Sor Juana y el "Primero sueño"

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Spanish; Castilian Pages [168] Year 1982

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Sor Juana y el "Primero sueño"

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SOR JUANA Y EL “PRIMERO SUEÑO”

Cuadernos del Centro 1.

Durand, Rama, Monsiváis, Oviedo, Donoso, Chumacero, Galindo, Mejía Sánchez, Posada, Sendoya, Solares, Vázquez-Azpiri, Curiel, Ruffinelli: MONTERROSO

2.

Renato Prada Oropeza: LA AUTONOMIA LITERARIA (Formalismo Ruso y Círculo Lingüístico de Praga)

3.

Sainz, Poniatowska, Hernández, Ortega, Solares, Padres, García Flores, Tejera, Castro, Schneider, Castro, Díaz Ruanova, Frankenthaler: CON­ VERSACIONES CON JOSE REVUELTAS

4.

Evelyn Picón Garfield: CORTAZAR POR CORTAZAR

5. Joseph A. Feustle: POESIA Y MISTICA (Darío, Jiménez, Paz) 6.

Barthes, Brandt, Coquet, Genette, Gotho-Mersch, Greimas, Jitrik, Kristeva, Searle, Todorov, Volek: LINGÜISTICA Y LITERATURA

7.

Javier Sasso: SOBRE LA SOCIOLOGIA DE LA CREACION LITE­ RARIA (Las tesis de Luden Goldmann)

8.

Margo Glantz: REPETICIONES (Ensayos sobre literatura mexicana)

9.

Díaz Casanueva, Earle, Rivero, Von Dem Bussche, Gazarian, Florit, Ale­ gría, Concha, Giordano, Taylor, Loveluck, Rudd. lastra Rodríguez Monegal, Goic, Rojas: GABRIELA MISTRAL

10. Pedro Lastra: CONVERSACIONES CON ENRIQUE LIHN 11. Héctor M. Cavaliari: EL ESPACIO DE LOS SIGNOS (Leopoldo Marechal) 12. Octavio Castro López: SOR JUANA Y EL “PRIMERO SUEÑO" 13. José Luis Martínez Morales: HORACIO QUIROGA: TEORIA Y PRAC­ TICA DEL CUENTO 14. Rómulo Cosse: CRITICA LATINOAMERICANA

Octavio Castro López

SOR JUANA Y EL “PRIMERO SUEÑO”

Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias Instituto de Investigaciones Humanísticas UNIVERSIDAD VERACRUZANA

Portada de M anuel F ilobello •© 1982, Universidad Veracruzana Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias Apartado 369, Xalapa, Ver., México ISBN 968-590-018-3 Impreso en México

A Baldomero R. Mota

Juana se nos presenta todavía como una persona viva e inquietante. Se escu­ driña su existencia, se depuran sus textos, se registra su iconografía, se levanta el inventario de su biblioteca; se discute, entre propios y extraños —en México, en los Estados Unidos, en Alemania—, el tanto de su religiosidad, no faltando quien, en su entusiasmo, quiera canonizarla. Por ella se rompen lanzas todavía. Es popu­ lar y actual. Hasta el Cine ha ido en su busca. Y como se ha dicho sutilmente, no es fácil estudiarla sin enamorarse de ella ( - • - ) . Sin duda es sor Juana una de las organizaciones cerebrales más vigorosas. Pero, ¿por qué ha de negarse en ella a la poetisa, para reconocer a la ‘'intelectual”? ¿Será violación de alguna norma el que los buenos poetas hayan sido sabios e inteligentes? Hay monstruos de la Gracia, es verdad. Son éstos, y no los otros, la excepción ( . . • ) . En el poema del Primero sueño —nuestras Soledades—, sor Juana escribe para sí; es decir, ni por encargo, ni movida de ningún impulso sentimental, sino por mero deleite del espíritu ( . . . ) . De suerte que cuando la poetisa siguió más de cerca al maestro cordobés, to­ davía supo vaciar en el molde ajeno su propia sangre, su índole inclinada a la in­ trospección y a las realidades más recónditas del ser. Aquí los sones y luces de la estética gongorina son tan sólo medios expresivos de algún intento que no para en la exterioridad del fenómeno; son catacresis para evocar algún objeto sin nom­ bre ( . . . ) . Alfonso Reyes, Letras

de la Nueva España

Mavelim mihi inimicos invidere, quam me inimicis rneis, 7iam invidere aliis bene esse, tibi male essc, miseria est: qui invidente egent, illi, quibus invidetur, rem habcnt. Plauto

NOTA PRELIMINAR Aunque desearía esquivar la consabida justificación de mi traba­ jo, por atención y respeto al lector, algo debo decir. Primordialmente lo anima una intención divulgativa. Eso explica el haberme dado a la tarea, por principio de cuentas, de una nueva prosificación. En mu­ chos pasajes difiero de la que tomé como punto de partida.* Mi in­ terpretación es distinta, lo cual me obligó a variar, incluso, la puntua­ ción. En varios casos juzgué oportuno repertir una palabra o una fra­ se, para que el lector tuviera un asidero firme. Asimismo, procuré eli­ minar el vocabulario que no es del dominio de una persona mediana­ mente culta. Lo sustituí por el que se maneja corrientemente. (La prosificación a que aludo conserva, en buena parte, el vocabulario ori­ ginal del poema.) Desde otro ángulo, me esforcé en un tipo de frase cuyo orden correspondiera al que priva en el español que se habla y escribe cotidianamente. Las audacias sintácticas del poema fatigarían, cuando no desquiciarían al lector de hoy. Esta prosificación, como es obvio, se deriva de mi particular lec­ tura de la obra de sor Juana. Pero también está apoyada en el léxico que agrego al final. Allí va cada palabra acompañada de su acepción correspondiente, conforme al contexto en que aparece. (Se añade el número de verso para localizar con precisión ese contexto y fijar el uso del vocablo que interese.) La mayoría de los usos están respaldados en el Diccionario de Autoridades y en el Tesoro de la Lengua Caste­ * Confr. la Bibliografía.

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llana o Española de Cobarruvias. Allí donde hay alguna modalidad peculiar del don creativo de sor Juana, procuro acudir al latín. No quise limitarme a la prosificación. Añadí un comentario a cada secuencia. Allí alternan las observaciones temáticas y estilísticas. Con ellas aspiro a fundamentar mis afirmaciones sobre la obra lírica de sor Juana. Es decir, mi parecer sobre el nexo entre filosofía y poesía tal co­ mo se da en el Primero sueño. Muy lejos de mí el afán erudito. Mi propó­ sito es mucho más modesto. (Pude haber dicho: escolar.) No persigo otra cosa que ofrecer una suerte de hilo conductor para que no se pierda el eje que da unidad al poema. (Para facilitar el acceso a él, lo he di­ vidido en cuatro jomadas y un epílogo: Jomada cósmica, 1-146; Jor­ nada del sueño fisiológico, 147-266; Jornada del sueño filosófico, 267703; Jomada lírica, 704-826; Epílogo, 827-975.) Sólo en los pasajes más densos ■—donde las dificultades son inevitables— acudo a las fuen­ tes que, a mi juicio, son pertinentes. Respaldándome en ellas, aven­ turo una solución alternativa. Ante la disyuntiva filosofía o poesía, sor Juana parece optar por la segunda. Eso explicaría mi decisión de privilegiar el análisis de la técnica expresiva. En ello puse mi mayor empeño. No me lisonjeo de haberlo logrado, pero hasta donde alcanza mi información, se trata del primer estudio de esta índole. Por lo que toca a la bibliografía, con­ signé la estrictamente necesaria para explorar otros ángulos de la obra de sor Juana, o para ir más allá de lo que ofrece mi trabajo. Quiero ratificar aquí mi absoluta convicción de que he tocado cuestiones abiertas a la controversia. Todas las observaciones críticas serán bienvenidas. Lo único deseable es que se finquen en la buena fe y que respondan al examen efectivo del texto, más allá de preferen­ cias personales. Por último, deseo expresar mi agradecimiento a César Rodríguez Chicharro, maestro y amigo excelente, por la paciencia y cuidado con que leyó el manuscrito. Sus sugerencias me sirvieron de mucho. Jalapa, octubre de 1980

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POESIA Y FILOSOFIA: EL PRIMERO SUEÑO “La poesía es el intento de representar, o de restituir por los medios que posee el len­ guaje articulado, esas cosas o esa cosa que os­ curamente tratan de expresar los gritos, las lá­ grimas, las caricias, los besos, los suspiros, etc., y que parecen querer expresar los objetos en lo que tienen de apariencia de vida o de con­ torno supuesto.” Valéry.

I. El Primero sueño invita a considerar las formas de relación que puede haber entre filosofía y poesía. A veces la relación puede ser puramente externa: se adopta el molde poético como mero vehícu­ lo para comunicar ideas. Parménides vendría al caso: él no figura en la historia de la literatura griega como poeta, sino como filósofo. Empleó un recurso literario para expresar una concepción filosófica: nadie se ha detenido a examinar los hexámetros de que consta d poe­ ma. Más bien se ha puesto atención en la teoría del conocimiento y en la ontología contenidas allí. El poema es, como muchos lo han vis­ to, el ejemplo más temprano de un dilatado argumento filosófico. A veces la relación reviste otro carácter: la alianza entre pensa­ miento y quehacer literario es muchomás estrecha. El De rerum na­ tura de Lucrecio no es la mera exposición didáctica de una doctrina. Tal vez ni Lucrecio se dio cuenta cabal de su originalidad como pen­ sador, pero no se le puede negar el crédito. El se vio obligado a re­ pensar, más que a reformular, las enseñanzas de su maestro. Y en esta tarea no oculta su vigor, su fuerza argumentativa y hasta su novedad. No es poca hazaña la de evitar la mera transliteración de los términos griegos. Consciente de las carencias de su lengua para transmitir su­ tilezas metafísicas, se propuso dotarla de un vocabulario técnico que diera su sello peculiar a las ideas de Epicuro. Pero no se contento con 9

eso: acudiendo a los modelos de la épica griega, quiso escribir una suerte de epopeya filosófica donde alternara el nervio argumentativo con los instrumentos plásticos. Así las metáforas y los símiles le sirven para ilustrar cada paso en sus razonamientos y para dar una imagen concreta de sus ideas. Lucrecio no es un versificador empeñado en dar a conocer el epicureismo. Es un poeta que se adueña con fuerza y pe­ netración de su tema, hasta envolverlo con la mayor intensidad emo­ tiva, sin que se perjudique el hilo expositivo. En todo caso, el empleo de estos medios sensibles se condice bien con la doctrina que asume: el epicureismo pone énfasis en la sensopercepción como fundamento del conocimiento. Si mucho se me apura, diría que a los ojos de Lu­ crecio, la filosofía es algo que requiere no sólo pensarse, sino también .sentirse. Varios pasajes del Libro III me podrían servir de apoyo. II. Cambiando lo que se debe cambiar, he llegado a persua­ dirme de que el Primero sueño va por ahí. Se equivocaría quien vie­ ra en él un poema didáctico. Es más bien la historia de una tensión intelectual. No tiene, desde luego, el nervio dialéctico del De rerum natura, pero sí la plenitud directa de sus versos para hacemos par­ tícipes de una angustiosa experiencia: la búsqueda del conocimiento que termina en la desconfianza. No hay un asidero firme. No queda más vía que la renuncia. El episodio de la aventura intelectual emprendida por la mente (435-706) es testimonio claro de lo que acabo de decir. El itinerario de la inteligencia tiene varias fases. La primera es uno de los mo­ mentos más tensos, donde se pone a prueba la capacidad de aquélla. Despojada de las ataduras corporales, ha podido ascender hasta una suerte de realidad inteligible desde donde se propone una visión o intuición del todo. Sin embargo, la magnitud y diversidad de las cosas creadas sobrepasan sus posibilidades. La embotan, la anulan. Es pre­ ciso desistir. ¿Cuál ha sido el resultado de este penoso intento? La confusión, el enredo mental: los medios del entendimiento se han mostrado insuficientes para captar la muchedumbre de lo creado. Así, pues, esta primera fase concluye en un escepticismo más o menos mi­ tigado. Es probable que su antecedente se encuentre en Francisco Sánchez (Quod nihil scitus, 1581). Pero adviértase una cosa desde ahora: sor Juana no ofrece pruebas a favor de la posición que sos­ tiene. Prefiere otro camino: se apoya en referencias mitológicas y en alambicadas analogías. Aquí le sirve particularmente el símil de la vista que extiende y matiza a placer. La segunda fase apunta a la suspensión del juicio. Pero en tanto que Cameades acumula razones para recomendar esa prudencia in­ telectual, sor Juana se vale del símil de un naufragio. El entendimien­ 10

to es la nave sujeta a la tempestad de una aventura audaz que la arrasa. La reflexión juiciosa se encarga de irla reparando. En esta segunda fase está anunciada ya la tercera. Se trata del co­ nocimiento discursivo en cuanto se opone al intuitivo. Hay que tener en cuenta que sor Juana entiende la intuición como un conocimiento. Es la aprehensión inmediata de una verdad o conjunto de verdades, donde obviamente está eliminada la inferencia como intermediaria. Ahora bien, después de reconocer que esa forma de conocimiento es imposible, intenta suplirla con la que se funda en los universales, es de­ cir, con la que propugna Aristóteles. Ciñéndose a él hasta donde le es posible, parte del hecho de que el conocimiento es algo relacionado con un universal. Admite que ese conocimiento se expresa en juicios que contienen la aprehensión de una relación esencial entre formas. Conocer algo equivale a incorporarlo en una especie y un género, con lo cual se tiene acceso a su nota distintiva o esencial. Según esto, hay una estrecha conexión entre conocimiento y clasificación. Desde lue­ go, está consignado también el papel que corresponde a los sentidos: ahí comienza el ejercicio del entendimiento hasta elevarse a la cap­ tación de las formas universales. Sin perder de vista el marco aristotélico que tanto se le presta a sus propósitos, sor Juana describe el plano mineral y el vegetal, do­ tándolos, como siempre, del colorido y energía que le dicta su imagi­ nación. En este proceso ascensional llega al hombre, a quien no duda en otorgarle un sitio de privilegio en el cosmos. Combinando la visión estrictamente filosófica con la religiosa, le reconoce sus virtudes, pero se duele de su naturaleza antitética. La tragedia de la historia hu­ mana estaría en desdeñar hasta lo inconcebible la preciosa oportuni­ dad de acceder a Dios. Otra vez las imágenes bíblicas y los símiles de lo colosal vienen en ayuda de la poetisa, para dar a conocer su visión antropológica. Hasta aquí llega el conocimiento discursivo. . La adopción de esta alternativa, quiero decir, la del conocimien­ to discursivo es más aparente que real, puesto que desde un principio se la considera descartada. Sor Juana lo ve más como un artificio del entendimiento que como un arma efectiva. Es la sustitución forzosa de la vía intuitiva, pero, en última instancia, se antoja inútil. La men­ te la hace suya movida por la soberbia: supone un esfuerzo que al final tiene su premio. Sólo le interesa satisfacer esa soberbia, aunque esté consciente de su inefectividad para alcanzar el conocimiento tan apetecido. En otros términos: la asume por impulso, pero no porque se detenga a examinar las razones que militen en su favor o en su contra. 11

Estamos ya en el epílogo de esta aventura, de esta aspiración al Saber absoluto. Estamos ya en el epílogo de este acercamiento entre filosofía y poesía, donde el énfasis parece recaer en la segunda. Sor Juana, es muy cierto, incorpora en el poema un saber filosófico donde sería difícil advertir alguna inexactitud. Es un saber puntual. ¿Pero qué papel cumplen estas proposiciones filosóficas? ¿Tiene ella la pre­ tensión de sostenerlas y apoyarlas? Por lo que he venido diciendo, pa­ rece haber buenas razones para pensar que no, de manera que un examen rigurosamente filosófico de ellas no cabría aquí. Frente a la filosofía son neutras: no la afectan, porque no hay un interés teórico en establecer su verdad. Es preciso verlas más bien como la expresión literaria de una experiencia: la de aspirar, lo dije ya, a la posesión de un saber que se precipita al fracaso. Sor Juana, modificando el ejemplo de Lucrecio, siente más que piensa la filosofía. Desde luego, yo estaría dispuesto a admitir que la evaluación glo­ bal del Primero sueño no podría prescindir de su contenido filosófico, pero haría algunas salvedades. Por una parte, me parece que un poema no puede considerarse mejor porque contenga una concepción filosófica determinada. Si así fuera, buena parte de la producción lírica saldría muy mal parada. Por otro lado, el propio poema se resen­ tiría seriamente si se le confrontara con una obra estrictamente filosó­ fica. Lo que sí aceptaría en el caso particular del Primero sueño es el gran acierto de su adecuación entre su contenido intelectual y su ar­ ticulación estética. El poema es, ante todo, el escenario de una viven­ cia : la sed de saber casi febril que adquiere cuerpo en los medios es­ pecíficos que eligió sor Juana. En cada palabra, en cada verso, en cada imagen va configurándose y si suprimimos esos medios únicos e irre­ petibles, suprimimos todo. En verdad, adonde quiero llegar es a la idea de que en esta bús­ queda de nexos entre poesía y filosofía, la primera termina por absor­ ber a la segunda. Sor Juana privilegia el quehacer poético. Por eso, su posición escéptica le lleva a resultados muy diferentes de los que pueden encontrarse en los escépticos antiguos y modernos. Si san Agus­ tín, por ejemplo, sostiene que el escepticismo puede superarse de raíz sólo mediante la revelación, sor Juana desvía sus pasos a la creatividad literaria, después de renunciar a la tarea filosófica. Si desconfía de la posibilidad del conocimiento, no es para refugiarse en la epoché o en la ataraxia, sino para orientar todo su esfuerzo al arte. Pienso en el pasaje (704-756) donde reitera por última vez su incredulidad, echando mano de un contraste: ¿cómo podría la inteligencia dar cuenta del universo, si se le escapa el detalle más insignificante e in­ mediato? Al invitamos a la renuncia, sustituye su pretensión por una 12

actitud casi opuesta. Abandona las “formas discursivas” para volcar­ se en el mundo sensible y recrear todos los estímulos que ofrece. Probabl emente es el pasaje donde mejor se manifiesta su proyección ima­ ginativa y el más rico en recursos. Desde este ángulo, el Primero sueño sería el centro de la lírica de sor Juana. La poetisa eligió una forma cuyas estrofas permitían, dada su flexibilidad, las mayores audacias sintácticas. Pero no se detuvo ahí: quiso dotar a sus versos del léxico más exuberante y creativo. Junto a varias metáforas innegablemente triviales y desgastadas, hay otras de patente originalidad. En la lengua poética de sor Juana se vuelve casi una manera la búsqueda del asidero real que sugiera o exprese las sutilezas conceptuales frecuentes en todo el texto/La es­ merada composición del poema tiene también una suerte de equi­ librio entre las sombras y la luz. Sor Juana no elude los aspectos obscu­ ros o feos del mundo; al contrario, le sirven de apoyo para realzar los luminosos. Y cuando se trata de esto último, el poema se convierte en un halago para los sentidos. Ora intensifica el color, ora fija la atención en las aristas más finas de un objeto, ora repara en el ángulo más oculto o minúsculo. Por el mismo rumbo va su impecable ma­ nejo del endecasílabo: a veces un solo verso basta para capturar el fenómeno sobre el que desea llamar la atención. Todos sus elementos externos cooperan para enriquecer el interno. Las dimensiones del es­ cenario en que se desenvuelve el Primero sueño, así como la escala que recorre el pensamiento, reciben su complemento perfecto en la hipérbole. La artista necesita exagerar para sugerir el grado de ele­ vación que alcanza el alma o para reforzar la presencia de la luz. En suma, yo diría que sor Juana, como epígono del Barroco, lleva al extremo las posibilidades de éste, dotando a su poesía de una opu­ lenta sobrecarga de elementos visuales y auditivos, que le dan su sabor pomposo, puramente ornamental. Si tenía que elegir entre filosofía y poesía, esto es, entre ejercicio racional y belleza, eligió la última y lo justificó con creces.

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JORNADA COSMICA 1 Piramidal, funesta, de la tierra nacida sombra, al Cielo encaminaba de vanos obeliscos punta altiva, escalar pretendiendo las Estrellas; si bien sus luces bellas —exentas siempre, siempre rutilantesla tenebrosa guerra que con negros vapores le intimaba la pavorosa sombra fugitiva 1£) burlaban tan distantes, que su atezado ceño al superior convexo aún no llegaba del orbe de la Diosa que tres veces hermosa con tres hermosos rostros ser ostenta, quedando sólo dueño del aire que empañaba con el aliento denso que exhalaba; y en la quietud contenta 20 de imperio silencioso, sumisas sólo voces consentía de las nocturnas aves, tan obscuras, tan graves, 24 que aun el silencio no se interrumpía.

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La invasión de la noche 1-24. ^ La sombra fúnebre y de forma piramidal cuyo origen está en el movimiento de rotación de la tierra, orientaba al Cielo el extremo arrogante de sus obeliscos huecos, como si se propusiera ascender has­ ta las Estrellas. Sin embargo, las luces hermosas de éstas —siempre libres y brillantes— eludían, gracias a la distancia, la guerra de tinie­ blas que declaraba al Cielo,^ con sus negros vapores, la espeluznante sombra fugitiva. Tan era así, que su oscuro ceño no llegaba siquiera a la superficie de la luna, la diosa que es tres veces bella por sus tres tases. Sus dominios, pues, se reducen al aire que empañaba su aliento denso, pesado. Allí, en la plena quietud donde domina el silencio, sólo toleraba las voces sordas de las aves nocturnas, voces tan huecas y fal­ tas de claridad, que no eran capaces de interrumpir ni siquiera el si­ lencio. Observaciones I- Como poema cíclico, el Primero sueño se inicia con esta etapa del día en que la tierra, al girar sobre su propio eje, cubre de sombras una de sus zonas y la otra la deja expuesta al sol. Sor Juana concibe este movimiento como una batalla entre el Sol y la Noche. Desde ahora se advierte ya quién ha de ser el vencedor. La noche participa como una potencia indeseable, espuria. Se adueña tran­ sitoriamente de algo que no le corresponde. Tiene que andar siempre al acecho; presenta alguna resistencia, pero termina ineluctablemente en la derrota. En esta suerte de preámbulo ya está insinuado así: las pretensiones y arrogancia de la noche sufren su primer revés. Intenta opacar a las estrellas y no lo consigue ni con la luna. El desenlace se encuentra al final. II. El Primero sueño es poema de matices, de ideas y de formas. Los dos protagonistas de la batalla cósmica —el Sol y la Noche— pa­ recen presidir el desarrollo entero, alternando luz y obscuridad. Por lo pronto, esta última es la que se manifiesta. Es preciso preparar el ám­ bito que favorezca el sueño universal. Una sombra gigantesca se tiende sobre la superficie de la tierra, cubriendo y opacando todo. Impone el reino del silencio, cuya zona más lóbrega está en las aves nocturnas: sumisa sólo voces consentía de las nocturnas aves, tan obscuras, tan graves. 15

Es fácil percibir aquí el eco del Polifemo. En particular de la estro­ fa quinta; sin embargo, los versos de sor Juana tienen su propia vir­ tuosidad poética. Esta es la parte de la estrofa que interesa: Infame turba de nocturnas aves gimiendo tristes y volando graves El segundo endecasílabo alude al canto y al vuelo pesado de las aves. Sus dos miembros suscitan, según la certera observación de Dá­ maso Alonso, “la impresión de dos aletazos en el pesado vuelo de las aves agoreras”. En el Primero sueño se asocian silencio y oscuridad. Sor Juana funde en dos heptasílabos lo tétrico y lo sordo, al hablar de las aves noctivagas y de su canto: de las nocturnas aves, tan obscuras, tan graves, Los adjetivos nocturno y obscuro señalan el propósito de acumular en ambos versos el negror, aprovechando la connotación y el elemen­ to externo (sistema de vocales oscuras -o u- y de la consonante r). Es­ ta aliteración, por otra parte, hace que el efecto sonoro se transmita de un verso a otro como para reforzar la sensación de lobreguez: se trata de la noche, de las aves que la pueblan, de su color y de su canto lúgubre. En particular, el segundo, apoyado en su bilateralidad, con­ tribuye a evocar en el lector la pausa y la lobreguez de los sonidos que emiten las aves agoreras.

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25 Con tardo vuelo y canto, del oído mal, y aún peor del ánimo admitido, la avergonzada Nictimene acecha de las sagradas puertas los resquicios, o de las claraboyas eminentes 30 los huecos más propicios que capaz a su intento le abren brecha, y sacrilega llega a los lucientes faroles sacros de perenne llama que extingue, si no infama, en licor claro la materia crasa consumiendo, que el árbol de Minerva de su fruto, de prensas agravado, 38 congojoso sudó y rindió forzado.

El mochuelo 25-38. Con su vuelo lento y su canto pausado, que mal recibe el oído y todavía peor el ánimo, la avergonzada Nictimene (es decir, el mochuelo en que fue transformada aquélla por haber sido violada por su padre), vigila las aberturas de las puertas sagradas o los hue­ cos más a propósito de las claraboyas elevadas, huecos que le faciliten ampliamente el acceso. Allí, irreverente, llega hasta los resplande­ cientes y sagrados faroles de llama perenne y la apaga, cuado no los profana consumiendo el aceite que contienen, producto del olivo que, por decirlo así, suda penosamente y rinde ya sometido, en el momento en que pesadas prensas machacan sus aceitunas. 17

Observaciones I. El mochuelo o Nictimene es otro medio empleado para crear y recrear la atmósfera nocturna, preludio del sueño. La pesadez y len­ titud del ave y los refugios que se procura, contribuyen a ese fin. Su perezoso aleteo no puede estar mejor expresado que en este endeca­ sílabo: Con tardo vuelo y canto, del oído Sin embargo, creo que el mayor acierto está en estotro endecasílabo bimembre: congojoso sudó y rindió forzado La conjunción y sirve como eje de simetría de dos porciones perfec­ tamente paralelas. En los extremos la calificación modal y en el inte­ rior los verbos de igual número de sílabas, con la misma acentuación y en pretérito perfecto. Sor Juana ha querido sugerir en la primera porción el penoso esfuerzo que implica la extracción del aceite; y en la segunda, reiterar la misma idea, enfatizando la violencia a que se somete el olivo.

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39 Y aquellas que su casa campo vieron volver, sus telas hierba, a la deidad de Baco inobedientes —ya no historias contando diferentes, en forma sí afrentosa transformadas—, segunda forman niebla, ser vistas aun temiendo en la tiniebla, aves sin pluma aladas: aquellas tres oficiosas, digo, atrevidas Hermanas, que el tremendo castigo 50 de desnudas les dio pardas membranas alas tan mal dispuestas que escarnio son aun de las más funestas: éstas, con el parlero ministro de Plutón un tiempo, ahora supersticioso indicio al agorero, solos la no canora componían capilla pavorosa, máximas, negras, longas entonando, y pausas más que voces, esperando 60 a la torpe mensura perezosa de mayor proporción tal vez, que el viento con flemático echaba movimiento, de tan tardo compás, tan detenido, 64 que en medio se quedó tal vez dormido.

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El murciélago y el búho 39-64. Otras aves —los murciélagos— en que fueron convertidas las tres doncellas de Tebas, quienes vieron que su casa se mudó en campo y sus telas en hierba por haberse negado a seguir el culto de Baco (ya no se entretienen contándose entre sí las leyendas de Píramo y Tisbe o de Marte y Venus, pero sí han adoptado esta figura des­ honrosa de murciélago), forman otra niebla (la primera se debe a los vapores que exhalan las sombras). Su horroroso aspecto no quie­ ren mostrarlo ni en las tinieblas: son aves con alas, pero sin plumas. Estas tres hacendosas y atrevidas hermanas, insisto, recibieron un te­ mible y excesivo castigo: se les dotó de membranas grisáceas y des­ nudas con alas tan imperfectamente dispuestas, que incluso las aves más deformes se burlaban de ellas. Tales aves, asociadas al búho (Ascálafo, en una época indiscreto espía de Plutón y ahora instrumento supersticioso de los agoreros), forman desafinado y espantoso coro, en­ tonando notas primeras, segundas y terceras y suspendiendo el canto más que dando el tono, esperando a la lenta y perezosa medida, tal vez de mayor amplitud, que el viento marca con movimiento tardo, tan detenido que en esta actividad él mismo se quedaba dormido. Observaciones I. El poema de sor Juana depara al lector atento infinidad de posibilidades. Una de ellas se halla en su vena simbólica. Como hijo de su tiempo, como prolongación del Renacimiento, el Primero sueño_ echa mano, aquí y allá, de elementos simbólicos, es decir, de elemen­ tos mitológicos que suplen la denominación directa y llana de las co­ sas. Sin embargo, la complicada urdimbre del poema va más allá. Res­ ponde a un propósito bien definido: interponer entre el hombre y las cosas un medio artificial. Se trataría de eludir el enfrentamiento in­ mediato con la realidad; en lugar de acceder a los objetos concretos, se accede ahora a un universo previo de formas lingüísticas, de imáge­ nes artísticas, de símbolos míticos o de ritos religiosos. Este pasaje (y muchos más), ejemplifica a las claras el medio artificial del símbolo mítico. II. Dije arriba que sor Juana se propone crear y recrear la at­ mósfera de lo tétrico. En cierto modo, intensifica gradualmente la imagen, a base de acumular elementos que sirvan a ese fin. Aquí acude •nuevamente a otro tipo de animales nocturnos: los murciélagos y el búho. Pero en lugar de describir sus características zoológicas de ma.20

ñera inmediata, efectúa un largo rodeo, echa mano de una represen­ tación mítica ya fraguada y establecida. Y tal vez lo más interesante radique en que ni siquiera hay una comparación. La sustitución es completa: en los 25 versos del fragmento sólo aparece la perífrasis mi­ tológica, y se evita cuidadosamente el uso de murciélago y de búho.

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Este, pues, triste són intercadente de la asombrada turba temerosa, menos a la atención solicitaba que al sueño persuadía; antes sí, lentamente, 70 su obtusa consonancia espaciosa al sosiego inducía y al reposo los miembros convidaba —el silencio intimando a los vivientes, uno y otro sellando labio obscuro con indicante dedo, Harpócrates, la noche, silencioso; a cuyo, aunque no duro, si bien imperioso 79 precepto, todos fueron obedientes—.

El canto de las aves sombrías 65-79. Así, pues, este triste y defectuoso són que salía de la multitud de aves tenebrosas y temibles, suscitaba más el sueño que la atención. Su armonía grave y lenta invitaba al sosiego y estimulaba el reposo en los miembros; cual el silencioso Harpócrates o la Noche, quien con una señal de su dedo que sellaba sus labios oscuros, indicaba el silencio a las criaturas, las cuales respetaban su orden que, si bien no era cruel, sí era enérgica. 22

Observaciones I. Continúa el procedimiento acumulativo: sor Juana agrega los más variados elementos que refuercen la imagen de lo tétrico, que re­ dondeen la atmósfera nocturna. II. Conviene señalar que lo monstruoso no descansa tanto en rasgos gigantescos o exagerados, como en rasgos deformes. Es una recreación de lo feo o imperfecto, medios que en este caso se consi­ deran adecuados para sugerir la impresión que produce la noche. III. Pocas cosas habría que decir desde el punto de vista esti­ lístico; tal vez sólo sería digno de mención lo que tiene que ver con el efecto imitativo que produce el hipérbaton. Las transposiciones con el verbo al final imitarían el sonsonete de las aves y la pereza que comienza a adueñarse de los seres vivos.

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El viento sosegado, el can dormido, éste yace, aquél quedo los átomos no mueve con el susurro hacer temiendo leve, aunque poco, sacrilego rüido, violador del silencio sosegado. El mar, no ya alterado, ni aun la instable mecía cerúlea cuna donde el Sol dormía; y los dormidos, siempre mudos, peces, 90 en los lechos lamosos de sus obscuros senos cavernosos, mudos eran dos veces; y entre ellos, la engañosa encantadora Alcione, a los que antes en peces transformó, simples amantes, 96 transformada también, vengaba ahora.

El sosiego de la naturaleza 80-96. El perro echado ya duerme y el viento tranquilo no mue­ ve los átomos, temeroso de que el más leve susurro haga un ruido irre­ verente que viole la quietud propia del silencio. El mar, ya sereno, no se atrevía a mecer ni siquiera la inestable cuna azul en que dormía el sol; los peces, eternamente mudos, que dormían en los lechos lamo­ sos de sus oscuros y profundos huecos, eran testimonio de doble mudez; entre ellos también se encontraba el alción o martín pescador, meta­ morfosis de la esposa de Ceix, mujer fidelísima que transformaba en peces a sus mentecatos pretendientes, después de haberse arrojado al mar por la desesperación que le produjo el naufragio de su esposo. 24

Transformada ella también, parecía así resarcir el agravio cometido en contra de sus víctimas. Observaciones I. Esta escena, apacible y encantadora, dispone ya el ámbito pro­ picio al sueño. La obscuridad cede su sitio a la calma, de ahí la gracia y tersura de sus mejores versos. II. Tres me parecen decisivos en el pasaje. El primero: El viento sosegado, el can dormido Hay un tranquilo paisaje mental que sor Juana destaca, ponien­ do el acento rítmico en las dos palabras que definen esa representa­ ción: sosegado y dormido. Como bimembre, el endecasílabo tiene tam­ bién su virtud: salta a la vista, en primer término, su rigurosa sime­ tría: S-P-S-P, reforzadora aquí de la impresión de calma que quiere comunicar. En una y otra porción están distribuidos dos elementos normalmente activos, pero que ahora han suspendido sus operaciones diarias. Y por si eso no bastara, ahí está la aliteración de sosegado, cuyo sistema de vocales y consonantes nos hace sentir la quietud y frescura que reinan. El segundo: con el susurro hacer temiendo leve ¡ Qué manera de suscitar la sensación de tranquilidad! Ni siquiera el rumor está permitido. Aquí, desde el ángulo fonético, hay contraste entre susurro y el resto de los componentes, lo cual sirve precisamente para apoyar el efecto expresivo de susurro, asociado a la idea de quie­ tud que recorre el verso. Hay en esta palabra un sistema de conso­ nantes y vocales muy parecido al de sosegado, y con resultados seme­ jantes. Por último, repárese en estotro: cerúlea cuna donde el Sol dormía Aquí las consonantes fricativas y la disposición de las vocales recrean en el plano sonoro la imagen del lecho sereno y azul en que reposa el sol. 25

97 En los del monte senos escondidos, cóncavos de peñascos mal formados —de su aspereza menos defendidos 100 que de su obscuridad asegurados—, cuya mansión sombría ser puede noche en la mitad del día, incógnita aun al cierto montaraz pie del cazador experto —depuesta la fiereza de unos, y de otros el temor depuesto— yacía el vulgo bruto, a la Naturaleza el de su potestad pagando impuesto, 110 universal tributo; y el Rey, que vigilancias afectaba, 112 aun con abiertos ojos no velaba.

Las tinieblas y el sueño 97-112.^ En los huecos ocultos del monte, toscamente formados de peñascos cóncavos, protegidos más por su oscuridad que por su rudeza, hay una suerte de mansión sombría que bien puede parecer la noche justo a la mitad del día. Allí no podría orientarse ni siquiera el caza­ dor experto cuyo paso seguro está habituado a los montes. Dentro descansaban echados varios animales que, apartando su habitual agre­ sividad o su temor, pagaban el impuesto que deben al poder de la naturaleza: el tributo universal del sueño. El león, que simulaba vigi­ lar, ni con los ojos abiertos era capaz de mantenerse despierto. 26

Observaciones I. Este es otro ángulo del procedimiento acumulativo, empleado aquí para reforzar la imagen de negrura que domina en la noche. Se trata de una hipérbole combinada con una paradoja: ser puede noche en la mitad del día Se exagera la oscuridad de las cuevas donde descansan las bestias, oponiéndola a la claridad del día. Sor Juana se vale también de una fórmula estilística (no B,A) más o menos frecuente, para insistir en la misma idea. Aprovechando una suerte de antítesis entre aspereza y oscuridad, señala que brinda mayor protección ésta que aquélla, aunque normalmente sería al revés: de su aspereza menos defendidos que de su obscuridad asegurados II. No falta la alusión cuyo propósito ya se ha explicado. Aquí tocó el turno al león.

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113

El de sus mismos perros acosado, monarca en otro tiempo esclarecido, tímido ya venado, con vigilante oído, del sosegado ambiente al menor perceptible movimiento que los átomos muda, 120 la oreja alterna aguda y el leve rumor siente • que aun lo altera dormido. Y en la quietud del nido, que de brozas y lodo instable hamaca formó en la más opaca parte del árbol, duerme recogida la leve turba, descansando el viento 128 del que le corta, alado movimiento.

El venado y los pájaros 113-128. Acteón, en tiempos pretéritos ilustre monarca, quien tuvo la osadía de espiar a Diana y sus ninfas en el río Eurotas, por lo que recibió el castigo de ser convertido en cienvo al que hostilizaron sus propios perros, transformado ya en un temeroso venado, con oído atento al menor movimiento perceptible que altera los átomos del am­ biente tranquilo, usa una y otra de sus orejas penetrantes y siente el ligero rumor que lo altera, incluso, cuando está dormido. Y en la tran­ quilidad del nido que, hecho de cortezas y lodo, forma una suerte de hamaca mecedora en la parte más tupida y oscura del árbol, duerme ya recogida la multitud de aves veloces que así deja descansar al viento de su vuelo cortante. 28

Observaciones I. He aquí dos maneras de insinuar la noche: el reposo tan pe­ culiar a que se entrega el venado y el descanso efectivo de los pája­ ros. Hay en la imagen del venado una sensación aguda de nerviosidad. Es el suyo un reposo tenso, susceptible de interrumpirse con el más leve estímulo. Su instintiva desconfianza lo lleva a mantenerse aten­ to, incluso durante el sueño. Sor Juana se vale, de nuevo, de una com­ plicada alusión mitológica para referirse a este rumiante, uno más en el variado desfile de animales que se entregan al sueño, sin nom­ brar a Acteón, el personaje mitológico que tiene que ver con esta le­ yenda. En lugar de eso, emplea las descripciones que lo definen. Pero todo parece un pretexto para introducir una agilísima representación del ciervo, como conviene a su índole: con vigilante oído... la oreja alterna aguda y el leve rumor siente que aun lo altera dormido En el primer heptasílabo basta un solo vocablo —el que ocupa el centro de intensidad fonética— para expresar el acecho o estado de alerta en que se mantiene el venado. La forma de participio (vigilan­ te ) se presta muy bien. En el segundo puede advertirse, por lo pronto, un sistema casi perfecto de reiteración vocálica (oa-aaraa), enrique­ cido con los tres realces rítmicos. En seguida, hay que notar la dispo­ sición de las palabras componentes: en el centro el verbo, a un lado el sustantivo y al otro la cualidad. Querría así sor Juana comunicar­ nos el uso alternativo del oído y su capacidad de penetración, que en este caso refuerza y matiza el nivel sonoro de aguda. El verso evoca la figura despierta y perspicaz de la cabeza del ciervo. El tercero bien puede constar de dos partes. En la primera (y el leve rumor) es fácil percibir el susurro de los vientos; mientras en la segunda (siente) hay algo así como un contraste: se detiene el impulso para dar paso a la idea de que el animal capta el menor parpadeo. La hipérbole del último verso así lo confirma. Otra vez se aprovecha el contraste fo­ nético y semántico entre altera y dormido. II. Probablemente el mayor acierto esté en el siguiente endeca­ sílabo que cierra el trozo: del que le corta, alado movimiento 29

Raras veces el barroco puede alcanzar la plenitud que alcanza en este singular verso, dotado de la máxima intensidad expresiva. Sor Juana se refiere al hecho escueto y simple de que durante la noche los pajarillos descansan, suspenden el vuelo con el que parecen cortar los vientos. Cuando vuelan, sus alas hienden la atmósfera. Pues bien, a ella le interesa que la representación de ese acontecimiento trivial alcance relieve, plasticidad; que se destaque enérgicamente; que co­ bre cierto dinamismo. Por eso elude las palabras cotidianas que re­ fieren en bloque y escoge las que aíslan los atributos que mejor respon­ den a las necesidades del poema. En lo que fija primero su atención es en la actividad diaria que despliegan los pájaros: volar. Para ese fin elige una palabra sumamente abstracta: movimiento. En seguida se preocupa por señalar el medio de que se valen para realizarlo: las alas. Sin embargo, en un verdadero alarde de agudeza, funde el medio con la actividad, convirtiéndolo en atributo de ésta: movimiento ala­ do. Queda así una noción compleja en que se recoge el desplazamien­ to de las aves y el recurso que lo hace posible.

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129 130

De Júpiter el ave generosa —como al fin Reina—, por no darse entera al descanso, que vicio considera si de preciso pasa, cuidadosa de no incurrir de omisa en el exceso, a un solo pie librada fía el peso, y en otro guarda el cálculo pequeño —despertador reloj del leve sueño—, porque, si necesario fue admitido, no pueda dilatarse continuado, antes interrumpido 140 del regio sea pastoral cuidado. ¡Oh de la Majestad pensión gravosa, que aun el menor descuido no perdona! Causa, quizá, que ha hecho misteriosa, circular, denotando, la corona, en círculo dorado, 146 que el afán es no menos continuado.

Digresión sobre el águila y el poder 129-146. El ave noble o águila de Júpiter, reina al fin y al cabo entre las de su especie, con el fin de no entregarse por completo al des­ canso que juzga ya un vicio, si va más allá de lo estrictamente necesa­ rio, y poniendo el mayor celo para no incurrir, por descuido, en los excesos, confía el peso de su cuerpo a un solo pie, en tanto que^ en el otro conserva una piedrecilla que le despertaría de su ligero sueño tan pronto como se le desprendiera. Ello obedece a esta razón: el sueño se admite como algo necesario, pero no puede prolongarse indefinidamen­ te; antes bien, el menester de soberana y custodia de las aves, le obli­ garía a interrumpirlo cuando se presentara la necesidad. 31

Así es de exigente, ¡ay!, el ejercicio de la Majestad (el poder). No tolera el menor descuido. Tal vez aquí está el origen de que la corona sea algo misterioso, circular, dando a entender que este círculo de oro, emblema del poder, no conoce principio ni fin, como no los conoce la tarea ininterrumpida de gobernar. Observaciones I. Aquí puede advertirse una suerte de digresión: no es tanto la imagen del sueño lo que importa, cuanto el rasgo majestuoso del águila y el carácter absorbente de los deberes del soberano. II. Cuando el poema se toma sentencioso; cuando sor Juana se propone agregar una suerte de apostilla en que condensa una idea y quiere dar un consejo o hacer una advertencia, recurre al cultismo sintáctico. Sabedora de que en este nivel la lengua tolera considerable margen de innovaciones, lo aprovecha para envolver en un laberinto complicado tal o cual idea manifiestamente sencilla. El desafío no está en el contenido de esa idea, sino en el medio verbal que la expresa. El lector tiene que desentrañarla, luchando a brazo partido con las transposiciones: Causa, quizá, que ha hecho misteriosa, circular, denotando, la corona, en círculo dorado que el afán es no menos continuado. La agudeza y alarde de esta sintaxis pueden detectarse en la prosificación correspondiente.

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JORNADA DEL SUEÑO FISIOLOGICO 147

El sueño todo, en fin, lo poseía; todo, en fin, el silencio lo ocupaba: aun el ladrón dormía; 150 aun el amante no se desvelaba. El conticinio casi ya pasando iba, y la sombra dimidiaba, cuando de las diurnas tareas fatigados —y no sólo oprimidos del afán ponderoso del corporal trabajo, mas cansados del deleite también (que también cansa objeto continuado a los sentidos aun siendo deleitoso: 160 que la Naturaleza siempre alterna ya una, ya otra balanza, distribuyendo varios ejercicios, ya al ocio, ya al trabajo destinados, en el fiel infiel, con que gobierna la aparatosa máquina del mundo) —; así, pues, de profundo sueño dulce los miembros ocupados, quedaron los sentidos del que ejercicio tienen ordinario 170 —trabajo, en fin pero trabajo amado, si hay amable trabajo—, si privados no, al menos suspendidos, y cediendo al retrato del contrario de la vida, que —lentamente armado— cobarde embiste y vence perezoso con armas soñolientas,

desde el cayado humilde al cetro altivo, sin que haya distintivo que el sayal de la púrpura discierna: 180 pues su nivel, en todo poderoso, gradúa por exentas a ningunas personas, desde la de a quien tres forman coronas soberana tiara, hasta la que pajiza vive choza; desde la que el Danubio undoso dora, a la que junco humilde, humilde mora; y con siempre igual vara (como, en efecto, imagen poderosa 190 de la muerte) Morfeo 191 el sayal mide igual con el brocado.

El dominio del sueño fisiológico 147-191. Por fin, el sueño se había apoderado de todo; el silen­ cio era dueño absoluto de todo: incluso dormía el ladrón y hasta el amante procuraba no desvelarse. La primera parte de la noche iba acabándose; la sombra u oscuri­ dad estaba a la mitad de su camino, cuando los miembros del cuerpo, cansados por sus tareas diurnas, se entregaban al sueño. No sólo los oprime el excesivo y pesado trabajo de la actividad corporal, sino que también los fatiga el deleite, pues abruma a los sentidos cualquier objeto que los estimule incesantemente, aun cuando sea placentero. En este punto, la Naturaleza, sabia como de costumbre, equilibra las cosas empleando uno y otro de los platillos de la balanza para dis­ tribuir así los ejercicios de varias clases, destinados ora al ocio, ora al trabajo. Su distribución la hace conforme al fiel desleal (porque suele inclinarse por uno u otro extremo) con que gobierna la espléndida estructura del mundo. Insistimos: los miembros están absorbidos por profundo y dulce sueño y los sentidos se han visto, si no despojados de su ejercicio diario (trabajo, después de todo, pero trabajo estima­ do si es que hay trabajo digno de aprecio), sí suspendidos. Por decirlo así, han cedido a la imagen opuesta a la de la vida: el sueño (de gran similitud con la muerte) que, armándose poco a poco, acomete como un cobarde y vence perezosamente, es decir, con las armas de la som­ nolencia. Su victoria no conoce límites ni privilegios: vence por igual 34

al pastor humilde que al orgulloso soberano, pues su nivel, capaz en todo y por todo, mide a las personas en igualdad de condiciones: nin­ guna queda exenta de su dominio, desde la que lleva la tiara altiva hasta la que vive en una choza de paja, desde la que vive en un palacio que dora el ondeante Danubio, hasta la que habita en humilde cober­ tizo de juncos; y siempre con igual vara, Morfeo (ciertamente imagen poderosa de la muerte) mide por parejo al que porta modesto sayal y al que viste elegante brocado. Observaciones I. La imagen cósmica del sueño y de la noche cede el paso a la imagen fisiológica. Aquí sor Juana exalta el poderío del sueño, ha­ ciendo ver que nadie escapa a su dominio: desde el más encumbrado hasta el más modesto. Todavía más, concibe el estado de sueño como análogo al de la muerte, lo cual explica el sabor horaciano del pasaje. Desde luego, para el poeta latino lo que importa es el hecho inexora­ ble de la muerte, mientras que para sor Juana lo que cuenta es el ciclo del sueño, del que no puede dispensarse nadie. II. Inicialmente, es preciso reparar en el hipérbaton. Aquí tiene su efecto estético perfectamente detectable: a ratos facilita un donai­ re, a veces hace resaltar el valor eufónico y semántico de una palabra, permitiendo su colocación en un punto decisivo dentro del verso. Cuan­ do sor Juana procede así, se apoya en una larga tradición literaria. He aquí un ejemplo: quedaron los sentidos del que ejercicio tienen ordinario —trabajo, en fin pero trabajo amado, si hay amable trabajo—, si privados no, al menos suspedidos, Nótese la anteposición de la preposición de, regida por privados y mspendidos. Es el hipérbaton más difundido desde la antigüedad en la lengua literaria. Sin embargo, aquí mismo se dan muchas otras cosas: por una parte está el hipérbaton distensivo que separa ejerci­ cio y ordinario. Esta ordenación permite que ordinario cumpla con su papel fonético y que la atención se oriente a la palabra cuyo con­ tenido quiere enfatizarse. Por otra parte, la distancia que media en­ tre del que y suspendidos serviría para reforzar una idea: el estado de inactividad y pereza en que han entrado los sentidos. Desde otro

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ángulo, vale la pena fijarse en el donaire de los versos intermedios, basado, asimismo, en el hipérbaton: —trabajo, en fin pero trabajo amado, si hay amable trabajo— Las tres posiciones que ocupa el vocablo trabajo, conllevan tres re­ presentaciones, tres posibilidades en las que sin duda pensó sor Juana. III. Paso ahora a un endecasílabo que vale por sí solo: cobarde embiste y vence perezoso Se trata de un precioso bimembre. No hay oposición lógica entre sus miembros, sino más bien un contraste estilístico, apoyado en el con­ trabalanceo y en la simetría. En los extremos aparecen los atributos y en el interior los actos. La conjunción y sirve de eje. En el primer miembro la anteposición del atributo y su realce rítmico expresan el matiz artero del ataque; como que rehúsa la pelea abierta y acomete cuando todo le es ventajoso. En cambio, el segundo indica un triunfo gris, un triunfo que no supone esfuerzo. Aparte de la bimembración sintáctica y la paralela conceptual, parece darse una rítmica, basada por completo en el contraste. El realce rítmico de cobarde facilita el flujo de la primera porción del verso, en tanto que los realces de vence y perezoso lo frenan en la segunda, tal como lo exige el sentido. IV. El pasaje posee un curioso sistema de oposiciones, tanto más hábil cuanto que está desarrollado sobre la base de cuatro metoni­ mias. Sor Juana elude los nombres cotidianos porque en este caso se­ rían ineficaces para establecer la oposición que le interesa. En cambio, al aislar los símbolos del pastor y del soberano, asegura la antítesis, puesto que las parejas de atributos se excluyen mutuamente: cayado y cetro, sayal y púrpura. Empleando este recurso de la estética dual, sor Juana vigoriza la idea de la omnipresencia del sueño.

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El alma, pues, suspensa del exterior gobierno —en que ocupada en material empleo, o bien o mal da el día por gastado1—, solamente dispensa remota, si del todo separada no, a los de muerte temporal opresos lánguidos miembros, sosegados huesos, 200 los gajes del calor vegetativo, el cuerpo siendo, en sosegada calma, un cadáver con alma, muerto a la vida y a la muerte vivo, de lo segundo dando tardas señas el del reloj humano vital volante que, si no con mano, con arterial concierto, unas pequeñas muestras, pulsando, manifiesta lento 209 -de su bien regulado movimiento.

El sueño como reposo corporal 192-209. Así, pues, el alma ha hecho una pausa en sus meneste­ res diarios externos —donde se absorbe en tareas toscas y concretas y da así el día por bien o mal empleado—, para poder suministrar des­ de lejos, aunque no separada del todo, el beneficio del calor nutritivo tanto a los miembros extenuados y agobiados por muerte temporal como a los tranquilos huesos. Según esto, el cuerpo parece, por su quie­ tud y tranquilidad, un cadáver paradójicamente dotado de alma, pues da el aspecto de muerto en atención a la vida y da el aspecto de vivo en relación a la muerte. Un indicio, aunque tardío, de esto último está 37

en el reloj humano o corazón, esa rueda vital que sin manecillas, da leves señales, en los latidos lentos y cadenciosos de las arterias, de su movimiento perfectamente regulado. Observaciones I. Tal vez aquí se prepara el escenario del sueño intelectual: apa­ recen las condiciones que habrán de propiciarlo. Aislada de sus me­ nesteres sensibles, la mente (el alma) está en posibilidad de entregarse a su quehacer abstracto. El sueño favorece la suspensión del ejercicio sensible y abre la posibilidad amplísima del ejercicio intelectual. II. La representación densamente oscura de la noche ha que­ dado atrás. Sor Juana se preocupa ahora de acentuar los rasgos fisio­ lógicos y psicológicos del sueño, hurgando en la mente y en el orga­ nismo del hombre. En este punto quisiera llamar la atención sobre cierta analogía entre el Primero sueño y el Sueño de la muerte de Quevedo. He aquí el pasaje de éste en que me apoyo: Entre estas demandas y respuestas fatigado y combatido (sospe­ cho que fue cortesía del sueño piadoso más que de natural), me quedé dormido. Luego que desembarazada el alma se vio ociosa sin la traba de los sentidos exteriores, me embistió desta manera la comedia siguiente; y así la recitaron mis potencias a oscuras, siendo yo para mis fantasías auditorio y téatro. (El subrayado es mío.) Ambos poetas disponen, primero, las condiciones para el reposo corporal, preludio del otro sueño en que ha de ocurrir una ficción. El relato de Quevedo toma su propio rumbo que, por supuesto, no nos concierne aquí. Quede, al menos, señalado que la ficción concluye cuan­ do termina el reposo, lo cual vuelve a acercar a los dos textos. Por su parte, sor Juana quiere detenerse mucho más en el sueño como interrupción de la vigilia, antes de advenir a la anécdota de su aven­ tura intelectual. Para lograrlo es preciso descubrir los nexos que pueda haber entre la manifestación externa del sueño y otras apariencias del cuerpo humano, o entre las partes anatómicas de éste y ciertos objetos del mundo. Todos los medios verbales empleados aquí se en­ caminan a este fin. Así se explica la presencia de una ingeniosa antí­ tesis donde se aproximan dos propiedades que, en principio, se ex­ cluyen : 38

un cadáver con alma muerto a la vida y a la muerte vivo El contraste facilita la pintura del cuerpo en estado de reposo. Por otro lado, hay que acudir a los objetos del mundo externo para detallar y manifestar la excelencia de un órgano como el corazón. Su movimiento rítmico y preciso es el del mecanismo de un reloj. Aquí está la metáfora: vital volante que, si no con mano, con arterial concierto, unas pequeñas muestras, pulsando, manifiesta lento de su bien regulado movimiento.

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Este, pues, miembro rey y centro vivo de espíritus vitales, con su asociado respirante fuelle —-pulmón* que imán del viento es atractivo, que en movimientos nunca desiguales o comprimiendo ya, o ya dilatando el musculoso, claro arcaduz blando, hace que en él resuelle el que lo circunscribe fresco ambiente • que impele ya caliente, 220 y él venga su expulsión haciendo activo pequeños robos al calor nativo, algún tiempo llorados, nunca recuperados, si ahora no sentidos de su dueño, que, repetido, no hay robo pequeño—; éstos, pues, de mayor, como ya digo, excepción, uno y otro fiel testigo, la vida aseguraban, mientras con mudas voces impugnaban 230 la información, callados, los sentidos —con no replicar sólo defendidos—, y la lengua que, torpe, enmudecía, 233 con no poder hablar los desmentía. El corazón y los pulmones, testimonios de vida durante el sueño 210-233. Se trata, entonces, del corazón, miembro principalísi­ mo y centro eficaz del vigor natural que vivifica el cuerpo. Sus fun­ ciones las lleva a cabo con la cooperación de los pulmones —algo así como fuelles que recogen y arrojan el aire o imanes que lo atraen—, 40

los cuales, con sus movimientos perfectamente isócronos, comprimién­ dolo dilatando la garganta (esa suerte de acueducto musculoso, es­ pacioso y blando), hacen que en ella respire con estrépito el fresco ambiente que la rodea. La garganta, por su parte, lo devuelve ca­ liente, en tanto que él, mostrándose activo, al ser expulsado va me­ noscabando el calor natural del cuerpo. En cierta etapa se lamenta el menoscabo, pero jamás se recupera y si bien no se percibe ahora, a la larga significa una pérdida, a fuer de ser constante. De manera que corazón y pulmones, que constituyen una excepción por lo que hace al resto del cuerpo, eran fieles testigos de la actividad interior de éste; eran la garantía de su vida. No obstante, los sentidos, en si­ lencio, daban muestras de lo contrario: procurando sólo su seguridad, se abstenían de replicar. Asimismo, la lengua, que, por su torpeza, enmudecía, sin poder hablar contribuía también a desmentir el tes­ timonio de aquéllos. Observaciones I. El Primero sueño consigue animar, como poema, un saber científico que en otro respecto es, por lo demás, tedioso. Esta prolija descripción del sueño fisiológico así lo testimonia. El arte de sor Juana no quisiera omitir detalle alguno; sobre cada pormenor proyecta su curiosidad y lo traslada a su formidable orbe lingüístico. El mundo adquiere el matiz que le imprime aquél. Y conste que no se trata de una forma fría impuesta a la vasta variedad de las cosas. En sus momentos más abstractos, el poema parece estar preñado de un ím­ petu de una pasión ardorosa. Así, en este caso del^ sueno corporal, hay una suerte de drama, una contienda entre la vida y la muerte. El reposo a que se entrega el cuerpo casi lo deja inmóvil como algo verto No obstante, en su interioridad late la vida, la actividad. El movimiento de los pulmones y del corazón no se detiene; al contrario, su obrar incesante contrarresta esa apariencia de inercia que lo do­ mina. ^ • __ II Las alusiones contenidas en miemoro rey y centro vivo con­ tribuyen a subrayar el papel vital que cumple el corazón ; a frenar la impresión de dominio que ejercen la noche y el sueno. Ni que decir tiene la metáfora del fuelle respirante. Los pulmones, con un esfuer­ zo que no conoce fatiga, introducen y expelen el aire que propicia la vida. Este movimiento alternativo de absorción y expulsión lo expresa espléndidamente un endecasílabo bimembre: 41

o comprimiendo ya, o ya dilatando El verso se aproxima a la perfección de la simetría bilateral, salvo por la colocación de ya en la segunda ala. Sin embargo, el vocablo de­ terminante es el gerundio y aquí no sólo acapara los realces rítmicos sino que por su terminación y su uso, imita la contracción y ensan­ chamiento de las paredes del pulmón-fuelle.

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* Y aquella del calor más competente científica oficina, próvida de los miembros despensera, que avara nunca y siempre diligente, ni a la parte prefiere más vecina ni olvida a la remota, 240 y en ajustado natural cuadrante las cuantidades nota -que a cada cuál tocarle considera, del que alambicó quilo el incesante calor, en el manjar que -—medianero piadoso— entre él y el húmedo interpuso su inocente substancia, pagando por entero la que, ya piedad sea, o ya arrogancia, al contrario voraz, necia, lo expuso 250 —merecido castigo, aunque se excuse, al que en pendencia ajena se introduce ; ésta, pues, si no fragua de V ulcano, templada hoguera del calor humano, al cerebro enviaba húmedos, mas tan claros los vapores de los atemperados cuatro humores, que con ellos no sólo no empañaba los simulacros que la estimativa dio a la imaginativa 260 y aquésta, por custodia más segura, en forma ya más pura entregó a la memoria que, oficiosa, grabó tenaz y guarda cuidadosa, sino que daban a la fantasía lugar de que formase 266 imágenes diversas. 43

Papel del estómago en el sueño y comienzo del discurrir fantástico 234-266. Y el estómago, esa fragua perfecta donde se produce todo el calor necesario, prevenido y cuidadoso, va distribuyendo a los miembros lo que requieren. Jamás escatima nada; al contrario, celosísimo de su encargo, procura equitativamente a las partes más cercanas y a las más remotas. Para ello se vale de un instrumento exacto y natural que va registrando las cantidades que considera ne­ cesarias para cada cual, segregadas del quimo que su calor incesante obtuvo de los manjares o alimentos. Este comestible —intermediario misericordioso— pone su candorosa sustancia entre el humor primero del cuerpo y ese calor que consume todo. Las consecuencias de su acción no se hacen esperar: paga caro el exponerse imprudentemen­ te al enemigo voraz, ya sea que lo guíe la piedad o la misma arrogan­ cia. (Ese es el castigo que merece quien trata de poner paz en líos ajenos.) Así, pues, el estómago puede concebirse si no precisamente como la fragua de \ ulcano, sí como una moderada hoguera que se encarga de enviar al cerebro el vapor fluido y ligero de los cuatro humores ya suavizados: la sangre, la flema, la cólera y la melancolía. Tan sutiles eran que no sólo no oscurecían las especies otorgadas por la estimativa a la imaginativa, sino que también daban pábulo a la fantasía para formar imágenes de índole diversa. Y conste que la ima­ ginativa, para asegurar por completo su cuidado, las confiaba, más depuradas, a la memoria, quien las había grabado firmemente y las había guardado con la mayor diligencia. Observaciones I. Este pasaje confirma lo dicho en el anterior: la curiosidad in­ saciable de sor Juana no deja títere con cabeza. ¡Qué versatilidad la suya! Sin abandonar en ningún momento el molde a que quiso so­ meterse, vacía en él tres experiencias distintas: una científica, una mitológica y una filosófica. II. Menuda empresa la de recrear en verso el oficio del estó­ mago. Sor Juana la acomete con las armas de que dispone y sale más que airosa. Por principio de cuentas, en todo el pasaje elude la pa­ labra estómago. No lo nombra directamente, para estar en condicio­ nes de pintar mejor su acción transformadora y calorífica. A este pro­ pósito obedecen las numerosas alusiones, la crinografía de la diges­ tión y la imagen del cuadrante, con la que suministra una idea de la justa y exacta distribución del quimo. 44

III. Los tropos cumplen eficazmente con la parte que les co­ rresponde, pero en este caso menudean otros hallazgos estilísticos que, en última instancia, sirven de apoyo a aquéllos, intensificando su ex­ presividad. El hipérbaton distensivo (separación del adjetivo y del sustantivo) resalta muchas veces el valor eufónico y colorista de un vocablo. Eso es lo que ocurre en este endecasílabo neto: próvida de los miembros despensera Sor Juana quiso aislar la generosidad y diligencia de este pro­ veedor incomparable que es el estómago. Próvida inicia el verso y atrae sobre sí la cima de intensidad sonora, aparte de ser la palabra más rica en lo que toca al sentido. La línea que sigue no le va en zaga. Se trata de un bimembre impecable que viene como anillo al dedo para definir aquellos atributos: que avara nunca y siempre diligente El verso obedece a este esquema: adjetivo-adverbio-conjunciónadverbio-adjetivo. Los adverbios quedan en el interior y en los ex­ tremos las palabras que expresan una cualidad. ¿Por qué así? Esta suerte de simetría tiene su efecto estético y semántico. En un ala y otra sor Juana expresa la misma idea, pero valiéndose de una aparente con­ traposición. La primera excluye un rasgo indeseable, anteponiendo avara y agregando inmediatamente el nunca, en tanto que la segunda afirma la permanencia de un rasgo positivo, anteponiendo siempre y agregando diligente. Sin embargo, el procedimiento no se detiene ahí : el primer realce rítmico corresponde justo a la palabra nunca, defi­ nidora de la primera porción; en cambio, los otros dos recaen en los vocablos cuyo papel decide el sentido del verso comentado y se ex­ tiende a los inmediatos subsecuentes: siempre y diligente. Una fórmula estilística, muy a la manera de Góngora, contiene la alusión mitológica al estómago. Claro que sor Juana invierte el or­ den: Si no B,A. Observemos: ésta, pues, si no fragua de Vulcano templada hoguera del calor humano, Aquí el término B es el que encierra la hipérbole, en tanto que A es una imagen tímida, llena de reservas. Con todo, el orden dice mu­ cho: la poetisa exigiría que se le acepte B, por ser el que más se 45

acerca al poder calorífico del estómago. A lo mantiene como última alternativa, en caso de que se le escamotee el primero. IV. Lo que concierne a la actividad de la mente (alma), suscita cierto problema de interpretación. No hay que olvidar algo que es decisivo a estas alturas: se ha pasado de la vigilia al sueño. El con­ tacto sensible con el mundo está, en cierto modo, suspendido. Ahora bien, conforme lo establece el poema, la estimativa es la que tiene el encargo de suministrar las imágenes o simulacros a la imaginativa. De aquí pasarían, a su vez, a la memoria o a la fantasía. Tal como lee Méndez Planearte, la estimativa sería la facultad central de los sen­ tidos externos. Si así la hubiera concebido sor Juana, habría incurrido en una inexactitud. En efecto, la estimativa, como facultad sensible del alma, no tiene contacto inmediato con el plano real: Para percibir las representaciones que no son recibidas por los sentidos, está la estimativa (ad apprehendendum autem intentiones quae per sensum non accipiuntur, ordinatur ‘aestimativa’) (Santo Tomás, Summa Theologica, Quaestio LXXVIII, Artículo IV). (El subrayado es mío.) Más bien creo que la monja se ubica en el estado de sueño, donde la estimativa, desprendida de los sentidos externos, coopera con las otras facultades en la elaboración del material ficticio que va a ali­ mentar el sueño entendido como representación fantástica.

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JORNADA DEL SUEÑO FILOSOFICO Y del modo 267 que en tersa superficie, que de Faro cristalino portento, asilo raro fue, en distancia longísima se vían 270 (sin que ésta le estorbase) del reino casi de Neptuno todo las que distantes lo surcaban naves —viéndose claramente en su azogada luna el número, el tamaño y la fortuna que en la instable campaña transparente arresgadas tenían, mientras aguas y vientos dividían sus velas leves y sus quillas graves—: 280 así ella, sosegada, iba copiando las imágenes todas de las cosas, y el pincel invisible iba formando de mentales, sin luz, siempre vistosas colores, las figuras no sólo ya de todas las criaturas sublunares, mas aun también de aquéllas que intelectuales claras son Estrellas, y en el modo posible que concebirse puede lo invisible, 290 en sí, mañosa, las representaba 291 y al alma las mostraba.

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La operación de la fantasía 267-291. Y de la misma manera que en el limpio y resplandecíente espejo del Faro de Alejandría, prodigio cristalino y refugio extraordinario de la isla de Faros, se veían a distancia remota de casi_ todo el reino de Neptuno —el mar - (sin que la propia distancia lo impidiera), las naves lejanas que lo surcaban —en su luna cubierta de azogue, efectivamente, se distinguían con toda claridad el núme­ ro, el tamaño y la fortuna que tenían arriesgados en el lecho trans­ parente e inestable del mar, cuyas aguas escindían las pesadas quillas y cuyos vientos cortaban las ligeras velas de esas naves—. Así también ía fantasía, en completa calma, iba reproduciendo las imágenes de las cosas. Con su pincel invisible iba formando las figuras de todos los seres terrestres —dotándolas de colores mentales hermosos, aunque carentes de luz—, lo mismo que de aquellas que por ser intelectuales y evidentes, parecen estrellas. Y hasta donde puede aprehender lo que es invisible o inmaterial, se las arreglaba hábilmente para represen­ társelas y estar en condiciones, así, de exhibírselas al alma. Observaciones I. Aquí podría decirse que se inicia propiamente la parte filosó­ fica del poema. Ya se ha hablado de algunas actividades mentales y de ciertas facultades con que cuenta el sujeto cognoscente. El punto de arranque está en la fantasía o imaginación, fuente del conocimien­ to sensible. Sor Juana compara la fantasía con el espejo del Faro de Alejandría: así como el espejo refleja los objetos, así la fantasía re­ produce las imágenes de las cosas, trascendiendo su naturaleza física, es decir, haciéndolas inmateriales. Pero también configura —hasta don­ de le es posible— los conceptos o nociones que se esfuerza por presen­ tar al alma (entendimiento). II. Por lo pronto, el poema se detendría en el alma sensitiva cuyos medios fundamentales, en el orden del conocimiento, son la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto. Sor Juana no presta aten­ ción a estos medios, sino que enfatiza el papel de la imaginación, uno de los cuatro sentidos internos cuya tarea específica consiste en con­ servar y reproducir las percepciones sensoriales, en ausencia de las co­ sas percibidas. Ello, no obstante, faltaría justificar o documentar la afirmación de que la fantasía también se ocupa de configurar nocio­ nes abstractas. Probablemente sor Juana se hace eco de la solución 3, correspondiente al artículo 7 de la cuestión 84. El empleo de las imá48

genes se requiere tanto para el conocimiento de los objetos corpóreos como para cualquier tipo de objeto. En efecto, también pensamos las cosas incorpóreas, que carecen de imagen, por analogía y adaptación a lo corpóreo, de lo que sí tenemos imagen. Solemos pensar lo inma­ terial, en cuanto seres finitos que somos, a la manera y por analogía con lo material. III. La comparación entre la fantasía y el espejo está montada sobre la imagen del reflejo, en cuyos detalles se solaza sor Juana. Las figuras que devuelve la superficie del espejo cobran una vida inusi­ tada y dan lugar a los mayores aciertos verbales: en su azogada luna el número, el tamaño y la fortuna Los bimembres alcanzan un grado raro de perfección, que está a la altura del modelo y que puede incluso superarlo: mientras aguas y vientos dividían sus velas leves y sus quillas graves Hay aquí un sistema de correlación de singular maestría: valién­ dose de un solo verbo (dividir) colocado en su sitio justo, la artista deja en el primer miembro los dos acusativos (aguas y vientos) que se acomodan perfectamente al ritmo del verso, mientras que en el segundo el carácter bimembre descansa en la colocación acertadísi­ ma de los adjetivos (velas leves-quillas graves) que, unidos a estos sustantivos, expresan la cualidad inherente a cada uno y que, por si fuera poco, entrecruzándose con el verso anterior (ése es el sistema de correlación), quedan vinculados en el ángulo que justamente les corresponde: las quillas graves dividen las aguas y las velas leves divi­ den los vientos. Por fin, habría que reparar en el efecto estético de las dos alas que componen el bimembre: sus velas leves y sus quillas graves. El realce rítmico de leves y de graves, la simetría de ambas por­ ciones y el eje (la conjunción y), imitan el desplazamiento de la nave que va escindiendo las aguas y el viento. El pasaje, por otra parte, se toma muy barroco en el hipérbaton: las naves (v. 272) tienen su segundo predicado hasta los w. 2/8279. Quisiera así sor Juana facilitar un aéreo encadenamiento que se compadece con el movimiento de las naves y del mar. 49

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La cual, en tanto, toda convertida a su inmaterial sér y esencia bella, aquella contemplaba, participada de alto Sér, centella que con similitud en sí gozaba; y juzgándose casi dividida de aquella que impedida siempre la tiene, corporal cadena, 300 que grosera embaraza y torpe impide el vuelo intelectual con que ya mide la cuantidad inmensa de la Esfera, ya el curso considera regular, con que giran desiguales los cuerpos celestiales —culpa si grave, merecida pena (torcedor del sosiego, riguroso) de estudio vanamente judicioso—, puesta, a su parecer, en la eminente 310 cumbre de un monte a quien el mismo Atlante que preside gigante a los demás, enano obedecía, y Olimpo, cuya sosegada frente, nunca de aura agitada consintió ser violada, aun falda suya ser no merecía: pues las nubes —que opaca son corona de la más elevada corpulencia, del volcán más soberbio que en la tierra 320 gigante erguido intima al cielo guerra—, apenas densa zona de su altiva eminencia, o a su vasta cintura cíngulo tosco son, que —mal ceñido— o el viento lo desata sacudido, 326 o vecino el calor del Sol lo apura. 50

El impulso intelectual del Alma 292-326. El Alma, destinataria del material proporcionado por la fantasía, transformada ya por completo en su ser inmaterial y esen­ cia bella, contemplaba arrobada la flama, trasunto del Ser perfecto. Estimándose casi separada de la cadena corporal que constantemente la obstaculiza, pues que la tosquedad del cuerpo y su pesadez estor­ ban el impulso intelectual con que examina la magnitud del cielo, se dedica a reflexionar sobre la trayectoria continua que siguen los diferentes cuerpos celestiales. (Esta trayectoria de los astros es la que aprovechan los judiciarios para intentar, vanamente, adivinar el fu­ turo. Si su delito es grave, reciben el castigo que merecen, pues lo único que logran es dañar cruelmente la paz de los hombres.) El Alma, insisto, consideraba que se hallaba en la parte alta de un mon­ te de tal índole que le obedece el propio Atlante, quien se siente pigmeo a su lado, a pesar de ser el amo de los gigantes. Y Olimpo, el de la frente pacífica, que jamás toleraba que se la alterara ningún airecilio violento, según el parecer de aquélla, no podía aspirar siquiera a ser falda de ese monte, puesto que las nubes —corona opaca de las montañas más ingentes o del volcán más insolente que, cual gigante enhiesto, desafía al cielo—, apenas llegan a formar una zona espesa respecto de su soberbia altura o un grosero cinturón para su dilatada cintura, cinturón que, si está mal ceñido, el viento lo desata al sacu­ dirlo, o bien el calor próximo del sol lo desvanece. Observaciones I. Este es un grado más en la ascensión del Alma. Desvinculada ya de las facultades sensibles que la encadenan al mundo, inicia su ascenso intelectual, encaminándose a un plano que ofrezca cada vez mayor dignidad. Hay aquí una suerte de marco aristotélico, confor­ me al cual, el Alma alcanza o cumple su forma, accediendo a las esferas a un nivel menos corruptible que el del mundo. II. Asimismo, el poema parece hacerse eco de una concepción platónica en cuanto a las relaciones entre Alma y cuerpo. La activi­ dad racional de la primera tropieza con los obstáculos que provienen del segundo: los amores, los deseos y los temores, que tienen su origen en el cuerpo, frenan o estorban la contemplación, de ahí que sea deseable desembarazarse de él, para ganar el mundo inteligible. Todo el Fedón puede servir de trasfondo a esta parte del poema. Particu­ larmente el pasaje que se localiza en 81. 51

III. Sor Juana ratifica su maestría en el empleo del bimembre, como puede verse en este caso: que grosera embaraza y torpe impide. En observaciones anteriores me he referido a la simetría que po­ seen estos bimembres, piezas excepcionales del arte de la autora. La hay, una vez más, doble: semántica y fonética. Este es su esquema a-v-y-a-v. Todo el verso parece estar dominado por una sensación de pereza y lentitud, imagen justa de ese fardo que es el cuerpo. Con­ denado a arrastrarse pesadamente por la tierra, no hace sino impo­ sibilitar la sutil actividad del Alma. La primera ala recoge la tos­ quedad del obstáculo, condensándola así grosera embaráza Los realces rítmicos están en el sitio preciso que origina el desarro­ llo pausado, moroso del verso, en perfecto ajuste con la idea que pre­ side el pasaje. La segunda ala, matizando el mismo contenido, repara en la inhabilidad o impericia del cuerpo: torpe impide No es difícil advertir que los realces rítmicos tienen el mismo efecto que en el ala anterior. En suma, se trata de otro ángulo de la estética dual orientado precisamente a expresar la dualidad alma-cuerpo, don­ de este último se lleva la peor parte. IV. La cascada de hipérboles, un medio caro a sor Juana, tienen aquí su antecedente manifiesto en las estrofas iniciales del Polifemo. El sistema empleado deriva especialmente, creo, de la estrofa VII Un monte era de miembros eminente este (que, de Neptuno hijo fiero, de un ojo ilustra el orbe de su frente, émulo casi del mayor lucero) cíclope, a quien el pino más valiente, bastón, le obedecía, tan ligero, y al grave peso junco tan delgado, que un día era bastón y otro cayado. Añado la versión de Dámaso Alonso, para detectar mejor el víncu­ lo entre ambos poemas. Quede claro que las hipérboles de Góngora 52

destacan exclusivamente la magnitud física de Polifemo, en tanto que las de sor Juana sugieren tan sólo la excelsitud adonde se remonta el Alma: Era como un eminente monte de miembros humanos este cíclope, feroz hijo del dios Neptuno. En la frente de Polifemo, amplia co­ mo un orbe, brilla un solo ojo, que podría casi competir aun con el Sol, nuestro máximo lucero. El más alto y fuerte pino de la mon­ taña lo manejaba como ligero bastón; y, si se apoyaba sobre él, cedía al enorme peso, cimbreándose como delgado junco, de tal modo, que, si un día era bastón, al otro ya estaba encorvado como un cayado. IV. Ya ha habido ocasión de reparar en algunos pasajes densa­ mente barrocos que aquí se continúan con el que alude a la Astrología judiciaria: —culpa si grave, merecida pena (torcedor del sosiego riguroso) de estudio vanamente judicioso— La explicación nos hará patente la compleja trama de este hipér­ baton, henchido como la frase de Gracián: al hablar de la contem­ plación de los astros por parte del Alma, sor Juana transita a la Astrología, forma degenerada de aquella actividad (estudio vanamente judicioso). Es un estudio judiciario (sor Juana emplea judicioso, ha­ ciendo uso de cierta licencia poética), que intenta pronosticar el fu­ turo de la vida humana, leyéndolo en los astros, pero es vano por inútil y por carecer de fundamento. Esta práctica, aunque constituye un delito grave, recibe el castigo correspondiente (merecida pena) al intento, pues en el fondo lo único que logra es perturbar, cual ver­ dugo inmisericorde, la paz de los hombres (torcedor del sosiego ri­ guroso ). Las transposiciones y las inversiones permiten vaciar en este apretadísimo molde (tres versos), un contenido que requiere toda la glosa que acaba de darse, para captarlo cabalmente.

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A la región primera de su altura (ínfima parte, digo, dividiendo en tres su continuado cuerpo horrendo), 330 el rápido no pudo, el veloz vuelo del águila —que puntas hace al Cielo y al Sol bebe los rayos pretendiendo entre sus luces colocar su nido— llegar; bien que esforzando más que nunca el impulso, ya batiendo las dos plumadas velas, ya peinando con las garras el aire, ha pretendido, tejiendo de los átomos escalas, 339 que su inmunidad rompan sus dos alas.

La altura a que se eleva el Alma y la que alcanza el águila 327-339. El águila, que con su impetuoso y acelerado vuelo as­ pira al cielo y pretende ubicar su nido en los rayos del sol, se esfuerza por escalar la cima de esta montaña y no pasa de la región más baja. (Infima, si se divide en tres porciones el impresionante y macizo cuer­ po de esta elevación.) Y conste que en su intento despliega el mayor esfuerzo de que es capaz, agitando sus alas que son como velas em­ plumadas y peinando el viento con sus poderosas garras. Algo así como si construyera escaleras de átomos, en su afán de vencer el privilegio de esta mole enorme. Observaciones I. Se trata de una suerte de digresión: para ponderar la altura remotísima que ha alcanzado el Alma, se emplea ahora la hipérbole .54

del vuelo del águila, otra imagen descomunal al servicio de este macro­ cosmos en que se desenvuelve el poema. II. Acabo de reproducir íntegra la estrofa VII del Polifemo, pa­ ra señalar el antecedente de las hipérboles con que remata el trozo anterior. El que me ocupa ahora encaja allí también: •—que puntas hace al Cielo y al Sol bebe los rayos pretendiendo entre sus luces colocar su nido— Pero insistiría en un punto: Góngora consigue, valiéndose de la exageración, describir positivamente las dimensiones gigantescas de Polifemo. El ojo de éste compite con el sol; es como el sol. En cambio, las hipérboles de sor Juana tienen un efecto distinto: a pesar de que el vuelo del águila toca los linderos del sol, se queda corto en relación con la altura de la montaña en cuya cima se cree el Alma. Las hi­ pérboles de Góngora exaltan, las de sor Juana ridiculizan y así, in­ directamente, apoyan la idea de la altura inaccesible y privilegiada en que se ubica el Alma. III. En estos pasajes es mucho mayor el influjo del Polifemo que el de las Soledades. Lo ratifican estos tres versos en que está captado, en milagrosa síntesis, el vuelo potente del águila: más que nunca el impulso, ya batiendo las dos plumadas velas, ya peinando con las garras el aire, ha pretendido, Sólo reproduzco los dos versos de la Estrofa I, que son los que con­ vienen a mi propósito: si ya los muros no te ven, de Huelva, peinar el viento, fatigar la selva.

Los versos de Góngora son una imagen de la altanería. Al cazar con aves, parece que éstas peinan el viento con sus alas. Los versos de sor Juana no pintan la cetrería: aprovechando el mismo recurso, trasladan a las garras del águila la acción de surcar el viento, como para reforzar la idea de que el águila aspira, con toda su potencia física, a quebrantar la inmunidad de que disfruta esa montaña al­ tísima. IV. Méndez Planearte lee hacer puntas al Cielo como si el águi­ la se encumbrara en el cielo; sin embargo, por el sentido que tiene hacer puntas podría entenderse que el águlia pretende, en abierta lucha con la montaña, ganarle la carrera en su impulso ascensional.

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340 Las Pirámides dos —ostentaciones de Menfis vano, y de la Arquitectura último esmero, si ya no pendones fijos, no tremolantes—, cuya altura coronada de bárbaros trofeos tumba y bandera fue a los Ptolomeos, que al viento, que a las nubes publicaba (si ya también al Cielo no decía) de su grande, su siempre vencedora ciudad —ya Cairo ahora'— 350 las que, porque a su copia enmudecía, la Fama no cantaba Gitanas glorias, Ménficas proezas, 353 aun en el viento, aun en el Cielo impresas::

Intermedio de las Pirámides 340-353. Las dos pirámides, muestra de la vana opulencia de Menfis y perfección de la arquitectura, si es que ya no hay que con­ siderarlas como estandartes rígidos, firmes cuya parte más alta, re­ pleta de trofeos bárbaros, fue tumba y pendón de los reyes macedonios, lanzaban al viento y a las nubes (por no decir al cielo) las gran­ dezas y victorias de la eterna metrópoli de Egipto (que ahora se llama Cairo). Estas magnificencias eran tan numerosas que hacían en­ mudecer a la misma Fama, la cual no se atrevía a cantar las glorias egipcias, la hazañas de Menfis que estaban inscritas incluso en el viento o en el cielo.

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Observaciones I. Tanto los pasajes anteriores como éste en que se describen las Pirámides, creo que obedecen al propósito de suscitar en el lector una representación que sobrepuje, con mucho, la realidad. Cualquier ob­ jeto, por colosales que sean sus dimensiones, es accesible a los senti­ dos. Está en el margen de lo concebible; es susceptible de imaginár­ selo dentro de las proporciones físicas en que puede operar, pongamos por caso, la vista. Sin embargo, la cima en que se halla el Alma rebasa esos límites. Toda referencia a un marco real, para comprenderla o para valorarla, es inadecuada. La analogía sólo ha de insinuar ese topos uranós al que el Alma se eleva, cuando logra sustraerse al in­ flujo tosco y restringido del mundo. Tal parece que Gracián hubiera •escrito estas líneas, pensando en el texto de sor Juana: Poco es ya discurrir lo posible, si no se trasciende a lo imposible. Las demás agudezas dicen lo que es, ésta lo que pudiera ser; ni se contenta con eso, sino que se arroja a lo repugnante... Con­ siste su artificio en un encarecimiento ingenioso, debido a la oca­ sión, que en las extraordinarias ha de ser el pensar y el decir ex­ traordinario. Desta suerte, el célebre Licurgo, preguntándole por qué no había puesto en su severa política graves penas contra los parricidas, respondió que jamás se le había ofrecido, cuanto me­ nos creído, que tan enorme maldad pudieran cometerla hombres. Está bien exagerado... No escrupulea en la verdad este género de sutileza; déjase llevar de la ponderación y atiende sólo a enca­ necer la grandeza del objeto, o en panegírico o en sátira (Agudeza y arte de ingenio, Discurso XIX, De la Agudeza por Exageración). En una especie de crescendo esta estética de lo monumental se ex­ tiende hasta el pasaje contenido en los versos 412-434, y sirve a sor Juana de apoyo para consolidar su imagen de la altura que alcanza el Alma, en el momento de consagrarse a su actividad más noble. II. La magnitud arquitectónica de las pirámides y la grandeza de las hazañas que evocan, parecen resumirse en un espléndido ende­ casílabo cuyo centro de intensidad se halla en bárbaros, la palabra clave para suscitar la idea de magnificencia y tosquedad: coronada de bárbaros trofeos.

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éstas •—que en nivelada simetría su estatura crecía con tal diminución, con arte tanto, que (cuanto más al Cielo caminaba) a la vista, que lince la miraba, entre los vientos se desparecía, 360 sin permitir mirar la sutil punta que al primer Orbe finge que se junta, hasta que fatigada del espanto, no descendida, sino despeñada se hallaba al pie de la espaciosa basa, tarde o mal recobrada del desvanecimiento que pena fue no escasa del visüal alado atrevimiento—, cuyos cuerpos opacos 370 no al Sol opuestos, antes avenidos con sus luces, si no confederados con él (como, en efecto, confinantes), tan del todo bañados de su resplandor eran, que —lucidos— nunca de calorosos caminantes al fatigado aliento, a los pies flacos, ofrecieron alfombra 378 aun de pequeña, aun de señal de sombra::

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La eminencia de las Pirámides 354-378. Las dos pirámides se elevaban con equilibrada sime­ tría, pues conforme aumentaba su altura, disminuía proporcionalmen­ te su grosor. Pero eso se operaba con tal arte que (cuanto más se orientaba al cielo esa altura), la vista, aguda como la del lince, la perdía en la inmensidad de los vientos, sin lograr percibir la fina pun­ ta que parece juntarse con la luna. Entonces, acosada por su conster­ nación, se precipitaba en lugar de descender al pie de la amplia base de la columna, sin que lograra recuperarse del todo del desvaneci­ miento que había sufrido, castigo a la medida de su audacia: quiso poner alas en sus ojos. Los cuerpos oscuros de ambas pirámides, lejos de ser obstáculos para la luz solar, antes bien procurando ajustarse a ella, o, incluso, ser sus aliados (pues al fin y al cabo están en los mismos límites del astro), los bañaba en tal forma su resplandor, que, ya iluminados, no eran capaces de ofrecer al pie fatigado y calcinado la sombra de una sombra, así fuera pequeña, vamos, ni siquiera el indicio de una sombra. Observaciones I. Prosigue la imagen descomunal de la altura, incrustada en las pirámides. Su hermosa y equilibrada ascensión arquitectónica so­ brepuja fácilmente la capacidad de la vista. No en balde linda con el sol. Sin embargo, esta altura es nada en comparación con la oue alcanza el Alma. II. El pasaje se antoja barroco por los cuatro costados: si se quiere un trozo alambicado, elaboradísimo por lo que hace a su sin­ taxis y a sus agudas metáforas, habría que elegir éste. Nada hay en él directo o inmediato; abundan los recursos; dominan las dificul­ tades. Pero tampoco son escasos los logros. Si uno acepta el desafío como lector, en cuanto logra penetrar la imagen o descubrir el nexo sintáctico, también descubre el encanto que puso en todo ello sor Juana. III. Los tres primeros versos capturan la eminencia, la perfec­ ción geométrica y el efecto arquitectónico de las pirámides: éstas— que en nivelada simetría su estatura crecía con tal diminución, con arte tanto 60

El primer endecasílabo sobresale por su gracia casi alada, por su equilibrio sonoro, dependiente de niveláda y simetría. La altura gigan­ tesca que alcanzan las pirámides está expresada por dos hipérboles muy afines a las preferencias literarias del momento: la cima excede el alcance de la vista y parece tocar los bordes de la luna. Sin em­ bargo, no es la hipérbole en su forma habitual el medio único. Sor Juana suele emplear otro que matiza y enriquece la hipérbole, ba­ sado en el contraste. Me atrevería, incluso, a afirmar que es el dominante en el Primero sueño. La poetisa se vale de una suerte de opo­ sición entre lo que podría llamarse audacia y derrota. Primero alaba cuanto estimule el atrevimiento, y después lo enfrenta al peso de la derrota. Tanto mayor es aquél, cuanto más agobiante es el descalabro. Aquí y ahora es la vista la que tiene que pagar el precio de su osadía: pretende alcanzar la cima de las pirámides y termina por sufrir un desvanecimiento. En un solo verso —milagro de expresividad— sor Juana logra fundir la osadía, la metáfora del vuelo y el órgano de la vista: del visüal alado atrevimiento IV. En cuanto a la sintaxis, lo que primero salta a la vista es la longitud de un período: el sujeto (las pirámides) recibe una especifi­ cación que se extiende a lo largo de quince versos separados por guio­ nes para que queden a manera de incisos. Viene después el posesivo cuyo, la cosa poseída y la oración principal. Pero la dificultad no aca­ ba ahí. Las transposiciones y el régimen hacen intrincados los últimos versos: nunca de calorosos caminantes al fatigado aliento, a los pies flacos, ofrecieron alfombra aun de pequeña, aun de señal de sombra: : En la prosificación correspondiente pueden detectarse los detalles de este laberinto. Se requiere un cambio completo del orden para des­ cubrir los nexos y hacer1o inteligible.

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éstas, que glorias ya sean Gitanas, o elaciones profanas, bárbaros jeroglíficos de ciego error, según el Griego ciego también, dulcísimo Poeta. —si ya, por las que escribe Aquileyas proezas o marciales de Ulises sutilezas, la unión no lo recibe de los Historiadores, o lo acepta (cuando entre su catálogo lo cuente) 390 que gloria más que número le aumente—, de cuya dulce serie numerosa fuera más fácil cosa al temido Tonante el rayo fulminante quitar, o la pesada a Alcides clava herrada, que un hemistiquio solo 398 de los que le dictó propicio Apolo: Homero y las Pirámides 379-398. Las dos pirámides, glorias egipcias o simples monumen­ tos profanos, producto de la soberbia y símbolos toscos de un ciego error, adquieren ciertos rasgos en la versión de Homero, el dulce poe­ ta (también ciego, pero privilegiado artista) que por aludir a las ha­ zañas de Aquiles o a las sutilezas bélicas de Ulises, se lo disputan los historiadores, cuyo grupo no ganaría en número sino en gloria, en caso de que lo recibiera en su seno; de ese dulce poeta sería más difícil ro­ bar un hemistiquio, de su serie infinita y armoniosa, que robar un rayo a Júpiter o la clava a Hércules. 62

Observaciones I. La hipérbole sirve aquí para expresar la admiración que des­ pierta Homero y, lateralmente, para llamar la atención sobre el hecho de que es un poeta de su rango quien se ocupa de las pirámides. Como si éstas, por su magnitud, requirieran que hablara ele ellas un bardo de tal excelencia. II. El hipérbaton distensivo tiene en este pasaje una de sus mues­ tras mayores: éstas (las pirámides), sujeto núcleo, reciben unos cuan­ tos predicados mediante el relativo que (w. 379-382), para quedar aisladas abruptamente, gracias a todas las oraciones incidentales que hablan de Homero (w. 382-399) y reaparecer hasta el v. 400.

6?

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según de Homero, digo, la sentencia, las Pirámides fueron materiales tipos solos, señales exteriores de las que, dimensiones interiores, especies son del alma intencionales: que como sube en piramidal punta al Cielo la ambiciosa llama ardiente, así la humana mente su figura trasunta, y a la Causa Primera siempre aspira —céntrico punto donde recta tira la línea, si ya no circunferencia, que contiene, infinita, toda esencia—.

La Causa Primera 399-411. Según opina Homero, las pirámides no son otra cosa que señales externas de la actividad intelectual de la mente (Alma), es decir, de los objetos formales o inteligibles —la impresión repre­ sentativa— por los que las cosas se hacen presentes intencionalmente al sujeto que conoce: así como la llama se eleva siempre al cielo en forma de pirámide, así también la mente aspira a la Causa Primera, que es como el centro al que tiende en línea recta el movimiento del mundo sublunar o en forma circular la esencia infinita del éter. Observaciones I. Difiero aquí de la lectura que hace Méndez Planearte. En el sistema de pensamiento que adopta sor Juana, tiene sentido decir que la esencia tiende a la Causa Primera, pero no que la circunferencia, 64

contenedora de toda esencia, se orienta a la Causa Primera. La mente o el Alma, al conocer las cosas, conoce en ellas a Dios. La esencia es infinita por su necesidad intrínseca, por su carácter inmutable que la aproxima a Dios. II. Habría que reparar aquí en el elaborado sistema expresivo que emplea sor Juana para comunicar, una vez más, el impulso ascensional de la mente humana. Primero toma a las pirámides como símbolo de la altura que puede alcanzar un concepto, después se vale de la llama para compararla con la actividad de la mente y, al final, usa una imagen geométrica cuyo centro lo ocupa Dios. Sor Juana adopta la concepción cosmológica de Aristóteles: el universo es limitado en la forma perfecta de la esfera. En su periferia tiene el cielo de las estrellas fijas y en el centro la tierra. El movimien­ to se inicia con la rotación del cielo de las estrellas fijas, el cual, en contacto con el Primer Motor y aspirando a su perfección, imita su eterna inmutabilidad con el movimiento más perfecto: el circular. (Este movimiento pertenece a una quinta esencia: el éter celeste.) Por debajo del cielo superior está la región sublunar, donde se agota el movimiento perfecto de aquél y aparece el movimiento rectilíneo, cerrado entre un principio y un fin. Es el reino del nacimiento y de la muerte, distancia máxima del Primer Motor. III. No sería posible pasar por alto dos endecasílabos que des­ tacan en medio de estas sutilezas de que hace alarde sor Juana. Hasta ahora el endecasílabo ha sido depositario de una imagen, de un color, de un movimiento, de un escorzo del mundo. Sus componentes sonoros y semánticos han sido empleados para expresar alguno de esos ángulos. Sin embargo, ahora le toca su turno a un momento abstracto. Sor Juana no se arredra: el sueño intelectual lo exige así. Esas distinciones que vienen desde Aristóteles quedan, por lo pronto, encapsuladas en este gracioso y sereno verso en que el Alma desmaterializa el dato sensible y le da otro rango: especies son del alma intencionales Pero sor Juana no puede prescindir por completo del asidero ma­ terial. Aunque se trate del aislamiento del Alma respecto del plano sensible, aunque se trate de su ascenso gradual para dedicarse a sus faenas abstractas, es una imagen derivada de ese plano la que sugiere la operación abstractiva: que como sube en piramidal punta al Cielo la ambiciosa llama ardiente

Siendo un poco heterodoxo, colocaría los realces rítmicos en am­ biciosa, lláma y ardiénte. Ahí estaría la cima de intensidad sonora y ahí está, desde luego, el centro expresivo. Primero la terquedad y co­ dicia de la llama por dirigirse al cielo y después su impresionante y luminosa combustión. El sistema vocálico y consonántico hace al ver­ so muy fluido, para venir a rematar en la palabra más colorista: ardiente.

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Estos, pues, Montes dos artificiales (bien maravillas, bien milagros sean), y aun aquella blasfema altiva Torre de quien hoy dolorosas son señales —no en piedras, sino en lenguas desiguales, porque voraz el tiempo no las borre1— los idiomas diversos que escasean el sociable trato de las gentes 420 (haciendo que parezcan diferentes los que unos hizo la Naturaleza de la lengua por sólo la extrañeza), si fueran comparados a la mental pirámide elevada donde —sin saber cómo— colocada el Alma se miró, tan atrasados se hallaran, que cualquiera gradüara su cima por Esfera: pues su ambicioso anhelo, 430 haciendo cumbre de su propio vuelo, en la más eminente la encumbró parte de su propia mente, de sí tan remontada, que creía 434 que a otra nueva región de sí salía.

La cúspide intelectual del Alma 412-434. Estas Pirámides o Montes producto del artificio (ya sea que se consideren como maravilla, ya sea que se estimen como milagro) y la Torre de Babel, impía y soberbia, cuyo legado doloroso se encuentra no en piedras, sino en lenguas distintas que han desafiado 67

la voracidad destructora del tiempo, lenguas que regatean la comuni­ cación entre los hombres (logrando que parezcan diferentes, por el hecho de la lengua ajena, los que Natura hizo semejantes), éstos, in­ sisto, Pirámides y Torre, se quedarían cortos comparados con la altura de pirámide mental que, sin saber cómo, alcanza el Alma, pues unas y otra estimarían que la cima de ésta es el propio cielo. Más aún. Su codiciosa aspiración, procurando ascender en su mismísimo vuelo, la elevó a la parte más alta del entendimiento, tan separada de sí mis­ ma, que sentía como que estaba incursionando en una región ajena a la que le es propia. Observaciones I. Hasta aquí sor Juana mantiene su sistema expresivo: la hi­ pérbole como medio idóneo para ponderar la altura que escala el Alma, en su frenética empresa intelectual. Ya sumida en el sueño, emprende su tarea filosófica, ávida de una concepción del mundo en que quede organizado el todo conforme a una escala rigurosa: Dios en la cúspide y el resto de los seres en el puesto que jerárquicamen­ te les corresponda en el cosmos. II. De todo el pasaje vale la pena segregar el v. 417: porque voraz el tiempo no las borre Su impresión de flujo veloz y avasallador la generan los acentos en voráz y bórre. No es un endecasílabo bimembre: había que conservar el flujo rítmico sin interrupción alguna. Así se resuelve el tiempo y así destruye implacablemente las cosas que están sujetas a él.

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435 En cuya casi levación inmensa, gozosa mas suspensa, suspensa pero ufana, y atónita aunque ufana, la suprema de lo sublunar Reina soberana, 440 la vista perspicaz, libre de anteojos, de sus intelectuales bellos ojos (sin que distancia tema ni de obstáculo opaco se recele, de que interpuesto algún objeto cele), libre tendió por todo lo criado: cuyo inmenso agregado, cúmulo incomprehensible, aunque a la vista quiso manifiesto dar señas de posible, 450 a la comprehensión no, que 1—entorpecida con la sobra de objetos, y excedida de la grandeza de ellos su potencia— 453 retrocedió cobarde.

La primera frustración del impulso intelectual 435-453. Una vez ubicada en esta región suprema, sumida entre el gozo y la perplejidad, la reina absoluta de la tierra, confiada en sus armas —esto es, la vista aguda y penetrante, libre de obstáculos, de sus ojos intelectuales y bellos— (sin temor a distancia alguna ni sos­ pecha de que alguna barrera opaca se interponga y oculte este o aquel objeto), las empleó para echar una mirada a sus anchas por todo el mundo creado, cuya vasta muchedumbre se antoja accesible a la vista, pero se resiste al entendimiento. Ofuscada por la abundancia de ob­ jetos y aventajada en su capacidad por la magnitud de los mismos, desistió temerosa. 69

Observaciones I. Quizá no es nada casual el hecho de que este pasaje conten­ ga, a la vez, uno de los momentos más felices del quehacer poético de sor Juana y una de las partes más densas en el desarrollo del poema. ¿Se trata de la expresión inicial de una posición escéptica o de la juiciosa delimitación del conocimiento? Por lo pronto, la audacia del Alma parece reducirse al hecho de que abandona su región propia y se lanza a la zona de las estrellas fijas, próxima al Primer Motor. La multiplicidad y el exceso, lo mismo que la magnitud de los objetos, desbordan su capacidad. Eso explicaría su soberbia y su atrevimien­ to, al par que su asombro. El vaivén que la domina obedece a la ten­ tación de acceder a otras esferas del universo y a la incómoda con­ vicción de que ese intento va más allá de su potencia. II. En los cuatro primeros versos el vaivén del Alma está suge­ rido en el delicioso ritmo de los endecasílabos y de los heptasílabos, enriquecido con la combinación de los adjetivos que denotan el trán­ sito del disfrute al arrobo y del arrobo a la soberbia: En cuya casi elevación inmensa, gozosa mas suspensa, suspensa pero ufana, y atónita aunque ufana, la suprema Vale la pena detenerse en los intermedios. Son los de mayor lo­ gro: se apoyan en un retruécano que se presta perfectamente para sugerir el vaivén. Asimismo, las conjunciones mas y pero separan con exactitud los estados opuestos que adopta el Alma y sirven como eje a la bimembración sonora y semántica que poseen ambos versos. III. La imagen de la perspicacia intelectual del Alma no pue­ de ser más hermosa y oportuna: una cualidad física se traslada a una facultad espiritual: la vista perspicaz, libre de anteojos, de sus intelectuales bellos ojos Por otra parte, el hipérbaton (reina soberana-vista-tendió) dis­ tensivo que aparece aquí sirve para reforzar la idea de que el Alma se confirma arrogante en su empresa, confiada en sus armas. Sin em­ bargo, no se hace esperar el contraste: la infinitud del ámbito que intenta abarcar, la vence, la hace retroceder, desvaneciendo su sober­ bia e infundiéndole cobardía. Quizá el más expresivo de los versos sea el último del pasaje: retrocedió cobarde. 70

454 Tanto no, del osado presupuesto, revocó la intención, arrepentida, la vista que intentó descomedida en vano hacer alarde contra objeto que excede en excelencia las líneas visüales 460 —contra el Sol, digo, cuerpo luminoso, cuyos rayos castigo son fogoso, que fuerzas desiguales despreciando, castigan rayo a rayo el confiado, antes atrevido y ya llorado ensayo (necia experiencia que costosa tanto fue, que Icaro ya, su propio llanto lo anegó enternecido)—, como el entendimiento, aquí vencido 470 no menos de la inmensa muchedumbre de tanta maquinosa pesadumbre (de diversas especies conglobado esférico compuesto), que de las cualidades de cada cual, cedió: tan asombrado, que —entre la copia puesto, pobre con ella en las neutralidades de un mar de asombros, la elección confusa—, equívoco las ondas zozobraba; 480 y por mirarlo todo, nada vía, ni discernir podía (bota la facultad intelectiva en tanta, tan difusa 71

incomprehensible especie que miraba desde el un eje en que librada estriba la máquina voluble de la Esfera, al contrapuesto polo) las partes, ya no sólo, que al universo todo considera 490 serle perfeccionantes, a su ornato, no más, pertenecientes; mas ni aun las que integrantes miembros son de su cuerpo dilatado, 494 proporcionadamente competentes.

La deserción del entendimiento 454-494. La vista, según se acaba de establecer, pareció tener acceso a la magnitud del universo, de ahí que no se hubiera preocu­ pado por modificar su audaz propósito. Lejos de arrepentirse, irreve­ rente, intentó inútilmente alardear frente a un objeto cuya altura ex­ cede con mucho el alcance suyo. Es decir, frente al Sol, cuerpo pleno de luz, cuyos rayos son un castigo abrasante para el que desafía fuer­ zas tan desiguales. Estas, despidiendo rayo tras rayo, castigan así la tentativa, antes llena de seguridad y audacia, y ahora simple lamento. (Imprudente experiencia cuyo precio fue muy alto, pues a semejanza de Icaro, quien desoyendo consejos, se acercó temerariamente al Sol, el cual derritió sus alas e hizo que se precipitara al mar, la vista se ahogó en su propio llanto, depuesta ya su dureza.) Al contrario, el entendimiento, vencido tanto por la riqueza infinita de esta mezcla grávida (así es, en efecto, este cielo complejo en que se agrupan va­ riadas especies), como por la cualidad de cada una, se rindió. Tan asombrado estaba que ya frente al riquísimo conjunto de cosas, pare­ cía pobre en su indeterminación; un mar de asombros desconcertante le impedía elegir, de manera que el error terminaba por sepultarlo bajo el impetuoso oleaje. En el afán de examinarlo todo, nada veía con cuidado ni era capaz de discernir (enervada la facultad intelectiva o intelecto ante el número y prolijidad de especies inaccesibles que contemplaba desde el uno hasta el otro de los ejes en que descansa la máquina giratoria del cielo), entre las partes que apenas constitu­ yen el ornato del universo y que ayudan a perfeccionarlo, sin que sean inherentes a él, y las partes que en debida proporción son miembros adecuados de su profuso y extenso cuerpo. 72

Observaciones I. Tal vez sor Juana no es tan feliz en lo que toca a la vista como en lo que toca al entendimiento. Si la primera ha de recibir la agre­ sión de los rayos solares, el segundo se sume en la perplejidad. Pri­ mero fue la vacilación, ahora es la certeza de su incapacidad, ago­ biado por las dimensiones de lo que se proponía conocer. La muche­ dumbre de objetos le hace perder la brújula, se embota. Las fronteras de las cosas se le borran, pues una especie se introduce en otra. Y por si eso no bastara, pierde hasta la capacidad de percatarse de cuáles son las propiedades que sólo adornan las cosas y cuáles las constitu­ yen. Insisto, pues: sor Juana dedica muchos más recursos a esta etapa dramática en que el entendimiento zozobra, que al malogro de la vista. II. La comparación, un medio muy socorrido en el poema, se expresa aquí en un prolongado hipérbaton distensivo: Tanto no (v. 454) ... como el entendimiento (v. 469). Quizá interese mucho más, por lo que acabo de decir en la observación anterior, señalar la retractación del entendimiento que la audacia de la vista. A eso obe­ decería la longitud que los separa. La comparación entre ellos no haría más que resaltar su diferencia. Y hasta podría decirse que cuan­ do se alude a esa retractación, los medios expresivos son mucho más ricos. Sor Juana pone mayor cuidado y habilidad. La perplejidad que abruma ai Alma es tema de los mejores versos del pasaje: como el entendimiento, aquí vencido no menos de la inmensa muchedumbre de tanta maquinosa pesadumbre de cada cual, cedió: tan asombrado, que —entre ía copia puesto, pobre con ella en las neutralidades de un mar de asombros, la elección confusa—, equívoco las ondas zozobraba, El endecasílabo no menos de la inmensa muchedumbre acierta a transmitir la impresión de la diversidad e infinitud de ob­ jetos que aplastan, que anulan a la mente. El acento definidor del verso recae en el centro de la palabra eje, tanto desde el punto de vista semántico como fonético: inménsa, llamando así la atención del lector sobre el punto de interés de todo el pasaje. 73

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Los otros versos manifiestan de plano el desconcierto en que se encuentra la mente. Comparándola con un barco, pierde el control ante el espectáculo de un mar que la aventaja por la abundancia de sus sorpresas y por la pobreza con que la enfrenta. Para lo primero sor Juana acude a esta magnífica paradoja: que —entre la copia puesto, pobre con ella en las neutralidades Para lo segundo echa mano de esta endecasílabo que imita el mo­ vimiento torpe y errático de la inteligencia: equívoco las ondas zozobraba.

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495 Mas como al que ha usurpado diutuma obscuridad, de los objetos visibles los colores, si súbitos le asaltan resplandores, con la sobra de luz queda más ciego 500 —que el exceso contrarios hace efectos en la torpe potencia, que la lumbre del Sol admitir luego no puede por la falta de costumbre—, y a la tiniebla misma, que antes era tenebroso a la vista impedimento, de los agravios de la luz apela, y una vez y otra con la mano cela de los débiles ojos deslumbrados los rayos vacilantes, 510 sirviendo ya —piadosa medianera— la sombra de instrumento para que recobrados por grados se habiliten, porque después constantes su operación más firmes ejerciten —recurso natural, innata ciencia que confirmada ya de la experiencia, maestro quizá mudo, retórico ejemplar, inducir pudo 520 a uno y otro Galeno para que del mortífero veneno, en bien proporcionadas cantidades escrupulosamente regulando las ocultas nocivas cualidades, ya por sobrado exceso de cálidas o frías, 75

o ya por ignoradas simpatías o antipatías con que van obrando las causas naturales su progreso 530 (a la admiración dando, suspendida, efecto cierto en causa no sabida, con prolijo desvelo y remirada empírica atención, examinada en la bruta experiencia, por menos peligrosa), la confección hicieran provechosa, último afán de la Apolínea ciencia, de admirable triaca, 539 ¡ que así del mal el bien tal vez se saca!—::

La reposición de la vista 495-539. No obstante, el que ha sido despojado de los colores de los objetos visibles merced a una prolongada oscuridad, si lo sor­ prenden imprevistas ráfagas de luz, queda más ciego —pues el exceso produce efectos contrarios en la tarda facultad que ya no tolera la luz solar por falta de costumbre—. Entonces acude a la tiniebla misma, otrora oscuro embarazo para la vista, y obstinadamente defiende con su mano a los débiles y deslumbrados ojos de los rayos que envían los obje­ tos en todas direcciones. Si así ocurre, la tiniebla favorece —benigna in­ termediaria— su recuperación, para que posteriormente cumplan con toda normalidad sus funciones. Este remedio natural, suerte de saber nativo que la experiencia va confirmando, pudo ser el silencioso y ejemplar maestro que llegó a persuadir a los médicos de la conve­ niencia de emplear venenos letales con fines curativos. En cantida­ des perfectamente dispuestas y procurando medir con todo cuidado las perniciosas y ocultas cualidades, las causas naturales van produ­ ciendo los efectos deseados, ya sea por calor o por excesiva frialdad, o por algún tipo de no se sabe qué conformidad u oposición. (Esto, como es obvio, dejó pasmados a todos, pues hay un efecto cierto cuya causa se ignora. La prolongada y meticulosa observación lo ha detec­ tado así en el caso de los animales, donde el experimento es menos pe­ ligroso.) Los convenció, insisto, de que hicieran del compuesto algo provechoso, afán supremo de la ciencia médica, compuesto admira­ ble, como que se ha logrado sacar el bien del mal. 76

Observaciones I. Bien poco habría que decir sobre los medios estilísticos de este pasaje. En varios versos resulta pesadamente barroco por su sintaxis, por su acumulación de adjetivos, por sus encabalgamientos abruptos, por su numerosas oraciones incidentales, etc. Sin embargo, es preciso aislar este endecasílabo, ejemplo de perfección plenaria: si súbitos le asaltan resplandores ¡ Qué manera de expresar el enceguecimiento que produce una luz momentánea o imprevista! Los tres acentos del verso, colocados en posiciones estratégicas, parecen reproducir el golpe que produce la luz en los ojos. Es algo así como un flash disparado sobre la vista. El en­ canto del verso se completa con la aliteración de las eses, muy a propó­ sito para que fluya sin tropiezo alguno. La antítesis de los versos 518-519 tiene la energía suficiente para comunicar la eficacia de la práctica a que alude el pasaje entero: maestro quizá mudo retórico ejemplar, inducir pudo No habla nada (no pronuncia palabras), pero vaya elocuencia la suya para convencer.

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540 no de otra suerte el Alma, que asombrada de la vista quedó de objeto tanto, la atención recogió, que derramada en diversidad tanta, aun no sabía recobrarse a sí misma del espanto que portentoso había su discurso calmado, permitiéndole apenas de un concepto confuso el informe embrión que, mal formado, 550 inordinado caos retrataba de confusas especies que abrazaba —sin orden avenidas, sin orden separadas, que cuanto más se implican combinadas tanto más se disuelven desunidas, de diversidad llenas1—, ciñendo con violencia lo difuso de objeto tanto, a tan pequeño vaso 559 (aun al más bajo, aun al menor, escaso).

El aturdimiento del Alma 540-559. Así pudieron recuperar los ojos la visión y así tendrá que proceder el Alma, la cual sufrió el mismo asombro por la varie­ dad de objetos que se proponía contemplar. Escarmentada, prefirió emplear de otra manera su atención, y evitar así que se dispersara en la gran diversidad de objetos que hay en el universo. Esa penosa experiencia la había dejado tan aturdida, que no atinaba a recupe­ rarse y tenía suspendida su actividad intelectual. Apenas si lograba 78

concebir una que otra idea mal hilvanada, enredo mental que refle­ jaba una mezcla abigarrada en cuyo seno existían sólo especies im­ precisas —reunidas sin ton ni son, que cuanto más se enredan, al com­ binarse, más se separan, por su muchedumbre y diferencia—. Diríase que forzando las cosas, quiere someter lo extenso y dilatado de la enor­ me cantidad de objetos al riguroso molde de un vaso, insuficiente así sea para el menor o el más bajo. Observaciones I. Aquí el estilo de sor Juana recupera su nivel de interés, mos­ trando varios de los recursos ingeniosamente barrocos que la autora maneja. Para abrir boca, tiene uno que reparar en el prolongado hi­ pérbaton distensivo cuyo primer miembro está en el verso 495 y cuyo segundo aparece en el verso 540. Se trata de una comparación entre el deslumbramiento que sufren los ojos —por una luz abundante y repentina— y el asombro en que se ve envuelta el Alma, por la des­ comunal diversidad y magnitud de objetos que quiere contemplar. Los matices de la turbación que aqueja al Alma están recogidos con abundancia de medios, quizá porque a sor Juana le interese sobrema­ nera detenerse en este estado, barrunto del fracaso en que ha de cul­ minar su empresa intelectual: en diversidad tanta, aun no sabía recobrarse a sí misma del espanto que portentoso había su discurso calmado El segundo endecasílabo tiene su centro de interés fonético y se­ mántico en espanto. Ahí debe uno detenerse como para percatarse de la consternación que envuelve al Alma. La contribución del acento en pan es decisiva. Pero por si eso no bastara, el siguiente heptasílabo recoge la cualidad que domina a ese asombro: portentoso. Estamos ya cerca del pasmo: la Mente interrumpe su trabajo intelectual. Después la invade el desasosiego, el desbarajuste conceptual: sin orden avenidas, sin orden separadas, que cuanto más se implican combinadas tanto más se disuelven desunidas, 79

¡Qué paradoja la de este contexto: quiere expresar el desorden de las ideas, echando mano de medios perfectamente dispuestos, cui­ dadosamente ordenados! Primero una anáfora (sin.. .sin) como para reiterar el laberinto en que ha caído el Alma: ideas reunidas al azar Y aisladas en la misma forma. Después dos endecasílabos con una similicadencia cuyos dos miembros acentúan la mezcla abigarrada y la disolución.

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560 Las velas, en efecto, recogidas, que fio inadvertidas traidor al mar, al viento ventilante —buscando, desatento, al mar fidelidad, constancia al viento—, mal le hizo de su grado en la mental orilla dar fondo, destrozado, al timón roto, a la quebrada entena, besando arena a arena 570 de la playa el bajel, astilla a astilla, donde —ya recobrado— el lugar usurpó de la carena cuerda refleja, reportado aviso de dictamen remiso: que, en su operación misma reportado, más juzgó conveniente a singular asunto reducirse, o separadamente una por una discurrir las cosas 580 que vienen a ceñirse en las que artificiosas 582 dos veces cinco son Categorías: :

La prudencia filosófica o reposición del entendimiento 560-582. El entendimiento o Alma intelectual se asemeja a un barco que ha recogido sus velas después de confiarlas, sin el menor reparo, al mar traidor y al viento que corre veloz. En el colmo de su descuido, buscaba fidelidad en el mar y constancia en el viento, hasta que fue a dar a la orilla intelectual o costa del conocimiento, ya des­ 81

trozado, con el timón y la antena deshechos. Allí los despojos del navio se quedaron en la arena. Y allí también, una vez resarcido, tomó el lugar de la reparación del barco la reflexión juiciosa, es decir, la dis­ creta y moderada manera de suspender el juicio que, prudente en su misma actividad, estimó más conveniente aplicarse a un solo asunto o examinar las cosas una a una, cosas que terminan por sujetarse a las diez ingeniosas categorías que inventó Aristóteles. Observaciones I. En todo el desarrollo del poema, los momentos abstractos son francamente escasos. Aun cuando se trate de una empresa intelectual, los logros y matices de ésta siempre están sugeridos con elementos reales y concretos. Aquí mismo, el fracaso del primer intento de con­ quistar un saber, lo expresa con lujo de detalles la imagen del barco. Su naufragio y su reparación son los del entendimiento. De este asi­ dero real depende toda la técnica metafórica de sor Juana, pese a que varios pasajes tengan, insisto, una vertiente científica o filosó­ fica. En los casos de mayor rigor o sutileza, aparece de pronto la re­ ferencia tangible y precisa. II. La imagen del navio tiene su encanto propio. Los versos de mayor logro técnico forman parte de ella. Yo destacaría este inge­ nioso sistema de oposiciones perfectamente entretejido: traidor al mar, al viento ventilante buscando, desatento, al mar fidelidad, constancia al viento. Los dos endecasílabos, en principio, son claro ejemplo de bimembración. En el primero, el ala de la izquierda alude a la perfidia y riesgo del mar, en tanto que la de la derecha denota la fugacidad del viento. Fonéticamente, esta última se lleva la palma: su aliteración (combinación de consonantes v-t-l y de vocales i-e) reproduce muy de cerca el soplo del viento. En el segundo se repite la bimembración y se vincula cada ala con las del anterior, acudiendo a la oposición: traidor-fidelidad, constancia-ventilante. De esta manera sor Juana se las ingenia para darle su tinte expresivo y enérgico al desastre marino.

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583 reducción metafísica que enseña los entes concibiendo generales en sólo unas mentales fantasías donde de la materia se desdeña el discurso abstraído) ciencia a formar de los universales, reparando, advertido, 590 con el arte el defecto de no poder con un intüitivo conocer acto todo lo criado, sino que, haciendo escala, de un concepto en otro va ascendiendo grado a grado, y el de comprender orden relativo sigue, necesitado del del entendimiento limitado vigor, que a sucesivo discurso fía su aprovechamiento:: 600 cuyas débiles fuerzas, la doctrina con doctos alimentos va esforzando, y el prolijo, si blando, continuo curso de la disciplina, robustos le va alientos infundiendo, con que más animoso al palio glorioso del empeño más arduo, altivo aspira, los altos escalones ascendiendo —en una ya, ya en otra cultivado 610 facultad—, hasta que insensiblemente la honrosa cumbre mira término dulce de su afán pesado (de amarga siembra, fruto al gusto grato, que aun a largas fatigas fue barato), y con planta valiente 616 la cima huella de su altiva frente. 83

La abstracción frente a la intuición 583-616. Esta tarea clasificatoria o reducción metafísica, mode­ rada y juiciosa hasta donde se quiera (todos los entes se reducen a otros: las categorías que los comprenden), es el sustituto forzoso pero vano de la intuición. (En efecto, las diez categorías son fantasías men­ tales, producto del poder abstractivo del entendimiento, donde la re­ flexión abstracta omite la materia.) Se trata de la ciencia de los universales que desarrolla los conceptos en especies y géneros, forman­ do una suerte de árbol de Porfirio. Quiere así el entendimiento corre­ gir de propósito y guiado por un método, el defecto de no poder cono­ cer en un solo acto intuitivo todo lo creado, sino que deteniéndose con­ forme se lo exigen las condiciones, pasa revista a cada concepto. En es­ ta tarea se guía por las reglas de inclusión de una clase en otra, recur­ so que necesita su escasa fuerza, como aprovechamiento depende tan sólo de la reflexión ordenada. Esta debilidad se la quiere compensar con la enseñanza erudita y el extenso, aunque suave, curso de la disci­ plina. Fundándose en esto, se siente más alentado y, lleno de altivez, aspira al premio de la gloria que otorga el esfuerzo más erizado de difi­ cultades. Poco a poco va ascendiendo, procurando cultivar ora la fa­ cultad sensible, ora la intelectual, hasta que imperceptiblemente al­ canza la cima honrosa, meta muy grata de su empeño arduo. (Es el fruto agradable de una faena penosa, fruto que, no obstante, las pro­ longadas fatigas, lo estima en poco.) Así y todo, con decisión pone el pie en la cúspide de esa montaña soberbia que es la Sabiduría. Observaciones I. Estrictamente hablando, este es el primer pasaje en que el poema se hace denso por su contenido conceptual o, si se quiere, fi­ losófico. Bastaría con reparar inicialmente en las nociones manejadas: categoría, reducción metafísica, ente, concebir, general, materia, dis­ curso, abstracción, universal, conocer, intuición, concepto. Pero no só­ lo eso: hay un pronunciamiento expreso: la vía confiable del cono­ cimiento es la intuición; el método abstractivo —la ciencia de los uni­ versales— es un recurso débil, artificioso. Si se alcanzara la primera, habría conocimiento; el segundo elabora una simple fantasía. El escepticismo de la monja se anularía a sí mismo de dos mane­ ras: a) reconoce la incapacidad de la inteligencia para conocer, de donde se desprende que es posible alcanzar un conocimiento, y b) el poema tiene que echar mano de universales para hablar de la intuición. 84

617 De esta serie seguir mi entendimiento el método quería, o del ínfimo grado 620 del sér inanimado (menos favorecido, si no más desvalido, de la segunda causa productiva), pasar a la más noble jerarquía que, en vegetable aliento, primogénito es, aunque grosero, de Thetis —el primero que a sus fértiles pechos maternales, con virtud atractiva, 630 los dulces apoyó manantiales de humor terrestre, que a su nutrimento natural es dulcísimo alimento—, y de cuatro adornada operaciones de contrarias acciones, ya atrae, ya segrega diligente lo que no serle juzga conveniente, ya lo superfluo expele, y de la copia la substancia más útil hace propia; y —ésta ya investigada— 640 forma inculcar más bella (de sentido adornada, y aun más que de sentido, de aprehensiva fuerza imaginativa), que justa puede ocasionar querella ■—cuando afrenta no sea— de la que más lucida centellea inanimada Estrella, bien que soberbios brille resplandores —que hasta a los Astros puede superiores, 650 aun la menor criatura, aun la más baja, 651 ocasionar envidia, hacer ventaja—; 85

La primera etapa del conocimiento 617-651. Mi entendimiento se proponía recorrer ordenadamen­ te las escalas o grados del ser, partiendo del más bajo, es decir, del ina­ nimado o de los minerales, los más desprotegidos cuando no desam­ parados de la Naturaleza —causa segunda, porque la superior y efi­ ciente es Dios—, y continuando con el que pertenece a un rango supe­ rior, es decir, el reino vegetal, primogénito, bien que tosco, de Tetis —madre de las Aguas—, el primero que con su poder de succión, procuró extraer de los fértiles pechos de su madre la materia prima o humor terrestre con que dotó a los dulces manantiales, humor que es como alimento para su propio y natural mantenimiento. Este reino o jerarquía superior cuenta con cuatro operaciones de efectos contra­ rios : ora atrae, ora segrega lo que estima que no le es conveniente; ya arroja lo que está demás, ya de entre la abundancia hace propia la sustancia que juzga más útil. Una vez investigado este reino vegetal, mi entendimiento quiso en­ trar en una forma más bella de vida, dotada de sentidos y más que éstos, de fuerza imaginaria con capacidad de retener, la cual puede provocar una queja, bien es cierto que justa —si no es que una afren­ ta—, a la más rutilante estrella, así despida profusos resplandores, pues que la criatura más humilde puede despertar envidia o aven­ tajar al más excelso de los astros. Observaciones I. El esquema de sabor aristotélico que adopta sor Juana exhibe aquí su primera etapa: la descripción del reino mineral y del reino vegetal, hasta tocar la escala ínfima de los seres vivos. Los cambios que tienen lugar en este plano de la naturaleza, se explican con el modelo que era de esperarse: la causa material, la formal y la efi­ ciente. II. En cuanto al estilo, sor Juana reitera el empleo de un medio retórico: pondera el valor de algo, enfrentándolo a un objeto que se considera excelso por contraposición a otro que se considera humilde. Es un sistema de aumento-disminución: —que hasta a los Astros puede superiores, aun la menor criatura, aun la más baja, ocasionar envidia, hacer ventaja'—; 86

El hipérbaton distensivo retorna para vincular dos pasajes conside­ rablemente extensos: De esta serie seguir mi entendimiento el método quería, forma inculcar más bella Se encuentra aquí una fórmula estilística cuyos detalles y efecto se estudiarán más adelante. Baste con registrarla y señalar algunas ca­ racterísticas : menos favorecido, si no más desvalido, En el primer miembro sor Juana coloca el término que necesaria­ mente tiene que admitírsele (menos favorecido); en el segundo está no tanto una exageración cuanto el rasgo que se antoja justo (si no más desvalido). Entre los versos de todo el pasaje, merece la pena reparar en este endecasílabo: que a sus fértiles pechos maternales Difícilmente podría captarse mejor la exuberancia y sensualidad de Tetis. Se trata de un precioso endecasílabo melódico hecho a la me­ dida para pintar el oficio de nodriza que desempeña aquélla. Los tres realces rítmicos (fértiles, pechos, maternales) están en los tres vocablos que se disputan, sin que ninguno termine por aventajar al otro, el pre­ dominio sonoro y semántico.

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y de este corporal conocimiento haciendo, bien que escaso, fundamento, al supremo pasar maravilloso compuesto triplicado, de tres acordes líneas ordenado y de las formas todas inferiores compendio misterioso: bisagra engazadora 660 de la que más se eleva entronizada Naturaleza pura y de la que, criatura menos noble, se ve más abatida: no de las cinco solas adornada sensibles facultades, mas de las interiores que tres rectrices son, ennoblecida —que para ser señora de las demás, no en vano 670 la adornó Sabia Poderosa Mano—: fin de Sus obras, círculo que cierra la Esfera con la tierra, última perfección de lo criado y último de su Eterno Autor agrado, en quien con satisfecha complacencia 676 Su inmensa descansó magnificencia::

Segunda etapa del conocimiento: la visión antropológica (I) 652-676. Tomando como base, bien que incompleta, el conoci­ miento de las cosas sensibles, el entendimiento se orienta al hombre, síntesis armoniosa y prodigiosa de la vida sensitiva, afectiva e inte­ 88

lectual, resumen de las formas inferiores de vida (mineral, vegetal y animal). Suma misteriosa: punto de unión entre el nivel de mayor jerarquía de la Naturaleza y el nivel ínfimo, poseedor de los cinco sentidos, ser ennoblecido con la imaginación, la estimativa y la me­ moria, las tres facultades superiores que suministran el material al entendimiento. Pues que no en balde la sabia y poderosa mano de Dios lo dotó así para que imperara sobre las demás criaturas, ya que en él vio el término de su obra creadora, el círculo que cierra el cielo con la tierra, la máxima perfección de lo creado, el agrado mayúscu­ lo de su Autor, el término feliz de su Poder Creador. Observaciones I. Si sor Juana logra poner en verso algunas nociones escolásti­ cas, no logra nada digno de mención en cuanto a aciertos formales. Bien medidos sus versos, a ratos un tanto forzados desde el punto de vista sintáctico, carecen de alguna imagen brillante, de alguna cua­ lidad que destacara tal o cual endecasílabo. Es un momento de fran­ co descenso en el poema, aun cuando en el contenido pudiera tener algún interés. II. No está demás señalar cierta dificultad en la interpretación de los versos que aluden a las facultades interiores (666-667). Mén­ dez Planearte las entiende así: memoria, entendimiento y voluntad. No obstante, cuando Santo Tomás habla de las facultades que con­ curren al conocimiento, cita, en primer término, las de la percep­ ción sensible que se organizan de esta manera: cinco sentidos exter­ nos y cuatro internos, a saber: la vista, el olfato, el gusto, el tacto y el oído, por una parte y, por la otra, el sentido común, la imagina­ ción, la estimativa y la memoria sensible. (S. Theoi, 1,78.) Por lo demás, el conocimiento intelectual requiere de la participación ael entendimiento agente y del entendimiento posible, como lo establece el propio Santo Tomás. (Confr. S. Theoi, Cuestión 84, Art. 4.)

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677 fábrica portentosa que, cuanto más altiva al Cielo toca, sella el polvo la boca 680 —de quien ser pudo imagen misteriosa la que Aguila Evangélica, sagrada visión en Patmos vio, que las Estrellas midió y el suelo con iguales huellas, o la estatua eminente que del metal mostraba más preciado la rica altiva frente, v en el más desechado material, flaco fundamento hacía, con que a leve vaivén se deshacía—: 690 el Hombre, digo, en fin, mayor portento que discurre el humano entendimiento; compendio que absoluto parece al Angel, a la planta, al bruto; cuya altiva bajeza toda participó Naturaleza. ¿Por qué? Quizá porque más venturosa que todas, encumbrada a merced de amorosa Unión sería. ¡Oh, aunque repetida, 700 nunca bastantemente bien sabida merced, pues ignorada en lo poco apreciada 703 parece, o en lo mal correspondida! *

La visión antropológica ( I I ) 677-703. El hombre, construcción maravillosa, goza de una natu­ raleza paradójica: altivo, se orienta al cielo y casi lo alcanza, pero ■90

cuando está más cerca, la muerte de su cuerpo lo devuelve a la tierra. Su imagen bien puede encarnarla Juan, el autor del Apocalipsis, quien se considera Aguila evangélica por su revelación y por su impulso celestial. En efecto, la visión que tuvo en Patmos le permitió el ac­ ceso a la palabra de Cristo: “Entiende el significado secreto de las siete estrellas que viste en mi mano derecha y de los siete candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros son las siete iglesias” (Apocalipsis, 1, 1002). Del propio hombre también puede ser imagen la colosal estatua que con­ cibió Nabucodonosor, adornada de oro en la frente y dotada de pies de barro, por lo que el más ligero movimiento podía derribarla. Este es el hombre, la máxima maravilla que puede concebir el entendi­ miento, síntesis suprema de naturalezas opuestas: ángel, planta y ani­ mal; soberbia y ruindad que participa de cuanto crea la Naturaleza. ¿ A qué obedece esto? Tal vez a dos posibilidades que le ha reservado •su destino: o bien la de alcanzar, en una suerte de estado místico, la Unión con Dios, en cuyo caso sería la más feliz de las criaturas, o bien la tragedia de desdeñar tal privilegio, pues aunque se le ofrezca in­ cesantemente la primera, el hombre parece empeñado en ignorar esa merced, apreciándola en poco y correspondiéndole mal. Observación I. Consciente de la naturaleza antitética del hombre, sor Juana se detiene en ella como para no soslayar el hecho extraño de que en esta criatura convivan rasgos tan opuestos, tendencias tan contradic­ torias que pugnan por tener el predominio. Pero no sólo es consciente de la lucha, sino también de la debilidad que termina por vencer. Es­ píritu v carne, el hombre sucumbe ante ésta y echa por la borda la opción de acceder a la vida verdadera: la que otorga Cristo. Aspira a las alturas, pero al final cae, se degrada, se destruye a si mismo. Esta naturaleza oscilante es la que sor Juana recoge en una suerte de pa­ radoja ingeniosa, expresada en unos cuantos versos que recuerdan la agudeza conceptual de Gracián: que, cuanto más altiva al cielo toca, sella el polvo la boca compendio que absoluto parece al Angel, a la planta, al bruto, cuya altiva bajeza toda participó Naturaleza. 91

JORNADA LIRICA Estos, pues, grados discurrir quería unas veces. Pero otras, disentía, excesivo juzgando atrevimiento el discurrirlo todo, quien aun la más pequeña, aun la más fácil parte no entendía de los más manüales efectos naturales; quien de la fuente no alcanzó risueña el ignorado modo con que el curso dirige cristalino deteniendo en ambages su camino —los horrorosos senos de Plutón, las cavernas pavorosas del abismo tremendo, las campañas hermosas, los Elíseos amenos, tálamo ya de su triforme esposa, clara pesquisidora registrando (útil curiosidad, aunque prolija, que de su no cobrada bella hija noticia cierta dio a la rubia Diosa, cuando montes y selvas trastornando, cuando prados y bosques inquiriendo, su vida iba buscando y del dolor su vida iba perdiendo)—; quien de la breve flor aun no sabía por qué ebúrnea figura circunscribe su frágil hermosura: mixtos, por qué, colores

—confundiendo la grana en los alboresfragante le son gala: ámbares por qué exhala, y el leve, si más bello ropaje al viento explica, que en una y otra fresca multiplica 740 hija, formando pompa escarolada de dorados perfiles cairelada, que —roto del capillo el blanco sellode dulce herida de la Cipria Diosa los despojos ostenta jactanciosa, si ya el que la colora, candor al alba, púrpura al aurora no le usurpó y, mezclado, purpúreo es ampo, rosicler nevado: tornasol que concita 750 los que del prado aplausos solicita: preceptor quizá vano —si no ejemplo profano— de industria femenil que el más activo veneno, hace dos veces ser nocivo en el velo aparente 756 de la que finge tez resplandeciente.

El arrebato lírico: el asombro del entendimiento ante lo inmediato y lo trivial 704-756. Así, pues, mi entendimiento se había entregado a la tarea de explorar la zona de los minerales, de los vegetales, de los ani­ males; había orientado su atención al hombre, al ángel y hasta Dios, persuadido de que obtendría un fruto. Sin embargo, en otro momen­ to, retrocedía, juzgando que era un atrevimiento excesivo someter todo al examen de la razón, pues se le escapaba la parte más fácil o pe­ queña de cualquier acontecimiento natural. Por ejemplo, no acer­ taba a explicarse por qué o cómo Aretusa, la suave fuente de agua dulce, tenía un curso tan complicado y lleno de rodeos —sus aguas pasan por debajo del mar sin confundirse con el agua salada y van a salir en una roca en la punta de la isla de Ortigia, junto a Siracusa__ escudriñando —manifiesta indagadora— las horribles cavernas del descomunal abismo, que se dirían los mismos senos espantosos de 93

Plutón, los campos hermosos, los deliciosos campos Elíseos, que en otro tiempo fueron el lecho de su esposa Proserpina, la cual asumía tres formas: primero fue la doncella hija de Ceres y de Júpiter, des­ pués la esposa de Plutón y, finalmente, la reina de las sombras. Esta curiosidad de Aretusa, aunque excesiva, fue útil, pues pudo infor­ mar a Ceres el nombre del raptor de su hija, cuando aquélla ponía de cabeza montes y selvas, y examinaba prados y bosques en busca de su vida (Proserpina), búsqueda vana que, por el dolor, le iba consu­ miendo la propia vida. A mi entendimiento se le escapaba incluso por qué una flor di­ minuta, en su frágil hermosura, está dotada de una figura de marfil; por qué le adornan suave y deliciosamente colores combinados —co­ mo que se confunde el púrpura con el alba, por qué despide ámbares y extiende al viento su ropaje, que cuanto más delicado es, tanto más bello, ropaje multiplicado en las hojas que se van abriendo y que luce su majestuoso haz de pétalos alechugados, ribeteados de per­ files llenos de luz; flor que, cuando rompe el sello blanco de su ca­ pullo, muestra orgullosa los despojos de la dulce herida de Venus (la rojez de su sangre), si no es que se adueña del candor del amanacer o del púrpura de la aurora y, ya combinado, es una blancura púrpu­ ra o un rosicler nevado: tornasol que provoca los aplausos que soli­ cita del prado, instructor quizá hueco, cuando no ejemplo tosco de la habilidad de las mujeres que suelen untarse sustancias venenosas dos veces dañinas •—por cuanto afectan la piel y engañan— en el rostro que fingen lozano tras un velo de apariencias. Observaciones I. Aquí el “discurso” conceptual o, si se prefiere, filosófico cede al impulso lírico: la aspiración al saber absoluto sufre otro revés, al percatarse el entendimiento, una vez más, de que se ha echado a cues­ tas una tarea que excede con mucho sus posibilidades. Quiere dar cuenta de la naturaleza, del hombre o de Dios y no es capaz de expli­ carse siquiera los hechos cotidianos. Para expresar esta limitación a que está sujeto el vuelo intelectual, sor Juana se vale, como en otros casos, del contraste: por un lado, se pretende abarcar el universo y, por el otro, se está consciente de que cualquier detalle minúsculo es incomprensible. II. Pero una vez establecido el contraste, ya no se “argumen­ ta” a favor de la idea de los límites del entendimiento. El pasaje describe prolijamente esos detalles ínfimos que no están al alcance 94

de la inteligencia. Mitos, colores, afeites, perfumes, todo desfila en una serie compleja de imágenes, espléndidamente elaboradas sobre la base del modelo obvio: Góngora. Asoma primero el mito de Proserpina y Aretusa. Simple pretexto para desenvolver los medios ver­ bales que son propios del poema: el retorcimiento sintáctico —una vez más el hipérbaton distensivo, la acumulación de cualidades en un solo objeto y el juego conceptual. Después viene la flor, envuelta en sus matices cromáticos y en su aroma, amén de su compleja figura. Y de remate, la fusión de colores rayana en el artificio, le brinda a sor Juana la oportunidad de reiterar su severa desaprobación de los cos­ méticos: la mujer que acude a esos medios, se procura un doble mal: se daña el cutis y oculta engañosamente lo que han destruido los años. III. Son varias las partes en que sor Juana da testimonio de su indudable manejo del endecasílabo. Elijo este primer par en que se siente, se palpa la tersura y el serpenteo con que resbala el agua de la fuente: con que el curso dirige cristalino deteniendo en ambages su camino Su rima, aunque no sea novedosa desde el ángulo sonoro, agrada por lo que hace al léxico: entran en juego dos palabras de categoría gramatical diferente y de contenido muy diverso. Sus tres acentos en tercera, sexta y décima contribuyen a imitar el movimiento y mur­ mullo del agua. Es el endecasílabo melódico tan afín al espíritu de sor Juana. Después aparece otro tipo que contrasta marcadamente con los dos anteriores. Es más bien duro, inflexible, acomodado al matiz ba­ rroco con que se quiere pintar la triple naturaleza de Proserpina. Do­ mina el léxico suntuario: tálamo ya de su triforme esposa Una sabia y delicada combinación de heptasílabo y endecasíla­ bo es la que alcanza el poema, cuando se trata de capturar el mila­ gro fugaz de figura y color que hay en las flores: por qué ebúrnea figura circunscribe su frágil hermosura El primero encierra en su apretada concisión forma y matiz de la flor, echando mano de un adjetivo colorista muy frecuente en la poe­ 95-

sía de Góngora: ebúrneo, cuyo acento absorbe el centro de interés del verso. Pero eso no es todo: el segundo constituye su remate perfecto: circunscribe su frágil hermosura He aquí otro ejemplo que confirma el dominio de sor Juana del endecasílabo con acento en tercera, sexta y décima. ¿ Cómo o por qué rodea a la flor una belleza tan efímera? Forma y color se con­ tienen en hermosura, en tanto que frágil expresa dolorosa y contrastantemente el hecho de la caducidad. El ritmo suave, flexible se ajusta al momento de la contemplación y del asombro. III. Acabo de referirme al asombro. Ese es el que provoca la belleza de la rosa: su aroma, sus colores, sus retoños numerosos man­ tienen en suspenso al entendimiento. La ciencia arrogante sufre aquí •otro descalabro: inútil acudir al instrumento conceptual; sólo queda una posibilidad: manifestar la deliciosa experiencia que produce el fenómeno, absorberse en sus matices y desarrollo. ¿Y cuál es el medio apto para comunicar esa experiencia? Sor Juana, quien constantemen­ te tiene a la vista el modelo de Góngora, echa mano del hipérbaton con el mismo señorío que hay en el poeta cordobés. Sabedora de su enorme valor expresivo, lo aprovecha aquí para cierto efecto imita­ tivo que resalte paso a paso este derroche de la naturaleza: y el leve, si más bello ropaje al viento explica que en una y otra fresca multiplica hija, formando pompa escarolada de dorados perfiles cairelada, que —roto del capillo el blanco sello— de dulce herida de la Cipria Diosa los despojos ostenta jactanciosa, si ya el que la colora, candor al alba, púrpura al aurora no le usurpó y, mezclado, purpúreo es ampo, rosicler nevado: Esta fiesta de formas y colores consume doce espléndidos versos apoyados en las inmensas posibilidades de! hipérbaton. Me detengo en y el leve, si más bello ropaje al viento explica

El giro estilístico tiene esta fórmula: A, si B y consigue su efecto gracias a la adversación más o menos intensa entre leve y bello. Es como si sor Juana quisiera contraponer la ligereza o ingravidez de la rosa a su hermosura: extrañamente posee ésta en razón inversa de aquélla. El segundo verso prolonga y completa la idea: las hojas, por su levedad, se extienden y abanican con el viento. Explica cierra el sentido de los dos versos y atrae sobre sí el matiz de mayor intensidad rítmica. Observemos ahora estos tres versos que en una y otra fresca multiplica hija, formando pompa escarolada de dorados perfiles cairelada, El primer endecasílabo es una oración de relativo cuyo antece­ dente está en ropaje. Aquí el encabalgamiento y la separación entre fresca e hija no obedecen al propósito de dotar a ambas palabras de mayor carga semántica; más bien se quiere fijar la atención en mul­ tiplica, centro rítmico y significativo de todo el verso. En él se expresa y condensa el maravilloso fenómeno de la reproducción de la flor. La sonoridad y plasticidad del siguiente endecasílabo se localiza en el tramo que va del gerundio (formando) a la palabra escarolada. La colocación de sus tres acentos (án, póm, lá) produce el efecto lumino­ so deseado: hay que reparar en los pliegues suntuosos que forman las hojas. Formando pompa escarolada son los tres componentes verba­ les que roban la atención tanto por lo que hace al ritmo como al sentido. Hija, la palabra inicial, está ahí por el encabalgamiento y por necesidades métricas, pero no cumple otro papel. En cambio, la oración de gerunido desde formando acapara toda la fuerza expre­ siva. Ahí incide el primer acento rítmico y ahí se localiza el movi­ miento penosamente continuado de la figura que está adoptando la flor. Pompa centraliza el alarde de la naturaleza, y escarolada, su mo­ dificativo, indica la figura. En todo caso, el tercer verso equilibra las cosas: de dorados perfiles cairelada Es una oración adjetiva yuxtapuesta a pompa escarolada. El partipicipio cairelada tiene su agente en de dorados perfiles.. La leve trans­ posición obedece, como es obvio, a las necesidades que impone el des­ arrollo del poema. No bastaría con referirse al verso de la Soledad pri­ mera de Góngora las cisuras cairela (729) 97

para explanar el pasaje que estoy comentando. En verdad, el telón de fondo creo que se halla en este trozo: Al galán novio el montañés presenta su forastero; luego al venerable padre de la que en sí bella se esconde con ceño dulce, y, con silencio afable, beldad parlera, gracia muda ostenta: cual del rizado verde botón donde abrevia su hermosura virgen rosa, las cisuras cairela un color que la púrpura que cela por brújula concede vergonzosa. (722-731) Esta parte del poema de Góngora resalta la sobria belleza y el re­ cato de la novia, apoyándose en la semejanza que guarda con eí botón de una rosa. Apenas si asoma el encanto de la flor; celosamente con­ cede un leve indicio de lo que encierra. Se trata de una rosa que no ha brotado; lo que puede advertirse ya es que las junturas de sus pétalos están adornadas de una orla cíe color ligero. En cambio, el trozo de sor Juana es un derroche de luz y de colores. El entendi­ miento se pasma, se anula ante la presencia de este prodigio, donde no hay límite. Sólo queda la deliciosa sensación visual ahíta de ma­ tices y figuras. La flor no sugiere su hermosura; la hace sentir abru­ madora, manifiestamente. No en balde se afirma en los versos si­ guientes : que *—roto del capillo el blanco sello— de dulce herida de la Cipria Diosa los despojos ostenta jactanciosa, Es otra oración de relativo cuyo pronombre inicia una transposi­ ción más complicada que la anterior. El verbo principal se halla has­ ta el tercer verso (ostenta), pero antes aparece un ablativo absoluto (roto. ..) y luego un complemento determinativo de despojos (de dulce. . E l endecasílabo inicial se presta eficacísimamente para se­ ñalar un hecho ya consumado, condición de ese brote de arrogancia que domina en el tercero. Roto parece retener la cima de sonoridad del verso al par que el núcleo del sentido de toda la frase. Allí está el término de un penoso esfuerzo (es el contenido) en estrecha alianza con un contraste habilidoso de consonantes y vocales (r-o-t-o), donde el grupo -rt- expresa el reventón del capullo, enriquecido, por aña­ 98

didura, con el primer realce rítmico (tó). Sello, la palabra c¡ue cierra el verso, acapara el otro realce rítmico y es simétrica de roto; a la vez que complemento de su sentido: indica la celosa y hermética envol­ tura del botón. IV. El endecasílabo que viene, rítmicamente se aparta del ante­ rior y del que le sigue. Curiosa variedad con que sor Juana parece evi­ tar cualquier forma de monotonía. Fluyen los endecasílabos, pero con diferente acentuación, esto es, con diferente ritmo. Ahora le toca el turno a uno de tipo sáfico con acentos en cuarta, octava y décima. La suavidad casi aterciopelada de su ritmo se lleva bien con la ima­ gen de Venus, cuya sangre tiñe los pétalos de la rosa. Todo está pre­ parado para el acto final: la muestra arrogante de una victoria: la flor termina por imponer su presencia. Triunfa sobre el espectador, sabedora de su gracia, de su logro como fenómeno de la naturaleza los despojos ostenta jactanciosa, Sor Juana recupera el endecasílabo melódico y, así, consigue que los tres acentos rítmicos destaquen nítidamente los tres componentes que absorben el sentido: despojos indica la manera en que la flor se adueña de las cualidades de Venus, ostenta es el vocablo perfecto para denotar la exhibición altiva de lo que se posee y jactanciosa confirma la soberbia que inflama a la flor. De aquí a la hipérbole que con­ tienen los siguientes versos sólo hay un paso si ya el que la colora candor al alba, púrpura al aurora no le usurpó y, mezclado, purpúreo es ampo, rosicler nevado. V. No hay duda de que en la lengua escrita se ensanchan cier­ tas posibilidades que la hablada no toleraría. El trozo que acabo de citar ejemplifica bien a las claras la flexibilidad de que disfruta la lengua española. El orden del periodo se aparta de la construcción lineal o progresiva, para privilegiar los elementos que le interesan al que habla. Es una expresión sintética llena de anticipaciones que proviene del hablante al compás de sus estados afectivos. Si ya, el medio léxico del verso inicial, enlaza el contenido subsecuente con todo el desarrollo anterior, pero también es, me atrevo a sugerirlo, una variante de una fórmula estilística muy frecuente en Góngora, aunque considerablemente complicada en el caso que me ocupa. La fórmula es ésta: A, si no B. Aquí A no se contra pone a B, sino que pa­ 99

rece que al lector se le ofrecen dos alternativas. La primera no denota mayor atrevimiento; en cambio, la segunda es una marcada exage­ ración. He aquí un ejemplo: A

B En sangre a Adonis, si no fue en rubíes, tiñeron mal celosas asechanzas. En los versos de Góngora, sangre no es un vocablo audaz o extraño ni contiene imagen alguna; es una palabra corriente y moliente. En cambio, rubíes es una metáfora que manifiestamente exagera las pro­ piedades de la sangre. El poeta, según observa Dámaso Alonso, pre­ senta tímidamente el término B, temeroso de que el lector lo rechace por excesivo. Ofrece A, convencido de que sería una excepción que le admitieran B. Ahora bien, el tono y alcance del pasaje de sor Juana van por otro rumbo. O tienen, si se prefiere, un sentido opuesto: el ánimo oscila entre A y B, no tanto porque A represente la mesura o la dimensión exacta, y B el exceso, sino porque A, no obstante su marcado carácter suntuario y ponderativo, bien pudiera quedarse corto en el intento de recoger y apreciar los ángulos de la flor. Aquí es como si se dijera al lector “En principio admite A, pero todo lleva a pensar que lo adecuado es B”. El verso final —una oración atributiva— se liga a los otros dos mediante el ablativo absoluto mezclado y expresa espléndidamente la propiedad cromática que ha adquirido la flor: el artífice de la natu­ raleza no dudó en despojar al alba y a la aurora, para enriquecer el color de la rosa, que simultáneamente purpúreo es ampo, rosicler nevado. Este ejemplo de exquisita maestría en el verso bimembre tiene —ya se ha señalado— el antecedente de la estrofa 14 del Polifemo de Góngora. Pero aquí también cabe uno que otro deslinde: el jue­ go de imágenes de Góngora se orienta a resaltar la gracia de Galatea. El alba ha depositado en ella rosas rojas como la púrpura, entremez­ cladas con lirios de un blancor cándido. Hasta tal punto impresiona Galatea, que el Amor vacila entre cuál ha de ser el color de la ninfa: o púrpura nevada, o nieve roja. El sistema adoptado por sor Juana es distinto y lleva a otro resultado. Derrotado el ambicioso entendimien­ to, sólo queda al ánimo la estupefacción que produce la superficie de la rosa: su lujosa figura, su envidiable privilegio de beneficiarse con los colores del alba y de la aurora y, finalmente, su rara propiedad de 100

combinar conjuntamente la blancura y la rojez. El sistema correlativo inserto aquí contiene dos dualidades: a) b)

candor al alba, púrpura al aurora; purpúreo es ampo, rosicler nevado;

pero hay que advertir que en cada segmento de b) se ofrece una bi­ furcación que descansa no tanto en el trueque de los atributos como en su cabal fusión.

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757 Pues si a un objeto solo —repetía tímido el pensamiento— huye el conocimiento 760 y cobarde el discurso se desvía; si a especie segregada —como de las demás independiente, como sin relación considerada— da las espaldas el entendimiento, y asombrado el discurso se espeluza del difícil certamen que rehúsa acometer valiente, porque teme —cobarde— comprehenderlo o mal, o nunca, o tarde, 770 ¿cómo en tan espantosa máquina inmensa discurrir pudiera, cuyo terrible incomportable peso —si ya en su centro mismo no estribarade Atlante a las espaldas agobiara, de Alcides a las fuerzas excediera; y el que fue de la Esfera bastante contrapeso, pesada menos, menos ponderosa su máquina juzgara, que la empresa 780 de investigar a la Naturleza? Otra manera de confirmar la derrota del entendimiento 757-780. El entendimiento, ya se ha visto, tiene serias limitacio­ nes, de ahí que se adueñe de él ía timidez y el conocimiento rehúya un solo objeto o el raciocinio lo eluda cobardemente. Si se da el caso de que el entendimiento retroceda ante una clase aislada de seres 102

—poniéndola en un nivel independiente y eliminando cualquier tipo de relación que tenga con otras—; si el discurso, lleno de asombro, se horroriza del desafío que debiera aceptar con denuedo y resolución, porque teme comprender escasamente, tardíamente o no comprender jamás ese objeto; si todo esto es así, ¿cómo podría ■—cómo llegaría a atreverse— examinar la inmensa y maravillosa máquina, cuyo peso terriblemente intolerable (de no afianzarse en su centro de gravedad) sería capaz de derribar el cuerpo del mismo Atlas o de aventajar en fuerzas al propio Alcides; cómo podría el pobre entendimiento —in­ sisto— pretender esa hazaña, si el que hizo contrapeso suficiente a la esfera, juzgó su máquina menos pesada que la tarea de investigar la Naturaleza? Observaciones I. Aquí el poema recupera su hilo discursivo y “argumenta ’, una vez más, en favor de la limitación del entendimiento, valiéndose de un recurso ya conocido: si una porción minúscula del universo es ca­ paz de desafiar al pensamiento y de hacerlo retroceder, ¿qué ha de esperarse cuando intente adueñarse del cosmos entero? II. El sistema expresivo de sor Juana, modificando y enrique­ ciendo el que se encuentra en el Polifemo y en las Soledades, descansa en el juego de la oposición, ya sea lógica, ya sea puramente estilística. En el caso que me ocupa aparecen dos niveles contrapuestos: a) b)

el objeto aislado, la especie separada (la porción minúscula del mundo); la máquina inmensa y maravillosa, pero terrible e insoporta­ ble, capaz de doblegar a Atlas o a Alcides, la Naturaleza. (Lo descomunal, lo infinito.)

Enfrentado a ambos, el entendimiento sufre un descalabro con a), de manera que b) significa su derrota absoluta. III. Este recato excesivo del entendimiento que lo hace oscilar entre la duda, la desconfianza y el recelo, está consignado en un par de versos que son de los mejores de todo el pasaje: porque teme —cobarde— comprehenderlo o mal, o nunca, o tarde,

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El heptasílabo dactilico recoge con los elementos estrictamente necesarios la retirada cautelosa de la mente. Sus dos acentos recaen en los vocablos que son decisivos para el sentido: téme y cobárde. Pro­ bablemente sea este último el que acapare el realce rítmico y con­ centre así la atención del lector en el estado de aprensión que denota. El endecasílabo señala claramente el curso vacilante del entendi­ miento, la razón de ser de su escepticismo. Ligado al verso anterior por encabalgamiento, va registrando paso a paso los tres motivos de la abdicación del entendimiento. Se ofrecen como tres alternativas igualmente rechazables, puesto que el resultado sería de todas maneras fallido. El polisíndenton imita muy de cerca la deliberación casi an­ gustiosa que tiene lugar en la conciencia: o mal, porque la faena intelectual podría ser incompleta o des­ embocar de plano en el error; o nunca, en cuyo caso el producto sería la frustración o el escep­ ticismo ; o tarde, porque en la remota circunstancia de algún logro, po­ dría ser absolutamente extemporáneo.

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Otras —más esforzado—, demasiada acusaba cobardía el lauro antes ceder, que en la lid dura haber siquiera entrado; y al ejemplar osado del claro joven la atención volvía —auriga altivo del ardiente carro—, y el, si infeliz, bizarro alto impulso, el espíritu encendía: 790 donde el ánimo halla —más que el temor ejemplos de escarmiento— abiertas sendas al atrevimiento, que una ya vez trilladas, no hay castigo que intento baste a remover segundo (segunda ambición, digo). Ni el panteón profundo *—cerúlea tumba a su infeliz ceniza—, ni el vengativo rayo fulminante mueve, por más que avisa, 800 al ánimo arrogante que, el vivir despreciando, determina su nombre eternizar en su rüina. Tipo es, antes, modelo: ejemplar pernicioso que alas engendra a repetido vuelo, del ánimo ambicioso que —del mismo terror haciendo halago que al valor lisonjea—, las glorias deletrea 810 entre los caracteres del estrago. O el castigo jamás se publicara, porque nunca el delito se intentara: 105-

político silencio antes rompiera los autos del proceso —circunspecto estadista—; o en fingida ignorancia simulara o con secreta pena castigara el insolente exceso, sin que a popular vista 820 el ejemplar nocivo propusiera: que del mayor delito la malicia peligra en la noticia, contagio dilatado trascendiendo; porque singular culpa sólo siendo, dejara más remota a lo ignorado 826 su ejecución, que no a lo escarmentado. Intentona del entendimiento 781-826. En otras ocasiones, esforzándose un poco más, el en­ tendimiento cobraba conciencia de su desmesurada cobardía al con­ siderarse derrotado antes incluso de haber participado en la lucha. Entonces volvía la atención al modelo de temeridad que es el famoso joven Faetón ‘—orgulloso guía del abrasante Carro del Sol— Un im­ pulso gallardo y dignísimo de aprecio, aunque desdichado, inflamaba el espíritu, donde el ánimo encuentra —más que el temor casos de es­ carmiento— el camino libre para las empresas audaces, camino que una vez recorrido, ya no hay castigo que sea capaz de desalentar un segundo intento, es decir, una ambición reiterada. Ni el profundo ce­ menterio tumba azul de sus desdichadas cenizas— ni el rayo cas­ tigador de Júpiter, que amonesta pero no persuade, lograron hacer desistir de su proposito al arrogante muchacho, quien decide ganar la inmortalidad con su propio sacrificio, dando muestras de un claro des­ dén por la vida. Este prototipo de la temeridad es, primero que nada, una muestra o modelo, un ejemplar dañino que da alas al ambicioso animo para que porfíe en su “hazaña”, ánimo que parece compla­ cerse en el mismo terror, como si quisiera así exaltar la intrepidez, a pesar de que adivine en sus glorias las señales de su desgracia. El caso de t aetón es contraproducente por la manera en que se divulgó. Un estadista cauto y ése no es Júpiter— jamás hubiera dado a cono­ cer el castigo, persiguiendo con ello que nunca se cometiera el delito, bu discreción política le aconsejaría romper las determinaciones jurí­ dicas del proceso, o bien simular que ignora el soberbio exceso, o bien 106

castigarlo en secreto, sin exhibir el dañino ejemplo, pues el perjuicio del mayor delito está en el riesgo de que se divulgue y cunda la enfer­ medad. Siendo un caso aislado de culpabilidad, sería muy remoto que alguien lo repitiera si no lo conoce, al revés de lo que ocurriría con un correctivo que sea del dominio público. Observaciones I. Este conato del entendimiento gravita sobre una idea: hay que desechar la pusilanimidad y preferir la audacia. Nada de derro­ tas: haciendo acopio de fuerzas, vale la pena recobrar el impulso intelectual, imitando la temeridad de Faetón. Todo el trozo desen­ vuelve el mito del hijo del Sol, aunque enfatiza, al final, el altísimo precio del atrevimiento. En este sentido, la recuperación del enten­ dimiento es más bien frustránea, aparente. II. En principio, el pasaje da la impresión de continuar el hilo discursivo del poema. El entendimiento se propone resarcirse de su fracaso. Sin embargo, es tan sólo un pretexto para introducir y des­ arrollar el mito de Faetón, cuyos detalles brindan a sor Juana, una vez más, la oportunidad de explorar las inmensas posibilidades del en­ decasílabo, donde, por añadidura, se insertan dos o tres imágenes eri­ gidas sobre el sonido y la luz. Asimismo, en la parte final aparece un conjunto expresivo al que he dedicado particular atención. Sus com­ plejas conexiones formales lo acercan a los modelos sintácticos más audaces de su época. Me detengo, primero, en los versos que estimo más creativos. He aquí el endecasílabo que describe la soberbia del cochero: auriga altivo del ardiente carro o Es un nítido bimembre. En su primer segmento puede advertirse la distribución casi paralela de vocales y consonantes, como reforza­ dora del orgullo que domina al auriga: auriga altivo Su realce rítmico conforma la primera parte del nivel sonoro. Asi­ mismo, ahí se delimita, desde el ángulo semántico, la primera idea. El otro segmento del ardiénte carro 107

recoge la impresionante imagen del vehículo solar, respaldada con el recargo de erres y con la habilidosa ubicación de los otros realces rítmicos. III. Otro ejemplo digno de tomarse en cuenta está en la des­ cripción de la fosa donde se precipita el intrépido adolescente, destrui­ do por el rayo de Júpiter: cerúlea tumba a su infeliz ceniza Creo que se justifica echar mano del pasaje de las Soledades que opera aquí como telón de fondo: y, con virtud no poca, distante la revoca, elevada la inclina ya de la Aurora bella el rosado balcón, ya a la que sella cerúlea tumba fría las cenizas del día. Góngora habla del imán que, convertido en brújula, es atraído por la estrella polar cuando el Norte está distante; pero cuando está cercano, cuando la estrella viene a quedar encima, la aguja oscila entre el oriente (el rosado balcón de la Aurora) y el mar de occidente, sepulcro frío y azul donde se desvanecen los últimos resplandores del sol. Sor Juana sigue muy de cerca al poeta cordobés para condensar en un solo endecasílabo la destrucción del dios olímpico. En Góngora esta presente el paisaje marino y el sol occiduo; en sor Juana, apro­ vechando la misma imagen, aparecen los restos mortales de Faetón, el obstinado muchacho que, después de guiar al abrasante carro de* su padre, se despeña fulminado al río Po o al Eridan. Bien pudiera ha­ blarse aquí de otro endecasílabo bimembre que combina diferentes modalidades. En su primera parte está la cima de sonoridad del verso entero: cerúlea el cultísimo adjetivo predilecto de Góngora. Añadido a tumba forman un grupo de efectos musicales y cromáticos, gracias a la aliteración vocálica (repetición de claras —ea— y de oscuras — u—). La suave superficie azul del Po recibe los restos de Faetón. La segunda parte: a su infeliz ceniza 108

aprovecharía la aliteración ei para apoyar la sensación de tristeza que provoca la tragedia del muchacho. El esquema del verso completo quedaría así: adjetivo-sustantivo-preposició?i-posesivo-adjetivo-sustantivo. Los acentos rítmicos inciden en la pareja adjetivo-sustantivo, real­ zando la impresión de contrabalanceo, de bilateralidad perfecta, en­ riquecida con las dos imágenes que se reparten una y otra pareja. IV. El poema entero de sor Juana, como hijo de su tiempo y como imitación expresa de un modelo —el de Góngora—, tiene una complicada estructura sintáctica de cuyo análisis ya me he ocupado, por lo menos en parte. En el pasaje que estoy comentando se encuen­ tra, a mi juicio, uno de los entretejimientos más boscosos y densos. He aquí su primera parte: O el castigo jamás se publicara porque nunca el delito se intentara político silencio antes rompiera los autos del proceso —circunspecto estadista—; o en fingida ignorancia simulara o con secreta pena castigara el insolente exceso, sin que a popular vista el ejemplar nocivo propusiera: El período se abre con una oración disyuntiva y le sigue una final a la que se añade una especie de complemento circunstancial, seguido de una oración adversativa generada por antes, y donde a su vez hay un complemento directo regido por romper. En el quinto verso apa­ rece el sujeto que se convertirá, a su vez, en eje de las oraciones sub­ secuentes. Primero dos circunstanciales disyuntivas con sus yerbos transitivos, después el complemento directo; en seguida otra circuns­ tancial en cuyo interior hay, además, un complemento directo. Esta catarata de disyuntivas y de complementos envuelve una idea muy simple: el estadista cauto no obraría como Júpiter. ¿Por que razón. La segunda parte, de tono sentencioso, exhortatorio, trae el consejo: que del mayor delito la malicia peligra en la noticia, contagio dilatado trascendiendo; porque singular culpa solo siendo, dejara más remota a lo ignorado su ejecución, que no a lo escarmentado. 109

La oración inicial está repartida en los dos primeros versos. El que del principio vale tanto como porque e introduce un enunciado causal, cuyo sujeto es malicia, precedido de su complemento determi­ nativo. Después viene el verbo peligra cuyo uso establecido modifica sor Juana. Peligrar en las acepciones que registran los diccionarios de la época y los posteriores, vale lo mismo que estar expuesto a un riesgo,. La poetisa, fijándose en uno de los usos de peligroso, lo transfiere al verbo para dar a entender el daño que puede provocar la malicia del delito. Peligrar”, por otro lado, tiene su correspondiente complemen­ to circunstancial, añadido a una oración de gerundio que indica la ma­ nera en que se produce la acción de peligrar. Tal gerundio, a su vez, tiene su objeto directo antepuesto y modificado por un adjetivo. In­ mediatamente sor Juana agrega otra oración de gerundio en cons­ trucción absoluta y con valor causal, perfectamente delimitado por la conjunción inicial porque, a la que se adiciona el sujeto precedido de un adjetivo. En el orden del verso sigue el adverbio y en el extremo el verbo. La penúltima oración comienza con el verbo, sigue con un atributo en grado comparativo que alude al objeto directo, colocado hasta el último verso, y antepone a tal objeto una suerte de dativo que se repite en el tramo final y que constituye el segundo término de la comparación. . E1 análisis anterior muestra algunas de las dificultades que encieira la sintaxis de sor Juana. Sus numerosas transposiciones obligan una v otra vez a examinar el pasaje, para adueñarse de su contenido. Pero no sólo eso: hay innovaciones semánticas como en el caso de peligrar que afectan sintácticamente a las palabras que dependen de ahí Por otro lado, aparece un uso algo raro del participio pasivo con valor de sustantivo o de agente. Pues bien: toda esta madeja es la envoltura de un consejo casi trivial. ¿A qué obedece semejante la­ berinto lingüístico. Ni más ni menos que al artificio de que echa mano el barroco. Es uno de los extremos en que a veces cae el poema. Por lortuna, lo opacan con mucho los aciertos, que son los dominantes.

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Mas mientras entre escollos zozobraba confusa la elección, sirtes tocando de imposibles, en cuantos intentaba 830 rumbos seguir —no hallando materia en que cebarse el calor ya, pues su templada llama (llama al fin, aunque más templada sea, que si su activa emplea operación, consume, si no inflama) sin poder excusarse había lentamente el manjar transformado, propia substancia de la ajena haciendo: 840 y el que hervor resultaba bullicioso de la unión entre el húmedo y ardiente, en el maravilloso natural vaso, había ya cesado (faltando el medio), y consiguientemente los que de él ascendiendo soporíferos, húmedos vapores el trono racional embarazaban (desde donde a los miembros derramaban dulce entorpecimiento), 850 a los suaves ardores del calor consumidos, las cadenas del sueño desataban: y la falta sintiendo de alimento los miembros extenuados, del descanso cansados, ni del todo despiertos ni dormidos, muestras de apetecer el movimiento con tardos esperezos 111

ya daban, extendiendo 860 los nervios, poco a poco, entumecidos, y los cansados huesos (aún sin entero arbitrio de su dueño) volviendo al otro lado—, a cobrar empezaron los sentidos, dulcemente impedidos del natural beleño, 867 su operación, los ojos entreabriendo. Comienza el despertar 827-867. En medio de esta situación agobiante en que el enten­ dimiento ha sufrido descalabro tras descalabro, donde ya no sabe qué partido tomar, pues en cada rumbo que ha intentado seguir ha trope­ zado con peligros insuperables, el calor propio de la digestión, agotado ya su sustento (no en balde su llama, llama al fin y al cabo, consume, cuando no quema, al mantener su operación), sin poder negarse a su tarea, ya había transformado poco a poco el alimento, convirtiendo en sustancia propia la ajena. Ya había terminado el ruidoso hervor que resulta de mezclar lo húmedo y lo caliente en el maravilloso vaso natural que es el estómago. Faltándole el medio, suspende sus fun­ ciones y, en consecuencia, desaparecen los húmedos vapores que pro­ ducen sueño y detienen la actividad racional. Cuando estaban acumu­ lados en el cerebro, impedían suavemente el uso de los miembros. Pero ahora, consumidos ya por el efecto suave del calor, iban po­ niendo término al estado de sueño. Y al sentir la falta de alimento los miembros agotados, debilitados incluso por el mismo descanso, to­ davía semidormidos, comenzaban a dar señales, con lentos adema­ nes, de querer moverse. Así, por ejemplo, extendían poco a poco los nervios hasta ese momento imposibilitados y cambiaban de postura los huesos rendidos (todavía no sujetos del todo a la voluntad de su dueño). De la misma manera, al abrir los ojos, los sentidos comen­ zaron a recuperar su operación, después de haber estado sometidos al dulce sueño natural. Observaciones I. El poema se ofrece como un poema cíclico: se abre con la jnoche y el sueño y termina con el día y el despertar. Desde este pa­ 112

saje, sor Juana prepara ya el final: después de la altura intelectual que alcanzó la mente humana en el extremo del sueño, sobreviene el día y con él otra vez la vigilia. Ya han cesado las funciones fisio­ lógicas que tienen lugar cuando reposa el cuerpo; ya asoma el primer indicio de la recuperación del contacto con el mundo. Se detienen el impulso intelectual y la ficción; se da paso otra vez al plano objetivo, fáctico. II. Tal vez el detalle estilístico más notable del pasaje radique en su desarrollo lento, moroso, ampliamente favorecido por la abun­ dancia de gerundios y participios. (Entre unos y otros suman dieci­ siete.) No faltan las transposiciones que, asociadas a los gerundios, cumplen la función expresiva de respaldar ese suave abandono del sueño en que el cuerpo se estira y se revuelve todavía con torpeza, tra­ tando de recuperar, no sin cierta dificultad, sus movimientos norma­ les. Conforme avanzan los versos, parece uno sentir el paulatino ad­ venimiento de la vigilia que concluye cuando se abren los ojos. III. Como muestra basta un botón y la falta sintiendo de alimento los miembros extenuados, del descanso cansados, ni del todo despiertos ni dormidos, muestras de apetecer el movimiento con tardos esperezos ya daban, extendiendo los nervios, poco a poco, entumecidos, En este ceñido molde donde alternan endecasílabos y heptasílabos, sor Juana sabe vaciar el contenido de una experiencia diaria: la perezosa recuperación de la vigilia. Adviértase el hipérbaton dis­ tensivo de la oración que tiene como sujeto a miembros y como verbo a daban. El tramo entre uno y otro apoyaría esa impresión de pacho­ rra que da uno cuando entreabre los ojos y comienza a quitarse las légañas o a estirarse. Todos los gerundios contribuyen a la idea de acción durativa; la prolongan como se prolonga el lapso en que uno despierta por completo. Ni qué decir tiene el realce rítmico del pri­ mer verso: sintiendo. Su lentitud está reforzada tanto fonética como semánticamente. El gerundio ocupa la mitad del verso y absorbe el realce.

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868 Y del cerebro, ya desocupado, los fantasmas huyeron, 870 y —como de vapor leve formadas— en fácil humo, en viento convertidas, su forma resolvieron. Así linterna mágica, pintadas representa fingidas en la blanca pared varias figuras, de la sombra no menos ayudadas que de la luz: que en trémulos reflejos los competentes lejos guardando de la docta perspectiva, 880 en sus ciertas mensuras de varias experiencias aprobadas, la sombra fugitiva que en el mismo esplendor se desvanece, cuerpo finge formado, de todas dimensiones adornado, 886 cuando aun ser superficie no merece. El término del sueño 868-886. Ocioso ya el cerebro, lo abandonaron las figuras fan­ tásticas que habitaban en su seno, y como si fueran de vapor, se redu­ jeron a débil humo, a viento. De la misma índole son las figuras que proyecta en una pared la linterna mágica, apoyadas en el juego de luz y sombra. En efecto, la luz, cuyos móviles reflejos, guardando la distancia adecuada respecto de la sabia perspectiva, parece formar un cuerpo con sus medidas reales, de la sombra fugitiva que se pierde con la mismísima claridad, o un cuerpo dotado de todas sus dimensio­ nes, aunque su ser no tenga ni el de la superficie. 114

Observaciones I; Probablemente en este pasaje se ponga de manifiesto, como en ningún otro, el carácter irreal del poema. Es decir, por un lado, la obra de arte no es otra cosa que mera ficción. Un nivel, el imagina­ rio, frente al real o el de cualquier otra índole. Por otro lado, sor Juana finge mi sueño cuyo desarrollo corresponde al desarrollo del poema entero. Y por si no fuera suficiente, sueña que conoce y des­ cubre que su conocimiento es precisamente eso: un sueño. Los tres niveles, entrecruzados o yuxtapuestos, forman este formidable univer­ so cuya base estricta y única es el lenguaje. Por eso viene bien aquí la imagen de la linterna mágica: gracias a su artificio, cobran vida cier­ tas criaturas de una atmósfera rara, irreal. No responden al nivel con­ creto, grávido que domina en las cosas cotidianas. Están como des­ realizadas, como despojadas de las propiedades físicas y químicas que caracterizan a aquéllas. Tampoco tienen la entidad del triángulo o de un valor. Son inaprensibles, huidizas. Y eso lo propicia el espec­ tador cuando se deja absorber por su movimiento y abandona las cir­ cunstancias reales en que se encuentra. Así también son las criaturas que engendra el poema. Todo su ser descansa en el lenguaje. Gracias a él viven y se desenvuelven, se agitan, se alteran, se distorsionan, se oscurecen, se iluminan, cobran el aspecto del horror o muestran el ángulo más halagadoramente bello. El milagro de su ser lo realiza el espectador. Al contacto del poema, se actualizan todas las posi­ bilidades de éste; su riqueza virtual va realizándose conforme se le penetra y se le disfruta.

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887 En tanto, el Padre de la Luz ardiente de acercarse al Oriente ya el término prefijo conocía, 890 y al antípoda opuesto despedía con transmontantes rayos: que —de su luz en trémulos desmayos— en el punto hace mismo su Occidente, que nuestro Oriente ilustra luminoso. Pero de Venus, antes, el hermoso apacible lucero rompió el albor primero, y del viejo Tithón la bella esposa —amazona de luces mil vestida, 900 contra la noche armada, hermosa si atrevida, valiente aunque llorosa-—, su frente mostró hermosa de matutinas luces coronada, aunque tierno preludio, ya animoso del Planeta fogoso, que venía las tropas reclutando de bisoñas vislumbres —las más robustas, veteranas lumbres 910 para la retaguardia reservando—, contra la que, tirana usurpadora del imperio del día, negro laurel de sombras mil ceñía y con nocturno cetro pavoroso las sombras gobernaba, de quien aun ella misma se espantaba. Pero apenas la bella precursora signífera del Sol, el luminoso 116

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en el Oriente tremoló estandarte, tocando al arma todos los suaves si bélicos clarines de las aves (diestros, aunque sin arte, trompetas sonorosos), cuando —como tirana al fin, cobarde, de recelos medrosos embarazada, bien que hacer alarde intentó de sus fuerzas, oponiendo de su funesta capa los reparos, breves en ella de los tajos claros heridas recibiendo (bien que mal satisfecho su denuedo, pretexto mal formado fue del miedo, su débil resistencia conociendo)—, a la fuga ya casi cometiendo más que a la fuerza, el medio de salvarse, ronca tocó bocina a recoger los negros escuadrones para poder en orden retirarse, cuando de más vecina plenitud de reflejos fue asaltada, que la punta rayó más encumbrada de los del Mundo erguidos torreones. Llegó, en efecto, el Sol cerrando el giro que esculpió de oro sobre azul zafiro: de mil multiplicados mil veces puntos, flujos mil dorados —líneas, digo, de luz clara— salían de su circunferencia luminosa, pautando al Cielo la cerúlea plana; y a la que antes funesta fue tirana de su imperio, atropadas embestían: que sin concierto huyendo presurosa —en sus mismos horrores tropezando— su sombra iba pisando, y llegar al Ocaso pretendía con el (sin orden ya) desbaratado ejército de sombras, acosado de la luz que el alcance le seguía. Consiguió, al fin, la vista del Ocaso el fugitivo paso, 117

y —en su mismo despeño recobrada esforzando el aliento en la rüina— en la mitad del globo que ha dejado el Sol desamparada, segunda vez rebelde determina mirarse coronada, mientras nuestro Hemisferio la dorada ilustraba del Sol madeja hermosa, que con luz judiciosa 970 de orden distributivo, repartiendo a las cosas visibles sus colores iba, y restituyendo entera a los sentidos exteriores su operación, quedando a luz más cierta 975 el Mundo iluminado, y yo despierta.

Victoria del día. El despertar 887-975. Mientras tanto, el Sol, la fuente de luz que abrasa, por acercarse al Oriente con estricta regularidad, ya conocía el límite exacto de su trayecto y despedía al antípoda ubicado en el otro ex­ tremo con sus rayos occiduos, pues que con su luz de temblorosos desmayos, siempre se oculta en el mismo sitio, que para nosotros se convierte en luminoso amanecer. Sin embargo, el albor primero lo inician la estrella de la mañana, el agradable lucero de Venus y la Aurora. La hermosa cónyuge del viejo Titón, quien antorcha en ma­ no y encaramada en un carro de reflejos ígneos, arroja con su presen­ cia a la noche. Esta diosa, bella aunque audaz, valiente y, a pesar de todo, sollozante mostró su frente bella coronada de flores. (Es decir, con la luz de su antorcha, abría las puertas del día.) Pero la Aurora es también un delicado anticipo, aunque bizarro, del Planeta colérico y ardiente que ya había tomado sus precauciones, reclutando a las tropas de luces primerizas y reservando a las más experimentadas y vigorosas, para hacer frente a la dictadorzuela que usurpa el reino del día, ciñendo en su frente un oscuro laurel adornado de mil som­ bras y gobernando las tinieblas con su torvo cetro nocturno y de cuyas sombras hasta ella se espanta. Pero no bien la hermosa precursora y emblema del sol hizo on­ dear la bandera luminosa del Oriente, alertando con los clarines dul­ ces aunque belicosos de las aves —cornetas hábiles y sonoros, aunque 118

no entrenados en ese arte—, cuando la Noche, tirana al fin y al cabo y por ello cobarde, presa de temor, de miedo hizo sonar su bronca bocina. A pesar de verse acorralada, en un último intento, pretendió alardear de sus fuerzas, oponiendo la defensa de su deplorable capa. Sin embargo, los cortes de luz fueron abriendo en ella leves heridas, por lo cual se satisfizo a medias su brío y, consciente de su débil re­ sistencia, mal encontró pretexto para su miedo, de manera que enco­ mendó su salvación más a la fuga que a la fuerza. Hizo sonar su bron­ ca bocina, decíamos, para reagrupar sus negros escuadrones y em­ prender la retirada en orden; no obstante, la asaltó de pronto un mar de reflejos que estaban cerca, los cuales aventajaban incluso a la punta más alta de los torreones que se levantan en el mundo. Efectivamente, hizo su aparición el Sol, que cerró el círculo de su movimiento, formándolo y cubriéndolo de oro sobre el azul del cielo. De su circunferencia luminosa brotaban infinidad de puntos, abundantes flujos dorados. Esto es: líneas de luz diáfana que parecían trazar pautas en la superficie del cielo. En su acción iluminadora, aco­ metían en formación a la tiranuela deplorable que se había apodera­ do de sus dominios, quien huía alocada y presurosamente y, al trope­ zar con sus propios horrores, iba pisando su sombra. Su propósito era alcanzar el Ocaso con su ejército de sombras en desbandada, perse­ guido por la luz que ya les pisaba los talones, para rematarlas de una vez. Finalmente, en su huida alcanzó su propósito: llegar al Ocaso. Allí, recuperada, a pesar de su derrumbe y sacando fuerzas de su pro­ pia derrota, determina, en el colmo de su rebeldía, adueñarse otra vez del trono en la mitad del globo que el Sol ha dejado desprotegida. Mientras tanto, nuestro Hemisferio enseñaba la bella y dorada cabe­ llera del Sol, que, con su luz otorgada equitativa y prudentemente, iba dotando a cada cosa de su color respectivo y devolviendo a los sen­ tidos externos toda su actividad. De esta manera, el mundo resultó iluminado por luz más segura y yo me desperté. Observaciones I. En muchos respectos, lo he afirmado reiteradamente, el poe­ ma es de plano cíclico. Esta parte final lo prueba ampliamente. En efecto: por un lado, cierra con las imágenes cósmicas que abre, por otro, ajusta escrupulosamente su desarrollo a la duración de la mitad de un día. Se inicia con el advenimiento de la noche y termina con el amanecer. II. A estas alturas el discurso conceptual ya se ha desvanecido 119

por completo. Se ha retornado a las imágenes de lo descomunal o gi­ gantesco para señalar el paso de un período a otro en este ciclo ince­ sante que es el día sidéreo. El poema gana nuevamente como poema: todo su lujo verbal se pone al servicio de una idea: expresar la vic­ toria del día sobre la noche. Los recursos mitológicos, el vocabulario, las imágenes más elaboradas y los mejores versos están destinados a encarecer el goce de la luz. En el fiel de la balanza, la imagen noc­ turna es la menos favorecida: no sirve de contrabalanceo. Apenas si ofrece cierto contraste que no hace más que reforzar al ángulo que quiere privilegiarse. El simple recuento del vocabulario arroja este curioso resultado: sor Juana emplea, repitiéndolos a veces, treinta y siete vocablos para recrear el fenómeno del amanecer y se vale de once para describir el término del período nocturno. III. Quiero detenerme en algunos endecasílabos que confirman, por enésima ocasión, la destreza de la monja. He aquí el primero: En tanto, el Padre de la luz ardiente Si lo que interesa es expresar la gozosa experiencia de la luz, la iluminación plena del mundo, nada mejor que un verso como éste en que se vincula estrechamente el nivel físico con el contenido. Las pa­ labras más nítidas (padre, luz y ardiente) ocupan la cima de sonori­ dad y son también el pivote significativo: una blancura resplande­ ciente recorre el verso entero. No le va en zaga estotro de proporcio­ nes perfectas: de matutinas luces coronada Es la aurora, que aquí adopta la figura de una ninfa envuelta en luz y en flores. ¿Qué medio más adecuado para consignar su ilumi­ nadora presencia que la de este endecasílabo gracioso y alado como el ser que quiere representar? Sus tres acentos recaen precisamente en las zonas del verso donde es preciso detenerse: el adjetivo (matutinas) recoge el frescor del día, la linda tarea de abrirlo encomendada a la aurora; el sustantivo (luces) a su perpetua irradiación y el partici­ pio (coronáda) al adorno que lleva en su frente. El acierto radica en haber fundido los elementos internos y externos de manera tal, que se pueda sentir en el ritmo y el sistema de vocales y consonantes la luminosidad que evocan matutinas y luces. Enraizado en la lírica de Garcilaso, de Herrera y, sobre todo, de Góngora, el poema de sor Juana prosigue y enriquece la línea de co­ lor que cultivaron aquéllos. En esta atmósfera de brillantez que priva 120

en el pasaje la aparición del sol se ofrece, fundamentalmente, como un acontecimiento cromático. Dos colores netos se destacan en el ho­ rizonte : Llegó, en efecto, el Sol cerrando el giro que esculpió de oro sobre azul zafiro Raro, casi diría excepcional hallazgo en la imagen: el sol, orfebre de un círculo que trabaja en oro con el fondo azul del cielo. El pri­ mer endecasílabo, gracias al gerundio, parece prolongar, retardar el proceso en que se va dibujando la figura del círculo. El realce rítmico localizado precisamente en -ando, está al servicio de la idea que acabo de sugerir. En cambio, el segundo endecasílabo tiene un movimiento mucho más ágil, mucho más adecuado para recoger el momento en que el cielo ha quedado teñido de color oro. Es la pura complacencia en las tonalidades. Aquí el mundo sólo ofrece escorzos bellos, diáfa­ nos. Sin embargo, no falta el elemento discordante que, ya se ha di­ cho, ratifica en el fondo la hegemonía de la luz: y con nocturno cetro pavoroso Otra vez las proporciones perfectas: no se requiere adherencia o parche alguno para vaciarlo en el molde justo. Las palabras de fo­ nética más rica son también las que cuentan para el sentido. Repá­ rese, primero, en los tres realces rítmicos: tur, ce y ro. Cada unidad significativa posee el suyo. Pero no sólo eso: gracias a la eficaz ali­ teración de todo el verso (combinación de vocales oscuras —o u— y de la consonante r), las sílabas donde se localiza, la figura retórica, operan como reforzadoras expresivas del contenido. En este caso apo­ yan la impresión del tenebroso y espeluznante imperio de la noche. En una sola pincelada, milagro de tensión semántica y sonora, sor Juana recoge esta visión nocturna, contraste y hasta adversario del día.

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LEXICO

Abatido: de abatir: humillarse, 663. Abrir brecha: (brecha capaz) hacer una abertura o perforación, 31. Absoluto: independiente, soberano y en todo supremo y libre sin reco­ nocer superior, 692. Abstraído: de abstraer: separar con el entendimiento, 587. Acechar: observar, sin ser visto, 27. Acorde: conforme, igual, y puesto en el punto y regla, que le corres­ ponde, 656. Acosar: seguir con instancia; perseguir a alguno hasta rendirle, 113,957. Activo: lo que tiene eficacia, poder y virtud para obrar, 220. Acto: lo que se obra o hace, 592. Acusar: (la conciencia a uno): avisarle interiormente el alma el error, engaño y peligro en que está; advertir, dar en rostro, y en cierto modo culpar a uno de algún mal hecho, 782. Admitido: de admitir: recibir o hacer lugar a algo, 26. Advertido: la cosa hecha con advertencia, reflexión, deliberación y conocimiento, 589. Afán: el trabajo demasiado; la fatiga o prisa con que se hace algo, 146. Afectar: poner especial cuidado en la ejecución de algo, para encu­ brirlo o disimularlo, 111. Afrenta: el acto que se comete contra alguno en deshonor y descrédi­ to suyo, de obra o de palabra, 645. Afrentosa: cosa que contiene en sí la afrenta, 43. Agitada: movida con continuación y violencia de una parte a otra, 314. Agobiar: abatir, afligir; inclinar el medio cuerpo hacia la tierra con la fuerza de algún peso, 774. Agorero: el que vaticina los sucesos futuros, prósperos o adversos, 55. 123

Agregado: el conjunto de muchas cosas, 446. Agravado: de agravar: poner excesivo peso sobre algo, 37. Agravio: la acción injusta e injuriosa; la ofensa que se recibe o se hace a otro, 506. Aguda: penetrante, 120. Ajustado: de ajustar: hacer o poner una cosa igual, y tan medida y proporcionada, que nada le sobre ni le falte, 240. Alambicar: extraer y destilar las partes activas de alguna materia, sea líquida o sólida, 243. Albor: la luz, resplandor o reflejo que al amanecer se ve como blanco en el aire, antes que los rayos del sol, 734, 897. Alcance: seguir el alcance: perseguir los vencedores a los vencidos o a los enemigos que huyen o se retiran para acabarlos de deshacer y extinguir, 958. Alcanzar: saber, entender, comprender, 712. Alfombra: tapete o paño grande con que se cubre y adorna el sue­ lo, 377. Alterado: de alterar: mudar o cambiar el ser de las cosas, 86. Altera: de alterar: introducir algún cambio en las cosas, 122. Alterna: de alternar: ejecutar interpoladámente algo, 120, 160. Altivo (a): la persona o cosa soberbia, orgullosa, de pensamientos y operaciones desordenadas, 3, 177, 322, 414. Alto: lo que es de grande aprecio, sumamente estimable, y de supe­ rior grado y jerarquía, 789. Amable: lo que es digno de aprecio, lo suave y apacible, 171. Amarga: sensible, penoso, 613. Amazona: mujeres varoniles y belicosas en diversos lugares y tiempos. Se decían amazonas, sin teta, porque se quemaban las tetas del lado derecho, porque no les fuesen estorbo para tirar los arcos y jugar con la maza y el alfange, 899. Ambages: rodeos materiales, intrincados, 715. Ambar: betún un tanto amarillo, 736. Ambición: pasión desreglada de conseguir honras, dignidades, hacien­ da y conveniencias, 795. Ambicioso: deseoso y solícito de saber y adquirir fama, honra u otras cosas, 429. Ampo: blancura, albura y candor de la nieve, 748. Anegar: inundar, 468. Animoso: valeroso, bizarro, alentado, esforzado y valiente, 605, 905. Antes: preposición adversativa: primero, mas, 783, 803. Antipatía: contrariedad, oposición de humor, de genio, de inclina124

ción, repugnancia por cualidades contrarias que se hallan en cier­ tos cuerpos, 528. Antípodas: los moradores del globo de la tierra diametralmente opues­ tos los unos a los otros, 890. Aparatoso: ostentoso, espléndido, 165. Aparente: transitorio, falso y engañoso, 755. Apacible: agradable, dócil, manso, 896. Apelar: recurrir y buscar amparo, refugio y protección en alguna ne­ cesidad o urgencia, 506. Apolíneo: lo que pertenece a Apolo, símbolo aquí de la medicina, 537. Apoyar: sostener, afianzar, 630. Aprehensiva: que toma y retiene las cosas (particularmente el enten­ dimiento cuando concibe, piensa, imagina y retiene con vehemen­ cia), 642. Apurar: concluir, rematar y acabar con algo dándole fin, 326. Aquileya: propio de Aquiles, 385. Arbitrio: deliberación, elección, disposición y acto facultativo para resolver y obrar, 862. Arcaduz: caño por donde se conduce el agua en los acueductos, 216. Ardiente: cosa que arde y abrasa, 787, 841. Ardor: calor intenso y vehemente causado por agente extrínseco, 850. Arduo: cosa de difícil ejecución, 607. Arma (al): tocar al arma: es tocar a prevenirse los soldados y acudir a algún puesto, 920. Arriesgado: expuesto a contingencia y peligro, 277. Arrogancia: vanidad, altanería, soberbia, presunción desmedida, 248. Arte: a) la facultad que prescribe reglas y preceptos para hacer recta­ mente las cosas; b) ciencia, 590. Artificial: cosa que está ejecutada conforme a las reglas del arte, 412. Artificioso: cosa de artificio, es decir, de astucia y maña; o bien cosa ejecutada según arte y sus reglas, 581. Arterial: lo que pertenece a la arteria, 207. Asaltar: sorprenderle a uno, cogerle de repente y sin pensarlo, como lo ejecutan los ladrones en los caminos con los pasajeros, 4J8. Asegurado: de asegurar: dar firmeza a algo, preservarlo del nesgo, 100. Asegurar: dar firmeza a una cosa, 228. Asilo: lugar privilegiado e inviolable de donde no podía ser sacado ningún delincuente, 268. . ., . Asombrada: de asombrar: a) obscurecer; b) atemorizar, infundir te­ Aspereza: la desigualdad de las partes en la superficie del cuerpo, M. Aspirar: pretender, solicitar, desear con ansia, 408. 125

Atemperado^ \o que se ha ablandado, moderado o suavizado, 256. Atezado: teñido de color negro (el semblante), 11. Atónito: pasmado, espantado y admirado de algún objeto raro o no esperado, 438. Atractivo: lo que tiene virtud de atraer hacia sí alguna cosa, 213. Atraer: traer hacia sí alguna cosa, 635. Atrasado: de atrasarse: quedar atrás o en el camino respecto del que va adelante, 426. Atrevido: determinado y arrojado en emprender temerariamente una cosa, sin considerar primero lo que se podrá seguir de hacerla, 464. Atropar: juntar la gente en tropas o en cuadrillas, sin orden ni forma­ ción de escuadrones, 951. Aun: no obstante, 614. Aura: aire suave, leve, lo más blando y sutil del viento, 314. Auriga: cochero, 787. Auto: decreto y determinación del juez, dado y pronunciado jurídica­ mente, 814. Avara: desordenado amor a la riqueza, que se guarda v retiene con an­ sia y tenacidad, 237. Avenido: conforme, concorde, 370. Avenir: concordar, concertar, ajustar y conciliar a los que están dis­ cordes, haciendo que se unan y conformen, 552. Avergonzada: abochornarse de hacer algo, 27. Avisar: amonestar, advertir y aconsejar, 799. Aviso: a) advertencia, prevención cuidadosa para el logro de algún fin; b) cuidado y discreción en el modo de obrar y proceder. 573. Azogado: de azogar: cubrir con azogue, 274. B Bajel: embarcación grande con todos sus árboles y aparejos corres­ pondientes a navio, por ser lo mismo que cualquiera nave que anda por los mares, 570. Bajeza: cortedad y flaqueza de ánimo, ruindad y apocamiento de co­ razón y de espíritu, 694. Bajo: humilde y ordinario, digno de poca atención y estimación, 650. Balanza: instrumento de peso de platos cóncavos que penden de los ex­ tremos de los brazos del peso, 161. Barato: lo que es de bajo precio, lo contrario a subido y caro, 614. Bárbaro: tosco, inculto, grosero, salvaje, rudo, 344, 381. 126

Basa: el asiento que guarnece y en que estriba y afirma la colum­ na, 364. Bastantemente: suficiente y cumplidamente, con la debida y propor­ cionada igualdad, medida y cantidad que es menester para lo que se intenta, o desea hacer, 700. Batir: mover con ímpetu y fuerza, 335. Beleño: planta que produce sueños muy graves y pesados, 866. Bisagra: instrumento de hierro en que se sostienen y revuelven las puertas, 659. Bisoño(as): nuevo en cualquier arte u oficio, y el que empieza a apren­ derle, 908. Bizarro: generoso, alentado, gallardo, lleno de noble espíritu, lozanía y valor, 788. Blando: lo contrario de duro, lo suave al tacto, 216, 602. Blasfemo: el que impía y sacrilegamente habla de Dios y de las cosas sagradas, 414. Boto (a): el rudo y torpe de ingenio. (Participio irregular de embotar; enervar, debilitar y hacer menos activa, eficaz y poderosa alguna cosa), 482. Brocado: tela tejida con seda, oro y plata, 191. Broza: partes pequeñas de las cortezas y hojas de los árboles y plan­ tas, 124. Bruta experiencia: la que se practica con los animales, 534. Burlar: frustrarle a alguien sus designios, 10. C Cairelado (a): de cairelar: hacer cualquier género de cairel o bordadura; lo que imita y parece al adorno puesto en los extremos como cairel (el cairel es un entretejido que se echa en las extremidades de las guarniciones, formado de la misma ropa). (Etimológica­ mente: pasamano que adorna el borde de un traje o sombrero. Derivado de caire, canto, esquina, borde), 741. Cálculo: piedra pequeña, 135. Calmar: suspenderse, pararse, detenerse, cesar o dejar pendiente lo que se había de mover, tratar o perfeccionar y concluir, 546. Calor nativo: el que cada uno tiene en sí por su natural formación, sin fomento exterior, 221. Caloroso: caluroso: lo que tiene mucho calor, 375. Calor vegetativo: el calor necesario para nutrirse, crecer y aumen­ tar, 200. 127

Campaña: a) metafóricamente significa el cielo y el mar, por su lla­ nura y extensión, 276; b) campo igual, que no tiene montes, ni peñascos y generalmente el sitio que no tiene casas, 719. Canoro: sonoro, entonado, con melodía en la voz y dulzura en el modo de articular, 56. Caos: confusión, obscuridad, incomprehensibilidad, enredo o dificul­ tad, 550. Capaz: grande y espacioso, lo que tiene ámbito suficiente, 31. Capilla: el coro de músicos, 57. Capillo: el botón de la rosa o de otra flor, cuando está aún cerra­ do, 742. _ Carácter: señal, figura o marca que se imprime, graba o esculpe para representar o demostrar alguna cosa con toda distinción y clari­ dad, 810. Carena: a) la parte del buque de la nave que entra debajo del agua; b) reparo que se hace en los navios, quitándoles la carcoma, y tapando y calafeteando los agujeros y grietas con estopa y brea, para que no reciban agua y puedan navegar, 572. Catálogo: lista, memoria o inventario de personas, cosas o sucesos puestos en orden, 389. Categoría: cierta coordinación legítima y natural de los géneros, es­ pecies e individuos que se contienen debajo de algún género, 582. Causa natural: la que obra por solas fuerzas de la natura, y es con­ forme al genio y propiedades de las cosas, 529. Causa no sabida: la causa que no se conoce, o de lo que no se tiene noticia, 531. Causa primera: la que con independencia total de otra causa supe­ rior eficiente produce el efecto: y por esto Dios es la primera cau­ sa de todas las cosas. (Primera significa aquí suprema: se trata de la fuente eterna del movimiento eterno), 408. Causa productiva segunda: la que produce su efecto con dependencia de otra causa superior eficiente, 623. Cayado: el palo que trae el pastor, 177. Cebarse: dar, preparar o disponer alguna materia, para que se con­ serve o aumente, o se introduzca alguna forma: como cebar el fuego: echarle leña, 831. Celar: encubrir, ocultar, 443, 507. Centella: lumbre muy pequeña o partícula encendida, 295. Centellear: despedir o arrojar rayos de luz, 646. Centro: (de gravedad): es un punto dentro o fuera del cuerpo gra­ ve, tal que si de él se suspende, o se considera suspenso, conservará 128

siempre el sobredicho cuerpo una misma situación o equilibrio de sus partes, 773. Ceñir: abreviar, acortar, reducir a menos alguna cosa, que por sí te­ nía mayor extensión, 580. Ceño: señal de enojo en el rostro, 11. Certamen: contienda, disputa, controversia, desafío, 766. Cerúlea: lo que pertenece al color azul, sobre todo el que imita al del cielo, 88, 797, 949. Cetro: vara de oro que usan los emperadores y reyes, como insignia imperial de su dignidad, 177. Ciego: lo que ofusca la razón, 381. Cierto (as): verdadero, seguro, libre de toda duda, 103, 880. Cíngulo: cordón de seda, algo grueso, y en los cabos sus borlas o fle­ cos. Sirve para ceñirse el Alba el sacerdote, cuando va a cele­ brar, 324. Cintura: parte última del talle, por donde se ciñe el cuerpo, 323. Cipria: de Chipre: a Venus se la llama Cipris, 743. Circular: en forma de círculo, 144. Circunspecto: advertido, cauto, cuerdo, prudente, que sabe atender a las circunstancias del tiempo, lugar y personas, para proporcionar lo que ha de decir y obrar, 815. Claro: a) en Arquitectura; el espacio que hay entre columna y co­ lumna y el que hay entre dos pilastras, 216; b) lo que no está muy trabado y espeso, 255; c) evidente, cierto, manifiesto, 287; d) ilus­ tre, respetable, insigne, famoso y digno de ser estimado y honra­ do, 786. Clava: palo largo de más de vara, que poco a poco desde la empu­ ñadura va creciendo en grueso, y remata en una cabeza o porra de bastante cuerpo, llena de puntas de clavo, 396. Cobarde: pusilánime, sin valor, ni espíritu; lo contrario de valiente y animoso, 175, 453. Cobrado (a): de cobrar: recuperar y recobrar lo perdido, 724. Cobrar: adquirir y en cierta manera recuperar y recobrar lo perdi­ do, 864. Cometer: dar uno sus veces a otro, poner a su cargo y cuidado la eje­ cución de alguna cosa, 934. Compendio: epítome o cosa abreviada, 658. Competente: suficiente, adecuado, correspondiente, bastante, debido, proporcionado, 234, 494, 878. Complacencia: gusto y contento que se toma de alguna cosa, 675. Componer: constituir, dar ser a algún cuerpo o agregado de cosas, 57. 129

Comprehensión: facultad, perspicacia y capacidad para entender, per­ cibir y comprehender las cosas y sus cualidades, 450. Comprender: incluir virtualmente una cosa en otra, o disponer que en ella se contenga y repute por inclusa, 595. Compuesto: agregado de muchas cosas que forman otra distinta, per­ fecta y cumplida, 473. Compuesto triplicado: las tres formas de vida que posee el hombre: la sensitiva, la afectiva y la intelectual, 655. Cóncavo: de concavidad: la parte interior de una caverna, 98. Concebir: formar, hacer concepto de alguna cosa, discurrirla y apre­ henderla o comprehenderla como cierta o probable, 289, 584. Concierto: buen orden, disposición y método en el modo de hacer y ejecutar algo, 207, 952. Concitar: alterar, conmover, excitar, estimulando e instigando a in­ quietudes y alborotos, 749. Confección: compuesto de varios simples, preparado con el punto co­ rrespondiente al uso que ha de tener, o a la materia a que se ha de aplicar, 536. Confederado: aliado y ligado, 371. Confiado: esperanzado, y en cierta manera asegurado, 464. Confinante: contiguo, vecino y que linda y toca los términos de otro, 372. Confuso: mezclado, turbado, revuelto, descompuesto v desconcerta­ do, 478. Conglobado: de conglobarse: unirse algunas cosas o partes que esta­ ban disueltas tomando la figura orbicular o de globo, 472. Congojoso: sumamente molesto y penoso, 38. Consentir: dar formalmente asentimiento a algo, permitir su ejecu­ ción tácitamente, pero con causa, 315. Consonancia: armonía que resulta acordada de dos o más voces, 70. Consumir: deshacer, gastar, extinguir o reducirse a nada alguna cosa, 36, 835. Contagio: el vicio o daño que se participa por la comunicación, 823. Contento: satisfecho y gustoso, 19. Conticinio: la hora de la noche en que todo está en silencio. La prime­ ra parte de la noche, 151. Continuado: de continuar: durar o permanecer, proseguir lo que se ha empezado, 146; de continuar: proseguir y correr unida, y sin separación alguna, una cosa, 329. Contrapeso: la carga que se pone en contrario para igualar y prome­ diar el peso, 777. Contrario: lo que es opuesto a otro y tiene con él repugnancia, 249. 130

Convertido: de convertir: transformar, volver o mudar una cosa en otra, 292. Copia: abundancia y muchedumbre de alguna cosa, 350, 637. Copiar: retratar a alguna persona, o sacar por una imagen, país o cualquier otra cosa que esté ya pintada o labrada, otra semejan­ te que se parezca al original, 280. Corporal: lo que pertenece al cuerpo, 652. Corpulencia: la grandeza o magnitud de algún cuerpo natural o arti­ ficial, 318. Correspondido: de corresponder: volver, retribuir el beneficio reci­ bido con agradecimiento y paga igual, 703. Cortar: interrumpir, suspender, hacer que una cosa no prosiga, 128. Craso: grueso y espeso, 35. Criado: de criar: producir algo de la nada, dar ser a lo que antes no lo tenía, 445. Cristalino: lo que es transparente como el agua y el cristal, 268. Cuadrante: la delincación en un plano, de un reloj solar, formado de líneas correspondientes a los círculos horarios o a cada 15 gra­ dos del Ecuador, 240. Cuantidad: aquella con la que cualquier cosa se dice quanta es: ma­ yor, menor, etc., 241. Cuerda refleja: la cautela sesuda, juiciosa, prudente, 573. Cuidadosa: solícito, diligente y advertido para no perder la ocasión de ejecutar lo que debe, 263. Culpa: delito, malicia o falta, 306. Cúmulo: montón que se hace de unas cosas puestas sobre otras, 447. Custodia: el cuidado o vigilancia con que se guarda alguna cosa, 260. Curso: el acto de correr, 303. CH Choza: cabaña en que viven los pastores y gente de campo, 185. D Dar fondo: irse a fondo, zozobrar o perderse la embarcación, 567. Dar lugar: permitir o no evitar que suceda algo, 265. Defendido: de defender: preservar a alguna cosa del peligro o daño que la amenaza, 99; de defender: asegurar, afirmar alguna cosa, 231. 131

Deleite: delicia, placer, recreo, 157. Deletrear: adivinar, brujulear, interpretar lo que está obscuro y difi­ cultoso de entender, 809. Denotar: indicar o significar, 144. Denso: craso, espeso, engrosado, 18, 321. Denuedo: brío, esfuerzo, ardimiento, valor, intrepidez, 931. Depuesto: de deponer: dejar o separar de sí alguna cosa, 105, 106. Derramar: verter, esparcir por la tierra cosas líquidas y menudas, 542. Desatento: divertido, que no repara o atiende, 563. Descansar: cesar en el trabajo, 676. Descendido: de descender: bajar, pasando de algún lugar alto a otro bajo, 363. Descomedido: el que falta descortésmente a la atención y respeto de­ bido, 456. Desdeñarse: no admitir, desestimar, pasar por alto, 586. De sí: a partir de ella, 433. Desigual: desemejante, diferente, distinto, 416. Desmayo: deliquio de ánimo, desfallecimiento de las fuerzas, 892. Desmentir: rechazar, convencer el dicho de otro de falso e incier­ to, 233. Desparecer: desaparecer, ocultarse o quitarse de la vista prontamen­ te y con velocidad, 359. Despensera: despendedor o repartidor de los bienes que otro le ha en­ tregado para este fin, 236. Despeñado: de despeñar: precipitar y arrojar alguna cosa de alto a bajo, 363. Despeño: caída precipitada, 961. Despojos: las sobras o relieves de alguna cosa, 744. Detenido: de detener: embarazar o suspender alguna cosa, 63. Desunido: de desunir: apartar, separar alguna cosa de otra, 555. Desvalido: desamparado, desfavorecido, destituido de ayuda y soco­ rro, 622. Desvanecimiento: el flaquear la cabeza por algún váguido con que se turba el sentido, y queda uno a peligro de caer, 366. Dictar: inspirar o sugerir varios impulsos o movimientos del ánimo, 398. Diestro: que tiene habilidad para ejecutar con destreza alguna co­ sa, 922. Diferente: distinto, no parecido, 420. Difuso: de difundir: extender, dilatar, comunicar o introducir alguna cosa por todas las partes de otra, 483, 557. 132

Dilatado: de dilatar: extender, alargar y hacer mayor una cosa, y que ocupe más lugar, 493; lo no material que se extiende, 823. Dilatarse: extender, alargar algo, 138. Diligente: cuidadoso, activo, que ejecuta con celo lo que está a su cargo, 237. Dimensión: medida, tamaño correspondiente a las partes que compo­ nen un todo, 402; medida de la extensión de los cuerpos o super­ ficies y líneas, sea de su latitud, longitud o profundidad, a las que se reducen todas las imaginables, 885. Dimidiar: demediar: dividir en mitad alguna cosa, lo que se dice de las que son continuas, 152. Diminución: en la arquitectura es la proporción con que la fábrica o parte de ella, o algún cuerpo va perdiendo del grueso con que em­ pezó, 356. Discernir: distinguir una cosa de otra, conocer la diferencia que hay entre las dos, 179, 481. Discurrir: examinar, pensar y conferir las razones que hay en favor o en contra de alguna cosa, infiriéndolas y sacándolas de sus prin­ cipios, 579, 691, 771. Discurso: facultad racional con que se infieren unas cosas de otras, sacándolas por consecuencias de sus principios, 546; reflexión so­ bre algunos principios y conjeturas, 587. Disentir: no ajustarse al sentir de otro, ser de diverso dictamen, 705. Disolver: separar, desunir las cosas que están unidas, de cualquier mo­ do que sea, 555. Dispensar: dar o distribuir alguna cosa, 196. Distintivo: señal o insignia especial que diferencia a alguno entre los demás, 178. Distribuir: disponer las cosas, colocarlas por orden en los lugares con­ venientes, 162. Distributivo: distribuidor: el que distribuye y reparte alguna cosa en­ tre muchos, 970. Diuturno: lo que pertenece a larga duración, 496. Diversidad: muchedumbre de cosas diferentes, 543. Diverso: lo que es diferente y desemejante, 418. Dividida: separar algo en partes, 297. Dividir: partir algo en partes iguales o desiguales, 278. Docta(o): sabio, erudito, estudioso, versado en ciencias o facultades, 601, 879. Doctrina: enseñanza y documento que se da a uno que se pretende ins­ truir y enseñar, 600. Doloroso: lastimoso, lamentable, 415. 133

Dorado: de dorar; es decir, iluminar, 741. Dorar: iluminar, hablando especialmente del sol, 186. Dulce: grato, gustoso y apacible en lo espiritual, moral y político, 612; suave, 849. Duro: insufrible, malo de tolerar, cruel, 77. E Ebúrneo: cosa perteneciente o hecha de marfil, 731. Efecto cierto: el que no admite duda, 531. Ejemplar: original, prototipo, primer modelo para otras cosas, 785. El árbol de Minerva: el olivo que produjo con un solo golpe de triden­ te, 36. Elación: altivez, presunción y soberbia, 380. Embestir: acometer a otro cerrando con él, para maltratarle y ofen­ derle, 175, 951. Embarazar: impedir, retener, retardar, suspender lo que se va a ha­ cer, 300, 847. Embrión: especie confusa o conjunto de ellas sin orden, método ni dis­ posición, que ni se han digerido, ni determinado, o dado aquella forma y complemento que han de tener, 546. Eminente: alto, elevado, que descuella por encima de los demás, 29, 431. Eminencia: altura, elevación, 322. Empañar: cubrir con nieblas o vapores densos la luz, oscurecer, 257. Empresa: acción y determinación de emprender algún negocio arduo y considerable y el esfuerzo, valor y acometimiento con que se pro­ cura lograr el intento, 779. Encumbrado: levantado, alto, elevado, descollado, 697. Encumbrar: subir a la eminencia, elevar, 432. Engañosa: falsa, falaz, fraudulenta, 93. Engazador: el que engaza, el que traba, el que encadena una cosa con otra, 659. Ensayo: prueba, 465. Ente: todo lo que realmente existe. (Ente de razón: el que tiene su ser sólo objetivamente en el entendimiento), 584. Entena: antena: verga o pértiga de madera que cruza en ángulos rec­ tos al mástil de la nave, y en quien prende la vela, 568. Enternecido: de enternecer: mover a compasión, excitar los afectos del ánimo para que se ablande, conduela y compadezca, 468. 134

Entorpecido: de entorpecer: ofuscar, obscurecer y en cierta manera embotar la agudeza de la razón, 450. Entorpecimiento: embarazo, impedimento y dificultad sobrevenida en el uso y manejo de las partes y miembros del cuerpo, 849. Entumecido: de entumecer: impedir y embarazar el movimiento de los nervios, 860. Equívoco: irregular de equivocar: tomar una cosa por otra, 479. Erguido: de erguir, en sus dos acepciones: a) levantar y poner dere­ cha alguna cosa; b) erguirse, presumir; 320; de erguir: levantar y poner derecha alguna cosa, 942. Escala: escalera, 338. Escala: “hacer escala”: detenerse, 593. Escarmentado: de escarmentar: tomar advertencia y enseñanza de lo que en sí mismo y en otros ha visto y experimentado, para no caer ni errar en adelante, y evitar los riesgos y peligros, 826. Escarnio: burla y menosprecio que se hace de alguno, con palabras, gestos o acciones, 52. Escarolado: lo que está hecho y torcido como las escarolas; alechu­ gado, 740. Escasear: dar poco y no de buena gana, sino haciendo desear lo mis­ mo que se da, 418. Escaso: corto, limitado, poco, 367; falto, corto, no entero, ni cabal, 559, 653. Esclarecido: ilustre, noble, de alto linaje, 114. Escondido: de esconder: ocultar o encubrir algo, 97. Escollo: embargo, dificultad, tropiezo, y a veces riesgo y ocasión peli­ grosa, en que uno suele tropezar y caer, por no advertir los incon­ venientes antes de tomar resolución, 827. Esencia: ser de la cosa, 411. Esfera: el cielo o esfera celeste, 302, 428, 672. Esférico: esfera: se toma comúnmente por el cielo o esfera celeste, 473. Esforzado: de esforzar: tomar valor y aliento para obrar con esfuer­ zo, 781. Esforzar: ayudar, dar vigor a alguna cosa, alentarla, 601. Esmero: cuidado diligente y atención suma, para hacer las cosas con perfección, 342. Espacioso: lento, pausado, flemático, 70; ancho, extendido y vasto, 364. Espanto: terror, asombro, consternación y perturbación del ánimo que causa inquietud o desasosiego, y altera los sentidos, 362, 544. Espantoso: maravilloso, digno de asombro y admiración, 770. Especie: (inteligible) la imagen representativa del objeto de la inte­ 135

lección, 403; lo que conviene y se dice de muchos distintos en número, aunque unos en la esencia, 761. Espeluzar: erizar los cabellos algún pavor o miedo repentino, 765. Esperezo: desperezo; ademán que naturalmente se hace con brazos y piernas al tiempo de despertar, estirándolos y desencogiéndo­ los, 858. Espíritu Vital: la facultad o vigor natural que vivifica el cuerpo, 211. Esplendor: la claridad de luz que despiden los rayos de un cuerpo res­ plandeciente, 883. Estimativa: facultad y potencia para hacer juicio y formar concepto de las cosas, 258. Estrago: corrupción, malicia y corruptela de las cosas que miran al ánimo y natura humana, 810. Estribar: hacer fuerza en alguna cosa sólida y segura, para afirmarse y apoyarse, 485, 773. Excelencia: elevación (latinismo), 458. Excepción: exclusión de alguna cosa, para que no sea comprendida en la generalidad de una ley o regla, 227. Excusarse: huir la ocasión de que pueda resultar algún daño, 250; ne­ garse uno a hacer lo que se le pide, 836. Exenta: libre, desembarazada en su modo de ser, 6; eximido, excep­ tuado, libre de alguna carga, 181. Exhalar: evaporar, echar de sí vapor, 736. Expeler: arrojar, echar, lanzar con violencia de sí, o de alguna parte una cosa, 637. Explicar: aquí es un latinismo y significa desplegar, desenvolver, ex­ tender, 738. Exponer: arriesgar, poner en contingencia, en peligro alguna cosa, 249. Expulsar: echar de sí, arrojar o expeler, 220. Extenuado: debilitado, 854. Extrañeza: singularidad y especialidad de alguna cosa, 422. F Fábrica: edificio o construcción, 677. Fácil: frágil, débil y de poca consistencia, 871. Facultad: potencia o virtud de hacer algo, 610. Facultades sensibles: los cinco sentidos externos: vista, oído, olfato, gusto y tacto, 665. Fantasía: una de las potencias del alma, encargada de formar las imágenes de las cosas, 264; (s): ficciones, 585. 136

Fatigado: de fatigar: acosar, causar, oprimir, congojar, 376. Fiar: dar a otro alguna cosa en confianza, 561. Fiel: en el peso es el hierro colocado perpendicularmente, fijado sobre el punto medio del hastil, 164. Figura: forma, simetría y disposición de las partes de una cosa, 284. Fijo: poner alguna cosa de modo que se mantenga firme en el sitio que se quiere, 343. Fingido: de fingir: disimular cuidadosamente alguna cosa para que no se perciba su verdadera natura, o se juzgue contraria de lo que es, 816. Fingir: disimular cuidadosamente alguna cosa para que no se perciba su verdadera natura o se juzgue contraria de lo que es, 361, 756. Flaco: débil, falto de vigor y fuerza, 376, 688. Flemático: perezoso, tardo en las operaciones, 62. Flujo: el curso o movimiento de las cosas líquidas o sutiles, 946. Fogoso: ardiente, caluroso o que tiene natura de fuego, 461; colérico, impaciente, vivo, que se deshace y consume por ejecutar lo que desea / ardiente, caluroso, 906. Forma: la parte del ente natural que determinando la materia cons­ tituye y distingue la especie, 657. Forzado: de forzar: hacer fuerza o violencia para conseguir algo, 38. Fragranté: lo que despide de sí buen olor y fragrancia, lo de olor suave y delicioso, 735. Fragua: la hornaza en que el herrero trabaja los metales, 2o2. Fuelle: instrumento para recoger viento y volverlo a dar, 212. Fuerza imaginativa: la virtud y eficacia natural de pensar e imagi­ nar, 643. Fugitivo: lo que pasa muy aprisa y como huyendo, 882. Funesta: triste, deplorable, infeliz (funestas) (funeral y funesto pro­ vienen de fanusj, 1; (o): desgraciado, privado de gracia, donaire o perfección, 52; (o): triste, deplorable, infeliz y desgraciado; pro­ bablemente sor Juana lo toma en sentido latino: fúnebre, funera­ rio, siniestro, de mal agüero, 950. G Gala: gracia, garbo y bizarría, 735. Gaje: salario, estipendio o interés, 200. General: lo que es común y universal a todos, 584. Generosa: noble y de ilustre prosapia, 129. Giro: movimiento rápido circular, 943. 137

Gitano: la clase de gente que dice provenir de Egipto, 352. Gobierno: modo y orden de regir y mandar, 193. Gozoso: alegre del bien poseído, 436. Grado: escalón, 513; voluntad y gusto, 565. Graduar: medir y regular el exceso físico o moral de las cosas, dando a cada una el grado correspondiente, 181, 428. Grana: paño muy fino de color purpúreo, 734. Grandeza: el exceso que hace alguna cosa, a lo regular y común, 452. Grave: el són hueco, bajo y profundo, 23; pesado, 279. Gravoso: molesto, pesado y hasta intolerable, 141. Grosero: basto, grueso, sin arte ni talle, 300, 626. H Habilitarse: hacer hábil y capaz a alguno; pronto para ejecutar lo que se le manda, 513. Hacer alarde: hacer ostentación, jactancia o vanagloria de alguna co­ sa, 457. Hacer puntas: oponerse descubiertamente a otro, pretendiendo ade­ lantársele en lo que hace, 331. Halago: caricia, agasajo, demostración afectuosa, 807. Hamaca: cama de indios, y es una gran manta de algodón o de tela de ervage, con unos gruesos cordeles de las cuatro esquinas, los cua­ les atan a dos árboles, o en dos argollas, duermen en ellas en el campo o donde les parece, 124. Hemistiquio: la mitad o parte de un verso que se pone en alguna com­ posición, 397. Herrada: de herrar: guarnecer de hierro alguna cosa, 396. Hervor: el movimiento y bullicio de las cosas líquidas, cuando hier­ ven, 840. Hollar: pisar alguna cosa, poniendo sobre ella las plantas, 616. Horrendo: lo que por su grandeza pone miedo, espanto y horror al verlo, 329. Horroroso: lo que es horrendo y espantoso, 716. Huella: la señal que deja el hombre o el bruto en la tierra por donde ha pasado, 683. Húmedo: (radical) cierto humor que se cree es el primero en los vi­ vientes, 245, 255; cuerpo fluido que por sí se introduce fácilmente en otros cuerpos, 841, 846. Humilde: modesto, falto de altivez, 177. 138

Humor: cuerpo líquido y fluido. En el cuerpo viviente los humores son los líquidos de que se nutren y mantienen: en el hombre la sangre, la cólera, la flema y la melancolía, 256. Humor terrestre: cuerpo líquido y fluido proveniente de la tierra, 631. I

Ignorado: aquello que no se sabe o de que no se tiene noticia, 701, 713, 825. Ilustrar: dar luz o aclarar alguna cosa, ya sea materialmente, ya en sentido espiritual de doctrina o ciencia, 894. Imaginativa: potencia o facultad de imaginar, 259. Imán: piedra que atrae hacia sí con suma eficacia el hierro y el acero y que siempre mira al polo, 213. Impedido: lo así embarazado, o que tiene algún estorbo para obrar, 298, 865. Impedimento: obstáculo, embarazo o estorbo para alguna cosa, 505. Impedir: embarazar, poner obstáculos, 300. Impeler: dar o comunicar impulso a alguna cosa para el movimien­ to, 219. Imperio: mundo o dominio, 20. Imperioso: que manda, que domina con autoridad, 78. Implicar: envolver, enredar de modo que sea dificultoso desembara­ zarse o libertarse, 554. Impuesto: tributo, 109. Impugnar: contradecir, oponerse a lo que otro dice, 229. Inadvertido: inconsiderado, descuidado, 561. Incógnita: que está de modo que no se puede conocer, 103. Incomportable: lo que no se puede tolerar o llevar, física o moralmen­ te, 772. , Incomprehensible: lo que no se puede conocer o comprehender per­ fectamente, 447, 484. ,Inculcar: repetir muchas veces una cosa y porfiar en ella. (Probable­ mente pisar, adoptando en paridad el carácter de latinismo), 640. Indicante: la señal de que se toma la indicación; de indicar: dar a entender algo mediante una señal, 75. Indicio: señal que hace presumir algo, 55. Inducir: ocasionar, dar modo para alguna cosa, 71; aconsejar o per­ suadir a uno para que ejecute alguna cosa, 519. Industria: ingenio y sutileza, maña o artificio, 753. Infamar: quitar la fama o crédito a otro, 34. 139

Infiel: desleal, 164. Infimo: el más bajo de los lugares, 328; lo último o más bajo en cual­ quier especie, 619. Infinito: lo que no tiene término o límite, 411. Inflamar: encender alguna cosa o hacer que arda, 835. Información: de informar: dar noticia a alguno, ponerle en el hecho de alguna cosa, 230. Informe: sin forma o figura, 549. Infundir: cosas no materiales que se introducen en el ánimo o las po­ tencias, 604. Inmaterial: lo que carece de materia o no está en ella, 293. Inmenso: lo que no tiene ni puede tener medida, por ser infinito en perfección y grandeza, 446. Inmunidad: libertad, exención de algún riesgo o peligro, 339. Innata ciencia: la que no se adquiere por medio de las tareas de la aplicación al estudio sino que es cosa natural y propia del suje­ to, 516. Inobediente: el que desobedece a lo que se le manda (“contra el freno de la arena, ser el mar inobediente”), 41. Inocente: el que tiene la inocencia: la rectitud y bondad en las ac­ ciones, 246. Inordinado: lo que está sin orden ni concierto, 550. Inquirir: buscar cuidadosa y solícitamente, 727. Insensiblemente: imperceptiblemente, 610. Insolente: arrogante o soberbio, 818. Instable: poco firme o seguro, 87, 276. Integrante: se aplica a las partes que entran en la composición de un todo, 492. Intelectual: lo que es propio y perteneciente al entendimiento, 287. Intencional: lo que pertenece a los actos interiores del entendimiento, o tiene ser por ellos. Se dice de las especies de los objetos que con­ curren al conocimiento de ellos, 403. Intento: ánimo o designio deliberado, 794. Intercadente: lo que tiene intercadencia: interrupción en lo que se dice o hace, 65. Interior: secreto; que no se manifiesta o se explica, 402. Intimar■; publicar, hacer notoria alguna cosa, 8, 73, 320. Intuición: vista y conocimiento claro de alguna cosa, 591. Investigar: averiguar o examinar con cuidado y diligencia alguna co sa, 780. Invisible: lo que no se puede ver o es incapaz de ser visto, 282, 289. 140

J Jactancioso (a): el que se jacta, o se explica con vanagloria, arrogan­ cia o alabanza, 744. Jerarquía: el orden y subordinación que en cualquier República bien ordenada, tienen las diversas clases de sujetos que la componen, 624. Jeroglífico: expresión del concepto, y lo que se quiere decir, por fi­ guras de otras cosas y se ofrecen a la vista: como la palma lo es de la victoria, y la paloma del candor del ánimo, 381. Judicioso: prudente, circunspecto y que tiene asiento, cordura y seso, 969; sor Juana lo toma por judiciario, obligada por las limita­ ciones que le impone el verso: medida, rima, etc. Judiciario se aplica a los que ejercitan el arte de adivinar por los astros, de lo cual se jactan vanamente los astrólogos, 308. Junco: planta de tallo largo, cuyas cáscaras son densas y fuertes. Se desarrolla en lugares húmedos, 187. L La fantasma: representación de alguna figura que se aparece, o en sueños o por flaqueza, 869. Lamoso: de lama, excremento que produce el agua y que forma una especie de nata, 90. Lánguido: extenuado, flaco, macilento, 199. Lauro: laurel, es decir, premio o corona, 783. Leve: ligero, de poco peso, 83, 279. Librada: de librar: poner al cargo y confianza de otro la ejecución de algo, 134, 485. Lid: batalla o contienda en que lidian o pelean dos o mas personas, 783. ,, Limitado: de limitar: tasar, escasear o dar alguna cosa con cortedad o miseria, 598. Lince: animal de aguda vista, que algunos llaman lobo cerval, 35o. Línea visual: la línea recta que va desde el punto de la vista al obje­ to, 459. . Linterna mágica: máquina catóptrico-dióptnca, dispuesta no solo pa­ ra la diversión de la gente, sino también para mostrar la excelen­ cia del arte. Redúcese a una caja de hoja de lata o de otro cual­ quier metal, donde está oculta una luz delante de un espejo cón­ cavo, enfrente del cual hay un cañón con las lentes convexas, y 141

pasando por ellas la luz forma un círculo lucido en una pared blan­ ca hacia donde se dirige. Introdúcense entre la luz y las lentes unas figuras muy pequeñas, pintadas en vidrio o talco con colores trans­ parentes, y se yen representados con toda perfección en la pared, sin perder la viveza de los colores, y en mucho mayor tamaño, au­ mentándole o disminuyéndole lo que se quiere con acortar o alar­ gar el cañón, 873. Lisonjear: alabar, engrandecer y ensalzar los méritos, obras o palabras de otro; engañosamente, con fingida estimación v obsequiosa vi­ leza, 808. Longa: segunda nota que en composillo vale cuatro compases y en compás menor dos, 58. Longisimo: larguísimo (tonguísimo en español; longissimus en latín), 269. Lucido: de lucir: iluminar, comunicar luz y claridad, 374. Luciente: de lucir: brillar, resplandecer, 32. Lumbre: luz, 501, 909. LL Llorado: de llorar: lamentar, ponderar y condolerse de sus desdichas, infortunios y calamidades, 465. Lloroso: lo que incluye o padece llanto, o tiene señal de él, 902. M Madeja: metafóricamente cabello, 968. Magnificencia: virtud que consiste en una espléndida liberalidad, pa­ ra cosas grandes y excelsas, 676. Mal formado: imperfectamente formado, 98. Malicia: perversidad que constituye una cosa en ser de mala, 821. Manjar: todo lo que se puede comer, 244, 838. Mano: la saetilla o mostrador que da vueltas alrededor del reloj se­ ñalando las horas, 206. Mansión: el aposento en que se habita y descansa, 101. Manual: casero, de muy fácil ejecución, 710. Mañoso: lo que se hace con maña (“destreza para hacer algo”), 290. Maquina: (patente, latinismo. Lucrecio habla de la machina mundi, es decir, edificio del universo): agregado de diversas partes orde­ nadas entre sí y dirigidas a la formación de un todo, 165. 142

Maquinoso: combinado, maquinado, 471. Maravilla: suceso extraordinario que causa admiración y pasmo, 413. Marcial: lo que toca o pertenece a la guerra, 386. Materia: substancia y entidad de las cosas. La parte que con la forma que la determina, compone el todo, 586. Material: lo que incluye o se constituye de materia, como contrapues­ to a lo inmaterial o espiritual, 194, 400. Máxima: primera nota de música que en el composillo vale ocho com­ pases y en el de compás mayor cuatro, 58. Medianero: la persona que interviene o intercede en el logro de al­ guna dependencia o negocio, 244, 510. Medio: elemento en el que vive o se mueve una persona, animal o co­ sa, 844. Medir: igualar o comparar una cosa con otra (aquí de índole mate­ rial), 191; examinar la magnitud o extensión de alguna cosa, 301, 683. Medroso: temeroso, pusilánime, y que de cualquier cosa tiene mie­ do, 925. Mensura: medida (canción), 60; medida, 880. Mental: lo que toca o pertenece a la mente, esto es, el entendimiento, 283, 424, 566. Mente: lo mismo que entendimiento, 432. Merced: beneficio gracioso que se hace a otro, 701. Metafísico: lo que incluye el modo de discurrir de la metafísica (sen­ tido peyorativo), 583. Método: el orden, modo y arte de obrar, discurrir y enseñar, 618. Milagro: obra divina, superior a las fuerzas y facultad de toda cria­ tura, contra el orden natural, 413. Montaraz: lo que anda o está hecho a andar en los montes, 104. Morar: habitar algún lugar, 187. Mover: excitar o dar principio a alguna cosa, en lo físico y en lo mo­ ral, 799. Muchedumbre: la copia, abundancia y multitud de alguna cosa, 470. Mudo: de mudez, impedimiento para hablar, el que no puede hablar, 92, 229. Musculoso: la parte del cuerpo que tiene músculos, 216. N Natural: lo que se produce por solas las fuerzas de la natura, 866. Necia: imprudente o falta de razón, 249; (o): imprudente o falto de razón, terco y porfiado en lo que hace o dice, 466. 143

Negra: tercera nota de un compás, 58. Neutralidad: indeterminación a uno de los extremos, 477. Nivel: instrumento para examinar si un plano está verdaderamente horizontal, 180. Nivelado: de nivelar: poner en equilibrio o en igualdad cualquier cosa material, 354. Noble: honroso y estimable, 624. Nocivo: pernicioso, perjudicial u ofensivo, 524. Notar: apuntar brevemente alguna cosa, 241. Noticia: novedad o aviso, 822. Numeroso(a): a) lo que incluye gran número de cosas; b) armonioso, lo que tiene proporción, medidas o cadencia, 391. Nutrimento: la sustancia de los alimentos que sirven a la nutrición, 631. O Obrando: de obrar: se dice de los medicamentos que se dan a los en­ fermos, cuando hacen el efecto para que se aplican, 528. Obscuro: lo que carece de luz o claridad, 23. Obstáculo: impedimento, embarazo, inconveniente, 443. Obtuso: lo que carece de punta, lo que no es agudo, 70. Occidente: la parte del horizonte por donde se pone el sol y los demás astros, 893. Ocio: cesación de trabajo, inacción, 163. Ocupar: tomar posesión o apoderarse de alguna cosa, 148, 167. Oficina: sitio donde se hace, se forja o se trabaja alguna cosa, 235 (tal vez aquí tenga el sentido de fragua, adoptando de plano el carácter de latinismo). Oficiosa: persona hacendosa y solícita en ejecutar lo que está a su cui­ dado, 47, 262. Omiso: de omitir: dejar de hacer las cosas, descuidar lo que se le ha encargado a uno, 133. Opaco: lo que impide el paso a la luz, lo obscuro, 125, 369. Operación: la acción de obrar, o la ejecución de alguna cosa, 633; de operar, esto es, obrar, 835. O preso: de oprimir: apretar o comprimir alguna cosa, 198. Oprimido: de oprimir: apretar o comprimir alguna cosa, afligir a al­ guno en demasía, 154. Opuesto: de oponer: poner alguna cosa contra otra para estorbarla o impedirle su efecto, 370. 144

Orbe: cualquiera de las esferas particulares en que se supone estar colocado cada uno de los planetas, 361. Orden: regla o modo que se observa para hacer las cosas, 595. Ordenado: de ordenar: poner en orden, concierto y disposición de al­ guna cosa, física o moralmente, 656. Oriente: el primero de los cuatro puntos cardinales en que se divide la esfera, llámase así por ser el que está a la parte donde nace el sol, 888. Ornato: adorno, atavío, aparato y composición, 491. Osado: el que se atreve, 454. Osado: de osar: atreverse, 785. Ostentación: jactancia y vanagloria, 340. Ostentar: mostrar o hacer patente alguna cosa, para que sea vista de todos con magnificencia y boato, 15, 744. P Pajizo: lo que está hecho o cubierto de paja, 185. Palio: el premio que señalaban en la carrera al que se llegaba primero. Era un paño de seda o tela preciosa, 606. Panteón: la bóveda de hechura redonda y de estructura magnífica, alrededor de la cual hay muchos nichos con sus urnas, donde se entierran los cuerpos de los reyes y de otros príncipes, 796. Pardo: color resultante de la mezcla de blanco y negro, 50. Parlero: el que lleva chismes de una parte a otra, 53. Participada: de participar: tener parte en alguna cosa, o tocarle algo de ella, 295. Pasando: de pasar: cesar, acabarse alguna cosa, 151. Pastoral: lo que es propio de los pastores, 140. Pausa: el tiempo que el cantor debe pausar o suspender el canto, 59. Pautar: poner en el papel las rayas que corresponden a las cuerdas del instrumento para colocar en ellas y sus claros las notas de la música en su clava, 949. Pavorosa: lo que causa o infunde pavor o espanto, 9, 57, 717. Pena: el castigo que se da por alguna culpa cometida, 367. Pendencia: contienda, cuestión, riña o debate de palabras o de obras, 251. Pendón: bandera o estandarte pequeño, 342. Pensión: trabajo o tarea, pena o cuidado, consecuencia de algo que se logra, 141. Peñasco: sitio elevado todo de piedra, 98. 145

Perceptible: lo que se deja percibir. Percibir: recibir por alguno de los sentidos las especies del objeto que le corresponde, 118. Perezoso: negligente, descuidado, o flojo en hacer lo que debe, 175. Perfeccionante: de perfeccionar: acabar enteramente alguna cosa, dándole toda perfección o puliéndola, 490. Pernicioso: gravemente dañoso y perjudicial, 804. Perspicaz: vista muy aguda y que alcanza mucho, 440. Pesado: lo que pesa mucho, 612. Pesadumbre: pesadez, 471. Pesquisidor: el que hace pesquisa o indagación de alguna cosa, 722. Piadoso: benigno, misericordioso, blando, 245, 510. Piedad: misericordia, conmiseración, 248. Piramidal: lo que está hecho en forma o figura de pirámide, 1. Plana: se llama la cara haz de una hoja de papel impreso o escrito, 949. Plumado (a): lo que tiene plumas, 336. Político: lo que toca a la política y a quien la ejerce, es decir, al sujeto versado y experimentado en las cosas del gobierno, 813. Polo: cualquiera de los extremos del eje de la esfera. Llámanse así por significación famosa los de la esfera celeste, sobre la que se mueve la máquina de los cielos, 487. Pompa: acompañamiento suntuoso, numeroso y de gran aparato, 740. Ponderoso (a): pesado; grave, 155, 778. Popular: lo que toca o pertenece al pueblo, 819. Portento: cualquier singularidad o grandeza, que por su extrañeza o novedad causa admiración, 268. Portentoso: singular, extraño y que por su novedad causa admiración, terror o pasmo, 545. Poseer: tener en su poder alguna cosa, 147. Potencia: facultad para ejecutar alguna cosa o producir algún afec­ to, 452. Potestad: el dominio o poder que se sienta sobre alguna cosa, 109. Prado: sitio ameno adornado de árboles, 727. Precepto: mandato u orden que el superior intima o hace observar y guardar al inferior o súbdito, 79. Preceptor: el maestro que enseña los primeros rudimentos, 751. Preciso: lo que es menester o se necesita para algún fin, 132. Preludio: el discurso u otra acción que sirve de principio a cualquier otra cosa, 905. Presupuesto: motivo, causa o pretexto con que se ejecuta alguna co­ sa, 454. Primogénito: se aplica al hijo que nace primero, 626. Privado: de privar: despojar a alguien de algo que poseía, 172. 146

Proeza: hazaña o valentía o acción valerosa, 352. Profano: lo que no es sagrado ni sirve a sus usos, sino al del común de la gente, 380, 752. Profundo: lo que está más cavado y hondo que lo re,guiar, 796. Progreso: continuación de alguna cosa, 529. Prolijo: largo, dilatado y extenso con exceso, 532, 723. Propicio: favorable, 398. Proporcionadamente: con la debida proporción, 494. Proporcionado: de proporcionar: disponer y ordenar alguna cosa de suerte que tenga la debida proporción y correspondencia en sus partes o que no le falte ni sobre para acomodarse al fin que se destina, 522. Próvido: prevenido, cuidadoso y diligente para proveer y acudir con lo necesario al logro de algún fin, 236. Ptolomeo: los catorce reyes macedonios que llevaron ese nombre, 345. Publicar: hacer notoria y patente por voz de pregonero o por otros medios, alguna cosa que se desea venga a noticia de todos, 346, 811. Pulsar: latir la arteria, el corazón u otra cosa que tiene movimiento sensible, 208.

Q Quedo: quieto, 81. Querella: sentimiento, queja, expresión de dolor, 644. Quilo: aquella sustancia que del manjar apartan las potencias vita­ les, antes que se distribuyan por las partes del cuerpo, 243. R Rápido: veloz, pronto, impetuoso y como arrebatado, 330. Raro: extraordinario, 268. Rayar: sobresalir o distinguirse entre otros, 941. Rayo vacilante: la línea de luz que procede de algún cuerpo luminoso y que se mueve indeterminadamente, 509. Recelarse: sospecharse, desconfiarse, 443. Recelo: temor, sospecha o cuidado, 925. Recobrado: de recobrarse: volver en sí de la enajenación del ánimo o de los sentidos, 365; de recobrar: recuperar lo perdido. Reco­ brarse: repararse de algún daño, 571. Recoger: juntar, unir o congregar algunas cosas separadas o desuni­ das, 542. 147

Rectriz: gobernadora o rectora. Vocablo derivado directamente de la palabra latina rectrix, 667. Regio: lo que toca al Rey y es propio de la Majestad, 140. Registrar: mirar con cuidado y diligencia alguna cosa, 722. Regulado: de regular: medir y ajustar una cosa con otra, 209. Regular: ajustado y conforme a reglas, 304; medir y ajustar, o compu­ tar una cosa con otra, 523. Relativo: lo que hace relación a otra cosa, 595. Remirado: de remirar: mirar una cosa con reflexión o cuidado, 532. Remiso: flojo, dejado o detenido en la resolución o determinación de alguna cosa, 574. Remontado: de remontarse: encumbrarse, elevarse o sublimarse, 433. Remota: distante, apartada, 197, 239, 825. Remover: quitar, apartar u obviar algún inconveniente, 794. Rendir: dar fruto y utilidad, 38. Reparo: cualquier cosa que se pone por defensa o resguardo, 928. Replicar: argüir contra la respuesta o el argumento, 231. Reportado: de reportar: refrenar, reprimir o moderar alguna pasión del ánimo, o al que la tiene, 573, 575. Resolverse: disiparse, evaporarse una cosa, reducirse a partes más pe­ queñas y sutiles, 872. Resollar: echar el aliento con algún ruido (de follis: fuelle), 217. Respirante: de respirar: arrojar el aire con el que se vive, 212. Resplandor: luz muy clara que arroja o despide el sol, 498. Resquicio: la abertura que hay entre el quicio y la puerta; y por ex­ tensión se dice de cualquier otra hendidura, 28. Retórico: el que habla con elocuencia, exornando lo que dice, 519. Retratar: imitar alguna cosa o hacerla semejante, 550. Retrato: se dice de lo que se asemeja a alguna cosa, 173. Retroceder: desistir y apartarse del juicio o dictamen formado: tam­ bién de la palabra dada u otra cosa, 453. Revocar: volver hacia atrás o retroceder el impulso, 455. Riguroso: cruel y excesivo en el castigo o pena, 307. Risueña: se dice de aquello que se mueve suavemente, causando gusto y placer (Me condujeron sus huellas al seno más escondido donde una risueña fuente. Solís, Comedia de Eurídice y Orfeo, Toma­ da 1), 712. Robusto: fuerte, vigoroso, 604; (a): fuerte, vigoroso y que resiste a la violencia o eficacia contraria, 908. Romper: empezar, 897. Ronco (a): voz o sonido tosco y bronco9 936. 148

Rosicler: el color encendido y luciente, parecido al de la rosa encar­ nada, 748. Rutilante: lo que resplandece y echa de sí rayos de luz, 6. S Sacrilego: el que comete el sacrilegio, 32, 84. Sacro: lo mismo que sagrado, 33. Sayal: tela muy basta, labrada de lana burda, 191. Segregado: lo apartado o separado, 761. Segregar: apartar o separar una cosa de entre otras, 635. Seguro: libre, exento de riesgo, 260. Sellar: concluir o poner fin a alguna cosa; cerrar, 679. Senos: cavidad o hueco capaz de encerrar una cosa, 91. Sentencia: dictamen, juicio o parecer que tiene o sigue alguno en la materia que trata, 399. Señal: el signo que nos induce al conocimiento de otra cosa distinta de sí, 378, 401. Separar: apartar, escogiendo y entresacando, unas cosas de otras, 553. Ser inanimado: el modo de existir de los minerales (reino mineral), 620. Si bien: aunque (contraponiendo una cosa a la otra), 5. Siembra: de sembrar: hacer y ejecutar algunas cosas de que se ha de seguir el trato o paga de ellas, 613. Signífero (a): lo que lleva o incluye alguna señal o insignia, 918. Silencio: privación voluntaria de hablar, 813. Simetría: conmesuración y proporción de unas partes con otras, 354. Similitud: semejanza, conformidad de dos o más cosas, 296. Simpatía: conformidad que naturalmente suele tener una cosa con otra, 527. Simple: mentecato, y que no discurre en las cosas con razón ni enten­ dimiento, 95. Simulacro: aquella especie que forma la fantasía de lo que en sueños se le representa, 258. Simular: representar alguna cosa, fingiendo o imitando lo que no es, 816. Si no: si ya no, 34. Sirtes: cualesquiera peligros o riesgos de la vida humana, 828. Soberano: lo que es alto, extremado y singular (altivo, soberbio), 184; el que ejerce poderío sobre todos (asociado a soberanía), 439. Soberbio: lo alto, fuerte o excesivo de las cosas inanimadas, 648. 149

Sobra: demasía y exceso en cualquier cosa, que tiene ya su justo ser, peso o valor, 451. Sociable: lo que fácilmente se junta a otro e inclina a tener compa­ ñía, 419. Solicitar: requerir, 67. Sombría: lugar de poca o ninguna luz, 101. Són: ruido concertado que se hace con la música, 65. Sonoroso: sonoro: lo que suena bien a los oídos, o suena mucho, pero suavemente, 923. Soporífero: lo que causa, motiva o inclina al sueño, 846. Sosegado: quieto, descansado, reposado, pacífico, tranquilo, 80, 199; (a): de sosegar: aplacar, descansar o aquietarse, 280. Súbito: improviso y repentino, 498. Sublunar: lo que está debajo de la luna, 286. Substancia: cualquier cosa con que otra se alimenta y nutre, 246; ser y natura de las cosas, o lo principal de ellas, 638. Sucesivo: lo que se sigue o va después de otra cosa, 598. Sutil: delgado, 360. Sutileza: la perspicacia de ingenio o agudeza, 386. Sumiso: sujeto o rendido (de someter), 21. Superfino: lo que sobra, redunda o está de más, 637. Superior convexo: la superficie exterior, no plana, de la esfera de la luna, 12. Supersticioso: lo que incluye superstición, 55. Supremo: lo primero en grado y dignidad, 438. Surcar: hacer surcos en la tierra, formando líneas hondas al araria, 272. Suspendido: de suspender: hacer pausa, detener por algún tiempo, 172; de suspender: arrebatar el ánimo, y detenerlo con la admiración de lo extraño, o lo inopinado de algún sujeto o suceso, 530. Suspensa: de suspender: hacer pausa o detener, 192; (o): de suspen­ der: arrebatar el ánimo, y detenerlo con la admiración de lo ex­ traño, o lo inopinado de algún objeto o suceso, 436. Susurro: ruido suave que resulta de hablar quedo, 83. T

Tajo: el corte que se da con algún instrumento, 929. Tálamo: lugar eminente, en el aposento donde los novios celebran sus bodas y reciben las visitas y parabienes; la cama de los mismos novios, 721. 150

Tardo: lento, perezoso en el obrar, 25; que sucede después de mucho tiempo, 204. Temerosa: lo que pone o causa miedo, 66. Temido: de temer: tener miedo reverencial, y respeto a alguna per­ sona, 393. Templada: de templar: moderar o suavizar la fuerza de alguna cosa, 253; (o): moderado o suave, 832, 833. ‘Tenaz: firme, porfiado en un propósito, 263. Tender: desdoblar o extender o desplegar lo que está cogido, doblado o arrugado, 445. Tenebroso: oscuro, cubierto de tinieblas, 505. Terror: miedo, espanto, pavor de algún mal que amenaza o peligro que se teme, 807. Terso: limpio, claro, bruñido, resplandeciente, 267. Tez: la superficie delicada o lustrosa de cualquier cosa, 756. Tiara: mitra o diadema de tres órdenes; cercada de tres coronas de oro, 184. Tierno: blando, delicado, flexible y fácil a cualquier extraña impre­ sión, 905. Tiniebla: carencia, falta y privación total de luz, 504. Tipo: el molde o el ejemplar, 401, 803. Tirar: atraer hacia sí por virtud natural, 409. Tonante: de tonar: que aplican los poetas a Júpiter, que dispara o arroja rayos, 393. Torcedor: cualquier cosa que ocasiona frecuente disgusto, mortifica­ ción o sentimiento, 307. Tornasol: cambiante, reflejo o viso que hace la luz en algunas te­ las, 749. Torpe: lento, pesado en su movimiento, 60, 300; lo que no tiene mo­ vimiento libre, o si lo tiene, es lento, tardo y pesado, 501. Torreón: torre grande en las fortalezas, 942. Tosco: grosero, sin pulimento ni labor, 324. Transmontantes: de tramontar: hecho del sol, cuando en su ocaso se oculta de nuestro horizonte detrás de los montes, 891. Trascender: pasar de un lugar a otro, 823. Trastornar: invertir el orden regular de alguna cosa, confundiéndo­ la o descomponiéndola, 726. Trasuntar: copiar, 407. Tremendo: muy grande, excesivo en su línea, 718. Tremolante: lo que se tremola o bate el aire, 343. Tremolar: enarbolar los pendones, banderas y estandartes batiéndo­ los y moviéndolos en el aire, 919. 151

Trémulo: lo que tiene un movimiento o agitación semejante al tem­ blor: como la luz, 877. Triaca: composición de varios simples medicamentos calientes, en que entran por principal los trocicos de víbora, 538. Tributo: la porción o cantidad que paga el vasallo por el reparti­ miento, 110. Triforme: lo que tiene tres formas o figuras, 721. Trillar: frecuentar, y seguir con continuación o comúnmente alguna cosa, 793. Trompeta: la persona que la toca por el oficio, 923. Turba leve: expresión por completo latinizante: turba significa aquí multitud (aper quem turba canum circunsona terret, Ovidio) de cosas o de animales. Lo mismo ocurriría con “leve”, que aquí sig­ nifica raudo o veloz. (Levi cursu canes elusit, Fed.), 127. U Ufano: presuntuoso, arrogante o engreído, 437. Ultimo: lo excelente o de mayor aprecio en su línea, 342, 673, 674. Undoso: lo que tiene ondas o se mueve haciéndolas, 186. Universal: término o razón común a muchos, 588. Unión: en la mística es aquel grado sublime, y eminente de virtud o perfección, que corresponde al estado de la vía unitiva, con la cual se estrecha el Alma con Dios, 699. Uno: identificado o unido física o moralmente, 421. Usurpar: quitar a otro lo que es suyo, o quedarse con ello, 495, 747. V Vaivén: el movimiento encontrado de un cuerpo a un lado y otro, o atrás y adelante, 689. Valor: ánimo y aliento, que desprecia el miedo y temor en las empre­ sas o resoluciones, 808. Vanamente: sin fundamento, 308. Vano: falto de realidad, inútil, 3; arrogante, presuntoso, 341; hue­ co, vacío, falto de solidez o substancia, 751. Vapor: humor sutil, que se eleva del estómago u otra parte del cuer­ po, y ocupa y mortifica la cabeza, la desvanece o la aturde, 255, 846. 152

Vara: instrumento de madera o de otra materia, que se emplea para medir; insignia de jurisdicción que llevan los ministros, 188. Vasto: dilatado, muy extendido, 323. Vecina: cercano, próximo, 238. Vegetable: lo que es capaz de nutrirse, crecer, o aumentarse, atra­ yendo por raíces, o venas interiormente el jugo, o alimento. Son las plantas, 625. Velo: a) cualquier cosa que encubre o disimula el conocimiento ex­ preso de otra; b) la cortina o tela delgada, que cubre alguna co­ sa, 755. Veloz: acelerado, ligero, pronto en el movimiento, 330. Vengar: tomar satisfacción del agravio cometido por otro, 96. Ventilante: de ventilar: moverse, correr o transpirarse el viento, 562. Venturoso: dichoso, feliz y que tiene ventura o la ocasiona, 696. Veterano: el antiguo y experimentado en cualquier profesión o ejer­ cicio, 909. Vigilante: el que vela o está despierto, 116. Vigor: fuerza o actividad de las cosas animadas o inanimadas, 598. Violado: de violar: profanar un sitio sagrado, 315. Violencia: la fuerza que se le hace a alguna cosa, para sacarla de su estado, modo o situación natural, 557. Virtud atractiva: la potencia de atraer, 629. Vislumbre: el reflejo de la luz o tenue resplandor a distancia de ella, 908. Vista: el parecer o juicio que se forma de las cosas, o regulación pru­ dencial que se hace de ellas, viéndolas sólo, 819; intento o pro­ pósito, 959. Vistoso: hermoso, deleitable o apacible a la vista, 283. Visual: lo que pertenece a la vista, 368. Vivo: eficaz e intenso, 210. Volante: pieza de reloj, que hiriendo en la rueda de Santa Catalina, le regula, introduciéndose en los dientes de ella, 206. Voluble: lo que fácilmente se puede mover alrededor, 486. Volver: hacer que se mude una cosa en otra, convertir una cosa en otra, 40. Voraz: el que come mucho o con ansia, 249; lo que violenta \ pron­ tamente consume alguna cosa, 417. Voz: sonido particular o tono correspondiente a las notas v claves, 5J; el sonido que forman algunas cosas inanimadas, 229. ^ Vulgo bruto: conjunto de individuos de la especie de las bestias, 107.

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Y Yacer: estar echado o tendido, 81. Z Zozobrar: peligrar la embarcación a la fuerza y contraste de los vien­ tos: y muchas veces se toma por perderse o irse a pique, 479.

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INDICE

Nota preliminar......................................................................................... 7 Poesía y Filosofía: el Primero Sueño....................................................... 9 El Primero Sueño: Prosificacicm y Comentarios Jornada Cósmica (1-146) ................................................................ 14 Jornada del Sueño Fisiológico (147-266) ...................................... 33 Jornada del Sueño Filosófico (267-703).......................................... 47 Jornada Lírica (704-826)................................................................. 92 Epílogo (827-975) ......................................................................... 111 Léxico .................................................................................................. 123 Bibliografía........................................................................................... 155

UNIVERSIDAD VERACRUZANA Rector Héctor Salmerón Roiz Secretario General Abel Escobar Ladrón de Guevara División de Humanidades Francisco Loyo Ramos Dirección Editorial Sergio Galindo Instituto de Investigaciones Humanísticas Ana Mora de Sol Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarios Jorge Ruffinelli

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El Primero Sueño de Sor Juana invita a considerar las formas de relación que puede haber entre filosofía y poe­ sía. Y esto es lo que Octavio Castro López estudia en el poema fundamental de Sor Juana, con un desarrollo sin­ gular: prosifica el poema —interpretándolo en el proce­ so— y lo comenta verso a verso desde el punto de vista temático y estilístico. De este modo, una de las obras más deslumbrantes de la literatura universal aparece desplega­ da en toda su riqueza. Octavio López egresó de la Universidad Veracruzana y ejerce la docencia en la misma universidad desde 1963. Es director de la Facultad de Filosofía. Fue coeditor de la revista El Caracol Marino, donde publicó notas, rese­ ñas y traducciones de Valéry, Milosz y Eliot. Ha sido frecuente colaborador de La Palabra y el Hombre. Pu­ blicó Examen crítico de T. S. Eliot (1973), Introducción a la lógica educativa (1974), Martin Heidegger. Home­ naje Postumo (1976). Preparó con José Gaos la edición crítica de la Etica de Spinoza y ha traducido a Wittgenstein (Zettel).