El Jefe de la banda
 9786074028300

Table of contents :
Portada
I. Prólogo, por Pascal Beltrán del Río
II. Epígrafe sobre lo que buscamos
III. La transversalización presidencial
IV. La mente presidencial
V. La galería presidencial
VI. Los primeros presidentes constitucionalistas
VII. La revolución institucionalizada
VIII. El Maximato y el Generalato
IX. El paso hacia el civilismo
X. La estabilización austera
XI. El desarrollo estabilizador
XII. La decadencia del idilio
XIII. El inicio de las crisis
XIV. En medio de la tormenta
XV. La tecnocratización del poder
XVI. Los economistas
XVII. La ruptura
XVIII. La alternancia
XIX. El golpe de timón
XX. Epílogo sobre lo que nos hemos encontrado
XXI. Índice onomástico

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El Jefe de la Banda

José Elías Romero Apis

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Primera edición: octubre 2015

D.R. © José Elías Romero Apis © Plaza y Valdés S. A. de C. V. Manuel María Contreras núm. 73. Colonia San Rafael México, D. F. 06470. Teléfono: 5097 20 70 [email protected] www.plazayvaldes.com Plaza y Valdés Editores Calle Murcia, 2. Colonia de los Ángeles Pozuelo de Alarcón 28223, Madrid, España. Teléfono: 91 862 52 89 [email protected] www.plazayvaldes.es Formación ortotipográfica: José Luis Castelán Aguilar ISBN: 978-607-402-830-0 Impreso en México / Printed in Mexico El trabajo de edición de esta obra fue realizado en el Taller de Edición de Plaza y Valdés ubicado en el Reclusorio Preventivo Varonil Norte. Lo anterior es posible gracias al apoyo, confianza y colaboración de todas las autoridades del Sistema Penitenciario del Gobierno del Distrito Federal, en especial de la Dirección Ejecutiva de Trabajo Penitenciario.

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–“Mejor no vayas a esa comida, Álvaro. Los fanáticos son muy peligrosos”. –“No me hacen nada, Plutarco. Me tienen mucho miedo”. –“Por eso son más peligrosos”. –“No te preocupes. Tú y yo somos los jefes de la banda”. Y, mientras decía esto último, sus dedos índice y pulgar, ligeramente separados, se deslizaban sobre su pecho, desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda. Con este ademán, aludía no al consorcio guerrillero que habían comandado durante veinte años sino al pedazo de tela tricolor que identifica al Jefe del Estado Mexicano. Castillo de Chapultepec, en la mañana del 17 de julio de 1928. A muy pocas horas de esto, un insignificante de toda insignificancia asesinaría al Caudillo-de-la-Nación. El ya único e indiscutible dueño de México fue destruido por un hombre sin poder, sin inteligencia, sin dinero y hasta sin cordura. ¡Sorpresas nos da la vida! Este hombre, sumergido en el pozo de la imbecilidad, cambiaría la historia de México y consolidaría el lema de la Revolución Mexicana.

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Contenido I. Prólogo, por Pascal Beltrán del Río

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II. Epígrafe sobre lo que buscamos

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III. La transversalización presidencial . . . . . . .

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IV. La mente presidencial

. . . . . . . . . . . .

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V. La galería presidencial

. . . . . . . . . . . .

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VI. Los primeros presidentes constitucionalistas . . 119 VII. La revolución institucionalizada VIII. El Maximato y el Generalato

. . . . . . . 137 . . . . . . . . 155

IX. El paso hacia el civilismo . . . . . . . . . . . 179 X. La estabilización austera

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XI. El desarrollo estabilizador XII. La decadencia del idilio XIII. El inicio de las crisis

. . . . . . . . . . 245 . . . . . . . . . . . 275

. . . . . . . . . . . . 293

XIV. En medio de la tormenta

. . . . . . . . . . 309

XV. La tecnocratización del poder

. . . . . . . . 329

XVI. Los economistas . . . . . . . . . . . . . . 347 XVII. La ruptura

. . . . . . . . . . . . . . . . 373

XVIII. La alternancia XIX. El golpe de timón

. . . . . . . . . . . . . . 385 . . . . . . . . . . . . . 405

XX. Epílogo sobre lo que nos hemos encontrado XXI. Índice onomástico

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I. Prólogo

“¿P

or qué guardas todos esos papeles? ¡La política mexicana es de tradición oral!” Eso le dijo Jesús Reyes Heroles a Porfirio Muñoz Ledo una vez que lo visitó en la impresionante biblioteca que éste tenía en su casa de San Bernabé, al sur de la Ciudad de México. Los documentos seguían ahí, varios años después de ese reproche. Los vi un día que entrevisté a Muñoz Ledo sobre una de tantas polémicas que protagonizó como senador de la República. Estaban perfectamente acomodados, en carpetas. Eran discursos y minutas de reuniones y seminarios de la época en que el guardián de los papeles había sido presidente del PRI. —Y, de verdad, ¿por qué los guarda? –le pregunté, intrigado. —Porque un día no faltará quien quiera negar lo que ahí está escrito. Por la naturaleza de mi profesión, me producen una enorme curiosidad las cosas que los hombres públicos dicen en privado, cuando nadie más los está escuchando. 11

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A eso se debe que siempre trate de leer los labios de los políticos que cuchichean en el presídium. Lo que los políticos dicen en público suele ser acartonado como un ritual. La sustancia de su oficio sólo se revela cuando se cierra la puerta y los interlocutores se sienten en confianza. Seguramente tenía razones don Jesús para temer al registro escrito de la política. Todavía recuerdo la cara de terror de un viejo y respetado periodista cuando, durante el gobierno de Vicente Fox, se emprendió la tarea de hacer públicos los archivos de los servicios de espionaje que funcionaron durante la era autoritaria. Son pocos los políticos mexicanos que escriben memorias. De los expresidentes de la República, sólo un puñado lo ha hecho. Como he tenido la oportunidad de leerlas casi todas, puedo afirmar que suelen ser libros ricos en justificaciones de sus actos pero muy pobres en anécdotas que expliquen el funcionamiento del entramado que llamamos sistema político. Muchas de esas anécdotas han pasado de boca en boca, como prefería don Jesús, quien, por cierto, tampoco dejó escritas unas memorias. Las que he conocido me las han platicado políticos, o personas que han contado con la confianza de ellos, lo que probablemente provoca que la precisión de los datos vaya deslavándose con el tiempo. Uno de los hombres que más episodios de la política me ha relatado –especialmente aquellos que tienen como personaje 12

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I PRÓLOGO

central a un Presidente de la República—, ha sido José Elías Romero Apis. Exfuncionario y exlegislador, Romero Apis ha vivido muchas de las anécdotas que relata, pero también conoce una gran cantidad de ellas gracias a que ha sido un estudioso de la política, lo que lo ha puesto en contacto con diversos protagonistas de la cosa pública, sabiendo discernir entre los episodios superfluos y aquellos cargados de sentido. Por si fuera poco, el autor del libro que usted tiene en las manos, nació en una familia en la que la política era materia de todos los días, lo que incluía una relación próxima con más de un Presidente. En decenas de encuentros, de los que siempre me he retirado tras de haber aprendido algo, sugerí varias veces a José Elías poner por escrito su vasto acervo de anécdotas sobre presidentes y reflexiones sobre el presidencialismo. Afortunadamente mis peticiones no cayeron en oídos sordos. Publicó algunas en una serie de trabajos especiales para el periódico Excélsior –la casa editorial de ambos—y, ahora, en un libro que da a conocer muchos aspectos inéditos de la vida de los 21 presidentes de la actual era constitucional. Quien se acerque a El jefe de la banda –el poderoso y sugerente título de esta obra—no se irá con las manos vacías. Tanto el neófito de la política como el docto encontrarán aspectos que desconocían sobre el grupo de presidentes que va de Venustiano Carranza a Felipe Calderón. Los lectores se quedarán con una idea clara de cómo obtuvieron el poder y cómo lo ejercieron estos hombres, inmersos en un mundo que los mexicanos sólo conocen 13

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superficialmente y cuyas reglas no escritas no suelen compartirse con todos. La historia que aquí presenta Romero Apis es la de un conocedor, porque vivió en las entrañas del sistema político y convivió con sus personajes más encumbrados, pero es también fruto de un análisis objetivo, que lo lleva, en unas ocasiones, a coincidir con los presidentes cuyas acciones evalúa, pero, otras veces, a disentir de ellos. Éste es un libro destinado a convertirse en un clásico de ciencia política mexicana. Lo es no sólo por el rigor con que Romero Apis narra los hechos que vivió y los que le contaron —debidamente corroborados con varias fuentes—, sino porque, como digo arriba, contar con un testimonio así, por parte de alguien que habitó un mundo vedado para tantos, es absolutamente excepcional. “Cuando la política real, la única en la que creo, es ejercida de manera fina y exquisita, se convierte en una delicia para el espectador y en un deleite para el actor”, escribe Romero Apis. He aquí una frase, y un libro, que sólo podría producir alguien que ha sido un espectador y un actor igualmente avezado. Sin ánimo ni espacio para extraer las perlas que el lector conocerá por sí mismo, debo decir que me impresiona la narración detallada del destape de Adolfo López Mateos, en 1957, que nunca antes se había hecho. Convencido de que los juegos verbales de Adolfo Ruiz Cortines eran la triste realidad que le tocaría enfrentar, el secretario del Trabajo realizó una suerte de última cena con sus cercanos y se aprestó a la muerte política, acompañado 14

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I PRÓLOGO

sólo de los contenidos de su cava. Cuando el alcohol comenzaba a transportar sus pensamientos a otra dimensión, recibió la llamada de su jefe, quien le había retirado la palabra muchos meses antes. Ahí supo que sería Presidente de la República. La anécdota sintetiza algo que ocurre con harta frecuencia: si la política puede llegar a confundir a los propios políticos, es obvio que los mortales estamos generalmente desprovistos de las claves para entender lo que sucede en el Olimpo, aunque nos encante fantasear sobre ello. Pero nada en la dimensión política suele ocurrir sin causa. Ni la elección de un reloj ni el lugar que ocupa alguien en un presídium suceden por casualidad. Obedecen a un código no escrito de la política, que Romero Apis también desentraña para sus lectores. Dicho código, dice el autor, sería más extenso que el Código Civil, si se pusiera por escrito. Pero es imprescindible que lo conozca todo gobernante porque “gracias a sus reglas, los políticos mexicanos han sabido, con facilidad, lo que son ellos y los demás, lo que se espera de cada quien, así como lo que cada uno tiene que hacer en cada momento de su actuación política”. Por último, hay que decir que éste no es un libro sobre el pasado sino sobre el recuerdo, una dimensión atemporal, donde los muertos viven para siempre. Es historia viva, que ayuda a entender el presente y permite imaginar el futuro. Si los presidentes no son ya esos seres imperiales que podían mover las hojas de los árboles con sólo pensarlas, se debe a una realidad que ellos mismos ayudaron a construir. Sin embargo, la banda permanece y quien la porta es poseedor 15

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de un poder que tardará mucho tiempo en desaparecer del imaginario colectivo, si es que alguna vez lo hace. El diálogo con los presidentes que está usted a punto de atestiguar, es uno que trasciende fronteras porque los detentadores del poder comparten características, más allá de su origen y la patria que les toca encabezar. La primera, como bien decía Franklin D. Roosevelt, “the presidents are selected, not elected”, los presidentes no son electos, son elegidos. Pascal Beltrán del Río

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II. Epígrafe sobre lo que buscamos La Banda

L

a banda presidencial es un símbolo político. Está destinada a ser utilizada, de manera exclusiva, por el Presidente de la República. Es la representación del Poder Ejecutivo Federal y, también, de alguna manera simboliza al Estado Mexicano. Su uso está regulado por la ley y no queda al gusto caprichoso de su dueño. Allí se señala su diseño y las ocasiones para portarla. Sin embargo, más allá de eso, es un símbolo de poder que equivale a la corona de las monarquías, la cual no es un pedazo de metal. La corona no es una diadema ni una tiara así como la banda no es una estola ni una pashmina. La banda presidencial es un emblema que ilusiona, que entusiasma y que ensueña a muchos. Que interesa, que atrae o que asusta a otros. Que a muchos nos ha provocado curiosidad mientras que a otros los ha movido a burla. Pero, también, ha estado en nuestro argot político como cuando se dice que, a algún presidente respetado, el águila le 17

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luce con mucho esplendor. Que la usa como tesoro, como galardón o como venera. O, por el contrario cuando, del presidente repulsado, se dice que trae la banda muy sucia. Que la usa como babero, como pañuelo o como trapeador. En muchas repúblicas se utiliza la banda presidencial, aunque no en todas. En los Estados Unidos, por ejemplo, nunca he visto su uso. Sin embargo su presidente no carece de un símbolo. En su bandera presidencial, en su automóvil, en su avión, en su tribuna, en su escritorio y, se dice, que hasta en su alcoba se ostenta una rodela con el escudo nacional al centro y orlado con la leyenda “Seal of the President of the United States”. Los emblemas son la representación de una realidad. Hay una banda que simboliza al jefe del Estado. Luego, entonces, hay un Estado y, segundo, tiene un jefe. Es parte de una indumentaria, no de un disfraz. Tampoco es un adorno. El individuo que la porta no la necesita ni para identificarse ni para gobernar. Más que eso, es su reconocimiento personal de que gobierna en nombre de un pueblo y de que se encuentra sometido a éste. En ese sentido, no es una alhaja sino, más bien, es un fierro. Denota una pertenencia. Pero no que la nación le pertenece a él sino que él le pertenece a la nación. La banda, en materia de Estado, equivale al crucifijo, en materia de religión. El presidente leal no piensa que la República es suya sino que él es de su República, así como el creyente fiel no siente que el Cristo es suyo sino que él es de su Cristo.

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II. EPÍGRAFE SOBRE LO QUE BUSCAMOS

Porque es el sentido republicano el que sostiene la creencia en estos símbolos de los gobernantes al mismo tiempo que en la paridad entre ellos y los gobernados. Cuando aquellos granjeros iluminados que hoy conocemos como los “padres fundadores” establecieron los Estados Unidos de América lograron, simultáneamente, la invención de muchos logros políticos todavía no superados. Fundaron una república, invento nuevo en la modernidad. Pero, además, la hicieron constitucional. Por si fuera poco, decidieron que fuera democrática. No suficiente, que fuera liberal. Para acabar, que fuera federal. Pero, además, todo junto y al mismo tiempo. Es lógico que muchas cosas no se sabían o no se entendían a cabalidad. Por eso, cierto día, ya fundada la nación y electo su primer mandatario, se encontraban reunidos en la casa de James Madison, en Nueva York. Cuando llegó Washington, le explicaron que estaban platicando sobre el tratamiento que deberían darle, dado su nuevo e insólito cargo. Unos sugerían que “majestad”, como a los reyes. Otros, que había que ser moderados y dejarlo en “alteza”. Algunos, que había que darle un sentido más republicano y tan solo establecerlo en “señoría”. Por último. Alexander Hamilton preguntó al general libertador y nuevo gobernante sobre el tratamiento que preferiría. A esto, Washington contesto: “No me llamen como lo que creen que soy ni como lo que quieren que crea que soy. Llámenme, únicamente, como lo que realmente soy y tan solo díganme Señor Presidente”. 19

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Desde entonces, en todas las repúblicas, esas dos palabras unidas designan al más alto gobernante del país.

Escribir desde el Caribe Escribo este preludio desde el Caribe. No obstante que Nueva Orleans no es el Caribe y que ella, como Nassau, no están en el trópico. Pero no puedo dejar de considerarlas así. Cuando estoy en Nueva Orleans pienso más en Haití que en Chicago. Y en Nassau me parece, por momentos, que estuviera en Veracruz o en Villahermosa, descontando la riqueza de esas ciudades mexicanas. Es más, en Nueva Orleans me gusta tener una ventana al río. Al igual que en Villahermosa, es mágico estar junto a los ríos más importantes de ambos países y pensar que ninguno de los dos serían lo mismo sin el Grijalva o sin el Mississippi. Estas notas primeras las escribí allá en un viaje que me fue muy cómodo porque me lo organizaron mi hija y mi yerno, con lo que me convencí que ya pasó el tiempo en que yo era el encargado responsable de los paseos familiares. La familia, como la política, tiene biología y sucesiones. Más allá de este epígrafe, el resto del contenido de este libro fue escrito en la Ciudad de México y en Cuernavaca, entre diciembre y marzo. Es decir, en pleno invierno del altiplano. El agresivo enero del Valle de México y el cómodo marzo del Valle de Cuernavaca. El clima tiene mucho que ver con el temperamento y con la conducta. El calor del trópico nos deja en libertad hasta para 20

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II. EPÍGRAFE SOBRE LO QUE BUSCAMOS

la indumentaria mientras que los climas fríos nos obligan a la disciplina hasta para la vestimenta. Por eso, en la libertad del calor tropical, la mente también se libera y, en ocasiones, es como potro desbocado que no necesita fuete, aunque tampoco respeta brida. Por eso, el pensamiento latinoamericano es tan fértil en muchos campos y, desde luego, también en el político, aunque no siempre esté bien valorado. Es triste reconocer que, en muchas regiones del planeta, cuando piensan en la América Latina piensan en nuestro café, piensan en nuestro tabaco o piensan en nuestro ron. Pero casi nunca piensan en nuestro presidencialismo, en nuestro federalismo o en nuestro liberalismo. Desde luego, tenemos que ser sinceros en reconocer que también a ello han contribuido muchos de nuestros paisanos que viven hipnotizados con la idea de que, por ejemplo, la palabra “gobernabilidad” se escucha mejor y tiene mayor sentido en inglés, en alemán, en francés o, por lo menos, en italiano que como se oye o se entiende en español. Que los países se gobiernan mejor o peor, dependiendo del idioma de sus discursos. Esa manera de vernos no es tan solo el pensamiento del público ignorante. También, aunque en menor medida, el auditorio científico se olvida, por momentos, de los liberales mexicanos del siglo XIX, de los constituyentes mexicanos del siglo XX, de los ideólogos mexicanos de vanguardia y de los constructores de las instituciones mexicanas que, en muchas ocasiones, han alumbrado a los países que más presumen de politizados. Por el hecho de que no tenemos tanto dinero ni 21

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tantas armas ni tantas fábricas, se olvidan que muchas de las ideas, muchas de las hazañas y muchas de las virtudes de la humanidad las han tenido que conocer en español. Pero, volviendo al clima, recuerdo que José Ortega y Gasset decía que, en la historia de la humanidad, por lo menos la cuarta parte se había escrito a consecuencia del clima. Que fue el frío, el calor, el paisaje, la bondad o la fiereza, la que determinó los asentamientos, los descubrimientos, las invasiones, las colonizaciones y hasta las guerras. No sólo escribí esto en el Caribe por coincidencia de mi calendario de viajes sino que fue una decisión deliberada. Consideré que la revisión de este libro estaría más apegada a la objetividad si la hacía fuera de mi país. Así como el valle y la sierra no se ven con claridad cuando estamos en ellos sino cuando nos alejamos y nos retiramos, de la misma manera creo que un ejercicio que mucho tiene que ver con lo histórico y lo político de un país, puede contaminarse por la cercanía y por la cotidianeidad. Así que me hice a la mar y, durante dos semanas, no vi ni platiqué con otros mexicanos que no fueran de mi familia y un par de amigos paisanos que me encontré durante el viaje.

La génesis de este proyecto De esa manera las cosas, lo primero que recordé fue el inicio de esta aventura que hoy pongo en las manos del lector. La idea surgió, hace meses, en una de las frecuentes comidas que suelo tener con Pascal Beltrán del Río. 22

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II. EPÍGRAFE SOBRE LO QUE BUSCAMOS

Era el mes de agosto del 2014 y, en esos días, se acababa de publicar un extenso artículo especial que escribí para Excélsior y que ocupó cuatro páginas durante los días 2 y 3 de ese mes. Se tituló El Ocaso de los Dioses y se refirió a la práctica política que los mexicanos conocimos como “el tapado”. Referí que, para respetar los espacios que me habían sido destinados, suprimí alguna parte de las historias que narré pero que podría ser compartida en edición posterior. A ello, Pascal propuso que mejor confeccionara una serie larga sobre todos los presidentes, por lo menos los de la Era Constitucional que surgió en 1917. Agregó que dicha serie podría convertirse en libro y hasta en serie televisiva. Sin embargo, muy pronto decidimos invertir el orden. No sería fácil que una editora se animara a publicar lo que ya estuvo en los periódicos. Por mi parte, me inhibía la idea de escribir algo que ocuparía 80 páginas completas del periódico. Es decir, 2 páginas durante 40 días seguidos. Temía que eso me acarreara alguna animadversión o alguna antipatía innecesaria. Así surgió la idea de este libro. Este es un libro de política y de políticos. Pero no es biográfico ni histórico ni científico. Es, simplemente un anecdotario. La anécdota política ha estado muy cerca de mí y me ha gustado compartirla. Mucho platico las anécdotas de los políticos. En ocasiones, además, han sido el insumo de mis artículos periodísticos. No todo lo que aquí expongo me resulta inédito ni inaudito. No podría inventar un Lázaro Cárdenas o un Carlos Salinas para cada ocasión o para cada temporada. 23

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Aquí se encuentra mucho de lo que he visto y de lo que he escuchado, aunado a lo que me han narrado. En él me refiero tan solo a algunos políticos. A aquellos que han ocupado la Presidencia de México durante la actual Era Constitucional, misma que se inició en 1917, con la expedición de la Constitución Política, el 5 de febrero y la elección de Venustiano Carranza para el período que se inició el 1º de diciembre de ese año. Este libro no es un proceso. No soy acusador, ni defensor, ni juez. Tampoco pretende ser imparcial porque, como todos, tengo aprecios y repulsiones. Además, soy un político y, por eso, tengo creencias y preferencias. Es un relato de lo que he escuchado o he visto o, simplemente, me han narrado. Esa trasmisión de narraciones o de vivencias contiene la objetividad de haberlo transportado tal como me lo entregaron mis narradores o mis circunstancias. Pero se trata de mi país y no de otro país cualquiera. Es natural que lo que a le suceda me sucede a mí. La narrativa dedicada a cada mandatario no es equitativa. La principal razón es que mi acopio anecdótico no ha sido parejo. Es muy abundante lo que puedo aportar de Miguel Alemán, de Adolfo Ruiz Cortines, de Adolfo López Mateos, de Luis Echeverría, de José López Portillo, de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas. Pero es muy poco lo que aporto de los otros. Cuando aludo a referencias personales mías, no lo hago en sentido protagónico sino testimonial. Yo no soy el actor de estas notas sino, tan solo, he sido el espectador. 24

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II. EPÍGRAFE SOBRE LO QUE BUSCAMOS

No incluyo nada sobre Enrique Peña Nieto porque su mandato y su historia son, aún, muy jóvenes. Será el tiempo futuro el que nos permita conocerlo y valorarlo. Pero hoy en día todavía es prematuro. Con todo el material incorporado me quedó un documento de varias veces el tamaño del que hoy presento. Así que volví a recordar a Miguel Ángel y su técnica recomendada “per la via di levare”. Es decir, quitando lo que sobra. En efecto, cuando uno gasta más goma para borrar que lápiz para escribir, todo indica que vamos bien. Aprovecho para reiterar mi inquietud en el sentido de que mis palabras pudieran incomodar a los ex presidentes que aún viven o a los familiares de los ya ausentes. Nada más alejado de mis intenciones. He tenido un buen trato con Cuauhtémoc Cárdenas, con Jorge y Beatriz Alemán, con Flor Ruiz Cortines, con Álvaro y Rodolfo Echeverría y con Raúl Salinas. Además, tengo una sólida amistad con Miguel y Christiane Alemán, con Ave López Mateos, con Giuliana Zola López Mateos, con Carmen Beatriz López Portillo, con Enrique de la Madrid y con Margarita Zavala. Tengo respeto, afecto y hasta agradecimiento por muchos presidentes con los que colaboramos mi padre y yo. A los demás, ni yo ni mi familia tenemos nada personal que reprocharles.

La cercanía con el poder La vida siempre me ha colocado muy cerca del poder, aunque nunca he sido poderoso sino, tan solo, un observador cercano 25

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de los poderosos. En el estadio de la política no he gozado de las mieles del estrellato pero he disfrutado de una de las mejores plateas. Desde allí, he podido aplaudir y abuchear. Me gusta mucho el poder. Nunca he sido su dueño pero siempre he convivido en su cercanía. Lo he presenciado desde en la casa paterna hasta en la oficina presidencial. Lo he estudiado en el aula y en la vida. Lo he escrito y publicado en diarios y en libros. Lo he enseñado, en la universidad, a profesionistas y políticos. Es mi diversión predilecta y mi charla favorita. ¡Sí! Al igual que la de nuestro planeta, mi vida no ha sido luminosa pero ha sido iluminada. Diversos soles cercanos me han compartido su luminosidad y esta se ha convertido, para mí, en iluminación. Creo que eso ha sido para mí un provecho. No para medrar ni para trepar porque eso nunca estuvo en mi temperamento ni en mi pericia. Pero sí me permitió ver, escuchar, conocer, valorar y atesorar lo que ello tuvo de bueno o de malo, de rico o de mísero, de admirable o de repugnante. Para tratar de imitar lo de algunos o para saber rechazar lo de otros. La política la tuve muy cerca desde el primer día. Cuando nací, mi padre era el Diputado Presidente del Congreso de la Unión y uno de los más fuertes asociados políticos y amistosos del entonces Presidente de la República. Por eso, con este estuve por primera vez el día de mi bautizo. Desde luego que, a mis pocas semanas de edad, yo no sabía quién era Miguel Alemán ni lo que hacía y, ni siquiera, me importaba. Pero, desde mis años juveniles hasta mis iniciados 30, cuando él 26

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II. EPÍGRAFE SOBRE LO QUE BUSCAMOS

murió, tuve la oportunidad de que me platicara, me aconsejara y me enseñara sobre muchas cosas, lo que no hizo con muchos. En la mesa familiar muy frecuentemente se hablaba de política. Eso fue parte de mi niñez. Así que la información política me llegaba involuntariamente ya que, como es natural, yo no estaba en posibilidad de cambiar el tema ni, en esas épocas, nos estaba permitido retirarnos prematuramente. De esa manera pude saber cómo era, realmente, Ruiz Cortines antes de saber quién era, realmente, Santa Claus. Las venturas prosiguieron. He tenido la oportunidad de tratar de cerca a 10 presidentes mexicanos. A cuatro de ellos, los he tuteado, antes y después del mandato, nunca durante él. Me he podido sentir amigo de 9 de esos diez. Y a 6 presidentes los serví, en niveles modestos o importantes, durante casi 30 años. También hubo sinsabores relativos. Abracé la amistad y la candidatura de tres ilustres mexicanos que estuvieron “a punto” de ser presidentes. Perdimos la Presidencia de la República pero yo no perdí su amistad y esta no dura tan solo seis años. Mario Moya Palencia ya no está pero lo sigo recordando. Sergio García Ramírez y Francisco Labastida Ochoa siguen en mi cercanía y los sigo disfrutando. De todos ellos aprendí como piensan los hombres que quieren hacer algo bueno por su nación y por su pueblo. A lo largo de la vida, he platicado con muchos políticos. He conversado con los Presidentes de México de las últimas cuatro décadas y media. Conversé con ellos durante su mandato pero, quizá lo más importante, es que conversé con ellos cuando aún no eran presidentes y lo hice cuando lo 27

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dejaron de ser. Con varios de ellos, sobre cuestiones más que interesantes. Con el primero de esa secuencia, Luis Echeverría, he platicado de los sucesos de Tlatelolco en el 2 de octubre. Hemos comentado que un Secretario de Gobernación, ni entonces ni ahora, tendría la potestad para lanzar al ejército contra la ciudadanía. Que, además, el entonces Secretario de la Defensa Nacional no tenía cercanía con él. Y que, si acaso hubiere sucedido así, un presidente como Díaz Ordaz hubiere defenestrado a los dos, en menos de lo que canta un gallo. Que Marcelino García Barragán no hubiera tenido el reconocimiento presidencial de su lealtad. Que Luis Echeverría no hubiere alcanzado la candidatura presidencial. Y que el presidente no se hubiera asumido como responsable único. Como quiera, fue un coloquio más que interesante. Pero también platiqué con José López Portillo, incluso en alguno de los más difíciles momentos de su vida personal y familiar. Con Miguel de la Madrid, en su Casa del León Rojo. Con Carlos Salinas, muchas veces desde la juventud. Con menor frecuencia lo hice con Ernesto Zedillo y sólo algunas ocasiones con Vicente Fox. Con Echeverría, López Portillo, de la Madrid y Salinas conversé tanto en la intimidad de sus bibliotecas como en la conspicuidad de la mesa del restaurante. Adicionalmente, a los que no traté, pude conocerlos en buena parte por mis conversaciones con muchos de sus amigos más cercanos y más queridos. Por ejemplo, yo nunca crucé palabra alguna con Gustavo Díaz Ordaz. Pero mucho platiqué con aquellos que lo querían como fueron Carlos 28

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II. EPÍGRAFE SOBRE LO QUE BUSCAMOS

Hank González, Francisco Galindo Ochoa, Alfonso Martínez Domínguez y el propio Luis Echeverría. Así como mucho platiqué con aquellos que no lo querían comenzando por mi padre hasta Humberto Romero y el propio Luis Echeverría. Pero, además, he tenido trato con 20 secretarios de Gobernación, con 15 secretarios de Hacienda y con 17 Procuradores de la República. Con los Procuradores de la República he platicado unas 10, 000 horas. He establecido mi amistad con los 10 gobernadores de mi estado natal que van desde Carlos Hank González hasta Enrique Peña Nieto. También tengo un aprecio sincero por el actual mandatario local. En mi casa paterna fui un niño que saludó, más de una vez, a Fidel Castro. Y allí también, en varias ocasiones, ese niño que era yo jugó a las adivinanzas y a los acertijos con un joven médico argentino que, muy poco tiempo después, todo el mundo lo conocería como el Comandante Che Guevara. Pero no sólo yo sino muchos de mis contemporáneos hemos gozado de muchas venturas en lo que hemos podido ver, aunque sea desde lejos. Cuando yo era niño, el Presidente de los Estados Unidos se llamaba Dwigth Eisenhower. Se dirá que eso no es mucho pero todos estaríamos de acuerdo que eso presenta una dimensión que no es menor. Más tarde, durante mi adolescencia pude observar a John F. Kennedy, lleno de polémicas pero todas ellas acusando grandeza. Ya en mi vida de estudiante de abogacía, tendría el privilegio de observar al Presidente Richard Nixon. Pero en otras latitudes, todavía en esa mi adolescencia, acontecía algo similar. El líder británico se llamaba Harold McMillan y 29

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todavía Winston Churchill dictaba conferencias y situaba proclamas. El alemán era, ni más ni menos, Konrad Adenauer. Y los jóvenes podíamos leer en los periódicos o ver en los noticieros lo que ese día hizo o dijo el presidente francés Charles De Gaulle. Apenas contaba con mis primeros siete años de edad cuando el rais Gammal Abdel Nasser nacionalizó el Canal de Suez. Once años tenía cuando, en el primer debate electoral, se enfrentaron Richard Nixon y John Kennedy. Y un par de años después, Nikita Krushev arremetía, zapato en mano, desde la tribuna de la ONU. Pero además, en ese mismo tiempo, China estaba cogobernada por Mao Tse Tung y Chou En Lai; la India era conducida por Jawarlahal Nehru; y la América Latina contaba con hombres de la talla de Adolfo López Mateos. Es por eso que, a muchos hombres y mujeres de mi generación, casi nadie nos puede asombrar ni nos puede deslumbrar. Hemos visto lo transitorio del poder político. Hemos conocido lo relativo del poder económico. Hemos sabido de la impostura de los poderosos o de los potentados o de los prepotentes cuando no son grandiosos sino cuando, simplemente, son grandotes. Nueva Orleans y Nassau, invierno del 2015

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III. La transversalización presidencial La transversalización personal

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n esta que llamamos la actual Era Constitucional mexicana, la Presidencia de la República ha sido ejercida por 21 ciudadanos, de muy distintas características aunque la estadística podría señalar mayorías. En cuanto al territorio de origen tenemos que 8 fueron oriundos de estados norteños, 7 del altiplano y 6 de regiones costeras. Los estados líderes en producción presidencial son Sonora con 4 presidentes y Michoacán con 3. Les siguen, con 2 cada uno, México, Puebla, Veracruz y el Distrito Federal. Por último, Baja California, Coahuila, Colima, Guanajuato, Nuevo León y Tamaulipas han sido la cuna de un presidente. Por lo que concierne a la profesión, el liderazgo absoluto lo tienen los abogados con 9 presidentes, seguidos de 5 generales, 2 economistas, 2 contadores, un ingeniero, un administrador y un autodidacta. 31

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En cuanto al estrato económico de origen podríamos decir que 5 pertenecieron a una familia con desahogo pero 16 crecieron con estrechez. Ninguno nació en una cuna potentada. Todos formaron matrimonio. Nueve de ellos contrajeron en más de una ocasión. 5 por viudedad y 4 por divorcio. Excepto uno de ellos, todos tuvieron hijos y 6 presidentes tuvieron hijos fuera del vínculo marital. De 13 presidentes existen narraciones de relaciones amorosas extramaritales. A cuatro de ellos se les atribuyen riquezas inmensas pero no comprobadas y solo un presidente manifestó abiertamente su fortuna. Este fue Miguel Alemán pero debe recordarse que ya era rico antes de su mandato presidencial. Antes de llegar a Los Pinos ya había fraccionado Polanco y otros fraccionamientos en Cuernavaca y en Acapulco. Ya había construido el Toreo y era dueño de lo que sería Ciudad Satélite. Los otros 16 reunieron un patrimonio muy regular que no quiero decir magro. Pero Adolfo de la Huerta y José López Portillo llegaron a padecer angustias financieras. Sin embargo, también es de reconocer que no siempre sus familiares fueron tan bien portados como ellos. Se dice que los hermanos o las esposas de doce de nuestros presidentes medraron sin freno, sin pudor y sin vergüenza. Después del mandato, casi todos los presidentes decidieron vivir en la capital de la República. Plutarco Elías Calles se quedó a vivir en Anzures y no se regresó a Guaymas. De tonto lo hubiera hecho. Así como Lázaro Cárdenas ya parece que iba a abandonar Las Lomas para volver a instalarse en Jiquilpan. Y Manuel Ávila Camacho ya no salió de La 32

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III. LA TRANSVERSALIZACIÓN PRESIDENCIAL

Herradura ni muerto, porque allí lo enterraron. Para qué se regresaba al “chipi-chipi” de Teziutlán. A su vez, Miguel Alemán se instaló en Polanco y se olvidó de Sayula. Hasta a Adolfo Ruiz Cortines le pareció mejor vivir en San José Insurgentes antes que volver al puerto jarocho. Adolfo López Mateos se murió en San Jerónimo sin volver a Atizapán. Y Miguel de la Madrid prefirió Coyoacán que su natal Colima, así como Gustavo Díaz Ordaz se quedó en el Pedregal de San Ángel y no quiso volver a saber nada de Chalchicomula, aunque ahora se llame Ciudad Serdán. No cuento en esta historia a Luis Echeverría, José López Portillo y Carlos Salinas por dos razones. La primera, porque siempre vivieron en la capital y no tuvieron casa en otro pueblo. La segunda es porque no tuvieron casa pobre en ningún lugar porque siempre vivieron en familia acomodada. Ellos no supieron de estrecheces ni tuvieron recuerdos amargos de su localidad. En este sentido, también omito a Vicente Fox. Nació provinciano y regresó a la provincia. Pero nunca fue pobre y nunca regresará a la pobreza. Por eso, retornó a su hacienda, ahora como dicen los editores, “mejorada y aumentada”. Para terminar, allí están Ernesto Zedillo y Felipe Calderón. De Zedillo, no sé en cual ciudad norteamericana vive ahora. Pero estoy seguro que no tiene casa en Mexicali. Y Calderón no sería tan atarantado como para cambiar Boston por Morelia. * * * Decían las abuelas que nadie nace sabio. Por eso, quizá, Kant se inspiró en su abuela para establecer que el conocimiento es un producto progresivo. También les decían 33

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a sus nietos que echando a perder se aprende. Algo de esto inspiró, probablemente, a María Elena Montessori. En lo que concierne al aprendizaje político se ha dicho que cinco han sido las primordiales escuelas mexicanas de entrenamiento y formación política a lo largo de los últimos 98 años: la gubernatura estatal, el Congreso legislativo, el partido político, la administración pública y la asesoría gubernamental. Todas ellas tienen sus réditos y sus costos. Todas ellas aportan algo o mucho y todas ellas, también, producen limitantes o atrofias. De entre ellas, muchos mexicanos son de la opinión de que los cargos congresionales y las gubernaturas estatales son las mejores escuelas para la formación política de los gobernantes. Desde 1958 hasta el 2000, México tuvo Presidentes de la República que no habían sido gobernadores y los presidentes de 1970 hasta el mismo 2000 no habían sido, tampoco, congresistas. Desde Emilio Portes Gil hasta Adolfo Ruiz Cortines todos fueron gobernadores. López Mateos y Díaz Ordaz fueron senadores. Echeverría, López Portillo, de la Madrid, Salinas y Zedillo no fueron ni gobernadores, ni senadores ni diputados. Por último, en este siglo, Vicente Fox y Enrique Peña fueron gobernadores y, ambos, al igual que Felipe Calderón, fueron diputados. Por eso muchos suponen que quienes han sido diputados y gobernadores están dotados de algo de lo que se llama oficio político. Sin embargo, también es cierto que hemos visto individuos a los que el haber sido gobernadores o senadores o diputados de nada les valió para su formación política ni para el progreso de su imagen y, ni siquiera, para la mejoría de su 34

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estilo. Que siguieron siendo tan torpes, tan repugnantes o tan burdos que lo que fueron antes de ocupar sus encargos. De esto omito nombres y ejemplos porque cada quien tiene su propia y amplia lista y yo no tengo suficiente espacio. Pero decíamos que las escuelas de la política dan atributos y generan deformaciones. El Congreso legislativo, bien sea el Federal o los locales, aporta atributos muy dignos de considerarse. Uno de ellos es la humildad política, virtud de todos los grandes estadistas. Esta deviene de la conciencia que adquieren los congresistas de que ningún asunto importante pueden resolverlo en la soledad y en el aislamiento, sino que requieren el concurso de muchos o, mejor aún, el concurso de todos. Esto los lleva al trabajo en equipo, a la práctica de escuchar y a la capacidad de convencer a los demás. Otro beneficio que se adquiere en el Congreso es la visión global para los asuntos colectivos, para las razones de Estado y el desarrollo de la capacidad de decisión en cada sesión de votaciones. En segundo lugar, el gobierno local aporta magnificas experiencias tanto en lo que concierne a la alcaldía como en lo referente a la gubernatura. Sus beneficios son el aprendizaje para la toma de decisiones muy directamente ligadas con las preocupaciones inmediatas de la sociedad: el agua, la seguridad, la vialidad, el transporte, el equipamiento urbano, la educación, el desarrollo y otros temas, así como la capacidad para insertarlos y articularlos en el contexto de la política nacional y en la posibilidad de intermediación entre una sociedad normalmente urgida de soluciones gubernamentales y un gobierno federal que centraliza las mayores posibilidades de acción. 35

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Sus inconvenientes principales son la vertiginosidad de la gestión que envuelve al funcionario en un torbellino más vinculatorio con lo inmediato que con el horizonte transgeneracional. En tercer lugar, la actuación en los partidos políticos brinda el mejor entrenamiento para comprender las cuestiones que entusiasman a la ciudadanía, las que le asustan y las que le disgustan. Para comprometerla en operaciones y en pactos políticos. Para administrar sus esperanzas. Para organizarla, casi siempre sin contar con recursos ni con soluciones a la mano. En fin, el partido político es la gran escuela de la formación de los liderazgos políticos a través de la historia moderna. Pero sólo cuatro presidentes mexicanos han sido funcionarios de sus partidos. Sus costos suelen residir en que genera una relativa incapacidad para el aterrizaje de las ofertas; para cambiar, en el momento necesario, la tribuna por el escritorio y la alegría festiva de la campaña política por la aburrida sobriedad del trabajo de a “de veras”. En cuarto lugar, la administración pública es el espacio insuperable para ejercitar las cualidades creativas. Para conocer a fondo los problemas específicos. Para el diagnóstico y la selección de soluciones. Para implementar lo que es posible y desechar lo utópico. Para ser el puente de unión entre las exigencias sociales, los compromisos de la política y las recomendaciones de la sensatez. Todos los Presidentes de México fueron integrantes del gabinete presidencial con excepción de Vicente Fox y Enrique Peña. 36

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En quinto lugar, se pueden mencionar a las tareas de asesoría gubernamental. Desde luego, me refiero a aquellos asesores que se comprometen seriamente con sus temas y con sus encomiendas y no a los “aviadores” que con su cinismo han desprestigiado una tarea necesaria para las sociedades. La asesoría de gobierno es un ejercicio que permite el entrenamiento en tareas de análisis profundo, realizadas sin el resplandor de los reflectores, sin la estrindencia de las asambleas y sin los apresuramientos de la gestión directa. En el silencio y en la tranquilidad de los cubículos de asesoría se han generado muchas de las resoluciones fundamentales de la nación y se han forjado muy valiosos temperamentos que, con prudencia, serenidad y sabiduría, han podido ver el horizonte transgeneracional. Sus limitaciones, muy obvias, es que provoca una fertilidad imaginativa que arriesga el cabal uso del realismo. En fin, todas ellas son las escuelas de la política. Bienaventurados los que se han formado en todas ellas. En el gobierno local y municipal. En el Congreso y en su partido político. En la administración pública y en la asesoría. Más bienaventurados los que, además, se han sabido templar como ciudadanos en su trabajo, en su familia y en su vida comunitaria. El país se ha vuelto, paulatinamente, más complejo que hace cinco o diez décadas. Hoy no basta un solo tipo de entrenamiento ni un solo segmento de atributos personales. Se requiere, forzosamente, de una sólida aleación de varios de ellos. México requiere, hoy en día, de muchos gobernantes que sean tan capaces de obtener votos electorales en la sierra como menciones honoríficas en las universidades. 37

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La transversalización temática Los presidentes inician y terminan sus mandatos. Si nos asomáramos a su principio veríamos que no hay denominadores comunes en el “arranque” de los sexenios presidenciales. Algunos han sido muy conspicuos y otros muy insignificantes. Los hay que fueron espectaculares. Pero algunos, aun siéndolo no necesariamente fueron importantes. Otros, aun siendo importantes, no fueron significativos porque lo sucedido en ellos no tiñó al gobierno con una marca indeleble. Sobre esto último, tan solo pensemos en el “quinazo” de Carlos Salinas, en el “salinazo” de Ernesto Zedillo o en la renovación moral de Miguel de la Madrid y veremos que esos sexenios no podrían ser calificados por represor, justiciero o moralista, respectivamente. De lo primero que instalan es un gabinete presidencial o su equipo trabajo más cercano y más importante. El gabinete es el tarot de la política. Pero es un tarot infalible. No se equivoca en sus mensajes ni en sus pronósticos. Las cartas de cada equipo político tienen las cualidades que algunos atribuyen a los arcanos del tarot. Están cargados de significado y hasta de premonición. Indican el carácter y predicen el destino de un gobierno. Por eso es bueno observar cada designación. Los equipos de gobierno no sólo significan el valor intrínseco de sus propias capacidades sino que, además, implican múltiples mensajes e indicios de las pretensiones o de las proyecciones de una gestión gubernamental. También implican pronóstico. Los cargos políticos, por más que 38

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queramos verlos con pura institucionalidad, tienen nombre y apellido. Una ratificación en la cartera de economía anuncia continuidad en los modelos económicos. Una componenda interpartidista en la cartera de justicia indica, inexorablemente, que a esa administración no le interesa la justicia. Una designación indescifrable denota que el designante no entiende o no quiere que lo entiendan. Una profusa rotación de mandos muestra erraticidad en los criterios o equivocación en los métodos. Una convocatoria abierta no sabemos lo que significa porque no la hemos vivido. Suena atractiva. Pero no hay antecedentes. El equipo de trabajo político en algo se parece a la adivinación. Llámese gabinete, planilla, comité, comisión o como se quiera, lo cierto es que ellos nos dicen mucho de lo que fue o nos anticipan mucho de lo que va a ser un gobierno. A los hombres de Estado y de gobierno se les conoce muy difícilmente por sus palabras. El discurso suele ser complicado, críptico, errático, equívoco, taimado, ingenuo o cínico. Se les conoce muy tardíamente por sus obras. Generalmente cuando ya no hay remedio, cuando ya están terminando o cuando ya se fueron. Pero se les conoce muy acertadamente por sus equipos. En ocasiones, a través de lo que son sus subalternos, el ciudadano puede conocer mejor a su gobernante de lo que podría llegar a conocerse él mismo. Ahora bien, además de lo anterior también existe una ecuación relacionada entre las dimensiones políticas tanto del jefe como del equipo de sus colaboradores. Por eso, es muy frecuente que el mandatario de formato pequeño suela inclinarse por subordinados de padezcan enanismo mientras 39

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que aquellos jefes de tamaño colosal tienen una mostrada preferencia por ayudantes de simetrías correspondientes con aquellos. Para corroborar lo que estoy diciendo permítaseme recurrir a algunos ejemplos que no dejan lugar a dudas. Pensemos primero en la nación norteamericana para no iniciar con lastimaduras locales. Veremos que George Washington tuvo como secretarios a John Adams, a Alexander Hamilton y a Thomas Jefferson. Este, a su vez, contrató a James Madison y a John Marshall. En tiempos mas recientes Franklin Roosevelt se valió de Cordell Hull, de Dean Achenson y de George C. Marshall. Eisenhower fue jefe de Richard Nixon, de Douglas Dillon y de John Foster Dulles. Kennedy contó con los servicios de Dean Rusk, de Robert McNamara, de Robert Kennedy y de Adlai Stevenson. Nixon, a su vez, fue jefe de Henry Kissinger, de John Connally y de George Bush. Y éste se sirvió de James Baker y de Nicholas Brady. Si los Estados Unidos no es lo que nos gusta probemos con Francia. Allí encontraremos que ese gigante que fue Charles De Gaulle tuvo un gabinete lujoso. Podría mencionar muchos de sus ministros. Para abreviar me quedo con tres de ellos. El Primer Ministro, Georges Pompidou; el Ministro de Finanzas, Valery Giscard d’Estaing; y el Ministro de Cultura, André Malraux. Sigamos buscando en otras latitudes para corroborar nuestro dicho y hallaremos respuestas muy claras. El Mahatma Gandhi contrató a Jawaharlal Nehru. El Rais Nasser reclutó a Anuar El Sadat. El rey saudita Faisal levantó a Ahmed Zake Yamani. Y Mao Tse Tung enganchó a Chou En Lai. 40

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De épocas más remotas también nos surten ejemplos. Napoleón contrató a Talleyrand, Felipe II a su hermano Juan de Austria y William Pitt a Horacio Nelson. Desde luego que nosotros no tenemos nada que envidiar a otros pueblos puesto que sabemos hacer muy bien las cosas cuando se nos antoja y hemos podido presumirle al mundo entero. Pensemos en Benito Juárez. Sin comodidad, sin dinero y sin head hunters se hizo de un “modesto equipito” entre los que estuvieron Sebastián Lerdo de Tejada, José María Lafragua, José María Iglesias, Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Ignacio L. Vallarta, Guillermo Prieto, Matías Romero, Francisco Zarco y los generales Ignacio Zaragoza y Mariano Escobedo. Porque, además, los gobernantes han utilizado su inteligencia para ajustar sus tallas políticas a partir de la confección de un equipo de tamaño sustancial. De esa manera suele suceder que los gobernantes que se sienten pequeños vaticinan a su gobierno como de resultados reducidos y, por lo tanto, estiman requerir colaboradores petizos. Por el contrario, aquellos que prevén la grandiosidad de su mandato contratarán subordinados colosales. Recurro, de memoria, a un ejemplo mexicano. El ilustre presidente Adolfo López Mateos había sido, hasta antes del inicio de su mandato, un hombre muy sencillo y muy discreto. Los méritos y virtudes que en el concurrieron y que lo colocaron en uno de los más distinguidos lugares de la historia mexicana no habían sido, hasta entonces, conocidos por su pueblo. Para ello, era necesario un equipo de muy buenas credenciales y de muy sólida confiabilidad. Por si 41

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fuera poco, sucedía en el cargo a un presidente “fuerte” y para abrir su propio espacio y su propio estilo requería de un gabinete blindado. En fin, los ejemplos podrían multiplicarse ad infinitum pero es muy posible que, con los mencionados, se haya cumplido el propósito de demostración que exige toda tesis por modesta que esta sea, como acontece con la mía. El jefe no debe temer a la grandeza de sus subordinados. No reside su liderazgo ni su autoridad en la inferioridad de aquellos que lo atienden. Más aún, quizá en su superioridad esté el calibrador para medir su jefatura real. * * * Decía un viejo refrán de nuestros abuelos que, tan solo con averiguar con quien se anda, se adivina quien se es. En mucho tenía razón esta expresión de cultura popular. Porque, además, tiene un sólido basamento científico-sociológico. Oswald Spengler enunciaba que las leyes de formación social unían a los semejantes y separaban a los diferentes. El grupo social, independientemente de su dimensión, tiende a cohesionarse y a condensarse a partir de diversas similitudes que podríamos llamar identidades, idiosincrasias o identificaciones. Por eso, lo más importante para saber las razones de un despido es conocer las motivaciones de la designación. Los motivos que impulsaron a quien hizo el nombramiento. Las circunstancias en las que ésta se dio. Si ello fue el resultado de una concienzuda evaluación de méritos, si fue el pago de una deuda laboral o política, si fue una calculada alianza de grupos, si fue el depósito de una confianza personal, si fue un 42

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favoritismo amiguero, si fue porque el primer elegido no aceptó o si fue porque no había de otra. Para el observador o el analista, sólo en la medida en que tenga una idea clara de la designación podrá analizar con claridad la remoción. En la medida en que el designado conozca la razón de su nominación sabrá, también, lo que se espera de él, lo que tiene que cumplir y, en muchas ocasiones, llegará hasta adivinar, con precisión cronométrica, cuando terminará su guardia. Esto le permitirá, adicionalmente, aplicarse sin esfuerzo y sin desperdicio. No se afanará en todo aquello que no le reditúa puesto que no lo requieren de él sino de otros y, por ende, podrá concentrarse de manera plena en sus requerimientos ineludibles e insustituibles. En materias de gabinetes y de su defenestración, cada presidente ha tenido sus estilos. Los ha habido aquellos que los cambian “a la primera de cambios” y otros más que, por el contrario, “aguantan vara” hasta más no poder. En realidad los integrantes de un equipo presidencial son colaboradores de su jefe, no sus invitados personales. A los invitados en mi casa no los puedo despedir tan fácilmente pero a mis colaboradores, “con la mano en la cintura”, en cuanto no me cumplan, en cuanto no me convenzan o en cuanto no los aguante. Ahora bien, veamos las diez razones más frecuentes por las que se genera un despido en el mundo de la política. Estas no son exclusivas sino que hay otras, aunque menos frecuentes. Tampoco son excluyentes sino que pueden acumularse varias de ellas para actuar contra el defenestrado. 43

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La primera causa de lanzamiento es la falta de afinidad o de amistad. Que el destituido no sea amigo del jefe o de su séquito. Que haya ingresado o se le haya ratificado por cualquier razón pero que nunca se integró en el afecto, en la confianza o en la complicidad. Vale agregar que, cuando se da esta primera causa, es muy fácil que se acumulen las otras, mismas que no se presentan cuando se trata de un querido amigo. La segunda fuente de destitución es que el cesante haya fracasado en la solución del problema encomendado. Que no lo haya entendido, que no lo haya valorado o que no lo haya manejado. Vamos, que el fracaso sea por su mera culpa. Por su ignorancia, por su indolencia o por su impotencia. La tercera, más grave que la anterior, es porque el lanzado haya creado el problema y no simplemente que no lo haya resuelto. En otras palabras, que él haya sido el problema. Porque es un apotegma que se vale no resolver todos los problemas pero no se vale crear ni un solo problema. El cuarto origen, no siempre muy obvio, es porque haya concluido el motivo de la designación. Se devaluaron los méritos, se pagó la deuda, se rompió la alianza, se defraudó la confianza, se lesionó la amistad, se encontró a otro mejor o resultó que sí había de otra. El quinto motivo es que el desahuciado haya caído en un escándalo, bien sea que este sea del orden político, corruptivo, sexual, conyugal o de cualquier otra índole. La sexta cuestión es el enojo del jefe, llámese cólera, decepción, desilusión, despecho, sorpresa, amargura o chasco. 44

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El contrario de la anterior es el salvamento del jefe. Para que el colaborador sea sacrificado cuando sea necesario, por las culpas del propio jefe. Porque se equivocó el jefe, no el empleado. Se dice que la cuerda se rompe por lo más delgado. Eso, en política, es una verdad absoluta. Luego aparecerían dos muy complicadas. Una de ellas la podríamos llamar notoria inferioridad. Ella es la que pone al jefe en la clara conciencia de que su colaborador es pequeño y no crecerá. La otra es, por el contrario, la notoria superioridad. La que enoja, indigna y enfurece a un jefe que se reconoce como inferior ante un colaborador más inteligente, más valiente o más apreciado. Esta novena causa es de las que más encoleriza a un jefe que no sabe aceptar que le quiten los méritos, los reflectores, los aplausos, las esperanzas o las oportunidades. La última y décima fuente es la renuncia. Me dirán que esta no es un “despido” sino una voluntad propia. Ello es cierto en lo formal pero en lo sustantivo toda renuncia es un adelanto del despido. Así transita su odisea. Pero ésta muchas veces ha estado determinada por la premonición de su término y, junto con ello, con la herencia que habrán de legar y con el heredero que habrán de instituir. * * * En la operación de un gabinete, como en los deportes de conjunto y de acometidas móviles existen zonas donde los jugadores no pueden advertir el peligro y, por lo tanto, no pueden protegerse. Esto es muy grave sobre todo para los contendientes clave. En algunos deportes, como el soccer, ello 45

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fue establecido casi desde sus orígenes y, por eso, el portero, quien tiene que ver al balón y no a los jugadores, goza de una zona de inmunidad absoluta donde no es permitido ni rozarlo. Pero en otros juegos esto se ha venido a descubrir muy recientemente. Es el caso del futbol americano donde hace apenas veinte años empezó a suponerse que el quarter-back perdía de vista los ataques que le surtieran por el lado contrario a su brazo diestro. Muy afamados técnicos debatieron largamente esta hipótesis. Uno de los que más la negaba sufrió su comprobación casi en carne propia, cuando su mariscal de campo fue lesionado por una acometida desde su “lado ciego”, la cual le costó la carrera profesional. Hoy en día, ya nadie discute la conveniencia de proteger esa zona de alto peligro. Se han filmado hasta películas sobre el asunto, como la estelarizada por Sandra Bullock y, según me dicen los conocedores, hoy existen algunos jugadores de guardia que han llegado a cobrar más que los propios quarterbacks a los que protegen. De esa misma manera funcionan los equipos políticos. Los más altos gobernantes suelen tener “lados ciegos” donde requieren ser cuidados y protegidos. Esas zonas críticas se producen por diversos factores. Algunas ocasiones porque el jefe político no necesariamente es un “todólogo” y tiene que ser apoyado por expertos donde él no lo es. En otros casos, porque las circunstancias coyunturales lo obligan a aplicarse a espacios prioritarios, dejándose cuidar en otros que él no atenderá. Podría traer algunos ejemplos del pasado. Ernesto Zedillo, tanto por los “errores de diciembre” como por su personal 46

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vocación, decidió aplicarse a ser el conductor directo de su programa económico. Ello convertía a la política interior en uno de sus lados ciegos. Por ello se asiló en las manos de Liébano Sáenz para todo el quehacer político. Liébano, con su proverbial discreción, nunca me lo ha querido reconocer. Pero no requiero de su consenso para saber que, después del breve paso de Esteban Moctezuma por Bucareli, él fue quien sugirió a alguien del perfil de Emilio Chuayffet y, cuando este se desgastó, mucho tuvo que opinar en la designación de Francisco Labastida. No se diga la operación que le dio a José Antonio González Fernández como procurador, en el ISSSTE, como secretario del Trabajo, para rematar como presidente del PRI en el manejo de las postulaciones. Pues bien, Liébano Sáenz se convirtió en el verdadero “tackle” de protección de su jefe, Ernesto Zedillo. Tampoco me daría la razón en público pero yo estoy seguro que los fracasos político-electorales de Zedillo, si es que fueron fracasos, se debieron a cuatro factores fundamentales. Ellos fueron el propio “error de diciembre”, el escándalo del caso Raúl Salinas, la “roqueseñal” del IVA y el asunto Fobaproa. Frente a ello ni Liébano ni Labastida ni el PRI ni nadie pudieron hacer nada para remontar un obstáculo muy bien aprovechado por Vicente Fox y, según dicen algunos, muy pérfidamente “alcahueteado” por Ernesto Zedillo. Otro ejemplo, que lleva a la admiración por su alteza, fue el de Adolfo López Mateos. Fue este un presidente que, en sus inicios, anunciaba credenciales escasas, debido a diversas carencias que muchos le suponían. Juventud, inexperiencia, 47

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bajo perfil, grupo pequeño, país complicado, mundo enredado y mil cosas más. Sin embargo, lo primero que hizo fue “blindarse” con lo que muchos han llamado el mejor gabinete presidencial desde la época de la Reforma. Un presidente que no le tuvo temor a la estatura de sus colaboradores y que estaba convencido que el tamaño de ellos repercutía, para su bien, en su propia dimensión. Así reclutó a Gustavo Díaz Ordaz, Antonio Ortiz Mena, Manuel Tello, Raúl Salinas Lozano, Julián Rodríguez Adame, Jaime Torres Bodet, Salomón González Blanco, Javier Barros Sierra, Walter Buchannan, Donato Miranda Fonseca, Benito Coquet, Fernando López Arias, Justo Sierra, Humberto Romero Pérez, Alfredo del Mazo Vélez y Ernesto P. Uruchurtu. En su línea de consejeros destacaban Manuel Moreno Sánchez, Rómulo Sánchez Mireles, Alfonso Corona del Rosal, Alfonso Martínez Domínguez, Juan José Torres Landa, Agustín Arriaga Rivera, Leopoldo Sánchez Celis, Carlos Alberto Madrazo y David Romero Castañeda. Eso es parte de la gran virtud de no asustarse de la grandeza del propio equipo. Bien dijo aquel que el mayor talento es hacer trabajar para uno a personas de mayor talento que el propio. Ese es, también, el acierto de saber cubrir, para el propio bien y para el mayor éxito, el lado ciego del juego. * * * Algún día le pregunté al director y fundador de la orquesta sinfónica de mi estado natal, Enrique Bátiz, y él me confirmó que, efectivamente, los directores de orquesta no señalan, con su batuta, las notas que se están ejecutando sino las que 48

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se van a ejecutar en lo inmediato. Ello es de la mayor importancia para la coordinación y la armonía del conjunto. Pero, además, como toda obra artística, la ejecución musical requiere del toque personal de la inspiración, la pasión, el sentimiento, el estilo y todo aquello que imprime el sello individual que cada artista confiere al arte. Porque esto no sería fácil y ni quizá posible cuando se trata de una obra colectiva y perentoria como lo es la interpretación musical. Cada uno de los ochenta músicos aportando su personal concepción de la misma obra convertirían aquello en un aquelarre incongruente y espantoso. La más perfecta y bella de las composiciones musicales se volvería un esperpento inaudible. Pero, además, la perentoriedad haría que, en cada ocasión que se interpretara, se hiciera de manera distinta. Así, a todo ello, se le agregaría la inconsistencia. Por eso la interpretación orquestal tiene que ser la obra de su director. Un solo carácter que, al ser acatado por todos, permita identificar cada estilo y cada mensaje de una misma composición y hasta de una misma orquesta, según sea que la esté dirigiendo en esos momentos Von Karajan, Haitink, Baremboim, Osawa, Bernstein, Beecham o Bátiz. Así es, también, la obra política y su dirección, muy especialmente la presidencial. El jefe de un gobierno es el único que puede anticiparse a lo que vendrá y, de esa manera, prevenir a sus ejecutores para que acierten en el tiempo, la cadencia, el modo, el tono y el ensamble de la actuación de los integrantes de un equipo político. Pero, además de la previsión, la ejecución política requiere, como la musical, del toque personal de la inspiración, la 49

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pasión, el sentimiento, el estilo y todo aquello que imprime el sello individual que cada estadista le confiere a su política, bien sea que se trate de Roosevelt, De Gaulle, Nixon, Churchill, Mao Tse Tung, Nasser o Calles. Porque, al igual que con el equipo musical, la orquesta política descoordinada y desprevenida puede convertir el mejor de los proyectos políticos en un monumento de lo estúpido y de lo inútil. La más inteligente de las proclamas políticas se volvería insoportable si cada ejecutante actuara a su manera, a su antojo, a su gusto, a su conveniencia o a su criterio. En eso reside la mayor virtud de los verdaderos directores de equipo. * * * Los integrantes de un gabinete presidencial operaban en base a cánones consuetudinarios de probada eficiencia. Yo no sé si prosiga su vigencia y su utilización. Pero espero que así sea. Por ejemplo, pensemos en la Secretaría de Gobernación. Sus primeras reglas son que a su titular se le debe creer cuando transmite un mensaje o una orden en nombre del Presidente. O que tiene el monopolio de interpretación presidencial. Es decir, es el único de sus colaboradores que puede referirse a lo que al Presidente le gustaría o lo que el Presidente considera. Todos los demás funcionarios tan solo pueden referirse a lo que el Presidente dijo, hizo u ordenó, pero de ninguna manera a lo que piensa, desea, prefiere o gusta. Qué no decir respecto de que el Secretario de Gobernación nunca visita y siempre lo visitan. Esto significa que, cuando 50

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se reúne con otros secretarios, son estos los que deben trasladarse a Bucareli. No son estos protocolos de menosprecio sino reglas de comportamiento que a nadie ofenden y a nadie molestan. Por otra parte, el Secretario de Gobernación nunca viajaba porque si el Presidente se encontraba en la Capital debería estar presto para atenderlo y, si el Presidente estaba ausente, el Secretario de Gobernación le hacía “pié de casa”, aunque ninguna ley orgánica se lo atribuyera expresamente. Incluso, cuando de manera excepcional el ceremonial obligara a que acompañara en un viaje a su presidencial jefe, deberían hacerlo en distinto avión, para cancelar la posibilidad de que una catástrofe aérea también derribara la estabilidad gubernamental de México. Por último, cuando los gobernadores venían a la Capital para tratar asuntos con otros secretarios, deberían reportarse y visitar al Secretario de Gobernación, aunque no tuvieran tema concreto que tratarle. Esto no era un asunto de cortesanía sino de funcionamiento. Esta dependencia federal es la encargada, por la ley, de conducir las relaciones entre el Presidente de la República y los gobiernos de los Estados. Por eso deben informarle de sus gestiones con las otras dependencias, de sus resultados, de sus fracasos, de sus mensajes, de sus reclamos o de sus gratitudes. Por último, mencionaré la regla de la designación en esa casa, conocida como el Palacio Covián, porque fue propiedad de la familia de ese apellido, durante el Porfiriato. ¿Qué requisitos no escritos se necesita satisfacer para ser Secretario de Gobernación? Han sido muchos pero mencionaré tan solo 51

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el curricular. Para llegar a Bucareli se requiere haber sido funcionario de primera división, a efecto de imponerse en sus antecedentes a los funcionarios del gabinete, del Congreso, de la Suprema Corte, de los Estados, de los partidos, de los sindicatos, de la milicia, de la diplomacia, de la empresa, de la banca, de la comunicación, de las iglesias y de donde se nos ocurra. Por “primera división” debe entenderse que haya sido miembro del gabinete presidencial, líder de Congreso, gobernador de su estado o presidente de su partido. Así lo fueron todos, desde Plutarco Elías Calles, en 1920, hasta Enrique Olivares Santana, en 1982. La primera excepción fue Manuel Bartlett quien no había sido ni Oficial Mayor. Más adelante habría 8 secretarios priístas, incluyendo al actual, de los cuales 7 satisfacían el curriculum clásico y sólo uno carecía de ello. Es decir, en todos los años de priísmo esta regla sólo se ha violado en dos ocasiones. Por el contrario, el panismo ha tenido 7 Secretarios de Gobernación, de los cuales sólo 3 de ellos venían de la primera división y 4 venían de ligas inferiores. Todo esto, ¿es casualidad incidental o código de normas? Desde luego que todas las dependencias tienen su muy amplio catálogo de normas inéditas. Pero esta nota pretende sólo referir algunas muestras. Así, veamos la Secretaría de Relaciones Exteriores. Una de sus reglas decía que el Canciller debería ser un mexicano muy importante y no un mero burócrata del servicio exterior, normalmente desconocidos en el ámbito nacional. La razón de esto es muy clara. Atiende al imperativo de que los 52

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gobiernos extranjeros, comenzando por sus embajadores, así como todas las fuerzas del exterior reconozcan y respeten la presencia de ese mexicano de primera, para lo que quieran arreglar en México y con mexicanos. De lo contrario, cualquier embajador lo rebasaría y se entendería directamente con el Presidente, si no es que con su Secretario Particular. Lo mismo haría un banquero suizo, un dirigente de la ONU o un comunicador norteamericano. Vamos, hasta el Presidente de la FIFA podría caer en indebidas tentaciones. Ahora bien, no siempre hay mexicanos de primera para sentarlos, antes en Tlatelolco y ahora en La Alameda. Entonces, el gobierno tiene que “designar” a cancilleres alternos. Durante muchas décadas los ex presidentes Miguel Alemán y Lázaro Cárdenas se prestaron para ser cancilleres sin paga y servir a México con patriotismo y con silencio. Transmitir mensajes de altura, explicar posiciones políticas, representar advertencias y, muchas veces, hasta ultimatums que no podrían ser depositados en un diplomático de carrera, aunque tuviera la charola más grande de la Cancillería. Por eso es permitido servirse de uno o varios mexicanos que puedan cuidar nuestros intereses diplomáticos de acuerdo a sus conexiones, a sus especialidades y a sus posicionamientos. La Secretaría de Hacienda tiene un cúmulo grande de normas no escritas. Algunas son similares a las de otras dependencias como la de que su titular debe ser un hombre conocido y respetado en muchos medios mexicanos y en 53

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muchos otros del extranjero. Otras normas son concurrentes como aquella de que en Hacienda, en Gobernación, en la Defensa Nacional y en la Procuraduría no puede meter ni sus narices la Secretaría de la Contraloría, hoy de la Función Pública. Pero hay algunas muy exclusivas que le brindan atribuciones más allá de las leyes escritas. Una de las más importantes es que el Secretario de Hacienda puede objetar, en corto y en discreto, los impulsos gastalones de su patrón. Es decir, tiene permiso para advertirle al Señor-Presidentede-la-República lo que pretende gastar de más, de indebido o de inoportuno. Alguna vez esta norma se ha transgredido, sobre todo con aquello de que “las finanzas públicas se manejan desde Los Pinos”, pero las consecuencias todavía no acaban de pagarse. También es muy sabido que, en México, el Secretario de Energía es el Secretario de Hacienda. Él es quien determina los precios, la expansión, la inversión, el gasto y la producción de las empresas energéticas del Estado. Si tenemos una dizque “Secretaría de Energía” es para taparle el ojo al macho y que no nos critiquen los extranjeros pero, en realidad, esta no resuelve nada que no haya resuelto el titular hacendario. Se dice, incluso, que todo Secretario de Energía que pretende serlo de verdad, así como todo director de PEMEX o de CFE que no reconozcan la autoridad suprema de Hacienda, tienen contados sus días. Se dice que el último titular de Energía que quiso cumplir fue Francisco Labastida pero, en l986, el alto mando financiero del gobierno logró conducirlo a la gubernatura de Sinaloa. 54

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Pero quizá la más importante de las atribuciones no escritas del Secretario de Hacienda es su potestad para convertirse en el auténtico jefe de la economía mexicana. Desde luego que muchos de ellos han rehuido tan enorme responsabilidad, pero los que la han asumido se han convertido en ultrapoderosos y supereficientes. La Procuraduría General de la República es una de las dependencias que tiene, también, muchas consejas en forma de regulación no escrita. Pero, de entre todas ellas, son interesantes aquellas que tienen que ver con la conducción de sus más altos funcionarios. Hay cuatro referentes normativos no escritos que el funcionario de la procuración no debe perder de vista: la lealtad, el poder, la valentía y la pericia. Sin embargo, no todos los Presidentes de la República la han visto ni considerado de la misma manera. Han sido muy diferentes y, en ocasiones, hasta contrastantes la PGR de Adolfo López Mateos, la de Ernesto Zedillo o la de Felipe Calderón, por no mencionar más que a tres de los 21 presidentes que hemos tenido desde que existe, constitucionalmente, esta procuraduría. Pero este referente me parece ineludible para descifrar el futuro que le puede esperar a esta institución en la próximas décadas. Porque así como hay presidentes que la han concebido como una comisaría policiaca, otros la han considerado como una consejería jurídica, algunos como un brazo de represión política, otros más como una dependencia maloliente y no ha faltado el que la utilizado como un empleo tan solo útil para acomodar a un amigo desempleado. 55

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La parte secreta es el perfil de procurador general que le gustaría al presidente en turno. El del bufete o el de la comisaría. El que sabe meterles a los criminales 50 golpes o el que sabe meterles 50 años. Porque es bien sabido que a todos los presidentes les gustaría un procurador valiente que no le tuviera miedo a las delincuentes, pero no a todos los presidentes les gustaría un procurador tan valiente que tampoco le tuviera miedo al Presidente.

La transversalización contrafactual Mi intención es compartir mucho de lo bueno y de lo malo de nuestros presidentes. Pero, también, de lo que pudo haber sido diferente. Aquello que muchos nos hemos permitido llamar como “contrafactual”, nombre que se le ha dado a lo que pudo suceder y no sucedió. Aquello que no se convirtió en fáctico. Lo que algunos lo llaman “el hubiera” y lo menosprecian por inexistente como si las ideas, las creencias, los dogmas, los sueños, los teoremas, las hipótesis o los axiomas no existieran, tan solo porque no son visibles, audibles o asibles. En mi cátedra sobre Teoría del Poder suelo utilizar el ejercicio contrafactual para apartar, momentáneamente, a mis sufridos alumnos de Cratología, del análisis del acto político real y concreto. En un ensayo de imaginación construyen un devenir irreal pero que, obligadamente, tiene que ser lógico. Equivale a los juegos de práctica de los equipos deportivos. En ellos no se gana el campeonato pero se ayuda

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a ganarlo. Sirven para entrenar la capacidad del individuo y para ensayar la estrategia del conjunto. Esos ejercicios contrafactuales nos ayudan a imaginar, a entender y a aceptar lo inexplicado o doloroso. Por eso, en algunos párrafos los utilizo y creo que nos ayuda a ver mejor.

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IV. La mente presidencial El hombre dentro de la investidura La Presidencia de la República está a cargo de un hombre de carne y hueso. Es por ello que, cuando se piensa en el funcionario, resulta imprescindible considerar tanto al cargo como a la persona. La Presidencia de la República fue, con mucho, la mayor depositaria del poder político mexicano. Esto se debió a dos factores esenciales que hoy se han perdido. Su poder no sólo provino de las facultades constitucionales que son inherentes al sistema presidencialista representadas, básicamente, por la jefatura de Estado, la jefatura de gobierno, la jefatura de fuerzas armadas y la jefatura de política exterior. Todas esas las han tenido y las conserva aún. Pero, además, el presidente mexicano de los últimos ochenta años del Siglo XX ejerció muy diversas facultades, no escritas, de las cuales mencionaremos tan solo tres que parecen esenciales: la jefatura de partido, el liderazgo de congreso y el comando de justicia. 59

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Por otra parte, está el hombre y la forma en que ejerce su encargo, una modalidad que me gusta denominar como “estilo”, aunque esta nominación no es invento mío ni es de mi uso exclusivo. Veamos esto más de cerca, con algún ejemplo. Yo soy de los que tienen la íntima impresión de que el Presidente Vicente Fox menospreciaba a la política, al lenguaje y al discurso. No los cuidaba. No los trataba con respeto y con comedimiento. Por eso tropezó en la tribuna recurrentemente. Vicente Fox no entendió que en él coexistían dos personas. Que eran dos individuos los que vivían dentro de su mismo traje y los que vivían bajo la misma piel. Uno de ellos era Vicente Fox Quesada, el dueño del rancho San Cristóbal, el ex empleado de la refresquera, el militante panista, el esposo de Marta Sahagún. El otro era el Presidente Fox, el Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, el Presidente de México, uno de los doce países más grandes, más poblados, más complicados y más respetados del planeta. Ambos seres no podían transfigurarse en cada momento a pura voluntad y a puro capricho. No podía el Presidente de México tomar la tribuna y hablar como lo haría Vicente Fox ni viceversa. Todo mandatario sensato ha convivido con esa dicotomía que, en ocasiones, es incómoda y molesta. Adolfo Ruiz Cortines gustaba de hablar con palabras altisonantes. En ocasiones, durante sus reuniones privadas, requería de aquellas para perfeccionar su expresión. Entonces, sin mayor protocolo se ponía de pie, simulaba el ademán de 60

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quitarse la banda presidencial, pedía disculpas a su alta investidura y, una vez despojado de ella, soltaba una “mentada-de-madre” dirigida a algún ausente conocido por los presentes. Acto seguido, con el ademán inverso, simulaba la reinstalación de su banda y proseguía su reunión o su charla indicando, con ello, que ya se había retirado Ruiz Cortines y que ya había regresado El–Señor–Presidente– de–la–República. Lo que he narrado no era un juego ni una guasa. Por el contrario, era una clara demostración de autoconocimiento, de identidad y de intenciones. Adolfo Ruiz Cortines, el ciudadano, podría referirse a sus connacionales como lo dictara su personalísimo criterio y opinión. Pero el Presidente de México, el mandatario, no podría referirse a ninguno de sus mandantes sino con todo respeto, aunque no lo sintiera. Las mismas palabras dichas por el señor Ruiz eran inocuas pero pronunciadas por el Presidente podrían interpretarse por sus colaboradores hasta como una llamada para destruir la tranquilidad, el patrimonio, el prestigio, el honor, la libertad o la vida de aquel a quien se refirió con tan escaso aprecio. Otro ejemplo en el mismo sentido lo brinda Charles De Gaulle, quien sabía de esta doble vivencia de los altos gobernantes. Más aún, solía hablar de él mismo en tercera persona. Así, en ocasiones, De Gaulle el ciudadano y general se refería al Presidente De Gaulle. No era raro que mencionara que algo le gustaría a Charles De Gaulle pero que jamás sería aceptado por el Presidente de Francia. 61

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La psicología del poder Decía Richard Nixon que ser político no siempre resulta divertido. Sobre todo si se trata de alguien que tiene depositadas responsabilidades enormes. El lujo del encargo solamente deslumbra a quienes no lo ejercen y, por añadidura, a quienes no lo entienden. Los honores, el ceremonial, el aplauso y todo lo exterior pueden resultar atractivos para el hombre común, pero no necesariamente para el hombre de poder. Porque además, como dijo Ortega y Gasset, el hombre de Estado no dedicó su vida para ponerse una banda al pecho sino para dirigir al Estado, así como César y Napoleón no quisieron aplausos ni lambiscones sino tan solo conducir el destino de sus pueblos. Quizá uno de los atributos más apreciables del buen oficio presidencial sea la aptitud del mandatario para distinguir, en todo momento, hasta dónde puede llegar la acción de sus subalternos y desde dónde comienza la suya exclusiva y excluyente. Esa aptitud es un reflejo de identidad. Es el síndrome de que el gobernante está consciente de lo que sólo puede hacer él y de que los demás han llegado a los límites de un coto inaccesible para ellos. * * * Las puertas de la política hoy se encuentran entreabiertas. Los mismos sucesos se repiten idénticos durante varias semanas. Eso aburre, como las películas de El Santo, pero luego asusta, como las de Hannibal. En todos los frentes y 62

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partidos hay quienes se conducen con realismo y otros que lo hacen con ensueño, si no es que con embuste. Todos tenemos nuestras manías. Una de las mías es la repugnancia por la puertas entreabiertas. Me gustan las puertas abiertas y las cerradas. Ellas cumplen con su función existencial. La abierta anuncia una amable invitación al paso o permite la libertad de la salida. La cerrada advierte una restricción a la intromisión o impide la inoportuna escapatoria. Pero la entreabierta es una monserga que ni anuncia ni advierte, ni permite ni prohíbe. Denota abandono, descuido, fondonguez, indolencia, indecisión, irresolución y pereza. Las puertas entreabiertas pueden encontrarse en todos los lances de la vida. En la amistad, en el amor, en el trabajo, en los negocios y hasta en las creencias. Ante ellas, quedamos como mensos al no saber si entrar, llamar, asomar o esperar a que algún comedido nos saque del pasmo. Pero, también, se nos presentan en la política. Cuando no sabemos si las compuertas de la gobernanza nada más se entreabren para ceder el paso o para impedirlo. Cuando no queda en claro si el acontecer de la política es producto de la reflexión, de la decisión y de la resolución o, por el contrario, cuando es la resultante de la casualidad, de la suerte o de la magia. La “puerta-rendija” en la política suele ser el batidillo de la mala mezcolanza de la realidad con la ensoñación. No estoy en contra de la ensoñación. Toda mi vida me he esforzado por ser muy objetivo, por ser muy realista y por ser muy maduro. Para mi fortuna, todavía no lo logro. Para mi ventura, todavía 63

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disfruto en ensoñarme y en ilusionarme con lo que todavía no llega, con lo que ya pasó o con lo que no existe. Pero estoy convencido de que lo peligroso no es soñar, siempre y cuando la ensoñación venga a enriquecer, a decorar o a mitigar nuestra realidad. Lo verdaderamente peligroso estriba en sustituir la realidad con el ensueño. Las mayores conflagraciones políticas a lo largo de la historia provienen de la contraposición entre dos comportamientos de la psique de los políticos. Por una parte, aquellos que conciben y practican la política con apego a la realidad y, por otra, quienes lo hacen en el espacio de lo imaginario. Estas oposiciones entre la realpolitik y la políticaficción han provocado más crisis, revoluciones y guerras que todas las ideologías o los intereses que han inspirado a los seres humanos, a través de su existencia. La política-ficción lleva, siempre, a la confrontación. Sólo la política real es la que nos lleva al respeto, la tolerancia, el consenso, la cooperación y la convivencia. La fórmula infalible de la política real es la suma de todo lo que queremos menos todo lo que cedemos. Si de ello algo queda, eso se llama “política”. Si no queda nada, pues no tenemos nada. Sólo ilusiones, ensueños o fantasías. Mucho ha que no lo recordaba pero hace tiempo tuve un talentoso amigo que adoptó, desde su juventud, una singular manía. Fundó, para sí mismo, un reino imaginario en el cual fue el supremo monarca. Como era un hombre muy rico, en su enorme mansión instaló un gran salón del trono. Lo adornó con estandartes, escudos, armaduras, las banderas del reino y, desde luego, un imponente sillón real, bajo el palio de un 64

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dosel. Allí, por las noches, se imponía sobre el pecho la banda real, emitía decretos, escuchaba marchas, pronunciaba discursos y, casi siempre, bebía cognac. Incluso, cierto día me confesó su intención de invitarme a ocupar el honroso cargo de “Primer Ministro”. Como es lógico, decliné tal distinción con algún comedido pretexto que él aceptó y nuestra amistad permaneció intacta. Con ello, por mi parte, yo guardé siempre la tranquilidad de no haber contribuido con su patología y la de no haberme contagiado. Quizá, por ello, nunca he aceptado comisión o encargo de aquellos a quienes no advierto en el pleno uso de su realidad política. Desde luego, la desalineación de mi amigo era inocua. Él no era un político pero era uno de los hombres más talentosos que he conocido y durante el día gobernaba, con mucho acierto, un reino empresarial de su propiedad. Era un empresario muy realista y su chifladura era tan solo un pasatiempo. Las compuertas de su mente nunca estaban entreabiertas sino que las abría o las cerraba a su antojo. Él sabía muy bien que no era un monarca sino que tan solo jugaba a gobernar. Pero, ¡cuidado con los que sí juegan con los destinos verdaderos! La imaginación, según Octavio Paz, es el más valioso de nuestros dones, pero el más peligroso. Si nos abandona nos convertimos en bestias. Si nos domina nos convertimos en esclavos. Dosificarla y dominarla es el atributo exclusivo de las grandes naciones y de sus grandes gobernantes. * * * En muchas ocasiones, los mexicanos vemos a nuestra política o hemos visto a las de otros países como la practicaría el legendario escapista Harry Houdini. 65

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El “houdinismo” no monopoliza fueros. Existe en funcionarios federales, locales, municipales, legisladores y juzgadores. Tampoco es exclusivo de partido alguno. Pero, por fortuna compensatoria, no todos son “houdinescos”. En todos los fueros y en todos los partidos existen gobernantes y políticos muy serios, muy responsables y muy respetados. El escapismo, en la política, puede manifestarse de diversas maneras. Houdini practicó muchos actos espectaculares. La Metamorfosis, El Bidón de Leche, La Caída al Vacío y La Cámara de Tortura China, esta última fue la que le costó la vida. En la política, las prácticas escapistas más comunes, hoy en día, son la pérdida de la identidad, el desgaste de la personalidad, el extravío de la ubicuidad, el deterioro de la sensibilidad, el daño de la seriedad, la relajación de la sinceridad y la avería de la responsabilidad. La identidad perdida es la confusión proveniente de que el gobernante no distingue con claridad quién es, hasta donde llega como persona o como funcionario. Que pierde la idea clara de los dos hombres que cohabitan bajo la misma piel, que usan el mismo cerebro, que portan el mismo traje y que lucen el mismo rostro. La personalidad desgastada es la sensación de que el mando está ejercido de manera impersonal y anónima. Que no es el mismo hombre el que lo ejerce todos los días. Que hay diversas personas que lo influyen o que lo manejan o que lo mandan. Que no ha impreso un sello distintivo a su mandato. La ubicuidad extraviada es la circunstancia de que el ejercicio gubernamental no siempre se compadece de los intereses nacionales y, por lo tanto, da la sensación de que no 66

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siempre tiene congruencia con el discurso mexicano. En otras palabras, la sensación de que el gobernante sabe que es gobernante, pero no siempre de que país lo es. La sensibilidad deteriorada es lo que podría llamarse una falta de olfato político. Quizá por falta de experiencia, quizá por falta de acondicionamiento o quizá por falta de asesoría, existe la sensación de que el gobernante no distingue con claridad las cuestiones a las que tiene que aplicarse y el sentido que deben inspirar sus decisiones. La seriedad dañada es la lesión de la mesura por no tener en claro que los asuntos de la República no son alegres. Si bien nunca hemos pretendido que nuestro gobierno sea de un perfil medieval, lo cierto es que el gobierno mexicano es, hoy en día, el gobierno de un pueblo angustiado, ofendido y entristecido. La sinceridad relajada tiene que ver con la franqueza y con el realismo. Estos son tiempos en los que es imperativo hablar de hechos y de realidades. Sin menoscabo de nuestras esperanzas, hay que prevenirse frente a la ensoñación. Requerimos que nuestros gobernantes se refieran al Estado, a la nación y a la sociedad. No a la belleza ni al placer ni a la felicidad. No como artistas, sino como estadistas. No complaciendo, sino conduciendo. Asumiendo su lugar sin simulación. Sabiendo y aceptando consecuencias. Trabajando, no especulando. Por último, la responsabilidad averiada es aquella evasión por la cual el gobernante rechaza comprometerse, usualmente diciendo que el problema no le corresponde, que no tiene solución, que no es importante, que no es urgente o que no lo dejan actuar y le estorban los otros poderes. 67

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Son todas estas formas de escapismo las que destruyen instituciones, las que atrofian sistemas y las que postergan generaciones. Las que ceden espacios irrecuperables a la pobreza, a la inseguridad, a la injusticia, al desempleo, a la enfermedad, a la subeducación, a la improductividad, a la desesperación y a la desesperanza. Es verdad que, en muchas ocasiones, los gobernantes han sido, injustamente, tachados de escapistas, bien atribuyéndoles falta de realismo o bien endilgándoles paranoias o esquizofrenias inexistentes. Winston Churchill y Richard Nixon son un buen ejemplo de ello. La terquedad de Nixon en no entregar las grabaciones Watergate lo hizo preferir la renuncia, en un episodio calificado de esquizofrénico. Con ello, sus compatriotas creyeron que lo habían vencido mientras que la historia posterior les demostró que Nixon fue quien venció a todos y él era el único que lo sabía desde el momento de los hechos. Churchill, a su vez, parecía un paranoico que alucinaba el peligro nazi. Mientras Chamberlain y los ingleses pensaban que Adolfo Hitler era un pacifista noble y confiable, el descendiente de Marlborough era objeto de burlas y humillaciones, por parte de sus compatriotas, cada vez que les advertía que el “fuhrer” querría hacerse de Europa y del mundo entero. Sólo los hechos posteriores, el “Anchluss”, Checoslovaquia, Polonia, Francia, los Países Bajos, Italia, el exterminio, el eje militar y todo lo demás, les comprobó que el único inglés realista era Winston Churchill. 68

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Pero eso es historia. Mientras tanto, Houdini sigue viviendo. * * * Cierto día, mientras transitaba por Polanco, a través de mi ventanilla vi algo que llamó mucho mi atención. Una agraciada jovencita caminaba por la acera, empujando… ¡una carriola vacía! De inmediato lo comenté con mi ayudante conductor. Cada vez que oigo, leo o me entero de algo que no encaja con la normalidad, busco alguien que me confirme si aquello es realidad o espejismo. De esa manera, triangulo mi certificación mental. Lo hago con los discursos que oigo, con los asuntos que me tratan y hasta con mis personales suposiciones. Es mi propio sextante que me indica la ubicación mía y la de los demás. Lo primero que pensé, desde luego en guasa, fue que la señora hubiera perdido al niño sin haberse dado cuenta o, peor aún, que la criatura fuera imaginaria. Es decir, que se tratara de una estúpida o de una loca. Sin embargo, como siempre me sucede, el hemisferio de mi cabeza que piensa en la política me alerta y me inquieta. Por ello, de inmediato sometió a la mitad sarcástica que me divierte y que me alegra. En unos segundos, me hizo recordar que a muchos gobiernos y gobernantes los he visto actuar como la polanqueña de mi relato. En efecto, algunos políticos han perdido el proyecto, el rumbo o el destino, sin siquiera darse cuenta. Otros, en cambio, ni siquiera han tenido proyecto, rumbo o destino 69

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sino que, tan solo, han imaginado que lo tienen. Como ejemplo imparcial sin partidarismos, creo que José López Portillo y Felipe Calderón perdieron a su criatura y no queda en claro, ni para ellos ni para nosotros, donde fue el extravío. Y me resulta evidente que Vicente Fox sólo creyó tener una creación propia y ésta tan solo ha sido imaginaria. Mi siguiente reflexión fue, ¿dónde se pierde o cuando tan solo se le imaginó? ¿Cuál fue la pérdida o cual fue la quimera? El hombre de Estado o el simple hombre de política puede desbarrancarse en la pérdida, principalmente por tres motivos: la impotencia, la ignorancia o la indolencia. Es decir, porque no pudo, porque no supo o porque no quiso. La impotencia proviene de su propia debilidad o de la fuerza de los que se le oponen. Porque no instaló la gobernabilidad, porque no asumió el liderazgo o porque no utilizó sus capacidades. Porque no se lo permitieron la Constitución o los legisladores o los jueces o los ricos o los extranjeros o los manifestantes. La ignorancia proviene de la falta de pericia, de la ausencia de información o de la incapacidad política. Porque no aprendió su oficio, porque no entrenó sus aptitudes o porque no entendió su encargo. Porque creyó, por ejemplo, que los impuestos o la pobreza son temas de la economía y no asuntos de la política. Porque fue como aquel mandatario a quien, de cariño, le decían “Señor Presidente”. La indolencia proviene de las pocas ganas, de los pocos esfuerzos y de los pocos trabajos. Porque se tardó, porque se distrajo o porque se desperdició. Porque se dedicó a lo que le gustaba y no a lo que lo obligaba. Porque nunca pensó lo que su 70

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pueblo quería, necesitaba o soñaba. Porque se dejó “mangonear” por los trepadores. Porque se dejó “ningunear” por los extranjeros. Porque se dejó “periquear” por los habladores. A su vez, se puede extraviar en lo imaginario, por tres motivos: porque se ilusionó, porque se engañó o porque se entercó. Es decir, porque no despertó, porque no aterrizó o porque no aceptó. Esto es más complicado que lo anterior. No tiene que ver con lo conductual sino con lo mental. Es el gobernante en su mundo irreal, recluido en la entelequia, confinado en la quimera, arraigado en el ensueño, apresado en la fascinación y secuestrado en la fantasía. Como quiera que sea, tanto la carriola vacía de mi relato como la de la política nos asustan y nos preocupan. Nos preocupan porque el gobernante no empuja una carriolita sino una carriolota. Grande, pesada, complicada, incómoda y peligrosa. Son los gobiernos vacíos, inútiles y tontos. Al principio nada más me sonreí de pensar que la dama se soñara madre de un bebé imaginario. Pero, de inmediato, pensé en cuando nosotros soñamos con lo que nos ofrecen, con lo que nos prometen o con lo que nos inventan. Lo que uno ve por la ventanilla del auto o por la ventana de la vida nos puede alertar. Me olvidaba mencionar algo importante. La mujer de la carriola no caminaba sumisa sino muy altiva. No empujaba sino presumía. No transitaba sino desfilaba. De inmediato, algo me dio miedo en varias direcciones. Por eso, desvié la mirada y apagué el noticiero. Por un momento, no quise saber nada de la calle ni de la política. Cerré los ojos y pensé en estas notas. Pero, aun así, en mi interior me seguía persiguiendo la carriola vacía. 71

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La soledad presidencial Pero no sólo debemos atender a la madurez y a la inteligencia del hombre de Estado sino, también, a sus deformaciones. En materia de gobernantes, caras vemos y de corazones no sabemos. Su cripticidades, sus aislamientos y sus soledades son frecuentes y, casi, ineludibles. Como ejemplo, cuentan varios testigos que, conforme avanzaban sus periodos presidenciales, Richard Nixon se fue haciendo más desconfiado, más susceptible y más solitario. Incluso, sus diálogos con el alcohol los practicaba en el mayor aislamiento. Adoptó, sin embargo, la ocurrente manía de platicar por las noches, con un vaso en mano, con los retratos de ex presidentes que adornan los muros de la mansión presidencial. De entre ellos, sus predilectos fueron Lincoln, los dos Roosevelt, su jefe Eisenhower y su eterno rival John F. Kennedy. Con este, por cierto, los diálogos solían ser ásperos y dicen que altisonantes. En una de esas noches fue cuando, refiriéndose a los norteamericanos, que Nixon le espetó a Kennedy la famosa frase: “Cuando te ven a ti piensan en lo que quieren ser y por eso te quieren. Cuando me ven a mí piensan en lo que en realidad son y por eso me odian”. El caso es que, allá como acá, el ejercicio de la Presidencia puede llegar a perturbar la conciencia, por lo menos en tres sentidos. En el del aislamiento, con la consecuente soledad. En el de la desconfianza, con la inevitable temerosidad. Y en el de la incomprensión, con la natural irritabilidad. 72

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Todo ello proviene de un poder excesivamente dosificado por las circunstancias. Ello produce, en primer lugar, que el Presidente se considere único y la verdad es que no se puede negar que lo es. A partir de allí es fácil que considere que no piensa, ni habla, ni siente, ni actúa como los demás y, por lo tanto, que no le es fácil ni comunicarse, ni interrelacionarse, ni asociarse con los demás. De su unicidad se pasa, automáticamente, a la soledad. El aislamiento de Nixon también ha sucedido en Los Pinos. Hubo algún presidente mexicano que terminó cenando y bebiendo con el oficial de guardia: “Sírvame una, Coronel, y sírvase una aunque no se la tome”. Ese poder, además, está mal repartido según su imaginación. Ello lo conlleva a pensar que los desposeídos, o entiéndase que todos, quieren hacerse de una parte, aunque fuera mínima, de su poder. En ese proceso se instala la desconfianza y aún el miedo que nos producen todos aquellos que quieren quitarnos “nuestras canicas”. Por último, la unicidad sumada a la propiedad produce una sensación ilimitada de potestad. No sólo se es único sino, además, omniteniente y omnipotente. Es el estadio más cercano a la deidad. Por eso López Mateos le dijo a Díaz Ordaz: “En México el Presidente tiene todas las dichas, salvo dos desgracias. Una de ellas es que todos te dicen que eres un dios. La otra es que terminan convenciéndote”. Así las cosas, todos aquellos que no piensan ni dicen ni hacen lo que quiere el Presidente se le aparecen como unos enemigos que le quieren estropear lo que es tan solo de él. La divergencia de los congresistas, de los periodistas, de los 73

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empresarios, de los sindicatos, de los intelectuales, de los partidos o de los ciudadanos ordinarios les irrita, o les molesta o hasta les enfurece porque se cae en la fácil tentación de considerar que son unos intrusos que se entrometen en los asuntos del país como si este fuera de ellos. Por ese enorme depósito de poder ha dicho Giuseppe Amara que la Presidencia no está diseñada para la salud mental. Sin embargo, alguna deidad nos ha visto con misericordia porque hasta ahora nos damos cabal cuenta que, si bien algunos de nuestros presidentes tuvieron sus excentricidades o sus locuacidades, ninguno le imprimió al ejercicio de su descomunal poder ni las retorceduras de la locura ni las penumbras de la maldad ni los tintes de la crueldad. Con que tan solo uno de ellos se hubiere extraviado era suficiente para que el país entero se hubiere tiranizado o ensangrentado o fracturado. Puede decirse que muchos conservaron o recuperaron su condición de normales y de mortales para el resto de su vida. Me referiré tan solo a algunos de los ya ausentes. Miguel Alemán concluyó su gestión presidencial siendo todavía muy joven, recién cumplidos sus 50 años de edad. Sobrevivió 30 años como ex mandatario. Pero no terminó solo. Conservó a muchos de sus amigos de siempre y los incrementó todos los días. Y es que Miguel Alemán tenía la rara virtud de poder colocarse a la altura de las circunstancias. Lo mismo podía platicar, durante horas, con el presidente del país más poderoso del planeta que con una modesta ama de casa, con la seguridad de que a ambos les iba a prestar la misma atención por la sencilla razón de que todo le resultaba 74

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interesante. Era un humanista universal que no se limitaba ni en fronteras ni en niveles ni en reductos. El otro fue, indiscutiblemente, Adolfo López Mateos. Él tan solo sobrevivió poco más de cuatro años a su encargo, la mitad de ellos en estado de coma. Pero López Mateos nunca “perdió el piso” porque se esforzó en ello con una férrea voluntad. Entre otras decisiones, nunca vivió en Los Pinos para conservar, aunque sea aferrándose a la materialidad de la casa familiar, la conciencia y la certeza de su personalísima individualidad. En su casa propia de San Jerónimo sería Adolfo hasta que muriera. En Los Pinos, al cabo casa ajena, sería otra cosa, desde luego transitoria y también impersonal. Por eso, comía casi a diario en el restaurante. Por eso, siempre que podía manejaba su automóvil propio. Por eso, le gustaba regalar sus cosas y no las del erario: sus mancuernillas, sus plumas, sus relojes, sus pitilleras y sus encendedores, que se convertían en prendas invaluables para el obsequiado sobre todo porque llevaban grabadas las iniciales de quien las regalaba.

El sufrimiento presidencial Los aconteceres de los grandes hombres no siempre constituyen, desde luego, una epopeya sino, en algunas ocasiones, son bien ordinarias las circunstancias en las que se desenvuelve el líder de una nación. Porque la mayoría de los grandes hombres tiene muchos amigos y muchos 75

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enemigos. La mayoría produce muchos aciertos y comete muchos errores. La mayoría se entusiasma, se ilusiona y se apasiona. La mayoría se enoja, se confunde y se asusta. La mayoría se cansa, se altera y se enferma. Es frecuente que el alto gobernante sufra y además, que tenga que sufrir en silencio. Sin esa fortaleza no podría soportar, con entusiasmo y sin fatiga, los requerimientos del encargo, los desvelos, los esfuerzos, las incomprensiones, las dificultades, los fracasos, los peligros, las soledades, las ingratitudes, los sacrificios y hasta las renuncias personales. Por ejemplo, en siete ocasiones la muerte de su mejor amigo y más fuerte asociado político ha enlutado a un presidente mexicano. Miguel Alemán perdió a Héctor Pérez Martínez y a Gabriel Ramos Millán. Ruiz Cortines perdió a Enrique Rodríguez Cano. Carlos Salinas perdió a Luis Donaldo Colosio. Vicente Fox perdió a Ramón Martín Huerta. Y Felipe Calderón perdió a Juan Camilo Mouriño y a Francisco Blake. Para todos ellos fue un dolor insuperable. Para algunos de ellos fue, además, una derrota irreversible. Porque, por encima de todo, estos sucesos han derivado el curso de la historia política de nuestro país. Han sido muertes que cambiaron la vida de los vivos. Porque, por adentro de la investidura, vive un hombre que cumple muchas de sus promesas y que se olvida de muchas otras. Que salva y que hunde. Que alivia y que lastima. Pero la mayor bipolarización en la vida del líder de un país está en el goce y en el sufrimiento que producen el encargo cupular de una nación. Los líderes gozan como casi ningún otro 76

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individuo. Pero pagan un severo precio porque los líderes sufren casi como ningún otro individuo. Si primero nos detenemos en su gozo advertimos que este proviene de su poder y el ejercicio de éste es delicioso cuando se trata de un verdadero político. Hasta los que hemos sido políticos muy modestos hemos sentido las enormes dosis de poder que se han depositado en nuestras manos. Con ello, dentro de nuestro humilde espacio, hemos inventado leyes que han aprobado otros y hemos aprobado leyes que otros nos han propuesto. Hemos establecido o mejorado sistemas que han beneficiado a nuestras naciones. Hemos designado a cientos o miles de funcionarios o empleados y, con ello, hemos cambiado sus perspectivas y las de sus familias. Hemos encarcelado o liberado a miles de hombres. Hemos construido, hemos auxiliado o, cuando menos, hemos consolado. Cuando un verdadero político repasa su vida hacia atrás, se sorprende de lo que ha tenido y de lo que ha sostenido. Percibe la dimensión de sus facultades y el uso que le ha podido dar a sus posibilidades. Ello encierra todo un gozo indescriptible. El poder brinda felicidad y fatalidad. Sobre esto tuve charlas con Humberto Romero, con Emilio Gamboa y con Liébano Sáenz. Les pedí que me resolvieran dos preguntas acerca de sus jefes. El más feliz día de su mandato y el más triste o angustiante. Decía Romero que el peor día para Adolfo López Mateos fue el de la expulsión de Cuba de la OEA. La vergüenza y el coraje. Pero, también, la tristeza y la decepción. Agregado a ello, la crisis de la hermandad panamericana y las nuevas 77

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certidumbres de que no existe un futuro de hermandad continental. Dice Gamboa que el peor día para Miguel de la Madrid, y ello no requiere alegación ni comprobación, fue el del terremoto de 1985. Destruido el corazón de la capital. El gobierno, rebasado. Los miles de muertos. La destrucción masiva de viviendas y fuentes de trabajo. La imposibilidad financiera de reconstrucción. Las principales dependencias públicas, sin oficinas. Los hospitales básicos convertidos en ataúd. Y la comprobación de que, frente al desastre, el gobierno de México no sólo estaba poco preparado sino, también, era muy ingenuo. Otro día muy singular en la gestión de Miguel de la Madrid, no me lo dice Gamboa pero lo intuyo yo, fue el 6 de julio de 1988. La caída del sistema y sus secuelas todavía no concluidas. Dice Sáenz que el peor día de Ernesto Zedillo fue el de la matanza de Acteal. Que la madurez le ayudó a contener la rabia, que es peligrosísima en un presidente, pero no le ayudó a contener el llanto. Otro día muy grave, para López Mateos, fue regresando de la visita de Estado a la República de Filipinas. Poco antes de que el avión presidencial despegara del aeropuerto de Manila se recibió la gravísima e infausta noticia de la intentona de invasión en la Bahía de Cochinos. López Mateos escaló, técnicamente, en las Islas Midway desde donde se comunicó con el Presidente Kennedy para solicitarle una explicación más amplia y para hacerle saber la más enérgica condena mexicana hacia un hecho que no sólo agraviaba principios 78

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políticos sino que, además, habría de poner en riesgo a la paz mundial, como sucedió y que tendría secuelas al conjurar los sueños de panamericanismo, como sucedió. Por otro lado, hubo días llenos de ventura. Me contó Romero que el día en que López Mateos lució más feliz fue el de la nacionalización de la industria eléctrica. El mitin en el Zócalo fue apoteótico y el ambiente estaba cargado de esperanzas y de victorias ya logradas. Me contó Gamboa que el día más feliz de Miguel de la Madrid fue el último de su mandato. Cuando lo escuché, lo primero que se me ocurrió fue que me estaba diciendo algo para salir del paso. Pero, tiempo más adelante, yo mismo pude vivir la alegría que produce el término de un encargo en el que se ha gozado y en el que se ha cumplido. Me contó Sáenz que el día más feliz de Ernesto Zedillo no existió. Ya no quise ahondar en mi pregunta ni replicar en la respuesta. Un día infausto para López Mateos me lo conto Justo Sierra, su secretario privado. El que lo despierta con los partes nocturnos y le recibe las primeras órdenes del día, para transmitirlas a sus destinatarios. Fue en una mañana en la que rendiría un funesto aviso. Entró al vestidor más importante de la mansión o del país y sacó al valet presidencial para evitar testigos. Con eso, López Mateos adivinó que Sierra traía “una-muy-dura”. Sin rodeos ni saludos sugirió al Presidente que tomara un poco de café. De inmediato le informó que, esa madrugada, Rubén Jaramillo y su familia habían sido asesinados, dentro de su jacal morelense, por un comando armado. 79

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En una reacción muy poco usual, el Presidente entró en furia, arrojó la taza contra la pared y exclamó: “Es un pendejo violento que cree que la alta política se hace matando. Ya me metió en una bronca histórica de la que no saldré ni en cien años”. Yo nunca quise preguntarle a Sierra a quien se refería López Mateos. Nunca quise saber quién ordenó el asesinato del líder campesino opositor al gobierno. Nunca me ha gustado depositar los secretos ajenos sino que prefiero adivinarlos o imaginarlos sin comprobación. Pero entendí la impotencia presidencial frente a lo que no tiene remedio. Porque los muertos ya no revivirían. Y López Mateos ya no se libraría de una condena histórica injusta. Ambas injusticias ya no tenían remedio. También, en muchas ocasiones, el observador de la política se hace reflexiones sobre la relación existente entre la política y la moral. Una de las tragedias colectivas de nuestros tiempos reside en que muchos de nuestros contemporáneos consideran que existe una relación indisoluble entre el quehacer político y muchos de los vicios y perversiones que concurren en el alma y en el temperamento de los seres humanos, tales como la mentira, la cobardía, la deslealtad, la ingratitud, la simulación, el egoísmo, la codicia, la vanidad, la soberbia, la deshonestidad y hasta la crueldad. Nada más falso ni más peligroso que aceptarlo o resignarse ante un planteamiento en esta dirección. Falso, porque parte de la equivocada idea de que, en la actividad política, no hay distingos individuales y que es un solo rasero con el que se ha de medir a todo individuo, sin diferencia alguna. 80

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Peligroso, porque si se considera que la política es una actividad siempre presente en las sociedades humanas y que su ejercicio afecta el devenir individual y colectivo de todos los hombres, no puede menos que considerarse como una profunda irresponsabilidad la aceptación de que el ejercicio político se deposite, con nuestro consentimiento o con nuestra mera indiferencia, en cualquier clase de individuos y se practique con cualquier signo de conveniencia. Si eso es así en el campo de los sistemas políticos, en el escenario de los individuos funciona algo similar. Ortega y Gasset refiere la existencia de una moral que es común a todos los hombres ordinarios y otra moral que es propia de los individuos que están destinados a la dirección y a la jefatura de la sociedad. Al reconocer y distinguir que hay espíritus grandes y espíritus chicos, no por valoración, sino por la diferencia real de dos estructuras psicológicas distintas y de dos modos antagónicos de funcionamiento de la psique, se concluye que hay virtudes y vicios de gran dimensión y otros que son comunes a la dimensión de los hombres de talla común y ordinaria. Desde luego que no se trata de una disputa para menospreciar el título de virtudes como la honradez, la veracidad o la templanza sexual. Pero es urgente que nuestro tiempo reconozca que hay otro nivel de virtudes superiores que sólo pueden exigirse, acaso que deben exigirse, en el grande hombre. A título de ejemplo, puede decirse que la infidelidad marital de un gobernante no es, desde luego, un asunto plausible, como no lo es la de ningún individuo. Pero tampoco puede 81

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dejar de considerarse, aunque queramos estirarlo, que es un asunto que sólo afecta a su esposa y, por lo tanto, sólo a ella puede interesarle y nadie más. Que distinto es esto a, por ejemplo, una infidelidad a la nación, las resultas de una alianza internacional inconveniente o la infidencia a los principios esenciales de un pueblo. Para ello podríamos recordar que en el caso de John Profumo, el gran escándalo sexopolítico de los sesenta, se dieron dos consecuencias para el Ministro de Defensa británico: su esposa le demandó el divorcio y el Parlamento lo defenestró. Pero es importante tener en claro que los británicos no se sintieron afectados por su romance con la prostituta Christine Keeller sino porque, en el lecho, le confiaba los secretos militares del Reino Unido, mismos que la Keeller transmitía a su amante caribeño y éste los vendía a la Unión Soviética. Sólo por eso, el Servicio de Inteligencia británico puso en conocimiento del Primer Ministro, no un chisme de alcoba, sino un gravísimo riesgo para la nación. Así, con clara separación de intereses, Profumo fue botado de su casa, no por estúpido sino por infiel y fue botado del gobierno, no por mancornador sino por su imbecilidad política. He allí la importancia de distinguir ambas naturalezas de hombres, a efecto de estar en condiciones de precisar la inmoralidad política en contraste con la inmoralidad privada, a partir de quien resulta dañado. Ello es lo que permite diferenciar la estructura ética del hombre común de la del hombre político. Distinguir entre la inmoralidad de un desliz sexual y lo pecaminoso de una guerra equivocada. Entre la 82

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imprudencia de una farra amiguera y la impudicia de una designación errónea. O entre lo censurable de una prodigalidad irreflexiva y la obscenidad de una ley perversa. Porque, además de la inmoral predilección del bien sobre el mal, hay inmoralidad al preferir un bien inferior sobre uno superior. Hay perversión donde hay subversión de lo que vale menos en contra lo que vale más. En esa preferencia invertida reside una moral falsa y, por lo mismo, repugnante. No se diga poner en claro, con urgencia, el concepto de fidelidad política. ¿A quién se debe ser fiel en cada acto del ejercicio político? ¿A la nación o al partido? ¿A los electores o a los jefes? ¿A la ideología o a la conciencia? En fin, son cuestiones que tienen mucho que dar en la concepción política mexicana de hoy y de mañana. El ineludible desarrollo político futuro del pueblo mexicano inducirá, necesariamente, a que virtudes mayores como el patriotismo, la lealtad y la dignidad triunfen, por mayor aceptación, sobre virtudes menores como la habilidad, la astucia, la persistencia y la fama.

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V. La galería presidencial Visitando a los presidentes

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iempre ha sido muy útil buscar respuestas en la combinación que nos brinda la imaginación y la experiencia. Es decir, en el pasado y en el futuro. Mas, aún, es un ejercicio de privilegiados el tejer en ambos tiempos y, de esa manera, coligar la historia con el porvenir. Sobre todo en los actuales tiempos mexicanos, tan difíciles de interpretación y resolución. Contienen muchos enigmas y, por lo tanto, muchas dudas. Por eso me he permitido aconsejar a los jóvenes que visiten, mentalmente, las grandes galerías de la experiencia. Las hay de personajes, de sucesos, de problemas y de soluciones. Ellas registran el pasado. Desde allí es más fácil inferir lo que vendrá Allí se puede entender el estilo de Díaz Ordaz, el de López Mateos o el de Carlos Salinas. Quién usa tanquetas y quién fiscales. Quién caza pájaros con escopeta y quién tigres con mira telescópica. Allí se puede conocer el estilo de López 85

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Portillo, llamado “estilo oblicuo”. No usar las armas ni las cárceles pero quitarles sus juguetes. Expropiar, auditar o embargar. Por eso, como lo hizo Richard Nixon, también lo podemos hacer las personas comunes y alejadas del gran poder. Yo lo hice en mi modesto pero largo paso por la procuración de justicia. En mis momentos más crudos de duda y ante la toma de decisiones cruciales, visitaba en mi soledad las galerías de la procuración. Allí, frente a sus imágenes, trataba de adivinar lo que me hubieran aconsejado José Aguilar y Maya, Emilio Portes Gil, Fernando López Arias, Oscar Flores o Sergio García Ramírez, entre muchos otros. Siempre encontré la respuesta acertada. Nunca se equivocaron y, gracias a ellos, yo pude salir airoso. En la galería mexicana, se encuentran muchas imágenes que nos obligan a pensar con reflexión y, muchas veces, a deducir con imaginación. Allí están las acusaciones de crueldad al régimen de Díaz Ordaz, de demagogia al de Luis Echeverría, de frivolidad al de López Portillo, de ineficiencia al de Miguel de la Madrid, de trampa al de Carlos Salinas y de traición al de Ernesto Zedillo. Ciertamente, es imposible negar que hubieron crueldades injustificables, demagogias innecesarias, frivolidades escandalosas, insuficiencias costosísimas, trampas inconfesables y traiciones imperdonables. Pero, junto a todo eso, hubo claras virtudes, nobles aspiraciones y ejemplares logros nacionales. Mientras acontecían latrocinios y atrocidades, también Lázaro Cárdenas y sus sucesores reivindicaban para la Nación 86

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mexicana el petróleo, la electricidad, la minería, el mar patrimonial, las plataformas continentales, el subsuelo y el espacio exterior. Mientras se instalaban burócratas socarrones que abusaban del poder, Miguel Alemán ordenaba la construcción de la Ciudad Universitaria, la infraestructura turística de Acapulco y el sistema nacional de irrigación; López Mateos instalaba los grandes centros hospitalarios, establecía nuestras monumentales hidroeléctricas y editaba el libro de texto gratuito; y Ruiz Cortines organizaba la estabilidad política y la seguridad de la nación. Al final de cuentas, la reforma política mexicana despertó más entusiasmos nacionales que las zapatillas de las cortesanas. A la postre, a México se le conoce más en el mundo por su política exterior de dignidad y soberanía que por las cuentas bancarias de algunos funcionarios. A pesar de todo, durante muchos años, México fue visto, desde todo el planeta, como algo firme, envidiable, ejemplar, macizo respetable, prometedor y cumplidor.

La creatividad del gobernante Por último menciono la creatividad como cualidad esencial del gran político o verdadero hombre de Estado. En ocasiones los políticos creativos dan la impresión de ser niños jugando a que gobiernan. Tenía razón José Ortega y Gasset. El verdadero político no se contenta con pensar y con hablar. Tiene el frenesí de la 87

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creación. Hace y hace. Construye y construye. Realiza y realiza. Es ejecutor sin descanso. Como el pintor, el músico o el escritor que no duerme, no come y no se cansa. No bien termina una obra cuando ya está iniciando la otra. Son muy positivos para sus pueblos y para sus naciones. Son sus verdaderos artífices y son los que determinan su verdadero destino. En ocasiones esos políticos tan creativos daban la impresión de que eran niños jugando a que gobernaban. A ver, vamos a hacer una ciudad universitaria y la hacían. A ver, ahora vamos a fundar un Seguro Social. Y lo fundaban. A ver, que tal si ahora nacionalizamos la industria eléctrica. Y lo llevaban a cabo. Cierto día, algún funcionario de esa generación, salió de una comida y, circulando por el Paseo de la Reforma rumbo a su oficina, platicó con quien le acompañaba. Le dijo que sería bueno crear un gran anfiteatro en esa avenida. Allí, en pleno Bosque de Chapultepec. Para 10 mil espectadores. Con un enorme escudo en la fachada y con el nombre de Auditorio Nacional. Fue tan sólo una idea improvisada pero la obra se realizó y no la hemos repetido. Así como, tampoco, hemos repetido las ciudades deportivas, los palacios de los deportes, los periféricos y viaductos, los estadios y autódromos, los centros médicos y universitarios, las hidroeléctricas y, ni siquiera, las secciones adicionales de un Bosque de Chapultepec. Esa generación de mexicanos supo construir en cada instante de su vida pública. 88

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Pero además de su creatividad es notable la aparente facilidad con la que hacen sus realizaciones. Se creería que nada les cuesta trabajo. Saben para lo que es el poder y cómo debe llevarse. Y lo llevan muy bien. Se mueven con él como si fuera un traje a la medida o, más aún, como se lleva la piel. Hacia donde se mueve el poder va con ellos. Estos hombres pueden ser comparados con aquellos patinadores, bailarines o acróbatas que realizan sus rutinas como si fuera muy sencillo. Provocan el deseo de imitarlos suponiendo que cualquiera podrá hacerlo igual. En algunas ocasiones esos artistas de magistral destreza hacen necesario que el público ingenuo quede advertido de no intentar ninguna emulación porque podría resultar en una fatalidad. Quizá la política debiera disponer de cautelas similares. Explicar a todos los tarugos que quieren meterse a gobernar, suponiendo que ello es muy fácil, que en el intento pueden llegar al desastre o pueden llevar a sus pueblos a los terrenos de la catástrofe.

El estilo presidencial En materia de estilos presidenciales no existe un manual único. Cada quien escribe el suyo propio. Por ejemplo, hay quienes dicen que el gobierno debe ser pacífico y tolerante así como hay quienes señalan que debiera ser recio y poderoso con los que incendian, bloquean y golpean para exigir “el cumplimiento de la ley”. Esto me ha llevado a reflexionar, una vez más, en los estilos de gobierno. 89

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Estos dos extremos resultan planos, simples, predecibles, transparentes y aritméticos. En mis clases universitarias los he llamado “el estilo Gandhi” y “el estilo Kennedy”. Para el amable lector, no requieren mayor explicación histórica ni política. Mohandas Karamchand Gandhi, llamado “Mahatma” por los hindúes a propuesta de Tagore, es el ejemplo proverbial de la resistencia pacífica, del rechazo a todo tipo de violencia y del perdón de los agravios. Con ello, independizó a su nación sin violencia ni rencor. Me queda en claro que la descolonización no fue una obra de Gandhi sino de los estadounidenses vencedores. Pero creo que, gracias al Mahatma, la India se liberó sin enfrascarse en vendettas de casta o de poder. John Fitzgerald Kennedy, llamado “Jack” por los estadounidenses a propuesta de Schlesinger, es uno de los prototipos de la política de respuesta briosa. Su incursión en Alabama, su discurso en Berlín, su intentona en Bahía de Cochinos, su aventura en Vietnam y su vigor en la Crisis de los Misiles nos hablan de un verdadero mariscal de campo. Con ello, Jack arrinconó a la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Pero hay otros estilos que son volumínicos, complejos, impredecibles, crípticos y geométricos. Se me ocurre otro ejemplo, que aquí llamaré el “estilo Roosevelt”. Juega con el tiempo como ingrediente adicional. Desde que Franklin Delano Roosevelt asumió la Presidencia no tuvo la menor duda de que habría guerra en Europa. Su primera pregunta fue si su nación debería intervenir en esa 90

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guerra o tan solo verla como una guerra ajena. Su respuesta indubitable fue que mucho les convendría participar en esa guerra de la que saldrían como los dueños del mundo. El destino de gloria tocaba a las puertas de los Estados Unidos y su presidente no sería el atarantado, miedoso o humanista que le negara el paso o le rechazara sus ofrendas. La segunda interrogante era ¿cuándo entrar a la guerra? Su respuesta fue: ¡no tan pronto! En 8 ó 10 años. Tan lento como para que los europeos sumaran 40 millones de muertos. Tan lento como para que, en ese entonces, ya no tuvieran comida ni armas ni medicinas ni jóvenes ni esperanzas para oponérseles. Tan lento como para que, en su desesperación, los amigos le rogaran la ayuda y los enemigos le suplicaran la paz. Tan lento para que el auxilio para unos y la clemencia para otros tuviera un precio exorbitante. Sólo para entonces desembarcaría en Europa el primer estadounidense. A este nunca le faltaría el arma, el parque, el combustible, la medicina, el alimento y, ni siquiera, el correo, el cigarro o las golosinas. Además, su país podría sostener su participación en la guerra por 20 años más sin sacrificar, en casa, una sola de sus hamburguesas, de sus cervezas, de sus comodidades, de sus empleos, de sus beneficios sociales, de sus transformaciones ni de sus libertades. Se me ocurre lo que harían nuestros personajes si hoy reencarnaran en Guerrero, México. Gandhi meditaría y rezaría. Kennedy enviaría a su Guardia Nacional y a su hermano, el durísimo procurador. Roosevelt esperaría a que los guerrerenses desesperados le juraran jamás volver a votar por el PRD. 91

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¡Ah, caray! No se contraponen ni se excluyen y, ni siquiera, se estorban. Estos tres estadistas fueron abogados, además de políticos. Todos amaron a su patria. Sus funerales sumieron a su país en el más profundo dolor. Hoy, los tres son venerados por su nación. Con todos ellos, sus pueblos se consideran muy honrados y se sienten muy endeudados. * * * No me gusta fertilizar los escándalos porque son muy costosos para la vida colectiva. Por eso creo que los muy actuales entre nosotros están sobrepasados del todo y los he evadido tanto en los medios como en las sobremesas. Además, no estoy de acuerdo con una comisión congresional porque la política real nos obliga a centrarnos tan solo en el cui malum, a quien se dañó. Si lo sucedido no me daña y si lo solucionado no me sirve, entonces, ¿en qué me preocupa o me concierne? No nos distraigamos de la verdadera política nacional. Tengo dos casos en la memoria. Para los jóvenes nacidos después de 1965 les platicaré Watergate y, para los nacidos después de 1985, les referiré Lewinsky. Richard Milhous Nixon, llamado “Dick” a propuesta de Pat Ryan, se vio envuelto en una escandalera de espionaje electoral. Durante dos años se paralizó la vida política estadounidense. El Presidente fue requerido para entregar las grabaciones que hizo de todas sus conversaciones durante seis años presidenciales. Ventilarlos le pareció catastrófico para la nación. Allí había secretos de China y de Arabia Saudita, de Vietnam y de Rusia, del patrón-oro y del embargo petrolero, de Israel y de Palestina, del Congreso y de la 92

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Suprema Corte, de los partidos y de las fuerzas armadas, del servicio de inteligencia y del arsenal atómico, de los Kennedy y de los Castro, de México y de Cuba, de la CIA y de la maffia. Después de una larga batalla política, jurídica y mediática, sólo le quedó renunciar a la Presidencia de los Estados Unidos. Como Presidente, quedaba obligado ante el requerimiento congresional. Como ciudadano común, la Constitución lo protegía de cualquier intromisión del Congreso. Con esa solución logró proteger a su país. Entregó las grabaciones a su sucesor presidencial, no a los legisladores ni al conocimiento público. Son 4 mil horas de conversación grabada. Han pasado 40 años, 7 presidentes y 20 legislaturas. Todos los gobernantes han decidido dar a conocer tan solo 90 horas. Las otras 3910 prosiguen en la secrecía. Sin embargo, el precio fue carísimo debido a que, en la maniobra, cometió diez errores. Uno, se enojó. Dos, reaccionó sin reflexión. Tres, negó los hechos al inicio. Cuatro, tuvo consejeros muy inútiles. Cinco, no evitó la contaminación de la vida nacional. Seis, se dejó engañar. Siete, negoció tarde. Ocho, se deprimió. Nueve, confió en la pureza de lo que tenía de inocente. Diez, confió en el cinismo de lo que tenía de culpable. William Jefferson Clinton, llamado “Bill” a propuesta de Hillary Rodham, se vio envuelto en un affaire sexual al aflorar una aventura con su empleada-becaria, Monica Lewinsky. El bochinche fue abreviado por la confesión presidencial. Se sinceró con sus paisanos sobre una “relación impropia”, tecnicismo que usamos los abogados para referirnos a un tipo de perversión sexual, que casi no se 93

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entiende fuera de la abogacía y que no es el caso explicar en esta nota. Pero lo importante de su maniobra fue que logró el perdón público, el de su esposa y que, a partir de ello, no habría nadie con derecho a reprocharle algo. La bancada congresional de su partido lo respaldó de inmediato. El precio fue baratísimo porque aprovechó diez aciertos. Uno, no se enojó. Dos, reflexionó antes de actuar. Tres, confesó. Cuatro, tuvo buenos operadores. Cinco, no permitió que la política contaminara su vida personal. Seis, no permitió que su vida personal contaminara la política. Siete, actuó a tiempo. Ocho, no se deprimió. Nueve, pidió perdón. Diez, lo obtuvo. Estos dos buenos políticos y abogados, lograron resolver. Creo que ninguno de los dos hizo nada tan grave que dañara a su pueblo, a su país o a su nación. He allí, de nueva cuenta, el cui malum. Nixon pagó más que Clinton no porque fuera culpable sino porque a él no le creyeron. Esto nos lleva a una reflexión final sobre jamás utilizar las recetas extranjeras en la casa propia porque pueden ser contraproducentes. A Clinton lo exculparon porque les pareció sincero. A Nixon lo condenaron porque les pareció embustero. Pero no los copiemos porque el tema la verdad no funciona igual en todos los países. Para los sajones, por su protestantismo anglicano, la verdad vale más que la virtud. Para ellos, todos son pecadores y no hay santos. Por eso no distinguen entre santos y pecadores sino entre sinceros y embusteros. Su sistema político se sustenta en la verdad no en la virtud. Para los latinos, por su catolicismo romano, la virtud vale más que la verdad. Hay santos y pecadores, más que sinceros y 94

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embusteros. Su sistema político se sustenta en la virtud del gobernante no en su sinceridad. En Estados Unidos, el gobernante puede fallar mientras sea sincero. En México, al gobernante eficiente no se le considera muy grave que sea mentirosillo. No me gusta apostar a los argüendes porque no tienen nada de bueno. Distraen a los gobiernos, confunden a los pueblos, suspenden la política, postergan las soluciones y casi nunca reditúan beneficios nacionales. * * * En los párrafos anteriores, me referí a diversos estilos de gobierno como reflejo de la forma de ser del gobernante. Muchos de los amables lectores marcarán sus preferencias y ello tiene una lógica incuestionable. Pero me parece oportuno mencionar mi creencia en que cada estilo no es bueno o malo en sí mismo sino en función de las circunstancias en las que se aplica. Muchas veces escuché decir a mi padre que, en la política, no hay hombres buenos ni malos. Que, tan solo, los hay equipados o desprovistos. También decía que todos pueden ser útiles, aun con sus deficiencias, siempre y cuando se les destine a aquello para lo que pueden servir sus virtudes o para lo que pueden beneficiar sus defectos. Ponía, como ejemplo, a los rateros. Que había que usarlos donde lo que se robaran pudiera beneficiar a la sociedad, al grupo o al jefe. Donde puedan robarse un mercado para nuestros productos, una mayoría legislativa para nuestras iniciativas o una elección para nuestros proyectos. Pero no se les encargue cuidar un banco, un tesoro o un presupuesto, porque nos van a dañar. 95

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En otro tipo de aptitudes, ¿es mejor un gobernante echado para adelante o uno echado para atrás? ¿Uno que se engalla o uno que se encoge? ¿Uno que gana la guerra o uno que gana la paz? Pensemos, por un momento, en dos presidentes del siglo XX. Todos tenemos presentes las aptitudes de Franklin Roosevelt para el ejercicio de su encargo. Todos conocemos las circunstancias por las que atravesó, desde para sacar a su país de la gran depresión económica y anímica de los años veinte hasta para llevarlo a la victoria militar y política de la Guerra Mundial. Su inteligencia, su voluntad, su liderazgo, su sensibilidad y su valentía se juntaron con su espíritu eminentemente deportivo y dieron por resultado un guerrero absoluto. En lo político, en lo militar y en lo personal. Pero, por eso mismo, siempre he tenido la idea de que Roosevelt no hubiera ganado la paz ni con la misma facilidad ni con el mismo éxito con los que ganó la guerra. Esa obra pacificadora la hizo Harry Truman y creo que no la hubiera logrado Roosevelt. Truman no tenía las cualidades que hemos mencionado de su antecesor. Pero lo superaba en tolerancia, en transigencia y en modestia. Es decir, con ello resultaba más apto para consolidar una paz así como Roosevelt resultaba más apto para ganar una guerra. No era, desde luego ni medroso ni indeciso. Tuvo el valor para correr del Ejército a Douglas Mc Arthur, con todos los riesgos de opinión pública que entrañaba largar a un ya convertido en semi héroe. Y tuvo el valor de bombardear atómicamente al Japón y, con ello, no sólo rendirlo sino, quizá más importante, advertir a Josef Stalin con el único idioma que él entendía. 96

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Roosevelt, como Kennedy, era un hombre carismático, amable, terso, sonriente y agradable. Pero dentro de él vivía un fuerte espíritu deportivo que constantemente tendía a convertirlo en un guerrero. Truman, como Nixon, era corto, antipático, áspero, brusco y se dice que hasta repugnante. Pero dentro de él vivía un sólido espíritu político que constantemente lo impulsaba a lograr arreglos. Ello me hace reflexionar en que cada aptitud, virtud, mérito o valor, tienen su muy particular forma de ser aplicados y aprovechados. Porque, en la política todos pueden servir, aunque no estoy diciendo que todos sirvan. Ella ofrece espacios muy diversos y muy distintos para cada perfil de aptitudes y de preferencias. Operadores organizativos y operadores electorales. Dirigentes y estrategas. Ideólogos y analistas. Oradores y voceros. Formadores de imagen y formadores de grupos. Reventadores y maquiladores. Técnicos y fajadores. Conciliadores y guerreros. Candidatos y gobernantes. Los discretos sirven para confiar y los indiscretos para difundir. Los inteligentes sirven para mandar y los tontos para obedecer. Los laboriosos sirven para que nunca se detengan y los perezosos para que nunca se muevan. Los leales sirven como joya-de-corona y los traidores como carnede-cañón. En la política todos necesitamos de todos. Es donde el gran ideólogo transgeneracional puede servir tanto como el modesto operador seccional de barrio popular. Este genera votos y aquel genera ideas. El buen operador nos hace ganar el futuro y el buen ideólogo nos hace ganar el destino. 97

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Esa es la verdadera ecuación de los estilos de política y de gobierno. Cada uno en su momento, cada uno en su lugar y cada uno en su propósito. Roosevelt y Kennedy tenían un espíritu deportivo mientras que Truman y Nixon tenían un espíritu político. En el fondo de todo deportista, por dulce que nos parezca, está escondido un hombre de guerra y en el fondo de todo político, por amargo que nos parezca, vive encubierto un hombre de paz. Todo deportista real es un guerrero. Todo político real es un pacifista. Para el espíritu deportivo no hay sustituto de la victoria. Para el espíritu político no hay sustituto de la paz. * * * El estilo presidencial tiene que ser descifrado para poder entender las intenciones de cada presidente. Por ejemplo, cuando algunos miembros del gabinete calderonista se “autodestaparon” para la candidatura presidencial. Eso nos obligó a un ejercicio de deducción. Lo primero, aceptar que lo habían hecho por instrucciones de su jefe. Lo segundo, tener en cuenta que se trató de una conducta inconveniente en casi todos los sistemas gubernamentales y políticos, más o menos civilizados. Lo tercero, que un aparente disparate debió obedecer a razones importantes para su autor pero ocultas para nosotros. Felipe Calderón no es ingenuo ni tonto. Por el contrario, es un hombre sagaz y un político inteligente. Luego, entonces cuarto, debía analizarse al autor para descifrar la obra. Tomemos parámetros para simplificar nuestro itinerario. Si el Presidente Calderón fuera el Presidente Calles, sabríamos que estaba previendo una continuidad a través de un “pelele”, 98

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designado como heredero para obedecer a un jefe informal pero absoluto. Pero no me queda en claro si Felipe Calderón preveía como Plutarco Elías Calles. Prosigamos. Si el Presidente Calderón cazara como el Presidente Alemán, diríamos que estaba tendiendo una red en la que cayeran varios de sus colaboradores para dejar vía libre a otro, aún oculto. Que se exhibieran, que los criticaran hasta el insulto. Que hasta las plumas presidencialistas los señalaran como inaceptables. Sólo entonces mostrar la posible candidatura de Margarita Zavala o de otros más. Pero no estoy seguro de que Felipe Calderón cazara como Miguel Alemán. Tendremos que continuar. Si el Presidente Calderón maquinara como el Presidente Ruiz Cortines, afirmaríamos que estaba dejando libertad para que cada quien escogiera a su favorito y él guardar al suyo en el closet más escondido para liberarlo de ataques, de conjuras, de lisonjas, de compromisos, de engaños y hasta de vanidades. Tener un “delfín” blindado contra todos y vacunado contra todo. Pero no siento que Felipe Calderón maquinara como Adolfo Ruiz Cortines. El ejercicio no termina. Si el Presidente Calderón jugara como el Presidente Echeverría, concluiríamos que escogió siete como lo hizo aquel, dentro de los cuales había 2 ó 3 con posibilidades reales, para decidir entre opciones reales, complementadas con 4 ó 5 “paleros” que servirían de tales y, en el futuro inmediato, cobrarían como tales. Recordemos de aquel episodio quienes cobraron en el relevo y quienes no cobraron nunca más, para diagnosticar quienes contendieron 99

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de verdad y quienes “de a mentiras”. Pero me parece que Felipe Calderón no jugaba como Luis Echeverría. Las posibilidades paramétricas son infinitas. Por ejemplo, que Felipe Calderón estuviera actuando por razones intrapartidistas que nada tuvieran que ver con quienes no coligamos con su partido. Que quisiera dividir a los panistas como Ernesto Zedillo dividió a los priístas. Que quisiera confundir a los azules como Carlos Salinas confundió a los tricolores. Que quisiera que hicieran lo que se les viniera en su regalada gana, como lo hizo Vicente Fox. Pero tampoco es fácil advertir simetrías teleológicas entre Felipe Calderón y otros ex presidentes. Por último, todos estos enigmas tan solo sirven si Felipe Calderón fue el autor. Pero, quizá, fue un consejero, un familiar o un oficioso. Así, el enigma se convierte en arcano. * * * Todo esto que he narrado encuadra en lo que yo he llamado “la complicación geométrica de la bi-personalidad política”. Esta se desenvuelve en, por lo menos, 27 planos diferentes. Los primeros tres consisten en la percepción de lo que realmente es, lo que uno cree que es y lo que uno desea que sea. Estos se multiplican por otros tres que son los planos de las percepciones del otro: lo que el otro sabe que es, lo que el otro cree que es y lo que el otro desea que sea. Ya tenemos nueve planos que se multiplican por otros tres que son los del pasado, del presente y del futuro. Ahora bien, cuando encaja bien el binomio observadorobservado la problemática geométrica se reduce por lo menos a la mitad porque, los dos cerebros pensarían como uno solo. 100

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Cuando vemos actuar al Presidente y a su colaborador o a su simple observador con esa coordinación innata nos parecen aquellos futbolistas privilegiados que, sin haberlo acordado ni practicado, pueden pasar el balón a una zona que no tienen a la vista pero que saben que allí estará su compañero receptor y éste sabe dónde habría de colocarse tan solo con adivinar el pensamiento de su colega pasador. Se trata de un mismo cerebro alojado en dos cuerpos distintos y eso no deja de maravillar al aficionado del futbol y al espectador de la política. Se hablan sin palabras, se comunican sin papeles y se entienden sin explicaciones.

El ocaso del poder Ricardo Wagner hizo un canto sobre dioses legendarios y no sobre dioses reales. Los dioses wagnerianos vivían su ocaso en el Walhalla. Los nuestros han vivido en el Palacio Nacional, en el Castillo de Chapultepec o, cuando menos, en Los Pinos. Los dioses germánicos tenían contrapesos. Los dioses mexicanos no los tenían. Acaso, su único límite era el tiempo. Aquellos eran eternos mientras que estos fueron efímeros. A esta perentoriedad sexenal se refieren estas líneas. Al tránsito de un dios hacia otro. Y, en conjunto, a la desaparición de ese sistema teocrático que se conoció como “El Tapado”. Pero, si vamos al fondo, ¿quién fue “El Tapado”’ Ciertamente surgió por una impostergable necesidad de contener la impetuosa ola de magnicidios políticos que ensangrentó al país en los años veinte. En menos de una 101

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década Carranza, Villa, Obregón, Serrano y cincuenta personajes más fueron asesinados en torno a la mal sazonada combinación mexicana de ingredientes tales como el caudillismo y la sucesión presidencial. Plutarco Elías Calles cambió las reglas. Apareció el “Maximato”. No habría contienda. Un solo hombre decidiría. El pueblo no participaría. Los mexicanos ya no se matarían por el poder. Así fue durante casi tres cuartos de siglo. Algunos dicen que debió concluir hace dos generaciones. Otros dicen que valdría haberlo prorrogado dos más. Todos dan sus razones en forma de hipótesis o de profecía. Pero eso tenía sus complicaciones funcionales. El debate político se realizaría hacia el interior del partido y no hacia el exterior. Las fuerzas revolucionarias triunfantes ya no ventilarían sus discrepancias ante los ojos de los extraños sino en la intimidad de su propia casa. Las decisiones se tomarían por consenso y, una vez discutidas en lo privado ya parecerían como unanimidad en lo público. Ese diseño era perfecto pero no siempre se lograrían los consensos y, sobre todo, no siempre en los tiempos obligatorios. Para esos momentos se requeriría tener un árbitro indiscutible. Cuando la vida brindara a los priístas un líder natural, todo estaba resuelto con automaticidad. Así funcionaron Calles, Cárdenas y otros más. Pero, en muchos momentos, el priísmo no contaba con ese líder natural. Es, entonces, cuando aparecía la necesidad de contar con un líder convencional, escogido de manera tácita o expresa por las fuerzas reales de esa corriente partidista. Esa especie de “fiel de la balanza” fue el Presidente de la República. 102

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En México, el liderazgo partidista del Presidente de la República ha sido muy claro, aunque ni es excepcional ni ha sido insólito sino, por lo contrario, ha respondido fielmente a un patrón universal en la relación que se da entre el gobernante y su partido, dentro de las democracias actuales. Porque los reyes no pueden tener partido, pero los presidentes deben tenerlo. Así, el presidente mexicano, a lo largo de los primeros 70 años priístas, casi siempre influyó en las decisiones más importantes de su partido. Lo mismo en declaraciones de principios, en programas de acción, en estatutos, en métodos de proselitismo, en desarrollo de campañas y en postulación de candidatos, se han tomado las decisiones con la opinión o con el consenso o con la aprobación o con la decisión del Presidente de la República. Siguiendo en ello, en un partido político donde lo que cuenta es el logro del triunfo electoral, las decisiones deben tomarse, democráticamente, en función del conteo de la aportación de posibilidades y no puede valorarse igual, dentro de un partido, a aquél que aporta un millón de posibilidades que a aquél que sólo puede aportar diez o a aquél que no sólo no las aporta sino que las resta. Es decir, no se puede tratar igual a la voluntad de un líder de un millón de ciudadanos que a la de un militante sin seguidores, por muy respetable que sea. Los órganos de alta decisión de un partido, llámense consejos políticos, convenciones de partido, asambleas nacionales, consultas a las bases, auscultaciones periféricas, sondeos y encuestas, cónclaves cerrados o mil formas más que proponga la 103

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imaginación y la fantasía, deben tener la mínima congruencia de corresponder a los propósitos esenciales de dicho partido. Pues, bien, institución y práctica polémica fue El Tapado. Para algunos, razón de estabilidad política y de paz social. Para otros, motivo de una reyecía hereditaria que marginó al pueblo de las más trascendentales decisiones de poder. Santón o chamuco, el caso es que parece que ya se acabó. * * * Sin embargo, de allí a creer que estas decisiones se gestaban a puro capricho unipersonal hay mucho trecho. Si repasáramos algunos hechos muy evidentes de nuestra historia, como es la postulación de los candidatos a la Presidencia de la República, veríamos que el gobernante en turno ha sido decisivo y decisor en todas ellas pero que, en la gran mayoría de los casos, su decisión no ha coincidido con los dictados de su más puro gusto o voluntad. En algunas ocasiones a estos íntimos deseos se les han atravesado las circunstancias coyunturales de la política nacional. En otras, la debacle del propio consentido. En otras más, los azares del destino unas veces en forma de accidente y otras más en forma de crimen. Solamente en tres casos, durante 70 años, se advierte muy claramente el triunfo absoluto de las preferencias presidenciales. Estos fueron la decisión de Adolfo López Mateos a favor de Díaz Ordaz, la decisión de Miguel de Madrid a favor de Salinas de Gortari y, concedamos a pesar de su cripticismo, la de Adolfo Ruiz Cortines a favor de López Mateos. Más allá de estos casos, el resto ha sido producto de la razón y no del corazón. Han sido casos donde los aficionados 104

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al dominó dirían que los presidentes “jugaron forzado”. Veamos en detalle. Plutarco Elías Calles decidió cuatro sucesiones a favor de Emilio Portes Gil, Pascual Ortíz Rubio, Abelardo L. Rodríguez y Lázaro Cárdenas, en ese orden secuencial. Todos estos eran políticos de una filiación callista muy relativa e individuos que, en los afectos del sonorense, no tenían ninguna importancia en comparación con políticos como Luis N. Morones, como Gonzalo N. Santos o como Aarón Sáenz a quienes el propio Calles tuvo que apartar de las aspiraciones presidenciales. De la misma manera, si Lázaro Cárdenas hubiere tenido el suficiente espacio de maniobra, su decisión hubiere favorecido a su fraterno amigo Francisco J. Mújica y no a Manuel Ávila Camacho. Con gran similitud, no nos puede tomar por sorpresa pensar que el afecto de Ávila Camacho por Jesús González Gallo y hasta por el propio Javier Rojo Gómez superaba al muy franco pero muy menor que sentía por Miguel Alemán Valdés. A Miguel Alemán el destino le jugó una carta insuperable. La prematura muerte de Gabriel Ramos Millán lo dejó sin segunda opción, obligándolo a resolver a favor de alguien tan distinto y tan distante como Adolfo Ruiz Cortines. En el mismo sentido, no se puede negar que Gustavo Díaz Ordaz sentía más afinidad por Alfonso Corona del Rosal y mayor amistad, aunque después deteriorada, por Emilio Martínez Manautou, que la que pudo haber sentido jamás por Luis Echeverría. Y a nadie se le podría ocurrir que Echeverría sintiere más afecto por José López Portillo que el 105

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que sentía y demostraba por Porfirio Muñoz Ledo, por Augusto Gómez Villanueva, por Hugo Cervantes del Río y, aún por lo que quedaba de un enorme aunque pretérito afecto, por Mario Moya Palencia. Uno de los casos más patéticos es el de José López Portillo, quien jugó todas sus cartas en contra de sí mismo. Primero, propició un innecesario e inoportuno debate sobre los requisitos de nacionalidad que señalaba el 82 constitucional, como si ese artículo no se hubiere violado más de una vez, ante la “vista gorda” de todos. Con ello, descartó a Carlos Hank, a Jesús Reyes Heroles y a José Andrés de Oteyza. Después, casi inmediatamente, resolvió un pleito de gabinete despidiendo a Carlos Tello y a Julio Rodolfo Moctezuma. Así, al concluir su primer año de mandato, el gabinete de López Portillo ya no contaba con lópezportillistas de perspectiva presidencial futura. La decisión final, a favor de Miguel de la Madrid, fue el resultado de una selección entre personajes ajenos al gran elector. Carlos Salinas de Gortari logra que la candidatura recaiga en su auténtico preferido, Luis Donaldo Colosio. Pero el asesinato de éste se vendría a complicar con la imposibilidad de los tiempos constitucionales para que Salinas utilizara su segunda opción que era, a todas luces, Pedro Aspe. Así, a su segunda decisión, llega un Salinas de Gortari literalmente aturdido por una secuencia de acontecimientos para los que no estaba acondicionado un hombre que siempre había corrido con buena estrella. Este itinerario se inicia con la disminución global que se da desde la postulación de su sucesor. Prosigue con el berrinche y 106

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la indisciplina de Manuel Camacho remitida, quizá, a costos altos. Más tarde, el levantamiento zapatista en Chiapas, la remoción de su equipo de operadores políticos de confianza y la consecuente entrega a un equipo ajeno, el desconcierto generalizado y la sensación de falta de liderazgo, la muerte de Luis Donaldo, el canibalismo político desbocado en plena capilla ardiente, la pavorosa soledad presidencial en el día más importante de su mandato, la ingrata falta de solidaridad del partido opositor al que tanto socorrió y la renuencia inexplicable a forjar alianzas de primer orden dentro de su partido. Por último, Ernesto Zedillo hubiera deseado que la candidatura del PRI hubiera recaído en Guillermo Ortiz o en José Ángel Gurría. Pero los priístas se revelaron, impusieron “candados” irreversibles en sus estatutos y cerraron las puertas a la voluntad presidencial la cual se decidió, sin mayor entusiasmo, por Francisco Labastida. Con el desgano por esa candidatura y el berrinche por la desobediencia priísta, Zedillo llega a la elección con muy pocas ganas de que triunfara el PRI. * * * Así, a todos los presidentes les llega su final. Porque los gobernantes son efímeros y transitorios, por lo menos en los regímenes democráticos. Más transitorios mientras mejor esté instalada la democracia. Solamente los ciudadanos somos permanentes. Solamente nosotros permanecemos después de que ellos se van, para contarle a sus sucesores lo que ellos hicieron de bueno o de malo con nosotros. Lo que les debemos, sí les debemos algo, así como lo que ellos quedaron a debernos o, todavía, nos lo deben. 107

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Para comenzar, recuerdo que alguien, con ingenio, ha bautizado con el nombre de “post imperium” a este padecimiento de la clase política que bien podría ser traducido como la “enfermedad del poder perdido”. Es una patología que, en mucho, puede ser comparada con una discapacidad psicosomática. Digo que es una disfunción psíquica porque el enfermo es más imaginario que real. En verdad no está disminuido pero él se siente lisiado, baldado y tullido. Lo anterior encuentra una narración muy ejemplificativa en la novela de Luis Spota “El Primer Día”, que es el cuarto volumen de su famosa saga La Costumbre del Poder. La novela que refiero es el relato de la vida de un presidente el día que entregó el poder a su sucesor. Su desalineación consiste en que se da cuenta de que sus “amigos” ahora están buscando la cercanía con el nuevo mandatario. Que su escolta, ahora es mínima e inferior. Que, incluso, ya no funcionan sus teléfonos de la “red-presidencial”. El tema central es que, al regresar a su condición de normalidad, este ex presidente la siente como una condición de inferioridad. Que, para él, quienes no son presidentes le resultan inferiores y ese es su primer día de la inferioridad insoportable en la que vivirá el resto de su vida. Ya fuera de la novela, por si fuera poco, es usual que los ex presidentes tengan que soportar los ataques de sus ex gobernados, en ocasiones justificados y otras más tan solo injustos. Esto es paradójico. Por una parte, la incomodidad de cargar con un bagaje que acarrea críticas, chistes, calumnias, injurias y bajezas mientras, por otra parte, añorar ese status que lo ha llevado a ser mal visto por los suyos. 108

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Esto me recuerda una frase, referida desde luego a un amorío y no a una presidencia, contenida en aquel famoso tango escrito por Carlos Gardel, en 1934, titulado “Cuesta Abajo”, interpretado por muchos grandes artistas de este género musical. “Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser” En efecto, incómodo haber sido e incómodo ya no ser. En fin, el campo de observación de estas notas abarca lo que es la actual Era Constitucional mexicana. La que se ha dado bajo la regencia de la actual Constitución de 1917. En ese tiempo han gobernado 21 presidentes. Venustiano Carranza nunca fue ex presidente toda vez que fue asesinado todavía en ejercicio de la Presidencia. Felipe Calderón lleva, apenas, muy poco tiempo de su post imperium, lo que no permite, aún, una observación ni una valoración de su situación existencial. Y a Enrique Peña Nieto, quien está a la mitad de su mandato y no sabemos si tiene el temperamento previsor de ir acomodando su futuro. Así, tenemos ex presidencias que, arbitrariamente, he llamado largas porque han durado por lo menos tres sexenios y cortas a las que no llegaron a esos 18 años. Por cierto que es muy pareja la numeralia es este aspecto. De esas 20 ex presidencias, 12 fueron largas y 8 fueron o aún son cortas, aunque las de Zedillo y Fox, hoy todavía entre las cortas, 109

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prometen largueza. La razón es muy sencilla. Casi todos los presidentes mexicanos fueron gobernantes muy jóvenes. La ex presidencia más larga fue la de Emilio Portes Gil que duró casi medio siglo. Le sigue Luis Echeverría quien ya cumplió 38 años fuera de Los Pinos. Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán alcanzaron los 30 años ex presidenciales. Por el contrario, las hubo tan breves como la de Adolfo López Mateos que no llegó a los 5 años, Gustavo Díaz Ordaz con 8 años y Manuel Ávila Camacho con 9 años. No cuento en esto los 4 años ex presidenciales de Álvaro Obregón, por las razones que expongo más adelante. Dejando a un lado el tiempo, hubo ex presidencias muy interesantes y las hubo muy aburridas. Algunas muy vigorosas y otras muy frágiles. Algunas, hasta atractivas pero otras casi lastimosas. Hubo algunas muy raras y atípicas. Acerquémonos a ellas para verlas con mayor detalle. Algo que la vida me ha mostrado es que lo que más nos enseña de un ex presidente es el trato directo con él. Por su aislamiento y su silencio, no podemos saber mucho de ellos a larga distancia. No están en los medios. No declaran. Casi no aparecen. Sólo platicar con ellos nos dice algo de su interior. Pero, además, es un ejercicio interesante. El menos lúcido que podamos imaginar, es un hombre inteligente y experimentado. Ha vivido mucho y sabe mucho. Tienen un atributo que los distingue de los demás seres humanos: su unicidad. Son únicos, incomparables e irrepetibles. No hay dos iguales así como no hay dos presidentes iguales. Conversar con ellos siempre aporta algo, aunque tan solo sea anecdótico. Nos regalan su tiempo, aunque sabemos que 110

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les sobra y que ellos sienten que somos nosotros los que les regalamos el nuestro. Nos surten consejos, aunque no siempre sean de los que podemos aplicar. Nos cuentan sus hazañas, aunque nos demos cuenta que están salpicadas de mentiras. Pero nunca nos vamos con las manos vacías. La ocasión siempre es para comentarla y compartirla. Yo, desde luego, no he tratado más que sólo a algunos cuantos. Pero atesoro haberlo hecho. De los que gobernaron en el tiempo que he vivido nunca platiqué con López Mateos como ex presidente. Yo era un jovencito preparatoriano cuando él cayó en un coma irreversible. A pesar de su fuerte amistad con mi padre, las circunstancias impidieron tratarlo después de su mandato. Sin embargo tengo una sólida amistad con su hija y con su nieta. Esta última, acompaña a mi hijo en la organización de jóvenes “López Mateos Siglo XXI”, que él preside. A Díaz Ordaz tampoco lo traté como ex presidente. Nunca tuve el impulso de hacerlo ni, tampoco, se dio la coincidencia. A Ernesto Zedillo no lo he visto desde que concluyó su mandato. Yo no he ido a Connecticut desde que mi hija terminó sus estudios realizados allá. Pero, por el contrario, mucho traté a Miguel Alemán, siempre con afecto y con respeto. La fraterna amistad que el inteligente político sostenía con mi padre, desde los años preparatorianos, lo inducía y le permitía tratarme patriarcalmente. De esa manera y, gracias a ello, siempre me dio muy buenos consejos y enseñanzas. Tuve, incluso, la distinción que me hizo su familia para pronunciar sus elegías de “cuerpo presente”. 111

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A Luis Echeverría lo visité mucho, sobre todo antes de los acosos judiciales a los que lo han sometido y que lo han retraído. Por intercesión de su secretario particular y hombre de confianza, el general Jorge Nuño, casi siempre era yo invitado a desayunar o comer en su mansión de San Jerónimo, donde reina el estilo mexicano más puro no sólo en la arquitectura y la decoración sino, también, en el arte, la comida y el ambiente. Sin embargo algunas veces logré lo que muy pocos han logrado. Sacarlo de casa e invitarlo al restaurante. Casi siempre hacía que nos acompañara algún amigo interesante. Recuerdo una ocasión que fue conmigo el exitoso e ingenioso empresario Pablo Funtanet, creador de negocios muy sorprendentes. Otra, me acompañó el magistrado y político chiapaneco, Juan Lara. Y otra más, que fue con nosotros el inteligente estratega comercial Isaac Chertorivsky, entonces presidente de Bacardí. Con Miguel de la Madrid estuve en su biblioteca, en el restaurante y en muchos eventos. Con él se platicaba largo y apacible. Me dolió ver su salud decaída como también me dolió ver las dolencias progresivas de José López Portillo. Con éste nunca salí y sólo nos reuníamos en la imponente biblioteca de su casa de Bosques de Las Lomas. Casi siempre le gustaba platicarme de los clásicos griegos, sobre todo de Aristóteles. Aquí anoto lo sobresaliente. En Echeverría siempre afloraba el político. En De la Madrid, el financiero. Y en López Portillo, el maestro. Por último, con Carlos Salinas la plática suele ser más cómoda. Nos hicimos amigos en la adolescencia. Compartíamos 112

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el gusto por la oratoria y juntos tomábamos clase particular con José Muñoz Cota, mexicano que fue campeón internacional. Me gusta platicar con él. Es agudo, es rápido, es profundo. No desperdicia frase y lo entiendo sin muchas palabras. Todo esto muchas veces se acompañó de las delicias de lo anecdótico. Durante mis tiempos de servicio público cumplí el protocolo de solicitar la autorización presidencial correspondiente para visitar a un ex presidente. Invariablemente, la obtuve de inmediato. Ninguno de los presidentes que fueron mis jefes me impidió visitar a sus antecesores. Alguna ocasión, un presidente me corrió la broma de permitirme la visita “con la condición de que luego le platicara lo conversado”. Obviamente, a ningún presidente le interesa en lo mínimo lo que piense o diga un ex presidente. * * * La vida política mexicana, como la de casi todos los países que tienen vida política, se rige por códigos de tradición que algunas veces se llama estilo, otras más se llama escuela y en ocasiones se conoce como oficio. Ese código no escrito de nuestra política ordena, que los ex presidentes mantengan cerrada la boca. Que no la abran ni para defenderse, mucho menos para atacar. Que no hablen ni de futbol, mucho menos de política. Que no diserten ni sobre la historia, mucho menos sobre el porvenir. Que no aludan ni a Benito Juárez, mucho menos al presidente en turno. Esto proviene de razones muy lógicas y tiene propósitos muy bien definidos. Es un instrumental esencial para mantener la estabilidad política y la concordia entre los mexicanos. 113

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El antecedente más lejano de que tengo registro se remonta al siglo XIX. Se cuenta que, durante la alternancia pactada entre Porfirio Díaz y Manuel González, éste abrió la boca y despotricó en contra de Porfirio. Allí concluyó el pacto y hasta el compadrazgo. El oaxaqueño optó por ya no levantarse de la silla del águila y el “manco” González pasó a la cuenta de pérdidas. Más tarde, ya en el siglo XX, hubo otro pacto de alternancia, entre Obregón y Calles. Aquí ya se estableció el aludido voto de silencio. La promesa de no hablar durante el turno del otro. Esto fue llevado hasta el extremo de casi ni hablar entre ellos o de reunirse en público. Nació la versión de un distanciamiento y pleito. Incluso las lenguas ligeras acusaron a Calles del asesinato de Obregón. Nada más inexacto porque su amistad nunca se alteró. Hasta la fecha, siempre algún miembro de la familia Calles se llama Álvaro, en homenaje permanente para Obregón. Sin embargo, muerto Álvaro, a Plutarco le dio por romper todo protocolo con sus sucesores. Nació el Maximato. El sonorense ponía y quitaba presidentes. Los criticaba y los humillaba. Gozaba de hacerlos ver como unos títeres. La historia mexicana todavía los conoce con el mote de “los peleles”. Hasta que Lázaro Cárdenas, quien durante un año fungió como “Pelele IV”, se rebeló, lo puso en un avión y asumió la presidencia de a de veras. Desde entonces, el mandato no escrito se ha respetado. Con ello se han evitado enconos entre facciones o tentaciones de permanencia. Dice el mismo código consuetudinario que 114

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“el presidente dura seis años; ni un día menos, pero ni un día más”. Algunos mejor y otros peor, casi todos los ex presidentes habían respetado la vieja norma. Alemán, López Portillo y Salinas aguantaron en silencio hasta la persecución que, sobre sus más allegados, impulsaron Ruiz Cortines, de la Madrid y Zedillo, respectivamente. Eso ha evitado fracturas de poder que se convertirían en fracturas de nación, sobre todo en los tiempos donde cinco ex mandatarios son todo un tumulto. De alguna manera, la paz es el respeto al sexenio ajeno. Siempre es mucho el tiempo sobrante de los ex presidentes. Para ello narraré las jornadas ecuestres de mi padre con Ávila Camacho. A mí, en cierta ocasión, un ex presidente me invitó al restaurante. Llegamos a las 14:30 y salimos …¡a las 20:30! A todos les gusta el “apapacho”. Será porque todos han sufrido la ingratitud, la soledad, el menosprecio, la crítica, la burla, la calumnia y la amenaza. Algunos, incluso, han sufrido la acometida de sus sucesores. Y es que nos queda en claro que a Ruiz Cortines no le gustaba Alemán como a Echeverría no le gustaba Díaz Ordaz, a De la Madrid no le gustaba López Portillo y a Zedillo no le gustaba Salinas. Lo primero que se nos ocurre es que esas fueron ingratitudes para con quien los cobijó, los impulsó y los coronó. Pero creo que no siempre esta explicación sea tan simple. A veces he pensado si no sería ingratitud sino rencor por haber recibido, de su antiguo jefe, los malos tratos o las humillaciones que, en ocasiones, los jefes propinan a sus subalternos. 115

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Eso me explicaría la repugnancia de Echeverría hacia Díaz Ordaz. Se dice que el poblano era mordaz, cruel y hasta lépero con sus colaboradores. Pero no me explica los otros casos porque Alemán, López Portillo y Salinas fueron todo un ejemplo de caballerosidad con sus empleados y con todo el mundo. Luego, entonces, al descartar la ingratitud y el rencor sólo me queda una hipótesis pavorosa: la envidia. Que, con su enorme inteligencia, se hayan sabido inferiores a sus predecesores y esa inferioridad les resultare insoportable. Algo de razón puede haber en esto. En fin, sea ingratitud, rencor o envidia, lo cierto es que caras vemos y corazones no sabemos. Luis Echeverría ha vivido en la soledad y hasta perseguido judicialmente. Creo que muy injustamente perseguido, pero muy acosado. López Portillo, ya lo dijimos, sufrió el encarcelamiento de sus amigos y Carlos Salinas el de su hermano Raúl. Todos esos y muchos más, son casos resueltos y cerrados por la historia. Pero hay uno que llama mucho mi extrañeza. Ernesto Zedillo sigue enfrentando un proceso histórico que no ha terminado y al que no se le adivina fin. La historia ha resuelto su veredicto, condenatorio o laudatorio, sobre todos los ex presidentes. Los mexicanos han ratificado su admiración por López Mateos y, con la misma firmeza, han emitido su desprecio por Díaz Ordaz. Todos los demás han recibido sentencia firme, buena o mala. Pero Zedillo sigue con la causa abierta. Para algunos, un 116

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paladín de la democracia. Para otros un traidor a su partido y a sus amigos. Si de infidelidad al partido se trata, pregúntesele a los priístas. Si de deslealtad amistosa es el asunto, pregúnteseles de esto a Carlos Salinas y a Francisco Labastida. Ellos podrían decirnos quien es Ernesto Zedillo. En fin, a pesar de todo, quizá Luis Spota no tenía toda la razón. Los ex presidentes no están tan solos sino acompañados en algo. Obregón terminó acompañado por sus ambiciones. Calles, por su poder y su exilio. Portes Gil, Ortiz Rubio, De la Huerta y Rodríguez, por el olvido. Cárdenas, por sus creencias. Ávila Camacho, por sus caballos. Alemán terminó acompañado por sus amigos. Ruiz Cortines, por sus rencores. López Mateos, por sus afectos. Díaz Ordaz, por sus fantasmas. Echeverría, por sus abogados. López Portillo, por sus amores. De la Madrid, por sus recuerdos. Salinas, por sus ilusiones. Zedillo, por sus intereses. Y Fox, por su esposa.

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VI. Los primeros presidentes constitucionalistas Venustiano Carranza

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arranza ejerció una de las presidencias más atípicas, que no por ello insólita. Todo ello proviene del hecho de que su vida política dimana, también, de una vida extraña. Lo que más llama mi atención en cuanto a sus rarezas consiste en que los mayores logros políticos de Carranza no acontecieron durante su mandato presidencial. Lo mejor lo hizo antes y no habría de hacer nada después porque no tuvo un después como ex presidente. Si tuviera que listar sus acciones antes de la Presidencia, comenzaría por resaltar su levantamiento para seguir a Francisco I. Madero. Haber creído en la aventura antirreeleccionista, haberse sublevado en contra de Porfirio Díaz, lograr la dimisión de un régimen de 30 años en tan solo seis meses y haber sido testigo de la entronización maderista, me parece toda una serie de prodigios. Me queda en claro que 119

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el prodigioso y el iluminado no era Carranza sino Madero pero no deja de ser un mérito tener la vista, la visión o la videncia para seguir a los iluminados. Después de esto, una segunda gesta de Carranza, por las razones que expondré, es de las que me parece mayores y fue el logro de convocar y consensar el Plan de Guadalupe a tan solo 34 días del asesinato de Madero. Es decir, en un verdadero fast track, si se consideran las dificultades de comunicación y de transportación de la época, además de la división en la que ya había caído la revolución maderista, sobre todo después de proclamado el Plan de Ayala y de haberse dado la escisión de Pascual Orozco. Un relato literario sobre estos momentos revolucionarios nos ubica en la situación. En esa nota, un hombre que fue a la lucha con Madero para derribar a Díaz ha regresado a su jacal. Desde luego, con las manos vacías, tal como se fue. En eso, recibe la visita de un emisario que lo convoca a reincorporarse. Con mucha dificultad anímica se lo dice a su mujer para explicarle que ya se va, de nueva cuenta, a la guerra revolucionaria. Ella le pregunta que para qué regresa si ya tiraron a Porfirio. Él trata de trasmitir el mensaje del emisario. Que “mataron a don Panchito”. Que los jefes están muy enojados y que ya se pusieron de acuerdo en continuar. Que se despidieran de su familia porque esto “se iba a poner muy feo”. Que el General Francisco Villa “hasta chilló de la muina que hizo”. Y que su familia ya no contara con él porque ya iba a comenzar la verdadera revolución. 120

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VI. LOS PRIMEROS PRESIDENTES CONSTITUCIONALISTAS

El Plan de Guadalupe me parece un portento de política realista y ejecutiva. Tan solo se concreta a postular tres propósitos esenciales. El primero, el desconocimiento del régimen usurpador con el consecuente restablecimiento del régimen constitucional. El segundo, reiniciar la lucha armada con un solo ejército constitucionalista debidamente unido bajo el mando supremo y único de Venustiano Carranza. Este ejército se integraría con 4 divisiones. Una de Oriente, al mando de Pablo González. Una del Sur, al mando de Emiliano Zapata. Una de Occidente, al mando de Álvaro Obregón. Y una del Norte, al mando de Francisco Villa. Por último, su tercer propósito esencial sería la convocatoria para la redacción y la expedición de una nueva Constitución Política que incorporara las demandas de todos los grupos y sectores contendientes en esta llamada Revolución Constitucionalista. Guadalupe es uno de los planes fundamentales de nuestra vida republicana. Hemos proclamado muchos planes. Hemos requerido, en buena hora, de un esfuerzo de compilación Sin embargo, tres de ellos forman lo que podría llamarse la serie política de planes fundamentales: Ayutla, San Luis y Guadalupe. Los tres tienen una esencia común al ser exclusivamente políticos. Los tres pretenden reivindicar el destino nacional, cuando éste se ha desviado. Los tres denuncian el extravío de los hombres que, con el título adquirido o usurpado, habían hundido a México y resultaba necesario rescatarlo. 121

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Ayutla, San Luis y Guadalupe son pilares ineludibles de nuestra nacionalidad y de nuestra vida colectiva. Sin ellos no seríamos lo que somos o, acaso, lo seríamos de diverso modo. Merced a ellos Santa Anna, Díaz y Huerta fueron borrados de la vida nacional. Podemos estar seguros de que el diferimiento de esta revocación hubiere creado un México distinto. Pero si en los tres hay identidades de esencia, de finalidad y de destinatarios, también las hay de circunstancias y de orígenes. Los tres se colocaron en oposición a grandes fuerzas. Los tres se situaron en contra de los poderosos y a favor de los más débiles. Los tres provinieron de unos cuantos hombres sin elementos materiales para enfrentar las maquinarias de poder a las que estaban dirigidos. Sin embargo les asistía la razón, el valor y la alteza. Por ello se impusieron al descrédito, a la reacción y a la usurpación. Para bien de México, la voluntad de Patria siempre se ha impuesto a la intransigencia de secta. Error fundamental de aquellos que provocaron la trágica decena. Desconocían cómo somos los mexicanos. Quizá porque, en el fondo, ellos no lo eran. La Historia usa sus misteriosos instrumentos para tramar indescifrables destinos. Hay hechos fundamentales que consolidaron lo que sus autores combatieron. El mismo itinerario que pasa por el afortinamiento en La Ciudadela, por la negociación en La Embajada y por el crimen en La Penitenciaría, habría de llevar a México al rescate de la dignidad nacional en la Hacienda de Guadalupe, a la victoria militar en Zacatecas y a la estipulación constitucional en Querétaro. 122

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El Plan de Guadalupe es una lección múltiple. En primer lugar es una lección de honestidad política. Documento breve y sencillo con excepcional precisión y definitividad. En él no se propone ni se promete más que el desconocimiento de la usurpación y el reestablecimiento de la legalidad. Nada más que eso, pero nada menos que eso. No cae en la tentación de incorporar ofertas clientelares para sumar adeptos. Por ello, Guadalupe es, también, una lección sobre la razón de Estado. Proponer un plan de gobierno en oposición a Huerta hubiere sido una forma de reconocerlo. Forma precaria, es cierto, pero forma inequívoca. Se estaría impugnando al programa de gobierno no a la existencia misma del gobierno, como lo hizo. Cuestionó la legitimidad del gobernante, no que su programa fuere malo o susceptible de mejoría. Al gobierno ilegítimo no se le impugna que sea malo, sino precisamente, que sea ilegítimo. No se le impugna su ineficiencia. Se le impugna su inexistencia. Guadalupe es una lección sobre el fundamento de la democracia. Convoca a la unidad sin menoscabo de la pluralidad. Convoca a la pluralidad sin menoscabo de la unidad. La democracia supone y se explica sólo por la diversidad ideológica. Pero supone, a su vez, que la expresión resultante unirá a todos en contra del autócrata. Guadalupe es una lección de soberanía. Junto al rescate de la legalidad, de la dignidad y de la democracia fue, también, al rescate de la soberanía. Existe una relación indisoluble entre legalidad y soberanía. Cuando una de ellas se vulnera la otra sufre, necesariamente, una vulneración. Pero si bien se 123

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destruyen juntas el proceso inverso no es idéntico. No se construyen ambas con sólo edificar una de ellas. Existe, por último, en Guadalupe una lección sobre el actuar político. No es una ensoñación ni una quimera. Es un programa intensamente ejecutivo. No promete ni propone nada cuya realización no sea posible. Más aún, cuya ejecución no se encuentre ya en marcha. Cuando señala que se desconoce a la usurpación es porque este desconocimiento ya se ha realizado. No invita a estudiar acciones sino que anota un camino ya en marcha. Es éste sentido, el Plan de Guadalupe no es una convocatoria sino una escritura. Carranza poseía las características del verdadero político. Podía ocuparse hasta de los mínimos detalles de gobierno, si así se requería o podía retraerse en filósofo, para dimensionar el destino mexicano. El verdadero estadista es esa formidable mezcla de ejecutivo, político y filósofo. Conocedor, visionario y, acaso, un poco vidente. El hombre que puede ver lo que los demás no vemos y hasta donde no podemos ver. Pero que no sólo puede ver, sino llevarnos hasta donde no podríamos llegar solos. Es decir, además, caudillo. El verdadero estadista no va al encuentro del destino sino que lo lleva con él. Cuando en ciertos momentos estelares surge el gran estadista, sus pueblos, ni más ni menos, han logrado, venturosamente, redescubrir el fuego para su honor y para su gloria. Una tercera hazaña fue derribar al gobierno de Victoriano Huerta en un tiempo breve y mediante una incuestionable victoria militar. Desde luego que ésta fue un mérito esencial de los militares a cargo, principalmente Francisco Villa, después 124

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de numerosas batallas victoriosas que culminaron con la toma de Zacatecas. Pero, de nueva cuenta, no es fácil hacer una disección que confiera méritos a los subalternos y se los regatee al jefe. También, estamos obligados a recordar la defensa que hizo del Puerto de Veracruz durante la presencia de fuerzas militares estadounidenses en esa localidad. Este es un tema muy controvertido de ese período histórico mexicano pero, de una manera o de otra, no puede dejar de mencionarse. En quinto lugar mencionaría la expedición de la Ley Agraria del 6 de enero de 1915. Este es el antecedente directo de lo que sería el artículo 27 constitucional, dos años después, así como el inicio de la reforma agraria mexicana mediante la remisión del latifundio, la redistribución de tierras, la dotación a pequeños poblados, la nacionalización de las aguas y la creación de la pequeña propiedad agraria así como de la propiedad ejidal y comunal. No es un documento con un gran valor jurídico ya que tiene problemas de legalidad al no haber sido expedido por la autoridad correspondiente y de poca ejecutividad dado lo precario del régimen triunfante con los consecuentes vacíos de poder. Pero el mérito político e histórico es indiscutible toda vez que significaba el cumplimiento de una demanda, aun en anticipación a la estipulación constitucional. Por último, la joya de la corona de la Revolución Mexicana fue, sin lugar a dudas, la nueva y prometida Constitución Política, discutida, aprobada y expedida en Querétaro. Carta suprema que vendría a incorporar a México a un estadio de modernidad vanguardista. 125

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Después de todo esto se realizarían elecciones presidenciales y se iniciaría el mandato presidencial de Venustiano Carranza, etapa en la cual no nos aporta ya nada que nos impresione o nos inspire. Desde luego, con tantos logros previos, podríamos decir que ya se había vaciado y ya no le quedaba nada importante por hacer. Para terminar, toma decisiones equivocadas que le habrían de costar el poder y la vida. Alguna vez escuché que a los presidentes, en materia de sucesiones, los invade la soberbia de creer que pueden elegir a quien deseen. El ejemplo es Venustiano Carranza, tan sensato, tan prudente y tan lúcido. Pero llegó a creer que podría escoger a “Flor de Té”, Ignacio Bonillas y que “Alvarito” lo acataría sin chistar. El gran Venustiano Carranza soñó que alguien podría burlarse de Álvaro Obregón y, después, salir victorioso y vivo. Los sonorenses se disgustaron y se levantaron. Obregón, Calles y de la Huerta suscribieron el Plan de Agua Prieta para desconocer a Carranza y, de paso, a Bonillas. Continuaron los errores del Presidente. Decidió huir a Veracruz por ferrocarril. Sobrecargó los trenes con burócratas y sus familiares, con muebles y vajillas, con el tesoro nacional pero también con vinos finos. Todo ello cuando lo único que necesitaba serían soldados y armas. Por si fuera poco, abordó vehículos que tienen itinerario y destino conocido y esperado. La odisea no duró mucho. En Puebla las vías fueron dinamitadas. Prosiguió a caballo y, en la noche del 20 de mayo de 1920, fue asesinado en un jacal serrano en Tlaxcalaltongo. 126

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Carranza tuvo un equipo de lujo donde estuvieron Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta, Isidro Fabela, Jesús Urueta, Cándido Aguilar, Hilario Medina, Jacinto B. Treviño, Manuel Aguirre Berlanga, Roque Estrada, Félix Palavicini, Alberto Cravioto, José Natividad Macías, Francisco L. Urquizo, Pastor Rouaix, Alberto J. Pani, Eduardo Hay y Luis Cabrera. Venustiano Carranza fue originario de Cuatro Ciénegas, Coahuila. Asumió la Presidencia a los 57 años de edad y murió a los 60. Contrajo matrimonio en dos ocasiones. Primero, con Virginia Salas y, después ya viudo, con Ernestina Hernández. Fue padre de 7 hijos. No tuvo profesión aunque estudió para abogado. No se le conocen aventuras extramaritales.

Adolfo de la Huerta Una vez muerto, Carranza fue sucedido por Adolfo de la Huerta, inicialmente asociado de Obregón y Calles. Los tres, suscriptores del Plan de Agua Prieta mediante el cual desconocieron a Venustiano Carranza y lo llevaron a la muerte. En ese 1920, Adolfo de la Huerta se convirtió en Presidente Provisional. Convocó a elecciones donde triunfó Obregón para el período 20-24, en el que lo invitaron como Secretario de Hacienda y se le adivinaba como contrincante de Calles en la elección del 24. Pero “los compadres” no lo dejaron llegar. Alegaron que “ya le había tocado” y ahora el turno era de los otros dos. 127

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Su relación con Obregón y con Calles se había deteriorado fuertemente y, desde luego, irreversiblemente. Tuvo algún desempeño secretarial que no gustó a sus asociados y, para rematar, provocó una insignificante sedición que fue conocida como la Rebelión Delahuertista. Por si fuera poco, Francisco Villa declaró a la prensa, o fueron manipuladas sus palabras, en el sentido de que apoyaría la candidatura de Adolfo de la Huerta para el 24. Eso, a Villa le costó la vida. A de la Huerta no lo mataron pero lo excluyeron y lo exiliaron. Fue a parar a California donde vivió en la pobreza y se mantuvo dando clases de música y canto, sus materias como maestro rural que fue antes de la Revolución. Por cierto, dato curioso, en el exilio compuso la famosa canción “Sonora Querida”, bello canto de melancolía y añoranza que todavía inflama el espíritu de los sonorenses y el disfrute de quienes no lo somos. Ya muerto Obregón y exiliado Calles, Lázaro Cárdenas le permitió el regreso. Se incorporó a algunos empleos públicos. Fue una ex presidencia que duró 35 años por tan solo 6 meses de mandato. Tuvo pobrezas, tristezas, recompensas y hasta investiduras. La llevó con dignidad y con respeto. Adolfo de la Huerta nació en Guaymas, Sonora. Asumió la presidencia a los 39 años y falleció a los 74. Solamente contrajo matrimonio con Clara Oriol y fue Contador Público. No se le conocen relaciones extramatrimoniales.

Álvaro Obregón Las elecciones de 1920 fueron ganadas por Álvaro Obregón sin ningún problema. Cuesta mucho trabajo imaginar a 128

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Álvaro Obregón como presidente y como ex presidente. La razón estriba en que, desde el primer día en que inició su mandato, se convirtió en candidato para la elección de 1928. Quizá por eso nunca sufrió las tristezas de la melancolía sino que gozó las alegrías de la esperanza. No se encerró ni se aisló. Por el contrario, como todo aspirante, se conectó con todos y en todas partes. Cuando concluyó, poco pensaba en su período 20-24 sino que imaginaba su período 28-32 y los que le seguirían. Sin embargo, vale la pena reflexionar en algo. A pesar de su amistad personal, de su sociedad política y de su reparto nacional, Obregón y Calles fueron respetuosos de su investidura. Durante la Presidencia-Calles, Álvaro Obregón se retrajo de los intereses presidenciales. No intervino, no asesoró, no insinuó. Incluso, retiro a los suyos para que Calles dispusiera de todas las posiciones de gobierno, no obstante que muchos callistas no le simpatizaban ni a todos ellos les gustaba Obregón. Creo que en eso fueron particularmente cuidadosos. La razón la encuentro, precisamente, en la amistad. Cuando uno trabaja gubernamentalmente o se asocia políticamente con amigos debemos conducirnos con mayor esmero que con cualquier otro. Un error en el tacto, en la precisión o en la oportunidad no arriesga nada más nuestra “chamba” o nuestro “arreglo”. Arriesga algo mucho más valioso que aquello. Arriesga una amistad. El buen político trata a sus amigos como el buen cortador trata a las joyas. Las trabaja para que incrementen su valor. Pero sabe que un error las puede pulverizar. 129

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Así fue Obregón como ex presidente y, al mismo tiempo, candidato. La voz popular no podía ser más explícita. Sin embargo, el hombre propone pero no siempre dispone. La pistola de José de León Toral consagró y consolidó el lema de la Revolución Mexicana. No reelección. Pero, también, en ocasiones he pensado si, aún sin Toral, ¿la planeada alternancia hubiera sobrevivido? Tengo mis dudas. Trataré de explicarme con el mayor respeto, ante una personal hipótesis imaginaria. Yo soy de los que creo, y hay muchos que me acompañan en esta creencia, que Álvaro Obregón era insaciable de poder y era insaciable de sangre. Le gustaba mandar y le gustaba matar. Ambos ejercicios no los hacía por obligación ineludible sino, además, por placer insustituible. Tarde o temprano, y yo creo que temprano, hubiera matado a Calles. Estoy seguro que, en esto, no me contradirían Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Francisco Villa, Francisco Serrano y otros 50 jefes revolucionarios asesinados por orden de Álvaro Obregón, ese “Aquiles mexicano” que nunca fue derrotado ni la política ni en la guerra. En efecto, Obregón siempre estuvo del lado de la victoria. Se puso del lado de Madero y triunfó. Se puso del lado de Carranza y triunfó. Venció a Huerta. Venció a Villa. Venció a Carranza. Mató a todos los que le estorbaban. Ganó las dos elecciones presidenciales en las que contendió. Nadie le ganó una partida política ni una batalla militar. Como Aquiles, sólo tuvo un talón vulnerable y ese fue encontrado en el banquete de La Bombilla, el 17 de julio de 1928. Ese funesto día estuvo precedido por diversas intentonas de asesinato. Ya, después, con motivo de la investigación del

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homicidio hubo confesiones y testimonios sobre, por lo menos, dos connatos previos. Uno de ellos sería en los llamados llanos de Balbuena, donde se celebraría un desfile militar al que asistirían Obregón y Calles quienes serían eliminados en el mismo evento. Diversos fenómenos de inteligencia o de suerte permitieron abortarlo sin consecuencia para los pro hombres de la Revolución. Otra tentativa, contra los mismos personajes, se iba a dar en un banquete a celebrar en Celaya. Aquí aparece, por primera vez, lo que después sería una especie de “conexión guanajuatense”. El método escogido sería por envenenamiento de la comida. De nueva cuenta la suerte o la eficiencia impidieron la consumación. Cabe mencionar que Obregón y Calles no suponían un alcance así de los grupos cristeros y sus miradas hurgaron en sus propios círculos cercanos. Porque, como decía Marcel Planiol, a los culpables es más fácil elegirlos que encontrarlos. Así, los mandamás-de-la-nación centraron su vista en la persona de Francisco Serrano, compañero de armas y asociado político de los dos dueños del poder. En su mente, Serrano fue enjuiciado y sentenciado. Habría de ser asesinado en la llamada “Matanza de Huitzilac”, masacre colectiva efectuada un 4 de octubre, como cuelga en el día onomástico de Serrano. Esta ejecución callejera fue relatada por un sobreviviente que logró escapar en la oscuridad de esa noche de la sierra morelense. La vida es irónica. La investigación sobre la muerte de Obregón puso al descubierto que los intentos homicidas de Balbuena y de Celaya fueron autoría de los cristeros y que Francisco Serrano fue ejecutado de balde. 131

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Lo ocurrido esa noche, cerca de lo que hoy llamamos Tres Marías fue recogido magistralmente por Martín Luis Guzmán y dio lugar a su célebre novela La Sombra del Caudillo. De esta se derivaría una película que se hizo famosa sin que nadie la viera oficialmente ya que estuvo “enlatada” durante 40 años. Se dice que el Ejército pidió a la alta-autoridad-política que no se exhibiera porque no quería que el público viera una carnicería cometida por militares. El Presidente de la República accedió por otra razón, de orden político. No hacer gala de que nuestra revolución, como todas las revoluciones, hizo que sus hijos se devoraran unos a otros. Digo que no se exhibió de manera oficial porque, extraoficialmente, la vimos muchos miles de mexicanos durante las décadas de cautiverio del filme. Todos los que fuimos amigos de algún Secretario de Gobernación fuimos invitados, alguna noche, a su sala privada para verla con whisky en mano. Yo la habré visto como quince veces. Pero, también, había copias piratas en las casas de los poderosos, de los potentados y de los prepotentes. Casi me aprendí de memoria cuando el primer retén detiene al convoy de autos donde viajaba Serrano con 10 ó 15 amigos suyos. El comandante, también compañero de él, se le dirige como “Pancholín” y le dice que “están muy enojados contigo” y “quieren que te lleve para que platiquen los tres”. Unos kilómetros más adelante los detiene un segundo retén. Este segundo comandante le dice al primero que se los entregue. El primero se niega, aduciendo que tiene órdenes del Presidente de la República para llevarlos a la Ciudad de México. El segundo lo rebate diciéndole que tiene órdenes 132

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VI. LOS PRIMEROS PRESIDENTES CONSTITUCIONALISTAS

superiores. El primero entiende y acepta que, más arriba que el Presidente de México, sólo Álvaro Obregón. En una telenovela producida por Miguel Alemán Velasco, intitulada “Senda del Gloria”, este episodio histórico es muy bien presentado. Pero, además, ambos personajes sufrieron tentativas aisladas. Cierta ocasión, Obregón advirtió el seguimiento hostil de algunos autos tras el suyo. Dio instrucciones al chofer de reducir la velocidad y de proseguir su marcha una vez que él se arrojara del auto sin ser visto. Así sucedió y los persecutores alcanzaron y balearon al auto, ya sin Obregón a bordo. De Calles, por su parte, se cuenta que cierta noche acudió a cenar con una amiga en un privado del restaurante más exclusivo, que se llamaba Chapultepec y se encontraba donde hoy está la Torre Mayor, en el Paseo de la Reforma. Cuando trajeron sus platillos, la impertinente dama dijo que ya se le había antojado más el platillo de su presidencial anfitrión. Calles, de manera muy caballerosa, tomó los dos platos y los intercambió. Un par de minutos después, la latosa invitada estaba muerta por envenenamiento y Calles estaba salvado por caballerosidad. Así, llegamos al magnicidio en La Bombilla. Como todos los magnicidios ha estado rodeado de misterios, de suposiciones y de rumores, desde un principio. Un refrán norteamericano decía que los rumores sobre el asesinato de Kennedy pusieron fin a los rumores sobre el asesinato de Lincoln, cometido casi cien años antes pero todavía no acallados para entonces. 133

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Casi de inmediato, los ojos y los dedos voltearon para señalar a Calles como el autor intelectual. Las novelas de Agatha Christie decían que el primer sospechoso es el beneficiario del asesinato. Y no cabe duda de que, si hubo un solo beneficiado por el asesinato de Obregón, ese fue Plutarco Elías Calles. Aclaro que yo no creo en esa máxima de la famosa novelista. Los hijos somos los beneficiarios de la herencia de nuestros padres y no por eso somos parricidas. Pero la voz popular comenzó a circular en forma de guasa. Un famoso y legendario chiste preguntaba “¿quién mató a Obregón?” y la respuesta era “cálles-e señor y pórtes-e bien”, insinuando a Calles y a Portes Gil. Por eso, Calles tuvo que actuar de inmediato para salvar su paso histórico. Sobre todo porque los principales suspicaces eran los propios integrantes del inner circle de Obregón. Tomó tres medidas plenas de genialidad política. La primera fue que sacó a sus colaboradores de la investigación del crimen y pidió a los obregonistas que le sugirieran a quienes designara como jefe de la policía capitalina y como responsable de la fiscalía. Los requeridos aceptaron y, por lo tanto, se comprometieron con los resultados. La policía se le encargó a Antonio Ríos Zertuche y la fiscalía a Ezequiel Padilla. La segunda fue que el interinato presidencial no recayera en ningún callista de primer orden. Es decir, que el callismo no medrara con el vacío presidencial provocado por la muerte de Obregón. Apartó las ilusiones de Luis Morones, de Aarón Sáenz o de Gonzalo Santos y abrazó la designación del abogado gobernador de Tamaulipas, Emilio Portes Gil, hombre casi sin grupo y sin filiación. 134

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VI. LOS PRIMEROS PRESIDENTES CONSTITUCIONALISTAS

La tercera fue que, con estas dos medidas, dejaba acreditado su poder ilimitado. La investigación y el proceso dejaron en claro que José de León Toral actuó incitado por autores intelectuales incrustados en la estructura cristera y en complicidad con personas como la llamada “Madre-Conchita”. Sobre este punto no abundo porque, hoy en día, hay quienes consideran que la Cristiada fue una guerra religiosa y yo creo que fue una guerra política. Que no se peleaban por un dios sino por un poder o por un dinero. Hay quienes consideran que los cristeros eran santos y los revolucionarios eran demonios. Me exijo respeto para los que así piensan y exijo respeto para mi pensamiento. A mí me gusta discutir sobre la historia y sobre la política pero nunca discuto sobre la religión. Por otra parte, de manera más reciente, algunas plumas tan serias como la de Francisco Martín Moreno, nos dicen que Obregón no recibió tan solo las balas de León Toral sino muchas más, provenientes de distintas armas. No me suena ilógico. El propio Calles consideró que era un banquete riesgoso. Guanajuato era una de las dos más importantes cunas del cristerismo. Por eso, Obregón decidió reunirse con la diputación guanajuatense antes que con otra. Para distinguirla, por lo menos en precedencia. Me imagino que fue en son de paz. Esa mañana, Calles lo previno de no ir. Le dijo que los de Guanajuato eran fanáticos y peligrosos. Lo invitó a comer y lo trató de seducir con una “cabrería” que le había llegado de Sonora y que era de nivel presidencial. Que en el nivel presidencial sólo estaban ellos dos. Obregón desestimó los temores de Calles. 135

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Sin embargo, pasó lo que pasó. No está en los anales ni yo creo que el asesino haya actuado en concierto previo con los diputados. Pero pudo suceder que, una vez iniciado el zafarrancho, los anfitriones aprovecharan la oportunidad de rematar al invitado. En aquellos tiempos, en un ágape en el que hubiera 50 comensales y 30 meseros, había 80 pistolas. Para la fiscalía era sensato señalar al asesino indubitable. Los demás, significaban una carga innecesaria y, como abogado, diría que estúpida. Lo mismo pasó con Lincoln, con Kennedy y, algunos dicen, que con Colosio. Álvaro Obregón nació en Navojoa y fue criado en Huatabampo. Se sumó a la Revolución cuando no cumplía 30 años de edad. Asumió la Presidencia de México cuando tenía 40 años y fue asesinado a los 48 años. Contó, en su gabinete, con hombres de la talla de Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta, Gilberto Valenzuela, Romeo Ortega, Aarón Sáenz, Alberto J. Pani, Benjamín Hill, Francisco Serrano, Miguel Alessio Robles, Manuel Pérez Treviño y José Vasconcelos. Su residencia, en la capital, la estableció en la entonces llamada Avenida Jalisco, hoy Álvaro Obregón, en la colonia Roma. Contrajo dos matrimonios. El primero con Refugio Urrea. El segundo, por viudez del primero, con Claudia Tapia. En total, tuvo 9 hijos. Se le han atribuido algunas relaciones amorosas extramatrimoniales, sin haberse acreditado ninguna.

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VII. La revolución institucionalizada

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a importancia de la Revolución de 1910 no requiere de mayores comentarios. Aunque Madero no confiaba, inicialmente, en la aventura de la rebelión armada, su obstinación de iluminado y su fervor de apóstol forjó el caudillismo insurreccional que, en tan solo seis meses, derribó un régimen de 30 años y abrió el camino para la reivindicación del país. Pero esta revolución inicial requería de otra revolución de fondo, la grande, la “de a de veras”, para su plena consolidación. Esta habría de ser la llamada revolución constitucionalista, generada a raíz de la muerte de Madero y que, a través de la proclamación del Plan de Guadalupe, levantaría en armas, de manera unificada y más allá de disputas domésticas, a todas las fuerzas revolucionarias del país, en contra de la usurpación y bajo la promesa jurada de una reordenación constitucional. Con ello, se derribó definitivamente el antiguo régimen de la usurpación y de la 137

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dictadura, de un solo mandoble, al precio carísimo, pero valioso, de más de un millón de vidas. Consecuencia de lo anterior, habría de venir el tercer gran suceso político del siglo XX mexicano: la Constitución Política de 1917, que sería la expresión jurídica de la Revolución Mexicana. Porque toda revolución de fondo tiene que ser, asimismo, un gran proceso de transformación jurídica. Revolución que se contenta con las fórmulas declarativas sin remover las bases mismas del orden jurídico, no es revolución. La revolución “de facto” es estridencia perentoria y fugaz. La revolución jurídica es permanencia y transformación. La Revolución Mexicana no sólo demandó dignidad para el trabajador mexicano, tierra para el campesino y una vida mejor para todos sino que, para ello, hizo su transformación jurídica y constituyó un nuevo Estado de Derecho: el Estado Social de Derecho. El cuarto suceso, el cual habría de darse entre 1924 y 1928, fue el régimen presidencial de Plutarco Elías Calles. El siglo XX mexicano podría llamarse el siglo de la seguridad, parafraseando a Stefan Zweig, en contraste con el XIX que fue el siglo de nuestra inseguridad. En quinto lugar, con la muerte de Álvaro Obregón se abriría otra serie de sucesos que tuvimos que guiar. Se ha dicho que la pistola de José de León Toral consolidó para siempre el postulado antirreeleccionista de la Revolución Mexicana. Lo cierto es que, en esos momentos, surgió la impostergable necesidad de contener la impetuosa ola de magnicidios políticos que ensangrentó al país de los años veinte. En menos de una década, Carranza, Villa, Obregón, Serrano y cincuenta 138

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VII. LA REVOLUCIÓN INSTITUCIONALIZADA

personajes más fueron asesinados en torno a la mal sazonada combinación mexicana de ingredientes tales como el caudillismo y la sucesión presidencial. * * * A Plutarco Elías Calles se le reconocen muchos méritos de obra. La institucionalización de la vida gubernamental, la remisión del caudillismo, el aseguramiento de la funcionalidad pública y hasta la fundación de su partido político. Todo ello implica algo en lo que el tributo de mérito es más que legítimo. Pero lo más importante de lo que logró Calles no tiene edificio ni placa ni monumento. Plutarco cambió la visión mexicana de la política. Muchas veces, sin darse cuenta, toda la alta clase política mexicana, de cualquier partido y de cualquiera generación, piensan como Calles. Ellos son la aristocracia política del continente. Son, sin duda, la más importante y reconocida escuela política de todo un siglo latinoamericano. Y todos, de alguna o de muchas maneras, son Calles. Más aún, este fenómeno se acrecienta con el tiempo y hoy resulta que, quienes más combaten o vencen a su partido, mas cumplen con la concepción callista de la política. Calles llenó casi un siglo y todavía no sabemos cuántos mas para el futuro. Algún famoso norteamericano dijo que Chou En Lai había sido más grande que Mao Tse Tung. Que Chou inspiró a Mao, lo condujo y le permitió lucir. En pocas palabras, que lo inventó. Y eso nos lleva al dilema de la más grande genialidad que hemos presenciado. Si Dios existe, fue genial al inventar al hombre. Y si Dios no existe, fue genial el hombre que lo inventó. 139

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El esquema callista se resume en la premisa de apoyar la vida nacional en cinco basamentos de un pentágono sobre el cual se asentaría una edificación segura y sólida como una pirámide. Estos laterales serían la seguridad política, la seguridad económica, la seguridad jurídica, la seguridad nacional y la transformación social. Cada una de ellas estaría encomendada a instituciones creadas, reorientadas o reestructuradas para ello. La seguridad económica se encargó al binomio formado por la Secretaría de Hacienda y el Banco de México. Calles fundó el Banco siendo todavía Presidente y asumió la titularidad de Hacienda después de serlo, para consolidarla frente a los embates del poder. Con él, al frente de Hacienda, esa secretaría quedaría blindada. No habría ministro ni gobernador que se le enfrentara para exigirle ministraciones presupuestarias. Los funcionarios que lo sucedieron fueron muy poderosos en su tiempo. Los secretarios de Hacienda duraban en su encargo dos sexenios y los directores del Banco de México duraban dos décadas, sin que ningún estatuto así lo indicara. Los presidentes fueron siempre muy comedidos de las opiniones y recomendaciones de estas instituciones. Así, la economía se convirtió en algo muy sólido. El proyecto se trazaba a largo plazo. Durante periodos de más de una década el país creció al 8% anual sin inflación. En todo el mundo nos veían con curiosidad y asombro. Lo llamaban “El Milagro Mexicano”. Sin embargo, nada es para siempre. Un día alguien dijo “las finanzas públicas se manejan desde Los Pinos”. No fue una 140

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frase de “dientes para afuera”. Con ello, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México se fragilizaron, se minaron y la seguridad económica lo pagó. Hacienda y el Banco entraron al foco de los debates políticos, de la confrontación con la opinión pública, del ataque electoral y al borde del escándalo. La seguridad política se encargó, desde luego, a la Presidencia de la República auxiliada de dos brazos fundamentales: la Secretaría de Gobernación, fortalecida para ser el operador político fundamental y el PRI, creado por Calles para contener el debate interno, así como la cohesión ideológica y grupal del gobierno de la Revolución. Gobernación funcionó como operador político de excelencia. En Bucareli se concentraba, prácticamente, toda la política nacional. Durante tres décadas, cuatro de sus titulares, casi seguidos, lograron la sucesión presidencial, prácticamente sin esfuerzo. Fue tal su capacidad de operación que tan solo con hacer su trabajo, heredaron el de su jefe. Pero un día se decidió que no toda la política se hiciera allí y Bucareli se trasladó a otros lugares. En ocasiones, a la oficina adjunta del Presidente. En otras, a su secretaría particular. Hubo ocasiones en que la operación política del país se realizó, durante años, en el escritorio de la Regencia. Y la Secretaría de Gobernación se fragilizó, se minó y la seguridad política lo pagó. La seguridad jurídica se encargó a la dependencia del Ejecutivo con más alto rango constitucional y con mayor majestad de formato: la Procuraduría General de la República. Creada en su diseño actual por el Constituyente de 1917, producto indiscutible de la Revolución Mexicana y fortalecida 141

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en su orientación al asumirla Emilio Portes Gil, inmediatamente después de dejar la Presidencia de la República fue, durante décadas, la responsable de la elaboración de proyectos fundamentales de ley, del diseño y la operación de la política nacional de justicia, de la abogacía de la nación, del consejo jurídico al gobierno y de la contención frente a excesos del poder. Pero un día alguien dijo que también se encargara del narcotráfico aunque, hasta la fecha, no lo ha dicho la ley. La institución se desvió, se desvirtuó, se volvió policial, se apartó de proyectar leyes, se excluyó de la política de justicia y, muchas veces, por desgracia, se olvidó de la Ley. Con ello, la Procuraduría se fragilizó, se minó y la seguridad jurídica lo pagó. La seguridad nacional se encargó, fundamentalmente, a las fuerzas armadas, instaladas en la Secretaría de la Defensa Nacional y en la Secretaría de Marina. Durante el callismo el ejército mexicano fue reestructurado y reorganizado por Joaquín Amaro para convertirlo en la ejemplar institución que hoy nos enorgullece por su origen popular, por su profesionalismo, por su valentía y por su lealtad a México. Ha sido una de las instituciones que mejor ha resistido los embates que han lastimado a las otras que hemos mencionado. Pero son preocupantes las encomiendas policiales que le han sido atribuidas en el presente. Si las fuerzas armadas se fragilizan y se minan, la seguridad nacional lo va a pagar. Sin embargo, el proyecto mexicano de nación no solamente le apostó a la seguridad sino, también, al cambio sustantivo. 142

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La Revolución Mexicana no sólo cambió a los dueños del poder. Para eso no se requiere una revolución. Basta una elección, una rebelión, un golpe de Estado, una dimisión o, en el más bajo y repugnante de los escenarios, un magnicidio. Esta revolución cambió a los hombres, sus estilos, sus perfiles, la economía, la política, la visión del Estado, la visión de la vida, la cultura, las artes, la literatura, la pintura, la música, el folklore, el periodismo, el esparcimiento, la sociedad y, por encima de todo, para que todo fuera posible, cambió la educación y fue la Universidad Nacional el quinto elemento fundamental del proyecto mexicano de nación para el siglo XX y los subsecuentes. Previo al estallido revolucionario, México era prácticamente un país feudal cuya composición social era biclasista. Por una parte, una pequeña clase gobernante y detentadora de la riqueza nacional, básicamente terrateniente y, por la otra, una gran masa campesina muy empobrecida y muy reducida a la servidumbre. Es cierto que había algún segmento poblacional, compuesto por pequeños propietarios, pequeños comerciantes y burócratas medianos que no eran ni ricos ni pobres, pero que tampoco formaban una clase social porque no eran distintos a unos o a otros. No eran, pues, una clase media. Recuérdese que la clase media no es una clase promedio, sino una clase diferente. No es un segmento tibio, sino un segmento distinto. La formación de esa clase media, a base de la educación para el trabajo y con cultura universal, fue concebida como una responsabilidad atribuida al sistema educativo nacional y a la Universidad Nacional de México, hoy Autónoma. 143

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En la UNAM se formaron las generaciones de profesionales mexicanos que se harían cargo del destino nacional durante todo el siglo XX, a efecto de que los mandos superiores de la nación no estuvieran en las manos exclusivas del capital ni del proletariado ni de la milicia ni del clero, sino de las clases medias civiles, formadas dentro del país y a cargo del país. Esa fue la garantía de llegar a nuestro destino. Pero hoy, muchas voces, incluyendo algunas gubernamentales, han llegado a considerar, equivocadamente, que la UNAM y toda la universidad pública son un error. Que las valiosas son las escuelas privadas. Que aquellas son un gasto inútil y una cueva de vagos. Que hay que iniciar su desmantelamiento comenzando por el presupuestario. Creo que si los mexicanos no salvan a su universidad, la transformación social se fragilizará, se minará y el país lo pagará. Quizá nunca nos pondríamos de acuerdo para resolver si estos procesos de desgaste de nuestras instituciones fundamentales han sido un fenómeno espontáneo o un proyecto de alto diseño. Si ha sido producto de la mera inconsciencia o el resultado de un actuar perfectamente deliberado. Si su origen es del interior o del exterior. Si es reversible o progresivo. Lo importante es tratar de que el siglo mexicano actual tenga muchas de las luces que nos acompañaron en el anterior y ninguna de las penumbras de nuestro siglo XIX, donde todo fue inseguro. Donde todo estuvo en riesgo, como la sobrevivencia nacional o en franca pérdida, como el territorio. Donde lo iniciamos dominados por una potencia y lo 144

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concluimos subyugados por un tirano. Donde tuvimos muy pocos episodios luminosos, como la Reforma, hoy todavía rescatable. * * * Entre los discursos famosos en la historia política mexicana hubo uno de Plutarco Elías Calles que no fue el primero sino el último que pronunció como presidente. Fue el dicho con motivo de su último informe de gobierno, en septiembre de 1928, al cual se le conoce como “De los caudillos a las instituciones”. En esta pieza histórica, Calles delinea todo el siglo XX mexicano. Sentencia que la Revolución Mexicana ha rebasado una etapa de caudillismos y que ahora entrará a una era de instituciones. Que estas y no aquellos serán el eje rector del poder político mexicano. Y que a ellas tendrán que someterse todos los intereses personales o de grupo que, hasta ese momento, habían enfrentado a los líderes revolucionarios y habían arriesgado el destino de su movimiento. Por si fuera poco, en ese discurso anuncia la inminente fundación del PRI, con su nombre inicial, el cual habría de convertirse en el partido político más importante de la historia latinoamericana. El lunes 4 de marzo de 1929 se fundó, con un nombre distinto del actual, el Partido Revolucionario Institucional. Los motivos de impulsaron a sus fundadores fueron muy complejos y venían de tiempo atrás. Intentaré la síntesis más breve para explicarlos. El movimiento revolucionario de 1910 fue la sumatoria de muchas fuerzas políticas que se habían gestado con dispersión 145

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y hasta en contraposición. Francisco I. Madero fue el líder que resultó el comburente para que el combustible de la dictadura porfirista y el carburante de las diversas demandas populares produjeran el estallido revolucionario. Más tarde, el triunfo maderista se enfrentó a dos factores adversos. Por una parte, la frustración de algunos grupos revolucionarios que exigían cambios más rápidos y más profundos así como, por otra parte, la infidencia de grupos reaccionarios que se habían acomodado dentro del nuevo régimen. Todo ello llevó a lo muy conocido en la historia. El Pacto de la Embajada, la Decena Trágica, el golpe de Estado, el asesinato del Presidente de México y la entronización de un régimen usurpador. La Revolución habría de responder con el Plan de Guadalupe, una reunión de todas las fuerzas revolucionarias para reinstalar al régimen legítimo. La victoria los vio de frente. Cayó Huerta. Se expulsó a la usurpación. Se expidió la Constitución de 1917. Se instaló un régimen incluyente y progresista. Pero la reacción no se quedó conforme y promovió otra guerra. Esa fue “La Cristiada”. La revolución triunfante se encontraba, una vez más, desunida y dispersa. Nuevamente estuvieron en riesgo. Sin embargo, esos charlots reaccionarios los pusieron en alerta. Los revolucionarios se dieron cuenta que, en ese entonces, había curas que mandaban a sus fieles a matar sin otra arma que la estampita de su dios colocada en el sombrero y prometiéndoles, con ello, una muerte redentora. No se les pudo explicar a esos desventurados ingenuos que esa no era una guerra de dioses. Creo que no se les podría 146

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explicar aún y, sobre todo, que no valdría la pena. Pero, para someterlos, hubo que matarlos. Eso fue muy doloroso para la Revolución y, por eso, quedó dispuesta a no repetirlo. Para ello había que mostrar la unidad de los revolucionarios a efecto de que sus enemigos no se confundieran ni se entusiasmaran. Obregón, Calles, Villa y muchos otros podrían estar en desacuerdos. Por eso el clero u otra fuerza podrían volver a sacrificar a sus corderos en esas fogatas. Sin embargo, esta síntesis no es tan simple porque esos cabritos no eran tan inocentes y también mataban. Así, después de seis intentos fallidos, lograron asesinar a Álvaro Obregón, entonces el líder más importante de los grupos revolucionarios y, en ese momento, Presidente Electo de México. Ante tal catástrofe el presidente saliente, Plutarco Elías Calles, quedó como único líder indiscutible de la Revolución Mexicana. Su fino sentido político y su capacidad para avizorar el futuro le recomendaron el tránsito hacia una vida política más depositada en las instituciones y menos sostenida en los caudillos. Para ello se requerían de dos factores ineludibles e insustituibles. El primero era construir o recomponer esas instituciones nacionales básicas que, para ese momento, eran inexistentes o se encontraban corroídas. El sistema político, la hacienda pública, la banca central, las fuerzas armadas, los sistemas sociales, la educación superior, la educación básica y las transformaciones agrarias y laborales. Para derruir instituciones basta una revolución pero para construir las sucedáneas o las nuevas se requiere, forzosamente, de un partido político. 147

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El segundo factor es que se requería de un líder supremo que pudiera agrupar a las diversas y dispersas fuerzas en un solo impulso político. El líder ya lo tenía México. Se llamaba Plutarco Elías Calles. El partido político habría que fundarlo. Se llamaría Partido Nacional Revolucionario, más tarde Partido de la Revolución Mexicana y, desde 1946, Partido Revolucionario Institucional, nombre con el que lo han conocido las cuatro más recientes generaciones de mexicanos. * * * Los trabajos operacionales fundacionales fueron encargados a un selecto grupo de políticos muy afines con Calles y equipados con la suficiente aptitud para ser incluyentes con todas las fuerzas revolucionarias que se contaban por cientos en todo el país. Son proverbiales, en la crónica de esos días, las reuniones que los jefes venidos de toda la geografía nacional sostenían con Luis N. Morones, líder de la más importante central obrera de esos tiempos, en su casa ubicada en la calle de Londres, entre Florencia y Amberes, de la entonces aristocrática colonia Juárez, hoy la decaída Zona Rosa. En unos cuantos meses de trabajo intenso logró consolidarse la unión de 200 partidos regionales y de otras 200 fuerzas políticas gremiales, sindicales, populares y territoriales. La consolidación de esas 400 fuerzas dio, como resultante, lo que ha sido el partido más influyente en toda la historia política mexicana y el más importante de todo un siglo latinoamericano. 148

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Así, gracias al talento y al realismo de sus fundadores, aunados a su capacidad ejecutiva y a su voluntad de inclusión, en tan solo seis meses se construyó un instituto político que unificó facciones, que homologó ideales, que interiorizó sus divergencias grupales y que preservó el destino de la Revolución Mexicana. Con la fundación de su partido esos precursores convirtieron al 4 de marzo en una de las tres fechas que, junto con el 20 de noviembre y el 5 de febrero, más habrían de incidir en el destino de la nación mexicana durante todo el siglo XX. Esto es innegable para propios y extraños. Así como, tanto para porfiristas como para maderistas, fue evidente la importancia del levantamiento revolucionario, para priístas y no priístas es patente el efecto político que, durante décadas, ha producido la fundación del PRI. Sólo un extraviado podría pensar que el PRI no ha existido o que su incidencia ha sido menor. Obregón y Calles, los dos hombres más fuertes del país, habían hecho un arreglo que repartiría el destino nacional. Se alternarían indefinidamente en la Presidencia de la República. La historia ha abundado mucho en esto y no es nuestro tema. Lo sintetizo en un famoso corrido, de esos que tratan de registrar los sucesos históricos de una época. En una parte decía así: “Obregón le dijo a Calles: ´para el bien de la Nación se alternarán los compadres´. Y ellos son los generales 149

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Elías Calles y Obregón. Y si se opone un cabrón se irá a vivir al panteón. ¡Viva la Revolución! ¡Viva la Constitución! ¡Sufragio efectivo, no reelección! Firman: Calles y Obregón Junto con la de Obregón, la ex presidencia más atípica fue la de Plutarco Elías Calles. Paradójicamente, ella fue la más poderosa y la más débil de nuestra historia. Explico ese contraste de los dos extremos más distantes. A la muerte de Obregón, Calles queda como el único “hombre fuerte” de la escena política mexicana. No buscó la prórroga de su mandato ante la ausencia del Presidente Electo. Pero tampoco abandonó el poder. Como único “Dueño-de-México”, inventó un ingenioso enjuague. Asumió el título político honorario de Jefe Máximo de la Revolución Mexicana, creado solamente para él. Con ello, dispuso de todas la fichas del tablero. Puso 4 Presidentes de manera consecutiva, desde luego con todo y sus gabinetes. A tres de ellos los quitó cuando quiso. La voz popular, casi siempre cáustica, los bautizó como Pelele I, II, III y IV, respectivamente. Lo mismo hacía con generales, senadores, diputados, gobernadores y alcaldes. Por derivación del nombre de su investidura, ese período histórico mexicano se conoce como “El Maximato”. De esa manera, detentó la ex presidencia más poderosa que haya habido, durante los 7 años que van desde 1928, en que 150

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terminó su mandato constitucional, hasta 1935 en que la suerte le jugó un mal pase. * * * En 1934, Lázaro Cárdenas tuvo al socialismo como el eje central de su discurso. En esto vale detenernos para rectificar una desviación de la óptica histórica. Muchas veces se ha repetido que la pugna Calles-Cárdenas tuvo su origen en las tendencias socialistas del cardenismo. Creo que es equivocado. En primer lugar porque Calles también las tuvo. Muchas de sus acciones tuvieron ese perfi l. Sus amigos y asociados políticos más cercanos eran líderes obreros. Y, por último, este discurso inaugural se da en el auge del “Maximato”, cuando Calles es el líder todopoderoso de la nación. Más adelante, en 1935, se remitiría el Maximato y se le borraría del escenario político mexicano. Con ello, se liquidó definitivamente la etapa caudillesca de la política mexicana, se realineó el papel protagónico del PRI y se centró todo el poder político en la Presidencia de la República. Un solo hombre seguiría decidiendo, pero ya no en función de su posición como caudillo sino de su investidura como Presidente de la República. Sería un poder más institucional que personal y, por consecuencia lógica, tendría transitoriedad cronológica y precisión cronométrica. En 1935, Lázaro Cárdenas ya no quiso ser Pelele IV. Rompió con Calles, lo hizo abandonar el país, destituyó a sus empleados, tomó sus propias decisiones e hizo su personal gobierno. Este tiempo que va de 1935 hasta 1942 fueron los 7 años de la ex presidencia más débil de la historia. Después 151

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regresa por un acuerdo presidencial de unidad revolucionaria y tres años después muere casi en soledad, sumando 17 años de ex presidencia. Todo esto tuvo consecuencias en la vida política que proseguiría. Hay muchas prácticas crueles en el sistema y en el estilo políticos mexicanos. Pero me atrevo a creer que la más despiadada consiste en la condición a la que son sometidos los ex presidentes. El asunto comienza en el episodio histórico que acabamos de leer. El Maximato fue repudiado y, en consecuencia coherente, se inauguró una era en la que el ex presidente debiera ser una fantasma sin poder, sin amigos, sin partido, sin voz, sin grupo y sin tema. Esto llegó a ser puntualmente respetado durante el resto de la primera era presidencial priísta. Pero debe tenerse en cuenta que era una regla del sistema y no una perturbación de la ingratitud del nuevo presidente para con su antecesor. Si él mismo no quería someterse porque así se lo dictaban el corazón o la hombría, el propio sistema se lo demandaba de manera exigente. Creo que Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari fueron particularmente amables y considerados con sus antecesores. Pero, cuando fue notoria su amabilidad, la clase política se inquietaba y pedía un cambio de rumbo en el estilo y en el comedimento del presidente en turno. Plutarco Elías Calles nació en Guaymas, Sonora, y murió en la Ciudad de México, a la edad de 68 años. Durante su presidencia contó con los servicios de Emilio Portes Gil, 152

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VII. LA REVOLUCIÓN INSTITUCIONALIZADA

Aarón Sáenz, Genaro Estrada, Alberto J. Pani, Joaquín Amaro, Luis N. Morones y Ezequiel Padilla. Contrajo dos matrimonios. El Primero con Natalia Chacón y, viudo de ésta, con Leonor Llorente. Tuvo, además, serias relaciones extramaritales. Las más conocidas fueron con Josefina Bonfiglio, con Rosario Gómez y con Amanda Ruiz. En total, tuvo 16 hijos. De ellos, 12 fueron con Natalia, 2 con Leonor y otros 2 fuera de matrimonio. Fue aficionado al golf y al espiritismo. Durante más de 30 años, durmió modestamente en una tumba del Panteón Civil de Dolores. Hoy reposa en el imponente Monumento de la Revolución.

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VIII. El Maximato y el Generalato Emilio Portes Gil

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on motivo de la muerte de Álvaro Obregón quedó abierta la vacancia del Poder Ejecutivo. El asesinato se cometió el 17 de julio y el inicio de su gestión presidencial se daría el 1º de diciembre. En los términos constitucionales se presentaba una de las siete causas de falta de presidente de la República y, por lo tanto, la necesidad de designar, congresionalmente, a un presidente provisional. Este cargo recayó en Emilio Portes Gil. La presidencia Portes Gil no tuvo luminosidad alguna, como no lo suelen tener las presidencias provisionales o sustitutas. En primer lugar porque está destinadas a ser muy breves. Actualmente, la Constitución Política limitaba la provisional a tan solo 14 meses que fueron los que duró esta gestión. Pero, además de su perentoriedad, existen otros factores que la determinan como insulsa y vana. El más importante es que la propia estipulación constitucional le determina sus 155

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funciones esenciales. Una de ellas, llenar el vacío presidencial, casi de manera simbólica. La otra, convocar a las elecciones que restablezca la continuidad presidencial ordinaria. Desde luego que la Constitución no impide que se ejerza cualquier otra de las múltiples atribuciones presidenciales. Son idénticas las potestades que se confieren a un presidente ordinario que a uno interino, provisional o sustituto. Pero, en el caso que nos ocupa se daban otros ingredientes políticos. Uno fue que el presidente en turno no sería líder político nacional. Para ello estaba Calles, ejerciendo desde su Maximato. Dos, que el presidente en turno no sería jefe del gobierno. Para ello también estaba Calles, ejerciendo desde la Secretaría de Educación, cargo que ocupó inmediatamente después de dejar la Presidencia de la República. Sin embargo, pudo cumplir sus cometidos, sobre todo porque se encargó del proceso electoral que normalizaría la vida institucional, proceso que fue álgido, complicado y, en ocasiones, hasta violento. Sin embargo se pudo realizar de manera plena. El nombre de Portes Gil no queda borrado del todo. Dos hechos muy significativos le brindaron permanencia histórica. El primero que mencionaría es que, durante su mandato, concluyó formalmente la guerra cristera y, por lo tanto, la última de nuestras guerras civiles. México vivió casi todo el Siglo XIX bajo el espectro de la guerra civil. El Siglo XX prosiguió con el mismo signo. Estuvimos en guerras fraticidas desde 1910 hasta 1930 si contamos desde el primer disparo de los Serdán hasta el último disparo de la Cristiada. 156

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El segundo y más recordado de eso dos logros fue la concesión de la autonomía universitaria. Desde entonces, el discurso universitario sobre su autonomía no deja de mencionar el año de 1929 ni el nombre de Emilio Portes Gil. Portes Gil nació en Ciudad Victoria, Tamaulipas, y murió en la Ciudad de México a los 83 años de edad. Fue Gobernador de Tamaulipas, Presidente del PNR hoy PRI, Secretario de Gobernación, Secretario de Relaciones Exteriores y Procurador General de la República. Contrajo un solo matrimonio, con Carmen García González.

Pascual Ortiz Rubio Una vez realizadas las mencionadas elecciones, de ellas resulto triunfante Pascual Ortiz Rubio, sobre quien la valoración histórica ha sido muy polémica y muy contradictoria. Como sucedió con su antecesor, se le dieron las circunstancias de ejercer el cargo en medio de un liderazgo político absoluto y ajeno. Calles decidía todo. Calles resolvía todo. Calles designaba a todos. Calles era el dueño de México. Desde su casa en la Colonia Anzures, donde hoy se encuentra el Deportivo Chapultepec, colindaba con el bosque y vivía en las faldas del cerro que hospeda a la entonces mansión presidencial, el Castillo de Chapultepec. De allí surgió la ingeniosa guasa popular que decía que “arriba vive el que está abajo y abajo vive el que está arriba”. 157

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Incluso, sobre Ortiz Rubio ha caído un baldón que he reflexionado y que quiero compartir. Los políticos sin poder, como fue su caso, reciben inmediatamente un gafete de impotentes y esto es una consecuencia lógica de aquello. Pero la impotencia suele convertirse en inactividad y la inactividad, en política, casi siempre es clasificada como estupidez. Esto ha hecho que muchos lo consideren un verdadero mentecato. Se le impuso el sobrenombre de “Nopalito”, con el que se le conoce hasta la fecha, para aludir a una similitud con esa fruta babosa que, además de ser sabrosa, forma parte de nuestro escudo nacional. Sin embargo, yo no estoy tan seguro de que Ortiz Rubio haya sido tan baboso como se ha dicho durante más de 80 años. Por razones cronológicas y biológicas yo nunca lo traté y, ni siquiera, lo conocí. Tampoco he tenido relación con alguien que lo hubiere hecho. Así que todo lo que sé de él lo tengo por referencia histórica y nunca supe, de manera directa, como funcionaba su mente. He tenido buen trato con algunos de sus parientes pero nunca me he atrevido a preguntar por el coeficiente intelectual de su antecesor. Pero hay dos datos que me hacen dudar de su proverbial estupidez. El primero es de naturaleza teórica y, el segundo, es de naturaleza histórica. En primer lugar, por lo menos en teoría, me cuesta trabajo aceptar que un hombre de raciocinio limitado llegue a ocupar la Presidencia de la República. Sobre todo si ese hombre ha sido reclutado para actividades ministeriales precedentes y postulado al más alto encargo por alguien como Plutarco Elías Calles. Habrá quien me repele diciendo que lo escogió 158

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por tonto y para manejarlo mejor. Pero yo diría que el mando de Calles se basaba en su descomunal poder no en su mayor inteligencia. Al contrario, gustaba de rodearse de inteligentes porque con estos se trabaja mejor que con tarugos. Hay algo en lo que tenemos que ser muy sinceros o correremos el riesgo de equivocarnos frente a los equipamientos de la política. En cada oficio, profesión, especialidad o actividad los individuos somos calificados “en curva”. Es decir, en forma relativa bajo una escala donde la calificación suprema la alcanza el mejor y de allí para abajo. Eso determina la evaluación global. Así, por ejemplo, una persona que corre 100 metros en 11 segundos estoy seguro que sería la estrella máxima de su club deportivo pero sería un material de desecho para los juegos olímpicos. El hombre más rico de mi pueblo, que cuando quiere sienta a su mesa al alcalde y que le da órdenes al jefe de la policía, ni influye sobre Wall Street ni lo conoce el Presidente de los Estados Unidos. Eso es una parametría en curva. Por ello decimos, en forma coloquial, que cada quien juega en su liga. Ahora bien, en materia de capacidad mental se me ha dicho que un individuo es normal cuando tiene un coeficiente mental entre 90 y 110. Más arriba de esto comienza la genialidad y más abajo empieza la imbecilidad. El hombre normal sirve para los ejercicios normales pero no para algunos que requieren aptitudes privilegiadas. El deporte de la política es uno de ellos. Una persona que posea un coeficiente intelectual de 110 podría ser la estrella de su club deportivo y, quizá, hasta presidente de su mesa 159

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directiva. Pero para el ejercicio de la política nacional casi sería material de desecho. Esto es porque en la curva de la política la normalidad comienza en la inteligencia privilegiada y los inteligentes comunes resultan ser los imbéciles en el campo de lo político. Es por eso que hombres que en lo corto nos parecen hasta listos resultan tontos ante el desafío de la complejidad política de alto impacto. Por eso en la política, como en el deporte, se necesitan individuos de alto rendimiento y no cualquier amateur que se dedica a ello para distraerse o para divertirse. Por eso aquí cabe una distinción entre lo político y lo jurídico. Para la ley el tonto no es culpable pero para la política si lo es. Fundamentalmente por la entidad del daño producido o del riesgo creado. El tontito del barrio lo más que puede hacer es que nos toque el timbre y se esconda o que juegue su pelota contra nuestra portezuela. Pero el tontito del gobierno puede postergar generaciones, puede derrumbar economías, puede destruir sistemas. No toca timbres de casas sino que puede echar a andar todas las alarmas nacionales. No juega con pelotas sino con destinos. Y creo que Pascual Ortiz Rubio no jugó ni destruyó nada del destino nacional. He escuchado algún relato que cuenta, incluso, que renunció porque ya era insoportable, para su dignidad, la consideración en la que lo tenía la opinión pública y la condición en la que lo tenía el Jefe Máximo de la Revolución Mexicana. Mi razonamiento de naturaleza histórica es el siguiente. Ortiz Rubio se enfrentó, en la campaña electoral de 1929, en contra de la candidatura de José Vasconcelos. Esto arrojará 160

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un dato que muchas veces se pierde en las penumbras de la memoria. Vasconcelos poseía, entre muchas otras, dos características notables. Tenía una genialidad indiscutible y tenía una soberbia también indiscutible. Pero, por si fuera poco, eran rasgos que se retroalimentaban constantemente. De esa manera, su soberbia se nutría de su genialidad. Era soberbio porque se sabía genio. Y, a su vez, su genialidad se nutría de su soberbia. Casi siempre la mostraba con jactancia. De esa manera, la piedra fundamental de su propaganda electoral se centraba en su genialidad que contrastaba con la medianía relativa de su opositor. Aquí notamos mucho de esa soberbia. Su publicidad se refería a sus propias virtudes y no a lo que prometía ni a lo que se necesitaba. Su mercadotecnia giraba en torno de él mismo y no alrededor de los demás. El spot que más arraigó advertía “Si es usted animal, vote por Pascual. Si es usted inteligente, Vasconcelos para presidente”. Esto fue arraigando hasta dejar a Ortiz Rubio con un gafete de imbecilidad desde la campaña electoral y no por su gestión presidencial. La campaña y su resultado fueron muy complicados. El vasconcelismo tenía seguidores en la capital y, yo diría que tan solo en el centro histórico. Lo seguían los estudiantes universitarios, sus maestros y la muy reducida intelectualidad capitalina. Su adversario contaba con una maquinaria electoral nacional y multitudinaria. Vasconcelos era un hombre de cultura y de letras pero no era un hombre de política. De esta no sabía nada. Por ello no se dio cuenta de que no contendían vasconcelistas contra 161

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pascualistas sino que, con ellos dos en la boleta electoral, los que realmente estaban contendiendo eran obregonistas contra callistas. El resultado lo hundió en la amargura perpetua. En realidad, se enfrentaba a una fuerza invencible. Se estaba estrenando lo que sería el PRI. Es decir, todos los obreros, los campesinos y las clases trabajadoras del país. Frente a ello, ¿qué fuerza electoral podrían enfrentar los pocos universitarios de entonces y los más pocos intelectuales? Por si fuera poco, la frustración de la que Vasconcelos ya no saldría nunca fue que siempre cayó en el error político de considerar que lo había vencido Pascual Ortiz Rubio cuando que, en realidad, lo había vencido Plutarco Elías Calles. Eso lo llevó a sentirse robado y a seguir insistiendo en la denostación en contra de su rival. Pascual Ortiz Rubio contó con los servicios ministeriales de Emilio Portes Gil, Carlos Riva Palacio, Lázaro Cárdenas, Genaro Estrada, Manuel Pérez Treviño, Aarón Sáenz, Abelardo L. Rodríguez, Primo Villa Michel, Joaquín Amaro, Alberto J. Pani, Juan Andrew Almazán, José Aguilar y Maya, Narciso Bassols y Plutarco Elías Calles. Ortiz Rubio nació en Morelia, Michoacán y murió en la Ciudad de México a los 86 años de edad. Contrajo dos matrimonios. Primero con Francisca Aceves y, después, con Josefina Ortiz. En total, tuvo tres hijos. Además de Presidente de la República, fue Gobernador de Michoacán y Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas. Según algunos porque renunció y, según otros, porque fue largado, es el caso que Ortiz Rubio abandonó la Presidencia 162

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de la República a la mitad de su mandato, en aquel entonces de cuatro años, para ser sucedido por Abelardo L. Rodríguez.

Abelardo L. Rodríguez La Presidencia Rodríguez tuvo las mismas características que las dos anteriores. En parte por su brevedad además de por su condición de transitoriedad. No dejaron mayor huella ni sus titulares pasaron a ocupar un sitial de honor en la historia de México. Rodríguez fue llamado con el sobrenombre irónico de Pelele III, como si se tratara de una dinastía monárquica donde él ocupara el tercer turno dentro de esa saga de títeres presidenciales. Quizá el único recuerdo que se conserva de su mandato fue la inauguración del Palacio de Bellas Artes, obra que mucho nos enorgullece y cuyo inicio no se debe a su consumador pero que a él le tocó la etapa terminal de su construcción. Abelardo L. Rodríguez nació en Guaymas, Sonora, y murió en San Diego, California, a la edad de 77 años. Contrajo un solo matrimonio con Aída Sullivan.

Lázaro Cárdenas Se ha dicho que Gustavo Díaz Ordaz fue un presidente que tuvo un buen sexenio pero un mal día por el que ha sido recordado para siempre. Al contrario, podría decirse que Lázaro Cárdenas fue un presidente que tuvo un mal sexenio pero un buen día por el que ha sido honrado y venerado. 163

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Mucho hay de cierto en eso. El mandato de Cárdenas, que fue el primero sexenal, estuvo muy marcado por inquietudes y zozobras muy polémicas. En primer lugar, adoptó una política laboral que, en mucho, parecía una invitación al desorden y a la improductividad. Cárdenas no fue el patrocinador de la integración sindical. Esta ya se había dado desde mucho antes, Recuérdese que Luis N. Morones fue el líder máximo del las organizaciones de trabajadores y uno de los más fuertes asociados y más cercano amigo de Plutarco Elías Calles. De tal suerte que ver a Cárdenas como el primer presidente amigo de los trabajadores es un despropósito. Lo que hizo fue propiciar un cambio en las dirigencias laborales, más por razones personales que por bienestar de la clase trabajadora. Morones fue desplazado y emergieron nuevos líderes como Vicente Lombardo Toledano, Fernando Amilpa y el celebérrimo y sempiterno Fidel Velázquez. Sin embargo, en ese sexenio se alentó, desde muy distintos frentes el uso del derecho de huelga. Estas empezaron a ser un lugar común como hoy lo son las manifestaciones callejeras. Había tantas huelgas como hoy hay marchas y plantones. En muchas ocasiones, sin reunirse los requisitos de procedencia que la ley señala ni siguiendo los procedimientos laborales establecidos, se colocaban las banderas rojinegras y se iniciaba una huelga fáctica que fue llamada la “huelga loca”. Esto dio un tinte característico al régimen cardenista y, desde luego, nada encomiable, aunque le ganó la simpatía lideral de las organizaciones de trabajadores, muy especialmente, de los sindicatos obreros. 164

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Otros de los aspectos muy cuestionados de su mandato fue la política agraria. Cárdenas se esmeró por acelerar el prometido reparto de tierras para crear la pequeña propiedad y la tenencia ejidal y comunal. Terminar con el latifundio y permitir el acceso de la población campesina a la tenencia agraria, así como impulsar la dotación de tierras a los centros de población rural. Hasta allí todo resultaba impecable. El problema consistía en que la dotación de tierras no era suficiente si esto no se acompañaba de financiamiento crediticio, de capacitación productiva, de organización comercial, de implementación tecnológica y de educación campesina. El resultado fue una igual o mayor pauperización del campesinado nacional. Las tierras sin dinero, sin conocimiento, sin canales de distribución, sin maquinaria agrícola y, muchas veces, hasta sin agua volvieron miserables a muchos de los que ya eran pobres. Por otra parte, hubo un conspicuo acento en el discurso socializador del gobierno. Esto merece una aclaración. La Revolución Mexicana, enriquecida en la Constitución de 1917, tuvo innegables tintes socialistas. Reivindicó para la nación todo el patrimonio estratégico. Dispuso el reparto agrario y la remisión del latifundio y de cualquier otra forma de extensionismo territorial. Estableció una legislación laboral eminentemente protectora del trabajador. Impuso la educación obligatoria y le determinó su orientación ideológica básica. Sin embargo, antes y después de Cárdenas no se hizo gala de ello y siempre se rehuyó el término “socialista” para 165

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calificarla y, mucho menos, para elogiarla. Las razones eran muy obvias. La cercanía y la vinculación con los Estados Unidos podrían arriesgar todo el movimiento y los logros revolucionarios, si nuestros vecinos confundieran nuestro discurso y supusieran que estábamos virando hacia el comunismo. Hubo, incluso, que realizar hasta alta tecnología de cabildeo con nuestros colindantes del norte. Por ejemplo, Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán hasta fabricaron a nuestros millonarios para utilizarlos en ello, sin que siquiera ellos lo notaran. Escogieron a 300 ingenuos y los hicieron ricos mediante contratos, concesiones y otros métodos menos confesables. Los estimularon a que pasearan en Nueva York, en Los Ángeles y en otras ciudades. Estos ricos iban a platicar con los ricos americanos y hablaban maravillas de ese gobierno que los había convertido de “perico-perro” en magnates potentados. Luego, entonces, la conclusión en los Estados Unidos era infalible. Si los ricos mexicanos quieren tanto a su gobierno es indudable que éste no es comunista. Eso es más efectivo que cualquier discurso o que cualquier boletín. Se llama infiltración y es una técnica tan vieja como la humanidad. Pero Cárdenas no midió esa inexistente distancia de las vecindades y llevó su ideología hasta el extremo de incluir, en la Constitución Política, la obligación de que la educación fuera “socialista”. Esto, desde luego, fue borrado y remitido tan pronto como terminó su mandato. Antes de eso, vino el rompimiento con Calles. La situación ya era más que tensa. El Presidente de la República 166

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pronunciaba discursos con la intención que hemos mencionado. El Jefe Máximo de la Revolución Mexicana lo contradecía y lo descalificaba. En lo privado, las expresiones resultaban verdaderamente ofensivas. Que si Calles es tal cosa, decía Cárdenas. Que si Calles es más que eso, decía Calles. La entronización de Cárdenas se debió a Rodolfo Calles, hijo de Plutarco y gran amigo de Lázaro. Fue quién convenció a su padre de que optara por un presidente lleno de juventud y que él le respondería por la lealtad de su amigo. La idea quedó sembrada en campo fértil. Ya hemos dicho que Calles había separado a sus amigos y asociados de cualquier aspiración presidencial. Optó por los títeres y estos se le fueron agotando, después de usar a tres de ellos en tan solo cinco años. Quizá pensó que, ya sin barajas, el jovencito amigo de su hijo sería el perfecto Pelele IV. Sobre todo porque, según esto, Rodolfo sería el sucesor de Lázaro. Quedaba asegurada la dinastía hasta para Pelele V. Pero el hombre propone y la vida dispone. El enfrentamiento fue resuelto por Cárdenas. Le pidió a Narciso Bassols, Secretario de Hacienda y, desde luego, hombre de Calles que visitara al Jefe Máximo en su casa de Cuernavaca y le informara que, al día siguiente sería removido todo el gabinete y que el Presidente de la República le invitaba a que abandonara el país en no más de 48 horas. No se sabe que “barajas de convencimiento” le dio a Bassols para llevar el recado. Yo supongo que eran de nivel “poker-de-ases” porque Calles acató el mandato, de manera inmediata, con la intención de no retornar jamás a México. 167

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La primera y más obvia consecuencia de esto fue una fuerte ruptura entre callistas y cardenistas. La Revolución parecía que llegaba a su división. Su partido parecía que desaparecería. No llegó a ser así pero, tampoco, fue irrelevante. Los callistas se apartaron de Cárdenas y no eran una fuerza menor. Alguno de ellos, Manuel Gómez Morín, el abogado de Cárdenas a quién entre muchas cosas le encargó el estatuto autonómico de la UNAM y la fundación del Banco de México, se enfrentó a Cárdenas. Para ello, fundó el Partido Acción Nacional. Por lealtad a Calles, se decidió a combatir al régimen cardenista. Creo que esto tuvo varios méritos. El primero fue de valentía personal. Desde luego, no obedeció una orden de Calles sino que fue atendiendo a sus propios dictados. El segundo fue que fundó una oposición que me parece que ha sido buena para el desarrollo político del país aunque, personalmente, no comulgo con ella. La tercera es que, con ello, los panistas lograron un triunfo sucesional, aunque ellos mismos no lo valoran. Sin la oposición panista, Cárdenas hubiera optado por la candidatura de Francisco J. Mújica y eso nos hubiera llevado a un radicalismo casi colindante con el comunismo. Creo que, gracias a la creación del PAN, pudo evolucionar el PRI. Por eso digo que, muchos de quienes han denostado al PRI, siguen e imitan a Calles. Gómez Morín es el ejemplo perfecto. Fundó el PAN por ser callista. Muchos que se oponen al PRI, más abrazan a Calles. Muchas otras cuestiones han mantenido efecto a 80 años de esa ruptura. Menciono una de ellas, como es la política de juego. Calles tuvo una política muy permisiva y Cárdenas, 168

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por el contrario una muy prohibitiva. No creo que ninguno de ellos haya tenido una razón política, económica, social o moral. Creo que, simplemente, a uno le gustaba el juego y al otro no lo gustaba. Es el caso que, con ello, le heredaron al priísmo un dilema irresoluble. Permitir o prohibir el juego. Dar la razón a Calles o a Cárdenas. La solución fue un empate. Ley prohibitiva draconiana pero permisividad alcahueta fáctica. Alguna vez comenté con los gobiernos panistas que ellos podrían resolver el conflicto que a los priístas se los impedía la idea de dar triunfo y derrota a alguno de sus próceres. Desde luego, no me escucharon pero creo que, además, no me entendieron. La vida brinda paradojas y menciono dos sobre estos personajes. La primera es que, hoy en día, en uno de los salones principales del Banco de México, las figuras máximas son las del Presidente de la República fundador y del Director General fundador de esa institución. Quizá, para siempre, en ese muro de honor estén las imágenes del fundador del PRI y del fundador del PAN. La otra se refiere al rompimiento Calles-Cárdenas. Los dos murieron en la misma fecha, aunque de diferente año. Pero el 19 de noviembre está en las biografías de ambos. Además, ambos reposan en el mismo mausoleo. Pero decíamos que Cárdenas tuvo un buen día. El 18 de marzo de 1938 el Presidente de México anunció que su gobierno decretaba la expropiación de todos los bienes y derechos de todas las compañías petroleras que operaban en el país. La razón esencial que llevó a tal decisión fue el desacato que la soberbia empresarial extranjera manifestó 169

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hacia una resolución de la Suprema Corte de Justicia, dictada en materia laboral. Dicha sentencia era desfavorable a los intereses de las empresas patronas y, por eso, anunciaron que no la obedecerían. En consecuencia, Lázaro Cárdenas tomó tal medida. Fue un lépero desacato de las petroleras extranjeras lo que indujo a la expropiación, cuando las concesionarias anunciaron que no cumplirían con la sentencia de la Suprema Corte de Justicia, que ordenaba la indemnización de unos cuantos trabajadores fallecidos en un accidente de trabajo. Ahora bien, el camino más corto hubiere sido la revocación de las concesiones petroleras lo cual ni siquiera hubiere dado lugar al pago de las indemnizaciones expropiatorias. Pero el Estado mexicano tenía necesidad de seguir explotando los mantos petroleros sin pasar por la interrupción de actividades que hubiere implicado volver a equipar a una nueva empresa. Fue, por ello, que hubo que recurrir a la expropiación de bienes, así como en 1982 aconteció lo similar con la expropiación bancaria, toda vez que la simple revocación de las concesiones no implicaba la inmediata y continua prestación del servicio público de banca y crédito. Por esa misma razón, el Estado mexicano decidió, en 1938, que la paraestatal petrolera monopólica siguiera trabajando bajo las mismas bases contractuales que lo hacían las petroleras privadas, ahora expropiadas. Entre ello se incluía la celebración de los más diversos contratos para posibilitar la exploración, perforación, extracción, explotación, refinación, distribución y venta de productos y derivados de los hidrocarburos. 170

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Soy de los que considera que en aquel entonces el petróleo no significaba el valor estratégico que hoy en día. En otras palabras quiero decir que Cárdenas actuó por razones de soberanía más que por motivos de economía. A los ojos de muchos mexicanos que creemos en valores nacionales más que en intereses monetarios, ello da su verdadera grandeza a la actuación del presidente mexicano. Los términos de justicia no se han dado entre las naciones ni en lo político ni en lo económico a lo largo de la última centuria. Lázaro Cárdenas tuvo visión y decisión. Lo que hizo con las empresas petroleras dignifica la política mexicana y representa un orgullo nacional. Más tarde, ya como ex presidente, Cárdenas siguió prestando servicios a la Nación. Hay algo, en todos nuestros ex presidentes, que es muy justo reconocer. Su buena disposición para seguir ayudando a las causas de México en aquellas ocasiones excepcionales en que han sido requeridos para ello. Muchas veces han sido utilizados tan solo como símbolo pero, subrayo, que como símbolos importantes y verdaderos. Quizá una de las dos comisiones más importantes se dio en 1942, con la entrada de México a la Segunda Guerra Mundial y la consecuente suspensión de garantías constitucionales. El Presidente Ávila Camacho resolvió convocar a un pacto de unidad política a todos los ex presidentes, incluyendo a los enemistados entre sí, Calles y Cárdenas. La decisión fue muy inteligente. La fotografía en el balcón central del Palacio Nacional con los mencionados mostraba 171

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unión y reconciliación, aunque fuera “de dientes para afuera”. Pero hubo algo más agudo. En momentos bélicos y subconstitucionales, las fuerzas armadas se volvían una posición estratégica y hasta peligrosa. Por eso, Ávila Camacho designó a Cárdenas como Secretario de la Defensa Nacional. Un ex presidente, por lo tanto impedido de aspiraciones presidenciales, sería el único que garantizaría la institucionalidad en ese poderoso mando. Hasta allí, todo bueno. Pero, como suele suceder en la alta política, con el encuentro de una solución se abre un nuevo problema. ¿Qué hacer con Calles para no parecer parcial en el pleito histórico? ¿Qué darle para compensar los repartos? La idea brillante apareció en la mente presidencial. Hay quienes dicen que la sugirió el Secretario de Gobernación, Miguel Alemán. Regalarle Sonora al general Calles, convirtiendo en gobernador a su incondicional Abelardo L. Rodríguez, también ex presidente. Desde luego, un muy buen regalo. Otra amplia disposición de servicio la tuvieron Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán, ya como ex presidentes. Ellos jugaron un papel muy interesante en el concierto internacional en el que México participaba. Cárdenas había sido identificado como un hombre de creencias socialistas y emparentadas con el comunismo. Amigo de Rusia y de Cuba. Simpatizante de las izquierdas radicales de México. Protector de los obreros y campesinos. En fin, el símbolo mexicano de la política de izquierda. Así, cuando era necesario advertir de algo a las potencias occidentales, Cárdenas tomaba un avión y se iba a retratar con Castro, con Krushev o con algún líder del mundo “no alineado”. 172

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VIII. EL MAXIMATO Y EL GENERALATO

A su vez, Alemán había sido identificado como un hombre de creencias liberales y emparentadas con el capitalismo. Amigo de Estados Unidos y de Europa Occidental. Simpatizante de las derechas mexicanas. Protector de empresarios y banqueros. En fin, el símbolo mexicano de la política de derecha. Así que, cuando era necesario advertir algo a las izquierdas radicales, Alemán tomaba un avión y se iba a retratar con Rockefeller, con Adenauer o con cualquier líder del “mundo libre”. Tanto Cárdenas como Alemán conocían muy bien su juego y lo seguían a la perfección. En realidad, ninguno era tan amigo de los comunistas o de los capitalistas como muchos lo creían. Pero era bueno que lo creyeran. Era útil para la Nación y para el presidente en turno quien, a través de ellos, podía hablar sin decir una sola palabra. Todo esto lo hicieron durante largos años para seguir sirviendo a México. Lo hicieron sin fatiga, sin fastidio y, desde luego, sin factura. A Cárdenas lo acompañaron, en su mandato presidencial, Manuel Ávila Camacho, Emilio Portes Gil, Juan de Dios Bojórquez, Silvano Barba, Ignacio García Téllez, Narciso Bassols, Eduardo Suárez, Francisco J. Mújica, Efraín Buenrostro, Saturnino Cedillo, Tomás Garrido Canabal, Rodolfo Elías Calles, Gonzalo Vázquez Vela, Ignacio M. Beteta y Aarón Sáenz. Menciono a muchos pero, por lo dicho más arriba, es que tuvo dos gabinetes. El callista, al que corrió y el suyo propio, al que conservó. Lázaro Cárdenas nació en Jiquilpan, Michoacán, y murió en la Ciudad de México a los 75 años de edad. Fue, además, 173

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Gobernador de Michoacán, Secretario de la Defensa Nacional, Secretario de Gobernación y Presidente del PRI. Solamente casó con Amalia Solórzano pero tuvo tres hijos, dos de ellos extramaritales.

Manuel Ávila Camacho En realidad, la disputa Calles-Cárdenas se da por razones personales y no por cuestiones ideológicas. Pero fue esa disputa la que determinó que el discurso de Manuel Ávila Camacho estuviera impregnado de convocatorias a la unidad nacional. Manuel Ávila Camacho adoptó ciertos matices místicos. Habló de la necesidad de consolidar espiritualmente a nuestras conquistas sociales. Eran tiempos de inquietud frente al “socialismo-cardenista”. Recién se había fundado el PAN como una respuesta opositora a ello. Recalcó la necesidad de proteger la pequeña propiedad agraria, la expansión de la economía y los valores espirituales. Tengo referencias más personales de Ávila Camacho como ex presidente que como presidente, pero ellas dan nota de su personalidad y de su carácter. Mi padre me platicaba de la atención que Miguel Alemán prestaba al ex presidente Manuel Ávila Camacho. En ese entonces, mi padre era líder de la Cámara de Diputados y uno de los amigos más cercanos del entonces Presidente. A éste le complacía que uno de sus mejores asociados políticos mantuviera cercanía con el ex presidente, a quien Alemán le debía la gratitud de múltiples apoyos políticos durante su carrera. 174

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El diputado alemanista y don Manuel tenían un tema común: su pasión por los caballos. Con ello solían, por lo menos una vez al mes, tener un desayuno en su Hacienda de La Herradura, visitar las caballerizas y realizar una cabalgata por aquellas bellas colinas, hoy convertidas en fraccionamiento. No requerían de temas políticos, mismos que no deberían ser tratados. No hablaban de historia, terreno complicado entre un ex presidente y un confidente del presidente en turno. No abordaban el futuro, cuestión siempre vedada para quien ya concluyó su mandato. Caballos y nada más. Con ello disfrutaban desde la hora muy temprana a la que suele desayunar un militar, hasta cerca de la hora de la comida, descontando que, en ocasiones, también se le invitaba a proseguir. “Quédese a comer, diputado, o ¿tiene algo importante que hacer?”. “Nada más importante que disfrutar con usted, Señor-Presidente”. Así repetían la misma rutina: la mesa, las caballerizas y otra breve cabalgata, para bajar la comida. De esa manera cumplían un cometido con alta finura política. Ávila Camacho se sentía atendido por un alemanista íntimo, portador de mensajes presidenciales tan discretos como un buen libro o un buen vino y Alemán cumplía con los deberes de amistad sin contaminar los deberes de la investidura. Ávila Camacho era un auténtico hombre de a caballo y en ello encontró no un refugio sino un gozo en su post imperium. Ya desde que era Presidente se mandó construir una cabañapalco-privado en la zona entonces boscosa donde hoy se encuentra el Centro Banamex, frente a las tribunas del 175

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Hipódromo de las Américas. Como ex presidente siguió disfrutándolo. Su hacienda privada era vecina del hipódromo. Discretamente ingresaba por la puerta de caballerizas en la Avenida del Conscripto la cual, por cierto y “extraña coincidencia”, conduce y termina en La Herradura. Lo mismo que hacía para disfrutar de las carreras de caballos lo hacía para ver partidos de polo en el Campo Marte, donde también tenía palco-privado. En fin, se dice que todavía montó hasta el último día de su vida. Murió habiendo cumplido tan solo 9 años de ex presidencia, pero todos ellos en la tranquilidad y en la paz que se fue construyendo con la debida anticipación. La existencia de este ex presidente es la que más se parece a un proyecto de vida y no a una circunstancia imprevista del destino. Manuel Ávila Camacho fue el primer Presidente que se apoyó en Jaime Torres Bodet, futuro secretario de Educación Pública de su gobierno, para la elaboración de sus discurso pero, además, para ser uno de sus asesores como politólogo. Pero, además, creo que contó con Ezequiel Padilla, guerrerense y futuro Canciller, así como con José Aguilar y Maya, abogado de Guanajuato y Procurador de la República. También tuvo, en su equipo, a Eduardo Suárez, a Javier Rojo Gómez y a Jesús González Gallo. Ávila Camacho nació en Teziutlán, Puebla y murió en Huixquilucan, Estado de México, a los 58 años de edad. Su matrimonio con Soledad Orozco fue el único que contrajo. No tuvo hijos ni relaciones extramaritales. Se le conoció con el sobrenombre del “El presidente caballero”. 176

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Creo que, de lo más importante que hizo Ávila Camacho, fue el paso al civilismo presidencial. Con ello, los militares serían retirados de las aspiraciones presidenciales, el ejército se despolitizaría completamente y se eliminarían disputas políticas entre militares. No era un paso fácil. Requería decisión y valentía. Pero, por si fuera poco, el cambio vino acompañado de un cambio generacional. Era un salto acrobático difícil. De militares a civiles. De maduros a jóvenes. Se animaron, se arriesgaron y lo dieron. Todo salió bien. El joven y civil se llamó Miguel Alemán.

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IX. El paso hacia el civilismo

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on lo anterior, se inicia la renovación generacional mexicana de 1946. Trataré de explicarme. En ese año se inició la gestión presidencial de Miguel Alemán. Con ella México daba un peligroso doble salto en el trapecio de la política. Por una parte se transitó de los gobiernos militares revolucionarios hacia un gobierno de civiles universitarios. Pero, de manera adicional, se depositó el poder mexicano en un grupo de políticos muy jóvenes. Ello produjo, de inmediato, muchas innovaciones en los estilos, en los métodos, en los equilibrios y hasta en el ejercicio mismo de las potestades político-constitucionales. Pero, además, una que tiene que ver con lo que estoy comentando. Esos jóvenes profesionistas convocaron, para formar su grupo de gobierno, no sólo a sus amigos y compañeros sino también a sus maestros de la Universidad. Así, puede decirse que la mitad del gabinete alemanista estuvo integrado por ilustres catedráticos cuya edad era 15 ó 20 años mayor que la del Presidente Alemán y sus condiscípulos. Es decir, esa renovación que habría de acontecer 179

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en lo social y en lo político tuvo como protagonistas no sólo a una nueva generación sino a muchos individuos ubicados precisamente en la anterior. Para 1946, la institucionalización de la vida nacional fue el ambiente en el que se dio el discurso de Miguel Alemán. Y, en 1952, el tema de la corrupción fue lo que caracterizó la arenga de Adolfo Ruiz Cortines la cual ha pasado a la historia como una reprimenda al presidente saliente aunque la lectura del discurso revela fuertes dosis de alabanza hacia Alemán En 1946, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, remitido el fascismo y restablecida la paz, Miguel Alemán proclamó que el suyo sería un gobierno de libertades inviolables. Que no habría superiores ni inferiores. Que se apegaría a la ley y que sería un gobierno para todos, inspirado en el bien común. Esto del “bien común” nos refleja que Carlos Salinas no fue el primero que le “pirateó” esa bandera discursiva a Acción Nacional. Prometió una elevación del nivel de vida, mayor protección para los trabajadores y para los consumidores. Ofreció arribar a la normalidad monetaria y al control de la inflación. Para terminar dijo que el patrimonio moral es tan grande como el material. La vida de Alemán estuvo muy determinada por sucesos luctuosos. En 1936, en el Café de Tacuba cae, abatido por balas asesinas, el gobernador electo de Veracruz, Manlio Fabio Altamirano. Su lugar fue ocupado por Miguel Alemán quien, de esta manera, entraría a la política de primera línea y llegaría hasta la Presidencia de la República para ser el primer gobernante civil del periodo post-revolucionario y un 180

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IX. EL PASO HACIA EL CIVILISMO

factor determinante en la transformación y modernización de México. Un personaje adverso a las aspiraciones presidenciales de Alemán y de incuestionable peso político fue Maximino Ávila Camacho, hombre muy cuestionado por muy diversos motivos. Murió en 1945 a consecuencia de un mal cardiaco y su desaparición abatió un obstáculo político que pudo ser definitivo para Alemán. * * * Miguel Alemán logra introducir al pueblo mexicano en un escenario de concordia y de trabajo. Logra la consolidación de un gran acuerdo político nacional que, hasta ese momento, no se lograba fincar con firmeza y permanencia. Con ello, funda los cimientos del desarrollo económico nacional. Con ello, promueve la mejoría social de los mexicanos. Y, con ello, posibilita el perfeccionamiento político de la nación. Alemán demostró a los mexicanos de entonces y a los del porvenir la acertada decisión de transitar hacia el civilismo como forma de integración de gobierno. Con ello, dejó en claro que los mexicanos ya estábamos preparados para arribar a los gobiernos civilistas. Que México podía ser gobernado por esa clase formada por universitarios de visión humanista y conciencia universalista. Es muy posible que sin Miguel Alemán la consolidación del civilismo se hubiese retrasado hasta cuatro décadas, como en muchas regiones latinoamericanas. Fue, también, quién sentó las reglas claras de nuestra política exterior. Asumió el gobierno de México al inicio de la postguerra mundial. Fue el mexicano que sintió, como una 181

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injusticia, que las naciones ricas que triunfaron en la gran conflagración destinaran sus recursos excedentes para reconstruir a otras regiones del planeta, desde luego muy sufridas, y a postergar una vez más y como siempre los esfuerzos, las solidaridades y las demandas de los latinoamericanos. El que consideró que no era aceptable la ecuación de canalizar con urgencia todas las transferencias financieras para restaurar a Europa y al Oriente bajo la idea de que la América Latina se tendría que aguantar con su hambre, con su enfermedad, con su atraso y con su marginación otros cuatro o cinco siglos. El que rechazó la falsa idea de que existen pueblos y regiones que no tienen la mínima obligación de esperar y de que existen pueblos y regiones que no tienen el mínimo derecho de urgir. Alemán no encontró alternativa distinta ni otro espacio de maniobra. México tendría que valerse por sí mismo. Sin la ayuda de los demás. Sin limosnas costosísimas. Sin programas de reconstrucción y desarrollo. Sin planes Marshall. Sin dádivas ni concesiones, México sería el dueño de su propio destino. México no le debería nada a nadie. Comeríamos de nuestras propias cosechas. Nos curaríamos con nuestros propios médicos. Aprenderíamos en nuestras propias escuelas. Pagaríamos nuestras propias deudas. Decidiríamos nuestro porvenir y costearíamos lo que ello obligara en lo político y en lo económico. Nadie podría criticarnos. Nadie podría reclamarnos. El gobierno de Alemán y los de sus sucesores sembraron y heredaron ese concepto de nación y esa doctrina de política. Con ello el país creció, mejoró, progresó y se perfeccionó. Durante 182

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décadas los políticos y los académicos de todo el mundo vinieron a México para preguntar y para aprender cómo se crecía al 8% anual sin inflación. Como se lograba la estabilidad sin represión. Como se instalaba la gobernabilidad con libertad. Como un país tan pobre podía construir lo que Alemán promovió: grandes embalses y presas, supercarreteras y autopistas, hospitales y seguridad social, centros turísticos y desarrollo urbano, producción agropecuaria e industrial, generación eléctrica y exploración de hidrocarburos, centros escolares y vivienda popular, impulso minero y comercial, multifamiliares y centros deportivos, viaductos y aeropuertos, redención de deuda petrolera y edificación de ciudades universitarias. * * * Por otra parte, fue un gobernante con un fino sentido político que se ocupaba hasta de los mínimos detalles y no tan de las grandes decisiones. Sabía que, en muchos de los detalles se esconde la trascendencia de una decisión presidencial. Contaré algunas de ellas. Corría agosto de 1946. Conversaban Miguel Alemán, ya como presidente electo y David Romero Castañeda como virtual líder camaral. Su amistad íntima, desde la juventud, les permitía la comodidad de hablar con franqueza, con precisión y sin espacio para equivocaciones. Entre muchas otras, Miguel propuso tres sugerencias-orden. La primera, que el líder de la Cámara de Diputados desayunara, comiera y cenara con diputados todos los días, durante los tres años que durara la legislatura. Que el tiempo necesario para la familia, para los amigos o para otros menesteres personales no interfirieran con esta agenda. 183

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La segunda, que para ello adquiriera varias camionetas grandes y elegantes. Que los invitara a buenos lugares. Que si le faltaba dinero, se lo pidiera a Ramón Beteta, futuro Secretario de Hacienda, quien ya tenía instrucciones de surtirlo. Romero Castañeda procedió a reflexionar sobre las instrucciones de su líder político. Sabía que Alemán era un hombre dotado de una genialidad política innata. Por lo tanto, valía desentrañar el alcance pleno de sus indicaciones antes de seguirlas como autómata. “¿Qué quiso decir Miguel con todo esto?”, fue lo primero que se preguntó. Inmediatamente se dio su propia respuesta. Lo primero significa aplicación total. No ceder espacio ni tiempo. No permitir descansos. No relajar contactos. Hacer amigos a todos los diputados y hacer que lo sientan. Luego, descifrar lo segundo. Las camionetas significan que nos traslademos juntos al restaurante. Que el líder no llegue con anticipación y soledad, soportando y tolerando la majadería de la impuntualidad de los invitados. Que se vayan reuniendo en la oficina y el líder aparezca cuando arribe el más lépero con el reloj. Pero, sobre todo, que tres veces al día llegue a un lugar público el líder camaral, identificado como alemanista de cepa pura, seguido por dos o tres docenas de diputados. Que ello transmita la lectura que sólo puede transmitir un tropel tan distinguido. Por último, la posibilidad de requerir cuantas veces fuera necesario al Secretario de Hacienda, indicaba que la generosidad, en todos los casos, debería ser amplia y que así lo calculaba el Presidente. 184

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La tercera indicación era acerca de aguinaldos y gratificaciones. La instrucción presidencial era muy clara y muy precisa. El líder camaral dispondría los montos y los destinatarios. Sólo habría dos requerimientos. Que ningún diputado recibiera lo mismo que otro. Además, que el Presidente fuera informado de dichas decisiones. La interpretación era clara. Que no se malgastara el dinero en asignaciones idénticas que sólo lastiman. Que no se premiara de más o de menos a ningún legislador. Que el líder se obligara periódicamente al ejercicio de valorar a sus liderados. Que listara del número 1 al 200, que era en ese entonces el tamaño camaral, los méritos de cada uno. Que no se le olvidara lo que habían hecho de bueno y lo que habían hecho de malo. Que fuera una relación muy seria porque, de ello, había que dar cuenta al Presidente. Y que el Presidente supiera a quien hubiera que reconocer su trabajo, su entrega y su fidelidad a la Nación. Todo lo anterior conllevaba una sola finalidad. Dejar muy claro, ante todos, que el líder auténtico del Congreso era el Presidente Miguel Alemán. No permitir equívocos. No proponer confusiones en los líderes de partidos, ni en los gobernadores, ni en los caciques, ni en los expresidentes, ni en los medios, ni en los líderes sectoriales, ni en las cúspides empresariales, ni en los gobernantes extranjeros. No propiciar tentaciones sobre supuestos vacíos de poder. Todo lo que alguien quisiera con el Congreso o del Congreso tendría que atenderlo con Miguel Alemán o con su gente. Era esto, ni más ni menos, un síndrome infalible de la más pura gobernabilidad. 185

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* * * A México se le ha criticado muy duramente de haber vivido siete décadas bajo una mascarada de republicanismo y de democracia. Que la división de poderes fue un embuste. Que los congresos legislativos estaban para servir al jefe del Ejecutivo. Nada más inexacto. En la vida de nuestro personaje hubo una confidencia que vale revelar. En esas conversaciones sostenidas entre el amigo que había sido electo para ser Presidente de la República y aquel que fue electo para presidir al Congreso de la Unión dijo una vez Alemán: “Todo va a ser como lo quieran los diputados y no como lo quiera el gabinete. Si hay discrepancia se hará lo que los diputados quieran. Tan solo cuidemos al Partido de no pelearnos en público. Discutamos en las oficinas y no en los pasillos”. Y así se cumplió al pie de la letra. Por último, no sería justo omitir que esa generación fue sentando las bases para remitir aquella injusticia de género por la que han pasado todas las naciones cuando prohibían los derechos políticos de la mujer. Para “calentar el ambiente”, Romero Castañeda propuso y logró llevar a los muros de honor de su cámara congresional, por vez primera, el nombre de algunas mexicanas. Desde entonces, la corona superior del frontispicio del salón de sesiones de la Cámara de Diputados ostenta los nombres de Josefa Ortiz de Domínguez, de Leona Vicario, de Antonia Nava, de Mariana del Toro de Lazarín y de Carmen Serdán. A esos cinco ilustres reconocimientos, el tiempo agregaría los de Margarita Maza de Juárez y de Sor Juana Inés de la 186

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Cruz, para completar los únicos siete nombres femeninos que la República tributa en su principal muro de honor. * * * Desde luego, la política tiene que ser, en ocasiones, severa hasta con los amigos cercanos. Para explicarme, narraré una experiencia de estos dos personajes quienes cierto día salían de un evento político, ya siendo Alemán Presidente Electo de México y el fraterno amigo suyo y fuerte aliado político ya siendo diputado electo y virtual líder de la Cámara de Diputados. Al llegar al automóvil que los trasladaría, un conocido de ambos se lanzó sobre el presidente electo y le soltó una impertinente pregunta: “¿En qué te ayudo, compadre, para que hagas un buen gobierno?”. El futuro mandatario disimuló su repugnancia ante la insolencia de este mentecato que suponía que, sin su ayuda, él no sería capaz de gobernar a su país. Pero su elegancia y su prudencia no evitaron que le diera una respuesta demoledora. “Me puedes ayudar en tres cosas. Primera, siéntate. Segunda, mírame. Tercera, cállate. Y así quédate seis años. No te pares, porque me estorbas. No hables, porque me interrumpes. No mires para otro lado, porque me distraes. Te queda en claro que no te estoy mandando al carajo sino que, en estos momentos, te estoy contratando para que hagas lo que te he ordenado”. En efecto, le estaba anunciando que ocuparía un escritorio menor, de esos que funcionan solos y donde el único deber es no hacer algo escandaloso o algo indebido. No lucir, no declarar, no medrar. Tan solo trabajar calladamente y cuidar lo encomendado. 187

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Ya en el automóvil, los dos amigos comentaron el incidente, sin darle mayor importancia. En dos minutos se olvidaron del enojo, ya que nunca les duraba más de eso y fue cuando se acordaron de que ya les hacía el hambre. Entonces, el futuro Presidente de México le dijo a su amigo-hermano algo que sí era muy serio y muy importante: “Davis, ¿en dónde se te antoja que comamos hoy?” Hasta aquí, esta anécdota, la cual tuvo un colofón. Días después, el pedigüeño coincidió con el diputado electo, en algún lugar y, sin demora, entró en lamentos. “¡Ay, David! Ya ni siquiera duermo desde la regañadota que me puso Miguel”. Romero Castañeda reviró de inmediato. “Estás muy equivocado. Miguel es tu amigo, te quiere y jamás te regañaría. Quien te regañó fue el Presidente de la República, a quien injuriaste con tus palabras. Porque a los amigos se les debe preguntar en lo que necesitan que se les ayude, tal como lo hiciste. Pero a los presidentes solamente se les puede preguntar en lo que quieren que se les obedezca”. El pedinche acusó recibo de la ya doble regañiza, agradeció las dos lecciones, se instaló en su escritorito, cumplió las órdenes recibidas y, con el tiempo, hasta llegó a ser gobernador de su estado. Ya en su provincia siguió haciendo lo mismo. Sentarse, callarse y no perder de vista al Presidente de la República. Así, todo le fue muy fácil y todo le salió muy bien. * * * El inicio de la gestión de Miguel Alemán podría caracterizarse por un marcado signo de modernización del gobierno y del país. Se trataba de la primera ocasión que, dentro de la era priísta, un civil asumía la Presidencia de la República. 188

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Eso, ya de suyo, le daba un tinte novedoso al ejercicio del poder. El sistema político había dado un salto doble en materia de sucesión presidencial. Por una parte, el traslado cratológico de los militares hacía a los civiles. Por la otra, un cambio generacional que instaló un gobierno de jóvenes. La expansión de los sistemas carretero, de irrigación, de salubridad y de industria fueron las característica del inicio. Alemán llamó, en esos días “a limar asperezas y a formar un gobierno incluyente”, como signos de unidad. Por otra parte, fue muy relevante la visita que hiciera a México el Presidente Harry Truman en marzo de 1947 en la cual, lo más importante, fue el tema de las barreras aduanales. Dos problemas reclamaron la atención presidencial. Un conflicto laboral con los trabajadores petroleros en la primera semana de la nueva gestión, el cual pudo ser conjurado. Y la relación bilateral con Estados Unidos, así como sus repercusiones internas con motivo de la fiebre aftosa que afectó al hato ganadero mexicano. Los Estados Unidos querían que México sacrificara a todas las reses enfermas. Hasta allí, todo normal. Pero, más tarde, habrían de requerir que, también, se sacrificara al ganado sano. Los ganaderos mexicanos estarían dispuestos a defender a sus animales con las armas en la mano. Por fortuna, todo se resolvió bien. Miguel Alemán tuvo una fuerte preocupación por la instalación del sistema nacional de irrigación. Este asunto es de la mayor trascendencia porque de la atingencia con que actuemos, en el presente, dependerá mucho nuestro porvenir. Hace muchos años Rodrigo Gómez, célebre gobernador del Banco de México durante tres sexenios, dijo que la riqueza de 189

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México estaba en el cielo. Es una frase muy acertada porque se refería a que toda la provisión y previsión económica del país se fincaba a partir del ciclo de lluvias. En efecto, todavía en la actualidad un mal ciclo pluvial, que nos arrebate la cosecha maicera de un año, nos obliga a gastar en el exterior varios miles de millones de dólares para poder comer tacos ese año. En materia de orografía, la naturaleza no ha sido madre para México, sino madrastra. Nuestro altiplano se localiza a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Es decir, muy lejos de los grandes mantos subterráneos. Los grandes valles están entre las dos cordilleras y no entre las cordilleras y el mar, con lo que se hubieran beneficiado de las vertientes. Y las cordilleras están tan cerca del mar, pues es un país esbelto, que no alcanzan a formar valles, sino que escurren directamente al océano. La vertiente mexicana se parece más a una cascada que a un río. Los ríos que escurren a los valles centrales son tan enclenques que rayan en el ridículo. Los mexicanos del altiplano y de la mesa central, algo así como 80 millones de personas, no han visto nunca un río “de a deveras”. Por eso, el gobierno de Miguel Alemán y los gobiernos subsecuentes, desarrollaron un gran programa de irrigación sustentado en la construcción de obras que van desde lo monumental hasta las pequeñas redes de distribución. Más tarde, otro visionario, Manuel Moreno Torres, concibió y realizó el represamiento de nuestros mayores ríos que, aunque con fines energéticos, sirvió para ampliar nuestra capacidad de irrigación. 190

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En los años 20s, los norteamericanos, en medio de la ebriedad de una prosperidad fugaz, programaron todo tipo de gigantescas obras. Con el brusco despertar de la depresión tuvieron que cancelar todos sus proyectos de ensoñación. Absolutamente todos menos uno: las grandes presas norteamericanas. Con un esfuerzo financiero epopéyico construyeron la Presa Hoover y cien presas más que, a 85 años de distancia, todavía nos maravillan. Gracias a ello pudieron aprovechar el regalo natural de dos grandes cordilleras que escurren para los dos lados y que forman tres regiones de valles riquísimos: una central y dos junto a los océanos. La hidromancia es la adivinación por las señales del agua. Quizá si pensamos en el agua podamos adivinar y anticipar nuestro futuro colectivo. Por lo pronto vale pensar que si hace cien años alguien nos hubiera dicho que la industria del automóvil iba a ser la industria fundamental del siglo XX, casi todos nos hubiéramos reído y burlado. No vayamos a hacer lo mismo si hoy alguien nos dice que la industria del agua, no la de las armas, no la del petróleo, ni siquiera la de las computadoras, va a ser la industria fundamental del siglo XXI. * * * Al inicio de su gobierno, el Presidente Miguel Alemán designó como Secretario de Gobernación, al político campechano Héctor Pérez Martínez. Era esta una designación muy cargada de honores puesto que Alemán se convirtió en el primer presidente civil de la era revolucionaria y, por si fuera poco, era junto con Plutarco Elías Calles, los únicos presidentes provenientes del ministerio de Bucareli. 191

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Debo aclarar que el Presidente Alemán quizá no tenía intenciones sucesorias para con el doctor Pérez Martínez, pero no había duda de que era un operador fundamental de absoluta confianza, hasta para allanar el camino de su verdadero sucesor. El campechano se desempeñó con más que éxito. Era un político respetado, hábil, discreto y, sobre todo, muy conocedor de las preferencias y propósitos de su jefe. Se volvió imprescindible para Miguel Alemán. Pero sucedió que, al segundo año de gobierno, Pérez Martínez falleció víctima del cáncer y aquí se inicia lo que sería un brusco giro de la historia cuyo segundo y último episodio también sería obra autoral de la muerte. Este capítulo primero se trata de que, para despachar en Bucareli en sustitución del finado, Alemán llamó al gobernador veracruzano Adolfo Ruiz Cortines. El amable lector ya puede ir imaginando en donde va a terminar esta voltereta histórica. No tengo mayor registro del tamaño del sufrimiento del Presidente Alemán a causa de este óbito. Pero es claro que lo acometió el pesar de la ausencia de un querido amigo de juventud, más tarde convertido en el responsable del éxito de su gestión. La segunda ocasión en que el dolor de la muerte acosó a Miguel Alemán fue un hecho muy dramático y muy doloroso en su vida política y personal. El 26 de septiembre de 1949 se estrelló, en el Popocatépetl, el avión en que viajaba Gabriel Ramos Millán, el indiscutible candidato de Alemán para sucederlo en la Presidencia. Desde este dolor sí existen registros. Ramos Millán era, para Alemán, más que un amigo. Era lo más parecido a un 192

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hermano. Pero tampoco se crea que un hermano común y corriente sino un hermano muy querido. No esos hermanos biológicos pero no espirituales entre los que, en ocasiones, surgen rivalidades, competitividades, envidias, rencores, disputas, enojos y hasta odios. Nada de eso. Ellos dos y un tercer amigo, David Romero Castañeda, formaban un trío fraterno inseparable desde la adolescencia. No se competían, se complementaban. Lejos de envidiarse, cada uno se enorgullecía a sí mismo de las virtudes de sus otros dos amigos. De allí que la pérdida haya sido, sin duda, uno de los más grandes dolores que Miguel Alemán sufrió durante toda su vida. Visto superficialmente, a Ramos Millán se le conoce como el mejor amigo y el más fuerte asociado político de Miguel Alemán. Visto en una perspectiva de fondo y de horizonte era la apuesta de los gobiernos civilistas para desmitificar el poder presidencial. Era el evidente sucesor de Alemán. No lo digo yo. Alemán lo repitió siempre. Pero no se le postularía desde el gabinete sino desde el liderazgo político. Era senador, cuadro distinguido de su partido y operaba la política agraria del país. Salvó al país de la debacle maicera e impidió que, en los años 40s, entráramos en escenarios de hambruna que pronosticaban la inminencia de un México africano. Pero en el eterno juego en el que siempre andan la vida y la muerte, ésta volvió a ganar. La ausencia de Ramos Millán, el Apóstol del Maíz, dejó muy abierto el camino de Adolfo Ruiz Cortines para llegar a Los Pinos. Este es el capítulo final del asunto, también argumentado por la muerte. 193

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La vida de un político, como la de cualquier persona, esta combinada de alegrías y de tristezas. Sin embargo, el político suele estar obligado a la guarda de sus emociones. Esta anécdota revela la secrecía emocional que obliga a quienes ejercen el supremo mando político de una nación. Se cuenta que Alemán y él mismo confirmaba el instante en que recibió la infausta noticia. Se dice que fue por teléfono. No se encontraba en la ciudad de México, pero ese suceso le hizo apresurar su regreso. El saldo del siniestro, como suele acontecer en estos casos, fue espantoso. Los cuerpos de todos los viajeros quedaron destruidos, calcinados e irreconocibles. A esto se agregaba la complicación derivada de que Ramos Millán había abordado ese fatal avión sin tenerlo programado. Por lo tanto, existían ciertas dudas esperanzadoras de que no se hubiera encontrado a bordo. Fue por ello que David Romero Castañeda tuvo que subir al volcán acompañado del dentista de Ramos Millán, en aquel entonces el mejor medio de identificación, dado que faltaban muchos años para la utilización del ADN. Ya con la desoladora confirmación se apersonó con Alemán para informársela así como para lamentarse juntos y solos, el Presidente de la República y el Presidente del Congreso de la Unión. Ese momento de intimidad les resultó largo. Quizá sesenta minutos a solas, hasta que sobrevino el sosiego que, más tarde, abre el camino de la resignación y, por último, del consuelo. Después de ello, el Diputado Presidente se retiró. Al salir de la oficina del Jefe del Estado Mexicano le dio una 194

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terminante sugerencia al jefe de la seguridad presidencial, llena de dramatismo pero, también, de sabiduría política. “Señor General: disponga que un infranqueable oficial monte la guardia en la puerta del despacho presidencial. No permitan que absolutamente alguien entre ni que alguien se asome. Ni siquiera ustedes, porque el Señor-Presidente-de-la-República se encuentra llorando”. * * * Dejando a un lado las tristezas, alguna ocasión escuché que el presidente Miguel Alemán habría afirmado que sería verdaderamente feliz el día que cada mexicano tuviera un traje hecho a mano, fumara un puro Montecristo y manejara un Cadillac, desde luego, de su propiedad. La ensoñación era más que estimulante. Sin estadísticas sofisticadas ni análisis econometristas, Alemán estaba describiendo un país de ricos. De puros ricos, sin pobres ni endeudados ni mal alimentados. El mundo feliz de un desarrollo económico donde el más pobre viviera con lujos. El “Shangri-la” de cualquier economista. Porque esa es la verdadera medición del bienestar. No tanto la ausencia de desigualdades sino que el individuo de menor capacidad adquisitiva pueda satisfacer sus necesidades. No tanto un mundo de iguales en la pobreza como un mundo sin pobres. Pensemos, por un momento, en los Estados Unidos. Es un país con tremendas desigualdades, donde los millonarios lo son de verdad y donde hay quienes apenas completan la quincena. Pero donde todos hemos visto que la hamburguesa del rico es, también, la hamburguesa del pobre. Acaso, más 195

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cara la de San Francisco que la de San Antonio o la del restaurante lujoso más que la del modesto, debido al funcionamiento que la capacidad adquisitiva tiene sobre los precios, dentro de una economía de mercado. Pero, sin duda alguna, es un país con muy poca hambre. La pobreza y el hambre son motivos de vergüenza nacional. A muchos mexicanos nos avergüenza, con sobrada razón, que en nuestro país tenga que existir un ministerio destinado a la atención de la pobreza. A corregir o a medio atenuar lo que, a través del tiempo, ha producido nuestra imprevisión, nuestro egoísmo, nuestra indolencia, nuestra irresponsabilidad y nuestra deshonestidad. Que un país tan rico tenga tantos miserables. Que un país con tantos pobres tenga ricos tan ricos. No me duele que existan ricos. Ojalá hubiera más. Me duele que existan pobres. Sería muy provechoso que los partidos y las corrientes políticas que hoy son dueños de las decisiones para el futuro mexicano redujeran sus distancias sobre el asunto de la pobreza. Porque cada uno de esos partidos ve a la pobreza y a la riqueza con distinto posicionamiento ideológico. Está claro que la pobreza es un tema esencial de la política y es un tema eminente de la justicia. Considerarla tan solo como un tema de la economía sin conexión con la política ni con la justicia es condenarla a ser un tema del mercado y no a ser un tema del Estado. El fin esencial de la economía es la generación de la riqueza, así como el logro de la justicia es el fin de la abogacía y la consecución del poder es el fin de la política. Ya la ideología 196

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de cada economista le dictará su personal criterio sobre a quienes debe beneficiar esa riqueza generada. ¿Al individuo o a la colectividad? Si es al individuo, ¿al trabajador o al propietario? Si es a la colectividad, ¿al Estado o a la sociedad? En fin, todo esto es un segundo cantar porque el primero es generar la riqueza o no es economía, como la abogacía no sirve sin justicia ni la política sin poder. Por eso es que nos preguntamos si los mexicanos estamos en el camino económico correcto cuando no se han generado los incrementos requeridos en la inversión pública y privada, en la exportación de bienes y servicios, en la demanda y el ahorro interno, en la tributación y en el gasto público. Es decir en lo que Francisco Labastida llama las locomotoras básicas e insustituibles del crecimiento económico. Tampoco estoy diciendo que no hayamos crecido, pero ese no es el punto de discusión sino que no hemos crecido con la velocidad y en la magnitud que lo requiere nuestro desarrollo y nuestro bienestar. Pero, volviendo a Miguel Alemán, queda en claro que él se refirió en parábola. Desde luego sabía que la fotografía de su deseo era imaginaria e irrealizable. Para que todos los mexicanos fuéramos tan ricos tendríamos que ser un imperio que dispusiera, para el beneficio exclusivo de nuestros connacionales, de toda la mano de obra latinoamericana retribuida con infrasalarios y ser los encomenderos de la selva amazónica, de la pampa argentina, del manto venezolano, de la viña chilena, del paisaje caribeño, del cañaveral cubano y hasta del narcoplantío colombiano. Sólo a base de la miseria y la explotación de 600 millones de 197

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latinoamericanos lograríamos tener 120 millones de millonarios mexicanos. Pero Alemán no era un imperialista sino un nacionalista y un estadista. A lo que se refería, con su caricatura, era a que fueran ricas las instituciones mexicanas básicas del desarrollo y del bienestar: el gobierno, la empresa, el fisco, la banca, la seguridad social, la bolsa bursátil, la educación pública, la medicina estatal, la seguridad pública, el tribunal de justicia, el medio de comunicación y, ¿por qué no?, hasta nuestros espacios de recreación incluyendo, desde luego, a nuestros equipos de futbol. Es decir, que fueran ricos los motores de nuestra economía. Que todos nuestros motores vistieran, por lo menos, un traje de seda Armani. Que, de perdida, fumaran un habano fino Davidoff. Y que poseyeran un auto de gran lujo, aunque tan solo fuera un Jaguar. * * * Prosigo estos relatos alemanistas con una simpática anécdota parlamentaria que sirve de lección. Este suceso se dio mientras Miguel Alemán rendía uno de sus informes ante el Congreso de la Unión. Resulta que, avanzadas ya varias horas de las muchas que, en aquel entonces solían durar estas ceremonias, Alemán hizo un alto y se dirigió al Presidente de la Asamblea, su entrañable amigo el diputado David Romero Castañeda. Dijo: “Señor Presidente del Congreso: ya me cansé. ¿Podría continuar con la lectura mi Secretario Particular?”. La sola pregunta resultaba insólita y desconcertante. Parecía una frivolidad la razón del cansancio. En otro sentido, 198

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sonaba como una descortesía y un menosprecio con el Congreso de la Unión. El Diputado Presidente, que conocía a su amigo de toda la vida, sabía que no era ni un frívolo ni un lépero. No era el caso, tampoco, negarle lo solicitado pero, de ninguna manera, concedérselo lisa y llanamente. Por fortuna, procesó sus ideas en tan solo dos segundos y resultó atinado en lo político, gracias a que razonó como abogado y encontró la salida. Contestó así: “No existe ningún dispositivo legal que impida acceder a lo solicitado. El imperativo constitucional consiste tan solo en presentar un informe por escrito y así se está cumpliendo. La lectura de su síntesis es tan solo un mero agregado que se surte para comodidad de esta asamblea, pero no es obligatorio ni discurso ni lectura alguna. Por lo tanto, puede proseguir el señor Secretario Particular con la lectura del informe que el Presidente de la República está rindiendo ante esta Soberanía Nacional, siempre y cuando usted permanezca en este recinto para avalar como suyas las palabras dichas o leídas por su mandatario. De lo contrario, se levantará esta sesión y se procederá en consecuencia. Prosiga usted, señor licenciado Rogerio de la Selva”. Más pulcro y republicano no podía haber sido. Así, se accedió a la solicitud presidencial pero con un requerimiento obligatorio que salvó la dignidad congresional. Minutos más tarde, cuando ya las miradas de todos no estaban inmóviles sobre de ellos, el diputado cuestionó en voz baja al Ejecutivo, con una mezcla de preocupación y molestia. “¿Que carajos te pasa, Pajarito?”. “Me iba a desmayar, 199

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Torombolo”. Con esos apodos afectivos se hablaban desde la juventud. De inmediato, David tomó una tarjeta y escribió una orden que le pasó a su edecán. El escrito, mismo que festinó Alemán con una discreta sonrisa, decía: “Traigan, para el SeñorPresidente, un cognac pero servido en taza completa. Es para que se le suba la presión. Y traigan otro igual para mí, porque necesito que se me baje”. Servido en taza, nadie lo supondría cognac sino café El Presidente de la República le musitó al Presidente del Congreso de la Unión: “Creo que nos los merecemos porque libramos al Congreso y a la Presidencia de un incidente muy grave”. * * * Me recreo mucho con una conversación de las muchas que tuve con Miguel Alemán. Siendo yo aún muy joven, me encontraba platicando con el ilustre ex presidente de México, Miguel Alemán Valdés. La conversación se dio en su despachobiblioteca de su casa de Rincón del Bosque, durante una cálida mañana de cuaresma. La fraterna amistad que el inteligente político sostenía con mi padre, desde sus años preparatorianos, lo inducía y le permitía tratarme patriarcalmente. Ello siempre fue, para mí, un privilegio muy benéfico y muy honroso porque, de esa manera y, gracias a ello, siempre me obsequió muy buenos consejos y muy provechosas enseñanzas. Por aquel entonces, había yo logrado ganar, por vez primera, un concurso estudiantil de oratoria y empezaba a ser notoria mi interna pero firme vocación por la política. Quizá por esas razones, el ex presidente de los mexicanos consideró que 200

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había llegado el momento de hacerme algunas advertencias que me sirvieran para tomar las decisiones sobre el rumbo de mi vida. Muy especialmente cuando se trata de algo tan complejo, tan impredecible y tan difícil como lo es la vida de un político. Desde luego que un discurso lleno de elegancia pero sumergido en profundidades filosóficas hubiera sido críptico e inservible para un jovencito que apenas rebasaba los quince años. Por eso resolvió servirse de una inteligente parábola que me sería entendible. Es oportuno aclarar que mi mentor estaba al tanto de que ya me encontraba en la edad y en el ejercicio de mi varonía plena. Para comenzar con la enseñanza de esa mañana, me dijo que la política era como una mujer. Que, como toda mujer, estaba equipada con algunas cualidades y virtudes y estaba atrofiada con algunos vicios y defectos. Primero quiso referirse a sus imperfecciones. Me dijo que era una mujer celosa que no tolera nuestros devaneos y distracciones. Que era una mujer absorbente que nos demanda lo que más puede de nuestro tiempo y de nuestra atención. Que era una mujer interesada que más nos prefiere cuando estamos mejor. Que era una mujer ambiciosa que nos exige que le entreguemos y le invirtamos casi todo lo que tenemos. Que era una mujer infiel que a nuestro menor descuido nos hace pendejos. Que era una mujer ingrata que con frecuencia desconoce nuestras entregas y sacrificios. Que era una mujer cruel que nos daña sin que lo merezcamos. Aquí hizo una pausa, dio un sorbo a su café y en silencio me contempló unos instantes. Con esas credenciales pensé 201

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que lo más sensato sería alejarse de la política lo más que me fuera posible. Que una mujer que, bajo el mismo vestido y dentro de la misma piel, pudiera depositar todo aquello resultaba un verdadero costal de estiércol. Que aquella que mezclara dentro de sí la celosía, la absorbencia, el interés, la ambición, la infidelidad, la ingratitud y la crueldad sería como una churumbela de siete gemas negras a cual más de filosa, de hiriente y de peligrosa. * * * Pero mi perceptivo y muy sensible maestro debe haber notado mi desazón porque me invitó a que yo también probara mi café. Me esperó en silencio y, acto seguido, continuó con un segundo capítulo. Ahora bien, dijo, esa mujer tan llena de atrofias tiene muy pocas cualidades. Quizá sólo tenga una o dos que debes tomar en cuenta. La más importante es que es muy bonita. Es la mujer más bonita que pudieras llegar a conocer o a imaginar. Todas sus líneas son impecables. Todas sus proporciones son perfectas. Tan solo el verla es un gran placer para muchos. Tocarla es todo un privilegio. Por eso, las ocasiones en que un mortal puede abrazarla, besarla y morderla, bastan para justificar toda una vida aunque seamos conscientes de su volubilidad, de su inconstancia y de su insinceridad para con nosotros. Sentir que uno mismo es su elegido, aunque sea temporal, justifica toda nuestra existencia. Imaginar que se quedará con nosotros para siempre, es toda una esperanza. Por esas noches en su lecho y en sus brazos, aunque tan solo sean unas cuantas, pierden importancia todos los esfuerzos y sacrificios 202

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que sufrimos en el ayer y todos los abandonos y soledades que sufriremos en el mañana. Esos instantes de poder, de fama y de luz son el afrodisíaco más erótico y más orgásmico que pueda existir. En ello reside la otra de sus virtudes. La de la exclusividad y la unicidad. Ese placer sólo lo puede producir esa única mujer, que se llama la política, y ninguna otra. Un nuevo silencio, otro sorbo y una mirada más. Después de ese vuelco de entusiasmo creo que me sintió reestablecido y consideró que habría que lanzarse en un tercer capítulo. Aquel en el que todo verdadero maestro deja de contentarse con las explicaciones, con las definiciones y con los diagnósticos para entrar de lleno en las recomendaciones. * * * Por eso, mi joven amigo y futuro político, ni la sobrestimes ni la mal juzgues. No te entregues con ella ni a las alegrías ficticias ni a las tristezas pasajeras. Cuando se te entregue disfrútala, pero sin olvidar que mañana estará en los brazos de otro. Que no te vaya a lastimar porque cambió de nido. Que no vayas a agredir a tus amigos porque, después de ti, se fue a entregar a ellos. Es muy posible que, cuando llegó a tu alcoba y a tu vida, también traía en la boca el sabor de un amigo tuyo que ni se enojó ni te ofendió por ello. Conserva, en esos momentos, tu seriedad, tu serenidad y tu seguridad. Pero, también, cuando se te esconda y te humille piensa que quizá la noche de mañana esté implorando tus besos. Que si hoy te prometió llegar y te dejó esperando, así lo hizo con otros cuando corrió hacia ti y no sería raro que lo volviera a hacer porque se acuerde que todavía hay algo que le faltó disfrutar contigo. Por eso, puedes estar seguro de que no se 203

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va a entregar eternamente a uno solo. Ella es de todos y es de nadie. Quizá dentro de muchos años, dijo para concluir, recuerdes esta conversación. No sé si en ese entonces ella esté viviendo en tu cama pero no me cabe duda alguna de que, para entonces, ya habrá dormido muchas noches abrazada por ti. Estoy seguro de que ya podrás llenar todo un diario íntimo y personal con cada una de sus tiernas caricias, de sus fuertes abrazos y de sus ardientes besos. * * * Cuando El-Señor-Ex-Presidente-de-la-República llegó hasta aquí pensé que ya había concluido y siempre he tenido la impresión de que así habría sucedido. Debo aclarar que, a pesar de mi corta edad, estaba consciente de que, en la envoltura de un lenguaje romántico y poético, se me había obsequiado una lección de las más crudas, realistas y terrenales que he escuchado en la vida. Estando en eso vino lo que todavía no sé si fue un epílogo o un encore. Me olvidaba decirte algo muy importante, exclamó. Como sucede con todas las mujeres, esta también tiene instantes de esplendor y tiene otros deplorables frente a los que tienes que estar prevenido para calcular tus distancias. Hay momentos en que la mujer está plena de fragancia, de limpieza y de brillo. Que ha tomado sus baños con aguas aromáticas. Que se ha agregado esencias y bálsamos. Que su piel está húmeda, sus cabellos peinados, su boca aromática, sus ojos límpidos, sus uñas pulcras y sus humores remitidos. Esos son los momentos para acercarse sin el riesgo del asco. 204

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Pero, prosiguió y me dijo, que hay otros momentos nauseabundos que invitan a la basca. Que son los momentos en que esa preciosa mujer que se llama la política está llena de mugre, de fetidez y de pestilencia. Que le asoman el sudor, los mocos y las lagañas. Que su pelo está desgreñado, sus dientes sucios y sus uñas ennegrecidas. Que sus únicos olores son los de su halitosis, los de sus fecalidades y los de sus calamidades femeninas. En esos momentos, me dijo con una muy enérgica advertencia, no debes acercarte a la política por bella y por seductora que ella sea. Por más que te invite, por más que suplique ni por más que te pague. Estas últimas palabras del ex presidente de México no las había recordado en muchos años. Pero los acontecimientos políticos mexicanos de los últimos tiempos me las han traído a un inevitable pero muy oportuno recuerdo. ¡Qué bonita es la política pero que feo huele hoy! Tan solo me resta una duda, aunque no sé si me corresponda resolverla a mí o ello ya le corresponda a mis hijos. Si frente a esa beldad que es la política debe uno resignarse a aceptar, sin resistencia, los tiempos que son para acercarse y aquellos que son para distanciarse o, por el contrario, si cuando está tan mugrosa tenemos también la obligación de limpiarla para reinstalarle su plena dignidad. Me inclino a creer que esto último es lo acertado. Que aunque no es exclusiva de nadie y precisamente por ser una mujer de todos, todos tenemos la obligación de entregarla limpia después de usarla o, de lo contrario, todos nos vamos a manchar, todos nos vamos a apestar, todos nos vamos a 205

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contagiar, todos nos vamos a enfermar, todos nos vamos a envilecer y todos nos vamos a destruir. * * * Hasta aquí el relato. Ya esto advertía la razón por la que Alemán no se aminoró con el post imperium y supo llevarlo bien. Lo hizo, además, con señorío. Adolfo Ruiz Cortines, con cierta frecuencia, trataba de sobajarlo con sus frases y respuestas. Se cuenta que, en cierta ocasión, ya no siendo presidente, charlaba con algunos jóvenes veracruzanos, allá en el puerto. Los muchachos, deseosos de conocer experiencias de otros, le preguntaron quién era mejor político entre él y Alemán. Adolfo, El Viejo, contestó irónicamente. “Esa pregunta ni se pregunta. México no ha tenido un político más grande que Miguel Alemán. Junto a él, yo no tendría nada que hacer. Su único problema es que lo distraen mucho del quehacer político. Lo distraen sus negocios. Lo distraen sus amigos. Y lo distrae Leonora Amar. Yo, en cambio, no tengo negocios, no tengo amigos y no tengo a Leonora Amar. Por eso soy un político de tiempo completo”. Con esto se nota la acidez de los sentimientos hacia su antecesor. Pero, de allá para acá, también los había. Cuenta Francisco Cinta, secretario último que tuvo Alemán que, en cierta ocasión, se refirió a don Adolfo como “el señor Ruiz Cortines” por lo que Alemán le corrigió: “No, Paco. No se dice el señor Ruiz Cortines sino el Presidente Ruiz Cortines. Porque presidente sí lo fue, pero señor, nunca lo ha sido”. 206

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Miguel Alemán tuvo un gran disfrute por todo lo que hacía. Era alegre y optimista. Disfrutó la política, disfrutó a sus amigos y, se dice, que disfrutó a las mujeres. Se cuenta que tenía un particular gusto por ellas. Pero no por cualquier mujer sino tan solo por las muy bonitas. La imaginación o la voz popular le atribuyen romances con varias estrellas de la época desde la mencionada brasileña Leonora Amar hasta la bella mexicana María Félix. De esta, incluso, se acuñó un chiste que refería que la sonorense había seguido la recomendación de un slogan del entonces más famoso detergente: remoje, exprima y tienda, Y que ella remojó a Agustín Lara, exprimió a Miguel Alemán y tendió a Jorge Negrete. Cierta ocasión, ya en sus años terminales, alguien le comentaba sobre el escándalo político que se provocó porque el mandatario en turno llevó al gabinete presidencial a una de sus novias. Alemán, con mucha prudencia, dijo que no veía como un pecado tener novia y que todos “lo hemos hecho”. Pero remató con una grata sonrisa diciendo “pero en mi época las hacíamos artistas de cine no secretarias de Estado”. A Alemán lo acompañaron en el gabinete Adolfo Ruiz Cortines, Héctor Pérez Martínez, Jaime Torres Bodet, Manuel Tello, Gilberto R. Limón, Ramón Beteta, Alfonso Caso, Antonio Ruiz Galindo, Antonio Martínez Báez, Nazario Ortiz Garza, Adolfo Orive Alba, Agustín García López, Manuel Gual Vidal, Rafael Pascasio Gamboa, Andrés Serra Rojas, Manuel Ramírez Vázquez, Francisco González de la Vega y Fernando Casas Alemán. Las cámaras congresionales fueron 207

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lideradas por sus fraternos asociados el diputado David Romero Castañeda y el senador Gabriel Ramos Millán. Miguel Alemán nació en Sayula, Veracruz y murió en la Ciudad de México a los 83 años de edad. Solo contrajo matrimonio con Beatriz Velasco pero tuvo cuatro hijos de esta y de una relación extramarital.

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X. La estabilización austera

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dentrémonos en una de las historias más insólitas de la política mexicana y que nos deja en claro que la política no es línea recta ni tiene palabra de honor. La política en ocasiones es pródiga y dadivosa hasta sin límites. Paga a quien no le debe y obsequia a quien no lo merece, Mientras que, en otras, es díscola y avara hasta sin pudor. Regatea a quien le debe y le niega a quien lo merece. Por eso, el hombre de sensatez debe tener presente que la política es una mujer de paso. Que, cuando se le brinda en éxito, no debe soñar con que será eterna y que, cuando se le fuga en fracaso, no debe sufrir con que será perpetua. Por eso, en política, la victoria y la derrota deben tratarse como a dos impostoras. Tres días de fiesta o tres días de duelo, pero nada más que eso. La enseñanza de lo anterior la vemos claramente expresada en la vida de Adolfo Ruiz Cortines. Después de gozar los privilegios del éxito juvenil pues, ya a los 30 años era el poderosísimo particular del Secretario de Economía y casi se convirtió en un “vicesecretario”, vino el tobogán de la caída, 209

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siguiendo la suerte de su jefe y protector. Del “olimpo ministerial” cayó hasta las sentinas de la burocracia. Bajó hasta un empleo de medio tiempo, el más bajo del escalafón, en el área de estadística del propio ministerio. Así cargó, durante década y media, con su soledad, su viudedad y su reflexividad, refugiándose en su distracción preferida. A diario practicó el dominó en un bar de precio cómodo, donde comía bien y barato. Pero, un buen día, el destino tocó a su puerta. El flamante regente capitalino, Cosme Hinojosa, requería de un Oficial Mayor. Consultó con algunos amigos y uno de ellos, se dice que Francisco Rodríguez Clavería, le dio el nombre de Ruiz Cortines. Hinojosa repeló: “Fito está metido en la vagancia y la borrachera. A diario está en la cantina”. El recomendante replicó. “Va allí porque no tiene nada qué hacer por las tardes. Pero no es borracho. Hace el consumo mínimo que suele requerirse, casi siempre tan solo el precio de su comida. Juega fichas y se va a dormir. Cuando tenga quehacer dejará todo eso”. El Regente accedió y Ruiz Cortines fue Oficial Mayor del Distrito Federal. Con eso creyó que ya la vida le había pagado, pero nada de eso. Su trabajo, su honestidad y, sobre todo, su sensibilidad impresionaron al Presidente Lázaro Cárdenas. Y, entonces, fue Diputado Federal por el puerto de Veracruz. Pero el destino le tenía más regalos todavía no imaginados. Miguel Alemán dejó la gubernatura de Veracruz para dirigir la campaña presidencial de 1939-40, con Manuel Ávila Camacho como candidato. Alemán requería apuntalar el gobierno local porque tenía grandes aspiraciones nacionales 210

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X. LA ESTABILIZACIÓN AUSTERA

y requería presumir su obra veracruzana. Para comenzar, anhelaba la Secretaría de Gobernación, “manque sea”. Por esa razón, invitó a Ruiz Cortines como Secretario de Gobierno. El cargo era importante pero el invitado sabía que lo incomparable era el invitador. Veía en Alemán lo que al fin sería. Esa era la oportunidad más grande de su vida y la sabría aprovechar. Así, pues, cumplió puntual y fielmente con lo encomendado y esperado. Alemán fue Secretario de Gobernación y se llevó a Ruiz Cortines como Oficial Mayor, en Bucareli. A la mitad del sexenio presidencial aparecieron los tiempos de la sucesión estatal. Miguel, jefe del gabinete, sería “mano” para promover gobernador de Veracruz. Así, Adolfo se fue a Xalapa a gobernar su estado y el de su líder político. La vida ya le había pagado con creces si es que algo le debía. Pero ya decíamos que, en política, el destino no lleva cuentas o no las lleva bien. Con Ruiz Cortines la vida creyó que la diputación, la secretaría general, las dos oficialías mayores y la gubernatura no eran suficientes. Había que abrirle el arcón para que se sirviera hasta la plenitud. Por su parte, Alemán consideraba que ya todo estaba pagado con su seguidor. Los buenos servicios en Veracruz los había solventado con la secretaría general “por adela”, la Oficialía Mayor de Gobernación y la gubernatura del estado, “para que no se diga”. Nadie podría dudar de su cabalidad y hasta de su generosidad Pero ¿quién dispone, en realidad, de nuestras vidas? Miguel Alemán fue Presidente de México. Ruiz Cortines ya era gobernador y no sería nada más. Pero, al segundo año del 211

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sexenio alemanista, fallece el Secretario de Gobernación, Héctor Pérez Martínez, víctima del cáncer. Entonces, Ruiz Cortines fue requerido para dejar Xalapa y venir a despachar en el Palacio Covián. Por último, por si algo le faltaba en los pagos y dádivas, al siguiente año se estrella en el Popocatépetl el avión en el que viajaba Gabriel Ramos Millán, el indiscutible sucesor de Miguel Alemán para la Presidencia de la República. Así, la siguiente banda tricolor quedó tirada en el piso. Ruiz Cortines tan solo tuvo que recogerla y colocársela sobre el pecho. Del ático de la soledad al trono de Los Pinos en tan solo 15 años y seis encargos, cada uno de ellos interrumpido por el siguiente ascenso. Esa es la lección que nos brinda la vida de Adolfo Ruiz Cortines. No hay duda, en la política real, la única en la que creo, nada es para siempre. Ni el infierno ni la gloria. * * * Adolfo Ruiz Cortines inició su gestión presidencial señalando que ya se había consolidado nuestra vida institucional. Que habían terminado las pugnas nacionales. Ofreció aplicarse al equilibrio de nuestros recursos naturales. Que continuaría la reforma agraria. Que habría guerra contra monopolistas y acaparadores. Que fortalecería la economía nacional. Que actuaría con absoluta honradez, moral pública y administrativa. Que ejercería su máxima energía contra los venales. Alabó la gestión de Miguel Alemán “por su esfuerzo creador, su entusiasmo, su vigor y su patriotismo lo que le ganó el afecto y el respeto de los mexicanos”. 212

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Adolfo Ruiz Cortines fue el tercer Presidente que se benefició de Torres Bodet. Pero, además, tenía cerca a un joven y destacado orador: Adolfo López Mateos, Secretario del Trabajo y su sucesor presidencial. Además, su Secretario de Hacienda, Antonio Carrillo Flores, era un político e intelectual muy destacado para estas cuestiones. Con motivo de la toma de posesión, acudió a México el entonces Vicepresidente Electo, Richard Nixon quien, de paso, habló ante nuestro Congreso de la Unión. El inicio de esta gestión presidencial coincidiría con el inicio de la del Presidente Dwigth Eisenhower. La administración Ruiz Cortines caracterizó su inicio con proclamas insistentes por la austeridad en todos los sentidos. En el gasto público, en la conducción política y hasta en la vida privada. Pero lo más notable, en esas semanas, no sucedió en México sino en el exterior. El recrudecimiento de la Guerra de Corea, acaparó la atención mundial y mexicana. De alguna manera era una consecuencia real de la Guerra Fría y el final de la “luna de miel” que habían vivido los vencedores de la Guerra Mundial II. Quizá lo mejor de la obra de Ruiz Cortines no tiene placas de inauguración ni es visible a simple vista. Después del éxtasis alemanista, quedó una sensación de exceso incontrolado. Se habló de corrupción y enriquecimiento de muchos funcionarios. Pero, además de ello, se mencionaron otros desbarrancos. Que muchos burócratas se hicieron de ostentosas residencias y casas de descanso. Que otros más, o ellos mismos, consumían caviar y champaigne en lujosos restaurantes y en famosos 213

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cabarets, muchas veces acompañados de beldades despampanantes y costosas. Esos relatos empezaron a arraigar en la opinión pública. Muchas voces dudaban de si había sido un error depositar el destino nacional en esa generación de jóvenes universitarios tan inteligentes y tan eficientes pero, al mismo tiempo, tan dados a la fiesta y al acopio. En la recién instalada clase militar profesional y popular todo ello resonaba como algo fuera de consideración y casi fuera de respeto. Por eso, algunos altos personajes de la milicia, entre ellos Lázaro Cárdenas, Miguel Henríquez Guzmán y otros más, fueron asaltados por la suposición de que todos se habían equivocado en la decisión de pasar al civilismo. La recomposición de ello fue la mejor obra de Adolfo Ruiz Cortines, quien se instaló en la austeridad y el silencio, después de la apoteosis de éxito y de carisma que aportó el régimen de Alemán. Con ello consolidó la obra de su antecesor, demostró las bondades del régimen civilista y fortaleció la institucionalidad del régimen político en el que militaba. Esto no quiere decir que fuera un régimen carente de resultado material o desinteresado de ello. Nada de eso. Realizó abundante obra y muy benéfica. Tan solo mencionaría el Centro Hospitalario La Raza, monumental obra de 1000 camas que, muy difícilmente se edificaría en países muy opulentos. * * * A mediados del sexenio se presentó un suceso que habría de acarrear un gran dolor para el Presidente Adolfo Ruiz 214

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Cortines pero que, quizá, contribuyó a cambiar la historia de México. Ocupaba la Secretaría Particular de la Presidencia un político que llegó a gozar, como nadie, de la confianza y de la confidencia del Presidente Ruiz Cortines. Se llamaba Enrique Rodríguez Cano y su natal Tuxpan, hoy lleva su nombre. Por cierto que de su pueblo se trajo a un joven intelectual e inquieto a quien puso en su oficina para elaborar el “tarjeteo” presidencial y, después, hasta el discurso presidencial. Este fue Jesús Reyes Heroles. En aquel entonces, el secretario presidencial desempeñaba todo lo que hoy hace el propio particular, el jefe de prensa, el jefe de oficina presidencial y hasta el jefe de administración. Rodríguez Cano, además, supo acumular y utilizar una fuerte dosis de poder. Ruiz Cortines decía que era el único que lo entendía. Que era como su hijo. Con él, además de operar su complicada política, gozaba de los momentos de charla y reflexión, normalmente en las tardes caminando en los jardines y bosques presidenciales o degustando la taza de café y la copa de anís. Enrique Rodríguez Cano nunca ostentó el poder que le delegó alguien tan celoso como Adolfo Ruiz Cortines. Pero lo aplicaba con una energía absoluta. En cierta ocasión, informó a un muy importante secretario de estado que el Presidente le rogaba que atendiera a un amigo suyo y que le resolviera su problema. Cuando, después de unas semanas, se enteró de que nada había caminado, volvió a llamarle para decirle: “Señor secretario: estoy en un grave problema. Hace tiempo transmití 215

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a usted una orden terminante del Señor-Presidente y, por un error mío, le dije que era un ruego. Yo creo que usted no le dio importancia por entender que era un ruego y no una orden. El caso es que, dentro de dos horas, tengo que informar al SeñorPresidente de mi gran equivocación y solamente usted podría salvarnos del enojo hacia mí y de la decepción hacia usted”. Hablarle así a un ministro, implicando un severo regaño de parte de quien no es su jefe, requiere inteligencia, energía, discreción y poder. El asunto, desde luego, se solucionó en el perentorio par de horas que fueron impuestas e, incluso, el propio amigo presidencial en cuestión no llegó a saber si el Presidente de la República estuvo al tanto de la indolencia inicial de su ministro. Por las virtudes de Rodríguez Cano es de suponerse que fue debidamente informado. Otro requisito fundamental es el conocimiento profundo que el secretario debe tener de su propio jefe y de las fortalezas y flaquezas que en él concurren. De ahí provendrá la posibilidad de entenderlo en cada momento y frente a cada circunstancia. De saber el enfoque de cada actuación y frente a cada evento. De nunca preguntar sobre cómo conducirse pero, al mismo tiempo, de nunca equivocarse. Esta es una de las piezas más importantes en el binomio existente entre el jefe y el secretario. Rodríguez Cano no buscaba, en ese momento, participar en la sucesión pero apoyaba las aspiraciones de Gilberto Flores Muñoz. Poco después de la mitad del sexenio habría de fallecer de una hepatitis descuidada. Con su muerte se perdieron, si es que alguna vez las tuvo, las posibilidades de Flores Muñoz. 216

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Pero eso no es lo más importante sino lo siguiente. El nuevo secretario particular designado fue, el también veracruzano, Benito Coquet. Con amplia sabiduría consideró que nunca podría sustituir a su finado antecesor en el aprecio presidencial ni, mucho menos, en su afecto personal. Se dedicó, pues, a cumplir en el servicio sin tratar de simular al predecesor. Más aún, ni siquiera ocupó el despacho de Rodríguez Cano. Se mandó hacer una nueva oficina para dejar intacta y con todas sus cosas la que ocupaba Enrique. Con eso envió al presidente un claro mensaje de no competitividad. Ruiz Cortines siempre lo agradeció y hasta lo premió. Por eso no quiso ser el nuevo charlista de la sobremesa presidencial. El espacio de las charlas vespertinas, de los comentos y confidencias así como del café con reflexión, no lo ocupó el nuevo Secretario de la Presidencia sino el Secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos. Fue el propio Coquet el que propiciaba eso. Al principio “jalaba” a López Mateos. “Adolfo, dónde vas a andar a las 4:00 de la tarde. Vente a Los Pinos y caminas con el Presidente después de su comida”. Ruiz Cortines se fue acostumbrando y, poco después, ya preguntaba si tendría su compañía. “Benito: ¿va a venir López Mateos para nuestro cafecito o me tendré que tomar el anís en la mesa con mis invitados?” Más adelante, Coquet notó el lugar en el que ya se había colocado López Mateos en el hándicap presidencial. Había tardes en que la caminata de media hora se prologaba y le devolvían al Presidente después de una o hasta dos horas de charla jardinera. Los observaba desde su ventana mientras la antesala presidencial se le colmaba y se le convertía en sala 217

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de espera, con su consecuente angustia. También registraba cuando López Mateos se llevaba a un Ruiz Cortines irritable, intolerante y brusco de toda la mañana para regresarle a un Ruiz Cortines paciente, sonriente y amable. Por eso digo que Benito Coquet fue quizá el primer mexicano que adivinó nuestro futuro. Yo soy de los que creo que ese espacio fue decisivo para el logro de su candidatura. Así se escribe la Historia. Y así interviene la muerte en su redacción. * * * De esa manera se llegó a la sucesión presidencial de 195758. Voy a detallar este episodio por dos razones fundamentales. La primera porque, si tuviera que elegir un evento durante el sexenio de Ruiz Cortines para reflejar su estilo y su espíritu, sin tener que escribir toda una biografía, sin lugar a dudas escogería este. La segunda es porque las narraciones que me han brindado son muy valiosas y, desde luego, inéditas. Tuve la suerte de platicar con varios de los protagonistas y recibir datos de ello como testigos presenciales. Por ejemplo, relataré una tarde en la que aparecen tres escenas. Una de ellas, en el despacho presidencial de Los Pinos. Allí estuvieron, entre otros, Humberto Romero Pérez y Francisco Galindo Ochoa, quienes me platicaron todo, por separado, siendo coincidentes en todo lo básico. Otra escena se desarrolló en un restaurante, durante la comida de ese día. Lo sucedido me lo narró mi padre, David Romero Castañeda y me lo ha complementado alguien muy cercano a Salomón González Blanco, ambos allí presentes. 218

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Me refiero al magistrado y político chiapaneco Juan Lara quien estuvo muy cerca de González Blanco. La última se desarrolla en la casa de López Mateos y lo que supe provino de Juan Arévalo Gardoqui quién, en aquel entonces era ayudante del Secretario del Trabajo, quizá con grado de capitán. Lo sucedido allí lo supe a través de mi padre, quién lo recibió de Arévalo. Esto nos permite tener nuestras “cámaras” en las tres escenas y gozar de una vista mejor que la de sus actores. Por ejemplo, en una llamada telefónica muy importante que aquí narraré, los interlocutores obviamente no se veían pero, gracias a nuestros informantes, los lectores podrán ver la actitud y las reacciones de todos ellos. Otras de las escenas fueron relatadas por el propio Humberto Romero y por Radamés Gaxiola. Ello me ha hecho considerar que he recibido un privilegio y que es mi obligación compartirlo con quienes gusten de hacerlo. Los hechos han sido narrados de diversos modos. Pero he armado una versión derivada de varios testimonios y de múltiples crónicas. * * * La que en la política mexicana se conoce como la era del tapadismo fue una época que motivó miles de páginas. Novelas, caricaturas, noticias, análisis, reflexiones, ensayos y hasta tesis y amplios estudios. Sin embargo y a pesar de tal profusión, uno de los arcanos más herméticos del sistema político mexicano, durante casi un siglo, lo constituyen el momento y las palabras con las que el Gran Elector comunicaba a su sucesor que había resultado ser el Gran Elegido. 219

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Las razones de tal secrecía son muy fáciles de entender pero muy difíciles de explicar. Baste decir que los protagonistas y los testigos directos de tales sucesos han guardado una extrema discreción. Por eso casi todo lo que se ha comentado son suposiciones que, aun siendo acertadas, no necesariamente gozan de la certificación. Más aún, de los pocos que han osado hablar de ello fueron Luis Echeverría y José López Portillo, respecto del destape de este último. Pero son tan distintas y tan contradictorias sus respectivas declaraciones que nos dejan sumergidos en la total tiniebla. No coinciden ni las fechas ni las palabras ni los contenidos. Con el privilegio que concede la amistad fraterna podría yo haber osado preguntarle a Francisco Labastida sobre su conversación postulatoria con Ernesto Zedillo. Más aún, pese a que no tengo cercanía con este último, podría también haberme valido de mi confianza con Liébano Sáenz para completar mi información. Pero aún no me he atrevido con uno ni con otro. A tan solo 16 años de distancia me parece que todavía es imprudente asomarse a un secreto tan custodiado. Quizá, más adelante, un día le daré rienda suelta a mi temeridad y, si ellos me autorizan, prometo compartirlo. A esta misteriosa plática entre elector y elegido el inteligente novelista mexicano Luis Spota dedicó un libro que, por ello lo intituló “Palabras Mayores”. Esta denominación se refiere a que suele suceder que, a los más notorios aspirantes, todos les dicen que ellos van a ser el próximo Presidente-de-laRepública. Sus empleados, sus amigos, sus familiares, sus 220

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lambiscones, sus esposas, sus novias, sus meseros, sus vecinos y hasta sus contrincantes o sus enemigos. Pero toda esa hueca palabrería, vertida a los largo de meses si no es que de años, carecía de valor. Nadie sabía lo que decía porque nadie sabía lo que realmente iba a pasar. Solamente había un mortal plenamente enterado. Por eso, cuando este hombre le informaba al otro la decisión que ya había sido tomada, sus palabras se convertirían en las más importantes que alguien podía haber escuchado en toda su vida. Por eso vale recordar éste que es alguno de los momentos que mejor reflejan las características y las filigranas de dicha tradición que ya no volverá a repetirse y que hoy se ha convertido en clásica. Me refiero a la contienda por la sucesión presidencial que el pueblo conoció como decidida la mañana siguiente pero que quedó resuelta la noche del 1º de noviembre de 1957 a favor de Adolfo López Mateos y que fue manipulada, de principio a fin, por el entonces presidente, Adolfo Ruiz Cortines. * * * Adolfo Ruiz Cortines trazó el camino de su sucesión a partir de una disciplina múltiple: observar a los aspirantes; no oponerse, en apariencia, a sus aspiraciones; por lo contrario, estimularlas, aún las de los tímidos; no mostrar, al elegido, su predilección anticipada; mucho menos, demostrarla innecesariamente a la opinión pública; realizar el trabajo aspiracional de un sucesor que no sabe que lo es; y, sobre todo, disimular. Por último, hizo su juego muy solo y sin ningún acompañante. No se conoce, hasta la fecha, de 221

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asociados o coautores de su muy extrema y hasta maquiavélica astucia sucesoria. Así, Ruiz Cortines maniobró básicamente con tres nombres de personajes muy cercanos a él: el veracruzano Ángel Carbajal, Secretario de Gobernación; el nayarita Gilberto Flores Muñoz, Secretario de Agricultura; y el neoleonés Ignacio Morones Prieto, Secretario de Salud. Todos ellos gozaban de amplias credenciales curriculares políticas y de fuertes grupos de simpatizantes. Baste decir que los tres ya habían sido, entre muchos otros cargos, gobernadores de sus respectivos estados. Sin embargo, también jugó con el Regente Ernesto P. Uruchurtu, con José López Lira, Secretario del Patrimonio Nacional y con Antonio Carrillo Flores, Secretario de Hacienda. Se cuenta que, después de meses y años de dicho juego recurrente, cuando ya se aproximaban los tiempos graves, ineludibles y muchas veces dolorosos de la decisión, empezó a practicar la rutina de llamar a los que, con jarocho cinismo, llamaba sus fieles consejeros: el Presidente del PRI, Agustín Olachea; el Secretario de Prensa de la Presidencia, Humberto Romero Pérez; el Secretario Particular de la Presidencia, Benito Coquet; y otros más. En muchas ocasiones, estuvieron Francisco Galindo Ochoa y el periodista Gregorio Ortega padre. “Vamos a ver, mis amigos, cómo andan las cosas”, solía decir para abrir tema. Alguien mencionaba que, de Carbajal, se alegaba que Ruiz Cortines siempre le había heredado sus trabajos inconclusos dado que le encomendó los cargos de 222

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los que tuvo que separarse con anticipación: la gubernatura de Veracruz, cuando fue requerido para Bucareli y la Secretaría de Gobernación, cuando fue postulado como Candidato a la Presidencia. Secamente, don Adolfo respondía que eso no era una razón suficiente porque él si concluiría su mandato presidencial y que tres veracruzanos al hilo no lo perdonarían el resto de los mexicanos, refiriéndose a su región natal y a la de su antecesor, el Presidente Miguel Alemán. Proseguía la junta y otro decía que Flores Muñoz, por su carácter, haría una campaña llena de alegría y muy contagiosa. El Jefe del Estado Mexicano respondía, con igual sequedad, que la Presidencia no era ni debería ser una cuestión alegre sino muy seria y, con cierto fastidio, los apremiaba para oír otro nombre. En cierta ocasión dijo que José López Lira era valiente como Juárez, brillante como Juárez y patriota como Juárez. Que sería un gran Presidente. Varios barberos se engañaron y fueron a darle la primicia, sin calcular el daño psicológico que le producirían porque el aludido se ensoñó. Dicen que mandó a hacer seis bandas presidenciales, una para cada año, y en las noches posaba con ellas frente al espejo mientras escuchaba, a todo volumen, un disco con la principal obra musical de Bocanegra y Nunó. Meses más tarde, ya todo resuelto, algún ingenuo medio le reclamó a Ruiz Cortines el engaño y hasta el deschavetamiento del ministro aspirante. El Presidente de México lo atajó con severa energía. Aclaró que había hablado en pospretérito y no en futuro. Dije “sería un gran presidente”, no dije “será”. 223

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Y todavía remató con su singular humor negro: “¡Lástima que no lo fue!”. Y es que don Adolfo gustaba de practicar el más cruel de todos los engaños, consistente en mentir con la verdad. Ser veraz apostando a que los receptores lo interpretarán como quieren o que dudarán de él y optarán por creer una mentira ideada por ellos pero no vertida por el dicente. Esto, además, lleva a la total impunidad frente al reproche. “Yo no te mentí. Fuiste tú quien se engañó solo”. Por eso decía que, en la política, no hay sorpresas sino, tan solo, hay sorprendidos. * * * Sobre esto, regresando seis años en el tiempo, se cuenta que, en los tiempos ya inminentes de la postulación que lo llevaría al poder presidencial, recibió a unos amigos en la Secretaría de Gobernación. Como solía hacerlo, estaba maquillado para simular enfermedad y mayor vejez con lo que pretendía hacerse ver como descartado del juego sucesorio. Fingiendo molestia para levantarse y para sentarse, se tocaba la parte trasera de la cintura y les decía: “¡Ay!, muchachos. Que mal me siento. La política no es para los viejos. Esta ciudad me está matando. Ahora que ya termine esto y Casas Alemán sea presidente, le pediré la aduana de Veracruz para irme al puerto y poder seguir gozando de la tranquilidad de un salario fijo”. De inmediato, aquellos trepadores le pidieron los recomendara con Casas Alemán para incorporarse a su campaña, a lo que Ruiz Cortines accedió librándoles sendas tarjetas recomendatorias y aconsejándoles que se fueran 224

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rápido a la Regencia porque el “destape” ya sería de un momento a otro. Estos salieron corriendo rumbo al Zócalo. Cuando llegaron, el secretario particular, José Cándano, les dijo que sería imposible que su jefe los recibiera. “Está destrozado. El candidato será Ruiz Cortines. Esta madrugada se lo informaron a ambos”. Uno de ellos maldijo a su suerte cuando su memoria reparó en que Ruiz Cortines ya tenía su escritorio completamente limpio. Habían tenido, en las manos, el billete premiado de la lotería y lo habían tirado al basurero. * * * Por esa manera de actuar, ya regresando a nuestro tema, todavía en las horas previas al destape, al doctor Morones Prieto le dijo que no saliera de su casa en el largo fin de semana que se avecinaba. Que recibiría un llamado del Partido. Y que esa sería la señal de que la República lo necesitaba. Efectivamente, requeriría que su compañerismo lo llevara a expresar su felicitación al candidato triunfante. A los secretarios de Hacienda y de Agricultura les dijo una tarde de acuerdo: “Tengan muy claras las cuentas de los bancos agropecuarios para que nos los critiquen cuando venga la sucesión”. Al salir de Los Pinos, ambos platicaron cuál de los dos sería el aludido y, por lo tanto, el elegido. Sólo el tiempo futuro les indicó que al elegido nadie le revisa sus cuentas del pasado. De allí la atenta advertencia presidencial pero desoída por los legítimos anhelos de los aspirantes. Hasta hubo un episodio proverbial. En la fiesta del “El Grito”, mes y medio antes del destape, la mayor parte de la clase política ya consideraba como inminente candidato a 225

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Gilberto Flores Muñoz. El gentío que lo rodeaba en el Salón de Recepciones del Palacio Nacional, sólo se comparaba con el que circundaba a su señora esposa y, desde luego, ambos mayores que los que rodeaban a la pareja presidencial saliente. Se dice que la señora Flores Muñoz expresaba allí que los candiles de ese legendario salón eran feos, anticuados y de mal gusto. Ruiz Cortines la alcanzó a escuchar, se acercó y le dijo con muy fingida dulzura: “No los critiques. Acostúmbrate a ellos porque tu los verás allí durante muchos años”. Sobra decir que todos los escuchas entendieron que el Presidente le estaba confirmando las promisorias premoniciones. Pero, en realidad, le estaba anunciando que ella no los podría cambiar nunca jamás. Hay, pues cientos de referencias en torno a este episodio. Vamos a la central que es la que he estado prometiendo. Estamos en el primer día de noviembre del año 1957. El Secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos había recibido, desde uno o dos meses antes del destape, los mayores descomedimientos que un presidente le puede hacer a un colaborador: no lo recibía, no le contestaba la red telefónica, no le concedía acuerdo, convocaba a sus subsecretarios y no a él, asumía sus funciones, acaparaba su clientela, resolvía sus incumbencias, mostraba un notorio desagrado cuando mencionaba su nombre. Al terminar octubre del 57, el atizapense ya no consideraba que podría ser candidato y ya, cuando más, aspiraba a 226

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proseguir en su encargo hasta el final del sexenio y no ser corrido con anticipación. * * * Una tarde, a las 15:00 horas, fue a comer con cuatro amigos suyos. Ellos eran su subsecretario, Salomón González Blanco; su Oficial Mayor, Julio Santos Coy; el Oficial Mayor de Educación Pública, David Romero Castañeda; y el Presidente del Tribunal del Distrito Federal, Donato Miranda Fonseca. López Mateos y sus amigos se instalaron en un grato restaurante de su predilección. Se llamaba Pepe’s y se ubicaba en la avenida Insurgentes por el rumbo hoy conocido como Manacar. Estaba amenizado por buenos tríos y pianistas, así como por alguna intérprete de boleros, seguramente guapa. La comida era regiomontana: cabrito, agujas, carne seca. Su propietario, don José Alós, fue de los primeros restauranteros en incluir el queso fundido con tortillas de harina. Desde luego, se abría boca con el tequila en bandera. Sin embargo, ni las delicias ni la compañía consolaban su ánimo que estaba triste y mortificado. Pero no por los anhelos en fracaso. No por las pérdidas políticas. No por las aspiraciones frustradas. López Mateos era un hombre de una alteza excepcional. La verdadera derrota que él sufría en esos días era que la actitud presidencial para con él sólo podía provenir de haberle fallado y ni siquiera saber en qué asunto. Que había decepcionado a Ruiz Cortines, el hombre que lo había descubierto, protegido, impulsado, encumbrado y que ahora, quizá, lo consideraba un traidor o un estúpido. Sólo eso explicaba tanta desatención para con él. 227

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Y eso era una catástrofe para un hombre de verdadero honor. Él, nunca ni por nada, hubiera sido desleal a su líder. Pero, al parecer, así se le consideraba. Él, nunca ni en nada, hubiera cometido un error imperdonable. Pero todo le indicaba que así se le calificaba. Las dos alternativas de la disyuntiva eran siniestras. O había cometido una falta y ni siquiera la identificaba. O en nada había fallado pero había sido víctima de una calumnia irremediable. Al terminar la comida, siendo las 18:30 horas, ya no sentía ánimos para regresar a sus oficinas. De sus amigos, David y Donato, tan solo se despidió. A sus colaboradores, Salomón y Julio, les pidió que ellos sí regresaran a la Secretaría, para atender lo que se ofreciera al Señor-Presidente ya que él preferiría retirarse, el resto de la tarde, a su enorme casamansión ubicada en San Jerónimo, a donde llegaría media hora después. * * * Ya para esos mismos momentos, a las 19:00 horas, Adolfo Ruiz Cortines iniciaba una reunión en Los Pinos. En ella estaban el Presidente del PRI, su propio Secretario Particular y el Secretario de Prensa. Meses antes había acordado con el Presidente del Partido que los diez mil más distinguidos líderes y militantes priístas le enviaran una comunicación donde señalaran al precandidato de su preferencia. Esa tarde la reunión fue para hacer los conteos finales. Mientras tanto, Adolfo López Mateos llegó a su residencia. De inmediato se dirigió a su despacho-biblioteca. Allí tomó uno o dos digestivos cuando, a las 20:00 horas escuchó el timbre de la red telefónica oficial. En aquel entonces los 228

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aparatos no tenían el identificador que hoy permite saber el origen de la llamada antes de atenderla. Así pues, sin saber quién le marcaba, levantó el auricular, contestó y escuchó la voz inconfundible del Secretario Particular de la Presidencia, Benito Coquet, quien estaba situado junto al Primer Mandatario. Con mucha efusividad y como queriendo ser el primero de todos le dijo al Secretario del Trabajo: “¡Saludos, hermano! ¡Muchas felicidades! Te paso al Señor-Presidentede-la-República”. López Mateos no comprendió el propósito de la llamada y guardó silencio. Antes que otro sonido, escuchó el carraspeo previo, solemne y simulado que Ruiz Cortines solía meter antes de hablar, para instalar unos segundos más de angustia a sus oidores. De inmediato, con la más solemne de sus actitudes el Presidente vertió las siguientes lacónicas palabras presidenciales. “Señor Secretario: lo saludo, después de algún tiempo de no verlo y de no escucharlo”. Carraspeó de nuevo. “Sin embargo, he estado muy al tanto de su trabajo. Ha sido muy útil para la Nación. Lo felicito muy efusivamente. Pero no lo he llamado para esto sino para informarle de una decisión que ya ha sido tomada”. Tercer carraspeo, mas largo que los anteriores. López Mateos prosiguió con su silencio. El discurso que estaba escuchando era, para todo político experimentado, el preludio de lo que remataría con su despido ya tan esperado. Y, entonces, sobrevino el mayor cambio de su vida cuando escuchó a su jefe decir: “Esta tarde vinieron a verme los más altos dirigentes de nuestro Partido para informarme sobre 229

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su decisión de postular a usted como su candidato a la Presidencia de la República. A esa decisión me sumé, inmediatamente, con todo mi mayor entusiasmo”. López Mateos guardó silencio. Conociendo a su interlocutor y en las circunstancias ya descritas lo recomendable era la prudencia extrema. Todo lo escuchado le parecía ser la crueldad de un presidente enojado. Aceptar sus palabras como ciertas era arriesgarse a una última e incurable lastimadura del sarcasmo presidencial. Podría ser una citación de torero para que él embistiera con una ingenua exaltación y el matador lo rematara con un burlón desengaño. Si acaso algo le indicaba un poco de veracidad, pero no era un gran indicio, era el entusiasmo festinante de Coquet. Este era su amigo y sabía que no se asociaría con nadie para flagelar su espíritu. Sin embargo, se mantuvo en su mudez. Ruiz Cortines prosiguió, ya con cierta guasa, pero con una recomendación seria. “Por lo tanto, deje usted de hacer las importantes cosas que está usted haciendo en este momento y ya retírese a descansar, porque mañana va a ser un día muy agitado. Le ruego que me acompañe a desayunar a las ocho de la mañana. Allí quiero felicitarlo, agradecerle su leal desempeño, recibir su renuncia como Secretario del Trabajo y despedirme de usted por todos los meses que no nos veremos ni hablaremos. No se olvide. Ya abandone lo que está haciendo y descanse. Buenas noches, Señor-Candidato”. * * * Ahora, regresemos a Los Pinos y retrocedamos una hora. Son, de nueva cuenta, las 19:00 horas. El general Agustín Olachea Avilés tomó la palabra para informar sobre la cuenta 230

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final de cartas de adhesión. Explicó que iba punteando el ingeniero Flores Muñoz. Comentario presidencial: “¡Ah que Gilberto! Tiene mucho jale y es que es muy buen político”. Que lo seguía de cerca el doctor Morones Prieto. Comentario presidencial: “Eso es muy lógico. Es un hombre serio, respetado y, también, un muy buen político”. Por último, en tercer lugar, estaba clasificado el licenciado Carvajal. Comentario presidencial: “Bueno, en esto el tercer lugar ya no alcanza para nada. Es mas, tampoco el segundo lugar sirve para algo”. Entonces el Presidente Ruiz Cortines dio un giro inesperado. Enderezó su espalda hasta ponerla recta y rígida, convirtió su silla en trono, los felicitó por el buen trabajo realizado y remató con las siguientes palabras mayores: “Queda claro, para todos nosotros, que nuestro Partido está en oportunidad y en condiciones de postular la candidatura del SeñorLicenciado-Adolfo-López-Mateos”. Totalmente desconcertado, el general Olachea aclaró que él no había recibido ninguna adhesión a favor de López Mateos. Ruiz Cortines, con una leve sonrisa, le replicó: “Usted no las recibió, general. Pero yo sí las recibí. Mi escritorio está saturado de adhesiones lopezmateístas. ¿Será el caso que se las enseñe y nos pongamos a contarlas?” Desde luego, nadie tuvo la osadía en dudar del contenido de la cajonera del escritorio presidencial. Nadie dijo palabra alguna. Nadie tenía algo que agregar. Tan solo el Presidente de México urgió a su Secretario Particular: “Licenciado Coquet, comuníqueme con nuestro Candidato a la Presidencia de la República”. En esos momentos los relojes marcaban las 20:00 horas del día 1º de noviembre de 1957. 231

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* * * Una vez culminado ese largo proceso de sucesión totalmente planeada y operada, veamos algunos detalles que prosiguieron en el despacho presidencial, donde Ruiz Cortines proseguía con los ya mencionados. Al Presidente del PRI le dijo que el día siguiente sería muy agitado para él. Que el partido estaría pletórico de gente, casi hasta reventar. Que ya se presentaría allí el flamante candidato con su equipo más cercano y habría que brindarles alojo de oficinas. “Ya me imagino que usted le cederá la suya, pero hay que pensar en los demás”. Adicionalmente, que eligiera el estadio o la arena de su predilección para que, el siguiente fin de semana, el candidato rindiera su protesta estatutaria, ante una muchedumbre sin precedentes. Al vocero Romero le indicó que preparara, de inmediato, un boletín de prensa en el que se informara de la visita que la dirigencia partidista hizo al Presidente de la República para informarle de su decisión postulatoria. Que López Mateos había aceptado su nominación y que, por la mañana, renunciaría a la Secretaría del Trabajo. Que llamara a los diarios para decirles que “pararan las rotativas” porque habría un boletín muy importante al filo de la medianoche, hora en la que debería soltárselo. Que preparara cinco boletines falsos para que ni sus secretarias en enteraran, anticipadamente, del nombre del elegido y, al momento oportuno, mandara al cesto los inservibles. Al particular Coquet le dio una muy interesante instrucción que parece muy frívola pero que contenía una importancia política determinante, como veremos más adelante. Le dijo 232

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que ordenara, para la mañana, un excelente desayuno para el muy ilustre invitado que vendría, “el más importante de todos los mexicanos”. Que hubiera frutas del valle o de la costa. O, mejor, de las dos. Que hubiera jugo de naranja o de mandarina. O, mejor, de los dos. Que hubiera carne asada o cecina. O, mejor, de las dos. Que hubiera chilaquiles verdes o rojos. O mejor de los dos. Pero, sobre todo, que al ofrecer cada tiempo, dos meseros presentaran los platones de la opción, cada uno por cada costado del invitado. Que se usara la vajilla más lujosa y los camareros vistieran de gala. ”Que se note nuestro afecto. No podemos elogiarlo ni adularlo. No podemos inclinarnos ni subordinarnos. Pero si podemos atenderlo y obsequiarlo con honor, con alteza, con dignidad, con elegancia y, sobre todo, con amistad”. Para concluir, a las 21:00 horas se despidió con estas palabras: “Buenas noches, señores. Han hecho muy bien su trabajo. Después de no hacerlo, esta noche voy a descansar. Cenaré jamón, queso y 2 o 3 copas de vino. Voy a leer, a dormir y a pensar porque hace mucho tiempo que no leo, que no duermo… y que no pienso. Dormiré siete horas y me levantaré hasta las 5 de la mañana, sin leer los periódicos sino, cuando mucho, sus encabezados. Ustedes, en cambio, tienen mucho trabajo y ya no podrán descansar en mucho tiempo”. Con esta últimas palabras, en realidad les estaba anunciando que serían los primeros tres ungidos del próximo sexenio, como lo fueron los primeros apóstoles. En efecto, Olachea sería el Secretario de la Defensa Nacional. Romero sería el Secretario Particular de la Presidencia. Y Coquet sería el Director General del Seguro Social. 233

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¡Aaaaarrancan!, dirían en el hipódromo. Humberto Romero corrió hacia su oficina y ordenó le prepararan cuatro boletines con los nombres de Flores Muñoz, Morones Prieto, Carbajal y Carrillo Flores, incluyendo una breve semblanza curricular. “Bueno,… para que sean cinco, que es de suerte, también hagan uno de Uruchurtu o de López Mateos. Mejor que sea de López Mateos”. Mientras se los preparaban, llamó a los directores de los periódicos de circulación nacional que, en ese entonces, no serían más de cinco. Excélsior, El Universal, Novedades, El Sol de México y La Prensa. Acto seguido llamó a su tocayo David Romero Castañeda, muy amigo suyo. Humberto se oía eufórico y David parecía cansino. “Ya chingamos, primo. Es López Mateos”. Se decían primos aunque sólo eran tocayos y amigos. David le dijo que estaba equivocado. Que él había comido con López Mateos y que ya se reconocieron perdidos. Y que se despidieron a las 18:30. Humberto le aclaró que a las 20:00 “cambio todo”. Lo invitó a reunirse en una hora. David le sugirió que no fueran a lugar público porque la euforia se nota y no es bueno. Que se vieran en su casa, en Polanco, a cinco minutos de Los Pinos. Humberto aceptó. Le explicó su encomienda nocturna. “Me llevo a los motociclistas para soltarlos a media noche con los boletines. Los directores querrán confirmación. Les daré tus teléfonos y es posible que alguno o todos se vayan para tu casa”. “No te preocupes. Tengo suficiente para todos”. Esto lo relato tan solo para dar una ligera idea de la forma en la que se procesan, aun durante la noche, las instrucciones presidenciales. 234

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* * * A la mañana siguiente, Ruiz Cortines amaneció de muy buen humor y empezó a trabajar desde su vestidor. A eso de las 7:30 llamó al regente de la Ciudad, Ernesto P. Uruchurtu. “Buenos días, Ernesto. Me levanté con los periódicos y me llevé la sorpresa de lo de López Mateos. Cuánta razón tenía usted cuando le vio posibilidades… y yo que nunca le creí a usted. Si me gustaran las apuestas, como le gustan a usted, le hubiera apostado mi casa en contra y ya no tendría donde vivir, ahora que me corran de esta casa prestada donde he estado arrimado”. Uruchurtu sabía muy bien que su jefe era de ironías y de guasas, por lo que le siguió el juego. “Para que vea usted, Señor-Presidente, que los indios yaquis sabemos adivinar el futuro”. “Ya lo veo, Ernesto. En cambio, los veracruzanos seguimos siendo puros pendejos”. “Bueno, lo dejo porque viene López Mateos a desayunar conmigo y no quiero que me espere sino que yo lo esperaré en la puerta”. Aclaro, entre paréntesis, que Uruchurtu no era de origen yaqui sino de ascendencia vasca pero le gustaba adornarse con tintes étnicos nacionalistas, como todo político sensato. Dicho lo que dijo, el Presidente agregó algo que parece estúpido sin serlo. “Por cierto, Ernesto, le llamé para recordarle que hoy es el Día de los Muertos y, por lo tanto, los panteones estarán repletos. No quiero que falte el agua porque la gente se encabrona si no puede poner sus flores o lavar sus tumbas. Si se les acaba, súrtanla con pipas”. “Vea su reloj y a las 8:15, en punto, me llama para darme un informe sobre la situación de los panteones”. 235

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A las 7:45, quince minutos antes de la cita con López Mateos, Ruiz Cortines ya caminaba, en solitario, por el imponente vestíbulo de la Residencia-Miguel-Alemán, la zona habitacional de la Mansión Presidencial. Los pensamientos deben haber sido múltiples en esos momentos en los que se iba a encontrar, por vez, primera, con el príncipe heredero de su corona. Las órdenes de la noche anterior tenían un propósito y, de seguro, las estaba repasando para poder verificarlas. Debe haber pensado que López Mateos era un hombre amable, comedido, generoso, sencillo y modesto. Pero que ya no debería serlo tanto. El presidente de un país no puede ser tan amable ni tan comedido ni tan generoso ni tan sencillo ni tan modesto. Esto puede llevar a muchos a las malas interpretaciones, sobre todo en un medio donde esos atributos no son abundantes ni generalizados. Pueden sentirse estimados cuando tan solo son atendidos. Pueden sentirse amigos cuando tan solo son conocidos. Pueden sentirse prometidos cuando tan solo son reconocidos. Después de esto, viene la peor consecuencia de nuestra amabilidad. Muchos pueden confundirse, pueden esperanzarse y pueden ilusionarse, sin razón alguna. Todo finaliza con el rencor de los desengañados, con el resentimiento de los desencantados y con el odio de los desilusionados. Por eso, era urgente e indispensable empezar a inocular, en López Mateos, un poco de altivez, un poco de vanidad y hasta un poco de soberbia. No importaba que los demás pensaran que “ya se le subió”. Al final de cuentas, todo esto era para el bien de ellos, de las emociones de su espíritu y de los cabales de su mente. 236

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Después de ese desayuno, que incluiría su renuncia al gabinete, iría a la Secretaría del Trabajo con el principal propósito de despedirse de sus colaboradores y de sus amigos para, a las 13:00, arribar a la sede nacional del Partido Revolucionario Institucional donde, para esas horas, ya estaría registrado como el único precandidato, de ese partido, a la Presidencia de la República. Era muy importante que no fuera a ser extremadamente comedido con los dirigentes partidistas. Que no se le ocurriera pensar que les debía algo porque, en realidad, a ellos no les debía nada de nada. Que, él y ellos, tuvieran muy en claro que no estaban para cobrarle sino para servirle. Y, al final de cuentas que, él y ellos, también tuvieran muy en claro que no eran iguales ni lo habían sido nunca ni lo serían jamás. Para eso estaba destinado el montaje de todas las atenciones de ese desayuno. * * * A la hora convenida, en la puerta principal de la mansión, se encontraron, se saludaron y se abrazaron Adolfo “El Viejo” y Adolfo “El Joven”. En ese momento se encontraron el todavía “dueño-de-México” y el hombre que, apenas doce horas antes, se lamentaba de ser el más insignificante y el más desvalido de todos los mexicanos. Se expresaron palabras de felicitación. Palabras de agradecimiento. Palabras de festinación. De inmediato, el viejo tomó del brazo al joven, deferencia única y exclusiva en un presidente, para conducirlo al refectorio privado donde solía desayunar. Al entrar, el Presidente hizo exclamaciones de sorpresa. “¡Ah, caray!, Chucho. Cuánta elegancia pusiste. Como se ve 237

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que queremos quedar bien con nuestro invitado. A mí nunca me pones esta vajilla sino la de Talavera que mandó el gobernador poblano. Yo creo que Rafaelito ni siquiera la ha pagado. Lo bueno es que ya la vas a tirar porque tiene mis iniciales. Y qué bonitas copas en lugar de los vasos de Carretones que mandó Uruchurtu. Esos, aunque no tienen mis iniciales, mejor ya también tíralos. Qué lástima que no puedo invitar diario a nuestro candidato para que nos mejores la atención y el servicio”. “Ya verá usted”, Señor-Candidato, “la cantidad de porquerías y de pendejadas que le mandarán los lambiscones. Con decirle que me han regalado, doce veces, la espada de Morelos, algunas con incrustaciones de joyería en la empuñadura. ¡Qué desconocimiento histórico de su manera de ser! Además, el Generalísimo fue apresado y desarmado por lo que su espada no andaría rodando por los bazares de La Lagunilla”. “Un millonario muy ignorante me mandó el rosario del Benemérito. Yo no sé si Juárez fue creyente pero me queda en claro que no era rezador”. “Todo eso, de inmediato lo mandé al basurero”. Con esto rompió el hielo y el ritual empezó a transcurrir como estaba previsto y así habría de terminar. A las 8:15 se reportó el Regente. “Perdón que la tome, Señor-Candidato, pero es Uruchurtu”. “Sí Ernesto, dígame ¿qué se le ofrece?, porque estoy con nuestro candidato”. “Muy bien, Ernesto, muy bien. Gracias por estar atento y por mantenerme informado. Hasta luego”. Comentario presidencial a López Mateos. “Ah, este Ernesto. Qué buen funcionario, tan trabajador, tan honesto y tan leal”. 238

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“Por cierto, siempre consideró que usted debería ser nuestro candidato. Es un amigo valioso”. ¡Ojo! Este fue el cuarto ungido. Recuérdese que el enjuague de los panteones comenzó desde el vestidor presidencial y terminó con el reporte puntual en el refectorio. Eso se llama alta política. Una hora de desayuno. Agradecimiento presidencial por el trabajo y la lealtad de su Secretario del Trabajo. Preguntas y respuestas sobre algún pendiente en el Ministerio. Aceptación de la renuncia. Designación sustituta de Salomón González Blanco. En algún momento, intencionado error de Ruiz Cortines cuando se dirigió a López Mateos como “SeñorPresidente… ¡perdón!, quise decir Señor-Candidato”. Equivocación con el mismo sentido de fortalecer seguridades. A las 9:00, de nueva cuenta en la puerta del vestíbulo, las despedidas y los abrazos. “Por aquí estaré viniendo a saludarlo, Señor-Presidente”. “De ninguna manera, Señor-Candidato. Ya no hablaremos ni nos veremos sino hasta el día en que la Cámara de Diputados, obedeciendo a la soberanía-nacional, lo declare Presidente Electo, como estoy seguro que sucederá”. “Mientras tanto, usted designará a un mensajero y yo designaré a otro para que nos lleven y traigan los mensajes que nos resulten indispensables. Yo designo a Humberto Romero. ¿Y usted?” “También a Romero, Señor-Presidente”. “Ah, qué bueno que designamos sólo a uno. Así no habrá indiscreciones”. Por último, vino el momento más emotivo. “Bueno, SeñorCandidato. Vaya usted, todos estos meses, a conquistar el éxito que no es lo mismo que el triunfo. El triunfo se lo tiene 239

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asegurado nuestro partido. Ellos le darán los votos necesarios y mucho más que eso. Pero el verdadero éxito no se lo puede dar nadie sino usted mismo. Ese consiste en el aprecio, en el respeto y en la gratitud que le confiera su pueblo. En eso, nuestro pueblo es infalible. Puede equivocarse en otras cosas, pero nunca en sus afectos”. Y remató: “Yo, por mi parte, aquí me quedaré esperando estos meses y pensando en el día en que vuelva a abrazar al amigo que más he querido”. * * * Se dice que, algunas semanas después, un amigo de Ruiz Cortines, de los pocos que gozaban del privilegio de las charlas confidenciales, se atrevió a preguntarle. “Explícame algo que no alcanzo a comprender. Sé que tú no te equivocas pero yo no lo entiendo. ¿Qué le viste a López Mateos?”. El veracruzano le respondió con sabiduría cruel. “Es muy frecuente que, ante los Presidentes de la República, casi todos los políticos profesionales se conduzcan como pendejos, se ostenten como recios y se porten como cobardes. Por eso es muy valioso, por excepcional, aunque todos tengamos que ayudarlo, un hombre que ante el Presidente de México siempre se haya conducido con inteligencia, con corazón y con valentía”. Y, mientras decía esto, subrayaba intencionadamente sus severas palabras, tocándose sucesivamente con la mano derecha, en la frente, en el lado izquierdo del pecho y en el arco que se forma entre las piernas. En efecto, los gobernantes requieren tener, en su propia naturaleza, mucho de lo que no se puede aprender si no se trae. ¿Cuántos asesores se necesitarían para prestarle valentía 240

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a un gobernante cobarde? ¿Cuántos colaboradores se requieren para transformar en leal a un traidor? ¿Con cuántos empleados se puede convertir en patriota a quien no lo es? Salamanca sigue siendo díscola pero esta anécdota es toda una enseñanza de moral política. Como colofón de toda esta historia se cuenta que muchos años después, López Mateos se aventuró a preguntar a Ruiz Cortines por qué había sido tan severo en esas últimas semanas previas a la postulación. ¿Por qué lo mantuvo tan alejado? ¿Por qué le hizo creer que estaba perdido? ¿Por qué hizo que casi todos lo dejaran tan solo? Adolfo “El Viejo” no le respondió a Adolfo “El Joven” con los múltiples motivos que tuvo. No le dijo, por ejemplo, que fue para protegerlo de la intriga, del odio y de la perfidia de sus adversarios o enemigos. No le explicó que fue para cuidarlo de la ambición, de la hipocresía y de la adulación de los allegados y los amigos. No le contó que fue para salvarlo, incluso, del engreimiento, de la vanidad y de la soberbia propios. Sólo le contestó que ya lo había visto pasar todas las pruebas pero faltaba someterlo a la necesaria prueba de la adversidad y que, ya puesto en ella vio que, al sentirse perdido, no claudicó su lealtad, ni germinó su rabia, ni se alió a ningún supuesto victorioso para salvar a título futuro, lo poco que le quedara de su propio naufragio. Pero, además, que nunca lo invadió la soberbia ni el cinismo. Por el contrario, llegó a creer en alguna imaginaria falta propia. Que mucho sufrió al pensar que le hubiera fallado a su Patria y que hubiera decepcionado a sus amigos cuando, en realidad, la Patria le 241

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estaría reconocida y los amigos se sentirían muy orgullosos de él. Que por esa lealtad, por esa madurez y por esa valentía, acreditadas a prueba de todo, era el mexicano que merecía ser El–Señor–Presidente–de–la–República. * * * Los dos Adolfos se volvieron a ver en la tarde del día en que López Mateos había sido declarado Presidente Electo de los Estados Unidos Mexicanos. Llegó a Los Pinos a su cita de las 18:00 horas. Desde el descenso de su automóvil lo recibió el General Radamés Gaxiola. Por primera vez, en su vida, fue saludado militarmente. “Señor-Presidente-Electo: ¿me permite que, en esta primera ocasión, camine adelante de usted para mostrarle la ruta?”. En la puerta del despacho presidencial, montaban guardia dos oficiales. Cuando apareció López Mateos, precedido por Gaxiola, sin espera ni pausa alguna, los oficiales de guardia abrieron las dos hojas de la puerta doble y, una vez abierta, Gaxiola como heraldo, anunció hacia el interior: “El-SeñorPresidente-Electo-de-la-República”. Ruiz Cortines se levantó de su escritorio y se encaminó hacia el visitante, con los brazos abiertos, para darse el prometido y esperado abrazo. Se encontraba recibiendo a Jaime Torres Bodet, ex secretario de Educación Pública así como de Relaciones Exteriores, ex director de la Unesco y, a la sazón, embajador de México ante Francia. Por lo que mencionaré a continuación, supongo que todo esto no fue una simple coincidencia. 242

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“Señor-Presidente-Electo: lo saludo y lo felicito. En estos momentos se despedía el doctor Torres Bodet pero qué bueno que tuvo la oportunidad de saludarle. Es uno de los mejores mexicanos y el mejor conocedor del tema educativo. Quizá llegue, usted, a necesitarlo”. López Mateos respondió afirmativamente. Anunció a Torres Bodet que le solicitaría algunos consejos y hasta le sugirió que los fuera escribiendo. Aquí vemos, claramente, a otro ungido el cual sería Secretario de Educación Pública en el siguiente gobierno. Creo que con estas breves viñetas nos hemos adentrado en los vericuetos internos de un presidente tan complejo como lo fue Ruiz Cortines. * * * Fue acompañado, en el gabinete, por Adolfo López Mateos, Ángel Carbajal, Luis Padilla Nervo, Antonio Carrillo Flores, José López Lira, Gilberto Loyo, Gilberto Flores Muñoz, Carlos Lazo, Walter C. Buchannan, José Ángel Ceniceros, Ignacio Morones Prieto, Salomón González Blanco, Carlos Franco Sodi, José Aguilar y Maya y Ernesto P. Uruchurtu. Adolfo Ruiz Cortines nació en Veracruz, Veracruz donde también murió a la edad de 83 años. Contrajo dos matrimonios. El primero, con Lucía Carrillo y, ya viudo de esta, con María Izaguirre. Tuvo tres hijos de su primer matrimonio y una hija en relación extramarital.

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XI. El desarrollo estabilizador

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dolfo López Mateos murió cuando era, todavía, un hombre muy joven. Vivió, tan sólo, 59 años. De ellos, los casi tres últimos sumergido en un coma irreversible. Pero siempre he tenido la sensación íntima de que, aunque hubiere vivido 20 ó 40 años más, nunca hubiere perdido su formidable y característica jovialidad. Pudo haber llegado a ser un anciano, en lo corporal, pero no habría dejado de ser un joven en lo espiritual. Esta fue una nota indubitable de su perfil vital. Pero, debemos subrayar, que no se trata de una característica incidental que, únicamente, nos sirviera para explicar a un hombre divertido o ameno o simpático. Nada de eso. Además de ello, este carácter jovial nos resulta esencial para explicarnos muchos de sus personales atributos. Como es característico en la juventud cuando no se encuentra atrofiada o pervertida, López Mateos era generoso, era sencillo, era valiente, era noble, era franco, era idealista, era alegre, era optimista y era honesto consigo mismo y con los demás. 245

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No tenía, por su jovialidad, aquello con lo que la madurez y la vejez suelen acosarnos y, en ocasiones, atrofiarnos y pervertirnos. Ni la ambición, ni la soberbia, ni la vanidad, ni los miedos, ni el materialismo, ni el desencanto, ni la hipocresía, ni la perfidia. Por ello, junto con otros factores, pudo hacer un buen ejercicio presidencial. Estos caracteres personales nos facilitan entender al estadista y al hombre, así como apreciar sus actitudes, sus sentimientos y sus ideas. * * * López Mateos no fue nunca doblegado en su vocación de servicio al pueblo mexicano. Padeció la orfandad infantil, el apuro económico, la desilusión juvenil, la persecución política, el autoexilio personal, el malestar físico y la enfermedad acechante. Pero todo ello no fue suficiente para que decayera su ánimo por servir, ni su amor por el pueblo, ni su pasión por México. López Mateos fue, como son los jóvenes, invariablemente optimista. Estaba convencido, sin lugar a dudas, de que México y los mexicanos éramos depositarios de una grandeza nacional. Más aún, casi siempre le atribuía la significativa calificación de “ineludible”. Porque debemos tener en cuenta que el mismo concepto no es idéntico en todos los presidentes de un mismo país. La misma orden, la misma declaración, la misma palabra o el mismo discurso tienen distintos significados en función de quienes la giraron, la emitieron o lo pronunciaron. Como mero ejemplo, pensemos en las palabras que se repiten todos los 15 de septiembre en el balcón central del 246

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XI. EL DESARROLLO ESTABILIZADOR

Palacio Nacional. Nos queda perfectamente en claro que las palabras ¡Viva México! no significaron lo mismo en Adolfo López Mateos que en Ernesto Zedillo o en Vicente Fox. No me estoy refiriendo a que suenen distinto en cada uno de ellos ni a que uno sea mejor orador que el otro. Me refiero a que cada uno de ellos ha tenido una forma distinta de concebir a su patria, no obstante que ésta sea la misma. Tengo la impresión de que el concepto de patria para López Mateos se asociaba con el de numen, el de Zedillo con el de historia y el de Fox con el de tradición. Esto lo digo porque la patria para López Mateos era algo de naturaleza fundamentalmente mística. Algo ubicado por encima de lo terrenal y casi en los linderos de lo divino. La consideraba como una especie de deidad que nos cobija y nos ampara, así como a la que hay que tributarle hasta la vida misma. Luego, entonces, su idea sobre el heroísmo es la de un deber y no tan solo la de un mérito. Baste recordar que, en esas ceremonias de “El Grito”, exaltaba a la patria sin bajar la mirada hacia la plaza o hacia el pueblo sino colocándola en el horizonte y en el cielo. Le hablaba a México con la misma actitud con la que el creyente le reza a su dios. México no era, para él, un lugar geográfico ni una sociedad nacional. Mucho menos una estadística o una encuesta. México era el centro supremo de una religión cívica. Algo superior, indestructible y eterno. Lo anterior deja en claro la diferencia a la que aludíamos. Para Ernesto Zedillo su patria era algo ubicado en nuestra historia. Desde luego, pleno de una alta valoración y orgullo. Los insurgentes, Hidalgo, Morelos, la Reforma, Juárez, el 247

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movimiento revolucionario, la transformación social, la independencia, el federalismo, la soberanía, el constitucionalismo, las libertades y todo aquello que nos dignifica porque nos costó esfuerzo, sangre, sufrimiento, inteligencia y decisión. Para Zedillo, los mexicanos valemos por lo que hemos hecho y tiene razón. Para López Mateos, los mexicanos valemos por lo que somos y, también, tiene razón. Por su parte, para Vicente Fox su patria está representada por un tesoro tradicional. Nuestra familia y nuestros amigos; nuestra región y nuestra comida; nuestra casa y nuestra música; nuestras costumbres y nuestra cultura. A diferencia de los que he mencionado, para él los mexicanos no valemos por lo que somos ni por lo que hemos hecho sino por lo que tenemos y, también, tiene razón. No por lo que poseemos en dinero ni en poder sino en una riqueza común e indivisible aunque, al fin de cuentas, en un haber o tener más que en un hacer o en un ser. Todo esto no es solamente un asunto filosófico que pudiera considerarse irrelevante e inútil como ejercicio sino que ello determinó muchos de los referentes de su actuación presidencial, de su relación con el pueblo que los tres han gobernado y de las consecuencias que ello habría de tener para los mexicanos. Por ejemplo, si no hubiéramos hecho la Independencia y siguiéramos como vasallos de la corona española, López Mateos y Fox nos seguirían valorando casi igual pero para Zedillo seríamos una ralea inferior. Por el contrario, si no nos inmoláramos en el altar de la patria cuando esta lo requiriera, Zedillo casi ni se inmutaría pero López Mateos nos maldeciría 248

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por todos los siglos, como bastardos o como renegados, sin ninguno de los derechos de los hijos patrios. Con lo anterior, López Mateos indicaba que con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros México había sido, era y eternamente sería grande. Que contra ese signo de grandeza los propios y los extraños resultaban impotentes. No advertía la grandeza nacional como un estadio futuro ideal o eventual sino como algo tangible desde siempre y hasta siempre. Pero no como una dádiva abstracta y metafísica. No la llamaba “eterna”, calificativo más ligado a lo teológico. La llamaba con un calificativo relacionado con la conducta de los hombres pero sobrepuesto a ella. La llamaba “la ineludible grandeza nacional”. En un momento de la vida de México López Mateos nos convenció de que la grandeza nacional es ineludible. Quienes así podamos verlo tendremos resuelta nuestra relación con la Patria. * * * Una “leyenda urbana” que ha permanecido durante muchos años y, por cierto, de forma distorsionada como de “teléfono descompuesto” se refiere a la supuesta nacionalidad guatemalteca de López Mateos. Este mito surgió del Colegio Electoral de 1946 y la verdadera historia es la siguiente. El Colegio Electoral era, en aquel entonces, el órgano soberano encargado de la autocalificación de las elecciones. Una mezcla de lo que hoy serían, en este particular sentido, los institutos y los tribunales electorales. Lo integraban los primeros 50 ó 60 diputados y senadores que hubieren recibido constancia de mayoría. Lo jefaturaba quien se habría de 249

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convertir en líder de la Cámara de Diputados, en esa ocasión David Romero Castañeda. Pues bien, fue ese de 1946 un Colegio Electoral particularmente álgido y sólo comparable en su conflictividad con el de 1988. Quizá uno de sus casos más notables fue el de la impugnación de la elección del senador mexiquense Adolfo López Mateos por algo que el tiempo, mezclado con la ignorancia, terminó por distorsionar en la voz popular. Resulta que, en su juventud, López Mateos se autoexilió y fue a residir a Guatemala. Allí trabó amistad con el dictador presidencial, Jorge Ubico, de quien se convirtió en un colaborador meritorio, es decir, sin goce de emolumentos ni relación de subordinación. Cuando el joven mexicano se percató de que el mandatario guatemalteco había caído en un comportamiento dictatorial se separó de él y regresó a México. Este suceso impulsó al Partido Acción Nacional, por conducto de Manuel Gómez Morín, a presentar una acusación de inelegibilidad basada en el supuesto que de López Mateos hubiere trabajado para un gobierno extranjero sin recabar el permiso del Congreso de la Unión lo cual determina, constitucionalmente, la pérdida de la nacionalidad mexicana y, consecuentemente, de los derechos ciudadanos. Esto no tiene que ver con aquella incoherencia de quienes repiten todo sin entender nada en el sentido de que López Mateos no había nacido en Atizapán sino en Guatemala. A López Mateos no se le acusó congresionalmente de tener nacionalidad guatemalteca sino de haber perdido la mexicana, 250

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precisamente porque alegaban que, siendo mexicano, no hubiera cumplido con las leyes mexicanas. Romero Castañeda operó con serenidad y con eficiencia. La defensa se le encargó a dos senadores electos que tenían muy buenas credenciales como abogados y que ya habían sido hasta Presidentes del Tribunal de Justicia de sus respectivos estados. Lo hicieron de maravilla. Por otra parte, Martín Luis Guzmán se encargó de desenredar toda la historia en los archivos guatemaltecos, donde resultó que López Mateos ni figuró nunca como empleado del gobierno ni cobró un solo quetzal. Y al ilustre don Manuel todo se le hizo un batidillo y pasó de acusador a acusado. Se demostró que era él y no López Mateos quien había dejado de cumplir algunas obligaciones de la ley mexicana de nacionalidad, relacionadas con la hispanidad de sus ascendientes y que lo hacían inelegible para la diputación por la que se había postulado por un distrito electoral de Chihuahua. Por cierto que aquí se presenta uno de esos tejidos que el destino trama sin nuestra voluntad y sin nuestro concurso. En esos días de impugnación, la esposa de López Mateos, Eva Sámano Bishop, se acercaba al centro de la ciudad para comer con su esposo, a quien sentía atribulado por la acusación y la impugnación. Pues bien, cierto día se encontraron en el Café Tacuba, muy cerca de la Cámara de Diputados. Romero Castañeda había designado, esa misma mañana, a los mencionados defensores y sus antecedentes tranquilizaban a López Mateos. Lo 251

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comentó con su esposa y le dijo que eran muy competentes pero, lo malo, es que le hacían muy “fea cara”. Lo cómico es que esos senadores eran Gustavo Díaz Ordaz y Fernando López Arias, dos de los políticos más proverbialmente feos en la historia de México. ¿Cómo le iban a hacer buena cara, si no tenían otra mejor? Lo paradójico es que López Mateos sería compañero de ellos, en el Senado de la República, por los siguientes seis años. Que se haría su amigo inseparable. Y que lo acompañarían en su mandato presidencial. López Arias sería Procurador General de la República y, después, Gobernador de Veracruz. Díaz Ordaz sería Secretario de Gobernación y, después, Presidente de la República. Todo ello, por decisión de Adolfo López Mateos, su defendido doce años antes, en el Colegio Electoral. * * * López Mateos tenía, también una sencillez espiritual que le permitió preservarse como humano en la convivencia con el poder de la Presidencia de la República. Dos pasajes reflejan aspectos sustantivos de su carácter nacionalista y valiente. Se cuenta que, alguna vez, instruyó a su Canciller Manuel Tello y a su Embajador Antonio Carrillo Flores con palabras concretas, precisas y certeras de como quería que fuera la relación de su gobierno con el de Washington. Y lo resumió en “tan cerca como sea indispensable y tan lejos como sea posible”. No era esta, desde luego, una instrucción de alejamiento sino, por el contrario, un factor inmediato de concordia presente y, de ser posible, de amistad futura. 252

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Ello debe ser vigente en el futuro panamericano, si es que este existe y ojalá exista un futuro panamericano, construido a base de rescatar, con la más amplia decisión, todo lo que nos una y de remitir, con el más profundo desprecio, todo lo que nos separe. Se cuenta, también, que estando en una ronda de pláticas durante la reunión de Estado con el Presidente Kennedy éste le preguntó en cuanto dinero estimaba México una solución para el Chamizal. A esto, López Mateos contestó de inmediato: “No lo sé porque no soy corredor de inmuebles”. Hacía la traducción el embajador Justo Sierra quien consultó, para no instalar un equívoco, si lo traducía en ésos términos. “En esos términos, señor Embajador, no hay otros”, confirmó el Presidente. Ante esto, Kennedy reculó de inmediato al advertir su equívoco. Pero uno de los momentos más valerosos y más luminosos de su política exterior lo constituyó la digna postura en la que instaló a México durante la crisis cubana. En la ruptura cubanonorteamericana, los Estados Unidos promovieron que los países miembros de la OEA excluyeran a Cuba de la organización panamericana. Todos aceptaron u obedecieron la solicitud estadounidense. He tenido, en la mente, durante muchos años una imagen que observé y que no puedo y no quiero olvidar, por el orgullo que me infunde como mexicano. En el vestíbulo de la residencia de la Embajada de México, en La Habana, hay una fotografía en tonos sepias, amplificada a dimensiones de mural. La imagen refleja a la Junta de Cancilleres de la OEA, en la histórica noche en que se resolvió la exclusión de Cuba. 253

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Todos los cancilleres del continente aparecen con la diestra levantada, votando por la exclusión. Todos, menos uno. Sólo el canciller Manuel Tello permanecía con las manos abajo. Sólo él y el embajador Vicente Sánchez Gavito estaban solos en medio de todos. Sólo México estaba solo. Al verla, unos instantes me escapé con mis pensamientos íntimos. Nunca, antes, había visto una fotografía de la dignidad. No suponía, incluso, que la dignidad se pudiera retratar. Una vez reinstalado en plenitud de conciencia, lo primero que pensé fue lo mucho que nos ha costado y nos seguirá costando ese voto. Pero, también, que por muy costoso vale lo que cuesta. Pensé que, quizá por lo sucedido esa noche, ningún mexicano, en los próximos cien o doscientos años, sería Secretario General de la OEA. Que, quizá, por lo sucedido esa noche, somos un “patito feo” o un cisne negro de la vida política panamericana. En un solo acto enfurecimos a los que mandan y avergonzamos a los que obedecen. No sé cuánto tarden, unos y otros, en olvidar o en comprender. Esa lección de alteza se debe a Adolfo López Mateos. Nunca fue opositor a ningún país del continente o del mundo. Pensaba en México y a sus intereses se aplicaba. Por eso, un par de años después, cuando la crisis de los misiles cubanos, la postura de México fue en el mismo sentido que la de los Estados Unidos. Para México y para los mexicanos no había la menor duda de que si hubiera estallado la guerra hubiéramos estado al lado de los Estados Unidos y en contra de Cuba y de Rusia. Más aún, nuestro país impulsó la desnuclearización de la América Latina, hoy consagrada en el 254

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Tratado de Tlaltelolco, lo que le valió al ilustre mexicano Alfonso García Robles el Premio Nobel de la Paz. Con esto se logró que la América Latina fuera asegurada como la única región continental del planeta sin armamento nuclear. Esto no fue una medida simplemente militar y, ni siquiera, humanística. Fue una medida de altísima finura política. Si este subcontinente no sería permisible para instalar armas atómicas, entonces sería inútil para instalar bases militares. De allí, la prístina e impecable conclusión resultó que, si no servía para amenazar, para nada le interesaría a las grandes hegemonías adueñarse de ella. Y es que los gobernantes deben ver a su país de la misma manera que los antiguos chinos veían a su propio país: como un lugar “centro-del-universo”, a partir del cual todo lo demás y todos los demás eran algo periférico y meramente marginal. En este sentido, la política exterior mexicana no sentía, realmente, ninguna inclinación afectiva por los seres humanos que no fueran mexicanos y que sus simpatías o desafectos para con los extranjeros dependían, esencialmente, del beneficio o perjuicio que hicieran para México. No era, pues, un criterio de humanistas sino, ante todo, era un criterio de estadistas. Una forma así de ver al Estado, a la Nación, a la humanidad y, acaso, también a la vida, fue muy provechosa para México. El gobierno mexicano de entonces asumió la dirección de su país en medio del torbellino de las peores crisis: postguerra, deterioro económico, guerra fría, apetitos incontrolados de las hegemonías de victoria, desmantelamiento del colonialismo, debilidad del liderazgo político, rebeliones, 255

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pugna de facciones, desconfianza generalizada, crisis regionales, derrumbe de la moneda, falta de liquidez, descrédito de los gobiernos, humillaciones del orgullo nacional y, como consecuencia inevitable de todo ello, la disolución y desaparición de una forma universal de vida. Muchas veces he tenido la oportunidad de platicar con mexicanos muy cercanos a la vida diplomática y, muy en especial, a las relaciones bilaterales de México. Entre ellos, Justo Sierra Casasús me platicó varios episodios muy importantes, además de interesantes. Relato uno que se refiere al Presidente Adolfo López Mateos quien, cuando fue senador, participó en algunas de las reuniones interparlamentarias binacionales. Fue, con ese motivo, con el que entabló una recia amistad con el influyente senador texano Lyndon B. Johnson. Es el caso que, una vez asumida la Presidencia de México, López Mateos visitaría la capital norteamericana en la habitual Visita de Estado. Johnson vio la oportunidad de invitar a su viejo amigo y ya presidente mexicano a que visitara el Capitolio y pronunciara un discurso solemne ante el Senado de los Estados Unidos. A través de Justo Sierra, López Mateos contestó que le complacía la invitación senatorial pero que se veía obligado a declinarla porque le ofendía ver, en una de las principales escaleras, un gran cuadro que representaba a la Batalla de Chapultepec de 1847. Que esa pintura, además, en nada ayudaba a la amistad, siempre precaria, entre los dos vecinos. Y que mientras existiera tal óleo, López Mateos jamás entraría al Capitolio norteamericano. 256

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Johnson comprendió con rapidez y movió su influencia, que era mucha, para que tal imagen fuera condenada, de por vida, a permanecer encajonada en las bodegas de los sótanos capitolinos. Hecho esto, López Mateos asistió al Capitolio, pronunció un importante discurso y obtuvo un caluroso beneplácito político. Ya con anterioridad, el presidente Miguel Alemán, con motivo del centenario de la injusta guerra mexicanonorteamericana, logró en 1947 la devolución de varias de las banderas mexicanas capturadas por el enemigo. Además de estos episodios y sobre el mismo asunto de banderas, el propio Sierra me platicó otro bello episodio. Habría de venir a México el presidente Charles De Gaulle en Visita de Estado. El asunto era muy importante para Francia y el presidente mexicano supo “sacarle toda la raja” tanto en lo político como en lo comercial y en lo cultural. Así las cosas, el doctor Jaime Torres Bodet planteó a los gobernantes franceses que, en esa visita, los mexicanos queríamos recibir en la principal plaza cívica del país al ilustre presidente de Francia y héroe del siglo XX. Pero que la historia era severa y no perdonaba. ¿Cómo hacer olvidar a los mexicanos la intervención francesa del siglo XIX? Sólo podría intentarse un recurso. Que Francia devolviera las banderas capturadas como signo de amistad y de reconciliación. Los franceses dijeron que eso era perfecto pero, agregaron, que México también devolviera las banderas francesas, como símbolo de reciprocidad. A ello, López Mateos contestó que no podía verse la reconciliación bajo los términos de la reciprocidad sino bajo los del perdón. Que México no había 257

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invadido a Francia ni había intervenido en sus asuntos internos. Que, ante los ojos de la historia, nosotros fuimos los ofendidos y ellos los ofensores. De Gaulle comprendió sin dificultad y nuestras banderas se devolvieron. México, a su vez, comunicó que no devolvería las banderas francesas pero que ya no las exhibiría. Que serían respetuosamente incineradas, pero sus cenizas quedarían en nuestro poder. El presidente de los franceses vino a México, trajo los estandartes y fue aclamado en el zócalo capitalino. * * * En 1958, cuando inicia el mandato de López Mateos, el país ya había entrado a su segunda década de desarrollo sostenido y lo que se requería eran las suficientes dosis de estabilidad. Ese fue el marco en el que se dio el discurso inaugural de Adolfo López Mateos. En 1958, Adolfo López Mateos declaró la guerra a “dos enemigos: la pobreza y la ignorancia”. Garantizó una moneda estable y “progreso parejo para todos”. Libertad con orden. Producir más para exportar más. Recalcó la importancia de una educación pública con planeación total. Pidió mayor aportación de la iniciativa privada. Se refirió a un mejor aprovechamiento de los recursos naturales y a una mejor distribución del ingreso. Alabó a Ruiz Cortines y terminó “con la Revolución Mexicana en la conciencia y el imperativo de la ley en la voluntad”. López Mateos era un magnífico orador que confeccionaba sus propios discursos. Pero, para asesorarse en estos menesteres, fue el cuarto y último Presidente que contó con 258

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Jaime Torres Bodet, Secretario de Educación Pública así como de otro notable orador, el Secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz. La administración presidida por López Mateos se inició con promesas de no devaluación y de solidez monetaria, así como de contención de precios y de remisión de la inflación, todas las cuales fueron fielmente cumplidas. También se marcó con importantes reformas administrativas. La Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas se dividió en dos ramos para mayor especialización y eficacia. La Secretaría de Bienes Nacionales amplió su espectro competencial y se llamó Secretaría del Patrimonio Nacional. Y se creó la Secretaría de la Presidencia, más tarde transformada y hoy desaparecida. Un incidente en la frontera marítima generó una crisis diplomática con Guatemala cuando fuerzas aéreas guatemaltecas dispararon contra pescadores mexicanos y mataron a varios. El país vecino los consideró piratas. México alegó que incursionaron en aguas ajenas por error de navegación y que la reacción guatemalteca fue, inaceptablemente, extrema. Durante su gestión, pugnó siempre por asegurar el control del país sobre sus recursos. Fue así que nacionalizó la industria eléctrica, medida con la cual se logró cuadruplicar la capacidad instalada. En materia de educación pública se construyeron más de 30 mil aulas y se otorgaron igual número de plazas para profesores de educación primaria. Sólo en 1959 se repartieron cerca de 80 mil desayunos escolares diariamente y, al final 259

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del sexenio, la cifra ascendía a 3 millones. Se creó el Instituto Nacional de Protección a la Infancia y se implantó el servicio social de los menores. Pero lo más importante en el ramo educativo fue la instalación del libro de texto gratuito contra el que las manos reaccionarias lanzaron piedras anónimas, diciendo que se trataba de un libro único pero no decían que era el único gratuito. También se edificaron muchos de los museos que aun nos enorgullecen, principalmente el Nacional de Antropología El nivel socioeconómico de los mexicanos mejoró notablemente. Los precios, durante el sexenio, aumentaron 14.1%, mientras que los salarios se incrementaron hasta en 96.7%. El índice de mortalidad disminuyó de 12.52 por millar, registrado en 1958, a 9.6 en 1964. En cuanto a la industria, la producción se incrementó en 51.9% como consecuencia de importantes inversiones en las ramas del papel, la petroquímica y la industria automotriz. El sector agrario fue favorecido con diferentes medidas y acciones, la creación de varias presas, el aumento al precio de garantía del maíz, el otorgamiento de diversos subsidios a la producción y la entrega de más de 16 millones de hectáreas a ejidatarios. El 25 de febrero de 1964, tras varios años de negociaciones, recuperó El Chamizal y el 25 de septiembre del mismo año México recupero su posesión física. Aquí viene una anécdota que refleja el espíritu alegre de López Mateos. La ceremonia de entrega se realizó in situ, a orillas del Río Bravo. Cuando aterrizó el helicóptero del presidente 260

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mexicano, ya lo aguardaba Lyndon B. Johnson. López Mateos se apresuró y, quizá porque las aspas no se habían detenido totalmente, el aire le levantó una valenciana del pantalón, dejando descubierta medía pantorrilla. Él no lo notó pero el Canciller Tello, que lo seguía de cerca, lo advirtió y le susurró: “Señor-Presidente, bájese los pantalones”. López Mateos contesto, de inmediato, “¡Carajo!, Canciller, ¿les debemos tanto?”. Es que López Mateos tenía, casi permanente, un magnífico sentido del buen humor. Es proverbial su anécdota sobre Kennedy, el reloj de López Mateos y la esposa de Kennedy, Jacqueline. Estaría de más volverla a narrar. Pero, de las muchas que me han regalado, extraigo una para compartirla. Se encontraba el Presidente López Mateos en una ceremonia de boda civil en la que, desde luego, fungiría como testigo. Una vez concluido el ritual y ya departiendo con los invitados, una señora de abundantes dineros pero de escasas luces se dirigió a él, con el mayor desparpajo. ”Señor licenciado López Mateos: quisiera pedirle un consejo porque me han dicho que usted conoce a personas muy importantes y muy influyentes”. ”Bueno, señora, no crea usted que conozco a muchos influyentes porque yo casi no tengo que influir ante nadie. Pero dígame en qué la puedo servir”. ”Es que yo tengo un perro french-poodle de la especie más fina que haya habido en México y quiero casarlo pero con una perrita de su misma alcurnia. Y pensé que, quizá, entre los importantes que usted conoce, podría encontrarle novia”. 261

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”A ver, señor Secretario Particular. ¿Se acuerda de la finísima perrita que compramos en el Boulevard SaintJerome, para regalarla a la profesora Angelina? Organice, de inmediato, estos esponsales’’. La respuesta no podía ser más ingeniosa ni más comedida. Se refería a una french-poodle, desde luego de muy bajo registro, que había comprado en el camellón de San Jerónimo, que suena más modesto que en francés. Desde luego, no sugería que esa misma fuera la que satisficiera al novel garañón sino que se comprara otra en los mercados callejeros. Total, la dama impertinente quedó feliz. El interpelado quedó como príncipe. Y el resto de los escuchas quedaron divertidos. * * * Pero, así como veía la vida con alegría, también sabía asumir las más graves decisiones. Corrían los primeros meses del sexenio presidido por Adolfo López Mateos. Llevaban tiempo haciendo crisis algunos problemas sociales en forma de huelga. Una de ellas, la ferrocarrilera, había tomado visos de gravedad. En aquel entonces la vía férrea era el principal instrumento de transporte y el desabasto ya amenazaba a la capital. Cierta tarde, como en ocasiones anteriores, el Presidente de la República se reunió con sus colaboradores relacionados con el asunto para revisar los avances. Asistieron los secretarios de Gobernación, de Hacienda, de Comunicaciones y del Trabajo. Todos dieron cuenta de que las soluciones no estaban a su alcance. Había talento de sobra en aquella mesa. Pero la probada inteligencia de Gustavo Díaz Ordaz, de Antonio Ortiz Mena, de Walter Buchanan y de Salomón González Blanco resultaba insuficiente para un asunto que 262

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rebasaba su nivel ministerial y que se alojaba en las exclusivas manos presidenciales. López Mateos comprendió que había que ingresar al doloroso terreno en el que, para funcionar, la política tiene que apartarse un poco de la ley o de los valores. Pero también sabía que ello no se lo podían proponer sus subordinados. Cuando hay verdadero oficio político, ese tipo de propuestas tienen que germinar en el presidente y, cuando más, sólo se le puede acercar si se acatan tres imperativos. El primero, que no se utilicen palabras precisas y concretas sino aquellas meras insinuaciones que permitan al jefe tener el mayor espacio de maniobra. El segundo, que se haga en la más absoluta privacidad, discreción y secrecía. El tercero, que se incline la cabeza y se baje la mirada para subrayar el respeto, para desterrar la insolencia y para no espiar hacia el interior de las reacciones del jefe del Estado mexicano. ¡Vamos!, que quede en ambos la certificación de que no son un par de cínicos y que lo que van a hacer, por obligación, lo sufren y no lo gozan. Por eso el Presidente comprendió que sus eficientes ministros ya habían llegado al límite de sus posibilidades. Se habían agotado las vías del diálogo, del pago y del arreglo. Les dio las más sinceras gracias por su esfuerzo infructuoso pero muy inteligente y muy leal, les deseo un buen descanso nocturno y les explicó su posición. Les dijo que sólo habría dos soluciones. “Que los matemos o que los metamos. Y como no tengo la menor intención de que los matemos sólo queda que los metamos”. Ambas eran y siguen siendo del exclusivo nivel presidencial. 263

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Dicho esto se levantó para despedirlos y, alzando la mano derecha, se dirigió a su secretario particular, chasqueó tres veces los dedos para confirmar su premura y decisión y, con su voz amable pero sonora y firme, dijo: “Que venga el Procurador General de la República”. El resto es historia ya bien conocida. El vallejazo, la conjuración de la huelga ferrocarrilera y la solución de un problema a través de resoluciones y de instrucciones que sólo podía emitir el Señor-Presidente-de-la-República, y nadie más. * * * Dije que López Mateos fue generoso. Lo era particularmente con la amistad. Sobre esto hay anécdotas que resultan enseñanza y parábola. Me referiré a una que versa sobre la designación del más alto cargo jurídico del gobierno federal, que constituye un ejemplo de sabiduría y de responsabilidad en el ejercicio del poder de designación. Corría octubre del 58. El entonces Presidente Electo, le había informado a Gustavo Díaz Ordaz que sería Secretario de Gobernación y que le pondría al tanto de las demás designaciones. Una tarde, muy lleno de contento porque ya había resuelto el compromiso que entonces implicaba, y hoy todavía lo implica, le dijo, con gran entusiasmo: “Gustavo: ya tengo Procurador General de República. Será Fernando López Arias”. Díaz Ordaz, que no sentía aprecio por López Arias, permaneció en silencio. López Mateos, que era muy 264

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caballeroso, lo invitó a expresarse. Le preguntó si sabía algo que él ignoraba o cuál era su personal opinión. El poblano, sin entusiasmo, simplemente dijo que le parecía acertada la decisión, como todas las de su patrón. El Presidente-Electo, con amplia generosidad, le brindó la siguiente explicación a su subalterno. “Mira, Gustavo: para ser Procurador General de la República se requiere llenar cuatro requisitos. El primero, ser un hombre de lealtades a prueba de todo. El segundo, tener un conocimiento perfecto del funcionamiento del sistema político mexicano. El tercero, tener el valor suficiente para tomar, oportunamente, las más graves decisiones. Y el cuarto... se me olvida... ya lo recordé”, dijo soltando una carcajada. “Ser abogado, porque así lo ordena la Constitución”. En lo anterior se refleja un generoso comedimiento para explicar aquello a lo que no se está obligado. Pero, en este mismo tenor, existe un hecho que involucra a los mismos personajes. Corrían los últimos días de septiembre de 1963. López Mateos citó, para acuerdo sobre el estado que guardaba la Secretaría de Gobernación, a Gustavo Díaz Ordaz. Allí, en la biblioteca casera de San Jerónimo, revisaron los asuntos del acuerdo y, al terminar, cerraron las carpetas y el presidente inició una conversación, preguntando cómo se veía la situación política del país, en esos días. Díaz Ordaz contestó que él la veía con mucha estabilidad, con mucha serenidad y con mucha tranquilidad. Sin protestas, sin demandas, sin huelgas, sin amenazas y sin zozobras. López Mateos remató opinando que, en ese caso y dadas la 265

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fechas del calendario político, parecía que había llegado el momento recomendable para que el PRI postulara a su candidato a la Presidencia de la República. Acto seguido hizo una señal y entró el mesero presidencial llevando una charola con dos copas y una botella de cognac muy fino. Con otra señal, el camarero se retiró de inmediato y el propio presidente sirvió generosamente, repartió los envases y se puso de pie, en actitud de formalidad. Levantó el brazo en ademán de brindis y formuló un deseo: “Gustavo, ojalá nunca en la vida nos guardes rencor por el enorme peso que descargaremos en tus hombros”. La frase inolvidable es un monumento de gentileza, de republicanismo y hasta de misticismo. No contiene vulgares alusiones de triunfo ni de festejo sino de humildad y responsabilidad. No habla en primera persona de singular sino de plural. Lo decidieron en grupo. Muchos, todos o pocos, pero en colectivo y, por lo tanto, no reclama gratitudes individuales ni personales. No se refiere a un premio sino a una carga. No está regalando un país sino, tan solo, lo está encargando. Y, por último, es un cargo que no promete alegrías sino amarguras tales como las que, proféticamente, persiguieron a Díaz Ordaz hasta el último momento de su vida. Es ésta no sólo una alta lección de elegancia política sino, sobre todo, de humildad humana. Una ocasión, Justo Sierra me hizo una pregunta tremenda. “¿Por qué López Mateos no me designó Canciller de México?” La respuesta no me costó trabajo. López Mateos tenía muchos mexicanos para ser cancilleres. Luis Padilla Nervo, 266

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Vicente Sánchez Gavito, Antonio Carrillo Flores, Jaime Torres Bodet, Manuel Tello y el propio Justo Sierra. Pero no tenía muchos amigos como Sierra y designarlo sería perderlo como amigo en lo que eso tiene de cercanía, de intimidad y de compañía. Su amistad fue tan cercana con el presidente que eso lo sacrificó en una aspiración política. Mi respuesta le satisfizo y me dijo: “Pepe, me ha quitado un peso que cargué durante muchos años”. * * * López Mateos fue un constructor de instituciones. Resulta que al terminar el mandato del Presidente Ruiz Cortines, el nuevo mandatario invitó a Antonio Ortiz Mena como Secretario de Hacienda y a David Romero Castañeda como subsecretario. Sin embargo, una de sus primeras encomiendas no tenía que ver con Hacienda sino con el anterior encargo de estos, al frente del Instituto Mexicano del Seguro Social. Adolfo López Mateos había empeñado, durante su campaña electoral, la promesa de crear un instituto de seguridad social para los trabajadores del Estado. Ese sería el ISSSTE y, por sus recientes y muy satisfactorias experiencias en el IMSS, su creación fue encargada a los mencionados. Pusieron manos a la obra. Lo primero sería contar con una ley. Redactarla no significó ningún problema. Sería muy parecida a la del Seguro Social. En unas semanas estuvo debidamente confeccionada. Habría que cabildearla en el Congreso de la Unión, antes de enviarla, para que su procesamiento congresional no sólo fuera ágil sino, también, exitoso. Pero para eso de la operación política se “pintaban solos”. 267

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Todo fue relativamente sencillo. Se elaboró el instrumental administrativo y las provisiones financieras. Manuales de operación, sistemas de capitalización y todo lo necesario para su adecuado funcionamiento. En dos o tres meses todo estuvo listo. El Presidente de la República podría llevar el 1º de septiembre, junto con su Primer Informe de Gobierno, un buen paquete de iniciativas, entre ellas, la Ley del ISSSTE. Calculaban un mes para su procesamiento y así fue. El día 1º de octubre se promulgó la ley y nació el instituto. Pero hubo algo adicional que Ortiz Mena y Romero Castañeda le dieron, como sorpresa, al Presidente López Mateos. Tomaron, como pago de impuestos atrasados, la obra negra de un hotel inconcluso y, con los ingenieros especializados que habían conocido en el Seguro Social, lo transformaron en un hospital monumental para que el nuevo organismo no naciera “encuerado” sino ya dotado de un formidable instrumento de acción. Ese gran centro asistencial, que todavía hoy es un orgullo nacional, en memoria de nuestra Revolución fue bautizado por sus creadores con el imponente nombre de “Centro Hospitalario 20 de Noviembre”. Así se las gastaban. Ese fue el regalito sorpresa para López Mateos y esos eran los regalos que solían darle al pueblo mexicano. * * * Su vida, decíamos, fue breve. La muerte siempre estuvo cerca de su vida personal. Fue huérfano desde la niñez temprana. Él mismo, muchas veces se colocó cerca de ella. Degustaba los deportes temerarios, entre ellos el automovilismo. La muerte no le inspiraba sobresalto ni 268

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inquietud. Casi, diríase, que se tuteaba con ella. Pero en esto hubo algo que pareciere un fario y que se instaló, también, en su destino político. La carrera política del Presidente López Mateos se cruzó muchas veces con la muerte. La primera ocasión fue en 1941 cuando, en un banquete en Toluca, fue asesinado el gobernador Alfredo Zárate Albarrán. Para ocupar la gubernatura y con el fin de pacificar al Estado de México, que vivía una ola incontenible de violencia caciquil, fue designado Isidro Fabela, fundador del mítico Grupo Atlacomulco, llamado así por ser éste su pueblo natal y por haber incorporado a su gobierno a muchos de sus coterráneos. Era Fabela un prestigiado diplomático y jurista, hombre culto y de buenas maneras y, desde luego, buen político, pero alejado del Estado de México y de sus conocencias. Para subsanar ese déficit, tuvo el buen tino de rodearse de políticos locales bien informados, bien identificados y buenos operadores. Así, se volvió el líder, protector e impulsor de jóvenes políticos como Alfredo del Mazo, padre, y Adolfo López Mateos y de muy jóvenes estudiantes como Carlos Hank González. Fabela supo acumular y utilizar su poder político y, con él, impulsó a del Mazo como su sucesor en la gubernatura y a López Mateos como Senador de la República. Sin la muerte de Zárate Albarrán, Isidro Fabela quizá no hubiere tenido necesidad de regresar a Toluca ni hubiere sido el esencial e importante impulsor de López Mateos. Ya siendo senador, el futuro Presidente vería cruzar a la muerte, por segunda vez, en su brillante carrera. Era 269

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Presidente Miguel Alemán y Secretario de Gobernación, Héctor Pérez Martínez. Como ya lo dijimos, al segundo año de gobierno, Pérez Martínez fallece víctima del cáncer. Para despachar en Bucareli, Alemán llamó al gobernador veracruzano Adolfo Ruiz Cortines quien, rápidamente, trabó simpatía con el joven senador mexiquense, a quien convirtió en uno de sus operadores en el Senado y para quien habría de ser el más importante factor de su éxito político. La tercera ocasión, también ya referida, fue la muerte de Gabriel Ramos Millán, el indiscutible candidato de Alemán para sucederlo en la Presidencia. La ausencia de Ramos Millán dejó muy abierto el camino para Adolfo Ruiz Cortines para llegar a Los Pinos y a López Mateos para incorporarse a su gabinete. Con esta, López Mateos llegaría al gabinete presidencial, como Secretario del Trabajo y Previsión Social. La cuarta y decisiva ocasión, para López Mateos, habría de acarrear un gran dolor para Ruiz Cortines. Fue la muerte de Enrique Rodríguez Cano. De esa manera, se convirtió en el acompañante presidencial para los momentos de charla y reflexión, normalmente en las tardes caminando en los jardines y bosques presidenciales o degustando la taza de café y la copa de anís. * * * Algunos presidentes fueron muy transparentes en su buen trato hacia el antecesor y su franqueza les acarreó el rezongo de la clase política. Un caso fue el de Adolfo López Mateos quien tuvo muchas atenciones para con Adolfo Ruiz Cortines, incluyendo que seis integrantes de su gabinete habían sido colaboradores de 270

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su antecesor. Los políticos inventaron el sarcástico chiste de llamar a la casa privada del ex presidente como “los pinitos”. López Mateos registró el mensaje de la guasa y corrigió los rumbos de una manera elegante. A todos los siete ex presidentes que entonces vivían los invitó a cargos públicos como si fuera un consejo de ex presidentes. Siendo atento con todos ya no lo tacharían de obsecuente con uno de ellos. Me contaba Humberto Romero que, cierto día, ya como ex presidente y ya muy avanzado su deterioro físico, llevó a López Mateos al estadio de futbol. Ocuparon unos buenos lugares pero nada extraordinario. La importancia del encuentro hizo que asistiera el Presidente Díaz Ordaz quien se encontraba en el palco presidencial. Es el caso que el locutor oficial anunció la presencia de Díaz Ordaz a lo que el público respondió con una fuerte rechifla. Acto seguido, mencionó la presencia del ex presidente López Mateos y todo el público se puso de pie para aplaudirlo durante largo tiempo. Cuando terminó la ovación, López Mateos le susurró a Romero: “¡Caray!, Humberto. Qué enorme daño me hice al venir”. ¡Qué bien conocía a su sucesor! A Díaz Ordaz no le gustaba López Mateos. No creo que por ingratitud ni por rencor. Me queda en claro que por envidia. Díaz Ordaz era muy inferior a López Mateos y, por si fuera poco, no soportaba que el pueblo venerara al mexiquense y lo odiara a él. Adolfo López Mateos no fue un hombre de resentimientos personales sino de razones políticas. Tuvo que iniciarse encarcelando al líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo para conjurar un paro laboral que no tenía alternativa de solución. 271

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A su vez, Gustavo Díaz Ordaz debutó presidencialmente tomándosela contra los médicos paristas en lo que la historia ha registrado como un exceso represivo, cuyo autor lograría su máxima expresión en Tlatelolco, tres años después. Ya comentamos que López Mateos invitó a siete ex presidentes a ocupar posiciones de gobierno, desde luego todas ellas muy bien escogidas y con límites muy precisos. En ese entonces había tres ex presidentes muy emblemáticos y los incorporó pero con “bardas muy altas”. Cárdenas, a presidir la Comisión del Balsas y Ruiz Cortines la del Papaloapan. Es decir, a su tierra y nada fuera de ella. Alemán, a la Comisión de Turismo. Todo fuera de México, nada aquí. Otros ex presidentes, menos emblemáticos, también fueron incorporados. Portes Gil a la Comisión Nacional de Seguros, Abelardo L. Rodríguez a la Comisión de Pesca y Pascual Ortiz Rubio a algo muy extraño llamado Representante del Gobierno ante el Patronato de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México. También se incorporó a Roque González Garza, uno de los llamados “presidentes convencionistas”, es decir, amigo de Pancho Villa y enemigo de los que serían los “presidentes constitucionalistas”, más tarde llamados priístas. Pero todo sea por la unión revolucionaria. * * * Adolfo López Mateos nació en Atizapán, México y murió en la Ciudad de México cuando tan solo contaba con 59 años de edad. Contrajo dos matrimonios. El primero, con Eva Sámano Bishop con quién tuvo una sola hija. El segundo, con 272

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Angelina Gutiérrez Sadurní con quien tuvo dos hijos. Algunas voces le suponen múltiples romances y más hijos. Al igual que como se le atribuye a Miguel Alemán, a Plutarco Elías Calles y otros más, se dice que López Mateos gustaba de aquello que los franceses pensarían como cherchez la femme. No hay nada que reclamarles. ¡Vive la diference! Hoy, sus restos descansan en su natal Atizapán de Zaragoza. Su mausoleo no lo parece porque no tiene elementos ni mortuorios ni funerarios y porque no se encuentra en un cementerio sino en un parque central que llaman La Alameda. Es este un jardín con cierta belleza, muy de los pueblos mexicanos, con árboles muy añosos y con agradables prados. Allí pasean las familias, allí cortejan las parejas y allí juegan los niños. Allí, entre el pueblo, reposa quien tanto lo amó. “Provengo del pueblo”, dijo al concluir su mandato, “y a él me reintegro como un hermano que, cumplida su guardia, vuelve a confundirse con sus hermanos”. Adolfo López Mateos vivió pocos años. La vida le regateó tiempo. Pero le concedió lo que Johann Goethe definió como la mayor felicidad a la que puede aspirar un hombre: realizar, en la madurez, los sueños de la juventud.

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ustavo Díaz Ordaz Bolaños fue uno de los presidentes más polémicos y controvertidos de la segunda mitad del siglo XX. Se le han atribuido muchas virtudes y muchos pecados. Quizá, en ambos, hayan existido exageraciones. Para no entrar en ampliaciones biográficas ni, mucho menos, psicológicas, que no es el propósito de este volumen, me quedo tan solo con dos de ellas. De las buenas, su fino sentido de operación política y su alta valoración de la amistad. De las malas, su complicado temperamento personal y su retorcido concepto de la autoridad presidencial. Vamos a lo primero. Díaz Ordaz fue muy buen operador político y muy conocedor de las reglas no escritas del sistema político mexicano. Además, tuvo una amplia experiencia toda vez que manejó la Secretaría de Gobernación durante dos sexenios porque a Ruíz Cortines no le gustaba cambiar de secretarios en el gabinete pero sí los “congelaba” y los suplía por un funcionario de menor jerarquía al que le confería todo el poder ministerial. Así lo hizo con Gustavo Díaz Ordaz como con David Romero Castañeda, ambos desde sus 275

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respectivas Oficialías Mayores, de Gobernación el primero y de Educación Pública el segundo. * * * Así con esos atributos y esa experiencia desarrolló fuertes aptitudes. Primero narraré un ejemplo de tolerancia casi llevada a lo indulgente y compasivo, caracteres que a muchos les sorprenderá en Díaz Ordaz. Se recuerda una crónica que parecía chusca pero que, realmente, era dramática. En el tiempo en el que era Secretario de Gobernación, un estado de la República era gobernado por un anciano ya en senilidad. Algunos se lo habían informado para invitarlo a ir pensando en el relevo anticipado del pobre viejo. Pero Díaz Ordaz lo consideraba una exageración y una ambición de los informantes puesto que siempre había visto en plenitud al dicho gobernador. Sin embargo, sucedió que un día lo recibió en una de las diversas visitas. El gobernante venía de entrevistarse con el Secretario de Educación creyendo, todo el tiempo, que había estado platicando con el Secretario de Hacienda. La reunión fue inútil pero nadie quiso mortificar al visitante. Así mismo, al llegar ante Díaz Ordaz, su mente le indicó que estaba con el Secretario de Educación. El Secretario de Gobernación también se concretó a mirarlo sin hacer nota de los disparates y, cuando terminó, tuvo el comedimiento de acompañarlo hasta su automóvil. Ya en el estacionamiento y cuando el ayudante abrió la portezuela, Díaz Ordaz le tendió la mano para despedirlo y, entonces, la dispersa mente reinició su funcionamiento medianamente acertado, reconoció a las personas y dijo el gobernador: “Que 276

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tal, Gustavo. Hace tiempo que no nos veíamos. ¿Qué anda haciendo por aquí, en Gobernación?”. Vale aclarar, sin embargo, que este hombre, víctima de una incapacidad involuntaria de su vejez, nunca pidió ser gobernador sino que allí lo pusieron quienes quisieron aprovecharse de su inutilidad y de su ilustre apellido, puesto que era hermano de dos héroes nacionales. Es decir, muchos podrían hacer su agosto sirviéndose de la mezcla de discapacidad psíquica y fuero histórico que coincidían en ese trastornado gobernante. También no dejo de reconocer lo crueles que podemos llegar a ser los hombres puesto que, muchas veces, hemos alegrado nuestras sobremesas riéndonos al recordar los célebres desbarrancos mentales de este desventurado anciano. * * * He dicho, muchas veces, que al Secretario de Gobernación se le debe creer todo, aunque todos sepamos que no siempre dice la verdad. Recuerdo una imagen de verdadera alta política que demuestra el buen uso de facultades tan poderosas. Cierto día llegó a Bucareli el más alto líder de los trabajadores mexicanos. Venía molesto, para quejarse con el Secretario de Gobernación. Había estado con el Secretario del Trabajo en la negociación intimo-privada de los nuevos salarios, en aquellas épocas cuando esto era un asunto importante que importaba a los gobernantes. Sus peticiones de incremento se centraban en el 10% y Salomón González Blanco tan solo le ofreció un 7%. 277

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El Secretario de Gobernación le dijo que “Salomón te ofreció mucho porque es muy gastalón y porque él no paga sus empleados”. Pero, para que se fuera asustando un poco, le dizque confidenció que el Secretario de Hacienda le había sugerido al Presidente de la República no pasar del 2%. La respuesta del encumbrado trabajador fue que “Con 2% no se come pero tampoco se vota”. La advertencia era clara y era cierta pero era grave. Nuestra entonces moderada inflación prometía ser de 3% por lo que ese decremento real de los salarios se sufriría en el hogar. Pero el sistema oficial dependía mucho del entonces apoyo electoral de los trabajadores y eso se sufriría en las urnas. Por eso, el funcionario le contestó: “Yo no me mando solo. Déjame consultar”. Dicho esto se trasladó y se instaló en la cabina telefónica que el secretario de Gobernación solía tener dentro de su despacho, muy cerca de su escritorio. Desde allí se miraba con su visitante pero no se escuchaban y eso le permitía la privacidad necesaria. Tomó el teléfono rojo de la red presidencial. Habló durante 3 minutos, tapándose los labios con una tarjeta. Varias veces movió la cabeza. Hizo anotaciones en la misma tarjeta y regresó a su mesa de trabajo mientras encogía los hombros, en señal de una mala respuesta. Leyendo sus anotaciones o simulando que las leía, lo miró directamente a los ojos y le soltó una brevísima noticia, con voz firme como vocero de su alto-jefe y separando cada silaba: “¡Di-ce-que-4%!”. Además le trasmitió un recado presidencial: “Que la bebes o la 278

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derramas”, diciendo esto mientras descargaba un moderado puñetazo sobre el escritorio. El dirigente saltó de su butaca y, ya para entonces más rogando que amenazando, solicitó que mejor lo dejaran con lo que le ofrecía Salomón. El Secretario de Gobernación pensó, para sus adentros: “¿No que no, cabrón?”. Amablemente, le explicó que se había equivocado al no aceptar el 7%. Atenuó el volumen de su voz y, como un amigo consejero le dijo que si quería pensarlo lo hiciera, pero que no se fuera a equivocar otra vez “porque tú y yo estamos aquí sin poder decidir, pero el Presidente que es quien decide, tiene a Ortiz Mena en su despacho, según me di cuenta, y este puede convencerlo del terrible 2%”. Entonces convirtió su discurso en un hacha de esas que usaban los antiguos verdugos para decapitar en sus cadalsos y le dijo que su Alto-Jefe, además de estar con el Secretario de Hacienda, tenía sentados en su antesala al Presidente de la Suprema Corte y al Procurador General de la República. “No sé que les vaya a tratar pero a lo mejor es algo tuyo porque ya mandó llamar a Salomón para que se les una en su junta. Ahorita ya le ganaste a Toño Ortiz Mena, con el doble de lo que él proponía. Ya no te la juegues, hermano”. El obrero aceptó, con buen cálculo, no sin antes lamentarse y preguntar lo que tendría que decirle a sus bases. El secretario le dijo: “Lo de siempre, Fidel, una mentirilla”. Lo invitó a que esa tarde la representación laboral, la patronal y el Secretario del Trabajo firmaran el acuerdo en el Palacio Nacional, ante el Presidente de la República, como testigo de honor. Le informó que, además, estarían invitados todo el gabinete 279

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incluyendo a las fuerzas armadas, los líderes congresionales, las cúpulas incluyendo a la empresarial y la bancaria, así como los sectores organizados incluyendo a los campesinos. Todos ellos posarían para una fotografía que reflejara nuestra estabilidad política y económica. Nuestra unidad nacional y la gobernabilidad de nuestro liderazgo presidencial. Con esa foto, impresa como principal en todos los diarios, se desayunarían los mexicanos y otros más en Washington y en otras capitales políticas y financieras. Lo importante es que no era un photoshop sino un verdadero arreglo de muy alta, aunque muy secreta, política. Pero lo esencial, para explicarme en este relato, es lo que hizo el expertise de quien sigue el verdadero código político y, por ello, lo he tomado como ejemplo. Cuando ya todo había concluido, muy satisfactoriamente, se nos presentan varias conclusiones. Primera, el secretario sabía que el líder no traía un 7%. Si lo tuviera no hubiera ido a chillar a Bucareli. Segunda, sabía que González Blanco era un político que se regía por el “código” y que conocía que los salarios los fija el Presidente, oyendo al Secretario de Hacienda, pero no el Secretario del Trabajo. Tercera, sabía que Ortiz Mena había recomendado el 3%, no el 2% que le endilgó para acosar al líder obrero. Cuarta, el Presidente se había ganado buena fama de encarcelar a quien le estorbaba. Quinta, cuando se metió a su cabina no habló con el Presidente ni con nadie. Sexta, aparentó que tomaba nota de órdenes muy superiores. Séptima, el Presidente no estaba con Ortiz Mena. Octava, tenía que demostrar que él hablaba con el Presidente cuando 280

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así lo deseara. Novena, lo acorraló y le habló como si fuera un zar. Décima, se lo presentó como un triunfo laboral en contra del gobierno. Décimo primera, la foto que le platicó le indicaría, subliminalmente, que todos estaban con el Presidente y que no le convenía estar en su contra. Décimo segunda, sabía que al Secretario de Gobernación se le debe creer. Me contaron que, cuando ya todo pasó, el Secretario le dijo al líder que le hablara con la verdad porque, de cualquier manera, la iba a saber. Pero le brindaba el privilegio de que él se la regalara y no otros. “En verdad, ¿cuánto te ofreció Salomón?” Respuesta: “2%”. Pregunta: “¿Con cuánto hubieras quedado satisfecho?” Respuesta: “4%”. A su vez, porque se vale, las preguntas del líder al Secretario de Gobernación. “¿De verdad, hablaste con el Presidente?”. Respuesta: “No”. “¿Y lo del Presidente de la Corte y el Procurador de la República?” Respuesta: “Quién sabe dónde chingaos estaban”. Pregunta: “¿Cuánto proponía Ortiz Mena?” Respuesta: “3%”. Pregunta: “¿Porqué, sin consultar, te subiste al 4%?” Respuesta: “Porque sé que al Presidente, como a todos los presidentes, le gusta escuchar al Secretario de Hacienda. Pero también sé que al Presidente, como a todos los presidentes, no le gusta obedecer al Secretario de Hacienda. Yo tan solo lo ayudé a hacer su re-presidencialísima voluntad”. Todos quedaron contentos porque todos lograron lo que querían. No podían sincerarse por anticipado. Pero, siguiendo su código secreto, todos actuaron en consecuencia y todos acertaron. El secretario siguió su código secreto de la política y resolvió su problema, por cierto presentado de improviso, 281

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porque el líder llegó sin aviso ni cita. Ese Secretario de Gobernación, poco tiempo después se convirtió en Presidente de México. * * * La otra virtud que mencioné dicen que fue su alto y noble sentido de la amistad. No tuvo muchos amigos pero tuvo alteza con ellos. Era amigo no amiguero. De entre los políticos que fueron sus amigos, durante toda la vida, podría mencionar a Marcelino García Barragán, Alfonso Corona del Rosal, Alfonso Martínez Domínguez, Rafael Moreno Valle, Agustín Salvat, Ignacio Morones Prieto, Francisco Galindo Ochoa, Joaquín Cisneros y Carlos Hank González. De sus amigos que dejaron de serlo durante el mandato, porque después de él casi todos dejan de serlo, están Luis Echeverría, Carlos Madrazo, Juan Gil Preciado y Emilio Martínez Manatou. El resto de sus colaboradores ni fueron tan amigos ni, por lo tanto, dejaron de serlo. Cierta ocasión, Alfonso Martínez Domínguez me invitó a su casa de Las Lomas, no recuerdo si a desayunar o a comer. Antes de irme me mostró la residencia y terminó con su despacho biblioteca. Es curioso pero, siendo un hombre de estudios muy modestos, quizá tan solo primaria, era un entusiasta lector y un amante de los libros. De hecho, él desarrolló la más importante obra bibliográfica que ha realizado el Congreso de la Unión, cuando fue su líder. Pero lo importante fue que, cuando allí llegamos, mi mirada se centró en el cuadro más importante del salón: un óleo con la imagen de Gustavo Díaz Ordaz. Con ojos tristes y con voz 282

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cortada me dijo: “Desde allí, me acompaña mi amigo”. Para ese entonces, ya tenía más de diez años de muerto pero, para Martínez Domínguez, allí seguía presente y junto a él. Ahora bien, como decíamos, su naturaleza albergaba cualidades tan admirables como lo son la inteligencia del político y la lealtad del amigo, así como perversiones tan censurables como lo son las desviaciones del temperamento y las desalineaciones del poder. Él mismo acuñó su célebre frase “Como amigo, tengo muchos defectos. Pero, como enemigo, soy perfecto”. De no ser por las derrotas que le infringió su temperamento hasta llevarlo a Tlaltelolco, el régimen de Gustavo Díaz Ordaz sería homenajeado históricamente como lo que fue: el discreto continuador de la benéfica y espectacular obra de López Mateos. * * * A tantos años del movimiento estudiantil de 1968 ha resurgido, con insólito ímpetu, la interrogante, la exaltación y la polémica sobre los hechos de aquel tiempo. Momento histórico difícil, hoy también críptico y misterioso, que a las nuevas generaciones y a nosotros mismos se nos presenta de manera confusa y, en muchas ocasiones, deformada. Se le atribuyen efectos que no ha producido. Se le imputan causas que no existieron. Se le indilgan motivos que no vienen al caso. Vale la pena reflexionar, o por lo menos pensar, en algunas cuestiones que parecen convenientes para ponernos en claro un asunto, hoy en día, tan controvertido. En el México de los 60s existían dos o tres elementos dignos de mención. Por una parte, una juventud urbana y 283

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universitaria que estaba sanamente seducida por ideales insurgentes: la Revolución cubana, Fidel, peñas literarias, el socialismo, música de protesta, el Che Guevara asesinado en el 67, romanticismo político y, en fin, todo el perfil idealista que, en esos tiempos, germinaba con fertilidad en los jóvenes. Por otra parte, ejercía la Presidencia de México un hombre de profundas fragilidades psicológicas, políticas y emocionales que inició la difuminación de tal institución, hasta entonces patriarcal en la escena mexicana. Díaz Ordaz, tenía un concepto muy deformado de la autoridad política y una idea muy peculiar de la autoridad moral. Tarde o temprano esa juventud y ese gobernante tendrían que entrar en ruta de colisión. Ambos lo sabían. Tengo, incluso, la impresión de que ambos lo provocaron y lo apresuraron. Pero, ¿cuál es la inquietud indagatoria que ha reaparecido a más de 40 años después? Da la impresión de que se busca lo que está a la vista o, peor aún, de que no se sabe lo que se busca. Es muy evidente que las órdenes sobre Tlatelolco y sobre otros sucesos provinieron directamente de Díaz Ordaz. No es factible, dicho esto sin ánimo de exculpación alguna, que provinieran de otro funcionario. Algunos datos históricos son muy precisos. Se ha inculpado a Echeverría sin considerar que ningún secretario de Gobernación ha tenido el poder para lanzar al Ejército a un enfrentamiento contra la población civil. Particularmente Echeverría, auxiliar presidencial muy institucional, jamás hubiere osado asumir tal responsabilidad a espaldas del Presidente y a esto debe sumarse que el entonces Secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, sentía 284

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un especial distanciamiento por Echeverría. Esto significa que, sin el concurso de Díaz Ordaz, ni el secretario de Gobernación hubiere dado instrucciones al Ejército ni éste las hubiere obedecido. Pero, más aún, para el estilo personal del entonces presidente esto hubiese sido causa de cese fulminante de los subalternos indisciplinados. Sin embargo, ambos fueron considerados como leales. Echeverría hasta premiado con la candidatura y los dos, protegidos por la autorresponsabilidad que asumió Díaz Ordaz. Luego entonces, no hay mucho que buscar respecto a quien lo ordenó. El propio responsable siempre asumió la autoría de los hechos. Lo que sí es un misterio son las razones. Díaz Ordaz siempre se erigió en autor de las órdenes señalándose como salvador de la Patria. No escondió la mano, sino que la levantaba con orgullo. ¿A qué obedecía ello? Sólo a tres posibles hipótesis: fue engañado con información falsa; su propia mente generó fantasmas con tranchetes; o será que, ciertamente, había hilos de conjura que movieron a juventudes inocentes. Una de esas noches de aquel verano complicado, viví una experiencia que hoy comparto, públicamente, por vez primera. Sin embargo, desde ese momento me produjo suspicacias que el tiempo me ha fortalecido. Como entre las 7 y las 8 de la noche, caminaba por alguna de las avenidas del Centro Histórico, en aquel entonces todavía lleno de dignidad y de elegancia. Iba en compañía de un joven amigo mío que, años más tarde, sería sumamente importante en la vida de nuestro país. Nuestro único propósito 285

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era recoger, en un céntrico hotel, a unas jóvenes norteamericanas que habíamos conocido en su paseo mexicano y con quienes nos habíamos citado para salir con ellas esa noche. En el trayecto del estacionamiento al hotel, se inició una razzia que no tuvo excepción con viandante alguno. Jóvenes, ancianas, burócratas. Recuerdo hasta un repartidor de pasteles. Todos fuimos trepados en una “julia” y llevados hasta los “separos” de la Procuraduría. Allí, fuimos atiborrados en celdas, de manera tan compacta que no podíamos sentarnos ni en el piso. A la entrada habían registrado nuestros nombres pero no pidieron ninguna declaración. Apagaron las luces del calabozo y quedamos en total oscuridad. Mi amigo, no estudiante de abogacía, me preguntó cuánto tiempo podrían retenernos. Le conteste que la Constitución decía que 48 horas pero que la realidad decía que todo el tiempo que quisieran. Quince minutos, después, se encendió la luz de nuestra mazmorra, se abrió la puerta y un policía judicial gritó mi nombre. Acto seguido, me llevó con un Primer Comandante quien, al leer la lista de detenidos, había identificado mi nombre como el hijo de uno de los amigos más cercanos del Procurador General. Esto me valió para que, él mismo, me condujera hasta el despacho del titular de esa casa. Aquello era un mare magnum caótico. Adentro había, quizá, 30 funcionarios y empleados de diversa jerarquía que entraban y salían, rendían partes y llevaban informes, recibían órdenes y regaños. Yo, esperaba sentado en el fondo del más importante despacho de la fiscalía general. 286

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Después de una o dos horas, porque perdí la medición del tiempo, el Procurador General vino hacia mí. Se sentó y me miró con verdadero enojo. “Mañana, temprano, voy a desgarrarle el corazón a tu padre cuando le informe que eres un comunista. ¿Quién te infiltró en Hacienda, con tan buen cargo, siendo tan joven y, apenas, estudiante?”. Tan solo le contesté: “El licenciado Ortiz Mena”. “?No te recomendó Martínez Manatou o Gil Preciado?”. “No, maestro, usted sabe que yo no los conozco ni son amigos de mi familia”. Ni me escuchó. Tan solo ordenó que me llevaran a mi casa. Le dije que no era necesario porque yo iría por mi automóvil al estacionamiento. Me dijo que ya no se podía entrar a esa zona. Le dije que estaba mi amigo y que no lo dejaría. Me preguntó su nombre. Se lo di y otra retahíla: “Entonces voy a quebrar el alma de dos amigos y no sólo de uno”, refiriéndose al padre de mi amigo, también integrante de la clase política. En el camino fui pensando que, por responsabilidad y por varonía, mi padre tendría que saber los sucesos por mí, antes que por otra persona. Yo era estudiante de la Facultad de Derecho, de las menos comprometidas ideológicamente en ese conflicto. Trabajaba en la más conservadora de las instituciones gubernamentales. Y jamás había abrazado tentaciones de rebelión. Pero un altísimo funcionario del gobierno me estaba acusando hasta de traición a algo que yo no comprendía. Pero aquí viene lo que me fue importante de este suceso. Al llegar a casa, fui a la alcoba de mi padre y le dije que tenía necesidad de hablar con él. No sé qué se imaginó o quiso que no lo escuchara mi madre, pero prefirió que fuéramos a la 287

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biblioteca. Le conté lo sucedido y lo escuchó con mucha introspección. Pero, cuando empecé a justificar que yo no participaba en rebelión alguna, soltó una franca carcajada. “No te preocupes. Mi amigo es un pendejo, aunque lo quiero mucho”. Me volvió el alma al cuerpo. Pero, regresó a su preocupación y allí me la insertó. “Lo grave es que están engañados y, lo más grave, es que puedan engañar a Díaz Ordaz. Con él engañado, ¿quién sabe hasta dónde llegue?”. El miércoles 25 de septiembre, Polanco estaba tomado por fuerzas militares ya que había manifestaciones estudiantiles de Chapultepec al Zócalo y decidieron proteger el recién inaugurado hotel Camino Real, ya ocupado por las primeras delegaciones y dirigentes olímpicos. Una semana después, sería el miércoles 2 de octubre. Como quiera que sea, son secretos que Díaz Ordaz y García Barragán se llevaron a la tumba y que Echeverría no revelará jamás. Serán, pues, conjeturas de la historia las que sirvan de epílogo a ese drama. Las consecuencias del 68 fueron muchas y de diverso signo. Algunas positivas como una mayor apertura política, un realineamiento más crítico de los medios de comunicación, una mayor valoración de la participación de la juventud, un mayor espacio para el pluralismo ideológico y una vía más amplia para el tránsito hacia la democracia. El jueves 3 de octubre cambió la prensa mexicana, antes dócil y obsecuente con el gobierno. La orden oficial fue que no se colocaran los sucesos de la noche anterior en las primeras planas. Excélsior no obedeció. El viernes 4, Abel Quesada publicó allí su legendario cartón negro “Por qué”. Se 288

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dice y no lo dudo que la primera reacción de Díaz Ordaz fue de coraje ante el desacato y que la consecuencia primera que pensó fue la clausura del “periódico de la vida nacional”. Pero, en esos días, México era la noticia del mundo por las olimpiadas. El mundo estaba muy sensible por la represión soviética en Praga. Díaz Ordaz tuvo que aguantarse su bilis y Excélsior se salvó. Si el 2 de octubre hubiera sido el 2 de noviembre hubiéramos perdido periódicos, garantías constitucionales, ruta, destino y muchas vidas. Por el 68 también se inició, como efecto negativo, el desgaste de los tres pilares sobre los que México había sostenido su seguridad histórica: la seguridad política, depositada en la Presidencia y en Gobernación; la seguridad jurídica, depositada en el sistema de procuración y administración de justicia; y la seguridad nacional, depositada en las Fuerzas Armadas. Las dos primeras se han ido desgastando en un proceso constante de asedio para desprestigiarlas y hasta ridiculizarlas. A la última se le ha empezado a tocar, en los años recientes, con imputaciones graves y con memorias tendenciosas. Esto es muy peligroso y parece un proyecto de largo plazo muy bien definido, muy cuidadosamente calculado y muy eficientemente operado. De proseguir, tendrá consecuencias incalculables y no felices para los mexicanos. Nos debilitará y nos hará frágiles. Minar los soportes de seguridad de una sociedad es debilitar a la nación y exponerla, nada más y nada menos, que al diluvio. * * * 289

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Regresemos cuatro años y veremos que, para 1964, el ambiente político mexicano era realmente plácido y no se vislumbraban temas imperativos en la toma de posesión. Así, casi al gusto, Gustavo Díaz Ordaz tomó a la soberanía como una tema interesante en un mundo que afrontaba la Guerra Fría. Gustavo Díaz Ordaz empleó frases como “mucho me ha confiado mi pueblo y sé muy bien que mucho me va a exigir”. Parece que adivinaba. Dijo que siempre haría un “planteamiento sereno de los problemas”. En esto lo traicionó su temperamento. Llamó a cuidar lo conquistado en años. Prometió 400 mil empleos cada año, condicionar la inversión extranjera y estabilidad. Cuidar los bosques, el campo, el turismo y la educación. “Mi voz es la de un ciudadano típico. De la propia entraña del pueblo vengo y a ella he de regresar”. Al igual que López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz tenía la capacidad oratoria suficiente para servirse a sí mismo. Pero, además, fue el primero en servirse de Jesús Reyes Heroles y puede ser que, también, de Antonio Carrillo Flores. Al mes siguiente de haber asumido el mando del gobierno, Díaz Ordaz se enfrentó a un problema que habría de marcar su imagen. Los médicos de las instituciones oficiales reclamaban aumentos salariales y mejores condiciones de trabajo. Para fortalecer sus demandas recurrieron a paros laborales que, desde luego, no arriesgaran a los pacientes internados. El Presidente recurrió a los mecanismos tradicionales. Infiltró esquiroles, repartió dineros, amenazó a los paristas. Sin embargo, no todo le resultó bien y optó por recurrir a la 290

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represión en forma de despido y de encarcelamiento. Todavía faltaban unos años para que recurriera a los asesinatos del 68 pero ya se anunciaba el aroma represivo que lo caracterizaría en la historia mexicana. Una ex presidencia atroz recayó en Díaz Ordaz. Inició esa etapa casi en un escondite político al que fue confinado por el régimen de su sucesor. En el subsecuente fue sacado de allí por López Portillo quien lo designó como nuestro primer embajador ante la España reencontrada. Pero siempre fue un ex presidente muy atormentado. El odio de su pueblo, el juicio de la historia y los fantasmas de su mente siempre lo persiguieron hasta en los sueños. Se dice que mucho se acercó a las fronteras de la locura. No sé si esto sea cierto pero no dudo que vivió en los terrenos de la infelicidad. Creo que vio a su propia muerte, muy anunciada por el cáncer, como un alivio. * * * Gustavo Díaz Ordaz nació en Calchicomula, Puebla, hoy llamada Ciudad Serdán. Sin embargo, Tlacolula, Oaxaca, también pelea su natalicio. Murió en la Ciudad de México, a la edad de 68 años. ¡Qué mal numero le fue el 68! En su gobierno lo acompañaron, además de los ya mencionados, Mario Moya Palencia, Antonio Carrillo Flores, Antonio Ortiz Mena, Gilberto Valenzuela, Manuel Franco López, José Antonio Padilla Segura, Agustín Yáñez, Antonio Rocha Cordero y Julio Sánchez Vargas. Sólo contrajo un matrimonio, con Guadalupe Borja y tuvo tres hijos. Mucho se ha hablado de sus relaciones extramaritales. Quizá la más conspicua se dice que fue con 291

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una artista muy extravagante. Ella misma se ha encargado de divulgarlo. Incluso dictó un libro, dicen que auspiciado por el ministerio-de-Bucareli. Pero algunas fuentes muy serias me han dicho que eso es falso. Que la señora lo divulgaba porque le acarreaba réditos de fama. Y que Díaz Ordaz lo toleraba porque le servía de biombo para ocultar una relación verdadera con una persona muy discreta. No tengo datos para creer una u otra cosa. Pero la experiencia me ha demostrado que los hombres refinados no toleran la vulgaridad. Díaz Ordaz dista mucho de mis afectos políticos pero me queda en claro que fue un hombre con refinamiento.

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XIII. El inicio de las crisis

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uis Echeverría fue al primer presidente mexicano al que conocí y traté por mí mismo y ya no por las relaciones de mi familia. Después, esa oportunidad se me presentaría, sin interrupción, hasta el actual presidente, quien es el octavo que he podido tratar por mi relación directa. Y es que la política también tiene biología. Ya mencioné que, cuando yo nací, mi padre era uno de los más cercanos amigos del presidente en turno. Pero, cuando él murió, más de 40 años después, el ya presidente acudió a su funeral pero a presentarme su condolencia a mí. Poco sabía de mi padre e, incluso, allí me preguntó si también era abogado. Así, hoy, una gran parte de los políticos mexicanos tiene una edad más cercana a la de mis hijos que a la mía. Ya varios de los integrantes de los gabinetes mexicanos, fueron mis alumnos. Así ha sucedido siempre y así seguirá sucediendo. Cuando Luis Echeverría fue postulado a la Presidencia de la República, en el país se vivía una fractura generacional. En octubre de 1969 México estaba a doce meses de los trágicos

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sucesos de Tlatelolco. La misión fundamental del candidato era recomponer ese desalineamiento entre mexicanos. Para ilustrar lo que inició el futuro presidente evocaremos un momento significativo. Nos referiremos al discurso que pronunció Luis Echeverría en octubre de 1969. Fue pronunciado a los 2 ó 3 días de haber sido “destapado” como candidato presidencial y se le conoce como el “Discurso de las Inconformidades”. Más aún, por eso al patio donde fue pronunciado, en la Secretaría de Gobernación, se le conoce como el “patio de las inconformidades”. Fue una pieza de unos siete minutos pronunciada ante jóvenes universitarios y politécnicos. Su contenido fue una crítica al sistema político mexicano, en lo que tenía de criticable a los ojos de las nuevas generaciones. Su estructura estuvo compuesta por una decena de párrafos donde cada uno comenzaba con la expresión “estoy inconforme”, seguida de la mención de los vicios en los que había ido cayendo no sólo el gobierno de México sino, también, la propia sociedad mexicana: la represión, la corrupción, la simulación, la intolerancia, la hipocresía, el egoísmo, la ambición y muchos otros vicios. Su discurso fue bien dicho, aunque no serviría para ganar ningún concurso de oratoria. Pero lo verdaderamente trascendente es que tuvo el enorme e insustituible mérito de la oportunidad. En ello hubo talento y visión. La juventud mexicana de entonces, como ya se dijo, se encontraba a un año de Tlatelolco. Las heridas todavía sangraban. Ese discurso significaba una mano amiga que tendía, ni más ni menos, el candidato presidencial del PRI. El candidato del sistema 294

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XIII. EL INICIO DE LAS CRISIS

considerado por los jóvenes como cruel y perverso. En pocas palabras, el candidato de Díaz Ordaz. Sin embargo, los jóvenes encontraron y tomaron esa mano abierta y las generaciones mexicanas se reconciliaron o, por lo menos, se serenaron. He aquí el valor de la oportunidad. Si ese discurso se pronuncia seis meses antes, Echeverría hubiera encolerizado a Díaz Ordaz y hubiera perdido la candidatura y si se pronuncia seis meses después, ya no hubiera entusiasmado a los jóvenes, ya no le hubiera servido para la campaña ni para las elecciones y, posiblemente, la reconciliación se hubiere demorado dos o tres décadas, con la consecuente, costosísima y gravísima esterilización de esperanzas transgeneracionales. Esta precisión casi quirúrgica de los tiempos me recuerda a aquel corredor de automóviles que se refería a su arte y a su destreza, ejemplificando una curva que debía tomarse a 140 kilómetros por hora. Ni más ni menos. Si se toma a 139, se pierde la carrera. Si se toma a 141, se pierde la vida. Esa exacta precisión de las oportunidades es propia y distintiva del talento del verdadero estadista. Echeverría desplegó una campaña electoral muy aplicada a la reconciliación nacional y, muy particularmente, a la reconciliación generacional. Utilizó un lema que se convirtió en todo un sello de gobierno. Lo ideó Enrique Herrera y Brushetas. Fueron tres palabras, “Arriba y Adelante”. * * * Cuando Echeverría tomó posesión de la Presidencia de la República, la placidez de cuatro décadas ya había desaparecido. Para 1970, muchos conflictos internos habían revelado al mexicano como un gobierno represor. Había heridas que 295

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cerrar y Luis Echeverría se aplicó con un discurso en el que la reconciliación fue nota sobresaliente. Luis Echeverría pronunció el más largo discurso inaugural que se haya dicho en México. Duró hora y media. Habló de la excesiva concentración del ingreso como amenaza para el desarrollo. De la injusta distribución de beneficios. Dijo que son incompatibles las carreras de funcionario y negociante. “Llego a la Presidencia de la República sin resentimientos, ambiciones o intereses”. “Vayamos hacia arriba. Vayamos hacia adelante”. Echeverría prosiguió utilizando la inteligente pluma de Jesús Reyes Heroles. Pero, además, se agregaron las plumas extraordinarias de Mario Moya Palencia, de Porfirio Muñoz Ledo y del propio Enrique Herrera. Muchos jóvenes fueron incorporados al gobierno en muy diferentes niveles jerárquicos. Pero, en los segundo y tercer niveles, los más amplios en el mando, el promedio de edad bajó, de un día para otro, de 55 a 35 años. Este fue uno de los aspectos más importantes de la gestión Echeverría, para efectos del destino político mexicano. En 1970 todavía actuaban, en la escena política mexicana, figuras legendarias como Miguel Alemán Valdés y Lázaro Cárdenas. Pero al cambio generacional tan vertiginoso que impulsó el nuevo presidente, determinó lo que se ha llamado un “salto generacional”. Así, por ejemplo, los hijos de ellos fueron rebasados de un día para otro. Es cierto que Miguel, hijo, y Cuauhtémoc más tarde serían gobernadores de Veracruz y de Michoacán, respectivamente. Pero ello fueron excepciones que no la regla general. 296

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Yo pude ser testigo y hasta beneficiario de esa mutación generacional porque Echeverría me permitió estar cerca de él. Desde su primer discurso postulatorio, el de las inconformidades, yo fui un joven que estuvo a su lado en el templete del evento estudiantil. Ya, durante, el mandato, muchas veces hasta me “placeó” públicamente para que no hubiera dudas de mi ubicación con él. Este gobierno inició con una decidida política de fomento a las exportaciones. Fue creado el Instituto Mexicano de Comercio Exterior como una de las joyas de la corona mexicana. Pero lo más importante fue que, después del conflicto estudiantil que fracturó cimientos de la sociedad y del sistema político mexicanos, Echeverría significó a su gobierno por un marcado deseo de cicatrización y de pacificación. Para ello, incorporó a muchos jóvenes a las filas de su gobierno y fue un decidido impulsor de las demandas juveniles. Todo lo anterior nos pone en el camino de un teorema que explicaré en términos coloquiales. Somos lo mexicanos como una familia que vino de menos a más. Nuestros abuelos casi no tuvieron nada. Pero nuestros padres, proviniendo de la carencia, construyeron un emporio. Nos heredaron una gran mansión, un buen negocio, una sólida educación y una firme capacidad de acción. Vinieron, sin culpa nuestra, los tiempos de crisis, las vacas flacas y la mala hora. Pero nosotros, formados en el privilegio, supimos sortear el temporal y aplicarnos a la preservación de la heredad. No incrementamos la riqueza ni agrandamos la casa. Pero no las perdimos ni se derribaron. 297

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La economía mexicana empezó a recibir algunos impactos del acontecer económico mundial. Recién iniciado el gobierno de Echeverría, hubo dos acontecimientos que cimbraron al mundo. Uno de ellos fue el embargo petrolero del Medio Oriente. Por primera vez, en más de 70 años, se movió el precio internacional del petróleo. Este encarecimiento se habría de reflejar en un menor crecimiento y hasta en un estancamiento si no es que en un franco decaimiento de la producción mundial. Por otra parte, los Estados Unidos decidieron desligar su moneda del patrón-oro. Por primera vez, el dólar se emitiría con reservas o sin ellas pero basándose, tan solo, en la confianza fiduciaria que los tenedores le brindaran. Esto provocaría una mayor circulación de dinero, con las consecuentes presiones inflacionarias. Así que en México, como en muchos otros países, empezó a presentarse un fenómeno, hasta entonces desconocido, de inflación y estancamiento. Los economistas todavía no le daban nombre científico y surgió el de “estanflación”. Dicen los médicos que las enfermedades más graves son las que aún no tienen nombre, por ser tan desconocidas. Esto sucede en todas las ciencias. Lo que ya tiene nombre es porque ya dimos los primeros pasos en su conocimiento. Pero lo innombrable es lo que más nos debe preocupar. En la Política, por ejemplo, la gobernabilidad y la ingobernabilidad son tan antiguas como las primeras organizaciones humanas. Por sólo desde hace 40 años las identificamos, las empezamos a estudiar, a sistematizar y las bautizamos. 298

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La estanflación tuvo sus efectos más graves en la pérdida de empleos y en la elevación generalizada de los precios. Para compensar lo primero, el gobierno recurrió a fuertes dosis de endeudamiento interno para la emisión de moneda pero, para lo segundo, no hubo remedio sino, al contrario, se agravó con el aumento de circulante. Ello nos llevó, a finales del sexenio a una devaluación monetaria que fue la primera, después de 22 años de estabilidad paritaria continua. Quizá por eso, ante los muchos problemas novedosos del país en lo que concierne a lo económico, aunado a una mejoría en lo que concierne a lo político, fuera que la decisión sucesoria de Echeverría recayera, por vez primera de nuestra historia, en un secretario de Hacienda, superando al gran favorito de la opinión pública, el entonces Secretario de Gobernación. En ocasiones, cuando uno hace un buen trabajo, ya dejan de necesitarnos. Estas primeras crisis económicas habrían de repetirse hasta los días actúales. En ocasiones más graves que esta inicial y, en algunos periodos, reportando buenos augurios. Pero, ahora, a nuestros hijos toca la regeneración. La mansión se ha conservado pero está vetusta, gastada y demeritada. Ya se requiere su reconstrucción. Ya no nos sirven sus salones y ya no nos gustan sus jardines. Así como ya no sirven nuestras calles, ni nuestros hospitales, ni nuestro tesoro, ni nuestra justicia, ni nuestros sistemas, dicho en lo más general. A eso tendrá que aplicarse la generación sucesora. * * * Un incidente que pudo haber sido muy grave pero que, afortunadamente, no lo fue se dio en una visita presidencial 299

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a la Ciudad Universitaria. Este había sido un campus vedado para los presidentes. Yo creo que, desde su inauguración, no volvió a entrar presidente alguno. Pocos días antes de esa visita, el entonces líder de los estudiantes doctorales, Máximo Carvajal, platicaba con María Esther Zuno, en Los Pinos. Echeverría se encontraba recibiendo a una comisión de estudiantes politécnicos, que lo visitaba. Entonces la señora de Echeverría le dijo a Carvajal que le parecía un vergüenza que los politécnicos hasta visitaran al Presidente y que los universitarios siempre se habían mantenidos alejados de él, no obstante ser un egresado de las aulas “pumas”. No sé si esto pinchó alguna fibra de Carvajal pero es el caso que, de manera muy rápida, se iniciaron los preparativos de la visita, la cual se pensaba debería ser realizada en Los Pinos, tal como sucedía con otros contingentes estudiantiles. Así había sucedido siempre, desde el año de 1929 en que confirió la autonomía universitaria y los presidentes jamás volvieron a meterse en los campus universitarios sin que, por ello, se distanciaran de los alumnos, de los maestros y de la vida universitarios. Pero alguien convenció a Echeverría de que acudiera a una inauguración de cursos. Le dijeron que ello sería muy grato para los estudiantes y que las demostraciones de afecto que le brindaran serían un fuerte contraste histórico con los sentimientos estudiantiles que provocó su antecesor presidencial. Los jóvenes encargados de montar la operación fueron José Murat y el propio Carvajal. Como abogados, consideraron 300

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que la visitada debería ser la Facultad de Derecho y ninguna otra. Sobre todo porque esa era el alma mater del entonces Presidente de México. Pero, por esos tiempos, ejercía la rectoría universitaria un distinguido médico, Guillermo Soberón, quien reclamó el privilegio de la anfitrionía. En un consenso muy a la mexicana, se convinieron dos eventos. El de la Facultad de Derecho sería el estelar y último mientras que el primero se realizaría en el auditorio de la Facultad de Medicina, una verdadera ratonera hundida y casi hermética. El anfiteatro estaba abarrotado y cientos o miles que se quedaron afuera terminaron por derribar las puertas y entrar en desordenado tropel. Incluso, cientos de los que no alcanzaron ingreso se concentraron en las rampas-pasillo que tiene dicha escuela y donde hasta los que se colocaron en el tercer nivel, ya iban armados con piedras. A simple vista, se notaba que la asistencia estudiantil era minoritaria y el grueso de los asistentes estaba conformado por individuos con una catadura y una edad que muy poco tenía que ver con los perfiles universitarios. Incluso, había grupos de egresados de la Universidad Patricio Lumumba, aquella que tenía cierta fama de no sólo producir profesionistas para las naciones necesitadas sino, también, guerrilleros para los menesteres que se requirieran. La pésima organización determinó que no fuera un evento muy breve, como debió haber sido sino que comenzó por un informe del Rector, el cual duró 45 minutos y fue seguido por un discurso del Secretario de Educación Pública. De tal suerte, cuando se llegó el turno presidencial, aquello ya era una gritería. 301

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No sé si el discurso presidencial encendió los ánimos adversos del estudiantado o si todo estaba preparado para ello pero es el caso que le empezaron a arrojar monedas. El Presidente trató de imponerse, discursivamente, a la turba gritona y eso fue caótico. “Con gritos no argumentan los estudiantes revolucionarios sino los perturbadores fascistas”. El acabose ya quedó sin control alguno. Al lado del pódium había una puerta que no era de las dimensiones de una salida de emergencia sino, tan solo, de una anchura individual que conducía a un estrecho pasillo con escaleras y remataba en el estacionamiento trasero de la escuela. Por allí, “en fila india”, salieron Luis Echeverría, Víctor Bravo Ahuja, Guillermo Soberón y Máximo Carvajal. Como nadie sabía los protocolos de la seguridad personal sino los de la cortesía política, cedieron el primer paso al Presidente Echeverría, en lugar de protegerlo con una vanguardia. Se la hicieron como en el viejo chiste de “pasa tú primero porque a mí me gana la risa”. Ya en las afueras, los apostados en las rampas empezaron a lanzar proyectiles pétreos. La buena suerte hizo que no atinaran en uno solo. Se encaminaron hacia el estacionamiento, ya incorporados al grupo Jorge Carrillo Olea, del Estado Mayor Presidencial y José Murat, líder estudiantil universitario. Fue en ese momento cuando dos individuos se lanzaron contra el huidizo grupo y les cortaron la retirada. Uno de ellos arrojó, contra el Presidente, una piedra volcánica de las que abundan en esa zona y que no son pesadas pero que tienen muchas aristas cortantes. Con ello, le abrió la frente y 302

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le provocó el espectacular sangrado que acompaña a las heridas faciales. El otro sujeto, mucho más peligroso y decidido, sacó un verduguillo y se dirigió a Echeverría para hundírselo en el abdomen. Máximo Carvajal lo alcanzó a ver e interpuso la mano, que le fue perforada y aún conserva las señas de la herida. Pero, con eso, salvo la vida de Echeverría o, por lo menos, le evitó el peligro de perderla. Sin embargo, pudo golpear y derribar al asesino en tentativa. Carrillo sacó pistola y, con ello, los dos sujetos abandonaron la escena y el acoso. Esto me deja en claro las infiltraciones del evento. Los universitarios pueden ser inconformes, pueden ser impertinentes, pueden ser intransigentes. Pero nunca son asesinos. Nadie invierte, en un pupitre, 20 de los primeros años de su vida para, en el resto de ella, dedicarse a matar. Ya en pleno estacionamiento, Carrillo Olea detuvo, arma en mano, a un automovilista estudiante, vestido con bata médica, que estaba abordando su modesto “fordsito” rojo, ya muy destartalado. En el asiento trasero metió a Echeverría quién, en mezcla de envalentonamiento por la agresión y de aturdimiento por la lesión, insistía en regresar al auditorio, casi zafándose de Carrillo. En el asiento delantero viajaron Carvajal y Murat. Los advirtieron y les llovieron pedradas sobre el auto. Un ladrillo se estrelló contra el parabrisas y se pulverizó, convirtiéndose en arenilla anaranjada. El cristal permaneció intacto. Echeverría preguntaba por dónde se trasladarían a la Facultad de Derecho, para el siguiente evento. La respuesta fue que ya no se realizaría. Por primera vez, el Presidente 303

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acató con docilidad, seguramente porque el sangrado ya le había manchado los lentes y obstaculizado la vista. Quizá eso “lo dobló” y ya se dejó conducir por sus acompañantes, convertidos en sus pastores. El joven piloto fue recibiendo las indicaciones de ruta. Echeverría permanecía, sometido, en el piso trasero. El conductor supuso que se trataba de unos delincuentes y que el arma le seguía apuntando o así se lo hacían saber y sentir. Cuando llegaron a la Puerta # 1 de Los Pinos, Carrillo Olea bajó la ventanilla, lo reconocieron los guardias y el automóvil ingresó a la residencia presidencial. Sólo, hasta entonces, ese joven universitario supo a quienes había transportado. El Presidente fue atendido de inmediato, lo mismo que Carvajal, quién traía perforada la mano. Carrillo Olea fue a rendir sus partes y el joven fue invitado a refrescarse y a reponerse. Al día siguiente sería recibido por Echeverría y obsequiado con un flamante automóvil deportivo. Para el momento del arribo a la mansión presidencial, ya habían pasado 40 minutos sin que nadie, en el gobierno, supiera del paradero de Echeverría. Mario Moya Palencia y Hermenegildo Cuenca Díaz siempre consideraron que fueron los más angustiosos de su vida pública. No lo dudo en lo más mínimo. Uno era un inteligente y experimentado político. El otro, un militar de carrera debidamente entrenado durante toda su vida. Pero ni en las enseñanzas recibidas ni en las experiencias acumuladas había pasado por su mente un trance de esa naturaleza ni lo que tendrían que hacer, llegado el caso. 304

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Cuando el general Jesús Castañeda, Jefe del Estado Mayor Presidencial, les informó, a través de la red federal, que en medio del zafarrancho universitario habían “perdido” al Presidente de la República, que no lo habían podido recuperar y que ni siquiera sabían dónde se encontraba ni en qué condiciones se hallaba, sintieron que se la Tierra “se los tragaba”. Nadie hubiera querido estar “en los zapatos” de Moya ni de Cuenca. Mario me contó que, en esos momentos, sintió un fortísimo dolor en el estómago pero, también, en el pecho. Que la vista se le nubló por unos instantes. Sin perder el tiempo, los dos secretarios se pusieron en contacto casi permanente. No pasaban cinco minutos sin que, uno o el otro, se llamara. “¿Sabe algo?, licenciado”. “No, general. Y usted, ¿sabe algo?” Luego, las primeras interrogantes. ¿Qué hacer? ¿Dónde buscarlo? ¿Hacer un anuncio público? ¿Provocar un pánico, desde callejero hasta bancario? ¿Cuánto tiempo callar? ¿Una hora o cinco horas? La desaparición corporal del presidente ni siquiera está constitucionalmente contemplada entre los 7 supuestos de falta de presidente. Pero si el no saber era aterrador, las posibilidades de saber eran más qué pavorosas. ¿En qué condición lo vamos a encontrar? ¿Nos lo van a dejar muerto y encajuelado, como tres años después sucedería con Aldo Moro? ¿Lo tienen secuestrado y retenido, como un año antes sucedió con Rubén Figueroa? ¿Qué quieren? ¿Qué piden? ¿Quiénes son? En el minuto 41 de sus pesadillas reales, el teléfono de la red federal sonó en el escritorio de Mario Moya Palencia. Era 305

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Jesús Castañeda. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y lo notó en el temblor de su mano, al levantar el auricular. “Señor Secretario: el Señor-Presidente se encuentra en Los Pinos, en perfectas condiciones”. “Muchas gracias, general”. Colgó. Se dejó caer en su sillón, cerró los ojos y levantó la cara hacia el techo. Lo primero que trató de poner en claro, dentro de su mente, fue si lo había vivido o si lo había soñado. Todo lo que he narrado sobre esto me lo contaron Mario Moya Palencia, Jorge Carrillo Olea y Máximo Carvajal. Es algo interesante que ahora lo comparto. Nunca he querido platicarlo con Luis Echeverría. * * * Echeverría descalabró a Díaz Ordaz, en la persona de varios de sus seguidores. El primero que pagó la novatada fue el regente capitalino, Alfonso Martínez Domínguez, defenestrado con motivo del Jueves de Corpus. Pero, a su vez, Quetzalcóatl, convertido en José López Portillo, haría sufrir a los echeverristas con el encarcelamiento de los ex secretarios Félix Barra García y Eugenio Méndez Docurro. Y Miguel de la Madrid reclamaría las cabezas de Jorge Díaz Serrano, de Arturo Durazo y de otros lopezportillistas. Durante su gobierno fue acompañado, además de los ya mencionados, por José López Portillo, Emilio Rabasa, Alfonso García Robles, Hugo B. Margáin, Mario Ramón Beteta, Hugo Cervantes del Río, Ignacio Ovalle, Luis Enrique Bracamontes, Horacio Flores de la Peña, Francisco Javier Alejo, Carlos Torres Manzo, José Campillo Sainz, Manuel Bernardo Aguirre, Víctor Bravo Ahuja, Jorge Jiménez Cantú, Rafael Hernández Ochoa, Carlos Gálvez Betancourt, Julio Sánchez 306

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Vargas, Pedro Ojeda Paullada, Sergio García Ramírez y Octavio Sentíes Gómez. Luis Echeverría nació en la Ciudad de México, en 1922. Tuvo 8 hijos en su único matrimonio, con María Esther Zuno. No se le conocen relaciones extramaritales.

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XIV. En medio de la tormenta

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omo político de vocación y, durante muchos años, también de profesión, me he obligado y acostumbrado a ver a las figuras políticas y a evaluar sus acciones con la mayor objetividad que me sea posible. Ello me ha llevado a coincidir, en algo o en mucho, con todos los presidentes aunque, también, a disentir en algo o en mucho con todos ellos. Mientras me encontraba montando una guardia ante el féretro de José López Portillo pensé en él y me pregunté lo que me parecía su mayor obra como Presidente de la República. No tuve duda ni vacilación. Estoy convencido del enorme mérito que tuvo la reforma política que impulsó y los beneficios que esta reforma reportó para la evolución política de nuestro país. Gracias a la sabiduría de lo que se ha llamado la reforma política mexicana, inicialmente concebida por Jesús Reyes Heroles y perfeccionada por muchos más, en el Congreso mexicano se encuentran representadas las opciones preferenciales de todos los mexicanos. Desde la escuela de 309

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abogacía, escuché a Jesús Reyes Heroles platicarnos el tema. Años más tarde, fue el encargado de diseñarla y fue José López Portillo el presidente que le armó la viabilidad y la concreción, aún contra la oposición inicial de muchos en su grupo partidista. En una muy adecuada proporción y en una muy fiel representación, en el Congreso están los que ganaron, los que perdieron y los que “empataron”. A diferencia del depósito individual de la Presidencia, que incluye a un solo individuo y excluye a los demás, la estructura colegiada del Congreso hace que, prácticamente, todos los mexicanos se sientan representados en él. Esos más de 500 individuos que integran el sistema bicamaral mexicano coinciden, de una manera o de otra, con las creencias y las preferencias de 120 millones de mexicanos. Estoy convencido de que la reforma política mexicana es una herencia valiosa e irreversible. Tan valiosa que muchos “piratas” tratan de adjudicarse su autoría. Muchos políticos de todos los partidos les han “vendido” a las nuevas generaciones de ingenuos la idea de que México ha evolucionado en lo político gracias a ellos. Hay algunos que hasta creen que la democracia mexicana es obra de la actualidad y no a la inversa, como en realidad es. Hasta la alternancia fue obra de la democracia mexicana. En ciertas ocasiones, cuando escucho sus discursos, ha llegado a asaltarme el temor de que ellos también se los crean. Además, digo, es una obra irreversible. No creo que exista un solo mexicano que reniegue de ella. No creo que nadie se 310

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levantara a decir un discurso proponiendo su derogación para regresar a las condiciones políticas de 1975. En fin, si esa hubiera sido la única obra de López Portillo ella basta para justificar su mandato y ella basta para justificar su vida. * * * Conocí a José López Portillo cuando apenas era yo un jovencito de 24 años de edad y él llegó a ocupar la titularidad de la Secretaría de Hacienda, donde yo trabajaba. Yo no desempeñaba un cargo estelar pero tenía una muy buena posición, sobre todo dados mi escasa edad y mi prestigio inexistente. Me lo confirieron producto no de lo que uno ha hecho sino de lo que esperan que un haga. He dicho que esos cargos no son un pago sino un anticipo. Siempre me han resultado los más comprometedores porque, en aquellos, somos acreedores pero, en estos privilegios adelantados, solemos quedar como deudores. Por fortuna, tuve suerte y pude ser solvente. En ese principio me impresionó su estilo extrovertido y su comportamiento “echado para adelante”. Había tenido la oportunidad de ver el desempeño de Antonio Ortiz Mena y de Hugo B. Margáin, desde luego más equipados de sabiduría técnica que López Portillo y siempre acompañados de una fama de ser grandes gurús de lo hacendario, laureles que no acompañaban al nuevo secretario. Pero esos sabios eran callados, tersos y, en ocasiones, hasta tímidos. López Portillo era lo contrario y ello me gustaba, en esa mi juventud. Recuerdo cierto día que se indignó porque un empleado destinado a atender al público se desempeñaba con 311

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la mayor insolencia y grosería. Resulta que el Ministro gustaba, en ocasiones, de salir de su oficina, caminar por los pasillos del Palacio Nacional y visitar a sus más altos colaboradores. Llegó a la oficina de Julio Rodolfo Moctezuma y se dirigió al abrepuertas quien, sentado detrás de su mesita y, sin levantar la vista de su periódico, le señaló una ficha de audiencia y le dijo “Anote allí lo que quiere”. Nunca lo hubiera hecho. El atlético Secretario de Hacienda tomó de la camisa y corbata al enclenque bedel y lo alzó de su silla, para sacarlo por arriba de la mesita. Como, además, el lépero era bastante chaparro, López Portillo lo retuvo en el aire mientras le decía “Estas despedido, hijo-de-la-chingada. Al público se le trata como merece y tú no sabes hacerlo”. Esto pinta algo de su carácter. Aclaro que no era un abusivo con los más débiles y un obsecuente con los más fuertes. Con idéntica decisión, firmeza y temple pude ver que amonestara y apercibiera a secretarios, a gobernadores, a dueños de banco y a muchos poderosos o potentados. Es mucho lo que puede decirse de alguien a quien se le vio trabajar mucho antes de ser Presidente de la República. Por la misma razón de estilo, me gustaba cómo se desenvolvía en las juntas, en las ceremonias y, sobre todos, en dos foros donde se “crecía” como si los sintiera hechos para él. La Convención de Banqueros y la Cámara de Diputados. Tan solo mencionaré dos recuerdos de su comportamiento hacia mí. Una ocasión me invitó a una comida, en un privado del afamado y extrañado restaurante Prendes, donde asistiría con unas 20 personas. Los cinco más importantes diputados y senadores. Los subsecretarios y los directores generales del 312

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Banco de México, de la Nacional Financiera y de otros dos importantes bancos del Estado. Y yo, desde luego, el más joven y el más insignificante del grupo. En aquel tiempo, como a todo joven sensato, me impresionaban los hombres importantes pero sobre todo los que, además, eran inteligentes, cultos, valientes y nobles. Comprendí que mi papel era observar y callar, lo cual me pareció muy ameno y muy cómodo. Como aperitivo, whisky para todos y una disertación filosófica de López Portillo, desde luego interesante e inteligente, pero larga. Habló, de corrido, 15 ó 20 minutos. Yo, mientras escuchaba, empecé a observar algo que me retuvo la atención. Como nadie se atrevía a probar el escocés antes de que lo hiciera el anfitrión, los vasos estaban intactos. Pero, a Ernesto Fernández Hurtado ya “se le iban los ojos” sobre el suyo. Hasta que, en algún momento, sentí que le ganó el ansia, asió su trago y lo jaló levemente hacia él. Yo, angustiado, pensé “Pobre de don Ernesto. Ya la regó”. Todavía yo no sabía lo que puede hacer la experiencia. En la mínima pausa que López Portillo hizo para respirar o pasar saliva, como un tigre que se lanza más rápido que la vista, el Director del Banco de México levantó su brazo, que remataba en un “21 años” y dijo, en voz muy alta, “Por el Secretario de Hacienda”. Todos respondimos como uno solo “Salud al Secretario de Hacienda”. Sobra decir que el más complacido con la interrupción fue el propio López Portillo. Pero lo más importante para mí fue lo que vino a continuación. Un mesero falseó y tiró, sobre mi espalda, una sopera con algo lechoso y blanco. El dueño o encargado, con 313

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gran enojo real o fingido, reprendió al camarero y ordenó que restauraran mi saco, “a más tardar en media hora”. Yo me sentí muy apenado, como si la falta hubiera sido mía. Me consideré muy infeliz de que, siendo casi un “colado”, me hubiera tocado la “de malas” de hasta quedar en fachas. En menos de 5 segundos, López Portillo advirtió mi callada congoja y me dijo: “Bendito sea que te tiraron la sopa, para que todos podamos quitarnos el saco”. Él fue el primero que lo hizo y, a ver quién “chingaos” no lo seguiría. De esa manera, me reinstaló en mi sensación de igualdad ante la mesa. Este fue un gesto de bondad y, el otro recuerdo que narraré, fue un gesto de confianza. Una de las funciones muy calladas pero muy importantes que yo desempeñaba era la de auxiliar, como abogado, al grupo que tomaba las más altas decisiones hacendarias y que preside el propio secretario del ramo. Yo no participaba en las discusiones pero asistía a ellas para asesorar en lo necesario y para convertir en norma jurídica lo que se hubiere acordado. Una tarde-noche era el último día para enviar al Congreso de la Unión las iniciativas presidenciales en materia hacendaria. El Presupuesto de Egresos, la Ley de Ingresos, la miscelánea tributaria, las reformas bancarias y financieras, así como otras docenas de normas. Todas las decisiones estaban tomadas y “la pelota quedaba en mi cancha”. Pero López Portillo tendría que irse a una cena ineludible y mi trabajo no estaba terminado, aunque mi equipo de abogados y secretarias trabajaba muy rápido, además de muy bien. Es el caso que, al terminar su tarea, me ordenó que llevara las iniciativas a Echeverría para su consecuente firma. Para 314

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ello, me dijo que me las dejaría firmadas “en blanco”, ya en papel presidencial, con los suficientes tantos y a diversas alturas de la hoja para coincidir con la posible extensión del texto. Los secretarios de Estado tienen la obligación constitucional de firmar, en refrendo, lo que firma el Presidente de la República. Todo esto demostraba amplia confianza. Pero, entonces, me aventó un ”torito”. Me ordenó que, una vez recabada la firma presidencial, yo mismo llevara las iniciativas a Cámara de Diputados, para su entrega. Permanecí callado. Me preguntó si así procedería. Le contesté que no lo haría así sino que las llevaría a la Secretaria de Gobernación, porque es la encargada de enviarlas a la Cámara. Que, más aún, sin el escrito de envío firmado por el Secretario de Gobernación, la Cámara no les daría entrada aunque ya fueran firmadas por el Presidente de la República. Entonces me dijo: “Nada más lo hice para calarte pero no creas que soy tan bruto. Acuérdate que yo fui Director Jurídico de la Presidencia y, por lo tanto, estos trámites me los sé de memoria. Pero quería cerciorarme si un abogado de Hacienda también sabía de tramites constitucionales”. Ya, en una ocasión previa, nos encontrábamos en una de esas sesiones. El Secretario de Hacienda, los altos jefes de la hacienda nacional y yo, como el joven abogado que serviría de secretario técnico de la junta. Desde luego, como lo he dicho, yo no participaba, salvo que fuera requerido para ello. En tres ocasiones el que presidía la mesa ya me había pedido opinión sobre sus afirmaciones jurídicas y, en las tres, contesté que tenía toda la razón. 315

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En una de esas, López Portillo les dijo, a casi puros economistas que lo que proponían era contrario a derecho y que se oponía al principio jurídico “ius sequitor”. Dicho esto, me preguntó si yo estaba de acuerdo en la aplicabilidad de dicho principio al caso que estaban tratando. Con profunda vergüenza profesional le respondí que no conocía ese principio. Entonces dijo, “no lo conoces porque lo acabo de inventar”. Habiéndole dado la razón durante toda la sesión, quiso corroborar si yo era sincero o abyecto. * * * Como ya lo dije en páginas anteriores, yo no abracé las aspiraciones presidenciales de López Portillo sino las de Mario Moya Palencia. Pese a los quince años de diferencia en nuestras edades, trabamos una sólida amistad y un sincero afecto recíproco que nos duró durante toda su vida. Pero, sin embargo, debo confesar que la campaña de José López Portillo me gustó y me entusiasmo. Los mismos atributos que le conocí cuando fue mi jefe hacendario, se reflejaron en su condición de candidato presidencial. Frescura, franqueza, actitud moderna. Tuvo un lema que, aun siendo muy vacío, despertó muchos entusiasmos. “La solución somos todos”. Era una convocatoria incluyente y un giro de abandono hacia la postura patriarcal tradicional de nuestros gobiernos. En muchos automóviles y fachadas, sus dueños colocaban placas con las letras T-O-DO-S, alternando los tres colores de su partido. Aunque esa campaña enfrentaba la complicación de no tener contendiente, toda vez que los otros partidos no participaron, lo cierto fue que ni se notó su ausencia. La 316

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presencia de López Portillo prácticamente llenó todo el escenario de observación política. Después del estilo de Echeverría, que comenzó siendo jovial en comparación con el de Díaz Ordaz, pero que terminó pareciendo austero, cuando ya nadie se acordaba del poblano, el nuevo estilo atrajo y sedujo. * * * En 1976, José López Portillo asumió el mando en medio de la primera crisis económica después de más de veinte años de desarrollo con estabilidad. La injusticia económica fue el tema fundamental de su discurso inaugural. Pero la crisis no se resolvería sino, antes al contrario, se agudizaría y Miguel de la Madrid llegaría a la Presidencia, en 1982, afrontando una crisis de proporciones mayores. En su inicio, López Portillo manifestó que peligra la libertad si continúan los enfrentamientos. Debe usarse la razón en vez de la fuerza. Curiosamente promete un gobierno ajeno a la corrupción. De allí lo que digo de la ingenuidad. Luego vino una letanía de disculpas que tuvieron, momentáneamente, cierto efecto teatral pero que, después, se revirtieron contra el autor. “Pido perdón a los desposeídos por no sacarlos aun de su postración”. También hizo convocatorias-solicitud disparadas hacia todos lados. “A los empresarios les pido usar la función social de la empresa. A los intelectuales, no sacrificar su talento al prestigio de la soberbia. A los que critican, les pido que nos ayuden. A los campesinos y obreros, les pido nobleza y dignidad. A mis colaboradores, les pido honradez. A los soldados, les pido hombría y lealtad. A los desnacionalizados, les pido que se vayan y no nos estorben”. 317

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Mencionó que heredaba un país en crisis, que reestructuraría la banca nacional y mixta, aunque terminaría expropiándola y que “con el todos y el yo integráramos un nosotros”. Este régimen se inició con promesas que luego no se cumplirían. Se prometió honestidad administrativa. Se prometió que no habrá devaluación monetaria, que se contendrá la inflación y que habrá estabilidad económica. Se prometió que habrá una buena administración pública. Pero, quizá, lo más relevante de este inicio sexenal haya sido el anuncio de la restauración de las relaciones diplomáticas con España, suspendidas desde casi 40 años atrás. Con respecto a Estados Unidos, esta presidencia coincide con el inicio de la de James Carter y, de paso, López Portillo habría de viajar a Washington, en febrero de 1977, para entrevistarse con el nuevo mandatario. Algo que fue determinante en su gobierno, en lo que tuvo de bueno y, también, de malo fue la ilusión que se despertó con el auge petrolero. Sobre todo, el propio Presidente fue de los más ilusionados. Nos decía que tendríamos que “aprender a administrar nuestra abundancia”. Alguna ocasión mencionó que, para el año 2000, seríamos la 4ª potencia económica mundial. Que le prestaríamos dinero a Francia pero con la condición de que nos lo pagara con pesos mexicanos y no con francos franceses. Esto fue determinante en el sentido que le dio a sus programas hacendarios y financieros. Se expandió el gasto corriente, se descuidaron los precios internos, se inmovilizó artificialmente la paridad monetaria. Todo ello trajo, como consecuencia, el desequilibrio de la balanza comercial, el 318

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endeudamiento interno exagerado y el endeudamiento externo inmanejable. Para 1982, último año del sexenio, muchas calamidades ya no encontraban remedio. En marzo se convino un aumento general de salarios que, por ser escalonado de acuerdo a su monto, se le denominó el “10-20-30”. Fue brutalmente inflacionario y, por si fuera poco, no desinfló las demandas de los trabajadores que, por primera vez en 50 años y tan solo la segunda ocasión en nuestra historia, emplazaron a huelga general. Algo así como 110 mil emplazamientos de otras tantas empresas. Fue la habilidad del Secretario del Trabajo, Sergio García Ramírez, y de su equipo lo que logró conjurar esa huelga multitudinaria y, de tantos miles, tan solo estalló una sola huelga. Como siempre, fue Mexicana de Aviación, donde se colocaron las banderas rojinegras el primer día de noviembre y el gobierno requisó la compañía hasta el 28 del mismo mes. Entiendo que, para una aerolínea, casi un mes “en tierra” es algo catastrófico para sus finanzas. * * * Pero lo peor, todavía no sucedía en la primavera de ese fatal año. Los problemas económicos se fueron agudizando. El Banco de México perdió sus reservas. En aquel tiempo, el gobierno disponía libremente de ellas. Y, para colmo, el gobierno dispuso mal. Para mantener la paridad, el gobierno casi regalaba los dólares. Al contrario de las actuales subastas, aquellas parecían “bajastas”. Empezó a correr el chiste, aunque más que eso era un verdadero diagnóstico, de que lo único barato que había en México era el dólar. Esto, como en 319

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toda lógica de mercado, provocó mayor demanda del billete verde. El 8 de agosto fue el día más catastrófico de un siglo financiero mexicano. El Secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, anunció a los mexicanos pero, sobre todo, a la comunidad financiera internacional que, a partir de ese momento, México suspendería el pago de los servicios de su deuda externa. El aviso fue noticia principal en casi todo el planeta. Si quiebran Bolivia, Grecia o Austria, los banqueros mundiales pueden perder el apetito. Pero, si quiebra México pierden, además, el sueño los banqueros y los gobernantes hasta de los países más ricos. Y todos sabemos que los abogados llamamos suspensión de pagos al paso previo e inmediato al estado de quiebra. Existe, entre ellas, la relación secuencial ineludible que existe entre la agonía y la muerte o entre la muerte y el velorio. En esos momentos, el Banco de México contaba tan solo con algo así como 300 millones de dólares en reserva. Alcanzaría para satisfacer como para media mañana de la demanda de ventanilla. Por ello, como consecuencia inevitable, entramos en un control de cambios. Ya no se venderían dólares en las ventanillas bancarias y los depósitos nominados en divisas, que en aquel entonces eran muy frecuentes hasta para las amas de casa, fueron convertidos en pesos mexicanos, de manera automática. Pero, para que no “chillaran” los ahorradores, los dólares que compraron a 22 pesos se les convirtieron en ¡70 pesos por cada dólar! Aún 320

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así, quedaron muy enojados. A estos depósitos reconvertidos se les impuso el ingenioso nombre de “mexdólares”. Ya sin dólares en la reserva ni en la ventanilla ni en el bolsillo, México quedó aislado del comercio internacional dado que, además, habíamos apostado toda nuestra balanza comercial al sortilegio del petróleo. Como muchos otros productores de crudo, no producíamos otra cosa y todo lo comprábamos afuera. Desde las clases medias para arriba, hasta la pasta dentífrica la comprábamos en Texas o con las “fayuqueras” de Polanco, casi todas ellas señoras popoff venidas a menos. Pero el asunto era, desde luego, mucho más grave que lavarse los dientes. La industria y el comercio quedaron sin abasto y en riesgo de bancarrota. Hasta los niños empezaron a sufrirlo por la falta de lápices y de cuadernos. Buena parte de nuestro papel venía de Canadá, lo mismo que la madera de nuestros lápices. Ni siquiera su grafito lo producíamos nosotros. La crisis alcanzó a todos, casi sin excepción. Los banqueros mexicanos se enojaron ante un gobierno que ya no engordaba las cuentas de sus depósitos. Que había metido en dificultades de pago a sus deudores. Y que, para rematar, los había obligado a pagar tres veces más por los dólares que nunca recibieron porque, dicho sea de paso, los depositantes nunca llevaron dólares sino pesos y tan solo dijeron “pónganlos en mi cuenta de dólares”. Los dólares de un país que no vende nada son como los de la kermesse. Pero los gobernantes y los gobernados, los banqueros y los ahorradores, los candidatos 321

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y los electores, casi siempre terminan creyendo sus propias mentiras. Algunas semanas, antes de esto, López Portillo tuvo un día desafortunado que marcó su sexenio, de manera muy cruel. Uno de sus discursos más tristemente célebres fue el conocido como “La Defensa del Perro”. Ese pudo haber sido y recordado como un extraordinario discurso si hubiere sido pronunciado cuando el asunto al que se refería todavía hubiere estado en condiciones de solución. Con esa oportunidad, de haber resultado eficaz la acción presidencial, hoy se le recordaría como un discurso lleno de valentía, de decisión y de responsabilidad para con el encargo encomendado. Más aún, si las acciones del Presidente no hubieren dado el resultado esperado, tan solo se hubieran olvidado sus palabras, por intrascendentes. Pero, por su inoportuno rezago, es decir, por haberse pronunciado cuando ya no había remedio, pasó a gestar la inspiración de chistes y guasas, a diseñar ironías y leperadas, así como a marcar a su autor hasta con un alias o sobrenombre. Quizá el Presidente lo concibió meses o semanas antes, pero lo pronunció hasta cuando ya resultaba un indicio de obsolescencia así como de actuación tardía y perniciosa. El lépero pero ingenioso humor popular llegó a sugerir, para los billetes mexicanos, el lema “in dog we trust”. Ya con unos banqueros encaprichados y con un presidente encabronado, llegamos a septiembre con la muy sabida expropiación bancaria, adicionada al control general de cambios. Creo que esta medida era ineludible pero fue costosísima porque hubo que pagar el precio expropiatorio al 322

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monto de lo que no valían los bancos casi quebrados. Porque generó una desconfianza que cambió para mal, históricamente, el rumbo del sistema priísta. Y porque rompió los vasos comunicantes entre el régimen que terminaba y el que se iniciaba. Me detengo en lo político. Ya, cuando hablábamos de Díaz Ordaz, comentábamos que el PRI se había ganado un prestigio de bueno, confiable y eficiente. Que lo de la bondad lo perdió en el 68 pero le quedaban los otros dos atributos. Pero la expropiación bancaria demostró un sistema poco confiable. Si los bancos hubieren sido expropiados por Lázaro Cárdenas o por Adolfo López Mateos, nadie se hubiere sorprendido. El michoacano llevó el socialismo hasta al texto constitucional y el mexiquense dijo que gobernaría en la margen izquierda de la Constitución. Pero que la expropiación bancaria la hiciera José López Portillo, el ex Secretario de Hacienda, el amigo de los banqueros, el que ganó el hándicap presidencial por ser el candidato de los ricos, fue considerado como una traición. Esto lo pagó su partido. Ya los priístas no eran buenos pero, además, tampoco eran confiables. Sólo les quedaba el mérito de su eficiencia. * * * En otros aspectos de su personalidad, se dice que López Portillo, tuvo una relación siempre muy importante con sus mujeres. Y no me refiero tan solo a sus romances sino, además, a su familia. Yo tengo una sólida amistad y un profundo afecto por su hija Carmen Beatriz. Además de sus valores personales como 323

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profesional y como mujer sensata, la vi como la persona que más fuerte lealtad y más desinteresado cariño le brindó a su padre. Líneas arriba mencioné mi presencia en el velorio de López Portillo. Pero, más que al ex presidente, fui a despedir a mi ex jefe y, sobre todo lo anterior, fui a acompañar a mi amiga. López Portillo siempre gustó de estar cerca de las mujeres de su afecto. Una hermana suya fue su secretaria privada en la Presidencia. Otra de ellas fue la directora general de la paraestatal de teleradiodifusión. Se dice que el propio presidente comentaba que su hermana no sabía nada de ese tema y encargó colaboradores que la ayudaran y la protegieran. De sus romances se habló mucho. A mí no me consta nada. Pero creo que, en esa materia, a nadie le consta nada. Por eso dice el viejo refrán que al perro se le ve, al gato se le escucha y al hombre se le supone. Incluso la voz popular lo ha ligado, sentimentalmente, con alguna colaboradora suya. De ella se dice, entre otras cosas, que un día se enojó con un poderoso gobernador, que lloró con el Presidente y que el “virrey local” fue despedido. También se dice que, otro día, mandó citar para acuerdo a un muy importante ex Presidente de México. Que, desde luego, este no acudió pero que, tampoco le pasó nada. López Portillo tuvo un post imperium que contrasta con la majestad de sus momentos de auge. Terminó enfermo, pobre y, creo, que hasta solitario. Cierto que casó en segundas nupcias y tuvo hijos, pero ya nada del esplendor pasado. La Presidencia Salinas veía mensualmente por él y creo que lo mismo hacía Carlos Hank. Algún día me llamó para denunciar a un “vivales” que, en nombre suyo, le pedía ayudas económicas 324

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a Emilio Azcárraga Milmo. Lo peor es que éste se las otorgaba al falsario. * * * Ya en estos tiempos, viví un asunto que me pareció muy triste pero en el que tuve la oportunidad de serle útil. Había presentado una denuncia en contra de su hijo José Ramón, “el orgullo de su nepotismo”, porque éste se había llevado algunos libros de la biblioteca paterna a la suya personal. Sus casas eran contiguas en ese conjunto familiar de Cuajimalpa al que le impusieron un nombre burlón. Alguien le había aconsejado que así lo hiciera y, más que el acusado, la que más sufrió fue Carmen Beatriz, a quien le parecía terrible, como lo era, el exceso judicial de un padre en contra un hijo. La propia Carmen casi se instaló en mi oficina para ayudarme en la búsqueda de una solución satisfactoria. Para tristeza y angustia de la hija de uno, hermana del otro y amiga mía, ninguno de los interesados se “bajaba de su macho”. López Portillo pedía prisión para su hijo y José Ramón se mostraba indignado. Tuve que tomar “el toro por los cuernos” y fui a ver al ex presidente. Le pedí que hablara con el Presidente de la República para que designara, en sustitución mía, a alguien que le cumpliera su capricho de encarcelar a su hijo. Pero que yo no me prestaría a algo que lo dañara históricamente. Que la opinión pública no se lo perdonaría jamás. Que lo considerarían como un pelele que llegaba a eso por satisfacer las órdenes de su nueva esposa y madrastra del futuro preso, como lo hubieran supuesto todos. Y que habría muchos abogados que aceptarían gustosos ocupar mi cargo y satisfacerlo en su antojo. 325

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Era muy inteligente y era un buen hombre. Comprendió mis palabras y me ofreció declinar su pretensión. Yo no sé si se reconciliaron padre e hijo pero eso no era lo que me importaba. Lo que me interesaba era no llevarlo a un tribunal, ante la vista de todas las cámaras, para ratificar sus acusaciones en contra de su hijo, por haber tomado unos libros. Hubo algo, sin embargo, que siempre me intrigó. La majestad con la que ascendió y la forma en que declinó. Por ello, quise buscar la explicación en aquellos cercanos con quienes la confianza me lo permitía. Les hice la misma pregunta. ¿Dónde y cuándo se perdió López Portillo? Lo pregunté a Francisco Galindo Ochoa, a Carlos Hank González, a Jorge Díaz Serrano y a su hija, Carmen Beatriz. Todos me contestaron algo diferente. El muy comedido, que lo engañaron. Otro, que con lo del petróleo. Alguno, que con “sus viejas”. Pero lo importante de esto no es el sitio del extravío sino que nadie me contestó que no se hubiera extraviado y que yo estaba formulando una pregunta equivocada. Todos aceptaban que se había extraviado. * * * López Portillo fue acompañado, en su gobierno, por Miguel de la Madrid, Jesús Reyes Heroles, Enrique Olivares Santana, Santiago Roel, Jorge Castañeda, Julio Rodolfo Moctezuma, David Ibarra, Jesús Silva Herzog, Carlos Tello, Ricardo García Sainz, Ramón Aguirre, Jorge Rojo Lugo. Jorge de la Vega, Fernando Solana, Pedro Ramírez Vázquez, Emilio Mújica, Porfirio Muñoz Ledo, Félix Galván, José Andrés de Oteyza, Mario Calles, Emilio Martínez Manatou, Pedro Ojeda 326

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Paullada, Javier García Paniagua, Sergio García Ramírez, Gustavo Carvajal, Guillermo Rossell de la Lama, Rosa Luz Alegría, Oscar Flores Sánchez, Francisco Galindo Ochoa y Carlos Hank González. José López Portillo nació y murió en la Ciudad de México. Vivió 83 años y contrajo dos matrimonios. El primero, con Carmen Romano Nölck y, el segundo, con Alexandra Acimovich Popovich conocida, por su nombre artístico, como Sasha Montenegro. Tuvo, con ambas, cinco hijos. Se le ha relacionado con diversas relaciones extramaritales.

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XV. La tecnocratización del poder

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os nueve presidentes priístas de la llamada “época civilista”, que van de Miguel Alemán a Ernesto Zedillo, podrían ser clasificados en tres grupos muy claramente perfilados. El primero lo calificaría como “clásico”, porque estaba impregnado de una política ortodoxa, tradicional y casi inmutable. Lo integran cuatro presidentes que iniciaron sus carreras políticas al amparo directo de su partido político y que participaron en contiendas electorales. Me refiero a Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Al segundo grupo lo llamaría como “administrativo” o “burocrático” porque, a diferencia del primero, las carreras de estos presidentes no se forjaron en el partido sino en la administración pública. Tampoco pasaron por el gobierno local ni por el congreso legislativo. Los integran tan solo Luis Echeverría y José López Portillo. No omito que, aunque Echeverría ocupó muy altos cargos en el CEN del PRI y López Portillo algunos intermedios pero estos encargos más tenían que ver con la administración que con la operación del 329

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Partido. Este pequeño grupo puede considerarse como una transición mutante entre el primero y el tercero. El último grupo, integrado por Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, representa ya el franco perfil del gobernante tecnificado que ha sido llamado como “tecnocrático”. Son los primeros presidentes mexicanos que tenían post grados obtenidos en universidades extrajeras, desde luego norteamericanas. * * * Los primeros años de la vida de Miguel de la Madrid estuvieron marcados por los avatares del destino. Su padre, un abogado colimense, fue arteramente asesinado, en su tierra natal, por rencillas litigiosas. Con esa desgracia a cuestas, su madre se trasladó a la Ciudad de México, junto con sus hijos Alicia y Miguel, para brindarles mejores posibilidades de educación y de vida. En aquellos tiempos, la viuda contaba con el parentesco de un funcionario del Banco de México, todavía ubicado en un tercer nivel de la estructura institucional. Fue Ernesto Fernández Hurtado quien le abrió la puertas al joven Miguel, estudiante de abogacía, colocándolo bajo las órdenes de Mario Ramón Beteta, entonces gerente de no sé qué cosa en el banco central. Desde ese momento, Beteta se convirtió en el jefe, líder y guía del tierno financiero. Cuando Beteta pasó del Banco a la Secretaría de Hacienda, para ocupar la titularidad de la poderosísima Dirección General de Crédito, acarreó con el joven Miguel para convertirlo en su segundo, como Subdirector General. A partir de entonces, esta pareja de amigos se convirtió en 330

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pareja escalafonaria. Beteta ascendió a subsecretario y De la Madrid a director. Beteta se conviertió en secretario y De la Madrid en subsecretario. Así terminan el sexenio de Luis Echeverría. Sin embargo, José López Portillo no habría de ser tan generoso. En Hacienda, López Portillo encontró a Beteta y lo conservó como subsecretario, pero no por su gusto sino por el del Presidente Echeverría. Cuando asumió la candidatura presidencial, Beteta lo sustituyó en la titularidad hacendaria. Pero, al convertirse en presidente, lo redujo a la dirección de un banco del gobierno, pero no de los principales. De la Madrid permaneció en Hacienda, como subsecretario pero muy disminuido. En aquel entonces, las secretarías tenían un máximo de tres subsecretarios y muy sabiamente distribuidos. Uno de ellos era puesto por el Presidente, pero no como cuña ni como espía sino, por el contrario, como ayuda para el titular. Su conocida relación con el Ejecutivo Federal, lo hacía un hombre poderoso que podía defender al secretario titular, pelear sus batallas y hasta enfrentarse a integrantes del gabinete o gobernadores de los estados. Incluso, para evitar tentaciones, la costumbre dictaba que, aunque el Presidente prescindiera del titular, este subsecretario amigo suyo nunca ascendería, por lo menos en ese ramo. Otro subsecretario era puesto por el secretario. Era su hombre de confianza. Al que podía encargarle sus cosas, sus caprichos y sus deseos. El que vigilaba la dependencia hacia el interior y le prestaba los ojos y los oídos a su jefe. 331

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Por último, el tercero representaba “a la casa”. Era el de carrera. El conocedor. El experimentado. El reconocido y respetado. El que sabía todo lo que no estaba escrito. Los antecedentes, las historias, los personajes, los secretos, las fortalezas y las debilidades de la institución. El que guiaba y aconsejaba. El que ilustraba y hasta enseñaba. El maestro y gurú de la dependencia. En ese inicio lopezportillista, ese fue Miguel de la Madrid en Hacienda. Pero se quedaría para eso y nada más. Su poderosa subsecretaría fue parcialmente desmantelada. Mucho se fue a Comercio y mucho a Industria. De lo que quedó, el nuevo titular removió a los hombres de De la Madrid y nombró a los suyos propios. Se dice que casi todos lo trataron con grosería. Lo rebasaban para informar y acordar, directamente, con el Secretario de Hacienda, su verdadero amigo. Sólo uno de ellos fue respetuoso y decente. Era Francisco Labastida, el nuevo Director General de Promoción Fiscal. Hicieron una fuerte amistad que perduró para siempre. Julio Rodolfo Moctezuma permaneció tan solo un año y llegó David Ibarra. Pero las cosas para Miguel de la Madrid no mejoraron sino, antes bien, se tornaron en peores. Sin embargo, en algún momento desconocido, empezó a mejorar su “estrella” con el Presidente López Portillo. En el cambio de titulares ya había logrado conservar a Labastida, el que le había enjaretado Moctezuma. Pero ahora, además, el Presidente le permitiría designar al Director General de Crédito. El subsecretario propuso, como nuevo director, a Jesús Silva Herzog. Este ya había ocupado cargos gubernamentales muy altos, como que fue el director 332

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fundador del Infonavit. Por eso, López Portillo dudó que Silva aceptara un cargo menos opulento. De la Madrid contestó que, trabajando para él, Jesús lo aceptaría de buena gana. Así, siguió en ascenso su ventura y, para la mitad del sexenio, López Portillo despidió, por segunda ocasión, al Secretario de Programación y Presupuesto. El nuevo designado fue Miguel de la Madrid. Por primera vez, en su vida, pudo nombrar a un subsecretario. Este fue Francisco Labastida. Los otros subsecretarios fueron Rosa Luz Alegría y José Ramón López Portillo. Por otra parte, para ocupar la subsecretaría vacante que dejaba en Hacienda, el Presidente le pidió un candidato y no se lo pidió a David Ibarra. El designado fue Jesús Silva Herzog. En Programación y Presupuesto, se acrecentó la rencilla entre Carlos Salinas y Francisco Labastida. Resulta que, como ya lo dijimos, De la Madrid nombró subsecretario a Labastida y a Carlos Salinas lo puso bajo su mando en el cargo de Director General de Política Económica. Salinas siempre resintió que Labastida quedara como su jefe y Labastida siempre resintió que Salinas “no lo pelara”. Esa camorra todavía no termina. * * * Pasaron los tiempos y llegó el turno de las decisiones sucesorias. Ese episodio es de los más inexplicables de nuestra historia reciente y, de las muchas explicaciones que yo mismo me he tratado de brindar, me quedo con la siguiente. López Portillo había ido cancelando las posibilidades de sus colaboradores más cercanos y, podría decirse, que más queridos. De esos once funcionarios, a cuatro los despidió. Salieron del gabinete Julio Rodolfo Moctezuma, Carlos Tello 333

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Macías, Santiago Roel y Jesús Reyes Heroles. A éste último, tiempo antes del despido, ya había sido imposibilitado en lo que viene a continuación. Otros cinco fueron impedidos ante la declaración presidencial de sus incompatibilidades constitucionales, dada la extranjería de sus padres. El propio Reyes Heroles, José Andrés de Oteyza, Guillermo Rossel de la Lama, Arsenio Farell Cubillas y Carlos Hank González quedaron fuera de combate. En esto pudo haberse usado la “vista gorda” como ya había sucedido en otras ocasiones. Se dice que Tomás Ruiz y Manuel Ávila Castillo, padres de Adolfo Ruiz Cortines y de Manuel Ávila Camacho, respectivamente, fueron peninsulares de nacimiento. Ahora, de manera reciente, a Adolfo López Mateos le han enjuagado un padre español, desde luego, asunto totalmente falso. Pero parece que, con López Mateos, no les ha bastado con endilgarle hijos y ahora, también, ya le endilgan padres. Por último, regresando a López Portillo, a Javier García Paniagua ni lo tomó en cuenta y a Pedro Ojeda Paullada lo descartó en la última ronda eliminatoria. En ese escenario, al Presidente sólo le quedaban tres opciones reales y juiciosas. Miguel de la Madrid, Jorge de la Vega y Enrique Olivares Santana, mencionados por alfabeto. Creo que fueron cinco las razones por las que de la Madrid se impuso a sus rivales con un marcador de 5-0-0. Es decir, “doble zapato” a don Enrique y a don Jorge. La primera y más importante fue la crisis financiera en la que ya estábamos comprometidos. El expertise de Miguel de la Madrid era insuperable para los otros. 334

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Las siguientes son muy subjetivas, pero son subjetivismos presidenciales y eso las convierte en muy objetivas y en muy reales. Comenzaría con que la abogacía de De la Madrid superaba de manera absoluta, en la mente de alguien como López Portillo, a las credenciales profesionales del normalista y del economista contra quienes competía. Seguiría con el post grado de Harvard. Esto era apabullante para López Portillo quien, sobre estudios post profesionales, tan solo contaba con un diplomado de la Universidad de Chile. Pero era un hombre verdaderamente culto y, por eso, valoraba una titulación otorgada por una de las más prestigiadas universidades del planeta. Miguel de la Madrid sería el primer presidente mexicano con maestrías extranjeras y creo que eso estimuló su vanidad de haber sido él quien lo hubiere decidido. La cuarta también tiene que ver con estudios universitarios. José López Portillo fue, en la Facultad de Derecho, el maestro que le impartió Teoría del Estado a Miguel de la Madrid. Más aún, De la Madrid era muy buen estudiante y, en la escuela, se ayudaba de las escaseces juveniles elaborando, reproduciendo y vendiendo sus muy bien logrados apuntes de clase. Para ello se asociaba con Juan “el de los baños”, un afanador que, también, era el dueño de un mimeógrafo donde se fabricaban nuestras ayudas de curso. Más aun, se dice que un ejemplar de los apuntes de Miguel de la Madrid sobre el curso recibido de López Portillo, fue comprado por el maestro, a quién le sirvió de base para, una vez complementado, elaborar su libro de texto sobre la materia. Creo que este es un punto donde también interviene 335

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la vanidad. Que el siguiente presidente del país hubiere sido su alumno universitario. Por último, algo con aromas aristocráticos que no pueden descartarse en López Portillo. Creo que a éste le pareció más elegante que alguien se hubiere formado en la Secretaría de Hacienda y en el Banco de México que quienes se forjaron en el PRI y en los gobiernos locales. * * * Así llegamos a Miguel de la Madrid. Algunas de sus frases fueron “con sacrificios, pero evitaré que el país se deshaga”. “Se gobierna o se hacen negocios”, en clara alusión a la corrupción precedente. “La banca nacionalizada no será botín político”. “Respetaré y haré respetar la ley”. “No hay derecho contra el Derecho”. Esbozó un plan de 10 puntos para la recuperación económica. Su gobierno atravesó muchos avatares. El precio del petróleo llego a seis dólares por barril. El gobierno Reagan insinuaba ganas de incendiar Centro América. Explotó San Juanico. Surgió el escándalo Camarena. Se presentó el terremoto. Aconteció el martes negro. Se escindió una parte del PRI. Se cayó el sistema. Y muchos sucesos más. En lo que concierne a lo económico y financiero, el presidente mexicano conservó la serenidad y el mando. Sorteó la crisis económica. Se auxilió de un muy buen equipo económico, integrado por Carlos Salinas de Gortari, Jesús Silva Herzog, Francisco Labastida, Gustavo Petricioli, Alfredo del Mazo, Pedro Aspe y Miguel Mancera. El tiempo de Miguel de la Madrid fue un momento muy malhadado para México y los mexicanos. Sin embargo, supo 336

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sortear una era difícil y entregar un país mejor que el que había recibido. En cierta ocasión, una periodista amiga mía me dijo que a De la Madrid le habían entregado un balón cuadrado o piramidal con el que no se podía jugar nada. Que él, a lo largo del sexenio, se dedicó a moldearlo y logró entregar no una perfecta esfera sino tan solo un ovoide. Pero, con eso, su sucesor ya pudo organizar un torneo de futbol americano. El símil me impresionó porque, en verdad, tiene toda la razón El sexenio previo al de su gestión se caracterizó por un desenfreno no sólo en el gobierno sino, también, en el seno de la sociedad civil. La ebriedad petrolera invadió a todos. El gobierno soñaba. Las clases medias hacían su “mandado” en Houston. De allá traían hasta el catsup. A las empleadas del gobierno les alcanzaba para pasar uno o dos fines de semana cada mes en Cancún. Para comprar un auto había que hacer “cola” o buscar una recomendación con el concesionario. La champaña corría en los restaurantes. Los jóvenes bebían una mezcla infame de amareto con el cognac más caro. Todo ello, con cargo al equilibrio fiscal, a la planta productiva y a las reservas monetarias. Para fines de 1982 las reservas mexicanas ya no eran nada. En la primera semana de agosto el gobierno anunció la suspensión de los pagos de su deuda externa que ya ascendía a más de cien mil millones de dólares. En los siguientes días se expropiarían los bancos y se decretaría el control de cambios. En ese escenario, el 1º de diciembre Miguel de la Madrid se convirtió en el XVI presidente de la actual era constitucional. 337

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Cuánta razón hay en el símil que me propusieron. Colocó al país en condiciones de volver a jugar. Después de la grave crisis en la que terminó la administración anterior, De la Madrid inicia con los signos de una imprescindible recuperación económica. Proclama que continuará la rectoría económica del Estado, quizá como una respuesta a diversas acusaciones que se le hicieron de profesar una ideología neoliberalista de “derecha”. Planteó una reestructuración fiscal con base en el IVA, la instalación de dos mercados de divisas y un sistema de abasto básico. Por otra parte, conculcó las intentonas norteamericanas en la región. Bernardo Sepúlveda se dedicó a evitar que explotara. Se dedicó a ello quizá la mitad de su tiempo de cada semana y mes. Formó una barrera de contención a la que se le llamó Grupo de Contadora. A todos nos asusta que estalle la casa del vecino y México no era la excepción. Creo que, en muchos momentos, Ronald Reagan quiso que se diera ese estallido. Contener a Reagan no era tarea fácil. Pero se logró. Se evitó la crisis política y hasta se llevó, a la Constitución Política, el ideario internacionalista de la nación mexicana. Pero el signo más característico de su gestión fue la llamada “renovación moral de la sociedad” lo cual era una convocatoria al ejercicio honesto de la función pública, muy maltrecho en los tiempos inmediatos anteriores. Se reformó la Constitución Política en cuanto al régimen de responsabilidades oficiales, se expidió una nueva ley reglamentaria sobre el tema y se creó la Secretaría de la Contraloría. Pero, para darle contenido de aplicación real, se encarceló a los amigos cercanos del presidente anterior. Se desaforó al 338

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senador Jorge Díaz Serrano, ex director de PEMEX y se enchiqueró al pseudo general Arturo Durazo Moreno. En una modalidad más agradecida, Carlos Salinas de Gortari se condujo como lo hizo López Mateos y no actuó contra la camarilla de su antecesor sino contra líderes opositores. Joaquín Hernández Galicia fue encarcelado y enjuiciado por homicidio. Carlos Jongitud fue largado del sindicato magisterial. En ese momento, por cierto, Salinas inventa a Elba Esther Gordillo. Hubo dos fallecimientos durante el sexenio de Miguel de la Madrid que pudieron cambiar el rumbo. No lo sabemos, pero hay quienes lo suponen. Uno de ellos fue el deceso de Jesús Silva Herzog, padre, gurú de los economistas mexicanos o, por lo menos, de los tradicionales. Hay quienes dicen que su ausencia privó de un importante apoyo a su hijo, entonces Secretario de Hacienda y principal contendiente de Carlos Salinas de Gortari, al grado de no poder resistir la embestida de éste y ser despedido, dicen que hasta groseramente, por el Presidente de la Madrid. El otro caso, también hipotético, fue el fallecimiento del Secretario de Educación Pública, Jesús Reyes Heroles, cuya opinión pudo ser factor regulador en la sucesión presidencial. Hay quienes dicen que su ausencia dejó sin voz de apoyo a las aspiraciones de los políticos tradicionales y abrió un camino más libre a los tecnócratas. Hay, por el contrario, quienes aseguran que apoyaba decididamente las aspiraciones salinistas y que muchos de sus discípulos rodeaban de cerca al Secretario de Programación y Presupuesto. En fin, ignoramus e ignorabimus. 339

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* * * En la madrugada del 19 de noviembre de 1984, hizo explosión la zona de gaseras que se encuentra en San Juan Ixhuatepec, Estado de México, más conocido como San Juanico. En la conflagración estuvieron complicadas las instalaciones de Pemex y las de una gasera vecina, llamada Gas Uribe. 450 personas perdieron la vida. Miles fueron heridos, muchos de ellos por quemaduras muy graves. Ya desde algunos días antes se había percibido un intenso olor a gas. Pero, como casi siempre, nadie hizo caso. Ocho años después, olía a gas en Guadalajara. Nadie hizo caso. 350 muertos. Como, tampoco, se hizo caso de que olía a gas en el hospital infantil en Cuajimalpa, a principios del 2015. Volviendo a San Juanico, el asunto empezó a tener contaminación política. En una entrevista “banquetera”, fue interrogado Mario Ramón Beteta, el antiguo jefe de Miguel de la Madrid y, ya para ese entonces, colaborador suyo en la Dirección de Pemex. La pregunta fue si los miles de deudos, de heridos y de damnificados serían indemnizados por Pemex. Beteta montó en cólera y respondió que ellos eran quienes deberían indemnizar a Pemex. Nunca se pudo entender el sentido de su respuesta. El gobernador mexiquense, Alfredo del Mazo, instaló su tienda-oficina in situ y allí habría de permanecer, junto con su secretario particular, Gerardo Ruiz Esparza. El 28 de diciembre, la Procuraduría General de la República emitió su veredicto final sobre el caso. Allí se concluyó que la explosión se produjo en las instalaciones de Pemex y por causas imputables a la paraestatal. No habría responsabilidades 340

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penales porque no había intenciones directas y las posibles imprudencias o negligencias, sólo podrían atribuirse a empleados que murieron en el suceso y, por lo tanto, no podría encarcelárseles. Pero quedaba en claro la responsabilidad objetiva, misma que obligó a la indemnización total, a cargo de la paraestatal. Por primera vez en mucho tiempo o en toda la historia, el Estado mexicano reconocía que una de sus agencias era la responsable de una mortandad multitudinaria. La “de malas” siguió persiguiendo al gobierno de Miguel de la Madrid. A principios de 1985, el agente encubierto de la DEA, Enrique Camarena Salazar, fue asesinado como una represalia por su participación en la identificación de un predio de acopio de drogas, conocido como El Búfalo, en Chihuahua, realizado meses antes. Los responsables fueron capos mexicanos, encabezados por Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo. El asunto tomó niveles tanto de escándalo público como de recriminaciones entre los dos gobiernos. Altas voces norteamericanas llegaron a señalar a importantes funcionarios mexicanos como protectores y hasta socios de los traficantes en cuestión. En la Semana Santa, Caro Quintero fue apresado en Costa Rica y trasladado a México, ese mismo día, gracias a los buenos y poderosos oficios de la embajadora mexicana, Luisa María Leal Duk. En esos mismos días, Fonseca Carrillo fue apresado en Puerto Vallarta, Jalisco. Con ello, el asunto bajó de presión pero no se remitió totalmente. Seis años después, 341

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Carlos Salinas viviría y sufriría una segunda secuela de este mismo asunto. Me contó Emilio Gamboa que el peor día para Miguel de la Madrid fue el del terremoto de 1985 y ello no admite alegación ni requiere comprobación. Esto sería el tercer evento que, junto con otros dos ya mencionados, marcarían el inicia de la declinación del prestigio del sistema político mexicano. Habíamos dicho que, a éste, se le consideraba bueno, confiable y eficiente. Pero que, un miércoles 2 de octubre empezaron a pensar que ya no era tan bueno. Que podía matar y hacerlo por enojo. Pero seguían creyéndolo confiable y eficiente. Pero, un 1º de septiembre empezaron a pensar que ya no era tan confiable. Que podía expropiar a sus amigos y hacerlo por berrinche. Pero seguían creyéndolo eficiente. Pero esa mañana de septiembre empezaron a pensar que ya no era tan eficiente. Que no podía prever ni prevenir ni organizar ni salvar ni rescatar ni recuperar ni reconstruir y, ni siquiera, consolar. En otros terrenos, también el “mal fario” seguía persiguiendo al régimen. Una pequeña sección del PRI que, por sí sola, no representaba ninguna importancia, empezó a alzar voces democratizadoras hacia dentro del partido. La encabezaban Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. No sé quién aconsejó o a quien se le ocurrió que deberían ser expulsados del instituto. Ellos no querían abandonar el partido sino, tan solo, introducirle algunos cambios. La “aplanadora” se impuso y fueron largados del tricolor. 342

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El resultado fue que formaron una organización que concurrió a las elecciones generales de 1988. Se llamó el Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional y, por sus siglas FC, coloquialmente se le llamó “el ferrocarril”. En dicha elección resultaron victoriosos en el Distrito Federal pero esa verdad la supieron convertir en mentira y se proclamaron victoriosos en todo el país. * * * Mientras tanto, el PRI había proseguido con sus procedimientos rumbo a la sucesión presidencial. Para dar una respuesta a los clamores democratizadores, se decidió adoptar un mecanismo más “transparente”. Se le conoció con el nombre de “la pasarela”. A través de no recuerdo que enjuague, se escogieron a 6 “distinguidos” priístas para que, ante 200 colegas, expusieran su plataforma electoral y nos platicaran del México que querían para el futuro. Durante algunas semanas, fueron desfilando, programados en orden alfabético, Ramón Aguirre Velázquez, Manuel Barttlet Díaz, Alfredo Del Mazo González, Sergio García Ramírez, Miguel González Avelar y Carlos Salinas de Gortari. En el más estricto rigor, nadie emocionó ni convenció. Pero no se trataba ni de emocionar ni de convencer a quienes no decidirían nada. Ya dos sexenios antes, Echeverría hizo un ejercicio similar aunque informal con 7 “destacados” priístas. La “flaca caballada” de la que hablaba Rubén Figueroa. Ellos fueron Luis Enrique Bracamontes, Hugo Cervantes del Rio, Carlos Gálvez Betancourt, Augusto Gómez Villanueva, José López 343

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Portillo, Mario Moya Palencia y Porfirio Muñoz Ledo. El desfile tampoco sirvió para nada. El domingo 4 de octubre de 1987, el alto mando del PRI se reuniría para dar a conocer el veredicto de la Pasarela. La cita sería a las 10 de la mañana. Pero, la noche anterior, empezó a correr el rumor, o a ser esparcido, de que el ungido sería Sergio García Ramírez. Creo que, hasta en una cena sabatina, un hijo del Presidente de la Madrid, el Secretario de la Defensa Nacional y otros comensales, ya lo daban por hecho. También escuché muchas otras especies. Que si fue la confusión de las letras “SG” que algunos interpretaron como “Salinas de Gortari”, otros como “Sergio García” y hubo quienes pensaron en el “Secretario de Gobernación”. Desde muy temprano, Alfredo Del Mazo ya había expresado, en los medios, su adhesión y apoyo a la candidatura de García Ramírez. Algunos “despistados” se dejaron ir hasta su casa en San Jerónimo. Dos periódicos nacionales habían impreso su principal “destapando” al Procurador General de la República. Desde varios años antes, yo había estado trabajando cerca de García Ramírez, primero en la Secretaría del Trabajo y, después, en la PGR. Por ello, su posible candidatura me entusiasmaba y hasta me ilusionaba. Desde luego, en lo personal pero sobre todo, me gustaba por México, sin descartar mi aprecio por Carlos Salinas de Gortari, amigo mío desde la adolescencia. Por eso, lo que pasó esa noche y esa mañana también a mí me pudo haber agarrado desprevenido, como a los “despistados” que mencioné. Para la fortuna de mi salud 344

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mental, desde el día anterior fui enterado de la situación real de García Ramírez, aunque sin saber el nombre del elegido. Así que, incluso, los diversos telefonemas amistosos que me hicieron para expresarme su júbilo, no movieron ni mi ánimo ni mi ingenuidad. Por su parte, García Ramírez ni siquiera recibió a nadie. En los usos políticos no podía decir nada. Ni aceptar las adhesiones, porque ya sabía que no le correspondían. Ni rechazarlas, porque no podría decir que ya sabía, de manera anticipada, el desenlace del montaje. A media mañana, Jorge de la Vega, como Presidente del PRI, ante su cúpula sacó una tarjeta, como se hace en la premiación de los óscares cinematográficos, y leyó el nombre de Carlos Salinas de Gortari. Era, paradójicamente, el telón de una actuación. De inmediato, todo volvió a la normalidad y a la rutina ya conocida por todos. Vinieron las elecciones y ese día fue muy singular en la gestión de Miguel de la Madrid. No me lo dice Gamboa pero lo intuyo yo. La caída del sistema y sus secuelas todavía no concluidas. Alguna vez escuché, aunque no recuerdo de quién, que esa complicada tarde Manuel Bartlett telefónicamente le espetó a Miguel de la Madrid un airado reproche, casi con insolencia: “No se preocupe, S-e-ñ-o-r. Yo haré presidente a su candidato”. Nunca lo he querido platicar con Bartlett ni con Gamboa y no me hubiera atrevido a hacerlo con De la Madrid, así que jamás lo corroboré. Pero que el ya Presidente Salinas le regalara a Manuel la Secretaría de Educación Pública y, 345

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después, la Gubernatura de Puebla, me deja en claro que no lo hizo por aprecio sino por endeudamiento. * * * Miguel de la Madrid colocó al país en condiciones competitivas. Instaló a su sucesor. Resistió las presiones exteriores. Salvó su nombre y su prestigio. Cuando concluyó, Miguel de la Madrid fue un ex presidente que caminaba en la calle, iba al teatro, acudía al restaurante y recibía la consideración y el respeto del pueblo que gobernó. Yo mismo fui varias veces a comer con el ex presidente en diversos restaurantes. Coincidimos en eventos públicos. Montamos guardias conjuntas en eventos luctuosos. Y, sobre todo, lo visitaba en su biblioteca de la Casa del León Rojo. Siempre me hizo sentir que era mi amigo y siempre quise que sintiera que yo, también, fui su amigo. He mencionado a todos los colaboradores principales que lo acompañaron durante su mandato. Por eso, omito su repetición. Miguel de la Madrid nació en Colima y murió en la Ciudad de México, a los 77 años de edad. Sólo contrajo un matrimonio, con Paloma Cordero Tapia. Con ella tuvo cinco hijos. No se le conocen relaciones extramaritales.

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legamos a 1988. Carlos Salinas de Gortari asume rodeado de rumores de ilegitimidad electoral. Vicente Fox se había injertado unas “orejas de burro” y Marcos Rascón habría de portar una “cara de cerdo”. Salinas decide que la legitimidad de la gestión subsidiará la de la elección y esa será la ambientación discursiva. Salinas asume en medio de acusaciones de usurpación. Quizá, por eso, se compromete a impulsar una reforma electoral democrática. Señala que la capital mexicana está en crisis de seguridad, ya desde entonces, y que los capitalinos ya están hartos de promesas. Delinea un programa de tres acuerdos nacionales: ampliación de la vida democrática, recuperación económica con estabilidad y mejoramiento productivo con bienestar social. Pero era necesario un “golpe” que legitimara en la gestión lo que se había deslegitimado en la elección, tal como lo ha sugerido Seymour Lipset. Ese golpe habría de ser el encarcelamiento del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia alias “La Quina” y sus más allegados lugartenientes, 347

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entre ellos, Salvador Barragán Camacho, José Sosa y Sergio Bolaños. La inculpación fue un acopio de armas que, para algunos, fue teatral y el homicidio de un agente del Ministerio Público Federal del cual se dice llevaba ya varios días que había sido muerto en otra localidad. Después del “quinazo” habría de venir la defenestración de Carlos Jongitud Barrios y el encumbramiento sustitutivo de Elba Esther Gordillo Morales, como líder suprema del sindicato magisterial, * * * Salinas de Gortari fue todo un paradigma de acción política y de creación como estadista. Sabía operar desde el poder y, con él, sabía concretar sus planes y proyectos. Más que en su momento, estas cualidades han venido a resaltar en los tiempos posteriores a su mandato. Decía José Ortega y Gasset que la característica esencial del político de verdad es la acción. No se contenta con la introspección de la imaginación y de la fantasía sino que tiene la necesidad frenética de hacer, de actuar y de crear. Usa, en uno de sus libros, la metáfora de que, para el político, no significa nada pensar en jugar tenis. Lo importante, para él, es jugar tenis. De esto, el padre del raciovitalismo deriva varias conclusiones. Una de las más importantes es el realismo político. Para el político sólo existe una verdad, constituida por la realidad. Todo lo instalado en el terreno de lo imaginario no es verdadero. Su visión del mundo y de la vida está determinada por una materia rígida, finita y compacta. No 348

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tiene las características del ensueño, siempre dúctil, siempre infinito y siempre difuso. Por eso, el político de esencia sabe, en todo momento, lo que es él, lo que son los demás y lo que son las circunstancias que los rodean. Sus alcances y sus limitaciones. Sus posibilidades y sus imposibilidades. Por eso el político sabe cuándo su desempeño en cada cargo será radiante, cuando va a ser a media luz y cuando deberá instalarse en la penumbra. En lo internacional, el inicio de esta presidencia coincide con el inicio de la de George Bush padre. En lo económico, Salinas promete que la inflación se reducirá al 18% anual y que el crecimiento aumentará al 1.5%. Estas cifras hoy suenan aterradoras pero, en ese entonces, sonaban consoladoras. * * * Salinas de Gortari tuvo mucho cuidado con algo que preocupaba a Miguel de la Madrid. Éste había sido un perseguidor tenaz contra los amigos íntimos de López Portillo. Había encarcelado a Jorge Díaz Serrano, a Arturo Durazo y a otros más. De tal suerte que De la Madrid llegó a su final presidencial con el temor de sufrir lo mismo, máxime que muchos de sus amigos estaban enemistados con Salinas. Este resolvió los posibles insomnios de su antecesor con una finura insuperable. Designó como Procurador de la República a un cercano amigo de De la Madrid. Le encargó que estuviera pendiente de él. Que lo visitara una vez por semana. Que comiera con él cuantas veces quisiera el ex presidente. Y que, si se le contraponían las citas que tenía con De la Madrid con las que tenía con el Presidente, atendiera al 349

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ex presidente y a Los Pinos le mandara un subprocurador. Pero que jamás le cancelara algo a Miguel de la Madrid. Alguna vez, don Henry tuvo que abandonar a Salinas, en gira extranjera, para venir a comer a la Casa del León Rojo, donde había sido requerido. De estos dos episodios, nadie sabe y nadie supo. Me lo contó mi ex jefe, Enrique Álvarez del Castillo. * * * Los presidentes priístas fueron muy poderosos. Yo no sé cual tuvo más poder, pero estoy seguro de que Carlos Salinas de Gortari fue de los cinco más poderosos. Las dos reformas constitucionales que más le interesaban a Salinas fueron la de las iglesias y la del campo. Sin embargo, para lograrlo tuvo que aplicarse personalmente, quizá una hora diaria y debe considerarse que una hora-presidente es muchísimo tiempo. Debe haber contado con mil o dos mil personas dedicadas al estudio, al diseño, al cabildeo, a la operación, a la formación de opinión, a la sensibilización, a la difusión y al convencimiento. Lo logró, pero después de cuatro largos y arduos años de trabajo. Esas reformas se consumaron hasta 1992, el cuarto año de su gobierno. Para ello tuvo que remover cientos de convicciones y aplicar cientos de convencimientos. Para comenzar, baste decir que tuvo que convencer a los secretarios de esos ramos, porque la primera reacción de Fernando Gutiérrez Barrios y de Carlos Hank González fue decirle al Presidente que esas reformas no eran convenientes, que no eran patrióticas y que “no pasaban”. 350

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Hubo que convencer a los priístas. Los panistas, de origen estaban de acuerdo. Hubo que convencer a los abogados. Yo fui uno de ellos. Hubo que convencer a los politólogos, a los analistas, a los comunicadores, a los campesinos, a los masones, a la vieja guardia, a los banqueros, a los militares y a todas las fuerzas de opinión y de operación política del país y a algunas del extranjero. Se dirá que es paradójico pero, en cierto aspecto, hubo necesidad de convencer al Papa y a su representante. Y debo decir que esto no fue ni fácil, ni dulce, ni terso, aunque no se crea. Porque, aun con todo ese dispositivo, no siempre los presidentes han logrado lo que hubieran querido. Carlos Salinas, ¿nunca habrá pensado en la apertura eléctrica? En otro espacio, en el ámbito de las difíciles negociaciones del TLC, ¿nunca habrá pensado en ciertas reformas al 123? Y pensemos en otros presidentes ¿A ninguno le habrá pasado la idea de la reelección? Los impulsos nacionalizadores de Cárdenas y de López Mateos ¿habrán quedado saciados, hasta la plenitud, nada más con el petróleo y la electricidad? Las preocupaciones sociales de Luis Echeverría ¿no llegaron nunca a imaginar un nuevo sistema agrario y un nuevo sistema laboral? Me imagino que muchos mexicanos podríamos apostar que, desde luego, sus deseos de renovación siempre fueron más allá de las posibilidades que les brindaba una realidad dura, un tiempo perentorio y, por encima de todo, la obligación de evitar que los mexicanos volviéramos a enfrentarnos y a ensangrentarnos los unos con los otros. Porque es obvio que, ya no digamos por un reparto de riqueza, o por una 351

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reordenación de límites estatales, o por un agravio de conquistas sociales, o por un acotamiento de espacios de poder, sino tan solo por dos años más de prórroga presidencial, digamos cambiando el sexenio por dos cuatrienios, el país correría graves riesgos de estabilidad. * * * El Tratado de Libre Comercio para América del Norte fue un notable avance para nuestra integración comercial. En buena hora que el gobierno actual ha tomado medidas para impulsar nuestra producción agropecuaria. En la suficiencia alimentaria está apostada una buena parte de nuestra soberanía nacional. En efecto, los países no son ricos por tener dinero sino por tener alimentos. Estados Unidos es más rico por los granos de sus planicies, por la pesca de sus costas y por el ganado de sus praderas, que por sus billetes bancarios. Por el contrario, muchos países petroleros del Medio Oriente son pobres a pesar de su riqueza petrolera, tan solo porque no producen algo qué comer. Pero el tema no ha sido totalmente clarificado y pareciera que estamos confundidos. Pareciera que cada vez nos entendemos menos o que no deseamos ser entendidos. En algunas ocasiones hablamos de asuntos distintos y, por lo tanto, cada quien entiende lo que su código le descifra. En otras más el desencuentro reside en la asimetría de los interlocutores. Hay otros momentos en que la incomprensión proviene de la contradicción. También suceden aturdimientos que devienen del anacronismo conceptual que aflora como si habláramos en lengua muerta. 352

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El campo parece ser un asunto con un debate en idiomas distintos. Unos dicen que la culpa del agro mexicano la tiene el Tratado de Libre Comercio. Otros, quizá más acertados, consideran que el problema del campo mexicano es un asunto estructural. Que no puede culparse al TLCAN de un siglo de rezagos como tampoco puede culpársele del clima, de la orografía, de la irrigación y del aprendizaje con que cuenta el campo mexicano. Se ha dicho que el TLCAN sirve para que podamos competir en lo que somos competitivos pero no para hacer milagros. Pareciera que hay razón. En materia de granos, México no pude competir contra los norteamericanos. En materia de granos, nadie puede competir contra los Estados Unidos. La vasta planicie central norteamericana es un regalo de la naturaleza. Esa es una enorme región ubicada entre los Apalaches y las Rocallosas, irrigada perfectamente por las vertientes de ambas cordilleras, con un régimen de climas perfectamente regular, con una superficie tan plana como una mesa de billar y con una tierra tan profunda que los arados nunca topan contra algo duro. Esa región produce, por sí sola, el 55% de todos los granos que se producen en el planeta. Esa zona que va desde Denver hasta Columbus a la que se la ha agregado dinero, tecnología y el amor norteamericano por la madre tierra representa, en materia de granos, lo que el Golfo Pérsico representa en materia de petróleo. Contra eso, nadie puede competir. Tratar de competir en maíz y en trigo contra los norteamericanos es como querer venderle petróleo a Kuwait. 353

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Sin embargo, en otras materias agropecuarias, México está muy capacitado, geográfica y climatológicamente, para competir contra norteamericanos y canadienses. Allí están las frutas y las hortalizas, nicho de producción donde nuestra ubicación y nuestro clima hace que nosotros seamos el regalo de la naturaleza. Nada podrían hacer nuestros vecinos del Norte para vencer la inteligencia y el trabajo que invirtiéramos en los mercados del aguacate, de la papaya, del mamey, de la chirimoya, del plátano, del zapote, de la fresa, del tomate, de la pera y de la manzana. Nada han podido hacer, tampoco, para vencernos en el terreno de las hortalizas. Por eso nosotros les vendemos y ellos no nos han podido invadir ni con brócoli, ni con papa, ni con espárrago, ni con champiñón, ni con chícharo, ni con lechuga, ni con rábano, ni con col, ni con zanahoria, ni con pepino, ni con apio, ni con muchas otras más. El TLCAN, pues, ayuda a que vendamos lo que podemos vender pero nada más que eso. Porque a este desencuentro de entendimientos se agregan otros que perturban nuestra razón al no quedarnos en claro que compramos maíz norteamericano ínfimo a 200 dólares la tonelada y tengamos que pagar cuatro veces más, 800 dólares, por una tonelada de tortillas, también ínfimas o 1350 dólares, más de 6 veces, por tortillas de calidad regular. Pareciera que “la parte del león” se la llevan los hambreadores que nada tienen que ver con el TLCAN. Carlos Salinas de Gortari tuvo preocupaciones sobre el campo y su productividad. Pero no todos los presidentes las han tenido. Miguel Alemán fue de los preocupados y desarrolló 354

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el sistema de irrigación hidráulica. Adolfo López Mateos sabía muy bien que la mayor riqueza de un pueblo es poder comer. Ahora, Enrique Peña Nieto nos anuncia una luz en el tema de la soberanía alimentaria. Han quedado atrás los tiempos donde hasta hubo un presidente, o quizá varios, que pensaban que el tema de los alimentos era un tema de cocineros, de comedores y de comensales. En realidad, el asunto alimentario es un asunto de estadistas y de políticos, no tan solo de nutriólogos ni de chefs. * * * Por otra parte, tuvo buenos aciertos en sus operaciones políticas. No me refiero a que defenestró a docena y media de gobernadores para ubicar a mandos regionales más cercanos a su confianza, lo cual parece atingente. O que atomizó la operación de la política interior para no depender totalmente de Gobernación, transfiriéndole ciertas dosis importantes de poder al regente Manuel Camacho Solís y al asesor José Córdoba Montoya. Pero, también, fue muy cuidadoso con el PRI. Trató de fortalecerlo para levantarlo, desde donde se lo habían dejado en 1988, con una victoria muy cuestionable y una unidad muy inestable, hasta los números electorales sin precedente del año 1994. Sin embargo, hay algo que no alcanzo a explicarme en este terreno. No sé si por el mal recuerdo de la elección del 88 o por seducción hacia el sistema norteamericano pero muchas veces he pensado que Salinas deseaba un bipartidismo para México. Este estaría integrado por el PRI y el PAN. Quizá por 355

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eso hizo todo lo posible por fortalecer al PRI. Y lo logró. E hizo todo lo posible por fortalecer al PAN y, también, lo logró. Pero no sé por qué imaginó que podría desaparecer el PRD. En fin, me quedaré con la incógnita. Hubo un suceso que fue muy comentado, aunque de manera muy fraccionada y armar todo el episodio no es sencillo. Me refiero a aquella “coperacha” para financiar la campaña priísta del 94. De esto, mucho se ha dicho de la famosa cena en la casa de Antonio Ortiz Mena, donde la dirigencia partidista planteó a 20 ó 25 multimillonarios que las necesidades de gasto electoral implicarían una donación de algo así como 25 millones de dólares, per capite. En ese entonces, tan solo eran 75 millones de pesos. Se dice que un magnate televisivo, muy partidario del PRI, de inmediato respondió con mucha efusividad que, al día siguiente antes del mediodía, el partido tendría su cuota. Se les preguntó a todos, sin necesitaban plazo o pagos fraccionados. Este mismo dijo que no porque le había ido muy bien. A esto, con buen humor, un magnate regiomontano le dijo que, entonces, también pusiera su parte porque a él le había ido muy mal. También hubo algunos que se quejaron y pidieron rebajas y plazos. Alguna vez alguien dijo que, cuando Salinas supo de estos “chillones”, les mandó decir que no había descuentos pero que estaban en su derecho de no aportar un solo peso. Pero que, en ese caso les rogaba que, para el futuro, le evitaran a pena de no contestarles el saludo y dejarlos con la mano extendida. Creo que todos optaron por el pago total y puntual. 356

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También se dice que Salinas tuvo tan buen cálculo que la campaña costó casi exactamente lo que había previsto. Carlos Salinas de Gortari había logrado lo que sólo tres de los quince presidente priístas habían logrado. Que en la competencia sucesional triunfara aquel por el que más se inclinaba su afecto y su preferencia. La candidatura de Luis Donaldo Colosio fue un triunfo de Salinas. Con ello se instalaba una era que sería presidida por él, no en el ejercicio presidencial pero sí en el liderazgo político y hasta en el pedestal histórico. * * * Luis Donaldo Colosio era su amigo querido y, se dice, que hasta su hechura política. Pero las balas asesinas frustraron su vida y su candidatura. Después de ellas, Salinas no volvió a ser el mismo. Si pudiera hablarse de dos “Salinas”, el parteaguas sería la tragedia de Lomas Taurinas. El entonces Presidente trató de ajustar los tiempos constitucionales para aportar una “segunda carta” a la contienda electoral. Ella sería Pedro Aspe o Emilio Gamboa. Pero la Constitución se lo impidió. Ellos eran secretarios y, por lo tanto, habían rebasado por unos días el término para renunciar y postularse. Varios abogados, en ese tiempo cercanos a él, consideramos que el problema legal no significaba un obstáculo superior. No habría necesidad de una reforma constitucional y, por lo tanto, de mendigar el consenso de otro partido. Bastaba con una reforma legal que cambiara las fechas electorales para transferirlas del 21 de agosto, fecha en que se realizarían, al último domingo de septiembre. Con ello bastaba para que los 357

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secretarios recuperaran su elegibilidad. Pero, sobre todo, que el PRI tenía la mayoría necesaria para realizar la reforma sin la ayuda de nadie. Pero el PAN y el PRD reaccionaron de manera negativa. Amenazaron con retirarse de la contienda electoral si el PRI “mayoriteara” esa reforma. Esto no sorprendía del PRD. Ellos y Salinas ni se querían ni se debían. Pero del PAN era una ingratitud para el presidente que los había animado, protegido y, se dice, que hasta mantenido. Así las cosas, Salinas tuvo que optar por buscar un elegible. Parece que su lista la integraron 12 priístas elegibles. De los que recuerdo haber escuchado, por orden alfabético, estaban Manlio Fabio Beltrones, Sergio García Ramírez, Fernando Gutiérrez Barrios, Fernando Ortiz Arana, Francisco Rojas Gutiérrez, José Francisco Ruiz Massieu y Ernesto Zedillo. De los otros cinco, ya no me acuerdo. Pero dicen que fue descartando uno por uno, hasta que llegó a diez eliminados, quedando en la gran final, tan solo Rojas y Zedillo. Dicen que escogió a Ernesto Zedillo. Otros dicen que no lo escogió él. Las consecuencias de ello no me corresponde relatarlas a mí porque son del dominio público. Las que afectaron al proyecto de Salinas, a su gobierno, a su partido, a su familia y a su imagen histórica. De nueva cuenta, un deceso cambió la historia. Así pues, los crímenes cometidos en contra de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu nos acarrearon dolor, vergüenza, incertidumbre y desconfianza. Si, como dice un prestigiado columnista, la segunda fue consecuencia de la primera; si son hechos aislados e inconexos; si el primero fue 358

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obra de un solitario asesino o producto, como el segundo, de una conspiración; si sabremos algún día lo que hay detrás o triunfará la pura conjetura; sólo los tiempos futuros nos lo resolverán. Los Salinas de Gortari le pagarían al destino con la libertad de Raúl, apodado, cruelmente, “el hermano incómodo”. Este fue encarcelado por Ernesto Zedillo apenas iniciado su mandato y retenido en prisión durante 10 años, acusado en falso de cargos tan graves como el del homicidio de su ex cuñado José Francisco Ruiz Massieu y el de sus supuestos cómplices en este asesinato. * * * Meses antes de esto, la postulación de Luis Donaldo Colosio y del berrinche de Manuel Camacho, hubo sucesos que nos desconcertaron a muchos. En los últimos meses de 1993, se decidió elaborar un proyecto muy amplio de reforma penal. Fui designado para coordinar el proyecto y el grupo que lo elaboraría estaría integrado, además, por Ricardo Franco Guzmán en representación de la PGR, por Marcos Castillejos en representación de la PGJDF y por Fernando Gómez Mont, Presidente de la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados. El resultado de los trabajos fue el diseño de una iniciativa de reformas a 420 artículos contenidos en 13 ordenamientos, incluyendo muy importantes reformas a la Constitución Política. La iniciativa fue presentada y se procesó en vía rápida. Ambas cámaras trabajaron “en conferencia”, es decir, de manera simultánea y se dictaminaría por 6 comisiones, 3 de cada cámara. Tuve la obligación de defenderla ante los 359

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legisladores y todo salió perfecto. En muy pocos días, ya estaba lista para su aprobación en los plenos de diputados y de senadores. Pero algo nos detuvo momentáneamente. El Presidente Salinas se encontraba en gira por el Lejano Oriente. Lo acompañaba el flamante Canciller Manuel Camacho, quién se había emberrinchado por no ser candidato y había renunciado a la Regencia. Salinas lo serenó, lo designó y se lo llevó. Contra la costumbre, no viajó José Córdoba. Un día, desde allá recibí un mensaje de la Presidencia en el sentido de que se incluyera la reforma para que el delito de rebelión dejara de ser delito grave. Desde luego, pedí confirmación de algo tan absurdo. Recibí silencio. José Córdoba y Rubén Valdez Abascal tampoco lo lograron. El tiempo apremiaba y el proceso legislativo estaba detenido. Se prosiguió y la rebelión menguó su rigor legal. Ninguno de nosotros lo sabía ni lo imaginaba pero, en ese entonces, faltaban 15 días para el levantamiento zapatista en Chiapas. Ya iniciado ese funesto año de 1994, amanecimos con el asunto del EZLN. El tema no me correspondía y esos primeros días del año los pasé inmerso en mi rutina laboral. Sin embargo, el sábado 8 de enero, fui requerido para un trabajo urgente. Rubén Valdez y yo tendríamos que elaborar un decreto de suspensión de garantías. La orden fue demoledora para nosotros. Como abogados y, en mi caso, como constitucionalista, era lo más doloroso e injusto que la vida profesional me había obligado a hacer. Sin embargo, se hizo de las 2 de la tarde a las 8 de la noche. Reportamos la finalización de nuestro quehacer y pedimos 360

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instrucciones. Que fuéramos a la PGR, se lo mostráramos a Jorge Carpizo y recabáramos su opinión. Entre las 21 y las 22 horas nos reunimos los tres. Carpizo nos dio la impresión de estar con la mente “ausente” o “perdida”, cosa inusual en él. Poco después, cuando ya se supo todo, comprendí que, unos minutos antes, el jefe de todos nosotros le habría informado que, 36 horas más tarde, se convertiría en Secretario de Gobernación, tal como sucedió en la mañana del lunes 10 de enero. Pero regreso a la noche del sábado 8. Carpizo dio su beneplácito al documento. Lo calificó de “excelente, como todo lo que hacen ustedes”. No habiendo más que tratar, decidimos retirarnos. Con su habitual amabilidad, decidió acompañarnos hasta el estacionamiento privado. Ya en el elevador, no me aguanté y le pregunté: “Jorge, ¿qué facultades necesitas que no tengas ya, como para pedir una suspensión de garantías?”. De inmediato regresó a su mente y me contestó que no necesitaba ninguna más, que él no había solicitado el decreto y que había pensado que era una idea de nosotros. Entonces, a los tres nos surgió la interrogante de quién lo habría solicitado. Volvimos a subir y regresamos a la oficina. Por la red federal llamó al Secretario de la Defensa Nacional para preguntarle si él lo había solicitado. El general le contestó que él necesitaba que le dieran órdenes no leyes. Carpizo llamó al Presidente y le informó que era un instrumento que nadie necesitaba y con el que nadie estaba de acuerdo. Salinas optó por cancelar todo el tema y la Constitución se salvó. Ninguno de nosotros supo más del origen del asunto pero nos quedó la sensación de que estuvimos en un tris de que 361

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pudiera haberse culminado. Todo ese sábado me había dolido ser el escribidor del instrumento pero, al final del día, me satisfizo haber propiciado su cancelación definitiva. * * * Otro momento difícil para esta administración se dio el 22 de abril de 1992, día en que hubo una grave explosión en Guadalajara, la cual arrojó 350 muertos, cientos o miles de heridos y cuantiosas pérdidas materiales. Pero lo más grave, en un principio, fue la incertidumbre que provocó una detonación de suyo muy extraña. Resulta que el estallido se presentó en una trayectoria lineal de algo así como 12 kilómetros, pero sin afectar las áreas aledañas. Si lo ejemplificáramos en la Ciudad de México, diríamos que afectó el Paseo de la Reforma desde las Lomas de Chapultepec, pasó por el Auditorio Nacional y el Museo de Antropología, prosiguió por la Estela de Luz, la Diana, el Ángel, la Palma, Cuauhtémoc, Colon, llegó y siguió por Avenida Juárez, Madero hasta llegar al Zócalo. Pero nada más esas avenidas. Las calles y las construcciones de atrás, perfectamente intactas. El área de gobierno que me estaba asignada se encargaría de las investigaciones. Los primeros dictámenes nos dijeron que lo que había explotado era una línea de drenaje. Pero no nos decía la causa. Las primeras suposiciones y hasta acusaciones irresponsables apuntaban hacia una aceitera local. Pero los técnicos descartaban la presencia de aceite sino de algún combustible potente y determinaron que se trató de gasolina y hasta se estimó en la participación explosiva de 160 mil barriles, algo así como 25 millones de litros. En otros 362

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términos, 1250 “pipas” de gasolina. Estos sólo podrían salir de un ducto pero no había ninguno en la zona de la conflagración. En unas horas más, logramos precisar el lugar de origen. Se trataba de una zona elevada de la ciudad, llamada Sector Reforma, donde no había sucedido ninguna explosión y todo se encontraba intacto. Esto equivaldría, en mi ejemplo, a la zona de Santa Fe. Muy rápidamente se encontró la causa. Una vieja obra civil había creado una humedad oxidante sobre el poliducto que sale de la refinería de Salamanca y abastece a Guadalajara. Esto no era culpa de Pemex sino de los que hicieron la irresponsable obra que, a lo largo de 20 años de oxidación perforó el ducto, derramó combustible, éste se filtró al drenaje, descendió por gravedad hasta las zonas céntricas, se acumuló y explotó. Lo más grave de esta investigación era una interrogante que impedía cerrar el círculo de conclusiones. ¿Por qué Pemex no detectó la fuga si sus instrumentos están capacitados para ello? La única hipótesis era que hubiera una tolerancia acordada para la sustracción de combustibles. Por ello, una vez verificadas nuestras premisas, sin informar nada a nadie, solicitamos a la paraestatal un balance de lo que había salido de Salamanca y lo que se había recibido en Guadalajara. No lo pedimos de esos tres días para no despertar sospechas sino de los últimos seis meses. En unas cuantas horas nos entregaron los balances, perfectamente “cuadrados”. La verdad había salido a flote. Pemex no registraba el derrame porque los faltantes los suponían como 363

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sustracción tolerada y no sabían que se había tratado de una pérdida accidental. De inmediato lo reporté a la superioridad quien empezó a tomar sus medidas y, entonces, pasé de acusador a acusado. Fui invitado a regresar a México para presentarme en la residencia presidencial. Allí, esa noche Manuel Camacho y Francisco Rojas consideraban que yo falseaba datos para inculpar políticamente a Pemex y liberar de culpas al flamante Secretario de Desarrollo Social, Luis Donaldo Colosio. El propio Colosio y José Córdoba se constituyeron en mis “defensores”. Desde luego, Salinas desechó cualquier duda sobre mi actuación porque me conocía desde la juventud y, además, porque sabía que mi relación con Colosio era muy superficial. Pero me quedó el mal sabor de pensar que la causa eficiente de la tragedia fue la pérdida de los indicadores de derrame, anulados por las prácticas corruptivas y, por si fuera poco, que no estábamos en condiciones de llegar a conocer la identidad de los responsables. * * * Hubo un caso que vale comentar porque se trata de un episodio que mucho engalana a Carlos Salinas pero que no ha sido muy dado a conocer, aunque imagino las razones de esa discreción. Como lo comentamos en apartado precedente, en 1984 se asesinó a Enrique Camarena, agente de la DEA que operaba en México, desde luego de manera legal, al amparo de nuestros convenios bilaterales de colaboración. Que los responsables fueron aprehendidos en 1985 y llevados a proceso y a prisión. 364

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Pero resulta que el gobierno americano supo de la existencia de un médico, de nombre Humberto Álvarez Machain, quien se desempeñaba como médico personal de Rafael Caro Quintero. Esto no tiene nada de peculiar pero el caso es que dijeron que Camarena, antes de ser asesinado, fue interrogado y torturado por Caro Quintero y que Machain fue el encargado de mantenerlo con vida hasta la conclusión de los cuestionarios. Por ello, en abril de 1990, fue apresado en México por agentes americanos no autorizados, en complicidad con algunos colaboradores mexicanos. Este episodio lo he llamado “Machain I”, para distinguirlo de alguno posterior. El asunto generó una crisis inmediata. El gobierno vecino trató de explicarse ante Salinas. Por coincidencia, esos días se celebraba una reunión continental de procuradores de América, con sede en Ixtapa Zihuatanejo. El Presidente Salinas asistiría para inaugurarla y, aprovechando la ocasión, el Procurador de los Estados Unidos, Richard L. Thornburgh, le solicitó una brevísima audiencia para hacerle comentarios. La respuesta de Salinas fue tajante. Ni audiencia ni nada. Además, que no se atreviera a tratarle el asunto en la fila de salutación porque le retiraría el saludo. Que la gravedad del asunto requería ser tratado entre presidentes, no con subordinados. Los tiempos corrieron mientras nuestros agentes diplomáticos trataban de corregir, por la vía diplomática y procesal, la crisis provocada. Machain fue sometido a proceso y su defensa se basaba en su ilegal detención, cuestión muy grave ante la ley americana. Los procuradores de ambos 365

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países concluyeron sus encargos y fueron sustituidos por otros que no estaban muy comprometidos con el primer episodio. Así, llegaron el verano de 1992 y el episodio “Machain II”. Desde 1989, el Embajador de los Estados Unid2os era John Dimitri Negroponte quien había llegado a México precedido de una fama temible. Sin embargo, el tiempo demostró que se trataba de un representante sensato e inteligente que, si bien defendía a su país y no al nuestro, buscaba que nuestras relaciones fueran buenas y provechosas, de ser posible, para ambos. De vez en cuando, se reunía con funcionarios de la PGR, para tratar temas de nuestras agendas comunes. Una mañana, después de desayunar en la residencia diplomática y, para terminar nuestra reunión, preguntó si no había algún tema adicional. Contesté que había uno muy delicado. Que mis gentes me habían informado que la Suprema Corte de los Estados Unidos, como era su costumbre, quería llegar a su receso veraniego sin rezagos. Para ello, enlistarían el caso Machain y mis informantes consideraban que el fallo le sería adverso por 7 votos contra 2. Lo grave no era tanto el veredicto sino los razonamientos en los que se basaba. Que la Constitución de los Estados Unidos sólo era vigente en el territorio de aquel país. Por lo tanto, que las garantías constitucionales sólo obligaban a sus autoridades dentro de su territorio. Pero que, en el extranjero, no tendrían limitación alguna. Este criterio era inaceptable no sólo para México sino para cualquier país civilizado. La alarma sería global y no sólo mexicana. Negroponte, buen 366

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abogado de la Universidad de Yale, entendió el inaceptable criterio de sus jueces supremos. Un subalterno suyo, que lo acompañaba, comentó con cierta insolencia que yo no debería escandalizarme tanto. Que México y los Estados Unidos tenían un siglo de historias de traslados ilegales de personas, de un país hacia el otro y en ambas direcciones. Se refería, en clara alusión, a un mexicano apodado “El Trampas” al que, algunos años atrás, agentes mexicanos lo aprehendieron en Texas, lo encajuelaron y lo trasladaron hacia el lado mexicano. Lo mismo había sucedido, una o varias veces, con algún bandolero texano al que lo alcanzara “the long arm of the law”, en plena tierra tamaulipeca. Expresé que todo eso había sido ilegal, inadmisible e imperdonable. Pero que teníamos que distinguir la gravedad moral y política entre que el sheriff de McAllen o el comandante de Reynosa se metieran “a la mala” y se llevaran a los suyos o que agentes extranjeros que están como invitados consulares se llevaran a los nuestros. Me valí de un ejemplo para bien explicarme. No es lo mismo que los asaltantes se metan a nuestra casa y se lleven nuestras cosas a que un invitado nuestro se lleve mi encendedor o mi reloj. En el primer caso, sabemos qué hacer. Denunciar el robo y desear que sean capturados. Pero, si mi amigo es el que me roba, no sé si callar, si alejar la amistad sin decir nada, sí reclamarle enérgicamente o si denunciarlo ante la autoridad competente. No me importa lo robado. Me importa el ladrón. Rematé diciendo que, con la resolución que se venía, el problema no era que se quedaran con Machain, al cual 367

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suponíamos delincuente, sino que el problema es que no sabríamos qué hacer con la amistad del noble pueblo de los Estados Unidos. Así terminé y lo hice saber. Negroponte permaneció en silencio y con la vista baja. Entendió que le acababa de pronosticar una inminente crisis diplomática entre México y los Estados Unidos. Se restableció y me explicó que ellos no podían influir en los tribunales. Pero que buscarían una solución adecuada. Que, en cuanto nosotros nos retiráramos, buscaría a James Baker para empezar a buscar la solución. Eso me estimuló para apresurar mi salida y dejarlo en inmediata posibilidad de acción. A partir de eso, los sucesos se precipitaron de manera vertiginosa. Salinas fue debidamente informado de lo sucedido y platicado. George Bush, a sugerencia de Baker, dictó un afortunado acuerdo en el que señalaba, que aunque la Suprema Corte lo considerara autorizado, las autoridades americanas dependientes del Presidente tendrían prohibido hacer uso de semejante facultad. Esto evitó mayores tensiones. Pero aquí viene lo que enaltece a Salinas. Fue informado que la única solución de fondo sería la enmienda del tratado bilateral de extradición pero que eso sería, quizá, inaceptable para los Estados Unidos o, por lo menos, muy tardado. Entonces, tomó una medida muy trascendente. Llamó a consulta al embajador Gustavo Petricioli. En la usanza diplomática, esa es una forma suave pero grave de retirar embajador de manera provisional. Además, instruyó al canciller Fernando Solana para que solicitara a James Baker para que llamara a consulta a John D. Negroponte. Es decir, para que, transitoriamente se retirara de nuestro país. 368

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Tuvo un buen cálculo. De inmediato, los dos presidentes acordaron el establecimiento de un grupo bilateral que revisara el mencionado tratado, con miras a su modificación, incorporándole las necesarias salvaguardas que cancelaran el injusto criterio judicial. En unos cuantos días, los integrantes del grupo estábamos sesionando, desde luego, en Tlatelolco. Hubo resistencias recias pero triunfó la razón. El tratado se modificó, antes del siguiente verano. Todo se normalizó en bien y en bueno. Entiendo que Salinas nunca hizo alarde de su valerosa actitud en defensa de nuestra soberanía. Todavía estaba en negociación el TLCAN y, sobre todo, la inadecuada resolución provenía de la Suprema Corte, no del Presidente de los Estados Unidos quien, por el contrario, fue quien facilitó la solución de la crisis. Quizá, por eso, en la celebración del Día del Abogado, pidió a José Francisco Ruiz Massieu que, ante él y en Los Pinos, criticara duramente a la Suprema Corte americana y a su presidente, William Renquist. * * * Por último, mencionaría algo que siempre me intrigó del pensamiento de Carlos Salinas. Por una parte, no cabe duda de la claridad de su mente en las cuestiones económicas y de su aptitud para convertir sus ideas en logros de gobierno. Su ideología era sólida y sin volubilidades. Lo que pensaba cuando escribió su tesis de licenciatura fue lo mismo que pensaba en su graduación doctoral, o como Director General de Política Económica, o como Secretario de Programación y Presupuesto, o como Candidato a la Presidencia o como 369

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Presidente de la República. Incluso, lo mismo como ex presidente de México. Pero, además, todo lo que se propuso lo logró. Podrá gustarle a algunos o no gustar a otros. Podrá compartirse o rechazarse su criterio, pero es innegable que fue eficiente. Logró lo que quiso con el ingreso, con el gasto, con la moneda, con el crédito, con la paridad, con el crecimiento, con el comercio, con el empleo y con veinte cosas más. Incluso, no se equivocó en su equipo económico. Durante seis años no cambió ni de directores generales, ya no se diga de secretarios o subsecretarios, en esos ramos. Sabía lo que quería y sabía con quien lograrlo. Por el contrario, no funcionó así en lo jurídico. No tenía una idea clara de lo que quería. Al inicio del sexenio quería funcionarios recios y hasta arbitrarios. Para el medio sexenio, ya quería acólitos dedicados a cuidar los derechos humanos. Al final, daba la impresión de que ya no sabía lo que quería. A Enrique Álvarez del Castillo lo nombró por lo que era y lo corrió, también, por lo que era. Lo mismo hizo con Ignacio Morales Lechuga y con muchos más. Durante el sexenio tuvo once procuradores de la República y del Distrito Federal. Es un contraste con su desempeño en lo económico. Durante su gobierno lo acompañaron Ernesto Zedillo, Luis Donaldo Colosio, Fernando Gutiérrez Barrios, Patrocinio González Blanco, Jorge Carpizo, Fernando Solana, Pedro Aspe, Jaime Serra Puche, Fernando Hiriart, Emilio Lozoya, Andrés Caso, Emilio Gamboa Patrón, Manuel Barttlet, José Ángel Pescador, Jesús Kumate, Arsenio Farell, Manuel Tello, Antonio Riviello, Rogelio Gasca Neri, Patricio Chirinos, 370

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Francisco y Carlos Rojas, María de los Ángeles Moreno, Guillermo Jiménez Morales, Jorge de la Vega, Carlos Hank, María Elena Vázquez Nava, Pedro Joaquín Coldwell, Jesús Silva Herzog, Enrique Álvarez del Castillo, Ignacio Morales Lechuga, Diego Valadés, Humberto Benítez, Manuel Aguilera, José Córdoba, Rubén Valdez Abascal y Manuel Camacho Solís. Carlos Salinas de Gortari nació en la Ciudad de México, aunque siempre abrazó sus raíces de Nuevo León. Contrajo dos matrimonios. El primero con Cecilia Occelli y, el segundo, con Ana Paula Gerard. Tuvo seis hijos.

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XVII. La ruptura

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ara 1994, el ambiente político no podía estar más enrarecido. La rebelión en Chiapas, la reacción de Manuel Camacho, el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y la incertidumbre generalizada fueron el marco de la asunción de Ernesto Zedillo. Ernesto Zedillo habría de señalar que “la pobreza es el lastre más doloroso de nuestra historia”. Anticipó una profunda reforma al sistema de justicia, la cual no se hizo. “México debe ser un país de leyes”. Ofreció concordia y desarrollo para el Sureste, en lo cual sí se avanzó. Dijo que le “indigna la inseguridad y la violencia”. Juró honrar el ejemplo de Luis Donaldo Colosio. “El gabinete no es lugar para amasar riquezas”. De nueva cuenta, el sexenio arrancó en medio de fuertes cuestionamientos pero, ahora, no electorales sino financieros. El llamado “error de diciembre” no dejó en claro si las culpas fueron del anterior o del nuevo régimen. Pero el despido del nuevo Secretario de Hacienda, Jaime Serra Puche, hizo 373

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presumir que el nuevo presidente asumió su parte de culpa. Hubo una fuerte devaluación de casi el 300% en un solo día. El Presidente William Clinton entró en decidido apoyo de México y “compró” a Zedillo. En todo el mundo se habló del “efecto tequila” refiriéndose, con ello, a las consecuencias sistémicas de nuestra crisis. Con motivo de esto, Zedillo reacomodó sus fichas operativas por segunda ocasión. Primero, desde su elección, a fines de agosto, decidió que la Secretaría de Gobernación fuera ocupada por Ruiz Massieu, en ese entonces diputado electo e inminente líder camaral. Tan solo se encargaría de integrar la Cámara de Diputados y, después, solicitaría licencia para integrarse al gabinete presidencial. Incluso, ya se había decidido que lo sustituyera Humberto Roque Villanueva, como sucedió de todas maneras. De esa manera, Zedillo apoyaría casi toda su operación política en Gobernación y él se dedicaría a lo suyo, la operación económica, para la cual se había acondicionado, profesionalmente, durante toda la vida y, mentalmente, durante los recientes meses, puesto que sería el Secretario de Hacienda de Luis Donaldo Colosio, lo que lo haría el verdadero jefe de la economía nacional, dado que Colosio se dedicaría a otras preferencias, principalmente las políticas. Pero, a finales de septiembre, Ruiz Massieu fue asesinado y Zedillo tuvo que reacomodar sus esquemas. La suplencia recaería en Esteban Moctezuma y eso obligaría al futuro presidente a ya no desentenderse tanto de la operación política nacional. Sin embargo, el “error de diciembre” lo regresó a sus planes originales. Él sería su propio Secretario 374

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de Hacienda, con la eficiente ayuda de Guillermo Ortiz Martínez, delegando la operación política, primero de manera parcial y paulatina. Pero, de manera muy vertiginosa, se acomodó en las manos de quién sería el verdadero y absoluto operador político de su gobierno sexenal. Esas manos diestras fueron las de Liébano Sáenz Ortiz. Como en el sexenio anterior, el nuevo régimen recurre a un “golpe”. Esta vez, el destinatario será el anterior presidente pero en la persona de su hermano mayor, Raúl Salinas de Gortari, a quien se le acusaría del asesinato de su ex cuñado, el político guerrerense José Francisco Ruiz Massieu. Por un razonamiento, aún inexplicable para mí, Zedillo decidió hacer una transacción partidista con la procuración de justicia. Con ello envió el inicial mensaje de que se trataba de un ramo que no le interesaba. Decidió regalar la PGR al PAN. En un principio, como un regalo con destinatario específico. Pensó en Diego Fernández de Cevallos, ex candidato presidencial derrotado por Zedillo. Diego es muy inteligente y rechazó la dádiva. Algo debe haber presentido y desconfió del “caballo regalado”. Pero, en política, hasta para los regalos se debe contar con suplentes. En esta segunda instancia, Zedillo pensó en Fernando Gómez Mont pero, siendo éste aún muy joven, su corta edad se opuso con los requerimientos constitucionales de ese entonces. Ya aburrido de tanta búsqueda y tan poco encuentro, el Presidente Electo envió a los panistas el nombramiento “en blanco”, para que ellos lo llenaran a su antojo y gana. Fernández de Cevallos anotó el nombre de uno de sus 375

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colaboradores de bufete, el entonces diputado Antonio Lozano Gracia. Casi sin leerlo y casi sin conocerlo, Zedillo envió la propuesta para que los senadores la ratificaran o la desecharan. Lo mismo le daba lo que el Senado de la República pensara o decidiera sobre un desconocido tan ajeno para él. El hermano del ex presidente fue aprehendido y encarcelado. Después de diez años de encarcelamiento, Raúl Salinas demostraría su no culpabilidad y saldría libre. Mientras tanto, el ex presidente Carlos Salinas se instalaría en un jacal ajeno en Monterrey para realizar una brevísima huelga de hambre. * * * En otros temas, además del económico con la crisis decembrina y del político con la ruptura de los priístas salinistas y los priístas zedillistas, la vida nacional empezó a “hacer agua”, en muy distintos frentes. La delincuencia callejera de disparó, de manera incontrolable, principalmente en la grandes urbes. La Ciudad de México fue la más golpeada de todas. En un solo mes, el robo de automóviles pasó de 40 a 200 diarios. El asalto a transeúnte, el robo a establecimientos comerciales y el cometido a transportes de carga, fueron los delitos que se movieron de manera similar, en su estadística. Muy grave fue el aumento de secuestros. Pero había algo que demostraban las cifras. Los delitos en crecimiento tan solo eran los que producen algún beneficio económico al delincuente. Porque el homicidio, la violación u otros delitos que no producen dinero, se mantuvieron en un estadística estable y, desde luego, muy moderada para el 376

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tamaño de las urbes mexicanas. Por ejemplo, en la Ciudad de México se cometían 3 homicidios diarios, mientras que en Sao Paulo, se cometían 50 homicidios diarios. La conclusión criminológica era muy clara. El “boom” delincuencial estaba asociado a la crisis económica y a sus consecuencias pauperizadoras. Sin embargo, los encargados del tema tomamos una decisión mediática. Callar sobre esta conclusión, cargar solos con el peso de la opinión pública adversa y liberar de agobios al Presidente Zedillo y su equipo económico, para no recargarlo con mayores adversidades de opinión. Sin embargo, cometimos el error de no consensarlo con él y resultó que, en algún momento, llegó a convencerse de nuestras ineficiencias y no de las suyas. Así pasaron algunos años. Entonces, cierto día me llamó el Jefe de la Oficina de la Presidencia, mi amigo Luis Téllez Kuenzler. Me invitó a reunirnos para platicar de la relación entre economía y delincuencia. Le ofrecí que lo hiciéramos esa misma tarde. Me sentí muy animado de que ya les hubiera “caído el veinte” y ya hubieran comprendido lo que he comentado. Esa tarde, llegué a Los Pinos con mucho entusiasmo. Fui un tarugo. Téllez me comentó que el Presidente-de-laRepública estaba “muy preocupado”, porque ya la crisis delincuencial estaba empezando a “afectar” a la economía nacional. ¡Carajo! Era la primera vez que yo escuchaba que la delincuencia produce pobreza, no que la pobreza es la que produce delincuencia. Cuando me retiré, ordené que mi automóvil me esperara en la glorieta de Molino del Rey ya que yo saldría por la Puerta 377

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# 2 y caminaría por la calzada durante algunos minutos. Al salir, me esperaba un cúmulo de reporteros que habían sido “informados” de mi reunión. Me preguntaron lo que había platicado con el doctor Téllez. Sólo les contesté que todos estábamos trabajando en muy buena coordinación y todos muy contentos por los resultados y los augurios. Después, me fui caminando, pensando en mi conclusión y en mi decisión. Me había convencido que yo no cabía en ese gobierno. Que no los entendía y que no me entendían. Más aun, lejos de enojarme, me sentí agradecido con ellos porque estaba convencido de su afecto sincero, ya que no me habían corrido ni lo harían jamás, a pesar de considerarme un estúpido. Presenté mi renuncia, misma que no fue aceptada. Insistí en varias ocasiones, siempre rechazada. Hasta que, casi un año después, llegamos al consenso amistoso de que así sería mejor para todos. Yo habría de regresar a las actividades del bufete, ya con el honroso cargo de socio director general. Además del ejercicio profesional, me apresté a prepararme para una de las mayores aventuras que me ha brindado la vida. La candidatura presidencial de mi fraterno amigo, Francisco Labastida Ochoa. Supuse que la habría de vivir muy cerca de él, tal como sucedió. * * * La relación entre Ernesto Zedillo y el PRI siempre nunca fue efusiva. Para comenzar, no era un hombre de vocaciones partidistas. No se acercó, durante su vida profesional, a partido alguno. Fue priísta porque, al ser empleado del 378

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gobierno, casi se adquiría una membresía automática que, además, ningún burócrata rechazaba. Yo recuerdo a un secretario que presumía de priísta y, alguna vez que acudió a una comparecencia camaral, al saludarlo quise prevenirlo de alguna mala pasada que le hicieran mis colegas. Le pregunté si sabía cuántos edificios tenía la sede nacional del PRI. No lo sabía. Le pregunté si sabía en cuál de ellos despachaba el presidente del partido. No lo sabía. Le pregunté si sabía el nombre del restaurantecantina que, por estar en la acera de enfrente, se había convertido en una especie de anexo. No lo sabía. Pues así era Zedillo. No conocía la historia ni la ideología ni la declaración de principios de ese partido que lo había postulado a la Presidencia de la República. Él llegó al PRI para ser dizque “coordinador” de la campaña de Colosio y, más tarde, ser el Secretario de Hacienda. Pero fue un coordinador virtual. Ni tenía responsabilidades ni asistía a los eventos ni acordaba con el candidato. La tarde que asesinaron a Colosio, en Tijuana, Zedillo se encontraba en su cubículo de Insurgentes Norte. El pertenecía a aquella clase tecnocrática a la que los partidos, cualquiera que sea, le parece una guarida de ignorantes y repugnantes. Por eso, cuando se convirtió en Presidente, de lo primero que hizo fue decir que, entre él y el PRI, pondría una sana distancia. Quizá no sabía que, en las democracias modernas, los presidentes tienen partido. Los reyes no lo tienen ni deben tenerlo. Pero los presidentes sí lo tienen y, además, deben tenerlo. En fin, estos son conceptos de cultura política. 379

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La relación se fue tornando más acida. El Presidente se alejaba de su partido, regalaba procuradurías, su distancia era real y no sólo discursiva. Desde luego, que no se olvidaba de la sucesión presidencial y que, para ello, tendría que valerse del detestable PRI. Para nadie resultaba un secreto que sus intenciones irían a favor de Guillermo Ortiz o de José Ángel Gurría. Los priístas cerraron la puerta a sus deseos. En la XIV Asamblea Nacional establecieron los famosos “candados”, en virtud de los cuales no podría ser candidato presidencial quien no hubiere ejercido un cargo de elección popular. La medida lo indignó. Trató de revertirla. Se lo encargó, primero, a Mariano Palacios Alcocer y fracasó. Se lo encargó, después, a José Antonio González Fernández y fracasó. La campaña se acercaba y el PRI no lo complacería. Pero dicen que la venganza es un platillo que se disfruta en frío y a ello procedió. Sugirió que el futuro candidato proviniera de una contienda interna. Todos los priístas lo consideraron un error. El propio González Fernández lo previno en el sentido de que, con esa medida, el PRI llegaría a la campaña presidencial dividido, debilitado, enconado, gastado, pobre y vacío de mensaje, de dinero y de cuadros. Parece muy claro que todas estas advertencias lo estimularon para, de esa manera, darle “al través” a la nave partidista más importante de la historia latinoamericana. De esa contienda interna, Francisco Labastida resultó candidato a la Presidencia de la República. Pero, de ninguna manera, esta candidatura complacía a Zedillo ni lo hubiera hecho alguna otra. Zedillo no tenía emociones sucesionales y así se demostró. 380

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Algunas voces han asegurado hasta que tenía un pacto secreto con Clinton para entregar el poder al PAN. No le encuentro cuadratura a esa hipótesis. Siempre he pensado que los gobiernos norteamericanos tuvieron una buena relación con los gobiernos priístas mexicanos, hasta donde puede ser buena una relación con gobiernos extranjeros, sobre todo que esto llegó a su clímax con los presidentes mexicanos egresados de universidades estadounidenses. Es decir, con los presidentes priístas mexicanos más amigos de los Estados Unidos. Incluso, no me parece sensato que un gobierno de creyentes en el protestantismo y en el judaísmo, prefirieran a una corriente ideológica católica y con cierta fama de intransigencia religiosa que a una que tenía 150 años de practicar el laicismo y la tolerancia. Desde esto, hasta mil cosas más por las que ese acuerdo de alternancia me parece poco creíble. Pero sí existen muchas razones para pensar que a Zedillo no le gustaba el PRI, no le gustaban los priístas y no le gustaba Labastida. Por eso, ordenó que los burócratas se alejaran de la campaña. Que no participaran ni ayudaran. Vamos, que renunciaran a sus derechos políticos, en su forma de preferencia electoral. Así, hasta llegar a la noche del día de la elección en que, cuando Labastida se disponía a pronunciar su discurso concesional, reconociendo su derrota, el gobierno ordenó el corte de la señal y fue el propio Zedillo el que salió a reconocer una derrota y a conferir una victoria que, de ninguna manera, le correspondía anunciar al Presidente de la República. Por eso, si alguien alega que todo lo que hizo Zedillo, durante la 381

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precampaña y la campaña, fue motivado por la pulcritud política y electoral, con este solo hecho queda demostrado que ni siquiera fue pulcro ni en lo político ni en lo electoral. Sin embargo, en otros terrenos, así como critico algunas cosas también reconozco muy importantes méritos. Uno de ellos me consta porque me tocó vivirlo. * * * Alguna vez, platiqué circunstancialmente con Ernesto Zedillo cuando era Secretario de Educación Pública. No teníamos muchos temas en común, pero compartíamos invitación a la boda de amigos mutuos. Un tema que se me ocurrió fue mi incomodidad porque en México no existiera una academia humanística independiente y libre, como sucedía con otros países civilizados. Reconocí que teníamos instituciones de excelencia como el Colegio Nacional pero que este dividía su atención entre el humanismo, la ciencia y la tecnología. También reconocí que, alguna vez, habíamos tenido instituciones del perfil que yo señalaba, como la Academia de Letrán y el Ateneo de México. Pero que se habían perdido y sólo nos había quedado el vacío. Rematé diciendo que sería un contrasentido que eso se solucionara desde el propio gobierno cancelando, desde el momento de su gestación, su libertad y su independencia. Nuestra plática, sobre este punto, fue breve y transitamos a otros temas, como corresponde a una fiesta donde la mesa se comparte con otras damas y caballeros. Pero no la olvidó y, en cuanto asumió la Presidencia, me estimuló y me facilitó la fundación de la Academia Nacional. Desde luego, sería una asociación privada pero giró sus oficios para que el gobierno 382

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nos confiriera su venia para utilizar, en su nombre, la palabra “nacional”. Así, en marzo de 1995, a poco más de tres meses de iniciado el sexenio se realizó la ceremonia fundacional de la Academia Nacional. Esto se lo reconozco, en todo lo que hizo, a Ernesto Zedillo. La mexicana, nuestra ilustre academia nacional, es la más joven del mundo. Pero, también, una de las de pensamiento más moderno. He aquí el reto del ensamble entre la preservación del conocimiento al mismo tiempo que su renovación o hasta su regeneración. Las academias nacionales de todos los países nacieron y se explican para el establecimiento de un espacio para que el pensamiento fuera independiente del poder político, del apetito económico y del interés faccioso y, con ello, hacerlo libre de todo sometimiento, de todo acomodamiento y de todo miedo. Este recorrido se inició hace más de 400 años cuando Galileo Galilei y Federico Cesi fundaron la Academia de Italia, el Cardenal Richelieu estableció la Academia Francesa y, poco más tarde, Carlos Darwin haría lo propio con la Royal Society. La Academia Nacional de los Estados Unidos sería fundada por Abraham Lincoln dos y medio siglos después, en plena Guerra Civil, con los fines liberales que hemos mencionado. Un poco antes, los mexicanos fundaríamos, en 1836, la Academia de Letrán, iniciativa de Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez El Nigromante y José María Lafragua pero presidida, hasta su muerte, por Andrés Quintana Roo. Más tarde, el Ateneo de México, fundado a iniciativa de Justo Sierra y 383

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presidido por Alfonso Reyes. Hoy, la Academia Nacional es la heredera de aquellas. Durante su gobierno, Ernesto Zedillo fue acompañado por Francisco Labastida, Esteban Moctezuma, Emilio Chuayffet, Diódoro Carrasco, José Ángel Gurría, Rosario Green, Enrique Cervantes Aguirre, Jaime Serra Puche, Guillermo Ortiz Martínez, Carlos Rojas, Julia Carabias, Ignacio Pichardo, Luis Téllez, Jesús Reyes Heroles G.G., Herminio Blanco, Romárico Arroyo, Carlos Ruiz Sacristán, Norma Samaniego, Arsenio Farell, Miguel Limón, Fausto Alzati, Juan Ramón de la Fuente, José Antonio González Fernández, Santiago Oñate, Mariano Palacios Alcocer, Silvia Hernández, Antonio Lozano, Jorge Madrazo, Óscar Espinosa y Liébano Sáenz. Ernesto Zedillo Ponce de León nació en la Ciudad de México pero ha abrazado su niñez y juventud bajacalifornianas. Contrajo un solo matrimonio, con Nilda Patricia Velasco, con quien tuvo cinco hijos. No se le conocen relaciones extramaritales.

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s innegable la presencia de Vicente Fox en la historia futura de México, aunque esto guste a unos y a otros no. Tan solo con sus éxitos electorales su paso está asegurado. Pero, quizá, precisamente ese éxito lo haya obligado al ejercicio de una presidencia cauta y no esplendorosa. El cambio que provocó la alternancia lo obligó a instalar seguridades y confianzas, no incertidumbres y zozobras. Debieron ser ejercicios presidenciales de mucho esfuerzo callado y de muchos resultados normales y ordinarios. No estaba llamado a ser revolucionario, ni caudillo ni, mucho menos, mesías. No sé si estaba equipado para serlo. Tan solo digo que hizo bien en no esforzarse en ello. Vicente Fox Quesada es al presidente mexicano al que menos traté, de los más recientes 45 años. Desde 1970 hasta 2015, he tratado a 8 presidentes pero a ninguno de manera tan escueta y tan distante como a Fox. No estoy diciendo que haya sido una mala relación. Incluso, quizá fue un poco mejor de lo que cabría esperar. Pero fue muy somera y muy eventual.

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Yo nunca había saludado a Vicente Fox hasta antes de ser Presidente de México. Lo que sabía de él era muy escaso y, todo ello, tan solo como figura pública, como Gobernador de Guanajuato y como Candidato a la Presidencia. Algo, de él, había escuchado a algunos empresarios amigos míos que hacían negocios con su gobierno local y hasta se habían hecho medio “cuates”. No estoy diciendo que socios ni cómplices, ni lo creería. Pero sí que se llegaron a brindar simpatía recíproca. Me lo describían como un gobernante sencillo pero eficiente y bien intencionado. Durante la campaña presidencial, su estilo me parecía repugnante. No descarto que mi cercanía con Labastida me llenara de prejuicios en contra de un competidor, aunque nunca tuve repugnancia por Cuauhtémoc Cárdenas, el otro adversario. Episodios como el de “hoy…hoy…hoy…”, me llegaron a parecer el extremo de la estulticia política, hasta entonces nunca vista en ese exceso. Después, su triunfo electoral me dolió pero no me repugnó. En algo, comprobé mi madurez política y la firmeza de mis convicciones ideológicas. Ni me vencí ni me deprimí. * * * La noche del 2 de julio del 2000 acompañé a mi candidato presidencial y fraterno amigo, Francisco Labastida, a pronunciar su “discurso concesional”, en el Auditorio Calles, el más grande e importante del PRI. Allí declaró que no era ganador pero, al mismo tiempo, demostró que era invencible. El anfiteatro, la explanada y las oficinas del partido más importante de la historia latinoamericana estaban colmados de una multitud triste y desconcertada. 386

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Durante el breve evento procuré ubicarme lo más cerca del candidato como me fuera posible y, allí, permanecí de pie. A lo largo de la campaña nunca me importó el lugar donde me situara el antojo de los organizadores. Pero ahora, en el naufragio, supe de inmediato que, súbitamente, había cambiado la ecuación de mi partido. Que el PRI ya no se dividiría en importantes e insignificantes sino en fuertes y débiles. Y sabía, también, que yo pertenecía a la fortaleza de mi organización y que allí debía instalarme. Así, mientras Labastida reconocía, valientemente, la victoria de Vicente Fox, yo me juraba que sería como los violinistas del “Titanic”. Que nunca abandonaría mi lugar y no dejaría de cumplir con mi encomienda. Por eso, no quise sentarme ni alejarme. Ya no estaría cómodo durante años, pero tampoco estaría lejos. Cuando todo terminó, continué acompañando a mi candidato hasta donde él se permitió tener compañía. De allí, me dirigí hacia mi casa. Creo recordar que no pronuncié una sola palabra ni hice llamada alguna, durante todo el trayecto. Tan solo me entretuve mirando los diversos contingentes de festejantes agitando sus estandartes, pitando sus bocinas y gozando su victoria. Cuando llegué a casa, toda mi familia me estaba esperando para brindarme su cariño y reponer mi serenidad. Mis ideas se entremezclaban, igual que mis sensaciones. Me enojaba pensar en Ernesto Zedillo y su mera imagen dejaba en mi mente un apestoso tufo de traición. Nunca sabré si ayudó a los que triunfaron pero me supongo que hizo todo lo que estuvo a su alcance para que nuestro partido perdiera. 387

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Ya en la intimidad hogareña la franqueza fue poniendo mis pensamientos en su lugar. Hablar claro también nos clarifica la mente. Como resido en una zona panista, el ruido de claxons y petardos llegaba hasta las áreas más serenas de la casa. No alcanzaba a incomodarnos con estridencia y, desde luego, no me molestaba que festinaran. Nunca me ha dolido la victoria ajena. Tan solo me ha lastimado la derrota propia. Pero, sobre todo, me dolía México. Adivinaba el fracaso gubernamental de Fox y me angustiaba que mi pueblo se hubiera equivocado en algo que me parecía tan evidente. De allí aprendería que, en los asuntos de la política, al final todos tenemos la razón. La única diferencia es que algunos la tuvimos a tiempo y otros la tuvieron cuando ya no había remedio. Tampoco me preocupaban las consecuencias personales que la derrota podría tener para mí. Paradójicamente, en esa desafortunada elección, yo resulté triunfador como diputado federal por el Estado de México. Suponía que habría de ser Presidente de la poderosísima Comisión de Justicia, como lo fui. Presentía que sería uno de los principales oradores de mi partido ante el Congreso de la Unión, como sucedió. Sospechaba que participaría en el diseño y tejido de los tramados más importantes de ese tiempo mexicano, como lo hice. Adivinaba que, como abogado de la Cámara de Diputados tendría que pelear, en los tribunales, contra el Presidente de la República, y siempre lo vencí. Todas esas premoniciones me preocupaban desde esa noche. Pero, sobre todo, intuía que tendría que invertir mi mayor esfuerzo moral y político. Si yo era de los fuertes, tendría que 388

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resistir y ayudar a los que lo necesitaran para resistir. Si era de los serios, tendría que ser muy firme opositor sin perder respetabilidad. Si era de los conocedores, tendría que orientar. Si era de los experimentados, tendría que aconsejar. Si era de los leales, tendría que sufrir y sacrificar. * * * Vino el inicio del mandato de Vicente Fox. Por el contrario de la elección de Salinas, la de Fox no fue cuestionada por nadie. Es cierto que hubo rumores sobre la actuación del gobierno zedillista. Se habló de arreglos con el gobierno norteamericano. Circuló la especie de que fue una condición de la ayuda financiera recibida de los Estados Unidos. Pero, más allá de eso, el reconocimiento fue unánime e inmediato. Desde la noche de la elección, Francisco Labastida reconoció los resultados. Más aún, Ernesto Zedillo se adelantó a los candidatos. Esto no fue pulcro pero fue contundente. Sin embargo, la gestión de Vicente Fox estuvo siempre impregnada de la inutilidad y de la inefectividad. Todo lo que prometió fue incumplido. Se dice que prometió cambiar de país y no pudo cambiar ni de aeropuerto. El resultado no se hizo esperar. En la elección del 2006, los panistas estuvieron a punto de perderla. Hay quienes dicen que la perdieron. Pero, aunado a otros factores, la debacle panista es una comprobación del repudio generalizado que se han granjeado. Esto nos indica que la ausencia del factor efectividad puede cancelar los efectos de legitimidad que una sana elección pudo haber acarreado. 389

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De Vicente Fox ya se ha dicho mucho sobre sus discursos. En el inaugural quedaron, para el registro de la memoria, primero el dirigirse a sus hijos y no a la representación nacional. Segundo, tomar “chunga” con Juárez. Dijo, literalmente, que “demolería todo vestigio de autoritarismo” y que “compartiría el poder”. “Soy depositario del Ejecutivo no su propietario”. Dijo que gobernaría con Dios y la Guadalupana. “No habrá borrón y cuenta nueva para los grandes corruptos”. Sin embargo, refrendó la permanencia de la educación laica y gratuita así como la propiedad estatal de PEMEX y CFE. * * * La primera vez que estuve con Vicente Fox fue en febrero o marzo del 2001. Fui su invitado a comer en Los Pinos. No sabía a quién se estaba refiriendo con su invitación. Si quería platicar con el diputado priísta, con el presidente de la Comisión de Justicia, con el abogado de Labastida, con algún otro que supusiera en mí, o con todos de una sola vez. Pero me llevé una sorpresa. Los prolegómenos se prolongaron por una eternidad. Cuando había transcurrido una hora, ni habíamos entrado en materia ni yo sabía cuál sería la materia. Durante la comida nos acompañó Marta Sahagún. Algún tiempo después, me daría cuenta que yo era el que los había acompañado. Marta fue quien asumió la parte más interesante de la conversación. Me preguntó sobre algunas cuestiones de soberanía, de democracia, de libertad y de justicia. Procuré contestarlas de manera franca y sencilla. Hubo una pregunta que me llamó la atención. La consulta se refirió a si existía, 390

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como ya lo habían escuchado, un código secreto donde se contenían todos los arcanos, todas las pócimas y todos los rituales de la política mexicana. Que habían escuchado que allí estaba todo el manual para convertirse en un buen político. Les contesté que me ayudaría de Aristóteles para afirmar que no existía tal código secreto. Porque, si existía y era secreto, yo no tendría por qué conocerlo. Y, por el contrario, si yo lo conocía, entonces no sería “secreto” sino sería, tan solo, un manual de recomendaciones. Traté de ir más a fondo y afirmé que un código es una serie de normas obligatorias. Pero, si es secreto, no lo conocen los obligados y no podrían cumplirlo. Es decir, o tendría naturaleza de código o tendría la calidad de secreto. Pero que la obligatoriedad y la secrecía son fenómenos que se excluyen, recíprocamente, por su propia naturaleza. No cabe duda que fui un estúpido en contestar así, pero creo que les caí bien. Los tiempos que siguieron fueron muy difíciles. Francisco Labastida fue perseguido por razones políticas, que no jurídicas, pero no por ello menos peligrosas sino mucho más. Mucho me honró ser su abogado, tener un cliente tan valiente, y vencimos. El PRI fue castigado con multas multimillonarias injustas que lo llevaron a la miseria de hasta pedir prestado para pagar la luz de los edificios. Pero vencimos. Muchos antiguos correligionarios nos abandonaron. Muchos antiguos amigos nos olvidaron. Muchos antiguos contratistas y concesionarios nos negaron. Muchos antiguos privilegiados y beneficiarios nos calumniaron. Pero la noche nunca es eterna. 391

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* * * Vicente Fox tuvo, como todos los presidentes, cosas buenas y, también, cosas malas. Si tuviera que reducirla a la más apretada síntesis yo diría que lo peor fue que no sabía manejar la política. Y que lo mejor fue que no sabía manejar la política. Es decir, lo que fue su mayor pecado fue, también, su mayor virtud. Trataré de explicarme. Voy a compararlo con un automovilista. Es mucho más grave quién no sabe manejar que quien maneja mal. El que no sabe manejar, nunca manejará. Mi abuela, como muchas abuelas, nunca supo manejar y, por lo tanto, nunca manejó. Por eso, nunca chocó, nunca atropelló y nunca fue multada ni arrestada. Pero el que maneja mal sí tripula, viola reglamentos, infringe costumbres, choca, atropella, lo multan, lo arrestan y, algunos, hasta han llegado a ser condenados con prisión. Así fue Vicente Fox. Nunca manejó su gobierno. Lo que hizo de malo su gobierno no lo hizo él sino los conductores a su servicio. En esa comida me dijo que ya había terminado con esas prácticas en que los presidentes se “metían” en todo dentro de las secretarías. Qué, para él, las secretarías eran autónomas y los secretarios deberían responsabilizarse de sus actos y no andarle preguntando todo al presidente. Como invitado, no tuve mejor opción que escuchar y callar. Algún día lo confirmó en un importante evento cuando respondió a las demandas de los participantes diciendo que él estaba de acuerdo con ellos, pero que no había podido convencer a “Paco”. Que lo ayudaran a convencer a “Paco”. Por el contrario de esto, recordemos a todos aquellos presidentes que si manejaron, porque creían que sabían 392

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manejar. Provocaron muchos choques políticos. Atropellaron muchas instituciones. Lesionaron a muchos ciudadanos. Fueron multados por la historia. Por otra parte, debe reconocerse que Fox no propició un enfrentamiento irremediable de partidos. No trató de que algunos mexicanos se enconaran en contra de los otros. Que no tuvo las retorceduras de la “vendetta”. Durante el franquismo, yo fui de los que pensó que, cuando España remontara esa oscuridad, podría presentarse un fenómeno vengativo. Que los españoles ingresarían al terreno de una nueva camorra interior. Por fortuna, no fue así y pudieron encontrar el camino para construir una España para todos, sin exclusiones y sin rencores. Lo mismo pensé que sucedería en Sudáfrica cuando desapareciera el apartheid. Más aún, si mis presentimientos españoles eran sombríos, mis agüeros africanos eran plenamente lóbregos. Tampoco sucedió nada que lamentar. Pero algo similar me había acosado al imaginar lo que pasaría con los mexicanos el día que “sacaran” al PRI. Creo que muchos tenían malos presentimientos. Pero partían de dos premisas falsas. La primera, que al PRI sólo podrían echarlo por la fuerza de las armas. Que “a la buena”, jamás dejaría el poder. Qué equivocados y qué primitivos los que así consideraron al tricolor. La segunda, que los opositores jamás podrían triunfar en una elección. Que tendrían que vencer “a la mala”. Qué equivocados y qué primitivos los que así consideraron a los azules. La tranquilidad de la alternancia se debió a todas las fuerzas políticas y a los miles de sus militantes y de sus 393

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seguidores. Pero si tuviéramos que ponerles nombre y apellido para encarnarlos en una sola persona, yo pensaría en Vicente Fox, el vencedor que no se consideró iluminado y en Francisco Labastida, el invencible que no se consideró despojado. Es cierto que el gobierno Fox inició el Pemexgate I, en contra de Labastida, Romero Deschamps y otros más. Pero no estoy seguro de, hasta donde, fue el autor original de la tentativa de represión. Porque el Pemexgate II me indujo a creer en aquel rumor de que fue la cúpula de su propio partido la que estaba obsesionada con Pemex, quizá por la riqueza de la paraestatal, combinada con el desordenado manejo de sus recursos. Que, incluso, le pidieron a Fox que todo Pemex se convirtiera en “posición” del PAN. Que los gerentes regionales y muchos de los centrales fueran designaciones de partido. El director Raúl Muñoz Leos se opuso a dicho disparate y, se dice, fue la causa de su lanzamiento y persecución. En ambos casos, el gobierno Fox “abanicó” y le salió mal todo. Todos los abogados que escogieron cada uno de los indiciados tuvimos éxito y logramos la plena exculpación de nuestros clientes. Yo tuve el privilegio de defender a Francisco Labastida y a Raúl Muñoz Leos y, con ello, de llevar al “strike” al contralor Francisco Barrio, aquel “que no cambiaba lingotes por cacahuates”. * * * Lo más malo del gobierno de Vicente Fox creo que fue su peculiar sentido de gobierno, de la autonomía administrativa y de la política internacional Coincidiendo en tiempos con el inicio de la presidencia de George Bush hijo, el nuevo régimen mexicano, presidido por 394

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un político improvisado, haría gala de su improvisación bajo el discurso de que la política debe dejar de ser un asunto de profesionales y convertirse en una responsabilidad de ciudadanos. El nuevo gabinete parecía, para algunos, indescifrable y desconcertante. Muchos dijeron que parecía un corporativo empresarial. Otros, que era de bajo nivel. Algunos más, que era de poco “oficio”. Lo cierto es que, pese a su apariencia de cripticidad, era un mensaje que parecía inequívoco. Ciertamente se advertía una fuerte dosis de formación empresarial en los miembros del gabinete. Esto tiene una explicación muy fácil de entender. El propio Presidente era un empresario. Más aún, era un empresario que sólo se sentía en confianza con empresarios y con nadie más. Y, por cierto, tan sólo con algún tipo de empresarios. Que no se entendía con y no creía en los profesionistas, ni en los obreros, ni en los campesinos, ni en los políticos de carrera. Pero, además, que tampoco le interesaba lo que pensaran de él los abogados, ni los financieros, ni los economistas, ni los comunicadores, ni los militares, ni nadie. Sus designaciones no fueron hechas para satisfacer a ningún gremio ni a ningún sector. Desde este punto de vista, logró lo que quería. Ese era su privilegio. No sabía que la administración pública profesional es el espacio insuperable para ejercitar las cualidades creativas. Para conocer a fondo los problemas específicos. Para el diagnóstico y la selección de soluciones. Para implementar lo que es posible y desechar lo utópico. Para ser el puente de 395

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unión entre las exigencias sociales, los compromisos de la política y las recomendaciones de la sensatez. Es en la administración pública donde se aprende a hacer funcionar la cosa pública a como dé lugar. Sin recursos, sin apoyos, sin comprensiones, sin las personas más idóneas, sin tecnología, sin equipamiento y, muchas veces, sin soportes normativos ni apuntalamientos políticos. No es un taller de concesionaria automotriz donde se reparan los automóviles importados, donde se utilizan refacciones de catálogo ineludible, herramientas de precisión tecnológica y mecánicos entrenados quien sabe dónde. Nada de eso. Se trata más bien de un pequeño tallercito de “talachas” artesanales donde se reparan “carcachitas”. Donde se usan las refacciones nuevas o usadas que se pueden encontrar y que se pueden pagar. Donde el “maestro” mecánico dispone de algunas herramientas modestas. Y donde se auxilia de ayudantes que medio van aprendiendo y que faltan dos veces por semana. El buen funcionario público mexicano se parece a aquellos cirujanos de hospitalito rural del Seguro Social que, muchas veces, saben más de cómo hacer funcionar el organismo humano que las renombradísimas estrellas de los centros hospitalarios de Houston y de Baltimore. Por eso cuando los secretarios de Estado, los procuradores, los subprocuradores, los subsecretarios, los directores y los jefes de paraestatales han aprendido a hacer bien su trabajo se vuelven poderosísimos, se vuelven respetadísimos y se vuelven casi imprescindibles. 396

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Por esas características, la administración pública es una escuela donde se aprende a trabajar con lo que se tiene y no necesariamente con lo que se quiere. En ella se aprende a trabajar rápido, a desarrollar capacidad de síntesis, a diagnosticar el fondo de los problemas, a imaginar soluciones múltiples, a atender a un público numeroso, a guardar secretos, a conservar distancias y a muchas otras aptitudes. * * * El paso de los años asociado a la falta de virtud fue retratado magistralmente por Oscar Wilde y se llamó Dorian Gray. Así, el “gobierno de la alternancia” adoptó una actitud parecida a la soberbia, que se desenvuelve en tres facetas. Consideraba que era el mejor gobierno que había tenido México. Afirmaba que todo lo anterior fue pésimo. Creía que ninguno volvería a ser como este. Sin embargo un breve recuento ha hecho pensar y expresar a muchos mexicanos que lo grave de un gobierno, no solamente de ese, es que entre en doce crisis en su ejercicio gubernamental. La de gobernabilidad, la de autoridad, la de funcionalidad, la de identidad, la de personalidad, la de ubicuidad, la de seguridad, la de sensibilidad, la de seriedad, la de humildad, la de sinceridad y la de credibilidad. Dicen, algunos, que con la alternancia México cambió en todo. Otros replican que nada ha cambiado. Otros, quizá los más sensatos, dicen que algunas cosas cambiaron y que otras más ni cambiaron ni cambiarán nunca. En el debate del cambio siempre se corre el riesgo de ser infantil. A veces por exceso de entusiasmo. En otras, por carencia absoluta de él. Ese es uno de los peligros en los que 397

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se embarca un gobierno. En haberse instalado en un universo subjetivo. En que sus ilusiones le parecen éxitos reales. En que sus espantos no son una figuración sino un verdadero miedo. En que los carritos y los soldaditos se le convierten en vehículos y en ejércitos reales. En que el banco de la ilusión le emociona como una riqueza verdadera. Pero en fin, el pastel de la victoria está coronado por la cereza de la soberbia. Decía Ramiro de Maetzú que es la soberbia el pecado del diablo. Que los hombres no son santos ni pecadores por lo que hacen sino por lo que creen que son. Que el diablo no es diablo porque sea malo sino porque se cree bueno. Que los santos no lo son por ser buenos sino porque se sienten pecadores. De allí se deriva una consecuencia de poder. Si yo soy bueno y los demás son malos yo merezco mandar y los demás deberán obedecerme. El poder se extravía en su propio sofisma y se contamina con la deformada imagen que se tiene de sí mismo. Vicente Fox tuvo sus momentos de sufrimiento humano. Sin lugar a dudas, Ramón Martín Huerta fue el más fuerte asociado de un político que no había formado equipo político. Ramón fue el Secretario de Gobierno de Fox, durante su mandato en Guanajuato. Más tarde, cuando este se licencia para contender por la Presidencia de la República, aquel se encarga de la gubernatura interina. Ya triunfador, su amigo y jefe lo designa como Subsecretario de Gobernación y, más tarde, como Secretario de Seguridad Pública, cargo que ocuparía hasta su muerte trágica. 398

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Lo cierto es que Fox terminó con muy pocos amigos, de los pocos que tenía, Ramón fue el mejor y, sin duda, el más leal de aquellos con los que contó. Aclaro que la soledad no es un atributo exclusivo de Fox sino muy constante del los presidentes nacionales. * * * Hubo, hace algunos años quienes, quizá irreflexivamente, compararon al matrimonio Fox-Sahagún con el matrimonio Perón-Duarte. Hasta se corrieron las especies que él la estaba preparando o ella se estaba acondicionando para ser la sucesora presidencial de su marido. Yo creo que entre ambos había diferencias muy sustanciales que tienen que ver con la realidad política. Pero no estoy seguro si ellos lo sabían o si sus comentaristas lo entendían. En primer lugar, está el punto de arranque en su relación. Marta Sahagún conoció a Vicente Fox cuando éste no era nadie. Eva Duarte conoció a Perón cuando éste ya era uno de los tres hombres más fuertes de la Argentina. Perón ya se había encumbrado en la milicia y en la política cuando conoció a Eva en un evento de solidaridad para damnificados de una pequeña localidad. Ella era una modesta aspirante a vedette que lo atrajo no sólo con su juventud sino, también, con su simpatía. En segundo lugar, están las transferencias. Perón formó y configuró a Eva. Sahagún es la que formó y configuró a Fox. En efecto, Perón ya era un hombre culto cuando su esposa apenas abandonaba el analfabetismo. La escolaridad, el ambiente vital y lo que algunos llaman la cuna los hacía muy asimétricos y fue Perón quien se dedicó a que Eva conociera 399

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desde el uso del alfabeto hasta el funcionamiento de la política. Por el contrario, se dice que Marta Sahagún fue ilustrando y moldeando el pensamiento y la ilustración de su marido. Que de ella recibió sus primeras lecciones sobre política, sobre democracia y sobre gobernabilidad. La tercera, tiene que ver con alianzas. A Eva Duarte la aborrecían los ricos y la idolatraban los pobres. A Marta Sahagún la estimaban los ricos y no le representaba nada a los pobres. La cuarta, es de aptitudes. Marta Sahagún era una buena operadora política. Eva Duarte era una lideresa natural. Esto es muy importante. Para comenzar, Perón era un líder nacional. Lo sigue siendo a más de 40 años de muerto. Fox no fue líder ni en su partido. Fue tan solo un gobernante, bueno o malo, al criterio de cada quien. Eva recibía y generaba una parte del capital político de su marido. Lo incrementaba y, en muchas ocasiones, parecía que lo enfrentaba. Después del sindicalismo mexicano, Eva lidera la mayor fuerza social corporativa de la América Latina. Se le idolatra y se le canoniza en vida. Se le rinden oraciones. Se le atribuyen milagros. Se legendiza su vida, su muerte y hasta su cadáver. La quinta, es de identidades. Perón y Duarte pertenecían a clases extremas y distintas. Fox y Sahagún pertenecen a la misma clase. Juan Domingo Perón era un aristócrata transgeneracional. Pertenecía a la élite militar y económica más rancia de la Argentina. Su familia tenía cien años de ser rica. Era campeón de polo. La pobreza la conocía sólo en los discursos. Eva era pobre de origen. Provinciana. Hija natural. 400

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Emigrante a las ciudades. Mendigó oportunidades. Vivió donde pudo. Comió cuando pudo. Por eso, como pareja, se enriquecieron aunque fuera por mera curiosidad. Cuando se encontraron descubrieron como vivían, pensaban y sentían los otros. Vicente Fox y su esposa, por lo contrario, pertenecen al mismo tipo de vida. Lo que se hayan enriquecido recíprocamente sería en lo sentimental o en lo espiritual pero no en lo vivencial. La sexta es de interrelación. Juan Domingo y Eva se complementaban. Vicente y Marta se competían. Esto me parece determinante. Eva hacía lo que Juan Domingo no sabía o no quería hacer. Para comenzar, tratar a los pobres. Tengo la íntima impresión de que a Perón los pobres le producían asco. Eva, en cambio, podía besar con franqueza o con fingimiento, a los pordioseros, a los roñosos, a los mugrosos, a los apestosos, a los pedigüeños, a los viciosos, a los decadentes o a los insufribles. Sin embargo, le daban grima las “estiradas”, los presumidos, los ritualistas, los altaneros y “los popoff ”, con quienes Juan Domingo se sentía a gusto. Fox y su esposa contendían entre sí. Se aplicaban a la misma gente y a los mismos gustos. Les agradaban los mismos políticos, los mismos ricos, los mismos intelectuales y los mismos vagos. Apostaría a que sus agendas, sus santorales y sus directorios eran casi una fotocopia la una de la otra. La séptima, si la hay, es enigmática. Perón nunca alentó las aspiraciones presidenciales de Eva y, sin embargo, sí las contuvo. Todavía no sabemos si Fox alentó las de Marta. 401

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Perón evitó, con éxito, que Eva se desbordara hacía las alturas gubernativas. Desde luego, su grupo político no lo hubiera autorizado pero, además, lo ayudaron las circunstancias. * * * Creo que Vicente Fox es el ex presidente más feliz que hemos conocido. Ello le da algo de razón a mis teoremas. Fox fue el presidente que ha tenido México con menos consciencia de lo que detentaba. No sabía lo que era y, por eso, nunca sufrió al dejar de serlo. Hoy, goza su vida personal y creo que no la cambiaría por nada. Es una ex presidencia verdaderamente tranquila. Pero, al igual que con Ávila Camacho, tengo la impresión de que fue preparada con toda previsión. Incluso, desde varios años antes de concluir su mandato, declaraba abiertamente lo que haría de su futuro. Acondicionó su rancho, instaló su fundación, abrazó la serenidad. Por cierto, realmente fue el único que regreso a su pueblo de origen. Los demás conservaron alguna hacienda o casa en sus localidades natales pero no para vivirlas sino para referirlas. No cuento en esto a Echeverría, López Portillo y Salinas porque ellos fueron capitalinos de nacimiento y aquí permanecieron. El Distrito Federal era su “terruño” y no lo cambiaron. Vicente Fox fue acompañado, durante su gobierno, por Felipe Calderón, Santiago Creel, Carlos Abascal, Jorge Castañeda, Luis Ernesto Derbez, Clemente Vega, Francisco Gil Díaz, Josefina Vázquez Mota, Víctor Lichtinger, Alberto Cárdenas, José Luis Luege, Ernesto Martens, Fernando Elizondo, Fernando Canales, Javier Usabiaga, Pedro Cerisola, 402

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Francisco Barrio, Reyes Tamez, Julio Frenk, María Teresa Herrera, Abelardo Escobar, Rodolfo Elizondo, Rafael Macedo de la Concha y Daniel Cabeza de Vaca. Vicente Fox Quesada nació en la Ciudad de México, pero abrazó su origen y residencia guanajuatense. Contrajo dos matrimonios con Lilian de la Concha y con Marta Sahagún Jiménez. Tiene cuatro hijos.

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mpecé a tratar a Felipe Calderón cuando fuimos compañeros diputados en la LVIII legislatura. Asumimos nuestro encargo en los últimos días de agosto del 2000. Él habría de ser el Coordinador del GPPAN, con 206 diputados. La segunda fuerza, después del PRI, superándolo con tan solo 211 diputados. Por ello, casi todas las decisiones importantes tenían que ser tomadas por el consenso de Calderón y la Coordinadora del GPPRI, Beatriz Paredes. Ellos decidieron que yo fuera el Presidente de la Comisión de Justicia. Más aún, en ese mismo impulso, decidieron que se me fusionara la Comisión de Derechos Humanos. Con ello, la poderosísima Comisión de Justicia adquiría no solo un mayor poder sino que se liberaba de limitaciones de potestad federal. Lo agradecí a ambos líderes porque, supongo, no les fue fácil. Aun cuando ya hubieren decidido que esa comisión sería presidida por el PRI, mi GP contaba con 60 abogados, muchos de ellos que ya habían sido procuradores o presidentes de los 405

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tribunales de sus respectivos estados. Yo no había sido ni lo uno ni lo otro. Incluso, tres de mis colegas abogados ya habían sido presidentes nacionales del PRI. De esa manera, mi designación no sólo me resultó inesperada sino muy agradecible. Ese fue un buen inicio de mi simpatía, después afecto y, después, amistad por Felipe Calderón. Ya, de mucho tiempo antes, había establecido una buena relación amistosa con su esposa, Margarita Zavala. * * * Lo que podría compartir de Felipe Calderón son tres conversaciones que mucho nos dicen de él y de sus momentos muy importantes, donde pude ser testigo. Comienzo con una ocasión que no olvido. En los últimos días de diciembre del año 2002 me encontraba vacacionando en Acapulco, después de concluido el período congresional. Uno de esos días, Francisco Labastida hizo el viaje “de entrada por salida” al puerto guerrerense con el único y exclusivo propósito de comer conmigo y con mi familia. Poco antes de la hora convenida, me instalé en el vestíbulo del hotel Camino Real para allí recibir a un visitante que me hacía tan especial deferencia y no simplemente aguardarlo en la mesa del restaurante. En eso me encontré con Felipe Calderón, entonces compañero mío en la Cámara de Diputados. Al informarle la razón de mi espera en un lobby me ofreció acompañarme para, de paso, saludar a Labastida. Tomamos un refresco y platicamos. 406

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Le expliqué mis razones para considerar que él era el mexicano mejor posicionado para obtener la Presidencia de la República, cuatro años más tarde. Aclaro que no soy adivino ni profeta. Simplemente me basé en tres cuestiones que me parecían básicas. Una, que él “correría” en una posición más cómoda que los otros aspirantes de su partido. Dos, que el PRI contendería muy desunido y, por lo tanto, muy debilitado. Tres, que el PRD no alcanzaría los números necesarios. En lo primero y lo segundo acerté con más de la cuenta. En lo tercero, por poco y me equivoco. * * * Otra ocasión, ya fue en Los Pinos. Se dice, en las calles, que la lucha emprendida por el gobierno de Felipe Calderón en contra del crimen organizado contenía, además de la búsqueda de la seguridad pública, una importante dosis de estrategia política. No estoy diciendo que se tratara de una farsa ni de una mentira. Por el contrario, tengo la convicción de que estaba inspirada por motivos muy sinceros y muy valientes. Pero ello no impide que se trate de dos propósitos distintos aunque complementarios. De ser cierto lo que se dice, era una táctica muy inteligente. Se dice que el gobierno Calderón provenía de un proceso mexicano muy complicado. Una campaña electoral muy agresiva, una elección muy competida, un período postelectoral muy difícil y un inicio de gestión muy incierto. Ante esto, era de suponer que el nuevo mandatario haya considerado dos prioridades inmediatas de su gobierno: la 407

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autoridad y la gobernabilidad, ambas situadas a las puertas de una crisis. Por eso, en el día número 100 de su mandato, el 10 de marzo del 2007, lanzó su programa militarizado contra el crimen organizado. Pero, de paso, le mostró a sus denostadores amarillos que tenía pistolas y fusiles, que los militares le obedecían “sin chistar”, no como a Fox, y que tenía la decisión suficiente para utilizarlos contra quien fuera. En ese evento, Olegario Vázquez Raña y yo nos encontrábamos flanqueando a Felipe Calderón. En los susurros de presidium me dijo algo muy importante. Qué yo no tenía idea del “cochinero” que le habían dejado y entregado. Que estaban “comprometidos” funcionarios de todo nivel. Que, durante tres años se había cansado de escucharme en las sesiones de la Cámara de Diputados, atacar al anterior gobierno y que, supuso, que seguía “ardido” por la derrota del 2000. Pero que, ahora, podía decir que me había quedado “así de chiquito”, mientras me mostraba sus dedos índice y pulgar, al mismo tiempo que entrecerraba los ojos, casi hasta el máximo. Por eso se hizo necesario un “golpe de timón”. Mi respuesta-comentario tuvo dos vertientes. La primera era que me parecía inteligente y atingente, como lo he dicho líneas más arriba. La segunda, que quería saber si el SeñorPresidente-de-la-República la consideraba una solución definitiva, lo cual me parecería erróneo o, por el contrario, si se trataba de una medida provisional mientras se encontraba la definitiva. Me contestó que no me preocupara. Que sería muy transitoria. 408

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En algunas de mis pesadillas, los delincuentes organizados pasaban de forajidos criminales a perseguidos políticos. Los veía casi en capacidad de desestabilizar al país. En un momento, los carteles del crimen gritaban “muera el mal gobierno y vivan los pobres”. Todos sabemos, desde luego, que ellos no son ideólogos revolucionarios sino siniestros delincuentes. Pero ese llamado sería una grave convocatoria política que, recibida por 50 millones de pobres sería un combustible. Cada acción del gobierno en contra de ellos tendría la sospecha de represión y eso es un carburante. Por si fuera poco, se dice que tienen los hombres, la organización, la penetración, las armas y el dinero que ya quisieran muchos grupos rebeldes que carecen de todo ello. Esto puede ser la chispa comburente. Estamos viviendo tiempos que nos acercan al riesgo de una inestabilidad política. No digo que a una revolución sino, tan solo, que estamos conviviendo con elementos que pudieran ser muy peligrosos. Todas mis conclusiones se instalan a partir de datos públicos, aportados por el propio gobierno. Para comenzar, se nos ha dicho que las organizaciones delincuenciales mexicanas tienen reclutadas a cientos de miles de personas, casi siempre llamados “sicarios”. Hay quienes afirman que llegan hasta a 400 mil individuos, lo que sería la más numerosa fuerza armada del país. Este es un primer factor de inestabilidad. En seguida nos dicen que esta multitud está muy bien armada. Que sus armas provienen de la permisividad norteamericana para adquirirlas y para traerlas a nuestro país. Que son armas casi siempre superiores a las que utilizan 409

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las fuerzas policiales ordinarias. Que a cada sicario que se aprehende se le decomisan no una sino varias armas. En una simple multiplicación proporcional esto significa que tienen millones de armas. Esto es un segundo factor de inestabilidad. Pero prosigamos y nos encontramos con que, dice nuestro gobierno, que son muy crueles y que están dispuestos a todo. Que los miles de muertos de un sexenio, muchos de ellos decapitados o descuartizados, son una muestra de ello. Claro que lo peor es quitarle la vida a una persona, no quitarle la cabeza. El asesinato es el verdadero mensaje. La decapitación es tan solo la envoltura del mensaje. Pero todo esto es un tercer factor de inestabilidad. Luego nos dicen que, por si fuera poco, son multimillonarios. Que su incomparable riqueza hasta ha contaminado y desquiciado al sistema financiero nacional. Que, para contenerlos, hay que prohibir el efectivo. Un día querrán prohibir el dinero, luego prohibirán los bancos olvidándose que las mafias operan con la droga, que es una moneda internacional de curso corriente, que no pasa por los bancos. Pero lo grave es que, a los criminales, todas las prohibiciones les tienen sin cuidado. Este es el cuarto factor de inestabilidad. Por último, las autoridades nos dicen que los malos tienen un insólito poder de penetración. Que han infiltrado a las instituciones básicas del Estado Mexicano. La policía, el ejército, los tribunales, los bancos, las empresas y las escuelas. Que hasta se han metido en los procesos electorales. Esperemos que un día no se quiera, también, prohibir las elecciones. Este es el quinto factor de inestabilidad. 410

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Así que, ante un enemigo rebelde, numeroso, armado, impetuoso, adinerado y penetrante, en sus propias palabras y conclusiones, me preocupa que el gobierno pueda llegar a ser ingenuo, estático y débil. Por ello es urgente cuidar que la insensibilidad política no nos convierta en un gobierno frágil. * * * Por último, después de esa conversación acapulqueña llena de esperanza y de esa conversación palaciega tan llena de inquietud, tuvimos una muy llena de dolor. La tarde del 5 de noviembre del 2008 llegué a la funeraria de la colonia Del Valle con el propósito de despedir a mi apreciado amigo Juan Camilo Mouriño. El momento era más que difícil para todos los que allí estábamos y creo que, también, para muchísimos mexicanos. Por eso, me confortó sobremanera la compañía y la conversación, durante las dos horas que allí estuve, con mi también respetado amigo, el cardenal Norberto Rivera. Por cierto que, en algún momento, me explicó que permanecería algunos minutos en silencio para rezar por el alma del finado. Allí pude observar su fervor y la fe que profesa sobre lo que los conocedores llaman la salvación y la vida eterna. Pero, el resto del tiempo, nuestra plática fue muy dirigida a la memoria del ausente. Desde luego, también, a las consecuencias que podría acarrear un deceso tan complicado para la vida política nacional. Pero, allí, me permití comentar una buena parte de lo que aquí comparto. Aclaro que esto mismo lo charlé con el interlocutor a quien me refiero un poco más adelante. 411

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Cuando el cardenal decidió retirarse me advirtió que lo haría con la mayor discreción y sin ningún afán protagónico. Me pareció que así había decidido que fuera toda su estancia y, quizá por ello, optó por un compañero de charla tan modesto como yo, en medio de tantas personalidades estelares. Aunque ya ese era, también, el momento de mi retiro, no quise sumarme a la despedida cardenalicia, precisamente para coadyuvar con su discreción y decidí permanecer unos minutos más. Aclaro que lo hice en una plena soledad porque me pareció indebido buscar un nuevo asilo con los grupos de conversación que ya se habían ido formando. Me hubiera sentido y visto como un metiche y ese papel siempre me ha parecido muy poco elegante. Mi decisión me sirvió de mucho. Convertí mi soledad en introspección y recordé, con agrado, mi amistad con Juan Camilo Mouriño, la cual tan solo nos duró ocho años. Lo conocí a fines de agosto del año 2000. Ambos habíamos sido postulados, por nuestros respectivos partidos políticos, como candidatos a diputados por la vía plurinominal. Ambos triunfamos en las elecciones de julio y, por eso, el 29 de agosto, ambos nos encontrábamos en el Palacio Legislativo jurando que desempeñaríamos nuestro encargo con respeto a la Constitución y con fidelidad a la Nación. Ambos, también, supimos honrar nuestra palabra jurada. Un mes más tarde, la madrugada del 30 de septiembre, ambos fuimos electos para presidir, durante tres años, a dos importantes comisiones congresionales. Mouriño sería presidente de la Comisión de Energía y yo sería presidente de 412

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la Comisión de Justicia. Nuestros respectivos líderes de bancada, Felipe Calderón y Beatriz Paredes se habían esforzado y habían logrado para nosotros un encargo que en mucho nos honraba y al que corresponderíamos con nuestra entrega y nuestra lealtad. Mi encargo era muy noble para la amistad. Me permitía ser uno de los principales abogados del Congreso de la Unión y eso me puso en relación con todos los temas y con casi todos los diputados y senadores. Además de con mis colegas priístas hice muchos amigos entre panistas y perredistas. No eran esos los tiempos de una reforma energética que nos juntaran a Juan Camilo y a mí en un mismo quehacer. La fallida reforma eléctrica se había presentado en el Senado y nunca llegó a nosotros. Pero nos reunió un caso muy importante. La controversia constitucional que la Cámara de Diputados presentó en contra del Presidente de la República en materia de tarifas eléctricas. Fue esa la primera de dos grandes victorias que obtuvimos contra Vicente Fox por atropellos a la Constitución. La Suprema Corte nos dio la razón en este caso y, más tarde, en el asunto de la fructuosa. Esos fueron, más o menos, mis recuerdos. Después de 10 ó 15 minutos de íntima reflexión volví en mí y decidí iniciar la marcha de mi salida. En el muy corto trayecto hacia la puerta me despedí de muchas personas. Pero tan solo recuerdo a Enrique Peña porque me sorprendió verlo en México, creyéndolo en Europa. Me explicó su apresurado regreso, dada la desgracia acontecida. De repente, cerca de un rincón me encontré con una pareja que estaba a solas. Eran el Presidente Felipe Calderón y su 413

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esposa Margarita. Me detuve sin acercarme. Ella me vio y le informó de mi presencia a su marido. Al mirarnos, el Presidente y yo, le consulté con la mirada si era oportuno acercarme o si esa soledad suya había sido buscada y lograda por él mismo. Sin palabras, me contestó acercándose hacia a mí. Allí, los tres quedamos conversando unos cuantos minutos. Le expresé mi condolencia por una pérdida tan grave para sus afectos y tan importante para su equipo de gobierno. Pero, también, le comenté lo que, minutos antes, le había dicho al cardenal Rivera. Que ese dolor presidencial se había vuelto lugar común en nuestra historia reciente. Esta es la sexta ocasión a lo largo de seis décadas en que la muerte de su mejor amigo y más fuerte asociado político enluta a un presidente mexicano. Miguel Alemán perdió a Héctor Pérez Martínez y a Gabriel Ramos Millán. Ruiz Cortines perdió a Enrique Rodríguez Cano. Carlos Salinas perdió a Luis Donaldo Colosio. Vicente Fox perdió a Ramón Martín Huerta. Y Felipe Calderón perdió a Juan Camilo Mouriño. En esos momentos, no imaginábamos que todavía faltaba la trágica muerte de Francisco Blake, también compañero de legislatura. Para todos ellos fue un dolor insuperable. Para algunos de ellos fue, además, una derrota irreversible. Porque, por encima de todo, estos sucesos han derivado el curso de la historia política de nuestro país. Han sido muertes que cambiaron la vida de los vivos. Desde luego que le subrayé que no estaba yo diciendo que el mal de muchos pueda servir de consuelo. Por el contrario, 414

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le estaba diciendo de la manera más clara, que el haberme dedicado a la observación de la política me ha permitido saber que el dolor de una pérdida se complica mucho en el hombre de Estado quien, con la pérdida, al mismo tiempo sufre el dolor personal, la disfunción gubernamental y la confusión de destino. Por eso tiene que aplicarse, de inmediato, no sólo a resanar su corazón sino, además y al mismo tiempo, a reparar el gobierno y a restaurar el destino. Le mencioné lo que forma parte de este coloquio y que hoy comparto. Al final, fui yo, siempre buscando la prudencia, quien dio por concluida nuestra charla Cuando salí de la funeraria, abordé mi automóvil y guardé silencio. Recuerdo que me impresionó que esa multitud de personas allí reunidas, poderosas unas, potentadas otras y prepotentes unas más, pero casi todas ellas acostumbradas a interrumpir a quienes se les antoje, hubieran respetado, con su lejanía, la conversación que un simple ciudadano estaba sosteniendo con el doliente presidente de su país. * * * Siempre vi a Juan Camilo Mouriño con un factor insustituible para el funcionamiento del equipo del presidente Felipe Calderón. Me parecía el operador mejor diseñado para manejar lo político al estilo y preferencias de su alto jefe. Juan Camilo Mouriño fue un buen funcionario y un buen político. Me parecía que el puesto que ocupó al inicio del sexenio, como Jefe de la Oficina de la Presidencia, no era el indicado para aspirar a nada. Ni le permitía espacio ni le brindaba lucimiento. Eso no me gustaba para alguien a quien 415

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yo deseaba ver como candidato presidencial de su partido, aunque el suyo ero otro que el mío. Por otra parte, yo no sabía entonces, ni se ahora, si el Presidente Calderón tenía un candidato o tenía varios, como se hacía antaño. Pero me pareció atinada su estrategia. Estar cerca de su partido, como antaño. Influir dentro de él, como antaño. Tener cercanía con la dirigencia partidista, como antaño. Poner a su gente de confianza en puestos electorales clave, comenzando por Gobernación y Desarrollo Social, como antaño. Tampoco esto es un asunto menor. Ahora, tendrían que venir los reacomodos consecuentes. Los del ánimo y los del gobierno. Lo primero es el dolor presidencial de una nueva designación. Como lo he reseñado en estas notas, es factible que nadie le complazca a plenitud. Más aún que a nadie considere digno de heredar a su amigo. Esto obliga al elegido a ser cauto. No levantar la mano para aspirar, so pena de parecer zopilote. No tratar de simular al finado, para no parecer impostor. No tratar de seducir a su jefe, para no parecer lépero. Pero, también, puede caerse en un grave círculo vicioso. El ejercicio de Bucareli requiere de la confianza y del aprecio presidencial. Para que los demás le crean. Para que los demás lo respeten. Para que los demás lo obedezcan. Iba a ser doloroso, para el Presidente, brindárselo como a Mouriño, y peor puede ser inconveniente para su gobierno el negárselo como si fuera un intruso. * * * Hasta aquí mis tres conversaciones con Felipe Calderón. Hubo muchas otras pero estas son muy representativas. 416

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XIX. EL GOLPE DE TIMÓN

Felipe Calderón fue acompañado, en su gobierno, por Francisco Ramírez Acuña, Juan Camilo Mouriño, Fernando Gómez Mont, Francisco Blake, Alejandro Poire, Patricia Espinosa, Guillermo Galván, Mariano Sáynez, Genaro García luna, Agustín Carstens, Ernesto Cordero, José Antonio Meade, Beatriz Zavala, Georgina Kessel, Eduardo Sojo, Alberto Cárdenas, Luis Téllez, Juan Francisco Molinar Horcasitas, Dionisio Pérez Jácome, Germán Martínez Cáceres, Josefina Vázquez Mota, Salomón Chertorivsky, Javier Lozano, Abelardo Escobar, Rodolfo Elizondo, Eduardo Medina Mora, Arturo Chávez y Marisela Morales. Felipe Calderón Hinojosa nación en Morelia, Michoacán. Solamente contrajo matrimonio con Margarita Zavala y tienen tres hijos.

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XX. Epílogo sobre lo que nos hemos encontrado Lo que nos han dejado

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l sistema emanado de la Constitución Mexicana ha sido una muy singular y bien sazonada mezcla de ideologías, estilos y resultados. La más modesta de las administraciones presidenciales emanadas de ese sistema de gobierno, son “para un día de fiesta”. En ocasiones he invitado a un sencillo ejercicio. Pensemos, por un momento, en los 20 ex presidentes. Dividámoslos en tres segmentos de 6 ó 7, cada uno. Dejemos a un lado el grupo de los que nos parecen más admirables y el grupo de los que nos resultan más repugnantes. Nos hemos quedado con los de en medio. Estoy seguro que entre esos que “ni fu ni fa” el lector instaló de Manuel Ávila Camacho. Pues bien, Ávila Camacho, a quien casi nadie recuerda ni en bien ni en mal, hizo media docena de “cositas”. Fundó el Seguro Social. Capitalizó las ventajas que, para México, reportaría la guerra 419

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y la postguerra mundial. Y cuatro “simplezas” más, de ese mismo tamaño. Con resultados de esa magnitud se fue cimentando, década tras década la aceptación de un sistema casi indiscutible. Más allá de las bondades o vicios de un proyecto nacional y de un sistema de convivencia que puede haber convencido a algunos y no a todos; que benefició a algunos y no a todos; y que atendió a unos y olvidó a otros, lo cierto es que a México se le vio, desde dentro y desde fuera, como algo envidiablemente sólido y seguro durante casi una centuria. No se puede decir que el siglo XX mexicano fue un siglo perdido. Eso sería humillante para un pueblo que ha invertido esfuerzo, tiempo y sufrimiento para cimentar y edificar sus instituciones. Se podría listar una mínima relación de las instituciones y sistemas que los mexicanos hemos creado en los últimos 100 años. Dicho sea de paso, los mejores años de nuestra historia. México es uno de los dos países del mundo republicano que ha gozado de estabilidad política institucional por más tiempo, de manera ininterrumpida. El otro son los Estados Unidos. De los muchos indicadores que podrían tomarse en cuenta para una medición de la estabilidad, me conformaría con los siguientes. Segundo, desde hace 98 años, las elecciones mexicanas, tanto generales como intermedias, se han celebrado en las fechas que lo ordena la Constitución, sin que se hayan suspendido o pospuesto en ocasión alguna. En efecto, desde 1917, México ha celebrado 19 elecciones presidenciales, 20 420

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senatoriales y 38 para diputados federales. En total, 77 procesos electorales. Tercero, durante ese mismo y prolongado tiempo, los poderes federales han quedado integrados, instalados y funcionando sin ninguna interrupción y sin ninguna dilación. Cuarto, así mismo, esos poderes públicos nunca han dejado de funcionar ni un solo día ni se han desintegrado ni han quedado vacantes. Adicionalmente, ningún poder se ha sobrepuesto a otro ni ha invadido su potestad ni ha impedido su funcionamiento. En quinto lugar, no ha existido un solo día ni un solo intento de invasión exterior ni presencia de tropas extranjeras, enemigas o aliadas, para atacar o para defender el territorio o las instituciones mexicanas, salvo visitas militares protocolarias e invitadas con fines ceremoniales. En sexto sitio, no han sucedido rebeliones o insubordinaciones generalizadas o prolongadas. Los incidentes zedillista y escobarista fueron muy locales, muy breves y no afectaron la estabilidad mexicana. En séptimo y último lugar de este breve repaso, nunca ha existido una anulación electoral que impida la integración de los órganos de gobierno en sus fechas ordinarias y programadas. Todo eso se llama estabilidad política y es uno de los bienes más preciados de los sistemas políticos civilizados. Baste decir que esos 98 años no los han gozado los países europeos con todas sus guerras, los países latinoamericanos con todas sus dictaduras, los países asiáticos con todas sus 421

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inestabilidades ni los países africanos con todas sus calamidades. Pero, además, debe subrayarse que la estabilidad política es un producto de la ciudadanía y no del propio Estado. La estabilidad impuesta por el régimen puede ser artificial y tiránica. Sólo la derivada de la voluntad ciudadana es real y democrática. La memoria es frágil pero recurro a un recuerdo. En el 2006, los mexicanos vivimos los cinco meses que van del inicio de julio al 1º de diciembre sin saber, para comenzar, quién había ganado la elección presidencial y, para terminar, si el electo asumiría su encargo en los tiempos constitucionales. El día de toma de posesión amanecimos con la incertidumbre de lo que pasaría. Sin embargo, en esos cinco meses no pasó nada. No se afectaron los depósitos bancarios ni los mercados bursátiles ni la paridad monetaria. Nadie dejó de trabajar ni de ir a la escuela, al cine, al futbol o a los toros. Los comerciantes siguieron ganando, los estudiosos siguieron aprendiendo y los borrachos siguieron bebiendo. Cierto que los inconformes tomaron el Paseo de la Reforma pero, con eso, sólo afectaron el ingreso de los meseros. A los parroquianos no nos pasó nada y a nuestros gobernantes, mucho menos que a nosotros. Eso es producto de una ciudadanía madura y serena que confía en sus instituciones y en su funcionamiento idóneo. Estas reflexiones mueven a orgullos pero, también, a preocupaciones. Porque a muchos mexicanos nos parece insensato que se hable, con tanta ligereza, de anulaciones electorales que jamás procederían, que se propongan 422

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interinatos absurdos, que se demande la no instalación de poderes públicos, que se exija la alteración del orden institucional o que se pretenda simular que ello es el camino del republicanismo, de la democracia, de la justicia y de la libertad. Pero, además, que ello no se proponga por el caso de razones poderosísimas como aquellas que, en otros países civilizados, han interrumpido su orden constitucional sino que se haga, tan solo, por berrinche incontrolado y por impotencia inaceptada. En política, llega a darse la ira, el arrebato, la pataleta, la rabia y la sinrazón que suele invadir a aquellos hombres de formato pequeño e inferior que no pueden aceptar su derrota, su fracaso, su debacle, su desastre y su ruina. Es necesario que los políticos estén a la altura del sistema en el que funcionan. Un sistema de las cualidades como las que hemos mencionado en el mexicano exige que sus protagonistas se conduzcan con la calidad correspondiente. No existe superioridad política completa en un sistema donde sólo unos cuantos se comportan como lo hicieron, por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas, Diego Fernández de Cevallos y Francisco Labastida, cuando fueron derrotados, mientras otros se conducen en la subnormalidad bestiaria. Por otra parte, en varias ocasiones hemos escuchado denostaciones sobre nuestro sistema político. Que si se trata de una dictadura perfecta. Que si ha sido una dictablanda. Alguna vez, cuando niño, escuché las sandeces de una señora de sociedad que aseguraba que los ex presidentes integraban una especie de politburó, la palabra es mía no de ella, el cual 423

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tomaba todas las decisiones nacionales, incluyendo las sucesorias. En realidad, mucho de lo que he observado y que, en parte, lo he compartido en esta notas me ha dejado en claro que el mexicano es un sistema que ha encontrado sus propios equilibrios y contenciones en virtud de los cuales se ha impedido su tiranización. Mencionaré algunos de ellos. En primer lugar, el tiempo finito del mandato presidencial. La no reelección de facto y no tan solo de iure. Esto es de lo más importante. El hecho de que el presidente mexicano dure seis años y ni un día menos en su encargo, ha garantizado la estabilidad presidencial. Ha inhibido las quimeras golpistas. Y ha propiciado que el ejercicio presidencial sea bueno o malo, tan solo por la virtud o la culpa de quien lo ejerce pero no por lo que nosotros le hayamos interpuesto a su tiempo, a su acción o a su credo. Pero esto se complementa con el hecho de que el presidente mexicano dura seis años y ni un día más. Ello ha inhibido las quimeras de prórroga presidencial y que el ejercicio de cada presidente tenga que darse, para bien o para mal, en un tiempo preestablecido. Además permite tolerar al gobierno que no nos complace, bajo la certeza de que pronto se largará. En segundo término mencionaría la composición mixta del PRI. Este ha sido el partido más dominante en ese casi un siglo. Pero, como lo hemos dicho, el PRI no es un partido sino una muy compleja alianza de partidos. Esto determina que no siempre pretenda una finalidad idéntica y ello ha obligado a la rectificación y a la realineación. 424

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Por eso, en algunas ocasiones se ha hablado de una teoría del péndulo para explicar sus diversos posicionamientos. Se enuncia diciendo que a un presidente, digamos de izquierda, lo ha sucedido uno de centro y a éste uno de derecha para, después, pendular nuevamente al centro y a la izquierda. En aplicación práctica si le ponemos nombres al ejercicio descrito serían, secuencialmente, Cárdenas, Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines y López Mateos. Hasta allí queda perfecto aunque la teoría del péndulo ya no serviría para explicar los 30 años de López Portillo, de la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón, todos ellos en una posición muy similar. El autor de esta teoría ya no vivió para ver estos años. Pero el sistema no ha dispuesto de una sola salvaguarda sino de varias. En tercer lugar mencionaría lo dicho sobre el liderazgo natural o convencional que, sobre su partido, ejercía el presidente mexicano. Esto existía para que los líderes permanentes del partido encontraran consensos sin rupturas. El presidente no era de los dueños. Estos eran los líderes obreros, campesinos, populares, territoriales y los cuadros distinguidos. Todos ellos eran casi vitalicios no sexenales. Ellos veían pasar a 5 ó 6 presidentes durante su estancia partidista. Ello fue, también, un factor de contención. De allí se deriva, como muestra, una cuarta resultante que yo la llamaría el reparto de Congreso. Como consecuencia de lo anterior y, para contenerse de manera recíproca, el presidente y el partido se repartían las cámaras congresionales. Así, la Cámara de Diputados se convirtió en la cámara del partido. Se integraba con los líderes y representantes de los 425

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mencionados sectores y era una cámara difícil, estridente, indómita y, en ocasiones, irreverente. Por el contrario, la Cámara de Senadores era la cámara del presidente. La integraban sus amigos y era una cámara fácil, callada, obediente y muy respetuosa. Pero lo importante es que eso garantizaba el equilibrio de que el presidente no podría hacer todo lo que quisiera ni el partido tampoco. Como quinta muestra se daba que el gabinete presidencial era, en mucho, un foro en que estaban representados muchos factores de poder y no tan solo sirvientes presidenciales. Había una cartera para el partido, para los militares, para lo campesinos, para los obreros, para los capitalistas y hasta para los universitarios. Por ejemplo, sobre esto último, un sillón del gabinete lo ocupaba la UNAM. En ocasiones el representante se llamó José Vasconcelos, Alfonso Caso, Javier Barros Sierra, Guillermo Soberón, Jorge Carpizo, Juan Ramón de la Fuente o muchos otros. Mi sexta muestra es que esa composición del gabinete se repetía en la gubernaturas de los estados y, séptima muestra, hasta en la Suprema Corte de Justicia la cual, en su composición anterior, se integraba por una mitad de ministros de carrera y la otra mitad por representantes de las mencionadas fuerzas. Todo esto nos dice que el imaginario totalitarismo mexicano dista mucho de ser una realidad. Desde luego que tenía muchas apariencias de gobierno totalitario. Pero eso se debió, más que nada, a que se trató de regímenes emanados de una revolución popular y triunfante. Eso genera gobiernos a los que no se les critica, no se les combate y no se les limita. 426

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Pero esos son, también, los gobiernos que no sufren los golpes de Estado de las verdaderas dictaduras. La señora encopetada de mi relato nunca midió el poder de un ex presidente, como lo hemos narrado en páginas anteriores. Por eso decía Luis Echeverría, ya después del mandato, que él no mandaba ni podía influir ni siquiera en sus nietos. Y estoy seguro de que tiene toda la razón. Un repaso más detenido de lo anterior, aunado a una seria reflexión nos diría, de manera instantánea, que muy pocos países en el orbe cuentan con un patrimonio de instituciones de mayor avanzada social y nacional. Si pudiéramos imaginar lo que sería no tener lo que en esto hemos logrado los mexicanos, nos daríamos cuenta exacta de que esos años han sido un extraordinario ganancial.

Los presidentes como santos y como demonios Algunos presidentes han sido canonizados por nosotros y, otros, han sido satanizados, también por nosotros. Algún día fui invitado a exponer una larga charla sobre lo que mis anfitriones han llamado el antihéroe de la política. Yo, por simpleza, tan solo los llamo “villanos”, como en las películas. Desde luego que me desentendí de sus aspectos sicológicos, subliminales o mediáticos y me concentré, exclusivamente, en su perfil político. Resumo y comparto, muy apretadamente, algo de lo expuesto. 427

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El villano es una figura que hoy está de moda. En el mundo de lo real, lo comprobamos a diario. Los capos de mafia, los funcionarios rateros, los contratistas abusivos y todos sus similares, han formado legión de traficantes, secuestradores, “piratas”, extorsionadores, “coyotes”, evasores, defraudadores, contrabandistas, lenones y matones, por mencionar sólo diez y no todos sus doctorados. Me consta, incluso, que hay gobernantes que han sentido más aprecio por quienes saben robarse una elección que por quienes saben ganársela. Las razones de esto son muy claras y muy lógicas, aunque muy poco gratas. En el mundo de lo imaginario sucede lo mismo. Pascal Beltrán del Río nos ha recordado que el político ficticio hoy más admirado se llama Francis “Frank” Underwood, de “House of Cards”. Hace una década el héroe político imaginario era Josiah “Jed” Bartlett, de “The West Wing”, lleno de alteza hasta el límite de lo irreal. Bartlett nos emocionaba por su idealismo. Era una aleación de los que creemos que fueron Roosevelt y Kennedy, aunque no hayan sido así de nobles. Underwood nos sacude por su realismo. Es un batidillo de lo que suponemos que fueron Nixon y Bush, aunque tampoco hayan sido así de bajos. La razón de esa admiración generalizada hacia el villano tiene muchas explicaciones, pero me quedo con una sola. Muchas sociedades vivimos en la orfandad política. Somos huérfanos y no tenemos quién nos defienda ni ante el crimen ni ante la autoridad. Estamos indefensos como ciudadanos, como consumidores, como ahorradores, como electores, como contribuyentes, como trabajadores, como estudiantes, 428

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como derechohabientes, como empresarios y como pobres. Así pues, al no tener padres ni asilo, las sociedades buscan al padrastro o a la madrastra, aunque estos hayna sido meramente virtuales, mientras esperan la llegada de los reales. En los años 80s, México vivió uno de sus peores momentos económicos. Se le llamó, por infernal, la época de los tres seises. Crecimiento negativo de 6%, barril mexicano a 6 dólares e inflación de 6% …¡quincenal! Esa catástrofe mexicana golpeaba en toda la nación pero se ensañaba en el hogar. La entonces sufrida mujer mexicana padecía los embates del desempleo, de los precios desbocados y de la desesperanza acumulada al tradicional maltrato del marido, a la indiferencia de los hijos, a la antipatía de las nueras y al acoso de los cobradores. Así surgió una perversa que se convirtió en la heroína aspiracional de esa grey huérfana. Catalina Creel fue la villana de la exitosa serie “Cuna de Lobos”. Hacía y lograba lo que ninguna otra mujer podía. Controlaba su inmensa fortuna, mataba a sus maridos, subordinaba a sus hijos, humillaba a sus nueras y asesinaba a los cobradores. Se convirtió en todo un ensueño ante la pesadilla diaria. Esto llegó a provocar que, durante la campaña presidencial del 88, surgieran muchísimas pintas en las bardas que proclamaban a “Catalina Creel, para Presidenta”. Esa es la aportación de los villanos ante las sociedades sufridas y sufrientes. Volviendo a lo político, Underwood representa la esencia de la real política. No es malo ni bueno. Actúa, pero no sueña. 429

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Engaña, pero ayuda. Traiciona, pero produce. Presiona, pero premia. Mata, pero protege. Repugna, pero seduce. Nadie lo quiere, pero nadie lo larga. Todos lo odian, pero todos lo necesitan. Todos están en su contra, pero todos se equivocan. Es un buen político, no un político bueno. No quiero dejar la falsa impresión de que admiro la perversión. Nada más alejado de ello. Simplemente considero que la política es una actividad como las profesiones, los deportes o la guerra. No nos interesa si el gran cirujano, el extraordinario futbolista o el victorioso militar son personas “buenas” o personas “malas”. Que sean como a ellos se les antoje ser y eso nos tiene sin el menor cuidado mientras salven enfermos, anoten goles y ganen guerras. Lo más importante es que aceptemos que, en la política, los héroes y los villanos transmigran entre la realidad y la ficción. No tienen una frontera definida e impenetrable. Son imaginarios pero no fantásticos. No fueron inventados sino que, solamente, fueron copiados por la imaginación. Fantásticos son Darth Vader y Obi Wan Kenobi, inventados por la pura fantasía. No existen ni existirán. En cambio, Josiah Bartlett y Francis Underwood están en la televisión pero, también, están en los gobiernos de casi todas las naciones. Existen, los conocemos y, a veces, hasta los tuteamos. Cuando aparecen en el televisor tan solo están usando su pseudónimo. Mucho de lo que pude ver, de manera directa, sobre los presidentes a los que traté fue desde mi ventana en la procuración de justicia, donde permanecí durante varios sexenios. He pensado mucho sobre mi paso y creo que fui 430

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afortunado y venturoso, sobre todo porque salí limpio, porque salí libre y porque salí vivo. En mi época no había tantas fiscalías especializadas, de tal suerte que yo estuve responsabilizado de la investigación de todos los delitos, desde el narcotráfico hasta los delitos electorales, pasando por los fiscales, financieros, corruptivos y hasta homicidios. Siempre conté y me constó lo que puedo llamar, sin la menor reserva, la solidaridad y el patriotismo presidenciales. Ninguno de los presidentes a los que serví jamás me ordenó calumniar, torturar, amenazar, solapar, encubrir, alcahuetear, designar, destituir, perseguir, investigar o consignar por lo que no estuviere ordenado por la ley. Sobra decir, que ninguno me ordenó abusar ni robar ni, mucho menos, matar. De la misma manera, siempre mostraron alteza para tratar y para enfrentar a los poderosos, bien se tratara de otro país o de otros intereses. Pero, a pesar de ser su empleado y no su cómplice, su colaborador y no su socio, su consejero y no su corifeo, todos ellos me brindaron su solidaridad y su respaldo de la manera más decidida y más valiente. En algunos momentos yo tuve que enfrentarme a fuerzas muy asimétricas en relación a la insignificancia de mi poder. No estoy hablando de enfrentarse a una organización ciudadana ni a un grupo de peticionarios ni a una manifestación callejera. Estoy hablando, por ejemplo, de tener diferendos oficiales con los Estados Unidos de América. Muchas veces recibí a mis correspondientes norteamericanos y muchísimas veces fui a Washington en servicio de los intereses de México. Siempre fui con orgullo y siempre regresé 431

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con dignidad. Quizá es, por eso, que siempre he visto al vecino con honor, con respeto y hasta con simpatía. En esas rondas he visto, he sentido y, en ocasiones, hasta he sufrido el enorme poder político de esta nación. Pero, también, lo he enfrentado, lo he frenado y, en ocasiones, hasta lo he asociado en beneficio de los mejores intereses comunes de México y de los Estados Unidos, principalmente en lo que tiene que ver con la ley, con la seguridad y con la justicia. He logrado formarme una idea muy clara de su poder y disfruto observándolo, sobre todo porque lo hago sin apetitos, sin envidias y sin rencores. En muchos de los momentos difíciles llegué a sentir que casi todo el gobierno mexicano se hacía a un lado y que yo me quedaba solo de toda soledad. En una ocasión muy complicada sólo dos mexicanos no me dejaron abandonado con mis tesis y con mis posturas. Solamente mi esposa y el Presidente de la República me creyeron y me apoyaron. Por fortuna todo salió bien y yo también.

Los protagonistas en la vida de los presidentes Quizá la peor descalificación de un presidente es que, a pesar de su encumbrado cargo y de su descomunal poder, sea un hombre insignificante. Si hay algo muy lastimoso en la vida de un político es que sean otros los personajes más importantes de su propia existencia. Que él sea, en ella, tan solo un espectador, un extra o, cuando mucho, un actor de reparto. 432

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Un infortunio para los pueblos consiste en que sus gobernantes sean figuras muy aburridas. Que, al conversar con ellos se nos produzca verdadera pereza. A esto sobreviene una pregunta lógica. ¿Cómo se identifica a un personaje poco interesante? La primera respuesta que me doy a mí mismo es que una persona es insignificante cuando, siendo muy importante, la rodean personas que resultan más interesantes que él. De allí que las personas cercanas pueden resaltar más que el propio personaje. Es fácil identificar a algunos gobernantes a los que lo más importante que les ha sucedido en toda la vida han sido su metiche hermano, su hermosa novia o su ratero cómplice, dejando a ellos como una figura de segundo lugar. No sus proclamas ni sus discursos ni sus doctrinas ni sus ideas ni sus obras. Vamos, ni siquiera sus errores o sus vilezas sino, tan solo, lo que le prestan los que se fotografían junto a ellos. Para facilitar el método de análisis sirva imaginar que somos cineastas y que llevaremos sus biografías al cine o a la telenovela. Aclaro que esta regla es relativa y no absoluta. Jackie, Rosa Luz, Raúl y Carla son, sin discusión, figuras muy importantes en las vidas que acompañaron. Pero son muy menores ya vistas al lado de Kennedy, López Portillo, Salinas y Sarkozy, aún estos con todos sus defectos y virtudes. En cambio pensemos en Vicente Fox. Para interpretarlo yo contrataría a un buen actor que, más o menos, diera el parecido. Quizá a Daniel Giménez Cacho. Pero mi mayor presupuesto, mi mejor argumento y mi más fina atención 433

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sería el personaje de Marta Sahagún. Todo ello para interpretar lo que me han contado de ella sin que me conste. Aclaro que descarto a Raquel Pankowsky porque yo no haría una sátira cómica. La vida de Fox, tan alumbrada por la fortuna pero tan complicada con el absurdo, me parece un profundo drama de la vida y la mayor tragedia personal que he visto en un presidente mexicano. Para comenzar, por lo que he dicho. Porque el personaje central de su vida es su esposa y no él. En el fondo de la realidad humana, Fox invita más a la comprensión que a la burla. Una figura extranjera que provoca confusión es Juan Domingo Perón. A primera vista pareciera que su esposa, Eva, es muy importante en su vida. Creo que esto es una sobreestimación producto de una ignorancia muy generalizada. Perón es una figura interesante por complicada. Tiene, entre lo bueno, que casi colinda con lo genial. Tiene, entre lo malo, que casi raya en lo siniestro. Es una figura histórica que me inspira terror, más no lo provoca por perverso sino por oscuro. Pero lo importante es que Juan Domingo Perón es el verdadero y único protagonista en la vida de Perón. Ni Eva, ni Isabel, ni Cámpora, ni los generales argentinos ni nadie es realmente importante en su vida. En el fondo, nadie la afectó y nadie la inspiró. Con Perón, el cineasta podría realizar una producción multiestelar o un simple monólogo y los dos podrían ser excelentes. Si reunieran su inteligencia y su experiencia un político, un historiador y un psicoanalista, podría resultar un argumento cinematográfico ideal. 434

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Por el contrario, se dice que Marta controló la vida del presidente Fox. Que en muchos momentos de la vida, Fox era Marta y Marta era la presidenta. Ahora, por el contrario, pensemos en María Tudor. Siempre rodeada de reyes. Ella misma fue reina, hija, hermana y esposa de reyes. Todos titánicos, no “reyezuelos”. Ellos fueron los reyes más importantes en la historia de sus naciones. Pero en todas las muchas obras de literatura, de cine, de teatro y de televisión que María ha inspirado nadie le quita el protagonismo a su vida. Ni su padre Enrique VIII, ni su abuela Isabel La Católica, ni su tía Juana La Loca, ni su primo Carlos V, ni su hermana Isabel I, ni su esposo Felipe II. Su vida es un drama. Pero propio y no ajeno. La vivencia de nuestra vida en la persona de otros no tiene un nombre definido. Podríamos inventar el de “bioalteración”. Bios, vida; alter, otro. La vida en otro. Esto es, el depósito de nuestra propia existencia en la persona de otro individuo. Todo esto ha de ser tan triste como ver comer tacos, como ver jugar baccarat o como ver películas pornográficas. Todo ello es ver como gozan los otros sin actuar nosotros.

Sencillas radiografías de los presidentes Cuando no podemos saber con exactitud la verdad de algo, siempre tendemos a buscar los indicios significativos que nos ayuden a encontrar la verdad. Ello puede servirnos para sonsacar o para deducir lo que, de otra suerte, permanecería en el mundo de nuestras ignorancias. 435

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Por ejemplo, cuando llegamos a un restaurante al que nunca hemos ido, nos basta con acudir a los baños para suponer como está el cuidado y la higiene de las cocinas. De inmediato sabemos que si lo que se ve no recibe esmero, peor será lo que no se ve. Si sus excusados nos llevan al asco, estemos seguros que sus ollas nos llevarían a la basca. Si todavía estamos a tiempo, salgamos sin comer. Si ya no hay remedio, tratemos de olvidar. Ese es un ejemplo de indicio. Uno segundo, más complicado, se da cuando queremos saber el fondo de una persona. Si se lo preguntamos no podremos estar seguros de la franqueza de su respuesta. Pero si le preguntamos cómo es otra persona, lo que admira y lo que desprecia en ella, sin darse cuenta nos dará un retrato exacto de sí mismo. Si en el otro admira su patriotismo, su bondad o su honestidad, estemos confiados con él. Si en el otro admira su dinero, su audacia o su ambición, cuidemos nuestra cartera. Ahora, vayamos a la política. Los discursos pueden ser sinceros o mentirosos. Creer o dudar de ellos en automático y sin reflexión, puede llevarnos a la equivocación y a la decepción. Pero los presupuestos públicos son infalibles. Ellos dicen lo que no nos dicen las palabras. Si los presupuestos de justicia, de educación o de salud son robustos, ello indica que esos ramos le importan a ese gobierno. Pero si son raquíticos, ya sabemos qué esperar de los embustes de esos gobernantes y dejar de creer en sus promesas justicieras, educativas o sanitarias. Otro indicador. Josué de Castro decía que si queremos saber el futuro de la producción alimentaria de un país, baste con conocer el menú de la mesa presidencial. Pensemos en 436

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México, a título de ejemplo. Si al mandatario le gustan el pozole y el mole, las verdolagas y los chiles, la arrachera y el huachinango, podemos estar seguros de que le preocupará la producción de nuestros productos y la explotación de nuestros recursos. Pero asustémonos si más le gusta la salsa bernesa que el guacamole, la sopa de cebolla que la sopa de tortilla o el Wellington que las carnitas. Así como sucede con todos esos indicios, hay algo que me preocupa a diario. Como todo citadino, circulo a diario por las calles de las ciudades. Y es allí donde me percató de un indicio alarmante. Veo las calles reventadas. Las vialidades destruidas por los agujeros, peligrosas por las coladeras abiertas, engañosas por la falta de señalamientos. Las aceras levantadas. Las guarniciones, quebradas. Todo esto lo mismo en las zonas populares que en las residenciales. Todo esto en casi todas las ciudades sin distinción de región, de idiosincrasia ni de partido. Y aquí es donde aparecen mis temores. Que si eso es lo que se ve de la gestión gubernamental, ¿qué será de lo que no se ve? Si así está la avenida, ¿cómo estará la legalidad? Si así está la banqueta, ¿cómo estará la honestidad? Si así está el camino, ¿cómo estará el destino? Desde luego no estoy pensando en pavimentos sino en presentimientos. Porque tampoco estoy pensando en lo que la riqueza brinda para el urbanismo. No me refiero a las lujosas vialidades de Texas, Nueva York o California ni a las excelencias de las autopistas alemanas, porque no estoy hablando de dineros sino de funcionamientos. Para ello, pongo un caso. Austria no es el país más rico de Europa sino la economía número 12 del concierto europeo. 437

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No pertenece, en lo individual, al G-20. México, sin embargo, sí pertenece a ese club de los más ricos. La economía austriaca es mucho más modesta que la mexicana pero sus calles nos indican un país que funciona muy bien. Sus vialidades tienen la lisura que no arriesga las llantas, la suspensión ni la vida. Sus aceras pueden ser usadas, sin peligro, hasta por el invidente, la carriola o la silla de ruedas. Y es que Austria es un país ordenado y eficiente. Todo ello es una preocupación para alguien a quien no le preocupan los automóviles sino las personas, los países y las sociedades. El problema no son las calles reventadas sino los Estados reventados. Que aceptemos que nuestras calles se parecen a las de El Cairo, de Trípoli o de Damasco aunque México no sea, por el momento, ni Egipto ni Libia ni Siria. Veamos nuestras calles y veremos nuestro futuro. Por último, quiero aclarar que estoy consciente de que nuestros gobernantes hacen todo lo posible para que funcionen nuestros sistemas, así como nuestras calles. Que no estamos mal porque así lo prefieren sino porque así lo imponen nuestras propias incapacidades. Pero, también, estoy en claro que mucho los ayudaremos si les brindamos nuestras percepciones y si ellos consideran nuestra buena intención para el bien de todos.

Los presidentes y su política de sueños Cierto día, platicaba con un amigo mío que es un importante político. Por cortesía afectiva, que no por curiosidad política, 438

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me preguntó “¿cómo veía las cosas?”. Yo me tomé la pregunta muy en serio y le di una opinión que no le gastara más de tres minutos. Aquí la comparto. Creo que muchos mexicanos están soñando con lo que no existe. Por eso me preocupa que, al despertar, se vayan a encabritar en contra de un gobierno al que estimo bien. Todos los pueblos sueñan. Por eso, sus gobiernos requieren administrar una “política nacional de sueños”. Esto no es una ingenuidad ilusa sino la crudeza y el cinismo de la realpolitik, la única en la que creo. Ella le recomendaría al gobierno sólo dos métodos para con los mexicanos. Uno, despertarlos ya, para que no sueñen. Otro, sedarlos prolongadamente para que despierten hasta el próximo sexenio. Para lo primero se requiere mucha valentía. Para lo segundo se necesita mucha inteligencia. Si yo tuviera que mostrar ejemplos diría que Ernesto Zedillo nos despertó bruscamente y que Carlos Salinas nos adormeció largamente. Pero ambos, como políticos realistas, asumieron y aplicaron su propia política nacional de sueños. Trataré de explicarme. Existen algunas naciones, como Inglaterra e Italia, que guardan su ideal nacional en lo que fueron. Se regocijan más con su pasado que con su presente o con su futuro. De manera ineludible casi siempre piensan en el Imperio Romano y en el Victoriano. No pueden olvidar que le dieron al mundo occidental desde su lengua hasta su visión de la vida. Hay otras que, por el contrario, tienen un mayor disfrute con un ideal del porvenir que con lo que son o lo que han sido. 439

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La plenitud la encuentran en una grandeza nacional que todavía no llega. Entre ellas, me refiero a Francia y a Alemania. Por último, hay algunas cuyo ideal se encuentra en lo que son en el presente, más allá de lo que sueñen para el porvenir o de lo que recuerden de su devenir. Aquí anoto a España y a los Estados Unidos, muy complacidos con su ser actual y no tan solo con lo que recuerdan ni con lo que esperan. Su supremo ideal consiste en lo que ya son y no en lo que fueron ni en lo que serán. Por otra parte, creo que entre los latinoamericanos se presenta un mapa de ideales muy similar al que he reseñado de los europeos y norteamericanos. Se me ocurre que Chile es, en este sentido, como Francia y Alemania. Sueña más con un ideal futuro que con el pasado o con el presente. Me parece que Argentina sigue ensoñada con un pasado que ya se fue y que, quizá, nunca retornará. Un poco así les sucede a Inglaterra y a Italia. Por último, pienso que Brasil encuentra un enorme placer en su presente más que en otras coordenadas temporales. En esto se asemeja a los estadounidenses y a los españoles. Esto nos presenta advertencias reales que, a su vez, nos obliga a prevenciones reales. No hay la menor duda de que son varios los millones de mexicanos que, por una parte, sueñan con un futuro nacional grande, ineludible e infalible, tal como lo hacen los chilenos, los franceses y los alemanes. No digo que son ingenuos ni ilusos. Son mexicanos esperanzados y optimistas que creen en una futura salvación nacional donde todo será mejor. 440

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Pero, por otra parte existen otros varios millones de mexicanos que sienten que nuestro pasado nacional fue lo mejor que pudimos tener y que éste es irrepetible, aunque inolvidable. No digo que sean mexicanos amargados ni catastrofistas. Yo diría que son mexicanos orgullosos y melancólicos que piensan, como los argentinos, los italianos y los ingleses, que nuestra mayor gloria ya pasó. Pero, por debajo de esta formulación intelectual contrapuesta, aparece una realidad terrible y, por añadidura, inevitable cuyo simple enunciado es de la mayor severidad política y debiera ser la principal preocupación de nuestros gobernantes. Esos millones de mexicanos que sueñan unos con el futuro y otros con el pasado constituyen una abrumadora mayoría que concuerda en una coincidencia terrorífica. A casi todos los mexicanos no les gusta nuestro presente, no les gusta nuestra pobreza, no les gusta nuestra inseguridad, no les gusta nuestra justicia, no les gusta nuestra diplomacia, no les gusta nuestra política y, por último o por principio, no les gustan nuestros gobiernos. Mientras puedan se refugiarán unos en el pasado, otros en el futuro, algunos más en otro país, quizá algunos en otra dimensión. Pero, cuando ya no puedan encontrar algún refugio, ¿hacia dónde y contra quién se volverán? Para ese entonces, ¿quiénes son los que habrán de refugiarse de su desesperanza, de su desesperación o de su rabia? Esta es una advertencia que nos hace la política real. La que no se engaña con estadísticas. La que no se ensueña con discursos. La que no se estafa con ceremonias. La que sabe distinguir la 441

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realidad de la ficción. La que puede interpretar y diagnosticar tanto a su propio país como a los países de los otros.

El séptimo año del sexenio Alguna vez un gobernador, recién estrenado, me invitó a comer y, sin que viniera a cuenta, me preguntó cuál debería ser el mejor año de su sexenio. Sin la menor duda y sin la mayor pausa le contesté que el séptimo año. Me fijó su mirada y esbozó una mueca que pretendía ser la sonrisa fingida para quien nos dice un chiste malo y tonto. Y es que, en el fondo, nunca me creyó. Siempre me vio como un pensador romántico y no como un político realista. Se dedicó, por completo, tan solo a su presente. Sin embargo, hoy está convencido de que no le habrá de alcanzar su futuro para pagar todo lo que le quieren cobrar. No lo aprecian, no lo emulan y no lo respetan. Me duele mucho haber acertado, porque lo estimo, pero más me duele cuando nuestros gobernantes se han equivocado porque, sobre todo, amo a mi país. Hubiera querido decirle que los otros seis años deberían ser la siembra de una cosecha final. Que si así lo hiciera, el séptimo año sería aquel en el que más lo apreciaran, más lo emularan y más lo respetaran. El año en que lo extrañaran y en el que lo presumieran. El año en el que, ya no siendo funcionario, todos se sintieran orgullosos de su amistad, de su presencia o de su compañía. Es cierto. El último año, como preludio de un final, debiera ser mejor que los otros cinco para preparar el séptimo. Así lo 442

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fueron el de Calles, el de Alemán y el de López Mateos. Porque, además, el sexenio es una medida de tiempo político que se encuentra sujeto a dimensiones equívocas y en mucho depende de los hombres. Por eso la verdadera ecuación temporal de lo político no reside en la duración del mandato sino en la duración del poder. Hubo un sexenio de diez años. El de Plutarco Elías Calles, periodo conocido como “el Maximato”. Después de su encargo presidencial que, en aquel entonces era de cuatro años y que se verificó de 1924 a 1928, Calles siguió ejerciendo un absoluto poder sobre sus sucesores, amparado en el título lideral de Jefe Máximo de la Revolución Mexicana. Esa jefatura máxima prolongó el poder callista hasta 1935. En esos años pasaron por el Palacio Nacional Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez y el primer año de Lázaro Cárdenas. Así, el sexenio de Cárdenas duró cinco años. De manera más reciente se dice que el de Luis Echeverría duró siete años, porque se montó uno más en el primero de su sucesor, José López Portillo. El presidente saliente le enjaretó a su sucesor el cargar, durante un año, con todos sus “cuates” los mismos que, por si fuera poco, contendieron contra López Portillo por la sucesión. Así, Porfirio Muñoz Ledo, Augusto Gómez Villanueva, Hugo Cervantes del Río y Carlos Sansores se convirtieron en un legado incómodo durante doce meses. Pero quizá don José se quedó mal acostumbrado porque al final de su mandato su heredero, Miguel de la Madrid, le anticipó la incorporación de varios miembros de su gabinete, dejando al sexenio lopezportillista en el reducido espacio de tan solo cuatro años. 443

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El surrealismo político puede constatarse tan solo con observar los sextos años de los sexenios mexicanos, los cuales certifican que el período presidencial suele concluir en retirada, en deserción o en derrota. El de Adolfo López Mateos fue el último año final que se dio en medio de la victoria. El mexiquense afirmó que “he cumplido con mi guardia” y todos los mexicanos estuvieron de acuerdo. Pero, desde entonces, el recuento es depresivo. En 1970, Gustavo Díaz Ordaz se proclamó con “el único responsable” del 68. Se dirá que en eso hubo valentía, alteza y honor. Pero también fue el reconocimiento de una derrota. En 1976, Luis Echeverría concluyó en medio de una macrodevaluación monetaria y con un ambiente enrarecido por los rumores de un supuesto autogolpe de Estado con el propósito de prorrogar su mandato. Más tarde, en 1982, López Portillo rubricó su sexto año con lágrimas y expropiaciones. Para 1988, Miguel de la Madrid enfrentó las impugnaciones de una elección cuestionada. La cámara se llenó de interpelaciones y hasta de golpes. El año de 1994 prosiguió con la costumbre. Chiapas, Colosio, Ruiz Massieu y otros temas obligaron a Carlos Salinas a un sexto año muy distinto del marco triunfal de sus primeros cinco. Qué no decir del año 2000. Ernesto Zedillo cargó con el desaire y hasta con el desprecio de los suyos. Los priístas no lo perdonan y hay quienes le voltean la espalda, bajo acusaciones de traición política todavía no esclarecidas. Así llegamos al 2006. El séptimo “al hilo” de años finales que mal pasan a la historia política de este país pero, desde luego, el más escandaloso y el más catastrófico. Porque si bien 444

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mandatarios muy eficientes como De la Madrid, Salinas y Zedillo, más allá de haber sido buenos o malos presidentes, no despertaron entusiasmos ni esperanzas iniciales, lo cierto es que Vicente Fox sí los sembró. No en quienes no le creímos y no lo seguimos pero sí en todos aquellos mexicanos que se engañaron con las promesas del cambio, del desarrollo, de la justicia, del bienestar o de la esperanza. El 2012 fue para Felipe Calderón un recuento de impugnaciones que se concretaron en las urnas, revocando el mandato que los mexicanos habían concedido a su partido.

Las llaves del reino Una tarde o noche un ilustre presidente mexicano, hoy ya finado, se encontraba conversando con sus más allegados colaboradores, invitándolos a ser francos y firmes ante él, para bien de México. Les decía que los presidentes que quieren mucho a su pueblo tienen proclividad para hacerle el bien. Pero que, por amarlo tanto, también tienen facilidad para hacerle el mal. Por eso requieren que sus más cercanos los equilibren ante sentimientos encontrados y confusos. Porque esos gobernantes, decía, algunos días son dominados por el coraje ante tanta injusticia. Otros días, son doblegados por el dolor, ante tanta miseria. Y otros más, son sometidos por la angustia, ante tanta desesperanza. Por eso hay momentos en que quieren matar a quien no deben, gastar lo que no tienen o prometer lo que no pueden. 445

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Pero, asimismo, hay días luminosos en los que conquistan tantos logros para su pueblo que quisieran hacer, también, el trabajo de los otros poderes o servir más tiempo que el que ordena la Constitución. Por eso les dijo, “ustedes, mis más sabios y leales, nunca me presten las llaves del armero ni del tesoro ni del promisorio ni de las urnas ni del parlamento ni del tribunal”. Se refería, claramente, a que no le permitieran matar opositores ni dilapidar recursos ni engañar en falso ni trampear elecciones ni decretar leyes ni dictar sentencias. Que tan solo lo ayudaran a cumplir con lo suyo. Por eso, remató, “no permitan que nadie me quite ni que yo extravíe las llaves de la Presidencia”. Recordé que lo soñé y me preocupó pensar que, en la política de hoy, tan llena de jóvenes idealistas, inteligentes, valientes, aplicados y patriotas, puedan colarse e infiltrarse otros con similar apariencia pero, en el fondo, devotos practicantes de la política de la intolerancia, de la fullería, de la inconstitucionalidad, de la violencia y hasta del homicidio. Pensé que los gobernantes y políticos deben tener cuidado de no usar las llaves prohibidas ni permitir que se las presten. Pero, asimismo, no deben perder las que les han encomendado ni permitir que se las arrebaten.

Las novelas de política y la política de novela Aunque me habría gustado, no tuve la oportunidad de trabar una amistad maciza con Luis Spota. Cuando él ya era un escritor muy renombrado, yo apenas era un niño y cuando 446

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murió yo era, tan solo, un joven abogado con una vida de relación muy modesta. Sin embargo, siempre me trató con una franqueza muy afectuosa, quizá por su añeja amistad con mi padre. Fue así como, un día, me dijo que escribir una buena novela de política era casi imposible. Desde luego, esa afirmación me resultaba inaceptable viniendo de quién había escrito una docena de novelas políticas de excelente factura y así se lo dije. Pero procedió a explicarse con mayor precisión. Me afirmó que sus verdaderas novelas eran “Casi el paraíso”, “La carcajada del gato” o “La sangre enemiga”, entre muchas otras. Pero que su saga de política no estaba formada por novelas sino por crónicas de lo visto por él, pero no inventado. Que la realidad de la política siempre supera a la imaginación del novelista. Y que, por ello, quien pretende “inventar” una historia de políticos siempre se queda en lo plano, lo baboso y lo aburrido. Tenía razón. El tiempo y la vida me han demostrado que los mejores libros y películas de política se refieren a personas y a hechos reales. La complejidad de la política puedo resumirla en dos pasajes. Uno de ellos se refiere a cierta ocasión que Richard Nixon se extrañó mucho de que una dama poco lúcida le preguntara si era muy divertido ser Presidente de los Estados Unidos. La alta política puede ser interesante, apasionante y hasta obsesionante, pero nunca “divertida”. Así son muchas profesiones. Pienso en la mía, que es la justicia penal pero, también, pienso en la neurocirugía de cerebro o en la guerra moderna. Jamás podría decirse que es 447

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muy divertido abrirle a alguien la cabeza o sacarlo de la prisión donde lo enchiqueraron o matar a los enemigos de la nación. Puede ser un deber o un mérito pero no una amenidad. De la misma manera, gobernar es, en ocasiones, muy complicado, muy angustiante y hasta muy doloroso. El verdadero político tiene que darse cuenta de mucha injusticia, de mucha pobreza y de mucha desesperanza y no todas ellas las puede remediar, aunque lo quisiera. Pueden ser muy divertidos los eventos protocolarios, los viajes, los privilegios y los oropeles de la política. Pero no los deberes ni los riesgos ni las consecuencias de la política. Nixon no pensaba en sentarse en el Salón Oval ni en volar en el Air Force One ni en escuchar el Hail to the Chief. Pensaba en salirse de Vietnam, en la apertura con China, en el embargo petrolero, en el abandono del patrón-oro, en Rusia, en Israel y en Watergate. Nada de eso era divertido sino muy serio y más complicado de lo que podría idear un fabulista. El otro pasaje es un mero referente de explicación de la vida del político de alto nivel. Porque todos los presidentes han tenido el ansia de hacer algo por su país. Algunos triunfaron y otros fracasaron pero estoy seguro que todos lo intentaron. Ninguno fue impulsado por el deseo de dormir en la Casa Blanca o de comer en Los Pinos donde, por cierto, la comida es muy regular y esto me sirve para explicarme. Digo que la cocina presidencial va de regular a mala por la sencilla razón de que allí se prepara la comida de un presidente y esta suele ser frugal, insípida y rápida. Sin irritantes, sin aromatizantes y sin saborizantes. Casi siempre sin salsas, sin 448

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aperitivos y sin vinos. Su “disque tampiqueña” es un bistec a la parrilla guarnecido con brócoli y puré, no con rajas, guacamole y frijoles refritos con totopos. Su “disque caldo tlalpeño” es una aburrida minestrone. Esta comida se parece a la de un hospital no a la de un buen restaurante, mucho menos a la de una suculenta cantina. Por eso, comer con los presidentes es interesante, pero no sabroso. Por eso, quienes hemos tenido la oportunidad o la obligación de comer allí, de antemano agendamos, para la noche, una cena de “a-deveras”. Desde luego, el presidente podría pedir un guaxmole de caderas. Pero asume el sacrificio de cuidar su estómago, su salud, su peso, su semblante, su hálito, su lucidez y su tiempo, como uno de los muchos sacrificios que el gobernante tiene que soportar con entusiasmo y sin fatiga. Por eso casi todos los novelistas son muy malos para hablar de política. La ven muy elemental y muy primaria. Y, por lo mismo, el político que ve la política como novela es muy mal político. Casi todo lo ve con un maniqueísmo muy simple y muy primitivo. Cree que la vida es una lucha de los buenos contra los malos, como una mala telenovela y, desde luego, que él pertenece al bando de los buenos. Su programa, su partido y su discurso son los de un paladín. Lo contrario es la villanía. Así, también, es una excreción decir que la política está muy aburrida. La política real es tan densa como el álgebra, tan rígida como la física y tan complicada como la filosofía. Es interesante pero no risueña. 449

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Arcana imperii o los secretos del Estado Si existiera un código secreto de la política mexicana sería más extenso que el Código Civil, con sus más de 3 mil artículos. Pero lo que sí debe quedar en claro es que sus normas abarcan muchos aspectos de la organización, el funcionamiento, el estilo y el comportamiento de las instituciones y de los protagonistas de la vida política. Muchos políticos podrán repelarme que no existe tal codificación o que no la conocen. No es un tema sujeto a discusión ni a probanza. Lo importante es que, gracias a sus reglas, los políticos mexicanos han sabido, con facilidad, lo que son ellos y los demás, lo que se espera de cada quien, así como lo que cada uno tiene que hacer en cada momento de su actuación política. Muy profuso sería comentar o siquiera aludir a tantas reglas. Además, el hacerlo sería sacar a la luz lo que, en mucho, debe permanecer en la sombra. Pero nada impide comentar algunas de ellas, sobre todos las más conspicuas o trascendidas. Son muchísimas las reglas que determinan el funcionamiento político. Tienen que ver casi con todo. Con el reclutamiento del gabinete presidencial, con sus limitaciones para ratificación y con su origen corporativo. Tienen que ver con los Ministros de la Suprema Corte y con los gobernadores de los Estados. Tienen que ver con los congresistas y la forma en que la Cámara de Diputados se convirtió en la cámara de los partidos y el Senado se convirtió en la cámara del gobierno. Tienen que ver con la relación entre el Presidente de la 450

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República y su partido político. Tienen que ver con el comportamiento de los ex presidentes, comenzando por su silencio, su discreción y su elegancia política. También tienen que ver con eventos como el acuerdo con el jefe superior. Su duración, su frecuencia y su contenido. Tienen que ver con el tratamiento y el comportamiento hacia los superiores. El tuteo, los obsequios, las quejas y los elogios. Pero, también, con la divergencia, la franqueza, la información y la crítica. Con los colaboradores, los discursos, las crisis, la familia y las debilidades. Durante muchos años se ha elucubrado sobre la existencia de un código que rige, casi como un ritual, la vida política de nuestro país. Se ha dicho, en primer lugar, que este código es secreto. Segundo, que es muy severo. Tercero, que instala una hermandad más allá de partidos y sexenios. Cuarto, que no perdona infidencias ni indiscreciones. Quinto, que ni los mismos integrantes de tan selecto círculo saben quiénes son todos sus correligionarios, puesto que hay algunos embozados que espían y, en su caso, delatan a los que violan las normas de esa confraternidad. Se ha dicho, también, que este código regula el ejercicio político desde la iniciación, la selección, la admisión, la juramentación y el escalafón, hasta las consecuencias de la indiscreción, de la insumisión, de la dimisión, de la deserción o de la traición. Cuando la política real, la única en la que creo, es ejercida de manera fina y exquisita se convierte en una delicia para el espectador y en un deleite para el actor. 451

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Por ejemplo, el buen político sabe disentir de su jefe, porque es una obligación básica alejarlo del error o de la equivocación. Pero debe hacerlo observando las siguientes reglas. La primera, que utilice palabras comedidas. La segunda, que planteé su posicionamiento como teorema y no como axioma. La tercera, que lo haga una sola vez por cada tema y no esté repitiéndolo. La cuarta, que lo haga en privacidad y no ante testigos. Una regla muy importante consiste en que nunca debe mentírsele al jefe. Pero, por encima de todo, jamás mentirle si ese jefe es el Presidente de la República. Las consecuencias del engaño pueden resultar catastróficas y no me refiero a las personales para el embustero, que bien merecido se las tendría. Me refiero a las consecuencias nacionales que habríamos de pagar todos los que no hicimos nada para merecerlas. Para no ejemplificar indiscretamente con lo de otras personas lo haré conmigo mismo, compartiendo lo que me sucedió en diversas ocasiones, todas con diversos presidentes. Una de ellas, el Presidente me convocó para consulta jurídica. Me recibió con otros de sus colaboradores y, de inmediato, me planteó su problema y su posición frente al mismo, la cual era contraria a la de los otros funcionarios. Cuando me invitó a opinar, tuve que decirle que ellos tenían la razón y no el Primer Mandatario. Para mi fortuna, fue entonces cuando se sinceró y me reveló que había invertido las posiciones para que, si yo le concedía la razón, no pareciera una vulgar cortesanía. Fue entonces cuando, como se dice, me volvió el alma al cuerpo. 452

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La segunda se dio cuando fui llamado para una opinión política. Antes que nada, me preguntó que si seguía siendo tan sincero como siempre. Le contesté que yo decía verdades y mentiras como todos los hombres. Que recordara, de nuestra juventud, cuando les mentía a mis padres, a mis maestros o a mis novias. Pero, al no mentirles jamás a los presidentes, ya se había olvidado de cómo fui. Se rio y entró en materia. Me preguntó si consideraba que se había equivocado en la designación de un cargo del gabinete, ocurrido años antes. Le contesté que si el Presidente de México me honraba al permitirme ver su valentía en confesarme sus dudas sin ninguna vergüenza, yo sólo podría tratar de corresponder mostrándole mi sinceridad sin temor alguno y reconocerle que me parecía un error la designación de ese ministro. Me dijo: “¿Lo consideras muy pendejo?”. Le respondí que no tenía nada de tonto sino, al contrario, que era muy inteligente. Pero, también, que era muy ambicioso y que había sido instalado en una dependencia que lo hacía muy poderoso. Que esa triple combinación podría desequilibrar el poder presidencial sobre todo en las grandes decisiones sucesorias. Me dijo que pondría pronto remedio y así lo hizo, unas semanas después. Por mi parte, cuando esa noche llegué a casa, me encontré con que me había enviado una caja de su presidencial y costoso vino. Era toda una deferencia porque no era “un” vino sino que era “su” vino. Pero, en el código secreto, eso significaba que estaban pagados mis servicios de consultoría. Aclaro que yo no esperaba nada, ni siquiera un regalo. 453

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Esta sinceridad también alcanza a los presidentes que no son nuestros jefes. Las dos siguientes las viví con mandatarios de los que no fui empleado sino, tan solo, amigo. La primera es chusca. Cierto día me preguntó si me gustaron y utilizaba las mancuernillas que me había enviado en mi más reciente cumpleaños. Con toda vergüenza le confesé que había perdido una de ellas. Se rió y me dijo: “La tiraste aquí en tu anterior visita, la recogieron y me la entregaron. La identifiqué por tus iniciales. Tuviste mucha suerte en recuperarla”. A ello le contesté: “No, Señor-Presidente. Mi suerte no fue recuperarla. Mi gran suerte fue no haberle mentido”. Su carcajada me complació mucho. La otra fue dramática. El Presidente de México anunciaría una importante medida gubernamental y fui invitado a escucharlo. Cuando terminó, me preguntó mi opinión sobre lo anunciado. Divergí de él. Me dijo que lo reconsideraría. Pero, al final de cuentas, nunca lo hizo. Por eso, nunca he sabido si me mintió o si, contra su voluntad, tan solo fracasó. La última que narraré fue con el candidato presidencial de mi partido a quien, desde la campaña, le había prometido mi franqueza y mi lealtad, como si ya fuera presidente en funciones. Cuando terminó un evento al que lo acompañé, ya junto a su vehículo, en tono muy ufano y triunfalista, me preguntó: “¿Cómo estuve?”. Mi respuesta muy seca fue: “Estuviste de-la-chingada”. Me creyó y se preocupó. Me dijo: “Vámonos juntos y platicamos en el camino. Súbete adelante y yo manejo”. En fin, toda esta nota ha sido el intento de un mínimo acercamiento con esas leyes políticas inéditas con las que 454

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cuentan todas las sociedades civilizadas. No está por demás aclarar que muchos políticos niegan su existencia y fingen que todo se aprende por generación espontánea. Es imposible creer que un sistema ha funcionado con alta eficiencia, durante casi un siglo, a través de miles o millones de individuos que hacen y piensan lo que les viene en gana. Por eso, resultaría conveniente una propuesta de funcionalidad que permita la operación de la gobernabilidad a partir del conocimiento perfecto del funcionamiento del sistema político mexicano. Sin embargo, este sólo se logra a través del ejercicio profesional de la política toda vez que las reglas mexicanas, como las de muchos otros países, son complejas, consuetudinarias y sumamente crípticas. Ello obliga al diseño de los mejores sistemas que permitan la incorporación de políticos de recambio sin la remisión integral de los ya tecnificados. Porque, como le hemos dicho, no existe ningún libro donde se encuentren editadas las reglas del sistema político mexicano. Por ello, sólo experimentando el ejercicio de la política puede despejar cada quien las dos o tres mil respuestas de su funcionamiento. De que otra manera podría alguien resolver este cuestionario de mero ejemplo. ¿Con cuáles miembros del gabinete le conviene al Presidente que tenga amistad el Secretario de Gobernación? ¿Con cuáles no le conviene que la tenga? ¿Por qué los congresistas del PRI usan distinto método en la Cámara de Diputados o en la de Senadores? ¿Quién debe decidir y bajo qué criterio la cámara de origen de cada iniciativa presidencial? ¿Cómo se integra el gabinete alterno? 455

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¿Cómo se designa un gobernador adjunto? ¿Qué grupos tienen derecho a colocar por lo menos un miembro del gabinete? Estas preguntas y miles más tienen que ver con el gobierno, el Congreso, los estados, los partidos, la empresa, las fuerzas armadas, la banca, las universidades, los tribunales, los sindicatos, los gremios, la prensa, la televisión, la radio, la diplomacia, el campo, la fábrica, las iglesias, las potencias, los financieros, los profesionistas y los carteles. De allí la conveniencia de tomarse en serio la propuesta de funcionalidad de los expertos. Porque, en palabras simples, los motivos y propósitos del perfeccionamiento político mexicano no son estéticos ni éticos sino cinéticos. Es decir, no deberá lograrse para que el Estado se vea mejor ni para que sea mejor sino para que funcione mejor. También debe quedar en claro que muchos políticos mexicanos no las conocen a plenitud. Independientemente de su jerarquía quizá sólo una décima parte de los políticos mexicanos son los que conocen y practican el manual completo. Ellos son la alta clase política, la aristocracia política mexicana. Sin duda la más importante y reconocida escuela política de todo un siglo latinoamericano. Es esa la clase política que creó los partidos gobernantes y los partidos opositores más sólidos y vigorosos del subcontinente. La que evitó revoluciones sin usar la fuerza armada. La que transformó sus estructuras vitales sin sobresaltos y sin retrocesos.

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XX. EPÍLOGO SOBRE LO QUE NOS HEMOS ENCONTRADO

Por encima de ideologías, de partidos, de poderes, de generaciones, de facciones, de clases y de intereses, el Código Secreto de la Política ha regido a plenitud de vigencia.

El fuete, el estribo, la rienda y la silla Termino con una alegoría de la hípica y de la política que mucho tiene que ver con el poder. Fue mi padre un abogado de profesión, un político de vocación y un caballista de afición. Muchas veces combinaba razones de las tres aplicaciones para darme consejos y enseñanzas, muchos de los cuales desestimé en la juventud, como suele suceder con los jóvenes. Fue la madurez la que me advirtió que fue un hombre sabio. No lo digo yo sino, de manera unánime, todos los que lo trataron. Fue un abogado muy talentoso, un político muy refinado y un caballista muy victorioso. Muchos acontecimientos recientes me han hecho recordar tres consejos que hoy comparto. Su expresión metafórica es de la hípica pero su aplicación práctica es para lo profesional, lo marital, lo político y lo vivencial, en general. El primero, decía, que se vale perder el fuete. No es ello un mérito ni merece un aplauso pero, tampoco, es una vergüenza. Le sucede al más experimentado jinete. Sobre todo porque suele cambiarse de mano en ciertos momentos complicados de la carrera.

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El problema es el siguiente. El fuete es un instrumento de mando, de estímulo y hasta de control. Al perderse se pierde velocidad, se pierde el paso y, casi siempre, se pierde la carrera. Perder el fuete en la política es muy grave para los candidatos porque llegan en segundo lugar. Es muy grave para los gobernantes porque los rebasan los demás. El segundo consejo decía que, en ocasiones, también se vale perder los estribos. Esto ya no es tan inocuo como lo anterior. No llega a ser una deshonra pero sí es un desdoro. Salvo por la ruptura de un arción, la soltura de una cincha o un “extraño” del caballo, quedar con los pies al aire es un ridículo. Al perder los estribos lo primero que pierde el jinete es la comodidad. Expliquémonos. El hombre de a caballo va sentado en un tubo durísimo que es la columna vertebral del equino. Pero, además, es un tubo que se flexiona y estira a una velocidad de vértigo. El caballo corriendo hace lo mismo que el humano cuando hace abdominales. Junta y separa las extremidades alternativamente. Ello produce un golpeteo que el jinete amaina un poco con la silla acojinada pero, sobre todo, con sus piernas que son, para él, lo que el muelle y el amortiguador para el automóvil. Además de la comodidad, al perder los estribos se puede perder el equilibrio. Esto ya es más peligroso. Pero, lo más grave es que, sin lugar a dudas, se perderá la carrera. Al soltar el fuete tan solo se pierde velocidad pero al zafar los estribos es obligado frenar al caballo lo más pronto posible. Con ello no se llega detrás sino que ni siquiera se completa la carrera. 458

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XX. EPÍLOGO SOBRE LO QUE NOS HEMOS ENCONTRADO

Esto, en política, es fatal. Significa la cancelación del proyecto y no tan solo la eventualidad de sus resultas. El gobernante que se queda sin estribo aborta sus planes, anula sus esperanzas y revoca sus promesas. Al perder la comodidad puede quedar golpeado. Al perder el equilibrio puede desplomarse. Al frenar puede fracasar sin remedio. Pero, con todo lo grave de ello, se vale perder el fuete o perder el estribo. Lo que no se vale perder es la rienda. Esta pérdida es el evento más vergonzoso del hipismo. Pero, además de ello, es el más peligroso. Al perder la rienda se pierde el control, el mando, la dirección, el rumbo, el destino, la seguridad, la carrera y, quizá, hasta la vida. El jinete sin rienda es un pasajero al garete. Si la brida queda atrás de la cabeza el caballo se desbocará. Pero si cuelga por delante el animal puede maniatarse con ella misma. Así, en la política, en el amor, en la profesión, en la amistad y en todo momento, el hombre debe conservar la rienda. A su vez, el caballo tiene instinto y, en ocasiones, hace movimientos para arrancársela a su jinete. En esos momentos, este tiene que responder con energía severa. La rienda termina en un instrumento de castigo que se llama freno. Un tirón es suficiente. La mano termina en otro instrumento de castigo que se llama fuete. Freno y fuete bastan para volver al orden y para que se sepa quién manda y quien obedece. La hípica tiene muchos instrumentos que son útiles, metafóricamente, también para la política. El sillín, el arción, el cincho, la careta, el tapaojos, la brida, el freno, el amarralenguas, el fuete, la cuarta, la espuela, el acicate, el bozal o la falsa rienda, por mencionar algunos cuantos. El 459

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jinete y el gobernante deben utilizarlos con destreza y sin improvisación. Pero el cuerpo también es instrumento. Para el jinete, las piernas firmes son imprescindibles. Las manos fuertes son insustituibles. La complexión adecuada es inevitable. Para el político no hay sustituto de la inteligencia fina, del temperamento firme y de la imagen fuerte. He dejado para el final lo que es la pérdida más fatal, tanto en lo hípico como en lo político: perder la silla. Salir arrojado o caer a plomo es el fracaso supremo. El rey sólo debe caer cuando cae el trono, el político sólo debe caer cuando cae el régimen y el jinete sólo debe caer cuando cae su caballo.

Nos despedimos de los presidentes En estas notas pretendí que estableciéramos un breve diálogo con los presidentes, en sus muy diversas manifestaciones y posibilidades. Con el gobernante. Con el político. Con el estadista. Con el líder. Con el hombre. Junto con el ritual del recuento, se cumplen los tiempos y resulta el beneficio de la oportunidad y de la puntualidad. El tiempo nunca se detiene, ni se retrasa, ni se anticipa. Funciona a plenitud y con absoluta autonomía. No requiere de nuestro concurso, ni precisa de mantenimiento, ni exige combustible. No se descompone, ni se desgasta, ni perece. Es infalible y es eterno. El tiempo es, por excelencia, el sistema perfecto. Pero, además, el tiempo nunca es neutral. Siempre corre a favor o en contra. Y, por esencia, es integrador a plenitud. 460

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XX. EPÍLOGO SOBRE LO QUE NOS HEMOS ENCONTRADO

Todo lo que sucede se da dentro de él. Todos vivimos en el tiempo. Todo nos acontece dentro del tiempo. Solamente los muertos no viven en el tiempo. Ellos viven en el recuerdo. En aquel lugar que está fuera del tiempo y más allá de él. El recuerdo es aquella dimensión que, en muchas ocasiones, los humanos confundimos con el pasado. Así como, también y con la misma frecuencia, confundimos la imaginación con el futuro. Esto es riesgoso y peligroso. El recuerdo no es el pasado así como la imaginación no es el futuro. Pasado y futuro son espacios temporales. Recuerdo e imaginación son ejercicios dimensionales. Pero el estar referidos a distintos vectores no los hace repelentes sino, curiosamente, los vuelve compatibles. Por eso, puede mezclarse la imaginación con el pasado y así suponer como sucedió el pretérito. Eso lo llamamos deducción y lo recibimos como regalo de la lógica. Pero, también por eso, podemos combinar el recuerdo con el futuro y así adivinar como sucederá el porvenir. Eso se llama previsión y lo recibimos como obsequio de la experiencia. En ello puede residir y encontrarse el verdadero significado de nuestro encuentro. No hemos venido a conversar sobre el pasado, ejercicio de la historia muy valioso, pero muy ajeno a nosotros en estas páginas. Hemos venido a conversar sobre el recuerdo que, una vez destemporizado, nos habrá de servir para el presente y para el porvenir. No hemos venido a pensar sobre lo que hicieron los presidentes. Hemos venido a pensar sobre lo que haremos nosotros. La vida y la obra de ellos la tomaremos, aunque sea 461

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unos cuantos minutos, para lo que podamos decidir y resolver sobre nuestra obra y nuestra vida. Cuando, al terminar nuestro breve encuentro con ellos, a la salida cruzaremos la puerta del palacio presidencial y confío en que nos llevaremos algo de lo que siempre nos llevamos cuando visitamos a los que hicieron algo. Consejo, claridad, serenidad, confianza, inspiración, certeza y esperanza. Que este encuentro siga siendo para nuestra ventura. Ciudad de México y Cuernavaca, invierno del 2015

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XXI. Índice onomástico Abascal, Carlos Achenson, Dean Adams, John Adenauer, Konrad Aguilar y Maya, José Aguilar, Cándido Aguilera Gómez, Manuel Aguirre Berlanga, Manuel Aguirre Velázquez, Ramón Aguirre, Manuel Bernardo Alegría, Rosa Luz Alejo Francisco Javier

402 40 40 30, 173 86, 162, 176, 243 127 371 127 326, 343 306 327, 333, 433 306 24, 26, 32, 33, 53, 74, 76, 87, 99, 105, 110, 111, 115, 116, 117, 152, 166, 172, 173, 174, 175, 177, 179, 180, 181, 182, 183, 184, 185, 186, 187, 188, 189, 190, 191, 192, 193, 194, 195, 197, 198, 200, 206, 207, 208, 210, 211, 212, 214, 223, 236, 257, 270, 272, 273, 296, 329, 354, 414, 425, 443

Alemán Valdés, Miguel

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Alemán Velasco, Beatriz Alemán Velasco, Jorge Alemán Velasco, Miguel Alemán, Beatriz Velasco de Alemán, Chris ane Alessio Robles, Miguel Almazán, Juan Andrew Altamirano, Manlio Fabio Álvarez del Cas llo, Enrique Álvarez Machain, Humberto Alza , Fausto Amar, Leonora Amara, Giuseppe Amaro, Joaquín Amilpa, Fernando Arévalo Gardoqui, Juan Arriaga Rivera, Agus n Arroyo, Romérico Aspe Armella, Pedro Austria, Juan de Ávila Camacho, Manuel Ávila Camacho, Maximino Ávila Camacho, Soledad Orozco de Azcárraga Milmo, Emilio Baker, James Barba, Silvano Baremboim, Daniel Barra García, Félix

25 25 25, 133 208 25 136 162 180 350, 370, 371 365 384 206, 207 74 142, 153, 162 164 219 48 384 106, 336, 357, 370 41 32, 105, 110, 115, 117, 166, 171, 172, 173, 174, 175, 176, 177, 210, 334, 402, 419, 425 181 176 325 40, 368 173 49 306

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Barragán Camacho, Salvador Barrio, Francisco Barros Sierra, Javier Bartle , Josiah Bartle , Manuel Bassols, Narciso Bá z, Enrique Beecham, Thomas Beltrán del Río, Pascal Beltrones, Manlio Fabio Benítez Treviño, Humberto Bernstein, Leonard Beteta, Ignacio M. Beteta, Mario Ramón Blake, Francisco Blanco, Herminio Bojórquez, Juan de Dios Bolaños, Sergio Bonfiglio, Josefina Bonillas, Ignacio Buonaro , Miguel Angel Bracamontes, Luis Enrique Brady, Nicholas Bravo Ahuja, Víctor Bruni, Carla Buchannan, Walter C. Buenrostro, Efraín Bullock, Sandra Bush, George Bush, George (hijo)

348 394, 403 48, 426 428, 430 52, 343, 345, 370 162, 167, 173 48, 49 49 22, 428 358 371 49 173 184, 207, 306, 330, 331, 340 76, 417, 414 384 173 348 153 126 25 306, 343 40 302, 306 433 48, 243, 262 173 46 40, 349, 368, 428 394 465

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Cabeza de Vaca, Daniel Cabrera, Luis Calderón Hinojosa, Felipe Calderón, Margarita Zavala de Calles López Negrete, Mario Calles, Leonor Llorente de Calles, Natalia Chacón de

Calles, Plutarco Elías

Calles, Rodolfo Elías Camacho Solís, Manuel Camarena Salazar, Enrique Campillo Sáinz, José Cámpora, Héctor Canales, Fernando Cándano, José Carabias Lillo, Julia Carbajal, Ángel Cárdenas, Alberto Cárdenas, Amelia Solórzano de Cárdenas, Cuauhtémoc

Cárdenas, Lázaro

403 127 13, 33, 34, 55, 70, 76, 98, 99, 100, 109, 402, 405, 406, 407, 408, 413, 414, 415, 416, 417, 425, 445 25, 99, 406, 414, 417 326 153 153 32, 50, 52, 98, 99, 102, 105, 114, 117, 126, 127, 128, 129, 130, 131, 133, 134, 135, 136, 138, 139, 140, 141, 145, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 156, 157, 158, 159, 162, 164, 166, 167, 168, 169, 171, 172, 173, 174, 191, 273, 443 167, 173 107, 355, 360, 364, 371, 373 341, 364 306 434 402 225 384 222, 231, 243, 234 402, 417 174 25, 342, 386, 423 23, 32, 53, 86, 102, 105, 110, 114, 117, 128, 151, 162, 163, 164, 165, 166, 167, 168, 169, 170, 171, 172, 173, 174, 210, 214, 272, 296, 323, 351, 425, 443

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Carlos V Caro Quintero, Rafael Carpizo McGregor, Jorge Carranza, Ernes na Hernández de Carranza, Venus ano Carranza, Virginia Salas de Carrasco, Diódoro Carrillo Flores, Antonio Carrillo Olea, Jorge Cartens, Agus n Carter, James Carbajal Moreno, Gustavo Carvajal Contreras, Máximo Casas Alemán, Fernando Caso Lombardo, Andrés Caso, Alfonso Castañeda, Jesús Castañeda, Jorge Cas llejos Escobar, Marcos Castro Ruz, Fidel Cedillo, Saturnino Ceniceros, José Ángel Cerisola, Pedro Cervantes Aguirre, Enrique Cervantes del Río, Hugo Cesi, Federico Chamberlain, Neville Chávez, Arturo

435 341, 365 361, 370, 426 127 13, 24, 102, 109, 119, 120, 121, 124, 125, 126, 127, 130, 137, 138 127 384 213, 243, 252, 267, 291, 222, 234, 290 302, 303, 304, 306 417 318 327 300, 302, 303, 304, 306, 327 207, 224 370 207, 426 305, 306 326, 402 359 29, 172 173 243 402 384 106, 306, 343 383 68 417 467

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Chertorivski, Isaac Chertorivski, Salomón Chirinos Calero, Patricio Chou en Lai Chris e, Agatha Chuayffet, Emilio Churchill, Winston Cinta, Francisco Cisneros, Joaquín Clinton, William J. Coldwell, Pero Joaquín Colosio, Luis Donaldo Connally, John Coquet, Benito Cordero, Ernesto Córdoba Montoya, José Corona del Rosal, Alfonso Cravioto, Alfonso Creel Miranda, San ago Creel, Catalina Darwin, Carlos De Castro, Josué De Gaulle, Charles De la Cruz, Sor Juana Inés De la Fuente, Ramón De la Huerta, Adolfo De la Huerta, Clara Oriol de

112 417 370 30, 40, 139 134 47, 384 30, 50, 68 206 282 93, 94, 374, 381 371 76, 106, 107, 136, 357, 358, 359, 364, 370, 373, 374, 379, 414, 444 40 48, 217, 218, 229, 231, 233, 222, 230, 232 417 355, 360, 364, 371 48, 105, 282 127 402 429 383 436 30, 40, 50, 61, 257, 258 186 384, 426 32, 117, 126, 127, 128, 136 128

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

De la Madrid, Miguel

De la Madrid, Paloma Cordero de De la Selva, Rogerio De la Vega, Jorge De León Toral, José De Maeztú, Ramiro De Oteyza, José Andrés Del Mazo González, Alfredo Del Mazo Vélez, Alfredo Del Toro, Mariana Derbez, Luis Ernesto Díaz Ordaz, Guadalupe Borja de

Díaz Ordaz, Gustavo

Díaz Serrano, Jorge Díaz, Porfirio Dillon, Douglas Dulles, John Foster Durazo Moreno, Arturo

Echeverría Álvarez, Luis

24, 28, 33, 34, 38, 78, 79, 86, 106, 112, 115, 117, 306, 317, 326, 330, 331, 332, 333, 334, 335, 336, 337, 338, 339, 340, 341, 342, 344, 345, 346, 349, 350, 425, 443, 444, 445 346 199 326,, 334, 345, 371 130, 135, 138 398 106, 326, 334 336, 340, 343, 344 48, 269 186 402 291 28, 33, 34, 48, 73, 85, 86, 104, 105, 110, 111, 115, 116, 117, 163, 252, 259, 262, 264, 265, 266, 271, 272, 275, 276, 282, 283, 284, 285, 288, 289, 290, 291, 292, 295, 306, 317, 323, 329, 444 306, 326, 339, 349 114, 119, 120, 122 40 40 306, 339, 349 24, 28, 29, 33, 34, 86, 99, 100, 105, 110, 112, 115, 116, 117, 220, 282, 284, 285, 288, 293, 294, 295, 296, 297, 298, 299, 300, 302, 303, 304, 306, 307, 314, 317, 329, 331, 344, 351, 402, 427, 443, 444 469

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Echeverría Zuno, Álvaro Echeverría, María Esther Zuno de Echeverría, Rodolfo Eisenhower, Dwight D. Elizondo, Fernando Elizondo, Rodolfo Enrique VIII Escobar, Abelardo Escobedo, Mariano Espinosa Villarreal, Óscar Espinosa, Patricia Estrada, Genaro Estrada, Roque Fabela, Isidro Faisal Farell Cubillas, Arsenio Felipe II Félix, María Fernández de Cevallos, Diego Fernández Hurtado, Ernesto Figueroa Figueroa, Rubén Flores de la Peña, Horacio Flores Muñoz, Gilberto Flores Sánchez, Óscar Fonseca Carrillo, Ernesto

Fox Quesada, Vicente

25 300, 307 25 29, 40, 72, 213 402 403, 417 435 403, 417 41 384 417 153, 162 127 127, 269 40 334, 370, 384 41, 435 207 375, 423 313, 330 305, 343 306 216, 222, 223, 226, 231, 234, 243 86, 327 341 12, 28, 33, 34, 36, 47, 60, 70, 76, 100, 109, 117, 247, 248, 347, 385, 386, 387, 388, 389, 390, 392, 393, 394, 398, 399, 400, 401, 402, 403, 408, 413, 414, 425, 433, 434, 435, 445

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Fox, Lilian de la Concha de Fox, Marta Sahagún de Franco Guzmán, Ricardo Franco López, Manuel Franco Sodi, Carlos Frenk Mora, Julio Funtanet Mange, Pablo Galilei, Galileo Galindo Ochoa, Francisco Gálvan López, Félix Galván, Guillermo Gálvez Betancourt, Carlos Gamboa Patrón, Emilio Gandhi, Mohandas “Mahatma” García Barragán, Marcelino García López, Agus n García Luna, Genaro Garcia Paniagua, Javier García Ramírez, Sergio García Robles, Alfonso García Sáinz, Ricardo García Téllez, Ignacio Gardel, Carlos Garrido Canabal, Tomás Gasca Neri, Rogelio Gaxiola, Radamés Gil Días, Francisco Gil Preciado, Juan

403 60, 390, 399, 400, 401, 403, 434, 435 359 291 243 403 112 383 29, 218, 222, 282, 326, 327 326 417 306, 343 77, 78, 79, 342, 345, 357, 370 40, 90, 91 28, 282, 284, 288 207 417 327, 334 27, 86, 307, 319, 327, 343, 344, 345, 358 255, 306 326 173 109 173 370 219, 242 402 282, 287 471

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EL JEFE DE LA BANDA

Giménez Cacho, Daniel Giscard D’Estaing, Valery Gómez Mont, Fernando Gómez Morin, Manuel Gómez Villanueva, Augusto Gómez, Rodrigo Gómez, Rosario González Avelar, Miguel González Blanco, Patrocinio González Blanco, Salomón González de la Vega, Francisco González Fernández, José Antonio González Gallo, Jesús González Garza, Roque González, Manuel González, Pablo Gordillo Morales, Elba Esther Gray, Dorian Green, Rosario Gual Vidal, Manuel Guevara, Ernesto “Che” Gurría, José Ángel Gu érrez Barrios, Fernando Guzmán, Mar n Luis Hai nk, Bernard Hamilton, Alexander Hank González, Carlos Hay, Eduardo

433 40 359, 375, 417 168, 250 106, 343, 443 189 153 343 370 48, 218, 219, 227, 239, 243, 262, 277, 278, 279, 280, 281 207 47, 380, 384 105, 176 272 114 121 339, 348 397 384 207 29, 284 107, 380, 384 350, 358, 370 132, 251 49 19, 40 29, 106, 269, 282, 324, 326, 327, 334, 350, 371 127

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Hernández Galicia, Joaquín Hernández Ochoa, Rafael Hernández, Silvia Herrera y Brushetas, Enrique Herrera, María Teresa Hill, Benjamín Hinojosa, Cosme Hiriart, Fernando Hitler, Adolfo Houdini, Harry Huerta, Ramón Mar n Huerta, Victoriano Hull, Cordell Ibarra Muñoz, David Iglesias, José María Isabel I Isabel La Católica Jaramillo, Rubén Jefferson, Thomas Jiménez Cantú, Jorge Jiménez Morales, Guillermo Johnson, Lyndon B. Juana La Loca Juárez, Benito Juárez, Margarita Maza de Julio César Kant, Emmanuel Karajan, Herbert von Keeller, Chris ne Kennedy, Jacqueline

339, 347 306 384 295, 296 403 136 210 370 68 65, 66, 69 76, 398, 414 122, 124, 130, 146 40 326, 332, 333 41 435 435 79 40 306 371 256, 257, 261 435 41, 113, 223, 238, 247 186 62 33 49 82 261, 433 473

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EL JEFE DE LA BANDA

Kennedy, John Kennedy, Robert Kessel, Georgina Kissinger, Henry Kruschev, Nikita Kumate, Jesús Labas da Ochoa, Francisco Lafragua, José María Lara Domínguez, Juan Lara, Agus n Lazo, Carlos Leal Duk, Luisa María Lerdo de Tejada, Sebas án Lewinsky, Monica Lich nger, Víctor Limón Rojas, Miguel Limón, Gilberto R. Lincoln, Abraham Lipset, Seymour Lombardo Toledano, Vicente López Arias, Fernando López Lira, José

29, 30, 40, 72, 78, 90, 91, 97, 98, 133, 136, 253, 261, 433, 428 40 417 40 30 370 27, 47, 54, 107, 117, 197, 220, 332, 333, 336, 378, 380, 381, 384, 386, 387, 389, 390, 391, 394, 406, 423, 41, 383 112, 219 207 243 341 41 92, 93 402 384 207 72, 133, 136, 383 347 164 48, 86, 252, 264 222, 223, 243

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

López Mateos, Adolfo

López Mateos, Angelina Gu érrez de López Mateos, Ave López Mateos, Eva Sámano de López Por llo, Alexandra Acimovich de López Por llo, Carmen Beatriz López Por llo, Carmen Romano de

López Por llo, José

López Por llo, José Ramón Loyo, Gilberto Lozano Gracia, Antonio

14, 24, 30, 33, 34, 41, 47, 55, 73, 75, 77, 78, 79, 80, 85, 87, 104, 110, 111, 116, 117, 218, 219, 152, 213, 217, 221, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 234, 235, 236, 238, 239, 240, 241, 242, 243, 245, 246, 247, 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 256, 257, 258, 259, 260, 261, 262, 263, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, 271, 272, 273, 283, 290, 323, 329, 339, 334, 351, 355, 425, 443, 444 273 25, 111 251, 272 327 25, 323, 325, 326, 327 24, 28, 32, 33, 34, 70, 86, 105, 106, 112, 115, 116, 117, 152, 220, 291, 306, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 316, 317, 318, 322, 323, 324, 325, 326, 327, 329, 331, 332, 333, 334, 335, 336, 344, 349, 402, 425, 433, 443, 444 325, 333 243 376, 384

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EL JEFE DE LA BANDA

Lozano, Javier Lozoya Thallman, Emilio Luege, José Luis Macedo de la Concha, Rafael Macías, José Na vidad MacMillan, Harold Madero, Francisco I. Madison, James Madrazo Cuéllar, Jorge Madrazo, Carlos Alberto Malraux, André Mancera Aguayo, Miguel Mao Tse Tung Margain, Hugo B. Marshall, George C. Marshall, John Martens, Ernesto Mar n Huerta, Ramón Mar n Moreno, Francisco Mar nez Báez, Antonio Mar nez Cáceres, Germán Mar nez Domínguez, Alfonso Mar nez Manautou, Emilio McArthur, Douglas Meade, José Antonio Medina Mora, Eduardo Medina, Hilario Méndez Docurro, Eugenio Miranda Fonseca, Donato Moctezuma, Esteban

417 370 402 403 127 29 119, 120, 130, 137, 146 19, 40 384 48, 282 40 336 30, 40, 50, 139 306, 311 40 40 402 76 135 207 417 29, 48, 282, 283, 306 105, 282, 287, 326 96 417 417 127 306 48, 227 47, 374, 384

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Moctezuma, Julio Rodolfo Molinar Horcasitas, Juan Francisco Montesori, María Elena Morales Lechuga, Ignacio Morales, Marisela Moreno Sánchez, Manuel Moreno Torres, Manuel Moreno Valle, Rafael Moreno, María de los Ángeles Morones Prieto, Ignacio Morones, Luis N. Mouriño, Juan Camilo Moya Palencia, Mario Mújica Montoya, Emilio Mújica, Francisco J. Muñoz Cota, José Muñoz Ledo, Porfirio Muñoz Leos, Raúl Murat, José Napoleón Nasser, Gamel Abdel Nava, Antonia Negrete, Jorge Negroponte, John Dimitri Nehru, Jawarhalal Nelson, Horacio Nixon, Richard

106, 312, 326, 332, 333 417 34 370, 371 417 48 190 282 371 222, 225, 231, 234, 243, 282 105, 134, 148, 153, 164 76, 411, 412, 413, 414, 415, 416, 417 27, 106, 291, 296, 304, 305, 306, 316, 344 326 105, 168, 173 113 11, 106, 296, 326, 342, 344, 443 394 300, 302, 303, 306 41, 62 30, 40, 50 186 207 366, 368 30, 40 41 29, 30, 40, 50, 62, 68, 72, 73, 86, 92, 94, 97, 98, 213, 428, 447, 448

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EL JEFE DE LA BANDA

Nuño, Jorge Obregón, Álvaro Obregón, Claudia Tapia de Obregón, Refugio Urrea de Ocampo, Melchor Ojeda Paullada, Pedro Olachea Avilés, Agus n Olivares Santana, Enrique Oñate, San ago Orive Alba, Adolfo Orozco, Pascual Ortega y Gasset, José Ortega, Gregorio Ortega, Romeo Or z Arana, Fernando Or z de Domínguez, Josefa Or z Garza, Nazario Or z Mar nez, Guillermo Or z Mena, Antonio Or z Rubio, Francisca Aceves de Or z Rubio, Josefina Or z de Or z Rubio, Pascual Osawa, Seiji Ovalle Fernández, Ignacio Padilla Nervo, Luis Padilla Segura, José Antonio

112 102, 110, 114, 117, 121, 126, 127, 128, 129, 130, 131, 133, 134, 135, 136, 138, 147, 149, 150, 155 136 136 41 307, 326, 334 222, 230, 231, 233 52, 326, 334 384 207 120 22, 62, 81, 87, 348 222 136 358 186 207 107, 375, 380, 384 48, 262, 267, 268, 279, 280, 281, 287, 291, 311, 356 162 162 105, 117, 157, 158, 160, 161, 162, 272, 443 49 306 243, 266 291

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Padilla, Ezequiel Palacios Alcocer, Mariano Palavicini, Félix Pani, Alberto J. Pankowsky, Raquel Paredes Rangel, Beatriz Pascasio Gamboa, Rafael Paz, Octavio Peña Nieto, Enrique Pérez Jácome, Dionisio Pérez Mar nez, Héctor Pérez Treviño, Manuel Perón, Eva Duarte de Perón, Isabel Mar nez de Perón, Juan Domingo Pescador, José Ángel Petricioli Iturbide, Gustavo Pichardo Pagaza, Ignacio Pi , William Planiol, Marcel Poire Romero, Alejandro Pompidou, George Portes Gil, Carmen García de Portes Gil, Emilio Prieto, Guillermo Profumo, John Quintana Roo, Andrés Rabasa, Emilio

134, 153, 176 380, 384 127 127, 136, 153, 162 434 405 207 65 25, 29, 34, 36, 109, 355, 413 417 76, 191, 192, 207, 212, 270, 414 136, 162 399, 400, 401, 402, 434 434 399, 400, 401, 402, 434 370 336, 368 384 41 131 417 40 157 34, 86, 105, 110, 117, 134, 142, 152, 155, 156, 157, 162, 173, 272, 443 41, 383 82 383 306 479

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EL JEFE DE LA BANDA

Ramírez Acuña, Francisco Ramírez Vázquez, Manuel Ramírez Vázquez, Pedro Ramírez, Ignacio Ramos Millán, Gabriel Reagan, Ronald Renquist, William Reyes Heroles G.G., Jesús Reyes Heroles, Jesús Reyes, Alfonso Richelieu Cardenal Ríos Zertuche, Antonio Riva Palacio, Carlos Rivera Carrera, Norberto Riviello Bazán, Antonio Rocha Cordero, Antonio Rodríguez Adame, Julián Rodríguez Cano, Enrique Rodríguez Clavería, Francisco Rodríguez, Abelardo L. Rodríguez, Aída Sullivan de Roel, San ago Rojas Gu érrez, Carlos Rojas Gu érrez, Francisco Rojo Gómez, Javier Rojo Lugo, Jorge Romero Apis, Cecilia Romero Apis, Elías

417 207 326 41, 383 76, 105, 192, 193, 194, 208, 212, 270, 414 338 369 384 11, 106, 215, 290, 296, 309, 310, 326, 309, 334, 339 384 383 134 162 411, 412, 414 370 291 48 76, 215, 216, 217, 270, 414 210 105, 162, 163, 172, 272, 443 162 326, 334 371, 384 358, 364, 371 105, 176 326 20 111

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Romero Apis, Martha Romero Castañeda, David Romero Deschamps, Carlos Romero Pérez, Humberto Romero, Ma as Roosevelt, Franklin Roosevelt, Theodore Rossell de la Lama, Guillermo Rouaix, Pastor

Ruiz Cor nes, Adolfo

Ruiz Cor nes, Flor Ruiz Cor nes, Lucía Carrillo de Ruiz Cor nes, María Izaguirre de Ruiz Esparza, Gerardo Ruiz Galindo, Antonio Ruiz Massieu, José Francisco Ruiz Sacristán, Carlos Ruiz, Amanda Ruiz, Tomás Rusk, Dean

432 48, 174, 175, 183, 184, 186, 187, 188, 193, 194, 198, 208, 218, 227, 234, 250, 251, 267, 268, 275, 457 394 29, 48, 77, 79, 218, 219, 222, 232, 233, 234, 239, 271 41 16, 40, 50, 72, 90, 91, 96, 97, 98, 428 72 327, 333 127 14, 24, 27, 33, 34, 60, 61, 76, 87, 99, 104, 105, 115, 117, 180, 192, 193, 206, 207, 209, 210, 211, 212, 213, 214, 215, 217, 218, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 235, 236, 239, 240, 241, 242, 243, 258, 267, 270, 272, 275, 329, 334, 414, 425 25 243 243 340 207 358, 359, 369, 373, 374, 375, 444 384 153 334 40 481

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EL JEFE DE LA BANDA

Sadat, Anuar El Sáenz Or z, Liébano Sáenz, Aarón Salinas de Gortari, Ana Paula Gerard de

Salinas de Gortari, Carlos

Salinas de Gortari, Cecilia Occelli de Salinas de Gortari, Raúl Salinas Lozano, Raúl Salvat, Agus n Samaniego, Norma Sánchez Celis, Leopoldo Sánchez Mireles, Rómulo Sánchez Vargas, Julio Sánchez, Gavito, Vicente Sansores, Carlos Santa Anna, Ignacio L. Santos Coy, Julio Santos, Gonzalo No. Sarkozy, Nicolás Sarmiento Chavero, Gabriel Sáynez, Mariano Sen es Gómez, Octavio Sepúlveda Amor, Bernardo

40 47, 77, 78, 79, 220, 375, 384 105, 134, 136, 153, 162, 173 371 23, 24, 28, 33, 34, 38, 76, 85, 86, 100, 104, 106, 112, 115, 116, 117, 152, 180, 324, 330, 333, 336, 339, 342, 343, 344, 345, 346, 347, 348, 349, 350, 351, 354, 355, 356, 357, 358, 359, 360, 361, 364, 365, 368, 369, 371, 376, 389, 402, 414, 425, 433, 439, 444, 445 371 25, 376, 423 48 282 384 48 48 291, 306 254, 267 443 122 227 105, 134 433 20 417 307 338

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Serdán, Carmen Serra Puche, Jaime Serra Rojas, Andrés Serrano, Francisco Sierra Casasús, Justo Silva Herzog, Jesús Soberón Acevedo, Guillermo Sojo, Eduardo Solana Morales, Fernando Sosa, José Spengler, Oswald Spota, Luis Stalin, Josef Stevenson, Adlai Suárez, Eduardo Tamez Guerra, Reyes Talleyrand Téllez Kuenzler, Luis Tello Macías, Carlos Tello Macías, Manuel Thornburgh, Richard L. Torres Bodet, Jaime Torres Landa, Juan José Torres Manzo, Carlos Treviño, Jacinto B. Truman, Harry S. Tudor, María Ubico, Jorge Underwood, Francis

186 370, 373, 384 207 102, 130, 131, 132, 136, 138 48, 79, 80, 253, 256, 257, 266, 267 320, 326, 332, 333, 336, 339, 371 301, 302, 426 417 326, 368, 370 348 42 108, 117, 220, 446 96 40 173, 176 403 41 377, 378, 384, 417 106, 326, 333 48, 207, 252, 254, 261, 267, 370 365 48, 176, 207, 213, 242, 243, 257, 259, 267 48 306 127 96, 97, 98, 189 435 250 428, 430 483

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EL JEFE DE LA BANDA

Urquizo, Francisco L. Uruchurtu, Ernesto P., Urueta, Jesús Usabiaga, Javier Valadés, Diego Valdez Abascal, Rubén Valenzuela, Gilberto Vallarta, Ignacio L. Vasconcelos, José Vázquez Mota, Josefina Vázquez Nava, María Elena Vázquez Raña, Olegario Vázquez Vela, Gonzalo Vega, Clemente Velázquez, Fidel Vicario, Leona Villa Michel, Primo Villa, Francisco Wagner, Richard Washington, George Wilde, Oscar Yamani, Ahmed Zake Yáñez, Agus n Zapata, Emiliano Zaragoza, Ignacio Zárate Albarrán, Alfredo Zarco, Francisco Zavala, Beatriz

127 48, 222, 234, 235, 238, 243 127 402 371 360, 371 136, 291 41 136, 160, 161, 162, 426 402, 417 371 408 173 402 164, 277, 278, 279, 280, 281, 282, 186 162 102, 120, 121, 124, 128, 130, 138, 147, 272 101 19, 40, 252, 280 397 40 291 121, 130 41 269 41 417

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XXI. ÍNDICE ONOMÁSTICO

Zedillo Ponce de León, Ernesto

Zedillo, Nilda Patricia Velasco de Zolla López Mateos, Giuliana Zweig, Stefan

28, 33, 34, 38, 46, 47, 55, 78, 79, 86, 100, 107, 111, 115, 116, 117, 220, 247, 248, 329, 330, 358, 359, 370, 373, 374, 375, 376, 377, 378, 379, 380, 381, 382, 383, 384, 387, 389, 425, 439, 444, 445 384 25, 111 138

Notas: 1. La familia Elías Calles está en la “C” por costumbre generalizada aunque su apellido paterno era “Elías”. 2. Pedro Joaquín Coldwell está en la “C” por costumbre generalizada aunque su apellido paterno es “Joaquín”.

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El Jefe de la Banda se terminó de imprimir en octubre de 2015 el tiraje consta de 1 000 ejemplares

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