El Juicio Al Sujeto

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EL JUICIO AL SUJETO UN ANALISIS GLOBAL DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES IMMANUEL WALLERSTEIN ANDRE GUNDER FRANK MARTA FUENTES JOHAN GALTUNG SAMIR AMIN RAFAEL GUIDO BEJAR OTTO FERNANDEZ REYES

Las ciencias sociales

la. edición, noviem bre de 1990 Cada u no d e los autores conserva la p ropiedad intelectual del trabajo q u e en este volum en presenta. © Facultad Latinoam ericana de Ciencias Sociales. Sede México. © 1990. Las características tipográficas son propiedad de los editores. D erechos reservados conform e a la ley M i g u e l Á n g e l P o r r ú a , l i b r e r o -e d i t o r

ISBN: 968-842-252-5

Im preso en México FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES Carretera al A/«seo Km. i r . 5 10740 México, D. F.

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c h u p o e d it o r i a l

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Printed in México GRUPO EDITORIAL MIGUEL ANG EL PORRUA, S. A . Amargura 4, San Angel o j o o o , México, D. F.

PRESENTACIÓN por Ra fa el G O M

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Am érica Latina transita un traumático proceso de transformación en la reconstrucción de su modernidad. Una de las características m ás llamativas del m ism o es la compleja constitución de la subjetividad social de sus agentes, grupos, clases y actores sociales. A n te esta complejidad -c o m ú n a otras experiencias históricas en curso que contienen sus propios ritm os y tonos-, el discurso de los sujetos en general pasa p o r una crisis ante la cual diversas tradiciones de pensam iento (el accionalismo, el neomarxism o, la lógica de m ovilización de recursos, la nueva subjetivi­ dad democrática, etcétera) realizan evaluaciones de diferente profundización y alcances. Unas rechazan el rol central de ciertos actores sociopolíticos o institucionales; algunas ras­ trean la crisis de los actores, los proyectos y utopías situados en las tareas asignadas a determ inados sujetos en las socieda­ des capitalistas en general; otras analizan la “resurrección” de formas “nuevas” de subjetividad y acción social, presen­ tes en los denom inados “nuevos movimientos sociales”, con su especificidad respectiva en las tres divisiones políticas del m undo (el Occidente, el Este y el Sur). Esta variación en el horizonte de la conciencia social no deja ya dudas de que h o y presenciam os un descreimiento global sobre, o al m enos una crítica frontal a, las otrora su b ­ jetividades positivas de realización de la historia, y de su supuesta capacidad para liberar de trabas y obstáculos episó­ dicos a la hum anidad. Ya sean éstos los procesos de subjetivi­

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n la a c t u a l id a d ,

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dad vinculados a las estructuras de reproducción de las sociedades de clase o a las bondades, per se, del Estado de bienestar keynesiano o a las propuestas de construcción del socialismo “r e a l E s evidente q u e la relación entre la explo­ sión con q u e h o y se resalta y evalúa la subjetividad del dis­ curso político y social con el juicio al sujeto y la abrupta viru­ lencia de la transición e inñexión históricas p o r las q u e pasan los proyectos de sociedad, conm ueven las estructuras discur­ sivas de las ciencias sociales en general. Así, la form ación de la acción colectiva aparece inscrita en interacciones m ú lti­ ples, aparentem ente interpretadas sin un eje o principios organizadores, en cuanto hipótesis teóricas globales, que logren aprehender las totalidades d éla interacción social. D e esa manera, parecería q u e nos haüáramos en un um bral sin parámetros teóricos para com prender la discursividad y m ovilización de los agentes, actores, fuerzas sociales y políti­ cas situados en espacios de corta, m ediana y larga duración coyuntural y/o estructural. La capacidad de variación, según determinadas tradicio­ nes y juicios, en los m otivos que orientan y determ inan la acción tanto en el plano individual com o el colectivo, ha p ro ­ vocado este escepticismo sobre la capacidad predictiva con la cual evaluar y analizar las tendencias de la conducta hum ana contemporánea. Con lo cual el auge de consignas utilitaris­ tas, pragmáticas, individualistas, elitistas e indeterministas acerca de la acción social ha retom ado con bríos los espacios de reñexión respectivos. Atribuyéndole a la posibilidad rela­ ciona.I entre conciencia-acción colectiva, presupuestos de dis­ continuidad históricos que releva, p o r lo tanto, la especifici­ dad objetiva de la acción en atención de procesos concretos y particulares. Con lo cual la idea de tendencialidad d e la acción colectiva es devaluada y sistemáticamente abandona­ da p o r considerarla un atributo de reduccionismos inconve­ nientes y en lo esencial, grotescos a fin de ser asumidos com o ejes tangibles explicativos de la pródiga diferenciación en las

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causas y m otivos interactuantes en la producción y reproduc­ ción de lo colectivo. En este sentido, la presente entrega de materiales se inserta, de manera directa, en la crítica a los diversos juicios a los sujetos y con ello, también, a los diferentes sentidos que alcanza la acción histórica en los distintos contextos de la acción social, política y cultural; reinterpretando sus tenden­ cias, así com o registrando las nuevas determinaciones que insinúan nuevos com ponentes de la acción social. Los diver­ sos trabajos, aquí reunidos, intentan reconocer, p o r un lado, las afinidades y especificidades de dicha subjetividad, y p o r otro, la persistencia estructural determ inante -ausente(s) en m uchos de los discursos sobre m ovim ientos sociales- con respecto a las desigualdades que perm anecen, que im ponen y redefm en ám bitos ala acción, al conflicto y al cambio social en nuestras sociedades respectivas. Los trabajos incluidos, que cubren una amplia gama de dinámicas sociales, estructurales y coyunturales así com o una gran diversidad de ám bitos sociales, proporcionan al lector un vasto horizonte de las posibilidades y consecuen­ cias d é la subjetividad clasista y no clasista en el terreno de la crisis y cambio sociales de las sociedades contemporáneas. Intentan proyectar la diversidad y desde ésta otorgar signifi­ cado tendencial a los parámetros con los cuales situar las condiciones que estructuran lo social y las conductas deriva­ das o generadas bajo tales dinámicas. Con esta idea central los compiladores revisaron la litera­ tura sobre el tema e identificaron autores que contaban con propuestas desde distintos enfoques analíticos. Se hizo con­ tacto con ellos exponiéndoles el proyecto de publicación, a lo cual accedieron enviándonos su trabajo. Los docum entos enviados p o r los diversos autores coincidieron en tratar los puntos más im portantes de la preocupación teórica y analíti­ ca actual sobre los m ovim ientos sociales, proporcionándole unidad y congruencia a la presente compilación.

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Bajo esta óptica, el trabajo de Im m anuel Wallerstein, “1968, revolución en el sistema-mundo: tesis e interro­ gantes”, recupera la com plejidad y signifícación m undial de los acontecimientos de 1968 y la escala de consecuencias históricas q ue de aquel hecho se desprenden. Sobresale, entre los legados políticos de este parteaguas, la necesi­ dad de reconocer la m ultiplicidad de subjetividades en la acción social antisistémica, con intereses que rebasan la úni­ ca y sola pretensión de alcanzar el p o d er político y/o de abrogarse la capacidad potencial, parcial e histórica, de arribar a ser antisistémicos en cuanto a fuerzas sociales glo­ bales. La argumentación que presenta Samir A m in , en “Las nuevas formas del m ovim iento social”, coincide -e n buena parte- con la posición del resto de autores de este libro, aun cuando el carácter de su reñexión presente el pesim ism o y las dudas sobre el m o m en to incierto característico de las “nuevas” formas de subjetividad de los m ovim ientos socia­ les h o y actuantes. A m in hace consideraciones sobre la incon­ m ensurable diversidad de este tipo de acción colectiva, de los objetivos, intereses y al parecer, diversidad organizacional no-centralizada para la acción, de manera principal, en la coyuntura, para concluir que las potencialidades y capacida­ des de estos m ovim ientos sociales son m u y limitadas, desde la perspectiva sistémica. Para el autor, la fase de “replantea­ m ien to ” d éla acción, en tanto m ovim ientos capaces d eg en e­ rar avances históricos sustantivos, consiste en la posibilidad de ofrecer una respuesta real “al desafío objetivo” a que están enfrentadas las fuerzas sociales y políticas, antiguas y nuevas, en Occidente, en el Tercer M undo y en las socieda­ des socialistas. Por supuesto, p ara Amin, las formas de orga­ nización guardan estrechos vínculos con las fases de “pros­ peridad” y de “crisis estructural”, en las cuales el perfil de la subjetividad y la organización de los sujetos adopta form as y contenidos m u y diferenciables.

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Quizás a las dudas y evaluaciones perspicaces de A m in se les puede, parcialmente, encontrar una respuesta tentativa, más global, en el texto que A n d ré G under Frank y Marta Fuentes nos enviaron: “D iez tesis acerca de los m ovim ientos sociales”. Allí, los autores sostienen una amplia discusión comparativa sobre los nuevos acentos y posibilidades de las fuerzas políticas, sociales y culturales que cristalizan com o m ovim ientos en el escenario m undial. Su preocupación es la de conectar las antiguas formas de lucha con los más recien­ tes procesos de m ovilización y conflictividad social. Resaltan, asimismo, las peculiaridades de “desligamiento” con que operan innum erables fuerzas sociales respecto de grandes estrategias de desarrollo o de utopías políticas en general y registran la vuelta a la individualidad y la formación de centralidad de acción con base en la protección de lo com unita­ rio, lo participativo y en los derechos tangibles de sectores específicos de la sociedad. Concluyen con una caracteriza­ ción d élo s sujetos com o cíclicos, transitorios, defensivos, frá­ giles y m utuam ente conflictivos, así com o en capacidad de generar lazos o redes más globales orientados hacia la trans­ formación estructural a través de una profundización de la democracia, desde y en la sociedad civil m isma, y con p ro ­ gresiva, autonom ía frente al Estado. De todo esto se produce una transformación social profunda que altera las subjetivi­ dades y hace m u ch o más compleja la identifícación de las determ inantes necesarias para captar la globalidad de los sujetos inscritos en las heterogéneas, pero no irreconocibles, luchas sociales. Com o ejem plo de una form a peculiar de constitución de fuerza social y política en las sociedades del capitalismo de bienestar, el trabajo de Johan Galtung, “El M ovim iento Verde: Una exploración sociohistórica”, pretende resaltar la historicidad global, a través del análisis de caso, de un m o vi­ m iento que sintetiza y es resum en de m uchos otros m o ­ vimientos. Galtung destaca la originalidad de este tipo de

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m ovim iento con respecto a las tradiciones liberal-conservadora capitalista y marxista-socialista. Para el autor, la visión de cambio d é lo s verdes se incorpora a la tradición anarquis­ ta, en su versión n o violenta. La visión verde acerca de la revolución, que no redúcela dinámica d é la m ism a a un fac­ tor único, reclama una aproximación a la sociedad real más global y m enos sujeta a férreos determinismos. El trabajo de Rafael Guido y Otto Fernández, “ El juicio al sujeto”, presenta una serie de comentarios críticos a las tendencias m ás im portantes en el análisis de la acción colec­ tiva en Am érica Latina. Enfatiza las limitaciones que estas propuestas contienen en el tratamiento d e temas como: La visión de totalidad en el anáfisis social, la relativización délas clases sociales y el conñicto, la reducción de la crisis a proce­ sos institucionales, transición, pactos políticos, etcétera. Los autores evalúan que el juicio m ontado a los sujetos, y en especial a los m ovim ientos sociales, presenta obvias restric­ ciones originadas en un cambio de paradigma q u e descono­ ce el papel, aún central, en la constitución de la subjetividad social d e las contradicciones sistémicas en las sociedades del capitalismo periférico. Finalmente, no pod em o s dejar de resaltar que los autores aquí incluidos presentan im portantes coincidencias, a la vez que matices y énfasis situados en un m ism o campo cultural. Preocupados, esencialmente, p o r identifícar la plausibilidad y centralidad de las nuevas formas de subjetividad en sus vínculos con el pasado, en sus trayectorias presentes y en las posibilidades que hacia el futuro es perm isible prever desde un sentido histórico amplio, contradictorio y sujeto a la acción hum ana deliberada. Sin contraer deudas o com pro­ m isos reduccionistas, que obviam ente distraigan energías y propósitos de esclarecimiento acerca de la conducta social, así com o de reconstruir interpretaciones que la propia expe­ riencia social descartó com o insufícientes y empobrecedoras para explicarnos la conducta de ¡os agentes y actores sociales.

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Pensamos q u e los distintos aportes reunidos, q u e defien­ den con pasión - y no sin cierta dosis sustantiva de crítica im prescindible- las tradiciones de pensam iento crítico en general, e intentan, crear el espacio para una reflexión m edia­ da p o r la decidida postura para afrontar, de manera directa, la discusión problem ática acerca de la acción colectiva. Las contradicciones que aquí se encuentren no serán, en esa m edida, fruto del azar o la incertidum bre, sino la deliberada y definida intención p o r resaltar ángulos que nos im pulsen a reconocer la com plejidad organizada p o r las propias direc­ trices de la intención y acción hum ana históricamente plas­ mada. [Ajusco, México, DF, diciem bre de 1989]

A puntes básicos para el sim posio “ 1968 C om o un evento global” , Brooklyn College, 20-21 de octubre de 1988. Traducción de R a f a e l G u i d o B é j a r .

Tesis 1: 1968 fue una revolución en y del sistem a-m undo La revolución de 1968 fue u n a revolución peculiar. Estuvo caracterizada p or manifestaciones, desórdenes y violencia en muchas partes del m undo durante un periodo de, al menos, tres años. Sus orígenes, consecuencias y lecciones no pueden ser analizadas correctam ente apelando a las circunstancias particulares de las expresiones locales de este fenóm eno glo­ bal, no obstante que m uchos de los factores locales condicio­ naron los detalles de las luchas sociales y políticas en cada localidad. 1968 como evento ha finalizado hace m ucho tiempo. Sin em bargo, fue uno de los grandes eventos constitutivos en la historia de nuestro m oderno sistem a-mundo, el tipo de eventos que llamam os parteaguas. Esto significa que las rea­ lidades ideológico-culturales del sistem a-m undo han sido, en form a definitiva, cam biadas por el evento, en sí mismo, la cristalización de ciertas tendencias estructurales de larga existencia en el funcionam iento del sistema. I . L O S ORÍGENES

Tesis 2: La protesta principal de 1968 fu e en contra de la hegem onía norteamericana

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en el sistem a-m undo (y en contra de la aquiescencia soviética a esa hegemonía) En 1968 el m undo estaba, todavía, en m edio de lo que se ha dado en llam ar en Francia: los “ treinta gloriosos años” el periodo de increíble expansión de la econom ía-m undo capi­ talista que siguió al fin de la Segunda G uerra Mundial. O m ejor dicho, 1968 siguió, en form a inm ediata, a la prim era evidencia significativa del com ienzo de una larga estagnación de la econom ía-m undo, esto es, las serias dificultades del dólar norteam ericano (dificultades que, desde entonces, no han cesado). El periodo 1945-1967 había sido de incuestionada hege­ m onía para los Estados Unidos en el sistem a-mundo, debido a la increíble superioridad de su eficiencia productiva en todos los campos, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Los Estados Unidos convirtieron esta ventaja económ ica en una dom inación cultural y política m undial al im pulsar cuatro im portantes iniciativas políticas en el periodo poste­ rior a 1945. Construyó a su alrededor u n “ sistema de alian­ zas” con E uropa occidental (y Japón) caracterizado por el liderazgo del “ m u n d o libre” e invirtió en la reconstrucción económ ica de estas áreas (el Plan Marshall, etcétera). Los Estados Unidos buscaban, de esta m anera, asegurar el papel de Europa occidental y de Japón com o sus principales con­ sum idores económ icos y garantizar su estabilidad política interna y su clientelismo político internacional. En segundo lugar, los Estados Unidos entraron en una relación estilizada de guerra fría con la Unión Soviética basa­ da en la reservación, para la URSS, de una pequeña pero im portante zona de dom inación política (Europa del este). El así llam ado acuerdo de Yalta perm itió a los dos países pre­ sentar su relación com o una confrontación ideológica ilimi­ tada, con la im portante estipulación de que en la línea Este-

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Oeste no ocurrieran cambios y no se dieran confrontaciones militares reales, especialm ente en Europa. En tercer lugar, los Estados Unidos buscaban alcanzar la descolonización gradual, relativamente incruenta, de Asia y África, bajo el supuesto de que ésta podía ser alcanzada por la vía del así llam ado liderazgo m oderado. Esto adquirió mayor urgencia ante la victoria del Partido Com unista en China, una victoria (adviértase) que se obtuvo a pesar de los consejos de la URSS. La m oderación se definió como la ausencia de nexos ideológicos significativos de este liderazgo con la URSS y el m undo com unista y, sobre todo, por la voluntad de los Estados descolonizados de participar en el marco existente de acuerdos económicos internacionales. Este proceso de descolonización bajo el control de los m ode­ rados tuvo la com plicidad del uso ocasional y juicioso de la fuerza militar lim itada de los Estados Unidos. En cuarto lugar, el liderazgo norteam ericano buscaba crear u n frente unitario nacional al m inim izar el conflicto de clase interno p o r m edio de concesiones económicas a la clase trabajadora sindicalizada, especializada, p o r un lado, y por m edio de la incorporación de los trabajadores norteam erica­ nos a la cruzada anticom unista m undial, p o r otro. También buscaba frenar los conflictos raciales potenciales elim inando la discrim inación abierta en la arena política (el fin de la segregación en las fuerzas armadas, la invalidación constitu­ cional de la segregación en todas las arenas, el decreto sobre los derechos al voto). Los Estados Unidos estim ularon a sus más im portantes aliados a trabajar de m odo paralelo por la maximización de la unidad interna. El resultado de todas estas iniciativas políticas, por parte de los Estados Unidos, fue un sistema de control hegemónico que funcionó bastante bien en la década de los cincuenta. Esto hizo posible la expansión continua de la economíam undo con beneficios significativos en el ingreso para los estratos “ m edios” en todo el m undo. H izo posible la cons­

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trucción de las redes de agencias internacionales de las Naciones Unidas que, en ese tiem po, reflejaron la voluntad política de los Estados Unidos y que garantizaban una are­ na política m undial relativam ente estable. Contribuyó a la “ descolonización” de extensas áreas de lo que se dio en llam ar el Tercer M undo con sorprendente rapidez. Y esto aseguró, en el Occidente, que la década de los cincuen­ ta fuera un periodo, en general, de relativa quietud polí­ tica. Sin em bargo, para la década de los sesenta, esta pauta de hegem onía exitosa ya había com enzado a arder, en gran par­ te por su m ism o éxito. La reconstrucción económ ica de los fuertes aliados de Estados Unidos fue tan vasta que com en­ zaron a reafirm ar cierta autonom ía económ ica (e incluso política). Este fue uno, aunque no el único, de los significa­ dos del gaullismo, por ejemplo. La m uerte de Stalin marcó el final de un bloque soviético “ m onolítico” . A esto siguió, como sabemos, un proceso (aún en marcha) de desestalinización y de desatelización, los dos puntos cruciales más im por­ tantes que estaban en el reporte de Kruschev al XX Congreso del Partido Com unista de la URSS y en el conflicto sinosoviético de 1960. La fluidez de la descolonización del Ter­ cer M undo fue alterada por dos largas y sangrientas guerras and-coloniales en Argelia y en Vietnam (a las cuales debe ser asociada la larga lucha de Cuba). Finalmente, la concesión política en la década de los cincuenta a los “ grupos m inorita­ rios” en los Estados Unidos (y en todas partes del m undo occidental) acentuó las expectativas que, en realidad, no esta­ ban siendo atendidas, ni en la arena económica ni en la polí­ tica y, así, en la práctica real, estimuló más que constriñó a la movilización política. La década de los sesenta com enzó con el tándem de Ken­ nedy y Kruschev, quienes, en efecto, prom etían m ejorar la situación. Entre otros, tuvieron éxito en quitar los pesados frenos ideológicos que habían sido tan exitosos en sujetar al

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m undo en la década de los cincuenta, sin realizar, no obstan­ te, ninguna reform a fundam ental de los sistemas existentes. Cuando ellos fueron removidos del poder y reem plazados por el tándem Johnson-Brezhnev, las esperanzas en los co­ mienzos de los sesenta desaparecieron. No obstante, las re­ novadas presiones ideológicas que estos poderes intentaron reaplicar ahora estaban siendo ejercidas ante una opinión pública más desengañada. Éste era el polvorín prerrevolucionario en el cual la oposición a la hegem onía norteam eri­ cana, en todas sus múltiples expresiones, explotaría en 1968 -e n los Estados Unidos, en Francia, en Checoeslovaquia, en México y otros lugares. Tesis 3: La protesta secundaria, pero al fínal m ás apasionada de 1968 fue en contra de los m ovim ientos antisistémicos de la “vieja izquierda” El siglo diecinueve presenció el nacimiento de las dos más im portantes variedades de los movimientos sistémicos: los movimientos sociales y los nacionales. El prim ero enfatizó la opresión del proletariado p o r parte de la burguesía; el segun­ do, la opresión de los pueblos (y “ m inorías” ) sometidos por parte de los grupos dom inantes. Ambos tipos de movimien­ tos buscaron alcanzar, en un sentido am plio, la “ igualdad” . De hecho, am bos tipos de movimientos utilizaron los tres térm inos de la consigna revolucionaria francesa de “libertad, igualdad y fraternidad” , virtualm ente intercambiables. Los dos tipos de movimientos tom aron una forma orga­ nizativa concreta en un país tras otro, y en definitiva, casi en todas partes, en la segunda m itad del siglo diecinueve y en la prim era del veinte. Los dos tipos de movimientos enfatiza­ ron la im portancia de obtener el poder estatal como un logro interm edio indispensable en la ru ta hacia sus objetivos últi­ mos. El m ovim iento social, no obstante, tuvo una im portan­

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te escisión m undial a comienzos del siglo veinte con respecto a la vía de la tom a del poder estatal (el parlam entarism o ver­ sus las estrategias insurreccionales). Para 1945 existían tres claras y diferentes redes de dichos movimientos en la escena m undial: los partidos com unis­ tas de la Tercera Internacional; los partidos social-demócratas de la Segunda Internacional; los diversos movimientos nacionalistas (o de liberación nacional). El periodo 19451968 fue de logros políticos notables para estas tres redes de movimientos. Los partidos de la Tercera Internacional llega­ ron al poder, por uno u otro medio, en u n a serie de países más o m enos contiguos a la URSS (Europa oriental, China, Corea del Norte). Los partidos de la Segunda Internacional llegaron al poder (o al m enos lograron el droic de cité, esto es el derecho de alternancia} en el m undo occidental (Europa occidental, Norteam érica, Australia). Los movimientos de liberación nacional arribaron al poder en la mayoría de áreas anteriorm ente colonizadas en Asia, en el medio este, en Áfri­ ca, el Caribe y, en formas un poco diferentes, en América Latina, largam ente independiente. El punto im portante para el análisis de la revolución de 1968 es el que los nuevos movimientos que em ergieron entonces fueron dirigidos por gente joven que habían cre­ cido en un m u n d o donde los movimientos antisistémicos tradicionales de sus respectivos países no estuvieron en las primeras fases de la movilización, pero que ya habían alcan­ zado la m eta interm edia del poder estatal. Así, estos “viejos” movimientos podrían ser juzgados no solamente por sus promesas sino tam bién por sus prácticas u n a vez en el poder. Éstos fueron así juzgados y fueron encontrados deficientes en u n grado considerable. Fueron encontrados deficientes por dos principales ra­ bones. Primero, p o r su falta de eficacia para com batir al sis­ tem a-m undo capitalista existente y a su actual encarnación institucional, la hegem onía norteam ericana. En segundo lu­

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gar, ellos fueron encontrados deficientes en la calidad de vida que habían creado en las estructuras estatales “ interm e­ dias” que presum iblem ente controlaban. Así es que, en las palabras de u n aforismo famoso de 1968, no fueron ya consi­ derados más com o “ parte de la solución” . En vez de eso, se habían convertido en “ parte del problem a” . La ira de los SDS norteam ericanos en contra de los “libe­ rales” , la de los soixante-huitards en contra del PCF (para no hablar de los socialistas), la de los SDS alemanes en contra del SPD fue de lo más apasionada debido al sentido de trai­ ción fundam ental. Ésta fue la implicación real de ese otro aforismo de 1968: “ N unca confíes en alguien mayor de 30 años.” fue m enos generacional en el nivel de los individuos que generacional en el nivel de las organizaciones antisistémicas. No fue accidental el que la principal revuelta en el bloqueo socialista tuviera lugar en Checoeslovaquia, u n país con u n a tradición particularm ente larga y fuerte en la Terce­ ra Internacional. Los líderes de la Primavera de Praga lucha­ ban en nom bre del “ com unism o hum anista” , esto es, en contra de la traición que representó el estalinismo. Tampoco fue accidental que la principal revuelta en el Tercer M undo ocurriera en México, el país que tenía el más antiguo movi­ m iento de liberación nacional en el poder, de m anera conti­ nua, o que, de m anera particular, im portantes revueltas ocu­ rrieran en Dakar y Calcuta, dos ciudades con tradiciones nacionalistas m uy antiguas. La revolución de 1968 no fue la única que atacó, aunque sólo fuese de m anera secundaria, a las “viejas izquierdas” en el m undo entero, tam bién estas “viejas izquierdas” , por lo que sabemos, respondieron con la mism a m oneda. Las “vie­ jas izquierdas” quedaron, en prim er lugar, asom bradas de encontrarse a sí mismas bajo el ataque desde la izquierda (¿quién de nosotros, quién nene tales impecables credencia­ les?), y luego, profundam ente enfurecidas ante el aventurerismo que las “ nuevas izquierdas” representaban ante sus

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ojos. En tanto las “ viejas izquierdas respondieron con cre­ ciente im paciencia y hostilidad al “ anarquism o” expansivo de las “ nuevas izquierdas” , éstas últimas com enzaron a po­ ner u n énfasis cada vez mayor en la centralidad ideológica de su lucha en contra de las “viejas izquierdas” . Ésta tom ó la form a de m uldvariados “ m aoísm os” que se desarrollaron a com ienzos de la década de los setenta en todas partes del m undo, incluyendo, claro esta, a la mism a China. Tesis 4: La contra-cultura fue parte de la euforia revolucionaria, pero políticam ente no fu e central a 1968 Lo que dimos en llam ar “ contra-cultura” a finales de los sesenta fue un com ponente m uy visible de los diversos movi­ m ientos que participaron en la revolución de 1968. En form a general, por u n a conducta de contra-cultura en la vida diaria (la sexualidad, las drogas, la moda) y en la de las artes que­ remos decir que es no convencional, no “burguesa” y dionisíaca. H ubo una enorm e escalada cuantitativa de dicha conducta asociada directam ente con el activismo en el “m ovim iento” . El festival W oodstock en los Estados Unidos representó un tipo de cúspide simbólica de tal contra-cultura relacionada con el movimiento. Pero, claro, la contra-cultura no era, de m odo particular, un nuevo fenóm eno. H abla existido durante dos siglos una “bohem ia” asociada con la juventud y las artes. El relaja­ m iento de las costum bres sexuales puritanas ha sido un des­ arrollo lineal estable en todo el m undo del siglo veinte. Más aún, las “ revoluciones” habían ofrecido previamente la oca­ sión de u na afirmación de la contra-cultura. Aquí, no obstan­ te, los dos m odelos de las revoluciones previas deben de ser tom adas en cuenta. Si en estas revoluciones, que habían sido planeadas, organizadas y realizadas en prolongadas luchas militares, el puritanism o revolucionario, por lo com ún, se

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transform ó en u n elemento im portante de disciplina (ver la historia del Partido Com unista Chino). Sin em bargo, en d o n ­ de las circunstancias revolucionarias incluían u n a gran canti­ dad de actividades espontáneas (como fue el caso de la Re­ volución rusa de 1917 o el triunfo de Castro en Cuba), la espontaneidad significó un quiebre en los constreñimientos sociales y, por lo tanto, se asociaba, al m enos en la fase ini­ cial, con la contra-cultura (por ejemplo: “ el am or libre” en la Rusia pos-1917). La revolución de 1968 tuvo, por supuesto y de form a particular, un fuerte com ponente de espontanei­ dad y de esta m anera, com o dice la tesis, la contra-cultura se convirtió en parte de la euforia revolucionaria. No obstante, como todos hem os aprendido en la década de los setenta, es m uy fácil disociar la contra-cultura de la actividad política (revolucionaria). En efecto, es fácil tornar las tendencias contra-culturales en estilos de vida orienta­ dos, m uy redituables, hacia el consum o (la transición de los yippies en yuppies). Por tanto, mientras que la contra-cultura de la nueva izquierda era lo sobresaliente en la mayoría de estas fuerzas, com o lo veían sus enemigos, en últim a instan­ cia era un elem ento m enor en el cuadro. Puede ser que u n a de las consecuencias de 1968 fuera que los estilos de vida dionisíacos se difundieran con mayor am plitud, pero no es uno de sus legados. Es a los legados políticos a los que debe­ mos volver ahora. II.

L O S LEGADOS

Los legados de los eventos parteaguas son siem pre fenóm e­ nos complejos. Por un lado, ellos son siem pre ambiguos. Por otro, son siem pre el objeto de una lucha por parte de diver­ sos herederos que reclaman la herencia, esto es, la legitimi­ dad de una tradición. Por favor nótese que ya existe una tra­ dición del 68. Las tradiciones son creadas con rapidez y la “ tradición” de la revolución de 1968 estaba ya funcionando

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a comienzos de la década de los setenta. Y en 1988 hay muchas celebraciones, tam bién, m uchos libros y muchos in­ tentos de recuperación, esto no debe sorprendernos ni des­ anim arnos. Los eventos histórico-m undo tienen vida propia y resisten cualquier tipo de captura simple. 1968 no es dife­ rente. Habiéndoles, así, prevenido de mí mismo, quiero, a pesar de eso, presentarles lo que pienso son los dos principa­ les legados de 1968. Tesis 5: Los m ovim ientos revolucionarios que representan a los estratos “minoritarios” o som etidos ya no necesitan, y ya no ¡o hacen más, tom ar un lugar secundario en los m ovim ientos revolucionarios q ue representan presum ibles grupos “mayoritarios” 1968 fue la tum ba ideológica del concepto de “ papel dirigen­ te” del proletariado industrial. Este papel dirigente había sido desafiado desde hace m ucho tiem po, pero nunca antes tan masiva y tan eficazmente. Para 1968, este papel estaba siendo desafiado con el argum ento de que el proletariado industrial fue, y de m anera estructural siem pre lo había sido, sólo uno entre otros com ponentes de las clases trabajadoras del m undo. La postura histórica asum ida por las dos variedades de m ovimientos de la “vieja izquierda” (la socialista y la nacio­ nalista) fue que ellas representaban los intereses de los “ prin­ cipales” oprim idos -fueran éstos la “ clase trabajadora” de un país dado o la “ nación” cuya expresión nacional no estu­ viera consum ada. El punto de vista de estos movimientos fue el que las dem andas de los “ otros” grupos que se m iraban a sí mismos como tratados en form a desigual -las nacionalida­ des no-consum adas para los movimientos socialistas, la clase

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trabajadora para los m ovimientos nacionalistas, la m ujer para los dos tipos de movimientos y cualquier otro grupo que pudiera reclam ar por la opresión política y social- fue­ ron en el m ejor de los casos secundarias y, en el peor, de diversión. Los grupos de la “ vieja izquierda” tendían a razo­ nar que la tom a del poder debía ser el objetivo prim ario y la búsqueda prioritaria, después de lo cual (argumentaban) las opresiones secundarias desaparecían por sí solas o, al menos, podrían ser resueltas con las acciones políticas apropiadas en la era “ posrevolucionaria” . Es innecesario decir que no todos estuvieron de acuerdo con tal razonam iento. Y los movimientos socialistas y nacio­ nalistas con frecuencia pelearon fieramente entre sí, precisa­ m ente por el tem a de la prioridad de la lucha. Pero ninguno de los movimientos de la “vieja izquierda” cedió nunca terreno teorético con relación al tem a de las prioridades estratégicas en la lucha p o r la igualdad, aunque muchos movimientos individuales hicieron concesiones tácticas y temporales sobre tales temas con el interés de crear y/o refor­ zar alianzas políticas determ inadas. Mientras los movimientos de la “vieja izquierda” estaban en sus fases prerrevolucionarias, de movilización, el argu­ m ento sobre lo que sucedería o no, después de alcanzar el poder estatal perm aneció hipotético. Pero una vez que ellos obtuvieron el poder estatal, las consecuencias prácticas po­ drían ser evaluadas sobre la base de algunas evidencias. Para 1968, muchas de estas valoraciones ya se habían hecho y los oponentes a las “ otras” múltiples desigualdades argum enta­ rían, con alguna plausibilidad, que la obtención del poder po r parte de los grupos de la “vieja izquierda” , de hecho, no han term inado con esas “ otras” desigualdades, o al menos no han cam biado lo suficiente las múltiples jerarquías grupales que existían previamente. Al mism o tiem po, un siglo de luchas había com enzado a aclarar dos realidades sociológicas que habían estado presen­

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tes en este debate. La prim era era que, de m anera diferente a la teorización previa, la tendencia del desarrollo capitalista no era tansform ar a la mayoría de los estratos laborales del m undo en trabajadores de fábrica, asalariados, urbanos, masculinos, adultos, el tipo ideal del “ proletariado” como se concebía en form a tradicional. La realidad del capitalismo en lo ocupacional era m ucho más com pleja que eso. Este tipo ideal de “ proletariado” había representado u n a m inoría en los estratos laborales del m undo en 1850, claro está. Pero se pensaba, entonces, que esto era m eram ente transitorio. No obstante, estos “ proletarios” tipo ideal siguieron siendo una m inoría en 1950. Y es ahora claro que este particular perfil ocupacional probablem ente perm anecerá como una m inoría en el 2050. Así, organizar un movimiento alrededor de este grupo era dar prioridad -u n a prioridad perm anente e ilegítima- a los reclamos de u n a variedad sobre otras variedades de los estratos laborales del m undo. En form a análoga, había quedado claro que las “ naciona­ lidades” no eran algo que pudieran ser, de alguna manera, delineadas en form a objetiva. Las nacionalidades eran, más bien, el producto de un proceso com plejo de creación social en m archa, que com binaba los logros de conciencia (para sí y páralos otros) y las clasificaciones socio-jurídicas. Se conclu­ yó que cada nación tuvo y tendría subnaciones en lo que ame­ nazaba ser u na cascada interm inable. Se concluyó que cada transform ación de alguna “ m inoría” en “ mayoría” creaba nuevas “ m inorías” . No habría final para este proceso y de esta m anera, tam poco resoluciones “ automáticas” de los problem as po r la tom a del poder estatal. Si el “ proletariado” y las “ naciones oprim idas” no esta­ ban destinadas a transform arse en mayorías impugnables, aunque perm anecerían para siem pre como un tipo de “ m i­ noría” ju n to a otros tipos de “ m inorías” , su dem anda de prioridad estratégica en la lucha antisistémica estaría, por

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consiguiente, gravem ente debilitada. 1968 completó, preci sámente, este deterioro. O más bien, la revolución de 1968 cristalizó el reconocim iento de esta realidad en la acción política m undial de los movimientos antisistémicos. Después de 1968, ninguno de los “ otros” grupos en lucha -n i las mujeres, ni las “ m inorías” raciales, ni las “ m inorías” sexuales, ni los minusválidos, ni los “ ecologis­ tas” (aquellos que rehusaron aceptar, incuestionablemente, los imperativos de la producción global increm entada)aceptaría la legitimidad de “ esperar” por otra revolución. Y desde 1968, los movimientos de la “vieja izquierda” se han visto, de m anera creciente, en aprietos para hacer, y natural­ m ente han dudado en continuar haciendo, peticiones para “ posponer” dem andas hasta alguna época presuntam ente posrevolucionaria. Es bastante fácil verificar este cambio en el am biente. Un simple análisis cuantitativo del contenido de la prensa de izquierda en el m undo, al com parar digamos 1985 y 1955 indicaría un aum ento dramático del espacio asignado a estos “ otros” intereses que una vez había consi­ derado “ secundarios” . Por supuesto que hay más. El mism o lenguaje de nues­ tros análisis ha cam biado; de m anera consciente y explícita ha sido cam biado. Nos preocupam os por el racismo y el sexismo, incluso en arenas que u n a vez se pensaron “ inofen­ sivas” (los apodos, el hum or, etcétera). Y, tam bién, la estruc­ tura de nuestra vida organizacional ha cam biado. Mientras que antes de 1968 se consideraba, en form a general, como un desiderátum el unificar todos los movimientos antisisté­ micos en uno solo, al m enos en un solo movimiento en cada país, esta form a de unidad no es ya más un desiderátum incuestionado. Una m ultiplicidad de organizaciones, cada una representando un grupo diferente o una diferente tonali­ dad, incorporado de m anera am plia en algún tipo de alian­ za, son ahora vistas, al m enos por la mayoría, como algo bueno en sí mism o. Lo que fue un pis aller es ahora procla­

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m ado como u n a “ coalición de arcoiris” (una acuñación nor­ team ericana que se ha difundido). El triunfo de la revolución de 1968 ha sido un triple triunfo en térm inos del racismo, del sexismo y de otros males análogos. Un resultado es que las situaciones legales (las políticas estatales) han cam biado. Un segundo resultado es que las situaciones dentro de los movimientos antisistémicos han cam biado. Un tercer resultado es que las m entalida­ des han cam biado. No es necesario ser Polyannish sobre esto. Los grupos que fueron oprim idos pueden quejarse, todavía, con gran legitimidad, de que los cambios que han ocurrido son inadecuados, que las realidades del sexismo y el racismo y otras formas de desigualdad opresiva perm ane­ cen, con m ucho, entre nosotros. Además, no hay lugar para dudar que ha habido blacklash en todas las arenas, en todos estos problem as. Pero, tam bién, sería sin sentido no recono­ cer que la revolución de 1968 marcó, para todas estas des­ igualdades, un punto de inflexión histórico. Incluso si los Estados (o algunos de ellos) retrocedieran ra­ dicalmente, los movimientos antisistémicos nunca serían ca­ paces de hacerlo (y, si lo hacen, ellos perderían de esta m anera su legitimidad). Esto no significa que ya no haya debate so­ bre las prioridades entre los movimientos antisistémicos. Sig­ nifica que se ha transform ado en un debate sobre la estrate­ gia fundam ental y que los movimientos (o las tendencias) de la “vieja izquierda” ya no rehúsan entrar en tales debates. Tesis 6: El debate sobre la estrategia fundam ental de la transformación social se ha reabierto entre los m ovim ientos antisistémicos y será el debate político principal de los próxim os veinte años En la actualidad existen, en un sentido amplio, seis varieda­ des de movimientos sistémicos: a) En los países occidenta­

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les, existen los movimientos de la “vieja izquierda” en la for­ m a de sindicatos y segmentos de los partidos de izquierda tradicional -partidos laborales y socialdemócratas, a los cua­ les podríam os añadir los partidos comunistas, a pesar de que, excepto en Italia, éstos sean débiles y aún más en su cre­ cimiento; b) En los mismos países de Occidente, existe una gran variedad de movimientos sociales nuevos -d e mujeres, los “verdes” , etcétera-; c) En el bloque socialista, existen los partidos com unistas tradicionales en el poder, entre los cua­ les jam ás se ha extinguido el flujo de un persistente virus antisistémico que, de tiem po en tiem po, resurge con renova­ da (y febril) actividad. El fenóm eno Gorbachov, en cuanto apela al “ leninism o” en contra del “ estalinismo” , puede ser tom ado com o u na evidencia de esto; d) En este mismo blo­ que socialista, está em ergiendo u n a red de organizaciones extrapartido, bastante dispar en su naturaleza, y que parece estar tom ando un tinte, en forma creciente, muy parecido a los nuevos movimientos sociales de Occidente. Tienen, no obstante, la característica distintiva del énfasis sobre los temas de los derechos humanos y lo antiburocrático; e) En el Tercer M undo hay segmentos de aquellos tradicionales movi­ mientos de liberación nacional todavía en el poder (como p or ejem plo en Argelia, Nicaragua o M ozambique) o los herederos de tales movimientos ya no más en el poder (aun­ que “ legados” com o el “ nasserismo” en el m undo árabe tiendan a perderse). Por supuesto, en países con revoluciones en m archa (tales com o Sudáfrica o El Salvador) los movi­ m ientos, necesariam ente todavía en una fase movilizante de la lucha, tienen la fuerza y las características de sus predece­ sores en otros Estados, cuando éstos se hallaban en esta fase; f) y finalmente, en estos mismos países del Tercer M undo, existen nuevos movimientos que rechazan algunos de los temas “ universalistas” de los movimientos previos (vistos como temas de Occidente y propugnan por formas de pro­ testa “ locales” , con frecuencia con revestimiento religioso.

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Parece claro que las seis variedades de movimientos se apartan de la uniform idad antisistémica. Pero las seis tienen cierta herencia antisistémica significativa, cierta resonancia antisistémica que continúa y un cierto potencial antisistémi­ co. Por otra parte, claro está, las seis variedades de movi­ m ientos no están enteram ente limitados geográficamente a las diversas zonas, como he indicado. Pueden encontrarse algunas trans-zonas difusas, pero la separación geográfica de variedades parece ser cierta, hablando en form a amplia, por el m om ento. Pueden hacerse, creo, tres observaciones principales sobre la relación entre estas seis variedades de movimientos (potencial, parcial e históricamente) antisistémicos. En pri­ m er lugar, en el m om ento de la revolución de 1968, las seis variedades tendían a ser bastante hostiles entre sí. Esto era particularm ente cierto en la relación de la “vieja” con la “ nueva” variedad en cada zona, como ya lo hem os dicho. Pero tam bién fue cierto, en form a general, de una m anera más amplia. Esto es, cada una de estas variedades tendían a ser críticas, incluso hostiles, hacia las otras cinco variedades. Esta m últiple y m u tu a hostilidad ha tendido a dism inuir grandem ente en las siguientes dos décadas. Ahora, uno p u e­ de hablar de que las seis variedades de los movimientos m uestran u na vacilante (y aún sospechosa) tolerancia entre ellas y están, por supuesto, lejos de ser políticamente aliadas entre sí. En segundo lugar, las seis variedades de movimientos han com enzado, de m anera tentativa, a debatir entre ellas sobre la estrategia de la transformación social. Un tem a p rin ­ cipal es, po r supuesto, la conveniencia de buscar el poder estatal, el tema que ha dividido fundam entalm ente las tres “viejas” de las tres “ nuevas” tendencias de los movimientos. Otro, y derivado tema, se refiere a la estructura de la vida organizativa. Estos son, con seguridad, temas que habían sido am pliam ente debatidos en el periodo 1850-1880 y, en

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ese tiempo, más o m enos resueltos. H an sido ahora reabier­ tos y están de nuevo siendo discutidos a la luz de la experien­ cia “ realm ente existente” del poder estatal. En tercer lugar, si el debate sobre la estrategia global será resuelto y cuándo lo será; incluso si la resolución tom a la for­ ma de mezclar las seis variedades de movimientos en u n a gran familia m undial, no puede concluirse que habrá una es­ trategia antisistémica unificada. Se ha dado el caso durante m ucho tiem po, y continuará dándose por m ucho más tiem ­ po, que estos movimientos han sido penetrados muy fuerte­ mente por personas, grupos y estratos cuya esperanza esen­ cial no es alcanzar un m undo igualitario, democrático, sino el m antenim iento de un m undo diferente en estructuras a nuestra econom ía-m undo capitalista (en la actualidad en u n a larga crisis estructural). Es decir, al final del debate entre los movimientos podrem os, probablem ente, ver u n a lucha al interior de la posible familia única de los movimientos entre los que proponen u n m undo igualitario y democrático y sus oponentes. III.

L as

l e c c io n e s

¿Q ué lecciones recuperaríam os de la revolución de 1968 y de sus consecuencias? ¿Q ué lecciones, en efecto, podríam os re­ cuperar de más de un siglo de actividad antisistémica organi­ zada en el m undo entero? Creo que aquí el form ato de tesis no es adecuado. Prefiero presentar los temas en form a de interrogantes. Estas son interrogantes, añadiría de m anera rápida, que no pueden ser contestadas en la privacía de la discusión intelectual o de m odo coloquial. Son interrogantes que sólo pueden ser contestadas totalm ente p o r m edio de la praxis de los múltiples movimientos. Pero esta praxis inclu­ ye, por supuesto, com o parte de ella misma, los análisis y debates en público y privado, especialmente aquellos que se realizan en un contexto de com prom iso político.

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micos? ¿En qué sentido el logro de mayor poder económico, o m ayor poder cultural o mayor p oder sobre sí mismo, de hecho, contribuye a la transform ación fundam ental del sistem a-m undo? Nos encontram os aquí ante una pregunta que ha acosado a los movimientos antisistémicos desde sus inicios. ¿Es la transform ación fundam ental la consecuencia de u n a acre­ cencia de m ejoram ientos que, poco a poco en el tiempo, crean cambios irreversibles? ¿O son tales logros en constan­ te increm ento, en gran parte, una autodecepción que, de hecho, desmovilizan y, por esto, preservan la realidad de las desigualdades existentes? Éste es, por supuesto, el debate “ reforma-revolución de nuevo” , que es m ucho m ayor que la versión reducida de este debate simbolizado p o r Eduardo Bernstein versus Lenin. Es decir, ¿Hay u n a estrategia significativa que pueda ser construida y que involucre la abigarrada búsqueda de m últi­ ples formas de poder? Esto es lo que sugieren, al menos implícitam ente, m uchos de los argum entos de los nuevos m ovimientos sociales que em ergieron en la vigilia de 1968. Interrogante 3: ¿Pueden los m ovim ientos antisistémicos tom ar la form a de organizaciones? La creación de organizaciones burocratizadas com o el ins­ trum ento de la transformación social fue la gran invención sociológica de la vida política del siglo diecinueve. H ubo m ucho debate acerca de si tales organizaciones debían de ser de masas o de cuadros, legales o clandestinas, centradas en un solo tem a o en varios, si ellas debían dem andar un com­ prom iso lim itado o total de sus m iem bros. Pero p o r cerca de un siglo ha habido poca duda de que las organizaciones, de cualquier tipo, fueran indispensables. El hecho de que Michels dem ostrara hace m ucho tiempo que estas organizaciones adquirieron vida propia, lo cual

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interfirió bastante directam ente con su ostensible raisons d ’étre, no parece desanim ar m ucho al entusiasmo de crear, todavía, muchas más organizaciones. Incluso los m ovim ien­ tos espontáneos de 1968 se transform aron en muchas de estas organizaciones. No hay d u d a que hubo consecuencias que no fueron m uy cómodas para muchos de la generación pos-1968, como puede ser visto en los amargos debates entre los Fundís y los Realos en el movimiento verde de Alemania. La tensión entre la eficacia que representan las organiza­ ciones y los peligros políticos e ideológicos que a su vez encarnan es quizás irresoluble. Podría ser, algo con lo que, sim plem ente, debem os de vivir. Me parece, no obstante, que ésta es la cuestión que tiene que ser tratada y debatida de m anera total y directa, al m enos si no querem os vernos arrastrados hacia dos facciones sin sentido: los “ sectarios” y los “ retirados” . El núm ero de individuos en el m undo ente­ ro que son “ ex activistas” y quienes, en la actualidad, son “no-afiliados” que quieren de alguna m anera estar activos en la política, creo, han crecido de u n a m anera m uy rápida poco después de la decepción de 1968. Creo que no hay que considerar esto como la “ despolitización” de los desilusiona­ dos, aunque exista algo de esto. Más que eso, es el tem or a que la actividad organizacional es sólo aparentem ente eficaz. ¿Pero si esto es así, existe algo que p u e d a ‘reem plazarla? Interrogante 4: ¿Existen bases políticas sobre las cuales los m ovim ientos antisistémicos del Oeste y del Este, del N orte (del Oeste y del Este) y del Sur, puedan en realidad unirse? El hecho de que hayan seis variedades de movimientos sistémicos, una variedad “vieja” y u n a “ nueva” en cada una de las tres diferentes zonas, no me parece accidental. Refleja un a diferencia de realidades políticas en las tres zonas. ¿Exis­ ten ciertos intereses políticos unificadores que pudieran ori­

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ginar u n a estrategia m undial com ún? ¿Existe alguna eviden­ cia que, aunque esto no hubiese sido cierto para el periodo que siguió a 1945, com ienza a ser verdad en los ochenta y pudiera ser m ucho más cierto para el siglo xxi? Aquí necesitamos más que buenos y piadosos pensa­ mientos. Nunca ha existido, hasta ahora, u n a solidaridad internacional (esto es, interzonal) con alguna significación. Y este hecho ha dado origen a m ucha amargura. Tres cosas me parecen im portantes: Primera, el interés cotidiano inm ediato de la población de las tres zonas es en la actualidad, de m odo sorprendente, distinto. Los movimientos que existen en estas tres zonas reflejan sus diferencias. En segundo lugar, m uchos de los objetivos de corto plazo de los movimientos en las tres zonas, si fueran logrados, tendrían el efecto de m ejorar la situación para algunos pueblos en esa zona, a expensas de otros pueblos en otras zonas. En tercer lugar, ninguna transform ación conveniente de la econom ía-m undo capitalista es posible en ausencia de la cooperación política transzonal de los movimientos antisistémicos. Interrogante 5: ¿Qué significa, realmente, la consigna “libertad, igualdad y fraternidad”? La consigna de la Revolución francesa es lo suficientemente familiar para todos nosotros. Parece hacer referencia a tres diferentes fenóm enos, localizados cada uno en los tres cam­ pos en los cuales estamos acostum brados a dividir nuestro análisis social: La libertad en la arena política, la igualdad en la arena económ ica y la fraternidad en la arena sociocultural. Y nos hem os acostum brado, tam bién, a discutir su im por­ tancia relativa, en form a m uy particular entre la libertad y la igualdad. La antinom ia de libertad e igualdad me parece absurda. No creo com prender cómo uno puede ser “ libre” si existe la desigualdad, ya que aquellos que tienen más siem pre tienen

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opciones que no están disponibles para aquellos que tie­ nen m enos y, por consiguiente, los últim os son m enos libres. Y, en form a similar, en realidad no com prendo cómo puede haber igualdad sin libertad ya que, en ausencia de la libertad, algunos tienen m ayor poder político que otros y de aquí pue­ de concluirse que hay desigualdad. No estoy sugiriendo un juego verbal aquí, pero sí u n rehazo a la distinción. La liber­ tad-desigualdad es un concepto único. ¿Puede entonces la fraternidad ser “ plegada a” este con­ cepto único de libertad-igualdad? Pienso que no. Digo, pri­ mero, que la fraternidad, dada nuestra reciente conciencia sobre el lenguaje sexista, debía ser, ahora suprim ida como térm ino. Q uizá podríam os hablar de cam aradería. Esto nos lleva, no obstante, al corazón de los temas levantados por el sexismo y el racismo. ¿Cuál es su contrario? Por un largo tiem po las izquierdas del m undo predicaban u n a u otra for­ m a de universalismo, esto es, la “ integración” total. La con­ ciencia de la revolución de 1968 ha llevado al reconocim ien­ to, po r parte de aquellos que más directam ente sufrieron por el racismo y el sexismo, del valor político, cultural y psicoló­ gico que tiene el construir sus propias, estructuras organizacionales y culturales. A nivel m undial, algunas veces, esto es llam ado el “ proyecto civilizatorio” . Es corriente reconocer que las tensiones entre el univer­ salismo y el particularism o son el producto de la economíam undo capitalista y que son imposibles de resolver en este m arco. Pero esto nos proporciona una guía insuficiente para las futuras metas o para las tácticas actuales. Me parece que los movimientos después de 1968 han m anejado este tem a de u n a m anera m uy fácil, oscilando hacia atrás y hacia ade­ lante en sus énfasis. Esto deja intacto el tema como una con­ fusión y u n a irritación perm anentes. Si pensamos en una estrategia de transform ación, ésta tendría que incluir, justa­ m ente, u n a clara perspectiva sobre cómo reconciliar la ten­ dencia hacia la hom ogeneidad (implicada en el mism o con­

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cepto de una estrategia transzonal) y la tendencia hacia la heterogeneidad (implicada en el concepto de libertadigualdad). Interrogante 6: ¿Existe una vía significativa a través de la cual podam os llegar a la abundancia (o al m enos tener lo suficiente) sin el productivism o? La búsqueda por conquistar la naturaleza y el énfasis moral Saint-Simoniano sobre el trabajo productivo han sido, du­ rante m ucho tiempo, pilares ideológicos no sólo de la eco­ nom ía-m undo capitalista sino, también, de sus movimientos antisistémicos. Por supuesto que muchos de ellos se han preo­ cupado por el excesivo crecimiento, por el desperdicio y el agotamiento de los recursos. Pero, lo mismo que con otros rechazos de los valores dom inantes, ¿hasta dónde podem os y debem os perfilar las implicaciones de las críticas? U na vez más, es fácil decir que el trabajo “versus la ecolo­ gía” es u n dilem a producido por el sistema actual y que es inherente a él. Pero una vez más, esto nos dice m uy poco acerca de los objetivos de largo plazo o de las tácticas de cor­ to plazo. Y, u n a vez más, éste es un tema que ha dividido enorm em ente a los movimientos antisistémicos en el interior de las zonas e, incluso, m ucho más entre las zonas. IV.

C

o n c l u s ió n

Uno de los principales reclamos implícitos de la revolución de 1968 fue que el enorm e esfuerzo social de los m ovi­ mientos antisistémicos en los cien años posteriores haya logrado tan pocos beneficios globales. En efecto, los revolu­ cionarios decían que no somos m uy diferentes de lo que nuestros abuelos eran en los térm inos de transformación del m undo.

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La crítica fue durísim a, sin duda muy saludable, pero también injusta. Las condiciones de la revolución sistémicam undo de 1968 fueron diferentes de aquéllas de la revolu­ ción sistém ica-m undo de 1848. Es muy difícil ver, en form a retrospectiva, cóm o los movimientos antisistémicos, entre 1848 y 1968, podrían haber actuado de una m anera diferente a como lo hicieron. Su estrategia fue, probablem ente, la ú n i­ ca realista disponible para ellos, y sus fracasos pueden ser inscritos en los constreñim ientos estructurales en los que ellos, de form a necesaria, trabajaron. Sus esfuerzos y su devoción fueron prodigiosos. Y los peligros que ellos evita­ ron, las reformas que im pusieron, probablem ente, com pen­ saron las malas acciones que com etieron y el grado en que su m odo de lucha reforzó al mism o sistema en contra del cual luchaban. Lo im portante, no obstante, es no estar en retraso en rela­ ción a los m ovimientos antisistémicos del m undo. La im por­ tancia real de la revolución de 1968 es m enos su crítica al pasado que las preguntas que levantó sobre el futuro. Inclu­ so si la estrategia pasada de los movimientos de la “vieja izquierda” hubiera sido la m ejor estrategia posible para ese tiem po, la pregunta todavía permanece: ¿fue una estrategia útil como la de 1968? Los nuevos movimientos, no obstante, no han ofrecido una estrategia alternativa totalm ente coherente. Una estrate­ gia alternativa coherente está todavía, en la actualidad, por ser trabajada. Posiblemente tom ará de 10 a 20 años hacerla. Esto no es motivo para desanimarse; m ejor que eso, es la ocasión para realizar un duro trabajo político e intelectual colectivo.

DIEZ TESIS ACERCA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Por A

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Los autores agradecen a O rlando Fals Borda, Jo h n Friedm ann, Gerrit H uizer, M arianne M archand, A ndreé Michel Betita Martínez, Yildis Sertel y M arshall Wolfe p o r sus com entarios escritos al prim er bo rrador y a otros amigos por sus com entarios orales. Agradecen tam bién a Javier Sáenz p o r la traducción del inglés.

Este ensayo desarrolla las siguientes tesis: 1. Los “ nuevos” movimientos sociales no son nuevos, así tengan ciertas características que sí lo son, y los m ovimientos sociales “ clásicos” son relativamente n u e­ vos y probablem ente temporales. 2. Los movim ientos sociales m uestran u n a gran varie­ dad y m utabilidad, pero tienen en com ún la moviliza­ ción individual basada en u n sentimiento de m oralidad y de (injusticia, y u n poder social basado en la movili­ zación en contra de las privaciones (exclusiones) por la supervivencia y la identidad. 3. La fortaleza e im portancia de los movimientos socia­ les es cíclica y está relacionada con largos ciclos polí­ ticos-económicos (quizás asociados a éstos) e ideológi­ cos. C uando cam bian las condiciones que dan a la luz a los m ovimientos sociales (a raíz de las acciones de estos movimientos y/o con más frecuencia debido a que las circunstancias se transforman), éstos tienden a desapa­ recer. 4. Es im portante diferenciar la composición de clase de los movimientos sociales: en Occidente son predom i­ nantem ente movimientos de clase media, de clase popular en el Sur, y una m ezcla de am bos en el Este. 5. Existen m uchos tipos de movimientos sociales. La mayoría de éstos buscan más autonom ía, antes que [45]

ANDRÉ GUNDER FRANK Y MARTA FUENTES

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el poder estatal; los que persiguen el poder estatal, tienden a negar su naturaleza de movimientos sociales. 6. A unque la mayoría de los movimientos sociales son más defensivos que ofensivos y tienden a ser tem pora­ les, son agentes im portantes (hoy y en el futuro quizás los más importantes) de transform ación social. 7. Los movimientos sociales aparecen como los agentes y los reintérpretes de un “ desligam iento” del capitalismo contem poráneo y de “ transición al socialismo” . 8. Es probable que algunos movimientos sociales ten­ gan una militancia en com ún, o que sean más com pati­ bles entre sí y perm itan form ar coaliciones con otros. También existen movimientos que tienen conflictos y com piten entre sí. Puede ser de utilidad investigar estas relaciones. 9. Sin em bargo, dado que los movimientos sociales al igual que el teatro callejero, escriben sus propios ar­ gum entos (guiones) sobre la m archa -si es que los tie­ n en - cualquier receta en torno de agendas o estrate­ gias, para no hablar de tácticas, por parte de personas ajenas -los intelectuales- probablem ente será, en el m ejor de los casos, irrelevante y contraproducente, en el peor de los casos. 10. En conclusión, los movimientos sociales actuales sirven para ampliar, profundizar y hasta para redefinir la dem ocracia tradicional del estado político y la dem o­ cracia económica. I. Los

“ NUEVOS” MOVIMIENTOS SOCIALES SON VIEJOS

PERO TIEN EN ALGUNAS CARACTERÍSTICAS NUEVAS

Los múltiples movimientos sociales de Occidente, Sur y Este que hoy son denom inados “ nuevos” , constituyen con conta­ das excepciones nuevas formas de movimientos sociales que han existido a través de los tiempos. Irónicam ente, los movi­

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mientos “ clásicos” de la clase trabajadora y sindicales, sur­ gieron principalm ente en el últim o siglo, y con el paso del tiem po parecen ser más u n fenóm eno transitorio relacio­ nado con el desarrollo del capitalismo industrial. Por otra parte, los movimientos campesinos, de com unidades locales, étnicos-nacionalistas, religiosos y hasta de mujeres-feministas, han existido por siglos y hasta milenios en varias partes del m undo. Actualm ente m uchos de estos movimientos son com únm ente denom inados como “ nuevos” . La historia europea da cuenta de num erosos movimientos sociales, ejemplos de éstos son las revueltas de esclavos espartaquistas en Roma, las Cruzadas y múltiples guerras religiosas, los movimientos-guerras campesinas del siglo xvi en Alemania, los conflictos históricos étnicos y nacionales en todo el con­ dénente, los movimientos de mujeres que desencadenaron reacciones tales com o la caza de brujas y formas más recien­ tes de represión. A través de la historia, en el Asia, en el m u n ­ do árabe, y la expansión del islam, así com o en África y Amé­ rica Latina, m últiples formas de movimientos sociales se han convertido en agentes de resistencia y transformación social. Sólo los m ovimientos ecológicos/verdes y los pacifistas pueden llamarse legítim am ente “ nuevos” , y esto porque res­ ponden a necesidades sociales que han sido generadas más recientem ente por el desarrollo m undial. La am enaza a la subsistencia y al bienestar, producto de la degradación generalizada del m edio am biente es resultado del desarrollo industrial reciente; en la actualidad, esta am e­ naza ha dado surgim iento a nuevos movimientos ecologistas-verdes que tienen u n a naturaleza prim ordialm ente defensiva. Los recientes desarrollos tecnológicos para la gue­ rra am enazan la vida de grandes masas de la población, y a su vez generan los nuevos movimientos por la paz. Pero aún éstos no son totalm ente nuevos. El desarrollo (colonialistaimperialista) capitalista m undial ya había causado (o había estado basado) en u n a severa degradación am biental en

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muchas partes del Tercer M undo (como la ocurrida después de la Conquista de las Américas, las guerras y la trata de esclavos en África, el saqueo de Bengala), lo cual despertó movimientos sociales defensivos que abarcaban aunque rio estaban circunscriptos a ellas, la problem ática ambiental, tales como los movimientos de los indígenas norteam erica­ nos y de los aborígenes australes que aparecen otra vez en la actualidad. Claro está que en épocas anteriores la guerra ya había diezm ado y am enazado a poblaciones extensas, en­ gendrando en éstas movimientos sociales defensivos. En su obra teatral, Lysistrata, Aristóteles, anticipándose a nuestra era, describió u n movimiento pacifista de mujeres. Los m ovimientos “ clásicos” de la clase trabajadora, de los obreros y los sindicatos, pueden ser vistos ahora como movimientos sociales especiales que han surgido y continua­ rán surgiendo en lugares y épocas específicas. La industriali­ zación capitalista occidental engendró a la clase obrera industrial y consecuentem ente sus reivindicaciones que se expresaron a través de movimientos sindicales (la sindicalización de la clase obrera). Sin em bargo estos movimientos han sido definidos y delimitados p o r las circunstancias concretas de su propio tiem po y espacio durante el proceso de indus­ trialización en cada región y sector, y en función de las priva­ ciones y la identidad que éstas generaron. “ Trabajadores del m undo unios” y “ la revolución proletaria” no han sido más que consignas vacías. Con la cam biante división del trabajo internacional, hasta las consignas han perdido su significado. Los m ovimientos obreros y de los sindicatos de Occidente se están desm oronando, mientras crecen en aquellas partes del Sur y del Este donde la industrialización local y el desarrollo global han ido generando condiciones y reivindicaciones análogas. Por lo tanto los movimientos obreros, que han sido erróneam ente denom inados movimientos sociales “ clásicos” , deben ser vistos com o u n fenóm eno reciente y temporal. Además estos movimientos siem pre han estado orientados

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hacia lo local, lo regional, y en el m ejor de los casos, hacia la nación o el Estado. Exam inaremos su papel en la dem anda por el poder estatal, cuando discutamos estos últimos, más adelante. Sin em bargo una nueva característica de muchos movimientos sociales contem poráneos en que, más allá de su aparición espontánea y de su m utabilidad y adaptabilidad y al liderazgo de los viejos movimientos laboristas, de los partidos políticos y de la Iglesia y otras organizaciones, y han recogido de éstos, aquellos cuadros directivos desilusionados con las limitaciones de las viejas formas organizativas y que ahora persiguen la creación de nuevas formas. Este aporte organizativo puede significar u n recurso im portante para los nuevos movimientos sociales, en com paración a sus precur­ sores históricos, organizados de una form a m ucho menos rigurosa, pero tam bién pueden contener las semillas de la futura institucionalización de algunos de ellos. O tro aspecto que tal vez tam bién puede considerarse nuevo de estos “ nuevos” movimientos sociales, es el hecho de que com parados con m uchos de los movimientos socia­ les de la historia ahora tienden a ser más monoclásicos o de un sólo estrato social -clase m edia en Occidente y populares y de la clase obrera en el Sur. Sin em bargo, aún tom ando este criterio de novedad, los viejos movimientos “ clásicos” de la clase obrera tam bién son nuevos y algunos movimientos étnicos, nacionales y religiosos de la actualidad son viejos, tal como lo verificaremos cuando discutamos más adelante la com posición de clase de los movimientos sociales. Ya sean nuevos o viejos, los “ nuevos movimientos sociales” contem ­ poráneos son los que más movilizan a la mayoría de la gente en torno de preocupaciones com unes. Mucho más que los “clásicos” movimientos clasistas, los movimientos sociales motivan y movilizan cientos de millones de personas en todos los lugares de la tierra -principalm ente fuera de las ins­ tituciones políticas y sociales a las que encuentran inadecua­ das para sus necesidades- razón p o r la cual recurren a los

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‘‘nuevos” movim ientos sociales que en gran m edida no han sido institucionalizados. Este desplazam iento popular hacia los movimientos sociales se manifiestan aún en las moviliza­ ciones y movimientos sociales que buscan u n a identidad y/o que responden a u n llam ado específico, y que poseen lazos m uy débiles inexistentes de pertenencia: ejemplo de éstos son la respuesta de los jóvenes (¿movimiento?) a la música rock en todo el m undo, y al fútbol en Europa y otras partes, en los millones de personas que de país a país han respondi­ do espontáneam ente a las visitas del Papa (más allá de la Igle­ sia católica como institución), en la respuesta masiva y espontánea al llam ado extra (político) institucional de Bob Geldorf contra la ham b ru n a en África: el N ad Aid, L iveA id y Asporc Aid. Este últim o fue un llamado a una respuesta no sólo por com pasión, sino por el sentido m oral de la injusti­ cia de esta situación. Vemos pues, que algunas de estas formas de movilización social que no implica militancia, tie­ ne más en com ún con los movimientos sociales que algunos de los que se han autodenom inado “ movim ientos” , tales como los M ovimientos de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Bolivia, Chile, Perú y Venezuela, que son (o eran) real­ m ente partidos políticos leninistas, con un centralismo democrático o el “ m ovim iento” sandinista en Nicaragua que creemos u na coalición de organizaciones de masas, todos ellos buscaban tom ar y adm inistrar el poder estatal, para no m encionar el Movimiento de no Alineados, es una coalición de estados y de sus gobiernos en el poder, y no un movi­ m iento social de liberación de los pueblos mismos. II. Los

MOVIMIENTOS SOCIALES SE DIFERENCIAN ENTRE SÍ,

PERO COMPARTEN SU MOTIVACIÓN M ORAL Y SU PODER SOCIAL

La selección de algunos tipos ideales y características escogi­ das de los movimientos sociales posiblem ente faciliten nues­ tro análisis, aunque, claro está, este ejercicio se hace peligro­

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so p o r la variedad y m utabilidad de estos movimientos. (Nos referimos a los tipos “ ideales” en el sentido weberiano de una destilación analítica de características que no se encuen­ tran en su form a pura en el m undo real). Podemos distinguir entre m ovimientos ofensivos (una minoría) y defensivos (la mayoría). En u n a dim ensión relacionada, pero diferente, p o ­ demos distinguir entre movimientos progresivos, regresivos y escapistas. U na tercera dim ensión o característica parece ser la preponderancia de la m ujer en lugar del hom bre -y por lo tanto, aparentemente, una m enor jerarquización entre los m iem bros o líderes de los movimientos. U na cuarta dim ensión es la de la lucha arm ada, especialmente en pos del poder estatal, o lucha desarm ada y específicamente lucha no-violenta, ya sea ésta defensiva u ofensiva. No puede ser que los m ovimientos arm ados coincidan con los más jerar­ quizados y los desarm ados con aquéllos en que la participa­ ción de la m ujer es preponderante (aun cuando las mujeres tam bién participan en la lucha armada). Pocos movimientos son a la vez ofensivos, en el sentido de buscar la transform a­ ción del orden establecido, y progresista o sea que buscan un m ejor orden para sí mismos o para el m undo. N orm alm ente estos movimientos son liderados o formados principalm en­ te por mujeres, en especial, claro está, el movimiento de de­ fensa cpmo tal. La gran mayoría de los movimientos son defensivos. M uchos intentan proteger conquistas recientes (a veces progresistas). Ejemplos de éstos son los movimientos estudiantiles (que en los años 1986-87 reaparecieron en Francia, España, México, China, con un auge no visto desde 1967-68) y miles de movimientos com unitarios en el Tercer M undo que defendían la subsistencia de sus m iem bros, con­ tra el asedio de la crisis económ ica y la represión política. Algunos movimientos defensivos buscan proteger el medio am biente o m antener la paz, o ambas cosas, como los Verdes en Alemania. Otros movimientos reaccionan de m anera defensiva contra las intrusiones m odernas, ofreciendo el

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regreso a una (prim ordialm ente mítica) edad dorada, como por ejemplo al islam del siglo x v i i . Muchos movimientos son escapistas, o tienen im portantes com ponentes que lo son, ya que de m anera ofensiva o defensiva buscan u n a salvación m ilenarista de las pruebas y tribulaciones del m undo real, ejemplo de esto son los cultos religiosos. Variados como son y han sido estos movimientos socia­ les, si es que tienen algunas características en com ún, es que com parten la fuerza de la m oralidad y un sentido de (injusti­ cia en la movilización social para el desarrollo de su fuerza social. La pertenencia individual o la participación y motiva­ ción en toda clase de movimientos sociales posee un fuerte com ponente m oral y una preocupación defensiva en torno de la justicia en el orden social m undial. Podemos decir, entonces, que los movimientos sociales movilizan a sus m iem bros de forma defensiva/ofensiva en contra de una injusticia percibida a partir de un sentido m oral com partido, tal como ha sido analizado por Barrington Moore en su obra La injusticia. Las bases sociales de la obediencia y la revuel­ ta. La m oralidad y la justicia/injusticia, tanto en el pasado como en el presente, han sido las fuerzas motivacionales y sustentadoras de los movimientos sociales, quizá en un m ayor grado que la privación de la subsistencia y/o la identi­ dad, productos de la explotación y la represión por m edio de la cual la m oralidad y la (injusticia se manifiestan. Sin embargo, esta m oralidad y esta preocupación p o r la (in ju sti­ cia están referidas prim ordialm ente a “ nosotros” , y al grupo social percibido como “ nosotros” ha sido y sigue siendo m uy variable, como la familia, la tribu, la aldea, el grupo étnico, la nación, el país, el prim er, segundo o tercer m undo, la hu m a­ nidad, etcétera, y el género, la clase, la estratificación, la cas­ ta, la raza y otras agrupaciones o combinaciones de éstas. Lo que nos moviliza es esta privación/opresión/injusticia con respecto a “ nosotros” , independientem ente de la forma en que nos definamos o nos percibamos. Entonces, cada m o­

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vimiento social sirve no sólo para luchar en contra de la pri­ vación, sino que al hacerlo tam bién reafirma la identidad de las personas activas en el m ovimiento, y tal vez tam bién la de aquellos “ nosotros” p o r los cuales el m ovim iento actúa. Estos movim ientos sociales, por lo tanto, lejos de ser nuevos, han caracterizado la vida social de la hum anidad en muchas épocas y lugares. Al m ism o tiem po, los movimientos sociales generan y ejercen un poder social p o r m edio de sus movilizaciones sociales y sus participantes. O sea que el poder social es gene­ rado p o r el m ovim iento social como tal, y a la vez deriva de éste, y no por alguna institución, ya sea ésta política o no. Es más, la institucionalización debilita los movimientos y el poder público del Estado los niega. Los movimientos socia­ les requieren de u n a organización flexible, adaptativa y noautoritaria, que dirija el poder social en la búsqueda de las metas sociales, las cuales no pueden ser alcanzadas sólo por m edio de la espontaneidad fortuita. Pero esta organiza­ ción flexible no tiene que implicar necesariamente la insti­ tucionalización, la cual limita y restringe el poder social de dichos movimientos. Es así com o estos movimientos sociales auto-organizados confrontan el poder (estatal) y existen con un nuevo poder social, el cual altera el poder político. El lema del m ovim iento de m ujeres “ lo personal es político” , se aplica a posteriorí a los movimientos sociales, los cuales tam bién redefinen el poder político. Tal como lo ha obser­ vado Luciana Castelina, u n a m ilitante en muchos movim ien­ tos sociales (y algunos partidos políticos): “ somos un movi­ m iento p orque nos m ovem os” -y hasta mueven el poder político. III. Los

MOVIMIENTOS SOCIALES SON CÍCLICOS

Los movim ientos sociales son cíclicos en dos sentidos: Pri­ mero, responden a las circunstancias que varían según las

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fluctuaciones y los ciclos políticos, económicos, y quizá, ideológicos. Segundo, los movimientos sociales tienden a tener ciclos de vida propios. Los movimientos como tales, así como sus m iem bros, su movilización y su fortaleza tienden a ser cícli­ cos ya que movilizan a la gente en respuesta a (principalm en­ te en contra, y en m enor grado a favor de) circunstancias que en sí mismas son de carácter cíclico. Parecen existir ciclos culturales/ideológicos, políticos/ militares y económicos/tecnológicos que inciden en los m o­ vimientos sociales. También existen participantes/observa­ dores de estos movimientos que le dan más peso, o hasta peso exclusivo, a uno u otro de estos ciclos sociales. El nom ­ bre de Sorokin está asociado con el de los largos ciclos polí­ ticos/de guerra, y Kondratief y Schumpeter con los econó­ micos y tecnológicos. Recientemente A rthur J. Schlesinger Jr. basándose en parte en el trabajo de su padre, ha descrito un ciclo político-ideológico de 30 años en los Estados U ni­ dos, de fases que se alternan; la de responsabilidad social progresista (de los Progresistas de 1910, el New Deal en 1930 y la Nueva Frontera/Gran Sociedad, derechos civiles y movi­ mientos, en contra de la guerra del Vietnam de 1960) y las fases individualistas (de Coolidge en 1920, la macartista de 1950 y la reagonom íca de los años 80), y esta últim a va a generar otra fase de m ovim iento social progresista en los años 90. La actual crisis económ ica m undial y los inventos tecnológicos de las últimas dos décadas han conducido a un renovado interés científico y popular en los largos ciclos eco­ nómicos/tecnológicos, a nivel m undial, y a sus posibles rela­ ciones con los ciclos políticos/ideológicos o inclusive su influencia determ inante sobre éstos. Un análisis detallado de estos ciclos (y de las disputas acerca de si los ciclos ideológi­ cos, los políticos o los económicos son dominantes) está fue­ ra del alcance de este trabajo. Sin em bargo, para com prender los movimientos sociales contem poráneos, es esencial con-

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textualizarlos dentro de los movimientos cíclicos, ya que éstos los m oldean y hasta pueden hacerlos surgir. Es más, no sería del todo errado considerar la posibilidad (nosotros argüiríamos la alta probabilidad) de que existan ciclos eco­ nómico/políticos con com ponentes ideológicos y que nos encontrem os en la actualidad en una fase “ B” de descenso de un ciclo u onda larga de Kondradef, que ejerce una in­ fluencia im portante o hasta generadora de los movimientos sociales contem poráneos (incluidos aquellos que Schlesinger analizó y predijo). El ciclo largo de Kondratief estaba en una fase ascenden­ te a com ienzos de este siglo, en u n a larga fase descendente de “ crisis” en la entre-guerra (en qué parte del ciclo encajan las dos guerras mundiales, tam bién está en discusión), una de recuperación durante la posguerra, y otra vez una fase de “ crisis” descendente que com ienza a mediados de los años sesenta o de form a más explícita desde 1973. A parentem en­ te, los movimientos sociales del últim o siglo se hicieron más num erosos y adquirieron una mayor fortaleza en la últim a fase descendente de 1873 a 1896, durante el periodo de crisis de la entre-guerra en este siglo, y una vez más en la época actual de crisis económica, política, social, cultural, ideológi­ ca, etcétera. U na lectura de esta evidencia histórica nos pue­ de sugerir que los movimientos sociales se debilitan en núm ero y poder durante los periodos de auge económico (aunque en los años sesenta se vieron muchos movimientos sociales en N orte y Sudamérica, Europa, África y Asia) y revi­ ven durante periodos de recesión económica. Sin embargo, al com ienzo son defensivos principalm ente y muchas veces regresivos e individualistas (como en la últim a década). Des­ pués, cuando la recesión económ ica afecta negativamente la subsistencia e identidad de los pueblos, los movimientos sociales se tornan más defensivos, progresistas y socialmente responsables. Esto es lo que pronostica Schlesinger para la década del noventa en los Estados Unidos, y es algo que q u i­

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zá ya se puede observar con carácter incipiente en la popula­ ridad de la nueva música rock de protesta y el éxito de la obra teatral Les Miserables en 1987, etcétera. Claro está que este desplazam iento hacia los movimientos sociales y com u­ nitarios ya ha tenido lugar en gran parte del Tercer M undo, como respuesta a la propagación de la crisis económ ica m undial, que en América Latina y el África es de m ayor gra­ vedad que la de los años treinta. Por lo tanto muchas de las razones y de los determ inantes para el actual auge y fortaleza de los movimientos sociales deben ser buscadas en su contexto histórico cíclico, aunque muchos de sus m iem bros consideren que se están movili­ zando en form a autónom a en la búsqueda de ideales que pa­ recen ser atemporales y universales, tales como la verdadera religión, la nación esencial, o la com unidad real. El desarro­ llo de la presente crisis político-económica a nivel m undial y sus múltiples ramificaciones en distintas partes del m undo está generando y agravando (sentimientos de) la privación económica, política, cultural y de identidad, así como el agravio m oral al sentim iento de justicia de millones de per­ sonas en todo el m undo. La crisis económ ica m undial, específicamente, ha reduci­ do su confianza popular en el Estado nacional y en sus insti­ tuciones políticas tradicionales como defensoras y p rom o­ toras de los intereses del pueblo. En Occidente el Estado de bienestar social-demócrata se ve am enazado por la bancarro­ ta económ ica y la parálisis política, especialmente frente a fuerzas económicas mundiales que están más allá de su con­ trol. En el Sur, el Estado está sujeto a la militarización y el autoritarism o nacionales y a la dependencia económica y la debilidad en el contexto internacional. En el Este, el Estado es visto como opresor en lo político (al igual que en el Sur), pero económ icam ente im potente (como en Occidente), así como socialmente corrupto, y por lo tanto un m odelo poco atractivo para ser imitado por otros países. Por lo tanto,

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durante esta crisis en casi ninguna parte el “ poder del Esta­ do” es u n desiderátum o instrum ento adecuado para satis­ facer las necesidades populares. Por esto, la gente en todas partes -au n q u e en distintas form as- busca avanzar (por p ro ­ tección o afirmación de la libertad) por m edio de múltiples movimientos sociales no-estatales, que de esta form a buscan reorganizar la vida social y redefinir la vida política. En muchos casos, particularm ente entre las capas medias, las circunstancias nuevas que deterioran sus vidas, contradi­ cen el auge anterior de sus expectativas y aspiraciones. Más y más gente se siente cada vez más im potente y/o se da cuenta de que sus sagradas instituciones políticas, sociales y cultura­ les son cada vez m enos capaces de protegerlos y apoyarlos. Buscan, por lo tanto, y quizás paradójicam ente u n a renova­ ción o potenciación por medio de los movimientos sociales los cuales son prim ordialm ente defensores de la subsistencia y/o de la identidad, com o los movimientos de com unidades locales urbanas y rurales, los movimientos étnicos/nacio­ nalistas y algunos movimientos religiosos o con frecuencia movimientos escapistas como los cultos religiosos y espiri­ tistas que se están m ultiplicando o algunos movimientos fundamentalistas. Los movimientos ecológicos, por la paz y de m ujeres -p o r separado o en com binación con otros m o­ vimientos sociales- parecen responder tam bién a la m ism a privación e im potencia generadas por la crisis, y buscan ini­ ciarla o sobreponerse a ella, en forma defensiva. Estos m o­ vimientos luchan por un m ejoram iento de las condiciones sólo de u n a m anera m arginal y defensiva, como es el caso del movimiento de mujeres que busca m ejorar la posición social de la mujer, así como la de la sociedad misma, aun­ que esto se dé en un periodo en que la crisis económica vaya en detrim ento de las oportunidades económicas de la mujer. Así como los movimientos sociales llegan a crecer cíclica­ m ente en respuesta a las circunstancias que cambian, asimis- -

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mo desaparecen otra vez. Claro está que si las reivindicacio­ nes de un m ovimiento social particular son resueltas, éste tiende a p erder fuerza en la m edida en que su razón de ser com ienza a desaparecer (o se institucionaliza, perdiendo su carácter de movimiento social). No obstante, es más com ún que sean las circunstancias las que cambien (y esto indepen­ dientem ente del movimiento social o sólo en forma parcial debido a éste), y el movimiento pierde su atractivo y su fuer­ za al dejar de tener pertinencia, o se transforma (o sus m iem ­ bros se incorporan a otro movimiento con nuevas reivindica­ ciones). Sin em bargo, tratándose de movimientos que en vez de institucionalizar la acción, movilizan a la gente, tienden a perder su fuerza en la m edida en que disminuye su capaci­ dad de movilización, aunque sean exitosos o pertinentes en las circunstancias existentes. Esta tendencia hacia la vejez y la m uerte es especialm en­ te m arcada en los movimientos sociales dependientes de un líder carismático para la movilización de sus m iem bros. Los diversos movimientos de 19G8 y la mayoría de los movi­ mientos campesinos y revolucionarios constituyen ejemplos dramáticos de este ciclo de vida de los movimientos sociales. Claro está que la historia tam bién tiene tendencias acu­ mulativas a largo plazo, además de ciclos. Pero estas tenden­ cias acumulativas históricas parecen no haber sido generadas prim ordialm ente por movimientos sociales, aunque algunos grandes movimientos sociales han podido contribuir a ellas. Ejemplos de esto pueden ser los grandes movimientos reli­ giosos del pasado, como el cristianismo, el islam o la refor­ ma. Es am pliam ente aceptado tam bién el hecho de que m ovimientos políticos como la Revolución francesa, la rusa o la china, transform aron al m undo para siempre. Pero igualmente se puede plantear que no han tenido un efecto acum ulado sobre el m undo entero, y que han sido someti­ dos a transformaciones considerables en sus propias nacio­ nes. Tal com o lo plantearem os más adelante, el socialismo

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real y existente no parece ser hoy una tendencia acum ulada a largo plazo, lo cual contradice lo que sustentan sus propulso­ res y lo que algunos todavía defienden. La gran mayoría de los movimientos sociales dejan pocas huellas acumulativas en la historia. Más aún, es probable que ningún m ovimiento social haya logrado todo lo que se propuso, o exactamente todo lo que sus participantes (que con frecuencia tenían dis­ tintos puntos de vista) proponían. En efecto, muchos, si no todos los movimientos sociales del pasado, produjeron con­ secuencias diferentes a las que se proponían. IV. La COMPOSICIÓN DE CLASE DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Los nuevos movimientos sociales de Occidente están basa­ dos principalm ente en la clase inedia. Esta composición de clase refleja, obviamente, la cam biante estratificación de la sociedad occidental hacia formas cada vez m enos bipolares. La reserva relativa y absoluta de la población de clase m edia se vio aum entada por la reducción relativa y hoy casi absolüta de la fuerza trabajadora industrial, al igual que la fuerza trabajadora agrícola que la antecedió, y por el crecimiento del em pleo en el sector de servicios (aunque gran parte de éste tenga bajos salarios) y del auto-empleo. La disminución en el em pleo de la clase trabajadora industrial no sólo ha reducido el tam año de este sector social sino tam bién su for­ taleza organizativa, su militancia y la conciencia de los movi­ mientos “ clásicos” de la clase trabajadora y su movimiento sindical. Las reivindicaciones en torno de la ecología, la paz, los derechos de la mujer, la organización com unitaria y la identidad, incluyendo la etnicidad y el nacionalismo de las minorías, parecen ser sentidas y estar relacionadas con las de­ mandas de justicia hechas principalm ente por la clase media en Occidente. Sin em bargo, movimientos como los étnicos, nacionales y algunos movimientos religiosos parecen abarcar otras clases y estratos sociales. Los movimientos minoritarios

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en particular, tales com o el movimiento negro por los dere­ chos civiles y el m ovimiento latino-chicano de los Estados Unidos, si tienen una base popular sustancial, aunque gran parte de su liderazgo y de sus dem andas exitosas provengan de la clase media. Parece ser que sólo el chauvinismo nacio­ nalista, y quizá la religiosidad fundam entalista (más no los cultos religiosos y espiritualistas) movilizan en form a masiva a la clase trabajadora y a algunos m iem bros de los grupos minoritarios. A unque posiblem ente gran parte de las reivin­ dicaciones de esta gente están relacionadas con una situación de privación cada vez más grave y con una movilidad social reducida o invertida, y por tanto tiene una base económica, estas reivindicaciones se expresan principalm ente por medio de su lealtad hacia movimientos sociales que persiguen dem andas feministas, ecológicas, pacifistas, comunitarias, étnicas/nacionalistas e ideológicas. En el Tercer M undo, los m ovimientos sociales son principalm ente de clase popular. Esta clase no sólo tiene mayor peso en el Tercer M undo, sino que sus m iem bros están sometidos a privaciones y a la injus­ ticia (sentida), lo cual hace que se movilicen a través de los movimientos sociales. Sumándose a esto el peso internacio­ nal y nacional/dom éstico de la crisis económ ica m undial en la actualidad recae de tal form a sobre esta gente, que ya de por si tiene un nivel de ingresos muy bajo, lo cual hace peli­ grar seriam ente su supervivencia física, económica y su iden­ tidad cultural. Por lo tanto tienen que movilizarse para p ro ­ testar ante la ausencia de instituciones sociales y políticas que los defiendan. Estos movimientos sociales en el Tercer M un­ do son a la vez cooperativos y competitivos o conflictivos. Existen toda una gama de estos movimientos sociales que parecen ser espontáneos y locales, son m ovimientos/organi­ zaciones tanto rurales com o urbanos que buscan defender la subsistencia de sus miembros por medio del consumo, la dis­ tribución y la producción cooperativa, y están entre los movi­ mientos populares más num erosos y activos. Ejemplo de

d ie z t e s is a c e r c a

d e l o s m o v im ie n t o s s o c ia l e s

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estos son las ollas comunes; distribuidores y frecuentem ente productores de necesidades básicas, como el pan; organiza­ dores, reivindicadores o negociadores, y a veces luchadores por infraestructura com unitaria, como la tierra agrícola y urbana, el agua, la electricidad, el transporte, etcétera. Recientemente se podían contar más de 1,500 de este tipo de agrupaciones locales comunitarias, sólo en Río de Janeiro, y en la India están cada vez más activos y esparcidos en sus 600.000 aldeas. En otras palabras, la “ lucha de clases” en gran parte del Tercer M undo continúa y hasta se intensifica, pero tom a la form a o se expresa por m edio de muchos movimientos sociales, además de la form a “ clásica” de fuerza de trabajo (sindical) versus capital y “ su” Estado. Estos movimientos sociales y organizaciones populares representan otros instru­ mentos y expresiones de la lucha de la gente contra la explo­ tación, la opresión y por su supervivencia e identidad, dentro de una sociedad compleja y dependiente, en la que estos movimientos se constituyen en esfuerzos e instrum entos de potenciación democrática. En el Tercer M undo, la región, la localidad, la residencia, la ocupación, la estratificación, la raza, el color, la etnicidad, el lenguaje, la religión, etcétera, en for­ m a individual y en combinaciones complejas son elementos e instrum entos de dom inación y liberación. Los movim ien­ tos sociales y la “ lucha de clases” que inevitablemente éstos expresan, tam bién reflejan esta estructura y este proceso eco­ nómico, político, social y cultural complejo. Sin em bargo estos movimientos sociales frecuentem ente tienen un liderazgo de clase m edia y en esto son bastante similares a los movimientos de los trabajadores y campesinos que les antecedieron y que irónicam ente hoy le ofrecen algu­ nas oportunidades de em pleo y de satisfacción en su trabajo a m iem bros de la clase media y de la intelectualidad que de otra form a estarían sin em pleo, tales como profesionales, maestros, sacerdotes, etcétera, quienes les dan a estos movi­

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m ientos sociales del Tercer M undo sus servicios como líde­ res, organizadores o consejeros. La mayoría de las veces, estos movimientos comunitarios locales se m ezclan con movimientos religiosos y étnicos, que les dan fuerza y prom ueven la defensa y afirmación de la identidad popular. No obstante, en el Tercer M undo, los movimientos étnicos, nacionales y religiosos tam bién atravie­ san las clases sociales. Asimismo existe u n a serie de movi­ mientos religiosos, étnicos y “ com unales” que movilizan a unos grupos contra otros, como es el caso en el sureste asiáti­ co (hindúes, m usulm anes, sikhs, tamiles, en assam y muchos otros) y en otras partes del Tercer M undo -quizás el caso más dram ático y trágico sea el de Líbano-. El crecimiento de estos grupos com unales y a veces raciales en el Tercer M un­ do, está relacionado directam ente con la gravedad de la crisis económica y política del Estado o el partido, así como con el grado de incum plim iento de sus aspiraciones y expectativas en el pasado. El (denominado) Este socialista no es ajeno a este movi­ miento m undial en dirección a los movimientos sociales. Los diez millones movilizados p o r Solidaridad en Polonia, así como los movimientos en China, son ejemplos bien conoci­ dos, pero tam bién se presentan cada vez más frecuentem en­ te en otras regiones de Europa oriental y la Unión Soviética. Los movim ientos sociales del Este socialista tam bién parecen abarcar o com binar más m iem bros de distintas clases y estra­ tos que en el caso de Occidente o del Sur en correspondencia con la posición interm edia que el Este socialista ocupa entre el Occidente capitalista industrializado y el Sur, Tercer M un­ do (esto es si estas categorías todavía tienen alguna utilidad o significado, lo cual es algo cada vez más cuestionable). Como en el resto del m undo, y obedeciendo a razones similares, así como a circunstancias cambiantes, en todos los países socia­ listas están creciendo movimientos étnicos, nacionalistas, re­ ligiosos, ecológicos, pacifistas, de mujeres, regionales-comu-

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nitarios y otros m ovimientos de protesta con participantes provenientes de diferentes sectores sociales. V. Los MOVIMIENTOS SOCIALES Y EL PODER ESTATAL La m ayor parte de los movimientos sociales no busca el poder estatal sino la autonom ía, inclusive ante el Estado mis­ mo. Para m uchos observadores y participantes esta afirma­ ción es u n a perogrullada, ya que el no buscar el poder -y m ucho m enos ejercerlo- es el sine qua non de u n movim ien­ to social y el poder estatal negaría la esencia m ism a y los p ro ­ pósitos de la mayoría de los movimientos sociales. Esta incom patibilidad entre movimiento social y poder estatal, quizá se presente de m anera más intuitivamente obvia en el movimiento de mujeres. Por otra parte para participantes y observadores de los movimientos sociales, no es nada satis­ factorio definirlos o describirlos en térm inos de lo que no son. Los más num erosos entre ellos, los basados en la com u­ nidad, que individualm ente son de pequeña escala, obvia­ m ente no pueden perseguir el poder estatal. Además al igual que con los m ovimientos de mujeres, la sola noción del poder estatal, o aún del poder político de partido, negaría en gran m edida su esencia y objetivos de base. Estos movim ien­ tos com unitarios movilizan y organizan a sus m iem bros en la búsqueda de fines materiales y no materiales, que conside­ ran que les han sido negados injustam ente p o r el Estado y sus instituciones, incluyendo a los partidos políticos. Entre los fines y m étodos no materiales de muchos movimientos com unitarios locales se halla el desarrollo de una democracia más participativa y de base y de una autodeterm inación de abajo hacia arriba. Estos perciben que les son negados por el Estado y su sistema político. Estos movimientos comunitarios buscan, por lo tanto, lograr una mayor autodeterm inación para sí mismos dentro del Estado y de ser posible evitarlo. Este tipo de movimientos com unitarios se han multiplicado

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recientem ente p o r todo el Sur y el Occidente y quizás menos en el Este. En el Sur, por necesidad, los movimientos com u­ nitarios se ocupan más de las necesidades materiales y fre­ cuentem ente de la supervivencia misma, m ientras que en Occidente m uchos de estos movimientos pueden dedicarse más a la dem ocracia participativa local y de base. Claro está que las fuerzas -p a ra ellos incontrolables- de la econom ía nacional y m undial limitan severamente su espacio para actuar. Los mismos Estados nacionales no tienen suficiente poder -y no protegen a las com unidades- frente a las fuerzas económicas m undiales que están más allá de su control. Es por esto que (irónicamente ya que tienen aún menos poder) las com unidades locales tratan de protegerse por medio de su potenciación y de estrategias propias. La acción y la direc­ ción colectiva son promovidas y protegidas concientemente, y la concentración de poder es rechazada como corruptora (es com o si se hablara con una prosa actoniana). La otra cara de la m ism a m oneda es la desilusión y la frustración progresiva de m ucha gente, especialmente en periodos de crisis económica. “ Crecimiento económ ico” , “ desarrollo económ ico” , “ las metas económicas” , “los medios económ icos” , “ las necesidades económ icas” , “ la austeridad económ ica” , existen tantas consignas y “ solucio­ nes” económicas que no satisfacen las necesidades de la com unidad: identidad y espiritualidad, y en m uchos casos tam poco su bienestar material. Además se percibe a las insti­ tuciones políticas (estatales) com o sirvientas de estos supues­ tos imperativos económicos y no como alternativas o directo­ ras de estos procesos. No sorprende, por lo tanto, que las mujeres en especial, el sector que más padece los rigores de la econom ía, estén al frente de los movimientos sociales extra institucionales, tanto no económicos como antieconómicos, los cuales ofrecen o buscan otras soluciones y recompensas. M uchos movimientos sociales tam bién responden al sen­ timiento de frustración y de injusticia de la gente, frente a las

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fuerzas político-económicas, fuera de su control. Muchas de estas fuerzas económicas - a veces percibidas, a veces n o surgen de la econom ía m undial en crisis. Es significativo que cada vez más, la gente considera que el Estado y sus institu­ ciones, en particular los partidos políticos, son ineficaces frente a estas fuerzas poderosas. El Estado o el proceso polí­ tico o no quieren o no pueden afrontar, m ucho menos con­ trolar, estas fuerzas económicas. En am bos casos, tanto el Estado y sus instituciones, como el proceso político y los par­ tidos políticos -e n aquellos sitios donde éstos existen-, dejan a la gente a m erced de fuerzas a las que éstas tienen que res­ ponder m ediante otros medios -sus propios movimientos sociales-. Es así como la gente form a o entra a participar en m ovimientos sociales prim ordialm ente de protección y defensa, con base en asuntos religiosos, étnicos, nacionales, raciales, de género, ecológicos, pacifistas como tam bién co­ munitarios y alrededor de otros temas “ únicos” . La mayoría de estos m ovimientos se movilizan y se orga­ nizan independientem ente del Estado, sus instituciones y los partidos políticos. No consideran que el Estado o sus institu­ ciones y, particularm ente, el integrarse o militar en los parti­ dos políticos, sean las formas adecuadas para alcanzar sus metas. Es más, en gran m edida la acogida y la fortaleza de los movimientos sociales contem poráneos de Occidente, del Este y del Sur, así com o su búsqueda de otras alternativas, es reflejo de la desilusión y frustración de la gente respecto al proceso político y los partidos políticos, el Estado y la captu­ ra del poder estatal. Lo que se percibe como el fracaso -en todo el m u n d o - de partidos y regímenes de izquierda, tanto reformistas como revolucionarios, para expresar adecua­ dam ente la protesta de la gente y para presentar alternati­ vas viables, ha sido responsable del desplazam iento popular hacíalos movimientos sociales. Pero en muchos casos las rei­ vindicaciones de la gente son en contra del Estado y de sus instituciones y, algunas veces, los movimientos sociales bus­

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can incidir en la acción estatal por m edio de la presión exter­ na y con m ucho m enos frecuencia a través de la presión interna. Sólo algunos movimientos nacionalistas o étnicos y, en el m undo islámico, algunos movimientos religiosos, bus­ can un Estado propio. Sin em bargo, uno de los principales problem as de y con los movimientos sociales es su coexis­ tencia con Estados nacionales, sus instituciones, procesos y partidos políticos. Algo que ilum ina este problem a es el m o­ vimiento “ Partido Verde” en Alemania. Lo que fue un movi­ m iento ecológico de base, se convirtió en un partido político en el Parlamento. El ala realo (realista), realpolitik plantea que el Estado, el Parlamento, los partidos políticos, etcétera, son un hecho de la vida que el movimiento debe tener en cuenta y utilizar en beneficio propio y que esa influencia puede ser ejercida m ejor al entrar en estas instituciones y cooperar con otras desde adentro. El ala fundi (fundamentalista) plantea que la participación en las instituciones del Estado y en las coaliciones con otros partidos políticos, como los socialdemócratas, com prom ete los fines de los Verdes y prostituye sus fundam entos, incluyendo el de ser un movi­ miento. Algunos movimientos com unitarios y pacifistas, así com o los movimientos étnicos, nacionales, religiosos, afron­ tan problem as similares. Además de lo que puedan lograr al m argen del Estado, a veces existe una presión poderosa para que los movimientos sociales traten de actuar en el interior del Estado, com o parte de un partido político o como parti­ dos políticos en sí mismos o p o r medio de otra institución estatal. Pero entonces estos movimientos corren el peligro de com prom eter su misión, desmovilizar o repeler a sus m iem ­ bros y de negarse com o movimientos. La pregunta que se plantea entonces es la de si los fines justifican los medios y si estos fines son más alcanzables por medios institucionales distintos al m ovimiento. Además surge la pregunta de si los antiguos m ovimientos sociales que frecuentem ente se consti­ tuyeron como organizaciones de frentes de masas y partidos

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políticos están siendo reem plazados por los movimientos sociales, los cuales a su vez form an o ingresan a partidos políticos. Si éste es el caso, entonces qué diferencia quedaría entre los antiguos y los nuevos movimientos sociales y ¿qué sucede con los sentimientos y la movilización extra o anties­ tado o partido de muchos m iem bros de estos movimientos? Q uizá la respuesta debe ser buscada replanteando la pregun­ ta hacia el exam en del ciclo de vida de los movimientos sociales y el reem plazo de movimientos antiguos por movi­ mientos nuevos. VI. Los m o v i m i e n t o s

s o c ia l e s y l a t r a n s f o r m a c ió n s o c ia l

A pesar de su naturaleza defensiva, sus limitaciones y sus relaciones con el Estado que analizamos precedentem ente, los movimientos sociales son im portantes agentes de trans­ formación social y portadores de una nueva visión. Una razón de la im portancia de éstos es la del vacío que llenan en espacios en que el Estado y otras instituciones sociales y cul­ turales son incapaces de actuar en función de los intereses de sus m iem bros (o no quieren hacerlo). Es más, como ya lo observamos, los movimientos sociales entran en espacios donde no existen instituciones o cuando éstas no prom ueven o van en contra de los intereses de la gente. A m enudo los m ovimientos se aventuran a ir a sitios donde ni los ángeles se atreven a ir. A unque m uchos movimientos sociales, en espe­ cial los religiosos, invocan la santidad de los valores y las prácticas tradicionales, otros son innovadores en lo social, lo cultural y en otros aspectos. Sin em bargo si desaparecen las circunstancias que dieron a la luz e hicieron crecer los movi­ m ientos sociales, tam bién desaparece el movimiento. Si el movimiento logra los fines que se propuso o estos pierden su relevancia, pierde su atractivo, su em puje; se diluye o petrifi­ ca. No obstante, muchas transformaciones sociales, cambios culturales y desarrollos económicos se dan com ^ resultado

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de instituciones, fuerzas, relaciones, etcétera, que no se cir­ cunscriben ni a los movimientos sociales ni al proceso po­ lítico de los Estados nacionales. El desarrollo económ ico m undial, la industrialización, el cambio tecnológico, la “ m o ­ dernización” social y cultural, etcétera, han sido y siguen siendo procesos que no son im pulsados ni dirigidos por los m ovimientos sociales o las instituciones políticas (estatales). La intervención de éstos ha sido más de reacción que de p ro ­ moción. A unque no se debe m enospreciar la intervención estatal, sus limitaciones son aún mayores dentro de una eco­ nom ía m undial con ciclos y tendencias que en gran m edida están más allá de su control. Hoy hasta la propiedad y la pla­ nificación “ socialista” estatal son incapaces de dirigir y aún de m anejar las fuerzas de la econom ía m undial. Esta circunstancia nos debe conducir a ser más realistas y modestos sobre las perspectivas de los movimientos sociales (o sobre las de las instituciones políticas) y sus políticas para contrarrestar y hasta para modificar estas fuerzas económicas m undiales y más aún sobre su capacidad para escapar a los efectos de estas fuerzas. Pero eso no ha sido así. Por el con­ trario, cuanto más poderosas e incontrolables son las fuerzas de la econom ía m undial, especialm ente durante el presente periodo de crisis económ ica m undial, más generan movi­ mientos sociales (y algunas estrategias políticas e ideológicas) que pretenden a la vez autonom ía e inm unidad frente a estas fuerzas económicas mundiales y que prom eten sobreponer­ se o aislar a sus m iem bros de ellas. Gran parte del atractivo de los movimientos sociales proviene claramente de la fuerza m oral de su prom esa de liberar a sus participantes de las pri­ vaciones profundam ente sentidas, en torno de sus necesi­ dades materiales, status social, e identidad cultural. Por lo tanto, esperanzas objetivam ente irracionales de salvación aparecen com o llamados subjetivamente racionales para q u e se afronte la realidad -y para salvarse y salvar el alma por m edio de la participación activa en los movimientos sociales.

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El mensaje se convierte en el m edio inviniendo las palabras de M arshall McLuhan. En este contexto, es necesario aclarar las referencias acer­ ca de movimientos (sociales) “ antisistémicos” (por ejemplo por parte de Am in y Wallerstein). Muchos movimientos sociales son en efecto antisistémicos, en el sentido de que los m ovimientos y sus participantes com baten o desafian el siste­ m a o a alguno de sus aspectos. No obstante, m uy pocos de estos m ovim ientos sociales son antisistémicos en sus esfuer­ zos y m enos aún en sus logros, para destruir el sistema y reem plazarlo p o r otro o p o r ninguno. Existe evidencia histó­ rica contundente de que los movimientos sociales no son antisistémicos en este sentido. Com o observamos, las con­ secuencias sociales de los m ovimientos no son acum ulati­ vas. Más aún, sus efectos frecuentem ente no son intenciona­ les, de tal form a que estos efectos son incorporados, si no cooptados por el sistema, que term ina siendo fortalecido y reforzado por los m ovimientos sociales que originariam ente eran antisistémicos, pero sus resultados no lo fueron. Hay poca evidencia contem poránea que nos lleve a pensar que en el futuro las perspectivas de los movimientos sociales, así com o sus consecuencias, serán m uy diferentes a las del pasa­ do. De hecho los medios, fines y consecuencias antisistémicas de los m ovimientos sociales -au n q u e algunos de ésos sean cooptados al final- m odifican el sistema “ sólo” al cam ­ biar sus nexos con éste. VII. D e s l i g a m i e n t o y t r a n s i c i ó n a l s o c i a l i s m o EN LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Es posible que hoy y en el futuro se considere que los movi­ m ientos sociales ofrecen nuevas interpretaciones y nuevas soluciones en torno de la problem ática de “ desligam iento” del capitalismo y de “ transición” al socialismo. D urante el periodo de expansión de la posguerra, se vio que era im posi­

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ble el desligam iento por p an e de las naciones-Estados dependientes del Sur, de la econom ía m undial capitalista y sus ciclos. D urante la presente crisis económ ica m undial, los Estados socialistas del Este con sus economías planificadas han vuelto a ser articulados a la econom ía m undial, así como a sus ciclos y a su desarrollo tecnológico. En todo el m undo, ninguna econom ía nacional o su Estado, y casi ningún parti­ do político, consideran seriam ente la posibilidad de desligar u na econom ía nacional de la m undial. Por lo tanto las p ro ­ puestas de desligamiento -d e que “ paren el m undo, que me quiero bajar” - están pidiendo a gritos u n a reevaluación sobre este tema, p o r parte de aquellos (como uno de los que escribe este artículo) que han sostenido que ésta es una opción y u n a necesidad. No obstante, si bien hoy y en el futuro predecible no es posible que la nación-Estado y su econom ía sean independientes, quizás no se deba abando­ nar totalm ente la idea del “ desligamiento” sino más bien reinterpretarla. La problem ática del “ desligamiento” puede ser reinterpretada po r m edio de los nuevos o diferentes nexos que m uchos movimientos sociales están tratando de establecer tanto entre sus m iem bros y la sociedad como en el interior de la m ism a sociedad. Ejemplo de esto son los m ovim ien­ tos de m ujeres y algunos de los movimientos verdes. Muchos movimientos sociales buscan proteger a sus m iem bros tanto física com o espiritualm ente de los caprichos de los ciclos de la econom ía m undial y proponen diferentes tipos de nexos de sus m iem bros con la econom ía y la sociedad así como la transform ación de éstas. Quizás el “ desligam iento” debe ser reconceptuado com o u n a nueva form a o un cam bio en la form a de articularse. En este caso, los movimientos sociales son los que están transform ando estas articulaciones para sus m iem bros. Esto incluiría a los movimientos religiosos y espi­ ritualistas que pretenden ofrecer aislamiento y protección a sus fieles creyentes de los traum as del m undo secular y, espe­

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cialmente, algunos m ovimientos étnicos de m inorías que buscan reafirm ar la identidad de sus m iem bros y una nueva articulación con la sociedad que los rodea. De m anera similar, la problem ática y las perspectivas de la transición al socialismo puede ser reinterpretada a la luz de la experiencia con el socialismo real existente y los movi­ m ientos sociales contem poráneos. Se ha com probado que el socialismo real existente ha sido incapaz de desligarse de la econom ía capitalista m undial. Es más, a pesar de sus logros en la prom oción de un crecimiento extensivo (al movilizar los recursos hum anos y físicos), ha fracasado en el desarrollo del crecimiento intensivo p o r m edio de la innovación tecno­ lógica. De hecho, la m ism a planificación que contribuyó a un crecimiento nacional, industrial y autárquico, ha probado ser un obstáculo para un desarrollo tecnológico competitivo, dentro de una econom ía m undial de cambios acelerados. La organización política del socialismo real existente ha perdido su eficacia en lo nacional y su atracción en la esfera interna­ cional. Q uizá más im portante que esto sea que cada vez está más claro que el cam ino hacia un m ejor futuro “ socialista” , que reem place la actual econom ía m undial capitalista, no pasa por el socialismo real existente. Com o observaba el pla­ nificador polaco Josef Pajetska en u n a reunión reciente en la Escuela Central de Planificación y Estadística en Varsovia, el socialismo real existente está estancado en u n a vía lateral. El m undo avanza velozm ente en el tren express p o r la vía prin ­ cipal -tal como lo anotó uno de los autores del presente ar­ tículo- aunque podría hacerlo hacia un abism o, como res­ pondió Pajetska. Es más, es posible que los socialistas utópicos - a quienes M arx condenó com o tales p o r su falta de cientificidad- ter­ m inen siendo m ucho m enos utópicos que los supuestos socialistas científicos, pues la visión de estos últimos ha ter­ m inado siendo m ucho más utópica que científica. Q uizá los socialistas utópicos fueron más realistas que los científicos y

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tienen más en com ún con los movimientos sociales de nues­ tros tiempos, al esforzarse y organizarse para cam biar la sociedad p or m edio de pasos inm ediatos y pequeños, pero posibles, que no requerían la tom a del poder estatal. Además, los socialistas utópicos proponían y perseguían una serie de cambios sociales, y en particular un cam bio en las relaciones entre los sexos, que con el tiem po fueron abando­ nados y olvidados por los socialistas científicos. En su libro Eva y el N uevo Jerusalén, B árbara Taylor docum enta la lucha p or los derechos de la m ujer y p o r la dem ocracia partidpativa y su intento de im plem entación por parte de los socialistas utópicos seguidores de Roberto Owen y la im por­ tancia de estas dos luchas entre los que se asociaron con Fourier y Saint-Simon. En el joven Marx, la participación tam bién estaba presente com o un antídoto contra la aliena­ ción. Era un tem a que lo preocupaba como tam bién preocu­ pa a m uchos de los movimientos sociales contem poráneos. Es así com o m uchos de éstos podrían beneficiarse a partir de una m ayor familiarización con las metas, la organización y la experiencia de los socialistas utópicos antiguos, y tam bién de las de algunos anarquistas. Por lo tanto, es posible que la verdadera transición a u n a alternativa “ socialista” para la actual economía, sociedad y política m undial, esté principalm ente en m anos de los movi­ mientos sociales. Estos no sólo deben intervenir en torno de la supervivencia, de la salvación de la mayor cantidad de gen­ te posible del abism o am enazador. También debem os ver a los m ovimientos sociales como los agentes más activos en el establecimiento de nuevas articulaciones que puedan trans­ form ar al m undo en nuevas direcciones. Sin em bargo, aun­ que algunos m ovimientos sociales son subnacionales, pocos son nacionales o internacionales (en el sentido de ser entre Estados nacionales), y m uchos, com o los de mujeres, pacifis­ tas y ecológicos pueden ser trasnacionales (esto es, no nacio­ nales), o de pueblo a pueblo en el sistema m undial. Por lo

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tanto, quizá no sea sorprendente que exista más trasnacionalidad entre los movimientos sociales basados en la m e­ trópoli, que entre los movimientos más fragmentados del Tercer M undo dependiente (región tam bién más fragm enta­ da). Esta transform ación socialista real -si es que ocurreim pulsada por los movimientos sociales será m ucho más fle­ xible y variada que cualquier transformación ilusoria de “ socialismo en u n país” , repetida u n a y otra vez. VIII. C o a l i c i o n e s y c o n f l i c t o s ENTRE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Sin pretender dar ningún consejo, puede ser de utilidad in­ vestigar sobre las posibilidades de conflicto y de coaliciones entre distintos tipos de m ovimientos sociales. Aristófanes ya había señalado la relación existente entre las mujeres y la paz en su obra Lysistrata. Riane Eisler en su obra El Cáliz y la Espada ha encontrado esta relación en épocas m ucho más antiguas. Hoy, los movimientos pacifistas y de mujeres com ­ parten m iem bros y líderes y, definitivamente, brindan posi­ bilidades para la formación de una coalición. Esta coinci­ dencia en militantes y líderes se observa tam bién entre los movimientos de mujeres y en los movimientos comunitarios locales. O por lo menos, algunas mujeres, en especial en América Latina, están activas en los movimientos com unita­ rios donde adquieren algunas perspectivas feministas y plan­ tean sus propias dem andas, m odificando estos movimientos y sus com unidades y, ojalá tam bién, sus sociedades. En Occi­ dente existen coincidencias similares, aunque no tan m arca­ das, entre movimientos comunitarios y pacifistas que también tienen un significativo liderazgo femenino que se expresa, por ejem plo, en las com unidades “ nuclearm ente libres” . A su vez, los movimientos ambientales ecológicos verdes de Occidente com parten metas que son compatibles con los fines y los m iem bros de los movimientos comunitarios, paci­

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fistas y de mujeres. Por lo tanto todos estos movimientos, de mujeres, pacifistas, ambientales y com unitarios ofrecen m úl­ tiples posibilidades para la form ación de coaliciones, ya que todos evitan la búsqueda del p oder estatal y las relaciones con los partidos políticos. Además, gracias a la preponderan­ cia de la mujer, estos movimientos tienen u n a naturaleza más comunitaria, parücipativa, democrática, de ayuda m utua y de creación de redes, en vez de relaciones jerárquicas entre sus m iem bros, y ofrecen más posibilidades de u n a mayor difusión en la sociedad. Otras áreas de coincidencias en cuanto a m iem bros de com patibilidad o de coalición, pueden ser observadas entre algunos movimientos religiosos, étnicos, nacionales y a veces raciales. El m ovim iento liderado por el Ayatollali Khomeini en Irán y algunos de sus seguidores en el m undo islámico, es el ejem plo más espectacular de esto, con la más exitosa y masiva movilización de los tiempos recientes. Otros ejem ­ plos son los sikhs de Punjab, los tamiles de Sri Lanka y quizá el movimiento solidaridad en Polonia, los Elbanos en el Kosovo Jugoslavo, los católicos en Irlanda del N orte y otros ejemplos recientes. Pero es necesario recalcar que estos movimientos religiosos -étnicos- nacionalistas tam bién per­ siguen el poder estatal o la autonom ía institucional y, a veces, su incorporación a un estado nacional étnico vecino. Si las com unidades son homogéneas en lo religioso y lo étnico, puede haber coincidencias y coaliciones con estos movi­ m ientos mayores. Las oportunidades para que se den coincidencias o coali­ ciones entre distintos movimientos sociales se ven magnifica­ das cuando tienen m iem bros participantes en com ún y/o enemigos com unes. La participación de las mujeres en gene­ ral en distintos movimientos sociales ya ha sido señalada. Sin em bargo, esta participación en com ún tam bién se extiende a individuos y, en particular, a las mujeres de m anera indi­ vidual que participan activamente en varios movimientos

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sociales sim ultáneam ente y/o sucesivamente. Estas perso­ nas están en posiciones claves para crear puntos de contacto, o coaliciones entre movimientos sociales distintos. Estos puntos de contacto tam bién pueden surgir de la identifica­ ción de uno o más enemigos en com ún, tales como un esta­ do, un gobierno o un tirano específico; o una institución social, o grupo racial o étnico dom inante; o enemigos menos identificables en lo concreto, com o el Occidente, el im peria­ lismo, el capital, o el Estado, los extranjeros, los hom bres, la autoridad o la jerarquía. No obstante, quizá tanto las o p o rtu ­ nidades para form ar coaliciones como el carácter de masas y la fortaleza de la movilización social, se increm enten cuan­ do la gente percibe que deben defenderse contra estos ene­ migos. También existen áreas de conflicto y de com petencia entre los movimientos sociales. Obviamente, los m ovim ien­ tos de distintos grupos religiosos, étnicos y raciales, entran en conflicto y com piten entre sí. Además todos éstos parecen también entrar en conflicto y com petir con el movimiento de mujeres y frecuentem ente con el movimiento pacifista. En particular, casi todos los movimientos religiosos, nacionales (nacionalistas) y étnicos, como tam bién los movimientos de los trabajadores y los partidos de inspiración marxista, nie­ gan y sacrifican los intereses de la mujer. Además com piten exitosamente con los movimientos de mujeres, los cuales pierden las conquistas que puedan haber logrado frente al asedio de estos movimientos religiosos, étnicos o nacionalis­ tas. Parece ser que la religión y el nacionalismo, y aún en m ayor grado estos dos com binados, sacrifican los intereses y los m ovimientos de mujeres. El Irán shiíta deliberadam ente aum enta la opresión de la mujer. En Vietnam y en Nicara­ gua, com o en otras partes, las mujeres inicialmente partici­ paron en form a activa y se beneficiaron de la lucha naciona­ lista, pero luego vieron com o se sacrificaba un mayor avance de sus intereses, frente a la prioridad que se dio al “ interés

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nacional” (también p o r la im portancia que se le dio al apoyo católico). De m anera similar, los movimientos nacionalistas y de liberación nacional en m uchas partes de Asia y de África tienden a ignorar y olvidar, o hasta suprim ir y combatir, los movimientos de las minorías étnicas y sus intereses. Asimismo son frecuentes los graves conflictos internos en los m ovimientos sociales en torno de los fines y/o los medios; cuando los movimientos sociales están form ados en coalicio­ nes, especialmente para propósitos tácticos temporales, sus participantes pueden tener fines y/o preferencias distintas o conflictivas en cuanto a los medios. Esto ha sido com ún entre los m ovimientos antimperialistas de liberación nacio­ nal y los movimientos socialistas del Tercer M undo. La com­ binación de movimientos religiosos con otros movimientos sociales, como p o r ejemplo los que tienen dosis significativas de teología de la liberación, tam bién poseen u n potencial de conflicto interno. De hecho, la mayoría de los movimientos religiosos, o con u n a fuerte orientación religiosa, parecen tener semillas im portantes de conflicto interno entre fines progresistas, de regresión y hasta escapistas. El llam ado a la religión, y m ucho más a la Iglesia, puede ser el principal o hasta el único recurso para que la gente se movilice en contra de un régim en represivo, o para sobreponerse a circunstan­ cias opresivas y/o alienantes. En este sentido, la religión ofre­ ce u n a opción liberadora y progresista, como, p o r ejemplo, la teología de la liberación y otros movimientos comunitarios relacionados con la Iglesia, la Iglesia católica polaca, el movi­ m iento contra el Sha en Irán y algunos movimientos étnicos, religiosos-comunales (de defensa en el Asia. Sin em bargo, la m ism a religión e Iglesia contienen im portantes elementos regresivos o reaccionarios. Los elementos escapistas o regre­ sivos son los que ofrecen devolver la época dorada del islam del siglo VII, o hasta elim inar todo indicio de occidentalización. Reaccionarios en u n sentido literal son los esfuerzos del islam y del catolicismo por devolver o evitar un m ayor des­

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arrollo progresista en las relaciones entre los sexos, incluyen­ do el divorcio, el control natal y las oportunidades socioeco­ nómicas para la mujer, asi como otros derechos y libertades cívicas. De hecho, la religión en Occidente, Este y en el Sur es con m ayor frecuencia un instrum ento de fuerzas reacciona­ rias que de fuerzas progresistas. IX. Lo IMPROPIO DEL “ BUEN” CONSEJO EXTERNO A LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

En la m edida en que los movimientos sociales sigan teniendo que escribir sus propios guiones mientras avanzan, no podrán utilizar, y sólo podrán rechazar como contraproducente cualquier receta desde arriba o desde afuera respecto de hacia dónde se deben dirigir o cóm o deben llegar allí. Los movimientos sociales, en particular, no pueden utilizar el upo de planes imaginarios evitados por Smith y por Marx, pero que han tenido tanta popularidad entre m uchos que hablan en su nom bre. Por esta razón es difícil encontrar y asimilar buenos consejos para los movimientos sociales por parte de intelectuales u otra gente de buenas intenciones. Q uizá los más inapropiados sean los consejos de observa­ dores no participantes (¿cómo nosotros?). Por otra parte, m uchos movimientos sociales pueden beneficiarse, y lo hacen, de la visión y de las destrezas organizativas de sus par­ ticipantes y, m enos frecuentem ente, de gente externa que pasa por ellos, quienes les aportan algo de la visión y/o expe­ riencia de otros movimientos, partidos e instituciones. En especial, m uchos movimientos comunitarios se benefician de o dependen del apoyo de instituciones externas como la Iglesia, las organizaciones no gubernam entales y ocasional­ m ente hasta del Estado. Esta ayuda, y en especial esta depen­ dencia, encierra los peligros de cooptación de líderes e inter­ m ediarios, y en ocasiones hasta del movimiento social en su totalidad p o r parte de estas instituciones. No obstante, lo

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más característico de los movimientos sociales es que (deben) hacen las cosas a su manera. De hecho, quizá lo más im por­ tante que tienen que ofrecer tanto a sus participantes/m iem ­ bros, com o a otros en el m undo, es su m étodo participativo y autotransform ador de ensayo-error, así como su adaptabili­ dad. H e aquí la esperanza que le ofrecen al futuro. X . La NUEVA DEMOCRACIA CIVIL

En conclusión, se puede preguntar como es que los movi­ mientos sociales pueden ser cíclicos, transitorios, defensivos, m utuam ente conflictivos y frágiles (tesis 3, 6 y 8) al mismo tiempo que form an nuevos lazos que sirven para transfor­ m ar la sociedad de hoy (tesis 7). La respuesta debe ser busca­ da y tal vez encontrada en la participación y contribución de los movimientos sociales a la ampliación y redefinición de la dem ocracia y la sociedad civil. En la tradición y en la práctica, tanto burguesas como socialistas, la form ación del Estado y el poder fueron lo pri­ mordial; la dem ocracia fue definida principalm ente en tér­ minos de participación política y/o económ ica en los asuntos del Estado. Actualmente, el poder y la institución Estatal son evidentem ente cada vez m enos adecuados para tratar m uchos de los problem as, tanto sociales como individuales, y en especial en la sociedad civil de Occidente, Oriente y el Sur. Fuerzas económicas y políticas mundiales que están fue­ ra de su control debilitan el Estado a partir del exterior y lo incapacitan para servir a los intereses de sus ciudadanos en el interior. Al mismo tiem po, el Estado trata inadecuada o ne­ gativamente las múltiples preocupaciones sociales, culturales e individuales de la sociedad (civil) y de los ciudadanos. Esta deficiencia del poder político (el mismo de la democracia donde ella existe) o del Estado, tal vez se exacerbe durante periodos de crisis económicas u otras, y haga que las reglas establecidas del juego político sean cada vez más inadecuadas.

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Por tanto, m uchos tipos de movimientos sociales em er­ gen y se movilizan para reescribir las reglas institucionales y democráticas del juego y del poder político -redefiniendo así su propio ju eg o - para que, de m odo creciente, incluyan y se basen en nuevas reglas democráticas del poder social-civil. Al hacer esto, ayudan a desplazar el centro de gravedad sociopolítica de u n a dem ocracia política o económ ica (u otro poder ) del Estado hacia u n a democracia y un poder civil más participativo dentro de la sociedad y cultura civil. Éstas se extienden m ucho más allá de la familia y del espacio p ro ­ pio hacia otras preocupaciones donde las m ujeres tienen u n a presencia y un papel relativamente mayor que en la política o la economía. Hay inm ensas y tal vez crecientes áreas donde los ciuda­ danos ya no pueden -o les resulta contraproducente- confiar en el poder político institucional del Estado. En estas áreas en que los ciudadanos, y cada vez más las mujeres, se dedican dem ocráticam ente a sus múltiples y a m enudo opuestas pre­ ocupaciones económicas, sociales, de género, comunitarias, culturales, religiosas, ideológicas y a veces políticas. Con este propósito, los ciudadanos de la sociedad civil form an y se movilizan a través de múltiples movimientos sociales y orga­ nizaciones no gubernam entales, autónom as y autogeneradoras de poder. Al mismo tiem po y en parte como consecuencia de esto, las exigencias para la dem ocracia y su extensión a -o su redefinición en la práctica com o- dem ocracia civil se hacen cada vez más interesantes. En Occidente, una dem ocracia más participativa se ve acom pañada, o tal vez referida; en una baja en la participación electoral. En el Este, la nueva dem o­ cracia se manifiesta tanto en movimientos sociales civiles en china como en millares de nuevas asociaciones civiles y otras organizaciones y dem ostraciones públicas masivas como el glasnet en la U nión Soviética y en otros países de Europa Oriental. En el Sur, la participación individual y masiva en

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ANDRÉ GUNDER FRANK Y MARTA FUENTES

movimientos y organizaciones que tratan de reestructurar la sociedad y la cultura asum e una posición prim ordial ju n to con el acceso y el ejercicio del poder estatal en donde cada vez falta más la democracia. Por lo tanto relativamente, la dem ocracia política al interior del Estado tam bién crece en este proceso de dem ocracia civil, participativa y autónom a de la sociedad civil. Asimismo, los movimientos sociales participativos y autogeneradores de poder (con la creciente parti­ cipación de las mujeres) participan de m anera im portante en este proceso de transform ación social.

EL MOVIMIENTO VERDE: UNA EXPLORACIÓN SOCIO-HISTÓRICA Por JOHAN GALTUNG

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JO H A N GALTUNG

m ente exitoso; aunque tiene u n largo trecho que recorrer con los rem anentes de feudalismo. Pero tam bién la fem m e franqaise es parte del orgullo nacional. Ella no es una activi­ dad no francesa, ella es francesa. Y de esta m anera, Francia tendrá tam bién, tarde o tem prano, que seguir adecuándose con los otros países en este respecto. Los países del sur de Europa, sin em bargo, no podrán seguir adecuándose. Estos países aún están en los espasmos de la tercera transform ación social, incluso en la segunda, aún en la prim era para estos problem as (España e Italia.) Por otro lado, en los países de E uropa del norte uno puede hablar de un enverdecim iento generalizado de todos los par­ tidos políticos con partidos conservadores retom ando aspec­ tos ecológicos y feministas, pero (ciertamente) no los proble­ mas de la paz. Así, el cuadro está mezclado, como debe de ser. Pero hay puntos verdes en todo el cuadro. Quien quiera com prender al prim er m undo hoy en día, haría mejor en no pretender que no están ahí. Ellos podrán com eter toda clase de errores. Pero los problem as de la form ación social occidental no des­ aparecerán, incluso, si los partidos o movimientos verdes declinan. Las fuerzas históricas son innegables. La motiva­ ción y la capacidad individual, como tam bién las colectivas, producirán suficiente movilización en todas las esquinas de la sociedad occidental. En conclusión, el fenóm eno verde está aquí para quedarse.

LAS NUEVAS FORMAS DEL MOVIMIENTO SOCIAL Por Sa m i r A

m in

Traducción de

R o b e r t o C assA .

I

están de acuerdo en el hecho de que las formas de organización a través de las cuales se expresan los movimientos de la sociedad han entrado en una fase de replanteam iento, cuyo resultado todavía es am pliam ente desconocido. Esta vuelta a la discusión es general, y concier­ ne al Occidente, al O riente y al Sur. D urante un siglo o más tiempo se estuvo familiarizado con formas particulares de organización de las diferentes corrientes que atraviesan la sociedad, lo que se inscribía en la lógica de determ inada práctica política. En las sociedades capitalistas desarrolladas esta organización estaba articulada alrededor de dos ejes principales. El prim ero de ellos, el de la lucha de clases, justificaba la organización de la clase obre­ ra industrial en sindicatos y partidos obreros socialistas y comunistas; ese m odelo a veces inspiró a otras clases popula­ res, com o los partidos y sindicatos campesinos o agrarios, o los del pequeño comercio. El segundo eje, el de la ideología política, justificaba la oposición entre derecha conservadora e izquierda reformista. Los poderes comunistas resultaron de esta historia, de la cual conservaron la forma, si bien gra­ dualm ente el m onoplio del Estado-partido desfiguró su sig­ nificación, al poner térm ino oficial a la “lucha de clases” y a la alternancia electoral. En Africa y Asia la historia del siglo recién pasado se caracterizó por la polarización del moviT o d o s lo s o b se rv a d o re s

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SAMIR AMIN

m iento social alrededor de la lucha por la independencia nacional. En estos casos el m odelo fue el partido unificador que se im puso com o objetivo hacer converger clases sociales y etnias diversas en un vasto movimiento disciplinado (a m enudo tras lideres más o m enos carismáticos) y eficaz res­ pecto a u na práctica que tendía hacia un fin exclusivo. Los poderes surgidos de la independencia se petrificaron en am plia m edida dentro de esa herencia, ya que el Estado-par­ tido m antenía su legitimidad únicam ente del objetivo de la independencia nacional. Estas prácticas fueron racionalizadas por lo que podía parecer u na teoría científica de la sociedad. La ideología de la Ilustración proveía la m ezcolanza de valores (como los hum anistas de la libertad, o los de bienestar) con teorías “ científicas” que basaban su eficacia (la com petencia de los individuos com o factor condicionante de la m aquinaria eco­ nómica). El movimiento socialista, incluyendo al marxismo, conservaba la herencia de valores de la Ilustración y simultá­ neam ente denunciaba la hipocresía del contenido burgués del proyecto de sociedad que ella había prom ovido; llam aba a su superación, p o r medio de la reform a o la revolución, articulando su acción en la lucha de clases. Los movimientos de liberación nacional se inspiraron de am bos aspectos, en dosificaciones variables según los objetivos de la clase o capa dirigente del movimiento. Se concluyó en colocar un signo de igualdad entre esas prácticas y la idea de racionalidad política. Se olvidaba que el movimiento social se había expresado de otras formas en épocas anteriores, tanto en E uropa como en otros lugares, entre otros medios utilizando el recurso de la religión. Se olvidaba que incluso en el occidente europeo, en apariencia estabilizado, la fragilidad de esta racionalidad no podría re­ sistir u na crisis social violenta: las de los años treinta habían convocado masas num erosas bajo las banderas irracionales del racismo y de la locura criminal.

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Actualmente, en las tres partes del m undo -O ccidente, Oriente y Sur- los modelos de gestión de la vida social ajusta­ dos a las m encionadas formas de organización parecen haber agotado su eficacia histórica. En el Occidente el consenso es tan am plio que ha dismi­ nuido la pertinencia histórica del movimiento socialista y de la polarización entre derecha e izquierda. La respuesta espontánea del sistema ha sido la “ am ericanización” de la vida política, con lo que se entiende la formación de lobbies en los que cristalizan intereses parciales de sectores produc­ tivos y regionales, así como de grupos diversos. . . ; dichos lobbies carecen de consideraciones ideológicas sobre un p ro ­ yecto global de sociedad, a no ser la existente, y se contrapo­ nen con el fin de controlar parcelas del poder. En el Este la sociedad civil aspira a rom per el caparazón del Estado-par­ tido, en vistas a abrir un espacio a la dialéctica de las con­ tradicciones reales que atraviesan la sociedad. En el Tercer M undo la legitimidad construida en la independencia está am pliam ente superada en las nuevas generaciones. En todos los casos, es chocante que los discursos del poder se conjuguen en tiem po pasado. Memos edificado la m ejor sociedad existente -dicen los candidatos a las eleccio­ nes en O ccidente- es preciso únicam ente hacer tal o cual cosa. H em os construido el socialismo -dicen los hom bres que controlan el poder en el Este- y en dicho contexto tan sólo es necesario m ejorar su eficacia. Hemos construido la nación e iniciado el despegue para el desarrollo económico -se repite en el Sur-, únicam ente se precisa no cejar en el esfuerzo. Ya no hay en los poderes, pues, ningún proyecto social que rom pa con las lógicas de la realidad actual. En estas condiciones, ¿se debe estar sorprendido porque la expresión de las necesidades sociales insatisfechas se orga­ nicen en form a distinta? La irrupción de estas nuevas formas es ya patente: movimientos feministas, movimientos ecolo­ gistas, m ovimientos de defensa de la com unidad local (ciu­

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dad y barriadas), movimientos de las com unidades étnicas o religiosas. Su racionalización con ideologías mayores quizá todavía es em brionaria; pero se ven ya algunas configuracio­ nes que rescatan conceptos que no son necesariamente nue­ vos, aunque hasta el m om ento no están suficientemente explicitados, como la crítica al sexismo o el ecologismo; de igual manera, se proponen de plano recuperar las herencias del pasado que han sido arrinconadas por el m undo “ m o­ derno” : po r dicha necesidad se explica el renacimiento reli­ gioso, sobre todo el de corrientes fundamentalistas. II formas de expresión social gérmenes de un futuro m uy diferente de nuestro m undo contem poráneo? ¿O son tan sólo burbujas de jabón que produce el hervor de una crisis pasajera, las cuales deberán desvanecerse cuando todo vuelva a la norm alidad? En la prim era de las dos hipótesis, ¿el futuro que nos reserva el desarrollo de esas nuevas expresiones (o de las res­ tauradas cuando se nutran de antiguas herencias) perm itirá un progreso de la hum anidad, o por el contrario será m ani­ festación de un retorno a la barbarie? Malraux, con la inteli­ gencia y el pesim ismo que se le conocen, dijo que el siglo xxi sería el de las religiones, conceptualizando en ello no el rena­ cimiento de la fe tolerante sino de los conflictos violentos por el fanatismo. En el curso de los años 30 y 40 la barbarie nazi había perm itido decir que nuestro tiempo era el de la intole­ rancia; sin em bargo, la derrota del fascismo dio nuevo pie para las esperanzas: la pesadilla había quedado atrás, y no había sido más que un accidente en el trayecto. Compartimos, sin lugar a dudas, la opinión expresada por Wallerstein, de que las organizaciones tradicionales (sindica­ tos, partidos populares y obreros, movimientos de liberación nacional) luchaban para despojar del poder a las clases bur­ ¿ S e rá n la s nuevas

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guesas y los im perialismos extranjeros, lo que han obtenido en grados diversos -p o r la reform a o la revolución-, así como que han hecho mucho, aunque no sea todo: el Estado providencial, el desarrollo económico, la dignidad nacional, etcétera. En esta óptica, dichos movimientos, que eran anterior­ mente “ antisistémicos” en la m edida en que confrontaban efectivamente el sistema existente, serían hoy día objeto de “recuperación” , y transform ados en “ sistémicos” en cuanto se han hecho fuerzas relativamente conservadoras que no ven con buenos ojos que se desee ir “ más allá” de sus reali­ zaciones y, sobre todo, que se les trascienda para avanzar. Ahora bien, ¿cuál es este “ sistema” contra el que -en cuyo seno- operan fuerzas sociales antiguas y nuevas? Se podrá dudar de calificarlo como capitalista en Occi­ dente y en el Tercer M undo? En realidad es eso justam ente, y hasta el presente no ha superado los límites del capitalismo realmente existente como sistema mundial; es decir, el siste­ ma no ha sobrepasado la polarización entre centros y perife­ rias. Se trata, pues, de un sistema que sigue siendo intolera­ ble para las grandes masas populares del Tercer M undo, con o sin desarrollo. Para ellas representa la miseria de los arra­ bales, frustraciones respecto a un consum o imposible, degra­ dación cultural, arrogancia de las dictaduras corrom pidas y a veces la ham bruna a secas. Pero en el mismo Occidente, no obstante, la calma social generada por el capitalismo en sus centros avanzados, el malestar hace perceptibles los límites de las capacidades del sistema. En los países del Este nos parece inexacto calificar su sistema como capitalista, aún cuando se corresponda en poco a la imagen de socialismo que el marxismo había form ulado. Allí las fuerzas sociales reales aspiran a otra cosa, en la confusión del conflicto entre aspiraciones socialistas y capitalistas, a m enudo sin duda interconectadas.

SA M JR A M 1N

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III

“ En e l c a p i t a l i s m o realm ente existente” perm anece el obs­ táculo objetivo para el avance de los pueblos. No hay alter­ nativa posible a la transformación nacional-popular en las sociedades del Tercer M undo. Concom itantem ente, dicha transformación, inducida por las llamadas revoluciones “ so­ cialistas” , no ha agotado la agenda de los objetivos que debe alcanzar. En consecuencia, es difícil pronunciarse hoy acerca de si los “ nuevos” movimientos son o no capaces de generar avances en la respuesta al desafio objetivo. Algunos de esos movimientos nos parecen encontrarse en u n impasse. Es el caso de las renovaciones religiosas fundamentalistas o de los repliegues com unitarios de tipo étni­ co. Constituyen síntomas de la crisis y no soluciones a la m is­ ma; como productos de la desilución, deberían reducirse a m edida que m uestren su im potencia respecto al verdadero desafío. Este criterio es expresión de un optim ism o -contrario al pesimismo de M alraux- que concluye con que la razón debe vencer. Otros, contrariam ente, pueden encontrar su ubicación en la reconstitución de un proyecto de sociedad que, más allá del capitalismo, resolvería las contradicciones que el capitalismo realm ente existente no puede superar, extrayen­ do lecciones de los pasos dados en esa dirección. Eso es lo que sucede, según nos parece, cada vez que los “ nuevos” movimientos (¡o los antiguos!) se colocan no en el terreno exclusivo de la conquista del Estado, sino en el de otra concepción del poder que debe ser conquistado. Y es que la elección no consiste en “luchar por el poder o por otra cosa” , sino en la concepción que se forje del poder por el cual se lucha. Las formas de organización construidas con base en la concepción “ tradicional” y dom inante del poder (poder-Estado) están fatalm ente llamadas a perder buena

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parte de su legitimidad a m edida que los pueblos capten la naturaleza de este Estado conservador. En sentido contrario, las formas de organización que ponen el énfasis en el contenido social m ultiform e del poder que es preciso desarrollar deberían tener éxitos crecientes. En esta categoría podría revelarse fecundo el tema de la polí­ tica no partidista (non party politics), desarrollado en la India por Rajni Kothari con base en la cultura gandhista. Es lo m is­ m o con el “ antiautoritarism o” en América latina, en el que Pablo González Casanova supone reconocer la principal cali­ dad de los “ nuevos” movimientos: rechazo del autoritaris­ m o del Estado, así com o del existente en el partido, el lide­ razgo y en las expresiones doctrinales de la ideología. Se involucra en esto u n a reacción contra toda la pesada heren­ cia de la form ación histórica del continente, lo que com porta sin duda u na reacción contentiva de progreso. También, y por la m ism a razón fundam ental, el feminismo en Occidente opera con la m ism a lógica de otra concepción del poder social, dado el objetivo que se propone de recusar al menos algunas de las raíces del autocratism o. En cierta manera, el Occidente se encuentra en la vanguardia de los nuevos avan­ ces de la liberación de la sociedad. Constituye un terreno de cuestionam iento inédito si esos avances implican brechas “ más allá del capitalismo” o si perm anecen “ asimilables” (recuperables) por dicho sistema social. Parece que a m edia­ no plazo por lo m enos las ventajas derivadas del capitalismo central son de tal m agnitud que los movimientos en cuestión no sacudirán los fundam entos de la gestión capitalista de la sociedad. IV E l p o r v e n i r de los “ nuevos” movimientos perm anece, pues, incierto. Es la razón p o r la cual no está excluido que puedan agotarse en la crisis actual.

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Extrapolando las reflexiones propuestas por Frank y Fuentes, y explicitando lo que quizá está sólo implícito en ellas, nos parece que “la eficacia” del movimiento social no depende de los mismos criterios de apreciación según el tipo de periodo. En los periodos de “ prosperidad” (las fases A del ciclo de larga duración), los movimientos adoptan con facili­ dad formas centralizadas de organización. La razón de ello se encuentra en que funcionan en el interior de un sistema cuyas reglas de juego son conocidas. Pueden, entonces, según la coyuntura, realizar algunos de sus objetivos (aumento de salarios, por ejemplo). En contraste, los perio­ dos de crisis estructural (las fases B del ciclo) se definen por la incertidum bre respecto a las reglas de juego, recusadas sin que se haya cristalizado el “ nuevo orden” derivado de los recientes equilibrios internacionales e internos. ¿No debe la crisis de la sociedad necesariamente conllevar la de las ideologías, prácticas políticas y formas de organización? ¿Pero, no es precisamente en estos periodos que cristalizan 1 las fuerzas ideológicas nuevas, que se dibujan los perfiles de los proyectos sociales novedosos, los cuales, parafraseando una célebre cita, “ al apoderarse de las masas se tornan en fuerzas materiales” ?

EL JU IC IO AL SUJETO: UN ANÁLISIS DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMÉRICA LATINA Por R a fa el G u id o B éja r O t t o F e r n á n d e z R eyes

Investigadores de la Facultad Latinoam ericana de Ciencias Sociales, FLACSO, sede México.

I. I n t r o d u c c ió n

Desde finales de los años setenta, pero en especial durante toda la presente década, una fuerte tendencia teórico-analítica ha avanzado en su dom inio intelectual sobre la investiga­ ción social y política en América Latina con un balance a profundidad que intenta repensar la historicidad de la región y, de m anera fundam ental, a sus actores centrales. Esta ten­ dencia ha significado un notable y sorprendente desplaza­ m iento de anteriores ejes de interpretación social y política de la sociedad latinoam ericana y de sus fuerzas sociales pro­ porcionados por las teorías del conflicto. La propuesta de esta tendencia es, en realidad, el montaje de u n verdadero “ju icio ” a determ inados sujetos y a sus res­ pectivas posibilidades y roles de acción social en la periferia latinoam ericana. Al enjuiciarlos se anulan sus presumibles potencialidades y se descubre, en la sociedad civil, la em er­ gencia de nuevos sujetos con formas inéditas de activación, movilización y capacidad de organización.1 Al negar ciertas 1 Ver Fernando C alderón G., (comp.), Los movim ientos sociales ante la crisis. Buenos Aires: UNU-CLACSO-JISUNAM, 1986. La preocupación inicial de esta investigación regional era conocer las respuestas que las sociedades sudam ericanas generaron ante las crisis y las “ posibilidades de constituir sujetos fundam entales de nuevos órdenes societales” . En sus objetivos estaba el conocim iento: “ por u n a parte, de [las] potencialidades de renovación y transform ación de los m ovim ientos sociales seculares, [119]

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discursividades o acentos ideológicos reduccionistas y, al parecer, teleológicos, pretende reconocer fuerzas sociales originadas y constituidas en las coyunturas en tanto que espacios de form ación de una nueva subjetividad contingen­ te en los actores. Lo anterior conduce a estudiar las reflexiones que organi­ zaron el “ju icio” , ya que su hegem onía es hoy indiscutible, por la extensión y am plitud de m uchos de sus postulados, así como por la discursividad no ortodoxa ni mecánica con que afirman evaluar la acción social. Por ot a parte, este tipo de estudios da prioridad a la bús­ queda, implantación y consolidación de ciertas normas y pro­ cedimientos que han servido para institucionalizar la acción política, a partir de u n a preocupación centrada en el proble­ m a de la gobernabilidad. Las variaciones políticas son justifi­ cadas y aceptadas por esta tendencia bajo un esquem a que actualiza, de form a parcial y selectiva, el análisis de la dem o­ cracia desde la tradición del liberalism o político. Lo cual per­ mite entrever la profundidad con que ha variado el discurso acerca del desarrollo social latinoam ericano en el lapso entre la “ teoría de la dependencia” y la “ teoría de la transición política hacia la dem ocracia” . En este sentido, dichos estudios parten de reconocer, por un lado, u n a correlación de fuerzas que funciona: a) en tor­ no a reglas de integración institucional y b) de acuerdo a la aceptación legítima de los nexos entre gobierno y la ciuda­ danía. Por otro lado, las fuerzas sociales son ubicadas en dos mom entos: a) en u n a fase de transición a la dem ocracia (cuya prim era etapa puede ser la “ liberalización” ) y b) en [así] com o el m ovim iento cam pesino y el movim iento obrero, o los m ovi­ m ientos nacionalistas (en sus diferentes orientaciones industrialistas y m odernizantes); p o r la otra, [de] la em ergencia de nuevos m ovim ientos sociales, m últiples y diversos en sus orientaciones y en sus identidades, que se constituyen en verdaderos espacios de reacción y de resistencia a los im pactos de la crisis y que en sus diversos gritos y deseos son portadores de nuevos horizontes colectivos, p. 11.

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una fase de consolidación de la m ism a (o institucionaliza­ d o n).2 Asimismo, los movimientos sociales son vistos como indicadores de una nueva relación de legitimidad (reconstitu­ ción, redefinición o reconstrucción de las formas político-sociales entre Estado, sociedad y economía). Esta caracterización de fuerzas sociales focaliza más los térm inos de integra­ ción sistémico-institucionales. A su vez, para la reconstitución de las relaciones entre Estado, econom ía y sociedad esta tendencia privilegia la m odernización y la dem ocratización estatal, la centraliza­ ción/descentralización estatal y la capacidad estatal de inte­ gración social por m edio de políticas económico-sociales y socio-culturales innovadoras que procesan las dem andas de los nuevos movimientos sociales.3 2 Ver los im portantes trabajos publicados en cuatro tom os p o r el Pro­ gram a Latinoam ericano del Centro Internacional W oodrow Wilson para Investigadores: O ’D onnell, Guillermo, Philippe C. Schmitter and Laurence W hitehead (Comp.). Transicions from authoritarian rule. Baltimore: The Jo h n s H opkins University Press. 1986 (Existe versión en español publicada por la editorial Paidos, Buenos Aires, 1988.) s El desplazam iento señalado pued e apreciarse, incluso, en la p ro ­ puesta de investigación más im portante de la década que sobre la relación Estado, econom ía y sociedad, a nivel de toda la región latinoam ericana, ha patrocinado el convenio PNUD-UNESCO-CLACSO el cual plantea, com o puntos cruciales de su diagnóstico, los siguientes supuestos: 1. Los esta­ dos enfrentan una am enaza de gobernabilidad sistémica de no producirse un a transform ación en sus estructuras internas; 2. Si la transform ación no involucra un increm ento en la eficacia de la capacidad de gestión para enfrentar las crisis, la am enaza a la gobernabilidad persistirá independien­ tem ente de la legitim idad alcanzada p o r las estructuras estatales; 3. Existe un a crisis perm anente de la sociedad civil que se expresa com o la im posi­ bilidad que tienen las diversas formas existentes de representación para procesar las dem andas sectoriales y generales que se originan en el marco de las relaciones del Estado, la sociedad y la economía; 4. Esos cambios no han sido ponderados para prever escenarios posibles de la acción de los m ovim ientos (actores) sociales; 5. Los sistemas políticos dem ocráticos precisan políticas económicas y socio-culturales creativas q u e no escindan la capacidad de consenso y de legitim idad d e la eficacia social d e la deci­ sión estatal; 6. La identificación de opciones dinámicas qu e com pensen corrientes negativas debe orientarse a la integración de las conductas de

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Este “ nuevo” paradigm a intenta modificar en profundi­ dad antiguos puntos de vista, lo cual hace necesario una dis­ cusión sobre sus temas centrales. Sería conveniente, así, revi­ sar las premisas y los elementos que m uestran la mayor variabilidad sustantiva con respecto a los énfasis que postu­ lan otros paradigmas. Véase tabla 1 T a b la 1 ÉNFASIS C O N C EPTU A LES EN EL AN ÁLISIS DE LAS FUERZAS SOCIALES Tradición dtú conflicto

Enfoque.'; actuales

Clases Lucha de clases Cambios revolucionarios Sistema de dom inación Clase dom inante Crisis sistémia H egem onía Crisis

Ciudadanía/Actores Concertación/pactos Transición a la dem ocracia Sistema político/gobierno Élites/clase política Crisis funcional G estión/gobernabilidad Racionalidad

II. P re m is a s s o b r e l a s f u e r z a s /m o v im ie n t o s s o c i a l e s e n A m é r ic a L a t i n a

De este “juicio” -“ proceso” es posible realizar una sistemati­ zación prelim inar de los ejes, propuestos por esta tendencia, para captar la subjetividad que redefine a las fuerzas sociales “ em ergentes” . Esta sistematización se hará en torno a las premisas básicas del enfoque interpretativo de la transición a la democracia: Premisa 1. R uptura con visiones globales o totaliza­ doras. actores claves que van desde el Estado hasta los m ovim ientos sociales (véa­ se la revista David y Goliat, 1987).

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Premisa 2. Tratar los acontecimientos en form a “ dis­ creta” sin relacionarlos a tendencias dadas o posibles. Premisa 3. Em plear los mecanismos político-institucio­ nales en sustitución de la relación de d om i­ nación social. Premisa 4. Negar la centralidad y/o la existencia de las clases sociales como relación y/o concepto para el análisis, utilizando en su defecto térm inos como sectores subalternos hete­ rogéneos, grupos de interés, ciudadanía, movimientos, etcétera. Premisa 5. Ubicar a los “ nuevos” sujetos y movim ien­ tos sociales dentro de parám etros esen­ cialmente sistémicos (con posibilidad de gegenerar inestabilidad pero que puede ser absorbida p o r el entorno político-institu­ cional). Premisa 6. El accionar coyuntural se convierte en el ám bito privilegiado de organización y m o­ vilización de los movimientos sociales. Premisa 7. El conflicto institucional es equivalente al conflicto político o a cualquiera otro tipo de conflicto social. Premisa 8. La heterogeneidad social dificulta la elabo­ ración de una única y exclusiva propuesta teórica capaz de explicar la movilización social. Estas premisas se proponen como el soporte fundam en­ tal para captar la diversidad, heterogeneidad e indeterm ina­ ción atribuible a las prácticas de los sujetos sociales, pero además como la base sustantiva para instalar el juicio del sujeto histórico, en su gran diversidad socio-política e ideoló­ gica, y a las prácticas y teorías asociadas al mismo.

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A m odo de explicitar los diversos supuestos aquí entre­ cruzados pareciera más conveniente considerar algunas de las premisas indicadas: Premisa 1. El proceso de ruptura con las visiones totalizadoras de sujetos y proyectos ¿Cuál es hoy, en América Latina, la tendencia del desarrollo social en térm inos generales? ¿Existe o no una continuidad entre los distintos quiebres políticos escenificados a partir de la posguerra o se trata de un escenario que no guarda víncu­ los entre los distintos sucesos en los cuales se han moviliza­ do los actores y sujetos? ¿O acaso las crisis de los regímenes autoritarios y posautoritarios sólo afectan esferas parciales de la estructura social latinoamericana? ¿Contestar estas inte­ rrogantes hacen o no necesario un abordaje desde lo global? Al parecer, para el pensam iento social latinoam ericano predom inante, responder a esta preocupación sería un sin sentido. Y es u n sin sentido porque esta tendencia no acepta caracterizar la región bajo los influjos de procesos globales reducibles a una secuencia histórica concreta. Hacerlo signi­ ficaría, para ella, aceptar que es posible reconocer la “ totali­ dad regional” desde determinadas orientaciones generales de regularidad, continuidad, ruptura y cambio político. Las pre­ misas de esta negación, por ejemplo, son en sí mismas con­ tradictorias con la afirmación de que existe en la actualidad una fase de transición a la democracia, por ser ésta una carac­ terización global. Esta form a de argum entación podría ser calificada de im postura al ser contradictoria consigo misma. Ante esto, tam bién puede afirmarse que es imposible ra­ zonar sin apelar a estructuras y procesos globales. Previo a la etapa actual, el análisis social caracterizó procesos y tenden­ cias de la región y propuso periodizar las complejas fases de la industrialización y la urbanización, la dependencia y el ciclo de formas autoritarias. No obstante, en la fase actual de “ tran­

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sición a la democracia” , se ha producido una desconexión en­ tre los procesos anteriores, todavía actuantes en la coyuntura, y los que, de form a presum ible, constituyen dicha “ transi­ ción” . Viene, así, a suceder u n a transición despegada de las fuerzas, motivos culturales y prácticas políticas que configu­ raron u n ethos en la dom inación político-social como tal. Aquí se produciría, ahora sí, u n a “ com prensión” de los acontecimientos desprovista de ejes articulatorios y tendenciales. Algo im pensable desde la perspectiva de los análisis que constituyeron originalm ente la tradición del pensam ien­ to latinoam ericano como, p o r ejemplo, los trabajos mismos de M edina Echavarría. Este pensador forjó buena parte de su aproxim ación intentando una explicación global sobre las causas estructurales del retraso social e histórico, así como de los efectos sectoriales que las relaciones tradicionales p ro d u ­ cían frente a la m odernización urbano-capitalista en marcha. Su preocupación intentó reconocer los desfases, producto de la desigualdad de ritmos com binados, por efecto de la centralidad de la hacienda con respecto a los planos interno y externo de la dinám ica estructural y de sus sujetos en conflic­ to.4 Este tipo de reflexión llevó a repensar lo social como uno de los ám bitos centrales para entender la inter-conexión de diversas instancias, así como a revalorar la capacidad explica­ tiva que su localización estructural y articuladora producía frente a otros espacios com o los económicos, políticos y cul­ turales. * M edina aceptaba q u e toda aproxim ación histórica im ponía al inves­ tigador “ interesado p o r los fenóm enos del c a m b io . . . (a apoyarse) sobre una teoría del desarrollo histórico, sobre una concepción de la historia en su proceso total” . Véase La O bra de José M edina Echavarría. M adrid, Edi­ ciones de Cultura Hispánica, 1980, p. 96. Asimismo, es notable la discu­ sión de M edina sobre los problem as de la racionalidad y la legitim idad p o ­ lítica “inexplicablem ente” ignorados en la actual discusión de transición y m odernidad, así com o en la “ recuperación liberal” de su obra. Véase J. M edina Echavarría, Consideraciones sociológicas sobre el desarrollo eco­ nómico. Buenos Aires: Solar/H achette, 1969, pp. 97-98.

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Esas prim eras sistematizaciones sugirieron considerar los efectos socio-políticos de la interrelación entre las formas oli­ gárquicas de dom inación y la imposibilidad del desarrollo industrial; identificaron los actores centrales en función de la apropiación territorial, en tanto acceso a las formas de con­ trol del m ercado, de la política y del Estado, como instru­ m ento organizador de las relaciones de poder; reconstruye­ ron los nexos entre los procesos sectoriales y las formas nacionales de desarrollo, con mayor o m enor grado de dife­ renciación e inserción en la econom ía mundiales; perspecti­ vas que anticipaban, todas ellas, la estructuración de visiones articuladas y totalizantes. Adelantaban propuestas, no im ­ porta el énfasis desarrollista y/o m odernizante que suponían, para interpretar la región desde las peculiaridades estructu­ rales que la reproducían históricamente. Lo im portante, y sin ponderar en este instante la profundidad y consistencia de la propuesta explicativa del autor m encionado, es el esfuerzo de articular el conjunto de las dim ensiones sociales desde un criterio explicativo central al discurso del desarrollo. En esa época, con los aportes simultáneos de la obra de la Cepal, Prebisch, Germani y Furtado, se establece una ten­ dencia analítica preocupada por encontrar lo específico del subdesarrollo latinoam ericano y la globalidad del desarrollo capitalista. Se hacía im pensable, a partir de estos hitos, un discurso que no tom ara en cuenta la dinámica interna y externa. Posteriorm ente, las reflexiones que sobre la depen­ dencia realizaran Cardoso y Faletto produjeron un nuevo e indiscutible avance en la misma dirección.5 La teorización sobre las relaciones de dom inación y las contradicciones -in ­ ternas y externas-, así como sobre las diversas formas de regímenes políticos y sus secuencias sustantivas, en contextos 5 Cfr. Caldoso, Fernando H enrique y E nzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, México : Siglo XXI, 1969; Cardoso, F. H ., Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes, Méxi­ co : Siglo XXI, 1976."

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de crisis (oligárquicas y/o populistas) y de modelos de in­ dustrialización asentados en perspectivas de autonom ías na­ cional-populares, desarrollistas, reformistas o socialistas, et­ cétera, apuntaban, cada vez más, hacia los ejes definitorios causales: en lo estructural, en lo político y lo social. La explicación resaltaba las formas de inserción periférica de la región en el sistema capitalista com o una determ ina­ ción sustantiva con la cual com prender las formas de repro­ ducción del subdesarrollo y de las específicas estructuras de dependencia que se escenificaban de m anera intensa y com ­ pleja en el subcontinente. En el orden de la dom inación so­ cial, enfatizaba, tam bién, sobre los patrones y características de los modelos políticos “ incom pletos” , “ híbridos” o “ ines­ tables” . Otras de sus dimensiones analíticas fueron: las crisis “oligárquicas” , la fractura del m odelo de industrialización sustitutiva de im portaciones, el fracaso político de las formas nacional-populares, la precipitación de las formas burocrático-dictatoriales militaristas, la profundización de la crisis del desarrollism o en las políticas globales y sectoriales, etcé­ tera.6 Un prim er y som ero balance de los num erosos estudios que constituye el corpus del proyecto CLACSO-PNUDUNESCO, el del grupo Flacso-Chile y el grupo latinoam eri­ cano del Wilson Center, m uestran la acelerada discontinui­ dad que ha sufrido la tradición teórica latinoam ericana a que 6 Al respecto existe una exhaustiva literatura indicativa de los procesos antes señalados: G erm ani, Gino, Política y sociedad en una época de tran­ sición. Buenos Aires : Paidos, 1968; D e Oliveira, Francisco, “A Econom ía Brasileira; critica a razao dualista” , en Estudios CEBRAP 2, Sao Paulo, 1972; Weffort, Francisco, “ Clases populares y desarrollo social” , en Populismo, marginalización y dependencia. Costa Rica : Editorial Univer­ sitaria C entroam ericana (EDUCA), 1973; Q uijano, Anibal, “D ependen­ cia, cam bio social y urbanización en Am érica Latina” , en op. cit.; Fer­ nández, Florestán, La revolución burguesa en Brasil, México : Siglo XXI Editores, 1978; O ’D onnell, G uillermo, 1966-1973 El Estado burocrático autoritario, Buenos Aires : Editorial de Belgrano, 1982.

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hem os hecho referencia más arriba.7 Es evidente el m arcado desinterés, de las nuevas aproximaciones, p o r captar las ten­ dencias procesuales y totalizadoras de las fuerzas sociales en un contorno de crisis del sistema capitalista m undial. El pro­ ceso global interesa como un referente de contexto y no como variable global de explicación o de inserción en las interrelaciones relevantes para la com prensión de los fenó­ menos sociales. El proceso global se convierte en subalterno de la indagación y aproxim ación empírica restrictiva. Intere­ sa sólo lo acotado sectorialmente; aquéllo sobre lo cual es perm isible inventariar sin entrar a dimensiones de “ lo im po­ sible” o “ lo utópico” . Lo político se reduce a lo estatal; lo social a los “ nuevos” movimientos sociales, entendidos éstos como heterogeneidades no determ inables socialmente. Se rechaza, así, la tradición de insertar el problem a de los sujetos sociales en un parám etro más general, aduciendo el fracaso de los distintos proyectos que conceptualizaron el rol a desem peñar p o r actores específicos. Su crítica es dirigida, de m anera directa, a los partidos, movimientos y grupos que asum ieron estrategias insurreccionales o que diseñaron alian­ zas y actividades sociales centradas en la supuesta potencia­ lidad de los sectores obreros y del cam pesinado. De esa m anera, y paralelam ente con el rechazo a reconstruir la procesualídad tendencial de la región, se agregó una consecuencia onerosa: la de que los sujetos mayoritarios subal­ ternos por excelencia se encontraban imposibilitados para actuar de y en conjunto para confrontar las tendencias pre­ decibles que los sojuzgaban y colocaban en franca situación de marginación social y política. Para esta nueva tendencia, es obvio que no existe posibilidad alguna para proyectos 7 En este trabajo no hem os incorporado la m uy reciente com pilación del grupo H oover sobre aspectos globales de la dem ocratización bajo la dirección y coordinación de Larry D iam ond, Ju a n J. Linz y Seymour Mar­ tín Lipset, Democracy in developing councríes, Boulder, Colorado : (cua­ tro volúmenes). Lynne Rienner Publisliers, 1989.

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centrados en u n a potencialidad antagonizante a las relacio­ nes sistémicas predom inantes y en las condiciones de crisis existentes. El trabajo de “ balance” o de “ diagnóstico” se concentró, con base en ese supuesto, en resaltar la obviedad de la debili­ dad de estos grupos y de la incapacidad de reconstitución de los mismos, curiosam ente, frente a regímenes, cuya recons­ trucción se había tornado en el principal objetivo político, a pesar de que tam bién transitaban por fases de progresiva debilidad institucional y política. Aquí los extremos se tocan: los sectores populares transitan m om entos de incapacidad política y los sectores de la dirección autoritarista, en sus dis­ tintos com ponentes, m uestran perfiles ya no tan unificados en cuanto al proyecto de futuro que los modelos de seguri­ dad nacional habían inaugurado. El m om ento es propicio para fraguar un cam bio político de escenario que “ negocie” la potencialidad de recuperación radical de los sectores populares a través de un proyecto de instauración de un régi­ m en democrático-liberal. Com o consecuencia de estas visiones, la tendencia asu­ mió que los procesos de institucionalización política por los que atraviesan, en la actualidad, las sociedades latinoam eri­ canas no descansa en las fuerzas sociales sino en las nuevas élites burocráticas o políticas con capacidad de reconocer nuevos horizontes políticos en el péndulo entre regímenes autoritarios en crisis y alternativas de negociación conducen­ tes a una necesaria transición política posautoritaria. Esto, globalm ente, representó una huida conceptual que se acom odó en la indeterm inación estructural. Exhibiendo un sentido de pesim ismo y desencanto sobre derrotas políti­ cas mal com prendidas pero extrem adam ente generalizadas como principios demostrativos, ad nausean, para el contexto latinoam ericano. De esa form a el triángulo negativo se cerra­ ba: no a las visiones totalizadoras, no a supuestos sujetos portadores de fuerza transform adora y no a proyectos prede­

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term inados sin relación con las reales posibilidades y fuerzas en capacidad de instaurarlos.8 La globalidad se ha redefinido en estos tres aspectos. Se ha reconceptualizado a partir de dimensiones en donde lo histórico ya no representa lo total, lo general o extenso en cuanto a procesos, tendencias y/o leyes de constitución social. Un buen ejemplo de semejante postura se puede encontrar en el balance que Calderón aproxim a sobre las “ no tendencias” de la región: ... parece que no hay un sentido unidireccional, tam po­ co un epicentro que regule el com portam iento de nues­ tras sociedades ( . . . ) Los movimientos sociales latino­ americanos no sólo son heterogéneos en térm inos de las relaciones sociales que expresan, sino tam bién en térm inos de sus dinámicas de acción. En ese sentido, no hem os podido encontrar un único principio que expli­ que el funcionam iento y el cambio de los movimientos sociales y sus conflictos. Más bien hemos encontrado una diversidad de com portam ientos que reaccionan, se * Trabajos q u e reflexionan en esta dirección y que, con énfasis par­ ticulares, adem ás, justifican el “ trascender los equívocos” asignados a los tres supuestos de reducción de la realidad con respecto a los su jetos, p ro ­ cesos y proyectos, estarían: Garretón, M anuel A. “Actores sociopolíticos y dem ocratización” , en Revista Mexicana de Sociología, no. 4, octubrediciem bre de 1985 y “ La problem ática de la transición a la dem ocracia en Chile. 1985, U na Síntesis” , (FLACSO, Santiago, 1985; Lechner, N orbert, “ Revolución o ru p tu ra pactada” , en Crítica & Utopía, no. 13, diciem bre de 1985 y “ La dem ocratización en el contexto de una cultura posm odern a” en Lechner (compilador) Cultura Política y democratización, Buenos Aires ; CLACSO-FLACSO-ICI, 1987; Calderón, Fem ando y Elizabeth Jelin, “ Classes sociais e m ovim entos sodas na América Latina. Perspecti­ vas e realidades” , en Revista Brasileira das Ciencias Sociais, no. 5, vol. 2, outubro de 1987; Calderón, Fem ado y Mario R. dos Santos, “ M ovimien­ tos sociales y gestación de cultura política. Pautas de interrogación” , en Lechner (compilador) op. cit.; Cardoso, Fem ando H enrique, “ ¿Transición Política en Am érica Latina?” , en Germani, Gino et al: Los Límites de la Democracia, vol. 2, Buenos Aires, CLACSO, 1985.

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adaptan, o proponen de distinta manera múltiples opcio­ nes societales, y aunque esto no niega que existan ten­ dencias recurrentes, enfatiza que los movimientos no tienen ni u n a sola causa, ni un sólo destino.9 En la preocupación anterior lo obvio sobresale: la pers­ pectiva de tendencia o de generalidad de las determinaciones sociales es acomodaticia. Confunde determinación con determ inism o. Se asume, así, la presencia de tendencias m últi­ ples que no guardan vínculos con un principio de organiza­ ción o de regulación de las conductas sociales. El criterio de estructuración, naturalm ente, implicaría la anulación de la construcción autónom a de la “ historicidad” y sus contingen­ cias. No obstante, lo que esta tendencia no com prende, es que, aún bajo los parám etros del autor, se reproduce el p ro ­ ceso y el m argen de acción-decisión de los sujetos. Los acto­ res están en capacidad de recusar y reorientar procesual e históricam ente el “ peso de las estructuras” y éstas no se superponen o sobreponen negando y elim inando el proceso de determinación que la acción hum ana produce, pero ambos procesos conform an una sola historia de integración en el cambio, la crisis y/o la reproducción estructural o sistémica. Para este punto de vista, la “ pluralidad de los sujetos” no puede, a su vez, ser “ explicada” por una multiplicidad de determ inaciones sujeta a un principio m otor exclusivo. El intento por com prender la sociedad como una totalidad emerge como algo indeseado, descalificado por la presun­ ción de que conduce a “ totalitarismos del pensam iento v.s. heterogeneidad de lo real” . Esta singular form a de aproxim ación a la realidad latino­ am ericana, para resumir, se basa, en prim er lugar, en la im posibilidad de reconocer el com ponente de estructuración 9 Véase Calderón, Fernando, Los m ovim ientos sociales frente a ia cri­ sis. Buenos Aires, CLACSO-Universidad de las Naciones Unidas, 1985, pp. 75-76.

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de las relaciones válidas y decisivas para construir el orden social. En segundo lugar, en reconsiderar el rol de los ejes de reproducción estructural. Estos son presentados ya no como “ explicativos” , en su nivel de determ inación central, sino com o “ otros tantos” que tienen presencia en los espacios de interacción de los actores pero que no definen una potencial carga de articulación de esa “ heterogeneidad” social im posi­ ble de aprehender o caracterizar. De esa m anera, y por últim o, el quiebre no produce un incóm odo estado de incom prensión analítico, com o ya antes se com entaba, sino que, por el contrario, produce un alivio con relación a los pesados presupuestos de un predeterm ina­ do “ sentido de la historia” . Al desaparecer la preocupación por los elementos que diluían las perspectivas de presente y futuro, la razón pragmática, que realiza el juicio al sujeto, deja a éste últim o desprendido de intereses básicos y funda­ mentales en las relaciones presentes de dominación y sujeción social. Se arriba así a postulados indeterminados que parecen reposar en una absoluta com placencia con la “ libertad de pensar” la “ libertad de lo concreto-real” . Postular así la “ de­ mocracia sin adjetivos” (aunque ya ello im plique un “ califica­ tivo”), es absolutamente impensable, frente a hechos adjetiva­ dos por una desigualdad estructural y política absolutam ente real, o por la “ m odernización” , o la “ descentralización” , o la “ concertación” , o la “ negociación” , etcétera. Esto m uestra hasta que punto el ignorar los “ adjetivos” certifica la ru p tu ­ ra con las relaciones que si prosiguen determ inando-enjuiciando a los sujetos bajo las sociedades clasistas o policlasistas en América Latina. La ruptura se ha consum ado. La probabilidad de un nue­ vo pensam iento político ya no es azarosa; al contrario: es una necesidad fundam ental para reconstruir un proceso con fuerte desencanto en cuanto a sus perspectivas.10 Las visio­ 10 Lechner deja m uy claram ente expresada la anterior justificación cuando afirm a que: “ La realidad m ism a es una infinitud de fragmentos

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nes totalizadoras son, ad hoc, com plem ento y no razón de postulación sobre supuestos sujetos con capacidad para construir proyectos, entendidos éstos com o las líneas históri­ cas de las grandes contradicciones y síntesis sociales del actuar cotidiano y extraordinario. Premisa 2. Desaparece la dom inación social del análisis y de la realidad empírica Desde la perspectiva de análisis de la tendencia que com en­ tamos, las fuerzas, grupos y movimientos sociales, son estu­ diados en u n contexto en donde se considera a lo político com o un ám bito restrictivo, diferenciado y hasta divorciado de lo social. Lo político es conceptualizado sin u n a adscrip­ ción y/o sujeción a lo social. Aparece como la “ dim ensión de la ciudadanía” ; com o un espacio am plio, pero restringido y específico: el lugar donde ocurren, exclusivamente, los “ intercam bios” entre los actores “ del” sistema. En esta redefinición de lo político ya no tiene sentido entender la constitución de los sujetos y movimientos socia­ les en las arenas del “ conflicto de clases” , ni en las expresio­ nes de los partidos, como fórmulas ampliadas de “ intereses materiales de las clases” , sino com o la reducción de los inte­ reses organizados y en conflicto a dim ensiones corporativiscuya com pleja vinculación desborda to d o intento de o rd en am ien to ” , (p. 15) Sin em bargo, es consciente de q u e esta lógica, llevada a sus extre­ m os, es poco fructífera y reclama, no sin tensión obvia, u n a reconsidera­ ción: “ La ru p tu ra con la m odernidad consistiría en rechazar la referencia a la totalidad. Sin em bargo, perm anece am biguo el alcance de ese nuevo desencanto: ¿se rechaza la referencia a la totalidad articuladora de los dife­ rentes cam pos po rq u e no es posible o po rq u e ya no es necesaria? ¿O no podem os prescindir de u n a noción de totalidad, pero pensada en otros térm inos? A m i entender, el debate sobre la llam ada posm odernidad deja abierta u n a cuestión de fondo; ¿la tensión entre diferenciación y articula­ ción sigue siendo una prob lem a práctico o se trata de un asunto obsoleto? (p. 174). Véase: N orbert Lechner, Los patios interiores d e la democracia, Santiago de Chile, FLACSO, 1988.

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tas. El conflicto, en general, es hoy asimilado a “ conflicto político” . Sin em bargo, que no mueva este cam bio a apresu­ radas conclusiones. Lo político, como lo apuntábam os, se mueve en el escenario de no prescribir rutas o líneas de com­ prensión. Se trata, antes bien, de describir “ las tendencias empíricas construyendo diagnósticos válidos” .11 La m odernización del Estado a que se aspira, vía su nue­ va “ eficacia dem ocrática” , no opera entonces, necesariamen­ te, desde u n a lógica que quiebra la estructura de la dom ina­ ción tradicional. Ya que el “ nuevo escenario” en que esta interm ediación causal opera lo constituyen las permanetes arenas del Estado y su institucionalización. Semejante visión, a pesar de enfatizar y relevar el rol de la sociedad civil, a través de la presencia de “ nuevos actores” , presenta correspondencia con la estrecha reconstrucción de los “límites” de reproducción de los sujetos que los tradicio­ nales discursos del poder, de factura conservadora, “ decreta­ ron” com o santuarios esenciales para la existencia de los actores. Para la transición y consolidación de la democracia, en cuanto al ám bito decisivo del régimen político, la escena es finita: son las elecciones, los partidos, los acuerdos entre las élites em presariales, sindicales, militares y las cúpulas tra­ dicionales. Por supuesto, como antes se señaló, todo acontece en la exclusiva arena de lo estatal. Los intereses sociales son y deben ser com prensibles desde este m oderno (¿o posm oder­ no?) “ tercero excluido” . Su labor de filtro es nuevam ente reivindicada; sólo que ahora, en lugar de “ explicarnos” la transición desde el absolutism o al estado m oderno se trata de introducir sólo u n a capacidad institucional no adscrita a 11 F. C alderón y M ario dos Santos: Ciencias sociales, crisis y req u eri­ m ientos de nuevos paradigm as en la relación Estado/sociedad/econom ía” , en ¿ H a d a un nuevo orden estatal en América Latina? 1. D em ocratización /m odernización y actores socio-políticos. Buenos Aires, CLACSO, 1988, p. XVI.

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intereses; más representativa, en lo fundam ental, de lo heterogéneo-social antes que de intereses exclusivos y particula­ ristas. Es esto lo que sugiere la obligación de repensar el dile­ m a de la “ gobernabilidad” versus la “ representatividad” sin m olestarnos, pecata m inuta, de si la dom inación se traspape­ la bajo algunos de los térm inos precedenes. La discursividad tom a nuevos referentes terminológicos (aunque no necesariam ente lógico-históricos): negociación, concertación, pactos, etcétera. El rostro, además del rastro, de las antiguas relaciones de subordinación ya no existen en los intersticios del Estado. Sólo em ergen los aparatos, las burocracias, los actores racionales, los nuevos tecnócratas y las reglas y procesos decisionales de acción -al estilo de la “ caja negra” - invaden y hegem onizan la lógica “ m oderna” de la discusión política (sobre transición y consolidación de la democracia). O tra racionalidad se comentará; pero quizá no un nuevo poder de decisión. Por supuesto, la “ ciudadanía” no accede pasivamente a los territorios donde se “ hace (la) política legítima” . Esta existe más allá y más acá del régimen político y/o de las rela­ ciones sociales de producción. En todos los espacios de inter­ acción se constituyen y se redefínen sujetos y movimientos sociales. Lo cual deja asentado un proceso de repolitización múltiple, variado y heterogéneo.12 La conclusión es paradójica, pero congruente con la intención de enjuiciar la práctica de los sujetos bajo límites característicos: com o los espacios de constitución de los suje­ tos son múltiples, diferenciados y no determ inados com pul­ sivamente por la fuerza b ru ta de las estructuras, la necesidad de “ sobrepasarlos” -en tanto que ám bitos infinitos- es inne­ cesaria. Ellos existen interconectados; pero no determ inados 12 Fernando H enrique Caldoso, “A D em ocracia n a América Latina” , en Novos Estudos, CEBRAP, no. 10, outubro de 1984, p. 50; Alain Touraine, Actores sociales y sistemas políticos en América Latina. Chile, PREALC, 1987, p. 47.

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globalmente. Si la pluralidad de form ación discursiva, de identidades y sociabilidades es extensa, ¿qué m ejor recurso que, en lugar de restringir, respaldar tal variedad de contex­ tos de form ación de la identidad política? Touraine, sin em bargo, se percata de semejante extravío en la im postura. Sugiere y advierte, en contra de esta “ explosión de la con­ ciencia social” reivindicativa, la necesidad de resistir la acti­ tud “ dem asiado atrayente de u n a autonom ía creciente y casi natural de los actores de la sociedad civil” .13 Léase: ¡de una heterogeneidad infinita! ¿Por qué acontece esta dislocación? Al parecer, la refle­ xión acerca y sobre lo social, en el tono y las restricciones con que se acom paña viene a decidir a favor de dicha disloca­ ción. Observemos lo anterior con mayor detalle. Esta exclusión de lo social, como carácter central de las dim ensiones explicativas de la dom inación, por ejemplo, puede encontrarse en una declaración del Partido Movimien­ to Democrático Brasileño (PMDB). En 1981, éste adoptó una posición típica de aceptación de las reglas de reproducción social de una sociedad periférica-capitalista. Su definición de dem ocracia patentiza este desplazam iento hacia la conver­ sión y aceptación de la negociación entre intereses antagó­ nicos: Para nosotros, el concepto de dem ocracia implica la posibilidad de alternatibidad en el poder; divergencia y heterogeneidad de intereses y actividades com o caracte­ rísticas buenas y necesarias, y no como males que se deban exorcisar; la idea de que la mayoría no debe suprim ir a la m inoría porque nadie m onopoliza la ver­ dad; participación en decisiones que afectan nuestras 13 Véase: Alain Touraine, “As Possibilidades da Dem ocracia n a Am éri­ ca Latina” , en Revista Brasileira des Cienciais Sociais, vol. 1, junio 1986, p. 13.

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vidas; la legitimidad de diferentes intereses y por consi­ guiente, de negociar; y la civilidad en el pensamiento político, sin el cual no puede exisitir la política dem o­ crática.14 Aún y cuando se pueda estar de acuerdo con varios de los postulados allí expresados, es obvio que lo más central del supuesto que anim a la constitución del “ imaginario dem o­ crático” en el PMDB es la legitimidad de la existencia de dis­ tintas formas de conflicto y de intereses (antagónicos); pero no sólo de que existan, sino de que permanezcan. Considera a la “ ciudadanía” como el espacio social, analítico y político privilegiado y adecuado para situar el terreno de control del conflicto. En lugar de las clases sociales, élites o sectores dom inantes, es la ciudadanía la que se articula con lo político a través de la insticucionalización del conñicto. La idea es que la posibilidad de negociar y reglamentar las dem andas, que los propios autores reivindican como heterogéneas, en el terreno institucional garantizaría la esta­ bilidad y eficacia del aparato estatal.15 Se afirma, así, la tesis de desvincular el aparato estatal de los intereses dominantes, 14 R obert A. Packenham, “ El Cam biante Pensamiento Político en el Brasil, 1964-1985” , en Revista Occidental, 1987, p. 251. 15 Al respecto se afirm a que: “ El régim en dem ocrático tiende a crear antagonism o y acciones ofensivas en ciertos sectores sociales que, bajo condiciones autoritarias, no hubieran siquiera m anifestado la m enor d e­ m anda. La tram a institucional de la dem ocracia, sus frenos y contrapesos, p ueden dem orar - a veces más allá de lo prudente o deseable- la puesta en m archa de proyectos com prom etidos durante la cam paña electoral. La inercia de la burocracia estatal, las restricciones en m ateria de reducción del gasto público, las dificultades para la renovación de los elencos, consti­ tuyen otros tantos factores de retardo en circunstancias políticas q u e exi­ gen celeridad y eficacia. Pero todo esto no es sino el inevitable costo de la redem ocratización institucional” . Véase: Carlos Acuña, Marcelo Cavarozzi, Lilliana De Riz, Elizabeth Jelin, y Oscar Oszlak: “ Estado, política y actores sociales en la A rgentina contem poránea” , en ¿Hacia un nuevo orden estatal en América Latina? (1). D em ocratización/m odernización y actores socio-políticos, op. cit., p. 27.

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los cuales son m ediados por una lógica intraestatal exclusiva: “ existe una tram a institucional hecha de jerarquías, regla­ mentaciones, trámites y prácticas fuertem ente arraigadas de las que el adm inistrador público y el funcionario político son, a la vez, victimarios y víctimas, tal vez (las más de las veces) involuntariam ente” .16 De ahí que, y en respuesta a, la aceptación de la dem ocracia como “un aprendizaje y aplica­ ción de un m étodo de convivir con conflictos” .17 -com o apunta una investigadora brasileña-, la política es “ algo más que la política de la clase dom inante” (!) Transformándose en un universo de variables heterogéneas que determ inan la multiplicidad de los intercambios y procesos de constitución de actores. Sin lugar a dudas, aquí se introduce un nuevo contexto de lo social. El término de “ heterogeneidad” (de conflictos, conductas, demandas, determinaciones y movimientos sociales) se con­ vierte en punto central para continuar el razonamiento: ¿Cómo se originan las relaciones sociales definidas como “heterogéneas” ? ¿Por qué, en ausencia de un principio social articulatorio, los sujetos sociales expresan inconformidad, insatisfacción y protesta en todos los ámbitos socio-políticos, económicos y culturales? ¿Qué explica la “homogeneidad” de la protesta y movilización, coyuntural o permanente, en los su­ jetos “ heterogénébs” ? ¿A qué razón(es) o causa(s) imputarles la existencia estructurada de una “ heterogeneidad” , al parecer no estructurada ni estructurante, de la infinita acción social? ¿Es posible que una multideterminación indeterminada sea capaz de producir esta variedad de conductas, relaciones y conflictos sociales caracterizable como “heterogeneidad” ? 16 Idem , p. 30. Sin lugar a dudas aquí logra definirse un a simplifica­ ción de las relaciones de autonom ía de lo estatal, llevando al límite la posi­ bilidad de “ explicar” lo político del Estado com o procedim iento intraburocrádco divorciado de lo social. Lo anterior no es casual. Forma parte de un cuadro teórico sistem atizado y consistente con la postura de ru p tu ra ante el paradigm a de la dom inación. 17 Packenham., op. cit., p. 241.

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Nuevam ente la construcción de lo social y de la dom ina­ ción en particular se reconoce, de m anera acomodaticia, como descentrada y como imposible de centralizar, a riesgo de arribar a “ determ inism os” tradicionales. Por supuesto, u na concepción de tal naturaleza, que enfatiza el reencapsulam iento de los sujetos sociales dentro de parám etros institu­ cionales y, por tanto, desvincula las dem andas sociales de una objeción a las instituciones políticas, sólo puede arribar a conceptualizar la negociación como espacio de com prom i­ sos que paralizan la movilización autónom a frente a fuerzas estimadas com o antagónicas. Lo anterior lleva precisamente a Touraine a m ostrar grave preocupación por aquellas “ dem andas sociales de todo origen que se expresan fuera del sistema institucional, o que constituyan un riesgo mayor para la dem ocracia” .18 Es obvio que la nueva redefinición de lo político reduce lo social a un reconocim iento de intereses diferenciados, pero nunca llega a plantear trascender su lógi­ ca organizativa dom inante. Lo social deja de constituir un punto de referencia; la política definida como forma de negociación es la que estructura los espacios en tanto que arenas legítimas para la coexistencia de intereses opuestos o, en un lenguaje quizá más “ tradicionalista” , entre dom inado­ res y dom inados.19 Pizzorno especifica, de m anera muy clara, la fórm ula con que se afronta hoy el reconocim iento de estas oposiciones desde el cam po político: El reconocim iento de partes políticas diversas. . . , ha resuelto para las sociedades democráticas un problem a 18 Touraine, As Possibilidaes. . . , op. cic., p. 12. 18 Por cierto, las categorías de dom inadores-dom inados, al parecer, son un avis rara en la caracterización de la transición. Su apresurado falle­ cim iento teórico deja m ucho que desear al reconocer hechos recientes: el p erd ó n del gobierno M enem a los militares en la A rgentina y las reaccio­ nes de la cúpula em presarial y m ilitar frente a la decisión presidencial.

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de control social que de otro m odo sería tratable m i­ litarm ente. Lo pudo hacer en la m edida en que se ha presentado com o procedim iento de opción de políticas, aunque en realidad ha operado, a través del conflicto político, com o técnica de refuerzo de las identificacio­ nes, y de predisposición a la negociación. A.demá.s, la potencial conflictividad de las posiciones políticas tiende a configurar el discurso político, al m enos en parte, en discurso ideológico. Esto es, en un discurso que procu­ ra ser más “ com prensivo” (más global, más universalis­ ta) que el del adversario. Por consiguiente, se refiere más a intereses de largo plazo que de corto plazo, más a conquistas hipotéticas que a satisfacciones inmediatas. También esto sirve para controlar, a través del conflicto político, los intereses sociales urgentes.20 El supuesto de semejante referente es el proceso de tran­ sición a la dem ocracia en varios países de la zona. Desde ese ángulo, los nudos del cambio, la crisis y la estabilidad política hoy transitan por dinámicas que hacen posibles la “ negociación” aún en situaciones de aguda conflictividad global. La argum entación de Pizzorno es sustantiva a nuestra discusión: la transición tam bién puede ser vista como la “ consolidación” de una hegem onía burguesa y como capa­ cidad política de desorganización popular. Asimismo, como capacidad de reintroducir un falso consenso avalado por un discurso ajeno a realizaciones materiales efectivas de “ re­ negociar poder” institucional y transformación social. Es­ taríamos frente a un tipo de democracia coartada en donde la posibilidad decisoria habría desaparecido sustancial­ m ente.21 20 Alessandro Pizzorno, “ Sobre la racionalidad de la opción dem ocrá­ tica” , en Pizzorno, et al., Los lím ites de la democracia, Buenos Aires, CLACSO, vol. 2, 1985, p. 37. 21 “ La dem ocracia -arg u m en ta H aberm as- ya no se asocia con la igualdad política en el sentido de una distribución igual del p o d er político,

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Ese punto de inflexión, resultado lógico de la fractura de diversas experiencias políticas así como de proyectos frus­ trados de confrontación, rem ite a una tom a de conciencia, según algunos, que representa una ganancia en cuanto luci­ dez política y esclarecimiento en la percepción de alianzas y posibles esfuerzos para lograr avances reales en la institucionalización de la dem ocracia.22 A hora bien, y a riesgo de subestim ar las ganancias reales que la crisis del autoritarism o hoy depara, no es menos cier­ to que las voluntades populares encuentran una expresión crítica; m uy real tam bién, a partir de una conciencia más profunda, y de una percepción más directa, de las restriccio­ nes sociales de la form a capitalista que actualm ente opera en la región. ¿Cómo desconocer las acciones de movilización salvajes en Venezuela, República Dominicana, Brasil y Argen­ tina ante inm inentes procesos devaluatorios o de renegocia­ es decir, de las oportunidades de ejercer poder; la igualdad política sólo significa ahora el derecho form al al acceso al p oder con iguales posibilida­ des, es decir, el derecho igual a ser elegido en posiciones de poder. La d e­ m ocracia ya no persigue el fin d e racionalizar el poder social m ediante la participación de los ciudadanos en procesos discursivos de form ación de la voluntad; m ás bien tiene que posibilitar com prom isos entre las élites dom inates” . Véase H aberm as, Jürgen, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Buenos Aires, A m orrortu, 1975, p. 148. No deja de ser sintom ático el silencio q u e estas razones ocasionan en los especialistas en el tem a de la transición; ciertam ente, se dirá, es el H aberm as qu e no m ere­ ce ser citado. 22 ( . . . )“ el acceso a la dem ocracia no significa que se mistifique, junto con ella, la disolución de la problem ática social, la elim inación del conflic­ to. Ésta en todo caso lo coloca en otro punto, pero d onde la realidad no se simplifica sino q u e adm ite su perfeccionam iento y renovación. Ello conju­ raría en alguna m edida las inclinaciones totalitarias presentes en las con­ cepciones utópicas. En todo caso, el m atiz utópico del ideal dem ocrático no se refiere tanto a u n m odelo social com pleto com o a un a m odalidad de regulación social”, M ario dos Santos y Daniel García Delgado “ D em o­ cracia en cuestión y redefinición de la política” , en Crítica & Utopía, no. 8, 1982, p. 72. Por supuesto: el p unto en donde se coloca lo social es indescifrable. H ay que desaparecerlo. Y para ello que m ejor estrategia que afirm ar que la política h a ganado en profundidad. ¡Vaya qu e es bien cierto!

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ción de imposiciones fiscales onerosas respecto de la deuda externa ante el FMI o de secuelas de lo anterior en el abaste­ cimiento o increm ento del costo de la vida? Capítulo curio­ sam ente no explicitado por los más reconocidos analistas actuales de las crisis políticas, que se em peñan en diagnosti­ car y localizar una racionalidad permisible con base en las “ nuevas form as” de organización de la dom inación en Amé­ rica Latina23 e ignoran, de m anera sistemática, los puntos de irreconciliable negociación entre los actores sociales, o sobrevalúan las “ técnicas” de reforzam iento entre “ identifi­ caciones opuestas” vía los procesos de “ negociar” partes ab­ solutam ente marginales de la dom inación política. Un prim er balance de esta argum entación nos parece central por dos motivos: I o) deja entrever las insuficiencias de la propuesta de institucionalizar la transición de la dem o­ cracia prescindiendo de los contenidos sociales en que se sustenta y reproduce históricam ente y 2o) recoge de su p ro ­ pia constatación teórica la fragilidad de su discurso, aun y cuando m uestre una actitud contradictoria en unos y otros al 2S Es extraordinariam ente curiosa la form a en que se califica el redescubrim iento capitalista de ¡a democracia en la periferia y de los instrum en­ tos y form as de organización para hacerla “ factible” . Por supuesto, sin profundizar sobre las restricciones históricas que hoy em bargan al capita­ lismo com o sistema global de civilización. El abanico, sin dejar de ser am plio, aparece orgánicam ente pensado en varios autores: ni reform a ni revolución y sí “ rupturas pactadas” en Lechner; com o participación o representación en Touraine; com o “ pluralism o conflictivo” según Portantiero; com o articulación de “ aspectos, dem ocrático, representativo, corpo­ rativo y capitalista” , en la consideración de N um y de “ racionalidad im perfecta” , de acuerdo con Fishílish, en: N orbert Lechner, “ ¿Revolu­ ción o ru p tu ra pactada?” , en Crítica & Utopía, no. 13, 1985, p. 57; Tourai­ ne, op. cit., p. 13; Ju an Carlos Portantiero, “ La consolidación de la d em o­ cracia en sociedades conflictivas” , en Crítica & Utopia, Idem, p. 49; José N um y Ju a n carlos Portantiero: “ La teoría política y la transición dem ocrá­ tica” Ensayos sobre la transición democrática en ¡a Argentina. Buenos Aires, Punto Sur editores, 1987, p. 44; y Ángel Flisfiscli, “ Reflexiones algo oblicuas sobre el tem a de la concertación” , en Concertación poli tico-social v democratización. M ario dos Santos (compilador), Buenos Aires, CLACSO, 1987, p. 276.

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hablar de que no existe teoría (de la transición) o de que hay que producirla.24 La contradicción práctica de semejante situación, caracte­ rística de la nueva discursividad política latinoamericana, m uestra su indudable fragilidad aquí, y en el supuesto a par­ tir del cual reconstruye lo político disolviendo las bases sociales que dan sustento a la organización polarizada de los sujetos.25 Semejante propósito de carácter disolutorio de lo social, parte y ñeñe un referente básico adicional: las clases sociales. Premisa 3. Por canto “desaparecen” las clases sociales No existe paradigm a en el pensam iento político y social más recusado que el de la relación de clase que, se asume, existe 24 Lechner nos habla, en 1980, del precario “ status teórico del concep­ to de dem ocracia” (en aquéllos que la reivindican com o principio de legiti­ m ación o com o estructura organizativa); asimismo, O ’D onnell y Schm itter d udan en poseer una “ teoría” acerca de los procesos d e transición, au n ­ q ue las conclusiones de su investigación se inclinan en una dirección opuesta. Véase: Lechner, N., “ El D ebate Teórico sobre la D em ocracia” . Materiales de discusión. FLACSO-Santiago de Chile, 1980, p.