Romance
 9783954878130

Table of contents :
ÍNDICE
PRÓLOGO
ESTUDIO INTRODUCTORIO
LUIS DE MIRANDA, EL ANHELO Y EL HAMBRE
EL ROMANCE ELEGÍACO EN EL CONTEXTO DE LOS ROMANCES ESPAÑOLES E HISPANOAMERICANOS DE LA ÉPOCA
PARAÍSOS TERRENALES, PARAÍSOS TEXTUALES: ‘LEALES’ FRENTE A ‘COMUNEROS’
BANDOS Y PASIONES EN LA CONQUISTA DEL RÍO DE LA PLATA. ESTRATEGIAS DE LEGITIMACIÓN Y CONSTRUCCIÓN DEL PODER POLÍTICO DE DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA
BIBLIOGRAFÍA
LUIS DE MIRANDA, ROMANCE
LA EDICIÓN
RELACIÓN DIRIGIDA A JUAN DE OVANDO, PRESIDENTE DEL CONSEJO REAL DE INDIAS, POR FRANCISCO ORTIZ (C. 1560)
DOCUMENTO QUE DA CUENTA DE LOS ESPAÑOLES QUE PERMANECEN EN EL RÍO DE LA PLATA DESDE LA LLEGADA DE PEDRO DE MENDOZA, AL FINAL DEL CUAL SE ENCUENTRA EL ROMANCE DE LUIS DE MIRANDA
APÉNDICE. CARTA AL REY DE LUIS DE MIRANDA DESDE LA CÁRCEL DE ASUNCIÓN, EL 25 DE MARZO DE 1545
ÍNDICE DE OFICIOS
ÍNDICE DE LUGARES DE PROCEDENCIA
ÍNDICE DE NOTAS

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BIBLIOTECA INDIANA Publicaciones del Centro de Estudios Indianos Universidad de Navarra Editorial Iberoamericana Dirección: Ignacio Arellano y Celsa Carmen García Subdirector: Juan M. Escudero Coordinadora: Pilar Latasa Comité asesor: Trinidad Barrera, Universidad de Sevilla Miguel Donoso, Universidad de los Andes, Santiago de Chile Andrés Eichmann, Universidad de Navarra y Academia Boliviana de la Lengua Paul Firbas, Stony Brook University Pedro Lasarte, Boston University Raúl Marrero-Fente, University of Minnesota Alfredo Matus, Academia Chilena de la Lengua Rosa Perelmuter, University of North Carolina at Chapel Hill Sara Poot-Herrera, University of Santa Barbara, California José Antonio Rodríguez Garrido, Pontificia Universidad Católica del Perú

Biblioteca Indiana, 38

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LUIS DE MIRANDA ROMANCE

Edición de SILVIA TIEFFEMBERG

Universidad de Navarra - Iberoamericana - Vervuert 2014

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La impresión de este libro fue parcialmente financiada con fondos del Proyecto UBACyT GF 176, de la Programación Científica 2010-2012 de la Universidad de Buenos Aires.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

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ÍNDICE

Prólogo ....................................................................................................

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ESTUDIO INTRODUCTORIO Silvia Tieffemberg Luis de Miranda, el anhelo y el hambre .....................................................

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María Inés Zaldívar Ovalle El Romance elegíaco en el contexto de los romances españoles e hispanoamericanos de la época ..................................................................

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Carlos Alfredo Rossi Elgue Paraísos terrenales, paraísos textuales: ‘leales’ frente a ‘comuneros’ ...............

79

Pablo Sebastián Seckel Bandos y pasiones en la conquista del Río de la Plata. Estrategias de legitimación y construcción del poder político de Domingo Martínez de Irala .....................................................................................................

111

Bibliografía ...............................................................................................

137

LUIS DE MIRANDA, ROMANCE La edición.................................................................................................

155

Relación dirigida a Juan de Ovando, presidente del Consejo Real de Indias, por Francisco Ortiz (c. 1560)..................................................................... 161

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Documento que da cuenta de los españoles que permanecen en el Río de la Plata desde la llegada de Pedro de Mendoza, al final del cual se encuentra el Romance de Luis de Miranda ..................................................

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Apéndice. Carta al rey de Luis de Miranda desde la cárcel de Asunción, el 25 de marzo de 1545 ...................................................................

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Índice de oficios ....................................................................................... Índice de lugares de procedencia ............................................................... Índice de notas .........................................................................................

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PRÓLOGO

El presente volumen es el resultado de mi labor como investigadora sobre la región rioplatense colonial desarrollada en los últimos diez años en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet, Argentina); pero, fundamentalmente, es el resultado de intensas jornadas de trabajo con el grupo de investigadores que conformó el Proyecto UBACyT GF 176 «Mal trillada y peor sembrada tierra. En torno al Romance de Luis de Miranda», radicado bajo mi dirección en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El Romance de Luis de Miranda está considerado por la crítica especializada el primer texto literario de la época colonial en el Río de la Plata y, sin embargo, carecía de una edición filológica hasta el momento. De manera que fue necesario plantearse un doble objetivo. Por un lado, llevar a cabo una edición que transcribiera el documento conservado en el Archivo de Indias, dotada, además, de un aparato erudito de notas que explicara términos y características de la lengua del siglo XVI y diera cuenta de las ediciones realizadas con anterioridad. Y por otro, en una segunda etapa, trabajar en equipo con el texto ya editado para abordarlo de forma integral. Ambos objetivos se cumplieron y hoy nuestra edición del Romance está acompañada por cuatro estudios especializados que lo analizan, tanto desde la interacción con otros textos rioplatenses que constituyen su contexto de producción y circulación dentro de la región, como desde su filiación con obras y problemáticas peninsulares; desde su pertenencia al romancero hispánico e hispanoamericano, atendiendo a una perspectiva focalizada en el plano estrictamente literario en general y en las configuraciones femeninas, en particular; desde su vinculación con discursos que ubicaban el paraíso terrenal en América, fuertemente relacionados con el imaginario sobre el Oriente y la figura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca; y desde la situación his-

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tórica americana y las tensiones de una sociedad colonial que a menudo se dividía en bandos, que contendían tanto a través de las armas como a través de los discursos y que en el Río de la Plata enfrentó, de manera irreconciliable, a leales y comuneros. Por otro lado, es necesario aclarar que hemos decidido conservar la denominación ‘romance’ con que tradicionalmente se conoce el poema de Miranda, pues así es referido en el documento más antiguo que lo contiene. Se trata, sin embargo, de una composición de 136 versos octosílabos de pie quebrado, un tanto semejantes a los de Manrique, como dice Ricardo Rojas, quien lo incluye por primera vez en el sistema literario rioplatense a principios del siglo XX. Debo mi agradecimiento a quienes formaron el equipo de investigación del proyecto: la Dra. María Inés Zaldívar Ovalle de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y los profesores Carlos Rossi Elgue y Pablo Seckel de la Universidad de Buenos Aires, por el entusiasmo y la responsabilidad con que abordaron la tarea y por la paciencia con que acogieron mis sugerencias en el trabajo. Mi agradecimiento, también, al profesor Miguel Alberto Guérin y a la Dra. Beatriz Curia por la generosidad con que me hicieron llegar material invalorable para este libro, al profesor Noé Jitrik por el apoyo constante a todos mis proyectos de investigación, y a mis amigos y colegas de la hermana República de Chile, los doctores Raïsa Kordic Riquelme y Miguel Donoso Rodríguez. El reconocimiento siempre presente, además, a la Dra. Julia Zullo y a la licenciada Liliana Cometta, quienes dedicaron muchas horas de paciente trabajo al diseño técnico de la primera edición del texto de Luis de Miranda sobre el que realizamos esta investigación, sin olvidar de hecho, la labor rigurosa del actual corrector, Dr. Luis Pablo Núñez. Finalmente, un agradecimiento especial al profesor Ignacio Arellano de la Universidad de Navarra, quien alentó calurosamente la publicación que hoy estoy presentando.

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ESTUDIO INTRODUCTORIO

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LUIS DE MIRANDA, EL ANHELO Y EL HAMBRE Silvia Tieffemberg Universidad de Buenos AiresConsejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

I. EL ANHELO Y según la relación que dan, el señor Capitán General piensa que es la Mar del Sur, y a ser así no menos tiene este descubrimiento que el de la Sierra de la Plata, por el gran servicio que Su Majestad en ello recibirá. Luis Ramírez, «Carta», 1528

El territorio que hoy conocemos como Río de la Plata comienza a configurarse en el imaginario de la expansión en las primeras dos décadas del siglo XVI. Marginal y de límites imprecisos, la región del Plata se situaba al sur del Perú y al oeste de las posesiones de Portugal en Brasil, y si bien las primeras exploraciones que la involucraron (Solís, Magallanes, Elcano y Gaboto) estuvieron dirigidas a la búsqueda —infructuosa la mayoría de las veces— de un paso interoceánico, pronto la imaginación popular desbordó en la certeza de que ese espacio apenas conocido acumulaba tesoros insospechados, y el dominio de los centros metalíferos de México y Perú terminó de condensar un discurso al calor del cual se firmaron las capitulaciones de 1534, que traerían a la América del Sur las expediciones de Diego de Almagro y Pedro de Mendoza.

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En la Historia general de los hechos de los castellanos de 16011, Antonio de Herrera, cronista mayor de Indias, utiliza entre sus fuentes una memoria que el navegante veneciano, Sebastián Gaboto, dirige al rey informando sobre el viaje realizado entre 1524 y 1527, durante el cual se exploraron el Río de la Plata y el Paraná hasta la actual represa de Yaciretá, y se estableció el fuerte de Sancti Spiritu2, primer asentamiento en suelo argentino, ubicado en la desembocadura del Carcarañá. En la flota comandada por Gaboto viajaba también el cosmógrafo oficial Alonso de Santa Cruz, quien realizó los primeros mapas y descripciones geográficas de la región, posteriormente utilizados por Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias3; pero, además, Santa Cruz utilizó la información recogida en una obra monumental4 que denominó Islario general de todas las islas del mundo, probablemente realizada entre 1539 y 15605. Este islario cuenta con ciento once ilustraciones que organizan el mundo en cuatro partes, una de las cuales muestra el continente americano, donde se encuentra claramente delimitado el estuario y la desembocadura del Plata en el Atlántico. Es muy probable que la relación de Gaboto y el mapeado de Alonso de Santa Cruz 1

El título completo de la obra es Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar Océano que llaman Indias Occidentales, y se publicó a lo largo de quince años, entre 1601 y 1615. Fue conocida como Décadas. 2 El fuerte de Sancti Spiritu, fundado en 1529, tuvo una vida efímera, pues, en ausencia de Gaboto, fue destruido por los mismos guaraníes que dos años atrás habían colaborado en su construcción. Sin embargo, devino espacio fundacional y siguió apareciendo en los mapas de la región hasta el siglo XVII. Ruy Díaz, en su Argentina, ubica allí el relato de Lucía Miranda, y aún hoy se lo recuerda como el lugar donde creció el trigo por primera vez en el territorio nacional. 3 Recordemos que la primera parte de la Historia apareció en Sevilla, en 1535, pero la publicación completa de la obra recién fue realizada por la Real Academia de la Historia entre 1851 y1855; sin embargo, ya había sido dada a conocer en 1526 a través de una versión abreviada denominada Natural historia de las Indias. 4 Esta obra está en directa relación con otras como la Geografía y descripción universal de las Indias realizada entre 1571 y 1575 por Juan López de Velasco, quien heredara el cargo de cosmógrafo oficial a la muerte de Alonso de Santa Cruz. López de Velasco y Juan de Ovando y Godoy, presidente del Consejo de Indias en la misma época, delinearon el más que ambicioso proyecto de generar una historia y geografía de todas las posesiones de la monarquía española, a partir de recopilar y ordenar sistemáticamente información pertinente utilizando cuestionarios específicos a través de un método estadístico-administrativo que atendía tanto a lo geográfico como a lo histórico y económico-social. 5 En la página 55 del Islario se indica que la Tabla Segunda contiene «las islas junto a la costa del Brasil y las que están en el río Marañón y al de la Plata y costa del Perú».

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sean las primeras representaciones occidentales del Río de la Plata. Sin embargo, existe otro testimonio de un integrante de la misma expedición que cobra importancia por su valor performativo, dado que en este se pueden reconocer dos macro-discursos a los que adscribirán, casi sin excepción, todos los textos posteriores sobre la región. Se trata de la carta que Luis Ramírez envía a su padre desde Brasil el diez de julio de 1528 para hacerle saber, tras dos años de haber salido de España, que ha sorteado las vicisitudes y trabajos del viaje, y que se encuentra al momento en perfecta salud e impaciente porque «Dios Nuestro Señor nos dé gracia de acabar esto que tenemos entre manos empezado»6, para poder regresar a la casa paterna cargado de justa recompensa. Si bien se trata de una carta privada, pues forma parte de un intercambio epistolar familiar, su inusitada extensión y el relato pormenorizado de los hechos la convierten en una verdadera «Relación» del derrotero de la expedición de Gaboto por las costas del Brasil y Río de la Plata. Luis Ramírez relata que, al llegar la armada a la costa del Plata, se acerca una canoa con un grupo de indígenas y un cristiano. Este refiere que él y quince compañeros más se encuentran en el lugar como desprendimiento de una expedición naufragada frente al estrecho de Magallanes y que también se encuentran dos sobrevivientes de la armada de Juan Díaz de Solís: Melchor Ramírez y Enrique Montes. Este último, a su vez, le habría señalado «la gran riqueza que en aquel río donde mataron a su capitán había», información a la que ha podido acceder por conocer «la lengua de los indios de la tierra»7. Ramírez, entonces, decide poner esta información por escrito: Y era que si le queríamos seguir, que nos cargaría las naos de oro y plata, porque estaba cierto que entrando por el río de Solís iríamos a dar en un río que llaman Paraná, el cual es muy caudalosísimo y entra dentro de este de Solís con veinte y dos bocas [...]y que el dicho río Paraná y otros que a él vienen a dar iban a confinar con una sierra [...] y que en esta sierra había [...] mucho oro y plata [...] y que esta sierra atravesaba por la tierra más de doscientas leguas; y en la falda de ella había asimismo muchas minas de oro y plata y de los otros metales8.

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Ramírez, «Carta», p. 42. Ramírez, «Carta», p. 45. Ramírez, «Carta», pp. 45-46.

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La carta, de altísimo valor por ser uno de los primeros relatos sobre la región de un testigo presencial, da cuenta de la existencia del río Paraná y llama río de Solís al Río de la Plata, antigua denominación que nos retrotrae a la historia cercana, previo a la llegada de Gaboto a la región. En 1516 Juan Díaz de Solís arriba a las costas del Uruguay y, gracias al calado corto de sus naves, se interna en el Río de la Plata al que bautiza ‘mar Dulce’ debido a que cree erróneamente que se trata de un brazo de mar con aguas de baja salinidad, y toca suelo argentino cuando hace escala en una isla frente a la actual ciudad de Buenos Aires. Poco después desembarca con algunos de sus hombres y atacados —probablemente— por una parcialidad de los guaraníes, mueren ante la mirada impávida de los otros tripulantes de La Latina, quienes debieron alejarse del lugar sin que nadie, recrea Payró a mediados del siglo XX, «hubiera pensado siquiera en señalarlo con una cruz para eterna memoria de la catástrofe»9. Luis Ramírez documenta también con su carta la que podríamos denominar ‘la leyenda de Alejo García’. Si bien no se ha comprobado nunca su existencia, en varias crónicas de la época se asegura que un sobreviviente de la expedición de Solís10, llamado Alejo García —aunque no sea este el único nombre con el que se lo identifique como ejemplifica la carta—, habría difundido las noticias de la existencia del «Rey Blanco» y la «Sierra de la Plata» en la región. De esta manera, comienza a configurarse un discurso cuyo origen mítico se constituye en una figura no documentada empíricamente, que ha pasado por una experiencia límite —muchas veces es un náufrago— y ha sobrevivido en el mundo de la barbarie —muchas veces se trata de un ex cautivo—, pero ese cruce y retorno desde la muerte, desde lo otro, lo ha dotado de un conocimiento superior que le permite ser portador de un secreto vedado al recién llegado: las noticias de los tesoros inconmensurables del mundo indígena11. Las riquezas de la región del Plata, nunca halladas al 9

Payró, 1974, pp. 212-213. S. Buarque (1987, p. 110) estima que Alejo García tuvo existencia real y murió alrededor de 1525, basándose en el análisis de documentos que no especifica. En el mismo sentido, Maura indica que «teniendo como base la “Carta” de Luis Ramírez, me inclino a pensar que si efectivamente Alejo García existió, como todo parece indicar, se trataba de un portugués ya perteneciente a la expedición de Solís, ya a alguna expedición clandestina portuguesa contemporánea a la de Solís» (2007, p. 8). 11 No podemos dejar de notar las semejanzas entre la figura de Alejo García y la del «piloto anónimo». Como explica O´Gorman (2003, p. 18), parece haber sido Bartolomé de Las Casas quien recogió la leyenda popular de que Colón habría sabido de la existencia del nuevo continente a través de un piloto, sobreviviente de un naufragio, a quien 10

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igual que su mentor Alejo García, son solamente un elemento más en un discurso acerca del cual postular la codicia como componente principal reduce y empobrece las posibilidades de análisis: a los que se arriesgaban en la empresa de la conquista no solamente esperaba «la ciudad en que los Césares indígenas almacenaban metales y piedras preciosas», sino también «elixires de eterna juventud, mujeres hermosas» y «cualquier otra cosa oculta que pudiera surgir al conjuro de una palabra cabalística»12. Discurso utópico al fin cuya complejidad como tal radica en que trata de dar cuenta de la «insatisfacción que parece acompañar inevitablemente a lo real», por cuanto su capacidad de movilización está puesta antes en «las insuficiencias del presente» que en «los paraísos del mañana»13. Por otro lado, la complejidad se acrecienta si tenemos en cuenta que estamos ante un macro-discurso que involucra una pluralidad de textos que interactúan entre sí a la manera de una constelación. Este macro-discurso utópico, entonces, tuvo al menos dos implementaciones efectivas, hacia el exo y hacia el endon. Por un lado, sirvió para dar cabida a los intereses de la Corona en descubrir otros centros metalíferos similares a los de México y Perú, y una consecuencia directa fue que, desde lo oficial, se siguieran financiando incursiones territoriales a espacios aún inexplorados; y por otro, y fundamentalmente, operó como condensador y compensador de los anhelos de capitanes y gran parte de la soldadesca que se enrolaba en las expediciones a Indias, y fue a engrosar otro macro-discurso de la expansión: el de América como objeto de deseo14. La fuerza de este discurso parece haber motorizado el desvío de la ruta de la especiería —y por ende la desobediencia— de Gaboto, al que se unieron Diego García de Moguer, sobreviviente de la expedición de Solís, y Rodrigo de Acuña, que comandaba una de las naves de la armada de García Jofre de Loaysa. En los últimos párrafos de la auxilió y dio hospedaje hasta su muerte. Aún cuando nunca se comprobó su existencia, aparece en los documentos sobre América —nombrado en algunos casos como Alonso Sánchez— y, aún en el siglo XX, Augusto Roa Bastos utiliza como fuente para su novela histórica Vigilia del almirante «a Juan Manzano y Manzano, cuyo libro Colón y su secreto me confirmó lúcida y visionariamente la existencia real del predescubridor Alonso Sánchez» (1992, p. 390). 12 Martínez Estrada, 1976, p. 13. 13 Cruz, 1996, p. 29. 14 En Tieffemberg, 2011, pp. 95-102, a través del análisis de un conjunto de cartas privadas enviadas por emigrantes a Indias a sus familiares en la península entre 1540 y 1616, propongo que estas son un medio para restablecer un vínculo debilitado —por el tiempo y la lejanía— con el destinatario, que se materializa en la construcción, por parte del destinador, de una América configurada como objeto de deseo.

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«Memoria», que Diego García escribe en fecha no determinada, pero que se estima poco posterior a 1530, se indica que las parcialidades indígenas que habitaban las costas del río Uruguay «no comen carne humana ni hacen mal a los cristianos, antes son amigos suyos, y estas generaciones dan nuevas de este [Par]aguay, que en él hay mucho oro y plata, y grandes riquezas y piedras [pre]ciosas», y que esta información se obtuvo de un sobreviviente de la expedición de Solís: «un hombre de los míos que dejé la otra (vez) que descubrí este río, habrá quince años»15. No sorprende, entonces, la extensión que ocupa en la carta de Luis Ramírez la descripción de la Sierra de la Plata y sus tesoros, ni que inmediata a esa descripción se encuentre otra de una isla de «infinito bastimento», pletórica de faisanes, gallinas, pavas, patos, perdices, venados, dantas16 y miel17, ni que los últimos párrafos de la carta indiquen que se escribe desde una tierra «muy sana y de mucho fruto», donde se plantaron, como prueba, cincuenta granos de trigo y en tres meses se cosecharon quinientos cincuenta18. Así, este discurso utópico, condensador de anhelos y creador de paraísos, atraviesa vigorosamente todo el siglo XVI y parte del XVII sin acusar recibo de que en 1547 —como explica Carlos Rossi Elgue en este mismo volumen19—, Domingo Martínez de Irala encabezó una expedición exploratoria a través de la cual se comprobó que el oro de la región ya había sido descubierto20. En 1543 Hernando de Ribera fue enviado por el segundo adelantado de la región rioplatense, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, a cruzar el gran Chaco siguiendo una ruta ya conocida por Irala con el objeto de tomar contacto con la tribu local de los guaycurúes y establecer alianzas que permitieran una nueva exploración metalífera. La incursión de Ribera no tuvo frutos desde lo material, pero fue altamente exitosa desde lo discursivo puesto que confirmó la presencia del oro, pero ligada de manera inextricable con las amazonas, «unas mujeres que tenían mucho metal blanco y amarillo, y que los asientos y servicios de sus casas eran todos de dicho metal [...] y que es gente de guerra y temida»21. Es decir, se confirma la presencia 15

García, «Memoria», p. 52. La cita está tomada de una transcripción paleográfica donde se indica que el manuscrito original presenta roturas que se reponen entre paréntesis a partir de la transcripción del padre Furlong. 16 danta por anta: ‘tapir’ (Fried.). 17 Ramírez, «Carta», p. 48. 18 Ramírez, «Carta», p. 61. 19 Ver en este mismo vol. Rossi Elgue, p. 87. 20 Ver, además, Azcona Pastor, 2004, p. 216. 21 Ribera, «Relación», p. 142.

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de lo que se busca así como la escasa o nula posibilidad de alcanzarlo, de lo que resulta una incentivación del deseo: el conquistador, dirá Martínez Estrada22, se «obstinaba en la creencia de que en alguna parte estaba lo que ansiaba». La «Relación» de Ribera fue incluida en la primera edición de los Comentarios de Álvar Núñez23, inclusión en absoluto ingenua —como apunta Maura24— puesto que validaba desde lo empírico las afirmaciones de Álvar Núñez sobre la existencia de las amazonas, poseedoras de vajillas de oro y plata25, a través de un relato proveniente de un testigo presencial como Ribera, al tiempo que ponía de manifiesto el doble carácter de este discurso: por una parte motorizaba el deseo de los actores sociales en América y, por otra, justificaba, desde lo político, la necesidad de recibir recursos por parte de la Corona para continuar con la empresa de descubrimiento, único medio de alcanzar cuantiosas riquezas. Aún al comienzo del siglo XVII en la Argentina de Ruy Díaz de Guzmán, primera obra historiográfica del Río de la Plata, reaparece la figura de Alejo García como un marino portugués, práctico de la tierra, conocedor de la lengua de los carios, los tupís y los tamayos, y por esto conocedor también de la ruta del oro26. Pero lo interesante es que, pocos años después, en la «Relación» autógrafa de 161727, que relata hechos contemporáneos, Ruy Díaz vuelve a referir el relato pero con algunas variaciones, pues especifica que García con otro portugués, Pacheco, obtienen oro y plata en tierra de chiriguanas28, mientras que en la

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Martínez Estrada, 1976, p. 13. Me inclino a pensar que los Comentarios, usualmente atribuidos a Pero Hernández, fueron escritos por Cabeza de Vaca y que Hernández, su secretario, los avaló con su firma, dado que por tratarse de un texto que respaldaba la figura del adelantado en un momento político adverso, firmado por el propio adelantado hubiera perdido efectividad. Cf. en este mismo vol. Rossi Elgue, p. 85. 24 Maura, 2004, p. 9. 25 Cf. Rossi Elgue, p. 99. 26 Díaz de Guzmán, Argentina, p. 93. 27 La Argentina de Ruy Díaz de Guzmán se terminó de escribir hacia 1612, pero circuló manuscrita hasta que Pedro de Angelis la publicó en su Colección de obras y documentos inéditos relativos a la historia antigua y moderna del Río de la Plata en 1835. Si bien el manuscrito original no se conservó, actualmente existen cuatro códices que lo reproducen —todos del siglo XIX y de distintas manos—, que se encuentran en el Archivo Nacional de Asunción, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Las dos Relaciones, por el contrario, son documentos autógrafos, firmados de puño y letra por el autor, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de París y fueron dados a conocer en 1966 por Bautista Avalle-Arce. 28 Díaz de Guzmán, Argentina, p. 443. 23

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«Relación» de 1618 indica que en el valle del cerro Saypuro, también tierra chiriguana, existe «una sierra muy alta donde se tiene antigua noticia haber minerales de plata»29. Es decir que, Alejo García y la Sierra de la Plata vuelven a referirse en un contexto histórico-político completamente diferente, pues a través de las Relaciones, Ruy Díaz intentaba convencer a la audiencia de Charcas de que continuara financiando sus incursiones militares de sujeción/pacificación hasta entonces infructuosas30. Se hace evidente, entonces, que la tierra de chiriguanas, inexplorada en gran parte a comienzos del XVII, permitía la revitalización del discurso utópico. II. EL HAMBRE Nuestra necesidad llegó a tanto extremo, que de dos perros que allí teníamos, nos convino matar el uno y comerle, y ratones los que podíamos haber, que pensábamos cuando podíamos alcanzarlos que eran capones. Luis Ramírez, «Carta», 1528

La «Carta» de Luis Ramírez inaugura en el relato sobre el Río de la Plata otro macro-discurso que coexiste con el primero y posee el mismo vigor, el discurso del hambre: «no teníamos otro bien sino cuando la galera llegaba a alguna isla de saltar de ella y como lobos hambrientos comer de las primeras hierbas que hallábamos [...]. Así con este trabajo [...] pasamos la boca del Paraguay, un río muy caudaloso que va a la dicha Sierra de la Plata»31. En tal situación los indios amigos32 envían veinte canoas cargadas de alimentos, y Ramírez concluye: «las cuales llegaron al tiempo que en la tal necesidad estábamos como tengo dicho porque el socorro fue tal, que certifico a Vuestra Merced que, aunque vinieran cargadas de oro y piedras preciosas, no fueran

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Díaz de Guzmán, Argentina, p. 455. En 1619 el virrey del Perú, Francisco de Borja y Aragón, escribe una carta a la audiencia de Charcas para recordar que ha dispuesto que, debido a los escasos frutos obtenidos, no se financien más las incursiones bélicas de Ruy Díaz de Guzmán y Pedro de Escalante (Borja y Aragón, «Carta del virrey del Perú», p. 457). 31 Ramírez, «Carta», p. 53. 32 Los llamados «indios amigos» o simplemente «amigos» eran indígenas que participaban en los enfrentamientos apoyando a las tropas españolas. La lectura de las crónicas evidencia una situación de inestabilidad en esta relación, supeditada a la concertación permanente de alianzas. 30

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tan bien recibidas de nosotros como fueron en ser bastimentos para comer»33. Estamos, también, frente a un constructo complejo con un doble funcionamiento, direccionado hacia el exo o hacia el endon, puesto que se acudía a él como justificación de una acción fracasada, en tanto se ‘ofrecía’ al rey el hambre y las penurias sufridas en el intento de llevar adelante la empresa de la conquista, y al mismo tiempo brindaba un marco de sentido que permitía explicar la derrota y el fracaso al propio grupo residente en América, y estuvo ligado, a partir de la expedición de Mendoza, al castigo divino por la muerte injusta de Joan Osorio. A diferencia de otros estudios, como los ya clásicos de Julio Ortega34 o de Beatriz Pastor35, que postulan la lectura de los textos americanos desde discursos contrapuestos como la abundancia, la carencia, o el fracaso que pueden reconocerse en fases sucesivas, cronológicamente delimitadas, el acercamiento que propongo para los textos rioplatenses tempranos parte de considerar que el anhelo y el hambre no son compartimentos estancos sino estructuras discursivas coexistentes y en permanente diálogo, y que los entramados de alusiones o elusiones en los que están involucrados responden a los momentos socio-culturales que los gestan y a los auditorios con los que se pretende interactuar. Cuando me refiero al vocablo ‘discurso’ no estoy pensando en grandes masas discursivas que se suceden en una línea temporal extensa, sino en constelaciones de textos que en momentos históricos específicos interaccionan a través de discursos que se aglutinan alrededor de núcleos como el hambre o el deseo. Son estructuras móviles con un alto grado de legitimación socio-cultural que pertenecen a distintas constelaciones al mismo tiempo y son utilizadas con fines diversos. Muy tempranamente las crónicas de Indias documentan a los habitantes vernáculos utilizando supuestas noticias sobre el oro para alejar a los españoles de un lugar y lo mismo ocurre cuando, por ejemplo, Francisco Pizarro propicia la salida de Diego de Almagro hacia Chile después que los descubrimientos metalíferos han convertido a Perú en una zona de conflicto. Pero además, estas estructuras discursivas tuvieron una circulación importante en los centros metropolitanos, circulación que también respondió a fines diversos: si por un lado, en 1538 el marino genovés León Pancaldo arribaba a la primera Buenos Aires, devastada por el asedio indígena, con una nave repleta de mercaderías suntuarias que dos comerciantes italianos habían despachado para vender a los —su-

33 34 35

Ramírez, «Carta», p. 54. Ortega, 1992. Pastor, 1983, 1988.

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puestamente enriquecidos— conquistadores en tierra americana36; por otro, Levinus Hulsius editaba en 1599 el Derrotero y viaje de Ulrico Schmidl con el agregado de quince imágenes no realizadas por él, una de las cuales mostraba los estragos del hambre traducidos en actos de canibalismo dentro de la tropa española, de lo que resultó una amplia repercusión en los circuitos europeos. Sin embargo, la repercusión de este discurso no provenía de la novedad, sino de la cercanía con otros discursos peninsulares puesto que, como veremos más adelante, estaba fuertemente emparentado con los relatos surgidos después de que los ejércitos de Carlos V tomaran parte en el llamado ‘saco de Roma’, nombre con el que se recuerda el saqueo y destrucción de la ciudad en 1527. III. LA MANCEBA [...] ha diez años, desta mal trillada y peor sembrada tierra, que por esto no nos ha dado Dios su abundante fruto, por manera que será Vuestra Majestad el tanto avisado que hay más este género de desventuras en esta tierra que, de lo bueno, se hacen los libelos infamatorios, y de lo malo, las informaciones honrosas. Luis de Miranda, «Carta», Asunción, 1545

Los ciento treinta y seis versos que componen el llamado ‘romance’ o ‘romance elegíaco’37 de Luis de Miranda llegaron hasta nosotros incluidos al final de un documento que Francisco Ortiz de Zárate dirigió hacia 1560 al Consejo de Indias, dando cuenta de la necesidad de un gobierno propio para la gobernación del Río de la Plata, con la siguiente indicación: «Síguese el Romance que Vuestra Señoría Ilustrísima me pidió y mandó que le diese, el cual compuso Luis de Miranda, clérigo en aquella tierra»38. Si bien 36

Ver al respecto Tieffemberg, 2011, pp. 103-110. Emilio Carilla considera que el «mal llamado Romance» «es apenas una breve crónica en verso», y reflexiona sobre el hecho de que se haya adoptado esa denominación aun cuando en la época los romances tenían «un definido valor métrico». «El hecho de que predominen los versos octosílabos», dice «no justifica, por cierto, el nombre. Tampoco se trata de la inconfundible estrofa de pie quebrado, si bien ofrece, cada cuatro versos, un pie quebrado». (1968, 116). Carrizo Rueda, en cambio, afirma que se trata de un conjunto de cuartetas octosilábicas de pie quebrado con rima consonante encadenada (2005, p. 331). 38 Miranda, Romance, p. 177. Todas las referencias en adelante al Romance o a la «Carta» de Luis de Miranda corresponden a este mismo volumen. 37

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no poseemos una copia autógrafa del poema y ninguno de los documentos que involucran a Luis de Miranda —propios o ajenos— lo señalan o reconocen como autor de esos versos, la crítica especializada nunca cuestionó esta autoría atribuida por el documento de Ortiz de Zárate. Por otra parte, no se ha podido establecer la fecha exacta de composición, pero me inclino por considerar que es probable que fuera compuesto en una fecha cercana a la primera fundación de Buenos Aires39 y que, en los años subsiguientes, haya recibido agregados y modificaciones. En 1922 Ricardo Rojas no solamente incluye el Romance dentro del corpus —aún en formación— de la literatura argentina, sino que lo instituye como texto fundacional y le otorga un lugar de privilegio: «Con él se inicia, cronológicamente, la documentación literaria del Río de la Plata; vibra en él, mejor que en la prosa notarial de Pero Hernández o la pedestre octava de Barco Centenera, el eco persistente de esas quiméricas leyendas y tragedias brutales que señalaron nuestros primeros pasos de entrada en la historia del mundo»40. Aun cuando Rojas indica que toma la transcripción del poema realizada por Morla Vicuña en 1903, no pone en duda la autoría de Miranda y, por el contrario, con argumentos que no son retomados por ningún especialista del período, insiste en considerarlo también autor de la Comedia pródiga, publicada en Valladolid en 1554: la página inicial de la editio princeps de la obra se incluye como ornamento del capítulo dedicado a Miranda41. Desde ese momento las historias de la literatura argentina42 adoptan la perspectiva de Rojas e incluyen, sin reparos, poema y autor. Alrededor de 1936, y en relación con los festejos del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Buenos Aires43, se consolida la figura de Luis de Miranda como poeta fundacional de la región, especialmente desde el artículo periodístico de Ismael Moya, «El primer poeta del Río de la Plata: fray Luis de Miranda» (1935), y el libro de Enrique de Gandía, Luis de Miranda, primer poeta del Río de la Plata (1936)44. Más aún, en un volumen que edita la Municipalidad de 39

Cf. Lopreto, 1994, p. 98. Rojas, 1948, p. 101. 41 Rojas, 1948, p. 100. 42 Arrieta, 1958, pp. 15-20; Carilla, 1969, pp. 15-23; Berenguer Carisomo, 1970, pp. 15-16; Orgambide, 1970, pp. 451-452; Canal Feijoo, 1979 [1967], pp. 125-126; Prieto, 2006, pp. 12-15. 43 No se conserva acta de fundación de este primer asentamiento en la región realizado por Pedro de Mendoza. 44 Desarrollo el tema de la inserción de la composición de Miranda en el sistema literario rioplatense en Tieffemberg, 2014. 40

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la Ciudad de Buenos Aires en homenaje al cuarto centenario, también en 1936, Fryda Schultz en el artículo «Tres poetas de la fundación» considera que la verdadera conquista española en la región «no fue la de la espada sino la de la cruz y el idioma», por lo que Luis de Miranda, clérigo y poeta, «mejor que Ulrich Schmidl, [...] pudiera usar el título de Cofundador de Buenos Aires»45. Existe, sin embargo, una manera de establecer la autoría de Miranda sobre el Romance. Si comparamos la carta autógrafa del veinticinco de marzo de 1545 con el poema, vemos que pueden establecerse rasgos estilísticos comunes. Para dar cuenta de la situación provocada por los desordenes políticos en Asunción, Miranda apela al tópico del mundus inversus, que se materializa en estructuras conformadas por lexemas únicos o pequeños grupos de lexemas unidos por parataxis que muestran el orden —político y social— subvertido: (mucha sinjusticia [sic], poca justicia): alborotos, continos; paz, ninguna; libertad, cual la querían; pecados públicos, como en Berbería; los buenos, temerosos; los malos, mandando; a los ‘leales’, llaman amotinadores; a los malhechores, ‘leales’46.

Mientras que, cuando en el Romance se quiere describir la situación de desgobierno de la región, se apela al mismo tópico y al mismo recurso: «más tullido, el que más fuerte, / el más sabio, más perdido, / el más valiente, caído / y hambriento. » [...] Unos, contino, llorando, / por las calles derribados, / otros lamentando, echados / tras los fuegos”47. Por otra parte, este recurso no se utiliza en la Comedia pródiga del homónimo placentino. Poco sabemos de la vida de Luis de Miranda, a tal punto que la síntesis escueta de Lafuente Machain48 parece agotar los datos biográficos confirmados: expedicionario con Mendoza, participó como soldado en el saco de Roma, llegó a la región rioplatense en 1536 y no se tiene noticias de que haya regresado a España ni la fecha cierta de su muerte. Fue capellán en Corpus Christi en 1538, aunque, como indica Torre Revello49, en el asiento que registra la licencia de embarque solamente se refiere que era vecino de Plasencia, y no consta su condición de presbítero ni la nave en que embarcó. 45 46 47 48 49

Schultz, 1936, p. 176. Miranda, Romance, p. 187. Miranda, Romance, p. 182. Lafuente Machain, 1937, p. 397. Torre Revello, 1937, p. 7.

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Fue testigo en varias informaciones50 realizadas en la Asunción, pero la más significativa de aquellas en las que se requirió su testimonio fue la levantada por Álvar Núñez Cabeza de Vaca para dar cuenta al rey de los sucesos ocurridos en 1544, cuando los oficiales reales depusieron su autoridad y lo enviaron preso a España. Este suceso, central en la vida de Miranda, le significó estar dos veces en prisión: la primera, por ser partidario de Cabeza de Vaca, la segunda, por haber sido acusado de intentar provocar un incendio para liberarlo. Las últimas noticias que tenemos de Miranda es que en 1558 obtuvo una licencia para volver a la metrópoli, en la cual se especificaba que tras veintidós años de servir al rey en estas tierras, viejo y enfermo, deseaba retornar a su patria para curarse. Sin embargo, en una carta sin fecha de Martín del Barco Centenera, pero que no puede ser anterior a 1573 —pues Centenera llega a la región en la armada del tercer adelantado, Juan Ortiz de Zárate—, este solicita al Consejo de Indias que aumente el número de eclesiásticos en la diócesis de Asunción y que para ello tenga en cuenta a algunos sacerdotes «doctos y de buena vida y mucho servicio en la tierra»51, entre los que se encuentra Luis de Miranda. Ahora bien, así como los documentos conservados no permiten constatar que el autor del Romance haya desempeñado la labor de poeta, sí permiten entenderlo como un actor social claramente comprometido con el proyecto político que sustentaba Cabeza de Vaca. Y en este sentido, entonces, no sorprende que sus versos —que desde el punto de vista estrictamente literario pueden encuadrarse dentro de los denominados ‘romances noticieros’ como explica María Inés Zaldívar en este mismo volumen—, se encuentren formando parte de un documento que veinticinco años después del enfrentamiento entre ‘leales’ y ‘comuneros’, Francisco Ortiz de Vergara, partidario de los ‘leales’ a Álvar Núñez, enviaba a Juan de Ovando, presidente del Consejo de Indias en ese momento. La inclusión de un discurso literario como validador de un discurso no literario puede constatarse desde los primeros momentos de la expansión52. Al final de la «Verdadera 50

Como se indica en la p. 188 de este mismo volumen, se trata procedimientos jurídicos mediante los cuales se trataba de establecer la verdad de un hecho, especialmente a través de testimonios de testigos presenciales. 51 Centenera, «Carta», p. 159. 52 La vigencia de las preceptivas metropolitanas —en este caso me refiero específicamente a los poemas laudatorios que se incluían como co-texto en las obras del Siglo de Oro— es fácilmente detectable aún en regiones periféricas como la rioplatense. Barco Centenera, por ejemplo, no deja de incluir en su Argentina siete poemas laudatorios al autor y a su obra.

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relación de la conquista del Perú y Provincia del Cuzco» (1534) de Francisco de Jerez se incluye una serie de quintillas dobles dirigidas al emperador, supuestamente compuestas por un hidalgo anónimo que, doliéndose de las afrentas realizadas a la honra del autor, decide salir en su defensa. El editor de la «Relación» indica que Jerez «sería sin lugar a duda el más interesado en defender su honra herida, pero si los elogios llevasen su firma habrían resultado jactanciosos, en tanto que el recurso de ocultarse tras un hidalgo ficticio, que levanta la voz en su defensa otorgaría a sus argumentos un ligero tinte de imparcialidad»53. La inclusión de los versos del Romance al final de un documento oficial, entonces, refuerza por su contenido la petición de un gobernante conocedor de la región, al tiempo que legitima ese mismo pedido por tratarse de un autor identificable y reconocido como hombre de la Iglesia y conquistador viejo. La inclusión del poema al final del documento de Francisco Ortiz de Vergara evidencia, además, que las constelaciones textuales que interactúan adhiriendo a los macro-discursos del anhelo y el hambre responden a dos proyectos políticos contrapuestos en cuanto a la expansión en el espacio rioplatense. Uno de ellos propugnaba el establecimiento de un puerto de transbordo marítimo y fluvial que comunicara la región con la metrópoli, y el otro, dejar los navíos en el estuario y remontar los ríos principales con navíos más ligeros en busca de las riquezas soñadas54.Aún cuando en un primer momento se estableció un puerto de transbordo, muerto Mendoza y ante la disminución del número de españoles y el aumento de información sobre la región debido a las exploraciones, Domingo Martínez de Irala decidió, en 1541, despoblar Buenos Aires y dirigirse a la Asunción, adoptando la segunda estrategia de expansión. Para esa época llegaba el segundo adelantado del Río de la Plata, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, con el propósito —expreso en la capitulación— de continuar con la conquista y descubrimiento de la región según la segunda estrategia de expansión. Sin embargo, la realidad del asentamiento con base en Asunción había modificado las expectativas y la fortaleza adquirida en la organización local determinó que, a comienzos de 1545 y ante el fracaso de una entrada remontando el alto Paraná en busca de metales preciosos, Álvar Núñez fuera derrocado por los partidarios de Irala y enviado preso a España en un navío bautizado «Comuneros». Ahora bien, los textos que surgen a partir de la llegada de la armada de Pedro de Mendoza en 1536 se aglutinan, casi sin excepción, alrededor de las 53 54

Moure, 1987, p. 144. Guérin, 2000, p. 33.

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figuras de Domingo Martínez de Irala o Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en tanto dan apoyo al proyecto político que cada uno representa. De esta manera, se produce una polarización de los textos que pasan a conformar los discursos de las facciones políticas que sostienen a ‘leales’ o a ‘comuneros’: sin lugar a duda puede reconocerse que, desde el Derrotero y viaje a España y las Indias (1567) de Ulrico Schmidl y desde la Argentina (ca. 1612) de Ruy Díaz de Guzmán se reivindica a Irala, mientras que, desde la Relación de Hernando de Rivera (1543), el Romance (ca. 1540) y la «Carta» (1545) de Luis de Miranda, la Relación de las cosas sucedidas en el Río de la Plata (1545) de Pero Hernández y la Argentina (1602) de Martín del Barco Centenera se reivindica, por el contrario, la figura de Álvar Núñez y los ‘leales’. En este sentido, la «Carta» (1556) de Isabel de Guevara no solamente cobra excepcionalidad por tratarse del único documento conservado de la época colonial temprana en el Río de la Plata, que proviene de una mujer, sino porque su autora no adhiere discursivamente a ninguno de los dos bandos. IV. TUMULTUARIOS Levantáronse en este medio tiempo, el uno llamado Pero Fernández y el otro, Alonso Gutiérrez, escribanos, los cuales a muchas personas hicieron creer y entender que todos los que fueron a prender a Álvar Núñez Cabeza de Vaca juntamente con los oficiales reales de Vuestra Majestad son traidores. Pero Díaz del Valle, «Carta», 1543

En el primero de los dos documentos al final del cual se incluye el Romance, Ortiz de Vergara comienza diciendo: Año de mill y quinientos y sesenta salió Nuflo de Chaves de la ciudad de la Asunción, por orden del gobernador, a conquistar y descubrir la tierra de las Amazonas y El Dorado, que dicen. [...] Desembarcaron en los xaries, trescientas y cincuenta leguas de la Asunción y entraron la tierra adentro, descubrieron muncha tierra y buena y de munchos indios labradores55.

En este párrafo encontramos que se alude al discurso utópico que dirige la atención al descubrimiento “de la tierra de las Amazonas y El Dorado”, 55

Miranda, Romance, p. 161.

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aunque poco después se indica que aquello que se descubrió, en realidad, fue “muncha tierra y buena y de munchos indios labradores”, es decir, se alude al proyecto que proponía reforzar las organizaciones locales para lograr un excedente que permitiera tributar con la metrópoli a través del puerto. Pero además, y significativamente, el documento comienza con una datación puntual: “Año de mill y quinientos y sesenta”, al igual que el Romance: “Año de mill y quinientos / que de veinte se decía”56, lo cual permite a Ortiz de Vergara establecer una continuidad temporal entre ambos textos. Más aún, como unos versos después en el Romance se indica que Semejante al mal que lloro cual fue la comunidad, tuvimos otra, en verdad, subsecuente, en las partes del poniente, en el Río de la Plata57.

la continuidad temporal se transforma en política, puesto que el poema también le permite ligar el levantamiento de las comunidades58 en Castilla con el conflicto de ‘leales’ y ‘comuneros’ en el Río de la Plata. De la misma manera, el rechazo de la autoridad ajena a la organización local y la conveniencia, que se expresa en el documento, de un gobernante conocedor de la región por haberla conquistado: «el virrey la dio a don García de Mendoza, su hijo, nombrándolo por gobernador de aquellas provincias, cosa que la ciudad de la Asunción tuvo por grande agravio porque la tierra y descubrimiento era y fue hecho de los conquistadores del Río de la Plata”59, se ve reforzada por los versos finales del Romance, que expresan tanto la necesidad como el deseo de un cambio focalizado en la figura de un gobernante prudente o sabio, entendido como aquel que, conocedor de la situación, sea capaz de llevar a cabo el maridaje entre gobierno, territorio y actores sociales intervinientes: 56

Miranda, Romance, p. 177. Miranda, Romance, p. 178. 58 En 1521 se produce en Villalar la llamada ‘guerra de las Comunidades’ que pone fin, según Pérez, al enfrentamiento de Carlos V con campesinos propietarios que se habían organizado en ‘juntas comuneras’ para protestar por los impuestos excesivos cobrados por la Corona y reclamar una participación más activa de Castilla en las políticas de estado. Tras el enfrentamiento, los tres jefes ‘comuneros’: Francisco Maldonado, Juan de Padilla y Juan Bravo fueron ajusticiados en la plaza del pueblo’ (1977, p. 21-22). 59 Miranda, Romance, p. 162. 57

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Múdenos tan triste suerte dando Dios un buen marido, sabio, fuerte y atrevido a la viuda60.

Y habilitan la posibilidad de que Ortiz de Vergara pueda convertirse en el «marido» esperado, teniendo en cuenta que conocía en profundidad la región rioplatense pues había llegado en 1542 en la armada de Cabeza de Vaca y, elegido por los mismos vecinos en el cabildo de Asunción en 1558, sucedió en el gobierno del Río de la Plata a Gonzalo de Mendoza y permaneció como gobernador hasta 1564, cuando fue depuesto por la Audiencia de Charcas. El enfrentamiento entre ‘leales’ y ‘comuneros’ o tumultuarios, que ya comienza a perfilarse —aún sin particularizar nombre alguno— en el Romance, se describe detalladamente en la carta de 1545, donde Miranda denuncia ante el rey el accionar tiránico de Irala junto con la ausencia de un gobernante prudente, cuya consecuencia directa es una magra cosecha: «mal trillada y peor sembrada tierra, que por esto no nos ha dado Dios su abundante fruto»61. La conquista feminizada que no termina de domesticarse, y se transforma en «manceba», a causa de la inexistencia del marido sabio que ordene el caos a través de la ley: Conquista la más ingrata a su señor, desleal y sin temor, enemiga de marido, que manceba siempre ha sido que no alabo62,

reaparece en la Carta como «la tierra» que, resultado del desgobierno, no acaba de convertirse en labrantía. Así, el espacio, que se constituye desde lo político puesto que se identifica con «la conquista», deviene en el Romance figura femenina a la que se alude de tres maneras diferentes como ‘señora’, ‘manceba’ y ‘viuda’, cuya característica es la de ser una hembra devoradora, «enemiga de marido»: de lo cual resulta que la deslealtad de los ‘comuneros’ hacia el rey se asimila

60 61 62

Miranda, Romance, p. 183. Miranda, «Carta», p. 188. Miranda, Romance, p. 178.

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con la deslealtad de la conquista para con su señor63. Este análisis muestra que, desde la visión de Miranda, el desorden político, causado por una administración alejada de las leyes que emanan de la metrópoli por parte de los ‘comuneros’, debilita las instituciones y desdibuja las redes sociales impidiendo la reproducción de los modelos socioculturales de la península.Y en ese sentido, apoya y sostiene la perspectiva político-institucional de Álvar Núñez. Recordemos que este, —en un intento ilusorio de contrarrestar el fenómeno creciente de la mestización—, propicia la llegada de mujeres españolas para unir en legítimo matrimonio a los conquistadores que habían adoptado la mancebía —o cuñadazgo64— como instrumento para consolidar el espacio rioplatense. Tras el regreso de Cabeza de Vaca a España, se hizo a la mar con destino a la región del Plata la armada de Mencía Calderón, que llevaba un número significativo de doncellas casaderas en sus tres naves. En 1547 se firmaron las capitulaciones por las que Juan de Sanabria se convertía en el nuevo adelantado de la región, y en ellas se especificaba, además, que el adelantado tenía como objetivo fundar una nueva ciudad en la ribera del Plata para continuar la conquista hacia el norte, y llevar en su armada una cantidad importante de familias y mujeres solteras, futuras esposas de los españoles residentes en el Río de la Plata. Ahora bien, la identificación de una ciudad o comarca con una figura femenina es un hecho habitual en la literatura española peninsular65. Ya en el siglo XIV, en el Poema de Alfonso Onceno, explica María Rosa Lida, el rey 63 En Aut. encontramos que el matrimonio en la época era un contrato perteneciente al derecho natural, celebrado por mutuo consentimiento, indisoluble por tratarse de un sacramento, es decir, que involucraba tanto a las instituciones jurídicas como eclesiásticas de la época; mientras que Cov. agrega que la raíz etimológica de ‘matrimonio’ es matre, porque la madre es la que tiene la función de procrear y criar a los hijos hasta que estén en condiciones de ser disciplinados por el padre. Aut nos indica, también, que la manceba era considerada fuera de las instituciones, por lo que el hombre casado que tenía relaciones con una de ellas era penado por ley, mientras que la viuda era beneficiada por el estado con una renta según los bienes del matrimonio, y por decreto, tenía permiso para volver a casarse después de un lapso corto de haber alcanzado tal condición. 64 Como explican Fradkin y Garavaglia (2010, p. 18) «los indios entregan a sus mujeres en señal de reconocimiento de esa alianza (como tradicionalmente lo hacían) [...] Esas mujeres que los españoles comienzan a acumular [...] representan en realidad una acumulación de trabajo vivo, no solo porque ellas mismas trabajan para los europeos, [...] sino también porque estas mujeres son además la vía de acceso a la fuerza de trabajo de sus parientes masculinos, padres y hermanos, tradicionalmente obligados a ayudar a yernos y cuñados». Cf. Seckel en este mismo volumen. 65 Cf. M. Zaldívar en este mismo volumen y su referencia al romancero español.

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de Castilla se refiere a la ciudad de Algeciras como una hermosa doncella a la que se pretende conquistar66. Pero resulta aún más interesante que en una obra de Quevedo, La hora de todos y la fortuna con seso, se prevenga «a los holandeses que sueñan con apoderarse de la colonia: “Pues advertid que América es una ramera rica y hermosa, y pues que fue adúltera a sus esposos, no será leal a sus rufianes”67». Esta comparación de la ciudad o región con la virgen, la casada leal o la adúltera es de neta filiación bíblica y remite al adulterio como pecado capital según la ley de Moisés, sobre todo en los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel68. Sin embargo, la ‘manceba desleal’, imagen tradicional del Antiguo Testamento, es refundida por Luis de Miranda, afirma Lida, con otra figura femenina tomada de El Libro de Tobías69, un texto apócrifo muy popular en la época: se trata de Sara, «doncella de muchos maridos que mueren al desposarla, hasta que, guiado por el arcángel Rafael, llega el varón justo que logra las bodas»70. V. EL CASTIGO Y sentóse don Pedro en una silla a la orilla de la mar y los de la guarda, que éramos sesenta, hicimos una calle desde don Pedro a la tienda, y estando así dijo don Pedro: «Llama al maese de campo», y llamáronlo, el cual venía almorzando una presa de gallina y un poco de bizcocho. Juan Pacheco, Autos del juicio, 1541

Si bien la mayoría de los textos tempranos rioplatenses refieren la ejecución y muerte del maestre de campo, Joan Osorio, el Romance de Luis de Miranda es el primer texto literario de la cronística regional que establece una relación directa de causa/consecuencia entre el hambre padecida por la armada de Pedro de Mendoza y la muerte de Osorio. El 3 diciembre de 1535, en las costas de Río de Janeiro donde la armada había aportado 66

Lida, 1972, pp. 166-167. Lida, 1972, p. 167. 68 Lida, 1972, p. 167. 69 El Libro de Tobías, escrito probablemente en el siglo III a. C., es una parábola sobre el amor y la lealtad a Dios, representada por el anciano Tobías, su esposa Ana, su hijo Tobías, Sara, futura esposa del joven y el Arcángel Rafael. Narra la historia de Sara, quien se había casado con siete hermanos, muertos en la noche de bodas por el demonio Asmodeo. Francisco Varo lo considera una ‘novela ejemplar’ (2002, p. 156). 70 Lida, 1972, p. 168. 67

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en su derrotero hacia el Río de la Plata, Juan de Ayolas, alguacil mayor de Pedro de Mendoza, Juan de Salazar y Espinosa, Pedro de Luján y Galaz de Medrano, sus capitanes, convencieron al adelantado de que el maestre de campo, Joan Osorio, quería amotinarse, por lo cual, y después de un proceso criminal secreto, fue ejecutado a plena luz del día. Despreocupado y vestido de gala, llegó Osorio a su propia ejecución. El juicio que siguió su padre, Juan Vázquez Orejón, para restablecer la honra de su hijo, recabó una gran cantidad de testimonios que hoy nos permiten acceder a detalles de la vida cotidiana de la armada. El texto de la sentencia contra Osorio dictada por Pedro de Mendoza es uno de ellos, allí Mendoza parece buscar la justificación del hecho en la enfermedad que padecía y por la cual había debido pasar los dieciocho meses anteriores a la ejecución guardando cama, a lo que se sumaba la gravedad de la acusación, de lo que había resultado un proceso secreto para evitar que el acusado pudiera evadirse71. Ulrico Schmidl, cuya crónica se escribe muy cercana a los hechos y es contemporánea del Romance —si convenimos en su génesis temprana—, refiere la muerte de Osorio haciendo hincapié en calumnias, delaciones e injusticias pero sin implicancias ulteriores: «se le ha dado muerte injustamente, ello bien lo sabe Dios; éste le sea clemente y misericordioso»72, pues, si bien narra poco después que «la gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez», y que debieron recurrir a la ingesta de caballos, ratas, víboras, cueros e incluso cuerpos de ajusticiados73, la descripción del hambre no se coloca en lugar destacado con respecto a otros sucesos ni entra en diálogo específico con secuencias posteriores del relato. Por el contrario, Barco Centenera, que conocía a Miranda y escribe medio siglo después de ocurrida la ejecución, indica que «Salazar con otros se ha juntado / y a Joan Osorio dan de puñaladas, / invidia y cobardía lo han causado / por ser las obras de él tan señaladas, / a don Pedro hicieron que creyese / que le iba en esta muerte el interese»74, y unas octavas más adelante liga —a través de un discurso diferido— el hambre con la muerte del maestre de campo: «fue causa, según dicen, esta muerte/tan fuera de razón, contra justicia, /del funesto suceso, horrible y fuerte/del pobre de don Pedro y su milicia»75. Defensor de un proyecto político diferente, Ruy Díaz de 71 72 73 74 75

Mendoza, «Proceso criminal», p. 28. Schmidl, Derrotero y viaje, p. 36. Schmidl, Derrotero y viaje, p. 41. Barco Centenera, Argentina, p. 102. Barco Centenera, Argentina, p. 103.

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Guzmán, realiza, sin embargo, un relato similar al de Centenera: «Todos los presentes sintieron en el alma la muerte de tan principal y honrado caballero, quedando tristes y desconsolados, particularmente sus deudos y amigos. [...] De cuya muerte sobrevinieron, por castigo de Dios, grandes guerras, muchas desgracias y muertes»76. En la constelación de textos rioplatenses que interaccionan a través del macro-discurso del hambre será el poema de Luis de Miranda el primero que trasmita por escrito —en su calidad de romance y por tanto fuertemente ligado a la oralidad— lo que probablemente circulaba de boca en boca entre sus compañeros en cuanto a la responsabilidad de Mendoza: Y comenzó la traidora tan a ciegas y siniestro, que luego mat[ilegible] el maestro que tenía: Joan Osorio se decía el valiente capitán, Joan de Ayolas y Luján y Medrano. Salazar por cuya mano tanto mal nos sucedió. Dios haya quien lo mandó tan sin tiento, tan sin ley y fundamento, con tan sobrado temor, con tanta invidia y rencor y cobardía77.

El Romance denuncia la muerte de Joan Osorio y señala al responsable de manera progresiva puesto que, primero, lo atribuye a «la traidora», es decir, a la conquista —fémina indómita como hemos visto—, y después focaliza en Juan de Salazar y Espinosa el brazo ejecutor, pero inmediatamente desplaza la responsabilidad de lo ocurrido hacia el que dio la orden: «Dios haya quien lo mandó». En contraste con la puntualización de los nombres de los cuatro hombres que participaron en la ejecución —Ayolas, Luján, Medrano y Salazar—, se denuncia a Pedro de Mendoza sin nombrarlo. Hacia el final del poema Miranda refuerza esta idea poniendo la denuncia en 76 77

Díaz de Guzmán, Argentina, p. 132. Miranda, Romance, p. 179.

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boca del pueblo: «decían: “Nuestro general / ha causado aqueste mal”»78, mientras que califica el desempeño de Mendoza muy lejos de las competencias del gobernante prudente: teñido de irracionalidad, envidia79, rencor y cobardía80. Así como Miranda fija en 1520 el conflicto metropolitano de los ‘comuneros’ que contaminó toda Castilla, de la misma manera fija en el momento de la ejecución de Osorio —resultado de la incapacidad de Mendoza como gobernante— el comienzo de los «trabajos, hambres y afanes» que involucraron tanto a soldados como a capitanes: En punto desde aquel día todo fue de mal en mal, la gente y el general y capitanes. Trabajos, hambres y afanes nunca nos faltó en la tierra y así nos hizo la guerra la cruel81.

Por otro lado, es significativo que este texto, considerado por la crítica especializada el primer canto a la ciudad de Buenos Aires, nunca se refiere a esta por su nombre, ni como ciudad ni como puerto, sino como «asiento»: Frontero de Sant Gabriel a do se hizo el asiento, allí fue el enterramiento del armada82.

Este «asiento» no solamente no queda registrado por su nombre, sino que se lo identifica como el lugar ubicado frente a la isla de San Gabriel donde Mendoza tomó juramento de fidelidad a sus expedicionarios —pro78

Miranda, Romance, p. 183. Sentimiento propio del vulgo, según uno de los ejemplos que registra Aut.: «siempre el pueblo aborreció a los virtuosos». 80 A lo largo de las crónicas coloniales se suceden los reclamos por la presencia de ‘buenos gobernantes’ o ‘gobernantes prudentes’. La prudencia o sabiduría práctica era para Aristóteles una virtud propia de la parte racional del alma que dotaba de la capacidad de tomar decisiones a partir de la reflexión, mientras que para Platón era una las más importantes de las cuatro virtudes del estado perfecto y consistía en la armonía del arte de gobernar y ser gobernado. 81 Miranda, Romance, p. 179. 82 Miranda, Romance, p. 180. 79

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bablemente un lugar de mayor jerarquía en el imaginario de la hueste en ese momento—, además se lo recuerda por ser la tumba o ‘enterramiento’ de esos mismos expedicionarios, como se especifica en las estrofas siguientes: Cosa jamás no pensada, que cuando no nos catamos, de dos mill aun no quedamos en docientos. Por los malos tratamientos munchos buenos acabaron y otros los indios mataron en un punto83.

La disminución progresiva de los integrantes de la armada de Mendoza («de dos mil aun no quedamos/en docientos») se registra también en la «Carta» que Isabel de Guevara, expedicionaria con Mendoza, escribe veinte años después, en 1556, recordando el primer asentamiento: «Y como la armada llegase al Puerto de Buenos Aires con mil e quinientos hombres y les faltase el bastimento, fue tamaña la hambre, que a cabo de tres meses murieron los mil»84. No deja de ser significativo que el hambre, si bien se coloca como el flagelo principal, no es la única causa de muerte: Miranda, aunque no especifique los actores, alude a «los malos tratamientos» por los que «munchos buenos acabaron», mientras que «otros los indios mataron». Es decir, los vocablos ‘munchos’ y ‘otros’ indican que —en la perspectiva de Miranda— son los propios españoles y no los indígenas quienes provocan la disminución mayor en las filas de los expedicionarios. El Romance, como texto político, sigue denunciado de manera velada el accionar de los ‘comuneros’ como enemigo interno. Ulrico Schmidl, por el contrario, relata que tras un mes de asedio indígena, cuando los querandíes, guaraníes, charrúas y chaná-timbúes ponen cerco a la primera Buenos Aires impidiendo el aprovisionamiento de agua y alimentos, Ayolas —por orden de Mendoza— hace alarde y encuentra que la tropa ha disminuido de dos mil quinientos a seiscientos cincuenta hombres85, pero no menciona desavenencia alguna entre los expedicionarios.

83 84 85

Miranda, Romance, p. 180. Guevara, «Carta», p. 208. Schmidl, Derrotero y viaje, p. 44.

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VI. JERUSALÉN EN EL PLATA Vees las sacras reliquias y ruina de la ciudad por Tito desolada do el Autor de la vida escarnecido a vergonzosa muerte fue traído. Alonso de Ercilla, La Araucana, 1569

El Romance se estructura en tres grandes bloques de sentido. El primero está conformado por los sesenta y cinco versos iniciales donde Miranda asimila un conflicto metropolitano con un conflicto local, y liga el hambre con la idea de castigo divino por la muerte de Osorio, responsabilizando a Pedro de Mendoza por su incapacidad para imponer el orden en una empresa de conquista que, feminizada, se evade de la ley del matrimonio y prefiere la anomia de la mancebía. El segundo bloque de sentido, que ocupa los cincuenta y cinco versos siguientes, está dedicado a describir los efectos del hambre y a reforzar la relación causa/efecto con el castigo divino. Y lo que más que aquesto junto nos causó ruina tamaña, fue la hambre más estraña que se vio86.

El hambre padecida, que se connota como ‘extraño’ y remite al significado de ‘singular y extraordinario’ que el vocablo tenía en la época (Cov.), condensa su singularidad en cuatro tópicos, presentes en toda la cronística rioplatense87: el de la ración de harinas que recibía la soldadesca, La ración que allí se dio de harina y de bizcocho fueron seis onzas u ocho, mal pesadas88.

escasísima si consideramos que cada onza equivalía a doscientos ochenta y siete decigramos, más aún, la expresión «por onzas» que registra Aut. indica que a la persona que estaba muy delgada se le decía «parece que le dan de comer por onzas». La escasez de comida deriva en el segundo tópico regis86 87 88

Miranda, Romance, p. 180. Miranda, Romance, pp. 180-181. Miranda, Romance, p. 181.

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trado por el poema, que es el hecho de considerar alimentos aquellos elementos que no lo son —o no lo eran previo a la hambruna—, como cardos, estiércol e incluso, heces humanas: Las viandas más usadas eran cardos que buscaban y aun estos no los hallaban todas veces. El estiércol y las heces que algunos no digirían munchos tristes lo comían, que era espanto89.

La escasez de comida provoca una degradación progresiva de los individuos, mientras que la carencia absoluta de ella los coloca en el límite de la condición humana: la antropofagia, tercer tópico desarrollado por el poema: Allegó la cosa a tanto que, como en Jerusalem, la carne de hombre también la comieron. Las cosas que allí se vieron no se han visto en escritura: comer la propria asadura de su hermano90.

que Miranda relaciona con el cerco de Jerusalén y que, sin registrar nombres, focaliza en un episodio relatado de manera similar por otras crónicas de la época donde se describe cómo un soldado, llamado Baitos, ingiere parte de un cadáver, que resulta ser su hermano en algunas reescrituras y en otras, un amigo cercano91, es decir que se suma a la antropofagia, la falta al amor filial. Manuel Mujica Láinez a mediados del siglo XX recrea la situación en Misteriosa Buenos Aires: «El viento esparce el hedor de los ahorcados. Baitos abre los ojos y se pasa la lengua sobre los labios deformes. ¡Los ahorcados!»92.

89

Miranda, Romance, p. 181. Miranda, Romance, p. 181. 91 «Y tal vez hubo hombre que mató a su compañero para sustentarse, al cual yo conocí y se llamaba Baitos» (Díaz de Guzmán, Argentina, pp. 146-147). 92 Mujica Láinez, 2006, p. 12. 90

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Esta comparación entre el hambre sufrido a causa del asedio indígena con el hambre padecida por los habitantes de Jerusalén, cuando fue sitiada por los romanos en el año 7093, es un tópico netamente peninsular, derivado del relato que realiza Flavio Josefo94 en De bello Iudaico, más conocido como La destrucción de Jerusalén95, entre el 75 y el 79 de nuestra era. Aunque la trasmisión del símil hasta América no ha podido reconstruirse, no puede descartarse la presencia en alguna biblioteca colonial de la obra de Josefo, o tal vez la de algunas de sus versiones, como la Historia del noble Vespasiano que Bernal Díaz del Castillo aseguraba haber leído, o la Silva de varia lección de Pero Mexía, elogiada por Gonzalo Fernández de Oviedo96. La extraordinaria difusión que tuvo el relato de Josefo en la península me interesa especialmente por dos razones: por un lado, porque el saco de Roma, cuando la sede de la cristiandad fue cercada y arrasada en 1527, revitalizó el recuerdo del asedio y saqueo de la otra ciudad santa, Jerusalén, en época muy cercana a la llegada de la armada mendocina al Río de la Plata; y por otro, porque la caída de ambas ciudades se consideró el resultado esperable por los pecados cometidos. La interpretación de la destrucción de Jerusalén como castigo divino fue adoptada por los Padres de la Iglesia y adquirió en la obra de fray Luis de Granada, Introducción del símbolo de la fe, el valor de prueba histórica de la divinidad de Cristo cuya fuente directa fue el texto de Flavio Josefo97. El último tópico presente en el Romance es la descripción de los cuerpos estragados por el hambre: Almas puestas en tormento era vernos, cierto, a todos, 93 Cuando Vespasiano llegó a emperador de Roma en el 70 d. C., encomendó a su hijo Tito sofocar el violento levantamiento que, desde hacía cuatro años, se desarrollaba en Judea. Tito llegó a Jerusalén, núcleo del conflicto, al frente de cuatro legiones compuestas por alrededor de 60. 000 hombres, y tomó la ciudad —fortificada por tres murallas—, tras un asedio de cinco meses que culminó con la destrucción del Templo mayor. Aparentemente debido a un error estratégico se destruyeron los depósitos de grano de la ciudad, por lo que el hambre derivó en asesinatos y antropofagia. 94 Flavio Josefo (37-ca. 100) historiador y militar judío, perteneció a una familia de sacerdotes y aun cuando estuvo al frente de la defensa de Galilea al comienzo de la guerra con los romanos, debió capitular y obtuvo el perdón de Tito, y se convirtió en su aliado. La guerra de judíos, escrita en arameo y luego traducida al griego, es el registro más acabado del asedio y destrucción de Jerusalén. 95 Lida, 1972, p. 15. 96 Lida, 1972, pp. 180-181. 97 Lida, 1972, p. 34.

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de mill maneras y modos y apenando. Unos, contino, llorando, por las calles derribados, otros lamentando, echados tras los fuegos, del humo y ceniza ciegos y flacos, descoloridos, otros de desfallescidos, tartamudos, otros del todo ya mudos que el huelgo echar no podían98.

El hambre convierte ese espacio, en la percepción de Miranda, en un lugar infernal donde transitan los expedicionarios con la palidez que anuncia la muerte, privados incluso del huelgo, es decir, del aliento. El texto vuelve a hacer hincapié en este pasaje en la idea de la caída como castigo por la soberbia, especialmente a través del vocablo ‘derribar’, también presente en los versos anteriores: A todos nos derribaste la soberbia por tal modo, que era nuestra cara y lodo, todo uno99.

Estos cuatro tópicos que connotan el discurso del hambre se registran — aunque no siempre en forma completa—, en todos los textos que conforman esta constelación, tanto en los contemporáneos al Romance, como en otros, muy posteriores. En la «Relación» de 1535 Gregorio de Acosta recuerda el mal consejo seguido por el adelantado, que derivó en la muerte de Osorio en estos términos: «castigólo Dios su soberbia [...] y fue con una grande hambre como la de Jerusalén y mayor pues se comieron muchos hombres unos a otros»100; mientras que Ruy Díaz de Guzmán, casi un siglo después, registra —con notable similitud— información puntualizada por Miranda: Con los cuales sucesos y hambre que sobrevino estaba la gente muy triste y desconsolada, llegando a tanto extremo la falta de comida que había, que solo se 98

Miranda, Romance, p. 182. Miranda, Romance, p. 182. 100 Acosta, «Relación», p. 176. 99

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daba ración de seis onzas de harina, y esa podrida y mal pesada [...]. En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre porque, faltándoles totalmente la ración, comían sapos, culebras y las carnes podridas que hallaban en los campos, de tal manera que los excrementos de los unos comían los otros, viniendo a tanto extremo de hambre como en el tiempo que Tito y Vespasiano tuvieron cercada a Jerusalén: comieron carne humana. Así sucedió a esta miserable gente porque los vivos se sustentaban de la carne de los que morían y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarles más de los huesos.Y tal vez hubo que un hermano sacó las asaduras y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse con ellas101.

Dentro del conjunto de textos que conforman esta constelación, es en la Argentina de Martín del Barco Centenera donde encontramos una interacción más estrecha con el Romance en cuanto al macro-discurso del hambre. Ahora bien, Miranda describe a los que morían por hambre como «los tristes» que «morían rabiando»: esta utilización del verbo rabiar parece ser propia de Miranda pues, en las crónicas de la época la expresión aludía a un significado muy diferente, la muerte causada por el envenenamiento de las flechas indígenas102. Sin embargo, Barco Centenera utiliza la misma expresión con el mismo significado: «comienzan a morir todos rabiando, / los rostros y los ojos consumidos»103. Más aún, realiza un uso intensivo del lexema: empleado como adjetivo, «es hambre enfermedad, la más rabiosa»104, o como sustantivo cuando relata el caso de antropofagia: «y el rabioso / que vivo está, le saca los livianos / y bofes y asadura»105, o como personificación de la muerte por hambre a la que denomina «la rabiosa»106. Incluso el sustantivo rabia reemplaza a hambre en las octavas en las que describe cómo algunos soldados, «forzados» «de su rabia y fuertes ganas», ingieren sapos y escuerzos, y elogian su sabor107. Pero, además, la interacción entre la Argentina de Martín del Barco Centenera y el Romance de Luis de Miranda a través del macro-discurso del hambre me permite volver sobre las complejidades de este discurso, pues Barco Centenera retoma los tópicos que caracterizan el hambre propuestos 101

Díaz de Guzmán, Argentina, p. 146 (énfasis mío). Por ejemplo, «los más murieron rabiando de aquella venenosa yerba» (Díaz de Guzmán, Argentina, p. 334). 103 Barco Centenera, Argentina, p. 105. 104 Barco Centenera, Argentina, p. 105. 105 Barco Centenera, Argentina, p. 105. 106 Barco Centenera, Argentina, p. 190. 107 Barco Centenera, Argentina, p. 162. 102

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por Miranda, pero los reescribe en el Canto IX de su texto en relación con «la grande hambre de la isla de Santa Catalina»108 que sufre la armada del tercer adelantado de la región, Juan Ortiz de Zárate, casi cuarenta años más tarde. Más aún, Centenera reescribe el acto de antropofagia como si él mismo hubiera sido testigo presencial, utilizando vocablos muy similares a los utilizados por Miranda. De esta manera, la expresión «Allegó la cosa a tanto» del Romance, se transforma en: La cosa a tal extremo hubo llegado, que carne humana vi que se comía, hambre canina fuerza allí a un soldado, pensando que su hecho nadie vía, las tripas le sacara a un horcado, y al medio del cocer se las comía109.

Hemos visto hasta aquí las diversas mutaciones retóricas del macro-discurso del hambre y sus adaptaciones situacionales según destinadores y destinatarios intervinientes, pero ¿qué ocurre con el macro-discurso del anhelo? Los primeros versos del Romance nos acercan a la única enunciación desde la primera persona y a la única mención del oro: por los malos, digo yo, comuneros, que los buenos caballeros quedaron tan señalados, afinados y acendrados como el oro110.

En esta breve secuencia encontramos que el yo poético transforma las diferencias políticas en diferencias morales: irreconciliables como el bien y el mal, ‘comuneros’ y caballeros se definen por oposición y de esa oposición se desprende que en la conquista del Río de la Plata la única riqueza posible es la lealtad. Si en la carta de Luis Ramírez el oro debía buscarse en un lugar oculto remontando el Paraná, veinte años después, en el Romance de Luis de Miranda, el oro está mucho más cercano y mucho más lejano a la vez, pues se encuentra en los inaccesibles parajes del alma humana.

108 109 110

Barco Centenera, Argentina, p. 153. Barco Centenera, Argentina, p. 163. Miranda, Romance, p. 177-178.

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EL ROMANCE ELEGÍACO EN EL CONTEXTO DE LOS ROMANCES ESPAÑOLES E HISPANOAMERICANOS DE LA ÉPOCA María Inés Zaldívar Ovalle Pontificia Universidad Católica de Chile

La historia crítica ha determinado que a partir del siglo XV se denomina romance a un tipo de creación literaria española que recoge expresiones del siglo anterior (y seguro de antes también), que combinan oralidad y escritura a través de una narración que puede ser de variados temas. Este cantar y contar denominado ‘romancero’, tal como afirma Paloma Díaz Más, «no es más que un tipo de poesía narrativa de origen medieval que existe o ha existido en prácticamente todas las culturas europeas y que se conoce bajo el nombre genérico de ‘balada’»1, que primero se cantó, recitó, y memorizó, y más tarde se vertió sobre papel —casi siempre el menos costoso de la época— muchas veces disperso. Por otra parte también sabemos, tal como afirma Alan Deyermond, que la «tradición romancística hispánica es poco común por su calidad, su amplia aceptación social, su larga vida y su influencia en otros géneros literarios»2 y que, dentro del contexto europeo, es el ‘ejemplo supremo’ del género.

1 2

Díaz Más, 2008, p. 115. Deyermond, 1980, p. 255.

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I. ROMANCE, LENGUA VERNÁCULA Y MÁS En materia de definiciones, la palabra «romance» da cuenta de la lengua vernácula, pues tal como se lee en Covarrubias: «Este nombre es genérico a la lengua toscana, a la francesa y a la española, por cuanto estas tres derivaron de la pureza de la lengua latina, la cual los romanos, como vencedores, introdujeron en estas provincias». Si buscando una actualización del vocablo acudimos al Diccionario de la Real Academia Española, nos encontraremos con una serie de acepciones que resultan interesantes de mencionar. De las ocho que aparecen, las dos primeras aluden directamente a la definición de Covarrubias, de la tercera a la sexta se alude a lo literario (3. «Novela o libro de caballerías, en prosa o en verso; 4. Combinación métrica de origen español que consiste en repetir al fin de todos los versos pares una misma asonancia y en no dar a los impares rima de ninguna especie. 5. Romance de versos octosílabos. 6. Composición poética escrita en romance») y, finalmente, la séptima y octava se relacionan con conductas humanas: «Relación amorosa pasajera» y «Excusas, bachillerías. Venirle con romances». Certificamos entonces que, de las ocho acepciones, solo la cuarta y quinta definirían, según nuestros propósitos, la forma literaria que nos convoca, pero podría resultar productivo no olvidar que en las últimas se alude directamente a una experiencia de amor poco perdurable y en la utilización del lenguaje como una sutil manera de engañar a otros. De la misma manera sería interesante poner atención a lo que estipula Covarrubias para cerrar su definición, aquello de que «los romanos, como vencedores, introdujeron [la lengua latina] en estas provincias», pues nuevamente se define el romance en relación a una conducta, en este caso a la represión, que difícilmente puede no ser violenta3. Por otra parte, en materia de clasificaciones y acogiéndonos a las que Deyermond propone sobre la materia, asumiremos que los variados temas que recogen las letras de los romances europeos podrían agruparse funda3

En el recomendable «Estudio preliminar» de la edición del Romancero de Rodríguez-Puértolas puede leerse al respecto: «La palabra romance deriva del latín vulgar de romanice, esto es, ‘en lengua vernácula’; en los siglos XIII-XIV aparece como romanz o romançe para significar obra literaria en lengua vernácula, no en latín (así, en el Poema de Mío Cid, en el Libro de Apolonio, en Gonzalo de Berceo, en las Siete Partidas, de Alfonso el Sabio, en el Libro de Buen Amor). Para la segunda mitad del siglo XV, romance ya significa lo mismo que hoy, y Romancero, por analogía con cancionero, surge, finalmente, para indicar una colección de romances o el conjunto de los romances castellanos o de otra comunidad específica» (1992, p. 5).

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mentalmente en tres: «‘históricos’ (nacidos directamente al arrimo de un suceso histórico), ‘épicos y literarios’ (procedentes de un cantar de gesta o de otra fuente ya elaborada literariamente, aunque versen sobre algún motivo con realidad histórica) y ‘novelescos o de aventuras’ (a menudo vinculados a un inmenso repertorio internacional de leyendas y relatos emocionantes)». Según el autor, solo es posible identificar alguna datación en el caso de los romances históricos debido a que, al ser creados por un propósito inmediato, casi siempre de índole política, puede suponerse que se compusieron, justamente, «al calor del hecho histórico a que se refieren»4. Así las cosas y llevando el agua a nuestro molino, esta afirmación se enlazaría muy directamente con la creación del Romance elegíaco de Luis de Miranda puesto que, tal como explica Tieffemberg en este mismo volumen5, su gestación es producto de un horizonte socio-político particular en la región rioplatense. Por otra parte, respaldándose en indicios textuales, Gladys Lopreto aventura una fecha de escritura del romance compartida también por Tieffemberg, al afirmar que «la parte más central y extensa sería de 1537»6. Desde la Historia de la literatura argentina de Ricardo Rojas y bajo el capítulo «Primeras Crónicas del Plata», se menciona el Romance elegíaco como «octosílabos de pie quebrado, un tanto semejantes a los de Manrique, [que] forman esa canción donde trasciende la congoja de la ciudad destruida, la memoria del largo sitio, las hambres y dolores padecidos en la siniestra fundación»7. Rojas destaca a Luis de Miranda como un esforzado clérigo que estuvo entre los fundadores de la región y que oficiaba «como los obispos de la edad media, [que] eran prelados y guerreros»8. Para este crítico el romance podría considerarse una especie de crónica versificada9, pero llama

4

Deyermond, 1980, p. 255. Tieffemberg, p. 20. 6 Lopreto, 1994, p. 89. 7 Rojas, 1948, p. 92. 8 Rojas, 1948, p. 92. 9 En el mismo sentido que Rojas, para Torre Revello el poema «recuerda, aunque vagamente, las coplas famosas de Jorge Manrique», pero se trata de «una simple crónica rimada» (1937, p. 164); también Carilla sostiene que se trata de una crónica en verso «con algunas vagas reminiscencias» de las coplas de Manrique, especialmente con respecto al ritmo (1968, p. 116), mientras que para Caillet-Bois, los versos de Miranda son coplas cuya tosquedad las relega al margen de la literatura (1958, p. 16) y, para Canal Feijoo, sencillamente componen «una crónica rimada de un versificador desmañado» (1979 [1967], p. 126). 5

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la atención y es útil para nuestros propósitos rescatar esta otra afirmación: «Su fondo de verdad y de realismo, se acomoda muy bien, sin embargo, a la índole de los romances castizos»10. II. ROMANCE ELEGÍACO, CAMINO A LA PENÍNSULA Al igual que los romances españoles «nacidos directamente al arrimo de un suceso histórico», el de este «esforzado clérigo español» surge de sus peripecias en tierras indianas a propósito de las expediciones para la conquista del Río de la Plata, las cuales estuvieron marcadas previamente por el oscuro ajusticiamiento y muerte del gentil y respetado Joan Osorio en diciembre de 1535, en las costas de Río de Janeiro. Según indica Tieffemberg en este mismo volumen, este hecho, tal como se explicita en el poema, habría generado un discurso justificador de las desgracias y sinsabores que de ahora en adelante viviría la armada mendocina11: En punto desde aquel día todo fue de mal en mal, la gente y el general y capitanes. Trabajos, hambres y afanes nunca nos faltó en la tierra y así nos hizo la guerra la cruel12.

Miradas así las cosas, el Romance elegíaco tiene una sustentación histórica indiscutible, y es aquella que da cuenta del fracaso de las incursiones en la región, tanto a través de la mención del intento del primer adelantado, como del relato de la desafortunada incursión del segundo, Álvar Núñez Cabeza de Vaca —por quien el clérigo toma partido—, frente a las disputas intestinas capitaneadas por Domingo Martínez de Irala. Miranda es testigo de la experiencia límite que supone este segundo intento de conquista que los lleva a vivir: «Cosa jamás no pensada», puesto que además de la terrible

10

Rojas, 1948, p. 97. Tieffemberg, p. 29. 12 Miranda, Romance, p. 179. Las citas del texto de Miranda de aquí en adelante remiten a la edición de este mismo volumen. 11

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mortandad que de dos mil soldados los reduce a doscientos, «fue la hambre más estraña / que se vio» lo que aumenta la debacle: Las viandas más usadas eran cardos que buscaban y aun estos no los hallaban todas veces. El estiércol y las heces que algunos no digirían munchos tristes lo comían, que era espanto13.

Y el espanto continúa pues: «Allegó la cosa a tanto / que, como en Jerusalem, / la carne de hombre también / la comieron». Luego el hablante insiste en que no solo se trata de canibalismo, puesto que: «Las cosas que allí se vieron / no se han visto en escritura: / comer la propria asadura / de su hermano» y, ante lo sucedido, el castigo del cielo es implacable frente a la conducta de los españoles: ¡Oh juicio soberano que notó nuestra avaricia y vio la recta justicia que allí obraste! A todos nos derribaste la soberbia por tal modo, que era nuestra cara y lodo, todo uno. Pocos fueron o ninguno que no se viese citado, sentenciado y emplazado de la muerte; más tullido, el que más fuerte, el más sabio, más perdido, el más valiente, caído y hambriento. Almas puestas en tormento era vernos, cierto, a todos,

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Miranda, Romance, p. 181.

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de mill maneras y modos y apenando14.

Aparte de esta precisa referencia histórica que conecta el poema de Miranda con los romances viejos españoles, el camino textual lo liga nuevamente en forma directa con la península: Año de mill y quinientos que de veinte se decía, cuando fue la gran porfía en Castilla, sin quedar ciudad ni villa, que a todas inficionó por los malos, digo yo, ‘comuneros’, que los buenos caballeros quedaron tan señalados afinados y acendrados como el oro15.

Como la crítica contemporánea ya lo ha señalado, se puede apreciar entre los versos uno y doce una referencia explícita a la guerra de las comunidades de Castilla (1520-1522). Sofía Carrizo Rueda hace la conexión entre el Romance de Miranda y el poema de Juan Del Encina conocido como las Coplas sobre el año de quinientos y veynte y uno, una composición menor que fue recogida al final de un manuscrito del Viaje a Jerusalem16. El texto de Encina refiere el levantamiento de los ‘comuneros’ castellanos y la feroz hambruna que Castilla sufre durante ese año 1521. En un tono aleccionador, moralizante, y utilizando el retrato del mundo al revés, se establece que el hambre sufrida es un castigo divino por el levantamiento de los ‘comuneros’ frente a la autoridad imperial. Tal actitud se lee como una

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Miranda, Romance, p. 182. Miranda, Romance, p. 177-178. 16 Carrizo Rueda, 2005, pp. 325-332. En este artículo, sin duda el mejor análisis retórico-literario junto con el de Curia (1987), Carrizo Rueda explica que Miranda, desde sus cuartetas octosilábicas de pie quebrado, practicó la imitatio respecto a la fuente de Juan del Encina (que recurre a coplas reales con el tipo de rima abaab:ccddc), y que gracias a un esquema métrico diferente y a la utilización de prácticas retóricas como la abreviatio, «logró una condensación cuya fuerza comunicativa supera a la de su modelo» (p. 331). 15

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deslealtad de estos frente al emperador Carlos V y por lo tanto frente a Dios. En este mundo al revés también se llega a la antropofagia e incluso, al igual que en nuestro texto, se profanan lazos de sangre debido a que el esforzado cultivo de la tierra no produce frutos aunque los hombres trabajen como animales. Por otro lado, a partir del verso trece el Romance de Miranda, mediante un gesto comparativo, alude en forma directa a lo sucedido en tierras del Nuevo Mundo: Semejante al mal que lloro cual fue la comunidad, tuvimos otra, en verdad, subsecuente, en las partes del poniente, en el Río de la Plata17.

Carrizo Rueda, además, establece una serie de coincidencias entre ambos textos que se manifiestan, tanto en la sustancia del contenido, como en el ordenamiento. Estas son: la hambruna como castigo divino frente a la deslealtad, la antropofagia como práctica de sobrevivencia y la presencia de hechos y situaciones de la vida cotidiana. Destaca en el texto de Miranda la presencia de la imagen de una mujer que «manceba siempre ha sido», usada como metáfora de la indómita tierra inconquistable: Conquista la más ingrata a su señor, desleal y sin temor, enemiga de marido, que manceba siempre ha sido que no alabo, cual los principios el cabo aquesto ha tenido cierto, que seis maridos ha muerto la señora.

Mientras en Encina la imagen de la mujer aparece dispersa entre los ‘comuneros’ y la tierra, en Miranda esta mujer/territorio presenta particulares connotaciones reunidas en la viuda terrible de quien habría que librarse a

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Miranda, Romance, p. 178.

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través de un marido que la enderece: «Múdenos tan triste suerte / dando Dios un buen marido, / sabio, fuerte y atrevido / a la viuda». Ahora bien, atendiendo lo dicho con anterioridad y utilizando las palabras de Ricardo Rojas en el sentido de que este texto posee «la índole de los romances castizos», surge la pregunta que estructura la siguiente reflexión: ¿podría afirmarse que este conjunto de ciento treinta y seis versos octosílabos compuesto en una fecha próxima a hechos históricamente comprobables, además de la mención a la guerra de los ‘comuneros’ de Castilla, es un romance reconocible en el marco de la tradición temática de los viejos romances españoles de tradición oral?18 III. EL ROMANCE HISTÓRICO ESPAÑOL Y EL RELATO DE LA VIOLENCIA Basándose en el Catálogo general del romancero elaborado por el Instituto Universitario Menéndez Pidal, Mercedes Díaz Roig19 clasifica el romancero viejo en romances históricos noticieros y romances de invención y, dentro de los históricos —que son los que nos competen en este momento—, subdivide en fronterizos, históricos-varios e históricos-épicos. De estos tres últimos, por esta vez —puesto que a mi entender son los que mejor calzan con el perfil del Romance elegíaco— nos circunscribiremos a considerar como referencia los treinta y siete romances históricos noticieros ya sea fronterizos (dieciocho) o históricos varios (los diecinueve restantes). Y, como no es posible entrar a un análisis de cada uno, interesará ver grosso modo cuáles son los temas más recurrentes que tocan estos romances. Una primera lectura nos permite afirmar que la mayoría tiene como protagonistas tanto a personas —hombres y mujeres, nobles y villanos—como a lugares de la Península Ibérica y a sucesos identificables que son, de alguna 18

Recordemos que, ya a mediados del siglo pasado, Ismael Moya incluía el poema de Miranda dentro del romancero tradicional americano como ejemplo del florecimiento de los romances locales, fruto de los romances tradicionales peninsulares que habían cruzado «el Atlántico, en boca de los conquistadores» (1941, p. 107), mientras que Sofía Carrizo Rueda, frente a los juicios negativos ya citados de Torre Revello, Carilla, Caillet-Bois y Canal Feijoo, defiende las calidades literarias del poema desde su filiación con la oralidad: «cuando se elogian las bellezas del Romancero tradicional, en lo que se piensa es en las versiones depuradas que salieron de la imprenta durante los Siglos de Oro. Pero no se toman en cuenta las que se han recogido de la tradición oral, en las cuales la aspereza resulta moneda corriente en diversos niveles del texto» (1993, pp. 393-394). 19 Díaz Roig, 1976.

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manera, parte de la historia de una época determinada. Esta época podría circunscribirse, fundamentalmente, por la comprendida entre los siglos XIII al XV, en especial bajo la Corona de Castilla y la soberanía tanto de Pedro I el Cruel (1350-1366) y Enrique II (1367-1379)20, como la de Juan II, quien reinó entre 1406 y 1454. Una segunda lectura permite identificar a la mayoría de estos romances con hechos de violencia. En el grupo de los fronterizos esta es de tipo bélica, como es de suponer. Haciendo alarde de valentía y destreza —dependiendo de la pertenencia a un bando u otro—, moros y cristianos se desafían, se enfrentan, se cercan, se atacan, se matan; aunque algunas veces, en ambos bandos, suele asomarse alguno que traiciona a los de su grupo. Por lo tanto, la traición y su consecuente venganza o ajusticiamiento, es también otro de los temas recurrentes. Para ejemplificar la temática de los romances fronterizos leamos primero dos versiones que tocan el mismo asunto: el cerco a una ciudad, Baeza. El Romance del cerco de Baeza es el más antiguo de todos los fronterizos. Argote de Molina lo recopiló en su libro Nobleza de Andalucía (Sevilla, 1588), y es el único conservado del siglo XIV. El hecho histórico que subyace es el cerco que sufrió Baeza por las tropas del caudillo moro Audalla Mir, ayudado por las fuerzas del rey don Pedro el Cruel, en contra de don Enrique II, que en ese tiempo gobernaba la ciudad. Por razones de enemistad política don Pedro ayudó al rey granadino a poner cerco a la ciudad en 1368. Según Díaz Roig21 esto ha sido posible de certificar debido a que nombra a Pedro I con el apodo de «el traidor de Pero Gil», nombre dado por su hermano Enrique, que poco tiempo después pasó al olvido. El breve texto es el siguiente: Cercada tiene a Baeza - ese arráez22 Andalla Mir23, con ochenta mil peones, - caballeros cinco mil. Con él va ese traidor, - el traidor de Pero Gil. Por la puerta de Bedmar - la empieza a combatir; ponen escalas al muro, - comiénzanle a conquerir; ganada tiene una torre, - no le pueden resistir, cuando de la de Calonge - escuderos vi salir. Ruy Fernández va delante, - aquese caudillo ardil24,

20 21 22 23 24

Estos romances narran luchas por el poder entre ambos monarcas. Díaz Roig, 1976, p. 85. arráez: ‘caudillo o jefe árabe o morisco’ (DRAE). En algunas versiones se moderniza como Alvaraez Abdalamir. ardil: ‘mañoso, astuto, sagaz’ (DRAE).

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arremete con Andalla, - comienza de le ferir, cortado le ha la cabeza, - los demás dan a fuir.

El mismo tema25, la misma ciudad, pero casi cuarenta años más tarde y desde el otro bando, es el romance Moricos, los mis moricos. Este se refiere al sitio de Baeza de 1407, bajo el reinado de Juan II, aunque según Díaz Roig —recogiendo la opinión de Lafuente—, la versión no parece ser contemporánea al hecho histórico debido a ciertos anacronismos26. Quisiera destacar también dentro del grupo de los romances fronterizos el conocido y estudiado Romance de Amenábar que, aunque no hay ninguna comprobación fehaciente de que así sea, podría referirse al año 1431, cuando un príncipe árabe llamado Abenalmao ofrece sus servicios al rey Juan II para obtener el gobierno de Granada. Según Menéndez Pidal el romance se referiría específicamente al 27 de julio, cuando Juan II emprendió la conquista y mira la bella ciudad situado al pie de la sierra de Elvira, desde donde esta se divisa27. Cito los últimos versos: Allí habló el rey don Juan, - bien oiréis lo que decía: —Si tú quisieses, Granada, - contigo me casaría; daréte en arras y dote - a Córdoba y a Sevilla. —Casada soy, rey don Juan, - casada soy, que no viuda; el moro que a mí me tiene - muy grande bien me quería.

Verídico el hecho o no, lo que sí podemos afirmar es que este romance tiene como base un tema de origen árabe, «el ver a la ciudad como una mujer que se quiere conquistar»28, y este tipo de metaforización se relaciona directamente con el Romance elegíaco de Miranda. Por otro lado, en los romances históricos se entremezcla la historia personal con la colectiva y todo enlazado se convierte en noticia para ser difundida y comentada. Desde batallas pasando por ajusticiamientos, destierros, traiciones, hasta adulterios, engaños y venganzas, en boca del pueblo van conformando un relato de cariz provocador, que toma partido y que busca el impacto y la atención del oyente. Para ello las descripciones son vívidas y detalladas y se utilizan imágenes aprehensibles, de fácil llegada y retención 25

El Romance del moro de Antequera es otro texto que relata el cerco y la toma de una ciudad.Véase Díaz Roig, 1976, pp. 89-90. 26 Díaz Roig, 1976, p. 34. 27 Menéndez Pidal, 1973, pp. 33-35. 28 Díaz Roig, 2007, p. 93.

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en la memoria. Se canta y se cuenta el triunfo y la derrota, la venganza, la traición y en algunos casos hasta la reconciliación entre individuos que generalmente, por diversas formas de búsqueda del poder o de usurpación o defensa de privilegios, se convierten en enemigos. Como puede apreciarse entonces, sin mayores explicaciones, es un hecho en el cantar y contar de los romances históricos eso de que «manchas de honor se lavan con sangre». Lengua nueva y violencia antigua que se difunde como una noticia de crónica roja y, a propósito de esta afirmación, parece oportuno recordar aquí lo que se planteaba al inicio, eso de poner atención a lo que señalaba Covarrubias29 para definir ‘romance’, aquello de que «los romanos, como vencedores, introdujeron [la lengua latina] en estas provincias», pues no deja de ser cierto a estas alturas que este tipo de texto, contado y luego escrito en la lengua vernácula, encierra una conducta, la de la relación, siempre violenta, entre vencedores y vencidos. IV. ROMANCE ELEGÍACO Y ROMANCES VIEJOS PENINSULARES, PUNTOS DE CONTACTO

Respondiendo a la pregunta acerca de la incorporación del Romance de Miranda dentro del marco de la tradición de los viejos romances españoles, mi respuesta es afirmativa aunque en su factura escritural no lo sea totalmente. Después de este recorrido, he llegado a la convicción de que es el ‘espíritu’ del romance —más que la precisión métrica o estrófica— lo que cuenta, lo que en definitiva prevalece30. O, mejor dicho aún, parafraseando

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Cov., Tesoro, p. 1415. Es interesante, al respecto, el debate que se establece entre dos estudiosos del Romance. Sola González analiza tres composiciones registradas como ‘romances’ en la Recopilación en metro de Sánchez de Badajoz, aparecida a mediados del siglo XVI, y concluye en que estas presentan un esquema métrico idéntico al de Miranda, salvo en el cierre donde se repite un verso inicial que rima «con uno precedente de pie quebrado de la cuarteta anterior», hecho que lo lleva a postular que el romance en la época presentaba «una forma cerrada y rigurosa» que convertiría a la composición de Miranda en un romance incompleto (1959, p. 113). Sin embargo, Curia vuelve a analizar las mismas composiciones y encuentra que una de ellas no cumple rigurosamente el esquema métrico, de manera que el texto de Badajoz «no puede ser tomado como base para establecer la fragmentariedad del poema de Miranda» (1987, p. 29). Cf. el excelente estudio de Alatorre sobre los avatares de la métrica, donde se alude, por ejemplo, a los romances gongorinos heptasílabos (2001, p. 375). 30

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las palabras de María Cruz García de Enterría31, en el caso de los romances viejos españoles, estamos frente a la utilización de una retórica menor al servicio de una retórica afectiva. ‘Romance’ es comunicación popular, es la noticia no oficial que pretende ser difundida para provocar un impacto, una reacción; romance no es reflexión sobre el lenguaje, esa es la que estamos haciendo nosotros siglos después. Debido a la vinculación que la crítica ya ha establecido entre el Romance elegíaco de Luis de Miranda con las Coplas sobre el año de quinientos y veynte y uno de Juan del Encina, y a su condición de dar cuenta de un hecho histórico determinado, se ha abierto un campo de estudio y reflexión que permite ampliar este horizonte discursivo hacia otros romances populares españoles, tal como se ha esbozado en las páginas anteriores.Y es a partir de esta relación previamente señalada, que ahora podemos establecer una serie de semejanzas temáticas entre el Romance elegíaco y una parte importante del corpus conformado por los romances viejos castellanos de tradición oral. Resumiría, por lo tanto, estos puntos de contacto a través de las siguientes afirmaciones: — Coincidencia del Romance elegíaco con los romances viejos españoles en cuanto es un texto que tiene una base histórica puesto que, al decir de Alan Deyermond, ha nacido «directamente al arrimo de un suceso histórico». Esta base histórica se materializa en la presencia de un territorio geográfico, un suceso histórico reconocible y la nominación de personajes identificables, ‘reales’. — Coincidencia en su difusión primera de tradición oral, que luego es fijada dentro de un corpus escrito que es el que llega a nuestros días. En este caso a través de un manuscrito que lo incluye entre otros textos, guardado en el Archivo de Indias, tal como se especifica en este mismo volumen. — Coincidencia en cuanto es un texto noticioso, informativo, que da cuenta de un hecho histórico político y de índole violenta. — Coincidencia en cuanto este hecho histórico, político y violento tiene el carácter de una noticia de crónica roja en su impacto. El tema del canibalismo, en el caso del Romance elegíaco, tiene una relación analógica a otras situaciones de impacto social que poseen los romances españoles. — Coincidencia en la formación de bandos o facciones dentro de un mismo ejército, y de enfrentamientos y traiciones dentro de él (como es el caso del ‘leal’ Álvar Núñez Cabeza de Vaca, traicionado por los partidarios de Domingo Martínez de Irala), que podría leerse como la presencia de 31

García de Enterría, 1973, p. 150 y ss.

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buenos y malos caballeros. Estos ejércitos, a su vez, están enfrentados a una guerra externa ‘fronteriza’ con otro enemigo, ya sea con los moros en la Península, o con los nativos en tierras de América. — Coincidencia también en el protagonismo de la mujer como personaje, real o metafórico. Esta mujer aparece tanto violenta y desdeñosa (como es el caso del Romance elegíaco) o bien mayoritariamente violentada (como en los romances históricos españoles). — Coincidencia en la utilización del tema de origen árabe consistente en ver a la ciudad como una mujer que se quiere conquistar, que en el caso del Romance elegíaco resulta ser la: «Conquista la más ingrata / a su señor, / desleal y sin temor, / enemiga de marido», tanto así «que seis maridos ha muerto / la señora». V. EL ROMANCE ELEGÍACO EN EL CONTEXTO DE LOS ROMANCES HISPANOAMERICANOS

Ya habíamos mencionado los puntos de contacto que Beatriz Curia señala entre el Romance elegíaco y otros textos producidos en el discurso colonial americano de la época, mientras que Tieffemberg en este mismo volumen amplía aún más estas posibilidades y lo presenta como uno de los nodos principales de una constelación textual que se articula alrededor de un discurso utópico sobre el oro americano32. Así todo, como sabemos, nuestro Romance elegíaco no estuvo presente dentro del corpus investigativo de los estudios canónicos acerca del romance en América, tales como los de Juan Antonio Carrizo (1926), Ramón Menéndez Pidal (1945), o Mercedes Díaz Roig (1976).También sabemos que, como ya expresé al inicio de estas páginas, dentro de la Historia de la literatura argentina de Ricardo Rojas se lo menciona más bien como una crónica versificada en pie quebrado, conformado por versos «un tanto semejantes a los de Manrique», y que trasunta «la congoja de la ciudad destruida, la memoria del largo sitio, las hambres y dolores padecidos en la siniestra fundación», relacionándolos por su realismo con «la índole de los romances castizos»33. Una lectura de la genealogía crítica literaria acerca del poema devela más bien, como afirma Sofía Carrizo Rueda, un desdén hacia el romance, pues

32 33

Tieffemberg, pp. 13-15. Rojas, 1948, p. 92.

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este ha sido leído desde un «hispanismo apolíneo»34. Sin embargo, también quedó establecido que fue principalmente a partir de los aportes que ha realizado Beatriz Curia, a fines de los ochenta, que el poema ha empezado a ser analizado y contextualizado como un objeto escritural valioso para la crítica, aunque el texto como tal tampoco se ha incorporado en diversas recopilaciones y antologías de poesía colonial hispanoamericana más reciente35. Para iniciar la mirada acerca del romance en América habría que preguntarse, en primer lugar, ¿cómo llegó esta forma estrófica, quiénes y cómo lo difundieron en tierras americanas? Hay consenso dentro de los investigadores en establecer, tal como lo afirma Raquel Chang-Rodríguez, que desde la Península fueron los españoles, específicamente «los soldados los que trajeron a América una larga tradición poética enriquecida por la veta popular y entroncada con los cantares de gesta, la lírica trovadoresca, galaico portuguesa y mozárabe»36. Estas composiciones habrían pasado en su inicio al continente americano ya sea en forma oral, en boca de los recién llegados, como a través de algún texto escrito, especialmente aquellos contenidos en el Cancionero general de Hernando del Castillo (publicado en 1511 en Valencia), que constaba de 964 composiciones y tuvo una gran popularidad en la Península37. Coincidente con Chang-Rodríguez, Aurelio González agrega que la llegada del romancero se debió, como se ha dicho, a la gran popularidad que tenía en la Península al momento de la conquista y al establecimiento de los españoles en América, mas luego también este efecto se habría amplificado, en su vertiente escrita, gracias a la naciente imprenta. Es un hecho comprobado que los romanceros llegaron al Nuevo Mundo a través de libros impresos, situación que se encuentra documentada en una ordenanza de Carlos V, quien estableció la política de anotar los nombres de cada obra que fuera enviada a las Indias. A su vez, también existen otros textos impresos que presentan el desarrollo y vitalidad del romancero tradicional, como lo son las elegías que presentan las empresas de descubrimiento. Es el caso de Elegías de varones ilustres de Indias (1522) de Juan Castellanos, obra en la que el autor utiliza al menos seis romances tradicionales (González, 2010).

34

Carrizo Rueda, 1993, p. 393. No aparece en compilaciones, selecciones y antologías como las de M. Serna, 2004 y R. Chang-Rodríguez, 2008. 36 Chang-Rodríguez, 2008, p. 23. 37 Chang-Rodríguez, 2008, pp. 22-25. 35

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VI. ROMANCE VIEJO EN TIERRAS NUEVAS Pero los romances no solo llegaron al Nuevo Mundo como herencia española, sino que se establecieron en el territorio y se asimilaron con caracteres propios, dando así origen a una nueva tradición que nace a partir de los modelos traídos de España. Es por ello que, tal como afirma Díaz Roig en su Romancero tradicional de América38, en el desarrollo temprano del romancero en América es posible encontrar diversos elementos identificables de la conquista en los que intrigas, acciones y personajes de la época fueron los principales tópicos que han permanecido en el tiempo hasta el día de hoy, incluso como cantos infantiles. Un ejemplo de ello podemos verlo en este romance llamado El marinero, originalmente situado en puertos de la península ibérica, y del que se pueden identificar un total de sesenta y siete versiones en nueve países americanos. Para una muestra, leamos estas dos versiones argentinas: Al salir de Barcelona, -marinero cayó al agua Lucifer que nunca duerme, -contestó de la otra banda —Que me das tú marinero, si te saco yo del agua —Yo te doy mis tres navíos, - cargados con oro y con plata. —Yo quiero que cuando mueras a mí me entregues el alma. —Yo el alma la entrego a Dios - y el cuerpo al agua salada y el corazón que me queda - a la Virgen soberana. Cuando salen los navíos - cargaditos de españoles y al tiempo de echar la vela -cayó un marinero al agua. Se le presentó el demonio -diciéndole estas palabras: —¿Qué me das, marinerito, - si te saco de estas aguas? —Yo te doy mis tres navíos -cargados con oro y plata, a mi mujer por esposa -y a mis hijas por esclavas39.

Otra de las características propias de la asimilación del romance en América será, desde las primeras manifestaciones romancísticas, la inclusión de flora y fauna locales como puede leerse en los versos en esta versión mexicana de La malcasada: «Me casó mi madre con un zaraguato / que yo no quería ni conocía / A la medianoche el pícaro salía; / Con sarape al hombro —y espada ceñida»40. Aquí tenemos a una madre que casa a su hija con un 38 39 40

Díaz Roig, 1990. Díaz Roig, 1990, p. 201. Díaz Roig, 1990, p. 179.

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zaraguato, es decir, con un mono negro guatemalteco, pero vestido con atuendo típico, «sarape al hombro» y, al mismo tiempo, con las armas del conquistador, «espada ceñida». Nótese también cómo esta versión mexicana incorpora fauna propia de Guatemala, dando con ello cuenta de una región que nos lleva a tiempos prehispánicos. Por otra parte, derivados del peninsular «Señas del esposo», también puede verse, en medio de nombres hispánicos, la presencia de flora nativa como en estos últimos versos de una versión venezolana: Tres hijitas que de él tengo, - ésas las repartiré: una le daré a doña Ana -y la otra a doña Merced; la más chiquita la dejo - para recordarme de él. —Búsqueme sus tres hijitas - que las quiero conocer. ¡Mariquita, Mariquita, - linda flor de araguaney, éstas son mis tres hijitas, - tú mi querida mujer! Allí se echaron los brazos - y volviéronse a querer41.

Como sabemos, la flor del araguaney es la flor del guayacán, árbol típico de la selva colombiana y boliviana, además considerado el árbol nacional de Venezuela. Al igual que la presencia de temas propios de la conquista, los romances americanos presentan acontecimientos y personajes locales, verídicos o no, ambientados en la geografía nativa, como sucede en el romance La bastarda, no muy difundido en el mundo hispánico, muy escaso en América; sin embargo, lo menciono pues las cuatro versiones que existen son de Argentina: El presidente de Chile -tiene una niña bastarda; por tenerla más segura -la tiene dentro la sala. En un día caluroso-se allegaba a una ventana, divisó tres segadores - que están segando cebada. Se va y los hace llamar -con una de sus criadas. —Segador que tanto siegas - ¿qué no siegas mi cebada? —Cómo no, mi señorita, -¿dónde la tiene sembrada? —En medio de dos lomitas, -en una honda cañada. — —Segador que tanto siegas -¿qué tal está la cebada? —Chiquitita y bien granada; la barbita tiene negra, -la cañita colorada.

41

Díaz Roig, 1990, pp. 239-240.

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Aquí se acaba este verso -de la niña Cebadilla que le han quebrado el carozo, -y comido la semilla42.

Otra situación interesante de anotar es la presencia de romanceros tradicionales que muchas veces suponen variación léxica, como sucede con El Conde Olinos” en esta versión guatemalteca: Se levantó el Conde Niño -una mañana de San Juan a dar agua a su caballo -y a la orilla del Pululá y sentándose en la piedra: —Mientras mi caballo bebe -aquí me pongo a cantar: la reina que oía cantar -a su hija fue a llamar —Vení mi chula, a oír -Pululá43.

Mercedes Díaz Roig establece en su investigación que el romancero, principalmente la balada española, se encontraría de variadas maneras presente en todo el continente americano rigiéndose por dos fuerzas principales, la de variación y la de conservación. La primera, basada en las modificaciones que sufre en cuanto a estilo y temática en el Nuevo Mundo, se presentaría a través de las fórmulas, los tópicos y un lenguaje claro y sencillo, como hemos podido apreciar en los ejemplos y, por otra parte, la conservación referida al modelo traído desde la Península se manifestaría en la permanencia de ciertas temáticas a través del tiempo, debido a su permanente difusión y fuerte arraigo popular. Testimonio de este arraigo popular son los mil setecientos seis textos recopilados por Díaz Roig, de los cuales trescientos veintinueve se encuentran en la zona norte de América, específicamente Estados Unidos y México; cuatrocientos veintidós en Centro América (Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Panamá, República Dominicana, Puerto Rico) y novecientos cincuenta y cinco en América del Sur (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina y Uruguay). Y, de estos últimos, cuatrocientos diez corresponden a la región del Plata, que constituye el 42, 9 % de los textos de Sudamérica44.

42

Según Díaz Roig, 1990, p. 52, en las versiones españolas de este romance se habla de las sobrinas del papa o del emperador. 43 Díaz Roig, 1990, p. 218. 44 Díaz Roig, 1990, pp. 313-325.

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VII. PREEMINENCIA EN AMÉRICA DE LOS ROMANCES DE TEMA AMOROSO-DRAMÁTICO POR SOBRE LOS HISTÓRICOS Y ÉPICOS Veíamos que en los romances históricos peninsulares se entremezclaba la historia personal (generalmente de nobles o gente importante) con la colectiva, y que esta era conocida, comentada y reproducida de generación en generación por el pueblo llano a través del tiempo. También acordamos en considerar que la violencia (muchas de las veces ejercida sobre la mujer) era en este circuito informativo un tema recurrente. Ahora bien, la tendencia de la tradición del romance hispanoamericano, evaluada desde el siglo veintiuno, muestra un alejamiento y casi la desaparición de la historicidad del relato al cual se refería originalmente. Traigo a colación un ejemplo que puede resultar clarificador: la muerte temprana del príncipe don Juan en 1495 en Salamanca, a los diecinueve años, único hijo varón y el heredero de los Reyes Católicos, hecho político de primera relevancia que dio origen a un romance que también tuvo gran difusión por toda América, y que aún conserva cientos de versiones. Recojo un texto de Ana Valenciano que ejemplifica a través de este romance en particular: Los sucesivos transmisores del viejo romance lo han distanciado de su referente histórico para convertirlo en el paradigma del trágico destino de un joven enamorado quien, en su lecho de muerte, suplica ante sus padres la protección de su joven esposa o amante, ajena en cualquier caso al clan familiar, desdicha que evidentemente ha conmovido a los receptores del poema. A diferencia del éxito alcanzado por este relato poético en el ámbito peninsular y pese a la excepcional transcendencia política de un suceso tan cercano en el tiempo a la fecha del descubrimiento, el romance todavía intitulado Muerte del príncipe Juan apenas ha dejado rastro en unos pocos versos referidos a la situación inicial que aparecen incluidos en cinco textos abreviados, registrados en Cuba y en la República Dominicana, que rematan todos ellos con un motivo ciertamente escurridizo con asonancia ti-o que podemos encontrar apegado a múltiples narraciones de desenlace trágico: El niño está malito, malito está en su cama, cuatro médicos lo asisten de los mejores de España. Unos dicen que se muere, otros dicen que no es nada, los más entendidos dicen que la comunión alcanza. —Madre mía, si me muero no me entierren en sagrado, entiérrenme en campo libre donde transite el ganado. En mi cabecera pongan cuatro ladrillos dorados

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y un letrero que diga: «Aquí ha muerto un desgraciado; no ha muerto de calentura ni de dolor de costado, ha muerto de mal de amores, de un dolor desesperado»45.

Continuando con esta revisión de la crítica, Giuseppe Bellini en «El romancero en América: un recorrido temático», reafirma que la presencia del romancero en América es casi simultánea a la llegada de los españoles, pero, al mismo tiempo, también corrobora que este, en un corto plazo, empezaría «con vigor su vida autónoma, por un lado con romances de tema amorosodramático»46, puesto que no habría habido un gran desarrollo del romance de tema histórico, con la salvedad de algunos «dedicados a los grandes personajes de la conquista, como Cortés, o a momentos difíciles de comienzos de la colonia, como es el caso de la ejecución en el Perú, en 1538, de Diego de Almagro»47. Según su opinión, la mayoría de los romances en suelo americano versaron sobre otros temas, especialmente el del «amor con final trágico partiendo de textos de gran difusión en España, pasados a América y aquí inspiradores de elaboraciones varias, o de matices correspondientes a la sensibilidad hispanoamericana»48, como bien se aprecia con el ejemplo anterior de Muerte del príncipe Juan, que en tierras indianas enfatiza el drama amoroso y solo conserva el título de su original. Me interesa, además, aludir a otros romances que existen en la tradición de América que pueden ser pertinentes para este trabajo. En ellos se pueden apreciar diversos elementos que son propios del romance en la zona del Plata y que podrían vincularse con el texto de Luis de Miranda a partir de figuras y temáticas comunes, especialmente relacionadas con la mujer. Uno de estos es La aparición, que se lee por primera vez impreso en el Cancionero de Londres (1471-1500), pero del que también se conoce un pliego impreso en Zaragoza datado en 1506. Según Díaz Roig49, las versiones más puras de este texto se han encontrado en los extremos del continente: Estados Unidos y México por el norte, y Argentina y Uruguay por el sur. El tema central de este romance en sus múltiples variables es la aparición de la esposa muerta ante el doliente viudo, quien se niega a aceptar su muerte. Es curioso notar que de treinta y nueve versiones consultadas, vein-

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Valenciano, 1999, p. 379. Bellini, 2010, p. 22. Bellini, 2010, p. 22. Bellini, 2010, p. 23. Díaz Roig, 1990, pp. 48-53.

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te y uno se encuentran ubicadas en la zona del Plata (Argentina y Uruguay). He aquí una versión del romance en la región: —¿Dónde vas, buen caballero?, - ¿dónde vas tan solo, así? —Voy en busca de mi esposa - que hace tiempo no la vi. - Tu esposa ya se ha muerto, - muerta está, que yo la vi; el cajón que la llevaba - era de oro y marfil. Los zapatos que llevaba - eran de un rico charol, regalados por su esposo - la noche que se casó. Su carita era de cera - y los dientes de marfil. —Al entrar al cementerio - una sombra negra vi, cuanto más me retiraba, - más se aproximaba a mí. —No te asustes, esposito, - no te asustes tú de mí, que soy tu esposa querida, - abre los brazos a mí. Los abrazos y los besos - a la tierra se los di. Cásate, esposo mío, - cásate y no estés así; la primera hija que tengas, - ponle Dolores por mí. No la saques a paseo, - no la lleves al jardín, métele entre cristales, - no le pase lo que a mí. Los faroles de la calle - ya no quieren alumbrar porque ha muerto Dolores, - luto le quieren llevar50.

La aparición se establece como base para el Romance de Alfonso XII (1878) que también se identificará posteriormente en la región americana. Este romance da cuenta de la permanencia en el tiempo de la misma temática, pero, en este caso, no es un simple caballero que sale en la búsqueda de su dama, sino el rey quien sale en busca de la reina Mercedes por las calles de Madrid. Al igual que en el romance anterior, persiste la negación del esposo de aceptar la muerte de su mujer. De este texto se encuentran noventa versiones en trece países diferentes, pero la mayor cantidad de textos (treinta y seis) también se encuentran en Argentina. Otro de los romances gestados en América Latina que se puede conectar con el Romance elegíaco debido a su temática —aborda la pugna entre mundos opuestos y termina en traición y canibalismo—, es el de Blanca Flor y Filomena. De este romance, muy difundido en la tradición hispánica, existen sesenta y una versiones, de las cuales diez corresponden a Argentina y veintiuno a Chile, y cabe destacar que no se encuentran versiones de él en la zona norte de América. Aunque su temática proviene del mito clásico, y por 50

Díaz Roig, 1990, p. 50.

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lo tanto del culto de Progne y Tereo, fue ampliamente asimilado a través de un estilo tradicional popular que, además, le construyó diversos finales. En él se narra la historia de dos hermanas, Blanca Flor y Filomena, la primera es casada con un moro mientras que la segunda, y la más bella, se hace monja. Cuando Blanca Flor queda embarazada, su marido moro manda a buscar a su cuñada alegando que Blanca Flor está gravemente enferma. Antes de regresar a casa, y viendo la belleza extrema de su cuñada Filomena, la viola, la deja malherida en el camino, y le corta la lengua para que no pueda contar a nadie de la ofensa. Cuando por fin Filomena encuentra a alguien que la ayude, le pide un papel para escribir con sangre a su hermana acerca de la ofensa. Para vengar a su hermana, Blanca Flor cocina a su hijo recién parido como cena para el esposo y así, sin saberlo, el moro ingiere a su hijo muerto. En algunas de las versiones americanas se respeta con bastante exactitud el texto peninsular51, mientras que en versiones argentinas y chilenas se producen cambios y desenlaces diferentes. Otro romance americano que trata de las relaciones que se establecen entre moros y cristianos y donde es posible observar la importancia de la frontera, es el de La hermana cautiva, del cual hay trece versiones americanas. En él se narra la historia del encuentro de un caballero con una niña a quien toma por mora, mas ella le revela que es cristiana pero que ha sido raptada por unos moros. Ante esto le suplica que la lleve devuelta a casa, cruzando

51 Como sucede, por ejemplo, en esta versión de Guatemala: «Doña Ana estaba sentada, borda que borda, bordando, /con sus dos hermosas hijas, Blancaflor y Filomena. / Llega el moro de Turquía a enamorar a las dos. /—Casarás con Blancaflor que la otra es para Dios. / Muy linda era Blancaflor, pero era más Filomena; / el moro la está mirando con deseo que condena. / De blanco tul fue el vestido que Blancaflor se estrenó, / de azul de cielo el vestido que Filomena llevó. / Blancaflor ya se ha casado y a lejana tierra ha ido, / el moro a los nueve meses regresa muy abatido. /—Buena suerte tenga el yerno que viene en yegua briosa, / ¿dónde está mi hija querida, dónde está mi hija, su esposa? /—Mi esposa está muy enferma porque de parto enfermó / y quiere que Filomena vaya al sobrino esperar. /—Apúrate Filomena, vestite de buen color, / que te ha llamado tu hermana, mi querida Blancaflor. / Ya está lista Filomena, y al caballo se subió, / por delante la ha montado para llevarla mejor. / Cuando estaba oscureciendo el andante se paró, / a un lado del camino de Filomena gozó. / El moro de la Turquía quiere ocultar su traición, / con un cuchillo de plata la lengua se la cortó. / Filomena está muriendo sin decir lo que pasó, / con la sangre de su boca a Blancaflor escribió. / Su hermana cuando la lee un hijo muerto parió, / al hijo que le ha nacido entre una olla metió. / Le tendió al moro la mesa con flores de buen color. / —¿Qué me diste tan sabroso, qué me has dado, Blancaflor? /—Es la carne de tu hijo que ayer tarde malparió, / no quiero hijo de un ingrato que a mi hermanita mató. »(Díaz Roig, 1990, p. 65).

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la frontera, para poder encontrarse con su madre. Es interesante hacer notar que en algunas versiones se muestra el cariño que estableció la niña con sus captores. Finalmente la niña cruza la frontera y vuelve a España. Leamos la versión argentina: Una tarde de torneo - salí por la morería y vi lavar a una mora - al pie de una fuentecilla. —Quítate de ahí, mora bella, - quítate de ahí, mora linda, que va a beber mi caballo - de esa agua cristalina. —Caballero, no soy mora, - que soy cristiana cautiva, me cautivaron los moros - de pequeña y chiquitita. —Veníte mora a mi casa - verás mi caballeriza. —Los pañuelos que yo lavo - ¿adónde los tendería? —Los de seda y los mejores - para mi caballería, y los que a ti no te sirvan - a las cortes de Sevilla. Al pasar por unos montes - suspiraba la morita. —¿Por qué suspiras, morita? —-¿Por qué no he de suspirar si aquí yo todos los días - con mi hermanito venía y luego mi buena madre - nos venía a buscar? —¡Válgame el Dios del cielo, - válgame la madre mía! quise traerme mujer - y traigo una hermana mía. Abran a madre cristiana (sic), - cerrojos y cerrojía, que la traigo a usté una prenda - que lloraba noche y día52.

Por último, otro romance que trata la temática del cautiverio de cristianos por parte de moros es el de Las tres cautivas, del cual se han encontrado cuatro versiones en tres países, una en República Dominicana, otra en Chile y dos en Puerto Rico. A pesar de pertenecer a la tradición infantil, en este texto se muestran las relaciones entre moros y cristianos, y es posible visualizar algo del encuentro entre mundos distintos en la época. La versión chilena dice así: En el campo moro, - y en la verde oliva, donde cautivaron - tres hermosas niñas, el pícaro moro - que las cautivó a la reina mora - se las entregó. —Toma, reina mora, - estas tres cautivas para que te laven, - para que te vistan. — La mayor lavaba, - la menor tendía 52

Díaz Roig, 1990, p. 155.

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y la más pequeña-el agua subía. Un día en la fuente, - en la fuente fría, se encontró un buen viejo, - camina y camina —¿Dónde vas, buen viejo, - camina y camina? —A buscar tres hijas - que perdí hace días. —¿Cómo se llamaban - esas tres cautivas? —La mayor Constanza, - la menor Sofía y la más pequeña - es mi Rosalía. —Tú eres mi padre—Tú eres mi hija. —Voy a contárselo - a mis hermanitas. Constanza lloraba, - Sofía gemía y la más pequeña - de gozo reía. —No llores, Constanza, - no gimas, Sofía, que la reina mora - las vuelve a la vida53. -

Como se aprecia en todos estos ejemplos anteriores, aparte del drama amoroso y la desdicha que encierran, la presencia de dos mundos en oposición es evidente. En todos ellos surge la pregunta acerca de lo otro, de la relación que se establece entre culturas diferentes, al igual como pudo verse en la pugna entre ejércitos contrarios que estructura los viejos romances fronterizos peninsulares. La pregunta que me surge entonces, es la siguiente: ¿puede hacerse una analogía entre los moros y cristianos que se enfrentan en la península y estos moros, turcos, o ‘extranjeros’, con las personas ‘nativas’ de tierras indianas? La respuesta parece compleja, pues al plantearse la primera interrogante de inmediato surgen otras ...estas mujeres, niñas, familias vulneradas que cantan su desgracia y atropellos: ¿son indígenas, son criollas, son españolas?; y estos moros o turcos (como desafortunadamente se sigue llamando a todos los árabes hasta el día de hoy en América del Sur), ¿lo son tal, o son españoles, otros europeos o incluso indígenas de la misma región? Dentro del terreno de la especulación en que estamos, también sería dable preguntarse si acaso ¿no será que más que la condición de otro proveniente de un mundo extraño, ajeno al propio, la otredad se grava fundamentalmente en la relación asimétrica y de dominación hombre-mujer, o noble-villano u otros binomios en los que se establece la relación dominante-dominado? En definitiva, pienso que la confrontación de mundos que se presentan en estos romances populares americanos abre un abanico amplio de posibilidades en la reflexión acerca del concepto de otredad del que tantos análisis y especulaciones se hacen día a día. 53

Díaz Roig, 1990, p. 252.

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VIII. EL ROMANCE ELEGÍACO Y SU RELACIÓN CON OTROS ROMANCES HISTÓRICOS TEMPRANOS EN AMÉRICA A partir de una breve y certera definición de romance («forma estrófica, brevedad y fragmentarismo, oralidad y tradicionalidad»), Elena Calderón de Cuervo54 plantea que, atendiendo a la clasificación de Deyermond, el Romance de Miranda debería ser estudiado dentro del corpus del romancero hispanoamericano, e incluso afirma que «podríamos incorporar el texto al grupo de romances históricos, aquellos nacidos directamente al arrimo del suceso histórico al que se refieren y que tienen implícito un propósito inmediato político y propagandístico»55.Y como se sabe, es precisamente al calor de estos hechos históricos, socio-políticos, constituidos por la sufrida y dificultosa expedición de Pedro de Mendoza con el propósito de la conquista y asentamiento en el territorio rioplatense a partir de 1536, que se gesta este poema que habla de traición, guerra, hambre, canibalismo y muerte. Si el foco en este momento es preguntarnos por aquellos textos tempranos, casi siempre anónimos y cercanos a la conquista que devengan de la tradición oral y que estén emparentados con los viejos romances históricos castellanos56, es ineludible la mención inicial de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo quien, según coinciden sus biógrafos, alrededor de 1568 habría concluido el manuscrito, luego una copia de este habría llegado a España en 1575, y esta habría servido de base para la primera edición impresa en 1632, publicada en Madrid después de su muerte57. Según Stephen Gilman la obra de Bernal Díaz del Castillo «resulta fascinante para el amante de la literatura española»58 y en este caso, tendría 54

Calderón de Cuervo, 2000, p. 203. Calderón de Cuervo, 2000, p. 205. 56 Existen romances de fines del siglo XVI creados por poetas cultos tales como Lope y Góngora, y especialmente por los de la pluma de Sor Juana Inés de la Cruz, que tienen y han tenido mayor atención, que no consideraré en el presente estudio. 57 Hay una serie de otros nombres significativos en la época tales como los del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (Madrid, 1478-Valladolid, 1557), notable escritor ligado a Colombia; o Pedro Cieza de León (Llerena, España 1518 - Sevilla, España 1554), destacado cronista e historiador del mundo andino, que escribió una Crónica del Perú; o Pedro Gutiérrez de Santa Clara, mexicano que nació y murió en México en el siglo XVI y que fue el cronista de las guerras civiles del Perú, Juan Cristóbal de Estrella, Diego Fernández, apodado el ‘Palentino’ y, por cierto, el mismísimo Inca Garcilaso de la Vega, que en esta ocasión no será posible abordarlos. 58 Gilman, 2002, p. 113. 55

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que agregar, también para el de la literatura hispanoamericana, puesto que los primeros rastros de romances en América —como puede verificarse justamente en esta obra y referidos a las peripecias de Hernán Cortés— aparecen en ella. Gilman se hace una pregunta que me resulta tan acertada como inquietante: «¿Cómo pudo usarse el castellano medieval, un lenguaje todavía esencialmente oral, arraigado en lo inmediato, para contarnos cosas semejantes?»59. Bellini corrobora esta admiración al afirmar que: «con patente horror todavía a distancia de decenios, Bernal Díaz del Castillo recuerda el panorama terrificante que se le presenta al entrar en Tenochtitlán» y cita: digamos de los cuerpos muertos y cabezas que estaban en aquellas casas adonde se había retraído Guatemuz; digo, que juro, amén, que todas las casas y barbacoas de la laguna estaban llenas de cabezas y cuerpos muertos, que yo no sé de qué manera lo escriba, pues en las calles y en los mismos patios de Tlatelulco no había otra cosa, y no podíamos andar sino entre cuerpos muertos, y hedía tanto que no había hombre que lo pudiese sufrir60.

A pesar de no tener ni una remota respuesta a la pregunta de Gilman y concordando con la admiración de ambos, la lectura de esta Historia verdadera nos conecta vívidamente con lo sucedido en tierras americanas a la llegada de los españoles y resulta funcional para nuestros propósitos, pues proporcionan el primer testimonio que se conserva de un romance español pronunciado en tierras indianas. Nos referimos a los versos que en 1519 un soldado habría dirigido a Cortés dentro del contexto que se presenta: Paréceme, señor, que os han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces a estas tierras: Cata Francia, Montecinos, cata París, la ciudad, Cata las aguas del Duero, do van a dar en el mar. Yo digo bien que mire las tierras ricas, y sabeos bien gobernar luego.

A lo que Cortés respondió:

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Gilman, 2002, p. 113. Bellini, 2006, p. 13.

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Dénos Dios ventura en armas como al paladín Roldán; que en los demás, teniendo a vuestra merced y a otros caballeros por señores, bien me sabré entender61.

Además, en esta Historia verdadera podemos leer ese otro romance compuesto en 1521, que surge a raíz de la gran derrota sufrida por Cortés y su ejército el 30 de junio de 1520, en lo que pasó a la historia como «la noche triste». Los conocidos versos que los soldados de Cortés habrían cantado tras la expulsión de Tenochtitlán y que rescató Díaz del Castillo en su Historia dicen: «En Tacuba está Cortés / con su escuadrón esforzado, / triste estaba y muy penoso, / triste y con gran cuidado, / una mano en la mejilla / y la otra en el costado»; y van seguidos por el consuelo que le brinda el soldado bachiller Alonso Pérez, puesto que «en las guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuesa merced: ‘Mira Nerón de Tarpeya / a Roma cómo se ardía’»62. Por otra parte, hay una serie de breves romances anónimos —o más bien dicho coplas, pues constan de un solo cuarteto— de la conquista, que me parece interesante traer a colación. Iniciemos con la copla, fechada en 1527, que sería la primera escrita en suelo peruano, y que tiene como personajes a Diego de Almagro (apodado el “recogedor”) y a Francisco Pizarro (el “carnicero”): «¡Ah Señor Gobernador, / miradlo bien por entero, / allá va el recogedor, / acá queda el carnicero»63. Otra copla es esta recogida por el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara con fecha alrededor de 1546, que cuenta del orgullo y valentía de Gonzalo Pizarro al vencer al virrey Núñez de Vela, primer virrey del Perú entre 1544 y 1546: «De Vargas es mi linaje / y de Chaves mi opinión, / de león tengo el coraje/ y de rey la condición»64.Y esta que consta de dos estrofas, también recogida por Gutiérrez de Santa Clara, pero en su obra Quinquenarios o Historia De Las Guerras Civiles Del Perú, 1544-1548: La botija65 y el botijón66, dos borrachos son; Francisco es el cuero, Carvajal el recuero. 61 62 63 64 65 66

Serna, 2004, p. 48. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, pp. 323-324. Serna, 2004, p. 51. Serna, 2004, p. 51. botija: ‘vasija de barro mediana, redonda y de cuello corto y estrecho’ (DRAE). botijón: ‘muy gordo, barrigudo’ (DRAE).

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Haga ya lamentación el triste del mercadante, que de hoy en adelante, no habrá ningún botijón67.

Y por su parte, Pedro Cieza de León recoge esta conocida copla en la Guerra de las Salinas (1537): «Almagro pide paz, / Los Pizarros, guerra, guerra; / Ellos todos morirán / Y otro mandará la tierra»68. Tenemos también otras dos coplas populares fechadas alrededor de 1546, dirigidas contra Diego de Centeno, nacido en 1505 en Ciudad Rodrigo y muerto en 1549, posiblemente en Lima, quien participó con Pizarro en la dominación del Perú y tuvo una actuación decisiva para someter la rebelión de Gonzalo Pizarro. Centeno tuvo enemigos, como Francisco de Carvajal, y también importantes amigos como Pedro Lagasca (Ávila 1485-Sigüenza 1567), quien fuera presidente de la audiencia de Lima y gobernador del Perú, y quien lo nombró gobernador del Río de la Plata en 1548, aunque no logró ejercer por problemas de salud. La primera copla dice así: «Centeno, pues la mohína / te duró desde Pocona; / plugo a la gracia divina / aunque vencido en Huarina / al fin te dieron corona».Y la segunda, como respuesta paródica a la anterior, reza: «Si peleara en Huarina / como guardó la persona, / este necio bien se inclina; / pero siendo una gallina, / ¿de qué le dieron corona?»69. Como en los romances señalados en el punto precedente, el drama amoroso y familiar de personajes más bien anónimos es el tema predominante, y en estas coplas llama la atención el uso que se hace de ellas para desacreditar o engrandecer a personas que allí aparecen, muchas veces en tono satírico. En boca popular estas se transforman en una instancia de denuncia social que exalta o destruye a personajes que tienen o han tenido cierta connotación pública, especialmente en el terreno político-bélico tales como los Pizarro, Almagro, Francisco Carvajal o Diego de Centeno, en consonancia con la idea de ser textos nacidos al calor de hechos históricos, relacionados con el propósito de la conquista española, en la misma línea de nuestro Romance elegíaco. Si continuamos dentro del corpus romancístico de corte histórico-épico de la época, se puede identificar el ciclo relacionado con Hernán Cortés.

67 68 69

Serna, 2004, p. 53. Serna, 2004, p. 52. Serna, 2004, p. 52.

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Según Giuseppe Bellini este ciclo cortesiano cuenta con tres romances, para algunos anónimos, para otros atribuidos a Gabriel Lasso de la Vega (15551615) y publicados más tarde en 1601. Sus temas refieren algunas acciones sobresalientes de Cortés: la quema de los navíos, la prisión de Moctezuma, la destrucción de los ídolos.También existe un romance laudatorio de Jerónimo Ramírez, Elogio a Hernán Cortés, que se inicia con: «A dar tiento a la fortuna / sale Cortés de su patria / tan falto de bienes d’ella / cuanto rico de esperanzas», texto que procura engrandecer la fama del conquistador. Y otro romance del ciclo, también anónimo, versa sobre la victoria de Cortés sobre Pánfilo Narváez, identificado en la Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara. Pero uno de los romances más interesantes sería aquel que, a través de seis versiones bastante parecidas, al decir de Bellini, «se centra en la denuncia de la ingratitud del soberano hacia quien le dio nada menos que un imperio»70. El momento cumbre del romance lo representaría «la reacción del conquistador, nuevo Cid Campeador, frente a la indiferencia regia y la hostilidad de los cortesanos para con aquel que “dejó de ser rey, / por ser a sus reyes firme”»71. El romance relata cómo Hernán Cortés pide la atención del rey, le toma del brazo y protesta por las ofensas a su honor y el injusto trato que recibe a causa de la envidia de otros españoles: Vuestra Majestad, señor, escuche a Cortés y mire que con la capa que cubre y con la espada que ciñe le ha ganado más provincias (que por mí gobierna y rige) que le dejaron ciudades su padre y su abuelo insignes. Nuevo mundo le gané, y di a su escudo por timbre hacer que su nombre oyesen hasta las aguas del Chile72.

Luego el texto relata que el soberano, sorprendido y admirado frente a su osado súbdito, lo abraza llorando, le llama “Padre” para finalmente excla70 71 72

Bellini, 2010, pp. 20-22. Bellini, 2010, p. 20. Bellini, 2010, p. 21.

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mar: «¡Oh, valiente capitán, / tu nombre el mundo eternice, / que a su rey ningún vasallo / dijo lo que tú dijiste!»73. Si nos trasladamos nuevamente al núcleo configurado por la conquista en el virreinato del Perú, veremos que la pugna entre Almagro y los Pizarro —y en especial la prisión y ejecución de Almagro a manos de los Pizarro en el Cusco (1538) después de la batalla de Las Salinas—fue campo fecundo para el surgimiento de romances. Más aún, diría que este hecho conforma el núcleo central de los romances históricos tempranos de corte bélico, a los cuales se puede afiliar como referente principal en Hispanoamérica el Romance de Miranda. Muestra de ello son estos dos textos relacionados temáticamente con el Romance elegíaco; me refiero al romance Coplas a la muerte de don Diego de Almagro primer gobernador de la Nueva Toledo, supuestamente de Alonso Enríquez de Guzmán, y al romance anónimo La rota de Pucará (1553). El primer romance explicita desde su inicio que quiere sacar a la luz «la más cruel sin justicia / que nadie puede pensar, / contra el más ilustre hermano / de cuantos son ni serán», y retrata a Diego de Almagro como «fuerte, noble y muy leal, / el cual en el mar del Sur / hizo hechos de notar». Más adelante se va develando la estrecha amistad del susodicho con Francisco Pizarro: «Los dos comían a una mesa / sin un plato se apartar, / haciendo hechos notables / en una conformidad»; luego presenta el ingreso a escena de Hernando Pizarro, quien fuera puesto por «Don Francisco en su lugar, / para que como teniente / por él pudiese mandar / en ciertas partes de aquellas / que le dio Su Majestad»74. A continuación el texto relata la disputa por el Cusco de los hermanos Hernando y Gonzalo contra Almagro, que se materializa en la batalla de Las Salinas (6 de abril de 1538). El extenso e interesante relato del romance da luces acerca de personajes de la época y sus acciones, puesto que entrega aspectos desconocidos de la historia de la conquista, especialmente aquellos relacionados con los vínculos entre Almagro y los Pizarro. Por otra parte, a pesar de estar fechado en 1550 —data, posiblemente, de su composición—, Manuel Contreras Seitz señala que los hechos que narra son anteriores, correspondientes al año 1538, y recalca que «ha de considerarse, además, que el testimonio entre73

Bellini, 2010, p. 21. Este romance popular fue escrito en una época tardía, cuando el soberano era Felipe II, puesto que Cortés regresó por primera vez a España en 1528, bajo el imperio de Carlos V. Se cree que habría sido escrito por el bachiller Engrava en 1653. 74 Bellini, 2010, p. 55.

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gado acá se encuentra realizado por un testigo de vista, participante de los hechos, quien pasa luego a Chile»75. Es así como, a través de una voz en off, el relato es vívido: Era lástima muy grande, digna de se publicar, ver la sangre de españoles por el campo derramar, presos, muertos y heridos sin se poder escapar, de parte de los Almagro, por su adverso capitán”76.

como también se aprecia la perplejidad del hablante ante a la feroz disputa entre ‘iguales’: Ved los de España, que para se despojar, siendo todos de una tierra, y de una parcialidad, traban entre ellos discordias hasta venirse a matar. Nosotros, contra quien vienen, ¿qué podemos esperar77?

El relato continúa dando cuenta de muertos y heridos, traiciones, sentencia, ajusticiamiento y muerte de don Diego, quien fuera ejecutado brutalmente por estrangulamiento de torniquete (al segundo intento, según el romance), y luego su cadáver decapitado en la Plaza Mayor de Cusco. Frente a los hechos descritos, el romance finaliza con la esperanza —no demasiado cierta— de la justicia real: «Agora esperan en cortes / que venga Su Majestad, / donde está preso Pizarro, / para haberle de acusar. / Creo, según la justicia / nuestro Rey suele juzgar, / que no quedará este hecho / sin puñir78 ni castigar»79.

75 76 77 78 79

El texto completo puede verse en Contreras Seitz, 2001, pp. 99-115. Bellini, 2010, p. 56. Bellini, 2010, p. 57. puñir: ‘del latín punīre, punir’ (DRAE). Bellini, 2010, p. 63.

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El otro romance mencionado, La rota de Pucará (1553), anónimo, trata de las aventuras del rebelde Francisco Hernández Girón, también rico encomendero del Cusco, que se identifica con los levantamientos que ocurrieron a causa de la abolición del servicio personal80. Personaje controvertido que incluso logró formar un ejército propio, participó en diversas rencillas y guerras internas, aliándose finalmente con los Pizarro. Fue derrotado en la batalla de Pucará, hecho prisionero, llevado a Lima, y allí ajusticiado en diciembre de 1554; su cabeza fue clavada en una picota en la plaza de armas de Lima y su casa, derribada y sembrada de sal. Tanto su rebelión como los amores con su esposa doña Mencía dieron pie para romances de corte histórico y novelesco; en ellos se entremezclan las consabidas traiciones entre caudillos y los amores dramáticos, como puede apreciarse en algunos pasajes que presento a continuación: De ese fuerte de Pucará, Francisco Hernández salía un lunes, a media noche, de octubre octavo aquel día. ... ... ... ... ... ... ... Como la noche era escura, ponía temor y grima, no era más que fuego y trueno todo cuanto parecía; muchos muertos y heridos de ambas partes caían. ... ... ... ... ... ... ... ... Miedo ni temor mostrando, más que antes de la salida, alegre y regocijado, se está con doña Mencía, hasta quel día siguiente Tomás Vásquez se le iba a vista de todo el campo, y algunos más Capitanes trataban con Piedrahita cómo poderle matar para asegurar sus vidas. Viéndose él de ellos vendido consigo gime y sospira; 80

Ver Seckel en este mismo volumen, p. 111.

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de su lecho se levanta, su ropa pide y vestía; trata de salir del fuerte con aquellos de quien fía. Con lágrimas de sus ojos a su mujer le decía: —«¿Que os parece mi señora, de esta desventura mía? Mis contrarios no eran parte de ponerme en tal fatiga, véome desbaratado de quien antes me valía; mis amigos fueron solos los que me ponen en huida, esme forzado dejaros aunque el alma lo sentía, haced cuenta que de verme será postrero este día.» ... ... ... ... ... ... ... ... ... Doña Mencía lloraba mientras él esto decía, con delicados sollozos responde a lágrima viva: —«¿Adónde vais mi señor? ¿Do vais esperanza mía?» ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... Con mil llantos se despiden, mil lástimas se decían. Girón sube en su caballo, los demás allí atendían; toma camino no usado a causa que no le sigan81.

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Texto tomado de . Coincide con la versión de Serna, 2004, pp. 63-67. También existe un romance sobre Nuño de Chávez (Santa Cruz, Bolivia), identificado en el Paraguay, que refiero solo aquí. El texto se inicia: «El conde don Ñuño madrugando está / porque a su casita ya quiere llegar. / Al Perú se fue dos años hará, / del Perú ya es vuelto aquí al Paraguay. / Plata y oro trae y perlas del mar, / diez pares de ovejas, de cabros un par». Mayor información sobre el tema puede leerse en Granda, 1982, pp. 120-147.

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Por último no puedo dejar de mencionar, aunque muy brevemente, el acuerdo entre los críticos en considerar que el ciclo más importante de romances relacionados con la conquista del Nuevo Mundo (aunque desplazado en el tiempo de nuestro estudio) serían los que se desprenden de La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga, el extenso poema épico que, como sabemos, relata las acciones de la conquista de Chile y las batallas entre Pedro de Valdivia y Lautaro. Esta obra fue una de las más populares de su época desde su primera edición en 1569 en adelante y, de este texto, específicamente solo de la tercera parte publicada por su autor en 1589, se generan dieciséis romances que tuvieron una gran popularidad —incluso similar a la de la obra— debido a que estos también circulaban en pliegos sueltos. Pero, como puede apreciarse, la difusión de los romances, que se hace efectiva a partir del XVII, está desplazada en el tiempo convenido para nuestro objeto de estudio focalizado principalmente en la primera mitad del siglo XVI, años cercanos al Romance de Miranda. Considerando lo anterior, me parece necesario hacer notar de todas maneras que, dentro de los romances que se derivan de La Araucana, a pesar de que estos posean un tono más épico y centrado en las acciones guerreras, es posible distinguir también muchos moldes desarrollados por la poesía cortesana y amorosa. Solo un par de ejemplos: el que leemos a continuación corresponde a una glosa de lo que Ercilla refirió en las estrofas de la primera parte de La Araucana, y que siguen a la que comienza con «Aquella noche el bárbaro dormía / con la bella Guacolda enamorada»82: Durmiendo estaba Lautaro con Guacolda, su querida, sin temor del breve asalto de la española cuadrilla. Su gente está sosegada, que el asalto no temía, cuando la hermosa Guacolda despertó con agonía, diciendo a voces: «Lautaro, Lautaro del alma mía, dad aviso a vuestra gente que un sueño soñado había, y es que el contrario Español en vuestro campo hería 82

Ercilla y Zúñiga, La Araucana, t. 1, p. 392.

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de tal suerte, que quedaba yo sin alma y vos sin vida». Con rostro triste y no alegre el bárbaro respondía: «Señora, yo soy aquel que en la batalla vencía, gané y quité de las manos al esforzado Valdivia, aquel que en Andalicán a tantos quitó la vida; pues si soy este que digo, decidme, señora mía, de qué teméis, ni aun a Marte, ¿estando en mi compañía»?

El segundo ejemplo, que muestra a Guacolda desconsolada sobre el cuerpo yacente de su amado Lautaro dice así83: Por los cristalinos ojos el corazón destilando todo el rostro hecho ventanas y el pecho acardenalado denegrido y ceniciento el color blanco rosado el cabello de oro fino por la tierra todo sembrado está la bella Guacolda atenta solo al cuidado de lamentar sus desdichas sobre el cuerpo de Lautaro84.

Según Aurelio González en «El romancero y América en el siglo de Oro», tanto en el texto de Alonso de Ercilla —«obra, probablemente, la mejor de la épica renacentista española»—85, como en El Arauco domado de Pedro de Oña, se mostraría, a través de las acciones y los personajes más 83 Este romance fue impreso en Flor de varios romances nuevos, y canciones. Agora nuevamente recopilados de diversos autores, por el Bachiller Pedro Moncayo, natural de Borja, en Huesca, Impresos con licencia por Juan Pérez de Valdivieso, Impresor de la Universidad, 1589. 84 Lerzundi, 1978, p. 57. 85 González, 2010, p. 50.

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importantes de la conquista de Chile, la épica renacentista y barroca de la Península. Además, identificando las principales características del romance de la conquista en cuanto al estilo, como la tendencia al cuartetismo, el empleo de imágenes y referencias cultas, González plantea que el romancero de la conquista sería la faceta americana del romancero del Siglo de Oro español86. IX. ROMANCE ELEGÍACO, ROMANCES HISPÁNICOS, ROMANCES HISPANOAMERICANOS

Ya habíamos establecido que el Romance elegíaco podía leerse dentro del marco de la tradición de los viejos romances españoles, atendiendo a una serie de puntos temáticos de contacto y centrándonos fundamentalmente en una «retórica afectiva», puesto que el «espíritu» del romance —más que la precisión métrica o estrófica— estaría en armonía con los anteriores. Es el momento de sumar a lo anterior la relación que se establece con otros romances en Hispanoamérica. En primer lugar, sabemos que los romances llegaron al Nuevo Mundo como herencia española ligada al ‘descubrimiento’ y la conquista y, al mismo tiempo, que se establecieron rápidamente en territorio americano asimilándose con caracteres propios y dando origen a una exitosa y fecunda tradición nativa. Al mismo tiempo, se asume que hay elementos identificables de la conquista tales como intrigas, acciones bélicas y personajes de la época que se convirtieron en tópicos y que han permanecido en el tiempo hasta el día de hoy, incluso como cantos infantiles. Ahora bien, al responder a la pregunta acerca de la relación entre el Romance elegíaco y otros romances hispanoamericanos de la época y centrándonos fundamentalmente en su temática, grosso modo, una primera afirmación que puede desprenderse del trabajo realizado es que la vinculación del Romance elegíaco con otros romances hispanoamericanos es menos estrecha que la existente con los viejos romances históricos peninsulares. Recordemos que con estos coincidía en una serie de aspectos, partiendo por una base histórica materializada en un territorio geográfico reconocible, personajes y hechos identificables; en su difusión de tradición oral que luego se fija en un corpus escrito; en que cuenta un hecho histórico, político y violento que impacta socialmente a través del tema del canibalismo; en el protagonismo 86

González, 2010, pp. 45-64.

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de la mujer como personaje, real o metafórico; en la utilización del tema de origen árabe consistente en ver a la ciudad como una mujer que se quiere conquistar. Por la otra parte, si mantenemos la clasificación de Deyermond de romances históricos, épicos, y novelescos o de aventuras, tendríamos que afirmar que en Hispanoamérica más bien se cantan y cuentan en ‘formato romance’ historias que responden a la categoría del romance novelesco o de aventuras, incluso utilizando motivos que en su origen fueron netamente histórico-bélicos. Solo a partir de La Araucana, que funciona como núcleo duro de las continuas batallas y avatares propios de la conquista americana, y debido a su gran difusión, se desprende un ciclo de romances de corte histórico-bélico que canta y cuenta las idas y venidas de la guerra (aunque también matizado por lo amoroso-dramático), pero esto sucede varias décadas más tarde. En este sentido, si miramos desde el punto de vista de los romances histórico-bélicos, y más específicamente fronterizos, se podría decir que el Romance elegíaco sería un breve texto que anuncia el cantar y contar hechos bélicos en América, y por lo tanto podría establecerse como un texto precursor de La Araucana. Si volvemos a los textos previos o coetáneos al Romance elegíaco, un primer indicio son los breves romances registrados magistralmente por Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera. Luego están las coplas y una serie de romances que hablan de otras rencillas y disputas, especialmente entre Diego de Almagro y los Pizarro en el virreinato del Perú, como aquellos relacionados con Hernán Cortés en México que, como vimos, en boca del pueblo se convirtieron en un espacio posible de expresión social para exaltar o destruir autoridades políticas y o militares. Es interesante destacar que en los romances recolectados, aunque estos se relacionen con batallas y hechos políticos de carácter público, el acento está dado, más que en sus dimensiones épicas, en las pequeñas envidias, traiciones y prebendas de tipo personal. Dentro de este contexto, y con las salvedades del caso, ratifico mi opinión en considerar que las guerras intestinas en el virreinato del Perú conforman el núcleo central de los romances históricos tempranos de corte bélico a los cuales se puede afiliar como referente principal en Hispanoamérica el texto de Miranda. La afirmación anterior se sustenta en que en el Romance elegíaco podemos apreciar la misma estructura temática en la formación de bandos o facciones dentro de un mismo ejército, y de enfrentamientos y traiciones dentro de él, como sucede con Álvar Núñez Cabeza de Vaca (y del mismo Miranda, quien fuera tomado prisionero por defender a su señor), traicionado por

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los partidarios de Domingo de Irala, y ambos enfrentados, a su vez, a un extenuante intento de asentamiento y colonización en tierras lejanas y hostiles. Es así como pueden leerse, tanto en el Romance elegíaco como en los relacionados con la pugna de los Pizarro contra Almagro, expresiones que lamentan la traición entre iguales y que llevan al descalabro, develación de crueles injusticias y situaciones límite, recuento de heridos, muertos, etc. Otro tema que se repite tanto en los españoles como en los americanos ya mencionados y específicamente también en el Romance elegíaco, y que merecería un estudio aparte que queda pendiente, es el que se relaciona, por una parte, con la constante presencia de la mujer vinculada con lo amoroso dramático, con el ‘tema de la desdicha’ —como algunos críticos han denominado— y, ligado a lo anterior, con el tema de la violencia en un amplio registro. Como se ha podido apreciar a lo largo del trabajo, esta temática, que se podría denominar ‘mujer y violencia’, es recurrente en lo que se canta, cuenta y escribe en todo tipo de romance, desde los de corte histórico-bélico peninsular, hasta los cantos infantiles americanos. La esposa, fiel o infiel (cuyo desenlace termina siempre en tragedia), la hija, la madre, la viuda, pueden ser tanto víctimas de asesinato, violación, piezas de intercambio en transacciones masculinas, como instigadoras de la desgracia de otros (aunque en forma menos recurrente) como sucede con la metafórica viuda de nuestro Romance. Es interesante notar que en este último esa mala mujer, inconquistable, es la propia tierra americana, viuda terrible que provoca la degradación humana hasta el punto de literalmente devorarse, incluso, sin consideración de lazos de sangre.

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PARAÍSOS TERRENALES, PARAÍSOS TEXTUALES: ‘LEALES’ FRENTE A ‘COMUNEROS’ Carlos Alfredo Rossi Elgue Universidad de Buenos Aires

La lisura del mar se transformaba ante nuestros ojos en arena árida, en árboles que iniciaban, desde la orilla del agua, una perspectiva accidentada de barrancas, de colinas, de selvas; había pájaros, bestias, toda la variedad mineral, vegetal y animal de la tierra excesiva y generosa.Teníamos en frente un suelo firme en el que nos parecía posible plantar nuestro delirio. Juan José Saer, El entenado, 1992

I. UVAS, PERAS, ALMENDRAS Y ACEITUNAS En su tercer viaje a América (1497), Cristóbal Colón identificó el caudaloso Orinoco como uno de los cuatro ríos principales del Jardín del Edén. Este indicio lo condujo a la conclusión de que había descubierto el sitio original del paraíso terrenal, confirmando las teorías de sabios medievales que lo ubicaban en las tierras templadas del extremo oriental de Asia, donde Colón creía estar1. Pocos años después, Américo Vespucio consignó en la carta de 1502 y en la llamada El Nuevo Mundo —publicada a partir de 1503—, que al arribar a las costas occidentales del ‘Océano’ encontró un Nuevo Mundo, «la cuarta parte del mundo», donde lo visto resultaba

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Brading, 2003, p. 28.

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distinto del orbe conocido, descrito por Ptolomeo o por Plinio2. La conciencia de estar en un nuevo continente, sin embargo, no desalentaba la idea de acercarse al edén: Esta tierra es muy amena y llena de infinidad de árboles verdes, y muy grandes, y nunca pierden la hoja, y todos tienen olor suavísimo y aromático, y producen muchísimas frutas, [...] alguna vez me maravillaban tanto el suave olor de las hierbas y de las flores, y el sabor de esas frutas y raíces, que entre mí pensaba estar cerca del Paraíso Terrenal3.

Un siglo más tarde, alrededor de 1612 en el Río de la Plata, Ruy Díaz de Guzmán volvió a localizar el paraíso, pero esta vez en una isla del río Paraguay, en las cercanías de Asunción. El lugar —referido en el Libro I de la Argentina. Historia del descubrimiento y conquista del Río de la Plata— se caracterizaba por poseer una tierra fértil y cálida4, y estaba habitada por indios pacíficos, trabajadores y hospitalarios: «Llamaron los antiguos a esta isla el Paraíso Terrenal, por la abundancia y maravillosas cualidades que tiene»5. Según la visión de Ruy Díaz, allí, además, los indios estaban predispuestos a entregar a sus hijas y hermanas a los españoles, y a aceptar con facilidad la nueva fe traída por los recién llegados6. La idea del paraíso terrenal, que Cristóbal Colón había ubicado en la desembocadura del Orinoco y que Vespucio intuía ante la flora desmesurada que abastecía de frutos a los hombres, funcionó, naturalmente, como impulso para los conquistadores que se aventuraban a viajar a América; es decir que, de inmediato, la posibilidad de encontrar el paraíso enriqueció 2

Guérin, 2000, p. 20-21. Versión en castellano de Ana María R. de Aznar del original: «Questa terra è molto amena; e piena d’infinite alberi verdi, e molti grandi, e mai non perdono foglia, e tutti anno odori soavissimi, e aromatici, e producono infinite frutte, [...] qualche volta mi maravigliavano de’ soavi odore dell’erbe, e dei fiore, e del sapore d’ esse frutte, e radici, tanto che infra me pensavo esser presso al Paradiso terrestre» (Vespucio, Carta de 1502, pp. 144-147). 4 La eterna primavera, con su invariable templanza del aire, figuraba entre los topoi inseparables de las descripciones medievales del Edén, oriundos en general de la elaboración que recibieron de Lactancio o de quien fuese el autor del poema latino Phoenix, redactado a fines del siglo III o comienzos del IV de nuestra era. Esa imagen —la del non ibi frigus non aestus—, bajo la forma que le dio san Isidoro de Sevilla, atraviesa toda la Edad Media y llega hasta los tiempos modernos (Buarque de Holanda, 1987, p. 16). 5 Díaz de Guzmán, Argentina, p. 88. 6 Díaz de Guzmán, Argentina, p. 89. 3

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el discurso utópico que condensaba los anhelos de los migrantes a Indias, al que se refiere Tieffemberg en este mismo volumen. Esta percepción del espacio evidenciaba el surgimiento de dos líneas de construcción del imaginario occidental sobre las tierras descubiertas, ambas relacionadas con la Biblia: la primera de ellas proporcionó a la organización tradicional del paraíso los símbolos de la nueva tierra —así, por ejemplo, en la representación que Alberto Durero realizó en 1504, en consonancia con la tradición de Vespucio, aparecía un papagayo en el mundo paradisíaco de Adán y Eva—, mientras que la segunda, directamente, transportó el paraíso terrenal a las nuevas tierras, constatando, de esta manera, su existencia real7. Siguiendo la segunda línea de construcción, Ruy Díaz incorporó elementos del paraíso bíblico a la descripción de su isla: «es una floresta amenísima, abundante de mil géneros de frutas silvestres, y entre ellas uvas, peras, almendras y aceitunas›»8. Resulta evidente que su descripción del lugar no se relacionaba con expectativas que involucraran a los indios —a pesar de que ellos habrían señalado dónde hallarlo—, sino con el anhelo, por parte del conquistador español, de encontrar el espacio geográfico donde los deseos —desmesurados, sin duda, y concebidos en la metrópoli— pudieran ser cumplidos. La representación del paraíso, por lo tanto, era subsidiaria del imaginario europeo y así, en la construcción de Ruy Díaz, los indios cosechaban frutos que no existían en América antes de la llegada de los españoles —uvas, peras, almendras y aceitunas—, pero que sí tenían una larga historia ligada al occidente cristiano, desde que se tuvieron las primeras noticias de ellos en las zonas de Asia y el Mediterráneo. La matriz simbólica europea que emergía, además, se modificaba y ampliaba cuando, a la descripción ideal del territorio se sumaban las utopías americanas de riquezas inconmensurables: «Lo que de noticia se tiene», agrega Ruy Díaz, «es que, por aquella parte, hay muchas naciones de indios que poseen oro y plata, en especial hacia el norte donde entienden caía aquella laguna, que llaman Dorado»9. Las sucesivas entradas al Río de la Plata establecieron un recorrido hacia el interior del continente que seguía la ruta de las riquezas prometidas y produjeron una serie de cristalizaciones discursivas que se plasmaron con el tiempo, como la fabulosa Sierra de la Plata, la Ciudad de los Césares o los Tesoros del Rey Blanco. La localización del preciado territorio hacia 7 8 9

Guérin, 2000, pp. 21-22. Díaz de Guzmán, Argentina, p. 87. Díaz de Guzmán, Argentina, p. 90.

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el noroeste respaldó la consolidación de un discurso que daba un lugar preeminente a la ciudad de Asunción, situada en una zona cálida que ofrecía frutos —occidentales— en abundancia, mujeres, indios serviciales y riquezas materiales, en contraposición a Buenos Aires, cuya lejanía del paraíso permitiría connotarla con los rasgos negativos de lo carente y estéril. Esto se producía hacia los primeros años del siglo XVII, cuando el tópico del Dorado10 perdía consistencia puesto que el hallazgo del paso hacia el Perú avalaba la presuposición de que, en esa dirección, no había mucho más de lo que ya se había descubierto. Los testimonios de las expediciones al Río de la Plata, en los que el oro se ubicaba espacialmente siempre un poco más allá, tierra adentro, sin jamás ser encontrado, permiten establecer dos constelaciones textuales en las que diferenciamos, por un lado, un discurso que sostiene el relato heroico de la conquista, donde la quimera edénica puede materializarse, y por el otro, un discurso donde los textos que lo constituyen interactúan alrededor del fracaso y el hambre. Ambos discursos se superponían desde perspectivas políticas antagónicas poniendo en juego intereses que involucraban a la organización local o a la metrópoli. Ahora bien, lo interesante es que en estos discursos se sostiene la posibilidad de la existencia concreta del paraíso en las proximidades de Asunción y que, si bien se contempla la promesa de hallar oro y plata, lo que se privilegia es la riqueza de la tierra fértil, cálida y abundante en la que se puede vivir holgadamente. En este sentido, la idea apuntaba tanto a persuadir a quienes desearan poblar la región como a estimular el espíritu aventurero de quienes pretendían hallar botines similares a los de México o Perú. La idea de paraíso en la región rioplatense asumió rasgos propios, señalando estos dos modos de concebir la realidad y, en consecuencia, de avanzar sobre el territorio y representarlo: mientras el primero ponía de manifiesto la voluntad de descubrir y conquistar, el otro tendía a la consolidación in situ del asentamiento colonial. De esta manera, se relacionaba tanto con el ‘lugar ideal’, desde una perspectiva geográfica que apuntaba a los tesoros materiales, como con la posibilidad de encontrar 10

La idea del Dorado, que se volvió altamente significativa en el Nuevo Mundo, refería a una Edad Dorada perdida, de origen clásico, que correspondía a la primera de las cuatro edades de la humanidad, durante la cual, bajo el reino de Saturno (según la tradición clásica) o antes del pecado original (según la tradición cristiana), la humanidad se encontraba en un estado de bienestar tal, que no trabajaba y disfrutaba del ocio, en paz y alegría. Se vivía en una eterna y abundante primavera, libre de la autoridad de los hombres y sin leyes, según lo describen Hesíodo en Los trabajos y los días y Ovidio en las Metamorfosis (Jáuregui, 2008, p. 67).

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o desarrollar un asentamiento organizado donde se obtuviera bienestar y paz. Este dato adquiere relevancia si agregamos, como acontecimiento que abona el espíritu en que germinan estas ideas, que en 1516 se publica —y Francisco de Quevedo traduce inmediatamente al castellano— la obra de Tomás Moro11, que permite trasladar el discurso utópico hacia el Nuevo Mundo. Desde los primeros viajes la experiencia en América conjugó la impronta de un lugar disociado entre el espacio real y el anhelado, que habilitaba la búsqueda de oro, plata, especias, maravillas y paraísos, y remitía a un extenso linaje de viajeros pertenecientes a la cultura occidental: Ulises, Marco Polo, Cristóbal Colón,Vespucio, pero también Hernán Cortés o Francisco Pizarro. Así, por ejemplo, al arribar a la desconocida tierra americana, Colón no advirtió el encuentro con lo nuevo sino que recurrió a los saberes previos que le permitieron constatar allí las particularidades de las costas orientales de Asia, tierra exuberante y rica en oro. Las fuentes históricas, geográficas y cosmográficas que Colón parece haber consultado, como Pierre d’Ailly, Ptolomeo o Marco Polo, constituyeron el marco de referencia que permitió la reproducción de representaciones míticas en lugares ignotos12 y la consolidación del universo simbólico que expandió la mundialización ibérica13. Se inauguraba en América un modo de conocer centrado en la visión del conquistador, europeo y cristiano, en el que relatos escuchados o leídos conformaban la base para que las fantasías se transformaran en realidad. 11

Aínsa, 1992, p. 9. Entre los libros de propiedad de Colón que le permitían conjeturar sobre un paso marítimo por occidente a la India y que lo conducirían a pensar en un encuentro con el Paraíso ante el hallazgo de nuevas tierras, diferentes de la ‘isla de la tierra’ u Orbis Terrarum, se encontraban el Imago Mundi de Pierre d’Ailly (ca. 1410), —uno de las más anotados por su propia mano—, y la Geografía de Ptolomeo, autor redescubierto por el Renacimiento, que especulaba sobre la existencia de tierras desconocidas más allá del mundo conocido y cartografiado por su época (Boorstin, 2008, p. 156). 13 Serge Gruzinski, en Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización, analiza desde el presente los mestizajes provocados por las empresas de dominación de las monarquías con ambiciones universales —de ahí la ‘mundialización’—, focalizando en la relación entre la monarquía ibérica y México, que aquí hacemos extensiva a la región del Río de la Plata: «Las empresas de dominación que precipitan los mestizajes o, en cierto momento, los paralizan y los borran, se ejercen a muy diversas escalas. Pueden ser locales (México), regionales (Nueva España), coloniales (las relaciones con la metrópoli), pero igualmente globales (la monarquía). A la monarquía católica y a la mezcla de sus mundos las recorren así miríadas de interacciones que nos devuelven a formas múltiples y móviles de dominación» (2010, p. 48). 12

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Así —y aún cuando se trataba de una región periférica—, en el Río de la Plata los sucesivos conquistadores dilucidaron lo desconocido a partir de los mitos clásicos y de la antigüedad griega: el Paraíso Terrenal, la Edad de Oro y el Dorado, el país de Cucaña, la Arcadia o las Amazonas, junto con el imaginario proveniente de las ‘maravillas’ referidas por los viajeros medievales hacia Oriente, como el Paraíso de Mahoma, las Siete Ciudades Encantadas, la Fuente de la Eterna Juventud o el legendario Cipango. La matriz edénica que atravesaba estas geografías ilusorias, y que se volvió subsidiara de la fantasía del conquistador, surgió imbricada con su reverso siniestro: la experiencia que nace del miedo a lo desconocido y que también encuentra su entidad en estos relatos clásicos y medievales. La imagen del bárbaro enemigo que habitaba los territorios más allá, y custodiaba los preciados paraísos, en la imaginación occidental cristiana implicaba el peligro de ser asesinado o capturado y devorado, lo cual se sintetiza, en América, en la invención del caníbal14. Del corpus textual sobre la región rioplatense me centraré en el período que comprende desde los primeros documentos hasta los textos generados por Álvar Núñez Cabeza de Vaca, o aquellos que lo tienen como protagonista, a mediados del siglo XVI. Mi propuesta es analizar las representaciones que allí emergen sobre el espacio edénico y sus habitantes vernáculos como resultado de la experiencia inmediata de quienes escriben. Consideraré documentos producidos desde lugares de enunciación definidos a partir de adhesiones políticas —‘leales’ o ‘comuneros’—, pero también aquellos que fueron resultado de las informaciones leídas o escuchadas de los testimonios de los nativos y sobrevivientes hispano-portugueses, que daban cuenta de leyendas construidas, a lo largo del tiempo, asociadas a la idea del paraíso. La focalización en la figura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca se debe a que su arribo a la región provocó la suspensión o modificación de proyectos que comenzaban a gestarse después de la muerte de Pedro de Mendoza, con la consecuente conformación de un nuevo escenario de tensión política. De 14

La palabra ‘caníbal’, en el sentido del antropófago, proviene del término «caribe» y fue introducido por Cristóbal Colón en su primer viaje a América para designar a los indios taínos. En su «Carta a Luis Santángel», del 15 de febrero de 1493, donde anuncia su ‘descubrimiento’, escribe: «Así que monstruos no he hallado ni noticia, salvo de una isla que es Carib, la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada por una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana» (pp. 144-145). A partir de entonces la asimilación del caribe con el caníbal pasaría a designar al hombre bestial, monstruo salvaje, irremediablemente al margen de la civilización, y a quien es necesario combatir a sangre y fuego (Fernández Retamar, 1998, p. 14).

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esta manera se puso de manifiesto —e intentó limitarse— el creciente peso de las ambiciones personales sobre los deberes con la Corona que sustentaban algunas empresas, como, por ejemplo, la de Domingo Martínez de Irala, en Asunción, o la de Bernardo de Armenta y Alonso Lebrón, en Santa Catalina. A pesar de esto, la llegada del segundo adelantado no interrumpió la continuidad de las incursiones para alcanzar las tierras soñadas, sino que él mismo intentó desplazar a sus anteriores impulsores, respaldado en los poderes otorgados por la Corona, por lo que se colocó al mando de las empresas conquistadoras. Sin embargo, a comienzos de 1545 y ante el fracaso de una de sus entradas remontando el alto Paraná en busca de metales preciosos, los enconos y diferencias hicieron eclosión y los oficiales reales —al parecer siguiendo directivas de Irala— pusieron fin a su mandato. Sin dudas el texto al cual la crítica literaria ha acudido con más insistencia para referir estos hechos fue los Comentarios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca15. Mi propuesta es considerar también este texto, pero en relación con su contexto documental, es decir, en constelación con la realización discursiva que constituye su horizonte de producción y determina la tensión política que lo atraviesa. Me detendré especialmente, entonces, en los Comentarios (1555), la «Relación de las cosas sucedidas en el Río de la Plata» (1545) de Pero Hernández y la «Relación general» (1545) del mismo Cabeza de Vaca, sin dejar de examinar otros documentos del período, como la «Relación que dejó Domingo Martínez de Irala en el puerto de Buenos Aires cuando lo despobló a instancias del requerimiento que le hizo Alonso de Cabrera. 1541», y algunos textos producidos por Luis de Miranda —la carta del veinticinco de marzo de 1545—, o por fray Bernardo de Armenta —las cartas del primero de mayo 1538 y del diez de octubre de 1544—. 15 La autoría de los Comentarios es un tema que despierta polémicas aún no resueltas dado que el texto, firmado por Pero Hernández, está publicado en 1555 junto a los Naufragios y un «Prohemio» que se encuentran a nombre de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Para esclarecer este punto es importante destacar que si Álvar Núñez debía justificar su proceder y defenderse ante las acusaciones que pesaban sobre él, en el marco de los litigios legales que enfrentaba diez años después de los sucesos que terminaron con su prisión y expulsión del Río de la Plata, es entendible que recurriera a un narrador testigo que diera cuenta de su buen accionar. Coincidiendo con la observación de María Juliana Gandini, acudir al escribano, figura pública y con un lugar especial dentro de los procesos de legitimación y validación del Estado español, puede constituir, en este caso, una estrategia de construcción de veracidad a partir de la cual reafirmar su defensa (Gandini 2011, p. 40). Por lo tanto, a pesar de las diferentes firmas, considero que ambos estarían supeditados a una misma autoría y que el cambio de sujeto y estilo indicaría estrategias de escritura vinculadas al contexto en el que se producen.

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Como consecuencia de las relaciones de poder instauradas en torno a los asentamientos de Buenos Aires y Asunción, que después de la muerte de Mendoza conforman los polos geográficos de disputas políticas irreconciliables, cristaliza la asociación entre la geografía de base empírica y el paraíso terrenal. En el Río de la Plata, la representación del paraíso se resignifica partiendo de las imágenes inaugurales de Colón o Vespucio, frente a la certeza cada vez más notoria de su inexistencia, y la necesidad de consolidar los intereses políticos y económicos de los conquistadores en la región. Por lo tanto, la ambición de riquezas materiales, que había funcionado como primer impulso para la realización de entradas al interior del continente, se desvió hacia la búsqueda de nuevas posibilidades de acceso a esos beneficios por la vía discursiva. La petición de méritos y servicios fue el modelo retórico para reclamar ante el rey una compensación por los servicios prestados: los padecimientos soportados en su nombre, que en la provincia del Plata no estuvieron señalados por las acciones guerreras, sino por el hambre y los conflictos dentro de la propia hueste. Para quienes comenzaban a percibir que los beneficios que ellos creían merecer no eran tales y que aquello no era el Jardín del Edén, la conquista del Río de la Plata se connota como un lugar negativo, reino del pecado y la barbarie. En este grupo de hombres estaba Luis de Miranda, leal a Cabeza de Vaca, quien denunció las condiciones en las que se encontraba Asunción dado que, tal como lo expresaba en la carta de 1545, Irala y los oficiales reales provocaban «(mucha sinjusticia, poca justicia): alborotos, continuos; paz, ninguna»16. Señalemos que hacia mediados del siglo XVI, cuando todavía tenía plena vigencia el discurso de los tesoros hacia el oeste y noroeste de la cuenca, Asunción se volvió un punto estratégico para alcanzar ese objetivo, provocando conflictos entre los conquistadores que anhelaban alzarse con el botín. La cercanía al paraíso terrenal se asociaba con esta riqueza material que era, también, abundancia de bastimentos y mujeres. La situación vivida en Asunción resultaba insostenible para quienes defendían las ordenanzas y cédulas reales, la moral y la legalidad emanada de la Corona y la Iglesia. Esto provocó enfrentamientos que tenían como base perspectivas diametralmente opuestas sobre el territorio y su ocupación: así, Miranda, Álvar Núñez o Pero Hernández denunciarían el caos, basándose sobre todo en las prácticas de la poligamia y la antropofagia. Los ‘leales’ juzgaban a los indígenas con horror por sus prácticas bárbaras, contrarias a la moral católica, poniendo 16 Miranda, «Carta», p. 187. Las citas del texto de Miranda, como ya se ha mencionado, remiten a la edición de este mismo volumen.

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de manifiesto el terror subyacente a ser devorados, y en consecuencia, la necesidad de prédicas de conversión efectivas en la región. Este diagnóstico apuntaba directamente a la organización de Irala y los oficiales reales, a los que acusaban de abusar de los beneficios que les otorgaban las negociaciones con los indígenas sin implementar una política evangelizadora, en los términos que ellos consideraban necesarios. De esta manera, si para unos, la naturaleza proveedora y abundante sugería la cercanía del paraíso, para otros, y en la perspectiva de los fieles a Álvar Núñez, el territorio se transformaba en tierra de pecados, terror e injusticia. II. EL ORIGEN DE LA LEYENDA Hacia mediados del siglo XVI se produjeron dos acontecimientos de distinta índole que repercutieron en la producción discursiva de las colonias: en 1542 se promulgan las Leyes Nuevas, que trajeron cambios especialmente en lo referido a las condiciones en que se realizaban las encomiendas e influyeron en la manera en que los conquistadores se vinculaban —al menos discursivamente— con los indígenas, y en 1555 Carlos V abdica su trono en favor de su hijo Felipe II, hecho que promueve en América nuevas estrategias y diferentes modos de legitimación ante la autoridad. Hacia la misma época en la llamada ‘provincia del Plata’17 pareció decaer el impulso por buscar tesoros: alrededor de 1547 Domingo Martínez de Irala encontró el paso hacia el Perú y esto significó que se diluyeran las ilusiones de encontrar las fabulosas tierras del noroeste, donde se suponía estaba la Sierra del Plata. Estos cambios incidieron en la manera de concebir el espacio y modificaron el diagrama de relaciones de poder, tanto locales como con la metrópoli, ya que el motivo material que sostenía el interés de la Corona y los conquistadores se atenuó momentáneamente y generó una reorganización del territorio, según las posesiones obtenidas hasta el momento18.

17

Hacia mediados del siglo XVI la ‘provincia del Río de la Plata’ comprendía parte de los actuales territorios de Argentina, Uruguay, Paraguay y sur de Brasil próximos a la cuenca y se organizaba por medio del eje fluvial de comunicación que conformaban los ríos Paraná y Paraguay. Este eje conectaba un conjunto de sitios que garantizaban la circulación y permitían el asentamiento (Guérin, 2000, p. 35). 18 El descubrimiento de Irala del paso hacia el Perú, según Julio Caillet-Bois, deshizo la leyenda y redujo a los conquistadores a la posesión de lo que tenían descubierto y poblado a medias, con lo cual comenzó la colonización definitiva (1958, p. 7).

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Podríamos decir que el macro-relato que da cuenta del descubrimiento del Río de la Plata comienza con la descripción de un hecho puntual ocurrido el 16 de febrero de 1516, cuando Juan Díaz de Solís llegó a la desembocadura del Plata con el fin de encontrar el paso hacia el océano Pacífico. Solís atravesó el estuario e hizo escala en una isla a la que llamó Martín García, en honor a uno de sus tripulantes muerto cuyo cuerpo sepultó en el lugar, y remontó el río hasta el delta del Paraná donde decidió desembarcar y explorar el lugar. Allí encontró la muerte a manos de los indios que habitaban la costa de lo que hoy es Uruguay19. Los sobrevivientes se retiraron y decidieron regresar a España, pero frente a la isla de Santa Catalina, en las costas de Brasil, uno de los barcos naufragó. Allí quedaron dieciocho sobrevivientes, entre los que se encontraban Melchor Ramírez y Enrique Montes, quienes habrían iniciado la leyenda del Rey Blanco cuya morada se hallaba en un cerro de plata. En el año 1526, Sebastián Gaboto desistió de la misión encomendada por la Corona —buscar el paso hacia Oriente— y, tentado por el cuantioso oro y plata a los que supuestamente se podía acceder, se dirigió a explorar el Río de la Plata. La información sobre los fabulosos tesoros que hacían circular los sobrevivientes de la expedición de Solís habría sido confiada a ellos por los indios guaraníes que, a su vez, difundían las noticias que habían recogido en sus marchas hacia occidente: la existencia de una Sierra de Plata, de un Rey Blanco y de ciudades resplandecientes donde todo era metal precioso, el Mbaé Verá Guazú20. Luis Ramírez, integrante de la tripulación de Gaboto, escribió en 1528 una carta a su padre en la que refería los sucesos de la expedición y describía estos tesoros, transmitiendo el entusiasmo que provocaba la novedad sobre la región21. Lo que este texto evidencia es la construcción de la idea del tesoro como promesa en el interior del conti19

Los escritos del siglo XVI señalan que a ambas márgenes del Río de la Plata vivían querandíes y charrúas, mientras que en el curso inferior del Uruguay e islas del Paraná inferior y medio vivían grupos ribereños que genéricamente se denominan chanátimbú (Bonomo, 2012, p. 67). Hacia el norte diferentes grupos de guaraníes ocupaban la amplia zona que conforman los actuales territorios de Paraguay, noreste de Argentina y sur de Brasil —aunque también había algunos asentamientos en el delta del Paraná—. La antropofagia habría sido una práctica ritual común en la región, si se tienen en cuenta los testimonios documentados en este período y algunos hallazgos, como el descubrimiento de Jorge Rodríguez en el basural de una aldea guaraní del río Uruguay, donde se encontraron huesos humanos fracturados, mezclados con otros restos de alimentación (Bonomo, 2012, p. 59). 20 Cardozo, 1996, pp. 32-33. 21 Ramírez, «Carta», p. 45.

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nente, internándose por el río de Solís hacia la Sierra del Plata. La asociación del río con esta quimera hizo que su nombre cambiara, de ‘mar Dulce’ o ‘río de Solís’ al de ‘Río de la Plata’. En 1529, cuando Gaboto se encontraba nuevamente en la América meridional, mandó por vía terrestre un contingente de catorce hombres a cargo del capitán Francisco César con la misión de localizar las ricas tierras descritas por Montes y Ramírez. Aunque César no encontró la legendaria sierra, después de dos meses y medio volvió refiriendo el hallazgo de una ciudad fantástica, digna de ser conquistada por un nuevo Amadís de Gaula, en la que ya no había dragones ni encantadores pero sí una riqueza nunca vista, defendida por una serie de obstáculos casi insalvables22. De esta manera, se inauguraba el imaginario sobre una nueva ciudad, relacionada directamente con otras ciudades como la del Paititi o el Dorado, que tomaría el nombre del capitán para llamarse ‘de los Césares’23. La frustración de las sucesivas expediciones en las que no se hallaban las ansiadas riquezas hizo decaer el interés de la Corona por la región, pero, en ese momento, la noticia del enorme tesoro conseguido por Francisco Pizarro y sus hombres luego de la prisión de Atahualpa a fines de 1532, impulsó la preparación de nuevas expediciones. De esta manera, cuando en 1534 se expuso en la Casa de Contratación el oro peruano obtenido el año anterior, Pedro de Mendoza apuró sus trámites y cuatro meses después firmó en Toledo la capitulación por la cual la Corona le otorgaba una gobernación de doscientas leguas, desde el norte marcado por la gobernación de Almagro y, al sur, hasta el estrecho de Magallanes, e invirtió su fortuna en esa expedición que lo llevaría hacia el fabuloso imperio del Rey Blanco24. A comienzos de 1536 Mendoza estableció un puerto al que nombró, en honor a la Madonna di Bonaria, Nuestra Señora de Santa María del Buen Aire25, pero su vida y la del precario asentamiento correrían la misma suerte. En 1537 Mendoza moría en su viaje de regreso a España y Buenos Aires era despoblada, después del asedio indígena y el hambre, en 1541. A pesar de esto, la gestión de Mendoza fue fundamental porque trazó un plan de entradas al territorio que se continuaron en el futuro, y de su armada surgieron los hombres protagonistas de la enmarañada trama de tensiones con la que 22

Zapata Gollán, s. f, p. 4. Aínsa, 1992, pp. 16-17. 24 Gandía, 1961, p. 125. 25 Enrique de Gandía sostiene que la fundación se produjo el 3 de febrero y no el 2 de febrero o el 23 de enero como señalan otras fuentes, y que el nombre se debió a la Patrona de los navegantes, venerada por los marinos españoles muchos años antes de la expedición de Mendoza (1961, pp. 133-134). 23

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Álvar Núñez se encontró al llegar al territorio: Domingo Martínez de Irala, Pero Hernández, Juan de Ayolas, Luis de Miranda, Juan de Salazar y Espinosa, Gonzalo de Mendoza y Francisco Ruiz Galán. A esta lista se deben sumar, también, el veedor Alonso Cabrera y los frailes Bernardo de Armenta y Alonso Lebrón, quienes llegaron a la región en 1538 con el propósito de socorrer a los españoles después de la muerte de Mendoza. Desde las primeras exploraciones hasta la de Mendoza —de características monumentales para la época26— han quedado capitulaciones, cédulas, informes, cartas y relaciones en los que se desarrolla el relato de años de búsquedas y fracasos, y la vida efímera de los primeros establecimientos europeos en la región, como Sancti Spiritu —Sebastián Gaboto, 1527-1529—, Corpus Christi —Juan de Ayolas, 1536-1538—, el asentamiento en Buenos Aires —Pedro de Mendoza, 1536-1541—, o La Candelaria —Ayolas, 15361538—27. Estos puntos estratégicos de defensa y abastecimiento trazaban un recorrido desde la desembocadura del Río de la Plata, donde Buenos Aires oficiaba de vía de comunicación con España, hacia el norte, o sea, hacia tierras no descubiertas. Así, los españoles comenzaron a organizar el espacio según sus propias categorías mentales, basándose en dos tipos de mapas, el físico, organizado sobre topónimos, y el cultural, que ubicaba gentilicios de tribus indígenas en el mundo guaraní28. La historia de estos años de rastreo y organización del espacio hacia el norte, en relación con el discurso utópico del deseo de riqueza, constituye el enmarañado relato que sirve de marco a las jornadas de Juan de Ayolas, Domingo Martínez de Irala y Juan de Salazar y Espinoza. A comienzos de 1537 Ayolas remontó el río Paraguay dejando a Irala en La Candelaria, donde debía esperarlo, pero cuando regresó el fuerte se encontraba abandonado. Desprotegido, Ayolas murió allí como consecuencia de un ataque de los indios, mientras en Buenos Aires Pedro de Mendoza, ante su inminente 26 El número de embarcaciones y hombres que compusieron la armada del adelantado varía según los distintos estudiosos sobre el tema, aunque todos destacan su gran magnitud: Enrique de Gandía, que dice tener como fuentes a Ulrico Schmidl y Ruy Díaz de Guzmán, sostiene que de España partieron trece naves y que en Canarias se sumaron tres más, pero a la costa de la futura Buenos Aires llegaron catorce navíos, con un número de hombres que rondaba entre mil quinientos y mil ochocientos (1961, pp. 128-129). Según Mar Langa Pizarro el número de embarcados podría ascender hasta dos mil quinientos, como límite máximo, entre quienes viajaban un número indeterminado de mujeres (2013, p. 276). 27 Caillet-Bois, 1958, p. 6. 28 Guérin, 2000, pp. 28-29.

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partida a España, lo nombraba su sucesor. Sin embargo, la situación urgente y la ausencia de Ayolas provocaron que delegara sus funciones, provisoriamente, en Francisco Ruiz Galán. En junio del mismo año, Juan de Salazar y Espinosa y Gonzalo de Mendoza viajaron hacia el norte con la misión de socorrer a Ayolas, y como consecuencia de esta entrada Salazar fundó en agosto el fuerte Nuestra Señora Santa María de la Asunción. Los conflictos previos a la llegada de Álvar Núñez protagonizados por los hombres de la armada de Mendoza tuvieron su epicentro en Asunción, debido a que, aún cuando había sido recientemente fundada, se había convertido en un punto estratégico para acercarse a las tierras deseadas. Ruiz Galán, después de la partida del gobernador, se dirigió hacia Paraguay con un documento ‘arreglado’ por Pero Hernández, su escribano, quien según Lafuente Machain habría hecho interlineados en la escritura del poder dejado por el adelantado, favoreciendo sus aspiraciones, pues agregaba al mandato de teniente de gobernador del puerto de Buenos Aires, las guarniciones de Corpus Christi y Buena Esperanza, ausentes en el documento original29. Alonso Cabrera, veedor de la Corona, se embarcó en 1538 junto a cinco frailes franciscanos para intervenir en la provincia del Río de la Plata, autorizado a ejecutar las Provisiones Reales que llevaba, destinadas a regir en las diversas circunstancias en que podían encontrarse los conquistadores, como consecuencia de la muerte del gobernador. Tenía en su poder una Cédula Real fechada el 12 de septiembre de 1537 por la cual el rey Carlos V y la reina madre, doña Juana, disponían que, en caso de que Pedro de Mendoza hubiera muerto y no estuviera quien él hubiera dejado en su cargo, gobernaría el que fuera designado por mayoría. Esta disposición favorecía a Irala, que se consolidaba en el poder como caudillo local y barría con pretensiones como las de Ruiz Galán. Esta situación pone en evidencia la importancia de los documentos y la relevancia de la figura del escribano, quien, presente en los momentos cruciales de la expansión, debía desempeñar la función de preservar, por medio de la escritura, el control metropolitano sobre las empresas colonizadoras30. En este sentido, Pero Hernández, a las órdenes de quienes mandaran, colaboró con Ruiz Galán y luego con Álvar Núñez, ambos enfrentados a Irala, sin que, en ninguno de los casos, sus potestades para intervenir lograran modificar los hechos a favor de quien servía. Encarcelado Cabeza de Vaca, Hernández fue desplazado por Martín de Orue, lo que permitió al bando opositor realizar la 29 30

Lafuente Machain, 2005, pp. 49-50. Lienhard, 1989, p. 32.

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certificación de documentos contrarios a sus deseos y órdenes. Estas circunstancias nos habilitan a pensar que la intención de Hernández al escribir sobre lo ocurrido no solo confirmaba su adhesión a la perspectiva de Álvar Núñez, sino que, también, expresaba sus propios rencores y pesares. El relato de los hechos protagonizados por Cabeza de Vaca se encuentra en documentos que, en la mayoría de los casos, reproducen el punto de vista del mismo adelantado sobre la jornada al Río de la Plata y su gobernación hasta el 25 de abril de 1544, día en que se produjo el motín que lo destituyó del poder, y provocó su prisión y posterior regreso a España. Álvar Núñez había llegado a Asunción dos años antes como adelantado, gobernador y capitán general de Río de la Plata, en reemplazo del fallecido Pedro de Mendoza, con los objetivos de continuar los descubrimientos y auxiliar a los españoles que se encontraban en condición de emergencia: las capitulaciones de 1540 le concedían la gobernación con los mismos límites que a su antecesor. Cabeza de Vaca se presentaba como quien era capaz de reordenar y pacificar la región; sin embargo, cuando llegó a las costas de Santa Catalina, el escenario era complejo. En Asunción gobernaba Irala, gracias al apoyo de los oficiales reales después de la muerte de Mendoza y la desaparición de Juan de Ayolas, pero a esto se agregaba que Irala, ya en el cargo de gobernador, había tomado la decisión de despoblar Buenos Aires y trasladar sus habitantes a Asunción. III. EL ESPACIO COMO TENSIÓN ORDEN-CAOS En pocos años desde su fundación en 1537, Asunción se había convertido en una ciudad en crecimiento, con cuatrocientos habitantes y autoridades comunales. Irala gestionó una serie de medidas para garantizar la continuidad de los favores a los oficiales reales, como la aprobación del trueque con los guaraníes, a cambio de bastimentos y esclavos, la adhesión a las ‘rancheadas’ y el comercio con el Brasil31. Para los pobladores que integraron el primer asentamiento parecía cumplirse el anhelo de cambiar sus destinos, comenzando a conformar un grupo de hidalgos con prerrogativas y servicios. De esta forma, Irala aseguraba su poder y creaba una organización económica y política centrada en su persona, cada vez más distanciada de la injerencia de la Corona en la región. Como señala Lía Quarleri, Irala «instauraba una política de gobierno que daba la espalda a España y miraba 31

Ver Seckel, p. 100.

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hacia el interior del territorio, con el fin de recrear en América una casta privilegiada a partir de una economía basada en el botín, la venta de esclavos y el trueque, y sustentada en continuas fantasías de encontrar riquezas en las diferentes empresas de exploración realizadas»32. Asunción se desarrolló encerrada en sí misma, renunciando a sus dos salidas al océano: por la costa este, hacia Santa Catalina, y hacia el sur, por el Río de la Plata. La sumisión de los indios carios sirvió para el abastecimiento de provisiones e hizo que los jefes cedieran sus mujeres a los españoles como esclavas para el trabajo o para servicios amorosos. La progresiva acumulación tanto económica como de poder provocó la constitución de una nueva red de relaciones, articulada por modos de legitimación sensiblemente distanciados de las disposiciones reales. La figura de Irala alarmaba a las autoridades monárquicas por su capacidad para instrumentar en Asunción un modo de organización cada vez más autónomo, en un momento en el que todavía se confiaba en encontrar grandes tesoros en la región. La despoblación de Buenos Aires resultaba sintomática, en este sentido, ya que revelaba el desinterés por conservarla como punto fundamental en la ruta de comunicación con España. Esta decisión manifestaba la presencia de dos modos de concebir y organizar el espacio, y dos estrategias de expansión diferentes, ya referidas por Tieffemberg en este mismo volumen33: la que propugnaba por dejar los navíos en el estuario y remontar los ríos en embarcaciones más livianas en busca de riquezas, y la que pretendía el establecimiento de un puerto de trasbordo marítimo que comunicara la región con la metrópoli34. En Asunción, Irala optó por la primera estrategia, creando una estructura de poder organizada con base en la ciudad pero con la finalidad de realizar entradas hacia el norte. El talento político de Irala, que permitió cohesionar intereses, en palabras de Efraim Cardozo, «evitó que la lucha de facciones tomara cauces sangrientos y convirtió a la quimera áurea, por él alimentada incansablemente, en el aglutinante que unió a la anarquizada colonia y la liberó de la dispersión»35. Una vez constituida la primitiva provincia del Río de la Plata con su centro principal en Asunción, resultaba evidente la organización territorial hacia el norte, donde se localizarían los fabulosos tesoros. Durante su gobierno, Irala estableció alianzas con las poblaciones vernáculas, distribuyó 32 33 34 35

Quarleri, 2009, p. 57. Tieffemberg, p. 24. Guérin, 2000, p. 33. Cardozo, 1961, p. 163.

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territorialmente los beneficios para los oficiales y estimuló así el desarrollo de la ciudad, pero nunca abandonó los preparativos para emprender una entrada destinada a descubrir el camino hacia las ricas tierras que prometían los nativos. La fecha de la partida para su entrada estaba fijada cuando, el 24 de febrero de 1542 llegó a Asunción la noticia del arribo de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y sus planes quedaron en suspenso. El enfrentamiento que se produjo entre Cabeza de Vaca y los oficiales reales liderados por Irala se debió, principalmente, a que la presencia del segundo adelantado, tal como les había sucedido a Armenta y Lebrón en Santa Catalina, interrumpía proyectos personales ligados a la búsqueda de riquezas y al reparto de encomiendas. Esta confrontación puso de relieve antiguos conflictos, previos a su llegada, por lo que quienes estaban en desacuerdo con las políticas de Irala y se encontraban sometidos a la voluntad general, rápidamente vieron en él la posibilidad de ser representados por una autoridad legal y cambiar su propia suerte. Alonso Cabrera intervino en estas controversias analizando documentos y relevando probanzas, lo que despertó el recelo de algunos hombres como Ruiz Galán, quien había intentado desplazar del poder a Irala, pero el 10 de enero de 1539 se determinó que el mando le pertenecía por derecho, dado el consenso general de los pobladores36. En Asunción, clérigos y religiosos se agruparon en torno a alguno de los bandos enfrentados: entre quienes se manifestaban en contra del adelantado se encontraban Armenta y Lebrón, fray Luis de Herrezuelo y los clérigos Francisco de Andrada y Juan Gabriel Lezcano, mientras que, entre quienes se encontraban a favor, figuraban fray Juan de Salazar, Luis de Miranda, Antón de Escalera y Rodrigo de Herrera37. La carta que Armenta escribe al rey en 1544 privilegia la tarea evangelizadora por sobre las motivaciones materiales y critica a Cabeza de Vaca porque «públicamente decía que donde no había oro ni plata, no había necesidad de bautismo»38; así, buscaba contrastar la supuesta codicia del gobernador con la misión evangelizadora que este decía promover. Por estas razones, Armenta le explica al rey que carecía de sentido que demorara su estadía en Asunción y que 36

Lafuente Machain, 2005, pp. 62-63. En los Comentarios se recuerda que, desde la prisión, Álvar Núñez pidió a los oficiales reales un clérigo para confesarse y le respondieron que mandarían a Francisco de Andrada, amigo de ellos, y no a quienes habían tenido presos por el mal hecho «contra el servicio de Dios», como Luis de Miranda, Antón de Escalera o Rodrigo de Herrera (Núñez Cabeza de Vaca, Comentarios, p. 354). 38 Armenta, «Carta», p. 32. 37

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volvería, entonces, junto a su compañero, Lebrón, a Santa Catalina, donde continuarían las obras iniciadas. Si bien Irala facilitó el desarrollo de Asunción gracias a una gobernación en la que se conjugaban las necesidades de colonizar y explotar el territorio y la realización de matrimonios interétnicos, no todos se beneficiaban con esta política ni estaban de acuerdo con ella. Entre ellos se encontraban quienes habían integrado la armada de Pedro de Mendoza, como Luis de Miranda o Juan de Salazar y Espinosa, y quien había sido su escribano, Pero Hernández. A diferencia de Cabeza de Vaca, ellos participaron de las controversias vividas en Asunción antes de su llegada, así como de los cambios que produjo su gobierno y lo ocurrido luego de su destitución y embarco a España. Sin embargo, según quien sea el que narre los acontecimientos, se orientará a favor de Álvar Núñez, incluyéndose en el grupo de los ‘leales’, o de Irala. Los que adherían al grupo de los ‘leales’ defendían el accionar de Cabeza de Vaca, pero no sólo por apoyar su política y su condición de gobernador legítimo, sino porque sus circunstancias personales, antes de la llegada de éste, los mantenía en enfrentamiento —e inferioridad de oportunidades— con el poder representado por Irala. Por esta razón, la «Relación» de Pero Hernández, la «Carta» de Luis de Miranda y la «Carta» de Pedro de Fuentes, incluida en una serie de documentos en la que también Alonso Riquelme de Guzmán, padre de Ruy Díaz, describe el ambiente falto de control en Asunción, presentan un escenario en el que se distinguen tres momentos diferenciables: el primero, caracterizado por el caos, en el que gobierna Irala con el consenso de los oficiales reales; el segundo, connotado por el orden instaurado por Álvar Núñez a su llegada; y el tercero, en el que vuelve a imperar el caos tras su derrocamiento. En los textos analizados, Cabeza de Vaca trasmuta en el salvador o, tomando la comparación de El Jaber, se convierte en un Mesías que avanza por el territorio contra todos los obstáculos, para cumplir su misión de rescate39. En síntesis, el ciclo caos-orden-caos que estructura la secuencia narrativa de los relatos permite a quienes escriben posicionarse a favor del gobernador, probablemente con la intención de obtener algún beneficio o socorro de la Corona por haber sido fieles servidores. En este sentido, es pertinente señalar el tipo de participación que los adeptos al adelantado tuvieron en los hechos, porque, por ejemplo, solo algunos fueron testigos en la travesía que Álvar Núñez realizó a pie desde su llegada a Santa Catalina hasta Asunción. Tal es el caso de los Comentarios, donde se hace evidente la intervención 39

El Jaber, 2011, p. 52.

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de Cabeza de Vaca en la escritura del relato porque, a pesar de que Pero Hernández utilice el ‘nosotros’ en el momento de la travesía, está refiriendo hechos en los que no participó. Sobre estos acontecimientos contrasta la perspectiva de Bernardo de Armenta, el fraile que, efectivamente, acompañó a Cabeza de Vaca en el camino hacia Asunción y que, junto a su compañero, Alfonso Lebrón, fueron objeto de continuas críticas en el texto. La «Relación» de Pero Hernández, en cambio, comienza refiriendo la situación en Asunción antes de la llegada de Álvar Núñez, es decir que en este documento asume su propia perspectiva, como testigo de vista. En este texto, ante la proximidad temporal de los hechos que condujeron al fracaso el gobierno de Cabeza de Vaca, Hernández denuncia a Irala centrándose sobre todo en el maltrato y esclavitud de los indios, y en el abuso hacia las indias. Según el relato de Hernández, los hombres de Irala tenían acceso a las mujeres solteras, casadas o niñas, y la devoción por sus relaciones era tal que cada uno sumaba mancebas y las celaba al punto de traicionar o matar. A esto se agregaba que, además de la atracción de los españoles por las mujeres indígenas, los caciques daban la bienvenida a personas que consideraban respetables para su pueblo entregándoles una o dos concubinas, lo que dio lugar a un tipo de interacción funcional en ese momento, dado que, de ese modo, los indígenas establecían —o creían establecer— alianzas y obtenían los beneficios que de ellas se derivaban, o al menos su supervivencia. IV. EL PARAÍSO DE IRALA En el Libro de los viajes o Libro de las maravillas, Marco Polo describe el paraíso de Mahoma cuando se refiere a la obra que realiza el Viejo de la Montaña: Hizo, en efecto, en un valle amenísimo, rodeado por doquier de altísimas montañas, un inmenso y hermosísimo vergel, donde había copia de todas las hierbas, flores y frutos deleitosos. Había allí palacios espléndidos pintados y decorados con maravillosa variedad; allí corrían varios y diversos regatos de agua, vino, miel y leche; allí se guardaban mujeres jóvenes sobremanera bellas, diestras en danzar, tocar el laúd y cantar en todas las maneras de los músicos, que tenían vestidos distintos y preciosos y que estaban adornadas con maravillosa galanura, cuyo menester era criar en todos los halagos y placeres a los jóvenes que estaban en él40. 40

Polo, El libro de Marco Polo, p. 20.

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Esta idea del paraíso de Mahoma que en el siglo XIII comenzó a circular en Occidente gracias al relato de viajeros por tierras ignotas, se incorporaba al repertorio de mitos y leyendas en el que prevalecía la naturaleza desmesurada y abundante, los palacios dorados emplazados únicamente en difíciles geografías y la sensualidad de los placeres femeninos. Marco Polo fue el principal gestor de las ideas que en el Occidente tardío medieval se formaron sobre Oriente, y sus descripciones fueron punto de referencia para todo aquel que informara sobre espacios remotos41. Así, cuando los conquistadores españoles y portugueses llegaron a América, definieron lo desconocido, la naturaleza y sus habitantes, desde sus propios saberes —en un intento por comprender y dominar al mismo tiempo—, y los relatos, escuchados o leídos, irían a formar la base de construcciones textuales propias en las que los anhelos se materializaban como parte del mundo observado. Para Irving A. Leonard: Los europeos heredaban la riqueza de las leyendas medievales y clásicas transmitidas a través de los romances populares y, en un grado más vívido y persuasivo, por el novedoso medio de los libros impresos que ponían toda esa literatura al alcance de cualquiera. Esos libros [...] inflamaban su imaginación con la sabiduría mágica de la Edad Media, del Oriente y del mundo antiguo, remozada por la inventiva de los escritores de novelas caballerescas, sentimentales y fantásticas42.

Los hombres que conocían estas historias deseaban ver las maravillas, descritas por otros, con sus propios ojos. En el «Proemio» del libro publicado en 1555 donde se contienen los Naufragios y Comentarios, Cabeza de Vaca se dirige al infante Don Carlos, quien en ese momento tenía diez años y recibía el trono, y se presenta como una voz autorizada para informarle sobre los reinos de Indias, hacia donde se estaba expandiendo el imperio, reservando para sí mismo el lugar de quien podía enseñarle lo que había visto, aumentando sus saberes. Álvar Núñez ponía en primer plano el valor de los estudios, el conocimiento «en los autores griegos y latinos y en la filosofía natural y moral y disciplinas matemáticas»43. Los preceptos bíblicos y las ciencias otorgaban, según Álvar Núñez, ingenio, prudencia y juicio, virtudes que transformarían a su destinatario de niño en «rey cristiano, sabio, justi41 42 43

Sanfuentes, 2008, p. 35. Leonard, 1953, p. 254. Cabeza de Vaca, Comentarios, p. 151.

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ciero, fuerte, verdadero, prudente, liberal, magnánimo, clemente, humano, manso, benigno y amable y aborrecedor de todo lo contrario y obediente a aquel que para tan grandes reinos y señoríos os crió»44. Cabeza de Vaca enumera las virtudes del buen gobernador, incluyéndose él mismo en ese linaje, y recuerda al infante que debe continuar con la empresa conquistadora de Carlos V45. No deja de ser significativo el modo en que se erige ante el rey como quien es capaz de orientarlo, de hacerle ver lo que desconoce por ser poseedor de la experiencia, ofreciéndole el libro que muestra de manera fehaciente su protagonismo en América. Cabeza de Vaca apela a la necesidad del rey de conocer los nuevos territorios y, en el mismo movimiento, encuentra el recurso para ‘limpiar’ su nombre y reponer la gloria, después de años de juicios, tras su alejamiento del Río de la Plata46. La intención de defender y reparar que atraviesa los Comentarios, más de diez años después de los sucesos, permite pensar, como señalé anteriormente, que él participó en la composición del texto que firma Pero Hernández para exaltar su propia imagen, manipulando los acontecimientos en beneficio propio y en contra de sus enemigos. Si Cabeza de Vaca luego de ser deportado por los oficiales reales levantados contra su autoridad, necesitaba dar cuenta de su accionar efectivo en el territorio, debía construir una imagen de sí mismo que, ante los ojos del rey, lo justificara como buen gobernante. Para hacerlo debía presentar, además, la causa principal de su fracaso: el abuso de poder de Irala y su implantación del caos. Aquí es donde la idea del paraíso de Mahoma y el imaginario relacionado con los grandes tesoros escondidos en el interior del continente se vuelven funcionales a su discurso y legitiman su percepción de la realidad. En la «Relación» de Pero Hernández las acusaciones contra Irala, en correspondencia con las de Cabeza de Vaca, se centran en su maltrato hacia los 44

Cabeza de Vaca, Comentarios, p. 152. Cabeza de Vaca invoca ante el rey la autoridad de su origen noble como condición identitaria que legitima su discurso: si bien los datos biográficos no han podido ser determinados con exactitud, Roberto Ferrando señala, siguiendo las palabras del autor al finalizar los Naufragios, que su padre fue Francisco de Vera, su abuelo Pedro de Vera, quien finaliza la conquista de Canarias en 1483, y su madre doña Teresa Cabeza de Vaca. Su lugar de nacimiento ha generado polémicas, ya que a pesar de que se lo asocia con Jerez de la Frontera, según Gonzalo Fernández de Oviedo el mismo Álvar Núñez le habría confiado personalmente en 1547, tal como lo registra en su Historia General y Natural de las Indias, que era natural de Sevilla (Ferrando, 2003, p. 10). 46 Hacia 1555 los litigios legales ya habían concluido, resultando para Álvar Núñez el beneficio de una pensión por sus servicios en Indias, aunque no por su actuación en el Río de la Plata, por lo que los reclamos continuarían. 45

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nativos y, especialmente, en el abuso cometido contra las mujeres indígenas. Ellas aparecen como bienes de cambio y objetos de deseo sexual, y aunque no se hace referencia a su aspecto o a su belleza, se desprende que estaban asociadas al imaginario que vinculaba el territorio americano con el paraíso terrenal y las amazonas —mencionadas en la «Relación» de Hernando de Ribera que constituye el apéndice de los Comentarios, por ejemplo—, lo cual daba sentido a la empresa colonizadora. Al respecto, Alberto Salas reflexiona: Parece que finalmente, los españoles, alejándose del Río de la Plata se acercaban al Paraíso Terrenal, que de manera concreta Ruy Díaz ubica en el Alto Paraguay, en una isla ocupada por los orejones.Y si en verdad no era el Paraíso Terrenal, ese mismo que Colón creyó localizar en la costa de Cumaná, en su más vulgar expresión, era en cambio una posibilidad humana del ‘Paraíso de Mahoma’, en cuanto permitió a los hombres lograr las siete huríes y la más absoluta posibilidad poligámica47.

El paraíso de Ruy Díaz al que se refiere Salas, que como observamos anteriormente estaba provisto de frutas provenientes de Oriente, inexistentes en América antes de la llegada de los españoles, puede concretarse para los conquistadores en lo empírico a partir de la relación con las mujeres indígenas. Este rasgo que transforma el territorio en el lugar donde se realiza el imaginario oriental y que, como su contracara, se describe apelando al caos en los testimonios de los ‘leales’ a Cabeza de Vaca, sirve como argumento para atraer hombres y poblar la región. En este sentido, en la «Relación» que Irala deja en Buenos Aires, señalando los motivos por los que se la despuebla, se indica que: Primeramente han de saber que en el Paraguay, en veinte y cinco grados y un tercio, está fundado y poblado un pueblo en que estarán con los que de aquí vamos al presente, cuatrocientos españoles; tenemos de paz como vasallos de Su Majestad los indios guaranís, siquier carios, que viven treinta leguas alderredor de aquel puerto, los cuales sirven a los cristianos, así con sus personas como con sus mujeres, en todas las cosas del servicio necesarias, y han dado para el servicio de los cristianos setecientas mujeres para que les sirvan en sus casas y en las rozas, por el trabajo de las cuales y porque Dios ha sido servido de ello, principalmente, se tiene tanta abundancia de mantenimientos que no solo hay para la gente que allí reside; mas para más de otros tres mil hombres encima48. 47 48

Salas, 1960, p. 180. Martínez de Irala, 1906 [1541], p. 362.

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La promesa que convertía el territorio en objeto de deseo se centraba, por un lado, en el acceso a las mujeres y, por el otro, en la abundancia de la tierra. Es decir, aquello que desde la perspectiva de Cabeza de Vaca o Pero Hernández se condenaba como violación a la norma por estar asociado a pecados capitales como la gula y la lascivia, en la perspectiva del bando opositor se transformaba en argumento favorable para el poblamiento y posterior desarrollo de Asunción. La riqueza del territorio no se relacionaba con la posibilidad de hallar metales preciosos —como se imaginaba antes de lanzarse a la hazaña conquistadora, aunque este objetivo nunca se abandonara del todo—, sino con la vida holgada y relajada que se ofrecía: es en este sentido que se hacía extensiva la invitación a quienes llegaban con la intención de poblar. Desde el punto de vista de los ‘leales’, la situación de caos en que se encontraba Asunción cambió rápidamente con el arribo de Álvar Núñez. Pero Hernández en su «Relación» hace hincapié en los beneficios que aportaba una gobernación que intentaba alejar las ‘costumbres’ de los ‘vicios’: «Al tiempo que el gobernador vino a esta provincia halló la gente en malos usos y costumbres, y desde luego comenzó a quitar las costumbres y vicios malos, quitándoles las parientas, y ansí se quitaron y apartaron muy muchas indias a muchas personas, de lo cual se agraviaron mucho»49. En el mismo sentido, Luis de Miranda recordaba desde la cárcel, en la carta enviada al rey, que el gobernador Cabeza de Vaca había «servido a Vuestra Majestad muy fiel y lealmente, en tenernos en paz, en justicia, y en descubrir, en persona, gran parte desta tierra»50. Como evidencian estos textos, la imagen de Álvar Núñez se construye sobre las ideas del buen gobierno y la lealtad a la Corona: no solamente es aquél capaz de pacificar y organizar el territorio, sino que, además, es el gobernante consustanciado con las disposiciones contra el maltrato a los indígenas, que comenzaban a imponerse en la metrópoli. De hecho, y con el fin de controlar los abusos observados, Cabeza de Vaca pretendió limitar los intercambios entre asunceños y guaraníes, prohibió las ‘rancheadas’ e intentó supervisar las actividades económicas de los oficiales reales. En definitiva, sus medidas de gobierno socavaron el orden instaurado por Irala en Asunción, poniendo en riesgo los beneficios producidos por el empleo indiscriminado de mano de obra indígena, por ejemplo, lo que despertó inmediato rechazo entre los pobladores y lo enemistó con muchos de ellos. 49 50

Hernández, «Relación»›, p. 323. Miranda, «Carta»›, p. 186.

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V. EL LADO OSCURO DEL PARAÍSO La imagen que Álvar Núñez construye de sí mismo como conquistador cristiano se sustentaba en la idea de la barbarie indígena en relación con el canibalismo, idea que, a su vez, se convirtió en la evidencia principal de que la región debía ser pacificada. Así, después de observar las costumbres de los indígenas y el modo en que estos se relacionaban con el grupo de hidalgos de Asunción, el flamante gobernador reunió a los caciques principales y les pidió que abandonasen su costumbre de comer carne humana: ellos le respondieron obedeciéndole. Esta capacidad de persuasión frente a los indígenas se registra en la «Relación» de Cabeza de Vaca y se reproduce en los Comentarios, cuando el gobernador les ordena que se aparten «de comer carne humana, por el grave pecado y ofensa que en ello hacían a Dios»51. La antropofagia, como signo de barbarie, se asocia en los Comentarios al tópico del Paraíso de Mahoma para señalar aquello que se rechaza y que debe ser corregido. Observemos cómo se desarrolla la fusión entre estos sentidos en la descripción que realiza Cabeza de Vaca de las prácticas de una generación de los guaraníes, cuando toman por cautivo a un enemigo: si los captivan en las guerras tráenlos a sus pueblos y con ellos hacen grandes placeres y regocijos bailando y cantando, lo cual dura hasta que el captivo está gordo, porque luego que lo captivan lo ponen a engordar y le dan todo cuanto quiere comer, y a sus mismas mujeres e hijas para que haya con ellas sus placeres, y de engordarlo no toma ninguno el cargo y cuidado sino las proprias mujeres de los indios, las más principales de ellas, las cuales lo acuestan consigo y lo componen de muchas maneras como es su costumbre52.

Una vez engordado se lleva al cautivo a una plaza donde se lo hace bailar mientras lo golpean hasta matarlo, «y luego las viejas lo despedazan y cuecen en sus ollas y reparten entre sí, y lo comen»53. En este pasaje se mezcla la sensualidad oriental, que aportan los placeres femeninos, con el terror a ser cocinado en una olla, lo que permite conjugar la gula y la lujuria con la condena moral por la antropofagia. Aquí Álvar Núñez saca a la luz el costado siniestro de lo que, desde otra perspectiva, podía ser el Jardín del Edén: el castigo de muerte, oculto en los placeres femeninos —que remite,

51 52 53

Cabeza de Vaca, Comentarios, p. 198. Cabeza de Vaca, Comentarios, p. 198. Cabeza de Vaca, Comentarios, p. 200.

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por ejemplo, a las amazonas o las ménades—, transforma el paraíso en tierra de pecado. Ahora bien, aunque en los documentos analizados se exalta el buen gobierno de Cabeza de Vaca por su capacidad para reducir al orden todas las prácticas consideradas inmorales, tanto de oficiales reales como de indígenas, los hechos muestran la incapacidad del adelantado para equilibrar las tensiones y evitar los enfrentamientos. Los problemas con los ‘comuneros’, aguijoneados principalmente por Felipe de Cáceres, quien decía que convenía quitar del mando al adelantado porque no respondía a los intereses de Su Majestad, propiciaron la traición y posterior encarcelamiento de Álvar Núñez. Pero Hernández en la «Relación›» de 1545 señalaba a los responsables y observaba cómo el viejo orden, anterior a Cabeza de Vaca, volvía a instaurarse: «preso el gobernador, Domingo de Irala y los oficiales han dado licencias a los indios principales naturales de esta tierra, siendo cristianos, que comiesen carne humana matando en su casa indios enemigos suyos»54. Es decir, así como en poco tiempo, y de manera casi mágica —según se infiere del texto—, el gobernador había pacificado la región, logrando la sumisión de los indígenas, la adhesión al cristianismo, y el rechazo del canibalismo y la poligamia; repuesto Irala en su cargo, todo retrocedió a fojas cero. Una vez que los oficiales reales apresaron a Cabeza de Vaca, los testimonios de los ‘leales’ coinciden en que se volvió a la situación de caos previo a la llegada del ‘salvador’. Luis de Miranda, por ejemplo, observa en su carta que los partidarios de Irala se repartieron nuevamente las mujeres indígenas, y sintetiza su juicio sobre la situación diciendo: «pecados públicos, como en Berbería»55. En otro testimonio, también de un opositor a Irala, se da cuenta del caos vivido, relacionando directamente el paraíso de Mahoma con su gobierno: en una carta de 1545 Pedro de Fuentes menciona las razones por las que Cabeza de Vaca fue detenido, y explica que «la causa de su prisión fue porque les reprendía sus vicios y pecados, que son tantos que exceden a la secta de Mahoma, y es de esta manera que hay unos que tienen diez indias, otros de a treinta, y algunos de a cincuenta, y todas las tienen como mujeres»56.

54

Hernández, «Relación», p. 352. Denominación utilizada por los europeos a partir del siglo XVI para referirse a las costas africanas de Marruecos,Túnez, Argelia y Libia. Un mapa sobre la región realizado en 1630 por Gerardus Mercator se titulaba Barbaria, tal como se explica en esta misma edición, p. 187. 56 Fuentes, 1906 [1545]», p. 298. 55

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En correspondencia con la perspectiva de los ‘leales’, tanto Miranda como Fuentes asocian la región del Río de la Plata con Oriente, centro simbólico del pecado en el imaginario cristiano europeo que funde la sensualidad del lugar placentero con el pecado que se condena. La referencia a Oriente se utiliza, nuevamente, como en el discurso de Álvar Núñez, para acusar a Irala, describir el caos y tomar una posición ante los hechos. VI. EL EDÉN DE FRAY ARMENTA Antropofagia y poligamia aparecen como las preocupaciones principales que dan sustento político al gobierno de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y, por ende, se convierten en los ejes de lucha que legitiman el discurso de los ‘leales’. La subversión del desorden instalado por Irala, que atestiguan documentos como el de Luis de Miranda enalteciendo la figura del gobernador, permite crear un discurso de referencia que condena la materialización de fantasías asociadas al paraíso de Mahoma. La matriz ideológica de esta operación, que vehiculiza tanto el accionar como la percepción del mundo en el momento de la expansión, se encuentra en el pensamiento cristiano, históricamente ligado a la lucha contra el Islam, sus héroes y sus mitos. La empresa que comprendía descubrimiento, ocupación territorial y aprovechamiento de recursos naturales estaba legitimada por la Iglesia, mediadora terrenal que otorgaba sentido universal a la monarquía española. Franciscanos, agustinos, dominicos y mercedarios tuvieron un rol protagónico en las campañas de pacificación y sujeción de las poblaciones americanas, sintetizando la alianza entre la Corona y la Santa Sede con el fin de obtener nuevas tierras y súbditos, y universalizar la religión católica57. En el Río de la Plata, como en el resto de América, desde las primeras exploraciones, las órdenes religiosas regulares participaron en la conquista acompañando el proceso de organización del espacio y agrupación de las comunidades. Clérigos y frailes de la orden de la Merced estuvieron presentes cuando se fundó el fuerte de Asunción, y en los años siguientes aparecieron otras órdenes religiosas a las que se les fueron otorgando sitios donde fundar conventos e iglesias58. Además de las iglesias conventuales se levantaron templos 57

Quarleri, 2009, p. 71. Los jesuitas, cuya Compañía fue fundada en 1540, fueron los últimos en incorporarse al proyecto misionero, y su accionar no tuvo consecuencias destacables hasta principios del siglo XVII. En 1587 los jesuitas portugueses de la Compañía de Jesús fundaron un colegio en Asunción, y en 1604 crearon la Provincia Jesuítica del Paraguay 58

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parroquiales para españoles y otros destinados a indígenas y mulatos, llamados comúnmente iglesias de naturales59. Ahora bien, como señalé anteriormente, al conocerse la noticia de la muerte de Pedro de Mendoza, el veedor Alonso Cabrera se embarcó rumbo al Río de la Plata junto a cinco frailes, de los que sólo se conocen los nombres de fray Bernardo de Armenta, superior de la misión, y fray Alonso Lebrón60. Estos religiosos franciscanos, de los que poco se sabe con certeza, aparecen en los textos escritos por Pero Hernández y Álvar Núñez Cabeza de Vaca debido a que el gobernador, al encontrarlos en Santa Catalina en 1541, los reclutó como informantes e intérpretes, sumándolos a su expedición hacia Asunción. La primera descripción de los frailes en los Comentarios nos dice que estaban dos frailes franciscos, llamados el uno fray Bernardo de Armenta, natural de Córdoba, y el otro fray Alonso Lebrón, natural de la gran Canaria.Y dende a pocos días estos frailes se vinieron donde el gobernador y su gente estaban, muy escandalizados y atemorizados de los indios de la tierra, que los querían matar a causa de haberles quemado ciertas casas de indios, y por razón de ello habían muerto a dos cristianos que en aquella tierra vivían.Y bien informado el gobernador del caso, procuró sosegar y pacificar los indios y recogió los frailes y puso paz entre ellos y les encargó a los frailes tuviesen cargo de doctrinar los indios61.

Como se observa en la cita, Álvar Núñez presenta a los frailes con rasgos negativos, acusándolos de haber provocado daños a los indígenas y perjudicado a los españoles, mientras que se construye a sí mismo como el hombre capaz de poner orden y asignar funciones. Ambos frailes, en la descripción de Cabeza de Vaca, buscan permanentemente obtener ventajas —adelantándose para recibir los obsequios de bienvenida de los indígenas, por ejemplo— o muestran procederes inconvenientes, como cuando intentan llevarse un grupo de jóvenes indígenas contra su voluntad.

para abarcar con su actividad las gobernaciones de Tucumán, Chile, Paraguay y Río de la Plata. Los conflictos con los asunceños, que se negaban a recortar su acceso a la mano de obra indígena, condujo a la implementación de reducciones, luego de gestiones con los jefes de parcialidades dispersas como las de Nuestra Señora de Loreto y San Ignacio (1610), en el Guayrá, y las de San Ignacio Guazú (1610) y Encarnación de Itapuá (1615), en el Paraná inferior (Quarleri, 2009, p. 72). 59 Durán Estragó, 2012, p. 3. 60 Durán Estragó, 2012, p. 56. 61 Cabeza de Vaca, Comentarios, pp. 162-163.

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Al leer las cartas —prácticamente desconocidas por la crítica especializada—, que Bernardo de Armenta dirigió al Consejo de Indias y al rey en 1538 y 1544 respectivamente, accedemos a una versión de los hechos absolutamente opuesta a la que propone Cabeza de Vaca. Cuando Armenta llega a Santa Catalina en 1538 funda la Custodia Franciscana del Nombre de Jesús, iniciando la labor misionera en la región62. Tal como lo expresa en su carta de 1538 al oidor Juan Bernal Díaz de Luco, junto a Lebrón y otros tres cristianos que ya estaban allí y que le servían de intérpretes63 recorrieron la región buscando indios a quienes bautizar y convertir a la religión cristiana. Luego de tres años de adoctrinamiento en el que aprendieron la lengua indígena, los resultados, positivos desde su perspectiva, los condujeron a solicitar al Consejo de Indias labradores, que no sean menester conquistadores, [...] y traigan mucho hierro, y algún lienzo y ropa, y ganado de vacas y ovejas burdas, y cañas de azúcar, y maestros para hacer ingenios de azúcar, y algodón y trigo de cebada, y toda manera de pepitas, que se darán bien, y sarmientos, que se harán muy grandes viñas64.

Armenta pide socorro tanto de materiales e insumos como de hombres, pero deja en claro su renuencia a que se trate de conquistadores porque estos se dedicaban a la «mala vida y mal ejemplo», al mismo tiempo que muestra su preferencia por frailes y labradores, lo que evidencia que proyectaba un futuro asentamiento en tierra fértil, y de ahí la insistencia en que llevaran «mucho hierro», útil a los indios en la labranza del suelo. Observamos aquí la voluntad de organizar el territorio y administrarlo, objetivos que se frustran cuando Cabeza de Vaca desembarca en la región y lo recluta junto a Lebrón, sin posibilidades de negarse, en su propia expedición. Pero, además, el sentimiento de desilusión aumenta desde el momento en que Armenta establece una relación entre la abundancia natural y la promesa futura: «Y aun confío que desmontando la tierra, se hallarán minas de oro y plata»65, puesto que, la riqueza material, como un tesoro escondido, se asocia al labrado de la tierra. Más aún, Armenta cree que podría haber alcanzado esta fortuna si no hubiera tenido que abandonar la obra, obligado 62 63 64 65

Durán Estragó 2005, p. 25. Armenta, «Carta», p. 13. Armenta, «Carta», pp. 14-15. Armenta, «Carta», p. 15.

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a acompañar a Cabeza de Vaca: hecho que recuerda con disgusto en la carta del diez de octubre de 1544, donde expresa que no logró lo esperado «por dejar una cosa principiada como la tenía»66. Por otra parte, la necesidad de volver se enfatiza en esta carta mencionando el juramento que había realizado a los indios bautizados en Santa Catalina, de regresar con ellos una vez ejecutada la jornada. Es decir que, aunque las intenciones de fray Armenta estuvieran dirigidas a propósitos personales, la información proporcionada muestra una relación de cercanía con los indígenas que nos permite pensar que Cabeza de Vaca se sirvió de ella para avanzar pacíficamente, a pesar de que en los Comentarios se diga que esto sucedía únicamente gracias a sus propios méritos. La armada de Cabeza de Vaca se dividió en varias secciones cuando arribó a Santa Catalina y la primera en llegar a Asunción estuvo dirigida por él mismo. El trayecto desde la costa hacia el interior del continente resultó complicado por la hostilidad de la naturaleza, selvática y pantanosa, y por las diferencias entre Cabeza de Vaca y los frailes franciscanos. Después de cruzar el Paraná las discrepancias provocaron la separación de Armenta y Lebrón, que se dirigieron hacia el monte junto con un grupo de indios, pero el gobernador mandó a Gonzalo de Mendoza para que los persuadiera de acompañarlo a Asunción, con el ofrecimiento de darles terrenos, casa y monasterio. Los frailes aceptaron, pero la rivalidad continuaría aún después de llegar a la ciudad el 11 de marzo de 1542. En los Comentarios, se refiere que, dos años después, cuando Cabeza de Vaca es puesto en prisión, Armenta y Lebrón encontraron la oportunidad de dirimir sus asuntos con Irala, le solicitaron la autorización para volver a Brasil, como otras veces habían intentado, y este les concedió la licencia y los ayudó dándoles «seis españoles y algunas indias de las que enseñaban doctrina»67. En la carta de 1544 Armenta exponía los logros obtenidos en el período previo a la llegada de Cabeza de Vaca y describía el quiebre que esta le había ocasionado: enseñamos muchos de ellos lo que les era necesario saber para recibir el bautismo, ca sin duda en breve tiempo obró Dios grandes cosas en sus corazones según lo mostraban sus obras, porque lo que con gran dificultad y con gran discurso de tiempo a penas pueden ser quitadas de los infieles, estos en pocos meses las quitaron de sí, en especial que entre ellos se usa tener muchas mujeres 66 67

Armenta, «Carta», p. 30. Cabeza de Vaca, Comentarios, p. 353.

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parientes, como son hermanas, sobrinas y primas, todos por nuestra predicación se quedaban con una sola que no fuera parienta, y les vedamos que no comiesen carne humana, lo cual cumplieron como les fue dicho, todo por recibir el bautismo y ser cristianos68.

Es decir, Armenta se atribuye la capacidad de apartar a los indios de sus costumbres más preocupantes —la poligamia y el canibalismo—y de crear un asentamiento organizado y con posibilidades de progresar. En este sentido, su reclamo consiste en el derecho de terminar aquello que había comenzado, habida cuenta de que se trataba de una obra que involucraba tanto la conversión de los indígenas como las posibilidades de una efectiva colonización en tierra que, además de ser pródiga, podía esconder oro en sus entrañas69. En esta carta también se sugiere que Álvar Núñez aprovechó las ventajas que le proporcionaba el orden instaurado por él mismo y su compañero, fray Lebrón, versión diametralmente diferente a la construida en los Comentarios. Desde diferentes lugares de enunciación que implican a ‘leales’ y ‘comuneros’ se construyen, entonces, figuras heroicas capaces de dar cuenta de las virtudes del conquistador/colonizador para interactuar con las autoridades reales, en función de la propia conveniencia. En consecuencia, esta construcción se realiza dentro de una estructura dicotómica que necesita generar un antagonista que muestre —a través de la deslealtad y el fracaso— el distanciamiento de los fines de la Corona y la Iglesia. Cabeza de Vaca encuentra en Irala el contrincante depositario de sus denuncias y se erige en protagonista de la lucha por el orden junto a sus ‘leales’. Armenta, de la misma manera, se coloca desde sus propias cartas en el lugar del héroe pacificador y fundador, orientando sus ataques hacia el gobernador, convertido ahora en antagonista.

68

Armenta, «Carta», p. 29. Aunque es poca la información que se posee, se sabe que Bernardo de Armenta y Alonso Lebrón regresaron a Santa Catalina en 1544 a proseguir su actividad misionera, pero dos años después Armenta murió y Lebrón cayó en manos de piratas mientras viajaba a España, sin que volviera a tenerse noticias de él (Durán Estragó, 2005, p. 227). 69

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VII. LEJOS DEL PARAÍSO Hacia fines del siglo XV el imaginario proveniente de los relatos de viajes a Oriente se mezclaba con la veneración de obras greco-latinas que constituían la auctoritas en la que se basaban las creencias y convicciones de la época; las referencias frecuentes entre los círculos eruditos del Renacimiento eran Heródoto, Aristóteles, Platón, Plinio y Solinio. A estos textos, que determinaban las teorías geográficas, antropológicas y éticas —unánimemente aceptadas—, se agregaba la Biblia, que no solamente contenía verdades religiosas, sino que establecía el orden del universo y dotaba de las herramientas necesarias para la comprensión del entorno70. El dogma cristiano y la tradición bíblica impusieron su imaginario sobre el Paraíso y el Infierno en las representaciones de los mapas del mundo. Los episodios y los lugares mencionados en las escrituras exigían su localización por lo que algunos, como el Jardín del Edén, se transformaron en un tentador escenario para los geógrafos cristianos. Así, los mapas medievales mostraban generalmente en la parte oriental del mundo y en el extremo superior del mapa, un paraíso terrestre con las figuras de Adán, Eva y la serpiente rodeadas por un alto muro o por una cadena de montañas. «En primer lugar, en el Oriente es el Paraíso un jardín célebre por sus placeres», establecía el enciclopedista Isidoro de Sevilla (560-636), considerado, según Boorstin, uno de los hombres más sabios de su tiempo, para quien el Orbis Terrarum estaba compuesto por Europa, Asia y África, dispuestos en los mapas T O71. Según Covarrubias, el ‘paraíso’ era «un huerto amenísimo hacia la parte de oriente, adonde Dios puso a nuestro primer padre luego que lo crió, y formó y fabricó a Eva de una de sus costillas; pero por el pecado de la inobediencia fueron echados de él [...] Todo lugar ameno y deleitoso se llama paraíso, y sobre todos el ver Dios en su gloria», y el adjetivo ‘ameno’ señalaba aquella cosa «deleitosa, apacible y de entretenimiento, como los prados floridos, las riberas de los ríos, las arboledas, las florestas, jardines y otros lugares donde se salen a espaciar en el campo». Esta imagen del paraíso como locus amoenus permite, en los textos analizados —Ruy Díaz de Guzmán, Bernardo de Armenta o Domingo Martínez de Irala—, representar una zona de abundancia ligada al paraíso terrenal bíblico y, a la vez, al paraíso de Mahoma, caracterizado por los placeres sensuales y los manjares ofrecidos.

70 71

Sanfuentes, 2008, p. 46. Boorstin, 2008, p. 111.

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La política que Domingo Martínez de Irala implementó en la región permitió que las imágenes de lo paradisíaco, en tanto jardín ameno, cristalizaran como posibilidad de realización para los expedicionarios que descubrían y conquistaban el Río de la Plata. En el discurso de los ‘comuneros’, y también en el de los ‘leales’, se presentaba la idea constante de la riqueza, convertida en promesa futura, desplazada temporal y espacialmente, más allá, hacia un lugar inaccesible e inexplorado. «En la medida en que el espacio conocido se ensancha», dice Aínsa, «los límites de países legendarios y la localización de islas paradisíacas retroceden en el círculo cada vez más amplio y lejano de lo desconocido [...] Los territorios míticos superviven solamente gracias a la inaccesibilidad que procura la distancia»72. Podemos constatar ese desplazamiento de la ubicación espacial en la legendaria ciudad de los Césares que, disuelta cuando se encontraron las enormes riquezas del imperio inca, se trasladó años después al sur de la Patagonia. La Sierra de la Plata, sin duda también ligada al tesoro inca, se siguió buscando aún más allá de las cercanías de Asunción, en el Amazonas, en los Itatines, en el Guairá o en las frías tierras del sur magallánico, pero el fracaso coronó todos los empeños73. La isla que Ruy Díaz de Guzmán, a principios del siglo XVII y con una mirada subsidiaria del imaginario oriental, situaba en las cercanías de Asunción, se desvaneció cuando Félix de Azara, a fines del siglo XVIII, posó su mirada clasificadora sobre la región, analizó las características de los indios ‘orejones’ y le quitó todo rasgo edénico al aclarar que allí no existían las almendras, uvas, peras y aceitunas a las que Ruy Díaz había aludido74. Sin embargo, es preciso señalar que, en ese momento, todavía seguía en vigencia el tópico de las riquezas en el interior del continente, puesto que Azara localizaba su existencia «en la sierra llamada del Paraguay, donde los portugueses poseen minas de oro y de diamantes, topacios, berilos y crisólitos»75. La representación del espacio como territorio en el cual los hombres harían realidad una vida plena de abundancia y placeres sensuales, bajo la óptica de los ‘leales’ como Luis de Miranda o Pero Hernández, se tornó signo de caos y motivo de condena moral. En estos textos, que denunciaban y buscaban restaurar la gloria de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y justificar sus acciones, la representación del espacio que se desprendía de la descripción de Marco Polo abría una red de sentidos en los que la geografía del Río de 72 73 74 75

Aínsa, 1992, p. 37. Cardozo, 1996, pp. 85-86. Azara, Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata, p. 196. Azara, Viajes por la América Meridional, p. 33.

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la Plata y, específicamente Asunción, se asociaba al imaginario oriental del desborde pecaminoso y permitía condenar el poder de Irala. En este corpus, lo oriental ligado a las costumbres y al modo de vinculación del ‘otro’ indígena con los oficiales reales durante el gobierno de Irala —especialmente la poligamia y la antropofagia—, aparece como una amenaza, ilustrada en el relato del goce y la muerte del cautivo que se recrea en los Comentarios. El tópico medieval, refuncionalizado en la región rioplatense, posibilitó señalar el desorden y el vicio a la vez que articular los argumentos a partir de los cuales se construyó la denuncia contra Irala y la defensa de Cabeza de Vaca. Bajo la perspectiva de quienes adherían a la política de Irala y se beneficiaban con ella, esa imagen del paraíso oriental emergía con un signo positivo, vinculado al paraíso bíblico, y en este sentido, se asociaba la zona de Asunción con el más bello jardín, una floresta amenísima donde el hombre podía vivir holgadamente. Por lo tanto, aun cuando en las sucesivas expediciones al Río de la Plata la esperanza de alcanzar los inmensos tesoros —que los sobrevivientes de la armada de Solís ubicaran en el interior del continente— se disolvió en decepción, a nivel discursivo se produjeron construcciones tendientes a sostener su existencia empírica para atender a las necesidades y demandas de quienes escribían. A nivel discursivo los sujetos de enunciación utilizaron el tópico del paraíso terrenal, del Rey Blanco o del paraíso de Mahoma para obtener algún beneficio personal o colectivo. De esta manera, los hombres encontraban la posibilidad de construir el universo que les permitiera vehiculizar sus fantasías o, siguiendo la idea de Saer que sirve de epígrafe a este capítulo, encontrar la tierra ideal para plantar delirios. El enigmático Río de la Plata, que desde las primeras excursiones devino escenario de incansables anhelos cuyo destino fue el fracaso, mantuvo vivo el espejismo de su tesoro oculto, su paraíso más allá, aún mucho después de haber evidenciado su inexistencia.

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BANDOS Y PASIONES EN LA CONQUISTA DEL RÍO DE LA PLATA. ESTRATEGIAS DE LEGITIMACIÓN Y CONSTRUCCIÓN DEL PODER POLÍTICO DE DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA Pablo Sebastián Seckel Universidad de Buenos Aires

I. PIZARRISTAS Y ALMAGRISTAS, PRIMEROS BANDOS Las rivalidades, traiciones y asesinatos entre aspirantes a cargos gubernamentales en Indias fueron comunes en la historia política americana desde el primer momento de la conquista. La rebelión de Gonzalo Pizarro, una de las más estudiadas por la historiografía, muestra cómo las guerras civiles amenazaron con estallar a cada instante entre los conquistadores, que se dividieron en grupos y bandos desde los que se acusaban mutuamente de querer imitar a los ‘comuneros’ de Castilla. Si bien los motivos específicos del levantamiento aún son objeto de debate, los llamados ‘comuneros’ —quienes en 1520 se levantaron contra Carlos V y fueron derrotados en la batalla de Villalar en 1521— se convirtieron rápidamente en el centro de un micro-discurso que, en distintos contextos socio-políticos, funcionó como sinónimo de ‘rebelde a la autoridad constituida y legitimada desde la metrópoli’1. En 1534 Diego de Almagro, capitán de Francisco Pizarro, provisto de una capitulación real que creaba la gobernación de Nueva Toledo, en el actual territorio chileno, organizó una expedición en busca del estrecho de Magallanes. Habían pasado dos años desde que Pizarro iniciara la conquista de Perú y los 1 Como se indica en este mismo volumen, Luis de Miranda habla en su Romance de «buenos caballeros» y «malos ‘comuneros’», p. 177, y Aut. define a estos últimos como aquellos que se unen para conspirar y levantarse contra su soberano.

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tesoros del Cusco ya habían sido repartidos, de manera que la nueva expedición permitía, al menos momentáneamente, descomprimir un espacio donde los conflictos y tensiones por el poder comenzaban a hacerse sentir. Para la expedición a Chile Almagro contaba con varios hombres armados y con la ayuda de un número importante de indios amigos. Cuando el grupo llegó al norte del actual territorio argentino tuvo que cruzar la cordillera en pleno invierno: hombres y caballos se hundían en la nieve, muchos murieron de frío y a otros se les congelaron los pies o quedaron ciegos por la reverberación solar. El viento helado del sur no cesaba y la marcha se hacía cada día más pesada2. En la búsqueda del estrecho deseado chocaron con la nación mapuche que dificultó su avance y, ante la ausencia de tesoros que repartir, Almagro y sus hombres decidieron volver al Cusco a recuperar la parte del botín capturado a Atahualpa. Para la misma fecha, Manco Inca, hijo menor de Huaina Capac, encabezaba una rebelión contra los españoles. Cuando Almagro llegó al Cusco, no solo intentó frenar la rebelión de Manco Inca, también quiso desalojar a Francisco Pizarro y sus hombres del poder y reivindicar sus derechos sobre las tierras recién conquistadas. De esta forma surgieron ‘pizarristas’ y ‘almagristas’, los dos primeros bandos que se enfrentarán en tierras de los Andes, en 1538.Y aunque Diego de Almagro salió derrotado de esta contienda y fue decapitado, y sus partidarios encarcelados o excluidos de cualquier cargo político, los descontentos y rencores continuaron, mientras los rumores sobre una conspiración organizada por el hijo mestizo de Almagro, Diego, el mozo, crecían día a día. Finalmente, en junio de 1541 Francisco Pizarro fue asesinado por Diego, el mozo, y su casa, saqueada junto con sus riquezas. Para frenar el primer ciclo de las Guerras Civiles en el Perú, la Corona decidió enviar a Cristóbal Vaca de Castro, quien asumió la gobernación y puso freno a las ambiciones de Diego de Almagro. Sin embargo, también frustró los planes que tenía Gonzalo Pizarro en cuanto a la sucesión de su hermano en el ejercicio del poder, hecho para el cual estaba habilitado por la autorización real que había permitido a Francisco Pizarro nombrar a su sucesor en caso de muerte. Por otro lado, sin perder sus esperanzas en las riquezas que las tierras del sur podían deparar, Pizarro autorizó a Pedro de Valdivia a salir del Cusco en una nueva expedición a Chile. Además, la promulgación de las Leyes Nuevas en 1542 alteró aún más los ánimos en Perú. El principal objetivo de las nuevas ordenanzas consistía en abolir la encomienda de indios y desarticular el creciente poder que los 2

Bernard y Gruzinski, 1996, pp. 428-430.

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primeros conquistadores comenzaban a detentar, pero también, en el capítulo X, establecían la creación del virreinato del Perú y el establecimiento de una Audiencia con sede en Lima, es decir que atendían a la necesidad de una nueva reconfiguración territorial. En 1544 desembarcó en América el primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, con el objetivo de ejecutar las nuevas ordenanzas sin ningún tipo de concesión. La intransigencia del nuevo virrey desencadenó un segundo ciclo de guerras civiles entre 1544 y 1548, esta vez encabezadas por Gonzalo Pizarro, contra la aplicación de las Nuevas Leyes y con el objetivo de preservar las redes de poder organizadas por los primeros conquistadores frente al avance del absolutismo monárquico que veían desarrollarse en la metrópolis. En este enfrentamiento las fuerzas de los primeros jefes políticos de la colonia fueron derrotadas por las tropas reales3. La conquista del Río de la Plata no estuvo exenta de estos conflictos. Desde la partida de Pedro de Mendoza a España en 1537, se sucedieron una serie de luchas entre los distintos bandos de conquistadores por el control de un territorio promisorio en tierras y mano de obra, pero también, en leyendas de oro y plata. Estas luchas o pasiones anticipan la gran disputa de poderes entre Domingo Martínez de Irala, capitán de la hueste de Mendoza, y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, segundo adelantado enviado a la región por el rey Carlos V en 1541, la misma fecha en la que Irala había decidido el despoblamiento de Buenos Aires y su traslado a Asunción. Al igual que en el caso peruano, pero con un desenlace distinto, la llegada y los propósitos del adelantado chocaron con la realidad de los grupos ya instalados en el Paraguay y generaron un violento enfrentamiento entre facciones, hecho que determinó su derrocamiento en 1545. Álvar Núñez fue depuesto por los primeros conquistadores de la región y los funcionarios reales que se encontraba en Asunción antes de su llegada, y después de unos meses de encarcelamiento fue deportado a España. Sin embargo, y aun cuando Irala fue elegido como teniente de gobernador, por segunda vez, por parte de los vecinos, capitanes y regidores, las tensiones que habían provocado el derrocamiento del adelantado persistieron, y esto se evidenció en que, como señala Ruy Díaz de Guzmán, no «cesó de haber entre los conquistadores bandos y pasiones». Los partidarios del adelantado, sigue Ruy Díaz, «se llamaban ‘leales’, y los de la otra parte los llamaban tumultuarios», y entre ambas facciones no dejaron de producirse «muchas pendencias y cuestiones»4. 3 4

Drigo, 2006a, p. 25. Díaz de Guzmán, Argentina, p. 231.

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En el presente capítulo centraré mi análisis sobre la puja de poderes entre los miembros de la hueste de conquistadores capitaneada por Pedro de Mendoza para dominar el territorio del Río de la Plata, que anticipa y desemboca en la lucha entre los bandos nucleados alrededor de las figuras de Irala y Álvar Núñez. Mediante el análisis de las estrategias de legitimación que utilizaron los conquistadores frente a la metrópolis y frente al contexto americano en el cual les tocó actuar, podemos acercarnos a la comprensión de la historia política de la conquista entre 1537 y 1545. Esta historia nos muestra, por un lado, la heterogeneidad de los conquistadores y la diversidad de proyectos de conquista existentes durante esos años, y por otro, la dificultad de la autoridad metropolitana para imponer sus órdenes a los hombres que actuaban en su nombre al otro lado del océano Atlántico. Para ello hemos recurrido al análisis de las principales crónicas de la época y a otros documentos de carácter legal, como las cesiones de mando y juramento de fidelidad que hicieron los capitanes con sus soldados y, especialmente, a los escritos de Domingo Martínez de Irala: la «Relación» que dejó cuando despobló el puerto de Buenos Aires en 1541, y la «Carta» que envió, en 1545, al rey Carlos V dando cuenta del estado de las Provincias del Río de la Plata. II. LA CONQUISTA PRIVADA Y SUS CONFLICTOS La Corona española pronto advirtió que la realización de sus planes expansionistas sobre las tierras recientemente descubiertas podían llevarse a cabo por medio de un acuerdo con particulares que se comprometían a sufragar los gastos de la empresa a cambio de los premios prometidos por el rey y de las futuras ganancias de la expedición. El particular o conquistador se encargaba del reclutamiento de la hueste de conquista y de los gastos de exploración, asentamiento y poblamiento del territorio. Este acuerdo se exteriorizaba por medio de las capitulaciones, que eran un instrumento legal-contractual en el cual las partes fijaban sus respectivos compromisos; por lo tanto, la capitulación era sinónimo de asiento, acuerdo, convenio, pacto o contrato. Ahora bien, en las capitulaciones indianas estos asientos o pactos fueron mercedes regias, es decir, uno de los contratantes era el propio monarca hispano, soberano de todas las nuevas tierras, y el otro, una o varias personas o instituciones privadas encabezada por un capitán5. 5

García Martínez, 1970.

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Entre los derechos de los capitanes de las empresas de conquista figuraban la adquisición de cargos políticos, como gobernador de las tierras descubiertas, y eventuales títulos de nobleza; el capitán quedaba exento de pagar impuestos y sus hombres podían ser nombrados en cargos oficiales y municipales, además de gozar de mercedes de tierras y tributos de las poblaciones sometidas6. Sin embargo, las empresas de conquista no fueron bloques monolíticos exentos de contradicciones. El conquistador, como sostiene el historiador británico John H. Elliott, aunque en extremo individualista, nunca estaba solo, pertenecía a un grupo bajo el mando de un caudillo, cuya capacidad de supervivencia se pondría a prueba, en primera instancia, por su efectividad para movilizar hombres y recursos, y después por su habilidad para conducir a esos hombres a la victoria. El caudillo tenía que atender a los requerimientos de sus seguidores, y al mismo tiempo satisfacer las peticiones del grupo de hombres que estaba a sus órdenes. La tensión estaba siempre presente en cualquier expedición de conquista, y se debía tanto a las aspiraciones y objetivos encontrados de sus integrantes, como a la distribución de los botines. Por otra parte, la disciplina procedía de la capacidad del jefe para imponerse ante los hombres y del sentido colectivo del compromiso ante una empresa común7. A esta tensión propia de la empresa de conquista, debemos sumar la disparidad social y regional de los hombres que pasaron a América. Como demuestra Marchena Fernández, en su estudio sobre el ejército y las milicias en el mundo colonial, los soldados de las primeras huestes provenían de diversas regiones de España: castellanos, andaluces, vascos, extremeños, entre otros, muchos de ellos enemistados entre sí y con viejos rencores. Pero también, se sumaban soldados de otras regiones europeas como portugueses, flamencos y alemanes, algunos provenientes del ámbito urbano y otros del ámbito rural8. A estas rivalidades regionales se agregaban diferencias lingüísticas y culturales9. 6

Carmagnani, 2004, pp. 41-42. Elliott, 1990, pp. 131-132. 8 Si analizamos la lista de sobrevivientes de la expedición de Pedro de Mendoza incluida en el documento que contiene el Romance de Luis de Miranda en este mismo volumen, podemos observar las distintas naciones y regiones de donde provenían los miembros de la hueste que acompañó la empresa de 1536. Allí figuran portugueses, flamencos, ingleses, bretones; pero también hombres de Córdoba, Cuenca, Galicia, Granada, Marbella, Sevilla, Segovia y otras regiones de la Península Ibérica. 9 Marchena Fernández, 1992, pp. 34-35. 7

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Es decir, dentro de las empresas conquistadoras la hueste componía un foco de presión que estallaba a menudo en «disturbios de pasiones y revueltas», para utilizar los términos de Ruy Díaz10, gravitando sobre las decisiones de los capitanes que, en muchas ocasiones, debían someterse a las decisiones de los soldados por su propia seguridad y para poder conservar el mando11. III. LA EXPEDICIÓN EN MARCHA El 21 de mayo de 1534 el rey Carlos V firmó cuatro capitulaciones con Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Pedro de Mendoza y Diego de Alcazaba. Otorgaba al primero 270 leguas y a cada uno las restantes otras 200, una a continuación de la otra, medidas con exactitud sobre la costa del Pacífico y extendiéndose en longitud hasta la línea de Tordesillas12. Como vimos anteriormente, estas capitulaciones prolongaban la tendencia a imponer la totalidad de las cargas económicas de la expedición a la iniciativa privada, que aceptaba un convenio de esta naturaleza esperando resarcirse de los desembolsos realizados con las riquezas halladas en Indias. La esperanza del reparto de un gran botín quedaba expresada en la capitulación con don Pedro de Mendoza, en el párrafo referido a la posibilidad de encontrar en estas tierras un cacique poderoso y cargado de riquezas, al igual que en Perú: como quiera que, según derecho y leyes de nuestro reino, cuando nuestras gentes o capitanes de nuestra armadas toman preso algún príncipe o señor en las

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Díaz de Guzmán, Argentina, p. 421. Todas estas diferencias y rivalidades previas nos muestra que los conquistadores no fueron un bloque homogéneo, como se propusiera desde algunos textos historiográficos de mediados del siglo pasado, sobre la región rioplatense. Ver Gandía, 1932; Cardozo, 1961; Lafuente Machain, 1937. 12 En las capitulaciones firmadas en 1534 con el rey Carlos V se creaban cuatro nuevas gobernaciones: la gobernación de Nueva Castilla, al mando de Francisco Pizarro; la gobernación de Nueva Toledo, a cargo de Diego de Almagro; la gobernación del Río de la Plata o Nueva Andalucía, a cargo de Pedro de Mendoza; y por último, la gobernación de Nueva León, a cargo de Simón de Alcazaba, que quedó sin concreción por la muerte del capitulante. A excepción de la de Pizarro que tenía 270 leguas, las restantes gobernaciones ocupaban 200 leguas de costas contiguas, de norte a sur, hasta el Estrecho. En 1617 la gobernación del Río de la Plata se separó de la más vasta del Paraguay y Río de la Plata, y formó una gobernación propia que incluía las ciudades de Corrientes, Santa Fe, Concepción del Bermejo y Buenos Aires. 11

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tierras donde por nuestro mando hacen guerra, el rescate del tal señor o cacique pertenece a nos con todas las otras cosas muebles que fueren halladas que perteneciesen al mismo; pero considerando los grandes peligros y trabajos que nuestros súbditos pasan en las conquistas de las Indias, en alguna enmienda de ellos y por les hacer merced, declaramos y mandamos que si en la dicha vuestra conquista o gobernación se cautivara o prendiere algún cacique o señor, que de todos los tesoros, oro y plata, piedra y perlas que se hubieren de él, por vía de rescate o en otra cualquiera manera, se nos dé la sexta parte de ello, y lo demás se reparta entre los conquistadores, sacando primeramente nuestro quinto; y el caso que el dicho cacique o señor principal muera en batalla o después por vía de justicia o en otra cualquier manera, que en tal caso, de los tesoros y bienes susodichos que de él se hubiere justamente hayamos la mitad, la cual ante todas cosas cobren nuestros oficiales, y la otra mitad se reparta sacando primeramente nuestro quinto13.

La expedición de Pedro de Mendoza, que tenía que conducir y costear más de mil hombres en el primer viaje, además de llevar mantenimientos por un año, contaba para compensar lo invertido —únicamente—con las hipotéticas riquezas de la tierra que iba a conquistar y la promesa de un título de conde y de diez mil indios vasallos14. En la crónica sobre el descubrimiento y conquista del Río de la Plata compuesta hacia 1612 por Ruy Díaz de Guzmán, se consigna que la hueste de Pedro de Mendoza estaba integrada por mil quinientos españoles y ciento cincuenta alemanes, flamencos y sajones, entre los que se encontraba el soldado alemán Ulrico Schmidl. Por otra parte, la armada estaba integrada por los siguientes cargos y personas: Traía por su maestre de campo un caballero de Ávila llamado Juan de Osorio, al cual todos querían y estimaban por su grande afabilidad y valor. Iba por almirante de la armada don Diego de Mendoza, hermano del adelantado y, por su alguacil mayor, Juan de Ayolas que, a más de la privanza grande que con el adelantado tenía, era su mayordomo, por proveedor de Su Majestad un caballero llamado Francisco Alvarado y, junto con el hermano suyo llamado don Juan de Carabajal, entre los de más cuenta que llevaba eran el capitán Domingo Martínez de Irala, natural de Vergara en la provincia de Guipúzcoa, Francisco Ruiz Galán de la ciudad de León en Castilla, el capitán Salazar de Espinosa de la Villa de Pomar, Gonzalo de Mendoza de Baeza y don Diego de Ávalos15. 13 14 15

Zavala, 1977, p. 27. Assadurian, 1992, p. 23. Díaz de Guzmán, Argentina, pp. 128-129.

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Como ya señalé, el mundo de los primeros conquistadores no era un mundo homogéneo, como tampoco lo eran sus intereses y proyectos dentro de la empresa de conquista. Por un lado, Pedro de Mendoza buscaba repetir el afortunado golpe de Cortés y Pizarro, transformarse en un gran señor y repartir entre la Corona y sus compañeros de aventura los tesoros imaginarios acumulados por los reyes y caciques del nuevo continente, pero por otro, existía un objetivo diferente para las tierras descubiertas por Solís en 1516. Como indica Miguel Guérin, este consistía en organizar la cuenca del Río de la Plata mediante «un puerto de transbordo marítimo-fluvial, ubicado entre el estuario y los ríos mayores de la cuenca, que sirviese de base para las comunicaciones con la metrópolis»16. En cuanto las naves llegaron al Río de la Plata, se estableció el puerto de transbordo Santa María de los Buenos Aires, el 2 de febrero de 1536. Desde allí se mandaron dos expediciones por el río Paraná: la primera fue comandada por Juan de Ayolas, lugarteniente del adelantado y recientemente nombrado capitán general, quien fundó los asentamientos de Corpus Christi y Nuestra Señora de Buena Esperanza, pronto despoblados. La segunda, y más profunda entrada, se dirigió hacia la desembocadura del Paraguay, donde se fundó el fuerte de La Candelaria. Desde allí Ayolas se internó en el Chaco persiguiendo la mítica Sierra del Plata, y dejó a Domingo Martínez de Irala como su lugarteniente durante el tiempo que durase su ausencia. Además, hizo que los hombres que quedaban en el puerto de La Candelaria le prestasen juramento de obediencia a Irala, que lo había acompañado en la expedición17. En 1537, siguiendo la ruta del Paraguay, y mientras se desconocía la suerte de Ayolas, el capitán Juan de Salazar, por órdenes de Pedro de Mendoza, fundó la casa fuerte de Asunción «en concordia de estos indios carios»18. El asentamiento de Asunción corrió mejor suerte que los anteriores gracias a la colaboración de las poblaciones locales, quienes, como veremos más adelante, encontraron en los españoles un potencial aliado contra las tribus enemigas19, mientras que los españoles pudieron aprovechar de esta alianza 16

Guérin, 2000, p. 33. Guérin, 2000, pp. 34-35. 18 Gandía, 1932, p. 64. 19 Quarleri, 2009, p. 27 sostiene que los guaraníes, «fueron partícipes de un proceso intenso de migración y expansión que se tradujo en la conquista de espacios territoriales y en continuas rivalidades interétnicas» y que, además, en «el período previo a la conquista europea, [...] se enfrentaron y se convocaron alternativamente para defender o detentar un mayor control sobre tierras, bienes y mujeres». 17

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los saberes y conocimientos de los guaraníes para continuar con el proceso de conquista iniciado. Esta breve descripción geográfica permite ver cómo, inmediatamente después de la llegada de la expedición de Pedro de Mendoza, la hueste de conquistadores inicia un proceso de desprendimiento a lo largo del espacio rioplatense en búsqueda de riquezas y sustentos. Este proceso de desprendimiento va a ir delineando la formación de las primeras facciones políticas dentro de la hueste y sus rivalidades. Rivalidades que van a profundizarse cuando Pedro de Mendoza, derrotado por la sífilis y las enormes dificultades de su expedición, decida regresar a España y disponga sobre la herencia de su gobernación en las tierras descubiertas que su «postrera y última voluntad es que lo haya y herede y tenga y goce Juan de Ayolas, vecino de la villa de Berviezca»20. En el mismo documento Pedro de Mendoza nombraba a Francisco Ruiz Galán teniente de gobernador del puerto de Buenos Aires mientras durase la ausencia de Ayolas. Esta situación va a provocar la primera disputa de poder en el Río de la Plata, entre Domingo Martínez de Irala y Francisco Ruiz Galán por el título de teniente gobernador, ya que Mendoza no sabía, al momento de legar el mando de su gobernación en Juan de Ayolas, que este había muerto en la expedición al Chaco, y que a su vez había cedido los poderes de mando en su capitán, Domingo Martínez de Irala. De esta manera, Irala acumula en sus manos el poder de Mendoza y el de Ayolas, lo cual le permite cambiar la estrategia inicial de la empresa de conquista y trasladar el puerto de Buenos Aires a Asunción, para proseguir la búsqueda de las riquezas prometidas, como la Sierra del Plata y los tesoros del Rey Blanco. Cabría preguntarse por qué Pedro de Mendoza pudo hacer estas cesiones de poder en varios miembros de su hueste. Como indiqué anteriormente la empresa privada de conquista se basaba en las capitulaciones firmadas entre los conquistadores y adelantados con la Corona. Este sistema, explica Darío Barreira, generó, durante los primeros años, un panorama político confuso y enmarañado porque era muy frecuente que las jurisdicciones surgidas de los contratos acordados por el rey se superpusieran o contradijeran con otras creadas por los conquistadores una vez que se encontraban en suelo americano. Las capitulaciones firmadas entre el rey y los adelantados, si bien imponían a los segundos una serie de limitaciones y algunas retenciones de derechos, también institucionalizaban «una amplia delegación de potestas y

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Gandía, 1932, p. 53.

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auctoritas»21. Esto significa que, a través de la capitulación, el rey delegaba en el capitán o en el adelantado no solamente las capacidades del mando sino también los de la autoridad, atributo que correspondía a la cabeza —caput— del cuerpo, es decir al rey. El capitulante, entonces, tenía facultades para fundar ciudades y para delegar esa potestad en un teniente u otro. Pero también, entre los medios disponibles figuraba la posibilidad crear alianzas formales o coactivas con las poblaciones locales, es decir con la nobleza indígena, y esto permitía a los conquistadores seguir avanzando en la exploración de nuevos territorios22. En definitiva, la Corona ponía en manos de algunos de sus súbditos los instrumentos que permitían variar los proyectos iniciales conforme se presentaban las oportunidades. Siguiendo el trabajo de Boaventura de Sousa Santos, referido a la colonización portuguesa, también podemos pensar en una situación de colonizadores sin un estado colonial, o con un estado colonial en formación. La falta de un estado que estableciera normas claras para el proceso de colonización, provocó una situación de autogestión colonial, que permitía, por un lado, la identificación discrecional de cada uno de los conquistadores con el imperio, pero por otro lado, estos mismos conquistadores tenían la libertad de movilizar y utilizar los medios legales que el imperio les ofrecía en provecho propio. Como los medios de los que disponían eran escasos, debieron negociarlo todo para su propia supervivencia, por lo tanto, la legalidad americana en sus inicios, al no disponer de un estado colonial, quedó más en manos de quién debía obedecerla que de quien la emitía23. Este manejo discrecional de la legalidad en territorio americano lo veremos funcionando en la disputa entre Domingo Martínez de Irala y Álvar Núñez, cuando el primero recurra a las herramientas legales que le ofrece la propia Corona para cambiar los planes metropolitanos y afirmar sus propios planes de conquista y colonización del territorio del Río de la Plata.

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Barreira, 2009, pp. 16-17. Carmagnani, 2004, p. 42. Sousa Santos, 2009, p. 309.

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IV. EL CONFLICTO DE PODERES ENTRE IRALA Y RUIZ GALÁN Si tomamos como base las premisas teóricas anteriores y atendemos al relato de los acontecimientos, es posible proponer un modelo de funcionamiento para la historia política de los primeros años de la conquista y colonización del Río de la Plata, y la formación de los distintos grupos y bandos enfrentados. Como ya señalé, una vez en poder del cargo de teniente gobernador del puerto de Buenos Aires, Ruiz Galán echó mano de la cesión de potestades dejadas por Mendoza y decidió partir rumbo a Corpus Christi. Allí, según hace constar el escribano Pero Hernández, en el acta levantada el 28 de diciembre de 1537, Ruiz Galán se hizo leer los poderes y las instrucciones correlativas ante la población establecida, para obtener juramento de lealtad: mandó traer ante sí un libro misal que al presente tenía abierto en sus manos Gabriel de Lezcano, clérigo cura de dicho puerto, por la parte donde están escritos los santos evangelios, donde el dicho señor capitán, teniente de gobernador, tomó y recibió juramento en forma debida de derecho de Garci Venegas, tesorero, [...] y del capitán Salazar de Espinosa comendador de la orden de Santiago, poniendo la mano en el pecho sobre una cruz colorada que en ellos traía, según usos y costumbres de los comendadores de la dicha orden, todas la cuales dichas personas juraron por Dios e Santa María, y por los Santos Evangelios, y por la señal de la Cruz, [...] que deben a toda lealtad [...] al señor capitán Francisco Ruiz Galán por su teniente de gobernador y capitán general 24.

Una vez obtenido el juramento, se dispuso a seguir hasta Paraguay para obtener la obediencia y reconocimiento del resto de los capitanes de la hueste que se encontraban en Asunción y en La Candelaria. En la información que presentó Ruiz Galán en 1538 ante el Consejo de Indias se puede observar el juego de cesión de potestad y autoritas, como así también que el objetivo de seguir rumbo a Paraguay sigue siendo encontrar los tesoros míticos de la Sierra del Plata: en presencia de nos, Melchor Ramírez y Pero Hernández, escribanos de Su Majestad, y de los testigos de yuso escrito, el magnífico señor capitán Francisco Ruiz Galán, teniente de gobernador, capitán general en esta provincia por el ilustre y magnífico señor don Pedro de Mendoza, adelantado, gobernador y capitán general en esta dicha provincia con doscientas leguas de costa de mar 24

Ruiz Galán, F., ««Juramento de obediencia», pp. 441-443.

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del Sur por Su Majestad, dijo que, por cuanto al tiempo que el dicho señor adelantado partió de esta provincia para los reinos de España, lo dejó en la gobernación con tan poco bastimento que no se pensó que la gente de este puerto se pudiera sostener porque no había bastimento más de para cinco o seis meses, ni bergantines [...] vino el capitán Juan de Salazar de Espinoza con los dos bergantines en que el señor adelantado lo había enviado a saber del capitán Juan de Ayolas, que había ido al Paraguay, y dijo al señor teniente de gobernador cómo sabía por nueva cierta que había entrado la tierra adentro, y que él dejaba hecha una casa fuerte en el dicho río Paraguay con indios muy amigos de los cristianos, y dejó en ella cierta gente que la guardasen, y que había hallado mucha harina de mandioca y de maíz, y que sería bien que la gente subiese y se llevase a la dicha casa porque en el campo ni allá, no le faltaría de comer, y más que estarían más cerca de la entrada de la Sierra de la Plata25.

Cuando Ruiz Galán llegó a la casa fuerte de Asunción con un grupo de hombres armados, quiso obtener el mismo acatamiento que le habían prestado en Corpus Christi pero se encontró con la resistencia del capitán Irala y de los componentes de su fuerza, que se negaron a reconocer sus poderes. Según relata Lafuente Machain, Irala le solicitó a Ruiz Galán que le mostrara los títulos en los que decía que él, teniente de Ayolas, le debía prestar obediencia. Ruiz Galán replicó que se los solicitara al escribano Pero Hernández quien los tenía en su poder. Sin embargo Pero Hernández se negó a mostrar los poderes porque se encontraban en un navío fondeado a más de diez leguas del fuerte. De esta forma los ánimos entre ambos capitanes y sus partidarios comenzaban a caldearse. Ruiz Galán seguía intentado ganar el apoyo de la gente de Asunción, a los cuales repetía: «si no tiene Domingo de Irala qué darles de comer, vénganse a mí, que yo les daré»26. Irala y su grupo seguían negándole obediencia. La situación llegó a tal punto que Ruiz Galán hizo apresar a Irala, pero esta medida resultó contraproducente pues contribuyó a distanciar más a los conquistadores de él. El capitán Salazar, los oficiales reales y otros vecinos intervinieron a favor de Irala, resaltando no solo los resquemores que traería dentro de los soldados, sino también las consecuencias que tal medida podía acarrear, «porque los Indios no se alboroten que querían mucho al dicho Domingo de Irala»27. El pretendiente al cargo de teniente general tuvo que ceder ante la presión de los capitanes, los oficiales reales y los soldados, y ante el peligro de 25 26 27

Ruiz Galán, «Información», p. 488 (énfasis mío). Lafuente Machain, 2005, p. 54. Lafuente Machain, 2005, p. 56.

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enemistar a los indios, y liberó a Irala, quien, el 23 de agosto de 1538, partió rumbo a La Candelaria en busca de su jefe, el capitán Juan de Ayolas28. Esta situación nos permite ver la formación de los primeros bandos políticos en Asunción: de un lado, Ruiz Galán apoyado, entre otros, por Pero Hernández y Luis de Miranda, a quien, según consta en la «Información de Ruiz Galán» de 1538, se había dejado a cargo de una iglesia levantada por cuenta de la hacienda del adelantado, y del otro un grupo importante de soldados, Domingo Martínez de Irala y sus partidarios, capitanes y oficiales reales. Pero, también, nos muestra la importancia que van a jugar las poblaciones indígenas en dichas disputas. De nuevo en Asunción, y confirmada la muerte de Ayolas, Irala logró salir vencedor en esta lucha, siendo reconocido como gobernador de Buenos Aires y de Asunción por la cédula real del 12 de septiembre de 1537 que el veedor Cabrera traía en su poder al llegar al Río de la Plata en 1538. Muerto Mendoza en alta mar, la Corona decidió enviar al veedor Alonso Cabrera con una serie de poderes para resolver la acefalía del grupo de conquistadores. Respecto del gobierno de las tierras conquistadas, el rey había sancionado la designación hecha por Pedro de Mendoza en Juan de Ayolas y expidió una Real Orden en la cual se dejaba constancia que: podría ser que al tiempo que allá llegásedes fuese muerta la persona que dejó por su teniente general don Pedro de Mendoza, nuestro gobernador de las dichas provincias, ya difunto, y éste, al tiempo de su fallecimiento o antes, no hubiese nombrado gobernador o los conquistadores y pobladores no lo hubiesen elegido. Vos mandamos que, en tal caso y no en otro alguno, hagáis juntar los dichos pobladores y los que de nuevo fueren con vos, para que habiendo primeramente jurado de elegir persona cual convenga a nuestro servicio y bien de la dicha tierra, elijan por gobernador en nuestro nombre y capitán general de aquella provincia la persona que, según Dios y sus conciencias, pareciere más suficiente para el dicho cargo.Y el que así eligieren todos en conformidad a la mayor parte de ellos29.

De esta forma Domingo Martínez de Irala fue elegido como gobernador de Asunción y de Buenos Aires por el resto de los capitanes de la hueste de conquista y por los oficiales reales que acompañaron a Cabrera en su viaje. La cédula real de 1537 sería invocada varias veces para legitimar las

28 29

Lafuente Machain, 2005, p. 58. Díaz de Guzmán, Argentina, pp. 174-175.

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elecciones populares de las autoridades del Río de la Plata, imprimiendo un carácter ‘democrático’ a la política local. Una vez elegido Irala como gobernador, Ruiz Galán desapareció de la escena política local volviendo a la masa anónima de conquistadores, hasta fallecer poco tiempo después. Pero las pasiones no desparecieron de las tierras del Río de la Plata y pronto volverían a hacerse presentes con la llegada del segundo adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca30. V. EL PRIMER GOBIERNO DE IRALA Antes de analizar la disputa de poderes entre Irala y Álvar Núñez debemos hacer un breve recorrido por las acciones de gobierno que tomó Irala entre 1540 y 1542. Una de las primeras medidas tomadas por Irala para consolidar su poder político en Asunción fue iniciar los preparativos para el despoblamiento del puerto de Buenos Aires. El aislamiento del puerto, respecto de Asunción, y la permanencia en él de una guarnición importante de hombres armados, llevó al flamante gobernador a plantear la necesidad de su despoblamiento para evitar la formación de nuevos bandos que, movidos por sus ambiciones personales, repitieran la experiencia de Ruiz Galán. Por lo tanto, en 1541 se procede al despoblamiento del puerto de Buenos Aires. Al embarcarse Irala hizo prender fuego a la nave que servía de fortaleza, a la iglesia y a las pocas casas que había. Para indicar a los futuros navegantes la ubicación de Asunción, hizo levantar unos postes y colocar en ellos unas cartas dando indicaciones relativas al sitio donde hallarían víveres e indios amigos y una «Relación», que analizaremos en las próximas páginas, indicando el camino a seguir para llegar al Paraguay31. La segunda medida tomada por Irala consistió en el ordenamiento jurídico y administrativo de Asunción. Con la ordenanza del 16 de septiembre de 1541 creó el cabildo, sede de la justicia, y señaló las autoridades públicas que hicieron que Asunción dejara de ser una casa-fuerte y se transformara en una ciudad y centro de la conquista del Paraguay. En ella se indicaba que: halla y residan en el dicho pueblo cinco regidores, los cuales se junten en cabildo con la justicia en los días que por ellos fuese acordado, para que entiendan

30 31

Lafuente Machain, 2005, p. 66. Lafuente Machain, 2005, pp. 82-83.

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en todas las cosas concernientes a la buena gobernación de esta ciudad de la Asunción, los cuales hagan y puedan hacer las ordenanzas municipales32.

La elección de las autoridades se hizo por medio de un sorteo público en el que participaron los funcionarios reales y los vecinos principales. Las primeras autoridades electas fueron: Juan de Ortega, alguacil mayor; Pero Díaz del Valle, alcalde mayor; Juan de Salazar de Espinosa, alcalde de primer voto, y cinco regidores, entre los que se encontraban dos oficiales reales, Alonso Cabrera y García Venegas33. Por medio del reparto de cargos y puestos públicos, el gobernador se aseguraba el apoyo de los principales capitanes y de las autoridades metropolitanas presentes en Asunción. Pero también buscó el apoyo de los jefes carios cercanos, que le garantizaban el sustento y la defensa necesaria para la ciudad, y una colaboración en las futuras expediciones34. Para respaldar el sustento económico de la creciente población hispánica se autorizaron el trueque o ‘rescate’ con los indios guaraníes y las ‘rancheadas’, que consistían en incursiones al interior en búsqueda de botín, compuesto ya por bienes, ya por hombres o mujeres indígenas a los que se vendía como esclavos. También se autorizó el comercio con Brasil. De esta forma quedaba establecida una incipiente base económica local sustentada en el botín, la venta de esclavos, el trueque con las comunidades locales y el comercio con Brasil35. Cuando Álvar Núñez llega a Asunción, una de sus primeras medidas buscará suspender las ‘rancheadas’, generando un nuevo foco de conflicto con los primeros conquistadores. A pesar de todas estas disposiciones que buscaban consolidar el asentamiento de Asunción, Irala no descuidaba los preparativos para emprender una nueva entrada al norte, destinada a descubrir las riquezas fabulosas que narraban los indígenas. La fecha de la partida ya estaba fijada cuando llegaron las noticias del arribo del segundo adelantado.

32 33 34 35

Lafuente Machain, 2005, p. 395. Lafuente Machain, 2005, p. 87. Quarleri, 2009, p. 57. Quarleri, 2009, p. 57.

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VI. ÁLVAR NÚÑEZ EN ASUNCIÓN La llegada del nuevo adelantado, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el 11 de marzo de 1542, puso un freno a los planes del grupo liderado por Domingo Martínez de Irala. Una nueva figura aparecía en la colonia, acompañado por una pléyade de caudillos y emprendedores como Felipe de Cáceres —que regresaba de España—, Nufrio de Chaves, Alonso Riquelme de Guzmán —después padre de Ruy Díaz de Guzmán—, Francisco Ortiz de Vergara, Pedro Dorantes, Jaime Rasquín y otros36. Una vez en Asunción, Álvar Núñez, mostrando la capitulación firmada con la Corona y los poderes a los que esta lo hacía merecedor, se hizo reconocer como gobernador de las tierras conseguidas por los primeros conquistadores. Una de sus primeras medidas fue hacer pregonar una serie de ordenanzas inspiradas en el debate teológico que determinó la gestación de las Leyes Nuevas. Estas ordenanzas, al igual que en otras partes de la colonia, como vimos en la introducción para el caso peruano, produjeron un gran malestar entre los conquistadores. En abril de 1542 hizo pregonar su primer bando, en el que prohibía «que ninguno pueda rescatar ni contratar directa ni indirectamente ninguna india unos con otros», además de reglamentar el trabajo de los guaraníes «en las mismas condiciones de libertad y de salario que de los españoles», y poner un freno a la poligamia reinante afirmando que «ninguna persona pueda tener ni tenga en su casa ni fuera de ella dos hermanas, ni madre e hija, ni primas hermanas, por el peligro de las conciencias»37. En su «Relación general» el adelantado explica los motivos de tales medidas, dirigidas a los primeros conquistadores de Asunción, ya que ellos: tenían acceso carnal con madre e hija, dos hermanas, tías y sobrinas y otros parientas, y las indias libres cristianas vendían, trocaban y cambiaban unos con otros como si fueran esclavos, y especialmente el dicho Domingo de Irala lo hizo, y otorgó cartas de venta ante escribano de las indias libres que vendió, y además de esto estaban amancebados cada uno con treinta y cuarenta y cincuenta mujeres38.

36 37 38

Cardozo, 1961, p. 179. Perusset, 2009, p. 994. Núñez Cabeza de Vaca, «Relación General», p. 29.

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Como veremos más adelante, estas y otras medidas, al desconocer prácticas y costumbres de los indígenas y los españoles, sentaron las bases para nuevos enfrentamientos, esta vez, entre los primeros fundadores y el nuevo adelantado. Convencido de la necesidad de continuar la conquista, Álvar Núñez decidió emprender una expedición a la Sierra de la Plata partiendo del puerto de Los Reyes. El fracaso de la expedición dio ocasión a que estallaran los enconos acumulados contra el adelantado, quien en 1544 fue apresado en Asunción por una masa popular amotinada y dirigida por los oficiales reales, y un año después fue enviado a España bajo la acusación de haber querido hacerse rey de la tierra. Luis de Miranda, partidario del bando de Álvar Núñez, relata en una carta enviada al rey en 1545 el momento en que el adelantado fue capturado, de la siguiente manera: la gente plebea fue a la morada del alcalde y le quitaron la vara y llevaron arrastrando a la cárcel pública, donde le echaron de cabeza en el cepo, y después unos grillos; en cuanto esto unos hacían, el escribano de provincia andaba por las calles con otra mucha gente armada, diciendo, por un atambor «Mandan los señores oficiales que ninguno sea osado de salir de su casa, so pena de traidores»; en continente, todos los que allí iban respondían «Libertad, libertad» y otras palabras de gran comunidad y alboroto39.

Una vez remitido el adelantado depuesto a la Península, Irala resultó electo nuevamente como gobernador por el voto de los amotinados. Según Efraín Cardozo, en este hecho quedaba sancionado el derecho a la insurrección, y la comunidad asuncena se arrogaba el atributo ‘democrático’ de la designación popular de sus gobernantes. La cédula real del 12 de septiembre de 1537 se convirtió en la carta cívica en la que encontraron justificación las posteriores demandas de los conquistadores40. Por ejemplo, la Real Ordenanza de 1537 es uno de los pocos documentos transcrito en su totalidad por Ruy Díaz de Guzmán e incluidos en su crónica. Esto nos habla de la importancia legal que adquirió dicho documento en las posteriores disputas de poderes, en las cuales Ruy Díaz se encontró inmerso, casi un siglo después de iniciada la conquista por su abuelo, Domingo Martínez de Irala.

39 40

Miranda, «Carta», p. 186. Cardozo, 1961, p. 182.

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VII. IRALA Y EL TRIUNFO DE LAS ORGANIZACIONES LOCALES ¿Pero cómo logró Irala mantener los fundamentos legales de su poder frente a la Corona y frente a la soldadesca de conquista durante todo el tiempo que duró su gobernación y ante un panorama político tan inestable? Una primera respuesta puede surgir del análisis de la «Carta» que Irala envió al rey en 1545. En ella comienza indicando la sucesión de mando entre Mendoza y Juan de Ayolas: Don Pedro de Mendoza, gobernador que fue de esta provincia, envió a Joan de Ayolas, a catorce días del mes de octubre del año pasado de quinientos y treinta y siete, con dos bergantines y una carabela con ciento setenta hombres desde el puerto de Buena Esperanza a descubrir este río y a que viese por vista de ojos donde hubiese cantidad de metal o minas de donde se saca41.

para después asentar, como ya vimos, que él es a quien Ayolas cede el mando: dejándome a mí con los dos bergantines y treinta y tres hombres en su lugar, mandando a todas las personas que no fuese, temiendo obedecer por mandada de Vuestra Majestad o del dicho gobernador me obedecieses, y que le esperase todo el tiempo que me pudiese sustentar en los bergantines42.

En esta carta Irala juega con las dudas sobre la muerte de Ayolas, para poder mantener su puesto como lugarteniente: a diez y nueve de junio del año pasado de treinta y nueve vinieron Francisco Ruiz Galán y el veedor Alonso Cabrera con una provisión de Vuestra Majestad, en que le mandaba obedeciese y favoreciese a la persona y personas en ella contenida, y por ser muy notorio, Juan de Ayolas y yo en su nombre, según constaba en la dicha provisión y los poderes que dejó el dicho gobernador don Pedro de Mendoza, y de mi poder e instrucción, les requerí, y después de vistas y examinadas las dichas escrituras, el dicho Alonso Cabrera me dio la obediencia y se ofreció a darme el favor y ayuda que Vuestra Majestad mandaba, y por la misma forma y manera hicieron todos los capitanes y gente43.

41 42 43

Martínez de Irala, «Carta», p. 381. Martínez de Irala, «Carta», p. 382. Martínez de Irala, «Carta», p. 384.

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Es en esta delegación de poderes donde Irala va a sustentar la legitimidad de su propio poder: por medio de la capitulación firmada en 1534 el rey cede la gobernación a Mendoza, Mendoza cede la gobernación a Ayolas, por último Ayolas cede el mando a Irala mientras durase su alejamiento, de manera que las dudas sobre la muerte de Ayolas permiten prolongar esa ausencia en el tiempo y retener el poder en forma legal. Las mismas dudas con la muerte de Ayolas se van a presentar cuando llegue el segundo adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca con una nueva capitulación: Cabeza de Vaca llegó aquí a doce de marzo del dicho año y nos mostró una provisión de Vuestra Majestad por la cual en muerte del gobernador Joan de Ayolas mandaba le obedeciésemos como gobernador de esta tierra, y porque de la muerte de Joan de Ayolas no se tenía más certeza de lo que el mozo chané había dicho [...], por esta provisión no le recibimos; mostró otra en que Vuestra Majestad mandaba que en caso de duda de vida o muerte de Joan de Ayolas le recibiésemos por su teniente y en nombre de Vuestra Majestad44.

De esta forma Irala justifica el freno al poder del adelantado Álvar Núñez, reduciendo su mando de gobernador a lugarteniente del gobernador. Siguiendo a Monsalvo Antón, también podemos pensar que Irala sostiene su poder en la tradición bajomedieval del ‘pactismo’, donde el poder surgía de un acuerdo o pacto entre el rey y los súbditos. Es decir, era un poder compartido donde el rey tenía el límite de la ley y el pacto. Este pacto estaba sustentado por las Siete Partidas de Alfonso X, en las cuales figuraba la fórmula «se acata pero no se cumple», que permitía apelar una y otra vez las decisiones del rey. Ninguna resolución era aceptada si perjudicaba los intereses de los súbditos45. Esta acusación de perjuicio hacia los súbditos es la que Irala hace recaer sobre Cabeza de Vaca al momento de su detención: y pareciéndoles a los oficiales de Vuestra Majestad y a toda la gente que excedía en muchas cosas de las que convenía a su servicio y a la pacificación de la tierra, y que no había cumplido lo que con Vuestra Majestad había capitulado, le prendieron y le llevaron preso46.

44 45 46

Martínez de Irala, «Carta», p. 390. Drigo, 2006b, p. 336. Martínez de Irala, «Carta», pp. 393-394.

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El no cumplir con lo capitulado, entonces, constituye motivo suficiente para la destitución del adelantado de su puesto. Es interesante comparar con la situación de Perú en la misma fecha. Gonzalo Pizarro, en la carta que envía al rey explicando los motivos de su rebelión, dice que: Vuestra Alteza va contra lo capitulado con el dicho gobernador y marqués, hasta tanto que sean satisfechos y remunerados los que debajo de ellos vinieron a conquistar y poblar estos reinos [...] la cual ordenanza debe Vuestra Alteza guardar y suspender hasta que estén satisfechos los que han trabajado y servido en estos reinos47.

En este caso puede observarse la profundidad de la crítica pizarrista que se dirige directamente al rey, reclamándole no haber cumplido con lo establecido en la capitulación que firmó con su hermano Francisco Pizarro. En cambio, Irala, sin entrar en coalición directa con la Corona, carga la culpa en Álvar Núñez y le reprocha no cumplir con el servicio debido al rey y no lograr la pacificación de los indios, pero, así mismo deja la iniciativa en los oficiales reales, manteniéndose al margen de la contienda. Siguiendo el análisis de su carta vemos que son estos mismos oficiales reales quienes van a requerir a Irala que retome su cargo de gobernador: pareciéndoles que convenía al servicio de Vuestra Majestad [...] me requirieron aceptase el cargo de teniente de gobernador, como lo solía tener, por Vuestra Majestad, hasta que proveyese otra cosa en contrario, y a los capitanes, regidores y gente eligiesen a quien querían, e hicieron la dicha elección en mí48.

Esta situación nos muestra, como indiqué al principio del capítulo, la ausencia de normas claras que emanen de un poder central consolidado o de un Estado colonial, que se imponga por sobre las ambiciones personales de los conquistadores, quienes aprovecharon la situación para imponer sus criterios en la empresa de colonización emprendida en nombre del rey, para lograr sus objetivos. Llegados a este punto se nos presenta un nuevo interrogante: ¿cómo logró Domingo Martínez de Irala el apoyo de los oficiales reales y demás miembros de la hueste para ser nombrado nuevamente teniente de gobernador? Para resolver esta cuestión es necesario retomar el tema de la em47 48

Drigo, 2006b, p. 337. Martínez de Irala, «Carta», p. 394.

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presa privada de conquista que planteamos. Como se dijo, la relación entre los capitanes y la soldadesca estaba mediatizada por el reparto del botín y la posibilidad de recuperar el capital invertido en la aventura; por lo tanto, en la redefinición de esta relación se encuentra parte de la respuesta. Muerto ya Mendoza, en 1541, se decide el despoblamiento de Buenos Aires y su traslado a Asunción, cambiando los planes iniciales de la Corona49. Dice Irala al respecto: Primeramente han de saber que en el Paraguay, en veinte y cinco grados y un tercio, está fundado y poblado un pueblo en que estar con los que de aquí vamos al presente cuatrocientos españoles. Tenemos de paz como vasallos de Su Majestad los indios guaranís, siquier carios, que viven treinta leguas al derredor de aquel puerto, los cuales sirven a los cristianos, así con sus personas como con sus mujeres, en todas las cosas del servicio necesarias, y han dado para el servicio de los cristianos setecientas mujeres para que les sirvan en sus casas y en las rozas, por el trabajo de las cuales y porque Dios ha sido servido de ello, principalmente, se tiene tanta abundancia de mantenimientos que no solo hay para la gente que allí reside, mas para más de otros tres mil hombres encima50.

Podemos observar que el traslado de la base de operaciones de Buenos Aires a Asunción obedece a varias razones. En primer lugar, Paraguay aparece construido como espacio de abundancia y de potencialidad de riquezas: «se tiene tanta abundancia de mantenimientos que no solo hay para la gente que allí reside, mas para más de otros tres mil hombres encima», en oposición a Buenos Aires, no solo por el hambre y las carencias que pasaban, sino también por «los daños que la gente que en el dicho puerto de Buenos Aires residía continuamente recibía de los indios de las comarcas». En segundo lugar, Asunción, como señala Assadourian, muestra un «nuevo filón» en las ambiciones de los conquistadores, la posibilidad de utilizar a los indígenas como mano de obra. El afán de oro y plata será reemplazado por el servicio de los indios y las indias, «en sus casas y en las rozas»51. Como ya indiqué, Álvar Núñez, en su afán moralizador y pacificador, dictó una serie de leyes que prohibían que «ninguna persona pueda tener ni tenga en su casa ni fuera de ella dos hermanas, ni madre e hija, ni primas hermanas, por el peligro de las conciencias». Estas limitaciones al reparto de indias e indios le valió la enemistad de los cristianos de Asunción y fue fun49 50 51

Guérin, 2000, p. 35. Martínez de Irala, «Relación», p. 362. Assadourian, 1992, p. 24.

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damental en su desplazamiento del poder y en la elección de Irala por parte de los vecinos, capitanes y oficiales reales. De esta forma, la organización local se impuso ante los intereses metropolitanos, sin producir una ruptura del orden imperial. Pero la «Relación» del despoblamiento de Buenos Aires, también nos muestra otro aspecto de la interacción entre los españoles y los indígenas, las alianzas guerreras que se establecieron entre ellos: «siempre que se requiere hacer alguna guerra —dice Irala— van en nuestra compañía mil indios en sus canoas»52. Como estudió Macarena Perusset, los caciques carios, que habían sido vencidos por las armas españolas, podían encontrar un beneficio en esta alianza forzada con el hombre blanco y aprovechar sus armas de fuego para hacer la guerra a sus enemigos, especialmente al grupo étnico de los payaguá. Los conquistadores también se veían beneficiados, por un lado porque esta situación aumentaba las posibilidades de reducir a las poblaciones que resultaban hostiles a su asentamiento, y por otro, porque aprovechaban los conocimientos de los guaraníes para seguir explorando el territorio en la búsqueda de nuevas riquezas53. Estas alianzas tampoco pudieron ser sostenidas por el segundo adelantado Álvar Núñez, quien también se ganó la enemistad de los líderes guaraníes. Lo que denominamos alianzas, sin embargo, no necesariamente implicaba una interacción armónica de sus componentes: en la «Relación»de Irala también se aclara que si no se despoblaba el puerto de Buenos Aires y se reunía toda la gente en Asunción, se corría el riesgo de romper la alianza y «dándoles ocasión que por ser pocos se nos atrevan, perderemos el servicio y ayuda que de ellos tenemos»54. Es decir, los españoles debían mostrarse superiores en número y fuerzas a los indígenas si no querían perder autoridad frente a ellos. Esta inestabilidad en las alianzas puede apreciarse en los levantamientos indígenas que ocurrieron entre 1537 y 1546, donde se registran una serie de sublevaciones que coinciden con los momentos de mayor conflicto político entre los españoles: 1538-1539, disputa entre Irala y Ruiz Galán; 1542-1543, llegada del segundo adelantado Álvar Núñez; y 1545-1546, elección de Domingo Martínez de Irala por segunda vez como gobernador de Asunción55.

52 53 54 55

Martínez de Irala, ‹Relación›, p. 363. Perusset, 2007, p. 5. Martínez de Irala, «Relación›, p. 370. Perusset, 2008, p. 252.

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Otra medida de gran importancia, pero que excede los marcos temporales de este capítulo, fue el primer reparto de encomiendas de indígenas en 1556 en el marco institucional vigente. Recordemos que, en la América colonial, la encomienda fue un reconocimiento del rey a sus súbditos para que se beneficiaran del tributo y del trabajo indígena a cambio de instrucción religiosa, por lo cual la encomienda se transformó en una forma de control del poder productivo y reproductivo de los indios. En el Río de la Plata la facultad de encomendar indios se encuentra presente desde la capitulación de Pedro de Mendoza con el rey en 1534, en la cual se le otorga al capitán el poder para que: en nombre nuestro durante el tiempo de vuestra gobernación hagáis la encomienda de indios de la dicha tierra guardando en ellas las instrucciones y ordenanzas que os serán dadas: por ende, guardando y cumpliendo [...] las ordenanzas que cerca de la encomienda e instrucción y conversión de los dichos indios están hechas y se hicieren y vos fueren dadas, que para ello vos damos poder cumplido con todas sus incidencias y dependencias, anexidades y conexidades56.

Una vez resuelta la sucesión de la gobernación de Mendoza en manos de Irala y consolidado su poder, se procedió al reparto de encomiendas, que, como veremos a continuación, junto al matrimonio se transformarán en las principales instituciones de control de los indígenas por parte de los españoles57. Una de las particularidades del reparto de Irala fue que las nuevas encomiendas permitían el reparto de indios que se encontraban a ciento cincuenta kilómetros o más de Asunción, lo cual estimuló la exploración de nuevos territorios y la fundación de nuevas ciudades58. VIII. PARENTESCO Y MATRIMONIO COMO ESTRATEGIAS POLÍTICAS DE DOMINACIÓN COLONIAL

En estas alianzas forzadas entre los indígenas y el hombre blanco, las mujeres jugaron un papel fundamental. Desde los primeros enfrentamientos con Ayolas, los caciques carios entregaron sus hijas y sobrinas al capitán y sus 56

Zavala, 1977, p. 164. Catelli, 2011, pp. 223-224 estudió la función de los matrimonios interraciales monogámicos en La Española entre 1501-1503 como una herramienta de control social, por parte de la Corona, equiparable a la institución de la encomienda. 58 Zavala, 1977, pp. 166–78. 57

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hombres para establecer una alianza de paz y mutua colaboración, siguiendo las tradiciones del sistema de parentesco guaraní en el cual la mujer permitía sellar alianzas matrimoniales —conocidas como ‘cuñadazgo’— con otros grupos para crear vínculos de reciprocidad entre ellos. Como explica Macarena Perusset, entre los guaraníes el parentesco involucraba una serie de obligaciones y derechos esenciales para la cohesión del grupo: todo hombre al recibir una mujer como esposa debía compensar al linaje dador cooperando en diversas tareas productivas con su suegro o con su cuñado, así como participando con ellos de las partidas de guerra y caza. Esta compensación era imprescindible, puesto que las mujeres, como productoras agrícolas y reproductoras de la fuerza de trabajo, eran el bien más preciado de toda la comunidad59.

Irala aprovechó las relaciones de ‘cuñadazgo’ para sellar alianzas con los caciques guaraníes y, al ampliar la red de parentesco, obtener un mayor número de mujeres para el trabajo agrícola y de varones guerreros para las incursiones contra los indios ‘infieles’. Sabemos, siguiendo a Perusset, que la alianza inicial duró solo entre 1537 y 1539, momento en que los caciques se rebelaron ante el incremento de la demanda de mujeres, de los abusos y de la violencia de los españoles, pero los conquistadores lograron imponerse por la fuerza de las armas. La misma situación se volvió a repetir en 1546, durante el segundo gobierno de Irala, cuando los jefes guaraníes planearon la expulsión de todos los españoles con la ayuda de las tribus nómadas del Chaco, y la respuesta de los españoles fue la misma: el aplastamiento de la rebelión por medio de la fuerza de las armas. La reciprocidad inicial de las alianzas quedaba totalmente desestructurada en favor de los españoles, quienes recibían el servicio de los varones y mujeres guaraníes sin entregar nada a cambio. Por lo tanto, después de la derrota, participar de las alianzas permitía a los guaraníes mantener algo del antiguo poder y participar de las nuevas relaciones de dominación colonial que comenzaban a establecerse en Asunción. Para los escasos conquistadores, en cambio, significaba la posibilidad del dominio efectivo sobre los territorios, la obtención de mano de obra para la subsistencia y de nuevas tierras, así como guerreros para hacer frente a las poblaciones indígenas hostiles.

59

Perusset, 2008, p. 254.

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Pero esta situación también generó un rápido y abultado mestizaje que modificó profundamente la sociedad asunceña, como puede verse en la crónica de Ruy Díaz, hijo de esa nueva sociedad mestiza: «ha llegado tanto el multiplico y la procreación, que se han fundado en aquella gobernación [Asunción] de solo aquella ciudad ocho colonias de pobladores»60. El capitán Irala utilizó estas alianzas matrimoniales y relaciones de parentesco tanto para lograr la sumisión de los jefes indígenas, como para reforzar su poder dentro del grupo de conquistadores. Como vimos, la entrega de mujeres como mano de obra le permitió el apoyo del resto de los capitanes y de las autoridades metropolitanas instaladas en Paraguay, pero, además, a través del matrimonio de sus hijas mestizas selló alianzas con sus compañeros más ‘leales’ y con otros capitanes contrarios, pertenecientes al bando de Álvar Núñez: Alonso Riquelme de Guzmán fue obligado a casarse con Úrsula de Irala para salvar su vida, —de lo que resultó el nacimiento de Ruy Díaz de Guzmán—, y Francisco Ortiz de Vergara, con Marina de Irala. De esta manera, al casar a sus hijas con un opositor, Irala se aseguraba el apoyo de su nuevo yerno al integrarlo al círculo familiar. Los matrimonios mixtos o interraciales, fundados por Irala, se transformaron en una herramienta fundamental en la constitución de las primeras relaciones de poder colonial en el Río de la Plata. Al igual que la encomienda, el matrimonio fue una de las principales instituciones de control social de la conquista, y reemplazó o suplió la ausencia del estado colonial al ejercer control sobre los cuerpos de hombres y mujeres, sobre el territorio y las riquezas. En este aspecto, y a modo de síntesis final, voy a explicar de qué manera Irala reinventa los modelos existentes para consolidar su proyecto de conquista y ocupación del territorio. Podría pensarse que en las primeras décadas de la colonización del Nuevo Mundo se ensayaron tres formas o estrategias matrimoniales como mecanismo de expansión y control: el matrimonio monogámico entre españoles, que propone Álvar Núñez, como vimos en las órdenes emitidas durante su gobierno de Asunción; el matrimonio monogámico entre españoles e indígenas, como se ensayó en los primeros años de la colonización en la isla La Española, y por último, el modelo interracial poligámico, entre españoles e indígenas, propuesto por Irala y avalado por las autoridades locales. El proceso de legitimación de la poligamia y de las hijas mestizas puede observarse en el testamento dejado por Irala antes de su muerte: en el

60

Díaz de Guzmán, Argentina, p. 184.

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apartado que refiere a sus vinculaciones familiares sostiene que «Dios le ha dado» ciertos hijos e hijas que enumera así: Diego Martínez de Irala, Antonio de Irala y doña Ginebra Martínez de Irala, habidos en María, su criada e hija de Pedro de Mendoza, indio principal; doña Marina de Irala, hija de Juana, su criada; doña Isabel de Irala, hija de Agueda, su criada; doña Úrsula de Irala, hija de Leonor, su criada; Martín Pérez de Irala, hijo de Escolástica, su criada; Ana de Irala, hija de Marina, su criada y María, hija de Beatriz, criada de Diego de Villalpando61.

La legitimación de las hijas mestizas, como estudió Ana María Presta para el caso de Charcas colonial, las homologa al estatus que sus padres, los conquistadores, adquirieron por las armas, y permite su vinculación, por medio del matrimonio, con los estratos privilegiados de la sociedad colonial62. En síntesis, Irala no solamente se vale de la delegación de la potestas y auctoritas por parte del rey, sino que también establece nuevas formas de ellas, o —como propuse al comienzo de este capítulo— ejerce una autogestión de los medios legales a su disposición, ya sea de las capitulaciones, el matrimonio o la encomienda. Potestas alude en latín tanto al poder como a la potencia para realizar una acción, e Irala construye este poder desde el conocimiento adquirido sobre las tribus locales y su capacidad de negociación con ellas; mientras que auctoritas, que en el presente traducimos simplemente como ‘autoridad’, lleva en su raíz etimológica el significado de ‘invención o posibilidad de creación’, y en este sentido, Irala logra la legitimación de su mandato ante los oficiales reales, convirtiendo la mano de obra indígena en un nuevo objeto de deseo que incremente o suplante el discurso utópico del oro y la plata por los que se habían hecho a la mar en los primeros momentos de la expansión. Es decir que, tanto en relación con la potestas como con la auctoritas, Irala lleva a cabo una verdadera recreación de las relaciones de parentesco guaraníes, en especial del cuñadazgo y de la encomienda, para asentar su poder en el territorio y establecer las relaciones de dominación colonial de género, raza y clase; es decir, instaura las jerarquías sociales que fundan el poder en la colonia y otorga al grupo de conquistadores el estatus que vinieron a buscar al Río de la Plata.

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LA EDICIÓN

La edición más antigua del Romance a la que he tenido acceso es la de Juan Bautista Muñoz, quien, a fines del siglo XVIII, hizo sacar una copia que reprodujo en el tomo XCI de una colección que se conserva en el Archivo y Biblioteca de la Academia de la Historia en Madrid. Durante el siglo XIX el poema se editó en dos oportunidades y, a lo largo del siglo XX, recibió quince publicaciones desprendido del documento que lo contiene, excepto en una ocasión: la que realizó Enrique de Gandía en 1936. Esta edición, que presenta numerosas erratas y omisiones, no está compuesta sobre la copia de Sevilla sino sobre la que transcribió Gaspar García Viñas en 1913 y que actualmente se encuentra en la Biblioteca Nacional de la República Argentina. La presente es la primera edición del texto completo del documento donde se incluye el poema de Luis de Miranda y el documento autógrafo que se encuentra archivado junto a éste en el Archivo de Indias. La edición incluye, además, como apéndice documental, la carta que envió el propio Miranda al rey en 1545, dando cuenta de los sucesos ocurridos un año atrás cuando se depone la autoridad de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. La edición consiste en una transcripción modernizada de los textos, acompañada de un aparato de notas filológicas que da cuenta de todas las particularidades morfológicas, sintácticas y semánticas relevantes de ambos textos, define términos poco conocidos o en desuso en la actualidad y corrige erratas. En notas a pie de página, además, se realiza un cotejo con diecisiete de las ediciones anteriores a la presente. Las variantes surgidas del cotejo se consignan siguiendo la numeración de las notas filológicas, mientras que,

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si en una misma nota coincide una anotación con el registro de alguna variante, esta se consigna en la línea siguiente. He decidido, por otra parte, consignar todas las variantes, puesto que el análisis de las mismas permite establecer las diferentes líneas de lectura. La transcripción se realizó actualizando la puntuación con un criterio de economía adecuado a la inteligibilidad y modernizando la ortografía según las normas vigentes. A continuación se detallan las modificaciones introducidas: se actualiza la acentuación y el uso de mayúsculas, se desarrollan, sin indicación, las abreviaturas, se actualiza la separación de palabras, la u consonántica se transcribe v y la v vocálica se transcribe u, se actualiza el uso de b o v y el de la nasal previa, se actualiza el uso de m delante de b o p, se actualiza el uso de g y j, la ç se transcribe z según el uso actual, la z seguida de e o i se transcribe c, la y con valor vocálico se transcribe i, se actualiza el uso de h, la q se transcribe c cuando el uso actual lo requiere, la x se transcribe j cuando el uso actual lo requiere, los grupos etimológicos ch, ph y th se transcriben c, p y t, las consonantes geminadas se simplifican. EL COTEJO CON LAS OTRAS EDICIONES El manuscrito conservado en el Archivo de Indias se ha cotejado con diecisiete de las ediciones precedentes: Muñoz (ca. 1799), Fernández Duro (1881), Fregeiro (1893), Morla Vicuña (1903), Peña (1906), García Viñas (1913), Rojas (1922), Moya (1941), de Gandía (1936), Torre Revello (1936, 1937 y 1952), Weyland (1949), Salas (1963), Carilla (1968 y 1969) y Curia (1987). Las fechas de publicación de las mismas muestran que, si bien a lo largo del siglo XX el interés por el poema se ha mantenido constante, es alrededor de 1936, celebración del cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires, cuando se concentra la mayor cantidad de reediciones. Por otro lado, si atendemos a las variantes de las distintas ediciones vemos que Fernández Duro, Fregeiro, Peña y Moya siguen una misma línea de lectu-

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ra, mientras que Rojas sigue a Morla Vicuña y de Gandía a García Viñas. Weyland comparte variantes con Peña, Rojas, Moya, de Gandía y Torre Revello (1936), pero presenta lecturas propias, de la misma manera que Moya y Torre Revello. La primera edición que sigue con cierta fidelidad el manuscrito de Sevilla es la de Torre Revello de 1952: las dos anteriores del mismo editor presentan erratas y omisiones que se corrigen en esta última. Todas las ediciones de la segunda mitad del siglo XX: Salas, Carilla (1968 y 1969) y Curia comparten, junto a Torre Revello (1952), una misma línea de lectura. Es de destacar, además, que un texto de tan solo ciento treinta y seis versos presente omisiones, inversiones, intercalaciones o fusiones de versos en ocho de las ediciones cotejadas.Todas estas, excepto en el caso de Carilla, aparecieron entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. En Fregeiro faltan los vv. 61 al 100; en Morla Vicuña y Rojas el poema comienza en el v. 17 e invierten los vv. 45 y 46; en Peña falta el v. 75 y une los vv. 114 y 115; en de Gandía faltan los últimos cuatro vv., es decir, los vv. 133 a 136. En las ediciones de 1936 y 1937,Torre Revello omite el v. 71 pero esta errata se corrige en la edición de 1952, finalmente en la edición de Carilla de 1969 se invierten los vv. 109 y 110 y los vv. 115 y 116, a estos se intercala, además, el v. 95, a continuación de los cuales se transcriben los vv. 87, 88 y 89; estas erratas no aparecen en la edición de 1968. Por otra parte, existen lecturas particulares en Morla Vicuña y Rojas que muestran una intencionalidad no compartida por los otros editores. El v. 35, donde se habla de los responsables de la muerte de Osorio de manera imprecisa: «Joan de Ayolas y Luján», es leído como «fueron Ayolas y Luján», es decir, se los acusa de modo indubitable; por otra parte, hacia el final del poema, en el v. 127, Miranda intenta excusar de lo sucedido a Pedro de Mendoza a través de la enfermedad que lo aquejaba: «también por su enfermedad», mientras que Morla Vicuña y Rojas lo eximen directamente: «causa fue su enfermedad». Tanto Moya como Weyland y Torre Revello registran lecturas propias, pero en el caso de Moya estas cambian radicalmente el significado de la frase: en los vv. 55-56, «allí fue el enterramiento / del armada», lee «allí fue el entonamiento / del armada»; en los vv. 63-64 «y otros los indios mataron/en un punto», lee «y otros los indios mataron/en un puerto», y donde dice «Ansí los tristes morían», v. 119, lee «Ansí lo tristes corrían». Torre Revello, en cambio, introduce matices a través de sus lecturas: «ruina tan maña» en el v. 66 por «ruina tamaña», y «en avernos» por «era vernos» del v. 106. Estas variantes se repiten, en ambos casos, en las dos ediciones de Torre Revello, de lo cual se deduce que no se trata de erratas. También en

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las dos ediciones de Torre Revello, junto a Gandía y Weyland, los vv. 95-96 «que era nuestra cara y lodo, / todo uno», son leídos como «que era nuestra casa y lodo, /todo uno», es decir, se prefiere ‘casa’ a ‘cara’. En los versos finales los vocablos «tan junctos» del v. 131 son leídos como «trasuntos» por Fernández Duro, Fregeiro, Morla Vicuña, Moya, Muñoz y Rojas, mientras que un vocablo de tanta significación en el poema como «múdenos» en el v. 133, se lee como «mudemos» en la mayoría de las ediciones1, excepto en García Viñas que lee: «Mude Dios». Por último, la lectura conjunta de las distintas ediciones permite observar que es en la Historia de la literatura argentina de Ricardo Rojas donde, por primera vez, el Romance se considera un texto literario. «Voy a transcribir y comentar este canto, que por primera vez», dice Rojas, «se incluye en la historia literaria del Río de la Plata»2. Los escasos valores literarios que Rojas encuentra en el poema de Miranda, sin embargo, parecen haberlo llevado a buscar un sostén extratextual que legitime la inclusión de este dentro del sistema. Así, se persuade de que el Luis de Miranda, autor de la Comedia pródiga (1554), no sería un homónimo, sino el mismo Miranda, vuelto a España.Y de esta manera, el oscuro clérigo rioplatense se convertiría en uno de los precursores del teatro de Lope de Vega, tal como considera Leandro Fernández de Moratín al autor de la Comedia en su Orígenes del teatro español3. Un análisis estilístico de ambos textos muestra claramente que no son atribuibles a un mismo autor, y a eso se suma que no existen documentos probatorios de que el autor del Romance haya regresado a la Península, de manera que la publicación de un texto suyo en la metrópolis se torna altamente improbable. No obstante lo cual, María Rosa Lida produce en 1943 un estudio breve pero minucioso que se publica en 1972, donde analiza el Romance y la Comedia pródiga, y llega a la conclusión de que entre ambas existen «semejanzas de lengua, de estilo y de temas» que «constituyen en conjunto un argumento favorable» para considerar la posibilidad cierta de un único autor4. Este trabajo, que debe leerse en relación con otro texto de María Rosa Lida, Jerusalén: el tema literario de su cerco y destrucción por los romanos5, no toma en cuenta que la comparación entre las características

1 Solamente Curia, 1987, Muñoz, ca. 1799 y Torre Revello, 1936 y 1952 leen ‘múdenos’. 2 Rojas, 1948, p. 93. 3 Rojas, 1948, p. 99. 4 Lida, 1972, p. 58. 5 Lida, 1973.

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lingüísticas de las obras se realiza en base a una edición del poema que no reproduce un manuscrito original ni responde a una transcripción fidedigna. Emilio Carilla comenta que algunos críticos han pensado que el autor del poema es también el «Luis de Miranda autor de la Comedia pródiga [...] Pero hasta hoy no hay razones valederas que justifiquen la identificación»6. La inclusión del Romance en el sistema literario rioplatense que propone Ricardo Rojas se ve reforzada por la publicación de un libro íntegramente dedicado a Luis de Miranda, su época y su obra, paradójicamente realizado por un historiador. Se trata de Luis de Miranda, primer poeta del Río de la Plata, publicado en 1936 por Enrique de Gandía, aunque —prácticamente ignorado por la crítica especializada— Miranda ya había sido nombrado un año antes como ‘primer poeta del Río de la Plata’ por Ismael Moya en el diario La Razón de Buenos Aires. Ismael Moya, además, inicia unos años más tarde la serie de estudios referidos al folclore argentino —que publica el Instituto de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires—, con un extenso tomo titulado Romancero. Allí, Moya trabaja fundamentalmente con las piezas documentales del archivo del Instituto y traza líneas discursivas que ligan los romances de circulación en Argentina con los producidos en España y los que se registran en América: el poema de Miranda se estudia en el capítulo dedicado al romancero tradicional americano. Curiosamente, la transcripción del texto de Miranda que realiza Moya en el Romancero no sigue la lectura de Morla Vicuña/Rojas, sino la de Fernández Duro/Fregeiro/Peña, aún cuando Ricardo Rojas era director del Instituto con el material del cual se desarrolla el trabajo, y quien realizó el prólogo de la obra. EL APÉNDICE DOCUMENTAL Incluyo como apéndice documental una transcripción de la carta que el veinticinco de marzo de 1545 envió Luis de Miranda al rey dando cuenta de los sucesos ocurridos el veinticinco de abril de 1544, cuando el amotinamiento dirigido por los oficiales reales depuso la autoridad de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y entregó en su lugar las varas de justicia a Domingo Martínez de Irala. Dicha carta se encuentra en el Archivo General de Indias de Sevilla bajo la signatura 52-5-2/10 (pieza 15. 0), según consta en la copia 6

Carilla, 1968, p. 115.

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que realiza Gaspar García Viñas el trece de enero de 1913, copia que utilizo para esta edición. Al igual que con los otros documentos, transcribo la carta modernizando el texto según normas actuales, y realizo un cotejo con la edición de la carta que publica Enrique de Gandía en Luis de Miranda, primer poeta del Río de la Plata. ABREVIATURAS DE LAS REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Aut.: Diccionario de la lengua castellana (Autoridades) CA 1968: Emilio Carilla, 1968 CA 1969: Emilio Carilla, 1969 CU: Beatriz Curia Cor. : Joan Corominas Cov. : Sebastián de Covarrubias DRAE: Diccionario de la lengua española GA: Enrique de Gandía, 1936 FD: Cesáreo Fernández Duro FR: Clemente L. Fregeiro Fried. : Georg Friederici GV: Colección de copias de documentos del Archivo General de Indias Ken. : Hayward Keniston L. Machain: Ricardo de Lafuente Machain Lapesa: Rafael Lapesa MO: Ismael Moya, 1941 M. Pidal: Ramón Menéndez Pidal MU: Juan Bautista Muñoz MV: Carlos Morla Vicuña PE: Enrique Peña SV: Alberto M. Salas y Andrés Ramón Vázquez TR 1936: José Torre Revello, 1936 TR 1937: José Torre Revello, 1937 TR 1952: José Torre Revello, 1952 RO: Ricardo Rojas WE: Walter Guido Weyland

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RELACIÓN DIRIGIDA A JUAN DE OVANDO, PRESIDENTE DEL CONSEJO REAL DE INDIAS, POR FRANCISCO ORTIZ (C. 1560). Archivo General de Indias, Patronato 29, ramo 14 (1)

Altísimo7 y reverendísimo señor, don Joan Ovando, presidente del Consejo Real de Indias. Relación verdadera en razón de la fundación de Santa Cruz de la Sierra en las provincias del Río de la Plata Año de mill8 y quinientos y sesenta salió Nuflo de Chaves de la ciudad de la Asunción, por orden del gobernador, a conquistar y descubrir la tierra de las Amazonas y El Dorado, que dicen. Salieron con él ciento y cincuenta vecinos, cada uno a su costa, sin ayuda de otra persona llevaron por el río arriba veinte y cuatro navíos y ciento y cincuenta caballos. Desembarcaron en los xaries9, trescientas y cincuenta leguas de la Asunción y entraron la tierra adentro, descubrieron muncha10 tierra y buena y de munchos indios labradores. En el discurso11 del viaje hubo munchos acaescimientos12 de donde los vecinos acordaron volverse a la Asunción 7 En la parte superior del folio se lee, de una mano diferente a las anteriores: Chávez va al Dorado/Céspedes/ 1560/Santa Cruz de la Sierra en las provincias de Dorado 8 mill por mil. Ambas formas alternaban en la época, del étimo latino mille. Ver M. Pidal, 1977, p. 245. 9 xaries: parcialidad indígena. 10 muncha por mucha. «Muncho estuvo muy extendido sobre todo en el s. XVI [...] y hoy sigue teniendo gran extensión en el habla vulgar; [...] se trata simplemente de una extensión de la nasalidad inicial’ (Cor.). 11 discurso: ‘la corrida que se hace a una parte y a otra’ (Cov.). 12 acaescimiento por acaecimiento «: ‘suceso impensado, caso inopinado. Lo mismo que acontecimiento’ (Aut.). Los vocablos tradicionales españoles habían deshecho, al pasar

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y el dicho Nufluo de Chaves, entendiendo que estaba en parte que13 con facilidad se podía entrar en el Perú, no quiso volver con ellos sino con los que le siguieron caminó la vuelta del Perú, donde, yendo a la ciudad de Lima, habló al presidente y virrey, que era el marqués de Cañete, e informándole de la tierra lo que le paresció14, el virrey la dio a don García de Mendoza, su hijo, nombrándolo por gobernador de aquellas provincias, cosa que la ciudad de la Asunción tuvo por grande15 agravio porque la tierra y descubrimiento era y fue hecho de los conquistadores del Río de la Plata, mas como no tenían a quien se quejar16, pasaron por ello al presente. Al Nofluo de Chávez nombró por teniente del dicho don García. Las cosas que en aquel pueblo pasan y se hacen son tan en deservicio17 de Dios y de Su Majestad, que no sé por dónde las encarezca, porque los hombres que van allí a poblar no es sino con designio18 de sacar la gente y naturales a la ciudad de la Plata porque sacándolos les vale munchos dineros. La orden que en esto se tiene es de tal manera, que con un disfraz19 que, a mi juicio, no es de admitir, se pasa. Presidente y oidores tienen puesto remedio en esto publicando penas, pero como la tierra del Perú es tan larga, hácese lo que digo sin poderse remediar. Si esta tierra se pone y está debajo del gobierno del Río de la Plata, como conviene que esté, evitará todos estos inconvinientes20, porque una criatura no se podrá sacar sin que al gobernador no le sea manifiesto y también conviene que de presente

del latín al español, los grupos , , , , , obedeciendo a las leyes fonéticas, pero al importarse nuevas palabras latinas, se entabla la pugna entre el respeto a la forma latina y la adaptación a la pronunciación española (Lapesa, 1956, p. 390). 13 estar en parte que seguramente por estar en conocimiento de. Parte ‘se usa también por nueva razón o motivo con que se funda o persuade alguna proposición’ (Aut.). 14 parescer por parecer.Ver acaescimiento. 15 grande: la forma sin apócope en esta posición predominaba en la época sobre la forma apocopada gran. Cf. Ken., 1937, p. 304. 16 se quejar por quejarse. El pronombre reflexivo se era antepuesto al infinitivo con cierta frecuencia durante el siglo XVI, tal como documenta Ken., 1937, p. 336. 17 deservicio: ‘ofensa, deslealtad contra el servicio y obediencia del soberano’ (Aut.). 18 designio: ‘fin, máxima, o intención disimulada o encubierta’ (Aut.). 19 disfraz: ‘alguna vez significa disimulación’ (Cov). 20 inconviniente por inconveniente. Si bien durante el siglo XVI se alcanzó un alto grado de estabilización de las fluctuaciones con respecto al timbre de las vocales inacentuadas, estas fluctuaciones fueron frecuentes en el período.

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quede debajo del dicho gobierno porque la gente del Río de la Plata no tenga aquella salida ni acogida21 tan juncta22, porque sería atrevimiento para cometerse munchas cosas que se evitaran estando como digo. Y esto digo en Dios y en mi consciencia23 porque ansí24 lo entiendo. Francisco Ortiz25

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acogida: ‘recibimiento, refugio, asilo y amparo’ (Aut.). juncta por junta.Ver acaescimiento. 23 en Dios y en mi consciencia: consciencia por conciencia.Ver acaescimiento. «En Dios y en conciencia, o En Dios y en mi alma. Frases con que se explica que se dicen o aseguran las cosas como ellas son en la realidad, sin ficción, y según la verdad y como se sienten» (Aut.). 24 ansí: variante de así, la n se debe al influjo de la preposición en, empleada en muchas locuciones adverbiales (Cor. ). 25 Aquí finaliza el documento que se encuentra en el Archivo General de Indias bajo la signatura Patronato 29, ramo 14 (1). 22

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DOCUMENTO QUE DA CUENTA DE LOS ESPAÑOLES QUE PERMANECEN EN EL RÍO DE LA PLATA DESDE LA LLEGADA DE PEDRO DE MENDOZA, AL FINAL DEL CUAL SE ENCUENTRA EL ROMANCE DE LUIS DE MIRANDA. Archivo General de Indias, Patronato 29, ramo 14 (2)

Los españoles que están en el Río de la Plata han entrado en aquellas provincias en las jornadas siguientes: con don Pedro de Mendoza, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Salazar de Espinosa y con el obispo del Perú, con Nufrio de Chaves. Don Pedro de Mendoza fue año de 1534, llevó doce navíos y, por su asiento26, había de llevar mill hombres, llevó dos mill y de ellos los que estaban poblados en la ciudad de la Asunción, año de 1565, que salió de allá Francisco Ortiz de Vergara, son los siguientes: El capitán Joan Romero, natural de Cuenca. Alonso de Valenzuela, natural de Córdoba, es tenido por hijodalgo27, es regidor28. Alonso de Angulo, natural de Córdoba, es tenido por hijodalgo. Hernandarias de Mansilla, natural de Granada y hidalgo, es regidor. Francisco de Hermosilla, de Córdoba, hombre honrado, es regidor. 26

asiento: ‘contrato u obligación de alguna cosa’ (Aut.). hijodalgo: ‘hidalgo’ (Cov.). 28 regidor: ‘persona destinada en las ciudades, villas o lugares para el gobierno económico’ (Aut.). 27

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Gaspar de Hortigosa, natural de Córdoba, notario29 del obispo, es hidalgo30. Joan Pavón de Badajoz, natural de Ciudad Rodrigo, tenido por hidalgo. Jacome de Paiva, portugués, natural de Tavira, es piloto y hombre de mar. Antonio31de la Trinidad, natural de Almódovar del Campo, es ingenioso32. Antón33 Martín Escaso, marinero, natural de Moguer, casado en España. Francisco de Vergara, natural de Vergara, quedó por alguacil34 mayor. Galeano de Meyra, natural de Valencia de Alcántara, es espadero35. Joan36 de Montoya, montañés, natural del Valle de Salcedo. Diego de la Torre, hombre llano37, está casado en la Asunción. Joannes Guerra, montañés, natural de Espinosa. Joan Domínguez, natural del Arahay, ha que está ciego veinte y dos años. Francisco Timón, natural de Bretaña, tonelero38, casado allá en el Río de la Plata. Martín de Segovia, natural de Alhama, hombre honrado. Francisco de Coímbra, natural de Marbella, casado en España. Bartolomé de Moya, natural de Porcuna, casado en España. Francisco de Escobar, natural de Córdoba. Francisco Maldonado, natural de Salamanca, tenido por hidalgo. Pero Méndez, portugués, natural de Viseo, casado en la tierra39. Martín Gutiérrez, natural de Almodóvar, labrador. Gonzalo de Arévalo, natural de Arévalo, lombardero40 mayor de la tierra.

29 notario: ‘el escribano y oficial público que en juicio y fuera de él escribe los actos judiciales y da fe de ellos’ (Cov.). 30 hidalgo: ‘noble, castizo y de antigüedad de linaje’ (Cov.). 31 Desposado en Almodóvar [al margen] 32 ingenioso: ‘el que tiene sutil y delgado ingenio’ (Cov.). 33 Este mató al capitán Diego Dabrigo con un arpón estando durmiendo, por mandado de Filipe Cáceres [al margen] 34 alguacil: ‘ministro de la justicia para echar mano a los malhechores y recogerlos y allegarlos a las cárceles para ser juzgados de los jueces’ (Cov.). 35 espadero: ‘el que hace espadas y el que las acicala y guarnece’ (Cov.). 36 Está casado en el Río de la Plata con hija del capitán Diego de Abrego [al margen] 37 hombre llano: ‘el que no tiene altiveces ni cautelas’ (Cov.). 38 tonelero:‘el que hace o fabrica los toneles’ (Aut.), tonel: ‘cubeta o candiota en que se echa el vino u otro licor para llevarle de una parte a otra, especialmente el que se embarca’ (Aut.). 39 en la tierra: ‘en América’. 40 lombardero: ‘soldado que tenía a su cargo dirigir y disparar las lombardas’ (DRAE), lombarda: ‘cañón antiguo de gran calibre’ (DRAE).

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Hernando de Sosa, natural de Ruyseco41, casado en la tierra. Gregorio de Acosta, casado en la tierra, es portugués natural de Lisboa. Joan Velázquez, platero42, natural de Utrera. Pero Sánchez Maduro, natural de Ronda, casado en España. Joan de la Torre, natural de Cuenca, casado en la tierra. Pedro de Mesa, natural de Córdoba, es tenido por hidalgo. Luis Marques, natural de Granada, casado en la tierra. Esteban de Vallejo, montañés, casado en la tierra. Joan de Arana, montañés, natural de Medina de Pomar. Joan de Toledo, natural de Santolalla en el reino de Toledo, casado en España. Jerónimo de Ochoa, vizcaíno, natural de Azpetia43. Pedro de Corral, natural de Marbella, casado en la tierra. Joan Juárez, natural de Toledo, tejedor de terciopelo44. Asencio Romero, natural de Galicia. Diego González Baitos, natural de Morón, es ballestero45. Bartolomé García, natural de Morón, es labrador. Vasco de la Rua, portugués, natural del Algarbe, marinero y casado en la tierra. Joan Jara, portugués, ministril46 que fue del rey de Portugal. Gil García, natural del Burgo de Ronda, casado en España, labrador. Francisco González, portugués, marinero, natural de Setúbar47. Leonardo Flamenco, natural de Envers, casado en la tierra, es sastre. Joan Domínguez, portugués, casado en la tierra. Pero Méndez, portugués, casado en la tierra. Luis de Espinosa, de Castilla la Vieja y es ermitaño48.Tiene la ermita juncto49 a la ciudad, llámase Sancta50 Caterina. Rodrigo de los Ríos, bretón, es tonelero. 41

Ruyseco: Río Seco en L. Machain, 1937, p. 606. platero: ‘el oficial que labra la plata y el oro’ (Cov.). 43 Azpetia por Azpeitia. 44 terciopelo: ‘tela de seda muy usada, y según el nombre ha de ser de tres pelos, pero hay lo de dos y de pelo y medio’ (Cov.). 45 ballestero: ‘el que tira la ballesta’ (Cov.), ballesta: ‘cierta máquina de guerra de la cual arrojaban o piedras o saetas gruesas’ (Cov.). 46 ministril: ‘el ministro inferior de poca autoridad o respeto, que se ocupa en los más ínfimos ministerios’ (Aut.). 47 Setúbar por Setúbal. 48 ermitaño: ‘el que vive en la ermita y cuida de su limpieza y aseo’ (Aut.). 49 juncto por junto.Ver acaescimiento. 50 Sancta por Santa.Ver acaescimiento. 42

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Joan de Sant51 Pedro, vizcaíno, natural de Bilbao. Maese Antonio, portugués, es herrero. Francisco Figuerero, portugués, natural de Lisbona, aserrador52 de madera. Antonio Tomás, natural de Viseo, piloto del río53. Joan Cano, natural de Moguer, casado en España y su mujer está también acá casada con otro diez y nueve años, es muy excelentísimo marinero. Francisco Maldonado, natural de Segovia. Joan Redondo, natural de Belalcázar, casado en la tierra, es labrador. Francisco Romero, portugués, zapatero, casado en la tierra. Joan de Basualdo, montañés. Xrispoval54 Alonso, natural de Sevilla, cordonero55, está casado acá en Sevilla. Ruy Díaz, portugués, marinero. Simón Jaques, flamenco, casado en la tierra. Lope de los Ríos, natural de Córdoba, casado en la tierra. Francisco Pérez, natural de Córdoba, guadamecilero56. Ruy Charte57 Limón, inglés, herrero. Diego de Collantes, natural de Valladolid. Joan de Azuaga, natural de Azuaga, aserrador, casado en la tierra. Sebastián de León, flamenco, zurujano58, casado en la tierra. Maese Antonio, levantisco59, es calafate60. 51

Sant por San: ‘el español antiguo, en los siglos XII y XIII, admitía accidentalmente finales otra porción de sonidos consonantes; [...] t representando un grupo latino: [...] nt o nd: Sant, mont, puent’ (M. Pidal, 1977, p. 168). 52 aserrador: ‘el oficio de aserrar’ (Cov.), aserrar: ‘hender con la sierra’ (Cov.). 53 piloto del río: piloto: ‘el que gobierna a los marineros y dirige la navegación de cualquier nave’ (Aut.). Se evidencia la necesidad de diferenciar piloto de río de piloto de altura: ‘el que sabe dirigir la embarcación en alta mar por las observaciones de los astros’ (DRAE). 54 Xrispoval por Cristóbal. El manuscrito presenta la forma abreviada, Xpoval. Cor. registra Xpo, abreviatura de Cristo, ya en Gonzalo de Berceo. 55 cordonero: ‘el que hace cordones y otros cairelados de seda’ (Cov.), cordón: ‘cuerda. Cíñense con éstos los religiosos de San Francisco y algunos otros; y las cintas de seda, que se labran redondas, se llaman cordones a formar’ (Cov.). 56 guadamecilero: el que realiza labores con cueros (Cor). 57 Ruy Charte: Richarte en L. Machain, 1937, pp. 329-330. 58 zurujano por cirujano, esta forma con dilación vocálica se documenta en la Celestina (Cor. ). 59 levantisco: ‘lo que toca o pertenece a levante’ (Aut.), levante:‘aquellas provincias que, respecto de nosotros, están situadas hacia oriente como Italia, el archipiélago, etc. ’ (Aut.). 60 calafate: ‘el que con mazo y escoplo aprieta las junturas de las tablas en los navíos y después los brea y aprieta, de modo que no pueda calarlo el agua’, escoplo: ‘instrumento

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Gonzalo Rodríguez, portugués, buen marinero y está casado en la tierra. Francisco Galán, natural de Cádiz. Jacome Brunel, natural de Flandes, lombardero. Simón Luis, portugués, carpintero de ribera61. Arneros Terlín, flamenco, casado en la tierra. Joan Portugués, herrero, es portugués. Diego de Leyes, natural de Marbella, casado en la tierra. Joan Portugués, sillero62, es portugués y casado en la tierra. Maese Miguel, herrero, casado en la tierra. Xrispoval de Medina, natural de Valladolid, es gorrero63, casado en la tierra De los que fueron en la nao Marañona donde fue por capitán Alonso Cabrera, veedor64 de Su Majestad, natural de Loja, son vivos los siguientes, fueron el año siguiente de como fue don Pedro de Mendoza en la dicha nao Marañona que era del mismo don Pedro de Mendoza: Adame de la Barriaga, vizcaíno. Xrispoval de Bero, portugués, natural de Avero65, es tonelero. Pantaleón, natural de Viseo en Portugal, es calafate. Francisco de Avalos, montañés. Francisco Ravano, ginovés66, marinero. Jorge de Almádana, portugués, es tonelero. Hernando de Brizianos, natural de Sahagún, entallador67, está casado en la tierra. Arguello, natural de Sevilla, hombre llano.

de hierro acerado [...]. Estar una cosa hecha a mazos y escoplo, es estar fuerte, aunque grosera’ (Cov.). 61 carpintero de ribera: ‘el oficial que trabaja en las fábricas de navíos’ (Aut.). 62 sillero:‘el que hace sillas’ (Aut.). El texto no permite diferenciar si se trata del oficio de fabricar asientos de cuatro pies y respaldo, o del de confeccionar sillas de montar. 63 gorrero: ‘el que tiene por oficio hacer gorras’ (Aut.), gorra: ‘hoy solo permanece en los garnachas, abogados y escribanos de cámara’ (Aut.). 64 veedor: ‘el que está señalado por oficio en las ciudades y villas para reconocer si son conformes a ley u ordenanza las obras de cualquier gremio, u oficinas de bastimentos’ (Aut.). 65 Avero por Aveiro. 66 ginovés por genovés.Ver inconviniente. 67 entallador: ‘el que hace figuras de bulto, que cortando la madera va formando la figura, y la obra que hace se llama talla y taller a la oficina donde trabaja’ (Cov.).

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Diego de Labarrieta, vizcaíno de Lepuzca, escribano68 de Su Majestad. Francisco Areco, ginovés, sastre, casado en la tierra. Gonzalo de Peralta, natural de La Rambla. Joan Lombardero, flamenco. Martianos Flamenco, es sastre. Lorenciañez69, portugués, es marinero, casado en la tierra. Luis Alegre, flamenco, casado en la tierra. Pero Díaz del Valle, natural de Tarifa. Fructos, natural del Algarve, buen marinero. Antonio de Évora, portugués, casado en la tierra. Francisco de Pastrana, natural de Pastrana, casado en la tierra. Hernán Rodríguez, natural de Peñafiel. En una nao que iba al estrecho / de genoveses y que vino a Buenos Aires por no poder tomarlo cargada de mercaderías, venían y quedaron en el Río de la Plata los siguientes, demás de otros que son muertos: Pero Antonio Aquino, natural de Florencia, casado en la tierra. Tomás Roz, de Florencia. Joan Rute, inglés, buen marinero. Joan Baptista70, de Génova, marinero. De los de Sebastián Gaboto que se habían retraído al Brasil volvieron a la tierra del Río de la Plata y están vivos los siguientes: El capitán Hernando de Rivera, natural del Algarve. El capitán Francisco de Ribera, natural de Ciudad Real. Gonzalo Pérez Morano, natural de Lepe, lengua71 mayor de la tierra. Hernando Díaz, natural de Galicia. Ruy García Mosquera, natural de Galicia. Andrés de Arce Mendía, vizcaíno, gran lengua en la tierra.

68 escribano: el que ‘por oficio público hace escrituras y tiene ejercicio de pluma con autoridad del príncipe o magistrado’ (Aut.). 69 Lorenciañez: L. Machain, 1937, p. 344, indica que tal vez se trate de una crasis por Lorenzo Yáñez. 70 Baptista por Bautista.Ver acaescimiento. 71 lengua: ‘el intérprete que declara una lengua con otra, interviniendo entre dos diferentes lenguajes’ (Cov.).

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La gente del armada del adelantado Cabeza de Vaca son los siguientes, los que estaban vivos cuando yo vine: El capitán Ruy Díaz Melgarejo, natural de Sevilla. Martín72 Juárez de Toledo, natural de Sevilla, hijo de Hernandarias, el correo73 mayor. Bernardino de Sandoval, natural de Tordesillas, sargento mayor74 del armada. Antonio Pasado, natural de Ávila, hombre de armas del Emperador, nuestro Señor, es regidor. Pedro de Esquivel, natural de Sevilla. Sebastián de Orduña, casado con una mi75 hija76. Joan Rodríguez de Escobal, natural de Ontiveros, regidor. Miguel Navarro, natural de Navarra, casado allá. Tristán de Yrazabala, natural de Vizcaya. Joan Rodríguez Bancalero, natural de Tocina, es albañir77 y está casado en Tocina. Francisco de Burgos, guadamecilero, de Córdoba, casado en ella. Francisco Gómez, natural del Arahal, labrador. Maese Luis, herrero. Maese Luis, veneciano, calafate. Pedro de Arévalo, natural de Jerez, casado en la tierra. Gonzalo Portillo, natural de Segovia, casado en la tierra. Antonio Fernández, portugués, natural de Tavira, buen marinero. Miguel de Fuentelencina, natural de ella, es cortidor78 y casado en la tierra. Juan Jiménez, natural de Béjar. Miguel de Candín, natural de ella, maestro79 de navíos. 72

Está casado allá [al margen] correo: ‘el que lleva y trae mensajes, corriendo o por la posta’ (Cov.). 74 sargento mayor: ‘un oficio en la milicia, honrado y el de sargento mayor lo es mucho’ (Cov.). 75 una mi: antiguamente el posesivo iba acompañado del artículo y este uso aún se documenta en regiones arcaizantes de España. En el catecismo se registran los arcaísmos el tu nombre, el tu reino (M. Pidal, 1977, p. 256), cf. Ken., 1937, p. 279, que documenta el uno. La acumulación del posesivo y el indefinido parece remitir al mismo fenómeno. 76 L. Machain, 1937, p. 463, indica que Sebastián de Orduña fue un expedicionario con Cabeza de Vaca, casado —aunque no especifica con quien— y con una hija. Formó parte de la expedición que realizó Ortiz de Vergara en 1558. 77 albañir por albañil: ‘oficial que hace obra de yesería, con tabiques y atajos’ (Cov.). 78 cortidor por curtidor, de curtir:‘adobar la piel, y de allí curtidor’ (Cov.).Ver inconviniente. 79 maestro: ‘el que esta examinado y aprobado en algún oficio mecánico’ (Aut.). 73

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Francisco de Villalba, natural de Ciudad Rodrigo, es pertiguero80 en la iglesia. Alonso Barrera, natural de Baeza, casado en la tierra. Maese Pedro, cerrajero81, natural de Madrigal. Diego Navarro, natural de Navarra, marinero. Diego de Santdoval, natural de Torrijos, notario del obispo. Pero Hernández, montañés, maestro de anzuelos. Juan de Bedoya, natural de Almodóvar. Pero de Santdoval, natural de Santolalla. Matías Fernández, gallego, casado en la tierra. Andrés Benítez, natural de Chiclana. Joan Martín de Cobas, natural de Ontiveros. Diego Ruiz, natural de Almodóvar. Pero Martín, natural de Almodóvar. Juan de Escobar, natural de Cádiz, buen marinero, casado en España. Melchior Muñiz, natural de la Puebla de Montalbán, casado en la tierra. Gaspar Gutiérrez, natural de Béjar, fundidor82. Mateo Díaz, natural de Puerto Real, pescador. Nicolao Florentín, barbero83, casado en la tierra. Juan Martín, natural del Cañaveral en Estremadura84. Julián López, de Estremadura, buen soldado. Nicolao Florentín, carpintero. Luis Paso, sastre, natural de Madrigal. Gabriel Méndez, sastre, natural de las islas de Canaria. Domingo Martínez, marinero. Bartolomé del Amarilla, natural de Trujillo, casado en la tierra. Mateo Fernández, portugués. Joan Navarro, casado en la tierra. Francisco López de la Mota, natural de Alcalá la Real. Alonso de Enzinas, natural de Trujillo, casada (sic) en la tierra. Francisco de Espíndola, natural de Sant Lúcar de Barrameda. 80

pertiguero: ‘es un ministro seglar, [...] asiste con ropas rozagantes de la festividad a los oficios divinos, acompañando al diácono y al subdiácono, [...] trae en la mano un báculo guarnecido de plata, que al principio se debió de llamar pértiga’ (Cov.). 81 cerrajero: ‘cerraja, la cerradura de hierro. Cerrajero, el que hace cerrajas’ (Cov.). 82 fundidor: ‘fundición, el acto de fundir especialmente el oro y la plata para purificarse. Fundidor, oficio particular en las casas de la moneda’ (Cov.). 83 barbero: ‘el que tiene por oficio raer las barbas y afeitar’ (Aut.). 84 Estremadura por Extremadura: la grafía con s, justificada por ser un vocablo popular y hereditario, fue general hasta el siglo XVII (Cor. ).

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Diego López, natural de Toledo. Pero Franco, natural de Almodóvar del Campo, casado allá. Pero Martín, natural de Almodóvar del Campo. Pedro de Espinar, natural de Almodóvar del Campo. Jerónimo Garcete, valenciano. Diego de Caravajal, natural de Trujillo. Estamate Camara, italiano. Tristán de Yrazavala, vizcaíno. Xrispoval85 Bravo, natural de Valladolid, está casado allá. Estamate de Candia. Mateo Gómez, natural de Jaraicejo. Bernardo Ginovés, natural de Génova. Manuel Camelo, portugués. Tomás Fernández, corito. Luis Martínez, natural de Jaraicejo. Mateo Gil, natural de Jaraicejo. Joan de Medina, natural de Sevilla, cordonero. Filipe de Molines, natural de Zaragoza, cestero86. Joan de Orona, de Sicilia, carpintero de ribera. Luis Hernández, natural de Mérida, zapatero. Diego de la Calzada, natural de Sancto Domingo de la Calzada. Cornielis Flamenco, sastre. Francisco Núñez, natural de Tocina, sastre, casado en España. Xrispoval López Pequeño, natural de Medinacidonia87, cestero. Pedro Ysbran, flamenco. Luis Pérez, natural de Linares, cortidor. Alonso de Villalva, natural de Ciudad Rodrigo / es el viejo. Joan Sánchez, natural del Cañaveral, casado en España. Damián Muñoz, natural de Béjar, casado en la tierra. Tristán Hernández, natural de Coria, zapatero. Francisco Moreno, de Lora, casado en España. Pero García Chaparro, natural de Salteras, casado en la tierra.

85 A este dieron cien azotes porque quiso e intentó soltar al adelantado Cabeza de Vaca de la prisión [al margen] 86 cestero: el que hace cestas, cesta: ‘vaso de mimbres tejidas unas con otras, y cuando es grande y hondo le llamamos cesto; en éstos se trae la fruta y en los que llaman de vendimiar, las uvas, son grandes’ (Cov.). 87 Medinacidonia por Medina-Sidonia.

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Xrispoval Pinto, tejedor, natural de Ontiveros. Pedro de Castro, natural de Écija, barbero. Antón Sánchez Moreno, natural de Trujillo. Francisco de Arze, natural de Valladolid, casado en la tierra. Sebastián Cornejo, natural de Toledo, es bonetero88. Alonso Hernández de Salvaleón, natural de León. Alonso de Sant Miguel, natural de Plasencia, zapatero. Luis Ramírez, natural de Sevilla y casado en ella. Joan Delgado, natural de Almodóvar, casado allá. Pedro de Aguirre, natural de Vizcaya. Joan González, portugués, natural de Tavira. Pero García del Álamo, natural de Castilleja del Campo, es casado allá. Antón Martín Pelado, natural de Jerez, casado en España. Francisco Carreño, gallego. Pero Díaz de Nambroca, natural de Nambroca, aserrador. Jerónimo de Sena, natural de Sena, sastre. Joan de Valderas, natural de Almodóvar, escribano de Su Majestad. Joan López Moreno. Los que entraron del Perú con Nuflo de Chávez el año de cincuenta son los siguientes: Gonzalo Caxio, natural de Cáceres. Pedro de Sigura, natural de Sigura en Vizcaya. Joannes de Oñate, vizcaíno. Joan Sotelo, natural de Belvís, zurujano. Pero Díaz Matajudíos, portugués. Lope de Pucheta, montañés. Hernán Gutiérrez, natural de Jaraicejo, zapatero. Pedro de la Puente, vizcaíno. Francisco Díaz, natural de Llerena. Alonso Martín, enamorado89, natural de Moguer, casado en España. Hernán Guerra, natural de Becerril de Campos. Joan Gallego, de Galicia.

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bonetero: ‘el que hace o vende bonetes’ (Aut.), bonete: ‘cobertura, adorno de la cabeza que traen regularmente los eclesiásticos, colegiales y graduados’ (Aut.). 89 enamorado: ‘el amante, el aficionado. Enamorada, siempre se toma en mala parte, como mujer enamorada o amiga’ (Cov.).

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Hernán Gallego, de Galicia, casado en la tierra. Maydagana, vizcaíno, casado en la tierra. Melchior Díaz, natural de Toledo. Francisco Rengifo, natural de Santolalla, casado en España. Alonso de Escobar, natural de Trujillo, casado en España, es sastre. Baltasar Hernández, casado en la tierra. Francisco de Sanabria, natural de Medellín. Diego López de Salazar, montañés. Álvar Sánchez, de Cazalla. Los del armada de Sanabria que llevó el tesorero Joan de Salazar de Espinosa son los siguientes: Alonso de Escobar, natural de La Serena. Miguel Cruz, natural de Medellín. Gonzalo Díaz, natural de Garcíaz, tierra de Trujillo. Diego Casillas, herrero, natural de Garcíaz. Gómez Malaver, natural de Jerez de Badajoz. Antonio de Guilez, natural de Medellín. Alonso de Prado, de Estremadura. Francisco de Cepeda, natural de la Puente del Arzobispo, casado en la tierra. Alonso de la Carrera, natural de Toledo, casado allá. Martín González, natural de Medellín, casado en la tierra. Gaspar Fernández, portugués, natural de Faro, buen marinero. Joan Gómez Cantero, natural de Linares, casado en la tierra. Diego de Ayala, natural de Madrid. Diego de León, carpintero, francés, casado en la tierra, Francisco García, natural de Jaén. Melchior de Raolín, natural de Jaén, casado allá. Joan Durán, natural de Toledo. Joan Cortés, natural de Medellín. Pero Martín, del reino de Toledo. Francisco de Cuevas, del reino de Toledo, es zapatero y casado allá. Sancho de Almirón, de Medellín, carpintero de blanco90 y casado en la tierra. Francisco Durán, natural de Toledo, casado en la tierra. Joan Bernal, carpintero. Baltasar de Caravajal, sastre, natural de Visuega, casado en la tierra. 90

blanco seguramente por madera en blanco: ‘la talla antes de dorarse o pintarse’ (Aut.).

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Joan de Gamboa, natural de Extremadura. Joan Donoso, natural de Medellín. Pero García, del reino de Toledo. Bartolomé de Salazar, montañés. Diego Bravo de la Vega, natural de Medinaceli. Los que entraron con el obispo son los siguientes, los que yo dejé vivos entraron el año de 1535: El obispo don Pedro de la Torre, natural de Baeza. Martín de Ure, natural de Urduña, escribano mayor de la provincia. Garci Pérez de Venialva, natural de Valladolid. Pedro Morel, natural de Granada, maestro de artillería91 y campanas. Hernando de Salas, carpintero, está casado allá. Antonio Marván, natural de Olmedo. Joan de Espinosa, montañés, está casado allá. Joan Velázquez, es de Sevilla. Martín Alonso de Velazco, natural de Jaén. Joan de Porras, zurujano, es de Granada. Francisco de Bielma, natural de Granada. Francisco García, de Jaén. Vasco Rodríguez, natural de Granada. Alonso Maldonado, de Salamanca. Andrés Benítez, natural de Chiclana. Luis de Peralta, de Jerez de la Frontera. Alonso de Peralta, de Jerez de la Frontera. Bartolomé de Salazar, montañés. Los que han entrado de la costa del Brasil de quince años acá son los siguientes, el camino que trajeron fue por Ciudad Real y de allí a la Asunción: Scipión de Goes con su mujer doña María de Brito, hombre caballero y noble, portugués. Su hermano,Vicente de Goes. Manuel Fernández. Alonso Fariña. Marcos Fernández. 91

artillería: ‘máquina espantosa de los tiros de bronce’ (Cov.).

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Xrispoval, calderero92, éste es castellano y de Sevilla. Pedro de Correa. Araujo. Mateo Fernández. Collazo. Domingos Báez, piloto. Joan Pérez Gago. Gaspar Fernández Esta es la gente que entiendo que están vivos, sacando de ellos algunos que he sabido que han muerto después acá, cuando mataron al teniente Joan de Ortega que yo dejé. Síguese el Romance que Vuestra Señoría Ilustrísima me pidió y mandó que le diese, el cual compuso Luis de Miranda, clérigo en aquella tierra. Año de mill y quinientos que de veinte93 se decía, cuando fue la gran porfía94 en Castilla, sin quedar95 ciudad ni villa, que a todas inficionó96 por los malos, digo yo, comuneros97, que los buenos caballeros quedaron tan señalados98, afinados99 y acendrados100

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calderero:‘el oficial que labra vasos de cobre, tomando el nombre de caldero’ (Cov.). veinte] veintes TR 1936, 1937. 94 porfía: ‘una instancia y ahínco en defender alguno su opinión o constancia en continuar alguna pretensión’ (Cov.). 95 quedar] quedad TR1936, 1937. 96 inficionar: ‘corromper con mal olor el aire u otra cosa’ (Cov.). inficionó] aficionó TR 1936, 1937. 97 comunero: ‘el que tomando la voz del común o del pueblo se junta con otros para levantarse y conspirar contra su soberano’ (Aut.). 98 señalado: ‘es el hombre valeroso, o por armas, o por letras, o por gran virtud y santidad’ (Cov.). 99 afinado, de afinar: ‘perfeccionar alguna cosa’ (Cov.). afinados] afinadas TR 1936. 100 acendrado: ‘purificado, limpio, sin escoria’ (Aut.). 93

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como el oro101. Semejante al mal que lloro cual fue la comunidad102, tuvimos otra103, en verdad104, subsecuente105, en las partes del106 poniente, en107 el Río de la Plata. Conquista la más ingrata a su señor, desleal y sin temor, enemiga de marido, que manceba108 siempre ha sido que no alabo, cual los principios el109 cabo aquesto110 ha tenido cierto, que seis maridos ha muerto la señora. Y comenzó la traidora tan a ciegas y siniestro111, que luego112 mat[ilegible] el maestro113 que tenía114:

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el oro] oro WE. comunidad: ‘comunidades, los levantamientos de pueblos, que al fin, como no tienen cabeza ni fundamento, se pierden’ (Cov.). 103 otra] otro WE. 104 en verdad] verdad CA 1968. 105 subsecuente: ‘subsiguiente’ (Aut.). 106 del] de FD, FR, MO. 107 en] es MV, RO. 108 manceba: ‘este término se toma siempre en mala parte, por la mujer soltera que tiene ayuntamiento con hombre libre’ (Cov.). 109 el] al FD, FR, MO, PE, WE. 110 aquesto] aquesta FD, FR, MO, PE. 111 siniestro: ‘el vicio y mala costumbre que tiene o el hombre o la bestia’ (Cov.). siniestro] siniestre MV, RO. 112 luego: ‘al instante, sin dilación, prontamente’ (Aut.). 113 maestro por maestre de campo: ‘grado en la milicia que corresponde a lo que hoy llaman coronel’ (Aut.). mat[ilegible] el maestro] mata el maestro CA 1968, 1969, CU, TR 1952; mata al maestro TR 1936, 1937; mató al maestre GA, MV, RO, WE; mató al maestro FD, FR, MO, PE; mató el maestro GV. 114 tenía] venía MV, RO. 102

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Joan115 Osorio116 se decía el valiente capitán, Joan117 de118 Ayolas y Luján y Medrano. Salazar por cuya mano tanto mal nos sucedió. Dios haya quien lo119 mandó tan sin tiento, tan sin ley y120 fundamento, con tan sobrado temor, con tanta invidia121 y rencor y cobardía. En punto122 desde aquel día todo fue de mal en mal, la gente y el general y capitanes. Trabajos, hambres123 y afanes nunca nos faltó en la tierra y así124 nos hizo la guerra la cruel. Frontero125 de Sant126 Gabriel a do127 se hizo128 el asiento, allí fue el enterramiento129

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Joan] Juan CA 1968, 1969, CU, FD, FR, PE, MV, MO, MU, WE. Juan Osorio/Juan de Ayola/Luján/Medrano/Salazar [al margen] 117 Joan] Juan CA 1968, 1969, CU, FD, FR, PE, MO, MU, WE. 118 Joan de] fueron MV, RO. 119 lo] los MV, RO. 120 y] ni GA, MV, MO, RO, WE. 121 invidia por envidia.Ver inconviniente. invidia] envidia CA 1968, 1969, CU, FD, PE, FR, MV, MO, RO, WE. 122 punto] puerto FD, FR, MO, PE. 123 hambres] hambre FD, FR, MO. 124 así] acá FD, FR, MO, PE. 125 frontero: ‘lo que está puesto y colocado enfrente de otra cosa’ (Aut.). Frontero] Frontera CA 1969, MV, PE, RO. 126 Sant] San CA 1968, 1969, CU, FD, FR, MV, MO, PE, RO, WE. 127 do: apócope de donde. 128 hizo] fizo MV, RO. 129 enterramiento] entonamiento MO. 116

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del130 armada. Cosa jamás no131 pensada, que132 cuando no nos catamos133, de dos mill aun no quedamos en134 docientos135. Por los malos tratamientos munchos136 buenos137 acabaron138 y otros los indios mataron en un punto139. Y lo140 que más que aquesto141 junto nos causó ruina tamaña142, fue la143 hambre más144 estraña145 que se vio. La ración que allí se dio de harina146 y de147 bizcocho fueron seis onzas148 u149 ocho,

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del] de la CA 1968, 1969, WE. Cosa jamás no] Jamás fue cosa MV, RO. 132 que] y GA, GV, FD, FR, MV, MO, RO, WE. 133 catar: ‘considerar o pensar una cosa’ (Cov.). 134 en] ni MO. 135 docientos por doscientos: uno de los cuatro compuestos latinos que conservó el español, ducenti-ae-a, dio dozientos, rehecho en doscientos (M. Pidal, 1977, pp. 244-245). docientos] doscientos CA 1968, 1969, CU, FD, FR, PE, MV, MO, RO, WE. 136 munchos] muchos CA 1968, 1969, CU, FD, PE, MV, MO, RO, TR 1936, 1937, WE. 137 buenos] buenos se WE. 138 acabaron] acabaren FD. 139 punto] puerto MO. 140 Y lo] Lo MV, RO. 141 aquesto: los demostrativos en latín vulgar se refuerzan con el adverbio demostrativo ecce, reforzado a su vez por eum, de donde eccu(m) + iste dio aqueste, aquese (M. Pidal, 1977, p. 260). aquesto] esto CA 1968, 1969, MO. 142 tamaña] tan maña TR 1936, 1937. 143 la] el PE, MO. 144 más] muy TR, 1936, 1937. 145 estraña por extraña. Ver acaescimiento. estraña] extraña CA 1968, 1969, CU, FD, MO, TR 1936, 1937, WE. 146 harina] farina MV, RO. 147 y de] y GA. 148 onza: ‘peso que [...] equivale a 287 decigramos’ (DRAE). 149 u] y GA. 131

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mal pesadas. Las viandas150 más usadas eran cardos que buscaban y aun estos no los hallaban todas veces. El estiércol y las heces que algunos no digirían151 munchos152 tristes lo153 comían, que era espanto. Allegó154 la cosa a tanto que, como en Jerusalem155, la carne de156 hombre también la comieron. Las cosas que allí se vieron no se han visto en escritura: comer la propria157 asadura158 de su hermano. ¡Oh juicio soberano que notó nuestra avaricia y vio la recta justicia que allí obraste! A todos nos derribaste159 la soberbia por160 tal modo,

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vianda: ‘el sustento de comida que nos da fuerzas para caminar’ (Cov.). digirir por digerir. Ver inconviniente. digirían] digerían CA 1968, 1969, CU, FD, MV, MO, PE, RO, WE. 152 munchos] muchos (CA 1968, 1969, CU, FD, PE, MV, MO, RO, TR 1936, 1937, 1952, WE. 153 lo] los MV, RO. 154 allegar: ‘llegar’ (DRAE). 155 Jerusalem por Jerusalén. Cultismo del latín Jerusalem-ae. Jerusalem] Jerusalén CA 1968, 1969, CU, PE, MV, MO, MU, RO. 156 de] del WE. 157 proprio por propio, del latín proprius, la variante con la segunda r conservada se encuentra en Alonso de Palencia y Nebrija (Cor.). propria] propia CA1968, 1969, CU, GA, GV, FD, MV, MO, PE, RO, TR 1936, 1937, WE. 158 asadura: ‘lo interno del animal: como son el corazón, el hígado y livianos’ (Aut.). 159 derribaste] derribastes MO. 160 por] de MO. 151

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que era nuestra cara161 y lodo, todo uno. Pocos fueron o ninguno que no se viese162 citado, sentenciado y emplazado de la muerte; más tullido, el que más fuerte, el más sabio, más163 perdido, el más valiente, caído y hambriento. Almas puestas en tormento164 era vernos165, cierto, a todos, de mill maneras y modos y apenando166. Unos, contino167, llorando, por las calles derribados, otros lamentando, echados tras los fuegos, del humo y ceniza168 ciegos y flacos, descoloridos, otros de desfallescidos169, tartamudos, otros del todo ya mudos que el huelgo170 echar no podían.

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cara] casa GA, TR 1936, 1937, WE. viese] hubiese PE. 163 más] el más MV, RO, WE. 164 tormento] tanto TR 1936. 165 era vernos] en avernos TR 1936, 1937. 166 apenar por penar: ‘ordinariamente se toma por agonizar’ (Cov.). y apenando] ya penando GA, GV, FD, FR, MV, MO, MU, RO,WE; y apenado TR 1936, 1937; y apenados PE. 167 contino: ‘lo mismo que continuamente o de continuo’ (Aut.). contino] continuo CA 1968, 1969, MO. 168 ceniza] cenizas MV, MO, RO. 169 desfallescer por desfallecer: ‘decaer o descaecer perdiendo el aliento, vigor, fuerzas’ (Aut.). Ver acaescimiento. desfallescidos] desfallecidos CA 1968, 1969, CU, GA, GV, FD, FR, MV, MU, SV, RO, WE. 170 huelgo: ‘aliento’ (Cov.). que el huelgo] que el huelga GA; cual huelga CA 1968, 1969, WE; que el huergo (MV, RO; quel huelga CU, GV, TR 1952. 162

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Ansí171 los tristes morían172 rabiando173. Los que quedaban, gritando decían: “Nuestro general ha causado aqueste mal, que no174 ha sabido gobernarse y ha venido aquesta175 necesidad también por176 su enfermedad, que si177 tuviera más fuerzas178 y más pudiera, no179 viniéramos180 a puntos de181 vernos ansí182, tan junctos183 a la muerte. Múdenos184 tan triste suerte dando Dios un buen marido, sabio185, fuerte y atrevido a la viuda.186

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ansí] así CA 1968, 1969, FR, PE, MO. morían] corrían MO. 173 rabiando, de rabiar: morir de hambre. Este significado particular del verbo rabiar se documenta también en M. del Barco Centenera, Argentina, p. 105. 174 que no] no FR, PE, MO. 175 aquesta] aquella FR. 176 también por] causa fue MV, RO. 177 que si] si FR, MO. 178 fuerzas] fuerza WE. 179 no] nos GA, WE. 180 viniéramos] nos viéramos FR, MV, MU, RO; nos diéramos MO. 181 a puntos de por a punto de. 182 ansí] así CA 1968, 1969, FR, FD, MV, MO, MU, RO. 183 tan junctos] tan juntos CA 1968, 1969, CU,WE; trasuntos FD, FR, MV, MO, MU, RO. 184 Múdenos] Mudemos FD, FR, MV, MO, PE, RO, SV, TR 1937, WE; Mude Dios GV. Vocablo de difícil lectura. 185 sabio] salió MO. 186 Aquí finaliza el documento que se encuentra en el Archivo General de Indias bajo la signatura Patronato 29, ramo 14 (2). 172

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APÉNDICE CARTA AL REY DE LUIS DE MIRANDA DESDE LA CÁRCEL DE ASUNCIÓN, EL 25 DE MARZO DE 1545

Índice 1545; marzo 25, Cárcel de la Asunción. Carta al rey, del capellán Luis de Miranda de Villafañe, vecino de Plasencia, dando cuenta de haber sido preso por los oficiales reales en la misma noche en que lo fue el gobernador Cabeza de Vaca y otros. Pide justicia por los grandes atropellos que con él cometieron. Copete Carta al rey, del capellán Luis de Miranda de Villafañe, vecino de Plasencia, dando cuenta de haber sido preso por los oficiales reales en la misma noche en que lo fue el gobernador Cabeza de Vaca y otros. Pide justicia por los grandes atropellos que con él cometieron. Cárcel de la Asunción, 25 marzo 1545. Sacra, Católica, Cesárea, Real Majestad. Yo, Luis de Miranda de Villafañe, clérigo, vecino de Plasencia, que reside en la conquista del Río de la Plata, hago saber a Vuestra Majestad cómo en esta provincia y puerto de la Asunción, que es en las riberas del Paraguay, en el año de mill y cuarenta y cuatro, a veinte y cinco de abril, día de San Marcos, en la noche, los oficiales de Vuestra Majestad, con gran parte del pueblo que mañosamente habían convocado, se levantaron contra el gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca que Vuestra Majestad nos proveyó y envió, y le prendieron, estando en su casa, doliente, poniéndole las espadas y otras armas a los pechos1, de 1 pechos: fue general en toda la Edad Media esta forma plural pero con sentido singular, referida tanto a las mujeres como a los varones (Cor. ).

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do le sacaron casi desnudo, diciéndole muchas palabras injuriosas, y llevaron a casa de un Garci Vanegas, vecino de Córdoba, residente en el oficio de tesorero, y allí le echaron unos grillos, pusieron debajo de dos llaves y una nueva fuerza de tapias que delante la puerta le hicieron, demás de la mucha gente que, de día y de noche, le guardaba, sin dar lugar a que ninguna otra persona le viese, sino una india que le llevaba de comer; y ésta fue, después de todos haberle2, en el real nombre de Vuestra Majestad, rescebido3 y obedescido4, más había de dos años y medio, y él servido a Vuestra Majestad muy fiel y lealmente, en tenernos en paz, en justicia, y en descubrir, en persona, gran parte desta5 tierra. Esto hecho, luego la gente plebea6 fue a la morada del alcalde y le quitaron la vara y llevaron arrastrando a la cárcel pública, donde le echaron de cabeza en el cepo, y después unos grillos; en cuanto esto unos hacían, el escribano de provincia andaba por las calles con otra mucha gente armada, diciendo, por un atambor7: “Mandan los señores oficiales que ninguno sea osado de salir de su casa, so pena de traidores”; en continente8, todos los que allí iban respondían “Libertad, libertad” y otras palabras de gran comunidad y alboroto.Venida la mañana, los oficiales aseñalaron9 a un capitán Domingo de Irala para que gobernase, dadas, por el consiguiente, todas las varas de alcaldes y alguaciles; el escribano de provincia sacó luego un gran cartapel10 de cosas que había fulminado11 de contra el Gobernador, y lo leyó y publicó al pueblo, llamándole en él, muchas veces, de “tirano”, para dar a entender a la gente inorante12 que por aquello le habían podido ligítimamente13 prender; tras esto, secrestáronle14 los bienes y dividieron entre sí; muchos dellos echaron sus criados de casa y aposentaron ende otros 2

haberle] a verle GA. rescebir por recibir.Ver acaescimiento. 4 obedescido por obedecido.Ver acaescimiento. 5 desto: ‘de este’ (DRAE). 6 plebeo por plebeyo: ‘el hombre bajo en la república, que ni es caballero ni hidalgo ni ciudadano’ (Cov.). La misma expresión, ‘gente plebea’, aparece en Ercilla y Zúñiga, La Araucana, t. 2, p. 129. 7 atambor por tambor, ya aparece en las últimas partes de la Primera Crónica General y es la forma que predomina en el Quijote (Cor. ). 8 en continente: ‘luego, sin dilación, al instante’ (Aut.). 9 aseñalar por señalar. 10 cartapel: ‘escrito largo que se hace para fijar en los lugares públicos como los bandos y edictos: el cual está todo en una plana, sin volver hoja para que puedan leerlo todos’ (Aut.). 11 fulminar: ‘metafóricamente significa expresar enojos y ejecutar rigores’ (Aut.). 12 inorante por ignorante.Ver acaescimiento. 13 ligítimamente por legítimamente.Ver inconviniente. 14 secrestar: ‘en lo forense lo mismo que secuestrar’ (Aut.). 3

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CARTA AL REY DE LUIS DE MIRANDA

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de sus allegados, repartieron todas sus indias entre sus amigos y otros, porque lo fuesen, y ansí, finalmente, fueron en este hecho ve [roto] con color del servicio de Dios y voz de “Viva el rey”, los más de los capitanes consintiéndolo, algunos de los sacerdotes aprobándolo, los Oficiales con sus aliados poniéndolo por obra; siguióse luego y sucedieron, del caso lo que suele (mucha sinjusticia, poca justicia): alborotos, continos; paz, ninguna; libertad, cual la querían; pecados públicos, como en Berbería15; los buenos, temerosos; los malos mandando; a los leales, llaman amotinadores; a los malhechores, leales, de tal manera que esto no puede durar mucho, porque ni Dios es temido ni Vuestra Alteza servido, si de ambas manos, no nos viene presto el socorro. Demás desto, sabrá Vuestra Majestad que ansimismo16 a mí me prendieron por dos veces, una por reprobar lo hecho, otra por aprobar y precurar17 el real servicio de Vuestra Majestad. La primera me encarcelaron en mi casa, quitaron la capellanía, negaron el salario que me debían de tres años y hicieron otros muchos agravios y amenazas; la segunda me pusieron, por consejo de los oficiales y voto de algunos no muy dotos18 sacerdotes, en casa del mismo Domingo de Irala, que me prendió diciéndome que porque estaba informando que andaba persuadiendo la gente a que sacasen al Gobernador, y porque alguno no me hablase, encerráronme en un retraimiento19 debajo de dos llaves, con tres guardas, sin ninguna más luz de la que entraba por el tejado, y ansí me tuvieron preso, enfermo de una ciática20, dende veinte y seis de julio21 hasta otros tantos de marzo22; no contentos con esto, durante mi prisión, siendo el alcalde, la parte, juez y testigo, fueme dicho que, de contra mí, habían hecho grandes probanzas23 para llevar o enviar en24 España, y a mí con ellas, por dar color a su atrevimiento, pero desto, el Domingo de Irala y oficiales se guardaron bien, por saber que, puesto allá, que habían mejor de osar decir la verdad de lo que tengo conocido, ha diez años, desta 15

Berbería: denominación utilizada en Europa a partir del siglo XVI para referirse a las costas africanas de los actuales Túnez y Libia, Argelia y Marruecos. Un mapa sobre la región norte de África realizado en 1630 por Gerardus Mercator se titulaba Barbaria. 16 ansimismo: así mismo (DRAE). Cf. Ken., 1937, p. 660. 17 precurar por procurar.Ver inconviniente. 18 doto por docto.Ver acaescimiento. 19 retraimiento: ‘el sitio de la acogida, refugio y guarida para seguridad’ (Aut.). 20 ciática: ‘enfermedad ocasionada de un humor que se encaja en el hueco del hueso de la cía y desciende por el muslo, causando grandes dolores’ (Aut.). 21 de 1544. 22 de 1545. 23 probanza: ‘averiguación o prueba que jurídicamente se hace de algo’ (DRAE). 24 en] a GA.

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APÉNDICE

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mal trillada y peor sembrada tierra, que por esto no nos ha dado Dios su abundante fruto, por manera que será Vuestra Majestad el tanto avisado que hay más este género de desventura en esta tierra que, de lo bueno, se hacen los libelos25 infamatorios, y de lo malo, las informaciones26 honrosas, y para todo hay testigos y, quien lo contradijere, que le hayan por amotinador y echen como a malhechor en la cárcel, aunque más sea sacerdote; no pido desto, a Vuestra Majestad, que me haga justicia, porque no es de mi profesión, mas demando humilmente27, a lo menos en premio y respuesta de mi buen celo y de muchos días que serví ansimismo a Vuestra Majestad, antes de sacerdote, en Italia, que en España me dé de comer, porque allá no lo tengo ni acá estoy ya para estar, si la muerte o pobreza no me detienen y con esto [roto] a Dios, Nuestro Señor que, después de haber muchos tiempos Vuestra Majestad imperado en el mundo, en gran aumento, como se ve, e de Nuestra Santa Madre Iglesia, su católica ánima merezca ir a reinar al cielo, con quien le hizo tan glorioso rey en la tierra. Fecha28 en la cárcel, a los ocho meses andados de mi prisión, a veinte y cinco de marzo, año de mill y quinientos y cuarenta y cinco, en el puerto de la Asunción, que es en la provincia del Río de la Plata. De Vuestra Sacra, Católica, Cesárea, Real Majestad, vasallo y muy humilde capellán, Luis de Miranda de Villafañe. [Rubricada] (Archivo General de Indias, de Sevilla, 52-5-2/10. Pieza 15. O). Cotejada y corregida por el que suscribe; certifico que la presente copia está conforme con su original, existente en el Archivo de Indias. Sevilla, 13 de enero 1913. Gaspar García Viñas

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libelo: escrito infamatorio, cultismo del latín libellus ‘librillo’ (DRAE). información: ‘se llama en lo forense las diligencias jurídicas que se hacen de cualquier hecho o delito para averiguarle, certificarse de su verdad’ (Aut.). 27 humilmente: adverbio que conserva la antigua forma humíl, tomada del latín humilis ‘humilde’ (Cor. ). humilmente] humillante GA. 28 fecho por hecho: ‘participio pasado del verbo antiguo facer, que hoy se usa en las mercedes reales, despachos y escrituras’ (Aut.). 26

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ÍNDICE DE OFICIOS

Albañil: Joan Rodríguez Bancalero Alguacil mayor: Francisco de Vergara Aserrador: Joan de Azuaga, Pero Díaz de Nambroca Aserrador de madera: Francisco Figuerero Ballestero: Diego González Baitos Barbero: Nicolao Florentín, Pedro de Castro Bonetero: Sebastián Cornejo Calafate: maese Antonio, Pantaleón, maese Luis Calderero: Xrispoval Carpintero: Nicolao Florentín, Diego de León, Joan Bernal, Hernando de Salas Carpintero de blanco: Sancho de Almirón Carpintero de ribera: Simón Luis, Joan de Orona Cerrajero: maese Pedro Cestero: Filipe de Molines, Xrispoval López Pequeño Cirujano: Sebastián de León, Joan Sotelo, Joan de Porras Cordonero: Xrispoval Alonso, Joan de Medina Correo (mayor): Martín Juárez de Toledo Curtidor: Miguel de Fuentelencina, Luis Pérez Entallador: Hernando de Brizianos Ermitaño: Luis de Espinosa Escribano (de Su Majestad): Diego de Labarrieta, Joan de Valderas Escribano (mayor de la provincia): Martín de Ure Espadero: Galeano de Meyra Fundidor: Gaspar Gutiérrez Gorrero: Xrispoval de Medina Guadamecilero: Francisco Pérez, Francisco de Burgos Herrero: maese Antonio, Ruy Charte Limón, Joan Portugués, maese Miguel, maese Luis, Diego Casillas

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ÍNDICES

Labrador: Martín Gutiérrez, Bartolomé García, Gil García, Joan Redondo, Francisco Gómez Lengua (mayor): Gonzalo Pérez Morano (gran) Lengua: Andrés de Arce Mendía Lombardero: Gonzalo de Arévalo, Jacome Brunel Maestro (de anzuelos): Pero Hernández Maestro (de artillería y campanas): Pedro Morel Maestro (de navíos): Miguel de Candín Marinero: Antón Martín Escaso, Vasco de la Rua, Francisco González, Joan Cano, Ruy Díaz, Gonzalo Rodríguez, Francisco Ravano, Lorenciañez, Fructos, Joan Rute, Joan Baptista, Antonio Fernández, Diego Navarro, Juan de Escobar, Diego Martínez, Gaspar Fernández Ministril (del rey de Portugal): Joan Jara Notario (del obispo): Gaspar de Hortigosa, Diego de Santdoval Pertiguero: Francisco de Villalba Pescador: Mateo Díaz Piloto: Jacome de Paiva, Domingo Báez Piloto del río: Antonio Tomás Platero: Joan Velázquez Regidor: Alonso de Valenzuela, Hernandarias de Mansilla, Francisco de Hermosilla, Antonio Pasado, Joan Rodríguez de Escobal Sargento (mayor del armada): Bernardino de Sandoval Sastre: Leonardo Flamenco, Francisco Areco, Martianos Flamenco, Luis Paso, Gabriel Méndez, Cornielis Flamenco, Francisco Núñez, Jerónimo de Sena, Alonso de Escobar, Baltasar de Caravajal Sillero: Joan Portugués Soldado: Julián López Tejedor: Xrispoval Pinto Tejedor de terciopelo: Joan Juárez Tonelero: Francisco Timón, Rodrigo de los Ríos, Xrispoval de Bero, Jorge de Almádana Veedor (de Su Majestad): Alonso Cabrera Zapatero: Francisco Romero, Luis Hernández, Tristán Hernández, Alonso de Sant Miguel, Hernán Gutiérrez, Francisco de Cuevas

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ÍNDICE DE LUGARES DE PROCEDENCIA

Alcalá la Real: Francisco López de la Mota Algarve: Fructos, Hernando de Rivera Alhama: Martín de Segovia Almodóvar: Martín Gutiérrez, Juan de Bedoya, Diego Ruiz, Pero Martín, Joan Delgado, Joan de Valderas Almodóvar del Campo: Antonio de la Trinidad, Pero Franco, Pedro de Espinar Arahal: Francisco Gómez Arahay: Joan Domínguez Arévalo: Gonzalo de Arévalo Aveiro: Xrispoval de Bero Ávila: Antonio Pasado Azpeitia: Jerónimo de Ochoa Azuaga: Joan de Azuaga Baeza: Alonso Barrera, Pedro de la Torre Becerril de Campos: Hernán Guerra Béjar: Juan Jiménez, Gaspar Gutiérrez, Damián Muñoz Belalcázar: Juan Redondo Belvís: Joan Sotelo Bilbao: Joan de Sant Pedro Bretaña: Francisco Timón Cáceres: Gonzalo Caxio Cádiz: Francisco Galán, Juan de Escobar Canarias: Gabriel Méndez Candín: Miguel de Candín Cañaveral: Joan Sánchez Cañaveral (en Extremadura): Juan Martín Castilla la Vieja: Luis de Espinosa Castilleja del Campo: Pero García del Álamo Cazalla: Álvar Sánchez

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ÍNDICES

Chiclana: Andrés Benítez (llegó con Cabeza de Vaca), Andrés Benítez (llegó con el obispo Pedro de la Torre) Ciudad Real: Francisco de Ribera Ciudad Rodrigo: Joan Pavón de Badajoz, Francisco de Villalba, Alonso de Villalva Córdoba: Alonso de Valenzuela, Alonso de Angulo, Francisco de Hermosilla, Gaspar de Hortigosa, Francisco de Escobar, Pedro de Mesa, Lope de los Ríos, Francisco Pérez, Francisco de Burgos Coria: Tristán Hernández Cuenca: Joan Romero, Joan de la Torre Écija: Pedro de Castro Envers: Leonardo Flamenco Espinosa: Joannes Guerra Extremadura: Juan Martín, Julián López, Alonso de Prado, Joan de Gamboa Faro: Gaspar Fernández Flandes: Jacome Brunel Florencia: Pero Antonio Aquino, Tomás Roz Fuentelencina: Miguel de Fuentelencina Galicia:Asencio Romero, Hernando Díaz, Ruy García Mosquera, Joan Gallego, Hernán Gallego Garcíaz: Diego Casillas Garcíaz (tierra de Trujillo): Gonzalo Díaz Génova: Joan Baptista, Bernardo Ginovés Granada: Hernandarias de Mansilla, Luis Marques, Pedro Morel, Joan de Porras, Francisco de Bielma,Vasco Rodríguez Jaén: Francisco García, Melchior de Raolín, Martín Alonso de Velazco Jaraicejo: Mateo Gómez, Luis Martínez, Mateo Gil, Hernán Gutiérrez Jerez: Pedro de Arévalo, Antón Martín Pelado Jerez (de Badajoz): Gómez Malaver Jerez de la Frontera: Luis de Peralta, Alonso de Peralta La Rambla: Gonzalo de Peralta La Serena: Alonso de Escobar León: Alonso Hernández de Salvaleón Lepe: Gonzalo Pérez Morano Lepuzca: Diego de Labarrieta Llerena: Francisco Díaz Linares: Luis Pérez, Joan Gómez Cantero Lisboa: Gregorio de Acosta Lisbona: Francisco Figuerero Loja: Alonso Cabrera Lora: Francisco Moreno Madrid: Diego de Ayala Madrigal: maese Pedro, Luis Paso

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ÍNDICES

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Marbella: Francisco de Coímbra, Pedro de Corral, Diego de Leyes Medellín: Francisco de Sanabria, Miguel Cruz, Antonio de Guilez, Martín González, Joan Cortés, Sancho de Almirón, Joan Donoso Medinaceli: Diego Bravo de la Vega Medina de Pomar: Joan de Arana Medina-Sidonia: Xrispoval López Pequeño Mérida: Luis Hernández Moguer: Antón Martín Escaso, Joan Cano, Alonso Martín Morón: Diego González Baitos, Bartolomé García Nambroca: Pero Díaz de Nambroca Navarra: Miguel Navarro, Diego Navarro Olmedo: Antonio Marván Ontiveros: Joan Rodríguez de Escobal, Joan Martín de Cobas, Xrispoval Pinto Orduña: Martín de Ure Pastrana: Francisco de Pastrana Peñafiel: Hernán Rodríguez Plasencia: Alonso de Sant Miguel Porcuna: Bartolomé de Moya Puebla de Montalbán: Melchior Muñiz Puente del Arzobispo: Francisco de Cepeda Puerto Real: Mateo Díaz Ronda: Pero Sánchez Maduro, Gil García Ruyseco: Hernando de Sosa Sahagún: Hernando de Brizianos Salamanca: Francisco de Maldonado, Alonso de Maldonado Salteras: Pero García Chaparro Santo Domingo de la Calzada: Diego de la Calzada Sanlúcar de Barrameda: Francisco de Espíndola Santa Olalla: Pero de Sandoval, Francisco Rengifo Santa Olalla (en el reino de Toledo): Joan de Toledo Segovia: Francisco Maldonado, Gonzalo Portillo Sena: Jerónimo de Sena Setúbal: Francisco González Sevilla: Xrispoval Alonso, Arguello, Ruy Díaz Melgarejo, Martín Juárez de Toledo, Pedro de Esquivel, Joan de Medina, Luis Ramírez, Joan Velázquez, Xrispoval Sicilia: Joan de Orona Segura (en Vizcaya): Pedro de Sigura Tarifa: Pero Díaz del Valle Tavira: Jacome de Paiva, Antonio Fernández, Joan González Tocina: Joan Rodríguez Bancalero, Francisco Núñez

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ÍNDICES

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Toledo: Joan Juárez, Diego López, Sebastián Cornejo, Melchior Díaz, Alonso de la Carrera, Joan Durán, Pero Martín, Francisco de Cuevas, Francisco Durán, Pero García Tordesillas: Bernardino de Sandoval Torrijos: Diego de Santdoval Trujillo: Bartolomé del Amarilla, Alonso de Enzinas, Diego de Caravajal, Antón Sánchez Moreno, Alonso de Escobar Utrera: Joan Velázquez Valencia (de Alcántara): Galeano de Meyra Valladolid: Diego de Collantes, Xrispoval de Medina, Xrispoval Bravo, Francisco de Arze, Garci Pérez de Venialva Valle de Salcedo: Joan de Montoya Vergara: Francisco de Vergara Viseu: Pero Méndez, Antonio Tomás, Pantaleón Visuega: Baltasar de Caravajal Vizcaya: Tristán de Yrazabala, Pedro de Aguirre 1 Zaragoza: Filipe de Molines

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En algunos casos no se registra el lugar de procedencia, pero se indica: bretón, flamenco (seis veces), francés, gallego (dos veces), genovés (dos veces), inglés (dos veces), italiano, levantisco, portugués (dieciséis veces), valenciano, veneciano, vizcaíno (seis veces).

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ÍNDICE DE NOTAS

acaescimiento: 161 acendrado: 177 acogida: 163 afinado: 177 albañir: 171 alguacil: 166 allegar: 181 ansí: 163 ansimismo: 187 apenar: 182 a puntos de: 183 aquesto: 180 artillería: 176 asadura: 181 aseñalar: 186 aserrador: 168 asiento: 165 atambor: 186 Aveiro: 169 Azpeitia: 167 ballestero: 167 Baptista: 170 barbero: 172 Berbería: 187 blanco: 175 bonetero: 174 calafate: 168 calderero: 177 carpintero de ribera: 169

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cartapel: 186 catar: 180 cerrajero: 172 cestero: 173 ciática: 187 comunero: 177 comunidad: 178 contino: 182 cordonero: 168 correo: 171 cortidor: 171 deservicio: 162 desfallescer: 182 designio: 162 desto: 186 digirir: 181 discurso: 161 disfraz: 162 do: 179 docientos: 180 doto: 187 en continente: 186 en Dios y en mi consciencia: 163 en la tierra: 166 enamorado: 174 entallador: 169 ermitaño: 167 escribano:170 espadero: 166

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estar en parte que: 162 estraña: 180 Estremadura: 172 fecho: 188 frontero: 179 fulminar: 186 fundidor: 172 ginovés: 169 gorrero: 169 grande: 162 guadamecilero: 168 hidalgo: 166 hijodalgo: 165 hombre llano: 166 huelgo: 182 humilmente: 188 inconviniente: 162 inficionar: 177 información: 188 ingenioso: 166 inorante: 186 invidia: 179 Jerusalem:181 juncta: 163 juncto: 167 lengua: 170 levantisco: 168 libelo: 188 ligítimamente: 186 lombardero: 166 Lorenciañez: 170 luego: 178 maestro: 171 maestro:178 manceba: 178 Medina-Sidonia: 173 mill: 161 ministril: 167 muncha: 161

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ÍNDICES

notario: 166 obedescido: 186 onza: 180 Orduña, Sebastián de: 171 parescer: 162 pechos: 185 pertiguero: 172 piloto del río: 168 platero: 167 plebeo: 186 porfía: 177 precurar: 187 probanza: 187 proprio: 181 rabiando: 183 regidor: 165 rescebir: 186 retraimiento: 187 Ruy Charte: 168 Ruyseco: 167 Sancta: 167 Sant: 168 sargento mayor: 171 se quejar: 162 secrestar: 186 señalado: 177 Setúbar: 167 sillero: 169 siniestro: 178 subsecuente:178 terciopelo: 167 tonelero: 166 una mi: 171 veedor: 169 vianda: 181 xaries: 161 Xrispoval: 168 zurujano: 168

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