquiera de filiación con el denominado marxismo “tradicional”, asimismo al emplear el término fascismo 140

no deja de insertarse en cierta perspectiva política y agitar cierta bandera. Y he subrayado lo de “termino” para poner de relieve que sin aquella filiación o esta inserción conceptos como los mencionados igualmente podrían expresarse con una palabra distinta, es decir con otros signos lingüísticos. de manera técnica nada impide que un significado (concepto) se exprese a través de cualquier significante. Lo importante, para no caer en el puro nominalismo, es tener conciencia de que ninguna estrategia ni ninguna táctica pueden desprenderse de tal o cual palabra que empleemos, sino del análisis que hagamos de una situación determinada conceptualizándola adecuadamente. Quiero decir con esto que no porque denominemos “dictadura gorila” o algo por el estilo al régimen terrorista que el capital monopólico ha establecido contra el pueblo chileno va a cambiar un ápice de su contenido fascista, ni va a alterarse en nada la correlación de fuerzas objetivas que de esta situación se deriva. Y sería más ingenuo todavía suponer que la sustitución del término fascismo por otro es el acto de magia que permite “quemar” etapas y saltar de inmediato al socialismo. si de cuestiones verbales dependiera el avance de la historia, con seguridad los grupos que desde hace mucho las cultivan habrían conseguido por lo menos un éxito en alguna parte del planeta. tengo la impresión (a lo mejor errónea) de que esto todavía no ha ocurrido ni está cerca de ocurrir, mientras por otro lado me parece posible constatar un poderoso crecimiento de la conciencia antifascista en escala no solo latinoamericana sino mundial. Creo que los intelectuales progresistas podemos contribuir con nuestros análisis y denuncias al robustecimiento de esta conciencia positiva y apoyar así las luchas de las genuinas organizaciones de masas. es un punto de vista muy personal, pero al que me apego con firme convencimiento.

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el estado latinoamericano y las raíces estructurales del autoritarismo

I. ConsIderaCIones de orden teórICo no es un azar el que en esta fase de crisis del sistema capitalista en general, y del capitalismo de américa Latina en particular, se haya desarrollado entre nosotros un marcado interés por todo cuanto concierne a la problemática del estado. después de todo, es ésta la instancia en que parecieran haberse condensado las principales contradicciones de las sociedad latinoamericana: cosa en cierto sentido normal, en razón de la propia crisis, pero que no por ello deja de actualizar una pregunta de mayor alcance: ¿es que el estado capitalista de nuestros países no ha adolecido siempre de una especie de crisis que la presente coyuntura no ha hecho más que agudizar y replantear? La pregunta no es, desde luego, inocente, ya que apunta a un asunto crucial, cual es el de saber si la problemática del estado capitalista latinoamericano puede o no ser dilucidada, como algunos lo pretenden, a partir de una teoría del estado capitalista en general, en el supuesto de que tal teoría exista. Y hablamos de un simple supuesto, para recalcar que es este mismo punto de partida el que encontramos controvertible. en efecto, ¿qué puede significar tal teoría más allá de la afirmación, tan cierta como genérica, de que a determinado modo de producción, corresponde necesariamente determinado tipo de estado; vale decir, para el caso que aquí interesa, que el estado de nuestros países capitalistas es un estado de tipo capitalista? es verdad que en los últimos tiempos ha habido intentos de desarrollar dicha teoría en el sentido llamado deductivista, tendiente a demostrar que al modo de producción capitalista corresponde no solo determinado tipo de estado, sino además determinada forma, en la medida en que en la configuración misma de aquel modo de producción estaría inscrita, de manera lógica, una forma democrático-parlamentaria de estado. mas lo que cabe preguntarse a este respecto es si se trata realmente de una necesidad o de una simple posibilidad. a nuestro juicio, la historia demuestra hasta la saciedad que la primera hipótesis resulta insostenible, dado que tal forma de estado ha sido siempre la 143

excepción, y no la regla, para el conjunto del sistema capitalista. Hasta hoy es el privilegio de un puñado de países que ni siquiera llegan a representar la quinta parte de cuantos integran la cadena capitalista imperialista, hecho que mal puede ser la expresión de una necesidad estructural que se supone va en sentido estrictamente inverso. Y si de la segunda hipótesis se trata, esto es, de la de una mera posibilidad estructural, queda por averiguar en qué condiciones históricas concretas dicha posibilidad se realiza. en cuyo caso, ya no nos encontramos ante una teoría del estado capitalista en general, sino de la forma que éste tiende a asumir en determinadas condiciones históricas. Con ello queremos decir que, para comprender la problemática del estado capitalista latinoamericano, de poco sirve partir de un sesgo conceptual que, a la postre, no conduce más que a la elaboración de una especie de tipología ideal del estado denominado occidental. Incluso las apasionantes reflexiones de gramsci sobre la diferenciada relación entre sociedad civil y sociedad política en Occidente y Oriente corren el riesgo de tornarse estériles si no se les despoja de los términos geográfico-culturalistas, de textura meramente descriptiva, que el pensador italiano utilizó para eludir la censura fascista. esto es, si no se retraducen dichos términos a un lenguaje explicativo que confiera un sentido teórico a ese Occidente y ese Oriente, ubicándolos como puntos diferenciados del sistema capitalista-imperialista. Como ya lo sugerimos, el estado capitalista en general no posee forma alguna que le sea necesaria: lo único que lo define como tal es la necesidad, ella si estructural, de reproducción en escala ampliada del modo de producción al que está integrado como superestructura. pero, ¿revistiendo qué forma concreta el estado capitalista ha de cumplir tal función? esto ya no es posible predecir ni deducir en un nivel tan alto de abstracción. Como escribiera marx en su momento: “La sociedad actual es la sociedad capitalista, que existe en todos los países civilizados, más o menos libre de aditamentos medievales, más o menos modificada por las particularidades del desarrollo histórico de cada país, más o menos desarrollada. por el contrario, el estado actual cambia con las fronteras de cada país”1. Y es que el estado capitalista solo existe, en cuanto forma ya concreta, como estado capitalista de determinada formación económico-social, con todas las determinaciones histórico-estructurales allí presentes, resultado tanto de un 1 Karl marx, “glosas marginales al programa del partido obrero alemán”, en Obras escogidas, moscú, editorial progreso, 1966, t. II, p. 24.

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específico desarrollo interno como del lugar que cada formación ocupa en el seno del sistema imperialista. Y es precisamente la configuración de cada formación lo que determina en última instancia la forma del estado capitalista, de acuerdo con el grado de intensidad y desarrollo de las contradicciones acumuladas en su interior, de la posibilidad objetiva de atenuación o acentuación de las mismas y de las tareas (funciones concretas) que de allí, se desprenden para la instancia estatal. en este sentido, parece evidente que las tareas que tiene que cumplir el estado capitalista en formaciones tan disímiles como son las de los estados unidos y Bolivia, por ejemplo, mal pueden ser idénticas, ni hacia dentro ni hacia fuera de las respectivas formaciones económico-sociales, siendo por lo tanto imposible que el estado capitalista asuma en ambos casos idéntica forma. si esto último ocurriese, sencillamente peligraría la reproducción ampliada del sistema capitalista-imperialista en su conjunto. Y valga este ejemplo para señalar, aunque sea de manera tangencial, la invalidez de aquella tesis según la cual la forma, democrático-parlamentaria o no, que asume el estado capitalista es el resultado indeterminado de la intensidad y orientación de la lucha de clases. de ser así, es probable que el estado boliviano tuviese una forma mucho más democrático-burguesa que la de los estados unidos… La incidencia de la lucha de clases sobre la forma del estado burgués jamás es mecánica ni indeterminada, sino que se inscribe necesariamente en los parámetros estructurales de cada formación social del sistema capitalista todo. ahora bien, resulta que en el interior de este sistema, y haciendo abstracción de las singularidades más concretas de cada país, la forma del estado capitalista tiende a ser marcadamente distinta (aunque a la vez complementaria), según se trate del estado correspondiente a las formaciones imperialistas o del estado correspondiente a las formaciones dependientes. Y ello no porque estas últimas no hayan alcanzado todavía la suficiente madurez política, sino en virtud de la propia ley de desarrollo desigual del capitalismo, que no puede dejar de traducirse en un desarrollo formalmente desigual del estado burgués. tesis que parte de la idea leninista de que el sistema capitalista imperialista es, metafóricamente hablando, una especie de cadena compuesta por eslabones de distinto espesor (eslabones fuertes y eslabones débiles), lo cual equivale a decir, en términos teóricos, que el propio desarrollo del capitalismo, sobre todo en su fase imperialista, lejos de tender a la homogeneización del vasto espacio por él dominado, registra un movimiento más bien inverso, que al mismo tiempo que va creando áreas de descongestionamiento –es decir, de atenuación de sus 145

contradicciones– crea también áreas, más amplias aún, de acumulación de las mismas, con todas las situaciones intermedias que en el límite de estos dos campos pueda haber. de todos modos, parece claro que, en una aproximación de orden global, las áreas de mayor acumulación de contradicciones (eslabones débiles) coinciden con el espacio de los países llamados subdesarrollados o dependientes. Lo que es más, creemos legítimo sostener que es aquella acumulación la que define el carácter de estos países, no solo en lo que a su base económica concierne, sino también, y correlativamente, en lo que atañe a su instancia estatal. en efecto, ésta se constituye como una superestructura sobrecargada de tareas en la medida en que 1. tiene que asegurar la reproducción ampliada del capital en condiciones de una gran heterogeneidad estructural, que comprende desde la presencia de varios modos y formas de producción hasta la propia malformación del aparato productivo capitalista; 2. tiene que llevar adelante ese proceso de reproducción en medio de un constante drenaje de excedente económico hacia el exterior, con todo lo que ello implica en términos de acumulación, y de la consiguiente necesidad de establecer determinadas modalidades de extracción de tal excedente; 3. tiene que imponer cierta coherencia a un desarrollo económico-social inserto en la lógica general de funcionamiento del sistema capitalista-imperialista, cuando a veces ni siquiera está concluida la tarea de integración de un espacio económico nacional y de la nación misma. Con solo mencionar estos grandes nudos problemáticos, que por supuesto no agotan la cuestión, uno está ya en capacidad de forjarse una idea más precisa de la sobrecarga de funciones que le toca asumir al estado burgués de la periferia y de las correspondientes formas “anómalas” que éste tiene que adoptar para garantizar la reproducción capitalista, no es un azar, entonces, que el llamado “estado de excepción” tienda a convertirse aquí en la regla; que la sociedad civil y hasta las propias clases parezcan configurarse a partir del estado, y no a la inversa; o que ese estado adquiera una contextura ambigua, de casi simultánea debilidad y fortaleza, balanceándose entre tales extremos dialécticos en una suerte de crisis permanente. obviamente, el contexto histórico estructural señalado no constituye el terreno más propicio para el florecimiento de formas democráticas de dominación burguesa, ni para la edificación de esa serie de trincheras y fortificaciones en el tejido institucional de la sociedad civil del que hablaba gramsci. en los países dependientes dichos bastiones no son simples metáforas, sino a menudo realidades tangibles, cuando la siempre protuberante instancia política penetra con sus tentá146

culos militares por todos los poros de la sociedad civil, sea por medio de los aparatos represivos locales, sea con el peso de la maquinaria represiva imperial. de todos modos, el estado de los eslabones débiles tiende a adquirir formas dictatoriales, o en el mejor de los casos, despóticas, en razón misma del cúmulo de contradicciones que la sociedad civil no está en capacidad de atenuarlas y que, por lo tanto, a él le corresponde regular. La hegemonía, es decir, esa capacidad de dirección intelectual y moral que el mismo gramsci descubrió como una dimensión importante de la dominación burguesa en Occidente (léase: en los países imperialistas), no es precisamente el rasgo más destacado de la dominación burguesa imperialista en los países dependientes. Lo que es más, todo parece contribuir a que tal hegemonía sea siempre insuficiente y precaria: escasez de un excedente económico que permita suavizar las contradicciones más agudas; desarrollo extremadamente desigual y a saltos, que constantemente conspira contra la propia unidad de la clase dominante: brechas culturales, en el sentido cualitativo del término, que muchas veces aísla a la cultura burguesa de la del grueso de la nación; en el límite, y sobre todo en las coyunturas críticas, incluso la dificultad de recuperar lo nacional y popular desde arriba, por temor a que por allí salte la liebre bajo la forma de sentimientos antiimperialistas. Los tropiezos en la construcción de una hegemonía burguesa (en el sentido gramsciano del término) en la periferia no obedecen por lo tanto a razones meramente coyunturales, y menos todavía a simples fallas ideológicas, sino que están inscritos en la propia configuración estructural de nuestras formaciones sociales, y, más allá de ellas, en la estructura misma de la cadena imperialista, que, en cuanto totalidad de desigual desarrollo, implica no solo desniveles y discontinuidades infraestructurales, sino también desniveles y discontinuidades superestructurales. por eso, si admitimos como válida aquella fórmula según la cual la dominación burguesa está compuesta de coerción y hegemonía, habrá que admitir también que esos componentes no están equitativamente repartidos en el mundo capitalista. La dominación burguesa imperialista en los países periféricos no se mantiene precisamente gracias al consenso activo de los gobernados. Contrariamente a lo que a veces se piensa, la forma democrático-parlamentaria del estado capitalista, como modalidad relativamente sólida y estable de dominación (y no solo como punto precario de un movimiento pendular), no es en modo alguno la superestructura natural del capitalismo, sino más bien la forma: histórica que dicha dominación tiende a asumir, salvo casos y situaciones de excepción, en los eslabones fuertes del sistema, merced a la relativa homogeneidad estructural de los mismos y, sobre todo, al flujo favorable del 147

excedente económico, del que se han beneficiado y siguen beneficiándose sus burguesías por su posición dominante en el conjunto del sistema. en los países dominados, en cambio, la forma democrático-parlamentaria de estado es una flor un tanto exótica; en todo caso, esporádica, y no por casualidad, sino en razón de las propias modalidades que aquí asume la acumulación de capital. en este sentido, no deja de ser altamente significativo que raúl prebisch, fundador de la CepaL y gran teórico del desarrollismo, haya tenido el valor de reconocer, con encomiable lucidez, que “el capitalismo aplicado en los países periféricos es incompatible con la democracia”, dado su “modelo concentrador”, que crea un abismo, según sus palabras, entre la minoría que controla los medios de producción y la clase trabajadora. situación ante la cual prebisch ve una sola salida, consistente en “la utilización de los excedentes como instrumento de corrección de las desigualdades sociales” 2, cosa que desde luego no nos parece muy compatible con el proceso de acumulación de capital en escala mundial, salvo en casos de verdadera excepción. por lo demás, no hay que olvidar que también en el nivel político el sistema capitalista-imperialista funciona como un todo articulado. La preservación de un espacio democrático más o menos impoluto en el interior de los centros imperiales se basa indudablemente en el mantenimiento de situaciones bastante menos idílicas en el exterior. Cuando las burguesías imperialistas envían cuerpos expedicionarios hacia sus zonas de interés, o cuando, valiéndose de los cuerpos represivos locales, promueven la implantación de dictaduras como las latinoamericanas, en el fondo no están realizando otra cosa que una constante distribución internacional de cuotas de violencia y hegemonía. esas intervenciones directas o indirectas en el exterior tienen la función de mantener las condiciones estructurales de su hegemonía interior.

II. refLeXIones soBre La CrIsIs Contemporánea La última fase de crisis del estado latinoamericano, ubicable sobre todo en los años setenta, arrancó precisamente de un intento de utilización del excedente económico “como instrumento de corrección de las desigualdades sociales”, para retomar la expresión de prebisch. pero lo característico del caso fue que 2

Cfr. El Día, “sección Internacional”, méxico, 21 de diciembre de 1980, p. 14.

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tal proyecto no provino de una burguesía modernizante y reformista, que a estas alturas de nuestra historia era ya raquítica, si no es que inexistente, sino de las fuerzas populares que irrumpieron en el escenario político de Chile, uruguay, argentina, Bolivia y otros países, a raíz de la bancarrota de las experiencias nacional-populistas y reformistas, así como de las configuraciones estatales a que ellas habían dado lugar. muchas de las tareas que aquellas fuerzas populares impulsaron o trataron de impulsar, según los casos, en rigor no eran tareas socialistas: eran medidas de corte democrático, como la reforma agraria; o medidas de corte patriótico como la nacionalización de los sectores económicos en manos del capital extranjero. pero –dada la debilidad de la burguesía nacional propiamente dicha, el enorme peso histórico de los burgueses agrarios (oligarquía) y la importancia cada vez mayor del capital monopólico transnacional, así como la íntima ligazón entre todas estas fracciones del capital y su expresión estatal– fue la propia existencia del capitalismo periférico y su estado la que se vio cuestionada, hecho que configuró una polarización de fuerzas entre un campo revolucionario y otro contrarrevolucionario. Y es que la propia crisis del modelo de acumulación llamado de posguerra, patente ya en los años sesenta, no dejaba mayor margen para fórmulas intermedias: o bien se emprendían transformaciones estructurales profundas que tendiesen a la homogeneización de la matriz económico-social y a la contención del drenaje del excedente económico hacia el exterior, o bien se implantaba una nueva modalidad de acumulación de capital por la vía reaccionaria, basada en la acentuación de las desigualdades de todo orden y, fundamentalmente, de la originada en la relación entre el trabajo asalariado y el capital. Y esto, no porque la burguesía local fuese ideológicamente incapaz de superar sus intereses estrechamente corporativos y de realizar algunas concesiones, sino porque ella misma se encontraba atrapada en la red de un conjunto de contradicciones históricamente acumuladas, dentro de la que cualquier tipo de concesiones ponía en peligro el propio proceso de acumulación de capital. en efecto, la crisis aparentemente coyuntural derivada del agotamiento del modelo previo de acumulación no había hecho más que poner al descubierto una crisis estructural más profunda3, imposible de solucionar mediante el mero 3 Crisis de una estructura agraria producto de la vía reaccionaria de desarrollo del capitalismo y de la inserción subordinada en la división internacional capitalista-imperialista del trabajo; crisis de un sector secundario compuesto sobre todo de industria liviana y dependiente, para la adquisición de maquinaria, de las divisas generadoras por el sector primario exportador, e incapaz, por lo mismo, de realizar una adecuada acumulación de tecnología, etcétera.

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diálogo en torno a una mesa de negociaciones. no se trataba de un simple regateo sobre la distribución del excedente económico, sino de un replanteamiento de las condiciones estructurales de generación del mismo. Las luchas sociales tendieron, pues, a radicalizarse, apuntando, como es lógico, a significativas transformaciones de la instancia estatal. rígidas a la vez que débiles, en razón de la siempre tensa relación entre sociedad civil y sociedad política, las instituciones de esta última eran poco aptas para absorber y regular el agudo conflicto. La confrontación que se venía desarrollando en el seno de la sociedad civil solo podía conducir, por lo tanto, a situaciones de ruptura, que a la postre llevarían a una transformación de las formas estatales. el triunfo de la contrarrevolución en el Cono sur, que hacia mediados de la década de los setenta era un hecho general y consumado, produjo una drástica alteración de la correlación de fuerzas, que a su turno allanó el camino para sustanciales cambios, en el estado capitalista de américa Latina. Como resultado del propio proceso contrarrevolucionario, armado (guerra abierta de clases), surgió un estado altamente militarizado, que expresaba una forma de dominación terrorista por parte de la burguesía, lo cual equivalía a una violenta acumulación de poder, antesala de una no menos violenta acumulación de capital. La derrota del movimiento popular, con la consiguiente desarticulación de sus organizaciones partidarias y gremiales, permitió, en efecto, una brusca redefinición de la relación previamente establecida entre el capital y el trabajo asalariado: el drástico proceso de pauperización de la clase obrera que siguió dice, todo a este respecto. La conversión de una buena parte del fondo de consumo obrero en fondo de acumulación de capital se convirtió en el rasgo distintivo del nuevo modelo. Incapaz de reactivar el proceso de acumulación a través de innovaciones tecnológicas o de una reorganización empresarial, por ejemplo, a la burguesía en el poder no le quedaba otro recurso que el de reactivarlo mediante un ajuste de cuentas con el trabajo asalariado. Y en el agro la respuesta tampoco podía ser democrática: la vía reformista fue cancelada, en beneficio de una política que favorecía el desarrollo del gran capital. pero la forma terrorista que asumió el estado no solo sirvió para esto, sino también, y simultáneamente, para una redefinición de las relaciones entre las distintas fracciones del capital, tanto a nivel económico como a nivel político. era obvio, en primer lugar, que a estas alturas de la historia latinoamericana la fracción burguesa nacional (relativamente autonomista) ya no tenía ningún proyecto coherente de desarrollo que ofrecer. es más, la crisis del modelo de 150

acumulación llamado de posguerra –que culminó en los años cincuenta y declinó en la década siguiente– no fue otra cosa que la expresión del fracaso de esa fracción burguesa. en segundo lugar, parece igualmente evidente que en el decenio de los setenta la fracción oligárquica ya no poseía ninguna perspectiva histórica: el capitalismo latinoamericano mal podía salir de su crisis retornando hacia formas primitivas y caducas de acumulación de capital. La única fracción burguesa que podía ofrecer una alternativa y dirigir el proceso imponiendo su proyecto histórico era, pues, la fracción monopólica. esta representaba, por lo demás, el punto exacto de confluencia entre el proceso de acumulación en escala nacional y el proceso de acumulación en escala mundial. así, la redefinición de la relación entre el trabajo asalariado y el capital en el plano interno expresaba no solo un cambio de la modalidad de acumulación en este ámbito, sino al mismo tiempo, la creación de la posibilidad de una nueva forma de inserción en la división internacional del trabajo; tal como ahora lo requería el sistema imperialista. era además la fracción monopólica, transnacionalizada ella misma, la que mejor podía concebir e impulsar una brusca transnacionalización de los puntos medulares de la sociedad latinoamericana: transnacionalización de la propiedad en los sectores económicos de punta, desde luego, y con ello del sistema mismo de producción; pero igualmente transnacionalización del consumismo (consumismo desatado en ciertos niveles); transnacionalización de los precios de las mercancías (libre juego de la oferta y la demanda monopólicas, salvo en lo que al precio de la fuerza de trabajo concierne); transnacionalización, en fin, de importantes esferas de la ideología y la cultura a través del control de los medios masivos de difusión. si la lógica de la contrarrevolución había llevado a la configuración de un estado dictatorial terrorista, que extendía sus tentáculos militares por toda la sociedad civil, la lógica de la nueva modalidad de acumulación exigía, a su turno, no solo el mantenimiento de tal forma de dominación, sino además que ésta tratara de institucionalizarse mediante una remodelación del cuerpo social en una dirección corporativa destinada a encuadrar y regimentar la actividad ciudadana en función de los intereses y expectativas del gran capital. Que este proyecto no acabara de cuajar, gracias a la resistencia popular, es ya otro asunto, que remite a las debilidades que, aún en sus momentos de mayor autoritarismo, caracteriza a las burguesías dependientes. sea de esto lo que fuere, es un hecho que el estado latinoamericano sufrió en este proceso una significativa transformación: se despojó de su aspecto arbitral, populista y, en cierta medida, be151

nefactor y paternalista; redefinió sus formas de intervención en la economía; canceló su dimensión de capitalismo de estado a secas para convertirla en capitalismo monopolista de estado. transformaciones, todas éstas, que mal podían realizarse por una vía democrático-parlamentaria o similar. se podría pensar, a estas alturas de nuestra exposición, que tal vez estamos extrapolando arbitrariamente la situación del Cono sur a todo el contexto latinoamericano. pero, sin desconocer las significativas diferencias existentes entre los distintos países de la región, conviene señalar que, si tomamos como punto de referencia el año de 1976, por ejemplo, las situaciones de dictadura reaccionaria eran casi la regla en américa Latina. Las había en argentina, Brasil, Bolivia, uruguay, Chile, paraguay, perú, ecuador, nicaragua, el salvador, guatemala, Haití y granada; en buena medida también en la república dominicana y Honduras, y, bajo una fachada civilista, en Colombia. al mismo tiempo, y no por azar, se desarrollaban procesos de desestabilización en Jamaica, trinidad y tobago, guyana e incluso méxico, amén de la situación ambigua por la que atravesaba panamá. La crisis del capitalismo había sacudido profundamente las sociedades latinoamericanas, cuyos estados vivían un momento también crítico, de redefinición, caracterizado por una serie de procesos de desarticulación y rearticulación que por lo general hallaron su punto de equilibrio en las fórmulas dictatoriales reaccionarias. sin embargo, el proceso todo estaba cargado de una ambivalencia y una precariedad tales que no podían dejar de expresarse aun en el momento en que el estado burgués parecía haber adquirido su mayor consolidación. Y es que la respuesta reaccionaria a la crisis del capitalismo, que por un lado era la única capaz de dar una salida a la crisis desde la perspectiva del gran capital, por otro lado implicaba una acentuación de las contradicciones y desigualdades de todo orden, antes que un principio siquiera de atenuación (descongestionamiento) de las mismas. no es una casualidad que el citado prebisch, perplejo ante el curso que finalmente tomó el desarrollo del capitalismo en américa Latina, haya llegado a descubrir en éste una especie de verdadera corrupción. además de ser significativamente concentrador, el capitalismo periférico, especialmente el que existe en países de américa del sur, venía presentando una suerte de corrupción que –en opinión de prebisch– es inconcebible. “una forma de corrupción es la tendencia a imitar el consumismo de los grandes centros. otra es la penetración incontrolable de las transnacionales, al mismo tiempo que los sindicatos prácticamente han sido anulados”. sin embargo, lo que más impresiona al economista argentino es la expropiación de sectores dentro del pro152

pio capitalismo. “La situación llega a tal extremo”, dice prebisch, “que los capitalistas financieros comienzan a usurpar a los capitalistas productivos. en otras palabras, los bancos comienzan a engordar y las industrias a enflaquecer”4. ¿Corrupción de la historia o devenir previsible de formaciones regidas por un modo de producción que necesariamente implica procesos de concentración, centralización, monopolización y transnacionalización del capital, bajo la égida del sector financiero, y cuya única lógica de desarrollo es la determinada por las posibilidades de obtención de superganancias para dichos sector? nos inclinamos a pensar que más bien se trata de un proceso natural, pero que produce efectos tanto más aberrantes cuanto más débil es el eslabón de la cadena capitalista-imperialista en que tal “desarrollo” ocurre. en semejantes condiciones, este mismo desarrollo tropieza, inevitablemente, con una nueva forma o nivel de contradicción, que en cierta medida viene a obstaculizar la reproducción ampliada del sistema. nos referimos a un problema de orden superestructural, que consistía en la dificultad, la casi imposibilidad, de conformar una hegemonía burguesa (siempre en el sentido gramsciano del término) en un área del mundo que ahora más que nunca necesitaría, bajo la perspectiva del sistema imperialista, ser estabilizada, convertida en zona de consenso, aunque solo fuese por estas dos razones: el notable cambio de la correlación de fuerzas entre Occidente y Oriente –que para el caso son sinónimos de sistema capitalista y sistema socialista–, y la gran extensión de las situaciones críticas a nivel mundial, es decir, la multiplicación de los puntos de ruptura y desmoronamiento de la dominación imperial. mas, ¿cómo construir esta capa de consenso, de ideal hegemonía, en una región donde el desarrollo del capitalismo requiere, estructuralmente, implantar modalidades de acumulación, y por ende de extracción del excedente económico, que demandan las más férreas formas de dominación? La administración de Carter trató de resolver esta contradicción mediante un acto de voluntarismo que desde arriba pretendía alterar la relación entre violencia y hegemonía. pero esta relación, ya lo dijimos, no se establece de manera indeterminada, sino que se desarrolla como correlato político del desarrollo desigual del capitalismo en escala mundial, hecho que, desde luego, mal podía ni quería subvertir la administración de Carter, hacerlo hubiera equivalido, por lo demás, a subvertir la estructura misma, de la cadena imperialista, forma inherente al desarrollo del capitalismo en su fase superior. 4

El Día, op. cit.

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por esto la política de democratización preconizada por Carter terminó en un rotundo fracaso, salvo en casos excepcionales, y que tampoco obedecieron a una lógica sencillamente político-ideológica. tal es el caso de ecuador, por ejemplo, en donde el retorno al régimen constitucional de 1979 (bastante precario por lo demás) tuvo por base las posibilidades abiertas por siete años de participación burguesa relativamente ventajosa en el reparto mundial del excedente económico capitalista, como país petrolero, antes que por las prédicas del gobierno de Washington. en efecto, el propio cambio en la correlación mundial de fuerzas creó, en la década pasada, la posibilidad de que las burguesías de algunos países del tercer mundo modificaran su cuota de participación de aquel excedente, en un movimiento de efectos plurivalentes para el conjunto de sistema. por una parte, la alteración del precio de los energéticos no hizo más que agravar la crisis de los países capitalistas avanzados (por más que sus corporaciones petroleras, pescando a río revuelto, obtuvieran jugosas superganancias), y desde luego precipitar las contradicciones en los países periféricos carentes de energéticos. por otra parte, abrió la posibilidad de que en el interior del tercer mundo se robustecieran, en términos relativos, algunos eslabones: sería, en américa Latina, sobre todo el caso de méxico (por razones concretas que no es del caso entrar a analizar aquí), en menor medida el de Venezuela y, en un nivel menor aún, el del ecuador. pero el reforzamiento relativo de estos eslabones, que en determinada perspectiva constituía y constituye un factor estabilizador (atenuación de ciertas contradicciones internas; posibilidad de afianzamiento, aunque sea temporal, de la democracia burguesa), en otra perspectiva introdujo una variable que implicaba la aparición de una nueva contradicción en el plano regional. al desarrollarse en algunos países del área una modalidad de acumulación que real o potencialmente dejaba de gravitar sobre el eje de una drástica redefinición de la relación entre el capital y el trabajo asalariado (en el sentido ya señalado), para apoyarse más bien en una mejor participación en la distribución mundial del excedente económico capitalista, tales países tendieron a diseñar políticas con grados variables de autonomía, que en última instancia terminaron por resquebrajar al bloque proimperialista de américa Latina. La crisis que sobrevino en la oea quizás sea la expresión más clara de este fenómeno. dentro de este contexto se produjo el fin del reflujo coyuntural de las luchas de las clases populares de la región, que a partir de 1978 volvieron a estremecer la superestructura política impuesta por el gran capital, rebasando 154

naturalmente los proyectos de democratización desde arriba, elaborados por la administración de Carter. La apertura democrática de la dictadura brasileña tuvo que ir, en cierto nivel, más allá de lo que la cúspide burguesa había previsto, gracias a los espacios abiertos por un impetuoso movimiento de masas, aunque en otros planos dicha apertura tendía a cerrarse. en Bolivia, la crisis del estado burgués se expresó en bruscas oscilaciones que culminaron con el golpe contrarrevolucionario de garcía meza. en Colombia y perú, el estado no terminó por salir de su crisis, enmarañado en formas ambiguas en las que los hilos de la democracia burguesa agonizante en el primer caso y extraída con forceps en el segundo– se ven constantemente en peligro de ser cortados por las bayonetas. pero a partir de 1978 en ningún área la crisis del estado capitalista latinoamericano ha sido tan aguda como en el eslabón relativamente más débil constituido por Centroamérica y el Caribe. Y hay razones histórico-estructurales para ello, como intentaremos demostrarlo en nuestro siguiente ensayo: “Las raíces de la pradera encendida”. en el caso de nicaragua, el estado burgués dependiente saltó en pedazos, dando lugar al establecimiento de un estado democrático-popular, que de hecho implica un punto más de ruptura en la cadena de explotación y dominación imperialista. el imperialismo estuvo, por lo demás, inmediatamente consciente de ello, tal como lo demostró el viraje de la propia administración Carter, que desde mediados de 1979 sustituyó su política de “defensa de los derechos humanos” por una política de mano dura hacia ese país, así como contra la granada de Bishop, que también a partir de aquel año intentó liberarse del yugo imperial. es más, fue a raíz del cambio de la correlación de fuerzas ocurrido en la zona de Centroamérica y el Caribe que se desencadenó la etapa de la llamada segunda guerra fría, que tomó como uno de sus principales pretextos la supuesta presencia de una brigada soviética de combate en Cuba, poco antes de que se realizara la sexta reunión Cumbre del movimiento de los países no alineados, en la Habana. esto no fue suficiente, desde luego, para contener el creciente deterioro de la situación centroamericana. el caso salvadoreño es elocuente al respecto, ya que muestra, precisamente en la profundidad de su crisis, la real contextura del estado burgués de la periferia, el cual, ante un embate decidido de las fuerzas populares, queda literalmente pendiente de un hilo: con mayor precisión, del cordón umbilical que lo liga con la metrópoli. en esta metrópoli no se ignora, a su vez, que la debilidad de tal estado no es un fenómeno simplemente super155

estructural, sino que tiene sus raíces en una infraestructura que de alguna manera tiene que ser reformada; solo que dicha reforma no puede efectuarse realmente sin cuestionar al mismo tiempo la contextura del sistema imperialista, que no por casualidad es lo que es y no otra cosa. si la primera fase de la administración Carter se caracterizó por ese voluntarismo al que nos hemos referido –con el cual se intentó revestir a la dominación imperial de un ropaje intelectual y moral democratizante–, la administración de ronald reagan estuvo marcada en cambio, desde sus inicios, por una posición pura y dura. Como afirmó roger fontaine, uno de los principales asesores de reagan para asuntos latinoamericanos y coautor del primer Documento de Santa Fe, lo que convenía a nuestros países era, en el mejor de los casos, una democracia con d minúscula. mejor definición no se podía dar de la suerte que correríamos en la década de los años ochenta.

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Vigencia y urgencia del “Che” en la era del neoconservadurismo*

La democracia solo existirá en América Latina cuando los pueblos sean realmente libres para escoger, cuando los humildes no estén reducidos por el hambre, la desigualdad social, el analfabetismo y los sistemas jurídicos a la más ominosa impotencia. (Che, “discurso de punta del este”, 1961)

recuerdo que hace algún tiempo, en una mesa redonda realizada en el marco de un congreso de la asociación Latinoamericana de sociología, cierto colega rioplatense nos reprochó airadamente nuestras referencias al imperialismo. me parece estar escuchando las viejas arengas de los años sesenta expresó, para luego añadir que en la actualidad el concepto de imperialismo no tiene la menor utilidad teórica, además de ser, a su juicio, una “obvia” simplificación política. Lo que ahora interesa discutir, concluyo, es la cuestión de la democracia. al cabo de varios meses, y no por azar volví a oír la misma cantilena, esta vez en boca de un filósofo español a quien la categoría imperialismo le parecía tan démodée como el entero pensamiento de Lenin. actualmente vivimos, explicó el filósofo, la problemática de la posmodernidad; es decir, la de una época caracterizada por el pluralismo ideológico, por el respeto a todas las culturas; hemos entrado en una época de apaciguamiento político, asistimos al eclipse de las posiciones “fundamentalistas” y a su reemplazo por un estado de ánimo más bien lúdico y escéptico. ¿será verdad que la era del imperialismo ha terminado y que solo siguen obsesionadas con él ciertas mentes “atrasadas” incapaces de entender que el mundo ha devenido por fin el hogar privilegiado de la democracia y la posmodernidad? * ponencia presentada en el 1 seminario Científico Internacional que, con motivo del 60 aniversario del natalicio del Che, se llevó a cabo en Buenos aires, del 8 al 11 de junio de 1988.

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Voy a permitirme observar, de entrada, que la misma cuestión de la democracia no puede plantearse al margen del problema del imperialismo. desde el punto de vista de nuestros países, está claro que mal podremos hablar de democracias plenas mientras no hayamos conquistado la plena soberanía. Cuando ésta es limitada, la democracia también lo es. pero hay algo más: como ha declarado, con mucha lucidez, el escritor mexicano Carlos fuentes, los propios estados unidos tendrán que optar, finalmente, entre “ser una democracia o un imperio”1. en efecto, no es congruente el hecho de proponerse, por un lado, como el paradigma de la democracia representativa y del respeto a los derechos humanos, y por el otro, sembrar la muerte y la destrucción sistemáticas en todos aquellos lugares donde los intereses imperiales se sienten amenazados aunque sea en mínima escala. Y es que la seductora imagen –mitad idílica, mitad decadente– de una posmodernidad lúdica y refinadamente escéptica, dista mucho de corresponder a los datos crudos de la realidad mundial. al contrario, en la medida en que el sistema imperialista se ha visto afectado por una profunda crisis económica desde mediados de la década de los setenta, y que ha sufrido importantes desmembramientos en el quinquenio 1974-79 (con los triunfos de los movimientos de liberación nacional en vastas zonas claves de asia, áfrica y américa Latina), en esa medida, decimos, ha acentuado sus reflejos más beligerantes y reaccionarios en todos los niveles, tratando de recuperar, por este medio, la hegemonía perdida; es decir, persiguiendo el absurdo anhelo de restaurar el estatuto imperial aparentemente incuestionable del que gozaban los estados unidos a la altura de 1945. por ello, el campo imperialista, en vez de evolucionar políticamente hacia el liberalismo –en el sentido más noble y humanista del término– se ha atrincherado en un férreo conservadurismo, desde aquel año clave de 1979 en que la primera ministra margaret thatcher asumió la jefatura del gobierno del reino unido. poco después, en 1981, la era reaganiana comenzó, y con ella la arremetida frontal contra los pueblos rebeldes del tercer mundo. La idea del roll-back se impuso como línea estratégica y para tal fin la administración reagan llegó a armar un conjunto de ejércitos mercenarios que en total representa, en la actualidad, la nada despreciable suma de alrededor de medio millón de hombres, equipados con los mas modernos y mortíferos armamen1 “fuentes: eua tendrá que escoger entre ser democracia o imperio”, La jornada, méxico, 6-V88, p. 17.

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tos. La contrarrevolución se puso, pues, en marcha por doquier, y aunque en ningún lugar logró triunfar2, en todos consiguió sembrar la muerte, el hambre, la desolación. La llamada guerra de baja intensidad ha sido finalmente una guerra de desgaste destinada a evitar que los frutos de las luchas de liberación se vuelvan tangibles, traduciéndose en bienestar colectivo; desgaste que además persigue el propósito de servir de escarmiento a otros pueblos que eventualmente podrían desafiar al Imperio. en el caso de américa Latina, esta política belicista se ha hecho sentir tanto en los casos de intervención directa de los ejércitos metropolitanos, en granada y las malvinas, como a través de la guerra de “baja intensidad” en Centroamérica, que en lo que va de la década ha dejado ya un saldo de más de 100 mil muertos, aproximadamente el doble de heridos, y millones de damnificados. La más reciente arremetida de los estados unidos contra panamá muestra, por lo demás, hasta qué punto el imperialismo estima absolutamente “normal” su injerencia en los asuntos internos de los estados dependientes, a la vez que ilustra otras dos cuestiones: de un lado, la pérdida del más elemental sentido de nación y de patria por parte de la “nueva derecha” latinoamericana (representada en este caso por la cúpula de la denominada Cruzada Civilista); de otro lado y positivamente, la enorme capacidad de resistencia de nuestros pueblos, que no están dispuestos a dejarse doblegar por el imperialismo ni seducir por el canto de sirena de su propia oligarquía. si en el ámbito político-militar el imperialismo ha resurgido agresivamente en la presente década, en el plano económico ha ocurrido algo semejante. tenemos, en primer lugar, una cuerda en nuestro cuello que nos asfixia: los us $420 mil millones de deuda externa de américa Latina, cifra en verdad impagable, pero que sirve de aparente legitimación para la extracción, perpetua si no la paramos, del excedente económico que nuestros pueblos sean capaces de generar. además, dicha deuda es el mejor pretexto para que el fondo monetario Internacional, el Banco mundial y, a través de ellos cuando no directamente, el gobierno de los estados unidos imponga a nuestras naciones la política económica de su agrado y conveniencia. política desnacionalizadora y antipopular, cuyas líneas de fuerza son de sobra conocidas:

2 salvo en granada, pero no por medio de un ejército mercenario sino con la intervención directa de las tropas yanquis.

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(a) devaluación constante de nuestras monedas nacionales. (b) elevación de los precios de los bienes de consumo, especialmente popular, y contención simultánea de los salarios. (c) fin de los “subsidios” a las clases populares (que se otorgaban a través de subvenciones al transporte, a ciertos víveres de primera necesidad, etcétera), al mismo tiempo que establecimiento de subsidios (“incentivos” se llaman en este caso) a los capitalistas. (d) privatización del sector de economía estatal en favor, a veces, de los capitalistas nacionales, pero sobre todo de las empresas multinacionales que se apropian a menudo de los bienes privatizados a título de pago “en especie” de la deuda exterior. (e) reducción del déficit fiscal mediante el despido masivo de funcionarios y/o trabajadores de las empresas estatales, y la drástica reducción de los servicios sociales. esta política de obvia depauperación de las masas se aplica, por lo demás, de manera indiscriminada y sin contemplaciones, incluso en los países más desamparados de la región, en tal sentido es una cruel ironía, aunque en modo alguno una casualidad, el que los “héroes” epónimos del actual proceso de reconversión de la economía latinoamericana hayan terminado siendo nada menos que el octogenario presidente de Bolivia Víctor paz estenssoro y su ministro de finanzas, Juan Cariaga. prevalido de su “éxito”, y sin importarle en absoluto el que concomitantemente miles de trabajadores de su país (que también es el país por el cual el Che ofrendó su vida) realicen desesperadas huelgas de hambre en procura de mejores salarios o para recuperar el empleo perdido, Cariaga no vacila en ufanarse de su ejemplar “firmeza”, a la vez que critica las “debilidades” de sus colegas de otros países: “el gran problema con los tecnócratas y estadistas de estos países –argumenta para explicar el fracaso de los planes Cruzado, austral e Inti– es que ellos no tomaron decisiones impopulares y además intentaron controlar los precios… nosotros no hemos impuesto controles de precios porque los precios se establecen de acuerdo a leyes naturales. fijar precios es como empujar el agua hacia arriba, cuando la naturaleza impone que vaya hacia abajo”3. 3 “Bolivia has natured” (interview a Juan Cariaga), Newsweek, may 2, 1988, p. 52. mario Vargas Llosa, por su parte, no deja de encomiar estos “esfuerzos” y lanzar un sos en favor del “modelo”: “¿no es justo acaso que un país como Bolivia, que desde hace tres años despliega esfuerzos admirables por poner en orden su hacienda y su vida productiva, reciba de la comunidad de los países libres concesiones y estímulos que difícilmente pueden justificarse en el caso de regímenes que, contra la razón y la historia,

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sí, con el pequeño detalle de que la caprichosa “naturaleza” quiere que los precios de los bienes de consumo popular vayan siempre para arriba, y los que consumen los ricos –concretamente, los de los productos que exportamos a los países desarrollados– vayan siempre hacia abajo. desde la óptica neoliberal predominante el único precio no “natural”, y, por lo tanto, controlable y contenible, es el de los salarios, en una época en que, por otra parte y muy elocuentemente, el prototipo del “buen” estadista burgués tiende a identificarse con el del “macho” que no tiene la menor vacilación en adoptar medidas antipopulares. Y es que debemos comprender que la contrarrevolución imperialista de los años ochenta no es solo política, militar y económica, mas también ideológica, cultural y ética. si el capitalismo contemporáneo, hasta la década pasada era todavía un capitalismo vergonzante, con cierta dosis de mala conciencia, de remordimientos vis-a-vis de los pobres, el capitalismo de la era reaganiana ha “superado” todos aquellos “complejos”. Hoy se ufana de su propiedad privada, reafirma su fe en las leyes del mercado sin ningún control estatal, rechaza cualquier forma de Welfare state o de “populismo” que intente hacer algo en favor de los menesterosos. en el límite, y como lo atestigua el conocido libro El otro sendero, del industrial peruano Hernando de soto, ni siquiera tiene escrúpulos morales en declarar que los misérrimos habitantes de los “pueblos jóvenes” forman parte de la ¡iniciativa privada! el “neoliberalismo” económico, que no es más que un complemento del neoconservadurismo político, se articula además con un neoderechismo filosófico que afirma –a través de los profetas de la nueva derecha francesa, por ejemplo– que es la propia idea de igualdad la que hay que extirpar de la faz de la tierra: la igualdad de los hombres ante dios predicada milenariamente por el cristianismo; la igualdad-libertad-fraternidad, lema de una revolución francesa a la que hoy está de moda denigrar en la propia francia (cfr. los textos de un françois furet, por ejemplo); y ni se diga la idea de una igualdad incluso económica, como la propuesta por el pensamiento marxista. Hay muchos que han manifestado su asombro por el hecho de que en las recientes elecciones presidenciales francesas (primera vuelta: 24 de abril de 1988), el candidato neofascista Jean-marie Le pen haya obtenido cerca del 15% de la votación nacional y la primera mayoría en marsella, segunda ciudad del se empeñan todavía en poner en practica políticas económicas demagógicas e irresponsables que condenan a sus pueblos a la pobreza y el atraso?”. “entre la libertad y el miedo”, Vuelta, 147, méxico, febrero de 1989, pp. 14-15.

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país, de la cual bien podría llegar a ser alcalde si las tendencias políticas galas continúan desarrollándose como hasta hoy. a mí personalmente me indigna el ascenso fulgurante de este hombre reaccionario, racista a ultranza y enfermizamente antitercermundista: pero debo confesar que no me sorprende, habida cuenta de un contexto como el actual en el que el imperialismo, ansioso de rehacer una hegemonía en declive, busca su unidad y su levadura ideológica justamente a través del desarrollo de una cultura con muchos rasgos fascistoides –su dosis de violencia, entre otros–, y sobre todo abiertamente racista y particularmente antitercermundista. Le pen es lo que es, ya lo sabemos; pero no hay que olvidar que la señora margaret atcher aseguró su primera reelección gracias a su “hazaña” de las malvinas; que ronald reagan incrementó su popularidad con motivo de la invasión de granada; y que hoy mismo, mientras escribimos estas líneas, el primer ministro francés, Jacques Chirac, con el aplauso obvio de Le pen pero también con la venia de françois mitterand, acaba de realizar una masacre en “su” colonia de nueva Caledonia, con manifiestos fines electorales: con su “firmeza”, Chirac busca ganar para sí los votos de la extrema derecha, sin los cuales no tiene la más mínima posibilidad de triunfar en la segunda vuelta de la elección presidencial; mitterand, por su parte, confiere el visto bueno a la represión con el propósito de demostrar que el orden colonial francés estará igualmente bien servido con su reelección. Lo aberrante, en todos estos ejemplos, es que el imperialismo ha llegado a tal grado de agresividad consciente contra el tercer mundo, que una de las pruebas por las que tienen que pasar sus candidatos antes de ser “democráticamente” elegidos, es la de su capacidad de aplastar cualquier intento emancipador de la “periferia” 4. es posible que desde el punto de vista de ciertos pensadores –los llamados “posmodernistas”, entre otros–, el concepto de imperialismo haya pasado de moda. aparte de que para ellos el ejercicio del intelecto es justamente eso: una cuestión de modas, no hay que olvidar que su pensamiento forma parte de la gran ola derechizante que hoy invade una porción significativa de los países autodenominados “occidentales”. sus intereses, por lo demás, no coinciden con los nuestros, es decir con los del tercer mundo, por mucho que, debido al mismo fenómeno de la dependencia, algunos sectores de la élite intelectual la-

4 Queda entendido que no toda la población de los países imperialistas comparte la política agresiva de sus gobiernos. en el caso francés, por ejemplo, la izquierda ha protestado de inmediato por la masacre de nueva Caledonia. solo que esa izquierda es, desafortunadamente, cada día más débil.

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tinoamericana comiencen a celebrar –bastante anticipadamente hay que decirlo– la fiesta de la “posmodernidad”. sea de esto lo que fuere, el hecho es que la américa Latina de hoy continúa siendo, salvo en contados puntos, un subcontinente empobrecido y sojuzgado, sediento de liberación. en lo económico, la advertencia que de manera muy sencilla formulara el Che hace 27 años, en su discurso de punta del este, se ha cumplido a cabalidad: “La falta de desarrollo provocará más desempleo, el desempleo trae inmediatamente una baja real de los salarios, empieza un proceso inflacionario; que todos conocemos, para suplir los presupuestos estatales, que no se cumplen por falta de ingresos. en tal punto entrará en casi todos los países de américa a jugar un papel preponderante el fondo monetario Internacional”5. De te fabula narratur: incluso la causa última del fracaso de planes como el Cruzado, el austral y el propio Inti, radica en esta admonición del Che: “se insiste en solucionar los problemas de américa a través de una política monetaria en el sentido de considerar que son los cambios monetarios, los cambios en la moneda, los que van a cambiar la estructura económica de los países, cuando nosotros hemos insistido en que solamente un cambio en la estructura total, en las relaciones de producción, es lo que puede determinar que existan de verdad condiciones para el progreso de los pueblos”6. estamos inmersos en plena crisis y sin que las burguesías criollas sean capaces de encontrar una salida, entre otras razones porque temen enfrentarse firmemente al imperialismo. Como el propio Che lo observó en otro de sus célebres escritos, “en muchos países de américa Latina existen contradicciones objetivas entre las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo”; pero “no obstante estas contradicciones las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al imperialismo”7. en la coyuntura actual, esta pusilanimidad se traduce por el hecho de que ni siquiera hemos logrado hasta ahora conformar la instancia mínima de autodefensa de nuestros intereses económicos nacionales, a saber: un club de deudores. 5 discurso pronunciado ante la Conferencia del Consejo Interamericano económico y social de la oea, en punta del este, uruguay, agosto de 1961. recogido en ernesto Che guevara, Obra revolucionaria, 4a. ed., méxico, era, 1971, p. 446. 6 Ibíd., p. 444. 7 “Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?”, Obra revolucionaria, p. 522.

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Y en el plano político, es cierto que se han desarrollado algunas iniciativas dignas de encomio, que evidencian la persistencia de una voluntad autonomista latinoamericana aun a nivel oficial. pensamos, por ejemplo, en el llamado grupo de Contadora y en su grupo de apoyo, o en los mismos acuerdos de esquipulas; solo que, en todos estos casos, la actitud de américa Latina sigue siendo meramente defensiva. La ofensiva, la sigue manteniendo el Imperio. pese a la terrible arremetida del imperialismo en la presente década, y al precio que ello ha significado para nosotros, el espíritu de lucha y la voluntad de resistencia de nuestros pueblos se ha sostenido firme. pero –para qué ocultarlo– dicha arremetida ha conseguido en cambio ablandar a una parte significativa de nuestra intelligentsia: en este plano, es indudable que hay un reflujo ideológico, una especie de retorno al más formal de los liberalismos, a la más acartonada filosofía del orden. dentro de este complejo panorama, parece evidente que un pensamiento como el de ernesto Che guevara es más actual y necesario que nunca. necesario, para oponer a la contraofensiva imperialista la conciencia y la voluntad de un tercer mundo que no quiere volver a ser mero “objeto” de la historia, sino seguir siendo un real protagonista de ella. necesario, también, para demostrar que nuestro pensamiento busca mantener un perfil y una voz propios, ser escuchado y respetado universalmente, y no reconvertirse en lo que fue en la Colonia: simple eco del discurso metropolitano, necesario y actual, en fin, para demostrar que por encima de la empobrecedora imagen “neoliberal” de una humanidad individualista y egoísta, existe otra imagen del hombre, hecha de generosidad y altruismo, virtudes que ernesto Che guevara supo encarnar e irradiar como nadie y por doquier. Verbo convertido en abnegación y lucha, lucha transmutada en resplandor de pensamiento, el Che sigue, a no dudarlo, vivo y vigente sesenta años después de su nacimiento.

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La democracia latinoamericana: ¿forma vacía de todo contenido?*

en el número 97 de la revista mexicana Nexos un apreciado colega retomaba una afirmación mía con respecto a la democracia y la presentaba como paradigma del desprecio por tan noble categoría. mi texto decía que “la democracia no es un cascarón vacío, sino un continente que vale en función de determinados contenidos”, tesis que el comentarista hallaba falsa y abusiva en la medida en que, a su juicio, la democracia “es una forma de relación política que vale en y por sí misma. se puede afirmar –continuaba– que un régimen democrático no resuelve por sí solo determinados problemas económicos y sociales; se puede decir también que por sí solo no supone la consecución de determinados objetivos socialistas, pero la afirmación de que solo vale en función de determinados contenidos, exhibe el menosprecio de la democracia frecuente en la izquierda”1. dejo de lado la sutil transformación de mi razonamiento al añadir ese solo que es tan ajeno a mi texto como a mi pensamiento y aclaro que, en el plano consciente al menos, no creo contarme entre aquellos que menosprecian la democracia. pero tampoco creo, ni deseo, incluirme en las filas de quienes estiman que la cuestión de la democracia puede ser considerada en abstracto, “filosóficamente”, por encima de los problemas, contradicciones, articulaciones y correlaciones de fuerzas del mundo real. por el contrario, me interesa rescatar todos estos problemas y preguntarme en qué grado ellos favorecen o no el florecimiento de la democracia (precisamente porque no la desprecio), qué contenidos concretos dan a cada democracia las clases dominantes (los “grupos hegemónicos” si se prefiere abordar el problema con mayor delicadeza) y qué respuestas y alternativas ofrecen frente a esta realidad las fuerzas socialistas y de izquierda en general. eso es todo, y no veo qué pueda haber de escandaloso en rescatar en el plano discursivo algo que innegablemente ocurre en el plano real. ¿o es que alguien puede indicarme dónde se ubica ese maravilloso país de Jauja * este ensayo fue presentado como ponencia en el XVI Congreso de la asociación Latinoamericana de sociología (aLas), río de Janeiro, 2-7 de marzo de 1986. La presente versión incluyo solo pequeñas modificaciones. 1 Carlos pereyra, “democracia y revolución”, en Nexos, no. 97, méxico, enero de 1986, p. 19.

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en el que la democracia funciona como una forma pura, ingrávida de los problemas y contenidos del conjunto de la vida social? actualmente hay, sin duda, una tendencia en muchos sectores de izquierda a considerar que la democracia es una categoría exclusivamente “política”, en el sentido más restringido del término, que en última instancia remite a cierto tipo de relación entre el estado y la “sociedad civil”, relación caracterizada fundamentalmente por la libertad de expresión, el pluripartidismo, la realización periódica de elecciones y la observancia de las normas previstas en los respectivos cuerpos legales. reglas de juego que en sí mismas me parecen positivas, pero con la salvedad de que nunca funcionan de manera indeterminada, es decir con independencia de su inserción en cierta estructura más compleja que es la que les infunde una u otra “orientación”. partiré de algunos ejemplos, tanto más significativos cuanto que se refieren al comportamiento de las democracias que algunos estiman más perfeccionadas, esto es, las de los países capitalistas “centrales”. primer ejemplo. Cuando ronald reagan decidió invadir granada, en octubre de 1983, lo hizo en su calidad de presidente constitucional de los estados unidos, sin violar ninguna ley de su país y con un apoyo tan abrumador de la opinión pública estadounidense, que cualquier plebiscito salía sobrando. Los congresistas del partido demócrata, y ni se diga los republicanos, no pudieron menos que aprobar la acción del jefe de la Casa Blanca, y la infame agresión a la que me refiero se convirtió a tal punto en gloria nacional que con posterioridad, en la campaña para las elecciones presidenciales de 1984, el candidato demócrata Walter mondale declaró que él hubiera hecho lo mismo que ronald reagan de haber sido presidente en 1983. por si a la invasión de granada le faltase alguna legitimación más, el parlamento europeo no dudó en ofrecerle su respaldo: cuna y paradigma de la democracia occidental, la europa subimperialista aplaudía la “hazaña” del imperialismo principal. algunos dirán que amor con amor se paga y no estarán equivocados: estados unidos tampoco había vacilado en apoyar a Inglaterra y al parlamento europeo en la cuestión de las malvinas. en ambos casos, por lo demás, dichas agresiones al tercer mundo aumentaron enormemente la popularidad interna de los respectivos jefes de estado. recuerdo que el ejemplo que ahora evoco por escrito lo expuse verbalmente en una sesión del IX Congreso panamericano de filosofía (guadalajara, finales de 1985) obteniendo como respuesta lo siguiente: 1. Que por condenables que puedan ser tales acontecimientos ellos no afectaban a la democracia interior de los estados unidos y europa occidental, y 2. Que en el mejor de 166

los casos mi argumentación conseguía demostrar que la vía democrática no siempre conduce a lo que, a juicio de tal cual sector o corriente de opinión, podrían ser las mejores decisiones. Pero yo no acabo de convencerme de que el problema sea tan sencillo: habitante del Tercer Mundo, me hace muy poca gracia que los países imperialistas decidan “democráticamente” agredirnos, y no veo a título de qué estaría además obligado a admirar una forma que en este caso sirve de vehículo a tan abominables contenidos. Por lo demás, bien sabemos que la ocupación de Granada no fue una deplorable excepción dentro de las democracias occidentales: habría que preguntarse más bien a qué país pobre no han agredido. En los mismo días en que estoy redactando este artículo el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Caspar Weinberger, ha dicho y repetido que no hay que olvidar que un “rescate” (sic) como el de Granada podría volver a producirse en cualquier otro punto del Tercer Mundo, si las circunstancias así lo exigen a juicio de Estados Unidos. La amenaza estaba dirigida en lo inmediato contra Libia y esta vez los líderes de Europa Occidental dudaron en avalarla, mas no por repentinos escrúpulos morales sino por motivos bastante más prosaicos: Libia provee de petróleo a algunos de esos países, que además temen una confrontación directa con la URSS en “su” mar Mediterráneo2. Volviendo a América Latina, parece superfluo recordar la agresión permanente de que es objeto Nicaragua por parte de Estados Unidos, a pesar de que ese país centroamericano es en la actualidad inmensamente más pluralista y democrático que su agresor. Pero se trata de una democracia de contenido popular y antimperialista y es eso lo que la administración Reagan no está dispuesta a tolerar. Solo cabe recalcar que esta política belicista está apoyada por una mayoría parlamentaria de la cual los demócratas no están excluidos, y además cuenta con la adhesión del Parlamento Europeo para muchas acciones (fue el caso del embargo económico, por ejemplo). ¿Estaremos, en esta situación también, obligados a admirar la pureza de los procedimientos seguidos, para la toma de decisiones, sin reparar en los contenidos involucrados, en el conjunto del proceso? ¿Estaremos obligados a sostener que a pesar de todo la democracia estadounidense es una democracia sin calificativos, y no una democracia imperialista como yo sostengo, para evitar que se nos tache de dogmáticos? Personalmente sigo persuadido de que no hay procedimiento formal alguno que pueda legitimar la toma de decisiones tan inmorales como las de este ejemplo. 2 El “rescate” de Libia nunca se produjo por los peligros que implicaría, pero Estados Unidos realizó una incursión “punitiva” contra Trípoli con posterioridad a la redacción de este artículo.

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no quiero convertir a este artículo en un “cuaderno de quejas”, pero tampoco puedo pasar por alto el hecho de que la presencia del imperialismo distorsiona nuestra democracia aún en los casos de países que no parecen ser víctimas de una agresión directa. en el plano formal, por ejemplo, Honduras no es un país agredido como nicaragua ni ocupado a la manera de granada; se rige además por ciertas normas democráticas, con relativa libertad de prensa, pluripartidismo, elecciones periódicas, etcétera. sin embargo, y aun haciendo abstracción de los doscientos “desaparecidos”, uno puede preguntarse legítimamente cuál es el alcance de esa democracia en un país en que, como lo señala el historiador ramón oquelí, ni el mismo presidente de la república goza de mayor poder de decisión: “La importancia de las elecciones presidenciales, con fraude o sin él, es relativa. este es un país sometido. Las decisiones que le afectan se toman primero en Washington, luego en la jefatura militar norteamericana en panamá (Southern Command), después en la jefatura de la base norteamericana de palmerola aquí en Honduras, enseguida en la embajada norteamericana en tegucigalpa, en quinto lugar viene el jefe de las fuerzas armadas hondureñas, y apenas en sexto lugar aparece el presidente de la república. Votamos, pues, por un funcionario de sexta categoría en cuanto a nivel de decisión. Las funciones de presidente se limitan a la administración de la miseria y la obtención de préstamos norteamericanos”3. espero que nadie interprete estas observaciones de oquelí, que personalmente comparto, como una prueba del “menosprecio” por la democracia existente, en este caso en Honduras; menosprecio que de ser cierto conduciría a la inevitable conclusión de que lo mismo daría una dictadura terrorista abierta que el mantenimiento de los espacios y formas actuales, por reducidos que sean. desde luego no da lo mismo, salvo en la óptica de un ultraizquierdismo infantil (“tanto peor, tanto mejor”) que por lo demás es cada vez más insignificante en américa Latina: los antiguos “ultras”, aquellos que hasta la década pasada no perdían ocasión de atacar el “legalismo” de los partidos comunistas, son en la actualidad mayoritariamente liberales y lo único a que se mantienen fieles es a su inveterado anticomunismo; solo que ahora han descubierto que los comunistas no respetan suficientemente la ley... el problema no consiste, por lo tanto, en luchar contra un maximalismo imaginario, sino en saber si a nombre de que las cosas podrían ser aún peores 3 Citado por gregorio selser en “Honduras a las urnas: se votó por un presidente, pero el que manda vive enfrente”, Le monde diplomatique en español, año VII, no. 84, diciembre de 1985, p. 30.

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(lo que siempre puede por lo demás ocurrir) uno debe ocultar de modo sistemático los problemas con que se enfrenta la democracia en la américa Latina de hoy. Y a este respecto me pregunto, no sin alarma, si uno de los éxitos de la política contrarrevolucionaria de que los latinoamericanos venimos siendo víctimas, sobre todo en su versión moderna de los diez o quince últimos años, no consiste precisamente en habernos llevado a percibir el mundo a la manera de aquel antihéroe de un cuento de samuel Beckett que, simbólicamente echado a puntapiés de todos los hogares, todavía se alegra de que no lo persigan también en la calle para golpearle “delante de los transeúntes” y hasta agradece al cielo que sus opresores sean “gente correcta según su dios”. ¿es que esa gente impecable según su dios y sus reglas de juego que hoy gobierna estados unidos se limita a perpetrar sus agresiones en la “zona cliente” de Centroamérica y el Caribe? por supuesto que no, aunque obviamente allí la agresión reaganiana es más fuerte en la medida en que los procesos de liberación nacional están mas avanzados que en el resto de américa Latina. pero no hay que olvidar que, aun donde no hay avances revolucionarios, la administración reagan visualiza al tercer mundo como un enemigo al que hay que derrotar. Hace poco, el presidente estadounidense se jactó públicamente de haber “tomado pasos sensatos” que “han conmovido los precios del petróleo y puesto de rodillas a la opep”4, declaración que motivó las airadas protestas del primer mandatario venezolano y otros líderes del tercer mundo, protestas de las que reagan ni siquiera se dio por enterado. Y es que su desplante con respecto a la opep no fue un ex abrupto inexplicable, sino la lógica derivación de una política claramente antitercermundista dentro de la cual la lucha contra un nuevo orden económico Internacional (noeI), por ejemplo, ha sido convertida en parte del interés nacional estadounidense, como en más de una ocasión lo ha expresado la señora Jeane Kirkpatrick al calificar tanto al noeI como al nuevo orden Informativo mundial como “algunos de los programas más agresivamente antidemocráticos y antioccidentales...”5. Cita textual que no recojo por ser la única (las hay por decenas y hasta centenas) sino para que se vea cómo los mismos exponentes de la política estadounidense no dejan de ligar la democracia con determinados intereses económicos muy concretos. al calificar al noeI de “antidemocrático”, la ex embajadora de reagan ha hecho gala de un “materialismo” que no deja de contrastar con el idealismo de cierta izquierda en pleno repliegue, que no pierde la oportunidad de tildar de “economicista” 4 5

El día, méxico, 12-1-86. Newsweek, 14-1-85, p. 10.

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a cualquier análisis que rescate los ligámenes cada vez más estrechos entre economía y política, entre intereses de clase y política y, por ende, nos agrade o no, entre economía, intereses de clase y democracia. exploremos otro ejemplo, ahora destinado a descubrir qué es lo que en positivo espera el gobierno norteamericano de las democracias del sur. en su visita oficial a estados unidos, de enero de 1986, el presidente del ecuador, León febres Cordero, fue encomiado por altos personeros de la administración y por el propio reagan como el máximo ejemplo de gobernante democrático, encarnación “precisamente del tipo de política que queremos alentar a través del plan Baker” 6. ¿Qué méritos convirtieron a febres Cordero en objeto de tan cálidos elogios? en primer lugar, su conocido despotismo y menosprecio por las aspiraciones populares de los ecuatorianos (ese “espíritu de cow boy” que ronald reagan le aseguró que compartían), aunado a su desinhibido servilismo hacia el jefe del Imperio: “cuando estudiaba en estados unidos un actor me gustó mucho y era ronald reagan. debo confesar que me siguen gustando las películas de vaqueros, pero ahora veo en reagan al actor que tiene el papel más importante de la historia”7. pero, por vergonzosa que sea esta obsecuencia, todavía no fue lo peor; atrás de las palabras rastreras estaban hechos como el de haber prohibido a la diplomacia ecuatoriana mencionar si quiera el noeI; haber asegurado que si de él hubiese dependido el ecuador nunca habría ingresado a la opep; haber condenado a los países árabes por la supuesta utilización de sus ingresos petroleros para promover el “terrorismo”; además de, según palabras textuales de febres, haber “vendido toda la potencialidad que tiene ecuador en estados unidos... en el sano sentido del término”8. Venta que parece haber incluido hasta los últimos resquicios de nuestra soberanía en la medida en que, de acuerdo con declaraciones del canciller edgar terán, también se discutió con el gobierno de reagan las reformas que febres Cordero había propuesto a la Constitución del ecuador9. Con estos antecedentes no debe llamar a nadie la atención que el gobierno estadounidense considere al ecuatoriano como el más acabado paradigma de la democracia latinoamericana. sería inquietante, en cambio, que invocando no sé qué sacrosantos principios alguien me solicitase abstenerme de afirmar que la democracia ecuatoriana, en la fase actual, está dominada por intereses 6

El día, méxico, 16-1-86. La jornada, méxico, 16-1-86. 8 La jornada, 20-1-86. 9 El día, 18-1-86. 7

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burgueses, oligárquicos y proimperialistas que, lejos de mantenerla como una democracia pura, le dan un contenido predominante de clase que no llego a entender por qué razón yo tendría que enmascarar, cuando esa me parece más bien ser una tarea de los febrescorderistas. pero ¿no es el pueblo ecuatoriano el que libre y soberanamente eligió a febres? formalmente sí, y garantizo que sin fraude. en qué condiciones estructurales y bajo qué correlaciones dadas de poder, es otra cuestión: el quid de la cuestión diría yo. explorémosla brevemente. en un libro que a mi juicio constituye la reflexión más sólida que se haya hecho sobre la democracia en américa Latina, el sociólogo y dirigente político brasileño francisco C. Weffort define a la democracia en los términos siguientes: “el imperio de la ley, al cual se subordinen gobernantes y gobernados, la libertad de organizarse para competir de modo pacífico por el poder, la libertad de participación del conjunto de ciudadanos, a través del voto, en los momentos de construcción del poder: he ahí los atributos mínimos y esenciales de la democracia en cualquier tiempo y en cualquier lugar que exista o haya existido”10. subrayo que no tengo nada en contra de ninguna de las libertades y legalidades que Weffort reivindica como atributos de la democracia, y que estoy convencido de que efectivamente lo son y que debemos luchar por su vigencia. sin embargo, hay algunos presupuestos de su definición que no me siento obligado a aceptar a pie juntillas, aun a riesgo de que los supervisores de conciencias me acusen de menospreciar la democracia. dudo, por ejemplo, que el poder se construya a través del voto, no solo por razones abstractas que hoy no me propongo exponer, sino por la buena razón empírica de que jamás he visto ni he oído hablar de ningún lugar del planeta en donde asuntos tan decisivos como los que a continuación voy a señalar hayan sido sometidos a votación: a) la cuestión del sistema de propiedad; b) la estructura del aparato militar; c) la constitución de las relaciones que la CepaL denomina “centro-periferia” (para no hablar directamente de imperialismo). ojalá en un futuro cercano todos los latinoamericanos seamos convocados a una clara consulta plebiscitaria para ver si queremos o no que sigan existiendo los grandes monopolios, cosa a la que desde luego me opondré; ojalá nos llamen a votar también sobre la forma de organización de nuestros ejércitos, en cuyo caso yo, demócrata hasta las últimas consecuencias, votaré en favor de que en 10

francisco C. Weffort, Por que democracia?, são paulo, editora Brasiliense, 1984, p. 55.

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todos los niveles haya una representación partidaria similar a la de los parlamentos, de suerte que incluso el estado mayor refleje fielmente el arcoíris político de cada país; ojalá, por último, un buen día nos conviden a pronunciarnos sobre el deterioro de los términos de intercambio y sobre si debemos o no pagar la deuda externa, dos cosas a las que sin dudar responderé negativamente. decidir sobre este tipo de cuestiones parece a la vez tan vital y tan utópico, tan necesario (si no decido inequívocamente sobre ellas quiere decir que el poder se constituye con prescindencia de mí), pero al mismo tiempo tan alejado no solamente de nuestra experiencia sino además de nuestras expectativas, que hasta suena como una tomadura de pelo al lector y por supuesto como una trasgresión de toda regla académica y política de discusión. en el límite, hasta puede aparecer como una “provocación”, es decir, como un inútil desafío, ¡precisamente al poder preestablecido! pero, lo peor de todo es que no se trata solo de una utopía, sino de una utopía que va en contra de todo el movimiento de la historia, que concentra cada vez más un poder que cada día está menos sujeto a discusión y ni se diga a votación. algunos ejemplos. en los años veinte de este siglo, el ejército brasileño (para no apartarnos del país de Weffort) era un ejército relativamente “pluricromático” ya que incluía a oficiales de las más variadas tendencias políticas; antes del golpe del 64 todavía había en él incluso simpatizantes del partido Comunista; hoy, tiene un único color que en el mejor de los casos admite matices. ¿La solución va a consistir entonces en despolitizarlo en un futuro próximo? sería un caso único en el mundo, a menos que por despolitizar se entienda convertirlo en el equivalente de los ejércitos que conforman la otan: ejércitos ferozmente anticomunistas, inventores de la doctrina de la seguridad nacional y dispuestos a cometer las peores atrocidades para defender el sistema capitalista-imperialista, pero que internamente no tienen que intervenir por la sencilla razón de que nadie lo amenaza, por ahora, seriamente. ¿exagero sobre este punto? no lo sé; pero debo confesar que si ello ocurre es bajo el efecto de una lectura reciente que me ha impresionado sobre manera. me refiero a las Mémoires de raymond aron, quien fue mi maestro al que siempre admiré a pesar de las diferencias ideológicas, no solo en homenaje a su talento sino porque además me parecía un hombre honesto y liberal, aunque obviamente de derecha. pues bien, ese profesor al que desde mi silla de estudiante percibí ilusamente como un humanista respetuoso de los demás, del derecho y la vida ajenos, incapaz de aprobar el más mínimo acto de barbarie, es 172

el mismo que en sus memorias, al responder a una pregunta sobre si aprueba o no las torturas cometidas por el ejército francés en argelia y el uso del napalm por los yanquis en Vietnam, se limita a comentar: “Yo no soy una alma justa” (je ne suis pas une belle ame); “de lejos, es fácil contestar: desde luego”11. ¿Intelectual perverso y antidemocrático? no: intelectual de país imperialista dotado de la típica cabeza de Jano que no registra contradicción alguna entre la democracia dentro casa y el terror ejercido fuera de ella. si así razona un apacible profesor universitario, cómo no lo harán los miembros de esos “democráticos” ejércitos. pero volvamos a la idea de la concentración del poder, que me parece igualmente válida en el terreno de la economía (poder económico). Hace medio siglo, aunque solo fuese como consecuencia del muy bajo desarrollo del capitalismo latinoamericano, las particularidades y hasta originalidades nacionales y regionales eran mucho más probables que ahora, cuando las leyes capitalistas funcionan de una manera más universal y rigurosa debido a la transnacionalización de nuestras economías y, por si eso fuera poco, a la estrecha supervisión ejercida por organismos como el fondo monetario Internacional. ¿Qué poder de decisión tiene entonces el ciudadano común y corriente de un país subdesarrollado sobre un movimiento económico que escapa no solo de las dimensiones de su unidad productiva, de su barrio y de su pueblo, sino también del ámbito de su nación? el problema parece más agudo todavía ahora, en una coyuntura en que la crisis del capitalismo en su conjunto exige una reconcentración del poder político y económico, que la administración reagan está decidida a llevar hasta sus últimas consecuencias y a como de lugar. en este sentido, llama mucho la atención que en un libro como el del Weffort no haya la menor referencia al problema de la dependencia y el imperialismo, sobre todo si se tiene en cuenta que su reflexión arranca de inquietudes surgidas a raíz de una entrevista con un funcionario estadounidense, como él mismo lo apunta. ¿es que Weffon estimó que el problema de la dependencia nada tiene que ver con el de la democracia? me resisto a creerlo. Como dificultad me cuesta admitir que en la mayoría de los textos que hoy circulan sobre el tema de la democracia, se eluda cautelosamente hablar de la futura economía: ¿van a inventar un “modo de producción democrático”? ¿van a democratizar el capitalismo y cómo? ¿van a implantar una economía socialista y de qué manera? Quien sabe. 11

raymond aron, Mémoires, Juillard, paris, 1983, vol. II, pp. 868- 869.

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en fin, me parece que aquello de la participación en la constitución del poder por medio del voto tampoco es tan sencillo si se piensa que en rigor solo hay opinión válida, que no constituya una tomadura del pelo para el propio votante, allí donde existe conocimiento de causa. a este respecto, recuerdo haber asistido, hace ya algún tiempo, a un encuentro de Lasa (Latin American Studies Association, de estados unidos) en el que un grupo de profesores de esta nacionalidad pedía cuentas a sus colegas cubanos sobre la libertad de información en la Isla. no voy a repetir aquí el ping-pong de preguntas y respuestas que, como casi siempre ocurre en estos casos, no pasa de ser un diálogo, de sordos; quiero rememorar, en cambio, que en medio de la barahúnda no podía dejar de evocar mi experiencia personal en los dos países: en una Cuba donde sin la menor duda el ciudadano medio está bastante bien enterado de los principales problemas políticos mundiales y desde luego mucho más de la situación latinoamericana; y en unos estados unidos donde en las propias universidades y ni se diga a nivel del ciudadano común y corriente, la cultura política no va mucho más allá de un odio cerril a lo que vagamente se percibe como comunismo y de una ignorancia incluso geográfica sobre américa Latina, de la que el mismo presidente reagan hizo gala en su gira sudamericana de 1982. ¿el derecho de información, que en rigor debería preceder al de la decisión, está mejor satisfecho en los estados unidos que en Cuba para la población en general? ¿en cuál de los dos países la gente tiene mayor libertad de decisión y participa más en la constitución del poder? a nivel formal, pareciera que en los estados unidos; a nivel real, confieso que no solo tengo dudas sino además serios temores cuando pienso que el destino de la humanidad depende en buena medida de un voto tan poco calificado y tan manipulable como el del ciudadano medio de los estados unidos. reflexión con la cual no estoy queriendo decir que la solución consiste en privarles del voto a estos ciudadanos, cosa que además de injusta sería grotesca, sino planteando un problema que en cierto sentido es la otra cara de la medalla manejada por Weffort: ¿cómo hacer que el voto popular sea un voto con conocimiento de causas a pesar de las relaciones preestablecidas de poder, que implican por supuesto un poder ideológico? La idea de un nuevo orden informativo mundial iba desde luego en el sentido de una democratización de este nivel, y no por casualidad la señora Kirkpatrick lo incluyó en la lista negra de “programas más agresivamente antidemocráticos y antioccidentales”. La arremetida brutal del imperialismo contra la unesCo, obedeció también al hecho de que esta rama de naciones unidas intentó modificar en algo siquiera la configuración de aquel poder ideológico. 174

sea de esto lo que fuere, resulta que en la américa Latina de hoy estamos viviendo un momento muy contradictorio, con indudables alientos democráticos entremezclados con el fantasma de un terror que por igual proviene de las secuelas dejadas por las dictaduras fascistoides que de la violencia que el imperio norteamericano ejerce en cualquier lugar donde hay brotes de rebeldía contra él y la correlación de fuerzas se lo permite. además, y por doloroso que resulte reconocerlo, hay que decir que el fantasma de las dictaduras se mantiene, en una buena medida, porque es de gran utilidad para los propios gobiernos civiles. Incapaces de infundir contenidos positivos a las “nuevas” democracias latinoamericanas, sus actuales administradores no encuentran mejor manera de justificar su presencia en el gobierno que a título de mal menor: ellos o el terror, escoger “entre la vida o la muerte”, como llegó a decir alfonsín12. Y vivimos también el momento de la desilusión, que hace que las masas, a veces tornen muy “democráticamente” sus ojos hacia la derecha, allí donde la izquierda y los sectores progresistas en general han sido incapaces de imprimir contenidos populares a la democracia. el caso de la Bolivia actual, con la hegemonía compartida del pazestenssorismo y el banzerismo, constituye sin duda el ejemplo más patético y patente de ello. no es un azar, además, que la política neoderechista del presidente paz estenssoro (especie de margaret atcher de la misérrima Bolivia), comience a ser “estudiada” como un modelo digno de exportación...13. por todo esto, estimamos que al no plantearse el problema de los contenidos de la democracia y considerarla unilateralmente como una forma-fin en sí (cosa que suena muy elegante en el plano de la filosofía), la izquierda no hace más que alienarse a las masas, como desafortunadamente viene ocurriendo en buena parte de nuestro continente. escrito en 1981 y publicado en 1984, el artículo del que fue extraída la frase que según mi colega delataría mi menosprecio por la democracia me parece, ahora que lo releo, de una premonición casi cruel. mi razonamiento global dice textualmente lo siguiente: “por lo demás, y en un contexto estatal tan poco democrático como el latinoamericano, resulta casi una ironía ‘recordarles’ a las masas que hay que lu12 este verdadero chantaje de los políticos civiles a las masas, no escapa por lo demás a la percepción de éstas. recientemente, por ejemplo, el líder del pt brasileño, Luís Ignacio Lula da silva declaraba: “el golpe es una cosa utilizada como elemento de coerción. el pmdB, cuando quiere imponer cualquier propuesta, siempre advierte que puede haber un golpe”. declaraciones a la revista Istoé, no. 574, são paulo, 23 de dezembro de 1987, p. 28. 13 La revista brasileña Veja, p. e., le dedicó un extenso reportaje admirativo, con el título: “austeridade e pó: um plano que deu certo”. no. 981, 24 de junho de 1987.

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char en favor de la democracia: es lo que vienen haciendo desde siempre, por muchos errores que hayan podido cometer en su camino. pero, en un contexto igualmente marcado por las más atroces desigualdades sociales, también resulta fuera de toda sensatez pedirles que no traten de imprimir un sello específico a esa democracia: después de todo es comprensible que los mineros bolivianos se planteen el problema en términos ‘algo’ diferentes que el obrero alemán o escandinavo. La democracia no es un cascarón vacío, sino un continente que vale en función de determinados contenidos”14. ¿Visión equivocada que reclama una autocrítica? no lo sé. Hoy está a la moda un discurso que abierta o subrepticiamente da a entender que la democracia no logra afianzarse en américa Latina porque las masas, la izquierda e incluso los intelectuales no han sabido valorar suficientemente la democracia. a mí me parece sencillamente que esto es falso: se trata de una infundada acusación que lanza la derecha con el fin de obligarnos a aceptar su concepción de la democracia sin el menor sentido crítico; o bien, es un mito compensatorio de ciertos sectores de izquierda que, incapaces de transformar en ningún sentido la realidad, se dedican por lo menos a “purificarse” mediante continuos actos de contrición. en el texto que acabo de transcribir afirmo que las masas del subcontinente vienen luchando desde siempre por la democracia, y no creo equivocarme. solo deseo recordar que en el mismo caso de Bolivia, que es el evocado a título de ejemplo, la revolución de 1952 se produjo con un detonador incluso formalmente democrático: contra el fraude electoral. tal como ha ocurrido con todas las revoluciones latinoamericanas de este siglo, desde la mexicana hasta la nicaragüense, que siempre han sido una rebelión contra las tiranías o las “democracias fraudulentas” (que las hay) y simultáneamente contra la injusticia social y la dominación imperialista. en cierto sentido, trato de recuperar teóricamente esta tradición, tanto popular como de la izquierda, a la que de manera tal vez romántica me aferro. ¿es la hora de arriar estas banderas y volver a una concepción estrictamente liberal de la democracia? Quisiera creer que no, al menos mientras américa Latina siga necesitada de una real liberación y de cambios estructurales que no alcanzo a entender bien por qué tendrían que dejar de ser elementos constitutivos de nuestro proyecto democrático.

14 a. Cueva, “el fetichismo de la hegemonía y el imperialismo”, Cuadernos políticos, no. 39, enero-marzo de 1984, p. 38. artículo incluido en mi libro La teoría marxista: categorías de base y problemas actuales, ecuador y méxico, planeta.

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Las interpretaciones de la democracia en américa Latina: algunos problemas* I. IntroduCCIón en su libro ¿Por qué democracia? francisco Weffort afirma que “si los años cincuenta son los años de la constitución del desarrollismo como valor general..., los años setenta y ochenta son los de la constitución de la democracia como valor general”1. Y el autor tiene razón, con la sola aclaración de que no es la primera vez que tal cosa ocurre, como fenómeno generalizado, en américa Latina. muchos recordarán, por ejemplo, que la democracia fue asumida como valor universal altamente movilizador durante el período de la “segunda posguerra”; es decir, en el lapso comprendido entre el momento inmediatamente anterior a la derrota del nazifascismo (desde 1944 aproximadamente) y aquel punto de inflexión determinado tanto por la “guerra fría” (iniciada en 1947) como por el declive del boom económico ligado a dicha posguerra, declive que se tornó crítico a mediados de los años cincuenta. además, claro está, de aquellos “paréntesis” de democracia muchas veces prolongados, así como de esos “destellos” democráticos que casi todos nuestros países han vivido aunque sea fugazmente, incluso en áreas tan críticas como las de Centroamérica y el Caribe. en algunos casos, tales experiencias democráticas parecieran haber sido bastante más intensas y dinámicas de lo que hoy solemos imaginar. Con referencia al Brasil de comienzos de los años sesenta, por ejemplo, daniel aarao reis filho formula la reflexión siguiente: “es interesante constatar que la coyuntura de 1961 a 1964 registra el nivel de democratización más elevado de nuestra historia republicana; solo hasta entonces los trabajadores conquistaron efectivamente una posición inédita y realmente se colocaron como interlocutores. por más que uno pueda formular reservas sobre la consistencia de las propuestas políticas o sobre las formas de * el presente ensayo ha sido escrito como parte de mis actividades de profesor visitante del Instituto de estudios avanzados de la universidad de são paulo (usp), cuyo gentil auspicio agradezco, especialmente en la persona de su director, el doctor Carlos guilherme mota. mayo-junio de 1987. 1 op. cit., p. 61.

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lucha o la organización interna del movimiento social de los trabajadores urbanos y rurales, el hecho es que hubo en esta coyuntura un movimiento inédito. trátase, por lo demás, de un período poco estudiado o estudiado de manera injusta, lo que tal vez se deba a que, por razones enteramente diferentes, tanto el pCB como la ‘nueva izquierda’ surgida después de 1964, decidieron o pretendieron decidir olvidarse de las experiencias de este período”2. sea de esto lo que fuere, la verdad es que no solo en el movimiento real de la historia, sino también en el de las ideas, la cuestión de la democracia jamás dejó de plantearse en la latinoamérica contemporánea. en este sentido, no es un azar que uno de los libros fundamentales de nuestra moderna sociología –surgida en el turbulento clima de los años sesenta– se llamase precisamente La democracia en México: su autor, como todos lo saben, es pablo gonzález Casanova3. Y tampoco es fruto de la casualidad el hecho de que en esa especie de vademécum de la sociología radical latinoamericana y latinoamericanista, que James petras y maurice zeitlin publicaron a finales de la década de los sesenta con el título original de Latin America, reform or revolutions?, la interrogación sobre la democracia (o sobre su ausencia) en la región, también estuviese presente4. de todos modos, la búsqueda de democracia no es algo ajeno a la cultura latinoamericana, a sus tradiciones, valores y luchas. antes que a una supuesta “verdad revelada” únicamente en los años setenta, antes que a una suerte de “epifanía” proveniente de los textos de algún Castoriadis o un Lefort, la democracia en américa Latina se asemeja más bien al mar del famoso poeta francés: toujours recommencée ... y en este sentido guarda, como es natural, un estrecho parangón con otro de nuestros grandes temas y problemas: el de la modernidad. desde hace por lo menos un siglo que venimos entrando “vertiginosamente” en ésta (no se olvide que el movimiento “modernista” hispanoamericano, por ejemplo, data de finales del siglo pasado), de la misma forma en que venimos “transitando” desde entonces hacia la democracia. solo que una especie de maldición o hechizo pesa sobre el subcontinente, haciendo que estos dos preciados bienes terminen siempre por escapársenos. 2

en marco aurélio garcía (org.), As esquerdas e a democracia, são paulo, paz e terra, 1986, pp.

20-21. 3 1ª ed., méxico, era, 1965. desde entonces hasta ahora (1987) la obra ha tenido 17 ediciones, la última con un tiraje de 10 mil ejemplares. 4 new York, fawcett publications, 1968. Cfr. particularmente los artículos de merle Kling y maurice zeitlin.

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no obstante, sería absurdo desconocer que el problema de la democracia (como el de la propia modernidad), se plantea ahora en términos nuevos, diferentes de los de hace 20 o 40 años. el contexto internacional ha cambiado y la fisonomía de nuestros países también; tenemos una experiencia política mayor aunque no necesariamente más alentadora; nuestras pautas, culturales han sufrido muchas modificaciones, aunque quizás menos de lo que solemos imaginar. Y es verdad que, así como el tema recurrente de los años cincuenta y sesenta fue el del desarrollo, el asunto privilegiado en la actualidad es el de la democracia. Con una similitud más: tal como en los años cincuenta parecía un crimen, a la par ético y teórico, preguntar de qué tipo de desarrollo se estaba hablando (¡quién no sabía que “el desarrollo” era “el desarrollo”, puro y sobre todo sin calificativos!), asimismo ahora parece de mal gusto, por decir diez menos, preguntar hacia qué tipo de democracia se está exactamente avanzando. en uno como en otro caso nos encontramos frente a anhelos y posibilidades legítimos y reales, pero también, no lo ocultemos, nos confrontamos a un discurso que busca convertirlos en especies de entelequias aristotélicas, que ningún proceso histórico concreto sería capaz de determinar. aquellos procesos sin embargo existen y estas determinaciones también, y es mejor no asumir frente a ellos la actitud del avestruz, aunque solo fuese con el fin de evitar sorpresas como las que nuestro propio “desarrollo” ha tenido a bien deparamos hasta hoy.

II. ConteXtos de La “transICIón” Lo curioso, en todo esto, es que prácticamente ninguno de los millares de artículos que en los últimos años se han escrito sobre el tema de la llamada “transición” a la democracia abordan el contexto mundial, regional y nacional en el que ella viene ocurriendo. Y hablamos de artículos, que no de libros, porque una de las expresiones más elocuentes de la crisis del pensamiento latinoamericano en la década actual consiste precisamente en la incapacidad de plasmar nuestras inquietudes y proyectos en obras de grande o por lo menos mediano aliento. pero éste no es el tema del presente ensayo, así que volvamos a la cuestión de aquellos contextos. tenemos, para comenzar, un dato crucial, en torno del cual pareciera haberse establecido una verdadera conspiración del silencio: nos referimos a la profunda derechización de occidente, notoria no solo a nivel político (reagan, 179

atcher, nakasone, Kohl, Waldheim, etcétera), y económico-social (neoliberalismo a ultranza, desmantelamiento del welfare state, etcétera), sino también a nivel ideológico-cultural, como en otro lugar lo hemos tratado de demostrar5. Los vientos que soplan actualmente en occidente sin duda no son los más progresistas; son más bien radicalmente antisocialistas y antitercermundistas, por mucho que los teóricos occidentales traten a veces de dorar aquella píldora con el discurso suave, elegante y casi escéptico, relativo a la “posmodernidad”6. un segundo dato en el que poco se insite es el de que los países imperialistas, que ciertamente no están en recesión en este momento, registran, en cambio, tasas muy modestas de crecimiento económico7. ello les impide resolver problemas como el de su propia desocupación (cerca de 20 millones de parados solo en europa occidental), a la par que los vuelve xenófobos (odio a los emigrados de la “periferia” que están “quitando el trabajo” a los nacionales de europa, estados unidos y Japón), e inflexibles en sus relaciones económicas con los países subdesarrollados, con todas las consecuencias políticas que ello implica, dada la profundización de nuestra dependencia y es que como observa Jair pereira dos santos con palabras sencillas pero pertinentes, la propia “posmodernidad” tiene su derecho pero también su envés: “La riqueza posindustrial es en gran parte financiada por los países en vías de desarrollo, puesto que el capitalismo avanzado se ha vuelto transnacional. Vienen para acá las industrias pesadas y sucias (acero, automóviles); permanecen allá las ligeras y limpias (electrónica, comunicaciones). su control social puede ser soft (blando, mediante la seducción), pero el nuestro tiene que ser hard (moderno, duro, policial, a base de garrotazos)”8. en tercer lugar, está la crisis económica de américa Latina, paradigmáticamente expresada en el voluminoso endeudamiento externo que ahoga a todos nuestros países. aquí nos limitaremos a observar que nadie atisba hasta ahora 5 Cfr. agustín Cueva et al., Tiempos conservadores: América Latina en la derechización de Occidente. Quito, ed. el Conejo, 1987. 6 Cfr. a este respecto, p. e., Jean-francois Lyotard, La condición posmoderna, madrid, ed. Cátedra, 1984; o, gianni Vattino, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, méxico, gedisa ed., 1986. para un punto de vista más crítico puede consultarse fredric Jameson, “pósmodernidade e sociedade de consumo”, Novos estudos são paulo, CEBRAP, no. 12, junho de 1985, pp. 16-26. 7 Cfr., p. e., Banco mundial/fundacão getulio Vargas, Relatório sobre o desenvolvimiento mundial, 1986 (são paulo), donde se habla de una “tímida recuperaçao” de la economía occidental. según estimaciones del propio reagan (19-X-87) la economía estadounidense crecerá en un 2,5% en 1987. 8 O que é pos-moderno, são paulo, ed. Brasiliense, 1986, pp. 100-101.

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salida alguna para dicha crisis, sobre todo a raíz del estrepitoso fracaso del plan Cruzado brasileño. un preinforme de la CepaL sobre el panorama económico de américa Latina en 1987 prevé que el producto interno bruto de la región crecerá a un ritmo significativamente inferior al de 1986 y que, “en todo caso, las tasas de crecimiento (de la mayoría de los países del área) aparentemente convergerán a niveles moderados, sino mediocres”9. por último, no hay que olvidar algo que pareciera ser la evidencia misma, pero que a pesar de ello termina por sumergirse en la más profunda amnesia: las fuerzas de izquierda, propulsoras de cambios estructurales verdaderos, sufrieron en los años sesenta y sobre todo en los setenta una severa derrota a manos de las dictaduras militares en un gran número de países, especialmente sudamericanos, hecho que transformó completamente el panorama político de la región. en particular –y en ese orden de magnitud de la derrota– hay que mencionar los, casos de argentina, Brasil, Bolivia y uruguay (Chile, donde ni la más feroz represión pinochetista consigue doblegar a la izquierda, constituye desde luego una excepción). Como dice el sociólogo augusto Varas, aunque desde una perspectiva muy distinta de la nuestra, tales dictaduras consiguieron “la marginalización y/o el aislamiento de las fuerzas antisistema” (antisistema capitalista se entiende), el “aislamiento de ideologías de corte fundamentalista” (sic); la “derrota del ideologismo” (hay que suponer que el de izquierda) y “la emergencia de perspectivas más pragmáticas e institucionalistas”10. en definitiva –y esto es obviamente una conclusión nuestra y no de Varas– esas dictaduras realizaron algo que perfectamente podría ser el programa de restauración político-institucional de la administración reagan. a este nítido triunfo de las fuerzas prosistema (burguesía, militares, actitud “pragmática” en vez de crítica, marginamiento de las ideologías de izquierda), es a lo que denominamos condiciones conservadoras de transición. Y ello, por que no se trata de un simple cambio de nuestra “cultura política” (como reza el eufemismo en boga), sino, esencialmente, de un cambio muy marcado en la correlación de fuerzas sociopolíticas.

9 “panorama económico de américa Latina (1987)”, publicado en la sección de “testimonios y documentos” de El día, méxico, 19-X-87, p. 22. 10 Fuerzas Armadas y transición democrática en América del Sur, material de discusión, programa fLaCso, santiago de Chile, núm. 91, octubre de 1986.

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III. prInCIpaLes posICIones teórICas en la américa Latina de hoy encontramos, como es natural, las más diversas posiciones teórico-políticas con respecto al problema de la democracia, dentro de una constelación ideológica que además varía significativamente en razón del país concreto al que nos refiramos. empero, creemos no violentar demasiado la realidad si agrupamos aquellas posiciones en cuatro rubros principales. existe, en primer lugar (y cada día con mayor fuerza), una corriente de pensamiento conservador, encabezada a nivel continental por dos escritores de enorme prestigio: mario Vargas Llosa y octavio paz11. Lo medular de sus ideas sobre el tema se halla recopilado en el libro América Latina: desventuras de la democracia, escrito con la colaboración de dieciocho intelectuales de diferentes países de la región12. en méxico, dicha corriente se agrupa en torno de la revista Vuelta, dirigida por el propio paz, y tiene su mejor exponente en la materia en la persona del politólogo enrique Krauze. su libro Por una democracia sin adjetivos13, que adquirió súbita notoriedad en 1986, ligado a la oleada derechizante que se formó en torno del partido de acción nacional (pan)14, revela con su solo título una de las principales aspiraciones conservadurismo latinoamericano: que la democracia no reciba “adjetivos”; es decir, que sea concebida como una esfera exclusivamente política, carente de determinaciones “exteriores” y desvinculada de todo sustrato económico y de cualquier dimensión hegemónica. en palabras de Krauze:

11 a diferencia de Vargas Llosa, que cada día se convierte más en un intelectual orgánico de la derecha, paz puede ser considerado más bien como un “compañero de ruta” de la misma. sin embargo, sus tomas de posición, en materia de política internacional especialmente, vienen coincidiendo de manera inquietante con las de la nueva derecha estadounidense y europea. 12 Joaquín mortiz/planeta, méxico, 1984. 13 Joaquín mortiz/planeta, méxico, 1986. 14 Conviene recordar que los dirigentes del pan se han identificado explícitamente con el libro de Krauze. pablo e. madero declaró: “en cuanto a las coincidencias con Krauze, octavio paz y demás, hay algunas. de hecho ellos están derivando hacia lo que acción nacional ha predicado. usted lee Democracia sin adjetivos, pues es mucho de lo que el pan ha venido machacando. nos da gusto”. Y Bernardo Bátiz comentó: “observamos que empiezan ellos a coincidir con nosotros... Coincidimos, por ejemplo, con el estudio extraordinario de Krauze: Una democracia sin adjetivos. Conmocionó al partido”. Cfr. “Por una democracia sin adjetivos, de Krauze, con ideas del pan: madero”, publicado en La jornada, méxico, 15 de julio de 1986, p. 25, así como el núm. 14 de la revista mexicana El Buscón, a la que el artículo de La jornada hace referencia.

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“La democracia busca la libertad y la igualdad políticas, igualdad de participación, influencia y vigilancia sobre decisiones políticas. en este sentido, la democracia es un objetivo distinto de otros, no menos importantes: igualdad material, bienestar, paz, seguridad, orden, fraternidad, etc…”15. si la tesis de Krauze se centra en la defensa de una democracia sin adjetivos, opiniones como la del profesor albert o. Hirschman insisten, en cambio, en la democracia sin condiciones. Cito a continuación un pasaje de un conocido artículo suyo: “una manera especialmente perniciosa de reflexionar en el fortalecimiento de la democracia (porque puede ayudar a debilitarla, como ha sucedido en el pasado) consiste en enumerar las condiciones estrictas que han de satisfacerse para que la democracia exista: por ejemplo, que debe haber un crecimiento económico vigoroso y una mejor distribución del ingreso; que la autonomía nacional debe afirmarse...”16. posición que no puede ser más expresiva de cómo, para pensamiento conservador, no solo la tradicional tesis socialdemócrata de una democracia adjetivada (social) se ha tornado “perniciosa”, sino que igual ocurre con los más clásicos planteamietos de la CepaL, como los que Hirschman rebate. sé muy bien que Hirschman no es un autor latinoamericano, mas no es por azar que dicho texto ha sido tan difundido en nuestros países. en segundo lugar, tenemos aquella corriente que tiende ser la predominante en el plano teórico, por la sencilla razón de que ya lo es en el plano político, al menos en sudamérica: nos referimos, como es obvio a la corriente socialdemócrata. no se olvide, además, que en este momento ella controla por lo menos el 80% del aparato burocrático encargado de orientar la producción de nuestras ciencias sociales. esta tendencia, de la que fernando Henrique Cardoso es el exponente intelectual más destacado del continente, ha producido infinidad de textos, de los cuales señalaremos dos antologías a título de ejemplo: Autoritarismo y alternativas populares en América Latina17 y Caminos de la democracia en América Latina18. 15 op. cit., p. 81. en un reciente artículo titulado “nuevos adjetivos para la democracia”, Krauze reafirma polémicamente sus tesis a partir de una crítica del pasaje del art. 3 de la Constitución mexicana que dice: “ ... la democracia, no es solamente una estructura jurídica y un régimen político, sino un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Cfr. Vuelta, no. 133-134, diciembre 1987 - enero 1988, p. 46 y ss. 16 “La democracia en américa Latina”, Vuelta, no. 116, méxico, julio de 1986, p. 28. 17 de varios autores: ediciones fLaCso, Colección 25 aniversario, san José, Costa rica, 1982. La “oveja negra” del libro es desde luego daniel Camacho, quien en su calidad de secretario general

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Como es fácil advertir, el pensamiento de los autores socialdemócratas dista mucho de ser homogéneo, tanto en este como en otros asuntos. sin embargo, es un hecho que en el momento actual y respecto al tema que venimos analizando, el sector más productivo y militante proviene, desafortunadamente, de las posiciones menos progresistas: nos referimos, desde luego, al grupo de sociólogos y politólogos “posmarxistas” y “posmodernistas”. Localizados en el Cono sur, y en especial en Chile y argentina, su actitud está muy influida por tres órdenes de factores: en el caso chileno, dicho sector se enfrenta a una alternativa marxista vigente, a la que combate con esmero. en el caso argentino, tienden a atribuir la frustración histórica del país a un “extremismo” político que, sin embargo, fue la última expresión y no la causa de problemas más profundos que sistemáticamente se elude analizar19. en ambos casos, la corriente socialdemócrata está integrada por un núcleo de ex marxistas e incluso ex comunistas, sumamente receptivos al pensamiento de los teóricos del reflujo de la izquierda europea, que van desde un alain touraine o una agnes Heller hasta –en un registro menor– un Ludolfo paramio, pasando por la recuperación de autores como Hannah arendt, por ejemplo. esta constelación de factores lleva a que trabajos como los de norberto Lechner, tomás moulián, angel flisfisch, manuel antonio garretón, José aricó, Juan Carlos portantiero o marcelo Cavarozzi20, además de limitarse a la defensa de concepciones estrechamente liberales de la democracia, estén impregnados de un reiterado antimarxismo, dentro de un proyecto de desmantelar hasta en sus últimos detalles y consecuencias la visión de américa Latina que la izquierda revolucionaria –e incluso la reformista o populista– construyeron a lo largo de este siglo.

de fLaCso prolonga una obra con cuyo contenido resulta difícil imaginario de acuerdo. 18 fundación pablo Iglesias (varios autores), madrid, editorial pablo Iglesias, 1984. Cfr. especialmente el cap. VI, dedicado a “La política”. 19 al menos por la mayor parte de los sociólogos argentinos; lo cual no impide que haya estudios de gran lucidez sobre la argentina contemporánea, como el del investigador inglés richard gillespie, Soldados de Perón. Los Montoneros, grijalbo, Buenos aires, 1987. pero incluso en el caso de esta obra es interesante contrastarla con el sesgado prólogo de félix Luna, quien hasta pareciera no haber entendido bien los análisis y reflexiones de gillespie. 20 Cfr., p. e., a. flisfisch, no. Lechner y t. moulián, “problemas de la democracia y la política democrática en américa Latina”, en Varios autores, Democracia y desarrollo en América Latina, Buenos aires, grupo editor Latinoamericano, 1985; o m. Cavarozzi, Autoritarismo y democracia, Buenos aires, Centro editor de américa Latina, 1983.

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La tercera corriente que mencionaremos es la eurocomunista, con respecto a la cual hay poco que decir. ella no dispone de ningún aparato institucional tan impresionante como el que sirve de infraestructura a los conservadores y a los socialdemócratas, ni está en la cresta de una onda política ascendente, cual es el caso de estos últimos en américa Latina y de los primeros en el occidente en general. por lo demás, en regiones como américa Central el eurocomunismo carece de espacios en la medida en que el lado izquierdo está ocupado por las diferentes tendencias revolucionarias, al mismo tiempo que en el Cono sur parece condenado a ser una variante pobre y superada de la socialdemocracia. en tales condiciones, la vertiente de inspiración eurocomunista ha contribuido al debate más por el valor individual de algunos de sus exponentes que por el vigor como corriente teórico-política. me limitaré a citar como ejemplo dos libros, tan brillantes cuanto controvertibles: La democracia ausente, del mexicano roger Bartra21, y A democracia como valor universal e outros ensaios, de Carlos nelsón Coutinho22. Queda, en cuarto lugar, la corriente que denominaré de pensamiento radical (antiimperialista y en general marxista), ligada al movimiento revolucionario latinoamericano. a ella pertenecen, para comenzar, los trabajos directamente derivados de la experiencia centroamericana, que son innumerables. a simple título de ejemplo mencionaremos La revolución en Nicaragua. Liberación nacional, democracia popular y transformación económica, libro colectivo que recoge críticamente la experiencia de la revolución mencionada23, o Perfiles de la revolución sandinista, de Carlos m. Vilas24. solo que este tipo de trabajos son frecuentemente discriminados dentro del debate sobre la democracia, en la exacta medida en que la ideología conservadora consigue imponer ciertos clichés como evidencias: “no puede haber revolución democrática, puesto que toda revolución es perversa”, “no puede haber democracia revolucionaria ya que la democracia no tiene adjetivos”. aún así dicha corriente radical sigue produciendo una vigorosa reflexión en muchos países, incluso fuera del área mencionada. Citemos, siempre en calidad de ejemplo, obras como El

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méxico, enlace-grijalbo,1986. 2a. edición ampliada, río de Janeiro, salamandra ed., 1984. una buena idea del pensamiento de Coutinho, para el lector de lengua española, puede dar su artículo “gramsci en Brasil”, publicado en Cuadernos políticos, no. 46, méxico, abril-junio de 1986. 23 richard Harris y Carlos m. Vilas (compiladores), méxico, era, 1985. 24 La Habana, Cuba, ediciones Casa de las américas, 1984. 22

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poder al pueblo, de pablo gonzález Casanova25, o, para el caso brasileño, los estudios de octavio Ianni26 y florestán fernandes27 o, con menor repercusión interna, los últimos ensayos de ruy mauro marini28. tales son, a nuestro parecer, las principales corrientes en vigor, con la necesaria aclaración de que ellas no configuran compartimentos rigurosamente estancos. todas participan, aunque contradictoriamente, de un mismo espacio cultural, con un buen número de referencias comunes; en algunos casos, como el de la tendencia socialdemócrata y la eurocomunista, ellas se recortan cual círculos secantes. Y hay autores, muchas veces notables, que se ubican en la intersección de hasta tres de esas corrientes: las que acabamos de mencionar más la radical. sería el caso, por ejemplo, de francisco Weffort, si nuestra lectura de sus textos no nos engaña.

IV. La CrIsIs de IdentIdad en un artículo titulado “pacto social nos processos de democratizaçâo: a experiencia latinoamericana”, norbert Lechner tuvo el acierto de plantear algunas cuestiones relativas al momento actual de américa Latina que con frecuencia se dejan de lado o, lo que es más probable, ni siquiera se perciben con nitidez. el autor advierte que durante los años de dictadura se produjo una “erosión de las identidades colectivas”29 y que, por ende, la crisis que atravesamos consiste (además de todo lo que ya se sabe) en una “pérdida o, por lo menos, una renovación del significado de las identidades colectivas”30. Luego apunta que hay una “crisis de sentido”, para enseguida señalar que, por lo tanto, “la negociación relativa a las instituciones formales se basa, así, en una producción de un sentido de orden”31. finalmente concluye que: 25 2a. edición, méxico, océano, 1986. originalmente publicado con el título La hegemonía del pueblo, educa, san José de Costa rica, 1984. 26 sobre el tema específico cfr., p. e., “a nova república do Brazil”, que aparecerá en la edición brasileña de Tiempos conservadores... (ver nota 5), ed. Hu CIteC, en prensa. 27 por ejemplo: Que tipo de república?, são paulo, Brasiliense, 1986. 28 Cfr. p. e. su artículo “a nova democracia latino-americana”, en Humanidades, año IV, Brasilia, maio-julho 1987. 29 en Novos estudos CEBRAP, no. 13, outubro 1984, p. 34. 30 Ibíd., p. 29. 31 lbíd., p. 30.

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“si entendemos por democracia no solo un sistema formal y nos referimos, en la perspectiva de la soberanía popular, a la democratización como un proceso de subjetivación, entonces podríamos ver tal vez en la negociación un mecanismo de constitución de sujetos”32. no sé si alguna vez en algún lugar de la tierra alguien consiguió “constituir sujetos” a través de la negociación, o si ésta sirve más bien para adaptar los sujetos a condiciones estructurales dadas o, en la mejor de las hipótesis, para “pactar” algunos reacomodos y afinamientos que faciliten tal adaptación. más adelante volveremos sobre este tema; entre tanto, conviene aprovechar las demás observaciones de Lechner para extraer nuestras propias conclusiones: a) es verdad que las dictaduras militares no solo consiguieron desarticular –en mayor o menor grado, según el país del que se trate– las instituciones democráticas y las organizaciones políticas y parapolíticas de la izquierda, sino que además lograron “erosionar” las identidades colectivas de los “actores” derrotados. Y estos derrotados fueron, en el plano político, fundamentalmente dos: el marxismo revolucionario y, en menor escala, lo que aún quedaba del populismo progresista (populismo de izquierda, si cabe el término). La victoria, en todos los casos, fue del sector monopólico del gran capital. b) es verdad, asimismo, que desde entonces pasó a plantearse el problema de forjar un nuevo “sentido del orden”, modelar “nuevos actores” y construir una nueva “subjetividad” o “cultura”. Cosas que fueron ocurriendo de manera lenta y a la vez tortuosa, mas no en el vacío sino sobre la base de la nueva correlación de fuerzas creada tanto por el contundente triunfo de las burguesías a nivel local, cuanto por el contexto mundial a que ya nos referimos. para quienes no lo tengan presente, conviene recordar que en 1976, por ejemplo, casi no existía país alguno de américa Latina libre de algún tipo de dictadura militar, con el agravante de que, incluso las dictaduras en cierto sentido “progresistas”, como las de perú, ecuador u Honduras, habían virado ya a la derecha. solo a partir de 1977-78 las masas del continente comenzaron a recuperar la iniciativa, aunque en muchos casos (sobre todo en américa del sur) la capacidad popular de automovilización estuvo bastante por el encima del nivel orgánico propiamente tal. Y es que sus anteriores organizaciones, cuadros y “aparatos” habían sido destrozados, o reducidos a su mínima expresión, al mismo tiempo que su tradición (cultura política) fue cortada o distorsionada por la verdadera contrarrevolución cultural que las dictaduras emprendieron con 32 Ibíd., p. 30.

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variado éxito. no olvidemos, por lo demás, que este período contrarrevolucionario coincide con el momento de un vertiginoso desarrollo de los mass media en Latinoamerica, que transforma con bastante profundidad nuestra “cultura de masas”. en tales condiciones, el ritmo de las aperturas y negociaciones se anticipó casi siempre al ritmo de reorganización y de recomposición de la identidad política autónoma de las masas; lo cual no quiere decir, en modo alguno, que tales aperturas hayan sido ajenas a la presión popular. pero si fue el celebrado momento (celebrado por quienes no querían ver a esas masas politizadas) de la espontaneidad: aquel lapso, finalmente breve, en que los “nuevos movimientos sociales”, en el sentido tourainiano del término33, parecían reemplazar definitivamente a los “viejos” movimientos políticos. situación que no tardó en revertirse, como el propio touraine lo reconoce34, mas sin que esto signifique que los movimientos populares hubiesen recuperado la totalidad del tiempo y la identidad perdidos. La burguesía, en cambio, aparecía remozada en el mejor estilo socialdemócrata, reorganizada y con un gran “poder de convocatoria”; como se nos enseñó a decir (antes llamábamos a eso poder de manipulación). Cosa poco común en américa Latina, esa burguesía incluso apareció revestida de “hegemonía” (en la también flamante acepción del término), palpable a través, de su capacidad de “cooptación” de muchos sectores hasta entonces rebeldes de nuestra intelectualidad. Y es que en américa del sur, sobre todo, esta intelectualidad había sido objeto de un doble tratamiento. de un lado, la más brutal represión: asesinatos, prisiones, tortura, exilio, desmantelamiento de aquellos núcleos culturales (sobre todo universitarios) donde se producía una ideología anticapitalista y antiimperialista. de otra parte (lado carrot de la historia), un gran apoyo financiero que las principales fundaciones capitalistas dieron para la creación de institutos privados de investigación que con el tiempo vendrían a remplazar, en la producción y difusión de las ciencias sociales, a aquellas instancias víctimas de la represión. nacía así esa extensa red de los que luego se autocalificarían de “centros de excelencia”, torres de marfil “libres” incluso del bullicio estudiantil, y que no tardarían en generar e institucionalizar una enorme burocracia “académica” continental encargada, entre otras cosas, de obliterar todos los con33

Cfr. alain touraine, El Possocialismo, españa, planeta, 1982, esp. cap. VI. “en 1985, “os atores políticos dominan claramente sobre os atores sociais”, en “as possibilidades da democracia na américa Latina”, Revista brasileira de ciencias sociais, no. 1, vol. 1, Junho 1986, p. 12. 34

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ductos de un pensamiento crítico que hasta entonces había sido la característica más relevante de la intelectualidad la latinoamericana (crítico de las estructuras vigentes, claro está).

V. ¿fIn deL “fundamentaLIsmo”? en efecto, y contrariamente a lo que a veces se piensa, la vía “prusiana” o “junker” no genera en los países dependientes una intelectualidad sumisa y conformista. al contrario –y el ejemplo de américa Latina lo atestigua– tal vía tiende a engendrar, como reacción contra ella, fuertes corrientes jacobinas, tercermundistas, leninistas. a menudo el propio marxismo no es (o por lo menos no fue) sino la culminación de tales corrientes: 90% de los latinoamericanos de izquierda seguramente fuimos primero jacobinos y tercermundistas, luego leninistas (a veces avant la lettre) y solo al final, y no siempre, marxistas. todo ello, mezclado a dosis mayores o menores de populismo, fenómeno al que luego nos referiremos con más detenimiento. ahora bien, si algo ha impedido que el marxismo se socialdemocratice fácilmente en américa Latina, es justamente la existencia de aquellos ingredientes que, por así decirlo, han constituido la “sal de la tierra” de los movimientos revolucionarios contemporáneos y que, vistos desde la otra orilla, son el principal dolor de cabeza de nuestros teóricos europeizantes35 . es natural, entonces, que el proceso de socialdemocratización de américa latina, y por ende del marxismo de la región o de lo que quede de él, pase por un empeño de erradicación de aquellas raíces. ¿de qué manera viene esto ocurriendo? en primer lugar mediante la invención de un pasado mítico, aunque reciente, en el cual los luchadores progresistas de ayer son convertidos en los villanos de hoy. gracias a este trastrocamiento de papeles; la izquierda marxista aparece como la principal culpable de los golpes de estado ocurridos en las décadas de los sesenta y los setenta, por más que en muchos casos sea incluso cronológicamente evidente que sus acciones armadas fueron una respuesta al 35 Como escribió alguna vez torcuato di tella: “el problema, para quienes profesan valores más universalistas, es cómo adaptarse a las ásperas realidades del populismo”. en la “tanda de partidos populistas” que enumera di tella están incluidos, desde luego, los partidos de Lenin, mao y fidel Castro, Cfr. gino germani, torcuato s. di tella y octavio Ianni, Populismo y contradicciones de clase en latinoamérica, méxico, era, 1973, esp. pp. 70, 71 y 82.

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golpismo burgués y, por lo mismo, no constituyeron una “provocación” sino más bien un acto de resistencia legítima contra la militarización de los estados latinoamericanos. en el caso brasileño, por ejemplo, Weffort es enfático en señalar que: “aunque las simpatías por la revolución cubana vengan desde sus inicios, en 1959, las acciones aradas de la izquierda (brasileña, a. C.) solo empezaron nueve años después, en 1968. su preparación es posterior al decreto Institucional no. 2, de 1965, que disuelve los partidos políticos de la democracia de 1946 (...) pretendo decir que, cualquiera haya sido su retórica, la lucha armada de aquellos años tenía el sentido de una lucha de resistencia. Y se dio no porque en Cuba hubiese un régimen socialista, sino porque había en el Brasil un régimen militar”36. Y el mismo autor, que está lejos de abrigar simpatías por el partido Comunista de su país, reconoce que: “en todo caso, es un hecho que siempre que las circunstancias políticas les permitieron, los comunistas trataron de ceñirse a las reglas del juego democrático. esto ocurrió especialmente después de 1954, lo cual les aseguró una posición de activa participación en defensa de la legalidad democrática en 1961. también es cierto que después de 1964 buscaron siempre caminos democráticos para oponerse al régimen militar”37. pero hechos como estos, que para los hombres honestos de la generación de Weffort constituyen una evidencia, no necesariamente lo son para los jóvenes de hoy, mal informados con respecto a lo que de veras sucedió, pero saturados por las imágenes de la leyenda negra sobre el marxismo y los marxistas de los años sesenta y setenta: “terroristas”, “fundamentalistas”, “golpistas de izquierda”, “ideologistas”, “atrasados”, “antidemocráticos”... adjetivos que hasta se llegan a aplicar a la experiencia de la unidad popular chilena, en una suerte de trágica ironía, pues, si de algo pecó aquella “vía”, fue exactamente de un exceso de confianza, no en la democracia a secas, pero sí en la democracia burguesa que existía en Chile. Ideológicamente cercado, sometido a cuarentena, el marxismo revolucionario viene sufriendo, simultáneamente, un proceso de estrangulamiento teórico que comenzó con una primera operación quirúrgica: la “extirpación” del leninismo. si en europa occidental esta operación sirvió para limpiar al 36 37

op. cit., p. 81. Ibíd., p. 79.

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marxismo hasta de las más leves aristas revolucionarias (recuerdos jacobinos inclusive), entre nosotros se la viene usando, además, para resquebrajar nuestra conciencia tercermundista. no es una casualidad que el pensamiento conservador, desde Vargas Llosa hasta e. Krauze, insista en que la europeización de la izquierda latinoamericana es poco menos que un requisito del proceso “civilizatorio”: “entre los intelectuales europeos de izquierda ha tenido lugar un saludable replanteamiento, pero en américa Latina la mayoría baila aún obedeciendo a reflejos condicionados como el perro de pavlov” (Vargas Llosa)38. “(es necesario) una izquierda que evolucione hacia formas europeas –españolas– de, acción y pensamiento” (Krauze )39. ¿Civilización vs. barbarie? La ‘vieja antinomia’ de sarmiento ciertamente no es ajena a este tipo de reflexión. pero la arremetida contra el marxismo revolucionario no proviene solo del conservadurismo strictu sensu. si hacia mediados de la década de los setenta la teoría de la dependencia, por ejemplo, era criticada desde su flanco izquierdo, en nombre de la teoría del imperialismo, un quinquenio más tarde las críticas eran ya abiertamente socialdemócratas o eurocomunistas, en nombre de la “interdependencia” y de la perspectiva de los supuestos “países capitalistas de desarrollo medio”. además, a esas alturas, el nacionalismo antiimperialista de algunos sectores de la, izquierda iba convirtiéndose en puro y llano patrioterismo: con bastante retraso acababan de descubrir ¡la “cuestión nacional”! ‘el resto’ del proceso teórico es más conocido. empezó con críticas y “autocríticas” a desviaciones del marxismo tales como el “economicismo” o el “reduccionismo clasista”40; críticas que hubieran tenido toda razón de ser si en verdad hubieran sido lo que aparentaban y no lo que en verdad fueron: un pretexto para arrojar el agua sucia de la bañera con niño y todo. en la crítica al “economicismo” se fue tan lejos, que hasta las más palmarias deficiencias de gramsci en el análisis económico fueron rescatadas a título de “error fecundo”41; a la vez que las clases se volatilizaban en favor de los “movimientos sociales”. el concepto de “lucha de clases”, que ya empezaba a parecer de mal gusto, fue remplazado por la oposición “estado/sociedad civil”, mientras el 38

polémica citada en la nota 14 (p. 48 de Vuelta, no. 92). op. cit., p. 76. 40 Cfr. p. e. el trabajo ya clásico de ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, siglo XXI de españa, 1978. 41 Cfr. C. n. Coutinho, op. cit., p. 72. 39

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propio proceso de dominación política pasó a ser analizado en términos de simple “hegemonía”. La explicación estructural era, a su turno, remplazada por los análisis culturalistas, de un nivel no siempre encomiable, por lo demás. de este modo, el problema estructural de américa Latina que, nos guste o no, sigue radicando en su condición subdesarrollada y dependiente, quedó completamente preterido. se convirtió, en el mejor de los casos, en un asunto “técnico” de competencia de los economistas. desesperada ante la ramplonería y falta de vuelo de los “cientistas” que ella misma había contribuido a crear, la propia burguesía latinoamericana acabó por quejarse –por boca del canciller argentino Caputto por ejemplo– de la falta de economistas, de la talla de un prebisch o alguien parecido. e, ironía del destino, tuvo que ser alain touraine el encargado de recordar a sus discípulos criollos que sería bueno volver a vincular lo social con lo político: “el proceso democrático viene desarrollándose en muchos países sin referencia a los problemas sociales más urgentes. resultado de lo cual, las expectativas depositadas en los gobiernos democráticos se ven frustradas, lo que restituye mucha fuerza a los movimientos de tipo populista, a una política de masas que es peligrosa para la democracia (…) el éxito de partidos de izquierda como el pdt de Leonel Brizola, el nuevo partido socialista de miguel arraes, en recife, o el pt, indica la necesidad de una revinculación entre demandas sociales e instituciones políticas”42. esta revinculación se produjo, en el caso brasileño, a través del plan Cruzado, hecho que permitió la aplastante victoria del pmdB en noviembre de 1986. alegría de pobre, como después se vio. el temor de que el pmdB se convirtiera en el “prI brasileño” no tardó en desvanecerse ante el fantasma redivivo de Leonel Brizola, a medida que la crisis volvía a mostrar sus raíces estructurales, más allá de los movimientos “inerciales” que los padres del “Cruzado” habían tratado de refrenar.

VI. eL fantasma (no eXorCIzado) deL popuLIsmo para quien no es brasileño resulta una situación paradójica, no exenta de sarcasmo, ver a un país de 140 millones de habitantes (que además gusta ufanarse 42

art. cit., p. 12.

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de su modernidad así como de ser la octava potencia económica del mundo) marcando su compás político y alterando sus pulsaciones vitales en función de los gestos de un personaje al que los marginados perciben como una suerte de Llanero solitario, mientras el oficialismo lo cataloga como un “caudillo bárbaro”, portador del “caos y la irresponsabidad”. Brizola, a quien obviamente nos referimos, curiosamente no encabeza ningún movimiento armado ni pregona la revolución, no representa poder especial alguno que no sea el de su propio “verbo” y remate de la ironía, es un partner normalmente aceptado por la comunidad socialdemócrata internacional. ¿en qué reside entonces su “peligrosidad” y en qué estriba su “irresponsabilidad”? el problema que deseo destacar a través del “caso” Brizola no es por supuesto inédito en américa Latina y remite a un complejo juego de papeles y de máscaras, en el cual nunca es fácil establecer de qué lado se sitúa la supuesta bastardía y de cuál lado está la reivindicada legitimidad. ¿Quién representa mejor al país: aquellos políticos “modernos” que estudian sesudamente las formas en que ocurrieron los pactos político-sociales en los países de europa occidental para aplicarlos en américa Latina, o aquel caudillo que dice al pueblo que la socialdemocracia que él practica siempre habrá de conservar algo de esa “pimienta revolucionaría” que se necesita para construir el “socialismo moreno” en el Brasil?43. ¿Y quién está más cerca de la realidad: aquellos intelectuales ultrarrefinados que ya pregonan “el fin de la escuela”, o aquel líder populista que casi reduce su programa político a la multiplicación de construcciones escolares? para bien o para mal, la verdad es que el populismo siempre extrae su vitalidad de los estratos sumergidos de nuestro continente, de aquellas capas casi telúricas que el oficialismo, cuando no también cierta izquierda europeizante, se empecinan en desconocer. Como escribiera martí hace casi un siglo: “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los estados unidos, de diecinueve siglos de monarquía en francia (…) el buen gobernante en américa no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés; sino el que sabe con qué elementos está… hecho su país (…) La forma de gobierno ha de venirse a la constitución propia del país”44 . 43 frases empleadas por Leonel Brizola durante su participación en el programa “roda viva”, tV. Cultura, são paulo, 8-VI-1987. 44 “nuestra américa”, en José martí, Política de Nuestra América, siglo XXI, méxico, 1977, pp. 38-39.

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el populismo resurge, pues, en la estricta medida en que las transiciones democráticas (igual que las “democracias fraudulentas” del pasado) desvinculan intencionalmente lo social y económico de lo político o, lo que es peor, en la medida en que nuestras burguesías relacionan aquellos elementos de una manera históricamente perversa, que tiene más de chantaje que de pacto. en efecto, mientras en el “convenio” socialdemócrata clásico (europeo) las burguesías ofrecían ventajas materiales a las clases subalternas con el fin de consolidar la vida democrática de sus respectivas naciones, en nuestros países, las burguesías, en lugar de pagar, cobran: bajo la amenaza constante de volver a dominar por medio del terror dictatorial, esperan que las masas populares escarmentadas renuncien a sus más elementales derechos económicos y sociales. por eso, en el caso europeo no se temía hablar de una democracia social; en el nuestro, lo que se busca es una democracia absolutamente formal, sin adjetivos y sin condiciones. así, todo pacto social se torna imposible (ahí están los ejemplos de Brasil, uruguay, argentina o Bolivia) y lo más que puede lograrse es un obligado pacto político: una convergencia antidictatorial para ser más precisos. en los años sesenta, el populismo fue criticado por sus insuficiencias, no por la savia popular que circulaba en sus venas. Hoy, es vilipendiado por la razón estrictamente inversa: porque con su retórica plebeya (jacobina a veces, tercermundista en otras) se encarga de recordarnos que no hemos dejado de ser pueblos pobres y “coloniales”, “morenos” o “mestizos” de Latinoamérica. aguafiestas del proceso de “occidentalización”, el populismo de izquierda aparece además como un discurso “irresponsable” en la medida en que atenta contra la regla aúrea de la actual democratización de américa Latina: pedir al trabajador que en lo económico (es decir en sus reivindicaciones salariales) se comporte como el “nativo” que en verdad es, pero que en lo político actúe como un auténtico ciudadano escandinavo. por lo demás, cabe recordar que cuando ahora se habla de populismo, no siempre se está utilizando el término en la acepción latinoamericana tradicional. muchas veces se lo emplea desde un punto de vista neoliberal, para condenar cualquier modalidad de welfare state; en otras ocasiones, no pasa de ser un rótulo aplicado a diferentes formas culturales de las que se quiere abominar, como la literatura social de los años treinta o la poesía comprometida de la década del sesenta. se trata, en estos últimos ejemplos, de la mirada que la “posmodernidad” aséptica lanza sobre todo cuanto se aparta de un vanguardismo estrictamente formal45. 45 por esto, no deja de llamar la atención que Coutinho condene como “populistas” el realismo social de Jorge amado o la poesía comprometida de iago de mello (cfr., op. cit., p. 149).

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VII. ¿suBdesarroLLo de aYer, modernIdad de HoY? otro dato que llama la atención de quien visita Brasil es la convicción generalizada de su modernidad. dicha convicción se asienta, desde luego, en hechos tanto empíricos como ideológicos. entre estos últimos, no es pequeño el residuo del discurso de “héroe modernizador” que adoptara el régimen surgido de la “revolución” (sic) de 1964, discurso que por lo demás empalmó admirablemente con la ideología del “gigantismo” que la clase dominante brasileña cultivó secularmente. pero junto a la retórica tenemos también los hechos objetivos que nadie puede negar: durante el período 1965-84 el pnB per cápita brasileño se incrementó a un ritmo promedio anual del 4,6%, solo comparable, dentro de la órbita capitalista, con algunos de los milagros ocurridos en asia o en ciertos países árabes. en este sentido, puede decirse que Brasil se comportó en dicho período más como un país “oriental” que “occidental”. pero las razones de la fe en la modernidad no terminan ahí. así como a un mexicano no le pasa por la cabeza la idea de insistir en la modernidad de su país por la sencilla razón de que el punto de comparación exterior es obligadamente estados unidos, a un brasileño le parece evidente su condición “moderna” en la medida en que el punto normal de referencia es paraguay, Bolivia o uruguay. Y aún cuando se compara con la argentina carece de razones para sentirse atrasado: en 1929 el nivel de vida de los argentinos era cinco y media veces superior al de los brasileños; hoy se encuentran prácticamente a la par 46: ¿Qué mejor prueba de modernización? ¿Impresiones populares solamente, u opiniones detectables también en el discurso teórico, incluso de la izquierda? el texto siguiente, de Carlos nelson Coutinho, ilustra bien una idea compartida por buena parte de la intelectualidad brasileña (no toda, por cierto): “…el régimen posterior al 64 modernizó definitivamente el país: y modernizar, aunque sea de un modo conservador, significa desarrollar las bases objetivas sobre las que se asienta la posibilidad de construir una sociedad civil efectivamente autónoma. en esto radica, a mi parecer, la contradicción fundamental de los regímenes autoritarios modernizadores pero no fascistas: tal como el aprendiz de brujo, desencadenan procesos que difícilmente son capaces de controlar después”47. 46 47

Cfr. paul singer, Brazil: a country study, são paulo, CeBrap, 1978, pp. 1-10. op. cit., p. 199.

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más adelante me detendré a examinar hasta qué punto es verdad aquella historia de los “militares-aprendices de brujo”. por ahora, me limito a señalar que la observación de Coutinho sobre la modernización del Brasil parece tan empíricamente incuestionable cuanto teóricamente engañosa. en efecto, ¿qué mismo significa modernizar definitivamente un país como Brasil? obviamente, Coutinho no quiere decir con ello que Brasil alcanzó ya el pináculo del progreso –sería absurdo suponerlo ni afirmar que es la primera vez que ese país experimenta un proceso de modernización, lo que equivaldría a desconocer la historia–. Y tampoco tengo la impresión de que el autor desee significar que los militares modernizaron a tal punto el estado burgués, que tornaron irreversible el carácter capitalista del Brasil. puede ser que esto último haya en verdad ocurrido y que la “modernidad” política de los países más grandes de américa Latina consista finalmente en ello. sin embargo, la reflexión de Coutinho no parece encaminarse en tal dirección, puesto que apunta más hacia la sociedad civil que hacia el estado. ¿se querrá decir, entonces, que algunas sociedades como la brasileña han dejado definitivamente de ser subdesarrolladas? no quiero enfrascarme aquí en una discusión interminable sobre lo que es o no es el subdesarrollo; pero sí voy a permitirme recordar algunos datos significativos que, sin cuestionar en lo más mínimo el grado de modernización del Estado burgués en el Brasil, ponen en cambio en duda la supuesta robustez de la “sociedad civil”. en 1981, es decir antes de que estallara la última crisis regional, Brasil ocupaba, en términos de pnB per cápita, el quinto lugar entre los siete países más grandes de américa Latina. Lo antecedían, en este orden, Venezuela, Chile, méxico y argentina. el pnB per cápita brasileño era apenas superior a la media latinoamericana (us $2.048 para américa Latina y us $2.347 para Brasil), media que a su vez representaba menos de la cuarta parte de la media del “primer mundo” (us $10.721 en ese mismo año)48. tres años después, en 1984, la situación no se había modificado mayormente: Brasil ocupaba el sexto lugar en américa Latina por su ingreso per cápita (atrás de Venezuela, argentina, méxico, uruguay y panamá), y en el mundo se ubicaba, según el mismo criterio, en el lugar número cincuenta. francia tuvo aquel año un ingreso per cápita cinco veces superior al de Brasil y los estados unidos ocho veces mayor49.

48 datos tomados del artículo de andré furtado: “dinámica socioeconómica de américa Latina”. Nuevos estudios CEBRAP, no. 14, fevreiro de 1986. 49 según datos del Banco mundial en el cit. Relatório…

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Y si nos detenemos a examinar algunos índices de desarrollo social, la “modernidad” de la sociedad civil brasileña tampoco se impone como una evidencia. en 1985, es decir después de realizado el “milagro” económico, la tasa de mortalidad infantil es exactamente igual en ecuador y Brasil (67 por 1.000 en los dos casos); la esperanza de vida es mayor en el país andino (65 años para ecuador, 64 para Brasil); la tasa de alfabetización de adultos, tanto para hombres como para mujeres, es más alta en ecuador que en Brasil (85% de hombres y 80% de mujeres alfabetizados en ecuador, frente a 79% y 76%, respectivamente, en Brasil), y hasta las más recientes tasas de escolarización (período 1982-84) masculina y femenina son superiores en ecuador que en Brasil50. Conviene subrayar, por lo demás, que si se comparan estos indicadores de bienestar, con los de Costa rica o Cuba, el atraso ecuatoriano y brasileño en tales campos se torna más que evidente51. pero, más allá de estas diferencias, ¿qué cabe pensar del desarrollo latinoamericano en su conjunto? todo depende de cómo y con quién queramos medirnos. Comparados con nuestro propio pasado, sin duda hemos avanzado mucho: el pIB per cápita de américa Latina, por ejemplo, se duplicó entre 1950 y 1975. en cambio, si nos cotejamos con la media mundial (digo bien mundial y no del “primer mundo”), nuestro desempeño fue bastante mediocre: el pIB per cápita de américa Latina creció en aquel lapso por debajo de esa media mundial52. nuestro gap con respecto al primer mundo desafortunadamente aumentó desde la posguerra para acá y, lo que es más significativo todavía, en muchos aspectos progresamos menos que asia e incluso que africa. La esperanza de vida al nacer, por ejemplo, era en 1950 de 45 años en China y asia oriental y, de 50 años en américa Central y meridional; pero para 1986 el grupo asiático había alcanzado una esperanza de vida de 69 años contra solo 65 de américa Latina. Los mismos asiáticos disponían en 1961 de 1.786 calorías y 44 gramos de proteínas per cápita, y los latinoamericanos de 2.360 calorías y 62 gramos de proteínas; en 1984, los primeros nos habían rebasado en ambos rubros: 2.819 calorías y 67 gramos de proteínas para China y asia oriental, frente a nuestras 2.607 calorías y 66 gramos de proteínas. en fin, en los 25 años que van de 1960 a 1985 africa pasó del 20 al 46% de población alfabetizada, en cuanto nuestros avances fueron netamente más modestos: del 67 al 83%53. 50

datos tomados de unICef: Estado Mundial de la Infancia, españa, siglo XXI, 1987, p. 127. Cfr. unICef, loc. cit. 52 furtado, art. cit., p. 18. 53 datos de unICef, op. cit., pp. 108-112. 51

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no es mi intención seguir echando a perder la fiesta de la modernidad, cuya cuenta ni siquiera estamos en capacidad de pagar; solo quiero recordar que, pese a los delirios “posmodernistas” de ciertos colegas, seguimos siendo parte del mundo subdesarrollado. Lo cual quiere decir que nuestros países continúan poseyendo una fachada moderna y un “interior” que ciertamente no lo es; en otros términos, que somos habitantes de esa famosa “Belindia” de la que han hablado muchos intelectuales de Brasil54.

VIII. La supereXpLotaCIón “reVIsItada” en este contexto cabe preguntarse: ¿qué sucede con las clases trabajadoras? ¿existe o no la otra tan discutida sobre o superexplotación? una vez más me gustaría retomar un texto de Coutinho, en el que el autor polemiza con algunos planteamientos de rogério freitas y ruy mauro marini. In extenso dice así: “al desarrollar necesariamente las fuerzas productivas, la productividad del trabajo social, el capitalismo prepara los presupuestos para que el aumento de la tasa de plusvalía pueda darse a través del crecimiento de la productividad, y no de la superexplotación. en este sentido, ningún capitalismo –ni siquiera el brasileño– conduce necesariamente, en todas sus etapas, a una pauperización absoluta de las clases trabajadoras y del conjunto de la población, tal como freitas parece suponer. Con el aumento de la productividad del trabajo se vuelve siempre posible –dependiendo ciertamente del nivel, de la lucha de clases– combinar un aumento de la tasa de ganancia con un aumento del salario real de las clases trabajadoras o, más generalmente, combinar una elevación de la tasa de acumulación monopolista con una mejor distribución de la renta entre los sectores monopolistas y no monopolistas. a menos que aceptemos las tesis catastrofistas y neoluxemburguistas de sectores de la ultraizquierda, que afirman el carácter estructural (y no solo coyuntural) de la superexplotación de la fuerza de trabajo en el capitalismo dependiente, el cual tendería necesariamente al estancamiento (por causa de una limitación permanente de los 54 “Brasil es una Belindia: Bélgica más la India, es una isla de contrastes. dentro de Brasil tenemos 32 millones de consumidores con la renta percápita de Bélgica”. frei Betto, Fidel y la religión (conversaciones con Frei Betto), oficina de publicaciones del Consejo de estado, La Habana, 1985, p, 57 (como Brasil tiene actualmente 140 millones de habitantes, habría, además de los “belgas”, ¡108 millones de “hindúes”!).

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mercados), tenemos que admitir que también el capitalismo dependiente asociado promueve un aumento de las fuerzas productivas del trabajo social y, como tal, a partir de cierto punto, puede satisfacer las demandas de aumento salarial y de mejor distribución de la renta entre sectores monopolistas y no monopolistas”55. para ir por partes, empecemos por señalar nuestro acuerdo con Coutinho en el sentido de descartar la pertinencia de las tesis estagnacionistas, con la necesaria aclaración de que el padre de ellas no es precisamente marini (que en rigor ni siquiera las sostuvo en el texto que Coutinho cita en su nota de pie de página56), siendo que más bien se trata, como Weffort lo hace notar, de tesis elaboradas por “figuras tan importantes del pensamiento económico brasileño como un Celso furtado, con su ‘teoría del estancamiento’ de la economía brasileña”57. Central o periférico, autónomo o dependiente, el capitalismo tiene, sin duda, un mecanismo inherente de reproducción ampliada que determina, entre otras cosas, el desarrollo más o menos continuado de las fuerzas productivas. Hasta aquí estamos de acuerdo con Coutinho. Luego, es igualmente verdad que, en el plano de la abstracción más elevada, resulta prácticamente imposible sustentar una “teoría de la sobrexplotación”. son varios cientos, si es que no miles de páginas (entre ellas algunas nuestras), las que ya han sido escritas para demostrar las inconsistencias teóricas de conceptos tales como “pago permanente de la fuerza de trabajo por debajo de su valor”, “prolongación permanente de la jornada de trabajo”, etcétera. solo que el hecho de que algo no aparezca con nitidez en el plano teórico no demuestra que no exista en el plano histórico; al igual que la dependencia, la superexplotación puede darse dentro de una constelación histórico-concreta sin que necesariamente refleje una legalidad teórica inexorable. al momento de redactar estas líneas, casi veinte años después de escrito el famoso texto de marini, Dialéctica de la dependencia, tengo ante mis ojos la siguiente noticia periodística, que por cierto no proviene de ningún sector de la ultraizquierda: “Los intereses del Japón para invertir en méxico se están volviendo cada vez mayores, según afirma la revista inglesa e economist. además de que este país podría convertirse en un gran abastecedor de petróleo para los japoneses, también es considerado como una importante plataforma de exportación, que 55

op. cit., pp. 189-190. me refiero a la nota 29 de la p. 190. 57 op. cit., p. 82. 56

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facilitaría el acceso de Japón al mercado de estados unidos . el salario mínimo mexicano diario, debido al bajo valor del peso, es de cerca de us $3, equivalente a 420 yenes. a ese precio, dice un banquero japonés a la revista norteamericana Business week, el trabajo es prácticamente gratuito”58. ¿“trabajo prácticamente gratuito” = superexplotación? teóricamente la equiparación puede siempre discutirse, mas ninguna controversia teórica podrá echar tierra sobre la miseria real. en efecto, si el salario mínimo mexicano ha llegado a tales niveles de pauperismo, el de Brasil es todavía peor: us $1,50 por día en la segunda quincena de junio de 1987. Como comenta el mismo diario en otra de sus notas: “…Brasil posee uno de los salarios mínimos más bajos del mundo. Luego del reajuste de 20%, el salario mínimo pasa a valer apenas us $42,24 (por mes, a.C.), mientras en argentina llega a us $140, en el ecuador a us $104, en Colombia a us $84, en uruguay a us $74 y en el perú a us $53”59. ¿nos encontramos ante un problema estructural o frente a una cuestión meramente coyuntural? digamos que, para ser una coyuntura, es demasiado prolongada. me parece que se trata de un hecho por lo menos tendencial, dadas no tanto las características teóricas (leyes) del modo de producción capitalista, o del capitalismo monopolista de estado, sino más bien las modalidades concretas de articulación del capitalismo en escala mundial, esto es, del imperialismo. en este sentido, creo que si algún error podemos detectar en el mencionado texto de marini a dos décadas de distancia, ese error no radicaría en lo de la superexplotación sino en lo que dice respecto al subimperialismo: es éste el que jamás se concretizó, por razones que no es del caso entrar a discutir aquí. Brasil, méxico y la argentina –los tres candidatos a la categoría de “países subimperialistas”– permanecieron, por ello, en un lugar bastante menos airoso de lo que las tesis de ruy mauro dejaban entrever. ¿Y el futuro? por supuesto que nada está escrito fatalmente y de antemano, aunque tampoco hay que hacernos la ilusión de que nos encontramos ante una página en blanco. La tendencia a la superexplotación (me parece, hasta que alguien demuestre razonablemente lo contrario) está en la agenda de nuestras relaciones con los países imperialistas por la sencilla razón de que sin superexplotación no hay la más remota posibilidad de pagar la deuda externa de América Latina (que actualmente rebasa los us $400 mil millones). Cosa sabida por 58 59

“aumenta o interesse japones no méxico”, Folha de São Paulo, 16 de junho de 1987, p. a-11. “novo salário mínimo é o mais baixo da história do pais”, en ibíd.

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tirios y troyanos, desde el fmI que no en vano postula la más rigurosa austeridad, hasta los sindicatos del subcontinente que no por casualidad son unánimes en oponerse al pago de esa deuda. Queda la incógnita referente al poder de la lucha de clases, esto es, a su eventual capacidad de revertir esta y otras tendencias. en principio, nada impide que tal reversión ocurra; sin embargo, no me parece haber signos convincentes de que, por lo menos en los países más grandes de américa Latina, aquella lucha esté en una etapa ascendente.

IX. eL autorItarIsmo Como tendenCIa La discusión de temas como la modernidad o la superexplotación no se agota obviamente en sí misma, sino que tiene que ver con el análisis de nuestras perspectivas políticas. afirmar que por fin estamos viviendo en sociedades modernas, en las cuales el sistema no necesitará más recurrir a la superexplotación, es, para muchos autores, una laudable manera de afirmar que ha llegado la hora de construir democracias sólidas y estables, con respeto pleno a los derechos de la persona humana y con justicia social. a la inversa, la expresión de dudas sobre nuestra “modernidad” (que algunos quisieran ver incluso como “posmoderilidad”) y la denuncia de la persistencia de una superexplotación son interpretadas, a menudo, como un claro indicio de “enemistad” hacia la democracia. sin embargo, personalmente no me acabo de convencer de que la mejor manera de servir a la democracia sea tomando nuestros wishful thinkings por realidades, ni que, en sentido contrario, la búsqueda de la verdad, por triste que sea, pueda constituir un acto antidemocrático. ¿o es que de veras se piensa que la democracia latinoamerican solo puede asentarse en un espacio plagado de lagunas mentales, verdades a medias y ambigüedades bien calculadas? en este orden de ideas, la primera cuestión que no podemos soslayar es la de que las estructuras capitalistas subdesarrolladas engendran un autoritarismo tendencial históricamente comprobable (digo bien tendencial y no fatal). para el caso de Brasil, por ejemplo, francisco Weffort observa lo siguiente: “La verdad es que en 160 años de historia independiente, Brasil no tuvo la oportunidad de corroborar la tesis de que la democracia es la forma por excelencia de la dominación burguesa. si marx hubiese sido brasileño, con segu201

ridad habría dicho que la dictadura es la forma por excelencia de la dominación burguesa. Y tal vez hubiera dicho también que la democracia es la forma por excelencia de la rebeldía popular”60. a lo cual yo quisiera añadir que si marx hubiese sido natural de cualquier otro país latinoamericano tampoco habría mudado substancialmente de opinión, y menos aún si le hubiese tocado nacer en asia o áfrica. Con su conocida ironía habría observado que dios no reparte el maná de la democracia por igual entre sus hijos (para variar, a los blancos les ha tocado más que a los pueblos “de color”); y seguramente hubiera dicho que solo un conocedor de los recursos más exquisitos de la retórica francesa, como alain rouquié, podía emprender la tarea de “demostrar”, contra toda evidencia, que no existe correlación alguna entre la democracia, de una parte, y, de otra, el grado de desarrollo económico y el lugar que cada país ocupa en el seno de la cadena capitalista-imperialista61. sin duda marx habría anatemizado, igualmente, a quienes piensan que la cuestión democrática es antes que nada un problema cultural. mosaico compuesto por mil culturas distintas y un generalizado autoritarismo, el mundo subdesarrollado y dependiente muestra cómo, más allá de esa abigarrada configuración cultural, ciertas tendencias estructurales persisten a lo largo de una tormentosa historia, hasta que las luchas populares de liberación consigan alterar conscientemente esos cauces antidemocráticos. por lo demás, no hace falta llamarse Karl marx ni ser marxista para constatar algunas evidencias. el autor neoderechista Carlos rangel, por ejemplo, destaca cómo: “en los últimos 50 años méxico ha sido el único país latinoamericano que no ha tenido cambios de gobierno violentos, distintos de los previstos en las leyes y causados por guerras civiles o por golpes de estado militares”62.

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op. cit., p. 67. Cfr. alain rouquié, “o mistério democrático - das condicoes da democracia ás democracias sem condicoes”, en rouquié et al., Como renascem as democracias, são paulo, Brasiliense, 1985. uno de los ejemplos esgrimidos por el autor para demostrar cómo las democracias pueden florecer aún en las condiciones más adversas (gran pobreza, fuerte oligarquía, poca integración nacional, etcétera), es el de Colombia; ejemplo que no se caracteriza por ser muy feliz. para decirlo de la manera más suave, y retomando las palabras de octavio paz, “la democracia colombiana, incapaz de resolver los problemas sociales, se ha inmovilizado en el formalismo” (“La democracia en américa Latina”, en América Latina: desventuras de la democracia, op. cit., p. 22). 62 “La inestable Latinoamérica”, en América Latina: desventuras de la democracia, p. 33. 61

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Y en una nota de pie de página subraya que: “en contraste, y más latinoamericanamente, en méxico la jefatura del estado cambió de manos irregularmente 46 veces en el primer cuarto de siglo de vida independiente”63. Lo que no dice rangel, porque su óptica ideológica impide que lo reconozca, es que esa estabilidad del méxico contemporáneo no cayó del cielo, sino que fue el fruto de una revolución que, al abrir cauces para la expresión de múltiples energías populares, revitalizó profundamente a la sociedad mexicana. en los países donde esto no ocurrió y donde tampoco hubo una vigorosa clase obrera de izquierda que impusiera durante lapsos significativos un convivir democrático a la burguesía (casos de uruguay y Chile), la inestabilidad y la antidemocracia fueron la regla. en este plano, incluso es errada la afirmación de octavio paz en el sentido de que la argentina disfrutó de una “democracia ejemplar” durante un largo período64. en rigor ello jamás sucedió, a diferencia justamente de Chile y uruguay, por mucho que se trate de tres países que en teoría poseen una “cultura europea”. Y en cuanto a la estabilidad de la democracia liberal venezolana en las últimas décadas, que para algunos parece ser el resultado de simples pactos o habilidades políticas65, conviene recurrir una vez más a la opinión de un autor poco sospechoso de “materialismo”, Como el citado rangel: “Ya antes de 1973 podía decirse que (la democracia venezolana) debía su existencia y su estabilidad a fuertes y crecientes ingresos petroleros. desde entonces el petróleo ha pasado a valer diez veces más, en saltos sucesivos y siempre oportunos para rescatar a Venezuela de un crecimiento en el gasto público tan inverosímil como irrefrenable”66. evidencia que, desde otro punto de vista, la registró también el ex guerrillero teodoro petkoff (actual dirigente del mas), al decir que en los años sesenta Venezuela “comenzaba a estabilizar su democracia producto del desarrollo originado en los petrodólares, por lo que la lucha armada era un fenómeno atípico”67. 63

Loc. cit., nota 1. “durante un largo período fueron ejemplares las democracias de uruguay, Chile y argentina” (sic). Ibíd., p. 22. 65 uno tiene dificultad en entender, realmente, como un politólogo medianamente serio pueda imaginarse que “el campo político venezolano ha cerrado, históricamente, la posibilidad de intervención militar” gracias (sic) al pacto del punto fijo, como afirma antonio Carlos peixoto a la luz de su teoría de la democracia como un “pacto interactores”. Cfr. Varios autores, “La democracia en américa Latina”, Nexos, no. 87, méxico, marzo de 1985, p. 28. 66 op. cit., p. 37. 67 declaraciones al diario Uno más uno, méxico, 3-XlI-1983. 64

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por lo demás, y con el fin de evitar caer en el mito del “desalmado” estado que oprime a la “cándida” sociedad civil, conviene recordar que las últimas dictaduras sufridas por américa Latina (igual o más que las anteriores) no son fruto del azar ni acontecimientos desconectados de las estructuras (incluso de clases) y los procesos de aquella sociedad civil. el golpe de estado de 1964 en Brasil, por ejemplo: “…fue preparado con el apoyo de un amplio movimiento de opinión pública, del cual participó la mayoría de la clase media, de la burguesía y de la Iglesia, así calma toda la gran prensa y buena parte de los partidos de centro y de derecha”68. observación que, mutatis mutandi, podría ser aplicada también al caso argentino. Como observan antonio marimón y Horacio Crespo: “…ningún golpe de estado se concretó en argentina por afuera de un fenómeno de participación/consenso en el que estuvieran comprometidas franjas muy amplias de la sociedad…”69. Y ni qué decir de un golpe como el de Chile, precedido, como todos recordarán, de un intenso trabajo reaccionario de masas. por tal razón, parece además errado ver en aquellas dictaduras la simple presencia de la “fuerza bruta”, carente de un proyecto histórico de clase. en este punto, discrepamos totalmente de opiniones como la siguiente, del mismo Weffort: “Lo que llamábamos gobierno en aquellos años tenía mucho de parecido Con una banda de gangsters (…) era un antigobierno, apenas más que una banda de sectarios que manejaba los instrumentos del poder en su propio beneficio y en beneficio de sus intereses privados, que tomaban al estado como cosa suya. Los individuos que se decían gobierno trataban a la sociedad en general como un ejército de ocupación trataría a un país ocupado. si lograban dar la ilusión de constituir un gobierno era porque estábamos en pleno ‘milagro económico’, resultado de una coyuntura de expansión de la economía nacional e internacional a la que la propaganda insistía en considerar como una realización del poder”70. es cierto, desde luego, que las formas de dominación burguesa en los países “subdesarrollados poseen, por regla general, mucho de gangsteril. sin tratar de competir con los colores de mi país en este triste terreno, diría que en el ecua68

Weffort, op. cit., p. 70. “argentina: vuelta a la democracia”, en América Latina: desventuras de la democracia, p. 325. 70 op. cit., p. 67. 69

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dor actual, por ejemplo, el gobierno civil y constitucional encabezado por León febres Cordero tiene mucho de gangsteril y otro tanto de lumpenesco. solo que, en muchos casos (que no parece ser el del gobierno de febres), lo gangsteril no quita lo eficiente ni deja de ser una manera posible de gobernar. Bertolt Brecht diría, ‘por lo demás, que esto no’ es un patrimonio exclusivo de los países subdesarrollados. estimo, pues, con el perdón de Weffort y respetando su ira moralmente justa, que en su momento la dictadura militar brasileña representó uno de los momentos más elevados de racionalización de los intereses burgueses monopólicos en américa Latina, con una forma de gobierno suficientemente eficaz como para crear y desarrollar las condiciones óptimas de funcionamiento, de cierta modalidad de acumulación de capital71. esto no hizo desde luego la felicidad del pueblo, ni mucho menos; pero tampoco cabe espetar peras del olmo: fue un “gobierno surgido de un movimiento contrarrevolucionario y provisto de un proyecto de clase perfectamente claro, como lo han demostrado hasta la saciedad estudios como los de un rené dreyfus72, por ejemplo. en este sentido, incluso el que los militares tratasen al pueblo “como un ejército de ocupación trataría a un país ocupado”, es un hecho execrable pero no necesariamente excepcional. de una parte, las oligarquías latinoamericanas siempre se consideraron verdaderas ocupantes de estos países de negros, indios, mestizos y mulatos (que no de ciudadanos73); de otra parte, la “modernización” de nuestros ejércitos fue realizada exactamente en la escuela de los ocupantes de argelia y Vietnam. no aprendieron, pues, a tratar a sus compatriotas como citoyens de parís o citizens newyorquinos, sino como a parias de la Casbah argelina o de las selvas de Indochina. en esta óptica, y retomando una pregunta que dejamos pendiente, ¿puede considerarse que las dictaduras latinoamericanas terminaron por representar el papel de “aprendices de brujo” o, más bien, estimar que realizaron exitosamente las metas que se habían propuesto?

71 una lectura del libro Geopolítica do Brasil, del general golbery do Couto e silva (río de Janeiro, José olympo ed., 1967), muestra, por lo demás, que los articuladores militares del “milagro” sí tenían una visión de estadistas, por mucho que su línea política se sitúe en las antípodas de nuestras convicciones. 72 1964: A conquista do Estado, ed. Vozes, petrópolis, 1981. 73 Como dice José murillo de Carvalho refiriéndose a la Vieja república de principios de este siglo: “na república que nao era; a ci, dade nao tinha cidadaos”. Os bestializados. O Rio de Janeiro e a República que nao foi, são paulo, Companhia das Letras, 1987, p. 162.

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si partimos del supuesto de que los militares tomaron el poder por el mero capricho de gobernar indefinidamente, por cierto que la sola retirada a los cuarteles estaría confirmando su fracaso. pero basta con recordar el pensamiento de un golbery do Couto e silva74, para el caso brasileño, o del civil mariano grondona, que tanto teorizó en favor de las dictaduras sudamericanas75, para darse cuenta de que aquel supuesto es absurdo. su proyecto consistía, en primer lugar, en acabar con el “peligro comunista”, en segundo término en eliminar las veleidades “civil-populistas”, en tercer lugar en “poner orden en el manejo de la cosa pública” y, en cuarto término, en robustecer, incluso mediante el desarrollo económico, las “bases civiles de la democracia”; además de fortalecer y dar coherencia al estado capitalista, claro está. La democracia que querían cimentar era obviamente la de tipo burgués, que la década de los setenta tuvo, como se recordará, una, sutil adjetivación: democracia viable. ¿fracasaron las dictaduras en algunos de estos objetivos? La brasileña prácticamente en nada, aunque hubiera preferido un país sin Brizola y sin el ala izquierda del pt. en el caso argentino, la cuestión es desde luego más completa. Como escriben marimón y Crespo: “una particularidad de este proceso tiene que ver con lo que marca las diferencias entre las elecciones realizadas en argentina en 1973, y éstas de 1983. entonces, el repliegue militar se motivaba en una situación que descansaba sobre dos aspectos: por un lado, un auge de luchas y movilizaciones obreras y populares que arrancó en 1969; y por otro, la estructuración de un gran frente burgués nacional a partir del retorno de perón al país, en 1972. en 1983, en cambio, el repliegue de la dictadura se basa en un fenómeno centralmente interno del frente militar: que, después de la aventura bélica de las malvinas y el casi total descalabro causado al aparato productivo por la hegemonía del capital financiero en la política económica –a través del equipo de martínez de Hoz–, la cohesión de las fuerzas armadas sencillamente se deshizo. en una palabra, a esta dictadura no la derribó tanto su oposición como el hecho de que su ciclo político se fue desgranando igual que un castillo de arena”76. diferencia entre 1973 y 1983 que señala cómo, de todos modos, la sociedad argentina fue encaminada, manu militari, hacia la “moderación”, causando, ade74 teórico del golpe de 1964, golbery fue también, significativamente, el teórico de la apertura a finales de los setenta y principios de los ochenta. 75 en los múltiples editoriales que publicó en la segunda mitad de la década de los setenta, en la revista Visión, grondona insistió siempre en que las dictaduras conosureñas eran el equivalente histórico de las monarquías absolutistas de europa, cuya misión era sentar las bases de la futura democracia. 76 op. cit., p. 325.

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más, un profundo trauma en un importantísimo sector de la ex intelectualidad de izquierda, hoy “vacunado” en contra de la más mínima actitud antisistema. al contrario de sus colegas brasileños, los militares argentinos no poseen, pues, la aureola de “grandes modernizadores”; tienen, en cambio, una eficacia represiva internacionalmente reconocida, que incluso llegó a convertirse en objeto de exportación. Los únicos que hasta ahora han fracasado en su objetivo final son los militares chilenos, en razón de la enorme consistencia orgánica de la izquierda; pero por eso mismo se mantienen tenazmente en el poder: porque les es prácticamente imposible encontrar una fórmula de “democracia viable”, y no por ninguna “personalización” del poder como ingenuamente se ha llegado a decir. en rigor, ninguna de las dictaduras ha salido verdaderamente derrotada; ni siquiera la uruguaya que perdió un plebiscito y tiene que habérselas con una izquierda relativamente fuerte. por eso, los juicios a los torturadores hasta ahora han fracasado tanto en argentina como en uruguay, y en Brasil ni siquiera han llegado a plantearse. no hay que olvidar que los procesos de nuremberg fueron posibles porque los nazis, además de cometer crímenes abominables, habían perdido la guerra. pero cuando los facinerosos siguen armados hasta los dientes, esperar que tales juicios ocurran es tan nugatorio como esperar que francia procese a sus militares que cometieron crímenes contra la humanidad en argelia, o que los encubridores estadounidenses de Barbie (que todo el mundo sabe quienes son), hubiesen sido juzgados junto con su protegido. La historia ciertamente tiene su moral, y por supuesto su justicia, pero enmarcadas dentro de ciertas correlaciones de fuerzas. en fin, me parece que aún no debemos hacernos mayores ilusiones sobre la profundidad de nuestros procesos democráticos. Las tendencias autoritarias siguen vigentes y, por el momento al menos, el “reposo del guerrero” dista mucho de ser completo. Vivimos lo que en términos de adam przeworski se denominarían regímenes de “democracia tutelar”. esto es: “…regímenes en los que las fuerzas armadas se separan del ejercicio directo del gobierno y se retiran para sus cuarteles, pero lo hacen ordenadamente y listas para cualquier eventualidad. a pesar de las elecciones y de los representantes electos, en tales regímenes las fuerzas armadas continúan rondando cual sombras amenazadoras, prontas para lanzarse sobre quien quiera que vaya demasiado lejos en la amenaza a sus valores o sus intereses”77. 77

“ama a incerteza e serás democrático”, Novos Estudos CEBRAP, no. 9. Julho de 1984, p. 36.

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Y lo peor, añadiría, es que ello no obedece a la sola imposición de las fuerzas armadas. Incapaces de articular una verdadera hegemonía, en la acepción gramsciana del término, son las propias burguesías latinoamericanas las que recurren, ora abierta, ora veladamente, a la amenaza de nuevas intervenciones militares. o son ellas, también, las que inevitablemente terminan cediendo ante el menor amago golpista, porque en el fondo temen más a las masas movilizables que a los fascistas uniformados. abril de 1987, en argentina, fue una clara cuanto dolorosa ilustración de esta situación.

X. La “soCIedad CIVIL”: amBIgüedades teórICas e ILusIones empírICas ¿el mundo occidental en general, y américa Latina en particular, están viviendo realmente una era de renacimiento de la sociedad civil? no es fácil responder a esta pregunta en la medida en que ella nos sitúa en un típico espacio de ambigüedad en el que pueden rondar muchos espectros, desde el de la primera ministra inglesa margaret atcher hasta el del pensador antonio gramsci, o al menos de los que cierta posteridad ha hecho de él. en efecto, desde el año 1979 en que asumió el cargo para el que acaba de ser reelecta por segunda ocasión, la señora atcher no ha dejado de bregar teórica y prácticamente por la desestatización de la economía inglesa, es decir, por su privatización, yendo en este sentido tan lejos que hoy se habla de su “revolución conservadora”78. ¿triunfo de la sociedad civil sobre el estado? si se quiere, sí. Los términos son tan elásticos que todo depende del contenido político que coloquemos detrás. en el caso de américa Latina la fortuna del concepto de “sociedad civil” obedece, sin embargo, a algo muy distinto del antiestatismo (económico) que orienta la política thatcheriana, reaganiana o, lo que es igual, fondomonetarista. entre nosotros, tomar el partido de la “sociedad civil” quiere decir, llanamente, oponerse a las dictaduras, rechazar el autoritarismo encarnado en lo militar. solo que, sobre la base de este rechazo legítimo a la exacerbación de la función de dominación por parte del estado burgués latinoamericano, la onda conservadora de occidente penetra para intentar llevar el agua a su molino, insistiendo en la total desestatización de nuestras economías y, a veces sobre 78

así la califica la revista Newsweek, p. e., en “e amazing mrs. t”, June 22,1987.

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todo, en el desmantelamiento de los últimos vestigios del “estado benefactor”. se apunta, de este modo, al máximo recorte de los gastos sociales (educación, salud, vivienda popular) y al fin definitivo de los subsidios: subsidio a los bienes de primera necesidad, se entiende, que no los recibidos por el gran capital bajo el nombre de “incentivos”. Como puede verse a través de estos ejemplos, la contraposición “estado/sociedad civil”, lejos de ser un sustituto analítico de las contradicciones de clases, es un campo en el que se refleja la lucha de éstas, descubriendo y a la vez encubriendo los divergentes proyectos históricos. empero, más acá de la dimensión propiamente política existe también un problema teórico (y aquí entramos en el ámbito gramsciano) en el que la forma de relación “estado/sociedad civil” pareciera ser la marca distintiva entre “occidente” y “oriente”, que nos llevaría, casi ineluctablemente, a cierta ecuación explicativa de lo “civilizado-democrático”, de una parte, y lo “primitivo-antidemocrático”, de otra. sin entrar a discutir la legitimidad de un esquema que, para comenzar, ignora la relación histórica entre esos dos “polos” (como si nada tuvieran que ver entre sí “occidente” y “oriente”), quisiera insistir en las limitaciones de la tan conocida y a la vez sibilina afirmación de gramsci: “en oriente, el estado era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en occidente, entre estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo el temblor del estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil. el estado era solo una trinchera avanzada, detrás de la cual existía una robusta cadena de fortalezas y casamatas…”79. me limito aquí a plantear el siguiente problema: ¿qué quiso decir exactamente gramsci con eso de “robusta estructura de la sociedad civil”? ¿Quería advertir con ello que el orden burgués se había robustecido de tal forma, que ahora estaba presente en todos los intersticios del cuerpo social? personalmente me inclino a pensar que es esto, y no otra cosa, lo que gramsci detectó, y que la historia le ha dado plena razón: hasta finales de 1987, en que terminó de redactar este texto, ninguna revolución ha ocurrido en occidente ni se vislumbra el más leve movimiento en dirección al socialismo. por el contrario, vivimos la época de las “revoluciones conservadoras” y de la estigmatización, incluso, de las pasadas revoluciones burguesas (de la francesa, por ejemplo). 79 Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, méxico, Juan pablos ed., 1975, pp. 95-96.

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Habida cuenta de esta evidencia difícil de soslayar, lo menos que cabe esperar de los análisis latinoamericanos inspirados en gramsci, es que sean claros en cuanto a decir si les parece o no que la américa Latina actual registra un grado tal de robustecimiento de la burguesía y del estado burgués, que ha convertido al capitalismo en un hecho irreversible. si es así, no me parece escandaloso aspirar a un capitalismo que al menos sea lo más democrático posible en el plano político: una “vía italiana”, si se quiere. Lo que en cambio me parece iluso –para no usar un término más fuerte–, es concluir, por un lado, a la “occidentalización” definitiva de nuestras sociedades (o por lo menos de algunas de ellas) y, por el otro lado, celebrar las posibilidades, por fin materializadas, ¡del socialismo! en rigor, hasta me atrevería a decir que el concepto de “robustecimiento de la sociedad civil” ni siquiera puede ser interpretado como sinónimo de entrada en la “era de las grandes organizaciones de masas”, como algunos analistas dejan entrever. estados unidos, ejemplo por antonomasia de tal “robustecimiento”, está lejos de caracterizarse por dicho tipo de organizaciones. e incluso europa occidental viene registrando, precisamente en esta década, el paulatino desvanecimiento de los organismos sindicales y hasta de muchos de los denominados “nuevos movimientos sociales”, amén del reflujo de los partidos de izquierda. ¿es posible detectar fenómenos análogos en américa Latina? La primera cuestión que me gustaría observar es que nuestra “sociedad civil” no ha sido necesariamente “primitiva y gelatinosa” en el pasado reciente. Hubo lugares y segmentos sociales que lo eran, otros que no. el Chile de la unidad popular, por ejemplo, parecía tener una sociedad civil harto desarrollada, tal como lo registró régis debray en este pasaje indeleble, que data de 1971: “más allá de sus alteraciones momentáneas –las ha tenido, pero breves–, la democracia liberal burguesa que ha marcado hasta hoy día con su sello todo el tejido social chileno, ha demostrado una excepcional capacidad de amortiguamiento, de recuperación y de conciliación. ella ha proporcionado y continúa proporcionando la ideología dominante, el legalismo y la juridicidad, que permanecen en el ambiente; las estructuras políticas de encauzamiento, es decir, un cuadro institucional estable; y todo un sistema de representaciones vividas al nivel más prosaico, mitos de la libertad y de la Ley con mayúscula difundidos hasta en los comportamientos de los explotados. no desaparecerá con un simple guiño, porque incluso si el estado actual fuera derribado mañana, toda la sociedad civil está impregnada de ella. 210

“Chile, en este sentido, pertenece a esas sociedades ‘occidentales’ de las que hablaba gramsci, en las cuales, detrás de la fortaleza principal del estado, que puede siempre ser tomada por un golpe de mano afortunado, se escalona en profundidad toda una red de trincheras, de fortines y de bastiones cuya conquista no puede ser tan simple”80. además de ilustrar el tipo de lectura que los propios marxistas europeos hicieron de gramsci muy a comienzos de los años setenta, el texto revela bien el grado de consistencia ideológica, cultural e institucional de la “sociedad civil” chilena de entonces. en dichos niveles, es decir, subdesarrollo y dependencia a parte, Chile era obviamente “occidental”. alain touraine reconoce que incluso el movimiento obrero chileno, con su elevado grado de autonomía organizativa, parecía constituir uno de los puntales de la democracia tradicional chilena: “La fuerza de la democracia chilena se basó (…) en la existencia de un movimiento obrero que sin duda tenía orientaciones políticas fuertes, peto que actuaba más como una fuente de legitimidad para los partidos de izquierda que como instrumento sindical de talo cual partido”81. el problema de Chile no era, pues, el de una “sociedad civil débil, primitiva y gelatinosa”, sino el de una bürgerliche Gesellschaft en la que el elemento Bürger no consiguió afirmar indiscutiblemente su “hegemonía” frente a las clases populares. Y hasta hoy no lo consigue, ¡14 años después del golpe de pinochet! el caso de uruguay guardaba bastante semejanza con el de Chile, aunque el espacio izquierdizado de la “sociedad civil” era menor. Incluso en el caso argentino no me atrevería a decir que la sociedad civil hubiese sido débil en las cuatro últimas décadas, sobre todo si del concepto de “sociedad civil” extraemos el elemento económico; era la “hegemonía” burguesa la que no lograba tomar forma, definirse más allá de la ambigüedad populista. Y tampoco en Bolivia el problema podía plantearse como de una sociedad civil débil en general, si no, como también lo señalara régis debray, de un superproletariado enfrentado a una infraburguesía: “…hay en Bolivia un contraste acentuado entre los platillos de la balanza de clases (...) que opone, desde un punto de vista cualitativo, a un superproletariado una sub burguesía que hace tan poco el peso, como se dice, que ella debe sin cesar restablecer el equilibrio por la fuerza represiva de las armas o bien ceder el lugar a este sucedáneo de burguesía moderna que constituye una 80 81

Conversación con allende, méxico, siglo XXI, 1971, pp. 18-19. art. cit., p. 12.

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burocracia militar, desgarrada entre vertiginosas veleidades reformistas y sus reflejos de miedo reaccionario frente al ascenso del poder obrero”82. ¿Qué ha ocurrido en estas y otras sociedades civiles similares de américa del sur? ¿son ahora más fuertes o más débiles que hace 15 o 20 años? en general puede decirse que aquellos segmentos de la sociedad civil en los que el pueblo tenía cierto grado de hegemonía se han debilitado (han sido debilitados por la represión, para ser más precisos), mientras que la hegemonía burguesa se ha ampliado relativamente. Verdad es que esa burguesía dista mucho de ser amada y reconocida por su “capacidad de dirección espiritual y moral”; mas en cambio ha logrado ser temida. protegida por ese paraguas de temor (todo el mundo sabe ahora que tal burguesía es capaz de usar sin límites ni escrúpulos el peor terror cuando fuere menester), ella intenta, como es obvio, construir lo más rápidamente posible el mayor número de casamatas y fortificaciones ideológicoinstitucionales. el pueblo también, pero su libertad de movimiento es condicional, vigilado. para eso están, incólumes, las fuerzas armadas. ¿puede, en tales condiciones, seguir profundizándose el proceso democrático? sí, pero probablemente por el lado burgués y conservador, sobre todo en los países latinoamericanos considerados como de “desarrollo capitalista medio”. Como escribe przeworski, “el conservadurismo social y económico puede ser el precio que haya que pagar por la democracia”83. Y para pactar ese precio siempre habrá, además, algún santiago Carrillo dispuesto a explicar a los trabajadores que “es mejor ceder plusvalía a la burguesía que tener que habérselas con un destino todavía peor”84. posibilidad que, por su lado, echa por tierra la retórica afirmación de que, a la larga, la democracia resulta inevitablemente incompatible con el capitalismo. retórica, decimos, porque esa frase tan hueca como triunfalista no hace más que soslayar el problema de fondo; es decir, el tipo de democracia del que se está hablando. La democracia que hoy se construye en nicaragua, no lo dudo, puede ser en su perspectiva histórica incompatible con el capitalismo; la que se viene implantando en Brasil o en la argentina no me parece, en cambio, apuntar hacia tal incompatibilidad. problema general que, mutatis mutandi, no deja de recordarme aquellos tiempos en que algunos filósofos marxistas trataban de convencernos de que el arte en general es incompatible con el capitalismo, sin siquiera tomarse la molestia de averiguar a qué precios se vendían los cuadros en los mercados de parís o nueva York… 82

op. cit., p. 18. art. cit., p. 46. 84 Cit. por przeworsky y retraducido por el autor (ibíd., p. 43). 83

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XI. naCIón, transnaCIonaLIzaCIón Y demoCraCIa a juzgar por el tenor de ciertos textos, pareciera que los últimos años de la historia latinoamericana se hubieran caracterizado por el renacimiento de la cuestión nacional, según algunos autores, o por la conformación de una voluntad nacional según otros. por mi parte debo confesar que, dejando de lado la demagogia de ciertos discursos, oficiales o no, me resulta imposible ubicar con precisión aquellos lugares en los que tal fenómeno supuestamente ocurre. en sudamérica, por ejemplo, creo que el perú es el único país en donde el nacionalismo parece mantenerse vivo y respirando todavía con brío, aunque ya se vislumbra el precio que la derecha local y el imperialismo están dispuestos a hacerle pagar por tal “anacronismo”. en los demás países, la invocación de “la nación” no pasa de ser el homenaje nostálgico que el vicio suele rendir ocasionalmente a la virtud. muchas veces me he preguntado, incluso, si el mismo resurgimiento del indigenismo en determinados estratos de la sociedad es verdaderamente algo más que el último saludo a la autoctonía perdida, por parte de aquellas capas en rápido proceso de “aculturación”, como antes se solía decir. en Centroamérica habría que analizar el problema con mayor detenimiento, pues tenemos situaciones que van desde el nacionalismo revolucionario (antiimperialista) de nicaragua hasta el chauvinismo conservador de Costa rica, pasando por las tribulaciones de lo nacional en panamá. Y tenemos en guatemala una conciencia indígena sometida a las peores pruebas de fuego. en cambio, más al norte, el nacionalismo mexicano atraviesa por una de sus peores crisis, adecuadamente resumida en estas líneas de roger Bartra: “el nacionalismo mexicano ha llegado a un punto crítico: no solo resulta una odiosa fuente de legitimación del sistema de explotación dominante, que busca justificar las profundas desigualdades e injusticias por medio de la uniformación de la cultura política: ello comparte con todos los nacionalismos; pero además –y en ello radica la situación crítica– las cadenas de transfiguraciones y transposiciones han acabado por perfilar una cultura política que ya no corresponde a las necesidades de expansión del propio sistema de explotación. aun el avance de un capitalismo brioso e imperialista choca abiertamente con la estela de tristezas rurales, de barbaries domesticadas por caciques, de obrerismo alburero y cantinflesco, de ineficiencia y corrupción en nombre de una cohorte de pelados. pero no se trata solamente de una necesidiad del desarrollo económico por salir de la crisis y del estancamiento; una gran parte de los me213

xicanos comienza a rechazar esa vieja cultura política que ha sido durante más de sesenta años la fiel compañera del autoritarismo, de la corrupción, de la ineficiencia y del atraso (…). Los mexicanos han sido expulsados de la cultura nacional; por eso, cada vez rinden menos culto a la metamorfosis frustrada por la melancolía, a un progreso castrado por el atraso (…). Han sido arrojados del paraíso originario, y también han sido expulsados del futuro. Han perdido su identidad, pero no lo deploran: su nuevo mundo es una manzana de discordancias y contradicciones85. Y los relojes caribeños tampoco parecen marcar la hora de lo nacional, con la probable excepción de Haití. en franco proceso de despolitización, aun el nacionalismo puertorriqueño, otrora símbolo de nuestras mejores aspiraciones independentistas, pareciera deslizarse, en los textos de algunos intelectuales al menos hacia una versión bastante folclórica de sí mismo. si uno analiza el proceso latinoamericano desde otros ángulos, también es fácil comprobar cuanto hemos caminado en el sentido de una desnacionalización. Como escribe andré furtado a propósito de la crisis latinoamericana actual: “(Hay una) pérdida de autonomía y de capacidad de decisión por parte de estas sociedades. frente a una crisis tan profunda, las élites y las clases dirigentes parecen estar sin la mínima capacidad de decisión autónoma, para engendrar una alternativa. en este punto, la situación actual se opone radicalmente a la de 1930, cuando hubo la formulación de una política industrializante frente a la crisis. el proceso de apertura de esas economías las llevó progresivamente a una desagregación de los centros de decisión nacionales. La propia situación de descontrol de los gobiernos en relación con la inflación ilustra bien este fenómeno. en este sentido, la lógica de la reciente crisis refuerza ese aspecto en la medida en que concentra el poder en la economía central. La intervención del fmI en la política económica de numerosos países latinoamericanos ilustra bien este punto”86. Junto con esta pérdida de autonomía y soberanía se da también un proceso de internacionalización de todas las esferas de la vida social, comenzando por la propiamente política. en efecto, si exceptuamos unos pocos partidos de izquierda que se especializan en marchar a contrapelo de la historia (eran internacionalistas cuando vivíamos la era de los nacionalismos y están tornándose 85 La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis del mexicano, méxico, enlace-grijalbo,1987, pp. 241-242. 86 op. cit., p. 30.

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ultranacionalistas cuando el mundo se transnacionaliza), el resto de partidos políticos se inscribe, por regla general, no solo dentro de corrientes sin duda universales, sino también dentro de organizaciones internacionales como la socialdemócrata, a demócrata cristiana e incluso la de los liberales. Hecho sintomático, aun los viejos caudillos como Joaquín Balaguer, y no se diga los más jóvenes como Leonel Brizola, han tenido que rendirse ante este embate de la “modernidad”. Y yo, personalmente, no veo nada de censurable en ello: solo destaco que es un fenómeno nuevo, prácticamente inexistente en la américa Latina de hace 10 o 20 años, según el caso. La internacionalización de las pautas de consumo (de un consumo estratificado claro está), con todo lo que ello significa en términos de transnacionalización de la cultura, así como la tendencia a la relativa estandarización de los medios de comunicación de masas (que siempre conservan, desde luego, cierto “aderezo” local), tampoco parecen ser pruebas del más leve desplazamiento en favor de lo nacional. Incluso dicho “aderezo” cada día menos original en la medida en que la industria latinoamericana de telenovelas, por ejemplo, tiene que recurrir a determinados ingredientes susceptibles de producir efectos lacrimógenos desde el río grande hasta la patagonia, cosa que efectivamente ocurre con las producciones mexicanas, venezolanas o brasileñas. a su manera, estas novelas también hablan un lenguaje universal: el del kitsch. en fin, deseo destacar otro fenómeno que me ha llamado últimamente la atención: la rápida transnacionalización de la “alta cultura”. no solo que vemos simultáneamente los mismos cult-movies (además de los otros) en los diferentes países de américa Latina, sino que también leemos, concomitantemente, con independencia de los “gustos nacionales”, el mismo mishima, el mismo milan Kundera, el mismo patrick süskind y la misma marguerite duras, que los grandes aparatos de producción y distribución cultural ponen a nuestra disposición87. o que nos imponen, eso habría que discutir. nada de lo anterior niega el hecho de que los espacios nacionales siguen existiendo, en la medida en que continúan habiendo estados que articulan ciertos noveles de poder, ciertas modalidades concretas de acumulación de capital y cierta “historia oficial”, a partir de lo cual los sujetos históricos se constituyen y encuentran por lo menos una “comunidad ilusoria” (para retomar la 87 en Brasil, p. e., fue raro que en los años 1986 y 1987 algún autor nacional lograse mantenerse consistentemente en las listas de best sellers, tanto de ficción como de no ficción. entre los pocos que lo consiguieron se encuentra fernando de moraes con su libro Olga, sabia mezcla de biografía, novela y –por qué no decirlo– de melodrama.

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expresión de marx). solo que la lógica de articulación de estas totalidades es cada vez menos nacional y más transnacional, y los centros de decisión última no residen, precisamente, en aquella mítica “voluntad nacional”.

XII. demoCraCIa Y poder Y así llegamos al momento de plantear uno de los temas importantes y significativamente olvidados del momento actual, a saber la relación entre democracia y poder. en resumen y como lo insinuamos en el ensayo precedente, puede decir que al respecto existen dos vertientes interpretativas: a) La que considera que la democracia es la fuente de Constitución del poder en la medida en que éste nace justamente de las urnas. b) La que concibe a la democracia no como un instrumento de constitución del poder, sino como una forma de relación de los ciudadanos con un poder determinado, en última instancia, por cierta configuración socioestructural. el problema de la primera concepción reside, a nuestro juicio, en su carácter ilusorio. Como ya lo manifestamos con anterioridad, no hay ninguna democracia, y menos aún las latinoamericanas, en donde los ciudadanos sean llamados a pronunciarse, por medio del voto, sobre los puntos nodales de configuración del poder económico, ideológico o militar. Cuando el pueblo ha intervenido en la estructuración y/o reestructuración de estas esferas, como en méxico, Bolivia, Cuba o nicaragua, no ha sido precisamente por medio de las urnas. además, en estos momentos américa Latina está presenciando una serie de acontecimientos en los cuales la distinción entre participación electoral y participación en el poder es perfectamente perceptible. en las negociaciones entre los gobiernos y las organizaciones revolucionarias de Colombia, el salvador y guatemala, por ejemplo, siempre se llega a un impasse cuando las segundas plantean pactar (o concertar, como se prefiera) algunas medidas que implican modificaciones en la estructura real del poder: reforma agraria, nuevas pautas de distribución del ingreso nacional, definiciones frente a la deuda externa, etcétera, y no se diga cuando, como en el caso de el salvador, el ejército popular reivindica, como organización armada, su derecho a participar de la estructura militar. el poder establecido responde, como es natural, que estos 216

puntos mal pueden ser objeto de negociación: que lo máximo que puede ofrecerles es la posibilidad de terciar en los procesos electorales, y no para decidir sobre aquellos puntos, obviamente. el presidente reagan, por su lado, sabe perfectamente que lo que trata de arrancar del gobierno sandinista no es la implantación de una democracia, que ya existe, sino cuestiones vitales del poder, que es otra cosa. Como claro lo tiene, el mismo mandatario, que hay un punto sobre el cual jamás entrará a competir con su colega gorbachov: la idea de que sean los propios trabajadores de cada fábrica quienes elijan a sus directores. en la urss, dicha idea puede convertirse en realidad (seguramente desde el año próximo), en la medida, en que no contraría la lógica estructura de la correspondiente formación social; en los estados unidos, tal medida es sencillamente inconcebible y sin duda se la considera “antidemocrática”. Bueno es elecciones, pero depende en dónde… de todas maneras, resulta extraño que algunos politólogos y sociólogos sudamericanos confundan democracia con acceso al poder cuando, en el caso de los procesos recientes, cualquier político profesional ha tenido la ocasión de constatar que no hay transición democrática posible (a menos que fuese revolucionaria) que no implique un conjunto de acuerdos previos con el poder. en el caso de Brasil, por ejemplo, eso se hizo, en palabras de José alvaro moisés, a través de una “negociación informal” no explícita, y cuyos términos todavía no son enteramente conocidos del público”88. el poder posee, como es obvio, sus secretos; pero de lo que no cabe duda es de que aquellas negociones tienen un límite reconocido de antemano: no se le puede pedir al poder que se autodesmantele con el fin de permitir la formación real de un nuevo poder, consensual. por esto, las mencionadas transiciones se dan dentro de lineamientos que son de todos conocidos: a) respeto al sistema económico vigente, sin perjuicio de que puedan hacerse ciertas modificaciones en sus formas concretas de funcionamiento. b) Legitimación de monopolio de la violencia en favor del aparato represivo ya instituido. c) adscripción permanente al “mundo occidental”, con todo lo que ello implica. en relación a estas cuestiones, que tienen que ver con el poder más que con el gobierno propiamente dicho, las otras son relativamente subordinadas 88

“transiçao e negociaçao política”, Folha de São Paulo, 29 de junho de 1987.

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y constituyen un eventual objeto de negociación, dependiendo de cada correlación de fuerzas. en casos límites, como el de Haití (donde la transición no fue tan “pactada” que se diga, aunque sí supervisada por los estados unidos), hubo incluso que ceder la cabeza de algunos tontons macoutes y permitir cierto número de déchoucages en un primer momento, con tal de aplacar la furia popular y, sobre todo, de salvar la imagen y la integridad del aparato represivo más moderno, es decir, de las fuerzas armadas regulares. en argentina, algunos generales terminaron en la prisión, pero más en calidad de chivos expiatorios de una guerra perdida que por su condición de torturadores. en cuanto al poder económico, lo que llama la atención en las transiciones democráticas actuales es que, a diferencia de algunas anteriores (ecuador, 1944; república dominicana, 1961, por ejemplo), esta vez la clase dominante no ha tenido que sacrificar absolutamente nada ni siquiera de manera simbólica. La continuidad dictadura-democracia es, en este plano, simplemente inverosímil, y por ello no debe llamar la atención que “la teoría” se esfuerce tanto en convencernos de que la democracia es una esfera puramente política, que nada tiene que ver con lo económico. Lo cual en este caso es cierto, pero no porque las cosas tengan que ser así, sino porque determinada correlación de fuerzas impone tal divorcio. reflexiones con las cuales no queremos decir que las democratizaciones que estamos viviendo sean un simple engaño, un mero ritual del que bien se podría prescindir. si no constituye una forma de construir el poder, la democracia es, en cambio, una buena forma de relacionarse con él: la mejor que podamos imaginar. por eso, hay que insistir en la defensa de un sistema de libertades lo más amplio posible, de la igualdad irrestricta ante la ley, del respeto a los derechos humanos por parte de todo poder. nos parece, además, que debemos aspirar a una democracia cada día más transparente, en un doble sentido: primero, que los actos y decisiones de los gobernantes sean de inmediato conocimiento y fiscalización pública; y segundo, que la ciudadanía pueda pronunciarse de manera inequívoca sobre las cuestiones políticas verdaderamente fundamentales. recuerdo que, antes de ser aplastados por la represión de paz estenssoro (en una demostración de que “la democracia no es sinónimo de relajo”, según palabras de la revista Veja89), los mineros bolivianos intentaron realizar un plebiscito sobre el pago de la deuda externa, sobre el tipo de reformas económicas internas, etcétera. Banderas de 89

“austeridade e pó: un plano que deu certo”, Veja no. 981, 24 de junho de 1987, p. 64.

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este género deberían ser retomadas hasta conseguir el establecimiento de consultas concretas que eviten sorpresas traumatizantes como la que la población brasileña experimentó en noviembre de 1986, cuando ni bien los votos se habían terminado de contar, que ya el gobierno aplicaba una política económica rigurosamente opuesta a la que de manera implícita había aprobado la mayoría abrumadora del electorado. no digo que el poder constituido vaya a aceptar de inmediato este tipo de consulta, susceptible de cuestionar no solo los hábitos autoritarios (¡ojalá fuese solo un problema de hábitos!), sino también algunos mecanismos normalizados de reproducción del sistema. aun así, el intento tiene que realizarse. al contrario de lo que el conservadurismo pregona, una política responsable no es la que se mueve siempre dentro de los estrechos límites marcados por la burguesía (además ocultándolos), sino la que se encarga de mostrar al pueblo la estrechez clasista de tales límites. en este sentido, lo “pernicioso” no estriba; como piensa el profesor Hirschman, en exigir una democracia con crecimiento económico, mejor distribución del ingreso y autonomía nacional, sino en abandonar esas metas y dejar a nuestras “jóvenes democracias” (como con tanta ternura se les llama) a merced de los males que secularmente les han impedido avanzar, justamente, por un real camino democrático.

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el populismo como problema teórico-político* en un trabajo que no tardaría en tornarse influyente1 –y que en realidad constituye uno de los pocos intentos de replantear de manera global y sistemática la cuestión del populismo–, ernesto Laclau arriba a conclusiones que no dejan de producir cierto escozor teórico y sobre todo político. sostiene que el populismo no es una “expresión del atraso ideológico de una clase dominada, sino, por el contrario, expresión del momento en que el poder articulatorio de esa clase se impone hegemónicamente sobre el resto de la sociedad”2, y no vacila en aseverar, más adelante, que: “en el socialismo, por consiguiente, coinciden la forma más alta de ‘populismo’ y la resolución del último y más radical de los conflictos de clase. La dialéctica entre el ‘pueblo’ y las clases encuentra aquí el momento final de su unidad: no hay socialismo sin populismo, pero las formas más altas de populismo solo pueden ser socialistas. esta es la profunda intuición que ha estado presente, de mao a togliatti, en todas aquellas tendencias dentro del marxismo que, desde posiciones políticas y tradiciones culturales muy divergentes, han intentado ir más allá del reduccionismo clasista”3. apoyado en la muletilla de la lucha contra el “reduccionismo clasista”, Laclau llega, pues, a formular una tesis harto controvertible: la del socialismo, como una suerte de fase superior del populismo4. Y no es todo. en su empeño de demostrar que el populismo no está ligado a determinado momento del desarrollo económico y social de américa Latina, el autor argumenta que: “experiencias populistas se han registrado también en países ‘desarrollados’: piénsese en el qualunquismo en Italia o en el poujadismo en francia, o incluso * este ensayo fue presentado como ponencia en el tercer encuentro de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe, realizado en Quito, ecuador, junio de 1981. La presente versión contiene algunas modificaciones menores. 1 “Hacia una teoría del populismo”, en Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo, 2a. ed., méxico, siglo XXI, 1980. 2 op. cit., p. 230. 3 op. cit., p. 231. 4 “at is a formulation that would never have occurred to me, but I think it is a highly interesting one-socialism, the highest form of populism... Is that revised Leninism?!”. C.B. macpherson, en Varios, Populism and popular ideologies, Laru studIes, Vol. III, no. 2/3, Canadá, January, 1980, p. 11.

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en la experiencia del facismo, que la mayoría de las concepciones considera como una forma sui generis de populismo. Ligar el populismo a una etapa determinada del desarrollo es cometer el mismo error de numerosas interpretaciones de los años veinte –la del Komintern entre ellas– que consideraba al fascismo como una expresión del subdesarrollo agrario de Italia y que, en consecuencia, no podía repetirse en países industriales avanzados como alemania”5. error grave, seguramente, pero en todo caso menor, a nuestro juicio, que el involucrado en la conceptualización del populismo que propone Laclau. ¿a dónde se pretende llegar, en efecto, con este entrevero ideológico que termina por meter en el mismo saco a fenómenos políticos tan dispares como el fascismo, el populismo y el socialismo? Y es que a este propósito hay que empezar por poner bien en claro una cuestión: la construcción de las categorías para el análisis político es en sí misma un acto político que, al menos desde un punto de vista marxista, no puede menos que tender a establecer distinciones inequívocas entre las diversas articulaciones y orientaciones de la lucha de clases. en este sentido, nos parece que una conceptualización que llega a homologar con la categoría de populismo a expresiones tan disímiles como las representadas por Hitler, mao, perón, tito y el partido Comunista Italiano6, es de entrada una conceptualización cuestionable, por muy “coherente” y “lógicamente construida” que pueda parecer. en un significativo pasaje de su ensayo, Laclau, afirma lo siguiente: “se ve, así, por qué es posible calificar de populistas a la vez a Hitler, a mao o a perón. no porque las bases sociales de sus movimientos fueron similares; no porque sus ideologías expresaran los mismos intereses de clase, sino porque en los discursos ideológicos de todos ellos las interpelaciones populares aparecen presentadas bajo la forma del antagonismo y no solo de la diferencia. su oposición a la ideología dominante puede ser más o menos radical y, en consecuencia, el antagonismo estará articulado a los discursos de clase más divergentes, pero, en todo caso, siempre está presente, y esta presencia es la que intuitivamente se percibe como constitutiva del elemento específicamente populista en las ideologías de los tres movimientos”7. Cabe entonces preguntar: ¿es legítimo homologar “intuitivamente” un aspecto de la ideología de estos tres movimientos por el solo hecho de que “en

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op. cit., pp. 177-178. op. cit., p. 203. 7 op. cit., pp. 203-204. 6

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los discursos ideológicos de todos ellos las interpretaciones populares aparecen presentadas bajo la forma del antagonismo y no solo de la diferencia”? aún admitiendo que esto último fuese verdad, creemos que se trata de un planteamiento netamente formalista del problema. Y es que aquí hay, como asunto de fondo ya no solo político sino también teórico, un supuesto metodológico que de por sí implica un retroceso hacia posiciones premarxistas: nos referimos al supuesto de que es posible construir las categorías del análisis político a partir de la sola forma en que aparecen presentadas las “interpelaciones populares” en el discurso ideológico, sin tomar en consideración el sentido verdaderamente histórico de ese discurso, es decir, sus determinaciones objetivas. “nuestra tesis –escribe Laclau– es que el populismo consiste en la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintéticoantagónico respecto a la ideología dominante”8. desprendidas de su soporte material, dichas “interpelaciones” devienen, como es natural, una especie de alma susceptible de encarnarse en cualquier cuerpo, sea éste fascista, populista o socialista. así se llega, además, a aceptar como moneda de buena ley el controvertible supuesto de que el discurso fascista se opone, al parecer globalmente, a la ideología dominante, también en su totalidad, cosa que desde luego habría que demostrar. por otra parte, el propio concepto de pueblo que maneja Laclau posee una elevada dosis de ingravidez social en la medida en que es presentado como una “determinación” del sistema, pero “diferente de la determinación de clase”, ya que el pueblo, según el autor, “no existe, obviamente, al nivel de las relaciones sociales de producción”9. de suerte que tanto la extensión como el contenido de tal categoría pasarían a depender de los límites que de hecho les asigne el “conjunto. de las relaciones políticas e ideológicas de dominación”10, e incluso, ateniéndonos a cierta “aclaración” de Laclau, del discurso puro y llano: “…in the case of ‘the people’, we are clearly not speaking about concrete social agents. We are speaking about an interpellative structure”11. antes que propender a una explicación materialista del populismo, el autor pareciera más bien, con estas tesis, buscar una justificación teórica del populismo de aparente estirpe marxista, a la vez que realizar una “lectura” netamente populista del marxismo. pues, si hay algún rasgo que sea típico de aquel popu8

op. cit., p. 201. op. cit., p. 122. 10 Ibíd. 11 Populism and popular ideologies, op. cit., p. 19. 9

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lismo, es precisamente el de concebir al pueblo como un conjunto indeterminado en términos de clase, opuesto a otro conjunto igualmente indeterminado en términos clasistas (el “bloque de poder” del que habla Laclau). recordemos, a este respecto, que la diferencia entre el discurso populista y un discurso como el del frente sandinista, por ejemplo, pasa justamente por la frontera señalada: en el discurso de los revolucionarios nicarangüeses hay sin duda una “interpelación” al conjunto del pueblo, pero sin dejar de señalar la ubicación de clase de cada uno de los sectores populares, y por supuesto de los componentes del “bloque de poder”, dentro de la compleja red de relaciones de producción características de la formación social de nicaragua 12. ¿Herencia, o por lo menos secuelas, de un marxismo deformado por las interpretaciones de la tercera Internacional? Quien sabe. en todo caso, quienes vienen esgrimiendo esta muletilla desde hace un buen tiempo, deben darse cuenta de que su “patrullaje ideológico” no posee, desafortunadamente, la virtud de eliminar a las clases sociales y sus efectos, y menos todavía en esta década de los ochenta, singularizada por una de las peores arremetidas de que se tenga memoria del capital contra los asalariados. en fin, sus peculiares concepciones conducen a Laclau a plantear una serie de problemas teóricos absolutamente artificiales, como los formulados en este extenso pasaje: “esta perspectiva abre el camino para entender un fenómeno que no ha recibido una explicación adecuada en la teoría marxista: la relativa continuidad de las tradiciones populares frente a las discontinuidades históricas que caracterizan a la estructura de clases. el discurso político marxista –como todo discurso popular radical– abunda en referencias a ‘la lucha secular del pueblo frente a la opresión’, a ‘tradiciones populares de lucha’, a la clase obrera como ‘realizadora de tareas populares inconclusas’, etcétera. Y, como sabemos, estas tradiciones están cristalizadas en símbolos, valores, etcétera, en los que los sujetos interpelados por las mismas encuentran un principio de identidad. se dirá que se trata de símbolos de valor meramente emocional y que la apelación a los mismos tienen un significado meramente retórico. pero este tipo de explicación –aparte de no aclarar por qué la apelación emocional es eficaz– no logra resolver un claro dilema. si aceptamos la universalidad del criterio de clase y, al mismo tiempo, hablamos de lucha secular del pueblo contra la opresión, la ideología 12 Cfr., p. e., orlando núñez soto, Transición y lucha de clases en Nicaragua (1979 -1986), méxico, siglo XXI, 1987.

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en que dicha lucha secular se cristaliza solo puede ser la de una clase distinta de la clase obrera, ya que ésta solo surge con el industrialismo moderno. pero, entonces, la apelación a esta tradición en el discurso socialista constituiría un craso oportunismo, ya que se trataría de empañar la pureza de la ideología proletaria con la introducción de elementos ideológicos característicos de otras clases. si tomamos el camino inverso y aceptamos que dichas tradiciones no constituyen ideologías de clase, se nos presenta el problema de determinar la naturaleza de las mismas”13. asombra, en verdad, que un investigador que es de origen latinoamericano llegue a convertir esta cuestión en una madeja casi metafísica. ¿es que existe realmente dificultad en comprender por qué el proletariado cubano o nicaragüense incorporan a su acervo ideológico el ideario popular democrático y antiimperialista de un martí o un sandino? Laclau sostiene “que este tipo de incorporación solo es posible en la medida en que ‘las tradiciones populares’ constituyen el conjunto de interpelaciones que expresan la contradicción pueblo/bloque de poder como distinta de una contradicción de clase”14; pero aquí cabe preguntar: ¿contradicción distinta de cuál o cuáles contradicciones de clase? ¿o es que la situación del proletariado de los dos países mencionados a título de ejemplo, no está objetivamente entrelazada con el problema del imperialismo y con la situación de las clases populares no propiamente proletarias? en el fondo, lo que sucede es que Laclau, en lugar de tratar de comprender la articulación de los elementos popular-democráticos con los estrictamente proletarios a partir del análisis de una matriz económico-social determinada, intenta resolver el problema en un nivel tan etéreo que por definición le impide captar las determinaciones que la esfera político-ideológica recibe en cada etapa del desarrollo de una formación social. Y en ese plano, claro está, tampoco le es posible ubicar correctamente la cuestión del populismo. súmese a ello la notoria mala fe con que actúa al pasar por alto todas las interpretaciones marxistas del populismo latinoamericano, desde las de octavio Ianni hasta las de arnaldo Córdova, francisco Weffort, ruy mauro marini y decenas de autores más, cuyos trabajos ciertamente no le son desconocidos. aun a riesgo de recaer en los supuestos pecados del “economicismo” y el “reduccionismo clasista”, conviene recordar que el populismo latinoamericano no surgió en cualquier momento histórico ni en un contexto carente de deter13 14

op. cit., pp. 194-195. op. cit., p. 194.

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minaciones estructurales. uno puede criticar, con sobrada razón como lo hace Laclau15, los fundamentos teórico-metodológicos en que se basan autores como gino germani y torcuato de tella para formular sus conocidas tesis sobre el populismo como un fenómeno político correspondiente a una fase de transición desde la “sociedad tradicional” hacia la “sociedad moderna” (industrial); mas ello no autoriza a suprimir de un plumazo la problemática a que aluden, aunque en términos ciertamente funcionalistas, los mencionados sociólogos. sociedad “tradicional” es una categoría carente de rigor científico –tal como podría serlo la categoría de sociedad “oligárquica”– si es que no la definimos de manera teóricamente adecuada. pero, al menos desde que se desencadenó la famosa polémica sobre el tema de “américa Latina: ¿feudal o capitalista?”, en la que el propio Laclau terció, ha habido un gran esfuerzo por parte de los científicos sociales latinoamericanos para esclarecer las características y etapas de nuestro desarrollo histórico. de hecho, la misma disyuntiva de “feudal o capitalista” parece actualmente superada en la medida en que existe más o menos consenso en el sentido de admitir que américa Latina ha experimentado ya, aproximadamente un siglo de desarrollo capitalista. pero este desarrollo tiene desde luego una historia, quizás bastante más compleja de lo que en un primer momento se supuso o se quiso suponer. según nuestro criterio, el modo de producción capitalista se implantó entre nosotros como instancia dominante en el último tercio del siglo XIX, a través de un brutal proceso de acumulación originaria y con dos características básicas que marcarían toda su trayectoria posterior: (a) su vía reaccionaria, junker, de desarrollo, y (b) su situación de dependencia estructural con respectó al imperialismo. esto determinó modalidades propias en el proceso de acumulación de capital, en la configuración del aparato productivo, en la estructura de clases y por supuesto en la esfera política. no es éste el lugar adecuado para estudiar en detalle cada uno de estos problemas16, mas sí conviene insistir, para el asunto qué aquí interesa, en que la especificidad de este desarrollo del capitalismo dio como resultado la conformación de un bloque de poder que, lejos de tener como epicentro a una burquesía industrial moderna, se articuló en torno de una trilogía harto conocida: la conformada por los junkers locales (terratenientes en transición al capitalismo), la burguesía “compradora” (intermediaria) y el “capital monopólico extranjero”. no era, pues, un bloque de poder cualquiera, ni producto de las 15

op. cit., p. 170 y ss. Que hemos intentado analizar con detenimiento en El desarrollo del capitalismo en América Latina, méxico, siglo XXI, varias ediciones. 16

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solas relaciones políticas e ideológicas de dominación; por el contrario, eran estas relaciones el resultado de ciertas tareas objetivas que dicho bloque oligárquico tenía que cumplir en su momento: proceso de expoliación “originaria”, establecimiento de los mecanismos adecuados para la extracción de plusvalía absoluta o, en su caso, para la supeditación del trabajo precapitalista al capital, etcétera; tareas que por sí mismas imponían modalidades muy poco democráticas de dominación, ¿o es que alguien es capaz de imaginar, sincera y seriamente, una posible lógica de interpretación inversa, en la que el plano “discursivo” explique la realización de aquellas tareas? Y el pueblo, por su parte, tampoco era una entidad ahistórica, suceptible de ser modelado por cualquier tipo de “interpelación”. así como no apareció de inmediato la burguesía industrial como eje del bloque de poder, tampoco apareció de la noche a la mañana su correlato estructural, el obrero moderno, como pivote de las fuerzas populares. durante un largo período histórico éstas estuvieron constituidas básicamente por los campesinos y artesanos en curso de proletarización que, junto con otros embriones de proletariado, con las masas pequeño-burguesas y hasta precapitalistas y la “plebe” en general, vinieron a constituir ese pueblo que se contraponía a la oligarquía. ¿era esta contradicción entre el pueblo y el bloque de poder (oligarquía) la expresión de una especie de fatalidad que supuestamente pesaría sobre toda formación social en tanto que “antagonismo cuya inteligibilidad no depende de las relaciones de producción, sino del conjunto de las relaciones políticas e ideológicas de dominación”?17. de ninguna manera. el hecho mismo de que durante aquella etapa apareciera como privilegiado el antagonismo pueblo/oligarquía, frente a la oposición proletariado/burguesía, por ejemplo, obedecía a la específica estructura de clases que la modalidad también específica del desarrollo del capitalismo en américa Latina había generado. en otros términos, y exactamente al revés de lo que postula Laclau, aquel antagonismo solo se torna comprensible en cuanto dependiente de las relaciones sociales de producción. es más, únicamente a partir de la intelección cabal de lo que fue la matriz económico-social de entonces es posible explicar el contenido profundo de la oposición pueblo/oligarquía, sus posibilidades objetivas de desarrollo y sus límites. en efecto, y dicho de manera ciertamente esquemática, tal oposición sintetizaba el desarrollo, por lo demás desigual, de tres órdenes de contradicciones estructurales que servía de sendos ejes de articulación de la lucha de clases. 17

Laclau, op. cit., p. 193.

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en primer lugar, y dada la vía reaccionaria que seguía el capitalismo en américa Latina, existía la posibilidad objetiva de que las luchas populares apuntasen hacia una revolución democrático-burguesa que terminara por imponer una vía alternativa de desarrollo capitalista. Lo cual suponía, desde luego, una irrupción masiva del campesinado en curso de proletarización en la escena histórica, con la consiguiente explosión de la contradicción entre dicho campesinado y el sector junker (junto a otros factores, claro está). es lo que aconteció en el caso mexicano, por lo menos. en segundo lugar, y en la medida en que la vía reaccionaria de desarrollo del capitalismo en américa Latina era simultáneamente una forma dependiente, existía también la posibilidad objetiva –que por lo demás podía ligarse íntimamente con la anterior– de que el punto de condensación de las luchas populares estuviese constituido por una acentuación de la contradicción nación/imperio. en otros términos, que el elemento democrático popular adquiriese radicales perfiles antiimperialistas, como en realidad ocurrió en más de una ocasión (por razones comprensibles, el área centroamericana y del Caribe ha sido el ejemplo paradigmático de esta situación). en tercer lugar, y puesto que a pesar de todo en la fase oligárquica se constituyen los primeros embriones de proletariado moderno, era posible que junto a las dimensiones democrático-burguesa y antiimperialista de la oposición pueblo/oligarquía surgiesen también, aunque incipientemente, las primeras perspectivas socialistas (cosa que también sucedió). reflexiones con las cuales no tratamos de apuntalar ningún “paradigma”, ni nada por el estilo, sino solo destacar las posibilidades y limitaciones de las luchas de clases en el período en cuestión. Las posibilidades son, pues, las abiertas por el desarrollo de contradicciones que tendencialmente (pero no fatalmente) impulsan la realización de tareas democrático-burguesas y antiimperialistas, mientras que el límite está dado por el poco desarrollo de la contradicción proletariado/burguesía en la matriz económico-social misma. ahora bien, el hecho cierto es que la etapa oligárquica (caracterizada, repetimos, por el predominio de la vía junker, dependiente) entró en una fase de crisis estructural muy clara en la década de los años treinta, pero sin llegar a cristalizar, salvo en méxico, las posibilidades revolucionarias del período en cuestión. no es del caso analizar aquí los factores determinantes de aquella crisis que, como es bien sabido, por un lado corresponden a la maduración de las propias contradicciones de la sociedad oligárquica y, por otro lado, a la pro228

funda crisis del sistema capitalista en su conjunto. Lo que importa destacar es que, en el curso de los años treinta, se desarrollan por doquier en américa Latina movimientos popular-democráticos en respuesta a la crisis, pero que son, por regla general, duramente reprimidos y desarticulados por la oleada dictatorial oligárquica que toma cuerpo en ese contexto. se ensayan al mismo tiempo, en algunos casos, fórmulas burguesas de reordenamiento del sistema, las que sin embargo están lejos de cuajar en verdaderas revoluciones de tipo democrático-burgués. Hay incluso en este período los primeros brotes de populismo, pero que no pasan de ser eso: expresiones incipientes. américa Latina ingresa pues en la década siguiente (años cuarenta) con una crisis estructural no resuelta, sin alternativas burguesas claras y con un movimiento de masas reprimido pero presto a “renacer” en la primera coyuntura favorable, la cual se presenta, aproximadamente, en el bienio 1944-45. este es el momento, además, en que américa Latina encuentra las condiciones propicias para el establecimiento de un nuevo ciclo de acumulación de capital, por razones de sobra conocidas, en las que huelga insistir. Y es este, precisamente, el contexto en el que se desarrolla el fenómeno político conocido con el nombre de populismo. ¿en qué consiste tal fenómeno? ¿Cómo podemos caracterizarlo? Creemos que, en lo fundamental, tiene dos rasgos sobresalientes: 1. La presencia activa pero inorgánica de las masas en el escenario político. 2. una modalidad ideológico-política específica de tal presencia. en cuanto al primer punto quizás no haga falta abundar mayormente. Hablamos de inorganicidad en la medida en que el populismo nunca logró articular reales partidos de masas18, sino que apenas cristalizó en movimientos de tipo caudillista. esta inorganicidad se debe; en lo esencial, a dos factores: de una parte, a las obvias limitaciones subjetivas de esas masas, que por algo no consiguieron cuajar en un proyecto revolucionario sus legítimas pero difusas aspiraciones. en este punto queremos insistir, por oposición a cierto discurso demagógico y romanticón que intenta soslayar oportunistamente tal problema. de otra parte, ello se debió a la inorganicidad del propio sector de la clase dominante que en principio hegemonizaba a los movimiento populistas, a través de una compleja red de mediaciones. muchas veces, ciertas tareas “burguesas” fueron realizadas por dichos movimientos a pesar de la burguesía “de carne 18 en caso de prI mexicano quedaría obviamente fuera de esta reflexión; pero también queda, a nuestro juicio, fuera de fenómeno propiamente populista.

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y hueso”, cuando no en contra de sus explícitos designios. solo cuando esa burguesía “maduró” relativamente, hacia fines de los años setenta y en el curso de los ochenta (en condiciones que no es del caso discutir aquí), empezó a organizar partidos que ya pueden llamarse de masas; pero no más bajo el signo populista sino sobre todo del socialdemócrata (o demócratacristiano). en cuanto al punto 2 conviene precisar varias cuestiones: (a) en primer lugar, tenemos como característica del populismo una orientación antioligárquica, pero ambigua en términos de clase, que es acicateada y al mismo tiempo limitada desde arriba (es decir, manipulada por algún sector burgués), de tal manera que el movimiento de masas sirva de ariete contra otros sectores de la clase dominante, pero sin la posibilidad de convertirse en una real fuerza revolucionaria, capaz de ajustar cuentas con la oligarquía al modo jacobino. el poner de relieve esta orientación antioligárquica limitada permite, por lo demás, destacar dos hechos. de un lado, que en rigor solo existe espacio estructural para el desarrollo del populismo durante la fase de transición de la etapa oligárquica a la etapa burguesa moderna, y no después, cuando esta última ya se ha consolidado, puesto que entonces la perspectiva antioligárquica deja de tener sentido histórico, por más que el espectro del populismo siga rondando el escenario político por razones como las expuestas en otros pasajes de esta obra. de otro lado, ello permite recalcar que no parece pertinente hablar de populismo en los casos en que el movimiento de masas logra realizar efectivamente una revolución democrático-burguesa, en la que sí hay aquel ajuste “plebeyo” de cuentas con la oligarquía y no solo una amenaza controlada y negociable, como en el caso del populismo. esto, a pesar de que tales revoluciones sigan ulteriormente el derrotero que les es típico: debilitamiento irremediable de los contenidos democráticos (en el sentido de populares), acentuación igualmente irremediable de los contenidos burgueses, formalización paulatina del concepto mismo de democracia y, finalmente, embestida contra la propia imagen positiva del momento jacobino. (b) Luego, hay en el populismo una orientación nacionalista que, a semejanza de la orientación anteriormente mencionada, se caracteriza por un proceso de recuperación-distorsión de una problemática real de nuestros países: la problemática de la dependencia. en este caso se acicatean los sentimientos nacionalistas de las masas, pero simultáneamente se los limita de manera que no adquieran un verdadero contenido popular, con la consecuente derivación antiimperialista. 230

aunque aquí la cuestión tiene también otra dimensión: esa orientación nacionalista es al mismo tiempo un elemento coadyuvante de la articulación del mercado interior, aunque solo fuese a nivel de los valores y símbolos en algunos casos; articulación que se torna indispensable en una fase en que se plantea ya el problema de la conformación de un circuito interno de reproducción del capital. a través de la ideología populista se realiza, pues, esta tarea, que en principio corresponde al orden de lo democrático-burgués y tiene por lo tanto también ribetes antioligárquicos. más allá de los símbolos concretos que se movilicen (que pueden ir desde el lenguaje populachero de perón hasta las imágenes apostólicas de Velasco Ibarra, pasando por el maternal asistencialismo de “evita” o cualquier cosa parecida), es un hecho que la ideología populista ayuda a transformar en ciudadanos a los miembros de los “estamentos” heredados de la etapa oligárquica19. (c) por último, y cuando el populismo se desarrolla en un contexto de rápida formación de un nuevo proletariado (como sería el caso prototípico de la argentina peronista), tenemos una orientación obrerista, aunque revestida de características bastante peculiares. en este caso se impulsa una política redistributivista, mas que no actúa tanto sobre la relación obrero-patronal directa como sobre la redistribución global del excedente económico capitalista, a través de mecanismos como los siguientes: • presión para que se transfiera una parte importante del excedente del sector agrario al sector industrial. • presión para que se redefinan las viejas modalidades de articulación con el imperialismo; es decir, regateo tendiente a aumentar la cuota de participación nacional en el excedente económico capitalista mundial. • Consiguiente creación de condiciones de acumulación en la industria que permitan elevar los salarios sin afectar la tasa de ganancia de la burguesía y más bien ampliando significativamente el mercado interno. • posibilidad de crear, aunque solo fuese coyunturalmente, una especie de estado “benefactor” (en buena medida, el llamado “estado populista” es el welfare state del tercer mundo). en estas condiciones, la misma orientación obrerista se funde con las otras dos, cerrándose así el círculo político e ideológico del populismo, allí donde éste se desarrolla plenamente: se puede ser obrerista en tanto se es antioligár19 sobre la configuración estamental de la sociedad oligárquica consúltese, p. e., ensayo de octavio Ianni titulado “populismo y relaciones de clase”, en gino germani et al., Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica, méxico, serie popular era, 1973, esp., pp. 92-93.

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quico y nacionalista, con lo cual la contradicción proletariado/burguesía resulta más fácil de escamotear ideológicamente. La manipulación de las masas tiene, en este caso, como en los anteriores, la base objetiva de una articulación muy específica de las contradicciones de la sociedad latinoamericana, típica de la fase de transición señalada y no de otra. especificidad que a su vez pareciera confirmar uno de los principales postulados del populismo: el de que américa Latina es una sociedad tan “original”, que se vuelve indispensable buscar “terceras vías”, sin caer en los “esquemas foráneos” del marxismo. el populismo resulta ser, en síntesis, una especie de sucedáneo de la revolución democrático-burguesa y antiimperialista no realizada en américa Latina (salvo en los casos de revoluciones populares que cumplieron parcial o totalmente dichas tareas). si se quiere emplear una terminología gramsciana, incluso podría decirse que se trata de una de las modalidades políticas de realización de la “revolución burguesa pasiva”, a través de la cual se cumplen, aunque de manera vacilante, tortuosa e incompleta, algunas de las tareas indispensables para el tránsito de la sociedad oligárquica a la sociedad burguesa moderna. en el caso de los países más avanzados del área latinoamericana (argentina y Brasil particularmente) este carácter del populismo se torna mucho más evidente en la medida en que los intereses de la burguesía industrial moderna logran adquirir hegemonía (a través de complejas mediaciones, como ya se dijo) sobre los movimientos populistas, lo cual permite al estado articular un proyecto más o menos coherente de desarrollo económico (industrialización con ampliación del mercado interno, absurdamente conocida como de “sustitución de importaciones”, como si antes los “cabecitas negras” se hubiesen vestido con paños importados); además de la modernización del propio estado. en el caso de los países más atrasados, como perú y ecuador, los movimientos populistas poseen en cambio perfiles más ambiguos, al no existir embriones de burguesía industrial moderna capaces de servir de base objetiva para aquel tipo de procesos. por esto, y a diferencia del peronismo o el varguismo, el aprismo ni siquiera llegó a convertirse en gobierno durante su larga fase propiamente populista (el apra, recuérdese, es actualmente un partido socialdemócrata, lo que no le quita, por supuesto, ciertos rasgos populistas). Y en cuanto al velasquismo ecuatoriano, apenas si cumplió con algunas tareas burguesas: impulso ciertamente importante a la conformación de una infraestructura física que sirva de base para la creación de un circuito interno de acumulación; obras destinadas a lograr una mejor reproducción de la fuerza de trabajo, sobre todo urbana y suburbana; contribución ideo232

lógico-“moral” para la conversión de los antiguos grupos “estamentales” en ciudadanos nacionales. por lo demás, no es un azar que en estos dos casos, de perú y ecuador, las obvias limitaciones del populismo en cuanto a la realización de aquellas tareas antioligárquicas y nacionalistas, hayan determinado que éstas tuvieran que cumplirse por otra vía política: la del reformismo militar, en perú bajo el régimen de Velasco alvarado, en el ecuador sobre todo en el período de rodríguez Lara20. Conjunto de reflexiones que nos permiten, a la vez, comprender las razones del agotamiento y crisis del populismo en cierto momento histórico. de una parte tenemos razones muy objetivas: el populismo se agota una vez que se ha cumplido, de manera más o menos eficiente, la “revolución pasiva” de la burguesía nativa contra los principales obstáculos que a su desarrollo le oponía la matriz oligárquico-dependiente (poco importa que esta “revolución” se efectúe por la vía del propio populismo o por cualquier otra vía política). Incluso a nivel del proceso de acumulación de capital llega un momento en que ya no es posible apuntalarlo mediante transferencias de excedente como las señaladas, tornándose entonces necesario implantar otras modalidades de acumulación (se habla, por eso, del “agotamiento de cierto patrón de crecimiento”). además de que las mismas reformas antioligárquicas y nacionalistas tocan un límite más allá del cual se vería afectado el funcionamiento del sistema capitalista; quienes las siguen defendiendo, pasan por ello a formar parte del ala radical, eventualmente revolucionaria del populismo. de otra parte, aunque en íntima vinculación con lo anterior, el populismo entra en crisis en la medida en que la conciencia de las masas tiende a desarrollarse con mayor autonomía y organicidad política, elevando su nivel de reivindicaciones hasta un punto en que el esquema populista, ya en crisis, puede menos que nunca satisfacer, hecho que termina por poner en cuestión todos sus mecanismos de manipulación y control. desde ese momento el problema del populismo pasa a ser el de su paulatina desintegración y conversión en otra cosa, dentro de un proceso extremadamente complejo, cuyo análisis rebasa ampliamente los límites de este trabajo. pensamos que al ubicar en estos términos el problema, con todo el esquematismo que ello pueda implicar, hemos evitado que la categoría de populismo se convierta en una especie de cajón de sastre en donde cabe más o menos todo, 20 militarismo, por lo tanto, muy diferente de los militarismos pospopulistas de argentina y Brasil, por ejemplo.

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sin que en realidad se diga nada. Y hemos buscado deslindar, sobre todo el populismo de lo popular democrático, que mal pueden ni deben ser confundidos, ya que el primero es una manifestación distorsionada del segundo. el movimiento “26 de julio”, por ejemplo, fue durante su primera fase un movimiento popular democrático, pero jamás fue populista en la medida en que nunca manipuló a las masas ni les imprimió orientaciones como las que nos hemos esforzado en criticar. por esta misma razón hemos tomado como punto de partida el ensayo de Laclau, que es quien seguramente ha ido más lejos en el fomento de aquella confusión. porque, ¿en qué consiste finalmente su supuesta “aportación” a la teoría política marxista, como no sea en tratar de derribar la barrera que separa al populismo de lo popular democrático, suprimiendo mediante una serie de artificios teóricos todo el problema de las tareas objetivas que cumplen las diversas fuerzas políticas, con los contenidos de clase respectivos? Lo demás, no es ninguna novedad dentro de la teoría marxista. de sobra sabemos que la revolución latinoamericana no la hará el proletariado por sí solo, sino a través de una alianza lo más amplia posible con otras clases y capas populares, tal como lo han demostrado en la práctica las revoluciones cubana y nicaragüense. mas esto no confirma la tesis de que la revolución democrática, popular y antimperialista, y menos aún su etapa socialista, sean una especie de “culminación del populismo”; por el contrario, representan una solución de continuidad con él, o, para ser más precisos, con lo que él implica de orientación hegemónica mistificadora. Lo cual no quiere decir que en los países donde existe una fuerte tradición populista, las fuerzas revolucionarias no tengan ante sí un delicado y complejo problema. negarlo sería insensato; pero una cosa es reconocer su existencia y discutir la manera de resolverlo, y otra, muy distinta, disolverlo en un laberinto en que lo popular aparece como una entidad metahistórica, en el mejor de los casos “sobredeterminada” por la lucha de clases.

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el velasquismo: un ensayo de interpretación

I. IntroduCCIón el velasquismo constituye, a no dudarlo, el fenómeno político más inquietante del ecuador contemporáneo. Baste recordar que Velasco ha logrado triunfar en cinco elecciones presidenciales y acaudillar un movimiento insurreccional (el del 44), fascinando permanentemente a los sectores populares pero sin dejar de favorecer desde el gobierno a las clases dominadoras. sorprende, además, su habilidad para apoyarse en los conservadores y buena parte del clero sin malquistarse con los liberales ni descartar en determinados momentos una alianza de facto con los socialistas y aún los comunistas. así, Velasco ha conseguido dominar el escenario político ecuatoriano por un lapso de 40 años: desde 1932 en que apareció por primera vez como personaje público relevante, en el Congreso, hasta 1972, año en que concluyó su quinta administración. por lo demás, ¿en qué casilla ideológica ubicar a este hombre que respondió lo siguiente a un periodista que le instó a definirse políticamente? “Yo me siento ligado a una misión divina del hombre en la vida, cual es la de cooperar para que toda la naturaleza y la humanidad salgan del caos a la organización y de las tinieblas a la luz”1.

II. CrIsIs e Impase poLítICo Lo primero que llama la atención de quien investiga el período histórico inmediatamente anterior al aparecimiento del velasquismo, es el que en un lapso de apenas diez años se haya producido el fracaso de tres fórmulas de dominación en el país. en efecto, entre 1922 y 1925 se desmorona el mecanismo montado por la burguesía de guayaquil (fórmula liberal); en 1931 cae, abatido por

1

Mañana, Quito, no. 25.

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la crisis económica y por sus debilidades propias, el gobierno “juliano” pequeño-burgués (fórmula militar-reformista); en fin, en 1932 fracasa en el campo de batalla la “solución” de los terratenientes de la sierra (fórmula conservadora). desembocamos, con esto, en una especie de “vacío de poder”, que durará largo tiempo y será el terreno abonado para que prospere el velasquismo. pues, de una parte la burguesía–agroexportadora no podía retomar el poder político por la vía electoral, dada su impopularidad y el debilitamiento sufrido por efecto de las crisis económicas de los años veinte y treinta; ni con las armas, ya que el ejército se oponía abiertamente a la llamada dominación “plutocrática”. por las razones que se analizarán en el numeral siguiente, aun el fraude, sustituto caricaturesco de la democracia “representativa”, y que por sí solo era indicio de debilidad política de nuestra burguesía, se había vuelto inviable. de otra parte, los terratenientes serranos, que sí estaban en capacidad de triunfar en elecciones, movilizando a los sectores controlados ideológicamente por el clero, no podían acceder al gobierno sin la aquiescencia de una oficialidad que les era hostil y contando como contaban con la fuerte oposición de la burguesía de la costa. en fin y como ya se vio, en el momento en que surgió el velasquismo tampoco cabía que la clase media retomara manu militari el control del estado, luego de que su fracaso de 1931 había puesto de manifiesto la imposibilidad de llevar adelante una política reformista en época de crisis. así que la paradoja de una situación que no había permitido la concentración de todos los elementos del poder social en una sola clase, sino que más bien los había distribuido entre varias, al conferir la hegemonía económica a la burguesía agromercantil, la hegemonía ideológica los terratenientes de la sierra y la facultad de “arbitrar” con las armas a una oficialidad muy ligada a la clase media, se convirtió en una encrucijada verdadera. esta crisis del poder es el primer elemento que debe tenerse presente para una explicación correcta del fenómeno velasquista, pero sin olvidar que ella toma cuerpo en el marco de la crisis económica de los años treinta. dato importante si se recuerda que los triunfos más impresionantes de Velasco han coincidido con coyunturas similares: la apoteosis del 44 ocurrió “cuando se hizo patente en el país el fenómeno de la inflación monetaria con su secuela de especulación, elevación del costo de la vida, depreciación de la moneda”, y el triunfo arrollador del caudillo en 1960 se produjo en un momento crítico para la “economía del banano”. 236

III. sItuaCIón de masas Y suBproLetarIado sin embargo, ni la crisis económica ni la de hegemonía bastan, por sí solas, para explicar el nacimiento y desarrollo de una solución “populista” como la del velasquismo: si ésta termina por imponerse, es gracias a la conformación de un nuevo contexto social y político en las urbes ecuatorianas a partir de los años treinta (proceso ligado, claro está, a la crisis del sistema en su conjunto). aquel contexto se caracteriza por lo que denominaremos situación de “masas”, sobre la cual disponemos ya de ciertos datos que conviene recapitular. en 1931-32 la Compactación obrera nacional se presenta como movimiento “democrático y de masas”, pese a su carácter eminentemente retrógrado. el presidente martínez mera, durante el corto lapso de su gobierno (193233), sufrió el hostigamiento constante del “populacho”, los “grupos de muchachos” y la “gente del hampa”, según el decir de los historiadores burgueses. el velasquismo principia, como afirma su líder, “por el mercado de guayaquil y por las modestas barras que se dignaban escucharme en la Cámara de diputados”2. en fin, Velasco triunfa en 1933 gracias a una campaña “dinámica, callejera y exaltada, llena de promesas de acabar con los privilegios, las trincas, los estancos y todos los vicios de la república”. urge preguntar, entonces, qué significado puede tener esto de que la propia reacción se haya visto obligada a presentarse como movimiento democrático y de masas; el que un presidente del ecuador haya sido forzado a abandonar su puesto por el hostigamiento popular y que un movimiento político haya nacido en los mercados y triunfado gracias a una campaña de las características señaladas. para nosotros la respuesta es clara: la composición social de las urbes se alteró de tal suerte en esos años que se volvió obsoleta la tradicional política de élites, con los viejos partidos de notables, y fue necesario aceptar una forma política inédita que, sin atentar contra los intereses de la dominación en su 2 discurso de 27-III-60. salvo indicación contraria, los textos de los discursos o declaraciones de Velasco son tomados de las siguientes fuentes: a) para los años 1944-45, El 28 de mayo: balance de una revolución popular ya citado; b) para los años 1952- 56, obra doctrinaria y práctica del gobierno ecuatoriano t. I y II, Quito, talleres gráficos nacionales, 1956; c) para 1960, El velasquismo: una interpretación poética y un violento período de lucha, guayaquil, ed. royal print, 1960.

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conjunto, fuese adecuada al nuevo contexto. era imprescindible tomar en consideración las reacciones eventuales de las masas, que en adelante ya no intervendrían, como antes, solo en casos extremos, de insurrección o motín, sino también en las “contiendas” cívicas convencionales. por ello, el fraude se torna riesgoso, como poco redituales las decisiones tomadas a nivel de pequeño club electoral. Había, pues, que tolerar cierto grado de participación popular en la política nacional. ¿de qué masas se trataba y cómo se habían desarrollado en los últimos años? para responder a esta pregunta es necesario analizar, aunque sea en forma somera, los efectos de la crisis capitalista de los años treinta en algunos sectores de nuestra sociedad. empecemos por la suerte corrida por los campesinos. Los de la sierra fueron los menos afectados, no solo en la medida en que la agricultura de consumo doméstico sufrió menos que la de exportación, sino también porque el sistema de remuneración predominante en el callejón interandino, en recursos naturales o en especies, era menos sensible a las fluctuaciones del mercado. sin embargo, una parte de esos campesinos, de la provincia de pichincha sobre todo, que era la de mayor desarrollo por encontrarse en ella la capital de la república, cayeron en la desocupación y tuvieron que emigrar a la ciudad de Quito. Lo cual ocurrió, sin duda, con los trabajadores ocasionales, quienes según una estimación de 1933 ascendían a 300 mil en el país3. el campesino de la costa, por su parte, sufrió rápidamente los efectos de la depresión: “en la época de una más o menos normal y satisfactoria actividad de los negocios, los productores de cacao han acostumbrado pagar un jornal diario de 1,20 a 1,40 sucres, mientras que en la actualidad no solo han disminuido el número de peones ordinariamente empleados en dichas haciendas de cacao, sino que ha bajado también su jornal a solo un sucre por día”, como se anota en un informe de 19324. mas, resulta que ni esa desocupación ni la baja del nivel de vida originaron conflictos graves en el agro costeño, sino que motivaron el éxodo de campesinos a la ciudad de guayaquil, por lo cual esta ciudad creció, entre 1929 y 1934, a un ritmo anual de 5,33%, nunca antes alcanzado. de 1909 a 1929 su población había crecido al 1,45% anual; y aun después, entre 1934 y 1946, por 3

Cfr. pío Jaramillo alvarado, Del agro ecuatoriano, Quito, Imp. de la universidad Central, 1936,

p. 127. 4

exposición de Luis alberto Carbo, transcrita por el mismo autor., op. cit., p. 526.

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ejemplo, aumentó al ritmo de 2,5%. elevadísima tasa, pues la de aquel quinquenio clave, que mal podría explicarse por el solo crecimiento vegetativo, muy bajo en ese entonces5. ahora bien, el éxodo rural a las ciudades de Quito y guayaquil (a esta última sobre todo), en un momento en que ninguna de dichas, urbes se encontraba en condiciones de emplear esa mano de obra, equivalía a una transferencia de la desocupación del sector urbano. es cierto que con ello se “descongestionaba” el agro, evitándose que el conflicto estallara allí; pero esta descongestión tuvo su precio: la creación de nuevas áreas de tensión en las ciudades por la conformación de un sector marginal urbano. por lo demás, este sector no se constituyó únicamente con dichos migrantes, sino también por el impacto de la depresión de los sectores populares urbanos que no gozaban de empleo estable, remuneración fija y un mínimo de garantías legales similares a las del proletariado. Los vendedores ambulantes, peones de obras, cargadores, estibadores y, en general, todos aquellos pequeños vendedores de bienes ocasionales, que en nuestro país constituyen la mayoría de la población urbana pobre, o cayeron pura y llanamente en la desocupación o vieron reducidos sus ingresos y su campo de actividad de manera considerable. en esta forma se constituyó, por efecto de la crisis capitalista de los años treinta y no por una crisis del “sector tradicional” como corrientemente se afirma, un grupo de específico comportamiento político, al que denominaremos subproletariado. al principio, éste fue controlado en Quito, políticamente, por aquéllos que secularmente habían dominado a la población andina. Los terratenientes y el clero organizaron, como se recordará, la Compactación obrera nacional. pero tal control se les fue rápidamente de las manos, tan pronto como los subproletarios adquirieron comportamientos más acordes con su situación económica y social. si hubo razones para que estos “marginados” escaparan al control clerical-conservador, también las hubo para que no cayesen bajo la férula ideológica de la burguesía liberal. en suma, ninguno de los grupos dominantes logró imponer sus normas de comportamiento político al subproletariado porque la “marginalidad” de éste, que implicaba una desubicación con respecto a los roles económico sociales básicos y previstos por el sistema, colocaba al sub5 Cfr. tudor engineerign Company-Junta nacional de planificación, Informe de factibilidad para el proyecto de rehabilitación de terrenos, guayaquil, ecuador, ya citado.

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proletariado relativamente al margen, también, de los mecanismos de control social antes usados. el ex peón de hacienda, por ejemplo, convertido en “libre” vendedor de servicios ocasionales en la urbe, ya no podía ser dominado ideológicamente del mismo modo y con la misma facilidad que en su antigua situación. así que este sector social quedó políticamente “disponible” y en espera de un redentor. Inconformes con su nuevo destino; paupérrimos a la par que psicológicamente desamparados; tanto más insumisos cuanto que en ellos ya no impactaban con suficiente fuerza los controles sociales tradicionales; pero incapaces, al mismo tiempo, de encontrar una salida revolucionaria, esos subproletarios no podían impulsar otra cosa que un populismo como el que Velasco inauguró y que, por supuesto, no ha sido el único en el ecuador. La Concentración de fuerzas populares con base en los suburbios de guayaquil, y otros movimientos de menor envergadura, responden a la misma situación y presentan infinidad de rasgos comunes con el velasquismo, aunque no hayan alcanzado como éste magnitud nacional. Luego analizaremos la forma en que el caudillismo de Velasco “respondió” a las condiciones objetivas y subjetivas de este sector social. antes de hacerlo, consignemos algunos datos más, que prueban la relación existente entre los “marginados” y el velasquismo. en 1952, 1960 y 1968, Velasco ascendió al gobierno gracias a la abrumadora mayoría de votos obtenida en tres provincias: guayas, Los ríos y el oro6, que son justamente las que mayor número de migrantes han recibido en las últimas décadas (por ejemplo, en el período intercensal 1950-62, absorbieron el 80% del total de las migraciones internas del país)7. Y el baluarte del velasquismo en guayaquil han sido los barrios suburbanos, como puede comprobarse analizando a nivel parroquial los resultados de cualquiera de las elecciones en que ha intervenido Velasco. en las demás ciudades, el caudillo ha sentado también sus reales en las circunscripciones habitadas por gente en situación socio ocupacional comparable a la de los pobladores de los suburbios del puerto. aun en las áreas no urbanas de la sierra 6 en 1952 Velasco obtuvo el 80% de los votos de guayas y Los ríos y 65% de el oro. en 1960, 68% de la votación de Los ríos, 66% de el oro y 58% del guayas. en 1968 triunfó en las mismas tres provincias y en ninguna otra; pero la ventaja obtenida en ellas fue tan grande que le permitió ascender a la presidencia una vez más. 7 Cfr. osvaldo Hurtado (Inedes), Ecuador: dos mundos superpuestos, Quito, offsetec, 1969, p. 137.

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la votación velasquista parece provenir de aquellos lugares donde las estructuras entran en crisis, permitiendo la formación de grupos sociales que escapan al poder tradicional, en las aldeas, anejos y otros tipos de pueblos. el informe del Comité Interamericano de desarrollo agrícola afirma, refiriéndose a estos últimos, que son ellos los que “bajo una bandera populista, con su apoyo decisivo, han hecho posible que llegase al poder un político (uno de los poquísimos presidentes de origen serrano que no es ni ha sido terrateniente), varias veces presidente de la república, desafiando el esquema tradicional y el poder terrateniente” 8. poca duda cabe, entonces, de que la base social popular del velasquismo está constituida por todos aquellos grupos a los que el desarrollo del capitalismo dependiente convierte en “marginados”, sea arrancándolos de las posiciones antes estables del sector “tradicional”, sea desplazándolos periódicamente de las precarias ubicaciones “modernas” en que él mismo los había colocado.

IV. La aLternatIVa reVoLuCIonarIa en La “era VeLasQuísta” Queda, ahora, la inquietud de saber por qué, una vez producida la crisis económica de los años treinta, rotos los mecanismos tradicionales de dominación política y creada una situación de masas en las urbes, ello no fue aprovechado por los partidos marxistas. al respecto, solo podría admitirse como explicación parcial la de que se debió a errores cometidos por la dirección comunista o socialista (nos referimos, naturalmente, al ala marxista del socialismo, pues la otra no tenía más interés que el de promover el ascenso de la clase media) o a la incapacidad de adaptar el marxismo a la situación de nuestro país. sobre lo primero, creemos que en efecto pudo haber habido errores; pero de allí a explicar la debilidad del movimiento marxista por esa sola causa, media un gran trecho. en cuanto a lo segundo, también pensamos que hay parte de verdad. pero no estaría por demás preguntarse si el proyecto revolucionario marxista es tan flexible como para adaptarse a una base popular predominantemente subproletaria, sin convertirse en populismo puro y simple. 8

Tenencia de la tierra y desarrollo socioeconómico del sector agrícola: Ecuador, p. 478.

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en síntesis, más objetiva parece la hipótesis de que el desarrollo del marxismo en el ecuador fue incipiente porque los sectores populares urbanos tuvieron, en el período que aquí se analiza, una composición netamente subproletaria; y el subproletariado es un grupo que, dada su ubicación económica y social, se presta mal para una politización en sentido revolucionario, salvo en situaciones en que el proletariado ya ha creado un contexto apropiado. sobre el predominio cuantitativo del subproletariado entre la población urbana, nada más elocuente que las cifras. en guayaquil, que es la ciudad más industrializada del ecuador, teníamos en una fecha reciente como 1962 la siguiente composición socio ocupacional: profesionales y técnicos: 7,79% de la población económicamente activa; gerentes y administradores: 1%; oficinistas: 13,06%; vendedores: 20,57%; pescadores: 8%; agricultores y leñadores: 1,97%; madereros, canteros y afines: 0,16%; transportadores, choferes, ferroviarios, etcétera: 6,22%; artesanos: 3,79%; obreros y jornaleros: 9,67%; trabajadores domésticos: 18,09%; otros: 9,68%. ahora bien, la sola suma de “vendedores” y “trabajadores domésticos”, que en su mayoría son subproletarios, alcanza a cerca del 40% de la población económicamente activa: mientras los obreros y jornaleros ni siquiera representan el 10% (sin contar con que muchos de los “jornaleros” pertenecen de hecho al subproletariado por sus condiciones objetivas de trabajo y de vida)9. sobre la base de datos como éstos, que demuestran la casi inexistencia de proletariado urbano en el ecuador (en los años a que nos venimos refiriendo, hay que insistir), cabe formular algunas preguntas: ¿será fácil convencer a un vendedor ambulante, por ejemplo, de las ventajas de socializar los medios de producción? ¿Hacer ver a un cargador los beneficios de una reforma agraria o de la estatización de las fábricas? y ¿qué consigna revolucionaria, válida para el caso concreto de todos y que no se aparte de la meta, lanzar en un medió como el subproletariado? ¿Cómo organizar, si no es en torno a la vecindad, a elementos cuyo trabajo –individual o en el mejor de los casos en pequeño grupo– los dispersa en lugar de concentrarlos? ¿Cómo evitar, si se los organiza en torno al único vínculo “visible”, el que para ellos no sea más concreto el relleno de una calle o la construcción de una escuela o un dispensario médico, es decir, las medidas populistas, que el socialismo? ¿Cómo, en fin, lograr que perciban como concreto el problema estructural del país estos marginados cuyo quehacer diario se desarrolla, precisamente, en el polo marginal de la economía? 9 Informe de factibilidad para el proyecto de rehabilitación de terrenos, guayaquil, ecuador, op, cit., p. III-13.

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si se acepta el criterio marxista de que para que prospere una conciencia revolucionaria no basta la “pobreza”, sino que es menester la concurrencia de otras condiciones sociales, se impone la conclusión de qué era extremadamente difícil que en nuestro subproletariado se desarrollara tal conciencia, a no ser por el “empuje” de otra clase social. pero sucede que en el período que venimos analizando los agentes sociales de la revolución eran demasiado débiles para impulsarla. el principal de ellos, el proletariado, ha tenido un carácter incipiente desde todo punto de vista; y el campesinado, disperso, aislado de las ideologías modernas, heterogéneo incluso culturalmente, sometido a la peor opresión material y espiritual, no ha podido ir más allá de una actuación histórica jalonada de jornadas heroicas, pero sin real perspectiva revolucionaria. en circunstancias tan desfavorables, el subproletariado ecuatoriano devino la base de un populismo caudillista, mesiánico y asistencialista, que a sus ojos se presentaba como símbolo de la “voluntad popular” y de desafío abierto a los proyectos más ortodoxos de dominación.

V. Las CLases domInantes Y eL VeLasQuIsmo en una visión histórica de conjunto, el velasquismo no puede aparecer sino como lo que objetivamente es: un elemento de conservación del orden burgués, altamente “funcional” por haber permitido al sistema absorber sus contradicciones más visibles y superar al menor costo sus peores crisis políticas, manteniendo una fachada “democrática”, o por lo menos “civil”, con aparente consenso popular. desde este punto de vista, que es el único válido, puede afirmarse que el velasquismo ha sido la solución más rentable para las clases dominantes. ¿Quién, por ejemplo, habría sido capaz de capitalizar y mistificar mejor que Velasco el movimiento popular de 1944, que alcanzó dimensiones verdaderamente insurreccionales? ¿Cuál de los hombres o partidos habría conseguido, mejor que él, captar primero y disolver después, el sentimiento antiimperialista y antioligárquico de 1960? sin embargo, el velasquismo se ha desarrollado en medio de una tensión constante con los principales grupos dominantes y los partidos políticos que más ortodoxamente los representan (conservador y liberal), ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? 243

ella se disipa teniendo en cuenta que la respuesta histórica concreta tendiente a la autoconservación del sistema nunca coincide de manera estricta con el proyecto particular de dominación de uno solo de los grupos hegemónicos (clase o fracción de clase). por este hecho el velasquismo adquiere complejidad y aparece como una fórmula no ortodoxa, casi bastarda de dominación, en la medida en que representa, de una parte, un compromiso entre los proyectos de dominio en competencia y, de otra, una adecuación del conjunto de ellos a las posibilidades objetivas de ejercerlo. es obvio, por ejemplo, que las clases dominantes hubieran preferido que no se creara en las urbes una situación de masas como la descrita, a fin de seguir aplicando fórmulas más cómodas de dominación política, a través de los partidos “clásicos” y el mecanismo del fraude. pero, una vez que el proceso de urbanización se aceleró, sin que nada pudieran hacer esas clases para frenarlo, no les quedaba más remedio que adaptarse a la nueva situación, dentro de la cual el caudillismo populista era el mal menor. resulta evidente, asimismo, que dichas clases han visto con alarma la elevación periódica de la temperatura política del país, inquietándose, incluso, por el “desfogue” psicológico que Velasco ha desatado en las masas portadoras de malestar social. pero ya que tal malestar existía independientemente de la presencia de Velasco, la mise ã mort simbólica de la oligarquía por parte del caudillo era preferible a una mise ã mort real. Igual cosa ha sucedido en lo que se refiere al gobierno y la administración del país. Los grupos dominantes no han dejado de protestar por la falta de una política económica “clara” (entiéndase: desarrollista) de Velasco; mas cabe preguntar si esa misma ambigüedad no habrá sido políticamente rentable para ellos, en la medida en que también para el pueblo presentaba una faz ambigua capaz de alimentar ilusiones de transformación. Habida cuenta de que el desarrollismo, como todo proyecto de dominación, solo es viable en determinadas condiciones económicas, sociales y políticas, que en el ecuador no se han dado sino en contados momentos (durante la administración de plaza, o en la época del auge petrolero, por ejemplo), puede afirmarse que en realidad la burguesía no ha renunciado a él en favor de la política “intuitiva” de Velasco, sino que ha tenido que allanarse ante situaciones concretas, en las cuales aquel proyecto resultaba inaplicable. en fin, es indiscutible que tanto la burguesía liberal como los terratenientes conservadores habrían preferido gobernar directamente, sin la mediación de un veleidoso caudillo. pero a falta de un “consenso” para sus partidos y ante la 244

dificultad de superar sus propias contradicciones, les era preferible permitir que gobernase un tercero, que presentaba ventajas, tan evidentes como la de haber dado garantías contra las “hambrientas fauces de la demagogia (que pretenden) suprimir la propiedad particular, única creencia real de la burguesía del ecuador”10, de haberse proclamado liberal al mismo tiempo que cristiano y de ser popular entre los sectores más pobres e insumisos de la población urbana. serrano amado por el subproletariado de la costa, Velasco hasta resultó una fórmula ideal para superar la oposición “regionalista”. por eso Velasco, a pesar de haber representado con acertada intuición y habilidad los intereses de la dominación en su conjunto, ha mantenido tensas relaciones con cada uno de los grupos hegemónicos en particular. plenamente, el velasquismo solo ha satisfecho las aspiraciones del sector especulador de la burguesía, es decir, de esa especie de lumpen que trafica con divisas, artículos de primera necesidad, etcétera, o saca tajada de los célebres negociados, al amparo, precisamente, del “caos” velasquista. es este sector el que ha “financiado” las campañas electorales de Velasco Ibarra.

VI. reLaCIones Con Las CLases medIas Las relaciones de Velasco con las clases medias también revisten cierta complejidad. de una parte, Velasco ha contado con el apoyo de algunos sectores de ellas, como es el caso de los choferes, cuya fidelidad al caudillo ha sido uno de los fenómenos más notables de las últimas décadas; y, en menor grado, de los pequeños y medianos comerciantes y artesanos, cuando éstos últimos han logrado escapar al control tradicional de los terratenientes y el clero. poco interesados en la realización de cambios estructurales, aunque insatisfechos con la dominación oligárquica, estos trabajadores por cuenta propia11 (pequeña burguesía propiamente dicha), han encontrado beneficiosa la política populista de construir escuelas, dispensarios médicos, carreteras, etcétera. Y, dada su extracción generalmente “mestiza”, han visto en el velasquismo una manera de desafiar simbólicamente a una sociedad aristocratizante en muchos

10

J. m. Velasco Ibarra, Democracia y constitucionalismo, p. 292. entre nuestros choferes predomina la situación y la mentalidad (aspiración) de trabajador-propietario de vehículo. 11

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aspectos, que antes los despreciaba en forma abierta. el caudillo les ha devuelto, como él diría, el sentido de su “dignidad humana”. no hay sino que revisar los discursos de Velasco Ibarra para comprobar hasta que nivel de demagogia ha llegado esta “curación por el espíritu”: “¡Vuestra profesión es tan sublime! ¡Cuántas veces he pensado si hubiera sido chofer! por eso, porque vuestra profesión es tan sublime, tiene tanto de sublimidad, por eso vuestra alma es tan independiente y tan libre”12, dirá a los choferes. Y hasta les inculcará un ideológico sentido de “grandeza”, alentando sus tendencias individualistas derivadas de la experiencia concreta de un trabajo que no se efectúa en equipo (“esa es la psicología del chofer: el hombre individual, el hombre solo, el hombre técnicamente solo, amigo del viento”, etcétera); y sugiriéndoles insidiosamente que por lo mismo, son muy superiores a la clase obrera: a “esos pobres hombres (que) no son personas, esos pobres hombres (que) a duras penas son un cuarto de ser individual, un décimo de ser individual…”. a estos sectores, Velasco los ha redimido, pues, psicológicamente, del doble pecado original de ser trabajadores manuales y ser mestizos, lo cual ha servido de complemento de su integración técnica y económica en la sociedad “moderna”, en algunos casos (pensamos en los choferes, p. e.), o de sustituto funcional de ésta, en otros (caso de los artesanos, p. e.). en cambio, las relaciones de Velasco con la clase media propiamente dicha (intelectuales y tecno-burocracia) han sido sumamente tirantes. La misma coyuntura en que nació el velasquismo explica, siquiera parcialmente, este fenómeno; pues el caudillo se irguió sobre los escombros del reformismo “juliano”, inspirado por esa clase. de suerte, que esta ha tenido la impresión de que Velasco le había arrebatado el liderazgo político al que creía tener derecho, en el momento mismo en que el grupo empezaba a adquirir personalidad y peso político. por lo demás, el caudillo ha manifestado siempre y sin tapujos su desprecio por los intelectuales ecuatorianos: “esclavos del último libro europeo, de la última revista, de la última mala traducción, nuestro anhelo es ostentar erudición, datos y cifras. Incapaces de 12 discurso de 19-III-55. palabras que no dejan de recordar estas otras, dirigidas al cuerpo de aviadores: “La aviación es lo más excelso de la especie humana. es el hombre en busca de la aventura, es el ser que se desprende de la vulgaridad de la tierra, para comulgar con la pureza del cielo, y luego purificar la tierra, después de haber recibido la comunión de lo infinito”, Cit. por el cap. John maldonado en Taura…, op. cit., p. 25.

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crear nada, hemos sido ineptos para enseñar a los niños a reflexionar y a meditar poco a poco por cuenta propia”, dice, por ejemplo, a los educadores; y a cierto periodista y escritor no vacila en recordarle que “no hace falta que un mestizo ecuatoriano escriba largos estudios sobre Cervantes, Lope de Vega y Hurtado de mendoza, si pensadores españoles verdaderamente doctos y eruditos, han profundizado doctamente estos temas”13. nuestra intelligentsia de clase media, que es la aludida con el término “mestizo”, ha sido tanto más sensible a este tipo de ataques, cuanto que se trataba de un grupo poco seguro de sí, dada su reciente formación (intelectuales de extracción popular en su mayoría, promovidos a raíz de la revolución Liberal). Y como ya se habían “redimido” de su condición de “mestizos” gracias al trabajo intelectual y a la ideología del mestizaje como “esencia” de nuestra cultura, Velasco ni siquiera les fue útil en el sentido en que lo fue para el grupo antes analizado. al contrario, les resultó perjudicial en la medida en que el populismo velasquista ensanchaba la brecha entre las “ideologías de los doctores” y la idiosincrasia popular. tampoco es difícil descubrir, en los textos transcritos arriba, el menosprecio del letrado tradicional que es Velasco, por el intelectual mestizo recién promovido. Las mismas frases del caudillo en el sentido de que “el indio del campo no hace males. alimenta al país con su trabajo. en cambio el indio de las ciudades es sumamente peligroso. Ha leído libros”, etcétera14, no atestiguan su desprecio al pueblo, como han dicho sus contrincantes, sino su aversión, ella sí evidente, a la nueva clase intelectual del país. aversión acentuada en la medida en que con defectos y todo, ese grupo ha intentado por lo menos pensar por sí mismo y afirmar su independencia, cosa inadmisible para un caudillo que jamás ha admirado en los demás otra virtud que la fidelidad para con él. de otra parte, es necesario recalcar que, para la tecno-burocracia, el “caos” velasquista ha constituido una constante pesadilla. La remoción periódica e indiscriminada de empleados públicos15, los caprichos imprevisibles que determinan las sanciones y los ascensos, la poca confianza del caudillo en la burocracia y en los “concejos” técnicos, han mantenido en permanente zozobra a este sector. 13

Conciencia o barbarie, pp. 39 y 133. op. cit., p. 156. 15 Jaime Chávez granja afirma que en 1960: “se dio el caso del ministerio del tesoro en el que se impusieron más de dos mil cambios de empleados para satisfacer las frenéticas exigencias de los velasquistas”. “Las experiencias políticas en los últimos diez años”, en El Comercio, Quito, 1- I-1970. 14

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por ello, en la medida en que la tecno-burocracia ha mejorado su situación (a raíz del boom del banano sobre todo), su antivelasquismo no ha hecho más que aumentar. anhelosa de alcanzar un status de seguridad, en el año 1960 prefirió sin duda la alternativa desarrollista propuesta por galo plaza; en 1963 le pareció más “sensato” un gobierno militar tecnocrático que el populismo equívoco del caudillo. Y en 1968, cuando los empleados públicos agrupados en federación estaban decididos a pasar de la tradicional actitud individualistaclientelista a una conducta clara de grupo organizado, el choque con Velasco se produjo de manera abierta. ello no obstante, el velasquismo ha sido útil para los desempleados de clase media, aspirantes a incrustarse en la burocracia por la vía del oportunismo. gracias a sus célebres “barridas” de empleados, Velasco ha permitido a estos clientes incorporarse a la administración pública, creando así un mecanismo de curiosa “alternabilidad” burocrática que, a fin de cuentas, bien puede haber sido otro elemento de equilibrio, aunque sea precario, del sistema. todo ocurre pues como si en este nivel también, el velasquismo funcionase como movimiento político de los “marginados”.

VII. reLaCIones Con Las organIzaCIones de IzQuIerda en cuanto a las relaciones políticas del caudillo con la izquierda cabe recalcar que, en teoría y como es obvio, tanto los comunistas como los socialistas y marxistas en general se han manifestado siempre antivelasquistas y han combatido doctrinariamente al líder populista. pero en la práctica, más de una vez lo han apoyado directa o indirectamente. esta flexibilidad se explicaría, naturalmente, por razones tácticas; mas lo curioso está en que también por este lado Velasco ha sacado ventaja casi permanente de su condición de mal menor. así lo han considerado algunos sectores de izquierda, frente a alternativas de extrema derecha, como la de Camilo ponce en 1968, o la prepotencia de la burguesía liberal, caso más frecuente aún (1940, 1944 y 1960). de otra parte, es comprensible que un hombre de tanta popularidad haya tentado siempre a los partidos y grupos de izquierda. entonces, o bien se ha justificado una alianza de hecho aduciendo razones como la de que ella no es con el líder sino con sus bases. bien arguyendo la posibilidad de “infiltración” 248

o, simplemente, para no perder contacto con el pueblo. Lo cual ha sido, por supuesto, ilusión, de la que ha aprovechado el caudillo para debilitar más aún a la izquierda. algunos sectores revolucionarios no han dejado de alimentar la esperanza de que el “caos” velasquista agravara las contradicciones del sistema y creara así una coyuntura favorable a la revolución: y ha existido la convicción de que Velasco, con su demagogia, contribuye a elevar la efervescencia social, o que su falta de planes coherentes de gobierno es preferible al desarrollismo y al reformismo. en fin, no han faltado sectores de izquierda que, proyectando sus anhelos sobre la ambigüedad ideológica de este político dispuesto; según él, a acoger “los enunciados aceptables del comunismo”, han creído que con Velasco se puede avanzar, al menos, por el camino del reformismo y el nacionalismo. actitudes muchas veces contradictorias entre sí, que no hacen más que revelar la desorientación y diversidad de posiciones concretas dentro de la izquierda ecuatoriana.

VIII. L as Caídas deL CaudILLo el hecho de que Velasco-candidato y Velasco-gobernante se mueven en órbitas distintas de cuenta del fenómeno aparentemente insólito de que el ídolo de las multitudes haya sido derrocado tantas veces, con relativa facilidad y sin que nada hicieran sus partidarios para defenderlo. además, su misma ambigüedad doctrinaria y programática, tan útil durante el período electoral ya que permite aglutinar a los elementos más heterogéneos en torno de un ideal abstracto en el que cada uno proyecta sus esperanzas e intereses, se vuelve contra el caudillo cuando está gobernando. para comenzar, la base propiamente popular se desintegra después del “triunfo” por la falta de organización y metas concretas del subproletariado. el mismo Velasco escribió, después de su primera caída: “ningún presidente se mantiene si, fuera de los elementos burocráticos, no está apoyado por algún grupo social coherente, conocedor del ideal y del sendero”16.

16

Conciencia o barbarie, p. 192.

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en segundo lugar, el oportunismo no tarda en aparecer, sobre todo en los sectores medios que lo han apoyado. aun refiriéndose a las bases aldeanas de Velasco, el informe del CIda, ya citado, hace notar con razón que, “en buena parte, al basar su apoyo en este tipo de sectores (que poseen una actitud evidentemente oportunista, poco clara y con una visión solo inmediata de sus perspectivas), sus mismas posibilidades de mantener en el poder se han visto amagada”17. por fin, llega una fase en que Velasco queda enfrentado ya no a “su” pueblo sino a los grupos organizados de la sociedad. La primera parte de sus administraciones ha sido siempre, por eso, un momento incoloro, pero de gran expectación. todos le solicitan definirse y ejercen presión para llevar el agua a su molino. al principio el caudillo resiste, tratando de mantenerse “por encima de los intereses particulares, clasistas o partidistas”. Busca la “unidad de todos los ecuatorianos” y procura mantener, verbalmente, una línea política suficientemente equívoca como para que ni las oligarquías se alarmen ni el pueblo se desilusione. pero nadie queda satisfecho con esto. Las presiones aumentan y la situación empieza a deteriorarse en todos los órdenes cuando, cansados de las palabras, algunos grupos organizados, como los sindicatos, toman actitudes de hecho, y los sectores hegemónicos, exasperados por lo que consideran indecisiones y veleidades del caudillo, le lanzan el ultimátum. Velasco tiene entonces que descender del olimpo y decidirse por uno de los contendores. termina por pactar abiertamente, sea con los conservadores, sea con los liberales (en todo caso con algún sector hegemónico, pues Velasco nada tiene de revolucionario), o por apoyarse en el ejército y hasta tentar un golpe de estado. solo que al hacerlo, lanza a la oposición no solo a los sectores organizados del pueblo, sino también a las fracciones de la clase dominante que no han entrado en el “pacto”. La oposición de izquierda se hace presente a través de manifestaciones estudiantiles y huelgas obreras y la tensión aumenta. La clase o fracción de clase con que el caudillo ha pactado evalúa entonces la situación: si Velasco, que ha sido aceptado como instrumento de manipulación del pueblo pierde ese papel y se convierte más bien en elemento “perturbador”, lo echan del poder y la clase dominante en su conjunto busca la solución más “cuerda”.

17

Tenencia de la tierra…, p. 487.

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en cuanto al subproletariado, con el que el caudillo ha perdido entretanto contacto, lo abandona con tanta mayor facilidad cuanto que el eco mesiánico del discurso velasquista de la fase electoral se ha diluido ya. solo y desamparado, el “apóstol” de las multitudes tiene que resignarse a partir.

IX. Los “pLanes” de goBIerno Los intelectuales ecuatorianos han reprochado a Velasco su desconocimiento de las cuestiones económicas y hasta su menosprecio por ellas, en el aspecto técnico; y a partir de cierto momento las clases altas y medias lo han acusado de carecer de planes de gobierno; acusación fundada si lo que se reclama es un plan económico y social aparentemente coherente, en el sentido desarrollista del término. por su parte, el caudillo, ha expresado abiertamente su desinterés por este tipo de planes, a los que ha opuesto su concepción asistencialista del gobierno: “Ir por calles y plazas y campos buscando donde hay dolores que restañar, casas que construir, puentes que levantar, abismos que cerrar, viviendas, amigos, viviendas, servicios de asistencia social en todas las escuelas, médicos y libros en todo establecimiento agrario: eso es la conciencia nacional que todos debemos tener”18. asimismo, ha llamado la atención que Velasco, en sus últimas campañas, ni siquiera mentara el tema tan en boga de las llamadas reformas estructurales. a pesar de todo esto, el pueblo no ha visto pecado en ello y lo ha elegido cinco ocasiones. en tal hecho, que a muchos llena de asombro y a no pocos de indignación, nosotros no hallamos misterio alguno. por el contrario, encontramos estricta correspondencia entre la concepción meramente asistencialista de gobierno que posee Velasco y las aspiraciones inmediatas de su base social. en efecto, ¿qué puede ser más atractivo y palpable para el subproletariado que lo sigue: una concepción global y armoniosa del desarrollo económico, con mayúsculas, o la promesa de construir obras y ampliar servicios tales como la vivienda, la educación o la atención médica? es comprensible que para las poblaciones “marginales” que viven en la más absoluta miseria y abandono, la posibilidad de encontrar trabajo en las obras 18

discurso de 27-III-60.

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por construirse o de contar con ciertos servicios, haya sido más tangible que un abstracto plan desarrollista que, por lo demás, implica una visión a por lo menos mediano plazo, que no poseen esos grupos sumidos en una situación de inmediatez. Y, como lo insinuáramos ya, ¿qué puede significar la promesa –aun la verdadera– de cambios estructurales para esos subproletarios cuya experiencia social concreta se realiza precisamente en la periferia de las situaciones estructurales básicas del sistema? en cuanto a la aversión del caudillo por la técnica, ello corresponde, claro está, a su mentalidad de letrado tradicional. pero lo que importa recalcar es que tal actitud ha encajado con la de las bases subproletarias, cuya actividad cotidiana está regida por la lógica del bricolage, antes que por las normas del trabajo técnico. además, dichos sectores populares parecen haber intuido, no sin fundamento, que una “racionalización” capitalista de la sociedad ecuatoriana se haría necesariamente a sus expensas.

X. ruraLIdad Y CaudILLIsmo muchos de los aspectos aparentemente originales del velasquismo pueden explicarse teniendo en cuenta el origen rural o semirural de sus bases. para comenzar, el propio fenómeno del caudillismo tiene, a nuestro juicio, raíces en ello. provenientes del campo o de la aldea, donde las instituciones y funciones tienden a encarnarse en los hombres concretos que las ejercen, mal cabía esperar que nuestros “marginados” se agruparan de inmediato en un partido y en torno a principios ideológicos, antes que alrededor de un caudillo con carisma. al contrario, era normal que trasladaran a la urbe sus modelos de comportamiento sociopolítico (en este sentido, la urbanización del ecuador ha implicado también un proceso de ruralización), y que tales modelos se conservasen en el nuevo contexto con tanta mayor fuerza cuanto menores eran las posibilidades objetivas de desarrollo doctrinario y organizativo. además, la propia ubicación socioeconómica del subproletariado, cuya experiencia cotidiana apenas sobrepasa el marco de las relaciones esencialmente primarias (vecindad, paisanaje, familia), parece haberse, proyectado al terreno político en forma de caudillismo.

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XI. La amaLgama IdeoLógICa repetidas veces, los intelectuales y políticos ecuatorianos han manifestado su asombro por el “caos” ideológico de Velasco Ibarra, quien, ya en 1929, escribió que “en las entrañas de la sociedad guardadas están tendencias de la más diversa índole” y que “entre esas tendencias no hay en el fondo contradicción”19, y pocos meses antes de ascender por primera vez a la presidencia ratificó que su “ideología es definida: liberal-individualista”, pero que “si el socialismo tiene cuestiones aceptables, benéficas, hay que tomarlas de allí. si el conservadorismo posee algo que sea conveniente, no debe rechazarse. ni excluirse tampoco las enunciaciones aceptables del comunismo”20. fiel a estos propósitos, Velasco no ha tenido reparos en seguir proclamándose liberal a la par que católico, y hasta en poner de relieve su admiración por el socialismo: “He aquí, señores, lo que es el velasquismo: una doctrina liberal, una doctrina cristiana, una doctrina del socialismo”, ratificó en su discurso del 23 de noviembre de 1960. ahora bien, lo asombroso no es que la mente individual de Velasco haya llegado a fabricar tal amalgama, sino el hecho social, él sí inquietante, de que esa mixtura ideológica haya tenido tanto éxito. para comprender cómo pudo ocurrir este fenómeno es necesario partir de una constatación fundamental: la de que américa Latina, y en este caso particular el ecuador, es una sociedad dependiente, cuya superestructura ideológica se caracteriza, de una parte por su origen “exótico” (en el sentido de que no ha nacido enteramente en la formación histórico-social latinoamericana), y, de otra parte, por la tensión permanente que supone la necesidad de adaptación de esos elementos ideológicos a la realidad particular de américa Latina. ello determina, en primer término, un relajamiento de la cohesión interna de las ideologías teóricas (o una redefinición a veces total de los elementos de las ideologías prácticas), así como la pérdida de muchas de las implicaciones o connotaciones que originariamente tuvieron en la formación social que las produjo. examinemos algunos ejemplos. arturo uslar pietri habla del carácter “aluvial” de la literatura hispanoamericana, en el sentido de que cada corriente se superpone a la anterior sin cancelarla: 19 20

Democracia y constitucionalismo, p. 1. El Comercio, Quito, 3-XI-1933.

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“en ella nada termina y nada está separado. todo tiende a superponerse y a fundirse. Lo clásico con lo romántico, lo antiguo con lo moderno, lo popular con lo refinado, lo racional con lo mágico, lo tradicional con lo exótico. su curso es como el de un río, que acumula y arrastra aguas, troncos, cuerpos y hojas de infinitas procedencias. es aluvial” 21. por su parte, Walter palm advierte un fenómeno semejante en nuestra arquitectura, al decir que “se habría ganado mucho para el entendimiento de la historia del arte colonial hispánico cuando se llegue a aunar el concepto de la sucesión de estilos históricos con el de su coexistencia”22. Y, en el terreno de la filosofía, augusto salazar Bondy constata que “no es insólito encontrar los mismos filósofos europeos acogidos como mentores doctrinarios a la vez por escritores liberales y conservadores”, y cita el caso aberrante del bergsonismo, “que no solo es acogido y exaltado por los sectores conservadores sino también por los liberales e incluso por los marxistas”23. ¿Qué significa todo esto? Que, en suma, los “trasplantes” literarios, artísticos y filosóficos a américa Latina se realizan en condiciones tales que hasta pierden el carácter negativo o exclusivo de algo, que tuvieron en su lugar de origen. una cosa similar sucede con las doctrinas políticas. Carentes de arraigo histórico suficiente en la sociedad concreta en que tienen que funcionar, devienen entidades equívocas, con resonancias existenciales sumamente vagas. debilitadas en su rigor teórico, sin embargo, una impronta a veces importante en la población local. según el mayor o menor tiempo de afincamiento, llegan a introducir en el subconsciente colectivo ciertos modos de percepción de la realidad (caso del catolicismo); a simbolizar determinadas aspiraciones (ejemplo: el liberalismo), o a despertar penosamente tendencias latentes (caso de las doctrinas socialistas). Velasco parece haber comprendido o al menos intuido estas evidencias y combinado sabiamente (en función de la dominación) los elementos ideológicos acumulados en nuestra sociedad. del catolicismo ha tomado los modelos de percepción y los símbolos, que han denvenido, respectivamente, la matriz 21 Las nubes, santiago de Chile, ed. universitaria, 1956, pp. 70-71. no aceptamos, por supuesto, las conclusiones que él extrae de esta constatación. 22 Citado por fernando Chueca goitia en, “Inventario de la arquitectura hispanoamericana”, Revista de Occidente, mayo de 1966, p. 259. 23 ¿Existe una filosofía de nuestra América?, méxico, siglo XXI, 1968, pp. 19 y 22.

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ideológica y el repertorio semántico fundamental de su mensaje político. del liberalismo ha retenido una abstracta aspiración a la libertad y, del socialismo, un no menos abstracto anhelo de justicia social (del socialismo no científico, claro está). reduciéndolos a principios equívocos, a sentimientos meramente formales, no ha tenido dificultad en volverlos compatibles. después de todo, ¿por qué habrían de excluirse necesariamente un catolicismo definido como “bálsamo para los dolores e inextinguible luz en las tinieblas del humano destino”; un liberalismo que “se reduce”(sic) a “respetar la conciencia del hombre y su personalidad”, y un socialismo que no sería otra cosa que “un sentimiento de amor, de generosidad, de desprendimiento”, según Velasco Ibarra?24. si los mismos literatos, artistas y filósofos de américa Latina, es decir sus “élites” intelectuales, no han tenido reparos en amalgamar las corrientes y estilos más diversos, ¿con qué derecho reprochar al subproletariado ecuatoriano, que por primera vez intervenía en las contiendas “cívicas” organizadas por la burguesía, el que no haya encontrado contradicción en este sincretismo político elaborado con “lo mejor” y “más puro” de cada doctrina?

XII. eL enfoQue reLIgIoso de Los proBLemas poLítICos suficientemente perspicaz para advertir que le tocaba actuar en un momento histórico en que el poder institucional de la Iglesia se debilitaba, Velasco no intentó, como los políticos del partido conservador, apoyarse en ese poder “temporal”, es decir en el clero. al contrario, se pronunció desde los comienzos de su carrera contra la intervención de éste en los asuntos del estado25. pero fue, asimismo, bastante sagaz para comprender que el secular proceso de colonización católica había dejado huellas ideológicas indelebles en nuestra población y que a ese nivel convenía actuar: toda su astucia consistió, pues, en no recurrir al clérigo con hábitos, que poca autoridad ejercía ya sobre la población “marginal”, sobre todo de la costa, sino más bien al clérigo invisible que subsistía en el “fuero interno” de este sector social. examínense con detenimiento los discursos de Velasco y se constatará que el caudillo jamás enfoca los problemas en términos sociopolíticos, sino desde 24 25

Conciencia o barbarie, pp. 48 y 65. op. cit., p. 25 y ss.

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un ángulo estrictamente religioso y moral. aparte de sus múltiples afirmaciones en el sentido de que el problema del ecuador es moral (cosa que no ha dejado de repetir durante 40 años de actividad política), su “doctrina” consiste en enfocar la problemática del país como resultado del enfrentamiento entre el “bien” y el “mal”. en 1929 invitó ya a los ecuatorianos a “consagrarse a la lucha contra el mal”26; en 1969 encontramos que no ha modificado un ápice de su visión: “Los filósofos persas explicaban la trágica agitación humana entre abismos lóbregos y alturas luminosas por la lucha entre el mal, sustantivamente personificado, y el bien, asimismo sustantivamente personificado. La batalla debía decidirse en favor del bien gracias a la cooperación de los hombres. tal vez esta versión metafísico-poética, como todo lo que es poesía, contenga muy grande verdad”27. Que una visión como ésta, claramente religiosa, haya podido trasladarse al terreno político y ser acogida y aplaudida hasta el delirio por amplios sectores de la población, solo se explica por el hecho de que éstos se encontraban fuertemente impregnados por los modelos católicos de percepción de la realidad, que han servido, incluso para redefinir los “principios liberales y socialistas” incorporados a la amalgama velasquista. aun esa tendencia al rescate mítico-ritual que se observa claramente en la conducta del subproletariado ecuatoriano, solo es comprensible a partir del ceremonial cristiano y su simbología. pensemos, por un momento, en lo que tales símbolos pueden representar para nuestros campesinos. en la “tierra” y el “cielo”, por ejemplo, como verdad y espejismo. Y que, entre los dos, la práctica religiosa se ofrece como mediadora. es ella la que colma el vacío de la tierra arrebatada con la ilusión de una tierra prometida; la que diluye la imagen del amo rubicundo en la ascética figura del hombredios sufrido; la que, trastocando símbolos, articula míticamente el amor, el látigo y la sangre, en una especie de cruel y confusa poesía. ella la que convierte al blanco martirizador, en la ceremonia momentánea, en objeto de martirio; la que por medio del ritual salva la distancia entre la realidad y su ideología; la que de la palabra hace brotar el Verbo, encarnación del carisma. de este modo, el poder terrenal se justifica. nace de la pasión, del sacrificio del todopoderoso y no, como en la realidad, del sacrificio de los oprimidos. gracias a una serie de mediaciones míticas, el sistema se rescata, se bautiza cada día. 26 27

Democracia y constitucionalismo, p., 287, mensaje al Congreso nacional: 10-VIII-69.

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esta es la escuela real y suprarreal en que han sido ideologizados los dominados del país durante tantos siglos. ¿Qué de raro, entonces, que ese modelo de “liberación” los haya guiado en sus primeros pinos políticos, como subproletarios, y que en el mismo momento en que parecían desligados del sacerdote con hábitos haya reflotado en ellos el clérigo interiorizado? Incapacitados para transformar la realidad, nuestros “marginados” se limitaron, pues, a exorcizarla con ceremonias y ritos religioso-políticos. Y eligieron como sumo sacerdote a un caudillo que fuera la contraimagen del amo aborrecido y pareciera reunir, más bien, los atributos morales y hasta físicos del hombre ideal del cristianismo. por esto, se vuelve imprescindible decir algo siquiera sobre los aspectos mítico-simbólicos del velasquismo.

XIII. Los Contornos deL mIto de Velasco “profeta” y “apóstol” guardamos recuerdos muy precisos, que no pueden desprenderse del impresionante repiquetear de campanas que, mezclado a los ensordecedores vítores, constituyó el fondo sonoro de su triunfal arribo al ecuador, en mayo de 1944. magro y ascético, el caudillo elevaba sus brazos, como queriendo alcanzar igual altura que la de las campanas que lo recibían. Y en el momento culminante de la ceremonia, ya en el éxtasis, su rostro también, y sus ojos, su voz misma; apuntaban al cielo. su tensión corporal tenía algo de crucifixión y todo el rito evocaba una pasión, en la que tanto las palabras como la mise en scene destacaban un sentido dramático, si es que no trágico de la existencia. Comprendimos, entonces, que esas concentraciones populares eran verdaderas ceremonias mágico-religiosas y que el velasquismo, hasta cierto punto, era un fenómeno ideológico que desbordaba el campo estrictamente político. en efecto, ¿no serán los detalles brevemente reseñados, indicios inequívocos de la explotación de una simbología de estirpe religiosa? ¿no será la figura distante y austera del mesiánico caudillo, el correlato de la del ascético Cristo en el subconsciente del subproletariado ecuatoriano? ¿no habrán identificado así, al Hombre, esas masas de ex campesinos desamparados que, como luego se verá, jamás exigieron a Velasco palmadas en la espalda ni sonrisas coquetas, sino únicamente que jugara a comprenderles y a sufrir? 257

Velasco no ha sido solamente el “profeta” del subproletariado, más bien su sacerdote supremo. en 1933, él mismo escribió: “La profesión especial del clero... es elevar a los humildes indicándoles la trascendencia del racional destino”28. tres décadas más tarde, un periodista nos lo describe desempeñando estrictamente ese papel: “Hace pocos minutos yo había visto, en esa misma casa, llorar a sus partidarios. el les había hablado con acento patético, crispando las manos. ‘La tierra es demasiado pequeña para el ser humano’... ‘el viene del cielo. Vuela hacia el cielo’”29. Indicarles “la trascendencia del racional destino”, he ahí la primera cosa que Velasco ha hecho con nuestros marginados. Ha sabido hablarles del “paso triunfante de tu dirección sublime hacia el insondable mar de lo bello, de lo integralmente justo y lo profundamente humano”30; y estas frases huecas, demagógicas para otros sectores sociales, han impresionado a esta gente desamparada, ansiosa de sentirse integrada a la sociedad y de reivindicar aunque solo fuera una abstracta “dignidad humana”. rescate subjetivo, ideológico, pero de gran impacto entre, aquellos olvidados que alguna vez declararon a un investigador que en guayaquil no tenían más protección que la de dios, la Virgen y “una señora del barrio urdesa que regala plátanos”31. por lo demás, y explotando el modelo “paternalista” de la religión y de las prácticas rurales tradicionales, Velasco ha procurado encarnar también el papel simbólico de padre de nuestros marginados. declaraciones como la siguiente dejan poco lugar a dudas sobre el particular: “usted es el padre de los pobres y los desamparados... y por tanto nuestro padre; de ahí que nuestras esposas lucharon por usted en la campaña electoral”32. frases pronunciadas por un policía, en el momento en que Velasco desbarataba una huelga de éstos amonestándolos, precisamente, como un indignado padre. figura paternalista, pues, pero de padre chapado a la antigua. “usted sonríe poco, ¿por qué?”, le preguntó un periodista. “Comprendo el dolor de los hombres”, contestó lacónicamente el entrevistado33. Y es cierto, que, fiel al papel dramático que se ha impuesto desempeñar, el caudillo sonreía rara vez. 28

Conciencia o barbarie, p. 26. El Tiempo, Quito, 7-VIII-66. 30 Conciencia o barbarie, p. 53. 31 Javier espinosa, Aculturación de indígenas en la ciudad de Guayaquil, guayaquil, ed. Casa de la Cultura, 1965, p. 22. 32 El Comercio, Quito, 5-1-69. 33 El Tiempo, Quito, 7-VIII-66. 29

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ascético en sus costumbres, la iconografía popular lo ha consagrado como el hombre que no fuma ni ingiere licor. severo en su vestir, ni siquiera el calor del trópico consiguió hacerle abandonar su traje oscuro en la reunión de presidentes americanos en panamá, hace algunos años. “magro y austero como un cura de aldea”, como lo retrató entonces la revista O Cruzeiro. su panegirista raúl touceda anota que “tanto en invierno como en verano –quién sabe por qué pudor personal– usa chaleco”34. Y mal podríamos imaginar a Velasco trivializándose a la manera norteamericana en sus campañas electorales. a sus partidarios les extiende, cuando más, su huesuda mano; del resto, se mantiene siempre distante, circunspecto, rodeado de un hálito de extracotidianidad. un periodista llegó a afirmar, por esto, que es imposible suponer a Velasco en la silla de un lustrabotas o en él sillón de una peluquería35. en cuanto a la pobreza del “profeta”, ella también ha sido elevada a un plano mítico, o por lo menos colocada en el nivel de una leyenda que empieza con el relato de una anciana que aseguraba haberlo visto volver de su primer exilio con el mismo vestido con que partió, y termina con la afirmación del propio Velasco en el sentido de que, pese a su amor por las piezas trágicas y dramáticas, se privó de verlas en el teatro Colón, de Buenos aires, debido al alto costo de las entradas. Y sus turiferarios no dejan de insistir en detalles como estos: que salió “desterrado a la república de Colombia sin un centavo en los bolsillos”, o que en 1947 “cae de nuevo del poder y lo expatrian a la argentina en la misma insolvencia económica de antes”36, situación que le obliga a vender hasta sus, medallas y condecoraciones37. naturalmente Velasco ha explotado al máximo esta leyenda. “Yo soy tan pobre como vosotros y quiero quedar siempre pobre para no amar otra cosa que el ideal y el combate por el ideal”38, dirá y repetirá al pueblo, asegurándole: “no busco nada para mí. no busco el bienestar y el dinero. Quiero seguir siendo pobre para tener el alma revolucionaria”39.

34

EI Velasquismo: una interpretación poética, p. 16. Cfr. Luis monsalve pozo, op. cit., p. 1. 36 Jorge rivera Larrea, Veinte y siete años de velasquismo, Quito, ed. santo domingo, 1960, pp. 14 y 16. 37 raúl touceda, op. cit., p. 6. 38 discurso de 17-XI-45. 39 discurso de 11-VII-45. 35

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Cultiva, pues, una imagen de desapego y renuncia a los bienes de “este” mundo, y a su ascetismo físico y moral, de cuño evidentemente religioso, añade la garantía de una “naturaleza” inmutable, que lo abriga de cualquier contingencia social. “Yo no os he de traicionar moralmente. es imposible por mi temperamento. en esto no hay mérito alguno, porque mi temperamento es así”40, afirma, y en repetidas ocasiones ha manifestado que no puede dormir más de 4 o 5 horas diarias, porque su “naturaleza” se lo impide41. ser natural y no social, Velasco se yergue entonces, invulnerable, en el ciclo de su mitología. ubicado en sitial tan alto, ni siquiera le son imputables las inmoralidades o errores cometidos durante sus administraciones: de tales debilidades “humanas” solo pueden responder sus “malos” colaboradores. en realidad, el único papel verdaderamente “profano”, de hombre de carne y hueso, que el pueblo haya atribuido a Velasco, es el de Doctorcito. es decir, el de letrado. mas no cabe olvidar que tal papel está revestido en nuestro país de un contenido simbólico especial. Los libros, las letras, la escritura, se ofrecieron y se ofrecen al aborigen ecuatoriano como un componente importante de la magia extranjera. La biblia del padre Valverde fue la magia negra que secretaba muerte. el misal, con sus efluvios esotéricos, sigue siendo un continente cargado de admoniciones, ilusión y misterio: el papel sellado es un vaticinio siniestro. pero junto a esto existe también la magia blanca de las letras; la del Código del trabajo o la Ley de reforma agraria para citar dos ejemplos. Y es precisamente el “doctorcito” el encargado de convencer a la población dominada de que allí, entre tantos modernos jeroglíficos, está la justicia. Velasco ha desempeñado, pues, el papel de profeta, sacerdote y padre de nuestros subproletarios, y además el de su “abogado”. Ha sido la figura simbólica tutelar que les ha permitido tener la ilusión de incorporarse a una sociedad que los marginaba y que, después de cuarenta años de velasquismo, los sigue marginando. Ha sido, en suma, la máscara más sutilmente ideologizada de la dominación. aun el tan mentado “nacionalismo” de Velasco debe ser interpretado en este plano, ya que no ha consistido en una posición doctrinaria coherente, capaz de producir efectos objetivos. apenas si es un abstracto sentimiento de orgullo “patrio”, ubicado, como lo confiesa el propio caudillo, en el “interior 40 41

El Comercio, Quito, 5-VIII-44. Cfr. El Comercio, Quito, 6-VI-68, por ejemplo.

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del hombre”42. Verbalismo demagógicamente rentable, sin embargo, en la medida en que ha contribuido a que el subproletariado tenga la sensación, ilusoria por cierto, de incorporarse a la “comunidad” nacional también por ese camino.

XIV. para ConCLuIr He aquí los aspectos más relevantes del velasquismo, fenómeno que ha impuesto su marca aparentemente original a la política ecuatoriana durante los últimos cuarenta años. Como hemos tratado de demostrarlo a lo largo de este estudio, no es cuestión de un simple fenómeno de caudillismo, reductible a la personalidad del líder, sino de un hecho complejo, profundamente arraigado en la particularidad histórica de la formación social ecuatoriana. esta particularidad, claro está, debe ser definida en primer término por la situación de dependencia, sin la cual resulta imposible explicar un fenómeno político que, como el velasquismo, nace precisamente en el momento en que la gran crisis del sistema capitalista mundial sacude la frágil estructura de una sociedad articulada a él a través del sector agroexportador, predominante en la formación interna de nuestro país. pero también cabe recalcar que aquella crisis, que de hecho implica un relajamiento temporal de los vínculos con la metrópoli, no significó para el ecuador una oportunidad de iniciar el “despegue” industrial ni mucho menos, sino que tuvo por efecto la acentuación de ciertas contradicciones internas específicas, originadas en la profunda heterogeneidad estructural de la sociedad ecuatoriana. dada la importancia que aún seguía teniendo el modo de producción servil a nivel nacional, fueron las fuerzas sociales arraigadas en él las que resurgieron en el primer plano de las escena política al amparo de la crisis de 1929. así que el velasquismo no nació como una fórmula de arbitraje entre burguesía industrial y oligarquía agroexportadora, ni como instrumento de manipulación del proletariado naciente, como parece ser el caso de los populismos argentino y brasileño, sino como una fórmula de “transacción” entre una burguesía agromercantil en crisis y una aristocracia terrateniente todavía poderosa, y, en otro plano, como un medio de manipulación de unas masas predominantemente subproletarias. después, el velasquismo continuó desarrollándose como factor 42

discurso de 28-V-45.

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de equilibrio precario entre los intereses de una clase dominante en su conjunto débil y fraccionada hasta el extremo, a la vez que como expresión compleja de aquel fenómeno de “marginalidad”, consecuencia inevitable, tanto de la crisis y avatares del modo de producción capitalista predominante, como de la conflictiva articulación de éste con la economía mundial y con los sectores precapitalistas nacionales. por ello, aun a nivel ideológico, el velasquismo representó una combinación de elementos estructurales heterogéneos, amalgamados al calor de una demagogia mistificadora. Ligado a un momento preciso de nuestra historia, es natural, entonces, que el velasquismo entre en su zona crepuscular por razones que van más allá del agotamiento personal del caudillo43. esta forma sutil de perpetuar al menor costo social las condiciones político-ideológicas de la dominación, agoniza no solamente en función de la elevación del nivel de conciencia de las masas, sino de la extinción histórica de la coyuntura que lo engendró.

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Velasco Ibarra falleció en Quito, el 30 de marzo de 1979, a la edad de 86 años.

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referencias · · ·

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