Sociología de la Ciencia

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Sociología de la ciencia Jesús A. V a le r o (coordinador) JOSETXO BERIAÍN

Javier E ch everría L eón O liv é Jesús A. V a le ro M atas R ob ert Ñ o la Amitabha Gupta A nastasio O vejero B e r n a l Eduardo Fernández Gijón F elip e M o ren tes M ejía

III

EDAFfcÚENSAYO

tener/no tener» en el sistema económico, «gobiemo/oposi­

25 Z. Bauman, Modemity and Ambivalence, Londres, 1991, pp. 10-11. * N. Elias, El proceso de la civilización, México D. F., 1986, pp. 466-472. 27 Ver el interesante trabajo de W. Wesch: Vemunft Die Zeitdiagnóssische \i uiiinftkritik und des Konzept des Transversalen Vemunft, Frankfurt, 1996, l'l> 13 y ss.

ción» cu la política, «verdad/falsedad» en la ciencia, «justicia/injus­ ticia» en el derecho, «belleza/monstruosidad» en el arte, etcétera; ellas configuran el peculiar horizonte de respuestas en el que no existe una preferencia socialmente condicionada hacia un orden caracterizado por la abundancia, la gobemabilidad, la verdad, la justicia y la belleza sino la posibilidad de la coexistencia entre órdenes asincrónicos y el desorden a causa de la producción de un umbral social de ambivalencia. «Orden y desorden son, por tanto, dos gemelos modernos» 28. Dicho en lenguaje heideggeriano, hemos sustituido la Verdad del Ser por las verdades del acaecer, a la esencia por la existencia y sus devenires. El esquema clasificatorio flexible, predominante en las sociedades modernas, sustituye la Verdad y la Razón sólidas y naturalizadas, en el esquema rígido, por las verdades y las razo­ nes frágiles y también sustituye el límite claro y «natural» por fronteras borrosas y en permanente proceso de mutación. Por tanto, y si esto es así, la cultura no sería un esquema original y originante que funge como canon del que se pueden sacar miles de copias para definir infinitas situaciones, sino más bien el campo de lucha simbólica en pos de la definición de la situación. La cultura sería el espacio social en donde los portadores de esquemas de clasificación crean, recrean y negocian las claves interpretativas y los límites imaginarios de su realidad social29. El esquema rígido y el esquema flexible mantienen una disputa (que pretende y debe ser democrática) sin fin a través de sus por­ tadores y en sus portadores. El arte moderno, tanto el de las van­ guardias modernistas como las actuales versiones posmodemas, promueven la promiscuidad mental desafiando un cierto canon de convenciones clásicas que partían, dividían, la realidad en compartimentos mutuamente exclusivos. Comparemos, a título de ejemplo, El Entierro del Conde de Orgaz de El Greco, en donde el cuadro refleja una cosmovisión religiosa con el otro mundo, este mundo y el inframundo, claramente delimitados 28 Z. Bauman, «Modernidad y ambivalencia» en J. Beriain, op. cit., 1996, p. 77. 29 S. Benhabib, The Claims of Culture, Princeton, NJ, 2003, p. 8.

jerárquicamente, mientras que en El Gran Masturbador de Dalí, las instancias anteriores aparecen invertidas, más bien subverti­ das, por cuanto que el inframundo del deseo, la pasión y la materia reocupan el espacio y el tiempo centrales del cuadro. Lo mismo sucede en la pintura negra Muerte a garrotazos de Goya en donde lo grotesco-monstruoso ha desplazado totalmente a lo bello de la realidad. Por la misma razón, en el mundo del arte son explíciIámente aceptadas e incluso reverenciadas imágenes de trans­ gresión del género como las que representan Marlene Dietrich, David Bowie Michael Jackson, Robert Maplethorpe, La Cage dux Folies de Jean Poiret o de Crying Game de Neil Jordán. En el ámbito de la intimidad es donde probablemente mejor se pone ile manifiesto esa presencia del esquema flexible que permite superar las divisiones sociales. Nada desafía tanto (quizá a excepción de la atracción sexual) nuestras divisiones en nacio­ nes separadas, en clases sociales, en grupos étnicos, en géneros, i-n comunidades religiosas, como la transgresión que supone el matrimonio entre miembros de los distintos grupos. Así lo pone ile manifiesto D. H. Lawrence por boca de Lady Chatterly y su .miante, tan distanciados en sus orígenes sociales y tan unidos por el amor. En la esfera del juego, en el carnaval y en la fiesta, la regla es el desafío de la regla, la risa el contramundo cómico ublimado del mundo trágico real; desde el bufón medieval hasta el payaso moderno, se trata de transgredir el esquema habimalizado y los límites entre naturaleza y cultura, animal y humano, hombre y mujer, rey y plebeyo, niño y adulto, rico y pobre. El peregrino30 (y su versión secularizada en el turista) aquel que atras icsa un camino místicamente a diferencia del místico que rea­ liza una peregrinación introvertida, y el extranjero31, aquel que viene hoy y se queda mañana, aquél que está próximo física­ mente pero lejano culturalmente, son los grandes transgresores ■le esquemas, tiempos y espacios.

,l> Ver el trabajo de V. Tumer y E. L. B. Turnen Image and Pilgrimage in i Inisiian Culture, Nueva York, 1978, p. 33. 11 (1. Simmel, Sociología, vol. 2, Madrid, 1977, p. 716.

Pero no son estos los únicos ámbitos en donde se deja sen­ tir la flexibilidad del nuevo esquema de clasificación, sino que hacemos frente a realidades como el «ahora en todos los sitios» que surge producto de las revoluciones en el transporte, las transmisiones de información y los implantes genéticos configu­ rando una nueva experiencia del tiempo y del espacio. Se ha pro­ ducido una transformación del tiempo «aquí-ahora» en un tiem­ po «ahora-en todos los lugares», en donde el espacio y el tiempo son «vacíos», cuyo centro no está en ningún sitio y cuya circun­ ferencia está en todos los lugares. Esa comunalidad temporal imaginada 32 por cuanto compartida por todos aquellos que coha­ bitan (aun sin saberlo) en una contextura espacio-temporal pla­ netaria hace posible la «coordinación de las acciones de muchos seres humanos físicamente ausentes el uno del otro; el «cuando» de estas acciones está conectado al «donde», pero no como en épocas premodemas, vía mediación del lugar»33. «Encontrarse a distancia, es decir, ser telepresente, aquí y en cualquier otra parte, al mismo tiempo, en el así llamado «tiempo real» no es, sin embargo, sino una clase de espacio-tiempo real, por cuanto que los diferentes eventos tienen «lugar», incluso si ese lugar es al final el no lugar de las técnicas teletópicas (el interfaz hombremáquina, los nodos de intercambio de teletransmisiones)»34. No es menos importante «el creciente distanciamiento entre la experiencia y el horizonte de expectativas»35 que reinventan una nueva representación y una nueva experiencia de compre­ sión del tiempo. Esta se ha conseguido por la concurrencia de varios factores: por el incremento de actividad dentro de la misma unidad de tiempo a través de la introducción de máqui­ nas y de la intensificación del trabajo, sobre todo en los comien­ zos del capitalismo industrial en el siglo xix, por la reorganiza­ ción de las secuencias y el ordenamiento de las actividades —tay­

32 B. Anderson, Comunidades imaginadas, México D. F., 1990. 33 A. Giddens, Modernidad e identidad del yo, Barcelona, 1995, pp. 28-29. 34 P. Virilio, Open Sky, Londres, 1997, p. 10. 35 Ver los trabajos de R. Koselleck: Vergangene Zukunft, Francfort, 1979, y Zeitschichten, Francfort, 2000.

lorismo, fordismo y toyotismo— , usando los puntos más altos y los más bajos de forma más efectiva a través de la flexibilización, convirtiendo a los trabajadores en flextimers y, finalmente, eli­ minando del proceso todos los tiempos improductivos a través de la fórmula just-in-time. Desde dentro del Estado nacional han surgido procesos de contestación interna que problematizan y obligan a reinventar los logros de los procesos de nacionalización originaria36 que dieron origen a los estados nacionales en Europa en el siglo xrx. Si bien el estado aparece como un constructo de poder y coac­ ción, sin embargo, el proceso de formación de la identidad nacional, al estar sujeto a luchas en tomo a tramas de significa­ ción sobre la historia y la memoria, ha segregado constelaciones posnacionales que redefinen las agendas políticas actuales. I )esde fuera, el proceso de globalización capitalista que sitúa al capital y a las multinacionales como globales (aunque el trabajo siga siendo local) han socavado fuertemente la autonomía del I .siado y, de la misma forma, la configuración de una geopolítii ;i global, superada la división intercontinental de la Guerra Fría, lu creado organizaciones militares supranacionales que debilitan v en buena medida anulan los ejércitos nacionales. Tanto en la ' iuerra del Golfo, como en el conflicto de Kosovo e incluso en l.i Guerra de Irak son grandes conglomerados militares los que ti sitúan, de forma enormemente ambivalente, por encima de los I .lados.

1,1 Vi‘i los trabajos de E. Weber en el caso de Francia, de G. Mooser en el «■ ilr Alrmnnia, de L. Colley en el caso inglés y de J. Alvarez Junco en el caso t .l I li l i l í l|

PRIMERA PARTE

La visión de la sociología después de Merton

El ethos de la ciencia, a partir de Merton Por Javier EC H EV ER R ÍA Instituto de Filosofía, CSIC 1

1. Introducción ciencia posee su propio ethos y este es diferente al de otras instituciones sociales. Esta convicción mertoniana adquirió su expresión canónica en los célebres «cudeos» (comunismo, universalismo, desinterés y escepticismo organizado) del artícu­ lo «Science and Technology in a Democratic Order» (1942) 2 Casi todos los comentaristas se han centrado en ese texto a la hora de analizar el ethos de la ciencia, según Merton. Sin embargo, Merton se había ocupado bastante antes de esa cuestión, desde su tesis doctoral3. Ulteriormente volvió sobre ella en numerosos artículos. Esta contribución al libro de homenaje a Merton pretende estudiar con más detalle sus análisis del ethos científico. Merton

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1 Esta contribución ha sido elaborada en el marco del proyecto de inves­ tigación BEF2002-04454-C01-01 sobre «Tecnociencia y Cultura», financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología. La Unidad Asociada CSIC-UPV de «Estudios de ciencia y tecnología» fue el ámbito institucional donde se deba­ tió este artículo. 2 Publicado en el Journal o f Legal and Political Sociology, 1 (1942), pp. 115-126, y luego republicado por el propio Merton en su célebre libro Social Structure and Social Theory (1949), bajo el título «Science and Demo­ cratic Social Structure». 3 R. K. Merton, Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII, Alianza, Madrid, 1984. Esta tesis es de 1933, pero fue completada en 1935 y reeditada en 1970.

fue el primer sociólogo que se interesó en lo que hoy en día se denomina axiología de la ciencia, campo más amplio que la ética de la ciencia. Le siguieron otros sociólogos, historiadores y filósofos de la ciencia. Conforme hemos propuesto en publica­ ciones anteriores 4, la axiología de la ciencia es un nuevo ámbi­ to en los estudios de ciencia y tecnología, y en particular en los esludios C’TvS (Ciencia, Tecnología y Sociedad). La axiología de la ciencia surge a partir de Merton. Se trata de destacar el papel de Merton en la emergencia de esos estudios axiológicos, así como de reinterpretar sus aportaciones desde una perspectiva actual.

2. Primeros estudios de Merton sobre el ethos de la ciencia En su tesis doctoral Merton mostró con datos empíricos que «el desarrollo científico en Inglaterra se hizo especialmente acen­ tuado aproximadamente a mediados del siglo x v ii » 5. Durante esa época fueron surgiendo diversas instituciones científicas (Royal Society, Cátedra Lucasiana de Matemáticas en Cam­ bridge, Cátedra de Botánica en Oxford, observatorios astro­ nómicos, etc.) con el apoyo de la monarquía, de algunos nobles y de parte de la burguesía inglesa, que apreciaba ante todo la uti­ lidad y el valor práctico de las investigaciones científicas, con­ forme al programa baconiano. En conjunto, la ciencia se fue constituyendo a finales del x v ii como una nueva institución social. La comunidad científica fue configurando sus propios valo­ res, como cualquier otra institución social. Merton subrayó la influencia del ethos puritano sobre la eieni ia t*'.utin, liunrluim, ¡ÍH).\ s Mcrlon, 1984, op. cit., p. 7? •' M .W i'bo Rrliuiimsso::blin>tf I ( ' H. Molir, l‘)20, p. IKK, mita. t '

buenas obras, la investigación científica como aproximación al conocimiento de la creación divina, el bienestar social, el empi­ rismo, la exaltación de la razón frente al entusiasmo, el interés por la educación, la diligencia, la laboriosidad y, sobre todo, el principio utilitario, fueron valores relevantes del puritanismo inglés. En mayor o menor medida se trasladaron a la ciencia ingle­ sa de finales del siglo xvn, o al menos potenciaron su desarrollo: «Los valores sociales inherentes al ethos puritano eran tales que llevaban a la aprobación de la ciencia a causa de una orientación básicamente utilitaria, envuelta en términos religiosos y promo­ vida por la autoridad religiosa» 1. Contrariamente a la tesis usual que opone la ciencia y la religión, Merton halló una raíz del ethos científico inglés en los valores del puritanismo. Los pro­ blemas y contenidos científicos no los marcó la religión, sino otras influencias externas 8. Sin embargo, el puritanismo sí incidió en la componente normativa de la ciencia. Lina vez consolidada una institución, sus valores constituti­ vos pasan a ser considerados como evidentes y no requieren nin­ guna justificación 9. Por eso es preciso atender a los momentos de cambio social e institucional para analizar los valores institu­ cionales: «Un nuevo orden social presupone un nuevo esquema de valores; lo mismo ocurrió con la nueva ciencia» 10. Aunque el sistema de valores puritanos favoreciera la creación de institu­ ciones científicas, estas generaron un ethos específico, que Mer­ ton investigó a lo largo de toda su obra. La tesis doctoral de Merton incluyó otras propuestas de interés para la axiología: siguiendo en este caso a Alfred Weber, Merton distinguió entre sociedad, civilización y cultura. La primera alude a la interacción entre personas y a la estructura social. La segunda, al conocimiento empírico y científico y los medios técnicos disponi-

7 Merton, 1984, op. cit., p. 108. 8 Siguiendo a G. N. Clark, Merton distingue seis grandes influencias en la investigación científica: la economía, la guerra, la medicina, las artes, la reli­ gión y la búsqueda desinteresada de la verdad {op. cit., p. 230). 9 Ibídem, p. 112. 10 Ibídem.

bles en una sociedad. En cuanto a la tercera, «la cultura comprende el esquema de valores, de principios normativos e ideales que sir­ ven para definir lo bueno y lo malo, lo permisible y lo prohibido, lo hermoso y lo feo, lo sagrado y lo profano» 11. Según Merton, los valores forman parte de la cultura. Tesis problemática, puesto que hay valores transculturales en la ciencia, los valores epistémicos, como veremos más adelante. Las propuestas de Merton en este punto suscitan un nuevo problema: caracterizar la cultura científi­ ca, y hoy en día la cultura tecnocientífica12. Esta última surge por hibridación de varias tradiciones culturales diferentes y tiende a expandirse por las diversas sociedades. Si nos atenemos a lo dicho por Merton, «la civilización y la cultura impregnan concretamente la sociedad, pero son teóricamente distintos de ella» 13. Cabe decir, por analogía, que el ethos de la ciencia impregna a las comunida­ des y sociedades científicas, pero no se confunde con ellas. Desde una perspectiva más general, la cultura científica ha sido capaz de impregnar con sus valores y normas a diversas sociedades a lo largo de la modernidad, razón por la cual plantea problemas teóricos que no se resuelven con la distinción establecida por Alfred Weber. Merton se interesó ante todo en los valores culturales que inci­ den en la ciencia, por ejemplo, los valores del puritanismo inglés del siglo xvn. Sin embargo, también analizó otro tipo de valores rele­ vantes hoy en día: los valores propiamente sociales, y no solamen­ te culturales, aunque él no los denominara así. Algunos de ellos se derivan de la necesidad de comunicar (y publicar) el conocimiento para que este pueda ser considerado como científico, previa contrastación y crítica por parte de otros especialistas. Merlon siempre afirmó que «la ciencia es conocimiento público, no privado» 14 Un 11 Ibídem, p. 233. Obsérvese que en esta enumeración no aparece «lo ver­ dadero y lo falso», cuestión típica de la ciencia moderna. 12 Ver J. Echeverría, La revolución tecnocientífica, FCE, Madrid, 2003, capítulos 1 y 2. 13 Merton, 1984, op. cit., p. 233. 14 Ibídem, p. 242. La misma afirmación se hace en el artículo «El efecto Mateo en la ciencia» (1968), donde se afirma taxativamente que «en última instancia, la ciencia es un cuerpo de conocimiento socialmente compartido y convalidado» (Merton, 1977, op. cit., II, p. 567).

científico ha de comunicar sus descubrimientos a otros, y en últi­ mo término hacerlos públicos. La comunicabilidad y la publicidad del conocimiento científico son valores relevantes de la ciencia moderna, porque sin ellos no hay sociedades ni comunidades cien­ tíficas l5. Como dice Merton: Un científico puede hacer observaciones para las que no tiene ninguna explicación. Si estas observaciones no fueran comunicadas a otros investigadores, no tendrían ninguna impor­ tancia para el desarrollo científico. Pero una vez expuestas a otros para hallarles explicación, una vez establecida la interacción social, existe la posibilidad (de probabilidad cada vez mayor cuantas más sean las mentes en contacto) de que estas observa­ ciones puedan ser unificadas y sistematizadas por una teoría16.

Obsérvese que la comunicación de las observaciones posibi­ lita la generación de nuevo conocimiento, al plantear nuevos problemas a las comunidades científicas. En la perspectiva de Merton no es un fin en sí misma, sino un medio para que avan­ ce el conocimiento. Tras poner varios ejemplos históricos al res­ pecto, Merton extrajo consecuencias de gran interés: Las teorías y leyes científicas son presentadas de una mane­ ra rigurosamente lógica y «científica» (de acuerdo con las reglas de prueba corrientes en la época) y no en el orden en que la teo­ ría o la ley fue obtenida. Es decir, mucho después de que la teoría ha sido hallada aceptable por el científico sobre la base de su experiencia privada, debe continuar ideando una prueba o demostración en términos de los cánones aprobados de la veri­ ficación científica existentes en su cultura17.

De esta afirmación extraeremos dos conclusiones. En primer lugar, Merton propuso una fundamentación sociológica (en tér­ minos de interacción social y comunicación) de la célebre dis­

15 Al respecto, ver J. Echeverría, Filosofía de la Ciencia, Akal, Madrid, 1995. 16 Merton, op. cit., pp. 240-1. 17 Ibídem, pp. 243-4.

tinción de Reichenbach entre contexto de descubrimiento y con­ texto de justificación, que tantos ríos de tinta ha hecho correr entre los filósofos de la ciencia. En segundo lugar, Merton tenía claro que hay cánones de prueba y de verificación compartidos en cada época histórica y en cada disciplina. Es decir, lo que hoy en día denominamos valores epistémicos: una observación debe ser precisa, una demostración coherente y rigurosa, una teoría con­ testable empíricamente, etc. Obsérvese que este tipo de valores, aunque Merton no los denomine así, serían valores propios de la cultura científica (y de los paradigmas científicos, como luego dirá Kuhn). Las comunidades científicas comparten un sistema de valores transculturales, como la exigencia de comunicación y contrastación de todo resultado por parte de otros científicos. Por eso los científicos han desarrollado lenguajes formales, aptos para expresar transculturalmente el conocimiento. La norma de hacer públicas las observaciones, las hipótesis y las teorías, sometiéndolas a una contrastación intersubjetiva e internacional, es típica de la ciencia. No es lo mismo la contrastación empírica que la contrastación intersubjetiva, en la que intervienen exper­ tos de todo el mundo. También por esta vía tenemos a Merton como un precursor de la axiología de la ciencia, puesto que dis­ tingue entre valores subjetivos e intersubjetivos (sociales, com­ partidos). El imperativo mertoniano del «comunismo» irá en este sentido, que ya se prefigura en su tesis doctoral. Por tanto, en esta obra primeriza se anticipan algunas de las componentes de lo que en 1942 será el ethos mertoniano de la cien­ cia. Por ejemplo cuando se dice que: La ciencia exige la interacción de muchas mentes, de pen­ sadores actuales y el pensamiento pasado; de igual modo, impli­ ca una división del trabajo más o menos formalmente organiza­ da; presupone desinterés, integridad y honestidad de los cientí­ ficos, y, por ende, está orientada hacia normas morales; y, final­ mente, la verificación de las concepciones científicas es en sí misma un proceso fundamentalmente social1S.

18 Ibídem, pp. 248-9.

Como puede observarse, en 1935 ya hablaba de desinterés, integridad y honestidad de los científicos como valores morales de la ciencia, así como de interacción entre múltiples personas y de verificación intersubjetiva. En esta obra Merton mencionó valores culturales y sociales que son relevantes para la ciencia, no solo valores morales. Esta ampliación de la esfera de los valo­ res es clave para la axiología de la ciencia, puesto que el ethos científico incluye diversos tipos de valores (epistémicos, cultu­ rales, sociales, religiosos, etc.), no solo valores morales. Si pasamos ahora a comentar brevemente alguno de sus artículos posteriores, merece la pena recordar su «Science and Social Ordre» de 1938 19, donde afirmó taxativamente que el ethos de la ciencia puede entrar en conflicto con otros sistemas de valores, por ejemplo, con los valores políticos imperantes en la Alemania nazi. Este tema es típicamente mertoniano, puesto que varias veces volvió a analizar conflictos entre los valores de la ciencia y los valores de una sociedad u organización política en una época histórica determinada. Merton siempre tendió a afirmar que la democracia favorece el desarrollo de la ciencia, tesis muy frecuente en los años 40 20. La hipótesis de trabajo de Merton en esta época era la siguien­ te: «Entre las variables culturales que siempre influyen en el desarrollo de la ciencia se cuentan los valores y sentimientos dominantes» 21. En el artículo de 1938 se afirmaba claramente que el escepticismo organizado es una de las componentes del ethos científico y que dicho escepticismo puede amenazar el statu quo de una sociedad, al descreer de algunos valores predomi­ nantes. «Los resultados o métodos de la ciencia pueden ser con­ trarios a la satisfacción de importantes valores» 22, por ejemplo,

19 R. K. Merton, «Science and Social Ordre», Philosophy o f Science, 5 (1938), pp. 321-37. Citamos por la traducción de Néstor Alberto Mínguez en R. K. Merton, La sociología de la ciencia, Alianza, Madrid, 1977, vol. 2, pp. 339-354. 20 Piénsese, por ejemplo, en La sociedad abierta y sus enemigos de Popper. 21 Merton, La sociología de la ciencia, op. cit., 2, p. 310. 22 Ibídem, p. 340.

los religiosos. El ethos científico puede chocar con los sistemas de valores de otras instituciones. La ciencia se adecúa mejor a una sociedad democrática y liberal que a un Estado totalitario, porque «el ethos de la ciencia implica la exigencia, funcional­ mente necesaria, de que las teorías o generalizaciones sean eva­ luadas en términos de su coherencia lógica y su consonancia con los hechos» 23, lo cual puede llevar a los científicos a chocar con creencias religiosas, culturales y sociales firmemente asentadas. En el caso de la Alemania nazi, «los sentimientos encamados en el ethos de la ciencia — caracterizados por expresiones tales como honestidad intelectual, integridad, escepticismo organizado, des­ interés e impersonalidad— son ultrajados por el conjunto de los nuevos sentimientos que el Estado quiere imponer en la esfera de la investigación científica» 24. Como puede verse, los «cudeos» ya están prácticamente configurados en 1938, al igual que la existencia de una ethos propio de las instituciones y comunida­ des científicas. En este mismo artículo, el ethos de la ciencia es caracteriza­ do de la manera siguiente: «El ethos alude a un complejo emo­ cionalmente teñido de reglas, prescripciones, costumbres, creen­ cias, valores y presuposiciones que se consideran obligatorios para el científico» 25. En esta época Merton siempre subrayó la componente emocional de los códigos sociales, incluidos los científicos. «Los símbolos y los valores institucionalizados exigen actitudes de lealtad, adhesión y respeto» 26, y la ciencia no es una excepción: «La misma institución de la ciencia supone la adhe­ sión emocional a unos valores» 27. La institucionalización social de la ciencia conlleva necesariamente la constitución de un sis­ tema de valores específico de dicha institución y su interioriza­ ción por parte de sus miembros. Dicho sistema pasa a ser cons­ 23 Ibídem, p. 344. La coherencia y la adecuación empírica también son valores epistémicos, no morales. 24 Ibídem, p. 345. 25 Ibídem, p. 344. 26 Ibídem, p. 352. 27 Ibídem. Esta componente emocional muestra la faceta subjetiva de los valores institucionales.

titutivo de las comunidades científicas y orienta las acciones y las decisiones de los científicos. Valores como la utilidad y el progreso, pese a tener sus orígenes en la cultura de la época, fueron firmemente interiorizados por los científicos ingleses del siglo xvn, pasando a formar parte de lo que nosotros denominamos núcleo axiológico de la ciencia moderna. Pero no eran los únicos: la contestación empírica, la comunicabilidad, la publicidad, el des­ interés, la impersonalidad, la honestidad, la racionalidad y otros muchos valores fueron destacados por Merton en sus escritos de los años 30, aunque su reflexión sobre los valores de la ciencia todavía no fuera sistemática.

3. Los «cudeos» de Merton y su noción de ciencia En su célebre artículo sobre la estructura normativa de la ciencia 28, Merton incluyó unas consideraciones muy interesan­ tes sobre el concepto de ciencia: Ciencia es una palabra engañosamente amplia que se refiere a una variedad de cosas distintas, aunque relacionadas entre sí. Comúnmente se la usa para denotar: 1) un conjunto de métodos característicos mediante los cuales se certifica el conocimiento; 2) un acervo de conocimiento acumulado que surge de la aplicación de estos métodos; 3) un conjunto de valores y normas culturales que gobiernan las actividades llamadas científicas; 4) cualquier combinación de los elementos anteriores. Aquí nos ocuparemos, de manera preliminar, de la estructura cultural de la ciencia, esto es, de un aspecto limitado de la ciencia como institución. Así, considera­ remos, no los métodos de la ciencia, sino las normas con las que se los protege. Sin duda, los cánones metodológicos son a menudo tanto expedientes técnicos como obligaciones morales, pero solo de las segundas nos ocuparemos aquí. Este es un ensayo sobre sociología de la ciencia, no una incursión en la metodología» 29. 28 Merton, 1977, II, pp. 355-368, anteriormente citado. Fue publicado en 1942 y luego republicado varias veces, por lo que cabe considerarlo como la exposición canónica de las tesis axiológicas de Merton. 29 Ibídem, pp, 356-7.

Como puede verse, Merton distinguió claramente entre la metodología, la epistemología y la axiología de la ciencia. Al insis­ tir en que esas tres componentes de la ciencia pueden combinarse entre sí de diferentes maneras, parecía anticipar la tesis de Larry Laudan (modelo reticular)30, según la cual esas tres ramas de la filosofía de la ciencia son mutuamente irreductibles. Sea así o no, lo cierto es que Merton afirmó con toda claridad que la ciencia tiene una componente axiológica y que no se reduce a conocimiento y método, contrariamente a lo que el positivismo lógico mantenía desde los años 30. Si nos centramos en esa tercera componente, como hizo Merton, hay que subrayar que habla de valores y nor­ mas culturales, conforme a su tesis ya mencionada de adscripción de los valores a la cultura. Asimismo, es destacable que Merton vinculara los valores y las normas a las actividades científicas y que afirmara que estas son gobernadas por valores y normas. En los estudios de axiología de la ciencia también se vinculan los valores, las normas y las acciones humanas, pero suelen utilizarse términos más suaves: los valores y las normas orientan (o rigen) las acciones científicas. Una de las tesis de Kuhn consistió en decir que los valo­ res son una de las cuatro componentes de los paradigmas científi­ cos 31. Merecería la pena investigar si hubo una influencia directa de Merton sobre Kuhn al hacer este tipo de afirmaciones. Nuestro objetivo no es ese, sino resumir y comentar breve­ mente las concepciones de Merton sobre el ethos de la ciencia en este artículo de 1942. Lo definió como ese complejo, con resonancias afectivas, de valores y normas que se consideran obligatorios para el hombre de ciencia. Las normas se expresan en forma de prescripciones, proscripciones, preferen­ cias y permisos. Se las legitima basándose en valores institucio­ nales. Estos imperativos, transmitidos por el precepto y el ejemplo, y reforzados por sanciones, son internalizados en grados diversos por el científico, moldeando su conciencia científica32. 30 L. Laudan, Science and Valúes, Berkeley, Univ. of'California Press, 1984. 31 Ver T. S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, FCE, México, 1975. 32 Merton, 1977, op. cit., p. 357.

Merton no se preocupó por definir lo que sean los valores, o al menos por distinguir tipos de valores, aunque remitió para ello a algunos autores (Sumner, Speier, Scheler y Bayet). No es de extrañar, dada la enorme complejidad de la cuestión, como bien saben los numerosísimos filósofos que, a lo largo de los siglos xix y xx, se han ocupado de la teoría de los valores33. Sin embargo, siempre subrayó el carácter imperativo y obligatorio de los valo­ res y las normas científicas, así como su doble faceta: por una parte, los valores son subjetivos y tienen carga emocional; por otra, son institucionales y desempeñan una función social. Tras subrayar que «el ethos de la ciencia no ha sido codificado» 34, dijo que es posible inferirlo del «consenso moral de los científi­ cos tal como se expresa en el uso y la costumbre, en innumera­ bles escritos sobre el espíritu científico y en la indignación moral dirigida contra las violaciones del ethos» 35. Como fundador de la sociología de las instituciones científicas, Merton incluyó esa cuestión en un problema mayor: el estudio comparativo de la estructura institucional de la ciencia. Por nuestra parte consi­ deramos que no solo hay valores en las instituciones científicas, también en el propio conocimiento científico y en las diversas acciones que lo generan. Los valores de la ciencia no solo impreg­ nan a las comunidades científicas y a las personas: las diver­ sas acciones científicas y sus resultados han de satisfacer dichos valores para que sean admisibles. La axiología de la ciencia tiene un aspecto social, pero plantea desafíos más amplios, que solo pueden ser abordados mediante una investigación interdisciplinar. En cualquier caso, Merton recalcó que la ciencia no solo es un acervo de conocimientos acumulados y un conjunto de méto­ dos conforme a los cuales se logra ese conocimiento. También

33 Para un breve resumen al respecto, así como para conocer la postura del autor sobre esta cuestión, ver Echeverría, 2002, op. cit., capítulo 1. 34 Merton, 1977, op. cit., p. 357. Ello era cierto en su tiempo, pero hoy en día se ha avanzado mucho en esa dirección. Es una de las tareas principales de la axiología de la ciencia. 35 Ibídem.

incluye una serie de prácticas sociales o comunitarias que están regidas por normas, valores, prescripciones y proscripciones. La epistemología, la metodología y la sociología de la ciencia no bastan. Los estudios de la ciencia pueden incluir además una axiología de la ciencia, puesto que hay un ethos científico com­ puesto por valores y normas, de los que se derivan recompensas, premios y castigos. A la hora de estudiar dicho ethos, Merton se atuvo a una con­ cepción clásica de la ciencia: «El objetivo institucional de la ciencia es la extensión del cono­ cimiento certificado»... «Los imperativos institucionales (normas) derivan del objetivo y los métodos»... «Toda la estructura de nor­ mas técnicas y morales conducen al objetivo final»36. Estas afirmaciones suscitan dudas, porque mantienen que los valores y normas de la ciencia están subordinados al objetivo de ampliar el conocimiento certificado. Esto pudiera ser cierto en algunas modalidades de la ciencia moderna, por ejemplo la inves­ tigación básica, pero no resulta adecuado en el caso de la cien­ cia aplicada, y mucho menos en la tecnociencia contemporánea37. Estas concepciones teleológicas de la racionalidad científica tie­ nen el inconveniente de ser axiológicamente monistas, puesto que subordinan todos los valores a uno predominante, en este caso el conocimiento. Además, afirman que los sistemas de valores de la ciencia tienen una estructura jerárquica, con la búsqueda de conocimiento certificado como valor supremo, cosa que está por demostrar. Es una tesis muy mertoniana, y también popperiana, típica de la tendencia monista y reduccionista que ha imperado entre muchos filósofos y sociólogos de la ciencia de mediados del siglo xx. Si el objetivo de la ciencia es uno y los valores y normas están subordinados al logro de dicho objetivo, el ethos

36 Ibídem, p. 358. 37 En el caso de la tecnociencia los objetivos epistémicos, aun existiendo, suelen estar subordinados a otros objetivos (militares, políticos, empresariales, sociales, etc.). Ver Echeverría, 2003, op. cit., apartado 1.4.

de la ciencia tiene su vértice en dicho objetivo y adopta una estructura jerárquica y piramidal. A nuestro modo de ver, esta es la postura de Merton. Por ejemplo: al centrarse exclusivamente en el conocimiento científico, dejó de lado la utilidad de dicho conocimiento, pese a que en su tesis doctoral había subrayado la importancia de este valor como objetivo de la ciencia inglesa del xvn. Hoy en día, en la época de la tecnociencia, podrían ponerse límites a la búsqueda de conocimiento, si se tiene en cuen­ ta la potencialidad destructiva de determinados conocimientos científicos. Esta es una de las cuestiones claves de la axiología actual. Retornemos a las tesis de Merton, que afectan directa­ mente a los «cudeos», puesto que los cuatro imperativos ins­ titucionales que los componen están subordinados a un prin­ cipio más importante, la búsqueda de conocimiento. Convie­ ne subrayar este punto, porque caracteriza el fondo de su con­ cepción: El ethos de la ciencia moderna incluye cuatro conjuntos de imperativos institucionales: el universalismo, el comunismo, el desinterés y el escepticismo organizado38. El universalismo se expresa mediante un canon normativo: «La afirmación que algo es verdad, cualquiera que sea su fuente, debe ser sometida a criterios impersonales preestablecidos: la consonancia con la observación y con el conocimiento anterior­ mente confirmado» 39. La raza, la nacionalidad, la religión, la clase y las cualidades personales del científico no deben influir en la aceptación o el rechazo de una propuesta científica. «La objetividad excluye el particularismo... El imperativo del uni­ versalismo está profundamente arraigado en el carácter imper­ sonal de la ciencia... El etnocentrismo no es compatible con el universalismo» 40. 38 Merton, 1977, op. cit., p. 358. 39 Ibídem, p. 359. 40 Ibídem.

Estas tesis mertonianas han sido criticadas desde diversas perspectivas 41. Por nuestra parte, nos interesa más subrayar que Merton acepta valores como la objetividad y la contrastabilidad empírica, así como la coherencia con el conocimiento científico pre existente. Estos tres valores son típicamente epistémicos y por ello forman parte del ideal de universalidad. Por otra parte, el universalismo es un valor-medio, por decirlo en términos de Max Weber, puesto que contribuye a expandir el conocimiento certificado. Otro tanto ocurre con el «comunismo»: «Los derechos de pro­ piedad en la ciencia son reducidos a un mínimo por el código de la ética científica; el derecho del científico a “su” propiedad inte­ lectual queda limitado al reconocimiento y la estima que, si la ins­ titución funciona con un mínimo de eficiencia, son proporciona­ les al incrementado al fondo común de conocimiento» 42. El conocimiento científico es un bien común que hay que incrementar progresivamente. En la medida en que dicho cono­ cimiento se comunique y se comparta, el avance del conoci­ miento será mayor, como Merton había argumentado en artícu­ los anteriores. No debe haber secretos ni apropiación del cono­ cimiento, porque entonces menguaría su crecimiento. De nuevo comprobamos que ese imperativo institucional está subordinado al fin de la ciencia previamente postulado. Otro tanto cabría decir respecto al desinterés y el escepticis­ mo organizado, aunque aquí no vayamos a insistir en ello, para no alargamos. Concluiremos que los cuatro imperativos institu­ cionales son medios adecuados para lograr el principal objetivo de la ciencia: la búsqueda de conocimiento. Al menos en la for­ mulación de 1942. Por supuesto, sería fácil buscar contraejem­ plos a esos imperativos. No seguiremos esa vía, tan habitual entre los comentaristas de Merton. Nos interesa más subrayar que los «cudeos» están subordinados a la búsqueda de conoci­ miento, porque ello nos permite profundizar en la estructura del 41 Por ejemplo, Mulkay, y en general los sociólogos del conocimiento científico. 42 Ibídem, p. 363.

ethos de la ciencia tal y como fue concebido por Merton. Desde esta perspectiva axiológica, sus tesis se asemejan bastante a las de Vannevar Bush 43, quien subrayó por esa misma época la importancia estratégica del conocimiento científico para el pro­ greso militar, económico, médico y social de un país. El cono­ cimiento científico es un bien en sí, y en el caso de Merton debe ser un bien común. V. Bush, por el contrario, tenía claro que determinados conocimientos científicos debían ser secretos, tanto en tiempos de guerra como en épocas de paz. El fue el primer gran teórico de la tecnociencia contemporánea. Sería interesante comparar más a fondo sus respectivas concepciones sobre el cono­ cimiento científico como valor supremo de la ciencia y dilucidar si hubo algún tipo de influencia mutua o, como es previsible, este tipo de tesis formaba parte del acervo cultural de aquella época.

4. Otros estudios de Merton sobre el ethos de la ciencia En su artículo de 1957 sobre «Las prioridades en los conoci­ mientos científicos»44, Merton reformuló sus tesis de 1942, man­ teniendo lo básico, pero con adiciones significativas. Veámoslo brevemente. En este texto Merton añade un nuevo valor a los «cudeos», la humildad, contraponiéndola a la originalidad, de la que llega a decir que es el «valor supremo» de la institución científica45. Por el modo en que introduce la originalidad es claro que no es así. A lo sumo será el valor supremo desde un punto de vista individual, no institucional. En efecto: Por todas partes se le recuerda al científico que su rol es pro­ mover el conocimiento, y su más feliz realización de ese rol es

43 Science: the Endless Frontier, Washington, 1945. 44 Lo citaremos por la edición del mismo en R. K. Merton, La sociología de la ciencia, vol. II, op. cit., pp. 377-422. 45 Ibídem, p. 387.

hacer un gran avance en el conocimiento. Esto solo equivale a decir, por supuesto, que en la institución de la ciencia la origi­ nalidad es muy valorada. Pues el conocimiento avanza por la originalidad, en incrementos mayores o menores 46.

Lo importante es el conocimiento, los descubrimientos ori­ ginales son el modo que tiene un científico concreto para contri­ buir al logro de dicho objetivo. De nuevo prima el objetivo de la ciencia sobre los valores, en este caso sobre la originalidad. Para los científicos individuales, sin embargo, este es el logro mayor, y por ello Merton le atribuye un peso muy alto entre los valores institucionales de la ciencia. De hecho, hay todo un sistema de recompensas para premiar la originalidad (eponimias, premios, prestigio, autoridad reconocida, menciones en la historia, etc.), así como de castigos contra el plagio, en la medida en que niega y falsea la originalidad en los descubrimientos. Sin embargo, Merton precisa rápidamente que dicho valor no es único, y tam­ poco el supremo, pese a haberlo presentado como tal: Si la institución de la ciencia asignase gran valor solamente a la originalidad, quizá los científicos atribuirían una importan­ cia aún mayor al reconocimiento de la prioridad que la que ya le atribuyen. Pero, por supuesto, ese valor no es el único. Solo es uno de un complejo conjunto que constituye el ethos de la cien­ cia; el desinterés, el universalismo, el escepticismo organizado, el comunismo de la propiedad intelectual y la humildad son algunos de los otros valores 47.

Obsérvese que los cuatro «cudeos» han pasado a ser cinco, porque la humildad se ha puesto a su mismo nivel. Y no olvide­ mos que la originalidad acababa de ser destacada como valor cuasisupremo. Al comunismo, universalismo, desinterés y escepticis­ mo organizado hay que añadir estos dos nuevos valores para ana­ lizar mejor el ethos de la ciencia según Merton, e incluso cabe mantener la lista abierta, como seguiremos mostrando y como el 46 Ibídem, p. 385. 47 Ibídem, p. 397.

propio Merton autoriza a hacer en este pasaje, en el que dice que los cuatro «cudeos» son algunos de los valores relevantes de la ciencia48. En nuestros propios términos, Merton defiende el plu­ ralismo axiológico de la ciencia, si bien es cierto que hace depen­ der todos esos «valores supremos» de un objetivo general de la actividad científica que prima sobre todos ellos: la búsqueda de conocimiento. De esta manera damos un paso más a la hora de analizar la concepción mertoniana, que, por lo que respecta este punto, fue constante a lo largo de su obra. En un artículo publica­ do en 1972 en colaboración con Haniet Zuckerman 49, se encuen­ tra una de las formulaciones más generales de esta subordinación de los diversos valores de la ciencia al conocimiento: Los valores de la ciencia exigen llevar al máximo el ritmo de avance del conocimiento y de los procedimientos y equipos requeridos para promover tal conocimiento 50.

Obsérvese que el ethos de la ciencia no solo está subordina­ do al objetivo institucional de promover el avance del conoci­ miento, sino que en este texto tardío los valores institucionales han de acelerar al máximo ese ritmo de avance. Podemos con­ cluir, por tanto, que esta subordinación de los valores a un obje­ tivo primordial de la ciencia forma parte fundamental de la con­ cepción mertoniana del ethos científico. Retomemos ahora el artículo de 1957, porque en él se hallan otras muchas observaciones de interés para la axiología de la ciencia. Por ejemplo, Merton destacó allí un hecho muy impor­ tante: la existencia de conflictos de valores en la actividad cien­ tífica. Las tensiones entre la originalidad y la humildad son un ejemplo claro, que Merton analizó exhaustivamente: 48 En un artículo de 1971 escrito en colaboración con Harriet Zuckerman («Pautas institucionalizadas de evaluación en la ciencia»), Merton afirmaba que «la responsabilidad es un componente muy importante del ethos de la cien­ cia» {ibídem, pp. 616-7). 49 «Edad, envejecimiento y estructura de edades en la ciencia», en Mer­ ton, 1977, op. cit., II, pp. 622-697. 50 Ibídem, p. 671.

Parecería, pues, que la institución de la ciencia, al igual que otras instituciones, incorpora valores potencialmente incompati­ bles, entre ellos el valor de la originalidad, que conduce a los científicos a desear que se reconozca su prioridad, y el valor de la humildad, que los lleva a destacar la pequeñez de sus realiza­ ciones. Estos valores no son realmente contradictorios, pero exi­ gen tipos de conducta opuestos. Mezclar estas incompatibilida­ des potenciales en una sola orientación, reconciliarlas en la prác­ tica, no es tarea fácil51.

Esta es una de las claves explicativas que utiliza Merton a la hora de analizar los múltiples conflictos por la prioridad en los descubrimientos: los conflictos de valores generan pautas contra­ dictorias de acción. No dio el paso que, a nuestro juicio, conviene dar: la originalidad y la humildad pertenecen a subsistemas distin­ tos y heterogéneos de valores y por ello entran en conflicto. En el caso de la tecnociencia contemporánea, cuyo ethos involucra muy diversos subsistemas de valores (epistémicos, tecnológicos, económicos, políticos, militares, jurídicos, sociales, culturales, ecológicos, estéticos, religiosos y morales), dichos conflictos son estructurales. El proyecto Manhattan, primer canon de la tecno­ ciencia, fue un buen ejemplo de ello. Pero Merton también descu­ brió que los conflictos de valores se dieron en la ciencia moder­ na, lo que le permitió desarrollar toda una teoría para explicar las numerosas contiendas entre científicos e instituciones en tomo a la prioridad de los descubrimientos. Asimismo mostró repetidas veces que el ethos de la ciencia puede entrar en conflicto con otras instituciones sociales. A nuestro modo de ver, estas aportaciones de Merton son de gran interés y suministran un poderoso argu­ mento para desarrollar a fondo la axiología de la ciencia. La hete­ rogeneidad de los valores es un principio explicativo de numero­ sos conflictos de la práctica científica, no solo los de prioridad. Por otra parte, Merton también señaló que unos valores tienen un peso relativo mayor que otros, aunque no investigara a fondo este punto:

51 Ibídem, p. 399.

«Los valores institucionales de la modestia y la humildad manifiestamente no bastan para contrarrestar el énfasis institu­ cional en la originalidad y el funcionamiento real del sistema de atribución de recompensas»... «Generalmente hay una desigual lucha entre los valores de la originalidad y la modestia recono­ cidas; la gran modestia puede inspirar respeto, pero la gran ori­ ginalidad promete la fama eterna»52.

Años después, Kuhn introdujo la idea de que los científi­ cos comparten valores, pero no los ponderan por igual53. Esto supuso un gran avance para la axiología de la ciencia, al per­ mitir un mejor análisis de los conflictos de valores. Aun cuan­ do la originalidad y la modestia sean dos valores en la práctica científica, el segundo es un valor moral, mientras que el pri­ mero forma parte del núcleo axiológico de la ciencia, puesto que se vincula directamente al avance del conocimiento. Por lo general, la búsqueda de la originalidad (más la fama y el pres­ tigio, si la distribución institucional de recompensas es justa) prima sobre la virtud de la modestia. La originalidad es un valor epistémico que ocupa un lugar mucho más relevante en la tabla de valores de los científicos. Habrá excepciones en el caso de científicos e instituciones concretas, pero un estudio empírico de las ponderaciones relativas de los valores mostra­ ría que ello es así. Por otra parte, la originalidad epistémica, una vez comunicada, contrastada y validada por otro, genera recompensas sociales (fama, prestigio), al menos si el sistema institucional de recompensas funciona eficientemente. Por tanto, este valor epistémico prima sobre dichos valores sociales, aun­ que estos últimos puedan ser muy importantes desde un punto de vista subjetivo. Los valores de la ciencia no están aislados entre sí, sino que se interconectan en relaciones axiológicas y en sistemas de valores, en los que cada valor tiene ponderacio­ nes diferentes.

52 Ibídem, p. 403. 53 Ver el artículo de T. Kuhn sobre «Objetividad, juicios de valor y elec­ ción de teoría», en La tensión esencial, FCE, México.

La hipótesis de la primacía de unos valores sobre otros, en la modalidad kuhniana de mayor o menor ponderación respectiva, permite aplicar las propuestas de Merton y hacer avanzar la axiología de la ciencia. Este tipo de análisis ponderados explican muchos conflictos de la práctica científica, que normalmente surgen por hipóstasis de un determinado valor: por ejemplo, la reivindicación política y patriótica del genio de los matemáticos ingleses frente a los del continente en la controversia NewtonLeibniz sobre la prioridad en el descubrimiento del Cálculo Diferencial e Integral. Asimismo, explica los casos de fraude, e incluso los de plagio. Merton abrió la senda que Kuhn roturó y que ulteriores axiólogos han desarrollado de manera más siste­ mática 54. En el caso de la originalidad, Merton mostró que determinadas prácticas (fechar la recepción de las revistas en los artículos, patentar, citar a los predecesores, etc.) se justifican en función de la mayor o menor ponderación que las instituciones y las personas concedan a dicho valor. De esta manera abría el camino hacia una axiología aplicada, que tiene como objeto principal de estudio los procesos de evaluación que continua­ mente se producen en la práctica científica y, en particular, ana­ liza los protocolos de evaluación que se utilizan, en los que sue­ len estar explícitas las ponderaciones relativas de los diversos criterios de evaluación. Bien entendido que, en la concepción de Merton, siempre prima la búsqueda de conocimiento sobre los demás valores: «Cuando la ciencia se halla profesionalizada en alto grado, se define la actividad científica como una búsqueda desinteresa­ da de la verdad, y solo secundariamente como un medio para ganarse la vida»... «Cuando la institución funciona de manera eficaz, el incremento de conocimiento y el incremento de la fama personal van de la mano; el objetivo institucional y la recompen­ sa personal están unidos»... «Cuanto más plenamente los cientí­ ficos atribuyen un valor ilimitado a la originalidad, tanto más dedicados están al avance del conocimiento»55. 54 Ver Echeverría, 2002, y la noción de matriz de evaluación (capítulo 2). 55 Merton, 1977, op. cit., II, p. 421.

Si la institución funciona de manera justa y eficiente, debe haber una correspondencia entre el aumento del conocimiento que un científico haya producido y su incremento correlativo de fama y prestigio. Los conflictos surgen cuando no hay tal pro­ porcionalidad o correspondencia entre el valor epistémico (ori­ ginalidad) y su valor social correlativo (fama). La axiología se presenta así como una balanza que compara diversos tipos de valores entre sí. La eficiencia de las instituciones (valor típica­ mente técnico) tiene que ver con un valor de gran raigambre jurídica y política: la justicia. Comprobamos de nuevo que el propio Merton supo descubrir diversos tipos de valores en la actividad científica, aunque todos ellos estuvieran subordinados a un objetivo principal. Para terminar nuestro comentario a las propuestas de Mer­ ton, mencionaremos una observación suya que nos parece de la máxima importancia. Merton advirtió del peligro que conlleva la maximización de determinados valores, poniendo como ejem­ plo la maximización subjetiva de la originalidad: «La cultura de la ciencia es, en este sentido, patogénica»... «El espíritu contencioso, las afirmaciones egotistas, el secreto para que otros no se adelanten, el suministro solamente de la información que da apoyo a una hipótesis, las falsas acusaciones de plagio, hasta el robo ocasional de ideas y, en casos raros, la fabricación de datos, todos esos casos han aparecido en la histo­ ria de la ciencia y pueden ser considerados como una conducta desviada en respuesta a la discrepancia entre el enorme énfasis, dentro de la cultura de la ciencia, en el descubrimiento original y la dificultad real que experimentan muchos científicos para hacer un descubrimiento original»56.

Todas estas conductas contrarias a las normas institucionales y desviadas, sobre las que los científicos suelen correr un pudo­ roso velo de silencio, pueden ser analizadas y explicadas desde una perspectiva axiológica. Merton lo tuvo claro y por ello ha de

.i-i i iinsulcrado como el gran precursor de la actual axiología de la ciencia. Entrando en cuestiones de gran envergadura filosófi­ ca y que afectan profundamente a la teoría de la racionalidad, Merton llegó a advertir de los riesgos que supone la creencia ciega en la maximización de un determinado valor, en este caso la originalidad: Si hay alguna lección que podamos aprender de este examen de algunas consecuencias de la creencia en la importancia abso­ luta de la originalidad, tal vez sea la vieja lección de que también tiene sus peligros la creencia irrestricta en valores absolutos57.

Esta afirmación es clave para lo que nosotros denominamos racionalidad axiológica 58. Habiendo diversos sistemas de valo­ res que rigen la actividad científica y produciéndose colisiones entre unos y otros, la maximización sin restricciones de un deter­ minado valor siempre genera conflictos y conductas patológicas en la práctica científica, tanto a nivel individual como institucio­ nal y, en su caso, social. Además de ponderar los valores y de intentar satisfacerlos en grado creciente, es preciso establecer cotas máximas de satisfacción de un determinado valor positivo, así como cotas mínimas de disatisfacción en el caso de los dis­ valores. La originalidad y la modestia son dos virtudes, pero no es posible maximizarlas a la vez. Recíprocamente, un excesivo grado de inmodestia puede ser muy perjudicial para las pro­ puestas de un científico concreto. Si un científico guía sus acciones siguiendo el imperativo de maximizar su propia originalidad, acabará cometiendo fraudes y desarrollando conductas desviadas. Por ello es preciso que unos valores sirvan como contrapeso a otros, de modo que ninguno sea maximizado, sino que todos tengan sus propias cotas máxi­ mas y mínimas de satisfacción y disatisfacción. Este es el prin­ cipio básico de lo que, desde Herbert Simón, se denomina racio­ nalidad acotada. 57 Ibídem, pp. 421-2. 58 Echeverría, 2002, op. cit., cap. II.

Pues bien, en sus estudios de los conflictos de prioridades, Merton llegó a elucidar un ejemplo muy claro de estos problemas, típicos de la axiología. Su artículo de 1957 terminaba con un con­ sejo que podría constituir una regla básica para la axiología: Convertir en absolutos los valores puede ser tan dañino como su decadencia para la vida de los hombres en la sociedad59.

Dicho en nuestros propios términos. Todo valor relevante para la práctica científica debe tener unos umbrales máximos y mínimos de satisfacción y disatisfacción. La racionalidad maximizadora, que tanto predicamento ha tenido a lo largo del siglo xx, es contraria a la racionalidad valorativa acotada. No se trata de que los valores sean absolutos o relativos. Lo importante es ana­ lizarlos desde una perspectiva sistémica, que incluya diversos tipos de subsistemas. Ocurre entonces que hay tensiones y con­ flictos entre esos subsistemas de valores, pero ello permite ten­ der hacia esas cotas máximas y mínimas que son otros tantos puntos de equilibrio en el ethos de la ciencia.

5. Conclusión Las consideraciones precedentes suscitan una nueva cues­ tión que, aunque excediendo del ámbito teórico y conceptual en el que se mueve Merton, tiene una gran importancia para la axiolo­ gía de la ciencia. ¿Hay que limitar el avance en el conocimiento científico? O, por el contrario, ¿debe seguir vigente el imperativo institucional principal de la ciencia moderna, consistente en el avance ilimitado del conocimiento? Hemos comprobado que autores muy relevantes de los años 40 y 50 del siglo xx, como Vannevar Bush, Popper y el propio Merton, jamás se cuestionaron este imperativo axiológico, del que se derivan numerosos valores y normas institucionales. Hoy en día, cuando ha surgido una nueva modalidad de actividad 59 Merton 1977, op. cit., II, p. 422.

científica, la tecnociencia, tiene sentido plantearse a fondo esa cuestión, al menos en determinados ámbitos de la investigación. Hay razones culturales, sociales, ecológicas y morales que llevan a afirmar que el conocimiento no es un bien en sí. Dicho de otra manera: el conocimiento no es un valor absoluto y no debe seguir vigente el imperativo que tiende a maximizarlo. Hay que atender a otros sistemas de valores, no solo a los valores epistémicos. Si la investigación científica incrementa excesiva­ mente la capacidad destructiva de los seres humanos a través de las nuevas tecnologías militares, si algún tipo de actividad tecnocientífica pone en riesgo el equilibrio de sistemas ecológicos relevantes, si las riquezas que se derivan de la actual acumu­ lación y privatización del conocimiento llegan a generar brechas alarmantes en la emergente sociedad del conocimiento, si algu­ nos logros tecnocientíficos atentan contra principios morales básicos, etc., entonces ha llegado el momento de poner límite a determinadas vías de avance en el conocimiento. Merton advirtió de los riesgos de la maximización irrestricta de un determinado valor, en su caso la originalidad. Desde nues­ tro punto de vista, dicha tesis, cuya formulación precisa lleva a la teoría de la racionalidad axiológica y acotada, debería ser ampliada a los diversos valores relevantes para la ciencia. Tam­ bién a la búsqueda del conocimiento, o en términos de Popper, de la verdad. Ello equivale a decir que los objetivos institucio­ nales de la ciencia pueden ser valorados basándose en diversos sistemas de valores, no solo internamente. La tecnociencia con­ temporánea plantea situaciones en las que los propios científicos aceptan moratorias en la investigación, o en las que el desarrollo y la proliferación de determinadas armas tecnocientíficas se ve limitado, y en algunos casos prohibido. Asimismo, hay que optar en contextos ecológicos y económicos por desarrollos sostenibles, lo que implica la presencia de otros valores que sirven como contrapeso axiológico a la maximización de valores ante­ riormente irrestrictos, como la explotación de los recursos natu­ rales o la maximización de los beneficios. Merton atisbo algunos de estos problemas, aunque, como sociólogo empírico de la ciencia, se atuvo al análisis del ethos

científico vigente en su tiempo. El ethos de la tecnociencia plan­ tea problemas y conflictos de mucha mayor envergadura que los suscitados por la ciencia moderna y la industrialización. Por ello es imprescindible desarrollar una axiología de la ciencia, no sim­ plemente una ética. Los valores morales y religiosos tampoco son absolutos, en el sentido de maximizables. Algunos de ellos han de verse limitados por el avance en el conocimiento, como sucede actualmente en el ámbito de las biotecnologías, no sin conflictos. Lo importante es asumir la tesis del pluralismo axiológico junto con la gradualidad de los valores y la existencia de cotas máximas de satisfacción de los mismos. Este tipo de racio­ nalidad excede los análisis mertonianos, pero converge en gran medida con buena parte de sus planteamientos, desarrollándolos en otros contextos. La limitación de la búsqueda del conocimiento científico en algunos ámbitos de actividad tecnocientífica también es un avance en el conocimiento, en este caso en los estudios del ethos científico. Incluso los imperativos institucionales más relevantes deben tener sus propios límites.

De la estructura normativa de la ciencia a las prácticas científicas Normas y valores en la ciencia: La concepción mertoniana y el enfoque «practicista» Por León O LIV É 1 U niversidad N acional A utónom a de M éxico (U N A M ) [En la ciencia, incluida la ciencia social,] se venera a los padres fundadores, no por la celosa repetición de sus primeros hallazgos, sino por ampliaciones, modificaciones y, con bastante frecuencia, por el rechazo de algunas de sus ideas y resultados.] R o b e rt K. M e rto n (TyES 619)

La ciencia, como todas las demás instituciones sociales, tiene que ser apoyada por los valores del grupo si ha de desarrollarse. R o b e rt K. M e rto n (TyES 621)

El núcleo del paradigma mertoniano en sociología de la ciencia paradigma mertoniano en sociología de la ciencia —pre­ cisamente en el sentido mertoniano de «paradigma», es decir, de una orientación teóricamente coherente, capaz de generar preguntas razonables y sugerir criterios de evaluación para las respuestas a esas preguntas— se basa en dos conceptos: la estruc­ tura institucional de la ciencia y la estructura de recompensas a

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1 Este trabajo se realizó con apoyo del proyecto Papiit UNAM IN400102, así como del proyecto UNED-UNAM-AECI sobre «Capacidades potenciales, racionalidad acotada y evaluación tecnocientífica». Agradezco a Jesús Valero la invitación para colaborar en este volumen.

los científicos. La primera incluye una dimensión normativa que constituye el famoso ethos de la ciencia, con sus cuatro normas principales: comunismo, universalismo, desinterés y escepticis­ mo organizado, a partir de la cual se derivan normas secundarias (Merton, 1942). La estructura de recompensas a los científicos incluye los reconocimientos, los premios y la «prioridad» en los descubrimientos, los cuales son los motores y la energía del sis­ tema científico (cf. Storer, 1973, p. xxiii). Muchas de las reservas que encontró la descripción mertoniana del ethos de la ciencia se centraron sobre el problema de si los científicos, en efecto, siguen estas normas en su práctica coti­ diana. Norman W. Storer, en su introducción a The Sociology of Science (Merton, 1973), opinaba que el problema no es que los científicos no sigan invariablemente estas normas, lo cual es un hecho, sino en inferir de ahí que las normas mertonianas son irre­ levantes en la ciencia, y esta inferencia — decía él— supone una falta de comprensión de las formas en las que operan las normas sociales. El problema teóricamente interesante, para Storer, es el de identificar correctamente las condiciones bajo las cuales la conducta de los científicos tenderá a conformarse a las normas o a apartarse de ellas y procurar su cambio (Storer, 1973, p. xix). La clave de la respuesta mertoniana para identificar dichas condiciones se basa en la idea de «intemalización» de las normas y su asociación con los «papeles sociales» (social roles). Según Storer: Las normas de este tipo se asocian primordialmente con un papel social, de manera que aun cuando han sido internalizadas por los individuos, entran en juego fundamentalmente en las situaciones en las que esos individuos desempeñan ese papel, y este recibe un apoyo social. Cuando los científicos se percatan de que sus colegas se orientan por esas mismas normas —y saben que estas ofrecen reglas de interacción efectivas y legítimas para las interacciones científicas rutinarias— , lo más probable es que su conducta se conforme a las normas (Storer, 1973, p. xix).

Las «interacciones científicas rutinarias» ocurren con mayor frecuencia dentro de los contextos que Kuhn llamaría de «ciencia

normal»: cuando hay un acuerdo generalizado sobre las reglas fundamentales del juego (problemas y conceptos básicos, criterios de validez, etc.). En tales casos, actuar conforme a las reglas resul­ ta en recompensas individuales y refuerza las bases institucionales para el desarrollo del conocimiento. La violación de las normas es más frecuente en las etapas «pre-paradigmáticas» (en términos kuhnianos), o «cuando se imponen las lealtades de grupo que pro­ vienen más allá del dominio de la ciencia». En algunos casos esto conduce de plano al rechazo de las normas (Storer, 1973, p. xix). En lo que sigue comentaremos esta concepción mertoniana de la estructura axiológica (normativo-valorativa) de la ciencia, toman­ do en cuenta algunas críticas y algunas propuestas desde la pers­ pectiva de la sociología y de la filosofía de la ciencia reciente. Comencemos por recordar que ya en 1980 Michael Mulkay señalaba que si bien cualquier discusión de la estructura norma­ tiva de la ciencia no podía dejar de hacer referencia a la aporta­ ción de Merton, tanto defensores como críticos de su posición, especialmente desde el lado de la sociología de la ciencia, habían dejado de lado el espinoso problema de la relación entre normas y acción social. Me parece que uno de los errores cruciales que prevalecen entre los sociólogos de la ciencia, ya sea que hayan apoyado o criticado la posición mertoniana, ha sido suponer que esta rela­ ción es relativamente poco problemática. En otras palabras, la mayoría de nosotros hemos supuesto que, una vez que identifi­ camos las reglas que usan los científicos, podemos aplicarlas a acciones específicas sin ninguna labor de interpretación por parte del analista. Desgraciadamente, al hacer eso hemos pasa­ do por alto una cuestión fundamental señalada por Wittgenstein, a saber, que ninguna regla puede especificar completamente qué cuenta como seguir o no seguir esa regla. Los sociólogos de la ciencia simplemente no se han dado cuenta de que, al argumen­ tar a favor o en contra de la operación de normas particulares, se han comprometido con interpretaciones ocultas de esas normas de maneras que apoyan sus propios puntos de vista, y que sin embargo en cada caso pueden ser vigorosamente desafiadas (Mulkay, 1980,p. 111).

Mulkay subraya, pues, que la relación entre reglas y acción no es causal, sino interpretativa (Mulkay, 1980, p. 122), por lo que las reglas no son determinantes de la acción. En ese trabajo Mulkay ofrece solo algunas sugerencias acerca de cómo entender esta relación interpretativa entre reglas y acciones, particularmente en el caso de acciones relevantes dentro de comunidades cientí­ ficas, como las relativas a la comunicación y, por ende, a la norma mertoniana del universalismo, y señala que es una de las líneas de investigación sobre las que hacía falta trabajar más: Sería muy útil si pudiéramos comenzar a diseñar herra­ mientas analíticas que nos ayudaran a explicar no solo cómo tra­ bajan los procedimientos interpretativos, sino también cómo se producen los consensos y las divergencias interpretativas en diferentes contextos de interacción (Mulkay, 1980, p. 123). Mulkay concluye señalando que esto es válido no solo con respecto a normas morales en la ciencia, sino también con res­ pecto a normas epistémicas, como lo dejó claro Kuhn en la bien conocida cita del artículo «Objetividad, juicios de valor y elec­ ción de teoría», recogido en La tensión esencial, y que Mulkay reproduce: Cuando los científicos deben elegir entre teorías rivales, dos hombres comprometidos por entero con la misma lista de criterios de elección pueden llegar, a pesar de ello, a conclusiones diferen­ tes. Quizá interpreten de modos distintos la simplicidad o tengan convicciones distintas sobre la amplitud de los campos dentro de los cuales debe ser satisfecho el criterio de coherencia. O quizá estén de acuerdo en estos puntos pero difieran en cuanto a los pesos relativos que deban asignárseles a estos o a otros criterios, cuando varios de los mismos tratan de seguirse al mismo tiempo. Con respecto a divergencias de esta índole, no es útil ningún con­ junto de criterios de elección... debe trascenderse la lista de crite­ rios compartidos y pasar a las características de los individuos que tomaron las decisiones. Esto es, deben tratarse características que varían de un científico a otro sin que, con ello, se ponga en peli­ gro su apego a los cánones que hacen que la ciencia sea científi­

ca. Aunque sí existen tales cánones y deben ser descubiertos (indudablemente los criterios de elección con los que comencé figuran entre ellos), no bastan, en sí, para determinar las decisio­ nes del científico como individuo... (Kuhn, 1982, p. 348). Lo que estoy sugiriendo es que los criterios de elección con los cuales comencé funcionan no como reglas, que determinen decisiones a tomar, sino como valores, que influyen en estas (Kuhn, 1982, p. 355).

Tanto Mulkay como Kuhn, pues, ya a finales de la década de 1970 señalaban que uno de los problemas importantes sobre los que habría que avanzar era el de una mejor comprensión de la estructura normativo-valorativa de la ciencia, de. la naturaleza de las normas y en particular de la forma en la que operan en la ciencia. Este ha sido, en efecto, un problema en el que han con­ fluido la sociología y la filosofía de la ciencia en las últimas tres décadas. Pero antes de comentar algunos aspectos de los des­ arrollos más recientes, volvamos al tratamiento mertoniano de la estructura normativa de la ciencia. Nico Stehr, en una breve presentación y discusión de la socio­ logía de la ciencia de Merton, se ha referido a dos concepciones distintas de la ciencia en su obra. Una concepción inicial se encuentra desde su disertación doctoral (1938) y en otros traba­ jos tempranos de la década de 1930. En ella el sistema científico se concibe abierto, «incluso muy hospitalario a influencias del contexto social, cultural y económico» (Stehr, 1990, p. 287). El foco de atención de Merton en estos trabajos, como es bien sabido, son las condiciones sociales que permitieron el surgimiento y desarrollo de la ciencia en el siglo xvn, particularmente en Ingla­ terra, y las posibles influencias del contexto social, por ejemplo, en la elección de problemas. En ellos desarrolla la idea que más tarde fue llamada la «tesis de Merton» que, en versión de Thomas Kuhn, por una parte, «subraya la medida en que los baconianos esperaban aprender de las artes prácticas y, a su tiempo, hacer que la ciencia fuera útil», y, por otra parte, «afirma que el puritanismo fue el esti­ mulante primordial» «de la transformación sustancial experimenta­ da por varias ciencias durante el siglo xvn» (Kuhn, 1982, p. 139).

Storer ha dejado claro que no se trata de la ingenua idea de que el puritanismo causó el desarrollo científico en la Inglaterra del siglo x v ii , sino que debe entenderse en el sentido de que la emergente institución de la ciencia estaba necesitada de legiti­ midad social, y la sugerencia de Merton es que «la ciencia no solo encontró un firme apoyo en los valores del puritanismo, sino que los puritanos encontraron en la ciencia una actividad que encamaba en una medida notable los tipos de actividad prescritos por las enseñanzas puritanas» (Storer, 1973, p. 224). Frente a esta concepción inicial, el tardío concepto de ciencia mertoniano, según Stehr, «enfatiza la autonomía de la comunidad científica, el grado en que el desarrollo del conocimiento cientí­ fico es autosostenido y la operación funcional de la estructura social de la ciencia» (Stehr, 1990, p. 290). El meollo de los esfuerzos posteriores de Merton en sociología de la ciencia puede resumir­ se, según Stehr, «en el análisis sociológico de la evaluación pública y estructurada de las pretensiones de haber generado conocimien­ to científico válido» (Stehr, 1990, p. 291). Para ello, Merton ha discernido y analizado un rango de procesos colectivos rele­ vantes e interdependientes y ha descrito en detalle cómo operan dentro del sistema diseñado para evaluar pretensiones de cono­ cimiento. La asignación de reconocimiento científico, el carác­ ter de «insiders» y de «outsiders», la estratificación y el control social en la ciencia, los descubrimientos múltiples, las disputas de prioridad de descubrimientos, la conducta desviada y la ambivalencia de los científicos inducida por el sistema son algu­ nos de esos fenómenos que tienen un patrón social. Para decirlo brevemente, la cuestión central del enfoque más reciente de Merton a la ciencia es también el problema central de su teoría sociológica en general: ¿cómo pueden los aspectos específicos de la estructura social inducir y limitar patrones de acción social? Formular el problema central de este modo implica, desde luego, que en su enfoque reciente al análisis sociológico de la ciencia Merton no busca ningún análisis sociológico de la géne­ sis, construcción y legitimación de las pretensiones de conoci­ miento científico (Stehr, 1990, p. 291).

Por diferentes razones, aunque el énfasis de las primeras pre­ ocupaciones de Merton estaba en la importancia de la sociedad para la ciencia y de la ciencia para la sociedad, tampoco era su intención ni defender ni analizar las relaciones entre los proce­ sos cognitivos y los «factores existenciales» (Mannheim) que determinan el conocimiento científico. Es decir, la mayor parte de la seminal obra mertoniana se conforma con la actitud tradi­ cional que distingue las tareas de la sociología del conocimiento de las de la teoría del conocimiento como disciplina filosófica, actitud asumida tanto por filósofos como por científicos socia­ les, en el sentido de que los problemas de la dimensión social del conocimiento y los de la naturaleza y validez del conocimiento son muy diferentes y deben tratarse por separado. Los primeros deberían constituir el legítimo objeto de estudio de la sociología del conocimiento, mientras que los segundos deberían ser exclu­ siva preocupación de la teoría del conocimiento. Según esta acti­ tud tradicional, este mismo patrón es aplicable a la sociología de la ciencia y a la filosofía de la ciencia. Cada disciplina tiene bien delimitada su esfera de estudio y ninguna interfiere en la otra.

La sociología de la ciencia estrecha frente a la sociología de la ciencia amplia En un libro publicado en 1988, el autor del presente ensayo llamaba «estrecha» a la posición que divide tajantemente las reflexiones acerca del conocimiento en «filosóficas» y en «cien­ tíficas» (Olivé, 1988, p. 22). Las opiniones que hemos revisado de algunos expertos mertonianos confirman que su programa corresponde a esta concepción. Frente a las posiciones estrechas, en las cuatro últimas déca­ das del siglo XX se desarrolló una sociología del conocimiento amplia, entendida como una disciplina integral en la que están elaborados sistemáticamente tanto conceptos sociológicos como conceptos epistemológicos que se encuentran estrechamente rela­ cionados, y que permite entender y explicar problemas sobre la génesis, aceptación y desarrollo del conocimiento, de una manera

ventajosa con respecto a las teorías sociológicas o epistemológi­ cas tradicionales. Las fuentes y las preocupaciones que han ido contribuyen­ do a la sociología del conocimiento amplia son muchas y muy variadas, y han provenido del campo de la sociología, de la filo­ sofía, de la historia y en tiempos recientes han cristalizado en los llamados «estudios sobre la ciencia». Seminal desde luego fue el trabajo de Kuhn y su enorme influencia. Stehr apunta que la crítica sociológica a los análisis de Merton en las últimas décadas no fue tanto el resultado de un desarrollo intelectual independiente dentro de la sociología, sino más bien es un ejemplo «del éxito que La Estructura de las Revoluciones Científicas de Thomas Kuhn y otras teorías de la ciencia relacionadas (Toulmin, Lakatos, Feyerabend) han tenido en la comunidad sociológica» (Stehr, 1990, pp. 291-2). Como una contribución importante para una concepción del conocimiento adecuada para una sociología del conocimiento amplia, aunque no fue concebida bajo ese esquema, merece mencionarse el trabajo del filósofo mexicano Luis Villoro (1982) en la teoría del conocimiento. Pero si bien este libro tuvo mucho éxito en Latinoamérica (a la fecha lleva alrededor de 20 edicio­ nes), es relativamente poca su repercusión en los estudios sobre el conocimiento y sobre la ciencia en el medio hispanohablante en general (fenómeno sobre el cual valdría la pena hacer una investigación sociológica)2. No es mi intención examinar la historia ni las contribuciones que han hecho avanzar a la sociología del conocimiento amplia y sus repercusiones en la sociología y filosofía de la ciencia. En el resto del trabajo me concentraré en algunas discusiones recien­ tes sobre la naturaleza de las normas, y en particular sobre la dimensión normativo-valorativa de la ciencia. Esta cuestión es particularmente interesante al reflexionar hoy en día sobre el paradigma mertoniano, pues según exégetas como Storer, a diferencia de otras críticas que al menos en la década de 2 Una exposición de las ideas centrales de Villoro y su importancia para la comprensión social del conocimiento puede encontrarse en Olivé, 1995.

1970 parecían apresuradas o prematuras, las reservas sobre la con­ cepción de Merton acerca de las normas científicas eran más razo­ nables. Storer se refiere al problema de la «realidad» de las normas de la ciencia (Storer, 1973, p. xxviii), pero no me resulta muy claro qué quiere decir. La lectura más benigna parecería ser que se refie­ re al problema de si las famosas normas mertonianas realmente rigen la conducta de los científicos, o incluso si «realmente» debe­ rían hacerlo. Si es eso lo que Storer tenía en mente, se quedó corto, pues el problema va mucho más allá, y es precisamente el que Mulkay señalaba en 1980. El problema es el de si tenía Merton, y tenemos ahora, una comprensión adecuada de las normas (epistéinicas, metodológicas, éticas) y de cómo operan en la ciencia. Este problema ha salido muy claramente a la luz a partir del relativamente reciente «giro practicista» en los estudios sobre la ciencia. Por eso me concentraré en algunos de los aportes recien­ tes en esta discusión.

El giro «practicista» Theodore Schatzki ha expresado con claridad el sentido del «giro practicista». La cuestión principal ha sido el desplaza­ miento de conceptos centrales en la teoría sociológica, y en la filosofía, tales como «estructuras» o «mundos de vida», por el concepto de «práctica»: «Los pensadores en otra época hablaban de “estructuras”, “sistemas”, “significado”, “mundo de vida”, “eventos” y “acciones” al nombrar a la principal entidad social genérica. Hoy en día, muchos teóricos le darían al concepto de “práctica” un honor comparable» (Schatzki, 2001, p. 1). Y esto ocurre en la filosofía, la sociología, la historia, la teoría cultural, la antropología y en los estudios de ciencia y tecnología3. La novedad desde luego no está en la asignación de un papel importante a la práctica para comprender y explicar a las socie3 Esta es la razón para llamarlo «giro practicista», y no pragmático. Pues, además, de esa forma se le distingue del pragmatismo como la corriente o «estilo filosófico» que tiene ya una respetable historia.

iliuk s humanas, sus instituciones y sus productos, ni siquiera en otorgarle a este concepto el papel central. Varias versiones del marxismo lo hicieron, como lo hizo el pragmatismo y lo han hecho otros filósofos antiguos y modernos, en el siglo xx nota­ blemente el segundo Wittgenstein. El fenómeno que llama la atención es la convergencia de muchas disciplinas científicas y áreas de la filosofía en el concepto de «práctica». También en la sociología de la ciencia amplia y en la filosofía de la ciencia actual, así como en los estudios sobre ciencia y tecnología, el concepto de «práctica» ha desplazado a otros conceptos. En rela­ ción con la preocupación central de este ensayo, lo que interesa es el desplazamiento de conceptos como «estructura social de la ciencia» o «estructura normativa», o conceptos como el de «paradigma», por el concepto de «práctica». Hasta dónde esto es una moda intelectual más, o un cambio conceptual fructífero de largo aliento, habrá que ver. Por lo pron­ to es interesante recordar, como lo ha hecho Barry Bames, que uno de los aspectos que se quieren subrayar con el encumbra­ miento de las «prácticas» es que estas incluyen tanto pensamien­ to como acción, y por consiguiente la teoría «encamada» es parte de las prácticas. Es decir, las prácticas son sistemas de acciones que necesariamente se realizan con la participación del cuerpo, que están sujetas a normas y valores, y están guiadas por representa­ ciones. Más aún, Bames prosigue recordando que para Kuhn ya era clara la centralidad de las prácticas, al grado de que «los para­ digmas no son teoría sino prácticas» (Bames, 2001, p. 20). Bames recuerda que los paradigmas científicos no son solo focos cruciales de acuerdos en las comunidades científicas, sino que — como lo dice Kuhn en las primeras páginas de La Estructura de las Revo­ luciones Científicas— son «ejemplos aceptados de prácticas cien­ tíficas reales —ejemplos que incluyen al mismo tiempo leyes, teo­ rías, aplicaciones e instrumentación...» (Kuhn, 1962, p. 10). Y aunque Bames ya no continúa citando, podemos recordar lo que Kuhn dice renglones adelante: El estudio de los paradigmas [en el sentido recién mencio­ nado] es lo que prepara principalmente al estudiante para entrar

a formar parte de la comunidad científica particular con la cual practicará más tarde. Puesto que ahí se une con hombres que aprendieron las bases de su campo a partir de los mismos mode­ los concretos, su práctica subsecuente rara vez evocará des­ acuerdos sobre las cuestiones fundamentales. Los hombres cuya investigación se basa en paradigmas compartidos están compro­ metidos con las mismas reglas y estándares de la práctica cien­ tífica» (Kuhn, 1962, pp. 10-11).

En menos de media página, pues, el término de «práctica» aparece tantas veces como el de «paradigma» y, como ha suge­ rido Bames, es realmente inseparable de él. Pero como todo el mundo sabe, La Estructura de las Revoluciones Científicas no fue un dechado de precisión conceptual, por lo que si no es ahí donde encontraremos una explicación rigurosa del concepto de paradigma, menos hallaremos la del concepto de «práctica». Pero creo que Bames ha tenido un mérito en recordar, en el con­ texto de una de las discusiones recientes sobre «el giro practicista», la importancia del concepto para Kuhn. Y dada la influencia de la obra de este en la sociología de la ciencia que se fraguó desde la década de 1960 y 1970, en una línea inde­ pendiente a la de Merton, la cual ha evolucionado hacia los actuales estudios sobre ciencia y tecnología, bien puede consi­ derarse a la obra de Kuhn como una de las importantes influen­ cias que han llevado al concepto de práctica al papel central que juega ahora. A pesar de que no hay, ya no digamos un consenso respe­ table acerca del concepto de práctica, sino que ni siquiera hay un «enfoque unificado sobre las prácticas» (Schatzki, 2001, p. 2), es posible adoptar un concepto mínimo de «práctica» que, aun­ que discutible y en necesidad de mayor elaboración, permita hacer una comparación entre algunos aspectos centrales del paradigma mertoniano y una cierta interpretación del «enfoque practicista». A esto dedicaremos la última parte del presente ensayo.

El paradigma mertoniano y el giro practicista con respecto a la normatividad en la ciencia Recordemos que el meollo del paradigma mertoniano, en palabras de Sartor, es «la poderosa yuxtaposición de la estructu­ ra normativa de la ciencia con el institucionalmente distintivo sistema de recompensas» (Sartor, 1973, p. 281). La «idea básica de la interacción entre la estructura normativa y la estructura de recompensas de la ciencia ofrece un fundamento sólido para la comprensión de la ciencia como una institución social» (Sartor, 1973, p. 283). Pero hoy en día el paradigma mertoniano no goza de buena salud, es un hecho que ha sido casi totalmente abandonado, y que en cambio la perspectiva practicista ha ganado adeptos. ¿Por qué? A la sociología de la ciencia puede muy bien aplicársele reflexi­ vamente lo que la propia sociología y la filosofía de la ciencia han enseñado en las últimas cuatro décadas. Un análisis más completo del fenómeno debería: 1) explicar las condiciones socia­ les en sentido amplio (económicas, culturales, etc.) que propi­ ciaron el surgimiento de nuevas preocupaciones y promovieron la atención a problemas en relación con lo cuales quizá el para­ digma de Merton encontró sus limitaciones; y 2) estudiar si hay alguna base racional para elegir entre uno y otro enfoque. Me centraré solo'en el segundo aspecto. El mayoritario abandono del paradigma mertoniano, ¿se debió a que se le encontró falso, incorrecto, o simplemente equivoca­ do? Creo que preguntas como estas no tienen sentido. Es mejor intentar recordar los alcances y virtudes del paradigma, y sus límites frente a nuevas preocupaciones, así como las impuestas por su propio aparato conceptual. Para eso, lo que habría que hacer es examinar si el paradig­ ma de Merton permite formular preguntas y plantear problemas que nos interesan ahora, y ante preguntas que él permite, exami­ nar en qué medida las respuestas que da siguen siendo satisfac­ torias, o al menos cómo se comparan con respuestas del nuevo enfoque practicista. En suma, para concluir este ensayo nos cen­

traremos en la pregunta: ¿qué ventajas ofrece el enfoque «prac­ ticista» frente al estructural-funcionalista de Merton en la com­ prensión de la ciencia? Esta pregunta puede tomar las siguientes formas: 1. Frente al paradigma mertoniano — estructura normati­ va-sistema de recompensas— , ¿hay al menos algunas ideas del enfoque practicista que permitan formular algún problema tam­ bién formulable bajo aquel enfoque, pero que lo permitan plan­ tear mejor, y sobre todo, responderlo mejor? 2. El nuevo enfoque, ¿permite formular problemas que no per­ mitía el viejo paradigma y ofrece soluciones a esos problemas? 3. ¿Supera el nuevo enfoque al mertoniano en la compren­ sión y análisis de algunos conceptos centrales a cada uno? En relación con la primera, veremos que si bien el enfoque mertoniano permite una interesante conceptualización, compren­ sión y explicación de la «conducta desviada» de los científicos, con respecto a ciertos fenómenos actuales resulta limitado, mien­ tras que el enfoque practicista ofrece por lo menos la promesa de un tipo de explicación más satisfactoria. A la segunda pregunta le daremos una respuesta afirmativa. Y con respecto a la tercera, veremos que el enfoque practicista tiene la ventaja sobre el mertoniano de hacer un cuestionamiento de lo que es una norma y cómo operan las normas en las prác­ ticas científicas que no se encuentra en este. Dicho problema ha sido uno de los principales temas de debate en la última parte del siglo xx y lo sigue siendo en este comienzo del siglo xxi. No hay a la fecha consenso al respecto, pero algunas de las propuestas recientes permiten un acercamiento a varios fenómenos que resul­ ta ventajoso con respecto al enfoque de Merton. No escapará a nadie que las respuestas a las tres preguntas dependen del punto de vista que se presuponga, y, en función de esto, de la relevancia que se asigne a cada problema en relación con cada paradigma. Por eso no es posible responder estas pre­ guntas de manera neutral. El enfoque practicista permite formu­ lar problemas y responder preguntas que no eran relevantes bajo

el paradigma mertoniano. Además, los criterios para evaluar res­ puestas a problemas formulables bajo los dos enfoques no nece­ sariamente estaban al alcance del paradigma mertoniano. Pero todo esto no hace que este sea mejor ni peor en términos abso­ lutos, solo muestra parcialmente por qué es menos adecuado para esta época. Estamos, pues, frente a una muestra de cómo la sociedad, sus preocupaciones y sus ideas dominantes condicio­ nan la aceptación o rechazo de un determinado enfoque teóricometodológico. Veamos ahora cada una de las tres cuestiones. Comencemos por un ejercicio comparativo de la forma en la que se aborda «la conducta desviada».

1. Las desviaciones de las normas. La conducta «divergente» El paradigma estructural-funcionalista mertoniano ofrece una explicación clara y razonable para la conducta desviada de algunos científicos, por ejemplo cuando recurren al secreto, vio­ lando la norma del comunismo, o cuando recurren al fraude, vio­ lando las cuatro normas fundamentales. La explicación, como lo recuerda Storer, se basa en la interacción entre la estructura nor­ mativa y la estructura de recompensas de la ciencia. Las dos jun­ tas, y en interacción, pueden hacer lo que ninguna puede lograr por separado (Storer, 1973, p. 283). Notemos, en primer lugar, que hablar de «conducta desviada» obviamente supone que hay algo con respecto a lo que se desvía esa conducta. El paradigma mertoniano tiene la respuesta preci­ samente en el ethos de la ciencia, es decir, la conducta correcta de los científicos consiste en la actuación conforme a las normas fundamentales y sus normas derivadas. No actuar conforme a esas reglas es actuar de manera incorrecta o de manera desviada. ¿Cómo explicamos la existencia de esa conducta? Las recompensas, desde luego, consisten en los premios (del Nobel para abajo), los reconocimientos de diferente tipo, que incluyen, por ejemplo, el fenómeno de la eponimia —nombrar

teorías o leyes, descubrimientos u objetos en reconocimiento a sus descubridores: «el sistema de Copémico», «la ley de Boyle», «la teoría de Darwin», «la constante de Planck», etc. En virtud de la estructura de recompensas adquieren una importancia mayor los fenómenos como el de la prioridad en los descubrimientos. Así, la conducta desviada de muchos científicos se explica, digamos, por su lucha por obtener el reconocimiento en la prio­ ridad de un descubrimiento. La estructura de recompensas resul­ ta funcional si se mantiene dentro de ciertos límites, pero puede llevar a situaciones disfuncionales, induciendo conductas per­ versas como las que llevan al secreto científico, o en ocasiones hasta al fraude, producto del interés personal y apasionado en atribuirse una prioridad o lograr ciertos honores. Otro efecto disfuncional y perverso, al que Merton le dedicó mucha atención, es lo que él mismo llamó «efecto Mateo», bau­ tizado así por referencia al pasaje del evangelio según San Mateo, que dice: «Porque a quien tiene, dársele ha, y estará abundante o sobrado; más a quien no tiene, quitársele aún aquello que parece que tiene» (XXV, 29), y que de manera vernácula se puede resu­ mir con el dicho «dinero llama a dinero». El efecto Mateo consiste, pues, en el incremento de recono­ cimiento por contribuciones particulares a científicos que ya tie­ nen una amplia reputación, y en cambio en negársela a científi­ cos poco conocidos, aunque los méritos de su contribución par­ ticular sean semejantes. Este efecto tiene muchas ramificacio­ nes. Para mencionar solo un par de consecuencias perversas, señala Merton, por ejemplo, que ciertos premios, notablemente el Nobel, con frecuencia se consideran como distinciones que lite­ ralmente marcan dos clases de científicos, en el sentido de que los galardonados forman una clase aparte. Y, sin embargo, todo el mundo sabe que muchos científicos que no han recibido el pre­ mio, y que quizá nunca lo recibirán, han contribuido al avance de la ciencia tanto o a veces más que muchos de los premiados, como ocurre en el caso de la literatura, donde hay escándalos notables como el hecho de que Borges nunca lo haya recibido. Merton describe esto como el fenómeno de «la butaca 41», aludiendo al hecho de que la Academia Francesa, desde sus épo­

cas tempranas, decidió que tendría solo una cohorte de cuarenta miembros, que al admitirlos en su seno se volverían inmortales. Esta limitación hizo que muchos científicos, escritores y filóso­ fos con méritos sobrados para ingresar se quedaran al margen de la Academia, y por eso se dice que ocupan el «sillón 41». La lista incluye nombres como los de Descartes, Pascal, Moliere, Rous­ seau, Saint-Simon, Diderot, Stendhal, Flaubert, Zola y Proust, cuya inmortalidad, por supuesto, se la ganaron a pesar de abarro­ tarse todos en la silla 41. El otro efecto perverso es ampliamente conocido: científicos con la misma productividad suelen recibir diferentes reconoci­ mientos según el prestigio de la institución donde trabajen; quie­ nes laboran en instituciones o universidades con mayor prestigio reciben, en general, más premios, mejor financiación, etc. Pero el efecto Mateo no es solo negativo, también tiene aspec­ tos positivos. Una de sus consecuencias en el sistema de comu­ nicación de la ciencia es que las contribuciones científicas ten­ drán mayores efectos cuando son presentadas por científicos de alta reputación y prestigio. Así, concluye Merton, «si considera­ mos las implicaciones del sistema de recompensas en la ciencia, el efecto Mateo es disfuncional para las carreras de los científi­ cos individuales, quienes son castigados en las primeras etapas de su desarrollo, pero si se consideran sus consecuencias dentro del sistema de comunicación de la ciencia el efecto M ateo... puede aumentar la visibilidad de una nueva comunicación cien­ tífica» (Merton, 1968, p. 447). El paradigma mertoniano es, pues, bastante sólido para ofre­ cer explicaciones de la conducta de los científicos, tanto en sus aspectos positivos (como la conducta altruista, conforme al ethos de la ciencia), como de la «conducta desviada» de algunos cien­ tíficos (como el fraude científico), y en general da cuenta de varios efectos negativos y positivos de la estructura de recom­ pensas en la ciencia. En esa medida aún hoy en día es satisfac­ torio para formular algunos problemas y para dar cuenta de ellos. Pero, por otra parte, tiene ciertas dificultades, al menos visto desde ahora. Uno de ellos, como ya apuntaba Mulkay, es su con­ cepción de las normas y la forma en la que operan. Eso le impi­

de una clara conceptualización de situaciones que enfrentarnos hoy en día, quizá más conspicuamente que hace 40 ó 50 años. Pensemos, por ejemplo, en las diferencias en la conducta de dos tipos de biotecnólogos, uno que trabaja para una empresa trans­ nacional de producción de organismos genéticamente modifica­ dos, y otro que trabaja en una institución pública de investi­ gación. ¿Realmente sus acciones y sus decisiones están orienta­ das por las mismas normas y valores? Regresaremos sobre este ejemplo al tratar la tercera cuestión, sobre la naturaleza de las normas y su forma de operar.

2. Nuevos intereses, nuevas perspectivas y nuevos problemas El ejemplo recién aludido de los diferentes valores, aun de científicos de una misma disciplina, es ilustrativo de problemas que el viejo paradigma no permite conceptualizar adecuada­ mente. Pero podemos pensar en otros. Por ejemplo, el problema de la discriminación en la ciencia, particularmente la discrimi­ nación de género. Este problema, en cambio, parece que puede ser mejor trata­ do por el enfoque «practicista», ya que desde su punto de vista toda actividad humana está imbricada con el cuerpo humano. El cuerpo, y cómo opera, es constituido por las prácticas. Las prác­ ticas son el contexto inmediato y principal donde se forman y moldean las principales características del cuerpo que son rele­ vantes para la vida social, no solo las habilidades y las experien­ cias corporales, sino también las formas de presentación de la persona por medio de su cuerpo (Schatzki, 2001, p. 2). Esto abre toda una dimensión de reflexión y de investigación que el para­ digma mertoniano no permitía y que conviene a los intereses, por ejemplo, de quienes analizan a la ciencia desde la perspectiva de género. Por mencionar tan solo una de las múltiples preguntas que entonces tiene sentido plantearse: ¿las diferencias corpora­ les entre hombres y mujeres son relevantes para la asignación de diferentes papeles en las prácticas humanas? ¿Resulta esto rele­

vante para comprender la forma en que se han estructurado las prácticas científicas a lo largo de la historia?

3. Sobre la comprensión de las normas en las prácticas científicas ¿Cuáles son las ventajas del enfoque «practicista» sobre esta cuestión? A diferencia del paradigma mertoniano que concibe a la actividad científica como enmarcada en un conjunto de normas transparentes, entendidas como reglas bajo las cuales los cientí­ ficos organizan sus interacciones al desempeñar sus papeles sociales (Merton, 1973, p. 225), y donde se supone que tanto los agentes dentro de un contexto científico, como el historiador, el sociólogo o el filósofo de la ciencia, todos, si comprenden la norma comprenderán exactamente lo mismo, en el paradigma «practicista» se considera que las normas no son reglas que determinen la acción, sino que, como decía Kuhn en el artículo citado anteriormente, más bien constituyen valores que orientan la acción, pero que son incompletos, que requieren de complementación, y esa complementación depende de una interpreta­ ción que cada agente debe hacer. Los ejemplos de Kuhn ciertamente ayudan para compren­ der la situación. Una teoría científica es valiosa, es buena, en la medida en que satisface valores como los de precisión, coheren­ cia, alcance, simplicidad, fecundidad, etc. Pero nunca podemos decir que una teoría es precisa o simple, en términos absolutos, sin más. Siempre son científicos de carne y hueso, con intereses y pasiones, con creencias y convicciones, los que consideran que una teoría es precisa, simple o fecunda. Que un valor en la ciencia sea objetivo quiere decir que exis­ te algún objeto, digamos una teoría, al que se le considera valio­ so porque tiene cierta característica — por ejemplo, la preci­ sión— , pero esa característica no es del todo independiente de las creencias que tengan los científicos de cierta comunidad con respecto a la teoría. Eso significa que los científicos de ese grupo

tienen la disposición a actuar precisamente como si la teoría tuviera esa característica. Un grupo de científicos acepta una cierta teoría porque creen que es precisa, coherente, de amplio alcance, simple y fecunda de acuerdo con la interpretación que hacen en un cierto momento de esas características, la cual, a su vez, está en función de otros intereses teóricos y prácticos que a la sazón mantengan. Otros científicos pueden considerar que esa teoría en particular es menos simple o menos fecunda que otra, y de ahí surgen las controversias científicas. Es cierto que en la historia de la ciencia las controversias llegan a estabilizarse y durante algún periodo alguna teoría llega a ser aceptada por toda la comunidad científica relevante. Pero muchas veces esto ocu­ rre ya no en virtud de los valores que se le atribuían en un cier­ to momento, digamos ya no porque se la considere precisa, sim­ ple o fecunda, sino, sencillamente, porque es útil, por ejemplo, para resolver problemas de interés para la comunidad científica involucrada y para muchas otras comunidades humanas. Tal es el caso de la mecánica clásica. Más que nada se la acepta y se sigue enseñando porque es muy útil para resolver una gran cantidad de problemas importantes para los seres humanos. Pero entonces se le considera valiosa en función de su utilidad. Puesto que la creencia de que es útil es ampliamente compartida por los miem­ bros de la comunidad científica, decimos que objetivamente tiene el valor de ser útil, pero en sentido más estricto deberíamos decir que los científicos la valoran porque la encuentran útil. Es decir, el valor (utilidad) se establece como una relación entre el objeto y quienes lo valoran. Con esto en mente, regresemos a la noción de «práctica». Una práctica es un complejo de acciones humanas, orientadas por representaciones — que van desde modelos y creencias hasta complejas teorías científicas— , y que tienen una estructura axiológica, es decir, normativo-valorativa. Pero a diferencia del enfo­ que de Merton, desde la perspectiva practicista la dimensión axiológica no se considera como un conjunto rígido de normas ya constituidas con un significado preciso que los agentes deben entender unívocamente, y en su caso «internalizar», para luego actuar conforme a ellas o apartándose de las mismas. Más bien,

i'imio acertadamente lo ha señalado Javier Echeverría (2002, p. 33), las prácticas científicas se manifiestan en una serie de acciones que consisten, por ejemplo, en investigar, observar, medir, enunciar, inferir, probar, demostrar, experimentar, publicar, dis­ cutir, exponer, enseñar, escribir, premiar, criticar, e incluso des­ airar y atacar. Y todo esto se valora en la ciencia (positiva o nega­ tivamente), de manera que aquello que está sujeto a evaluación es mucho más que solo los resultados (teorías, teoremas, infor­ mes, demostraciones, experimentos, aplicaciones). En la ciencia se requiere valorar tanto las acciones como sus resultados. La idea fundamental es, pues, que los términos que esta­ mos acostumbrados a usar para referirnos a los valores en la ciencia: «precisión», «rigor», «utilidad», «simplicidad», «elegan­ cia», «belleza», no tienen un significado por sí mismos, sino solo en un contexto pragmático, donde se desarrollan prácticas huma­ nas, y donde los agentes de esas prácticas valoran las acciones y sus resultados, dotando en ese momento de significado pleno a los conceptos valorativos; cosa que aparte puede hacer algún analista de tal situación, digamos por interés académico, o por­ que sea, por ejemplo, un evaluador de las instituciones de gestión de la ciencia. Por eso, como dice Echeverría, podemos aplicar el término valorativo «precisión», por ejemplo, a una persona, a una acción, a una medición, a una observación, a un resultado, a una demos­ tración, a un aparato, o a un sistema, y en cada ocasión estará significando algo diferente. El término «precisión» no significa una única cosa, sino que adquiere significado en cada aplicación específica. Lo mismo ocurre con valores que no son privativos de la ciencia, pero que son importantes en la ciencia, como la libertad: la libertad de expresión, la libertad de investigación, la libertad de cátedra o la libertad de conciencia (por ejemplo, del científico que rehúsa investigar sobre cómo producir o «mejo­ rar» armas biológicas) (Echeverría, 2002, p. 41). Esto da cuenta de la imposibilidad de definir en sentido absoluto y de una vez por todas cada valor particular: precisión, fecundidad, lealtad, honestidad, etc. Lo importante es que en el contexto pragmático los miembros de los grupos humanos coin­

cidan en la interpretación de qué es valioso y puedan en común decidir si un valor específico, en un contexto determinado, se satisface o no, y logren un acuerdo acerca de la medida en que se satisface. Cómo determinar eso se aprende también en las prác­ ticas científicas. Por eso requerimos del aprendizaje con quienes ya han dominado hasta cierto punto una práctica. No hay recetas, por ejemplo, para decidir si una demostración matemática es elegante o no, y ni siquiera si es válida o no. Los matemáticos aprenden a decidir sobre la validez de sus demostraciones tam­ bién mediante un entrenamiento en las prácticas matemáticas. Para un matemático del siglo xix seguramente era impensable admitir como válida una demostración que descansara fuerte­ mente en los procedimientos de una máquina, como ocurrió con la demostración del teorema de los cuatro colores en la teoría de grafos. La controversia que suscitó en su momento esta demos­ tración dentro de la comunidad matemática da cuenta del papel de los valores en el sentido que estamos sugiriendo 4.

Conclusión El enfoque practicista, tanto como el paradigma mertoniano, entienden que los valores son omnipresentes e indispensables en toda actividad e institución humana. La ciencia, puesto que es una de ellas, no escapa a los valores. Pero para el enfoque prac­ ticista no hay valores absolutos ni permanentes en la ciencia, todos ellos cambian a lo largo de la historia, pues dependen de los contextos pragmáticos donde cada comunidad científica des­ arrolla sus prácticas. El propio Kuhn, a quien con frecuencia se le cita como finalmente habiendo llegado a admitir la existencia de ciertos valores permanentes de la ciencia, lo que reconoció fue que «si se conserva breve la lista de valores pertinentes — mencioné cinco, no todos ellos independientes— y si se man­ tiene vaga su especificación, entonces valores como la precisión, la amplitud y la fecundidad son atributos permanentes de la cien­ 4 Véase, por ejemplo, Courant y Robbins, 2002, pp. 540 y ss.

cia» (subrayado añadido). Y enseguida añade: «Pero basta con saber un poco de historia para sugerir que tanto la aplicación de estos valores como, más obviamente, los pesos relativos que se les atribuyen han variado marcadamente con el tiempo y tam­ bién con el campo de aplicación» (Kuhn, 1982, p. 359). Por eso, si pensamos en los valores, entre el paradigma mertoniano y el enfoque practicista hay un desplazamiento del obje­ to de estudio. De lo que se trata ahora ya no es analizar la cien­ cia en general ni, á la Merton, la institución social de la ciencia y su estructura normativa y de recompensas, sino las prácticas científicas particulares. Si el objeto de análisis son prácticas de grupos determinados en contextos específicos, entonces es más claro por qué los valo­ res que realmente guían las investigaciones, y en general las acciones científicamente relevantes, digamos de los biotecnólogos, son diferentes de los valores de los ecólogos, aunque apa­ rentemente compartan algunos valores generales sobre la cien­ cia, que vistos de cerca adolecerán de la vaguedad a la que alu­ día Kuhn, y solo se volverán precisos en el contexto de cada práctica científica. Pero, más aún, podemos comprender mejor — como sugeri­ mos antes— por qué los valores que guían a ciertos grupos de biotecnólogos son diferentes de los que guían a otros grupos de biotecnólogos, pues los valores se conforman dentro de cada práctica específica y cada una a la vez está condicionada por el contexto de intereses donde se desarrolla. No son lo mismo las prácticas de los biotecnólogos al servicio de empresas transna­ cionales — donde la ganancia económica es un valor central, y donde por consiguiente el secreto científico (mientras no se tiene la patente) es valioso, al igual que el plagio— que las prácticas de grupos de biotecnólogos al servicio de instituciones públicas de investigación, para quienes lo valioso puede ser más bien ofrecer al resto de la sociedad un conocimiento confiable con base en el cual tomar medidas digamos acerca de la bioseguridad, por lo cual considerarían al secreto como un disvalor. La comprensión y explicación de un fenómeno de esta naturaleza parece exigir un entramado conceptual distinto al de Merton.

Las cosas, pues, son — o se han puesto— bastante más com­ plejas que lo que Merton concibió, y ante los nuevos problemas y los nuevos intereses parece racional optar por las perspectivas más recientes como la del enfoque practicista. Pero esto no obsta para reconocer que gracias a la existencia de mentes como la de Merton, y a su prolífica, clara y rigurosa obra, algunos podemos ahora — con modestia— tratar de subimos a sus hombros para intentar ver un poco más lejos.

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Sociología de la ciencia: Un análisis posmertoniano Por Jesús A. VALERO MATAS U niversidad de Valladolid

Introducción sociología de la ciencia es una disciplina prácticamente reciente. Hizo su aparición a principio de los años 30 de la pasada centuria, de la mano del sociólogo norteamericano R. K. Merton. Su enfoque normativo permaneció, cerca de cua­ tro décadas, dominando la disciplina hasta que, a principios de los años 70 del siglo XX, aparece un planteamiento alternativo: la sociología del conocimiento científico (SCC). Esta nueva corriente no solamente pretendió ser una disyuntiva a la socio­ logía mertoniana, sino también a la filosofía clásica de la ciencia1. La sociología posmertoniana 2 no se redujo a un único movi­ miento teórico, sino que se transcribió en diversas subdivisiones. En un principio se concentraron en dos corrientes: el Programa Fuerte (Strong Programme), de la Universidad de Edimburgo (Science Studies Unit, con Bloor a la cabeza, sin olvidar a Barnes, Mackenzie, Shapin, Henry, etc.), y el programa empírico del relativismo (Empirical programme relativism EPOR, enunciado

L

a

1 Para un conocimiento más exhaustivo de esta corriente, ver la obra de Pickering, A. (ed.), Science as Practice and Culture, Chicago, University of Chicago. En castellano tenemos una buena reflexión en Echeverría, J. (1999), Introducción a la metodología de la ciencia: la filosofía de la ciencia en el siglo XX, Madrid, Cátedra, especialmente el capítulo 8. 2 Es como se conocen a las sociologías de la ciencia divergentes con el planteamiento normativo surgidas después de las tesis de Merton.

por Collins y seguido por Pinch, entre otros), de la Universidad de Bath. Más tarde aparecieron otras tendencias metodológicas, derivadas de la etnometodología, el constructivismo o los estu­ dios de género3, entre otras. Las diferentes corrientes, en sus primeros años, se dedicaron a cuestionar el planteamiento mertoniano, como constata Woolgar: El defecto crucial de aquellas sociologías de la ciencia que adoptan la concepción heredada [la mertoniana] es una acepta­ ción acrítica de lo que se dice que ha de contar como conoci­ miento «falso» y «verdadero». Cuando el conocimiento se toma como verdadero, no ven ninguna necesidad de entrar en liza; cuando se considera el conocimiento incorrecto, toman esa apre­ ciación como el punto de partida para preguntarse que puede haber hecho que los científicos se equivoquen. No alcanzan a considerar que la misma determinación del estatus de verdad de un conocimiento (su definición su evaluación) es un proceso social4.

Más tarde, estos teóricos se dedicaron a consolidar sus tesis, intentando limar los defectos habidos en sus modelos teóricos, y justificando y defendiendo sus orientaciones, que están siendo muy cuestionadas.

La sociología de la ciencia normativa: La aportación mertoniana Cuando, en 1938, Robert. K. Merton publica su artículo «Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo x v ii» , 3 No hemos incluido las tesis kuhnianas a pesar de que fueron publicadas en 1962. Estas no adquirieron relevancia hasta pasados unos años, y su reco­ nocimiento ha venido de la mano de estas sociologías, y especialmente de la Sociología del Conocimiento Científico. 4 Woolgar, S. (1991), Ciencia: abriendo la caja negra, Barcelona, Anthro­ pos, p. 61. La sociología mertoniana, según este autor, es una sociología de los científicos, y su quehacer sociológico es como una caja negra, donde no desea investigar o conocer.

el estudio de la ciencia se encontraba circunscrito a dos modelos teóricos: la filosofía de la ciencia, con un claro exponente internalista 5, que aceptaba la división de Reichenbach entre contex­ tos de justificación/contextos de descubrimiento 6, y la perspec­ tiva histórica 7, con una visión extemalista. 5 Los más destacados estudiosos de la ciencia se encontraban adscritos a esta comente, pero no se debe olvidar los provenientes de las corrientes marxistas, que enfocaban los estudios desde una postura extemalista dependientes del entorno contextual. 6 El planteamiento esgrimido por Hans Reichenbach está inscrito en el neopositivismo, y esta teoría hace hincapié en una ciencia firmemente asentada en el método científico de las ciencias naturales. Apuesta por su capacidad para crear y formalizar un lenguaje científico que fundamente su cohesión y validez interna en razonamientos matemático, a partir de los cuales se logra la formalización de teorías o sistemas axiomáticos de enunciados; de aquí se extrae uno de los rasgos más importantes y fructíferos del positivismo, su capacidad para generar polémi­ cas que nieguen o afirmen una proposición. Con ello, nos referimos a la dicoto­ mía, por un lado, entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación, denominado también de validación (idea original de Hans Reichenbach) y, por otro, entre lenguaje observacional y lenguaje teórico. La división entre diferentes contextos y lenguajes, idea nuclear del positivismo lógico, explícita su opción por el desarrollo de la actividad científica en el contexto de justificación/validación, es decir, en la consecución de una teoría científica que, a través de los procedimien­ tos de la lógica matemática, pueda ser integrada en un sistema formal. Se admite que un sistema formal se fundamenta en una serie de convenciones que lo confi­ guran, los cuales presentan una dimensión morfológica formada por los objetos específicos del sistema (términos primitivos y reglas de formación y proposicio­ nes elementales relativas a los términos), normas para formar los términos primi­ tivos con predicados específicos, así como una dimensión teórica o conjunto de proposiciones elementales denominadas teoremas. En consecuencia, de acuerdo con este planteamiento, es clara la necesidad de utilizar las reglas de inferencia para derivar de los axiomas o postulados los teoremas fundamentales. En este sentido, y por medio de los recursos y procedimientos de la lógi­ ca, cualquier teoría científica puede seleccionar de su arquitectura formal los axiomas, es decir, aquellos conjuntos de proposiciones y enunciados declara­ dos verdaderos sin probar su validez que, por su fertilidad deductiva, permitan la derivación de los enunciados o teoremas restantes de la teoría. El desarrollo del conocimiento científico queda configurado como un proceso acumulativo, que avanza en cuanto intenta la elaboración o reconstrucción lógica y racional de teorías científicas,'ignorado la probable incidencia. Por tanto, del modo como se explican, argumentan, se generan y crean, todos los factores históri-

1 .i monografía de Merton rompía con los argumentos tra dicionales, introduciendo una nueva teoría para abordar el estudio de la ciencia e intentar poner orden sin desestimar nin­ guna de estas comentes. En esta aproximación, podemos obser­ var, en primer lugar, que realiza una síntesis entre la visión extemalista e intemalista de la ciencia, sin obviar su importan­ cia social. Para desarrollar su proyecto, implicando a las dos visiones dominantes, necesitaba resolver algunos de los pro­ blemas sedimentados en el planteamiento marxista, preponde­ rante en el extemalismo científico, que impedía compatibilizar ambas tendencias. En cierto modo lo consiguió, así lo entien­ de B unge8, quien considera que «en ese intento de dar validez a la herencia marxista, el marxismo tuvo que ser lavado y activado (en vez de ser recitado) para ser de utilidad: lavado, esto es, despojado de su tesis extemalista radical según la cual el contexto determina el contenido; y activado, es decir, transformada su retórica en investigación».

En segundo lugar, se observa una hipótesis doble. Por un lado, Merton manifiesta que tanto el descubrimiento como la creencia o el error están socialmente condicionados, ya que

eos, psicológicos y sociológicos son reducidos al cajón de sastre de lo inservi­ ble o contexto de descubrimiento, mientras que el contexto de justificación se consolida como campo específico de la práctica científica neopositivista. 7 Uno de los máximos exponentes en la interpretación histórica de la cien­ cia, por aquellas fechas era George Sarton —mentor de Merton— , que realizó diversos proyectos históricos de la ciencia, pero no aceptó emprender el análi­ sis histórico de la ciencia desde la perspectiva dominante, es decir, desde la interpretación marxista, decidiendo alejarse de explicar la ciencia atendiendo a criterios puramente económicos y sociales; ver Sarton, G. (1950), Introduction to the History of Science, Baltimore, The Williams & Wilkins Company, 5 v. Como tampoco se adentró en la problemática social y las relaciones internas de la ciencia, como más tarde haría su pupilo, Merton. 8 Bunge, M. (2000), La relación entre la sociología y la filosofía, Edaf, Madrid, p. 235.

una idea fundamental que gobierna esta investigación empírica [su tesis doctoral] es la que sostiene que los intereses, las moti­ vaciones y la conducta socialmente pautados que se han esta­ blecido en la esfera institucional — por ejemplo, la religión o economía— son interdependientes con respecto a los intereses, motivaciones y conducta socialmente pautados en otras esferas institucionales, por ejemplo, la ciencia9.

La segunda hipótesis concuerda con la tesis weberianas 10, destacando la importancia que adquirió la ética puritana en las transformaciones sociales y culturales durante el siglo XVH. Mer­ ton encontró similitud con el análisis de Weber, al considerar que el ethos puritano ayudó al desarrollo y avance de la ciencia coad­ yuvado por la necesidad religiosa de mostrar la creatividad supre­ ma de Dios. Esto dio lugar a la justificación de la ciencia, apo­ yándose en el segundo postulado religioso del ethos puritano: el principio utilitario; descrito como el conocimiento debe ser valorado de acuerdo con su utilidad, pues todo lo que tiende a suavizar la vida de los mortales, a mejorar su bienestar, es bueno a ojos de Dios. Por ende, el valor religiosamente asignado a la ciencia es incrementado de modo inconmensurable, en vista del hecho de que el estudio científico de la naturaleza tiende a aumentar los dominios del hombre sobre e lla 11. 9 Merton, R. K. (1970), Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra tlel siglo XVII, Alianza, Madrid, p. 12. 10 Weber señaló que el desarrollo del capitalismo, entre otros factores, fue causa de la ética protestante. Esta forma religiosa de entender el mundo facilitó el crecimiento del modelo económico capitalista. Ver La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Península, 1980. Merton, bastante afín con las tesis weberianas, observó, en su estudio seminal de 1938, la ética protestante estaba bastante implicada en el avance de la ciencia, entre otras cosas por el des­ arrollo económico, como apunta el propio Meiton: La implicación de la ética l'imtana en el acelerado desarrollo de la ciencia parece evidente, pero solo equi­ vale a sostener que eran ambos elementos de una cultura que se centraba, en gran medida, en los valores del utilitarismo y el empirismo. Ver Merton, R. K. ( 1984), Ciencia, tecnología en la Inglaterra del siglo XVII, Alianza, Madrid. 11 Merton, R. K.(1970), op. cit, p. 101.

A este trabajo le seguirá una serie de artículos que darán lugar a la «fundación» de la sociología de la ciencia. El escrito considerado capital en la génesis de la disciplina fue el publica­ do en 1942, bajo el título «La estructura normativa de la cien­ cia» 12, que sienta las bases morales que rigen los comporta­ mientos de la actividad científica como institución. En él soste­ nía que la ciencia había pasado por un periodo de dependencia social, en donde los científicos habían tenido que justificar sus proyectos con la ayuda y supervisión social; pero sus avances adquirieron tal relevancia que posibilitaron una independencia de lo social que la transformó como un elemento independiente y ajeno a la sociedad. Pero la propia sociedad, ante ese compor­ tamiento, se lanzó contra ella y logró que la actividad científica participara como un elemento más de la sociedad. El análisis llevó a Merton a confirmar la existencia de un ethos en la cien­ cia moderna: Es ese complejo de valores y normas, con tintes afectivos, que se considera obligatorio para el hombre de ciencia. Las nor­ mas se expresan en la forma de prescripciones, proscripciones, preferencias y permisos. Se las legitima según valores institu­ cionales. Estos imperativos, transmitidos por el precepto y el ejemplo, y reforzados por sanciones, son internalizados en grado diversos por el científico, moldeando su conciencia científica o, si se prefiere una expresión más de moda, su superego, Aunque el ethos de la ciencia no ha sido codificado, puede ser inferido del consenso moral de los científicos tal como se expresa en el uso y la costumbre, en innumerables escritos sobre el espíritu científico y en la indignación moral dirigida contra las violacio­ nes del ethos13.

En consecuencia, desde esta matriz explicativa, el estadouni­ dense dedujo que la ciencia no está sujeta al estudio exclusivo del 12 Este artículo tuvo diversos títulos, originalmente se publicó con el títu­ lo Science, and Technology in Democratic Order, y más tarde apareció en uno de sus libros con el nombre de Science and Democratic Social Structure. 13 Merton, R. K. (1977), La sociología de la ciencia, Alianza, Madrid, p. 357.

método, no solo en el contraste sino también en la formulación de las proposiciones, como imponía la filosofía de la ciencia clásica. La norma, en un primer momento, quedó reducida a cuatro elementos: el comunismo (Comunism), el universalismo (Universalism), el desinterés (Desinterestedness) y el escepticismo organizado (Organized Skepticism)14. Y, a medida que avanza­ ba en sus investigaciones, no tardó en darse cuenta de la necesi­ dad de incorporar nuevos aspectos preceptivos que enriquecie­ ran el ethos científico, añadiendo, primero, la originalidad (Originality), y más tarde, la humildad (Humility). Este código no estaba libre del incumplimiento, pues los científicos poseen valores que contravienen el protocolo normativo; y Merton, consciente de ello, mantuvo su proposición de que la existencia de un grupo de científicos transgresores de los imperativos no implica negar la existencia de un código científico. Muchas sociedades tienen incorporada en sus prescripciones sociales la máxima «no matarás», pero su incumplimiento por parte de ¡ilgunos ciudadanos no niega su legitimidad social. Merton no se detuvo en el ethos y avanzó en el estudio de la ciencia teorizando sobre el comportamiento de los científicos, y ¡idvirtió sobre otros factores que, aunque no respondían a impe­ rativos, corroboraban, en su expansión, el acatamiento del códi­ go, como acontecía con la tesis del intercambio 15. El avance de l;i ciencia ha sido producto, entre otros, del intercambio de cono1 1 miento entre científicos, que dio paso a la difusión de los des­ 14 De la unión de las primera palabras de estos cuatro términos salió el i» Mblo CUDOS (en español CUDEOS), guardando similitud con la palabra kiidos», siglas de otro vocablo conocido en el mundo científico y que signifi■iin «gloria, fama y renombre». Aspecto que sin ninguna duda esperan alcan,-iii algunos hombres de ciencia. Sobre estas cuestiones reflexionó, a lo largo ■!■■ los años 60 y 70, Merton dando lugar a un amplio elenco de artículos que itiii'i larde quedaron recogidos en su obra Sociología de la ciencia. •í [...] lo que fue quizá más importante, las relaciones postales intema■n iicilcs mejoraron continuamente, de modo que a fines del siglo la comunii ni ion con el continente era constante y regular. Estos vastos desarrollos en las ■......inicaciones y transportes, alentados sobre todo por la clase comercial en minos del intercambio, también promovieron las relaciones en el dominio del i'i-ii-.¡iiniento. Merton. R. K. (1984), op. cit., p. 245.

cubrimientos, teorías, etc., e hizo posible que otros científicos conocieran las investigaciones de sus colegas. Este hecho, a priori, aparecía como funcional a la ciencia, pero la actividad científica es fruto de la acción de individuos que no permane­ cen ajenos a la realidad social. De tal forma que afloraban aspec­ tos disfuncionales a la misma, que desvelaban comportamientos negativos en la actividad científica, tales como el plagio, ante el cual, algunos científicos, temerosos a ser copiados, prefirieron mantener ocultos sus logros, hasta que, tras su muerte, alguien los sacara a la lu z 16. Los agentes disfuncionales en la ciencia no se reducen a fac­ tores de esta índole, ya que la propia institución inconsciente­ mente despliega mecanismos negativos para el progreso cientí­ fico, generando disputas, engaños, fraudes, etc. El sistema de recompensa no siempre resuelve los premios con justicia, pues son bastantes los científicos que no llegan a obtener el premio de la inmortalidad científica, a pesar de haber aportado más a la cien­ cia que muchos premiados. Merton entendió que, en la labor cien­ tífica, existe lo que denominó el «efecto Mateo de la ciencia»: Al que tenga, se le dará y tendrá abundancia; pero al que no tenga se le quitará hasta lo poco que tenga.

Este principio perjudica a las nuevas promesas, cuyas apor­ taciones a a ciencia son frenadas por los deficientes procesos de reconodmiento, que les niegan la gratificación indispensa­ ble para continuar con sus ensayos, mientras se refuerza las posiciones de los laureados. El efecto Mateo, en palabras de Merton, conduce a una doble injusticia no intencional, en la que los cien­ tífico; desconocidos se ven injustificadamente perjudicados y los famosos injustificadamente beneficiados17.

16 Mertcn, R. K. (1977), op. cit., p. 268. 17 Mertcn, R. K. (1977), op. cit., p. 565.

Esta iniquidad, aparentemente no intencionada, ha termina­ do por alojarse en la institución, transformándose en método. Desde los patrones normativos, la institución no atiende a los criterios de originalidad ni humildad, porque la comunidad cien­ tífica favorece estos comportamientos que protegen los intereses individuales de sus premiados, a la vez que estancan las investi­ gaciones de los nuevos científicos.

Algunas sociologías de la ciencia después de Merton: Representaciones seudocientíficas en el estudio de la ciencia Como se ha expresado con anterioridad, muchas han sido y continúan siendo las corrientes sociológicas encaminadas o lla­ madas a polemizar con el carácter sociológico o científico de la ciencia. Las razones que llevaron a la aparición de estos flu­ jos teoréticos deben inscribirse en dos planos: uno, el referido a esa finalidad, sobre el que se apoya alguno de los juicios de estas corrientes: el interés 18; el segundo motivo, la necesidad de cambiar el paradigma dominante: el normativo. Estas socio­ logías, más que cuestionar la naturaleza sociológica de las tesis mertonianas, lo que deseaban era erigirse en únicas disciplinas responsables de engendrar una nueva metodología que sirviera como instrumento «verdadero» en la explicación del conoci­

18 La mayoría de estos movimientos posmertonianos se caracterizan por ahondar que una de las reflexiones sobre la que se edifica parte de su doctrina contra los argumentos mertonianos es que el interés es la cuestión sobresalien­ te en el quehacer de la ciencia. Por consiguiente, ellos buscan un interés en el objeto de enfrentamiento teórico a las tesis normativas, y ese interés les obliga a enfrentarse a la doctrina dominante con el objeto de llamar la atención sobre el resto de teóricos, y de esa forma abrirse camino en la sociología. En conco­ mitancia encontramos el poder, instrumento necesario para transformarse en nuevo paradigma —por utilizar su propia terminología— y distribuir, como ilice Bames, «el conocimiento». Bames, B. (1988), The Nature o f Power, Cambridge, Polity Press, p. 79. En definitiva, es dominar el campo de la socio­ logía y ser este paradigma el nuevo referente sociológico, por derivación el nuevo administrador de la sociología de la ciencia.

miento científico que envuelve el mundo de la ciencia. Para ello, necesitaban destronar a la sociología de la ciencia norma­ tiva; y, en esa obsesión por imponer sus intereses, no se per­ cataron de que, en el espacio intelectual y sociológico, hay capacidad para mantener miles de planteamientos teóricos sin necesidad de atacar a otras tesis como lanzadera de las hetero­ doxias. Estas sociologías, incorrectamente denominadas «de la ciencia» — por su contenido podemos considerarles secciones de la sociología de la epistemología, sociología de la cultura, sociología de la hermenéutica, etc.— , más que transformarse en herramientas del análisis sociológico de la ciencia, son enriquecedoras de las seudociencias y verdaderas artífices en la construcción y engrandecimiento de disciplinas anticientí­ ficas l9. Antes de adentramos en la crítica, resolvamos algunas cues­ tiones sobre las seudociencias. Los defensores del positivismo las identifican como disciplinas que emplean creencias, métodos o teorías erróneamente valorados, al no compartir con la ciencia ni cuerpos de conocimiento ni metodología, entre otros. Y defi­ nen la anticiencia como aquella disciplina que lanza duras acu­ saciones contra el método científico y lo considera instrumento invalido de justificación 20. Bunge21 ponía de relieve una serie de descriptores (12 con­ cretamente) que caracterizan a la seudociencia, y que, a mi entender, son demasiados, pues creemos suficientes cinco para describir la intención, el objeto, el fondo y el método de la seu19 Estas teorías generan un prontuario de discursos incrementando el número de teóricos y seudoteóricos con argumentos anticientíficos como expresaba Merton, «el anticientifismo se ve respaldado por aquellos colectivos de intelectuales que discuten el valor y la integridad de la ciencia, e introducen criterios no científicos para elegir el campo de la investigación científica». Merton, R. K. (1995), op. cit., 635. 20 En este punto aparece una contradicción, porque muchas de estas seudo­ ciencias consideran inválidos los procedimientos científicos, pero recurren a ellos como medida de integridad científica. 21 Bunge, M. (1985), Pseudociencia e ideología, Alianza, Madrid, pp. 68 y ss.

ilociencia 22. Los cinco descriptores que proponemos son el campo discursivo, el contexto dogmático y/o ideológico, la expresión formal y expresión local23 y el principio de eviden­ cia metodológica. Esto permite, entre muchas cuestiones, poder distinguir entre ciencia emergente y heterodoxia. La mayoría de las seudociencias intentan penetrar en el campo del conocimienlo haciendo uso de esta terminología, y manifiestan que sus prácl icas están fuera del alcance de la ciencia real u ortodoxia, porque sus modelos o métodos son estériles con las técnicas empleadas por la ciencia tradicional. En ese intento de constituirse como «ciencias» acuden a la terminología de ser nuevas ciencias o i la heterodoxia científica24; sin embargo, no pueden identifi­ carse con ella porque no están sujetas a principios y normas científicas. Otro autor que analiza las seudociencias es Olivé 25, quien no utiliza el criterio de demarcación entre las ciencias y las seuili (ciencias desde la interpretación cientificista, sino que lo ciri imscribe a aspectos sociológicos, históricos y epistémicos. Pues i onsidera que a priori no puede ser aceptado como válido algo l«ir el mero criterio de «autoridad», sino que debe pasar a través

22 Bunge, M. (1985), op. cit., pp. 68-70, propone una decatupla para • {presar el campo de conocimientos al que se circunscribe la seudociencia, in-io menciona doce aspectos que intervienen en la definición y desenmascai iimicnto de la verdadera intención de la seudociencia. En otro texto dedicaremos más tiempo a la explicación de estos eleiiH'iiios, pero cuando se habla de expresión formal y loca, la primera atiende a ■i lin ios que emplean o usan criterios lógico-matemáticos para reforzar sus i f m s que no tienen consistencia metodológica. La expresión local se refiere al ■m|ila> específico de herramientas propias que validen los criterios necesarios .1' Iíi disciplina en cuestión, es decir, crean criterios vacíos para dar validez a .........ncrología, ciencia piramidal, la psicología astrológica, etc. •M Isaac Asimov llamó a estas endoherejías, porque son desviaciones inicial- i |iio se producen en el interior de la ciencia, pero que deben pasar por un pro...ii l ientífico que confirme su validez o su error. Muchas han sido las teorías naci•l i', do las heterodoxias científicas, pues nacieron como consecuencia de ir contra in in nía dominante, léase, la biología molecular, la teoría de la relatividad, etc. Olivé, L. (2000), El bien, el mal y la razón, Paidós-UNAM, México, I >| > V i

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de un tamiz que evite caer en el dogma. En el estudio de la natu­ raleza encontramos bastantes enunciados científicos que no pue­ den verificarse según los preceptos de la ciencia, y también hallamos seudociencias apoyadas en observaciones verificables. La tesis de Olivé indica que aceptar el modelo exclusivamente cientificista es caer en la mera creencia y dar cabida a las seu­ dociencias; por lo tanto, la descripción cientificista no es válida como un criterio de demarcación. Es necesario, pues, buscar otros posibles criterios con el objeto de deshacer esa limitación entre estas dos disciplinas. Una interpretación desde la perspec­ tiva epistemológica, y sin cerrarse a ninguna aceptación ideoló­ gica, es la propuesta por Larry Laudan, quien arguye que no importa la cientificidad de una teoría, sino las razones que exis­ ten a su favor 26. En cuanto al juicio sociológico, tenemos la aportación de Merton 27 referida al reconocimiento e importan­ cia que adquiere la comunidad científica en la selección o apro­ bación de teorías; sin embargo, en su tesis no existe un análisis explícito de la demarcación como el de Olivé, quien afirma que, además de los ejemplos paradigmáticos, una tradición incluye un sistema de conceptos, tesis y principios metodológicos que establecen el rango de problemas que se consideran como legí­ timos problemas de la disciplina, y por consiguiente como pro­ blemas que vale la pena discutir, y establecen también los cri­ terios para aceptar propuestas de solución a esos problemas, como propuestas admisibles28.

En otra línea, no muy alejada de la seguida por Olivé, tene­ mos la aportación de Sánchez Ron, quien manifiesta que, desde

26 Laudan, L. (1996), Beyond Positivism and Relativism. Theory, Method and Evidence, Boulder, Westview Press. 27 Merton, después de su primera aportación a la sociología de la cienci;i, continuó estudiando otros aspectos que resultaban importantes en el estudio di1 la institución científica, entre ello se encontraba la importancia que tiene l;i comunidad científica, pero no lo dejó plasmado tan explícitamente como ( )livi* Ver Merton, R. (1980), Sociología de la ciencia, Alianza, Madrid, v. I-ll. 28 Olivé, L. (2000), op. cit., p. 57.

un planteamiento lógico, resulta imposible definir, de manera categórica, la diferencia entre ciencia y la superchería, impostu­ ras o el fraude consciente o inconsciente 29. En cambio, existe la posibilidad, en última instancia, de distinguir entre sistema cien­ tíficos y seudocientíficos o no científicos. Atendiendo a esta consideración, y observando las valora­ ciones de Sánchez Ron, podemos creer que se ha caído en la incongruencia; pero no es así, porque, desde la perspectiva lógi­ ca, no es posible, aunque sí lo es desde la evaluación histórica, y lo resuelve argumentando así: Un mínimo que debe cumplir toda teoría científica es ser capaz de predecir algo que va ha ocurrir; sin capacidad de pre­ dicción no hay ciencia, y predecir con reglas tan borrosas que con facilidad se pueda convertir una refutación en una confir­ mación. En este sentido, sí que tenía Popper razón cuando ata­ caba a las construcciones de Karl Marx y Sigmund Freud, dos de sus grandes bestias negras, señalando que la mayor parte de sus defensores siempre encontraban mecanismos para hacer de una refutación una confirmación. Pero su crítica desde un punto de vista histórico, no desde el lógico, [...] hay que reco­ nocer que en los procedimientos y tácticas empleados hay enor­ mes diferencias entre muchos de los que pretendían salvar a Marx y Freud y los que intentaban hacer lo propio con Newton30.

Otra perspectiva para acometer el problema de la demarca>ion es la capacidad de autorregulación de la ciencia y la impoibilidad de autorregularse de la seudociencia. La existencia de 1 ui ámetros de autocorrección, metodológicos (experimentación, |u\iideación, confirmación validez, etc.) y morales (normas, i(-conocimiento, etc.) confiere a la ciencia, sobre la seudocien-

En este punto, Sánchez Ron mantiene la justificación de Popper, que iiim ili- las características de la ciencia reside en la refutación, si bien Inre Laka1*11 contra de esta formulación popperiana, indicó que cualquier enunciado ¡mrili- encontrar una refutación aparente. Sánchez Ron, J. M. (2002), Los mundos de la ciencia, Espasa, Madrid,

cia, una superioridad epistemológica; empero, esto no significa que los acertijos empleados por el «seudocientífico» no se acer­ quen a la realidad, incluso puede darse el caso de que un seudo­ científico adivine (por azar) un seísmo y el sismólogo no. Sin embargo, la acumulación de conocimiento producto de la inves­ tigación permitirá al científico conocer las razones que hicieron posible el seísmo; mientras el «profeta» se remitirá a cuestiones sin peso ni autoridad epistémica, es decir, su metodología expli­ cativa se apoya en la especulación ontológica. El proceso autorregulador pondrá en alerta a la comunidad científica e intentará evitar que los investigadores recurran a prácticas alejadas del método científico; no obstante, no podrá proteger a la ciencia de las imposturas o fraudes de algunos de sus miembros. Entre otras cuestiones, la falta de una comunidad normativa en las seudociencias posibilita la proliferación de todo tipo de perspectivas seudoteóricas.

Evaluación desde la sociología de la ciencia de los estudios culturales de la ciencia El análisis de la demarcación es el primer paso en el esta­ blecimiento de los marcos teóricos para la delimitación entre ciencia y seudociencia. Sin duda, se necesitan otros parámetros para el estudio y valoración de la ciencia, porque muchas de las proposiciones teóricas y prácticas aplicadas en las ciencias, sean naturales o sociales, no pueden ser aceptadas porque sí, y, en consecuencia, será condición obligada conocer las causas que lo imposibilitan. Es justo llevar a cabo una valoración de los con­ dicionante que invalidan las teorías y su práctica, previa evalua­ ción. También es cierto que esta evaluación debe realizarse sobre patrones científicos y éticos, tanto de la teoría como fundamen­ to y de la actividad como aplicación. Tal y como queda recogi­ do en las palabras de M osterin31, «si somos racionales, pero no

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Mosterin, J. (2000), Conceptos y teorías en la ciencia, Alianza, Madrid,

dogmáticos, y pluralistas, pero no frivolos, estaremos fundamen­ talmente interesados (tanto en el dominio de la teoría como en la praxis) no en la consagración ni en la excomunión, no en la con­ firmación ni en la refutación, sino en la evaluación». A continuación abordaremos dos apartados fundamentales para conocer desde la sociología el mundo de las seudociencias; concretamente, la práctica seudocientífica y tratamiento en las sociologías posmertonianas.

1. La práctica seudocientífica Desde la racionalidad, encontramos que en la evaluación de las denominadas seudociencias aparece un amplio elenco de imposibilidades epistemológicas para aceptar a estas disciplinas como elementos propios del quehacer científico, por incurrir en incumplimiento de valoraciones históricas, epistémicas y socio­ lógicas, además de no atenerse a la autorregulación. Debido a las múltiples tendencias seudocientíficas, resultaría muy extenso y poco productivo enumerar cada una de las seudociencias que pretenden transformase en ciencias, por su inconsistencia en mate­ ria científica y ética. En 1981 G ardner32, en su crítica a algunas seudociencias, realizaba un repaso a una cuestión que estuvo vigente en la sociedad hasta el momento que se develó el fraude. Gardner emprendió su análisis sobre la figura de Bridey M urphy33, que resaltó ser una artimaña de dos personas que intentaron ganar un dinero y hacer creer que la hipnosis poseía todos los componen­ tes suficientes y necesarios de una ciencia. Otro hecho mencioii. ido por Gardner es el conocido caso del libro de Velikovsky34,

32 Gardner, M. (1981), La ciencia, lo bueno, lo malo y lo falso, Alianza, M:ulrid, p. 96 y ss. 33 Aquí no lo vamos a desglosar, pero para ver el engaño y todo lo refeirnie a la falta de pruebas que verificaran la investigación como ciencia, ver el libio de Morey Bemstein o Gamer, M. (1988), op. cit., 96-97. 14 Velikovsky. I. (1977), Worlds in Collision, Nueva York, Simón & Shuster.

cuyo abundante número de insensateces pusieron en alerta a la comunidad científica. El rechazo categórico de algunos cientí­ ficos causó, sin embargo, un efecto contrario; es decir, en lugar del rechazo estimuló un apoyo en favor de Velikovsky, trans­ formando el libro seudocientífico en un bestsellers. Sus tesis carecían de base científica y su único apoyo era que sus argu­ mentos verificaban los relatos bíblicos, además de emplear tér­ minos como campos magnéticos, rotación y tiempo, entre otros. Y sobre esto edificó su épica teoría. Otras actuaciones seudocientíficas, probablemente más popu­ lares, emanan de charlatanes que buscan, en el reconocimiento popular, lo negado por la ciencia. Entre las de mayor aceptación social encontramos35 la astrología, ufología, cosmología creacionista, el creacionismo científico, la ciencia piramidal, parasicología, la quiromancia, la numerología y una modalidad más o menos nueva que está abriéndose camino con sus falsedades dialécticas: la psicología astrológica de Bruno Huber. Este psicó­ logo astrólogo intenta transformar su fantasía en una verdadera ciencia, con un invento denominado progresión de la edad (PE), que la define como «una mecánica de tiempo inherente al horós­ copo (una especie de reloj de la vida individual). Es una técnica que nos permite saber en qué punto del horóscopo nos encontra­ mos en un determinado momento de nuestra vida, qué es lo mejor que podemos hacer en la situación presente, qué tipo de proble­ mas hemos tenido hasta el momento y qué nos espera»36. Este entramado dialéctico intenta conocer el futuro a partir de gráfico con forma de reloj en donde introduce extraños carac­ teres y dibujos. En esa pretensión de conferir credibilidad a su fantasía, comienza a realizar eso que él denomina progresión, y sobre eso empieza a edificar sus realidades. En todo este entre­

35 Es significativa la importancia y relevancia que tiene estas seudocien­ cias en la sociedad, que si nos acercamos a una biblioteca pública o popular encontramos un epígrafe referido a estas disciplinas, y en ocasiones mezclada con la innovación tecnológica. 36 Huber, B.; Huber, L. (2003), El reloj de la vida, API-España, Barcelo­ na, p. 14.

tejido psicoastrológico, la supuesta investigación (su denomina­ do método y técnica) manifiesta que un determinado tipo de individuos se comportan de una determinada manera (la selec­ ción X); sin embargo, no existen datos ni método que sustenlen una realidad objetiva, solamente su palabra. En este caso, como en muchos otros de esta tipología, los seudocientíficos solo presentan aquellos comportamientos que cumplen su mode­ lo, mientras el resto son desestimados. Con estos datos es impo­ sible catalogar estas investigaciones como ciencia, puesto que se están falseando los datos y, por lo tanto, el modelo es erróneo. En este grupo situamos al psicoanálisis o la parapsicología, ilisciplinas que durante décadas tuvieron un lugar preferente en la sociedad, a pesar de su nula base científica, aunque abrazadas y difundidas por académicos hasta situarlas en lugares predo­ minantes de la ciencia oficial. Como Lacan, que todavía tiene seguidores, a pesar de la escasa veracidad de sus tesis, y tras las lluras crídcas vertidas por Sokal y Bricmont, quienes proclaman la imposibilidad de su desarrollo teórico para dar soluciones al i-lerno problema acientífico del psicoanálisis: «Lacan hace alari k* de sus conocimientos de lógica matemática ante un público no experto, pero desde un punto de vista matemático, su exposii ion 1 1 0 es ni original ni pedagógica y, por otro, el vínculo del psicoanálisis no se apoya en ningún argumento»37. No es esta la única crítica contra el psicoanálisis, pues muchos son los que han reaccionado contra su inconsistencia. I’opper38, por ejemplo, escribía: «[...] estas observaciones clínii .is que los psicoanalistas creen ingenuamente que confirman ‘.us teorías no pueden hacerlo en realidad más que las confir­ maciones diarias que encuentran los astrólogos en la práctica ■le la astrología». En esta misma línea de recusaciones contra ■I psicoanálisis encontramos una ingente cantidad de reflexioiii-s contra los análisis de la teoría de los sueños y otros pro17 Sokal, A.; Bricmont, J. (1999), Imposturas intelectuales, Paidós, BarIon;!, p. 46. m Popper, K. R. (1991), Conjeturas y refutaciones: el desarrollo del cono. ¡miento científico, Paidós, Barcelona, pp. 198-199.

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