Hombres violentos : un estudio antropológico de la violencia masculina
 9789707221208, 9707221208

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HOMBRES VIOLENTOS Un estudio antropológico de la violencia masculina Martha Alida Ramírez Solórzano

Portada: Rosa Cuevas Muñoz © Martha Al ida Ramírez Solórzano ©•Instituto Jalisciense de las Mujeres © Plaza y Valdés, S.A. de CV. Impreso en coedición entre el Instituto Jalisciense de las Mujeres, Miguel Blanco 883, Colonia Centro, Guadalajara, Jal. 44100, y Plaza y Valdés, S.A. de C.V. Manuel María Contreras 73, Colonia San Rafael, México, D.E 06470. Teléfono: 5097 20 70 [email protected]

ISBN: 970-722-120-8 Imprtso en México / Printed in México

Por el derecho de las niñas y los niños a una vida libre de violencia.

ÍNDICE

Pró lo go

11

In t r o d u c c ió n

17

C

a p ít u l o i

G

é n e r o y m a s c u l i n i d a d : h a c i a u n a in t e r p r e t a c i ó n

DE LA VIOLENCIA MASCULINA

V iolencia estructural y violencia dom éstica La violencia m asculina en el ám bito dom éstico El género com o una construcción sociocultural El poder y el padecer m asculino La m asculinidad y sus prácticas predom inantes C

23

23 26 28 31 38

a p ít u l o ii

L a FAMILIA DE ORICEN Y EL ENTORNO SOCIAL

Situ ació n so cioecon óm ica durante la niñez La pobreza com o violen cia econ óm ica Las prácticas dom ésticas y extradom ésticas de los padres y las m adres Las relaciones en la fam ilia de origen Las form as de la violen cia dom éstica La violencia en el entorno social

53 53 56 66 72 85 109

C

a p í t u l o iii

La

C

RELACIÓN DE NOVIAZGO

12 1

La La El La

121

situación de los hom bres cuando conocieron a su pareja elección de la pareja control sexual femenino: la virginidad y los celos unión de la pareja

133

146 156

a p í t u l o iv

La r e í a c i ó n c o n y u c a l Vivir en pareja: el inicio de la violencia “ Ser hom bre esposo” y “ser m ujer esposa” El alcohol: perm isivo para la afectividad y la violencia L a perm isividad social de la violencia m asculina La ruptura conyugal

163 163 173 222 231 236

R e fle x ió n f in a l

245

B ib lio g r a fía

251

A

259

p é n d ic e m e t o d o l ó g i c o

Pr ó l o g o

P

rácticam ente no hay día donde no se encuentre en íos medios de co­ m unicación alguna noticia sobre la violencia conyugal. U n a conducta que durante m ucho tiem po se pensó com o perten eciente al ám bito privado de las personas — para ven taja de íos varones, por cierto— , se ha convertido en un problem a público al que los gobiernos y la sociedad des­ tinan cada vez más atención. Este libro ofrece una investigación de campo, rigurosa, minuciosa, cuida­ da, para encontrar algunas respuestas a esa práctica que socava el tejido social. Busca desvelar las conexiones entre una conducta individual y las prácticas sociales a través de la utilización de la categoría de género, intenta señalar las relaciones de poder que están en el núcleo de la dom inación m asculina y enfoca la violen cia com o un problem a que afecta las relaciones inter e intragenéricas. A ntropólogos, sociólogos y otros científicos sociales coinciden en señalar en la mayoría, si no en todas, de las sociedades conocidas, la existen cia de la dom inación m asculina, una de cuyas características es presentarse (y en ­ tenderse) com o “natural” , inmutable, justificable por sí misma. Los estudios de las fem inistas y otros científicos sociales dem ostraron que, sin embargo, son estructuras h istóricas que por diversos m ecanism os de poder han sido eternizadas; la responsabilidad de esa deshistorización corresponde, por su­ puesto, a los hombres y mujeres que crearon a lo largo del tiempo las insti­ tuciones pero fundam entalm ente al poder de conform ación del im aginario social y de la vida cotidiana que tienen estructuras estructurantes com o la fam ilia, la iglesia, el estado, la escuela. Este dom inio de los varones se sostiene tanto en la violencia sim bólica com o, en los casos lím ite, la física. La prim era — aquella, según Bourdieu, que se ejerce sobre un agente social con la anuencia de éste— está estructu-

raím ente presente en todos y cada uno de los actos de relación de los hom ­ bres con las mujeres (y con otros hom bres). La segunda es la base de muchas de las activid ades m asculinas, com o los deportes de alto riesgo, la guerra, etcétera. La corrección m asculina está plasmada, por ejem plo, en las disposiciones dictadas en el año 529 de nuestra era por el em perador rom ano Justin ian o 1, quien perm itía al marido castigar con un látigo o un bastón a la esposa si ésta com etía alguna de las conductas por las cuales el cónyuge m asculino podía pedir el divorcio; una disposición sim ilar aparece en la Common Law británica, con el cuidado de que el b astón no debía ser m ás grueso que el dedo pulgar del e sp o so .1 En otras palabras, tanto el derecho romano com o el consuetudinario — es decir, las dos grandes vertientes del derecho y la legislación en el mundo occidental— reconocían al marido la facultad de punir físicam ente a la es­ posa. A unque en el siglo xvu C arlos II de G ran Bretaña prohibió ese castigo,2 los códigos penales de ascendencia napoleónica — como lo son los latinoam e­ ricanos— permitieron al marido dar muerte a la mujer si la encontraba con otro hom bre (pero la disposición no era recíproca). D ich o asesinato — que no era otra cosa— estaba protegido por circunstancias atenuantes porque, se sostenía, la conducta de la esposa afectaba el honor del esposo. A l permitir lo más, im plícitam ente la legislación estaba tolerando lo menos, y los golpes y agresiones de los maridos contra sus mujeres no eran castigados o lo eran con lenidad increíble. A h o ra se ha establecido una legislación internacional — cuyo indicador más importante es la C onvención de Belem do Para— , se ha instituido desde 1981 el D ía Internacional contra la V iolencia h acia la M ujer y en muchos países se han promulgado leyes contra la violencia m asculina al tiem po que se ponen en práctica políticas públicas destinadas a proteger a las mujeres y, a veces, a dar atención profesional a los hombres. A lgo h a cam biado. C om o dije, el problem a social de la mujer castigada ha aflorado y ahora es tema que preocupa a la academ ia y a ios gobiernos, a los m edios de com unicación, en otras palabras, a la sociedad.

1 Stra to n , jac k . “R ule o f thum b versus rule o f law”, en M en and masculinities, ju lio de 2002. 2 Idem.

Esta preocupación no es un rayo en el cielo sereno; está sólidam ente anclada en la lucha por la equidad en la que se han com prometido muchas mujeres y algunos hombres. La séptim a década del siglo pasado vio el (re)nacim iento del m ovim iento fem inista y acogió los planteos de género com o una de las estructuras de diferenciación social en el mundo contem poráneo. La discu­ sión de la situación de las mujeres comenzó a preocupar a muchos hombres, que a su vez se dedicaron a estudiar al varón como tal. Surgieron en el ámbito académ ico anglófono los merís studies y los estudios de masculinidad a la vez que en el plano societal surgen grupos de reflexión m asculinos que analizan el problem a de la violencia de los varones, se crean organizaciones generalmente pertenecientes a la sociedad civil y a veces tam bién gubernamentales que dan atención a los hombres violentos que acuden por su albedrío o son rem itidos a ellas por los aparatos de ju sticia e incluso en algunos países se organizan cam pañas n acionales contra este tipo de violen cia (por ejem plo, la cam paña del lazo blanco, en C an adá). Pero aunque la víctim a es casi siempre una m ujer cercana al sujeto go l­ peador o asesino, el imaginario social imputa la responsabilidad de los golpes o de la m uerte a la propia víctim a. U n estudio realizado recientem ente en la U n ión Europea indica que 46% de los ciudadanos de esos 15 países toda­ vía piensa que la violencia se debe a la actitud provocativa de la mujer.3 La mayor parte de los trabajos — como establece la autora de este libro— “se han focalizado en identificar hechos o situaciones violentas vividas por las mujeres en determ inados periodos de su vida [...] en tem as relacionados con la procuración de justicia [...] y en las repercusiones que tiene la violen­ cia en la salud de las m ujeres” . C on tinuar con el estudio de esta violencia enfocando hacia las mujeres únicamente permitirá una visión asistencial del problema. A unque legítima, esta posición adolece de un inconveniente funda­ m ental: deja fuera, oculta a los hombres y el m odelo de masculinidad — que es el que provoca la violencia. En cam b io, ad o p tar una v isió n de la m ascu lin idad d en tro del género perm itirá: estudiar y com prender el problem a tan to en el ám bito personal com o en el de las estructuras sociales — fundam ental pero no exclusivam en­ te en la fam ilia y la escuela— puesto que individuo y sociedad, com o bien 3 Eí País, ed ició n de M adrid, 25 de septiem bre de 2002.

lo ha dicho N orbert E lias; no son dos objetos de existen cia separada sino procesos distintos pero inseparables de los mismos seres hum anos; desde el género podremos ver con mayor precisión que la violencia no puede ser en­ ten d ida sólo com o un episodio personal, pues aunque las em ocion es, las conductas serán individuales, irrepetibles, los hom bres y las m ujeres están insertos en estructuras simbólicas, sociales, económ icas que señalan las pau­ tas generales de los cam inos a recorrer; puesto que el género es una de las estructuras de diferenciación social, su uso nos exigirá tam bién tener en cuenta a la clase/estrato social, etnia/raza, la etapa del ciclo de vida, etc., todo lo cual evitará reducir el fenómeno a un grupo social determinado; en términos políticos, al pensar en género tam bién reflexionarem os sobre la posibilidad de crear una sociedad con equidad. Por último, una visión de m asculinidad y género permitirá profundizar en el estudio de la construcción social del “ser varón” y de las estructuras socia­ les (las ya señaladas del estado, la iglesia, la escuela, los medios de com uni­ cación y otras relacionadas) que podrá llevar a políticas, prácticas y conductas so ciales e individuales que “ sin duda a largo plazo y am parán dose en las contradicciones inherentes a los diferentes m ecanism os o instituciones impli­ cados, contribuyan] a la extinción progresiva de la dom inación m asculina”4 y con ella la violencia contra las mujeres. M arth a A lid a aborda el problem a de la v io le n c ia conyugal desde dos puntos de vista que me parece necesario destacar: por un lado, una m irada an tro pológica a los varones; por otro, la in troducción de la categoría del padecer com o eje ordenador. El uso del concepto permite unir la dim ensión tem poral del proceso de con stru cción del su je to com o a la d o m in ació n m asculina. Sus preguntas apuntan certeramente a la problem ática: ¿cómo se constru­ yen socialm ente los hombres violentos? ¿Por qué, si la violencia tiene raíces estructurales socioculturales, no todos los hom bres golpean? ¿Por qué hay hom bres que habiendo padecido la violencia de niños no la ejercen en la vida adulta y otros que no fueron agredidos en la infancia son violentos con la pareja?

4 Bourdieu, Pierre. L a dominación masculina, A nagram a, Barcelona, 2 000, p. 141 -

Para con testarlas, en trevista a cinco varones de entre 36 y 50 años de edad, con distintas historias ocupacionales (pintor automotriz, abogado, co­ m erciante, con tador pú blico), edu cacion ales (que van desde prim aria in ­ com pleta h asta licen ciatu ra), m arital (entre diez y 24 de casados/unidos), pluralidad de situaciones que perm ite un panoram a am plio de la violencia conyugal. La única constante-restricción está dada por el hecho de que todos los en trev istad o s son asidu os p artic ip an te s a las sesio n es de N eu ró tic o s A nónim os: com o bien dice la autora esta circunstancia tiene la desventaja de que la narrativa podría estar atravesada por la experiencia de la terapia. Esta selección, sesgada de alguna manera pero que no invalida el estudio, fue la respuesta encontrada ante la dificultad, conocida por quienes trabajam os en m asculinidad, para entrevistar varones que hablen de sus propias vidas. Asim ism o, M artha A lida extiende el estudio de la violencia no sólo a los episodios conyugales sino tam bién en la fam ilia de origen, el entorno de la vida adolescente y com o adultos jóvenes en el noviazgo. Exponer la trayec­ toria de vida de los sujetos entrevistados enriquece la com prensión del fenó­ m eno de la violencia. En suma, estam os en presencia de un libro actual, com bativo y polémico, que in vita a lectores y lectoras a con ocer m ás a fondo el problem a de la dom inación m asculina y su etapa lím ite de la violencia física.

Neíson M inello Martini O ctu b re de 2002

In t r o d u c c ió n

E

ste libro tiene com o propósito presentar la trayectoria so cial de la violencia padecida y ejercida de hombres que agredieron a la mujer durante la relación conyugal. Escrito bajo la mirada antropológica, se busca desarticular la visión, a veces inevitable, que se crea alrededor de la mujer que padece violencia com o la víctim a y del hom bre agresor como el v ictim ario .1 Es un esfuerzo que pretende dar una perspectiva relacional en tres sentidos: el establecim iento de posibles conexiones entre una socializa­ ción pautada por las desigualdades de género y sus repercusiones en la vida adulta; el género com o un eje articulador del aspecto económ ico y el con ­ sum o de alco h o l y, la v io le n c ia com o un asu n to de poder que pau ta las relaciones ínter e intragenéricas, que se construyen desde diferentes espacios sociales con significados específicos que inciden en la construcción social de los hom bres violentos. T odo ello con una visión integradora para analizar aspectos que h an sido tratados de manera aislada. La inform ación con que se cuenta acerca de los agresores se h a obtenido sobre todo de los reportes de las m ujeres que denuncian. Según datos del C entro de A tención a la Violencia Intrafamiliar ( c a v í ) en el D istrito Federal,2 1 Los trabajos realizados en los últim os años sobre violen cia dom éstica se h an focalizado en identificar h ech os o situacio nes violen tas vividas por las m ujeres en determ in ados periodos de su vida (Saucedo, 1994; G arcía y De O liveira, 1994; Corsi, 1994; Torres, 2001), en temas relacionados con la procuración de ju sticia (Torres, 1997; Cazoria, s.f.) y las repercusiones que tiene la violen cia en la salud de las m ujeres (Sau ced o, 1995; Ram írez y Patiño, 1997; H íjar-M ed in a, López y Blanco, 1997; D uarte, 1994; Elu, 2000). 2 D esde 1992, este centro cuen ta con un program a de aten ción para hom bres agresores, uno de lo s poco s que e x iste n a n ivel gubernam ental ( c a v í , 1 997). C ab e señ alar que la legislación m exicana n o c on tem p la que quienes com eten violen cia fam iliar sean som etidos necesariam en te a algún tipo de terapia con el ob jeto de parar la violen cia en casa, por lo que acudir a un program a con tra ía v iolen cia, hoy día, es una decisión personal y volun taria.

del total de casos reportados por mujeres, en más de 80% de las denuncias el agresor es el cónyuge, el ex cónyuge o el concubino. En los diferentes tipos de vínculo predom ina el de casado y, en m enor proporción, unión libre y separado. Pero inclusive, otras organizaciones han detectado m altrato durante el noviazgo (Duarte, 1994). Por su parte, la encuesta Violencia intrafamiliar ( j n e g i , 1999) para el área m etropolitana de la ciudad de M éxico, señala que gran parte de los hogares que reportaron violencia tiene jefatura m asculina y se presentan altos grados de violencia em ocional, física y sexual. Las características que presentan los agresores son: tienen entre 21 y 40 años de edad en promedio; la mayoría se dedica a un empleo no profesional; el nivel socioecon óm ico es variado, aunque sobresalen los estratos bajos y medio. Se reporta que más de la mitad de ellos ha ejercido violencia bajo el influjo del alcohol. Tam bién existen evidencias de que los hombres a menu­ do fueron ob jeto de violencia en su niñez. S i bien esto s registros m uestran que los hom bres con m enos recursos económ icos son a los que más se denuncian, esta condición no es determ i­ nante para la presencia de la violencia en el hogar. A lgo similar sucede con la escolaridad y, aunque no se cuenta con cifras al respecto, algunas organi­ zaciones que tienen program as para hom bres violentos, com o el C olectivo por R elaciones Igualitarias, A .C . ( c o r i a c ) , han señalado que a sus grupos acuden hom bres con diferen tes grados de escolaridad, desde prim aria in com pleta hasta nivel universitario. Por lo tanto, el com portam iento masculino violen­ to tam poco depende de la educación escolar, lo que advierte sobre la pro­ fu n d id ad y el arraigo de los co m p o n e n tes c u ltu rales p rese n tes en e sta prob lem ática. La in form ación surgida desde la acció n en fatiza que los hom bres que golpean en casa no se pueden reducir a imágenes de seres con una gran fortaleza física, rudos, hostiles o muchas veces bajo el influjo de alguna droga, ni se trata de los más empobrecidos que carecen de instrucción escolar. El hombre violento puede ser cualquiera, sin importar su posición socioeconóm ica, raza, nivel de estudios o si vive en el medio rural o urbano. La violencia masculina traspasa cualquier condición social, porque es un problem a de desigualdad en el ejercicio del poder entre hombres y mujeres. A l parecer, los hombres han sido socializados en un tipo de masculinidad que da im portancia a los desempeños fuera del hogar, a la com petencia y la

rivalidad, a la búsqueda del riesgo y el uso de la fuerza física como una forma común de imponer la voluntad, y esto es avalado por contextos sociales que toleran y fom entan el com portam iento m asculino violen to.3 A partir de la evidencia de que los hombres son los principales agresores en el hogar, la in vestigación que se presenta en este libro se centró en el análisis de la construcción social de la violencia y los posibles factores que influyen en la socialización temprana, para el posterior ejercicio de la violen ­ cia en la relación de pareja. El estudio se realizó en la ciudad de M éxico de 1999 a 2000, el recurso m etodológico fue la entrevista a profundidad aplicada a cinco hombres que ejercieron violencia física y em ocional en contra de la mujer durante la convivencia conyugal y que, al momento de la inves­ tigación, ya habían detenido sus prácticas violentas y se encontraban en un grupo de au to ay u d a. El tra b a jo de cam p o se realizó co n los grupos de N euróticos A nónim os 24 horas y el Centro Integral de A ten ción a la M u­ jeres ( c i a m ). La propuesta teórica que se presenta en el primer capítulo recupera los principales planteam ientos de la categoría de género, que se revisan a la luz de los estudios de m asculinidad. El poder se plantea como un asunto din á­ mico y problem ático. S e propone el concepto de padecer com o un eje de la relación poder y violen cia, pues perm ite adentrarse en los con flictos y el m alestar de la construcción social de los hombres violentos. E n to rn o a la d iscu sió n de si la v io le n c ia p ad ecid a en la in fan cia es condicionante del ejercicio de la m isma en la edad adulta, aún hay mucho que explorar. C onscientes de que ésta no es una relación directam ente pro­ porcional, ya que hay hombres que la padecieron y no la ejercen en la re­ lación conyugal y otros que sí, es necesario plantear, en cualquiera de estos casos, la construcción del género desde las relaciones primarias y la presencia de la violen cia com o un com ponente del desem peño m asculino.

3 En M éxico, en com paración con las mujeres, los hom bres m ueren más com o resultado de agresiones directas extern as (deliberadas) y no de enferm edades o vejez. Para G arcía (1 9 9 6 ), esto significa que la m odernización no está m atando de ataques al m iocardio sino de violencia. D urante la segunda m itad del siglo xx se registró que más de 80% de las m uertes violen tas corresponde a la pob lación m asculina (hom bres que m atan a otros hom bres) por lo que ellos mueren de m anera más prem atura que las m ujeres por accion es violentas.

En el capítulo 11 se destaca el uso de la fuerza com o recurso para imponer m iedo y ejercer el poder. Se hace un recorrido de las historias de los hombres caracterizada por la presencia de violencia económ ica, física, sexual y emocional que padecieron cuando fueron niños. Este material constituye un aporte etnográfico ante la escasez de datos sobre el padecim iento de la violencia en la niñez, problem ática que es común en la vida de muchos niños y niñas que no tien en la posibilidad de denunciar y viven por años el m altrato de su padre y madre. Tam bién se analizan las relaciones fuera de hogar, como el vecindario, la escuela y la calle, que reforzaron las creencias, valores, cos­ tum bres y estereotipos sobre ser hom bre y ser m ujer construidos desde la fam ilia de origen. E n tretejid o en la in equidad de las relacion es fam iliares, el alcoh ol se visibilizó como un permisivo del afecto y la violencia. El consum o de alcohol estuvo presente durante las diferentes etapas de vida de los hombres, ya fuera com o facilitador para el acercam iento físico y em ocional con los niños para abrazarlos, acariciarlos, jugar y platicar, o bien, para acercarse con la esposa, buscar in tim idad sexu al y decir palab ras cariñ o sas que en sobriedad los hombres no se atrevían a pronunciar. Pero tam bién el alcohol fue un recurso socialm ente aceptado para ejercer y justificar la violencia. Para hombres y mujeres la elección de.la pareja no es un asunto que suce­ de al azar. Las preferencias por el sexo opuesto y la decisión de unirse res­ ponden a una serie de m otivaciones, intereses, ideales y estereotipos que se buscan cumplir con la mujer o el hombre elegido. Las expectativas no siem ­ pre se cumplen, y esto deriva muchas veces en conflicto, malestar y violencia desde el inicio de la relación. Por ello, se dedica el tercer capítulo a la etapa de noviazgo, para profundizar en la elección de la pareja, la forma en que se establece la relación y la experiencia sexual, com o elem entos que permiten describir y analizar las representaciones y prácticas en torno al com porta­ m iento fem enino y m asculino, influenciado por las experiencias previas en las relaciones intergenéricas y por los contenidos de la socialización primaria y secundaria. Asim ism o, se abordan los conflictos y la violencia en esta eta­ pa, el m alestar asociado a los celos y la inseguridad devenida de las acciones fem eninas, en especial en el terreno de la sexualidad. La trayectoria social en la fam ilia de origen y el noviazgo permiten llegar al capítulo IV con un panoram a sobre los factores presentes en la violencia

m asculina. Durante la convivencia conyugal se evidencian las enseñanzas de género que integran las im ágenes de ser hombre y ser mujer; se m uestra la segregación de prácticas dom ésticas y extradom ésticas estructurantes de la relación desigualitaria. S i bien el desem peño com o proveedor económ ico es el eje central en la construcción genérica de ios hombres que les otorga poder, tam bién padecieron el bajo ingreso por su posición en la estructura econ ó­ m ica. En el ejercicio de la violencia, los celos se viven com o el detonante de frecuentes episodios de m altrato y, al mismo tiempo, como un sentim ien­ to que se padece porque en el imaginario o en la realidad se com pite con otro hombre por los afectos y el control de la mujer. La violencia persiste no sólo porque la m ujer la perm ite y oculta sino tam bién porque hay un contexto social que la tolera y no la sanciona, ya que en muchas veces la propia familia m aterna o paterna aprueba el ejercicio de la violencia masculina. L a insubor­ din ación fem enina es el inicio de la ruptura conyugal que se refleja en la pérdida del poder m asculino y el aum ento del padecer. Por último, las reflexiones finales de este libro apuntan hacia algunas vetas de investigación, la necesidad de mayor discusión teórica para el concepto masculinidad bajo resultados de investigación de cam po y la im portancia de colocar la problem ática de la violencia m asculina en la agenda de las polí­ ticas públicas, com o una form a de enfrentar la violencia de género desde la perspectiva relacional e integral. Para quienes estén interesados en la forma en que se llevó a cabo la in­ v estigación , las lim itacio n es en contradas en el cam po para acceder a los in fo rm an te s y la a p lic a c ió n de las e n tre v ista s, se a n e x a un ap é n d ice m etod oló gico . La publicación de esta obra es un esfuerzo colectivo en el que diferentes voces op in aron , discu tieron y en riquecieron lo aquí escrito. Por ello, se agradece a los hombres que dieron su tiempo y com partieron sus experien­ cias; sin su participación no hubiera sido posible concluir este proyecto; sus nombres, por obvias razones, quedan en el anonim ato. Asim ism o, se hace un reconocim iento al C en tro de Investigaciones y Estudios Superiores en A n ­ tropología So cial ( c i e s a s ) D istrito Federal, especialm ente al área de A n tro ­ pología M édica, y al C on sejo N acion al de C ien cia y Tecnología (C onacyt), por el apoyo para la realización de esta investigación, así com o a colegas, am igos y fam ilia que an im aron en todo m om ento la culm in ación de este

trabajo. A M aría Eugenia M ódena, N elso n M inello, V ania S a lles y Elena Castañeda, por sus comentarios y sugerencias, y al Instituto jalisciense de las M ujeres, especialm ente a R ocío G arcía G aytán.

C a p ít u l o i GÉNERO Y‘MASCULINIDAD : HACIA UNA INTERPRETACIÓN DE LA VIOLENCIA MASCULINA

V

io l e n c i a e s t r u c t u r a l y v i o l e n c i a d o m é s t i c a

E

ste trabajo parte de la consideración de que la violencia es una cons­ trucción sociocultural y un asunto relacional que se da entre sujetos.1 El contenido de las relaciones entre ellos varía según el m om ento his­ tórico y conform e con las particularidades de cada cultura. Las formas que tom a la v io len cia son diversas: la estructural, vin cu lad a a la desigualdad económ ica; la político-m ilitar, con los exterm inios por diferencias étn icoreligiosas; la social, caracterizada por los hom icidios, suicidios, violaciones y asaltos, y la familiar, que se da entre los miembros de un h o g a r.2 Si bien han existido desde siempre, lo que es nuevo, como señalan Menéndez y Di Pardo (1998), es que se les reconozca com o tales, y esto genera una mayor sensi­ bilidad ante estos actos y, aunque no necesariam ente asegura que sean erradi­ cadas, al m enos es un primer paso para su atención.

1 En la d eclaración sobre la violen cia de 1986 (G en ovés, 1993), cien tíficos de diversas d isc i­ plin as cu estion aron una serie de hallazgos biológicos que habían sido utilizados para justificar la violen cia y la guerra, So stie n e n que es científicam ente incorrecto afirm ar que cualquier com po r­ tam iento agresivo está program ado de m anera gen ética en el ser hum ano, así com o tam poco existen eviden cias de que los h um anos — y aquí con vien e enfatizar, los h om bres— tienen, por naturaleza, una m ente violen ta sino m ás bien los referentes socioculturales son los que los h an socializado y con d icion ad o a tener com portam ien tos violentos. 2 El término de violencia familiar hace referencia a los vínculos de parentesco o afinidad que se da entre el agresor y el ofendido y abarca diversas modalidades, com o mujeres golpeadas y menores mal­ tratados. Recientemente, el término violencia doméstica ha sido remplazado por el de violencia familiar, debido a que el primero limita las acciones violentas al ám bito dom éstico, pero las agresiones pueden suceder en cualquier lugar, com o la calle, e incluso pueden estar presentes en el noviazgo o el amasiato. Para fines prácticos, en este libro se empleará violencia familiar y dom éstica, de manera indistinta.

C om o advierten estos autores, sin duda el peligro más evidente es que al su m arse un sin ú m ero de v io le n c ia s se pu ed e c~ear un se n tim ie n to de que todo, o casi todo, es violencia. A l respecto, hay que enfatizar que en esta in vestigación se tom aron casos de v io len cia dom éstica, pues los hom bres entrevistados la ejercieron y causaron diversos grados de daño a las mujeres, pero tam bién se detectaron otros tipos de violencia que los varones padecie­ ron durante la niñez. Dos de los procesos, estructurales que influyen en la vida cotidiana de las fam ilias y, en muchos sentidos, pauta las relaciones al interior de éstas, son la pobreza3 y la desigualdad social entre los géneros. La prim era no es una variable im prescindible para que en un hogar se registre violencia, es un factor que aum en ta las posib ilid ades de aparición de con flicto s y agresiones. A l respecto M enéndez y Di Pardo señalan que “ las condiciones m acrosociales de la violencia se expresan necesariam ente a través de grupos y sujetos en re­ lación y las respuestas de los m ism os no son sim ilares, el hech o de que el varón ejerza violencia antifem enina no supone concluir que todos los varo­ nes la ejerzan de la m ism a m anera” (1998: 44). Por su parte, el in crem ento de la desigu aldad so cial entre los ..géneros tam bién origina mayores posibilidades de constituir relaciones violentas. En este proceso, se ha detectado que la violencia en el ám bito dom éstico es una forma de vida de muchas familias, que pone en constante riesgo la integridad de sus miembros y muestra las desigualdades que prevalecen en las relaciones intergenéricas. En la relación hombre/mujer y padre/m adre-hijos se plasm an las consecuencias de una estructura social desigualitaria predom inante en la sociedad. El hombre que golpea a la mujer y ésta, a su vez, a los hijos es una muestra de cóm o pueden estar estructuradas las jerarquías y el poder al in ­ terior de la fam ilia y descubre la m anera en que se d an los procesos de dom inación/subordinación con base en las diferencias por sexo, edad, paren­ tesco y situ ación económ ica.

3 “En algunas regiones del país el gasto diario por persona en alim en tos llega a ser en prom edio hasta de tres pesos; el 80% de los niños m exicanos están n aciendo en el 20% de las fam ilias ubicadas en el rango de pobreza absoluta. U n a de cada tres fam ilias gasta m enos de vein te pesos sem anales en alim entos por m iem bro; tres de cuatro, m enos de cu aren ta” (E n cu esta del In stitu to N acio n al de N u trició n , c itad a en Rosem berg, 1999: 4).

C o m o parte fu n dam en tal del ejercicio de la v io len cia, tam bién se ha encontrado que existe un sistem a cultural norm ativo perm eado de valores y creencias que promueve y tolera este com portam iento y está enraizado en el ám bito familiar, pues hay varones que ejercen violencia y mujeres que la toleran, y éstos a su vez la ejercen en contra de los niños y las niñas. La relación de dom inación/subordinación (por lo general ejercida por el varón adu lto en con tra de la m ujer) está inm ersa en una cultura que es producto de un proceso de hegem onización al que se entiende, retom ando el planteam iento gram sciano, com o todo un sistem a de valores, actitudes y creen cias que con tribuyen a sostener el orden estab lecid o y ios intereses económ icos, políticos y sociales de las clases dom inantes (léase sexo dom i­ n ante). Es un principio organizador o una visión del m undo que se difunde m ediante la socialización en diferentes esferas de la vida cotidiana y que, en los casos que aquí se analizan, pauta lo que la sociedad ha de entender por ser mujer y ser hombre. Para que los valores y creencias puedan circular y formen parte del im a­ ginario c o lectiv o es n ecesario el con sen so que se sostiene a través de los procesos transaccionales (M ódena, 1990). Éstos, a su vez, se han conformado históricam ente y han construido sentidos y significados que los sectores sub­ alternos ejercen com o si fueran propios. A sí, en las relaciones asim étricas intergenéricas existen transacciones y pactos sobre algunas prácticas fem e­ ninas y m asculinas. Por ejem plo, de m anera con scien te o inconsciente, es com ún encontrar la creencia de que el hom bre y la m ujer deben casarse, tener hijos y realizar tareas específicas. Según las pautas predom inantes en la cultura, la mujer es la encargada de las labores dom ésticas y de la crianza de los hijos y el varón sale a trabajar fuera del hogar. En am plios sectores se sigue con sideran do que el m atrim on io es para toda la vida, a pesar de que los cónyuges tengan desacuerdos, conflictos y, en casos extremos, situaciones de violencia. La aceptación , muchas veces incuestionable, de ciertas prescrip­ ciones culturales predom inantes son el inicio de relaciones desiguales entre los sexos. Los contenidos culturales en una sociedad están presentes en instancias com o la fam ilia, la escuela, el vecindario, los grupos de amigos y en los centros de trabajo y tienen influencia en la socialización de los sujetos. En este sen­ tido, el proceso de hegem onización cultural se sirve de ellas para sustentarse

y reproducirse. De aquí lá im portancia de considerar la violencia com o un proceso que puede ser vinculado a la com plejidad de las diferentes esferas de la vida social. La

v i o l e n c i a m a s c u l i n a e n el á m b i t o d o m é s t i c o

La violen cia conyugal, que se incluye en la llam ada de género, es una de las form as de la v io len cia d o m éstica, donde el hom bre ejerce agresiones físicas y verbales en contra de la mujer, quien puede estar casada o unida pero, en cualquier caso, convive como pareja del varón.4 La relación intergenéríca violenta es una expresión de cómo se han entendido y practicado las in teracciones entre hom bres y mujeres, y las con diciones econ óm icas, so ­ ciales y culturales influyen de manera significativa. En este tipo de relación persiste un m arcado interés por la búsqueda del poder y el dom inio m ascu­ lino que m uchas veces encuentra oposiciones para su realización. A n te esto, la fuerza física es el recurso más inm ediato. En los casos que se presentan en este libro, los varones señalaron haber ejercido violencia física en contra de la mujer durante varios años de la unión conyugal y aun antes de la misma. Las acciones violentas no sólo se lim itaron a las lesiones físicas sino tam ­ bién se extendieron a las de tipo sexual, psicológico, econ óm ico y so cial,5

4 Los diferentes tipos de violen cia que se definen en este trabajo tienen un interés m etodológico en cam in ado a analizar las form as que se reconocen y que se presentaron en las diferen tes etapas de vida de los sujetos. Las agresiones físicas por lo general tienen com pon en tes de violen cia sexual y psicológica; esta u ltim ase caracteriza por desvalorizar, intim idar o am enazar e incluye acciones que no se dicen verbalm ente pero se expresan m ediante el lenguaje corporal o a través de ch an tajes, silencios u om isiones. La violencia psicológica puede tener un conten ido económ ico o de aislam ien­ to social. C ab e aclarar que casi siem pre la violen cia física con lleva form as de violen cia psicológica. 5 Las violen cias ejercidas se pueden caracterizar com o sigue: la v iolen cia física se refiere a los golpes y lesiones que provocan diferentes grados de daño en el cuerpo y pueden poner en peligro la integridad física; la psicológica está ligada a la verbal y a otras form as sim bólicas que tienen por ob jeto agredir em ocionalm ente a través de críticas constantes, desvalorización, ch an tajes, m anipu­ laciones, am enazas u om isiones, uno de los problem as para reconocerla deriva de la dificultad para registrar y hacer “visible” el daño; la económ ica se refiere al m anejo de recursos que pueden redundar en accion es que im pidan el acceso a bienes o servicios y pon gan en riesgo la supervivencia o el bienestar de alguno de los m iem bros del hogar, tam bién incluye el h ech o de que los niños tengan

que se presentaron de form'a articulada en el ejercicio de la violencia conyuga l.6 Para dar cuenta, aunque de manera aproxim ada, de la com plejidad de la v io len cia m ascu lin a, hay que abordar algunos asp ecto s so cio cu ltu rales y económ icos en el transcurso de la vida de los sujetos. Para ello, el estudio debe incluir etapas anteriores a la vida conyugal: la pertenencia a la familia de origen, en donde los varones padecieron la violencia que ejerció el padre, la madre y otros fam iliares; la experim entada en el ám bito extradom éstico, y la de la etapa de noviazgo. Vista de esta manera, la violencia conyugal es apenas una parte de la problem ática, por lo que el abordaje de diferentes m om entos de la vida de los hombres perm itirá trazar una trayectoria social

que realizar trabajo rem unerado en detrim en to de su bien estar físico, em ocion al y social, pero en el caso de los adultos con tem p la la proh ibición de trabajar y el ab an d on o de las responsabilidades econ óm icas, y la social se refiere a la im posición o proh ibición de establecer o con tin u ar las reíacion es con las diferentes redes sociales, com o las de parentesco, am igos, com padres, vecin os o in stitucion es, y form a parte de la psicológica. 6 L a in vestigación de G u tm an n (2 0 0 0 ) es uno de los pocos estudios sobre violen cia m asculina en el con texto m exican o, basado en trabajo de cam po. S i bien los plan team ien tos del autor pueden ser interesantes, a la luz de un mayor cuestion am ien to surgen diversas in terrogan tes que no encuentran sustento en el material em pírico. En el capítulo “M iedo y odio en la violencia m asculina” llam a la aten ción la afirm ación de que “es necesario rebasar las teorías sobre el abuso del alcoh ol, ios m odelos defectuosos en la crianza de los niños, la urbanización, los n iveles de testosterona en los hom bres y, sobre todo, las brutales costum bres y valores culturales", es decir, el m achism o. En esta crítica, G u tm an n coloca estos aspectos en el mism o nivel, sin discrim inar que: los elem entos que en un cia no están en la m ism a categoría de análisis y, por ende, no pueden ser com parables; aún se carece de suficientes estudios com parativos sobre las form as del ejercicio de la v iolen cia m asculina, tanto en el ám bito rural com o urbano, y, finalm ente, sobre la relación entre alcoh ol y violencia, la crianza com o proceso socializador pautado por con ten idos de género con flictivos y. “ las brutales costu m bres” y valores culturales h an sido escasam ente analizados a la luz de m ateriales em píricos, por lo que en estos cam pos aún queda m ucho por decir y, por tan to, n o pueden ser descartados a priori cuan do ni siquiera existe con una acum ulación de datos que den m ayores luces sobre los co n ten id o s de género en cada uno de estos aspectos. Por otra parte, a pesar de lo pro* m etedor del título, G u tm an n no desarrolla a detalle esta asociación con flictiv a entre ei m iedo y el o dio que efectivam ente son ejes centrales de la construcción de la violen cia m asculina.

que se gesta desele la más tem prana socialización y que se va construyendo de m anera com pleja, am bivalen te7 y con flictiv a.8 En esta aproxim ación se desarrollan tres aspectos que serán claves en la descripción y an álisis: el género, la situación econ óm ica y el consum o de alcohol. El género es el eje analítico que ha predom inado en los estudios de violencia dom éstica y sobre el que se ha producido mayor literatura, aunque sólo desde la perspectiva de las mujeres, dejando de lado el análisis de los varones. S in em bargo, por su desarrollo teórico, es el que otorga mayores elem entos para articular a los otros dos aspectos. El

g é n e r o c o m o u n a c o n s t r u c c ió n s o c io c u l t u r a l

U n o de los avances m ás significativos dentro del pensam iento fem inista en los estudios sobre la m ujer ha sido la con stitución de la categoría género que tiene com o principal aportación haber establecido las diferencias básicas entre sexo y género.9 La idea central m ediante la cual se distingue sexo de género consiste en que el primero se refiere al hecho biológico de las diferen­ cias anatóm icas y de funcionam iento fisiológico presentes entre hombres y mujeres asociadas a la reproducción humana. El segundo concierne a los sig. nificados que cada cultura atribuye a este hecho. A l respecto de esta dife; ren ciació n , De Barbierí apu n ta que “ los sistem as de gén ero /sexo son los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, norm as y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexu al11 (1992: 3).

7 Este térm ino se em plea para h acer referencia a la presencia de dos o m ás aspectos que se presentan en una misma entidad y por regular son opuestos y crean con flicto en el sujeto. A m enudo está presente com o dos em ociones que co existen en un m ism o sen tim ien to. s El térm ino con flicto rem ite a una con stan te lucha, o p o sición o ch o qu e entre dos entidades opu estas que resultan problem áticas para el sujeto. Por ejem plo, puede h aber choque entre lo que se piensa “debe ser" el com portam ien to fem enino o m asculino y lo que se vive en ia práctica. 9 Robert S to lle r (citad o en Gom áriz, 1992: 8 4 ) diferencia co n ceptu alm en te sexo y género basado en investigacion es sobre n iñ os y n iñ as que, ten iendo problem as an atóm icos, h abían sido educados de acuerdo con un sexo que fisiológicam ente no era el suyo. S e observó que esos niños insistían en m anten er las form as de com portam ien to del sexo en el que h abían sido educados, incluso esta postura persistía después de conocer que sufrían de una m utilación accid en tal o una m alform ación de sus gen itales externos.

El alcance que se desprende entre el aspecto biológico de las caracterís­ ticas de cada sexo y el género com o una construcción sociocultural es que las diferencias entre hombres y mujeres ya no estarían basadas únicam ente en los atributos dados por la naturaleza sino que se empieza a otorgar un papel relevante a la vida social en la adquisición del género. Así, la identi­ ficación de lo fem enino y lo masculino estará pautado por lo que cada cul­ tura h a con struido en torno a ello. De aquí que am bos géneros sean una construcción social y no natural. Esto rem ite a explorar lo m asculino y lo fem enino dentro de un conjunto de símbolos, valores, creencias y significa­ dos presentes en la vida social. Inicialm ente, el uso de la categoría género estuvo vinculada a los estudios de la mujer, pero su uso rechaza la idea de los m undos separados hom bre/ mujer, ya que la experiencia de un género tiene que ver forzosamente con el otro, visto com o una serie de relaciones sociales a través de las cuales los sujetos se construyen e identifican como hombres o como mujeres. La cons­ trucción social de am bos sujetos, com o señala S c o tt (1990), es sim ultánea, generada y expresada en las interacciones sociales, por lo que el mundo fe‘m enino tiene implicaciones para el masculino y a la inversa. De manera que el estudio de uno de ellos necesariamente remite a información sobre el otro. Los ordenam ientos sociales atribuibles a cada género, com o afirm a esta autora, están vigentes en los conceptos norm ativos que tiene cada sociedad para representar a los géneros, cóm o se enuncian éstos y cóm o permean las relaciones sociales. Hay que destacar esta idea debido a que la norma social que establece cada sociedad para definir lo que es ser hom bre y ser mujer tiene un im pacto en la conform ación de las representaciones10 de género así com o en las p r á c tic a s11 que cada uno realiza. Pero entre la p rescripción

10 Por representaciones se entiende el conjunto de creencias, normas, valores, símbolos y opiniones que perm iten al sujeto dar un sentido a su com portam ien to y com prender la realidad social e individual a través de su sistem a de referencias propio que le perm iten vivir en el m undo y definirse un lugar en los diferentes espacios de la vida social. Es una forma de con ocim ien to elaborado y com partido socialm en te con una organización sign ifican te en la que está presente el con texto socioecon óm ico, el lugar que ocupa el sujeto en la organización social y su historia personal (A bric, 1999). n El térm ino prácticas se refiere a las accion es o com portam ien tos que realizan tos sujetos, ya sea de m anera organizada o no, in ten cion al o circunstan cial, c o n el fin de satisfacer dem andas

norm ativa que cada sociedad ha pautado y la práctica de ios sujetos puede haber un largo cam ino de tensiones y am bivalencias que constriñen a ambos géneros en torno a cómo ha de entenderse y vivirse el ser hombre y ser mujer. Esto encuentra una estrecha vinculación con las condiciones económ icas en que se relacion an los géneros y los arreglos que realizan para enfrentar su situación m aterial y trasciende en la dinám ica de las relaciones intergenéricas. La forma en que una sociedad señala cuáles deben ser los com portam ien­ tos predom inantes para hombres y mujeres es prexistente a los sujetos, aun­ que no inm utable, y se basa en una com pleja gam a de posiciones genéricas que en ocasiones aparecen com o opuestas pero tienen un tratam iento cu l­ tural de com plem entarias, y no, por ello, sin conflicto. Las posiciones gené­ ricas establecen un sistem a específico de símbolos y significados que marcan determ in adas norm as sociales, con ciertos valores y lugares dentro de las jerarquías sociales. Los significados genéricos y el lugar que cada uno ocupe en la sociedad varían en cada cultura y siempre están en relación con factores políticos y econ óm icos.12 El sistem a de norm as y valores que prevalece en cada cultura, vinculado a factores sociopolíticos e históricos, condiciona la posición que m ujeres y hom bres tendrán en la escala social. En este sentido, el género está asociado a un sistema jerarquizado de estatus o de prestigio social que resulta significativo para m ujeres y hom bres y se plasm a en relaciones asimétricas traducidas en un desigual ejercicio del p o­ der. A sí, para los sujetos el proceso social en la construcción del género re­ presenta una socialización que rige formas de pensam iento (representaciones) y com portam iento (prácticas), dentro de las norm as establecidas por la so ­ ciedad que, históricam ente, se h a caracterizado por presentar a los sexos como entidades opuestas y asignar una mayor posición social a lo m asculino.

económ icas y sociales. E stán con ectadas con las representaciones, ya que en ellas subyacen creen ­ cias, valores y norm as acerca de ios desem peños que hom bres y m ujeres deben realizar en los diferentes ám bitos de la vida social, aunque no por ello d ejan de existir ten sion es y con flictos entre las representaciones y las prácticas. 12 L as diferencias culturales rem iten a las m aneras en que los seres h um an os se vin culan con el en torn o natural y social m ediante la creación de con ven cio n es com partidas por los diferentes con ju n tos de una socied ad determ inada.

Esta diferenciación ha estado determ inada, en gran medida, por la divi­ sión del trabajo. Conform e a la norma social y al desarrollo histórico de los desempeños m asculinos y femeninos, las mujeres, en sociedades como la m e­ xicana, han estado circunscritas a las tareas dom ésticas, aunque al mismo tiem po han tenido un im portante desem peño en el trabajo remunerado extradom éstico. C on frecuencia se les ha asociado con su capacidad biológica reproductora de la prole y las hace responsables de la crianza de los hijos y de prestar servicios para los demás. Por su parte, el desem peño m asculino se ha caracterizado por la realización de trabajo rem unerado fuera del ám bito d o m éstico y lo coloca, den tro de la tradición so cial, com o el proveedor material, com o el “jefe” de familia. En sus manos ha quedado el ejercicio del poder y la tom a de decisiones en el hogar. Sin embargo, tam bién su desem ­ peño puede ser precario, dada su inserción en la estructura económ ica, o, bien, porque parte del ingreso lo destina al consum o de alcohol o a la m a­ nutención de una segunda familia. A pesar de ello, en estas situaciones llama la aten ción que se m antenga en una jerarquía superior — aun por parte de la mujer— , incluso cuando carezca de una autoridad moral sólida frente a los hijos, y realice prácticas de alcoholización, tenga relaciones extram aritales e im ponga el poder, muchas veces a través del ejercicio de la violencia. A d e­ más, tam bién existen valores y creencias que alejan al hombre de su respon­ sabilidad en la crianza de los h ijos, en térm inos afectivos y educativos, y dejan en m anos de la m ujer estas prácticas. El

po d er y el pa d ec er m a sc u l in o

U n asp ecto c rític o en la con stru cción so cial de los su jeto s fem en in os y masculinos que predomina en la conceptual ización del género es la cuestión del poder.13 A partir de éste se ha buscado integrar el con flicto com o una 15 En este caso, se retom a la d efin ición de poder que da Fou cault en El sujeto y el poder, que perm ite en tenderlo b ajo una óp tica relacional, esto es, com o “un con ju n to de accion es sobre accion es posibles; opera sobre el cam po de posibilidad o se inscribe en el com portam ien to de los sujetos actuantes: in cita, induce, seduce, facilita o dificulta; am plía o lim ita, vuelve m ás o m enos probable; de m anera extrem a, constriñe o probibe de m odo absoluto; con todo, siem pre es una m anera de actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tan to que actúan o son susceptibles de actuar. U n co n ju n to de acciones sobre otras accion es” (1 9 8 8 : 15).

forma de acercam iento a la realidad que reconoce la existencia de intereses y posiciones que anim an la búsqueda del dom inio de un género sobre otro y, com o se señala al inicio del capitulo, no sólo es unidireccional, del hombre hacia la mujer, sino que varía conforme a la posición que ocupe el sujeto en relación con los demás. Frente al varón adulto, la mujer puede aparecer como subordinada, pero frente a los hijos e hijas, ella tam bién tiene la capacidad de ejercer poder sobre ellos. Asim ism o, la lucha por el dom inio está presente entre varones y m ujeres de una m ism a o diferente gen eración y se ejerce desde distintas posiciones dentro de.las relaciones sociales. El poder está en, las relaciones ínter e intragenéricas y generacionales; las posibilidades de ejer­ cerlo está asociado a las diferencias en la posición de la jerarquía social que pueden variar en el tiem po y por las condiciones específicas en que se dan las relaciones. En este sentido, el poder se ejerce desde diversas trincheras y con varios recursos y, com o señ ala Foucault (1988), siem pre b ajo un sistem a de d ife­ renciaciones, ya sea por las posiciones de estatus y privilegios en la sociedad; por razones económ icas, com o la acum ulación de riqueza material; por cues­ tiones culturales o en la destreza y J a com petencia. „Uno de los objetivos del ejercicio del poder es m antener los privilegios, acum ular ganan cias o hacer funcionar la autoridad. La forma más radical es a través de la violencia, de la fuerza física, pero tam bién pueden usarse los efecto s de la palabra, el dom inio económ ico o la lim itación de las libertades, y las formas de institu­ cional ización, que pueden encontrarse en las disposiciones tradicionales, como las estructuras jurídicas y la costum bre, tal com o sucede en las relaciones fam iliares donde las jerarquías — según edad y sexo— están claram ente se­ paradas y m antienen una posición piram idal. Es necesario am pliar la visión que ha prevalecido en algunos estudios sobre violencia conyugal, en los que sólo se toma en cuenta el ejercicio del poder m asculino y la consecuente subordinación fem enina que, en ocasion es, ha derivado en una perspectiva o n tológicam en te “ b u en a” para las m ujeres y “ m ala” por oposición para los hombres, com o sucedió en los m ovim ientos de liberación que generaron una im agen u n ilin eal en el ejerc ic io del poder (Gom áriz, 1992: 101). Ello ha privilegiado una tendencia-en-la que los-hom ­ bres aparecen, en todos los aspectos y en todo el proceso de su construcción social, com o los dom inantes y poderosos, m uchas veces identificado com o

el “ v ictim ario ” , m ien tras que la m ujer se ve com o la figura subordinada, dom inada, la “víctim a”. Sin embargo, hay que considerar que las relaciones de poder, durante la construcción social masculina y femenina, es cam biante, por lo que am bas figuras tienen la posibilidad de ejercerlo y esto variará según la posición que el su jeto ocupe dentro de las jerarquías y por la situación específica que tenga en determ inado m om ento de su vida. S in ánim o de victimizar a los varones, es preciso señalar que las relaciones de género y, por ende, de poder son problem áticas, no sólo para las mujeres sino tam bién para los hom bres. A l respecto de las sujeciones que pueden experim entar éstos en su vida en sociedad, se puede retom ar la idea de las antropólogas Cornw all y Lindisfarne (1994) de que el poder en los hombres no es estático, por lo que no siempre y en toda circunstancia son dominadores, sino puede haber situaciones en que ellos sean los débiles o subordinados. A ntes de ser agresores, los hombres a menudo vivieron relaciones asimétricas y ocuparon posicion es subordinadas en la escala so cial, lo que más tarde formaría parte de sus representaciones del poder basado en las jerarquías. Los hombres, al igual que las mujeres, son producto de un proceso social, y han m antenido posiciones subalternas y padecieron formas de subordinación, en especial en sus relaciones primarias. Desde esta posición, aprendieron a mirar j a registrar en su imaginario que la imposición de criterios, arbitrarios o no, es ejercida por los varones sobre las mujeres y los niños, aun en contra de su voluntad. Y a pesar de que estas imposiciones muchas veces las vivieron con violencia,..existía en el horizonte la promesa de que algún día serían hombres adultos y estaría abierta la posibilidad de ejercer ese poder y violencia. A partir de estas relaciones desigualitarias se fueron conform ando creencias y valores que, durante su historia personal, se reforzaron m ediante instancias sociales que permitieron y toleraron el ejercicio del poder m asculino violen­ to en contra de la m ujer.14 De acuerdo con los datos de esta investigación se encontró que, en efecto, en los inicios de su vida los varones convivieron con hombres y mujeres que

H A ! respecto de la relación entre poder y violencia, com o lo h an h ech o n otar diversos autores (A rendt, 1970; Fou cault, 1998; Piper, 1998), la violen cia es un recurso del poder, el m ás radical, el últim o al que se recurre para m antener la relación de poder/subordinación. La v io le n cia se hace presente cuan do se cuestion a el poder, se ve am enazado o cuan do se está perdiendo.

desplegaron sobre ellos prácticas violentas y existieron diferencias según los recursos de que echaban m ano unos u otras. Los padres agredían por medio de la fuerza física y el abandono material y afectivo; en cambio, las madres, aunque tam bién golpeaban, recurrían m ás a la v io len cia psico ló gica para ejercer dom inio sobre los niños, a través de la indiferencia y la om isión de afectividad, las amenazas y la m anipulación em ocional. Las diferencias en la condición económ ica marcaron un tipo de violencia en la dim ensión estruc­ tural, referido a la pobreza que algunos varones padecieron y pautó su desem ­ peño com o niños que trabajaron a tem prana edad. Bajo estas consideraciones, cabe introducir el concepto de padecer, como una instancia que perm ite tener acceso a la trayectoria social de los hombres desde su proceso de socialización temprano, en el que, por su situación de niños, padecieron form as de abuso de poder. El concepto padecer, dentro de la antropología m édica, se h a referido a la presencia de enfermedad; sin embargo, en este texto tendrá una acepción más am plia, com o un esfuerzo por recuperar el conflicto y los sentim ientos am bivalentes que los sujetos enfrentaron y les generó m alestar en sus relacio­ nes de género durante de su trayectoria social.15 En un primer m om ento, el padecer se remite a la socialización primaria ubicada en la familia de origen y su entorno social más inmediato. Esto permite profundizar en los conteni­ dos de la violen cia que enfrentaron los varones cuando fueron niños y el sentido que le otorgan a la relación paterna y materna, la verticalidad de las posiciones jerárquicas y la im posición de los criterios por m edio del uso de la fuerza. Tam bién permite acceder a los significados de cóm o se iniciaron en el ejercicio de la v io len cia en el ám bito extrad om éstico. Y aunque no lo parezca, en el ejercicio hay padecer, ya que involucra una serie de sentim ien­ tos conflictivos y am bivalentes. 15KleÍnm an (1 9 8 8 ) asocia este térm ino a la experien cia h um an a del sín tom a y el sufrim iento; lo em pleó específicam en te para con ocer cóm o la persona enferm a, los m iem bros de su fam ilia y de su red social viven y responden a los sín tom as y la in capacidad derivada de una enferm edad. U n o de los lím ites de su p lan team ien to es que lo reduce a la presencia de una enferm edad, con lo que el padecer se asocia más a una.experiencia individual que a una dimensión social pautada culturalmente. En este sentido, la crítica de Young (1 9 8 2 ) a este au tor es que excluye en su an álisis las relaciones sociales y, por tanto, invisibiliza la distribución socialm ente diferenciada del padecer en los distintos con ju n to s sociales.

A l m ism o tiem po, adem as del m alestar provocado por la violen cia que ejercían los adultos, ios niños empezaron a ejercer violencia física en contra de sus pares, lo que pudo estar acom pañado de sentim ientos desagradables. El niño que se pelea por primera vez en la calle experim enta miedo, angustia, le sudan las manos, se le acelera el corazón y, al recibir los golpes, siente dolor físico, pero al golpear también concibe una sensación de triunfo, porque sabe que se atrevió a enfrentar a su contrincante pese al m iedo que sentía. Así, el térm ino padecer es una dim ensión que perm ite un acercam ien to a un m osaico de em ociones y sentim ientos com plejos desde el punto de vista del sujeto y desde su situación social particular. En suma, este término permite conocer hasta qué punto en la trayectoria de los sujetos estuvo presente el ejercicio de la violencia dirigida hacia ellos, cuáles fueron sus representaciones al respecto y cóm o influyó en su formación com o hombres que posteriormente ejercerían acciones violentas en con­ tra de su pareja. El segundo uso del término se vincula con la etapa del noviazgo y la vida conyugal, donde los sujetos intentaron encontrar la suprem acía en la rela­ ción con la mujer por medio del poder y la violencia. En esos periodos, sus representaciones construidas en la fam ilia de origen y su entorno social no encontraron reciprocidad con sus expectativas formadas de tiempo atrás y se opusieron a las prácticas de la mujer. Si bien el ejercicio de la violencia puede significar m om entos de gratificación por sentir o creer que se tiene el mando de la relación, los varones tam bién experim entaron malestar. Existen senti­ m ientos relacionados con el miedo al rechazo y abandono femenino, de culpa por el daño causado, arrepentim iento, tristeza y frustración por la im posibi­ lidad de establecer relaciones afectivas. T am bién m anifestaron m alestar y ansiedad por tener que responder a las dem andas sociales, com o la de pro­ veedor econ óm ico que en su im aginario constituye uno de los principales ejes de lo que significa ser hombre esposo. De esta manera, el padecer tam ­ bién está presente en el propio ejercicio de su violencia debido a las em o­ c io n es am bivalentes asociadas a sus representaciones que form an su imagen de m asculinidad, es decir, al mismo tiempo que el padecer permite entrar a una dim ensión tem poral en retrospectiva para conocer si los entrevistados estuvieron inmersos en relaciones violentas, tam bién acerca a la com plejidad

de la form ación m asculina com o un proceso problem ático donde prevalece el conflicto y sentim ientos de malestar. C on vien e.recup erar al m enos dos aspectos que p lan tea M ódena (1999) en la estructuración del padecer. U n o de ellos se refiere a la historia personal del sujeto que incluye su inserción econ óm ica y sociocultural desde donde cobran significado sus vivencias y, por tanto, su padecer. El segundo, la autora lo refiere al “desencadenante m anifiesto del padecim iento” (referido propia­ mente a un evento que desata el padecer, como la muerte de algún ser que­ rido, la estigm atización social o un en carcelam ien to). En la investigación, esta dim ensión del padecer se remite a la presencia de eventos y acciones que los sujetos asocian con un sentim iento de malestar, y com únm ente eran los m otivos deton an tes de la violen cia y los desem peños dem andados so c ia l­ mente. O tro elem ento que se relaciona con este ámbito, se ubica en la etapa más crítica de la vida conyugal donde el ejercicio de la violencia fue recu­ rrente y, con ello, los sentim ientos de culpa, frustración y el aum ento en el consum o de alcohol. El térm ino padecer perm ite unir tanto la dim ensión tem poral del proceso de construcción de los sujetos com o el con flicto que se cierne en la búsqueda de la dom inación m asculin a, punto nodal en la construcción social de estos hom bres. Junto con el padecer y el ejercicio de la violencia se detecta otro aspecto que ha estad o presente: la ingesta de alco h o l.16 A un cuando la violen cia alcoholizada es un hecho común, la literatura muestra que se carecen de evi­ dencias de una relación directa entre el consumo de alcohol y el ejercicio de la violencia (N atera, Ttburcio y Villatoro, 1997: 788), ya que también se dan casos donde la violencia se ejerce sin alcohol y sujetos alcoholizados que no son violentos. En este sentido, la perspectiva de M enéndez y Di Pardo (1998) respecto al alcohol es que es un instrumento pero no el causal de las violen­ cias. Estos autores señ alan que form a parte de la vida cotidian a, de ciclos cerem oniales y, en M éxico, es la droga más consum ida entre los varones.

16 Para M enéndez y D i Pardo (1 9 9 8 ) el con sum o de esta sustan cia está presente en situacion es y relacion es v iolen tas, en especial en las formas de morir y m atar entre hom bres. En M éxico, históricam en te el alcoh ol aparece asociado al hom icidio y a los acciden tes autom ovilísticos que, en la década de los och en ta, se con virtió en una de las prin cipales causas de muerte.

A l respecto del com plejo alco h o l-v io len cia hay estudios que m uestran que los varones, alcoholizados o no, m atan a otros varones, m ientras que a las mujeres las golpean, las violan, pero por lo general no las matan (Menéndez y Di Pardo, 1998: 52). Existen evidencias de la presencia del alcohol en el ejercicio de la violencia masculina, pero aún no queda suficientem ente claro en qué términos se da esta asociación. Aunque en este trabajo no se pretende dar respuesta a esta interrogante, debido a que rebasa las pretensiones del mism o, el consum o de esta droga se integra com o uno de los aspectos que perm ite exponer las prácticas y las representaciones que los sujetos masculinos articulan en torno al alcohol que, ante la evidencia de que son los hombres quienes m ayorm ente la consum en, habría que considerarla com o una cuestión que expresa códigos de género. A lgunos autores señalan que m ediante la ingesta de alcohol los actores suelen m anifestar com portam ientos que van desde una sociabilidad partidpativa hasta expresiones de violencia y agresión (M enéndez y Di Pardo, 1998; Ravelo, 1988; C ortés, 1988). Los sujetos alcoholizados se permiten expresar em ociones y sentim ientos que posiblem ente en sobriedad no lo harían. De tal manera, el consum o de..alcohol se ubica com o un instrumento en el ejercicio de la violencia conyugal y com o un permisividor m ultifuncional de las em ociones m asculinas, las cuales tam bién pueden formar parte del padecer m asculino. U n a de las investigaciones más recientes que abordan la relación entre violencia conyugal y consumo de alcohol es la de N atera et al. (1998). Los resultados del estudio in dican que el consum o ex cesiv o de alcoh ol es un indicador asociado a mayores actos de violencia. Los investigadores afirman que estas ev id en cias son con sisten tes con otros datos, para M éxico , que sugieren que existe una vinculación entre violencia dom éstica y consumo de alcohol, que puede derivar en violencia sexual, lo que se relaciona con em ­ barazos no deseados, violación y enfermedades. Los celos, a su vez, implican un alto riesgo de ejercer violencia física. Se destaca que un aspecto que debe ser analizado con mayor detenim iento es el papel de los celos en la relación consum o de alcohol y violencia, ya que éstos fueron un indicador para los actos violentos y las amenazas.

La

m a s c u l in id a d y s u s p r á c t ic a s p r e d o m in a n t e s

El concepto de masculinidad aún no es un término cabalm ente acuñado pues las diferentes definiciones integran varios niveles de análisis. A sí por ejempío, para C on nell la m asculinidad encierra “procesos y relaciones por medio de los cuales los hombres y las mujeres llevan vidas imbuidas en el género. La m asculinidad es, al mismo tiempo, la posición en la relaciones de géne­ ro, las prácticas por las cuales los hombres y las mujeres se com prom eten con esa posición de género y los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y la cultura” (1997: 35). C om o puede apreciarse en esta conceptualización, en las relaciones de género están referidos procesos, p o­ siciones, prácticas y los efectos de éstas. A unque la defin ición intenta ser integral, queda poco claro qué se entiende por m asculinidad en su sentido más básico. Por su parte, Kim m el la define com o el [...] conjunto de significados siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con nuestro mundo. La virilidad no es estática ni atemporal; es histórica; no es la manifestación de una esencia interior, es construida socialmente; no sube a la conciencia desde nuestros componentes bio­ lógicos, es creada en la cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para diferentes personas (1997). A l parecer, ambas definiciones se com plem entan ya que m ientras Connell enfatiza el sentido relacional de los géneros, en térm ino de procesos y rela­ ciones, las prácticas a las que se com promete cada uno de los géneros y los efectos de éstas (en la dim ensión corporal, de la personalidad y la cultura), Kimmel destacad a variabilidad de los significados que se construyen a partir de las relaciones sociales (consigo mismo y con los otros a quienes se inter­ preta com o otros hombres, además de las mujeres), y pone especial cuidado en señalar que no se trata de la m anifestación de una esencia interior devenida de com ponentes biológicos sino más bien en la construcción social, creada en determ inada cultura con diferenciación espacio-tem poral. A m bos au to ­ res tratan de cubrir dim ensiones tan amplias que resulta com plicado aplicar­ las en un estudio com o éste.

Por ello, se puede retom ar que la m asculinidad, así com o la fem inidad, son con stru ccion es so ciales en donde cada cultura le otorga sign ificado s específicos a cada uno de ellos. Para dar mayor precisión, es preferible partir de una perspectiva emic, es decir, lo que los inform antes asociaron con la imagen de ser hom bre.17 En principio, cabe destacar que de los aspectos que los varones asociaron con lo m asculino estuvieron presentes prácticas, sím ­ bolos, ideas, valores y creencias que se diferencian de lo fem enino o, al menos, de lo que en su representación se asoció con ello. U n segundo aspecto se refirió a ia búsqueda de la suprem acía en las relaciones intergenéricas, en donde existió una mayor valoración de los desem peños y atributos articula­ dos a lo m asculino sobre lo femenino. Los varones con frecuencia le otorga­ ron un mayor valor al trabajo remunerado y a la fortaleza física. Asim ism o, distinguieron prácticas que eran perm itidas para ellos, pero censuradas para ia mujer, com o las relaciones prem aritales, las extram aritales y el consum o de alcohol. U n tercer aspecto se basó en el carácter conflictivo del poder y los intentos del ejercicio de éste. Existe una constante reafirmación frente a sí mismo y los demás de que se es hombre en el marco de lo que predomina en la sociedad y el entorno social al que pertenecen. Por lo regular esta búsqueda de una determ inada imagen de ser hombre, conform ada por su trayectoria social, contiene elem entos asociados a lo que se conoce com o estereotipo, que, como señ ala C latterb au gh retom ando a Basow, se trata de una idea general de lo que la gente considera sobre deter­ minado desempeño de género, pero con frecuencia “son exageraciones de un grano de verd ad” (1990: 3).

í7 A latorre, M in e llo y R ojas (2000) señ alan que ía definición de m asculinidad aún se encuentra en construcción y su valor radica en ía aplicación heurística; en la posibilidad de integrarse al corpus teórico y m etodológico, com o una herram ienta útil que permite acercarse — dicen ellos— , de forma holística, al estudio de los varones. Por el m om ento, basta decir que este térm ino es una prim era entrada para el estudio de las representaciones y prácticas m asculinas. A l h ab lar de m asculinidad hay que plan tear aq u éllo que los varon es estudiados asociaron con la im agen de ser hom bre y ser mujer; es decir, los sím bolos, valores, creencias, ideas y norm as presentes en su narrativa que guiaron — de m anera problem ática o no— sus prácticas. Sería prem aturo h ablar de ía m asculinidad com o una categoría defin itoria de ciertas prácticas y representaciones válidas para am plios grupos de varones, por lo que es preferible en ten derla com o im ágenes sobre la m asculinidad.

A unado a esto, tam bién está presente el ideal de lo que la gente piensa que debe ser un hom bre y una mujer. El ideal de. género es una n oción am pliam ente difundida; por ejem plo, se habla de la edad en que hom bres y mujeres deben casarse o de lo que un hombre y una mujer esperan obtener m ediante el m atrim onio y los hijos. A menudo, los ideales van conform ando las expectativas de ambos géneros, pero éstas pueden ser muy diferentes a la realidad bajo determ inadas circunstancias. De aquí que la posibilidad real de cum plir con estas expectativas o sueños resulta poco viable. Para C latterbaugh, tanto los estereotipos como los ideales están históricam ente situados, reflejan las ideas de grupos dom inantes que pautan lo que los hombres y las m ujeres deben ser y sirven com o guías en el entendim iento del com portam ien to fem en in o y m asculin o, pero con frecu en cia alcanzan una n oción estereotipada sobre el ser hom bre y ser mujer. En las definiciones de varios autores hay que destacar la variabilidad de la m asculinidad, pues coinciden sobre la idea de que la construcción social de los hombres varía históricam ente y de un contexto cultural a otro (C onnell, 1997; Kim mel, 1997; G utm ann, 1996; Lindisfarne, 1994). De tai manera, no se podría h ab lar de una so la form a de ser hom bre v á lid a en un sen tid o generalizante. En contraste, proponen hablar de las m asculinídades, debido a que los registros culturales del género advierten características propias en cada co n texto social. A dem ás de la heterogeneidad de las experiencias m asculinas y de sus v a­ riaciones de una cultura a otra, éstas tam bién cam bian al interior de una sociedad según características de los su jetos, com o la clase, etn ia y edad (Carrigan, C on nell y Lee, 1992). U n a misma masculinidad es cam biante en los diferentes ciclos de vida de un mismo sujeto (niño, adolescente, adulto y an cian o), en los que se construyen relaciones inter e intragenéricas par­ ticulares. A l interior de los contextos socioculturales de una sociedad determinada, en este caso la m exicana, se encuentra que tanto las imágenes de m asculi­ nidad com o de fem inidad están insertas en nociones predom inantes que ha pau tado toda una cultura sobre lo que sig n ifica ser hom bre y ser mujer. G utm ann (2000) propone no reducir la masculinidad m exicana a la noción com ún de m achism o y para ello hace una interesante revisión del vocablo en sus raíces históricas y las discontinuidades con que se le aplica. A lo largo

de su estudio an tropológico reitera la necesidad de rechazar con clusion es engañosas sobre los m achos ubicuos y las m ujeres abnegadas; en su lugar, proponer su stitu ir estos estereotipos con una descripció n y an álisis de la diversidad de las identidades cam biantes de género que ocurren en M éxico a finales del siglo xx.18 Éste y los estudios citados anteriorm ente coinciden en que la forma pre­ dom inante de ser hom bre integra rasgos como: la heterosexualidad; la divi­ sión del trabajo, en particular la realización del trabajo rem unerado en el ám bito público; el alejam iento de la esfera dom éstica y su desem peño como proveedores m ateriales de la fam ilia, y la búsqueda del dom inio m asculino sobre el fem enino. U n punto crucial en la construcción de las imágenes de la m asculinidad predom inante es la form a en que m antienen su dom inio sobre los diferentes conjuntos sociales. A l respecto, conviene ver a la cultura com o un proceso total en donde los valores e intereses de un grupo dom inante se presentan a la sociedad. Para Carrigan, C on n ell y Lee (1992) la intervención de tres instancias es im portante. U n a de ellas su ubica en el terreno de la persuación y la refieren principalm ente a los medios masivos de información, los cuales despliegan im ágenes de m asculinidad que exaltan el sentido de la virilidad y lo asocian con ciertos estereotipos, como la fortaleza, el reto al riesgo y la agresividad. La segunda está asentada en la división del trabajo y la defini­ ción de algunos tipos de trabajo más masculinos que otros y de la im portan­ cia que socialm ente se le otorga al trabajo remunerado. En tercer término, ubican la presencia del estado en donde hay una tendencia evidente a marginar aquellas formas no heterosexuales de ejercer la sexualidad y a continuar con una división del trabajo marcada, lo que da continuidad a las formas en donde prevalecen la desigualdad en las relaciones de género.

18 La apuesta de G u tm an n es provocativa, especialm ente porque se propone desarticular un im aginario colectivo que está presente n o sólo en el discurso social de hom bres y m ujeres sino tam bién en prácticas com plejas, am bivalen tes y con flictivas. S in em bargo, el an álisis de G u tm an n escasam ente muestra esta diversidad de la que habla y mucho m enos expone las narraciones a detalle de los hom bres y m ujeres entrevistadas: sus miedos, conflictos, am bivalen cias, m alestares y aciertos, por lo que la in terpretación que propone aparece más com o un deseo por en con trar señ ales de que las iden tidades y relacion es de género están cam biando m ucho m ás de lo que aparentan.

Para que ios hombres y las mujeres lleguen a com partir formas predom i­ nantes culturales de ser hombre y ser mujer en la sociedad es necesario que los sujetos, a lo largo de su vida, lleven a cabo un proceso de socialización desigualitario, apuntalado por una estructura sociopolítica inequitativa y refor­ zado por las instituciones. En este proceso se encuentra un conjunto de prác­ ticas que tiene por objeto incorporar al sujeto a la vida en sociedad, dotándolo de ciertos principios basados en la norm a social en aras de un desem peño acorde con las expectativas pautadas socialm ente. En palabras de Berger y Luckmann, la socialización se trata de una “ inducción am plia y coherente de un individuo en el m undo objetivo en una sociedad o en un sector de é l” (1979: 166); involucra un proceso de internalización tanto de significados provenientes del aprendizaje puramente cognoscitivo com o de circunstancias de enorm e carga em ocion al.19 A decir de estos autores, el individuo es in­ ducido a participar en la dialéctica de la sociedad, por lo cual es necesario que recorra una secuencia tem poral para llegar a ser un m iem bro de ella. En este recorrido, la internalización atraviesa por lo que ios autores de­ nom inan socialización primaria y secundaria. La primaria está vinculada a la etapa de niñez del sujeto, asociada a la fam ilia de origen nuclear y extensa. Esta primera aparición del sujeto en sociedad.se relaciona con el hecho de que todo individuo nace dentro de una estructura social objetiva en la que encuentra a otros que están encargados de su socialización y le son im pues­ tos. Las definiciones de los otros significantes (padre, madre, hermanos, her­ m anas, abuelos, abuelas) le son presentadas a éste com o realidad objetiva. De esta m anera, el individuo no sólo nace dentro de una estructura social específica sin o tam bién dentro de un mundo social objetivo, donde están presentes las idiosincrasias individuales y la biografía de los que conviven con él. Para ilustrar esto, conviene rescatar el ejem plo que citan los autores y tiene qué ver con las características de los sujetos entrevistados. U n niño de clase baja no sólo absorbe el mundo en una perspectiva de su condición de niño pobre sino que lo absorbe desde la posición de sus padres o de quien se haya encargado de su socialización primaria. La misma perspectiva de clase

'^P ara Berger y L u ckm ann (1 9 7 9 ) la internalización constituye la base, en prim er lugar, para la com prensión de los sem ejan tes y, en segundo térm ino, para la apreh en sión del m undo en cuanto realidad sign ificativa y social.

b a ja puede prod ucir diferen tes estad os de án im o: satisfech o» resign ado, am argam ente resentido o ardientem ente rebelde. Este niño habitará en un m undo diferente al de uno de clase alta, pero tam bién lo hará de m anera distinta, aunque no del todo, a otro niño de la misma condición económica. La socialización secundaria es cualquier proceso posterior que se registre a la socialización primaria e inserta al sujeto a nuevos sectores del mundo real de su sociedad, en este caso se puede remitir a la escuela, el vecindario, los grupos de pares y el mundo laboral, aunque la familia de origen y posteriormente la fam ilia política continúan teniendo injerencia. En ambas socializaciones, lo que los sujetos internalizan como parte de la realidad social atraviesa por una selecta esfera de significados, valores y prácticas de lo que se considera hegemónico; es decir, se transmite de manera selectiva lo que avalan los diferentes sistemas sociales y culturales. Esta selectividad, por ejemplo, queda plasmada en la definición social de cóm o debe com portarse una m ujer o un hombre frente a los demás, cóm o mostrar sus sentim ientos, ejercer su sexualidad o, bien, cuáles son los trabajos que se consideran “ apropiados” para cada uno. Los procesos form ales de la socialización secundaria presuponen siempre la presencia de los contenidos de la socialización primaria, esto es, que están estrecham ente vinculados con las representaciones internalizadas anterior­ mente. Esto presenta un problema, porque la realidad previa tiende a persis­ tir, por lo que pueden aparecer conflictos ante la escasa coherencia entre las internalizaciones originales y las nuevas. Pero tam bién puede suceder que exista una socialización secundaria que refuerce y fom ente ciertos valores, creencias y prácticas — como el ejercicio del autoritarismo y la violencia en la escuela y el barrio— y muchas veces representa una prolongación de lo que se vive en casa y da continuidad a algunos aspectos de la socialización prim aria. En los casos estudiados, los contextos extradom ésticos juegan un papel destacado en la socialización secundaria, debido a. que propiciaron el uso de la fuerza física para la imposición de un criterio, para la búsqueda de una jerarquía superior frente al otro y com o un recurso para resolver un con flicto o agravio. En el proceso de integración, la valoración que tienen ios niños de sí mismos es un elem ento clave en la construcción de su imagen. La forma en que perci­ ben sus condiciones de vida y atributos físicos tiene relevancia en lo que desde la psicología se denom ina autoestim a (Corsi, 1994). Para abrir la dim ensión

social de ésta, en este trabajo se recupera como un elem ento que destaca en la socialización de los varones, en términos de una construcción cultural li­ gada a la condición económ ica y a la raza, en particular al color de la piel. La estim a de la imagen personal en el contexto m exicano adquiere importan­ cia por el prestigio que se da a los estratos económ icam ente privilegiados y a la piel b lan ca o “güera” , lo que contrasta con el m enor valor que puede significar vivir en la pobreza económ ica, ser moreno y creer que se es feo. La socialización primaria y secundaria constituyen un proceso importante en la construcción de los varones, pautada por las condiciones económ icas y socioculturales en donde crecieron, y va definiendo una forma de entender y vivir las relaciones sociales, en especial las intergenéricas. Los procesos de socialización han sido poco explorados en la violencia familiar, por ejemplo, han estado ausentes en varios intentos por explicar las causas de la violencia.20 U n o de ellos es la perspectiva individual, en la que la violencia se analiza com o un evento aislado, desvinculado del contexto social, y busca el origen de la misma en la voluntad de los involucrados o en la in com patibilidad de caracteres. En esta in terpretación se afirm a que el responsable de la violencia es el agresor y que el consum o de alcohol y otras drogas, así com o el desempleo y los problemas familiares, n o hacen sino ejercer mayor presión sobre la conducta masculina* B ajo esta perspectiva se ha lle­ gado afirm ar que las m ujeres perm anecen con la pareja por m asoquism o. En los casos en que se retom an aspectos de la socialización, el análisis se lim ita a las fallas en el funcionam iento familiar; en esta línea, no es suficiente la explicación basada en el aprendizaje de los niños y las niñas en un am bien­ te familiar violento, ya que existen hombres que, aun cuando no vivieron la violencia en la fam ilia de origen, son golpeadores y hay quienes, a pesar de haberla padecido en la niñez, no la ejercen en la vida adulta. La problem ática del ejercicio de la violen cia m asculina es m ucho m ás com p leja que estas conexiones. S i b ien .la fam ilia es una instancia determ inante en la socializa­ ción de los sujetos, es necesario que sea retom ada en los estudios de género com o un espacio que forma parte de la estructura social más am plia en la que se m anifiestan y reproducen las desigualdades sociales.

20 Para una mayor d escripción de véase Torres, 2001.

los m odelos explicativos de las causas de la v iolen cia familiar,

Por otra parte, el planteam iento sociocultural sostiene que la violencia en el hogar surge de la desigualdad de la relación de los involucrados, tiene un origen estructural y reconoce a la fam ilia com o un espacio social donde se p ractican y reproducen norm as, estereo tipos y v alo res que refuerzan las asim etrías del ejercicio del poder. Esta perspectiva, alim entada desde el fe­ minismo, ha sido la más prometedora en el análisis de la violencia familiar; sin em bargo, siguen existien do las interrogantes de por qué unos hombres golpean y otros no y por qué hay m ujeres que logran salir del ciclo de la violencia y otras no, a pesar de los apoyos que reciben. El planteam iento sociocultural, apoyado en gran parte en la categoría de género, enfatiza que las causas de la violencia son estructurales y están an ­ cladas en la desigualdad de género, en las jerarquías sociales y en la dom i­ nación masculina, pero escasam ente se cuenta con m ateriales empíricos sobre mujeres, hom bres, niñas y niños, insertos en la violencia, que describan y analicen con detalle cóm o se viven, socializan y reproducen estas desigual­ dades en los hogares. Por ello, es necesario recuperar la socialización como una experiencia inserta en la estructura social y establecida por las relaciones desiguales de género. C ontinuando con los aspectos predom inantes de la im agen de lo m ascu­ lino, es con ven ien te puntualizar los rasgos que, de m anera directa o indi­ recta, estu vieron presen tes en la con stru cción del gén ero de los su jetos en trevistados.

La heterosexualidad A n tes de señalar la im portancia de la heterosexualidad en la construcción social de los varones, cabe señalar que en la literatura sobre el tem a el tér­ mino ha sido colocado en oposición a la preferencia hom osexual. Sin embar­ go, al tratar este trabajo de las relaciones intergenérícas, el acento está puesto en la búsqueda del dom inio m asculino sobre la mujer y de una práctica sexual que permite confirmar en el imaginario masculino que se es hombre porque se ejerce una preferencia sexual socialm ente norm ada. En térm inos históricos y sociales, la m asculinidad h a estado asentada en aquellos elem entos que contrastan con lo femenino. La masculinidad es algo que se construye por oposición. En la línea freudiana se señala que la tarea

más im portante del n iñ o 'es desarrollar una identidad que ie perm ita asegurarse a sí mismo que es hombre. El niño deberá romper poco a poco con el fuerte vínculo con su madre, establecido desde la gestación en el vientre, y esta ruptura será rem plazada por el padre, com o ob jeto de identificación. Es evidente que para el niño resulta trascendente encontrar una fuente de identificación en sus pares, a partir de los cuales reconocerá atributos que se asocian con el m undo de lo m asculino. Pronto verá que este m undo está relacion ad o con el ejercicio de la autoridad, la fortaleza física y el poder sexual (Kim m el, 1997: 52). Todo esto genera incertidumbre en los hombres, ya que constantem ente se sienten obligados a validar su hombría. Com o señalan Cornw all y Lindisfarne (1994), la identidad m asculina está asentada en atributos que pueden ser adquiridos o perdidos. A u n ad a a esta búsqueda, se encuentra la o rien tación sexual que, en la m asculinidad predom inante, se basa en la relación heterosexual, desde donde se m iran las otras preferencias sexuales y se censuran aquéllas de tipo hom osexual. La hom ofobia se presenta com o una form a de evitar ser co n ­ fundido con un hom osexual que, para muchos hombres, se asocia a compor­ tam ientos pasivos y, por tanto, se considera femenino, lo que deriva en una constante preocupación por probar delante de los hombres y las mujeres su preferencia sexual. Esta preocupación se puede vivir con m iedo y presiona a los varones a llevar a cabo accion es en cam inadas a colocarse com o los dom inantes, agresivos, fuertes (física y em ocion alm en te). Para Seidler (1995), el carácter com pulsivo de la heterosexualtdad es una poderosa institución que norm a la manera en que se entienden las relaciones íntim as y personales y cóm o opera el poder dentro de éstas. A lgunos varones insertos en este tipo de m asculinidad crecen con la idea de una sexualidad en términos de conquista y rendim iento que está en constante vigilancia por los dem ás hom bres. S i se quiere tener una posición dom inante, se evitará realizar expresiones' de afectividad y calidez porque eviden ciarlo puede to­ marse com o señal de debilidad. De aquí que los varones, a menudo, tiendan a separar el sexo de la intim idad y la afectividad. A decir de este autor, esta separación tiene su origen en la forma dom i­ nante que relaciona a la masculinidad con la razón, lo que ha significado que muchos hom bres den por sentado que son racionales, y tam bién tiene que ver con las formas que se les ha enseñado a relacionarse con su propia vida

y sexualidad. Señala que tradicionalm ente ha sido fácil asumir que los pen­ sam ientos están en la mente, la cual es la fuente de la identidad como seres racionales, m ientras que las em ociones y los sentim ientos se localizan en alguna otra parte del cuerpo. La consecuencia es que se pierde la conexión entre los pensam ientos y los sen tim ien tos (Seidler, 1995: 86). A diferen cia de este autor, hay que considerar que más que la ausencia de conexión, lo que existe son tem ores al respecto de am bas esferas que luchan de m anera incesante entre sí, dando origen a sentim ientos y em ociones am bivalentes que pueden generar m alestar y conflictos en la vida de los varones. Difícilm ente podría afirmarse que no muestran sus sentim ientos porque carecen de ellos; en con ­ traste, se puede repensar que la expresión de las em ociones en los hombres, a diferencia de las mujeres, se ha construido bajo formas culturales que están regidas por prejuicios, estereotipos y norm as que lim itan la relación inter e intragenérica. La construcción social de la afectividad m asculina atraviesa por diferentes constreñim ientos sociocukurales que, a menudo, pone cuotas de m alestar y conflicto a su vida em ocional. C ab e señalar que aun cuando los entrevistados señalaron sus dificultades para demostrar el afecto hacia la mujer, en las narraciones mostraron sentim ientos que verbalizaron con em o­ tividad, con frecuencia relacionados con eventos dolorosos y desagradables que les llegó a provocar sensaciones corporales. La lucha entre la esfera racional y la em otiva es una de las mayores ten­ siones en la sexualidad m asculina, por la im posibilidad de desplegar sen ti­ m ientos y em ociones sin sentir amenaza, conflicto o temor. Esta lim itación está presente en aquellas sociedades que atribuyen un v alor sim bólico de actividad y poder a los genitales masculinos y fundan su sistem a cultural en la oposición de dualism os que se superponen (Horowitz y Kaufman, y Lamas, citados en Szasz, 1998b: 146). Este sistema cultural, a su vez, está apuntalado en instituciones, norm as, valores y creencias, es decir, en toda una cultura que “en señ a” a ser hom bre y que com únm ente equivale a ser agresivo, in­ dependiente, am bicioso, indiferente al dolor y las em ociones. Bajo esta óptica, la construcción social de la sexualidad se lim ita a ciertas oposiciones binarias com o pasivo/activo, objeto/sujeto, normal/anormal, potente/im potente, entre otras. Detrás de estas superposiciones se encuentra la cosificación sexual o la reducción de algunas mujeres a objetos de deseo sexual masculino, además

de la reducción de la sexualidad y el cuerpo fem enino a dos posibilidades: com o reproductora de la prole o com o proveedora de placer y erotism o. A sim ism o, el ejercicio de la sexualidad, en cualquiera de sus preferencias (hom o, hetero o b isexu al), tiene un carácter posesivo; hom bres y m ujeres pretenden apropiarse del cuerpo del otro y de su deseo y actividad sexual, es decir, existe una idea de control y vigilancia de la respuesta sexual. Pero en los casos que se analizaron, dentro de las relaciones intergenéricas, en la relación heterosexual esta supervisión puede estar vinculada con el peligro perm anente de devalu ación de la im agen m asculin a que m uchos hombres perciben frente a la tom a de decisiones de la mujer. Esto puede suceder cuando ella arriba a la unión conyugal con experiencia sexual, producto de relacio­ nes prem aritaies, o cuando, más tarde, en el m atrim onio, la m ujer decide tener relaciones extram aritales, y a menudo cuestiona la intención masculina de subordinar a la mujer, lo que se com bina con un m iedo perm anente de pérdida de prestigio frente a los demás. En este control tam bién están inmersas representaciones de que cualquier com portam iento fem enin o no esperado por el varón puede dañar la imagen m asculina y ser presa fácil de la censura de otros hombres y mujeres. La búsqueda sexual en los varones (aunque tam ­ bién para las m ujeres) no es sólo una búsqueda de placer sino de un con s­ tan te in ten to de “aum en tar la autoestim a, de confirm ar la m ascu lin idad” (Horowitz y Kaufman, citados en Szasz, 1998b: 147). De esta manera, detrás de la heterosexualidad hay una búsqueda constante de la reafirm ación m as­ culina, que al mismo tiem po se convierte en fuente de tensiones y conflicto. El “ buen prov eed or” La segregación de las prácticas de género es otra de las características de la m asculinidad dom inante que históricam ente se h a sustentado en el confina­ m iento de las mujeres al espacio dom éstico y de los hombres a la realización de actividades rem uneradas fuera del hogar. T anto el sitio donde se realiza el trabajo com o sus características se han vinculado con el género. La sepa­ ración de los espacios h a com plicado las relaciones, pues el trabajo rem une­ rado se h a colocado en una mayor estim a social que el dom éstico. Adem ás, la inversión de tiem po que los hom bres d estin an a su o cu pació n m uchas

veces los aleja de la vida familiar, por lo que se ha reducido el tiem po des­ tinado a la vida em ocional que se com parte con la pareja y los hijos. La centralización de la m asculinidad en la esfera del trabajo remunerado ha propiciado que el interés de muchos hombres esté puesto en el logro del éxito económ ico y, poco a poco, ha ido constriñendo su participación en la vida familiar. A menudo, el hombre buen proveedor económ ico invierte más tiempo a su trabajo y el ingreso se destina a cubrir las necesidades materiales de la familia. C om o señala Bernard, en un sentido tradicional, el buen pro­ veedor “es el hom bre que pone una buena m esa, provee una casa decente, m antiene a sus hijos arropados cálidam ente. A dem ás, es un hom bre am iga­ ble, gentil, generoso y no es un tom ador o jugador em pedern id o” (1983: 149; la traducción es de la autora). A decir de este autor, lo único que no necesariam ente concierne al buen proveedor es la atención afectiva y em o­ cional. En este desem peño, el hom bre encuentra recom pen sas y prerrogativas. A dem ás de ganar estatus frente a la fam ilia y la comunidad, tiene autoridad en la tom a de decisiones en el hogar y es reconocido com o cabeza de familia. C o n frecuencia, la dom inación m asculina está asociada con el desem peño com o proveedor. Los hom bres con sideran que los m iem bros de la fam ilia están sujetos a sus designios por el hecho de que económ icam ente dependen de ellos, por lo que creen tener derecho sobre la vida de sus cónyuges e hijos. En el extremo, pueden darse situaciones donde com partir su dinero significa que la esposa tiene que rogarle o forzarlo para obtenerlo, en especial cuando la mujer no genera ingresos. También, pueden llegar a percibir que su apor­ tación tiene un mayor valor en com paración con lo que reciben y, debido a que el trabajo dom éstico carece de valor en térm inos económ icos, el pro­ ducto de éste les resulta invisible. En algunos casos, el varón cree que su principal desempeño está centrado en el trabajo remunerado y se resiste a que la mujer también lo realice; existe la expectativa (la cual puede ser ideal y estereotipada) de que mientras él sale a ganar el dinero, la mujer será la responsable de las labores dom ésticas, la crianza de los hijos y, además, debe estar dispuesta a tener relaciones sexuales cuando él lo solicite. S i bien cualquier relación conyugal supone un intercam­ bio de prácticas, esto no necesariam ente significa que se distribuyen de m a­ nera igualitaria, pues en las más de las veces, hay una centralización de tareas

econ óm icas, por un lado, y com o prestadora de servicios y proveedora de afectividad, por otro. Adem ás, este desequilibrio puede traducirse en un casi inexistente ejercicio de la paternidad responsable,21 porque los buenos pro­ veedores económicos creen que su responsabilidad sólo se limita al aprovisio­ nam iento de bienes m ateriales y dejan fuera aspectos com o la educación de los hijos, la afectividad, la interacción lúdica y la regulación de la anticoncepción. Por otra parte, el costo de esta práctica del proveedor es la identificación de la m asculinidad con el éxito en el trabajo que puede estar ligada a la capacidad econ óm ica. De esta m anera, para que un hom bre sien ta que se está desem peñando adecuadam ente no sólo n ecesita verse com o proveedor sino com o un buen proveedor. Esto im plica obtener un ingreso que le per­ mita sufragar ios gastos de la fam ilia y lograr una posición con prestigio social, ganar dinero, ser exitoso y dom inante. En el ám bito laboral, es necesario dem ostrar fortaleza, habilidad, destreza, inventiva y resistencia. La relación entre recursos y prestigio estará de acuerdo con la posición económ ica que el varón ocupe y al ingreso que obtenga. Las diferencias matizan la forma en que cada sujeto puede vivir su desem peño com o proveedor, pero, al mismo tiem po, puede tener cuestionam ientos internos si hay la precariedad en su ingreso, lo que puede ser un factor que potencializa los conflictos conyuga­ les. Tam bién puede suceder que un hom bre sea exitoso en su actividad la­ boral, tenga buenos ingresos y prestigio en su ocupación, pero no asum a la responsabilidad económ ica de su hogar. A un en estos casos, el hombre pro­ veedor será evaluado por los demás por su capacidad de m antener a la mujer, lo que tam bién implica una com petencia social frente a los dem ás hombres.

u El término paternidad responsable aún es poco preciso, por loqu e su acepción puede involucrar diversas posiciones dependiendo del con texto y la situación de quien lo aplique. Posiblem ente, para algunos grupos sociales preocupados por el descenso de la tasa de n atalidad, el térm ino se refiera a que los padres asum an un papel activo en la regulación de la reproducción, por ejem plo, realizándose la vasectom ía o con el uso sistem ático del condón m asculino. Para otros puede significar proveer com ida y techo a los hijos. M ientras, para un tercer conjun to, puede involucrar todo lo anterior y, adem ás, una interacción afectiva y participar de manera activa en prácticas y espacios tradicionalm ente ocupados por la mujer, com o la crianza y la educación. C ab e señalar que estas representaciones sobre la paternidad responsable están presentes en hombres y mujeres. L a diferencia de concepciones puede derivar de las distin tas expectativas que el padre y la madre tienen de ella.

En la esfera del trabajo, íos varones están inmersos en diversas relaciones sociales claram ente jerarquizadas, en donde, dependiendo de la posición que ocupe y el prestigio que tenga, se regirá el tipo de relación que se establece con los demás hombres. Ligado a esto, se encuentra la satisfacción o insatisfacción personal en térm inos laborales, dependiendo del agrado o desagrado de la ocupación desem peñada o de las relaciones que se establecen con los jefes o los subordinados. Estas consideraciones sobre el buen proveedor encuentran una com pleja gam a de especificidades en la realidad social, sobre todo porque algunas de ellas se han colapsado con la entrada de la mujer al mercado laboral, por lo que las prerrogativas y requisitos del hombre buen proveedor está sufriendo cam bios y en adelante seguirá la transform ación.22 Sin embargo, esta práctica sigue form ando parte de las expectativas de amplios sectores de la población masculina. Esto ha tenido consecuencias importantes en la construcción social de los hombres, com o la centralización de la autoridad, la perm anente evalu ació n a que los varones son som etidos para lograr é x ito econ óm ico y, tendencialm ente, el m antenim iento de la segregación de prácticas com o una forma de no responsabilizarse de su intervención en las prácticas dom ésticas y el alejam ien to del padre en la esfera afectiva de sus hijos.

La búsqueda del dominio masculino U n a visión tradicional sostenida a lo largo de la historia y apoyada en diversas instancias sociales, consideró a la mujer como carente de razón, premisa en la que se ha sostenido por muchos años la supuesta superioridad masculina. El uso de la racionalidad de los varones se ha creído que los coloca en una categoría aparte de la naturaleza (Seidler, 1995). Sus decisiones pretenden estar basadas en el uso de la razón, quedando relegada la esfera afectiva,

22 El trabajo de G u tm an n {1 9 9 3 ), sobre las identidades m asculinas en la colon ia popular de San to D om ingo en la ciudad de M éxico, señala que el cam bio de las prácticas de género relacionadas con la mayor participació n de los varones en las tareas dom ésticas ha sido p o r n ecesidad. O bedece al h ech o de que las m ujeres em pezaron a trabajar fuera de casa para ganar dinero, lo que obligó al hom bre a asum ir algunas responsabilidades dom ésticas. El autor afirm a que el mayor cam bio de las actitudes m asculinas h acia el trabajo dom éstico ha sido producto de la presión ejercida por la mujer.

la que h a pretendido relacionarse más con el mundo femenino. Se cree que los hom bres son independientes y autosuficientes, m ientras que las mujeres son dependientes y débiles. S in duda, estas creencias sobre la racionalidad m asculina han puesto en jaque a los hombres en el sentido de que han aso­ ciado las em ociones al plano de la irracionalidad y debilidad, por lo que sus intentos muchas veces están dirigidos a cancelar la actividad afectiva en sus relacio n es y esto les gen era m alestar y p ro b lem áticas relacio n e s inter e intragenéricas. Asim ism o, la sexualidad y el m atrim onio tam bién han sido aspectos im­ portantes sobre los que se ha reforzado la dom inación m asculina, basada en la adquisición de derechos de los varones sobre sus parientes mujeres y que, en contraste, ellas no tienen sobre los hom bres y sobre sí m ism as (Rubin, citada en Szasz, 1998b: 141)* Los sistem as de parentesco establecen normas sobre el com portam iento sexual, en gran parte apegadas a la diferencia entre los derechos de exclusividad sexual de los hombres y las mujeres. Aun cuan­ do existe asim etría en estos derechos en detrim ento de las mujeres, am bos sexos experim entan opresión genérica ya que se les impone una división rígida de la personalidad (Rubin, citada en Szasz, 1998b). Tam bién hay autores que coinciden en que uno de los ejes centrales del conflicto del poder y donde se origina la subordinación de la m ujer es el control del cuerpo fem enino sobre la capacidad reproductora y el m anejo del erotismo, es decir, el control de la sexualidad (De Barbieri, Godelier, Lamas, citados en Szasz, 1998b: 142). Estos elem entos, que predom inan en la form ación social de ser hombre, son internalizados por los sujetos y son la base de las relaciones de género, an tep on ien d o la in ten cio n alid ad de ejercer con tro l sobre los dem ás. Los hombres pretenden la suprem acía porque ven en ella una fuente de privile­ gios y ventajas que no se aplican a las mujeres. Estas prerrogativas masculinas se encuentran en las prácticas culturales de la vida cotidiana de hombres y m ujeres, pero, asim ism o, este intento m asculino por erigirse com o sujetos dom inantes está articulado a una serie de am bivalencias y conflictos que son fuente de malestar y que forma parte de la construcción de su masculinidad. Estos rasgos co n tien en form as de su jeción que los varones experim en tan durante su trayectoria social, como sucedió en los casos que serán presenta­ dos en los siguientes capítulos.

C a p ít u l o ii LA FAMILIA DE ORIGEN Y EL ENTORNO SOCIAL

S

i t u a c i ó n s o c i o e c o n ó m i c a d u r a n t e l a n iñ e z

L

a m uestra en la que se basó el estudio estuvo com puesta por cinco hom bres cuya edad oscilab a entre los 36 y los 50 años. El nivel de escolaridad fue heterogéneo: A dolfo (45 añ os), pintor automotriz, no term inó la prim aria; jo e l (36 años), com erciante, concluyó los estudios de secundaria; Jo sé (5 0 añ o s), an alista program ador, no con cluyó la carrera de m edicina, pero realizó estudios en contaduría pública; Rodrigo (38 años), ejecutivo de ventas, tam poco terminó sus estudios universitarios, y Ezequiel (48 años) realizó estudios superiores y concluyó la carrera de leyes.1 Los entrevistados provienen en su mayoría de fam ilias cuyos padres y madres migraron de diferentes estados de la república a la capital, con un promedio de 6.8 hijos; sus hogares estaban conform ados por fam ilias nucleares, con padres que se desem peñaron como proveedores (aunque precarios y con largas ausencias del hogar) y con madres que asumieron prácticas de ama de casa, pero tam bién realizaron trabajo extradoméstico. Este fue el caso de la madre de Rodrigo, que era abogada, y la de Ezequiel, que trabajaba de com erciante. Por su parte, la mamá de José, eventualm ente hacía tortillas y tejía ropa para vender. Las m adres de A dolfo y Jo el no realizaron trabajó rem unerado. Las con diciones m ateriales de vida de las fam ilias de origen estuvieron regidas por la ocupación de los padres y las madres. La fam ilia de Rodrigo fue la que tuvo mayores posibilidades económ icas, debido a que ambos padres tenían estudios de posgrado y ejercían su profesión, lo que les perm itió vivir con ven tajas económ icas y establecer el hogar en una zona residencial de

1 C o n el fin de m anten er en an on im ato la identidad de los en trevistados, se cam biaron los nom bres.

clase media. Rodrigo eá el mayor de tres hermanos (dos mujeres y un hom ­ bre). Él es un hombre alto, delgado, de tez morena apiñonada y usa anteojos. Su cara es ovalada, nariz recta y ojos medianos, negros y expresivos; su mirada es profunda. Tiene una cicatriz en la ceja derecha que se hizo cuando era niño por “ andar haciendo travesuras”. Su pelo es lacio, castaño oscuro y empieza a tener algunas canas en la parte de las sienes. Rodrigo es bien parecido. A la mayoría de las sesiones acudió con traje y corbata; su trato era amable. Por su parte, los prim eros años de vida de Ezequiel transcurrieron en condiciones económ icas sim ilares a las de Rodrigo, pues su papá era dueño de varios negocios de com ida. Su m am á trabajaba en los establecim ientos del padre, adem ás de atender los asuntos dom ésticos de la casa. Ezequiel es el m enor de och o herm anos (cuatro m ujeres y cuatro hom bres). C u an d o vivía su padre, tenían una casa propia en una colonia de clase media, tenían carro y sus hermanos y herm anas mayores asistían a la universidad. A la muerte de su padre, cuan do él tenía diez años, su fam ilia tuvo serios problem as económ icos al grado que Ezequiel, al igual que sus hermanos, se vieron obli­ gados a trabajar. Ezequiel es un tipo de estatura media, com plexión robusta, tez m orena clara y pelo lacio de color castaño oscuro. Su rostro denota se­ riedad. Su ojo derecho parece más pequeño que el izquierdo y este lado de su cara expresaba cierta tensión; cuando sonreía se m antenía un poco rígido. Durante las entrevistas, algunos días vistió de manera formal, con traje, y en otros usó ropa de m ezclilla. Su tono de voz era alto y firme. Su trato era am able, aunque reservado. En relación con la fam ilia de José, el padre trabajó como obrero textil y la m adre se dedicó a las labores dom ésticas, aunque para obten er dinero extra hacía tortillas para vender y tejía ropa. José es el segundo de tres her­ manos (dos mujeres y un hom bre), y es el varón mayor. Durante su niñez, las condiciones económ icas de la familia fueron precarias. El salario mínimo que ganaba su padre no les alcanzaba para cubrir las necesidades de la fam ilia, por lo que José tenía que salir a la calle a vender las tortillas que hacía su mamá. Esta situación se agudizaba ya que su padre tom aba alcohol con fre­ cuencia. José es de estatura baja, tez morena oscura y pelo negro con canas al frente. Sus ojos son negros, pequeños y bastante expresivos al hablar. Tiene la aparien cia de un hom bre apacible, pero en ocasion es su rostro den ota tristeza y agotam iento. M uchas veces evitaba el con tacto visual, por lo que

daba la impresión de ser un'hom bre tímido e introvertido. Su forma de vestir era informal y a veces se veía un poco desaliñado. Su andar era lento y sus extrem idades inferiores se m ovían con dificultad. En una sesión señaló que sus piernas estaban “chuecas” , pues de pequeño no tuvo una buena alim en­ tación por la pobreza en la que vivió. En el caso de Joel, primero su familia vivió en Chihuahua y su padre era cam pesino; m ás tarde m igraron al centro del país y éste se em pleó com o albañil. Su madre era am a de casa, joel es el varón mayor de nueve hermanos (dos mujeres y siete hombres). La difícil situación económ ica lo orilló a tra­ bajar desde chico para generar ingresos y ayudar a sostener a la fam ilia. U n a situación que agudizaba la estrechez económ ica fue el consum o de alcohol por parte de su padre. Joel es un hombre alto, corpulento, de pelo lacio, tez morena clara y boca grande. Tiene ojos medianos café oscuro y carece de la visión del ojo derecho. Su indumentaria es tipo norteño, usa sombrero, botas y cinturón con hebilla grande y chamarras o abrigos de piel. Su trato deno­ taba cierta rudeza y frialdad. En ocasiones alzaba la voz y gritaba para expre­ sar sus em ociones. Por últim o, cuando el padre de A dolfo vivió en el Estado de M éxico se dedicó a la agricultura, pero cuando migró al D istrito Federal se empleó como obrero. Su madre no realizó trabajo extradom éstico remunerado. A dolfo es el segundo de seis hijos (cin co hombres y una mujer); en la posición inm e­ diata superior se ubica un herm ano varón. Las condiciones económ icas de su fam ilia fueron de una m arcada pobreza, y se agudizó por el alcoholism o de su padre, por lo que se em pleó, desde niño, en activid ades rudas, para aportar ingreso al hogar. Este hom bre es de estatu ra m edia, y aunque su com plexión es delgada, su cuerpo parece fuerte; es moreno claro con algunas pecas en su cara. Su rostro es alargado, su nariz es recta; tiene boca y dientes grandes y sonríe con frecuencia de manera abierta y franca. Su pelo es cas­ taño, entr'ecano, ligeramente rizado y se lo peina hacia atrás, constantem ente se lo toca con la m ano derecha. Viste con ropa de mezclilla y acudía a las citas bien arreglado y oliendo a colonia. Su m ano izquierda carece de dos dedos que perdió en un acciden te de trabajo donde m an ejaba una troque­ ladora. Tam bién tiene una cicatriz en la ceja derecha, producto de una riña callejera.

L a p o b re z a c o m o v io le n c ia e c o n ó m ic a

Los niños proveedores Para iniciar, hay que puntualizar que las evidencias muestran que no existe una relación directa entre el nivel socioeconóm ico y la posibilidad de ser hombre agresor, es decir, las condiciones económ icas abordadas de manera aislada no son determ inantes para la aparición de com portam ientos violentos. Pero, en los casos estudiados se encontró que las condiciones de vida influyeron com o un com ponente desfavorable en la dinám ica familiar. A l mismo tiempo, se observó que las prácticas de algunos hombres, durante su niñez, estuvieron encam inadas a buscar un ingreso que ayudara a cubrir las carencias materiales de la fam ilia, lo que constituye una forma de violencia hacia los niños. La etapa en que algunas de las fam ilias de los entrevistados m igraron al D istrito Federal (1 9 6 0 4 9 7 0 ), coincide con el periodo denom inado desarro­ llo estabilizador, en donde el objetivo prim ordial era promover la inversión privada nacional y extranjera para el crecim iento de la producción industrial.2 U n a de las con secuencias de esta política econ óm ica fue el aban don o del cam po por parte de trabajadores agrícolas, quienes decidieron emplearse com o obreros en las principales ciudades del país, tal y com o lo hicieron los padres de algunos de los en trevistados, com o el de A dolfo: “ ...no h ab ía cultivo, todo era de temporal. N o se daban las cosas porque no llovía. Por lo mismo, no había de comer. Entonces, mi padre, aunque no era una persona que se h acía muy responsable, pero yo creo que él pen saba que tenía hijos y que tenía una esposa, pues él trataba la form a de buscar trabajo. L a últim a vez se vino y estuvo tres meses. A los tres meses fue por nosotros y nos trajo a un trabajo muy rudo” . Las condiciones económ icas de las familias de Joel y A dolfo en la ciudad fueron tam bién desfavorables. A m bas contaban con algunos parientes en el 2 A ú n después del tiem po que h a pasado desde que m igraron algun as de las fam ilias de los en trevistados a! D istrito Federal, la desigualdad entre pobres y ricos n o se h a reducido. Por eí con trario, datos recientes, proven ien tes del Instituto N acio n al de E stad ística, G eografía e Infor­ m ática ( i n e g i ), señ alan que actualm en te 10% de la pob lación más rica de este lugar, unos 8 5 0 mil h abitantes, tiene ingresos equivalen tes a los que perciben, en con jun to, seis m illones de capitalin os (L a Jom ada, M éxico, 7 de noviem bre de 1998, pp. 53, 6 4 ).

Distrito Federal, pero carecieron de apoyos para establecerse, pues había con­ flictos interfamiliares. La precariedad en que estos varones iniciaron su vida en la ciudad los obligó a realizar trabajo remunerado, com o lo ilustró joel: Yo provengo de Chihuahua, mi niñez fue muy pobre, fue en un rancho de dos casas, no teníamos un juguete con qué jugar; jugábamos con el lodo, jugábamos en la tierra, andábamos sin calzones. Fue muy triste nuestra niñez porque vivimos muy pobres. Mi papá venía mal de su pierna, venía chueco. A la edad de ocho años me puse a trabajar en una tienda de abarrotes, nada más por recoger las galletas, lo que se cayera me lo comía. Mis patrones me pagaban, creo, 12 pesos, te estoy hablando del 70, 72. Ellos comían y lo que sobraba me lo daban. Me puse a estudiar, tenía muchos deseos de estudiar, de ser médico para ver a mi padre porque... [en esta parte a Joel se le quiebra la voz y llora, agacha la cabeza y después de un momento se limpia los ojos, garraspea su garganta y continúa] no teníamos dinero, quería ser médico. Dio las circunstancias que seguí estudiando, estudié mi primaria, terminé mi primaria con mucho gusto, fui hasta de la escolta. Yo trabajaba y me vestía yo solo. Esos años transcurrieron y mi padre trabajaba de ayudante de albañil. Fue ayudante de albañil con un sueldo de 15, 20, 30 pesos, no recuerdo. Mi madre ya venía embarazada. Volvió a nacer otro hijo aquí y yo seguí adelante estudiando. Terminé mi primaria y ya después me fui a inscribir yo solo a la secundaria, solo [...] Cerraron la tienda y me puse a trabajar en una far­ macia. Me llevaron a capacitar para inyectar a las personas. Ahí me puse a trabajar y duré tres años, casi fueron los años de la secundaria (En el tiempo que trabajaste, ¿el dinero era para tu familia?) Sí, totalmente, porque la verdad éramos muchos, era muy difícil. Yo llegaba con un peso, dos pesos y se los daba a mi mamá [...] después trabajó mi hermana de sirvienta, trabajó mi hermano y trabajé yo, ganábamos poco dinero y todo se lo llevábamos a mi mamá y de ahí más o menos medio comíamos, [otros hermanos] ni siquiera habían terminado la primaria y ya andaban barriendo una tienda, cargando guacales, trayendo mandados; uno de mis hermanos se ponía a bolear en las pulquerías para traer dinero.3 Las carencias en que vivió Joel en C hihuahua no cam biaron cuando su fam ilia migró a la ciudad de M éxico. Inicialm ente, la discapacidad física de

3 L os paréntesis indican la in terven ción de la autora para realizar preguntas. Este form ato se con serva durante todo el libro.

su padre lo obligó a trabajar desde chico, porque era el herm ano mayor y las condiciones de vida eran precarias; sin embargo, una vez aliviado el padre, la situación econ óm ica no cam bió, debido al b ajo salario que éste recibía, por lo que Jo el con tinuó trabajando. La evidencia más palpable de que una fam ilia se encuentra en con dicio­ nes de extrem a pobreza es cuando ésta carece de los recursos para la alim en­ tación de los miembros y es uno de los aspectos más reiterados en la narración. A l igual que el caso anterior, para José la alim entación tam bién fue una necesidad que era difícil de cubrir en su casa: “ Era m ucha situación de ver cóm o no teníamos para comer, era una desesperación de ver cóm o no tenía­ mos para com er el día siguiente, era ver ese tipo de angustia; vivir en ese aspecto, hambre, sentía hambre, había veces que no teníam os para comer y nos daba mi madre té, sopa de fideo y pan duro, pan b lan co” . O tra forma en que se expresa la desigualdad social, derivada de la pobreza económ ica, es en el con streñim iento de oportunidades para el acceso a la educación que, com o en Jo e l y A dolfo, se traduce en la im posibilidad de continuar con sus estudios. Dentro de la fam ilia no fueron los únicos, ya que sus herm anos y herm anas tam bién se integraron com o fuerza de trabajo in­ fantil para generar ingresos. En algunos, acudir a la escuela representaba la posibilidad de tener una profesión y “sacar a la fam ilia de la pobreza” . Pero este deseo se quedó más com o una expectativa no cum plida, al menos, en Joel y A dolfo, por la aprem iante situación econ óm ica familiar. El padecimiento de la pobreza durante su niñez por parte de los varones no sólo se limitó a las carencias materiales sino también al cuestionam iento que llegaron a tener por realizar trabajo rem unerado. Esto sucedió con A dolfo, quien expresó que trabajar en las ladrilleras desde los 13 años le generaba mucha tristeza. Señaló que se dedicó a esta actividad porque fue lo que le enseñó su padre, y aunque le gustaba trabajar, este oficio le parecía “pesado, rudo y sucio”. A dolfo recuerda que. al verse lleno de tierra de su cara, pies y ropa, se sentía mal y consideraba que el salario devengado no era proporcional a su esfuerzo: “ ...ahí sí me generaba mucha amargura, casi ganas de llorar, porque cuando yo recibía mi sueldo, yo decía, cómo puede ser posible que tanto esfuerzo, tanto cansancio físico y dormir tan pocas horas para recibir tan poco dinero” . Desde chico, A dolfo realizó trabajos “ rudos” com o el de ladrillero, labor manual que carece de tecnología apropiada, en la cual es necesario m anipu­

lar grandes cantidades de arcilla y de ladrillos y esto requiere un gran desgas­ te de energía física y el salario generalm ente es a destajo. De aquí, el ago­ tam iento físico y la poca remuneración recibida era la mayor queja de Adolfo. El m alestar asociado a la pobreza no siem pre estuvo referido al trabajo realizado sino tam bién encontró otras particularidades, en las que se expresa rechazo e inconformidad por la situación que privaba en sus vidas, como se observó en José: Yo vivía en la colonia industrial, una colonia de clase media, ni alta ni baja, y pues nosotros éram os pobres; vivíam os en la parte de arriba de un edificio y todos los demás departam entos estaban muy bien, con televisión, con los últim os adelantos de aquélla época, lavadora y todo eso, veía que el mundo era diferente. Yo veía en la televisión tam bién, las pocas veces que veía televisión, había un program a que se llam aba Papá lo sabe todo, am ericano, que pintaba a la fam ilia bonita y yo veía una fam ilia fea, Entonces, yo por eso no me valoraba, yo tengo una fam ilia fea, ¡cóm o es posible que todos tengan una fam ilia bonita! Porque yo creía que todo el m undo tenía una familia bonita y que yo era el único que tenía una fam ilia fea, una fam ilia muy apartada. Era com o las ciudades perdidas en donde están las lom as y hay una ciudad perdida abajo. A sí sentía mi departam ento, bueno, en ese m om ento no lo percibía así, pero era la com paración, lo que yo veía en ese m om ento, que era una parte apartada del mundo, mi mundo, que cuando salía de ese mundo y me integraba al m undo, los niños eran “güeritos”, los padres eran profesionistas, vivían en un lugar lim pio y llevaban un nivel de vida muy diferente al que llevábam os nosotros, que a veces ni teníam os que comer; yo me sentía, en ese m omento, muy separado. Entonces, cuando se me acercaba cualquiera de esas personas, principalm ente eran niñas, yo sentía que tenía que darles algo para integrarme a su m edio, tenía que ser un niño inteligente, un niño precoz, adelantarm e en todo, porque si yo no me daba a valer o no llam aba la atención, siempre me empezaba a decir, es que eres pobre, eres cabezón, a com pararm e con otros niños bonitos, yo los veía bonitos, y a las niñas tam bién.

La pobreza adquiere un mayor significado de desigualdad social cuando los niños empiezan a contrastar sus condiciones de vida con las de otras familias que les rodean. M ás aún, se com paran con la fam ilia producto del “sueño am ericano” , vista a través de la televisión, desde donde m iran sus carencias materiales y diferencias sociales, y esto les produce un sentim iento de margi-

nación. En José había una asociación entre el prestigio social y las caracte­ rísticas físicas de los niños y niñas que estaban en otra posición económica. O tro asp ecto no m enos im portante en esta descripción es que, para José, considerarse sociaim ente inferior frente a quienes tenían una m ejor posición económ ica, lo orillaba a querer dem ostrar su capacidad y habilidades in te­ lectuales; era necesario hacer méritos para tener un lugar con menos desven­ tajas. En su representación prevalece la idea de que la aceptación social de los otros dependerá de lo que hace y no de lo que es. Esta m ism a representación se encontró en A dolfo y Ezequiel. A l respecto A dolfo señaló: M i madre, pues al hogar toda su vida, mi madre nunca ha trabajado. Mi padre, pues era obrero, siem pre obrero, siempre con sueldos m ínim os, o sea, pobreza en toda la fam ilia, y es algo que tam bién a mí no me gustaba. Decía, bueno, yo no fui a la escuela, mi padre borracho, pobre... yo veía en las colonias a gente con carro, con casas bonitas, y yo tam bién me generaba m ucho coraje con Dios, decía, por qué nosotros pobres, lamentándom e con Dios, por qué gente con carro, gente rica en las colonias que tienen su casa bonita; los niños güerítos, niñas pelirrojas, güeritas, y yo feíto, pobrecíto, y mis padres así. A m í no m e gustaba mi fam ilia ni me gustaba ser de rancho, aunque yo no soy de rancho, pero mis padres... a m í tam poco me gustaba eso, andar cultivando con mi padre, cuando íbamos para allá tam poco me gustaba. Pero por qué som os tan pobres, por qué tenem os que com er cosas muy pobrecitas, hasta por eso me quería morir.

A qu í se detectan similitudes con José en relación con la vinculación que hacen entre la capacidad económ ica, el prestigio social y la apariencia física, elem entos ajen os a la vida de A dolfo, que le generaron sen tim ien to s de m alestar e incom prensión. A sim ism o, la diferenciación entre cam po y ciu­ dad destaca por el rechazo que tiene por lo rural y se vincula a la pobreza, la falta de educación, el consumo de alcohol, es decir, con todo aquello que representaba su padre y, en general, su fam ilia de origen En contraste, en la ciudad, al m enos en su im aginario, podía ver mayores ventajas económ icas y sociales, aunque éstas no estaban a su alcance. En esta descripción aparece de nuevo la inconformidad por las diferencias físicas entre quienes se asocian con un mejor nivel socioeconóm ico, las cuales

se perciben com o atributos positivos tales como el color blanco o “güero” de la piel y el pelo rubio o pelirrojo, sobre los que se com para y emite un juicio acerca de su persona, autoevaluándose com o “fe íto ” . Esto le ocasion ó m a­ lestar y enojo sobre su apariencia física. C abe señalar que esta misma repre­ sentación estuvo presente en el imaginario de Rodrigo, quien señaló que él no sólo se sentía feo sino tam bién veía igual a sus hermanos, “a pesar de que ellos eran blan cos” . A l igual que José y A dolfo, Rodrigo dijo que su cara y el color m oreno de su piel no le agradaban. Este mism o malestar, aunque con algunas diferencias, lo vivió Ezequiel, quien a la edad de diez años perdió a su padre y tuvo que trabajar al lado de sus herm anos en un puesto de tacos en la calle. Las carencias materiales llegaron a tal grado que recuerda que andaba con los zapatos rotos y, cuando llovía, les ponía cartón. A dem ás de las dificultades económ icas, estuvo pre­ sente la depresión de su madre, que se traducía en indiferencia y un consumo asiduo de alcohol. Ezequiel y su fam ilia continuaban viviendo en el mismo lugar de cuando vivía su padre; sin embargo, la crisis económ ica y fam iliar le dieron un giro a su relación con su grupo de amigos: C u an d o estaba chico, recién cuando se murió mi padre y empezó haber necesidades en mi casa, yo andaba mal vestido, andaba sucio, desaliñado y yo veía que mis amigos no. Vivíam os en una colonia que era buena; gente que tenía posibilidades económ icas y yo los veía a ellos que llegaban con sus amistades, sus amigas güeritas y tenían buenos carros y yo veía com o que esas personas eran bien aceptadas. Yo en ocasiones llegué a visitar a mis am igos y pues iba desaliñado y me daba pena entrar. A dem ás, llegué a escuchar que decían que no se juntaran conm igo y eso para m í era un rechazo y yo sentía que era m i color, m i ropa y que andaba sucio, entonces fui creando esa imagen, esa imagen de rechazo.

C om o en los casos anteriores, en Ezequiel la pobreza tiene una m arcada asociación con la apariencia física. Esto se padece al sentirse marginado por el antiguo grupo de am igos que, desde su representación, ya no se acercan a él debido a la precariedad de su vestim enta y su apariencia física. A sí, para algunos hom bres, la pobreza significó padecer las caren cias m ateriales que esta situación económ ica imponía y estuvo asociada a las diferencias del color

de la piel que, junto a las carencias económ icas, fueron una com binación que sintetizó dos esferas del prestigio social: poder económ ico y apariencia física. Esta representación se detecta en los estereotipos presentes en la socie­ dad, que se construyen a partir de ciertos rasgos de la realidad. La asociación que se hace de que los niños ricos son güeritos y los pobres morenos y que la piel blanca tiene un mayor prestigio social, está influida en gran medida por los medios masivos de información, los cuales, al m enos en el contexto m exicano, han tratado de invisibilizar a la población mestiza. A lgunos m e­ dios, com o la televisión, han insistido en.borrar las diferentes tonalidades de piel morena e insisten en presentar imágenes de mujeres y hombres m exica­ nos com o blancos y de clase media o alta, y evitan presentar gente morena, la cual representa la gran mayoría de la población en M éxico. N o es casual que los actores y actrices que desem peñan los papeles de em pleados dom és­ ticos, com o choferes, nanas, meseros, entre otros, sean personas morenas, a veces negras, y con rasgos indígenas, mientras que los que interpretan a per­ sonajes adinerados son personas blancas, con atributos físicos socialm en te catalo gad o s com o atractiv os.

La ausencia paterna y el consumo de alcohol Para los varones, la ausencia del padre se debía, en gran medida, a que se iba a tomar alcohol por meses, sem anas o fines de sem ana. U n a de las repercu­ siones era la falta de recursos económicos, además de la carencia de relacio­ nes de afectividad, .com o con A dolfo: Yo veía a mi padre, que no ganaba mucho, pero a veces sí tenía dinero para darle a mi madre, pero mi padre se preocupaba más por su alcohol, sus cervezas, se iba a su escape, a las cantinas, a las pulquerías [...] cuando mi padre se iba dos, tres meses, a él no le interesaba dejarnos, y si com íam os, bien, y si no com íam os, pues qué bueno, para él era lo m ismo. Lo poco que ganábam os casi todo se lo dábam os a mi madre.

Y así lo expresó joel: ...cuando yo estaba chico me daba m ucho coraje, porque yo pensaba que mi padre se gastaba el dinero tom ando alcohol y que a lo m ejor a mi mamá no le daba lo

suficiente [...] tom aba el pulque, no sé cuánto le costaría, pero iba y com praba un litro, o se ponía a jugar rayuela y con eso se lo com praba, ganaba las apuestas o se lo invitaban, para eso no falta y com o era en una pulquería, pues iba y se sentaba ahí y le invitaban un pulque o una cerveza y se lo tom aba con am igos de parranda o de ocasión, qué se yo ( ¿Bebía con frecuencia?) Sí, cada ocho días, el sábado y el domingo, pero él seguía trabajando.

En la representación de joel, su padre no fue un hombre que los abandonó; sin embargo, destinaba una parte importante de su tiempo en conseguir alcohol, sobre todo los fines de sem ana. Pero la situación no variaba entre semana; su padre salía de madrugada a trabajar y llegaba a altas horas de la noche, cuando los hijos ya estaban dormidos. Esto obligó a las familias de A dolfo y Ezequiel a organizarse de tal manera que los hijos mayores, hasta cierto punto, sustituyeran a la figura paterna, al menos en cuanto a la generación de ingresos, pues la ausencia del padre casi siempre iba acom pañada de carencias materiales para los miembros de la familia, como lo afirmó Adolfo: “se iba como a un escape para no enfrentar a su realidad, él se iba sin dinero y llegaba igual; en el tiempo que mi padre se iba, no existíam os nosotros, se olvidab a de todo. Se olvidab a que tenía mujer, se olvidaba que tenía hijos y que tenía que entregar un gasto a la casa para mantener a una fam ilia, eso es algo que me duele m uchísimo dentro de m í”. Para él, el abandono significaba que no existía para su padre, se “olvidaba” de su existencia, así como de sus hermanos y su madre. En relatos como éste, es posible percatarse de que el aban don o m aterial de algunos de los padres de los entrevistados tuvo un sentido que rebasó el aspecto económ ico y provocó un sen tim ien to de desolación y abandono em ocional. Este mismo sentim iento lo padecieron Joel y José, quienes, ante la ausen­ cia de su padre, sentían el “com prom iso” de responder a las necesidades de la fam ilia com o “ los hom bres de la c a sa ” . A su m ieron este deber hacia su madre y sus herm anos menores, com o lo hizo jo e l a la edad de ocho años: Seguía trabajando en la tienda, me ponía a trabajar en los reyes, el día de los Santos Reyes, yo ya sabía quiénes eran. Yo me ponía a vender galletas y dulces y todo eso, pero eran de la tienda. A l fin de cuentas, me pagaban ese día, que se term inaba a las cuatro de la m añana, y lo poco que me pagaban se lo regresaba a la señora... [al

recordar esto, jo e l agacha la cabeza, se le quiebra la voz y rom pe en llanto y sollozando continúa] es que me voy a llevar unas bolsas de dulces para mis herm anos. Y la señora me decía, llévatelas, no te las voy a cobrar. Y me iba a com prar juguetes de a peso, de a dos pesos, yo llegaba a mi casa y les ponía sus reyes (¿C uán tos herm anos tenías?) Yo creo que ya estábam os casi todos. Entonces yo sabía lo que eran los Reyes M agos, llegaba con mis cosas y se las ponía en sus zapatos y sacaba mi zapato y me ponía tam bién mi bolsa yo.

En un sentido similar se expresó José cuando pedía “fiado” a los siete años: “me sentía com o payaso; sentía que debía exhibirme para m antener eso, dar una sonrisa no me costaba trabajo, pero me sentía miserable de ese tipo de situación; por eso, yo sentía la obligación de proveer a mi fam ilia... yo vendía cuentos; era el que vendía las cosas, yo decía que era el responsable, que tenía que hacerm e responsable de la fam ilia” . La responsabilidad econ óm ica prem atura no sólo involucró actividades encam inadas a enfrentar las necesidades materiales; en Jo el tam bién había un interés por responder a aquellos eventos con un valor sim bólico y afectivo.4 Pero cuando llegaba el padre, después de una larga ausencia, a los varones esto les generaba m alestar, porque su arribo no representaba mayores v en ­ tajas de las que tenían en su ausencia, com o lo ilustró A dolfo: Yo lo veía y decía, cóm o puede ser posible que se fue d iscu tien d o... y ya mi padre regresaba, llegaba com o muy feliz [...] mi madre lo recibía com o que si él llegara de vacacionar, qué bueno que llegaste, y le ofrecía de comer, com o que si no hubiera pasado nada. Y entonces ahí era cuando yo me ponía mal, porque decía, bueno, mi padre se fue y no hubo gasto durante un mes, sem anas o no sé cuánto, y en vez de llegar y decir qué com ieron, cóm o le hiciste, tus hijos qué hicieron, no, él llegaba y mi madre le decía, siéntate a comer, ¿quieres de com er? (Y tú, ¿qué pensabas?) Yo, coraje, yo no quería que le diera de comer, porque si él, que es mi padre, se está fugando de su realidad, no se está haciendo responsable com o padre, com o m arido de su m ujer y 4 En la tradición m exican a, en esta fech a los padres suelen dar juguetes a los niños. En Joel esto no sucedió así, y ante la caren cia de recursos econ óm icos, é! m ism o realizó esta práctica. A ccio n e s c om o ésta, m uestran que la precariedad m aterial en que vivieron estos hom bres estuvo ligada a una carencia de afectividad, que se agudizó por la ausencia física y em ocional paterna y, com o se verá m ás ad elan te, tam bién por la carencia de la afectividad m aterna.

todavía en vez de que él llegúe a preocuparse por el gasto, viene a quitarnos lo que él no nos da, y ah í era cuando me daba m ucho coraje con mi padre.

El m alestar era producto de dos situaciones: por un lado, por la actitud indiferente de su padre hacia las carencias que ellos habían padecido y, por otro, por eí com portam iento de su madre que lo recibía sin mayor reparo y perm itía que su padre hiciera uso de los bienes adquiridos por los hijos. En estas circunstancias, la presencia del padre era vivida con m alestar y su lle­ gada tenía el m ensaje im plícito de que, a pesar de su irresponsabilidad, el esposo era una figura que ten ía un lugar privilegiado en la casa, con una posición superior a la de la mujer y los hijos. T am bién, la llegada del padre de José, después de haberlos abandonado por días o sem anas, involucraba conflicto para él: ...y luego llegaba con toda la barba crecida y todo sucio y a m í me daba mucho asco [...] le decía, negrita, ¿me vendes un café?, y mi abuela le decía, no le vendas a ese desgraciado, entonces yo agarraba y decía, cóm o no le va a dar, y a mí me daban ganas de llevarle un café a mi padre, de llevarle un pan, pero me lo im pedía la situación de decir, a lo m ejor sí, no nos proveé nada, mi padre no nos proveé nada de alim entación.

En este caso, ante las ausencias del padre, la abuela m aterna ayudaba a la fam ilia, pero la ayuda excluía al padre. A n te esto, José se sentía confun­ dido. La situación de su padre le daba tristeza, pero tam bién le daba “asco” porque llegaba sucio, sin rasurar, oliendo mal; lo qué más le m olestaba era la forma “hum ilde” en que llegaba y pedía un café. De niño pensaba que tal vez su madre y su abuela tenían razón, que no debían darle nada porque no aportaba dinero a la casa, ni siquiera para la alim entación. Pero el enojo era m om entáneo, ya que en otra parte de la entrevista José señaló que su madre m antenía ciertos privilegios con su padre, por ejem plo, le com praba su pan preferido, las conchas, y le ponía cubiertos especiales. A un cuando las madres de Joel, A dolfo y José estaban inconform es con el com portam iento del esposo, tuvieron una am plia tolerancia hacia el aban­ dono em ocion al y econ óm ico, por lo que el m en saje im plícito era que a pesar de que el padre consumiera alcohol, afectara los ingresos de la familia, se ausentara del hogar y no asumiera una paternidad responsable, seguía siendo

el “hombre de la casa” ! Y aunque su presencia ocasionara más malestar que bienestar, inseguridad y conflicto, era tolerado por la mujer. Por último, en el caso de Rodrigo, su padre estuvo presente como provee­ dor económ ico y no faltaba a su casa ni tuvo problemas con el consumo de alcohol, pero su ausencia era de tipo afectivo, com o se verá m ás adelante. L

as

p r á c t ic a s d o m é s t ic a s y e x t r a d o m é s t ic a s d e l o s

pad res y l a s m a d res

Los arreglos que los padres y las madres tuvieron para la obten ción de los recursos m ateriales necesarios para hacer frente a las necesidades básicas, así com o el trabajo en casa, constituyeron el primer acercam iento de los niños de cóm o hom bres y m ujeres entienden y llevan a cabo estas actividades.

El trabajo remunerado fuera de casa En relación con las figuras que los hombres reconocieron com o proveedores m ateriales se detectaron tres situaciones: quienes recon ocieron a su padre cóm o el proveedor aun cuando las con dicion es de pobreza los im pulsó a realizar trabajo rem unerado y el padre se desem peñó com o proveedor m a­ terial y em ocional precario, con abandono del hogar y consum o de alcohol (jo e l, A dolfo y Jo sé ); quienes reconocieron al padre com o proveedor y le restaron im portancia a la aportación de la madre, que en algunos casos tam ­ bién desem peñó trabajo rem unerado (R odrigo y Jo sé ), y quien recon oció que am bos eran proveedores del hogar (Ezequiel). En la primera situación, según los entrevistados, existía el reconocim iento fem enino h acia el padre com o una figura im portante y con jerarquía. Esto influyó en gran medida en su representación, pues si bien el padre era irres­ ponsable m aterial y em ocionalm ente, seguía teniendo consideraciones en el hogar y conservaba la denom inación de proveedor. A sí, a pesar de que la mujer expresara m alestar y rechazo hacia las prácticas negativas del esposo, no cuestionaba su posición jerárquica en el hogar; por el contrarío, su pre­ sencia seguía siendo objeto de atenciones. José explicó cóm o su madre m an­ tenía privilegios hacia su padre:

...los privilegios que veía yo y que a m í me daba m ucho coraje era que mi padre tenía su pan aparte, tenía su com ida aparte. Era una situación muy especial (¿Tu m am á se lo guardaba?) Sí, com praba pan y decía, la concha es para tu papá, y ¡ay de aquél que se la tom ara! Yo una vez le robé una concha a mi papá, la escondí debajo de la cam a y me la com í, o sea que mi padre, y en todas las fam ilias que veía, era la com ida aparte para el hom bre.

En este mismo sentido se expresó Adolfo, quien con frecuencia escucha­ ba de su padre que “el que daba gasto tenía derechos” y los hijos y la esposa debían obedecerle. En su opinión, la actitud de su mamá confirm aba lo que su padre decía: “ ...cuando mi m am á le daba de comer y no le gustaba a mi padre, le aventaba ei plato y mi madre no le decía nada [...] o mi madre le decía, ¿por qué lo aventaste?, ¿te sirvo otra vez?, o sea, com o que mi madre se tenía que hum illar” . El hecho de que tres de los cinco entrevistados señalaran al padre como el prin cip al proveedor del hogar — sin cuestion ar las características y las condiciones en que se realiza este desempeño ni tomar en cuenta el trabajo aportado por la mujer— , pone en evidencia la alta valoración que se tiene por el trabajo rem unerado m asculino. A u n en los casos en que las mujeres fueron im portantes proveedoras materiales, como lo fue la madre de Rodrigo, los varones disminuyeron su valor frente al trabajo m asculino, pues ei ingreso fem enino fue visto en términos de “ayuda” o “com plem entario” . Para Rodrigo, la aportación de su padre era significativa porque éste com pró las cosas de “mayor valor” , com o la casa y los carros, m ientras que su m adre se hacía cargo de la m anutención cotidiana de la casa y los hijos. Por su parte, Ezequiel reconoció que tanto su mamá com o su papá fueron los responsables económ icam ente del hogar y consideró que el trabajo de su mamá era im portante. M ientras vivió su papá, la situación económ ica de la casa marchó bien, los negocios daban lo suficiente para cubrir los gastos, pero las cosas cam biaron: “A raíz del fallecimiento' de mi padre hubo un descon­ cierto en la familia. M is hermanos empezaron a tomar, los negocios empeza­ ron a ir mal [...] los negocios empezaron a decaer al grado de que se tuvieron que cerrar. Empezaron a haber problem as económ icos en la casa. H abía al­ gunas herm anas que trabajaban y cada quién lo que pudiera aportar a la casa” .

La muerte de su padre provocó una crisis financiera en la familia de Ezequiel. En aquel m om ento, los herm anos mayores se asum ieron com o proveedores, mientras que su madre se recuperaba de la depresión que vivió por el falle­ cimiento del esposo. Es evidente que la madre tuvo un papel activo en el sos­ tenim iento económ ico del hogar, pero la pérdida del padre se vivió también com o la pérdida del proveedor, en especial porque la madre no retom ó de inmediato la dirección de los negocios y padecieron dificultades económicas. El trabajo dom éstico En todos los casos, las actividades dom ésticas recaían en las mujeres, incluso cuando éstas realizaban trabajo remunerado. El único padre del que se repor­ tó ayuda dom éstica fue el de Rodrigo, aunque señaló que su madre era la res­ ponsable de las tareas del hogar. Las madres asumieron, frente al esposo y los hijos, las labores cotidianas, tales como hacer la com ida, lavar, planchar, hacer las compras, pagar los servicios y criar a los hijos, y todo lo que ello implica. Salir a trabajar era la única actividad sobre la que giraba la responsabi­ lidad paterna, aunque el ingreso no fuera suficiente. La segregación de prác­ ticas dentro y fuera del hogar fue un aspecto que caracterizó la convivencia en las fam ilias de origen, com o lo ex p licó A dolfo: “ Siem pre se creyó un m achito, él nunca hacía nada en la casa, pensaba que con lo poco que daba de gasto ya se hacía responsable. La verdad yo nunca vi a mi padre, pues, diciéndole a mi madre, te ayudo en algo o déjam e barrer, siquiera, o déjame lavar los trastes, nada, mi padre nada de eso” . D entro de esta representación existe una identificación de “ser m ach o” con el rechazo a las actividades dom ésticas, así com o la idea persistente de que la única responsabilidad m asculina es la de trabajar fuera del hogar. Para los en trev istado s, ser educados b ajo el ejem p lo de que las tareas dom ésticas en el hogar eran realizadas por mujeres, principalm ente por su madre, significó un com portam iento “norm al” . Esto era reforzado por otros hombres y mujeres que convivían con la fam ilia de origen, José explicó que: “ ...el hom bre llegaba, se sentaba y a comer. El hombre no barría. Yo nunca vi a mi tío, ni a mi abuelo, ni a nadie, barrer ni lavar los trastes [...] mi abuela se enojaba cuando los hombres hacían algo [decía] no, José no debe lavar los trastes, yo me aprovechaba y no lavaba los trastes, era un privilegio” .

José afirma que su m am á le pedía “ ayuda” en las labores de la casa, pero ningún hom bre lo hacía. M ás aún, la abuela se m olestaba cuando él hacía quehaceres, lo que significaba que en los hombres no realizar trabajo dom és­ tico es un privilegio normalizado. En donde hubo algunos indicios de prácticas domésticas no segregadas, sólo se trataba de actividades esporádicas o, bien, había un discurso ambivalente. Rodrigo señaló que su mamá era la encargada de supervisar y hacer lo nece­ sario para que la casa estuviera en orden, no faltara comida, ropa limpia y los hijos fueran a la escuela y adem ás contaban con una trabajadora doméstica. Tam bién recuerda que su papá de vez en cuando hacía labores dom ésticas: A veces hacía la com ida, dependiendo de los horarios de él; hacía la com ida, lavaba la ropa, a veces yo lo veía que se ponía a lavar los trastes (Y tú, ¿qué pensabas?) Siem pre tuve muy presente la situación del marica [...] H abía un choque muy fuerte, porque yo a mi padre lo veía com o el fuerte, el dom inante, el m acho, el m alo, el enérgico y de repente yo veía que podía accesar a otras situaciones, com o lavar la ropa o hacer la com ida, que para m í era algo destinado a la mujer, porque finalm ente así me crié. Siem pre fue ese tipo de cosas [...] En mi casa nos m arcaron m ucho la diferencia entre el hombre y la mujer.

La am bivalen cia se rem ite a que si bien el padre llegó a realizar tareas dom ésticas, éstas no eran una práctica cotidiana integrada a la forma regular en que se establecieron los desempeños en el hogar; en cam bio, lo que pre­ dom inó fue una segregación de prácticas, por lo que R odrigo aso ciab a el trabajo dom éstico con las mujeres. En Ezequiel apareció un doble discurso, pues señaló que su m am á ponía a hacer labores dom ésticas a hom bres y m ujeres, y decía siem pre que “no quería gente flo ja en la casa” , pero, al mismo tiem po, les decía a los hijos varones que no lo hicieran fuera de la casa, frente a otras mujeres: “M i mamá no toleraba que lo fuera uno hacer a otro lado [...] decía, te va agarrar de barco esta vieja, a las mujeres no les gustan los m andilones o les ponen los cuernos cuando son m andilones, claro, a mí me descon certaba” . Esta ap reciació n era reforzada por las prácticas del padre pues, según Ezequiel, sólo realizaba tareas eléctricas o m ecánicas, pero “ nada de barrer, tender, nada de eso” .

La toma de decisiones La figura paterna fue la persona que tom aba todas las decisiones en el hogar aun cuando la mujer tuviera la misma participación económ ica. A sí sucedió con Rodrigo, quien señaló que su madre tenía una escasa participación en las decisiones: "M i padre era quien tomaba las decisiones, daba los órdenes, decía lo que se tenía que hacer y lo que no se tenía que hacer y sentía un am biente de indecisión cuando no estaba él” . Por lo general, la autoridad paterna se ejercía con autoritarismo. El padre no aceptaba ningún tipo de contradicción o reclam o sobre sus decisiones, y la madre sólo tenía autoridad sobre los hijos cuando el padre no estaba, ya que en la presencia de éste ella carecía de poder. U n a situación sim ilar fue la de jo e l y A dolfo, cuyos padres trataban de im poner su criterio cuan do estaban el hogar. La presen cia del padre, en ocasiones alcoholizada, significaba acatar las órdenes que imponía de manera agresiva y con groserías. C on estas prácticas buscaba evitar que se cuestionara su voluntad. Por lo general, los varones, la madre, los hermanos y herm-anas o b e d e c ía n por m ied o a que les pegara; sin em b argo , cu an d o se ausentaba el padre, la m am á era quien tom aba las decision es que a veces tam bién se ejercían con autoritarism o. A dolfo dijo que cuando su padre se ausentaba, su madre era la encargada de tomar las decisiones y la que enfrentaba los problem as de la casa. A nte el abandono del padre, la madre tom aba la iniciativa y decidía sobre los asuntos cotidianos, como el dinero, la alim entación, la distribución de los recursos, los perm isos y las sanciones. A l ser la madre la principal persona que estaba en casa, ella representó una figura con poder frente a los hijos. Para otros, el consum o de alcohol por parte del padre fue un elem ento que posibilitó que las mujeres tomaran decisiones, com o lo explicó Ezequiel: (¿Y quién tom aba las decisiones en el hogar?) Yo creo que mi madre, siempre estuvo pegada a mi padre, las decisiones las tom aba mi madre, vam os a poner esto y vamos a hacer esto, y mi padre era trabajador, pero quien tom aba la iniciativa, las decisiones, era mi m amá. A unque a mi padre le gustaba com prar cosas y las m etía en la casa, pero mi madre tom aba las decisiones, vam os a hacer esto [...] yo siento que siem pre la vi así, com o autoridad, inclusive cuando vivía mi padre, ella era la que dom inaba, la

que se enojaba, la que decía'si sí o si no, siempre la vi com o autoridad (¿Por qué?) Porque tom aba mi papá, com o que mí papá era una forma de pagar sus culpas o que no le dijera nada, nunca entraba en conflicto, nunca buscaba problem as por llevar la fiesta en paz con ella.

En esta descripción el entrevistado manifestó disparidad entre la figura del padre trabajador que no ejerce el poder y la madre que toma la iniciativa y decide sobre los asuntos del hogar. El énfasis es que, posiblem en te, en la representación de Ezequiel prevalece la idea de que quien tiene la mayor participación económ ica debería ejercer el poder, pero ello se contrasta en la relación que sostenían sus padres. A socia la dom inación fem enina con el carácter fuerte e intolerante de su madre frente a un padre que se muestra “débil” y, para “ evitar con flicto s” (y en gran m edida por la “ culpa” que le genera su ingesta de alcohol), posibilita que la madre ejerza un mayor dominio en la relación y con los h ijos.5 O tro caso de m ujeres que tuvieron un com portam iento activo sobre las decisiones en el hogar fue el de José, quien dijo que además de su madre, su abuela tam bién participaba, debido a que los ayudaba económ icam ente por las ausencias del padre: (Quién tom aba las decisiones en la casa?) Mi madre... mi madre no tanto, mi abuela (¿Por qué?) Porque le decía a mi madre, haz esto, y lo hacía, tal vez por conveniencia, porque la proveía luego de dinero, era por eso; ella decía, tu abuela nos ayuda mucho. C uando mi abuela se fue a Chilpancíngo, que se alejó y que mi padre faltaba, pues mi madre tom aba las riendas de la casa y pues se hacía cargo de nosotros (¿Tu papá par­ ticipaba en la tom a de decisiones en la casa?) N unca la tuvo, prácticamente era un cero.

A quí, la influencia de la abuela m aterna se debía al poder económ ico y moral que tenía sobre los miembros de la fam ilia. Esta influencia quedó en manos de la madre cuando aquélla se ausentó, por lo que empezó a tener un papel más activo en la generación de recursos. A un cuando José afirmó que

5 A l respecto del papel del alcoh ólico en la relación conyugal, los estudios de corte psicológico (citados en M enéndez y Di Pardo, 1998: 43) han mostrado que en d eterm inados grupos fam iliares, el alcoholism o del marido posibilita que la mujer desarrolle y refuerce la construcción de micropoderes.

su padre no tenía participación en las decisiones que se tom aban en casa, su presencia por sí misma cam biaba el rumbo de algunas prácticas (com o los p rivilegios que seguía con servan do ). C a b e recordar que el padre de Jo sé tam bién consum ía alcohol y se ausentaba de la casa, pero sus llegadas no eran agresivas ni trataba de imponer criterios arbitrarios; por el contrario, su actitu d era m ás b ien su m isa, lo que fa c ilita b a que la ab u ela y la m adre m antuvieran el poder. La tom a de decisiones en las familias de origen no sólo estuvo pautada por las jerarquías que se establecieron entre el padre y la madre — donde la figura paterna suele tener una mayor posición— sino también por la ausencia paterna que les perm itió a las m ujeres asumir ía posición superior. La

s

r e l a c io n e s en

la

f a m il ia

d e o r ig e n

La relación padre-madre U n aspecto clave en la socialización primaria de los varones fue la forma en que vivieron las relaciones intergenéricas en la fam ilia de origen. Esto constituyó una parte fundam ental en la construcción social de las representacio­ nes de género que inñuyeron en las prácticas masculinas futuras. Los padres y las madres realizaron prácticas en donde estuvieron presentes determinados valores, normas, ideales y creencias que fueron dotando de sentido a la rela­ ción intergenérica ante los ojos de los varones, m ientras fueron niños. Las represen tacion es que los hom bres construyeron sobre la relación afectiva encontraron un importante sustento en las prácticas que sus padres sostuvie­ ron en la relación conyugal. El cuadro 1 tiene el propósito de resumir las diferentes representaciones de los varones en cuanto a la calidad de relación que sostuvieron el padre y la madre. En él se puede apreciar que la relación entre el padre y la madre de los entrevistados se caracterizó por la carencia de afectividad, ya fuera por parte de la mujer, del hom bre o por am b os.6 Esta falta de d em o stración 6 S i bien el térm ino afecto puede tener una c on n otación n egativa, com o pueden ser los se n ­ tim ien tos de rechazo, odio, m alestar, en ojo, en este trabajo se llam a afecto o afectividad a aquellas m anifestnciones ligadas al amor, cariño, com prensión, em patia, respeto, es decir, a todas aquellas form a: afectivas positiv as dirigidas al bienestar em ocion al de los sujetos.

C u a d ro 1 L a relac ió n afe c tiv a en tre el p ad re y la m ad re R odrigo: C uando mis padres se casaron, yo lo sé, mi padre tuvo problem as del corazón y, de alguna m anera, se sentía com prom etida [mi madre] con mi padre. Yo pienso que sí ío quería. S e llevaban bien, pero m i padre era muy agresivo. N o dem ostraba mucho su afecto. Yo veía a mi padre indiferente para con mi madre. Rara vez los vi besándose, rara vez los vi dándose una m uestra de afecto. Lo que sí recuerdo desde niño es que a mi padre siem pre lo vi m olesto con m uchas actitudes de mi madre. E zequiel: ...la relación que recuerdo siempre los veo juntos [...) [mi mamá] siempre estaba pegada a él, siempre. N o se le separaba pero para nada, aunque estuviera dis­ cutiendo, siem pre estaba pegada ahí con él. M i papá era muy afectivo, pero ella no, espérame, decía. M i padre era muy bonachón. C o n tal de no tener problem as, decía, sí, ándale, ya [Mi madre] era muy dom inante con él, él muy cam pechano se iba y no le hacía caso. N u n ca entraba en conflicto ni en problemas. La relación entre mi madre y mi padre, los escasos diez años que duró, entre los seis y los diez años, com o que no estaba muy al pendiente de eso yo. Jo sé : ...mí m amá y mi papá no se querían casar sino que em pezaban a salir y una vez los vio mi abuela [materna] y los obligó a casarse y mi papá se dejó casar. M i mamá nunca se casó por amor con mi padre. S e casaron y mi m am á no sabía ni que era el sexo, era muy inocente. Tenía 16 o 17 años... Ella rio aceptaba a mi padre, nunca aceptó la relación sexual, porque rechazaba m ucho a mi padre [...] empezó mi papá a trabajar para m antenernos, pero empezó a tomar, a tomar, a tomar. Jo el: ...pues ya llegaste, te doy de cenar, vete a dormir, y era todo. En la m añana se levantaba mi m amá, tam bién tem prano, le ponía su ‘lonche’ y se iba mi papá. C uando hacían el amor, quién sabe de dónde nacían sus hijos, porque nunca oíam os nada, bueno, estábam os chicos y al dorm ir nunca sabíam os ni qué. N o sabíam os cóm o eran las relaciones, no sabíam os que se estuvieran besando, que se estuvieran apapachando, jam ás, jam ás vim os nada de eso, o que nos sacaran a pasear no, no había dinero. A d o lfo : Pues m al desde que yo recuerdo. Desde la edad de cuatro, cinco años. Yo los recuerdo muy bien. Desde ese tiem po que recuerdo, siempre se la pasaban discutiendo mis padres por lo que fuera. Por lo que más discutían era por la situación económ ica. Mi padre, pues no tenía un buen trabajo, no ganaba muy bien, Esos eran los conflictos con mi m amá. M i madre pidiéndole dinero, mi padre m etiéndose en las cantinas, en las pulquerías (¿Tu padre llegaba abrazar a tu mamá?) N o , para nada, no, él por lo regular era indiferente. El, en vez de llegar y decirle a mi m adre, te quiero, ya vine, cóm o estás, no se preocupaba por mi madre. Yo jam ás lo vi.

afectiv a, en algu n os caso s, se agudizó por las caren cias econ óm icas y el consumo de alcohol, que derivó en agresiones físicas del padre h acia la madre. Tam bién fueron elem entos que a menudo generaron mayores diferencias en la pareja, conflictos y carencia de afectividad. A sí lo expresó jo e l: ...mí papá decía, ahí está tu gasto, vieja, y me quedo con cinco pesos para echarm e un pulque, o qué se yo (C uando se enojaban, ¿cómo se reconciliaban?) N o se hablaban por sem anas, por días, por horas, por lo que fuera, pero no se hablaban hasta que se encontentaban ellos solos, ellos sabrían cóm o se encon tentaban y ya, pero todo el tiem po se dorm ían en la m ism a cama, pero no se hablaban; y ahí estaba la com ida de mi papá, ya sabía a la hora que llegaba y ahí estaba la com ida, mi m am á podía estar calentando tortillas, la com ida, pero no se hablaban [...] las ocasiones que yo llegué a ver a mi papá agredir a mi m am á era por circunstancias m onetarias, ella le decía, oye, dame tanto, de dónde quieres que te dé si no tengo.

La precariedad m aterial aumentó la posibilidad de agresiones, sobre todo porque las expectativas de la mujer no se cum plían porque el esposo no se desem peñaba com o “buen proveedor” y porque el consum o de alcohol era frecuente y, con ello, los problemas en la pareja. A l respecto A dolfo señaló: Yo veía a mi padre cóm o se apartaba el dinero para irse a emborrachar, yo quería decirle a mi padre, dale más dinero porque no nos alcanza, y siempre estaba viendo cuánto daba, qué discutían, qué se decían y, bueno, era siempre estar discutiendo mi madre con m i padre por lo mismo, por borracho, porque no había dinero, porque no nos com praba ropa mi padre, porque se lo gastaba en las cantinas, por todo peleaban y entonces, yo decía, bueno, siempre se la pasan peleando, por qué discuten, entonces yo empezaba a sentirm e muy triste [...] Yo casi no vi llorar a mi m amá, para nada, se aguantaba todo. En alguna ocasión mi padre llegó tom ado y le pegó con una plancha de punta aquí [señalando la frente] y mi madre term inó toda sangrada, yo no la vi llorar a mi m amá; nada m ás me dijo, vente, vam os por un policía para meter a tu papá a la cárcel, y ahí vamos. Yo siempre andaba con mi madre, según yo, haciéndole un paro. N os fuimos por un policía y sí lo metieron a la cárcel, pero yo no dorm í ese día porque entonces yo em pecé a sentirm e culpable, yo tam bién participé, pero por qué si soy su hijo. Yo en ese tiempo tenía com o ocho años; yo participé y mi padre encarcelado. Pero qué pasaba cuando mi padre estaba

encarcelado, yo iba a buscar'a mi padre cuando mi madre se descuidaba, yo me iba a buscarlo a la cárcel. En alguna ocasión mi madre me dijo, ya metimos a tu papá en la cárcel, ahora llévale una cobija, y yo le digo, pues entonces para qué lo metimos a la cárcel si te estás preocupando por mi padre, le dije; tú llévale la cobija, o sea, que dentro de mi madre sí sentía algo por mi padre, aunque siempre estaban discutiendo,

Para A dolfo, las actitudes de su madre frente a las agresiones de su padre le resultaban “incomprensibles” , pues no entendía por qué “le aguantaba todo”. Para él, la actitud de su madre era la de una mujer que se “dejaba” maltratar y, aunque en varias ocasiones lo “metió a la cárcel” , le resultaba poco claro por qué después le tenía consideraciones. En la representación de A dolfo, estas prácticas femeninas le generaban sentimientos ambivalentes respecto a la vio­ lencia m asculina. S i bien su madre realizaba acciones que evidenciaban su rechazo al com portam iento del padre, al mismo tiem po la violencia no era causa de rompimiento de la relación o de una reprobación definitiva. Las medidas que se tom aban eran un carácter temporal, un “ escarm iento” , en el cual se fincaba la esperanza de que el esposo abandonara sus prácticas violentas. / Para A dolfo, com o para otros varones, la forma en que sus madres enfren­ taban el m alestar hacia su padre era rechazándolo en el terreno sexual, lo que con frecuencia agudizaba las tensiones entre la pareja: “ Empezaban a discutir por cosas, a lo mejor, bueno, yo podría decir que insignificantes, pero a lo mejor para ellos eran bien importantes... hasta a lo mejor sexual, porque yo, a veces, no tanto por estarlos cuidando, pero me daba cuenta de cosas, pero luego mi madre lo que empezaba a decirle era del gasto” . En este mismo sentido se expresó José, quien consideró que el frecuente rechazo de su madre hacia su padre era por cuestiones sexuales: “ Mi madre era el clásico ser silencioso, mi padre no la agredía, le decía, por favor, ne­ grita, hazme caso, yo me im agino que le pedía relaciones sexuales y mi madre, no, no, no. H abía un rechazo [le decía] no te me acerques, hasta ahí. Yo oí el rechazo así y era un sufrim iento, porque yo nunca veía amor, nunca vi amor. N o veía violen cia, pero no veía am or” . Escatim ar el cuerpo y la afectividad femeninos fue un recurso para ejercer algún tipo de presión sobre el varón. Sin em bargo, a pesar del en ojo y el conflicto que pudiera existir entre la pareja, las mujeres continuaban en la relación y realizaban el trabajo dom éstico, aunque bajo un sentido de obli­

gatoriedad. M ientras loá hom bres tenían perm isividad para aban don ar las responsabilidades contraídas, ellas no aban don aban las labores dom ésticas que había asum ido com o parte de su com prom iso. Estas diferencias en las formas de enfrentar las prácticas de género hablan de la tolerancia que socialm ente existe para los varones que incumplen sus responsabilidades y que es soportada por las m ujeres. En los casos en que alguno de los cónyuges mostró cierta afectividad fueron los de Rodrigo y Ezequiel. Para el primero, la mayor carencia afectiva era por parte de su padre, que se llegó a convertir en agresividad y violencia em o­ cional. Por su parte, su madre siempre mostró preocupación por la salud de su padre quien tenía una afección cardíaca: “ ...recuerdo m ucho la relación de mis padres, mi padre a veces en el hospital y mi madre llorando, porque mi padre estaba hospitalizado. Viví esa angustia de saber que mi padre estaba enfermo, de ver a mi madre angustiada, de ver a mi madre nada más aten ­ diendo a mi padre” . Para Rodrigo la afectividad que su madre dem ostraba a su padre era sig­ nificada com o preocupación por su salud y com o tolerancia h acia las ac ti­ tudes indiferentes y a veces de rechazo del padre. Su apreciación está alejada de una afectividad basada en el respeto y las consideraciones mutuas. Esta relación intergenérica, com o en otros, estuvo pautada por el constante malestar de los cónyuges y una ausencia de afectividad. En Ezequiel la diferencia era que su padre era el afectivo y su madre la que lo rechazaba. En este caso, el padre consum ía alcohol y aunque Ezequiel no señaló si vivió algún tipo de afectividad alcoholizada, posiblem ente por sus características no violentas tuvo acercam ientos con la esposa en estado de ebriedad. Por su parte, la madre perm anecía al lado del cónyuge el mayor tiem po posible para “vigilarlo” , ya que según Ezequiel su madre era “celosa” y su papá “ no era mal parecido y tenía suerte para las m ujeres” . En general, la relación entre el padre y la madre estuvo caracterizada por la au sen cia de reciprocidad afectiv a y, en los casos extrem os, cuando las condiciones de vida fueron precarias y el consum o de alcohol frecuente, se registró violencia física del hombre hacia la mujer. Los padres y las madres m ostraron serias lim itacio n es para tener in teraccion es afectivas, lejos del rechazo, la indiferencia y el desamor.

La relación con los hermanos y las hermanas La relació n que m an tu vieron ios hom bres con los herm anos y herm anas permite un acercam iento al cam po de las diferencias entre quienes son con­ tem poráneos y com parten la m ism a posición social, condición socioeconóm ica y fuente de afectividad m aterna y paterna. Abordar esta relación se presenta com o una oportunidad de profundizar en las acciones y pensam ientos de los varones en el trato que sus padres y madres tuvieron hacia ellos, sus herm a­ nos y herm anas, en la distribución de recursos, las ventajas y desventajas que percibían por el lugar que ocupaban, y recupera las interpretaciones que los hombres dieron a su presencia en la fam ilia y la form a en que vivieron las diferencias. U n aspecto que influye en la relación que se establece entre herm anos es, sin duda, la edad. La posición que ocuparon los varones según la edad condicio­ nó algunas diferencias, la más importante fue la económ ica. A sí, los que fueron los herm anos mayores asumieron la responsabilidad de ver por sus hermanos menores, pero tam bién se colocaron en una posición jerárquica superior y de ven taja cuando aportaban recursos al hogar. A l respecto, jo e l señaló: Eran m uchas desventajas, porque nosotros teníam os qué ver por los c h ic o s... y las ventajas era que por ser el grande ya se sentía autoridad para con los chicos; sí les pegaba, yo me sentía el hom bre de la casa, yo les daba reyes, les daba dinero, también les decía, oye, tráeme mis zapatos, o estaba yo bañándom e en el bañito que teníam os a cien m etros y por allá me estaba bañando y se me olvidaban los zapatos y me enojaba cuando no me los llevaban y les pegaba, pues, pegarles un trancazo nada más.

Su p o sición com o varón m ayor y su desem peño com o n iño proveedor contribuyeron a que se sin tiera “ el hom bre de la casa” y m an tuviera una posición de jerarquía y ejerciera poder sobre sus hermanos, lo que en más de una ocasión derivó en agresiones, sobre todo cuando no obedecían sus ór­ denes. Para Joel era im portante que sus hermanos lo “ respetaran” , y aunque esta represen tación estuvo ligada a la obedien cia, com o él m ism o señaló, trataba de “ im poner su ley” . Este mism o sentim iento am bivalente lo tuvo José, quien tam bién fue el prim ogénito (en la posición superior estaba una herm ana) y m antuvo una

relación conflictiva con 'el hermano menor que le seguía. Por un lado, sentía que lo debía cuidar por ser más chico, pero, por otro, le desagradaba su carác­ ter “débil” que comparaba con el de su papá, de lo cual se aprovechaba, porque, com o dijo, “no era bueno para los trancazos” y no se defendía de sus agresiones. Esta posición jerárquica la tuvo Rodrigo frente a los hermanos, aunque sin participación económ ica: “ ...mi relación era a través de violencia, recuerdo golpear a mis herm anos; mis padres, finalm ente, salían a trabajar, nos que­ dábam os solos, quizás en algún m om ento empezaba un juego, pero siempre les golpeaba, golpeando a mis hermanos, haciéndolos llorar [...] yo les pegaba y mi madre me pegaba, el coraje iba creciendo, cada vez era más violenta la forma de actuar con mis herm anos” , Por ser el mayor, y ante la salida cotidian a de sus padres para trabajar, R odrigo ocupó una posición de poder frente a sus herm anos, ejercida m e­ diante la violencia. A qu í se repite la situación que sucedía cuando el padre se ausentaba y la madre ejercía la autoridad. En este caso, ante la ausencia de ambos, el hijo mayor era quien im ponía su voluntad y usaba la fuerza en contra de los herm anos menores. A sí, las posiciones jerárquicas se intercam bian según la presencia o la ausencia del padre y la madre. O tro elem ento que marcó diferencias fueron las aten ciones que el padre dem ostraba a hom bres y mujeres, com o continuó Rodrigo: M i papá tenía cierta preferencia por mis herm anas, ésa era mi apreciación, mis herm a­ nas, por ser mujeres, y mí hermano, por ser el más chico, pero yo n o ... [Hace un silencio largo en el que se acom oda en la silla, respira profundo y continúa] a ellas las abrazaba... yo por ser hom bre no tenía la posibilidad de llorar, mi padre decía, un hombre no llora, qué, eres joto o qué te pasa, eres m aricón o qué, aguántate com o los hombres."

Las prácticas diferenciadas entre hombres y m ujeres por parte del padre estuvieron m arcadas por prejuicios que lim itaron la expresión de la afecti­ vidad intragenérica y originaron un distanciam iento entre el padre y el niño. En cam bio, a las niñas se les orientaba hacia una mayor perm isividad en la expresión de los afectos. Según Rodrigo, para su padre las m anifestaciones em otivas estaban asociadas a com portam ientos hom osexuales. Esta lim itada perm isividad afectiva es un aspecto que se encuentra articulado en el com ­ portam iento violento. Posiblemente, para este niño de siete años el m ensaje

de lo que estaba viviendo era que la violencia estaba perm itida y se con si­ deraba un com portam iento normal en los hombres, pero no así la dem ostra­ ción de afectividad; al menos, ésta podría ser la interpretación más inm ediata frente a los prejuicios de género provenientes del padre. A l igual que con Rodrigo, las creencias de género provenientes de una figura con poder, en este caso la madre, en Ezequiel también marcaron diferencias en el trato entre hermanos y hermanas. Su posición como hermano menor lo colocó en una situación vulnerable frente a sus hermanos mayores, debido a la dife­ rencia de edad. Pero en su representación lo que provocó más diferencias fue la forma en que su madre se dirigía hacia los hombres y las mujeres; ...mi madre a veces es muy violenta con ellos y todas las m ujeres son muy violentas, entre las m ism as herm anas se andan peleando, siem pre están hablando una de la otra, se pelean, se dejan de hablar. Yo veo que con mis herm anas yo no puedo ni ellos pueden. Yo creo que porque ella pensaba que las m ujeres eran com o ella, fuertes, trabajadoras, resolvían todo; ella siempre decía en un problem a, si no pueden estos inútiles que vaya su herm ana y m andaba a la herm ana.

La dualidad que veía Ezequiel en el trato hacia los hijos, donde las mujeres eran m ás valoradas frente a los varones, creó un sen tim ien to de “ coraje” y rechazo h acia la m adre que no se atrevía a expresar por m iedo a que lo agrediera. A dem ás, ella criticaba constantem ente a los hijos varones, les gritaba que eran “ unos flo jo s y que hubiera preferido tener puras m u jeres” . Este discurso profundizaba la separación entre herm anos y herm anas. A diferencia de Joel, Rodrigo y José, A dolfo, segundo h ijo de seis herm a­ nos, ocupó un lugar subalterno en relación con su herm ano mayor. A m bos contribuían con el ingreso fam iliar y en apariencia estab a en igualdad de circunstancias; sin embargo, en la representación de A dolfo hubo diferencias que lo ponían en desventaja: ...yo me sentía aturdido, me sentía muy inferior al lado de mis herm anos. Yo los veía jugar bien padre, sonriendo y, para todo, facilidad. Y cuando yo estaba jugando ese tipo de juegos, los hacía al revés, el trompo lo aventaba al revés, el yoyo, y mis hermanos me decían, es que tú lo avientas com o vlejita y me generaba... no me generaba que fuera mujer sino, bueno, por qué no puedo;.y luego me decían, tú vete, tú no sabes

jugar y entonces ahí era 'donde me daban ganas de llorar; decía, mis propios herm anos me están rechazando.

Para él, desde los seis años, la relación con sus herm anos fue desigual, sobre todo con el mayor. A dem ás de que éste era más hábil para los juegos, criticaba su aspecto físico, le decía que estaba “ aném ico” , que por eso tenía m anchas y pecas en su cara y esto le provocaba “sufrim iento”. Estas opinio­ nes profundizaban su m alestar, cuando escuchaba que su m am á estab a de acuerdo con lo que decía su hermano. Las constantes com paraciones desfa­ vorables para A dolfo y la falta de habilidades físicas m arcaron un constante sentim iento de rechazo y de que no valía ante su fam ilia: ...mi madre, mi padre, llam aban a mi herm ano el mayor y le decían, mi hijo, el chatito, el consentido, el inteligente, y yo ahí sí me sentía muy mal, yo pensaba que ellos no me querían; yo le reclam aba a mi madre, a m í no me quieres, m am á, a mi herm ano le dices que el chatito, que el inteligente, lo quieres m ucho. A mí nunca me dices eso. Yo nunca tuve un cariño de mis padres que dijeran, A dolfo, te quiero m ucho, estás bonito, aunque es lo contrario, ¿no?, por lo m enos una cosa que me tentara hacia la vida, hacia tener ganas de vivir. Tam bién me generaba m ucho resentim iento con mi madre, porque mi madre siempre me decía... tenía yo com o diez a ñ o s... dio a entender mi madre que era yo el m enos guapo y yo em pecé a generar m ucho odio contra mi madre, entonces em pecé a sentirm e muy inferior [...] yo me quería morir de esa edad, yo quería morirme; si yo no me consideraba sim pático en mi casa, si m i madre me decía que yo estaba aném ico, porque tenía m anchas en mi cara, porque estab a pecosito, yo pensaba que no valía ante mi familia, porque decía, a mis herm anos los quiere y a mí no me quiere mi m am á [...] nunca me pasó por mi m ente suicidarm e en mi niñez, la verdad, pero sí me generaba tanta amargura, tantas ganas de llorar y tan ta soledad que decía, Dios, m ándam e un castigo, m átam e, llévam e, o a ver qué haces, ya no quiero vivir, com o que ya no le encontraba sentido; entonces yo me quería morir y los días los veía muy tristes.

A nte el constante rechazo que A dolfo sentía por parte de su hermano y sus padres, prefería estar solo, se iba a cam inar por horas enteras, tratando de explicarse por qué lo rechazaban y por qué sus hermanos no querían jugar con él. Las posibles respuestas se iban concretando h acia una práctica que era

utilizada en contra de quienes estaban en una posición inferior, es decir, el uso de la fuerza física. El recurso era el mismo que usaba su padre en contra de su madre y su herm ano mayor en contra de él. Esta fue la manera en que posi­ blemente A dolfo en sus inicios interpretó el uso de la violencia. En este con­ texto, los golpes se estaban convirtiendo en una práctica socialmente aceptada para enfrentar las agresiones, el rechazo, e imponer la voluntad personal.

La relación con las abuelas La fam ilia de origen de los varones tuvo una estructura nuclear (padre, madre e hijos); sin embargo, algunos convivieron de manera estrecha con familiares em parentados con el esposo o la esposa. Los fam iliares que tuvieron una mayor presencia en la narrativa de los hombres fueron las abuelas (maternas y paternas) y, eventualm ente, los abuelos. Las abuelas tuvieron vínculos con la fam ilia, sobre todo con los varones cuando fueron niños. A veces, esta relación adquirió relevan cia por la afectividad recibida por parte de estas mujeres, pero tam bién por el carácter dom inante y violento y por los signi­ ficados am bivalentes que veían en ellas. Los varones que de niños establecieron una estrecha relación con la abue­ la fueron Rodrigo, José y Adolfo. Para Ezequiel el contacto con su abuela fue esporádico, debido a que sólo la veía en vacaciones, sin embargo, la consi­ deraba una persona dom inante y “ le tenía m iedo” . Por su parte, Jo el vivió con su abuela m ientras su padre y madre estuvieron en la frontera norte. C om o se aprecia en el cuadro 2, en tres casos el vínculo involucró apoyo y afectividad, pero también inconformidad. El vínculo afectivo con la abuela más representativo fue el de Rodrigo. Aunque ella vivía en una colonia alejada, él aprovech aba cualquier fin de sem ana o tem porada de vacacio n es para estar con su abuela. Esta relación le dio un soporte afectivo sus primeros años de vida que, por mucho, am ortiguaba la relación conflictiva que tenía con su m am á; sin embargo, al paso del tiempo, la figura de la abuela se volvió una dualidad. C u an d o tenía alrededor de 12 años, veía y escuchaba cóm o la abuela rechazaba con stan tem en te a su abuelo, se expresaba de m anera peyorativa de él y lo evitaba. Ella le dem ostraba abiertam ente su desprecio cuando el abuelo le pedía que volvieran a estar juntos, petición que la abuela nunca aceptó. C ab e señalar que ella había decidido vivir sola después de

C u a d ro 2

La relación entre las abuelas y los niños R odrigo (con su abuela paterna): La quería m ucho porque me daba m uchas cosas, porque me daba seguridad, porque me hacía sentir bien, porque me daba cariño, porque me daba afecto, porque me daba besos, porque me daba abrazos, porque me apapachaba, pero en el fondo tam bién llegué a sentir, es mujer [...] mi abuelita siempre me estuvo contando, siem pre me estuvo diciendo que los hom bres eran lo peor, que ojalá no fuera a ser com o mi abuelo, a mi abuela siempre la vi arrogante. Ezequiel (con su abuela m aterna): ...era un roble, muy dom inante con todos sus hijos, con los nietos, con todo m undo, y mi madre ahora veo que adoptó la misma posición, me daba miedo. Jo sé (con su abuela m aterna): Mi abuela tuvo cinco m ujeres, entre ellas mi madre, y era un m atriarcado, mi abuela era una persona con carácter muy fuerte, cuando yo nací, mi abuela decía, un hom bre, un hom bre, me acuerdo que mi abuela me cargaba y me pegaba, me pegaba, tenía la m ano muy pesada; una señora gruesa, blanca, con el pelo hacia atrás, me pegaba, yo siempre la recuerdo con delantal. Jo el (con su abuela paterna): ...me m altrataba mucho, entonces, si tú me haces tanto por qué voy a ir a verte [...] Era una mujer de carácter fuerte pero pobre y ranchera; ahorita me doy cuenta una persona inexperta, sin estudios, sin nada, m andona en su form a de ser. A do lfo (con su abuela paterna): Yo le contesté mal a mi m am á y cuando le contesté mal a mi m amá, me pegó con un cable de luz en (a espalda. N o me corrió, yo fui el que me fui con mi abuela y pues mi abuela me protegió, me dijo, qué te pasó, y yo le dije todo, a lo m ejor h asta le m entí inventando más de lo que había pasado, claro, mi abuela me recibió muy bien, me dijo, no te preocupes, aquí, vente conm igo [...] estuve com o un mes con ella.

d ejar a su cónyuge por su ex cesiv o con sum o de alco h o l. E stas ac c io n es em pezaron a conflictuar la im agen que Rodrigo tenía de su abuela: ...es una antagonía el sentir que am aba yo a mi abuela, porque era mi abuela y a mí me trataba bien, pero sentí odio porque trataba así a mi abuelo, porque tenía una

personalidad fuerte, de indiferencia. A mi abuela siempre la vi indiferente con mi abuelo [...] Yo siempre llegué a sentir desesperación por mi abuelo; yo siem pre llegué a sentir que mi abuelo estaba triste porque mi abuela no lo quería, porque la que ejercía ahí el control, incluso en una relación de pareja, era ella, al contrario de lo que era en mi casa. Llegué a sentir lástima por mi abuelo, llegué a tener mucho m iedo de que a mí me llegara a suceder lo mismo. Por otro lado, llegué a sentir que así debería ser un hombre, yo siento que es la postura que siempre he deseado o que me hubiera gustado tener en el fondo; en el fondo era eso, era desear la postura de mi padre, un hombre frío, sin sentim ientos que le valía un com ino si la mujer lo quería o no lo quería y muy indiferente. A mi abuelo yo lo llegué a ver triste y yo sí llegué a sentir que mi abuelo, en el fondo, hubiese deseado volver con mi abuela. M i abuela nunca lo quiso. M i abuela nunca perm itió eso, mí abuela fue tajante y, a pesar de esa personalidad, yo quería m ucho a mi abuela, pero ahora me pongo a ver eso es algo de mi abuela que no lo hubiera tolerado (¿Qué parte?) El ser indiferente, es decir, la acepté porque era mi abuela, porque el trato para conm igo era com o el nieto, com o el consentido.

A partir de lo que veía y escuchaba, Rodrigo empezó a formarse la idea de que “las mujeres eran las responsables del sufrimiento de los hombres” . La co n v iv en cia con la abuela sign ificó dos cosas a la vez: u n a figura que lo apreciaba, le daba cariño y la seguridad que no encontraba en su casa al lado de su papá y m am á, y otra que despreciaba a los hom bres, en este caso al abuelo, y con quien se m ostraba dom inante y arrogante. Era una mujer que lo rechazaba y “ le causaba sufrimiento” . Esta faceta de la abuela le provocaba malestar y, sobre todo, le quedaba la incertidumbre si a él com o futuro hombre adulto le podría suceder lo mismo. Asim ism o, destaca la identificación que sentía con la form a de ser de su padre, que contrastaba con la figura de su abuelo. M ientras que la imagen de su padre le significaba fortaleza e indife­ rencia ante las em ociones y, por tanto, una menor posibilidad de sufrimiento y angustia, la de su abuelo le representaba dolor y sufrimiento. Por su abuelo sentía “ lástim a” , m ientras que por su padre había adm iración. Los atributos que veía en ambas figuras eran opuestas y se fueron pautando com o dos formas de ser hombre, al parecer irreconciliables. La im agen del padre com o una prim era influencia socializadora de lo m asculino se orientó hacia un im aginario de hombre “fuerte” e “ indiferente” , con lo que Rodrigo

creía que podía tener un mayor dom inio sobre los sentim ientos, en especial por aquellos originados en la relación con la mujer. La abuela de A dolfo realizó prácticas en favor de él y se portó solidaria cuando su madre lo golpeaba. A pesar de esta alianza, muchas veces sintió “ coraje” hacia ella, porque lejos de defender a su madre ante las agresiones de su papá, las toleraba y justificaba. Esta situación no era menos am bivalente que la de Rodrigo, ya que esta figura fem enina, aunque era capaz de defenderlo, no apoyaba a su madre cuando era agredida por el cónyuge. A sí, la defensa de quien es padecían violencia en el hogar no era distribuida de igual forma. A l mismo tiempo que la abuela toleraba el ejercicio de la violencia de su hijo, protegía al niño de las agresiones de la m adre. Posiblem ente, esta actitud era producto de las rencillas en la relación suegra/nuera y no de un pleno convencim iento sobre la sanción que deber tener cualquier com portam iento violento. O tra situación que mostró com ponentes de una afectividad problem ática se dio en José. Su abuela m aterna tuvo preferencia por él debido a que fue el primer nieto varón. Esto representó privilegios para él, por ejem plo, apoyándolo para que no realizara trabajos domésticos. Pero aun cuando la abuela lo protegía por ser hom bre, Jo sé la consideró una mujer dom inante y a veces violenta: Yo vi cóm o una ve 2 a mi tío le sacó el cuchillo y él se echó a correr... casi se lo encaja. A mi padre le decía de cosas y él agachaba la cabeza, a m í me daba mucho coraje, mucho, m ucho coraje, y sentía m ucho rechazo hacia mí abuela, porque yo veía que en otras fam ilias que el padre era el modelo. Era un rechazo y a la vez protegido por las mujeres; sentía esa situación de poder yo tener un alivio con las mujeres, pero a la vez la rechazo [...] M i abuela, tam bién con un carácter de la patada, pero mucho respeto al hombre, m ucho respeto al hom bre y los niños aparte; los niños no tenían privilegios, los niños eran com o anim alitos y yo me trataba de revelar, hasta porque me daban una cuchara que yo no quería, una cuchara de peltre despostillada y la rechazaba, yo no quería esa cuchara y me decían, es que los niños deben de com er con ésa, y entonces yo no com ía. Y en la casa era igual, los utensilios de mí padre aparte. A pesar del trato a mi padre siempre había privilegios para el padre.

Estas prácticas generaban un sentim iento doble en José, pues si bien le agradaba ser el nieto consentido y tener ventajas, no aceptaba que fuera una m ujer d o m in an te con su padre, por quien sen tía pena al ver que no era una figura de autoridad en el hogar. Esto chocaba con su representación de lo que veía en otras fam ilias cercanas a él, en donde el varón era el que ejercía el poder. Esta preferencia de la abuela por José era relativa, ya que frente a los hom bres adultos, los niños perdían privilegios. El com portam iento de esta figura fem enina podría interpretarse de la siguiente manera: José tenía prerrogativas por ser varón, en especial frente a sus herm anas, pero podría aspirar a m ayores privilegios cuando fuera un hom bre adulto. La relación que los entrevistados establecieron con su abuela, ya fuera m aterna o paterna, representó un soporte afectivo, sobre todo en los casos donde la relación con la madre era conflictiva; sin embargo, com o todo ser social com plejo con em ociones que se oponen, las abuelas tuvieron prácticas y discursos que, a los ojos y los oídos de los niños, les parecía confuso: al mismo tiem po que las abuelas los protegían y posibilitaban privilegios, ejer­ cían poder y violencia sobre hombres y mujeres. M ás aun, podían ser cóm ­ plices del ejercicio de la violencia masculina, si se trataba de la de su hijo. Las prácticas de estas figuras fem eninas form aron una representación básica con la que los varones no estaban de acuerdo y era que las mujeres, al igual que los hombres, pueden ejercer poder, ser agresivas y violentas. A n te esto, los niños tuvieron malestar que en ocasiones fue vivido com o inconformidad ante las agresiones dirigidas a los hombres. A l parecer, se inició la formación de un sentim iento de miedo; empezó a haber temor de que algún día, cuando fueran adultos, les fuera a pasar lo mismo: ser dom inados por m ujeres. La

s fo rm a s de la

v io l e n c ia d o m é s t ic a

La carencia de afectividad y la afectividad alcoholizada U n aspecto destacable en el padecim iento de la violencia fue la carencia de afecto del padre y la madre. Las prácticas adquirieron diferentes m atices en cada caso; sin embargo, el común denominador, en relación con el padre, fue una afectividad con prejuicios de género y alcoholizada. Por lo general, los acercam ientos sólo se dieron de m anera indirecta o en estado de ebriedad.

R especto al afecto m aterno, en las representaciones de los varones prevalecieron sentim ientos am bivalentes y a veces de rechazo. Donde la interacción padre/hijo estuvo pautada por la carencia de afec­ tividad se detectó en Jo e l,7 Rodrigo y José. Para el primero, “hubo falta de amor paternal, para los hijos la carencia fue del 100% ” . Só lo dijo recordar que cuando su padre llegaba tomado se acercaba a su herm ana, la mayor, la abrazaba y le decía, “mi reina del gallo” , y a los niños les daba un peso o dos para un dulce. Esta m ism a situación en que el padre se acercaba más a las hijas fue la de José, quien señaló que cuando n ació su herm ana se sin tió desplazado y, al igual que Jo el, afirm ó que su papá alcoholizado les daba dinero: “ ...a pesar de ser el segundo h ijo, mi padre no me tom aba m ucho en cuenta, quería mucho a mi herm ana, yo me sentía muy desplazado por mi herm ana, sentía que mi padre hacía cualquier cosa por mi hermana, la mayor, por mí no [...] m uchas veces cuando llegaba alcoholizado nos daba dinero, nos acercába­ mos y nos daba dom ingo de m ás” . Para Joel y José, los padres demostraron mayor preferencia por las mujeres, a quienes se acercaban, abrazaban y besaban, ya fuera en sobriedad o ebriedad, y esto no sucedía con ellos. Las formas de acercamiento con su padre estuvie­ ron pautadas por el consum o de alcohol y por el dinero que en ocasiones obtenían, considerado com o un aspecto positivo de sus padres para ellos. C on tinuan do con José, las veces que sentía un mayor acercam iento con su padre era cuando los invitaba al cine: ...a él le pagaban sem anal y muchas veces era la ansiedad de va a llegar o no va a llegar, cuando llegaba era una alegría terrible, ya llegó mi padre, ¡vam os a tener qué com er toda la sem an a!, nos llevaba al cine, nos com praba un m ontón de cosas, era una alegría, eran días felices cuando llegaba [...] Su cariño era dem ostrarlo llevarnos al cine, yo soy cinero, sigo siendo cinero; nos llevaba al cine, quién sabe cuántas películas veía­ mos, íbam os a la m atiné, nos llevaba al cine o nos com praba cuentos. Teníam os un

7 E n las representacion es Jo e l, referidas a la afectividad, narró la relación que m antuvo c o n una m aestra de secun daria; sin em bargo, al tratarse de un encuentro producto de un abuso de poder, esta situació n se referirá en el apartado correspondiente a la v iolen cia fem enina.

alterón de cuentos terrible, ése era demostrar el cariño de mi padre, no nos permitía acercarnos; él m ism o nos hacía a un lado [...] decía, los hombres no se besan.

La asociación entre “dem ostrar el cariño” y la disponibilidad de recursos económ icos tuvo un peso sign ificativo por el co n texto en que se daba el acercam iento; es decir, por la llegada del padre a la casa con recursos y en sobriedad* Esta situación era vivida con alegría, porque con trastaba con el frecuente aban don o que la fam ilia h abía padecido por días o sem anas; sin em bargo, aun en estas accion es, la relación con el padre carecía de otras formas de interacción afectuosa. Esta carencia estuvo presente en la relación de Rodrigo con su padre: ...a mi papá le decía, oye, papá, pasé de año, pues es tu obligación, no estás haciendo ningún mérito, está bien... mi papá fue parco, yo así siento a mi padre, parco en cuanto a su dem ostración de afecto, ahora creo que así debe ser un hom bre [...] bueno, así se me quedó clavado; aunque en el fondo yo lo que quería era otra situación... el hombre parco... el afecto del hom bre debe ser algo parco porque así lo percibí, pero no me gustaba. Me dolió m ucho, pero en todo caso así debía ser un hom bre y una mujer debe ser afectiva.

Las prácticas del padre m arcaron la representación que los hom bres tu­ vieron acerca de la permisividad afectiva o, más bien dicho, de las lim itacio­ nes socialm ente impuestas a estas expresiones. C om o se observa en la narración de Rodrigo, consideraba que la frialdad era un com ponente de la imagen de ser hombre, sobre todo confrontada con la figura de la mujer. Pero al mismo tiempo, sentía que la frialdad ponía barreras y lo alejaba de su padre, lo que le resultaba doloroso porque en el fondo deseaba un trato cálid o.8 8 Esta visión polarizada del com portam iento m asculino y fem enino m arcó las representaciones de género de los varones. Esto es resultado de una socialización en don de culturalm ente ha pre­ valecido una visión d icotóm ica y, h asta cierto punto, estereotipada sobre las form as en que los afectos deben ser experim en tados por hom bres y mujeres. La frialdad dem ostrada por estos padres, así como la bondad y el am or que se espera de una madre, tiene im portantes contrastes en la realidad. La supuesta frialdad m asculina en cuentra su con traparte en la afectividad alcoholizada. En estado de ebriedad, los padres — y tam bién a veces las m adres— , se acercaban a sus h ijo s dem ostrando afectos que en sobriedad no se atrevían por prejuicios enraizados y por m iedo a la crítica social de

En dos caso s se enc'ontró un acercam ien to p atern o en so briedad; sin embargo, la mayor interacción padre/hijo se dio cuando había consum o de alcohol por parte de los padres. Para Ezequiel, el corto tiempo que convivió con su padre fue agradable, ya que solía hacer bromas y los llevaba a pasear. Su afecto, según él, lo dem ostraba protegién d olo m aterialm en te. A d o lfo tam poco m antuvo una estrecha relación afectiva con su padre, pero sentía que le dem ostraba su aprecio cuando le cortaba el pelo: C uando mi padre a veces no estaba alcoholizado, le gustaba mucho cortarme el pelo, mi padre me cortaba el pelo, ahí sí me gustaba... en ese m omento, sí me sentía yo un poco superior a mis hermanos, porque mi padre decía, ay, hijo, ¿sabes?, me gusta mucho cortarte tu pelo, porque se me cortaba fácilmente, muy fácilmente; y ahí mi padre me acariciaba mi pelo para cortármelo y me hacía alguna caricia física muy... pues muy poco, pero a m í me gustaba eso [...] cuando me cortaba el pelo sabía que me iba apapachar mi padre, por lo m enos me iba a tocar y me iba a decir una cosa bonita que a m í me gustaba: tienes tu pelo bonito. En ese momento sí me gustaba estar con mi padre.

E sta es la form a en que A d o lfo recuerda la afectividad de su padre en sobriedad. A pesar de que el contacto físico y-las frases cálidas eran escasas, para él fueron im portantes porque lo hacían sentir bien. Los tocam ientos de cabeza para arreglarle el pelo eran interpretados com o una “ c aricia” y un “apapacho” , lo que aunado al com entario de que “ tenía su pelo bon ito” , lo hacían sentir por encim a de sus herm anos y aceptado por su padre. Tanto A dolfo com o Ezequiel vivieron acercam ientos importantes cuando sus padres habían bebido “un poco” de alcohol, pues los abrazaban, jugaban con ellos y a veces h asta los besaban. Por ejem plo, A dolfo expresó: ...a veces, mí padre, borracho, pero intentaba jugar con nosotros y a m í eso sí me gustaba, que alguien jugara conm igo, si mis herm anos me rechazaban por no jugar a las canicas, al trom po, al balero, todo ese tipo de cosas, más bien de juegos en ese

hom bres y m ujeres. Igualm ente pasa con la expectativa que se tien e sobre la mujer, de la que idealm ente se espera un com portam iento suave, gentil y am oroso, siem pre lleno de bondad. Pero la mujer, al igual que el hom bre, tiene la capacidad de experim en tar y transm itir una am plia gam a de em ocion es y sen tim ien tos que no necesariam ente están ligados a la afectividad positiva.

tiempo de mi niñez, entonces yo quería jugar con alguien. Yo estaba chiquito, mi padre nunca jugó conm igo; sin embargo, cuando mi padre se me acercaba com o a jugar, a m í me gustaba. A lo m ejor dentro de sus borracheras com o que hubo un poquito más de eso, pienso; com o un acercam iento más hacia m í... a m í me hubiera gustado que me dijeran, chaparrito, flaquito, mi hijo consentido o algún cariño, pero jam ás me lo dijo; y entonces cuando mi padre se iba a la pulquería, yo lo seguía, yo me iba con él, yo no podía estar con mi m amá, no me relacionaba con mis herm anos ni con mi madre, a lo m ejor con mí padre sí porque se alcoholizaba, com o yo ya me empezaba a alcoholizar ya desde muy niño, pues me alcoholizaba con él, a lo mejor no alcoholizarm e, pero tom ar cerveza con él.

C uando A dolfo tenía entre ocho y diez años empezó asociar el consumo de alcohol con una mayor expresividad m asculina de afecto y aceptación. El juego con su padre también era importante, y aunque se realizaba en estado de ebriedad, esto no im portaba, ya que sustituía la carencia de juegos con niños de su edad. En esta relación padre/hijo, el alcohol fue el vehículo que posibilitó con tacto entre ellos. Los mayores acercam ien tos con el papá se dieron cuando lo empezó “ acom pañar” a su padre a la pulquería. El “rechazo” que decía sentir de su madre y sus herm anos lo m otivaban a alejarse de la casa y prefería irse con su papá a las cantinas o pulquerías. La cercanía paterna alcoholizada que vivieron algunos de los varones fue una forma de violencia en contra de ios niños quienes, a su corta edad, no cuestion ab an la m anera en que se les brindaba la afectiv id ad y el apoyo em ocional, aspectos necesarios en la vida de cualquier sujeto. A pesar de las lim itaciones y carencias que implicaban una afectividad alcoholizada, ésta se convirtió en una norm a para vivir la expresión em ocional m asculina. La carencia afectiva, producto de prejuicios y estereotipos, orilló a que los varones se socializaran en medio de una vida afectiva precaria, en donde la expresividad m asculina estuvo ligada a cuestiones m ateriales, al acercam ien­ to exclusivo con las hijas — aunque a veces tam bién b ajo la influencia del alcohol— y al rechazo al contacto físico. La afectividad alcoholizada empezó a ser identificada com o un rasgo positivo que conformó un código de género junto con la creencia de que, m ediante el alcohol, la afectividad m asculina inter o intragenérica era perm itida.

Las prácticas afectivas por parte de las madres fueron tam bién precarias. Só lo José señaló que su madre tuvo constantes acercam ientos físicos que lo hicieron sentir protegido, sin embargo, al igual que los demás, la relación con su madre fue conflictiva: ...nos abrazaba, nos empezaba a acariciar, nos empezó a enseñar a leer desde muy pequeños, nos capaba, nos abrazaba, nos cobijaba. Yo me sentía protegido, o sea, me sentía más protegido que con mi padre. Yo me sentía com o una niña, así, acercándom e a mi madre; pero yo quería que mi madre me acariciara, yo quería llorar con mi madre, yo, cada vez que me peleaba en el kinder, en la prim aria, yo quería correr con ella, pero tenía que dem ostrar que era niño, porque así decía la abuela que era un niño.

En Jo sé, la p rotección de su m adre y su abu ela fueron aspectos que le proporcionaron seguridad, pero, al m ism o tiem po, h abía rechazo h acia su madre. Sus sentim ientos am bivalentes se debatían entre el deseo de estar con su m adre y la ob ligato ried ad so cial de ser “fu erte” y “ dem o strar” que no necesitaba el apoyo femenino, por ejemplo, para defenderse de las agresiones porque, com o su abuela le decía, “era un hom bre y los hombres no lloran” . C abe señalar que otro elem ento que estuvo presente en este sentim iento fue el rechazo que ejerció su madre sobre su padre, a quien veía com o una figura “ so m etid a” y “d o m in ad a” por ella. Jo sé con sid erab a a su padre com o un hombre “débil” y le inconformaba que no tuviera autoridad en el hogar. Esta representación del hom bre subordinado estuvo asociada con el rechazo que sen tía por su m adre, pues con sideraba que ella ejercía dom in io sobre las em ociones de los miembros de la fam ilia y lograba imponer su voluntad a él, a su padre y a sus herm anos. La am bivalencia entre la madre protectora y la madre con poder sobre las em ociones, provocó sentim ientos encontrados. Por ejem plo, las prácticas de rechazo ejercidas p o r.la madre en contra del padre fueron m otivo, en más de una ocasión, de que José deseara que su padre golpeara a su madre para que lo “ob ed eciera” y dejara de “rechazarlo” . Para A dolfo, la relación con su madre no era m enos conflictiva que en el caso anterior, pues recuerda que su m am á “no se acercaba afectuosam ente a é l” ; por el contrario, con frecuencia la escuchaba decir “eres un rebelde, eres un hocicón, eres bien en ojón ” , lo que sentía com o agresión y rechazo.

La única vez que A dolfo recordó un intento de acercam iento por parte de su madre fue cuando la encontró con su amante. Ella lo chantajeó para evitar que se lo dijera a su padre: ...pues esto sí me duele com entártelo, pero mi madre tuvo un am ante, un amigo que era de mi padre... yo encontré a mi madre con el amigo de mi padre, mi padre estaba durmiendo muy tom ado y en cierta hora de la madrugada yo escuché un ruido y salí y ahí estaba mi madre con este cuate. A m í no me gustó ver a mi madre que le estaba siendo infiel a mi padre, pero cuando yo le dije a mi madre que yo se lo iba a decir a mi papá, mi madre me dijo una cosa que a mí me gustó. Mi madre quería que la pro­ tegiera, que la solapara, que no le dijera a mi padre. Me dijo, no le digas a tu papá y te voy a querer mucho, Adolfo. S i tú no le dices a tu papá vas a ser mi consentido y, entonces, con tal de que mi madre me quisiera yo dije, ¡ay, qué padre!, yo con tal de que mi madre me dé afecto entonces no te voy a decir a mi papá y de hecho yo la solapé.

A pesar de que A dolfo cum plió su promesa, la relación con ella no mejoró. Según él, este hecho m otivó en gran m edida el “od io” que sin tió hacia su madre por muchos años. El chantaje y la mentira le dejaron un sentim iento de rechazo h acia ella. Pero A d o lfo nunca le d ijó la verdad a su padre ni tam poco le reclam ó el engaño a su madre. Este tipo de situaciones ponen al descubierto y cuestionan, una vez más, los estereotipos que han prevalecido sobre la figura de la madre, los cuales no son más que reducciones, casi siempre, deform adas de una realidad que resulta m ucho m ás com p leja. C om p ortam ien to s com o el de la m adre de A dolfo o la de José tienen en común el conflicto de lo que culturalm ente ha representado la figura de la madre y lo que en la realidad se vive. Estos sujetos se socializaron en medio de un discurso que, tendencialm ente y de manera estereotipada, sostenía una imagen ideal de la madre, com o un ser incapaz de realizar actos que trasgredieran el bienestar de los otros. C on frecuencia creían en la benevolencia fem enina asociada con la persona que, al menos biológicam ente, “ da la vida” . Estas creencias derivaron en una reificacíón de la madre com o una figura con una serie de atributos positivos inherentes a su condición materna. Sin embargo, en la realidad estas ideas estereotipadas que escuchaban en la fam ilia, los m edios y el entorno social, entraron en conflicto cuando se enfrentaban con la madre de carne y hueso.

L a afectividad alcoholizada no sólo fue una práctica de los padres. Ésta tam bién se registró en el caso de la madre de Ezequiel, quien después de la muerte del cónyuge tomó alcohol con frecuencia. El acercamiento con su madre fue mayor cuando ella bebía. A sí sucedió cuando tenía 12 años de edad: Yo la buscaba mucho, siempre quise satisfacerla, ya sea con ir a los m andados, ayudarle en la casa y después empecé a trabajar, ya trabajaba y siempre en la mente “le voy a llevar esto” , yo creo que desde niño siempre eso, com o que a través de eso yo me podía ganar su afecto. De esa manera la busqué... ella empezó a tomar, siento que, en un principio, con tal de verla contenta yo le decía, ¿quieres que te traiga tu botellita?, se la compraba, pero después me sentía culpable porque se volvía agresiva, entonces ya me daba coraje, pero en un principio la veía contenta, porque era la única forma en que la podía ver contenta, cuando empezaba a tomar {¿Y qué hacía contigo cuando se ponía contenta?) Empezaba a hablar, a platicar conm igo, a veces empezaba a chillar y eso me afectaba mucho, porque pensaba, algo le está pasando, se puede morir, o está sufriendo.

Para Ezequiel la búsqueda de aceptación de su madre era un asunto que involucraba tanto el aspecto econ óm ico com o el consum o de alcohol. En este últim o veía la posibilidad de tener un mayor acercam iento, porque sig­ nificaba algún contacto positivo, pero al mismo tiempo había com portam ientos que le incomodaban. El alcohol, una vez más, com o con el padre de A dolfo, representó un perm isividor de la afectividad , en este caso, en una figura femenina. Las lim itaciones en la expresión em ocional es un asunto que puede involucrar a hombres y a mujeres; sin embargo, por las prácticas socializadoras que restringen la vida em ocional m asculina, la afectividad alcoholizada se presentó más a menudo en los padres. Los casos extrem os donde se señaló haber tenido una relación distante con la madre fueron los de Rodrigo y joel. En la opinión de estos varones, ella no dem ostró afectividad, com o lo expresó Joel: “ M i m am á es una per­ sona muy callada, es muy callada. Para serte sincero, yo hace un año le reclamé a mi madre cuántas veces me dio un beso, yo se lo reclamé, me sentía muy mal, me sen tía muy triste. Yo le dije, oye, m am á, quiero que me digas tú cuántas veces me has dicho te quiero, cuántas veces me has dado un beso, que me acuerde sólo una o dos ocasion es” .

A lo largo de estas descripciones acerca de cóm o los hombres vivenciaron y significaron la afectividad paterna y materna se observa que hubo caren­ cias y tuvo un carácter conflictivo. A lgunos varones señalaron que la relación con el padre fue sin contacto afectivo (Joel). C uando hubo cierta afectivi­ dad, las p rácticas eran ev en tu ales, in directas o estrech am en te ligadas al consum o del alcohol (A d o lfo y Ezequiel). Pero tam bién se detectó que la expresión em ocional del papá estuvo lim itada por prejuicios (Rodrigo y José), por ejem plo, cuando decían “ los hombres no se besan” o “los hombres no se abrazan” , lo que se vivió como un rechazo en la interacción padre/hijo. Por otra parte, la afectividad m aterna tam bién fue precaria y problem ática; es­ tuvo vinculada a sentim ientos am bivalentes (José) y a la mentira y el chan­ taje (A d o lfo ), o cu an do la m ujer n o dem o stró a c e rca m ie n to s afectiv o s (Rodrigo y Jo e l) o sólo se acercaba cuando bebía alcoh ol (Ezequiel).

La violencia masculina hacia los niños A dem ás de la pobreza económ ica y de la carencia afectiva durante la niñez, los varones tam bién padecieron la violencia física y verbal ejercida por el padre. De los casos estudiados, A dolfo, Joel y Rodrigo sufrieron agresiones físicas y verbales. Ezequiel y José, aunque no lo reportaron, el primero fue testigo del m altrato que p racticab a su cuñado en con tra de su herm ana, m ientras que para el segundo p rev aleció la au sen cia de afectiv id ad y el consum o de alcoh ol patern o.9 Q uienes padecieron la violencia física se refirieron a ésta com o agresiones dirigidas a su cuerpo, que en la represen tación de los su jetos les provocó “dolor, físico” »-‘.‘-miedo” , “coraje” , “sufrim iento” y un ánim o de “desquitarse” . Y a pesar de que en las narraciones de los hombres destaca este tipo de violencia tam bién estuvo presente la violencia verbal, a través de insultos y groserías, que si bien no dejan eviden cia física del daño provocado, sí dism inuye la estim a del m enor y pauta representaciones sobre la perm isividad del ejerci­ cio de la violencia en contra de los más vulnerables.

9 José fue testigo de violen cia ejercida por hom bres hacia las m ujeres entre los vecin os cercanos a él. Este caso está expuesto en el apartado correspondiente a la violencia en el ám bito extradoméstico,

El ejercicio de la violencia alcoholizada en contra de los niños se encontró en A dolfo y jo e l. A dolfo vivió las mayores agresiones por parte de su padre cuando éste se encontraba en estado de ebriedad: C uando él me agredía yo sabía que estaba mi padre tom ado y me pegaba, me regañaba por cualquier situación, yo me tenía que quedar, porque yo le tenía m iedo a mi padre. M i padre era tan agresivo, que él no era un señor que agarrara una chancla o una tabla o que buscara la forma de no agredim os tan feo, nos pegaba con la m ano cerrada, com o que si se estuviera agarrando a trancazos con un amigo, com o si fuéram os unos animales. Yo, en ese m om ento, quería estar grande com o para gritarle a mi padre, echarle en cara, reclam arle, por qué me estás pegando si soy tu hijo, decirle, a un hijo no se le pega, o la verdad tam bién me llegaba eí pensam iento de contestarle, pero con los golpes que él me daba y, de hecho, en una ocasión lo hice, pero él estaba tom ado. Pero cada vez que discutía con mí madre o que me reclam aba a m í o me decía que era un tonto o cualquier grosería que me dijera, a m í me daban ganas (¿Por qué te daban ganas de regresarle los golpes?) Porque a mí no me gustaba que mi padre me agrediera o que me dijera cosas, porque yo pensaba que el hecho de que mi padre me estuviera diciendo palabras agresivas, pues a m í eso me hacía sentir que no me quería, que me estaba rechazando y que mi padre no estaba en su derecho de decirm e eso, porque yo pensé, yo pensaba más bien, un padre debe querer a sus hijos, pues a lo mejor no sacarlos m ucho a pasear, pero por lo m enos convivir con ellos.

En la narración destaca la forma en que el padre agredía a Adolfo, como el uso de los puños cerrados, que fue interpretado com o un mayor despliegue de agresión. Esta práctica la compara con una pelea sostenida con alguien en igualdad de condiciones, por ejemplo, con un “am igo” , o el enfrentam iento que se tiene con un animal. Llam a la atención que, en una prim era instancia, lo que cuestiona es la forma en que su padre lo agrede y no el hecho mismo de ser agredido. Tam bién, A dolfo padeció agresiones verbales en sobriedad, las cuales le hacían sentir que su padre “no lo quería” y lo rechazaba. La frase que le decía con frecuencia era “ m uchacho tonto” , lo que le significaba que era una persona inútil, incapaz de hacer las cosas bien. Tal vez por esto, A dolfo con stan te­ mente afirmaba que no se consideraba “tonto” , ya que “ tenía sus manos para trabajar” y era capaz de “sostener a una fam ilia” . Por muchos años, esta frase

le provocó un serio cuestionam iento de sus capacidades, sobre todo cuando lo insultaban frente a los demás. La im posibilidad de A dolfo de defenderse estuvo pautada por la jerarquía del padre com o figura de poder. La diferencia en edad y de fortaleza física lo ponían en una situación de desventaja. A n te la im potencia de contrarrestar las agresiones, recurrió al estad o de em briaguez del padre para agredirlo, aunque esta acción más tarde le generó culpa. El sentim iento de venganza fue uno de los aspectos que más padecieron los niños, debido a que se vieron im posibilitados para expresar y manifestar su descontento por las agresiones verbales y los golpes. Los varones muchas veces padecieron el dolor y el sufrimiento en silencio; en otros casos, trata­ ron de revertir la situación agrediendo a sus herm anos. O tro com ponente del padecer de los niños agredidos fue el sentim iento de rechazo_que, a su corta edad, les resultaba incomprensible y les provocaba dolor.em ocional. Este rechazo no sólo involucraba la n egativa del padre a tener algún tipo de in teracción física directa con el h ijo sino tam bién el desentenderse de la responsabilidad material, educativa y afectiva de los niños. Las agresiones verbales alcoholizadas tam bién eran frecuentes, com o su­ cedía con Joel: Mi papá, cuando llegaba tom ado, llegaba y me despertaba a mí, me decía, pinche estudiado, hijo de tu chingada madre, ya te crees m ucho porque ganas más que yo; me empezaba a contar toda su historia) cuánto sufrió desde niño y yo le decía, déjam e dormir, jefe, mira, ya estoy cansado, y decía, ¡si son unos hijos de la ch in gad a!, no me hacen caso, ya te sientes muy chingón porque ya estudiaste. Siem pre me quedaba callado.

Los insultos que escuchaba de su padre hacían alusión a su logro de haber term inado la secundaria y ganar más dinero que él. A n te estas agresiones, joel m anifestó que se sentía “ m al” , porque sin haberlo deseado su padre se sen tía m enos. El em peño que realizó para con clu ir sus estudios, lejos de representar algún tipo de reconocim iento a los ojos de su padre, se convirtió en un m otivo de descalificación. Posiblemente, el padre, frente a los logros de Joel, llegó a sentirse con un escaso poder sobre él. Esta inconformidad sólo se atrevía a expresarla estando alcoholizado.

Algunas veces, las agresiones surgieron por su intento de ayudar a su madre en donde también llegaron a intervenir otros hermanos y herm anas, sin que ello impidiera que fueran agredidos, com o lo expresó Joel: ...tenia 15 años, en una de las ocasiones que yo me enfrenté con mi padre porque me acuerdo que llegó y le pegó a mi m amá; dije, pero, bueno, si vienes tom ado y todavía le pegas, qué pasa; me molesté bastante y me dijo, pues tam bién contigo, y ¡zas!, que me pone un fregadazo y me volteó la quijada; mi herm ana tam bién se metió y también le pegó; quién sabe qué tom aría porque quebró una botella y se estaba com iendo los vidrios.

Pero aun cuando los hijos defendieron a la madre, se dieron situaciones en que la mujer no apoyó al hijo varón y, por el contrario, justificó la vio­ lencia masculina, como con A dolfo: ...llegó a la casa y empezó a discutir con mi madre. Entonces, yo no me pude contener por el coraje que estaba sintiendo, el odio que le estaba teniendo a mi padre y cómo le estaba pegando a mi madre, le metí una patada y después me sentí muy mal porque yo pensaba que mi madre me iba a decir, está bien, A dolfo, ¡qué bueno que me defendiste!, pero mi madre me dijo lo contrario, me dijo, para qué le pegaste, si es tu padre, mira, a mí me podrá m atar tu padre, me podrá hacer lo que quiera, pero tú eres su hijo, no debes pegarle a tu padre.

La actitud de la madre representó una franca tolerancia hacia la violencia masculina. En el regaño que la mujer da al hijo por haber agredido a su padre persiste un reconocim iento a las jerarquías, en donde la figura m asculina aparece como la de mayor rango. Esta tolerancia fem enina ante el ejercicio de la violencia fue pautando la idea de que las mujeres aceptan que el varón tenga la mayor jerarquía y, con ello, la facultad de ejercer violencia. La defensa de la mujer tam bién se presentó en Ezequiel, quien padeció el ejercicio de la violencia masculina, en sobriedad, por parte de su cuñado, a la edad de nueve años: Una de las hermanas mayores, cuando se divorció, se agarró de mí, me fui a vivir un tiempo con ella y durante algún tiempo, a raíz de su divorcio, viví agresiones por parte

de su esposo y pleitos tam bién, y si me ponía mal porque ella empezaba a gritar, ¡ah, mira, me quiere pegar!, y eso me alteraba; a mí me causaba mucha inseguridad, miedo; a m í me alteraba m ucho la agresión física, me daban ganas de salir corriendo, yo no quería estar ah í y mi herm ana se refugiaba mucho en mí. Y cuando él se enojaba, agarraba m acetas, las rom pía, las golpeaba, y eso me generaba m ucho miedo y coraje, una im potencia por defenderla, mas sin embargo, yo me ponía en contra de él, un aventón y quedaba, estaba muy chiquillo; me desconcertaba que a las horas o al rato ya estaban felices abrazados y yo con mi coraje y yo en medio viendo ese problem a (¿A ti te agredía él?) Bueno, cuando quise una vez defenderla sí me aventó.

El interés por defender a la hermana y el sentim iento de im potencia aparece com o aspectos que padece el entrevistado, pero su contraparte son las a c ­ ciones que tiene la pareja después de la agresión. Las prácticas reconciliatorias generan una m arcada am bivalencia que, al igual que en A dolfo, dejan en el sujeto una interrogante de por qué se tolera la vio len cia.d e la pareja. Esta incertidumbre o, como le llam a Ezequiel, “desconcierto” , es un aspecto fun­ dam ental en la conform ación de la representación consciente o inconsciente sobre la violencia com o una práctica con función doble: al tiempo que las­ tim a y provoca daño propicia una recon ciliación que deriva en un mayor acercam iento en la pareja. Pero el.significado más relevante que se va con­ formando en las representaciones de los niños es que la violencia física ejer­ cida en contra de la mujer y los hijos es una prerrogativa m asculina. Las agresiones en sobriedad tam bién fueron com unes en Rodrigo: ...mi padre era un hom bre violento, un hombre muy explosivo y un hom bre intole­ rante [...] un hom bre m etido en sí mismo, un hombre que no se preocupó por entablar com unicación conm igo, por intentar tener una amistad conm igo. U n hom bre que tan sólo era, pues... el hecho de soy tu padre y no hay más; es la figura que se tiene que respetar y si yo te digo que te pongas de cabeza te tienes que poner de cabeza [...] había m ucho m iedo de parte mía, me golpeaban; mi padre me golpeaba m ucho y después era m ucho dolor y pensé que un día me iba a vengar y fue creciendo y fue creciendo y siento que fue creciendo esa situación. Yo les pegaba a mis herm anos; mi padre me pegaba, el coraje iba creciendo, cada vez más violenta la form a de actuar con mis herm anos y a mi padre le tenía m ucho miedo, m uchas veces llegó a pasar por mi m ente quererlo matar.

A dem ás del hermetismo em ocional y rigidez que Rodrigo veía en su padre, hubo un sentim iento de miedo que se traducía en una obediencia sin objeciones. Se trataba de un som etim iento al autoritarism o paterno que se percibía com o una constante amenaza a su integridad física, pero que se tenía que acatar. A l igual que Adolfo, Rodrigo imaginó varias veces la posibilidad de golpear a su padre y tener más edad y fuerza para contestar a sus golpes pero, ante la imposibilidad de llevarlo a cabo, Rodrigo “se desquitaba” agrediendo y golpeando a su herm ano y herm anas. Este es un claro ejem plo de cóm o el ejercicio del poder es un asunto de relaciones, en donde la dominación depende de la posición que tenga el sujeto. A lguien que es dominado en determ inada relación y contexto, a su vez puede ejercer poder en otras relaciones que le reporten una mayor jerarquía. Esta escalada de la violencia refleja una búsqueda por intentar elim inar la posición subordinada, aunque de antem ano se sepa que esto no podrá suceder con quien está en el nivel superior y que sólo es posible con quienes son más vulnerables, como pasó con Rodrigo. La violencia se ejerce con base en una cadena de jerarquías, en donde el que se ubica en la posición inferior ya no encuentra la posibilidad de subordinar a alguien más.

La violencia femenina hacia los niños10 Dentro de la violencia padecida por los varones cuando fueron niños, la figura femenina aparece en las narraciones como agresora. Aunque la presencia de las madres fue reiterada, tam bién hubo otras mujeres — con y sin parentesco con el varón— que los agredieron. En A dolfo y R odrigo se señ aló que la madre los golpeaba. En Joel y José, se registró abuso sexual.11 Pero en todos

50 En la bibliografía sobre violencia dom éstica, se advierte que una de las problem áticas derivadas del ejercicio de la violencia m asculina sobre la mujer es que ésta suele ejercerla a su vez con los hijos e h ijas. S in em bargo, el interés ha estado cen trado en la mujer golpeada y se ha dejado de lado el estudio de las m ujeres agresoras — padezcan o no la violen cia m asculina— , lo que ha invisibilizado la form a en que las m ujeres ejercen agresiones en con tra de los n iñ os y las niñ as en el ám bito dom éstico, 11 El térm ino abuso sexual en los niños se refiere a los con tactos e in teracciones entre un m enor y un adulto o ad olescen te en don de el m enor está sien do usado para una gratificación sexual. Este abuso incluye diversas prácticas, tales com o la exh ib ición de los genitales, los tocam ien tos o la

los casos, los varones narraron haber padecido violencia psicológica. A diferencia de la violencia m asculina en donde el consumo de alcohol con sti­ tuyó un perm isividor para las expresiones agresivas y violentas, la violencia fem enina se ejerció en sobriedad. En relación con el abuso sexual, las evidencias estadísticas muestran que los principales agresores sexuales reportados en el ámbito doméstico son los hom ­ bres y las agresiones están dirigidas principalmente a las niñas y mujeres adultas pero no se puede descartar la posibilidad de que también existan casos en que las agresoras sean mujeres, com o sucedió en dos de los casos estudiados.12 C u an d o Jo el tenía cinco años vivió en la casa de su abuela patern a en Chihuahua, debido a que sus padres tuvieron que migrar a Tijuana, en busca de trabajo. En la casa vivía su abuela, su abuelo y dos tías adolescentes, de 15 y 17 años, quienes tenían una am iga de 18 años que a veces se quedaba a dormir en la casa. Jo el recuerda que su hermana, él y sus tías dormían en la m ism a habitación, al igual que la amiga, cuando se quedaba. A menudo, sus tías y la am iga le pedían que se acostara con ellas y abusaban sexualm ente de él. Esta situación la narró jo e l de la siguiente manera: A qu í hay una cosa de mi vida que... no me da pena contártelo, pero me decían, acués­ tate, y me acostaba con ellas y me violaban, me violaban de esa edad; eran tres, eran dos herm anas y una am iga; me acostaba ahí con ellas y me violaban. Yo, en ese tiempo, no sabía qué era violación; ora sí que ellas eran las que me encueraban y recuerdo bien que se quitaban los calzones y se peleaban entre las tres, porque querían que a las tres

pen etración , y pueden ser im puestos m ediante el uso de la fuerza física o p o r m edio de m anipula­ ciones, ch an tajes, m entiras, am enazas o intim idaciones. 12 A u nque n o se cuenta con cifras oficiales a nivel n acion al, el abuso sexual h acia los niños y las niñas al interior de los hogares es m ás frecuente de lo que se cree. D urante 1999, en el D istrito Federal, las au toridades judiciales recibieron cin co den un cias d iarias por este delito. L as prácticas de abuso com pren den desde actos de exh ib icion ism o y tocam ientos hasta h ostigam ien to y viola* ción. S i se tom a en cuen ta que más de 90% de ios casos no se den un cia, eí núm ero de infantes abusados podría ascen der a 18,000 al año. El incesto ejercido por el padre es una de las formas más com unes en que se da el abuso a menores, aunque tam bién se h an registrado casos en los que las m ujeres lo h acen. Por su parte, la A so c ia ció n M exican a con tra la V iolencia a las M ujeres ( c o v a c ) ha reportado que la proporción de los casos que atiende por abuso sexual corresponde a 60% en niñas y 40% en n iñ os.

les hiciera lo mismo, bueno, lo que me hacían ellas a mí, cuando no hacía con una... porque yo recuerdo que mi pene me lo dejaban todo rosado. Iba y se quejaba con su m amá, con mi abuelita, y le decía que yo las estaba mirando, entonces mi abuelita me pegaba y me regañaba; pero ellas me advertían que si le decía lo que hacían, me iban a pegar ellas a mí. Yo nunca dije nada, todo el tiempo me quedé callado .13

Durante dos años, jo e l padeció el abuso sexual de las tías y la amiga hasta que su fam ilia migró. A sociado a estas agresiones, tam bién fue relevante las otras violencias que se desprendían; las tías lo am enazaban para evitar que dijera a la abuela lo que pasaba en las noches y lo m altrataban, le daban manazos, le jalaban las orejas o le prohibían comer. El abuso sexual y em ocional de que fue objeto Joel es una muestra de que el poder y las asimetrías en el ám bito dom éstico no sólo se expresan en las relaciones conyugales sino tam bién entre otros sujetos que tienen una mayor jerarquía en una situación determinada. A dem ás de la disparidad en las edades, jo e l se encontraba en una situación vulnerable por el abandono económ ico y em ocional, producto de la ausencia de sus padres y de la carencia de apoyo por parte de la abuela. O tro caso de abuso sexual durante la niñez fue el de José, quien recuerda que cuando tenía ocho años su madre lo mandó a la fábrica donde trabajaba su papá: En una ocasión, mi madre me mandó a la fábrica por él, para que no se gastara el dinero, a él le pagaban sem anal [...] y entonces fui por él y entonces mi padre salió y le dijeron sus amigos, ya llegó tu pistolero, ¡ah, es mi hijo! Bueno, dijeron, vamos a com er cam itas y tom e y tom e cerveza, vi por primera vez la transform ación de mi padre y la evolución del alcohol. De pronto, llegamos a la calle de Tacuba, llegam os a un prostíbulo con unas mujeres pintadas, gordas, con poca ropa y me dejó sentado ahí mi padre; se m etió

13 Cuando Joel recordó esta etapa, su narración fue emotiva y por el tono de su voz y la tristeza que reflejaba su rostro era evidente que esta experiencia aún le dolía. Se refirió a este hecho como un evento que por años le provocó “mucha tristeza’1, “asco” y “repugnancia”, principalmente cuando tenía entre 15 y 21 años. Aclaró que estos hechos no los había externado verbalmente sino hasta que se integró al Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, A .c. ( c o r í a c ) y en esta entrevista.

con una mujer. Yo no sabía que se había m etido con sus amigos. M e dejó ahí, cuando se me acercaron dos mujeres gordas pintadas, muy pintadas, con muy poca ropa y me empezaron a tocar sexualm ente. Yo sentí ganas de llorar y m ucho rechazo, mucho rechazo. A las prostitutas tenía ganas en ese momento de pegarles. Abusaron sexualmente de mí, me empezaron a tocar y me pegaron todo su cuerpo, me pegaron sus senos; ponían su m ano en sus partes, sentía unas cosas muy encontradas, ganas de llorar y mucho asco, m ucho asco. Yo recuerdo que una de ellas tenía el tirante del brasier sucio y yo, ahora cada vez que veo el tirante del brasier sucio de una mujer, me da mucho asco, y más, la mujer gorda. Me dio muchas ganas de echarme a correr en ese instante, de irme con mi m amá. Yo me quería ir con mi mamá. Salió mi padre y vám onos con mi m amá. Yo lloraba [uno de los am igos dijo] ¡A h !, qué niño ese, para que se enseñe a ser hombre. Yo sentí m ucho coraje, me dieron ganas de darle una patada. M e enfermé del estóm ago, estuve tres días con diarrea. Yo ya me fui a acostar y recordaba esas escenas y me dio hasta temperatura, tuve una impresión muy fuerte.

La primera trasgresión que enfrentó José fue la solicitud de la madre de ir por su papá al trabajo, tarea que no era su responsabilidad. La siguiente, y que tuvo mayor repercusión, fue cuando el padre lo llevó a com partir espacios de consum o de alco h o l con otros hom bres m ayores y después a un lugar donde se ejercía la prostitución, en donde vio a su padre meterse al hotel con una mujer extrañ a, y lo d ejó solo en la calle. O tra agresión padecida fue propiam ente el abuso sexual realizado por las prostitutas, que José sufrió con un desagradable im pacto físico y em o cio n al U n aspecto tam bién presente en este abuso por parte de m ujeres y hom bres adultos fue el discurso del am igo del padre sobre la iniciación sexual m asculina. En la frase “para que se enseñe a ser hom bre” está im plícita una connotación que expresa que la sexualidad m asculina es una suerte de entrenam iento, en el que no importan los vínculos que puedan existir con las mujeres con las que se practica. En esta verbalización se dejar ver la idea de que los prim eros acercam ien tos sexuales para un hombre — sin importar que sea un niño— es una prueba de hom bría que debe realizarse tarde o temprano, aunque ésta provoque dolor, sufrim iento, y se trate de una relación de abuso. Los casos de abuso sexual muestran cómo mujeres y hombres adultos, apro­ vechándose de su posición de mayor jerarquía, imponen prácticas que aten­

taron en contra de la integridad física y em ocional de los niños.14 Esto evidencia cóm o la violencia padecida por los hombres deja un sufrimiento que les resulta difícil de expresar y que tiene importantes consecuencias en sus repre­ sentaciones de género sobre la sexualidad y el com portam iento fem enino. Por otro lado, la v io le n c ia fem en in a que en algunos casos se expresó m ediante golpes, pellizcos y empujones, estuvo acom pañada de violencia psico­ lógica, m anifestada en agresiones verbales, que m altrataban em ocionalm ente a los n iños.15 Las agresiones iban desde ios insultos, amenazas y descalifica­ ciones hasta formas sutiles, como la indiferencia y la manipulación. Estas prác­ ticas son difíciles de cuantificar, porque su ejercicio no deja evidencia física, sin em bargo, los daños no son menores que los golpes en el cuerpo. A lgunos de los entrevistados señalaron que sus madres los golpeaban y al mism o tiem po ejercían am enazas en contra de ellos, com o con Rodrigo: Yo a mi m am á siempre la vi desde niño muy enojona y agresiva. H ablaba siem pre así, com o que m ordiéndose los dientes y pues me golpeaba. M e daba m iedo, me daba m iedo su mirada, en ese entonces, acordándom e de esa época, a mí me daba miedo su m irada. Yo a mi m am á la llegué a ver m uchas veces violenta; mi mamá no nos llegaba a pegar muy fuerte, pero, por ejem plo, algo que a m í me desquiciaba es que me jalara los cabellos o que me pellizcara, sus pellizcos, com o que se quedaba ahí

14 K aufm an (2 0 0 0 ) señ ala que en num erosas culturas, aunque los n iñ os tengan la m itad de probabilidades que las niñ as de ser ob jeto de abuso sexual, para ellos se dup lica la posibilidad de sufrir m altrato físico. Esto constituye un factor clave que pauta ideas y creen cias sobre el v alor del uso de la fuerza, a pesar de que n o se puede afirmar que esas prácticas tengan un efecto único, es decir, el posterior ejercicio de la violen cia cuando el varón es adulto. 15 De acuerdo con reportes del H ospital N acion al de Pediatría, en 63% de los casos de m enores que llegan a los servicios de urgencia por traum atism o y con tu sion es, la m adre fue quien ejerció violencia sobre ellos y en 38% , el padre. Según esta institución, que atiende a una población abierta, la madre suele golpear tan to a niños com o a niñas en proporciones sim ilares, m ientras que el padre suele ejercer violen cia de tipo sexual en contra de las niñas. C ab e señalar que los estudios sobre violen cia física, em ocion al y sexual ejercida en contra de los m enores todavía son escasos, debido a que es un tem a difícil de abordar por sus características y a la resistencia a h ab lar de quienes la ejercen y la padecen . Las cifras que se presentan se obtu vieron de las diferentes m esas de trabajo realizadas durante el D iplom ado en V iolencia Intrafam iliar, organizado por la C o m isió n N acion al de D erechos H um anos y la U n iversidad A utón om a M etropolitan a U n id ad A zcapotzalco, en ab rilju n io de 1997.

engarrotada con los pellizcos; para m í era algo desquiciante. Y sobre todo violenta en el sentido que lo asociaba, violenta porque aparte de que nos regañaba, me pellizcaba; era amenazar con el “ahorita que llegue tu papá me las vas a pagar” , entonces, ¡híjole, pues para mí era horrible!

En un sentido sim ilar se expresó Adolfo: ...yo le contesté m al a mi m am á... yo siempre me la pasaba reclam ando, tú a m í no me quieres, le das más com ida a mis herm anos, y luego mi madre le decía a mi papá, A dolfo es bien rebelde, siempre me está reclamando la com ida, que por qué no le hago las cosas, le debías de pegar a tu hijo, que nada más se la pasa reprochándom e, y entonces, a veces, mi padre hacía lo que mi madre le decía, entonces, yo siempre catalogué a mi m adre com o una chism osa, ¿no?, pues todo le dice a mi papá; y luego mi padre term inaba pegándom e. Yo le decía a mi madre, por tu culpa, mamá, yo lloraba por la im potencia y por el coraje y todo el odio que le tenía a mi mamá que no podía defenderme, porque, la verdad, dentro de m í yo quería regresarle a mi mamá cuando me pegaba mi padre, regresarle a los dos lo que me estaban haciendo.

En estas descripciones podemos advertir que la violencia fem enina se ejerce de manera diferente a la masculina. A unque la de la madre es “menos fuerte” en com paración a la del padre, la forma en que m altrata es significada por igual agresiva. Los pellizcos y jalones de pelo podrían haber sido menos in­ tensos físicam ente que las golpizas del padre, pero generaron el mismo sen­ tim iento de “ coraje” e “ im potencia” que cuando el papá los violentaba. El “desquiciam iento” al que alude Rodrigo es una forma de desesperación por no poder responder a las agresiones. A sim ism o, las am enazas de las madres les significaba otra forma de agresión, en donde la m ujer quedaba com o la instigadora de la violencia masculina. A menudo, los golpes propinados por el padre fueron producto de las quejas y reclam aciones que la madre hacía en contra de ellos. Tanto en R odrigo como en A dolfo, el ejercicio de la violencia física es delegada al padre y, aunque las m am as tam bién la ejercían , recon ocen la jerarquía superior que tiene el hombre sobre los hijos y sobre ellas mismas en la aplicación de los “castigos” .

A dem ás, se encuentra el discurso que, en Rodrigo, su padre sostenía res­ pecto a su madre cuando afirmaba que ella era “muy buena” , lo que contras­ taba con las acciones que veía en ella:16 ...era de alguna m anera convencerlo de que la esposa que tenía, no era esa madre que é! me decía que tenía que respetar, porque era mujer y porque era buena, porque a m í tam bién me llegaba a decir, es que tu m adre... tu madre es muy buena, se preocupa por ustedes, y había m ucho choque porque yo decía, es qué no es cierto, no se preocu­ pa por mí, porque si se preocupara por mí nó me pegaría; si fuera buena, no me acusaría contigo; si fuera buena, evitaría que me pegaras, pero por et contrario. Yo llegué a sentir que mi m am á sentía placer en el m om ento que llegaba y lo prim ero que decía, es que Rodrigo hizo esto, y bueno, empezaba a calentarle la cabeza, em pezaba a pren­ der a mi papá.

La am bivalencia que Rodrigo veía en la figura de su madre le provocaba conflicto ya que, a los ojos de su padre, ella no hacía más que preocuparse por los hijos, y en la relación conyugal aparecía com o una mujer “sum isa”, pero que en ausencia de su padre, su m adre lo agredía (a pesar de ser una mujer profesionista). Las prácticas fem eninas en donde, por un lado, la mujer es agredida y, por otro, agresora son una de las m anifestaciones de la desigualdad en el ejercicio del poder en las' relaciones de género y generacionales. A sí, se detecta que en la relación hom bre/m ujer hay un ejercicio del poder masculino, sin em ­ bargo, ante la ausencia del padre en el hogar, las m ujeres son quienes lo ejercen y, muchas veces, se traduce en violencia en contra de los niños. Dentro de las relaciones intergenéricas asimétricas, la posibilidad más cercana de la mujer para ejercer poder son los menores. Las formas en que lo ejerce y hace valer sus criterios en cu en tra diferen cias con las m asculin as. A l respecto,

16 La frase “a la m ujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa" era pronunciada con frecuencia por algunas m adres, com o la de Rodrigo y José. Esta afirm ación era in terpretada por los varon es com o que la mujer era un ser “frágil” , “delicado” , “ vulnerable” . A la vez, esto se o po n ía a las prácticas de las m adres cuan do los agredían física o em od on alm en te. Esto era sign ificado com o que los hombree no d ebían agredir a las mujeres; sin embargo, ellas sí podían lastim ar a los demás, en especial a los niños.

encontram os que una de las'form as em pleadas por la mujer es la violencia psicológica y tiene diferentes maneras de manifestarse. En este sentido, una práctica común entre las madres en el ejercicio del maltrato hacia los niños fueron los gritos y los insultos. Ezequiel señaló que su madre “ era muy explosiva y hería muy fuerte” con las palabras: ...cuando ella gritaba me daba pánico, empezaba, ¡párense a la escuela! Empezaba a abrir las ventanas, abrir las persianas, a estar duro y duro, grite y grite, es que json unos flojos, es que ustedes no sirven para nada, hubiera tenido puras viejas, son unos huevones, son inútiles, nunca sirven para nada!, me paraba y quería salir corriendo, me daba mucho miedo; cuando oigo voces así que grita me altera, sobre todo de mujer. Esas eran las sensaciones que sentía yo cuando oía a mi madre gritar, pensaba, ya cállate, y taparle la boca, ya no hables más porque me lastimas, me hiere eso que me estás diciendo, todo eso que gritas. C on frecuencia los insultos estaban alim entados por la com paración del niño con el padre, exaltando las características negativas que supuestam en­ te com partían, com o les pasó a Ezequiel, Rodrigo y A dolfo. Este últim o lo expresó así: ...mi madre me dijo, tú eres muy peleonero, muy rebelde, como tu papá, siempre me comparaba con mi papá (Y tú, ¿qué sentías cuando te comparaba con tu papá?) Mucho odio con mi mamá; a mí no me gustaba que me comparara con mi papá, porque a mí no me gustaba que mi padre fuera borracho, a lo mejor mujeriego, muy parrandero, pues siempre le interesaban más sus problemas de las cantinas, andar con sus amigos, que una familia, aunque dentro de eso, de lo que yo sentía, yo me reflejaba un poco más en mi papá. A veces yo buscaba a mi padre en las pulquerías, en las cantinas. De manera similar, eso sucedía con la madre de Ezequiel, ya que decía que él y sus hermanos eran “borrachos igual que su padre” . Por su parte, la madre de Rodrigo, a m enudo le decía que “ era m alo com o su padre” . En A dolfo, aunque las com paraciones con su padre le parecían desagra­ dables, llegó a sentir em patia con él, no sólo porque era su referente más próximo a lo masculino sino también porque a pesar de su alcoholism o y de la violencia que ejercía en contra de él, tenía eventuales acercam ientos. En

co n taste, de su m adre nun ca tuvo apoyo em o cion al, por el con trario , a menudo discutían y lo rechazaba. La comparación, lejos de m otivar un cam ­ bio en el n iño para alejarse de la figura paterna, lo m otivaba a buscar un acercam iento com o una form a de enfrentar el rechazo fem enino. Este tipo de m altrato em ocional pone en circulación el constante m ales­ tar de la mujer hacia la figura paterna que, hasta donde los datos lo muestran, las madres no lo enfrentaron directam ente con los cónyuges sino a través de los niños, quienes lo vivieron com o un rechazo a su persona. M ás aún, lo padecieron com o agresiones en contra del género masculino, por lo que estas prácticas más que provocar un enojo del hijo en contra del padre, hasta cierto punto anim aron un sen tim ien to de mayor identificación con éste. Por otro lado, la indiferencia tam bién se detectó com o una práctica es­ trecham ente asociada a la carencia de afecto, pues una de las características de esta actitu d es m antenerse alejado física y em o cion alm en te del otro y provocar el sen tim ien to de que su presencia no tiene valor, que se ignora. Para Rodrigo, José y Ezequiel la indiferencia de sus madres los hacía sen­ tirse agredidos, porque a pesar de los intentos por hablar con ellas eran ig­ norados. R odrigo expresó: ...mi mamá, yo creo que una de las maneras de agredirnos siempre fue, bueno, sí golpear, pero después dejarnos de hablar. Y me dejaba de hablar por periodos de una sem ana y fue am pliándose hasta meses, en donde yo podía llegar con mi m am á y podía decirle, oye, m amá, y no me contestaba, sim plem ente se volteaba y le decía a alguno de mis herm anos, dile a tu herm ano que no me esté fastidiando, o no me fastidies, vete con tu abuela, y eso para m í era muy doloroso, había m uchísim o coraje, sentí un rechazo. S en tí que era la m anera en que mi mamá quería pelear [...] La casa se caracterizó mucho porque mi m am á se enojaba conm igo y me dejaba de hablar, yo hablaba con ella y ella me ignoraba y para m í eso era, seguim os en el cam po de batalla, pero por otro lado, a m í me dolía m ucho porque era constantem ente rechazado, me sentía rechazado.

La form a en que su madre se alejaba de Rodrigo le provocaba m alestar porque una vez más se sentía m arginado del afecto de ella. El rechazo ma­ terno fue padecido por estos hombres como un dolor em ocional, tal vez mayor que las agresiones del padre. La indiferencia, que llegó a prolongarse hasta

por m eses, fue una de las actitudes que provocaron “desesperación ” en el niño al verse im posibilitado para restablecer el con tacto con su madre. Para José, la indiferencia se presentó con silencios, gestos, m iradas y so­ llozos de su madre: ...cuando mi madre no me hablaba yo me sentía agredido em ocionalm ente; la agresión era con los gestos de mi madre, no podía ocultar su agresión, su cara, entonces era una agresión silenciosa, había m iradas pero no golpes, y había m iedo, yo tenía mucho m iedo [...] yo sentía mucho dolor, sentía ganas de llorar, me sentía muy solo, me sentía agredido em ocionalm ente. La agresión era con los gestos de m i madre; ése era el tipo de agresión que recibíam os y era violencia, era violencia porque se sentía alrede­ dor de la casa, una desunión, un desacuerdo; una situación de coraje interno, al menos de parte mía. C uan d o una gente me aplica el desdén siento peor que si me dieran una cachetada, eso me provoca m iedo, miedo a perder a la gente. Era com o si hubieran habido golpes pero sin golpes.

La gama de em ociones que expresó José no sólo las sentía cuando su madre se enojaba con él y le aplicaba su indiferencia sino tam bién cuando había desacuerdos fam iliares. C uando em ergía la indiferencia había silencios, los cuales estaban ligados al abandono de su padre y al llanto de su madre. Esto significaba que sobrevendrían carencias, ya que al irse su padre no habría dinero ni comida. El “desdén silencioso” tam bién era vivido como abando­ no, debido a que su madre se desentendía de José y sus hermanos, por lo que en repetidas ocasiones dejaron de cenar por la indiferencia de su madre. La m anipulación de las emociones es otra de las prácticas fem eninas que algunos de los varones padecieron en la relación con su madre. Las actitudes de “sufrida” , el llanto cotidiano y la am bivalencia entre ser esposa “sum isa” frente al padre y madre agresora frente a los hijos, fueron aspectos que en lo sucesivo tendrían influencia en las relaciones intergenéricas que los hombres sostendrían. Para José, el llanto de su madre significó una forma de manipular, que no sólo lo involucraba a él sino tam bién a su padre: Mi madre dom inaba con su forma de ser, con su llorar; cuando lloraba sentía que me ataba de m anos [...] me daba coraje con mi madre, en esos m om entos, cuando veía

a mi madre llorar, no tenía ganas de consolarla sino tenía ganas de pegarle (¿Por qué?) Yo sentía que era una forma, a pesar de que yo no cavilaba muy bien, era una forma de m anipular a la gente, cosas que yo no quería hacer con un llanto mi madre me obligaba a hacer, me hacía sentir mal y era una lucha, desde niño era una lucha y entonces decía, no lo quiero hacer, yo tengo ganas de darle una patada a mi madre, de darle una patada a ella, era una lucha muy intensa. C u an d o mi padre llegaba borracho, lloraba, realm ente con eso sentía que m anipulaba, yo le tenía miedo al llanto de mi madre. C onsideraba que la forma que se ponía mi madre con mi padre desde niños, era así, m anipulaba en ese aspecto a mi padre para que el padre agachara los cuernos realm ente; siento que cuando la mujer se com porta así com o ella hay m ucha m anipulación y yo no podía hacer nada sim plem ente.

Este com portam iento fue significado com o una agresión que era vivida com o im potencia. La im posición de la voluntad fem enina, en este caso, no se ejercía con golpes físicos, palabras altisonantes, ni con gritos, sino con el llanto y una actitud de sufrimiento; como José lo afirmó, era una “violencia silenciosa” . A unque la figura m aterna aparentaba ser pasiva, lograba provo­ car sen tim ien tos de “ coraje” h asta el grado de tener ganas de agredir a la madre por esta form a de im poner su voluntad. Junto con esta m anipulación em ocional, la actitud de su mamá como mujer “sufrida” , que lloraba por todo, con trastaba con las actitu d es de “desdén ” hacia su padre, a quien constantem ente rechazaba. Para José esto represen­ taba dos facetas de su madre pero con ninguna se sentía a gusto. Estas prác­ ticas tuvieron influencia en la conformación de las representaciones de género en José. Para él había una asociación de lo fem enino con la m anipulación; pensaba que la mujer tenía como principal recurso las em ociones y la sexua­ lidad, y frente a esto el hom bre debía luchar; no debía dejarse manipular, de lo contrario sería un hombre “som etido” por la mujer, como lo era su papá. En resumen, las formas de la violencia fem enina padecida por los varones en su infancia encontraron diversas m anifestaciones; desde las formas físicas com o el abuso sexual y los golpes hasta expresiones sutiles y sim bólicas como el llanto y el silencio. S in embargo, estas agresiones fueron asociadas por los varones con el rechazo y el miedo. Los sentim ientos generados a partir de las formas fem eninas del m anejo de las em ociones y los afectos formaron parte del padecer masculino que poco a poco se integraron a sus representaciones

de género y encontraron una' estrecha relación con las que tenían sobre el dolor y el m iedo asociados a la figura fem enina. La

v io l e n c ia

en

el e n t o r n o

s o c ia l

Adem ás de la violencia en la casa, los niños la experim entaron fuera de ella. El vecindario, la escuela y la calle fueron espacios donde también imperaban relaciones de poder y violencia. Estos espacios forman parte de la socializa­ ción secundaria; 17 es donde los niños ponen en circulación su saber proveniente de las relaciones en el ám bito dom éstico. Las representaciones hasta entonces construidas serán resignificadas, ya sea m odificando, renovando, reforzando o fom entando lo escuchado, visto y practicado en el hogar. Las relaciones que los hombres vivieron al exterior del ám bito dom éstico estu­ vieron basadas una vez más en jerarquías, pero la principal diferencia es que se trataban de relaciones con otros hombres y mujeres sin parentesco alguno.

La violencia conyugal de los vecinos U n o de los espacios más inm ediatos al hogar es el vecindario, la colonia o el barrio, es decir, los vecinos con quienes se tiene una cercan ía social y geográfica. Para algunos, la violencia de que fueron testigos en su vecindario tuvo significado en sus representaciones sobre las relaciones hombre/mujer. U n caso que resulta ilustrativo es el de José, quien señaló que la violencia más cercana después de su hogar era la que veía y escuchaba en una pareja de vecinos que vivían en frente de su edificio. La violencia física que ejercían

17 A l respecto, Berger y L uckm ann señ alan que los subm undos in ternalizados (com o podrían ser la escuela o el barrio) “form an realidades parciales que con trastan con el ‘m undo de base’ adquirido co n la socialización prim aria. S in em bargo, tam bién ellos con stituyen realidades más o menos coherentes, caracterizadas por com ponentes norm ativos y afectivos a la vez que cognoscitivos” (1979: 175), En este sen tido, para los varones las relaciones sociales externas al hogar form aron parte de su realidad global hasta enton ces establecida por sus relaciones prim arias en las que h abían com pon en tes n orm ativos y afectivos sobre los com portam ien tos de hom bres y m ujeres que eventualm ente se transform arían o reforzarían conform e a la experiencia de los subm undos encontrados en el ám bito extradom éstico.

los hombres hacia las mujeres era un hecho frecuente para José cuando tenía entre ocho y 12 años de edad: Siem pre oía, cuando vivíam os en el edificio, que le pegaban a las m ujeres, sentía que el corazón me palpitaba, yo quería ver cóm o le estaban pegando a una mujer. Yo vi cóm o a A licia, la de enfrente, cóm o uno de sus am antes, un señor fuerte, tenía el torso desnudo, peludo, cóm o le ponía el puño en la cara, cóm o la azotaba, cóm o la agarraba de los cabellos y la azotaba y la azotaba. Yo sentía m ucha em oción, pero m ucho miedo; me sudaban las m anos y yo quería ver, veía com o sangraba A licia. Veía cóm o el am ante de mi tía, en una ocasión, le puso a mi tía un trom pón así en la cara y le florió la boca, y yo al ver la sangre me palpitaba el corazón, sentía m ucha em oción.

Estas prácticas tuvieron un significado particular, debido a que con tras­ taba con la figura “so m etid a” y “débil” que veía en su padre y que en su representación no correspondía a lo que escuchaba y veía en otras relaciones intergenéricas de lo que debía ser un hombre que, como su abuela lo afirm a­ ba, debía ser “fuerte y que no llore” . La em oción y, h asta cierto grado, el placer que decía sentir estuvo asociada a la exaltación del uso de la fuerza física m asculina y a lo que im plicaba “dom inar” y “som eter” a la mujer era la form a de ser hom bre. José continuó: En mí m ente se fue form ando muchas veces la imagen de un hombre; estaba el am ante de mi tía que estuvo en la cárcel, un cuate alto, güero, que se traía un m ontón de mujeres, m i mente decía que era guapo y que a mi tía le pegaba porque oíam os los gritos de m i tía y después la veía abrazándose, bien am orosos, y la traía así, con am or salvaje, para m í ése era un hom bre, no com o mi padre, no com o mi padre, para mí ése era un hom bre. C ad a vez que me abrazaba este cuate, él sí me besaba. C ad a vez que me abrazaba y me besaba decía, estoy protegido por un hombre, no com o mi padre.

El abuso de la fuerza física en contra de la mujer y las acciones que después venían com o las dem ostraciones de afecto dejaron en José la creencia de que esto era una form a de demostrar afectividad. En este contexto, la violencia no era una acción reprobable, ya que la mujer, a pesar de las agresiones, no abandonaba al varón ni cuestionaba socialm ente este hecho; es decir, había una tolerancia hacia la violencia. Estas prácticas am bivalentes en la relación

hom bre/m ujer, a la edad en que las v io Jo sé , segu ram en te fueron poco comprensibles; sin embargo, se fue formando la creencia de que la violencia física era algo tolerado por la mujer y ejercido por los hombres. C om o resultado, José llegó a imaginar que la solución para que su mamá dejara de rechazar a su papá era que éste fuera violento, que la dom inara por la fuerza. Esto lo pen saba porque la violen cia ejercida por sus vecinos en contra de la m ujer no tenía consecuencias n egativas en la relación; sobre todo cuando él v eía que después del episodio de golpes am bos se besaban y abrazaban. El com portam iento de los hom bres del vecin dario empezó a identificarse com o la form a socialm en te aceptada de ser hom bre en José: “ ...al ver el rechazo al padre pensaba, pónle una cachetada, pónle una cache­ tada com o se la pone este cuate, el am ante de mi tía, com o oigo que don Poncho le grita y le pega a su mujer, com o la vecin a de enfrente que se desnuda y llegan sus amantes y se la sonaban; veía violencia por todas partes alrededor; la m ujer era agredida y en mi casa no, en mi casa no” . La construcción social de la violencia com o un com portam iento mascu­ lino norm alizado no sólo está circu n scrita al esp acio d o m éstico sin o que involucra diversas instancias sociales, como la convivencia en el barrio, que expone form as de relaciones intergenéricas en las que se plasm a, una vez más, la desigualdad entre géneros. La convivencia con los vecinos de la cuadra, el edificio o el barrio, representa un marco de com paración para el sujeto, desde donde mira y evalúa su propia situación y reformula sus apreciaciones que, com o en este caso, con trastó con lo experim en tado en el hogar. Ser testigo de prácticas violentas entre los hombres del vecindario puede resultar tan im portante en la construcción social de estos sujetos com o la violencia padecida en carne propia.

La violencia en la escuela Cuando se interrogó a los hombres si habían padecido algún evento de vio­ lencia en la escuela, ya fuera por riñas con com pañeros o por agresiones pro­ venientes de los maestros u otras autoridades, cuatro de ellos afirmaron que sí habían participado en riñas con com pañeros y dos señalaron que habían sido agredidos por m aestros.

Los m otivos por los que José recuerda haberse peleado fue para “defen­ derse” de las agresiones de los compañeros. Señaló que golpearlos empezó a constituirse com o la forma de defenderse y “desquitarse” de los abusos de los demás. El uso de la fuerza física fue el recurso socialm ente aceptado entre sus com pañeros de la escuela para enfrentar un agravio u ofensa y restablecer la propia estim a frente a los otros hombres. A l respecto, José dijo: Fui a una secundaria de puros hom bres y en un baño nos empezamos a pelear, porque había un cuate que andaba m anoseando a los hombres y yo me sentía agredido cuando me m anoseaba y le dije que se estuviera quieto, estábam os en un baño; yo iba en una secundaria por T latelolco, iban m uchos cuates de ahí de T epito y me sacó el cuchillo, yo me acuerdo que me rasgó el uniforme, me sacó sangre, yo agarré una bandeja, se la aventé a la cabeza y lo empecé a agarrar a bandejazos y a patear y tuve el cuchillo en la mano y se lo traté de encajar, pero me detuvieron los com pañeros en ese instante; yo sentí m ucha em oción, sentí que se me helaba la sangre y después me puse a llorar, llore, llore y llore.

En repetidas ocasiones, el m otivo de las riñas fue la búsqueda de la repa­ ración de la imagen m asculina producto de unía acción que fue interpretada com o ofensa o por la com petencia con los pares en la que era necesario el uso de la fuerza física. El enfrentam iento a golpes era la m anera aceptada entre ellos para dem ostrar ante los dem ás — ya sean hom bres o m ujeres— que se es “capaz” y se tiene “valor” , es decir, se busca evitar la imagen masculina asociada al “cobarde” y al “m arica” que en este caso era de suma im portan­ cia, puesto que estaban involucrando prácticas que seguram ente fueron in­ terpretadas com o de hom osexuales. La ex altació n del uso de la fuerza física empezó a form ar parte de una autoafirm ación inducida por los mismos varones para demostrar de que efec­ tivam ente se es hom bre y que está alejado de com portam ientos asociados a lo que la norm a social identifica como lo fem enin o.i8 La posible acusación

18 E xisten diversos ejem plos sobre cóm o en los prim eros añ os en la escuela, n iñ os y n iñ as se com paran entre sí m ediante juegos para identificar supuestas form as fem en in as o m asculinas. Por ejem plo, es com ú n observar cóm o entre los com pañ eros se pide que alguien se quite un suéter cerrado. S i lo h ace cruzando los brazos jalán d olo de la parte inferior, enton ces se dice que se lo quita

con los maestros de algún agravio y la no confrontación a golpes, para medir fortalezas o resolver una diferencia, suele ser m otivo para que un varón sea excluido de cierto grupo y se le asignen apelaciones que hagan alusión a su supuesta cobardía. O tro aspecto destacable de la narración es la ubicación de 1a. escuela y los grupos de jóvenes que asistían a ésta; según José, estaba en el área de Tepito y acudían “chavos que estaban en pandillas” , quienes “se peleaban y carga­ ban cadenas y n av ajas” . U n relato similar fue el de Ezequiel, quien describió la escuela secundaria a la que asistía de la siguiente manera: ...había mucha agresividad, m ucha agresividad con los com pañeros de la escuela; en la escuela que yo fui estaba en un lugar popular y en ese lugar com o que las cosas se resolvían a golpes, con pandillas, se ejercía la ley del más fuerte y a m í me daba mucho miedo eso; había grupo de am igos que se reunían en bolita y agarraban a uno y decían, ¡pam ba!, y le pegaban en la cabeza, le quitaban sus cosas, y siento que ahí había agre­ sividad. En ocasiones, cuando sentía agresividad hacia mí, guardé m ucha im potencia, pensaba cóm o vengarme, cóm o agarrar a uno por uno, crecer, el tener un arma, el tener algo para poder desquitarm e de toda esa agresión y fué en la escuela donde la viví.

En las narraciones de Ezequiel y José se plasm an sentim ientos de coraje y miedo al sentirse agredidos por com pañeros de la escuela, quienes eran de la m ism a edad, pero con una mayor fortaleza física o posición jerárquica. Esto los colocaba en una situación de desventaja y los orilló a ejercer agresiones físicas. En este sentido, al igual que en el ám bito dom éstico, la violen cia ejercida por los com pañeros de escuela estaba pautada por relaciones de poder, pero a diferencia de la familia, la jerarquía no estaba basada en una superio­ ridad dada por la edad y el parentesco o por el poder económ ico, com o con los padres, las m adres o las abuelas, sino que se trataba de una m edición

“com o m ujer” y si, por el con trario, se deshace de él sin h acer el cruce de brazos, se con sidera que es la forma m asculin a. O tro juego es solicitar a un com pañero que se vea las uñas. S i éste se las ve pon ien do la palma de la m ano h acia arriba y cerrando las m anos ligeram ente h acia den tro se dice que lo hace “com o n iñ o ”; pero si extien de sus brazos con la palm a h acia ab a jo , alejan d o la m ano de su cara, se ríen y d icen que se las ve “com o m ujer”.

directa de la fortaleza física entre pares. Las jerarquías obedecían a habilida­ des ligadas a la fuerza corporal y a la capacidad de liderazgo. La violencia en la escuela estuvo asociada a acciones defensivas en la bús­ queda de la reparación de un daño que atentó en contra de la imagen que se tenía de sí mismo; pero también estuvo articulada a una dem ostración de los atributos que se identifican como propios de lo masculino, tales como forta­ leza física, valentía y capacidad de enfrentarse a los que consideren sus rivales. Llam a la atención que en estas prácticas la violencia verbal no tiene un lugar im portante sino que estuvo más identificada con las agresiones físicas. De manera que cuando los varones se pelearon lo hicieron cuerpo a cuerpo y el lenguaje verbal no apareció com o una form a para dirimir sus diferencias. Siguiendo con el espacio de la escuela, también se refirieron a la violencia física y psicológica que los maestros ejercieron sobre ellos y sus compañeros de clase, com o con Ezequiel; “H ay periodos, a lo m ejor que no fue violencia, pero que yo la sentí, en la escuela, agresiones con el borrador, me pegaban en la m ano... tenía m iedo hacia la autoridad, hacia los m aestros; tenía una maestra que tenía una vara de bambú y nos pegaba en las manos cuando no cum plíam os con las cosas, con las tareas, había agresividad” . Las agresiones físicas de algunos m aestros form aron parte del rigor disci­ plinario, en donde se recurría a métodos lesivos en contra de los estudiantes, y les generó “ odio” y “ resentim iento” h acia los m aestros que ejercían estas form as “ correctivas” , pues lejos de infundir respeto les provocaba miedo. O tra form a de violen cia fue la descalificación y el castigo. A dolfo dijo que, cuando iba en primero de primaria — único año que fue a la escuela— , el m aestro m ostraba una clara preferencia por los niños “ aplicados” y mar­ ginaba a quienes no entraban en esta categoría: ...desde la escuela tam bién me ponía mal que el maestro, pues, tuviera gente preferida, gente aplicada, bueno, así le llam aba el maestro, gente aplicada, inteligente, que sabía hacer todo en la escuela; yo en la escuela tam bién era lo mismo que en mi casa, porque yo no tenía la habilidad ni la capacidad, ahora pienso... porque estaba atrás y en ese tiempo el maestro a los que no podíam os hacer bien las cosas, o sea, las tareas, pasar al pizarrón y poner las cosas que nos decía el maestro, nos decía que éram os bobitos, que por eso estábam os hasta atrás, que no podíam os hacer las cosas; y com o en tres ocasiones yo no salí al recreo porque el maestro me castigó, tú no sales al recreo porque

eres un... y eso me generó m ucho odio contra el maestro, en ese m om ento yo quería estar grande para desquitarm e de lo que m e había hecho el m aestro. Y a mi hermano yo io veía afuera del salón bien feliz, jugando con las niñas, com iéndose un algodón, una manzana, y entonces yo estaba encerrado en el salón, yo me sentía com o en la cárcel y lloraba dentro del salón, decía, por qué yo no salí, por qué a m í no me dejaron salir.

El m altrato em ocional de A dolfo no era muy diferente al que vivía en su casa. A l igual que su mamá y su papá, el maestro ejercía poder por la jerar­ quía que tenía y m arcaba preferencias según su criterio. Las diferencias en las habilidades y capacidades im plicaba prácticas de desigualdad en el trato. Las dificultades que presentaba A dolfo en el rendim iento escolar posiblem ente eran resultado de la violen cia padecida en su hogar ya que, com o lo han señalado algunos estudios, los niños que son testigos u objeto de violencia;' suelen presentar dism inución para concentrarse en la escuela, disturbios para/ dormir, pérdida de la capacidad de comunicar verbalm ente sus miedos y sen-' tim ientos de desolación y soledad (M cA lister et al, 1993). Esta discrim inación generaba malestar en el niño, junto con un sentim ien­ to de impotencia, al no poder enfrentar ese m altrato que lo hacía sentir inferior frente a los demás. También, se encontraba el de “desquite” o venganza que, en este caso com o en los anteriores, se expresó com o un interés de revertir esta violencia desde una posición que representara igualdad o superioridad. El ánim o de venganza es un aspecto que se reitera en diferentes momentos y situaciones de los hombres a lo largo de su padecer, pero por las diferencias de edad y posición social que guardan respecto a quien los agrede, este deseo no encuentra una posibilidad de aplicación inmediata. S in embargo, con el paso del tiem po, los varones tuvieron mayor edad y ocuparon una posición diferente en la escala social como hombres adultos, lo que se tradujo en la posibili­ dad de ejercer poder sobre quienes socialmente tienen una posición subalterna. U n caso en el que tam bién hubo abuso por parte de una autoridad escolar fue el de Jo el, quien narró cóm o una m aestra de tercero de secundaria lo engañó acerca de su calificación para obligarlo ir a su casa y presionarlo para tener intim idad sexual: La m aestra de m atem áticas me dijo, Joel, venga para acá, usted está reprobado en m atem áticas, dije, pero cóm o, m aestra, si yo estoy bien, yo sabía que en el exam en

me había sacado ocho. M e gustaban mucho las m atem áticas; no, su exam en tiene cero, usted vio mal, pero, ¿sabe qué?, necesito que vaya a mi casa, porque necesito que me ayude a pintar unas puertas y yo lo voy a pasar; dije, no, m aestra, es que no tengo tiem po. El dom ingo lo espero, en ese tiem po trabajaba en la farm acia, le dije, no, m aestra, es que el dom ingo me toca quedarm e en la farm acia solo; pues usted avise, porque tiene que ir. Bueno, pero yo no me olía nada, un niño inocente o un niño tonto, quién se las iba a oler. Le dije, pero yo no sé llegar; dijo, no te preocupes, vengo por ti a la escuela, me presenté y ya estaba la m aestra esperando. Me subí en un Volkswagen y nos fuimos a su casa, vente a desayunar; yo vi sus puertas muy bien pintadas, pues quién sabe en cuál casa irá a pintar, me dio de desayunar y con hambre me lo com í; vam os a pintar, m aestra, dígame cuáles son para pintar e irme; no, yo te voy a llevar hasta tu casa o a la farm acia. Estuvo platicando, se estuvo fum ando un cigarro y, en eso, saca una botella de vino y se sirvió una copa y se la tom ó, a m í me sirvió refresco, no tom as, ¿verdad?, no, ¡ah, qué bueno!, pasó com o una hora, se tom ó una copa, se tom ó otra copa; me dijo, ¿sabes qué?, vam os para que pintes la puerta, me m etió a su recám ara y dijo, ésta es la que vas a pintar, pero quítate la ropa porque esa ropa te la vas a manchar, te voy a dar un overol, dije, dém elo y así me lo pongo encim a, me dijo, no, quítate todo, dije, no; dém elo y yo me lo pongo, y me dijo, no o te repruebo; yo ya iba en tercero y pensé, me va a reprobar, no, pues sí, ahorita me la quito, me quité una playerita y un pantaloncito viejo, ahorita te voy a dar un overol; me quité la ropa y me puse atrás de la puerta y ya venía con un overol; me dijo, qué penoso eres, si no te voy hacer nada y cierra la puerta, pero ella adentro y ¡quióbole, pues si yo estaba así de al tiro, así, sin nada! y me empezó a besar y me empezó a acariciar y ahí me hizo el amor. Ella me citó com o otras tres veces y me daba dinero, me daba dinero, me com praba ropa.

La posición de poder que tenía la m aestra, ligada a la m entira a la que recurre para obligar a jo e l ir a su casa, constituye un abuso de poder. Tam ­ bién, estaba el hecho que Joel cursaba el últim o grado de secundaria y esto influyó para que accediera a la petición, ya que su n egativa podría ser un m otivo para no obtener su certificado y com pletar sus estudios. U n elem ento que posiblem ente facilitó el com portam iento abusivo de la profesora fue la ingesta de alcohol que realizó mientras platicaba con Joel. En otras condicio­ nes, este com portam ien to fem enino podría interpretarse com o una seducción, pero, en este caso, la posición de la maestra, aunada a la diferencia de

edad, pau tó una relació n en la que ella abusó de su p o sición para tener intim idad sexual con el estudiante.

La violencia en la calle C om o espacio de convivencia social, la calle constituyó un lugar en donde los hom bres tam bién padecieron y ejercieron violen cia. En ocasion es, fue producto de riñas entre bandas o pandillas que se enfrentaban entre sí en la defensa de un territorio, para reparar alguna ofensa o com o una form a de medir la fortaleza física entre hombres y resolver problem as. Para algunos de los en trevistados, la calle representó la posibilidad de encontrar personas afines con quienes com partir intereses, pero tam bién el establecim iento de relaciones sociales con varones contem poráneos en las que mediaban, al igual que en la escuela o la familia, relaciones de poder. La socialización en la calle obedecía a jerarquías basadas en la edad, la fortaleza física, el núm ero de adeptos a un grupo o el estatus social. Las relaciones de los hombres con sus pares en la calle fueron un rito de paso, debido a que era un espacio que había que ganarse para tener el de­ recho de form ar parte de los grupos de reunión. El caso de Rodrigo puede ilustrar esta situación: Yo no salía a la calle, a mí no me dejaban salir a la calle para no juntarm e con los vagos Irisas] Yo tenía que ser diferente y siempre m e veía yo asom ado a la ventana, yo tenía mi bicicleta, yo andaba jugando en el patio con mis cosas. H asta que, yo pienso, llegó un m om ento en que mis padres se colm aron, porque yo nada más estaba agrediendo a mis herm anos, y finalm ente mí padre me abrió la puerta a la calle y yo no quise salir, me empezó a dar m iedo afuera, me empezó a dar m iedo la calle [...] las prim eras veces que yo me llegué a pelear era más porque tenía que estar ahí, para que no me dijeran que era un m aricón y para que no se fueran a ensañar más conm igo [más que] realm ente por pelearm e y terminé siendo muy golpeado.

Para R odrigo, salir por primera vez a la calle representó m ucho miedo porque durante los prim eros diez años de su in fan cia estuvo aislado en el espacio dom éstico, casi no tenía amigos ni en la escuela ni en el vecindario. A pesar de que en su casa le pegaba a sus hermanos, le daba temor pelearse

con los niños de la calle. Este sentim iento estaba asociado con el hecho de que las agresiones a sus hermanos no representaban un peligro de ser som e­ tido y agredido. Pero en la calle las dimensiones del enfrentam ientos variaban de m anera sustancial, ya que se trataba de m uchachos de la m ism a edad o más grandes y con u n a m ayor fortaleza física. Las peleas en este espacio carecían de garantías de salir bien librado. O tro elem ento relacionado a su m iedo fue que las con tien d as m uchas v eces se dab an en tre grupos y, en ocasiones, usaban ob jeto s punzocortantes. En la narración de Rodrigo sobre cómo se inició en las riñas callejeras señala que era una dem ostración frente a los dem ás de que “no era m aricón”. Se trataba de hacer uso de la fuerza física y responder con violencia ante el intento de ser som etido y agredido por otro igual. La frase “ para que no se fueran a ensañar más conmigo” resulta significativa en tanto que deja ver que ios inicios de su convivencia con pares en la calle fue una prueba para escalar de una posición desventajosa a una en la que los otros reconocieran su arrojo. El padre de Rodrigo vio en la calle la posibilidad de que se enfrentara a otros niños y viviera en carne propia lo que sus hermanos sentían cuando él los agredía. Pero lejos de que esto lo m otivara a tener un com portam iento diferente y abandonara las prácticas violentas en contra de sus hermanos, las riñas le sirvieron para vencer el miedo que le ocasionaba el enfrentarse con otros niños, com o R odrigo lo expresó: En una ocasión, tenía diez o 12 años, y me acuerdo que un niño, el más peleonero de la calle, hicieron un grupito y querían que yo me peleara; estaba yo allí y este niño incluso sacó una navaja y yo empecé a tener m uchísim o m iedo, pero pensé, si corro me va a matar, fue cuando por primera vez sentí una sensación extraña, yo le digo extraña porque después de sentir ese terror que llegué a tener, de repente perdí la vista y control de mi persona y me fui sobre él. C uando me di cuenta reaccioné y yo lo tenía tirado a él golpeándolo, me estaban tratando de separar a m í y eso me agradó en aquel entonces. M e di cuenta que si podía hacer yo esas cosas, que ese m iedo lo podía yo brincar, y a partir de entonces era salir a la calle y pelear y pelear y pelear. Yo ahora pienso que tenía que tener un miedo descom unal para poder brincar a esa agresión y adem ás no sentía, porque llegó un m om ento en que llegué a no sentir, quizá como cuando mi padre me golpeaba hubo un m om ento en que dejé de sentir el dolor, era tanto m iedo a mi padre que el mismo m iedo me hacía dejar de sentir.

Las distintas formas de'experim entar el miedo están asociadas a las carac­ terísticas de cada situación. En la peleas con los niños, a pesar del temor que sentía, sabía que podría enfrentarlo porque las diferencias con el “otro" no marcaban desigualdades insalvables, pues se trataba de niños de la misma edad, de sim ilar com plexión física y, sobre todo, prevalecía la expectativa común entre los niños de que se enfrentarían a golpes, es decir, era el comportamiento socialmente esperado- En cambio, en el ejercicio de la violencia por parte del padre, el m iedo se padecía de otra manera. Las diferencias que existían en edad, fortaleza física y posición en la jerarquía fam iliar generaban un miedo que lo paralizaba. De esta manera, el miedo se padece, pero al mismo tiempo se busca vencer desde la posición que tienen los hom bres en ese momento, haciendo uso de los recursos con que disponen — como sus habilidades físicas para pelear— y respondiendo a la legitim idad social del enfrentam iento. U n aspecto que destacaron algunos entrevistados en torno la violencia en la calle es que en la m edida en que sus agresiones eran mayores que las de sus contrincantes, dem ostrando mayor capacidad física, lograron tener “res­ peto” y lo asociaron con el hecho de que les “ tuvieran m iedo”. G olpear a los demás les daba seguridad frente a los rivales. Rodrigo llegó a considerar que m ientras “más m alo y agresivo” lo vieran los dem ás más respeto le iban a tener. En este sentido, el ejercicio de la violencia estuvo íntim am ente rela­ cionado con haberla padecido, por lo cual agredir físicam ente era una o p ­ ción para im poner m iedo y evitar ser agredido. En este mism o sentido se expresó Ezequiel, quien consideró que unirse a la banda Los N azis le daría respeto; H abía un grupo que le llam aban Los Nazis, aguas con esos, llegaban todos y se salu ­ daban, yo veía a todos así, com o un respeto, com o que no me toquen, yo voy de pasadita, som os am igos, y eso me gustaba porque de esa m anera sentía que podía tener respeto; me juntaba con ellos, me llevaba con ellos, a veces me decían, oye, vamos a fumarnos un cigarro, pues, órale [...] dondequiera que andaba yo en la calle sentía com o que m e tenían respeto, porque era am igo de ellos; mis herm anos tam poco se m etían conm igo y eso de alguna forma era una m anera de defenderm e, a no sentirme agredido (¿Y eran agresivos esos amigos?) Sí, cuando había problem as, así com o de pandilla, sí eran agresivos, porque agarraban palos, agarraban bats; cuando eran más o conocía a la pandilla, por decir, son los del R etorno 305, ¡ah !, son poquitos, son

fulano y tal, ¡vam os a rom perle su m araca! Vam os todos, y nosotros éram os un bolón, y vamos, pero cuando decían, es una bronca acá con los de Portales, no, no, ya había m iedo; vam os, no, tengo un com prom iso; me daba m iedo. H abía pleitos inclusive en la colonia en los cuales me m etía yo sin deberla ni temerla.

Pertenecer a un grupo representó una defensa frente a las posibles agresio­ nes del exterior, pero a cam bio también había que ejercer violencia cuando era necesario, si el grupo así lo determ inaba. En las ocasion es en que esto sucedía, Ezequiel llegó a experim entar miedo de ser lastimado. Sin embargo, sí llegó a pelear en contra de otros grupos. De cualquier manera, él reconocía en Los Nazis un “respaldo” y apoyo en caso de que otros intentaran agredirlo, A l igual que Rodrigo, contar con el apoyo de m uchachos agresivos y “peleoneros” , que infundaran m iedo en el barrio, era una forma de asegurarse que no serían agredidos por otros hombres en la calle y, si esto ocurría, sabían que sus com pañeros de cuadra lo ayudarían. C om o queda expuesto, padecer y ejercer la violencia depende de la jerar­ quía social que ocupen los sujetos en relación con los demás, la cual puede variar según las circunstancias en un m ism o m om ento de la vida. A sí, por ejem plo, Ezequiel y sus am igos Los Nazis podían ejercer violencia física en contra de sus contem poráneos (cuyas edades eran de alrededor de 15 años), pero frente a sus hermanos y su madre seguía teniendo una posición subalterna. La convivencia con estos grupos fue el parteaguas para los inicios de un ejercicio de la violencia en la búsqueda de imponer miedo y evitar ser agredi­ do y rechazado por los demás, com o lo padecieron con el padre y la madre. En estos grupos, los varones buscaron apoyo para evitar ser subordinados o devaluados en su estim a masculina. M antener el dom inio sobre el otro sig­ n ificab a salir ven cedo r de cualqu ier en fren tam ien to a go lp es y som eter m ediante el uso de la fuerza a sus contrincantes. A través de la violencia física se nom braban ganadores o perdedores, de aquí que las jerarquías su­ periores y el prestigio en la calle se ganaba o se perdía. La violencia en la calle tenía un doble carácter: las agresiones contra otros era el m edio para evitar padecer la violen cia en carne propia y, a la vez, ejercer poder sobre quienes se enfrentaban.

CAPÍTULO III LA RELACIÓN DE NOVIAZGO

La

s it u a c ió n

de lo s h o m bres

C U A N D O C O N O CIERO N A SU PAREJA

C

uando se habla de violencia conyugal, con frecuencia la atención se centra en los episodios de violen cia y los daños provocados en lá mujer y se olvida la trayectoria social previa por la que atravesaron los hombres y las mujeres antes de llegar a la convivencia marital. El noviaz­ go es una e tap a clav e para com prender cóm o se va gestan d o la relación desigualitaria en la pareja, cóm o se plasm an los contenidos de género apren­ didos desde la socialización en la fam ilia de origen y el entorno social y la im portancia que tiene para los hom bres la aceptación fem enina en su defi­ nición de ser hombres. La relación con el padre y la madre Para cuando los hom bres ya eran jóvenes, la com posición de las fam ilias se había transformado. C on A dolfo, Ezequiel y Rodrigo el padre ya había falle­ cido, jo e l vivía solo y Jo sé vivía con su fam ilia nuclear. El padre de R o drigo m urió por una enferm edad card íaca, pero los de Ezequiel y A dolfo murieron por padecim ientos relacionados con el consumo de alcohol y, hasta cierto grado, fue visto com o un suceso “norm al” , debido a que esta adicción era una práctica común. A dolfo recuerda que la muerte de su padre coincidió con la de otros hombres que vivían en la misma c o ­ lonia: “ ...ya había muerto mi papá, ya era huérfano; era una situación, no sé, de padres que se murieron. Se murió el padre de la que era mi novia, el padre de la que es mi esposa y mi padre tam bién. Fue una gen eración de puros muertos borrachos, de pura cirrosis; lo mismo que una aquí y otra persona

acá se murieron; aparte mis tíos, los hermanos de mi papá tam bién murieron de lo m ism o” .1 Por su parte, Ezequiel expresó: Mi padre, en el am biente que se crió, yo siento, pues, empezó a tom ar y yo creo que le empezó a gustar, com o que en G uadalajara yo he podido ver, pues es una cadenita que la sigo viendo el día de hoy a través de los prim os; com o que los padres tom aron y ahora los hijos tom an y siguen haciendo lo m ism ito, lo siguen haciendo y ahora los hijos de los hijos ya son los que están tom ando, los que se reúnen en las fiestas, igual com o lo venía viendo yo a través de la familia. C om o que la fam ilia se reunía de­ term inado día y sacaba la botella de tequila, los quesos, la botana y tom aban, que iban a un paseo, llevaban la botella, ya era parte de convivir; entonces para ir a algún lado, divertirte, echar chistes, integrarte, pues había que tomar, porque era lo que yo veía. A dem ás así lo sentía tam bién... inclusive cuando salíam os de vacaciones yo veía a mi padre, a mis herm anos, que se com praban su botellita para el cam ino y eso tom aban. Y lo mismo por el lado de mi madre... yo siento que dentro de ese ám bito del lado de la fam ilia de mi papá y mi mamá era lo m ism o, una costum bre familiar.

Para Ezequiel la ingesta de alcohol estaba relacionada a la socialización por lo que, para él, se fue conform ando com o una práctica normalizada que se repetía generación tras generación. En estos casos — y aun en aquéllos donde había presencia paterna— , la relación con la madre se hizo más estrecha, intensa y, con frecuencia, con ­ flictiva. U n a de las formas en que las madres ejercieron poder y control sobre los varones durante su juventud fue en la elección de la novia. A dolfo re­ cuerda que su madre criticaba con stantem en te a una novia a la que quiso m ucho y con quien tuvo intenciones de casarse, antes de Jo vita, su esposa: ...yo tenía otra novia y yo ya le había dicho a mi madre que me iba a casar con ella, pero mi madre no la quería a esa chava (¿Por qué?) Porque estaba m al de un pie. La chava era sim pática, m orenita, pero sim pática, y yo me quería casar con ella, pero mi

1 U n aspecto que llam a la aten ción es que dos novias de A d o lfo , incluyendo su cónyuge, tuvieron un padre alcoh ólico, elem ento que p osiblem ente influyó para que su con sum o de alcoh ol no haya representado un problem a durante el noviazgo. Es probable que para las dos novias esta p ráctica haya sid o percibida com o “norm al”.

madre siem pre me prohibió eso y tam bién ahí me generó m ucho sentim iento con mi madre, porque me dijo, deja a esa m uchacha, qué no te da vergüenza, ¿no te da pena que tus prim as se den cuenta que tienes una novia coja? Y a m í me dio coraje y le dije, déjam e, m amá, si yo la quiero, y duré un tiem po con la m uchacha.

En opinión de A dolfo, la discapacidad física de su novia no representaba una lim itante para que se uniera a ella; sin embargo, la opinión de su madre era de rechazo y esto le generaba malestar. C uando él se hizo novio de Jovita, su madre suavizó los com entarios hacia ella, pero no le agradó la idea de que tuviera una relación form al. Para algunos hom bres, las críticas de la madre h acia las n ovias tuvo un importante significado, al punto en que algunos llegaron a desear que la mujer eligida fuera del agrado de la mamá. Éste fue el caso de Rodrigo: ...yo siempre busqué que mi m am á aceptara a mis novias, nunca las aceptó, bueno, sí llegaba a aceptar a alguna, pero siempre era ridiculizándom e, que ésta parece vaca, que ésta está fea, que ve a su papá qué es, ve en donde vive. Entonces siem pre había un tache en la aceptación de mi madre. A m í me dolía m ucho eso de mi mamá. Yo llegaba a ver m uchos am igos que tenían su novia y yo sentía que sus m am ás nunca los criticaron, por el contrario, lo que mi hijo decida eso está bien hecho, y yo sentí, por el lado de m i m amá, que siempre había un obstáculo y siem pre fue decirme ese obstáculo a través de ridiculizarme {¿Y por qué crees que hacía eso?) En aquel entonces nunca lo pude entender, pero empezó haber m ucha rabia para con ella, m ucha rabia, pero tam bién el querer encontrar a una mujer que se adaptara más a m i m am á, ¡que a mí! (¿O sea que fuera al gusto de tu mamá?) Sí, finalm ente. Siem pre tuve novias y siempre fue criticarlas; entonces para m í eso im plicaba que mi m am á no estaba acep ­ tando a esa persona, entonces yo empezaba a sentirme inseguro. Tuve una novia que... bueno, ella se empezó a drogar, y yo un día le dije a mi m am á que me sentía muy desesperado y yo me acuerdo que mi m am á me dijo, es que ésta es una drogadicta; me acuerdo que una vez me dijo, ves, ves el tipo de m ujeres que escoges, no sabes escoger a una mujer. Y a m í eso me daba m ucho coraje, porque me h acía sentir in­ seguridad, qué es entonces saber escoger a una mujer, cuál es el tipo de m ujer que a mí me conviene, y me empezó a provocar m ucha incertidumbre, me em pecé a sentir muy mal. Entonces cuando conocí yo a la mamá de mis hijos, una de mis m etas fue el ver la m anera de acercarme a mi mamá... con mucho miedo de que mi m am á la fuera

a rechazar. Yo me acuerdo que cuando mi mamá la conoció, mi mamá tuvo aceptación para con ella, entonces se empezaron a llevar bien y eso me hizo quizás que yo me enganchara más, porque yo pensé que nunca iba a poder encontrar a una m ujer que fuera del agrado de mi madre.

R odrigo consideraba que si su madre aprobaba a su novia era sinónim o de aceptarlo a é l En su opinión, esta búsqueda de la aceptación estaba asociada al constante rechazo que había recibido de ella desde su infancia.2 La relación m aterna era cada vez m ás conflictiva, y aun cuando le interesaba que su m adre acep tara sus decision es, al m ism o tiem po le m olestab a que diera opiniones negativas sobre sus acciones. A pesar de esto, Rodrigo afirmó que con el tiempo “se acostum bró a que em itiera juicios con respecto a él”. U n a situación sim ilar a las anteriores fue la de José, quien a pesar de tener a su lado a am bos padres, su m adre seguía ejercien do dom inio em ocional sobre él y, en más de una ocasión , tuvo actitudes desaprobatorias con sus novias. El recuerda que su madre tenía rechazo por la gente morena, a pesar de que José era moreno: “U n a vez le llevé una novia costeña y la rechazó; se la fui a refregar así com o un tipo de agresión y la pobre chava sin tió la agresión de mi madre, no te necesitaba gritar, nada más con sus actitudes te hacía sentir mal, cualquier actitud, con la desaprobación o cualquier cosa” . Las opiniones de la madre tenían como finalidad influir sobre las em ocio­ nes m asculinas, a fin de desviar la preferencia de los varones sobre la mujer elegida. C o n José, com o en otros casos, la novia fue rechazada por la madre, quien buscó la form a para que abandonara la relación: “Mi m am á manipuló a mis am igas para que no me casara, incluso algunas me decían, José, no te cases, yo te quiero m ucho, y mi mamá me empezó a decir, es que Isabel ya se acostó con otro hom bre y era m entira” . En el com entario de la madre de José está presente el valor que ambos le otorgan a la virgin idad fem enina, desde donde se pretende devaluar la im agen de la novia y sancionar la supuesta actividad sexual prem arital con otro hombre. Estas acciones denotan una am plia tendencia a la im posición

2 La presencia de las abuelas en esta etapa fue m enor a la registrada en la niñez debido a que algunas fallecieron (la de R odrigo, cuando él censa 15 añ os) o porque la fam ilia de origen cam bió de dom icilio (José y joel). En Rodrigo, la ausencia de su abuela significó carencia de soporte emocional.

de sus criterios sobre los hijos, quienes a pesar de que han dejado de ser niños y en apariencia pueden ejercer su propia voluntad, le otorgan im portancia a los com entarios al grado de generarles malestar e inseguridad. Posiblem en­ te, este control afectivo está asociado a una com peten cia intragenérica en donde a las m adres les resulta difícil aceptar que el hijo, sobre quien han ejercido poder por m ucho tiem po, esté a punto de m antener una relación fuera del alcan ce familiar, con otra mujer a la que ve con recelo. En los conflictos con la figura m aterna está vigente, por un lado, la bús­ queda de la ac ep tac ió n y, por otro, la represen tación de una m ujer fría, rechazante, m anipuladora, dom inante y a veces violenta. La disociación entre estas representaciones y prácticas crearon, en algunos varones, sentim ientos am bivalentes h acia su madre que no encontraban una resolución positiva.

Los noviazgos previos A ntes de abordar la elección de la pareja, es necesario describir la forma en que los varones sostuvieron relaciones con otras mujeres, debido a que estas experiencias llegaron a ser significativas para la form ación de representacio­ nes y prácticas de género que más tarde tendrían influencia en la relación de noviazgo. En la mayoría de los casos, las relaciones previas fueron conflicti­ vas. Durante su juventud — y aún antes— los encuentros con mujeres tuvie­ ron com ponentes asociados al dolor, el rechazo y la desconfianza. A sí sucedió con Joel, quien a la edad de 18 años se unió a su primer pareja que tenía 16. Esta unión tuvo lim itaciones económ icas, por lo que Jo el decidió irse a Es­ tados U n idos de ilegal para trabajar y m andarle dinero a su esposa: Me fui para Estados U nidos, allá duré com o nueve meses, y cada ocho días le m andaba que los 100 dólares, que los 70, que los 150. Em pecé a conseguir trabajo bueno y yo ganaba 500 dólares allá y le m andaba 100 dólares por sem ana. Yo pagaba la renta y guardaba un poco más de dinero. Yo regresé y yo sabía que mi h ijo y ella no se iban a com er los 100 dólares, era m ucho dinero; regreso y le digo, ¿cuánto tienes guardado?, dice, no, al contrario, debo. A h í yo no conocí bien a mi pareja, porque yo le solté el dinero a m anos llenas; pasó el tiem po y no le hice caso, pero sí me m olesté m ucho con ella y le dije que yo m e había ido a sacrificar para tener algo y ella lo derrochó. Duré com o dos meses aquí y me fui. Ella se m etió a trabajar en un restaurante y me

habla por teléfono y mé dice, parece que estoy em barazada. Dije, cóm o que parece que estás embarazada si supuestam ente te estabas controlando. De mi casa me hablaron y mi herm ana me dijo, no es chism e ni nada pero nos dijeron que A driana anda en muy m alos pasos. Yo me regresé de Estados U nidos y la caché con el dueño del hotel no haciendo nada m alo sino saliendo ella y se subió a su cam ioneta y se fue. Yo no tenía cam ioneta. C uando regresó a la casa le dije, oye, ¿qué pasó?, ¿dónde estabas? o ¿qué onda?, si tu trabajo term inó a las tres de la tarde; llegó com o a las ocho de la noche y me dijo, es que me violó; de perdida un golpe tienes que traer, tienes que traer tu blusa rota o algo roto y ella traía un pantalón super apretado y yo le dije, cuál violada, yo ya no me lo tragué; yo le dije, ¿sabes qué?, vam os a separarnos, a mí, esta vida no; recuerdo que me m olesté y sí le pegué, en ese tiem po sí le pegué, porque según ella la habían violado. Ya sabía que era mentira, ya me habían confirm ado que ella se veía con esta persona en el tiempo que me fui. Todavía se lo pasé, hicim os otra vez vida y nos venim os a M éxico (¿Y sí estaba embarazada del otro hombre?) N o .n o estaba em barazada. N o s venim os para acá, se embarazó de mi h ija aquí en M éxico. C om o que yo perdí la confianza en las mujeres, la tenía que andar cuidando. S e embarazó y nos fuim os de nuevo a Chihuahua. A llá nació la niña. M e fui para C iudad Juárez. C om o que ya no me gustaba la vida con ella, era una cosa de engaño (¿Sospechabas o sabías que te engañaba?) Sospechaba que me engañaba, de esa sospecha yo me fui a Ciudad Juárez a trabajar.

Esta experiencia le dejó un sentim iento de haber sido engañado por una mujer. Pero tam bién la desconfianza se reforzó, sobre todo porque ya tenía el antecedente de abuso sexual padecido en la infancia y en la adolescencia. De esta situación surgen algunos aspectos que tuvieron un peso conside­ rable en la relación conyugal. El primero se refiere al m anejo del dinero, que desde su representación fue un elem ento del que abusó su pareja; el segundo se refiere a la supuesta mentira de la violación, que repercutió en una mayor desconfianza y m alestar y disminuyó su ánim o para convivir con su pareja, y, tercero, haber ejercido violencia física sin que esto hubiera sido m otivo de separación lo que derivó en la tolerancia de la mujer y reforzó el uso de la fuerza m asculina. Ezequiel y Rodrigo tam bién sostuvieron noviazgos conflictivos. A l respec­ to, R odrigo expresó:

C uando entré a la preparatoria em pecé a andar con una, pues yo tenía ganas de tener novia y term iné andando con una chica. Después me enteré que ella había hecho una apuesta para ver quién andaba conm igo y eso me dio m ucha rabia; nunca hice nada, pero m entalm ente sí, m entalm ente empecé a quererme vengar, no de ella sino de todas, porque la veía segura, la vi que no necesitaba de afecto, com o mi abuela. Tuve otra novia, duré casi un año con ella; me term inó, porque empezó a andar con otra persona y eso me empezó a llenar de m ucha rabia, caía en depresión, ya no me quería levantar, todo el tiem po estaba dorm ido; había una desesperación trem enda, fue empezarle a rogar, a rogar a rogar... llegué a estar con un psiquiatra; mi madre me llevó al psiquiatra porque ella se enteró (¿Q ué edad tenías?) 18 años. Em pecé con un tra­ tam iento; yo me acuerdo que en aquellas ocasiones el doctor me decía que yo tenía una necesidad obsesiva por las mujeres; había una necesidad de afecto trem enda, pero tam bién un odio muy fuerte h acia las mujeres, un odio; empezó a haber el odio que sentía hacia mi madre y la necesidad que sentía hacia m i abuela, bueno, es que al final eran las dos cosas al m ism o tiem po. Finalm ente pude dejar a esta chica, em pecé a tom ar pastillas y em pecé a llevar un tratam iento h asta que finalm ente la pude dejar; tardé seis meses en dejar esa obsesión por esa niña. Era una obsesión de querer estar con ella pero tam bién empecé a imaginarme cóm o vengarme de ella, cóm o lastimarla.

En la representación Rodrigo había sentim ientos opuestos, pues la mujer, por un lado, representó la posibilidad de encontrar afectividad, lo que direc­ ta o indirectam ente estaba ligado a la experiencia afectiva sostenida con la abuela, pero, por otro, había m alestar por las prácticas de rechazo vividas en la relación con la madre. A m bos aspectos formaron parte de su padecer, de “angustia” , “desesperación” y con sentim ientos de “odio” y la idea recurrente de lastim ar a las mujeres. A n te este tipo de experiencias, en donde las m ujeres tom an decisiones, ya sea para term inar la relación o tener relaciones extram aritales, los hom ­ bres extrapolan toda la responsabilidad de sus em ociones hacia ellas, de m a­ nera que en sus representaciones la figura fem enina aparece com o la persona que se id en tifica com o cau san te del padecer y su vida afectiv a qu eda en m anos de las m ujeres más cercanas. Si bien es cierto que la aceptación fem enina resulta un com ponente básico en la construcción de una imagen masculina valorada, tam bién, en estos casos, las relaciones de pareja se viven con eventos asociados al “engaño” , la “des­

confianza” , el “rechazo” y una constante necesidad de ser aceptado; es decir, la experiencia intergenérica en términos em ocionales está ligada a aspectos negativos y dolorosos com o los que se vivieron con otras mujeres, en la fam ilia de origen o en otros ám bitos. Frente a las constantes desilusiones, hubo quienes optaron por una aparente indiferencia h acia la mujer, com o lo com entó Ezequiel: En una ocasión, una novia que tenía me dijo, ¿sabes qué?, quiero decirte una cosa, quiero que term inem os, y yo dije, no las vuelvo a tom ar en serio; m as sin em bargo nuevam ente volví a tener otra y lo mismo sucedió, entonces dije, ¡ya! [...] Yo me sentía un tanto vacío, tenía novias, tenía am igas... yo com o que nunca quise considerar algo serio a raíz de una pareja, una novia que tuve y me había term inado, y luego otra... com o que me “crié” la idea de no volver a tener novia ni enam orarm e de alguien; aparentaba que eran mis novias, fungía en un papel de novio, pero por dentro decía, no te enam ores, nom ás agárralas de cotorreo.

A pesar de que Ezequiel trató de enfrentar el dolor em ocional intentando “ e v itar” en am orarse y tener relacio n es po co serias, reco n o ció el “v a c ío ” provocado por las relaciones que no llegan a un m ayor com prom iso, pero llam a la atención que en su imaginario este sentim iento de “vacío” esperaba que lo “ llenara” una mujer. Para él, la relación se vivía como una lucha cons­ tante entre su deseo por tener relaciones afectivas y el miedo al sufrimiento que le provocan las rupturas con la mujer. Tam bién estaban las opiniones del en torno social que em itían criterios sobre el com portam iento fem enino y masculino. Por ejemplo, Ezequiel recuerda que entre am igos criticaban y hacían burlas a quienes, por estar con la novia, no se reunían con ellos, con frecuen­ cia les gritaban “m andilón” . Esta misma concepción la tenía su madre, quien le decía que a “ las m ujeres no les gustaban los hom bres m an dilones” , y él asociaba a una figura m asculina subordinada a la voluntad fem enina. El caso más extremo al respecto de cóm o el varón enfrentó los sentim ien­ tos desafortunados frente a la mujer fue el de José, pues golpeó a una de sus novias: C uan d o supe que se iba a casar... porque me dijeron que se iba a casar, pero ella me estaba diciendo que no era cierto, fuimos a un parque y le digo, dim e ía verdad; la

empecé a golpear, la azoté, la'golpié, le di una patada, el ojo se le empezó a poner mal y yo sentí mucho miedo por su hermano, a su hermano íe tenía miedo; empezó a llorar y la abracé, nunca te creía capaz de esto; yo creí que eras una persona muy tierna; nunca te creí capaz de eso y yo llegué a la casa y sentí mucha vergüenza, mucha vergüenza, pero no le contaba a nadie ese tipo de cosas (¿Fue la primera vez que agrediste físi­ camente a una mujer?) Sí, fue la primera vez que agredí a una mujer, sentía mucho coraje (¿Por qué sentías coraje?) Porque me sentí rechazado y me sentí utilizado porque ella era normalista y yo iba a su escuela y yo me sentía muy padre con ella, sentía que me arrastraba por ella; me sentí en un sueño y todo lo que me decía ella, la llevaba a comer a diferentes partes; la llevaba con mi mamá para ir a diferentes partes con ella; había un servilismo, había una situación de humillarse ante una mujer, me sentí agre­ dido y me dio mucho coraje, ¡cómo quieres a otro cuate si yo fui tu esclavo!, nunca Ies demostraba que era su esclavo, era muy diferente, pero yo me sentía así. Esta im agen de sí mismo en la relación, intergenérica se vincula con la imagen de su padre a quien desde niño consideró como una persona “som e­ tida” y “débil” , que carecía de autoridad y poder frente a su madre, carac­ terísticas que rechazaba en su representación de ser hom bre.

La experiencia en tomo a la sexualidad3 Los entrevistados señalaron haber tenido algún tipo de experien cia sexual antes de haber conocido a su pareja.4 A lgunos dijeron que las prim eras re3 Se entiende la sexualidad en un sentido histórico, cuyos significados varían de una cultura a otra y no sólo se limita a ias formas de relacionamiento físico entre personas y menos aún a una relación coítal (Minello, 36; 1998). En cambio, involucra toda una construcción sociocultural de la masculinidad y feminidad, en donde las relaciones de poder tienen un papel destacado. A lo largo del texto se exponen algunas representaciones y prácticas en las que están presentes relaciones sociales en torno a los deseos eróticos y al comportamiento sexual, rescatando los significados que los varones íe otorgan a este aspecto de su vida con implicaciones en la relación intergenérica. 4 Los primeros encuentros sexuales experimentados por los varones no sólo se refieren propia­ mente a la primera relación sexual coital sino también aquellas experiencias en las que los sujetos fueron abusados sexualmente, como les sucedió a José y Joel, o aquellos acercamientos físicos con pretensiones de gratificación sexual sin que haya habido un coito. Sin embargo, hay que recordar que, en Joel, se señaló que hubo actividad sexual coital en el abuso ejercido por las tías y la amiga, y posteriormente por una maestra de la secundaria.

iaciones se llevaron a 'cabo con prostitutas, com o José y Rodrigo, y coincidieron en que este primer encuentro sexual no fue agradable. Por ejem plo, Jo sé explicó: ...iba a entrar a la prepa cuando tuve mi primera relación sexual. Fuim os todos los cuates a Pachuca, a la zona roja de Pachuca, todos los cuates, en un C hevrolet viejito. Fuimos y a m í me tocó una prostituta gorda, que era lo que yo no quería y entonces me dijo, desvístete, no estás tan mal, y yo no podía, no podía tener la erección. Empecé a sentir asco y de repente yo me acosté con ella y tuve ganas de ahorcarla, pero pensé, qué estás haciendo, y em pecé yo a tener la erección con la violencia, em pecé a tener la erección; hubo la penetración y fue todo. N o me gustó; me levanté, pagué y ella com o si nada; no sentí ni cariño. C laro, con mis cuates, qué tal te fue, cuántos palos, así decían, ¿no?, dos, ¡ay, Jo sé!, yo me sentía realizado pero me sentía asqueado.

La experiencia de Jo sé evidencia cóm o el encuentro sexual tuvo un ca­ rácter colectivo intragenérico. Esta experiencia, por sí misma, se vivió con presión ya que había que “demostrar” a los amigos su capacidad de respuesta sexual, pero la consideró desagradable debido a las características de la mujer. A l respecto, hay que recordar que José, a la edad de ocho años, fue abusado sex u alm e n te por una p ro stitu ta cuyo cuerpo era obeso. De aq u í que su encuentro con esta mujer que ejercía el com ercio sexual y tenía rasgo sim i­ lares a la que con oció cuando era niño le generara m alestar y rechazo. A pesar de esto, continuó con la práctica sexual. La vigilan cia de sus amigos fue un elem ento clave que lo obligó a proseguir sin reparar en el m alestar que le generaba la imagen de la mujer. La renuncia podría haber sido interpre­ tado com o "falta de hom bría” . O tro aspecto no m enos im portante es la tensión entre la obligatoriedad de “ tenerlo que h acer” , es decir, dem ostrarse a sí mismo que es “viril” y la con secu en te búsqueda de la erección que se v iv ió con cierto tem or ante la posibilidad de no lograrla. La tensión entre la dem anda social influenciada por el grupo de amigos de cumplir sexualm ente y el disgusto por el físico de la mujer, derivó en una ausencia de intercam bio sexual placentero. En Rodrigo, desde antes que tuviera relaciones con prostitutas, ya tenía represen tacion es acerca de las m ujeres “ m alas” y “ bu enas” que ven ían en gran parte del discurso de su madre:

Yo siem pre conceptué dos tipos de m ujeres y yo recuerdo que de niños siempre fue el escuchar a mi m amá, sobre todo a mi m amá, el que había m ujeres m alas, nunca escuché que se hablara de mujeres buenas, pero sí escuché que había m ujeres malas y las m ujeres m alas eran las prostitutas, las m ujeres de la calle. Y siem pre hubo mucho m iedo, porque se me empezó a form ar la imagen de que eran m alas, que pegaban, que eran agresivas, que eran enojonas, que no tenían familia. Yo empecé a chocar con eso, porque yo em pecé a tener la idea de que quería una mujer, pero yo no sabía qué tipo de mujer. Yo no conocía a las mujeres buenas, pero sí lo que pude definir eran las m ujeres m alas

el que no hubiese sido el com portam iento com o el de mi mamá,

el de mi abuelita o el de mis herm anas, todos los dem ás com portam ientos eran malos.

Estas representaciones aluden a una cuestión que culturalm ente ha estado presente en el control de la sexualidad fem enina y se observa m ediante una separación entre las m ujeres que realizan una sexualidad abierta, ejercida con diferentes hombres, y aquéllas que conservan la idea de la m onogam ia, en este caso encarnada en la figura de la madre, el recato y la abstinencia que representaba la abuela y la virginidad que atribuía a las hermanas. En el imaginario de Rodrigo, estos com portam ientos de las mujeres buenas se dan con las que se tiene parentesco. A sí, las mujeres exteriores al núcleo fam iliar se miran con recelo y desconfianza, porque se duda que tengan esas caracterís­ ticas. Estas creencias sobre los com portam ientos sexuales fem eninos diver­ gentes estuvieron presentes no sólo en Rodrigo sino tam bién en los demás varones, lo que dio por resultado que en el imaginario m asculino fuera difícil pensar en una mujer sexualm ente activa o no virgen, sin que ello significara que fuera “prostitu ta” . La polaridad en las representaciones de género es producto de una cultura que enseña que las opciones de ser mujer están restringidas a dos desempeños: com o reproductora de la prole o com o m ujer proveedora de placer, y parece que ambas prácticas son irreconciliables. Este constreñim iento reduce las posibilidades de experim entación de una sexualidad erotizada, gratificante en una m ism a figura fem enina. A dem ás de las iniciaciones sexuales con prostitutas en la etapa de adoles­ cencia y juventud, tam bién hubo casos, como el de jo e l, quien reportó que su in iciación sexu al se realizó en m edio de accion es de abuso de poder y com ercio sexual, com o ya fue expuesto en el capítulo anterior. Estas expe-

rien das fueron generando desconfianza hacia las mujeres, pues según él, había mujeres que podían “engañar” y recurrir a las mentiras para lograr lo que se proponían. De aquí que la figura fem enina estuviera llena de sospechas. En A d o lfo y Ezequiel la experien cia sexual no se dio con m ujeres que e je r c ía n la p r o stitu c ió n ni fu ero n a b u sad o s sin o que fu e co n m u jeres cercan as pero, com o lo ilustró A dolfo, los encuentros fueron vividos con cierto tem or: Yo nunca tuve relaciones sexuales en mi niñez, con mis prim as a lo m ejor jugábam os, por decir así, jugábam os, nunca hubo m ás acercam iento, desnudos no. Y con la m uchacha ésta, la que era mi novia no hubo... yo soy un poco inseguro por el miedo (¿Por qué tenías m iedo?) Porque a m í me daba m ucho m iedo el saber que si yo em barazaba a la m uchacha, mis cuñados me fueran a pegar o que me fueran a decir, cásate con ella luego, luego; porque yo le tenía m iedo a mis cuñados. Y de hecho, yo jugué con ella, a lo m ejor no juegos eróticos, pero sí llegué a tocarla de sus partes sexuales. Llegué a insinuarle, pero ella dijo, sí, cuando nos casem os, y de hecho llegué a desnudarla, a lo m ejor a ella le nacía, pero a m í me daba mucho m iedo. A n tes de eso había una m uchacha por ahí que tam bién me gustaba. Tuvo relaciones sexuales con mi tío, con mi herm ano, con m uchos; yo tenía com o 15 años y... intenté tener relaciones sexuales con la m uchacha, pero no pude por la situación donde estábam os y por lo que sea, pero, total, no lo hice. N o tuve una experiencia que diga me la llevé a un hotel, no, jam ás [...] yo no pensaba casarm e con la chava, yo nada más quería tener sexo con ella. A m í no me gustaba la m uchacha, yo la veía com o dem asiada mujer para mí, estaba la m uchacha bien form ada, dem asiado bien form ada. Las rela­ ciones sexuales bien las disfruté ya sólo con mi esposa cuando nos casam os.

Para A dolfo hubo aspectos que limitaron los encuentros sexuales. Por una parte, estaba la concepción de una sexualidad ligada a la reproducción y, en ese mismo sentido, estaba el miedo a su cuñados por la idea de ser agredido si la n ovia resultaba em barazada. Para él, la altern ativa fueron los juegos eróticos, que si bien no eran del todo satisfactorios, por lo m enos se borraba la posibilidad de que su novia se em barazara. U n aspecto destacable en la narración es cuando A dolfo “llegó a insinuarle” que tuvieran relaciones sexua­ les a su novia y ella dijo que sí, pero “cuando se casaran” . Esta afirm ación evidencia la estim a que la mujer asigna a la relación sexual coital com o una

prerrogativa que se ejerce en el matrim onio. A pesar de ello, la mujer per­ mitía encuentros sexuales en los que se incluía la desnudez del cuerpo. Por tanto, para esta pareja, la virginidad se reducía a la relación coital, pero no así a los tocam ientos erótico sexuales y posiblem ente al sexo oral y anal. El encuentro que A dolfo tuvo con una vecina con quien intentó tener relaciones sexuales (coitales) no fue una relación formal. Debido a su expe­ riencia previa, vio en ella la oportunidad de tener un encuentro sexual sin que se diera un com prom iso o una prom esa.de m atrim onio. A dolfo señaló que la vecina “ no le gustaba” , pero había un sentim iento de temor, pues el físico de ella lo intim idaba, y esto posiblem ente intervino para que su desem ­ peño sexual fuera lim itado. La

e l e c c ió n

de la

p a r e ja

Algunas características socioeconómicas de la pareja Los hombres conocieron a sus novias cuando eran jóvenes, tenían entre 17 y 25 años. C asi todas las parejas eran menores, excepto la de Jo el, ambos tenían la misma edad (25 años), con una unión previa. Ezequiel, José y Rodrigo se dedicaban a sus estudios universitarios y Joel y A dolfo no estudiaban pero los dos realizaban trabajo remunerado. La pareja de Ezequiel y la de Rodrigo tam bién estu diaban al m om ento de conocerlos. La de José, A dolfo y Joel realizaban actividades remuneradas fuera del hogar. Las mujeres tenían menor o igual grado de escolaridad que los hombres. En ningún caso se registró un mayor nivel de instrucción formal y el grado m áxim o alcanzado por ellas fue preparatoria. Las parejas de Ezequiel y R odrigo aban don aron los estudios debido a la unión conyugal En relación con el lugar de procedencia sólo la pareja de Ezequiel provenía de la provincia. D urante el noviazgo, Ezequiel, A dolfo y Jo el realizaban trabajo rem une­ rado. Los dos últim os trabajaban de tiempo com pleto. A dolfo era ladrillero y Joel era com erciante, vendía quesos y crem a. Ezequiel trabajaba y estudia­ ba. Por su parte, Rodrigo y José sólo estudiaban. Los hombres, que no tuvieron la posibilidad económ ica de realizar estudios superiores, com o jo e l y Adolfo, veían el trabajo como el medio de superación personal. A dolfo consideraba que trabajar era su principal responsabilidad;

era im portante saberse “ útil” y capaz de “ m antener” a una fam ilia. C uando com enzó su noviazgo con jo v ita , su padre ya h abía m uerto, por lo que su colaboración económ ica en el hogar era importante. Joel, aunque no tenía un ingreso fijo, trataba de ayudar a sus padres y durante algún tiem po le dio dinero a su primera esposa, de quien ya estaba separado y tenía dos hijos. La mayoría de los entrevistados comenzó a trabajar desde niños para ayu­ dar al sostenim iento de la familia. En Jo el y A dolfo la situación económ ica durante su juventud no cam bió sustancialm ente, por lo que siguieron trabajando. En Ezequiel y José, la econom ía en sus hogares mejoró, y esto perm itió que continuaran sus estudios. Jo sé señ aló que, durante su adolescencia, su padre aportó dinero al hogar por lo que rentaron un mejor departam ento. En este mismo sentido se expresó Ezequiel, quien era apoyado económ icam ente por sus herm anos y su madre. Para entonces, la m am á se estaba haciendo cargo de los negocios que había dejado el esposo. La situ ació n eco n ó m ica de R odrigo fue desah o gad a a pesar de que su padre ya había fallecido. Este les dejó la casa en la que vivían y su madre continuaba trabajando para sostener a los hijos. Rodrigo empezó a trabajar tiempo después de que se hizo novio de Luisa. Señaló que más que el interés de tener un em pleo para ganar dinero o sentirse productivo, lo consiguió para estar cerca de ella, pues trabajaba en la m ism a com pañía y podía vigi­ larla; para entonces la relación con Luisa ya presentaba algunos conflictos, sobre todo por los celos. U n a característica de los hombres que durante el noviazgo realizaban es­ tudios superiores, fue que a m edida que avanzaba la relación dism inuía su rendim iento escolar y, en Rodrigo, tam bién laboral. Para él, su relación con Luisa m arcó una diferencia en su desem peño laboral y académ ico: C uan d o yo la con o cí me em pecé a cerrar, me em pecé a concentrar m ás en ella, en estarla vigilando; creo que para m í sí era im portante mi trabajo y mi carrera, pero empezó a ser más im portante estarla vigilando. Y muchas veces me em pecé a interrogar, pero por qué si no la quiero, si no es alguien con quien tú te sientas a gusto, si no es lo que tú esperabas de la vida de una mujer, por qué te concentras tan to en ella, pero no podía. Y ese concentrarm e en ella empezó a distraer mi atención de lo que era el trabajo y de lo que era m i carrera. Em pecé a m eterme cada vez m ás con ella, yo tenía

que estar casi noche y día con ella. N o tanto porque la quisiera sino por la inseguridad que empecé a tener de que ella se pudiese acostar con otra persona y tener relaciones con otra persona, entonces me sentía desesperado, desesperado para con ella [...] me sentía muy angustiado porque yo no me podía concentrar, no encajaba. C uando conocí a la mamá de mis hijos ya no me podía enganchar en ningún lado.

En esta narración se observa cóm o la situación laboral y profesional se entrelaza con el sentim iento de los celos, que padeció y le generó un males­ tar, porque en reiteradas ocasion es fue m an ifestado con en ojo y accion es agresivas. Tenía una angustia permanente de sentirse desplazado por otra figura masculina, lo cual era más una construcción en su imaginario que la realidad, ya que durante el noviazgo con Luisa no tuvo confrontaciones por la presen­ cia de otro hom bre. En José, el rezago académ ico h abía in iciado desde antes de con ocer a Isabel, pero se agudizó durante la etapa del noviazgo, por lo que no pudo concluir sus estudios com o lo hicieron sus com pañeros de generación: Yo debía m aterias, debía cardiología, respiratorias, debía tres o cinco m aterias, pero mis am igos se iban a recibir y decían, no, José, cóm o es posible de que no te vas a recibir con nosotros, ellos ya iban a pasar al internado. T ú tienes la obligación de recibirte con nosotros. Pero debo unas materias. N o importa. Fue el engaño del siglo, fui [a la fiesta] com o graduado. Fueron los fam iliares, fueron m édicos fam osos, y yo alquilé un esm oking y la situación es que me dieron un diplom a en blanco, un papel en blanco; a m í me valía porque Isabel estaba ahí conm igo.

José m encionó que cuando comenzó a salir con Isabel se sentía bien, porque estudiaba m edicina y ella lo veía vestido de blanco, com o un m édico. C on el paso del tiempo, se empezó a sentir culpable porque no lograba terminar la carrera, lo que más adelante tam poco fue posible, pues se casó y tuvo que trabajar para sostener a la fam ilia. En Ezequiel, la situación fue diferente en com paración con la de Rodrigo y José, ya que continuó con sus estudios universitarios. El apoyo de Lidia fue im portante para que concluyera la carrera.

Los primeros encuentros La m ayoría de las parejas se con ocieron en lugares donde estab lecían sus relaciones sociales cotidianas, com o el vecindario, la escuela o en los viajes que realizaban por razones de trabajo, com o Joel, que conoció a su pareja en un tren. Los entrevistados señalaron que eran solteros al m om ento de con o­ cer a su pareja, excepto Jo el, quien ya había tenido una unión anterior. La atracción física fue una de las primeras razones que argumentaron como m otivo de acercam iento a su pareja, pero este gusto encerró ciertas particu­ laridades, ya que los con fron tó con sus propias represen tacion es sobre su imagen física. C uando Ezequiel vio por primera vez a Lidia sintió atracción física: Yo tenía un am igo con el cual era uña y mugre. Y ella se vino a estudiar y vino a vivirse a casa de un tío que vivía en frente de la casa de m i íntim o amigo [...] En esa ocasión la vi a ella y sentí una cierta atracción porque era el tipo que me gustaba a mí, con pelo rubio, ojos verdes, de piel blanca, de buen cuerpo, com o que yo siempre idealicé una persona así (¿Por qué la idealizabas?) Porque no me gustaba mi color, y yo sentía com o que eso me pudiera dar a m í cierto prestigio, cierto valor, prestigio ante la gente, que digan, ¡ay, qué novia trae éste, qué guapa! y eso pues a m í me hacía sentir muy seguro; y de hecho, cuando yo veía a una persona así, no me le acercaba porque me daba m iedo, por temor a que me rechazara.

La atracción estuvo basada en los atributos físicos, com o el color de la piel, que tenía un significado de “prestigio” , representación que contrastaba con la imagen que tenía sobre sí mismo. Pero tam bién le ocasionaba insegu­ ridad, por estar con una mujer que en su im aginario tenía cierta superioridad. Este menor valor sobre su apariencia física fue un aspecto clave en la gene­ ración del m iedo a ser rechazado. A dolfo tam bién opinó que la atracción que sintió por jo v ita respondió al aspecto físico: Ella pasaba por unas cubetas de agua por ahí, en las ladrilleras. Y yo la veía que pasaba por las m añanas, com o entre las ocho y las nueve de la m añana, y empezó a gustarme; er muy guapa, pero al lado de ella yo me sentía muy inferior; yo decía, es que no la

merezco, es que yo la veo dé su cara sim pática [...] yo desde chiquito veía niños güeritos, así rubios de su pelo; yo quería ser rubio, güerito. M i papá tenía su pelo rubio, yo quería ser com o mi papá, yo quería ser güerito, bonito, bueno, sim pático. C uando era mi novia mi esposa, yo no la veía m ucho a la cara, me agachaba porque ella era bonita, su físico Umpiecito, m orenita pero bonita.

Y, de m anera sim ilar, esto sucedió con Rodrigo: Para m í el color en ese entonces sí im plicaba superioridad; adem ás yo sentía, una güera no va andar con un m oreno, va andar con un güero. A sí com o a m í me llam aban la atención las güeras, creía que a ellas Ies llam aba la atención los güeros, y com o yo no estoy güero a m í me iban a rechazar, y siempre hubo m ucha frustración; siem pre hubo en m í el deseo de querer andar con una güera, pero a m í las güeras me daban miedo, sentía que no se iban a fijar en mí, sentí que me iban a rechazar, siem pre lo sentí [...] me sentía feo, no lo aceptaba, feo por mi color, por mi cara, nunca me agradó mi persona. Yo m uchas veces llegué a pensar que se fijaba en otro tipo de hom bres, el prototipo de hom bre que yo pensaba era el aceptado, el hom bre güero, el hombre fornido, alto, con dinero, seguro. Yo me sentía inseguro y eso me daba m ucho coraje.

En los tres casos se detecta una imagen devaluada de su aspecto físico, al mismo tiem po que relacionaban el color de piel blanca a un cierto estatus de belleza física y “superioridad” . Estaba presente la creencia de que ellos eran feos. Llam a la aten ción el énfasis que hace A dolfo respecto a Jovita, cuando dice que era “m orenita pero bonita” , es decir, en su representación, la supuesta d esv en taja por n o ser güera o b lan ca era com pen sad a por sus atributos físicos. U n aspecto que ha sido señalado en otros trabajos sobre violen cia m as­ culina es el concerniente a la baja autoestim a que tienen los sujetos violen­ tos, el cual ha sido tratado com o un asp ecto de la p erson alidad ligado a factores individuales y que alude al valor que tiene una persona sobre sí misma, sus capacidades, habilidades, apariencia física, etc. Sin embargo, en los tes­ tim onios se observa que la valoración de los hombres sobre sí mism os está inserta en diversos com ponentes socioculturales. En éstos, la imagen que tienen de sí m ism os es una cuestión que rebasa los lím ites de u n a con stru cción individual, aislada. Las representaciones culturales que se forman en torno al

poder adquisitivo, al mayor o m enor prestigio atribuido a un determ inado color de la piel y al aspecto físico son elem entos que se conjugan de manera desfavorable en la com posición de la estim a social m asculin a. La im agen devaluada de los varones se pretendió en ocasiones elevar buscando a una mujer blanca, güera o bonita, que en su representación tenía un mayor valor y prestigio social que lo m oreno y lo feo. Esta represen tación es relevan te en térm inos de cóm o se perciben los hom bres frente a la mujer, qué valores intervienen en su gusto por ella y cóm o buscan en con trar en el otro la seguridad y estim a so cial de la que carecen. Pero aún más destacable es el carácter conflictivo de estos rasgos, porque al m ism o tiem po que la mujer les atrae y representa cierto prestigio social, aum enta su inseguridad personal. La figura fem enina que les significa “superioridad” , los confronta con su imagen devaluada y el sen tim ien to de “ inferioridad” .5 Por o tra parte, hay ocasion es en que los prim eros en cuen tros no sólo estuvieron pautados por la atracción física sino tam bién por el com porta­ m iento de la mujer, com o le sucedió a jo sé: Vivíam os en T laltelolco. Ya vivíam os en un departam ento. Su padre tenía una verdulería y una carnicería abajo; yo no la tom aba en cuenta, la tom aba com o cualquier vecina. Yo veía que había cierta aceptación por parte de ella, pero trataba de no tom arla en cuenta. Ella es m orena clara, se pinta el pelo de güero, tenía un cuerpo juvenil; usaba m inifalda, usaba colores oscuros, rojo, negro, para que resaltara su piel. En una ocasión me sentí muy halagado. U n a vez bajé a la verdulería y quise com prar un kilo de m angos que me encargó mi m amá. Ella estaba y me dijo, no lleves esos m angos tan feos, espéram e tantito después te m ando unos m angos, al rato te subo tu kilo de m angos. D ijo mi madre, ¿qué pasó con el kilo de m angos? A l rato nos lo traen. Suena el timbre y era una cajota de mangos, ¡uh!, era una burla trem enda. Yo me sentí halagado y decía, ¡ay, José, tienes una adm iradora! Yo ni la pelaba, me gustaba más su herm ana, su herm ana tenía unos ojotes. En una ocasión, bajando del elevador,

5 Para jo e l, su im agen respecto a Lucía tam bién representaba cierta desven tajas y, aunque no estuvieron referidas al color de la piel, señaló atributos de su ap arien cia física y su com portam ien to abierto: “A lo m ejor me gustó su forma de hablar, yo era m ás ranchero; su forma de vestir, su cuerpo; sí me atraía, me gustaba y yo la veía bon ita, com o algo inalcan zable” .

Isabel me dijo, ¿tienes gripa?, dije, sí, ahorita me voy a comprar un C on tact, y entonces me dijo ella, yo tam bién tengo gripa. Me dijo, cóm o te llamas, le dije, José, dijo, te invito, José, a que vayam os a tom ar un café ahí en Reform a; sí, le dije; com o siempre el rito del agrado hacia la mujer, arreglarme, arreglarme y arreglarm e, a ver las posi­ ciones, cóm o te ríes, las facciones, qué vas a decir.

José señ aló que “ no tom aba en cuen ta” a Isabel, pero recordó detalles sobre su apariencia que le llam aron la atención. De m anera que no le resul­ taba indiferente como afirmó. Según él, lo que más le agradó de su novia fue el trato, ya que desde el primer encuentro lo hizo sentirse “halagado” , pero sentía inseguridad por su apariencia, que se convierte en una constante pre­ ocupación por gustar y lograr la aceptación fem enina. La apariencia física tuvo un peso significativo para José, pero en ese m om ento no sólo se rela­ cionaba con las condiciones de pobreza material sino tam bién con la influen­ cia de la m oda de la época: Era la misma situación de los moldes de aquella época, de lo que veía afuera, por ejem plo, en la época de los Beatles, la época que usaban m elena, con solapa cortita y la corbata, yo veía que no me quedaba bien. Yo veíá a mis am igos cuando íbamos a fiestas que se veían bien y yo por más que me veía en e l espejo decía que no; yo quería parecerm e a ellos; yo copiaba. Por ejemplo, había un am igo que se parecía a Paul M cCartney, todas las chicas se le avalanzaban, él no necesitaba hacer ninguna labor, ya lo tenía todo hecho; yo quería com pararm e con ése. Tam bién con un cuate que estaba atlético, que jugaba fútbol am ericano, m ás grande que yo. Lo veía con su pelo relam ido, con su pelo así, com o me peino yo, lo veía con sus cam isas negras y muy seguro de sí m ism o. Yo en una época utilicé cam isas negras y por m ás que me relam ía el pelo no me parecía a él. Yo trataba de parecerm e a él o a Paul M cCartney, por decir, y veía que era im posible. Era una inseguridad trem enda; era una exigencia en mí, me empezaba a rechazar. N o me aceptaba físicam ente, yo quería vivir a través de la situación física de otros.

Este relato muestra cóm o José estuvo influenciado por los estereotipos y los am igos en los que reconocía atributos que para él representaban una mayor aceptación social. La com paración con otras figuras m asculinas, estuvieran

de m oda o no, fue una con stante en la evaluación de los varones sobre sí mismos, que fue vivida con m alestar y rechazo a sus características físicas, en especial el color de la piel. E! m iedo al rechazo fem enino O tro elem ento fundam ental en la elección de la pareja, adem ás de la ap a­ riencia física, fue la aceptación por parte de la mujer. S i bien es básico para cualquier noviazgo, en estos varones estaba íntim am ente ligado a su repre­ sentación sobre el “rechazo” que padecieron a partir de las prácticas de vio­ lencia ejercid a por el padre, la m adre y otras m ujeres. De tal m anera, la con notación de “aceptación ” tuvo un significado destacado dada la insegu­ ridad personal que padecían. Esta apreciación se ilustra con José: U n a vez me vio todo despeinado, una vez que bajé a com prar algo, me dio vergüenza y me dijo, ¡ay, qué bonito se ve José despeinado!, y yo me sen tí bien; no tenía que hacer m ucho para que ella me quisiera, para que ella sintiera algo por mí; era una inseguridad trem enda a ser rechazado; siem pre h abía esa situación, pero con ella no había m ucho problem a. Yo em pecé a sentirm e muy seguro con ella, o sea, cada vez era menor el rito de arreglarme porque veía que era aceptado por ella.

En este m ism o sentido se expresó Rodrigo: La conocí en la universidad, en la clase de francés, yo iba a tom ar clases, ah í fue donde la conocí, Ella estaba en la preparatoria y yo estaba estudiando clases de francés, yo estaba en la universidad. H ubo una ocasión en que yo me acerqué a ella... yo soy muy tím ido para con las mujeres, me da m ucho m iedo acercarm e; cuando una persona me llama la atención o, bueno, aunque no me llame la atención no fácilm ente me le acerco, las m ujeres me dan m iedo, la verdad es que hay m ucho miedo (¿M iedo a qué?) H íjole... m ira [silencio largo] al rechazo. El rechazo de una m ujer es un miedo que a m í me paraliza y no me permite acercarm e y prefiero quedarm e con las ganas de conocer a una persona que acercarm e a ella [...] En ese m om ento yo me sentía solo y, bueno, se presentó la oportunidad... yo me em pecé a acercar a ella porque yo me sentía solo; me sentía solo y de repente ella me empezó a tratar bien, me hizo sentir bien aun no sintiendo nada por ella.

En am bos casos la aceptación fem enina m arcó favorablem ente su repre­ sentación sobre el “rechazo*’ y el “m iedo” que desde niños habían sentido y ahora con trastaba con una actitud fem enina positiva que los hacía “sentir bien”. Frente al constante m alestar acum ulado por el padecer de la violencia en la infancia, tanto dom éstica com o extradom éstica, el com portam iento y las verbalizaciones en favor de ellos fueron elem entos que los impulsó a buscar un mayor con tacto con la mujer. Pero aun cuando los hombres señalaron que se sentían “bien ” al lado de su pareja, en algunos había sentim iento de duda. Para Rodrigo, siempre estuvo presente la idea de que si aceptaba la afectividad de Luisa, se aprovecharía de la situación y sería dom inado, com o había sucedido en la relación con su madre: “ ...siempre luché por sentir algo por ella, sí la sentía a mi lado y me hacía sentir bien su com pañía, pues continuaba con ella [...] y, bueno, sí llegaba a sentir apapacho, pero yo me acuerdo que desde un principio le empecé a decir, ¿sabes qué?, no me em palagues, quítate, ¿sabes qué?, no te soporto, y em pezaban los pleitos” . Esta idea no sólo prevaleció a lo largo de sus narraciones sino también en las de ios demás. Para los entrevistados, la expresión de las afectividades eran cam pos destinados para la mujer más que para el hom bre; dem ostrar genti­ leza, cariño o sim plem ente usar un tono de voz suave, era un signo de d e­ bilidad, y desde su interpretación era “mal visto” por los otros, principalm ente por los hombres. Debido a sus representaciones conform adas desde su socia­ lización prim aria y a los diferentes am bientes sociales donde los hombres se desenvolvieron, el m iedo a la crítica social era vivido com o una sujeción que los lim itaba en la expresión afectiva. --A pesar de estas lim itantes, en la relación con la mujer, en Rodrigo hubo una representación clave para continuar con Luisa y era que la consideraba “ insegura” , lo que le perm itía reafirmarse frente a ella: Por un lado, siem pre fue el deseo de querer a una mujer profesionista, pero tam bién hubo la idea de decir, no, es que el día que yo me case prefiero a una m ujer ignorante, porque una m ujer ignorante no me va a cuestionar ni me va a decir nada; una m u­ jer ya con estudios me va a querer dom inar o va a querer estar a mi nivel, y una m ujer no debe estar a mi nivel. Fue lo que empezó a suceder con la m am á de mis hijos, yo

pienso que en gran m edida a m í me dio m iedo. C uando em pecé a hablar con ella me di cuenta que yo iba en cierto nivel de universidad y ver que ella estaba en la pre­ paratoria me hizo sentir seguridad, a lo m ejor suena absurdo, pero me hizo sentir se ­ guridad. El hecho de verla y empezar a sentir que efectivam ente estaba acom plejada a m í me hizo sentir seguro. N un ca pude ver mis com plejos o mis problem as, pero sí veía los de ella. Sentir a una mujer que titubeara, insegura, a m í me h acía sentir bien, porque yo no iba a correr riesgos con mi im agen m asculina.

Rodrigo señ ala una com bin ación de elem entos que es im portante pun ­ tualizar. Por un lado, está presente la idea de “querer” o im aginar querer a una m ujer profesionista, sobre todo porque veía en ello una posibilidad de adquirir mayor prestigio social y m ejorar las con diciones económ icas, pero consideraba que podría im plicar un dom inio fem enino, porque “ una mujer profesionista iba a conocer sus derechos y los iba a ejercer, m ientras que una mujer ignorante no sabría cóm o defenderse” . Por esta razón, las cualidades que vio en Luisa lo m otivaron a continuar la relación. Esta am b ivalen cia tam bién contribuyó al rechazo h acia su pareja, entre otras cosas, porque la m ujer no poseía los atributos profesionales o de prestigio social le hubiera gustado que tuviera. O tro eje de análisis en la búsqueda de la aceptación fem enina fue la sexua­ lidad. En José, los juegos eróticos representaron una form a de evaluar si la pareja lo “ acep tab a” o no: Yo pensaba que, por la m anera en que me trataba servilm ente, ella ya era mía, era mi objeto. Yo empezaba a decir, únicam ente yo la debo de tocar sexualm ente, yo debo tener el sexo con ella; no sé ni por qué, bueno, sí sé por qué, porque ella empezó a ser muy am able, dem asiado am able conm igo, a no fijarse si andaba despeinado, si me bañé o no me bañé; me aceptaba com o yo era. El primer beso no me gustó, pero cuando yo em pecé a tocar sus senos, sus senos eran grandes, yo sentí m ucha atracción [...] Yo la em pecé a tocar y ella se dejó, se dejó y empezamos a tener juegos eróticos; ella hizo lo que yo quería.

Para él, las atenciones de Isabel fueron interpretadas com o “ servilism o” , lo que coincidía con el discurso que escuchaba de niño por parte de su abuela acerca de que la mujer debía “servir” y “atender” al hombre. La am abilidad

de Isabel lo llevó a pensar que ella era un ser su jeto a su voluntad y que podría tener relaciones sexuales conform e él lo dem andara. Esta interpreta­ ción sobre las acciones fem eninas evidencia cóm o desde el inicio de la re­ lación veía con agrado la posibilidad de ejercer control sobre la mujer por su actitud “am able” y “servil” , que en la interpretación m asculina fue el in­ dicador de que podría “ m an ejarla” . El consum o de alcohol Algunos de los entrevistados afirmaron haber consumido alcohol para iniciar los acercam ientos con su pareja y “darse valor” , pero una vez establecida la relación buscaron pasar frente a su pareja y sus fam iliares por una persona sobria, pero esto era sim ulado, ya que desde años atrás la m ayoría había iniciado una trayectoria en el consum o de alcohol. El consum o se inició en la etapa de la adolescencia (16 años en promedio) y fue una práctica que se dio en situaciones de socialización intragenérica y, en un caso, se detectó que empezaba a relacionarse con el m alestar em ocio­ nal. La mayoría de los entrevistados intentó presentar una imagen que difería de sus sentim ientos y prácticas reales con eí objeto de lograr una aceptación de la pareja, com o lo expresó Rodrigo: “ ... yo era más hipócrita; era el flirteo, era el presentarme; todavía no era de mi propiedad... sí llegué a beber, pero dejé de beber cuando la conocí a ella y me mostré como una persona seria, que no bebía; quise aparentar ser una persona centrada y, bueno, sí me fun­ cion ó” . Pero aun en esta presentación hubo acciones no intencionales que dieron claves sobre la conducta del sujeto.6 En R odrigo y jo e l, el consum o de a l­ cohol durante el noviazgo fue escaso, pero señalaron que fue en la etapa de con viven cia conyugal cuan do aum entó.

6 Goffman (1971) distingue la actividad significante de un sujeto entre la impresión que da, que se refiere a los símbolos verbales y la información transmitida que puede estar asentada en la intención de engañar, y la impresión que emana, de la que derivan acciones no intencionales que escapan del control del sujeto. En este punto, el otro puede captar la simulación y darse cuenta de que se trata de un presentación más “teatral y contextúa!”.

A lgunos lo usaron com o un recurso para lograr acercarse a la mujer que pretendían. A d o lfo y Ezequiel buscaron el co n tacto con la m ujer cuando estaban ebrios, según ellos tom aban para “darse un poco de valor”. Desde el inicio del noviazgo — y desde antes— , algunos hombres tuvieron dificultades para expresar su afectividad h acia la mujer. El alcohol era social m ente per­ m itido para la m anifestación de la afectividad m asculina. Para estos hom ­ bres, tomar alcohol no era una práctica ajena, ya que había estado presente desde que eran niños. Este se asociaba a expresiones de afectividad y cariño, pero tam bién de violen cia y agresividad. El miedo al rechazo y la com petencia m asculina fueron dos aspectos pre­ sentes en la búsqueda de la aceptación fem enina y el alcohol les perm itió vencer su m iedo, com o lo expresó Ezequiel; En esa fiesta estaba tom ado yo, em pecé a tomar, pues ora sí que para darm e valor; la saqué a bailar, pero llegó un am igo y tam bién la sacó a bailar, y llegué y le dije, ¿sabes qué?, sácate, y com o tenia fam a de peleonero, de que tenía m uchos am igos vagos y de todo... la saqué a bailar y me di valor y la abracé, empezamos a bailar y le dije que si quería ser mi novia [ella dijo] ¡A h !, no te creo, andas tom ado. Le dije, no, es más, te dejo mi reloj y m añana paso por él; se lo dejé, m ás que n ad a para que dijera, es de mi novio, para que sintiera propiedad de mí, en un afán de com o apoderarm e de ella. Y sí pasé al día siguiente y le dije, pues aquí estoy; dijo, no sé, después te digo. Yo tenía un am igo que tenía un departam ento muy bonito y quería im presionarla y me la llevé a ese departam ento, pues besándonos y acariciándonos m e dijo que sí, que sí quería ser mi novia. Yo empecé a aparecérm ele a cada rato, a la hora que salía de la escuela, le decía, yo te llevo. Cualquier problem a que tenía yo trataba de resolvér­ selo, que necesito unos libros, yo te los consigo (¿Por qué hacías esto?) Para sentirme que yo podía resolver todos sus problem as, que podía ser indispensable para ella y de hecho así fue; ya cualquier cosa que necesitaba me la pedía a mí y eso me agradaba porque me sentía aceptado, me sentía indispensable para ella.

Ezequiel usó el alcohol para un acercamiento con Lidia, para “darse valor” y com unicar su interés por ella, pero también, le sirvió para que m ediante la intim idación pudiera alejar a otros hombres y evitar una disputa por la mujer. A sim ism o, le proporcionaban valor a Ezequiel el apoyo de un grupo de amigos, una banda que conocía de tiem po atrás, y la realización de algunas

prácticas que lo proyectaran como un hom bre seguro, protector y capaz de resolver dificultades. Su afectividad la demostró mediante su capacidad como proveedor, al dotar a la mujer de bienes materiales y al resolver asuntos prác­ ticos. U n ejem plo sim ilar se dio en los primeros acercam ientos de A dolfo con Jovita: Ya tom aba un poquito, sí. Yo tenía abrazada a la que era mi novia, pero jo v ita se agachó y se sentó para ponerle leña a una lumbre, y fui y la abracé y a mí no me importó que estuvieran sus herm anos, su mamá, mi m amá, la que era m i novia y su papá de mi novia, a mí eso no me interesó; yo la abracé delante de toda la gente; estábam os alrededor de una lumbre y la abracé y, lógico, pues Jo v ita me quitó la m ano. Le dije, no se vaya a quem ar porque si se quema y se muere me puede dejar viudo, y ella se rió, pero com o que fue una entrada. Entonces la abracé y me dijo, suéltem e, porque lo está viendo su novia. M i novia se me quedó viendo y me llamó. En ese m omento yo ya me tomé otros tragos de cerveza y me marié más y me fui y me senté en cierta parte, en unos tabiques de las ladrilleras, me sentía bien m areado; me estaba dando vueltas toda la cabeza. Entonces mi novia me dijo, ¿por qué la abrazaste?, le dije, no me estés tocando, la quiero a ella, ya no quiero nada contigo. M i novia me quería m ucho, me dijo, me dejas por ella. Bueno, fue muy difícil y doloroso porque dentro de m í yo sí la quería, pero a m í siempre me ha gustado tener de a dos.

A quí, el alcohol fue utilizado para “atreverse” a manifestar afectividades, en este caso de dos tipos: la búsqueda de acep tació n de la m ujer y para term inar la relación que sostenía con la otra novia. A través del alcohol logró expresar em ociones que posiblem ente sobrio no hubiera podido. H a­ blar cariñosam ente, acercarse al cuerpo de la mujer y com unicar sus sen ti­ mientos era más fácil con alcohol. Esta práctica era parecida a la que había vivido al lado de su padre, quien alcoholizado m anifestaba tanto sus sen ti­ m ientos de cariño com o de violencia. Por algún tiempo, A dolfo fue novio de dos mujeres a la vez, pero cuando ellas se enteraron tuvo que tomar una decisión: El hecho de haberse juntado las dos, me costó m ucho trabajo tom ar una decisión, porque yo las quería a las dos. La otra novia físicamente me gustaba, era una muchacha

sonriente, güerita, tenía sü pelo largo, güerito, me gustaba la muchacha, y Jovita morenita pero guapa. C om o soy inseguro decía, por quién me decido. Yo en ese m om ento quería echarm e a correr; abrazar a la otra y decirle, es que no te quiero dejar a ti, y después regresar con Jo v ita y decirle, es que tam poco te quiero dejar a ti; entonces ahí fue cuando me puse muy nervioso [...] al final de cuentas dije, bueno, me quedo aunque sea con Jov ita; la verdad, tam bién fue porque la otra era de una posición económ ica, a lo mejor media, por decir así; y entonces yo decía, Jov ita me conoce desde mi pobreza, porque su papá tam bién trabajaba en las ladrilleras y conocía a mi papá. Y yo veía a la otra que económ icam ente estaba m ejor que yo y que Jov ita, y entonces dije, mejor me quedo con Jov ita porque ella me va a entender desde mi pobreza y entonces mi relación con ella va a ser muy diferente. Eso yo pensé, me quedo con Jovita. La otra se fue con su herm ana cam inando y yo abracé a Jov ita, ésa fue mi decisión.

A dolfo vivió la diferencia económ ica com o una desventaja, por lo que se decidió por Jo v ita bajo el supuesto de que ella “ entendería su pobreza” y con la otra le im plicaba que tendría que generar mayores recursos pues tenía un salario muy bajo en la ladrillera. En esta decisión tam bién estuvo presente el m iedo a que una m ujer con mayores recursos tuviera más autonom ía y c a ­ pacidad de decisión, por lo que seguram ente veía m enores posibilidades de controlar a la pareja. E

l c o n t r o l sex u a l

FEM ENINO:

la

v ir g in id a d y l o s

CELO S

U n a vez establecid a la relación de noviazgo, pronto em ergieron prácticas m asculinas en las que se evidenciaron los intentos por controlar, influir y dirigir las acciones femeninas. Esto podría interpretarse como los inicios del ejercicio de una violencia psicológica, que cobra especial relevancia debido a que son los prim eros indicios que pueden alertar sobre un probable ejer­ cicio de violencia física, sobre todo si las formas de control son reiteradas y si la mujer se subordina a ellas. También, aparece el sentim iento del miedo al abandono com o una amenaza a verse devaluado en su imagen masculina. Los m alos tratos, las palabras obscenas, los gritos, las m iradas amenazantes, los chantajes y los engaños son una expresión del m alestar que los hombres tienen respecto a las acciones fem eninas y al tem or que les provoca la po­ sibilidad del abandono.

A l respecto de los inteíitos de control que derivaron en violencia psico­ lógica destacaron Ezequiel y Rodrigo, para quienes las acciones fem eninas fueron m otivos de cuestionam ientos e intentos de sujeción. En A dolfo y Joel, aunque no se registraron prácticas de control, estuvieron presentes los celos y la desconfianza hacia los ex novios; sin embargo, esto no fue m otivo de conflictos o al m enos no lo m anifestaron de esa manera. En José sí se regis­ traron actos de violencia física durante el noviazgo. En Ezequiel, las acciones dirigidas a controlar a la pareja se empezaron a evidenciar desde el inicio del noviazgo. El chantaje fue un recurso para buscar que la mujer aceptara tener relaciones sexuales en virtud de que Lidia, en ­ tonces de 17 años, se n egaba a tener intim idad sexual con él: Ya del beso pasamos al abrazo, basta querer una relación, y ella no quería; decía, no, es que tengo miedo, y yo trataba de buscar la forma y a mí me causaba mucho enojo, no tanto porque no me diera la relación sino porque me sentía rechazado. Y en una ocasión le dije a ella, ¿sabes qué?, me voy a ir a Guadalajara, me voy a ir a estudiar, y le toqué el tema de que allá tenía una novia, que esa novia me estaba esperando, cosa que no era cierto, y conforme tba platicando yo estaba muy atento en su cara para ver cómo reaccionaba; los ojos se le empezaron a poner rojos y empezó a llorar. Y empecé a sentir un agrado. Yo empecé a buscar todo ese tipo de cosas para tratar de ver si me quería, porque yo sentía mucha desconfianza (¿Desconfianza de qué?) Porque ella era muy guapa, tenía buen cuerpo, llamaba la atención, a tal grado que pensaba, no me la quiten. Y por dentro también era el hecho de que yo pensaba, ojalá te quedaras embarazada para poder asegurarte. Y ella se fue llorando a su casa. Ese día que le dije que me iba a ir; me llamó por teléfono en la noche y me dijo, estaba llorando y mi tía me dijo que qué tenía y le dije que te ibas a ir, y mi tía me dijo que si yo te quería mucho que no te dejara ir y, pues, yo te quiero mucho y no te quiero dejar ir. Si la forma en que no te vayas es que me entregue a ti, pues me gustaría, y así se hizo. En este testim onio destacan las emociones sobre la intim idad sexual: miedo, por parte de la mujer, y enojo y sentim iento de rechazo, por parte del hom ­ bre, que en con ju n to m uestran que la sexualidad era un aspecto que para am bos representaba conflicto. La primera relación sexual Ezequiel la buscó m ediante un discurso en el que hubo engaño y m anipulación sobre los sen ­

tim ientos de Lidia. Tarñbién, había desconfianza e inseguridad de la imagen m asculina de Ezequiel, dada por la supuesta superioridad física de ella. L as lim itaciones que tienen los hombres para expresar su afectividad en términos positivos los orilla a buscar señales que indiquen que su pareja los “ acep ta” y los “quiere” , aunque estas dem ostraciones encierren m alestar y dolor para su pareja. Para Ezequiel, verbal izar sus sentim ientos fue una prác­ tica que prefirió evitar a lo largo de su relación, porque consideró que sería visto com o una figura “d éb il” y adem ás lo hacía un hom bre “vu ln erable” . Desde su óptica, eso no correspondía a su representación de lo que debía ser un hombre, porque si una mujer lo consideraba endeble creía que iba a ser visto con “desprecio”. La figura del “m andilón” apareció en el discurso de su madre durante su niñez y llegó a asociarla con atributos de “som etido” , “débil” y “dom inado” por la figura femenina, lo que se alejaba de su representación de ser hom bre dom inante. En este mismo sentido, destacan las diferentes form as en que m ujeres y hom bres in terp retan la afectiv id ad m arcada por las pau tas culturales de género. M ientras que para las mujeres hay perm isividad en el cam po de la expresión de los afectos, para los hom bres el llan to está censurado por su asociación con la debilidad y porque culturalm ente se ha insistido en que la fortaleza física y em ocional son atributos de los hom bres.7 Por otro lado, el interés masculino por tener relaciones sexuales premaritales encierra la búsqueda del ideal de la mujer “ virgen” , com o un indicador de

7 Los abrazos, los besos y el con tacto físico afectivo entre hom bres son prácticas que encuentran lim itacion es en el co n texto m exican o; por ejem plo, por lo general el beso entre hom bres (ya sean em parentados o n o) no está perm itido, pues se asocia a las preferencias h om osexuales. Los varones están sujetos a la crítica social si tienen expresiones afectivas entre ellos; sin em bargo, una alter­ n ativa para expresar sus sen tim ientos es el alcoh ol, com o sucede en las can tin as, En M éxico, la can tin a suele ser un espacio social donde los varones se reúnen para socializar y conversar sobre cuestiones personales. U n a vez que han bebido alcohol, el contacto físico entre hom bres es tolerado; la expresividad m asculina logra añ orar y se habla sobre asuntos personales; se verbal izan tas situ a­ cion es cotid ian as que in com odan o generan m alestar, com o pueden ser los problem as del trabajo o alguna decep ción am orosa. C o m o señ ala Stross (1991: 2 9 8 ), “ la can tin a se vuelve un tem plo m asculino o un refugio para la catarsis liberadora de las tensiones. En este n ivel de generalización, la cantina es un territorio especial de los hom bres m exicanos y cum ple un papel sim ilar en su función al del con fesionario para la m ujer m exican a”.

la supuesta pureza de ella. C on esto se pretende medir la experiencia sexual fem enina, en donde el sangrado es la supuesta evidencia de que una mujer no ha estado con ningún varón previamente y, por tanto, el hombre no será com parado, por lo que su im agen m asculina no correrá peligro. N o menos importante es el significado que los hombres le otorgaron a la negación de la mujer para tener intimidad sexual. Para Ezequiel, la negativa fem enina se vivió con enojo, debido a que es interpretado como un rechazo y no se cuestiona el miedo que sentía Lidia. El sentim iento de rechazo cobra mayor fuerza si la estim a está devaluada, por lo que se busca algún tipo de su jeción fem en in a que dism inuya las posib ilid ad es de ab an don o, la cual encuentra en el embarazo. Ezequiel veía en él una forma de ejercer control sobre la mujer, “ apropiarse” de su cuerpo, y clausurar cualquier compromiso con otro hombre. Esta representación se com plem enta con el discurso femenino de la tía, quien fom enta que la mujer busque al hom bre y “no lo deje ir” , consejo que posiblem ente influyó en la decisión de Lidia para aceptar tener relaciones sexuales con Ezequiel. A sí, el cuerpo fem enin o tiene un doble sentido: com o una instancia erotizada a la que tendrá posibilidades de acce­ der m edian te la a c ep tac ió n fem en in a y com o una en tid ad que se busca controlar m ediante el embarazo. Rodrigo es otro ejem plo de cómo las representaciones sobre la sexualidad fem enina intervinieron com o desencadenantes de conflictos intergenéricos que derivaron en cuestionam ientos que le significaron dudas, desconfianza e intentos de control. Durante el noviazgo, Rodrigo sentía malestar pues no estaba satisfecho al lado de Luisa, pero pensaba que si terminaba la relación iba a estar de nuevo solo y, después todo, su mamá ya había “aceptado a su n ovia”. A l igual que Ezequiel, R odrigo creía que se “ sentiría m ejor” cuando tuvieran relaciones sexuales; Yo lo único que quería era estar bien con ella; sentirme a gusto, a lo m ejor estar con ella cuando se diera la oportunidad (¿Qué quieres decir con estar con ella?) Tener contacto sexual, estar con ella sexualm ente y, bueno, sentía que con eso tenía resuelta mi vida, resuelto el m om ento, resuelta la situación. Empezamos a tener relaciones sexuales y, bueno, fue cuando empezó haber problem as. Se presentaron situaciones físicas y fue cuando yo le dije a ella si había tenido relaciones con otra persona porque

yo estaba m al [se refiere a que le habían detectado una enferm edad de transm isión sexual] y fue cuando ella me dijo que sí, que ella había tenido sexo con otra persona, con su anterior novio. Y a m í eso me empezó a afectar más. Por un lado, era confirmar la idea de que ahora la m ujer ya era más liberal y que eso no debería ser, y por el otro, empezó haber mucha rabia, m ucho coraje y yo pensé en term inarla, de hecho la ter­ miné, le dije que era una cualquiera, que me daba mucha rabia, y la dejé (¿La agrediste físicam ente?) N o, pero sí tuve m uchas ganas de m atarla, te puedo decir que tuve ganas de m atarla.

Lejos de sentirse m ejor después del encuentro sexual con Luisa, la rela­ ción se ten só aún más por el con tagio de una enferm edad de transm isión sexual. A dem ás, estuvieron las representaciones que tenía sobre la mujer que se formaron desde su socialización primaria, en las que dividía a las mujeres en buenas y malas. En esta separación prevalecía una alta valoración de la virginidad com o característica de las mujeres buenas, com o un atributo que otorgaba mayor estatus a la mujer. De aquí que, para Rodrigo, enterarse de que Luisa ya no era virgen le cuestionó su representación y le resultó difícil enfrentarla: Desde la prim era ocasión que tuvimos contacto físico yo em pecé a estar mal... tuve una enfermedad, a m í eso me puso muy mal, fue por eso que yo me enteré. Me fui hacer unos análisis y yo me acuerdo que a m í me cuestionaron me dijeron, bueno, con quién estuviste, y yo sabía que con la única persona con la que h abía estado había sido con ella. A mí me dolió mucho, era una mezcla de coraje, de rabia, de m iedo, de vergüenza; y yo me acuerdo que term iné diciendo que yo había estado con una prostituta, pero solam ente yo sabía que no era cierto. Yo me acuerdo que fue algo que a mí me apenó m ucho con m i m am á, por eso empezó tam bién m ucho el coraje. M e acuerdo que yo tuve que ocultarle a mi mamá la verdad por la vergüenza que em pecé a sentir. S e n tí esa carga social de decirle a mi m amá, es que estuve con una prostituta; yo me acuerdo que mi m am á me pegó y me dijo todavía, dim e la verdad, ¿ya estuviste con ella? Y yo le term iné diciendo que sí y fue cuando mi m am á me pegó y me dijo, eres un desgraciado, eres un infame, cóm o le haces esto a esta ch ica, que es una mujer, que apenas empieza a vivir, ya la contagiaste. Yo m entalm ente em pecé a tener una rabia trem enda (¿Por qué m entiste?) M entí en favor de ella, pero para salvarm e yo, para no desacreditarm e yo, no desacreditarla a ella pero para no desacreditarm e yo. A parte fue

romper con esa parte que yo había idealizado en esos prim eros m om entos, la novia bonita, la novia abnegada, la novia virgen, la novia hija de fam ilia, ¡cóm o es posible que una m ujer así llegue a una situación de ésta!; el sexo se da únicam ente con las prostitutas, y sobre todo ya hablando de enfermedades nada más ahí. C o n una mujer de su casa, una hija de fam ilia, m ucho m enos; se empezó a rom per todo eso.

Este enfrentam iento significó varias cosas a Rodrigo. Por una parte, el cuestionam iento con la persona que lo atendió m édicam ente, en tanto que hubo un interés en saber con quién había estado para que se hubiera dado el contagio. Por otra, a nivel familiar, se sintió obligado a mentir a su madre para “no desacreditarse” y evitar decir la verdad de que el contagio provenía de su novia. L a vergüenza es uno de los asp ecto s que le provocó mayor malestar, sobre todo porque había una im agen devaluada de sí mismo y de su relación con una mujer “no virgen” . Prefirió una desacreditación ante quien lo cuestiona en los análisis clínicos y su madre diciendo que otra mujer lo contagió y no su novia, pues desde su im aginario, era más reprobable decir que h abía sido ella. A cep tar esto frente a los dem ás, le significaba quedar com o una persona devaluada y “sin respeto” . Para Rodrigo era importante que su novia fuera “una mujer de su casa, una mujer de fam ilia”; consideraba que así descartaba el contagio de enfermedades de transmisión sexual, porque éstas, desde su representación, estaban reserva­ das para las mujeres que comerciaban con el sexo. Estas creencias prevalecie­ ron en el imaginario durante el noviazgo y en la vida conyugal. La separación entre el “deber ser” fem enino que había construido en su socialización y las prácticas sexuales que observaba en la realidad provocaron una imagen con ­ flictiva de la mujer. H abía una búsqueda por hacer encajar sus valores y creen­ cias sobre lo femenino en la figura de la novia, a quien le adjudicaba atributos idealizados y estereotipados, pero al no empatar con el com portam iento real, le provocaron sentim ientos de inconformidad y rechazo. Tam bién es representativa la reacción que tuvo su madre al saber de la enfermedad que padecía. La agresión física le generó mayor malestar, porque esta acción fue percibida como injusta, ya que era producto de una mentira. En cuanto a la violencia física durante el noviazgo, Ezequiel y José fueron los que señalaron haber golpeado a su novia. En el primero, el m otivo estuvo ligado a la virginidad y, en el segundo, a los celos. C ab e señalar que Ezequiel,

Rodrigo, José y Jo el sostuvieron relaciones sexuales con su pareja antes de la unión y todos tuvieron algún tipo de actividad sexual antes de conocer a su pareja. En contraste, sólo las parejas de Joel y la de Rodrigo habían tenido encuentros sexuales previos al noviazgo. Estas diferen cias en la actividad sexu al m asculina y fem enin a son una m uestra de la desigualdad en las prácticas y representaciones de género en este cam po. M ientras ellos tuvieron una serie de creencias acerca de la per­ m isividad de su ejercicio de la sexualidad, que llegó a derivarse com o una práctica necesaria y socialm ente aceptada y reforzada, las mujeres, según ellos, debían perm anecer vírgenes, de lo contrario podrían ser consideradas pros­ titutas. Este tipo de representaciones sociales constituyen una tensión perm anen­ te entre la búsqueda del placer (mujer sexualm ente activa) y el intento del predom inio m asculino en la actividad sexual (m ujer sexualm ente p asiva), pues la ausencia de experiencia fem enina tiene atribuciones positivas. Ezequiel eviden cia el grado de con flicto que le provocó la supuesta ausen cia de la virginidad fem enina: Cuando tuvimos la relación yo esperaba de que iba a ver sangrado, y cuando tuvimos la relación fue lo primero que traté de ver, a ver sí había sangrado, y vi que no había y dije, pues qué pasó, me estás tomando el pelo; me juró y me perjuró que sí era virgen y yo me sentí engañado y le dije, ¿sabes qué?, a mí no me vas a tomar el pelo ni me vas a ver la cara de buey, así es que vámonos. La saqué y la fui empujando y entre más la sacaba, ella más se sostenía y me daba más coraje a mí porque sentía que ella me estaba tomando el pelo. La saqué a empujones y la metí al coche a empujones, se fue llorando. Yo quería que me jurara y me perjurara que ella había sido virgen y poste­ riormente tenía la duda entre si era cierto o no (¿Qué pasó después de que se fueron del hotel?) Decía que nunca lo había hecho, que pudo haber tenido un problema; no, es que tú no me vas a ver la cara, es que una mujer cuando tiene relaciones tiene sangrado y tú no lo tuviste, ¿por qué?; no, es que no, decía, y me daba más coraje y era cuando la agredía. Y la llevé a su casa y le dije, ¿sabes qué?, ya no te quiero volver a ver, sin embargo, la dejé y sentí la necesidad de ella, una necesidad tremenda; en­ tonces buscaba el pretexto para volver nuevamente. Lo que se me ocurría para no quedar como un arrastrado, como una persona que le había dolido mucho era, ¿sabes qué?, te quiero ver para que me entregues mis cosas; como que ése era el pretexto, la

vi y le entregué sus cosas, rom pí sus fotos, aquí están tus discos, quiero que me des... no, no te los voy a dar, yo sí los quiero, y eso me empezó a m í com o halagar, es que sí me quiere, finalm ente le dije, no, es que mira, com prende, es que te quiero mucho; dim e la verdad, no va haber problem a, si tú me dices la verdad, lo voy aceptar, eso se lo decía, pero por dentro no lo sentía así. Yo lo que quería era, dim e la verdad y no te quiero volver a ver en mi vida; mas sin embargo, ella se sostenía, decía no, es que no, no he tenido; a m í se me quedó siempre esa espinita clavada.

M ás allá del supuesto engaño al que aludió Ezequiel, este hecho le provocó enojo, porque no tenía certeza sobre la actividad sexual previa de su pareja y sí la expectativa de que Lidia fuera virgen. El discurso fem enino, según él, se lim itó a intentar convencerlo que no había m antenido encuen­ tros sexuales previos. Esto con stata que la m ujer entró en la d in ám ica de otorgarle tanta im portancia al asunto de la virginidad com o su pareja y, al parecer, no reclam ó el m altrato ejercido ni fue m otivo para ruptura de la relación. En la frase “nunca lo había hecho* pude haber tenido un problem a” está im plícita la im portancia que ella misma le da a la ausencia de sangrado, com o un supuesto problem a. El m alestar m asculino se presentó junto con los sentim ientos desfavora­ bles que le provocaron haber creído que era virgen y no encontrar la prueba de ello. La búsqueda de la virgin idad fem enin a sig n ifica para el hom bre encontrar un atributo positivo encarnado en la figura de la mujer, del que pretenden apoderarse como un valor para sí mismo y que pretende ser vivido com o parte de su propia estim a. Poseer una m ujer virgen, ser el prim ero, tiene un valor social que está encam inado a demostrar un logro para su propia valoración y evitar ser com parado con otro varón en su actividad sexual. En contraste, para los hom bres perm anecer virgen después de la adolescencia empieza a ser un estigm a social y quienes lo sepan, sean hombres o mujeres, comienzan a cuestionar su virilidad. En este sentido, el significado social de la virginidad para mujeres y para hombres tiene una connotación sociocultural diferente y opuesta. Según Ezequiel, ésta fue la primera vez agredió físicam ente a su pareja. A partir de este evento, fueron comunes las palabras ofensivas culpándola de su en ojo y m alestar por la ausencia del sangrado, que era la prueba de su virginidad. Este hecho m arcó negativam ente su relación porque él sentía des­

confianza en todo momento,/ y aum entó su padecer em ocional, relacionado con una perm anente inseguridad que se traducía en duda sobre la paternidad de sus hijos y los celos que derivaron en una extrem a vigilan cia h acia la muj er. Desde el noviazgo, los celos se presentaron como un com ponente del padecer m asculino. Este sentim iento se da por la presencia de otra figura m ascu­ lin a que se v iv e com o una am enaza y que com pite por los afecto s y las atenciones de la mujer. La presencia de los ex novios fue m otivo de agresiones. U n caso extrem o fue el de José: En una ocasión, fue el prim er disgusto que tuvim os, la prim era vez que la llegué a aventar violentam ente. Ella, cuando tenía 15 o 16 años, tenía un novio de 30 años, era una persona que tenía dinero de su negocio, su fábrica de ropa, y cuando ella atendía el salón de belleza de su padre, cuando ella decía que tenía ham bre él le daba los kilos de barbacoa, le daba anillos de oro. Yo realm ente decía, viejo desgraciado, tan grandote, y ella le tenía mucha dependencia. En una ocasión venía agarrada de mi brazo y que lo ve de frente y dice, ¡ah í viene Ju lián !, y que me quita la mano del brazo. Yo sen tí en ese m om ento ganas de agarrar al cuate y golpearlo, porque sentí el rechazo de ella. Sen tí, cóm o es posible todavía quiere a este cuate, no es mía y le dije, ¿sabes qué?, definitivam ente vamos a terminar, no es posible que sigamos esta relación; la verdad es que tú sigues queriendo a este cuate; yo así ya no te voy a aceptar; no, José, no es cierto. En ese m om ento estábam os en las escaleras del edificio; no es cierto, José, no; no me abraces. Me empezó a besar y entonces me empezó a suplicar. N o me toques ni me abraces, dije yo; sentí m ucho coraje y la aventé y ella se arrodilló ante m í y entonces dijo, no, por favor, José, no [...] Yo nunca había visto a una m ujer que se arrastrara por mí, nunca nunca. T odavía agarré y la jalé de los cabellos, la levanté de sus cabellos y le dije, ¿en verdad me quieres?, dice, sí, y entonces la volví a jalar de los cabellos, ¡ay!, me estás lastim ando, no así, José. ¿Me quieres? Dice, sí. Entonces me quedé .con un pedazo de sus cabellos, entonces la besé y la m ordí y ella lloró. Y pensé: es tuya. Entonces ya empezamos a tener relaciones sexuales [...] y yo sentí esa em oción trem enda de golpearla, agarrarla de la cabeza y a la vez em pecé a tocarla sexualm ente, pero ya con agresión; nunca lo había hecho. Tuve la relación sexual, em pecé a tocarla muy violento; em pecé a hacer lo que antes no había hecho y ella se dejó. Ella lloraba, lloraba y lloraba, yo hago lo que tú quieras. Yo sentí, pues

qué es esto (¿Q ué sentiste?) Yo me sentí aprisionado, me sentí grande, pero a la vez muy satisfecho de que así quise ver a mi madre exactam ente.

En esta narración hay diversos com ponentes que perm iten un acercam iento a la com plejidad de la violencia ejercida. Pareciera que el m otivo desencade­ nante del en ojo de José — y sus posteriores agresiones físicas— fue la sola presencia del ex novio y la acción de Isabel de quitarle el brazo cuando se lo encontraron. En la descripción se observa un aspecto clave que se vive como una amenaza: la situación económ ica del ex novio de Isabel, quien era una persona con dinero, mayor que ella y que le otorgaba bienes m ateriales que en aquel m om ento José-n o podía darle. Pero no sólo se trataba de una com petencia económ ica sino tam bién em ocional y sexual. El hecho de que ella viera al ex novio en la calle y se alejara de José, fue interpretado como un rechazo y, por tanto, su valor com o hom bre se vio dism inuido. En un principio, José pensó en enfrentar esta situación a golpes con el rival, sin em bargo, no lo hizo porque existe una clara identificación de los alcances de la fuerza física, en especial con otros pares. Los hom bre saben que la confrontación física es un riesgo de salir lastimados, porque lo vivie­ ron en su socialización secundaria cuando se enfrentaron con otros niños en el barrio o la escuela. En la mayoría de los casos, la violencia se dirige en contra de quienes son más débiles físicamente, como lo reconoció uno de los en trevistados: “ se es violento con las m ujeres, pero cobarde con los hom ­ bres” . La rivalidad m asculina generó en José una suerte de im potencia frente a los atributos del ex novio, pero también estuvieron en juego las actitudes de la mujer, lo que le representó una ausencia de exclusividad afectiva. Las frases “no es m ía” y “ tú sigues queriendo a este cuate, yo así no te voy aceptar" son claves en el entendido de que, para José, era fundam ental saberse exclusivo en la vida de la mujer y no tener otra im agen m asculina con la que entra­ ra en conflicto. S i bien el enojo fue un síntom a de su m alestar que manifestó en ese m om ento, tam bién hubo interés de buscar la form a de revertirlo a través de agresiones sobre quien creía “causante” de su enojo. La forma más inm ediata de recuperar esa legitim idad, que desde su representación había sido fracturada, fue golpeando a la m ujer para tratar de verse a sí mism o com o un hom bre con poder.

Las acciones de Isabél de “súplica” , de “ arrodillarse” y la afirm ación “ yo hago lo que tú quieras” tuvieron un significado de logro y se ilustra con su respuesta ante la interrogante ¿qué sentiste?, a lo que respondió: “ me sentí grande” . Esta frase sintetiza la form a en que el hom bre vivió el com porta­ m iento de Isabel ante su violencia; un sentim iento de poder que hasta en ­ tonces no había experim entado en el noviazgo. La conclusión de este evento culm inó cuando usó la fuerza para tener la relación sexual en la que, desde la interpretación de José, no hubo resisten cia a pesar del daño que estaba provocando. En la base de este poder estuvo la com paración que hizo con su madre, a quien deseó ver “som etida” , com o él lo hizo con Isabel, pues José señ aló que a m enudo su m adre rechazaba al padre. En esta descripción aparece una tensión. Si bien él señala que se “sintió grande” , lo cual se puede interpretar como poder y dominio, al mismo tiempo afirmó que se sintió “aprisionado” . Esto indica que había un malestar que parecía irresoluble: no se sentía satisfecho en su relación, pero no la terminaba porque ella “ le daba m ucha seguridad” y esto era lo que le hacía continuar. La dualidad em ocional fue una constante en el padecer de estos hombres durante la etapa del noviazgo. Sus representaciones de género entraron en conflicto frente a las prácticas fem eninas y ante la presencia, real o im agina­ ria, de otros hom bres que atentaban en contra de lo que form aba parte de su im agen de ser hom bre dom inante. La

u n ió n

de la

p a r e ja

Las expectativas masculinas para la vida en pareja La decisión de los hom bres de unirse con la mujer estuvo influenciada por diversas expectativas. Los motivos que los anim aron a vivir en pareja giraron en tres direcciones (véase el cuadro 3). La primera se refirió al sentim iento de soledad que experim entaban en esa etapa de su vida, ya fuera por sentirse po co acep tad o s en sus relacion es fam iliares o por las c o n stan tes críticas m aternas hacia sus novias y su persona, que los alejaba de cualquier contacto de afectividad en el hogar y les provocaba un sen tim ien to de aislam iento. La segunda estuvo enfocada en las relaciones sexuales. Para A dolfo y José, la formalización de la unión (en términos legales o religiosos) era un asunto

Cuadro 3 Los motivos de los hombres para unirse con la mujer R odrigo: ...tuvo m ucho que ver el hecho de empezar a sentir esa necesidad de que ella tenía que ser nada más para mí, para nadie más, y de que una m anera de que ella estuviera conm igo era casándom e; iba a tener perpetuidad con el hecho de casarme. Ezequiel: Querer asegurarla... cuando ella quedó em barazada sentí m ucho agrado por asegurarla. Jo sé : Ya había un com prom iso social, ya había dicho que me iba a casar con ella. Para mí, el m atrim onio era un requisito para estar todos los días acostado con ella. Jo el: ...yo estaba desesperado, estaba dolido de esta persona [ex esposa] y no quería estar solo; no quería estar solo más que nada; yo siento que esto fue. Yo no sentía cariño, yo no sentía que la quisiera. A do lfo : Yo me sentía muy solo una m ujer me va a com prender, una m ujer me va apapachar, una m ujer me va a dar sexo, me va a dar un beso-., yo lo que buscaba era sexo con ella, yo decía, tener una mujer, tener un cuerpo.

necesario para poder tener relaciones sexuales sin restricciones ni prohibidones. Pero esta m otivación estaba inmersa en una representación básica hasta entonces no cuestionada por ellos; creían que la mujer estaría a su disposi­ ción para tener una vida sexual activa. Sin embargo, aun dentro de la vida conyugal, pronto se enfrentarían a la negativa fem enina para establecer in­ timidad sexual. El rechazo de la mujer entró en conflicto con la expectativa de que en el m atrim onio la mujer estaría “dispuesta” , en todo m om ento, a m antener encuentros sexuales con ellos. La tercera partía de la idea de “poseer” a la pareja. En los testim onios de Ezequiel y Rodrigo, el sentido de pertenencia y de posesión es un punto común al considerar que con la unión la pareja sería exclusivam ente de ellos. Para el primero, el embarazo representaba la certeza de que la mujer tendría que perm anecer a su lado. C onsideraba que ésta era una form a para que ella se m antuviera ligada a él. Por su parte, para Rodrigo el m atrim onio era inter­ pretado com o un vínculo que representaba “ perpetuidad” para la relación.

Tenía la expectativa de que la mujer perm aneciera a su lado “para siem pre” pese a los conflictos que tuvieran. Para él, el m atrim onio tenía un carácter coercitivo que favorecía el dom inio sobre su pareja; en contraste, el noviazgo era considerado com o algo provisional y carecía de seguridad, porque aún no había un vínculo formal.

El malestar masculino ante la unión Para estos hombres, la decisión de unirse a su pareja estuvo llena de miedos y dudas respecto a las cualidades y gusto por la m ujer elegida, a su vida afectiva y a las responsabilidades económ icas que tendrían al formar un hogar. Los tem ores de los entrevistados estuvieron centrados en aspectos com o la inseguridad em ocional sobre la aceptación de su pareja (Rodrigo y jo e l); m ied o al “fr a c a so fa m ilia r'1 ( jo s é ) ; d u d as so b re la p a te rn id a d del h ijo (Ezequiel), y desconfianza hacia el com portam iento sexual fem enino (A d o l­ fo). Por ejem plo, A dolfo tenía una duda perm anente de que jo v ita lo qui­ siera. El evento que originó esta incertidumbre fue una ocasión en que ella quiso term inar la relación de noviazgo, según él, sin m otivo alguno: Esa vez me sacó de on da mi esposa, porque yo no le había hecho nada, no habíam os discutido ni nada. Eran com o las ocho de ía m añana y le dije, hola, ¿cómo escás?, y la abracé y me aventó; me rechazó, le dije, ¿ahora qué te pasa?, y me dijo, ¿sabes qué, Adolfo?, me da pena com entarte, pero quiero decirte una cosa, quiero que term ine­ mos. Pero, ¿por qué? Pues, no sé, pero quiero term inar contigo. Y yo le decía, pero, ¿por qué?, no hem os discutido, no hem os peleado, ¿por qué me quieres dejar?, ¿ya no me quieres?, y dijo, sí te quiero, pero pues es que no sé, no sé por qué. Y yo em pecé a cuestionarla, pero, ¿por qué?, pues no sé, ya no quiero andar contigo; la verdad, lloré, ah í sí lloré delante de mi prim a; ella dijo, pues no llores, te buscas otra. Le dije, pero es que yo quiero a jo v ita , le dije, es que yo no me voy a encontrar a otra com o tú, yo te quiero, ah í sí le dije, yo te quiero para casarm e contigo. Ella seguía insistiendo que ya no quería nada conm igo [...] la verdad ah í sí tuve com o que rogarle, o yo no sé si pudiera llam arle com o hum illación el haberle dicho no m e dejes, porque si me dejas qué voy hacer sin ti y, bueno, lo aceptó y seguim os siendo novios, nos casam os.

A partir de entonces, A dolfo tuvo constantes dudas sobre lo que sentía jov íta por él y, además, nunca supo el m otivo por el que ella quería terminar el noviazgo. Esta situ ació n le hizo cuestion arse el com portam ien to de su pareja, lo que asoció a dos posibles causas: una, que ella sentía rechazo por su físico, o bien, que tenía alguna otra persona. Asim ism o, el haber “rogado” y “llorado” lo vivió com o una hum illación, sin embargo, en aquel m omento estas acciones sirvieron para que no terminaran su noviazgo. En este contex­ to, resulta relevante su afirm ación de que “no se iba a encontrar otra perso­ na” com o Jo vita. Esto generó mayores dudás sobre la aceptación fem enina y una necesidad afectiva, pues se percibe a la mujer com o la proveedora de la afectividad, fidelidad, atenciones y servicios h acia el hombre. A sociada a esta inseguridad em ocional, estuvo presente la cuestión eco­ nóm ica, en la que A dolfo se asumió com o futuro proveedor m aterial de la fam ilia y sintió “ m iedo” , porque le resultaba angustiante la m anutención de los hijos, en especial si “eran muchos11.8 En este mismo sentido se expresó José, quien a pesar de sentirse en aprie­ tos porque no con taba con un soporte m aterial y no le gu stab an algunos aspectos de su pareja, veía en la unión una fuente de aten cio n e s que le proporcionarían seguridad: “A unque no me gustaba la mujer que había ele­ gido, pero sí tenía la situación de una seguridad, porque ella me la daba; ya no había ese rito de andarme arreglando, eso me lo daba ella, y había acep­ tado m uchas cosas de mí, y hasta la vez que me había quitado el brazo cuando pasó lo de este cuate, ella sim plem ente lloró y me pidió disculpas, yo sentí que nunca una m ujer se había hum illado así por m í”. C uando José habla de sentirse “aprisionado” no sólo se refería al com pro­ miso social y a que ambas familias sabían de la relación sino también a que

8 La responsabilidad econ óm ica que preveía A d olfo en el m atrim onio fue expresada sim bó li­ cam ente cuan do se casó por la iglesia: “Yo pen saba quitarle la m itad de las arras, pero dice el padre, son 12, h ijo. Yo ten ía la m itad, pero le iba a decir, pues nada más le doy seis; y ah ora se lo digo a mi esposa, me dice, es que eres b ien codo, y no, no es que sea codo, la verdad no porque sea codo. ¿Sabes qué pensé den tro de mí? La verdad, que eso me com prom etía más, com o que yo pensé, si te doy la m itad nada m ás n o es m ucho com prom iso. A sí, cad a que me pida, com o n ada más te di seis arras te doy la m itad de gasto, y en ton ces el padre dijo, no, h ijito , se las tienes que dar todas. Bueno, ah í dije, ten go que darle m ás gasto, todo eso me gen eró”.

no había acabado la cartera y no tenía trabajo. Em ocionalm ente se debatía entre estar con una pareja que ten ía actitudes perm isivas para aceptar sus criterios y la violencia, y el “miedo a estar casado y de fracasar con la fam i­ lia ".9 Para José, el atractivo m ás im portante en la relación con Isabel era ejercer su dom inio con ella. La ausencia del cuestionam iento fem enino sobre la violencia padecida y el reforzamiento social proveniente de otros hombres de su entorno social favorecieron en gran medida a que las prácticas de abuso y som etim iento fueran pasadas por alto y se continuara con el noviazgo hasta concluir con la unión conyugal. Por último, otro aspecto que fue m otivo de m alestar se ubicó en el campo de la sexualidad. El hecho de que algunas mujeres no fueran vírgenes — o al m enos no hubiera eviden cia de ello— fue m otivo de violen cia y, en otros casos, su actividad sexual significó una amenaza. Para José, la acep tació n de Isabel para tener activid ad sexu al desde el noviazgo era un logro im portante, sin em bargo, el desem peñ o activo que tenía Isabel en la intim idad sexual era cuestionado: Ella era mi sueño de todo lo que pensaba, de todo mi erotism o, era lo que yo quería pero a la vez era un rechazo con ella; yo quería enam orarm e de ella, pero sentía m ucho rechazo, sin em bargo, ella me aceptaba para todo [...] cuando la llevaba al hotel sentía m ucho asco, m ucho asco por ella (¿Por qué?) N o me agradaba; sentía que era com o las prostitutas que estaban ahí; ella empezaba a acariciarm e dem asiado. Ella empezaba a tener todas las posiciones vulgares que a m í no me parecían; no sé de dónde lo

9 U n even to que ilustra la m anera en que José padeció el temor a la responsabilidad de establecer una fam ilia fue el d ía de la cerem on ia civil: “ ...el día de la boda civil, el juez llegó tarde a la casa y yo decía den tro de mí, qué bueno; me em pezaban a sudar las m anos. Em pezó a haber m ucha situació n en mí de qué va a ser del m atrim onio, cóm o va a ser; em pecé a pen sar que ya estaba com prom etido, me dio m ucho m iedo, m ucho m iedo. Y cuando el juez n o llegaba, pues yo sen tía un alivio, o jalá n o llegue. El juez estaba citado a las seis y llegó a las siete de la n och e, Isabel bien preocupada, los fam iliares bien preocupados. Yo sen tí un alivio, decía, o jalá no me case, así tengo más tiem po para pensarlo, pero sí llegó. C u an d o em pezaron a firmar h ab ía m ucha inseguridad de parte mía, yo ten ía ganas de salirm e corriendo, yo no quería casarm e. L a verdad es que me empezó a dar m ucho p av o r la responsabilidad, ¡y sin n ad a !, más que todo sin n ada, porque n o tenía nada; n o ten ía ni una carrera term inada, me em pecé a'angustiar, pues qué voy h acer” .

aprendió y mi m ente decía, es que es una puta; había m ucho rechazo, me decía, no la quieres, pero ya tienes un com prom iso hecho.

El rechazo a la actividad sexual fem enina era resultado de la dicotom ía que prevalece en las representaciones m asculinas, en las que la figura de la novia está asociada a la pasividad sexual con predom in io de la actividad masculina y, por ende, mayor control de la situación. En contraste, la mujer con experiencia sexual representa una amenaza para el imaginario masculino en sus prácticas de poder y control desde donde podría ser cuestionado su desem peño sexual.

CAPÍTULO IV LA RELACIÓN CONYUGAL

V

iv ir e n

p a r e ja : e l in ic io d e l a

v io l e n c ia

L

as características de la pareja como edad, ocupación y escolaridad no cam biaron sustancialm ente al m om ento de la unión debido a que el tiem po transcurrido entre el noviazgo y la unión fue corto. S ó lo el noviazgo de A dolfo duró tres años y el resto no rebasó el año. Ezequiel, José y Rodrigo cursaban la licenciatura cuando se casaron y sólo Ezequiel la concluyó, los dem ás abandonaron sus estudios. R esp ecto a las mujeres, sólo Isabel, la esposa de José, terminó la secundaria durante la unión conyugal. El cam bio más sustancial en el aspecto laboral se observó en las mujeres. C uatro de ellas abandonaron la ocupación que realizaban; dos abandonaron sus estudios y las otras dos dejaron de trabajar. Para los hom bres, el primer asunto a resolver fue el lugar donde vivirían, así com o la m anutención de la esposa. Ezequiel y A dolfo llevaron a vivir a la mujer con la suegra, m ientras que José, Rodrigo y Jo e l se establecieron de form a independiente, aunque con cercanía geográfica de am bas fam ilias de origen. Joel y Lucía vivieron inicialmente lejos de sus familias, pero unos años después se cam b iaron a la casa de la madre de Lucía, quien les otorgó un terreno en el mismo predio donde ella vivía para que construyeran su casa.1 1 El estudio de Finkler (1 9 9 7 ) sobre violen cia dom éstica en M éxico señ ala que la m ujer que reside en la casa de su suegra o vive soia con el cónyuge y los h ijos, tiene m ayores posibilidades de ser agredida. E n cam b io, cuan do vive con su fam ilia de origen, ésta suele fun cio n ar com o red de apoyo y se reducen las probabilidades de padecer la violen cia conyugal. C ab e precisar que en los casos aq u í estudiados n o se registraron parejas que vivieron con la fam ilia de la m ujer sino que establecieron la residen cia conyugal en la casa del hom bre o de m anera in depen diente. E sta carac­ terística co in cid e c o n los hallazgos de Finkler.

Para las mujeres, la convivencia con la suegra fue conflictiva, como pasó con Ezequiel: Regresó mi mamá com o al año, al año y m edio, y a todos [los herm anos] nos hizo la vida imposible en nuestra relación de pareja. C om o que ella quería que tuviera aten ­ ciones con las dos. A veces m etía cizaña, ¡ah, es que tu mujer no me quiere!... ten cuidado, tú no sabes, cuando se va al m andado, lo que puede hacer una mujer; cuando viví con ella se convirtió en un infierno, le escondía las cosas, la com ida, y decía, es que es una grosera, me quiso hasta levantar la m ano, y entonces yo me desquitaba con ella y la agredía físicam ente.

Los celos de la madre y su intento de dominar a la pareja influyó de manera negativa en la relación nuera/suegra y esto llegó a fom entar conflictos que, algunas veces, derivaron en violencia física, sobre todo cuando la suegra hacía com entarios que prom ovía celos e inseguridad en el esposo. La violencia en contra de la mujer ocurrió desde el principio del m atrim onio de Ezequiel y señaló que se trataba de una violencia verbal: Ella me decía, no, es que ya no aguanto, me esconde las cosas, me quita las cosas, me cierra [la puerta] me ha dejado afuera, y yo decía, no, no concebía yo eso. Pero sí la llegué a ver afuera de la casa. En ocasiones llegué a sentir com entarios insidiosos de mi madre. Decía, es que tu mujer se va y no sé a dónde se vaya y regresa después. Y a m í me ponía a girar, se va, ¿con quién se va?, ¿qué anda haciendo?, me está poniendo el cuerno, entonces yo llegaba y la agredía. N o le decía que mi m adre me lo había dicho, para no echarla de cabeza a mi madre, pero le decía, ¿a dónde te fuiste? Y entonces empezaba a darm e una narración de paso por paso de lo que había hecho y yo a diario em pecé a optar por eso.

Durante los dos prim eros años de m atrim onio, la con viven cia cotidiana con la madre generó diversos conflictos porque trató de imponer las pautas de convivencia y de controlar el com portam iento de la mujer. A dem ás, con frecuencia cuestionaba la conducta de ella, lo que ponía al hombre en una situ ación com p licad a respecto a la credibilidad de su m adre o a la de su esposa. Pero, com o él mismo lo señaló, “su madre era incapaz de m entir” ; en cam bio, a su pareja la creía capaz de engañar por la desconfianza que pre­

valecía desde la falta de evidencia de la virginidad de su esposa y sus dudas sobre la paternidad. Llam a la atención que aun cuando llegó a encontrar a su pareja en la calle, debido a que su madre la había corrido de la casa, le dio preferencia a la versión de su mamá. El m atrim onio permitió que la mujer se reconciliara con su familia, ya que ella había roto relaciones cuando decidió abandonar a su fam ilia en M exicali para unirse con Ezequiel. M ientras la pareja vivió con la suegra, él continuó estudiando en la universidad, al tiempo que trabajaba en un bufete jurídico. La mujer se dedicaba a las labores dom ésticas y atendía un negocio de ropa que él había puesto para ayudarse económ icam ente. Pero cuando se cam bia­ ron de dom icilio y la m adre ya no estaba con ellos, esto no representó la desaparición de los celos ni el cese de los m alos tratos hacia la mujer. A dolfo tam bién vivió en el mismo terreno donde vivía su madre; al res­ pecto señaló: Hicim os unos cuartos mis herm anos y yo para m i madre, o sea, dos piezas; una com o cocina y uno com o cuarto para todos; ahí teníam os dos cam as, nos quedábam os todos ahí. Pero antes de casarm e lo único que me preocupó era tener un cuarto privado, porque no iba a estar teniendo relaciones sexuales donde estuvieran mis herm anos o, en este caso, mi madre. Fue lo único que me preocupó. Y a mi madre le dije, ¿cómo ves?, ¿me dejas hacer un cuarto aquí en el terreno? Sí, hazlo; fue en lo que me apoyó mi m amá. En el mismo cuarto empezamos a cocinar; en el cuarto la cam a, el ropero ahora sí que todo adentro [...] Yo nada más pensé, me com pro una cam a, un rope­ ro donde m eto la ropa, una estufa, aunque sea así chiquita, y ya puedo acostarm e con ella y tener sexo. Era lo que me preocupaba, tener relaciones sexuales con ella.

Para A dolfo, la vida conyugal no representó una separación con la familia de origen, com o tam poco lo fue inicialm ente para Ezequiel. Los suegros de A dolfo vivían cerca del dom icilio conyugal, eran vecinos. D urante más de 20 años, vivieron en el mismo lugar y fue hasta después que la pareja empezó a construir una vivienda alejada de la fam ilia materna. En los primeros años de casado, A dolfo continuó trabajando en las ladrilleras, pero empezó a buscar otro trabajo porque su salario era insuficiente para m antener a su familia. Se em pleó com o obrero en varias empresas que producían partes autom otrices y en una de ella aprendió a pintar carros, actividad a la que se dedicaba, de

manera independiente, ál m om ento de la entrevista. Su esposa dejó de tra­ bajar de em pleada dom éstica y apoyó un tiempo a A dolfo en las ladrilleras. La razón por la que ella abandonó esta actividad fue porque él se lo prohibió: El hecho de negarle que trabajara era porque yo siem pre la vi muy incapaz, porque yo siem pre he pensado que una m ujer es más débil que un hom bre; entonces ella me decía, yo tam bién puedo trabajar; tam bién puedo hacer cosas que te puedan apoyar para toda la situación; ella siempre me decía, si me dejas trabajar juntam os dinero para comprar un terrenito, para que me tengas mejor. Yo le decía, no; no lo aceptaba jamás... yo a veces, pues sí me duele com entártelo, pero yo le decía, por qué tienes que trabajar, m ientras yo viva tú no vas a trabajar, yo me casé contigo para m antenerte [...] Los pleitos siem pre han sido porque ella me dice que le dé libertad y para mí el hecho de libertad me hace sentir inseguro, porque yo he visto casos de m ujeres que engañan a sus m aridos... te com enté que trabajé en varias em presas y en esas em presas yo veía chavas, bueno, las chavas tenían derecho de tener novio; había chavas que tenían su novio dentro de la em presa, pero tam bién a veces veía que m ujeres casadas dentro de las em presas andaban con hom bres casados y les eran infiel a sus esposos. Esto yo se lo platicaba a mi esposa; cuando ella me decía déjam e trabajar, ¡no, m am acita, jam ás! ¿Por qué? Y yo le decía, por lo que-estoy viendo.

Tam bién tenía celos de que al salir a trabajar ella se arreglara más y fuera atractiva para otros hombres y le fuera “ infiel”. Para A dolfo la cercanía con su madre y la prohibición de que Jovita trabajara posibilitó un mayor control hacia ella. Desde los inicios de la vida conyugal hubo elem entos que apun­ taban hacia un claro intento de ejercer poder, al restringir a su mujer tanto en su m ovilidad social com o en la tom a de decisiones, a lo que la mayoría de la veces ella se subordinó. M ás aún, A dolfo agredió a su pareja desde el principio: Ibamos h acia la casa y discutim os por una cosa insignificante, a lo m ejor porque yo le dije que me preparara un café y ella se negó a hacérm elo, y entonces a mí me dio coraje y term iné dándole una cachetada por el sim ple hecho de no aceptar ella, y que se tenía que hacer responsable de hacerm e un café, porque yo se lo estaba pidiendo y, bueno, pues después me puse mal. Dije, pobrecita, y bueno, más que nada porque ella me dijo, ¿para esto te casaste conm igo, para pegarme?, y no le contesté, pero yo

pensé entre mí, sí es cierto; estam os recién casados y ya le pegué, pero, ¿qué viene después?, yo pensaba entre mí; y cada vez que ella me diga una cosa que yo no acepte, ¿le voy a estar pegando? Después vino una situación no más difícil sino todo lo contrario, unos seis, siete años, yo no le pegué para nada (¿Le pediste perdón?) N o, no le pedí perdón, silo deseaba, lo pensaba, pero no lo hice; ¿por qué le tengo que pedir perdón?, total, yo soy hom bre; y porque en mi niñez yo veía a mi padre o los otros hom bres que decían que un hom bre tenía el derecho de pegarle a una m ujer y yo me m etí esa em oción dentro de mí; sí es cierto, los hombres tenem os que pegarle a las m ujeres.2

La falta de cuestionam iento por haber golpeado a la mujer en gran me­ dida fue producto de las creencias e ideas socialm ente estructuradas sobre la relación conyugal. Su h istoria personal y el en torn o so cial favorecían las acciones encam inadas a buscar el dominio. El derecho del que habla A dolfo está basado en la creencia de que la mujer debía ser una persona som etida a la tutela m asculina. Pero estas concepciones chocan con la realidad cuando, por un m omento, la mujer reclam a respeto y cuestiona el papel tradicional de la mujer. Para A d o lfo n o había m uchos cam inos para ser hom bre. Sus prácticas estaban acom pañadas de dos creencias radicalm ente opuestas: se es un hom ­ bre som etido a la voluntad fem enina'y, por lo tanto, se pierde valor ante la familia, o bien, el hombre impone criterios valiéndose de la fuerza física y del rigor de sus palabras con el fin de validar una im agen para sí m ism o y los demás. Esto últim o era lo que veía a su alrededor y creía que era la mejor forma. Los hom bres de su entorno lo avalaban y las m ujeres lo toleraban. C om o ya se señaló, había tres casos en que la pareja estableció su hogar en un espacio diferente al de las fam ilias de origen. U n o de ellos fue José, quien al regreso de su luna de miel encontró todo organizado, pues las fam i­ lias se h a b ían coo perado para pon erles un dep artam en to am u eb lad o. La 2 D espués de este even to, A d o lfo señ aló que pasaron varios añ os sin que se repitiera otro episodio de violen cia. D uran te este p eriodo, él recordó así su relación con Jo v ita : “ ...platicábam os, escuchábam os la radio, veíam os revistas. H abía unas revistas que le gustaban m ucho a ella y me decía los d om in gos que se las com prara, se las com praba, las leíam os, d orm íam os y com partíam os sexualm en te, com o que éram os felices en ese tiem po. T o d avía ten ía una p oca de capacidad de relacionarm e con ella y éram os felices. N o s íbam os a com er una torta, le com praba un esquim o, un licuado; salíam os a C h ap u ltep ec a v eces” .

u bicación de su n ueva casa era estratégica ya que estab a cerca de am bas fam ilias. Los prim eros m eses vivieron de lo que h abían recolectado en la boda para la luna de miel, pero poco a poco los recursos se fueron agotando. José empezó a ver la necesidad de buscar un trabajo, pero no tenía idea en qué podía em plearse porque nunca antes había trabajado. Para él, empezó a ser un conflicto el hecho de tener que trabajar en algo que fuera diferente a lo que estaba estudiando; sin embargo, no podía ejercer la m edicina porque no había acabado la carrera. En aquel entonces, iba en cuarto año de la carrera y debía m aterias, razón por la que no podía hacer el internado, aunque para su pareja y la fam ilia él estaba a punto de recibirse de m édico. D espués de unos m eses, Isabel em pezó con m alestares por el em barazo: Yo, en un m om ento dado, no supe qué hacer y ¿ahora qué hace un papá?, está con la esposa, pero yo no quise. A l mes, ella empezó a tener vóm itos; ya estaba embarazada. ¿Y ahora cóm o le voy hacer para lo del embarazo? Y a m í me daba m ucho coraje que llegáramos a un restorán y vom itara, yo casi la quería agarrar de las greñas y sacarla (¿Por qué te daba coraje?) Porque estábam os com iendo y a mí me daba m ucho asco; yo no pensaba en ella, yo pensaba, ¿por qué lo haces? Pues porque me dan ganas de vom itar; no la besaba ya, me daba asco besarla l-.] y ahora que Isabel tenía ese tipo de antojos, me enojaba mucho, me decía, quiero un pan de natas a las 12 de la noche, y entonces en lugar de decirle, sí, mi amor, te lo voy a traer, yo me levantaba bien enojado, me iba al baño y empezaba a pegarle a la pared; ¿por qué me despiertas a m edia noche y me dices eso? [...] Me sentía mal, mal. Ya em barazada yo no quería que estuviera cerca de mí, decía, siente al bebé, me empezó a dar asco, pero a la vez yo tenía m ucha situación de querer tener relaciones. Yo sabía que la podía hacer abortar en las relaciones. Yo sabía que a los seis meses se suspenden las relaciones precisam ente por peligro de aborto. A m í me valía y yo tenía las relaciones, pero al term inar la relación me daba m ucho asco. Me seguía dando asco ella, y más que su cara se empezó a deformar. Su vientre empezó a crecer y no lo aceptaba muy bien, yo tuve la relación y después me sentí muy culpable, pero muy muy culpable- Ella empezó con dolores, dolores muy fuertes y me empezó a dar m ucho m iedo. Entonces me fus al baño y me em pecé a golpear ia cabeza, era muy dram ático, siempre he sido muy dram ático. Me em pecé a golpear la cabeza, pensé que no era lo correcto. N o com prendía lo que

me estaba pasando, a la vez'que quería ser buena gente, que quería tener un acerca­ m iento con ella, le llevaba rosas, sentía una aversión hacia ella.

El conflicto que planteó el embarazo se generó por tres circunstancias: por la falta de planeación del embarazo, por el limitado ejercicio de la sexualidad en esta etapa y por el desinterés mostrado hacia el h ijo y la salud de la mujer que derivó en prácticas sexuales que, según José, pusieron en peligro la salud de su esposa. El veía la paternidad com o algo ajeno a su vida y esta desco­ nexión del hom bre con el ejercicio de un maternazgo com partido es resul­ tado de una socialización que hace responsables a las mujeres de la procreación y la m aternidad e invisibiliza al hombre en estos procesos. Por ello, José se sentía desligado de la crianza y su papel se lim itaba al de proveedor econ ó­ mico de la casa: En m í había un descontrol, porque no sabía ni lo que estaba pasando. C o n mi hija sentí una em oción muy especial, pero siempre pensaba, qué voy hacer, no tengo nada, no tengo absolutam ente nada; era com o si jugara al papá. A m í tam bién me generaba desconcierto [...] Ya tenía que com er la niña, ya era un hogar, ¿qué vas hacer, José?, buscar un em pleo; em pecé a buscar em pleo, encontré com o vendedor de aspiradoras; no vendí más que una aspiradora en dos meses; después encontré un em pleo en unos laboratorios japoneses, donde no pedían experiencia. Yo no sabía nada; yo com o era listo en m atem áticas realicé el exam en de m atem áticas y los japoneses dijeron, está bien; me quedé sin experiencia, me dio m ucho gusto; fue mi prim er trabajo formal y me em pecé a esconder de la gente que creía que iba a ser m édico. Pero era com o que si no tuviera nada, porque me em pecé a sentir con m ucha responsabilidad.3

El caso de Rodrigo fue sim ilar al de José. Desde el in icio de la vida en pareja tuvo una vivienda independiente de las familias de origen, aunque la con viven cia con éstas fue cercana. En él hubo una mayor planeación para el establecim iento del nuevo hogar, ya que unos meses antes del matrimonio,

3 Frente ai abandon o de sus estudios universitarios, josé tuvo que trabajar en diversas com pañías privadas, se desem peñó com o au xiliar de costos y, cuan do tuvo la oportunidad, realizó estudios en contaduría para tener m ayores posib ilidades de ascenso.

Rodrigo empezó a trabajar junto con su pareja y rentaron un departam ento ubicado en un lugar interm edio entre las casas de am bas fam ilias. Para cuando Rodrigo se casó estaba en cuarto sem estre de la carrera de relaciones internacionales. Por su parte, la mujer era em pleada en un alm a­ cén y él no tenía inconveniente en que ella trabajara. A pesar de que estaban en un lugar aparte de las fam ilias, Rodrigo buscó m antener alejada a Luisa del contacto familiar. El primer episodio de violencia física sucedió a los 15 días de casados, cuando ella fue a visitar a su mamá: Ella descansaba los dom ingos y desde el sábado empezó haber problem as enere n o so­ tros. Yo me acuerdo que ese dom ingo ella se salió. Yo pensé que se había salido e iba a regresar, pero finalm ente no regresó. Después me enteré que se había ido con sus papas a una com ida o a una reunión y, bueno, yo em pecé a beber, em pecé a tomar, había mucho coraje. Empecé a romperle su ropa interior, em pecé a romper una m aceta... una planta, creo que era cara y bonita, que le había dado su papá a ella y que ella la conservaba m ucho y la rompí. Em pecé a buscar su ropa y em pecé a rom perla, a desgarrarla (¿Por qué era tu enojo?) Porque me sentí rechazado, porque me sentí desplazado; porque em pecé a sentir que yo no era im portante para ella. A l menos en ese m om ento empecé a sentir, es que yo no soy importante para ella, no soy importante [...] Entró ella a la casa y em pecé a discutir; realm ente a m í ya no me im portaba por qué se había ido. Yo lo que quería era buscar la m anera de iniciar el pleito para agredirla, para insultarla, para lastim arla. Y de hecho así se dio. Yo me acuerdo que la agredí, la escupí y después me fui sobre ella a golpes. En el fondo trataba de buscar partes blandas, pero era difícil porque yo ya lo que quería era lastim arla, dejarla golpeada. Fue la prim era vez que la agredí. Después de eso, ella fue a llam ar a su padre, llegaron sus herm anos y, bueno, pues yo corrí a sus herm anos, de hecho yo ya estaba preparado, yo tenía un arma blanca |..,j pasó por mi m ente agredirlos físicam ente; finalm ente, lo que hice fue invitarlos no de buena m anera a que se retiraran de mi casa, lo hicieron y fue cuando yo a ella la am enacé para que no volviera a entrar nadie de su fam ilia a mi casa; que si quería ella estar conm igo que se olvidara de su fam ilia y, de hecho, ella así lo hizo. A pesar de que yo a ella la veía llorando, lo aceptó un año o año y medio. Ella estuvo totalm ente separada de su fam ilia, sin contacto alguno. C o n la única fam ilia con la que se tenía contacto era con m i fam ilia. En aquel en­ tonces yo m e em pecé a sentir seguro.

Rodrigo señaló que detrás de esta agresión había miedo de que ella empezara a tom ar decisiones: Me empezó a dar m iedo porque hubo actitudes en las que yo veía que era com o su m amá; su m am á yo la sentía así, com o tipo m atriarcado, entonces dije, bueno, si ahorita ella se me sale del carril, voy a perder el control. Entonces a su regreso ese día, pues sí hubo agresión física y verbal bastante fuerte [...] siem pre con el afán de com ­ petencia de ver quién gana estar con ella, a ver quién puede más. Yo pienso que ahí fue donde hubo esa confusión de sí realm ente había afecto y amor o qué era.

Joel fue el único que estableció su hogar independiente de ambas familias. La unión con su p areja se realizó b ajo circu n stan cias h asta cierto punto aleatorias, debido a que tuvieron escaso con tacto en el noviazgo y ninguno conocía a la fam ilia del otro ni las circunstancias en las que vivía. C uando él llegó al D istrito Federal, buscó a su pareja y le propuso vivir juntos, p e­ tición que ella aceptó. En esta época, la fam ilia de Joel se había regresado a Chihuahua. Lucía, por su parte, decidió abandonar a su marido con quien había vivido por más de cinco años y, aunque su fam ilia residía en el Distrito Federal, la relación era distante. Inicialm ente vivieron en una casa que rentaban en el norte del D istrito Federal; él acep tó h acerse cargo de los cuatro h ijos de ella de su prim er m atrimonio, los cuales se sum aban a los dos hijos que jo e l tuvo con su anterior pareja. Los seis hijos y la pareja vivían en la m ism a casa. El prim er año la relación fue buena: “M e sentía bien, me sentía seguro porque yo sabía que estábam os solos. Su fam ilia y todos ellos no sabían dónde vivíam os nosotros. Me sentía seguro y feliz porque su fam ilia no se daba cuenta dónde estaba hasta que pasó un año. Me sentía seguro porque todo m archaba de maravilia” . S egú n jo e l, no hubo golpes en los prim eros añ os de c o n v iv en cia; sin embargo, m altrataba a la mujer verbalm ente. A dem ás, d ijo que hubo situ a­ ciones que le causaban m alestar; una de ellas la refirió a las diferencias en la experiencia sexual que existían entre él y Lucía. En la representación de joel, su pareja tenía más experiencia sexual. Esto le generaba coraje e inseguridad:

Me daba m ucho coraje después de que nos unimos, cuando ella se acostaba conm igo, y a veces cuando estábam os haciendo el amor, cosas que a lo m ejor yo no sabía y ella sí y me las.em pezaba hacer, y com o que sí me daba coraje recordar que a lo m ejor así hacía el am or con su otra pareja. Eso sí me daba coraje. M e daba coraje si ella me decía ahora hazme así, ahora ponm e así. Yo tenía relaciones sexuales con mi prim era pareja, pero no eran igual que con ella; sentía coraje y a la vez sentía com o m iedo, tem or de que a lo m ejor no le estuviera cum pliendo com o se m erecía.

A dem ás, por sus experiencias durante la niñez y la adolescencia y la se­ paración de su prim er esposa, esto le cuestionó su desem peño sexual y su valor com o hombre: “M e hizo sentir que yo no valía com o hom bre, que yo no era hombre para ella, que yo no la llenaba haciendo el amor, que a lo m e­ jor otro hom bre la había llenado mejor que yo. Eso fue todo lo que yo sentía; y yo me sen tía defraudado conm igo m ism o” . Este fue el sentim iento que prevalecía cuando estaba con Lucía. Ese coraje, com binado con miedo, estaba relacionado con la con stante inseguridad en el ejercicio de su sexualidad, que se traducía en temor a no cum plir las ne­ cesidades sexuales de la mujer y que esto m otivara el abandono, como había sucedido con la prim era mujer. A las pocas sem anas de vivir con Lucía consiguió un puesto en un mer­ cado am bu lan te en donde ella tam bién trabajaba. A pesar de que am bos atendían el puesto, jo e l se asum ió com o el responsable de la m anutención del hogar porque “ le gustaba ser el proveedor, siem pre lo había hech o” ; sin em bargo, las cuestiones económ icas con frecuencia derivaron en conflictos: N o me duele que te lo gastes, te lo dejo aquí, aquí están, pero a m í me gustaba que en estas rayitas, yo siempre dejaba un papel y una plum a para que pusiera, bueno, tom é 50 pesos para darle a mis hijos y tom é 100 para el gasto. M e gustaba que la c o n ta­ bilidad me la llevaran. Entonces era ah í la m olestia que me entraba, entonces, ¿para qué está esa hoja?, para que escribas en qué te gastas el dinero. N o me duele que te lo gastes, me dueles que no me especifiques en qué. Esa era m i m olestia, y mi m olestia sí era muy fuerte, porque sí me m olestaba bastante; ¡con una chingada, dime en qué te lo gastaste!

En general, el establecim iento del hogar de la pareja estuvo inmerso en varias dificultades que favorecieron la aparición de conflictos y el m alestar masculino y femenino. En A dolfo y Ezequiel, las carencias económ icas influ­ yeron para que la pareja viviera en la casa de la madre del esposo. La pre­ sencia de la suegra originó sentim ientos de celos y, con ello, las agresiones h acia la mujer. En los casos donde la residencia fue in dependiente hubo intentos, por parte del hombre, de aislar a la mujer del contacto con su familia, y se registraron episodios de violencia. Por otra parte, la falta de planeación del primer embarazo y el rechazo a éste, así com o las dificultades económ i­ cas, influyeron negativam ente en ia relación conyugal desde el inicio. “Ser

hom bre

espo so



y

“ ser

m u je r

espo sa



La violencia m asculina en la vida de pareja estuvo relacionada con prácticas y representaciones de desigualdad genérica. Las prácticas vividas en la fam i­ lia de origen y la influencia del entorno social encam inaron a los hombres a la con strucción de un im aginario social, en donde el trabajo dom éstico y extradom éstico remunerado aparecían com o dos ám bitos separados, con tareas específicas para hombres y mujeres dentro de la vida conyugal. En el cuadro 4 se encuentran las representaciones que expusieron los hombres al pregun­ tarles acerca de lo que significaba para ellos ser hombre esposo y ser mujer esposa. La prim era cuestión que destaca de las opiniones es que estas representacio­ nes aparecen constreñidas a la norma ideal (estereotipada) de que el hombre esposo tiene com o principal obligación proveer m aterialm ente el hogar. Es quien debe m andar en la casa, ejercer el poder y a quien se le debe obedecer. En gran m edida, estas ideas estuvieron pautadas por su socialización prim a­ ria, en especial por la relación que m antuvieron el padre y la madre. En contraste, la opinión acerca de la mujer esposa se lim itaba a la persona que hace las actividades en el ámbito dom éstico y que debía subordinarse a la voluntad m asculina. A decir de estos hombres, la esposa debe ser sumisa y dom inada sin posibilidad de auton om ía ni capacidad de decisión . Estas creencias estuvieron asociadas a la figura de la m adre que se lim itó a los desem peños dom ésticos, porque aun cuando las m ujeres realizaron trabajo remunerado, el imaginario no cambió. Ser madre trabajadora no implicó una

Cuadro 4 Representaciones sobre “ ser hombre esposo” y “ ser mujer esposa” Ser hombre esposo

Ser mujer esposa

Rodrigo

El que proveía y ejercía el domi­ nio.

Ser sumisa, dominada o que se de­ jara dominar, que no cuestionara; un papel pasivo simplemente.

Ezequiel

...el que proveía y ejercía auto­ ridad en una familia, al que la esposa le da la razón siempre aun­ que no la tenga.

Ser la encargada de las labores en el hogar, atender la casa y tener los alimentos.

José

...se le debe obedecer, la parte esencial de toda la familia, lo principal en todos los aspectos, que no se le debe agredir, que se le debe respetar por parte de la mujer.

...que me sirviera [...] que me sir­ viera sexualmente, que práctica­ mente me sirviera y me escuchara; que me obedeciera.

Joel

El que mandaba en la casa y el que proveía la casa; el que más trabajaba para mantener a su fa­ milia, que se embriagaba y que andaba con viejas.

La persona que asistía al hombre, que se casaba con él y hacía todo en el hogar, las cosas que se tenían que hacer para los hijos y procrear hijos y nada más.

Adolfo

El hombre tenía que hacerse res­ ponsable del trabajo, de dar un gasto.

Una mujer no tiene los mismos de­ rechos que un hombre; yo la tenía en un concepto de ama de casa.

distribución equitativa de las tareas al interior del hogar en el que participa­ ran el padre, los hijos y las hijas. Por el contrario, los hombres, principalmen­ te el padre, se mantuvieron alejados de las tareas domésticas y, cuando las llegaron a realizar, sólo era de manera eventual. Las imágenes paterna y materna fueron las primeras figuras socializadoras que formaron representaciones y prácticas en tomo a los desempeños mascu­ linos y femeninos y la forma en que se establecía la relación hombre/mujer.

La distribución de tareas ál interior y exterior del hogar y la tom a de deci­ siones es sim ilar a la que como se practicó en la fam ilia de origen. Para estos hombres, considerarse los proveedores económ icos era un aspecto central en su definición de ser hom bre esposo. Esto responde a dos cuestiones: la prim era porque fue una práctica que habían realizado desde niños y a la que ya estaban acostum brados, y la segunda se relaciona con la figura paterna com o proveedor. A pesar de que el padre era una im agen co n flictiv a por el consum o de alco h o l y las largas ausencias del hogar, en el imaginario masculino se conservaba la idea de que hombre es el que lleva el dinero a la casa (aunque el sueldo no alcance o la mujer tam bién trabaje) y por ello tiene la facultad de tom ar decision es e im poner su voluntad. Tam bién se expresó el desem peño de la mujer esposa com o la encargada de realizar las labores de limpieza del hogar, de hacer la com ida y la respon­ sable de atender y cuidar a los hijos. En todos los casos fueron prácticas que aparecieron inherentes a la relación de pareja porque, com o lo afirm ó uno de los entrevistados, “eran valores entendidos, no había que estudiarlos ni que preguntarlos ni nada, sólo lo hacíam os” . Según los entrevistados, las mujeres tam bién dieron por hecho que ellas serían las encargadas del hogar; sin embargo, en m ás de un caso, especial­ mente en m om entos de conflicto, la mujer cuestionó esta responsabilidad al hom bre y constituyó una fuente de tensiones en la pareja. Los desempeños dentro y fuera del hogar se consideraron como los papeles que estaban socialm ente pautados y validados por quienes los rodeaban. Se trataban de prácticas aprendidas desde la más tem prana experien cia social, reforzadas por instituciones y grupos sociales cercanos a los hombres y las mujeres. En este sentido, la socialización apuntalada en toda una estructura social des­ igual para hombres y mujeres, constituyó una importante fuerza sociocultural que limitó a los hombres y mujeres para tener acceso a otras formas de esta­ blecer relaciones intergenéricas menos estereotipadas y asimétricas. El desem peño de proveedor encontró su correspondencia en las prácticas femeninas, sobre todo cuando la mujer aceptó, al menos al inicio, renunciar al trabajo rem unerado o a sus estudios para asumirse com o am a de casa. La posibilidad de que las mujeres trabajaran fuera del hogar varió en cada caso. Los más resistentes a ello fueron A dolfo y José, por la inseguridad y el miedo

que les provocaba la idfea de que la m ujer se relacionara con más gente y conociera a otro hombre, o bien, que al tener ellas sus propios recursos creían que perderían poder en la relación. Evitar que la m ujer trabajara fue una práctica que en ocasiones fue apoyada por fam iliares. Según José, su suegro le advertía que “ no dejara trabajar a Isabel, porque la mujer, si trabaja, le pone los cuernos al hom bre” . Los casos en que la mujer realizó actividad rem unerada fueron los de Joel, Rodrigo y Ezequiel. Pero en ninguno de éstos, el trabajo fem enino significó una redistribución y redefinición de las actividades dom ésticas, ni tam poco estuvieron exentos de los sentim ientos de celos.4 A l tiem po que los hombres se asum ían com o proveedores existía un abierto rechazo a la realización de labores dom ésticas. Para A dolfo, Jo sé y Ezequiel la im agen del m andilón (el hom bre que desem peña labores dom ésticas al igual que una mujer) era un estigm a social que los devaluaba frente a otros hom bres y an te sí mismos. En A dolfo, la figura opuesta al m andilón era el m acho y tenía una con n otación positiva: Yo siem pre pensé que si yo hacía cosas en m i casa, por decir, acercarm e a la estufa o calentar una tortilla o hacer algunas cosas de com er para mí, eso era sentirm e, no sé... porque en ese tiem po la gente hablaba de que sí un hom bre se acercaba a la estufa y hacía cosas de mujeres era un m andilón y a m í eso no me gustaba, ser m andilón. Yo decía, yo soy m acho, yo soy hombre, porque mi padre siem pre decía, el hombre debe ser muy m acho. 4 E! trab ajo rem unerado fem enino, com o una variable asociada a la violen cia m asculina, puede tener diferentes im plicaciones. Por un lado, el h echo de que la m ujer trabaje fuera de casa no siempre sign ifica que ésta tenga una m ayor auton om ía econ óm ica y em ocion al, ya que m uchas veces el trabajo no es un eje articulador de las expectativas en la vida fem enina sin o que se realiza por mera necesidad m aterial y con tin ú a teniendo prácticas de subordinación. Por otro, cu an d o se realiza con la resistencia m asculina, la salida de la mujer puede ser un detonan te para el ejercicio de la violencia. C o m o ya lo h an señ alad o algunos estudios {véase G arcía y D eO lív e ira , 1994), esto puede obedecer a que los hom bres se sienten “am enazados y fracasados en su papel de proveedor y tratan de reafirmar su autoridad utilizando el m altrato com o últim o recurso”. Pero, tam bién pueden estar involucradas representaciones de género en las que los hom bres n o sólo se sien ten aten tados en su desem peño de proveedor o de autoridad en el hogar sino tam bién está el m iedo que les provoca que la m ujer abra su cam po de p o sib ilidades de elección , entre ellas, la de con ocer a otro hom bre y con ello ser ab an d on ado o, bien , que tom e la decisión de tener una relación extram arital.

El rechazo por las tareas dom ésticas estuvo guiado por la creencia de que son cosas de mujeres y por lo tanto el hombre debe alejarse de ellas, de lo contrario se convierte en un hombre feminizado, que en el fondo representa a un hom bre hom osexual. Para José, estuvo influido por el discurso de su abuela, quien a menudo le decía: “eso es de mujeres, barrer es de mujeres, lavar los trastes es de mujeres, lavar es de mujeres, tú no lo debes hacer". A pesar de que en ocasiones su madre intentó que hiciera actividades del hogar, su abuela no lo permitía y, aun en contra de la opinión de su madre, lo alejaba de las tareas dom ésticas. En Ezequiel y Joel, aunque hubo la experiencia de realizar tareas dom és­ ticas, debido a que en una etapa de su ju ven tu d viviero n solos, tam bién rechazaban estas labores. Para Ezequiel, la mujer era la responsable de la casa, idea que su esposa aceptaba. S in em bargo, cuando ella le solicitab a ayuda él aceptaba siempre y cuando fueran asuntos que tuvieran que ver con pintar la casa, poner un taquete o com poner una lámpara, pero no en actividades com o cocinar, lavar o planchar. Afirm ó que él sabía hacer estas labores porque estudió en Veracruz y vivió en una casa de huéspedes, pero con ella no hacía nada de eso porque pensaba que “ le iba a encajar las uñas y al rato le iba a va decir, pues te tocan los trastes a ti", y eso, “ no lo iba a aceptar” . Las tareas que los hombres estuvieron dispuestos a realizar sin el temor a que se les asociara con el m andilón fueron reparar puertas, ventanas, apara­ tos eléctricos, y actividades com o pintar la casa, poner un cortinero o arre­ glar alguna tubería. A ceptaban hacer tareas que im plicaran cierto grado de destreza m anual y fuerza física, que culturalm ente se consideran tareas m ascu­ linas. Por su parte, jo el señaló que desde chico y por la cantidad de hermanos, él lavaba su ropa, los trastes y barría; sin embargo, enfatizó que esas labores las debía hacer su pareja. Tanto Ezequiel com o Joel, la realización de tareas en algún m om ento de su vida correspondió a un corto periodo, pues era necesario hacerlo porque no había mujeres que lo hicieran. Tam bién se detectó que en ocasiones se hacían de manera eventual, com o una ayuda o cuando se buscaba la recon ciliación después de un episodio de violencia. Rodrigo señaló algunas diferencias, ya que realizó tareas dom ésticas con frecuencia, sin embargo, lo hacía con malestar ante la escasa diligencia que su pareja m ostraba para las labores dom ésticas: “ Yo realm ente arreglaba la

casa porque a mí me gustaba estar bien en mi casa y muchas veces yo se lo llegué a decir, hago la casa pero no por quedar bien, si fuera por eso dejaría que esta casa se cayera de mugre. Lo hago porque a m í me gu sta” . El escaso interés que m ostraba su esposa para realizar tareas del hogar m otivó que Rodrigo m anifestara su arrepentim iento de haberse casado con ella, ya que le hubiera gustado casarse con “una mujer realm ente mujer” , que en su decir significaba alguien que asum iera los quehaceres dom ésticos sin cuestion am ien tos.

El poder masculino y la subordinación femenina La rígida separación de tareas, la mujer como ama de casa y el hombre como proveedor, está envuelta en una serie de creencias que colocan a la mujer en una posición inferior que la del hombre. Las opiniones mostraron una creen­ cia en la superioridad m asculina, basadas en que llevar dinero a la casa otor­ ga poder y estatus, los hombres tienen mayor fuerza física que las mujeres y son más libres porque están más tiem po fuera de la casa. A lo largo de la historia de estos hombres estas ideas se reforzaron con el discurso y las prác­ ticas de la fam ilia, los vecinos, los grupos de amigos y los estereotipos difun­ didos en los medios de inform ación. Inicialm ente, la figura paterna tuvo un papel relevante en la construcción de la im agen m asculina que se caracterizó por ser violenta, proveedor pre­ cario (excepto en dos casos), con frecuente consum o de alcohol y un com ­ portam iento afectivo estereotipado y a veces alcoholizado. Pese a ello, las madres se subordinaban al padre y lo reconocían com o una jerarquía supe­ rior en el hogar. A dolfo describió la influencia de su padre de la siguiente m anera: Yo nada más escuchaba a mi padre que decía, es que el hom bre debe ser muy m acho y el hombre debe m andar a la mujer; el hombre no se debe dejar de una mujer; entonces yo me m etí esa em oción y dije, sí es cierto. Yo decía, pues mi madre es sumisa, mi madre se deja de todo; mi padre le contesta, le pega y de todos m odos le habla [...] Yo pienso que fue mi padre quien dijo, tú no me debes de decir a m í nada, aquí el dueño de la casa soy yo, aunque no era el dueño de la casa sino que era una casa rentada, pero siempre nosotros com o hom bres m achistas pensam os que el hom bre es ei que tiene el

derecho en todo; entonces ese m achism o yo me lo generé, mi padre es m acho, yo también.

A dolfo asocia el com portam iento de su padre a la noción de m acho,5 que en cu en tra su con trap arte en el com portam ien to fem en in o de su m isión y perm isivo a la violencia m asculina. A pesar de que su padre era un provee­ dor precario, con largas ausencias del hogar, se asumía — y la mujer lo acep­ taba— com o el que “ tenía derecho en todo” y ejercía el poder en la casa. En este m ism o sentido se expresó José: Desde niño me lo empezaron a decir, José, no hagas esto, que tu herm ana lo va hacer, quédate sentado, mi abuela me lo decía; decía mi madre, es que están las cosas tiradas, pero eso no es de hombres. C uando un tío le pegaba a una tía justificaban al tío, entonces yo justificaba al abuelo com o hombre [...] Q uería ser com o mi abuelo agresor, com o “el güero” [su tío] quería ser com o ellos. Generalm ente yo siempre he vivido a través de un hom bre m acho, viril, guapo y con m ucha seguridad hacia las mujeres (¿Qué quieres decir con macho?) U n hombre m acho, que cuando grita la mujer se calla; que la m ujer debe hacer todo lo que el hom bre dice; com o te decía, Isabel me boleaba los zapatos, me planchaba h asta la últim a rayíta del traje, me tenía las cam isas limpias. Eso para m í tam bién era m achism o. M ientras hacía lo que yo decía no había problema. Yo trabajo m ucho, com o para después venir hacer trabajo a la casa; cuando Isabel empezó a trabajar quería que hiciera las cosas de la casa y yo decía es que no es así.

5 El co n ce p to m acho ha sido con stan tem en te en un ciado para categorizar una serie de corr-portam iem os m asculinos relacionados con el autoritarism o, el ejercicio de la v iolen cia física, el consum o de alcoh ol y la com peten cia econ óm ica y sexual. Pero h a estado asociado más a un estereotipo que a un inten to sistem ático fructífero para caracterizar el com portam ien to m asculino, ya que en estas m ism as p rácticas se ubican diversos aspectos con flictivos, com o el m iedo al rechazo fem en in o y a la depen den cia em ocion al, la im posibilidad de dem ostrar su afectividad en sobriedad o frente a los dem ás, el tem or a ser iden tificado c o n p rácticas con sideradas fem eninas y el m iedo a las san cion es frente a jerarquías de mayor autoridad. Por el m om ento, basta decir que en este trabajo el concepto m acho se utiliza en los m ism os térm inos que lo em plearon los entrevistados: el hom bre que |>usca im poner su volu n tad a la m ujer y a los hijos, m ediante los golpes si es n ecesario, porque creg que tiene el “ derech o” de som eterlos por la fuerza; que se asum e com o el prin cipal proveedor m aterial de la fam ilia, aunque sea precario y sea una figura p aterna ausente, pero tam b ién es el hom bre que siente m iedo ante el posible ab an d on o de la mujer.

Ei significado de ser hom bre se centró en com portam ientos m asculinos donde el uso de la fuerza era una constante. Sin embargo, en José, su padre tuvo una actitud contraria a las imágenes de los otros varones agresores que le rodeaban. En este caso, la abuela materna desde niño le decía que cuando fuera adulto iba “a ser un hombre, un verdadero hombre, no com o el pelele de su papá” , Esta frase fue importante, porque consideró que la figura de su padre, carente de poder en la familia, era criticado y rechazado socialm ente, tal y como lo hacía la abuela, y porque ése no era el com portam iento mascu­ lino a seguir. En cam bio, sí lo era aquél que veía en otros hom bres de su entorno, como los que hacían uso de la fuerza física para imponer la voluntad. Los am igos también tuvieron influencia, como con Ezequiel: “Yo creo que dentro del medio que me desarrollaba era el traer a la mujer bien controlada, regañarla, gritarle en frente de los amigos, a veces hasta agredirla físicamente [...] el hom bre debería tener bien con trolada a su mujer; la m ujer debería estar donde él estuviera, aunque él estuviera tom ando con sus am igos, ella debería estar ahí; debería hacer lo que su marido le dijera, porque ésa era la mujer p erfecta” . Los am igos com partían creencias y ju icios sobre el hom bre y la mujer. Eran una fuente de ideas y valores para el com portam iento m asculino. En ocasiones, el grupo de amigos marcó el com portam iento y las actitudes que el hombre debía tener hacia la mujer, su opinión era importante en la medida en que aceptaban o rechazaban sus acciones, lo que podía aum entar o dis­ minuir su prestigio frente a ellos. Los am igos dotan al sujeto de una serie de ideas y creencias que favorecen la segregación de las prácticas de género que com únm ente responden a es­ tereotipos. D entro de la construcción de la m asculinidad es relevante dife­ renciarse de cualquier práctica asociada al com portam iento fem enino, como la búsqueda de identificación con otros hom bres del entorno social. O tra fuente que difunde contenidos culturales son los medios masivos de inform ación, que usualm ente m anejan estereotipos para los com portam ien­ tos m asculino y femenino, muestran sólo un fragmento de la realidad y exa­ geran los atributos y características conferidas culturalm ente a cada género, com o lo expuso José: “Yo cuando veía en los medios de com unicación que siem pre se ponía a la m ujer com o abnegada, yo em pecé a form ar parte en mi mente que así debería ser. Cuando veíam os las películas en un cine que

estaba cerca de la casa, las madres sufridas, com o Libertad Lamarque, era ver plasm ada a mi madre así, entonces decía, sí existe eso” . En el ám bito m exicano es frecuente observar cóm o la figura m aterna ha sido representada con altos grados de abnegación y sum isión frente al dom i­ nio m asculin o y el supuesto e in evitable destino de su desem peño en las prácticas dom ésticas. Por su parte, A dolfo señaló que la figura de Pedro Infante representó una fuente de identificación y adm iración m asculina: En todas sus películas habla de borrachos, com o que yo me creí él en sus películas, no se dejaba de nadie; entraba a las cantinas, cantaba; agarraba a las m ujeres com o quería, claro, no agredirlas sin o al revés [...] entraba a la cantinas, gritaba, se peleaba, ordenaba, tom aba una cerveza, jugaba, se em borrachaba y hacía lo que él quería con las m ujeres, las besaba, lo querían m ucho, y eso a m í me gustaba verlo y me gusta [...] Yo me m etía en ese personaje porque la verdad a m í me gustaba, adem ás Pedro Infante era un galán.^

En los relatos de José y A dolfo existe una asociación entre lo que veían en pantalla y su vida cotidiana. Esto significaba, hasta cierto grado, que las for­ mas que ellos veían en los medios, de ser hombre y ser mujer, eran legítimas, eran socialm ente aceptadas y formaban parte del ideal de género. Las imáge­ nes del hom bre que ordena, im pone su voluntad y es tom ador de alcohol representó, en A dolfo, una fuente de identificación. Pero su adm iración por Pedro Infante radicaba en que era popular entre las mujeres y lo consideraba “galán” (para A dolfo y los otros hombres, la apariencia física fue un elem ento clave en relación con el miedo al rechazo fem enino). Los com portam ientos

6 Para A d olfo la figura de Pedro Infante {fam oso actor y cantan te del cine m exicano en la década de los cin cu en ta) está referida sólo a aquellos aspectos que desde su representación en cuentran una mayor iden tificació n con él, o m ás bien , com o hubiera querido ser: in su bordin ado, m ujeriego, dom in ante, tom ador de alcoh ol, jugador, pero sobre todo, aceptado por las m ujeres. A d olfo no reparó en otras in terpretacion es de este m ism o actor en las que no presenta estas características ni tam poco en aq uellas situacio n es don d e aparece com o un hom bre subordin ado a la volu n tad fem e­ nin a y al autoritarism o de la figura de la abuela (in terpretada en varias o casion es por S a ra G a rc ía ), y com o un varón que sólo alcoh olizado y can tan do logra expresar su afecto y sus tem ores h acia la mujer.

m asculinos y fem eninos-divulgados por los medios, com o la televisión o el cine, refuerzan representaciones y prácticas de género normadas por la socie­ dad y son interpretadas com o referentes de com portam ientos ideales.

El miedo a la infidelidad Las desigualdades que emergen en las representaciones sobre ser hom bre esposo y ser mujer esposa son el punto de partida de la violencia m asculina. En ellas se plasm an las ideas y creencias encam inadas a la búsqueda de la subordina­ ción fem enina, en un intento por ejercer el poder y buscar una mayor valoración de una imagen. U n a práctica común que realizaron los hombres durante de la relación fue la restricción de la libertad de m ovim iento de las mujeres para el estableci­ m iento y conservación de relaciones sociales, aun con su fam ilia de origen.7 Esto incluía prohibirles trabajar, ver a la familia, salir solas a la calle o sin su autorización y una vigilan cia extrem a; m ientras, ellos podían salir con sus am igos y familiares sin ningún tipo de restricciones o, incluso, sostener rela­ ciones extram aritales. La libertad que la mujer podría llegar a ejercer y que supone la elección de lugares, personas, actividades o com portam ientos está en la base del miedo y la inseguridad masculina, debido a que esto permitiría a la mujer encontrar otras preferencias. Para los hombres, el ejercicio de la libertad significaba dejar de ser el centro de atención, lo que aum entaba su tem or al abandono. Tan sólo im aginar que la mujer tom ara decisiones era vivido com o un atentado a la imagen masculina, nadie más que ellos podía decidir sobre sí mismo y la mujer; por ello, la constante lucha por lim itar la satisfacción de los deseos fem eninos de autonom ía e independencia. A un cuando las mujeres hicieron intentos por mantenerse en contacto con el exterior, los hombres ejercieron diversas prácticas para impedir que tuvieran una mayor movilidad. Los hom ­ bres creían que cuando la mujer estaba fuera de su vigilancia, era muy pro-

7 La restricción de la libertad es un aspecto b ásico en el ejercicio del poder, pues com o señ ala Foucault (1 9 8 8 :1 5 ), “se ejerce únicam ente sobre sujetos libres y sólo en la m edida en que son libres [...] en su jetos in dividuales o c o le ctiv o s con un cam po de posib ilidades don de p u eden tener lugar diversas con d u ctas, diversas reaccion es y diversos com po rtam ien tos” .

C u a d ro 5 L a s p rá c tic a s m a sc u lin a s en to rn o al aisla m ie n to so c ial R odrigo: ...a la m am á de mis hijos la quise tener com o en el castillo de la pureza, definitivam ente. Era la única m anera de tenerla aislada [...] y eso era m ucho de mi lucha y era tam bién los conflictos que había entre nosotros porque ella deseaba, exigía los derechos com o mujer, com o persona, sim plem ente. Ezequiel: ...ella a m í me pedía permiso para todo, inclusive yo siento que a veces me veía com o su padre, me decía: ¿me das permiso? [...] trataba de coartarla, vas pero llévate a los niños; decía, con los niños no va a poder hacer ninguna de esas cosas. Jo sé : En el proceso de que ella empezó a trabajar yo me sen tí muy celoso, dem asiado celoso de ella [...] ella se empezó a sentir por encim a de mí, entonces empezamos a discutir. A d o lfo : ...que se vaya a una parte sola no me gusta, nunca me ha gustado (¿Por qué?) Por la desconfianza, yo no confío m ucho en las mujeres. Jo el: Los pleitos tam bién han sido porque ella me dice que le dé libertad y eso a mí me hace sentir inseguro, porque yo he visto casos de mujeres que engañan a sus maridos [...] siem pre me ha pedido que no la cuestione, que si va con su m am á, que si está platicando con una am iga, con fam iliares, no la cuestione.

bable que ella encontrara otra pareja. Este tem or se acrecentaba cuando la mujer se ausentaba por varias horas del día, como cuando ella trabajaba fuera del hogar. De aquí sus esfuerzos por mantenerlas en aislam iento (véase el cuadro 5). Estas lim itaciones en el m ovim iento de las mujeres pudo llevarse a cabo porque desde el inicio de la relación ellas acataron las disposiciones del es­ poso, por ejem plo, “pedían perm iso” o evitaban “salir solas a la calle” . Las acciones fem eninas fueron el com plem ento para que la relación asim étrica y desigual se pudiera realizar; aunque tam bién hubo algunos in tentos de las mujeres para revertir esta situación lo que muchas veces ocasionó conflictos y episodios de violencia. El m ensaje social diferenciado para hombres y mujeres establece una abierta separación entre lo que se considera censurable para un hombre y una mujer. La mujer que sostiene relaciones extram aritales aparece com o una persona

“sin control” , trasgresora-de la norma social de la fidelidad conyugal, por lo que su conducta se estigmatiza. En contraste, para los hombres la infidelidad es vista com o un logro, prestigio que pone en evidencia la aceptación fem e­ n ina y la capacidad sexual y económ ica para m antener a otras mujeres. A lgunos hom bres potenciaban su temor a la infidelidad porque la vivie­ ron de cerca, com o A d o lfo : “ A mí me cau só m ucho sen tim ien to con mi madre el hecho de haber tenido un am ante cuando yo era niño. Yo no la vi en ningún hotel, ni la vi teniendo sexo, pero sí la vi que andaba con él y los llegué a en con trar abrazados a los dos, en ton ces yo em pecé a odiar a mi mamá, yo em pecé a sentir más celos; entonces ahí em pecé a generarme que una m ujer no tiene derecho a engañar a un hombre, pero un hom bre sí” . Las prácticas derivadas de la infidelidad fem enina, com o la m entira, la com plicidad o la indiferencia (que tam bién sucede en la m asculina) deben considerarse com o parte de la desconfianza que se generó por circunstancias que los hombres vivieron de cerca. Joel también ilustra cóm o el engaño derivó en incredulidad sobre la fidelidad fem enina: Tienes una pareja y te engaña y luego vuelves a tener otra y te dicen otras cosas casi igual, en las m ism as condiciones, ya no crees en las m ujeres [...] y yo, ¿por qué voy a creer en las mujeres?, ¿porque mi madre es mujer?, pero tam bién mi m adre... tengo un medio herm ano y mi papá tam bién tiene otra familia, tam bién tuvo hijos por otro lado y lo supim os hasta que tuve 24 años, pero de todos m odos, ¿a quién le creo, a mi m amá o a mi papá?, estoy hecho de los dos.

El hecho de que su madre haya tenido un hijo con otro hombre y su padre tuviera relaciones ex tramar itales, le cuestionaba que alguien estuviera a salvo de cometer actos de infidelidad y motivaba sentimientos de desconfianza. Estas acciones las veía com o com portam ientos comunes en mujeres cercanas a él, en donde el engaño y el silencio predominaban en la relación intergenérica. El miedo a la infidelidad fem enina es uno de los temas más críticos dentro de las representaciones de género. Este tipo de acciones tienen un significado específico y directo para su valoración, que constantem ente está sujeta a una serie de pruebas y d em ostracion es en las que no puede d ejar en duda su virilidad. Por eso, tan sólo pensar que la esposa fuera infiel era interpretado

no sólo com o una acción que avergonzaría socialm ente a los hom bres sino tam bién com o un asunto que cuestion a su desem peño sexual. Estos pensam ientos son los que en gran parte fom entan que los hombres lim iten la libertad de m ovim ien to y de auton om ía en las decisiones de la mujer. Fueron el inicio de prácticas sistem áticas que violentaban la integridad de las mujeres. Pero, al mismo tiempo, la vigilancia h acia la pareja estaba llena de ten sion es y fragm entaba su estabilidad em ocion al, laboral y familiar. Las amenazas, las prohibiciones y la práctica de medir el tiempo cuando salían las mujeres del hogar, constituyeron formas de agresión em ocional que deterioraron las relaciones y las ubicaron en un aislam iento social. AI respec­ to R odrigo señaló: Yo no se lo perm itía y yo creo que ella sí lo llegó hacer, pero siem pre fue a escondidas, y aun cuando a veces no lo hacía yo creía saberlo y era m otivos de agresiones (¿Por qué no tenían las m ism as libertades?) Primero, porque era una m ujer y porque ella me había fallado; entonces no era sujeto de confianza, nunca hubo confianza. Desde que en el noviazgo me enteré que ella no era virgen, nunca hubo confianza. Finalm ente cuando nos casam os yo em pecé en ese m om ento a exigir mis derechos, y mis derechos era empezar a absorber en todos aspectos y todos sentidos a la m am á de mis hijos. Ella ya tenía que pedirm e perm iso, es un absurdo a lo mejor, pero era pedirm e permiso; yo lo trataba de disfrazar, bueno, avísam e, pero ese avísam e no era cierto porque el que ella en un m om ento dado me pudiese avisar a m í me m olestaba; no me tienes que avisar, ¿*por qué tú tom as esta decisión?, ya estam os casados, dim e qué soy de ti entonces; a lo m ejor no te das cuenta de que ya nos casam os; ya no som os novios; bueno, me quieres o no me quieres, ese tipo de juego. Y finalm ente ella quiso o intentó tomar sus decisiones, algunas decisiones, y a mí eso me m olestó.

De igual m anera se expresó A dolfo: S í le prohibí m uchas veces (¿Q ué le prohibías?) Todo. Lo que m ás le prohibía era que se fuera con su m amá. U n a m ujer debe estar en la casa, haciendo de comer, preocu­ pándose por su m arido. Ya de casada, ¿a qué tienes que ir con tu m am á?, ya eres mía [...] En varias ocasiones mi esposa se salía con su m amá, se iba a su casa, y qué pasa cuando nos íbam os de su casa, le decía, ¿por qué viniste?, en unas ocasiones hasta la

pellizqué en la calle, la agarraba del brazo muy brusco, ¿por qué te viniste?, para otra vez que te vengas sin mi perm iso, sin mi consentim iento, te voy a dar tus trancazos, y me decía, no soy tuya, A dolfo, el hecho de que yo me haya casado contigo no quiere decir que te pertenezca, soy nada más tu esposa (¿Por qué te tenía que pedir permiso?) Porque yo siem pre he pensado que una m ujer nos pertenece, que el hecho de casarse con uno, entonces ya eres mía. C uando el padre te entregó conm igo en la religión y el juez cuando nos casam os por el civil te entregó conm igo, entonces tú me perteneces y yo puedo hacer lo que quiera contigo, según así era mi pensam iento. Eso siempre le decía y era prohibirle cosas. A veces me decía, oye, A dolfo, déjam e ir a tal parte sola, no voy hacerte nada malo, es más ni lo pienso; no, m am acita, no me sales a ningún lado; nunca fue mi intención encerrarla, no, tam poco, no la encerré pero sí prohibirle, sí le prohibí m uchas veces.

En am bos testim onios aparece la idea de que la m ujer es propiedad del hombre; existe la interpretación de que ella está bajo la tutela m asculina que está respaldada por las diferentes instituciones que otorgan legitim idad a la unión. Estas ideas encuentran un mayor reforzamiento cuando la mujer asu­ me una con dición subordinada y adm ite que sea el esposo quien otorgue o no el perm iso. A l escuchar estas narraciones surge la pregunta de por qué ellos podían tener libertad de m ovim iento y su pareja no, adem ás del tem or a la infide­ lidad, que los h acía m erecedores de esta mayor libertad. Para A dolfo, las restricciones estaban basadas en los derechos: S í me duele m ucho com entártelo... la tenía en un concepto de mujer de hogar. A mí me dolió aceptar que la mujer tiene los m ism os derechos que un hom bre y ella me lo decía, es que yo soy igual que tú. Pero por qué, los hom bres som os diferentes a las mujeres, pero entonces por mi m achism o yo nunca quise aceptar que una m ujer es igual que uno en los derechos [...] la m ujer debe de pedirle permiso a un hom bre a dónde va y con quién anda (¿Por qué afirmas que el hom bre y la m ujer no tenían los mismos derechos?) En primera, porque yo te decía que mi padre se iba donde quería y mi madre nunca le reclam aba y yo en algunas ocasiones salía y mi esposa me decía, a dónde fuiste, con quién, y a m í no me gusta que me cuestionen y yo le decía, a mí no me debes estar preguntando a dónde ando y con quién ando, dentro de m í hasta agrediendo con mis palabras. A m í no me tienes que preguntar. A h í em pecé a sentirme

en esa ocasión a lo m ejor muy superior a ella. Yo no la dejaba que hablara, tú no tienes derecho a nada; tú me cienes que pedir perm iso y me decía, y tú por qué no me pides perm iso, yo soy. el hom bre, yo aquí m ando; yo era el exigente, el que daba órdenes, el que m andaba en mi casa (¿Y en qué estaba basada esta diferencia de derechos?) N o estaba basada en nada sim plem ente porque yo lo escuchaba con mi papá, por el m achism o de m i padre, m achito yo; mi padre m anda, exige, ordena, tam bién yo.

Si bien esta diferencia en los derechos de libertad de m ovim iento carece de fundamento, A dolfo alude a la supuesta “superioridad” masculina sólo por el hecho de ser hom bre. Esta apreciación se refuerza con la idea de que el hombre es más fuerte físicamente que la mujer. Joel se expresó en los mismos términos pues consideraba a la mujer no sólo débil físicam ente sino también psicológicam ente. Para estos hombres las diferencias físicas estaban asociadas a la desigualdad social y coincide con que ellos se desempeñaron en activida­ des en las que el uso de la fuerza física había sido importante para su trabajo.

La violencia física en contra de la mujer8 La violencia en contra de la mujer tuvo una trayectoria que inició desde el noviazgo, pero durante la etapa de la convivencia conyugal los varones agre­ dieron con mayor frecuencia e intensidad. El ejercicio cotidiano de la vio­ lencia estuvo asociado a elem entos detonantes que fueron vividos com o un atentado a sus creencias e ideas de cóm o se debía llevar la relación de pareja y de su posición jerárquica. En todos los casos la convivencia conyugal superó los diez años y el pro­ medio del tiem po de unión fue de 14 años. Se trata de relaciones que per­ duraron a pesar de los con flicto s y de la violen cia, en donde hubo largos

8 En tres casos los hom bres n o sólo agredieron a la esposa sino tam bién a otras m ujeres. José golpeó a una de sus n o v ias, adem ás de Isabel, y en la vida conyugal agredió físicam ente a una de sus am an tes. Por su parte, Jo el tuvo en frentam ientos verbales en con tra de su suegra y la am enazó de m uerte por “ m eterse” en los asun tos de la pareja. El caso m ás extrem o fue el de R odrigo, quien en una ocasión, después de haberse separado de Luisa, vivió en la casa de su m am á y en una discusión la golpeó. Después de ese even to él se fue a vivir a otra parte. Para estos hom bres, la relación con otras mujeres fue tan conflictiva com o con su pareja, en especial cuando sentían que alguna lo quería "d o m in ar” o pretendía im poner su volun tad.

periodos en que ésta se ejerció de manera frecuente y aguda. El promedio de años que los hombres ejercieron violencia (a excepción de Joel), fue de nueve años. S i este dato se com para con el anterior, resulta que más de la m itad del tiem po de la unión conyugal la pareja vivió en una dinám ica de violencia. El periodo más agudo de agresiones, principalm ente físicas, se registró al final de la relación. H ubo casos extremos, com o el de Rodrigo, que sus agresiones m antuvieron un nivel constante de violencia desde el inicio y hasta el final de la relación conyugal. Los episodios del ejercicio de la violen cia obedecieron a diferentes circunstancias. Los celos fueron una constante. Sin embargo, se caracterizaron porque las m ujeres, en esos m om entos, tuvieron accion es en cam in ad as a buscar una mayor autonom ía en sus decisiones, com o por ejem plo, realizar trabajo remunerado fuera del hogar o decidir sobre algún asunto relacionado con su cuerpo, com o lim itar las relaciones sexuales o sobre el embarazo. En A dolfo hubo un periodo aproxim ado de cinco años en que la pareja vivió sin violen cia y aunque había consum o ocasion al de alcohol, ello no interfería en la relación con su esposa. Señ aló que en ese tiem po no tuvo am antes y Jovita accedía a tener relaciones sexuales con él, pero el nacim ien­ to del tercer h ijo tuvo un im pacto desfavorable, porque el tiem po destinado a la relación se invirtió en la crianza de los niños. Las atenciones de la mujer se tenían que compartir con los hijos y la carga de trabajo dom éstico aum en­ tó, pues era la única persona que realizaba los quehaceres en el hogar. A dem ás de estos cambios, otro aspecto que le preocupaba a A dolfo era el económico: La verdad st pensaba que al formar un m atrim onio, pues de hecho yo sí sabía que iba a tener hijos, porque yo era hijo de mi padre y mi m adre, y pues yo tam bién tengo hijos, ¿no?, porque es una cadenita. Pero sí me daba m iedo porque yo vengo de una fam ilia de m uchos herm anos, m ucha pobreza. Entonces yo me generaba dentro de mi m ente, cuando yo me case voy hablar con mi mujer para que no tengam os m uchos hijos, porque está muy difícil la situación económ ica. Y fue en ese tiem po que em ­ pezaba la planificación fam iliar; por las empresas tengo seguro todavía, estoy asegu­ rado por parte del seguro; tengo asegurada a Jov ita y a mis hijos, bueno, los más chicos. De recién casados, a los nueve meses se em barazó Jo v ita, al año ya hab ía nacido mi hijo, el grande, y por no haber tenido control al otro año llega el segundo, ¡ay, en ­ tonces ahí ya me dio m iedo!, ya me entró la angustia, la ansiedad y la desesperación

de que no, y si cada año vam os a tener un hijo, vam os a ser com o los conejos, sí, yo le dije, ya no quiero hijos. Y ah í em pecé a discutir con Jov ita, porque le dije, oye nada más dos y ya no quiero otro, ella me dijo por qué, y bueno, yo la com paré con su herm ano, porque su herm ano tiene m uchos hijos, pero yo le dije, ¡te im aginas tantos hijos para tenerlos a m edio comer í, de por sí ganando el mínimo, ser obrero, no estudié y tú no trabajas, eres igual que yo, o sea, me refiero a que no estudiam os. A m í me daba m iedo la responsabilidad. A h í me daba m iedo tener m uchos hijos y de dónde les voy a dar de com er a todos. Y yo iba a su casa de m i cuñado y lo criticaba porque decía, están com iendo pura sopa, puros frijoles, tantos hijos para darles poca com ida. A mí me preocupaba m ucho esa situación.

El deseo de tener pocos hijos estuvo ligado a las restricciones del ingreso. La pobreza econ óm ica que h abía padecido desde su in fan cia le provocaba miedo ante la im posibilidad de enfrentar las dem andas económ icas. A pesar de ello, no se planteaba que su pareja trabajara; su inseguridad le impedían que com partiera con Jo vita la responsabilidad del trabajo remunerado. Tam ­ bién estaba la falta de inform ación y alternativas para evitar los embarazos. A dolfo señaló que después del segundo hijo empezó a utilizar preservativos pero “ no fun cion ó para los preservativos” . D espués Jo v ita se con troló por tres años con pastillas, pero “ le hicieron m al’1, y en el tiempo que las suspendió ocurrió el tercer embarazo. Desde el inicio de éste hubo discusiones, porque A d o lfo rechazaba al tercer h ijo y siem pre respo n sabilizó a su p are ja del embarazo, para evadir su corresponsabilidad y dejar en m anos de la mujer esta decisión .9 C on Rodrigo, el asunto de los hijos tam bién agudizó la violencia. A d i­ ferencia de A dolfo, lo que aquí estuvo presente fue la negativa de Luisa para tener hijos. Esto fue interpretado como un signo de rebeldía y un intento de som eterlo, por lo que tener un hijo se volvió una lucha y un reto:

9 En relación con el m alestar generado a partir de la presencia de los h ijo s se d etectó que sólo A d olfo afirm ó h ab erlos golpeado, especialm ente al tercero. Por su parte, R odrigo y Jo sé señ alaron que los agredían verbalm ente. Los otros dos entrevistados negaron haber violen tad o a los hijos. Sin em bargo, la m ayoría fue testigo de la violen cia que el padre ejercía en con tra de la mujer. Esto, sin duda, constituye una form a de agresión en contra de los niños.

(¿C uando te casaste querías tener hijos?) S í y no. Sí, porque yo quería saber qué se sentía ser papá y quería conocer cóm o iba a ser un h ijo m ío; no, porque eso im plicaba una responsabilidad que yo lo llegué a pensar que no era capaz de poderla enfrentar. Primero, porque no tenía una estabilidad económ ica, y porque en el fondo me daba m iedo, porque no había una estabilidad em ocional ni afectiva para con ella. C u ando nos casam os, ella una de las primeras cosas fue, no voy a tener hijos, y para m í nuevam ente volvió a ser un reto (¿Por qué no quería tener h ijos ella?) Ella me decía que quería que nos conociéram os más, que nos pudiésem os entender, que pudiésem os formar un patrim onio para poderles ofrecer una estabilidad, una mayor estabilidad a nuestros hijos o a nuestro hijo. En ese m omento no planeábamos. C uándo yo me enteré de eso, yo lo em pecé a sentir com o un reto. Yo lo em pecé a sentir nuevam ente com o una agresión y una m anera de intim idarm e y quererme som eter ante ella. Yo siempre jugué con esa idea de no querer ser som etido ante una mujer, eso fue algo que fue totalm ente predom inante. Yo ahora lo puedo ver incluso desde que estaba con mi abuela; con mi abuela me llevaba bien porque no me som etía, por el contrario ella accedía a todo lo que yo quería. C on mi madre hubo m uchas fricciones porque yo sentía esa sensación de estar som etido y más a una mujer.

Rodrigo expone un sentim iento am bivalente acerca de los hijos y el miedo que le generaba la responsabilidad económ ica y afectiva.10 La negativa de la mujer a tener hijos fue un elem ento clave en el inicio de las agresiones y que le significaba a Rodrigo sentirse dom inado, y esto parecía una agresión que asociaba con sus experiencias pasadas, en la relación que m antuvo con su madre y su abuela. Y aun cuando Luisa terminó aceptando tener un hijo, los m alos tratos de R odrigo no cam biaron: Ella se em barazó y hubo m uchos conflictos realm ente, a partir del prim er embarazo, diría yo. El hecho de que ella estuviera em barazada no era m otivo para un trato diferente, siempre eran los m ism os tratos y con esto hablo de tratos agresivos, incluso golpes durante el embarazo, fue m otivo para hacerla sentir aún más mal. En ese

10 Posiblem ente esta claridad en las reflexiones es producto dei trabajo de los hom bres en N euróticos A n ó n im o s, lugar al que asistían al m om ento de las entrevistas. Sin em bargo, es relevante la forma en que m iran sus acciones del pasado, en donde persistía el interés por ejercer la suprem acía eri la relación.

m om ento yo le decía que había m ejores mujeres, que había m ujeres más bonitas, que ella se estaba poniendo horrible, que se estaba poniendo fea y, bueno, así fue el embarazo.

El embarazo fue un pretexto más para seguirla violentando a riesgo de que perdiera el bebé. A l respecto, Rodrigo señaló que no pensaba poner en riesgo el embarazo sino, más bien, buscaba hacerla sentir mal. Esto le permitía verse com o una figura con poder y m ediante el m altrato en con trab a su propio valor m asculino y sentirse poderoso. Por otro lado, para Joel y José, el ejercicio sistem ático de la violencia se inició cuando la mujer realizó prácticas fuera de su vigilancia. Para José, los conflictos iniciaron cuando Isabel tomó la decisión de trabajar fuera del hogar: Se m etió a trabajar, empezó a trabajar en una tienda de autoservicio; ya había engordado m ucho y se puso a dieta, empezó a verse bien y entonces los chavos se le empezaban a acercar. En el proceso de que ella empezó a trabajar yo me sentí muy celoso, dem asiado celoso de ella. Veía cóm o se le acercaban los hom bres y pensaba, me va hacer lo mismo, se va a desquitar, me empezó a tratar con la punta del pie, ella se empezó a sentir por encim a de mí, entonces empezamos a discutir, le em pecé a decir, eres una puta; yo sentía unos celos terribles, celos espantosos, sentía que con eso me dom inaba; nada más estaba pensando en la situación de ella, con la situación de los celos.

Jo sé creía que esta decisión estaba asociada al h ech o de que ella había descubierto que tenía una amante, lo que m otivó cam bios en su actitud, por ejem plo, para trabajar. La decisión tam bién estuvo acom pañada de una mayor preocupación de la mujer por bajar de peso y arreglarse para verse bien. La salida del hogar de la mujer involucraba acciones para recuperar afectiva y sexualm ente al varón de una relación extram arital. Sin embargo, la interpre­ tación de José fue otra: ella quería sentirse por encim a de él y, muy posible­ m ente, lo h a cía para buscar en otro hom bre una re lac ió n am orosa para desquitarse de lo que él había hecho. En este contexto, José ejerció con mayor frecuencia las agresiones verbales y físicas en contra de la pareja. Por su parte, Joel señaló que los mayores eventos de violencia empezaron cuando, al parecer, su esposa mantuvo relaciones extram aritales con un amigo de am bos; al respecto afirmó:

Yo tuve un problem a con mi esposa tocante a que teníam os unos am igos y ella me parece que... bueno, se soltó el rumor de que ella se h abía visto dos o tres veces con esta persona, con el esposo de nuestra amiga. A m í me dolió bastante, me dañó tanto que esa vez la llevé al A jusco... le dije, vente, vam os a platicar, pero yo quería m atarla, porque decía, a m í otra mujer no me vuelve a engañar. Y la verdad yo sí estaba dis­ puesto a todo (¿La golpeaste?) Quizá a lo m ejor sí, con dos golpes, yo quería sacarle la verdad y me empezó a decir que era una m entira y que a lo m ejor me querían dañar a m í y que ella no me había engañado. M e pidió perdón de rodillas y de todas las formas, pero yo sigo en las misma condiciones y no sé qué creer.

Para Joel, la supuesta infidelidad de su pareja se debió a que él estuvo en cam a por más de nueve meses por un accidente. Durante la recuperación no pudo salir a trabajar, lo que afectó la relación con Lucía. En ese periodo fue cuando se en teró que su esposa m antenía relaciones con un am igo. Según Jo e l, h aber d esaten d id o e co n ó m icam e n te a L u cía in fluyó p ara que ella m antuviera una relación extram aritah Sien to que los pendejos, o la im potencia del hombre, o a los flojos siempre lo va a engañar la mujer, y eso fue más o m enos lo que m e pasó en ese tiem po, lo que sucedió en mi caso. Yo estaba acostado en mi cam a y habían visto a mi mujer en otros aspectos, yo quedé dolido y quedé dañado en esa forma; dije, bueno, si lo hiciste por mi ojo, ¿sabes qué?, prefiero perder el ojo, pero no me hubieras hech o eso, no sé si anduvo con alguien, jam ás lo com probé, jam ás lo vi.

Aunque no queda claro en que categoría de hombre se asumió por haber sido engañado, resulta interesante cóm o la in actividad econ óm ica y sexual pudieran ser motivos para que una mujer decida tener una relación con otro hom bre. Para Joel, su desem peño económ ico era fundam ental y a pesar de que necesitaba cuatro meses más en reposo para salvar su ojo decidió poner­ se a trabajar y seguir en su negocio, porque de esa m anera creía que habría m enos posibilidades de que Lucía lo engañara. Por últim o, para Ezequiel la negación de su pareja para tener intim idad sexual fue lo que detonó la violencia, pues era interpretado com o rechazo

a su físico y la posible in fid elid ad.11 L lam a ia aten ción que para él estaba vetado hacerle comentarios a Lidia sobre su miedo de que lo dejara de querer o sim plem ente que la quería: “N unca le decía yo directam ente, estoy eno­ jado porque no me das una relación sexual; yo pensaba que el decirle que era por una relación iba a pensar que era com o un signo de debilidad, me iba a medir, porque esa era la palabra que se usaba ¡te va a medir y después te va a traer com o un to n to !, com o un G utierritos del program a, ese del m andilón, y eso de alguna forma a mí me generaba resentim iento” .12 Para él, era im portante evitar com portam ientos que representaran signos de debilidad que se podían evidenciar m ediante la verbalización de sus emo­ ciones y deseos sexuales. En cambio, creía que era mejor el uso de la indife­ rencia, el chantaje o la m anipulación para conseguir una relación sexual, tal y com o lo hizo desde el noviazgo con esta misma pareja y con otras,

Los celos y la violencia G ran parte de los episodios de violencia estuvieron relacionados a los celos, Tras haber establecido el vínculo formal (por la vía civil y religiosa) o tnfor-

11 En una de las charlas inform ales con Ezequiel, fuera de grabación , él com en tó que cuando llegó al grupo de N euróticos A n ó n im o s escuchó a un a m ujer h ablar sobre el “resen tim ien to" que sentía h acia su m arido por los m alos tratos que había recibido. S e ñ aló que el alejam ien to sexual había sido la con secu en cia de las agresiones de su esposo. L a m ujer argum en taba que, a diferencia de los hom bres, las mujeres consideraban que el sexo no era la única form a en que se podía dem ostrar la afectividad y que si la vida conyugal en otras esferas no era arm oniosa, eso se reflejaría en la n egativa de la m ujer para tener intim idad sexual. Para él esta argum en tación tuvo im pacto en su vida, pues h asta en ton ces com prendió lo que quería transm itir su pareja. 12 En la década de los cin cu en ta salió al aire un program a televisivo den om in ado Gutierritos, cuyo protagon ista era un hom bre casado, treintañero, de carácter tím ido y reservado. S e desem ­ peñ aba com o oficin ista en una em presa. Su esposa era am a de casa y econ óm icam en te dependía de él. E lla se h abía casado creyendo que él tenía dinero, pero no era así. C on stan tem en te le insistía que pidiera aum ento de sueldo a su jefe pero G utierritos íe tenía m iedo a éste, en gran parte, porque sabía que con cualquier desaven en cia podía perder el trabajo, por lo que su com po rtam ien to era servicial y cortés. Por otra parte, sus com pañeros de o ficina p reten dían sacar v en taja de su carácter, pero al fin al de las situaciones se veía recom pensado por sus acciones. Esta figura m asculina fue muy popular y fue asociada a la del hom bre “som etido" a la voluntad fem enina y que, com o se puede apreciar, se con virtió en un estereotipo de una imagen m asculina no violenta.

m al (unión libre), los hombres creían que la mujer pasaba a ser de su pro­ piedad y consideraban que mucho del prestigio que ellos lograran dependían del com portam iento fem enino. Y uno de los aspectos que ponía en peligro la imagen masculina era el comportamiento sexual de la mujer, com o lo señaló R odrigo: La celaba porque la veía com o una propiedad mía, com o algo propio, porque des­ pués de todo le di mi apellido y la saqué de blanco, entonces yo podía hacer lo que yo quería con ella y era mía. A dem ás, yo no pensaba com partirla con nadie. Ella te­ nía que hacer lo que yo dijera y esa era la condición para funcionar, básicam ente tenía que ser mía, sí, sí era muy celoso con ella [...] pues no le perm itía que se acercara a sus papas; hubo una época en la que la aislé de su fam ilia, com o dos años le prohibí que fuera a ver a sus padres.

A ntes de casarse creía que la mujer pasaría a ser una “propiedad” , pero al mismo tiempo había el sentimiento de que la pareja en cualquier momen­ to podía abandonarlo. Por ello, ejerció una fiscalización perm anente de sus acciones y ante la m enor sospecha de infidelidad agredía a su pareja. El caso de Jo sé resulta ilustrativo debido-a que desde el tercer año de convivencia los celos comenzaron a traducirse en acciones violentas, m oti­ vadas en gran parte porque la mujer decidió trabajar fuera del hogar: En una ocasión la fui siguiendo y ahí empezó la situación trem enda de los celos, es bien feo, no los quiero volver a sentir. Salió de la tienda con un cuate alto, la agarró del brazo, pensé, eres un desgraciado, a donde te dirijas te voy a golpear. Llegaron al metro, se m etieron y me dijo ella, hola, José, ¿a dónde venías? Yo estaba enojadísim o, se me notaba, el otro cuate estiró la m ano y yo no se la quise dar, yo en ese m om ento le quise dar una patada y la jalé, la jalonié, decía, pero no estaba haciendo nada malo. Me vale, me vale. Llegam os a la casa y le puse la m ano, ¡me estás ah o rcan d o!, me dijo, no me hagas así porque me haces perder mi dignidad. Le dije, ¡eres una puta!, se lo repetía; la jalaba del pelo y me decía, estás loco, estás loco; le dije, ¿sabes qué?, a mí no me vas a hacer esto, no me vas a ver la cara; dijo, ¿qué te pasa?; la em pecé a agarrar del cabello, le di un golpe con la mano cerrada en la cara y empezó a llorar, se asustó y corrió, tenía m ucho pavor, la em pecé a aventar y le pegué; le pegué de una m anera muy salvaje. S en tí la imagen de cóm o le pegaban a A lic ia lia vecina, cuyo am ante

la golpeaba en el departam ento de enfrente en el que vivía cuando era niño] pero de quererla golpear y golpear hasta matarla, ella no tenía para donde correr; yo empecé a sentir una em oción dem asiado fuerte, 110 podía controlarla [...] yo nada más repetía, no quiero que me vea la cara de güey, no quiero que me vea la cara de güey, eres una puta. Fue la primera vez que le pegué fuerte.

A lgo similar pasó con Joel, quien agredió a su esposa a ios cuatro años de m atrim onio: Lo que pasa es que sus hijos no son mis hijos. En una ocasión yo llegaba de trabajar y ella me dijo, dejé ir a Lalito con su papá que se fuera todo el día con él. Yo estaba con m ucho coraje y me dice, él es su padre. Pero cuando me dice eso, le voltié una bofetada y le dije, ¡chingas a tu madre igual que él!; si lo quieres y lo am as, ¿por qué no te vas con él?, ¿por qué en cinco años no se ha parado?, que venga y que me pida a mí permiso. Yo la verdad, no los voy a estar m anteniendo, y todavía vas y te acuestas con él y resulta que yo los m antengo y él nada más que los pasea. Ese día me fui de la casa [...] sí, sí le voltié una bofetada, que si se le cayeron los dientes o que si se los aflojé, yo te voy a decir una cosa, si pego fuerte yo no sé, no me he calado ni me he pegado yo solo; eso fue de que la agarré cerquita.

En otra ocasión, tam bién por celos, la agredió con arm a de fuego: U n a vez estábam os en la cam a y yo llegué medio tom ado y me dijo, ya te dije que a los borrachos y a los pendejos en cualquier m om ento los hacen bueyes; ya venía prendido de la calle, me habían hecho encabronar otras personas en la calle y llego y me dice eso, me volví a prender. Le dije que si ya volvía a andar con la persona que me había engañado la vez aquella y ella me dijo, ahí tú lo sabrás después; y saqué la pistola y le di un disparo y fue Dios que no quiso que se lo diera o quien sabe, a lo m ejor no le atiné.

Ezequiel tam bién agredió a su pareja, pero a diferencia de José y Joel no hubo una figura m asculina concreta sino sólo en su imaginario: A ella le gustaba m uchísim o José José. Dentro de eso yo pensaba, qué le recordará o a quién le recordará y la llevé a ver a José José a la feria del caballo en T ex co co , fuimos

un grupo de matrimonios, Estábam os tom ando y de repente, cuando term inó e! espectáculo, me dijo, ahorita vengo voy al baño. Y ella iba bien arreglada; en ese m om ento tal vez al pensar cóm o me com portaba yo cuando había un evento y andaba solo, andaba viendo a las chavas, inclusive no me importaba si venían acom pañadas, les coqueteaba, y si venían solas, hablarles; y cuando ella se fue dizque al baño, se empezó a tardar y me empezaron a preguntar mis amigos, oye, ¿y tu vieja?, no sé fue al baño; y entre más me preguntaban más sentía ansiedad; decía, ¿qué es lo que está pasando?, ¿a dónde se fue?, ¡uuuh, van a pensar que anda por ah í!; a lo m ejor agarró a alguien y anda ahorita... y em pecé a pensar eso y cuando regresó traía un poster doblado y me paré y le dije, ¿dónde estabas?, y la agarré del brazo, ya alcoholizado, y me dijo, ¡suéL tam e! ¿Dónde andabas?, y la jalé y me dijo, ¡no me jales!, fui a pedir un autógrafo a José José, Q ué autógrafo ni qué nada, ¡qué no ves que aquí está lleno de borrachos!, nada más te van a faltar el respeto. Yo eso le decía queriendo justificar que estaba preocupado, pero dentro de lo preocupado estaba el que alguien le estuviera coque­ teando, haciéndole la plática, pero no podía decírselo tam poco, pero lo disfracé de esa manera, ¿cómo es posible que andes en este lugar tú sola?, te van a faltar el respeto, me vas a comprometer. La jalé y se me soltó y me dio m ucho coraje, entonces la agarré y la lastimé, le di un manazo, se me soltó, y eso me dio más coraje y entonces me fui tras de ella y la volví a jalar y se me soltó, entonces yo le di otro golpe y en eso llegó un policía, se me echó a correr y en ese m omento me valió gorro. U sted qué se mete, qué le importa, me le puse agresivo, empezó a chiflar y llegaron más policías; en eso yo traía una credencial de la procuraduría y les dije, qué es lo que quieren ustedes, se van a meter en un problem a; ya com o que eso los detuvo para que no me agarraran y me llevaran a la delegación o me golpearan. Finalm ente les dije, no tienen por qué meterse, es mi esposa. Pero no le pegue. A usted qué le importa. Llegaron mis herm a­ nos, mis am igos y me dijeron, ya cálm ate, ya vám onos. Ella estaba chille y chille, me la llevé al coche y le prom etí que no iba a volver a agredirla ni golpearla, que me perdonara. Me dijo que estaba muy dolida, muy lastim ada, y de ah í empezó a cam biar m ucho su com portam iento hacia mí.

Y de igual manera sucedió con Adolfo: En una ocasión sí le pegué a mi esposa en su casa. Por esa noche sí me la quitaron. A ndaba yo muy enajenado con una borrachera de tres días, una borrachera horrible; andaba borracho y andaba muy mal dentro de mis em ociones con el alcohol. Está-

bam os en su casa comando, yo estaba tom ando precisam ente con sus herm anos, de repente, yo em pecé a voltear y yo no vi a mi esposa por ahí; me paré muy inquieto y me paré y fui a la sala y le pregunté a mi suegra, ¿y su hija?, no sé, estaba ahí en la cocina, por ahí estaba, don A dolfo. Me paré y le pregunté a una de sus sobrinas, ¿y tu tía, hija? A su sobrina se le ocurrió decirm e que se había ido al cine, ¡ay, pues no me lo hubiera dicho! Estábam os a dos cuadras de la casa de mi madre, me fui a la casa de mi madre y no la encontré y andaba com o loco en la calle, ¿dónde estará? Muy inseguro, ¿dónde estará? sí yo la acababa de ver, no sé, hace 20 minutos. C uando yo regresé a la casa de mi suegra, ella ya sabía que la andaba buscando. Ella ya estaba en el zaguán de mi suegra viendo que yo venía de frente. Yo llegué agresivo con ella; le dije, ¿dónde estabas?, pero yo no esperé a que ella me dijera una explicación, inclusive la traté de que era una de la calle, yo llegué y la traté de eso, y ella me dijo, no, A dolfo, yo no soy una mujer de esas, yo estaba dentro de la cocina, preparándote la com ida. N o es cierto, le dije, entonces, ¿por qué tu sobrina me dijo que andabas en el cine? Yo me la creí, si estábam os en su casa, con su fam ilia, no es posible que ande en el cine, ¿no? M e dijeron todos y mis cuñados tam bién, com padre, nunca esperábam os eso de ti, y yo les dije, es que su herm ana, com padre, o sea, realm ente, ¿por qué se fue?, yo no sabía dónde estaba, y bueno, más que nada sí me generó culpa cuando me dijeron, estaba en la cocina, com padre, te estaba preparando cierta cosa, que no me acuerdo, para cenar, nos estaba preparando para todos, estaba mi concuña, mi suegra y mis cuñadas; se estaba preocupando por hacer la cena para todos los que estábam os tom ando.

L lam a la aten ció n que los celos m uchas veces fueron un sen tim ien to construido sobre una imagen masculina que era virtual, es decir, la figura con que se asocia la infidelidad está en el imaginario del hombre y no en la rea­ lidad.13 En el imaginario de estos hombres estaba presente una o varias figu­ ras m asculin as que eran una con stan te com peten cia, no sólo sexu al sino también económ ica, y podía representar mayores ventajas para su pareja. Sin duda, esta representación tiene qué ver con la construcción de masculinidad

13 El térm ino virtual es em pleado para ilustrar la construcción de una figura m asculina presente en im aginario de los hom bres y que tiene la fuerza de provocar em ociones y sentim ientos que derivan en una acción , en este caso, de tipo violen to. Esta im agen m asculina, a m enudo, se cree que posee m ayores y m ejores atributos que los del hombre que padece los celos.

centralizada en la capacidad econ óm ica de proveer a una fam ilia y en el desem peño sexual. S i bien la actividad sexual era importante en tanto les permitía demostrar su virilidad y heterosexualidad, también se conjugaba con un sentim iento de inseguridad por el tem or a ser rechazado o de no cum plir las expectativas de la mujer. Los aspectos de los que se sostenía la im agen m asculina eran frágiles debido a la inseguridad y ia permanente desconfianza hacia la mujer. En algunos episodios de violencia estuvo presente el alcohol, com o en Ezequiel, Joel y A dolfo. En los testimonios de Joel y A dolfo se observa una justificación de la violencia por su estado alcoholizado, lo que hace que el sentim iento de culpa sea menor. Por su parte, Ezequiel trató de justificar su enojo por la m om entánea desaparición de Lidia argum entando los peligros que corría ai cam inar sola, sin un hom bre al lado, en un lugar “ lleno de borrachos” que le podían faltar el respeto. Pero el único que no la respetó y la agredió estando alcoholizado fue el propio esposo. C om o el ejercicio de la violencia masculina por celos estuvo ligado a un miedo a la infidelidad femenina que se reflejó en un constante malestar, vale la' pena analizar las ideas, creencias y valores que los hom bres tenían con respecto a este tem a (véase el cuadro 6). A l imaginar la infidelidad de la esposa, manifestaron que esto los llevaría a un conflicto sobre su valor com o hombre. La presencia real o virtual de otro hombre representa la posibilidad de ser desplazado y perder el control sobre la mujer, lo que se vivía como una seria amenaza. Adem ás, la vergüen­ za ante la crítica social y el miedo al abandono la relacionaron con una pér­ dida de prestigio, pues la opinión de los otros tenía un peso im portante en la evaluación de sí m ism os, como señaló A dolfo: Te im aginas que alguien supiera, un am igo mío o que mi madre llegara a saber que mi esposa me había sido infiel, imaginas, yo, com o hombre, que siempre bien m achista y que mi madre dijera, tu mujer te engañó, tu mujer te puso los cuernos, es que eres un tonto; que la gente me criricara y que dijera pues... que era un tonto, cóm o a A dolfo serle infiel su esposa. Ya me im aginaba a la colonia, a don A dolfo, así com o se dice vulgarm ente, le pusieron los cuernos. Eso me dolería m uchísim o, yo no se lo perdo­ naría a mi mujer, de que dijera la gente, ahí va el señor que su esposa le puso los

C u a d ro 6 R e p re se n ta c io n e s m asc u lin as so b re la in fid elid ad fem en in a R od rigo: ...me hacía perder seguridad con respecto a la m am á de mis hijos; yo muchas veces llegué a pensar que se fijaba en otro tipo de hom bre, el prototipo de hombre que yo creía que era el aceptado, el hombre güero, el hom bre fornido, alto, con dinero, seguro. Yo me sentía inseguro y a m í eso me causaba m ucho coraje (m iedo a que encontrara a otro hom bre). Ezequiel: A m í me afectaba m ucho el hecho de una infidelidad, más que nada por lo que la gente se diera cuenta; que la gente se diera cuenta y dijera, mira, a éste le ponen el cuerno o su mujer es una infiel o a su mujer la vim os en tal lado, y causar lástim a; socialm ente para m í sí tenía m ucho peso (vergüenza a la crítica social). Jo sé : C on sideraba que lo peor que me podía ocurrir es que encontrara a una mejor persona que yo; sentía que yo debía ser lo principal para una mujer, que debía ser el único. Y cuando veía que intervenían otras personas me sentía desplazado y me daba m ucho coraje; sentía m ucho m iedo a perder a Isabel y se encontrara a alguien m ejor que yo com o esposo y sexualm ente (m iedo a que encontrara a otro hom bre). Jo el: D icen que a los tontos y a los flojos tarde que tem prano la m ujer los engaña. Si tú eres tonto yo siento que cualquier m ujer te va a engañar, porque te está viendo la cara de tonto. Y a los tontos, si dicen m añana te com pro los zapatos, m añana te doy para la com ida, no va a faltar otro que va a llegar y va a decir, ten para la com ida, o ten para que te com pres unos zapatos, que al cabo que tu m arido ni cu enta se da (m iedo a que encontrara un m ejor hom bre proveedor). A do lfo : ...el hecho de que una mujer engañe para m í es que ella es una prostituta; entonces si mi m adre lo hizo es que es una prostituta; para m í ya no vale y más mi reputación com o hom bre, mi prestigio, eso es lo concreto (vergüenza a la crítica social).

cuernos, ya me im agino. Ésa es la palabra concreta, que la gente hablara, que la gente diga que me tom en por un tonto en la colonia.

Ser el cornudo es sinónim o de fracaso, sobre todo entre los hombres que lo rodean, com o los amigos, vecinos, jefes o parientes; ellos son el referente

social y cultural con quiénes se com paran, com piten y miden para buscar o dem ostrar que responden a las formas culturales de ser hom bre vigentes en su entorno social. Por ello, gran parte del prestigio m asculino lo depositaron en las acciones de la mujer. Ella era la portadora de su honra o deshonra frente a los demás, por lo que existe una perm anente y angustiante represen­ tación de que cualquier acción fem enina que no correspondiera a la expectativa m asculina, quebrantaría su código de valía. El valor de sí m ism o no sólo estaba fundado en la relación intergenérica de dom inio sino también en la im agen que los dem ás hom bres y la fam ilia tuvieran de él.

El rechazo a la intimidad sexual Adolfo, Ezequiel y Rodrigo afirmaron haber ejercido violencia porque la mujer se negó a tener intim idad sexual, pues para la m ayoría de los hom bres, la unión conyugal fue considerada como la vía formal que perm itiría el ejercició de la sexualidad sin restricciones, pero no con taban con que la m ujer podía negarse. El rechazo fue una amenaza a su imagen m asculina y el deto­ nante de los episodios de violencia física y agresiones verbales. Por ejem plo, R odrigo expresó: Ella empezó a negarse a tener relaciones sexuales, yo sentía un rechazo entonces, para m í era nuevam ente la m ism a sensación, sim ilar al rechazo que tenía yo de mi madre. Para m í im plicaba el pensar que estuviera con otra persona, que a m í ya no me iba a querer, que ya no iba a estar conm igo [...] era m antener mí dom inio... pensar que si yo a ella la tenía bien sexualm ente, ella no iba a buscar a otra persona porque en el fondo empezó haber m iedo de que buscara a otra persona (¿C uan do ella no quería tener relaciones sexuales contigo era m otivo de agresiones?) Sí, era quedarse hasta las cuatro o cinco de la m añana discutiendo, hablando, cuestionándola de por qué se había casado conm igo, de por qué estaba haciendo eso, de que a lo m ejor había otra persona, de que nunca me había querido; trataba de hacerla sentir mal. Después de insultos, después de agresiones, después de correrla de mi habitación, después de irla a buscar a la recám ara de los niños y cam biar mi actitud y decirle, es que tú... y nuevam ente empezar la discusión, nos quedábam os dorm idos o m uchas veces ella term;.naba diciendo, ¡ya, haz lo que quieras pero ya, ya! (¿Ella aceptaba tener relacio­ ne^ sexuales por term inar las discusiones?) Sí.

En este testim onio hay elem entos relacionados con experiencias previas en torno al rechazo femenino. Las agresiones que ejercía su madre en contra de él, los sentim ientos de am bivalencia que tenía hacia la abuela y los pro­ blemas que tuvo con Luisa durante el noviazgo. A l respecto, es interesante la relación que hace Rodrigo entre la negativa de la mujer para tener rela­ ciones sexuales y el sentim iento que le ocasionaba el rechazo de su madre, en el sentido de que existe una búsqueda de la aceptación fem enina, pero tam bién un m iedo con stan te a no conseguirla. U n elem en to crucial para lograr la aceptación de la mujer es la posición jerárquica que ocupa el varón en la relación intergenérica. S i bien el rechazo fem enino durante la niñez y adolescencia fue vivido como una sujeción a una jerarquía mayor, en donde las posibilidades de revertir las posiciones eran prácticam ente nulas, en la relación con la cónyuge las condiciones eran otras. Estaba en una posición jerárquica “ superior” , com o la que su padre ocupó frente a su madre, como la del m aestro con los alum nos, com o la del jefe con los subalternos y, en general, com o la que socialm ente veía que algunos hombres ocupaban en su entorno social. A sim ism o, la n egativa de la mujer para tener intim idad sexual provocó sentim ientos de “ an gustia” e “ im potencia” , com o en A dolfo: Bueno, lo que pasa es que mi esposa sexualm ente siem pre ha sido muy fría y yo en relaciones sexuales soy muy diferente, porque yo soy una persona que me excito m ucho y, bueno, dentro de mis em ociones le exigía; soy muy exigente con ella, la verdad, soy muy exigente para pedirle sexo; ella es muy tranquila, ella me dice, pero es que a m í no me nace, realmente yo no pienso tanto en eso. Sus pensam ientos son diferentes a los m íos; ella piensa en el quehacer, lavar, planchar, estar con los niños, su m amá, sus hermanos, su familia, y yo no, a m í me preocupa el trabajo, estar con ella platicando, que me pida cosas y luego me voy a lo sexual. Entonces yo a veces en el día tenía ganas de tener una relación sexual y, bueno, para m í eso es norm al, porque digo, bueno, soy hom bre, me gustan las m ujeres y se supone que por eso tam bién form am os un m atri' m onio, para que me dé una relación sexual cuando yo la quiera, y ella m e decía, es que ahorita no puedo, es que estoy haciendo el quehacer, y yo le decía, pero, bueno, yo tengo ganas, y luego en esa ocasión... S í te voy a platicar, m e dijo, bueno, en la noche... [A dolfo entre sonrisas y haciendo gestos de pena pregunta, ¿tam bién te tengo que platicar esto?, bueno, sí, sería inform ación valiosa, pero com o tú quieras] S í te lo

voy a platicar. Entonces le dije, bueno, está bien. Pero no me lo cum plió; porque era norm al que estuviera cansada por el quehacer, por los hijos, por todo el transcurso del día; entonces yo en la noche esperaba que me dijera, ¡ah, te prom etí una relación sexual!, ¡ah, pues sí!, y yo dentro de m í estaba pensando que ella me la iba a ofrecer, pero no, entonces yo le dije, ¿te acuerdas que en la m añana a cierta hora platicam os? y... ella me dijo, no, estoy cansada, respétam e por favor, m añana, y eso a m í me causó m ucha angustia y yo le dije, pero, ¿por qué?, me dio tanto coraje, entonces le dije, ¿no?, y me dijo no; y entonces yo estaba en ese m om ento pues con ganas, ¿no?, y com o me la negó entonces pues fue tanto mi coraje que la pellizqué y así com o que bajita la m ano la tallé con m i pie, así acostados y desnudos, claro, y le m etí una m ordidita aquí por su cuello, no fuerte, pero ella hizo, ¡ayi; mis hijos preguntaron, ¿papá, qué le estás haciendo a mi m amá? N o , nada, duérmanse, y ya yo me quedé dorm ido, tam bién ella se durmió, pero ahora me doy cuenta de que tam bién fue una agresión por el hecho de la im potencia que me causó no darme la relación sexual term iné haciendo eso.

Para A dolfo la “ im potencia” estaba relacionada con la negativa de su pareja a tener una relación sexual en el m om ento en que lo dem andara, sin llegar a reflexionar sobre el respeto del “no” de la mujer. Según A dolfo, el rechazo de su esposa se debía a las “diferencias de pensam iento” , porque ella estaba más involucrada en el trabajo dom éstico que en la intim idad sexual. Para él su interés estaba puesto en el trabajo y la sexualidad. C on el comportamiento de la mujer se frustra la mayor expectativa del varón que tenía al unirse con su esposa. La separación de prácticas en las que la mujer le resta im portancia a su actividad sexual en favor de las ocupaciones dom ésticas cotidianas está aso­ ciada a su formación de género y a las representaciones que tiene en torno a la sexualidad. La diferencia de intereses, o como diría A dolfo, de “pensam ien­ tos” , está articulada a la forma en que algunas mujeres interpretan la sexua­ lidad que, en casos com o éste, se encuentra m ás ligada a la reproducción y a la crianza que al placer sexual. En la interpretación de Adolfo, la raíz de las constantes negativas de jo v ita se debía a la forma en que había sido educada: Yo la veía com o tontita, m ás que nada porque sus padres son de rancho, igual com o mis padres, yo decía, son de rancho, más que nada com o siem pre me negaba lo sexual, yo la veía com o una tontita, la tenía en un concepto de ignorante [...] Dice mi esposa

que nunca la besaron, creo le dio un beso creo su novio M ario, no sé. Ella no se dejaba que la tocaran. Mi esposa se ha cuidado m ucho de que no la toquen; a lo m ejor un beso aquí en la m ejilla, pero ella dice que nunca ni un novio la tocó de su cuerpo hasta que se casó, pues qué bueno, ¿no?

Y de manera similar se expresó Ezequiel respecto a Lidia: “Ella nunca fue cariñosa conm igo, como que fue muy fría, no fue muy expresiva (¿Cóm o fue su educación en lo sexu al?) Q ue no se h able de sexo porque es'm alo , es prohibido, una educación muy cerrada, a lo mejor porque vivía en provincia” . A m bos hombres coinciden en que detrás de la negativa de la mujer había creencias e ideas “cerradas” respecto a la sexualidad, en gran parte producto de la educación fam iliar y al lugar de procedencia. Los dos expresaron que la mujer, después de tener hijos, rechazó más los encuentros sexuales. O tro aspecto que desalentaba el acercam iento en la pareja era la im po­ sib ilid ad de los h o m b res p ara acercarse a fe c tiv a m e n te a la m u jer y el involucram iento sexual resultaba más difícil. A l respecto, A dolfo com entó lo siguiente: La verdad me duele aceptarlo, pero yo no soy un hom bre que sea cariñoso, que insinúe una relación sexual o que em piece por lo positivo de hacerle una caricia, decirle, te quiero; ahora me doy cuenta que a una mujer lo que le gusta es que uno le diga cosas bonitas, com o mi vida, cariño, te quiero, y yo no. Yo soy muy seco, muy cortante; yo no tengo com o carism a para hacerle un cariño; es más, yo nunca le he dicho, mi vida, te quiero m ucho; ella en una ocasión me dijo, es que yo quisiera que tú me dijeras, chiquitita. N o que chiquitita, no; a m í no me nace decirle chiquitita o mi vida. Yo soy una persona que en vez de empezar por ese lado, acariciarla, besaría, yo iba directo a lo que era decirle, quiero una relación sexual.

Las diferencias en las formas de acercam iento sexual es una muestra de la form ación social de género diferenciada entre hom bres y m u jeres.14 En la

14 C ulturalm en te se ha valorado más el desem peño gen ital sexual m asculino (com o la erección y la pen etración vagin al) que otras form as de acercam ien to sexual, que in volucran asp ectos de la intim idad y el erotism o, y n o n ecesariam ente están vin culados a la gen italidad. El encuentro con el placer m ediante las expresion es cariñosas, los tocam ien tos, las caricias, las m iradas y la dem os-

mayoría de los entrevistados existía una representación de que expresar afec­ tividad y cariño era signo de “debilidad” , con lo que fácilm ente podría ser “dom inado” . De aquí que optaran por mostrarse com o una persona herm é­ tica, indiferente, dom inante, com o una forma más de tener el control de la relación. Para responder qué fue primero, si la violencia física o la n egativa de la mujer para tener intim idad sexual, por los datos reportados se puede estable­ cer que al inicio de la unión y antes de tener hijos, las mujeres aceptaban tener intim idad sexual, pero conform e la relación avanzó y la violencia en contra de ellas fue más intensa y cotidiana, la intim idad sexual fue menos frecuente y su negativa fue el detonante para una mayor agresión, como lo señ aló R odrigo: Llegó una época en que ella ya no quería estar sexualm ente conm igo y quizá eran más las agresiones. Yo me hice la vasectom ía, no me la hice por convencim iento nueva­ m ente; yo me la hice porque ella me estaba negando las relaciones, yo le dije que, bueno, era un buen padre, incluso te puedo decir que hoy me arrepiento, sin embargo, lo acepto ¿no?; yo ya no puedo tener hijos. M e operé, pero no por satisfacerla a ella sino porque iba a quitar lo que yo consideré en ese m om ento el obstáculo para que nosotros pudiésemos nuevamente tener relaciones sexuales, al m enos con la perioricidad y frecuencia con la que en un m om ento dado a m í me hubiese agradado; igual pienso que en ese m om ento caím os en el hecho de que eso iba a resolver nuestros problem as y hubo un periodo de tranquilidad, después no, para nada [...] A veces era estar con ella pero de una m anera violenta, era bastante violenta para con ella, era voltearm e

tración de afectividad y erotism o en la pareja, con frecuencia queda a! m argen para dar prioridad a la relación coital. M ucho del desem peño m asculino está valorado por su capacidad de penetración. Pero si ésta no se logra y el hom bre se m uestra sexualm ente “ im poten te” , su virilidad se ve seria­ m ente cuestion ad a, n o sólo por él m ism o sin o tam bién, en ocasion es, por la propia m ujer y por otros hom bres. Por ejem plo, la presen cia del viagra en el m ercado farm acéutico es un a eviden cia de cóm o socialm en te se persiste en prolon gar estas con struccion es culturales, al im pulsar un m e­ dicam en to que tiene por d estin o un am plio m ercado integrado por h om bres sexualm en te “ im po­ ten tes”. Los hom bres, preocupados por su desem peño sexual, serán con sum idores cau tiv o s de este producto sin tom ar en cuen ta que, a m enudo, la problem ática va más allá de una disfu n ción fisio ­ lógica. A lg u n o s estudios h an d em ostrado que la incapacidad de erección de m uchos hom bres tiene un origen p sicológico.

y decirle, ¿sabes qué?, prefiero pagar por algo que valga la pena, y en ese momento que yo sentía que había sacado la última carta y que había salido la del quite, en ese m om ento me tranquilizaba y, bueno, ya me dorm ía para empezar otro día, otro día de agresiones, otro día de no hablarse por la m añana, otro día de aventarle las cosas, otro día de agredirla delante de la gente, de insultarla delante de la gente; otro día de sentirm e muy a disgusto con la vida, con ella, con todo, con mi vida, conm igo. Yo creo que durante esos 11 años... pues con una m ano puedo contar las veces estuve con ella realm ente por deseo y por encontrar una sensación agradable, todo el demás tiem po fue por dom inio y hacerla sentir mal.

C om o se puede observar, la decisión de Rodrigo de aplicarse un método anticonceptivo perm anente no redituó en una m ejor relación de pareja. El m alestar m asculino no sólo se presentaba porque Rodrigo no veía cumplido su deseo sexual pues, com o lo afirmó, la sexualidad con su pareja no era del todo satisfactoria, sino tenía una constante asociación con el asunto de la “virginidad” y su interés por estar con una mujer pasiva, lo cual se confron­ taba con el papel activo de su pareja: El hecho de haber querido casarm e con una mujer de principios de siglo no nada más era a lo m ejor por lo tonta que se dejara o se le pudiera m anipular sino por lo que im plicaba que una mujer llegara virgen al m atrim onio, hasta el pudor en una pareja y no esa desinhibición; incluso algo que yo le llegué m ucho a cuestionar a la mamá de mis hijos, y que inicialm ente lo em pecé hacer m entalm ente y que tam bién fue m otivo de agresiones, pero que nunca se las expliqué, fue la actividad sexual que ella m anejaba, porque el que una mujer sexualm ente fuera pasiva me daba a mí más seguridad y cuando la mamá de mis hijos empezó en ese rol, dentro de lo que es la relación sexual, me vino a desquebrajar aún m ás y me vino a reafirmar todos esos cuestionam ientos.

Las tensiones muestran la constante lucha entre el placer y el poder. Para algunos hom bres resultaba problem ática la aspiración de tener una mujer “pasiva” , “dom inada” , que no cuestionara los m andatos del cónyuge, encar­ gada de la reproducción de la prole y el cuidado de los miembros de la familia y, al mism o tiempo, el deseo de estar con una mujer que fuera sexualm ente activa, que en su im aginario se identificaba con la mujer “prostituta” .

En las representaciones de los hombres, esta visión polariza las dos formas de com portam iento fem enino que no encuentra una salida. A m bos aspectos de la fem inidad están asociados, en gran parte, a la tradición judeo-cristiana que, com o en el caso m exicano, se plasm a en una m arcada disociación entre la figura m atern a reproductora de la prole y la m ujer erotizada. En estos contextos, el sentido de placer queda eclipsado para dar un lugar privilegia­ do al ejercicio de la m aternidad, pero que se resuelve m ediante otras prác­ ticas, com o las que se señalan a continuación.

La infidelidad masculina La incapacidad de los varones para integrar en una sola figura las prácticas de u n a m u je r a c t iv a se x u a lm e n te fu e r e su e lto m e d ia n te r e la c io n e s extram aritales. Para Ezequiel, la negativa representó un desafío que ponía a prueba su desem peño sexual y la aceptación fem enina: Yo siento que más que nada era una forma de vengarm e a ese rechazo, com o que yo pensaba, es que si tú me dieras relaciones no tendría porque estar buscándolas. En el aspecto sexual, yo siento que a m í me gustaba ser muy... yo a veces la agarraba pasional y ella, ¡ay, espéram e!, y yo sentía el rechazo (¿C óm o explicabas estas acciones de ella?) Yo creo que pudieron haber sido dos cosas, una, que ella se reprim ía, o sea, que el sexo lo veía com o sucio, com o una cuestión m ala. C u an d o yo decía algo decía, ¡ay, no hables de esoi, com o que era sucio, pecam inoso; eso me h acía sentir a mí... no, que ella pensaba eso, yo pensaba que lo hacía porque sentía rechazo de mí. Y yo siento que el tener relaciones extram aritales para m í era una form a de vengarm e muy inter­ nam ente. Pero adem ás buscaba relaciones con m ujeres guapas que tuvieran buen cuerpo, para decir así, está m ejor que tú, por qué tú me rechazas, o sea, lo pensaba internam ente, ¿no?, com o que me ponía a prueba [...] Yo la sentía muy fría conm igo, muy distante a pesar de que me atendía mucho. La sentía m uchas veces obligada y eso me generaba m ucha desconfianza, miedo a perderla porque me sentía m enos que ella (¿En qué forma?) En que ella era blanca, tenía ojos azules, su pelo era rubio, la veía superior a m í físicam ente, tenía buen cuerpo, h asta sus apellidos eran extranjeros. Yo pensaba, es que te da presentación ella, eso me gustaba y me agarraba de ella, me daba inseguridad perderla. Yo siento que era tan ta mi inseguridad de decir es que tú me rechazas y yo la veía tan superior a m í que me ponía a prueba con otra a ver si

tú me vas a rechazar, y cuando sentía aceptación por la otra decía, ¿entonces, por qué me rechazas?, corno que constantem ente estaba buscando ser aceptado; por otro lado, para poder evaluarm e si valía o no, ¿por qué tú sí me aceptas?, y ¿por qué tú también?, y yo llegaba con otra y era igual de expresivo, le agarraba y le tocaba y hasta se reían y hacían la brom a y decía, ¿por qué contigo no?; com o que a ella la sentía com o com prom etida a darm e una relación, bueno, pero yo no hago nada, tú, ¡uh, para mí eso era una ofensa!, pero lo hacía porque sentía la necesidad, pero term inaba la re­ lación y se acrecentaba más esa necesidad, o sea, com o que yo quería tener una y otra relación y otra y otra para poder sentir, es que sí me quieres, sentir pasión por ella. Yo no sé si a través de una relación sexual yo quería que me dem ostrara ella todo lo que me quería y com o no era muy expresiva sentía que no me quería, que me rechazaba.

En los h o m b res h a b ía un m arcad o in terés por e n co n trar u n a m ujer sexualm ente activa, aspecto que no encontraban en la pareja o, si ello su­ cedía, les provocaba tensiones. La relación extram arital que sostuvo A dolfo tam bién estuvo pautada por la n egativa de la cónyuge a tener intim idad sexual: Yo anduve dos años y m edio con ella, me p laticaba sus problem as con su m arido y yo le platicaba los problem as con Jovita, porque así andábam os los dos, me estaba dando lo que yo quería, ella me daba com prensión, tiem po, me daba sexo, me en ten ­ día mi situación con mi esposa, yo tam bién a ella, ahí los dos nos entendíam os [...] Tengo conflictos con mi esposa, tengo conflictos con mis herm anos, con mi madre, estoy solo; ella me daba felicidad, yo con ella era muy feliz. Yo era feliz con Paty, porque ella sí me entiende; yo necesitaba que mi esposa me entendiera, que no me rechazara.

La com prensión era importante pero enfatizaba el aspecto de la intim idad sexual que lograba tener con su amante. En esta relación destacó el com po­ nente econ óm ico , porque A d o lfo se desem peñ aba com o proveedor de la otra mujer: A veces yo sin preguntarle, ella me decía, ¿s^bes qué?, no tengo dinero, m i esposo, por su situación económ ica, no me alcanza el gasto y yo le decía, no te preocupes, ¿cuánto quieres?, yo te lo doy; a veces me decía que le com prara unos zapatos, te los com pro,

que un vestido, te lo com pro. A Lo m ejor a veces su m arido le daba una cantidad y yo le acom píetaba, pero no tanto por las cosas m ateriales sino que, para mí, ella me escuchaba cosas que yo no le podía com entar a mi esposa y a ella sí se las podía decir, y ella se desahogaba conm igo diciéndom e, mi esposo se enojó, me decía que pensaba que su m arido andaba con otra y entonces ella anduvo conm igo. Ella buscaba lo m ism o, alguien que la entendiera, que se preocupara por ella económ icam ente, y yo andaba buscando quién me diera afecto, por decir así. Y com o me daba lo que yo quería, a ella le daba dinero tam bién [...] se llegaba el sábado y qué le voy a dar a Jov ita de gasto, el lunes, los niños a la escuela, su pasaje; el dom ingo, mi arbitraje, mis cervezas y luego el hotel, porque me m etía al hotel con ia señora y me gastaba buena cantidad en el hotel, y que cóm pram e un jabón y que cóm pram e una crem a y luego no tengo para com er; ya no dorm ía por estar pensando, ¿y ahora qué hago? Tenía que darle dinero a la otra señora, le daba la m itad para unos zapatos, cualquier cosa, no todo, y tam bién tenía que entregarle a m i esposa un gasto cuando decía, cóm pram e un vestido, un pantalón, y a mis hijos tam bién, entonces ya m e puse muy m al porque ya era tanta m i ansiedad y la desesperación por la angustia de no tener todo ese dinero. Yo quería m antener a las dos mujeres.

A quí se detectan algunas formas de intercam bio que, en un sentido estricto, podría decirse que eran resultado de un com ercio sexual, pues la mujer proporciona atención y placer a cambio de un beneficio económ ico. A dolfo se asum ió com o proveedor econ óm ico secundario pero a m enudo esto le provocó dificultades. El estaba convencido de que m ientras su am ante con ­ tinuara sosteniendo actividad sexual, él cum pliría la expectativa de otorgar­ le b e n e fic io s m a te r ia le s. E ste c o m p ro m iso fu e m o tiv o de c o n sta n te s preocupaciones y un m alestar que perduró por varios años, y a veces lo orilló a decir m entiras sobre el destino del dinero para cubrir las dem andas de la otra mujer, en detrim ento del gasto familiar. S i bien la relación llenaba algunas expectativas, sobre todo las de tipo afectivo y sexual, el estatus de esa mujer estaba por debajo de la estim a de la esposa. Es decir, la relación era satisfactoria pero, en el imaginario de A dolfo, la am an te ocu pab a un n ivel inferior y prev aleció la idea de que era una “prostituta” : “ Ella que tenía a su m arido, a sus hijos, y que los engañó por andar conm igo, en alguna ocasión me dijo, tú no has llegado a pensar que

yo soy una prostituta, y yo decía, no, mi amor, cóm o crees, pero sí lo llegué a generar” . La infidelidad m asculina tienen dos caras que a veces parecen irreconciHables: por un lado, representa una form a de enfrentar la dualidad placer/ poder que desde el ám bito dom éstico parece irresoluble; por otro, esto no queda com pletam ente resuelto con las am antes, ya que los hom bres se en ­ frentaron a un sentim iento de que ellas valían menos porque eran las infieles, las “otras’1, las clandestinas. El malestar m asculino se agravaba por la preocupación de que la esposa estuviera haciendo ló mismo que ellos y se reforzaba cu an d o se d ab an c u e n ta de que la m ayoría de las m u jeres con quien es m antenían relaciones eran casadas. Pensaban que, al igual que la amante, la esposa tam bién podía ser infiel y engañarlos. Esto sucedía con Ezequiel: Yo cuando tuve relaciones ex tram ar itales, salí con señoras que estaban resentidas con el m arido, se quejaban del m arido y yo les decía, m ándalo a volar, no le hagas caso; yo les daba protección, les daba apapacho, les daba seguridad, lo que el m arido no les daba; les acrecentaba el resentim iento hacia el m arido, es un desgraciado, no lo peles, es más, divorciare, yo te auxilio, yo te llevo el divorcio, y tom a, ándale, y ya tom ada, teníam os relaciones sexuales. Entonces, Lidia, cuando empezaba a tom ar y salía, yo im aginaba que todo lo que hice con las m ujeres ella estaba haciéndolo y que salía con hom bres y esos hom bres le decían lo m ismo; m anda a volar a tu marido porque te golpea, te agrede, vente a tomar, vam os a tener una relación, entonces empezaba yo a celarla. Y yo llegaba oliendo a jabón de hotel Jardines de C alifornia, y cuando llegaba ella la olía a ver si olía tam bién a jabón; revisaba sus cosas a ver si traía algún cenicero o cerillos de algún hotel, com o yo los agarraba; eso me generaba mayor violencia, el pensar que ella pudiera estar haciendo algo con alguien com o yo lo hice. En ese m om ento no pensaba que yo lo hice, yo pensaba y aseguraba que ella estaba haciendo lo mismo.

El con stan te m iedo a que la mujer en contrara a otro hom bre provocó situaciones com o la de emprender una mayor vigilancia h acia la mujer. La violencia fue mayor cuando Lidia empezó a salir con amigas, tom ar alcohol y a fumar. Para Ezequiel, éstos eran indicadores de que ella sostenía relaciones íntim as con otros hombres. Igual le pasó a José, en quien aum entaron los

celos cuando ella descubrió que sostenía relaciones con otra mujer. José creyó que ella haría lo m ism o para “desquitarse” .

El placer y el padecer en el ejercicio de la violencia Dentro del ejercicio, de la violencia m asculina un com ponente central fue el placer que experim en taron los hom bres durante las agresiones. Este sen ti­ m iento se caracterizó por lo que algunos llam aron sentirse “superior” o en ­ contrar un mayor valor para su estim a m asculina. A sí lo señaló Rodrigo: En el fondo a m í me causaba placer esa sensación de sentirm e superior, por prim era vez me estaba sintiendo realm ente superior; puedo decir que, bueno, a lo m ejor de 'una m anera muy absurda, pero en aquel m om ento me empezaba yo a sentir realizado, vean, ya no soy ese hom bre tonto o ese niño tonto al que pueden manipular, al que le pueden pegar, al que pueden amenazarlo con que lo van a venir a golpear; por hoy yo tengo el dom inio y a través de tener el dom inio yo voy hacer lo que yo quiera.

Y A dolfo: (Q ué sentías cuando golpeabas?) La verdad placer, sí, porque la verdad decía, bueno, ya dije, ya discutí, bueno, yo no decía, ya agredí; ya les dije lo que tenía que decir; para m í era desahogarm e del coraje que yo estaba sintiendo, decirlo era para mí un placer, bueno, ya lo dije; ya me desahogué con ellos, ya les dije lo que tenia que decir y ya me tranquilizaba [...] Yo quería ordenar, que mi palabra valiera, porque si no me hacían caso, mis hijos, mi mujer o mi mamá o mis herm anos, entonces, mi palabra no vale; eso me hacía pensar, que yo no valía en la sociedad, ante mi fam ilia, ante el m undo; solam ente exigiendo, m andando, agrediendo, así valía yo [...] yo decía las cosas así de frente, claro, pero con m iedo, y ya me generaba culpa otra vez, pero al final de cuentas ya se los dije, lo que sentí ya se los dije, a quien fuera, a mi mujer, a mis hijos, a mi mamá, a mis hermanos; yo no reprimía nada, yo reprimía cosas íntimas. C uan d o alguien me insinuaba que le dijera algo íntim o de mi esposa y de mí... a mí nunca me gustó eso, por qué mis cosas íntimas, morales, eso no o sea, sí lo reprimía, pero las em ociones m ás fuertes en agresiones verbales, físicas, yo no las reprim ía; esas sí las sacaba, porque era para mí un desahogo y me sentía bien sacándola.

El placer, com o com ponente en el ejercicio del poder, se relaciona con la p ráctica de uno im poner la volu n tad y otro acatarla, prin cipalm en te con la mujer. Esto tenia una con notación positiva en el im aginario m asculino, significaba tener un mayor valor y estim a social, pese al m alestar que podía generar en la mujer; pero este placer estaba acom pañado de sentim ientos de culpa. La perm isividad de la expresión em ocional m asculina en los entrevis­ tados estuvo centrada en el m altrato y la violencia. Padecer dolor, miedo, inseguridad y frustración m ediante formas no violentas era arriesgar su im a­ gen m asculina y poner en peligro su propia valoración de ser hombre. El com portam ien to de la mujer, después de los episodios de violen cia, tam bién generaron placer en el hombre, com o en Ezequiel: La agresión que tuve con ella generalm ente era para que me hubiera aceptado, pri­ mero fue em ocional, decirle, ío m ejor es que nos divorciem os, o me voy a largar un día de la casa; tenem os problem as, yo quiero poner en orden mis cosas y me voy a ir un tiempo de la casa para que nos valorem os y veam os si nos queremos o no nos quere­ mos, y yo veía que ella se ponía mal; al otro día andaba toda depresiva, andaba llo­ rando y eso me producía placer, pensaba, sí te quiere, sí le ha afectado; yo andaba sufriendo igual porque decía, qué tal si dice que sí, para m í era el mismo sufrim iento que ella; yo guardaba la esperanza que ella diera su brazo a torcer.

El placer estuvo asociado al malestar y tristeza de la mujer, o en casos más severos, a un estado depresivo, que era interpretado como una demostración de que sí le im portaba y lo “quería” . En este sentido, el poder masculino es proporcional a grado de sufrimiento provocado en la mujer. Pero esta satis­ facción y placer era m om entáneo, ya que su miedo al abandono estaba pre­ sente aun en estas situaciones.

El arrepentimiento y la culpa U n a de las características de la violen cia dom éstica es el com portam iento cíclico en donde la pareja realiza una serie de acciones que refuerza la rela­ ción de poder/subordinación, y permite que la relación de violencia se pro­ longue por años. U n o de los m om entos en que se apuntala este ciclo de la violencia es el arrepentim iento y la reconciliación. En este punto, el hombre

lleva a cabo diversas accion es encam inadas a tratar de enm endar el daño provocado en la pareja para que la relación no se fragm ente. En los casos estudiados, un denom inador común fue que después de un episodio de v io ­ lencia física o verbal, el esposo experim entó sentim ientos de “culpa” , que le provocaron m alestar pero que encontraba difícil de expresar y enfrentar. Para algunos pedir “perdón” o “disculparse” era sinónim o de “debilidad” , como le sucedía a Ezequiel: “ H ubo m ucho m iedo a perderla pero tam bién había el querer resarcir ese daño que había hecho, pero había algo que me lo impedía, decía, no aceptes que ella tiene la razón, no aceptes que la regaste, no aceptes porque es un signo de debilidad, por ese m otivo empezaba a sentir mucho m iedo de que me ab an don ara” . Por su parte, A dolfo señaló que a pesar de sentirse mal por las agresiones ejercidas en contra de su esposa no pedía perdón porque creía que con ello se “h u m illaba” : Me sentía muy mal, me sentía muy culpable... cuando yo reaccionaba, cuando la veía llorar, cuando yo veía que estaba llorando así, decía, pero, bueno, ¿por qué le pegué?, o a veces que no le pegaba, pensaba, ¿por qué le exigí todo esto?; a veces sí me ubicaba y decía, pero, ¿por qué?, ahora sé, mis em ociones me ganaban; pero yo me preguntaba, ¿por qué lo hice? [...] Yo caía en soledad en los días que no me hablaba, entonces decía yo, som os un m atrim onio, que nos casam os, que tenem os hijos, ¿cómo es posible que pasam os, casi nos aventam os y no nos hablam os?, y a m í eso me causaba mucho su ­ frim iento, porque yo en ese m om ento sí quería pedirle perdón o al m enos una discul­ pa, pero no podía. Y yo a veces decía, ¿y si le pido perdón?, no, si yo le pedía perdón eso me hacía pensar que yo me estaba hum illando; si en ese m om ento me rechazaba y si yo le rogaba o pedia perdón para m í ésa es una hum illación.

En otros, la im posibilidad de encontrar form as que hicieran accesible la m anifestación de la culpa masculina, los orilló a realizar prácticas que en otro contexto se negaban a realizar, como las labores dom ésticas y otros servicios para el hogar. A lgunos las realizaron bajo la idea lograr el perdón, como pasó con José. Mi m anera de pedir perdón era haciendo cosas que ella me h abía pedido que hiciera. Me costaba m ucho trabajo, porque yo cuando la veía tenía ganas de hincárm ele, de

decirle, perdónam e, y no lo hacía. C uando yo sentía su rechazo, yo sentía ganas de golpearla y ni m odo, ce portaste mal, hiciste m al esto. M i m anera era obedecerla, como obedecía a mi m amá, lo que rechazaba lo hacía, ir a pagar el agua, ir a pagar la luz, ir a pagar el teléfono, yo veía que me empezaba a ver muy débil, por lapsos yo sentía, la estás regando, José. Yo sentía que se empezaba a aprovechar, para mí era un deshonor ir por la leche en la m añana, nos dieron una tarjeta de la C onasupo, ella consiguió la leche. C uando me m andaba a la leche me sentía indigno, cuando quería que me perdonara iba a la leche a la C onasupo, era la m áxim a forma; lim piaba la casa, me ponía a lavar los trastes o hacía cosas que para m í supuestam ente eran un castigo. Ella se atacaba de risa m uchas veces. Trataba de no portarm e mal, en lugar de irme con una prostituta o de gastarm e en una parranda el dinero, la sacaba a buenas partes. Supuestam ente era la m anera de pagar mi culpa y el perdón.

También, resultan interesantes las sanciones que el propio hombre se im­ pone, com o dejar de ir con las prostitutas y n o gastarse el dinero en una parranda. Estas prácticas son producto de la culpabilidad m asculina en un contexto donde estas acciones se consideran prerrogativas m asculinas y for­ man parte de su com portam iento regular, por lo que abandonarlas significa­ ba un sacrificio. O tro ejem plo es cuando el arrepentim iento m asculin o se revertía para culpar a la mujer. Esta práctica se registró principalm ente en los primeros años de convivencia, cuando los hombres trataban de encontrar algún tipo de racionalizaciones para justificar su violencia. Rodrigo explicó esta situa­ ción: M e acercaba a ella y le decía, pues es que entiende, tú eres la que me hace enojar, si tú no fueras así yo estuviera tranquilo, n o te hubiese golpeado, n o te hubiera agre­ dido; si yo hago esto es porque te quiero; lo que pasa es que tú a m í no me quieres, porque nunca me has querido, nunca me quisiste, tan es así que no llegaste virgen al m atrim onio y aún así no te das cuenta que yo te quiero porque te acepté así. Y final­ m ente, ella term inaba aceptando lo que yo le decía.

El arrepentim iento era una estrategia para lograr que la mujer no lo aban­ d o n ara y p ro lo n gar los sen tim ien to s de cu lpa y d e v alu ac ió n fem en in a. R esponsabilizar a la m ujer de la violen cia era una form a de con tinuar la

asim etría en la jerarquía de poder, la aceptación de la culpa fue un eje central para que no se rom piera la relación. G ran parte del m alestar de Rodrigo radicaba en la im posibilidad de ter­ m inar con ella y, al mismo tiempo, la insatisfacción y el disgusto que sentía de continuar con su m atrim onio. C o n el paso del tiem po, el m alestar y el od io fueron crecien d o. T odo aq u ello que algu n a vez fue atra c tiv o h abía terminado; ahora sólo se trataba de “ aguantar” y sobrellevar la inconformidad y frustración por no poder romper e.l vínculo- Esto sucedió durante los últim os años de la con viven cia en Rodrigo: Era esa situación am bivalente, había m ucha necesidad de ella, nunca entendí por qué, nunca entendía por qué, pero a la vez había m ucho odio, m ucho sentim iento de quererla lastim ar [...] en ese m om ento me llegué a repugnar yo. Me llegué a dar asco yo m ism o por encontrarm e en donde me encontraba, por no tener el valor para ya no continuar... en el fondo nuevam ente te lo digo, en el fondo h abía algo que me decía que yo no quería eso. Yo muchas veces le llegué a cuestionar, estando cerca de la mamá de mis hijos, a lo m ejor estando con ella abrazándola y decía, ¿por qué lo estoy h a­ ciendo?... yo la observaba y decía, es que no me gusta, no la quiero. Yo en el fondo seguía en esa relación, porque, bueno, tenía una m ujer que yo podía dom inar, a la que yo podía agredir y a la que finalm ente pues iba a aguantar [...] era una relación que yo no quería, que me provocaba dolor, insatisfacción, que me provocaba frustración, que me provocaba una desesperación trem enda para conm igo m ismo, pero por el otro lado, no la podía yo dejar, no podía marcar un hasta aquí con ella.

La reconciliación: miedo al abandono El punto más alto de la reconciliación fue al m om ento de tener relaciones sexuales. Los encuentros sexuales eran un medio para medir la aceptación de la mujer, pero aun cuando ella aceptaba tener relaciones, el escaso desarrollo de las habilidades m asculinas para dem ostrar su afectividad im pedía la m a­ n ifestación de em ocion es positivas h a cia la mujer. A d o lfo lo relató de la siguiente m anera: Yo quería decirle, vamos a encontentam os, porque yo ya andaba pensando en relaciones sexuales... yo le empezaba a hablar, oye, vamos a encontentam os, y ella me decía, es que

tú nada más me quieres usar, tú nada más me hablas porque te interesa lo sexual, yo decía, no, ¿cómo crees, mamacita?, yo le decía así, yo te quiero, entiende que te quiero, pero ella me decía, bueno, ¿por qué no me dices que nos encontentem os para otra cosa? Me estás diciendo que ya nos encontentem os porque quieres una relación sexual; y es real, me estaba diciendo mi realidad. Yo en vez de decirle, mira, vamos a encontentam os y vam os con tu m am á o te llevo al cine o te llevo a la C om ercial M exicana o te compro un helado o cualquier cosa, yo quería encon tentar me con ella para que me diera una relación sexual y ella se daba cuenta, se daba cuenta y me lo decía, yo te sirvo nada más com o una criada, te sirvo para lo sexual, pero tú no me quieres.

Esta im posibilidad de expresar su afecto com o parte de la interacción con­ yugal con frecuencia dificultaba la reconciliación; las aproxim aciones no eran del todo satisfactorias para la mujer que, lejos de sentirse adulada, se volvía a sentir agredida. Para otros, com o Ezequiel, la mejor forma en que la mujer podía dem os­ trar que estaba “perdonado” era teniendo intim idad sexual: Era empezarla a interrogar hasta sentir, sí, sí me quiere, bueno, ahora dame una relación para ver si ya me perdonaste y me quieres, y entonces venía la relación en un tiempo, pero después ya no era ni la relación, entonces sentía que me estaba ahogando, porque a través de la relación me sentía perdonado... o com o que ya no te vas a resentir conm igo o no me vas a rechazar o no me vas a dejar definitivam ente, pero com o que quedaba insatisfecho yo con ese aparente perdón, entonces em pezaba a buscar una relación sexual, en una forma de querer acreditar si me seguía queriendo, la abrazaba, le decía, dam e un beso, empezaba a insistir y aún teniendo la relación seguía teniendo ese vacío, ese deseo de tenerla a ella ya no físicamente, espiritualm ente, m entalm ente, de todas form as, me crecía esa ansiedad, esa necesidad de tenerla, pero a la vez, como un perdón, una cosa muy rara, sentirse vacío y quererlo llenar a pesar de que ella me dijera, está bien, te quiero, com o que eso no me era suficiente.

Es interesante descubrir que en la medida que Ezequiel buscaba la pareja, el sen tim ien to de pérdida se agudizaba- En el fondo los saben — aunque no lo reconocen— que la m ujer tiene capacidad sión, por eso la desean m anipular y controlar. Por ello, la idea de

poseer a hombres de d eci­ poseerla

física y em ocionalm ente podría interpretarse com o un intento desesperado por tener el control, aunque fuera sólo a través de la relación sexual. En R odrigo, la recon ciliación era parte de sentir em ocion es agradables com o las que llegó a sentir en el noviazgo: Después de los golpes siempre había eso que se habla y que es la reconciliación, entonces, bueno, para que hubiese una reconciliación, para que hubiese un acerca­ miento, para que hubiese palabras bonitas, pues finalmente también empezó haber golpes, yo no sé si ella se acostumbró, pero yo s( me empecé acostumbrar, el que después haya una reconciliación, al menos por mucho tiempo, siempre la hubo. Después de los golpes era el decir, te quiero, te amo, perdóname; es muy agradable. Es como empezar un noviazgo y yo sentir esa emoción, ¡ah, es que me quiere!, finalmente me quiere, pero detrás de los golpes, yo siento que siempre hubo esa necesidad de querer sentir que me quería, para mí eso era lo básico. Como con mi madre, sí, en el fondo era: yo quiero sentir que mi madre me quiera, con la mamá de mis hijos yo quiero sentir que me quiera y, bueno, se utilizaban muchas cosas. La asociación que hace entre violencia y reconciliación condiciona el uso de la prim era com o un m edio para obtener ganancias secundarias, placer y bienestar afectivo. Posiblemente, con el tiempo, se convirtió en la única forma de encontrar un espacio de confort y calm a en la relación.

Entre el poder y el padecer; ser hombre proveedor Para cuando los hom bres ejercieron la v io len cia con mayor frecuen cia su desem peño en el hogar era prim ordialm ente com o proveedores económ icos. En la m edida en que las dem andas m ateriales de la fam ilia crecieron por el nacim iento de los hijos, se vieron en la necesidad de buscar un em pleo que les retribuyera un mayor ingreso para enfrentar las dem andas del hogar. En algunos puede establecerse una correlación entre el poder económ ico de los hombres (cuando su ingreso era la principal aportación al hogar) y el ejercicio de la violencia. Para ellos, asumirse como los responsables de llevar el dinero a la casa los dotaba de ciertos derechos porque consideraban que estaban cum plien do adecuadam ente su desem peño com o esposo, com o lo m encionó Jo sé:

Yo sentí, en un momento dado, que tenía todo el derecho sobre ella y mis hijos, que tenía el derecho de pegarle a ella porque yo estaba trabajando; tenía el derecho de ordenarle a ella porque le estaba dando todo, lo que ganaba ella era una bicoca, se lo podía quedar. Yo me sentía poderoso porque empecé a ganar dinero llegaba a la casa y hacía lo que quería, llegaba a la casa y decía, se hace esto, se hace lo otro, se compra esto; ya no era como mí padre que no daba dinero a su casa, yo ya tenía derecho de hacer lo mío, ya tenía derecho de gritar; mientras no das dinero no tenías derecho de hacer nada, ya no era como mi papá, negrita, ¿me vendes un café ?, no, tenía que exigirle el café a Isabel. La experiencia de vivir en la pobreza, el precario desem peño económ ico de su padre y la consecuente falta de poder de éste en la familia, fue crucial para que José buscara alejarse de esta imagen m asculina. A sí, el desem peño de un buen proveedor para él tenía al menos dos consecuencias favorables: evitar la pobreza que vivió de niño y la posibilidad de “exigir” , “m andar” y “controlar” las decisiones en el hogar y sobre la mujer. A l igual que José, Ezequiel empezó a tener mayor poder adquisitivo en su segundo empleo. M ás aún, señaló que en este trabajo se conjugaron diversos factores que lo h acían sentirse una persona “ im portante” : Empecé a tener ingresos mayores y obviamente mi asistencia a la casa empezó a dis­ minuir por cuestiones de trabajo y, a veces, no por cuestiones de trabajo; mi jefe tomaba mucho y me decía, vámonos acá, nos íbamos a tomar, y dentro de eso yo empezaba a llegar a altas horas de la noche a la casa. Me fui a trabajar con él y entonces yo sentí ese compromiso con él, inclusive yo creo que también trataba de imitarlo y a la vez sentirme aceptado. Además sus ideas también eran así, él tenía a su mujer y la agredía; una vez le sacó la pistola. Como que en ese ambiente también era así de agresión y que había que dominar a las mujeres a base de golpes (¿Cuál ambiente?) En la delegación que yo estaba trabajando; él tenía una amante con la cual también tenía hijos y como que eso era bien visto. Y yo empecé a tener ingresos, a tener carro. A veces ya no iba a comer, llegaba en la noche y decía, ¡estoy cumpliendo mientras yo traiga el dinero y estemos bien!, ¡ve, he comprado esto! En ese trabajo se prestaba mucho también a las comidas, las reuniones; empecé a tener relaciones con algunas mujeres; como que se conjugaba el alcohol, las mujeres y el dinero, porque tenía todo,

además, tenía un puesto importante en el que me buscaba mucha gente y me hacía sentir importante, como que todo se prestaba. O tras veces, el desem peño de Ezequiel com o proveedor era aprovechado para solicitar a su mujer relaciones sexuales: “Llegaba yo y le decía, fíjate que gané esta lan a en un asunto, y me d ecía ella, vam os a com prar m uebles, obviam ente yo aprovechaba eso para decirle, te lo voy a comprar, pero dame una relación ” . Para él esta práctica tenía el carácter de “negociación” la cual, según dijo, “ le gustaba” , porque era una form a de “com placerla a ella y ella a él” ; sin embargo, esto se puede interpretar más com o una form a de m anipulación e intercam bio sexual por dinero, porque no había una plena convicción en la mujer para sostener relaciones sexuales ya que era una condición para otor­ garle bienes m ateriales. Esta m isma situación se presentó en A dolfo, quien llegó a usar promesas m ateriales para tener una relación sexual con su esposa: Hablando sexualmente, a veces te decía, si tú me das una relación sexual te compro un vestido, o si me la das te compro unos zapatos; decía, no es cierto, Adolfo, siempre me dices lo mismo y ni me compras nada; no, sí te prometo, te juro que sí. Y nada más me desahogaba sexualmente y le decía, mañana, y qué crees, no tengo dinero, después que tenga; pero como ya me había desahogado sexualmente decía, ya no le compro nada, claro, ella me lo reprochaba y a veces se lo tenía que cumplir porque ella me exigía, decía, ¡me lo prometiste!; esa era la manipulación que se la llegué hacer varias veces. Para am bos entrevistados, el dinero fue un elem ento que perm itía “m anipu­ lar” a la mujer. S in em bargo, en este in tercam bio p o d ía h aber tensiones, principalm ente porque no siempre las promesas se cumplían. Si bien la represen­ tación de buen proveedor fue una constante, al menos al inicio de la relación, hubo casos en los que el ingreso era limitado por la posición que ocupaba el hom bre en la estructura social, como A dolfo, quien lo describió así: Estaba en una empresa, pero ya no me concentraba muy bien, porque estaba pensando en todo ese coraje por lo del embarazo, por pensar en tres hijos, y más que nada, por

el miedo a que yo con el sueldo que tenía en esa empresa que no me fuera a alcanzar, más bien por eso yo rechazaba ese tercer hijo. Yo decía, si no estudié, no tengo un buen trabajo, soy uñ obrero con el sueldo mínimo, no voy a poder mantener a tres hijos, con mi esposa y yo somos cinco, eso a mí me angustiaba, el hecho de pensar de dónde voy a sacar todo el dinero que ella necesita para mantener a tres hijos y a ella también. Y pensaba en todo, pensaba en la ropa, pensaba en la escuela. Ya para mí en ese momento empezaba el rechazo hacia ella, rechazaba también al niño, no tanto a los dos, pero al que venía en camino sí, y entonces como que no le encontraba significado a la vida, ya veía todo con tristeza, pensaba, qué angustia, nacer, trabajar, dar gasto, tener hijos y siempre lo mismo [...] Discutíamos por dinero, porque ella me pedía el gasto, exigía el gasto. Ahora me doy cuenta que ella estaba en su derecho de exigirme, se supone que por eso me casé con ella, para formar un matrimonio, hacerme respon­ sable como marido y después, cuando nacieran mis hijos, hacerme responsable como padre; pero por mi situación económica yo nunca he podido darle lo que ella se merece; si ella me dice tal cantidad a veces no me alcanza para darle. Cuando'se llegaba el día de cobrar, yo llegaba y le daba dinero, pero a ella no le parecía la cantidad, me decía, no me va alcanzar, ¿para cuántos días me estás dando? Yo en ese momento quería que no me dijera nada y que ella aceptara la cantidad que yo le daba, pero ella siempre ha sido muy exigente con el dinero, entonces empezábamos a discutir por eso, ella me decía que le diera más, me exigía y eso a mí me angustiaba. Terminaba yo gritándole, ¿de dónde quieres que te de más?, a veces era tanto mi enojo que terminaba aventándoselo en la mesa o donde íuera. A dolfo padeció esta situación com o una lim itante en la relación con la mujer, pues llegó a considerar que si él hubiera tenido m ás dinero, los problem as hubieran sido m enos. Pero aun para quienes tuvieron una mejor posición económ ica, el desem­ peño de proveedor significó un constante miedo a verse incapaces de cubrir las necesidades del hogar o a volver a situaciones de pobreza, com o las que padecieron en la niñez. En este sentido se expresó Ezequiel: {¿Cómo vivías la responsabilidad económica?) Pues la sentía como que debía yo de cumplir con las cosas y cuando no lo hacía, ¡uh, me sentía mal, mal, mal! A veces me decía, me pidieron esto para tus hijos, decía, no tengo, y me sentía Ubre yo hasta que tenía el dinero; o me sentía bien cuando tenía dinero, como que en ese momento

quería cubrir todas tas listas que me pidieran, de lo que me pidiera y siempre lo hacía así. A mí me afectaba mucho el no poder cumplir, me generaba mucho malestar, como una persona que está fallando, que está dejando desprotegidos a Los hijos, a La esposa, y que se ve criticado por La sociedad. Además yo siento que, más que nada, lo que más me dolía es el verme yo mismo en mi niñez a raíz de la muerte de mi padre, que hubo carencias en La casa y verme que había necesidad de comida, que había necesidad de asistencia en La casa y que había carencias, entonces era el no querer que mis hijos pasaran eso o me imaginaba que al no dar eso, ellos iban a estar en ese estado en que yo me encontraba. Y como que el sufrimiento que estaba viviendo yo cuando no lo podía aportar era pues el que tenía yo en mi niñez, sentir todas esas necesidades, hambre de cosas, a veces traer Los zapatos rotos y con Lluvia y se me metía el agua y tenía que ponerme cartones. Decía, es que sí tú no llevas eso o no cubres esa responsabilidad, tus hijos van andar así como tú andabas y me dolía mucho [...] entonces trataba de cubrirlo para que no sintieran eso que yo sentí. El recuerdo de las situaciones que enfrentó cuando fue niño por la falta de recursos, com o trabajar a tem prana edad, la caren cia de com ida, ropa, zapatos y sentirse desprotegido, ejercieron presión en Ezequiel para ganar suficiente dinero y cubrir las dem andas fam iliares. En este cam po, él logró suficientes ingresos gracias a su trabajo. D urante la con viv en cia conyugal com pró casa propia, su h ijo e h ija asistían a colegios privados, tenían dos carros de m odelo reciente y salían de vacaciones, pero este desem peño del buen proveedor estuvo acom pañado de un mayor ejercicio del poder. A lgo sim ilar sucedió con jo e l, quien tam bién señaló su preocupación por proveer adecuadam ente a la fam ilia para así evitar que sus hijos e hijas tu­ vieran carencias econ óm icas com o las que él padeció en su niñez. A firm ó que buscaba trabajos extras para obtener m ás ingresos. La práctica de proveedor que se .vivió de m anera conflictiva apareció en Rodrigo, pues al inicio de la relación consideró im portante sostener econ ó­ m icam ente el hogar, pero había inconform idad en ello y con el tiem po se convirtió en un recurso de agresión hacia la mujer: (¿Para ti era importante sostener económicamente a la familia?) AL principio sí, porque así lo vi en mi casa con mi padre, porque así lo veía yo con los amigos, porque así lo veía yo, ¿no? Porque el hombre es el que Lleva la responsabilidad económica, eso

lo veía, pero era algo que no-encajaba conmigo (¿Cómo te sentías como proveedor?) Bueno, no me sentía bien, porque no estaba proveyendo lo necesario, pero por otro lado, había el cuestionamiento de por qué no trabajaba ella; porque también quería que ella trabajara, como mi mamá, y fueron muchos esos los conflictos que tuve. En su casa siempre trataron de que ella no trabajara, porque, bueno, así estaban acostum­ brados en su casa; una o dos mujeres de su casa trabajaban, las demás peto para nada y, por el contrario, en la casa de mi madre eí 99% de las mujeres han trabajado, incluso mi abuelita trabajaba y son cosas que me quedaron. ¿Y cómo me sentía como provee­ dor?, me sentía explotado por ella, ahí sí me sentía explotado por ella (¿Por qué?) Sentía que ella no se lo merecía; en ese entonces ya había mucho cuestionamiento precisamente por mi falta de productividad; realmente no era un objetivo para con­ migo, por el contrario, eí no ser proveedor era una manera de demostrarle mi insatis­ facción, mi agresión; era una manera de agredirla, ¿te hace falta zapatos?, pídeselos a tu mamá o trabaja, es tu problema, yo no te lo voy a dar; comprarle zapatos, una o dos veces en 11 años; ¿vestidos?, uno casi al final; ¿ropa?, nunca le compré; ¿lo quieres?, pídeselo a tus papas [...] Ella muchas veces me llegaba a decir que yo era un flojo, que era un irresponsable y cuando me decía eso había dos situaciones: una, me hacía sentir muy mal porque era real, pero, por otro lado, había un gusto porque sabía que le estaba doliendo, sabía que me estaba desquitando con ella, sabía que me estaba vengando, siempre fue eso, estarme vengando de ella a través de todo- No importaba que incluso que representara para mí pues el no llegar,., [silencio] yo creo que me llegué a perder en eso, me perdí en cuanto a mis expectativas como ser humano, como hombre, como todo, en lo laboral, en lo económico, me perdí en todo, Y ya lo único que había era mostrar mi disgusto y si para ello eso implicaba que yo dejara de ser productivo, pues a ese grado, a ese grado empezó a llegar. Ser proveedor era la tarea que socialm ente debía desem peñar com o es­ poso y que veía en los dem ás hombres; sin embargo, no estaba de acuerdo en que sólo él trabajara. Esto se debía en gran parte a la experien cia que había tenido con su madre como profesionista y con su abuela, quienes eran m ujeres económ icam ente activas y tenían un em pleo rem unerado. La idea de una mujer trabajadora se oponía a la opinión de la fam ilia de su esposa que decía que no trabajara. En Rodrigo el papel de proveedor jugó de diferentes m aneras. Por un lado, cuando él asumió el m antenim iento de la casa sentía inconformidad porque

ella no trabajaba y cuando -ella se empleó, el hombre padeció celos. A pesar de este malestar, Rodrigo aprovechó la aportación económ ica de la mujer y dejó en m anos de ella la responsabilidad de la casa y los hijos. Esta vez, el aspecto económ ico se usó para agredir a la mujer. Según Rodrigo, detrás de esta n egativa a trabajar estuvo la idea de que ella “no se m erecía” que la m antuviera porque no había llegado “virgen” al matrimonio y por tanto no era merecedora de este beneficio. La sucesión de inconformidades derivó en un malestar mayor, producto del abandono de las m etas laborales y, com o dijo él, por “dejar' de ser productivo” . E l A LCO H O L: PERMISIVO PARA LA AFECTIVIDAD Y LA V IO LEN CIA

El consumo de alcohol es otro de los elementos conflictivos en el ejercicio y el padecer de la violencia masculina, que tuvo un papel destacado en la vida de los sujetos, en la fam ilia de origen y en el noviazgo. Durante la relación conyugal, todos los entrevistados afirmaron haber consumido alcohol de manera regular. La frecuencia con que ellos tom aban se justificaba por tres aspectos: com o medio de socialización, sobre todo para lograr la aceptación y estrechar lazos con la familia de la mujer; en momentos en que se sentían emocionalmente vulnerables, ya fuera por problemas económ icos, fam iliares o por conflictos con la mujer, y durante algunos episodios de violencia. En estas circunstan­ cias, el consum o estuvo acom pañado de un constante malestar. El uso frecuente del alcohol, vinculado a la socialización, según ellos, les permitía un mayor acercamiento con la familia de la mujer. El caso de A dolfo es ilustrativo: Yo antes a mis cuñados los buscaba mucho, porque, claro, como ellos también se alcoholizaban yo decía, soy el recién casado y a mí ni en cuenta, entonces empecé a tomar con ellos. Yo me metí en mente, voy a acercarme más a ellos porque algún día tengo que ser el número uno de la familia, yo buscaba una aceptación, yo pensaba a veces que me rechazaban [...] Te decía que yo soy muy tímido, la verdad; cuando no estaba borracho yo no platicaba casi con nadie, más bien no era muy sociable porque a mí me daba vergüenza decir un chascarrillo, un cuento o simplemente estar así, cosas verbales, platicando con alguien, ¿no? Mis cuñados se relacionan fácilmente y yo no. A mí a veces me decían, a ver, compadre Adolfo, a ver, tú di un cuento, y

no, me ponía bien rojo de mi cara, pues qué digo, de qué hablo; no sé, yo nunca he dicho un cuento, nada. Y yo me ponía muy mal porque me tenía que salir de la pieza, llámese cuarto, sala, lo que fuera. Y entonces se daban cuenta cómo me ponía yo; me salía al baño y me sentaba por ahí un ratito y hasta que ya volvía mi color, por mi pena por mí timidez, entonces ya regresaba. Pero cuando yo regresaba, ya estaban en otro tema y decía, entonces ya no me van a preguntar. Los intentos de acercam iento para ocupar un lugar privilegiado entre los cuñados y lograr m ayor acep tación , lo con du jeron a realizar un consum o frecuente durante los fines de semana. A dolfo reconoció que era tím ido para relacionarse y que sólo lo lograba m ediante la in gesta de alcohol. Esto le facilitaba la interacción con los demás. C abe m encionar que a pesar de que el consum o fue regular no fue m otivo para abandonar las actividades labo­ rales, com o A dolfo lo afirmó; Yo me alcoholicé mucho, pero el hecho de alcoholizarme tanto, yo nunca dejé mi trabajo botado, borracho, pero trabajador, a mí me gusta muchísimo trabajar, de hecho, me gusta mucho mi trabajo, sí es cierto, yo me emborrachaba a veces sábado y domin­ go, a veces hasta el lunes, pero había veces que yo estaba trabajando en la calle. En una ocasión llegó un cliente a verme, como iba con el trabajo y yo tenía dentro de su carro una botella de vino y estaba con algunos amigos tomando, pero mi cliente no se dio cuenta que estaba borracho, a mí no se me notaba mucho cuando estaba tomado, era muy borracho pero nunca me caí de borracho. La mayoría de los hombres dijeron que aun cuando bebieron con frecuen­ cia en diferentes m om entos de su vida conyugal con tinuaron trabajando y dando un ingreso en ei hogar. Ellos no consideraban que su adicción repre­ sentaba un problema, al menos hasta antes de la ruptura conyugal, porque no interfería en su desempeño laboral, ni tampoco llegaban al extremo de quedar tirados en la calle o caerse sino lo vieron com o una práctica normalizada. A l respecto de la socialización alcoholizada, José y Ezequiel tam bién to­ maron con el padre de la mujer para estrechar lazos. En José, el consum o con su suegro inició desde el noviazgo y se acentuó cuando la pareja ya estaba casada. Inicialm ente tom aba en la casa del suegro en las reuniones familiares, pero después, conform e los em pleos le perm itieron obtener mayores ingre­

sos, asistía a bares. E n 'la m edida en que au m en tó el con sum o por igual aum entaron los conflictos. Sin embargo, señaló que los mayores episodios de violen cia se dieron cuando no estaba borracho. Por su parte, para Ezequiel beber con su suegro se dio después de que la pareja se había casado y la familia de su esposa ios empezó a visitar: “ya era de sus yernos consentidos, de alguna manera porque tom ábam os y tenía mucha confianza en mí; en un principio me odiaba, pero cam bió todo totalm ente, de un lado para o tro ” . Para estos hom bres, el con sum o de alco h o l en la socialización con la fam ilia de la mujer, especialm ente con los cuñados y el suegro, fue una m anera de encontrar la aceptación familiar. El alco h o l fue im portan te com o perm isividor de las afectiv id ad es que algunos de ellos vivieron desde su socialización primaria. La asociación entre alcohol y perm isividad em ocional se fue integrando en su construcción social com o una práctica normalizada para integrarse en grupos y que justificaba el ejercicio de la violen cia. En am bos casos, era un recurso que facilitab a la expresión de sus em ociones que m uchas veces en sobriedad no se atrevían a manifestar. Para Rodrigo, en las reuniones con los amigos el alcohol le permitía platicar sus penas: Me sentía frustrado [...] y empecé a encontrar una fuga en el alcohol; empecé a tomar y ya no me importaba estar con la gente, ni siquiera con mis hijos, ni siquiera con ella (¿Tenías algún amigo?) No, sí tenía, pero yo pienso que no eran amigos. Hoy ya no los frecuento, eran amigos para beber nada más; lo único que contaba con ellos era beber, el ir a platicarles mis penas; amigos que me apoyaban y me decían que yo tenía la razón, que por qué no la mandaba al demonio, finalmente salía muy motivado por el alcohol y por la motivación que ellos me daban, pero al llegar a casa se desvanecían los deseos de zafarme de esa vida. U n ejem plo m ás fue Ezequiel, para quien beber alcoh ol se relacionaba con un acercam iento a las m ujeres y a los com portam ientos violentos: El alcohol me desinhibía en un principio, tomaba una copa, iba sintiendo la evolu­ ción (¿Cómo te sentías?) Eufórico, me daba mucho deseo sexual, me volvía muy platicador, me volvía muy extrovertido, platicaba chistes y yo hasta me desconocía. Lo que no me gustaba al día siguiente era la cruda. Como que se fue creando un hábito

el hecho de que para, en una fiesta, integrarme, bailar, o ahora sí que aventarme a sacar a bailar a una mujer, siempre me ha dado miedo... no estar pensando, ¡ah!, está ha­ ciendo el ridículo, cómo bailas, la gente te está observando; yo bailando hasta sentía que bailaba bonito, tomaba y dejaba de sentirme criticado por mí mismo, como que me relajaba. En un principio mis etapas eran así, bien padre, ¡ah, un alcoholito!, el cotorreo, te la pasas bien, pero empecé a sentir que pasaban varias etapas al tomar, de la euforia me empezaba a sentir sentimental, ya sea con mi esposa o mis hijos y les daba discursos de horas, a ella le decía que la quería mucho y finalmente trataba de buscar una relación. Pero cuando a veces tocaban [los amigos] temas de agresividad, me empezaba a entrar la agresividad, empezaba a hablar de anécdotas de golpes, de agre­ siones, me convertía en agresivo, entonces decía, vamos por otra botella. Finalmente ya empezaba a tener muchos problemas constantemente, me golpeaba con la gente alcoholizado, hubo un tiempo que yo andaba armado, me daba por disparar al aire o amenazar a la gente y al día siguiente era un temor tremendo de lo que había hecho y ya no sentía deseos de tomar. El alcohol se usaba com o un recurso para enfrentar algunos miedos, como hablar en público o invitar a bailar a una mujer, evidencia que se contrapone al discurso social que señala que los hombres deben ser valientes y no sentir miedo, lo que corresponde más a un estereotipo que a los sentim ientos que ellos experim entan. El sistem a de evaluación al que los hombres culturalm ente se ven som e­ tidos para dem ostrar capacidades y habilidades an te hombres y mujeres, va form ando la idea de que cualquier acción que realicen pasa por una apro­ bación o desaprobación social. De aquí que el alcohol tam bién intervenga como un medio que le permite ser más tolerante consigo mism o ante la opinión de los demás. En ocasiones, como en Ezequiel, el hombre puede exagerar sus atributos, en especial aquéllos que considera que socialm ente son aprobados, pues la mayoría de los hombres tuvo una opinión devaluada de su apariencia física, lo que agudizaba su inseguridad frente a los dem ás. Los acercam ientos con el alcohol eran diversos. En Ezequiel, su afectivi­ dad era fluida y se ponía sentim ental, lo que tam bién ocurría con los amigos, y podía expresar verbalm ente em ociones positivas. A lgunas veces se atrevió a decir frases, com o “ te quiero mucho” , que no se perm itía decir en sobrie­ dad; pensaba que si lo hacía iba a ser interpretado por su esposa com o una

d e b ilid a d d e la q u e p o d íía a p ro v e c h a rse . T a m b ié n , b u sc a b a la in tim id a d c o n la p a re ja .

A lgunos dijeron que cuando consum ían alcohol su excitación sexual era mayor, por lo que buscaban la form a de tener relaciones con la mujer. La form a en que se acercaban a ella variaba por la can tid ad de alcohol y su estado de ánim o y hubo situaciones en que la mujer aceptó sus avances. Este fue el caso de A dolfo: Borracho era más cariñoso con ella porque llegaba a buscarla, era más cariñoso, porque borracho llegaba yo a buscarla en su mejilla, en la boca, lo que no hacía sobrio y, bueno, la verdad también había momentos felices; no los 22 años que llevamos de casados todo fue pelearnos. Cuando yo llegaba borracho como que ella se excitaba más (¿Cómo te ponías tú?) Peor en mi excitación sexual, el hecho de tomarme una cuba, una cerveza, me causaba más excitación a mí, yo llegaba y había veces que no discutíamos; yo borracho era muy... yo le llamo así, muy barbero con ella, ahí no me sentía humillado, porque yo si llegaba a tomar, bien borracho, y yo llegaba bien gustoso. Ella se preocupaba por mí, inmediatamente me iba a poner agua, hasta me bañaba, a veces si me bañaba todo. A veces no es que anduviera muy mugroso, pero me bañaba, porque a una mujer siempre le gusta que uno ande bien limpio, igual como a un hombre que una mujer ande bien limpia. Entonces ahí sí me iba como gustoso, no muy feliz, pero gustoso, bueno, me voy a bañar porque ella me lo está pidiendo [...] me secaba, me daba de cenar y me lavaba los dientes y ella me preparaba, no sé, un dulce, un chicle, porque sí, uno borracho huele muy mal, a vino, o lo que sea, y después de estar limpio, que ya no olía a cerveza, que ya estaba bien preparado, entonces ahí era cuando me insinuaba la relación sexual y lo hacíamos. Nos gustaba hacerlo; como que a ella le gustaba más hacerlo cuando estaba borracho yo, porque ella se excitaba, porque lo disfrutábamos los dos.15 C on el alcohol se daba paso a la realización de prácticas que en sobriedad no se hacían. Las actitudes cariñosas influyeron para que la m ujer aceptara 15 A d olfo señ aló que “b orrach o” lograba un mayor acercam ien to sexual con su pareja y posiblem ente el n ivel de alcoh ol con sum ido n o era elevado, ya que alguien muy alcoh olizado con dificultad puede sostenerse en pie. Se infiere que se trataba de una ingesta m oderada que le perm itía m anejar su cuerpo y su com po rtam ien to erótico, con el propósito de tener un encuentro sexual con la mujer.

tener intim idad sexual. En este contexto, ella tenía un papel activo al pre­ pararlo para la intim idad, lo que al parecer perm itía lograr un encuentro sexual placen tero para ambos. La im posibilidad de expresar la afectividad sin alcohol en los hombres es el resultado de una serie de pautas culturales donde a ellos se les entrena para expresar em otividades relacionadas con el uso de la fuerza física y la rudeza, y no así las de dolor, miedo, ternura y afecto. Éstas son m anifestaciones que socialm ente fueron lim itadas y, en cambio, eran permitidas a las mujeres. Por ejem plo, la abuela de José, cuando le pegaba, le decía, “ ¡mira cóm o le pego y no llora!, ¡éste es un hombre, no llora i” ; o Rodrigo, cuando su padre, ante un suceso que le causaba dolor y ganas de llorar, le decía, “ ¿por qué lloras?, eres m aricón o ¿qué te pasa?” Y también Ezequiel, cuya madre solía decir que “ a las m ujeres no les gustaban los m an dilones” . Estas prácticas de censura eran realizadas tanto por hombres com o por mujeres. El m ensaje era claro: un hom bre que dem ostrara su afecto o m iedo sería un hom bre débil y, por tanto, perdería autoridad y poder ante la mujer, los hijos y los demás. El alcohol perm itía expresar emociones positivas hacia ellos, pero lá vio­ lencia tam bién fue un com ponente de sus expresiones. El am biente m ascu­ lino y el alco h o l son una co m b in ació n en la que los hom bres explo ran diferentes form as de iden tificación con los pares, pero no siem pre son de aprecio y afinidad. C uando ellos se encuentran com partiendo en algún even­ to social y tienen cercanía con amigos, com padres, com pañeros de trabajo o familiares, creen sentirse identificados porque consumen alcohol y hablan de temas afines. Pero esto no invalida la posibilidad de que el alcohol tam ­ bién perm ita las expresiones de com petencia y rivalidad. En estas circunstan­ cias puede suceder que cuando se tiene algún desacuerdo, se busque resolverlo a golpes o se rete a los varones con quienes inicialm ente hubo identificación y posiblem ente h asta se llegó a considerarlos am igos.16

16 Ésta es una de las in terpretacion es que se detecta ante el h ech o de los h om icid ios entre hom bres (con ocid os) alcoholizados. C o n frecuencia se d an casos en que partir de una con viven cia social en la que los involucrados, aparentem ente, son “am igos”, termina en una afrenta que concluye con la m uerte de alguno de los sujetos. Es posible que entre hom bres alcoh olizados violen tos, siem pre esté en el horizonte la posib ilidad de responder con violen cia an te cualquier acción que sea in terpretada com o ofensa y pon ga en riesgo lo que para él representa su código de honor.

El com portam iento alcoholizado con los hombres giró en dos polos: entre la perm isividad de la afectividad y las expresiones de agresión y violencia. C on los am igos, un com portam iento u otro dependía de las circunstancias del consum o y dei grupo con el que se encontraba y del contenido del dis­ curso m asculino (com petitivo, retador, am igable), así com o del estado de ánim o. Asim ism o, el consumo de alcohol se realizó en circunstancias de malestar em ocion al. A dolfo in ició el mayor consum o de alcoh ol después del n aci­ m iento de su tercer h ijo, m om ento en que la relació n con Jo v ita estab a centrada en la aten ción hacia los hijos y empezó a sentirse rechazado: C uando yo estaba sobrio yo estaba intranquilo, inquieto, fum aba, me ponía muy nervioso, me m areaba a veces, yo no era com o feliz, más bien era com o infeliz; yo decía, cóm o puede ser posible que soy casado, que tengo una esposa, pero me siento rechazado por ella, no me quiere, no se acerca conmigo, no me toma en cuenta, entonces no soy feliz, todo lo veía triste, para m í no tenía significado la vida, la verdad a mí nunca me pasó por la m ente suicidarme o aventarm e al metro, no sé, no me generó eso; nada más lo que me generaba a mí, pensaba mentalmente, a mí me gustaría morirme, pero borracho, ahogado en alcohol, eso sí ío pensaba [...] Yo decía, mis herm anos no me encienden, mi madre tam poco me entiende, mi esposa tam poco me entiende, yo digo, entonces ya no tiene caso vivir, pues m ejor me m uero... por mis relaciones interpersonales con la gente, y borracho sí era feliz, borracho no me preocupaba ni del gasto, ni de mis hijos, ni de nada, bueno, entre com illas, porque estaba borracho y pensaba, m añana el gasto y m añana mis hijos y todo eso pero yo decía, m añana será otro día, ahorita no me quiero acordar de nada, soy feliz tom ando con mis amigos porque así sí me relacionaba con ellos, porque soy tím ido, me daba valor.

La alcoholización aparece como un intento de evitar ese malestar presen­ te en sobriedad pero que persiste aun estando alcoholizado. La v io len cia alcoholizada tam bién fue recurrente, y aunque no fue un requisito para que los hombres golpearan, tuvo algunas particularidades. El elem en to com ún es que la in gesta les p erm itió una m ayor apertura para expresar su m alestar y experim entaron un estado de mayor vulnerabilidad em ocional, por lo que las agresiones verbales bajo la influencia del alcohol eran frecuentes, a veces sin m otivo aparente, com o lo señaló Rodrigo:

C uando yo tom aba se me empezaba a venir precisam ente esa frustración, el poder ver no con la claridad con la que la veo ahorita, pero sí alcanzaba a dilucidar; sí era más sensible y alcanzaba a ver esa frustración, me percataba más de mi tremenda frustración que tenía yo al estar viviendo esa vida que yo no quería vivir; entonces podíam os estar sin problem as, pero al m om ento de tomar alcohol se me venía toda esa frustración a la mente y era autom ático y explosivo, ¡quítate de aquí, no quiero saber nada de ti, ni siquiera sé qué estoy haciendo con tigo!, y era empezarle a sacar el repertorio de todo lo que yo le decía y era decirle que estaba arrepentido, que estaba frustrado, que no sabía ni lo que quería.

En la violencia alcoholizada aparecen sentim ientos y em ociones de m a­ lestar que habían padecido desde años atrás, pero que con el alcohol se hacían más patentes, de aquí que cualquier pretexto para agredir surgía de manera “au tom ática” y “explosiva” . En este contexto, el alcohol en el ejercicio de la violencia más que ser un causal tiene funciones de catalizador y permisividor de las em ociones m asculin as.17 C u an d o Ezequiel señ aló que “ era en un m om ento in con trolable, no la medía; cuando tomo, la violencia fue en cuestiones explosivas” , destacó que al lado del término “explosivo’1 sr ubicara el de “ incontrolable” , y el hombre los usó con la intención — consciente o inconsciente— de colocarse como un sujeto con incapacidad de gobernarse a sí mismo; com o si la ingesta de alcohol diera como resultado otra personalidad totalm ente ajena a la que se tenía en sobriedad.18 17 S i bien el térm ino catalizador se usa principalm ente en quím ica, se retom a para ilustrar el sentido de aceleración y perm isividad que un sujeto violen to puede tener bajo la influencia del alcoh ol. C o n ello no se pretenden reducir las acciones m asculinas a una reacción m ecánica sino para enfatizar el carácter situacio nal y la inm ediatez que el com portam ien to violen to puede tener con la ingesta de alcoh ol bajo ciertas circunstancias. 18 Pero ei hom bre alcoholizado no es otro, ni ajen o a las características que tiene cuando no está tom ado, por el contrario, el varón con o sin alcoh ol posee atributos que desde siem pre han sido parte de él, pero en sobriedad las m aneja de otra m anera, sobre todo públicam en te, debido a una serie de con ven cio n alism os sociales y pautas culturales de género, que m ediante el uso de alcoh ol se vuelven perm itidas. En un estudio citado por M aiuro (1 9 9 1 :1 6 9 ) se com paró el co m ­ portam iento m asculin o alcoh olizado entre un grupo de hom bres que eran v iolen tos en el ám bito dom éstico y otro que n o lo era. S e observó que quienes eran violentos ejercieron violen cia en contra de la m ujer cuan do estaban alcoholizados y quienes no lo eran, su carácter n o se alteró por el uso

El argumento de que las acciones masculinas, como la violencia, devienen de un hombre “fuera de sí” es poco convincente y se utiliza como una justifi­ cación ante las prácticas violentas, com o señaló José al argumentar que cuando estaba alcoholizado “no veía las consecuencias” y “había una inconciencia” . O tros dijeron que el alcohol se usó para expresar enojo e insatisfacción por la n egativa de la mujer a tener relaciones sexuales, como Ezequiel: Generalmente me venía ese coraje cuando estaba tomado, porque no me había dado las relaciones [...] Cuando llegaba alcoholizado yo llegaba con el deseo de tener una relación, pero ella me mostraba una indiferencia absoluta, déjame dormir. Entonces yo buscaba algo espectacular, algo que me había pasado, grave para poder llamar su atención y justificar el que yo había tomado, fíjate que están por corrernos, en un principio sí me hizo caso; es que mira, yo te quiero mucho, dame una relación, ¡ay no!, te la debo, mañana, y eso me afectaba mucho porque yo pensaba que me recha­ zaba o que ya no me quería; ¡ah, órale pues!, estoy hasta eí gorro,.ya no te vuelvo a pedir nada, lo que voy hacer es largarme de la casa, lo que voy hacer es buscarme otra persona y te vas arrepentir toda tu vida, por eso uno se vuelve infiel, si te vengo a buscar es porque te tengo a ti y quiero estar contigo, pero si quieres también la puedo buscar afuera, hay personas que andan con otras y yo me he reservado con tal de estar contigo, quiero tener una relación y no me la das. La empezaba a manipular, a decir cosas que finalmente llegaban a convencería, a veces no. Y siento que ahí empezó haber problemas; había indiferencia y eso me mataba, entre más iba creciendo la indiferencia llegó un momento en que estallaba y reaccionaba violentamente. Finalm ente, otro elem ento que se detectó en la afirm ación de Joel fue con relación a que cuando llegaba tomado a casa esto lo hacía sentirse “ más m acho” y “más hom bre” y le permitía justificar sus acciones. Para Joel, llegar alcoho­ lizado a la casa era un recurso para argumentar y justificar que había estado con am igos .y enfrentar los cuestion am ien tos de la m ujer por ausencia del hogar o su arribo a altas horas de la noche.

de alcoh ol. C on form e a estas evidencias, argum entan los autores, es im probable que el alcoh ol transform e a una persona no violen ta en violenta. En con traste, el com po rtam ien to violen to con alcoh ol ya es vio len to desde antes.

La

p e r m is iv id a d s o c i a l d e l a v io l e n c ia m a s c u l in a

Los fam iliares y el entorno social consintieron prácticas en torno a la violencía hacia la mujer. Hubo tres prácticas que se vincularon a dicha perm isivi­ dad: la instigación, el enfrentam iento y la tolerancia y el silencio femenino. La in sd g ad ó n es una práctica que presenta formas sutiles para alentar un com portam iento m asculino que privilegia formas autoritarias y agresivas en la relación con la mujer. C pn frecuencia, las madres hicieron comentarios y tuvieron actitudes que dem ostraban el afán de impulsar a su hijo a ejercer el poder con su pareja, com o lo dijo José: U n a vez [Isabel] me alzó la voz delante de mi m amá, mi mamá se me quedó viendo, reacciona, José, dile cosas; reacciona y dile cosas, cóm o te dejas. Yo no Quería, te lo juro, yo no quería ser así, porque yo sabía que si era así golpeaba, o sea, perdía el control, no me iba a controlar, yo no quería ser así; yo no lo quería hacer, me causa mucha culpabilidad [...] y cuando estaba en la casa, que llegaba mi m am á, decía, oye, José, Isabel no ha levantado los trastes, pero dile bien, con voz firme, yo decía [con voz baja] Isabel, lava los trastes, decía mi m amá, ¡ay, José!

Las actitudes maternas se presentaron desde el inicio de la relación con­ yugal, lo que influía n otoriam ente en el com portam iento de José h acia su esposa en presencia de su madre: alzaba la voz, le daba órdenes y era agresivo con ella.19 Esto se reforzaba cuando José convivía con el padre de Isabel, que hacía com entarios en favor del com portam iento masculino violento: “C u an ­ do Isabel me decía, no te voy a servir más frijoles, o equis cosa, porque ya com iste m ucho, ¡ay, Jo sé!, decía el suegro, ¡ya parece que Ju an a me va a decir eso, yo agarro y le pongo un guamazo!, entonces decía él, sírvele, sír­ vele. Yo nada m ás me le quedaba viendo y me servía” . 19 Finkler (1 9 9 7 ), en su estudio sobre violen cia dom éstica, presenta datos que evidencian cóm o la madre del hom bre agresor llega a proteger a su h ijo dicién d ole a la esposa que no perm itirá que le diga cosas “ m alas” ni que se queje de él. La interpretación de la autora es que las actitudes de la madre parecen dem ostrar que está orgullosa del “m achism o” de su hijo y que este orgullo “ reafirme su autoridad y posición com o m ujer” , en tan to que es la madre de un hom bre m acho. Posiblem ente estas m ism as ideas subyacen en el im aginario de madres, com o la de jo sé , que instiga ai com por­ tam iento agresivo de! h ijo.

El discurso de la m adre de José se tom aba con seriedad deb id o a que ocupa una jerarquía mayor y seguía teniendo dom inio sobre él y algo similar ocurría con el discurso del suegro, quien, de m anera m ás directa, se refiere a la permisividad del ejercicio de la violencia ante cualquier cuestionam iento de la mujer. A m bas eran formas de influir en el com portam iento del hombre y reproducir la subordinación fem enina y el predom inio m asculino. H ubo enfrentam ientos que surgieron cuando la violencia se hizo más aguda y algunos fam iliares se enteraron y em prendieron algunas acciones, que las más de las veces era la pronunciación de un discurso por la no violencia. Sin embargo, tam bién este discurso contrastó con acciones que, lejos de buscar alguna solución, term inó con prácticas am bivalentes que se plasm aban en una indiferencia o tolerancia hacia la violencia. H ay ejem plos en que algún m iem bro de la fam ilia (de la m ujer o del hom bre), al enterarse de los episodios de violencia, buscó persuadir al esposo para que dejara de agredir a la mujer. A sí pasó con la madre de Rodrigo, quien llegó a ser testigo del m altrato que su h ijo ejercía: Fuimos a la casa de mi madre, llegamos y yo me empecé a quejar, empecé a platicarle delante de la que era mi esposa y de repente me empecé nuevamente a excitar, me empecé a enojar y la empecé a humillar delante de mi madre, la empecé agredir, le empecé a decir que no valía la pena (¿Que hizo tu mamá?) Pues al principio no dijo nada y después me dijo que si no la quería que la dejara, que si no la quería que la dejara de hacer sufrir, en aquel entonces me dijo, eres igual a tu padre pero, ¿sabes qué?, ya déjala, si no la quieres ya déjala, y yo decía, no. A lgo sim ilar sucedió con Adolfo: Cuando yo le estaba gritando por diferentes cosas y mi madre se daba cuenta, iba mi madre y me quería llamar la atención, pero yo siempre le dije a mi madre que no tenía derecho a meterse en mis problemas, mi forma de ser con mi madre también era muy agresiva, yo no aceptaba que mi madre me llamara la atención, terminaba peleando también con mi mamá, discutiendo, diciéndole que me dejara, que yo ya estaba lo suficiente grande como para saber las cosas que tenía que decidir con mi esposa y con mis hijos. Mi madre, pues se enojaba conmigo y me dejaba, no se metía mi madre.

En varias ocasiones, R odrigo y su suegra se enfrentaron sin un im pacto favorable en la relación conyugal, por lo que también term inaba en una afrenta contra la suegra. O tro ejem plo de confrontación es el que José tuvo con su cuñ ado: Un hermano de ella es muy violento y siempre la defendía a ella, entonces empezamos a tomar este cuate y yo, y salió precisamente lo de Isabel, ya me dijo que la tratas mal, que la golpeas, ¿sabes qué?, a mí me vale, ya estábamos borrachos y este cuate había mandado gente al hospital, dentro de mí me dio miedo, era bueno para los golpes; empezamos a discutir y fue tal la discusión que a mí me empezó a dar mucho coraje. Nos empezamos a pelear, destrozamos la mesa del comedor y trataron de detenernos, ni a él ni a mí nos pudieron detener, recibí golpes de él y él de mí, Isabel se sentó en mis piernas y la mamá lo trató de detener, el papá ya estaba muy borracho, ya estábamos con la camisa rota; hubo violencia, nos lastimamos, pero porque él se enteró. Su familia de ella siempre ha sido muy respetuosa hacia la vida de ellos, pero este cuate quería mucho a Isabel. Este cuate trató de intervenir y sí hubo pelea, pero borracho. La violencia desatada por la supuesta defensa de la mujer termina provo­ cando otro evento de violencia. En estas circun stancias, la con frontación con el hombre resulta estéril porque las acciones destinadas a ello están in­ sertas en una dinám ica violenta que derivan en otros enfrentam ientos: hom ­ b re-m ujer y h om bre-hom bre. O tra afrenta que tam bién podría ubicarse en el apartado de instigación es la de Jo sé cuando su suegro se enteró que había golpeado a Isabel: El padre se enteró que yo le había pegado a Isabel en una ocasión y que nos andábamos separando por primera vez; me dijo el señor, a ver, José, ven para acá, ¿es cierto que le pegaste a Isabel? Le dije, sí. ¿Por qué le pegaste? Es cosa que no le importa, usted no se debe meter en las cosas de nosotros. Es mi hija. Pues a mí me vale que sea su hija, pensé, no me voy a humillar, pero tuve miedo. Sacó la pistola y cortó cartucho y dijo, aquí te mueres, aquí te vas a morir porque agrediste a Isabel. Dije, usted no es tan macho como para agredir; por dentro decía, no te humilles, José, por qué ío vas hacer, casi me cuesta la vida pensar así, estuvo a punto de disparar. Al mes hubo una fiesta, nos volvimos a encontrar, llegué alcoholizado por ella y cuando el padre me vio entrar, se levantó, me dio un abrazo y me dijo, te admiro, José, por lo macho que

eres, que no le tuviste miedo a la pistola, te adm iro por eso. M ira, Isabel anda bailando con este cuate, sácalo a golpes y yo te apoyo, a ella tam bién le vas a ordenar. Ya com o m acho tenía todo el derecho de hacerle eso a su hija; eso me dio derecho para seguir golpeando a Isabel. Yo saqué al cuate ese y me puse muy brabucón y ella me empezó a gritar y yo tam bién le em pecé a gritar, el padre dijo, respetas a José. Tuve la imagen del padre que no se deja, que no se deja dominar, que no le tuvo miedo a la pistola, la yerdad es que sí le tuve miedo a la pistola.

Lo que se puede leer en estas acciones, más que la defensa de la mujer, es una lucha intragenérica. Para José era im portante dem ostrar valor y no hum illarse frente a su suegro, lo que term inó en una adm iración del suegro porque no le tuvo m iedo a la pistola (aunque sí lo tuvo, no lo dem ostró). La acción lo colocó como un hombre temerario. Este episodio concluyó con la tolerancia del ejercicio de la violencia en contra de Isabel, ya que inmediatam ente después de la m anifestación de adm iración, el suegro instigó de nuevo a la violencia en aras de demostrar su valor y dom inio frente a otros hom bres y m ujeres. Por último, la tolerancia a la violencia es una práctica que puede presentar diversas formas, como la indiferencia, aspecto generalizado entre los fam ilia­ res. U n ejem plo es A dolfo cuando en una ocasión le dio una cach etada a Jovita porque pensó que se había salido de la casa: “M e dijeron mis compadres, ¿sabes qué, compadre?, andas muy tomado, mejor vete para la casa, reacciona y m añana que estés tranquilo vienes por ella. N o es que me la hayan quitado sino que me dijeron, pues mañana vienes por tu mujer, pues es tu esposa, ni nosotros queremos aquí a mi hermana, porque ella está casada con tigo” . El actuar de los cuñados representa una forma de permisividad de la violencia m ascu lin a. Los cuñados lo d eslin dan de la resp o n sab ilid ad de sus agresiones al pedirle que se vaya a su casa, se tranquilice, ,y restarle impor­ tancia al hecho violento en contra de la mujer. M ás aún, com o lo muestra la últim a frase, los cuñados enfatizan su interés por m antener la unión pese a los golpes, por lo que en ningún m om ento se cuestiona la violencia como' m otivo de san ción o separación. . O tro caso es el de Joel, quien golpeó a Lucía porque le dio perm iso a su hijo de salir con su padre biológico, lo que lo enfureció. Después de la agre-

sión, la m ujer buscó apoyo 'en una tía que antes h abía intercedido en los conflictos de la pareja: Una tía de ella me dijo, todos mis hermanos quieren hablar contigo para ver qué pasó, le dije sí, yo pensé que estaban molestos conmigo (¿Y qué te dijeron ellos?) Que estaba en mi razón, que cómo permitía que ese buey se llevara a los niños sin pedirme primero autorización a mí, que durante cinco años había estado manteniéndolos, sacándolos adelante, haciéndoles casa y todo para que otro nada más viniera y los paseara. Esto fue con los tíos de ella porque no tiene hermanos, fue la plática que me dijeron, y eso no es nada, nosotros ya aquí la regañamos, ya le dijimos, pero queremos hablar contigo, hiciste bien, pero que no se te pase la mano. Llam a la atención que el cuestionam iento de los tíos sólo se dio por la intensidad de los golpes, esto es, ellos toleraban la violencia de Joel por el interés de que siguiera h acién d o se responsable de la fam ilia com o padre adoptivo, con mayor poder que Lucía. El silen cio fem enin o es otra p ráctica de toleran cia h a cia la violen cia masculina. Este colabora a que el hombre no se sienta amenazado por la in­ tervención de otros familiares, amigos o autoridades en la defensa de la mujer, com o pasó con A dolfo: Ella siempre me solapó mis pleitos, yo una ves le dije, si quieres ve y dile a tu mamá que yo te pegué, no me interesa, y también si lo saben tus hermanos no me interesa, y una vez me dijo, ¿sabes qué, Adolfo?, si quieres mátame, hazme lo que quieras, pero yo jamás voy a decirle a mis hermanos que tú me pegas. Yo le dije, ¿por qué no le vas a decir a tus hermanos?, ve y diles, y ella me dijo, yo no le digo a mis hermanos, no tanto porque vengan y te peguen a ti sino porque cuando yo me salí de mi casa fue para siempre. Ella hablaba en el sentido de que al salirse de su casa, aí casarse conmigo, ella ya no tenía que meter problemas a su casa, con sus hermanos [.,.] Ella siempre trató de cubrir ese tipo de cosas porque su mamá y sus hermanos también son de rancho, son personas que por sus creencias, por sus tradiciones de pueblo creen que un ma­ trimonio no debe descomponerse, de tronar en las relaciones. Si para mi suegra y para mis cuñados alguna de sus hijas llega a divorciarse, ¡uuuy, eso para ellos es, no sé!, ¡su prestigio a lo mejor de familia! [...] algo que sí tenemos los dos es que nunca nos gusta que se metan los familiares en pleitos de ella y yo, cuando discutíamos cerrábamos

la puerta, pero a veces sí se'daban cuenta mis hijos, pero no nos gustaba que escuchara mi madre o mis cuñadas o mis hermanos.

También, el silencio femenino involucró tanto al hombre como a la mujer. Se convirtió en una suerte de pacto en donde, y a pesar de evidencias físicas del m altrato, se recurría a la mentira para evitar que los demás se enteraran, com o con Rodrigo: “En una ocasión la golpié en la cara, la dejé muy marcada de la cara y, bueno, por algunos días ella ya no salía de la casa, pero cuando finalm ente tuvo que salir, yo tenía miedo, pero yo tam bién le com enté que no le fuera a decir a nadie y ella fue a su casa y les dijo que se había caído de la escalera, que iba cargando al niño y por no golpearlo puso la cara” . A sí, el silencio fem enino es una acción com plem en taria a la violencia m asculina y, sin duda, la práctica más perniciosa que la prolonga por años. El hom bre puede tener m iedo de que otros se enteren, pero m antiene una postura dom inante, retadora y muchas veces m anipuladora para conservar el dom inio sobre la mujer. En esta práctica hay elem entos socioculturales que se convierten en aliados de este silencio, por ejemplo, la idea del matrimonio para “ toda la v id a” , la creencia de que una mujer se devalúa debido a una separación conyugal o el valor que hom bres y m ujeres le otorgan a llegar “virgen” al matrim onio. Por todas estas razones, en el que el silencio fem e­ nino tam bién es un asunto relacional en el que es necesario desarticular mitos y prejuicios que subyacen en las representaciones de género. Por muchos años, el silencio de la mujer también estuvo influido por factores com o la lejan ía geográfica de la fam ilia de la m ujer y por la carencia de apoyo de parientes y amigos y la propia dinám ica conflictiva con la familia de origen. Si bien las mujeres mantuvieron en secreto la violencia de que eran objeto, al final de la relación expresaron su situación en diferentes instancias, en algunos casos de carácter social y, en otros, con las amigas. La

ruptura

conyugal

La v io le n c ia m ascu lin a se ejerció con m ayor rudeza cuan do las m ujeres em pezaron a tener un com portam ien to diferen te al que por añ os habían registrado. Su defensa ante las agresiones físicas y verbales era mayor y con ello los intentos de som etim iento, lo que generaba en los hombres un mayor

m alestar, producto de ia im potencia an te un com portam ien to que, com o algunos señalaron, ya no podían controlar, com o Ezequiel: Ella entró a una escuela de baile, eran puras amas de casa, la persona que les daba clases era como muy liberal, era mujer, y a pesar de que era muy grande tenía buen cuerpo, tenía mucha personalidad, les hizo vivir, yo así lo veía, lo pensaba, les hizo ver un mundo distinto al de ama de casa, inclusive ella me lo llegó a comentar, ya no voy a ser el ama de casa, la sumisa, la abnegada, la que espera que llegue el marido borracho a pedirle una relación y que, si no, la golpea; no, se acabó eso, ahora soy ésta, me gusta bailar y voy a bailar; me gusta ir con mis amigas y voy a salir, y si quiero ir a tal lado, voy hacerlo, ya no me lo vas a impedir. Eso me empezó a generar mucha inseguridad; yo empecé a pensar, se está deslumbrando con todo lo que está viendo, empezó a tomar, empezaba a fumar; el cigarro lo traía para todos lados, empezó a comprarse ropa más llamativa, empezó a arreglarse, a cambiar su “luk”, su peinado, todo y eso me producía mayor inseguridad, yo empecé a imaginar que ella andaba con ese tipo de hombres que traían dinero, que traían buenos coches, que la traían pasean­ do y [...] le decía, te voy a quitar a los hijos, te voy a quitar la casa, te voy a acabar si continúas así, y eso fue una situación que generó mucha violencia entre ambos, finalmente terminaba yo mal porque veía que no la podía controlar. El sentim iento de celos seguía generándose a partir de una figura m ascu­ lina imaginaria, pero, con el tiempo, algunas mujeres empezaron a tener citas con hombres que derivaron en mayores conflictos y que anunciaban la rup­ tura conyugal. Ezequiel narró su experiencia: En una ocasión la fui siguiendo, se entrevistó con una persona y quería echarles el coche, atropellarlos, me bajé y le reclamé a pesar de que esta persona era karateca, no me importó. Ya sospechaba que salía con él, la fui siguiendo y lo confirmé, entré en un remolino de locura, yo creo que si hubiera tenido una pistola le hubiera dis­ parado, pero no traía. Hice como que si iba a sacar una pistola y se echó a correr y le empecé a gritar, ¡te voy a matar el día que te vea! Y a ella la empecé a amenazar también y ya después me empezó a entrar mucho miedo, ¿qué hiciste?, como que dije, ya no puedo controlar mis emociones.

En José las salidas de su esposa tam bién lo hacía sentirse cada vez más inseguro y celoso: Isabel me contaba mucho de un microbusero de combi que la iba a dejar a la guardería de mi hijo. A mí me contaba todas las incidencias de los de la ruta, ya no me conta­ ba del trabajo sino de eso» era un cuate de barba, alto, delgado, le decía, se me hace que andas con e! barbón, y decía, ¡ay no, José!, tendré malos ratos, pero no malos gustos; empecé a ver un cambio en ella y ya no me platicó de él y dije, ¿qué pasó?, empezó a entrarme duda, celos; se me hace que anda con ese cuate, empecé a vigi­ larla, empecé a tener cada vez más celos, más celos; empecé a descuidar el trabajo, ya no podía concentrarme. Hubo un lapso de calma, pero indiferencia por parte de ella, yo me seguía metiendo en el trabajo, pero con mucha duda, pensaba que me estaba engañando, pero no quería pegarle ni hacerle nada; yo quería averiguar qué estaba pasando, empecé a observar desde cómo se ponía su ropa interior, cómo se pintaba; le hablaba a su trabajo, le hablaba a las niñas para ver a qué hora llegaba, por qué parte llegaba. Mi mente empezó a descuidar el trabajo y a cuidar la situación de ella, tenía lapsos de celos terribles, pero yo no quería agredir porque estaba inseguro. Cuando empezó a suceder eso, empecé a descuidar todo. Ya no tenía a mi madre, ya no tenía amante. Ya no tenía nada [...] Una vez empecé a revisar su bolso... y se me iba acumu­ lando todo eso hasta que llegó un momento que no pude; se me hace que me engañas, eres una desgraciada, eres una puta, y le pegué muy fuerte y me dice, en tu vida me vuelves a tocar, ya no voy a soportar que me pegues; yo decía, sí me engaña, sí me engaña; yo empecé a tener ese tipo de obsesiones hasta que llegó un momento en que llegué un domingo a la casa de su mamá y siempre me recibía Isabel muy bien, pero esa vez hizo una cara... cuando me vio y dije entre de mí, se acabó el amor, se acabó el amor, y yo me sentí muy mal y ya cuando nos regresamos veía el rechazo de ella; eso era lo peor que me podía hacer ella. A un cuando la ruptura era inm inente, José se resistía a creer que Isabel lo aban don aría y que ella estaba por iniciar una nueva relación. La mujer empezó a romper el ciclo de la violencia y a pronunciarse en contra de los golpes, lo que fue interpretado para el varón com o “se acabó el amor” , cuan­ do lo que se había term inado era la disposición de la m ujer a seguir sopor­ tando los golpes.

Para José, esta situ ac ió n ’era vivida con angustia porque no quería dejar a Isabel. Su padecer em ocional se agudizó cuando ella le solicitó el divorcio; pero éste se lo negó y prom etió cam biar su com portam iento. C ab e señalar que en este corto periodo en que José intentó reconquistar a Isabel, aceptó realizar labores que a lo largo de la convivencia se había negado, o que sólo h acía para lograr el perdón después de un episodio de violencia: Me levantaba por la leche de la Conasupo, bañaba al niño, empezaba a lavar mi ropa, limpiaba la casa, como una manera de buscar el perdón por todo lo que le había hecho y decía, ve el cambio, Isabel, ve eí cambio. Fui al centro y busqué el mejor perfume para ella, se lo compré, era una locura, porque yo además tenía ganas de.,, una vez estaba dormida y tuve ganas de ponerle la almohada y matarla, era tal la desesperación que sentía; te estás viendo igual que tu padre, ve cómo estás muy mal, era estar con muchos dolores de estómago; decía, no debes tomar, no debes irte de parranda, no debes hacer nada, ni como tomador social; en eí trabajo empecé a ser más descuidado, le dieron el gerente de zona a otro, para mí fue la decepción más grande. Un día me dijo, voy a una despedida de soltera, te quedas con los niños; como veía que estaba complaciente, te quedas con los niños, y me quedé todo el día con los niños. Cuando regresó ella, yo estaba levantando los trastes, llegó con algunas copas; me dijo, ¡qué bonito amo de casa!, cómo te ves con mi babero; en ese momento tuve ganas de golpearla, de deshacerla; me quité el babero y me fui a la recámara y fui a dar un puñetazo en la pared; no se vale enojar, dijo. En ese lapso también tuvimos la última relación; había pasado meses y yo sin relación. Un día me fui con los cuates a jugar dominó, me tomé unas cuantas cervezas, no me emborraché; no había cómo regresarse y me quedé. Y cuando regresé me dijo Isabel, ¿sabes qué, José?, ya para nada. La forma en que intentó resarcir el m altrato que había ejercido en contra de Isabel durante m uchos años fue realizando prácticas que desde su representación estaban alejadas de lo que para él significaba ser hombre esposo. También, la conducta de la mujer fue más permisiva hacia las reuniones sociales y el consum o de alcohol, aspectos que no aceptaba el varón y que fueron detonantes de su malestar, que derivó en violencia en contra de sí mismo, por ejem plo, cuando se golpeaba los puños contra la pared. El m alestar m asculino en esta etapa de la convivencia conyugal fue crítico, pues eí hombre había perdido control sobre las acciones de la mujer y,

por tanto, su poder y dom inio. Esto cuestionaba su valor, como socialm ente lo había construido. La ruptura conyugal estuvo m arcada por el últim o episodio de violencia donde algunas m ujeres em prendieron accion es en defensa de su persona y reiteraron su decisión de querer term inar con el abuso. De los cinco casos, en tres de ellos hubo separación definitiva (Rodrigo, Ezequiel y Jo sé). Después de la últim a agresión y consecuente ruptura, los varones buscaron apoyo en la agrupación de N euróticos A nónim os. En los otros dos (Joel y A dolfo), la pareja perm aneció unida después de la últim a agresión. A dolfo señaló que posterior a este evento buscó ayuda en esta m ism a agrupación, a partir de entonces y hasta el m om ento de la entrevista, habían pasado nueve años en que no agredía a su esposa. Por su parte, Joel apenas tenía un año de haber parado su violen cia y tenía siete meses de asistir a un grupo para hombres agresores. En Ezequiel, A dolfo y Rodrigo, el últim o episodio se caracterizó por la defensa de la mujer e intentos de agresión física en contra del hombre, pero Ezequiel resulta ilustrativo: La última fue cuando ya no la podía controlar a ella [...] ella pensaba, ¡ah, tú llegas noche, entonces yo voy a empezar a llegar noche; empezó a salirse con sus amigas, se iban a tomar el café, la copa [...] En una ocasión dieron las tres de la mañana y no llegaba, dieron las cuatro y oí que llegó un coche, venía bien arreglada y dijo, quiero hablar contigo, y yo empecé a perder ya; la forma en que ella me hablaba, la manera de retarme, como que los ojos se me empezaban a nublar, a secar la garganta, ya no podía controlar las emociones entre más había una respuesta agresiva hacia mí, a lo que yo le preguntaba. Decía, no te voy a permitir eso, tú sales de aquí de la casa y llegas a esta hora y no vuelves a entrar. Dijo, ¡ah, ya se acabó eso!, yo también estoy hablando en serio, aquí ya se acabó de que me pegas, se acabó la pendeja. Y para mí fue eso un reto. Estaba recargada en la cocina y abrió el cajón y sacó un cuchillo y eso me enardeció más; a mí ya no me importaba ni el cuchillo ni lo que hubiera sacado, yo ya estaba totalmente fuera de mí y me le acerqué y le dije, ¿me vas a matar?, órale aquí estoy, me puse en frente para que me hiciera algo con el cuchillo, yo veta que le temblaba la mano y le arrebaté el cuchillo y se lo quité; le dije, a mí no me vas andar amenazando, y le solté los golpes y se me echó a correr; se subió a su coche y lo quería echara andar y yo iba atrás de ella. Eran las cuatro de la mañana, iba totalmente fuera

de mí, empecé a gritarle que 'se detuviera y no me hizo caso y al ver que no podía detenerla subió el vidrio de la ventanilla, subió el botón y ya perdí totalmente y empecé a dar golpes al parabrisas y se lo rompí; al sentir miedo, ella abrió la puerta y la bajé y la jalonié; estaba fuera de sí ella también, estaba chillando y gritando y se echó a correr sobre la calle; pasó un coche, le hizo señas, se paró, se subió y yo me eché a correr atrás del coche para ver si la alcanzaba, porque no sabía ni con quién se había ido, y se fue. Yo me subí a su coche y en ese momento me vino a mi mente, ¿qué acabas de hacer?, ¡acabas de agredir nuevamente!, la golpeaste, qué le va a pasar, no sabes ni con quién, la van a violar, le van hacer'algo y me empecé a sentir culpable, y pensé, ¿sabes qué?, agarra el coche y estréllate en la pared o io que sea. Afortunadamente me fui al grupo y me quedé ahí. A partir de ese día me salí de mi casa y no regresé. Fue la última agresión física que le hice. C abe señalar que antes del últim o episodio de violencia la pareja ya había tenido una breve separación. En este lapso, él decidió entrar a un grupo de N euróticos A nónim os para m anejar sus em ociones y abandonar sus prácticas violentas; sin embargo, éste era apenas el primer paso para revertir un pro­ ceso que le h a llevado más de diez años. U n a acción sim ilar la llevó a cabo la pareja de A dolfo, quien tam bién intentó agredir a su esposo: En una ocasión, no recuerdo por qué, pero estaba muy borracho discutiendo con mi esposa, cuando mis agresiones verbales y físicas ya eran más fuertes, mi esposa ya no se dejaba cuando yo le quería pegar, ¿sabes qué, Adolfo?, ya basta que siempre me estés diciendo, reprochando, pegando, discutiendo, ¡ahora no!, y ten mucho cuidado con pegarme, y se me ponía bien así... y yo le iba a pegar, pero que agarra unas tijeras y que se me pone y que me las entierra aquí [señalando la mano izquierda] de hecho sí me abrió tantito en una vena, poquito, poquititito, entonces dije, ¡Dios mío!, ¡ja­ más!, y desde ahí ya no la agredí. Este com portam iento de la mujer le permitió darse cuenta que ella tam ­ bién podía defenderse y ocasion arle dañ o físico. A partir de ello, A d o lfo empezó a tener insom nio y m iedo de que lo volviera agredir físicam ente:

Yo caí en mucho insomnio, ya no dormía bien porque decía, ahorita me picó así quedito y si discuto con ella y le pego, no; porque ella me dijo un día, si la próxima vez me haces algo, sí te las entierro. ¡Ah!, yo dije, ¡ya no duermo!, y ya no dormía; yo la veía durmiendo y decía, qué tal si no está durmiendo y al rato que me duerma me las entierra, entonces así llegué al grupo, con mucho insomnio; ya no duermo, ya no duermo, era estar piense y piense, o sea, bien inseguro, ¿me las enterrará o no me las enterrará?, como una película, como que en un sueño que yo quería saber el final, si al fina! de cuentas me las enterraba o no me las enterraba. Éste fue el inicio de una cadena de m alestares físicos y em ocionales en A d o lfo en donde se co n ju g aro n diversos factores, tale s com o un m ayor consum o de alcohol, dificultades económ icas y, sobre todo, pérdida de poder sobre la mujer y el sentim iento de amenaza por la actitud defensiva de ésta. En Rodrigo, la ruptura conyugal estuvo pautada por la defensa de la mujer ante las agresiones y la decisión de levantar una dem anda en contra de él: “ Finalm ente una de nuestras últim as golpizas concluyó con el hecho de que ella se quería separar de mí. Ella sí puso una dem anda para que yo no trie pudiera acercar a los niños, no me pudiese acercar a ella, porque ella llegó a tener m ucho miedo, incluso ya después llegué a ir a la casa con alcohol, desquiciado y, bueno, te puedo decir que ella intentó m atarm e con un cu­ chillo” . Rodrigo vivió en la casa de su madre durante algún tiem po pero ante los constantes enfrentam ientos con ésta y sus hermanos tuvo que abandonar la casa m aterna y empezó a vivir solo, lo que fue uno de los m om entos más agudos en su padecer. La ruptura de José con Isabel se dio porque ella le solicitó el divorcio; al parecer ya sostenía una relación con otro hombre por lo que el matrim onio se deterioró aún más y se precipitó la ruptura. Por último, Joel, la últim a vez que la agredió, se salió de la casa algunos días m ientras ella buscó ayuda en el C entro de A ten ción Integral a la M ujer ( c i a m ) . C u an d o él vo lv ió, Lucía trató de con ven cerlo para que tam bién buscara ayuda y evitar la separación definitiva. D espués de unos meses de insistir aceptó acudir al C olectivo de H om bres por R elacion es Igualitarias, A .C , (C O R IA C ).

En el últim o episodio de violencia se conjugaron varios elem entos que en traro n en c o n flic to con la form a en que se h a b ía llev ad o la relació n

intergenérica de poder/subordínación. Lo que más destaca son los cam bios en el com portam iento femenino, la defensa de la mujer y, en algunos casos, la decisión de separarse de la pareja. Estos fueron los signos m ás evidentes del d eb ilitam ien to de la su bordin ación y del lím ite del poder y la v io len cia masculina. Para estos hombres, la ruptura hizo visible las tensiones entre las representaciones masculinas y las prácticas fem eninas vividas bajo un cons­ tante malestar. C on la ruptura conyugal se desquebrajaron los ejes que, según ellos, les daba valor com o hombres. El ejercicio del poder y la violencia en contra de la mujer les había permitido, durante muchos anos (aunque de manera con ­ flictiva y con padecer), verse y sentirse com o varones dom inantes y pode­ rosos, lejos de una posición subordinada o débil, como la que tuvieron cuando fueron niños. La relación de pareja les otorgó cierta seguridad. A su lado tenían una mujer que pese a las agresiones continuaba en la relación (aunque frente a esto tam bién había una permanente inseguridad y miedo al abando­ no). A lgunos tuvieron que enfrentar el abandono de la m ujer (los hijos e h ijas); otros buscaron ayuda para aprender a convivir sin violen cia y para darle respuesta a su malestar. Pero lo más difícil fue reconocerse como hom ­ bres violentos y empezar a reflexionar y trabajar sobre su violencia padecida y ejercida a lo largo de su vida.

REFLEXIÓN FINAL

S

obre los hom bres violentos aún quedan interrogantes por responder: ¿hasta qué punto estos hombres cam biaron sus prácticas violentas por formas equitativas, dem ocráticas y amorosas?, ¿qué dificultades enfren­ taron para establecer una nueva relación de pareja?, ¿cómo vivieron el pro­ ceso de integrarse a los grupos de autoayuda, hablar de su problem ática y asum irse com o hom bres violentos?, ¿hasta dónde estos hom bres com parten sim ilitudes con los no violentos y cómo ejercen estos últimos el poder y la autoridad?. 1 La socialización representó en la construcción de los hombres violentos un puente de unión entre la estructura social jerárquica y discrim inatoria vigente, que se traduce en creencias, valores, costumbres, estereotipos, dis­ crim inación y ejercicio autoritario de las decisiones, y la form a en que se entretejieron las relaciones de género en la familia, el entorno social y en la posterior relación hombre/mujer. Las narraciones m asculinas que se presen­ tan en este libro mostraron cómo se vivieron y padecieron las jerarquías y los sistem as de privilegio que favorecen lo m asculino sobre lo fem enino, pero también evidenció la discrim inación por motivos de edad, diferencias físicas y capacidad es. A un cuando los hombres nacieron en una estructura que les reservó estatus y privilegios, durante la infancia padecieron la violencia. L a fam ilia, el ve­ cindario, la escuela y la calle fueron espacios en los que se ejercieron relacio­ nes de poder/subordinación. La intim idación y el m iedo eran los recursos para hacer funcionar la autoridad. N o importaba quiénes eran los involucrados en la relación: madre/padre; m adre/padre/hijos; herm anos/herm anas, m aes­ tro/alum no, n iñ o /n iñ a, esp oso/esposa; el con ten id o era el m ism o: tom ar ventaja de la posición social, edad y jerarquía.

La fam ilia y el entorno’ social los preparó para que en la vida adulta h i­ cieran uso de la fuerza física como una prerrogativa que veían en el padre y en los adultos que lo rodeaban. Por ello, la v io len cia en la vida de estos hombres no se constituyó com o una práctica aislada, eventual o fortuita sino fue el tipo de relación que prevaleció durante su trayectoria social. Fue la herram ienta para resolver conflictos pero tam bién la que socialm ente estaba p erm itida para los hom bres para en fren tar el m iedo y com o parte de su definición de ser hombre. Se pudo constatar que no en todos ellos la violencia en la niñez fue una constante para la aparición de la violencia en la vida adulta — como el caso de José, quien declaró que no hubo violencia física en su casa— , por lo que sus repercusiones son más am plias que esta sim ple asociación. La conexión no puede reducirse a haber padecido violencia en carne propia, pues además existen significados dentro y fuera del hogar respecto al uso de la fuerza física y el ejercicio del poder. . Los golpes en el cuerpo, malos tratos, groserías, hum illaciones y el abuso en el consumo de alcohol y la violencia patrim onial y sexual fueron la síntesis de una con strucción social m asculina problem ática, am bivalen te, con d is­ cursos contradictorios provenientes de hom bres y mujeres, y la que generó una trayectoria de conflictos y malestar que no encontraron solución. En este con texto , ser hom bre pasó por diversas con dicio n es: evitar ser som etido, provocar m iedo en vez de sen tirlo, dom inar en lugar de ser dom in ado e imponerse ante quien se veía como un ser débil. Por ello, la imagen mascu­ lina había que construirla, reafirmarla; era una cuestión que se ganaba o se perdía, com o lo señalan Cornw all y Lindisfarne. El género pautó tres características de la relación intergenérica asim étrica y guardaron una estrecha similitud con lo practicado en la fam ilia de origen. La primera se refiere al desempeño de prácticas dom ésticas y extradom ésticas segregadas en las que hay distinciones tanto en el valor asignado a cada trabajo com o en el ejercicio de las libertades. En los entrevistados persistía la idea de la sujeción fem enina al trabajo dom éstico y la m asculina a la práctica de i proveedor. L a segunda está anclada en la desigualdad de libertades en don ­ de se buscó controlar y restringir las acciones fem eninas, inm ersa en sen ti­ m ientos de celos y m iedo al aban don o fem enino. La tercera se refiere al padecer m asculino que se asocia a una imagen m asculina problem ática, en

la que aparece el temor a identificarse con un hombre débil y subordinado, pues gran parte del prestigio radicaba en las acciones fem eninas. En este senti­ do, los hombres señalaron el temor de que su pareja tuviera relaciones extramaritales con otro hombre. El mayor cuestion am ien to era la vergüenza a ser criticados por las personas de su m edio social, ya que se pondría en entre­ dicho dos aspectos fundam entales de su imagen: su capacidad sexual y como proveedor. Por su parte, el consumo de alcohol fue un permisividor de las emociones m asculinas; era el medio para expresar la afectividad que en sobriedad no se perm itían por prejuicios y estereotipos de género. El alcohol estuvo presente en las diferentes etapas de vida de estos hombres. C om o facilitador para el acercam iento físico y em ocional con los ñiños, para abrazarlos, acariciarlos, jugar y platicar, o para acercarse a la esposa, buscar intimidad sexual y decir palabras cariñosas. Durante la juventud ayudó a la socialización entre hom ­ bres, especialm ente para lograr la aceptación y estrechar lazos con la familia de la mujer, por ejemplo, en la relación suegro/yerno o cónyuge/cuñados. En el ejercicio de la violencia conyugal sirvió com o un justifican te que buscó disculpar las agresiones y responsabilizar los efectos del alcohol en la perso­ nalidad del hombre. Pero, com o se expuso en este trabajo, el alcohol no es un con dicionan te para que haya violencia ya que en m uchas ocasiones los hombres golpearon a la mujer en sobriedad, por lo que el alcohol se asoció más a la incapacidad de m anejar el m iedo y enfrentar el dolor. En la estructuración del poder masculino, la restricción de la libertad fue un asp ecto clave que pautó diversas prácticas, todas ellas eran dirigidas a aislar a la mujer de los afectos familiares, de las relaciones de am igos y ve­ cinos, y esto derivó en una carencia de redes de apoyo y aum entó el riesgo de la supervivencia de la mujer ante la violencia masculina. C om o lo señala Foucault, esta restricción de la libertad sólo se da entre sujetos libres y, aunque aparentem ente las mujeres lo eran, estaban sujetas a normas, ideas y creen­ cias que las lim itaban en cuanto al m ovim iento, las relaciones sociales, la independencia económ ica, el ejercicio de su sexualidad, las decisiones para regular su fecundidad y la libertad de expresión; es decir, en el ejercicio pleno de sus derechos y en la tom a de decisiones. El dom inio masculino desplegó acciones, discursos y representaciones que se basaron en la supuesta superioridad m asculina y la desigualdad de dere­

chos y encontraban un teíreno fértil en la aceptación fem enina. En el trasfondo siem pre estuvieron el m iedo y la inseguridad com o ejes conflictivos, que además llegaban a decaer en celos. Estos sentim ientos fueron una constante que generó m alestar y episodios de violencia física y em ocional, pero tam ­ bién había agresiones por la negación de la mujer para tener relaciones sexuales, los problem as económ icos y las dem andas fem eninas para tener igualdad de derechos y libertades. A la luz de los hallazgos, el género fue una herram ienta útil que sirvió com o eje articulador para el análisis, pero hay que nutrir esta categoría con más estudios de cam po a partir de contextos específicos que perm itan una revisión crítica, sobre todo en los aspectos que sustentan el ejercicio del poder y el m alestar masculino. A l mismo tiempo, se debe trabajar en el concepto m asculinidad, explorarlo con detenim iento en aquellas aristas poco explo­ radas y generar mayores precisiones. Por ejemplo, el estudio del desem peño de proveedor econ óm ico debe incorporar con d icio n am ien tos econ óm icos estructurales y aspectos socioculturales, tales com o el valor, prestigio, poder y m alestar que con lleva esta práctica en la vida de los hombres. En la construcción de la imagen masculina a partir de la heterosexualidad, que enfatiza el distanciam iento de los com portam ientos asociados a lo fem e­ nino y los costos en términos de m alestar e inseguridad, se debe retomar la constante necesidad de com probación de la virilidad y la construcción social de la vida afectiva, así com o los costos de la socialización primaria y secun­ daria que se alim entan de estereotipos y prejuicios y sus vínculos con la sexua­ lidad, el m atrim onio y la paternidad. En este mismo sentido, es pertinente discutir y profundizar en el concepto de padecer como un cam ino para abordar las am bivalencias, tensiones, malestares y problem áticas en torno a la cons­ trucción de ser hom bre, el poder y su repercusión en las relaciones intra e intergenéricas. La prevención y erradicación de la violencia necesariam ente tendrá que formar parte de una política de fam ilia cuyo eje sea la dem ocra­ tización de este espacio social. Los resultados de esta investigación apuntan h acia la necesidad de incluir a los hom bres en las políticas públicas de prevención y aten ción de la vio­ lencia, pues las evidencias muestran la importancia de trabajar con la pobla­ ción m ascu lin a si se busca erradicar esta prob lem ática. Las in stitu cio n es públicas y los organism os no gubernamentales dedicados a la atención de la

violencia, deben impulsar la creación de grupos de aten ción para hombres violentos, pues en la actualidad existen muy pocas alternativas. C uando los varones “ tocan fo n d o ” , se encuentran con que no saben a dónde acudir y esto se agrava por el consum o de alcohol y otras drogas, el abandono de la pareja, o por intentos de suicidio u hom icidio. En m omentos de crisis, algu­ nos han encontrado apoyo en los grupos de A lcohólicos y N euróticos A n ó ­ nimos; sin embargo, por las características de estos grupos se deja de lado el planteam iento de género involucrado en la violencia m asculina. Por otra parte, hay que poner especial aten ció n al grupo de los n iños, quienes con frecuencia son objeto de violencia al interior de los hogares. Eas consecuencias de dejar sin aten ción m édica, psicológica y. legal a un niño violentado son graves; ignorar su situación m otiva en él la idea que la violencia en los adultos es un acto permisivo, porque la sociedad no lo sanciona ni se castiga legalmente. Desde la socialización primaria se deben encam inar esfuerzos para fom entar contextos no violentos, porque la violencia se vive en el hogar, pero tam bién en otros espacios sociales, com o la escuela, la calle, o a través de la televisión. Debido a que la violencia en la pareja no comienza de manera súbita en la relación conyugal sin o m uchas veces se da desde el noviazgo, hay que incorporar en las po líticas públicas a los jó v enes, hom bres y mujeres. U n espacio para la prevención pueden ser los registros civiles, para informar sobre los derechos humanos, la erradicación de estereotipos de género, la toma de decisiones, la equidad en el trabajo remunerado y dom éstico y la sexualidad, entre otros tem as relacionados. Debido a que la segregación de prácticas dom ésticas y extradom ésticas es un terreno fértil para las desigualdades en el ejercicio del poder, se debe fom entar el recon ocim ien to y la revaloración, d e l.tr abajo dom éstico com o una tarea que no tiene sexo y debe ser com partida sin discrim inación entre hom bres y mujeres en el hogar. Es posible trabajar desde diversos frentes, com o el educativo, para m odi­ ficar la idea de que los hombres están predispuestos a la violencia y las mujeres a la ternura, ya que los referentes culturales son los encargados de pautar las estructuras de ser hombre y ser mujer con m ensajes segregados y estereotipados que lim itan el actuar cotidiano, empobrece las relaciones y promueve el abuso de poder y violen cia.

La erradicación de la violencia m asculina supone generar cam bios cultu­ rales, m odificar m entalidades y prom over altern ativas de ser hombre. Para muchos m exicanos, hoy en día, existen escasas posibilidades de ser hombre lejos del estereotipo del m acho y el mandilón. Por ello, al desarticular estas nociones y empezar a construir relaciones equitativas se podrá recuperar la dim ensión afectiva, lúdica, no violenta y responsable de los hombres en todas las etapas de su vida.

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A p é n d ic e

L

m e t o d o l ó g ic o

a m etodología cualitativa, propia de la disciplina antropológica, tiene com o una de sus preocupaciones básicas la com prensión del mundo social desde el punto de vista del actor y supone una estrecha interneción entre los sujetos a estudiar y el investigador. Este m étodo está centrado en técnicas com o la observación participante, diarios de cam po y la entre vista a profundidad, entre otras. Desde las primeras etapas del proyecto de esta investigación, se consideró que la técnica más apropiada para la construcción de los datos sería la entrevista en profundidad. A l inicio, hubo un interés por el estudio de parejas (hombres y m ujeres) que hubieran padecido violencia conyugal y estuvieran en alguna fase de atención terapéutica, para facilitar la aceptación de hablar de sus historias, pero las dificultades en el cam po y la escasa disponibilidad de tiem po con du jeron al estudio sólo de hom bres, cuya selecció n estuvo determ inada por el apoyo recibido del grupo de N euróticos A nónim os y el C entro Integral de A ten ción a la M ujer ( c i a m ). La entrevista en profundidad permitió recuperar, a través de las narradones masculinas, las representaciones y prácticas que hacen com prensibles los condicionam ientos socioculturales presentes en su com portam iento y en la forma de entender y practicar las relaciones intergenéricas. La inform ación sobre lo que piensan y sienten los hombres forma parte de su sistem a de interpretación de la realidad; fue la m anera en que se tuvo acceso a las descripciones sobre el ejercicio y el padecer de la violencia. En este sentido, se retom aron las representaciones com o una guía problem ática para la acción que orientó los com portam ientos m asculinos y cómo se esta­ blecieron las relaciones con los demás. Su estudio ofreció una vía de análisis

e interpretación que facilitó el entendim iento de la asociación entre el comportam iento del sujeto y algunos con dicionam ientos sociales. Las representaciones, com o pautas para la acción, intervienen de diferen­ tes m aneras en las prácticas. C om o señ ala A bric (19 9 9 ), tienen injerencia para definir la finalidad o la situación, precisan el tipo de relación que esta­ blece el sujeto y, al mismo tiempo, permiten m antener una posición ante un hecho específico. La representación tam bién condiciona un sistem a de an ­ ticip ac io n es y ex p ec tativ as (m oldeados desde la so cializació n prim aria y reforzados en la secundaría). A partir de una selección y filtrado de informa­ ción, se em prenden acciones en donde el sujeto actúa según sus ideas cons­ truidas previam ente. Así, las creencias, valores y normas internalizadas en la trayectoria social con diciona en mayor o m enor m edida las prácticas. Por su parte, las prácticas se refieren a acciones y com portam ientos que pueden realizarse de m anera organizada o no, intencional o circunstancial, para dar respuesta a dem andas económ icas y sociales. L a relación entre las representaciones y las prácticas puede adquirir los siguientes rasgos; ® O posición contradictoria o conflictiva entre dos representaciones propias del sujeto. Por ejem plo, se detectó que los varones que buscaban tener una im agen ideal con una proyección de dom inantes y fuertes, se sabían vulnerables em ocionalm ente. ® C oh eren cia entre la representación y la práctica del su jeto o la de los demás. Esto se ilustra cuando el hombre, dada su idiosincrasia, le otorga un valor a la virginidad fem enina, el cual espera encontrar en la mujer elegida para contraer matrimonio; un reforzamiento mayor de esta creen­ cia puede provenir de la mujer cuando cree que su valor com o tal está en la preservación de la virginidad. En esta aparente congruencia no quiere decir que no existan tensiones, pues con frecuencia sucede que los hom ­ bres quieren casarse con una m ujer virgen, pero ellos m ism os son los encargados de “desvirginar” a m ujeres antes de casarse. ® C on flicto entre las representaciones del sujeto y las prácticas de los de­ más. Esto fue evidente cuando los hombres padecieron una serie de con­ flictos, tensiones y am bivalencias, com o resultado de las acciones de la m ujer que no se aju staron a sus exp ectativas, pues el com portam iento fem enino a menudo no respondía a sus creencias, valores y normas.

En cualquiera de estos casos, el estudio de las representaciones y las prácticas permite analizar cómo se da esta articulación y el interjuego de las opo­ siciones, conflictos, am bivalencias o congruencias entre unos y otros. Es im portante destacar que las prácticas de los dem ás pueden alim entar las representaciones del sujeto que las observa y las escucha, para modificar o reforzar creencias y valores. Por otra parte, las represen tacion es pueden justificar una determ inada posición y com portam iento, se pueden usar como un m otivo que justifica o explica determ inadas acciones. La

s d if ic u l t a d e s e n e l c a m p o

A l principio se so licitó el acceso a las instituciones que tienen programas para hom bres agresores en el co n texto de la v io len cia dom éstica, pero la respuesta fue negativa. Por ello, se consideraron otras alternativas: el CIAM de la delegación T lalpan (pero en aquel m om ento no se contaba con programas para hom bres); las U nidades de A tención a la V iolencia Intrafam iliar y los A lbergues para M ujeres y N iñ os M altratados, así com o asociaciones civiles que tratan problem áticas de pareja y una clínica privada para la atención de la violencia. Tam bién hubo un planteam iento de acercarse a los hom bres de manera más directa y contactarlos a través de las sesiones de los grupos A lan on y de recuperación para alco h ó licos y drogadictos, adem ás de buscar apoyo con terapeutas, trabajadoras sociales y psicólogos, pero tam poco resultó. U n a opción que h asta en tonces no se había considerado, pero que era n ece sario in te n tar d ad as las d ific u ltad e s e n co n trad as en el cam p o, fue N e u ró tic o s A n ó n im o s, una a so c ia c ió n c iv il que tra b a ja con grupos de autoayuda en favor de quienes tienen problemas en el m anejo de sus em o­ ciones. C om o inicialm ente se quería contactar a parejas, ellos respondieron que la m ayoría de los hom bres que llegaban al grupo estaban separados o divorciados y sólo ofrecieron su apoyo para establecer con tacto con hom ­ bres. A sí, la aplicación de entrevistas inició en agosto de 1998 y finalizó a m ediados de enero de 1999.

Los

C A SO S ESTU D IA D O S

En la elección de los hombres me m antuve al margen, por las trabas antes m encionadas. Por ello, los perfiles fueron heterogéneos en cuanto a estrato social, ocupación, edad y escolaridad, y esto lejos de representar una limitante, enriqueció el estudio debido a que las sim ilitudes encontraban mayor rele­ vancia por las diferencias de los sujetos. El apoyo de N e u ró tic o s A n ó n im o s fue la o p o rtu n id ad para tener un con tacto real con hom bres con problem as de violen cia. S in em bargo, los entrevistados tenían la particularidad de que al m om ento de la entrevista eran miembros de dicha agrupación y continuaban en terapia, por lo que sus representaciones estaban atravesadas por contenidos terapéuticos. A dem ás, el tiem po transcurrido pondría sesgos en la m em oria; habría olvidos con s­ cientes e inconscientes y estarían presentes sus propias reflexiones sobre su com portam iento en el pasado. El grupo de N euróticos A nónim os propuso a cinco candidatos. Sin em ­ bargo, uno de ellos tenía cierta resistencia a hablar, sus respuestas eran cor­ tantes y con frecuencia decía: “no me acuerdo” . Después de la primera sesión se ausentó en dos citas programadas y-finalm ente argumentó razones de tra­ bajo para no continuar con las entrevistas. A sí fue com o se contactó, a través del C IA M , al quinto candidato interesado en colaborar. Esto perm itió ver con más claridad que para los hombres violentos hablar de sí m ism os era un asu n to que, m ás allá de la sim p le d isp o n ib ilid ad , involucraba un proceso de reflexión y aceptación de su problem ática. A pesar de estos inconvenientes, el grupo de hombres representó la única fuente de inform ación con que contaba en ese m omento. La ventaja fue que estos sujetos se reconocían com o hombres que habían ejercido violencia en contra de la mujer durante su convivencia conyugal y habían hablado frente a otros de su problem a, lo que daba mayores posibilidades de que narraran con una mayor soltura su h istoria personal. Esta disposición era difícil de encontrar en hom bres que seguían ejerciendo violencia. C om o desventaja se consideró que se no contaría con el testim onio de sus parejas y el estudio adolecería de la narrativa femenina. Sin embargo, ello no im plicó que se dejara de conocer algunas prácticas y representaciones de la

mujer desde la perspectiva de los hombres. A continuación, se presentan las características de cada uno de los entrevistados. Adolfo Tenía 45 años. Estaba casado y tenía tres hijos. Era pintor automotriz y tra­ bajaba por su cuenta. N o terminó su educación básica, sólo concluyó el primer grado de prim aria; d ijo saber leer, pero tenía dificultades para escribir. Sus padres eran originarios de un rancho del Estado de M éxico. Su padre era cam pesino pero con frecuencia se trasladaba la ciudad de M éxico para em plearse com o obrero, y su madre se dedicó al hogar, ninguno realizó es­ tudios. académ icos. A dolfo era el segundo de seis herm anos (cinco hombres y una m ujer). Su posición econ óm ica había sido precaria aunque dijo que ahora vivía m ejor que antes. Tenía 24 años de casado y continuaba viviendo con su esposa y con dos de sus hijos. Señ aló que a partir del sexto año de m atrim onio la violencia física y verbal fue mayor. Tenía nueve años de asistir a N euróticos A nónim os y desde entonces había dejado de ejercer violencia en contra de su pareja. D urante las sesiones con stan tem en te hacía gestos de bochorno o pena cuando hablaba de lo que vivió de niño y adolescente. Tam bién m encionó que había aspectos que no había dicho a nadie, ni siquiera en el grupo de autoayuda de N eu róticos A nónim os, Ezequiel Tenía 48 años. Era divorciado y tenía tres hijos. Realizó estudios universita­ rios y era abogado. Su madre era originaria de Tepic y su padre de G uadalajara, ambos con ­ cluyeron estudios de secundaria y se dedicaban al comercio. Era el menor de ocho herm anos (cuatro mujeres y cuatro hom bres). La posición económ ica en que creció fue de clase media, pero tuvo altibajos económ icos por la muerte de su padre. E stuvo casad o por 13 años y durante ese periodo ejerció v io len cia en contra de su esposa, pero en los dos últimos años de m atrim onio hubo mayor violencia física. En el momento de la entrevista vivía solo y tenía una novia. H acía 11 años que acudía al grupo de N eu róticos A nónim os.

A pesar de que tenía facilidad de palabra, se m ostraba receloso y hasta cierto punto reservado, pero a m edida que avanzaron las en trev istas, las respuestas fueron más fluidas. Joel T en ía 36 años de edad. H ab ía con clu ido sus estu dios de secu ndaria. Era com erciante en un tianguis, vendía tenis importados, y tenía un criadero de gallos de pelea para palenques. Su s padres, ai igual que él, procedían de un poblado de C hihuahua. Su fam ilia m igró al Estado de M éxico cuando él tenía cinco años. Su padre se dedicaba a la albañ ilería y sólo había estudiado hasta el segundo grado de primaria; su madre no había estudiado y era ama de casa. Era el hijo mayor de nueve herm anos (dos mujeres y siete hom bres). Su infancia la vivió en con dicion es de pobreza. Vivía en unión libre con su pareja. A m bos tenían una unión anterior. Ella tenía cuatro hijos de una relación previa (un hombre y tres mujeres) y él dos (un hom bre y una m ujer). N o tenían hijos en com ún. La pareja ha estado unida por 11 años y, según él, sólo ejerció violencia durante el últim o año. jo e l no pertenecía al grupo de N euróticos A nónim os. El contacto se estableció a través del CIAM y al momento de la entrevista tenía siete meses de acudir al C o lectiv o de Hom bres por R elacion es Igualitarias, a . c . ( c o r i a c ) , para trabajar sobre su problem ática de violencia. El era el que m enos tiempo reportó de asisten cia a un grupo de autoayuda. José Tenía 50 años, aunque representa menos edad. Era divorciado y vivía solo. Tenía tres hijos. H abía realizado estudios de nivel superior de medicina, pero no concluyó la carrera. T rab ajab a com o an alista program ador y con tador público. Provenía de una fam ilia de bajos ingresos, pero con el tiempo la situación familiar mejoró. Su padre era obrero textil y había estudiado hasta el primer año de politécnico y su madre era ama de casa y había terminado la primaria. Era el segundo de tres herm anos (dos m ujeres y un hom bre).

Estuvo casado por 14 años durante los cuales ejerció violen cia y, según él, los últim os cuatro fueron los más violentos. Tenía ocho años en la asocia­ ción de N eu róticos A nónim os. M ien tras que con los otros varones se realizó una en trev ista sem an al — durante cuatro y, en algunos casos, cinco sem anas— , a José se entrevistó en tres días consecutivos, porque en días posteriores se som etería a una ope­ ración. Rodrigo T enía 38 años. Estaba separado de su esposa y tenía dos hijos. Estudió ia carrera de relaciones internacionales pero no la terminó. Vivía con su madre, una de sus herm anas y su hermano. Trabajaba en una em presa com o ejecutivo de ventas. Provenía de una fam ilia de profesionistas de clase media. A m bos habían realizado estudios de posgrado. Era el mayor de tres herm anos (dos mujeres y un hom bre). Estuvo casado por diez años y reconoció haber ejercido violencia en contra de su pareja durante ese tiempo. Tenía cinco años en N euróticos A nónim os y lo m ism o de haberse separado. Las sesiones con Rodrigo fueron fluidas y recordaba claram ente los pensam ientos y em ociones que le provocaba las vivencias del pasado. Los silen­ cios en sus entrevistas fueron significativos. En algunas ocasiones le daba pena reconocer actitudes y acciones que tuvo hacia su pareja y porque decía que recordar ciertos eventos todavía le provocaba m ucho dolor. C om o puede advertirse en el perfil de los hombres, su llegada a N euróticos A nónim os coincidió con la ruptura de la unión conyugal (en tres) o ante la amenaza de ello. Esto fue un punto crucial en sus vidas, com o solían decirlo: “tocaron fondo” , y vivieron una crisis de vida que los obligó a solicitar ayuda. Es importante advertir que la narrativa de estos sujetos era desde un m o­ m ento de su vida en presente, en la que ya han tenido tiempo para reflexio­ nar sobre su problem ática y desde donde realizaban un proceso de selección de vivencias dirigidas a tratar de comprenderse a sí mismos y, sobre todo, en retrospectiva sobre sus representaciones y prácticas.

En este sentido, su perspectiva es una versión actualizada de la realidad que vivieron en el pasado, pero no se tuvo otra form a de acceder a la pro­ blem ática de la violen cia m asculina. Las

e n t r e v is t a s

El trabajo de cam po exigió un entrenam iento de ciertas habilidades como la observación, capacidad para escuchar con precisión y un constante ánimo de profundizar en la historia del entrevistado, adem ás de una disposición para la asertividad necesaria para preguntar, dirigir y profundizar sobre los aspec­ tos que se deseaba indagar. Las entrevistas se realizaron en la sede matriz de N euróticos A nónim os y en los centros atención a los que pertenecían los hombres y fueron grabadas en su totalidad. En promedio, se realizaron cuatro sesiones de dos horas en cada una. Hubo una adecuada disposición por parte de los entrevistados para narrar sus experiencias. De hecho, esto lo consideraron com o parte de su terapia: com unicar a otros su testim onio lo enm arcaban en lo que ellos denominaron “el cuarto paso” , es decir, realizar un servicio a la com unidad a través de su experiencia. En las diferentes sesiones, los hom bres expresaban la em oción que les p rovocab a recordar algunos acon tecim ien tos. H ubo m om entos en que, al hablar, cerraban los puños, tensaban su rostro, cam biaban el tono de voz y se expresaban con evidente em otividad. Inicialm ente, se tuvo incertidumbre y temor sobre la posibilidad de en ­ contrar a hombres que no quisieran profundizar en los diferentes temas propuestos en la guía de en trevista, sobre todo porque se trataba de aspectos íntim os sobre ellos y su ex pareja. A dem ás, porque al hablar de violencia existe una expectativa de que se evocan aquellos sentim ientos desagradables y dolorosos. Por fortuna, el trabajo terapéutico que realizaban estos hombres fue un aliado para que su narrativa fuera fluida. S in em bargo, cabe señalar que aun cu an d o los su jeto s ten ían un m ayor m an ejo de su h isto ria y en m om entos m ostraron em otividad en asuntos que les causaba dolor, quedó pen diente la cuestión de h asta qué punto su práctica cotid ian a, fuera del grupo, se había m odificado, en especial en cuanto a la dem ostración de su afectividad positiva.

grupo, se había modificado,' en especial en cuanto a la dem ostración de su afectividad positiva. El orden de los temas favoreció para que la entrevista trascurriera sin contratiempos. En la primera sesión se abordó la historia de los sujetos en la familia de origen. En varias ocasion es ellos señ alaron que recordar su in fan cia y adolescencia era com o vivirla nuevam ente. Los hombres narraron su con vi­ vencia con su fam ilia de origen con claridad y hacían expresiones faciales de emoción, enojo o alegría. Esta fue una de las sesiones que requirió más tiem­ po. Los silencios tam bién fueron im portantes ya que dejaban ver aquellos aspectos de su vida en donde había dolor o aversión por recordar. Esto le dio mayor vitalidad a la narrativa. Los gemidos, silencios, tonos de voz, gestos y exclam aciones le dieron un énfasis muy im portante a los testim onios. Las sesiones en las que se abordó la convivencia conyugal y el ejercicio de la violencia significaron un mayor desgaste em ocional. Escuchar las ex ­ periencias de los hom bres de cóm o ejercían su v io len cia, las razones que argum entaban para ello y la forma en que lo hacían, me provocó sentim ien­ tos de en ojo al punto que me llegué a considerar poco solid aria con mis pares, por escuchar, interrogar e insistir en conocer tales experiencias, pero conforme avanzaron las entrevistas éstos sentim ientos se fueron desplazando hacia un interés por comprender la posición de los sujetos m asculinos, más allá de lo que su narrativa me ocasionara. Este interés creció en la medida que los hombres describían sus emociones y sentim ientos de miedo, im potencia, culpa y frustración que caracterizó su padecer durante su historia personal. También, generó un proceso de reflexión sobre la vulnerabilidad de la investigadora frente temas com o la violencia y la carga em ocional que se desprendía en cada una de las sesiones y ante lo cual difícilm ente el estudioso queda inmune. La en trevista que m arcó la diferencia en el trabajo de cam po fue la de J o e l Esta se inició cuando estaban por concluir las sesiones con los hombres del grupo de N eu róticos A nónim os. Las variacion es m ás eviden tes fue su recién ingreso a un espacio terapéutico, resultado de la insistencia de su esposa, la trabajadora social y psicóloga del C í a m para que acudiera al C O R IA C , y que Joel decía haber ejercido violencia física en contra de su cónyuge sólo du­ rante el últim o año. A l parecer, era el que m enos tiem po h abía ejercido violencia.

U n aspecto que causó íncertidumbre fue su disponibilidad real de hablar con profundidad en tanto que los problem as más agudos con su esposa h a­ bían sucedido durante un periodo muy corto y la asistencia al grupo parecía más un asunto de presión social que de convencim iento personal, o com o en los casos anteriores, de haber “ tocado fondo” . H aber realizado primero las entrevistas a sujetos con una mayor acepta­ ción de su problem ática, hizo pensar que la dinám ica de las sesiones con Joel serían similares; sin embargo, por las características de este sujeto y la etapa en que se encontraba el trabajo de cam po fue difícil. A pesar de las resisten­ cias para profundizar en determ inados tem as, se detectaron elem entos que no habían surgido en los casos anteriores. Por otro lado, hubo un em peño en indagar más allá del dato que estaba en una primera respuesta, pues parecía poco sustan cioso. El trabajo con este hombre permitió reconocer que si bien es difícil abor­ dar la problem ática de la violencia, lo es más cuando tienen dificultades para expresarse. Para que un hombre agresor hable sobre sí mismo y su violencia es necesario que primero reconozca y asum a este hecho; de otra manera, es poco probable que hable ello. Sin embargo, al final, sus aportaciones fueron tan interesantes com o las de los demás.

Hombres violentos Un estudio antropológico de la violencia masculina se term inó de imprimir en noviem bre de 2002. Tiraje 1,000 ejemplares.