Profetas en el dolor : la enfermedad vista desde los enfermos
 9788428508582, 8428508585

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José Vico Peinado

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JOSÉ VICO PEINADO

PROFETAS EN EL DOLOR LA ENFERMEDAD VISTA DESDE LOS ENFERMOS 2.a edición

EDICIONES PAULINAS

A mis padres, cuyo amor Dios hizo fecundo, en señal de gratitud por el don de la vida que de ellos recibí y por la luz de la fe que la ilumina y que ellos se esforzaron en transmitirme.

® Ediciones Paulinas 1981 (Protasio Gómez, 13-15. Madrid-27) » José Vico Peinado 1981 Fotocomposición: Fotocompofset, S. L. Burdeos, 2. Mostoles Impreso en Artes Gráficas Pájaro. Humanes (Madrid) ISBN: 84-285-0858-5 Depósito legal: M. 31.865-1982 Impreso en España, Printed in Spain

PROLOGO

Siempre que, en mi labor sacerdotal, he tenido que abordar el mundo de los enfermos para proyectar allí la fe, he sentido en mi interior una cierta impotencia, que me presentaba este campo como impenetrable. No sé si la compañía de la enfermedad a lo largo de mi vida, me ha hecho receloso a la hora de iluminar esas situaciones difíciles por las que atraviesa todo enfermo. No sé si el pudor me ha hecho incapaz de manifestar mis más íntimas vivencias. El caso es que he preferido desarrollar mi labor más con el personal sanitario, en cursillos y conferencias, que con los mismos enfermos. Sin embargo, me sentía deudor también de ellos. Por eso, cuando se me presentó la ocasión, a través del Secretariado Nacional de Pastoral Sanitaria, de dirigir unas jornadas de reflexión radiadas para los enfermos, vi llegado el momento de saldar mi deuda. A pesar de todo, mi recelo y mi sentimiento de incapacidad continuaban intimidándome un poco. Por otra parte, pensé que podía ser interesante que los enfermos mismos fueran los protagonistas principales de esas jornadas. No quería que los enfermos fueran sujetos puramente pasivos. Ellos también tenían una experiencia. Quizá, incluso, más rica que la mía. Y, además, también ellos tenían la fuerza del Espíritu. Creí llegado el momento de que a los enfermos les hiciesen reflexionar los mismos enfermos. Con esta intención lancé unas preguntas a enfermos y minusválidos de distinta condición y diagnóstico, repartidos por las diversas latitudes de la geografía hispana. Las respuestas no se hicieron esperar. Terminadas las jornadas en la radio, pensé que debía hacer 7

llegar estos testimonios a aquellos enfermos que no pudieron seguir, por diversas causas, las emisiones. A sí nació la idea de publicar esta obra. Naturalmente, los testimonios estaban pensados originariamente para la radio. Estaban grabados, en su gran mayoría, en cintas magnetofónicas. Y, como cada medio tiene su propio lenguaje, la primera operación que me impuse fue la de "traducirlos" al lenguaje escrito. Dicen que cualquier traducción es una pequeña traición. Soy consciente de ello. Y por esto he tratado de ser lo más imparcial posible a la hora de conservar el núcleo fundamental del testimonio. Pido perdón tanto a los autores como a los lectores si, en algún caso, mi interés no se ha visto recompensado con la fidelidad.

través de sus capellanes, han recogido el material. Finalmente no quisiera olvidar a un grupo de mis alumnos del Estudio Teológico Claretiano de Colmenar Viejo que me han ayudado algo más que materialmente, y a todas las personas que han hecho posible que esta obra viera la luz. EL AUTOR

El libro está dividido en cinco capítulos, en los que, partiendo de ¡a experiencia de la enfermedad (I), que es considerada como un tiempo de conversión (II), se intenta descubrir el amor de Dios (III), que hace fecunda para la Iglesia la vida del enfermo (IV) y bienaventurada su asistencia (V). Cada capítulo comienza con una reflexión teológica, que trata de orientar las cuestiones a las que responden los testimonios, y termina con un material para que el lector pueda reposar en una oración serena y tranquila. El libro no está pensado para ser leído de corrida. Más bien, se trata de un libro de cabecera, que el enfermo puede utilizar, leyendo uno u otro testimonio, que le sirva de médico espiritual para sus momentos de reflexión. Espero que el libro será útil también para aquellas personas que tratan con los enfermos. A través de sus páginas podrán ir sensibilizándose con las vetas más íntimas del mundo interior de los que sufren. Podrán ir descubriendo lo que se espera de la asistencia que les prestan. Tengo que mostrar mi agradecimiento, en primer lugar, a los enfermos que, con sinceridad, han abierto de par en par las puertas de su espíritu 'y han permitido que su testimonio se haga público para bien de otros que o comparten su misma situación o los están asistiendo. También agradezco al Secretariado N acional de Pastoral Sanitaria y a los Equipos de Fraternidad Cristiana de Enfermos y Minusválidos, que, a o

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CAPÍTULO I

LA EXPERIENCIA DÉLA ENFERMEDAD

invitación a la reflexión

V

IVIR es, para todo hombre, algo más que una tarea biológica. No se vive, simplemente, porque se vegeta. Vivir es hacerse presente en el mundo y para los demás. Es moverse. Es tener ilusiones. Es soñar. Es... participar en la tarea de construir y ser construido. Sin embargo, la grandilocuencia de estas frases encierra en su realidad cosas bien sencillas: la posibilidad de hacer lo que uno quiere, la dedicación a las tareas y quehaceres de la vida ordinaria, la vida en familia, el trabajo diario, la preocupación por los seres queridos, la amistad compartida y un largo etcétera, que da a la vida su sabor. Un sabor agridulce, ciertamente, porque la vida tiene una capa de cal y otra de arena. Tiene sus luces y sus sombras. Sus momentos fáciles y, también, sus momentos difíciles.

En todos los momentos de la vida, el hombre, que quiere vivirla en plenitud, siente que debe dar una respuesta calculada y razonable en las distintas situaciones. Ha de entablar un diálogo con los acontecimientos que se van sucediendo. Diálogo que no está encerrado en el esquema de estímulo y respuesta. El no está acoplado perfectamente con la naturaleza. El tiene que buscar. Tiene que inventar. Tiene que crear sus propias respuestas. La vida es un reto permanente, una pregunta a veces inquietante que espera ser aceptada y respondida. Es una apelación a la responsabilidad del hombre. A su autenticidad. 13

Lo que ocurre es que la vida pregunta, a veces, con tal inquietud e insistencia y nos sorprende tan desprevenidos, que rompe nuestras formas habituales de responderle. La vida de cada día nos había dejado el pose de la experiencia. El paso de la vida nos había legado una forma de pensar, de ser y hasta de relacionarnos. La vida seguía su curso pacíficamente. Había ya pasado la niñez, los tiernos años del brotar de la fuente. Quizá también habían pasado los años de pendiente de la adolescencia en los que el río de la vida buscaba atropelladamente su propio cauce. Y, cuando más tranquila iba, recorriendo sus meandros, se precipitó en cascada tumultuosa. El poso de nuestra experiencia habitual se removió entero. Tuvimos que encajar la caída. Y con la caída remodelar nuestro mundo interior. Esta caída puede venir provocada por muy diversas situaciones. Una de ellas, la enfermedad. La enfermedad puede ser una situación que remueva nuestra experiencia vital. Una experiencia que nos permita observar la realidad de otra manera. Certeramente decía Bonhoeffer que la situación de indefensión quizá permita a los enfermos contemplar ciertas realidades de la existencia humana con mayor claridad de lo que puede ser dado a los sanos. Estar sanos y, de repente, caer enfermo exige una adaptación que llama a rebato las mejores energías, como se le piden al deportista en los momentos más duros de su competición deportiva. El mundo entero parece que ha cambiado. Es distinto contemplar la enfermedad desde dentro y desde fuera. Cuando uno la contempla desde fuera es la gente la que se enferma. El "se" hace de la enfermedad algo impersonal. No afecta experiencialmente. Quien contempla es un espectador, más o menos ligado a la persona del enfermo. Pero espectador. En cambio, cuando se está enfermo, se siente uno implicado en la situación. Estaba acostumbrado a vivir al día entre los afanes de cada jornada, cuando no en esa 14

monotonía del vivir diario que describe A. Camus en las primeras páginas de El Mito de Sísifo: "Levantarse, tranvía, cuatro horas de oficina o de taller, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, descanso, dormir, y el lunes-martes-miércolesjueves-viernes-sábado siempre el mismo ritmo, siguiendo siempre el mismo camino." Quizá, por las condiciones en que se desarrolla la vida moderna, vivía de prisa, actuaba de prisa, gozaba y lloraba de prisa. Se sentía una persona útil, profesionalmente recompensada en su actividad. Podía vivir de forma independiente dentro de una intimidad personal, a la par que tenía un círculo de relaciones, más o menos amplio, con las personas que formaban su entorno. En una palabra, se sentía actor recompensado en el teatro del mundo. En cambio, ahora, cuando ha llegado el momento de la enfermedad, tiene la sensación de que los decorados se desploman. El "stop" de la enfermedad puede convertirse en una atalaya desde donde se contemple la vida de otra forma muy distinta. Tiene que abandonarse la prisa, esa prisa que el psicólogo López Ibor diagnostica como una de las causas del nihilismo del hombre contemporáneo, que ha provocado un profundo empobrecimiento del espíritu humano y una desintegración de las relaciones interpersonales. Se impone una valoración de la persona humana que no esté fundamentada simplemente en la utilidad pragmática, en la capacidad productiva o en el prestigio social. La situación ha cambiado. El dolor físico quizá haya hecho acto de presencia, debido a la enfermedad o al tratamiento aplicado para su curación. El lecho, que antes servía de reparador de fuerzas después de una jornada de trabajo, es ahora testigo de largas noches de insomnio, de pesadilla o de esperanza en poderlo abandonar cuanto antes. Perdida la independencia y la libre movilidad ha de recurrir a los servicios de otras personas, a veces, incluso, para los cuidados más íntimos. Frecuentemente, se tiene la 15

sensación de representar una carga para los demás. Por otra parte, los proyectos y los sueños han quedado truncados y han dejado paso a la inquietud por quienes estaban implicados en ellos. ¿Qué será de ellos? La ausencia de proyectos puede provocar un proceso de introversión, de concentración y hasta de aburrimiento. Existe toda una gama de posibilidades de distracción: la lectura, la correspondencia, las actividades manuales, el transistor... Pero hay ocasiones en que nada de esto es capaz de matar la soledad. El aislamiento, roto esporádicamente por alguna visita, hace que los amigos se vayan perdiendo. De todos modos, quizá no sea lo más importante la situación cambiada. Probablemente lo que más afecta al enfermo sea la "noche oscura" que ha de pasar en su interior para hacerse con las riendas de este caballo desbocado. Dependerá, sin duda, del temperamento y de la sensibilidad de cada uno. Pero, seguramente también para todos los enfermos, la enfermedad puede representar un período de crisis, una experiencia fuerte, un tiempo privilegiado para la reflexión—que esto quiere decir, en su sentido originario, la palabra crisis—. Al enfermo la vida misma le ha colocado en una situación en la que las preguntas surgen en racimo: ¿Por qué el dolor y la enfermedad? ¿Por qué he de sufrirla yo? ¿Qué será de mí y de los míos? ¿Quién es el responsable? ¿Por qué está presente el mal, si Dios existe y es bueno y poderoso? La vida parece acosada por una fiera impresionante que, en cualquier momento, de un solo zarpazo, destruye nuestras seguridades. Ahora la vida misma pregunta al enfermo. La respuesta se hace urgente para seguir gustando o no, al menos, soportando la vida. La enfermedad tiene la extraña virtualidad de colocar a muchas personas entre el absurdo y el misterio. * * * 16

Cuando no hay respuesta, el absurdo y el sinsentido anegan la existencia del hombre en las aguas de la amargura. La rebeldía ante el dolor y el sufrimiento será la consecuencia más frecuente. La vida entera resulta insufrible. La presencia en el mundo se experimenta como desgracia y maldición. La agresividad, la protesta y la susceptibilidad se hacen el pan cotidiano del enfermo, que se torna inaguantable para sí mismo y para los demás. En cambio, para quien la pregunta que hace la vida a través de la enfermedad tiene respuesta, el dolor, el sufrimiento, la debilidad y aun el aislamiento no son experimentados como acosos del absurdo. El enfermo vive su enfermedad como un misterio, que ha de esforzarse en desentrañar y asumir en el sentido global de su respuesta a la vida. Está convencido de que el dolor humano en el que vive no tiene por qué estar ligado a la amargura. Está convencido de que la única causa de la amargura en el dolor hay que buscarla en la incapacidad para integrar este aspecto negativo de la vida en su sentido global. Está convencido de que debe poner en sus labios la plegaria del poeta indio Tagore: No pida yo nunca estar libre de peligros, sino denuedo para afrontarlos. No quisiera yo que se apaguen mis dolores, sino que sepa dominarlos mi corazón. ¡No sea yo tan cobarde, Señor, que quiera tu misericordia en mi triunfo, sino tu mano apretada en mi fracaso! Está convencido de que necesita fortaleza de espíritu para penetrar el sentido de la vida en el dolor. Necesita luz. Necesita gracia. Y también necesita ayuda. ¡Qué bueno sería si alguien que hubiese pasado la experiencia del dolor y hubiera penetrado su sentido pudiera iluminar con su experiencia la experiencia del enfermo! ¡El sí sería un auténtico médico! 17

Ya decía Platón, en su libro La República, que el médico ideal "tendría que haber sufrido todas las enfermedades en su propio cuerpo y que no debería tener una naturaleza radicalmente sana". No quería decir el viejo filósofo que el médico tuviera que haber pasado todas las enfermedades posibles. Sino, más bien, lo que pretendía era que el médico fuera un experto en el dolor y que, con su experiencia, pudiera ayudar a los enfermos no sólo técnicamente, sino, ante todo, humanamente. Entonces sí que el lecho del que el enfermo se levantaría sería perfecto. El enfermo saldría de él reanimado, en lugar de sólo remendado (ERNF.STBLOCH). Cristo Jesús es el médico que cura y reanima al enfermo, que toma sus mismas actitudes humanas. Durante su vida terrena "le llevaban todos los enfermos y él curaba a muchos" (Me 1,32-34); "recorría toda la Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino, curando toda enfermedad y dolencia en el pueblo" (Mt 4,23-25); (cf. 9,35). Pero las curaciones de Jesús eran signos de la llegada del Reino (Mt 11,3), en el que se hacía presente el amor de Dios Padre para con los hombres. En Jesús, Dios se ha acercado a los ciegos, a los paralíticos, a los leprosos y a todos los que sufren. Jesús se ha hecho prójimo de todo el que sufre, como buen samaritano (Le 10,29-37). Los poemas del Siervo, que sirven a la Iglesia primitiva para interpretar a la luz de la Palabra de Dios la pasión de Jesús, nos le presentan como "varón de dolores y experto en sufrimientos" (Is 53,3). El ha experimentado la tristeza, la soledad, la insolidaridad de los que habían de estar más cercanos, la traición, la angustia y el dolor humano ante la vida tronchada en flor. ¡Por sufrir, sufrió hasta el silencio de Dios!

nuestro absurdo y nuestro sinsentido. El, el primer profeta en el dolor, puede ser luz para nuestros pasos en el caminar por las sendas de la enfermedad. "Cristo sufrió por nosotros para que sigamos sus huellas" (1 Pe 2,21). Jesús conoce "la angustia, la tristeza, la soledad, la tentación de desesperanza: '¿Por qué me has abandonado?'. Ha tomado en serio la dureza de la vida de los hombres. No ha fingido: nuestro sufrimiento lo ha cargado sobre sus espaldas. Lo ha llenado con su presencia (P. CLAUDEIJ. Más aún, "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo. ¡El no puede descansar en este intermedio!" (B. PASCAI). El se identificó con todos los enfermos, afirmando que estaba presente en cada uno de ellos (Mt 25,36), como estaba con la Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20). El ha compartido nuestra mesa humilde. Se ha hecho un comensal más en el banquete de nuestra humanidad, donde se degustan los manjares de sabor agridulce. El, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34), se mantuvo fiel en medio de la tribulación y se ha convertido en causa de salud para cuantos siguen sus huellas (Heb 5,8). "Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelar enteramente su misterio. El lo tomó sobre sí" (Mensaje del Vaticano II a los enfermos). "Por Cristo y en El se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad" (GS 22). "Cuando falta ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación" (GS 21).

El, "experto en sufrimiento", nos puede enseñar a vivir en medio del dolor con la misma actitud con la que El vivió. El puede curar nuestra amargura. El puede curar 18

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encuentro desde la vida

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Dicen que mientras uno no vive una determinada experiencia no calibra sus efectos. ¿Cómo veías el dolor y el sufrimiento antes y después de pasar por la experiencia de enfermedad?

MARÍA DEL CARMEN. Inválida. (Barcelona) No tengo experiencia de antes de la enfermedad. Estoy paralítica desde el primer año de mi nacimiento. O, por lo menos, era muy pequeña cuando me atacó la enfermedad, de forma que no recuerdo nada. A los 15 ó 20 años pensaba que la enfermedad era un medio para ganar el cielo. Así me lo habían dicho muchas veces en el colegio, en las clases de religión. Sin embargo, luego, al ser más mayor y hablar con otros enfermos que estaban peor que yo, entonces fue cuando me rebelé un poco. Incluso ha habido muchos momentos en los que no entendía el sentido de la enfermedad. MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) Hace precisamente dos años, el médico, después de una biopsia, consecuencia de un bulto en la mandíbula izquierda, preocupado por el resultado positivo de dicha biopsia, me exige el internamiento en el hospital. Después de muchas comprobaciones, de diferentes análisis y 21

estudios, me diagnostica la existencia de un linfoma linfocítico bien diferenciado estadio 4-A. La verdad es que yo no lo esperaba. Llevaba una vida más o menos normal. Mejor dicho, bastante cargada de actividad: una actividad que conllevaba el desplazamiento mensual a las cuatro islas de la diócesis de Tenerife, que son, además de Tenerife, Palma, Gomera y Hierro. Por aquel entonces me sentía más o menos fuerte, aunque nunca lo he estado por padecer durante toda mi vida diferentes enfermedades. Sin embargo, jamás pasó por mi pensamiento el que pudiera llegar ese susto. Y, efectivamente, en esos dos meses largos de permanencia en el hospital, cuando ignoraba si el cáncer podía estar empezando su proceso o podía estar muy avanzado, fue en ese tiempo cuando sucedió en mi vida algo original. El dolor físico lo veía —y lo sigo viendo— como algo impresionante. Soy muy sensible y el dolor me hiere profundamente. Pero también me hiere el dolor moral. Yo nunca pensé, antes de mi enfermedad, que fuese capaz de soportarlo. Cuando hablo de sufrimiento moral en mi enfermedad, me refiero a ese sentirme próximo a la muerte; ese sentirme desvalido ante una fiera que podría desgarrarme pronto o tarde. Me admiro ahora cómo fui capaz de superar esta experiencia. Y quiero dar testimonio de cómo con mi fe he podido soportar la enfermedad. ¡Qué eficaz es la fe en Jesucristo para superar momentos difíciles como los que tuve oportunidad de sufrir! VICENTA. Ciega desde los 21 años. (Madrid) Antes, realmente, yo no sentía la penalidad de la enfermedad porque era muy joven y la vida me parecía muy bonita. No me había percatado de que pudiera existir el dolor. Cierto que me causaba mucha tristeza cuando me cruzaba con un ciego por las calles. Me corría un escalofrío por el cuerpo. Pero entonces no me paraba a pensarlo. Ni siquiera me lo planteaba. Sin embargo, después pude apercibirme de que el dolor, aunque en sí mismo es totalmente negativo, encierra también un gran misterio. Es negativo si se ve humanaT)

Por Cristo y en El se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve con absoluta oscuridad (GS 22).

mente, por supuesto. Limita muchísimo. Pero también es verdad que da una madurez, una sensibilidad, un acercamiento a los demás... un conocimiento de ti mismo que hace sacar a flote muchas cualidades que, si no hubiera sido por el dolor, no se hubieran reconocido. Por eso, a pesar de todos los pesares, pienso que el dolor es también positivo. Sufrir ocho operaciones, con un margen de 8 ó 9 meses cada una, es una ocasión propicia para pensar. Para pensar en uno mismo y para pensar también en los demás. Primero piensas con mucha tristeza. Todo parece que se te cae. Pero después, poco a poco, vas descubriendo muy lentamente los aspectos positivos a que antes hacía alusión. Quedarse sin vista no es pararse en el camino. Ni lo es para mí, ni lo puede ser para los demás. Yo intento que los demás, en sus circunstancias, lo vayan descubriendo. Y entonces es cuando me siento útil a pesar de esta disminución. JUANI. Inválida. (Madrid) Trabajé en un hospital hasta los 22 años. Y un tumor medular hizo que quedara en una silla de ruedas. Hasta ese momento veía el dolor como un castigo. Sin embargo, posteriormente y poco a poco, en esa soledad por la que todo enfermo pasa, creo que me encontré con Dios. Y, desde entonces, desde que tengo fe, el dolor ha representado una auténtica liberación. ADRIANO. Casado y padre de familia. Oclusión intestinal. (Sevilla) Soy un seglar en edad madura. Tengo 66 años. He estado siempre en contacto con los enfermos. He pertenecido siempre a las Conferencias de san Vicente de Paúl. Por eso, he estado siempre pendiente del dolor y de la soledad del enfermo. Permanentemente he tratado de paliar estos sentimientos en los demás. Antes yo les consolaba y les aconsejaba, pero al poco tiempo me marchaba y allí quedaba el enfermo en su soledad y en su dolor. 24

Reconozco que actuaba así porque no sentía la enfermedad y el dolor en carne propia. En cambio, ahora que lo siento en mi carne, lo veo bajo el prisma del enfermo. Debo reconocer con pena, como fruto de mi experiencia, que no durante todo el tiempo que he estado de "vicentino" me he acercado al enfermo como me acerco ahora. Creo que ahora sí me acerco como un verdadero hermano. La enfermedad me ha hecho más cercano a los enfermos. Me ha hecho descubrir nuevas facetas de mi apostolado seglar. IRENEO. Obispo. Parkinson. (Toledo) Yo distinguiría dos formas de ver el dolor: una cosa es verlo desde dentro y otra verlo desde fuera. Y, además, que puede ser mayor el sufrimiento que el dolor, si entendemos por dolor un dolor biológico y por sufrimiento un dolor moral que afecta tanto a lo corporal como a lo psíquico. En mi caso concreto, se trata de una parálisis propia del "Parkinson", cuyos dolores físicos son prácticamente inexistentes, pero que, sin embargo, afecta a todo el psiquismo, como funcionamiento insuficiente del sistema nervioso. Tiene etapas de depresión, de cobardía, etc., consecuencia de la parálisis progresiva de todo el organismo. En mi ministerio sacerdotal, como pastor diocesano por tierras de Albacete, a veces imaginaba desde fuera lo que tenía que sufrir el enfermo, pero ahora es distinto. Es distinto porque he tenido que bajar al ruedo y, como se suele decir, es distinto ver el toro desde el ruedo que desde la barrera. Cuando se tiene un espíritu apto para la pastoral sanitaria, uno se solidariza con el enfermo. Pero por mucho que alcance nuestra solidaridad, no llega a hacerse cargo de la situación del enfermo en su totalidad. Mi experiencia de ahora, gracias precisamente a la enfermedad, es la de sentirme enfermo entre los enfermos. Antes, después de visitar a los enfermos me volvía del mundo doliente a un mundo lleno de trabajo y a los afanes de la vida normal. Ahora, en cambio, comparto desde dentro, como pastor, el dolor de mis ovejas. Ahora percibo 25

la limitación biológica, la falta de agilidad, la rigidez progresiva, tengo que enfrentarme con el ejercicio físico diario. Y eso que mi enfermedad es más llevadera que otras. Cristo ha compartido nuestra debilidad. Esta ha sido la palabra que ahora se hace realidad en mi ministerio. Tengo que dar gracias a Dios por los valores positivos que he descubierto al sentirme enfermo. Religiosa. (Madrid) Antes de pasar por la enfermedad, yo —que soy Hermana de la Caridad— la veía como algo costoso y nada aceptable. Después, cuando me tocó en mi propia carne, sentí la debilidad de lo humano. Su propia rebeldía. Me sentía impotente. Inútil. Me creía una carga para las demás hermanas.

Todo ello ha supuesto para mí una prueba y me ha exigido poner a contribución todas mis energías. De todos modos creo sinceramente que lo que más me ha ayudado a superar esos malos momentos ha sido la fe que siempre tuve en el Señor. Sería prolijo contar mi historial. Lo único que me parece relevante narrar es que cuando tuve el accidente no sentía miedo a la muerte. Sólo pedía un sacerdote que me pusiese en paz con Dios, antes que un médico que aliviase mis dolores.

FRANCISCO. Hemiplejía. (Sevilla)

Sin embargo, a pesar de que todos estos sentimientos me acosaban, sentía y vivía un gozo más profundo. Lo que yo llamo "vida de dolor" en el amor, la fe, la confianza y la esperanza. Y todo esto porque sé de Quien me he fiado. Mi confianza en El es grande.

Tengo 53 años. Estoy casado y tengo 7 hijos. Soy catedrático de Psicología de la Escuela Normal de Sevilla. Padecía desde hacía unos años hipertensión. Una buena mañana, precisamente el día de mi cumpleaños, cuando desperté, no podía moverme. Me diagnosticaron una hemorragia cerebral con consiguiente hemiplejía del lado derecho.

Mi enfermedad, vivida en fe, da el sentido más profundo. Me llama a no detenerme en las cosas de aquí abajo. Por supuesto que no puedo despreciarlas. De ellas tengo que valerme tratando de sacarles toda la chispa posible. Pero he aprendido a no poner mi confianza en ellas.

Ciertamente la experiencia de la enfermedad por la que estoy atravesando ha sido más intensa y más importante que ninguna otra de las que haya tenido en mi vida, que no es muy corta.

MANUEL. Tetrapkjía. (Toledo) Creo que al vivir una experiencia en profundidad se sacan las consecuencias positivas y negativas. Antes de quedar tetrapléjico a causa de un accidente automovilístico a mis 32 años vivía el sufrimiento y el dolor de los enfermos, tratando de comprenderlo. Pero entonces me preocupaban más otros problemas: las grandes tragedias, el hambre, los problemas del Tercer Mundo... Ahora que yo estoy en una silla de ruedas sin poder hacer una vida normal, he ?fi

tenido fases de angustia, depresiones nerviosas y también dolores corporales.

De dolores no puedo hablar. La que yo sufro es una enfermedad indolora. Todo se reduce a que no puedes mover la pierna o la mano o medio cuerpo. Realmente no se puede decir que sufro ningún dolor. En cambio sí he tenido sufrimientos morales: el verme en la cama inmóvil, paralizado, sin poder hacer ningún movimiento, el temor a quedar oligofrénico o la posibilidad de verme disminuido en capacidad racional o de no poder comunicarme con los demás. Esta ha sido la fuente de mis sufrimientos y la parte negativa de mi experiencia. A pesar de todo he aprendido a asumirlo e integrarlo dentro de mi personalidad. Y la experiencia me ha 27

resultado realmente nueva. A mis 53 años puedo decir que esta experiencia ha sido realmente interesantísima y que ha dejado en mi vida una señal indeleble. ÁGUEDA. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Ahora tengo 45 años de edad. La enfermedad comenzó hace 28 años y llevo 13 en una silla de ruedas. Recuerdo que cuando yo era joven no pensaba nada en la enfermedad y el sufrimiento. Quizá por eso hube de pasar por una gran crisis. No comprendía nada, estaba llena de complejos y no aceptaba mi situación. Fue en el encuentro con otras personas que estaban en circunstancias semejantes a las mías, cuando se me abrió un mundo nuevo y aprendí a luchar y a superar las dificultades que supone vivir atada a una silla de ruedas.

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En la enfermedad se puede sentir la debilidad de la persona humana. Los sentimientos de humildad —y en su vertiente más angustiosa, los sentimientos de inutilidad, de inferioridad o de ser una carga para los demás— son efectos frecuentemente acompañantes en el proceso de la enfermedad. ¿Cómo has vivido estas experiencias o cómo las has visto vivir a otros enfermos?

I. F. P. (Madrid) Entiendo que la pregunta se refiere a las enfermedades irreversibles o secuelas irreparables, ya que la enfermedad transitoria, en la que no se pierde la esperanza de curación, se reduce a un mero episodio que difícilmente trasciende el ánimo. Por ello mi respuesta se refiere a las enfermedades 28

incurables, que se incorporan a la naturaleza del individuo, de forma que su vida se vea condicionada continuamente y en ella experimente mutaciones de sentimientos. Me parece que la experiencia fundamental de la enfermedad consiste en asimilar la pérdida de la esperanza. La pérdida de la esperanza produce hondas transformaciones, hasta el punto de que incluso puede llegar a cambiar los conceptos fundamentales del individuo. La desesperanza lleva inexorablemente o a la resignación o a la desesperación. Psicológicamente lo que produce la enfermedad es una mutación de la personalidad, al quedar condicionada por elementos diferentes a los que sirvieron de base en la formación de dicha personalidad. De ahí que se presenten esas aparentes humildades o complejos que, para mí, no son otra cosa que la manifestación en los enfermos de la necesidad que sienten de adaptarse a las nuevas condiciones que les plantea la vida. El enfermo, al quedar limitado en su capacidad, desea ardientemente huir del mundo donde su facultad perdida se considera de necesidad vital. Y es precisamente en esta huida donde va construyéndose su propio mundo. Va introvertiéndose y alejándose del mundo de las realidades para refugiarse en el de las ideas, donde no precisa de las cualidades perdidas. En una palabra: con la pérdida de actividades físicas, se incrementan las anímicas, de la misma manera que la pérdida de un sentido, desarrolla los demás para compensarlo. Sin ningún género de dudas, las enfermedades conducen a la soledad. Pero es una soledad en la que al final está, como antes decía, la resignación y, hasta incluso, la alegría de haber conseguido un nuevo mundo; o, a veces, la desesperación por no poder seguir participando del perdido. No, no creo que la enfermedad produzca humildad o sensación de inferioridad. En realidad, lo que produce es sensación de impotencia. Ningún ser, por muy importante que sea su dolencia, se considera inferior a otro sano, porque el enfermo no se compara con los sanos en aquello que les separa. Por el contrario, donde acepta la 29

comparación es en aquellas cosas que les siguen siendo comunes, ya que la enfermedad se acepta como una circunstancia de la que el enfermo no se siente responsable y, mucho menos, culpable. Cuanto vengo diciendo, son sensaciones absolutamente personales, aunque huyo de exponerlas personalizando, tratando de llegarme al convencimiento de que no me afectan directamente, cuando, en realidad, me encuentro inmerso en ellas. Lo que ciertamente tengo por seguro es que el enfermo trata de huir por todos los medios de su incapacidad y de situarse en planos o esferas donde pueda encontrar el interés vital que su enfermedad le niega. Lo que mejor puede dar idea de mis sentimientos es el pequeño poema que a continuación expongo:

Mis veleros Contraluces de poniente sobre el rojo, silueta de la velera goleta que traes rumbo de Occidente. Navega en el mar serena, velas hinchadas al viento, que a mí me traen sentimientos, que me recuerdan mis penas. Se llama la "Libertad" y libre cruza los mares, añoranzas y pesares al no poderla alcanzar. Porque varado me encuentro, si libre de corazón esclavo de la razón, a mí, no me lleva el viento. Tengo las anclas echadas en la bahía tranquila y lento paso la vida con mis velas replegadas. ir»

Llorando la libertad que me ha negado la vida, infiriéndome la herida de hundirme en la oscuridad. Sólo me queda el consuelo de que puedo navegar en veleros de la mar que navegan por los cielos. Entre nubes de coral, rodeados de luceros van y vienen mis veleros que tienen sabor a sal. JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) La gran lucha que tuve —y tengo— en mi situación de enfermo es contra ese sentimiento de aparecer inútil. El sentir que a los 41 años dejaba de ser sujeto de producción y donación para convertirme en sujeto sólo de recepción de los servicios de los demás. He luchado contra esto y sigo luchando no como fruto de una actitud de mi soberbia, sino como lucha contra la pasividad y como necesidad de darme. También traté de esforzarme, sobre todo en los primeros meses, en que mi enfermedad no fuera una carga para los que me rodeaban. MARÍA DOLORES. Diabetes. (El Ferrol) Ahora tengo 40 años y llevo 8 diabética, a veces con 4 gramos y frecuentes trombos. Mi vida transcurría normalmente por unos senderos lisos y sin muchas escabrosidades. Era una niña mimada. La vida se portó bien conmigo. Sin embargo, cuando empecé a estar diabética, mi vida cambió completamente. Ahora me siento desgraciada muchas veces. Creo que tengo un poco de complejo de inutilidad. No estaba acostumbrada a padecer enfermedad. Era más bien una persona sana. La situación de mi enfermedad se agravó precisamente porque estuve 4 ó 5 años diabética sin saber 31

que lo estaba. Cuando me di cuenta tenía el organismo completamente destrozado y, francamente, cuando veo las caras tristes de mi familia, de mis hijos, mi marido, aparte de verme incapacitada para hacer las tareas comunes del hogar, como las hace cualquier mujer que está sana... esto me hace sufrir. A veces, incluso, digo: "Dios mío, ¿por qué estoy yo en el mundo, por qué no me llevas si soy una carga para los demás?" Sin embargo, eso a mis hijos y a mi marido, que son personas formidables, les hace sufrir tremendamente y, riñéndome, me dicen: "Tú no eres una carga para nosotros". Pero yo sufro, y en mi interior, me digo muchas veces: "Dios mío, valdría más que me muriera de una vez". Un día me da un mareo, otro un coma, otro... Todos están pendientes de mí. En una ocasión quedé como muerta en mi casa. Todos los que me rodeaban me friccionaban los pies y estaban preocupados por mí. Y, francamente, todas estas situaciones hacen que me sienta con un tremendo complejo de inutilidad. Sufro mucho, mucho por la familia. JAIME. Inválido. (Barcelona) No he tenido conciencia de vivir tales sentimientos. Cuando alguna vez me asaltaban sentimientos como éstos, me daba cuenta de que si consentía con ellos, haría sufrir a quienes me rodeaban. Esto me hizo caer en la cuenta de que no tenía derecho a hacerlo.

ANÓNIMO I Efectivamente, en la enfermedad es cuando realmente se comprende la verdadera dimensión del hombre. Somos inútiles. Valemos poquísimo. La enfermedad te acompleja. Sin embargo, es en esta situación cuando más reflexionas y piensas en Cristo. Si logras superarlo y darle al dolor la dimensión que le dio Cristo, estás salvado. Es entonces cuando te sientes más confortado y más conforme. Esta es mi experiencia personal. En otros enfermos he visto de todo-, he visto tipos desesperados, renegando de todo, sin hablar con sus familiares, ni con el personal sanitario, ni 1?

con nadie. En general, considero que la persona creyente lleva mucho mejor su enfermedad. MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) En la enfermedad, ciertamente, se experimenta la debilidad de la persona, los sentimientos de humildad, los sentimientos de debilidad, de pequenez... Y también el sentimiento de poder ser un peso para los demás. En esas semanas oscuras y nebulosas que pasé en el hospital —y digo semanas, porque fueron dos meses los que permanecí encarcelado dentro de una incógnita— humanamente hablando, no era fácil superar aquel vendaval. Estas experiencias se metían muy hondo. Sin embargo, junto a ellas, se daba una presencia de Jesucristo que capacitaba para poder superarlas. Yo comprobaba cómo otros enfermos, en mi misma situación o cuando estaban esperando en la sala para las sesiones de cobalto, tenían en sus caras reflejada la angustia. Se encontraban desesperados, como quien ha perdido el sentido de su vida. Instintivamente yo me comparaba con ellos y decía: "¡Qué privilegiado soy! ¡Si pudiera meterles dentro algo de esta serenidad con la que yo estoy viviendo...!" Claro que, por otra parte, esto me hacía exclamar: "Gracias, Cristo, por la fe que me has dado". La verdad es que, si uno quiere, en esas etapas de inactividad, en esas horas de aislamiento, ¡cómo se pueden echar raíces! y ¡cómo se puede comprobar el sentido de la vida!; ¡cómo se puede hacer distinción entre el trigo y la paja!; ¡qué interesante poder comprobar la diferencia entre un enfermo creyente —pero creyente desde lo vital— y un enfermo que no tiene fe! Yo sacaba la conclusión de que la enfermedad era como una criba. Iba separando el trigo de la paja. Iba distinguiendo la línea fronteriza entre lo que es secundario y lo que es primario. ¡Cómo descubre uno la utilidad del cristianismo al ver cómo compañeros de enfermedad afrontan con desesperación y amargura su propio dolor! Ti

La gente vive hoy de prisa, trabaja de prisa, actúa de prisa... Difícilmente se encuentra el tiempo necesario para la reflexión y el encuentro consigo mismo. En este ambiente, ¿ la enfermedad puede representar un alto en el camino de la actividad desenfrenada que permita al hombre plantearse a sí mismo como problema?

MARI CARMEN. Inválida. (Barcelona) Ciertamente que hoy vivimos de prisa. Yo particularmente tengo la experiencia de haber trabajado y recuerdo que no teníamos ni un momento para pensar. Y creo que necesitaba una circunstancia especial. La enfermedad me la ha proporcionado. A otras personas les ocurre cuando han tenido un accidente o cuando no se pueden mover o se han roto una pierna... En definitiva, situaciones que te obligan y te dejan tiempo para reflexionar. Creo que la gente normal no tiene tiempo para pensar. En este sentido, nosotros somos privilegiados. ¡Tenemos que aprovechar esta oportunidad que se nos concede! EUGENIO. Inválida (Barcelona) Entiendo que la enfermedad puede llevar a la desesperación y al desequilibrio, pero puede representar una ocasión para darse cuenta de los verdaderos valores de la vida. Se trata de una pausa en el camino. SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Me llamo Santos S. D. Tengo 28 años. Mi enfermedad, llamada técnicamente distrofia muscular progresiva, se manifestó cuando solamente contaba 10 meses de edad, si bien debo aclarar que hasta los 14 años pude andar, aunque con bastante dificultad. A partir de dicha edad estoy en silla de ruedas. 34

A través de mi enfermedad he dispuesto de tiempo suficiente para pensar en demasiadas cosas. Creo haber llegado al encuentro conmigo mismo, pero no solamente por estar enfermo y disponer de tiempo, sino porque interiormente estaba gestando ya esa inquietud. Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) Creo que sí. A pesar de las prisas con que se vive, a todos les queda tiempo para reflexionar y para encontrarse consigo mismo. También en el trabajo. El trabajo, por ejemplo, a mí me está haciendo olvidar que estoy enferma, aunque no tengo miedo a estarlo. Ciertamente, cuando me hacen una sesión de quimioterapia, lo paso mal. Los primeros días tengo náuseas, vómitos y algunas angustias, pero los supero trabajando y ni siquiera se me ocurre pensar en la muerte. Pienso que Dios ha de ayudarme a superar este bache que estoy pasando. Estoy convencida de que saldré de este atolladero. Tengo esperanza de que algún día el cáncer desaparecerá y me encontraré sana. Pero tampoco tengo miedo a la muerte. ANÓNIMO II La enfermedad ha sido para mí un auténtico y gigantesco "stop" en el camino. Corrías, corrías, y llega el momento en que te paras en seco. Ha sido una verdadera catapulta que me ha lanzado irremediablemente a una mayor consideración de todos mis problemas. Mi persona entera se me ha tornado un problema vivo, lleno de heridas y escoceduras. La enfermedad ha sido un trampolín para sumergirme en lo más hondo de mi intimidad. Es un berbiquí que me ha barrenado.

ANÓNIMO I Ciertamente, la enfermedad representa un alto en el camino. Recuerdo las noches que he pasado en la ventana de la habitación con otro compañero enfermo, hoy ya 35

muerto. Nos planteábamos los problemas más profundos sobre la propia existencia y el sentido de la vida del hombre.

EULALIA. Inválida. (Madrid) Soy fisioterapeuta de profesión. Fue estando trabajando como comenzó mi enfermedad, que ha durado 10 ó 12 años. Lógicamente, la enfermedad me impidió ejercer mi profesión. La enfermedad ha sido para mí una experiencia muy positiva. Me ha hecho reflexionar muchísimo, me ha servido para conocerme muchísimo más, y, también, para conocer mis posibilidades —la riqueza que antes ni siquiera sospechaba que tenía—. Me ha servido para madurar. El dolor, en mi caso, me ha madurado. Ha sido enormemente positivo. Al principio de mi enfermedad quedé muy sorprendida. Para mí fue una verdadera sorpresa quedar enferma. Nunca me lo había planteado. Yo estaba, al tratar con los enfermos, acostumbrada a servirlos con humanidad. Pero veía la enfermedad desde fuera. Era mi campo de trabajo. En cambio, cuando yo caí fue terrible. Porque lo primero que tuve que dejar fue mi profesión, que me encantaba. El primer pensamiento que me invadió fue el de inutilidad: "Yo no valgo para nada —me decía a mí misma una y otra vez—, voy a ser una inútil". No hacía más que llorar. Mi familia, angustiada, tampoco sabía ayudarme. Visité varios centros hospitalarios. En uno de los que me estuvieron tratando, uno de los médicos me dijo: "Usted siempre estará en una silla de ruedas; podrá dar algún paseo por el pasillo de su casa, pero nada más". Aquello fue un revulsivo y entonces me atreví a decirle: "Bueno, usted dice que yo voy a estar en una silla de ruedas. Eso lo dice usted, pero Dios no sabemos los planes que me tiene preparados". Aquella respuesta me hizo superarme bastante. Bastaba que el médico me había dicho que nunca podría estar sana, para que yo me esforzara en superarme a mí misma. 36

Y lo primero que noté fue que, haciendo gimnasia respiratoria durante las 24 horas del día, mejoraba por momentos. La enfermedad que, en un principio, me había anulado las posibilidades me hizo, en un segundo momento, reaccionar con valentía. Con una valentía insospechada y desconocida en mí. JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) Ante una enfermedad como el cáncer el planteamiento de mi vida se derrumbó: desde mi relación personal con Dios, hasta mi trabajo y mi vida de relación con los demás. Yo dejaba de ser un hombre con una vida por delante, para entrar en el mundo de la condicional: "...si vivo". Esto me suponía una limitación muy grande para mirar mi vida con un poco de alegría. La tentación de rebeldía era una constante en aquellos primeros meses ante el hecho de mi enfermedad: ¿Por qué tenía que ser yo, a los 41 años, cuando estaba en la mejor época de producción (?) sacerdotal? Sin embargo, yo no diría que esta enfermedad me obligó a que mi vida diera un giro nuevo, sino a que se plantease con mayor profundidad mi propio sacerdocio.

ANÓNIMO III Para mí la enfermedad ha sido un gran alto en el camino de la vida. Ha sido muy positivo, a pesar de que al principio me acomplejaba bastante. Pero me acomplejaba porque ponía al descubierto y manifestaba mi inseguridad humana. Esta inseguridad que me manifestaba la enfermedad era la que, más o menos inconscientemente, yo trataba de ocultar con una actividad desenfrenada y con una aparente comunicación con los demás que, sin embargo, no era real por falta de auténtica escucha y de verdadero diálogo. 37

M m ^A •

Vivimos en un mundo en el que se valora la utilidad... ¿Qué le dirías a determinadas persoñas que únicamente valoran a la gente por lo que hace, visto desde su experiencia?

Casada con hijos. Cáncer. (Madrid) A mí me gustan las personas útiles, por lo que son y por lo que hacen. No admito personas parásitas, jóvenes "pasotas". No admito a esas personas payasas que están esperando que los demás les solucionen la vida. A mí, personalmente, no quiero que nadie me solucione la vida. Quiero solucionármela yo. ANÓNIMO 1 A la gente que valora a una persona por lo que hace, le diría que está equivocada. De tejas para abajo, puede conseguir amigos, pero ante Dios todo eso vale muy poco. Las categorías son distintas. JUANI. Inválida. (Madrid) Les diría, no sólo con el testimonio de mi vida, sino con el de otras muchas personas que he conocido, que han convivido conmigo, que las he visto sufrir, que todos somos valiosos. Todos tenemos un puesto en la vida. Todos podemos hacer algo, aun aquellos que creemos más inútiles o que no pueden hacer nada.

mismas. Pero para hacerlo es necesario observar a la gente y valorarla no por lo que aparenta, sino por lo que es realmente. MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) Me preguntáis que qué les diría a esas personas que valoran a la gente únicamente por lo que hace, visto desde mi situación. No les voy a decir que pasen por una experiencia de minusvalía, pero sí les diría que no se dejen engañar. Que se paren y reflexionen. Que lo importante no es tener, no es poseer, no es hacer. Que lo importante es vivir. Vivir a pleno pulmón, aunque se esté uno asfixiando. La verdad es que somos los reyes de la creación y no hay nada que nos pueda ahogar. Esto les diría: que creyeran... que se fíen de los enfermos, que se fíen de nosotros, los que hemos tenido, sin méritos propios, el don de haber sido respaldados por la fuerza de ese Dios hecho hombre, que viene a liberarnos. SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Yo diría a cuantos valoran a las personas por su utilidad y eficacia que no es el hacer sino el ser lo que hace valiosa a una persona. Tengo la experiencia de que cuando me he sentido el ser más inútil aparentemente, cuando necesitaba para todo de los demás, nunca me creí inútil. Mi vida tiene pleno sentido conforme a la voluntad de Cristo que me invita a seguirle en el dolor.

NURIA. Inválida. (Barcelona) Esta utilidad habría que valorarla desde muchos ángulos y desde muchos aspectos. Lo mismo habría que hacer con la eficacia. No podría asegurar a otras personas cómo debe valorarse a una persona. Tienen que aprenderlo por sí 38

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MARÍA DOLORES. Diabetes. (El Ferrol)

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¿Cómo has visto afrontar el dolor y el sufrimiento en tu familia, en el personal sanitario y en las personas que te rodean?

ANÓNIMO I En la familia, al principio, muy preocupados por mí. Luego, lógicamente, cada vez más indiferentes. Nunca han comprendido por qué tenía que sufrir si ellos no habían hecho nunca mal a nadie. Creo que nunca lo aceptaron. Con relación al personal sanitario, hubo de todo. Algunos me ayudaron a afrontar la enfermedad con realismo, sobre todo algunos médicos. En cambio, otros me trataron como a un objeto, con una total indiferencia. ANÓNIMO II Mi familia, como casi todo el mundo... ¡como una desgracia que te ha caído encima! Siempre se ha considerado la salud como el don más valioso que Dios puede conceder al hombre en el plano natural. Ahora, si cae, no hay más remedio que aceptar las cosas como te vienen, ajustando el cuello a la soga. Y, estirando un poco la espiritualidad, que en esos momentos flaquea, aceptarlo resignadamente, aunque a la fuerza, como venido de Dios: no hay más remedio. Por lo que hace al personal sanitario y los que me han rodeado, puedo decir que me han tratado con verdadero "interés". El amor no lo he sabido calibrar, aunque debajo de la palabra "interés" late siempre un cierto impulso de amor. Yo pienso que, a veces, llevados por un interés excesivo, se han extralimitado en la aplicación de los medios y remedios conducentes y apropiados.

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Creo que, en algunas ocasiones, el personal de los hospitales —no quisiera herir susceptibilidades— es bastante frío con el enfermo. El enfermo necesita mucho de su compañía. Una palabra amable, muchas veces, es algo ya significativo para la persona que está enferma. Y, de hecho, eso en los hospitales, la mayoría de las veces, no se ve. Existe mucha frialdad. Cierto que no se puede generalizar. Hay excepciones muy buenas. Pero recuerdo un programa de la radio, en el que nos decía un enfermo que la asignatura de la amabilidad ha quedado pendiente a muchos. Y es verdad. MANUEL. Tetraplejía. (Toledo) Es un tema que me ha hecho —y sigue haciéndome— sufrir tanto o más que el dolor corporal. Desde el mismo instante en que recobré el conocimiento, después del accidente, sólo pensaba en mi familia. Ellos padecieron junto a mí los peores momentos. Mis heridas eran suyas. Sus lágrimas eran también mías. No puedo describir lo que padecieron —y siguen padeciendo— por mí. Muchas veces les consuelo diciéndoles que Dios me está haciendo pasar una prueba, que sólo yo tengo que superar por mí mismo. Al personal sanitario le debo mucho: sus ánimos, sus alientos, sus cuidados... Ellos han influido de una manera especial en todos los enfermos, aunque el reconocimiento y el agradecimiento sean posteriores. Tienen sus errores, sus descuidos... como todo ser humano, pero, a la hora de la verdad, la ayuda mutua predomina por encima de todo. Puedo afirmar, según mí propia experiencia, que el personal sanitario participa del dolor y del sufrimiento del enfermo. Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) Creo* que mis familiares han aceptado mi enfermedad conforme ha ido evolucionando. A mí no me han tratado nunca como una enferma. 41

Por su parte, el personal sanitario me ha tratado fabulosamente. Yo creía que en Puerta de Hierro, donde me estaban tratando, iba a ser un número y, en cambio, me han considerado siempre una persona. Esto es lo que más me ha gustado. JUANI. Inválida. (Madrid) Aquí tengo una experiencia muy interesante y que me ha impresionado mucho. Mi familia, en un principio, no aceptaba de ninguna manera mi enfermedad e invalidez. Luego, al transcurrir el tiempo y ver mi alegría, mi serenidad y cómo yo la aceptaba, no como un castigo de Dios, sino como un don suyo, mis padres llegaron a comprender el dolor y el sufrimiento.

cuidado de las máquinas, etc., lo considero en su trato bastante negativo, porque en nada me ha ayudado a superar las preocupaciones lógicas de mi enfermedad. Más, me han considerado como un objeto totalmente despersonalizado. En cuanto a las personas que me rodean, haría también una distinción: unas me han apoyado muy positivamente, ya que me han tratado con naturalidad e incluso me han ayudado a no considerarme inútil, sino como una persona que soy capaz de prestar un servicio válido; otras, en su comportamiento para conmigo, han sido involuntariamente.muy negativas, porque, desde su excesivo proteccionismo o su pena por mi dolencia, me hacían que me considerase inútil o, por lo menos, tuviese el peligro de ello. A algunos de ellos he tenido que animarles yo mismo, en vez de ellos a mí.

Concretamente, quiero citar a mi padre, que murió hace ocho meses. El, antes de morir, daba gracias a Dios porque yo estaba así. Murió dando gracias. También él se encontró con el sufrimiento, y, a la vez, se encontró con Dios. Creo que el sufrimiento puede ser una situación especial para encontrarse con Dios. Así ha sido, al menos, para mi padre. Por eso, me ha parecido interesante contarlo. JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) Mi familia, después del susto que recibió, poco a poco fue reaccionando positivamente. Mi padre y mi madre, con un excesivo proteccionismo al principio, pasaron a ir viendo y haciendo las cosas con más naturalidad e ir hablando conmigo de mi estado con tranquilidad. Mis hermanos desde el principio se comportaron con bastante naturalidad. Esto ha supuesto una gran ayuda para no dramatizar el cáncer que tenía y a considerarlo sí como algo grave, pero no tanto como para que me impidiera vivir con cierta espontaneidad y alegría. En cuanto al personal sanitario, haría una doble distinción: los médicos, en general, han tenido conmigo un trato positivo; en cuanto al personal sanitario que está al 42

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para el encuentro con Dios

i ¡Estoy desalentado, Señor; estoy mal, no puedo más! ¡Esto es pesado, Señor, demasiado pesado, no lo puedo [llevar! Pierdo la paciencia, el tiempo es largo, me canso, dependo casi del todo de los otros... ¡Esto me humilla! A veces desespero... No tengo razón... ¡Si yo pudiera correr y cantar, v trabajar, como corren, cantan y trabajan los demás! ..Pero no, no puedo, tengo el corazón hundido, la cabeza [vacía y todo mi cuerpo cansado, tan cansado que sólo acierto a [llorar... Se me dice: "¡No te dejes llevar!"... Es muy fácil hablar. ¡No tan fácil aceptar! ¿No serán más que algunos días o algunas semanas? Posiblemente sí. Pero ¡hay que saber resistir! ¿ Es que no es esto un precio excesivamente alto para volver a tener salud? Tú sabes, Señor, cómo el sufrimiento hiere ciegamente y sin explicar lo mismo al bueno que al malo, al inocente y al criminal, puede chocar, romper, quebrar y matar... A unque uno vea que la desgracia y el mal existen en torno a uno, es como un inmenso mar... En estos momentos de cansancio mortal, de rebelión interior y de acabamiento casi total. Señor, sé tú mi amparo, yo no me sostengo en mí. Señor, yo tengo necesidad de Ti. (Inspirado en "COMPRIMES") 45

II ¡Ante tus plantas, Señor, deposito los rojos claveles de mi dolor, hecho angustia, de mi angustia hecha dolor! ¡He hollado la tierra y yo no he encontrado más que punzantes que laceran de continuo mis sienes! ¡Cuerpo y alma rotos como se rompe un cristal! Tú, Jesús, empapado por dentro de cuchillos de fiero dolor como empapan las aguas la arcilla para luego crear un primor te pido que auscultes atento mi súplica honda de humilde crucificado. ¡Redime mis penas! ¡Alivia mis fatigas de extenuado! ¡Mi dolor embalsama y asi brille en mi pozo tu exquisita Bondad...!

espinas

(ANÓNIMO II)

III Ayer pensé que esto no llegaría a ocurrir nunca. Hoy, en cambio, —¡qué "hoy" tan largo!— tengo que rendirme ante la evidencia, Señor, de estar aquí postrado en el lecho del dolor. En otro tiempo, cuando era niño, yo también correteaba [hasta la puesta del sol, llenando mi vida de luz, de aire y de sudor. 46

A ntes de la enfermedad, uno se sentía actor recompensado en el teatro del mundo. En cambio, ahora, cuando ha llpunHn PI mnmpntn

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Señor, si pudiera decirte que me duele mi ociosidad, que se me pega al cuerpo la inutilidad, el abatimiento y la [pena... Si pudiera quejarme en mi confidencia salida de la [necesidad, de que, transcurriendo el tiempo, mi alma no se serena... Me duele este mundo, que Tú creaste para mí, y que se ha [convertido en un erial productor de espinas y abrojos, él que estaba llamado a ser [hermoso trigal. Me duele verlo ahora cubierto de un tupido velo negro que me impide descubrir, como antes, tu presencia [juguetona y sabia para bien de la humanidad entera. Me duele que se me seque la alegría, al ver convertidas las [sonrisas en gemidos, y las montañas de esperanza en valle de lágrimas. Me duele la permanente compañía de la soledad de ahora, cuando hubo otros tiempos en que tenía que rifarla entre la [familia y la amistad. Me duele, Señor, verme rodeado de tanta gente que me ignora, me olvida o no es capaz de comprenderme. La voz se me hace grito en tu presencia y la palabra queja. ¿Por qué has tornado tan oscura tu presencia? ¿Por qué has dejado que las lágrimas anegaran sonrisas y [cantos jubilosos? ¿Por qué nos has abandonado? Mi voz se me hace grito de mendigo para pedirte la limosna de la luz y del sentido. Agárrame fuerte, ¡Dios mío!, a Jesús, tu Hijo, para que en estas experiencias de dolor, que El quiso [conmigo compartir, mi corazón no se extravíe y permanezca fijo en el amor a Ti que El vivió y nos enseñó a vivir.

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CAPÍTULO II

LA ENFERMEDAD TIEMPO DE CONVERSIÓN

invitación a la reflexión

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RENTE al resto de los seres que pueblan el universo, el hombre se sabe libre. Libre relativamente, al menos, ya que también es verdad que su vida transcurre entre el azar y la necesidad, como dijo J. Monod, premio Nobel de biología, después de analizar los condicionantes biológicos de la personalidad. Sin embargo, la libertad, más que un estado pacíficamente poseído, es para el hombre una tarea y una responsabilidad. No se es libre simplemente porque uno pueda hacer esto o aquello o sencillamente se pueda abstener de hacer. Se es libre en la medida en que uno se responsabiliza de sí mismo. En la medida en que uno elige los medios que le llevan a la plenitud de sí mismo. A su autorrealización como persona. "Otros seres son perfectos con aquella excelencia que les pertenece desde el primer momento de su existencia. En cambio, el hombre ha de ir haciéndose a sí mismo mediante el ejercicio de aquellas facultades que son su propia herencia natural. Cada uno de nosotros tiene la misión de completar su naturaleza, incoada y rudimentaria, y desarrollar su propia perfección a partir de los elementos vivientes con los que la inteligencia comenzó a existir. Se nos ha dado el don de ser creadores de nuestra propia autarquía y de hacernos a nosotros mismos" (H. NEWMAN).

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La encina está, de alguna manera, contenida en la bellota. La bellota sólo requiere un terreno y un clima apropiado, un regadío a su debido tiempo y un cultivo adecuado para que termine haciéndose una encina. Todo depende del vigor mismo de la naturaleza. En cambio, "la naturaleza del hombre es lo artificial" (E. MOUNIER). La evolución del hombre es la historia. Una historia llena de sorpresas, porque depende de la libertad, del sentido y de los proyectos que el hombre tiene en su vida. El hombre no ve, simplemente, venir su futuro. Lo prevé. Lo proyecta. El futuro será, al menos en parte, lo que él le haya hecho ser. El futuro de cada hombre —y también, en parte, el de la humanidad— se juega en la decisión que se toma en el presente. En la decisión uno asume sus posibilidades y sus límites. Formula un proyecto, acorde con un sentido global, en el que se pretende ver anulados los límites y realizadas las posibilidades. Uno quiere ver realizados sus deseos. Si "el hombre es un ser de deseo" (M. HEiDEGGER),cada uno de nosotros tiene conciencia de haber tomado decisiones a lo largo de su vida para darle cumplimiento. Unas veces, nuestros esfuerzos se han visto coronados por el éxito. Otras, no. Pero en todas las decisiones que hemos ido tomando, de una u otra forma, hemos pretendido ver colmado nuestro deseo de ser felices. En todas hemos querido alcanzar la plenitud, aunque no sea esta decisión más que un camino intermedio. Si preguntamos el por qué de cualquier decisión y no nos damos por satisfechos con una respuesta inmediata sino que nos cuestionamos hasta el fondo, pondremos de manifiesto que nuestro deseo más recóndito en esta decisión concreta —lo mismo que en el conjunto de las que vamos tomando a lo largo de la vida— es el deseo de felicidad, de plenitud, de realización de nosotros mismos. Más aún, pondremos de manifiesto que todas las decisiones no son más que eslabones de una misma cadena. Todas están ligadas. Todas son encarnaciones concretas de esa decisión fundamental que le da la plenitud. 52

Cada uno de nosotros anhela la plena satisfacción de este deseo de felicidad y huye de cualquier camino que pueda poner en jaque sus esperanzas de conseguirlo. Tenemos indeleblemente marcado el deseo de felicidad y sentimos una natural aversión a la frustración y a la negatividad. Lo que ocurre es que no es fácil encontrar el camino que nos lleve a buen término. Quizá a nosotros nos pasa un poco lo que al Tántalo de la mitología griega. Tántalo estaba con el agua hasta el cuello. Un sabroso árbol frutal estaba al alcance de sus manos. En cambio, cuando aguijoneado por la sed b el hambre, quería refrescar sus labios en el agua que parecía estar tan cercana, o llenarse la boca con la suculenta fruta que tenía tan próxima, agua y fruta parece que secretamente acordaban retirarse de él. Tántalo moría de hambre y de sed, teniendo la solución aparentemente tan a la mano. Así nos ocurre a nosotros frecuentemente con la felicidad: parece que la tenemos tan al alcance... y, sin embargo, ¡no la alcanzamos! Esto nos hace preguntarnos muchas veces: ¿Será posible alcanzarla? ¿Tendremos que recortar nuestros deseos, como proponía Platón, a la medida de nuestras posibilidades? ¿Tendremos que acallar y moderar nuestros deseos, pidiendo un corazón humilde que no pretenda grandezas que superan su capacidad? (Sal 130). Ciertamente, en todo hombre hay deseos que se pueden sustituir, acallar, transformar o sublimar. Son los deseos que dependen de la libertad. Pero también hay deseos que no dependen de nuestro querer o no querer. Son los deseos que dependen de nuestra misma estructura. De lo más hondo de nuestro ser. De nuestra realidad humana corpórea-espiritual. Porque, "si el espíritu está a la misma altura del ser"(K. RAHNER), lo propio del espíritu es desear ser. Ser en plenitud. Ser en absoluto. Elegir sin renunciar. Ser feliz como Dios. A esto no podemos renunciar, a pesar de que haya quien nos aconseje contentarnos con la "inefable finitud" 53

(E. TIERNO GALVÁN). Otra cosa será saber si es posible alcanzar este tipo de felicidad y —caso de ser posible— cuál es el camino. » * *

Algunos han dicho con relación a la felicidad como la zorra de la fábula con relación a las uvas que no podía alcanzar: "Están verdes". Están convencidos de que "todo esfuerzo inútil produce melancolía" (J. ORTEGA Y GASSET) y, considerando inútil el esfuerzo por conseguir la felicidad, han cesado en su búsqueda. Se han contentado con decir que es imposible de conseguir. Así han puesto fin a su caminar y han dejado que el descanso en el vivir al día.cure con "realismo" las heridas que las locas ilusiones de juventud dejaron en sus pies y en su alma de caminante. Ahora se gozan de gustar la vida. De sacarle todo el jugo posible, combinando el "principio de placer" con el "principio de realidad" (FREUD) para obtener el máximo gozo. "Hay que aprovechar el momento" (HORACIO). Estos "gozadores" se han impuesto la tarea de vivir el presente. ¡Sólo el presente! Han renunciado a prever el futuro. Han renunciado a plantearse lo que ellos llaman "problemas trascendentales". Uno se pregunta si no será esta renuncia una forma solapada de confesar que "el hombre es una pasión inútil"(J. P.SARTRE).Sino expresará esta renuncia un temor angustioso a que los llamados "problemas trascendentales" acaben por poner en crisis los gozos del momento. Si ese temor no estará gritando a voces que estos "gozadores" esconden la cabeza debajo del ala del olvido y de la alienación-, que, si el hombre es "cuidado" (M. HEIDEGGER) y "providencia de sí" (STO. TOMÁS), ellos han adoptado una postura inauténtica e inhumana, queriéndose anclar en el presente. Ellos han afirmado el gozo del momento como sentido de la vida. Pero probablemente la vida misma llegará a hacerles ver la vaciedad de este proyecto, transformando su pretendido "sentido" en sin-sentido. Porque también hay momentos en la vida —¡cuánto saben de esto las personas 54

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La enfermedad puede resultar no sólo un tiempo de reflexión, sino también una especial coyuntura que descubra

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enfermas!— en los que el gozo escapa como ave fugaz y sólo queda un nido de recuerdos que hacen más duro, si cabe, el dolor de la ausencia. Llegan momentos de dolor, de soledad, de inmovilidad, de silencio de los amigos... en los que para seguir gustando la vida es necesario tener otros móviles que no sean precisamente los del momento. ¡A cuántos no habrá servido la enfermedad de trampolín para caer en la cuenta de la vaciedad de sus vidas! ¡A cuántos no habrán servido las prolongadas horas de inactividad y de soledad para entrar dentro de sí mismos! En la vida hay momentos en que, para seguir manteniendo la ilusión, es necesario tener razones para vivir y esperanzas radicales en torno al futuro. Pero ¿dónde están estas esperanzas radicales? "¿Qué podemos saber? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué nos cabe esperar?" (M. KANT) ¿Podremos alcanzar algún día esa felicidad que desea ardientemente nuestro corazón? ¿Llegará para nosotros el momento en que podamos decir: ¡Ahora soy plenamente feliz! ¡Ahora tengo una felicidad que no se me va a marchitar! ¡Soy feliz como Dios!? * * *

Seducidos por no sé qué cantos de sirena —o susurros de serpiente, según el lenguaje del Génesis— algunos quieren alcanzar esa plenitud confiando únicamente en sus propias fuerzas. Renuevan para la modernidad la figura de Adán y Eva, que querían ser como Dios, volviendo sus torsos desnudos a quien les había regalado todo (Gen 3, 1-11). Son los nuevos "Prometeos" que, con su propio esfuerzo, quieren conseguir el "fuego de los dioses". Son los pregoneros del "superhombre" que se forja en el progreso de la humanidad. De una humanidad libre y reconciliada, a la que ha de contribuir con su esfuerzo cada uno de los individuos que la componen. Son los forenses que declaran que la "muerte de Dios" tiene que llegar como condición indispensable para que el hombre sea autónomo y pueda llegar a ser señor de la historia. Son los "maestros de la sospecha" que han enseñado que la 56

esperanza en el más allá feliz, tan cacareada desde los pulpitos por los "ventrílocuos de Dios", no es más que "opio del pueblo", que merma las energías del hombre en su esfuerzo por construir el más acá. El hombre tiene una gran tarea: la de construir una humanidad feliz, la de hacer de la tierra un vergel, un paraíso para sí mismo. Tiene que ir haciendo desaparecer progresivamente esos límites que, como una coraza, le impiden su libre movilidad. Tiene que ir progresando. El es su tarea. Su única tarea. Y tiene poco tiempo. Como El extranjero, el protagonista de la novela de A. Camus, tiene poco tiempo y no quiere perderlo con Dios. Está solo para llevar a buen término su labor. Solo en la tierra. Solo con los hombres. "¡Dios no existe! ¡Sólo hay tierra! ¡No hay más que hombres!" (J. P. SARTRE). Dios está ausente. Pero, contra el parecer de Dostoievsky, "la ausencia de Dios, lejos de autorizar toda licencia, supone todo lo contrario, porque el hombre está dejado sobre la tierra, sus actos son un compromiso definitivo, absoluto" (S. BEAUVOIR). Un compromiso con la humanidad, hasta que cada uno de nosotros pueda apropiarse la "palabra de hombre" de ese luchador empedernido que es R. GARAUDY: "Todo lo que he podido crear mediante mi trabajo queda inscrito en la creación continuada del hombre por el hombre". La historia debe transformarse en una carrera de relevos en la que la antorcha del progreso pase de mano en mano. Un progreso del hombre por el hombre. Un progreso sin anhelos de altura y sin Dios. Sólo el hombre. Sólo el hombre estaba conmigo. No las manos del árbol, hermosas como rostros, ni las graves raíces que conocen la tierra me ayudaron. Sólo el hombre. No sé cómo se llama. Era un hombre como yo; 57

era tan pobre como yo; tenía ojos como los míos, y con ellos descubría el camino para que otro hombre pasara. Y aquí estoy. Por eso, existo. Creo que no nos juntaremos en la altura. Creo que bajo la tierra nada nos espera. Pero sobre la tierra vamos juntos. Nuestra unidad está sobre la tierra. (P. NERUDA)

Quienes piensan así "esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente todos sus deseos" (GS 10). No son ingenuos. Reconocen.la presencia del mal, de la enfermedad, de la injusticia, del dolor y de la muerte. Pero desconfían de otra manera de solucionar todos estos aspectos negativos que no sea su aportación personal y comunitaria. Para vivir así se requiere una opción seria: la opción de la construcción del hombre por el hombre. Por eso, en el campo del humanismo ateo, también florece el amor, la esperanza y la solidaridad. ¡Un amor, una esperanza y una solidaridad para esta tierra! ¿Quién podrá dudar de la seriedad de estos planteamientos? ¿Quién podrá negar los valores de humanidad que se albergan en sus proposiciones? A la opción por el humanismo hay que darle la bienvenida. "Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos" (GS 12). Pero el humanismo ateo cierra herméticamente el camino de acceso a otro que no sea el hombre mismo. Y 58

aquí está precisamente su tendón de Aquiles. ¿Quién garantiza el final feliz en la historia de la humanidad? ¿Quién puede asegurar que es evitable la frustración total de una "condena a muerte en masa"? (A. CAMUS). El espectro de un agotamiento de los recursos naturales, de una guerra total o del descontrol del poder de la técnica que rompa el equilibrio ecológico se cierne amenazante sobre la humanidad. Por otra parte, ¿bastaría que la humanidad consiguiese una felicidad dentro de los límites de este mundo para que considerase que ha llegado a su plenitud siendo así que hay quien define" al hombre en sus deseos como "proyecto de ser Dios" (J. P. SARTRE)? ¿NO sería nuestra libertad un calabozo que nos permitiría únicamente ir de una a otra parte del mismo, pero sin poder tener nunca la dicha de respirar a pleno pulmón el aire libre y de permitir que la luz del sol inundara nuestros ojos? ¿No daría así nuestra libertad lo que da de sí la cadena de nuestra finitud? El hombre necesita un "liberador de la libertad" (K. RAHNER) que le saque de la finitud y rompa las amarras que impiden al hombre llegar al ansiado puerto. Finalmente, nos podríamos preguntar si para quienes han optado por el progreso de la humanidad tendría sentido la vida de quienes no pueden contribuir activamente al mismo sino que, más bien, pueden representar, en determinados momentos y bajo determinados criterios, una remora. Podríamos preguntárnoslo hoy más que nunca ante la marginación de la tercera edad, los criterios favorables a la eutanasia y la presencia de ciertas "técnicas eugenésicas" que se aplican a la subnormalidad. * * *

La enfermedad puede ser un tiempo privilegiado para quitar maquillajes de progreso en la cara de la vida. Puede representar una ocasión propicia para despojarse de la -i)

confianza radical en los propios esfuerzos que tienden a construirse un hogar donde poder caldearse con la felicidad. La presencia de la debilidad y de la incapacidad puede ser el aguijón clavado en la carne que haga al hombre despertar de sus delirios de grandeza y le devuelva al realismo de su pobreza. De su pobreza radical. De su limitación. De su incapacidad para salir del pozo de la finitud por su propio esfuerzo, estirándose de los pelos. La enfermedad puede ser una situación que abra al hombre al anhelo de que otro, desde el brocal del pozo, lance un salvavidas que le dé, como regalo, lo que él es incapaz de ofrecerse. Cuando se experimenta la propia debilidad, cuando uno se siente incapaz de labrar con sus manos el propio campo para poder cosechar una felicidad que dé cumplimiento a los mas íntimos deseos, entonces sólo queda una alternativa: la confianza radical en otro que haga fecunda la vida o la desesperación. "Únicamente la acción salvadora de otro que le ofrezca una vida nueva, que no tenga que ser vivida por las propias fuerzas, sino por la gracia de Dios, puede ayudar a quien está desesperado de la vida. " (D. BONHOEFFER)

Ese "otro" que puede aplicar el bálsamo de la salvación y la oferta de una vida nueva no es sino el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que cura, con su amor entrañable, la herida de nuestra desesperanza. El es el Dios que, con amor materno, se cuida de nosotros. Es el Dios que asegura que, aunque una madre se olvide del hijo de sus entrañas, El no puede olvidarse de nosotros (Is 49,15; Sal 25,6; 115,5). El es el Padre que nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos (Ef 1,5-7) compartiendo así con nosotros la misma felicidad con la que El es feliz. Es el "Dios crucificado" (J. MOLTMANN) en cada dolor humano que mostrará su rostro enjugando las lágrimas de nuestros ojos cansados de sufrir y de llorar (Ap 21,4). 60

Dios no ahorra al hombre ningún esfuerzo humano. No suple ninguna deficiencia en el cumplimiento de nuestra tarea. Pero con El nuestra tarea recupera otro horizonte. Nuestra libertad se libera. Por consiguiente, desconfiar de El es una enfermedad mucho más grave que la simple enfermedad corporal. En ella se sufre de desesperanza. En cambio, encontrarse con El, aun en medio del dolor, el sufrimiento y hasta la misma muerte, significa llenarse de luz y de sentido. Encontrarse con El es recobrar la esperanza. Una esperanza cuyo cumplimiento toca a quien se cuida de nuestro futuro. Encontrarse con Dios. Confiarle nuestra vida. Esta es auestra tarea. Pero también aquí surgen las preguntas-. ¿Por qué hemos de confiarnos a Dios? ¿Qué signos tenemos de que esta confianza no es alienante y supone una hipoteca para nuestra humanidad? ¡No podemos fiarnos del primero que pasa por nuestra vida dándonos motivos de esperanza': Como siempre que se habla del amor, también aquí el espíritu matemático y el ansia demostrativa fracasan. El amor de Dios no se puede demostrar. Únicamente se puede mostrar. Y esta mostración exige la labor de una continua lectura profética de la propia vida a la luz de los signos que El nos da. Jesús es el signo de la actuación de Dios con relación a la humanidad y a su futuro. La actitud fundamental de Jesús en su vida es de confianza radical en Dios. De esperanza en El aun en medio de sus fracasos. Jesús vive, obra y padece en la seguridad de ser escuchado siempre por su Padre (Jn 11,41). Su vida no está apoyada en su fuerza, sino en la fuerza de Dios. El es el primer pobre del Reino. No confía únicamente en sus propias posibilidades. No confía únicamente en sus propios proyectos. Su vida está proyectada desde la escucha atenta —éste es en su sentido originario el significado de la palabra "obediencia"— de la palabra del Padre. Confía y lo espera todo de Dios. Incluso en el momento de su muerte en cruz cree en el amor incondicional de Dios. 61

"Esta actitud encuentra su expresión suprema en el momento en que el siervo vuelve a tomar el grito del salmista: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' G rito de angustia de la creatura que se siente abandonada en el corazón mismo de sú fidelidad, pero que mantiene, con esta fidelidad, la misma firme esperanza" (H. BOUILLARD). "El porta lo insoportable (la petición del huerto de los Olivos lo muestra claramente) y, por eso, puede dejar que suceda (la salvación) más allá de sus fuerzas" (H. U. VON BALTHASAR).

La respuesta por parte de Dios a esta actitud de confianza radical de Jesús será la de exaltarle y otorgarle el nombre sobre todo nombre (Flp 2,9). En Jesús, resucitado de entre los muertos y sentado a la derecha del Padre, está ahora corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9). "El, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente" (Heb 5,7). Ahora, superado el poder de la muerte, a su humanidad se le ha dado la felicidad de Dios para siempre. "Ha llegado a la perfección" (Heb 5,9). Es "el hombre perfecto" (GS 22). Y también es el signo, el sacramento de todo el bien que el Padre ha querido para el hombre, ya que lo acontecido en él, no ha ocurrido únicamente como a individuo, sino como a cabeza de una Humanidad Nueva. Todo hombre que, siguiendo a Jesús, pone su confianza radical en Dios encontrará por su parte la misma respuesta.

"El hombre tiene que alargar la mano para atreverse a dar el salto hacia Dios. Este salto presupone el ser total del hombre. El que entrega sin titubear a Dios todo el espacio que en él se da, puede estar seguro de Dios con idéntica totalidad: puede recibir todo de Dios, puede pedirlo todo. Dios es personalmente garante de esa totalidad" (H. U. VON BALTHASAR).

La enfermedad puede resultar no sólo un tiempo de reflexión sino también una especial coyuntura que descubra la necesidad de conversión. No es la única ocasión. Pero lo importante es no dejar pasar la oportunidad. Las parábolas de Jesús aluden frecuentemente a la urgencia de tomar una decisión de conversión. Ya san Agustín solía decir: "Temo al Jesús que pasa, pues quizá no volverá más". El sufrimiento, el dolor, las prolongadas horas de soledad, pueden ser una ocasión propicia y un tiempo oportuno para confiarse plenamente a Dios y poner en El la cumbre de nuestras alegrías. Sólo así se puede ser fuerte en la debilidad. Sólo así puede cosiderarse la vida útil y con sentido. La debilidad de la vida del hombre no se vence más que con la fuerza del amor. ¡Del amor de Dios!

Jesús es el "iniciador y consumador de nuestra fe" (Heb 12,2). Por eso, tenemos que tener los ojos fijos en El. Tenemos que seguirle, convencidos de que "quien sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre" (GS 41). Jesús nos ha enseñado a vivir. Nos ha enseñado la audacia de atrevernos a llamar a Dios Padre con la confianza filial de quien espera recibirlo todo de El. 62

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encuentro desde la vida

La escuela del sufrimiento y de la inactividad forzosa son una llamada apremiante para conseguir una profundidad mayor y para dar una nueva orientación a la propia vida. ¿Cuál ha sido tu experiencia en este sentido? ¿Qué conclusiones vitales has sacado?

ANÓNIMO I Sí, realmente la vida la veo ahora de muy diferente manera. Soy mucho más realista. Me he convencido de la inutilidad del dinero: no soluciona nada. Cuando estás enfermo, añoras la salud y tienes emulación de la gente sana. IRENEO. Obispo. Parkinson. (Toledo) Cuando era joven, en los primeros años de mi sacerdocio y de mi episcopado, me encontraba con fuerzas para afrontar las tareas que recaían sobre mí. Era la etapa juvenil, cuando parecía que no se encontraban limitaciones ni barreras para poder actuar. En cambio, cuando llega la enfermedad, se siente uno encadenado y se le impide actuar y dirigirse donde quiera. 65

A mí me ha hecho pensar mucho la frase de Jesús a Pedro, cuando él quería saber cuál iba a ser su destino, y el Señor le contesta: "Cuando eras joven te ceñías e ibas donde querías; cuando seas viejo, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieres". De la misma manera que Pedro, el cabeza de la Iglesia, me encuentro yo ahora en medio de la enfermedad. Y también a mí se me pide la misma fe que a Pedro: la aceptación de la cruz que se me presenta a través de la inactividad y de la limitación. Esta es mi tarea. ¡Una tarea difícil! Lo mismo que ocurre cuando hay que frenar un coche que está lanzado a gran velocidad. El frenazo supone una ruptura. Se tiene la sensación de una gran contrariedad. ¡Iba tan bien con la marcha! La enfermedad ha supuesto para mí una gran lección. Une lección práctica: la lección del sufrimiento y de la inactividad. He conocido de cerca la fragilidad del hombre mientras camina en la tierra. Esa caducidad que afecta a todo ser humano, esa caducidad que sabemos que es transitoria y que es sementera para otra vida, la única definitiva, basada en el misterio pascual de Cristo. Si nos identificamos con sus sentimientos y su muerte de cruz, reinaremos también con El después de la muerte. Se podrían aprender muchísimas lecciones en la experiencia de la enfermedad, pero la más importante quizá sea la del enriquecimiento interior. SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) En un primer momento me rebelé. Con todo, cuando empecé a ser consciente de que me estaba hundiendo moralmente, reaccioné con gallardía. Llegué a la conclusión de que así no conseguía nada positivo y quise, mediante un cambio de actitud, empezar una vida nueva. EULALIA. Inválida ya curada. (Madrid) Puedo decir que una de las conclusiones que he sacado de mi experiencia de la enfermedad es la de haber aprendido el verdadero sentido de lo que supone darse a los demás. 66

JUANI. Inválida. (Madrid) Para mí el tiempo de la enfermedad ha supuesto un tiempo privilegiado para pararme, para descansar... para considerar que Dios me ama... que me está amando aquí. Creo que la escuela del dolor es muy provechosa. A mí personalmente me ha hecho ser más humana, me ha hecho llegar más fácilmente a los demás, me ha hecho quererlos más. Para mí, personalmente, ha supuesto un enriquecimiento el encuentro con otras personas enfermas, con las que he entrado en contacto, que me han ayudado y creo que he podido ayudarlas. Además, ha sido un tiempo que he aprovechado para prepararme más intelectualmente y que me ha ayudado a conocer mejor también a Dios. MANUEL. Tetraplejia. (Toledo) Transcurrido el período de mayor sufrimiento, incluso estando dentro de él, la persona le da a la vida un valor muy superior. El espíritu de superación debe ser el signo de esta valoración de la vida que antes no le habíamos dado. Mi experiencia es muy positiva. Puedo decir que he conseguido metas que científicamente estaban descartadas para mí. Llegué a la conclusión de que, a base de tesón, de ilusión y de esas ganas de vivir que los míos pudiesen ver en mí, aunque fuese en silla de ruedas, era valorar la obra del Creador y darle gracias- por haberme hecho comprender que todo era posible. Era un esfuerzo por no sentirme muerto antes de que llegase el momento. Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) No es que la enfermedad haya representado para mí hasta el momento presente una inactividad. Pero ciertamente algo ha cambiado dentro de mí. Mi marido me dice que los he hecho cambiar a todos un poco dentro de mi familia. Todos han tenido que adaptarse a la nueva situación. 67

Sin embargo, he tratado por todos los medios de no volverme una persona egoísta. Antes creo que era más egoísta en las cuestiones económicas y pretendía que me ayudasen mucho más en las tareas de la casa. En cambio, ahora no pienso nada de eso. Por eso, creo que la enfermedad me ha elevado espiritualmente. Ahora quizá no pueda celebrar la eucaristía a diario, como en otras ocasiones. Incluso llegan algunos domingos en que no me encuentro con fuerzas. Pero creo que la enfermedad ha sido mi "eucaristía". ANÓNIMO III Mi experiencia de esta larga fase de inutilidad ha sido positiva. Hoy así lo creo. Ha sido una especie de cursillo. Me ha ayudado —y me sigue ayudando— a la comprensión de Dios. Mi manera de concebirle ahora es más como un padre que como un juez. Además, me ha servido para asumir y aceptar la limitación humana, tanto en mí como en las demás personas, sean jóvenes o mayores. De todas formas, en esta tarea me ha ayudado también una serie de libros que han caído en mis manos y que he tenido la suerte de poder leer.

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¿La enfermedad ha supuesto para ti un trampolín para comprender el sentido de la vida? Habíanos un poco en este sentido.

ANÓNIMO III Creo que mi situación me ha posibilitado comprender el sentido de la vida. No la enfermedad en cuanto tal. Sino la vida misma. Misteriosamente, en muchos sentidos, he

tenido la suerte de leer los acontecimientos, de asumir de muy distintas maneras mis limitaciones y mis inseguridades. Esta lectura, hecha a la luz de la Palabra de Dios, me ha dado una seguridad y una capacidad de convivencia que antes —¡quién lo diría!— ni siquiera soñaba. He comprendido mucho mejor lo que dice Jesús: "Si no os hacéis como niños —escuchando, preguntando, sintiéndoos poca 'cosa'— no entraréis en el Reino de los cielos" —como felicidad y sentido de la vida—, empezando a "disfrutarlo" en este mundo. Así lo veo ahora. JUANI. Inválida. (Madrid) Antes de pasar la experiencia de la enfermedad yo era una chica bastante superficial. No me planteaba nada en serio la vida. En cambio, en la enfermedad, al tener tiempo y necesitar razones para seguir viviendo con paz y alegría, encontré una situación que me instaba a inquietarme y a buscar sin parar. Tuve la dicha de encontrar a Dios. Y hoy puedo decir que mi vida tiene sentido. AMADOR. Tórax. (Madrid) Empecé a sentirme enfermo cuando contaba veinticinco años aproximadamente. Antes nunca había pensado en el dolor por las circunstancias de mi vida en el campo. Yo vivía en un pueblo pequeño. El trabajo y el ambiente no me habían permitido entrar en este problema. Hasta que un día empecé con las fatigas, las ronqueras y los demás problemas respiratorios. A partir de entonces, empecé a pensar en el problema del dolor. El problema del mal que existe en el mundo. El problema del sentido de la vida. Mi vida cambió por completo. Tuve que abandonar mi trabajo, mi ambiente... todo. Tuve que ingresar en el hospital. Ahora puedo decir que la enfermedad ha supuesto para mí un trampolín verdaderamente importante para encontrar el sentido de la vida. Antes, cuando no tenía problemas,

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me encontraba profundamente vacío. Ahora, en cambio, que los tengo —¡y serios!— cualquier acción me llena y me plenifica. ¡En la basura de mi enfermedad he encontrado la perla del sentido y la plenitud! MANUEL. Tetraplejía. (Toledo) La enfermedad ha supuesto para mí, debo confesarlo, un inmenso trampolín para ver las cosas de modo muy diferente a como las veía antes del accidente. Prueba de ello es que, en los primeros momentos, me desesperaba, me deseaba la muerte y vivía amargado, debido al dolor y sufrimiento que padecía. En cambio, a medida que fui entablando diálogo con Cristo, con ese Cristo que estaba en el crucifijo de mi habitación, aprendí a pedir perdón, a agradecer todo lo que él me había dado, a reconocer el rostro humano de muchísimas personas que te ayudan y se solidarizan con tu situación. ¡He aprendido a ser cristiano en la enfermedad! Para mí ha sido una auténtica catequesis. ÁGUEDA. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) La enfermedad en sí, creo que no. Es un mal. El trampolín para mí ha sido el amor y la comprensión de los que han vivido junto a mí. Seglar. Varias. (Madrid) No recuerdo cómo era mi experiencia respecto de la enfermedad antes del año 1936. Quizá porque hasta entonces no me había visto enfrentada a ella de una manera fuerte. Es en el mes de noviembre de dicho año cuando, en uno de los bombardeos, queda afectada la casa donde vivíamos, sepultándome entre los escombros por espacio de siete horas. A partir de entonces, la precariedad de mi salud ha sido constante. Lo primero fue una infiltración pulmonar. En el año 1939 70

me hicieron una punción en el vientre para extraerme cinco litros de líquido. Después de largas temporadas de fiebres altas, me operaron de un plaston intestinal y en 1950 de histerectomía. Posteriormente me diagnosticaron tuberculosis renal. Más tarde también escoliosis lumbar y artrosis. Últimamente, en el mes de junio pasado, he sido operada de colestomía. Me da miedo lo que voy a decir, pero no tengo más remedio que hacerlo porque es donde reside mi fortaleza: nunca me he sentido sola. Y nunca se me ha ocurrido preguntar el por qué de todo lo que me pasaba. Nunca. Me he limitado a agarrarme fuertemente a El. Así he resistido con paz. Con una gran paz. Dice el hermano Cario Carretto, en su libro El desierto en la ciudad, que el Señor se ha inventado el dolor para venir detrás de mí. Y yo también lo creo así. Es como la parábola del hijo pródigo. El hijo vuelve a la casa del padre porque le falta comida y está arruinado. Es posible que el Señor se encargue de hacernos difícil el exilio para que sintamos el deseo de volver a El. Para mí, la escuela del sufrimiento y de la inactividad me ha servido para aprender a dar otro sentido a mi vida. Sí, otro sentido. Nunca la he dejado vacía y sin contenido. Ahora ya no trabajo. Posiblemente ya no vuelva a trabajar más. Yo digo, tomándolo a broma, que he estrenado mi libertad ahora, puesto que durante cincuenta años, de los sesenta y tres que tengo, he estado trabajando y, por lo mismo, sujeta siempre a una obligación y a un horario. Ahora, con mi libertad recién estrenada, dedico mi tiempo, cuanto tengo y cuanto soy, a compartirlo con los demás (reuniones, visitas a enfermos y, por supuesto, la familia). OCTAVIO. Tórax. (Madrid) Sí, fue la enfermedad la que me hizo acercarme suplicante a Dios. Yo vivía en una ciudad de un país extranjero (París). Los médicos de allí tenían dudas acerca de un mal que padecía en la garganta. Y, en la soledad e incertidumbre de 71

mis días de hospital, llegué a hacerme tan buen amigo y compañero del Señor que luego me ha sido indispensable su compañía. Hoy me pregunto: ¿cómo caminaría yo por la vida si no hubiera sido por aquella dolencia? MARÍA TERESA. Inválida. (Barcelona) Sí, al tener muchos ratos para pensar y reflexionar, das más sentido y valoras más las cosas pequeñas. Cosas que en otros momentos han tenido poca importancia para nosotros, las revestimos ahora de un valor extraordinario, como por ejemplo: la amistad en un momento de sufrimiento, el aire, el sol en un día que podemos pasear, etcétera. Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) Ciertamente nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Para mí, ahora que me falta, lo más importante es recobrar la salud. Pero, sin embargo, reconozco que desde que estoy enferma he madurado mucho. La vida siempre se me ha presentado como una lucha. Pero lo que he aprendido es que la vida vale la pena cuando nos queremos unos a otros. Cualquier lucha que fomenta la competencia para situarse más cómodamente por encima de los demás carece de sentido. La auténtica lucha por la vida que vale la pena es la del amor, la entrega y el servicio.

mi testimonio, podía aportarles la luz que ellas necesitaban. Dios me había regalado la luz de la fe. Esta luz no sólo tenía que ayudarme a superar el trance de la ceguera material. No sólo tenía que ayudarme a mí a vivir con garbo. Tenía que hacerme apóstol y misionera, desde mi situación de invidente. Con esta limitación mía, tenía que ser luz en el camino de los demás. Tenía que enseñarles a ser personas. Tenía que enseñarles lo importante que es la vida y lo útil que se puede ser para los demás. MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) Por supuesto que la enfermedad ha supuesto para mí un trampolín. Yo comparo el don recibido de esta enfermedad con el don de mi ordenación sacerdotal. Ha sido un nuevo renacer. He experimentado como un relanzamiento. Llevo treinta años de sacerdote y me siento con una ilusión enorme. Esta ilusión ha ido creciendo a medida que he ido encajando en las distintas actividades, según me lo ha ido permitiendo el estado de convalecencia. En mi enfermedad me siento con una energía nueva, porque también en ella descubro que si uno no emplea su propia vida en bien de los demás, ¿para qué sirve la vida? Si Dios ha querido que continúe con cierta capacidad de "acción", ¿cómo voy a vivir cómodamente? Además, he descubierto algo que antes no tenía tan claro: pase lo que pase, aunque vuelva a retroceder, aunque la enfermedad vuelva a revivir con más fuerza, no importa. ¡Es que ya lo encajo dentro de mi proyecto de vida!

VICENTA. Ciega desde los veintiún años. (Madrid) Tengo que reconocer que al principio se me cayó el mundo abajo. Yo quería ser misionera y la enfermedad me lo impidió. ¡Es curioso observar cómo los planes de Dios no son nuestros planes! Reflexionando posteriormente sobre mi vida y misión en el mundo, recibí una gran fuerza: en el mundo había muchas personas en m's mismas condiciones, eran ciegas como yo, pero eran también ciegas en su fe y en su sentido de la vida. Yo, con

JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) Yo no diría que la enfermedad me hizo comprender el sentido de la vida como algo nuevo. Sí, me hizo profundizar más en él. Sin embargo, una de las cosas que más miedo me daba en mi oración, era decirle a Dios que aceptaba lo que me

viniese en mi enfermedad. Esto me costaba mucho. Y me costaba porque me figuraba lo que vendría detrás. Aunque con mi oración acababa diciéndole a Dios que sí, yo creo que en el fondo no lo aceptaba. Otro punto que yo considero en mi enfermedad es la "liberalización" que hice de Dios como castigador con enfermedades y probador de voluntades. Dios se convirtió para mí en un interlocutor constante y en el que encuentro ánimos para ir superando las dificultades y ser capaz de reaccionar. Considero importante el hecho de que, a lo largo de mi enfermedad, no he perdido la alegría en ningún momento y he estado relativamente tranquilo a lo largo de toda ella. Esto quizá sea debido a esa "liberalización" de Dios y a ese diálogo que a menudo tenía con El.

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Fue en la situación de convaleciente de una herida como san Ignacio de L oyóla encontró a Dios y comprometió su vida. Muchos otros han tenido la misma experiencia. ¿Es también la tuya?

AMADOR. Tórax. (Madrid) Puedo decir también que a mí me pasó un poco como a san Ignacio; la herida me sirvió para enfocar mi vida; me sirvió para fortalecer mi fe que, aunque ya la tenía, era débil y quebradiza; me sirvió para ver las cosas, la vida, en un horizonte nuevo y mucho más claro, en un horizonte de esperanza.

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Cuando falta el sentido de la Palabra de Dios, los enigmas de la muerte y del dolor llevan al hombre a la desesperación. El campo de la vida sólo produce espinas y abrojos.

MANUEL. Tetrapleji'a. (Toledo) Siempre he sido católico, aunque antes era poco practicante. Con la enfermedad, mi fe se acrecentó mucho más y adquirió un compromiso bien concreto: tratar con mis compañeros enfermos para que también ellos tuvieran un rayo de fe para soportar con fortaleza los dolores y aceptar en medio de ellos la voluntad salvadora de Dios. Tenía que enseñarles a decir aquello que había sido también mi oración durante mi enfermedad: "Mi vida es tuya; tómala en tus manos amorosas de Padre". A menudo encontré en mi camino personas ateas que pretendían hacerme creer que la vida sólo la salva la ciencia. Yo les contestaba, con un poco de ironía, que a todos los médicos, tarde o temprano, se les mueren los enfermos. Sentía sus palabras como un canto de sirena. Lo que yo necesitaba eran unas manos amorosas que se ocupasen de mí. Y no me abandonasen nunca. ¡Necesitaba vivir para siempre! Y esa vida y esas manos sólo podía encontrarlas en Dios. En el Dios de Jesús. JOSÉ MARÍA. (Madrid) Desde luego en la enfermedad me he encontrado con Dios, con ese Dios que está también en la tribulación, en la entrega total, en el amor desinteresado y en la lucha por una existencia que se hace realidad perdiendo la vida en el trance. Este encuentro me ha conducido como de la mano a un compromiso: no tengo derecho a ser feliz a solas. Mientras haya gente que sufre, tengo que compartir el dolor y la tristeza de los demás hasta el fin.

Hoy tengo una vivencia que antes no era tan profunda. Os agradará conocerla-, es que hoy ya no busco el éxito en mi actividad, como lo buscaba antes. Ahora, al ver lo bueno que ha sido Dios conmigo, estoy intentando sencillamente dedicar aprecio, brindar amor, estimar a las personas tal y como son. Digo intentarlo. La realidad, pues, en muchas ocasiones, no coincide con mis anhelos. Pero no cedo. Y, en parte —si no fruto total— ha sido ganado bastante en estos dos años después de la enfermedad. No quiero decir que haya sido una conversión. Pero la enfermedad me ha situado en un nivel de confianza en la vida, me ha situado en un clima de esperanza. En este clima, veo que todo tiene un sentido y que vale la pena luchar, aunque haya dolores fuertes que me asustan, porque, como dije antes, soy muy sensible. Aun eso puedo asumirlo y puede convertirse en abono de una vida nueva. Religiosa. (Madrid) En el dolor he descubierto mi camino. He aprendido a valorar mi propia nada. He descubierto que la vida tiene un sentido. Un sentido profundo. La enfermedad me ha ayudado a afianzarme más en Cristo. En ese Cristo paciente y sumiso a la voluntad del Padre. Por eso, cuando hago referencia a los tres puntos: fe o confianza, amor y esperanza, hago mías las palabras del apóstol san Pablo: "Soy fuerte en mi debilidad", porque confío en la Suma Fortaleza. Espero en El, porque nunca puede fallarme. Precisamente por esto, mi alegría es grande y brota de lo más íntimo de mi ser. Más aún: esto me hace decir a todas esas personas que se sientan en sillas de ruedas, que sufren el dolor, que se encuentran en cama: no os sintáis nunca inútiles; ¡vuestra vida tiene sentido!; ¡y un sentido muy profundo!

MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) Me alegra que me hayáis presentado en el cuestionario enviado el testimonio de san Ignacio de Lovola. En una situación convaleciente, él renació a una vida nueva. Por supuesto que no es éste mi caso, pero también yo, desde que estoy enfermo, me siento llamado, de alguna manera, a algo distinto.

JESÚS. Casado y con hijos. Varias. (Sevilla) Me llamo Jesús J. J. Tengo treinta y siete años y tengo cinco hijos. Mi profesión es el campo. Así que estoy siempre conectado con la naturaleza. 77

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He tenido varias enfermedades últimamente. La primera fue una hepatitis, de la que me curé prácticamente a los dos meses. Entonces me sobrevino un cólico nefrítico. Pasé unos días un poco fastidiado y estuve otra semana en la calle, haciendo vida normal, aunque sin poder trabajar. Una tarde me dio mucho frío. Me miraron los médicos y diagnosticaron una pulmonía. Estuve una semana de tratamiento en cama. Y, precisamente durante el tratamiento, me di cuenta de que tenía una pierna inflamada. Me asusté bastante. Llamé a un amigo médico y él determinó que me ingresaran en este hospital, donde me descubrieron una flebitis en la pierna izquierda. Entonces me hicieron unas pruebas y decidieron operarme. Ya en la U.V.I., surgieron nuevos contratiempos: la pierna se me volvió a inflamar. Y aquí llevo ya unos veinte días. Yo pienso que hay una buena diferencia entre mi vida y la de san Ignacio. Pero puedo decir que la enfermedad no ha sido estéril en mí. Porque, cuando me he sentido enfermo, ha sido cuando he intentado agarrarme fuertemente a Dios. Siempre debía haber estado agarrado a El. Pero las preocupaciones de cada día, la vida vivida únicamente de tejas para abajo, lo "humano" que es uno... todo esto va haciendo que, poco a poco, te vayas desenganchando de El. El dolor me ha servido en mi vida para ponerme otra vez en sus manos. Así, puesto en las manos de Dios, ¡mi dolor es menos dolor! INOCENTE. (Toledo) Bueno, creo que esos cambios ocurren en la mayoría de los enfermos. También han ocurrido en mí. Yo he sido siempre creyente. Pero los remolinos de la vida no le dejan a uno reflexionar profundamente, cosa que ahora puedo hacer. Mi único deseo ahora, después de profunda reflexión, es reforzar mi fe y esperar una pronta recuperación para poder corregir, una vez recuperada la salud, tantos errores que cometí antes de mi enfermedad.

Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) Yo también pienso que he encontrado a Dios en la enfermedad. Ciertamente, un primer encuentro se había dado ya antes de la enfermedad. Pero también es cierto que nuestro Dios es un Dios escondido, como dice uno de los salmos. Y la vida se convierte en una permanente búsqueda de Dios. Puedo asegurar que, después de la enfermedad, me he encontrado con Dios de manera distinta a como me encontraba antes. Hay personas que, mientras todo les va bien, mantienen la fe. En cambio, cuando llega el dolor y la cruz, desesperan. Yo no he desesperado. Al contrario, he dado gracias a Dios muchas veces por este nuevo encuentro con el que me ha agraciado. ¡Si antes tenía una imagen mitificada de Dios, ahora lo veo más real! Lo veo en Jesús, el único que nos manifiesta el rostro oculto de Dios, que está en la cruz. ¡Quiero apropiarme la actitud de Jesús entregando su espíritu al Padre Dios en la cruz! Este es el único encuentro real. JUANI. Inválida. (Madrid) Creo que la enfermedad ha sido el camino por el que el Señor me ha llevado a un mayor conocimiento de El. Y, por otra parte, me ha impulsado a buscar esos caminos por los que El me quiere conducir a darme a las personas, confiando sólo en El, dejándome hacer por El, estando allí donde El me quiere. Ahora puedo servir con alegría. En la vida ya he optado: he optado por el seguimiento de Cristo, que nos lleva al amor de los hombres, sobre todo de los más pobres, de los más indefensos y de los que más sufren.

LUISA. Inválida. (Madrid) Se alude en la pregunta a la herida de san Ignacio de Loyola. Yo creo que siempre hay una herida abierta en el corazón de todo creyente, que no la producen las balas. Es

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una herida que está siempre abierta para acoger a los demás. Yo quiero tener abierta mi carne en este sentido. Por eso, creo que la enfermedad me ha hecho más persona, más humana al vivir en mi carne el sufrimiento de los demás. Mi dolor me ha hecho solidaria del dolor de los demás. Me ha abierto a la comprensión de los demás. Me ha permitido poder consolarlos.

U

Según el Nuevo Testamento, "la auténtica conversión, tal como la entiende Jesús, se da cuando el hombre no confia ya en sí mismo, ni quiere operar su salud por sus propias fuerzas y confia audazmente en Dios y de El espera todo bien" (BAUER). ¿La enfermedad te ha puesto en situación de hacer esta opción de radical confianza?

JUANI. Inválida. (Madrid) En sí, la enfermedad me había sumido en una situación de inseguridad. Inseguridad material, porque a los veintidós años veía truncada mi carrera profesional y el futuro era bastante incierto. Pero también inseguridad espiritual por mi visión de la enfermedad como un castigo. La pregunta que me hacía muchas veces era ¿qué mal he hecho?; ¿estoy verdaderamente en paz con Dios?; ¿por qué me ha mandado esto? Hoy, por el contrario, me siento segura en Dios. Estoy convencida de que estoy en las manos de Dios. De El me vendrá todo lo que puedo tener en este mundo, que no comprendo. Cuando me pongo en sus manos es cuando atisbo que en la vida hay algo más que lo que se ve a simple vista. Hay otras seguridades que no son simplemente las que una puede labrarse con su propio esfuerzo. En el evangelio he leído mi vida a la luz de la de Jesús, y he descubierto el cuidado amoroso de Dios.

MARÍA DOLORES. Diabetes. (El Ferrol) No sé si en tiempos anteriores habrá sido igual, pero cuando uno se asoma a la sociedad actual, empieza a pensar que realmente es un montaje. La vida aparece como un teatro. Nosotros somos los actores que interpretamos el papel que a cada uno se nos asigna. Pero, ¿tiene sentido lo que estamos interpretando? ¿No hay mucha hipocresía? ¿No hay mucha murmuración por el papel que uno tiene que interpretar? ¿No hay mucho sinsentido y mucha inseguridad? ¿No hay mucho de eso que yo llamaría "porquería"? ¡Tenemos necesidad de otra cosa! Y Dios es el único, el único auténticamente, que puede sacarnos de toda esa "porquería" y hacer de nuestro mundo un mundo nuevo. El es el único que puede hacer de nuestro mundo unos cielos nuevos y una tierra nueva donde more la justicia, el amor y la paz. El es el único que nos puede ofrecer seguridad y sentido. Con El, el gran "teatro del mundo" puede ser interpretado sin hipocresía ni murmuración. Sí, sin murmuración por el papel que a cada uno le toca interpretar, aunque sea doloroso. Yo confío totalmente en El. Tengo mi confianza totalmente puesta en El y no quedaré defraudada. El se cuida de mí. Un signo de ello puede ser que, cuando tengo una necesidad material o espiritual —¡y vaya si las tengo!—, pongo mi corazón en el Señor y le pido insistentemente, no me niega lo que más me puede convenir. La mía trato de que sea una oración de confianza. De corazón a corazón. Por eso, puedo decir que una de las cosas que tengo más arraigada en el alma es la confianza en Dios.

MARISA, inválida. (El Ferrol) Soy Marisa. Tengo 30 años. Llevo 18 años en cama sin poderme mover y por dos veces he llegado a estado preagónico. Yo diría también que la confianza en Dios es lo único que me da confianza en mí misma y confianza en la vida. Y, 81

además, no sólo confianza en el presente, sino también en el futuro. Pero estoy convencida de que esta confianza no se tiene como ahorrada en una banca. Se va acrecentando o perdiendo al ritmo de los acontecimientos de la vida. Por eso, pido siempre al Señor que esta confianza no se estanque, sino que vaya creciendo, poco a poco, cada día. Y le pido, por supuesto, que nunca decaiga. ¡Que no me deje mirar sola los acontecimientos de la vida! FRANCISCO. Hemiplejía. (Sevilla) La enfermedad me ha puesto a mí en trance de optar por Dios en vez de por mí o en vez de por otra cosa. Es decir, me ha servido para ponerme radicalmente en actitud de confianza en las manos de Dios. Cuando me sentí gravemente enfermo, por la misericordia de Dios, no perdí la lucidez mental. Desde el primer momento era consciente de mi situación y de mi gravedad. Era consciente de que me podía morir. Morir de un momento a otro. Gracias a Dios, tuve, en esos momentos, una conformidad total ante esa muerte que me acechaba. Ni por un momento me rebelé. La acepté poniéndome en las manos de Dios. A todos nos llega el momento de morir, el momento que Dios ha dispuesto para el encuentro con El. A mí, personalmente, había algunas cosas que me preocupaban: la mayor parte de mis hijos están sin colocar y era un problema si yo desaparecía entonces, ¡con tantas cosas como tenía que hacer todavía con ellos!; por otra parte, me preocupaba la situación de mi mujer. De todas maneras, consideraba que Dios, que había dispuesto eso para mí, tendría cuidado de ellos. Para mí, la muerte no era simplemente un hecho natural. Si para mí había llegado el momento de gozar para siempre del amor del Padre, confiaba en ese amor de Dios para con mi mujer y mis hijos. También comprendí que podría sobrevivir. Y esto también lo acepté. Sí, también acepté la posibilidad de ponerme 82

bueno con la misma conformidad con que acepté la posibilidad de morir. Y lo mismo que acepté la muerte, pensando que si me iba de esta tierra el Señor sacaría adelante a mis hijos —si no es con la ayuda de Dios, ninguno de nosotros puede salir adelante, y mi ayuda poco podía significar—, de la misma manera acepté mi responsabilidad ante'la vida. También en esos momentos di. un "sí" a la vida. Después, a medida que iba pasando el tiempo y me iba afianzando, aunque estuviera paralítico de medio cuerpo, tuve que poner voluntad y empeño para colaborar con la naturaleza y hacer lo posible por curarme. Seguí las prescripciones del médico al pie de la letra, procuré hacer los ejercicios gimnásticos que tenía que hacer y tengo que hacer todavía con todo cuidado y con toda atención. He procurado hacerlos sin disculparme y sin tratar de disimular con la menor desidia por mi parte. En fin, lo he hecho lo mejor que he podido. Es decir, que tengo que confesar públicamente que he tenido confianza en Dios y que esta confianza ha sido mi norte y mi guía en los momentos más importantes de mi enfermedad. SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Doy gracias al Señor porque no ha sido indispensable la enfermedad para volverme como un niño y así poder entrar, por la gracia salvadora de Jesús, en el Reino de los cielos. Mi conversión no ha sido consecuencia de un escape psicológico por el hecho de sentirme enfermo, sino que, como toda persona creyente, soy consciente de que enfermo o no, necesito a Cristo como mi salvador y que ios propios méritos nunca podrán salvar a ningún hombre. ANÓNIMO II Suscribo en su totalidad las palabras de Bauer. Ayer confiaba mucho en Dios, pero hoy esa confianza en Dios es tan radical y absorbente, que casi me atrevo a decir que no poseo más virtud que la "audaz confianza en Dios". 83

MANUEL. Tetraplejía. (Toledo) En mi caso, cuando después del accidente me veía perdido físicamente y sin muchas posibilidades de sobrevivir, confié plenamente en Dios. Puesto en esta confianza, le pedía que me salvase la vida y, si no era posible, que, al menos, en su misericordia infinita no abandonase a mis seres queridos. También le pedía perdón por todo el mal que había hecho, y me ponía en sus manos. Por eso, creo que mi confianza fue total en aquellos momentos.

para el encuentro con Dios

i Aquí de rodillas me tienes, Dios de bondad, a cuestas con mi enfermedad haciendo de trampolín hacia mi íntima conversión. Yo tengo bien sabido que toda debilidad —física o mental— es, a la postre, látigo que me endereza, fuente de luz que me limpia... Mi rostro lo tengo vuelto a toda criatura. Hoy soy así. Pon, oh Dios, el vértice de mi alma cara a cara del oriente divino. Y quema todas las barcas que tengo en el puerto varadas. Mi alma es un rastrojo de frío barbecho: rózalo con tus dones sagrados y conviérteme luego en tierra de miga esponjosa: tierra fructífera en gracias y claridades celestes. Abrasa y arrasa, Señor, todos mis setos espinosos y plántalo de rosas de embriagador perfume. Trueca, así, mi abrupto sequedal en corrientes de oceánicas aguas. 84 85

Limpia y restregó con tu divina almohaza lo sórdido de mi cúspide mental y así sacíame de tu fontal pureza. Cura y restaña mis sangres... mis neridas cicatriza... flexibiliza mi tiesura cadavérica. Licúa, Dios, con tus calientes plumas, la costra de espeso hielo que me envuelve. Rectifica mis torcidas veredas abarrotadas de inútil cascajo. ¡Tengo roto el vaso! Reconstruye los trozos y devuélveme la vida. (ANÓNIMO II)

II Señor, ¡qué superficiales somos los humanos! Nos dijiste que tu Reino está dentro de nosotros. Tu Reino, es decir, esa tierra de promisión, esa tierra de la serenidad y de la certidumbre, de la bondad y la indulgencia, de la comprensión y de la piedad; tu Reino, es decir, ese "sueño decretado absurdo e insensato de siglo en siglo" por no haber intentado siquiera empujar lentamente la puerta, o por no haber sospechado que teníamos su llave en nuestras manos. Y ha tenido a veces que llegar el dolor, siempre bautizado de misionero, para mostrarnos, Señor, ese lugar secreto donde Tú te escondes... 86

Probablemente, lo más importante sea la "noche oscura" que el enfermo ha de pasar en su interior para hacerse con las riendas de este caballo desbocado.

Ha sido, sí, este tantas veces calificado de absurdo dolor el mensajero y secreto amigo que nos ha conducido de la mano hasta la morada de nosotros mismos, donde habitas escondido y donde revelas tu verdad y el sentido de nuestra vida. Los hombres me dicen, Señor, que eres un invento. Mas yo, ahora, desde mi dolor, creo y proclamo que eres, mi Dios, un descubrimiento. Venga, pues, y muéstrese tu Reino al mundo, aunque deban mi dolor y mi quebranto servirle de sendero hasta las almas.

III Tengo miedo de la noche, estas noches tan largas, en las que el dolor no me deja y el sueño no llega... Doy vueltas y vueltas, interminablemente, esperando, en vano, que llegue el momento en que, por fin, pueda dormir y olvidar el peso del día, [Señor. Visítame, Señor, en estas noches tan largas. Quizá pensando en Ti encuentre mi descanso y mi paz. ¿No está escrito que en lo más oscuro de la noche viniste al mundo y apareció tu gloria, tu paz y tu amor? Haz de mi noche, Señor, una nueva posibilidad de [conversión.

Pero ahora sí, estoy aquí, en medio de mi noche, y quiero poner mi confianza en Ti, quiero que tu luz invada el lecho al que estoy cosido, que es testigo de mis insomnios y mis desvelos. La ciencia médica, de día en día, más eficaz, con sus hallazgos, sus combates en todos los frentes y sus [victorias te dan gloria: todos los días se manifiesta a través de ella que Tú has querido "tener necesidad de los hombres" para continuar tu obra creadora de salvación. Pero en lo más profundo de mi humanidad

encuentro, [Señor, algo que siempre me duele y me deja insatisfecho. A Igo que no me deja ser feliz: mi deseo siempre frustrado de [más. Hazme ver, Señor, en la oscuridad de esta noche cerrada, que mi carencia es tu propia riqueza. Hazme comprender, Señor, que Tú no has querido [reservarte ningún tesoro ávidamente reservado en exclusiva para Ti, sino que, por medio de tu Hijo, estás dispuesto a [compartirlo todo. Hazme descubrir tu dadivosidad en el regalo que me [haces. ¡Visítame en esta noche larga, mi Dios!

A Saulo le fue provechosa su caída del caballo y la consiguiente ceguera, para conocer la Luz en su [corazón. ¡Cuántas veces yo te he dicho que estaba dispuesto a darlo [todo! Bien sé yo mismo que es mentira. ¡Cuántas veces he dicho que lo esperaba todo de Ti! Bien sabía que me engañaba. 88

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CAPITULO III

SI QUIERES, PUEDES CURARME

invitación a la reflexión

L

A vida del hombre sobre la tierra se parece a esas pinturas "caravaggiescas" del siglo XVII, llenas de contrastes donde las luces se mezclan con las sombras, los colores vivos con los tenebrosos y los fuertes con los débiles. En la orquesta en que se interpreta la melodía de la vida, no sólo hay violines para cantar el amor o trompetas para entonar himnos de victoria y de éxito. ¡Hay también instrumentos de percusión!

La vida de todo hombre viene a ser un suspiro intermedio entre dos lágrimas: la del nacimiento y la de la muerte. Claro que ese intervalo del "suspiro intermedio" no es para todos los hombres lo mismo. A unos parece que la vida les presenta un rostro jovial. A otros, en cambio, un rostro cargado de amargura. Para unos casi siempre brillan las estrellas. En cambio, para otros la noche es cerrada y el día tormentoso. De todas formas, cualquiera que sea la suerte de cada uno, el dolor y el sufrimiento hacen acto de presencia a lo largo y a lo ancho de la vida. Desde el alborear de la vida del hombre en la tierra las alegrías se mezclan con las tristezas, como se mezclan el bien con el mal y el amor con el odio, formando las más variadas combinaciones. Si atendemos a los datos de la psicología profunda, tendremos que reconocer que estas mezclas y combinaciones se experimentan desde la más tierna infancia y que dejan sus huellas, en muchas ocasiones, en todo el ser del hombre. 93

Bien y mal, amor y odio, alegría y tristeza son las compañeras de la vida de todo hombre. Experimentar la vida es gozar y es sufrir. ¡También sufrir! "Quien no ha sufrido no sabe nada; no conoce el bien y el mal; ni conoce a los hombres ni se conoce a sí mismo" (FENÉLON). Porque "hay cosas que no las ven sino los ojos que han llorado mucho" (VEUILLOT).

Los animales son sensibles. Sienten el dolor. El hombre también es sensible. También siente el dolor. Pero, frente a los animales, al hombre, como ser consciente que es, el dolor le crea problemas. El dolor humano es peculiar. Todos tienen que adaptarse a la vida y a las condiciones en que se les ofrece. Pero al hombre se le ha concedido la posibilidad de adaptarse e integrarse tomando postura. De su toma de postura depende, muchas veces, el poder seguir viviendo con ilusión y alegría. Vivir es para él tomar postura. ¡Pero, sobre todo, cuando se vive en medio del dolor! Cuando el sufrimiento es prolongado y supone una fuerte ruptura del ritmo vital que se estaba acostumbrado a llevar, el ser entero del hombre se le hace una herida que supura problema tras problema, que se gangrena y se infecta cuando no hay respuestas. Quien vive a fondo "con tres heridas viene: la de la vida, la del amor y la de la muerte" (M. HERNÁNDEZ). NO sólo sufre el dolor físico. Va sufriendo en su espíritu mientras vive. La vida, el amor, la muerte... van dejando heridas. Pero, cuando está enfermo, parece como si las tres heridas se hubiesen dado cita a la misma hora y en el mismo lugar. El mal y el peso de la vida se experimentan de una manera especial. Difícilmente puede uno sustraerse a considerarla una desgracia. La sal de la vida, la vida agraciada, parece que se han alejado del horizonte del enfermo. Las preguntas se acumulan en la mente de quien padece sin que, en muchas ocasiones, se vean gratificadas con el don de la respuesta: ¿por qué la enfermedad? ¿Cuál es su 94

origen? ¿Sobreviviré? ¿Qué será de los míos? ¿Por qué he de padecerla yo? ¿Qué mal he hecho para merecerla? ¿Por qué Dios me paga Así? ¿Por qué no atiende mis peticiones y transforma mi dolor en gozo, si es poderoso y me quiere? ¿Por qué guarda silencio ante el sufrimiento de los hombres? ¿No será tanto dolor humano desatendido una prueba palmaria de que Dios no se ocupa de nosotros, y que no nos ama y está desinteresado de nuestra suerte? Y, si Dios no nos ama, ¿existirá? Muchas cosas se ponen en cuestión cuando se sufre. Sin embargo, para no pocos, lo que hace más crisis en su situación de sufrimiento, en esa situación en que el mal, el dolor, la injusticia o la enfermedad hacen presa en la vida humana, es la presencia activa y solícita del amor de Dios. En las horas de soledad o en las noches de insomnio zumba y ronronea como un molesto moscardón por la cabeza del paciente: ¿Existe el cuidado amoroso de Dios si estamos condenados a amasar el pan de la vida con la sal de nuestro sufrimiento y las lágrimas de nuestros ojos? Hay quien se queja con confianza y hasta con un cierto gracejo castizo: "Señor, a los que te crucifican les amas y a los que te aman les crucificas" (SANTA TERESA DE AVILA). Pero, sin embargo, hay también quien pide ardientemente: "¡Que se acabe el mal! ¡Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra!" Y, al no encontrar más que la callada por respuesta, desespera y todo su mundo religioso se viene abajo. "Incapaz de dormir, me he preguntado si hay un Dios que se interesa por la suerte del individuo. Lo encuentro difícil de creer, porque este Dios ha permitido que unos cientos de miles de hombres, embrutecidos, dementes o ciegos inunden la humanidad con ríos de sangre y agonía hasta aplastarla bajo montañas de horror y desesperación. Permite, sin levantar un dedo, que millones de personas honestas sufran y mueran. ¿Es esto justicia? ¿No es una especie de castigo colectivo, el verdadero reverso de la 95

justicia? ¡Qué chapucería de Dios que conoce a los malvados y apóstatas y castiga al justo y al fiel! ¡No! ¡Es inconcebible...!" (K. GOERDELER)

Ha habido quienes han querido evitar la hemorragia, poniendo algodones y gasas, que hagan de compresas, en la herida de la vida. Han querido convencerse —y convencernos— de que el dolor, el sufrimiento y el mal son la cosa más natural del mundo. Que el amor y la muerte, el "eros" y el "thanatos" van siempre unidos por los caminos de la vida como, una pareja de enamorados y que es inútil querer separarlos, puesto que cuanto más se intente más juntos irán. Que una orquesta no suena con un solo instrumento, aunque a veces hay un solista, y que en la melodía de la vida, aunque suenen los instrumentos de percusión, si lo hacen en el momento oportuno, también producirán un acorde armónico. Que en un cuadro tenebrista los contrastes hacen resaltar las luces precisamente por la presencia de las sombras. Así se quieren amansar y domesticar los caballos desbocados que zarandean el carro de nuestros corazones repletos de ira. Se exhorta a asumir con una buena actitud de impasibilidad estoica la impotencia ante la cruz, ante el dolor y el sufrimiento. No hay más remedio que agachar la cabeza con sumisión y ajustar la soga al cuello con la resignación de quien se siente impotente ante lo inevitable. Pretenden explicar con "razones científicas" —biológicas, psicológicas, médicas o sociales— las raíces del mal, del dolor y del quebranto. Pero, sin embargo, una explicación que no ponga remedio se nos antoja insuficiente y nos deja profundamente insatisfechos. Difícilmente puede uno acostumbrarse a que la enfermedad sea "como una modalidad del ser humano" (V. VON WEI/.SÁCKKR), que pacíficamente se nos adhiere como una segunda naturaleza. Aunque la vida nos haya acostumbrado a lo contrario, nuestro ideal sería tener "un espíritu sano en un cuerpo sano" (JUVENAL). ¡NO podemos renunciar a este ideal! Ahí están para demostrarlo 96

todos los esfuerzos de las ciencias que han librado batallas con el mal en todos los frentes en que ha pretendido hacerse fuerte. El hombre sensato y amante de la humanidad sabe que no puede ser masoquista, encontrando un gozo enfermizo en el dolor. Sabe también que no puede ser como esos "devotos" queNiETZSCHEcalificabade"tenebrosos, murmuradores, pusilánimes que, encorvados, se arrastran hacia la cruz y envejecidos y fríos han perdido la gallardía de la mañana". Sabe que la enfermedad, como cualquier otro sufrimiento, es en sí misma un mal. Una limitación que no puede por menos de suscitar en su corazón, ávido de felicidad y de bien, más que repugnancia y aversión. Pretender desfigurar con juegos ideológicos esta realidad es u n a t r a i c i ó n d e l a h u m a n i d a d . No se pueden "adornar de rosas las cadenas" (K. MARX) para que escondan las esclavitudes que provocan. ¡El dolor es dolor! ¡Y duele! ¡No sentirlo es insensibilidad! A pesar de los valores positivos que con ocasión de la enfermedad hayamos podido encontrar, esto no puede hacernos perder de vista que en sí misma la enfermedad es un mal. ¡No podemos convertir la cruz en instrumento de entrenamiento deportivo! ¡Es duro que la condición indispensable para adquirir la fuerza sea el esfuerzo! ¡Es duro que para dar a luz una nueva criatura se tengan que sufrir dolores de parto, a pesar de que se olvide el dolor por el gozo de haber traído un nuevo ser al mundo! ¡Cuánto mejor sería dar a luz sin tener siquiera que olvidar los dolores del parto! Uno no puede adoptar una postura resignada ante la fatalidad de los hechos. Necesita explicaciones profundas. Pide cuentas. Y el silencio provoca, sobre todo en los primeros estadios de la enfermedad, irritabilidad y pataleo. Quien así sufre frecuentemente se vuelve introvertido y agresivo. Se aisla, al proyectar su agresividad sobre las personas que le rodean. Consiguientemente, la soledad cae sobre él como una losa que tiende a sepultarle en vida. Es 97

comprensible que desee la muerte. Pero ni siquiera eso se le concede. Tiene la sensación de estar condenado como los reprobos del infierno de La Divina Comedia de Dante que, añorando la muerte que les librase de sus sufrimientos, no se les concedía. Poco a poco se vuelve uno un rebelde. Un rebelde metafísico que vive su vida como una protesta. O como una blasfemia. "El rebelde metafísico no es en realidad un ateo ...es necesariamente un blasfemo. Sencillamente blasfema en nombre del orden, acusándole a Dios de ser el padre de la muerte y el autor de este atropello supremo" (A. CAMUS). El rebelde pone en tela de juicio el amor de Dios. Le llama al tribunal de la vida y allí le acusa de ser el sádico gozador del dolor ajeno. Le echa en cara la permisión de la injusticia, del dolor, de la enfermedad y de la muerte. Le tacha de rencoroso castigador de no se sabe qué culpas. ¡El rebelde ha perdido la confianza en el poder y en la bondad de Dios! Esta actitud de rebeldía es siempre posible cuando se experimenta el sufrimiento. El enfermo, sobre todo el enfermo creyente y religioso con una religiosidad sencilla, sabe que la enfermedad le ha colocado en una situación de tentación en la que permanentemente está acechado por la desconfianza. Sencillamente, no comprende a Dios: si Dios existe y nos ama, ¿por qué existe el dolor y el mal?; si el dolor y el mal existen, ¿por qué va a existir un Dios que nos ame? La enfermedad pone al enfermo creyente, que así vive, en situación de decidirse por Dios o contra Dios. Pone a prueba su confianza radical en Dios. El se hace una pregunta verdaderamente teológica: se cuestiona sobre Dios y sobre su presencia solícita y amorosa respecto del hombre. ¡Espera una respuesta de Dios! # # *

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Si "teólogo es aquel que descubre las huellas visibles de Dios al contemplar el dolor y la cruz" (M ARTIN LUTERO), todo enfermo está llamado a ser un teólogo. Nadie como él está cosido al dolor y a la cruz. Nadie como él necesita descubrir las huellas visibles de Dios para seguir sosteniéndose en la enfermedad sin caer en el absurdo, la desconfianza, la rebeldía o la blasfemia. Lo que ocurre frecuentemente es que al enfermo no le resultan tan visibles las huellas de Dios. Se pregunta muchas veces dónde encontrarlas. Ensimismado se pregunta por qué Dios calla, como callaba Jesús ante sus acusadores en el Sanedrín (Mt 26,63). Quizá la culpa de encontrar silencio en lugar de palabra la tenga el mismo enfermo. Está demasiado encerrado en sí mismo. Se ha vuelto incapaz de escuchar. Se ha hecho impenetrable al rocío mañanero de la Palabra de Dios, que ha descendido y ha fecundado la tierra (Is 55,10-11) y, por eso, su vida se agosta presa de la rebeldía (Is 24,20). ¡Dios no calla ante el dolor y el sufrimiento! Lo ocurrido a Jesús, que es la Palabra de Dios (Jn 1,1), su palabra definitiva para la humanidad (Heb 1,1-3), es la respuesta de Dios al sufrimiento humano. El enfermo creyente ha de estar atento a este Jesús. En él Dios le ofrece su palabra definitiva sobre todas las cosas. También, de manera muy particular, sobre el sufrimiento. Dejando su ensimismamiento, debe entrar en comunidad con Jesús y allí dejarse esponjar por la Palabra de Dios. ¡Dios no es un sádico que se goce en el dolor de los humanos! Jesús señala como causa del sufrimiento humano el poder del maligno (Le 13,10-17; 2 Cor 12,7; He 10,38). El sufrimiento no viene de Dios. Todo lo contrario, su presencia indica que allí aún no ha llegado el Reino de Dios. La curación de la ceguera manifiesta la obra de Dios y su voluntad contraria al sufrimiento de los hombres (Jn 9,1). Que los ciegos vean, los cojos anden, los leprosos queden limpios, los muertos resuciten y a los pobres se les anuncie que Dios toma su causa sobre sí son los signos, las 100

huellas visibles, de que el Reino de Dios ha llegado. Dios es contrario al sufrimiento del hombre y manifiesta su poder venciéndolo. Sí, venciéndolo. Pero no sin antes haberlo asumido. La cruz de Jesús no es la última palabra de la historia. La última palabra de Dios sobre la historia es la resurrección y la vida para siempre. A través de la resurrección de Jesús, Dios ha manifestado que el sufrimiento no tiene la última palabra en la historia del hombre. En la resurrección de Jesús Dios se manifiesta como el Salvador de toda cruz humana. En ella Dios nos ha dado motivo de esperanza, incluso contra toda esperanza. El nos hará habitar en una tierra nueva y unos cielos nuevos donde ni la muerte, ni el llanto, ni los gritos, ni las fatigas tendrán lugar para acomodarse (Ap 21,1 -4). Dios nos ha dispuesto un sitio en el banquete de la vida. ¡Un día comenzará la fiesta! La resurrección de Jesús es el signo para toda la humanidad. En él se nos ha dado motivo de confianza en Dios. En él se nos ha hecho presente el amor del Padre Dios. ¡Ahora podemos ponernos confiadamente en sus manos de Padre! La resurrección y la vida son las últimas palabras para la historia humana! Sin embargo, Dios no es un tapa-agujeros. No lo fue tampoco para Jesús. Durante su vida terrena Jesús experimentó los gozos y las penas de cualquier hombre. ¡Y muchas más! No se le ahorró ninguna experiencia humana. "Varón de dolores y experto en sufrimiento" (Is 53,3) vivió confiando en el poder y en la bondad de Dios. Creyó en la presencia del sol, aunque los nubarrones del sufrimiento cubrían su cielo. No se puso frente a Dios, aunque el trigo crecía junto a la cizaña que el enemigo sembró. A pesar de que crecían juntos, supo esperar el día de la siega para recoger el dorado trigo en los graneros y quemar en el horno la cizaña (Mt 13,24-30.36-43). No pidió explicaciones de por qué crecían juntos sino que se fió del dueño de la mies y del sembrado y esperó su intervención. 101

Como Jesús itinerante, también nosotros estamos ahora en tiempo de siembra. Y sembramos con lágrimas. Pero también para nosotros llegará la hora de la siega y entonces cosecharemos con júbilo (Sal 125,6). ¡Confiamos en la bondad y el poder de Dios que cambia el luto en danzas de fiesta (Sal 3 0,12) y trastrueca nuestro destino (J ob 4 2,1 ss) como trastocó el de Jesús en la resurrección y ascensión a su derecha! Sabemos que Dios está cercano de los que sufren quebranto de corazón (Sal 9,19). ¡Dios es nuestra roca (Sal 27,1) y nuestro escudo de refugio (Sal 94,22) en el sufrimiento! ¡Sabemos que "el amor de Dios no protege de todo sufrimiento pero protege en todo sufrimiento"! (H. KUNG) ¡Nuestra esperanza y serenidad nos vienen de la vigilante espera del día del Señor! Para mantener la paz interior hay que mirar a Jesús y adoptar sus mismas actitudes vitales. "Habéis orado, pero quizá no habéis obtenido mejoría ni curación y, por ello, os creéis abandonados. Entonces, una impresión de desaliento invade vuestro corazón y, vencidos por el sufrimiento y la tristeza, dejáis escapar una queja de vuestros labios. Mientras ella no trascienda a murmuración, vuestro Padre celestial no os reprende por ello. El os oye como un eco del lamento de su Hijo amado, a cuya voz pareció no prestar oído. Mirad, pues, a Jesús. Postrado en agonía, él había orado: 'Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz'. Pero añadió en seguida: 'Mas no se haga mi voluntad, sino la tuya'. Moribundo sobre la cruz, grita: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' Pero obediente hasta la muerte, luego exclama: 'Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu'. Pero luego, mirad el final de su Pasión, mirad a un Jesús resucitado, glorificado, beatificado por toda la eternidad. No, amigos enfermos. Vuestro sufrimiento no durará siempre. A brid vuestro corazón a la esperanza inmortal y decid con el afligido Job: 'Yo sé que vive 102

mi redentor y que yo he de resucitar de la tierra en el último día... y en mi carne veré a mi Dios' (Job 19,25-26). Escuchad al apóstol san Pablo que os enseña que los padecimientos del tiempo presente no guardan proporción con la futura gloria que se manifestará en vosotros (Rom 8,18)" (Ploxil). Quien, siguiendo las huellas de Jesús cargado con su cruz (Me 8,34), confía su vida a Dios y se pone en sus manos puede que diga muchas veces "pase de mí este cáliz". Pero no sufrirá inquietud. Podrá decir con Jesús "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo" (Mt 6,10), convencido de que la "voluntad de Dios es nuestra paz" (JUAN XXIII). Puede que, incluso, ni pida para sí la salud sino la concordia con el querer de Dios, consciente de que El todo lo dispone para el bien, de los que ama (Rom 8,28). En modo alguno se siente desgraciado. Considerando su vida agraciada por el amor y la benevolencia de Dios, puede darle gracias desde su situación, aunque todavía no se haya roto "la tela de este dulce encuentro" (SAN JUAN DE LA CRUZ). ¡Tiene la confianza de que el encuentro pleno se dará! Por eso, se pone en las manos del Alfarero que modeló la arcilla de la que estamos hechos (Is 29,16; Jer 18,6-8) y, humedecida con nuestras lágrimas de las que El se ha hecho solidario, la coció en el horno del amor de su corazón de Padre. Puesto en manos de este Alfarero, que es también el Médico que curará nuestros quebrantos, se puede beber en el presente el brebaje del dolor sin perder la esperanza, la serenidad y la paz interior. "Y dijo una mujer: Habíanos del dolor. Y él respondió: Vuestro dolor es la fractura de la cascara que envuelve vuestro entendimiento. Así como el Jruto del hueso debe quebrarse para que su corazón se exponga al sol, así debéis conocer el dolor. 103

Si vuestro corazón pudiese vivir siempre deslumhrado ante el misterio cotidiano, vuestro dolor no os [parecería menos maravilloso que vuestra alegría. Y aceptaríais las estaciones de vuestro corazón como siempre habéis aceptado las estaciones que experimentan vuestros campos. Y contemplaríais serenamente los inviernos de vuestra aflicción. Gran parte de vuestros sufrimientos es por vosotros mismos escogido. Es la amarga poción con la cual el Médico que se oculta en vosotros cura vuestro Yo doliente. Confiad, por lo tanto, en el Médico, y bebea su medicina en silencio y tranquilidad. Porque su mano, aunque pesada y dura, está guiada por la suave mano del Invisible. Y la copa que él os ofrece, aunque quema vuestros [labios, está modelada con arcilla que el Alfarero humedeció con sus lágrimas."

de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,3-4). Por nuestra parte la fortaleza paciente no es otra cosa que un gesto de amor —de amor paciente (1 Cor 13,4)— hacia Dios esperando su venida.

(GlBRAL KHALIL GlBRAÜ

Los sufrimientos del presente se hacen un signo, un "sacramento", del que participamos con Jesús en su misterio pascual, que se inició en el bautismo. Participamos de su muerte para tener también parte en su resurrección (2 Cor 4,8-12). ¡También a nosotros el Padre de todo consuelo nos confortará en la tribulación! (2 Cor 1,4) ¡"Si morimos con El, también viviremos con El; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con El"! (2 Tim 2,11-12). Mantenernos firmes como Jesús en medio de nuestros sufrimientos, poniendo nuestra confianza radical en Dios, ésta es nuestra tarea. Una tarea que exige paciencia y fortaleza en la fe y en la esperanza, ya que "la tribulación engendra paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor 104

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encuentro desde la vida

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Hay una frase de san Francisco de Sales que siempre me ha causado impresión: "El amor de Dios es más grande que lo que puedes sufrir". Siempre me ha parecido un comentario de lo que decía san Pablo: "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación?... en todo esto vencemos fácilmente gracias a aquel que nos amó" (Rom 8,35-37). ¿Qué piensas de esto? ¿El dolor que sufres pone en tela de juicio el amor que Dios te tiene o más bien lo ha puesto de manifiesto?

ANÓNIMO II En el fondo, he repetido muchas veces lo de Jesús: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya". Le he dicho también muchas veces lo del Evangelio: "Si quieres, puedes curarme". Pero el Señor en su providencia no solamente se hace el sordo —se ve que quiere probar en profundidad a la gente— sino que te rodea también de sufrimientos y angustias mortales para que el sudor de tu lucha sea aún más copioso. Uno grita y casi diríamos que desespera viendo el horizonte cerrado por las cuatro esquinas, se encrespa, se 107

retuerce, pero... todo sigue igual. A veces quisieras ver en ello a un Dios que se complace en torturar al hombre poniendo en tela de juicio blasfematoriamente la bondad de Dios, pero al fin no te queda más remedio que doblar humilde la cabeza y el mismo espinazo del alma y aceptar lo que te va viniendo, aunque te duelan las entrañas del ser. Alguna vez quieres exultar de gozo al pensar que así te asemejas a Cristo paciente, viendo en ello una manifestación del amor de Dios reflejado en ti. MANUEL. Tetraplejía. (Toledo) Aquí yo contestaría con una experiencia que a menudo he tenido con mis hijos: ¿qué hijo deja de amar a su padre por un azote o un castigo que le ha puesto en la vida? Esta experiencia me ha servido para interpretar mi propia situación. Yo soy padre y, a veces, mi amor por mis hijos me ha llevado a hacerlos pasar por trances difíciles. No porque no les haya querido, sino por todo lo contrario. ¿Por qué, entonces, iba yo a dudar, en medio del dolor, del amor de Dios? No, no he dudado. Y yo también he pensado, muchas veces, ¿quién podrá apartarme del amor de Dios? ¿El dolor? ¿La tribulación? No. De todos modos, hay momentos de debilidad corporal en que uno parece que quisiera ver lo contrario. Pero no. No podemos pensar nunca que Dios nos castiga severamente y sin amor, complaciéndose con nuestro mal.

Teóricamente, yo estoy convencido de que "el amor de Dios es más grande de lo que puedes sufrir". Pero, en la práctica, cuando el sufrimiento está al rojo vivo, no se piensa en ello, al menos, yo. No se pone en tela de juicio, en esos momentos, el amor de Dios; lo que ocurre es que no aceptas que te digan que Dios te quiere porque te hace sufrir. No creo que Dios quiera el sufrimiento de nadie. MARÍA DOLORES. Diabetes. (El Ferrol) Puede que haya momentos en que yo llore. Soy muy sensible y lloro con facilidad. Puede que haya momentos en los que yo diga también: "Dios mío, pero ¿por qué yo no soy como otras mujeres, que pueden estar gobernando su casa y atendiendo su hogar? ¿Por qué no puedo yo gobernar mi vida?" Pero no por esto me desespero. Todo lo contrario. Cuanto más enferma estoy, más acudo a Dios. Es algo casi connatural. Quizá cuando las cosas me van bien es cuando menos me acuerdo de rezar. En cambio, cuando llega el momento en que me encuentro mal, lo primero que hago es decirle a Dios: "Padre". Esto me ayuda e incrementa mi fe más todavía. Así pues, yo sé que Dios es mi Padre y que me ama. No puedo desengancharme de El. Muy al contrario: en el dolor tengo mucha más necesidad de su amor de Padre. MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife)

ANÓNIMO I Antes de mi enfermedad, el sufrimiento y el dolor los veía como aconsejables para los demás, en el sentido de que debían ofrecerlos a Dios para su propia santificación. Entonces yo no los sentía en mi carne. Más aún, siempre que podía huía de ellos. Después de pasar la experiencia de la enfermedad, me percaté de lo duro que es aceptar el dolor. Me costó horrores aceptar que Dios permitiera que una persona pudiera sufrir tanto. 108

Me preguntáis si el dolor ha puesto en tela de juicio el amor de Dios. De ninguna manera. En ningún momento se me ha ocurrido pensar que mi dolor fuera un castigo de Dios. La verdad es que... lo he merecido. Hablando en lenguaje humano, con una lógica puramente humana, lo he merecido. Yo he recibido la gracia de Dios a raudales y le he correspondido muy poco. Pero no me he sentido castigado con la enfermedad por mis pecados. Me he sentido solidarizado con la humanidad. Me doy cuenta de que el dolor humano es una de tantas 109

consecuencias del desorden, del pecado universal, que se inició allá en el paraíso. Me ha tocado a mí, como podía haberle tocado a otro. Ahora bien, yo pensaba: si esto que me ha sucedido me hubiera acontecido siendo yo un hombre sin fe, siendo yo un budista o una persona que desconociera a Jesucristo... era como para suicidarse. Ha sido precisamente la fe la que ha dado sentido a mi vida. Ha sido precisamente en el proceso más duro, en esos días álgidos en que me tentaba la desesperanza, cuando he comprobado qué bueno ha sido Dios, que quiso probar el sufrimiento sin que nadie le obligara, para poder dar sentido a todo el que sufre. Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) Estoy de acuerdo perfectamente con la frase de san Francisco de Sales. Yo también creo que el amor de Dios es más grande que mi dolor. Muchas veces, el dolor aparta a la gente de Cristo. La razón hay que buscarla en que creen que Dios manda los castigos en las enfermedades. Tienen una imagen de Dios como si fuera un sádico, que se gozara viendo sufrir a los humanos. Es lógico que rechacen a un Dios así. Una persona normal no puede amar a un sádico. En cambio, yo creo en un Dios que es Padre y que nos ama, aun a pesar de nuestro sufrimiento. El no quiere nuestro sufrimiento. El es el Dios que enjuga las lágrimas de nuestros ojos. No quiere el mal, sino que nos libra del mal. Por eso, no debemos decaer en nuestra actitud de confianza. Como Jesús en la cruz. Ponernos en las manos de Dios. Esta es la actitud que yo busco en mi vida, aunque tenga que vivir, lo que me queda de vida, con "quimios" y con paseos a Puerta de Hierro. Mi vida, también la enfermedad que me afecta, la tengo que vivir en confianza radical y en entrega al Padre Dios.

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EUGENIO. Inválido. (Barcelona) La tribulación, en muchos casos, puede ser muy grande. Pero el amor de Dios es mucho mayor porque logra superarla y vencerla. Esta es nuestra esperanza. Y esta esperanza me permite vivir con cierta estabilidad, sosiego y paz. JAIME. Inválido. (Barcelona) Yo también creo que Dios me ama. Me ama aun en medio de mi dolor humano y de mi invalidez. He tenido una fuerte experiencia de Dios que me ha llevado a convertir mi vida y a vivirla para Dios, no sólo en mi deficiencia física, en la que Dios me ha salido al paso, sino también en mi entrega a los demás, que quiero que sea un reflejo del amor de Dios que he experimentado.

ANGELA. Inválida. (Madrid) Me llamo Angela. Desde hace prácticamente cuarenta años estoy inválida por una artritis reumatoide que me surgió cuando estaba terminando la carrera de filosofía y letras. Conseguí terminarla con mucho esfuerzo, aunque después no he podido ejercer,"ya que, en aquellos tiempos, no había posibilidades de integración para un minusválido. Por lo menos yo he quedado marginada totalmente en cuanto a la adaptación profesional. Esto me ha llevado a vivir muy precariamente en el plano económico. He sufrido mucho en la vida. Sin embargo, estoy convencida de que la tribulación no debe nunca apartarnos de Cristo ni de Dios. Si confiamos únicamente en nuestras propias fuerzas, puede que el dolor nos aparte de Dios. Pero si vivimos la vida como la vivió Jesús, las cosas cambian por completo. El nos dio el testimonio de cómo hemos de vivir nuestra vida humana. Su forma de vivir se ha hecho contagiosa. Y Jesús no estuvo libre del dolor. Asumió el dolor para vivirlo en confianza. Ni quiso librar a su Madre del dolor. ¿Cómo vamos nosotros a pretender 111

librarnos de él? Nuestra fe ha de tener la suficiente fortaleza para dar al dolor un sentido cristiano. MARISA. Inválida. (El Ferrol) A mí me da mucha pena cuando veo enfermos que reniegan y maldicen de Dios. Le echan la culpa de su enfermedad. Esto les hace desesperarse y les hace renegar también de todos los que les rodean: personal sanitario, doctores e incluso los propios compañeros de habitación, como si todos tuvieran la culpa de sus males. ¡Cuánto más les valdría recapacitar y asumir su propia enfermedad, pidiendo al Señor: líbranos del mal! A lo mejor el mal no está tanto en la enfermedad, cuanto en el modo de vivirla... MARÍA. Inválida. (Madrid) A mí me hace mucha mella la palabra del evangelio: "Si quieres, puedes curarme". Me hace mella porque pienso que Jesús me curó del mal de mi enfermedad el día que le conocí a El. El día que me encontré con El y comulgué con El, ese día me sanó. Ciertamente, no me quitó la invalidez. No. Pero creo que lo que me afectaba de ella, lo que verdaderamente era un mal para mí, era el sinsentido de la enfermedad. Y este mal, que me acechaba y destruía mi paz, sí que me lo curó cuando me encontré con El. ANÓNIMO III A mí, personalmente, no me interesa conocer el origen del dolor, de la enfermedad y de la muerte. Más bien, me interesa cuál ha de ser mi actitud frente a ella. Mi modelo de identidad es Cristo. Y ¿cuál fue la actitud de Jesús ante el dolor y la muerte? Su diálogo con el PadreDios en el huerto creo que lo expresa con bastante claridad: "Si es posible, aparta de mí este cáliz, mas no se haga mi voluntad, sino la tuya". ¿Cuál es la voluntad de Dios?, ¿que suframos? Me parece que no. Su voluntad es

que no perdamos la fe y la confianza en el amor que Dios nos tiene. ¡Ni siquiera cuando el dolor se presenta en nuestra vida! En el dolor, Jesús ha cumplido la voluntad de Dios. No ha perdido la fe y la confianza en el amor del Padre. Y ésta es la actitud que hemos de tener también los que le tomamos como modelo de identidad. La enfermedad pone a prueba nuestra fe. Pero no debemos flaquear. Nuestra postura debe ser la del ladrón que está colgado al lado de Jesús: arrepentimos del mal y acogernos a Jesús. ¡Seguro que El también nos acoge y nos dice: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso"!

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¿Has dado gracias alguna vez a Dios por tu enfermedad?

ÁGUEDA. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Por la enfermedad en sí, no he dado nunca gracias a Dios. La enfermedad es un mal. Y Dios no quiere el mal. El es Padre y ningún padre quiere nada malo para su hijo. Por lo que sí doy gracias a Dios es porque a través de la experiencia vivida entre las limitaciones de la enfermedad, he podido descubrir, gracias a El, otras posibilidades, antes insospechadas para mí, que me hacen sentirme útil a mis hermanos. OCTAVIO. Tórax. (Madrid) Dar gracias a Dios por la enfermedad no he llegado nunca a hacerlo. Pero sí le he dado gracias porque, a través de la enfermedad, me permitió acercarme a El y tener el gozo inmenso de tratarle como a un amigo. Hoy considero que esta experiencia ha valido la pena. ¡Ha valido la pena el 113

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dolor de mi cruz, porque me ha redimido y ha roto el muro de separación que me apartaba de Dios! Dios es mi amigo y, cuando rezo el "Padre nuestro", lo hago como hijo de Dios, con una extraordinaria confianza filial, con una gratitud inmensa. VICENTA. Ciega desde los veintiún años. (Madrid) Sí, sí que se las he dado. Me ha costado mucho. Pero sí se las he dado y se las sigo dando, porque El, a pesar de mi ceguera, me ha ayudado muchísimo a ser persona. Por supuesto que si me ponen los ojos nuevos, mejor. Pero a pesar de mi ceguera, como he dicho, no me siento frustrada. Me siento persona. Y este sentimiento se lo debo a la luz de la fe que ha iluminado los ojos de mi corazón y me ha permitido encontrar mi misión y mi realización. Por eso doy gracias a Dios: porque me ha ayudado a que la enfermedad no me hundiera en la frustración y en la desesperación; y también porque, dentro de mi limitación, me ha dado una misión que me ha realizado como persona. AMADOR. Tórax. (Madrid) El dolor duele. Y ha habido momentos de verdadera angustia y momentos en que he dicho, como el salmo: "¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?" Momentos en que, abrumado, he dicho: ya vale. He hecho mía la oración de Jesús: "Pase de mí este cáliz". Pero también ha habido momentos en que he dado gracias a Dios porque El quiere que le responda así, desde mi cruz. Y El, para mí, lo supone todo. Por otra parte, he sentido cercana la aceptación de mis amigos y, en la enfermedad, he conocido a otras personas que también me han brindado su amistad. Esto me ha hecho dar gracias. Sí.

MANUEL. Tetraplejía. (Toledo) Siempre tenemos motivos para dar gracias a Dios, sea en la situación que sea. Nuestra vida cristiana toma el modelo de Jesús. Y Jesús vivió en permanente acción de gracias a Dios. El también padeció y afrontó la muerte. No se rebeló. Todo lo contrario. Por eso pienso que, por el hecho de estar enfermo, no tienes por qué rebelarte, sino que debes vivir en actitud de acción de gracias. Por mucho que padezcamos, más sufrió y padeció Jesús. EULALIA. Inválida ya curada. (Madrid) Sí, sí, le he dado gracias de corazón y le sigo dando gracias, porque a través de la enfermedad ha aumentado mi riqueza interior y también porque esa experiencia me está sirviendo muchísimo para mantenerme en el servicio de Dios y de los demás. MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) Muchas veces he dado gracias a Dios por la enfermedad. Porque ha sido una ocasión para descubrir, por ejemplo, que personas a las que había prestado algún servicio hacía años con unas convivencias, o en unas sencillas charlas religiosas, o a quienes había ayudado en los ejercicios espirituales y que estaban desconectadas de mí hacía tiempo porque la vida lleva su ritmo, de pronto, con esta ocasión, aparecieron —una llamada telefónica, una carta, una visita—. Realmente, fue un motivo para que yo pudiera descubrir la importancia que tiene sembrar la semilla del Evangelio, aunque no se vea el fruto. Este fue uno de los motivos que me movió a dar gracias a Dios por mi enfermedad. Otro motivo es el que se valiera de esta presencia de Jesucristo en mi vida para alentar a otros enfermos. E incluso para alentar la fe de otras personas sanas. A modo de ejemplo, voy a narrar un hecho ocurrido en mi vida. Me impresionó mucho cuando, una mañana, me llegan

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unos jóvenes que desconocía y me dicen: "¿Es usted don Miguel P. A., sacerdote?" "Sí, sí", les respondí. "Es que el profesor de religión —me explicaron— nos ha hablado de que la fe en Jesucristo es capaz de mantener con serenidad a una persona amenazada por el cáncer y hemos venido a comprobarlo". Podéis suponer mi impresión cuando oí a estos jóvenes, con su mentalidad moderna, con su ansia de comprobar signos... ¡Qué rato tan agradable pasé con ellos! ¡Qué rato más agradable! Veía en sus rostros el impacto que les producía algo que no es frecuente. Y ellos decían: "Es verdad, es verdad... Lo que en las lecciones nos decían de la fe en Jesucristo es verdad. Lo que ocurre es que no nos hemos acercado a El con interés". ¡Díganme si no es para dar gracias a Dios en estos contratiempos, que son ocasión de poder hacer el bien a otros, de poder estimular a otros, de anunciar a Jesucristo y de solidarizarse con otros enfermos! IGNACIO. Inválido. (Madrid) Ciertamente, muchas veces he dado gracias a Dios por esta enfermedad, por esta oportunidad que me ha brindado la vida para conocerle mejor a El. Esto ha sido motivo de diálogo con otras personas que no aceptaban que yo dijera esto. Pero lo digo con toda el alma, porque considero que es una realidad muy grande en mi vida. IRENEO. Obispo. Parkinson. (Toledo) Yo he dado gracias a Dios en muchas ocasiones por la ayuda médica que hoy se puede encontrar. Doy gracias a Dios porque con los avances médicos se puede llevar una vida casi normal, aun en medio de esta enfermedad. Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) Sí, yo también he dado gracias a Dios por haber pasado esta experiencia de enfermedad por la que estoy pasando. 116

Seducidos por no sé qué cantos de sirena —o susurros de serpiente, según el lenguaje del Génesis—, algunos quieren alcanzar la felicidad confiando únicamente en sus propias fuerzas.

Porque, aparte de lo que ya he dicho, he tenido la experiencia de lo que se puede ayudar a otras personas. Un día fui a Puerta de Hierro: me llamaron para hablar con una señora que estaba desesperada, llorando y nerviosísima. Su marido también estaba sofocado. Yo procuré aportar mi granito de esperanza y de fe a esa señora, y recuerdo que venía en el autobús dando gracias por la enfermedad que tengo, y por la serenidad que Dios me ha concedido. La enfermedad vivida con esta serenidad me ha dado esperanza a mí y me ha hecho capaz de compartirla con los demás enfermos.

Seglar. Varias. (Madrid) Como miembro de la Fraternidad Carlos de Foucauld, rezo todos los días la oración del abandono. Puedo decir que, al principio, lo hacía con recelo. Pero hace tiempo desde que descubrí el valor de abandonarme, de fiarme —porque nadie me quiere más que mi padre Dios—, lo hago siempre que me viene a la memoria a lo largo del día. Y de una forma que nunca olvidaré, lo hice cuando, al volver en mí, después de la última operación, prácticamente cosida a la cama, sin poderme mover, con drenajes, etc., lo primero que se me ocurrió fue eso.- "Padre mío, me abandono a Ti...". En esos momentos, ya no estaba sola. ¡Fui feliz! JUANI. Inválida. (Madrid) Muchas veces le he dado gracias a Dios en mi enfermedad. Hoy de nuevo quiero dárselas. Y se las doy porque, a través de la enfermedad, me ha hecho encontrarme conmigo misma y me ha hecho encontrarme con El. Esto es lo más importante. Pero, además, me ha hecho encontrarme con unos amigos que me han ayudado y me han hecho ver que la vida tiene sentido, que todos somos personas y que puedes contar con ellos. ¡Si esto no es para darle gracias a Dios...! Ciertamente, por el dolor no se da gracias. Yo no soy masoquista. Pero por todo eso, sí. 118

En la oración, cuando llamamos a Dios "Padre nuestro", le pedimos que se haga su voluntad, convencidos desde nuestra confianza en El de que todo lo que dispone contribuye al bien de sus elegidos. ¿Qué representa para ti esta oración?

AMADOR. Tórax. (Madrid) El contacto de comunión con Dios, la oración, es lo que me mantiene. La comunión con Dios es algo vital para mí. La oración llena mi vida. Hay una frase en el evangelio que dice: "Venid a mí, los que estáis fatigados y yo os aliviaré". Y como, para mí, la fatiga es el pan nuestro de cada día, le digo, muchas veces, al Señor: "Aquí tienes un cliente". JUANI. Inválida. (Madrid) Hay veces que no me atrevo a rezar el "Padre nuestro". Me cuesta decir el "hágase tu voluntad" cuando, poco tiempo antes, le he estado diciendo: "Si es posible, que pase de mí este cáliz". De todas formas, creo que en estas aparentes contradicciones también estuvo quien nos mandó orar así. No me parece hipocresía. Me parece el ritmo de asunción de la dificultad humana, dada nuestra pobreza y nuestra debilidad. Mi oración es el "Padre nuestro" precisamente porque creo que es la oración de los pobres. Por eso la enseñó Jesús. Los que nos sentimos pobres y débiles ante Dios no tenemos otro tipo de oración para relacionarnos con El. SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Debo decir que mi oración favorita es, precisamente el "Padre nuestro", porque deseo, en lo más íntimo de mi 119

corazón, que se haga siempre en mi vida la voluntad de Dios. Como Jesús, que no tenía otro alimento que hacer la voluntad del Padre, confiando en El toda su vida, y que también en los momentos más dolorosos de su existencia se puso en sus manos diciendo que se hiciese la voluntad del Padre y no la suya, como Jesús quiero que sea mi vida ante Dios, mi Padre. El, en su infinita sabiduría y en su amor entrañable, conoce lo que más me conviene. MANUEL. Tetraplejía. (Toledo) La oración del "Padre nuestro" es para mí la más bella y la más significativa. Refleja en sí las actitudes de humildad, de confianza obediente a su voluntad, propias de Jesús y de todos los hijos de Dios. Hágase tu voluntad y no la nuestra: así santificamos su nombre y nos ponemos en sus manos, confiando que no nos falte el pan de la gracia, que nos da la fortaleza necesaria para sobreponernos a todas las adversidades. Con esta oración, le pedimos perdón por nuestras faltas de fidelidad y queremos perdonar a los que nos hicieron el mal. De esta forma, podemos vivir una vida sana, sin caer en las tentaciones que encontramos en nuestra vida. Cuando yo viajaba camino del hospital donde recibí las primeras asistencias sanitarias después del accidente, recuerdo que me recogieron unos sacerdotes del seminario de León. Ellos, para comprobar si seguía consciente, me decían: "Manolo, ¿quieres que recemos dando gracias a Dios porque estás vivo?" Y nos pusimos a rezar el "Padre nuestro". Yo rezaba con voz de moribundo, casi apagado. Pero con una fe que fortalecía la esperanza de sobrevivir. Sobrevivir no sólo para mi recuperación, sino para poder ver a quienes más quería: a mi esposa, a mis hijos y a mis padres. MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) ¿Qué representó para mí la oración durante la enfermedad? Es posible que haya quien no entienda mi 120

experiencia: ni un "Avemaria", ni un "Padre nuestro" recité a Dios pidiendo por mi salud. ¡No os extrañe! Os explicaré enseguida. Sé que muchas personas, bastantes amigos y aun desconocidos, elevaron plegarias a Dios por mi salud. Yo, ni una petición. Y, ¿por qué? Mirad, es un convencimiento personal profundo que Dios ha dejado el mundo en manos del hombre. Es un convencimiento de que el hombre gobierna el mundo. Dios puede saltar sus normas. Pero yo no veía a Dios como un "dispensero" o como un "refugio" o "tapa-agujeros". Mi plegaria al Señor era que me diera luz y fuerza para que yo actuara como cristiano y como sacerdote en medio de aquellas dificultades y contratiempos. Sí, llegué a pedirle que iluminara a los médicos para que ellos pudieran acertar. Pedía también para que yo no defraudara al personal sanitario con mis reacciones mimosas y mis caprichos. Pero jamás se me ocurrió pedir por mi salud. Yo sentía interiormente una invitación a decirle al Señor: "Señor, suceda lo que suceda, dame coraje, dame fuerza". Cual no sería mi sorpresa... La víspera de darme de alta en el hospital pregunté al jefe de sección que me atendía cuál iba a ser el régimen a seguir, con qué frecuencia había de recibir el tratamiento de cobalto, etc. Cuál no sería mi sorpresa al oír: "Mire, hemos comprobado que tiene usted una moral especial, una postura anímica inusitada y hemos decidido, por ahora, no iniciar ningún tratamiento de cobalto". Poneos en mi lugar, amigos, y suponed mi sorpresa interior. No había pedido a Dios la salud. Únicamente le había pedido fuerza para conservarme sereno frente a aquel contratiempo. ¡Cuánto representa para uno la oración hecha en sintonía con el plan de Dios! ¡En sintonía con ese proyecto que Dios tiene de hacernos felices, surja lo que surja y suceda lo que suceda! ¿Es que los males pueden venir de Dios? ¿Cómo de Dios puede brotar la tiniebla si Dios es Luz y Amor? Por eso, mi oración era de confianza filial aun en medio del dolor. 121

Podía acogerme a El y pedirle que se hiciera su voluntad sobre mí. Estaba en sintonía con El de voluntad a voluntad.

pretendes ser medianamente bueno y aspirar a la santidad, que repetir aquello de "humillad vuestras cabezas ante Dios", que es la versión humana del "hágase tu voluntad". ¡A agacharse tocan, que pasa Dios...!

JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) La verdad es que he rezado muy poco por mi curación, porque me parecía que era muy egoísta si lo hacía. Con todo, a veces lo he hecho presionado por los que me rodeaban. IGNACIO. Inválido. (Madrid) La oración del "Padre nuestro", con la que me dirijo al Padre Dios con frecuencia, supone siempre un volver a afianzarme en ese "hágase tu voluntad". Porque, ciertamente, estoy convencido de que en el cumplimiento de su voluntad está mi felicidad y todo el bien para mi vida. INOCENTE. (Toledo) Para mí, el "Padre nuestro" es como la raíz y el origen de todas las demás oraciones. Recitándolo, me entrego al Señor en cuerpo y alma para que El disponga de mí y realice en mí su voluntad salvadora. Es el momento en que entregamos todo a Dios y todo lo esperamos de El. ANÓNIMO II Me resulta una oración "viva". Cuando, en teoría, hablamos de que "se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo", nos parece una frase brillante y hasta bonita y bien estructurada. Con todo, cambia todo el panorama cuando lo dices desde tu carne dolorida y desde las circunstancias adversas que te envuelven. Yo, personalmente, lo rezo consciente y lo admito de todo corazón. Con todo, hay momentos en que solamente tengo una actitud de resignación. No cabe otra escapatoria, si 122

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para el encuentro con Dios

i ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué la parálisis total? ¿Por qué el cáncer? ¿Por qué esta dificultad? ¿Por qué este accidente que me impedirá volver a andar? ¿Por qué morir en la primavera de la vida y marchar? ¿Por qué? ¿A quién dirigir esta pregunta? ¿A quién? ¿ A la ciencia? Ella lo sabe todo: me explicará hasta los mínimos detalles, las causas precisas de mi sufrimiento y de mi muerte, pero no me dirá por qué no queriendo el humano sufrir y morir y queriendo siempre vivir, un día no lejano se tenga que ir. ¿Por qué sufren los niños? ¿Por qué? Si no han hecho mal en la vida y van a estar tristes. ¿Por [qué? Puedo intentar no pensar en ello, mentir o mentirme a mí mismo. Pero mientras tenga un cerebro y un corazón este misterio me perseguirá. Y, cuando, llegada mi hora, yo mismo me encuentre entre el sufrimiento y la muerte ¿qué me quedará? 125

Espero que en aquella noche yo podré orar, gritándote a Ti mi Dios: "¿Por qué has apagado soles que nadie encenderá?" Y sé que, en diálogo de corazón a corazón, entenderé cosas que mi mente no puede explicar. Dios es amor. Me ama. Me sostiene. Moriré empezando a vivir para siempre de un amor inmortal Por eso, me atrevo a decirPadre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi alma, te la doy, con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos con una confianza infinita porque Tú eres mi padre. (Inspirada en "COMPRIMES" y FOUCAULD) TI Como el ciego que contigo se cruzara en el caminn pidiendo confiado: "¡Que vea, Señor...!"; como el lisiado que, lleno de fe y humilde, exclama: "¡Si quieres, puedes curarme!"; también yo mi voz me atrevo a levantar para decirte: ¡Si quieres, Señor, puedes sanarme...! Porque —y Tú lo sabes— se me hace el dolor tan cuesta [arriba... como se te hizo también a Ti, sudando, angustiado, sangre y dolor, ¿verdad, mi Cristo de Getsemaní? 126

Déjame, pues, que contigo también, comulgando con tu angustia y tus palabras, eleve al Padre mi plegaria dolorida: Si es posible, Padre, siempre Padre, pase de mí este cáliz de amargo dolor... mas no se haga mi voluntad, sino la tuya, siempre sabia y amorosa. Yo sé que lo dispones todo de suerte que contribuya al mayor bien de tus elegidos. Lo creo, Señor, pero aumenta mi fe. Lo acepto, mi Dios, pero aviva mi amor. Creo que también el dolor en tus manos puede ser creador de nueva tierra y cielos nuevos Creo ser tu amor más grande que lo que pueda yo sufrir. Y, porque creo, convertir mi sangre en redentora quiero, completando la Pasión de Cristo por la Iglesia que es su Cuerpo. Desde hoy, Señor, mi vida de dolor convertir quiero en ofrenda y oración: pues que víctima soy, hazme también altar y sacerdote, y haz de mi experiencia dolorida una misa cotidiana que se celebre en mi carne y que se diga a sí misma. III Mi enfermedad, Jesús, se hace grito y clamor del universo. Desde los valles profundos del corazón me yergo a Ti y me pongo de puntillas en silencio de esperanza. ¡Tu omnipotencia la sé de corrido...! 127

Sólo apelo a tu voluntad... ¡Si quieres! Si quieres puedes estancar todas mis hemorragias por donde se me escapa a diluvios la vida que me moja. Si quieres, puedes cerrar y coser, Divino Cirujano, las múltiples plagas que me cubren todos mis tejidos. Si quieres, puedes iluminar para siempre mis cegueras de ayer. Si quieres, puedes fundir mi debilidad y hacer moldes de perfección. Si quieres, puedes crearme de nuevo y dilatar mi espíritu bajo prismas de anchurosa holganza que sepan a eternidad. Si quieres, puedes poner fuego vivo en mis íntimas estancias a donde ninguna creatura tenga acceso. Si quieres, puedes podar mi maleza y tallos viejos y construirme entero en frescura de jardín paradisíaco. Si quieres, puedes clarificar las linfas sórdidas de mi fuente y hacerme surtidor de purísimos cristales. Si quieres, Jesús, puedes encenderme en amores después de haberme sanado. Si quieres, todo lo puedes. ¡Si quieres! Sáname, Señor, y te pondré música de estrellas. Y me hartaré de tu pan de blanquísima harina.

que, como casi siempre, empezaría a llorar o a hacerme ilusiones de mejores tiempos. Me he puesto a rezar. Surgió espontáneo, lento. Y me inundó esa paz que ahora tengo y que sólo Tú puedes dar. Tú, el paciente, confidente, puedes apoyar. En tu presencia, aun con dudas, me puedo expansionar. Con la esperanza en tu palabra, confío en tu verdad. No pienso en milagros. ¡Quiero renovarme afondo! Paralítico o ciego ¡si pudiera amar! ¡Todo cambiaría...! Señor, así, entre amigos, quisiera decirte que me gustaría ser distinto. ¡Si quieres, puedes curarme!

(ANÓNIMO II)

IV Hoy estoy solitario en mi habitación. Por un momento he creído 128

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CAPITULO IV

SOPORTO EN MI CARNE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO EN FAVOR DE SU IGLESIA

invitación a la reflexión

H

ACE bastante tiempo que algunos vigías, atentos al desarrollo de los acontecimientos históricos, otearon en el horizonte de la humanidad los signos de la alerta: la superficialidad y la masifícación estaban a las puertas de la era tecnológicamente avanzada, asediando al hombre que en ella vivía. Aseguraban que el proceso social y el ritmo evolutivo de la cultura occidental estaban conduciendo a la creación de un hombre sin tarea y sin programa de vida. La autenticidad, entendida como señorío del hombre sobre su propia vida, estaba desapareciendo. Y, en su lugar, estaba apareciendo la manipulación, la uniformación v el anonimato. Trataban de hacernos ver que, si "el hombre es la realidad constitutivamente moral" (J. L. L. ARANGUREN) porque tiene la capacidad de tomar su vida y orientarla responsablemente en el sentido en que ha determinado construirse a sí mismo, hoy estamos asistiendo a la aparición en masa de un tipo de hombre inauténtico y amoral. "¡Europa se ha quedado sin moral!" denunciaba hace años, con voz profética, J. Ortega y Gasset. Para él, la pérdida de la moral no significaba simplemente la desaparición de unas determinadas costumbres. Lo que quería decir era que se estaba perdiendo la autenticidad y el sentido de la vida. 133

El tiempo no ha desmentido sus apreciaciones sobre el desarrollo de la historia. No son pocos los que hoy experimentan una crisis de valores que les impide atisbar para sí y para los demás la línea fronteriza entre lo constructivo y lo destructivo. Ante el espectro de opiniones que se encuentran en la sociedad pluralista en la que les ha tocado vivir, se encuentran perdidos e indecisos, sin saber por dónde conducirse. Se escucha a unos y a otros, se atiende a las variadas —y, a veces, contradictorias— interpretaciones sobre idénticos hechos en el pulular de las ideologías, se escucha la avalancha del caudal informativo de medios de comunicación social y... se termina por no saber dónde está la verdad y el buen camino. Los cambios son rápidos en todos los aspectos de la vida. Se tiene una sensación de fatiga angustiosa ante la imposibilidad de tan rápida adaptación. Se tiene la impresión de fugacidad de la vida y de relatividad de todas las cosas. "El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados que, progresivamente, se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive" (GS 4). Ante estos cambios, lo que antes parecía una verdad sólida y un valor humano permanente, hoy nos aparece como una verdad parcial —si es que no como una mentira total— que no podemos seguir manteniendo, si no queremos destruir nuestra humanidad. Fácilmente se tacha de "quijotes" o de intolerantes a quienes tratan de asegurar que hay verdades permanentes y valores inmutables. "Todo fluye" (HERÁCLITO). En el zurrón de peregrino del hombre no hay vianda que no se eche a perder con el paso del tiempo. Su brújula sólo le indica que 134

"no hay camino: se hace camino al andar" (A. MACHADO). ¡Está perdido! ¡No sabe qué hacer con sus posibilidades! "Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbres los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad y, entretanto, surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravisimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus. Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos" (GS 4). Lo peor de los cambios que se producen en el momento actual es que el hombre no tiene tiempo para asimilarlos. Por eso, fácilmente se le indigestan. Azuzado por el interés de mejorar su nivel de vida, tiene siempre mucho que hacer. El trabajo se acumula y pesa sobre sus espaldas. Manipulado frecuentemente por los "slogans" publicitarios —lanzados por esos nuevos "mercaderes del templo" de la humanidad para obtener el máximo beneficio— corre 135

desenfrenadamente a la zaga de las nuevas necesidades que se le van creando. Todo se envejece y se vuelve anticuado. Es necesario renovarlo. Hay que estar al día. Y, para estar al día, hay que tener dinero. Hay que trabajar más. Hay que robar tiempo al ocio para concedérselo al negocio. El hombre de hoy, metido en ese ajetreo, no tiene tiempo para reflexionar. Ni tiempo para encontrarse consigo mismo. Tampoco lo encuentra para relacionarse con los demás. Ya la planificación urbanística de las grandes ciudades modernas supone una seria dificultad para entablar relaciones permanentes. Normalmente, uno desconoce a sus vecinos. Los amigos están distantes. Los contactos con ellos son, frecuentemente, esporádicos. Las relaciones, superficiales. El espacio disponible, escaso. La familia, nuclear. Se hacen necesarias, por muchos factores sociales, las guarderías para los niños pequeños, los internados para los adolescentes y las residencias para los ancianos. Puede que hasta el amor, entendido como entrega personal, constituya un artículo de lujo para el que tampoco se tiene tiempo. ¡Hay que actuar rápidamente! ¡Lo importante no es amar, sino "hacer el amor"! El amor ha desaparecido —si es que alguna vez existió— de las relaciones laborales y su puesto lo ha ocupado la "lucha de clases". En las relaciones laborales —en las que socios anónimos y productores se cuentan por números— todo se transforma frecuentemente en una lucha de intereses donde cada uno tira de la manta por donde puede. En esta lucha, fácilmente sucumben los más débiles a escala nacional e internacional. Y, como a nadie le gusta estar en los últimos peldaños, la lucha se transforma en violencia, unas veces estructural y otras individual. Violencia que engendra violencia y da a luz destrucción. El hombre de hoy puede así haber perdido su tiempo para reflexionar y para encontrarse verdaderamente con sus semejantes. Ha empobrecido su espíritu. Se siente perdido. Agente anónimo que se diluye en la masa. Como en el teatro kafkiano, todo el mundo es culpable de esta 136

situación, pero nadie es responsable. La responsabilidad ha desaparecido. Y, con ella, la moralidad. Se ha gestado el hombre amoral, el hombre que vive pasivamente su propia vida. Un "hombre unidimensional" (H. M ARCUSE), un "hombre masa" (J. ORTEGA Y GASSET) que, por carecer de dirección, es fácilmente manejable por otros. Un hombre que no tiene tiempo para hacerse "preguntas trascendentales" y que, cuando la vida le pregunta a través de situaciones comprometedoras, no sabe cómo salir del atolladero. La vida se hace un enigma o jeroglífico cuyo sentido no se acierta a descubrir. No es extraño que, metido en esta ratonera, el hombre padezca una profunda neurosis. La impotencia para salir de este callejón sin salida, en el que está viviendo quien estaba habituado a "los negocios de costumbre" —que dicen los ingleses— en un ambiente de masificación y superficialidad, se vuelve estado patológico que incapacita para vivir. No encuentra sentido a nada de lo que hace, ni ha hecho, y tampoco encuentra dirección para lo que hará. Se ha perdido el timón y el barco navega a la deriva. ¡Se ha perdido el sentido! ¡O, simplemente, se ha puesto de manifiesto la carencia de sentido que estaba ya en las candilejas antes de que se desplomasen los decorados! "En nuestra época, la causa más frecuente de perturbaciones psíquicas parece radicar en la falta o pérdida del sentido de la vida. ..La mayor parte de los que recurren a los servicios del psicoterapeuta ignoran que la verdadera causa de sus dificultades y de su angustia reside en una vida desprovista de sentido. Atribuyen su sentimiento de desdicha, su falta de alegría de vivir, a la desarmonía conyugal, a fracasos profesionales, a la mala adaptación social. Sin embargo, cuando se explora su alma más profunda y atentamente y, sobre todo, sin ningún prejuicio doctrinal, se descubre con bastante generalidad que el nudo del problema está en que su 137

existencia carece de sentido. Las dificultades conyugales, profesionales, sociales, se manifiestan más que como causas, como consecuencias de una vida cuyo sentido se ignora" (I. LEPP). Muchos hombres hoy están enfermos. No están enfermos simplemente en su cuerpo o en su psicología. ¡Están enfermos en su vida! Sufren una neurosis noogena de carencia de sentido. Y, a juzgar por los hechos, esta enfermedad vital avanza aún entre los más jóvenes. Atiborrados de cosas materiales, los jóvenes quieren una realidad diferente y, al sentirse impotentes para conseguirla, la sueñan. Necesitan un paraíso artificial. El consumo masivo de drogas les proporcionará el caballo para huir de la molesta realidad. El fenómeno del "pasotismo" juvenil puede ser un síntoma que puede orientar el diagnóstico de una sociedad enferma en la que el contagio de abatimiento y sinsentido puede ser un mal endémico. "El médico se lava las manos antes de empezar, todos los instrumentos están relucientes pero esto no basta. La sociedad misma está sucia y enferma, y es ella la aue, en primer lugar, necesita atención clínica y planificación" (E. BLOCH).

En su actividad misionera, la Iglesia, aleccionada por la revelación, se presenta con una respuesta de salvación y liberación (GS 12) que "devuelve la esperanza a quienes desesperan ya de su destino más alto" y sale al encuentro de "los deseos más profundos del corazón humano" (GS 21). Su respuesta no es otra que la presentación de "Cristo, el modelo, el maestro, el liberador, el salvador y el vivificador" (AG 8) de todo hombre, en quien adquiere sentido la evolución del mundo. Este es el servicio que puede prestar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo. ¡Un servicio ciertamente necesario! 138

"SÍ* el mundo tiene necesidad de justicia, si tiene necesidad de paz, más todavía y más profundamente necesidad de luz: tiene necesidad de sentido. El cristiano, si es auténtico, es el profeta del sentido" (H. DE LUBAC).

Sí, el cristiano. Todo cristiano, porque "la vocación cristiana es por su naturaleza una vocación al apostolado" (AA 2). No sólo los obispos, los sacerdotes y los religiosos. También los seglares, "porque el apostolado de los seglares, que brota de la esencia misma de la vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia" (AA 1). Quizá alguno piense que hacer apostolado es cuestión de recorrer tierra y mar para hacer un prosélito. ¡Profundo error que Jesús mismo * estigmatizó! (Mt 23,15). El apostolado, si es auténtico, surge de la misma vida iluminada que quiere comunicar la luz. Surge de "aquella caridad hacia Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado" (LG 33). Es un "ejercicio de la fe, la esperanza y la caridad" (AA 3) por el que se pretende "dar testimonio de Jesús en todo el mundo (AA 3). Uno intenta comunicar la luz y el sentido que Jesús le ha dado a su vida. Cada uno tiene su forma peculiar de comunicar este sentido. Cada uno tiene su propio estilo y su propio carisma. Pero todos los carismas los suscita el mismo Espíritu para la edificación de la Iglesia (1 Cor 12,4ss). A veces, el enfermo se puede sentir inútil. Acostumbrado al ritmo vital de moda en la sociedad de consumo, siente que al oxidarse su máquina ha quedado desplazado del engranaje. Puede que tenga la sensación de ser una pieza inservible que, incluso, impide el buen funcionamiento del resto de la máquina. Habituado a hacer y a producir, puede que ahora sienta el vacío de la inutilidad. Es posible que intente disipar estos sentimientos ocupando el tiempo con alguna distracción que le permita matar el tedio y llenar las horas de soledad. ¡Si conociera que su utilidad no está lejos de su enfermedad! 139

El enfermo creyente ha tenido tiempo de reflexionar profundamente sobre su vida. La reflexión no ha sido estéril. Ha comprendido el sentido de la vida. Ha pasado la experiencia del dolor. Si "el dolor es carne indómita" (E. BLOCH) para quien no encuentra sentido en el sufrimiento, para él ha sido motivo de esperanza en Dios por Jesús. Su vida puede ser útil a los hombres de su tiempo. No necesita hacer grandes cosas. Lo único que necesita es ser transparencia de sentido. Los hombres buscan sentido y el enfermo, con su vida, puede ser quien les aporte el sentido. Puede ser él quien haga este servicio urgente a la sociedad en que vive, particularmente a los más cercanos: su familia, los otros enfermos, el personal sanitario, las personas que le visitan, etc. Por otra parte, prestando este servicio a los hombres edificará la Iglesia y se hará un miembro activo en su misión apostólica, que podrá llegar allí donde otros, que no han pasado esta experiencia, no pueden llegar. Precisamente en su cuerpo enfermo es donde más útil puede ser. Solemos decir que la cara es el espejo del alma. Aristóteles decía que "el hombre es un ser parlante". Es un ser que habla. Pero ¡habla con todo su cuerpo! El cuerpo es el vehículo de expresión de la personalidad del hombre. El enfermo creyente manifiesta en su cuerpo —sumido en la debilidad— la fortaleza de Dios (1 Cor 1,27; 2 Cor 12,10). Y, manifestándolo, el enfermo "tiene la gran misión de la unidad de los hombres en torno a la Cruz, única salvación de la humanidad" (JUAN PABLO II). El enfermo creyente canta su esperanza en la vida y en la felicidad, que son su lote y su heredad, porque ha puesto en Dios toda su confianza. Canta con su vida un cántico nuevo, porque sabe que toda su existencia es una historia de salvación que repite la de Jesús. Como miembro de la comunidad de creyentes, canta con su vida la victoria de la Pascua en la que culmina el dolor del Viernes Santo. Cada Semana Santa salen por nuestras calles los "pasos" de madera, contándonos cómo fue el dolor de Jesús. Salen los "pasos" de nuestras iglesias. Pero, en la Iglesia, 140

quien sufre como creyente es un "paso" vivo. Vive en la confianza de que el dolor ha sido asumido en el madero de Jesús y de él ha sacado la vida y la inmortalidad. Está gritando con su vida que el dolor, la enfermedad y la muerte no tienen la última palabra de la historia. Que todos los sufrimientos de la historia no son más que detalles de la cruz que Jesús ha asumido y ha transformado para nosotros, mostrando la fuerza y el poder de Dios. Que la vida no es absurda y sin sentido, porque Dios nos ama y, en Jesús, nos ha dado motivo de esperanza. Que el camino de la Pascua pasa por todos los "calvarios" donde se levantan cruces para destruir la humanidad. El enfermo se hace así un profeta que anuncia la salvación de Dios en su cuerpo quebrantado. Es un profeta en el dolor cuya misión consiste en anunciar que, si todos somos cofrades en la procesión del sufrimiento, vale la pena que cada uno coja su vela —esa vela en forma de cruz que la vida nos otorga a cada uno— y se ponga en la fila de los que siguen a Jesús. ¡Vestido con la púrpura de su dolor y punzado por las espinas de sus males, da con su vida razón de su esperanza a quien se la pide! (1 Pe 3,15). Como discipulo de Jesús, ha encontrado en El el tesoro escondido y la perla preciosa del sentido para su vida (Mt 13,44-46). Jesús ha sido, para él, la luz que ha penetrado por sus pupilas y ha curado su ceguera (Jn 9,1-41). Como Pablo de Tarso, también él ha caído del caballo de sus propias seguridades y ha sido iluminado por la fuerza y el poder de Dios (He 9,3-4). Por eso, ahora, como el ciego de Jericó, sigue a Jesús glorificando a Dios (Le 18,35-43). Y, porque sabe que nadie enciende un candil para ponerlo en sitio oculto, sino en el centro de la habitación para que su luz se haga patente (Le 11,33), tiene que decir con san Pablo-. "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1 Cor 9,16). Está convencido de que no puede enterrar el talento que se le ha concedido (Mt 25,14-30). No puede avergonzarse de dar testimonio del nombre de Jesús (1 Tim 1,8). El fuego del amor de Dios le apremia y quisiera 141

hacerse todo a todos para ganar a algunos (1 Cor 9,22). La gracia de Dios no puede ser estéril en él (1 Cor 15,10), por eso siente en su interior la urgencia de anunciar la Palabra a tiempo y a destiempo (1 Tim 4,2).

encuentro desde la vida

Le duele el dolor de sus hermanos. Le duelen sus tinieblas. Le duele su sinsentido. Habiendo experimentado el amor de Dios en su vida, no puede desentenderse, como Caín el homicida, de la muerte de sus hermanos (Gen 4,9). ¡Tiene que amar! Como Jesús, "el hombre para los demás" (J. A. T. ROBINSON), ha de estar inquieto con las inquietudes de los hombres de su tiempo. "Los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los más pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas de los discípulos de Cristo. No hay nada verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Si el hombre contemporáneo tiene necesidad de luz y de sentido, la misión del cristiano enfermo, como miembro de la Iglesia, no es otra que la de anunciar a Jesús "Camino, Verdad y Vida" (Jn 14,5). ¡Pero anunciarlo con la propia vida!

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¿Has podido decir alguna vez como san Pablo: "Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro" (Col 1,24)?

JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) Sí fueron ofrecidos mis dolores en bastantes momentos por el bien de la Iglesia, sobre todo en los momentos más difíciles. Aquí tengo que dar gracias a las personas que me han ayudado a que así lo hiciera. Lo que quizá no puedo decir es que los dolores fueran motivo de alegría. ANÓNIMO III La enfermedad ha significado para mí un momento difícil. Un momento que puso en crisis mi fe. Una verdadera crisis de fe. Ahora me parece que tengo un arraigo más profundo y una fe más real. En este sentido, aunque no creo que me haya alegrado de mis padecimientos por la dificultad que han representado, en cuanto miembro de la Iglesia, creo que mi fe en Dios se

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ha hecho más firme y segura, aun en medio de la inseguridad. Creo que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, se ha edificado en mí por los padecimientos que he tenido que soportar. Y, en esta edificación, señalaría como factores decisivos la Palabra de Dios y la Eucaristía de cada día, que parecen como si estuviesen hechas expresamente para mí. En definitiva, creo que por los padecimientos he llegado a ser un miembro vivo de la Iglesia: una piedra viva en este edificio. ANGELA. Inválida. (Madrid) Aun en el plano puramente humano, yo no creo que nadie sufra ni goce a solas. Todos los hombres estamos influyendo unos sobre otros con nuestras actitudes y con nuestra vida. O nos construimos o nos destruimos unos a otros. O hacemos una humanidad que vale la pena, o hacemos una humanidad que no vale la pena. Todos estamos unidos por lazos de solidaridad. Aunque sea mínima mi influencia, lo importante es plantearse cómo se quiere influir, si de manera positiva o de manera negativa. En la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que está formada por hombres que sufren y gozan, ocurre lo mismo. Todos influimos en todos. Y también con nuestras actitudes y con nuestra vida influimos en la construcción o en la destrucción de la Iglesia. Yo no creo que siempre haya influido de manera positiva en la edificación de la Iglesia. Quizás mi espíritu de entrega no haya sido todo lo generoso que sería de desear. No obstante, me siento responsable en mis padecimientos de que soy miembro del Cuerpo de Cristo y soy consciente de que, unida a El, lo puedo enriquecer, mientras que si me separo de El, lo voy destruyendo.

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Algunos han puesto fin a su caminar y han dejado que el descanso en el vivir al día cure con "realismo" las heridas que las locas ilusiones de juventud dejaron en sus pies y en su alma de caminantes. Adoptan la postura inauténtica de anclarse en el presente. El hombre necesita un "liberador de la libertad" que le saque de la flnitud y rompa las amarras que le impiden llegar al ansiado puerto.

JUANI. inválida. (Madrid) Yo no estoy alegre por estar así, ni mucho menos. Pero sí que puedo decir, como san Pablo, que me alegro por los padecimientos que soporto. En ellos está presente la fe. Es muy distinto sufrir con fe que sufrir sin ella. Esto se nota. Y la gente lo capta. Yo he visto el fruto de mi actitud en medio de los padecimientos que soporto. Por eso, me he sentido redentora con Jesús. Siento que estoy haciendo su misma obra. Y, por esto, los soporto alegre. Pero, además, esta actitud debe traducirse en determinado comportamiento. Yo estoy convencida de que los enfermos podemos ser miembros activos dentro de la Iglesia. ¿Cómo? Tratando de luchar para superar nuestras dificultades y, sobre todo, en el amor a los demás. Un enfermo tiene que dar razón de su esperanza, como creyente que es. Tiene que darla en su enfermedad, en su dolor y en sus padecimientos. Y la dará en la medida que viva la fe y la traduzca en amor. El estar enfermo no le excusa de amar. En la enfermedad y en la invalidez también se puede encarnar la Buena Nueva del evangelio. Y así, encarnada la fe, revierte en bien de la Iglesia. Religiosa. (Madrid) Doy gracias a Dios porque el dolor me asemeja a El, y suplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia. A todos los que sufrís por la enfermedad o por cualquier otra causa, os digo que pongáis vuestra confianza en el Señor. El nunca puede fallar. Aunque te veas sumido en el dolor y al borde de partir de esta vida a la Vida, aunque pierdas toda esperanza de curación, si de verdad confías en El, dispuesto a cumplir su voluntad, te digo, por propia experiencia, que se experimenta un gozo y una paz que supera todo dolor y todo bien de este mundo.

Os digo, con toda sinceridad, que bajo ningún concepto me siento inútil. ¡Soy la mujer más feliz! Y os invito a que viváis vuestra enfermedad con esa alegría, con esa paz y, sobre todo, con esa esperanza en Cristo, que nunca falla. Seglar. Varias. (Madrid) Procuro vivir íntegramente un estilo de vida cristiana, esté donde esté, sobre todo en lo que toca al amor. ¡Quiero querer! Y sufro mucho cuando los demás no se dejan querer, bien porque no me aceptan o porque no descubren mis motivaciones. Este es mi motivo de gozo en todo momento. También en la enfermedad. Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) Yo no soy san Pablo, ciertamente. Sería pretencioso por mi parte compararme a él. Pero mi motivación también es entregarme por el bien de la Iglesia en todo momento y también en mi enfermedad. Lo que ocurre es que cuando acaban de darme una sesión de "quimioterapia" me siento muy triste. Pero entonces no soy yo misma. Porque cuando reflexiono, estando a solas o haciendo cosas en la cocina, entonces sí que me alegro de sufrir una cosa de éstas y le doy gracias a Dios. JOSÉ MARÍA. (Madrid) En mi vida he sufrido poco. No he llegado a los padecimientos de san Pablo. Pero lo poco que he sufrido se lo he ofrecido al Señor por el bien de la Iglesia y, sobre todo, por el bien de los enfermos. Tengo conciencia de que esto es provechoso y fomenta la fraternidad y el espíritu misionero. Yo sufro y me hago hermano de todos los que sufren por cualquier causa. Y, con ellos, espero que se acabe el mal y el pecado, y que todos formemos una Iglesia con un solo Espíritu en un solo Cuerpo: el de Cristo. Soy consciente de que, de la misma manera que el pecado

de un miembro del Cuerpo de la Iglesia la mancha y arruga a toda ella, lo mismo el espíritu de penitencia de uno de los miembros revierte en bien de todos. Por eso, vivo los sufrimientos de mi enfermedad con este espíritu de penitencia. Y estoy contento porque así contribuyo al bien de la Iglesia.

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Tu fe vivida en la enfermedad, ¿ te hace sentirte apóstol de los que están contigo: los otros enfermos, la familia, el personal sanitario que te atiende...?

OCTAVIO. Tórax. (Madrid) Sí, me siento apóstol de los que me rodean.- de los enfermos (¡qué más quisiera yo que mi sufrimiento sirviera, con la ayuda de Cristo, para la salvación de mis compañeros!), del personal sanitario y de mi misma familia. También de la familia, aunque ya es cristiana. ¡Han hecho tanto por mí...! En una enfermedad tan larga como la nuestra, la familia te ayuda mucho. Notas que es necesaria su presencia para soportar la parte dolorosa de la misma. Yo quisiera, en recompensa de tanto desvelo, inculcarles mi fe y transmitirles la esperanza con que yo soporto mi enfermedad. De todas formas, tengo que reconocer que me siento bastante incapaz. FRANCISCO. Hemiplejía. (Sevilla) La cuestión del apostolado hace ya tiempo que me preocupa. Antes de la enfermedad ya tenía inquietudes en este sentido. Y ahora que he caído enfermo, me examino sobre este punto para ver si he decaído en esta situación 48

límite. Pienso que todo cristiano, cualquiera que sea la situación en que se encuentre, es un apóstol. No me ha gustado el proselitismo, ni me ha gustado ir corriendo detrás de la gente. Siempre me ha gustado la libertad y el que cada uno pueda pensar a su manera. Una cosa es el apostolado y otra la manipulación de las conciencias y la pesadez. Y, a veces, hay quien lo confunde. Mi mujer trata con todo el mundo, y tengo que reconocer que ella tiene muchas más iniciativas que yo. No obstante, si he de hacer una valoración de mi labor apostólica en la Ciudad Sanitaria de Sevilla, creo sinceramente que el saldo no es negativo. Mí apostolado ha consistido, sobre todo, en actuar como cristiano y, a veces, expresar mi criterio cristiano en algunos momentos de diálogo con otras personas. Este ha sido fundamentalmente mi apostolado. Estoy convencido de que hacer apostolado no es cuestión de moverse mucho o de grandes cosas. Considero que hacer apostolado es comunicar a Cristo. Y a Cristo se le comunica en la medida en que se le vive. Por eso, mi preocupación fundamental era vivir a Cristo. Conformar mí vida y mi mentalidad con la suya. La gente que pudiera encontrarme querríaquevieraeimitaraaCristo. Con un Cristo vivo. Digo con un "Cristo vivo" porque hoy casi todo el mundo es cristiano. Pero su cristianismo afecta, frecuentemente, poco a su vida. Es como una hoguera que está llena de cenizas que impiden que el fuego arda con ímpetu. Ante todo, he tratado de vivir cristianamente. Durante el tiempo que he estado en la Ciudad Sanitaria pedía la comunión, porque estoy convencido de que la vida cristiana hay que alimentarla con los sacramentos y, en especial, con el Pan de Vida. Recuerdo la impresión que causó a otro compañero de habitación, al principio, cuando estaba en la sala de cirugía, cuando venía el sacerdote a darme la comunión. El no practicaba los sacramentos. Pero guardaba respeto ante ellos y estuvimos conversando varias veces sobre la eucaristía y la vida cristiana en general. Lo mismo me ocurrió cuando me trasladaron de habitación.

También recuerdo que, estando yo en recuperación con un compañero que tenía la misma enfermedad que yo, después de varias conversaciones, bajamos juntos a la capilla, mejor dicho, nos bajaron en el carrito. Sinceramente, tengo la impresión de que comportándose sencillamente como cristiano, en momentos graves de la vida, como el que a mí me ha tocado vivir, se ejerce un influjo apostólico grande. Puede que tu vida sirva de cauce para hacer presente a Cristo y para ser una llamada a la conciencia. En este sentido, por estar enfermo y tratar de ser un enfermo cristiano, creo que he dejado una labor apostólica. He hecho labor de Iglesia. Y he ofrecido mis sufrimientos por las necesidades de la Iglesia y las intenciones del Papa, que es quien creo que mejor conoce sus problemas más graves y acuciantes.

madurar, me han dado un fondo de personalidad que me ha impulsado a navegar contra corriente. Eso me ha dado plenitud y ha fortalecido mi interioridad, tanto humana como cristianamente. ANÓNIMO II Yo siempre he querido llevar en silencio y humildad mi cruz, mi enorme cruz. Esta atmósfera de silencio y humildad creo que será para cuantos me rodean un trampolín para pensar en Dios. Así pienso y así le pido al Señor. Me acuerdo, a este respecto, de las palabras del profeta: "Vuestra fuerza está en el silencio y la esperanza". Desde aquí me siento apóstol en mi enfermedad. Convertir la pasión en acción, ¡como Jesús! MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife)

JESÚS. Casado y con hijos. Varías. (Sevilla) La fe vivida en la enfermedad me hace sentirme apóstol, porque indudablemente estoy más cerca de Cristo y en contacto con Dios. Creo que, si yo estoy unido a Dios y en contacto siempre con El, de mí emana cierta gracia que mana de El, aunque no tenga explícita intención de ser apóstol, que puede servir para la edificación de los demás.

IRENEO. Obispo. Parkinson. (Toledo) No podemos olvidar también que se puede ser apóstol estando invalido. Podemos ejercitar el apostolado de la oración, la asunción del sufrimiento, que es lo que le da valor, y la vinculación a la Pasión del Señor. No hay que cesar en la vida apostólica. En lo único que hay que cesar es en unas actividades normales y concretas, para pasar a otra clase de actividades espirituales, donde se encarne la fe cristiana. Para mí, una de las lecciones más positivas de la enfermedad es que el dolor y el sufrimiento me han hecho 150

¿Que si la fe vivida en mi enfermedad me hace sentir apóstol de los que están conmigo, sobre todo de los enfermos...? Por supuesto. Prácticamente, la única misión que tengo es la de consiliario diocesano de la Fraternidad Cristiana de Enfermos y Minusválidos. El poco tiempo de que dispongo lo aprovecho, siempre que tengo oportunidad, en reuniones o en visitas particulares, para transmitirles esta vivencia personal: que el enfermo o el que padece una deficiencia física no debe sentirse mal querido u olvidado por Dios. Y es que me duele mucho que la gente enferma se sienta castigada u olvidada por Dios precisamente por su enfermedad. Claro es que de antaño hemos oído: "Si eres bueno, Dios te protege", "sé bueno para que Dios te haga feliz". Todo esto me parece un poco de comercio: si uno le hace caso a Dios, Dios le resuelve los problemas. Me da mucha pena de que la gente tenga esta visión tan "comercial" de la religión y de su trato con Dios. No es extraño que, cuando llega el dolor y la enfermedad o la invalidez, se piense en un castigo de Dios y en una separación de Él. Por eso, quisiera que los enfermos^ los minusválidos se 151

liberasen de esa trampa. Que pensaran de una vez que el mundo es autónomo, que tiene sus leyes y que Dios lo ha dejado en nuestras manos. Quisiera que pensaran que Jesús, el Hijo amado del Padre, su predilecto, no se libró de la pobreza, del sufrimiento, de los desplantes, de las calumnias y de todo lo adverso. Sino que lo afrontó todo como cualquier hombre, y se fio del amor de Dios a pesar de todo eso, esperando de El la salvación de todo eso. Es Jesús el que va delante de nosotros, iluminándonos para que no caigamos en la trampa.

Casada y con hijos. (Madrid) Estoy encantada con el personal sanitario que me atiende en Puerta de Hierro, pero no he hablado nunca con ellos de la fe. Pero yo no vivo en el sanatorio, sino que estoy en casa, con mi familia. Ahí es precisamente donde me siento apóstol siempre. Me siento miembro de la Iglesia. De esa "Iglesia doméstica" que dijo el Concilio Vaticano II que era la familia. (N.B. Este testimonio lo tomó su marido acompañado de sus hijos en reunión familiar).

MARÍA. Inválida. (Madrid) Tengo una experiencia bien reciente. De hace un año, en la clínica "La Paz". Estaba ingresada después de una operación. Como ya llevo bastante pasado y un largo camino de vida de oración, veía las cosas con bastante serenidad. No me quejaba mucho. Aguantaba el dolor. Un día, el jefe de planta me dijo que los otros enfermos se fijaban en mí y se admiraban de que yo no me quejara. En este sentido, creo que soy apóstol. Para serlo, no se requiere hacer grandes cosas. Se trata de hacer cosas sencillas. Muy sencillas. Pero que hacen que la gente, los que están a tu lado, se cuestionen, se pregunten por qué reaccionas así, ¡con lo que tienes! Puede ser que, entonces, tengas oportunidad de anunciar a Quién da sentido y fortaleza a tu vida. 152

VICENTA. Ciega. (Madrid) Ya dije antes que quería ser misionera y cómo he ido integrando mi enfermedad en mi vocación. Creo que, con la gracia de Dios, sí que he ayudado a bastantes personas a descubrir la Luz y les he ayudado en el camino de la vida. No porque sea yo, sino porque Dios se ha valido de mí. Por otra parte, quiero añadir aquí que pretendo que mi testimonio sea de alegría y esperanza. Trato de que la alegría salga a flote en mi voz. Es un talento que he recibido y que pongo al servicio de los enfermos. Ellos, cuando ven mi alegría, dicen que por qué canto. Es una forma, un medio, para llevar a Cristo a los demás, que es mi misión en la vida.

EULALIA. Inválida ya curada. (Madrid) Siempre he considerado que mi apostolado estaba en poner mi granito de arena para ayudar a los enfermos. En un principio, como fisioterapeuta, trataba de vivir la caridad con los enfermos. Después, cuando yo misma he estado enferma, compartiendo con otras personas la habitación, les he ayudado en lo que he podido: les he enseñado a hacer ejercicios respiratorios, les he leído un libro o, simplemente, les he escuchado. Siempre con limitaciones porque yo tenía asma. Mi apostolado ha sido la caridad y el servicio. En mis conversaciones trataba de descubrirle a cada uno sus mejores cualidades para el servicio de Dios. Mi oración, repetida incesantemente, ha sido: "Cristo Jesús, ayúdame y ayúdale también a él". No creo que se requieran grandes cosas para hacer apostolado. Soy seglar y mi apostolado es también seglar. De todos modos, tengo también otra experiencia que quiero contar. Había una vez en mi habitación una enferma con la que pude hablar más. Esta enferma estaba angustiadísima en su enfermedad. Había tenido fe y la 153

había perdido hacía doce años. Yo pude comunicarle mi experiencia de fe y, francamente, la enferma volvió a recuperar la alegría. EUGENIO. Inválido. (Barcelona) Hace años que vivo en un movimiento apostólico de la Iglesia. Creo que en este movimiento he recibido mucho y he dado mucho. He enriquecido muchísimo mi convivencia y me ha hecho orientarla de cara a Cristo y a la vida cristiana.

puedan salvar a nadie. El único que salva es Jesús. Su cruz y su resurrección. El, asumiendo el sufrimiento de la cruz, ha vencido el dolor y la muerte. Desde entonces, el sufrimiento ha cambiado de signo. Ya no es algo definitivo en la historia del hombre. Es algo pasajero. Se puede aceptar en un gesto de sumisión al Padre. Es la forma de vivir el dolor y el sufrimiento como humildad ante Dios lo que me santifica. Es la forma de llevar la cruz como la llevó el Señor, lo que santifica a todo cristiano. TRINI, inválida. (Madrid)

3

¿Sientes que tu sufrimiento es salvador para ti en la medida en que te configuras con Cristo paciente y que, si sufres, tu dolor puede ser consuelo y salvación para otros? (cfr. 2 Cor 1,6)

Soy consciente de que Cristo sufre en todos los hombres que sufren. El ha querido asumir el dolor de todo hombre y de todos los hombres. Por eso, pienso que también ha asumido mi dolor y lo ha salvado. Esto me lleva a vivir con El mi dolor y a descubrirle en el dolor de los que me rodean. JUANI. Inválida. (Madrid)

ANÓNIMO II Esa es mi meta y ésta es mi ilusión y esperanza. De los hombres me cabe esperar ya muy poco. Quiero convertir la situación de enfermo por la que paso en una situación de salvación para mí identificándome con Jesús que sufre y, a la vez, ¡bendito de mí!, en salvación para otros. Así me vuelvo misionero. SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Yo nunca he visto mi sufrimiento como un factor necesario o importante para la salvación del mundo. Dios no necesita el sufrimiento de nadie. Ni se goza en él. Dios - enjuga las lágrimas de nuestros ojos. Por otra parte, yo no creo que los propios méritos, sean del tipo que sean, 154

Yo también siento que mi sufrimiento es salvador. Me estoy salvando con mi sufrimiento porque me hace pensar en mí misma, en mis propios pecados, con los que he contribuido a acrecentar el mal, el dolor y el sufrimiento en el mundo. Me siento sufrir con un mundo al que yo he hecho sufrir. Y me arrepiento, y me pesa, y pido perdón al Señor de todo el mal que he hecho. Además, me dan ganas de ser cada día un poco mejor de lo que soy. En este sentido, siento que mi sufrimiento me salva a mí y a los otros. Me siento querida, salvada y aceptada por Dios en mi sufrimiento.

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MARISA. Inválida. (El Ferrol) Hay un testimonio que yo recuerdo con muchísimo cariño de tiempo ya lejano, cuando yo tenía dieciséis años. El sufrimiento puede representar una situación de salvación para la persona que lo padece. Puede representar una situación apta para la conversión y la entrega al Señor. Estaba yo entonces ingresada en un centro hospitalario. Allí llegó una chica gallega que había recorrido mucho mundo. Había estado por toda Europa y por América del Norte y del Sur. Esta chica, que, desgraciadamente, había llevado una vida nada recomendable, se vio enferma y volvió a su tierra. La ingresaron en el centro sanitario y le descubrieron un tumor maligno en el hígado, aunque ella no lo sabía. Este centro sanitario estaba regido, aparte de las enfermeras y los médicos, por religiosas dominicas. Había un capellán, también dominico, ya mayor, muy majo, buenísimo. Un señor que irradiaba espiritualidad. Esta chica se portaba muy mal con todo el mundo: con el personal sanitario, con las religiosas y hasta con sus mismas compañeras. El capellán iba de cuando en cuando a decirle: mira, tu mal es un mal del cuerpo, pero tú tienes dañado el espíritu y, cuando sanes éste, verás cómo mejoras también en tu mal corporal. Pero ella no aceptaba nada. Se portaba groseramente con él y también con las compañeras de habitación. Cuando se enteró de la enfermedad que tenía y de que tenían que intervenirla quirúrgicamente, se fue apartando y aislando. Aparte de que, como era muy descortés con todo el mundo, nadie le hacía caso. Rehuía todo tipo de trato y se iba muchas veces a los servicios a llorar. Yo era muy niña, pero me daba mucha pena de ella. Siempre he sido muy sensible, y lo sigo siendo. Tengo la sensibilidad a flor de piel. Yo la veía, me daba mucha pena e iba a hablar con ella. Ella se sinceraba conmigo. Y yo le decía siempre: ¿por qué, lo que me dices a mí, no se lo cuentas a sor Martina —que era una monjita joven encantadora— o al padre Nicolás? Pero ella no me hacía ningún caso. Se operó sin haberse preparado. Después de la operación estuvo 48 horas muy grave. Cuál no sería la sorpresa de todos, cuando mandó llamar al capellán y le pidió que la 56

confesara. Poco a poco se fue recuperando, Y cuando empezó a levantarse pasaba horas haciendo oración en la capilla.

para el encuentro con Dios

No he vuelto a saber más de ella. Posiblemente haya muerto. Pero la enfermedad le sirvió para enfrentarse consigo misma y para encontrar a Dios. Encontró la salvación en su enfermedad. Además, a mí este hecho y otros que he vivido me han enseñado que en nuestra enfermedad, en nuestro sufrimiento o en nuestra minusvalía, cualquiera que sea, podemos ayudarnos soportándonos y aguantándonos nuestras impertinencias. ¡Que todos las tenemos! Yo también. Así podemos ayudarnos un poquito a tener un pedacito del Reino de Dios.

i ¿Qué quieres, Señor, que te diga y Tú no sepas? La enfermedad y el dolor me parecían una tenaza reduciéndome a la impotencia. Y despertó la desesperación y hasta la rebeldía en mí... Pero Tú sabes, Señor, dar siempre tiempo a nuestro tiempo. Y hoy estoy ya celebrando tu victoria en mi carne flaca [y débil. Y ¡qué paradoja, Señor, que este triunfo se fuera preparando por los caminos de mi impotencia! Te había visto un Dios exterior, lejano y ausente. No, hoy ya no: ¡gracias, Señor! Más que un "stop" en mi camino, mi dolor ha sido y está siendo una senda segura hasta mí mismo; o, mejor, hasta Ti. Porque dentro de mí te estás hoy revelando Dios sorprendente, íntimo, confidencial y siempre [providente... Crucificado me siento, sí, Señor; pero como Cristo, tu Hijo, con El y por El, quiero el dolor en gracia convertir, y quiero su Pasión complementar por la Iglesia, su Cuerpo... Siervo tuyo soy; heme, pues, aquí. Y cúmplase tu voluntad en mí.

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II Es verdad, Señor: ¡cuan pocos son los que llegan a darte gracias por la enfermedad! Pobres seres humanos, se nos hace difícil comprender el misterio de gracia y de luz que habita en el dolor y en toda cruz. Se nos hace difícil adivinar tu irradiante presencia en el centro del sufrir. No, no es que nos pidas las cosas disfrazar para ver luces donde todos ven tinieblas. Sabemos que el dolor, con fe o sin ella, hace y hará siempre llorar a los santos y a los pecadores. Lo que nos pides es, más que cansada y simple resignación, nuestra libre y amorosa aceptación.

Con tu Viernes Santo, Señor de todos los dolores, nos has enseñado también que la libertad no es sólo escoger el gozo que anhelamos sino, sobre todo, aceptar con amor el sufrimiento que nos sale al paso. Hoy, pues, en nombre propio y en nombre de los enfermos, mis hermanos, quiero darte gracias, Señor; ¡gracias por habernos revelado el sentido redentor de toda cruz!, ¡gracias porque, de nuestra carne crucificada, haces nacer una bendición sobre los hombres! Y ¡gracias, Señor, de todo corazón, porque, con tu gracia, nuestro largo Viernes Santo agranda y completa el tuyo, preparando así nuestra Pascua sinfín! Y, como última súplica, buen Dios, la de las hojas otoñales 160

con vocación de Pascua: que nuestra caída final tenga la gracia de un vuelo... III Mirando la tarde del Calvario, me sobrecojo y me lleno de estupor. Aquella tarde, el cielo se cubrió de nubes y la luz tuvo que apartar la vista. La tierra guardó silencio para que se pudiera oir mejor tu Palabra, la única palabra inocente. La muerte tuvo que esperar hasta que todo se hubiese consumado. Todo fue lento... solemne... ¿Qué pudo faltarte? No acabo de comprender eso de que mi sufrimiento complete lo que falta a tu pasión. ¡No sé qué más pudiste hacer por nosotros! Lo que si sé, Señor, es que mi enfermedad me asemeja a Ti, hombre de dolores y acostumbrado al sufrimiento. Lo que sí sé, Señor, es que tu dolor ha sido mi maestro y en el que he aprendido a encontrar sentido en mi fqueb Lo que sí sé, Señor, es que el mundo está necesitado de sentido en su dolor y de luz para su humanidad. Quiero, Señor, para llevar tu al corazón del en las oscuras

y me ofrezco luz, que es la mía, mundo que se anega aguas del sinsentido.

CAPÍTULO V

VENID, BENDITOS DE MI PADRE, PORQUE ESTUVE ENFERMO Y ME ASISTISTEIS

invitación a la reflexión

H

OY la medicina ha conseguido victorias que coronan de laureles los esfuerzos de tantos como han dedicado su vida a la lucha contra el dolor, la enfermedad y la muerte. Los avances técnicos han hecho progresos que han tocado a retirada ciertos males endémicos de la humanidad. ¡Si aquellos "galenos" de sangrías y sanguijuelas se introdujeran en nuestros modernos "palacios tecnológicos de sanidad", puede ser que quedaran avergonzados de sus métodos y formas de hacer, o quizá altamente gratificados porque sus esfuerzos se han visto continuados tan constructivamente para bien de los hombres! Lo cierto es que la ayuda que podía prestar la medicina hasta mediados del siglo XIX era bastante escasa. Los hombres tenían que acostumbrarse, quisiéranlo o no, al sufrimiento durante su vida y a la muerte prematura. La mortalidad infantil alcanzaba índices elevadísimos. La vida media del hombre era corta. Las condiciones sanitarias, precarias. Las intervenciones quirúrgicas, primarias, dolorosas y, en buena proporción, inseguras en sus resultados. El instrumental médico era rudimentario. Y la farmacopea, artesanal... Eso sí: normalmente, el enfermo y el moribundo estaban asistidos por familiares y amigos que trataban de proporcionarle una ayuda atenta y afectuosa y le preparaban, si llegaba el caso, a los últimos acontecimientos antes de partir para el más allá. 165

En cambio, hoy, la medicina ha experimentado un extraordinario progreso. Gracias a la medicina preventiva, se han erradicado infinidad de epidemias que antes diezmaban las poblaciones. La vida media del hombre sobre la tierra se ha visto prolongada gracias a la vigilancia y atenciones sanitarias permanentes. El índice de mortalidad infantil ha descendido vertiginosamente. Las condiciones de salubridad constituyen hoy una preocupación política de casi todos los gobiernos del mundo. Con las técnicas analgésicas se ha disminuido el dolor. Un equipo instrumental sofisticado obra en poder de médicos especializados que pueden seguir con precisión las constantes vitales de los enfermos y formular con más exactitud que antes la diagnosis de la enfermedad, aplicándole para su tratamiento un variado espectro del arsenal de los productos farmacéuticos. Se intenta la mejora progresiva de la especie humana con técnicas biológicas y eugenésicas, como la inseminación artificial, la reproducción clonal y la ingeniería genética, cuyos resultados se prevén como verdaderamente revolucionarios. Los trasplantes de órganos —sobre todo de órganos sencillos y vitales— ofrecen perspectivas inusitadas a la medicina actual. Las técnicas de reanimación y de hibernación hacen pensar en una batalla ganada a la muerte... Cualquier persona amante de la humanidad no puede por menos de alegrarse de estos avances de la tecnología. Ha de dar la bienvenida al progreso. Todo progreso supone un enriquecimiento para el hombre. "Por el progreso, logra el hombre un aumento de libertad, no solamente porque en la medida en que domina el mundo por la técnica se libera de los límites impuestos por el determinismo del mundo al campo de sus decisiones libres, sino también —y sobre todo— porque en su obra de transformar el mundo desarrolla y expresa el potencial inexhausto 166

de su espíritu, se conoce a sí mismo más profundamente, se hace más capaz de autoposesión, más consciente de sí mismo" (J. ALFARO). Si, además, se consideran los resultados positivos de estos avances, particularmente en el campo de la medicina, todo hombre sensato se alegrará por su llegada y unirá sus esfuerzos, en la medida de sus posibilidades, para que el proceso continúe. Pero, sin embargo, si es verdaderamente sensato y no ingenuo, caerá también en la cuenta de que los problemas no han desaparecido por la presencia del progreso. El optimismo del siglo pasado con relación a la "era industrial" debe ceder su puesto a la responsabilidad. No se puede pretender dejar el mundo en manos de la dictadura técnica. No se puede creer que todo progreso técnico traiga aparejado, sin más, un auténtico progreso humano. "Los progresos (técnicos) pueden ofrecer, como si dijéramos, el material de la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo" (GS 35). Se requiere que el hombre ponga esa materia a su servicio para conseguir un mundo auténticamente feliz y no la caricatura que describía A. Huxley. Para conseguir que la técnica no sea un Moloc ante la que el hombre sacrifica a sus hijos. La historia más reciente tiene ya bastante experiencia de estos sacrificios. ¡Y no sólo en los "campos de exterminio" nazis! Allí se realizaron experimentaciones escalofriantes con los hombres: los degradaban de su dignidad y se les reducía a simples "conejillos de indias". Pero no sólo allí. Las revistas científicas han notificado que en la misma universidad de Milán se realizó la terrible experiencia de administrar a niños recién nacidos los vapores de un determinado insecticida; que en Estados Unidos, de cada seis operaciones, una es inútil y que cada año son intervenidos sin necesidad tres millones de norteamericanos, de los cuales mueren unos 10.000. En Francia se ha hablado de que el 25 por 100 de las intervenciones quirúrgicas son también innecesarias (J. GAFO). ¿Qué decir 167

de la propuesta de H. Müller, que hacía, en el Congreso de Genética de Chicago en 1966, de la selección de hombres de óptimas cualidades físicas y mentales, cuyo semen fuese conservado en "bancos" para la mejora de la especie? ¿Qué decir de esa prolongación de la vida por medios artificiales que no es otra cosa que una prolongación de la agonía que "degrada al hombre a la condición de un mero ser sensorial adiestrado o de un autómata viviente"? (Pío XII). Sin llegar a estos extremos, la técnica sin corazón ha conducido a serios problemas. La terapia actual se ha cargado de anonimato, sobre todo en las grandes "ciudades sanitarias", como reflejo, quizá, de las grandes ciudades en las que se instalan. "El médico especialista dispone en los modernos hospitales de un excelente equipo instrumental. Cuando a uno de estos modernos palacios clínicos llega un enfermo necesitado de un examen profundo y una curación radical, tiene que someterse a variadas y numerosas visitas de médicos especialistas, servidos por sus correspondientes instrumentos, cuando, por desgracia, no es el médico el que está al servicio del instrumento. Añádase a esto la incomodidad de los trámites burocráticos más complicados, a cuyo servicio hay una nube de empleados, atentos a recoger los datos del paciente en una estadística minuciosa y a controlar con toda precisión la observación de los signos diagnósticos más pequeños. Así, el gran hospital moderno —el que en la actualidad funciona—, con su perfecto equipo de aparatos y su gran número de médicos especialistas, presenta tales modalidades que le tornan al médico difícil realizar, de un modo cristiano, el antiguo ideal de filantropía, estableciendo con el enfermo unas relaciones cordiales, amistosas y hasta fraternales. En cuanto al enfermo, en medio de tanto especialista, de tanto aparato y de tanta meticulosidad, se siente en 168

cierta manera como abandonado, casi aprisionado, a menos que un médico o una enfermera se encarguen exclusiva y especialmente de él" (B. HARING). Este anonimato llega a su culmen, quizá —cuando los asistentes son puros técnicos sin humanidad— en las unidades de cuidados intensivos, donde van a parar los enfermos más graves. Terminar los días allí puede ser trágico, si se carece de humanidad: en un aislamiento total y aséptico, con tubos en todos los orificios, agujas en las venas, en espera de emitir el último aliento. Todo hace que el sufrimiento que precede a la muerte sea más temido que el desenlace final, que viene a significar un período de paz después de una gran batalla librada con los medios técnicos. ¡No cabe duda: cuando la técnica pierde el corazón se transforma en enemigo del hombre! Uno se siente objeto. Un número: es el enfermo de la habitación número... Se siente una máquina estropeada que hay que volver a poner a punto para seguir produciendo como pieza del engranaje social. En estas condiciones, no es extraño que el enfermo se pregunte con frecuencia: ¿Quién se ocupa de mi persona en medio de las placas, los análisis y las sucesivas tomas de temperatura? ¿Quién se preocupa de mí en lugar de ocuparse únicamente de mi arreglo? ¿A quién le importo yo realmente? Quien asiste al enfermo debería pensar que no está asistiendo a la enfermedad, sino al enfermo. ¡Y el enfermo es una persona! Una persona que necesita un trato personal basado en el respeto y en la atención. Necesita socorro y cercanía afectiva, aunque ésta venga manifestada únicamente por un silencio elocuente o por una mano que apoya y sostiene. Necesita que se le atienda a superar físicamente su enfermedad, pero también necesita que se le ayude, mientras la enfermedad perdura, a dar respuesta a los interrogantes humanos que la acompañan. Necesita que quien le asiste se trague su "compasión" humillante y su 169

paternalismo. Necesita la confianza para sentirse persona. Necesita que, dentro de un clima de solidaridad, se le respete y se le atienda desde su propia idiosincrasia. ¡Necesita que se le trate con amor! "Hay un antiguo proverbio chino que dice: si quieres amar a otro, has de comenzar por perdonarle que sea otro... En todas las maneras de ayuda, existe constantemente el peligro de que aquel que ayuda, haga de sí y de sus propias convicciones la norma del auxilio, aun cuando teóricamente sabe muy bien que esa norma debe venir determinada por las necesidades reales del paciente. Por eso es muy importante el decir, en este contexto, expresamente, que la paciencia de concederle a otro el que sea él mismo, constituye un dato fundamental e ineludible" (SPORKEN). Cuando el médico asiste a un enfermo, debería hacer una cura de humanidad para sí mismo. Debería pensar, antes de utilizar ninguna técnica, que debe ayudarse a sí mismo en este sentido. "Médico, ayúdate a ti mismo: así ayudas también a tu enfermo. Sea tu mejor ayuda que él vea con sus ojos a quien se sana a sí mismo" (F. NIETZSCHE). Creo que esta recomendación no le vendría mal a cualquiera de los que tratan con enfermos y les asisten en su enfermedad. A ellos, en la escuela del trato, se les debería pedir una asignatura decisiva: la de ser experto en humanidad. Cuando se recibe un tratamiento verdaderamente humano, en el que se aprecia la solidaridad, es fácil considerar esta asistencia como una bendición que pone de relieve la alta condición en que se tiene la humana existencia. El enfermo se siente reconocido y estimado. ¡Se aprecia el valor de su persona! Fácilmente, entonces, el enfermo se pregunta a sí mismo 170

Yo he recibido el amor de Dios como un derroche de generosidad y no comprendo mi vida más que ofreciéndome en derroche a los demás. Mi respuesta de gratitud al Dios, a quien no veo, pasa por el sacramento del hermano en cuyo camino me pongo. Respondiendo a tu necesidad, respondo a Cristo, que me pide por tu boca. El fue el samaritano que curó la herida de la vida en mí y ahora me ha convertido a

el porqué de ese trato. Y hasta puede que se lo pregunte a quien así le trata. Puede que él le diga: —No lo sé. Pero siento que somos eslabones de una misma cadena. Te considero otro yo. Me veo reflejado en ti. Eres parte de mí mismo. Estás formado de mi misma pasta. Somos miembros de una misma humanidad. Presiento que debo hacer por ti lo mismo que me gustaría que los demás hicieran por mí. O puede que diga: —Yo he recibido el amor de Dios como un derroche de generosidad y no comprendo mi vida más que ofreciéndome en derroche para el bien de los demás. He sido tratado humanamente por Dios. Sé, con la sabiduría de la fe, que Dios me ha valorado y ha tomado ese valor muy en serio en todos los hombres. Sé, además, que mi respuesta de gratitud a Dios, a quien no veo, pasa por el sacramento del hermano en cuyo camino me pongo. Respondiendo a tu necesidad, respondo a Cristo que me pide por tu boca. El fue el samaritano que curó en mí la herida de la vida y ahora me ha convertido a mí también en samaritano de mis hermanos. Ante esta respuesta, uno siente el cuidado de Dios sobre su vida y, si no tiene un corazón raquítico y empequeñecido por las exigencias permanentes de una sensibilidad malsana y exacerbada, lo vuelve con gratitud a quien así lo trata. * * »

El cuidado primordial de Dios sobre los hombres se ha manifestado en Jesús. Conocer a Jesús es comprender el amor de Dios. Quien le ha visto, ha visto también al Padre (Jn 14,9). En sus gestos y en sus palabras, se nos hacen presentes las actitudes del Padre con relación a la humanidad (DV 2). Su vida es la transparencia del "Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones" (2 Cor 1,3-4). Con El, el tiempo se ha cumplido (Me 1,15) y ha llegado a 172

nosotros el Reino de Dios (Le 11,20; Mt 12,28). Ha llegado el tiempo que manifiesta en plenitud el cuidado de Dios sobre la humanidad y sobre su mundo (Mt 10,29-31). Con sus hechos y con sus palabras, Jesús ha manifestado que Dios ama a los hombres y cuida de ellos con cariño; que no hay otra causa de Dios en la historia de la salvación que no sea la causa del hombre; que Dios no se goza en la humillación, la vejación y la destrucción de la humanidad, sino que se alegra de su plenitud y de su bien. ¡Tanto amó Dios a los hombres, tanto le valieron la pena que entregó a su Hijo Único, para que todo el que crea en El, no perezca sino que tenga la vida eterna! (Jn 3,16). Con sus dichos y sus hechos, Jesús manifiesta y hace presente el amor del Padre. Y Jesús pasó por el mundo haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por la fuerza del mal porque Dios estaba con El (He 10,38). Vino no para ser servido, arrodillando de forma humillante a la humanidad, sino para servir a esta humanidad, entregándose a sí mismo para que ella pudiera contemplar en el horizonte de sus anhelos el alborear de una clara mañana de resurrección y de vida (Me 10,45). Convencido de que "en su destino para imagen de Dios, el hombre no puede dejarse sustituir por ninguna otra cosa" (J. MOLTMANN), puso al hombre en la cúspide de los valores mundanos. No sólo eso. Llegó, incluso, a "secularizar" el culto a Dios: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Me 2,27). Los "agentes de iniquidad" son rechazados, a pesar de sus largas oraciones, sus obras maravillosas en milagros y sus predicaciones (Mt 7,21-23) y a pesar de sus posiciones privilegiadas que no fructificaron en obras de justicia (Le 13,25-27). Jesús rechazó a quienes "no supieron amar a su Dios de otro modo que clavando al hombre en una cruz" (F. NIETZSCHE). Su postura ante la humanidad fue de despojo de todo privilegio y de asunción de la condición de servidor, asemejándose en todo a los hombres (Flp 2,7). "Se puso de parte de los insignificantes, los marginados y los oprimidos. 173

provocando así el advenimiento del reino de Dios como fuerza liberadora de un amor sin reservas" (J. B. METZ). Defendió al hombre de la postura prepotente de los otros hombres —nacida de sus deseos de ser considerados "dioses para el hombre"— predicando que, con la llegada del reino de Dios, el dominio del hombre por el hombre había comenzado a derrumbarse. Durante su vida terrena, su actitud es de permanente solidaridad. No sólo proclama bienaventurados a los pobres porque para ellos ha llegado la hora de poseer el Reino (Le 6,20), sino que se hace pobre con los pobres hasta el punto de que no tiene un sitio donde reclinar la cabeza (Le 9,58). No sólo proclama bienaventurados a los que lloran porque les ha llegado el momento de la alegría (Le 6,21), sino que también llora con los que lloran (Jn 11,33-35). No sólo declara bienaventurados a los hambrientos de justicia (Mt 5,6), sino que los harta con la promesa de la justicia de Dios que se hará realidad en su resurrección (Rom 1,17). No sólo proclama la amnistía de Dios (Le 4,19) y bienaventurados a los que buscan armarse de paz (Mt 5,9), sino que en El puede reconocerse al "Príncipe de la Paz" (Is 9,5) que renuncia al uso de la violencia (Mt 26,51 -54) y crea una comunidad en la que pueden vivir codo con codo Mateo el Publicano y Simón el Zelota (Mt 10,2-4). Fue el primer bienaventurado en su misericordia (Mt 5,7). El hizo el oficio de buen samaritano, sintiéndose prójimo de todo hombre, hospedándole y pagándole la recuperación (Le 10,30-35). Se compadeció del poseso (Me 5,19) y lloró con Marta y María la muerte de Lázaro (Jn 11,35). A sus amigos no los redujo a servidumbre (Jn 15,15), sino que El mismo se puso a servirles y les lavó los pies como signo de lo que ellos debían hacer unos con otros (Jn 13,1-20). A ellos les recomendó que fueran misericordiosos como es misericordioso el Padre (Le 6,30), que se amasen unos a otros como habían sido amados por F.l (Jn 15,12). 174

Este fue su mandamiento principal (Me 12,28-34). Y se llama "principal" no porque sea el más importante entre otros, sino porque quien lo cumple lleva la ley a plenitud (Rom 13,8-10). Que se amen. Este es el mandamiento de Jesús. ¡Que se amen al estilo de Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos! (Mt 5,43-48). ¡Que amen sin fronteras ni distinciones! ¡Que amen con este amor que es paciente y servicial, que no tiene envidia ni se jacta, que no busca su interés ni se irrita, que no se alegra de la injusticia, sino que se goza en la verdad, que cree sin límites, excusa sin límites, espera sin límites y soporta sin límites! (1 Cor 13,4-7) ¡El Padre no dejará valdío un amor así (Me 9,41), con tal de que no se entere la mano izquierda de lo que hace la derecha! (Mt 6, 1-4). Se sintió herido cuando pudo apreciar la falta de sensibilidad y de detalle por parte de quienes no se tenían por discípulos suyos (Le 7,44-46). Pero también echó en cara a sus discípulos la falta de generosidad (Jn 12,7) y su falta de acompañamiento en sus momentos de agonía y tristeza (Me 14,37). Sin embargo, tuvo la delicadeza de saber disimular y hasta de interceder por quienes, cargados de temor, le abandonaban (Jn 18,8). Cuando iba a pasar de este mundo al Padre, oró por sus discípulos para que también ellos permanecieran en la unidad que se forja en el amor. Hizo de este amor un signo de credibilidad (Jn 17,21). El distintivo de sus discípulos sería su capacidad de curar con amor las heridas de la humanidad (Me 16,18). ¡El seguía sintiendo como propia la soledad del enfermo, el hambre del hambriento, la prisión del cautivo y los andrajos del desnudo! (Mt 25,31-46). ¡Quien no hiciera caso de esa solidaridad de Jesús con los desheredados de la fortuna, no tendría tampoco parte con El!

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Jesús no se ha identificado en vano con el dolor de la humanidad. Cuando Saulo de Tarso cae del caballo, al ir persiguiendo a los discípulos para llevarlos cautivos a Jerusalén, la voz que oye es-. "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Y, ante la extrañeza de Saulo que pregunta quién es, sólo hay una respuesta: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (He 9,4-5). Aunque no se conozca a Jesús, se le crucifica de nuevo en cada cruz que se levanta para la humanidad. Aunque no se le conozca, se le da de comer cuando un hambriento se sacia, se le socorre cuando se ayuda a un necesitado y se le sirve cuando se prestan atenciones a quien las necesita. ¡Jesús sigue caminando en nuestro mismo caminar! Cuando lleguemos al término de nuestro camino, quizá no se nos pregunte si hemos dicho muchas veces: "Señor, Señor" (Mt 7,21). Sin embargo, no dejará de preguntársenos como a Caín: "¿Dónde está tu hermano?" (Gen 4,9). ¡Esta es la paradoja: que Dios en Jesús se ha vinculado a lo humano y que quien le busca no debe huir de la atención amorosa al necesitado! ¡Quien quiera encontrarse con Dios ha de acercarse a lo humano! ¡Quien no ama lo humano no conoce a Dios (1 Jn 4,13), ni le ama! (1 Jn 4,20ss.). ¡Amar en concreto a los hombres es amar a Dios!

Cuando lo hicisteis a uno de estos hermanos míos mási pequeños a mí me lo hicisteis" (Mt 25,37-40). "Sólo una pregunta nos permite saber si un hombre ha 'conocido' a Dios: ¿cómo y a qué profundidad ha amado?, ya que el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" (J. A. T. ROBINSON).

Es verdad que: Nadie fue ayer, ni va hoy ni irá mañana hacia Dios por este mismo

camino

que yo voy. Para cada hombre

guarda

un rayo nuevo de luz el sol... y un camino virgen D ios. (LEÓN FELIPE)

Pero también es verdad que todos los caminos que llevan a Dios pasan por la atención al hermano. "La atención, en su grado supremo, es lo mismo que la oración" (S. WEIL).

Quien ama a los hombres de carne y hueso en concreto y de forma desinteresada, si es consciente de las implicaciones de su fe (Sant 2,14-16) que se hace operativa por la caridad (Gal 5,6), no hace más que transmitir el amor de Dios que, desinteresadamente, ha recibido (Mt 10,8). Solidarizándose con lo humano y sirviéndolo atentamente en cada hombre en cuyo camino se pone, se encuentra con Dios de forma explícita. El sabe que "el amor a Dios no se cumple sino en el amor de Cristo, y el amor de Cristo, en el amor de los hombres" (J. ALFARO). Pero también es verdad que cuando un hombre ama y sirve a sus semejantes desinteresadamente sin creer conocer a Dios, se encontrará también con ese "Dios desconocido" durante su vida. "¿Cuándo te vimos... y te asistimos? 176

177

encuentro desde la vida

M W I •

Los obispos alemanes, hablando en 1975 de la asistencia al enfermo, afirman que ésta no puede reducirse al campo puramente técnico-clínico, sino que consiste también en la creación de una "atmósfera de confianza y de calor humano en los que el enfermo siente el reconocimiento y la alta consideración hacia la humana existencia", y que "no se le deje solo en su necesidad de encontrar una respuesta al origen y al fin de la vida". ¿Has encontrado personas que te hayan asistido así?, ¿has reconocido, durante tu enfermedad, a alguna persona que te haya ayudado material o espiritualmente? ¿Cómo juzgas la asistencia que te han proporcionado en tu enfermedad?

JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) En la enfermedad he conocido a varias personas que me han ayudado en todos los sentidos. No sólo una, sino varias. Han estado conmigo y me han acompañado. Sufrían y estaban conmigo de una forma callada pero, a la vez, ayudándome a superar las dificultades, aunque no estuvieran constantemente conmigo. Pienso que esta compañía ha sido clave y fundamental en mi enfermedad. 179

I.F.P. (Madrid) Uno de los problemas, quizá el más difícil de superar por el enfermo, es el de la susceptibilidad con las personas que le rodean. El enfermo es un ser ávido de atenciones. Su mundo cuenta con aquellos que le rodean y, para él, un fallo de ellos representa una quiebra de su mundo interior. En cambio, cada una de las personas que rodean al enfermo tiene su forma peculiar de tratarle. No hay patrones tipo. En parte, depende del grado de sensibilidad de cada persona; en parte, también de su capacidad de manifestación de esta sensibilidad. La gama es muy variada: desde la repugnancia hasta la entrega sublime. Los enfermos tienen una extraña sensibilidad para intuir. Hasta el punto de ser frecuente que un desvalido rechace la ayuda por el mero hecho de presentir su prestación con desagrado.

FRANCISCO. Hemiplejía. (Sevilla) Durante el tiempo de mi enfermedad, he conocido a muchas personas que me han ayudado. A otros ya los conocía. He tenido ocasión de comprobar lo inestimable que es la ayuda que me han prestado, sobre todo en los primeros momentos. Estaba prácticamente rodeado de mis amigos. Me prestaban todo tipo de ayuda: tanto material como espiritual. Aunque materialmente, poco necesitaba. La Seguridad Social proveyó a cuanto necesitaba en este orden de cosas. Esto tengo que agradecerlo a la sociedad entera. Pero también tengo que agradecer la presencia de una asistencia espiritual esmerada, por lo menos en mi caso. El mismo día de mi llegada, me fue a visitar un sacerdote que me dio la comunión. Todos los días he tenido asistencia espiritual por parte de los sacerdotes de allí. También recuerdo la asistencia especial que me dispensó un sacerdote, cuyo nombre no quiero revelar por no herir su modestia, durante el proceso más grave de mi enfermedad. 180

En este mismo sentido, tengo que agradecer también la importantísima ayuda y estímulo que me han prestado las oraciones de tantos amigos, que se han portado conmigo como auténticos hermanos en la fe. Hoy que me voy recuperando de la grave enfermedad por la que estoy pasando, quiero manifestarles mi gratitud. Puedo decir, en general, que, al menos conmigo, se han desvivido mis hermanos y no tengo palabras para expresar mi agradecimiento. MARÍA DOLORES. Diabetes. (Madrid) Particularmente, yo he encontrado de todo en la asistencia que he recibido; bueno y malo. He encontrado personas en las que se podía apreciar una sensibilidad especial en su vocación de médicos o de enfermeros y en su trato con los enfermos. Y he encontrado, también entre el personal sanitario, personas que se dedicaban a esta tarea por el sobre que recibirían al final del mes. Muchas veces, el personal sanitario no se da cuenta de que, en esos momentos en que uno se siente enfermo, necesita de ellos, además de necesitar su asistencia técnica. Un trato humano cordial, a veces la leve silueta de una sonrisa en la cara, son suficientes para que el enfermo recupere su juventud interior y la confianza, que la enfermedad le había hecho perder. Médicos y enfermeras deben caer en la cuenta de que en carrera han dejado pendiente la asignatura de la amabilidad y de la humanidad, que es tan importante como las otras. Y, en estos momentos en que tengo oportunidad de decirlo, les daría un consejo desde mi posición de enferma: que se den cuenta de que el enfermo es un ser humano; que los necesita a ellos; que necesita tanto sus conocimientos de medicina como su propia sensibilidad hacia las personas enfermas. MARISA. Inválida. (El Ferrol) Comparto lo que ha dicho María Dolores. Hay médicos y enfermeras que son encantadores. Tratan a los enfermos 181

con cariño de madre o de hermano muy querido. En cambio, hay otros cuyo trato deja mucho que desear. Sin embargo, yo por mi parte quisiera insistir en que tampoco al enfermo debe quedarle pendiente la asignatura de la amabilidad y de la humanidad. Es necesario saber estar enfermo también. Casi siempre el enfermo es tratado según su comportamiento. Si el enfermo es arisco y desairado, o está siempre con cara huraña, probablemente recibirá de los demás el mismo trato. ¡La enfermedad es una escuela de virtudes humanas y hay que aprenderlas todas sin dejar asignaturas pendientes! A veces vemos la mota en el ojo ajeno y no reparamos en la viga que tenemos en el nuestro.

En otra ocasión, estando yo con un ataque de asma, vinieron un médico y un practicante estupendos a mi casa. Con toda amabilidad me dijo el médico: "Vengo aquí para atenderla y voy a estarme con usted hasta que se le pase". Otra vez, estando yo en una clínica de Pamplona, donde no conocía a nadie, venían algunas personas y me decían: "Hemos venido a ver a un familiar nuestro y, de paso, también a usted. También a usted la queremos. ¿Necesita algo?" Con estos pequeños detalles, yo sentía un gran alivio en mi enfermedad. Ahora yo he aprendido a hacer esto mismo a otros e.nfermos como fisioterapeuta. MARÍA. Inválida. (Madrid)

Seglar. Varías. (Madrid) He sentido calor humano en los médicos, en las enfermeras y hasta en la señora que entraba a limpiar la habitación. Con todos he dialogado mucho, sobre todo con las enfermeras y con mis compañeras de habitación. Hemos tenido trato de personas y no de robots. Sin embargo, me hubiera agradado que el sacerdote, que se limitaba a traerme la comunión cada día —porque yo se lo pedí— hubiera perdido algún rato con los enfermos. Quizá lo haga así, pero yo no lo experimenté. Y creo que sería bueno. EULALIA. Inválida ya curada. (Madrid) Es importante para mí, en cuanto pertenezco al personal sanitario, haber pasado la experiencia de la enfermedad. He aprendido la importancia de los detalles. De las cosas pequeñas. Recuerdo que una vez vino a mi casa una persona que no conocía de nada, pero que otra me había presentado. Me hizo un puré de manzanas y me lo ofreció de corazón con una sonrisa. Yo quedé con una inmensa alegría. Todo me gustó: la manzana y la sonrisa. 182

Para mí, la ayuda más importante me la ha prestado el grupo Fraternidad Cristiana de Enfermos y Minusválidos, y mi propia familia. La Fraternidad me ha hecho mucho bien: en diálogo con mis compañeros he aprendido a integrar mi minusvalía y a llevar además una profunda religiosidad. También mi familia me ha ayudado mucho. Mi madre me buscó un puesto en el despacho de una panadería, en el que estoy trabajando desde hace seis años. Para mí ha sido importante el que mi familia se diera cuenta de que podía hacer algo útil, aunque ellos me tuvieran que ayudar como me han ayudado. De hecho, mi padre tenía que llevarme y recogerme todos los días a mi lugar de trabajo. Pero lo hacía gustoso porque veía que yo así me sentía útil. Lo más importante de todo esto es que me he sentido tratada como persona. Ellos me han hecho sentir así. MANUEL. Tetraplejia. (Toledo) Lo que más aprecio de todo es la solidaridad que me ha rodeado en la enfermedad. Cuando estaba entre la vida y la muerte, hubo varios sacerdotes que me ayudaron. Entre ellos, los del seminario de León, que me recogieron 183

cuando tuve el accidente. Y también otros que me animaron mucho y me aconsejaron bien, dándome esperanza y alentándome para que no perdiera la confianza de salir adelante. Al trasladarme de León a Toledo, han seguido con esas mismas atenciones. He tenido a mi alrededor muchas personas que siempre han tratado de animarme. Aparte de esto, tengo muchísimo que agradecer a todos los vecinos del bloque de viviendas en el que yo habitaba en Gijón, su gesto de solidaridad humana. En el momento en que ocurrió el accidente tuve que pasar unos momentos muy duros, porque mi situación económica era bastante deficiente: mi vida se quedaba cortada. En la empresa no estaba fijo. No tenía medios económicos. No sabía cómo podría continuar... Ni siquiera el seguro del coche lo tenía. Pues bien, en esta situación, mis vecinos decidieron hacer una colecta y aportar cada uno su granito de arena para ayudarme a superar ese duro trance. Cuando me lo comunicaron, me emocioné tanto que me eché a llorar. No lo esperaba. Como tampoco esperaba los donativos de otros amigos, familiares, la misma empresa y la parroquia de San Miguel de Gijón, Pumarín, además de los de otras personas que no conocía de nada. Esta ha sido una de las experiencias emocionantes que he tenido en mi enfermedad: la solidaridad que en todo momento me ha rodeado. IRENEO. Obispo. Parkinson. (Toledo) Durante los siete u ocho años que había ido con peregrinaciones a Lourdes, había podido hacerme cargo de la importancia que tiene, para los que están dedicados a la asistencia sanitaria, conocer la psicología del enfermo y librarse del gran peligro que supone el acostumbrarse a tratar con los enfermos. Había percibido la diferencia que existe entre una asistencia mecánica y una asistencia donde el amor y la caridad están presentes, donde se ejerce la profesión, no 184

como una simple tarea social o como un medio para beneficiarse económicamente de este trabajo sanitario, sino por vocación. Me di cuenta, entonces, de que esto exigía del personal sanitario una reflexión permanente y un espíritu atento para no acostumbrarse a los enfermos, tratándolos rutinariamente. Este es un peligro que acecha a todas las profesiones y también a la asistencia sanitaria. Cuando se suceden cadenas y cadenas de enfermos a los que hay que atender, es necesario prevenirse contra el peligro de acostumbrarnos a un trato despersonalizado y masivo. En nuestra sociedad, dominada por criterios de utilidad y eficacia, el peligro es mucho mayor, ya que el enfermo, revestido de debilidad, se presenta a nuestros ojos como una carga. La sociedad, ignorando su valor personal, puede mantener un trato anónimo y puramente burocrático con el enfermo. No es extraño que en este caldo de cultivo aparezca una mentalidad favorable a la eutanasia que, so capa de compasión para con el enfermo, pretenda quitarlo de en medio con esta medida antihumana y antipersonal, que viola la vida del hombre. En cambio, para nuestra fe cristiana está claro que no podemos manipular al enfermo como si fuese un bien cualquiera. El enfermo es una persona y merece respeto. El hecho de manipular a la persona humana, subordinándola a la utilidad, es un atentado a la comprensión cristiana del hombre. El evangelio nos recuerda que lo que hacemos a cualquier hombre, a Cristo mismo se lo hacemos. En mi caso, por gracia de Dios, no he tenido que experimentar ninguno de estos fallos. Más bien, he de agradecer la solicitud, el interés y la ayuda desinteresada cuando he tenido que acudir a tratamientos médicos. Desde que presenté mi renuncia al Santo Padre, como pastor de la Iglesia Universal, y él tuvo el gesto paternal de aceptarla, he tratado de aprovechar al máximo esta oportunidad que me brinda la enfermedad para estar más cerca de los hermanos enfermos. He tratado de manifestarles que la Iglesia necesita de los enfermos. He tratado de vivir desde dentro la Iglesia doliente. Mi disponibilidad viene orientada en este sentido: ponerme a disposición de 185

los hermanos que comparten conmigo el dolor, la enfermedad y la cruz para que encuentren también la alegría de Jesús. Quiero mostrarles que la cruz es compatible con la alegría profunda de no sentirse inútil, sino darle a su cruz un sentido cristiano y utilizar la enfermedad para beneficio de la Iglesia y de toda la humanidad.

Pero quisiera señalar, dentro de mi experiencia espiritual y como ayuda en mi proceso de conversión y transformación en Cristo, el encuentro con el movimiento de Renovación Carismática Católica, al que pertenezco. Allí he encontrado gente maravillosa que, no sólo me han ayudado a encontrar a Cristo, sino también a encontrarme a mí mismo, al darme su amistad y su cariño. Me han visitado y me han acogido en sus diferentes actividades y recreaciones.

ANÓNIMO I En la asistencia sanitaria ha habido de todo. Aunque, en general, es puramente técnica y llena de frialdad, en mi caso, sobre todo con los médicos, ha habido una asistencia técnica y humana, llena de confianza. Normalmente, son los enfermos entre sí los que crean ese calor humano de confianza y de amistad. También algunos compañeros capellanes me han ayudado material y espiritualmente. Incluso el mismo obispo me ha visitado en las situaciones más graves. Y no quisiera olvidar tampoco a mis feligreses, que llegaron a hacer una colecta para enviármela el día de mi santo. INOCENTE. (Toledo) Durante mi enfermedad he conocido a muchas personas que verdaderamente me han ayudado en todos los sentidos: sacerdotes, religiosas, personal sanitario, amigos, familiares y, sobre todo, mi esposa, que está siendo para mí una bendición de Dios. Ha soportado y soporta toda mi enfermedad con una entereza extraordinaria y me comunica siempre ánimo, quitándole importancia a las cosas, cuidándome y contagiándome su fe y su amor. SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) Ciertamente, he encontrado personas encantadoras, además de mi propia familia, que me han ayudado mucho. 186

ANÓNIMO II He tenido y sentido de todo. Soledad de muerte y ambiente de confianza. Muchas veces te dejan solo quienes más debieran acercarse. Tampoco me han faltado personas caritativas y cariñosas que iban más allá del puro trámite. Entre ellas, quisiera señalar a un compañero que me sirve de "muleta". El acoge y sostiene mi debilidad con el cariño de una madre. No se cansa nunca de escuchar mis ruegos y mis molestias. También sé de una persona que fue mi Cirineo. Hizo de madre, de hermana, de amiga, de esposa, de todo en el Señor, cuando lo necesité. Iba todos los domingos a verme. Esa persona, a la que llevo en las entretelas de mi corazón, me llevaba de comer, de vestir. ¡Dichosa ella! MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) A mí me daba pena ver, muchas veces, el aislamiento de las personas enfermas. Por mi parte, me siento endeudado con tantos amigos, con tantas personas. He pensado muchas veces que el aislamiento y la soledad no son buenos para nadie. También Jesús en Getsemaní se lamentaba de la frialdad y el cansancio de los apóstoles: "Me habéis dejado solo"; "no habéis podido compartir conmigo", decía Jesús. Y creo que este aislamiento no es sólo cuestión de buena asistencia del personal sanitario. A mí me alentaba mucho 187

alguna llamada telefónica de otros enfermos o sanos, compartiendo conmigo sus sufrimientos y los míos. Por eso, ¡qué bueno, amigo, si te olvidas de ti mismo, te desprendes de tu ensimismamiento, de tu dolor, de tu enfermedad y coges el teléfono o el bolígrafo o a través de una visita envías un mensaje de aliento y de solidaridad a alguien que sufre! ¡Es importante no dejar solo a ese Jesús que está en el Getsemaní de la enfermedad!

dialogando. Pero también hay momentos en los que he sentido necesidad de lo que yo llamaría "silencio elocuente". A veces, lo único que necesito es que haya gente que esté, que esté acompañando. Ya el libro del Génesis dice: "No es bueno que el hombre esté solo". JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bübao)

JUANI. Inválida. (Madrid) Ciertamente, a lo largo de mi enfermedad —puedo decir que también a lo largo de toda mi vida— he sentido a mi lado a muchas personas que me han ayudado mucho. Creo que Dios mismo me ha ayudado, poniendo a mi lado a tantas personas que me han acompañado y me han ayudado en mi formación a todos los niveles, pero, particularmente, a encontrar en Dios el sentido de la vida. Creo, además —y lo digo para conocimiento de todos— que el enfermo necesita este tipo de ayuda. No puede ser tratado como un menor o como una máquina que se ha estropeado y necesita reparación. Es una persona que, además de las necesidades físicas, tiene necesidades morales. Necesita encontrar sentido a la vida y encarnarlo en los momentos concretos de la vida. Y para atender a estas necesidades hay que saber atenderle y escucharle. ¡Esto es fundamental! Quien lo hace es reflejo del amor de Dios para el desvalido.

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• que "estén" conmigo y den paso a una intercomunicación y diálogo; • que me ayuden a ver las cosas desde mi misma realidad y desde una perspectiva de fe; • que me ayuden a descubrir mi propia limitación, pero, a la vez, el valor real de esa limitación en el hombre; • que, viendo su ejemplo, vea el valor de mi propio sufrimiento.

MARÍA DEL CARMEN. Inválida. (Barcelona) Me gusta que me traten como una persona. ¡Que no me vengan con "historias"! ¡Que no me compadezcan! ¡No admito que me digan: "pobrecita"! Simplemente, quiero ser tratada como la persona que soy. ANGELA. Inválida. (Madrid)

¿ Cómo te gustaría que te asistiese el personal que te cuida y el que te visita?

ANÓNIMO III Me gustaría que me asistiesen humanamente. Unas veces hablando, otras preguntando y escuchando. Es decir, 188

Yo pediría, tanto a las personas que me asisten como a las que me visitan:

Me gustaría que las personas que me asisten me escuchasen y prestasen atención a mis indicaciones. ¡Que me dieran tiempo y posibilidad para explicarme con relación a los síntomas y a las situaciones! ¡No hay enfermedades, sino enfermos! ¡Y no hay dos enfermos iguales, si se tiende a hacer de la asistencia una actividad humana y se respeta la personalidad del enfermo! 189

ANÓNIMO I Los que me asisten, me gustaría que lo hicieran con confianza, sosteniendo siempre mi esperanza. Los que me visitan, me gustaría que no vinieran con el "rollo" aprendido, que no se compadecieran con lamentaciones. Me gustaría que me inspirasen el gozo de la amistad y me hiciesen olvidar, al menos por unos momentos, mis sufrimientos. ANÓNIMO II Me gustaría que me asistiesen y me visitasen con ilusión, alegría y optimismo. Es, o sería, un paliativo de la cruz que llevas encima. ¡No quiero compasión ni lastima en mi calvario! MANUEL. Tetraplejía. (Toledo) Al personal sanitario que me cuida, le pediría que siguiese asistiéndome como hasta ahora lo ha hecho. Para mí, todos son formidables. Todos se han portado muy bien conmigo. Y ahora que estoy a punto de que me den de alta, quiero agradecerles en el alma sus servicios y pido a Dios que a todos los enfermos, vengan de donde vengan, les den la misma fuerza y les infundan la misma moral que a mí me han proporcionado. A ellos les pido que continúen dando esa fuerza y ese ánimo, que sigan comprendiendo la situación del enfermo y poniéndose en su lugar. Las personas que me visitan han sido, desde el primer momento, muy comprensivas y han tenido un trato amistoso y cordial. ¡Me han infundido un ánimo extraordinario! Frecuentemente recibo la visita de un grupo de personas, desinteresadas totalmente, que vienen al hospital a visitarnos, a darnos ánimos, interesarse por nuestro estado de salud y atender nuestras necesidades. Las visitas de familiares y amigos también tratan de infundirme ánimos para que me sienta una persona útil y no decaiga en mi moral. Aunque, muchas veces, se 190

quedan sorprendidos porque me ven con más ánimo del que ellos creían. Este ánimo, del que nunca he decaído, me ha hecho tener una rehabilitación superior a la previsible. A todos les debo mi reconocimiento, y espero que Dios les pague a ellos con la misma moneda que han utilizado conmigo. AMADOR. Inválido. (Madrid) A mí me gustaría que me tratasen como lo han hecho hasta ahora: con naturalidad. Como a una persona más, que está en unas circunstancias concretas, pero que no es ni mejor ni peor que las demás. Como una persona que quiere que se la tenga en consideración, que quiere ser escuchada y tenida en cuenta. Esto es lo que más deseo para todos los enfermos. ¡No se nos puede considerar ni como héroes ni como víctimas! VICENTA. Ciega. (Madrid) Ante todo, quisiera que no se rechazara a nadie. Recuerdo que, cuando entré a trabajar en el banco, alguno me dijo a bocajarro: "Yo no trabajo con una ciega". Realmente me dio mucha pena. Y no tanto por mí, cuanto por ellos mismos. Menos mal que después reaccionaron de otra manera. Pero parece que, al menos en ciertos sectores, la sociedad rechaza a las personas disminuidas, minusválidas o contrahechas. No se dan cuenta de que, a veces, las disminuciones y las minusvalías son consecuencias de las malas condiciones sociales de trabajo, por ejemplo, que originan accidentes laborales. Hoy, afortunadamente, la sociedad entera está experimentando un cambio de mentalidad en torno a estos temas. Creo que todos debemos fomentar esta evolución social. Además, creo que una persona minusválida no es una persona anulada y que, cuando se sacan a flote sus cualidades y posibilidades, es también una persona productiva y eficaz en su trabajo. 191

En cuanto al personal sanitario, quisiera que perdiera de una vez el anonimato en su trato con los enfermos. No sé si por la fuerza de la costumbre o porque tienen que tratar a mucha gente. El caso es que, frecuentemente, el trato se hace rutinario. El enfermo viene despersonalizado. Es el "enfermo número 38". Sería conveniente que nosotros mismos nos mentalizáramos un poco más.

para el encuentro con Dios

i En mi oración de hoy quiero, Señor, hablarte de esta familia, numerosa y tan solícita, que multiplica tus manos y alarga tu ternura hasta nosotros, enfermos e hijos del dolor. Porque en el múltiple y variado personal sanitario queremos ver y sentir padres, madres, hermanos y hermanas de todos y de cada uno de nosotros. Compartiendo, como nuevos Cirineos o piadosas [Verónicas nuestro cotidiano caminar hacia el Calvario, proclaman, Señor, y testimonian que somos prójimo y hermanos suyos y nuevos Cristos con su cruz a cuestas. ¡Gracias, pues, y ante todo, Señor, por haberlos hecho salir a nuestro encuentro en abierta actitud de entrega y de servicio, para devolvernos la salud perdida, para llenar de infinitud nuestro dolor, para enseñarnos a sufrir con Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia! Por el tiempo que nos consagran y el consuelo que nos proporcionan, por el encuentro que contigo nos deparan y la esperanza que sobre nuestra cruz dibujan, 192

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por el amor con que nos sirven y el sacrificio con que nos soportan, ¡gracias, Señor, de todo corazón! A ellos y a Ti, ¡gracias, buen Dios! Y ¡perdón, Señor, también por no siempre haber sabido valorar tal entrega y abnegada servicialidad, o por haber pretendido de ellos exigir lo que no estaba ya al alcance de sus manos! Identificándote con nosotros, enfermos, proclamaste, Señor, bienaventurados a cuantos te fueran en nuestras personas visitando. ¿Qué bienaventuranza, Señor, reservada tienes para esta familia asistencial y sanitaria que convive con nosotros, día a día, y comparte, noche y día, nuestro via-crucis? Q ue tu mano providente, que ellos multiplican, los cubra con su sombra y fecunde con su gracia. Q ue tu bondad sin límites, que ellos prolongan en su gesto humano, haga llover sobre su vida en abundancia los dones que sólo Tú puedes dar a los humanos. Y que, cuando también para ellos llegue la hora de partida, de tus labios escuchen la palabra alentadora: "Estuve enfermo y me cuidasteis; entrad, pues, benditos de mi Padre en posesión del Reino para vosotros preparado".

II Hasta entonces, Señor, nos habías hablado en parábolas. Nos habías hablado de la importancia de la persona [humana por encima de los holocaustos y sacrificios. 194

Y hasta por encima de la Ley. Nos habías presentado como ideal del discípulo hacerse servidor de todos. Habías resumido todas tus enseñanzas en el amor y nos habías dicho que el amor era lo único importante. ¡Que teníamos que amar al prójimo a costa de todo...! Y ahora nos dices que el prójimo eres Tú. Q ue quien ame o desprecie, * quien luche o descanse, quien dé la vida o la muerte, lo está haciendo contigo. Q ue el hambriento, el forastero y el encarcelado son de tu misma familia. Que el enfermo, que está dentro de mí, tiene tu mismo rostro y tus mismas heridas. Gracias, Señor, porque Tú lo has dicho de verdad. Verdad, donde mi enfermedad ya no es una maldición, sino una bienaventuranza. Gracias, Señor, por mi enfermedad, porque con ella quieres hacer de mí un auténtico sagrario vivo donde todo hermano que se acerque tiene posibilidad —la sublime posibilidad— no sólo de creer por fe, sino de ver, como Tomás, las manos y los pies traspasados. ¡Que mi sufrimiento sea signo de Ti, para que, quien me mire, te vea! ¡Que los que reparten a manos llenas su amor y dedicación para conmigo sientan, en el día postrero, tu voz potente y clara que los llama: "Venid, benditos, porque conmigo lo hicisteis". 195

III Heme aquí, Señor, alejado del hogar y del trabajo. Por lo uno y por lo otro estoy inquieto y no encuentro [descanso. ¿Cómo se arreglarán sin mí los que me esperan? ¿Qué esperan de mí los que no llegan? Cuando pesa en torno a mí la ausencia, entonces es cuando mido hondo lo muy hondo: la cualidad, el alma, un rostro, una presencia. ¡Tú sabes, Señor, que no se puede remplazar una [presencia! Hazme, Señor, penetrar y desear siempre en lo real de las cosas y de los días, en el trabajo diario y en la monotonía, vida sana, amistad y buen temple. ¡Que reine siempre en mi vida el amor, que es presencia de tu don y tu calor, y no haya egoísmo, dolor, ni rencor! (Inspirada en "COMPRIMES")

196

índices

ÍNDICE DEL CUESTIONARIO

i: LA EXPERIENCIA DE LA ENFERMEDAD /. Dicen que mientras uno no vive una determinada experiencia no calibra sus efectos. ¿Cómo veías el dolor y el sufrimiento antes y después de pasar por la experiencia de enfermedad?

21

2. En la enfermedad se puede sentir la debilidad de la persona humana. Los sentimientos de humildad—y en su vertiente más angustiosa, los sentimientos de inutilidad, de inferioridad o de ser una carga para los demás— son efectos frecuentemente acompañantes en el proceso de la enfermedad. ¿ Cómo has vivido estas experiencias o cómo las has visto vivir en otros enfermos?

28

3. La gente vive hoy de prisa, trabaja de prisa, actúa de prisa... Difícilmente se encuentra el tiempo necesario para la reflexión y el encuentro consigo mismo. En este ambiente, ¿ la enfermedad puede representar un alto en el camino de la actividad desenfrenada que permita al hombre plantearse a sí mismo como problema?

34

4. Vivimos en un mundo en el que se valora la utilidad... ¿Qué le dirías a determinadas personas que únicamente valoran a la gente por lo que hace, visto desde tu experiencia?

38

5. ¿Cómo has visto afrontar el dolor y el sufrimiento en tu familia, en el personal sanitario y en las personas que te rodean?

40

CAPÍTULO

11

199

CAPITULO

ii LA ENFERMEDAD, TIEMPO DE CONVERSIÓN

/. La escuela del sufrimiento y de la inactividad forzosa son una llamada apremiante para conseguir una profundidad mayor y para dar una nueva orientación a la propia vida. ¿Cuál ha sido tu experiencia en este sentido? ¿Qué conclusiones vitales has sacado? 2. ¿La enfermedad ha supuesto para ti un trampolín para comprender el sentido de la vida? Habíanos un poco en este sentido 3. Fue en la situación de convaleciente de una herida como san Ignacio de Loyola encontró a Dios y comprometió su vida. Muchos otros han tenido la misma experiencia. ¿Es también la tuya?

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CAPITULO ni

91

/. Hay una frase de san Francisco de Sales que siempre me ha causado impresión: "El amor de Dios es más grande que lo que puedes sufrir". Siempre me ha parecido un comentario de lo que decía san Pablo: "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación?... en todo esto vencemos fácilmente gracias a aquel que nos amó" (Rom 8,35-37). ¿Qué piensas de esto? ¿El dolor que sufres pone en tela de juicio el amor que Dios te tiene o más bien lo ha puesto de manifiesto? 2. ¿Has dado gracias alguna vez a enfermedad? 3. En la oración, cuando llamamos a nuestro", le pedimos que se haga convencidos desde nuestra confianza 200

107

Dios por tu 113 Dios "Padre su voluntad, en El de que

1

iv SOPORTO EN MI CARNE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO EN FAVOR DE SU IGLESIA

1

/. ¿Has podido decir alguna vez como san Pablo: "Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro (Col 1,24)?

1

2. Tufe vivida en la enfermedad, ¿ te hace sentir apóstol de los que están contigo.- los otros enfermos, la familia, el personal sanitario que te atiende?

1

3. ¿Sientes que tu sufrimiento es salvador para ti en la medida en que te configuras con Cristo paciente y que, si sufres, tu dolor puede ser consuelo y salvación para otros (cfr. 2 Cor 1.6)?

1

v VENID, BENDITOS DE MI PADRE, PORQUE ESTUVE ENFERMO Y ME ASISTISTEIS

1

/. Los obispos alemanes, hablando en 1975 de la asistencia al enfermo, afirman que ésta no puede reducirse al campo puramente técnico-clínico, sino que consiste también en la creación de una "atmósfera de confianza y de calor humano en los que el enfermo siente el reconocimiento y la alta consideración hacia la humana existencia", y que "no se le deje solo en su necesidad de encontrar una respuesta al origen y al fin de la vida". ¿Has encontrado personas que te hayan asistido así? ¿Has reconocido, durante tu enfermedad, a alguna persona que te haya ayudado material o espiritualmente? ¿Cómo juzgas la asistencia que te han proporcionado en tu enfermedad?

1

2. ¿Cómo te gustaría que te asistiese el personal que te cuida y el que te visita?

1

CAPÍTULO

4. Según el Nuevo Testamento, "la auténtica conversión, tal como la entiende Jesús, se da cuando el hombre no confia ya en sí mismo, ni quiere operar su salud por sus propias fuerzas y confia audazmente en Dios y de El espera todo bien" (Bauer). ¿La enfermedad te ha puesto en situación de hacer esta opción de radical confianza? SI QUIERES, PUEDES CURARME . . . .

todo lo que dispone contribuye al bien de sus elegidos. ¿Qué representa para ti esta oración?

CAPÍTULO

ÍNDICE DE TESTIMONIOS

ADRIANO. Casado y padre de familia. Oclusión intestinal. (Sevilla) ÁGUEDA. Distrofia progresiva. (Madrid)

133

muscular 70, 113, 137

AMADOR. Tórax. (Madrid) . . . .

69, 74, 114, 119, 191

ANGELA. Inválida. (Madrid) . . .

111, 144, 189

ANÓNIMO I

32, 35, 38, 40, 65, 108, 186, 190 35, 40, 83, 107, 122, 151, 154, 187, 190

ANÓNIMO II ANÓNIMO III

37, 68, 112, 143, 188

Casada y con hijos. Cáncer. (Madrid) 35, 38, 41, 67, 72, 79, 110, 116, 147, 152 EUGENIO. Inválido. (Barcelona). 34, 111, 154 EULALIA. Inválida ya curada. (Madrid) 36, 66, 115, 153, 182 FRANCISCO. (Sevilla)

Hemiplejía. 27, 82, 148, 180

I. F. P. (Madrid)

28, 110

IGNACIO, inválido. (Madrid) . . . INOCENTE. (Toledo) IRENEO. Obispo. (Toledo)

116, 122 78, 122, 186

Parkinson. 25, 65, 116, 150, 184 203

JAIME. Inválido. (Barcelona). . . . 32, 111 JAVIER. Sacerdote. Cáncer. (Bilbao) 31, 37, 42, 73, 122, 143, 179,189 JESÚS. Casado y con hijos. Varias. (Sevilla) 77, 150 JOSÉ MARÍA. (Madrid)

76, 147

JUANI. Inválida. (Madrid)

24, 38, 42, 69, 79, 80, 118, 119. 146, 155, 188 LUISA. Inválida. (Madrid) 79 MANUEL. Tetraplejía. (Toledo). 26, 41, 67, 70, 76, 84, 108, 115, 120, 183, 190 MARÍA. Inválida. (Madrid) 112, 152, 183 MARÍA DEL CARMEN. Inválida. (Barcelona)

21, 34, 189

MARÍA DOLORES. Diabetes. (El Ferrol)

31, 41, 81, 109, 181

MARÍA TERESA. Inválida. (Barcelona) MARISA. Inválida. (El Ferrol) . .

72 81, 112, 156, 181

MIGUEL. Sacerdote. Cáncer. (Tenerife) 21, 33, 39,73,76, 109, 115, 120, 154, 187 NURIA. Inválida. (Madrid) 38 OCTAVIO. Tórax. (Madrid) Religiosa. (Madrid)

71, 113, 148 26, 77, 146

SANTOS. Distrofia muscular progresiva. (Madrid) 34, 39, 66, 83, 119, 154, 186 Seglar. Varias. (Madrid) VICENTA. Ciega desde los veintiún años (Madrid) TRINI. Inválida. (Madrid) 204

ÍNDICE GENERAL

70, 118, 147, 182 22, 72, 114, 153, 191

Prólogo Capítulo I:

7 LA EXPERIENCIA DE LA ENFERMEDAD Invitación a la reflexión Encuentro desde la vida Para el encuentro con Dios

11 13 21 45

LA ENFERMEDAD, TIEMPO DE CONVERSIÓN Invitación a la reflexión Encuentro desde la vida Para el encuentro con Dios

49 51 65 85

Capítulo III: SI QUIERES, PUEDES CURARME. . Invitación a la reflexión Encuentro desde la vida Para el encuentro con Dios

91 93 107 125

Capítulo IV: SOPORTO EN MI CARNE LOS PADECIMIENTOS DE CRISTO EN FAVOR DE SU IGLESIA Invitación a la reflexión Encuentro desde la vida Para el encuentro con Dios

131 133 143 159

Capítulo II:

Capítulo V:

VENID, BENDITOS DE MI PADRE, PORQUE ESTUVE ENFERMO Y ME VISITASTEIS Invitación a la reflexión Encuentro desde la vida Para el encuentro con Dios

163 163 179 193

155 205