El pensamiento filosófico de sor Juana Inés de la Cruz 9709042009

1,217 55 6MB

Spanish Pages [221] Year 1997

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Polecaj historie

El pensamiento filosófico de sor Juana Inés de la Cruz
 9709042009

Citation preview

JESÚ S GARCÍA ALVAREZ

EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO DE SORJUANA INÉS DE LA CRUZ

CENTRO DE ESTUDIOS FILOSÓFICOS T OMÁS DE AQUINO Chiapas y Palmas. Col. Arbide. León, Gl:o. Apartado 1-295. 37000 León, Gto.

“Volví (mal dije, pues nunca cesé): proseguí, digo, a los estudios (que p ara mí era descanso en todos los ratos que sobraban a. mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin ■más maestros que los mismos libros. Ya se ve cuán duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y explicación del maestro: pues todo ese trabajo sufría yo muy gustosa por amor a las letras. ¡Oh si hubiese sido por amor de Dios que era lo acertado, cuánto hubiera merecido! Bien que yo procuraba elevarlo cuanto podía, y dirigirlo a su servicio, p orqu e el fin a que a sp ira b a era a; estu diar teología, pareciéndome menguada, inhabilidad, siendo católica, no saber lodo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los divinos misterios".

Sor Juana Inés de la Cruz

I

N

D

I

C

E

INTRODUCCION ] Sor juana Inés de la Cruz y su tiem po.................................. 13 2.- Arte y p o esía.................................................................................. 18 3.- La creación artística.................................................................... 2 1 CAPÍTULO I T

a l a n t e f il o s ó f ic o d e

1 2.3.4.-

Sor J

uana

I nés

de la

C

ruz

El filósofo y la filosofía ..............................................................33 El deseo de saber desor J u a n a ................................................. 4) La actitud filosófica.....................................................................48 El silencio fin a l............................................................................ 53

CAPÍTULO II E

l h o m bre y el mundo

1 2.3.4.5.6.-

El hombre como microcosmos...............................................68 Miseria y grandeza del h om b re...............................................74 Energías y capacidades delhom bre.........................................78 Alma y cuerpo................................................................................83 El concepto de naturaleza..........................................................85 La tierra y el cielo.........................................................................91

CAPÍTULO III L a v id a y s u s id e a l e s 1.2.3.4.5.-

La vida auténtica........................................................................ 103 Libertad y liberación.................................................................108 Los alimentos terrestres...........................................................112 Entre la angustia y la esperanza...........................................116 “Homo risibilis” ......................................................................... 120

CA PÍTULO IV El. AMOR HUMANO 1.2.3.4.5.-

El misterio del a m o r.................................................................129 Las formas del amor hum ano................................................134 Psicología del a m o r................................................................... 139 Los desengaños del a m o r ....................................................... 146 El amor de sor Juana In é s ......................................................152

CAPITULO V T

e o r ía d e l c o n o c im ie n t o

1.2.3.4.5.6.-

Una historia del conocim iento............................................. 170 Naturaleza y fines del conocimiento....................................175 Las facultades y los objetos................................................. ..1 7 9 Intuición y raciocinio................................................................183 El “Sueño” de sor J u a n a ......................................................... 190 Primero Sueño, cuna experiencia religiosa? ....................... 198

CAPÍTU LO VI L

a f il o s o f ía d e s o r

J

uana

I n és

d e la

C ruz

1.- Mitología y filosofía..................................................................205 2.- Metáforas y analogías.............................................................. 213 3.- La filosofía como experiencia............................................... 217 CONCLUSIÓN 1.- Conclusión sin conclusiones..................................................226 2.- Epílogo para “Acuarios” ......................................................... 230 BIBLIOGRAFÍA

235

INTRODUCCION

Un libro más sobre sor ]uana Inés de la Cruz, íbdavía no es el libro del erudito japonés, que anunciaba Octavio Paz 1. Aquí se (rata de recoger el pensamiento de sor Juana, disperso en sus múltiples obras, para lograr una visión de conjunto, que dé sentido y explicación a cada una de las partes. Pero ya desde el principio surge la duda: ¿es lícito el intento de sistematizar el pensamiento de 1111 poeta? Parece que el lenguaje poéuco tiene muy poco de común con la expresión filosófica. Mientras el poeta intenta describir sus estados subjetivos y le interesa la realidad sólo en cuanto despierta sus sentimientos, el filósofo toma esa realidad entre las manos y la desmenuza en conceptos hasta llegar a la raíz de su inteligibilidad. Uno vive apasionado por la belleza; al otro le preocupa, sobre todo, la verdad. Sin embargo, las diferencias son más aparentes que reales y responden a etapas iniciales de dos caminos que coinciden en la meta final. Lo mismo la verdad que la belleza son propiedades y manifestaciones de un mismo ser. Cuando se va más allá de los aspectos superficiales y se penetra en el misterio de la realidad, las diferencias desaparecen o se atenúan, y sólo queda la sorpresa y la admiración. En ese nivel de profundidad, el lenguaje adquiere formas de exp resión características, muy distintas de las form as 1

Cír. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (México, 1983), p. 12.

ordinarias que se refieren a conocimientos más superficiales e inmediatos. Es la zona de las analogías y de las metáforas, que in ten tan e x p re sa r lo d escon o cid o. Es el m om ento de la expresión poética. Sorjuana Inés recorrió esos dos caminos. Ella misma reconoce que nació poeta y que los versos eran la forma más fácil de expresar sus pensamientos. Tenía, además, un temperamento genuinamente filosófico y conoció, directa o indirectamente, una buena parte de los pensadores antiguos. Es, pues, interesante intentar descubrir la síntesis que está más allá de las contradicciones y diferencias, que esos pensadores con frecuencia presentaban. La misma sor Juana Inés nos invita a esa tarea al ofrecernos sus obras 2 . Se trata de desenvolver cuidadosamente “el fardo” para llegar al contenido. Es su regalo. También sería interesante contemplar la envoltura, los hilos de oro que utilizó, su color. Las obras de sor Juana presentan, lo mismo que su vida, un campo inagotable de investigación. Pero nada puede sustituir ese esfuerzo de ir más allá de las formas para llegar al núcleo de su pensamiento. La tarea no es fácil. Es preciso recorrer su mismo camino a una distancia de tres siglos. De verso en verso, de poema en poema, como ella iba de flor en flor y de planta en planta en la selva del mundo. Al final, quedará una síntesis de pensamiento alrededor de los principales temas de la filosofía. Pero, ¿es ésa sorjuana? Es un riesgo. Ya no son las rosas el montón de pétalos en que se han convertido al deshojarlas. Seguramente se perderá el frescor de la vida y la sorpresa de la intuición. Pero es preciso aceptar el riesgo. Sacar un verso de su contexto es destruirlo. Cada poema es una unidad, y pierde su sentido y su belleza al separar sus elementos. Sin embargo, no es posible hacer otra cosa. Cabría

Y adiós, que esto no es más de darte la muestra del paño; si no te agrada la pieza, no desenvuelvas el fardo. Prólogo al lector (Obras completas de sorjuana Inés de la Cruz, México, tomo I, 1988), p. 4. Todas las citas de sorjuana están tomadas de esta edición: tomo I (1988), tomo II (1976), tomo III (1976), tomo IV (1976). Fondo de Cultura Económica. Se indica el tomo y la página.

analizar cada poema aisladamente, como ya tantas veces se ha hecho. Pero eso sería perder la visión global, y ésa es la que interesa. Si se exceptúan algunas composiciones que responden a cir­ cunstancias e intenciones muy concretas, hay una línea dé p en sam ien to que va un ien d o todas las dem ás, dándoles continuidad y coherencia. Aveces, el pensamiento se oculta, como esas fuentes que recuerda sor Juana en Primero Sueño, pero vuelve a aparecer enriquecido con elementos nuevos recogidos en su oculto caminal. Por otra parte, al no conocerse'la fecha de composición de la mayoría dé las obras, no queda más remedio que analizar el conjuntó. Una dificultad más, sin duda, ya qué el progreso y las etapas del pensamiento explicarían las contradicciones y titubeos que, a, veces se descubren. Sera, necesario, además, rellenar muchos huecos a través de i ® procedim iento que conocen las ciencias y que se llama interpolación. El poeta no hace tratados filosóficos. Lo que intenta es expresar la vida, con sus contradicciones y sus saltos. Sugiere los caminos y la continuidad, para qué otros los recorran. El poeta, como dice Paul Eluard, no és el qué está inspirado, sino el que es capaz de inspirar a los demás. Se plantea así el problema de la fidelidad. Será preciso acudir frecuentemente a las, citas literales, p ara que el pensam iento propio no se alejé dem asiado y reemprenda, una v otra vez:, la dirección del pensamiento cié sor Juana. Despuésde más dedos siglos de silencio, la figura de sor Juana Inés ta nuestros días. Se han ocupado dé élla filósofos, p o e t a s , psicoanalistas, críticos, hombres y mujeres. Escribir, pues, sobre la monjajerónima del siglo XVII a estas alturas tiene sus ventajas: la conocemos mejor y no hace falta volver a tratar asuntos que va se han analizado suficientemente. Obras como la de Octavio Paz o la edición ele los escritos de sor Juana por Alfonso Méndez Planearte, con sus introducciones ;y notas aclaratorias, constituyen un apoyo del qué én adelante no se podrá prescindir. En el campo del pensamiento filosófico hay estudios que no se pueden descono­ cer. como los ele José Gaos, C. Vossler y José Pascual Buxó.

Por otra parte, volver a plantear los mismos problemas y los mismos interrogantes es exponerse a dar las mismas respuestas. Es la desventaja de escribir en un siglo en el que “todo se halla ya servido”, como diría la misma sor juana. Sin embargo, el peligro es menor cuando se trata del pensamiento, ya que no son muy abundantes los estudios en ese campo. Pero hay que reconocer que existe ese peligro: del pensamiento de sor juana se ha dicho que es aristotélico, escolástico, tomista, neoplalónico, hermético... ¿Se puede añadir algo más a lo que ahora sabemos? En filosofía mexicana se considera a sorju an a Inés de la Cruz, junto con don Carlos de Sigüenza y Góngora, como iniciadora del pensamiento moderno. Lo es, sin duda alguna. Pero falta señalar el lugar que ocupa en esa zona de transición entre el pensamiento medieval y lo que se ha llamado filosofía moderna. (Hablar de modernidad sería complicar más las cosas, a causa de los diversos significados que esta palabra tiene en los distintos autores). Si se acepta el modo de pensar de la Ilustración de una ruptura total con la filosofía escolástica y renacentista, so rju an a quedaría en la otra orilla, la del pensamiento antiguo. Sin embargo, no es tan fácil aquí señalar fronteras. Hoy los historiadores prefieren hablar de transición y progreso en vez de ruptura. Ahí caben múltiples matices y distinciones. ¿Se podría decir que el espíritu de sor juana Inés es moderno y que su obra es antigua? ¿O que no tiene sentido hacer esas distinciones? La manía que tenemos de clasificar a las personas a veces choca con lo imposible. Al menos sorjuana 110 se deja apresar tan fácilmente. Siempre será interesante detenerse en esas figuras fronterizas que revelan las deficiencias del pasado y las esperanzas de una época que empieza. La figura de so rju an a interesa además por otr as razones: en ella confluyen corrientes de pensamiento que le llegan de muy distintas direcciones. Tan pronto se hace eco de la filosofía aristotélica, como acepta el pensamiento neoplatónico; unas veces es escolástica y utiliza nociones o principios de la más pura tradición tomista, y de pronto aparece el hermetismo o la cábala bajo formas inocentes de expresión poética. ¿Cómo pudo conciliar corrientes de pensamiento tan distintas y qué actitud adoptó frente a ellas? Tampoco aquí es fácil responder,

porque, paradójicamente, caben muchas respuestas. Pero es preciso intentarlo.

1.- Sor Juana Inés de la Cruz y su tiempo Casi el mismo año en que murió Descartes (1650), nació sor Juana en Ncpantla, cerca de Amecameca (hoy Estado de México). Muy pronto, como ella misma dice, aprendió a leer, y esto le abrió el camino para ponerse en contacto con el mundo del pensamiento en la biblioteca de su abuelo, donde pasaba largas horas olvidada de todo. Hacia 1660 pasa a vivir con unos parientes de la ciudad de México y poco después es recibida en el palacio del virrey Marqués de Mancera. En 1667 entra en el convento de san José de Carmelitas descalzas, del que sale unos meses después a causa de una enfermedad. Vuelve a la corte por unos años, hasta que ingresa en el convento de san Jerónim o, donde pasará toda su vida. Los biógrafos de sor Ju a n a se han p lan tead o m uchos interrogantes, a los que no siempre han podido responder. ¿Quién fue su padre? ¿Por qué renunció al matrimonio e ingresó en 1111 convento cuando todo parecía sonreírle en la corte? ¿Qué seniido tienen sus escritos, sobre todo sus poemas de amor? ¿Cómo interpretar el silencio en el que se sumergió al final de su vida? Las preguntas podrían multiplicarse. Lo que es claro es que sor Juana no renunció nunca a su deseo de saber, a pesar de los consejos y persecuciones de los que la rodeaban. La profesión religiosa 110 fue obstáculo para su dedicación al estudio y a la producción literaria. Estuvo presente en la cultura de su tiempo a través de las obras de teatro, de los villancicos que se cantaban en las catedrales de México, Puebla y Oaxaca, de las conversaciones en el locutorio de san Jerónimo y de la abundante correspondencia con personajes de Europa y América. La cultura del siglo XVII en la Nueva España se centraba en la Iglesia, con su prolongación en la universidad y en la corte virreinal. Sor Juana no pudo estar presente en la universidad ni en lo que se refiere a la formación ni a la enseñanza. Pero estuvo

presente en la corte y en ese centro intermedio que eran los con­ ventos. Como mujer y como monja, parecía excluida de los círculos culturales de aquel tiempo. Sin embargo, ella se rebeló contra esa situación y defendió sus derechos con todas las armas que tuvo a mano. Fruto de esa rebelión nos queda ahora su obra, abundante y variada; profunda a veces; con frecuencia, superficial y anecdótica. Ahí se oculta un pensamiento vivo, chispeante y contradictorio, reflejo de la tradición y titubeante frente a los tiempos nuevos. La obra de un escritor es reflejo de su época y de su vida. No se escribe para la eternidad ni en el desierto. Si siempre es posible la originalidad y la creación, el hombre no crea de la nada. Al menos en filosofía, los grandes pensadores son aquellos que supieron apoyarse en la tradición, supliendo las insuficiencias y corrigiendo los errores, para responder a los nuevos planteamientos de su tiempo. En esa perspectiva hay que leer sus obras. El tiempo de s o rju a n a no era demasiado exigente a este respecto; pero ella sí lo era. Se trataba de buscar un sentido a su vida y, para eso, no le bastaron las fórmulas, con frecuencia vacías, que entonces se le ofrecían. Tuvo que buscarlas en otra parte. La filosofía oficial en el siglo XVII, en México, era fundamen­ talmente la escolástica. Se pueden señalar excepciones en algunos pensadores de ese tiempo, que reflejan en sus obras las inquietudes y los cambios de la nueva filosofía que entonces nacía. Pero son excepciones. Aveces se exagera el poder de la Inquisición y se la acusa de haber ejercido una censura que impedía el conocimiento de autores que no fueran defensores y representantes de la escolástica. En realidad, como reconoce Menéndez y Pelayo, nunca estuvieron en el índice de libros prohibidos ni los árabes, ni Marsilio Ficino, Campanella, Telesio, Giordano Bruno, Galileo, Descartes o Leibniz 3 . Sigüenza y Góngora cita a Descartes, y se ha querido ver alguna de las reglas del método cartesiano en sor Juana. Sin embargo, es preciso reconocer que existió esa presión y esa censura. Después de algunos intentos de reforma y de un renacimiento momentáneo al aplicar los principios ele los grandes pensadores •>

Cf. Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos (tomo II, Madrid, 1959), p. 360.

medievales a los nuevos problemas que surgieron en el siglo XVI, la escolástica estaba en franca decadencia en el siglo de sor Juana. Lejos de ser un pensamiento vivo, se encerró en discusiones verbales y en problemas que a nadie interesaban. Es conocida la reacción de Descartes contra la formación escolástica que había recibido en el colegio La Fléche. Un espíritu tan inquieto como el de sor Juana Inés 110 podía contentarse tampoco con esa filosofía decadente. Sin embargo, 110 era fácil aceptar un cambio. De ordinario, las instituciones son conservadoras, y las instituciones de la Nueva España no eran una excepción. Ni la Iglesia, ni la universidad, ni la corte virreinal permitían muchas esperanzas en este aspecto. El orden era algo divino, como la ortodoxia y la teología. El cambio era un peligro que había que evitar. Sor Juana, por su formación y por su profesión, estuvo al margen de la universidad; pero no lo estuvo respecto a las otras instituciones. Si vivió una relativa libertad en lo que se refiere a sus lecturas, sintió la presión y los límites que la sociedad de aquel tiempo ejercía en todos los órdenes. Sin embargo, logró una cierta independencia en su pensamiento, aunque no siempre la pudo reflejar en sus escritos. El cambio se estaba dando en otras partes del mundo. Filósofos como F. Bacon (1561-1626) y R. Descartes (1596-1650) estaban convencidos de que algo nuevo empezaba con ellos. Empezaba la filosofía moderna. Si no se puede señalar una frontera exacta que separe la nueva época de la antigua, se pueden indicar algunas características del nuevo espíritu y de la nueva filosofía. Así se podrá entender mejor la posición de sor Juana y su pensamiento. En primer lugar, la filosofía moderna se inicia al margen de la universidad. Las universidades habían nacido bajo el patrocinio de la Iglesia y del poder real y eran consideradas como las defensoras de la ortodoxia. Habían conocido épocas de inquietud y de crisis, como en el siglo XIII, cuando empieza a conocerse en Europa el pensamiento aristotélico a través de los árabes o cuando tratan de alcanzar su autonomía frente al poder del rey o de la Iglesia. Sin embargo, la universidad siguió siendo un órgano de la Iglesia. En México, era la Real y Pontificia Universidad, la primera

universidad que había empezado a enseñar en América (1553), aunque su fundación sea posterior a la de Santo Domingo. Junto con los Estudios Generales de las Ordenes religiosas, constituía el centro de enseñanza y de investigación para los que querían adentrarse en el estudio de las ciencias y de la teología. Así, pues, la filosofía moderna se caracteriza, desde el primer momento, por la libertad y la autonomía. Al no estar vinculada a las instituciones de la Iglesia o del Estado, ya no tenía por qué preocuparse de la ortodoxia oficial. Es más; con frecuencia se enfrentará a ella. Sor Juana habla en Primero Sueño de peligros y de castigos. Eran bien reales en aquella época, como ella misma pudo experimentar a lo largo de su vida. En segundo lugar, la atención se desplaza de la teología a las cien cias del h om b re y del m undo. T odavía e x istía el convencimiento de que la filosofía contribuía al conocimiento de la realidad. En todo caso, ya no sería la sierva de la teología, como se creía desde la Edad media. Se pueden señalar, además, otras características bastante claras. Por ejemplo, la filosofía moderna encontrará su expresión en las lenguas nacionales. Cada vez serán más raras las obras escritas en latín. Tampoco aparecerán esas obras como comentarios a autores antiguos: se buscan otros medios ele expresión del pensamiento. Sin embargo, 110 se da una total discontinuidad respecto a la escolástica. Continúan los temas y, sobre todo, los términos, aunque con otro sentido. Todavía no se contaba con la terminología, que aparecerá más tarde. Esto significa que será necesario un esfuerzo para no caer en un error de interpretación. Bajo fórmulas y palabras aparentemente escolásticas, hay un espíritu nuevo y una nueva perspectiva. Sor ju a n a Inés se encuentra con frecuencia en este nuevo horizonte. Iloy, después del rom anticismo y de las filosofías exislcncialistas, parece norm al usar las formas literarias como medios de expresión del pensam iento filosófico. Una filosofía que se centra,en la propia vida o en la vida que se oculta en el proceso de la naturaleza se resiste a ser comunicada de otro modo.

Sor Juana utilizó la poesía. Esta forma cié expresión present aba adem ás la ventaja de la libertad. En una época de tantas limitaciones, sor Juana encontró ahí un margen de libertad que no hubiera encontrado de otro modo. La sociedad, como afirma Gabriel Zaíd, trata de mantener ios poetas a distancia. “Es la distancia que la protege de sí misma, de sus propias escisiones y angustias, superadas y resueltas en la poesía puesta en pedestal”1 . Desde ahí, no puede molestar demasiado. Los villancicos que se cantaban en la catedral de México o Puebla eran piadosas diversiones para la gente humilde; nada más. Sin embargo, hay en ellos una oculta crítica social que sor Juana expresa de la única manera con que podía hacerlo sin escándalo ni prohibiciones. El Sum o era un juego barroco de metáforas que reflejaba la erudición y la habilidad de la autora; el pensamiento filosófico que contenía quedaba en segundo plano y, expresado de otra manera, hubiera causado más problemas a sor Juana que los que ya tenía. Lo mismo podría decirse de las oclas, los romances o los sonetos. Sería inconcebible que una monja se atreviera a escribir sobre el amor, la ausencia o los celos con la pasión con que ella lo hace. Pero era poesía.. El cambio en la forma de expresión supone también un cam­ bio en el mismo pensamiento. El pensamiento de sor Juana no será teológico. De eso precisamente la acusaban: de dedicarse a las letras humanas. Si buscó a través de otros caminos llegar a la sabiduría, al final reconoce la imposibilidad y se queda con lo que a través de la razón se puede conseguir. Es preciso renunciar a experiencias extrarracionales: el único camino para conocer la realidad es la ciencia. Esta conclusión está ya claramente en el horizonte del pensamiento moderno. ¿Cómo pudo esta monja romper el círculo de la escolástica en el que vivió? En primer lugar, a través de sus lect uras. Su curiosidad universal la llevó a conocer, no sólo a los autores que se frecuentaban en su tiempo y am biente, sino a otros muchos desconocidos o sospechosos en ese mismo ambiente. La lectura de autores renacentistas, sobre todo, le abrió el camino del pensamiento antiguo y de filosofías, que, conocidas por 1a csco4

Leer poesía (México, 1970), p. i 7.

lástica, no se habían aceptado plenamente. Es el caso del estoicis­ mo, del neoplatonismo o del pensamiento hermético. El siglo XVII es un siglo fecundo en semillas y virtualidades, aunque los frutos se harán esperar todavía. Al conocerse las limitaciones del pensamiento escolástico, los mejores espíritus, lejos de quedarse en discusiones de palabras o métodos, buscarán una salida por otros caminos. Algunos encontrarán esa salida; otros únicamente la presintieron. Sor Juana disponía, además, del camino de la belleza. La experiencia estética la orientó hacia la realidad más profunda: la del ser. Más allá de los conceptos o de las palabras, está el i^isterio de lo oculto, el secreto que sólo descubre el que sabe profundizar en sí mismo y en las cosas. Ni el artista ni el verdadero filósofo se contentarán con repetir lo que ya se había dicho. Unidas la inquietud filosófica y la artística, dieron sus frutos en sor Juana Inés. Aun en los temas más intrascendentes, sabe llegar a consideraciones profundas, tocando los niveles en los que se unifica toda la realidad. Con razón se ha señalado, al menos, la proximidad entre filosofía y poesía,, más en concreto, entre poesía y ontología Jéan Wahl pone en boca de la metafísica estas palabras, que indican esa relación: “poesía, hermana grande, te escucho y soy yo quien habla”.

2.- Arte y filosofía Arte y filosofía tienen en común el afán totalizador y englobante frente a la realidad. No se quedarán en la superficie ni en las especialidades. El artista, a propósito del más pequeño detalle, se halla en estado de ensueño universal; el filósofo envuelve y apoya sus conclusiones en conocimientos cada vez más universales y profundos. Ambos sienten palpitar el todo al contacto del fragmento más insignificante. Se trata de dos caminos distintos: la belleza y la verdad. Pero al linal esos caminos se unen y coinciden. La realidad es una; el espíritu del hombre es también uno. A los grandes filósofos no les es ajena la emoción estética, y los artistas tienen, con frecuencia,

la amplitud y la profundidad de los filósofos. “Hay más filosofía, d ecía D escartes, en la lo cu ra de los p o etas, que en los razonamientos de los filósofos”. La antigua discusión sobre la trascendentalidad de la belleza suponía su objetividad. Lo bello y lo verdadero no se identifican, pero ambos son el resplandor del ser, descubierto por las distintas facultades del hombre. Eso no quiere decir ni que el arte sea una copia de la realidad, ni que la verdad sea el reflejo pasivo de las cosas en la inteligencia. Lo mismo el artista que el filósofo tienen que p on er algo de sí mismos en su obra, un reflejo de su subjetividad. A este respecto, los antiguos hablaban de generación. Lo mismo la obra de arte que los conceptos no son una obra exterior, ajena al sujeto que los produjo. Son parte y prolongación de su vida: son sus hijos. Pero en ellos se refleja también el mundo externo. Son el punto de coincidencia del sujeto y del objeto, el horizonte en que se une el cielo y la tierra. Por eso sor Juana se siente, “aunque virgen, preñada de conceptos divinos”. Era la fecundidad que ella buscaba. El resplandor de la verdad, del orden o de la forma, que los neoplatónicos, san Agustín y santo Tomás atribuían a la belleza, significaba el principio de inteligibilidad que hay en las cosas: su secreto ontológico. Decir que la belleza es el resplandor de la forma, quiere decir que es una fulguración de inteligencia y claridad en el mundo 5 . Está ahí, pero es necesario descubrirla. Más tarde, el artista plasmará en su obra ese resplandor ontológico a través de imágenes o sonidos. Otra vez la materia, pero enriquecida ahora por la visión y el genio del artista. La obra artística se convierte así en un signo portador de belleza. Como todo signo, invita a no quedarse ahí, a ir más allá de sí misma, a descubrir el contenido de belleza que un día el artista encerró en formas, sonidos o palabras. El artista no se mueve en un mundo ideal y abstracto de belleza. Descubre esta belleza en las cosas singulares y la plasma en obras también singulares, reflejo de una época y de gustos y estilo bien concretos. “Lo más alto y difícil del arte, decía Goethe, es la 5

J. Maritain, Arte y escolástica (Buenos Aires, 1978), p. 33.

comprensión del singular”15. Pero, ai mismo tiempo, todo lo que es singular encierra en sí un elemento de universalidad, puesto que coincide con la realidad, formando parte de ella. Lo decía también Goethe y lo repiten de distinta manera lodos los filósofos: “Todo carácter, por peculiar que sea, todo lo que es susceptible de expresión, encierra generalidad, pues todo se repite y nada hay en el mundo que sea único”' . En los dominios del arte, lo mismo que en el de la filosofía y su expresión a través dei lenguaje, nos encontramos en un constante movimiento entre lo singular y lo universal o lo abstracto. Quien quiera comunicar una idea, tendrá que buscar la palabra más adecuada, y la palabra es algo material. Por su parte, el que escucha tendrá que partir de allí y volver, en un esfuerzo de interpretación, al mundo universal de los conceptos. Es el proceso de toda comunicación. He ahí los puntos de referencia para entender la obra de sor ju a n a . No basta la filosofía y sus m étodos. El poeta sugiere un sentido nuevo. “El verdadero sentido poético, dice Rai'ssa M aritain, no es el sentido literal, sino el sugerido, el que exige una actividad, el que no se queda en una noticia, sino que termina en adm iración”11. Lo mismo se puede decir del sentido filosófico. El arte está más cerca de la realidad que del mundo de la abstracción. Es cosa de los sentidos más que de los conceptos, dice Octavio Paz. El poeta trata dei universal fantástico del que habla G. B. Vico. Ni el conocimiento ni el amor serán una abstracción en sor Ju a n a . Son p arte de su vida, pero elevados a una determinada universalidad. Así hay que interpretarlos. Tan importante como lo que dice el artista es lo que sugiere. Más allá de la letra, está la visión y la experiencia de lo desconocido. Se trata ahora de en trar en esa experiencia para lograr la ad m iración y el g o ce estético , adem ás del con ten id o de conocimiento y de verdad que están presentes en la obra artística.

"7 #

Eckermann, Conversaciones con Goethe (Buenos Aires, 1950), p. 143. Ibid. Ráissay Jacques Maritain, Situación de la poesía (Buenos Aires, 1978), p. 51.

La vida de sorju an a ha sido siempre un objeto de curiosidad, que los biógrafos han tratado de clarificar sin éxito en muchos casos. Para un análisis del pensamiento, que es de lo que aquí se trata, los detalles de la vida pasan a un segundo plano. Ni el filósofo ni el artista se mueven únicamente en el nivel de lo singular y anecdótico. Se introducen en el mundo de lo universal, y ahí es donde es preciso buscar el sentido de la obra. Aunque sea esc “universal fantástico”, que se encuentra entre la idea y la vida. Eso no quiere decir que no interese la vida o las circunstancias que la rodearon. Si se conocieran algunas de esas circunstancias, se aclararían muchos puntos oscuros del pensamiento de sor juana. El hecho es que 110 se conocen y hay que contar sólo con su obra. Lo demás, en la mayoría de los casos, es fruto de la imaginación. Los métodos modernos de interpretación y el conocimiento de muchas de las circunstancias históricas del tiempo de sorjuana se han revelado fecundos y han aclarado aspectos de la vida y del pensamiento de sor juana. Pero, aquí como en otras partes, una cosa es la imaginación y otra muy distinta, la realidad, aunque es difícil señalar los límites de esos dos mundos.

3.- La creación artística ¿Por qué escribe sorjuana Inés? Ella misma trata de responder a esta pregunta. Estudia “para ignorar menos”, no para enseñar o escribir. Los versos son un juego, 1111 modo de llenar sus ocios !). ¿Nada más? Es claro que había otras intenciones, y en algunos casos sorju an a las deja entrever. Mientras que para unos la belleza es una aparición fugaz e inapresable y no encuentran las palabras ni los sonidos o las formas que puedan contenerla, otros son más afortunados: saben crear, haciendo realidad sus sueños.

"

... Y para probar las plumas, instrumentos de mi oficio, hice versos como quien hace lo que hacer 110 quiso. Romances (I, p. 154)

He ahí el misterio de la creación artística. Muchos han intentado explicar ese m isterio. Se trata de ir más allá de la simple constatación de un impulso que se identifica con la naturaleza del hombre, para descubrir las causas que hacen posible en unos la creación y en otros el fracaso. Quizás así pudiera también descubrirse la causa de la inquietud y la angustia, y el camino que conduce a la plenitud de sentido y a la felicidad. Vivir es realizar algo, imprimir un destello de belleza en la materia, prolongarse más allá de uno mismo. Por el contrario, la muerte es replegarse hacia dentro, perseguidos por fuerzas extrañas. Es ahí, precisamente, en la lucha contra la muerte, donde se l ia querido ver una de las causas de la creación artística. La angustia frente a la nada despertaría las fuerzas ocultas del ser humano, lanzándolo a la creación de algo que permanezca más allá de la muerte. La obra de arte es la visión de la belleza que perdura para siempre. Cuando a través del tiempo sean otros los que la contemplen, sentirán el mismo estremecimiento del artista, y éste seguirá viviendo en el recuerdo y el agradecimiento. Sor Juana era consciente de esta supervivencia y la buscó a través de sus escritos 10 . Allí fue dejando una parte de sí misma que permanece para siempre. El escritor revive en sus lectores, prolongándose en los reflejos que sus obras van despertando. “Aquí yace”, dicen las piedras; “aquí vive”, dicen los corazones 11 . Nadie puede negar que sor Juana consiguió esa supervivencia. Hoy la sentimos mucho más cerca de nosotros que lo que pudieron sentirla sus contemporáneos. “Resucitó” en las obras que, sobre todo en los últimos años, le han dedicado tantos autores. Aunque a veces esa imagen parezca más un fantasma que la monja de san Jerónimo. Otros han querido explicar la creación por el orgullo y la necesidad de afirmarse frente a los demás. Así, Freud opina que quienes no pueden obtener poder, gloria o riquezas por otros I

II

Que las plumas con que escribo son las que al viento se baten... para resucitarme. Romances (I, p. 146). En las piedras verás el “aquí yace”, mas en los corazones, “aquí vive”. Sonetos (I, p. 302).

caminos, los buscarán por el camino de la imaginación y la introversión. Frente a una realidad que se muestra hostil y que pone tantas barreras a quien quiere conquistar el mundo, la imaginación ofrece muchas posibilidades para crear un mundo nuevo, más allá de lo contingente y material, de lo que se pretende huir. No cabe duda que sor Juana consiguió también este poder y esta afirmación frente a los demás. Durante mucho tiempo, encontró en el palacio de los virreyes un apoyo que la defendió contra sus enemigos. Los virreyes encontraban a su vez prestigio y honor para sus apellidos -algo tan importante en aquella épocaen los escritos de la monja, y sor Juana supo utilizar este orgullo en su favor. En otras ocasiones, se ha acudido a fuerzas diabólicas o divinas que invaden al artista, comunicándole una exaltación que lo pone en contacto con el mundo de la belleza. En esos momentos de entusiasmo, decían los griegos, se produce el éxtasis, la ruptura de las barreras del hombre, permitiéndole viajar hacia reinos invisibles. Es el momento del “sueño”, de la búsqueda de la verdad más allá de la materia y de la oscuridad de este mundo. Sor Juana se deja llevar por esas fuerzas hacia el infinito. “¡Barquero, barquero, que te lleven las aguas, los remos!”. Es precisamente en el éxtasis -en el “sueño”-, cuando se logia salir de las dimensiones del tiempo para entrar en el mundo metafísico de la verdad. El microcosmos se identifica entonces con el macrocosmos y con sus secretos. Sor Juana emprendió ese camino y se dejó llevar por promesas que nunca se cumplen o sólo se cumplen en parte. Finalmente, se podría señalar una condición común a toda creación artística, que muy bien pudiera ser la causa de esos mundos nuevos en los que la belleza queda apresada en las redes de las formas. El artista crea porque cree en sí mismo y en el mundo. Creer y crear van siempre unidos, condicionándose mutuamente. Creer es llegar a las cosas más allá clel conocimiento; es acercarse a ellas confiadamente, sin ideas ni esquemas que impidan el encuentro. Un finísimo velo imperceptible separa al hombre de sí mismo y del mundo. Se conserva celosamente la distancia entre el

sujeto y el objeto. Conocer por los procedimientos ordinarios de la razón es establecer una relación demasiado superficial para llegar al misterio de la realidad y de uno mismo y, por tanto, demasiado fría para poder comunicar a los demás el estremecimiento de la belleza. El artista rompe ese velo y acepta ofrecerse así, desarmado de toda artificiosidad, a la contemplación de los demás. De alguna manera, se ha liberado de sí mismo y puede llegar a ese centro profundo en que todos los seres coinciden; por eso su mensaje está más allá del tiempo y del espacio. Es ahí como también puede superar las fronteras de la muerte. La poesía es el reino de la inocencia, decía Ileidegger. El poeta vive más allá del mundo de los intereses y los compromisos. Está en la mañana de la creación, poniendo nombre a las cosas y dejándose sorprender por la belleza de un mundo que empieza. Todavía la tierra no produce espinas, ni el odio ha enseñado sus dientes. Todavía no hay torre de Babel ni confusión de lenguas. Es fácil descubrir en sor Juana una preocupación constante, no sólo por la verdad, sino también por la belleza, por esa armonía que se va elevando hacia las alturas “como una espiral”. Se explica así que haya buscado otros caminos para subir hacia las cumbres, además de los que la filosofía de su tiempo le ofrecía. Estaba convencida de que más allá de la realidad de este mundo visible había otra realidad misteriosa que da sentido a las cosas. Creía en esa realidad y trató de llegar a ella. Ahí puso el empeño de su vida. Basten estas indicaciones como advertencia para prevenir contra una aparente facilidad al leer a sor Juana. Los términos escolásticos que utiliza no siempre tienen el mismo significado con que los empleaba la tradición. Pero, además, ese lenguaje le sirvió para ocultar ante sus contemporáneos su visión personal del mundo y, sobre todo, su actitud ante él. No es fácil descubrir esa visión y esa actitud precisamente por la variedad de corrientes de pensamiento de que se hace eco en sus escritos. Aveces, no se sabe si es erudición, eclecticismo, afán de brillar o pensamiento propio. La dificultad aumenta a causa de las contradicciones que con frecuencia aparecen. Sor Juana no

vive en un mundo de principios eternos y transparentes, donde todo es claridad y coherencia. Un pensamiento cercano a la vida participa de sus contradicciones y de sus ambigüedades. Se podría continuar enumerando dificultades y riesgos. Sin embargo, es más importante emprender la aventura de seguir a sor Juana por los caminos del pensamiento. “Si los riesgos del mar considerara -nos advierte ella misma-, ninguno se embarcara”. Pero quien quiera llegar a algún puerto, tendrá necesariamente que embarcarse y afrontar el peligro.

CAPÍTULO I

TALANTE FILOSÓFICO DE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Para asomarnos al alma de sor juana tenemos que recorrer sus escritos. En ellos ha ido reflejando todo lo que pensaba, lo que sentía, lo que quería. ¿Tóelo? Ni el autor más espontáneo y libre puede decir todo lo que piensa y quiere. Censuras o autocensuras las hay siem pre. U nas veces, con scien tes y claras; otras, inconscientes y ocultas. Hay que tener en cuenta, además, las limitaciones propias del lenguaje en su doble vertiente de signo y mediador entre el autor que habla o escribe, y el lector o el oyente que interpreta. En alguna ocasión, al ver sorju an a la dificultad de expresar con palabras sus sentimientos, deseaba entregar el corazón, deshecho en lágrimas 1. Aun con estas limitaciones, los escritos de sor juana permiten entrar en su mundo interior y descubrir los secretos de su alma. Su lenguaje ni es “retórico” ni “escolástico”, según la distinción que ella misma recuerda en alguna ocasión Es rectilíneo y abierto,

1

-

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, como en tu rostro y tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba. Sonetos (I, p. 287). “La oración del lógico anda como la línea recta, por el camino más breve, y la del retórico se mueve como la curva, por el más largo... Los expositores son como la mano abierta y los escolásticos como el puño cerrado”. Haspuas/si. (IV, p. 450).

por más que a veces se revista de formas barrocas, que hoy nos parecen tortuosas y contradictorias. Por otra parte, sor Juana no sólo ha expresado su mundo íntimo a través de poemas, en los que cabe siempre preguntarse si manifiestan sus propios sentimientos o tratan de reflejar los de otros. Su época no era todavía romántica, aunque en sor Juana las fronteras son difíciles de señalar. Al fin, las fronteras separan, pero también unen. Pero en su Respuesta al Obispo de Puebla no hay lugar para esas dudas. Ahí aparece sor Juana como era: sincera y transparente. Si dedicó su vida al estudio, es porque ella era así; porque no hubiera podido hacer otra cosa sin traicionarse a sí misma. Cuando trata de descubrir, en ese abanico de deseos e incli­ naciones que es todo ser humano, la inclinación y el deseo más profundo, sor Juana no duda en señalar el deseo de saber, su afán por descubrir y co n o cer la verdad. No era esto algo que respondiese a necesidades extern as o a circunstancias del momento. Desde siempre se reconoció así. Este deseo de saber no la abandonará nunca, por más que hubiera querido dejarlo a las puertas del convento, puesto que los que la rodeaban lo señalaban como causa de todos los males. Pero ella no podía huir de sí misma 3. H ay en tod o ser h u m an o un m odo fu n d am en tal de enfrentarse con la realidad. Más allá de las actitudes adquiridas por la educación o la costumbre, hay ya unas disposiciones en la naturaleza que se manifiestan en las reacciones espontáneas ante los acontecim ientos o circunstancias del mundo exterior. De la recta utilización y encauzam iento de esas disposiciones depende, en gran manera,-la perfección y el destino de la p er­ sona. En algunos casos, puede haber una verdadera ruptura entre ese modo de ser fundamental y las actitudes que se vayan adquiriendo. El hombre no siempre encuentra el ambiente o las facilidades necesarias para desarrollarse y tendrá que aceptar, con frecuencia, 3

“Pensé yo que huía de mí misma, pero ¡miserable de mí!, trájeme a mí conmigo y traje mi mayor enemigo en esta inclinación”. 'Respuesta (IV, p. 447).

unas circunstancias que se le imponen y lo obligan a emprender tareas o a adoptar modos de ser en la sociedad muy distintos de los que su constitución natural y sus capacidades le están exigiendo. Es claro que en esos casos faltará continuidad y armonía, y los resultados de los esfuerzos serán siempre deficientes y raquíticos. Sor Juana Inés conoció esas dificultades. La sociedad de su tiempo no podía comprender ese afán de saber en una mujer ni la dedicación a estudios profanos en una monja. Sor Juana, a su vez, no entenderá nunca el motivo de esa incomprensión, ni la causa de las persecuciones. ¿Qué tenía de malo “poner bellezas en su entendimiento” o consumir las vanidades de la vida en las llamas de ese deseo de la verdad?4. Es probable que esta incomprensión por parte de la sociedad haya hecho que sor Juana reflexionara y analizara una y otra vez su vida y sus inclinaciones. No podía despreciar tantos consejos. Pero estas reflexiones, lejos de apartarla del estudio, hicieron su vocación más firme y más consciente. Lo que al principio de su vida fue una inclinación natural, se fue convirtiendo en una elección libre y aceptada con todas sus consecuencias. No renunciará nunca a ella. Aristóteles y santo Tomás veían en la misma constitución orgánica de cada uno la explicación de las diferencias en los ideales y en los fines que se persiguen en el mundo. Dotados todos de una misma naturaleza específica igual, las diferencias provienen de aquello que distingue a unos de otros, haciendo de ellos seres individuales, irrepetibles y únicos. La agudeza o debilidad de las mismas facultades espirituales estará condicionada por los instrumentos orgánicos de que disponen para su ejercicio. Así, pues, en el misterio de la materia y de su constitución, es donde se señalan de un modo germinal los caminos que habrán de seguirse en la vida. Queda todavía el margen suficiente para la libertad, pero será siempre una libertad condicionada, y así habrá de aceptarse cuando se trate de crear el proyecto de la propia vida.

En perseguirme, mundo, ¿que interesas? ¿En qué te ofendo cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas? Sonetos (I, p. 277).

S orjuana habla con frecuencia de esa inclinación fundamental y la atribuye al influjo de los astros o al misterio de la naturalezar>. En todo caso, es algo que está más allá de la libertad y que explica la conducta que se adopta sin saber bien por qué en muchas circunstancias. Se puede, en efecto, amar por inclinación y se puede, por inclinación, odiar ü. Hay en la naturaleza ocultas simpatías o antipatías, y la naturaleza del hombre no es en esto una excepción. También él sentirá esas fuerzas frente a las cosas o las demás personas mucho antes que la libertad intervenga para corregir o aceptar eso que se le impone. Adoptando la terminología de José Luis L. Aranguren, que llama a ese modo fundamental de ser de una persona talante, para distinguirlo del carácter, que es el modo adquirido a través de los hábitos y las costumbres 7, es importante preguntarse por el talante de sorju an a, ya que su modo de ser y sus inclinaciones explican de una manera muy clara su vida y su pensamiento. Nos encontramos ante un evidente espíritu filosófico. Las ca­ racterísticas que Platón y Aristóteles señalan en el filósofo, van apareciendo en sorju an a rasgo a rasgo hasta formar el ideal de lo que debe ser “el amigo de la sabiduría”, que no se detiene ante ningún obstáculo en la tarea de llegar a la verdad total del universo y de sus causas. En la formación y el desarrollo de la persona no se pueden despreciar las circunstancias externas. La vida es una mezcla de

■ r>

r>

7

Pues dejando la excepción que, por privilegio raro, le dio Dios al albedrío para que obrase espontá'neo, lo demás todo os compete, que influencias combinando, a unos exaltáis felices, a otros hacéis desdichados. Loa a los años del rey (III, p. 363). Yo no puedo tenerte ni dejarte, ni sé por qué, al dejarte o tenerte, se encuentra un no sé qué para quererte y muchos sí sé qué para olvidarte. Sonetos (I, p. 293). Cf. Ética (Madrid, 1965), pp. 285-289.

decisión personal, de Condicionamientos históricos y de influencia social. No es fácil determ inar el influjo dé cada uno dé estos elementos; están presentes en mayor o menor medida. Querer explicarlo todo con un esquema sociológico o una teoría psicológica és exponéis®; a simplificar y a caer en el error. En el caso dé sor Juana no cabe duda que hay una gran dosis dé influjos externos. Consejos, amenazas, persecuciones: ella misma confiesa que los tuvo en abundancia.. ¿La causa? No fue otra que d i déseo dé saber y dé; estudiar8, itero Supo enfréiitarsé con valentía.a todos los Obstáculos y i: aló de ser ella misma y no lo que los otros querían que liio c. Su caso es tanto más extraño, manto que por su profesión religiosa se iba a encontrar con un estado de vida con características bien determinadas. Para aquella época, el estudio de las “letras profánás” era. eso:; una profesión profana, que nada tenía que ver con la vida religiosa. En todo caso» era una dedicación al margen de lo que m suponía debía ser la actividad principal de una monja. Pero sor Juana tenía otro concepto del estudio y del saber: vio ahí un camino para la realización de su vida, no sólo, por la intención con que lo realizó -entender' mejor la teología-, sino por su valor intrínseco. “Nadieés un verdadero artista, si rió coñsiguc.en un determinado momento liberarse de la mediocridad ambiental”9. Nadie puede ser un verdadero filósofo, si no haceel silencios su alrededor para poder estudiar la voz de las cosas que le revela el misterio del Ser. Sin embargo, ni el arte: ni la filosofía son plantas del diliertó, Crecen allí donde está la vida, con sus exigencias y problemas.

1

E¡ filósofo y la filosofía

Primero es vivir, decía ya Aristóteles; después, filosofar. Una vez que el hom bre há logrado satisfacer las. necesidades mas

“En esto sí confieso que ha sido inexplicable mi trabajof.yasíno puedo decir lo que con envidia oigo a otros; que no les ha costado afán el saber. A mí, no el saber (que aún no sé)j jólo el desear saber me ha costado”. Respüesija (IV, p .451), S

j . Jo y u ;. latii/Indy nr/ihicióv. !;;i! El s/kfir/o ty^adar (Ní,¡drif I. 1988% a , 153.

elementales de la vida, se empieza a preguntar por el mundo en que vive, y el horizonte de sus preocupaciones se va ampliando hasta coincidir con toda la realidad. De alguna manera sospecha que el sentido de la vida y la tarea que debe realizar en el mundo dependen de las respuestas que dé a esa necesidad de explicarlo todo, por lo que nada le detendrá en esa tarea. Pero, ¿es posible encontrar esa explicación total? La tarea sobrepasa infinitam ente el corto espacio de una vida y las fuerzas limitadas de una inteligencia. Se trata de la tarea de la humanidad, continuada a través de generaciones. Sin embargo, si en muchos aspectos es posible descubrir un avance en los conocimientos del mundo y en su utilización y dominio en orden a los fines humanos, en otros aspectos la tarea empieza en cada hombre, que tiene que enfrentarse a los problemas d esd e sus circu n stan cias p erso n ales h asta co n seg u ir las respuestas que den sentido a su vida y al mundo. El mundo y los libros. Las cosas donde se plantean los problemas y se encuentran las soluciones; y la sabiduría de los que han ido delante: sus verdades y sus errores. Sor Juana Inés se movió en esa doble vertiente toda su vida. Lectora incansable, fue recogiendo el fruto del trabajo de los demás con un espíritu abierto y conciliador, que nada excluía ni rechazaba. Pero no se quedó en los libros. A través de la observación y de la reflexión sus preocu­ paciones iban en un incesante intercambio de ella misma a las cosas que la rodeaban 10.

a) Ciencia y filosofía Para comprender el espíritu de sor Juana y ver el campo en que se mueve su afán de conocer, es preciso distinguir la doble dimensión del conocimiento humano y las características de cada una de ellas. En efecto, existen dos modos de conocer con características pro­ pias y bien definidas. Las diferencias aparecen lo mismo en los mé­ 1n

“Nada veía sin reflexión, nada oía sin consideración, aun en las cosas más menudas y materiales”. Respuesta (IV, p. 458).

todos v en sus resultados* qué en la actitud que se adopta frente a los problemas que el mundo plantea. Si al principio el hombre trato de encontrar una explicación de la realidad en que vivía, muy pronto, vio la dificultad que ese intento implicaba y, por eso, sin renunciar a la visión total, se dedicó a encontrar respuestas a los distintos cam­ pos en que fue parcelando el universo. La vida de cada individuo es un poco la vida de la humanidad. Las etapas son las mismas. Al principio, se cree que no hay preguntas imposibles y $é quiere llegar a los últimos secretos. A la capacidad de preguntar corresponde la esperanza de llegar algún día a las res­ puestas. Pero la vida se encarga de ir recortando esa esperanza para contentarse con resultados más humildes. Así, puCi* apoyándose eil la experiencia y en la comprobación inmediata,-el hombre va logrando explicar y dominar los fenómenos de la naturaleza, liberándose del terror y la ignorancia, y constitu­ yéndose dueño y señor de las fuerzas y posibilidades que la realidad le presenta. De ese modo, el conocimiento ya no es sólo contempla­ ción y respuesta a los interrogantes que la naturaleza plantea,-sino también el modo de dominar y poner al.'.servicio de la vida esa misma naturale/a. Los resultados de 0 $fe conocimiento son tan claros, que la ciencia no necesitaría otra justificación- Conocer es poder; y eso es lo que el hombre ambiciona sobre todo. Nunca podrá resignarse a ser puro juego de fuerzas oscuras y misteriosas que decidan por él. La ciencia es la clave para dominar al mundo. Sin embargo, el ansia ele saber que hay en el hombre no queda agotada en ©sé modo de conocimiento. La realidad de las cosas no es sólo el aspecto, cambiante y superficial que presentan, sino algo más profundo y misterioso que explica la misma sucesión de los fenómenos.. Así, pues, junto al conocimiento científico que se mueve en un sentido horizontal, cabe otra clase de conocim iento en profundidad, que in te n ta descubrir las cáusas últimas de las cosas, adentrándose en su misterio. E sta es la p r im e r a de las c a r a c te r ís tic a s q u e se ñ a la A ris tó te le s cu el co n o cim ie n to filo s ó fic o H . M ien tra s el c ie n tífic o se c o n te n ta con una e x p lic a c ió n in m e d ia ta y su p erficial, el filó so fo busca la e x p lica ció n ú ltim a que se 11

Cf. Metafísica, 1. I.

n ú uenii ;¡ en la eséñcia misma delás, cosas, También Platón había visto en el filósofo al hombre apasionado p o r conocer la realidad profunda, j no sólo la variedad y el cam bio.,2. Así, pues, en la m edida en que se profundice y se encuentren las raíces de 1a. inteligibilidad del mundo, en ésfi m edida la inteligencia humana iogrará saciar el deseo de saber, o al conocimiento de los sentidos. E sa profunclización en la realidad adm ite m uchos grados. E l verdadero filósofo encontrará en las cosas una invitación a Seguir siem pre nías allá, hasta llegar a la Causa primer® de la que. brota la existencia de todo. El m undo se co nvierte en un lenguaje que.es preciso descifrar para p od er captar el mensaje.; que contiene. Esta dim ensión dél conocim iento está más allá cíe la utilidad o del dominio.: se m ueveen la dimensión de la libertad y del amor. Se trata de conocer la realidad, no para utilizarla, sino para incorporarla; a la vida \ disfrutar de su posesión. Es el momento en que el espíritu rompe las ataduras y las limitaciones para abrirse: al horizonte infinito del ser. No siempre se vio clara esta distinción entre ciencia y filosofía. Aquí también, primero se conoce y sólo -después se reflexiona sobre el mismo conocimiento. El hombre trató de conseguir una visión del universo antes de conocer cada una de sus partes. Ciencia y filosofía Son el resultado de actitudes del espíritu que 110 se contraponen: se com plem entan mutuam ente, aunque en las. distintas épocas de la historia se acentúe una de ellas, quedando en un según do plano la otra. Basta señalar aquí esta doble dimensión del conocimiento en sor Juana. Quería conocer todas las cosas “para ignorar m enos”, para “ser más” 13. Dirigía su curiosidad a todas las cosas, porque: estaba convencida de que las ciencias la llevarían a conocer mejor la teología. Examina la selva del mundo “flor a flor y planta a planta” en busca de su creador, y se eleva a las. alturas de las esferas celestes, hasta llegar al centro de la circunferencia, la Causa.

»

CÍ República, I. 6 .



“Las véntajas éff e l conocim iento ¡o son en el ser". R e s p u e s t a ( iy p.% S).

5

primera, ele donde parten las líneas y las ¡cosas W. Intentó, además, recorrer otros caminos para llegar a las alturas, pero, como ella m ism a confiesa, no le dieron los resultados que esperaba.

b ) E l filósofo y la filosofía. Las características del conocimiento filosófico suponen en el mismo filósofo Cualidades especiales. Platón señala, en prim er lugar, la magnanimidad, que eg: la. disposición para em prender grandes empresas sin detenerse en los pequeños detalles que a los qué no tienen esta cualidad llegan a absorber. El filósofo aspira siem prea los grandes ideales y emprende el vuelo por las regiones transparentes de la verdad. El alma -cree sorjuana- espera el sueño y el silencio, cuando se acallan los deseos cotidianos y cesan las preocupaciones, para em prender el vuelo hacia las alturas. Entonces, todo queda allá abajo en las sombras dé la noche, m ien­ tras el espíritu prosigue su búsqueda incansable. Supone también el desprendim iento de sí mismo y de las ataduras del placer o de la utilidad que pueden impedir eSe vuelo. El filósofo, es el hombre libre que no se deja manipular por nada, ni permite que otros le impongan el proyecto de su vida. Abierto al horizonte del ser, caen todas las barreras y no queda mas que la, verdad, invitando a ser conquistada en la más hermosa de las luchas. Queda entonces la tarea de liberar a los demás. Platón señala esa tarea com o una consecuencia del descubrim iento de la verdadera realidad, más allá de las sombras en que vive el hombre. Pero, con frecuencia, la respuesta que el filósofo encuentra será la incomprensión y el desprecio. El hombre tiene miedo a la libertad y prefiere quedarse en la sombra y la ignorancia. El conocimiento, '4

Así la humana mente su figura .-trasunta, y a la Causa primera siempre aspira -céntrkp punto donde recta tira la línea, si no ya circunferencia,, que contiene, infinita, toda esencia-, i'rimerr, Sitena, versos 406-4.11.

dice sor Juana es como el fuego que consume, y nadie quiere dejarse consumir 1;i. La libertad. Sor Juana Inés luchó toda su vida por defenderla. Es un derecho que ella tiene vinculado a la naturaleza humana y no con ced id o p or los dem ás lü. Proclam ó la libertad de pensamiento, pues, aunque el entendimiento no es libre ante la evidencia, muy pocas veces se tiene la claridad suficiente para no poder opinar otra cosa 1 Pero fue, sobre todo, en el caso del P. Vieyra donde demostró una valentía heroica y donde se ve lo que ella pensaba del argum ento de autoridad en el cam po del pensamiento. Cuando le reprochan su atrevimiento al criticar al famoso predicador, responde con toda naturalidad: “¿llevar una opinión contraria al P. Vieyra fue en mí atrevimiento, y no lo fue en su Paternidad llevarla contra tres santos Padres de la Iglesia? Mi entendimiento tal cual, ¿no es tan libre como el suyo?” Es en este punto donde sor Juana aparece más cerca de la edad moderna. Si no ejerció esa crítica en otros campos, fue porque las circunstancias en que vivió se lo impidieron. Pero claramente dejó ver lo que pensaba. El mundo está lleno de opiniones encontradas; “para todo hay razones”. También ella tiene derecho a opinar, aun en contra de los que la rodeaban. Conoció por ello la persecución y las amenazas. El filósofo tendrá que resignarse a la soledad. Mezclado en las luchas y problemas de la existencia humana, al final tendrá que recorrer el

El ingenio es como el fuego: que, con la materia ingrato, tamo la consume más cuanto él se ostenta más claro Romances (I, p. 6). 1(> ¿No soy yo gente? ¿No es forma racional la que me anima? ¿No desciendo como todos de Adán por mi recta línea? Romances (I, p. 120). No hay cosa más libre que el entendimiento humano, pues k> que Dios no violenta, ¿por qué yo he de violentarlo? Romances (I, p. 3).

camino de la vida solo. La sociedad aleja a los poetas, decía Gabriel Zaid; aleja también a los filósofos. Sor Juana, incomprendida en su medio, buscará a través de la correspondencia un eco a sus pensamientos en tierras lejanas. Encontró sin duda aplausos y elogios, pero eso no es suficiente. La única recom pensa es la verdad que se va descubriendo cada día. La tarca no term ina sino con la vida. Cuanto más se avanza en su conocimiento, más misteriosa aparece la realidad. Los resultados del esfuerzo son siempre limitados, si se los com para con el deseo de saber y con la infinidad de problemas que se van desplegando ante la m irada. Se quiere conocer el mundo, y no se conoce el misterio de una fuente o de una rosa. Ese es el origen y la explicación de la inquietud siempre despierta del filósofo. Sabe que nunca llegará al final; que la sabiduría se va alejando cuando ya se la creía cercana. Pero, porque am a la sabiduría, no se dejará vencer por el desánimo. Si los resu ltad o s son lim itad o s, son, sin em b arg o , una recom pensa que alienta el esfuerzo y anima a continuar el ca­ mino. Sor Ju a n a Inés fue encontrando también la recom pensa de la belleza. El artista nunca queda satisfecho con su obra. Una voz secreta lo impulsa a continuar buscando formas nuevas para hacer realidad el ideal que se ha hecho presente en su mente. Pero, más o menos limitadas, ahí estaban las obras que despertaban la adm iración y el aplauso. Sor Ju an a no podía dejar de ser sensible a esta adm iración, que compensaba las críticas y las condenas de los otros. Por otra parte, la filosofía es más una actitud frente a la vida, que un conjunto de verdades. Lo importante, ya lo decían los estoicos, es saber vivir 18. No se trata sólo de conocer una realidad objetiva, indiferente y lejana. El hombre mismo forma parte de

18

No es saber saber hacer discursos sutiles, vanos, que el saber consiste sólo en elegir lo más sabio. Romances (I, p. 6).

esa realidad y se encuentra envuelto en sus problemas. Conocer el inundo es conocerse a sí mismo. También aquí aparecerá la inquietud y el descontento frente a todas las realizaciones. Siempre es posible una mayor perfección. Sólo la muerte pone fin a la tarea. La m uerte entra así en el mundo del filósofo como una posibilidad siempre presente y como un objeto de preocupación y de e stu d io . Sin la m u e rte no h ab ría filo so fía, d ecía Schopenhauer. El mundo aparecería com o un lugar definitivo, y lo único que habría que hacer sería instalarse en él lo mejor posible. Pero la muerte es una realidad que obliga a pensar y, sobre todo, a vivir de otra m anera. Es también una fuerza de inspiración. El duende 110 llega, decía García Lorca, si no se ve la posibilidad de la muerte. En la ciudad alegre y confiada de Albert Camus estalla un día la peste y los hombres que no mueren empiezan a pensar en el sentido de la vida y de sus ocupaciones. Llega un momento en que ya no basta vivir, moverse, disfrutar de las cosas. Vivir se convierte entonces en preguntar y en buscar por todas partes respuestas. La peste, había dicho ya Kierkegaard, es la vida. El filósofo sabe mejor que nadie que no existen respuestas definitivas. El día en que encuentre la respuesta final, se ocultará en el silencio. Entonces habrá terminado la filosofía porque, como decía Platón, los dioses 110 filosofan. La verdadera filosofía empieza en la curiosidad y admiración ante las cosas, y termina en el silencio. Entre esos dos extremos está todo el esfuerzo, las luchas, las alegrías y las tragedias. Está toda la vida del filósofo. Allí es también donde está sor Juana Inés de la Cruz. Para entenderla, es preciso rom per los estrechos límites de sus problemas amorosos o de las circunstancias concretas en que tuvo que desenvolverse. No existen más prisiones que las que el alma se fabrica, dirá ella misma. El horizonte de sor juana fue el mundo limitando por todas partes con el misterio y la trascendencia. Su personalidad desborda ampliamente lo anecdótico y temporal para elevarse a la altura de lo ejemplar y lo eterno.

2.- El deseo de saber en sor Juana Lo primero que aparece en la vida de sor Juana Inés es su deseo de saber y su inclinación por el estudio. Lo primero en el tiempo: a los tres años empieza a aprender a leer 19, y lo primero en sus preocupaciones durante toda la vida. Basta recorrer sus obras para descubrir la universalidad de sus conocimientos y la curiosidad sin límites de que estaba dotada. En sus poemas está presente el cielo y la tierra, Dios y el hombre, las alegrías y las tragedias humanas, la vida y la muerte. Pero está sobre todo presente su afán de saber y su constante inquietud frente a las cosas del mundo. Todo sirve a sus fines: la ciencia de los astros o de la materia; cl conocimiento de la mente, de las fuerzas misteriosas que se ocultan en la vida humana y en el mundo; las figuras mitológicas; la sabiduría de los antiguos... Las verdades más humildes de la filosofía de Aristóteles o de Platón acuden a su pluma y se llenan de vida en sus poemas. Quien intentara juzgar a esta monja del siglo XVII únicamente por los resultados de ese afán de saber, seguramente caería en el error y no conseguiría descubrir la riqueza de ese espíritu que sobrepasa con mucho a sus obras. No se pueden olvidar las características de la época en que vivió, ni los múltiples condicionamientos que pesaron sobre ella y que necesariamente se reflejan en sus escritos. Si los resultados son siempre limitados y el filósofo aspira a ir más allá en el conocimiento del mundo, podemos imaginar el descontento y la insatisfacción de sor Juana frente a sus obras, hechas en medio de las obligaciones de una vida conventual programada hasta en los más pequeños detalles. Ella misma nos cuenta las prisas y la urgencia con que ha ido escribiendo a instancias de personas o de acontecimientos, que no le permitían

19

“No había cumplido los tres años de edad, cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer..., me en­ cendí yo de manera en deseo de saber leer, que, engañando a mi parecer a la maestra, le dije que mi madre ordenaba me diese lección”. Respuesta (IV, p. 445).

ni siquiera corregir sus versos 20. Pero hubiera podido sobre todo hablar de las censuras, más o menos explícitas, que le impedían expresar libremente su pensamiento. Ni la época, ni su condición de mujer y de monja, ni las personas que vivían a su alrededor podían permitir esa libertad. Sor Juana Inés se rebeló contra todas esas ataduras. Estaba convencida de que “el pensamiento es la cosa más libre”, que sólo está condicionado por sus objetos y no por limitaciones o prejuicios ajenos a él. El entendim iento humano está más allá de las diferencias de sexo, y la mujer tiene los mismos derechos que el hombre para dedicarse al estudio o a la enseñanza. Pero no por eso iban a desaparecer los prejuicios y las discriminaciones, ni las interminables disputas verbales en que se hacía consistir la ciencia en aquel tiempo. Es preciso, pues, ir más allá de las obras que escribió a instancias de los demás, como ella misma confiesa, para descubrir a la auténtica sor Juana en la Respuesta al Obispo de Puebla y en el poema Primero Sueño que dedica al tema del conocimiento. Es precisamente en esos dos escritos donde aparece con ¡oda claridad el espíritu filosófico, totalizador y profundo, libre y espontáneo, que desborda las limitaciones del tiempo. El alma se eleva a lo más alto del cielo y allá abajo quedan, envueltas en el silencio del sueño, las pequeñas preocupaciones de los hombres. Aunque tenga después que empezar otra vez desde abajo a conocer una por una las cosas. La misma sor Juana enseña, como veremos más tarde, que una de las características de la vida auténtica consiste en vivir más allá del tiempo, en esa región de la verdad y de los valores espirituales, que participan ya de la eternidad. Toda su vida no fue otra cosa 20

Bien pudiera yo decirte por disculpa, que no ha dado lugar para corregirlos la prisa de los traslados.... y que cuando los he hecho ha sido en el corto espacio que ferian al ocio las precisiones de mi estado. Prólogo al lector (I, p. 4).

que una lucha por conseguir esa autenticidad. Esa era su vocación por encima de todo. Ese fue su talante. El deseo de saber no fue en sor Juana una consecuencia de la educación o del ambiente. Respondía a algo mucho más profundo y, por eso, nunca pudo renunciar a él. Dios le dio un grandísimo amor por la verdad. Estaba inscrito en su misma naturaleza y no bastaron las reprensiones de los demás ni sus propias reflexiones para apagarlo 21. Era así, por más que quisieran que fuera de otra manera. Tan profundo era esc deseo de saber, que superaba a cualquier otro. El alimento más dulce era la verdad y el adorno más precioso, las ideas No es posible dejar de admirar a aquella niña que a los tres años empieza a leer, que a los siete quería vestirse de hombre para poder ir a la universidad, que pasa largas horas en la biblioteca de su abuelo, que se corta el cabello si no cumple la tarea que se ha lijado y que renuncia a losjuegos... ¿Cómo podría aceptar después la superficialidad de la corte y contentarse con los ideales que querían imponerle? Sólo otro deseo, el de la salvación, podía compararse con el deseo de saber. Pero sor Juana no tuvo que elegir entre ellos, porque nunca vio que se opusieran. Estaba convencida de que el conocimiento era el mejor camino para llegar a Dios, y las ciencias preparaban y aclaraban el conocimiento de la teología. Sin embargo, la admiración 110 impide la duda. No se trata de dudar de la vocación intelectual de sor Juana, ni de su seguridad al querer conciliaria con la búsqueda ele los fines de la vida -”la salvación”, como dice ella-. La duda se refiere precisamente a las posibilidades del conocimiento en orden a la felicidad y a la perfección del hombre. Una exagerada valoración del conocimien2I

22

“Desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones -que he tenido muchas- ni propias reflejas -que he hecho no pocas-, han basta­ do a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”. Respuesta (IV p.444). “Podía en mí más el deseo de saber que el de comer ... No me parecía razón que estuviera vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno”. Respuesta (IV, p. 446).

to puede acarrear graves consecuencias para la vida, y parece que sor Juana no se vio libre de ellas. El problema de las relaciones entre el conocimiento natural y la fe está presente en toda la obra y la vida de esta mujer por tantos títulos admirable. Admirable también precisamente por haber sabido enfrentar ese problema, aunque no haya podido encontrar la solución. Ella no vio ninguna oposición y, al menos por ahora, tenemos que aceptar ese testimonio. El camino de la verdad fue para sor Juana un camino sembrado de dificultades y de obstáculos. Las dificultades, en primer lugar, del mismo conocimiento. Es preciso pagar un caro precio por la verdad, hecho de renuncias y de esfuerzo. Aun así, la verdad se entrega a medias y se necesita una larga paciencia para llegar a ella. Sor Juana conoció desde muy pequeña estas renuncias y supo esperar los frutos que están más allá de los esfuerzos y los fracasos de cada día. En medio de las ocupaciones de su profesión, todavía le quedaba tiempo para encerrarse con sus libros y dedicarse incansablemente al estudio. Pero no encarnaba sor Ju an a precisamente la imagen del intelectual perdido en las regiones inaccesibles de su pensamiento. Si hacía el voto de no entrar en las habitaciones de sus hermanas para aprovechar mejor el tiempo, ella misma nos dice que lo hacía en determinados períodos para dejar el margen suficiente a la convivencia y a la amistad. Por otra parte, siempre estaba dispuesta a recibir a quienes llamaran a su puerta. Unas veces serían las sirvientas, que acudían a ella para dirimir sus pleitos. En otras ocasiones, serían las propias hermanas las que buscaban su compañía y su conversación. El hecho de reconocer que la mayor parte de sus escritos se debió a instancias de otros nos revela una sor Juana preocupada por la vida y los problemas, escribiendo para que el pueblo cantara regocijado sus villancicos; preparando la entrada solemne del virrey a la ciudad; participando en las fiestas de la corte con sus obras de teatro. Podemos imaginar el ritmo diario de la vida en el convento de san Jerónimo al leer la Respuesta. En esas páginas está el sosegado discurrir de los días con el canto de los Salmos en el coro, las visitas

de los grandes personajes de la corte, los regalos. Está el trabajo de la cocinadlas niñas que jugaban en el patio con sus trompos y alfileres, los cantos y la música de las hermanas que ensayaban en los momentos de recreo. Y está sor Juana, con sus meditaciones y sus libros. En esos m om entos ell que se esforzaba por levantar murós i le silencio a su alrededor, no tenía más testigos que sus libros. Nunca supo, dice ella, lo que era la voz viva de un maestro, 111 las ruidosas discusiones dé los condiscípulos.. Sólo los libros la ponían en contacto con los grandes pensadores y le ofrecían la sabiduría que ella buscaba. El tintero era la hoguera en que se consum ía, in ten tan do en con trar la form a de exp resar sus pensam ientos 2 ’ Así fueron surgiendo los poemas, las comedias y los villancicos.j los autos sacram entales. Así fue reco rrien d o el cam ino de su vida. Ni siquiera el sueño dé la noche ponía término a tanto esfuerzó. La im aginación continuaba entonces el trabajo y Encontraba relaciones entre las imágenes que había contemplado durante el día. Sor Juana conoció la sorpresa de la intuición, ese repentino aparecer de soluciones buscadas duranie m ucho tiem po Sin resultado.. Las mismas; energías inconscientes com pletaban el trabajo y seguían la dirección del esfuerzo continuado. Consiguió esa difícil unificación de todas las facultades, poniéndolas al servicio de un ideal. Es la tensión del artista y del filósofo, siempre en busca de Cosas nuevas, 'lodo lo que no sea la obra ele arce o lá verdad queda en un segundo plano de preocupación. Se rom pen todas las ataduras para conseguir la libertad del espíritu, dispuesto a volar a las alturas -L P ero esto no: se consigue sin lucha y sacrificio.

Que mi tintero es la hoguera donde tengo que quemarme. Romances i 16 ). Que no soy término ya de relaciones vulgares, ni ha cíe cansarme el pariente ni molestarme el compadre. Romances (l.'p. 146).

A las dificultades y renuncias de la misma vida intelectual se añadieron las persecuciones y censuras 2i\ Los médicos, la superiora ingenua, el confesor, el mismo Obispo de Puebla, los envidiosos... ¡Qué coro tan unísono de voces condenando su afán de saber y sus estudios! Pero nada pudo convencer a sor Juana. ¿Qué podían significar para ella las razones que esgrimían? Eran tan débiles, que el mismo viento las disipaba. ¿La salud? Gastaba más energías en sus reflexiones que en la lectura de los libros. ¿Que era mujer? Los hombres 110 por serlo eran ya sabios, como ellos creían. ¿Que ponía en peligro su salvación? Las cosas son participación de las perfecciones de Dios y su estudio, lejos de apartar de El, a El conduce. ¿La envidia? Era tan antigua como el mundo. Llay que reconocer, sin embargo, que 110 todo fue condenaciones y reproches. La sincera amistad de don Carlos de Sigüenza y Góngora, el sabio profesor de la universidad, los elogios que desde España o Perú le llegaban2(>, los aplausos y el apoyo de los virreyes tuvieron que significar una fuerza que la ayudó en medio de las dificultades. Pero, puesta a valorar los elogios y los reproches, pesaron mucho más éstos y representaron el mayor obstáculo al que tuvo que enfrentarse 27. Es muy frecuente desde Lombroso asociar el genio con alguna especie de neurosis, y sor Juana no podía librarse de esta sospecha. Sin embargo, el desajuste que se dio entre ella y la sociedad de su tiempo no se debió a desajustes psicológicos ni a defectos de su personalidad, sino a la superficialidad y a los prejuicios de una época que no podía comprender ese raro ejemplo de profundidad 25

20

W

“No quiero decir que me han perseguido por saber..., sino sólo por­ que he tenido amor a la sabiduría”. Respuesta (IV, p. 457). Era de mi patria toda el objeto venerado de aquellas adoraciones que forma el común aplauso. Los empeños de, una casa. (IV p. 37), “Entre las flores de esas mismas aclamaciones se han levantado y des­ pertado tales áspides de emulaciones y persecuciones, cuantas no podré contar... ¿Qué me habrá costado resistir esto? ¡Rara especie de martirio, donde yo era el mártir y me era el verdugo!” Respuesta (IV, p. 452).

y de consagración al estudio. Iioy conocemos bien esa época de corridas de toros, de enredos cortesanos y de discusiones verbales gracias a los estudios de Irving A. Leonard, Octavio Paz y otros investigadores que se esforzaron en penetrar el espíritu barroco y el ambiente de la Nueva España. Poco podía esperar sor Juana de su tiempo y de la época en que vivió. Pero, ¿hubiera podido esperar más de nuestro tiempo? Se usaría otro lenguaje; el juicio sería el mismo. Ludwig Pfandl explica el afán de saber y la capacidad de estudio de sor Juana como “una fuerza de represión y de sublimación de base neurótica”. Nos presenta a una sor Juana “desesperadamente atrapada por su neurótica actitud frente al otro sexo, al cual debía pertenecer y al que tiene que odiar, puesto que no puede formar parte de él”. Cortarse el cabello como castigo por no haber realizado la tarea que se había propuesto, querer vestirse de hombre para poder ir a la universidad, criticar al famoso predicador P. Vieyra, aspirar a estudiar teología, 110 serían más que manifestaciones de esa neurosis. Sor Ju an a diría que “hay razones para tod o”, aun para considerarla a ella así. Pero eso no quiere decir que renunciara a ser mujer ni al estudio, onsideraba el saber como un derecho de la inteligencia y “la inteligencia no tiene sexo”. Querer irrumpir en un campo tradicionalmente reservado a los hombres es valentía y audacia. La historia se ha encargado de darle la razón. ¿Quién puede asombrarse hoy de que la mujer estudie, critique o realice obras de arte? No se puede negar que la cultura ha sido siempre predomi­ nantemente masculina, y así era en el tiempo de sor Juana. Pero la mujer ha sabido defender sus derechos y cada día está más presente en esa tarea de humanizar el mundo. Cultura no es sólo producir bienes y dominar las fuerzas de la naturaleza. Es tam­ bién, como creía Freud, relaciones humanas, sociedad, amor, y ahí se hace imprescindible su presencia. Cuando Aristóteles decía al principio de su metafísica que el hombre por naturaleza desea saber, no hacía distinciones entre el hombre y la mujer. Saber es una exigencia de la naturaleza ra­ cional y en ese nivel se coloca sor Juana. “¿No soy yo gente? ¿No es forma racional la que me anima?” ¿Por qué la sociedad va a impedir lo que es privilegio y exigencia de la naturaleza? Si otras

mujeres: no lian p odido superar los obstáculos y aceptaron resignadamente las tareas que les imponían, ella no se «a a someter tan fácilmente. Sólo con mujeres así sé fueron abriendo los caminos para una presencia dé la mujer en la cultura. ¿Neurótica# Ño hay que olvidar que las fronteras entre lo normal y lo anormal, aquí como en otros campos, las señalaron los hombres.

3.- La actitud filosófica El deseo de saber de sor Juana Inés no p o d ía contentarse con el estudio de una p a n e ele la realidad. Aunque reconoció la autonom ía de las ciencias dentro d e sus propios lím ites, :á ella, le in teresab a, la visió n t.ota.1, más a llá dé c u a lq u ie r especialización por profunda que finara* Esto, no le im pidió preocuparse por los distintos cam pos del saber. Estaba con vencida de que s ó l o :im\ recogiendo los datos que la ciencia le ofrecía, podía llegar á.un conbcim iéñto intégrador y profundo del m undo. Podía también llegar a conocer y a: entender m ejor kí teología. Esto últim o pudo ser una excusa Frente a los que la acusaban de dedicarse a laS ciencias humanas'. En todo ceís Ó, lo que de verdad le interesaba y atraía ¡eran esas ciencias, donde podía m overse con toda libertad. fío se trataba, pues, dé conocer y acumular datos indiscrimi­ nadam ente. El conocim iento debe obedecer 3 una dirección determinada y servir a los fines-de la vida. El mismo saber puede serun vicio y necesita, como el árbol, unaóonstante poda de ramas inútiles, si se quiere que dé frutos abundantes"'. Ludwig Pfandl ve también aquí un sintonía de neurosis, pues cree que sor Juana “estudia sin finalidad ni selección, a tontas.y a locas, las más diversas cosas y todas ál mismo tiempo, y lo hace de modo Confuso. Ninguna rama del saber la absorbe exclusivamen te M

S i cu lta m a n o lio im pide c re c e r al á rb o l co p ad o , q u ita la su b stan cia a l fru to la lo cu ra de le s r a n io s .

¡lonjam es (I, p. 7),

o ¡,i aü.ic en su máximo grado; le agrada sólo aprender a investigar, a instruirse v atestarse la tJÜSft/a t'o'ji C orgciim entóf bastante, generales para complacerse a sí mi-ma" Una f i a más, “hay razon es p ara to d o ” ... La an to fo n n a ció n lícita co n sig o esa

d Sfero ^r ' J t ar í a isconoae3'):p. 11G. 3.0 ' Yo di' m í puedoíasegurar qué lo que no entiendo en Un atuor.de una facultad lo sueló.eHteiider-'cíi otro de ótisí que parece n)uy:disKtüfe”, fc é iftiié t t á (IV, p, '150). 1 "E ran tan mis co'g*®tton.es, qiiftíKíiisuniían más esp íritu 'en un cu ait# -de lio ia, q ü e'el estudio de los libros en cuat ro días’’. I ’í::¡aa:Jí! í IV, p. Í60.).

problemas. Sabe que la realidad es demasiado extensa y renun­ cia a enfrentarse con ella en toda su universalidad. La ciencia es el estudio de un con ju n to de fenóm enos en un nivel determ inado y dentro dé unos límites de inteligibilidad. No puede ir más allá de sí misma. Sor Ju an a no se quedó, en ese nivel del conocim iento. Aspi­ raba al conocim iento de todas las cosas, sabiendo que todas ellas salen de Dios y participan de sus perfecciones. Ella aspi­ raba a conocer los divinos misterios a través de las cosas y de los acontecim ientos de la vida. H eredera aquí de la tradición medieval y escolástica, ve uná continuación progresiva en el conocim iento y cree que a través de él puede elevarse a las realidades trascendentes De otros puntos del horizonte le venían vocés que le prom e­ tían llegar al conocim iento de los secretos del mundo. Sor Ju an a, com o muchos en su tiempo, creyó, en una revelación paralela a la Biblia; revelación que se encontraba en los sabios antiguos, sobre todo, ele Egipto. Vagas promesas de llegar a la verdad a través de signos que:.5e pueden encontrar en el mundo y principalmente en los astros. La armonía celeste era un reflejo de la. arm onía divina. Sor Ju an a recorrió también ese camino y se dejó llevar por ésas promesas. No se vio atada ni por la urgencia del tiempo, ni por las exi­ gencias de una disciplina o examen, ni por la solución de pro­ blemas inmediatos o intereses materiales 'i‘i. En éste aspecto, pudo disfrutar de una total libertad de espíritu, extendiendo su mirada por el vasto horizonte del mundo y del pensamiento de los hombres. Estudió por amor a la verdad, “por ignorar menos*’. Ni siquiera se proponía escribir’© enseñar a otros. #2

Dibujo de su luz era con primoroso artificio el orden de los planetas, el concierto de los signos. El Divhío Narciso (III, p. 92). =1® “Como no tenía interés que me moviese, ni límite de tiempo que me estrechase el continuo estudio de una cosa por la necesidad de los:grados, casi a un tiempo estudiaba diversas cosas o dejaba unas por otras”. Respuesta (IV, p.449).

H eredera también de la tradición platónica, no podía sor Ju an a olvidar el camino del amor. También a través de él se puede ascender al conocim iento de la suprema belleza. Para ella, el conocim iento no era la fría relación teórica entre sujeto y o b je to . El c o n ta c to con la re a lid a d , a trav és de sus meditaciones hacía que se borrasen las distancias e incorpora­ ra los objetos a su propia vida. Ahí es donde surge la intuición del artista. El mundo se convierte en una prolongación de la subjetividad o, al revés, la in te rio rid a d se llen a de las resonancias del m undo. Los poetas “hacen retablos de sus duelos, pensando que pintan los cielos”. El artista y el filósofo que llegan a tener ese conocimiento por connaturalidad, ven las cosas de otra m anera. Viven en un constante intercambio. Por eso, “la facultad de crear nunca se nos da sola. Va acompañada del don de la observación”'14. Y también del don de la reflexión. Se trata de mirar hacia dentro y hacia fuera, descubriendo las múltiples correspondencias del mundo exterior en la conciencia. S orju an a amó las cosas de este mundo. Se movía entre ellas con la naturalidad del jardinero entre las flores. Dialogaba, pre­ guntaba, trataba de descubrir sus secretos. El mundo era algo vivo, que participaba de las pasiones humanas, del amor que une y del odio que separa. Amó a todos, a los pobres como a los virreyes, a los esclavos como a los sabios. Todos están presentes en sus obras. Disfrutó de amistades sinceras. Amó a sus herm a­ nas en el convento que buscaban su trato y su conversación. A veces, acusa a los hombres necios o se burla de los orgullosos, pero todo termina en ironía y risas. Sólo así, amando, se puede llegar a la verdad. Sor Juana re­ conoce que tenía un espíritu conciliador y le repugnaba todo lo que le parecía contradecir a alguien 35. Aun así, se atreve a con­ tradecir al P. Vieyra, porque, por encima de la autoridad o de la fama, estaba la verdad. Por eso reconoce en los demás el derecho a disentir de ella ‘M.

34 35 36

Igor Strawinski, Descubrir lentamente. En El silencio creador, p. 121. Cf. Carta Atenagórica (IV, p. 412). Cf. Respuesta (IV, p. 469).

Así es como pudo llegar a tener una visión unitaria del mundo. Supo recoger de la tradición esas verdades que se van repitiendo como patrimonio de la humanidad y que constituyen la filosofía perenne de que habla Leibniz, y las incorporó a su pensamiento. No se quedó en las contradicciones o errores, que, con frecuencia, son resultado de puntos de vista demasiado particulares o de prejuicios propios de una época. Intentó siempre ir más allá, cayendo a veces en sincretismos difíciles de justificar. En efecto, no se puede negar la parte de eclecticismo que hay en su obra. El espíritu conciliador de sor Juana -"siempre el que censura y contradice / es quien menos entiende lo que dice”- y su formación autodidacta la llevaron a admitir elementos extraños que en otros hubieran llegado a errores peligrosos. A sor Juana la salvó su intuición poética y su respeto a las enseñanzas de la fe. Consigue una visión del mundo más allá de elementos dudosos o claramente erróneos. Esa visión se va desarrollando de abajo a arriba, partiendo de las cosas singulares para elevarse a consideraciones cada vez más generales y universales. Es otra característica del espíritu filosófico. Si, como ella dice, lo que le interesaba era estudiar y entender la teología, este conocimiento teológico 110 aparece en sus escritos sino en contadas ocasiones. Aun cuando el tema sea sagrado, las consideraciones son casi siempre profanas. En una época, en la que la mirada del santo Oficio estaba presente en todas partes, hubiera sido demasiado atrevimiento en una monja el ponerse a escribir sobre asuntos teológicos. (Al menos eso es lo que ella dice). Ese peligro no existía para las cosas profanas. Ahí se sentía totalmente libre, pues una herejía contra el arte no le impedía comulgar u oír misa 7. También ella, como Góngora, prefería ser condenada por superficial que por hereje 38.

^/

• !,s

“¿Cómo me atreviera yo a tomarlo en mis manos (las cosas sagradas), repugnándolo el sexo, la edad y sobre todo las costumbres? Y así con­ fieso que este temor me ha quitado la pluma de la mano y ha hecho retroceder los asuntos hacia el mismo entendimiento de quien querían brotar; el cual inconveniente 110 topaba en asuntos profanos, pues una herejía contra el arle no la castiga el santo Oficio, sino los discretos con risa y los críticos con censura”. Respuesta (IV, pp. 443-444). “Si mi poesía no ha sido tan espiritual como debiera, mi poca teolo-

Eso explica su constante rebelión contra la autoridad cuando se trataba del conocimiento. En teología, la autoridad tiene un lugar preponderante, porque, en último término, se trata de un conocimiento revelado. En cambio, el criterio de verdad en las ciencias o en la filosofía es la adecuación con la realidad. Ahí no hay más autoridad que la evidencia. Si muy pocos en la época de sor ju an a entendieron esto, ella no tenía la culpa. Durante muchos siglos, la Iglesia había sido la depositaría de la verdad y de la ciencia, y era natural que todos los conocimientos estuvieran al servicio de la teología. Cuando se descubrieron nuevos métodos y las ciencias empezaron a tener autonomía, se veía con recelo ese esfuerzo de querer conocer el mundo sin más luz que la de la inteligencia. Hoy, cuando han desaparecido esos recelos y la misma Iglesia ha reconocido el valor y la autonomía de las realidades de este mundo, podemos comprender mejor el espíritu de sor juana Inés. Podemos entender también sus vacilaciones y sus temores. En última instancia, sucumbió a las exigencias de su tiempo y no se atrevió a dar el paso definitivo hacia el pensamiento moderno, que otros ya habían dado. Se quedó en la frontera. Con sus intuiciones parece a veces entrever los tiempos nuevos. Pero muy pronto retrocede hacia las zonas seguras de la tradición. En todo caso, queda el gesto rebelde contra las imposiciones y la defensa de la libertad de pensamiento. Es lo que le trajo la mayor parte de las dificultades con que tuvo que enfrentarse, y por eso su testimonio es más valioso: responde a una convicción interior que nadie pudo destruir.

4.- El silencio final Los cuatro últimos años de la vida de sorjuana transcurren en un misterioso silencio. Son años de plenitud, de revisión, de vida gía me disculpa, pues es tan poca, que he tenido por mejor ser conde­ nado por liviano que por hereje”. Góngora, cit, por J. Torri» La literatura española (México, 1969), p. 263.

interior. Años también de luchas, en los que se hacen más insistentes las presiones que sobre ella siempre se habían ejercido. Si se exceptúa la Respuesta al Obispo de Puebla, algún poema, los villancicos a santa Catalina y unos Ejercicios piadosos, no se sabe que en estos años haya escrito más. En febrero de 1694 celebra sus bodas de plata como religiosa y renueva la profesión. “Yo, la peor del mundo”, escribe con su sangre. Las cosas ya no eran como antes. Para México son años de malas cosechas, de rebeliones, de hambre y de peste. S orju an a vende casi todos sus libros, probablemente a instancias de don Francisco de Aguiar y Seijas, el terrible arzobispo que daba gracias a Dios por haberlo hecho miope para no ver a las mujeres, y que había amenazado con excomunión a las que se atrevieran a entrar en su palacio. Podemos imaginar el dolor de sorjuana al ver salir del convento a los criados del arzobispo con sus libros. Habían sido sus compañeros, los mudos caracteres sin alma que la habían acompañado toda la vida. Ahora todo había cambiado. A su alrededor, todo hablaba de la muerte. Era el momento de mirar hacia atrás, de repasar la vida y aprovechar el poco tiempo que quedaba 30. Sus mejores amigos habían muerto o estaban lejos. Mucho antes, sor Juana había escrito de un retrato suyo que no era más que vanidad. “Es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”. Así era la vida ahora. Era la noche del espíritu, esa última purificación de las almas grandes. Estaban ya muy lejos los años de la niñez, las comedias de enredos, los sonetos de amor. Eran apenas un recuerdo las fiestas de la corte, los premios, los aplausos. Todo quedaba lejos, perdido en la bruma del pasado. Vivir ahora era luchar con la muerte, inclinarse sobre el dolor de sus hermanas y esperar. Por fin, la peste que diezmaba a la comunidad la alcanzó a ella misma. S o rju a n a Inés de la Cruz muere el 17 de abril de 1695, a las cuatro de la mañana. La noche huía “con sus negros escuadrones”

39

Queriendo ajustar de prisa lo que espacio he cometido, repasaba aquellas cuentas que tan sin cuenta he corrido. Romances (I, p. 34).

y salía el sol inundando con su luz el horizonte. Sor Juana des­ pierta para siempre en la eternidad. El silencio de estos últimos años de sor Juana constituye uno de los interrogantes más misteriosos al que tratan de responder todos sus biógrafos. ¿Conversión? ¿Renuncia a su afán de saber? ¿D errota? ¿Inestabilidad psicológica? Imposible saberlo. La respuesta más lógica debería ser también el silencio. Unicamente cabe señalar algunos hechos que pueden resultar esclarecedores. En el año 1690 aparece la crítica de sor Juana al Sermón del Mandato del P. Vieyra. En noviembre de ese mismo año, recibe la carta del Obispo de Puebla, bajo el seudónimo de sor Filotea de la Cruz, en la que se le aconseja que se dedique a las letras sagradas. El día 1 de marzo de 1691 contesta sor Juana con su Respuesta, en la que se defiende de las veladas acusaciones del Obispo. Todavía en 1691 aparecen los villancicos en honor de santa Catalina y se cantan en la catedral de Oaxaca. Después, el silencio. En 1694 vuelve su confesor Núñez de Miranda, que se había retirado desde hacía dos años, y sor Juana hace una confesión general. Sor Juana se somete a penitencias exageradas (tanto, que tiene que intervenir su confesor para detenerla). El 17 de febrero de 1695 muere el P. Antonio Núñez de Miranda. Fuera del convento, hambre, peste, tumultos, quema del palacio del virrey, castigos públicos a los amotinados, inseguridad y miedo. Las monjas no tenían otro refugio que las procesiones y flagelaciones de que hablan abundantemente las crónicas de aquel tiempo. ¿Qué pasó en el alma de sor Juana en estos cuatro últimos años? A la luz de la filosofía hay una palabra que podría resumir ese período de su vida: autenticidad. Mientras duraron los aplausos y las aprobaciones era fácil vivir y dejarse llevar. Las críticas eran sombras que pronto se desvanecían. La misma muerte se convierte enjuego y burla, cuando el peligro ha pasado. Había escuchado las tijeras de las Parcas, le decía a Fray Payo Enríquez cuando le pide la Confirmación, pero la muerte no tenía todavía dominio sobre ella. Ahora era diferente: la muerte estaba presente cada día. ¿Para qué ser poeta en un tiempo de penuria?, se preguntaba Hólderlin. En un mundo desamparado -contesta Ramón Xirau-,

el poeta tiene por destino penetrar en el fondo de la negatividad o ver -por primera vez- lo sagrado 40. La belleza y la verdad anuncian otra presencia; se hacen transparentes y se abren al misterio. Mientras el poeta se dirige a la Palabra, el místico tiende al silencio 41. El silencio final del poeta es un silencio de vencido, dice A. Béguin: el de los místicos es la paz del que ha alcanzado el término de su aventura. El silencio de sorju an a es el silencio de los poetas y de los filósofos. Por otra parte, ¿a quién podría hablar, para quién podía escribir? S o rju a n a no creía haber escrito ninguna “obra inde­ cente”. En ese aspecto no tenía de qué arrepentirse. Pero, ¿de qué le servían ahora las “letras profanas”? Si es para vivir tan poco, se repetiría a sí misma, ¿de qué sirve saber tanto? Las voces de los que le aconsejaban dedicarse a otros estudios se hacían cada día más insistentes. Quizás por su mente pasó la sombra de la duda: ¿y si se había equivocado? La angustia, como decía Sartre, es el signo de la libertad. S orju an a había defendido con todas sus fuerzas la libertad de pensam iento y había vivido el proyecto que ella misma se había formado. Esto no excluía las dudas en las que sor Juana vivió, com o ella misma confiesa. Ahora sabía, como dirá Albert Camus, que la libertad no es algo que se festeja con cham paña. Puede sonar esto demasiado a existencialismo, pero el poeta y el verdadero filósofo son siempre existencialistas. Se plantean la vida y la muerte como algo personal, con un sentido único e irrepetible. S orju an a misma se planteó el problema de la exis­ tencia auténtica: no es lo mismo vivir que durar. Llegaba la hora de aligerar la nave, arrojando el peso inútil al mar embravecido. ¿Qué consideró entonces inútil sorjuana? A la hora de mirar hacia atrás, de “repasar las cuentas que tan sin cuenta ha corrido”, ¿qué quedaba de su vida? No se habían cumplido las promesas. El conocimiento humano da la verdad a medias. El mundo se había convertido en un espejo más que en un camino. Lo visible es reflejo de lo invisible, pero a veces no 40

Cuatro filósofos y lo sagrado (México, 1986), p. 52. Ra'issa y Jacques Maritain, o. c. , p.90.

hace más que reflejar la imagen de uno mismo, con sus sombras e interrogantes. Inevitablemente viene al recuerdo el silencio y la muerte de otro filósofo, que vivió muchos años antes que sor Juana, pero que estuvo siempre muy cerca de su pensamiento. Cuando santo Tomás de Aquino estaba escribiendo su obra cumbre, la Suma teológica, de repente se sumerge en el silencio más absoluto y renuncia a escribir. No bastaron los ruegos y las súplicas de sus secretarios y amigos. Los últimos meses de la vida de santo Tomás están envueltos en el misterio del silencio. La causa no fue la peste, ni el cambio de las circunstancias externas, ni las críticas. Fue la insignificancia de las verdades humanas ante el esplendor de la Verdad. Un esquema racionalista que intente explicar la vida cíe sor Juana y, sobre todo, estos últimos años de silencio, parece al menos insuficiente. Hay frecuentes elementos ambiguos en la vida de esta monja y en su pensamiento que aconsejan prudencia y despiertan temor cuando se trata de establecer conclusiones o de hacerjuicios. Con frecuencia, los biógrafos han ido a los extremos. Para unos, la vida de sor Juana es un constante caminar hacia las alturas de la experiencia mística, a la que llega precisamente en estos últimos años. Otros se quedan en un nivel más humilde, tratando de explicarlo todo con elementos psicológicos o sociales, poniendo entre paréntesis la fe. ¿Dónde está la verdad? No es posible saberlo, al menos con certeza. Se pueden considerar los distintos elementos que estu­ vieron presentes e influyeron en la vida de sor Juana: elementos psicológicos, sociales, históricos y religiosos, pero queda siempre el margen de la decisión personal y de la libertad. Para un cristiano, queda además la gracia y el misterio del amor de Dios. Desde que en 1926 Dorothy Schons trató de explicar el si­ lencio de sor Juana en los últimos años y su renuncia a la activi­ dad intelectual como consecuencia de los conflictos entre el obispo de Puebla, Fernández de Santa Cruz, y el de México, Aguiar y Seijas, otros autores han tratado de seguir esta línea aportando nuevos datos 4‘2. El silencio de sor Juana no se debería a una 42

Cf. Josc Pascual Buxó, Sor Juana Inés de la. Cruz: amor y conocimiento (UNAM, Instituto Mexiquense de Cultura, 1996), pp. 81 y ss.

conversión, com o indicaba su prim er biógrafo, sino a una imposición del arzobispo de México y a los consejos del obispo de Puebla. S o rju an a habría sido víctima de la enemistad de esos dos prelados e instrumento de una secreta venganza por parte de Fernández de Santa Cruz, quien habría publicado la crítica al sermón del P. Vieyra (Carta atenagórica) para atacar a Aguiar y Seijas y a sus amigos los jesuítas. ¿Razón? Su aspiración al arzobispado de México, frustrada por el nombramiento de Aguiar y Seijas, a quien los jesuítas apoyaban. La historia que tratan de tejer Darío Puccini y Octavio Paz sería divertida si no fuera trágica. Hacer de sor Juana la víctima inocente de las intrigas de prelados y del poder eclesiástico se acomoda muy bien a esquemas muy de moda en ciertos ambientes, pero no concuerda con la realidad. Les toca a los historiadores aclarar los datos que en esa historia se manejan, pero hay elementos suficientes por lo menos para dudar de esa historia. Por otra parte, lejos de ensalzar la figura de sorjuana, lo que se consigue es rebajarla hasta unos límites en los que aparece como un ser débil, inestable psicológicamente, derrotado. Sor juana no se dejaba vencer tan fácilmente. No le importó que su confesor se apartara de ella, y eso que Núñez de Miranda era oficial de la Inquisición. A los consejos de Fernández de Santa Cruz de que abandonara las letras profanas y se dedicara a cuestiones más teológicas, contesta con la defensa más apasionada de los derechos de la mujer (sin duda está contestando también a otras acusaciones) y de la libertad del conocimiento. Parece contradictorio que Fernández de Santa Cruz publique la crítica de sorjuana al sermón del P. Vieyra y al mismo tiempo le aconseje dedicarse a estudios de teología. La crítica era preci­ samente eso, una cuestión de teología. Desligarse de sor Juana, con la que había mantenido una sincera amistad y lanzarla en contra de Aguiar y Seijas y de los jesuítas (como afirman Puccini y Octavio Paz) sería, por lo menos, cruel. Fernández de Santa Cruz no era un obispo antiintelectual 43. Si aconseja a sor Juana que abandone las letras profanas, no es 43

Cf. Kathleen A. Myers, La otra Juana y la otra Respuesta a Fernández de Santa Cruz. En Coloquio internacional Sorjuana Inés de la Cruz y el

por las razones que otros habían repetido muchas veces: que no convenían a sor Juana por ser mujer y monja o por el peligro de orgullo y de vanidad. A sor Juana no le costó mucho refutar esas razones. El obispo de Puebla hace una referencia a la cultura de Egipto, que puede resultar esclarecedora. ¿Por qué Egipto? Se creía que el Corpus hermeticum había tenido origen precisamente en ese país en tiempos muy antiguos. (Iierm es habría sido contemporáneo de Moisés). Marsilio Ficino lo había traducido en 1471 y sólo mucho más tarde se demostró que esas doctrinas herméticas pertenecían a los primeros siglos del cristianismo. Sor Juana, como muchos en su tiempo, se sintió atraída por la mitología y la astronomía egipcias. Veía ahí una sabiduría muy cercana a la Biblia. Fernández de Santa Cruz le dice en su caria que “toda la sabiduría de Egipto cuanto más penetraba los movimientos de las estrellas y los ciclos, pero no servía para enfrenar los desórdenes de las pasiones. Toda su ciencia tenía por empleo perfeccionar al hombre en la vida política, pero no ilustraba para conseguir la eterna” 44. Sor Juana debió entender muy bien la insinuación del obispo. Hubiera preferido el silencio, pero tres meses después responde tratando de justificar su dedicación a los estudios profanos. Si no estudia teología, es porque no se siente preparada “ni quiere ruidos con el santo Oficio”. Su inclinación a las letras ni es mérito ni culpa, ya que es algo que se confunde con su misma naturaleza. Pero en la respuesta deja asomar su inseguridad: “vivo siempre tan desconfiada de mí, que ni en esto ni en otra cosa me fío de mi juicio” 4a. Por ninguna parte aparece la renuncia o la abjuración, ni si­ quiera el arrepentimiento. El conocimiento de las ciencias y de la filosofía conduce a Dios. Hasta “las Sibilas fueron elegidas por Dios para profetizar los principales misterios de nuestra fe”. Y sería “menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales, de los divinos misterios”.

44 4!>

pensamiento novohispano (Instituto Mexiquense de Cultura, 1995, pp.295-310). Carta de sor Fdotea de la Cruz (IV, p.694) Respuesta (IV, p.460).

Quedaba así justificada su dedicación al estudio de las ciencias humanas. Pero sorju an a no habla de los resultados que a través de esas ciencias había obtenido. Ahí parece estar de acuerdo con el obispo. Cuando en Primero Sueño descubre que en la cumbre del sueño no se ve más que “la maquinosa pesadumbre” de las cosas, está reconociendo la insuficiencia de “los medios naturales”. Se pueden conocer “los movimientos de las estrellas y los cielos”, como decía el obispo; nada más. Pero sor juana aspiraba a algo más que no pudo encontrar por esos caminos. Es verdad que la crítica al sermón del P. Vieyra levantó algún revuelo. Sorjuana simplemente se sorprende de esto. Si la Iglesia no le prohibía expresar su opinión, “¿por qué se lo iban a prohibir otros?” ¿Por qué ella iba a ser menos libre que el famoso predicador al apartarse de las opiniones de san Agustín y santo Tomás? Ni el tem a del serm ón ni el atrevim iento de la m onja eran tan importantes como para descubrir ahí una venganza contra Aguiar y Seijas, el amigo del P. Vieyra. Parece que el predicador portugués ni siquiera se enteró de esa crítica. Pero puestos a imaginar, se puede imaginar todo: hasta que sor juana trató en esa crítica de la controversia de la gracia eficaz y suficiente, y que se inclinó por la opinión de san Agustín, por lo que alguien la acusó de hereje... No llegaban hasta ahí los conocimientos teológicos de la monja, ni nunca se hubiera atre­ vido a intervenir en la famosa controversia “de auxiliis", que por ese tiempo dividía a los teólogos. Queda el “terrible” arzobispo Aguiar y Seijas. Para ver el de­ samparo de sor Juana, aplastada por el poder eclesiástico, nada mejor que un arzobispo loco, atormentado por la lujuria, venga­ tivo, con la obsesión de limosnero que trataba de contagiar a los demás. ¿Cómo iba a oponerse so rju an a a tal arzobispo? Vende los libros para las limosnas episcopales; promete no escribir más ni estudiar cosas mundanas; llama al confesor y le promete obe­ diencia ciega; se somete a terribles penitencias, y muere mártir de la intransigencia eclesiástica. Los contemporáneos de sorju an a 110 vieron nada de eso. Tu­ vieron que pasar 300 años para que se imaginara una historia así, sin apenas fundamentos reales. Sor Ju an a habrá sentido las

presiones reformistas del arzobispo, como las sintieron las demás monjas. ¿Hasta dónde llegaron esas presiones? No es posible saberlo. En los tres meses ((110 van desde la carta de sor Pilotea de la Cruz a la Respuesta, sor Juana meditó en silencio lo que el obispo de Puebla le decía. ¿Qué quedaba de tantas horas dedicadas a la filosofía, a las “ciencias curiosas”, como decía el obispo, a las “letras humanas”, al deseo de saber? Las dudas venían ya de antes, como se ve en Primero Sueño.

EL HOMBRE Y EL MUNDO

Todos los hombres tienen su propia visión del mundo en que viven. Más amplía o más estrecha, en esa visión caben todas las cosas que cada uno necesita para su vida. El hombre, como la humanidad entera, empieza siendo un centro consciente que va ampliando su horizonte cada vez más, y en esa tarea parece que no existen fronteras definitivas. Se puede descubrir un cierto paralelismo entre la perfección del ser y la amplitud del horizonte en que ese ser se mueve. Mientras las cosas únicamente pueden ponerse en contacto físico con lo que las rodea y lo mismo sucede con las plantas en el grado más imperfecto de la vida, el animal ya no vive exclusivamente en una dependencia física: tiene un mundo de recuerdos y de imágenes, que le da una amplitud y un grosor que las demás cosas no tienen. La memoria le da la posibilidad de mirar hacia atrás y de aprovechar las experiencias, y la fantasía, de alguna manera, le adelanta ya el futuro. “Conocer es ser más”, decía sor Juana: es encumbrarse en la escala de los seres. Por eso, en el hombre la amplitud del hori­ zonte en que vive es infinitamente mayor gracias a su inteligencia. No solamente extiende su mirada en las dimensiones del espacio y del tiem po; penetra en otras dimensiones y avanza hasta encontrar las explicaciones últimas. Al menos, eso es lo que intenta. Tiene la capacidad de descubrir en un mundo aparentemente desorganizado secretas simpatías y lazos ocultos, que lo unifican todo en una unidad superior.

El camino mejor para conocer a una persona o una época de la historia humana es analizar la visión que tuvieron del mundo. Nadie vive de tal manera aislado, que no hunda sus raíces en la tierra que lo rodea. Aun aquellos que se han adelantado a su tiempo, lo han hecho apoyándose en las opiniones de los demás. ¿Cuál fue la imagen del mundo que tuvo sor Juana y en qué coincidía o se diferenciaba de la imagen que tuvo la época en que vivió? Según Dilthey, se pueden distinguir tres tipos de visión del mundo. El primero es el naturalismo, con estas características: sensismo epistem ológico, materialismo, voluntad de goce y reconciliación con el curso omnipotente del mundo mediante la sumisión a él en la observación metódica de sus fenómenos. El segundo tipo es el llamado idealismo de la libertad, que destaca del mundo físico como realidad independiente y autónoma lo espiritual, oponiendo la idea a la naturaleza inerte y opaca; la actividad autónoma y libre, frente al determinismo físico. El tercer tipo -y éste es el que nos interesa- es el idealismo objetivo, caracterizado por una actitud extática y contemplativa del mundo, por la simpatía hacia él a través de una concepción unitaria, armónica y poética, intentando descubrir un sentido profundo que explica la apariencia múltiple y contradictoria de las cosas. “El idealismo objetivo, dice Dilthey, pretende poner como base de explicación del universo el nexo del espíritu; por ello, es idealismo objetivo toda filosofía que señala en la realidad externa un nexo espiritual y trata de hacer por medio de éste inteligible el sentido de aquella realidad”1. La visión de sor Juana tiene muchas de las características de este tercer tipo. Naturalmente, se trata de un esquema y caben dentro de él muchas modalidades: desde el idealismo absoluto hasta el idealismo cristiano, por llamarlo de alguna manera. Lo cierto es que para sor Juana el mundo constituye el gran escenario en el que se desarrolla la vida del hombre, con sus tragedias y sus triunfos. Las cosas no son simples espectadores, alejados y mudos; intervienen de una manera activa en la historia humana. Hay un constante intercambio de sentido entre el hombre y el mundo, de tal modo que no se podría entender el uno sin el otro. 1

Cf. Luis Martínez G., ¡ j o s tipos de Weltanschaung en Dilthey. Pensamiento 8 (Madrid, 1952), pp. 5-30.

El cielo es el reflejo del alma, con su luz y sus oscuridades; el hombre es un resumen de la realidad exterior 2. Una fuerza misteriosa -sorju an a la identifica con el amor- va uniendo los elementos que un día formarán el organismo humano. Pero lo importante en el hombre es el espíritu, participación in m aterial clel Ser suprem o 3, m ediante el cual las cosas encontrarán una unión todavía más estrecha a través del cono­ cimiento. Así, pues, el hombre es el punto privilegiado, desde el que se puede contemplar el mundo. Y, mediante esta contemplación, él mismo se convierte dos veces en resumen y compendio de todas las cosas: en su naturaleza y en su inteligencia. “Compendio misterioso, bisagra engarzadora”, como dice sorjuana. Horizonte y confín de la materia y del espíritu, había dicho antes santo Tomás. Todavía cabría hacer otra distinción. Mientras unos -pense­ mos en los científicos- viven volcados sobre el mundo exterior, analizándolo e intentando descubrir su unidad más allá de las oposiciones y diferencias, otros -filósofos y poetas- prefieren sum ergirse en su mundo interior, convencidos de que allí encontrarán el reflejo de la realidad o la realidad misma. A s o rju a n a no le interesa tanto el mundo exterior com o su propio mundo. Los muros del convento no eran tan altos como los que ella quisiera levantar alrededor de su alma. Pero ese mundo interior era tan denso y tan profundo, que de alguna m anera en él están presentes todas las cosas y todos podemos vernos reflejados en él. S orju an a escogió la soledad para entrar en esa zona interior, que es común a todos los hombres. La soledad se convierte así en comunicación e intercambio.

2

3

Si ves el cielo claro, tal es la sencillez del alma mía; y, si de luz avaro, de tinieblas se emboza el claro día, es con su oscuridad y su inclemencia imagen de mi vida en esta ausencia. Liras (I, p. 314). Inmaterial ser y esencia bella participado de alto Ser, centella. Primero Sueño, versos 293-295.

De ahí la necesidad de poner por escrito lo que pensaba, sentía e imaginaba. El artista siente que se expresa a sí mismo en sus obras, que, a su vez, se convierten en signos de un lenguaje universal. Signos de la belleza del mundo y de la interioridad del propio artista. Hoy podría parecemos medieval y anticuada la visión que sor Juana tiene del universo. La teoría heliocéntrica, la corruptibilidad de los astros o la infinitud del mundo eran conocidas y aceptadas por muchos en otras partes y aun en el mismo México de sor Juana. Por diversas razones, ella no se hace eco de esto. Sin embargo, la visión de sor Juana no es precisamente la de la Edad media. Los elementos nuevos que introduce la acercan más al modo de pensar moderno, aunque todavía quede al margen de él.

1 El hombre como microcosmos En el conjunto de las cosas que forman el universo destaca por su perfección y por el lugar que ocupa en la cumbre de la realidad un ser que resume en sí todo lo que se halla desparramado a su alrededor. El hombre es un compendio maravilloso y como la bisagra que une los distintos elementos de la naturaleza 4. En él están presentes, como partes constitutivas de su organismo, los cuatro elementos que, combinados en múltiples proporciones, dan lugar a la aparición de las cosas materiales. Es un poco de tierra, y a ella volverá un día. Es fuego, agua y aire. Tiene peso y medida, y esto le hace entrar en contacto con la realidad material de la que forma parte.

4

Compuesto triplicado de tres acordes líneas ordenado y de las formas todas superiores compendio misterioso; bisagra engarzadora de la que más se eleva entronizada naturaleza pura y de la que, criatura menos noble, se ve más abatida. Primero Sueño, versos 655-663.

Pero, además, está animado por ese soplo particular que es la vida, y resum e tam bién las form as inferiores, con sus facultades y op eracion es propias. Selecciona y asim ila el alimento com o las plantas; siente y conoce, como los animales. Pero, por encima de todo participa del espíritu, que es en él la forma que unifica y eleva a un grado superior los elementos constitutivos. Así, pues, el hombre no es una cosa más dentro del universo. Es un ser aparte, con características especiales, atendiendo úni­ camente a los elementos que lo componen. La complejidad as­ cendente que se descubre por todas partes en las síntesis de la naturaleza alcanza ahí su cumbre y prepara la unión con la reali­ dad superior del espíritu. Es, pues, un mundo en pequeño. En él se da una perfecta correspondencia con el mundo exterior. Así como en el mundo se pueden distinguir tres esferas, así también hay tres niveles en el hombre. El mundo sublunar es la zona de las mutaciones, de la materia y de los cuatro elementos. Más arriba está la esfera del sol y los planetas, cl mundo de lo inmutable. En la cumbre está el empíreo, la sede de la divinidad. No es difícil distribuir en los tres niveles las distintas facultades del hombre La idea del hombre como microcosmos aparece ya en los primeros pensadores de Grecia y se repite, con distintas finali­ dades y perspectivas, en todas las épocas de la historia l>. Si al principio se consideró al hombre como una realidad dentro del cosmos, tan misteriosa y problemática como todas las demás, muy pronto se vio que su composición misma de logos y materia lo colocaba como un ser privilegiado, reflejo del logos y materia que dan unidad e inteligibilidad al universo. Las conclusiones que de esta idea del microcosmos se han ido sacando han sido fecundas y llevaron a una mayor profundización en el conocimiento del hombre mismo y del mundo. Contribuyó, sin duda, a la visión unitaria y coherente de la realidad frente a la aparente dispersión y multiplicidad de las cosas. Hay en ellas una orientación fundamental y un sentido humano, que permite la ■ r> (>

Cf. José Pascual Buxó, o. c., pp. 127 y ss. Cf. M. Beuchot, Microcosmos y lógica. Diálogos 81 (1978), pp. 12 15. Microcosmos y ciencia . Diálogos 84 (1978), pp. 28-32.

conciliación entre el hombre y la naturaleza. Pero el hombre es un “compendio misterioso” y no es fácil llegar a conocerlo. Carlos de Sigüenza y Góngora entendía el microcosmos de otra manera. Lo refería al mundo intelectual. “Dios proveyó otro mundo intelectual -cita a Atanasio Kircher-, constituido en la mente humana, en el que está escondido todo el racional fulgor y espiritual emanación; en el cual también acumuló, a manera de epítome del mundo sensible, los grados de todos los seres del universo, mediante los cuales la mente humana, plena de fecun­ didad intelectual e impregnada de todas las especies, se extiende a la otra región del mundo intelectual, y en tal forma llega a ser universal, tanto por el alma como por el cuerpo”7. Parece insinuarse aquí el innatismo de las ideas, del que no hay rastro en el pensamiento de sorjuana. Sin embargo, también ella admite que en el hombre, a través de la fantasía, pueden reflejarse todas las cosas 8. Se abre así un doble camino para el conocimiento. Puesto que entre el mundo y el hombre se da correspondencia y analogía, se puede partir de él, analizando sus elementos e ideas para llegar así al conocimiento de la realidad. Es el camino que emprendió la filosofía moderna a partir de Descartes. Sorjuana pudo haber conocido este método en alguien más cercano a ella como era el mercedario Diego Rodríguez, quien llegó a escribir estas palabras al final de sus estudios matemáticos: “El volumen del mundo, es decir el universo todo con sus orbes y esferas musicales, sólo puede ser concebido y conocido como imagen nuestra”9. Se puede también recorrer el camino inverso: desde el mundo exterior tratar de conocer la realidad humana. Este es el camino / 8

9

Libra astronómica y filosófica (México, 1984), p. 26. Así ella, sosegada iba copiando las imágenes todas de las cosas, y el pincel invisible iba formando de mentales, sin luz, siempre vistosas colores, las figuras no sólo ya de todas las criaturas sublunares, mas aun también de aquellas que intelectuales claras son estrellas. Primero Sueño, versos 208-215. Cf. Elias Trabulse, El círculo roto (México, 1984), p. 74.

de sor Juana Inés. Para ella, el hombre no es punto de partida, sino una meta a la que se llega después de haber analizado cada uno de los elementos, desde los más humildes y "desvalidos”, pasando a los más elevados. En la escala de los seres, el hombre es la cumbre preparada por el esfuerzo de síntesis que anima a toda la realidad 10. Sin embargo, el camino no termina aquí. Si todas las cosas están orientadas hacia el hombre ofreciéndole su humilde servi­ cio y haciendo posible la vida, el hombre mismo forma parte de esa cadena que continúa y se prolonga en una síntesis todavía más misteriosa y que está por encima de toda humana comprensión. Se trata de la unión hipostática o personal de Dios con la naturaleza humana y, a través de ella, con todas las cosas creadas 11. Pie ahí otra cumbre, ahora definitiva y final. Cuando llegue la plenitud de los tiempos y se realicen los planes de Dios, la crea­ ción entera sentirá el gozo de esta presencia divina en medio de ella y rodas las cosas se verán asociadas al misterio 12. Por la misma razón, todas las cosas llorarán la muerte del Hijo de Dios y mostrarán su dolor con el mudo lenguaje de los milagros l3. 10 1'

12

13

Cf. Primero Sueño, versos 617 y siguientes. Quizá más venturoso que todas, encumbrada a merced de amorosa Unión sería. ¡Oh. aunque repetida nunca bastante bien sabida merced, pues ignorada en lo poco apreciada parece, o en lo mal correspondida! Primero Sueño, versos 696-703. Con razón, pues se compone la humanidad de su cuerpo de agua, fuego, tierra y aire, limpia, puro, frágil, fresco. Villancicos (II, p. 111). Las peñas se quebrantan, los montes se enternecen, enlútase la luna, los polos se estremecen, el sol su luz esconde, el cielo se oscurece. El Divino Narciso (III, p. 84).

Así, pues, el mundo entero participa de la vida del hombre y acuden presurosos el aire, los astros, la tierra y el cielo a celebrar sus fiestas y a cantar sus grandezas14. Otras veces participarán de la tristeza de una ausencia o de la pena de un desengaño. Son parte del destino humano. Lloran o se alegran con aquel que es su dueño y alcanzan así la realización de su propio destino. S orju an a hace una rápida alusión a un dato de fe como es la unión hipostática, que lleva consigo importantes consecuencias para el hombre. Ahora, ya no es sólo el compendio de todas las cosas, sino también el punto de unión con la Divinidad, que­ dando así superada la misma noción de microcosmos. Su digni­ dad desborda los límites de todo lo creado al ser llamado a par­ ticipar de la vida divina. Es claro, pues, el lugar privilegiado que el hombre ocupa dentro del universo. Está en la cumbre de las creaturas materiales y participa del mundo superior del espíritu. Es confín y horizonte de dos mundos, uniéndolos en la íntima unidad de su naturaleza y de su ser 15. Representa el portento mayor de las obras de Dios, quien le ha dado el poder de dominar y dar sentido a lodo 1(>. Pero, además, el misterio de la Encarnación lo eleva por encima del mismo mundo del espíritu y lo convierte en horizonte y con­ fín, ahora entre todo lo creado y el mismo Dios. Caen, por tanto, todas las fronteras, abriéndose anchos horizontes para la trascendencia. Mundanidad o temporalidad son en el hombre mínimas dim ensiones, que de ninguna m anera agotan sus posibilidades y deseos. Querer encerrarlo en esos límites es quitarle el sentido y convertirlo en un ser absurdo y lleno de contradicciones. Es verdad que sorjuana no se detiene a sacar esas consecuencias. Al menos en Primero Sueño se contenta con una visión filosófica. ■4

Loa a los años del virrey y d é la virreina

15 16

Cf. Santo Tomás, II contra. Gentes, c.68. Que para ser señora de las demás, no en vano la adornó sabia, poderosa mano; fin de sus obras, círculo que cierra la esfera con la tierra, última perfección de lo criado y último de su eterno Autor agrado. Primero Sueño, versos 668-674.

Dios es el alto Ser, el Autor, la Causa primera, el centro de la circunferencia. La alusión a la fe és fugaz, insinuada únicamente. Para entender lo que ese dato ele fe significa hay que acudir a otras obras, a los villancicos y los autos de fe principalmente. Precioso dato éste de la separación entre filosofía y fe. Sor Juana, que en otros aspectos fue conciliadora y ecléctica, aquí sabe muy bien dónde están las fronteras y las respeta. Sabe hacer poesía piadosa y profana; incursiona a veces -muy pocas- en el campo de la teología y se mueve con toda naturalidad en los conocimientos filosóficos. La autonomía y la independencia de estos campos no significa oposición o negación. Sor Juana Inés nunca lo vio así. Para ella había continuidad y armonía. És casi seguro que la idea del hombre como microcosmos le llegó, no sólo a través de la tradición cristiana y escolástica, sino también a través del neoplatonismo bajo formas de hermetismo u Ocultismo. “En el momento cié la creación, dice Rabí Isaac, el Eterno hizo al hombre a imagen de ambos mundos, el de arriba v el de abajo. Su criatura era así la síntesis del todo”17. Todavía más cerca del pensamiento -y a veces de las expresiones- de sor Juana, está la opinión de R. Fludd, para quien el universo, concebido como un todo animado, está compuesto por tres principios: la naturaleza, el hombre y Dios. Llay tres mundos: el mundo arquetipo, el macrocosmos y el microcosmos *8. Elias Trabulse y Octavio; Paz han señalado, no sólo el hecho de la presencia del pensamiento hermético en sor Juana, sino los caminos por los que le llegó ese conocimiento *?. Si no cayó aquí, al hablar del hombre como tampoco en otros cam pos, en ios errores del herm etism o o de las doctrinas cabalísticas y ocultistas, fue por el marco seguro que su fe. le presentaba. En eso consiste la filosofía cristiana: la fe no inter­ viene en el trabajo del filósofo por la búsqueda de la verdad, pero le señala unos límites que no puede traspasar. El concepto que sor Juana tiene del hombre está todavía lejos dé loS terrores que vendrían más tarde. Para ella no és una “pasión ■•

1!*

A-D. Grad, Libro de fas principios cabalísiiégs (Madrid, 1979), p. 30. Gf El «nfttsmo (Madnd, 1981), p.lOóv CF. Elias Trabulse, o. c., pp. 75 y siguientes. Octavio Paz, o.: c¡, pp. 469 y siguientes.

inútil”, ni un absurdo, ni un momento de la evolución, ni un juguete de las fuerzas sociales. El hombre es el dueño y señor del universo y de la historia. No hay un fin inmanente ni en el universo, ni en la sociedad, que pueda exigir su sacrificio. Por el contrario, todo está ordenado a él.

2.- Miseria y grandeza del hombre Si aparece con tal claridad y resalta la grandeza del hombre por el lugar que ocupa en el mundo y en la historia, no por eso se puede olvidar su debilidad y su miseria frente a la tarea que ese lugar precisamente le exige. En efecto, no se trata de una visión estática, resultado de un proceso natural que haya llegado a su término. Se trata más bien de una visión dinámica dentro de un proceso que continúa indefinidamente. Si la naturaleza en un esfuerzo de siglos ha ido realizando las síntesis que hicieron posible la aparición del hombre, el proceso de elevación continúa ahora en el mismo hombre, que debe seguir realizando a través de su espíritu otra integración mucho más perfecta que la simple integración material de elementos. Tarea personal e intransferible: nadie la puede realizar por otro. Es siempre el hombre el que se enfrenta a su soledad y a su destino. Sor Juana, como todos los que viven con autenticidad, conoció ese desamparo. Nunca se perdió en abstracciones ni buscó soluciones nebulosas que estuvieran demasiado alejadas de la vida. Le preocupó el amor, expresión existencial de su propia vida y la de los demás, como signo de la inquietud y desasosiego que se oculta en todo ser humano. Reflexionó sobre et conocimiento, avanzando titubeante y cauteloso hasta abarcar toda la realidad. La humanidad no era algo indeterminado y lejano: eran hombres y mujeres, era Fabio y Silvio, Lysi, Teresilla o Inés. Eran los hombres necios que acusan sin razón a la mujer y eran las mujeres acusadas. Muy poco después, se hablará del ser trascendental o de la objetivación del espíritu. El conocimiento será la ciencia o la filosofía; la vida, dialéctica y liberación... Desaparecen los indi­ viduos concretos, con sus nombres y circunstancias personales y

tendrán que pasar muchos siglos para volver otra vez al hombre singular, que busca soluciones más humildes y reales. Para sorju an a el hombre ocupa un lugar elevado en el con­ junto de la realidad, pero limita con el polvo y con la muerte. Si puede medir las estrellas, no debe olvidar que sus pies se apoyan sobre la tierra. Es un gigante que eleva hasta el cielo su frente altiva, pero está hecho de barro y basta cualquier vaivén para destruir toda esa grandeza 20. Es notable el equilibrio que sorjuana logra en sus expresiones al referirse al hombre. Conoce su dignidad y su miseria y sabe mezclarlas para quedarse en el justo medio de una “altiva bajeza”, que será la característica constante de todo lo humano. Ella misma sintió esa aspiración que la elevaba al cielo y quiso subir por el amor y el conocimiento. Pero para subir, es preciso empezar desde abajo, aceptando las limitaciones y, a veces, los fracasos. Altiva bajeza ya en la constitución de la naturaleza humana. Si participa del espíritu -”del alto Ser centella”-, y éste es el elemento más sublime y característico, también participa de la materia con su poder de dispersión y contingencia. Por ella, el hombre es un ser para la muerte, que pone fin a todas las vanidades. Como la rosa en cuyo ser une la naturaleza “la cuna alegre y la triste sepultura”21, la vida del hombre es un continuo morir, constantemente recordado por el mismo ritmo de las operaciones vitales 22. Pero la muerte, lejos de ser la frontera de la nada, significa la liberación del alma, que puede volar a poseer los bienes que tan to había an h elad o, ab an d on an d o las lim itaciones que impiden la plenitud de la vida 23. Un día alma y cuerpo volverán

20

21 22 23

Fábrica portentosa que cuanto más altiva al cielo toca sella el polvo la boca. Primero Sueño, versos 677 y siguientes. Cf. el soneto Rosa divina (I, p. 278). Cf. Primero Sueño, versos 210 y siguientes. Conoces ser de tierra fabricado este cuerpo, y que está con mortal guerra el bien del alma en él aprisionado; y así, subiendo al bien que el cielo encierra, que en la tierra no cabes has probado,

a unirse para una existencia definitiva y eterna 24. La constitución de espíritu y materia en el hombre lleva tam­ bién como consecuencia la división de ideales a los que se siente llamado. El hombre aspira a la verdad y a los valores espirituales, pero necesita también los bienes inmediatos y materiales. Cuerpo y alma lucharán para imponerse, y a veces será una oposición desgarradora 25. Sor Juana Inés descubre esta oposición en el amor, pero podría aplicarla a todos los aspectos de la vida. Sin embargo, es preciso conseguir la unidad. No se puede vivir exclusivamente en un horizonte espiritual, ni renunciar a él para sumergirse en los bienes y valores materiales. Si la muerte es la separación del alma y del cuerpo, la renuncia a cualquiera de esas dos dimensiones significaría también de alguna manera la muerte. La grandeza del hombre consiste aquí en poder llegar a los bienes espirituales y a la verdad. Su miseria está en no poder conseguirlos sino a partir de la m ateria en la que aquéllos están lim itados y dispersos. Y siem pre a ce ch ará el p eligro de quedarse en el comienzo del cam ino, renunciando al esfuerzo y a la meta. Para sor Ju an a la meta final es Dios al que se llega por el cam ino del am or y del conocim iento. Platón, Aristóteles y la tradición cristiana le hablaban de esta meta con distintos nom ­ bres: Belleza, Causa prim era, Padre celestial. Tampoco aquí

pues aun tu cuerpo dejas, pues es tierra. A la muerte del rey Felipe IV. (I, p. 300). 24 Bello compuesto en Laura dividido, alma inmortal, espíritu glorioso, ¿por qué dejaste cuerpo tan hermoso y para qué tal alma has despedido? Pero ya ha penetrado mi sentido que sufres el divorcio riguroso, por que el día final puedas gozoso volver a ser eternamente unido. En la muerte de la marquesa de M ancera (I, p. 300). 2-r> Las dos opuestas mitades de cuerpo y alma forcejan; el alma, por elevarlo, y el cuerpo por detenerla. Presentación de Nuestra Señora (II, p. 220).

vio ella contradicciones, como no las veía en los distintos campos del conocimiento. Hacia esa meta va caminando la naturaleza humana, aunque el camino está sembrado de lágrimas y penas 2G. He ahí los puntos constantes de referencia en sorjuana. Ante la amplitud de esa mirada, se comprende su rebelión frente a las diferencias que se quieran establecer entre los hombres. Si todos tienen el mismo origen y el mismo destino, las mismas posibili­ dades y las mismas limitaciones, ¿cómo pueden explicarse esas diferencias? Todos tienen una misma naturaleza, con su alma y su cuerpo, su capacidad de distinguir el bien y el mal, su libertad para realizar el proyecto de su vida 2/. En nombre de esa misma naturaleza humana se rebeló, sobre todo, contra la esclavitud 28, contra los sacrificios humanos y la poligamia 29 y contra esa discriminación de la mujer que ella misma tuvo que padecer en tantos aspectos. ¿Por qué la mujer no ha de poder saber y enseñar o ejercer libremente cualquier profesión? ?’°. Sólo la fuerza y el poder establecen diferencias allí

2(>

27

28

29 30

Díganlo las edades que han pasado, díganlo las regiones que he corrido, los suspiros que he dado, de lágrimas los ríos que he vertido, los trabajos, los hierros, las prisiones, que he padecido en tantas ocasiones. El Divino Narciso (III, p. 48). ¿No soy yo gente? ¿No es forma racional la que me anima? ¿No desciendo como todos de Adán por mi recta línea? ¿No hay sindéresis en mí con que lo mejor elija, y ya que bien no lo entienda por lo menos lo perciba? A la condesa de Galve (I, p. 120). Con cualquiera se traspasa la ley natural, pues todos son hombres... Loa para el cetro de José (III, p. 195). Cf. Ibid. , p. 187. “Atados al mulieres taceant, blasfeman de que las mujeres sepan y enseñen”. Respuesta (IV, p. 465).

donde la naturaleza enseña la igualdad ?>l. Es preciso detenerse ante esta voz clara y valiente, defendiendo los derechos humanos en medio de una sociedad frívola, que vivía en gran parte de la esclavitud. Y sorprende que haga esta defensa, no en nombre de la religión o de la piedad, sino en nombre de la naturaleza humana. Por muchas diferencias que se observen, todos nacen iguales 32. Las diferencias son accidentales o aparentes. Una vez más, se ven aquí los errores que aparecieron poco después, oscureciendo esa voz. Si el derecho y la justicia no brotan de la misma persona sino del Estado, del espíritu del pueblo o del espíritu absoluto, se justifican todos los sacrificios y todas las esclavitudes.

3.- Energías y capacidades del hombre El hombre no es el portento mayor de la creación solamente por los elementos de que está compuesto, sino también por las energías y facultades de que dispone para realizar la tarea que, por su lugar privilegiado en el universo, le corresponde. También en este aspecto se puede encontrar en él un compendio de las fuerzas que aparecen en los distintos niveles de la realidad. Participa, en primer lugar, de las energías de la vida vegeta­ tiva. Gomo las plantas, selecciona todo aquello que puede servirle y desecha todo lo demás. Transforma y asimila el alimento y, de esa manera, crece y se multiplica, haciéndose posible la aparición 31

32

De donde infiero que sólo fue poderoso el esfuerzo a diferenciar los hombres, que tan iguales nacieron, con tan grande distinción como hacer, siendo unos mesmos, que unos sirvan como esclavos y otros manden como dueños. Amor es más laberinto (IV, p. 225). ... Los idiomas diversos que escasean el sociable trato de las gentes, haciendo que parezcan diferentes los que unos hizo la naturaleza. Primero Sueño, versos 418-421.

de niveles superiores de actividad y de perfección, que 110 podrían existir sin esa base orgánica Ahí, en la vida orgánica, se encuentran reflejadas las exigen­ cias y la dirección de las posibilidades humanas. En ningún aspecto la vida es pura actividad espontánea sin sentido. Si la actividad vital se distingue del movimiento mecánico por ese poder de asimilación que se descubre en las plantas y esto las hace entrar en la "noble jerarquía” de los seres superiores, como reconoce sor Juana, no por eso la vida va a salir del orden de la naturaleza y co n stitu irse en algo an árq u ico . C uando d esap arezca el determinismo natural, habrá que sustituirlo por normas superiores, pero siempre será necesario un esfuerzo de selección para que el crecimiento sea armónico y se dirija a la perfección :í l. En un segundo plano, el hombre participa de las energías y posibilidades de la vida animal. Puede conocer a través de los sentidos exteriores y tiene la capacidad de conservar las imágenes de las cosas en sus facultades in tern as, com binándolas y relacionándolas en mil direcciones. Sor Juana Inés señala sobre todo la importancia de la imaginación, la facultad que con invi­ sibles pinceles va formando las vistosas figuras de las cosas, tro sólo materiales, sino también espirituales y abstractas Si en el proceso del conocimiento humano, como se verá más tarde, la imaginación tiene un lugar preponderante, en el poeta es la facultad decisiva. Aunque el arte es una disposición intelectual, es imposible plasmar la belleza en palabras, colot es o sonidos, si antes la imaginación no ha ido encontrando los límites del ideal soñado concretándolos en imágenes y figuras. En éste, como en tantos otros casos, sor Ju an a no hace más que expresar su 33

Y de cuatro adornada operaciones de contrarias acciones, ya atrae, ya segrega diligente lo que no serle juzga conveniente, ya lo superfluo expele, y de la copia la substancia más útil hace propia. Primero Sueño, versos 633-638. 34 El saber consiste sólo en elegir lo más sabio. Romances (I, p. 7). ■1 Cf. Primero Sueño, versos 288 y siguientes.

experiencia. Sin duda que al mirar hacia su interior, esta facultad destacaba sobre las demás y se elevaba hacia los linderos de la inteligencia. Aveces, hasta se hacen borrosas esas fronteras. Es la facultad de las metáforas y de las brillantes comparaciones: la que veía en la rosa “la dulce herida de Venus” o sorprendía la noche huyendo con sus “negros escuadrones”. El conocimiento, aun en esta primera etapa, supone un grado muy superior a todas las síntesis materiales de que es capaz la naturaleza M\ Se trata de una capacidad de asimilación y de rela­ ción con las demás cosas sin destruirlas, incorporándolas y dán­ doles una nueva existencia interior, llenando así con ellas otro vacío mucho más profundo en el hombre. De ese vacío brota el deseo de saber. Es también el nivel en el que aparecen las tendencias y pa­ siones. Ante el conocimiento de un objeto, el animal no perma­ nece indiferente y pasivo; reacciona de una manera positiva o negativa. Si lo que conoce es un bien y responde a las exigencias de la naturaleza, se desencadena un mecanismo de búsqueda, aun cuando se tengan que vencer obstáculos y dificultades. En cambio, ante algo que representa un peligro, la respuesta es la huida para evitarlo. En el hombre existen también estas energías y tendencias que le hacen reaccionar frente a los objetos sensibles desde lo más profundo de su organismo. Pero en él está presente, además, la razón, que lo pone en contacto con otros valores. De ahí la posi­ bilidad de una división interior y un desgarramiento, que a veces llena de angustias y de luchas la vida. Razón y pasión arrastran al pobre ser humano cada una en su propia dirección y esta lucha no es un juego al que se pueda asistir impasibles o divertidos. Se trata de la felicidad o el fracaso de la vida. S o rju a n a Inés reconoció esa división en sí misma 37, y esta confesión nos hace ver cuál fue el campo donde se realizaron sus i 1?

Cf. Ibid., versos 640 y siguientes. En dos partes dividida tengo el alma en confusión: una esclava a la pasión y otra, a la razón medida. Décimas (I, p. 234).

luchas y sus victorias. Si siempre aspiró a las cumbres del conocimiento, no por eso se liberó de la condición humana, enraizada profundamente en la materia. Finalmente aparece en el hombre el nivel racional: el alma con sus facultades. Es el elemento propio que lo distingue de los demás seres. Sin em bargo, no se puede pensar en algo aislado o superpuesto a los demás niveles. El alma humana realiza la uni­ dad y penetra con su poder integrador hasta lo más íntimo de los demás elementos que forman el cuerpo del hombre. Ella es la que da vida y la que siente, la que entiende o ama a través de las distintas facultades. Es “el compendio misterioso de todas las formas inferiores”™. Las facultades propias de este nivel son la inteligencia y la voluntad. S orju an a Inés añade la memoria, siguiendo la enume­ ración popular, aunque en el entendimiento no exista la memoria con la función que ella le señala de conocer el pasado. Pero, de esa manera, logra dar a la vida humana la (ripie dimensión que en realidad tiene S!). El entendimiento profundiza en los datos de los sentidos, pudiendo llegar a descubrir las ocultas esencias de las cosas. Puede así también conocer el bien y presentarlo a la voluntad 10. Se traía de una continuación de lo que sucede en el conocimiento sensible, con sus tendencias ahora en un nivel espiritual. Más importante que señalar los distintos niveles y elementos que constituyen al hombre, es hacer resaltar su unidad frente a

3-*

40

Cf. Primero Sueño, versos 654 y siguientes. Tres tiempos vive el que atento, cuerdo, lo presente rige, lo pretérito contempla y lo futuro predice. Romances (I, p. 47). Porque pueda la rudeza del sentido percibir las invisibles esencias, y por aquéllos alcance (con su condición grosera) y pueda elevarse a amar las cosas que no penetra. Loa a los años de la reina (III, p. 377).

todas las divisiones. Esa unidad la realiza el alma, presente toda entera en las distintas facultades, ejerciendo mediante ellas todas las actividades propias de los distintos niveles 41. Todo, pues, en el hombre está al servicio de su tarea. Aun las energías inconscientes trabajan por él, como veía sor Juana en el sueño 12. Lo único que se necesita es señalarles una dirección y conseguir en la actividad la unificación que la naturaleza misma realiza en su propio nivel. Resulta un poco fatigosa esta larga enumeración de niveles y facultades, que, por otra parte, nada tiene de original. Sin em­ bargo, es necesaria. Es la idea que está subyacente e implícita en muchas expresiones de sor Juana. Sólo así, analizando los dis­ tintos elementos, se puede llegar a tener una idea clara del hom­ bre concreto y personal, el que quiere conocer el mundo y el que ama en medio de dudas y divisiones.. Difícilmente se encontrará a partir del siglo XVII una des­ cripción tan completa. La antropología elaborada por Descartes iba a ejercer una influencia decisiva en los pensadores posteriores con graves consecuencias para la idea del hombre. Para Descartes, la esencia del hombre consiste en el pensamiento; el organismo es solamente una máquina complicada: nada tiene que ver con la vida. La unión de alma y cuerpo es accidental y todo lo más que puede unirlos es un paralelismo en sus actividades. Sor Juana sabe conservar todavía el equilibrio, aunque a veces no aparece esto muy claro. Ni el hombre es totalmente material y sensible, ni es puro espíritu encerrado en la cárcel del cuerpo. Si quiere elevarse a las cumbres, lo tendrá que hacer por los caminos del mundo, “preguntando a las ninfas y a las flores del campo”. 41

42

Y pues yo el entendimiento, tú a la voluntad, y aquélla representa a la memoria, siendo todos una mesma cosa en el alma, aunque somos operaciones diversas. Ibid. (III, p. 377). “Ni aun en el sueño se libró de este continuo movimiento de mi imaginativa; antes suele obrar en él más libre y desembarazada, confiriendo con mayor claridad y sosiego las especies que ha conserva­ do del día”. Respuesta (IV, p. 460).

4.- Alma y cuerpo Hay que reconocer que el lenguaje de sorjuana al tratar de la unidad del hombre es, por lo menos, ambiguo. A veces parece estar convencida de la unidad; pero en otras muchas ocasiones reconoce la profunda división, la lucha mortal, entre el alma y el cuerpo. Pudieran explicar estas dudas la tradición neoplatónica que ella tan bien conoció y las circunstancias de su vida. S orju an a conoce también la opinión aristotélica acerca de la unidad sustancial del hombre. Al hablar del espíritu, cita casi literalmente la definición del alma que da Aristóteles: “forma primera de un cuerpo naturalmente organizado”48. Por otra parte, acepta sin titubear la teoría de la materia y la forma -hilemoriisnio-, que supone esa unidad. Sin embargo, hay otros muchos textos que hablan de la opo­ sición entre la materia y el espíritu. El alma desea liberarse de la cárcel del cuerpo, que le impide volar a las alturas 44. El amor verdadero no necesita del “ministerio de los sentidos”. El cuerpo es neutro, abstracto, depositario del alma 4:’. “Las almas ignoran distancia y sexo”. El sexo no es parte de la inteligencia... Las citas podrían multiplicarse. Así, pues, al hacer 1111 balance, hay que reconocer que pesó mucho más en el pensamiento de sorjuana la tradición platónica que la teoría aristotélica. Pudo también ser influida por las 43

El espíritu ardiente que. vivífica llama, de acto sirvió primero a tierra organizada. Endechas (I, p. 202).

44

Y juzgándose casi dividida de aquella que impedida siempre la tiene, corporal cadena, que grosera embaraza y torpe impide el vuelo intelectual. P r i m e r o Sueño, versos 297-301. 4;> Sólo sé que mi cuerpo sin que a uno u otro se incline, es neutro, o abstracto, cuanto sólo el alma deposite. Romances (I, p. 138).

doctrinas herméticas y ocultistas de los viajes del alma despren­ diéndose del cuerpo para elevarse a las regiones celestiales. En todo caso, hay que reconocer que la teoría platónica le servía mucho mejor para explicar su vida, parajustificar su amistad con M aría Luisa, la marquesa de la Laguna, para defender su dedicación a los estudios. ¿No tendrá también algo que ver con esto su negación al matrimonio y las flagelaciones al final de su vida? No es raro encontrar un dualismo práctico y hasta algo de maniqueísmo, aún cuando teóricam ente se rechace la unión accidental de alma y cuerpo. La misma tradición cristiana mira frecuentemente con desconfianza la materia, el cuerpo, el placer. Lo importante es el espíritu, los valores superiores. Lo sensible y lo espiritual son dos mundos difícilmente conciliables. No es fácil sacar todas las conclusiones de la doctrina de la resurrección, del mundo como sacramento -signo- de Dios, de la salvación del hombre y no sólo de su alma. Y, aunque teórica­ mente se saquen estas conclusiones, queda todavía la tarea de asimilarlas en el plano práctico de la vida. El pensamiento de sor Juana pudiera quedarse a un nivel de simple constatación. Ella, como todos los demás, descubre en sí misma una lucha violenta, que sólo puede terminar en la victoria de una de las partes o en la ruina de las dos 40. Sin embargo, a veces la oposición es tan radical, que sólo se explicaría por una unión accidental entre el alma y el cuerpo 47. ¿Qué es lo que la llevó a decir que las almas o la inteligencia desconocen las diferencias de sexo? ¿Una justificación circuns­ tancial o la consecuencia lógica de una doctrina sobre el cuerpo y 4

47

Guerra civil, encendida, aflige el pecho importuna: quiere vencer cada una, y entre fortunas tan varias, morirán ambas contrarias, pero vencerá ninguna. Décimas (I, p. 234). Conoces ser de tierra fabricado este cuerpo y que está en mortal guerra el bien del alma en él aprisionado. Sonetos (I, p. 298).

el alma? No ama igual un hombre o una mujer, ni conoce de la misma manera, a no ser que el alma sea un espíritu aprisionado en el cuerpo del que logra liberarse con esfuerzo. Un am or o un conocimiento así, puramente espiritual, no es humano, por muy elevado que sea. La materia y el espíritu dejan su sello en todas las actividades del hombre: el conocimiento más espiritual tiene que servirse de imágenes y los sentidos están al servicio de la razón. Es difícil descubrir el verdadero pensamiento de sor Juana más allá de esas formas contradictorias que a veces utiliza. Por una parte, ve al hombre como una síntesis -la más elevada- de la naturaleza; parece, pues, admitir su unidad. Por otra parte, constata las profundas divisiones en el cam po de la actividad. La contradicción desaparece si se tiene en cuenta precisamente ese doble aspecto del ser y del actuar. La unidad en el ser la realiza la misma naturaleza; en cambio, la unidad en las actividades de­ pende del esfuerzo del mismo hombre. Cada facultad tiende a su objeto propio y sólo con el dominio de la voluntad se puede conseguir la armonía. Quizá sea esto exigir demasiado a un poeta. El filósofo dis­ tingue, analiza, desmenuza la realidad; sólo después hace la síntesis. El poeta, en cambio, salta todo el proceso y llega a la visión unitaria, dejando en la sombra las contradicciones.

5.- El concepto de naturaleza Para sor Juana Inés el mundo no es un conjunto de cosas aisladas o una trama de relaciones únicamente. Conserva todavía la visión unitaria de un universo en el que caben todas las dife­ rencias dentro de una unidad fundamental, que sirve de soporte al movimiento y al cambio. Esto le permite subir por la escala de los seres sin interrupciones y llegar a su causa primera. Sin embargo, si todo encuentra en Dios su explicación y su origen, no es necesario recurrir siempre a ese tribunal último para solucionar los problemas del mundo y de la vida. Caben explicaciones intermedias e inmediatas al nivel de las ciencias,

que pueden dar razón de los fenómenos, aunque se trate de una explicación que exige siempre una mayor profundización en otros niveles de inteligibilidad y de métodos. El conocimiento de las ciencias queda así abierto a la filosofía. Sor Juana distingue con toda claridad tres niveles en el cono­ cimiento de las cosas, ya que hay también tres niveles de causa­ lidad. Los seres tienen una determ inada naturaleza o esencia, que es la causa inmediata de sus cualidades. Y, más allá de las cosas, está una naturaleza form ada por el conjunto de toda la realidad, que es la causa de la misma aparición de las cosas particulares y de sus relaciones. Finalmente, existe una causa prim era, origen de todos los seres y fin al cual se dirigen a través del hombre. Flay un elem ento común a todas las cosas: la m ateria. Bajo formas diversas, aparece y desaparece en un proceso ininte­ rrum pido, siendo la causa de la contingencia y de la movilidad que se descubre en todas partes. Siempre son posibles nuevas síntesis y organizaciones, dando lugar a la variedad de seres que existen y que podrán existir. La riqueza y la potencialidad de la m ateria es inagotable y constituye el fondo común del que brotan los distintos grados de perfección que forman la escala de los seres. Pero la m ateria no lo explica todo. Existe, al mismo tiempo, un elem ento integrador, que es el que introduce la diferencias y la individualidad dentro de ese fondo indiferenciado de la m ateria, dándole una estructura y una organización propia en cada ser, distinguiéndolo así de todo lo demás. Materia y forma son, pues, los elementos que constituyen la esencia de las cosas de este mundo. Queda así explicada esa aparente contradicción de un mundo siempre cambiante y de su indudable unidad más allá de todos los cambios. De la materia viene la posibilidad de adquirir formas nuevas y de no detenerse nunca, ya que ninguna forma agota sus posibilidades (con excepción quizá de los astros, indica sorjuana). Sin embargo, cada ser tiene una fuerza de cohesión y de estabilidad que lo defiende de la dispersión y de la muerte. Esa fuerza proviene

de lo que Aristóteles llamó forma sustancial y será mayor o menor según sea más o menos perfecta la forma 48. Todavía sería posible profundizar más y preguntar por los elementos constitutivos de las cosas. Sor Juana Inés admite los cuatro elementos clásicos (agua, fuego, tierra, aire). Hoy, cuando la cien cia ha llegado al descubrim iento de las p artículas subatómicas, podría parecemos ingenua esa teoría. Lo es segu­ ramente. Pero las fronteras de la ciencia avanzan constantemente y quizá un día haya que corregir los esquemas actuales. En todo caso, sor Juana va más allá de la dimensión puramente física de la materia y descubre una fuerza más misteriosa, que es la que une todos los elementos: el amor 4!l. En segundo lugar, sor Juana habla de una naturaleza en co­ mún, causa y explicación de todos los fenómenos que observamos en el mundo. Si en la idea que tiene de la constitución de las cosas particulares repite la teoría aristotélica, en esta visión del mundo com o naturaleza se pueden descubrir atisbos originales, que reflejan la inquietud de su espíritu. No solamente concibe los seres vivos engarzados en una cadena que abarca a todos, desde las plantas al mismo hombre, sino que aplica esta continuidad a todas las cosas, preparando así la posibilidad de una teoría de la evolución, que explicaría a partir de la materia la multiplicidad de organismos y de formas de vida. El mismo paso de la materia a la vida no presenta mayor di­ ficultad para sor Juana. Se trata, dice ella, de la primera de las 4N

4!)

Probable opinión es que conservarse la forma celestial en su fijeza, no es porque en la materia hay más firmeza, sino por la manera de informarse. Sonetos (I, p. 297). Y yo, que siendo el amor, soy alma de todo cuanto ser ostenta en lo viviente y existencia en lo criado: yo que soy entre vosotros, con dulcísimos abrazos lazo que a todos os ciño, unión con que a todos ato. Loa a los años del rey (III, p. 283).

creaturas que la tierra alimenta en sus dulces manantiales:>0. Vendrá después la vida animal y aparecerá en la cumbre el hombre, uniendo la materia y el espíritu. En ningún caso necesita acudir a Dios para explicar este progreso en la escala de los seres. Es la misma naturaleza la que produce esta diversidad y la que hace posible las distintas actividades que a cada grado de la realidad corresponde al. Ella es la que siembra de vida los montes y los prados, la que puebla de peces los mares y de aves el cielo De las dos concepciones del universo que ya desde antiguo se habían propuesto, sor Juana Inés está mucho más cerca de la concepción egipcia, que veía una ininterrumpida continuidad en la aparición de las cosas. En cambio, la cultura sumerio-babilónica acudía a la idea de discontinuidad y de creación con inte­ rrupciones bruscas, en lugar de un lento y continuo fluir de los fenómenos naturales. Esta última visión es la que pasó a la Biblia, influyendo así profundamente en la escolástica :’3. Pero sorjuana Inés no se contenta con la simple afirmación de la continuidad y el progreso. Sabe que la materia no puede subir :l(*

1

;’>2

... El primero que a sus fértiles pechos maternales, con virtud atractiva, los dulces apoyó manantiales de humor terrestre, que a su nutrimento natural es dulcísimo alimento. Primero Sueño, versos 627-632. En fin, soy quien hago que lo vegetativo crezca, que lo racional discurra, que lo sensitivo sienta. A los años de Fray Diego Velázquez (I, p. 484). Si el monte vive, es por mí; por mí si el prado se alegra: con rosas y flores éste; aquél con plantas y hierbas. Por mí, elevado lo grave, cediendo su porción térrea, naves de plumas las aves golfos de vientos navegan. Ibid. (I, p. 484). Cf. Joaquín Templado, El desarrollo histórico de las ideas evolucionistas, en La evolución (Madrid. 1966), pp. 81ss.

por sí sola a estados superiores que suponen mayor perfección y nobleza. Por eso acude a una causa primera, que interviene en todo el proceso. La naturaleza es la causa segunda, dirá ella utilizando la terminología escolástica. Pero es una causa que tiene dominio absoluto y explica suficientemente en su nivel los distintos fenómenos de la realidad :>4. Así, pues, la naturaleza 110 es algo estático, escalonado en grados sin continuidad y comunicación. Por el contrario, es posible descubrir energías ocultas que van entrelazando las causas y van produciendo efectos cada vez más elevados y portentosos. Si los mismos científicos con sus experiencias en laboratorios logran síntesis maravillosas y hacen medicina del mismo veneno, nada tiene de extraño para sor Juana que en el laboratorio del mundo se produzcan realidades tan maravillosas r,r>. No es posible, por tanto, en nombre de la ciencia excluir la acción de Dios como causa primera en los procesos naturales. Si la ciencia 110 puede alcanzar ese nivel, hay otros métodos y otras formas de conocimiento que profundizan más y que pueden descubrir esa acción. Pero Dios 110 actúa desde fuera, violentando la naturaleza y cambiando las leyes. Por el contrario, será ahí, en el seno de la tierra, donde haga germinar la semilla de la vida, “amamantándola en sus fértiles pechos maternales”. Así veía las cosas sor Juana Inés de la Cruz. Mensajeras de Dios y anunciadoras de su presencia, pero, al mismo tiempo, sometidas a unas leyes que rigen los acontecimientos de una manera fija y estable, sin necesidad de ver en ellos milagros o fuerzas misteriosas. Un eclipse es simplemente la interposición ;>4

Ya que de la primer causa dispuso la Omnipotencia que yo, como su segunda, dominio absoluto tenga en las obras naturales (pues soy la naturaleza en común, a cuya docta siempre operativa idea se debe la dulce unión de la forma y la materia). A los años de Fray Diego Velázquez (I, p. 484).

:>-r>

Cf.

P r im e r o S u e ñ o ,

versos 5 1 6 y siguientes.

de la tierra entre la luna y el sol 57. Podemos imaginar también la actitud de sor Juana. Lo mismo sucedería con los cometas, que a tantos aterrorizaban con su presencia. El único milagro del mundo es su orden. Ni el mar crece una gota, ni la tierra disminuye en un punto; no falta un átomo al aire, ni le sobra una chispa al fuego. Todo está en su lugar, sin huecos ni saltos bruscos:,s. La vida misma de unas cosas está condicionada por la muerte de otras en un proceso de rejuvenecimiento que dura tanto como el mundo 59. Esa es la naturaleza, a la que Dios concedió “el dominio absoluto”. Frente a estos dos niveles de la realidad -naturaleza y causa primera-, caben dos tipos de conocimiento. Ciencia y filosofía son independientes cada una en su nivel. Sin embargo, hay entre ellas continuidad y colaboración. Sor Juana reconoce que no es posible elevarse a las alturas sin em pezar por las cosas materiales, clasificadas en las diez categorías aristotélicas. Así, pues, supo conciliar los elementos que le ofrecía el es­ toicismo y la corriente ecléctica del siglo II con principios aris­ totélicos y escolásticos. En realidad, este método ya lo habían utilizado algunos pensadores eclécticos que ella probablemente

■ r,1 ■ r,8

Aquel natural concurso del sol y la luna, cuando -los dos luminares juntos en perpendicular líneala interposición de uno no nos deja ver al otro. El Divino Narciso (III, p. 80). Cf. Irving A. Leonard, La época barroca en el México virreinal (México, 1984), p. 278. Cf. A los años de Fray Diego Velátquez (III, p. 485). Y porque a la corrupción la generación suceda, hago corromper las cosas para que rejuvenezcan. Ibid., p. 484.

conoció: muchos de los conceptos que emplea aparecen en Posidonio de Apamea (la cadena que une a todos los seres, la ar­ monía cósmica, la fuerza que unifica a las cosas, la simpatía universal...). Sor Juana integra esos elementos en su propia visión del mundo.

6.- La tierra y el cielo La contemplación de las estrellas -"exentas siempre, siempre rutilantes”- tuvo que despertar en sor Juana interrogantes, cuya respuesta buscó en los libros que pudo tener a mano. Las estrellas del cielo eran mucho más misteriosas que las líneas del techo o el movimiento de los trompos o el juego de alfileres, que la sumergían en profundas cavilaciones. Las estrellas invitan a subir, a viajar por los espacios inmensos, a soñar. Para sor Juana Inés la tierra era el centro de lodo el universo. A su alrededor giran incansables las esferas -el movimiento circular es eterno, había dicho Aristóteles-, en las que están los astros. Estos están formados de una materia incorruptible. Nada nuevo, puesto que éstas eran las teorías ortodoxas y seguras de aquel tiempo en el ambiente en que vivía sor Juana. Lo raro es que nunca se haga eco ni aluda a otras teorías que seguramente ella conoció. Sigüenza y Góngora cita las opiniones de Copérnico y Ticho Brahe, y niega la incorruptibilidad de los astros l>(). Lo mismo se puede ver en Fray Diego Rodríguez ül. Pero también se pueden ver sus titubeos y sus miedos. Lo más que llegan a admitir es el heliocentrismo parcial de Ticho Brahe: el sol sería el centro alrededor del cual giran algunos planetas, pero él mismo giraría alrededor de la tierra. Sor Juana Inés parece admitir a veces -muy pocas- que la tierra gira “por el océano del cielo”1’-. Fuera de esas dudosas expresiones, M (|1 ()2

Cf. Libra astronómica y filosófica, pp. 148 y 174. Cf. E. Trabulse, o. c., pp. 60 y 73. En fin, ya gracias a Dios habernos llegado al puerto, pasando vuestra edad todo el océano del cielo. Al hijo del virrey (I, p. 75).

repite constantemente la opinión tradicional: el sol gira entre llamas por la esfera celeste s. Lo mismo las dudas de Sigüenza y Góngoray de Diego Rodríguez acerca de la teoría de Copérnico, que la aparente ignorancia de sor Juana tienen fácil explicación: el miedo al santo Oficio. Por otra parte, para sor Juana puede haber otra razón: no le interesaba tanto la posición de los astros, cuanto el secreto que encerraban. La imagen del mundo que tiene sor Juana era la que le llegaba de la Edad media. Pero ante esa imagen caben dos actitudes: la de santo Tomás, que prescinde del aspecto material para elevarse a consideraciones metafísicas y religiosas, y la de Dante, atada a lugares bien concretos y a tiempos bien determinadosM. El infierno está en el centro de la tierra; el purgatorio es un monte; el cielo de los bienaventurados son los astros. Sor Juana está más cerca de la actitud de santo Tomás. Es verdad que también ella emprende un viaje como Dante, pero no se dirige a ningún astro; sube a las alturas, se interna por los espacios, contempla la realidad desde la cumbre de su propio esfuerzo. No tiene guía que la encamine ni se le comunica ningún secreto. Por otra parte, la visión de sor Juana no es teológica, lo que no quiere decir que 110 sea religiosa. El mundo material es, pues, punto de partida para emprender la búsqueda de lo oculto, de lo que está más allá. ¿Qué hay más allá? Sor Juana se dejó seducir por teorías herméticas y ocultistas que prometían descubrir el misterio. Está convencida de que el mundo es camino hacia otra realidad y se esfuerza por encontrar la clave. Al fin, el mundo se convierte en espejo que devuelve su imagen y sus interrogantes; es un muro impenetrable. Hay algo más allá, pero ¿cómo llegar? La tierra es el centro alrededor del cual giran el sol y las es­ trellas. Sin embargo, para sor Juana el verdadero centro es Dios:

63

64

Bello, exhalado rayo de la esfera celeste, que parece que a giros llevas tras ti sus diamantinos ejes. A los años del virrey (III, p. 4 18). Cf. J . Gaos, Historia de nuestra idea del mundo (México, 1973), pp. 36-66.

centro y circunferencia al mismo tiempo Es inútil querer lo­ calizarlo; el centro está en todas partes; la circunferencia, en ninguna. Hay líneas misteriosas que van y vienen, que se pueden recorrer; pero al llegar al centro la luz deslumbra y ciega, y, al volver a la circunferencia, las líneas se pierden en el infinito. Aristóteles y la escolástica hablaban de una causa primera, de la que brotan todos los efectos. Sor Juana Inés menciona también esta causa, pero introduce otras expresiones ajenas a la tradición aristotélica. ¿Se trataba de decir la misma verdad con otras palabras? Probablemente no. Círculo, centro, circunferencia aplicados a Dios y al universo, son expresiones de procedencia pitagórica que retoman, mucho más tarde, autores como Marsilio Ficino, Giordano Bruno y Nicolás de Cusa. I^as palabras se repiten casi literalmente: Dios es el centro de toda la realidad, del cual se derivan todas las cosas a manera de líneas (M. Ficino). El centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna (G. Bruno). El mundo 110 tiene un centro material o físico: el centro es Dios, que está por doquier (N. de Cusa). Había otra tradición más alejada del aristotelismo, que tra­ taba de interpretar el mundo geom étricam ente: la tradición h e r m é tic a y c a b a lís tic a . T am b ién aquí se e n c u e n tra n co in cid en cias so rp ren d en tes: círcu lo, cen tro de cen tro s, circunferencia bü. Según la Cábala, el número p i (3 .1 4 ...) es el nombre de Dios y es la clave para interpretar el universo, pues a partir de ese número fue creado ü7. Sor Juana admite que hay números sagrados, que son manifestaciones de la palabra divina: sin geom etría no se podría medir el arca, ni la ciudad de Jerusalén, ni entender la petición de Abraham. Sin números, no se podría interpretar el mundo. “Todas las cosas salen de Dios, que es el centro a un tiempo y la cir­ cunferencia, de donde salen y donde paran todas las líneas criadas”. Respuesta (IV, p. 450). “ La corona suprema está formada por 72 luminarias. Están repartidas en círculo, y en su centro se llalla un punto, donde todo el círculo encuentra su sustancia. Es el centro de todas las fuerzas, el centro de los centros”. A-. D-Grad, o. c., p. 28. Cf. Ibid., p. 118.

Era también frecuente en el tiempo de sorjuana hablar de la armonía de las esferas celestes, y ella se hace eco en muchas partes de ese lenguaje. No se trata solamente de expresiones poéticas o de metáforas: se creía que los astros producían una música divina, reflejo de la armonía de Dios. También esta concepción venía de muy antiguo. La imagen medieval del mundo había recogido datos bíblicos, cristianos y paganos sin crítica alguna y los había incorporado en una síntesis que servía de base para interpretar la realidad. Un autor representativo de esa visión medieval es Honorio de Autun (1090-1152). Para él, el mundo.es una cítara, y cada planeta, una nota musical. Los planetas, al rodar por sus órbitas, producen una armonía maravillosa ü8. Más cerca de sor Juana, Fray Diego Rodríguez afirma que la aritmética es la ciencia de los números, cuyo máximo don es el de revelar los ritmos secretos, ocultos al no iniciado pero perceptibles a los ojos del sabio. Ahí se encuentra la clave para interpretar la armonía de los astros(,í). Se trataba, pues, de ideas y concepciones que no hacía falta ir a buscar muy lejos. Hay otra razón por la que sor Juana se preocupó por la astrología, como se decía entonces: los astros no sólo poseen la clave para descubrir los misterios ocultos; ellos mismos son la clave para entender la vida de los hombres. Están presentes en su nacimiento e influyen en todos los acontecimientos de su vida. Queda el margen de la libertad, pero en todo lo demás ejercen un influjo poderoso 70. De ahí que los convoque a las fiestas y los invoque para que hagan realidad sus buenos deseos. Así, pues, hay una mutua interferencia entre el cielo y la tierra. El hombre es la síntesis, y en ese punto de unión se cruzan todas las fuerzas. También aquí sor Juana es heredera de distintas tradiciones. Conoce la doctrina de la Iglesia y rechaza la astronomía “judiciaria”, que intenta descubrir el porvenir en los astros. “Dios 68

Cf. G. Fraile, Historia de la Filosofía, t. II (Madrid, 1960), p. 415. Cf. E. Trabulse, o. c., pp. 71-73. Pues dejando la excepción que, por privilegio raro, le dio Dios al albedrío... lo demás todo os compete. Loa a los años del rey (III, p. 363).

no escribe pronósticos felicísimos a los hombres en los astros”, decía Fray Diego Rodríguez, el mercedario contemporáneo suyo a quien sor Juana pudo conocer71. Ni los cometas son mensajeros de desgracias. Los emperadores mueren porque nacieron, como decía Quevcdo; no porque aparezca un cometa nuevo 72. Sor Juana debía conocer muy bien esta opinión de Sigiienza y Góngora. Pero hay entre el cielo y la tierra y, sobre todo, entre el hombre y los astros una proporción y semejanza que favorece la mutua interrelación. “Todas cuantas cosas existen bajo el cielo, decía san Isidoro, han sido creadas para el hombre; de ahí que todas ellas por analogía dicen relación de semejanza para él”73. Unas mismas leyes rigen todo lo creado, puesto que constan de los mismos elementos. La idea de microcosmos llevaba necesariamente a esta conclusión. Son frecuentes también estas afirmaciones en el pensamiento hermético y ocultista. “Lo que está abajo, se atribuía a Heniles Trisinegisto, es como lo que está arriba para lograr cl milagro de la unidad”. La simbología astrológica afirmaba por su ¡jarte que “los doce signos son en cl cielo semejantes a los miembros del cuerpo, y de sus características naturales se gobiernan los cuatro elementos, que son los orígenes de los cuerpos”74. Pero no solamente se creía en ese paralelismo entre el mundo del cielo y el nuestro, ni en el influjo de los astros sobre la vida humana. Además, el hombre podía inclinar a su favor las fuerzas celestiales, utilizando las cosas de aquí abajo. “Todo lo que existe sobre la tierra, decía Rabí Isaac, está hecho de acuerdo al modelo que se encuentra en el mundo de arriba. Por consiguiente, hasta el más mínimo objeto de nuestro mundo tiene su equivalente en el plano superior que lo rige. Al poner en movimiento los objetos de aquí abajo, hacemos actuar a las fuerzas que los gobiernan en lo alto. Todo es, pues, una imagen de la fuerza celeste que entra en acción e influye sobre los planos inferiores”70.

7' 773 74 7:>

Cit. por E. Trabulse, o. c., p. 60. Cf. Libra astronómica y filosófica, p. 26. Sentencias, I, c. 10. Cf. El simbolismo esotérico en la literatura medieval española (México, 1979), p. 182. Libro sobre los principios cabalísticos, p. 29.

Se explica así la frecuente referencia a los astros en las obras de sorjuana. Bastaría conocerlos para conocer los secretos de la vida; basta invocarlos, para que repitan los influjos favorables /(). Se creía, por otra parte, que Dios había revelado la ciencia de los astros a Adán y a Noé, los cuales la transmitieron a sus descendientes. (Sigüenza y Góngora se hace eco de esta opinión en su libro Libra astronómica y filosófica). Hasta se llegó a identificar a Noé con Thot, el dios egipcio patrono de la sabiduría e inventor de la escritura. Sor Juana Inés estaba convencida de estas revelaciones al margen de la Biblia (¿las “semillas del Verbo”, de que habla el concilio Vaticano II?). Las sibilas, dice en la Respuesta, fueron elegidas por Dios para profetizar los principales misterios de nuestra fe /7. Cuando no se dispone de un marco filosófico seguro para reconstruir sobre bases racionales la vida, se acude a esas revelaciones de los sabios antiguos de Persia, Caldea, Juclea y, sobre todo, Egipto. Así sucedió en los siglos II y III y se repitió en el siglo XVI. Así sucede también ahora. Parece ser ésta una ley del pensamiento humano: se va de un extremo al otro sin detenerse nunca. A una época racionalista, en la que se cree que todo es transparente y claro, sucede muy pronto una época de escepticismo y desconfianza. Y si la razón no da explicaciones convincentes, habrá que buscarlas por otros caminos, los de la magia y la revelación.

Y supuesto que al formarlo con tan benignos aspectos quisisteis asistir gratos, volved hoy para memoria de día tan señalado, a reiterar en obsequios, a repetir en aplausos las benignas influencias... Loa a los años del rey (III, p. 365). Muchas veces conformes divinas y humanas letras, dan a entender que Dios pone aun en las plumas gentiles unos visos en que asomen los altos misterios suyos. El Divino Narciso (III, p. 26).

Podemos imaginar cuán lejos está de la imagen moderna del mundo la visión de sor Juana. Para ella, el mundo es mágico, animado por fuerzas ocultas, lleno de armonía y de vida; es un lenguaje que hay que descifrar. En la imagen moderna, por el contrario, todo se explica por leyes mecánicas y matemáticas: 110 hay misterios ni secretos. ¿Cuál de esas dos imágenes del mundo es la verdadera?, se pregunta J . Gaos. ¿Y si lo fueran las dos o no lo fuera ninguna? ¿Si 110 tuviera sentido la pregunta? 7,s. En efecto, sor Juana lo veía así porque para ella, como para Paul Valéry, “lo que cuenta está oculto”. Ver está más allá de la verdad o falsedad. Los modernos lo ven de otra manera, porque es otro su punto de vista. Es evidente que más allá de la visión hay una filosofía y una ciencia en que aquélla se apoya, y ahí sí se puede hablar de verdad o de error. Por otra parte, hay elementos en la visión de sor Juana que se pueden considerar modernos. Se trata, en primer lugar, ele una visión filosófica y no teológica. Además, para ella el universo es inalcanzable -¿infinito?-; por ninguna parte se ven las fronteras. Y, finalmente, el hombre puede progresar siempre, alcanzando metas cada vez más elevadas. Un mundo ordenado, estable y fijo, lógicamente debería llevar a una concepción estática de la sociedad. Se nace libre o esclavo, noble o plebeyo. Pues bien, para sor Juana lodos nacen iguales: las diferencias las establecen los hechos de cada uno 7!). Todas estas ideas tuvieron que chocar contra las concepciones de los contemporáneos de sor Juana. ¿No sería esto lo que les impulsaba a aconsejar a la monja que dejara los estudios profanos y se dedicara a temas más piadosos?

7í;i

J . Gaos, o. c., p. 74.

79

De donde infiero que sólo fue poderoso el esfuerzo a diferenciar los hombres que tan iguales nacieron. Am or es más laberinto (IV, p. 225).

LA VIDA Y SUS IDEALES

La fuente más abundante y angustiosa de problematicidad para el hombre es su propia vida. Es natural que se pregunte por el mundo que lo rodea, porque depende de él y lo necesita. Pero lo verdaderamente importante es el hombre mismo. De nada le serviría conocer todas las cosas y dominarlas, si la vida se le escapa como un poder extraño y sin sentido. La esencia de la vida es siempre vivir más. Es avanzar sobre panoramas inexplorados hacia horizontes nuevos sin detenerse nunca. Y ahí está el peligro: antes de preguntarse acerca de la vida, ésta es ya una realidad en cada uno. Se puede vivir sin saber para qué. Como en los palacios de la corte, en el mundo m uchos en tran y salen sin saber p or qué van ni por qué vienen No basta, pues, estar en el mundo ni realizar tareas más o menos im portantes fuera de nosotros mismos. El hombre es la única tarea o, por lo menos, la más im portante. Todo lo demás adquiere sentido y plenitud en la medida en que sirva a la realización humana. Y, sin embargo, el hombre no se realiza sino en función de algo. Eso es lo extraño de la vida. Ni las cosas ni los animales pueden preguntarse por que están en el 1

Son entrantes y salientes sin que sepan ellos misinos por qué van ni por qué vienen. Amor es más laberinto (IV, p. 302).

inundo. El hombre tiene que encontrar el sentido de su propia existencia. Si más allá de todas las realizaciones y nietas particulares no hay un ideal y un proyecto que sirva de marco a todas ellas, la vida se dispersa y pierde intensidad. Las cosas llaman en mil direcciones y el hombre que se deja llevar por su llamada se sentirá con frecuencia dividido y lleno de provisionalidad. No se sabe si lo que hoy realiza con tanta ilusión tendrá que abandonarlo mañana a cambio de otros deseos y otras necesidades. Síntesis y compendio misterioso de realidades y energías dispersas por el mundo, el hombre está llamado a la unidad. Nadie realizará por él esta tarea. Así, pues, la primera condición para una vida auténtica es un ideal que unifique las fuerzas y los deseos. Pero no basta cualquier ideal. Se trata de realizar todas las posibilidades y de poner en tensión las energías acumuladas por la naturaleza en el ser humano. Podría quedarse el hombre a medio cam ino. La felicidad exige plenitud y no se contenta con realizaciones a medias. Una vez que el ideal ha ido adquiriendo fisonomía propia y se levanta en el horizonte como una invitación, queda la tarea de elegir los caminos que conducen a él. También aquí se exige autenticidad, porque no se pueden seguir los caminos que a otros sirvieron, pero que no son los nuestros. Es precisam ente esta autenticidad lo que más sorprende al asomarse a la vida de sor Juana. Se formó muy pronto su propio ideal: quería por encima de todo estudiar y saber. Buscó los caminos que la llevarían a esa m eta y los recorrió sin titubeos. No fue fácil. Primero, la superficialidad de la corte y después los consejos de los que en-nombre del am or y del interés que sentían por ella para que abandonara esos caminos, hubieran quebrantado la firmeza de quien no viera tan claro como ella cuál era su destino. Pero si las envidias y los consejos no lograron hacerla cambiar, algo dejaron a su paso. Fue la parte de angustia y desamparo con que tiene que contar Lodo ser humano. Quien busca las cosas de este mundo, encuentra siempre una respuesta, aunque sea limitada

e insuficiente. La respuesta del que busca la verdad son siempre nuevos interrogantes que no permiten el descanso. Sor Juana Inés nunca intentó imponer a otros sus caminos 2. Sabía que cada uno tiene el suyo inscrito en las propias inclinaciones y cualidades y es necesario respetarlo. Pero la decisión y fortaleza con que supo ser fiel a sí misma es la mejor lección que podía dejar. No basta, pues, leer sus obras para saber lo que ella pensaba de la vida y sus ideales. El testimonio de su propia vida es más elocuente que todo lo que podía escribir.

1.- La vida auténtica Parte sor Juana de una distinción fundamental para entender el sentido de la vida del hombre. Contrapone vivir auténticamente al simple durar El hombre puede estar en el mundo y dejarse llevar por las ocupaciones y los deseos, olvidándose de sí mismo; y puede vivir con plenitud, trascendiendo el momento presente y adelantándose al porvenir. En otras palabras, la vida humana puede convertirse en una pura duración temporal, que es la medida de las cosas y su única dimensión. La simple distinción de estos dos modos de existencia lleva consigo ya un sentido de nonnatividad y una indicación de lo que debe ser la tarea del hombre. No puede contentarse con ser una cosa más, renunciando a sus mejores capacidades. Debe tomar las riendas de su vida, dirigiéndola a los ideales que le darán la plemiud y la felicidad a que está llamado. Renunciar a esta tarea es renunciar a sí mismo. Sin embargo, sor Juana no se queda en la simple distinción entre durar y vivir. Va mucho más allá al señalar las características -

“Yo no estudio por escribir, ni menos para enseñar, sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos”. Respuesta (IV p. 444). Vivid }' vivid discreto que es sólo vivir felice: que dura y no vive quien no sabe apreciar que vive. Romanee al virrey marqués de la J/jgmia (I, p. 4í>).

de esos.dos modos ífc tótislii paratul líóinbm, mdicandó los iclealés ft los qué debe aspiráf si quiere conseguir la autenticidad y la plenitud,- tra za «sí los rasgos fuudani/entáles de un existeucialismá cristiano, adelantándose a los existencialistas modernos. Desde luego que para ella el hombre no Scri un absurdo. Será ijn ser libre y titubeante, angustiado con fi'éCuéhcia.p arrepenticlo, pero con la posibilidad de encontrar el camino verdadero-y la respuesta de sus deseos más profundos. En prim er lugar, vivir ¿idénticamente significa Saber apreciar lo que se tiene 4j y lo que el hombre- tiene entre ¡sus m anas es una vida llena de posibilidades, que lo ponen en contacto: e fn v a lo r fí superiores y, en última instancia, con Diéfc Jfi las eosss tienen estas posibilidades, ni son conscientes ¡de; su propia -existencia. A cada ser corresponde un modo de perfección propio. Sor Juana Inés se hace eco aquí de las conclusiones dé la filogófiá griega, p.i! a la que la naturaleza de fes seres lleva diseñada en su forma, ¡como posibilidad todavía, la realidad que un día. llegará a ser m ediante su actividad. Pero, si todas las cosas buscan su perfección, sólo el hombro es consciente dé la plenitud que: va adquiriendo a través cíe sus actos, por lo que sólo él puede conseguir la felicidad. Así, pues, la idea que se tenga de perfección v felicidad depende del concepto que p iíeh gá cíela naturaleza humana. Parssgr Juana Inés ya hemos visto que el hombre es el compendio de toda la, creación y el portento mayor que en ella podemos encontrar. Puede, p or con sigu ien te, lle g a r a incorpora:.!' á través É6 Í conocimiento la perfección de todas las cosas y, apoyándose en ellas, puede llegar a conocer al mismo Dios, quses la causa primera d i todo lo que existe. Ser auténticos significara* pue% vivir en este horizonte iafinito. Sin embargo, no basta tener estas posibilidades. Es preciso ponerlas en tensión y realizarlas, y esto depende del mismo hombre y ele su

Si 1 1 0 sabe Lo que lieilt6 íii goza lo que ís d b e , «¡g yaí-ip blásó n ael jasp e ej don de lo iocorruplible. llíid.i 11, p. 15).

libertad. Si recorta ese horizonte y busca la felicidad en otros niveles, esto significará que se limita a sí mismo y renuncia a su dignidad. Se le ha ciado un tesoro y no sabe que lo tiene. A preciar la vida es darse cuenta de que es un m odo de existencia por encima de tocias las cosas. Es, paralelam ente, a ce p ta r la r e s p o n s a b ilid a d de lle v a r a su p le n itu d esas posibilidades. Pero es más fácil dejarse llevar y descender, que asum ir el esfuerzo de elevarse y subir. El hom bre tiene el triste p rivilegio de convertirse en una cosa más en el mundo. Sor Juana ve esa dimensión del hombre disminuida y hasta anulada en la renuncia a una vida verdaderamente r a c i o n a lL o s valores superiores suponen siem pre esfuerzo y no tienen la inmediatez y la fascinación de los bienes materiales y de los placeres de los sentidos. Por eso es fácil renunciar a ellos y contentarse con esa alegría superficial que significa gozar de la vida. Pero, como la misma sor Juana advierte, quien elige esa opción ni siquiera llega a disfrutar de los mismos valores de la vida sensible. En efecto, cuando los bienes materiales sirven de base y apoyo para otros valores más elevados, adquieren un sentido nuevo y una estabili­ dad que no tienen si se buscan aisladamente. Lo humano añade algo, aun en el placer, a lo puramente biológico. Otra característica de la vida auténtica es saber vivir en la realidad y no dejarse llevar por la imaginación b. La imaginación es una fuente de inautenticidad tanto más peligrosa, cuanto más superficial e insatisfecha es la vida de una persona. Porque, o bien ;l

*'

Quien vive por vivir sólo sin buscar más altos fines, de lo viviente se precia, de lo racional se exime. Ibid. (I, p. 46). Quien para ser viejo espera que los años se deslicen, no conserva lo que tiene ni lo que espera consigue. Con lo cual casi a 110 ser viene el necio a reducirse: pues ni la vejez le llega, ni la juventud le asiste.

Ibicl. (I, p. 46).

se . En efecto, el arte es un juego de luces y de signos abriéndose al es­ pectáculo de la belleza; la vida es problematicidad y tarea, y es

Uno dice que de risa sólo es digno el mundo vat io; y otros que sus infortunios son sólo para llorarlos. Romances (I, p. ü). 84

:’>r’

Célebre su posición lia sido por siglos tamos, sin que cuál acertó esté

hasta ahora averiguado. Romances (1, p. 5). Gil. por Ramón Xirau, o. e , p.73.

preciso tornarla en serio, como ella es. Si no hay nada serio, no hay nada gracioso, decía Oscar Wilde. De ahí la doble vertiente del alma de sor Juana: la del juego de palabras, pies forzados, metáforas obligatorias, estribillos presentados de antemano; la del ju e g o tam bién de los con cep tos en carnad os en violentas contradicciones, en oposiciones dialécticas. La sor Juana de los villancicos y epigramas. Pero también la vertiente de la reflexión y de la filosofía, la de Primero Sueño. Sor Juana Inés ríe, en primer lugar, con los demás. Siguiendo la tradición de los poetas que se mezclan con el pueblo para postrarse ante el portal de Belén, ella acude con su gracia para cantar con la gente sencilla y humilde. Y es precisamente en esos cantos donde aparece su alma de niña, transparente y pura, tan lejos de los artificios de la corte y de los rebuscados conceptos barrocos. Aparece también su crítica a la sociedad de su tiempo. Cantar al Niño Dios era para ella volver a los años de la niñez, a su natal Nepantla, “la tierra de en medio”, entre las cumbres nevadas de los volcanes y las llanuras lejanas. Belén es también la tierra de en medio, entre Dios y los hombres. Noche de sacristanes, de indios y negros, a quienes presta su voz para que canten la maravilla de un Dios que los viene a liberar. Sor Ju an a reúne a toda la creación ante el portal de Belén: dulces serafines, estrellas y soles, campanas que tocan a fuego, auroras, silencio... Allí están también todos los hombres. Se imagina una audiencia general: ha llegado una flota del cielo, mucho más alegre que aquella que llegaba cada año del viejo mundo al puerto de Veracruz. La Virgen es la nave, y de ella desciende el m onarca repartiendo privilegios y gracias. Ahí están los hum ildes, los negros con su lengua balbuciente, los esclavos. Todos son iguales delante del rey. No podían faltar los cuatro elementos de que se componen todas las cosas. Dios los asume en su cuerpo, comunicándoles así una dignidad superior. “Agua, fuego, tierra y aire, limpia, puro, frágil, fresco”. Fuego para remediar su frío; aire que le da aliento; agua que apaga sus ardores; tierra que le da descanso. Los villancicos de sor Juana son una mezcla de la sencillez del pueblo y de la profundidad de la teología. Son también un poco

ele burla y gracejo inocente para regocijo de la gente humilde. El alcalde de Belén quiere convenir en soles las calles del pueblo en espera del gran acontecimiento y manda que todos lleven sus faroles. /VI doctor se le apaga en el camino; pero no es extraño, “pues no es el primero que ha muerto en sus manos”. El poeta sale sin linterna, “pues 110 tiene blanca y, aunque pueda salir a encenderla, no sale a pagarla”3*’. La sociedad virreinal del siglo XVII recibía entre sonrisas un mensaje que no llegó a entender. Alrededor del pesebre no pondrá nunca sor Juana al virrey o a los grandes de la corte. Pone a los humildes y a los pobres; a Flasiquilla, a los sacristanes Benito y Llórente, a los esclavos negros. Si durante el año tenían que padecer la pobreza y el desprecio, al menos en la noche de Navidad sabrían que delante de Dios tenían un lugar de privilegio. Era la forma más cruel de criticar a aquella sociedad: con risas y bromas. No lo pudo hacer de otra manera, porque muy pronto hubieran acallado su voz. Pero, ¿quién podía descubrir en aquellos inocentes villancicos una voz de denuncia y protesta? Aparece también la burla inocente en los ovillejos: sor Juana no puede resistir la tentación de reírse de metáforas, frases, figuras mil veces repetidas en poesía :i7. Las palabras están ya gastadas, “cansadas las estrellas de ser ojos”; las perlas aprendieron muy pronto a ser dientes; la hermosura se mezcla entre rosas y claveles ya marchitos... “Oh siglo desdichado y desvalido / en que todo lo hallamos ya servido”... :í(>

Un poeta salió sin linterna, por 110 tener blanca;

que, aunque pueda salir a encenderla, 110 sale a pagarla. Del Doctor el farol apagóse, al ir visitando; por más señas, que no es el primero que ha muerto en sus manos. Villancicos (II. p. 115). Mas esta tentación me quila el juicio y, sin dejarme pizca, ya no sólo me lienta, me pellizca, me cozca. me hormiguea, me punza, me rempuja y me aporrea. Ovillejos (I. p. 320).'

Más cruel es la burla en los epigramas. La vanidosa Leonor cree merecer la palma de la hermosura; pues ‘'si te han dado la palma, / es, Leonor, porque eres coco”. A quien la acusa de no tener un padre honrado, le responde que él puede escoger entre muchos cl que quiera3íi. Al borracho linajudo que se precia ele su apellido Reyes, le contesta que esos reyes serán ele copas... Sor Juana puede reírse de los demás porque sabe reírse de sí misma. Si ella reconoce que no ha hecho nada en su vida que le suene bien, ¡cjué le importa lo que digan los demás! Sabe que, cuando lean sus obras, unos se divertirán y otros murmurarán w; pero también esto es divertirse. Ella se divierte acusando a los hombres necios, humillando a los que se creen sabios, descubriendo la envidia de los que la acusan. Aun en medio de la seriedad de la Respuesta, deja aparecer el guiño de su sonrisa cuando habla cic­ los necios que saben muchas lenguas: su necedad es tan grande, que no cabe en una sola. La vida es seria; la verdad es triste, decía Renán. Pero el hombre es risible. Puede reír; también es objeto de risa. Desde la cumbre del arte o de la filosofía, nada hay tan cómico como la solemnidad de ese pobre ser humano que se cree el centro del universo. Podemos imaginar a la monja de san Jerónimo entre libros, sumida en profundas cavilaciones. Pero ella se nos presenta gritando por los claustros y espantando con sus gritos a los ratones 40.

Más piadosa fue tu madre, que hizo que a muchos sucedas; para que, enlre tantos puedas, tomar el que más te cuádre. Epigramas (I, p. 32!). Y siempre le sirvo, pues o te agrado o no te agrado; si te agrado, te diviertes, murmuras, si no te cuadro. Rcjmancrs (I, p. 4). Mío os llamo tan sin riesgo, que al eco de repetirlo, tengo ya de los ratones cl convento todo limpio. A don Fmy l'ayo Enríqunz (I, p. 33).

EL AMOR HUMANO

El tema más repetido en las obras d e sor Juana es, sin duda alguna, el del amor. Una f\otra vez vuelven él, cantando, llorando, pensando, ésperándó o lamentando. Es un círculo, utilizando la expresión que ella aplica a Dios* cuyo centro está en todas partes y del que parten en todas direcciones las líneas de la vida. N ada hay tan misterioso en la vida del hom bri como el amor. Para enténclerlo, hábríá que llegar a lós estratos más profundos de la persona, a ese centro de subjetividad irrepetible que escapa a cualquier teorización conceptual, Junto con la libertad, es el Secreto d e Cada uno, celosaméntg guardado tras altos munjs ele palabras o artificiosidades casi imposibles de penetrar. Sin embargo, el que ama no puede callar. Si no bastan las palabras, acudirá al lenguaje de las lágrimas ■& de la risa, aun sabiendo que el corazón permanece; oculto. “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, f que él corazón me viesfs deseaba"... Tampoco puede callar el poeta. Una fuerza superior a sí mismo lo em puja# expresar sus sentim ientos en e sto tro lenguaje de la belleza, más transparente v universal. iQ ué pensó sor Juana Inés sobre el amor? y, sobre todo, ¿cómo lO; vivió?- Cantar el amor es .el privilegio del poeta; reflexionar s q tfi cl ánioí: es ¡ta l í u a del psicologo. Sor Jiiiria canto el amor y reflexionó:sobre él, iNo es difícil recoger las múltiples referencias que aparecen a tm vts de sus obras y tratar de sistematizarlas, aiptjue siu fíp ft quedarán lagunas y aparn el ,in . ¿Quién puede aceptar ser tratado así, como algo que

4-’>

En mi ciego devaneo bien hallada con mi engaño, solicito cl desengaño v no encontrarlo deseo. Ibul. (II, p. 215). I(> ¿Ves de tu candor que apura al alba el primer albor? Pues tanto el riesgo es mayor cuanto es mayor la hermosura.

cuando ya no sirve se desecha? El cuerpo vale y debe ser estimado en cuanto es depositario del alma. “Es neutro, abstracto”, dice sor Juana. Frente a las que quieren “ser de todos admiradas”, ella aspira al amor personal de una amistad sincera 47. Es ése otro signo de inmadurez: el amor indiferenciado e impersonal. Cuando despiertan las tendencias ocultas en el cuerpo, se busca el encuentro en todas direcciones. Se ama a todos, porque en realidad no se ama a ninguno todavía. Tendrá que pasar ese tiempo de tanteo y de búsqueda para que las tendencias se centren en una persona y surja el am or verdadero. Parece que se ha llegado así a la cumbre y que ese amor de amistad llena todas las aspiraciones del corazón humano, sobre todo, cuando se trata de la “máxima amistad” entre el hombre y la mujer que comparten su vida en el matrimonio 48. Sor Juana nunca se sintió entusiasmada por ese amor. Reconoció, por el contrario, su total negación para ese estado final de la amistad. ¿Sabía que ella no podía cumplir la promesa de totalidad que ahí se espera, ni que nadie podía cumplirla para ella? No es fácil responder a esa pregunta. Seguramente hubo otras razones; pero no se puede olvidar la idea que ella tenía acerca del amor. Los mejores versos de sor Juana se refieren a la ausencia, como si temiera acercarse demasiado y descubrir las limitaciones que hay en todo amor. Por eso cree que los celos son el signo y la consecuencia natural del amor 49. No hay seguridad nunca en medio de tantos peligros, y hasta se llega a preferir la muerte o la ausencia a la misma “posesión con riesgos”. No vivas de ella segura... Glosas (I, p. 264). 47 Mas yo soy en aquesto tan medida, que, en viendo a muchos, mi atención zozobra, y sólo quiero ser correspondida de aquel que de mi amor réditos cobra. S o n e t o s (!, p. 290). 4# Cf. Santo Tom ás, III c o n t r a G e n t e s , c. 124. 151 Son ellos de que hay am or el signo más manifiesto. ¿Hay celos? Luego hay amor. ¿Hay amor? Luego habrá celos. Romances (I, p. 2! 5).

Ya no se trata, pues, de lamentar los agravios o las tragedias de un am or fracasado. Sor Juana parece tener !a certeza de que todo am or humano es así, inseguro, am enazado, lleno de limitaciones. Por eso se llega a preferir la muerte 50. Sin embargo, nadie puede dejar de amar. Limitado e inseguro, el amor ofrece ya alguna respuesta, aunque siempre haya que seguir buscando respuestas mejores. Cada nueva respuesta oscurece a la anterior. Al recorrer los caminos del recuerdo, se ve con tristeza y se lamenta el tiempo en que se sintió el aleteo de un amor sensible, dejándose aprisionar por sus redes. Pero es algo ya pasado :>1. Ahora se encontró el amor verdadero, el amor que no necesita el “ministerio de los sentidos”. Sin embargo, continúa esa necesidad de ser amados de una manera tangible, aún sabiendo, dice sor Juana, que de nada sirve. Continúan las pasiones, la costumbre, el peso terrible que arrastra hacia abajo. La lucha durará toda la vida :)2. Pero se sabe que hay un amor que no es “d'e contrarios”, un amor que prescinde de todo lo sensible y material, y a él es necesario aspirar. La luz de la razón puede iluminar el amor cuando se toma

:)0

51

Y cuando al golpe de uno y otro tiro, rendido el corazón daba penoso señas de dar cl último suspiro, no sé con qué destino prodigioso volví en mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro? ¿Quién en amor ha sido tan dichoso? Sonetos (I. p. 291). Yo me acuerdo, ioh nunca fuera! que he querido en otro tiempo lo que pasó de locura y lo que excedió en extremo; mas, como era amor bastardo, y de contrarios compuesto, fue fácil desvanecerse de achaque de su ser mesmo. Romances (I, p. 166).

■>-

La virtud y la costumbre en el corazón pelean, y el corazón agoniza en tanto que lidian ellas, lbid. (I. p. 166).

como un objeto que se analiza desde distintas perspectivas, se divide, se señalan sus etapas. Pero en la vida las cosas no son así, tan claras. Aquí hay contradicciones, divisiones, luchas; la mitad se inclina a amar y la otra mitad a aborrecer; por un lado va el espíritu y por otro, el cuerpo. La vida se convierte así en un laberinto, lleno de peligros y de miedo 33. Será preciso avanzar a tientas, retroceder, buscar otra salida. Aquí no hay un hilo salvador que asegure el éxito del caminar. La luz está lejana, aunque siempre se tiene la esperanza de llegar a ella. ¿Y si la vida fuera eso, caminar en la oscuridad? Platón había señalado muy claramente las etapas del amor: del cuerpo a las almas; de las almas a la belleza. Pero al intentar seguir ese camino, se ve que no es tan luminoso como se prometía. En la vida, no sirven las fórmulas de los demás; cada uno debe encontrar su propio camino. Llegar a la contemplación de la belleza a través del amor, prescindiendo del cuerpo y de la materia, puede ser un ideal en términos filosóficos. Pero, cío es en la vida? ¿Qué hay al final de ese laberinto? La filosofía no tiene respuestas para esas preguntas. ¿Para qué el amor o para qué la libertad? Estamos condenados a amar y a desear ser amados, aunque de nada sirve, dice sor Juana Es claro que este tema del amor preocupó a sor Juana durante toda la vida. Fue objeto de sus m editaciones y su estudio. Seguramente se analizó a sí misma y trató de aclarar situaciones y tendencias que descubría en su propio ser. El resultado fueron los versos que fue dejando a través de sus obras. Ahí vemos lo que ella pensaba acerca del amor. ¿Lo vivió ella así?

El manto de la noche en sombras tinto, que medroso vistió de mis temores tupido laberinto de pavores, no es mayor que mi oscuro laberinto. Am ores más laberinto (IV, p. 283).

Tan precisa es la apetencia que a ser amados tenemos, que aún sabiendo que no sirve, nunca dejarla sabemos. Romances (I, p. 167).

5 .- El am or de sor Juana No es fácil generalizar en este tema del amor en el pensamiento y en la vida de sor Juana. Al lado de los poemas didácticos, donde es posible hacer esquemas y divisiones, están los otros cantos, los de amistad, dirigidos a María Luisa Manrique de Lara, y los que responden a circunstancias o personas muy diversas. El tema del amor se repite con reflejos tan variados y hasta contradictorios, que impiden toda simplificación. Por otra parte, al no conocerse las fechas de composición, 110 es posible establecer una línea de evolución en el pensamiento o en los sentimientos de sor Juana. Queda además la duda acerca ele si lo que sor Juana canta o lamenta se refiere a sus vivencias o a sentimientos ajenos, lodos los que se han ocupado de ella han tratado de aclarar esa duda, pero el misterio continúa. Ni en el romanticismo ni en nuestra misma época hay una equivalencia exacta entre la obra del poeta y su m undo interior. Mucho menos habrá que buscar esa correspondencia en la época en que vivió sor Juana: el barroco imponía entonces sus normas. Tampoco se puede hacer una separación tan drástica como a veces se ha hecho. Quevedo acusaba ya a sus contemporáneos de “cantar sus pecados, como otros los lloran”. No se trataba, pues, ele temas o personas imaginarios, independientes de la vida de los autores. Sor Juana no será una excepción; escribe acerca de lo que ella ha vivido, aunque sea en su imaginación o en sus deseos. En todo caso, lo que interesa aquí es precisamente eso: lo que pensó sor Juana acerca del amor. Lo demás es su secret o. Cada época tiene su propio concepto acerca del amor, como lo tiene también acerca de la vida o del arte. No es lo mismo el ideal de los griegos que el que tuvieron los hombres de la Edad media o los del siglo XVI También se podría pensar que cada hombre o mujer es un compendio de la humanidad y que en ellos es posible ir descubriendo las distintas manifestaciones del amor. Aveces, se acentuará cl egoísmo, y las demás formas del amor apenas si aparecerán titubeantes o desvaídas. E11 otras circunstancias, será

>:>

Cf. Onega v Gasset, o. c., pp.141.ss.

la amistad la que prevalece. Tampoco aq u í caben simplificaciones, como si los ideales de una época se reflejaran fielmente en las personas. Con las reservas que todas esas consideraciones imponen, se puede delinear el trasfondo sobre el que sor juana va levantando su concepción del amor. Octavio Paz ha seguido la trayectoria del amor cortés desde los palacios de Provenza hasta la época de sor Juana, con los influjos árabes y neoplatónicos :,ü. No hace falta rep etir sus conclusiones. Pero vamos a detenernos en tres momentos en la cultura del amor, que pueden iluminar, cada uno desde una perspectiva distinta, el pensamiento de sor Juana. Alrededor del siglo XII empieza a distinguirse la pasión del amor y el amor cortés. Según Denis de Rougemont, la distinción se debe a la doctrina dualista de los maniqueos. De hecho, Lombardía era a la vez un centro de catarismo y de amor cortés: muchas de las canciones del siglo XII en la poesía provenzal aluden a dos mujeres; una, de quien se ocupa el poeta, y otra, a la que envía su canción. Esa mujer misteriosa era la Virgen o la iglesia cátara >7. El amor se canta al margen del matrimonio. Es una fuerza que ignora todo razonamiento e invade a la persona. Se separa también de toda manifestación sensible. Los tristes en el lenguaje alegórico de la poesía provenzal son los que han visto su deseo carnal satisfecho. Los que conservaban vivo el deseo, se mantenían en la alegría del amor puro, el am or ausente, el único digno de la persona amada u8. El alma prisionera quiere ir hacia la luz; debe elevarse por encima de la materia y no dejarse contaminar por ella. El camino es el amor, pero un amor puro, siempre insatisfecho, lleno de obstáculos reales o imaginarios. Un amor padecido, más que disfrutado. Los amantes aman al amor; el otro no es más que un pretexto para la exaltación solitaria. Por eso, ese amor no exige la presencia física. Por el contrario, esa presencia estorba. Mientras más

■ r’«

Cf. Octavio Paz, o. c., pp. 2ü !ss. El simbolismo esotérico, p. 209. Tbid., p. 205.

imposible sea y más dificultades haya que vencer, más grande es el amor. Al margen de esta concepción del amor, son bien conocidos los excesos y los desórdenes que se dieron en el catarismo. El hombre no puede despreciar impunemente una parte de sí misino; la naturaleza tiene sus venganzas y hace oír su voz, por mucho que se la quiera acallar. También pudo influir en esta concepción del amor el amor cortés de los beduinos. En este caso, 110 se trataba de una sublimación artificial, sino del “velo de una atracción del deseo divino que mata”09. El amor sería el llamado de Dios y el fuego que purifica de toda contaminación de la materia. Un dualismo exagerado, con raíces orientales y platónicas, no podía conducir a otra cosa. El alma debe elevarse a las regiones ideales, superando los obstáculos del cuerpo. El amor verdadero es el amor de “veneración”, dirá sor Juana; no el amor sensible, que termina en “atrevimientos”. Otro momento importante en la historia del amor lo constituye el final de la Edad media y su representante es Dante. A finales del siglo XIII empieza una “vida nueva”, no sólo porque ése es el título de una de las obras de Dante, sino porque se produce un cambio en el concepto del amor. La mujer deja de ser presa para el hombre y se convierte en un premio que es preciso merecer. Es también camino hacia las alturas del paraíso. Beatriz, “la dama del saludo”, llevará a Dante de la mano a descubrir los secretos del universo, abriéndole las puertas de otro mundo y guiándolo desde la selva oscura de la vida hasta la luz de los bienaventurados. El amor se convierte así en revelación: es la puerta que abre y el encuentro que anuncia otros encuentros. Un saludo, un desdén, una sonrisa. Pu dieran p arecer desproporcionados tan leves gestos para el fuego de amor que Beatriz despertó a su paso por la vida de Dante. Llega un momento en que ya 110 se sabe si es pura creación ideal del poeta, si es el conocimiento sobrenatural de la teología o si fue la mujer real que un día conoció en una calle de Florencia. Seguramente lo fue todo al mismo tiempo. Beatriz es la mujer que despierta las energías Cf. L. Massignon. til. en El simbolismo esotérico, p. 206.

ocultas del hombre, porque es destructora de todo vicio y reina de todas las virtudes. Al final, el amor se transforma en amor a la verdad y en visión espiritual del universo a través de los cantos de la Divina Comedia. Ya no se trata de contemplar la realidad en los ojos de la persona amada. “Vuélvete y escucha que no eslá solamente en mis ojos el paraíso”, le tendrá que advertir Beatriz. Amar es contemplar juntos el resplandor de la gloria. Conoció Dante otras formas de amor. Tuvo amigos entrañables y amó a su esposa y a sus hijos. Pero ninguna de estas formas de amor le hubiera llevado a componer la Divina Comedia. Son formas limitadas y estrechas, que sólo anuncian la dimensión total a que a sp ira el co ra z ó n h u m ano. Si B eatriz no hubiera permanecido inaccesible y lejana, se hubiera convertido en una anécdota más en la vida del poeta. Pero la dama gentil y virtuosa sonríe y se aleja, elevándose a las alturas del cielo más allá de la muerte. Dante sabe que la mirada es el principio del amor y la sonrisa, su término. Cualquier otro premio rompería el encanto de la ilusión. Una sonrisa de aprobación es como una inundación de gozo y se hará cualquier cosa para merecerla. Es así como la vida se transforma para alcanzar el ideal que la mujer tiene clel hombre. La historia de Dante es un poco la historia de todos los seres humanos. Creía Platón que la verdadera realidad era el mundo de las ideas y que las cosas no eran más que deficientes imitaciones de ese mundo ideal. Esto es verdad en lo que se refiere al amor. En todo caso, el ideal del amor aparece mucho antes que la realidad. Cuando alguien se introduce en el horizonte afectivo de una persona, se realiza una misteriosa operación de contraste con una imagen que se tiene de antemano. Si no se da la coincidencia, o se recorta y se corrige la imagen ideal o se añade un complemento de perfecciones imaginarias a la persona amada. Sor Juana conoce muy bien este proceso. Cuando canta a sus seres queridos, los adorna con el poder de su imaginación, aunque sabe bien que la realidad está muy lejos de lo que ella imagina. No importa: el amor es creador.

Dante 110 necesitó corregir en nada su ideal. Las fugaces apariciones de Beatriz y su alejamiento definitivo por la muerte le permitieron sumergirse en ese mundo de la imaginación, donde no hay límites ni decepciones. Era además el refugio contra las tristezas de una vida llena de sinsabores. “Por eso es bueno el señorío del amor, dirá él, porque aleja el pensamiento de cosas viles”. Se trata de descubrir en los ojos de la persona amada el esplendor del paraíso y adentrarse después por los caminos de la gloria. Así, pues, el amor no necesita más que 1111 leve apoyo para elevarse y volar. Basta 1111 saludo, una sonrisa. En realidad, lo que se ama después es una sombra, una bella ilusión (,°. Lo importante, también aquí, es amar, porque el amor lleva a las alturas y a la luz. Abajo quedan los problemas de la vida y las tinieblas. Finalmente, es preciso recordar las ideas aristotélicas acerca de la función de la poesía, porque estas ideas eran bien conocidas desde el Renacimiento y pudieron influir en sor Juana. A la luz de estas ideas se puede también intentar responder a la pregunta siempre inquietante sobre la autenticidad de los sentimientos cantados por sor Juana. El poeta, según Aristóteles, puede expresar las cosas como su­ cedieron; puede manifestar sus sentimientos como en realidad son. De alguna manera lo hace siempre, porque cuando cree que está describiendo el cielo, “está haciendo retablos de sus duelos”, como dice sor Juana. Sin embargo, también puede describir las cosas como parece que son, conservando un núcleo de realidad que adorna con su imaginación según las necesidades o las exigencias en que vive. Aveces hay censuras más o menos explícitas que impiden la expresión clara, y se acude a experiencias o símbolos que ocultan de alguna manera esc mundo interior, de­ jando sólo entrever alguna de sus manifestaciones. Finalmente, se pueden expresar las cosas como debieran ser, no como en realidad sucedieron 1,1.

1,1

Detente sombra de mi bien esquivo, imagen del hechizo que más quiero... Sonetos (I, p. 287). Cf. Aristóteles, Poética. (Versióne introducción de García Bacca, México, 1983), p . 1 7 2 .

No hay por qué buscar en la a poesía la verdad; la verdad es el objeto de la filosofía. La poesía intenta otra cosa. Entre la verdad y la falsedad está la verosimilitud, y en esa dimensión debe ser interpretada la poesía t>2. Querer, pues, aplicar los esquemas filosóficos o las normas de lo verdadero y de lo falso es destruir la obra poética. He ahí un peligro del que las obras de sor Juana no se han librado. No tiene sentido el preguntarse por la autenticidad o 110 autenticidad de los sentimientos que cania. Son verosímiles, diría Aristóteles, y eso basta. El poeta trata de crear un clima artificial para las acciones y los sentimientos separándolos de los sujetos históricos en quienes se produjeron, pues allí estaban mezclados con su vida individual, con sus pasiones concretas y con defectos inconscientes. Realiza una labor de purificación, elevándose al mundo de lo universal, idealizando las cosas sin destruirlas. En ese mundo los afectos adquieren un estado de pureza que no tenían en el nivel en que se vivieron C3. Sin embargo, es preciso no confundir la filosofía con la poesía, o viceversa. La filosofía se mueve siempre entre conceptos universales: su mundo es el reino de la luz, de la verdad y de los principios. En cambio la poesía, como toda obra de arte, no puede desprenderse de lo sensible; ahí es donde se realiza la belleza. Pero Aristóteles cree que los sentimientos nacen y crecen en el nivel del terror, conmiseración o exaltación sensible, que los oscurece y los desfigura. Es necesario purificarlos de todo ele­ mento ajeno y presentarlos así, sin mezcla de otras cosas. Así se vieron siempre las obras literarias, aun en las épocas en que no se intentaba reflejar un suceso o un sentimiento real del autor. En el fondo, había. 1111 núcleo de realidad: las aventuras amorosas del poeta. Pero no se trataba de describir esa realidad, sino de realizar una obra de arte. El autor prescindía de sí mismo y de las circunstancias concretas para elevarse a otro nivel de ejemplaridad y de vivencia optativa del universo. Así también lo veían los lectores.

3

Cf. Ibid., pp. 04-65. Cf. Ibid., pp. 43, 64 y 71.

No es posible interpretar a sor Juana con un solo criterio o en una única dimensión. Sus obras poéticas son tan variadas, que exigen verlas en cada caso a la luz de las circunstancias en que se compusieron o de las exigencias a que respondían. Aun así, queda siempre un margen de inseguridad y de misterio, que sólo se: puede conocer muy superficialmente. Sor Juana sabe que amar es una necesidad. “Amor empieza por desasosiego”, y todos, tarde o temprano en su vida, sienten esa inquietud. Se ama, aunque “de nada sirva”: el amor se justifica a sí mismo. Pero además es necesario fingir amor por exigencias ajenas. Es lo que sucede en la vida cortesana: en palacio “quien no es amante es grosero”0'1. El amor es entonces un juego en el que todos entran, sabiendo que 110 es más que eso. Será, pues, necesario no tomar muy en cuenta ese juego de amor. Amor fingido. Sor Juana conoce muy bien esa clase de amor, porque vivió ese juego de palacio. Reverencias, palabras, gestos, no respondían a ningún sentimiento profundo, por más que pareciera lo contrario. Todo era tan superficial como la misma vida: en palacio, “nadie sabe por qué va ni por qué viene”. El poeta convierte en realidad lo que es pura ficción, y presenta el amor como la fuerza que mueve a los personajes en el escenario de la corte J. Es la comedia de la vida. Otras veces los poemas de amor responden a exigencias ajenas. Sor Juana habla de obras de encargo, y 110 hay por qué dudar ele su confesión. .Algunos ele sus poemas de amor tratan, pues, de expresar los sentimientos de los que acudían a ella. También aquí tiene que fingir y tratar de imaginar ese mundo en el que otros vivían, felices o atormentados 00. Rayos, desvelos, respetos..., 110

64 ¿os empeños de una casa (IV, p. 66). (>;> Vayan saliendo a la plaza porque, aunque invisibles son, han de parecer reales, aunque le pese a Platón. Ibid. (IV, p. 65). 6l> Haz tucura que eres poeta y que le hallas en un paso de comedia, donde es tuerza, sin estar tú enamorado,

son más que palabras que, en todo caso, tendrían algún significado para los otros, no para ella. ¿Cuáles fueron esas obras de encargo? Nadie podría señalarlas con exactitud. Lo cierto es que hay muchas sombras, ficciones y fantasmas en la poesía amorosa de sor Juana, que 110 son más que eso: fruto de su imaginación. Otros poemas, sin embargo, son tan espontáneos y sinceros, que 110 es posible situarlos en esc remo de la imaginación. Responden a sentimientos de alguna manera vividos por ella. Pero la frontera entre lo real y lo imaginario aquí es invisible. El amor real, decía sor Juana, se divide en sensible y racional. Para una mentalidad platónica y dualista la división es tajante y clara. E11 realidad, estas dos clases de amor se dan entremezcladas y se apoyan mutuamente. Sor Juana consideraba la verdadera amistad como amor de inteligencia, y ahí habría que colocar los poemas dedicados a María Luisa Manrique, y algunos otros. También aquí es preciso creer el testimonio de la autora. Sin embargo, la insistencia con que habla de ese amor “de ve­ neración”, de inteligencia, de un amor para el que 110 es obstáculo la distancia -"muros de mar interpuestos”- ni exige la presencia física, parece que insinúa el concepto del amor cortés. En otros casos, sor Juana es mucho más clara y habla de un amor que todo lo arrasa, que invade con su fuerza el ser entero, que impide todo razonamiento. Se explica así la insistencia en señalar la ausencia del ser amado, su dignidad que sobrepasa todo merecimiento, la distancia que separa de é l 0).

El amante verdadero ha de tener de lo amado tan soberano concepto, que ha de pensar que no alcanza

En lodo caso, hay esperanza de que algún día se dará el encuentro y "cl alma salga a los ojos desatada en risa”. Aveces es tan intensa la búsqueda -”dc ñor en flor, de planta en planta”- y tan esperado el encuentro, que pudiera parecer que se trata del amor de Dios. Si así fuera, habría que interpretar muchos poemas de amor en clave religiosa. Pero no parece ser ése el caso de sor Juana. El amor verdadero para ella es eso: ausencia y distancia; el amor que se justifica por sí mismo, sin necesidad de presencia física que rompería el encanto. En ese sentido habría que interpretar también la insistencia ele sor Ju a n a en afirm ar cpie el verdaelero am o r 110 exig e correspondencia. El amor encontraría la respuesta en sí mismo. Es claro que sor Juana rechazó siempre el puro amor sensible. La materia mancha y contamina al espíritu; es preciso desprenderse de ella. El amor debe emprender cl vuelo hacia las alturas. De ahí, el arrepentimiento, los lamentos, el dolor, los tormentos buscados y padecidos. El dolor purifica y apaga las exigencias de la carne. Para Platón el amor culmina en la contemplación de la belleza. Sor Ju an a se quedó a mitad ele camino. Como en el caso del conocimiento, la cumbre no produce más cjue desconcierto: allí 110 hay nada. Es preciso volver hacia abajo, al mundo ele lo real, donde tampoco se encuentra nada que apacigüe el desasosiego. Entonces el amor se convierte en un objeto que se canta, se ensalza o se lamenta. Un amor así no puede ser camino que lleve a la revelación ele otros mundos, como en el caso ele Dante. No hay nadie cjue guíe ni lleve de la mano. “El amor hace retornar a Dios las cosas de este mundo, dice León Hebreo. Los seres superiores desean comunicar su bien a los inferiores, y los aman porque desean su perfección. Los inferiores aman a los superiores por la perfección y hermosura que ven en ellos y porque aspiran a participar ele su bien”08. Pero, ¿cuál es el camino? Primero es conocer: sólo después

(>,s

su amor al merecimiento de la beldad a quien sirve. Los empeños ele una rasa (IV, p. 70). Cir. por G. Fraile, o. c., p. 201.

se puede amar. Pero el conocimiento se muestra tan enigmático para sor Juana como el mismo amor. Por último, hay que tener en cuenta que los cataros utilizaron los cantos de amor como rebelión contra la sociedad y la Iglesia. Fue la clave para criticar a la iglesia de Roma y exaltar su nueva iglesia. El amor se convierte en un refugio contra la dura realidad de la vida. Bajo las formas del amor humano se ocultaba un pensamiento, que sólo los iniciados podían descubrir. También para sor Juana la poesía amorosa íue una evasión. En el mundo de la fantasía no hay barreras que impidan volar. El amor a la belleza hace crecer las alas del alma, había dicho Platón. "Los dos caballos que el alma guía por los caminos del cielo 110 son como los de los dioses, buenos y constituidos de buenos elementos. De los del alma, uno es bueno y constituido de la misma índole; el otro está constituido de elementos contrarios”1’0. Por eso la vida es dura y difícil; es una lucha continua. Si hay una voz que nos llama hacia las alturas, hay también fuerzas que arrastran hacia abajo. Sor Juana sabe que Laura, Elisa, Elena, Florinda o Lucrecia son creaciones de los poetas 70. Si eso hicieron en la antigüedad, también ella puede volar por los caminos de la fantasía y crear beldades que sólo existen en su mente. La realidad era muy distinta, lo mismo en la corte que en el convento. Puesta a imaginar y crear, creó e imaginó al mismo amor. El amor “sin contrarios” a que sor Juana aspira no existe más que en su fantasía. Es el amor “de inteligencia”, sin mezcla de elementos sensibles. Nadie puede amar así, en una dimensión totalmente espiritual. Ni el amor místico más elevado puede concebirse sin alguna respuesta y apoyo del cuerpo. Quizá ésa sea la razón por la que 110 aparece en la poesía amorosa de sor juana el amor divino, cantado por san Juan de la Cruz y santa Teresa. Así, pues, no parece que sor Juana haya logrado realizar la

(>■* ™

ledro (Aguilar, 19(52), p. 63. Pues a los poetas, ¡cuánto les revolvió los afeites con que hacen que una hermosura dure, aunque al tiempo le pese! Romances (I, p. 124).

síntesis en el amor de que hablaba Ortega y Gasset. Negó uno de sus elementos, y con eso destruyó el mismo concepto del amor humano. El hombre no es ni su alma ni su cuerpo, decía santo Tomás / ! . Ni los sentidos solos conocen ni el entendimiento, sino el hombre entero, añadía en otro lugar 7~. Lo mismo se podría decir del amor: es el hombre completo el que ama. O la mujer. El amor sensible e instintivo es la primera respuesta del hombre ante el mundo. No deberá quedarse ahí porque hay otros valores y otras respuestas. Pero esa primera forma del amor no lo abandonará nunca, aún cuando haya alcanzado otras etapas más elevadas. Negar o destruir este amor es negar la posibilidad de seguir el camino. Sor Juana sabe que el amor humano eleva su mente hasta tocar el cielo, pero tiene sus pies sobre la tierra, como el mismo hombre. Si hubiera sacado todas las consecuencias de esta afirmación, hubiera llegado a un equilibrio, lo mismo en el amor que en el conocimiento. Pero por lo que se desprende de sus obras, no llegó a ese equilibrio. Será preciso decir que todo esto se refiere a su pensamiento. Cómo vivió ella el amor es un misterio. Es claro que en los últimos años de su vida lo vivió de otra manera. Quedaban lejos los juegos de la corte y del locutorio del convento, las comedias de enredo o las disquisiciones filosóficas. La vida ahora ya no era el juego al que todos entran sin saber bien por qué. En la ciudad alegre y confiada había estallado la peste. Cada uno se va a mostrar como es. Llegaba a su fin la comedia de la vida. La respuesta de sor Juana es el silencio y las flagelaciones. Es verdad que no era ella sola la que así respondía. Sin embargo, es sospechoso el fervor con que se entregó a esas penitencias. Era la espiritualidad barroca, sangrante y sensiblera; pero podía ser también el desprecio maniqueo de la carne. Claro que ése fue el peligro menor al que la concepción dualista del hombre podría conducir. Hubo excesos peores y la historia es testigo de muchas aberraciones en este campo. El hombre ni es bestia ni es ángel: es hombre, elevando su altiva mente al cielo, pero con los pies en la tierra...

71

Cf. el comentario a I Cor. XV, 2. De veriiale, 2, 6 ad 3.

CAPÍTU LO V

TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

Uno de los temas que más ha preocupado en todos los tiempos a los filósofos es, sin duda alguna, el tema del conocimiento. De la idea que de él tengan, depende su visión del mundo y del hombre. Conocer es, por otra parte, la aspiración más profunda de la vida y en la medida en que esLa aspiración se vaya realizando, se realizan también otros ideales no menos profundos y necesarios. Si, por el contrario, este deseo de saber se apaga o se encauza mal, las consecuencias negativas para la vida no se harán esperar. Sor Juana Inés no es en esto una excepción. Deseó saber con una intensidad que a ella misma sorprendía. Trató de llenar este deseo a través de los libros y de sus propias observaciones y consiguió tener su propia visión del mundo, sirviéndose de los elementos que pacientemente había ido recogiendo a través de sus lecturas. Reflexionó también acerca del mismo conocimiento, de sus limitaciones y posibilidades. ¿Cuáles fueron los resultados? La preocupación por el conocimiento es muy distinta en cada filósofo y en cada época. Una primera diferencia, tan amplia e importante que puede dividir la filosofía en dos vertientes (filosofía antigua y filosofía moderna) es la de considerar el conocimiento como un medio confiable para acercarse al mundo de las cosas o com o un objeto de reflexió n . D urante m uchos siglos el conocimiento fue eso: un instrumento que se utiliza y que no plantea ningún problema especial. Conocer es sumergirse en las

cosas, observarlas, descubrir sus relaciones y afinidades, clasificar y ordenar el mundo. Poco a poco, sin embargo, se va viendo que no se trata de un fenómeno tan sencillo. El hecho del error, de las conclusiones tan diversas y a veces contradictorias a que se llega, los cambios de perspectiva y el sucesivo interés que esc mundo de los objetos va despertando en el hombre, obliga a volver hacia atrás y a analizar el mismo instrumento que de una manera espontánea se venía utilizando. C oin cid ien d o con los albores de la edad m o d ern a, el conocimiento se convierte así en problema y objeto de reflexión. Lo que ahora interesa ya no es el mundo de lo real y externo, sino el mundo interior del hombre, su inmanencia. Se abre paso, pues, un nuevo concepto de realidad o al menos se acentúa un aspecto nuevo de ella. Se trata de una evolución paralela a la que se da en cada hombre individual. El niño vive volcado hacia el mundo exterior; a través de sus sentidos siempre despiertos capta el mensaje que las cosas le envían desde todos los puntos del horizonte y empieza a vivir en función de esas cosas que le prometen apaciguar sus deseos y necesidades. Pero en la medida en que va creciendo y madurando, su atención se va desplazando hacia sí mismo, hasta quedar el mundo exterior en un segundo plano. Cabría todavía considerar otros matices y diferencias. Se puede, por ejemplo, acentuar de tal manera la actividad inmanente del conocimiento, que su objeto llegue a diluirse y a coincidir con el mismo acto de conocer. Conocer será, sobre todo, pensar. Una gran parte de la edad moderna está llena de esa coincidencia, y sólo con los análisis niás'o menos recientes de la fenomenología se empieza a salir de ese sueño. Por el contrario, aún reconociendo la importancia que tiene la inmanencia y la necesidad de su análisis, se puede seguir viendo en el conocimiento el medio de ponerse en contacto con las cosas, haciéndolas entrar en el mundo de la subjetividad a través de sus representaciones intencionales. Son necesarias todas estas precisiones, si queremos entender la posición y la originalidad de sor Juana Inés en este campo. El

hecho de que su poema más importante y original, “ese papelillo que llaman Sueño", tenga por tema central precisam ente el conocimiento y que lo haya escrito por gusto y no por encargo de otros 1, hace ver por dónde andaban sus preocupaciones. Andaban acordes con las de sus más o menos contemporáneos Descartes, J . Locke, Malebranche, Pascal, y las de F. Bacon y Galileo un poco más tarde. Empezaba la edad moderna en la filosofía. Pero si sor Juana se preocupaba del conocimiento y de sus métodos como sus contemporáneos, se adelantó a ellos al plantear el problema de las posibilidades y límites del conocer humano con una claridad y exactitud, que sólo muchos años después se pueden ver en Kant. ¿Qué es lo que en realidad podemos conocer? ¿Hasta dónde puede llegar ese deseo de saberlo todo que hay en el hombre? ¿Cómo se puede llegar a la verdad? La originalidad no está sólo en el planteamiento, sino también en los resultados. A sor Juana no le interesa tanto, como observa Octavio Paz, el conocimiento, sino el acto de conocer. Por eso, no se perderá en análisis de apriorismos trascendentales que a nada conducen. Ella se mantiene todavía en contacto con las cosas reales y, si se hubiera seguido su método, se hubieran evitado todas esas magníficas cuanto inútiles filosofías constructivas sin ningún contacto con la realidad. Pero sor Juana tuvo que pagar el tributo al ambiente y a la época en que vivió. En una sociedad perdida entre discusiones verbales y silogismos de una escolástica decadente2, no era posible entender aquel espíritu inquieto que aspiraba a nuevos métodos y a nuevos planteamientos. Por eso tuvo que ocultar sus inquietudes bajo las difíciles, aunque no tan oscuras, metáforas gongorinas de su poema. El final, cuando llega la aurora vestida de mil luces y huye la noche con sus negros escuadrones, es el anuncio jubiloso de una época, en la que el hombre tendrá los sentidos bien despiertos. Pero sor Juana advierte que también el alma tiene que despertar. 1

“No me acuerdo haber escrito por mi gusto, si no es un papelillo que llaman El Sueño”. Respuesta (IV, p.471). Cf. Irving A. Leonard, o. c., pp. 43ss.

Quedaba atrás el sueño y el intento de llegar al misterio de lo oculto por otros caminos.

i

U na historia del conocim iento

Primero Sueño podría ser, en prim er lugar, la historia misma de la vida y el dram a de sor ju a n a Inés. Ahí están sus ansias de conocerlo todo, su inquieta búsqueda a través de las ciencias, sus fracasos, las incomprensiones que encontró en todas partes, su silencio final... Pero es además la historia de la humanidad. Curiosamente, coincidiendo con las partes más importantes del poem a, se pueden ir descubriendo las vicisitudes por las que pasó el conocimiento humano hasta llegar a la época actual. No creem os que sea esto forzar demasiado la intención de sor Ju an a. El mismo Augusto Comte, que dividió la historia de la humanidad en sus tres conocidos estadios, vio el paralelismo con la historia de todo hombre, que empieza en su niñez siendo religioso, es m etafísico en su ju ven tu d y term in a siendo científico 3, Con la condición de que no se exageren las fronteras, ni se trate de aplicar el mismo esquema de una manera igual a todos los pueblos. En el principio de la historia del hombre está el logos, la razón que lo impulsa a escalar las estrellas liberándolo de la contingencia y temporalidad en que se siente aprisionado y del mundo de los sentidos. Como la sombra que se eleva de la tierra, tratando de llegar a la región del cielo 4. Pero las estrellas están lejos, como están lejos todavía los conceptos y las ideas claras. Es la larga noche

3

4

“Cada uno de nosotros, al analizar su propia historia, ¿no recuerda haber sido sucesivamente, en lo que se refiere a sus nociones más importantes, un teólogo en su infancia, un metafísico en su juventud y un físico en su madurez?” Curso de filosofía positiva (Aguilar, 1973), p. 38 . Piramidal, funesta, de la tierra nacida sombra al cielo encaminaba de vanos obeliscos punta altiva, escalar pretendiendo las estrellas. Primero Sueño, primeros versos.

de siglos, en la que el hombre tiene que enfrentarse a una naturaleza hostil para defender su vida. Vivir era tan sólo procurarse el alimento y el calor contra el frío. Es la noche del sueño y del silencio porque, si el hombre no presta su voz a las cosas, las cosas están mudas. Una vez, sin embargo, que el hombre se libera de la urgencia de sus sentidos y soluciona los problemas inmediatos de la vida, emprende la tarea de reproducir en sí mismo el mundo entero a través de la incansable actividad de la imaginación r>. La primera explicación que el hombre encuentra a los fenómenos de la naturaleza es una explicación mítica, en la que prevalece la imaginación sobre la inteligencia. Lo más fácil para entender esos fenómenos era suponer que tras ellos actuaban seres no muy distintos de los mismos hombres, a 110 ser por los poderes supe­ riores de que estaban dotados. Por otra parte, la imaginación es la base y el presupuesto de la vida racional. Más tarde es la inteligencia la que intenta una explicación del mundo, pretendiendo escalar las cumbres del saber, abarcando toda la r e a l i d a d Nace así la filosofía, con sus preguntas radicales sobre los últimos elementos de las cosas o sobre sus causas primeras. Son los siglos de la Europa medieval y de Grecia, con sus tratados “sobre el cielo y el mundo” y con sus Sumas, que pretendían encerrar todo el conocimiento. Es también el deseo de asomarse a los secretos que están más allá de las fronteras del mundo y de los astros.

Así ella sosegada iba copiando las imágenes todas de las cosas, y el pincel invisible iba formando de mentales, sin luz, siempre vistosas colores, las figuras... Primero Sueño, versos 280-284. Y juzgándose (ei alma) casi dividida de aquella que impedida siempre la tiene, corporal cadena... ya el curso considera regular, con que giran desiguales los cuerpos celestiales. Primero Sueño, versos 290ss.

Pero se trataba de una ambición desmedida que llevó al hombre a enfrentarse con la luz, y la luz lo deslumbró, impidiéndole ver aun los aspectos más superficiales de las cosas. Tendrá que guardar como una aspiración ese deseo de llegar a la causa primera de la realidad ', y empezar por “una a una a discurrir las cosas”, subiendo paso a paso y trabajosamente hasta llegar a la cumbre que se le negó por el camino de la intuición racional o extrarracional. Es así como van apareciendo las ciencias particulares en medio de peligros y fracasos, de titubeos y errores. Nacen también bajo la amenaza de castigos por parte de las instituciones, que tratan de impedir en su seno revoluciones y cambios. La historia recuerda muchos de estos castigos. Pedía sor Juana que no se publicaran ni los errores ni los castigos, no fuera que sirvieran de invitación para que otros siguieran esos caminos. Es verdad que existe aquí un peligro, pero, como decía I legel, hay que tener la valentía del error si se quiere avanzar en el camino de la verdad. Trátese de las etapas que siguió el conocimiento en la misma sor Juana o de las etapas de la historia de la humanidad, el proceso que se va describiendo progresivamente en Primero Sueño se presta a algunas consideraciones. En primer lugar, el conocimiento no es algo estático, que se adquiere de una vez para siempre, lautas veces se ha repetido la metáfora del espejo -la inteligencia o la imaginación que refleja la imagen de las cosas-, que se acabó por admitirla en su sentido literal. Conocer no es reflejar pasivamente, sino ver, subir a la cumbre, querer abarcarlo todo para reconocer que es preciso empezar por las cosas más sencillas y volver a subir por otro camino haciendo síntesis cada vez más elevadas de las cosas y reconociendo así los límites de la inteligencia humana. Esta es precisamente la segunda consideración que es preciso hacer: la inteligencia del hombre no es una inteligencia angélica

7

A la causa primera siempre aspira -céntrico punto donde recta tira la línea, si no ya circunferencia, que contiene infinita roda esencia-. Primero Sueño, versos 409-412.

o un espíritu separado. Mientras esté unida al cuerpo, no podrá penetrar en la realidad de las cosas con un solo acto intuitivo, ni podrá conocer directamente las realidades espirituales. Por eso, dice santo Tomás, el nombre propio de esa inteligencia es razón. El entendimiento puro penetra sin trabajo y lee en el interior de las cosas. Razón significa discurso y esfuerzo s. Sor Ju an a parece olvidar esto. Ese conocimiento de las cosas que intenta subiendo a las esferas celestes 110 es posible, a no ser que el alma se separe del cuerpo. Por mucho que duerman los sentidos, el alma sigue necesitando de su ayuda. Pero quizá aquí el sueño significa la separación y liberación que propone la filosofía neoplaiónica a través de la ascesis y de la negación de la m ateria. Sin embargo, en el comienzo del discurrir humano hay ya una intuición del ser y de los prim eros principios. Y el hombre aspira a una intuición final, síntesis inlegradora de todos los conocimientos. Si el discurrir es un movimiento y 1111 camino, ha de tener un punto de partida y una meta El error está en querer reducirlo todo a pura intuición o en identificar ese concepto del ser que el hombre adquiere en su primer contacto con la realidad con el ser infinito de Dios. Se trata de un concepto que abarca todas las cosas, precisamente por la imprecisión de sus contornos y la confusión de su contenido. Será necesario todo el esfuerzo de la deducción y de la experiencia para aclararlo, con lo que el hombre llega a la visión gozosa a la que al principio aspiraba 10. También podría estar el error en querer realizar el ideal del pensamiento hermético de llegar al misterio de la realidad por otros caminos. La armonía ascendente, el amor, el conocimiento de los símbolos o de la proporción matemática, lejos de ser 8 ■* 10

Cf. De vertíale, 15, 1. Cf. Suma teológica, i, 79, S. Los altos escalones ascendiendo -en una ya, ya en otra cultivado facultad-, hasta que insensiblemente la honrosa cumbre mira, término dulce de su afán pesado. Primero Sueño, versos 608-612.

revelación de la verdad, se convierten en caminos que conducen ai fracaso y al vacío. No se cumplen sus promesas; por eso es preciso emprender el camino desde abajo, con la ayuda de los sentidos y de las ciencias. Las palabras con que sor Juana describe este fracasado intento de llegar al conocimiento de la realidad hacen pensar que no se trataba de la intuición primera del ser en el sentido aristotélico, sino del incumplimiento de las promesas herméticas y ocultistas. Precipitarse, caer, deslumbrarse, significa más el reconocimiento del error de haber intentado algo imposible y prohibido, que la imposibilidad de una intuición metafísica. En todo caso, sor Juana establece muy claramente el punto de partida de la filosofía, poniéndolo en las cosas reales que abarcan las diez categorías aristotélicas 11. A partir de ahí y mediante la abstracción la mente humana puede elevarse a consideraciones más universales, pero sin perder nunca de vista la realidad. Es precisamente este contacto con la realidad lo que la puede salvar de perderse en puras creaciones del espíritu, convirtiéndose en un sistema de deducciones y relaciones racionales en las alturas de un mundo de lo posible o en la búsqueda de revelaciones al margen de los métodos racionales, como pretendía el hermetismo y el ocultismo. Sin embargo, no todo el conocimiento humano se reduce al conocimiento filosófico. Si éste alcanza los niveles más profundos de la realidad, hay otros niveles que sólo pueden conocerse a través de métodos más de acuerdo con la infinita variedad de fenómenos que en esos niveles se dan. La filosofía se completa así en su función de conocer las cosas con las ciencias. ¿O será al revés, siendo las ciencias las que necesitan ese complemento filosófico? El problema de las relaciones entre ciencia y filosofía sigue abierto. De hecho, después de una separación total y hasta de una negación de todo conocimiento que no sea experimental y científico, se empieza a ver la necesidad de una fundamentación filosófica de las mismas ciencias y se busca cada vez más una fecunda colaboración.

11

Cf. Ibid., versos 576 y siguientes.

Despiertan, pues, los sentido y el mundo se ilumina. Después de un largo sueño en que sólo parecía posible manejar imágenes y conceptos más o menos cercanos a la realidad, se puede ahora ver, tocar y medir en infinitas combinaciones de experiencia una realidad que antes permanecía en tinieblas 13.

2 .- Naturaleza y fines del conocimiento Todos los hom bres p or naturaleza desean saber, decía Aristóteles. El hombre, asegura sor Juana, pretende escalar las estrellas, por más que éstas se burlen, mulantes, en las alturas. Dos modos de decir lo mismo: el conocimiento forma parte de la naturaleza del hombre y no es un adorno más o menos importante del que se podría prescindir. La vida humana está constituida por un conjunto de relaciones de muy distintas especies que la ponen en contacto con las cosas. El conocimiento es el medio para ir llenando la capacidad de asimilación que existe en el hombrey que lo impulsa a buscar sin descanso aquello que lo puede sacar de su pobreza. Eso es lo que significa “poner riquezas en el entendimiento”, que decía sor Juana. Parece, pues posible observar en el mundo un proceso que aspira a producir las condiciones necesarias para que se dé ese enriquecimiento último, en el que se coronan y resumen todas las afinidades de los elementos naturales. Nos encontramos con una forma superior de existencia, que lleva consigo la capacidad de unir cada vez más las cosas. “Ser más perfectam ente, dice Teilhard de Chardin, es unir más elem entos. La supremacía del ser pensante se mide por la penetración y el poder sintético de su mirada. Por eso. la historia del mundo vivo se resume en la producción de ojos cada vez más '2

(El sol) repartiendo a las cosas visibles sus colores iba, y restituyendo entera a los sentidos interiores su operación, quedando a luz más cierta el mundo iluminado, y yo despierta. Primero Sueño, versos filiales.

perfectos en el seno de un cosmos en que siempre es posible penetrar más” 1:\ Conocer significa, pues, crecer, ser más, ensanchar los límites de la propia existencia hasta hacerlos coincidir con el mundo entero. “No por otra razón es el ángel más que el hombre que porque entiende más”, dice sor Juana. No es posible renunciar a algo que se identifica con la misma condición humana: he ahí una necesidad y un derecho, para el cual no hay diferencias entre el hombre y la mujer. Sin embargo, la vida del hombre no puede quedar reducida a la dimensión del conocimiento. Si es mucho más importante “poner riquezas en el entendimiento que poner el entendimiento en las riquezas”, 110 por eso deben despreciarse otros valores cuya realización amplía el horizonte en otras tantas direcciones. Ni el hombre es únicamente inteligencia, ni su vida se desarrolla sólo en las claras regiones de lo racional. El hombre es también voluntad, afectos, instintos; su vida se va realizando en la singularidad de los actos y de las circunstancias. Será preciso lograr un equilibrio y una estrecha colaboración. Renunciar al desarrollo de la inteligencia significaría condenarse a vivir sin perspectivas ni ideales, perdiéndose en la infinita maraña de lo singular e inmediato. Pero querer volar hasta las regiones del sol entraña siempre el peligro de quemar las alas y caer en las sombras del desánimo y la derrota 14. Sor Juana nunca cayó en el intelectual isino vacío de las inter­ minables discusiones como si eso fuera la única sabiduría. Las sutilezas no son más que palabrasl:i. Ella sabía que el conocimiento es un camino para llegar a la realidad y que lo que perfecciona al hombre es precisamente esa realidad. 11

1

Le phénoméné humam (París, 1955), p. 25. Necia experiencia que costosa tamo fue, que Icaro ya, su propio llanto lo anegó enternecido. Primero Sueño, versos 466-469. ¿No ves que las sutilezas, aunque vuelen remontadas, si el calor no las fomenta, se mueren en las palabras? Loa a la Concepción (III, p. 267).

No tiene el conocimiento una finalidad en sí mismo, por lo que no se le puede dejar crecer ni desarrollarse de una manera espontánea y anárquica. Lo que importa son los frutos, no las ramas frondosas, que a veces sólo ocultan el vacío y la inutilidad. Por eso, el saber puede ser un vicio l(), y será necesario orientarlo, si se quiere que cumpla la función que en realidad tiene. Así, pues, el conocimiento queda inscrito en la vida y participa de su misma finalidad. Sor Juana reconoce que no hay nada tan libre como el pensamiento. Pero el pensamiento humano no es pura espontaneidad; está condicionado por los objetos y por las exigencias de la verdad y, com o actividad, está sobre todo condicionado por la vida. Se conoce para vivir mejor, con más plenitud. Se conoce, en última instancia, para alcanzar la felicidad. Es una loca ambición, pues, que el hombre se olvide de sí mismo para entregarse a una actividad que puede disminuir su vida, ya que el conocimiento por sí mismo no puede dar todo lo que el hombre necesita l/. Disminuye y se recorta la vida, en primer lugar, cuando el conocimiento queda reducido a los límites de lo útil y necesario, de los problemas inmediatos y urgentes. Pero disminuye también la vida el olvido de otras finalidades que están más allá del mismo conocimiento y a las cuales está orientado ls. Sor Juana Inés vio en sí misma la insuficiencia del ideal socrático que identificaba el saber con la bondad de la vida, al experimentar la lucha entre la razón y las pasiones. Pero la descubrió sobre todo

17

1s

También es vicio el saber: que si no se va atajando, cuando menos se conoce, es más nocivo el estrago. Romances (I, p. 7). ¿Qué loca ambición nos lleva de nosotros olvidados? Si es para vivir tan poco, ¿de qué sirve saber tanto? Romances (I, p. 8). No es saber saber hacer discursos sutiles, vanos; que el saber consiste sólo en elegir lo más sano. Xbid., pp. 6-7.

en tantos otros, para quienes el conocimiento no servía sino para perderse en el error y en el orgullo 19. El orgullo contagia de error todo lo que toca. El entendimiento está condicionado por los objetos y, dentro de sus límites, se orienta siempre a la verdad. Pero la ambición, el deseo de sobresalir o de imponerse a los demás hace que vaya más allá de esos límites y caiga en el error. Aveces el error es tan grande, que, como observa con gracia sor Juana, no basta una ciencia o una sola lengua para contenerlo o expresarlo 2 M em oria: pues a ti sólo te es dado hacer que sea presente lo pasado, pues resucitas en tu estimativa

26

de la ya m uerta gloria im agen viva, guardando en sus m entales caracteres las co sas que tener presentes quiere. Ibid. (III, p. 385). As! ella, sosegada, iba copiando las im ágenes todas de las cosas.

Primero Sueño, versos 281-282.

En el hombre, el conocim iento continúa a un nivel más profundo cuando la inteligencia prescinde de los límites y singularidad ele las im ágenes y llega a form ar las ideas o representaciones inmateriales de la esencia misma de las cosas. Son “las especies intencionales” del alma, que, apoyándose en la realidad material, se elevan a las regiones del espíritu, más allá del tiempo y del espacio y fuera de la contingencia del mundo de lo sensible Asombra la seguridad con que sor ju a n a va recorriendo ese largo camino que va de los sentidos exteriores al entendimiento humano. Donde otros encontraron problemas y dificultades, ella ve continuidad y progreso en un proceso que llega a lo más profundo de la realidad. Es fiel aquí, como en tantos otros temas, a la tradición aristotélico-tom ista, aunque se podrían señalar algunas imprecisiones y simplificaciones.

4.- Intu ición y raciocinio Sor Juana Inés estaba convencida de que el conocimiento es un proceso ascendente que va apoyándose en las cosas y subiendo hasta llegar a cumbres siempre nuevas. La cumbre última es Dios, céntrico punto de donde salen todas las líneas y donde se reúne la perfección de todas las cosas en grado infinito 2S. Hacia ahí se dirigen todos los esfuerzos y sólo ahí encontrará descanso el ansia humana de saber. Sin embargo, 110 es fácil llegar a la cumbre. Será preciso emprender muchos caminos para encontrar el verdadero. La vida, como el poema que sor juana dedica al conocimiento, se desarrolla

28

Las pirámides fueron materiales tipos solos, señales exteriores de las que dimensiones interiores especies son del alma intencionales. Primero Sueño, versos 400 y siguientes. Así la humana mente en figura trasunta y a la Causa primera siempre aspira. Ibid., versos 406-408.

entre dos líneas: “abajo, la tierra, fuerza atractiva de todas las gravedades, de todos los vuelos sin alas, del sueño sin ensueños, del viento callado; arriba, las estrellas, símbolos perfectos de las esencias que se quieren conocer”29. Así, pues, lo que da sentido a la tarea del hombre es el ideal que a través del conocimiento se esfuerza en conseguir. Tener siempre a la vista esta perspectiva significa que se confía en la capacidad de la inteligencia para llegar a la verdad, aunque sea una verdad parcial y limitada. Significa también que las verdades no se dan aisladas, como tampoco están aisladas las cosas del mundo. He ahí un buen punto de partida. Otros se dejarán enredar por la duda, y la duda no es buena consejera para caminar. La primera etapa del conocimiento humano es el conocimiento ele los sentidos. Ellos son los que realizan el primer contacto con las cosas, haciendo posible que adquieran esa otra existencia intencional dentro del hombre en forma de imágenes. El mundo llega así a tener sentido humano y deja de estar en una lejanía inaccesible. Hay atardeceres interiores, como hay florecer de primaveras o silencio de inviernos. Se rompen las fronteras que impedían la comunicación para dar paso a la mutua y constante referencia: el cielo claro es la sencillez del alma... Aveces, no se sabe cuál es más real, si el mundo interior imaginado o el mismo mundo de las cosas. Más allá de los sentidos, la inteligencia penetra en la esencia de las cosas y de alguna manera puede llegar al ser mismo de Dios, fuente y origen de toda la realidad 30. La terciad, como la belleza, 110 es 1111 círculo en el que uno puede perderse girando siempre sin salir de él; se trata más bien de una espiral que tiende hacia lo alto 31.

29 3(1

31

Cf. Ramón Xirau, Genio y figura de sor Juana Inés de la Cruz (Buenos Aires, 1970), pp. 93 y 96. Maremagnum se ostentaba de perfección infinita; de quien todas las bellezas se derivan como ríos. El Divino Narciso (III, p. 93). Que es una línea espiral, no un círculo, la armonía. Romances (I, p. 6*1).

¿Cómo se puede llegar a esas alturas? Hay dos maneras distintas de conocer: la simple e inmediata unión con un objeto, y la unión mediante el raciocinio. La primera es propia de las inteligencias separadas de la materia; la segunda es connatural a la inteligencia humana. Sin embargo, el hombre aspira a conseguir en su conocimiento esa modalidad intuitiva, liberándose de cualquier obstáculo que le impida ponerse en contacto con la realidad. Sor Juana se imagina a sí misma enfrentándose con toda esa realidad, intentando conocerla y abarcarla con su mirada. El alma humana por su espiritualidad es una cumbre más alta que todos los montes y, como una pirámide que penetra en las regiones transparentes del sol, intenta adentrarse en el mundo de las esencias luminosas. Pero 110 existen esas esencias separadas de la materia como creía Platón, ni el alma tiene tal poder. Por mucho que se crea liberada de las cadenas del cuerpo para emprender su vuelo intelectual hacia las cumbres, la inteligencia tendrá que reconocer sus límites y su incapacidad ante esa tarca. Por otra parte, las esencias de las cosas están también sumergidas en la oscuridad de sus condiciones materiales, multiplicadas en una variedad infinita de fenómenos, cualidades e individuos, que forman, todos juntos, un objeto demasiado complejo para que la inteligencia pueda comprenderlo ;. Pudiera parecer que s o rju a n a term ina su poema con una confesión de escepticismo. Aun frente a una cosa aislada de las demás el entendim iento teme 110 poder com prenderla o com prenderla mal o, en todo caso, com prenderla demasiado tarde ■,(l. ¿Qué habrá que concluir de esa misma cosa en relación con todo el universo? Por otra parte, las opiniones encontradas de los hombres -”para todo hay razones”-, sus múltiples errores, los distintos puntos de vista desde los que se puede considerar la realidad, hacen que nadie se pueda considerar seguro en la posesión de la verdad :!7. Esos son, exactamente, los argumentos que ha esgrimido el escepticismo de todos los tiempos. Para conocer una cosa, habría que conocer todo el mundo de relaciones que pasan por ella. Si en la vida práctica adoptamos muchas certezas porque sin ellas no se puede vivir, cu an d o se intenta analizarlas y ver su fundamento, es preciso confesar que 110 es posible encontrarlo. S o rju an a conoció seguramente algunas formas históricas de escepticismo: las de los estoicos griegos o las del Renacimiento. Sin embargo, 110 parece haberlas adoptado. Si no llegó a ser demasiado optimista respecto a los resultados del conocimiento,

36

37

Cf. Ibid., versos 781 y siguientes. Si a especie segregada -como de las demás independiente, como sin relación consideradada las espaldas al entendimiento ... porque teme, cobarde, comprenderlo o mal o nunca o tarde. Primero Sueño, versos 761-769. Todo el mundo es opiniones de pareceres tan varios, que lo que el uno que es negro, el otro prueba que es blanco. Romances (I, p. 5).

fue porque vio sus límites o porque había esperado demasiado de él. Esas limitaciones, constatadas una y otra vez a lo largo de la experiencia, llevan a la humildad propia del sabio. Sólo el ignorante cree saberlo todo. Cuanto más se profundiza en la realidad, más ramificaciones se descubren y por todas partes se encuentran las fronteras del misterio. Hay, pues, una estrecha correspondencia entre la humildad y la verdad y, paralelamente, entre la superficialidad y el orgullo 'í8. Así, pues, es indudable que sor Juana rechaza la intuición como método para conocer la realidad. Sin embargo, se puede hablar de intuición en sentidos muy diversos, y 110 en todos debe ser rechazada, ni sor Juana la rechazó. Si se entiende por intuición el conocimiento inmediato y ex­ perimental de un objeto, no hay más intuición en el hombre que el conocimiento de los sentidos. Sólo ellos se relacionan de una manera inmediata con las cosas, sin necesidad de intermediarios ni representaciones. En cuanto entramos en el ámbito de las facultades internas y en el de la inteligencia, el conocimiento se realiza a través de imágenes o de ideas, que sustituyen la presencia física de las cosas y la hacen innecesaria. Es claro, pues, que en este nivel no existe un conocimiento intuitivo de la realidad. Es preciso ir recogiendo aspectos parciales y acumulando experiencias para poder llegar a tener una visión más o menos global. El conocimiento es una suma de esfuerzos, resultado de juicios que van integrando los aspectos de las cosas. Ni siquiera el alma se puede conocer a sí misma de una manera intuitiva o inmediata. Mientras no empiece a conocer las cosas, identificándos.e con sus perfecciones, está en total oscuridad -en pura potencia, diría Aristóteles-, y 110 puede hacerse transparente para conocerse 30

Ibicl., p. 76.

51

Cf. Mircea Eliade, E l mito del eterno retorno (Buenos Aires, 1968), pp. 22

y 25-r,t-

Libro de los principios cabalísticos, p. 4 1.

El alma, liberada de la cadena del cuerpo, emprende el vuelo hacia las regiones clel cielo, para contemplar el curso interminable de los ástxo.s. Libre de obstáculos, tiende la vista sobré el inmenso panorama y queda deslumbrada ante la infinita variedad de las cosas. Asustada y temerosa retrocede, buscando refugio contra la luz en las sombras. Precipitada desde las alturas, emprende el camino a tiavtS del estudio de las cosas, considerándolas una por una para llegar otra vez a la cumbre de la sabiduría, lo que antes se le había negado. El camino:es difícil, y tiene que reconocer que aun las cosas más sencillas se resisten a entregar su secreto. Entre la ambición y el desánimo, zozobrando entre escollos y huyendo de peligros, el alma trata de encontrar el camino verdadero, que la vuelva a llevar a la cumbre lejana. Pero la luz del día la sorpren­ derá en esta búsqueda. El mundo es iluminado; los sentidos despiertan. Vuelve otra vez la vida... En el “sueño” de sor Juana no hay guías ni intermediarios, que lleven por los caminos de la verdad al alma. Ni Cosmiel, ni Pimandró, ni el arcángel Gabriel, ni Beatriz, ni la diosa Justicia. El espíritu está solo y únicamente puede confiar en sus fuerzas. En este respecto, sor Ju an a está más cerca de las enseñanzas neoplatónicas, que señalaban el proceso que hay que recorrer para llegar a la sabiduría, que de la tradición de los viajes del alma. En segundo lugar, y esto es mucho más importante, en Primero Sueño no hay revelaciones, ni descubrimiento de secretos, ni visiones. En el cielo no hay nada: únicamente la vastedad de objetos, que desconcierta al espíritu y lo envuelve en el vértigo. Sor Juana sabe ahora que no se cumplen las promesas: no hay encuentro ni experiencia de otra realidad; Dios sigue escondido. En la cumbre no hay más que silencio y miedo 5:\ Empezaba así una nueva etapa en la aventura humana del co­ nocimiento. El hombre no puede esperar que se revelen los secretos por caminos extrarracionales. No puede contar más que con su 515

“Objetuado el hombre entre la realidad cosificada en la inmensidad del vacío cósmico, su grito no recibe contesstación; se pierde en la oquedad de un eco que sólo repite su propia voz”. María Zambrano, Elkombrey lo clíoino (México, 1966), p. 278.

inteligencia. Tendrá que aceptar sus limitaciones y la posibilidad de sus fracasos. Empezaba el camino de la ciencia. Una vez más tenemos que preguntarnos por lo que sor Juana esperaba del conocimiento. Sin duda esperó mucho más de lo que le podía dar. Esperó la felicidad, el sentido de la vida; creyó que con él podría entender mejor los misterios ele la revelación y de la teología. Por eso se entregó al estudio y no hubo fuerza humana que se lo impidiera. Los resultados, sin embargo, no correspondieron a las esperanzas. No se puede decir por eso que sor Juana haya caído en él es­ cepticismo. Conoció, como hemos visto, sus argumentos: las distintas opiniones, la imposibilidad de conocer las esencias, los cambios en el hombre debidos a su constitución. Sin embargo, sor Juana cree que se puede llegar a la verdad, aunque sea una verdad limitada y parcial. Es la verdad que corresponde a una inteligencia sumergida en la materia. La felicidad y el sentido de la vida nó pueden ser resultado del conocimiento humano. Se trata de problemas fronterizos, ácerca de los cuales la filosofía no puede dar respuestas definitivas. Sor Juana tenía además el conocimiento de la fé, que le presentaba otro camino. Allí sí podía esperar una experiencia mística, un encuentro gozoso. Pero no es esta experiencia la que ella describe, al menos en Primero Sueño. Aquí Dios es el centro, la Causa primera, el dios de los filósofos. Tampoco se podía esperar mucho de la teología de aquel tiempo. Sor Juana aspiraba a algo más que a sutilezas54, y esto/era lo que se le ofrecía. En todo caso, sus estudios no le sirvieron para entender mejor la teología. El “sueño” y aun la vida de sor Juana pueden entenderse en muy distin tas claves. Esto fue lo que d e sco n certó a sus contemporáneos: al lado de elementos aristotélicos y escolásticos, descubrían enseñanzas platónicas, y pudieron sospechar la

94

Y tú, Escuela, ¿cómo necia, de la devoción te apartas? Pues tus razones sin ella, más serán que doctas, vanas. Loa a la Concepcióti (III, p. 263).

presencia de otras doctrinas menos ortodoxas. En realidad, esto fue lo que desconcertó a la misma sor Juana, que, al final, se quedará con el conocimiento de las cosas -las diez categorías-, renunciando a cualquier otro camino.

6.- Primero Sueño, tuna experiencia religiosa? Pero un simple análisis a nivel epistemológico del poema de sor Juana parece insuficiente. Explica, sin duda, las ideas que ella tenía acerca del conocim iento y del mundo -una teoría del conocimiento va siempre unida a una ontología-, pero deja sin contestar muchos interrogantes. ¿Que es lo que al final descubre, haciéndola retroceder, tem erosa, hacia procedim ientos más humildes? ¿Por qué ese afán de volver a la cumbre, aunque sea utilizando otros caminos? ¿Por qué la osadía de querer conocer toda la realidad merecería un castigo? ¿Es posible llegar al cono­ cimiento de esa realidad? Después de los estudios de Mircea Eliade, Rudolph Otto o Durkheim acerca de la experiencia religiosa, se pueden descubrir algunos elementos de esa experiencia, no sólo en Primero Sueño, sino en el conjunto de las obras de sor Juana. «Se hace evidente afirma María Zambrano- que ninguna obra del muy humano pensamiento no tenga de algún modo, aunque sea levemente, una relación con una actitu d religiosa, que pueda pasar inadvertida en tanto que tal. Mas, una vez puesta al descubierto tal actitud, se mantiene, en su levedad, como guía de toda una obra y hasta de toda una vida si con sutileza se estudiara»1’5. Por su parte, Ramón Xirau nos invita a oír la voz de los poetas que p ien san . «Y si sabem os oír, sabrem os tam bién que si el pensamiento anda en busca del ser y el poeta en busca de lo sagrado, ambos caminos se encuentran en lo infinito”56. Lo sagrado hace referencia a un nivel ontológico nuevo. Un objeto es sagrado si revela algo distinto de sí mismo: una fuerza de naturaleza incierta que, al no ser equiparable a las cosas de un • r,:> De la Aurora (Madrid, 1986), p. 121. ■ r,(> Cuatro filósofos y lo sagrado (México, 1986), p. 40.

mundo conocido, suscita una actitud nueva, la actitud religiosa. Es algo separado, prohibido, peligroso. Es también la plenitud del ser, el misterio inasible. En la vivencia religiosa un poder distinto totalmente -lo Otrop en etra la vida, produciendo extrañeza, asombro, tem or y admiración. Lo sagrado arrebata y hechiza hasta llevar al éxtasis. Por eso, el hombre de todos los tiempos trata de encontrar un camino de acercamiento. No será un camino de conceptos o ideas, que objetivan y limitan. Se busca más la experiencia y el contacto. Viajes de iniciación, sueños, éxtasis..., no tienen otra finalidad que llevar a una meta que es la salvación, la felicidad; algo que las cosas de este mundo no pueden dar. Pero el misterio produce también repulsión y temor. Nadie que vea a Dios puede seguir viviendo, pensaban los judíos del Antiguo Testamento. Temor y temblor son también características de la experiencia religiosa. Entonces, el mundo de lo conocido -lo profano- es un refugio que se busca, aunque quede siempre el deseo y el llamado de lo que está más allá. Sor Juana Inés conocía el estoicismo griego, para el que la contemplación de la armonía del universo llevaba a la unión con el Logos. Conocía también la teoría de Platón, según la cual desde la frontera de las esferas celestes se podía contemplar el mundo de las Ideas. Había, pues, que subir hasta allí. Desde otros puntos le llegaban también promesas que le hablaban de salvación. No creyó que esto se opusiera a su fe, sino que, por el contrario, le ayudaría a entenderla mejor. Así, pues, emprende el camino del conocimiento para llegar a la cumbre, al centro, a la circunferencia; para llegar a Dios, «centro a un tiempo y circunferencia»1’7. Llegó al umbral del misterio y de lo desconocido, y experimentó el temor y temblor. Sintió también la atracción y el hechizo, el rechazo y la repulsión. Es el estremecimiento de la actitud religiosa. Volver al mundo profano -el de las diez categorías- significaba seguir buscando por otros caminos, los de las ciencias y los conceptos. ¿Qué hubiera encontrado ahí? Muchas cosas, pero no lo que ella esperaba. :>7

Respuesta (IV, p. 833).

El mundo de lo sagrado es un cosmos; un conjunto armonioso y ordenado, reflejo de Dios y de sus perfecciones. El mundo de las esferas y de los astros incorruptibles era para sor Juana el lugar sagrado al que el alma se asoma en el sueño 58. Vivir en un lugar sagrado significa situarse en la proximidad de los dioses, en la realidad absoluta, contrapuesta a la realidad ilusoria de los sentidos. Pero nuestro mundo es el de los sentidos, por más que continúe siempre la aspiración a conocer y a participar de esa otra realidad. Para Platón vivir en la oscuridad de la materia era un castigo. Era preciso subir otra vez al mundo de los dioses y de las Ideas a través del amor, el conocimiento y la ascesis. Esa era la tarea de la filosofía y el camino de la salvación. Así, pues, el amor es otro de los caminos para llegar al mundo de lo sagrado y de la experiencia religiosa. «El amor hace crecer las alas», se lee en el Fedro. Con ellas se podrá volar hacia las cumbres donde reina la Belleza. Sor Juana Inés pudo haber escrito un Segundo Sueño, dedicado éste al amor. La mitología griega le hubiera ofrecido un material abundante. También aquí era necesario apagar la actividad de los sentidos e ir más allá de ese amor hecho de contrarios, que avergüenza y degrada. Un amor de inteligencia -«independiente y exento»- descubre la belleza espiritual y pone en contacto con un mundo nuevo. Se sentirá el temor y temblor también aquí, la repulsa y la atracción. El amor es un misterio que no se puede entender. «Está enamorado, pero no comprende de qué, y ni sabe lo que le ocurre, ni puede explicarlo»39. Sor Juana conoce muy bien «este amoroso tormento»00. La experiencia religiosa lleva consigo una cosmovisión, en la que las cosas son portadoras de sentido y hacen referencia a otra realidad. Son signos de un mundo distinto. Sor Juana Inés trató siempre de descifrar esos signos. 58

59 60

(El alma) de sí tan rencontrada, que creía que a otra nueva región de sí salía. Primero Sueño, versos 433 y 434. Fedro, 255, d. Este amoroso tormento que en mi corazón se ve sé que lo siento, y no sé la causa por que lo siento.

LA FILOSOFÍA DE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Es inútil buscar un sistema en el pensamiento de sor Juana. Se puede hacer una síntesis de sus ideas y tratar de descubrir la visión que tuvo del mundo; nada más. Esta visión está más allá de los elementos que fue Lomando de los distintos autores que conoció. Sería un error intentar clasificarla teniendo en cuenta únicamente esos elementos. S or J u a n a supo elevarse sobre los co n ce p to s y las contradicciones para llegar a otros niveles de conocimiento. Su espíritu conciliador le hizo aceptar sin crítica todo lo que le servía para sus propósitos, y le servía todo: Platón, Aristóteles, estoicismo, escolástica... Así, la materia y la forma 110 le interesaban sólo para explicar el mundo a través del hilemorfismo aristotélico, sino para comparar el amor incorruptible y duradero a las formas inmutables de los astros. Que la tierra girase o no alrededor del sol, lo que le importaba era que había pasado un año y había que cantar el cumpleaños del virrey o de su hijo. La teoría de los cuatro elementos puede ser falsa, pero hay una fuerza que los une, y esa fuerza es el amor. La filosofía es el conocimiento de la realidad. Pero ése es el principal problema: íde qué realidad? Sor Juana está convencida de que más allá de lo que se ve hay un mundo invisible que da sentido y consistencia a nuestro mundo. Esa es la verdadera realidad. ¿C óm o con ocerla? Los m étodos racionales eran insuficientes; había que buscar otros caminos.

La inquietud y el deseo de saber la llevaron al umbral de lo desconocido y misterioso, aunque al final retrocede asustada por su osadía. Sin embargo, utilizó los dos caminos por los que se puede penetrar en ese mundo: la mitología y la metáfora. A través de ellos se introduce en el mundo de lo trascendente, de lo que está más allá de las cosas dándoles un sentido nuevo. Otros caminos, como el sueño, el éxtasis o la negación de la materia se le revelaron inútiles o imposibles: conducen al fracaso. Esta preocupación por el método coloca a sor Juana dentro del espíritu de la filosofía moderna. Ante la insuficiencia de los métodos racionales que le presentaba la escolástica de su tiempo, no duda en exp lorar otros modos de conocim iento menos racionales, pero más adecuados a la realidad que a ella le interesaba conocer. Esta será también la preocupación fundamental de Bacon y Descartes. A partir sobre todo de Descartes, la filosofía adquirirá un tono marcadamente racionalista y se olvidarán las pretensiones herméticas. Se olvidaron también otros métodos de conocimiento, que sólo serán revalorizados mucho tiempo después. Sor Ju an a utiliza todavía la mitología y la metáfora. ¿Qué resultados obtuvo a través de estos procedimientos? No es posible responder adecuadamente a esta pregunta. En realidad, no se trata de obtener resultados, sino de adoptar una actitud frente al mundo y las cosas. La filosofía deja de ser un sistema y se convierte en una experiencia vital. Esto es lo que hace interesante el caso de sor Juana. Si se hubiera quedado en una visión del mundo sistematizada según los métodos y los conocimientos de su tiempo, su pensamiento filosófico no tendría hoy más que un interés histórico. Pero sor Juana adopta una actitud nueva, válida para todos los tiempos y, sobre todo, para tiempos im pregnados de racionalismo. Conocer no es únicamente una función de la inteligencia, sino del hombre entero, con sus instintos y tendencias. Conocer es también creer: estar convencidos de que hay algo más allá de la realidad visible y racionalizada. Ni Descartes ni Kant influyeron en el pensamiento moderno por su visión del mundo, sino por la actitud que adoptaron frente a él. Cuando tratan de obtener resultados y aplicar sus métodos,

el entusiasmo se diluye y da paso a la frustración. Por eso, tendrán que venir otras filosofías que tratarán de llenar las lagunas dei racionalismo. Son las filosofías vitalistas y existencialistas más o menos actuales. Sor Juana Inés conserva el equilibrio entre la razón y la vida. Sabe que la inteligencia es la facultad de las esencias; pero la esencia del amor o de la rosa es un misterio al que hay que acercarse por otros caminos.

I.- Mitología y filosofía Llama la atención en las obras de sor Juana el uso abundante y frecuente de la mitología. Por todas partes aparecen dioses, ninfas, náyades, musas, dragones y sirenas. El mundo está poblado de seres misteriosos y ocultos, que dan vida a las fuerzas naturales y a las pasiones de los hombres. La realidad visible es el teatro donde luchan y se encuentran esos otros seres invisibles, terribles o magníficos, dulces o crueles como el mismo mundo. Un halo de fantasía e idealidad rod ea así a las cosas, envolviéndolas con una luz diferente que les arranca destellos insospechados y alusiones evidentes. Sor Juana Inés se mueve siempre en la frontera entre la realidad y la imaginación. Tan pronto dirige su mirada a las cosas de este mundo, como se sumerge en la dimensión de su fantasía poderosa y brillante. Fuente de sus metáforas más bellas y esclarecedoras, el mundo de la mitología forma parte de su vida y de su pensamiento. No se trata solamente de un recurso poético o del tributo que debió pagar al gusto y a la moda de su tiempo. La mitología es para sor Ju an a una fuente de conocim iento y un m odo de explicación de realidades que escapan a otros procedimientos más racionales y científicos. Lloy, cuando los gustos han cambiado y la filosofía se orienta por otros caminos, puede resultar difícil entender su mensaje. Es el peligro de todos los escritores, sobre todo de los que pertenecen a otras épocas o utilizaron otros modos de expresión.

El peligro es todavía mayor cuando se trata del lenguaje poético, lleno de metáforas, alegorías y alusiones. Ortega y Gasset; se quejaba de los lectores que se habían quedado en sus metáforas, luminosas y transparentes, y no habían llegado al núcleo de su mensaje. Un exceso de luz les impedía ir más allá. Otras veces puede ser la oscuridad lo que impide llegar al contenido que está más allá de las imágenes o metáforas que se utilizan. Todo lo que verdaderamente cuenta está oculto. Esto lo saben bien los poetas y los verdaderos filósofos. Oculto detrás de las palabras y oculto, sobre todo, en el mundo. Ante el misterio ele las cosas, no bastan las expresiones normales; es preciso buscar otras. Si después se quiere llegar a ese misterio, habrá que recorrer el camino inverso. El escritor plasmó el misterio en las palabras; el lector tendrá que descifrar los signos para llegar al encuentro del mundo allí encerrado. Se puede observar en sor Juana el retorno a la simplicidad fantasiosa del niño. También a su inocencia. Aquí no hay verdad ni error; se trata de otra realidad o del suplemento que falta a las cosas para hacerlas más claras y transparentes. Es también el regreso a la infancia de la humanidad, cuando no se disponía de otro medio para hacer inteligible al mundo y al hombre. Se cree con frecuencia que la ciencia y la filosofía sustituyeron los mitos por éxplicaciones racionales. Sin embargo, los mitos se resisten a morir. Platón los utilizó en pleno auge de la filosofía en Grecia, cuando los sofistas los habían ya rechazado. Para él, no son puras fábulas, sino una forma de expresión de cosas que no pueden percibirse directamente ni por los sentidos ni por la inteligencia. En esta línea es donde se mueve también sor Juana. El Renacimiento había descubierto ese mundo fantástico de dioses y héroes en los escritores griegos y latinos, y el hermetismo se orientó hacia la mitología egipcia. Sor Juana utilizó esas mitologías, como la mayor parte de los poetas de su tiempo. Además creó sus propios mitos: no es raro encontrar en ella per­ sonificaciones de las fuerzas naturales o de las pasiones humanas, que acuden obedientes para traer felicidad o para explicar el misterio de la vida. El mundo es algo mágico, animado, lleno de seres y de energías; el hombre no está solo. Hay náyades en los ríos, ninfas en

los collados, nereidas en el mar. Faunos, sátiros y silvanos pueblan el mundo de las plantas, dándoles vida con su presencia. La idea que sor Juana tiene de la naturaleza, tomada de los estoicos o de la escuela ecléctica, la llevaba a esas conclusiones. Ya Posidonio de Apamea -al que sor Juana parece conocer a través de Cicerón o de Séneca- poblaba el cosmos de todas las divinidades griegas. Los mismos astros eran divinidades vivientes y animadas. ¿Se trata de un recurso literario que respondía al gusto de aquel siglo? No cabe duda de que una parte de las metáforas mitológicas tiene esa explicación. Pero hay algo más, y la misma sor Juana se encarga de decirnos su opinión acerca de la mitología. “Los egipcios -escribe en su Neptuno alegórico- tenían por costumbre adorar a sus deidades debajo de diferentes jeroglíficos y formas; así solían representar a dios en un círculo, por ser símbolo de lo infinito. Lo hicieron así para atraer a los hombres al culto divino y también por reverencia para no vulgarizar sus misterios a la gente común e ignorante”1. De ahí a considerar el mundo como un círculo, cuyo centro es Dios que está en todas partes, no había más que un paso, que sor Juana dio sin titubear. Así, pues, el mundo es una representación -jeroglífico- de Dios, un lenguaje escrito, habría que decir hoy, que es preciso descifrar. Pero no todos poseen la clave de esa interpretación. De esta manera, como ya decía Heráclito, “lo que se ve abre las puertas a lo que no se ve”. El conocimiento de la realidad visible debe ser el camino para llegar a esa otra realidad. Por eso estudiaba sor Juana, “para entender mejor la teología”. Sólo que la teología tiene por objeto un Dios muy distinto del dios de la filosofía y para conocerlo no bastan los jeroglíficos, ni las figuras, ni el lenguaje de las cosas. Son otros los caminos. Cuando sor Juana trata de justificar el uso de la mitología para cantar las hazañas del marqués de la Laguna en.el arco triunfal que la iglesia catedral le dedica, da una serie de razones, algunas de las cuales sirven también para explicar por qué en otras obras acude ella a la mitología: “o ya porque entre las sombras de lo fingido campean más las luces de lo verdadero..., o ya porque sea

1

Neptuno alegórico (IV, p. 355).

decoro copiar del reflejo como en un cristal las perfecciones que son inaccesibles en el original..., o ya porque en la comparación resaltan más las perfecciones que se copian”2. Cuando en la naturaleza no se encuentra un modelo adecuado para conocer las cosas invisibles y misteriosas, se acude al poder de la imaginación para dar forma inteligible a lo que supera los límites de lo creado. La imaginación tiene la “inmensa capacidad” de saltar esos límites y llegar a formas o figuras que expresen de alguna manera el misterio del ser. Habrá después que distinguir las luces de lo verdadero “entre las sombras de lo fingido”; pero esto es ya obra del intérprete o del lector. En otras ocasiones habrá que acudir al reflejo para captar per­ fecciones . El uso de la novela y el teatro com o expresión filosófica responde a esta convicción: la esencia de la vida y del mundo no se puede captar ni expresar a través de la pura razón. Sor Juana utilizó la poesía, de la que Baumgarten decía que era el discurso sensible perfecto. También utilizó el teatro. Ni los comentarios ni los tratados sistemáticos eran métodos adecuados para expresar sus ideas. La filosofía para ella no era una simple explicación racional de las cosas: era una experiencia que sólo a través de símbolos e imágenes se puede comunicar. Así, pues, en el mito hay que reconocer una verdad más o menos velada. Es preciso no quedarse en el plano literal e 4 5

Cf. J. Morcan, Aristóteles y su escuela (Buenos Aires, 1970), p. 185. Cf. Julián Marías, Ij i escuela de. Madrid (Buenos Aires. 1959), p. 338.

inmediato; más allá está un contenido que hay que descubrir. Esto es lo importante: bien sea dentro del mito o a través de él, el hombre se pone en contacto con verdades que de otro modo no podría entender. El mito se convierte así en expresión y defensa del misterio. Otras interpretaciones del mito lo ponen más en relación con la vida. Respondería a una necesidad del hombre tan profunda como el mismo conocimiento: el hombre necesita creer, y el mito es la respuesta a esa tendencia. Lo mítico sería lo sagrado, lo que da sentido a la vida. La conciencia mítica, según M. Eliade, es de naturaleza religiosa. En esa dirección se mueven también las interpretaciones existencialistas. Según Jaspersy Heidegger, el mito sería el lenguaje de la trascendencia: nos pone en contacto con esa realidad que envuelve y sostiene al hombre. Hacia ahí se dirigen también los caminos racionales de la filosofía. Pero son caminos más largos y difíciles, por lo que el hombre de todos los tiempos recurre a medios más rápidos, como son los mitos, las creencias y la intuición. ¿En qué sentido utilizó sor Juana la mitología? No es posible hacer un estudio de cada uno de los mitos que aparecen en sus escritos no sólo por el número, sino sobre todo porque se ignora el sentido original que esos mitos tuvieron. Aveces, lo que en un principio fue pura creación literaria, se convirtió más tarde en mito. En otras ocasiones sucede lo contrario: un verdadero mito se utiliza como un elemento poético únicamente. Emprender un estudio detallado sería exponerse a caer en interpretaciones subjetivas, sin ningún valor objetivo. El análisis racional destruye el mito. Sin embargo, se pueden hacer algunas consideraciones generales. En primer lugar, el mito es un modo de conocimiento, y sor Juana utiliza ese conocimiento sobre todo en Primero Sueño. El lector más o menos atento de esa obra se sumerge muy pronto en un mundo fantástico, más allá del mundo real, llevado de la mano de la autora. No se sabe bien en qué consiste ese mundo, pero ahí está insinuado por sombras y luces, imágenes y símbolos, dioses y héroes. Cada uno se siente invitado a emprender el viaje por esas regiones imaginarias, más allá del mundo de los sentidos.

En segundo lugar, se trata de un conocimiento que pone en contacto con lo sagrado y lo trascendente. Si el alma emprende ese viaje hacia la cumbre de las esferas celestes, es porque tiene la esperanza de una revelación. El hombre no se contenta con saber que existe una trascendencia que lo envuelve: quiere que caigan los velos; aspira a la claridad. Por ahí iban las promesas del hermetismo o del neoplatonismo. Sorjuana descubre que no existe esa revelación: el hom bre debe acep tar los lím ites de su conocimiento y no confiar más que en su razón. Así, pues, existe un mundo trascendente al que se puede llegar por el conocimiento mítico, aunque no sea posible conocer su esencia. Esa sería la conclusión a la que llega sorjuana. Conclusión válida, aunque los resultados 110 sean tan claros como se esperaba. Ella misma esperaba otra cosa, pero al final renuncia a esta esperanza. Aristóteles llamaba “teologizantes” a los que cultivaban los mitos. Buscan una respuesta a las preguntas radicales que plantea la vida y el destino del hombre, y esa respuesta sólo puede estar en Dios. El mundo insinúa esa respuesta, abriéndose a la trascendencia. Pero no todos se atreven a dar el paso cruzando la línea del misterio. Un conocimiento científico de la realidad se contenta con lo que en ella puede encontrar. No aspira a otra cosa. El conocimiento de las leyes que regulan los fenómenos naturales es suficiente para resolver los problemas inmediatos de la vida. S o rju an a parece resignarse a este tipo de conocimiento después de haber explorado los caminos que la mitología o la filosofía hermética le presentaban. Sin embargo, está convencida de la existencia de esa otra realidad. Para llegar a esa realidad 110 hay más camino que el mito y la metafísica. Ante la imposibilidad del lenguaje para expresar ese mundo, se acude a la imagen y a los símbolos: no se puede com unicar de otro modo el asombro y la fascinación de lo misterioso y sagrado. Está también el camino de la metafísica, que conduce a la región de lo que está más allá de las cosas materiales, como su mismo nombre indica. Pero de so rju a n a se puede afirmar lo que Eleidegger decía de los pensadores

modernos: llegó demasiado tarde para los dioses y demasiado pronto para el ser. El conocimiento mitológico es necesario y no se debe rechazar tan fácilmente. Hay realidades que sólo así se pueden alcanzar. Pero el hombre no se contenta con conocer la existencia de una cosa: quiere saber qué es, y para eso necesita elaborar conceptos y sistematizarlos. Sor Ju an a no pudo realizar esa tarea; era demasiado pronto para la metafísica. En su tiempo la metafísica era un puro juego ingenioso de palabras. “El lenguaje es el más peligroso de los bienes”, decía también H eid egger citando a H ólderlin. Puede ocultar la realidad y puede hacernos confundir lo puro (lo verdadero) con lo trivial y lo común (\ La filosofía en tiempo de sor Juana cayó en esa trampa. Si ella pudo librarse de ese peligro, fue por su talento artístico y su talante filosófico. Algo la estaba llamando a salir del círculo estrech o de las preocupaciones de sus contemporáneos y a elevarse a las regiones del ser y de la belleza. Esa es la región de los poetas y de los verdaderos filósofos 7. Al querer ahora sistematizar el pensamiento de sor Juana, tro­ pezamos con la misma dificultad con que ella se encontró al tratar de expresar su concepción del mundo y de las cosas: no bastan las palabras ni los métodos racionales. Habría que echar mano del mito y de la imagen. Como Faetón, "auriga altivo del ardiente carro”, sor Juana se siente fulminada al precipicio después de haber viajado por las esferas celestes. Pero el que ha llegado a las cumbres ya no puede contentarse con los valles; no hay castigo que impida reemprender el vuelo 8.

*’ 7

8

Cf. Ramón Xirau, o. c., p.44. “La poesía 110 se refiere a un objeto material, cerrado en sí mismo, sino a la universalidad de la belleza y del ser, percibido cada vez, es verdad, en una existencia singular”. Ra'íssayJ. Maritain, o. c., p.29. ... Donde el ánimo halla -más que el temor ejemplos de escarmientoabiertas sendas al atrevimiento, que una vez ya trilladas, no hay castigo que inLcnto baste a remover segundo. Primero Sueño, versos 790-795.

El mito supone una actitud vital, como dicen los existencialistas. No es un conocimiento abstracto, al margen de la vida. Creer en una realidad trascendente significa vivir en función de ella. Pero es ahí donde el con ocim ien to m itológico en cu en tra más limitaciones. No es un conocimiento falso, como tampoco lo es el mundo de la fantasía: es un conocimiento insuficiente. Es necesario continuar el camino a través de procedimientos racionales que sólo la filosofía puede proporcionar. Aun así, el conocimiento solo 110 solucionará los problemas de la vida. Sor Juana tiene la valentía de reconocer esas limitaciones. Sin embargo, ni en Primero Sueño ni en la Respuesta renuncia a la búsqueda. Si se cierra un camino, otros se abrirán; la inquietud la acompañará toda su vida. No encontró la revelación que prometía el hermetismo, ni la salvación de que hablaban los estoicos. Había que seguir buscando. Se podría pensar que todo esto es extraño en una monja que vivió su fe, en la que pudo encontrar la verdadera revelación y la seguridad de su salvación. Es otro de los interrogantes que plantea la vida de sor Juana. En todo caso, su testimonio vale más que el de tantos falsos sabios, instalados en la suficiencia y el orgullo, desde donde creen que han hallado el secreto de la felicidad. La fe no dispensa de realizar la tarea de la vida, y la vida es siempre inquietud, inseguridad, angustia. Sor Juana conoció todo eso.

2.- Metáforas y analogías En los escritos de sor Juana no encontramos argumentos ni raciocinios, o se encuentran muy pocos. A veces ju ega con silogismos o distinciones escolásticas, pero no es más que un juego. El método que utiliza está más cerca de la intuición y del contacto con las cosas. Sor Juana quiere sobre todo ver: se asoma al mundo de sus sentimientos y fantasías, y sube a la cumbre de los astros. Todavía trata de ir más allá, adentrándose en el mundo de la trascen d en cia. Por fin, descubre que no hay fron teras ni separaciones, sino continuidad y coincidencia entre todas las cosas.

De ahí el uso continuo de metáforas y analogías, que expresan el punto de unión entre las distintas realidades. En esto estaban de acuerdo el n eoplatonism o, el pensam iento herm ético,: Aristóteles y la escolástica: el microcosmos es un reflejo del macrocosmos; la cadena del ser engarza en una unidad íntima a todas las cosas; el mundo de los astros influye poderosamente ftn la vida humana... Las razones que explicaban esta coincidencia eran distintas, pero todas llegaban a un mismo resultado. Una mirada superficial se queda en la diversidad y variedad de las cosas. El que sabe profundizar llega a un centro en el que se descubre la unidad y la coincidencia. Ahí es donde empieza a germinar la obra artística y la visión unitaria del filósofo. El camino que conduce a ese centro es la intuición; el conocimiento discursivo se queda en la superficie de relaciones utilitarias y prácticas. Es así como sor Ju an a resolvió, sin largos y complicados esfuerzos, el problema del sujeto y el objeto que' está presente en toda la filosofía m oderna. Para ella, no hay oposición ni separaciones; hay continuidad y de alguna manera identificación: “si ves el cielo claro, tal es la sencillez del alma mía “. Este es el privilegio del poeta: mientras otros tienen que recorrer largos caminos discursivos y fatigosos, él se instala en la meta, más allá de las oposiciones y contrastes Lo mismo se podría decir de la relación entre el mundo y Dios; tampoco hay aquí fronteras in­ franqueables. Lo visible es reflejo ele lo invisible, afirma el ocultismo y la cábala lü; las cosas participan del mundo de las ideas o son efecto de una primera Causa, según el pensamiento platónico y aristotélico. Dios y las cosas, lo espiritual y lo material, el sujeto y el objeto no son, por tanto, términos opuestos e inconciliables: hay algo que los une más allá de las diferencias. Ese es el fundamento de la metáfora. Cuando se descubre una Semejanza entre las cosas, se puede establecer la comparación y sé pasa de un término a otro sin mayor dificultad. Si en la naturaleza ®

1**

“En la cima de la expresión poética se derrumban las fronteras entre un inundo exLcriór y un mundo interior; todo es imagen ofrecida a la libre disposición de un espíritu que recompone a su arbitrio la ordena­ ción de lodos los datos”. Raíssa y J . M arkaiii, o. c-, p. SX> Cf. fjbro tk lós.principios raimMstkos, p. 31

no se encuentran esas semejanzas, se buscan en uno mismo, y así, las cosas sensibles adquieren movimiento, sentido y acción 11. Otras veces la metáfora corresponde a una visión simpática de la realidad, en la que se: siente que las cosas influyen unas en otras y se modifican mutuamente: la metáfora aquí no es comparación, sino identificación No sería difícil encontrar en sor Juana metáforas que responden a estos distintos aspectos. Así, la producción del rayo “cuesta al viento mil querellas”; el relámpago es “una luz medrosa en la tiniebla oscura”; el tiempo "todas las cosas muerde con los bocados de siglos”; el amanté es el girasol de los rayos del amado... En ocasiones, las metáforas o alegorías se van desdoblando en múltiples direcciones: el conocimiento es como el sueño en el que el alma emprende el vuelo liberada de las ataduras de los sentidos; el am or tiene la fuerza cíe un ejército que asalta una ciudad fortificada... La metáfora es también un método de conocimiento que sor Ju an a utiliza con frecuencia. Un m étodo que no prueba nada, pero que encamina hacia la verdad. Se trata, una vez más, de ver, oír, ponerse en contacto con el misterio de las cosas. La m etáfora, decía santo Tomás, se toma de lo qué es manifiesto a los sentidos 13, y de ahí se salta a realidades más elevadas. Lo que no se puede expresar de otra m anera, se en­ cierra en una imagen que se puede ver y tocar. En la obra artística se junta lo material y lo espiritual, la forma y la materia, el cielo y la tierra. De ahí que sea el medio más adecuado para expresar una concepción dinámica y viva del mundo. Las ideas y la abstracción expresan únicamente aspectos parciales y estáticos de la realidad. Son conocidos la importancia y el uso que tiene en la filosofía escolástica la analogía, y, en concreto, la analogía metafórica 11. Hay palabras y conceptos que se pueden aplicar a toda la realidad

^1 ® W*

Cl. Juan Cruz Cruz, Hombre, e historia en Ittm (Pamplona, 1982), p. 153. Cf. México en la obra de Octavio Paz (t. II, México, 1987), ¡>.433. In I Sententiarum, 34, 3, 2 ad 2. Cf. Victorino Rodrigue/, I^nd/nndadí", de la emalogM metafórica. Revista Analogía 111 (n. 2, México, 1989), pp, 3-11.

o a una parte des ella, porque hay algo de common éntre las cosas, aunque no haya una identificación total. Es así como se puede conocer a Dios partiendo del ser de las cosas o lo espiritual a partir de lo material. Los conceptos trascendentales de Ser, bondad, verdad o belleza se encuentran presentes en todas las cosas, estableciendo entre ellas una comunicación a nivel metafísico, aunque en otros niveles más superficiales aparezca la diversidad y la distinción. Una vez qué se ha llegado a ese nivel, el mundo adquiere unidad y coherencia, que es precisamente lo que busca la filosofía y, en su campo, el arte. La intuición artística y filosófica va más allá de las relaciones utilitarias y penetra en la singularidad de las cosas, en una dimensión nueva y desconocida para el uso normal de la razón. Es el conocimiento por connaturalidad o contacto, del cjue hablaban los escolásticos. En cambio, la abstracción maneja esencias aisladas, “en estado de soledad”, como decía Juan de santo Tomás. Por eso creía Hólderlin que "la poesía es la más inocente de todas las ocupaciones”. Se mueve en el campo de lo imaginario y de lo ineficaz; no entra en él juego de los intereses y de las manipulaciones, como otros tipos de conocimiento. El poeta siente la necesidad de hablar y de com unicarse únicam ente por sobreabundancia. En el arte, la obra realizada juega el papel de verbo o juicio del conocimiento especulativo La vivencia estética está próxima a la intuición de los principios y al placer de la contemplación. De ahí que tenga que buscar un modo de expresión nuevo, entre la razón y la sensibilidad. Es el lenguaje de las im ágenes, p ortad oras de la em oción y el sentimiento de lo bello y misterioso del universo. Por eso, el poeta está siempre en búsqueda de expresiones originales. Sor Juana se quejaba de haber nacido en un siglo “en que todo lo hallamos ya servido”. La buena y bella metáfora, decía Aristóteles, es el fruto de la contemplación de semejanzas. Esto quiere decir que el verdadero poeta habrá de encontrar unas líneas de equilibrio gravitacional, que le permitan andar por el mundo libremente, sin ser atraído por

'■r> Cf. RaíssayJ. Maritain, o. c , p.152.

un solo astro lb. El poeta tiene el poder de nacer a nuevas maneras de vida sin encerrarse en sí mismo ni en las circunstancias de tiempo y lugar. Es libre para volar y no se deja atar por nada. Los griegos hablaban del éxtasis como medio para llegar al reino de la belleza. Sor Juana descubre esa libertad en el sueño. Si es verdad que el amor y el conocimiento son los dos centros alrededor de los cuales giran las preocupaciones ele sor ju ana, no por eso se encierra en sí misma y en sus sentimientos. El amor nos abre al mundo de los demás, y el conocimiento nos pone en contacto con las cosas. Por otra parte, no se trata de sentimientos o preocupaciones repetidos, monótonos o iguales. El amor es alegría, tristeza, melancolía, ausencia; el conocimiento es visión, fracaso, esperanza. El horizonte en que se mueve sor Juana es el universo y la vida. El uso de la mitología y de la metáfora no era ninguna novedad en el siglo XVII. Más bien era la moda. Pero esa moda no impedía la originalidad del artista; por el contrario, la favorecía al permitir el vuelo de la imaginación por los espacios ideales. Sor Juana supo recorrer esos caminos en busca de metas inalcanzables por otros métodos. No se quedó en el puro juego de imágenes y de dioses: más alláestaba el mundo de las promesas herméticas o de la trascendencia al qué trató de acercarse. Las promesas no se cumplieron y la trascendencia era algo demasiado abstracto e impersonal para dar sentido a la vida. Nadie se pone de rodillas ante la primera Causa o el centro d e l círculo del universo, Pero ahí queda un testimonio vivo para los que siguen buscando signos anunciadores de otros mundos. La inquietud y la búsqueda encontrarán una respuesta, aunque está respuesta tenga que venir por otros caminos.

3.- La filosofía como experiencia Para sor Juana Inés de la Cruz la filosofía 110 es tanto un conjunto de conocimientos acerca del mundo, cuanto una actitud

1 Cl. Juan García Batea, o. c , p.107.

existencial frente a la realidad. La tradición escolástica sobre todo había seguido el camino señalado por Aristóteles al dividir el conocimiento científico en ciencia y filosofía: se puede conocer por causas próximas e inmediatas, y por causas últimas. No cabe duda que la división es legítim a. Pero la filosofía queda empobrecida al reducirla a un simple sistema de conocimientos. Sor Juana vuelve a la actitud platónica. Platón no intenta desarrollar un sistema; para él, la filosofía es una locura divina que conduce al conocimiento de la belleza trascendente. Más que resultados, lo importante era señalar los caminos que conducen a esa meta: el mito, la poesía, la ascética, el amor... La filosofía como actitud vital de curiosidad frente a las cosas conduce a la experiencia y al contacto con las cosas, una forma de conocimiento distinta al simple ejercicio de la razón. Conocimiento que exige la presencia total del hombre, con sus facultades y tendencias, implicando la vida entera. Ahí ya 110 tiene sentido la división de las facultades, cada una con su objeto propio separada de las demás. Sentir la emoción del conocer, sumergirse en el misterio de la existencia, descubrir la belleza y el misterio de las cosas... Es el hombre total el que tiene que llegar a esa meta. La especialización excesiva de una facultad, como dice Baudelaire, conduce a la nada l7. Si en otras épocas la filosofía se orientó más al estudio de las esencias, bien porque las consideraba el constitutivo y el soporte de lo real, bien porque creía que la realidad se identificaba con ellas, hoy, después de la experiencia del existencialismo, se debe ir más allá. El filósofo no es sólo el hombre de la razón, que se mueve en la región luminosa de las esencias. Su mundo es también el de la historia cambiante de cada día, el mundo de la existencia. Ahí no sólo se va a encontrar con los problemas que le plantea la realidad; encontrará también los problemas de su vida. La filosofía tendrá que dar respuesta a esos problemas, encontrando un sentido para la existencia. El conocimiento se convierte así en camino de salvación. Sor Juana Inés encontró ese significado en el estoicismo griego. Hoy nadie duda de la influencia de esta corriente filosófica en el Gil. poi'J. Maritain, Arle y escolástica, p. 117.

pensamiento de sor Juana. Pudo conocer el pensamiento estoico a través de los escritos herméticos o directamente de la lectura de Séneca o Cicerón. Cuando en la Respuesta dice que “los expositores son com o la mano abierta y los escolásticos com o el puño cerrado”18, está haciendo referencia a una cita de Zenón de Kition, que no es probable haya podido ver si no es en esos autores lati­ nos. Como se sabe, el estoicismo griego es un sincretismo de elementos pitagóricos, platónicos y religiosos, que durante mucho tiempo ejerció un poderoso influjo en el pensamiento y la cultura de Occidente. Algunas de sus ideas aparecen claramente en los escritos de sor Juana. Así, para los estoicos, el cielo y la tierra son dos niveles de realidad, cuyo punto de unión es el microcosmos. Hay en el mundo una armonía oculta, cuya contemplación lleva a la unión mística con el Logos. Esa armonía se puede hacer visible a través del simbolismo astrológico y la mística de los números. La virtud sería el reflejo de esa armonía en el hombre. El alma es una centella del fuego, el elemento primordial. Desprecio de la materia... El catarismo y algunas otras formas de maniqueísmo dependen en gran medida de esa filosofía. Por su parte, Denis de Rougemont ha tratado de demostrar la relación entre el amor cortés de los trovadores con esas corrientes maniqueas Naturalmente que no se puede concluir de eso que sor Juana Inés sea hereje, cátara o maniquea. Se trata únicamente de señalar unas referencias que podrían explicar algunos rasgos de su vida y de su pensamiento. Ella no vio las consecuencias de esas ideas: las aceptó sin crítica, com o aceptaba las ideas aristotélicas o escolásticas. Además, como ya veíamos antes, supo detenerse a tiempo. Charles Moeller ha hecho ver el influjo del estoicismo griego en Simone Weil y las consecuencias que en ella tuvo. A pesar de su acercamiento al cristianismo, Simone Weil nunca se convirtió y terminó aceptando el catarismo que había conocido en Marsella 2U. Pero el estudio de Ch. Moeller es interesante por otro motivo: por

•9 2(1

Respuesta (IV, p.450). Cf. El amor y Occidente (Barcelona, 1086). Cf. o. c., ])]>. 201 y siguientes.

el paralelismo que se puede establecer entre Simone Weil y sor Juana Inés a partir de los datos que él aporta. Extraño paralelismo, puesto que nada tienen de común estas dos mujeres, si no es el influjo que sobre ellas ejerció el estoicismo. Simone Weil creyó desde muy niña que nunca podría entrar en “el mundo masculino d e la verdad”, en el que un hermano suyo destacaba por su Facilidad para el estudio de las matemáticas. Pero se rebela contra esta situación eligiendo como votación precisamente la búsqueda de la verdad. No permite nunca que se la trate en función de su debilidad femenina: descuida su belleza, de la que se quería hacer su patrimonio, convencida de que era más importante la belleza espiritual. Renuncia a la sensibilidad, entregándose a duros trabajos para compartir la vida con los más pobres. Rechaza el matrimonio y muere víctima de los sufrimien­ tos que libremente había aceptado. En el orden intelectual, son bien conocidas las doctrinas maniqueas ele sus escritos. De hecho, sor Juana no cayó nunca en los errores de Simone Weil, que llega a identificar a Cristo con Osiris. La fe le impedía llegar a esas o a parecidas conclusiones. Pero aceptó elementos totalmente extraños al cristianismo, que nunca pudo asimilar. Si ella no vio el peligro debido a su espíritu conciliador y a su formación autodidacta, otros lo vieron y trataron de apartarla de “las letras profanas”. Sor Juana misma descubrió la insuficiencia de estos caminos y trató de emprender otros nuevos. Para ella, no había error, puesto que una visión del mundo ni es verdadera ni falsa, porque, según decían los escolásticos, ni se afirma ni se niega nada. Lo que había era fracasó, frustración, insuficiencia. Así, pues, la filosofía fue para ;sor Juana una experiencia, no sólo en el sentido de un conocimiento inmediato e intuitivo del mundo, sino como lección que se aprende para la vida. El amor es la ausencia, 110 él encuentro gozoso que anuncia otro Rostro y otro encuentro. El conocimiento es subir hasta la cumbre para precipitarse al abismo y emprender otra vez la subida, como en los castigos de las fábulas antiguas. Pudiera p arecer que es ésta una conclusión dem asiado pesimista, Para todo hay razones, diría una vez más sor Juana. Si

defiende con tanto empeño en la Respuesta su dedicación al estudio, es porque está convencida de su valor. Pero hay que tener en cuenta que habla del estudio, no de sus resultados. Aun aceptando las limitaciones del conocimiento, sigue siendo la ocupación más noble de la vida. Se trata de hacer un balance. El conocimiento no es una actividad al margen ele la vida: responde a las exigencias de felicidad que brotan de lo más profundo del ser humano. En ese horizonte, los resultados son siempre exiguos: la felicidad no se identifica con la sabiduría humana. Sor juana lo sabía, puesto que creía que el estudio la haría entender mejor la teología. Sin embargo, siempre vio el conocimiento como un valor en sí mismo., independientem ente de que a ella le sirviera en orden al conocimiento de la fe. Ahí es donde reconoce sus limitaciones. Así, pues, ella misma hace el balance: "Ni es para vivir tan poco, ¿de qué sirve saber tanto?” La filosofía, el arte y la religión tienen en común la totalidad con que abarcan al hombre. No se trata de actividades parciales, que se refieran únicamente a algunas facultades o a algún aspecto de la vida. Por eso, encierran un peligro en el que se puede caer fácilmente, y parece que sor Juana no se pudo librar de él. Hay una estrecha relación entre el conocimiento filosófico y la intuición poética. Pero no hay identificación. Querer trasladar al conocim iento poético las características y las exigencias del conocim iento filosófico es cargar a la poesía con un peso insoportable. “Hacer de la poesía, escribe Maritain, un instrumento de conocimiento, hacerla salir de su ser para procurar lo que ella no éSj es pervertirla”21. El conocim iento poético exige ser continuado y conceptualizado por el conocimiento filosófico, pero no se identifica con él. El peligro es mayor respecto a la religión. La intuición poética pone en relación con lo sagrado y lo misterioso: supone con frecuencia, si no siempre, una actitud religiosa en el poeta. Se

21

Sitímdicñi d e la poesía, p. 160.

puede llegar por ese camino a una contemplación y a una experiencia con las apariencias de la mística cristiana. Pero no son más que apariencias. Para el cristiano, la trascendencia y el misterio tiene un nombre y un rostro; tiene los rasgos entrañables de una Persona. Poco tiene que Ver el Dios de Jesucristo con la primera causa o el centro del círculo o de la circunferencia. No cabe duda que sorjuana tiene una visión religiosa del mundo. Por eso no veía oposición entre su atan de saber y su profesión. Pero contentarse con ésa visión esconfundir filosofía y religión. La religión exige algo más que conocimiento y, sobre todo, la religión cristiana. De ahí el sentimiento de insatisfacción y fracaso que ella misma parece confesar: el conocimiento lio le sirvió para vivir, al menos en la plenitud a que ella aspiraba. Esto no quiere decir que para llegar a la fe y a la verdadera experiencia religiosa haya que renunciar a la inteligencia o al conocimiento de las ciencias, como creía Pascal. S orjuana ahí se mantuvo inflexible, como claramente aparece en la Respuesta. Cuando Santo lom as compara la teología con la poesía, dice que tienen en común la necesidad de emplear la metáfora y los símbolos, porque tratan de objetos que la razón no puede comprender: en poesía, porque no son objetos conceptuables; en teología, porque superan la capacidad de la inteligencia 22. Se indica así otro camino, el de la teología, que sorju an a Inés por diversas razones no se atrevió a emprender. Se quedó en el conocimiento poético y filosófico, que, repitámoslo una vez más, no son falsos, sino insuficientes, a pesar de las apariencias de tota­ lidad que llevan consigo.

22

Smm te.ológka, I-Il, 101, 2 ad 2.

CONCLUSIÓN

Llegados al final de este viaje a través del pensamiento y de la vida de sor Juana Inés de la Cruz, queda la alegría de haber recordado doctrinas e inquietudes que preocuparon a los hombres y mujeres de otros tiempos. Quedan también las dudas, porque siempre acecha el peligro de ver las cosas del pasado desde nuestra perspectiva. La objetividad en la historia es siempre relativa, y así es preciso aceptarla. Hoy son otras las preocupaciones, lo mismo en la filosofía que en el arte. También son distintas las soluciones. Pero los problem as son los mismos. Son los problem as de la vida. Cuando se profundiza hasta ese nivel de lo humano y más todavía, cuando se llega al nivel de lo ontológico, se establece esa comunidad de pensam iento que está más allá del tiempo, y que constituye la conquista del esfuerzo humano a través de los siglos. Un pensam iento que se acepta, se corrige o se le hace crecer. Hay pensadores que encontraron soluciones y establecieron sistemas que encauzaron la vida de los hombres durante siglos. Otros sim plem ente recogen y trasm iten esc p en sam ien to, adaptándolo a las necesidades de su tiem po y ele su vida. Finalmente, otros corrigen, critican, cambian la dirección. En qué medida contribuye cada uno a enriquecer la cultura y la tradición será siempre un misterio.

Sor Juana Inés de la Cruz éfa consciente de qué no podía ofrecer grandes soluciones,, Estudia, nos dice, para ignorar menos, no. para enseñar. Las eludas que confiesa tenía en muchos aspectos de su vida y de su pensamiento la hicieron humilde; Así son los verdaderos sabios, los que. descubren que la verdad es demasiado grande para poder conseguirla en este mundo. La duda puede estar cerca de la ignorancia y hasta puede iden­ tificarse Con ella. Pero hay: otra clasft ele eluda qUé surge de 1| luz, aunque: sea todavía una luz a medias. Es la duela que se confunde con la angustia que lleva consigo Ja. libertad, al decir de los existencialistas. Quizás -una v m más la dudab sea ésta la mejor enseñanza, de sor Juana.

1.- Conclusión sin conclusiones A ¡a hora de establecer conclusiones, hay que re c o n o c e r que n o es tarea fácil. El pensamiento de sor Juana está hecho de múltiples elementos, recogido! en lecturas dispersas de autores que con frecuencia nada tienen en común. Si esos elementos son fácilmente identificables, al entrar en el nuevo edificio adquieren un sentido nuevo y se ponen al servicio de una nueva intención. El edificio sigue las líneas de la filosofía escolástica, aunque a véécs esas lincas se rom pen con elem entos extraños. Podría pensarse que se trata de, descuidos de la aüt.orá, explicables por su form ación y su afán de conciliación. Pero son dem asiado fr e c u e n te s p a ra q u e 110 te n g a n o tr a e x p lic a c ió n . Es precisam ente ahí donde hay que buscar el verdadero pensa­ m iento de sor Juana. Eso-no quiere decir que haya rechazado la escolástica. La escolástica le sirvió para llegar a una visión del m undo. Pero lo que él la quer ía ver era lo qué está más allá del mundo. La term in o lo gía y los conceptos escolásticos le sirvieron también para ocultar su intención ante sus contemporáneos.. N o lo lo gró del todo; pero al menos no tuvo problem as con la Inquisición,, que era lo que ella temía. A lgunos sé sintieron desconcertados ante la am bigüedad de los escritos de aquella

monja. Sin embargo, la mayoría se quedó en la superficie y únicam ente vieron en el orgullo y la soberbia el peligro para sor Juana. Sor Ju an a Inés nunca fue tomada demasiado en serio. Era la joven cortesana que componía versos de am or con aquel chispeante ingenio que hacía las delicias de los que la leían o escuchaban. E ra la m onja sabia a la que se acudía p ara encargarle villancicos o elogios para la recepción del virrey. Después, fue la mujer que acusó a los hombres necios y que supo defender los derechos de la inteligencia. Si es verdad que no le faltaron elogios y aplausos en su vida, ni en los años siguientes, casi siempre se trataba de celebrar las gracias del niño que desconcierta con su ingenuidad y desenfado a los mayores. Sor Ju an a era una mujer; era una monja. Su época era un siglo sin relieve intelectual. Eso era lo maravilloso: sobresalir en esas condiciones. Sin em bargo, el valor del pensam iento filosófico de sor J u a n a e stá m ás allá de esas c o n s id e r a c io n e s . Es muy problemático hablar de progreso y avances en filosofía. En esto, las ciencias tienen más ventajas y no es difícil descubrir sus adelantos, ya que se trata de un conocim iento que se puede com probar contrastándolo con la realidad. En filosofía los pro­ blemas son siempre los mismos: se trata de penetrar el misterio del mundo y de la vida. Así, pues, más que originalidad en los resultados, lo importante es ver la originalidad de las actitudes de cada filósofo y los puntos de vista desde los que intentaron solucionar los problemas. En este sentido, la originalidad de sor Juana es indiscutible. Las contradicciones en que se vio envuelta la llevaron a buscar una solución para su vida. Creyó encontrarla a través del conocimiento y del estudio, y emprendió ese camino pese a todas las dificultades que se le opusieron. Esta actitud original se vio en ella favorecida por su sentido poético. El poeta busca siempre nuevas relaciones, trata de encontrar el significado primero de las palabras, sale del juego normal del lenguaje. “Abandonar las palabras, con toda su carga de mentiras y de aproximaciones, de connotaciones asociativas

parásitas que arrastran consigo, abandonar las palabras o crear palabras nuevas, equivale a abandonar el juego ordinario de las ideas y de los conceptos y entrar en un mundo salvaje, en el que nada hay que nos proteja” 1. También podrían descubrirse rasgos de originalidad en los resultados. Hay intuiciones acerca de la autonomía de las ciencias, de la posibilidad de una evolución dentro de la naturaleza, del planteamiento crítico del problema del conocimiento, de la existencia auténtica y del uso del mito y de la analogía. Todo esto revela un espíritu nuevo, que no se contentaba con repetir lo que otros habían dicho. Fiel al sincretism o de su tiempo y, más lejanam ente, al eclecticismo estoico, supo recoger la tradición de las culturas prehispánicas y realizar al menos el comienzo de una síntesis enriquecedora. El dios de las semillas o de los sacrificios humanos no era algo que había que rechazar con horror, sino el anuncio de otro sacrificio y de otro Dios que se da como alimento en la eucaristía. Los pobres indios y los esclavos tenían también su voz y una sabiduría que estaba más allá de las artificiosidades y pala­ brerías de los bachilleres 2. Sor ju a n a recoge con amor esta tradición y se siente heredera de una savia, que vivifica y envuelve sus versos en mágicas infusiones de indios herbolarios. Acepta orgullosa sus raíces y su patria, esta América abundante que cautiva a los que a ella llegan. Su voz es como un grito que invita a ponerse en marcha en la tarea de construir un pueblo nuevo, la patria de los mexicanos 3. Si aquella época no permitía demasiada originalidad en el pen­ samiento, tampoco favorecía la crítica. Ni la corte virreinal ni la ! 2

Raissa y J . Maritain, o. c., p. 1 17. Púsolos en paz un indio que, cayendo y levantando, tomaba con la cabeza la medida de los pasos. Villancicos (II, p. 41).

3

Levanta América ufana la coronada cabeza, y el águila mexicana el imperial vuelo tienda. Romances (I, p. 72).

Iglesia estarían dispuestas a permitir en su seno voces discordantes. Sorjuana recurrió a la poesía, no sólo porque había nacido poeta, como ella reconocía, sino también porque era la única forma de expresar su pensamiento sin levantar sospechas, ¿Se hubiera aceptado su protesta contra la esclavitud, la defensa de los derechos de la mujer, la denuncia de la explotación de que América era objeto por parte de Europa 4, la exigencia de libertad intelectual o la proclamación de la independencia en la investigación científica? Otros muchos elementos son simples recuerdos históricos que hoy hacen sonreír. Sin embargo, hay que ver esos elementos dentro de un conjunto poético, y no analizándolos aisladamente. Una m entalidad científica demasiado mecanicista está en el polo opuesto de la visión poética. Para la ciencia sólo es verdadero aquello que se puede verificar. El poeta busca la belleza y se contenta, como decía Aristóteles, con la verosimilitud. No es fácil descubrir las fronteras entre lo real y lo poético en sor Juana. La realidad en que se mueve no es sólo imaginaria: sabe que esa realidad existe, y quiere conocerla. La poesía, con los mitos y las metáforas, fue el camino que trató de recorrer para llegar a esa meta. Creer, por ejemplo, que la armonía celeste es una simple expresión literaria sería desconocer el contenido que para ella tenía: era el reflejo de la belleza de Dios y el camino para llegar a él. Cuando en Primero Sueño descubre que en la cumbre de las esferas del cielo no hay más que la “maquinosa pesadumbre” y que hay que retroceder para buscar otros caminos, pudiera parecer que sor juana entra en el verdadero mundo de la ciencia, el mundo de las fuerzas mecánicas, y que renuncia a otras dimensiones. Sin embargo, ella misma se hubiera asombrado de saber que el corazón humano tiene cuatrocientas vibraciones por segundo, “que equivale exactamente al sol sostenido de la escala de los físicos sobre la nota do de 256 vibraciones”3. Aveces la intuición poética depara 4

5

Europa mejor lo diga pues ha tanto que, insaciable, de sus abundantes venas desangra los minerales. Romances (I, p. 103). Julián Canillo, cit. en Revista médica de arte y cultura, XV (enero, 1990, México), p. 19.

sorpresas como ésta. Al fin, la poesía trata de reproducir el ritmo del universo reflejando su armonía De ahí, que no se deba contraponer poesía y filosofía. Es verdad que el poeta no trata de razonar, sino de evocar y sugerir. Pero llega a las mismas metas que el filósofo, aunque sea por otros caminos. Una vez ahí, se hace necesario el trabajo de la razón, con sus esquemas y conceptos. Es lo que le faltó a sor Juana: llegó demasiado pronto para el ser y para la metafísica. Sin embargo, ella misma insinúa esa tarea al em prender el estudio de las categorías aristotélicas, después de haber sido precipitada desde las alturas del cielo. No es lo mismo ontología que metafísica. Se puede llegar al nivel ontológico del ser en cuanto ser de que habla Aristóteles, y quedarse ahí. Sor ju an a toca con frecuencia ese nivel en sus reflexiones, pero 110 parece conocer el proceso racional por el que es posible llegar a lo trascendente. O no le convenció, y buscó otros caminos. La continuidad entre lo que sor Juana dice y lo que sugiere plantea un problema con frecuencia insoluble. Siempre acecha el peligro de ir más allá o de quedarse demasiado cortos. Ella misma advierte contra este peligro en su tiempo, y esto es válido también para todos los que se ocupen de ella: “la imagen de vuestra idea / es lo que habéis alabado” (o criticado). Cuando se trata de la expresión filosófica, es fácil analizar, criticar o hacer síntesis. En el caso de la expresión poética queda siempre un margen de subjetividad en las interpretaciones, que impide cualquier dogmatización. El pensamiento de sor Juana se resiste a ser encerrado en un sistema. Así, pues, será necesario concluir sin conclusiones...

2.- Epílogo para “A cuarios” Hasta las orillas de este segundo milenio que se termina, llegan restos de múltiples naufragios que se clavan como interrogantes 6

Cf. Matila C. Ghyka: El número ele oro (Ritos y ritmos pitagóricos en el desarrollo de la civilización occidental). (Barcelona, 1978).

en la arena. Algún día ñieroii nítves que resistían los vientos y las olas, avanzando hacia un horizonte ¡lleno de esperanza. Sistemas filosóficos que se presentaron como la luz definitiva que alejaría las tinieblas; ciencias que prometían el progreso total; instituciones religiosas qué aseguraban el cielo... ¿Qué queda de todo eso? El milenio que se acaba es.el milenio de las guerras, ele las divisiones religiosas, de los atentados; contra la ¡ a/a humana, de la pobreza de una gran parte de la humanidad. Tampoco aquí se han cumplido las promesas. El múñelo se ha fragmentado en múltiples visiones que han roto la unidad; las instinídonés se han estancado, impidiendo el cocim iento personal; la filosofía vivé ele las críticas a los antiguos sistemas, nunca sustituidos. El pensamiento es débil: la razón 110 es capaz de explicar el mundo ni la historia. Com o sucedió siempre al final de cada época histórica, también ahora surgen los profetas, anunciando castigos y calamidades. Pero el hombre lia aprendido a enfrentarse, al miedo y aprendió, sobre: todo, a:leer en el libro de la vida. Termina 1111 milenio, pero no se acaba la historia. Pronto el sol entrará en el signo de Acuario anunciando una nueva.era. Será la era del amor, de la abundancia, de la liberación del.espíritu. Quedan atrás los;signos de Tauro con los grandes imperios y religiones de MesopotaUiia: de Aries, con la religión judía: de Piscis y la religión cristiana. Quedan atrás también el mundo aristotélico presidido por un Motor inmóvil, la concepción cristiana de un Dios personal y trascendente, la visión fragmentaria y mecanicista de la ciencia. Hay que volver a considerar la naturaleza como algo vivo y misterioso, poblado de dioses. Alma y cuerpo, espíritu y materia, cielo y tierra, Dios y el mundo, todo forma una unidad, de la que. el hombre es sólo una parte, pero una parte en la que se i'esume el universo. El hom brees un microcosmos. Ya no bastan ni la razón ni los métodos racionales para conocer la realidad. Hay que buscar otros caminos más intuitivos:: otra-, facultades que sepan descifrar los signos presentes en el universo. Se vuelve la mirada hacia las religiones orientales con sus métodos dé meditación: se buscan experiencias más allá de los sentidos para llegar al centro de la realidad. Psicologismo, sincretismo,

magia, vuelven a hacerse presentes con promesas de salvación y liberación para el hombre. Se trata de descubrir lo divino en el hombre y en el mundo. Para ello, es preciso iluminar el cerebro, despertar el “tercer oído” y escuchar el sonido del ser. Al final, volverá el Cristo cósmico en la figura de un Maestro de la vida. Estos elementos -y otros muchos que se podrían señalar- de la era de Acuario no son nuevos. Son elementos recurrentes en la historia y suelen presentarse en épocas de cansancio y de excesos racionalistas. La nueva Era se caracteriza por el número de doctrinas que engloba. Ya no se trata de elementos aislados, que se dieron siempre. A veces, fue la m agia o el ocultismo: el hermetismo o la mitología. Ahora aparece un sincretismo que pretende abarcarlo todo, presentando una visión del mundo en que todo cabe, y unos caminos que conducen a la liberación definitiva del hombre. Religión, política, economía, ciencia y filosofía sufren una total transformación, y se presentan como el nuevo Evangelio de Acuario. Se utilizan todavía las antiguas palabras, pero se las ha vaciado de sentido. Dios, iglesia, religión, ciencia, filosofía, experiencia, cielo, infierno..., tienen otro significado en el nuevo diccionario. No hace falta demasiado esfuerzo para descubrir alguno de los elementos de la nueva Era en el tiempo y en el pensamiento de sor Juana Inés de la Cruz: la armonía celeste, la unidad de la naturaleza, el “sueño”, el hombre como microcosmos, Dios el “centro de la esfera” o “el centro de los centros”, la atracción por la religión y la mitología egipcia, el convencimiento de que existe una revelación natural de Dios en las religiones paganas, el Logos que se puede llegar a conocer a través de la contemplación del universo, la expansión de la mente por el conocimiento y la salvación que se espera encontrar al final de esos caminos... Son los mismos elementos que flotan en ambientes y sistemas filosófi­ cos muy diversos y que en sor Juana se dieron cita como herencia del Renacimiento y como fruto de lecturas de los autores antiguos. Bastaría detenernos en la experiencia de Primero Sueño para ver esas afinidades entre sor Juana y algunas de las enseñanzas de la nueva Era. Sor Juana emprende un viaje hacia las alturas celestiales a través del “sueño”. Tiene, sin duda, la esperanza de

llegar a los secretos de la creación y al misterio que se encuentra más allá de las cosas. Pero lo único que encuentra es el vacío y la soledad, la “maquinosa pesadumbre” de las cosas, el temor y el temblor. No encuentra a nadie que la guíe, ni las revelaciones que se le prometieron. Hay que volver a los caminos de los sentidos, de las categorías aristotélicas, de la ciencia. También en la nueva Era se habla de caminos extrarracionales, de niveles de conciencia, de meditación, de profundización en experiencias psicológicas. Se trata de llegar al centro ele la realidad, a lo sagrado que unifica todo. J. White señala los niveles y estadios de esa conciencia que es preciso ir alcanzando: estadio despierto, dormido, soñando, en trance y liberador. Otros hablan de los sentidos que es preciso despertar en nosotros para escuchar la armonía del universo y captar la belleza inmanente de las cosas. El m ensaje de sor Ju a n a es claro p ara los que quieran escucharlo: al final de esos caminos no se encuentra más que el vacío y el silencio. No hay guías ni maestros; no hay revelaciones ni salvación. Queda el verde embeleso de la esperanza. Nada más. Y la esperanza está vacía.

BIBLIOGRAFÍA ARISTÓ TELES; 'Poética (Editores: Mexicanos Ünidos¡ SU®» México, 1985). Introducción y versión de Juan García Bacca. CASTAGM ING, Raúl H.: Fenóm&tuñágkí de lo poético (Editorial Plus Ültra, Buenos Aires, 1980). CRUZ CRUZ, Juan: Hombre: e historia nn í%r; (Ediciones de la Universidad de Navarra, Pamplona,. 1982). CI-IAVEZ, Ezequiel A.:; Sor Ju a n a Inés de la Cruz (Editorial Porrúa, México, 1981). D ELC LA U X , Federico: E l silencie creador (Ediciones Rialp, Madrid, 1988). GAOS, José: Historia de nuestra, idea del mundo (F on do clg Cultura Económica, México, 1973). GRAD, A-D.: Libro de Los principias enlyaHshcos (Edaf, Madrid, 1981;).: MARÍAS, Julián: L a escuela de M adrid. (EmeeéEditores, Buenos A res, 1959). MARI I A I\. [arques:. J/'/. ', éseolásñca(Clubde Lectores, Buenos A res, 1958). MARITAIN, Raissa y Jacques: Sihtaciibi de la poesía (Club de Lectores, Buenos A res, 1978). MÉNDEZ PLANCARTE, Alfonso: Introdumón's Notéis a la s Obras completas de sor Ju a n a Inés cíe la Qruz (Fondo de Cultura Económi­ ca, México). M IRCEA ELIADE: E l mito del retom o (Eme.Cé Editores, Buenos Aires, 1968). M O E L L E R , C harles: Literatura, del sig lo MK J Cristianism o (Gredos, Madrid, 1960). PAPUS: El ocultismo (Eclaf, Madrid, 1981)..

PASCUAL B U XÓ , José: Sor J u a n a Inés de la Cruz: amor y conocimiento (UNAM, Instituto Mexiquense de Cultura, México, 1996). PFANDL, Ludwig: Sor Ju a n a Inés de la Cruz, la Décima Musa de México (UNAM, México, 1963 ). PAZ, Octavio: Sor Ju a n a Inés de la Cruz o las trampas de la fe (Fondo de Cultura Económica, México, 1982). RIVAS, Enrique de: El simbolismo esotérico en la literatura medieval Ed. Trillas, México, 1989). RO UG EM ON T, Denis de: E l am or y Occidente (K airós, Barcelona, 1978 ). SIGÜENZA Y GÓNGORA, Carlos de: Libra astronómica y filosófica (UNAM, México, 1984). TRABIJLSE, Elias: El círculo roto (Fondo de Cultura Económica, México, 1984 ). VARIOS, Sor Ju a n a Inés de la Cruz y el pensamiento jiovohispano (Instituto Mexiquense de Cultura, 1995 ). XIRAU, Ramón: Cuatro filósofos y lo saprado (Toaquín Mortiz, México, 1986). ZAID, Gabriel: Leer poesía (Joaquín Mortiz, México, 1976 ). ZAMBRANO, María: El sueño creador (Ediciones Turner, Madrid, 1986).